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diff --git a/.gitattributes b/.gitattributes new file mode 100644 index 0000000..6833f05 --- /dev/null +++ b/.gitattributes @@ -0,0 +1,3 @@ +* text=auto +*.txt text +*.md text diff --git a/21651-8.txt b/21651-8.txt new file mode 100644 index 0000000..c077616 --- /dev/null +++ b/21651-8.txt @@ -0,0 +1,10943 @@ +The Project Gutenberg EBook of Los muertos mandan, by Vicente Blasco Ibáñez + +This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with +almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or +re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included +with this eBook or online at www.gutenberg.org + + +Title: Los muertos mandan + +Author: Vicente Blasco Ibáñez + +Release Date: May 31, 2007 [EBook #21651] + +Language: Spanish + +Character set encoding: ISO-8859-1 + +*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS MUERTOS MANDAN *** + + + + +Produced by Chuck Greif + + + + + + + + +Los muertos mandan + +Vicente Blasco Ibáñez + + + + +Al lector + + +En mis tiempos de agitador político, allá por el año 1902, los +republicanos de Mallorca me invitaron a un mitin de propaganda de +nuestras doctrinas que se celebró en la plaza de Toros de Palma. + +Después de esta reunión popular, los otros diputados republicanos que +habían hablado en ella se volvieron a la Península. Yo, una vez +pronunciado mi discurso, di por terminada mi actuación política, para +correr como simple viajero la hermosa isla que vio en la Edad Media los +paseos meditativos del gran Raimundo Lulio--filósofo, hombre de acción, +novelista--y en el primer tercio del siglo XIX sirvió de escenario a los +amores románticos y algo maduros de Jorge Sand y Chopin. + +Más que las cavernas célebres, los olivos seculares y las costas +eternamente azules de Mallorca, atrajeron mi atención las honradas +gentes que la pueblan y sus divisiones en castas que aún perduran, a +causa sin duda del aislamiento isleño, refractario a las tendencias +igualitarias de los españoles de tierra firme. Vi en la existencia de +los judíos convertidos de Mallorca, de los llamados _chuetas_, una +novela futura. + +Luego, al volver a la Península, me detuve en Ibiza, sintiéndome +igualmente interesado por las costumbres tradicionales de este pueblo de +marinos y agricultores, en lucha incesante durante mil quinientos años +con todos los piratas del Mediterráneo. Y pensé unir las vidas de las +dos islas, tan distintas y al mismo tiempo tan profundamente originales, +en una sola novela. + +Transcurrieron seis años sin que pudiese realizar mi deseo. + +Necesitaba volver a Mallorca e Ibiza para estudiar con más detenimiento +los tipos y paisajes de mi obra, y nunca encontraba ocasión propicia +para tal viaje. Al fin, en 1908, cuando preparaba mi primera excursión a +América, pude escapar unas semanas de Madrid, llevando una vida errante +por ambas islas. Visité la mayor parte de Mallorca, durmiendo muchas +noches en pequeños pueblos donde me dieron alojamiento las familias +«payesas» con una hospitalidad generosa, de bíblico desinterés. Corrí +las montañas de Ibiza y navegué ante sus costas rojas y verdes en barcos +viejos, valientes para el mar, que unos meses del año van a la pesca y +otros son dedicados al contrabando. + +Cuando regresé a Madrid, con el rostro ennegrecido por el sol y las +manos endurecidas por el remo, me puse a escribir _Los muertos mandan,_ +y eran tan frescas y al mismo tiempo tan recias mis observaciones, que +produje la novela «de un solo tirón», sin el más leve desfallecimiento +de mi memoria de novelista, en el transcurso de dos o tres meses. + +Esta fue la última obra del primer período de mi vida literaria. Apenas +publicada me marché a dar conferencias en la República Argentina y +Chile. El conferencista se convirtió sin saber cómo en colonizador del +desierto, en jinete de la llanura patagónica. Olvidé la pluma como algo +frívolo e inútil para la recia batalla con las asperezas de una tierra +inculta desde el principio del planeta y con las malicias e ignorancias +de los hombres. + +Pasé seis años sin escribir novelas. Quise crearlas en la realidad. Fui +un novelista de hechos y no de palabras. + +Pero las vidas vuelven siempre a sus cauces antiguos, y después de estos +seis años de catalepsia literaria, en 1914, pocos meses antes de la gran +guerra, reanudé en París mi trabajo de novelista «de pluma y papel», +escribiendo _Los argonautas._ + +V. B. I. 1923 + + + + +Primera parte + + + + +I + + +Jaime Febrer se levantó a las nueve de la mañana. _Madó_ Antonia, que le +había visto nacer--servidora respetuosa de las glorias de la familia--, +movíase desde las ocho en la habitación, para despertarle. Pareciéndole +escasa la luz que penetraba por el montante de un amplio ventanal, abrió +las hojas de madera carcomida, desprovistas de vidrios. Luego levantó +las colgaduras de damasco rojo galoneadas de oro que cubrían como una +tienda de campaña el amplio lecho majestuoso, en el que habían nacido, +procreado y muerto varias generaciones de Febrer. + +La noche anterior, al retirarse del Casino, la había encargado Jaime con +gran insistencia que le despertase temprano. Estaba invitado a almorzar +en Valldemosa. «¡Arriba!» La mañana era de las mejores de primavera; en +el jardín de la casa chillaban a coro los pájaros sobre las ramas +florecientes, mecidas por la brisa que enviaba el vecino mar por encima +de la muralla. + +La criada se fue, camino de la cocina, al ver que el señor se decidía al +fin a echarse fuera de la cama. Anduvo Jaime Febrer casi desnudo por la +habitación, ante la ventana abierta, partida por una columna +delgadísima. No había miedo de que le viesen. La casa de enfrente era un +palacio viejo como el suyo; un caserón de pocos huecos. Frente a su +ventana se extendía un muro de color indefinido, con profundos +desconchados y restos de antiguas pinturas, pero tan próximo por la +estrechez de la calle, que parecía poder tocarse con la mano. + +Habíase dormido tarde, desasosegado y nervioso por la importancia del +acto que iba a realizar en la mañana siguiente, y el aturdimiento de un +sueño corto e ineficaz le hizo buscar con avidez la caricia +reconfortante del agua fría. Al lavarse en una palangana estudiantil, +angosta y pobre, Febrer tuvo un gesto de tristeza. «¡Ah, miseria!...» Le +faltaban las más rudimentarias comodidades en aquella casa de un lujo +señorial y vetusto que los ricos modernos no podían improvisar. La +pobreza surgía ante su paso, con todas sus molestias, en estos salones +que le hacían recordar los espléndidos decorados de ciertos teatros +vistos en sus viajes por Europa. + +Como si fuera un extraño que entrase por primera vez en su dormitorio, +admiraba Febrer esta pieza, grandiosa y de elevado techo. Sus poderosos +abuelos habían edificado para gigantes. Cada habitación del palacio era +tan vasta como una casa moderna. El ventanal carecía de vidrios, como +los demás huecos del edificio, y en invierno había que mantenerlos todos +con las hojas cerradas, sin más luz que la que entraba por los +montantes, cubiertos de cristales resquebrajados y opacos por el tiempo. +La carencia de alfombras dejaba al descubierto los pavimentos de piedra +arenisca y blanda de Mallorca, cortada en finos rectángulos, como si +fuese madera. Los techos lucían aún el viejo esplendor de los +artesonados, unos obscuros, de artificiosas trabazones, otros con un +dorado mate y venerable que hacía resaltar los cuarteles coloreados de +las armas de la casa. Las paredes altísimas, simplemente enjalbegadas de +cal, desaparecían en unas piezas bajo filas de cuadros antiguos, y en +otras detrás de ricas colgaduras de colores vivos que el tiempo no +lograba apagar. El dormitorio estaba adornado con ocho grandes tapices +de un tono verde de hoja seca, representando jardines, amplias avenidas +de árboles otoñales, con una plazoleta terminal en la que triscaban +venados o goteaban solitarias fuentes en triples tazones. Encima de las +puertas colgaban viejos cuadros italianos de una suavidad acaramelada: +niños de carnes ambarinas jugueteaban con rizados corderos. El arco que +dividía el verdadero dormitorio del resto de la habitación tenía algo de +triunfal, con columnas acanaladas sosteniendo un medio punto de follaje +tallado, todo de un oro pálido y discreto, como si fuese un altar. Sobre +una mesa del siglo XVIII veíase una imagen policroma de San Jorge +pisoteando moros bajo su corcel; y más allá la cama, la imponente cama, +monumento venerable de la familia. Algunos sillones antiguos, de +encorvados brazos, con el rojo terciopelo calvo y raído hasta mostrar la +blancura de la trama, mezclábanse con sillas de paja y el pobre lavabo. +«¡Ah, miseria!», volvió a pensar el mayorazgo. El viejo caserón de los +Febrer, con sus hermosos ventanales faltos de vidrios, sus salones +llenos de tapices y sin alfombras, sus muebles venerables confundidos +con los más ruines enseres, le parecía igual a un príncipe arruinado +ostentando aún manto brillante y corona gloriosa, pero descalzo y sin +ropa blanca. + +Él era igual a este palacio, imponente y vacío caparazón que en otros +tiempos había guardado la gloria y la riqueza de sus abuelos. Unos +habían sido mercaderes, otros soldados, y todos navegantes. + +Las armas de los Febrer habían ondeado en flámulas y banderas sobre más +de cincuenta navíos de gavia--lo mejor de la marina de Mallorca--, que, +luego de tomar órdenes en Puerto Pi, iban a vender aceite de la isla en +Alejandría, embarcaban especierías, sedas y perfumes de Oriente en las +escalas del Asia Menor, traficaban con Venecia, Pisa y Genova, o, +pasando las Columnas de Hércules, sumíanse en las brumas de los mares +del Norte para llevar a Flandes y a las repúblicas anseáticas la loza de +los moriscos valencianos, llamada por los extranjeros _mayólica_, a +causa de su procedencia mallorquína. + +Esta navegación continua a través de mares infestados de piratas había +hecho de la familia de ricos mercaderes una tribu de valerosos soldados. +Los Febrer habían peleado o ajustado alianzas con corsarios turcos, +griegos y argelinos, habían escoltado sus flotas por los mares del Norte +para hacer frente a los piratas ingleses, y hasta una vez, a la entrada +del Bosforo, sus galeras habían abordado a las de Genova, que +monopolizaban el comercio de Bizancio. Luego, esta dinastía de soldados +del mar, al retirarse de la navegación comercial, había rendido tributo +de sangre a la seguridad de los reinos cristianos y a la fe católica +haciendo ingresar una parte de sus hijos en la santa milicia de los +caballeros de Malta. + +Los segundones de la casa de Febrer, al mismo tiempo que recibían el +agua del bautismo, llevaban cosida a sus pañales la cruz blanca de ocho +puntas, símbolo de las ocho bienaventuranzas, y al ser hombres +capitaneaban galeras de la Orden belicosa y acababan sus días como ricos +comendadores de Malta, contando sus proezas a los hijos de sus sobrinas +y haciéndose cuidar achaques y heridas por esclavas infieles que vivían +con ellos, a pesar del voto de castidad. Monarcas famosos, al pasar por +Mallorca, habían salido del alcázar de la Almudaina para visitar a los +Febrer en su palacio. Unos habían sido almirantes de las flotas del rey; +otros, gobernantes de lejanos territorios; algunos dormían el sueño +eterno en la catedral de La Valette con otros ilustres mallorquines, y +Jaime había contemplado sus tumbas en una visita a Malta. + +La Lonja de Palma, gallardo edificio gótico vecino al mar, había sido +durante siglos un feudo de sus ascendientes. Para los Febrer era todo +cuanto arrojaban en el inmediato muelle las galeras de alto castillo, +las cocas de pesado casco, las ligeras fustas, las saetías, panfiles, +rampines, tafureas y demás embarcaciones de la época, y en el inmenso +salón columnario de la Lonja, junto a los fustes salomónicos que se +perdían en la penumbra de las bóvedas, sus abuelos recibían como reyes a +los navegantes de Oriente, que llegaban con anchos zaragüelles y birrete +carmesí, a los patronos genoveses y provenzales, con su capotillo +rematado por frailuna capucha, a los valerosos capitanes de la isla, +cubiertos con la roja barretina catalana. Los mercaderes de Venecia +enviaban a sus amigos de Mallorca muebles de ébano con menudas +incrustaciones de marfil y lapislázuli o grandes espejos de luna azulada +y marco cristalino. Los navegantes de vuelta de África traían manojos de +plumas de avestruz, colmillos de marfil, y estos tesoros y otros iban a +adornar los salones de la casa, perfumados por misteriosas esencias, +regalo de los corresponsales asiáticos. + +Los Febrer habían sido durante siglos los intermediarios entre Oriente y +Occidente, haciendo de Mallorca un depósito de productos exóticos, que +luego desparramaban sus naves por España, Francia y Holanda. Las +riquezas afluían fabulosamente a la casa. En algunas ocasiones, los +Febrer hasta hicieron préstamos a los reyes... Pero todo esto no podía +evitar que Jaime, el último de la familia, luego de perder en el Casino, +la noche anterior, todo cuanto poseía--unos centenares de pesetas--, +hubiese aceptado dinero, para poder ir a la mañana siguiente a +Valldemosa, de Toni Clapés, el contrabandista, hombre rudo, de +entendimiento despierto, y el más fiel y desinteresado de sus amigos. + +Mientras se peinaba, Jaime se contempló en un espejo antiguo, rajado y +de luna nebulosa. Treinta y seis años: no podía quejarse de su aspecto. +Era feo, con una fealdad «grandiosa», según expresión de una mujer que +había ejercido cierta influencia sobre su vida. + +Esta fealdad le había proporcionado algunas satisfacciones amorosas. +Miss Mary Gordon, rubia idealista, hija del gobernador de un +archipiélago inglés de Oceanía, que viajaba por Europa sin otro +acompañamiento que el de una doméstica, le había conocido un verano en +un hotel de Munich, y ella fue la que, impresionada, dio los primeros +pasos. El español era, según la miss, un vivo retrato de Wagner joven. Y +Febrer, sonriendo a impulsos del grato recuerdo, contemplaba su frente +abombada, que parecía oprimir con su pesadumbre los ojos imperiosos, +pequeños e irónicos, sombreados por gruesas cejas. La nariz era aguda y +aguileña, la nariz de todos los Febrer, valientes pájaros de presa de +las soledades del mar; la boca desdeñosa y sumida; el mentón saliente y +recubierto por la suave vegetación, rala y fina, de la barba y el +bigote. «¡Ah, deliciosa miss Mary!» Cerca de un año había durado la +alegre peregrinación por Europa. Ella, enamorada de él rabiosamente por +su parecido con el Maestro, quería casarse, y le hablaba de los millones +del gobernador, mezclando sus entusiasmos románticos con las aficiones +prácticas de su raza. Pero Febrer acabó por huir, antes de que la +inglesa le dejase a su vez por algún director de orquesta que se +asemejase más a su ídolo. + +«¡Ay, las mujeres!...» Y Jaime erguía su cuerpo de varón forzudo, algo +encorvado de espaldas por el exceso de estatura. Hacía tiempo que había +renunciado a interesarse por ellas. Unas leves canas en la barba y un +ligero fruncimiento de la piel en las comisuras de los ojos revelaban la +fatiga de una existencia que había marchado, según decía él, «a toda +máquina». Pero aun así, le buscaban, y era el amor el que iba a sacarle +de su angustiosa situación. + +Al acabar el arreglo de su persona, salió del dormitorio. Cruzó un salón +vastísimo iluminado por los rayos del sol, que pasaban a través de los +montantes de tres ventanales cerrados. El suelo estaba en la penumbra, +mientras las paredes brillaban como un jardín de vivos colores, +cubiertas de interminables tapices con figuras de doble tamaño natural. +Eran escenas mitológicas y bíblicas; damas arrogantes, de abultadas +carnes color de rosa, que comparecían ante guerreros rojos o verdes; +enormes columnatas; palacios con guirnaldas de flores; cimitarras en +alto, cabezas por el suelo, tropeles de caballos panzudos con una pata +en alto: todo un mundo de viejas leyendas, pero con tintas frescas a +pesar de los siglos, y entre franjas de manzanas y hojarasca. + +Febrer miró al pasar con ojos irónicos estas riquezas heredadas de sus +ascendientes. Nada era suyo. Hacía más de un año que estos tapices y los +del dormitorio y todos los de la casa pertenecían a ciertos usureros de +Palma, que los habían dejado colgados en el mismo sitio. Esperaban la +llegada de un aficionado rico, que los pagaría con más esplendidez al +imaginárselos adquiridos directamente de su dueño. Jaime no era más que +un depositario, amenazado con la cárcel en caso de infidelidad en su +custodia. + +Al llegar al centro del salón dio un pequeño rodeo, a impulsos de la +costumbre, pero empezó a reír viendo que no había nada que interrumpiese +su paso. Un mes antes aún estaba allí una mesa italiana de mármoles +preciosos que había traído el famoso comendador don Príamo Febrer de una +de sus expediciones en corso. Más allá tampoco había nada que le hiciese +tropezar. Un brasero enorme de plata repujada, montado sobre una tarima +del mismo metal, con una fila circular de geniecillos que sostenían este +monumento, lo había convertido Febrer en dinero, vendiéndolo al peso. Y +el brasero le hizo recordar una áurea cadena, regalo del emperador +Carlos V a uno de sus ascendientes, que años antes había vendido en +Madrid, también al peso, con el aditamento de dos onzas de oro recibidas +por el trabajo artístico y la antigüedad. Después había llegado +vagamente hasta él la noticia de que la cadena la vendieron en París por +cien mil francos. «¡Ah, miseria!» Los caballeros ya no podían vivir en +estos tiempos. + +Su vista tropezó con el brillo de unos enormes vargueños de labor +veneciana montados sobre mesas antiguas sostenidas por leones. Parecían +fabricados para gigantes, con innumerables y profundos cajones, cuyas +caras exteriores tenían esmaltes policromos representando escenas +mitológicas. Eran cuatro piezas magníficas de museo: un recuerdo de la +antigua magnificencia de la casa. Tampoco eran suyos. Habían corrido la +misma suerte que los tapices, y allí estaban esperando un comprador. +Febrer no era ya más que el conserje de su propia casa. Y también +pertenecían a los acreedores los cuadros italianos y españoles que +adornaban las paredes de dos gabinetes inmediatos; los muebles antiguos +con sedas rapadas o rotas, pero de hermosas tallas; todo, en fin, lo que +conservaba algún valor entre los restos de la secular herencia. + +Salió a la sala de recibimiento, vasta pieza en el centro del edificio, +fría y de altísimo techo, que comunicaba con la escalera. Las paredes +blancas habían tomado con los años un tono amarillento de marfil. Era +preciso echar la cabeza atrás para alcanzar con la vista el negro +artesonado del techo. Ventanas abiertas junto a la cornisa ayudaban a +los ventanales de abajo a iluminar este salón inmenso y austero. +Muebles, pocos y conventuales: amplios sillones de brazos, con asientos +y respaldares de vaqueta adornados de clavos; mesas de roble de +retorcidas patas; cofres obscuros, con oxidados herrajes sobre fondos de +paño verde apolillado. La blancura amarillenta de los muros sólo era +visible, como las líneas de un enrejado, entre las filas de lienzos, +muchos de ellos sin marco. + +Eran centenares de cuadros, todos malos e interesantes a la vez; +pinturas encargadas para perpetuar las glorias de la familia, hechas por +antiguos artistas italianos y españoles de paso en Mallorca. Un encanto +tradicional parecía emanar de estos lienzos. Era la historia del +Mediterráneo escrita por torpes e ingenuos pinceles: encuentros de +galeras, asaltos de fortalezas, grandes batallas navales envueltas en +humo, sobre cuyas vedijas flotaban los gallardetes de los navíos y las +altas torres de popa, en cuya cima rizábanse las banderas con la cruz de +Malta o la media luna. Los hombres peleaban en las cubiertas de los +buques o en los esquifes que flotaban junto a ellos; el mar, enrojecido +por la sangre o las llamas de los barcos, estaba matizado de centenares +de cabecitas de náufragos, que a su vez luchaban sobre las olas. Una +masa de cascos y chambergos chocaba, sobre dos navíos aferrados, con +otra de turbantes blancos y rojos, y sobre ellas alzábanse mandobles y +picas, cimitarras y hachas de abordaje. El disparo de cañones y trabucos +cortaba con lenguas rojas el humo del combate. En otros lienzos no menos +obscuros veíanse castillos arrojando llamas por sus troneras, y al pie +de ellos guerreros con la cruz blanca de ocho puntas sobre la coraza, +tan grandes casi como las torres, y aplicando a éstas sus escalas para +subir al asalto. + +Los cuadros tenían a un lado cartelas blancas con los mismos remates +plegados de un escudo de armas, y en ellas, escrito en defectuosas +mayúsculas, el relato del suceso: encuentros victoriosos con galeras del +Gran Turco o con piratas pisanos, genoveses y vizcaínos; guerras en +Cerdeña; asaltos de Bujía y de Tedeliz; y en todas estas empresas era un +Febrer el que dirigía a los combatientes o se hacía notar por su +heroísmo, descollando sobre todos el comendador don Príamo, héroe +endiablado, burlón y poco religioso, que había sido la gloria y la +vergüenza de la casa. + +Alternando con estas escenas belicosas estaban los retratos de la +familia. En la parte más alta, tocando a una fila de viejos lienzos de +evangelistas y mártires, que formaban un friso, mostrábanse los Febrer +más antiguos, venerables mercaderes de Mallorca pintados algunos siglos +después de su muerte, graves varones de nariz judaica y ojos agudos, con +joyas sobre el pecho y altos gorros de aspecto oriental. A continuación +venían los hombres de armas, los navegantes de espada, con la cabellera +al rape y el perfil de pájaro de presa, todos vistiendo armadura de +negro acero y algunos con la blanca cruz de Malta. De retrato en +retrato, los rostros se iban afinando, sin perder la frente abombada y +la nariz imperiosa de la familia. El cuello de la camisa, ancho, flácido +y de burdo tejido, iba elevándose con el serpenteo almidonado de la +rizada gola; la coraza se convertía en justillo de terciopelo o seda; +las barbas duras y anchas, a la moda del Emperador, trocábanse en agudas +perillas y empinados bigotes, a los que servían de marco suaves +guedejas. + +Entre los rudos hombres de guerra y los elegantes caballeros resaltaban +los hábitos negros de ciertos eclesiásticos con bigotes y barbillas, +ostentando altos bonetes de borla. Unos eran dignatarios eclesiásticos +de Malta, a juzgar por la insignia blanca que adornaba su pecho; otros, +venerables inquisidores de Mallorca, según la leyenda que ensalzaba su +celo en pro de la fe. Después de todos estos señores negros, de gesto +imponente y ojos duros, venía el desfile de pelucas blancas, de rostros +aniñados por la rasura, de vistosas casacas de seda y oro adornadas con +bandas y condecoraciones. Eran regidores perpetuos de la ciudad de +Palma; marqueses cuyo marquesado había perdido la familia con los +entronques matrimoniales, yendo sus títulos a fundirse con otros de la +nobleza de la Península; gobernadores, capitanes generales y virreyes de +países americanos y oceánicos, cuyos nombres despertaban una visión de +fantásticas riquezas; entusiastas _botiflers_ partidarios de Felipe V, +que habían tenido que huir de Mallorca, apoyo postrero de los Austrias, +y ostentaban como supremo título nobiliario el apodo de _butifarras_ +dado por el populacho hostil. + +Cerrando el glorioso desfile, casi a ras de los muebles, estaban los +últimos Febrer de principios del siglo XIX, oficiales de la Armada, de +cortas patillas, rizos sobre la frente, alto cuello con anclas de oro y +negro corbatín, que habían peleado en el cabo de San Vicente y en +Trafalgar; y tras ellos el bisabuelo de Jaime, un viejo de ojos duros y +boca desdeñosa, que al volver Fernando VII de su cautiverio en Francia +se había embarcado para prosternarse a sus pies en Valencia, pidiendo +con otros grandes señores que restableciese los usos antiguos y +exterminase la naciente plaga del liberalismo. Era un patriarca +prolífico, que había prodigado su sangre en varios distritos de la isla +persiguiendo a las payesas, sin perder nada de su gravedad, y al dar a +besar la mano a algunos de los hijos legítimos que vivían en su casa y +llevaban su apellido, decía con voz solemne: «¡Dios te haga un buen +inquisidor!» + +Entre estos retratos de los Febrer ilustres veíanse algunos de mujeres. +Eran señoras con hinchados guardainfantes que llenaban todo el lienzo, +iguales a las damas pintadas por Velázquez. Una que emergía su busto +frágil de la campana de terciopelo floreado de sus faldas, con cara +puntiaguda y pálida y un lazo descolorido en las rizadas y cortas +melenillas, era la hembra notable de la familia, la que habían apodado +«la Greca» por su sabiduría en letras helénicas. Su tío, fray Espiridión +Febrer, prior de Santo Domingo, gran lumbrera de la época, había sido su +maestro, y «la Greca» podía escribir en su idioma a los corresponsales +de Oriente que aún mantenían con Mallorca un mortecino comercio. + +Jaime encontraba con su vista algunos lienzos más allá--distancia que +representaba el paso de un siglo--, otro retrato de hembra famosa de la +familia. Era una niña de blanca peluquíta, vestida de mujer, con la +falda plegada y los grandes ahuecadores de las damas del siglo XVIII. +Estaba junto a una mesa, al lado de un búcaro de flores, y sostenía con +la exangüe diestra una rosa igual a un tomate, mirando ante ella con +ojillos porcelanescos de muñeca. A ésta la habían llamado «la Latina». +La cartela del retrato hablaba, en el estilo ampuloso de la época, de su +discreción y su ciencia, acabando por llorar su muerte a los once años. +Las hembras eran como retoños secos en el tronco vigoroso de los Febrer, +peleadores y exuberantes. La sabiduría se agostaba pronto en esta +familia de marinos y guerreros, como planta que surge por equivocación +en un clima adverso. + +Preocupado por sus pensamientos de la noche anterior y por el próximo +viaje a Valldemosa, Jaime se detuvo en el recibimiento contemplando los +retratos de sus ascendientes. ¡Cuánta gloria... y cuánto polvo! Hacía +veinte años tal vez que un trapo misericordioso no se había remontado a +lo largo de la ilustre familia para adecentarla un poco. Los abuelos más +remotos y las batallas famosas estaban cubiertos de telarañas. ¡Y pensar +que los prestamistas no habían querido adquirir este museo de glorias, +con el pretexto de que eran pinturas malas! ¡No poder traspasar estos +recuerdos a ciertos ricos ansiosos de crearse un origen ilustre!... + +Jaime atravesó el recibimiento, entrando en las habitaciones del ala +opuesta. Eran piezas de techo más bajo; tenían encima un segundo piso, +ocupado en otros tiempos por el abuelo de Febrer; habitaciones +relativamente modernas, con muebles viejos de estilo Imperio y en las +paredes estampas iluminadas del período romántico representando las +desventuras de Átala, los amores de Matilde y las hazañas de Hernán +Cortés. Sobre las cómodas ventrudas veíanse santos policromos y +crucifijos de marfil, entre polvorientas flores de trapo, bajo campanas +de cristal. Una panoplia de ballestas, flechas y cuchillos recordaba a +un Febrer, capitán de corbeta del rey, que hizo un viaje alrededor del +mundo a fines del siglo XVIII. Conchas purpúreas, caracolas de mar +enormes, con entrañas de nácar, adornaban las mesas. + +Siguiendo un corredor, camino de la cocina, dejó a un lado la capilla, +que estaba cerrada muchos años, y al otro la puerta del archivo, vasta +pieza cuyas ventanas daban sobre el jardín, y en la que había pasado +Jaime, de vuelta de sus viajes, muchas tardes, revolviendo legajos +guardados tras el enrejado de alambre de vetustas estanterías. Se asomó +a la cocina, inmensa dependencia donde se preparaban en otros tiempos +los famosos banquetes de los Febrer, rodeados de parásitos y generosos +con todos los amigos que llegaban a la isla. _Madó_ Antonia parecía más +pequeña en esta habitación de dilatados términos, junto a la gran +chimenea del hogar, que podía admitir un montón enorme de troncos, +asando a la vez varias piezas. Los bancos de hornillos podían servir +para toda una comunidad. El frío aseo de esta dependencia demostraba su +falta de uso. En las paredes, grandes escarpias delataban la ausencia de +las vasijas de cobre que habían sido en otros tiempos gloria +esplendorosa de esta cocina conventual. La vieja criada hacía sus guisos +en un pequeño hornillo al lado de la artesa en la que amasaba el pan. + +Jaime dio un grito a _madó_ Antonia para avisarle su presencia, y se +introdujo en una habitación inmediata, el pequeño comedor que habían +utilizado los últimos Febrer, venidos a menos en su fortuna, huyendo del +gran salón donde se celebraban los antiguos banquetes. + +También aquí era visible el paso de la miseria. La mesa larga hallábase +cubierta con un hule resquebrajado, de dudosa blancura. Los aparadores +estaban casi vacíos. La antigua loza, al romperse, había sido +reemplazada por unos cuantos platos y jarros de grosera fabricación. Dos +ventanas abiertas en el fondo encuadraban pedazos de mar de inquieto +azul, palpitante bajo el fuego del sol. En sus rectángulos balanceábanse +pausadamente las ramas de unas palmeras. Más allá marcábanse en el +horizonte las alas blancas de una goleta que venía hacia Palma +lentamente, como una gaviota fatigada. + +Entró _madó_ Antonia, dejando sobre la mesa un tazón humeante de café +con leche y una gran rebanada de pan cubierta de manteca. Jaime atacó el +desayuno con avidez, y al mascar el pan hizo un gesto de desagrado. +_Madó_ asintió con un movimiento de cabeza, rompiendo a hablar en su +lenguaje mallorquín. + +--Muy duro, ¿verdad?... Aquel pan no podía compararse con los panecillos +que comía el señor en el Casino; mas la culpa no era de ella. Pensaba +haber amasado el día anterior, pero no tenía harina y estaba esperando +que el payés de _Son Febrer_ trajese su tributo. ¡Las gentes ingratas y +olvidadizas!... + +La vieja servidora insistió en su desprecio al labriego cultivador de +_Son Febrer_, predio que constituía la última fortuna de la casa. Todo +lo debía el rústico a la benevolencia de la familia, y ahora, en los +momentos difíciles, olvidaba a sus buenos señores. + +Jaime siguió mascando, con el pensamiento puesto en _Son Febrer._ +Tampoco aquello era suyo, no obstante figurar él como dueño. El predio, +situado en el centro de la isla--la mejor finca heredada de sus padres, +la que llevaba el nombre de la familia--, lo tenía hipotecado e iba a +perderlo de un momento a otro. La renta, escasa y corta, conforme a los +usos tradicionales, servíale para pagar únicamente una exigua parte del +interés de los préstamos, engrosando el resto la cuantía de la deuda. +Quedaban las aldehalas, los pagos en especie que el payés debía hacerle, +siguiendo costumbres antiguas, y con ellos se mantenían él y _madó_ +Antonia, perdidos en el inmenso caserón que había sido hecho para +albergar una tribu. En Navidad y en Pascua de Resurrección recibía una +pareja de corderos acompañados de una docena de aves de corral; en el +otoño dos cerdos bien cebados para la matanza, y todos los meses huevos +y una cantidad de harina, a más de los frutos de la estación. Con estas +aldehalas, unas consumidas en la casa y otras vendidas por la sirviente, +iban sosteniéndose Jaime y _madó_ Antonia en la soledad del palacio, +aislados de la curiosidad pública, como dos náufragos perdidos en un +islote. Las ofrendas en especie se retrasaban cada vez más. El payés, +con ese egoísmo rústico propenso a huir de la desgracia, hacíase el +remolón, evitando el cumplimiento de sus obligaciones. Sabía que el +mayorazgo ya no era el verdadero amo de _Son Febrer_, y muchas veces, al +llegar a la ciudad con sus presentes, torcía el camino, yendo a +depositarlos en las casas de los acreedores, temibles personajes a los +que deseaba tener propicios. + +Jaime miró con tristeza a la servidora, que permanecía erguida ante él. +Era una antigua payesa que aún conservaba el traje de su pueblo: jubón +obscuro, con doble fila de botones en las mangas; falda clara y rameada, +y cubriendo su cabeza el rebocillo, blanco velo sujeto al cuello y al +pecho, por debajo del cual se escapaba la gruesa trenza--que llevaba +postiza y muy negra--rematada por largas cintas de terciopelo. + +--¡Miserias, _madó_ Antonia!--dijo el señor en el mismo lenguaje--. +Todos huyen de los pobres, y el mejor día, si ese tuno no trae lo que +nos debe, tendremos que comernos uno a otro, lo mismo que si fuésemos +náufragos. + +La vieja sonrió: «El señor siempre alegre.» En esto era un vivo retrato +de su abuelo don Horacio, eternamente serio, con una cara que metía +miedo, ¡pero diciendo unas cosas!... + +--Esto debe acabar--prosiguió Jaime, sin hacer caso de la alegría de la +sirviente--. Esto acabará hoy mismo; estoy decidido... Sábelo, _madó_, +antes de que la noticia corra: me caso. + +La criada juntó las manos devotamente para expresar su asombro y elevó +la mirada al techo. ¡Santísimo Cristo de la Sangre! Ya era hora... Antes +debía haberlo hecho, y otro sería el estado de la casa. Despertóse en +ella la curiosidad, y preguntó con una avidez de campesina: + +--¿Es rica?... + +El gesto afirmativo del señor no la sorprendió. Forzosamente había de +ser rica. Sólo una mujer que llevase con ella una gran fortuna podía +aspirar a unirse con el último de los Febrer, que habían sido los +hombres más notables de la isla y tal vez del mundo entero. + +La pobre _madó_ pensó en su cocina, poblándola instantáneamente con la +imaginación de vasijas de cobre brillantes como oro, viéndola con todos +los fogones encendidos, llena de muchachas de brazos arremangados, el +rebocillo atrás, la trenza flotante, y ella en medio, sentada en un +sillón, dando órdenes y aspirando el deleitoso tufillo de las cacerolas. + +--¡Será joven!--afirmó la vieja, para sacar más noticias a su señor. + +--Sí, joven; mucho más joven que yo; demasiado joven: unos veintidós +años. Poco me falta para poder ser su padre. + +_Madó_ hizo un gesto de protesta. Don Jaime era el hombre más guapo de +la isla. Lo decía ella, que le había admirado desde los tiempos en que +iba con pantalón corto y lo llevaba de la mano a pasear entre los pinos +inmediatos al castillo de Bellver. Era un Febrer, de aquella familia de +señorones arrogantes, y con esto quedaba dicho todo. + +--¿Y es de buena casa?--siguió preguntando para forzar el laconismo de +su señor--. Familia de caballeros indudablemente; de lo mejorcito de la +isla... Pero no: ya adivino. Tal vez es de Madrid. Algún noviazgo de +cuando usted vivía allá. + +Jaime quedó indeciso unos instantes, palideció, y luego dijo con ruda +energía, para ocultar su turbación: + +--No, _madó_... Es una _chueta_. + +Antonia fue a juntar las manos, como momentos antes, invocando otra vez +la Sangre de Cristo, tan venerada en Palma; pero de pronto se dilataron +las arrugas de su rostro moreno, y rompió a reír... ¡Qué señor tan +alegre! Lo mismo que su abuelo. Decía las cosas más estupendas e +increíbles con una seriedad que engañaba a las gentes. ¡Y ella, pobre +boba, que había creído tales bromas! Tal vez hasta lo del casamiento era +mentira... + +--No, _madó_. Me caso con una _chueta_... Me caso con la hija de don +Benito Valls. Para eso iré hoy a Valldemosa. + +La voz apagada de Jaime, sus ojos bajos, el acento tímido con que +susurró tales palabras, quitaron toda duda a la sirviente. Quedó ésta +con la boca abierta, los brazos caídos, sin fuerzas para levantar las +manos ni los ojos. + +--¡Señor... Señor... Señor!... + +Le era imposible decir más. Creyó que había sonado un trueno, haciendo +estremecerse la vieja casa; que un nubarrón acababa de pasar ante el +sol, obscureciéndolo; que el mar se volvía plomizo, avanzando en +encrespadas olas contra la muralla. Luego vio que todo estaba lo mismo, +que sólo ella se había conmovido con esta noticia estupenda, digna de +trastornar el orden de lo existente. + +--¡Señor... Señor... Señor!... + +Y agarrando el vacío tazón y los restos del pan, echó a correr, deseosa +de refugiarse cuanto antes en la cocina. Después de oír tales horrores, +la casa le inspiraba miedo. Debía andar alguien por los venerables +salones de la otra parte del edificio: alguien que ella no podía saber +quién fuese, pero que seguramente acababa de despertar de un sueño de +siglos. Aquel palacio tenía un alma. Cuando la vieja quedaba sola en él, +crujían los muebles como si hablasen entre ellos, palpitaban los tapices +movidos por su cara oculta, vibraba en un rincón un arpa dorada de la +abuela de don Jaime, y ella no sentía miedo nunca, porque los Febrer +habían sido gente buena, simple y bondadosa con sus servidores. ¡Pero +ahora, después de oír tales cosas!... Pensaba con cierta inquietud en +los retratos que adornaban la pieza de recibimiento. ¡Qué cara la de +aquellos señores, si habían llegado hasta ellos las palabras de su +descendiente! + +_Madó_ Antonia acabó por serenarse, bebiendo los restos del café +preparado para el señor. Ya no tenía miedo, pero sentía honda tristeza +por la suerte de don Jaime, como si le viese en peligro de muerte. +¡Acabar de este modo la casa de los Febrer! ¿Y Dios podía tolerar tales +cosas?... Cierto desprecio por el señor vino a sobreponerse +momentáneamente al antiguo cariño. Al fin, un calavera olvidado de la +religión y las buenas costumbres, que había derrochado lo que restaba de +la fortuna de su casa. ¿Qué iban a decir sus ilustres parientes? ¡Qué +vergüenza la de su tía doña Juana, _aquella noble señora--la más santa y +linajuda de la isla_--a la que, unos por burla y otros por exceso de +veneración, llamaban «la Papisa»! + +--Adiós, _madó_... Al anochecer estaré de vuelta. + +La vieja saludó con un gruñido a Jaime, que asomaba la cabeza para +despedirse. Luego, viéndose sola, levantó los brazos, invocando la ayuda +de la Sangre de Cristo, de la Virgen del Lluch, patrona de la isla, y +del portentoso San Vicente Ferrer, que tantos milagros había realizado +durante sus predicaciones en Mallorca. ¡Uno más, santo prodigioso, para +evitar la monstruosidad que proyectaba su señor!... ¡Que cayese un +pedrusco de las montañas, interceptando para siempre el camino de +Valldemosa; que volcase el carruaje y trajeran a don Jaime entre cuatro +hombres... todo antes que aquella vergüenza! + +Febrer atravesó el recibimiento, abrió la puerta de la escalera y empezó +a descender los suaves peldaños. Sus abuelos, como todos los nobles de +la isla, construían en grande. La escalera y el zaguán ocupaban una +tercera parte de los bajos de la casa. Una especie de _loggia_ a la +italiana, con cinco arcos sostenidos por delgadas columnas, extendíase a +la terminación de la escalera, abriéndose en sus extremos las dos +puertas que daban acceso a las dos alas superiores del edificio. En el +centro de su baranda, situada sobre el arranque de la escalera, frente a +la puerta de la calle, estaba el escudo en piedra de los Febrer, con un +farolón de hierro forjado. + +Jaime, al descender, chocaba su bastón en la piedra arenisca de los +escalones o tocaba las grandes ánforas barnizadas que adornaban los +rellanos, y éstas devolvían el golpe con una sonoridad de campana. La +baranda de hierro, oxidada por los años y deshaciéndose en herrumbrosas +escamas, temblaba, casi suelta de sus alvéolos, con el ruido de los +pasos. + +Al llegar al zaguán, Febrer se detuvo. La extrema resolución que había +adoptado, y que iba a influir para siempre en los destinos de su nombre, +le hizo mirar con curiosidad los mismos lugares que antes cruzaba +indiferente. + +En ninguna parte del edificio se notaba como aquí la antigua +prosperidad. El zaguán, enorme cual una plaza, podía admitir más de una +docena de carrozas y todo un escuadrón de jinetes. + +Doce columnas algo panzudas, de mármol avellanado de la isla, sostenían +los arcos de piedra cortada en piezas, sin revestimiento alguno, encima +de los cuales extendíase el techo de vigas negras. El pavimento era de +guijarros, y entre ellos crecía el musgo de la humedad. Una frescura de +ruina extendíase por esta entrada gigantesca y solitaria. Un gato +atravesó el zaguán, saliendo por el orificio de una puerta carcomida de +las antiguas cuadras, para desaparecer en los abandonados subterráneos +que habían guardado las cosechas en otros tiempos. A un lado, había un +pozo de la misma época en que se construyó el palacio, un orificio +abierto en la roca, con brocal de piedra roída por el tiempo y una +espadaña de hierro trabajada a martillo. La hiedra crecía en frescos +ramilletes entre los salientes de la pulida piedra. Muchas veces, Jaime, +siendo niño, se había asomado para contemplarse allá abajo, en la pupila +circular y luminosa de sus aguas dormidas. + +La calle estaba solitaria. Al final de ella, junto, a las tapias del +jardín de los Febrer, veíase la muralla de la ciudad, y abierto en esta +muralla un portalón con barrotes de madera en su arco, iguales a los +dientes de una boca enorme de pescado. En el fondo de esta boca +temblaban, verdes y luminosas, las aguas de la bahía. + +Anduvo Jaime algunos pasos por las azuladas piedras de la calle, falta +de aceras, y se detuvo luego para contemplar su casa. No era más que un +pequeño resto del pasado. El antiguo palacio de los Febrer ocupaba toda +una manzana, pero había ido empequeñeciéndose con el paso de los siglos +y los apuros de la familia. Ahora una parte de él era residencia de +monjas, y otras fracciones habían sido adquiridas por ciertos ricos, que +desfiguraban con balconajes modernos la primitiva unidad del edificio, +atestiguada por la línea uniforme de aleros y tejados. Los mismos +Febrer, refugiados en la parte del caserón que miraba al jardín y al +mar, habían tenido que ceder los pisos bajos, para aumento de sus +rentas, a almacenistas y pequeños industriales. Junto a la portada +señorial, tras unas vidrieras, trabajaban planchando ropa blanca algunas +muchachas, que saludaron a don Jaime con respetuosa sonrisa. Éste siguió +inmóvil en su contemplación de la antigua casa. + +¡Qué hermosa todavía, a pesar de sus amputaciones y su vejez!... + +La piedra del zócalo, agujereada y combada hacia dentro por el roce de +personas y carruajes, estaba partida por varios tragaluces con rejas a +ras del suelo. La parte baja del palacio mostrábase roída, lacerada y +polvorienta, como unos pies que hubiesen caminado durante siglos. + +A partir del entresuelo, piso con entrada independiente, que había sido +alquilado a un almacenista de drogas, comenzaba a desarrollarse el +esplendor señorial de la fachada. Tres ventanales al nivel del arco del +portalón, divididos por dobles columnas, mostraban sus marcos de mármol +negro finamente trabajado. Los pétreos cardos trepaban por las columnas +que sostenían las cornisas, y sobre estas últimas campeaban tres grandes +medallones: el del centro con el busto del Emperador y la inscripción +_Dominus Carolus Imperator 1541_, recuerdo de su paso por Mallorca para +la infortunada expedición de Argel; los de los lados ostentando las +armas de los Febrer, sostenidos por peces con barbudas cabezas de +hombre. En las grandes ventanas del primer piso trepaban por jambas y +cornisas unas guirnaldas formadas con anclas y delfines, testimonio de +las glorias de esta familia de navegantes. Sobre sus remates abríanse +enormes conchas. En la parte más alta de la fachada extendíase una fila +compacta de ventanillas con adornos góticos, unas tapiadas, otras +abiertas para dar luz y aire a los desvanes, y sobre ellas el alero +monumental, el alero grandioso, como sólo se encuentra en los palacios +de Mallorca, extendiendo hasta el promedio de la calle su ensamblaje de +maderos tallados, ennegrecidos por el tiempo y sostenidos por vigorosas +gárgolas. + +Por toda la fachada extendíanse, formando cuadriláteros, listones de +madera carcomida con clavos y abrazaderas de hierro oxidado. Eran restos +de las grandes iluminaciones con que la casa conmemoraba ciertas fiestas +en sus tiempos de esplendor. + +Jaime pareció satisfecho de este examen. Aún era hermoso el palacio de +sus abuelos, a pesar de las ventanas faltas de cristales, del polvo y +las telarañas amontonados en los huecos, de los desgarrones que los +siglos habían abierto en su revoque. Cuando él se casase y la fortuna +del viejo Valls pasara a sus manos, iban todos a asombrarse de la +magnífica resurrección de los Febrer. ¿Y aún se escandalizaban algunos +de su resolución y sentía él ciertos escrúpulos?... ¡Adelante! + +Se dirigió hacia el Borne, ancha avenida que es el centro de Palma, +antiguo torrente que en otros tiempos separaba la ciudad en dos villas y +dos bandos enemigos: _Can Amunt y Can Avall_. Allí encontraría un coche +que le llevase a Valldemosa. + +Al entrar en el Borne atrajo su atención la inmovilidad de varios +paseantes que bajo la sombra de los copudos árboles contemplaban a unos +campesinos detenidos ante el escaparate de una tienda. Febrer reconoció +sus trajes, distintos de los usados por los payeses de la isla. Eran +ibicencos... ¡Ah, Ibiza! El nombre de esta isla evocaba el recuerdo de +un año remoto de su adolescencia pasado allá. Al ver a aquellas gentes +que hacían sonreír a los mallorquines como si fuesen extranjeros, Jaime +sonrió también, mirando con interés sus trajes y figuras. + +Eran, indudablemente, un padre con su hija y su hijo. El campesino +calzaba alpargatas blancas, sobre las que caía la ancha campana de un +pantalón de pana azul. Su chaqueta-blusa iba sujeta sobre el pecho con +un broche, dejando ver la camisa y la faja. Un mantón obscuro de mujer +descansaba sobre sus hombros como un chal, y para completar este atavío +semifemenil, que contrastaba con sus facciones duras y morenas de moro, +llevaba bajo el sombrero un pañuelo anudado en el mentón, con las puntas +colgando sobre la espalda. El hijo, que parecía tener catorce años, iba +vestido como él, con el mismo pantalón estrecho de pierna y amplio de +campana, pero sin el mantón ni el pañuelo. Un lazo de color de rosa +pendía sobre su pecho a guisa de corbata, un ramito de hierbas asomaba a +una de sus orejas, y el sombrero de cinta bordada a flores echado sobre +el cogote dejaba en libertad una onda de rizos cayendo sobre el rostro +moreno, enjuto, malicioso, animado por la luz de unos ojos africanos, de +intensa negrura. + +La muchacha era la que llamaba más la atención, con su falda verde de +menudos pliegues, bajo la cual se adivinaba la presencia de otras +faldas, hinchado globo de varias envolturas que parecía empequeñecer aún +más los pies finos y graciosos encerrados en blancas alpargatas. El +pecho ocultaba sus contornos salientes bajo un mantoncillo amarillento +con flores rojas. De éste surgían unas mangas de terciopelo de distinto +color que el jubón, adornadas con doble fila de botones de filigrana, +obra de los plateros _chuetas_. Una triple cadena de oro deslumbrante, +rematada por una cruz, partía su pecho, pero con eslabones tan enormes, +que a no ser huecos la hubiesen agobiado bajo su pesadumbre. El pelo +negro separábase en dos crenchas sobre la frente y se perdía bajo un +pañuelo blanco anudado en el mentón, volviendo a surgir atrás en forma +de trenza larga y enorme, con adorno de cintas multicolores que tocaban +el borde de la falda. + +La muchacha, con una cestilla al brazo, permanecía inmóvil en el borde +de la acera, admirando las altas casas y las terrazas de los cafés. Era +blanca y sonrosada, sin la rudeza cobriza y dura de las hembras del +campo. Tenía en sus facciones una delicadeza de monja aristocrática y +bien cuidada, una pálida suavidad, animada por el reflejo luminoso de la +dentadura y el tímido brillo de sus ojos bajo el pañuelo semejante a una +toca monástica. + +Jaime, por una curiosidad instintiva, se aproximó al padre y al hijo, +vueltos de espaldas a la muchacha y enfrascados en la contemplación del +escaparate. Era una tienda de armas. Los dos ibicencos examinaban una +por una todas las expuestas, con ojos ardientes y gestos de devoción, +cual si adorasen ídolos milagrosos. El muchacho avanzaba su cabeza de +pequeño moro, como si pretendiese introducirla por el cristal. + +--_Fluxas... ¡Pare, fluxas!_--exclamaba con la sorpresa del que +encuentra un amigo inesperado, señalando a su padre unos pistolones +Lefaucheux. + +Pero la admiración de los dos era para las armas desconocidas, que les +parecían maravillosas obras de arte: para las escopetas sin llaves +visibles, las carabinas de repetición y las pistolas con depósito, que +podían hacer seguidamente muchos disparos. ¡Lo que inventan los hombres! +¡Lo que gozan los ricos!... Aquellas armas inmóviles les parecían seres +vivientes, con un alma maligna y un poder sin límites. Debían matar +solas, sin que su dueño se tomase el trabajo de apuntar. + +La imagen de Febrer reflejándose en el cristal hizo volver al padre la +cabeza rápidamente. + +--_¡Don Chaume!... ¡Ay, don Chaume!_ + +Tal fue el aturdimiento de su sorpresa y tan grande su alegría, que, +agarrando las manos de Febrer, faltó poco para que se arrodillase al +mismo tiempo que hablaba tembloroso. Estaban entreteniéndose en el Borne +para ir a casa de don Jaime cuando éste se hubiese levantado. Ya sabía +él que los señores se acuestan tarde. ¡Qué felicidad verle!... ¡Aquí los +_atlots_, y que mirasen bien al señor! Era don Jaime: era el amo. Diez +años que no le había visto, pero lo mismo le hubiese reconocido entre +mil personas. + +Febrer, desconcertado por las vehemencias cariñosas del payés y la +curiosidad respetuosa de sus dos hijos, plantados ante él, no acertaba a +coordinar sus recuerdos. El buen hombre adivinó este olvido en su mirada +indecisa. ¿De veras que no le reconocía? Pep Arabi, de Ibiza... Pero +esto mismo no decía gran cosa, pues en la isla sólo existen seis o siete +apellidos, y Arabi eran una cuarta parte de sus habitantes. Se +explicaría mejor. Pep de _Can Mallorquí._ + +Febrer sonrió. ¡Ah, _Can Mallorquí!_ Un pobre predio de Ibiza donde él +había pasado un año siendo muchacho: la única herencia de su madre. +Hacía doce años que _Can Mallorquí_ no era suyo. Se lo había vendido a +Pep, cuyos padres y abuelos venían cultivando la finca. + +Fue esto en la época que aún tenía dinero. ¿Pero de qué podía servirle +aquella tierra en una isla apartada a la que no volvería nunca?... Y en +una genialidad de gran señor bondadoso, la cedió a Pep a bajo precio, +capitalizándola con arreglo al arrendamiento tradicional y concediendo +amplios plazos para el pago; cantidades que, al sobrevenir después +épocas de apuro, habían representado muchas veces para él una alegría +inesperada. Hacía varios años que Pep había satisfecho su deuda, y sin +embargo, aquellas buenas gentes seguían llamándole amo, y al verle ahora +sentían la impresión del que se halla en presencia de un ser superior. + +Pep Arabi fue presentando a su familia. La _atlota_ era la mayor, y se +llamaba Margalida: una verdadera mujer, aunque sólo tenía diez y siete +años. El _atlot_, que era casi un hombre, contaba trece. + +Quería trabajar la tierra, como su padre y sus abuelos, pero él lo +destinaba al Seminario de Ibiza, ya que era listo en asuntos de letra. +Sus tierras las guardaba para un muchacho bueno y trabajador que se +casase con Margalida. Ya andaban muchos en la isla tras de ella, y +apenas volviesen iba a empezar la temporada de los _festeigs_, el +cortejo tradicional, para que escogiese marido. + +Pepet, su hijo, estaba llamado a más altos destinos: iba a ser cura, y +después que cantase misa entraría en un regimiento o se embarcaría con +rumbo a América, como lo habían hecho otros ibicencos que recogían allá +mucho dinero y lo enviaban a sus padres para comprar tierras en la isla. + +¡Ay, don Jaime, y cómo pasa el tiempo!... Él había visto al señor casi +un niño, cuando pasó un verano con su madre en _Can Mallorquí._ Pep le +había enseñado a manejar la escopeta, a cazar los primeros pájaros. «¿Se +acuerda _vostra mercé?...»_ Él estaba entonces para casarse; aún vivían +sus padres. Luego sólo se habían visto una vez, en Palma, para la venta +del predio--un gran favor que no olvidaba nunca--; y ahora, cuando +volvía a presentarse, ya era casi un viejo, con hijos tan altos como él. + +Al explicar su viaje, enseñaba su fuerte dentadura de campesino con +sonrisas de inocente malicia. ¡Una verdadera calaverada, de la que +hablarían mucho tiempo las gentes allá en Ibiza! Él había sido siempre +andariego y atrevido: resabios del tiempo en que fue soldado. El patrón +de un laúd, gran amigo suyo, tenía carga para Mallorca, y le había +invitado como por broma. Pero con él no valían bromas: ¡lo pensado, +hecho al instante! Los chicos no habían estado en Mallorca; en toda la +parroquia de San José, que era la suya, no llegaban a una docena las +personas que conocían la capital. Muchos habían ido a América; uno había +estado en Australia. Algunas vecinas hablaban de sus viajes a Argelia en +faluchos contrabandistas; pero a Mallorca nadie iba, y con razón. «No +nos quieren, don Jaime: nos miran como animales raros, nos creen +salvajes, como si no fuésemos todos hijos de Dios...» Y allí estaba él +con sus _atlots_, aguantando desde por la mañana la curiosidad de las +gentes, lo mismo que si fuesen moros. Diez horas de navegación con un +mar magnífico; la _atlota_ llevaba en la cesta la comida para los tres. +Se marcharían al amanecer del día siguiente, pero él deseaba antes +hablar con el amo. Tenían que tratar negocios. + +Jaime hizo un gesto de extrañeza, prestando mayor atención a las +palabras de Pep. Este se expresó con cierta timidez, embarullándose en +sus palabras. Los almendros eran la mejor riqueza de _Can Mallorquí_. El +año anterior la cosecha había sido buena, y éste no se presentaba mal. +Se vendía a buen precio a los patrones, que la embarcaban para Palma y +Barcelona. Él había plantado de almendros casi todos sus campos, y ahora +pensaba desmontar y limpiar de piedras ciertas tierras del señor, +cultivando trigo en ellas, el preciso nada más para el consumo de la +familia. + +Febrer no ocultó su asombro. ¿Qué tierras eran aquéllas?... ¿Pero le +quedaba algo en Ibiza?... Pep sonrió. No eran tierras precisamente: era +un peñón, un promontorio de rocas avanzado sobre el mar, pero que podía +aprovecharse por la parte de tierra formando algunos bancales en su +pendiente. Arriba estaba la torre del Pirata, ¿no se acordaba el +señor?... Una fortificación del tiempo de los corsarios, a la que había +subido don Jaime muchas veces cuando niño, lanzando gritos de pelea, con +un garrote de sabina en la mano, dando órdenes para el asalto a un +ejército imaginario. + +El señor, que había creído por un instante en el descubrimiento de una +finca olvidada, la única de la que podía ser verdadero dueño, sonrió +tristemente. ¡Ah, la torre del Pirata! Se acordaba de ella. Una roca +caliza, un avance de la costa, en cuyos intersticios nacían plantas +salvajes, refugio y alimento de conejos. El viejo fortín de piedra era +una ruina que lentamente iba deshaciéndose bajo los embates del tiempo y +los soplos del mar. Los sillares caían de sus alvéolos; las almenas +tenían las puntas roídas. Al vender _Can Mallorquí,_ la torre había +quedado fuera del contrato, tal vez por olvido, a causa de su +inutilidad. Podía hacer Pep lo que gustase: él no había de volver jamás +a aquel lugar olvidado de su juventud. + +Y como el payés pretendiese hablar de futuras remuneraciones, don Jaime +le atajó con un gesto de gran señor. Luego miró a la muchacha. Muy +guapa; parecía una señorita disfrazada; en la isla debían ir los +_atlots_ locos tras de ella. + +El padre sonrió, orgulloso y turbado por estos elogios. «¡Saluda, +_atlota_! ¿Cómo se dice?...» + +La hablaba como si fuese una niña, y ella, con los ojos bajos, el rostro +coloreado por una llamarada de sangre, cogiendo con la diestra una punta +de su delantal, murmuró trémula algunas palabras en ibicenco: «No; no +soy guapa. Servidora de vuestra mercé...» + +Febrer dio por terminada la entrevista, ordenando a Pep y a los suyos +que fuesen a su casa. El payés conocía de antiguo a _madó_ Antonia, y la +vieja tendría mucho gusto en verle. Comerían con ella lo que tuviese. Ya +les vería al anochecer, cuando volviese de Valldemosa. «¡Adiós, Pep! +¡Adiós, _atlots_!» + +E hizo señas a un cochero sentado en el pescante de un carruaje +mallorquín, vehículo ligerísimo, montado sobre cuatro ruedas finas, con +alegre toldo de lona blanca. + + + + +II + + +Febrer, al verse fuera de Palma, en plena campiña primaveral, se +arrepintió de su vida presente. Llevaba un año sin salir de la ciudad, +pasando las tardes en los cafés del Borne y las noches en la sala de +juego del Casino. + +¡No ocurrírsele nunca asomar la cabeza fuera de Palma para ver el campo, +de un verde tierno, con sus acequias susurrantes; el cielo, de suave +azul, en el que flotaban islotes de blancos vellones; las colinas, de un +verde obscuro, con sus molinillos de viento braceando en la cumbre; las +sierras abruptas, de color de rosa, cerrando el fondo; todo el paisaje +risueño y rumoroso que había asombrado a los navegantes antiguos, +haciéndoles llamar a Mallorca la isla Afortunada!... Cuando, gracias a +su casamiento, adquiriese una fortuna y pudiera rescatar el hermoso +predio de _Son Febrer,_ pasaría en él la mayor parte del año, lo mismo +que sus ascendientes, haciendo la vida rústica y benéfica de un gran +señor, dadivoso y respetado. El carruaje, a todo correr de sus dos +caballos, rozaba y dejaba atrás una fila de payeses que volvían de la +ciudad por el borde del camino. Eran esbeltas mujeres morenas, llevando +sobre la trenza y el blanco rebocillo un ancho sombrero de paja con +cintas colgantes y ramos de flores silvestres; hombres vestidos de dril +rayado--la llamada tela mallorquína--, con fieltros echados atrás que +parecían una aureola negra o gris en torno de sus rostros afeitados. + +Recordaba Febrer las sinuosidades de este camino, por el que no había +pasado en algunos años, lo mismo que un extranjero que volviese a la +isla después de una visita remota. Más adelante se bifurcaba la ruta: +una rama se dirigía a Valldemosa y otra a Sóller... ¡Ay, Sóller!... ¡La +niñez olvidada que acudía de golpe a su memoria! Todos los años, en un +carruaje como aquél, emprendía la familia de Febrer su viaje a Sóller, +donde poseía una antigua casa, de amplio zaguán, la casa de la Luna, +llamada así por un hemisferio de piedra con ojos y nariz que adornaba lo +alto del portalón, representando al astro de la noche. + +Era siempre a principios de Mayo. El pequeño Febrer, cuando el carruaje +transponía una garganta, en lo más alto de la sierra, lanzaba gritos de +alegría contemplando a sus pies el valle de Sóller, el jardín de las +Hespérides de la isla. Las montañas, obscuras de pinares y moteadas de +blancas casitas, tenían las cumbres envueltas en turbantes de vapores. +Abajo, en torno a la villa y prolongándose por todo el valle hasta el +mar invisible, estaban los huertos de naranjos. La primavera estallaba +sobre este suelo feliz con una explosión de colores y perfumes. Las +plantas salvajes crecían entre los peñascos coronados de flores; los +árboles tenían los troncos vestidos de serpenteante verdura; las pobres +casas de los payeses ocultaban su miseria ruinosa bajo sábanas de +rosales trepadores. Acudían de todos los pueblos del contorno a la +fiesta de Sóller las rústicas familias: las mujeres con blancos +rebocillos, pesadas mantillas y botones de oro en las mangas; los +hombres con vistosos chalecos, capotes de paño y fieltros con cintas de +color. Gangueaba la dulzaina llamando al baile; pasaban de mano en mano +los vasos de dulce aguardiente de la isla y de vino de Bañalbufar. Era +la alegría de la paz después de mil años de guerra y de piratería con +los pueblos infieles del Mediterráneo: la regocijada conmemoración de la +victoria conseguida por los payeses de Sóller sobre una flota de +corsarios turcos en el siglo xvi. + +En el puerto, los pescadores, disfrazados de musulmanes y de guerreros +cristianos, fingían a trabucazos y estocadas sobre sus pobres barcas una +batalla naval, o se perseguían por los caminos inmediatos a la costa. En +la iglesia se celebraba una fiesta para conmemorar la milagrosa +victoria, y Jaime, sentado junto a su madre en un sitio honorífico, +estremecíase de emoción escuchando al predicador, lo mismo que cuando +leía una novela interesante en la biblioteca que su abuelo tenía en +Palma, en el segundo piso de la casa. + +El vecindario se ponía en armas con los habitantes de Alaró y Buñola, al +saber por una barca de Ibiza que veintidós galeotas turcas con algunas +galeras marchaban sobre Sóller, la más rica población de la isla. Mil +setecientos turcos y africanos, lo peor de la piratería, tomaban tierra +atraídos por la riqueza del pueblo, y más aún por el deseo de asaltar +cierto convento de monjas, donde vivían retiradas del mundo jóvenes +hermosas y de ilustre familia. Divididos en dos columnas, marchaba una +contra la tropa de cristianos que había salido a su encuentro, mientras +la otra, dando un rodeo, penetraba en la población, cautivando doncellas +y mancebos, robando las iglesias, matando a los sacerdotes. Los +cristianos sentían la incertidumbre de su situación. Enfrente, mil +turcos que avanzaban; a sus espaldas, la villa entregada al saqueo, sus +familias sometidas al ultraje y a la violencia, que les llamaban con +desesperación. Pero la duda fue corta. Un sargento de Sóller, heroico +veterano de los ejércitos de Carlos V en las guerras de Alemania y el +Gran Turco, los decide a todos por el ataque contra el enemigo +inmediato. Se arrodillan, invocan al apóstol Santiago, y esperando un +milagro, atacan con sus escopetas, arcabuces, lanzas y hachas. Los +turcos cejan y vuelven las espaldas. En vano les anima su temible +caudillo Suffarais, capitán general del mar, turco viejo y de gran +obesidad, famoso por su coraje y atrevimiento. Al frente de una escuadra +de negros, que eran su guardia, ataca cimitarra en mano, formando en +torno de él un círculo de cadáveres; pero al fin un sollerense le +atraviesa el pecho con su lanza, y al caer huyen los invasores, +perdiendo su estandarte. Un nuevo enemigo les cierra el paso cuando +escapan hacia la costa para salvarse en sus navíos. Una cuadrilla de +bandoleros ha presenciado el combate desde los riscos, y al ver huir a +los turcos sale a su encuentro, disparando los pedreñales y esgrimiendo +sus dagas. Llevan con ellos una tropa de mastines, feroces compañeros de +su vida infame, y esas bestias, arrojándose sobre los fugitivos y +destrozándoles, prueban, según los cronistas de la época, «la bondad de +la casta mallorquina». La tropa vencedora vuelve atrás, penetrando en la +villa desolada, y los saqueadores huyen como pueden camino del mar, o +caen degollados en las calles. + +El predicador exaltábase al relatar esta acción victoriosa, atribuyendo +la mejor parte del éxito a la Reina de los Cielos y al guerrero apóstol. +Luego ensalzaba al capitán Angelats, el héroe de la expedición, el Cid +de Sóller, y a las _valentas dònas de Can Tamany,_ dos mujeres de un +predio inmediato a la villa que habían sido sorprendidas por tres turcos +ansiosos de saciar en ellas su carnívoro apetito tras largas +abstinencias en las soledades del mar. Las _valentas donas,_ arrogantes +y duras como buenas payesas, no gritaban ni huían a la vista de estos +tres piratas enemigos de Dios y de los santos. Con la tranca de la +puerta mataban a uno, y luego se encerraban en la casa. Arrojando el +cadáver por una ventana sobre los asaltantes, descalabraban a otro y +perseguían a pedradas al tercero, como esforzadas nietas de los honderos +mallorquines. ¡Ah, las _valentas dònas_, las esforzadas hembras de _Can +Tamany!_ El buen pueblo las adoraba como santas heroínas de la guerra +milenaria contra los infieles, y reía cariñosamente de las hazañas de +estas Juanas de Arco, pensando con orgullo en lo peligroso que era el +trabajo de los musulmanes para abastecer de carne nueva sus harenes. + +Luego, el predicador, siguiendo la costumbre tradicional, daba fin a su +arenga citando las familias que habían tomado parte en el combate: un +centenar de apellidos, que escuchaba atentamente el rústico auditorio, +moviendo la cabeza cada cual con signos de asentimiento cuando sonaba el +nombre de uno de sus ascendientes. Esta enumeración interminable parecía +corta a muchos, que hacían un gesto de protesta al callarse el +predicador. «Otros estuvieron, y no los nombran», murmuraban los payeses +cuyos apellidos no habían sonado. Todos querían ser descendientes de los +guerreros del capitán Angelats. + +Cuando terminaban las fiestas y Sóller recobraba su plácida calma, el +pequeño Jaime pasaba los días correteando por los naranjales con +Antonia, la vieja _madó_ Antonia de ahora, que era entonces una mujerona +fresca, de blancos dientes, curvo pecho y pisada fuerte, viuda a los +pocos meses de matrimonio y perseguida por las miradas ardorosas de toda +la payesía. Juntos iban al puerto, tranquilo y solitario lago, cuya +entrada era casi invisible por las revueltas entre las peñas del brazo +acuático que lo comunicaba con el mar. Sólo de tarde en tarde aparecían +en esta plaza cerrada de agua azul los mástiles de algún velero que +venía a cargar naranjas para Marsella. Las bandas de gaviotas viejas, +enormes como gallinas, aleteaban con evoluciones de contradanza sobre la +tersa superficie. A la caída de la tarde entraban las barcas de los +pescadores, y bajo los tinglados de la playa quedaban colgando de +escarpias peces enormes, con la cola arrastrando por el suelo, que +sangraban lo mismo que bueyes; rayas y pulpos que despedían como pedazos +de tembloroso cristal sus blancas viscosidades. + +Jaime amaba este puerto tranquilo, de misteriosa soledad, con un respeto +religioso. Recordaba en él las milagrosas historias con que su madre le +adormecía por la noche; el gran prodigio de un siervo de Dios para +burlar sobre aquellas aguas los empedernidos pecadores. San Raimundo de +Peñafort, virtuoso y austero monje, indignábase contra el rey don Jaime +de Mallorca, torpemente amancebado con una dama, doña Berenguela, y +sordo a sus santos consejos. El fraile quiso huir de la isla de +perdición, y el rey se lo impidió poniendo embargo a todas las barcas y +navíos. Entonces el santo bajó al solitario puerto de Sóller, tendió su +manto sobre las olas, montó en él y emprendió el rumbo hacia las costas +de Cataluña. + +_Madó_ Antonia le había contado también este milagro, pero en versos +mallorquines, en un sencillo romance que respiraba la cándida credulidad +de los siglos aficionados a lo maravilloso. El santo, embarcado en su +manto, ponía el bordón por mástil y el capuchón por vela. Un viento de +Dios soplaba sobre la extraña nave, y en pocas horas, el siervo del +Señor iba de Mallorca a Barcelona. El vigía de Montjuich anunciaba con +bandera la aparición del prodigioso barco, repicaban las campanas de la +Seo, y los mercaderes acudían a la muralla del mar para recibir al santo +viajero. + +El pequeño Febrer, con la curiosidad excitada por estas maravillas, +quería saber más, y su acompañante llamaba a los viejos pescadores, que +le enseñaban la roca en que había puesto los pies el santo mientras +invocaba el auxilio de Dios antes de embarcarse. Una montaña de tierra +adentro, vista desde el puerto, tenía la forma de un fraile encapuchado. +A lo largo de la costa, en un lugar inaccesible, una peña, que sólo +veían los pescadores, era semejante a un monje arrodillado y en oración. +Tales prodigios los había hecho Dios, según estas almas sencillas, para +perpetuar el famoso milagro. + +Jaime aún recordaba los estremecimientos de emoción con que acogía estos +relatos. ¡Ah, Sóller! ¡La época de santa inocencia, en que abrió sus +ojos a la vida entre relatos de milagros y conmemoraciones de luchas +heroicas!... La casa de la Luna habíala perdido para siempre, lo mismo +que la credulidad y la inocencia de aquella época para él casi remota. +Habían transcurrido más de veinte años sin que volviese a la olvidada +Sóller, que ahora resucitaba en su memoria con todos los risueños +espejismos de la infancia. + +Llegó el carruaje a la bifurcación del camino, emprendiendo la ruta de +Valldemosa, y todos los recuerdos parecieron quedar atrás, inmóviles al +borde de la carretera, esfumándose con la distancia. + +El camino de Valldemosa no ofrecía para él memoria alguna del pasado. +Sólo lo había seguido dos veces, siendo ya hombre, para visitar con unos +amigos las celdas de la Cartuja. Se acordaba de los olivos del camino, +los famosos olivos seculares, de formas extrañas y fantásticas, que +habían servido de modelo a muchos artistas, y avanzó la cabeza por una +ventanilla deseando verlos. El terreno subía; comenzaban los campos +pedregosos de secano, las primeras estribaciones de la sierra. El camino +iba serpenteando entre arboledas. Pasaban ya ante las ventanillas del +carruaje los primeros olivos. + +Febrer los conocía, había hablado de ellos muchas veces, y sin embargo, +sintió la sensación de lo extraordinario, como si los viese por primera +vez. Eran árboles negros, de enorme tronco nudoso y abierto, abombados +por grandes excrecencias y con escaso follaje; olivos que tenían siglos +de existencia, que no habían sido podados nunca y en los que la vejez +robaba savia al ramaje, hinchando el tronco con las expansiones de una +lenta y penosa circulación. El campo parecía un abandonado taller de +escultura, con miles de bocetos informes, de monstruos esparcidos en el +suelo, sobre una alfombra verde matizada de margaritas y campanillas +silvestres. + +Un olivo parecía un sapo enorme, encogido y en actitud de saltar, con un +ramillete de hojas en la boca; otro, una boa informe de amontonados +anillos, con un penacho de olivo en la cabeza; veíanse troncos abiertos +como ojivas, al través de cuyos orificios lucía el cielo azul; +serpientes monstruosas enrolladas en grupo como las espirales de una +columna salomónica; gigantes negros, cabeza abajo, con las manos en el +suelo, hundiendo los dedos de sus raíces y los pies en alto, de los que +surgían varas llenas de hojas. Algunos, vencidos por los siglos, se +acostaban en el suelo, sostenidas sus leñosidades por horquillas, como +viejos que intentasen incorporarse sobre sus muletas. + +Parecía haber pasado sobre estos campos una tempestad, abatiéndolo todo, +retorciéndolo todo, petrificándose después para mantener esta desolación +bajo su peso y que no recobrara las primitivas formas. Muchos olivos +erguidos, de perfiles más suaves, parecían tener rostro y formas +femeniles. Eran vírgenes bizantinas, con tiara de leves hojas y luengas +vestiduras de leña. Otros eran ídolos feroces, de ojos saltones y barbas +ondeadas y rastreantes; fetiches de religiones obscuras y bárbaras, +capaces de detener a la humanidad primitiva en sus emigraciones, +haciéndola caer de rodillas con la emoción de un encuentro divino. En la +calma de este retorcimiento tempestuoso e inmóvil, en la soledad de +estos campos poblados de espantables y perennes visiones, cantaban los +pájaros, extendían su invasión hasta el pie de los troncos carcomidos +las flores silvestres, y las hormigas iban y venían en infinito rosario, +socavando como mineras infatigables las añosas raíces. + +Gustavo Doré había dibujado--según decían muchos isleños--en estos +olivares sus más fantásticas concepciones, y el recuerdo de dicho +artista trajo a la memoria de Jaime el de otros más célebres que pasaron +también por el mismo camino y vivieron y sufrieron en Valldemosa. + +Dos veces había visitado la Cartuja sólo por ver de cerca los lugares +inmortalizados por el amor triste y enfermizo de una pareja de seres +famosos. Su abuelo le había hablado muchas veces de «la francesa» de +Valldemosa y su compañero «el músico». + +Un día, los habitantes de Mallorca y los peninsulares que se habían +refugiado en la isla huyendo de los horrores de la guerra civil, vieron +desembarcar un matrimonio extranjero acompañado de un niño y una niña. +Era en 1838. Al bajar el equipaje a tierra, los isleños admiraron con +asombro un piano enorme, un piano Erard, como entonces se veían pocos. +El piano quedó cautivo en la Aduana, mientras se resolvía el enredo de +ciertos escrúpulos administrativos, y los viajeros fueron a alojarse en +una posada, alquilando después la finca de _Son Vent_, inmediata a +Palma. + +El hombre parecía enfermo; era más joven que ella, pero enflaquecido por +las dolencias, pálido, con una palidez transparente de hostia, los +claros ojos brillantes de fiebre, el angosto pecho agitado por ruda y +continua tos. Unas patillas finísimas sombreaban sus mejillas; una +cabellera tumultuosa de león coronaba su frente, cayendo atrás en +cascada de rizos. Ella era varonil y corría con todos los trabajos de la +casa, como una buena burguesa más pródiga en voluntad que en +habilidades. Jugaba con sus hijos lo mismo que una niña, y su rostro +bondadoso y risueño ensombrecíase únicamente al oír la tos del «amado +enfermo». Un ambiente de exotismo, de existencia irregular, de protesta +contra las leyes que rigen a los humanos, parecía envolver a esta +familia vagabunda. Ella vestía trajes de cierta fantasía, con un puñal +de plata clavado en la cabellera, adorno romántico que escandalizaba a +las devotas señoras mallorquinas. Además, no iba a misa a la ciudad, no +hacía visitas, no salía de su casa más que para juguetear con sus hijos +o sacar al sol al pobre tísico, dándole el brazo. Los niños eran tan +extraordinarios como la madre: la hija iba vestida de muchacho, para +correr por los campos con mayor soltura. + +Pronto la isleña curiosidad se enteró de los nombres de estos forasteros +de aspecto alarmante. Ella era una francesa, autora de libros: Aurora +Dupín, antigua baronesa separada de su marido, que se había hecho una +reputación universal por sus novelas, firmándolas con un nombre +masculino y el apellido de un asesino político: Jorge Sand. Él era un +músico polaco, organismo delicado que parecía dejar un pedazo de +existencia en cada una de sus obras, y se sentía moribundo a los +veintinueve años. Le llamaban Federico Chopin. Los hijos eran de la +novelista, que estaba ya en los treinta y cinco años. + +La sociedad mallorquina, encerrada en sus preocupaciones tradicionales, +como un molusco en sus valvas, y enemiga por instinto de las novedades +de París, indignóse ante este escándalo. ¡No eran casados!... ¡Y ella +escribía novelas que espantaban por su audacia a las gentes de bien!... +La curiosidad femenil quiso conocerlas, pero en Mallorca sólo recibía +libros don Horacio Febrer, el abuelo de Jaime, y los pequeños volúmenes +de _Indiana y Lelia_ propiedad de aquél corrieron de mano en mano sin +que los lectores los entendiesen. ¡Una mujer casada que escribía libros +y vivía con un hombre que no era su marido!... + +Doña Elvira, la abuela de Jaime, una señora venida de Méjico, cuyo +retrato había él contemplado tantas veces, y a la que se imaginaba +siempre vestida de blanco, con los ojos en alto y el arpa dorada entre +las rodillas, visitó a la solitaria de _Son Vent_. Gozábase en abrumar +con su superioridad de forastera a las señoras de la isla que no sabían +francés; escuchaba a la escritora sus líricos elogios de la originalidad +de este paisaje africano, con sus blancas casitas, espinosos cactos, +esbeltas palmeras y seculares olivos, que tan rudamente contrastaba con +el armónico orden de las campiñas de Francia. Luego, doña Elvira, en las +tertulias de Palma, defendía con vehemencia a la escritora, una pobre +mujer apasionada, cuya vida actual era más abundante en tristezas y +cuidados de hermana de la Caridad que en satisfacciones de amor. El +abuelo tuvo que intervenir, prohibiendo a la esposa estas visitas para +acallar murmuraciones. + +Se hizo el vacío en torno a la escandalosa pareja. Mientras los niños +jugaban con su madre en el campo, como pequeños salvajes, el enfermo +tosía recluido en su dormitorio, detrás de los cristales, o se asomaba a +la puerta buscando un rayo de sol. Por las noches, a altas horas, era la +visita de la musa, enfermiza y melancólica, y sentado al piano +improvisaba entre toses y gemidos su música, de una voluptuosidad +amarga. + +El dueño de _Son Vent_, un burgués de la ciudad, dio orden a los +forasteros de levantar el campo, como si fuesen una banda de bohemios. +El pianista estaba tísico, y él no quería contagiar su finca. ¿Adonde +ir?... El regreso a la patria era difícil: estaban en pleno invierno, y +Chopin temblaba como un pájaro abandonado pensando en los fríos de +París. La isla inhospitalaria era amada, sin embargo, por la dulzura de +su clima. Como único refugio se ofreció a ellos la cartuja de +Valldemosa: edificio sin bellezas arquitectónicas, sin otro encanto que +el de su antigüedad medioeval, pero enclavado entre montañas por cuyas +laderas se derrumban bosques de pinos, teniendo como suaves cortinas que +amortiguan el ardor del sol plantaciones de almendros y palmeras, entre +cuyo ramaje alcanzan los ojos la verde llanura y el lejano mar. Era un +monumento casi en ruinas, un convento de melodrama, lúgubre y +misterioso, en cuyos claustros acampaban vagabundos y mendigos. Para +entrar en él era preciso atravesar el cementerio de los frailes, con sus +fosas removidas por las raíces de las plantas silvestres, que sacaban +los huesos a flor de tierra. En las noches de luna vagaba por el +claustro un espectro blanco, el alma de un fraile maldito que aguardaba +la hora de la redención paseándose por el lugar de sus pecados. + +Allá marcharon los fugitivos un día lluvioso de invierno, azotados por +el aguacero y el huracán, siguiendo el mismo camino que ahora seguía +Febrer, pero un camino antiguo que sólo tenía de tal el nombre. Los +carros de la caravana iban, como decía Jorge Sand, «con una rueda por la +montaña y otra por el fondo de una torrentera». El músico, arrebujado en +un capote, temblaba y tosía bajo la lona del toldo, estremeciéndose con +los dolorosos vaivenes. La novelista seguía a pie en los malos pasos, +llevando a sus hijos de la mano en este viaje de vagabundos. + +Pasaron todo el invierno en la soledad de la Cartuja. Ella, calzando +babuchas y con el puñalito en la cabellera mal peinada, hacía la cocina +animosamente, con la ayuda de una mozuela del país, que aprovechaba el +menor descuido para engullirse los bocados destinados al «querido +enfermo». Los chicuelos de Valldemosa apedreaban a los pequeños +franceses, creyéndolos moros, enemigos de Dios. Las mujeres robaban a la +madre al venderla los comestibles, y además la apodaban «la Bruja». +Todos hacían la cruz a estos gitanos que se atrevían a vivir en una +celda del monasterio, cerca de los muertos, en continuo trato con el +fraile fantasma que se paseaba por el claustro. + +De día, mientras descansaba el enfermo, preparaba ella el puchero y +ayudaba a la sirvienta, con sus manos finas y pálidas de artista, a +mondar las legumbres. Luego corría con sus hijos a la abrupta costa de +Miramar, cubierta de arboleda, donde Raimundo Lulio estableció su +escuela de estudios orientales. Sólo al llegar la noche comenzaba su +verdadera existencia. + +El claustro, obscuro, enorme, conmovíase con una música misteriosa que +parecía venir de muy lejos, al través de los recios paredones. Era +Chopin, que, inclinado ante el piano, componía sus _Nocturnos_. La +novelista, a la luz de una vela, escribía _Spiridón_, la historia del +monje que acaba por demoler todas sus creencias, y muchas veces cortaba +su trabajo para correr al lado del músico y preparar sus tisanas, +alarmada por la frecuencia de su tos. En las noches de luna tentábala el +escalofrío de lo misterioso, la voluptuosidad del miedo, y salía al +claustro, cuya lobreguez cortaban las manchas lácteas de los ventanales. +¡Nadie!... Después sentábase en el cementerio de los monjes, esperando +en vano la aparición del fantasma para animar su monótona existencia con +algo novelesco. + +Una noche de Carnaval, la Cartuja fue invadida por los moros. Eran +jóvenes de Palma que después de recorrer la ciudad disfrazados de +berberiscos pensaron en «la francesa», avergonzados sin duda del +aislamiento en que la tenían las gentes. Llegaron a media noche, +turbando con sus canciones y guitarreos la calma misteriosa del +convento, haciendo aletear medrosos a los pajarracos albergados en las +ruinas. En una pieza de la celda bailaron danzas españolas, que el +músico seguía atentamente con sus ojos de fiebre, mientras la novelista +iba de un grupo a otro, sintiendo la simple alegría de la burguesa que +no se ve olvidada. + +Esta fue su única noche feliz en Mallorca. Luego, al volver la +primavera, el «amado enfermo» se sintió mejor y emprendieron el lento +retorno a París. Eran aves de paso que detrás de su invernaje no dejaban +otra huella que la del recuerdo. Ni siquiera pudo saber Jaime con +certeza qué habitación había sido la suya. Las reformas realizadas en el +convento habían borrado todo vestigio. Muchas familias de Palma +veraneaban ahora en la Cartuja, convirtiendo las celdas en hermosas +habitaciones, y cada cual quería que la suya fuese la de Jorge Sand, +infamada y despreciada por sus abuelas. Febrer había visitado el +convento con un nonagenario de los que fueron vestidos de moros a dar +serenata a la francesa. No se acordaba de nada; no podía reconocer la +habitación. + +El nieto de don Horacio sentía una especie de amor retrospectivo hacia +aquella mujer extraordinaria. La veía como en los retratos de su +juventud, con el rostro inexpresivo y los ojos profundos y enigmáticos +bajo una cabellera suelta sin más adorno que una rosa en una sien. +¡Pobre Jorge Sand! El amor había sido para ella lo que la antigua +esfinge: cada vez que intentaba interrogarlo sentía en el corazón su +zarpazo sin misericordia. Todas las abnegaciones y rebeldías del amor +las había conocido aquella mujer. La hembra caprichosa de las noches +venecianas, la infiel compañera de Musset, era la misma enfermera que +guisaba la cena y preparaba las tisanas al moribundo Chopin en la +soledad de Valldemosa... ¡Si él hubiese conocido una mujer así, una +mujer que llevase dentro mil mujeres, toda la infinita variedad femenil +de dulzuras y crueldades!... ¡Ser amado por una hembra superior, a la +que pudiera imponer el ascendiente varonil y que al mismo tiempo le +inspirase respeto por su grandeza intelectual!... + +Quedó Febrer largo rato como adormecido por este deseo, mirando el +paisaje sin verlo. Luego sonrió irónicamente, como si compadeciese su +insignificancia. Recordaba el objeto de su viaje y se tenía lástima. Él, +que soñaba con grandes amores desinteresados y extraordinarios, iba a +venderse, ofreciendo su mano y su nombre a una mujer que apenas había +visto; a contraer una alianza que escandalizaría a toda la isla... +¡Digno término de una vida inútil y atolondrada! + +El vacío de su existencia se le aparecía ahora claramente, sin los +engaños de la presunción personal. La proximidad del sacrificio lo hacía +replegarse en sus recuerdos, cual si buscase en ellos una justificación +de los actos presentes. ¿Para qué había servido su paso por el mundo?... + +Volvió otra vez a las memorias de su infancia que había evocado en el +camino de Sóller. Veíase en el venerable caserón de los Febrer con sus +padres y su abuelo. Era hijo único. Su madre, una señora pálida, de +belleza melancólica, había quedado enferma a consecuencia de su +nacimiento. Don Horacio vivía en el segundo piso, en compañía de un +viejo criado, como si fuese un huésped en la casa, mezclándose con la +familia o aislándose de ella a su capricho. + +Jaime, en medio de la vaguedad de sus recuerdos infantiles, contemplaba +con saliente relieve la figura de su abuelo. Jamás había encontrado una +sonrisa en aquel rostro de patillas blancas, que contrastaban con sus +ojos negros e imperiosos. Los de la casa tenían prohibido subir a sus +habitaciones. Nadie le había visto más que en traje de calle, con una +pulcritud minuciosa. El nieto, que era el único que podía subir a su +dormitorio a todas horas, encontrábale de buena mañana con su levita +azul, alto cuello de puntas y la negra corbata arrollada en varias +vueltas, sujeta por una perla enorme. Hasta en días de enfermedad +conservaba su aspecto correcto, de una elegancia antigua. Si la dolencia +le obligaba a guardar cama, daba órdenes al criado para que no recibiese +ni a su hijo. + +Febrer pasaba las horas sentado a los pies de su abuelo, escuchando sus +relatos e intimidado por la enorme cantidad de libros que desbordaba de +los armarios, extendiéndose por sillas y mesas. Le veía igual en todo +tiempo, con su levita forrada de seda roja, que parecía siempre la misma +y era renovada, sin embargo, cada seis meses. Las estaciones no traían +otra mudanza que el convertir el invernal chaleco de terciopelo en otro +de seda bordada. Cifraba su principal orgullo en la ropa blanca y en los +libros. Le traían del extranjero docenas de docenas de camisas, que +muchas veces amarilleaban olvidadas, sin estrenar, en el fondo de los +armarios. Los libreros de París enviábanle enormes paquetes de volúmenes +recién publicados, y en vista de sus continuas demandas, escribían en la +dirección una línea que don Horacio mostraba con burlona complacencia: +«Mercader de libros.» + +Hablaba al último de los Febrer con una bondad de abuelo, esforzándose +por que entendiese sus relatos, a pesar de que era parco en palabras y +poco sufrido en sus relaciones con la familia. Le contaba sus viajes a +París y Londres: los primeros en buque de vela hasta Marsella y luego en +silla de posta; los otros en vapores de ruedas y en camino de hierro, +grandes inventos cuya infancia había presenciado. Hablaba de la sociedad +en la época de Luis Felipe; de los grandes estrenos del romanticismo, a +los que había asistido; de las barricadas que había visto levantar desde +su cuarto, callándose que al mismo tiempo abarcaba el talle de una +«griseta» asomada junto a él. + +Su nieto había nacido en buen tiempo: el mejor de todos. Don Horacio se +acordaba de sus desavenencias con su terrible padre, que le habían +obligado a viajar por Europa; aquel caballero que salía al encuentro del +rey Fernando para pedirle la vuelta a los usos antiguos, y bendecía a +los hijos diciéndoles: «Dios te haga un buen inquisidor.» + +Luego enseñaba a Jaime grandes estampas con vistas de las ciudades en +las que había vivido, y que al niño le parecían poblaciones de ensueño. +Algunas veces se quedaba contemplando el retrato de «la abuela del +arpa», de su esposa, la interesante doña Elvira, el mismo lienzo que +estaba ahora en el recibimiento con las demás señoras de la familia. No +parecía conmoverse. Conservaba la misma gravedad con que acompañaba las +bromas a que era aficionado y las palabras gruesas que matizaban su +conversación, pero decía con voz algo trémula: + +--Tu abuela era una gran señora, un alma de ángel, una artista. Yo +parecía un bárbaro a su lado... Era de nuestra familia, pero vino de +Méjico para casarse conmigo. Su padre fue marino y se quedó allá con los +«insurgentes». No hay en toda nuestra raza quien se parezca a aquella +mujer. + +A las once y media de la mañana abandonaba al nieto, y calándose un +sombrero de copa, de seda negra en invierno y de castor en verano, salía +a dar un paseo por las calles de Palma, siempre por igual sitio e +idénticas aceras, lo mismo cuando llovía que cuando abrasaba el sol, +insensible al frío y al calor, puesto de levita en todo tiempo, +siguiendo su marcha con la regularidad de los autómatas de reloj, que +aparecen, caminan y se ocultan al sonar ciertas horas. + +Sólo una vez en treinta años había modificado su camino por las calles +solitarias y blancas de sol, en las que resonaban sus pasos. Una mañana +había oído la voz de una mujer en el interior de una casa: + +--_Atlota_... las doce. Pon el arroz, que pasa don Horacio. + +Él se había vuelto hacia la puerta con su gravedad de gran señor: + +--No soy reloj de p... + +Y soltó la palabra gorda, sin despojarse de su seriedad, como lanzaba +siempre las expresiones más atroces. Desde aquel día modificó su camino, +para huir de los que tenían fe en la exactitud de sus paseos. + +Algunas veces hablaba a su nieto de las antiguas grandezas de la casa. +Los descubrimientos geográficos habían arruinado a los Febrer. El +Mediterráneo no era ya el camino de Oriente. Los portugueses y los +españoles del otro mar habían encontrado nuevos derroteros, y las naves +mallorquinas pudríanse en la inacción. Ya no había guerras con los +piratas. La santa Orden de Malta sólo era una distinción honorífica. Un +hermano de su padre, comendador en La Valette cuando Bonaparte conquistó +la isla, había venido a morir a Palma con su pobre pensión de retirado. +Los Febrer hacia dos siglos que, olvidados del mar--donde no quedaba +comercio y sólo hacían la guerra pobres patrones e hijos de +pescadores--, se habían dedicado a imponer su nombre con un lujo +esplendoroso, arruinándose lentamente. + +El abuelo aún había alcanzado los tiempos de verdadero señorío, cuando +ser _butifarra_ era en Mallorca algo que colocaban las gentes entre Dios +y los caballeros. La venida al mundo de un Febrer era un acontecimiento +del que se hablaba en toda la ciudad. La gran dama parturienta +permanecía recluida en su palacio cuarenta días, y en todo este tiempo +las puertas estaban abiertas, el zaguán lleno de carrozas, la +servidumbre formada en la antecámara, los salones llenos de visitas, las +mesas cubiertas de dulces, bizcochos y refrescos. Había días de la +semana destinados a la recepción de cada clase social. Unos eran +únicamente para los _butifarras_, aristocracia de la aristocracia, casas +privilegiadas, contadísimas familias, unidas todas por el parentesco de +continuos cruces; otros días para los caballeros, nobleza tradicional +que vivía, sin saber por qué, supeditada a los anteriores; luego se +recibía a los _mossons_, clase inferior pero en trato familiar con los +grandes, intelectuales de la época, médicos, abogados y escribanos que +prestaban sus servicios a las familias ilustres. + +Don Horacio recordaba el esplendor de estas recepciones. Los antiguos +sabían hacer las cosas en grande. + +--Cuando nació tu padre--decía a su nieto--, fue la última fiesta en +esta casa. Ochocientas libras mallorquinas pagué a un confitero del +Borne por azucarillos, bizcochos y refrescos. + +De su padre se acordaba Jaime menos que de su abuelo. Era en su memoria +una figura simpática y dulce, pero algo borrosa. Al pensar en él sólo +veía una barba suave y algo clara como la suya, una frente calva, una +sonrisa dulce y unos lentes que brillaban al inclinarse. Contaban que de +muchacho había tenido amores con su prima Juana, aquella señora austera +llamada por todos «la Papisa», que vivía como una monja y gozaba de +enormes riquezas, regalándolas pródigamente en otros tiempos al +pretendiente don Carlos, y ahora a las gentes eclesiásticas que la +rodeaban. + +El rompimiento de su padre con ella era, sin duda, la causa de que «la +Papisa Juana» se mantuviese alejada de esta rama de su familia, tratando +a Jaime con hostil despego. + +Su padre había sido oficial de la Armada, siguiendo una tradición de la +familia. Estuvo en la guerra del Pacífico, fue teniente en una fragata +de las que bombardearon el puerto del Callao, y como si sólo esperase +haber dado una prueba de valor, se retiró inmediatamente del servicio. +Luego se casó con una señorita de Palma, de fortuna escasa, cuyo padre +era gobernador militar de la isla de Ibiza. «La Papisa Juana», hablando +un día con Jaime, había pretendido herirle, con su voz fría y su gesto +altivo. + +--Tu madre era noble, de familia de caballeros... pero no era +_butifarra_ como nosotros. + +Jaime pasó los primeros años de su vida, cuando empezó a darse cuenta de +lo que le rodeaba, sin ver a su padre más que en los rápidos viajes que +hacía a Mallorca. Era del partido progresista, y la Revolución de 1868 +le había hecho diputado. Luego, al ser rey Amadeo de Saboya, este +monarca revolucionario, execrado y abandonado por la nobleza +tradicional, había tenido que acudir a nuevos hombres históricos para +formar su corte. El _butifarra_, por una exigencia del partido, fue alto +funcionario de Palacio. Su mujer, instada por él para que se trasladase +a Madrid, no quiso abandonar la isla. ¡Ir ella a la corte! ¿Y su hijo, +que casi acababa de nacer?... Don Horacio, cada vez más enjuto y más +débil, pero siempre erguido en su eterna levita nueva, seguía dando el +paseo diario, ajustando su vida a la marcha del reloj del Ayuntamiento. +Liberal antiguo, gran admirador de Martínez de la Rosa por sus versos y +por la elegancia diplomática de sus corbatas, torcía el gesto al leer +los periódicos y las cartas de su hijo. ¿En qué pararía todo aquello?... + +En el corto período de la República volvió el padre a la isla, dando por +terminada su carrera. «La Papisa Juana», a pesar del parentesco, fingía +no conocerle. Estaba ocupadísima en aquella época. Hacía viajes a la +Península; giraba, según se decía, enormes cantidades para los +partidarios de don Carlos que sostenían la guerra en Cataluña y las +provincias del Norte. ¡Que no la hablasen de Jaime Febrer, el antiguo +marino! Ella era una verdadera _butifarra_, una defensora de la +tradición, y hacía sacrificios para que España fuese gobernada por +caballeros. Su primo era menos que un _chueta_: era un «descamisado». Y +según afirmaba la gente, a este odio de ideas iba unida la amargura por +ciertas decepciones del pasado que no había podido olvidar. + +Al restaurarse los Borbones, el «progresista», el palatino de don +Amadeo, se convirtió en republicano y conspirador. Hacía frecuentes +viajes; recibía cartas cifradas de París; iba a Menorca para visitar la +escuadra surta en Mahón, y valiéndose de sus amistades de antiguo +oficial, catequizaba a los compañeros, preparando una sublevación de la +marina. Puso en estas empresas revolucionarias el mismo ardor aventurero +de los antiguos Febrer, su audacia tranquila, hasta que repentinamente +murió en Barcelona, lejos de los suyos. + +El abuelo acogió la noticia con impasible gravedad, pero ya no le vieron +a mediodía en las calles de Palma las vecinas que aguardaban su paso +para poner el arroz al fuego. Ochenta y seis años: ya había paseado +bastante: ¡para lo que le quedaba que ver!... Se recluyó en el piso +segundo, donde sólo admitía a su nieto. Cuando venían a visitarle los +parientes, prefería bajar al salón, a pesar de su debilidad, +correctamente vestido, con levita nueva, los dos triángulos blancos del +cuello asomando sobre las roscas de la corbata, siempre recién afeitado, +con las patillas bien peinadas y el tupé brillante de goma. Llegó un día +en que no pudo abandonar la cama, y el nieto le vio entre sábanas, con +el mismo aspecto de siempre, conservando la fina camisa de batista, la +corbata, que el criado le cambiaba todos los días, y el chaleco de seda +a flores. Cuando le anunciaban la visita de su nuera, don Horacio hacía +un gesto de contrariedad. + +--Jaimito: la levita... Es una señora, y hay que recibirla con decencia. + +Igual operación se repetía al llegar el médico o las contadas visitas +que se dignaba recibir. Había que mantenerse hasta el último momento +sobre las armas, o sea como le habían visto toda la vida. + +Una tarde, llamó con voz débil a su nieto, que leía junto a una ventana +un libro de viajes. Podía retirarse: necesitaba estar solo. Jaime se fue +y el abuelo pudo morir dignamente, en la soledad, sin el tormento de +tener que velar por la pulcritud de sus gestos, pudiendo entregarse sin +testigos a las muecas y estremecimientos de la agonía. + +Al quedar solos Febrer y su madre, el muchacho sintió ansias de +libertad. Tenía llena su imaginación de aventuras y viajes leídos en la +biblioteca del abuelo, e igualmente de las hazañas de sus ascendientes +celebradas en los relatos de familia. Quería ser marino de guerra, como +su padre y como la mayoría de sus abuelos. La madre se opuso, con +grandes extremos de susto que hacían palidecer sus mejillas y azulear +sus labios. ¡El único Febrer, sometido a una existencia peligrosa y +viviendo lejos de ella!... No; bastantes héroes había tenido la casa. +Debía ser señor en la isla; un caballero de vida tranquila, que crease +una familia para perpetuar el apellido que llevaba. + +Jaime cedió a los ruegos de su madre, eterna enferma a la que la menor +contrariedad parecía poner en peligro de muerte. Ya que no le quería +marino, estudiaría otra carrera. Necesitaba hacer lo mismo que los otros +muchachos de su edad a los que había tratado en las aulas del Instituto. +A los diez y seis años se embarcó para la Península. Su madre deseaba +que fuese abogado, para que pudiera desenmarañar la fortuna de la +familia, gravada y revuelta con hipotecas y préstamos. + +Su equipaje fue enorme, un verdadero ajuar de casa, y el bolsillo lo +llevaba bien provisto. Un Febrer no podía vivir como un simple +estudiante. Fue primero a Valencia, por creer la madre esta población +menos peligrosa para la juventud. En otro curso pasó a Barcelona, y +sucesivamente fue viajando de Universidad en Universidad, según el humor +de los catedráticos y su benevolencia con los alumnos. Su carrera no +adelantó gran cosa. Aprobaba ciertos cursos por un azar feliz en el +momento del examen o por la tranquila audacia con que hablaba de lo que +no sabía. En otros se atascaba, no pudiendo seguir adelante. La madre +aceptaba como buenas todas sus explicaciones al volver a Mallorca. Ella +misma le consolaba, aconsejándole que no extremase sus estudios, y se +revolvía contra la injusticia de los tiempos presentes. Su implacable +enemiga «la Papisa Juana» estaba en lo cierto. Estos tiempos no eran +para los caballeros; les habían declarado la guerra, se cometían toda +clase de injusticias para mantenerlos relegados. + +Jaime gozaba de cierta popularidad en las sociedades y cafés de +Barcelona y Valencia donde había juegos de azar. Le llamaban «el +mallorquín de las onzas», porque su madre le remitía el dinero en onzas +de oro, que rodaban con reflejo escandaloso sobre las mesas verdes. Al +prestigio de esta magnificencia monetaria iba unido su extraño título de +_butifarra_, que hacía sonreír en la Península, evocando en la +imaginación de muchos una especie de autoridad feudal, con derechos de +soberano, sobre lejanas islas. + +Transcurrieron cinco años. Jaime era ya hombre, pero aún no había +llegado a la mitad de sus estudios. Sus condiscípulos de la isla, al +volver durante el verano, regocijaban a los contertulios de los cafés +del Borne con el relato de las aventuras de Febrer en Barcelona. Le +veían del brazo por las calles con mujeres de llamativo lujo; la gente +bravia que frecuenta las timbas guardaba grandes respetos al «mallorquín +de las onzas» por su fuerza y su coraje. Contaban que una noche había +agarrado a cierto matón, levantándolo en vilo con sus brazos de atleta +para arrojarlo por una ventana. Y los mallorquines pacíficos, al oír +esto, sonreían con un orgullo de localidad. Era un Febrer, un verdadero +Febrer. La isla producía mozos bravos como siempre. + +La buena doña Purificación, madre de Jaime, tuvo un grave disgusto y una +alegría maternal al saber que cierta hembra escandalosa había llegado a +la isla en seguimiento de su hijo. La comprendía y la excusaba. ¡Un mozo +tan guapo como su Jaime!... Pero la mozuela alborotó con sus trajes y +ademanes las tranquilas costumbres de la ciudad; las buenas familias se +indignaron, y doña Purificación trató con ella, valiéndose de +intermediarios, para darle dinero y que abandonase la isla. + +En otras vacaciones el escándalo fue mayor. Jaime, que cazaba en _Son +Febrer_, tuvo relaciones con una payesa joven y hermosa, y casi anduvo a +escopetazos con un mozo rústico que la pretendía. Sus amores campestres +le ayudaban a pasar el destierro del verano. Era un legítimo Febrer, lo +mismo que su abuelo. La pobre señora sabía a qué atenerse respecto a +aquel suegro siempre serio y correcto, que acariciaba la barbilla de las +payesas jóvenes con una frialdad de señor grave. En los alrededores del +predio de _Son Febrer_ eran muchos los mozos que tenían la cara de don +Horacio; pero su esposa la mejicana, alma poética, vivía muy por encima +de estas vulgaridades, mientras con el arpa en las rodillas y los ojos +entornados recitaba las poesías de Ossián. Las rústicas beldades de +nítido rebocillo, trenza suelta y blancas alpargatas atraían a los +pulcros y señoriales Febrer con una fuerza irresistible. + +Cuando doña Purificación se quejaba de las largas excursiones de caza +que emprendía su hijo por la isla, éste se quedaba en la ciudad, pasando +el día en el jardín para ejercitarse en el tiro de pistola. Enseñaba a +su asustadiza madre un saco guardado a la sombra de un naranjo. + +--¿Ve usted esto?... Es un quintal de pólvora. Hasta que no lo queme no +descanso. + +Y _madó_ Antonia temía asomarse a las ventanas de su cocina, y las +monjas que ocupaban una parte del antiguo palacio mostraban un instante +sus tocas blancas, ocultándose inmediatamente como palomas amedrentadas +por el continuo tiroteo. + +El jardín, encerrado entre tapias almenadas lindantes con la muralla de +mar, estremecíase de la mañana a la noche bajo el estrépito de las +detonaciones. Huían los pájaros con medroso aleteo; trepaban por los +agrietados muros verdosos lagartos, ocultándose entre las capas de +hiedra; trotaban los gatos por las avenidas con un galope de terror. Los +árboles eran viejísimos, respetables, como el palacio: naranjos +centenarios, de tronco retorcido, que necesitaban el apoyo de un cerco +de horquillas para sostener sus miembros venerables; magnolieros +gigantes, con más leña que hojas; palmeras infecundas, que se remontaban +en el espacio azul buscando el mar por encima de las almenas para +saludarlo con vaivenes de su cabeza empenachada. + +El sol hacía crujir las cortezas de los árboles y estallar las simientes +olvidadas a flor de tierra; danzaban como chispas de oro los insectos +zumbadores en las barras de luz que perforaban el follaje; caían con +blando chapoteo, de tarde en tarde, los higos maduros despegándose de +las ramas; sonaba a lo lejos el arrullo del mar, batiendo las rocas al +pie de la muralla; y en esta calma poblada de murmullos seguía Febrer +disparando pistoletazos. Era ya un maestro. Cuando apuntaba al monigote +dibujado en el muro, lamentábase de que no fuese un hombre, un enemigo +odiado al que necesitase exterminar. Esta bala iba al corazón. ¡Pum! Y +sonreía satisfecho al ver marcarse el agujero del proyectil en el mismo +lugar a que había apuntado. + +El estrépito de los tiros, el humo de la pólvora, despertaban en su +imaginación belicosas fantasías, historias de lucha y de muerte en las +que siempre era un héroe triunfador. ¡Veinte años, y aún no se había +batido!... Necesitaba un lance para dar prueba de su coraje. Era una +desgracia que no tuviese enemigos, pero ya procuraría crearse alguno +cuando volviera a la Península. Y persistiendo en estos desvaríos de su +imaginación, excitada por el estampido de las detonaciones, fingía un +lance de honor. Su adversario le tocaba al primer tiro y él caía al +suelo. Aún tenía la pistola en la mano; debía defenderse, debía +contestar tendido en el suelo. Y con gran escándalo de su madre y de +_madó_ Antonia, que al asomarse le creían loco, permanecía echado de +bruces y disparaba en esta posición, amaestrándose «para cuando le +hiriesen». + +Al volver a la Península con el propósito de seguir sus interminables +estudios, iba fortalecido por la vida de campo, arrogante por sus +ensayos del jardín y deseoso de tener el ansiado duelo con el primero +que le diese el más leve pretexto. Pero como era hombre cortés, incapaz +de injustas provocaciones, y su aspecto imponía respeto a los +insolentes, transcurría el tiempo y el lance no llegaba. Su vitalidad +exuberante, su fuerza impulsiva, consumíanse en obscuras aventuras y +estúpidos derroches, de los que hablaban luego en la isla con admiración +los compañeros de estudios. + +Viviendo en Barcelona, recibió un telegrama anunciador de que su madre +estaba enferma de gravedad. Tardó dos días en embarcarse: no había un +buque pronto a zarpar. Cuando llegó a la isla, su madre había muerto. De +la antigua familia que había visto en su niñez no quedaba nadie. Sólo +_madó_ Antonia le podía recordar los tiempos pasados. + +Cuando se vio dueño de la fortuna de los Febrer y en plena libertad, +tenía veintitrés años. La tal fortuna estaba roída por las esplendideces +de sus ascendientes y abrumada con toda clase de gravámenes. La casa de +Febrer era grande, como esos buques que al encallar y perderse para +siempre hacen la riqueza de la costa adonde van a morir. Sus restos y +despojos, que hubieran mirado con desprecio los antiguos, representaban +aún una fortuna. + +Jaime no quiso pensar, no quiso saber. Necesitaba vivir, ver mundo, y +renunció a sus estudios. ¿Qué le importaban las leyes y costumbres +romanas y los cánones eclesiásticos para pasar una buena existencia? Ya +sabía bastante. En realidad, lo mejor y más ameno de sus conocimientos +se lo debía a su madre, cuando él vivía, siendo niño, en el palacio, sin +haber visto maestros. Ella le había enseñado algo de francés y un poco +de piano en un antiguo instrumento de teclas amarillentas y gran +frontispicio de seda roja que casi llegaba al techo. Otros sabían menos +que él y eran tan caballeros y mucho más dichosos. ¡A vivir!.... + +Permaneció dos años en Madrid. Tuvo amantes que le dieron cierta +popularidad, caballos famosos, alborotó en los entresuelos de Fornos, +fue íntimo amigo de un torero célebre y jugó fuerte. Tuvo un duelo, pero +fue a espada--no como él se lo había imaginado, tendido en el suelo, la +pistola en la diestra--, y salió del lance con un pinchazo en un brazo; +algo como una puntada de alfiler en una epidermis de elefante. + +Ya no era «el mallorquín de las onzas». El depósito de redondeles de oro +guardado por su madre se había extinguido; pero arrojaba los billetes +pródigamente en las mesas de juego, y cuando venía «la mala» escribía a +su administrador, un abogado hijo de una familia de antiguos _mossons_, +dependientes de los Febrer desde hacía siglos. + +Se cansó de Madrid, donde se consideraba casi un extranjero. Perduraba +en él el alma de los antiguos Febrer, grandes viajeros de todos los +países menos de España, pues siempre habían vivido vueltos de espaldas a +sus reyes. Muchos de sus abuelos eran familiares de todas las ciudades +importantes del Mediterráneo; habían visitado a los príncipes de los +pequeños Estados italianos, habían sido recibidos en audiencia por el +Papa y por el Gran Turco, pero jamás se les ocurrió ir a Madrid. + +Además, Febrer se irritaba muchas veces con sus parientes de la corte, +jóvenes orgullosos de sus títulos nobiliarios, que sonreían al mencionar +su rara cualidad de _butifarra_. ¡Y pensar que la familia había dejado +que pasasen a los parientes de la Península varios marquesados, +prefiriendo este título supremo de nobleza isleña y el goce de las altas +dignidades caballerescas de Malta!... + +Comenzó a viajar por Europa, fijando su residencia el otoño y parte del +invierno en París, los meses de frío en la Costa Azul, la primavera en +Londres y el verano en Ostende, con varias expediciones a Italia, a +Egipto y a Noruega para ver el sol de media noche. + +En esta nueva existencia apenas era conocido. Vivía como un viajero más, +insignificante glóbulo circulante de la gran red arterial que el ansia +del viaje extiende sobre el continente. Pero esta vida de continuo +movimiento, con monotonías abrumadoras e inesperadas aventuras, +satisfacía sus instintos atávicos, las aficiones heredadas de sus +remotos ascendientes, grandes visitadores de pueblos nuevos. + +Además, esta existencia errante halagaba su ansia por todo lo +extraordinario. En los hoteles de Niza, falansterios de la corrupción +mundial correcta e hipócrita, se había visto agraciado en la obscuridad +de su cuarto por las más inesperadas visitas. En Egipto había tenido que +huir de las caricias decadentes de una condesa húngara, marchita flor de +elegancia, de ojos hundidos y violento perfume, que revelaba bajo tersos +y juveniles esmaltes la podredumbre de su carne. + +Estando en Munich cumplió veintiocho años. Había ido poco antes a +Bayreuth para una representación de las óperas de Wagner, y ahora, en la +capital de Baviera, asistía al teatro de la Residencia, donde se +verificaba el festival de Mozart. Jaime no era melómano, pero su vida +errante le obligaba a ir donde iba la gente, y su condición de pianista +aficionado le había hecho asistir dos años seguidos a esta romería +musical. + +En el hotel que habitaba en Munich encontró a miss Mary Gordon, a la que +había visto antes en el teatro de Wagner. Era una inglesa alta, esbelta, +de pocas y finas carnes; un cuerpo de gimnasta, en el que los deportes +habían contenido las amenas redondeces femeniles, dándola un aspecto +juvenil, sano y asexual de bello muchacho. La cabeza era lo más hermoso: +una cabeza de paje, con transparencias de porcelana, sonrosadas +naricillas de perro juguetón, húmedos ojos azules y una cabellera rubia, +de oro blanquecino en la superficie y oro obscuro en sus profundidades. +Su belleza era adorable y frágil; la belleza británica que se pierde a +los treinta años bajo violáceas rubicundeces y granulaciones de la piel. + +En el restorán había sorprendido Jaime repetidas veces la mirada de sus +ojos azules, cándidos y tranquilamente atrevidos, fijos en él. Iba con +una dama gorda, fofa y de rostro arrebolado, una señora de compañía +vestida de negro, con un sombrero de paja roja y un cinturón de igual +color que partía en dos abultados hemisferios su pecho y su vientre. +Ella, juvenil y ligera, parecía una flor de oro y nácar dentro de sus +vestidos de franela blanca, de corte masculino, con corbata de hombre y +un panamá de alas caídas, al que se arrollaba un velo azul. + +Febrer se encontraba con ellas frecuentemente: en la Pinacoteca, frente +a los _Evangelistas_ de Durero; en la Glicoteca, contemplando los +mármoles de Egina; en el teatro rococó de la Residencia, donde cantaban +las obras de Mozart, sala de otro siglo, con una decoración de porcelana +y guirnaldas que parecía imponer a los espectadores el uso del tacón de +púrpura y la peluca blanca. Habituados a verse, Jaime la saludaba con +una sonrisa, y ella parecía contestarle tímidamente con el brillo de sus +ojos. + +Una mañana, al salir de su cuarto, encontró a la inglesita en un rellano +de la escalera. Inclinaba su busto de muchacho sobre la barandilla. + +--_¡Lift!¡lift!_--gritaba con su vocecita de pájaro, avisando al +encargado del ascensor para que lo subiese. + +La saludó Febrer al entrar con ella en la caja movible y dijo algunas +palabras en francés para entablar conversación. La inglesa callaba, +mirándolo fijamente con sus pupilas azules claras, en las que parecía +flotar una estrella de oro. Permaneció inmóvil como si no le entendiese, +pero Jaime la había visto en el salón de lectura hojeando diarios de +París. + +Al salir del ascensor, la inglesa se dirigió con paso rápido a la +oficina donde estaba pluma en mano el cajero del hotel. Éste la escuchó +con gesto obsequioso, como un políglota pronto a entender a todos los +huéspedes, y saliendo de su encierro fuese hacia Jaime, que fingía leer +los anuncios del vestíbulo, turbado aún por su fracaso. Febrer creyó que +no le hablaban a él. «Señor, esta señorita me pide que le presente.» + +Y volviéndose hacia la inglesa, el hotelero añadió con germana +tranquilidad, como quien cumple un deber de su cargo: + +--_Monsieur_ el hidalgo Febrer, marqués de España. + +Sabía su obligación. Todo español que viaja con buenas maletas es +hidalgo y marqués mientras no prueba lo contrario. + +Luego indicó con sus ojos a la inglesa, que permanecía tiesa y grave +durante esta ceremonia, sin la cual ninguna joven bien nacida puede +cruzar su palabra con un hombre: «Miss Gordon, doctora de la Universidad +de Melbourne.» + +La miss alargó su manecita enguantada de blanco y sacudió con una rudeza +gimnástica la diestra de Febrer. Sólo entonces se decidió a hablar. + +--¡Oh, España!... ¡Oh, _don Quichotte_! + +Sin saber cómo, salieron los dos del hotel hablando de las +representaciones a que asistían por las tardes. Aquel día no era de +teatro, y ella pensaba ir a la pradera llamada _Teresienwiese_, al pie +de la estatua de la Bavaria, para ver la feria de los tiroleses y +escuchar sus canciones. Después de almorzar en el hotel visitaron el +campo de la feria; subieron a la cabeza de la enorme estatua, +contemplando la planicie bávara, sus lagos y sus lejanas montañas; +recorrieron la Galería de la Gloria, llena de bustos de bávaros +célebres, cuyos nombres leían por primera vez, y acabaron yendo de +barraca en barraca, admirando los trajes de los tiroleses, sus bailes +gimnásticos, sus gorjeos y trinos iguales a los del ruiseñor. + +Marchaban los dos como si se hubiesen conocido toda la vida, admirando +Jaime en los ademanes de miss Gordon esa libertad varonil de las +muchachas sajonas, que no temen el contacto con el hombre y se sienten +fuertes al ser guardadas por ellas mismas. Desde aquel día salieron +juntos a correr los museos, las academias, las viejas iglesias, unas +veces solos, otras con la señora de compañía, que se esforzaba por +seguir sus pasos. Eran dos camaradas que se comunicaban sus impresiones +sin pensar nunca en la diversidad de sus sexos. Jaime sentía deseos de +aprovecharse de esta intimidad diciendo galanterías, osando pequeños +atrevimientos; pero se detenía en el momento oportuno. Con estas mujeres +era peligrosa la acción, se mantienen impasibles, a prueba de toda clase +de impresiones. Debía esperar que fuese ella la que tomase la +iniciativa. Eran hembras que podían ir solas por el mundo, sintiéndose +capaces de interrumpir los arrebatos de pasión con golpes de boxeo. +Algunas había visto él en sus viajes que llevaban en el manguito, o en +el bolso de mano, entre la caja de polvos y el pañuelo, un diminuto y +niquelado revólver. + +Miss Mary le hablaba del lejano archipiélago oceánico en el que su padre +era algo así como un virrey. No tenía madre, y había venido a Europa +para completar los estudios hechos en Australia. Ella era doctora de la +Universidad de Melbourne; doctora en música... Jaime, disimulando el +asombro que le causaban estas noticias de un mundo lejano, hablaba de +él, de su familia, de su país, de las curiosidades de la isla, de la +caverna de Artá, trágicamente grandiosa, caótica como una antesala del +infierno; de las cuevas del Dragón, con sus bosques de estalactitas +luminosas, cual un palacio de hielo, y sus lagos milenarios y dormidos, +de cuyo profundo cristal parecía que iban a surgir mágicas desnudeces +semejantes a las de las hijas del Rhin que guardaban el tesoro de los +Nibelungos. Miss Gordon le escuchaba embelesada. Jaime parecía +engrandecerse ante sus ojos al ser hijo de aquella isla de ensueño, +donde es siempre azul el mar, luce el sol en todo tiempo y florece el +naranjo. + +Poco a poco Febrer fue pasando las tardes en la habitación de la +inglesa. Habían terminado las representaciones del festival de Mozart. +Miss Gordon necesitaba diariamente el alimento espiritual de la música. +Tenía un piano en su salón y un rimero de partituras que la acompañaban +en sus viajes. Jaime sentábase junto a ella, frente al teclado, y +procuraba seguirla como acompañante en las piezas que interpretaba, +siempre del mismo autor, del dios, del único. El hotel estaba próximo a +la estación, y el ruido de camiones, coches y tranvías enervaba a la +inglesa, haciéndola cerrar las ventanas. La dama de compañía quedábase +en su cuarto, satisfecha de verse libre de aquel chaparrón musical, +cuyas delicias no podían compararse con las de hacer una buena labor de +punto de Irlanda. Miss Gordon, sola con el español, le trataba como una +maestra. + +--A ver, otra vez: repitamos el tema de «la espada». Ponga usted +atención. + +Pero Jaime se distraía contemplando de reojo el cuello largo y +blanquísimo de la inglesa, erizado de pelillos de oro, la red de venas +azules que se marcaba levemente en la transparencia de su epidermis +nacarada. + +Llovía una tarde; el cielo plomizo parecía rozar los tejados de las +casas; en el salón había una luz difusa de bodega. Tocaban casi a +tientas, avanzando las cabezas para leer en la mancha blanca de la +partitura. Zumbaba la selva de los encantos, moviendo sus verdes y +rumorosas cabelleras ante el rudo Sigfrido, inocente hijo de la +Naturaleza, ansioso de conocer el lenguaje y el alma de las cosas +inanimadas. Cantaba el pájaro maestro, haciendo resaltar su dulce voz +entrecortada sobre los murmullos del follaje. Mary se estremeció. + +--¡Ah, poeta!... ¡poeta! + +Y siguió tocando. Luego, en la creciente obscuridad del salón sonaron +los rudos acordes que acompañan al héroe a la tumba; la fúnebre marcha +de los guerreros llevando sobre el pavés el cuerpo membrudo, blanco y +rubio de Sigfrido, interrumpida por la frase melancólica del dios de los +dioses. Mary seguía temblando, hasta que de pronto sus manos abandonaron +el teclado y su cabeza fue a posarse en un hombro de Jaime, como un +pájaro que abate sus alas. + +--_¡Oh, Richard!... ¡Richard, mon bien aimée!_ + +El español vio sus ojos extraviados y su boca llorosa que se ofrecían; +sintió en sus manos las manos frías de ella, le envolvió su aliento. +Sobre su pecho se aplastaron ocultas redondeces de elástica y firme +dureza cuya existencia no había podido sospechar. + +Y aquella tarde no hubo más música. + +A media noche, cuando se acostó Febrer, aún no había salido de su +asombro. Él era el precursor, el primero que llega; no tenía dudas. +Después de tantos miramientos, así habían ocurrido las cosas, con la +mayor simpleza, como quien ofrece la mano, sin que él pusiera nada de su +parte. + +Otro de sus asombros había sido oírse llamar con un nombre que no era el +suyo. ¿Quién podía ser aquel Ricardo?... Pero en la hora de dulces y +soñolientas explicaciones que siguen a las de locura y olvido, ella le +había hablado de la impresión que sintió en Bayreuth al verle por +primera vez entre las mil cabezas que llenaban el teatro. ¡Era él... él, +como le representaban sus retratos de joven! Y al encontrarle de nuevo +en Munich bajo el mismo techo, había sentido que la suerte estaba echada +y era inútil luchar por desprenderse de esta atracción. + +Febrer se examinó con irónica curiosidad en el espejo de su cuarto. ¡Lo +que una mujer es capaz de descubrir! Sí; algo tenía del otro... la +frente pesada, los cabellos lacios, la nariz picuda y la barba saliente, +que, andando los años, se inclinarían buscándose, para darle cierto +perfil de bruja... ¡Excelente y glorioso Ricardo! ¡Por dónde había +venido a proporcionarle una de las mayores felicidades de su vida!... +¡Qué hembra tan original aquélla! + +Y su asombro aún se aumentó en los otros días, mezclado con cierta +amargura. Era una mujer que parecía renovarse diariamente, olvidando lo +pasado. Le recibía con grave tiesura, como si nada hubiese ocurrido, +como si en ella no dejasen rastro los hechos, como si el día anterior no +existiese, y únicamente cuando la música evocaba la memoria del otro +venían el enternecimiento y la sumisión. + +Jaime, irritado, se proponía dominarla: por algo era hombre. Al fin fue +consiguiendo que el piano sonase menos y que ella viese en su persona +algo más que un retrato viviente del ídolo. + +En su feliz embriaguez les pareció feo Munich y enojoso aquel hotel +donde les habían conocido extraños el uno al otro. Sentían la necesidad +de arrullarse libremente, de volar lejos, y un día se vieron en un +puerto que tenía a su entrada un león de piedra y más allá la líquida +planicie de un lago inmenso que se confundía con el cielo en la línea +del horizonte. Estaban en Lindau. Un vapor podía llevarlos a Suiza, otro +a Constanza, y prefirieron la tranquila ciudad alemana del famoso +Concilio, yendo a instalarse en el Hotel de la Isla, antiguo monasterio +de dominicos. + +¡Cómo se conmovía Febrer al recordar este período, el mejor de su +existencia! Mary seguía siendo para él una mujer de carácter original, +en la que siempre quedaba algo por conquistar, abordable a ciertas horas +y repelente y austera el resto del día. Era su amante, y sin embargo no +podía permitirse un descuido, una libertad que revelase la confianza de +la vida común. La más leve alusión a sus intimidades la hacía enrojecer +de protesta: _«¡Shocking!...»_ + +Y no obstante, todas las madrugadas, al romper el alba, Febrer, +siguiendo los corredores del antiguo convento, regresaba a su cuarto, +deshacía la cama para que no sospechasen los sirvientes y se asomaba al +balcón. Cantaban los pájaros en un jardín de altos rosales situado a sus +pies. Más allá, el lago de Constanza se coloreaba de púrpura con la +salida del sol. Los primeros esquifes de pesca partían las aguas con +ondulaciones de color anaranjado; sonaban a lo lejos, veladas por la +húmeda brisa mañanera, las campanas de la catedral; comenzaban a +rechinar las grúas en la orilla donde el lago deja de serlo, +encauzándose para convertirse en el Rhin; los pasos de los criados y los +frotes de la limpieza despertaban en el hotel los ecos del claustro +monacal. + +Junto al balcón, adosada al muro, y tan inmediata que Febrer podía +tocarla con la mano, había un torrecilla con montera de pizarra y +antiguos escudos en su pared circular. Era la torre donde había vivido +preso Juan Huss antes de marchar a la hoguera. + +El español pensaba en Mary. A aquellas horas estaría en la penumbra +perfumada de su habitación, con la rubia cabecita entre los brazos, +durmiendo el primer sueño serio de la noche, cansado el cuerpo y +vibrante aún por la más noble de las fatigas... ¡Pobre Juan Huss! Jaime +le compadecía como si hubiese sido amigo suyo. ¡Quemarle ante un paisaje +tan hermoso, tal vez una mañana como aquélla!... ¡Meterse en la boca del +lobo y dar la vida por si el Papa era bueno o malo, o los laicos debían +comulgar con vino lo mismo que los sacerdotes! ¡Morir por tales +simplezas cuando la vida es tan hermosa y el hereje hubiera podido +amenizarla ricamente con cualquiera de las rubias pechugonas y +caderudas, amigas de cardenales, que presenciaron su suplicio!... +¡Infeliz apóstol! Febrer compadecía irónicamente la simpleza del mártir. +Él veía la existencia con otros ojos... ¡Viva el amor!... Era lo único +serio de la existencia. + +Cerca de un mes permanecieron en la antigua ciudad episcopal, paseando a +la caída de la tarde por las calles solitarias cubiertas de hierba, con +sus palacios ruinosos del tiempo del Concilio; bajando en esquife la +corriente del Rhin a lo largo de riberas orladas de bosques; +deteniéndose a contemplar las casitas de techo rojo y amplias parras +bajo las cuales cantaban los burgueses jarro en mano, con una alegría +germánica de sochantre, grave y reposada. + +De Constanza pasaron a Suiza, y después a Italia. Un año anduvieron +juntos, contemplando paisajes, viendo museos, visitando ruinas, cuyas +sinuosidades y escondrijos aprovechaba Jaime para besar la nacarada piel +de Mary, gozándose en sus auroras de rubor y en el gesto de enfado con +que protestaba: _«¡Shocking!...»_ La acompañanta, insensible como una +maleta a las novedades del viaje, seguía la confección de un gabán de +punto de Irlanda empezado en Alemania, seguido a través de los Alpes, a +lo largo de los Apeninos y a la vista del Vesubio y del Etna. Privada de +poder hablar con Febrer, que ignoraba el inglés, lo saludaba con el +brillo amarillento de sus dientes y volvía a su trabajo, siendo una +figura decorativa de los _halls_ de los hoteles. + +Los dos amantes hablaban de casarse. Mary resolvía la situación con +enérgica rapidez. A su padre sólo necesitaba escribirle dos líneas. +Estaba muy lejos, y además nunca le había consultado en ningún asunto. +Aprobaría cuanto ella hiciese, seguro de su seso y prudencia. + +Estaban en Sicilia, tierra que recordaba a Febrer su isla. También los +antiguos de la familia habían andado por allí, pero con la coraza sobre +el pecho y en peor compañía. Mary hablaba del porvenir, arreglando la +parte financiera de la futura sociedad con el sentido práctico de su +raza. No le importaba que Febrer tuviese poca fortuna: ella era rica +para los dos. Y enumeraba todos sus bienes, tierras, casas y acciones, +como un administrador seguro de su memoria. Al regresar a Roma se +casarían en la capilla evangélica y en una iglesia católica. Ella +conocía a un cardenal que le había proporcionado una visita al Papa. Su +Eminencia lo arreglaría todo. + +Jaime pasó una noche en claro en un hotel de Siracusa... ¿Casarse? Mary +era agradable: embellecía la vida y llevaba con ella una fortuna. ¿Pero +realmente se casaba con él?... Comenzaba a molestarle el otro, el +fantasma ilustre que había surgido en Zurich, en Venecia, en todos los +lugares visitados por ellos que guardaban recuerdos del paso del +maestro... Él se haría viejo, y la música, su temible rival, se +conservaría siempre fresca. Dentro de pocos años, cuando el matrimonio +hubiese quitado a sus relaciones el encanto de lo ilegal, el deleite de +lo prohibido, Mary encontraría algún director de orquesta más semejante +aún «al otro», o un violonchelista feo, melenudo y de pocos años que le +recordase a Beethoven muchacho. Además, él era de otra raza, de otras +costumbres y pasiones. Estaba cansado de aquella reserva pudibunda en el +amor, de aquella resistencia a la entrega definitiva que le gustaba al +principio, como una renovación de la mujer, pero había acabado por +fatigarle. No; aún era tiempo de salvarse. + +--Lo siento por lo que pensará de España... Lo siento por don +Quijote--dijo haciendo su maleta en la madrugada. + +Y huyó, yendo a perderse en París, adonde la inglesa no iría a buscarle. +Odiaba a esta ciudad ingrata por la silba del _Tannhauser_, suceso +ocurrido muchos años antes de nacer ella. + +De estas relaciones, que habían durado un año, sólo guardó Jaime el +recuerdo de una felicidad agrandada y embellecida por el paso del tiempo +y un mechón de cabellos rubios. También debía tener entre varias guías +de viaje y numerosas postales con vistas, guardadas en un mueble antiguo +de su caserón, un retrato de la doctora en música, vistiendo una toga de +luengas mangas y un birrete cuadrado del que pendía una borla. + +De la vida que llevó después apenas se acordaba. Era un vacío de tedio +cortado por congojas monetarias. El administrador mostrábase tardo y +doliente en sus remesas. Jaime le pedía dinero, y contestaba con cartas +quejumbrosas, hablando de intereses que había que satisfacer, de +segundas hipotecas para las cuales apenas encontraba prestamistas, de +irregularidad de una fortuna en la que no quedaba nada libre de +gravamen. + +Creyendo que con su presencia podía solucionar esta mala situación, +Febrer hacía cortos viajes a Mallorca, terminados siempre por la venta +de alguna finca; y apenas veía dinero en sus manos, levantaba otra vez +el vuelo, sin prestar oído a los consejos del administrador. El dinero +le comunicaba un optimismo sonriente. Todo se arreglaría. A última hora +contaba con el recurso del matrimonio. Mientras tanto... ¡a vivir! + +Y vivió todavía algunos años, unas veces en Madrid, otras en las grandes +ciudades del extranjero, hasta que al fin el administrador cerró este +período de alegres prodigalidades enviando su dimisión, sus cuentas, y +con ellas la negativa a seguir remitiendo dinero. + +Un año llevaba en la isla «enterrado», como él decía, sin otra diversión +que las noches de juego en el Casino y las tardes pasadas en el Borne en +una mesa de antiguos camaradas, isleños sedentarios que gozaban con el +relato de sus viajes. Apuros y miserias: ésta era la realidad de su vida +presente. Los acreedores le amenazaban con inmediatas ejecuciones. + +Aún conservaba aparentemente _Son Febrer_ y otros bienes de sus +antepasados, pero la propiedad producía poco en la isla; las rentas, por +una costumbre tradicional, eran iguales que en tiempo de sus abuelos, +pues las familias de arrendatarios se perpetuaban en el disfrute de las +fincas. Estos pagaban directamente a sus acreedores, pero aun así, no +llegaban a satisfacer la mitad de los intereses. Los ricos adornos del +palacio sólo los conservaba como un depósito. La noble casa de los +Febrer estaba sumergida y él era incapaz de sacarla a flote. Pensaba +fríamente algunas veces en la conveniencia de salir del mal paso sin +humillaciones ni deshonras, haciendo que le encontrasen una tarde en el +jardín, dormido para siempre bajo un naranjo, con un revólver en la +diestra. + +En tal situación, alguien le sugirió una idea al salir del Casino, +después de las dos de la madrugada, a la hora en que el insomnio +nervioso hace ver las cosas con una luz extraordinaria que parece darles +distinto relieve. Don Benito Valls, el rico _chueta_, le apreciaba +mucho. Varias veces había intervenido espontáneamente en sus asuntos, +librándole de peligros inminentes. Era simpatía a su persona y respeto a +su nombre. Valls no tenía más que una heredera, y además estaba enfermo: +la exuberancia prolífica de su raza se había desmentido en él. Su hija +Catalina había querido ser monja en la adolescencia; pero ahora, pasados +los veinte años, sentía gran amor por las vanidades del mundo, y +compadecía tiernamente a Febrer cuando hablaban ante ella de sus +desgracias. + +Jaime se resistió a la proposición casi con tanto asombro como _madó_ +Antonia. ¡Una _chueta_!... Pero la idea fue abriéndose camino, +lubrificada en su incesante taladro por los apuros y las miserias +crecientes que acompañaban la llegada de cada día. ¿Por qué no?... La +hija de Valls era la heredera más rica de la isla, y el dinero no tiene +sangre ni raza. + +Al fin había cedido a las instancias de algunos amigos, oficiosos +mediadores entre él y la familia, y aquella mañana iba a almorzar en la +casa de Valldemosa, donde vivía Valls gran parte del año para alivio del +asma que le ahogaba. + +Jaime hizo un esfuerzo de memoria queriendo recordar a Catalina. La +había visto varias veces, en las calles de Palma. Buena figura, rostro +agradable. Cuando viviera lejos de los suyos y vistiese mejor, sería una +señora «presentable»... ¿Pero podía amarla?... + +Febrer sonrió escépticamente. ¿Acaso resultaba necesario el amor para +casarse? El matrimonio era un viaje a dos por el resto de la vida, y +únicamente había que buscar en la mujer las condiciones que se exigen en +un compañero de excursión: buen carácter, identidad de gustos, las +mismas aficiones en el comer y en el dormir... ¡El amor! Todos se creían +con derecho a él, y el amor era como el talento, como la belleza, como +la fortuna, una dicha especial que sólo disfrutaban contadísimos +privilegiados. Por suerte, el engaño venía a ocultar esta cruel +desigualdad, y todos los humanos acababan sus días pensando +nostálgicamente en la juventud, creyendo haber conocido realmente el +amor, cuando no habían sentido otra cosa que el delirio de un contacto +de epidermis. + +El amor era una cosa hermosa, pero no indispensable en el matrimonio ni +en la existencia. Lo importante era escoger una buena compañera para el +resto del viaje; acomodarse bien en los asientos de la vida; arreglar el +paso de los dos a un mismo ritmo, para que no hubiesen saltos ni +encontronazos; dominar los nervios y que la piel no se repeliese en el +contacto de la existencia común; poder dormir como buenos camaradas, con +mutuo respeto, sin herirse con las rodillas ni meterse los codos en los +costillares... Él esperaba encontrar todo esto, dándose por contento. + +Valldemosa se presentó de pronto a su vista sobre la cumbre de una +colina rodeada de montañas. La torre de la Cartuja, con adornos de +azulejos verdes, elevábase sobre la frondosidad de los jardines de las +celdas. + +Febrer vio un carruaje inmóvil en una revuelta del camino. Un hombre +descendió de él, moviendo los brazos para que el cochero de Jaime +detuviese sus bestias. Luego abrió la portezuela y subió riendo, para +sentarse al lado de Febrer. + +--¡Hola, capitán!--dijo éste con extrañeza. + +--No me esperabas, ¿eh?... También soy del almuerzo; me convido yo +mismo. ¡Qué sorpresa va a tener mi hermano!... + +Jaime estrechó su diestra. Era uno de sus más leales amigos: el capitán +Pablo Valls. + + + + +III + + +Pablo Valls era conocido en toda Palma. Cuando tomaba asiento en la +terraza de un café del Borne formábase en torno de él un apretado +círculo de oyentes, que sonreían ante sus ademanes enérgicos y su voz +ruidosa, incapaz de sonar en tono discreto. + +--Yo soy _chueta_, ¿y qué?... ¡Judío de lo más judío! Todos los de mi +familia procedemos de «la calle». Cuando yo mandaba el _Roger de Launa_, +una vez que estuve en Argel me detuve a la puerta de la sinagoga, y un +viejo, luego de mirarme, dijo: «Tú puedes pasar: tú eres de los +nuestros.» Y yo le di la mano y contesté: «Gracias, correligionario.» + +Los oyentes reían, y el capitán Valls, declarando a gritos su calidad de +_chueta_, miraba a todas partes como si desafíase a las casas, a las +personas, al alma de la isla, hostil a su raza por un odio absurdo de +siglos. + +Su rostro delataba su origen. Las patillas rubias y canosas, unidas por +un bigote corto, revelaban al marino retirado de la navegación; pero +sobre estos adornos capilares resaltaba su perfil semita, su curva y +pesada nariz, su mentón saliente y unos ojos de párpados prolongados, +con pupilas de ámbar o de oro, según era la luz, en las que parecían +flotar algunos puntos de color de tabaco. + +Había navegado mucho; había vivido largas temporadas en Inglaterra y los +Estados Unidos, y de la permanencia en estas tierras de libertad, +insensibles a los odios religiosos, traía una franqueza belicosa que le +impulsaba a desafiar las preocupaciones de la isla, tranquila e inmóvil +en su estancamiento. Los otros _chuetas_, atemorizados por varios siglos +de persecución y menosprecio, ocultaban su origen o procuraban hacerlo +olvidar con su mansedumbre. El capitán Valls aprovechaba todas las +ocasiones para hablar de él, ostentándolo como un título de nobleza, +como un reto que lanzaba a la general preocupación. + +--Soy judío, ¿y qué?...--seguía gritando--. Correligionario de Jesús, de +San Pablo y otros santos a los que se venera en los altares. Los +_butifarras_ hablan con orgullo de sus abuelos, que datan casi de ayer. +Yo soy más noble, más antiguo. Mis ascendientes fueron los patriarcas de +la Biblia. + +Luego, indignándose contra las preocupaciones que se habían ensañado en +su raza, volvíase agresivo. + +--En España--decía gravemente--no hay cristiano que pueda levantar el +dedo. Todos somos nietos de judíos o de moros. Y el que no... el que +no... + +Aquí se detenía, y tras una breve pausa afirmaba con resolución: + +--Y el que no, es nieto de fraile. + +En la Península no se conoce el odio tradicional al judío que aún separa +la población de Mallorca en dos castas. Pablo Valls se enfurecía +hablando de su patria. No existían en ella judíos de religión. Hacía +siglos que había quedado disuelta la última sinagoga. Todos se habían +convertido en masa, y los rebeldes fueron quemados por la Inquisición. +Los _chuetas_ de ahora eran los católicos más fervorosos de Mallorca, +llevando a sus creencias un fanatismo semita. Rezaban en alta voz, +hacían sacerdotes a sus hijos, buscaban influencias para meter a sus +hijas en los conventos, figuraban como gente de dinero entre los +partidarios de las ideas más conservadoras, y sin embargo pesaba sobre +sus personas la misma antipatía que en otros siglos, y vivían aislados, +sin que ninguna clase social quisiera aliarse con ellos. + +--Cuatrocientos cincuenta años llevamos en el cogote el agua del +bautismo--seguía vociferando el capitán Valls--, y somos aún los +malditos, los réprobos, como antes de la conversión. ¿No tiene gracia +esto?... «¡Los _chuetas_! ¡Cuidado con ellos! ¡Mala gente!...» En +Mallorca hay dos catolicismos: uno para los nuestros y otro para los +demás. + +Luego, con un odio en el que parecían concentradas todas la +persecuciones, decía el marino, refiriéndose a sus hermanos de raza: + +--Bien empleado les está, por cobardes, por tener demasiado amor a la +isla, a esta _Roqueta_ en la que hemos nacido. Por no abandonarla se +hicieron cristianos, y hoy que lo son de veras les pagan a coces. De +seguir judíos, esparciéndose por el mundo como lo hicieron otros, tal +vez serían a estas horas personajes y banqueros de reyes, en vez de +estar en las tiendecitas de «la calle» fabricando bolsillos de plata. + +Escéptico en materias religiosas, despreciaba o atacaba a todos: a los +judíos fieles a sus antiguas creencias, a los conversos, a los +católicos, a los musulmanes, con los que había vivido en sus viajes a +las costas de África y en las escalas de Asia Menor. Otras veces +sentíase dominado por una ternura atávica, mostrando cierto respeto +religioso hacia su raza. + +Él era semita: lo declaraba con orgullo golpeándose el pecho. «El primer +pueblo del mundo.» + +--Éramos unos piojosos muertos de hambre cuando vivíamos en Asia, porque +allí no había con quién hacer comercio ni a quién prestar dinero. Pero +nadie más que nosotros ha dado al rebaño humano sus pastores actuales, +que aún serán por muchos siglos los amos de los hombres. Moisés, Jesús y +Mahoma son de mi tierra... Qué tres socios de fuerza, ¿eh, caballeros? Y +ahora hemos dado al mundo un cuarto profeta, también de nuestra raza y +nuestra sangre, sólo que éste tiene dos caras y dos nombres. Por un lado +se llama Rothschild, y es el capitán de todos los que guardan el dinero; +por otro lado se llama Carlos Marx, y es el apóstol de los que quieren +quitárselo a los ricos. + +La historia de su raza en la isla la condensaba Valls a su modo en +breves palabras. Los judíos eran muchos, muchísimos, en otros tiempos. +Casi todo el comercio estaba en sus manos; gran parte de las naves eran +suyas. Los Febrer y otros potentados cristianos no tenían reparo en +asociarse con ellos. Los tiempos antiguos podían llamarse de libertad; +la persecución y la barbarie eran relativamente modernas. Judíos eran +los tesoreros de los reyes, los médicos y otros cortesanos en las +monarquías medioevales de la Península.--Al iniciarse los odios +religiosos, los hebreos más ricos y astutos de la isla habían sabido +convertirse a tiempo, voluntariamente, fundiéndose con las familias del +país y haciendo olvidar su origen. Estos católicos nuevos eran los que +después, con el fervor del neófito, habían azuzado la persecución contra +sus antiguos hermanos. Los _chuetas_ de ahora, los únicos mallorquines +de origen judío conocido, eran los descendientes de los últimos +convertidos, los nietos de las familias en las que se había ensañado la +Inquisición. + +Ser _chueta_, proceder de la calle de la Platería, a la que se llamaba +por antonomasia «la calle», era la peor desgracia que le podía ocurrir a +un mallorquín. En vano se habían hecho revoluciones en España y aclamado +leyes liberales que reconocían la igualdad de todos los españoles; el +_chueta_, al pasar a la Península, era un ciudadano como los otros, pero +en Mallorca era un réprobo, una especie de apestado, que sólo podía +emparentar con los suyos. + +Valls comentaba irónicamente el orden social en que habían vivido, +escalonadas durante siglos, las diversas clases de la isla, y del que +quedaban aún muchos peldaños intactos. Arriba, en la cúspide, los +orgullosos _butifarras_; luego los nobles, los caballeros; después los +_mossons_; tras éstos los mercaderes y los menestrales, y a continuación +los payeses, cultivadores del suelo. Abríase aquí un enorme paréntesis +en el orden seguido por Dios al crear a unos y a otros: un vasto espacio +libre que cada cual podía poblar a su capricho. Indudablemente, detrás +de los mallorquines nobles y plebeyos venían en orden de consideración +los cerdos, los perros, los asnos, los gatos, las ratas... y a la cola +de todas estas bestias del Señor, el odiado vecino de «la calle», el +_chueta_, paria de la isla. Nada importaba que fuese rico, como el +hermano del capitán Valls, o inteligente, como otros. Muchos _chuetas_, +funcionarios del Estado en la Península, militares, magistrados, +hacendistas, al volver a Mallorca encontraban que el último mendigo se +consideraba superior a ellos, y al creerse molestado prorrumpía en +insultos contra sus personas y sus familias. El aislamiento de este +pedazo de España rodeado de mar servía para mantener intacta el alma de +otras épocas. + +En vano los _chuetas_, huyendo de este odio que perduraba a través del +progreso, extremaban su catolicismo con una fe vehemente y ciega, en la +que influía mucho el terror infiltrado en su alma y en su carne por una +persecución de siglos. En vano seguían rezando a gritos en sus casas, +para que se enterasen los vecinos de la calle, imitando en esto a sus +abuelos, que hacían lo mismo y además guisaban la comida en las ventanas +con el propósito de que viesen todos que comían cerdo. Los odios +tradicionales de separación no caían vencidos. La Iglesia católica, que +se titula universal, era cruel e inabordable para ellos en la isla, +pagando su adhesión con hurañas repulsiones. Los hijos de los _chuetas_ +que deseaban ser curas no encontraban sitio en el Seminario. Los +conventos cerraban las puertas a toda novicia procedente de «la calle». +Las hijas de los _chuetas_ se casaban en la Península con hombres +notables o de gran fortuna, pero en la isla apenas encontraban quien +aceptase su mano y sus riquezas. + +--¡Gente mala!--continuaba diciendo irónicamente Valls--. Son +trabajadores, ahorran, viven en paz en el seno de sus familias, hasta +son más católicos que los otros; pero son _chuetas_, y algo tendrán +cuando les odian. Tienen... «algo», ¿se enteran ustedes? «algo». Él que +quiera saber más que averigüe. + +Y el marino reía hablando de los pobres payeses del campo, que hasta +pocos años antes afirmaban de buena fe que los _chuetas_ estaban +cubiertos de grasa y tenían rabo, aprovechando la ocasión de encontrar +solo a un niño de «la calle» para desnudarlo y convencerse de si era +cierto lo del apéndice caudal. + +--¿Y lo de mi hermano?--proseguía Valls--. ¿Y lo de mi santo hermano +Benito, que reza a voces y parece que se vaya a comer las imágenes?... + +Todos recordaban el caso de don Benito Valls, y reían francamente, ya +que el hermano era el primero en burlarse del suceso. El rico _chueta_ +se había visto dueño, al cobrar unos créditos, de una casa y valiosas +tierras en un pueblo del interior de la isla. Al ir a tomar posesión de +la nueva propiedad, los vecinos más prudentes le habían dado buenos +consejos. Era muy dueño de visitar su hacienda durante el día, ¿pero +pernoctar en su casa?... ¡nunca! No había memoria de que un _chueta_ +hubiese dormido en el pueblo. Don Benito no prestó atención a estos +consejos y se quedó una noche en su propiedad; pero apenas se metió en +la cama huyeron los caseros. Cuando el amo se cansó de dormir saltó del +lecho. Ni el más tenue resplandor entraba por las rendijas. Creía haber +dormido doce horas lo menos, pero aún era de noche. Abrió una ventana, y +su cabeza tropezó cruelmente en la obscuridad; intentó franquear la +puerta, y no pudo. Durante su sueño el vecindario había tapiado todos +los huecos y salidas, y el _chueta_ tuvo que salvarse por el tejado, +entre las risotadas de la gente, que celebraba su obra. Esta broma sólo +era a guisa de advertencia; si persistía en ir contra las costumbres del +pueblo, alguna noche despertaría entre llamas. + +--¡Muy bárbaro, pero gracioso!--añadió el capitán--. ¡Mi hermano!... +¡Una buena persona!... ¡un santo!... + +Todos reían al oír estas palabras. Seguía tratándose con su hermano, +aunque con cierta frialdad, y no hacía secreto de los agravios que tenía +con él. El capitán Valls era el bohemio de la familia, siempre en el mar +o en lejanas tierras, llevando una vida de solterón alegre. Bastante +tenía para vivir. Y a la muerte del padre, su hermano se había quedado +con los negocios de la casa, quitándole muchos miles de duros. + +--¡Lo mismo que entre cristianos viejos!--se apresuraba a añadir +Pablo--. En esto de las herencias no hay razas ni credos. El dinero no +conoce religión. + +Las interminables persecuciones sufridas por sus ascendientes irritaban +a Valls. Todas las circunstancias eran buenas para atropellar a las +gentes de «la calle». Cuando los payeses tenían agravios con los nobles +y bajaban los foráneos en bandas armadas contra los ciudadanos de Palma, +el conflicto se resolvía asaltando unos y otros el barrio de los +_chuetas_, matando a los que no huían y robando sus tiendas. Si un +batallón mallorquín recibía orden de marchar a España en caso de guerra, +los soldados se amotinaban, salían del cuartel y saqueaban «la calle». +Cuando las reacciones sucedían en España a las revoluciones, los +realistas, para celebrar su triunfo, asaltaban las platerías de los +_chuetas_, se apoderaban de sus riquezas y hacían hogueras con los +muebles, arrojando a las llamas hasta los crucifijos... ¡Crucifijos de +antiguo judío, que forzosamente habían de ser falsos! + +--¿Y quiénes son los de «la calle»?--gritaba el capitán--. Ya se sabe: +los que tienen la nariz y los ojos como yo. Pero hay muchos _chuetas_ +que son romos y no presentan nada del tipo común. En cambio, ¿cuántos +que se tienen por caballeros rancios, de nobleza orgullosa, presentan +una cara que ni la de Abraham y Jacob?... + +Existía una lista de apellidos sospechosos para conocer a los verdaderos +_chuetas_. Pero estos mismos apellidos los llevaban cristianos viejos, y +era el capricho tradicional el que separaba a unos de otros. Sólo habían +quedado marcadas por el odio popular las familias descendientes de los +que fueron azotados o quemados por la Inquisición. El famoso catálogo de +los apellidos estaba sacado indudablemente de los autos del Santo +Oficio. + +--¡Una felicidad el hacerse cristiano! Los abuelos achicharrados en la +hoguera y los nietos marcados y malditos por los siglos de los siglos... + +El capitán perdía su tono irónico al recordar la historia horripilante +de los _chuetas_ de Mallorca. Se coloreaban sus mejillas y brillaban sus +ojos con fulgores de odio. Para vivir tranquilos, se habían convertido +todos en masa en el siglo XV. No quedaba un judío en la isla, pero a la +Inquisición le era preciso hacer algo para justificar su existencia, y +hubo quemas de sospechosos de judaísmo en el Borne, espectáculos +organizados, como decían los cronistas de la época, «con arreglo a las +funciones más lucidas celebradas para el triunfo de la Fe en Madrid, +Palermo y Lima». + +Unos _chuetas_ fueron quemados, otros sufrieron azotes, otros salieron +únicamente a la vergüenza con caperuza pintada de diablos y vela verde +en la mano; pero todos vieron por igual confiscados sus bienes, y el +Santo Tribunal se enriqueció. Desde entonces, los sospechosos de +judaísmo, los que no contaban con un protector clérigo, tuvieron que ir +todos los domingos a misa a la catedral con sus familias, bajo el mando +y custodia de un alguacil, que los formaba en rebaño, les ponía un manto +para que nadie los confundiese, y así los llevaba al templo, entre las +rechiflas, insultos y pedradas del devoto populacho. Esto era un domingo +y otro domingo, y en este suplicio semanal y sin término morían los +padres y se convertían en hombres los hijos, engendrando nuevos +_chuetas_ destinados al insulto público. + +Unas cuantas familias se concertaron para huir de esta vergonzosa +esclavitud. Se reunían en un huerto inmediato a la muralla y las +aconsejaba y dirigía un tal Rafael Valls, hombre animoso y de gran +cultura. + +--No sé ciertamente si fue pariente mío--decía el capitán--. ¡Han pasado +más de dos siglos desde entonces! Pero si no lo fue, quiero que lo +sea... Me honra mucho tenerlo como abuelo mío. ¡Adelante! + +Pablo Valls había coleccionado en su casa papeles y libros de la época +de las persecuciones, y hablaba de éstas como de un suceso acaecido días +antes. + +--Se embarcaron hombres, mujeres y niños en un buque inglés; pero un +temporal lo volvió de nuevo a las costas de Mallorca, y los fugitivos +fueron presos. Esto era gobernando a España Carlos II el Hechizado. +¡Querer huir de Mallorca, donde tan bien les trataban, y a más de esto, +en un buque tripulado por luteranos!... Tres años estuvieron presos, y +la confiscación de sus bienes produjo un millón de duros. Además, el +Santo Tribunal contaba con otros millones arrancados a las víctimas +anteriores, y construyó un palacio en Palma, el mejor y más lujoso que +tuvo en parte alguna la Inquisición. A los prisioneros les dieron +tormento hasta confesar lo que deseaban sus jueces, y en 7 de Marzo de +1691 comenzaron las ejecuciones. Aquel suceso tuvo un historiador como +no se conoce otro en el mundo, el padre Garau, santo jesuita, pozo de +ciencia teológica, rector del Seminario de Monte-Sión, donde ahora está +el Instituto, autor del libro _La fe triunfante_, un monumento literario +que no vendo por todo el dinero del mundo. Aquí está: me acompaña a +todas partes. + +Y sacaba de un bolsillo _La fe triunfante_, librito encuadernado en +pergamino, de antigua y rojiza impresión, que acariciaba con un cariño +feroz. + +¡Bendito padre Garau! Encargado de exhortar y fortalecer a los reos, lo +había visto todo de cerca, y se hacía lenguas de los miles y miles de +espectadores que acudieron de los diversos pueblos de la isla para +presenciar la fiesta, de las misas solemnes con asistencia de treinta y +ocho reos destinados a la quema, del lujoso atavío de caballeros y +alguaciles, jinetes en briosos corceles al frente de la procesión, y de +«la piedad del gentío, que prorrumpía otras veces en gritos de lástima +cuando llevaban a la horca a un facineroso, y permanecía mudo ante estos +réprobos olvidados del Señor...» En aquel día se mostró, según el docto +jesuita, el temple de alma de los que creen en Dios y de los que le +desconocen. Los sacerdotes marchaban animosos, dando gritos de +exhortación sin cansarse; los miserables reos iban pálidos, decaídos y +sin fuerzas. Bien se vio de qué parte estaba la ayuda celeste. + +Los sentenciados fueron conducidos al pie del castillo de Bellver, para +la quema final. El marqués de Leganés, gobernador del Milanesado, de +paso en Mallorca con su flota, se apiadó de la juventud y belleza de una +muchacha condenada a las llamas y pidió su perdón. El Tribunal alabó los +sentimientos cristianos del marqués, pero no quiso admitir su súplica. + +El padre Garau era el encargado de convencer a Rafael Valls, «hombre de +ciertas letras, pero al que inspiraba el demonio un desmedido orgullo, +impulsándolo a maldecir a los que le condenaban a muerte, y sin querer +reconciliarse con la Iglesia». Pero, como decía el jesuita, estas +valentías, obra del Malo, acaban ante el peligro y no pueden compararse +con la serenidad del sacerdote que exhorta al reo. + +--El padre jesuita era un héroe lejos de las llamas. Ahora verán ustedes +con qué piedad evangélica relata la muerte de mi abuelo. + +Y abriendo Valls el libro por una página señalada, leía con lentitud: +«Mientras llegó sólo el humo a él, era una estatua; en llegando la +llama, se defendió, se cubrió y forcejeó como pudo, y hasta que no pudo +más. Estaba gordo como un lechonazo de cría y encendióse en lo interior; +de manera que aun cuando no llegaban las llamas, ardían sus carnes como +un tizón; y reventando por medio, se le cayeron las entrañas como a +Judas. _Crepuit medius difusa sunt omnia viscera ejus.»_ + +Esta lectura bárbara producía siempre efecto. Cesaban las risas, se +entenebrecían los rostros, y el capitán Valls paseaba en torno sus ojos +de ámbar, respirando satisfecho, como si acabase de alcanzar un triunfo, +mientras el pequeño volumen volvía a ocultarse en su bolsillo. + +Una vez que Febrer figuraba entre los oyentes, el marino le dijo con voz +rencorosa: + +--Tú también estabas allí. Es decir, tú no. Uno de tus abuelos, un +Febrer, llevaba la bandera verde, como alférez mayor del Tribunal; y las +damas de tu familia fueron en carroza al pie del castillo para +presenciar la quema. + +Jaime, molestado por el recuerdo, levantó los hombros. + +--¡Cosas viejas! ¿Quién se acuerda de lo que ya pasó? Sólo algún loco +como tú... Anda, Pablo, cuéntanos algo de tus viajes... de tus +conquistas de mujeres. + +El capitán rezongaba... ¡Cosas viejas! El alma de la _Roqueta_ era aún +la misma que en aquellos tiempos. Persistía el odio de religión y de +raza. Por algo vivían aparte, en un pedazo de tierra aislado por el mar. + +Pero Valls recobraba pronto su buen humor, y como todos los que han +rodado por el mundo, no podía resistirse a la invitación de relatar su +pasado. + +Febrer, otro vagabundo como él, gozaba escuchándole. Los dos habían +vivido una existencia agitada y cosmopolita, distinta de la monótona +vida de los isleños; los dos habían gastado el dinero con prodigalidad. +La única diferencia estribaba en que Valls había sabido ganarlo +igualmente con el genio activo de su raza, y ahora, diez años mayor que +Jaime, tenía con qué atender desahogadamente a sus modestas necesidades +de solterón. Todavía comerciaba de vez en cuando y hacía comisiones para +amigos que le escribían desde puertos lejanos. + +De su accidentada historia de marino, Febrer desechaba el relato de +hambres y borrascas, y sólo sentía curiosidad por los amoríos en los +grandes puertos internacionales, donde se amontonan los vicios exóticos +y las hembras de todas las razas. Valls, en sus tiempos juveniles, +cuando mandaba buques de su padre, había conocido mujeres de todas +clases y colores, viéndose mezclado en orgías marinerescas que acababan +entre olas de _whisky_ y golpes de cuchillo. + +--Pablo, cuéntanos aquellos amoríos en Jaffa, cuando los moros te +querían matar. + +Y Febrer lanzaba carcajadas escuchándole, mientras el marino se decía +que este Jaime era un buen muchacho, digno de mejor suerte, sin otro +defecto que ser un _butifarra_ algo pegado a las preocupaciones de +familia. + +Cuando subió al carruaje de Febrer en el camino de Valldemosa, dando +orden al cochero que lo había traído hasta allí para que regresase a +Palma, se echó atrás el sombrero de fieltro flexible, que llevaba en +todo tiempo, aplastado de copa, con el ala delantera subida y la +posterior desplomada sobre la nuca. + +--¡Aquí estamos todos! ¿de veras que no me esperabas? A mí; me lo +cuentan todo, y ya que hay fiesta de familia, que sea completa. + +Febrer fingía no entenderle. El carruaje entró en Valldemosa, +deteniéndose en las inmediaciones de la Cartuja ante una casa de +construcción moderna. Cuando los dos amigos transpusieron la verja del +jardín, vieron venir hacia ellos un señor de blancas patillas apoyado en +un bastón. Era don Benito Valls. Saludó a Febrer con voz lenta y opaca, +cortando varias veces sus palabras para sorber el aire. Hablaba +humildemente, celebrando con grandes extremos el honor que le hacía +Febrer al aceptar su invitación. + +--¿Y yo?--preguntó el capitán con sonrisa maligna--; ¿yo no soy +nadie?... ¿No te alegras de verme? + +Don Benito se alegraba de verle. Así lo dijo varias veces, pero sus ojos +revelaban inquietud. Su hermano le inspiraba cierto miedo. ¡Qué +lengua!.... Mejor vivían sin verse. + +--Hemos venido juntos--continuó el marino--. Al saber que Jaime +almorzaba aquí, me he convidado yo mismo, seguro de darte un alegrón. +Estas reuniones de familia son encantadoras. + +Habían entrado en la casa, adornada con sencillez. Los muebles eran +modernos y vulgares. Algunos cromos y unas pinturas horribles +representando paisajes de Valldemosa y Miramar adornaban las paredes. + +Catalina, la hija de don Benito, bajó apresuradamente del piso superior. +Llevaba aún polvos de arroz esparcidos en el pecho, revelando el +apresuramiento con que había dado un último toque de adorno a su persona +al ver llegar el carruaje. + +Jaime pudo contemplarla detenidamente por primera vez. No se había +equivocado en sus apreciaciones. Era alta, de un moreno mate, con negras +cejas, ojos iguales a gotas de tinta y un ligero vello en el labio y las +sienes. Su esbeltez juvenil ofrecíase llena y firme, anunciando una +mayor expansión para el porvenir, como en todas las hembras de su raza. +Parecía de carácter dulce y sumiso: una buena compañera, incapaz de +estorbos en el viaje de la vida común. Tenía los ojos bajos y se coloreó +su rostro al encontrarse frente a Jaime. En su actitud, en sus miradas +furtivas, notábase el respeto, la adoración del que se siente intimidado +en presencia de un ser que considera superior. + +El capitán acarició a su sobrina con cierta libertad, adoptando el mismo +gesto de viejo alegre con que hablaba a las muchachuelas de Palma, a +altas horas de la noche, en algún restorán del Borne. ¡Ah, buena moza! +¡Y qué guapa estaba! Parecía imposible que fuese de una familia de feos. + +Don Benito los encaminó a todos al comedor. El almuerzo esperaba hacía +mucho rato; en aquella casa se comía al uso antiguo: las doce en punto. +Sentáronse a la mesa, y Febrer, que estaba al lado del dueño, sintióse +molestado por su respiración jadeante, por las grandes aspiraciones con +que interrumpía sus palabras. + +En el silencio que envuelve siempre el principio de toda comida, sonó +penosamente el silbido de sus pulmones enfermos. El rico _chueta_ +avanzaba los labios, poniéndolos en forma circular como la boca de una +trompetilla, y aspiraba el aire con ruido fatigoso. Como todos los +enfermos, sentía la necesidad de hablar, y sus palabras eran +interminables, entre balbuceos y largos descansos que le dejaban con el +pecho jadeante y los ojos en alto, cual si fuese a morir asfixiado. Un +ambiente de inquietud se extendía por el comedor. Febrer le miraba con +cierta alarma, como si aguardase verle caer moribundo de su silla. La +hija y el capitán habituados al espectáculo, parecían indiferentes. + +--Es el asma, don Jaime--dijo trabajosamente el enfermo--En +Valldemosa... estoy mejor... En Palma me moría. + +Y la hija aprovechó la ocasión para dejar oír una voz de monjita tímida, +que contrastaba con sus ardientes ojos orientales: + +--Sí; papá vive mejor aquí. + +--Aquí estás más tranquilo--añadió el capitán--y haces menos pecados. + +Febrer pensaba en el tormento de pasar su existencia al lado de aquel +fuelle roto. Por fortuna, moriría pronto. Una molestia de algunos meses, +que no modificaba su resolución de entrar en la familia. ¡Adelante! + +El asmático, en su manía verbosa, hablaba a Jaime de sus descendientes, +de los ilustres Febrer, los caballeros más buenos y nobles de la isla. + +--Yo tuve el honor de ser muy amigo de su señor abuelo don Horacio. + +Febrer le miró asombrado... ¡Mentira! A su señor abuelo le conocían +todos en la isla y con todos hablaba, pero guardando una gravedad que +imponía respeto a las gentes sin alejarlas. ¡Pero de esto a ser amigo +suyo!... Tal vez le habría tratado con motivo de alguno de los préstamos +que necesitaba don Horacio para sostener su fortuna en plena decadencia. + +--También conocí mucho a su señor padre--prosiguió don Benito, animado +por el silencio de Febrer--. Trabajé por él cuando salió diputado. +¡Aquéllos eran otros tiempos! Yo era joven, y no tenía la fortuna que +tengo ahora... Entonces figuraba entre los «rojos». + +El capitán Valls le interrumpió riendo. Ahora su hermano era conservador +y miembro de todas las cofradías de Palma. + +--Sí, lo soy--gritó el enfermo, ahogándose--. Me gusta el orden... me +gusta lo antiguo... que manden los que tienen que perder. ¿Y la +religión? ¡Ah, la religión!... Por ella daría la vida. + +Y se llevó una mano al pecho, respirando angustiosamente, como si le +ahogase el entusiasmo. Clavaba en lo alto sus ojos mortecinos, adorando +con el respeto del miedo la santa institución que había quemado a sus +ascendientes. + +--No haga usted caso de Pablo--continuó al recobrar el diento, +dirigiéndose a Febrer--; usted lo conoce bien: una mala cabeza, un +republicano, un hombre que podía ser rico y va a llegar a viejo sin +tener dos pesetas. + +--¿Para qué? ¿Para que tú me las quites?... + +Con esta brusca interrupción del marino se hizo el silencio. Catalina +puso un gesto triste, como si temiese que se reprodujeran ante Febrer +las ruidosas escenas que había presenciado muchas veces al discutir los +dos hermanos. + +Don Benito levantó los hombros y habló sólo para Jaime. Su hermano +estaba loco: un corazón de oro, pero loco, rematadamente loco. Con sus +ideas exaltadas y sus vociferaciones en los cafés, era el principal +culpable de que las personas decentes guardasen cierta prevención +contra... de que hablasen mal de... + +Y el viejo acompañaba sus truncadas expresiones con gestos humildes, +evitando pronunciar la palabra _chueta_ y nombrar la famosa «calle». + +El capitán, con las mejillas coloreadas por el arrepentimiento de su +acometividad, quería hacer olvidar las palabras anteriores, y comía +vorazmente teniendo la cabeza baja. + +La sobrina rio de su buen apetito. Siempre que comía con ellos les +admiraba por la capacidad de su estómago. + +--Es que yo sé lo que es hambre--dijo el marino con cierto orgullo--. Yo +he sufrido hambre de verdad, hambre de la que hace pensar en la carne de +los compañeros. + +Y lanzado por este recuerdo en pleno relato de sus aventuras marítimas, +hablaba de los tiempos juveniles, cuando había sido «agregado» a bordo +de una fragata de las que iban a las costas del Pacífico. + +Al empeñarse en ser marino, su padre, el viejo Valls, autor de la +fortuna de la casa, le había embarcado en una goleta de su propiedad que +traía azúcar de la Habana. Aquello no era navegar. El cocinero le +guardaba los mejores platos, el capitán no se atrevía a darle una orden, +viendo en él al hijo del armador. Nunca sería un buen marino, duro y +experto. Con la tenaz energía de su raza, se había embarcado sin saberlo +su padre en una fragata que se hacía a la vela para cargar guano en las +islas Chinchas, tripulada por gentes de pueblos diversos: ingleses +desertores de la flota, lancheros de Valparaíso, indios peruanos, lo +peor de cada casa, bajo el mando de un catalán cicatero, más pródigo en +los rebencazos que en el, rancho. El viaje de ida fue regular; pero a la +vuelta, luego de haber pasado el estrecho de Magallanes, sobrevinieron +las calmas, y la fragata quedó inmóvil en el Atlántico cerca de un mes, +agotándose rápidamente el pañol de los víveres. El armador, un avaro, +había aprovisionado el buque con escandalosa parsimonia, y el capitán a +su vez había roído los víveres, apropiándose una parte de la cantidad +destinada a la compra. + +--Nos daban dos galletas al día, llenas de gusanos. Cuando recibí las +primeras me entretuve cuidadosamente, como un señorito de buena casa, en +quitarles uno por uno aquellos animalejos. Pero después de la limpia +sólo quedaban unas cortezas delgadas como hostias, y me moría de hambre. +Luego... + +--¡Oh, tío!--protestó Catalina, adivinando lo que iba a decir y +repeliendo el tenedor y el plato con un gesto de repugnancia. + +--Luego--continuó el marino, impasible--suprimí la limpieza y me las +tragué enteras. Bien es verdad que comía de noche... ¡Muchas que hubiese +tenido, muchacha! Al final sólo nos daban una por día, y cuando llegué a +Cádiz hube de estar sometido muchos a caldo, para que mi estómago se +arreglase. + +Al terminar el almuerzo, Catalina y Jaime salieron al jardín. El mismo +don Benito, con aires de patriarca, bondadoso, ordenó a su hija que +acompañase al señor de Febrer para mostrarle unos rosales de exótica +variedad que él había plantado. Los dos hermanos quedaron en la +habitación que servía de despacho, viendo a la pareja que paseaba por el +jardín y acabó sentándose en dos sillones de junco a la sombra de un +árbol. + +Catalina contestaba a las preguntas de su acompañante con una timidez de +doncella cristiana santamente educada, adivinando el propósito oculto +bajo sus palabras de vulgar galantería. + +Aquel hombre venía por ella, y su padre era el primero en aceptar este +deseo. ¡Cosa hecha!... Era un Febrer, y ella iba a decirle «sí». Recordó +sus años infantiles en el colegio, rodeada de niñas más pobres que +aprovechaban todas las ocasiones para molestarla, por envidia a su +riqueza y por un odio aprendido de sus padres. Era la _chueta_. Sólo +podía juntarse con las de su raza, y aun éstas, ansiosas de congraciarse +con el enemigo, se traicionaban mutuamente, sin energía ni cohesión para +la defensa común. A la hora de salida, las _chuetas_ se marchaban antes, +por indicación de las monjas, para evitar los insultos y ataques de las +otras alumnas al verse juntas en la calle. Hasta las criadas que +acompañaban a las niñas emprendían peleas, asumiendo los odios y +preocupaciones de sus amos. También en las escuelas de niños los +_chuetas_ salían antes, huyendo de las pedradas y correazos de los +cristianos viejos. + +La hija de Valls había sufrido los tormentos del alfilerazo traidor, del +arañazo oculto, del golpe de tijera en la trenza, y luego, al ser mujer, +el odio y el desprecio de sus antiguas compañeras le había seguido en la +vida, amargando sus placeres de mujer joven y rica. ¿Para qué ser +elegante?... En los paseos sólo la saludaban los amigos de su padre; en +el teatro no veía visitado su palco más que por gentes procedentes de +«la calle». Con uno de ellos tendría que casarse, como se habían casado +su madre y sus abuelas. La desesperación y el misticismo de la +adolescencia la habían arrastrado hacia la vida monjil. Su padre estuvo +próximo a ahogarse de pena. Pero la religión, ¡aquella religión por la +que deseaba dar la vida!... Aceptó don Benito lo del monjío en un +convento de Mallorca, donde él pudiera ver a su hija todos los días. +Pero ningún convento quiso abrir sus puertas para ella. Las superioras, +tentadas por la fortuna del padre, que acabaría por pasar a la +comunidad, mostrábanse transigentes y buenas; pero los rebaños +monásticos alborotábanse ante la idea de recibir en su seno a una de «la +calle», y no humilde ni resignada para soportar la superioridad de las +otras, sino rica y soberbia. + +Cuando, empujada de nuevo hacia el mundo por esta resistencia, no sabía +qué pensar de su porvenir y vivía como una enfermera junto al padre, +ignorando cuál podría ser su suerte, volviendo la espalda a los jóvenes +_chuetas_ que mariposeaban en torno de ella atraídos por los millones de +don Benito, presentábase el noble Febrer, como un príncipe de cuento de +hadas, para hacerla su esposa. ¡Qué bueno es Dios!... Se veía en aquel +palacio inmediato a la catedral, en el barrio de los nobles por cuyas +estrechas calles de pavimento azul y silencioso pasan los canónigos +durante las horas dormidas de la tarde, atraídos por la campana de coro. +Se veía en un carruaje lujoso por entre los pinos de la montaña de +Bellver o a lo largo del muelle, con Jaime al lado de ella, y gozaba +pensando en las miradas de odio de sus antiguas compañeras, que no sólo +le envidiarían su riqueza y su nuevo rango, sino la posesión de aquel +hombre al que lejanas aventuras y una vida agitada habían proporcionado +cierta aureola de terrible seducción, deslumbradora y fatal para las +tranquilas señoritas de la isla. + +Jaime Febrer!... Catalina le había visto siempre de lejos; pero cuando +entretenía su aburrida soledad con una lectura incesante de novelas, +ciertos personajes, los más interesantes por sus aventuras y sus +audacias, le hacían pensar siempre en aquel noble del barrio de la +Catedral que andaba por el mundo con mujeres elegantes disipando su +fortuna. ¡Y de pronto su padre le hablaba de este personaje +extraordinario, dando por seguro que iba a ofrecerle su nombre, y con él +la gloria de sus ascendientes, que habían sido amigos de reyes!... No +sabía ella si era amor o gratitud, pero un sentimiento de ternura que +empañaba sus ojos la impelía hacia aquel hombre. ¡Ay, cómo iba a +quererlo! Y escuchaba como un zumbido dulce sus palabras, sin saber +ciertamente qué decía, embriagándose con su música, pensando al mismo +tiempo en el porvenir que rápidamente se había abierto ante ella, como +una salida de sol que rasga las nubes. + +Luego, haciendo un esfuerzo, concentraba su atención, y oía a Febrer que +le hablaba de grandes y lejanas ciudades, de desfiles de coches lujosos, +con mujeres que ostentaban las últimas modas, de escalinatas de teatros +por donde descendían cascadas de brillantes, plumas y hombros desnudos, +esforzándose él por colocarse al nivel del pensamiento de la muchacha, +por halagarla con estas descripciones de gloria femenil. + +Jaime no decía más, pero Catalina adivinaba el propósito que había +precedido a estas palabras. Ella, la infeliz muchacha de «la calle», la +_chueta_, habituada a ver a los suyos plegados y temerosos bajo el peso +de un odio tradicional, visitaría estas ciudades, se mezclaría en los +desfiles de riqueza, tendría francas las puertas que había contemplado +siempre cerradas, y entraría por ellas apoyándose en el brazo de un +hombre que le había parecido siempre la representación de todas las +grandezas terrenales. + +--¡Cuándo veré yo eso!--murmuraba Catalina con hipócrita humildad--. Yo +estoy condenada a vivir en la isla; yo soy una pobre muchacha que no he +hecho mal a nadie, y sin embargo he sufrido grandes disgustos... Debo +ser antipática. + +Febrer se lanzó por el camino que le franqueaba esta habilidad femenil. +¡Antipática!... No, Catalina. Él había venido a Valldemosa sólo por +verla, por hablarla. Le ofrecía una vida nueva. Todo aquello que le +causaba asombro podía conocerlo y paladearlo con sola una palabra. +¿Quería casarse con él?... + +Catalina, que esperaba esta propuesta desde una hora antes, palideció +trémula de emoción. ¡Oírla de sus labios!... Pasó mucho tiempo sin +contestar, y al fin balbuceó algunas palabras. Era una felicidad, la +mayor de su existencia, pero una doncella bien educada no debe contestar +inmediatamente. + +--¿Yo?... Veremos... ¡Es tan grande esta sorpresa! + +Jaime quiso insistir, pero en el mismo instante salió al jardín el +capitán Valls, llamándole con grandes voces. Debían irse a Palma: ya +había dado orden al cochero para que enganchase. Febrer protestó +sordamente. ¿Con qué derecho se mezclaba aquel entrometido en sus +asuntos?... + +La presencia de don Benito cortó su protesta. Bufaba angustiosamente, +con el rostro congestionado. El capitán se movía con hostil nerviosidad, +protestando de la tardanza del cochero. Adivinábase que los hermanos +acababan de sostener una discusión violenta. El mayor miró a su hija, +miró a Jaime, y pareció serenarse al adivinar que los dos se habían +entendido. + +Don Benito y Catalina les acompañaron hasta el carruaje. El asmático +cogió una mano de Febrer entre las suyas con vehemente apretón. Aquélla +era su casa, y él un verdadero amigo deseoso de servirle. Si necesitaba +su auxilio, podía mandar como quisiera. ¡Lo mismo que si fuese de la +familia!... Todavía nombró una vez más a don Horacio, recordando su +antigua amistad. Luego le invitó a que almorzase con ellos dos días +después, sin acordarse para nada de su hermano. + +--Sí, volveré--dijo Jaime lanzando una mirada a Catalina que la hizo +enrojecer. + +Cuando perdieron de vista la verja de la casa, detrás de la cual +agitaban sus manos el padre y la hija, el capitán Valls lanzó una +ruidosa carcajada. + +--Según parece, ¿quieres que sea tío tuyo?--preguntó irónicamente. + +Febrer, que iba furioso por la intervención de su amigo y la rudeza con +que le había hecho abandonar la casa, dio expansión a su cólera. ¿Y a él +qué le importaba? ¿Con qué derecho se atrevía a mezclarse en sus +asuntos?... Era ya bastante grande para no necesitar consejeros. + +--¡Alto!--dijo el marino retrepándose en el asiento y llevando sus manos +al chambergo de mosquetero caído sobre su cogote--. ¡Alto, galán!... Me +mezclo porque soy de la familia. Creo que se trata de mi sobrina; a lo +menos así me parece. + +--Y si quiero casarme con ella, ¿qué?... Tal vez a Catalina le parezca +bien; tal vez su padre se muestre conforme. + +--No digo que no; pero soy su tío, y el tío protesta y dice que esa boda +es un disparate. + +Jaime le miró con asombro. ¡Disparate casarse con un Febrer! ¿Acaso +deseaba algo mejor para su sobrina?... + +--Disparate por parte de ellos y disparate por tu parte--afirmó Valls--. +¿Te has olvidado de dónde vives? Tú puedes ser mi amigo, el amigo del +_chueta_ Pablo Valls, al que ves en el café, en el Casino, y que además +tienen las gentes por medio loco. ¡Pero casarte con una mujer de mi +familia!... + +Y el marino reía al pensar en esta unión. Los parientes de Jaime iban a +indignarse contra él, negándole para siempre el saludo. Más tolerantes +se mostrarían si cometía un asesinato. Su tía «la Papisa Juana» iba a +chillar como si presenciase un sacrilegio. Él lo perdería todo, y su +sobrina, olvidada y tranquila hasta entonces, iba a trocar el +aburrimiento de su casa, monótono y triste, pero que al fin era una paz, +por una vida infernal de disgustos, humillaciones y desprecios. + +--No; te lo repito: el tío se opone. + +Hasta las gentes del populacho que se decían enemigas de los ricos se +indignarían al ver a un _butifarra_ casándose con una _chueta_. Había +que respetar el ambiente tradicional de la isla, so pena de morir como +moriría su hermano Benito, por falta de aire. Era peligroso querer +modificar de un golpe la obra de siglos. Hasta los que llegaban de +fuera, limpios de prejuicios, sufrían al poco tiempo la influencia de +esta repulsión de razas que parecía diluida en la atmósfera. + +--Una vez--continuó Valls--vino un matrimonio belga a establecerse en la +isla, recomendado a mí por un amigo de Amberes. Les atendí, les hice +toda clase de favores. «Tengan ustedes cuidado--dije muchas veces--; +piensen que soy _chueta_, y los _chuetas_ son gente muy mala.» La mujer +reía. ¡Qué barbaridad! ¡Qué atraso el de la isla! Judíos los había en +todas partes y eran gentes iguales a las otras. Nos vimos menos, +trataron a otras personas. Un año después, al encontrarme en la calle, +miraron a todos lados antes de saludarme. Ahora me ven y vuelven la cara +siempre que pueden... ¡Lo mismo que si fuesen mallorquines! + +¡Casarse!... Esto era para toda la vida. En los primeros meses, Jaime +haría frente a las murmuraciones y los desprecios; pero el tiempo pasa, +un odio de siglos no se fatiga en el transcurso de unos cuantos años, y +Febrer acabaría por arrepentirse de su aislamiento, reconocería su error +al ir contra las preocupaciones de la gran masa, y sería Catalina la que +sufriese las consecuencias, viéndose mirada en su hogar como un signo de +ignominia. No; con el matrimonio pocos juegos. En España es indisoluble, +no hay divorcio, y el hacer experiencias con él resulta caro. Por eso +Valls se había mantenido célibe. + +Febrer, irritado por estas palabras, apeló al recuerdo de las ruidosas +propagandas que hacía Pablo contra los enemigos de los _chuetas_. + +--¿Pero tú no deseas la dignificación de los tuyos? ¿No te irritas de +que miren a los de «la calle» como personas diferentes a las otras?... +¡Qué mejor que este matrimonio para combatir las preocupaciones!... + +El capitán agitó las manos para expresar su duda: «¡Ta, ta!... El +matrimonio no probaba nada. En varias épocas de tolerancia y olvido +momentáneo se habían casado cristianos viejos con gentes de «la calle». +En la isla habían muchos que revelaban por sus apellidos estas mezclas. +¿Y qué? El odio y la separación continuaban lo mismo... Lo mismo no: un +poco más amortiguados que en otros tiempos, pero latentes aún. Los que +habían de acabar con esta situación eran la cultura de la gente, las +costumbres nuevas, y esto resultaba obra de años y no se conseguía con +un matrimonio. Además, los ensayos eran peligrosos y causaban víctimas. +Si él tenía empeño en hacer la experiencia, podía escoger a otra que no +fuese su sobrina. + +Y Valls sonrió irónicamente al ver los gestos negativos de Febrer. + +--¿Estás acaso enamorado de Catalina?--preguntó. + +Los ojos de ámbar del capitán, maliciosos y fijos en Jaime, no le +permitieron mentir. ¿Enamorado?... Enamorado no. Pero no era +indispensable el amor para casarse. Catalina era simpática, podía ser +una excelente esposa, una agradable compañera. + +Pablo extremó más aún su sonrisa. + +--Hablemos como buenos amigos, conocedores de la vida. Mi hermano te es +más simpático que su hija. Él se encargará indudablemente de arreglar +tus asuntos. Llorará al ver el dinero que le cuestas; pero tiene la +manía del nombre, respeta y adora lo antiguo, y pasará por todo... Mas +¡no te fíes, Jaime! Es el tipo de esos judíos que salen en las comedias +con un bolsón de oro, ayudando a las gentes en una mala hora, para +exprimirlas después. Ésos son los que desacreditan a mi raza. Yo soy +otra cosa. Cuando te tenga en su poder te arrepentirás del negocio que +has hecho. + +Febrer miró a su amigo con ojos hostiles. Lo mejor que podían hacer era +no hablar más del asunto. Pablo era un loco, acostumbrado a decir cuanto +pensaba, y él no iba a sufrirle siempre. Para continuar siendo amigos, +lo mejor era callarse. + +--Bueno, callemos--dijo Valls--. Pero conste una vez más que el tío se +opone y que lo hago por ti y por ella. + +Pasaron silenciosos el resto del camino. En el Borne se separaron con +frío saludo, sin darse la mano. + +Cuando Jaime entró en su casa era casi de noche. _Madó_ Antonia tenía +sobre una mesa del recibimiento una candileja de aceite, cuya llama +parecía hacer más densas las tinieblas de la vasta pieza. + +Los ibicencos acababan de marcharse. Luego de almorzar con ella y vagar +por la ciudad, habían esperado al señor hasta el anochecer. Tenían que +pasar la noche en el falucho: el patrón quería darse a la vela antes del +alba. Y _madó_ hablaba con bondadoso interés de aquellas gentes, que le +parecían del otro extremo del mundo. ¡Cómo lo admiraban todo! Iban por +la calle como asustados... ¿Y Margalida? ¡Qué muchacha tan hermosa! + +La buena _madó_ Antonia tenía una idea en su boca y otra en el +pensamiento, y mientras seguía al señor hasta su dormitorio, le +examinaba disimuladamente, queriendo adivinar algo en su rostro. ¿Qué +habría pasado en Valldemosa, Virgen del Lluch? ¿Qué sería de aquel plan +disparatado que había expuesto Febrer durante el desayuno?... + +Pero el amo estaba de mal talante, y respondía con palabras breves a sus +preguntas. No se quedaba en casa: cenaría en el Casino. A la luz de un +quinqué que alumbraba débilmente su vasto dormitorio, cambió de traje y +se acicaló un poco, tomando una llave enorme de manos de _madó_ para +abrir cuando volviese a altas horas de la noche. + +A las nueve, al dirigirse al Casino, vio a la puerta de la calle, en un +café del Borne, a su amigo Toni Clapés, el contrabandista. Era un +hombretón de rostro afeitado y carilleno, con traje de payés. Parecía un +cura del campo vestido de labriego para pasar la noche en Palma. Con sus +alpargatas blancas, la camisa sin corbata y el sombrero echado atrás, +entraba en cafés y sociedades, siendo recibido con grandes extremos de +amistad. En el Casino le admiraban los señores al ver cómo sacaba +tranquilamente de sus bolsillos los billetes de Banco a puñados. +Procedente de un pueblo del interior de la isla, había llegado, en +fuerza de coraje y de arrostrar peligros, a ser el jefe de un Estado +misterioso que todos conocían de lejos, pero cuyo secreto funcionamiento +permanecía en la sombra. Tenía centenares de súbditos, capaces de morir +por él y una flota invisible que navegaba de noche, sin miedo a los +temporales, abordando a costas casi inaccesibles. Las preocupaciones y +peligros de estas empresas no se traslucían nunca en su rostro jovial y +sus ademanes generosos. Sólo se mostraba triste cuando pasaban varias +semanas sin que él recibiese noticias de alguna barca salida de Argel en +pleno mal tiempo. + +--¡Perdida!--decía a sus amigos--. La barca y el cargamento importan +poco... Iban siete hombres en ella, y yo también he navegado así... +Procuraremos que a las familias no les falte el pan. + +Otras veces, su tristeza era fingida, y al expresarla fruncía +irónicamente sus labios: «Una escampavía del gobierno acaba de apresarme +una barca.» Y todos reían, sabiendo que Toni dejaba algunos meses que le +cogiesen una embarcación vieja con algunos bultos de tabaco, para que +sus perseguidores pudieran ostentar de este modo un triunfo. Cuando +había epidemia en los puertos de África, las autoridades de la isla, +impotentes para guardar un litoral extenso, llamaban a Toni, apelando a +su patriotismo de mallorquín, y el contrabandista prometía cesar +momentáneamente en sus navegaciones o cargaba en otro punto para evitar +el contagio. + +Febrer tenía con este hombre rudo, alegre y generoso, una confianza +fraternal. Muchas veces le había contado sus apuros para buscar el +consejo de su astucia campesina. Él, que era incapaz de solicitar un +préstamo de sus amigos del Casino, aceptaba el dinero de Toni en +momentos difíciles, dinero del que no parecía acordarse más el +contrabandista. + +Al encontrarse se estrecharon la mano. «¿Has estado en Valldemosa?...» +Toni sabía ya su viaje, gracias a la facilidad con que circulan las más +insignificantes noticias en el ambiente monótono y calmoso de una ciudad +provinciana ávida de curiosidades. + +--Algo más cuentan--dijo Toni en su mallorquín de campesino--, algo que +me parece mentira. ¿Dicen que te casas con la _atlota_ de don Benito +Valls? + +Febrer, admirado de que se supiesen tan pronto sus propósitos, no se +atrevió a negar. Sí, era cierto. Sólo a Toni quería confesarlo. + +El contrabandista hizo un gesto de repulsión, al mismo tiempo que sus +ojos, acostumbrados a las mayores sorpresas, revelaban asombro. + +--Haces mal, Jaime; haces mal. + +Lo decía gravemente, como si estuviera tratando un asunto solemne. + +El _butifarra_ tuvo con aquel amigo una confianza que no hubiera osado +con ningún otro... + +--¡Pero si estoy arruinado, querido Toni! ¡Si nada de lo que tengo en mi +casa es ya mío! ¡Si los acreedores sólo me respetan por la esperanza de +este matrimonio!... + +Toni siguió moviendo la cabeza negativamente. El rudo payés, el +contrabandista burlador de las leyes, parecía estupefacto por la +noticia. + +--De todos modos, haces mal. Debes salir de tus apuros como puedas, pero +de otra manera... Los amigos te ayudaremos. ¿Casarte tú con una +_chueta_?... + +Se despidió de él con un vigoroso apretón de manos, como si le viese +marchar hacia un peligro de muerte. + +--Haces mal... piénsalo--dijo con tono de reproche--. ¡Haces mal, Jaime! + + + + +IV + + +Cuando Jaime se metió en su cama, tres horas después de la media noche, +creyó ver en la obscuridad del dormitorio los rostros del capitán Valls +y de Toni Clapés. + +Parecían hablarle, lo mismo que en la tarde anterior. «Me opongo», +repetía el marino con risa irónica. «No hagas eso», aconsejaba el +contrabandista con gesto grave... + +Había pasado la noche en el Casino, silencioso y malhumorado bajo la +obsesión de estas protestas. ¿Qué tenía su proyecto de extraño y absurdo +para que lo repeliese aquel _chueta_, a pesar de constituir un honor +para su familia, y aquel payés rudo y falto de escrúpulos, que vivía +casi fuera de la ley?... + +Era cierto que en la isla este matrimonio iba a producir escándalos y +protestas; pero ¿y él?... ¿No tenía derecho a buscar su salvación por +cualquier medio? ¿Era acaso una novedad que gentes de su clase +intentasen rehacer su fortuna por medio de un casamiento? ¿Y los duques +y príncipes que buscaban el oro en América dando su mano a hijas de +millonarios de origen más censurable que don Benito?... + +¡Ay! Aquel loco de Pablo Valls tenía en parte razón. Esas alianzas +podían ser en el resto del mundo, pero Mallorca, la amada _Roqueta_, +tenía un alma todavía viva, el alma de otros siglos, cargada de odios y +preocupaciones. Las gentes eran tales como habían nacido, tales como +fueron sus padres, y así habían de seguir en el ambiente inmóvil de la +isla, que no lograban conmover lejanas y tardas ondulaciones venidas de +fuera. + +Jaime se agitaba inquieto en su lecho. No tenía sueño... ¡Los Febrer! +¡Qué pasado tan glorioso! ¡Y cómo gravitaba sobre él este pasado, como +una cadena de esclavitud que aún hacía más triste su miseria!... + +Había pasado muchas tardes en el archivo de la casa, la pieza inmediata +al comedor, registrando legajos apilados en armarios con puertas de +alambre, a la luz suave que se filtraba por las persianas de los huecos. +¡Polvo y papel viejo que había que sacudir para que no lo devorasen las +polillas! ¡Bárbaras cartas de navegación, con erróneos y caprichosos +perfiles, que habían servido a los Febrer en sus primeras travesías +comerciales!... Por todo esto apenas sí le darían con que comer unos +días; y sin embargo, la familia había peleado durante siglos para +hacerse digna de tal depósito y aumentarlo. ¡Cuánta gloria muerta!... + +La verdadera fama de los suyos, rompiendo los límites de la historia de +la isla, comenzaba en 1541 con la llegada del gran Emperador. Una armada +de trescientas velas, con diez y ocho mil hombres de desembarco, se +juntaba en la bahía de Palma para ir a la conquista de Argel. Estaban +allí los tercios españoles mandados por Gonzaga, los alemanes regidos +por el duque de Alba, los italianos acaudillados por Colonna, doscientos +caballeros de Malta, a cuyo frente marchaba el comendador don Príamo +Febrer, el héroe de la familia, y toda la flota navegaba bajo la +dirección del gran marino Andrés Doria. + +Mallorca acogía con fiestas mitológicas al señor de las Españas y las +Indias, de Alemania e Italia, gotoso ya, y roído por otras dolencias. La +mejor nobleza de Castilla seguía al Emperador en esta santa empresa, +alojándose en las casas de los caballeros mallorquines. La de Febrer +recibía como huésped a un noble improvisado, recién salido de la nada, +cuyas lejanas hazañas y visibles riquezas inspiraban entusiasmos y +murmuraciones. Era el marqués del Valle de Oaxaca, don Hernán Cortés, +que había conquistado Méjico y venía en la expedición ansioso de medirse +con los antiguos nobles de la Reconquista, ahora sus iguales, en una +galera equipada a su costa, acompañado de sus hijos don Martín y don +Luis. Una magnificencia real envolvía al lejano conquistador, dueño de +fantásticas riquezas. Adornando el puente de su galera llevaba tres +esmeraldas enormes, valuadas en más de cien mil ducados: una tallada en +forma de flor, otra en forma de pájaro y otra de campanilla, a la que +servía de badajo una perla gruesa. Con él iban servidores que habían +estado en tan lejanas tierras, adoptando sus extraños usos. Enjutos +hidalgos de color enfermizo pasaban silenciosos las horas muertas +encendiendo unos manojos de hierbajos, a modo de trozos de cuerda, +llamados «tobaco», y arrojando humo por su boca como demonios que +ardiesen interiormente. + +Las abuelas de Jaime habían conservado de generación en generación un +grueso diamante sin tallar, recuerdo del heroico capitán por el generoso +hospedaje de los Febrer. La piedra preciosa figuraba en los documentos +de la familia, pero el abuelo don Horacio no había alcanzado a +conocerla. Desapareció en el curso de los siglos, como tantas riquezas +barridas por los apuros de una casa ostentosa. + +Los Febrer preparaban un refresco para la armada, a nombre de Mallorca, +pero costeado en gran parte por ellos. Este «refresca», para que el +Emperador apreciase la abundancia de frutos de la isla, componíase de +cien vacas, doscientos carneros, centenares de parejas de gallinas y +pavos, de cuarteras de aceite y harina, de cuarterones de vino, de +cuarterolas de queso, alcaparras y aceitunas, veinte barriles de agua de +arrayán y cuatro quintales de cera blanca. Además, los Febrer +avecindados en la isla y que no eran de la Orden de Malta se embarcaron +en la escuadra con doscientos caballeros mallorquines, ansiosos de +conquistar Argel, nido de piratas. Las trescientas galeras salieron de +la bahía, ondeando sus flámulas entre el estruendo de cañones y +bombardas, saludadas por el gentío aglomerado en las murallas. Nunca +había reunido el Emperador una flota tan imponente. + +Era en Octubre. El experto Doria ponía mal gesto. Para él no existían en +el Mediterráneo otros puertos seguros que «Junio, Julio, Agosto... y +Mahón». El Emperador se había retrasado demasiado en el Tirol e Italia. +El papa Paulo III, al salir a su encuentro en Luca, le había profetizado +desgracias por lo avanzado de la estación. Los expedicionarios +desembarcaron en la playa de Hamma. El comendador Febrer, con sus +caballeros de Malta, marchaba a vanguardia, sosteniendo incesantes +choques con los turcos. El ejército se apoderó de las alturas que rodean +a Argel y comenzó el sitio. Entonces se cumplieron las predicciones de +Doria. Sobrevino una horrible tempestad, con toda la violencia del +invierno africano. Las tropas, sin abrigo, caladas hasta los huesos +durante la noche por la lluvia torrencial, sentíanse ateridas. Un viento +furioso obligaba a los hombres a mantenerse tendidos en el suelo. Al +amanecer, los turcos, aprovechando esta situación, cayeron por sorpresa +sobre el ejército, que casi se desbandó. + +Pero estaba allí el comendador Príamo, demonio de la guerra, insensible +al agua y al fuego, duro, malicioso y despreciador de la fatiga, que +contuvo el empuje enemigo con un puñado de sus caballeros. Españoles y +alemanes se rehicieron, y los turcos se replegaron, perseguidos por los +sitiadores, hasta las mismas murallas de Argel. Don Príamo Febrer, +herido en la cara y en una pierna, se arrastró hasta una puerta de la +ciudad, clavando en ella su puñal como testimonio de su avance. + +En otra salida de la morisma, el choque era tan furioso, que cejaban los +italianos, seguían su ejemplo los alemanes, y el Emperador, rojo de +cólera al ver en fuga a sus soldados favoritos, desenvainaba la tizona, +pedía su estandarte, metía espuelas al trotón y gritaba al brillante +séquito de caballeros que le seguía: «¡Arriba, señores! Si me veis caer +con el estandarte, levantad a éste antes que a mí.» + +Los turcos huían ante el ímpetu de este escuadrón de hierro. Un Febrer, +«el rico», el de la isla, abuelo remoto de Jaime, se había interpuesto +por dos veces entre el Emperador y los enemigos, salvando su existencia. +A la salida de un desfiladero, el fuego de las culebrinas turcas diezmó +a los jinetes. El duque de Alba cogió la brida del caballo de su +monarca. «Señor: que vuestra vida vale más que el triunfo.» Y el +Emperador, serenándose, volvía al fin sobre sus pasos, y con un gesto de +agradecimiento majestuoso se quitaba la cadena de oro pendiente de su +cuello, para colocarla sobre los hombros de Febrer. + +Mientras tanto, la tempestad destruía ciento sesenta buques, y el resto +de la flota tenía que refugiarse detrás del cabo Matifux. + +Los más de los nobles opinaban por una retirada inmediata. Hernán +Cortés, el conde de Alcaudete, gobernador de Oran, y los caballeros +mallorquines, con los Febrer a la cabeza, pedían que se pusiera en salvo +el Emperador y dejase al ejército continuar solo la empresa. Al fin se +decidió la retirada, y por cumbres y barrancas hinchadas de lluvia se +fue realizando la triste operación acosados por el enemigo, dejando una +estela de muertos y prisioneros. En plena tempestad se embarcaron los +que pudieron. El mar embravecido devoró nuevos buques, y las galeras +mallorquinas llegaron tristemente a la bahía de Palma escoltando al +Emperador, que sin querer bajar a tierra se dirigió a la Península. Los +Febrer volvieron a su casa cubiertos de gloria en plena derrota: uno con +el testimonio de amistad del César; otro, el comendador, tendido en una +camilla y blasfemando como un pagano por haberse interrumpido el cerco +de Argel. + +¡Príamo Febrer!... Jaime no podía pensar en este personaje sin un +sentimiento de simpatía y curiosidad que le habían infundido los relatos +escuchados en su infancia. Era el alma heroica y maldita de la familia. +Las antiguas damas de la casa no mencionaban jamás su nombre, y al +escucharlo bajaban los ojos y enrojecían. Guerrero de la Iglesia, santo +caballero que había pronunciado voto de castidad al entrar en la Orden, +llevaba siempre mujeres en su galera. Eran cristianas rescatadas al +musulmán, que no tenía gran prisa en devolver a sus hogares, o infieles +hechas esclavas en sus audaces desembarcos. + +Cuando se procedía al reparto del botín, miraba indiferente las riquezas +en montón, dejándolas para el Gran Maestre. Él sólo tenía interés en +apropiarse las hembras. Si le amenazaban con la excomunión, reía +diabólicamente en la cara de los eclesiásticos de la Orden. Cuando el +Gran Maestre le llamaba para reprenderle por sus impurezas, erguíase +fieramente, hablando de las grandes victorias en el mar que le debía la +cruz de Malta. + +Conservábanse en el archivo de la casa algunas de sus cartas: pliegos de +papel amarillento con caracteres rojizos, desiguales y confusos, y un +estilo que delataba las pocas letras del comendador. Expresábase con +soldadesca tranquilidad, mezclando frases religiosas con las más +impúdicas expresiones. En una de dichas cartas, que Jaime había leído, +escribía alarmado a su hermano de Mallorca en vista de cierta enfermedad +misteriosa que sufría éste; y por si era «mal de mujeres, le daba +expertos consejos y mágicos remedios. Él había conocido mucho esta +dolencia en sus visitas a los puertos de Levante. + +Su nombre era terriblemente popular en toda la costa mediterránea +ocupada por los infieles. Los mahometanos le temían como al demonio; las +moras hacían callar a sus pequeñuelos con la amenaza del comendador +Febrer. Dragut, gran corsario turco, le apreciaba como único rival digno +de su valor. Los dos se temían y se respetaban, procurando no verse ni +encontrarse en el mar, después de varios combates de los que ambos +habían salido malparados. + +Un día, Dragut, al visitar una de sus galeras en Argel, encontró a +Príamo Febrer casi desnudo, encadenado a un banco y con un remo en las +manos. + +--¡Cosas de la guerra!--dijo Dragut. + +--¡Cosas de la fortuna!--contestó el comendador. + +Se estrecharon la mano y no dijeron más. Ni el uno ofreció favor ni el +otro pidió misericordia. Las gentes de Argel acudían ansiosas para +conocer al «Demonio de Malta» amarrado a su banco de esclavo; pero al +verle fiero y ceñudo como un aguilucho cautivo, no se atrevían a +insultarle. La Orden dio por el rescate de su heroico guerrero +centenares de esclavos, naves y cargamentos, como si fuese un príncipe. +Años después fue don Príamo el que, entrando en una galera de Malta, +encontró encadenado en un banco de remero al intrépido Dragut. Se +repitió la escena sin sorpresa para ambos, como si el encuentro fuese +natural. Se estrecharon las manos. + +--¡Cosas de la guerra!--dijo uno. + +--¡Cosas de la fortuna!--contestó el otro. + +Jaime amaba al comendador porque había representado en el seno de la +noble familia el desorden, la libertad, el desprecio de las +preocupaciones... ¡Lo que a él le importaban las diferencias de raza y +religión cuando sentía el deseo de una mujer!... Había vivido en la +madurez de su existencia retirado en Túnez, con sus buenos amigos los +ricos corsarios, que en fuerza de odiarle y perseguirle acabaron por ser +sus camaradas. Fue éste el período más obscuro de su existencia. Las +leyendas llegaban a suponer que había renegado, y para distraer su tedio +daba caza en el mar a las galeras de Malta. Algunos caballeros de la +Orden, enemigos suyos, juraban haberle visto durante un combate vestido +a la turca en el castillo de una embarcación enemiga. + +Lo único cierto era que había vivido en Túnez en un palacio a orillas +del mar, con una mora de espléndida belleza, parienta de su amigo el +Bey. Dos cartas atestiguaban en el archivo esta dulce e incomprensible +esclavitud. Al morir la musulmana, don Príamo volvía a Malta, dando por +terminada su carrera. Los más importantes dignatarios de la Orden +quisieron favorecerle si cambiaba de conducta, hablando de nombrarle +Bailío de Negroponto o Gran Castellán de Amposta. Pero el empecatado don +Príamo no se corregía, y continuó siendo un libertino temible, de humor +fantástico y desigual para los otros caballeros. En cambio, el heroico +comendador era adorado por los «hermanos sirvientes», hombres de armas +de la Orden, simples soldados que sólo podían llevar sobre la coraza el +adorno de media cruz. + +El desprecio a las intrigas y el odio de sus enemigos le hicieron +abandonar para siempre el archipiélago de la Orden, las islas de Malta y +Gozzo, cedidas por el Emperador a los frailes guerreros sin otro precio +que el tributo anual de un azor de los que se criaban en aquellas islas. + +Viejo ya y cansado, retirábase a Mallorca, viviendo de los bienes de su +encomienda situados en Cataluña. La impiedad y los vicios del héroe +aterraban a la familia y escandalizaban a la isla. Tres moras jóvenes y +una judía de gran belleza le acompañaban como sirvientes en las +habitaciones de toda un ala del caserón de los Febrer, que era mucho más +grande en aquella época. Además conservaba varios esclavos, turcos unos, +tártaros otros, que temblaban al verle. Andaba en tratos con viejas +tenidas por brujas, consultaba a curanderos hebreos, se encerraba en su +dormitorio con toda esta gente sospechosa, y los vecinos temblaban +viendo a altas horas de la noche sus ventanas inflamadas por un fuego de +infierno. Algunos de sus esclavos languidecían, pálidos, como si les +chupasen la vida. La gente murmuraba que el comendador había empleado su +sangre para mágicos bebedizos. Don Príamo quería volver a la juventud: +ansiaba reanimar con fuego vital sus fuerzas pasionales. El Gran +Inquisidor de Mallorca hablaba de una visita con familiares y alguaciles +a las habitaciones del comendador; pero éste, que era primo suyo, le +anunció por carta su propósito de abrirle la cabeza con un mandoble de +abordaje apenas avanzase un pie sobre el primer peldaño de su escalera. + +Moría don Príamo, o más bien, reventaba con los diabólicos brebajes, +dejando como resumen de sus despreocupaciones un testamento cuya copia +había leído Jaime. El guerrero de la Iglesia legaba el cuerpo de sus +bienes, así como sus armas y trofeos, a los hijos de su hermano mayor, +lo mismo que habían hecho siempre todos los segundones de la casa. Pero +a continuación figuraba una extensa lista de mandas, todas para hijos +suyos que declaraba habidos con esclavas musulmanas o amigas judías, +armenias y griegas que debían vegetar a aquellas horas, decrépitas y +arrugadas, en algún puerto de Levante. Era una descendencia de patriarca +bíblico, pero toda irregular y mestiza, producto del cruzamiento de +sangres enemigas, de razas antagónicas. ¡Famoso comendador! Parecía que +al quebrantar sus votos hubiese buscado aminorar esta falta escogiendo +siempre mujeres infieles. A su pecado de impureza unía lo vergonzoso del +comercio con hembras enemigas del verdadero Dios. + +Admirábalo Jaime como a un precursor que le salvaba de sus dudas. ¿Qué +tenía de extraño que él se uniese a una _chueta_, igual a las otras +mujeres en costumbres, creencias y educación, si el más famoso de los +Febrer, en una época de intolerancia, había vivido, fuera de toda ley, +con hembras infieles?... Pero los prejuicios de familia despertaban en +Jaime como un remordimiento, haciéndole recordar una cláusula del +testamento del comendador. Dejaba bienes a los hijos de sus esclavas, +mestizos de otras razas, porque eran de su sangre y deseaba evitarles +los sufrimientos de la miseria, pero les prohibía que usasen el apellido +de su padre, el nombre de los Febrer, que se habían mantenido siempre +puros de cruzamientos vergonzosos en su casa de Mallorca. + +Al recordar esto, sonreía Jaime en la obscuridad. ¿Quién podía responder +del pasado? ¿Qué misterios no se ocultaban en las raíces del tronco de +su estirpe, allá en los tiempos medioevales, cuando los Febrer y los +ricos de la sinagoga balear comerciaban juntos y cargaban sus naves en +Puerto Pi? Muchos de su familia, y hasta él mismo, así como otros de la +antigua nobleza mallorquína, tenían algo de judaico en el rostro. La +pureza de las razas era una ilusión. La vida de los pueblos residía en +el movimiento, gran engendrador de mezclas y confusiones... Pero ¡ay, +los orgullosos escrúpulos de familia! ¡La separación creada por las +costumbres!... + +Él mismo, que pretendía burlarse de los prejuicios del pasado, +experimentaba un sentimiento irresistible de altivez al lado de don +Benito, que había de ser su suegro. Se consideraba superior a él; le +toleraba con una bondad lastimera; se había sublevado interiormente +cuando el rico _chueta_ habló de su pretendida amistad con don Horacio. +No era cierto; los Febrer no habían tratado nunca a aquellas gentes. +Cuando sus abuelos iban a Argel con el Emperador, los abuelos de +Catalina estaban tal vez recluidos en el barrio de la Calatrava, +fabricando objetos de plata, temblando ante la idea de que los payeses +pudieran bajar en son de guerra a Palma, encorvándose pálidos de miedo +ante el Gran Inquisidor--algún Febrer indudablemente--para granjearse su +protección. + +Fuera, en el recibimiento, estaba el retrato de uno de sus ascendientes +menos remotos, un señor de rostro afeitado, labios finos y descoloridos, +peluca blanca y casaca de seda roja, que, según rezaba la cartela del +lienzo, había sido regidor perpetuo de la ciudad de Palma. El rey Carlos +III enviaba una pragmática a la isla prohibiendo que se insultase a los +antiguos judíos, «gente laboriosa y honrada», amenazando con pena de +presidio al que los llamase _chuetas_. El Concejo se alborotaba con esta +disposición absurda del monarca, sobradamente bondadoso, y el regidor +Febrer solucionaba el asunto con la autoridad de su nombre. «Archívese +la pragmática; se acata, pero no se cumple. ¿Para qué necesitan los +_chuetas_ tener dignidad como cualquiera de nosotros? Con tal que no les +toquen la bolsa o la mujer, se dan por contentos.» + +Y todos reían, diciéndose que Febrer hablaba por experiencia propia, +pues era gran aficionado a visitar «la calle», encargando trabajo a los +plateros para poder hablar con las plateras. + +También estaba en el recibimiento el retrato de otro de sus +ascendientes, el inquisidor don Jaime Febrer, que llevaba su mismo +nombre. En los desvanes de la casa había encontrado él, amarillas por el +tiempo, varias cartulinas de visita con el nombre del rico sacerdote: +tarjetas grabadas con emblemas, como empezaron a usarse en el siglo +XVIII. + +En el centro de la tarjeta aparecía una cruz leñosa con una espada y una +rama de olivo; a ambos lados dos corazas, una con la cruz del Santo +Oficio, otra con dragones y cabezas de Medusa. Esposas, látigos, +calaveras, rosarios y cirios completaban el adorno; abajo ardía una +hoguera en torno a un poste con argolla y figuraba una caperuza como un +embudo adornada de serpientes, sapos y cabezas cornudas. Una especie de +sarcófago elevábase entre estos adornos, y en él se leía en antigua +letra española: «El Inquisidor Decano don Jaime Febrer.» El pacífico +mallorquín que al volver a su casa encontraba esta cartulina de visita +debía sentir un espeluznamiento de terror. + +Además, pasaba por su memoria otro de sus ascendientes, aquel a quien +mencionaba iracundo Pablo Valls al recordar las quemas de _chuetas_ y el +librito del padre Garau. Era un Febrer elegante y galanteador, que había +entusiasmado a las damas de Palma en el famoso auto de fe, con un +vestido nuevo de paño de Florencia recamado de oro, jinete sobre un +corcel tan vistoso como su dueño y llevando el estandarte del Santo +Tribunal. El jesuita hablaba con líricos arrebatos de su gentil +apostura. A la caída de la tarde había presenciado el caballero en la +falda del castillo de Bellver cómo ardía la abultada corpulencia de +Rafael Valls y cómo reventaban sus entrañas cayendo en el brasero, +espectáculo del que le distrajo la presencia de algunas damas, haciendo +caracolear su caballo junto a las portezuelas de las carrozas. El +capitán Valls tenía razón: todo esto resultaba bárbaro. Pero los Febrer +eran los suyos; el nombre y los bienes ya perdidos a ellos los debía. ¡Y +él, último vástago de una familia orgullosa de su historia, iba a +casarse con Catalina Valls, descendiente del ajusticiado!... + +Las consejas oídas en la niñez, los simples relatos con que le +entretenía _madó_ Antonia, surgían ahora en su recuerdo como ideas +olvidadas, pero que habían abierto hondo surco. Pensaba en los +_chuetas_, que, según la opinión popular, no eran lo mismo que las otras +personas; seres de miseria sórdida y contacto viscoso, que debían +ocultar terribles deformidades. ¿Quién podía afirmarle que Catalina era +igual a las otras mujeres?... + +Al momento pensaba en Pablo Valls, tan alegre y generoso, superior por +sus cualidades a casi todos los amigos que él tenía en la isla. Pero +Pablo apenas había vivido en Mallorca: había viajado mucho; no era como +los de su raza, inmóviles en la misma postura durante siglos, +reproduciéndose sobre el montón de su vileza y su cobardía, sin fuerzas +ni solidaridad para levantarse e imponer respeto. + +Jaime conocía en París y en Berlín ricas familias de judíos. Hasta había +solicitado que le presentasen a los altos varones de Israel; pero al +ponerse en contacto con estos hebreos verdaderos, que conservaban su +religión y su independencia de raza, no sintió la instintiva repugnancia +que le inspiraban el devoto don Benito y otros _chuetas_ de Mallorca. +¿Era el ambiente, que influía en él? ¿Era que una sumisión de siglos, el +miedo y el hábito de doblarse, habían hecho de los de Mallorca una raza +distinta?... + +Febrer acabó por sumirse en la lobreguez del sueño, rodando a través de +las sinuosidades de su pensamiento, cada vez más confuso. + +En la mañana siguiente, mientras se vestía, decidióse a realizar cierta +visita, con gran esfuerzo de su voluntad. Aquel casamiento era algo +audaz y peligroso que exigía larga reflexión, como le había dicho su +amigo el contrabandista. + +«Antes debo jugar mi última carta...--pensó Jaime--. Voy a ver a «la +Papisa Juana» Hace muchos años que no la he visto; pero es mi tía, mi +pariente más próxima. En justicia, debía ser yo su heredero. ¡Si ella +quisiera!... Le bastaría hacer un gesto, y todos mis apuros habrían +terminado.» + +Pensó en la hora mejor para visitar a la gran señora. Por la tarde tenía +su famosa tertulia de canónigos y graves señores, a los que recibía con +un aire de soberana. Estos eran los que iban a heredarla, como +mandatarios y representantes de varias corporaciones de carácter +religioso. La debía visitar inmediatamente, sorprenderla en su soledad +después de la misa y los ejercicios matinales. + +Doña Juana vivía en un palacio inmediato a la catedral. Se había +mantenido soltera, abominando del mundo después de ciertos desengaños de +su juventud, de los que era responsable el padre de Jaime. Toda la +acometividad de su carácter bilioso y el entusiasmo de su fe seca y +altiva los había dedicado a la política y la religión. «Por Dios y por +el Rey», le había oído decir Febrer al visitarla siendo muchacho. + +En su juventud había soñado doña Juana con las heroínas de la Vendée; se +había entusiasmado con las hazañas y penalidades de la duquesa de Berry, +queriendo, como estas hembras fuertes de la religión y el legitimismo, +montar a caballo, llevando sobre el pecho un crucifijo y junto a la +falda de amazona un sable pendiente. Pero estos deseos no pasaron de ser +vagas fantasías. En realidad, no había hecho otra expedición que un +viaje a Cataluña durante la última guerra carlista, para ver más de +cerca la santa empresa que consumió una parte de sus bienes. + +Los enemigos de «la Papisa Juana» afirmaban que de joven había tenido +oculto en su palacio al conde de Montemolín, pretendiente a la corona, y +que allí lo había puesto en relación con el general Ortega, capitán +general de las islas. A estas murmuraciones unían la de un amor +romántico de doña Juana por el pretendiente. + +Jaime sonreía al oír estas noticias. Todo mentira. El abuelo don +Horacio, que estaba bien enterado, habló muchas veces a su nieto de +tales sucesos. «La Papisa» sólo había querido al padre de Jaime. El +general Ortega era un iluso, al que recibía doña Juana con novelesco +misterio, vestida de blanco en un salón casi a obscuras, hablándole con +voz dulce de ultratumba, como si fuese el ángel del pasado, de la +necesidad de volver España a sus antiguas costumbres, barriendo a los +liberales y restableciendo el gobierno de los caballeros. «¡Por Dios y +por el Rey!...» Ortega fue fusilado en la costa de Cataluña al fracasar +su desembarco carlista, y «la Papisa» se quedó en Mallorca, pronta a dar +su dinero para nuevas empresas santas. + +Muchos la consideraban arruinada después de sus prodigalidades en la +última guerra civil, pero, Jaime conocía la verdadera fortuna de la +devota señora. Su vida era simple como la de una payesa; le quedaban en +la isla extensos predios, y todas sus economías las invertía en regalos +a iglesias y conventos o en donativos al tesoro de San Pedro. Su antiguo +lema «Por Dios y por el Rey» había sufrido una mutilación. Ya no pensaba +en el rey. De sus antiguos entusiasmos por el pretendiente don Carlos +sólo le quedaba una gran fotografía con dedicatoria adornando la parte +más obscura de su salón. + +--Buen mozo--decía de él--, buen caballero, pero igual casi a los +liberales. ¡Ay, la vida en tierra extranjera! ¡Cómo cambia a los +hombres!... ¡Qué pecados!... + +Ahora su entusiasmo era sólo por Dios, y su dinero emprendía el camino +de Roma. Una suprema ilusión animaba su existencia. ¿No le enviaría +antes de morir la «Rosa de Oro» el Santo Padre? Era regalo destinado en +otros tiempos sólo a las reinas, pero algunas devotas ricas de la +América del Sur conseguían ahora esta distinción. Y menudeaba las +liberalidades, viviendo en santa pobreza para poder enviar más dinero al +Vaticano. ¡La «Rosa de Oro», y luego morir!... + +Febrer llegó a casa de «la Papisa»: un zaguán semejante al suyo, aunque +más cuidado, más limpio, sin hierbas en el pavimento, sin grietas ni +desconchaduras en las paredes, con una pulcritud monacal. Arriba le +abrió la puerta una criadita pálida, vestida con el hábito azul de una +cofradía y cordón blanco. Esta muchacha no pudo reprimir un gesto de +sorpresa al reconocer a Jaime. + +Le dejó en el recibimiento, lleno de retratos como el de casa de los +Febrer, y corrió con un ligero trote de ratón a las habitaciones +interiores, para avisar esta visita extraordinaria que turbaba la paz +monástica del palacio. + +Transcurrieron largos minutos de silencio. Jaime oyó pasos furtivos en +las habitaciones inmediatas; vio cortinajes que se agitaban levemente, +como movidos por suave céfiro; adivinó tras de ellos cuerpos en acecho, +ojos que le contemplaban ocultos. La criada volvió a aparecer, saludando +a don Jaime con grave cortesía. ¡Era el sobrino de la señora!... Le +acompañó hasta un gran salón, y desapareció. + +Febrer entretuvo la espera contemplando esta vasta pieza, de un lujo +arcaico. Así era su casa en tiempos del abuelo. Las paredes estaban +cubiertas de rico damasco carmesí, y sobre ellas destacábanse antiguos +cuadros religiosos de suaves pinceles italianos. Los muebles eran de +madera blanca y oro, con voluptuosas curvas, tapizados de gruesa seda +bordada. Sobre las consolas, reflejándose en los espejos azulados y +profundos, mezclábanse figuras policromas de santos y péndolas del siglo +XVII con figuras mitológicas. La bóveda del techo estaba pintada al +fresco, con una asamblea de dioses y diosas sentados en nubes. Sus +rosadas desnudeces y atrevidos gestos contrastaban con la faz dolorosa +de un gran Cristo que parecía presidir el salón, ocupando la mayor parte +del muro sobre el estrado, entre dos puertas. «La Papisa» reconocía lo +pecaminoso de estos adornos mitológicos; pero eran recuerdos de la buena +época, de cuando mandaban los caballeros, y los respetaba, procurando no +verlos. + +Se levantó un cortinaje de damasco y entró una criada vieja vestida de +negro, con falda lisa y pobre jubón, lo mismo que una campesina. Los +cabellos grises estaban cubiertos en parte por una pañoleta obscura, a +la que el tiempo y la grasa habían dado un tinte rojizo. Por debajo de +la falda asomaban los pies calzados de paño, con unas medias blancas de +grueso tejido. Jaime se apresuró a levantarse de su asiento. Aquella +criada vieja era «la Papisa». + +La sillería estaba en un desorden permanente que parecía denunciar la +tertulia reunida allí todas las tardes. Cada asiento pertenecía por +derecho consuetudinario a una grave persona, y quedaba inmóvil en el +mismo sitio. Doña Juana, al entrar, ocupó un sillón semejante a un +trono, asiento desde el cual presidía toda las tardes su fiel tertulia +de canónigos, amigas viejas y señores de sanas ideas, como una reina que +recibe su corte. + +--Siéntate--dijo brevemente a su sobrino. + +Tendió las manos, por el automatismo de la costumbre, sobre un brasero +monumental de plata que estaba vacío, y contempló fijamente a Jaime con +sus ojillos grises de mirada aguda, habituados a infundir miedo. Esta +mirada autoritaria fue humanizándose, hasta temblar con una lacrimosidad +de emoción. Cerca de diez años que no veía a su sobrino. + +--Eres un Febrer de lo más puro. Te pareces a tu abuelo... ¡Igual a +todos los de tu familia! + +Y ocultaba su verdadero pensamiento; callábase el único parecido que le +conmovía: la semejanza de Jaime con su padre, cuando éste era oficial de +marina y venía a verla en tiempos ya remotos. Sólo le faltaban para ser +idéntico a su progenitor el uniforme y los lentes... ¡Ah, monstruo de +liberalismo y de ingratitud!... + +Sus ojos recobraron la acostumbrada dureza; sus facciones parecieron más +secas, pálidas y angulosas. + +--¿Qué deseas?--dijo con rudeza--. ¡Porque seguramente no vienes por el +placer de verme!... + +Jaime bajó los ojos con una hipocresía infantil, y temeroso de llegar a +su verdadera demanda, acometió el relato desde muy lejos. Él era bueno, +creía en todo lo antiguo, deseaba mantener el prestigio de su familia y +aumentarlo... No había sido un santo, lo confesaba; una existencia loca +había consumido sus bienes... ¡pero el honor de la casa siempre intacto! +De esta vida de pecado y ruina había sacado dos cosas excelentes: la +experiencia y el firme propósito de enmendarse. + +--Tía: yo quiero cambiar de modo de vivir; yo quiero ser otro. + +La tía asintió con un gesto enigmático. Muy bien; así habían hecho San +Agustín y otros santos varones que pasaron su juventud en la licencia, +para ser luego lumbreras de la Iglesia. + +Se animó el sobrino con estas palabras. Él, ciertamente, no llegaría a +figurar como lumbrera de nada, pero deseaba ser un buen caballero +cristiano; se casaría, educaría a sus hijos para que continuasen las +tradiciones de la casa; un hermoso porvenir. Pero ¡ay! vidas tan +desarregladas como la suya son de difícil apaño cuando llega el momento +de enderezarlas hacia la virtud. Necesitaba una ayuda. Estaba arruinado, +tía. Los predios se hallaban en manos de los acreedores; su casa era un +desierto: se había defendido vendiendo los recuerdos del pasado. Él, un +Febrer, iba a verse en medio de la calle si una mano misericordiosa no +le daba apoyo. Y había pensado en su tía--que al fin era su pariente más +próxima, algo así como su madre--para que le salvase. + +Esta supuesta maternidad hizo enrojecer débilmente a doña Juana y +aumentó la dura brillantez de sus ojos. ¡Ay, la memoria con sus penosas +evocaciones!... + +--¿Y es de mí de quien esperas tu salvación?--dijo lentamente «la +Papisa», con una voz que silbaba entre los dientes, separados y +amarillentos, pero todavía fuertes--. Pierdes el tiempo, Jaime. Yo soy +pobre... no tengo casi nada. Apenas lo necesario para vivir y hacer +algunas limosnas. + +Lo dijo con tal firmeza, que Febrer perdió la esperanza y juzgó inútil +insistir. «La Papisa» no quería ayudarle. + +--Está bien--dijo con visible despecho--. Pero a falta de su apoyo, he +de procurarme otra salida en mis apuros, y cuento con una. Usted es +ahora la mayor de mi familia, y debo pedir su consejo. Tengo en proyecto +un casamiento que puede salvarme: un matrimonio con persona rica, pero +que no es de nuestra clase, sino de un origen bajo. ¿Qué debo hacer?... + +Esperaba en su tía un movimiento de sorpresa, de curiosidad. Tal vez el +anuncio de su casamiento la ablandase. Casi era seguro que, aterrándose +ante un peligro tan enorme para el honor de su casa y de su sangre, se +allanara a todo, concediéndole su protección. Pero el sorprendido, el +aterrado, fue Jaime al ver fruncirse con una sonrisa fría los labios +pálidos de la vieja. + +--Lo sé--dijo--. Me lo han contado todo esta mañana en Santa Eulalia, al +salir de misa. Ayer estuviste en Valldemosa. Te casas... te casas con... +una _chueta_. + +Le costó un esfuerzo soltar la palabra, se estremeció al decirla. Luego +de esto reinó en el salón un largo silencio, uno de esos silencios +trágicos y absolutos que siguen a las grandes catástrofes, lo mismo que +si la casa acabara de venirse abajo, extinguiéndose el eco del último +muro derrumbado. + +--¿Y a usted qué le parece?--se atrevió a preguntar tímidamente Jaime. + +--Haz lo que quieras--dijo «la Papisa» con frialdad--. Sabes que hemos +estado muchos años sin vernos, y lo mismo podernos seguir el resto de +nuestra vida. Tú y yo somos ahora como de otra sangre; pensamos de +distinto modo; no podemos entendernos. + +--¿De modo que debo casarme?--insistió él. + +--Eso pregúntalo a ti mismo. Los Febrer marchan desde hace años por +tales caminos, que nada de ellos puede sorprenderme. + +Jaime adivinaba en los ojos y la voz de su tía un goce reprimido, la +voluptuosidad de la venganza, la alegría de ver caídos a sus enemigos en +lo que consideraba una deshonra, y esto le irritó. + +--Y si me caso--dijo imitando la frialdad de doña Juana--, ¿puedo contar +con usted? ¿Vendrá usted a mi boda? + +Esto puso fin a la tranquilidad de «la Papisa», y la hizo erguirse con +altivez. Las lecturas románticas de la juventud acudieron a su memoria. +Habló como una reina ultrajada al final de un capítulo de novela +histórica. + +--Caballero, soy Genovart por mi padre. Mi madre era Febrer, pero tanto +valen los unos como los otros. Yo reniego de la sangre que va a +mezclarse con la de la gente vil, matadora de Cristo, y me quedo con la +mía, con la de mi padre, que acabará conmigo pura y honrada. + +Señalaba la puerta con ademán arrogante, dando por terminada la +entrevista. Pero luego pareció darse cuenta de lo extemporáneo y teatral +de su protesta, y bajó los ojos, se humanizó, tomando un aspecto de +mansedumbre cristiana. + +--Adiós, Jaime; ¡que el Señor te ilumine! + +--Adiós, tía. + +La tendió él una mano, a impulsos de la costumbre, pero ella retiró +vivamente su diestra, ocultándola detrás de su espalda. Febrer sonrió al +recordar ciertas noticias de los murmuradores. Esta retracción no +significaba desprecio ni odio. Era que «la Papisa» había hecho voto de +no tocar en su vida las manos de otros hombres que los sacerdotes. + +Cuando se vio en la calle prorrumpió sordamente en denuestos, mirando +los panzudos balcones del caserón. ¡Víbora! ¡Cómo se alegraba de su +casamiento!... Cuando éste fuese un hecho, fingiría indignación y +escándalo ante su tertulia. Tal vez enfermase, para que todos en la isla +la compadeciesen, y sin embargo, su alegría era inmensa, la alegría de +una venganza incubada durante muchos años, viendo a un Febrer, al hijo +del hombre odiado, sumido en lo que consideraba la más afrentosa de las +deshonras... ¡Y él, empujado por las angustias de la ruina, tendría que +proporcionarle este placer casándose con la hija de Valls!... «¡Ah, +miseria!» + +Vagó hasta pasado mediodía por las calles poco frecuentadas inmediatas a +la Almudaina y la catedral. El desfallecimiento del estómago guió sus +pasos instintivamente hacia su casa. Comió silencioso, sin saber lo que +comía, no viendo a _madó_, que, inquieta desde el día anterior, rondaba +en torno de él, ansiosa de entablar conversación. + +Luego de comer salió a una pequeña galería que daba sobre el jardín, con +su ruinosa baranda de balaustres coronada por tres bustos romanos. A sus +pies extendíase el follaje de las higueras, las barnizadas hojas de los +magnolieros, las bolas verdes de los naranjos. Frente a él cortaban el +espacio azul los troncos de las palmeras, y más allá de las almenas +puntiagudas de la tapia extendíase el mar, luminoso, con +estremecimientos de vida, como si cosquilleasen su blanda epidermis las +barcas, sueltas sus velas al viento. A la derecha estaba el puerto, +repleto de mástiles y amarillas chimeneas; más, allá, avanzaba en las +aguas de la bahía la masa obscura de los pinos de Bellver, y sobre su +cumbre erguíase el antiguo castillo, redondo como una plaza de toros, +con su torre del homenaje suelta, aislada, sin otro lazo de unión que un +gallardo puente. Abajo extendíase el rojo caserío moderno del Terreno, y +más allá, al extremo del cabo, el antiguo Puerto Pi, con su torre de +señales y las baterías de San Carlos. + +Al otro lado de la bahía perdíase mar adentro, en las brumas flotantes +del horizonte, un cabo de obscuro verde y peñas rojizas, sombrío y +deshabitado. + +La catedral destacaba sobre el azul del cielo sus botareles y arcadas, +como un navío de piedra con la arboladura desmochada que hubiesen +arrojado las olas entre la ciudad y la costa. Más allá del templo, el +antiguo alcázar de la Almudaina mostraba sus rojas torres morunas. En el +palacio del obispo brillaban como láminas de acero enrojecido los +cristales de los miradores, cual si reflejasen un incendio. Entre este +palacio y la muralla de mar, en un profundo foso lleno de hierba, por +cuyos muros trepaban guirnaldas de rosales, amontonábanse numerosos +cañones: unos antiquísimos, montados sobre ruedas; otros modernos, +esparcidos por el suelo, esperando, durante años, el momento de ser +emplazados. Las torres blindadas estaban oxidadas, lo mismo que las +cureñas; los cañones de largo alcance, pintados de rojo y hundidos en la +hierba, parecían tubos de desecho. El olvido y el óxido del abandono +envejecían estas piezas modernas. El ambiente tradicional y envejecedor +que según Febrer envolvía a la isla, parecía pesar sobre estos +instrumentos de guerra, decrépitos poco después de nacer y antes de +haber hablado. + +Insensible a la alegría del sol, a las palpitaciones luminosas de la +extensión azul, al piar de los pájaros que revoloteaban a sus pies, +Jaime se sentía dominado por intensa tristeza, por un desaliento +anonadador. + +«¿A qué luchar con el pasado?... ¿Cómo libertarse de su cadena?... Cada +uno, al nacer, encuentra marcado el sitio y gesto para todo el curso de +su existencia, y es inútil querer cambiar de situación y de postura.» + +Muchas veces, en su primera juventud, al ver desde una cumbre la ciudad +y sus risueños alrededores, se había sentido obsesionado por fúnebres +pensamientos. En las calles bañadas de sol o bajo los caparazones de los +techos agitábase el humano hormiguero, impulsado por necesidades e ideas +del momento que consideraba importantísimas. Todos creían con el más +cándido y vanidoso de los egoísmos que una voluntad superior y +omnipotente vigilaba y dirigía sus idas y venidas, iguales a las de los +infusorios en una gota de agua. Más allá de la ciudad veía Jaime con la +imaginación monótonas tapias, cipreses que asomaban sus puntas sobre +ellas, una población apretada de blancas construcciones, de ventanillas +como bocas de horno, de losas que parecían cubrir entradas de cuevas. +¿Cuántos eran los habitantes de la ciudad de los vivos en sus plazas y +sus amplias calles? Sesenta mil... ochenta mil. ¡Ay! En la otra +población situada a corta distancia, apretada, silenciosa, comprimida en +sus casitas blancas entre sombríos cipreses, los habitantes invisibles +eran cuatrocientos mil, seiscientos mil, tal vez un millón. + +Luego, en Madrid, había pensado lo mismo una tarde que paseaba con dos +mujeres por los alrededores de la villa. Las cumbres de las colinas +inmediatas al río estaban ocupadas por mudas poblaciones entre cuyos +edificios blancos surgían agudos grupos de cipreses. Y en el lado +opuesto de la gran urbe existían igualmente otros campamentos de +silencio y olvido. La ciudad vivía entre un apretado cordón de fuertes +de la Nada. Medio millón de seres vivos agitábanse en las calles, +creyendo ser solos en el dominio y la dirección de la existencia, sin +acordarse ni conocer a cuatro, seis u ocho millones de semejantes que +permanecían invisibles en los inmediatos cementerios. + +Igual había pensado en París, donde cuatro millones de vecinos +despiertos vivían rodeados de veinte o treinta millones de antiguos +habitantes dormidos para siempre; y la misma fúnebre idea habíale +perseguido en todas las grandes ciudades. + +Los vivos no están solos en ninguna parte. Les rodean los muertos en +todos los sitios, y como éstos son más, infinitamente más, gravitan +sobre su existencia con la pesadez del tiempo y del número. + +No; los muertos no se van aprisa, como cree el refrán popular. Los +muertos se quedan inmóviles al borde de la vida, espiando a las nuevas +generaciones, haciéndolas sentir la autoridad del pasado con un rudo +tirón en su alma cada vez que intentan apartarse del sendero marcado por +la rutina. + +¡Qué tiranía la suya! ¡Qué poder sin límites! Es inútil apartar los ojos +y paralizar la memoria; se les encuentra en todas partes, tienen +ocupadas todas las avenidas de nuestra existencia, y nos salen al paso +para recordar sus beneficios, obligándonos a una gratitud envilecedora. +¡Qué servidumbre!... La casa en que vivimos la construyeron los muertos; +las religiones ellos las crearon; las leyes que obedecemos las dictaron +los muertos, y obra suya son también nuestras pasiones y nuestros +gustos, los alimentos que nos sostienen, todo lo que produce la tierra +roturada por sus manos, que ahora son polvo. La moral, las costumbres, +los prejuicios, el honor, todo obra suya. De pensar ellos de distinto +modo, otra sería la actual organización de los hombres. Las cosas +agradables a nuestros sentidos lo son porque así lo quieren los muertos; +las desagradables e inútiles se ven sumidas en su vileza por la voluntad +de los que ya no existen; lo moral y lo inmoral son sentencias dadas +hace siglos por ellos. + +Los hombres que se esfuerzan por decir cosas nuevas no hacen más que +repetir con diversas palabras lo mismo que los muertos dijeron hace +siglos y siglos. Lo que consideramos más espontáneo y personal en +nosotros nos lo dictan ocultos maestros tendidos en su lecho de tierra, +los cuales, a su vez, aprendieron la lección de otros muertos +anteriores. En el punto de luz de nuestros ojos arde el alma de nuestros +abuelos, así como en las líneas de nuestras facciones se reproducen y +reflejan los rasgos de generaciones desaparecidas. + +Febrer sonreía con inmensa tristeza. Creemos pensar por cuenta propia, y +en las circunvoluciones de nuestro cerebro se agita una fuerza que ha +vivido en otros organismos, semejante a la savia del injerto que lleva +la energía desde los árboles seculares y moribundos a las plantaciones +nuevas. Lo que decimos a veces espontáneamente, como última novedad de +nuestro pensamiento, es una idea de los otros enquistada en nuestro +cerebro desde el nacimiento, y que de pronto rompe su envoltura. Los +gustos, los caprichos, las virtudes, los defectos, las afinidades y las +repulsiones, todo heredado, todo obra de los desaparecidos, que se +sobreviven en nosotros. + +¡Con qué terror pensaba Jaime en el poder de los muertos!... Ocultábanse +para hacer menos cruel su despotismo, pero no habían muerto realmente. +Sus almas estaban agazapadas y vigilantes en los límites del campo de +nuestra existencia, así como sus cuerpos formaban un campo atrincherado +en torno a las aglomeraciones humanas. Nos espiaban con ojos severos, +nos seguían, apartándonos con invisible zarpazo al menor intento de +desviación en la ruta. Se juntaban todos para tirar con fuerza diabólica +de los rebaños de hombres que se lanzan a la conquista de un ideal nuevo +y extraordinario, restableciendo con violenta reacción la calma de la +vida, que aman silenciosa y plácida, con susurros de hierbas mustias y +aleteos de mariposas blancas: una dulce calma de cementerio dormido bajo +el sol. + +El alma de los muertos llenaba el mundo. Los muertos no se van, porque +son los amos. Los muertos mandan, y es inútil resistirse a sus órdenes. + +¡Ay! El hombre de las grandes ciudades, que vive vertiginosamente, no +sabe quién hizo su casa, quién elaboró su pan, y no ve de la libre +Naturaleza otras obras que los pobres árboles que adornan las calles, +ignora la tiranía de los muertos. Ni siquiera llega a enterarse de que +su vida transcurre entre millones y millones de ascendientes que están +amontonados a pocos pasos de él y le espían y dirigen. Obedece +ciegamente sus tirones, sin saber dónde termina el cabo de la cuerda +amarrado a su alma; cree todos sus actos--¡pobre autómata!--producto de +su voluntad, cuando no son más que imposiciones de los omnipotentes +invisibles. + +Jaime, sumido en la existencia monótona de una isla tranquila, +conociendo sus ascendientes uno a uno, sabiendo el origen y la historia +de todo cuanto le rodeaba--objetos, ropas, muebles--y de aquella casa +que parecía tener un alma, podía darse cuenta de esta tiranía mejor que +los demás. + +Sí; los muertos mandan. La autoridad de los vivos, sus asombrosas +novedades, ¡todo ilusión! ¡engaños que sirven para hacernos sobrellevar +la existencia!... + +Febrer, mirando el mar, en cuyo horizonte se marcaba la débil columna de +humo de un vapor, pensó en los grandes trasatlánticos, pueblos +flotantes, monstruos de velocidad, orgullo de la industria humana, que +pueden dar en poco tiempo la vuelta al mundo... Sus remotos abuelos de +la Edad Media, que iban a Inglaterra en una nave del tamaño de una barca +de pesca, representaban algo más extraordinario. Y los grandes capitanes +del presente, con sus interminables rebaños de hombres, no habían +realizado mayores hazañas que el comendador Príamo con un puñado de +marineros. + +¡Ah, la vida! ¡Qué engaños, qué ilusiones bordamos sobre ella para +ocultarnos la monotonía de su trama! Lo limitado de sus sensaciones y de +sus sorpresas resulta desesperante. Igual es vivir treinta años que +trescientos. Los hombres perfeccionan los juguetes útiles para su +egoísmo y su bienestar, las máquinas, los medios de locomoción; pero +aparte de esto, lo mismo se vivía antes que ahora. Las pasiones, las +alegrías y las preocupaciones son las mismas: el animal humano no +cambia. + +Él se había creído un hombre libre, poseedor de un alma que llamaba +«moderna», suya, toda suya, y ahora descubría en ella un confuso amasijo +de las almas de sus ascendientes. Podía reconocerlas porque las había +estudiado, porque estaban guardadas en una habitación inmediata, en el +archivo, como esas flores secas que se conservan aplastadas entre las +hojas de un libro viejo. La mayoría de los humanos que sólo guardan +memoria, cuando más, de sus bisabuelos; las familias que no conocen +detalladamente la historia de su pasado al través de los siglos, no se +pueden dar cuenta de la vida ancestral que perdura en su alma, tomando +como inspiraciones propias los gritos que los ascendientes lanzan dentro +de ellos. Nuestra carne es carne de los que ya no existen; nuestras +almas son fragmentos de las almas de otros muertos. + +Jaime sentía vivir en su interior al grave abuelo don Horacio, y con él +los escrúpulos del Inquisidor Decano, el de la tarjeta horripilante, y +las almas del famoso comendador y otros ascendientes. Su mentalidad de +hombre moderno guardaba algo de la de aquel regidor perpetuo que +consideraba como una raza aparte y envilecida a los judíos conversos de +la isla. + +Los muertos mandan. Ahora se explicaba la repugnancia que había sentido +al ponerse en contacto con aquel don Benito tan obsequioso y atento... +¡Y estos sentimientos eran irresistibles! Se los imponían otros que eran +más fuertes que él. Los muertos le mandaban, y debía obedecer. + +Este pesimismo le hizo recordar su situación presente. ¡Todo perdido!... +Él no servía para los pequeños negocios, para las transacciones y +arreglos que sacan adelante una vida de apuros. Renunciaba a aquella +boda que era su única salvación, y los acreedores, así que se enterasen +de esta renuncia que desvanecía sus esperanzas, caerían sobre él. Iba a +verse expulsado de la casa de sus abuelos, y la gente le compadecería +con una lástima más aflictiva para él que el insulto. Sentíase sin +fuerzas para presenciar el naufragio definitivo de su raza y su nombre. +¿Qué hacer?... ¿Adonde ir?... + +Permaneció gran parte de la tarde contemplando el mar, siguiendo el +curso de las blancas velas que se ocultaban tras el cabo o se perdían en +el dilatado horizonte de la bahía. + +Al retirarse de la terraza, Febrer, sin saber cómo, se vio abriendo la +puerta del oratorio, una puerta antigua y olvidada, que al chirriar +sobre sus pernos oxidados esparció polvo y telarañas. ¡Cuánto tiempo que +no había entrado allí!... En este ambiente denso de pieza cerrada creyó +percibir un vago olor de esencias, de bote de perfumes abierto y +abandonado; un olor que le hizo recordar a las solemnes damas de la +familia cuyos retratos estaban en el recibimiento. + +A través de un rayo de luz que se filtraba por los ventanillos de la +cúpula danzaban en espiral ascendente millones de corpúsculos de polvo +inflamados por el sol. El altar, de talla antigua, brillaba +discretamente en la penumbra con reflejos de oro viejo. Sobre la mesa +sagrada había unos zorros y un cubo, olvidados allí hacía años, desde la +última limpieza. + +Dos reclinatorios de viejo terciopelo azul parecían guardar aún la +huella de señoriales y delicados cuerpos que ya no existían. Quedaban +sobre sus pupitres, como olvidados, dos libros de oraciones con las +puntas roídas por el uso. Jaime reconoció uno de estos libros. Era de su +madre, la pobre señora pálida y enferma que compartía su vida entre el +rezo y la adoración a un hijo para el que había soñado las mayores +grandezas. El otro tal vez había pertenecido a su abuela, aquella +americana de los tiempos del romanticismo, que aún parecía estremecer el +caserón con el roce de sus blancos vestidos y los susurros de su arpa. + +Esta aparición del pasado, todavía latente en la capilla abandonada, el +recuerdo de aquellas dos damas, la una toda piedad, la otra idealista, +elegante y soñadora, acabó de trastornar a Febrer. ¡Y pensar que dentro +de poco las manazas de la usura vendrían a profanar tanta cosa +venerable!... Él no podría presenciarlo. ¡Adiós! ¡adiós!... + +Al anochecer buscó en el Borne a Toni Clapés. Con la confianza amistosa +que le inspiraba el contrabandista, le pidió dinero. + +--No sé cuándo podré devolvértelo. Me voy de Mallorca. Que se hunda +todo, pero que yo no lo vea. + +Clapés dio a Jaime más dinero que el que éste le pedía. Toni quedaba en +la isla, y con ayuda del capitán Valls intentaría arreglar sus asuntos, +si aún era posible. El capitán entendía de negocios y sabía desenmarañar +los más confusos. Febrer y él estaban reñidos desde el día anterior; +pero no importaba: Valls era un verdadero amigo. + +--No digas a nadie que me voy--añadió Jaime--. Sólo debes saberlo tú... +y Pablo. Tienes razón al decir que es un amigo fiel. + +--¿Y cuándo te vas?... + +Esperaba el primer vapor que saliese para Ibiza. Aún poseía allá algo: +un montón de rocas con hierbajos y conejos; una torre ruinosa del tiempo +de los piratas. Lo sabía por casualidad desde el día anterior: se lo +habían dicho unos payeses de Ibiza que había encontrado en el Borne. + +--Lo mismo es estar allí que en otra parte... Tal vez mucho mejor. +Cazaré, pescaré; voy a vivir sin ver gente. + +Clapés, recordando sus consejos de la noche anterior, apretó satisfecho +la mano de Jaime. ¡Se acabó lo de la _chueta_!... Su alma de payés se +alegraba de esta solución. + +--Haces bien en irte. Lo otro... lo otro era una locura. + + + + +Segunda parte + + + + +I + + +Febrer contemplaba su imagen, sombra transparente, de flotantes +contornos por el estremecimiento de las aguas, a través de la cual +veíase el fondo del mar con lácteas manchas de arena y bloques obscuros +desprendidos de la montaña que se habían cubierto de costras vegetales. + +Las hierbas marinas ondeaban temblorosas sus verdes cabelleras; frutos +redondos semejantes a los higos chumbos agrupábanse blancuzcos en las +aristas de las rocas; flores que parecían de nácar brillaban en la +profundidad de las aguas verdes; y entre esta vegetación de misterio +destacaban las estrellas de mar sus puntas de colores, apelotonábase el +erizo como un borrón negro lleno de púas, nadaban inquietos los +caballitos del diablo, y un chisporroteo de plata y púrpura, de colas y +nadaderas, pasaba veloz entre torbellinos de burbujas, surgiendo de una +cueva para perderse en otra boca de insondable misterio. + +Estaba Jaime inclinado sobre la borda de una pequeña embarcación que +tenía su vela caída. En una mano sustentaba el _volantí_, largo hilo con +varios anzuelos que casi tocaba el fondo del mar. + +Era cerca de mediodía. El barquichuelo estaba en la sombra. A espaldas +de Jaime extendíase con grandes sinuosidades de puntas salientes y +profundas escotaduras la costa bravia de Ibiza. Ante él erguíase el +Vedrá, peñasco aislado, mojón soberbio de trescientos metros de altura, +que en su aislamiento aún parecía más enorme. A sus pies la sombra del +coloso daba a las aguas un color denso y transparente a la vez. Más allá +de su sombra azulada hervía el Mediterráneo con burbujeo de oro bajo la +luz del sol, y las costas de Ibiza, rojas y escuetas, parecían irradiar +fuego. + +Jaime venía a pescar todos los días de calma en un estrecho canal, entre +la isla y el Vedrá. Era en los días buenos un río de agua azul, con +peñascos submarinos que asomaban sobre la superficie sus cabezas negras. +El gigante se dejaba abordar, sin perder por eso su aspecto imponente, +duro y hostil. Así que refrescaba el viento, las cabezas medio +sumergidas se coronaban de espuma, lanzando rugidos; montañas de agua +penetraban sordas y lívidas en la marítima garganta, y había que izar la +vela y huir cuanto antes de este callejón, caos ruidoso de remolinos y +corrientes. + +En la proa de la barca estaba el tío Ventolera, viejo marinero que había +navegado en buques de diversas naciones, y era el acompañante de Jaime +desde que éste llegó a Ibiza. «Cerca de ochenta años, señor», y no +dejaba un solo día de embarcarse para pescar. Ni enfermedades ni miedo +al mal tiempo. Tenía el rostro curtido por el sol y el aire salitroso, +pero con pocas arrugas. Las piernas, enjutas y al descubierto bajo unos +pantalones arremangados, tenían la piel fresca y tirante de los miembros +vigorosos. La blusa, abierta sobre el pecho, dejaba ver una pelambrera +gris, del mismo color que su cabeza, cubierta con una gorra +negra--recuerdo de su último viaje a Liverpool--, con una borla +encarnada en el vértice y ancha cinta a cuadritos blancos y rojos. +Llevaba adornado el rostro con estrechas patillas y de sus orejas +pendían unos aretes de cobre. + +Jaime, al conocerle, había sentido curiosidad por estos adornos. + +--De chico fui grumete en una goleta inglesa--dijo Ventolera en su +dialecto ibicenco, cantando las palabras con vocecita dulce--. El patrón +era un maltés muy arrogante, con patillas y pendientes. Y yo me decía: +«Cuando sea hombre, he de ser igual al patrón...» Aunque usted me vea +ahora así, yo he sido muy pinturero y me ha gustado imitar a las +personas que valen. + +Los primeros días que Jaime pescó en el Vedrá olvidábase de mirar al +agua y al aparejo que tenía en la mano, para fijarse en el coloso que se +alza sobre el mar, despegado de la costa. + +Amontonábanse las rocas, soldadas unas a otras, y al remontarse en el +espacio, obligaban al espectador a echar la cabeza atrás para alcanzar +con sus ojos la aguda cumbre. Los peñascos de la orilla del agua eran +abordables. Penetraba el mar entre ellos, sumiéndose en las bajas +arcadas de cuevas submarinas, refugio en otros tiempos de corsarios y +depósitos ahora de los contrabandistas algunas veces. Podía caminarse +saltando de peñasco en peñasco, entre cabinas y otras vegetaciones +silvestres, por una parte de la orilla del Vedrá; pero más adentro la +roca se elevaba recta, lisa, inabordable, en pulidas paredes grises +cortadas a pico. A enorme altura existían algunas mesetas cubiertas de +verde, y tras de ellas volvía a elevarse el peñón en su cortadura +vertical, hasta llegar a la cumbre, aguda como un dedo. Algunos +cazadores habían escalado una parte de esta ciudadela, aprovechando como +senderos las aristas entrantes de la piedra para llegar de este modo a +las primeras mesetas. Más allá sólo había ido, según el tío Ventolera, +cierto fraile desterrado por el gobierno como agitador carlista, que +había construido en la costa de Ibiza la ermita de los _Cubells_. + +--Era un hombre duro y atrevido--continuó el viejo--. Dicen que puso una +cruz en lo más alto, pero hace tiempo que se la llevaron los malos +vientos. + +Febrer veía saltar sobre las oquedades del gran peñón gris, sombreadas +por el verde de las sabinas y los pinos marítimos, unos puntos de color, +semejantes a pulgas rojas o blanquecinas, de incesante movilidad. Eran +las cabras del Vedrá; cabras salvajes por el aislamiento, abandonadas +hacía muchos años, y que se reproducían lejos del hombre, habiendo +perdido todo hábito de domesticidad, huyendo monte arriba con +prodigiosos saltos apenas una barca abordaba el peñón. En las mañanas +tranquilas, sus balidos, agrandados por el silencio agreste, extendíanse +sobre la superficie del mar. + +Un amanecer, Jaime, que había traído su escopeta, disparó dos tiros +contra un grupo de cabras que estaban a gran distancia, seguro de no +tocarlas, por el placer de verlas saltar en su huida. Los estampidos, +agrandados por el eco del canal, poblaron el espacio de chillidos y +aleteos. Eran centenares de gaviotas viejas y enormes que abandonaban +sus guaridas espantadas por el estruendo. El islote, estremecido, +arrojaba fuera a sus alados habitantes. En lo más alto, como puntos +negros, volaban hacia la isla grande otros pájaros fugitivos: los +halcones que se refugiaban en el Vedrá y daban caza a las palomas de +Ibiza y Tormentera. + +El viejo marinero señaló a Febrer ciertas cuevas abiertas como ventanas +en las paredes más rectas e inaccesibles del islote. Ni las cabras ni +los hombres podían llegar a ellas. El tío Ventolera sabía lo que se +ocultaba más adentro de sus negras gargantas. Eran colmenas; colmenas +que tenían siglos y siglos, refugios naturales de las abejas que, +pasando el estrecho entre Ibiza y el Vedrá, venían a refugiarse en estas +cuevas inaccesibles luego de haber revoloteado sobre los campos de la +isla. Él había visto en cierta época del año brillar junto a estas bocas +hilos de luz que serpenteaban peñas abajo. Era miel que derretía el sol +en la entrada de la caverna y chorreaba inútil fuera del depósito. + +El tío Ventolera tiró de su aparejo de pesca con un ronquido de +satisfacción. + +--¡Y van ocho!... + +Pendiente de un anzuelo, coleaba y movía sus patas una especie de +langosta de obscuro gris. Otras semejantes descansaban inertes en una +espuerta al lado del viejo. + +--Tío Ventolera, ¿no canta usted la misa? + +--Si usted lo permite... + +Jaime conocía las costumbres del viejo, su afición a entonar los +cánticos de la misa mayor cada vez que se sentía alegre. Retirado de las +largas navegaciones, su placer era cantar los domingos en la iglesia del +pueblo de San José o en la de San Antonio, extendiendo luego esta +afición a todos los momentos felices de su vida. + +--Allá voy... allá voy--dijo con tono de superioridad, como si fuese a +dispensar a su acompañante el mayor de los placeres. + +Llevándose una mano a la boca, se extrajo de golpe la dentadura, +guardándola en la faja. Su rostro se llenó de arrugas en torno a la boca +sumida, y comenzó a cantar las frases del sacerdote y las respuestas del +ayudante. Su voz temblona e infantil adquiría una grave sonoridad al +resbalar sobre la acuática extensión y ser reproducida por los ecos de +las rocas. Las cabras del Vedrá respondían de vez en cuando con tiernos +balidos de sorpresa. Jaime reía de la vehemencia del viejo, el cual, +poniendo los ojos en blanco, se llevaba una mano al corazón sin soltar +de la otra la cuerda del _volantí_. Así estuvieron largo rato, atento +Febrer a su aparejo, en el que no percibía el más leve movimiento. Toda +la pesca era para el anciano. Esto le puso de mal humor, y de pronto se +sintió molestado por sus cánticos. + +--Basta, tío Ventolera... ¡Ya hay bastante! + +--Le ha gustado, ¿verdad?--dijo el viejo con candidez--. También sé +otras cosas; sé lo del capitán Riquer: un sucedido, nada de cuentos. Mi +padre lo vio. + +Jaime hizo un ademán de protesta. No; nada del capitán Riquer. Se sabía +de memoria la hazaña. En tres meses que salían juntos al mar, raro era +el día que terminaba sin el relato del suceso. Pero el tío Ventolera, +con su inconsciencia senil, convencido de la importancia de todo lo +suyo, había ya empezado su historia, y Jaime, vuelto de espaldas, echaba +el cuerpo fuera de la borda, mirando las profundidades del mar, para no +oír una vez más lo que sabía de memoria. + +¡El capitán Antonio Riquer!... Un héroe de la isla de Ibiza, un marino +tan grande como Barceló... Pero como Barceló era mallorquín y el otro +ibicenco, todos los honores y los grados habían sido para aquél. Si +hubiese justicia, debía tragarse el mar a la isla orgullosa, madrastra +de Ibiza. De pronto, el viejo recordaba que Febrer era mallorquín, y +permanecía en confuso silencio por unos instantes. + +--Esto es un decir--añadía excusándose--. Buenas personas las hay en +todas partes. _Vostra mercé_ es una de ellas. Pero volviendo al capitán +Riquer... + +Era patrón de un jabeque armado en corso, el _San Antonio_, tripulado +por ibicencos, en continua guerra con las galeotas de los moros +argelinos y los navíos de Inglaterra, enemiga de España. El nombre de +Riquer lo conocían en todo el Mediterráneo. El suceso ocurrió en 1806. +El día de la Trinidad, por la mañana, se presentó a la vista de la +ciudad de Ibiza una fragata con bandera inglesa, dando bordadas, fuera +del alcance de los cañones del castillo. Era la _Felicidad_, el navío +del italiano Miguel Novelli, apodado «el Papa», vecino de Gibraltar y +corsario al servicio de Inglaterra. Venía en busca de Riquer, a burlarse +en sus propias barbas, navegando arrogante a la vista de su ciudad. +Tocaron a rebato las campanas, sonaron los tambores, el vecindario se +agolpó en las murallas de Ibiza y en el barrio de la Marina. El _San +Antonio_ estaba carenándose en tierra; pero Riquer, con los suyos, lo +echó al agua. Los cañoncitos del jabeque habían sido desmontados, y los +sujetaron a toda prisa con cuerdas. Todos los de la Marina querían +embarcarse, pero el capitán sólo escogió cincuenta hombres, y oyó misa +con ellos en la iglesia de San Telmo. Al ir a izar las velas se presentó +el padre de Riquer, un marino viejo, y atropellando la resistencia de su +hijo se metió en el buque. + +Necesitó el _San Antonio_ largas horas y expertas maniobras para +aproximarse a la fragata del «Papa». El pobre jabeque parecía un insecto +al lado del gran navío, tripulado por la gente más brava y aventurera +recogida en los muelles de Gibraltar: malteses, ingleses, romanos, +venecianos, liorneses, sardos y raguseos. La primera andanada de los +cañones del navío mata cinco hombres sobre la cubierta del jabeque, +entre ellos el padre de Riquer. Éste coge el cadáver destrozado, +manchándose con su sangre, y corre a ocultarlo en la cala. «¡Han muerto +a nuestro padre!», gimen los hermanos de Riquer. «¡A lo que +estamos!--grita éste con rudeza--. ¡A los frascos! ¡Al abordaje!» + +Los «frascos», arma terrible de los corsarios ibicencos, botellas ígneas +que al romperse sobre la cubierta enemiga la incendiaban con su fuego, +caen sobre el navío del «Papa». Arden los cordajes, flamea la obra +muerta, y como demonios saltan entre las llamas Riquer y los suyos, la +pistola en una mano, el hacha de abordaje en la otra. La cubierta +chorrea sangre, los cadáveres ruedan al mar con la cabeza destrozada. Al +«Papa» lo encontraron escondido y medio muerto de miedo en un armario de +su cámara. + +Y el tío Ventolera reía con su risa de niño al recordar este detalle +grotesco de la gran victoria de Riquer. Luego, al ser conducido «el +Papa» a la isla, las gentes de la ciudad y los payeses acudidos en +tropel lo miraban como un animal raro. ¡Éste era el pirata, terror del +Mediterráneo! ¡Y lo habían encontrado metido entre tablas por miedo a +los ibicencos! Le formaron proceso para colgarlo en la isla de los +Ahorcados, un islote donde ahora estaba el faro, en el estrecho de los +Freus; pero Godoy dio orden para que lo canjeasen por varios prisioneros +españoles. + +Su padre había visto estos grandes sucesos: iba de paje en el jabeque de +Riquer. Luego había caído cautivo de los argelinos, siendo de los +últimos esclavos, antes de que llegasen los franceses a Argel. Allí se +vio en peligro de muerte un día que los diezmaron a todos por el +asesinato de un moro perverso, cuyo cadáver apareció embutido en una +letrina. El tío Ventolera se acordaba también de los relatos que hacía +su padre de la época en que Ibiza tenía corsarios y llegaban a su puerto +embarcaciones apresadas, con moras y moros cautivos. Los prisioneros +comparecían ante el «escribano de presas» como testigos del suceso, y se +les exigía juramento de verdad «por Alaquivir, el Profeta y su Alcorán, +alto el brazo y el dedo índice, mirando su rostro al nacimiento del +sol». Mientras tanto, los duros corsarios ibicencos, al repartirse el +botín, apartaban un fondo para la compra de sábanas destinadas a +convertirse en vendajes de sus futuras heridas, y dejaban otra parte de +las ganancias para que «un sacerdote celebrase misa todos los días +mientras ellos estuviesen fuera de la isla». + +El tío Ventolera pasaba de Riquer a otros valerosos patrones de corsos +anteriores a él; pero Jaime, molestado por su charla, en la que latía un +deseo de asombrar a la isla de Mallorca, vecina y enemiga, acabó por +impacientarse. + +--¡Que son las doce, abuelo!... Vámonos; ya no pican. + +El viejo miró el sol, que sobrepasaba la cumbre del Vedrá. Aún no era +mediodía, pero faltaba poco. Luego miró el mar; el señor tenía razón: ya +no picarían los peces, pero él estaba satisfecho de la jornada. + +Con sus brazos enjutos tiró de la cuerda, izando la pequeña vela +triangular de la embarcación. Ésta se inclinó sobre un costado, cabeceó +un poco sin moverse del sitio, y de repente empezó a cortar el agua con +suave murmullo. Salieron del canal, dejando atrás el Vedrá y siguiendo +la costa de Ibiza. Jaime empuñaba el timón, mientras el viejo, +manteniendo el cesto de la pesca entre su rodillas, iba contando y +manoseando las piezas con avaro deleite. + +Doblaron un cabo y apareció una nueva sección de la costa. Sobre un +montículo de peñas rojas, cortado a trechos por manchas obscuras de +matorrales, destacábase una torre ancha y amarilla, un cilindro +achatado, sin más huecos por la parte del mar que una ventana, negro +agujero de contornos irregulares. En el coronamiento de la torre, una +tronera que había servido en otros tiempos para un pequeño cañón +recortaba su tajadura sobre el azul del cielo. A un lado del +promontorio, cortado a pico sobre el mar, descendía el terreno, +cubriéndose de verde con arboledas bajas y frondosas, entre las cuales +asomaba la mancha blanca de un exiguo caserío. + +La embarcación hizo rumbo a la torre, y al llegar cerca de ella desvióse +hacia una playa inmediata, chocando su proa en el fondo de grava. El +viejo amainó la vela y aproximó la embarcación a una roca aislada en +medio de la playa, de la cual pendía una cadena. Amarró a ella la barca, +y luego saltaron a tierra él y Jaime. No quería poner en seco la +embarcación; pensaba volver al mar aquella tarde, luego de comer: asunto +de calar _unos palangres_, que recogería a la mañana siguiente. ¿Le +acompañaba el señor?... Febrer hizo un gesto negativo, y el viejo se +despidió de él hasta la madrugada siguiente. Le despertaría desde la +playa cantando el _Introito_ cuando aún hubiera estrellas en el cielo. +El amanecer debía sorprenderles en el Vedrá. ¡A ver si el señor salía +pronto de su torre! + +Se alejó el viejo tierra adentro, llevando pendiente de un brazo el +cesto de pescado. + +--Déle usted mi parte a Margalida, tío Ventolera, y que me traigan +pronto la comida. + +El marinero contestó con un movimiento de hombros, sin volver el rostro, +y Jaime fue avanzando por el borde de la playa hacia la torre. Sus pies, +calzados de alpargatas, hollaban la grava, en la que se perdían los +últimos estremecimientos del mar. Entre las azuladas piedrecitas veíanse +fragmentos de barro cocido: pedazos de asas; superficies cóncavas de +alfarería, con vestigios de remotos adornos que tal vez habían +pertenecido a panzudas vasijas; pequeñas esferas irregulares de tierra +gris, en las que parecía adivinarse, a través de las roeduras del agua +salitrosa, rostros informes, fisonomías crispadas por el paso de los +siglos. Eran misteriosos despojos de los días de tormenta; fragmentos +del gran secreto del mar que volvían a la luz tras una ocultación de +miles de años; la historia confusa y legendaria devuelta por las olas +incoherentes a las riberas de estas islas, abrigo en tiempos remotos de +fenicios y cartagineses, árabes y normandos. El tío Ventolera hablaba de +monedas de plata, delgadas como hostias, encontradas por muchachos al +jugar en la costa. Su abuelo le había contado, siendo niño, la tradición +de cavernas submarinas que contenían tesoros, cuevas de los sarracenos y +normandos que habían sido muradas con pedruscos, perdiéndose después el +secreto del escondrijo. + +Jaime comenzó a ascender por la peñascosa ladera, camino de la torre. +Los tamariscos erguían su áspera y rumorosa vegetación de pinos enanos, +que parecía nutrirse de la sal disuelta en el ambiente, hundiendo sus +raíces en la roca. El viento de los días tempestuosos, al remover la +arena, dejaba descubiertas sus múltiples y enmarañadas raíces, negras y +delgadas serpientes en las que se enredaban muchas veces los pies de +Febrer. Al eco de los pasos de éste respondía en los matorrales un rumor +de medrosas carreras y chasquido de hojas, viéndose pasar entre mata y +mata, con ciega velocidad, un bulto de pelos grises con la cola en forma +de botón. La fuga de los conejos hacía correr a los lagartos de color de +esmeralda tendidos perezosamente al sol. + +Junto con estos rumores llegó a oídos de Jaime un débil tamborileo y una +voz de hombre que entonaba un romance ibicenco. Deteníase de vez en +cuando como indecisa, repitiendo los mismos versos tenazmente, hasta que +lograba pasar a otros nuevos, lanzando al final de cada estrofa, según +costumbre del país, un cloqueo extraño semejante al graznido del pavo +real, un gorgorito rudo y estridente como el que acompaña a los cantos +de los árabes. + +Cuando Febrer estuvo en la cumbre vio al músico sentado en una piedra +detrás de la torre y contemplando el mar. + +Era un _atlot_ al que había encontrado algunas veces en _Can Mallorquí_, +la casa de su antiguo arrendatario Pep. Tenía apoyado en un muslo el +tamboril ibicenco, pequeño tambor pintado de azul con flores y ramajes +dorados. El brazo izquierdo se apoyaba en el instrumento y la cara +descansaba en una mano, oculta casi por la palma y los dedos. Con la +diestra armada de un palillo golpeaba lentamente uno de los parches, y +así permanecía inmóvil, en actitud reflexiva, con el pensamiento +concentrado en su improvisación, contemplando el inmenso horizonte del +mar a través de sus dedos. + +Le llamaban el _Cantó_, como a todos los que en la isla cantan versos +nuevos en bailes y serenatas. Era un mozuelo alto, paliducho y estrecho +de hombros, un _atlot_ que aún no había llegado a los diez y ocho años. +Al cantar, tosía y se hinchaba su frágil cuello, arrebolándosele el +rostro, de una blancura transparente. Sus ojos eran grandes, ojos de +mujer, con el lagrimal de color rosa muy saliente. Vestía traje de +fiesta en todo tiempo: sus pantalones eran de terciopelo azul, la faja y +el lazo que le servía de corbata de encendido rojo, y por encima de esta +última prenda ostentaba un pañolito femenil arrollado al cuello, con la +bordada punta por delante. Dos rosas asomaban sobre sus orejas, y bajo +el ala de su fieltro, echado atrás y adornado con una cinta a flores, +escapábanse en rizado flequillo las ondulaciones de su cabello, lustroso +de pomada. Febrer, viendo estos adornos casi femeniles, sus grandes ojos +y su pálida tez, lo comparó a una doncella exangüe de las que idealiza +el arte moderno. Pero esta virgen mostraba cierto bulto inquietante en +el ruedo de su faja roja. Indudablemente era un cuchillo o un pistolete +de los que fabrican los herreros de la isla; el compañero inseparable de +todo _atlot_ ibicenco. + +Al ver a Jaime se levantó el cantor, dejando el tamborcillo pendiente de +una correa sujeta al brazo izquierdo, mientras con la mano derecha, que +aún empuñaba el palillo, tocaba el ala de su sombrero. + +--_¡Bon día tengui!_ + +Febrer, que como buen mallorquín creía en la ferocidad de los ibicencos, +admiraba sin embargo su aspecto cortés al encontrarlos en los caminos. +Se mataban entre ellos, siempre por asuntos de amor, pero el forastero +era respetado, con el mismo escrúpulo tradicional que muestra el árabe +por el hombre que pide hospitalidad bajo su tienda. + +El _Cantó_ parecía avergonzado de que el señor mallorquín le hubiese +sorprendido junto a su casa, en un terreno que era suyo. Balbuceaba +excusas. Venía a sentarse allí porque le gustaba contemplar el mar desde +la altura. Sentíase mejor a la sombra de la torre; ningún amigo le +turbaba con su presencia y podía componer libremente los versos de un +romance para el próximo baile en el pueblo de San Antonio. + +Jaime sonrió al oír las tímidas excusas del cantor. Seguramente que sus +versos eran dedicados a alguna _atlota_. El muchacho inclinó la cabeza. +«Sí, señor...» ¿Y quién era ella? + +--_Flo d'enmetllé_--dijo el poeta. + +«¡Flor de almendro!...» Bonito nombre. Y animado por la aprobación del +señor, el _atlot_ siguió hablando. «Flor de almendro» era Margalida, la +hija del _siñó_ Pep de _Can Mallorquí_. Él era quien había dado este +nombre, al verla blanca y hermosa como las flores que echa el almendro +cuando terminan las heladas y vienen del mar los soplos tibios +anunciadores de la primavera. Todos los muchachos del contorno repetían +este nombre, y Margalida no era conocida por otro. El cantor confesaba +poseer cierta habilidad para la invención de apodos bonitos. Lo que él +decía quedaba para siempre. + +Febrer acogió sonriendo estas palabras del muchacho. ¿Adonde había ido a +refugiarse la poesía?... Luego le preguntó si trabajaba, y el _atlot_ +contestó negativamente. No querían sus padres: un médico de la ciudad le +había visto un día de mercado, aconsejando a su familia que le evitase +toda fatiga. Y él, satisfecho del consejo, pasaba los días de labor en +pleno campo, a la sombra de un árbol, oyendo cantar a los pájaros, +espiando a las _atlotas_ que transitaban por las sendas; y cuando le +bullía en la cabeza un trovo nuevo, sentábase a la orilla del mar para +devanarlo lentamente, fijándolo en su memoria. + +Jaime se despidió de él: podía continuar su trabajo poético. + +Pero a los pocos pasos se detuvo, volviendo la cabeza al no oír de nuevo +el tamboril. El cantor se alejaba cuesta abajo, temeroso de molestar al +señor con su música, e iba en busca de otro lugar solitario. + +Llegó Febrer a la torre. Todo lo que parecía de lejos piso bajo era una +construcción maciza. La puerta estaba al nivel de las ventanas +superiores; así los antiguos guardianes podían evitar una sorpresa de +los piratas, valiéndose para sus entradas y salidas de una escala, que +retiraban al interior en cuanto llegaba la noche. Jaime había hecho +fabricar una ruda escalera de madera para llegar a su habitación, pero +no la retiraba nunca. La torre, construida con piedra arenisca, estaba +algo roída en su exterior por el viento del mar. Muchos sillares habían +rodado fuera de sus alvéolos, y estas oquedades eran como peldaños +disimulados para escalar la torre. + +Ascendió el solitario a su habitación. Era una pieza circular, sin más +huecos que la puerta y la ventana trasera, aberturas que casi parecían +túneles en el desmesurado espesor de los muros. Éstos, por su parte +interna, hallábanse cuidadosamente enjalbegados con la deslumbrante cal +de Ibiza, que da una transparencia y una suavidad lácteas a todos los +edificios, comunicando aspecto de risueñas mansiones a las casuchas +sórdidas de la campiña. Sólo en la bóveda, cortada por un tragaluz +revelador de la antigua escalera que conducía a la plataforma, quedaba +el hollín de las fogatas que se habían encendido en otros tiempos. + +Unas tablas mal unidas por cruces de maderos que les servían de refuerzo +cerraban la puerta, la ventana y el tragaluz. No había ni un cristal en +la torre. Aún era verano, y Febrer, indeciso sobre su destino, o más +bien indiferente, dejaba los trabajos de una instalación definitiva para +más adelante. + +Le parecía hermoso y seductor este retiro, a pesar de su rudeza. Notaba +en él la mano adicta de Pep y la gracia de Margalida. Jaime se fijaba en +lo nítido de las paredes, en la limpieza de las tres sillas y la mesa de +tablas, muebles fregoteados por la hija de su antiguo arrendatario. Unos +aparejos de pesca extendían sus mallas por los muros con ondulaciones de +tapiz. Más allá colgaban la escopeta y un bolso de municiones. A trechos +agrupábanse, formando abanicos, largas y estrechas valvas de mariscos +que tenían la transparencia acaramelada del carey. Eran regalo del tío +Ventolera, así como dos caracolas enormes que adornaban la mesa, +blancas, erizadas de púas y con el interior de un rosa húmedo, como el +de la carne femenil. Cerca de la ventana permanecía arrollado el jergón +con su almohada y sus sábanas, cama rústica que Margalida o su madre +hacían todas las tardes. + +Jaime dormía allí con más tranquilidad que en su palacio de Palma. Los +días que no le despertaba al romper el alba el tío Ventolera cantando la +misa desde la playa o subiendo la colina para lanzar unas cuantas +piedras contra la puerta de la torre, el solitario permanecía en su +jergón hasta bien entrada la mañana. Llegaba a sus oídos la voz monótona +del mar, la gran madre arrulladora. Una luz misteriosa, mezcla de oro de +sol y azul acuático, filtrábase por las rendijas, temblando en la +blancura de las paredes. Las gaviotas chillaban afuera, y pasando ante +las ventanas con aleteo juguetón trazaban rápidas sombras en el muro. + +Las noches en que se acostaba temprano, reflexionaba el solitario con +los ojos abiertos, viendo deslizarse la luz difusa estelar o el +resplandor de la luna por los maderos entreabiertos. Era esa media hora +en la que se ve todo el pasado con una percepción sobrenatural; antesala +del sueño, por la que pasan los recuerdos más remotos. El mar gruñía; +sonaban estridentes silbidos de los pajarracos de la noche; las gaviotas +se quejaban con un lamento de niños martirizados. ¿Qué harían a aquellas +horas sus amigos?... ¿Qué dirían en los cafés del Borne?... ¿Quién de +ellos estaría en el Casino?... + +Por la mañana estos recuerdos le hacían sonreír con gesto lastimero. La +nueva luz parecía embellecer su vida, haciéndola más amable. ¡Y él había +podido ser como los otros, adorando la existencia en la ciudad!... La +verdadera vida era ésta. + +Paseaba su mirada por la interna redondez de la torre. Un verdadero +salón, más apacible para él que los de la casa de sus antepasados. Todo +suyo, sin miedo a la copropiedad con prestamistas y usureros. Hasta +tenía bellas antigüedades que nadie le podía disputar. Cerca de la +puerta se apoyaban en el muro dos ánforas extraídas por las redes de +unos pescadores, dos piezas de barro blancuzco, adornadas +caprichosamente por el mar con guirnaldas de conchas petrificadas. En el +centro de la mesa, entre las caracolas, estaba otro regalo del tío +Ventolera: una cabeza de mujer rematada por una especie de tiara redonda +sobre los cabellos en trenzas. El barro gris estaba moteado de blancas y +duras esferillas, granulaciones de los siglos y del agua salitrosa. Pero +Jaime, al contemplar a esta compañera de soledad, atravesaba con la +imaginación su áspera mascarilla, adivinando sus serenas facciones y el +misterio de sus ojos orientales, rasgados en forma de almendra. La veía +como nadie podía verla. Sus largas horas de contemplación silenciosa +habían acabado por borrar el rugoso antifaz, obra de los siglos. + +--Mírala, es mi novia--había dicho una mañana a Margalida, mientras ésta +limpiaba la habitación--. ¿Verdad que es hermosa?... Debió ser princesa +de Tiro o Ascalón, no lo sé cierto; pero lo que sé indiscutiblemente es +que estaba reservada para mí. Me amaba cuatro mil años antes de nacer +yo, y ha venido a buscarme a través de los siglos. Tenía barcos, tenía +esclavos, tenía trajes de púrpura y palacios con terrazas que eran +jardines; pero lo abandonó todo por ocultarse en el mar, esperando +durante siglos y siglos que una ola la arrastrase a la playa para ser +recogida por el tío Ventolera y que éste la trajese a mi casa... ¿Por +qué me miras así? Tú, pobrecita, no entiendes estas cosas. + +Margalida le miraba con asombro. Heredera del respeto que su padre +sentía por el señor, sólo se imaginaba a don Jaime hablando gravemente. +¡Las cosas que había visto en el mundo!... Y ahora sus palabras sobre la +novia milenaria conmovían su credulidad, haciéndola sonreír levemente, +al mismo tiempo que miraba con temor supersticioso a la gran señora de +otros tiempos que sólo era una cabeza. ¡Cuando el señor decía aquello! +¡Era tan extraordinario todo lo suyo!... + +Al subir Febrer a la torre se sentó cerca de la puerta, contemplando +todo el paisaje de tierra adentro que se dominaba desde este agujero. Al +pie de la colina extendíanse algunos campos roturados recientemente. +Eran los pedazos de montaña propiedad de Febrer, que Pep iba +convirtiendo en tierra cultivable. Más allá comenzaban las plantaciones +de almendros, con su follaje de un verde fresco, y los añosos y +retorcidos olivares, que extendían su leña negra con ramilletes de hojas +de plateado gris. La casa, el _Can Mallorquí_, era una vivienda casi +árabe, un grupo de construcciones cuadradas como dados, de techo plano y +deslumbrante blancura. Conforme aumentaban las necesidades y la +expansión de la familia, se iban levantando nuevas construcciones +blancas. Cada dado era una habitación, y todos juntos formaban una casa, +que más bien parecía un aduar, no adivinándose exteriormente cuáles +servían para la vida de los habitantes y cuáles para las bestias de +labor. + +Más allá del _Can_ extendíanse la arboleda, dividida por paredones de +piedra seca, y los bancales de altos ribazos. Los vientos de la isla no +permitían la ascensión de los árboles, y éstos esparcían su ramaje en +torno de ellos con una prolijidad exuberante, ganando en extensión lo +que perdían en altura. Todos conservaban las ramas sostenidas por +numerosas horquillas. Algunas higueras llegaban a tener centenares de +sostenes, y se extendían como una inmensa tienda verde destinada a +cobijar un sueño de gigantes. Eran cenadores naturales, en los que podía +ocultarse casi un pueblo. El fondo del horizonte estaba cerrado por +montañas cubiertas de pinos con grandes calvas de tierra roja. Entre el +obscuro follaje se elevaban columnas de humo. Eran las fogatas de los +leñadores que fabricaban carbón vegetal. + +Tres meses que Febrer estaba en la isla. Su llegada había asombrado a +Pep Arabi, todavía ocupado en relatar a parientes y amigos su estupenda +aventura, su inaudito atrevimiento, el reciente viaje a Mallorca con los +_atlots_, la estancia en Palma de unas horas, y su visita al palacio de +los Febrer, lugar encantado que guardaba cuanto en el mundo puede +existir de señorial y lujoso. + +Las rudas declaraciones de Jaime asombraron menos al payés. + +--Pep, estoy arruinado; tú eres rico si te comparas conmigo. Vengo a +vivir en la torre... no sé hasta cuándo. Tal vez para siempre. + +Y entró en los detalles de instalación, mientras Pep sonreía con aire +incrédulo. ¡Arruinado!... Todos los grandes señores decían lo mismo, y +lo que a ellos les sobraba en su desgracia podía hacer ricos a muchos +pobres. Eran como los barcos que encallaban en Formentera antes que el +gobierno pusiera faros. Los formenterinos, gente sin ley y dejada de +Dios--por ser de una isla más pequeña--, encendían hogueras para engañar +a los navegantes; y cuando se perdía el barco para éstos, no se perdía +para los isleños, pues sus despojos hacían ricos a muchos. + +¡Pobre un Febrer!... No quiso aceptar el dinero que le ofreció don +Jaime. Él iba a cultivar unas tierras que eran del señor; ya arreglarían +cuentas. Y viendo su empeño en ocupar la torre, trabajó Pep por hacerla +habitable, ordenando además a sus hijos que llevasen la comida al señor +los días que no quisiera bajar para sentarse a su mesa. + +Estos tres meses habían sido para Jaime de rústico aislamiento; ni +escribir una carta, ni abrir un periódico, ni conocer más libros que +media docena de volúmenes que había traído de Palma. La ciudad de Ibiza, +tranquila y soñolienta como un pueblo del interior de la Península, +parecíale una capital remota. Mallorca no debía existir ya, ni tampoco +las grandes ciudades que él había visitado. En el primer mes de esta +nueva vida, un suceso extraordinario turbó su plácida tranquilidad. +Llegó una carta, un pliego con membrete de un café del Borne y unos +cuantos renglones de letra gruesa y defectuosa. Era Toni Clapés quien le +escribía. Le deseaba muchas felicidades en su nueva existencia. En Palma +todo continuaba lo mismo. Pablo Valls no le escribía porque estaba +enfadado con él. ¡Marcharse sin avisarle!... Pero era un buen amigo y se +ocupaba en desenmarañar sus asuntos. Tenía para esto una habilidad +diabólica. ¡Al fin, _chueta_!... Ya le daría más noticias. + +Después habían transcurrido dos meses sin que por suerte llegase otra +carta. ¿Qué le importaban a él estas noticias de un mundo al que no +pensaba volver?... No sabía ciertamente qué le reservaba el porvenir: +allí había llegado y allí se quedaba, sin otros placeres que la caza y +la pesca, gozando una voluptuosidad animal al no tener más ideas y +deseos que los del hombre primitivo. + +Permanecía aparte de la vida ibicenca, sin mezclarse en sus costumbres. +Era un señor entre los payeses, un forastero. Aquéllos le trataban +respetuosamente, pero con un respeto frío. + +La existencia tradicional de estas gentes, ruda y un tanto feroz, le +atraía con la fuerza de todo lo que es extraordinario y de contornos +vigorosos. La isla, abandonada a sus propias fuerzas, había tenido que +hacer frente durante siglos y siglos a los piratas normandos, a los +navegantes árabes, a las galeras de Castilla, enemiga de los estados +aragoneses, a los barcos de las repúblicas italianas, a los bajeles +turcos, tunecinos y argelinos, y a los corsarios ingleses en tiempos más +recientes. Formentera, deshabitada durante siglos, luego de haber sido +granero de los romanos, servía de refugio traicionero a las flotas +hostiles. Las iglesias de los pueblos eran aún verdaderas fortalezas con +torres robustas, donde se refugiaban los labriegos al enterarse por las +fogatas de que desembarcaban enemigos. Esta vida azarosa, de continuo +peligro e interminable lucha, había creado una población habituada al +derramamiento de sangre, a defender sus derechos con las armas en la +mano. Los labradores y pescadores del presente, encerrados en su isla, +tenían aún la misma mentalidad y costumbres de sus abuelos. Los pueblos +no existían. Eran caseríos desparramados en muchos kilómetros, sin más +núcleo que la iglesia y las casas del cura y el alcalde. La única +población era la capital, la llamada en los antiguos documentos «Real +Fuerza de Ibiza», con su barrio anexo de la Marina. + +Cuando un _atlot_ llegaba a la pubertad, su padre lo llamaba a la cocina +de la alquería en presencia de toda la familia. + +--Ya eres hombre--declaraba solemnemente. + +Y le hacía entrega de un cuchillo de recia hoja. El _atlot_ armado +caballero perdía su encogimiento filial. En adelante se defendería él +mismo, sin buscar la protección de su familia. Luego, al juntar algún +dinero, completaba sus arreos paladinescos comprando un pistolete con +adornos de plata a los herreros del país, que tenían su forja en el +bosque. + +Fortalecido por el contacto de estos dos testimonios de viril +ciudadanía, que no le abandonarían mientras viviese, se juntaba con los +otros _atlots_ igualmente pertrechados, y empezaba para él la vida +juvenil y amorosa: las serenatas con acompañamiento di relinchos, los +bailes, las excursiones a las parroquias que celebraban la fiesta de su +santo patrón, donde se divertía tirando al galle con certeras pedradas, +y sobre todo los _festeigs_, los tradicionales cortejos, la busca de +novia, costumbre la más respetable de todas, que daba origen a riñas y +muertes. + +En la isla no había ladrones. Las casas aisladas en pleno campo +conservaban muchas veces la llave en la puerta mientras los dueños +estaban ausentes. Los hombres no se mataban por cuestiones de interés. +El disfrute del suelo estaba muy repartido, y la dulzura del clima así +como la frugalidad de las gentes hacían que éstas fuesen generosas y +poco apegadas a los bienes materiales. El amor, sólo el amor empujaba a +los hombres a matarse. Los rústicos caballeros eran apasionados en sus +predilecciones y fatales en sus celos, como héroes de novela. Por una +_atlota_ de ojos negros y manos morenas se buscaban y se provocaban en +la obscuridad de la noche con relinchos de desafío; se _aucaban_ de +lejos antes de venir a las manos. El arma moderna que sólo emite un +proyectil en cada disparo les parecía insuficiente, y sobre el cartucho +añadían un puñado de pólvora y otro de balas, atacándolo todo +fuertemente. Si el arma no reventaba en sus manos, el agresor estaba +seguro de hacer polvo a su contrario. + +Los cortejos duraban meses y años. El payés que tenía una _atlota_ en +edad de noviazgo veía presentarse a los muchachos del distrito y de +otros distritos de la isla, pues todos los ibicencos contaban con igual +derecho para solicitarla. El padre apreciaba el número de los +pretendientes. Diez, quince, veinte: a veces hasta treinta. Luego +calculaba el tiempo de que podía disponer en la velada antes de que le +rindiese el sueño, y teniendo en cuenta el número de solicitantes, lo +dividía a tantos minutos cada uno. + +Al cerrar la noche iban acudiendo por distintos caminos los del cortejo, +unos en grupos, canturreando con acompañamiento de relinchos y cloqueos, +otros solitarios, haciendo vibrar en su boca el zumbido del _bimbau_, un +instrumento compuesto de dos laminillas de hierro que gruñía como un +moscardón y les hacía olvidar la fatiga de la marcha. Venían de muy +lejos. Los había que caminaban tres horas a la ida y otras tantas a la +vuelta, yendo de un extremo a otro de la isla, los jueves y sábados, +días de cortejo, para hablar tres minutos con una _atlota_. + +Sentábanse en el verano en el _porchu_, especie de zaguán de la +alquería, o entraban en la cocina si era invierno. Inmóvil en un poyo de +piedra les esperaba la muchacha. Habíase despojado del sombrero de palma +con largas cintas, que le daba a las horas de sol un aire de pastora de +opereta; vestía el traje de fiesta, la falda verde o azul de menudos +pliegues, que guardaba el resto de la semana apretada entre cuerdas y +pendiente del techo para que conservase intacto su plegado. Debajo de +ésta llevaba otras faldas y otras, ocho, diez o doce zagalejos, toda la +ropa femenil de la casa, un embudo sólido de paños y bayetas que borraba +los vestigios del sexo y hacía imposible imaginarse la existencia de una +realidad carnal bajo la balumba de tejidos. Las hileras de botones de +filigrana brillaban en las mangas postizas del jubón. Sobre el pecho, +aplastado por un corsé monjil que parecía de hierro, brillaba la triple +cadena de oro de enormes eslabones. Por debajo del pañuelo que cubría su +cabeza colgaba una gruesa trenza con remate de cintas. Sobre el poyo, +sirviendo de tapiz a unas rotundidades que parecían voluminosas como +globos por el enorme bulto de las faldas, estaba el _abrigais_, la +prenda femenil de invierno. + +Deliberaban los solicitantes para el buen orden del cortejo, y uno tras +otro iban a sentarse al lado de la _atlota_ hablando con ella los +minutos marcados. Si alguno, enardecido por la conversación, se olvidaba +de los compañeros, dejando pasar el tiempo, éstos se lo advertían con +toses, miradas furiosas y palabras de amenaza. Si insistía, el más +fuerte de la banda lo agarraba de un brazo, apartándolo para que otro +ocupase su lugar. Algunas veces, cuando los pretendientes eran muchos y +apremiaba el tiempo, la _atlota_ hablaba con dos a la vez, haciendo +esfuerzos de habilidad para no dar la preferencia a uno sobre otro... +Así continuaban los cortejos hasta que ella manifestaba su preferencia +por un _atlot_, sin tener en cuenta la voluntad de sus padres. En esta +corta primavera de su vida, la mujer era reina. Luego, al casarse, +cultivaba la tierra como su marido y era poco más que una bestia. + +Los _atlots_ despreciados se retiraban, cuando no sentían gran interés +por la muchacha, trasladando sus amores algunas leguas más allá; pero si +estaban realmente enamorados, seguían acechando la casa, y el preferido +tenía que pelearse con sus antiguos rivales, llegando milagrosamente al +casamiento a través de cuchillos y pistolas. + +La pistola era como una segunda lengua del ibicenco. En los bailes +domingueros soltaba tiros para demostrar su entusiasmo amoroso. Saliendo +de la alquería de la novia, para dar a ésta y a su familia una muestra +de aprecio, disparaba un tiro al transponer la puerta, y gritaba luego: +_«¡Bona nit!»_ Si, por el contrario, se retiraba ofendido y deseaba +inferir a la familia una grave injuria, invertía los términos, dando +primero las buenas noches y disparando la pistola después; pero en tal +caso había de salir inmediatamente a todo correr, pues los de la casa +contestaban acto seguido a la declaración de guerra con otros disparos o +con palos y pedradas. + +Jaime vivía al borde de esta existencia ruda y tradicional, contemplando +de lejos las costumbres de aduar que aún se mantenían en el apartamiento +de la isla. España, cuya bandera ondeaba todos los domingos sobre el +menguado caserío de cada parroquia, apenas hacía memoria de este pedazo +de su suelo perdido en el mar. Muchas tierras de la lejana Oceanía se +hallaban en comunicación más frecuente con los grandes núcleos humanos +que esta isla, arrasada en otros tiempos por la guerra y la rapiña, y +mísera ahora al hallarse lejos del camino de los grandes buques, +encerrada en un cinturón de islotes, rocas y bajos, entre freos y +canales cuyas aguas transparentaban el fondo submarino. + +Sentía Febrer en esta nueva existencia el deleite del que ocupa sitio +cómodo para presenciar un espectáculo interesante. Aquellos campesinos y +pescadores, belicosos nietos de corsarios, eran para él agradables +compañeros de existencia. Pretendía contemplarlos de lejos, como un +testigo curioso, pero lentamente sus costumbres habían hecho presa en +él, arrastrándolo a los mismos hábitos de existencia. No tenía enemigos, +y sin embargo, en sus paseos por la isla, cuando no llevaba la escopeta +al hombro, ocultaba un revólver en su faja... por si acaso. + +En los primeros días de su estancia en la torre, como las necesidades de +la instalación le obligaban a ir a la ciudad, conservó su traje; pero +poco a poco prescindió de la corbata, del cuello de camisa, de las +botas. La caza le hizo preferir la blusa y el pantalón de pana de los +payeses. La pesca le aficionó a marchar con los pies desnudos dentro de +unas alpargatas por playas y peñascos. Un sombrero igual al que usaban +todos los _atlots_ en la parroquia de San José cubrió su cabeza. + +La hija de Pep, conocedora de las costumbres de la isla, admiraba con +cierto agradecimiento el sombrero del señor. Los hombres de los diversos +_cuartones_ que de antiguo dividían a Ibiza distinguíanse unos de otros +por la manera de llevar el sombrero y la forma de sus alas, diferencia +imperceptible para el que no fuese de la tierra. El de don Jaime era +idéntico al de todos los _atlots_ de San José y se diferenciaba de los +usados por los vecinos de los otros pueblos, todos con nombres de +santos. Un honor para la parroquia de que ella era hija. + +¡Ingenua y graciosa Margalida! Febrer gustaba de hablar con ella, +gozándose en el asombro que sus relatos de otras tierras y sus bromas, +dichas con gesto grave, despertaban en su alma simple... + +No tardaría en traerle la comida. Hacía media hora que una columna tenue +de humo flotaba sobre la chimenea de _Can Mallorquí_. Se imaginaba a la +hija de Pep guisando, yendo y viniendo junto al hogar, seguida por la +mirada de la madre, payesa infeliz y de silenciosa torpeza, que no osaba +poner mano en las cosas del señor. + +De un momento a otro la vería aparecer bajo el sombrajo del _porchu_ que +daba entrada a su casa, llevando al brazo la cesta de la comida y sobre +su rostro de milagrosa blancura, que el sol apenas doraba con ligera +pátina de marfil antiguo, un sombrero de paja con largas cintas. + +Alguien se movió bajo el sombrajo, emprendiendo la marcha hacia la +torre. ¡Era Margalida!... No; no era ella. Llevaba pantalones. Era su +hermano Pepet... Pepet, que vivía en Ibiza desde un mes antes, +preparándose para seminarista, y al que la gente había dado por esto el +apodo de el _Capellanet_. + + + + +II + + +--_¡Bon día tengui!..._ + +Pepet extendió una servilleta en un lado de la mesa y puso sobre ella +dos platos tapados y una botella de vino de parra que tenía el color y +la transparencia del rubí. Luego se sentó en el suelo, abarcando las +rodillas con los brazos, y quedó inmóvil. El luminoso marfil de su +dentadura brillaba sonriente sobre el rostro moreno. Sus ojos maliciosos +fijábanse en el señor con una expresión de can alegre y fiel. + +--Pero ¿no estabas en Ibiza para ser cura?--preguntó Jaime mientras +atacaba la comida. + +El muchacho movió la cabeza. Sí, señor; estaba. Su padre lo había +confiado a un profesor del Seminario. ¿Sabía don Jaime dónde era el +Seminario?... + +Hablaba el pequeño payés de él como de un remoto lugar de tortura. Ni +árboles, ni libertad, ni aire apenas: la vida no era posible en aquel +encierro. + +Febrer, oyéndole, recordaba su visita a la ciudad alta, la Real Fuerza +de Ibiza, población muerta, separada del barrio de la Marina por una +gran muralla del tiempo de Felipe II, con los intersticios de la piedra +arenisca cubiertos de verdes y ondeantes alcaparros. Estatuas romanas +sin cabeza decoraban en tres hornacinas la puerta que comunicaba la +ciudad con el arrabal. Más allá, las calles tortuosas empezaban a +empinarse hacia la cumbre, ocupada por la catedral y el castillo: +pavimentos de piedra azul, por cuyo centro corrían en pendiente las +inmundicias; fachadas de nítida blancura, marcando borrosamente bajo su +enjalbegado escudos nobiliarios y la labor de antiguos ventanales; un +silencio de cementerio a orillas del mar, interrumpido solamente por el +lejano rumor de la resaca y el zumbido de las moscas amontonándose en el +arroyo. De tarde en tarde, pasos en el pavimento de estas calles morunas +y ventanas que se entreabren con la ávida curiosidad de un suceso +extraordinario; unos soldados que suben lentamente hacia el castillo por +las empinadas cuestas; los señores canónigos que bajan del coro, con el +pecho de la sotana brillante de grasa y el sombrero de teja y el manteo +de color de ala de mosca, míseros prebendados de una catedral olvidada, +pobre y sin obispo. + +En una de estas calles había visto Febrer el Seminario, casa larga, de +blancas paredes, con las ventanas cubiertas de rejas lo mismo que una +cárcel. El _Capellanet_, al recordarla, poníase grave, borrándose de su +rostro achocolatado el blanco marfil de la sonrisa. ¡Qué mes había +pasado allí! El maestro entretenía el aburrimiento de las vacaciones con +este pequeño campesino, queriendo iniciarlo en las bellezas de las +letras latinas con ayuda de su elocuencia y de una correa. Deseaba hacer +de él un prodigio, para sorprender a los otros profesores cuando se +abriesen las clases, y los golpes menudeaban. Además de esto, las rejas, +que sólo dejaban ver la pared de enfrente; la aridez de la ciudad, donde +no se encontraba una hoja verde; los aburridos paseos al lado del cura +por aquel puerto de aguas muertas que olía a almeja corrompida y sin +otros barcos que algunos veleros que llegaban a cargar sal... El día +anterior, unos cuantos correazos más fuertes habían acabado con su +paciencia. «¡Pegarle a él! ¡Si no fuese un cura!...» Se había fugado, +emprendiendo a pie el regreso a _Can Mallorquí_; pero antes, como +venganza, desgarró varios libros que el maestro tenía en gran estima, +volcó el tintero sobre la mesa y escribió en las paredes vergonzosas +inscripciones, con otras travesuras de mono en libertad. + +La noche había sido de emociones en _Can Mallorquí_. Pep había dado de +palos a su hijo: lo quiso matar, ciego de ira, teniendo que interponerse +entre los dos Margalida y su madre. + +La sonrisa del _atlot_ había vuelto a reaparecer. Hablaba con orgullo +de los palos que llevaba recibidos sin que le arrancasen un grito. Era +su padre quien le pegaba, y un padre puede pegar, porque así demuestra +que se interesa por sus hijos. Pero que probase otro a golpearle: era +como sentenciarse a muerte. Y al decir esto, se erguía con la belicosa +petulancia de una raza habituada a ver correr la sangre y a hacerse +justicia por su mano. Pep hablaba de llevar a su hijo otra vez al +Seminario, pero el muchacho dudaba de esta amenaza. No iría aunque su +padre cumpliera la promesa de llevarlo atado como un costal a lomos de +un asno: huiría antes a la montaña o al islote del Vedrá, para vivir con +las cabras salvajes. + +El dueño de _Can Mallorquí_ había dispuesto del porvenir de sus hijos +rudamente, con esa energía del campesino que no repara en obstáculos +cuando cree hacer el bien. Margalida se casaría con un payés, y para él +serían las tierras y la casa. Pepet sería cura, lo que representaba una +ascensión social de la familia, honor y fortuna para todos. + +Jaime sonreía al escuchar las protestas del _atlot_ contra su destino. +En toda la isla no existía otro centro de enseñanza que el Seminario, y +los payeses y patrones de barca que deseaban para sus hijos una suerte +mejor los llevaban a él. ¡Los curas de Ibiza!... Muchos de ellos, +mientras seguían sus estudios, tomaban parte en los cortejos, usando +cuchillo y pistolete. Nietos de corsarios y de soldados, al vestir la +sotana guardaban la arrogancia y la ruda virilidad de sus ascendientes. +No eran impíos, pues su simpleza de pensamiento no les permitía este +lujo, pero tampoco eran devotos ni austeros: amaban la vida con todas +sus dulzuras y sentían la atracción de los peligros con atávico +entusiasmo. La isla era una fábrica de sacerdotes animosos y +aventureros. Los que permanecían en España acababan por ser capellanes +de regimiento. Otros, más atrevidos, apenas cantaban misa se embarcaban +para América, donde ciertas repúblicas de aristocrático catolicismo son +el Eldorado de los sacerdotes españoles que no temen al mar. Desde allá +giraban mucho dinero a sus familias y compraban casas y tierras, +alabando a Dios, que mantiene a sus sacerdotes con más holgura en el +Nuevo Mundo que en el viejo. Había buenas señoras en Chile y el Perú que +daban cien pesos de limosna por una misa. Estas noticias hacían abrir la +boca de asombro a los parientes, reunidos durante las noches de invierno +en la cocina. A pesar de tales grandezas, su deseo era regresar a la +isla amada, y volvían a los pocos años con el propósito de vegetar en +sus tierras. Pero el demonio de la vida moderna les había mordido en el +corazón, y se aburrían en la monótona existencia isleña, tradicional y +cerrada. Pensaban en las ciudades jóvenes del otro continente, y al fin +vendían sus bienes o los regalaban a la familia, embarcándose para no +volver más. + +Indignábase Pep contra la tenacidad de su hijo, que se empeñaba en +continuar siendo payés. Hablaba de matarlo, como si lo viese en un +camino de perdición. Llevaba la cuenta de todos los hijos de amigos +suyos que habían partido para el otro mundo con la sotana puesta. El +hijo de _Treufoch_ llevaba enviados de América cerca de seis mil duros. +Otro, que vivía tierra adentro, entre indios, en unas montañas muy altas +a las que llamaban los Andes, había comprado un predio en Ibiza, que +cultivaba su padre. ¡Y el pillo de Pepet, más listo para las letras que +los demás, negábase a seguir tan hermosos ejemplos!... Había para +matarlo. + +La noche anterior, en un momento de calma, cuando Pep descansaba en su +cocina con el brazo fatigado y el gesto triste del padre que acaba de +pegar fuerte, el _atlot_, rascándose los golpes, había propuesto un +arreglo. Sería cura; obedecería al _siñó_ Pep pero antes deseaba ser +hombre, ir con los muchachos de la parroquia a hacer música, bailar los +domingos, mezclarse en los cortejos, tener novia, llevar un cuchillo en +la faja. Esto último era lo que deseaba con mayores ansias. Si su padre +le regalaba el cuchillo del abuelo, él pasaría por todo. + +--_¡El gabinet del güelo, pare!_--imploraba el muchacho--. _¡El gabinet +del güelo!_ + +Por obtener el cuchillo del abuelo sería cura, y hasta si era preciso +viviría solitario, de la limosna de las gentes, como los ermitaños que +estaban a orillas del mar en el santuario de los _Cubells_. Al recordar +el arma venerable, brillaban sus ojos con fulgores de admiración y se la +describía a Febrer. ¡Una joya! Era una antigua lima de acero aguzada y +bruñida. Podía atravesarse con ella una moneda, ¡y en manos de su +abuelo!... Su abuelo era un hombre famoso. El nieto no le había +conocido, pero hablaba de él con admiración, colocando su memoria por +encima del mediano respeto que le inspiraba el buenazo de su padre. + +Luego, a impulsos de su deseo, se atrevía a implorar la protección de +don Jaime. ¡Si quisiera darle ayuda!... Bastaría que pidiese una vez el +famoso cuchillo, para que su padre se lo entregara al instante. + +Febrer acogió esta demanda con risa bondadosa. + +--Tendrás el cuchillo, muchacho. Y si tu padre no quiere entregarlo, yo +te compraré otro cuando vaya a la ciudad. + +Esta certeza entusiasmó al _Capellanet_. Necesitaba ir armado para poder +mezclarse con los hombres. Su casa iba a verse frecuentada por los +_atlots_ más valerosos de la isla. Margalida era ya moza e iba a +comenzar el _festeig_. El _siñó_ Pep había sido rogado por los _atlots_ +con objeto de que fijase día y hora para la visita de los cortejantes. + +--¡Ah! ¡Margalida!--dijo Febrer con asombro--. ¡Margalida con novios!... + +Lo que él había visto en tantas casas de la isla parecíale un +espectáculo absurdo en _Can Mallorquí_. Se había olvidado de que la hija +de Pep era una mujer. ¿Pero realmente aquella niña, aquella muñeca +blanca e ingenua, podía gustar a los hombres?... Sentía la extrañeza del +padre que ha enamorado en otro tiempo a muchas mujeres, y juzgando luego +por su propia sensibilidad, no puede comprender que su hija inspire +pasiones. + +Pasados algunos instantes ya no la vio así. Margalida era otra a sus +ojos: era una mujer. La transformación le dolía. Creyó que acababa de +perder algo, pero se resignó ante la realidad. + +--¿Y cuántos son?--dijo con voz algo apagada. + +Pepet agitó una mano al mismo tiempo que elevaba los ojos a la bóveda de +la torre. ¿Cuántos?... Aún no se sabía con certeza. Lo menos treinta. +Iba a ser un _festeig_ del que se hablaría en toda la isla; y eso que +muchos, aunque se comían a Margalida con los ojos, no osaban entrar en +el cortejo, dándose de antemano por vencidos. Como su hermana había +pocas en la isla: guapa, alegre y con un buen pedazo de pan, pues el +_siñó_ Pep hablaba en todas partes de dar _Can Mallorquí_ al yerno +cuando él muriese. ¡Y el hijo que se reventase con la sotana a cuestas +al otro lado del mar, sin ver más _atlotas_ que las indias! _¡Futro!..._ + +Pero su indignación duró poco. Entusiasmábase al pensar en los mozos que +iban a acudir a su casa dos veces por semana para hacer la corte a +Margalida. Iban a venir hasta de San Juan, al otro extremo de la isla, +el pueblo de los hombres valientes, donde muchos evitaban salir de su +casa apenas cerraba la noche, sabiendo que cada ribazo servía de sostén +a una pistola y cada árbol de guarida a una escopeta, y todos esperaban +pacientemente la satisfacción de un agravio recibido muchos años antes; +la patria de las temibles «fieras de San Juan». Juntos con estos +personajes vendrían otros de los demás _cuartones_, y muchos tendrían +que caminar leguas para llegar a _Can Mallorquí_. + +El _Capellanet_ regocijábase pensando en los mozos arrogantes que iba a +conocer. Todos le tratarían como un compañero, por ser hermano de la +novia; pero de estas futuras amistades la que más le halagaba era la de +Pere, apodado el _Ferrer_ por su oficio de herrero, un hombre cercano a +los treinta años, del que se hablaba mucho en la parroquia de San José. + +El muchacho lo admiraba como gran artista. + +Cuando se decidía a trabajar, fabricaba las más hermosas pistolas que se +conocían en los campos de Ibiza. Pepet enumeraba su trabajo. Le enviaban +de la Península cañones viejos de escopeta--lo viejo inspiraba respeto +al _atlot_--y los montaba a su modo en culatas de pistola esculpidas con +bárbara fantasía, añadiendo a la obra prolijos adornos de plata. Arma +salida de sus manos podía cargarse hasta la boca, sin miedo a que +reventase. + +Pero otra circunstancia más importante aumentaba su admiración por el +_Ferrer_. Lo declaró en voz baja, con un tono de misterio y respeto: + +--_El Ferrer és un verro._ + +¡Un _verro_!... Jaime quedó pensativo unos instantes, coordinando sus +recuerdos sobre las costumbres de la isla. Un gesto expresivo del +_Capellanet_ ayudó a su memoria. Un _verro_ es un hombre cuyo valor no +necesita probarse, pues tiene pudriendo tierra uno o varios ejemplos de +la dureza de su mano o de lo certero de su puntería. + +Pepet, para que los suyos no quedasen por debajo del _Ferrer_, volvió a +recordar a su abuelo. También había sido _verro_, pero los antiguos +sabían hacer mejor las cosas. Aún se acordaban en San José de la +habilidad con que el _güelo_ despachaba sus asuntos: un golpe nada más +con el famoso cuchillo, y después las precauciones tan bien tomadas que +siempre se presentaban testigos para declarar que lo habían visto al +otro extremo de la isla a la misma hora en que agonizaba el enemigo. + +El _Ferrer_ era un _verro_ con menos fortuna. Hacía medio año que había +desembarcado, después de pasar ocho en un presidio de la Península. Le +habían condenado a catorce, pero le alcanzaron varios indultos. El +recibimiento fue triunfal. ¡Un hijo de San José que regresaba de tan +heroico destierro!... No debían mostrarse menos entusiastas que los +vecinos de otras parroquias, que acogían a sus _verros_ con grandes +agasajos. Y bajaron al puerto de Ibiza, el día de la llegada del vapor, +los parientes lejanos del _Ferrer_, que eran medio pueblo, y todo el +resto del vecindario por puro patriotismo. Hasta el alcalde hizo el +viaje, seguido de su secretario, para conservar las simpatías de sus +administrados. Los señores de la ciudad protestaban con indignación de +estas costumbres bárbaras e inmorales de la payesía, mientras hombres, +mujeres y chiquillos asaltaban el vapor, ansioso cada uno de ser el +primero en estrechar la mano del héroe. + +Pepet se acordaba de la vuelta del _verro_ a San José. Él también había +figurado en la comitiva, larga hilera de carros, caballos, asnos y +peatones, como si el pueblo entero emigrase. En todas las tabernas y +ventorros del camino deteníase la romería, y el grande hombre era +obsequiado con jarros de vino, pedazos de sobreasada y copas de +_figola_, licor de hierbas de la isla. Admiraban su traje nuevo--un +traje de señor que había comprado al salir del presidio--, se asombraban +en silencio de la desenvoltura de sus maneras, del aire de buen príncipe +con que acogía a sus antiguos amigos, protegiéndolos con el gesto y la +mirada. Muchos le envidiaban. ¡Lo que aprende un hombre saliendo de la +isla! ¡No hay como correr el mundo!... El antiguo herrero los abrumó a +todos con la superioridad de sus recuerdos durante el viaje a San José. +Luego, en el espacio de varias semanas, la tertulia en la taberna del +pueblo, a la caída de la tarde, resultó interesantísima. Las palabras +del _verro_ se repetían de hogar en hogar por todos los esparcidos +caseríos del _cuartón_, viendo cada payés algo honroso para su parroquia +en estas aventuras del convecino. + +El _Ferrer_ no se cansaba de alabar las bellezas del establecimiento en +el que había permanecido ocho años. Olvidaba las cóleras y tristezas +sufridas allá. Todo lo veía al través de ese amor a lo pasado que +desfigura los recuerdos. + +Él no había vivido, como ciertos infelices, en un establecimiento penal +de las llanuras manchegas, donde hay que subir el agua a lomos de +hombre, sufriendo los tormentos de un frío ártico. Tampoco había estado +en los presidios de la vieja Castilla, donde la nieve blanquea los +patios y los huecos de las rejas. Venía de Valencia, del penal de San +Miguel de los Reyes, llamado _Niza_, a causa de la dulzura de su clima, +por los habituales pensionistas de dichos establecimientos. Hablaba con +orgullo de esta casa, lo mismo que un rico estudiante recuerda los años +pasados en una universidad inglesa o alemana. Altas palmeras sombreaban +los patios, ondeando su capitel de plumas por encima de los tejados. +Desde las rejas llegaba a verse toda la extensión de la huerta +valenciana, con los frontones triangulares y blancos de sus barracas, y +más allá el Mediterráneo, una faja azul inmensa, tras cuyo lomo se +ocultaba el peñón natal, la isla amada. Tal vez había pasado por ella el +viento cargado de emanaciones salinas y ardores vegetales que se colaba +como una bendición en las hediondas cuadras del presidio. ¡Qué más podía +desear un preso!... La vida era dulce: se comía a sus horas, siempre de +caliente; había orden, y el hombre no tenía más que obedecer, dejarse +llevar. Se hacían buenas amistades; se trataba uno con gentes notables, +que jamás hubiese conocido de permanecer en la isla. Y el _Ferrer_ +hablaba con orgullo de sus amigos. Unos habían tenido millones y paseado +en lujosos carruajes allá en Madrid, ciudad casi fantástica, cuyo nombre +sonaba en los oídos de los isleños como el de Bagdad para el pobre árabe +del desierto que escucha un relato de _Las mil noches y una noche_. +Otros habían corrido medio mundo antes de que la desgracia les confinase +en el encierro, y recordaban ante un corro absorto sus aventuras en +tierras de negros o en países donde los hombres eran amarillos o verdes +y llevaban trenzas mujeriles. En aquel antiguo convento, grande como un +pueblo, vivía lo mejor de la tierra. Algunos habían ceñido espada y +mandado hombres; otros habían manejado papeles sellados e interpretado +la ley. ¡Hasta un cura había sido compañero de cuadra del _Ferrer_!... + +Los admiradores de éste le oían con los ojos muy abiertos y las narices +palpitantes de emoción. ¡Qué dicha! Ser _verro_, haber ganado la +celebridad y el respeto matando a un enemigo en las sombras de la noche, +y a cambio de esto, ocho años en _Niza_, lugar de delicias y honores. +¡No tendrían ellos tanta suerte!... + +El _Capellanet_, que había escuchado estos relatos, sentía por el +_verro_ un respeto admirativo. Describía las particularidades de su +persona con la prolijidad del que se siente enamorado de un héroe. + +No era alto ni fuerte como el señor; pero era ágil, nadie le ganaba en +el baile, y podía danzar horas enteras, hasta rendir a todas las +muchachas de la parroquia. Había traído de su larga temporada en _Niza_ +una tez pálida y lustrosa, una tez de monja en clausura; pero ya estaba +obscuro como los demás, con la cara bronceada y curtida por el aire del +mar y el sol africano de la isla. Vivía en la montaña, en una casucha +inmediata a los bosques de pinos, cerca de los carboneros que +proporcionaban combustible a su fragua. Esta no se encendía todos los +días. El _Ferrer_, con sus pretensiones de artista, sólo trabajaba +cuando tenía que reparar una escopeta, transformar un viejo trabuco de +chispa en arma de pistón, o fabricar aquellas pistolas con adornos de +plata que admiraban al _Capellanet_. + +Deseaba éste verle preferido por su hermana; que el _verro_ entrase en +su familia con sus asombrosas habilidades. Tal vez a impulsos del +próximo parentesco se decidiese a regalarle una de aquellas joyas. + +--Puede ser que Margalida le quiera, y entonces el _Ferrer_ me dé una de +sus pistolas. ¿Usted qué cree, don Jaime?... + +Abogaba por el _verro_ como si fuese ya pariente suyo. ¡El pobre vivía +tan mal!... Solo en la fragua, sin otra compañía que una parienta vieja, +siempre vestida de negro por remotos lutos, lagrimeante un ojo, cerrado +otro, y tirando del fuelle mientras su sobrino batía el hierro rojo. La +vecindad del fogón secaba cada vez más su huesosa flacura. En su cara +arrugada de manzana vieja parecían liquidarse las cuencas de los ojos. + +Aquel antro ahumado y lóbrego en medio de los pinares podía embellecerse +con la presencia de Margalida. Su único adorno actual eran unos cuantos +cestillos de juncos de colores tejidos en forma de tablero de ajedrez, +con pompones de seda, amistoso recuerdo de los ignorados artistas que +entretenían sus ocios en el retiro de _Niza_. Cuando su hermana viviese +en la fragua, Pepet iría a verla, y contaba adquirir de la munificencia +de su cuñado, en estas visitas, un cuchillo tan famoso como el del +abuelo, si es que el señor Pep perseveraba injustamente en negarle esta +herencia gloriosa. + +El recuerdo de su padre pareció obscurecer las esperanzas del muchacho. +Veía difícil que el dueño de _Can Mallorquí_ aceptase como yerno a Pere +el _Ferrer_. Nada malo podía decir el viejo de él; aceptaba su fama como +una honra para el pueblo. La isla no sólo tenía hombres bravos en «las +fieras de San Juan»; también San José podía enorgullecerse de mozos +valientes que habían sufrido duras pruebas. Pero el _Ferrer_ era hombre +de oficio, poco entendido en materias agrícolas, y aunque todos los +ibicencos mostrábanse igualmente dispuestos a cultivar la tierra, echar +una red en el mar o hacer un alijo de contrabando, pasando fácilmente de +un trabajo a otro, él quería para su hija un verdadero labrador, +habituado toda su vida a arañar el suelo. Su resolución era +inquebrantable. En aquel cerebro yermo y duro, cuando llegaba a retoñar +una idea, echaba raíces tan hondas, que no había huracán ni cataclismo +que la arrancase. Pepet sería cura y correría mundo. Margalida la +guardaba para un labrador que agrandase las tierras de _Can Mallorquí_ +al heredarlas. + +El _Capellanet_ inquietábase al pensar en quién podría ser el favorecido +por Margalida. Trabajo le daba a todos teniendo enfrente a un hombre +como el _Ferrer_. Aunque su hermana se inclinase hacia otro, el +agraciado tendría que vérselas luego con Pere, el bravo glorioso, +quitándolo de en medio. Iban a verse cosas grandes. Del cortejo de +Margalida se hablaba ya en todas las casas del _cuartón_; su fama +acabaría por extenderse a toda la isla. Y Pepet sonreía con feroz +deleite, como un pequeño salvaje que ve próxima una matanza. + +Admiraba a Margalida, reconociendo en ella una autoridad mayor que la +del padre, por lo mismo que no estaba basada en el miedo a los golpes. +Ella lo dirigía todo en la casa. La madre marchaba tras sus pasos como +una doméstica, no osando hacer nada sin consultarla. El _siñó_ Pep, tan +absoluto en sus ideas, deteníase antes de tomar una resolución, +rascándose la frente con gesto de duda mientras decía en voz baja: «Esto +habrá que consultarlo con la _atlota_». El mismo _Capellanet_, que había +heredado la terquedad paternal, desistía fácilmente de sus intentos de +protesta con sólo una palabra de la hermana, una insinuación de su boca +sonriente, de su voz dulce. + +--¡Lo que ella sabe, don Jaime!--decía el muchacho con admiración--. Yo +ignoro si es guapa. Por ahí dicen que sí; pero a mí no me gusta. A mí me +gustan otras de mi edad. ¡Lástima que no estén aún para admitir el +_festeig_!.... + +Y volviendo a hablar de su hermana, enumeraba sus talentos, insistiendo +con cierto respeto en su habilidad para el canto. + +¿Conocía don Jaime al _Cantó_, un _atlot_ malucho del pecho, que no +trabajaba y pasaba los días tendido a la sombra de los árboles, +golpeando el tamboril y mascullando versos?... Era un blanco cordero, +una gallina, con ojos y piel de mujer, incapaz de hacer frente a nadie. +También éste pretendía a Margalida; pero el _Capellanet_ juraba meterle +el tamboril por el cogote antes que aceptarlo como cuñado... Él sólo +podía emparentar con un héroe... Pero en lo de sacarse canciones de la +cabeza y cantarlas intercaladas con alaridos de pavo real no había quien +se midiese con el _Cantó_. Había que ser justos, y Pepet reconocía su +mérito. Era para el _cuartón_ una gloria que casi podía compararse con +la del valeroso _Ferrer_. Pues bien; a este cantor le hacía frente +Margalida cuando, en las tertulias de verano en el _porchu_ de la +alquería o en los bailes del domingo, ruborosa, empujada por las +compañeras, se decidía a sentarse en el centro del corro, y con el +tamboril en una rodilla, ocultos los ojos tras un pañuelo, contestaba +con un largo romance, todo de su invención, a lo que había dicho antes +el poeta. + +Si el _Cantó_ soltaba un domingo un interminable relato sobre la +falsedad de las mujeres y lo caras que cuestan al hombre por su afición +a los trapos, Margalida le respondía al otro domingo con un romance +doblemente largo criticando la vanidad y el egoísmo de los hombres, y la +turba de _atlotas_ coreaba sus versos con cloqueos de entusiasmo, +reconociendo la gloria de una vengadora en la muchacha de _Can +Mallorquí._ + +--_¡Pepet!... ¡Atlot_! + +Una voz femenina sonó a lo lejos, como un cristal, cortando el denso +silencio de las primeras horas de la tarde, cargado de vibraciones de +calor y de luz. Sonaba cada vez más fuerte, al repetirse, como si se +aproximase a la torre. + +Pepet abandonó su posición de bestezuela en descanso, libertando las +piernas encogidas del anillo de los brazos para erguirse de un salto... +Era Margalida la que llamaba... Su padre debía reclamarle para algún +trabajo, en vista de su tardanza. + +El señor le retuvo por un brazo. + +--Déjala que venga--dijo sonriendo--. Hazte el sordo, para que grite. + +El _Capellanet_ enseñó los nítidos dientes en la obscuridad de su cara +bronceada. Sonrió el pillete, satisfecho de esta inocente complicidad, y +quiso aprovecharse de ella, hablando al señor con atrevida confianza. + +¿De veras que pediría para él, al _siñó_ Pep, el cuchillo del abuelo? +_¡Ay, el gabinet del güelo!_ Estaba siempre presente en su memoria. + +--Sí, lo tendrás--dijo Jaime--. Y si tu padre no te lo da, yo te +compraré el mejor que encuentre en Ibiza. + +El muchacho se frotó las manos, brillándole los ojos con fulgores +salvajes. + +--Es sólo para que seas hombre como los otros--continuó Febrer--; pero +¡nada de usarlo! Un simple adorno nada más. + +Pepet, ansioso de realizar cuanto antes su deseo, contestó con enérgicos +movimientos de cabeza. Sí; un adorno nada más... Pero sus ojos se +obscurecieron con una duda cruel... Un adorno; pero si alguien le +ofendía llevando tal compañero, ¿qué debe hacer un hombre?... + +--_¡Pepet!... ¡Atlot!_ + +La voz de cristal sonó ahora al pie de la torre. Febrer esperaba oírla +más cerca, ver aparecer la cabeza de Margalida y luego todo su cuerpo en +el hueco de entrada. En vano aguardó largo rato: la voz fue haciéndose +apremiante, con graciosos temblores de impaciencia, pero sin aproximarse +más. + +Febrer se asomó a la puerta y vio a la muchacha al pie de la escalera, +algo empequeñecida por la distancia, con hinchada falda azul y un +sombrero de paja del que pendían cintas a flores. Sobre el fondo de las +amplias alas del sombrero, iguales a una aureola, destacábase su rostro, +de una palidez de rosa, en el que parecían temblar las gotas negras de +los ojos. + +--_¡Salut, Flo d'enmetllé!_--dijo Febrer con cierta inseguridad en la +voz, pero sonriendo. + +«¡Flor de almendro!...» Al oír la muchacha este nombre en boca del +señor, el carmín de una expansión sanguínea ocultó momentáneamente la +suave blancura de su tez... + +«¿Ya sabía don Jaime este nombre?... ¿Un señor como él se enteraba de +tales tonterías?...» + +Febrer sólo vio ya la copa y las alas del sombrero de Margalida. Había +bajado la cabeza, y en su turbación jugueteaba con las puntas del +delantal, avergonzada como una niña que se da cuenta de pronto de la +significación de su sexo y escucha el primer requiebro. + + + + +III + + +El domingo siguiente, Febrer fue por la mañana al pueblo. El tío +Ventolera no podía acompañarle al mar, pues consideraba indispensable su +presencia en la misa, para responder con voz chillona a las palabras del +sacerdote. + +Falto de ocupación, Jaime emprendió la marcha hacia el pueblo por +senderos de tierra roja que ensuciaba la blancura de sus alpargatas. Era +uno de los últimos días estivales. Las alquerías de nítida blancura +parecían reflejar como espejos el fuego de un sol africano. Zumbaban en +el ambiente los enjambres de insectos. En la sombra verdosa de las +higueras, amplias, bajas y redondas, apoyadas en un círculo de estacas +como un techo de verdura, caían los higos abiertos por el calor, +reventando en el suelo como enormes gotas de azúcar purpúreo. Las +chumberas alzaban sus muros de pinchosas palas a ambos lados del camino, +y entre sus raíces polvorientas correteaban, medrosas y ebrias de sol, +pequeñas bestias ondeantes, de larga cola y verde esmeralda. + +Por entre la columnata negra y retorcida de los olivos y los almendros +veíanse a lo lejos, siguiendo otros senderos, grupos de payeses que +también marchaban hacia el pueblo. Delante iban las _atlotas_ de traje +dominguero, con pañuelos rojos o blancos y faldas verdes, brillando al +sol sus grandes cadenas de oro. Junto a ellas caminaban los +pretendientes, escolta tenaz y hostil que se disputaba una mirada o una +palabra de preferencia, asediando varios a la vez a la misma moza. +Cerraban la marcha los padres de las muchachas, envejecidos antes de +tiempo por las fatigas y sobriedades de la vida del campo, pobres +bestias de la tierra, sumisas, resignadas, negras de piel, con los +miembros secos como sarmientos, y que en la modorra de su mente +recordaban cual una vaga y remota primavera los años del _festeig_. + +Cuando Febrer llegó al pueblo se dirigió rectamente a la iglesia. Lo +formaban seis u ocho casas con la alcaldía, la escuela y la taberna en +torno del templo. Éste erguíase soberbio y poderoso, como nexo de unión +de todo el caserío esparcido por valles y montes en algunos kilómetros a +la redonda. + +Jaime, despojándose del sombrero para limpiarse el sudor de la frente, +se refugió bajo las arcadas de un pequeño claustro que precedía a la +iglesia. Allí experimentó la misma sensación de bienestar del árabe que +se acoge a un solitario morabito tras la marcha por el arenal inflamado +como un horno. + +La blancura de la iglesia, enjalbegada de cal, con sus arcadas frescas y +sus ribazos de piedra seca coronados de nopales, hacía pensar en una +mezquita africana. Tenía más de fortaleza que de templo. Sus tejados +estaban ocultos por el borde superior de los muros, especie de reducto +sobre el cual habían asomado muchas veces escopetas y trabucos. La torre +era un torreón de guerra coronado todavía de almenas: su vieja campana +había volteado en otro tiempo con la fiebre del rebato. + +Esta iglesia, en la que los payeses del _cuartón_ entraban a la vida con +el bautismo y salían de ella con la misa de difuntos, había sido durante +siglos el refugio de sus pavores, la fortaleza de sus resistencias. +Cuando las atalayas de la costa anunciaban con fogatas o humaredas un +barco de moros, de todas las alquerías de la parroquia corrían las +familias hacia el templo, los hombres cargando su escopeta, las mujeres +y niños arreando las cabras y los asnos o llevando a cuestas con las +patas atadas en manojo todas las aves de corral. La casa de Dios se +convertía en establo guardador de la fortuna de sus adeptos. El cura, en +un rincón, rezaba con las mujeres, siendo cortadas sus oraciones por +chillidos de angustia y llantos de niños, mientras en los tejados y la +torre los escopeteros exploraban el horizonte, hasta que llegaba noticia +de que las aves de rapiña del mar se habían alejado. Entonces +reanudábase la existencia normal, volviendo cada familia a su +aislamiento, con la certeza de repetir el viaje angustioso pocas +semanas después. + +Febrer permaneció bajo las arcadas viendo cómo iban llegando los grupos +de payeses a toda prisa, espoleados por el último toque del esquilón que +volteaba en lo alto de la torre. El interior de la iglesia estaba casi +lleno. Por la puerta entreabierta llegaba hasta Jaime una densa bocanada +de respiraciones ardorosas, de sudor y ropas burdas. Experimentaba +Febrer cierta simpatía por estas buenas gentes cuando las tropezaba por +separado, pero la muchedumbre inspirábale aversión, y permanecía lejos +de su contacto. + +Muchos domingos bajaba al pueblo para quedarse en la puerta de la +iglesia, sin entrar en ella. La soledad habitual en su torre de la costa +le hacía necesario ver gentes. Además, el domingo resultaba para él, +hombre sin ocupaciones, un día monótono, fastidioso, interminable. Este +descanso de los demás era su tormento. No podía ir al mar por falta de +barquero, y los campos solitarios, con sus casas cerradas, por hallarse +las familias en la misa o en el baile de la tarde, le comunicaban la +impresión penosa de un paseo por un cementerio. La mañana pasábala en +San José, y uno de sus placeres era permanecer en el claustro de la +iglesia viendo entrar y salir al gentío, gozando de la fresca sombra de +los arcos, mientras unos pasos más allá ardía la tierra con la +reverberación solar, mecían sus ramas los árboles lentamente, como +angustiadas por el calor y el polvo que cubría sus hojas, y el ambiente +denso parecía ser mascado antes de descender a los pulmones. + +Llegaban las familias retrasadas, pasando ante Febrer con una mirada de +curiosidad y un leve saludo. Todos le conocían en el _cuartón_. Estas +buenas gentes, al verle en el campo podían abrirle la puerta de su casa; +pero su afabilidad no iba más allá, siendo incapaces de aproximarse a él +por impulso propio. Era un forastero. Además, era un mallorquín. Su +condición de señor creaba una misteriosa desconfianza en la gente +rústica, que no podía explicarse su permanencia en el aislamiento de una +torre. + +Febrer quedó solo. Llegó hasta sus oídos el repiqueteo de una +campanilla, el rumor de la gente al arrodillarse o al ponerse de pie, y +una voz conocida, la voz del tío Ventolera, lanzando en tono cantable +las respuestas de la misa con el estridor de su boca sin dientes. La +gente aceptaba sin reírse estas ingerencias de su locura senil. Estaba +habituada, años y años, a oír los latinajos del antiguo marinero, que +desde su banco apoyaba a gritos las respuestas del ayudante. Todos daban +cierto carácter sagrado a estos desvaríos, como los orientales, que ven +en la demencia un signo de santidad. + +Fumó Jaime en la entrada de la iglesia para entretenerse. Unos palomos +se arrullaban sobre los arcos, cortando con el rumor de sus caricias las +largas pausas de silencio. Tres colillas de cigarro estaban a los pies +de Febrer, cuando sonó en el interior del templo un largo murmullo como +de cien respiraciones contenidas que se exhalan al fin con un suspiro de +satisfacción. Luego ruido de pasos, voces ahogadas de saludo, chocar de +sillas, chirrido de bancos, arrastre de pies, y la puerta quedó +obstruida por las gentes que intentaban salir todas a un tiempo. + +Comenzaron a desfilar los fieles, saludándose como si se vieran por +primera vez al encontrarse en pleno sol, fuera de la luz crepuscular del +templo. + +--_¡Bon dia!... ¡Bon dia!..._ + +Salían en grupos las mujeres: las viejas vestidas de negro, esparciendo +el interno olor de sus innumerables zagalejos y faldas; las jóvenes +erguidas en su estrecho corsé, que les aplastaba los pechos y borraba +las curvas salientes de las caderas, ostentando con nobiliario orgullo, +sobre el pañuelo multicolor, las cadenas de oro y los enormes +crucifijos. Eran cabezas morenas o verdosas con grandes ojos de +dramática expresión; vírgenes cobrizas con el pelo brillante y aceitoso +partido por una raya que iba ensanchando cada vez más la rudeza del +peine. + +Los hombres deteníanse un momento en la puerta para colocarse sobre la +rapada cabeza, con luengos rizos en su parte delantera, el pañuelo que +llevaban bajo el sombrero, a uso mujeril. Era una prenda con la que +suplían el capuchón del antiguo jaique del país, usado ya únicamente en +circunstancias extraordinarias. + +Luego, los viejos sacaban de la faja una pipa rústica fabricada por +ellos mismos, llenándola de tabaco de _pota_ cultivado en la isla, +hierba de acre olor. Los mozos se alejaban de ellos. Salían del atrio +para adoptar fieras posturas, con las manos en la faja y la cabeza +erguida, ante los grupos de mujeres. En ellos estaban las amadas +_atlotas_ fingiendo indiferencia y contemplándolos al mismo tiempo con +el rabillo de un ojo. + +Poco a poco iba disolviéndose esta masa de gentío. + +--_¡Bon dia!... ¡Bon dia!..._ + +Muchos no volverían a verse hasta el domingo siguiente. Por todos los +senderos se alejaban grupos multicolores: unos obscuros, sin escolta +alguna, marchando lentamente, como si se arrastrasen, con la miseria de +la ancianidad; otros bulliciosos, de faldas inquietas y pañuelos +ondeantes, seguidos a distancia por una tropa de _atlots_, que gritaban, +relinchaban y corrían para advertir su presencia a las muchachas. + +Aún quedaba gente dentro de la iglesia. Febrer vio salir a unas mujeres +vestidas de negro, tétrico grupo de tapadas, que apenas sí enseñaban a +través de la abertura del manto su nariz enrojecida por el sol y un ojo +de brasa velado por las lágrimas. Iban cubiertas con el _abrigais_, chal +de invierno, envoltura tradicional de gruesa lana, cuya vista producía +una sensación de tormento y asfixia en aquella mañana bochornosa de +verano. Detrás salieron unos encapuchados, antiguos payeses que se +habían cubierto con el capote de ceremonia, un jaique pardo de lana +burda con amplias mangas y apretado capuchón. Las mangas las llevaban +sueltas, pero el capuchón iba bien abrochado bajo la barba, mostrando +por la abertura sus rostros tostados de piratas. + +Eran los parientes de un payés que había muerto una semana antes. La +numerosa familia, que habitaba en distintos puntos del _cuartón_, +habíase reunido, según costumbre, en la misa del domingo para recordar +al muerto, y al verse estallaba su dolor con africana vehemencia, como +si aún tuviesen ante sus ojos el cadáver. La costumbre exigía que se +cubrieran con sus prendas de ceremonia, con sus vestidos de invierno, +encerrándose en ellos cual si fuesen cáscaras de dolor. Lloraban y +sudaban bajo las envolturas, y al reconocer cada uno a los parientes que +no había visto en algunos días, estallaba su pena con nuevo +recrudecimiento. Salían suspiros de agonía de entre los espesos mantos; +las rudas caras, encuadradas por el capuchón, contraíanse con +crispaciones de dolor infantil, exhalando lamentos de pequeñuelo +enfermo. El dolor se licuaba con una incesante secreción, mezcla de +sudor y lágrimas. De todas las narices--la parte más visible de estos +fantasmas doloridos--pendían gotas que iban a caer sobre los pliegues +del paño burdo. + +Un hombre hablaba con bondadosa autoridad, exigiendo calma, en medio del +estrépito de las voces femeniles que rugían broncas de pena y de los +suspiros masculinos atiplados por el dolor. Era Pep el de _Can +Mallorquí_, lejano pariente del muerto, en esta isla donde todos se +hallaban más o menos unidos por los cruces de la sangre. El vago +parentesco, aunque le impulsaba a participar del dolor, no le había +obligado a ponerse el jaique de las grandes solemnidades. Iba vestido de +negro y se cubría con un manteo de ligera lana y un fieltro redondo, que +le daban cierto aire eclesiástico. Su mujer y Margalida, que no se +creían unidas por el parentesco a esta familia, manteníanse aparte, como +si las alejase la diferencia entre sus alegres ropas domingueras y aquel +aparato de dolor. + +El bondadoso Pep fingía enfadarse por los extremos de desesperación, +cada vez más vehementes, de los enlutados... «¡Ya había bastante! Cada +uno a su casa, a vivir muchos años, para encomendar el muerto al Señor.» + +Estallaron más fuertes los sollozos bajo los mantos y los capuchones. +«¡Adiós! ¡adiós!» Se estrechaban las manos, se besaban las bocas, se +retorcían los brazos, como si todos se despidieran para no verse más. +«¡Adiós! ¡adiós!» Se alejaron por grupos, cada uno en distinta +dirección, hacia las montañas cubiertas de pinos, hacia las alquerías de +lejana blancura medio ocultas entre higueras y almendrales, hacia los +rojos peñascos de la costa; y era un espectáculo absurdo e incoherente +ver bajo el ardor del sol, al través de los campos verdes y espléndidos, +cómo marchaban con paso tardo estos fantasmas espesos y sudorosos, +incansables lloradores de la muerte. + +La vuelta a _Can Mallorquí_ fue triste y silenciosa. Pepet abría la +marcha con el _bimbau_ en los labios, que le acompañaba en su caminata +con un zumbido de moscardón. De vez en cuando deteníase para echar +piedras a los pájaros o a los lagartos hinchados y negruzcos que +asomaban entre las chumberas. ¡Lo que a él le importaba la muerte!... +Margalida caminaba junto a su madre, silenciosa, abstraída, con los ojos +muy abiertos: unos ojos de vaca hermosa que miraban a todas partes sin +ver, sin reflejar pensamiento alguno. Parecía no darse cuenta de que +tras ella caminaba don Jaime, el señor, el reverenciado huésped de la +torre. + +Pep, abstraído también, delataba el curso de sus pensamientos con +palabras sueltas dirigidas a Febrer, como si necesitase hacer partícipe +a alguien de sus ideas. + +«¡La muerte! ¡Qué cosa tan fea, don Jaime!... Y allí estaban ellos, en +un pedazo de tierra rodeado por las olas, sin poder escapar, sin poder +defenderse, aguardando el momento en que les echase la zarpa.» El payés +sentía sublevarse su egoísmo ante esta gran injusticia. Bueno que allá +en tierra firme, donde las gentes son felices y gozan mucho, se ensañase +la muerte... ¿Pero aquí? ¿También aquí, en el último rincón del mundo? +¿No había límite ni excepción para la gran entrometida?... + +Era inútil imaginarse obstáculos. Ya podía el mar embravecerse entre las +cadenas de islotes y escollos que van de Ibiza a Formentera. Los freos +eran hervideros de olas, los peñones se cubrían de espuma, los rudos +hombres de mar retrocedían vencidos, los barcos se refugiaban en los +puertos, el paso se cerraba para todos, las islas quedaban apartadas del +resto del mundo... Pero esto nada significaba para la marinera +invencible de cráneo pelado, para la caminante de piernas de hueso, que +podía correr con gigantescos saltos por encima de montañas y mares. + +No había tempestad que la detuviese; no existía alegría que la hiciera +olvidar; estaba en todas partes; se acordaba de todos. Ya podía lucir el +sol, y mostrarse hermosos los campos, y ser buena la cosecha... +¡Engañifas para entretener al hombre en sus fatigas y que le fuesen más +tolerables! ¡Mentirosas promesas, como las que se hacen a los niños para +que se sometan de buen grado al tormento de la escuela!... Y había que +dejarse engañar; la mentira era buena. No debían acordarse de este mal +inevitable, de este último peligro sin remedio alguno, que entristece la +vida, quitando su sabor al pan, su alegre topacio al líquido de la +parra, su jugo al blanco queso, su sabor de azúcar a los higos +purpúreos, y su energía picante a la sobreasada, entenebreciendo y +amargando todas las cosas buenas que Dios puso en la isla para consuelo +de las gentes de bien. «¡Ay, don Jaime, qué miseria!...» + +Febrer comió en _Can Mallorquí_, para evitar a los hijos de Pep la +subida a la torre. La comida empezó con cierta tristeza, como si aún +vibrasen en sus oídos los lamentos de los encapuchados en el atrio de la +iglesia. Poco a poco, en torno de la mesita baja y su gran cazuela de +arroz fue difundiéndose cierta alegría. El _Capellanet_ hablaba del +baile de la tarde, olvidado totalmente de su vida de seminarista y +osando arrostrar los ojos de Pep. Margalida recordaba las miradas del +_Cantó_ y la arrogante postura del _Ferrer_ cuando ella había pasado +ante los _atlots_ al entrar en misa. La madre suspiraba: + +--_¡Ay, Siñor!... ¡Ay, Siñor!..._ + +Nunca había dicho más, acompañando con la misma exclamación de su +confuso pensamiento hacia Dios las alegrías y los dolores. + +Pep había dado varios tientos al jarro de vino, lleno del zumo sonrosado +de las mismas parras que extendían un toldo de pámpanos ante el porche. +Su rostro cetrino se coloreó con una aurora alegre. «¡Al diablo la +muerte y sus miedos! ¿Iba un hombre honrado a pasar la existencia entera +temblando por su llegada?... Podía presentarse cuando lo tuviese a bien. +¡Mientras tanto, a vivir!...» Y manifestó esta voluntad de vida +durmiéndose en un poyo, con sonoros ronquidos que no lograban asustar a +las moscas y avispas revoloteantes en torno de su boca. + +Febrer se marchó a la torre. Margalida y su hermano apenas se fijaron en +el señor. Habían abandonado la mesa para hablar más libremente del baile +de la tarde, con una alegría de muchachos a los que estorba la presencia +de una persona grave. + +En la torre se tendió en su jergón y quiso dormir. ¡Solo!... Se daba +cuenta de su aislamiento, rodeado de personas que le respetaban, que tal +vez le amaban, pero al mismo tiempo sentían la irresistible atracción de +unas alegrías sencillas, insípidas para él. ¡Qué tormento el de los +domingos! ¿Adonde ir? ¿Qué hacer?... + +En su firme deseo de suprimir el martirio del tiempo, de alejarse de una +vida sin objeto inmediato, acabó por dormirse y despertó a media tarde, +cuando el sol empezaba a descender lentamente, más allá de la línea de +islotes, entre una lluvia de oro pálido que parecía dar a las aguas un +azul más intenso y profundo. + +Al bajar a _Can Mallorquí_ vio cerrada la alquería. ¡Nadie! Ni siquiera +excitaron sus pasos el ladrido del perro que estaba siempre bajo el +porche. El vigilante animal había ido también a la fiesta con la +familia. + +«Están todos en el baile--pensó Febrer--. ¿Si yo fuese al pueblo?...» + +Dudó largo rato. ¿Qué podía hacer allá?... Repugnábanle estas +diversiones, en las que su presencia de forastero parecía despertar +cierta molestia entre los payeses. Aquellas gentes preferían verse +solas. ¿Iba él a bailar con una _atlota_ a sus años y con su aspecto +malhumorado que infundía respeto y frialdad?... Tendría que permanecer +con Pep y otros, aspirando el olor del tabaco _de pota_, hablando de la +almendra y del miedo a que se helase, esforzándose por abatir su +pensamiento al nivel del de estas gentes. + +Al fin se decidió a ir al pueblo. Tenía miedo a la soledad. Antes que +pasar solo el resto de la tarde, prefería la conversación lenta y +monótona de las gentes simples, una conversación refrescante, como él +decía, que no le obligaba a reflexionar y dejaba su pensamiento en dulce +calma animal. + +Cerca de San José vio la bandera española flotando sobre el tejado de la +alcaldía, y llegaron a sus oídos los golpes secos del parche del +tamboril, el bucólico gorjeo de la flauta y el repiqueteo de las +castañolas. + +El baile era frente a la iglesia. La gente joven formaba grupos, de pie, +cerca de los músicos, que ocupaban silletas bajas. El tamborilero, con +su redondo instrumento acostado en una rodilla, golpeaba el parche +cadenciosamente, mientras su compañero soplaba en la larga flauta de +madera, adornada con tallas de primitiva rudeza hechas a cuchillo. El +_Capellanet_ repicaba las _castañolas_, enormes como las conchas que +cogía en la playa el tío Ventolera. + +Las _atlotas_, agarradas del talle o apoyadas unas en los hombros de +otras, miraban con virtuosa hostilidad a los mozos, que se pavoneaban en +el centro de la plaza, las manos metidas en el cinto, el ancho castoreño +echado atrás para dejar al descubierto las rizos de su frente, el cuello +envuelto en bordado pañuelo o corbata de cintas, y las alpargatas de +inmaculada blancura casi ocultas por la boca del pantalón de pana en +forma de pata de elefante. + +A un lado de la plaza estaban sentadas sobre un ribazo, o en sillas de +la inmediata taberna, las casadas y las viejas; mujeres anémicas y +tristes en su relativa juventud por una procreación excesiva y por las +fatigas de su existencia campestre, con los ojos hundidos en un cerco +azul que parecía revelar desarreglos interiores, guardando sobre su +pecho las cadenas de oro de sus tiempos de _atlotas_ y adornadas las +mangas con botones de oro. Las ancianas, cobrizas y arrugadas, vistiendo +trajes obscuros, suspiraban lastimeramente al ver la alegría de la gente +moza. + +Febrer, luego de contemplar un buen rato a toda esta concurrencia, que +apenas fijó en él una mirada distraída, fue a colocarse junto a Pep en +un corro de payeses viejos. Hicieron sitio al _siñor de la torre_ con +respetuoso silencio, y después de lanzar algunas bocanadas de humo de +sus pipas cargadas _de pota_, reanudaron la lenta conversación sobre los +rigores probables del invierno próximo y la suerte de la futura cosecha +de almendra. + +Seguía repicando el tamboril, sonaba la flauta, tableteaban las enormes +castañuelas, pero ninguna pareja se lanzaba al centro de la plaza. Los +_atlots_ parecían consultarse con indecisión, como si todos temiesen ser +los primeros. Además, la inesperada presencia del señor mallorquín +intimidaba a las vergonzosas muchachas. + +Jaime sintió que le tocaban en un codo. Era el _Capellanet_, que le +hablaba misteriosamente al oído al mismo tiempo que señalaba con un +dedo... Aquél era Pere el _Ferrer_, el famoso _verro_. Y designaba a un +mozo de estatura menos que mediana, pero arrogante y jactancioso en su +actitud. Los _atlots_ se agrupaban en torno del héroe. El _Cantó_ le +hablaba sonriente, y él oía con protectora gravedad, escupiendo de vez +en cuando por las comisuras de la boca, y admirándose a sí mismo por la +distancia a que enviaba el chorro de secreción. + +De pronto, el _Capellanet_ saltó al medio de la plaza tremolando su +sombrero... «Pero ¿es que iban a pasar la tarde oyendo la flauta sin +bailar?» Corrió al grupo de _atlotas_ y agarró por las manos a la más +grande, tirando de ella. «¡Tú!...» Esto bastaba para la invitación. +Cuanto más rudo era el manotazo, más cariñoso parecía y digno de +agradecimiento. + +El travieso _atlot_ quedó frente a su pareja, moza arrogante y fea, de +rudas manos, pelo aceitoso y cara negra, que le llevaba de estatura casi +toda la cabeza. El muchacho protestó, encarándose con los músicos. Nada +de _llarga_; quería bailar la _curta_. La «larga» y la «corta» eran los +dos únicos bailes de la isla. Febrer no había llegado nunca a +distinguirlos: una simple variación de ritmo, pues la música y la danza +siempre parecían iguales. + +La moza, con un brazo doblado sobre la cintura en forma de asa y +pendiente el otro a lo largo de la hueca faldamenta, comenzó a girar. No +debía hacer más: ésta era toda su danza. Bajaba los ojos, fruncía la +boca, como era de rigor, con un gesto de virtuoso desprecio, cual si +bailase contra su voluntad, y así giraba y giraba, trazando en sus +evoluciones sobre el suelo grandes números ochos. El bailarín era el +hombre. Reproducíase en esta danza tradicional, inventada sin duda por +los primeros pobladores de la isla, rudos piratas de la edad heroica, la +eterna historia de los humanos, la persecución y la caza de la hembra. +Ella giraba fría e insensible, con la altivez asexual de una virtud +ruda, huyendo de los saltos y contorsiones varoniles, presentando la +espalda con gesto de desprecio, y el fatigoso trabajo de él consistía en +colocarse siempre ante sus ojos, en ponerse ante su paso, en salirle al +encuentro para que le viera y le admirase. El bailarín saltaba y saltaba +sin regla alguna, sin otra disciplina que la del ritmo de la música, +rebotando sobre el suelo con incansable elasticidad. Unas veces abría +los brazos con gesto agresivo de dominador, otras los replegaba sobre la +espalda, echando los pies en alto. + +Era más que baile un ejercicio gimnástico, un delirio de acróbata, un +movimiento frenético como el de las danzas guerreras de las tribus +africanas. La hembra no sudaba ni enrojecía: continuaba sus vueltas +fríamente, sin apresurar el paso, mientras el compañero, poseído del +vértigo de la velocidad, jadeaba con el rostro congestionado, +retirándose trémulo de fatiga a los pocos minutos. Cada _atlota_ podía +bailar con varios hombres sin esfuerzo alguno, rindiéndolos. Era el +triunfo de la pasividad femenil, que sonríe ante la jactancia arrogante +del sexo contrario, sabiendo que acabará por verlo humillado... + +La salida de la primera pareja pareció arrastrar a los demás. En un +momento, todo el espacio libre que había ante los músicos se cubrió de +faldas pesadas, bajo cuyo rígido y múltiple ruedo movíanse los pequeños +pies, metidos en blancas alpargatas o amarillos zapatos. Las anchas +bocas de los pantalones cimbreábanse a un lado y a otro con el rápido +movimiento de los saltos o el enérgico pateo que hería la tierra +levantando nubecillas de polvo. Los brazos varoniles escogían con +galante zarpazo entre las _atlotas_ agrupadas. «¡Tú!...» Y a este +monosílabo seguían el tirón de conquista, los empellones, que equivalían +a un título momentáneo de propiedad, todos los extremos de una +predilección rudamente ancestral, de una galantería heredada de remotos +abuelos en la época obscura en que el palo, la pedrada y la lucha a +brazo partido eran la primera declaración de amor. + +Algunos _atlots_ que se habían visto precedidos de otros más audaces en +el escogimiento de las parejas permanecían inmóviles cerca del corro, +vigilando a sus compañeros para sucederles. Cuando veían al danzarín +congestionado y sudoroso por los saltos, extremando sus esfuerzos para +seguir adelante, llegábanse a él, tirándole de un brazo para apartarlo. +_«¡Déixamela!»_ Y ocupaban su puesto sin más explicación, saltando y +acosando a la hembra con el empuje de su frescura, sin que ella +pareciese percatarse del cambio de pareja, pues continuaba sus vueltas +con la vista baja y el gesto desdeñoso. + +Jaime vio por primera vez en las evoluciones del baile a Margalida, que +hasta entonces había permanecido oculta entre sus compañeras. + +¡Hermosa «Flor de almendro»! Febrer la encontraba más bella al +compararla con sus amigas, morenas y curtidas por el sol y el trabajo. +Su piel blanca, de una suavidad de flor, sus ojos húmedos y brillantes +de animalillo dulce, su cuerpo esbelto y hasta la suavidad de sus manos, +la separaban, como si fuese de una raza distinta, de aquellas compañeras +negruzcas, seductoras por su juventud, enérgicas y guapotas, pero que +parecían talladas a hachazos. + +Contemplándola, pensaba Jaime que aquella muchacha, en otro ambiente, +podía haber sido una criatura adorable. Él creía entender algo de esto. +Adivinaba en «Flor de almendro» un sinnúmero de delicadezas, de las que +ella misma no se daba cuenta. ¡Lástima que hubiese nacido en esta isla +para no salir de ella jamás!... ¡Y su belleza sería para alguno de +aquellos bárbaros que la admiraban con perruna mirada de ansiedad! ¡Tal +vez para el _Ferrer_, el odioso _verro_ que parecía protegerlos a todos +con sus ojos sombríos!... + +Cuando fuese casada cultivaría la tierra, como las otras: su blancura de +flor se marchitaría, amarilleando; sus manos se tornarían negras y +escamosas; acabaría siendo igual a su madre y a todas las payesas +viejas, una hembra esqueleto, retorcida y nudosa, lo mismo que un tronco +de olivo... Febrer entristecíase con estos pensamientos como ante una +gran injusticia. ¿De dónde habría sacado este retoño el simple Pep, que +estaba a su lado? ¿Por qué obscura combinación de raza había podido +nacer Margalida en _Can Mallorquí_?... ¿Y habría de agostarse esta +florescencia misteriosa y perfumada del tronco payés lo mismo que los +otros brotes rudos que crecían junto a ella?... + +Algo extraordinario distrajo a Febrer de estos pensamientos. Seguían +sonando la flauta, el tamboril y las _castañolas_, saltaban los +danzarines, giraban las _atlotas_, pero en los ojos de todos brillaba +una mirada de alarma inteligente, una expresión de solidaridad +defensiva. Los viejos cesaban en su conversación, mirando hacia la parte +que ocupaban las mujeres. «¿Qué es? ¿qué es?» El _Capellanet_ corría por +entre las parejas, hablando al oído de los bailarines. Éstos salíanse +del corro con las manos en la faja, y desapareciendo unos segundos +volvían inmediatamente a ocupar su sitio, mientras las _atlotas_ seguían +girando. + +Pep sonrió levemente al adivinar lo que ocurría, y habló al oído del +señor. «Nada: lo de todos los bailes. Había peligro, y los _atlots_ +ponían en seguridad sus arreglos.» + +Estos «arreglos» eran las pistolas y los cuchillos que llevaban los +muchachos como testimonio de ciudadanía. Durante unos instantes, Febrer +vio salir a luz las armas más estupendas y enormes, disimuladas +prodigiosamente en aquellos cuerpos enjutos y esbeltos. Las viejas las +reclamaban con sus manos huesosas, deseando compartir el riesgo, +brillando en sus ojos la vehemencia de un heroísmo agresivo. ¡Tiempos +malditos de impiedad los de ahora, en que se molesta a las gentes y se +atenta a las antiguas costumbres! «¡Aquí! ¡aquí!» Y agarrando los +mortales chismes, los escondían bajo el ruedo de innumerables hojas de +sus faldas y zagalejos. Las madres jóvenes se arrellanaban en sus +asientos y abrían el ángulo de las abultadas piernas, como para ofrecer +mayor espacio al guerrero escondrijo. Unas a otras se miraban las +mujeres con belicosa resolución. «¡Que viniesen aquellas malas almas!... +Se dejarían hacer pedazos antes que moverse de su sitio.» + +Febrer vio brillar algo en un camino que conducía a la iglesia. Eran +correajes y fusiles, y sobre éstos las blancas cogoteras de los +tricornios de una pareja de la Guardia civil. + +Los dos soldados del orden se aproximaron lentamente, con cierto +desmayo, convencidos sin duda de haber sido adivinados de lejos y llegar +demasiado tarde. Jaime era el único que los miraba; los demás fingían no +verles, con la cabeza baja o puestos los ojos en distinta dirección. Los +músicos tocaban con más fuerza, pero las parejas se iban retirando. Las +_atlotas_ abandonaban a los mozos para ir a confundirse en el grupo de +mujeres. + +--¡Buenas tardes, señores!... + +A este saludo del guardia más antiguo contestó el tamboril callando en +seco y dejando sola a la flauta. Ésta todavía gangueó unas cuantas +notas, que parecieron contestar irónicamente a la salutación. + +Hubo un largo silencio. Algunos contestaron con un leve _«¡Tengui!»_ al +saludo de la pareja, pero todos fingían no verla, y miraban a otra +parte, como si los guardias careciesen de presencia real. + +El silencio penoso pareció molestar a los dos soldados. + +--Vaya, sigan ustedes--continuó el más viejo--. Por nosotros que no pare +la diversión. + +Hizo un gesto a los músicos, y éstos, incapaces de desobedecer en nada a +la autoridad, acometieron una música más viva y endiabladamente alegre +que la de antes. ¡Pero como si tocasen a muerto!... Todos permanecían +inmóviles y enfurruñados, pensando cómo podría acabar esta inesperada +presentación. + +La pareja, acompañada por el repiqueteo del tamboril, las cabriolas +musicales de la flauta y la risa seca y estridente de las castañuelas, +comenzó a moverse entre los grupos de _atlots_ examinándolos. + +--Tú, galán--decía con paternal autoridad el más antiguo de la pareja--, +¡brazos en alto! + +Y el designado obedecía mansamente, sin el menor intento de resistencia, +casi orgulloso de esta distinción. Conocía sus deberes. El ibicenco ha +nacido para trabajar, vivir... y ser registrado. ¡Nobles inconvenientes +de ser valeroso y que le tengan a uno cierto miedo!... Y cada _atlot_, +viendo en el registro un testimonio de su mérito, levantaba los brazos y +avanzaba el vientre, prestándose satisfecho al manoseo de los guardias, +mientras miraba orgulloso hacia el grupo de las muchachas. + +Febrer se dio cuenta de que los dos soldados fingían no reparar en la +presencia del _Ferrer_. Parecían no reconocerlo; le volvían la espalda. +Pasaron varias veces junto a él, registrando minuciosamente a los que +estaban a su lado y haciendo visible alarde de no fijarse en el _verro_. + +Pep habló al oído del señor en voz queda, con acento de admiración. +«Aquellas gentes del tricornio sabían más que el diablo. No registrando +al _verro_ le inferían un insulto. Demostraban no tenerle miedo; le +ponían aparte de los demás, eximiéndole de una operación por la que iban +pasando todas las personas.» Siempre que encontraban al _verro_ con +otros mozos, registraban a éstos, sin tocar nunca a aquél. De este modo, +los _atlots_, por miedo a perder sus armas, acababan por evitar el trato +con el héroe y huían de él como de una atracción del peligro. + +Continuaba el registro al son de la música. El _Capellanet_ seguía a la +pareja en sus evoluciones, plantándose siempre ante el guardia viejo con +las manos en la faja, mirándole tenazmente con una expresión entre +amenazadora y suplicante. El guardia parecía no verle, buscaba a los +otros, pero a poco volvía a tropezarse con el muchacho, que le cerraba +el paso. El hombre del tricornio acabó por sonreír bajo el duro bigote y +llamó a su camarada. + +--Tú--dijo, designándole al muchacho--registra a este _verro_. Debe ser +de cuidado. + +El _Capellanet_, perdonando el tono zumbón del enemigo, estiró los +brazos todo cuanto pudo para que nadie dejase de enterarse de su +importancia. Ya se había alejado el guardia, luego de hacerle unas +cosquillas en el ombligo, cuando todavía guardaba su actitud de hombre +temible. Después corrió hacia el grupo de mozas, para ufanarse del +peligro que acababa de arrostrar. Afortunadamente, el cuchillo del +abuelo estaba en casa, bien guardado por su padre en un lugar que él +desconocía. «Si llego a traerlo, me lo quitan.» + +Los guardias cansáronse pronto de este registro infructuoso. El guardia +más antiguo miraba maliciosamente, como un perro que husmea, hacia el +grupo de mujeres. Por allí cerca debía estar el escondrijo. ¡Pero +cualquiera hacía mover a las secas y negruzcas matronas de sus asientos! +Bien claro hablaban los ojos hostiles de estas damas. Habría que +arrastrarlas a viva fuerza, y eran señoras. + +--¡Caballeros, buenas tardes! + +Y se echaron los fusiles al hombro, rechazando la amable solicitud de +algunos mozos que habían corrido a la taberna para traer unas copas. «Se +las ofrecían sin rencor y sin miedo; al fin todos eran unos y vivían en +la estrechez de la isla.» Pero los guardias insistieron en su negativa. +«Se agradece; lo prohíbe el reglamento.» Y se marcharon, tal vez para +emboscarse a corta distancia y repetir el registro al anochecer, cuando +la gente volviese dispersa a sus alquerías. + +Al alejarse este peligro cesaron de sonar los instrumentos. Febrer vio +al _Cantó_ que se apoderaba del tamborcillo, sentándose en el espacio +libre que antes ocupaban los bailarines. Las gentes se agruparon en +semicírculo frente a él. Las respetables matronas avanzaban sus silletas +de esparto para oír mejor. Iba a cantar uno de aquellos romances que +sacaba de su cabeza; una «relación» cortada a uso del país por un +alarido tembloroso, gorjeo de dolor que se iba prolongando mientras el +cantante tenía aire en los pulmones. + +Golpeó con el palillo el parche lentamente para dar una tétrica gravedad +a su canto monótono, soñoliento y triste. «¡Cómo queréis, amigos, que +cante, si tengo el corazón destrozado!...» Y a continuación un gorjeo +estridente, un quejido interminable de ave moribunda, en medio del +general silencio. Todos miraban al cantor, no viendo en él al _atlot_, +perezoso y enfermo, despreciable por su inutilidad para el trabajo. En +el rudimentario magín de todos ellos latía algo confuso que les +impulsaba a respetar las palabras y quejidos del mozo débil. Era algo +extraordinario que parecía pasar con rudo batir de alas sobre sus almas +primitivas. + +La voz del _Cantó_ lloriqueaba hablando de una mujer insensible a sus +quejas; y al comparar su blancura con la flor del almendro, todos +volvieron la vista a Margalida, que permanecía impasible, sin rubores +virginales, habituada a estos homenajes de burda poesía, que eran el +preludio de todo galanteo. + +Continuaba el _Cantó_ sus lamentos, enrojeciéndose con el esfuerzo del +cacareo doloroso que daba remate a las estrofas. Su pecho angosto +jadeaba con el esfuerzo; dos rosetas de enfermiza púrpura coloreaban sus +pómulos; dilatábase su débil cuello, marcándose en él las venas con azul +relieve. Siguiendo la costumbre, ocultaba parte del rostro en un pañuelo +que sostenía con el brazo apoyado en el tamboril. Febrer sentía congoja +al escuchar esta voz doliente. Creía que iba a desgarrarse su pecho, a +estallar su garganta; pero los oyentes, habituados al canto bárbaro, tan +anonadador como la danza, no paraban atención en la fatiga del cantor ni +se cansaban de su interminable relato. + +Un grupo de _atlots_ separándose del corro que rodeaba al poeta, pareció +deliberar y se aproximó luego adonde estaban los hombres graves. Venían +en busca del _siñó_ Pep el de _Can Mallorquí_, para hablar con él de +asuntos importantes. Volvían la espalda con desprecio a su amigo el +_Cantó_, un infeliz que no servía para otra cosa que para dedicar trovos +a las _atlotas_. + +El más atrevido del grupo se encaró con Pep. Querían hablar del +_festeig_ con Margalida; recordaban al padre su promesa de autorizar el +cortejo de la muchacha. + +El payés miró el grupo detenidamente, como si contase su número. + +--¿Cuántos sois?... + +Sonrió el que llevaba la voz. Eran muchos más. Representaban a otros +_atlots_ que se habían quedado en el corro escuchando la canción. Los +había de diferentes _cuartones_. Hasta de San Juan, en el extremo +opuesto de la isla, vendrían mozos para cortejar a Margalida. + +Pep, a pesar de su falso gesto de padre intratable, enrojecía y apretaba +los labios con mal disimulada satisfacción, mirando de reojo a los +amigos sentados junto a él. ¡Qué honor para _Can Mallorquí_! Nunca se +había conocido un galanteo como éste. Jamás sus compañeros habían visto +a sus hijas tan cortejadas. + +--_¿Sereu vint?_--preguntó. + +Los _atlots_ tardaron en contestar, ocupados en cálculos mentales, +murmurando nombres de amigos. ¿Veinte?... Más, muchos más. Podía contar +con unos treinta. + +El payés extremó su falsa indignación. ¡Treinta! ¿Creían acaso que él no +necesitaba descanso y que iba a pasar la noche en vela presenciando sus +galanteos?... + +Luego se calmó, entregándose a complicados cálculos mentales, mientras +repetía pensativo, con expresión de asombro: _«¡Trenta!... ¡trenta!_ + +Su decisión fue autoritaria. Él no podía dedicar al noviazgo más que +hora y media de la noche. Siendo treinta, salían a tres minutos por +cabeza. Tres minutos, contados reloj en mano, para hablar cada uno con +Margalida: ni un minuto más. Noches de noviazgo, la del jueves y la del +sábado. Cuando él había cortejado a su mujer eran muchos menos los +pretendientes, y sin embargo, su suegro, un hombre al que jamás vio +nadie reír, no le concedió mayor tiempo... Mucha formalidad, ¿eh? Nada +de rivalidades y riñas. Al primero que faltase a lo convenido, él era +muy nombre para hacerle pasar la puerta a palos; y si resultaba preciso +coger la escopeta, la cogería. + +El buen Pep, satisfecho de poder fingir una bravura sin límites a costa +del respeto de los pretendientes de su hija, amontonaba bravata sobre +bravata, hablando de matar al que faltase a lo convenido, mientras los +_atlots_ le escuchaban con la vista humilde y una mueca de ironía debajo +de la nariz. + +El trato quedó cerrado. El jueves próximo sería la primera velada en +_Can Mallorquí_. Febrer, que había escuchado la conversación, miró al +_verro_ que se mantenía aparte, como si su grandeza no le permitiera +descender a los míseros regateos de este arreglo. + +Cuando se alejaron los muchachos para incorporarse al corro, discutiendo +en voz baja el modo de repartirse los turnos, cesó el _Cantó_ en su +lastimera poesía, lanzando el último cacareo con voz dolorosa, que +parecía desgarrar definitivamente su pobre garganta. Se limpió el sudor +y luego se llevó las manos al pecho; su cara era de un rojo amoratado; +pero la gente le volvía la espalda, olvidada ya de él. + +Las _atlotas_, con una solidaridad de sexo, envolvían a Margalida en +vehementes manoteos, la empujaban, pidiéndola que cantase para contestar +a lo que había dicho el cantor sobre la falsedad de las mujeres. + +--_¡No vullc!¡no vullc!_--contestaba «Flor de almendro», agitándose +entre los brazos de sus compañeras. + +Y tan sincera era su resistencia, que al fin intervinieron las mujeres +viejas, defendiéndola. «¡Dejad a la _atlota_! Margalida había venido +para divertirse y no para entretener a los demás. ¿Creían empresa fácil +sacarse de la cabeza repentinamente una contestación en verso?...» + +El tamborilero había recobrado el instrumento de manos del _Cantó_, y +golpeaba con su baqueta el redondo parche. La flauta parecía gargarizar +rápidas escalas, antes de emprender la adormecedora melodía de africano +ritmo. ¡Siga el baile!... + +Comenzaba a ocultarse el sol. La brisa venida del mar refrescaba los +campos. Las gentes, que parecían dormidas en la pesadez ardorosa del +ambiente, agitábanse ahora con vivo movimiento, como si la frescura las +espolease. + +Los _atlots_ gritaban a un tiempo contradictoriamente, con agresiva +vehemencia, dirigiéndose a los músicos. Unos pedían la _llarga_, otros +la _curta_: todos se sentían fuertes e imperiosos en su voluntad. La +ferretería mortal oculta bajo los zagalejos de las mujeres había vuelto +a sus fajas, y con el contacto de estos acompañantes cada uno sentía +nueva vida, un recrudecimiento de sus arrogancias. + +Los músicos rompieron a tocar lo que les pareció mejor, echóse atrás el +gentío curioso, y otra vez en el centro de la plaza volvieron a dar +saltos las blancas alpargatas, a agitarse, rígidos, los ruedos de las +faldas azules y verdes, mientras arriba ondeaban los picos de los +pañuelos sobre las gruesas trenzas, o se movían como borlas rojas las +flores que llevaban los _atlots_ en las orejas. + +Jaime seguía mirando al _Ferrer_ con la irresistible atracción de la +antipatía. Manteníase el _verro_ silencioso y como distraído entre sus +admiradores, que formaban corro en torno de él. Parecía no ver a los +demás, fijos sus ojos en Margalida con una expresión dura, cual si +pretendiese vencerla bajo esta mirada que infundía miedo a los hombres. +Cuando el _Capellanet_, con sus entusiasmos de aprendiz, se aproximaba +al _verro_ éste dignábase sonreír, viendo en él a un pariente próximo. + +Los mismos _atlots_ que habían hablado del noviazgo con el _siñó_ Pep +parecían intimidados por la presencia del _Ferrer_. Salían las muchachas +a bailar, sacadas por los mozos, y Margalida permanecía al lado de su +madre, contemplada codiciosamente por todos, pero sin que nadie osase +avanzar para invitarla. + +El mallorquín sintió renacer en él las aficiones camorristas de su +primera juventud. Odiaba al _verro_; sentía como una vaga ofensa +inferida a su persona al ver el terror que inspiraba a todos. ¿Y no +habría quien le diese una bofetada a este fantasmón venido del +presidio?... + +Un _atlot_ avanzó hasta Margalida, tomándola la mano. Era el _Cantó_, +sudoroso y trémulo aún por su reciente fatiga. Erguíase, como si su +debilidad fuese una nueva fuerza. La blanca «Flor de almendro» comenzó a +girar sobre sus pequeños pies, y él saltó y saltó, persiguiéndola en sus +evoluciones. + +¡Pobre muchacho! Jaime sentía una impresión de angustia, adivinando los +esfuerzos de aquella pobre voluntad para dominar la fatiga de su cuerpo. +Respiraba jadeante, a los pocos minutos le temblaban las piernas, pero a +pesar de esto sonreía, satisfecho de su triunfo. Contemplaba +amorosamente a Margalida, y si volvía la vista era para mirar +altivamente a los amigos, que le contestaban con gestos de lástima. + +Al dar una vuelta, estuvo próximo a caer; al dar un gran salto, sus +rodillas se doblaron. Todos esperaban de un momento a otro verle tendido +en el suelo; pero él seguía bailando, adivinándose el esfuerzo de su +voluntad, su resolución de perecer antes que confesar su flaqueza. + +Se cerraban ya sus ojos con el vértigo, cuando sintió que le tocaban en +un hombro, según costumbre, para que cediese la pareja. + +Era el _Ferrer_, que se lanzaba a bailar por primera vez en la tarde. +Sus saltos fueron acogidos con un murmullo de aplauso. Todos le +admiraban, con esa cobardía colectiva de la multitud temerosa. + +El _verro_, viéndose aplaudido, extremaba los movimientos y +contorsiones, persiguiendo a su pareja, saliéndola al paso, +envolviéndola en la complicada red de sus movimientos, mientras +Margalida giraba y giraba con la vista baja, evitando el encuentro de +sus ojos con los del temible galán. + +En ciertos momentos, el _Ferrer_, para demostrar su vigor, con el busto +echado atrás y las manos en la espalda, saltaba a considerable altura, +como si el suelo fuese elástico y sus piernas acerados resortes. Estos +saltos hacían pensar a Jaime, con una sensación de repugnancia, en +carcelarias evasiones o en canallescos duelos a cuchillo. + +Pasaba el tiempo y aquel hombre parecía no fatigarse. Se habían retirado +unas parejas, había sido sustituido en otras el bailarín varias veces, y +el _Ferrer_ continuaba su danza violenta, siempre sombrío y desdeñoso, +como si fuese insensible al cansancio. + +El mismo Jaime reconocía con cierta envidia el vigor del temible +herrero. ¡Qué animal!... + +De pronto vio cómo buscaba algo en su faja y avanzaba una mano hacia el +suelo, sin detenerse en sus evoluciones y saltos. Una nube de humo se +esparció sobre la tierra, y entre sus blancas vedijas marcáronse, +pálidos y sonrosados por la luz del sol, dos rápidos fogonazos. A +continuación sonaron dos truenos. + +Las mujeres agrupáronse chillando con instantáneo susto; los hombres +quedaron indecisos; pero al momento, reponiéndose todos, prorrumpieron +en gritos de aprobación y aplausos. + +¡Muy bien! El _Ferrer_ había disparado la pistola a los pies de su +pareja: la suprema galantería de los hombres valientes; el mayor +homenaje que podía recibir una _atlota_ de la isla. + +Y Margalida, mujer al fin, siguió bailando, sin haberla impresionado +gran cosa, como buena ibicenca, el estampido de la pólvora. Fijaba en el +_Ferrer_ una mirada de agradecimiento por su bravura, que le hacía +desafiar la persecución de la Guardia civil, tal vez próxima; +contemplaba después a sus amigas, temblorosas de envidia por este +homenaje. + +Hasta el mismo Pep, con gran indignación de Jaime, mostrábase orgulloso +de los dos tiros disparados a los pies de su hija. + +Febrer era el único que no parecía entusiasmado por esta hazaña galante +del verro. + +«¡Maldito presidiario!...» No sabía ciertamente el motivo de su furia, +pero era algo inevitable... A este «tío» le pegaría él. + + + + +IV + + +Llegó el invierno. El mar batió furioso, en ciertos días, la cadena de +islas y peñascos que forma entre Ibiza y Formentera una muralla de +rocas, aportillada por estrechos y freos. En estos pasadizos marítimos, +las aguas, antes tranquilas, de un azul profundo que refleja los fondos +de arena, arremolinábanse lívidas, chocando contra las costas y las +rocas sueltas, que desaparecían y emergían en la espuma. + +Entre la isla del Espalmador y la de los Ahorcados, donde se abre el +paso para los grandes buques, deslizábanse éstos teniendo que luchar con +el ímpetu sordo de las corrientes y los dramáticos y ruidosos golpes de +agua. Las embarcaciones de Ibiza y Formentera tendían la lona de su +velamen para navegar al abrigo de los islotes. Las sinuosidades de este +laberinto de tierras marítimas permitían a los navegantes del +archipiélago de las Pitiusas ir de una isla a otra por distintos +derroteros, con arreglo a la dirección de los vientos. Mientras en un +lado del archipiélago mugía el mar, en el otro manteníase inmóvil y +profundo, con una pesadez de aceite. En los freos amontonábanse las olas +con remolinos furiosos, pero bastaba un golpe de barra, una desviación +de la proa, para quedar al abrigo de una isla, balanceándose la barca en +aguas tranquilas, paradisíacas, límpidas, con un fondo visible de +extrañas vegetaciones, en el que bullían los peces entre chisporroteos +de plata y relámpagos de carmín. + +El cielo amanecía nublado los más de los días, y el mar ceniciento. El +Vedrá parecía más enorme, más imponente, alzando su cónica aguja en esta +atmósfera tempestuosa. El mar se despeñaba en cataratas dentro de las +cavidades de sus cuevas, con gigantescos cañonazos. Las cabras +silvestres, en sus alturas inaccesibles, saltaban de meseta en meseta, y +únicamente cuando rodaba el trueno en el azul sombrío y los rayos como +serpientes ígneas bajaban con veloz angulosidad a beber en el inmenso +abrevadero del mar huían las tímidas bestias con balidos de terror a +refugiarse en las oquedades cubiertas por el ramaje de las sabinas. + +Febrer iba de pesca con el tío Ventolera muchos días de mal tiempo. El +viejo conocía bien su mar. Algunas mañanas que Jaime se quedaba en el +lecho viendo filtrarse por las rendijas la luz lívida y difusa de un día +tempestuoso, tenía que levantarse apresuradamente al oír la voz de su +compañero, que «cantaba la misa» acompañando los latinajos con pedradas +a la torre. «¡Arriba! El día era bueno para la pesca. Iban a coger +mucho.» Y cuando Febrer parecía inquieto contemplando el mar amenazador, +le explicaba el viejo que al abrigo de la parte opuesta del Vedrá +encontrarían aguas tranquilas. + +Otras veces, en mañanas esplendorosas, aguardaba Febrer inútilmente la +llamada del viejo. Pasaban las horas. Tras la luz rosada del amanecer +marcábanse en las rendijas las barras de oro de la luz solar. Pero en +vano transcurría el tiempo: ni misa cantada ni pedradas. El tío +Ventolera permanecía invisible. Luego, al abrir su ventana, contemplaba +un cielo límpido, luminoso, con el esplendor suave del sol invernal, +pero el mar estaba agitado, ondeando sin espuma y sin estrépito a +impulsos de un viento peligroso. + +Las lluvias cubrían la isla de un manto gris, en el que apenas sí se +marcaban con indecisos contornos las montañas próximas. En las cumbres +lloraban los pinos por todos los filamentos de su follaje y la gruesa +capa de humus se empapaba como una esponja, expeliendo líquido bajo la +huella de los pies. En las calvas alturas de la costa, de roca viva, +amontonábase la lluvia, formando tumultuosos arroyos que saltaban de +peña en peña. + +Las anchas higueras temblaban como enormes paraguas rotos, dejando +entrar el agua en el amplio recinto cobijado por su cúpula. Los +almendros, desnudos de hojarasca, temblaban como negros esqueletos. Los +profundos barrancos llenábanse de aguas mugientes que rodaban infecundas +hacia el mar. Los caminos, empedrados de guijarros azules, entre altos +ribazos de piedra seca, convertíanse en cataratas. La isla, sedienta y +empolvada durante gran parte del año, parecía repeler por todos sus +poros esta exuberancia de lluvia invernal, como un enfermo repele el +medicamento enérgico y tardío de difícil asimilación. + +En estos días de aguacero, Febrer permanecía encerrado en su torre. Era +imposible ir al mar e imposible también salir con la escopeta por los +campos de la isla. Las alquerías estaban cerradas, con sus blancos cubos +manchados por los raudales de lluvia, sin más vida que el hilo de humo +azul que se escapaba de los agujeros de las chimeneas. + +Obligado a la inercia, el señor de la torre del Pirata volvía a releer +alguno de los pocos libros adquiridos en sus viajes a la ciudad o fumaba +pensativo, recordando aquel pasado del que había querido huir... ¿Qué +ocurriría en Mallorca? ¿Qué dirían sus amigos?... + +Sumido en esta inmovilidad forzosa, cuando le faltaba la distracción de +los ejercicios físicos acordábase de la vida anterior, cada vez más +lejana e indecisa en su memoria. Creía que era la vida de otro; algo que +había presenciado y conocía con exactitud, pero perteneciente a la +historia de una existencia ajena. ¿En realidad aquel Jaime Febrer que +había rodado por Europa y había tenido sus horas de orgullo y de triunfo +era el mismo que habitaba ahora una torre junto al mar, rústico, barbudo +y casi salvaje, con alpargatas y sombrero de payés, más habituado al +ruido de las olas y el chillido de las gaviotas que al trato de los +hombres?... + +Semanas antes había recibido una segunda carta de su amigo Toni Clapés, +el contrabandista. Estaba escrita también en un café del Borne: cuatro +líneas garrapateadas de prisa para hacer presente su buen recuerdo. +Aquel amigo rudo y bondadoso no le olvidaba; ni siquiera parecía +ofendido por haber quedado sin respuesta su carta anterior. Le hablaba +del capitán Pablo. Siempre enfadado con Febrer, pero moviéndose +hábilmente para desenmarañar sus asuntos. El contrabandista tenía fe en +Valls. Era el más listo de los _chuetas_ y generoso como ninguno de +ellos. Indudablemente sacaría a flote los restos de la fortuna de Jaime, +y éste podría pasar su existencia en Mallorca tranquilo y feliz. Más +adelante recibiría noticias del capitán. Valls no quería hablar hasta +que todo estuviese resuelto. + +Febrer movió los hombros al enterarse de estas esperanzas. «¡Bah! Todo +terminado...» Pero en los días tristes de invierno su resignación se +revolvía contra esta existencia de molusco recluido en su caparazón de +piedra. ¿Iba a vivir siempre así?... ¿No era torpeza haberse encerrado +en este rincón, teniendo aún juventud y bríos para luchar en el +mundo?... + +Sí; era una torpeza. Muy hermosa la isla y su romántico albergue durante +los primeros meses, cuando lucía el sol, estaban verdes los árboles y +las costumbres isleñas ejercían sobre su ánimo el encanto de una novedad +bizarra. Pero había venido el mal tiempo, la soledad era intolerable, y +la vida de los campesinos se le aparecía con toda la rudeza de sus +bárbaras pasiones. Aquellos payeses vestidos de pana azul, con sus fajas +y corbatas de color y sus flores detrás de las orejas, le habían +parecido en los primeros momentos figulinas originales creadas +únicamente para servir de adorno a los campos, coristas de una opereta +pastoril lánguida y dulzona; pero ahora los conocía mejor, eran hombres +como los demás, y hombres bárbaros, en los que el roce de la +civilización apenas había logrado un leve pulimento, conservando todas +las angulosidades cortantes de su rudeza ancestral. Vistos de lejos, por +corto tiempo, seducían con el encanto de la novedad; pero él había +penetrado en sus costumbres, casi era uno de ellos, y le pesaba como una +caída en la esclavitud esta existencia inferior, en la que chocaba a +cada instante con ideas y prejuicios de su pasado. + +Debía alejarse de este ambiente; pero ¿adonde ir? ¿cómo escapar?... Era +pobre. Todo su capital consistía en unas cuantas docenas de duros que +había traído de su fuga de Mallorca, cantidad que conservaba aún gracias +a Pep, tenaz en su negativa a aceptar remuneración alguna. Allí debía +permanecer, clavado a su torre como si fuese una cruz, sin esperar nada, +sin desear nada, buscando en la anulación de su pensamiento una +felicidad vegetativa semejante a la de las sabinas y tamariscos que +crecían entre las peñas del promontorio, o a la de las almejas agarradas +para siempre a las rocas sumergidas. + +Tras larga reflexión conformábase con su suerte. No pensaría, no +desearía. Además, la esperanza, que jamás nos abandona, hacíale +columbrar la posibilidad confusa de algo extraordinario que iba a +presentarse a su hora para arrancarlo de tal situación. Pero mientras +esto llegaba, ¡cuán abrumadora la soledad!... + +Pep y los suyos constituían su única familia; pero sin darse cuenta de +ello, obedeciendo tal vez a un confuso instinto, se alejaban cada vez +más de él. Jaime se recluía en su aislamiento, y ellos se acordaban +menos del señor. + +Hacía tiempo que Margalida no se presentaba en la torre. Parecía evitar +todo pretexto para este viaje, y hasta sorteaba los encuentros con +Febrer. Era otra: diríase que había despertado a una nueva existencia. +La sonrisa inocente y confiada de su pubertad habíase trocado en un +gesto de reserva, como mujer que conoce los peligros del camino y marcha +con paso tardo y prudente. + +Desde que era objeto de cortejo y los mozos acudían a solicitarla dos +veces por semana con arreglo al tradicional _festeig_, parecía haberse +dado cuenta de grandes e inesperados peligros que antes no sospechaba, y +permanecía al lado de su madre, evitando toda ocasión de verse a solas +con un hombre, ruborizándose apenas unos ojos varoniles se cruzaban con +los suyos. + +Este galanteo nada tenía de extraordinario dentro de las costumbres de +la isla, pero no obstante, producía en Febrer sorda cólera, como si +viese en él un atentado y un despojo. La invasión de _Can Mallorquí_ por +la _atloteria_ bravucona y enamorada mirábala como un insulto. Había +considerado la alquería lo mismo que si fuese su casa; pero ya que +llegaban estos intrusos y eran bien recibidos, él se marchaba. + +Además, sufría en silencio el despecho de no ser, como en los primeros +días, la única preocupación de la familia. Pep y su mujer seguían +creyéndolo el señor; Margalida y su hermano le veneraban como un ser +poderoso venido de lejanas tierras, por ser Ibiza el mejor lugar del +mundo; pero a pesar de esto, otras preocupaciones parecían reflejarse en +sus ojos. La visita de tantos _atlots_ y la modificación que esto había +traído a sus costumbres les hacía ser menos solícitos con don Jaime. A +todos ellos les inquietaba el porvenir. ¿Quién merecería al fin ser el +marido de Margalida?... + +Durante las noches de invierno, Febrer, recluido en su torre, miraba una +lucecita que brillaba a sus pies: la de _Can Mallorquí_. No eran noches +de _festeig_, la familia debía estar sola, cerca del hogar; pero él +manteníase firme en su aislamiento. No, no bajaría. Quejábase en su +despecho hasta del mal tiempo, como si quisiera hacer responsable de la +frialdad invernal a este cambio que lentamente se había efectuado en sus +relaciones con la familia payesa. + +¡Ay, las hermosas noches del verano con sus veladas que se prolongaban +hasta altas horas, viendo temblar las estrellas en el cielo obscuro, más +allá del borde negro del porche!... Sentábase Febrer bajo su techumbre +con toda la familia y el tío Ventolera, que acudía atraído por la +esperanza de algún obsequio. Nunca le dejaban ir sin una tajada de +sandía, que llenaba la boca del viejo con la dulce sangre de su carne +roja, o una copa de _figola_ perfumada de hierbas olorosas del monte. +Margalida, los ojos puestos en el misterio de las estrellas, cantaba +romances ibicencos con voz infantil, más fresca y suave al oído de +Febrer que la brisa que poblaba de leves estremecimientos la azul +confusión de la noche. Pep contaba con aire de prodigioso explorador sus +estupendas aventuras en tierra firme durante los años que había servido +al rey como soldado en los remotos y casi fantásticos países de Cataluña +y Valencia. + +El perro, encogido a sus pies, parecía escucharle, fijos en el amo sus +ojos de suave mansedumbre, en cuyo fondo se reflejaba una estrella. De +pronto incorporábase con nervioso impulso, y dando un salto desaparecía +en la obscuridad, entre sonoro rumor de vegetaciones rotas. Pep +explicaba este arranque silencioso. No era nada; algún animal que andaba +errante y perdido en la sombra: una liebre, un conejo que había husmeado +con su sensible olfato de perro cazador. Otras veces se incorporaba +lentamente, con gruñidos de vigilante hostilidad. Alguien pasaba por +cerca de la alquería; una sombra, un hombre caminando de prisa, con la +celeridad de los ibicencos, habituados a ir rápidamente de un lado a +otro de la isla. Si la sombra hablaba, contestaban todos a su saludo. +Cuando pasaba silenciosa, fingían no verla, lo mismo que el obscuro +viandante parecía no enterarse de la existencia de la alquería y de las +personas sentadas bajo el porche. + +Era costumbre antiquísima en Ibiza no saludarse en campo raso apenas +cerraba la noche. En los caminos se cruzaban las sombras sin una +palabra, evitando el encuentro para no rozarse ni conocerse. Cada cual +iba a su negocio, a ver a la novia, a buscar el médico, a matar a un +contrario en el otro extremo de la isla, para regresar corriendo y poder +decir que a la misma hora estaba con los amigos. Todo el que caminaba +durante la noche tenía sus razones para pasar inadvertido. Las sombras +temían a las sombras. Un _«bona, nit!»_ o una petición de lumbre para el +cigarro podían recibir como contestación un pistoletazo. + +Algunas veces no pasaba nadie ante la alquería, y sin embargo, el perro, +avanzando el pescuezo, aullaba frente al vacío negro. A lo lejos +parecían contestarle aullidos humanos. Eran alaridos prolongados y +salvajes que cortaban como un grito de guerra el silencio misterioso: +_«¡Auuú!...»_ Y mucho más lejos, debilitada por la distancia, contestaba +otra fiera exclamación: _«¡Auuú!...»_ + +El payés hacía callar a su perro. Nada tenían de extraño estos gritos. +Eran _atlots_ que se _aucaban_ en la obscuridad, guiándose por el sonido +de sus gritos tal vez para reconocerse y reunirse, tal vez para pelear, +siendo el grito un llamamiento de desafío. Era probable que tras el +_aucamiento_ sonase una detonación. ¡Cosas de jóvenes y de la noche!... +¡Adelante! Con los de casa no iba nada. + +Y Pep seguía el relato de sus viajes extraordinarios, bajo la mirada de +asombro de su mujer, que escuchaba por milésima vez estas maravillas, +siempre nuevas. + +El tío Ventolera, por no ser menos, narraba historias de piratas y de +valerosos marineros de Ibiza, apoyándolas con el testimonio de su padre, +que había sido paje en el jabeque del capitán Riquer, asaltando detrás +de este héroe la fragata _Felicidad_, del temible corsario «el Papa». +Entusiasmado por los recuerdos heroicos, canturreaba con su voz trémula +las coplas con que la marinería ibicenca había celebrado el triunfo; +coplas en castellano, para mayor solemnidad, y cuyas palabras +desfiguraba el tío Ventolera. + +/*[4] + ¿Dónde estás, «Papa» valiente, + hombre de tanto valor, + que por temor a la muerte + te escondiste en un cajón?... +*/ + +Y la boca desdentada del marino seguía cantando las proezas de otros +tiempos, como si datasen de ayer, como si las hubiese presenciado, como +si de pronto fuesen a flamear sobre aquella tierra envuelta en la +obscuridad las llamaradas de las torres atalayas anunciando un +desembarco de enemigos. + +Otras veces, con los ojos brillantes de codicia, hablaba de enormes +caudales que los moros, los romanos y otros marineros rojos, a los que +llamaba los _mormandos_, habían enterrado en cuevas de la costa, +tapiándolas después. Sus abuelos sabían mucho de esto. ¡Lástima que +muriesen sin decir palabra!... Relataba la historia verídica de la +caverna de Formentera, donde los normandos habían guardado los productos +de sus piraterías en España e Italia: santos de oro, cálices, cadenas, +joyas, piedras preciosas y monedas medidas a celemines. Un espantoso +dragón, amaestrado sin duda por los hombres rojos, velaba en el fondo de +la sima con el tesoro debajo de su panza. El imprudente que se +descolgaba le servía de pasto. Los marineros rojos habían muerto hacía +muchos siglos; el dragón había muerto también; el tesoro debía estar aún +en Formentera. ¡Ay, quién pudiese encontrarlo!... Y el rústico auditorio +temblaba de emoción, sin dudar de la existencia de tales riquezas, por +el respeto que le inspiraba la vejez del narrador. + +¡Plácidas veladas aquéllas, que ya no se repetirían para Febrer! Evitaba +bajar por la noche a _Can Mallorquí_, temeroso de estorbar con su +presencia las conversaciones de la familia acerca de los pretendientes +de Margalida. + +En las noches de _festeig_ experimentaba mayor desazón; y sin +explicarse el motivo, asomábase a la puerta de la torre, mirando +ávidamente hacia la alquería. La misma luz, el aspecto de siempre, pero +él se imaginaba oír en el silencio nocturno nuevos ruidos, ecos de +cantos, la voz de Margalida. Allí estaría el _Ferrer_ odioso, y aquel +pobre diablo del _Cantó_, y todos los _atlots_ bárbaros y rudos, con sus +trajes ridículos. ¡Gran Dios! ¿Cómo habían podido gustarle estos +campesinos?... ¡Con lo que él había visto en el mundo!... + +Al día siguiente, al subir el _Capellanet_ a la torre para llevar la +comida a don Jaime, éste le hacía preguntas sobre lo ocurrido en la +noche anterior. + +Escuchando al muchacho, se imaginaba Febrer todos los accidentes del +galanteo. La familia cenaba de prisa, al anochecer, para estar pronta a +la ceremonia. Margalida descolgaba del techo de su cuarto la falda de +fiesta, y luego de ponérsela, con el pañuelo rojo y verde cruzado sobre +el pecho, otro más pequeño en la cabeza y un largo lazo de cintas al +extremo de la trenza, colocábase las cadenas de oro que le había cedido +su madre, e iba a sentarse sobre el _abrigais_, doblado en una silla de +la cocina. El padre fumaba su pipa de tabaco de _pota_; la madre, en un +rincón, tejía cestos de junco; el _Capellanet_ asomábase fuera de la +casa, bajo el amplio porche, en el cual iban reuniéndose silenciosos los +_atlots_ cortejadores. Los había que estaban allí desde una hora antes, +por ser vecinos; los había que llegaban polvorientos o manchados de +barro, después de caminar dos leguas. En las noches de lluvia sacudían +bajo el techado sus jaiques de burda capucha, herencia de los abuelos, o +el mantón femenil en que se envolvían como prenda de moderna elegancia. + +Luego de acordar brevemente el orden que iban a seguir en su +conversación con la muchacha, la tropa de rivales entraba en la cocina, +por ser en invierno el porche un lugar frío. Un golpe en la puerta. + +--_¡Avant qui siga!_--gritaba Pep como si ignorase la presencia de los +cortejantes y estuviera esperando una visita extraordinaria. + +Entraban mansamente, saludando a la familia. _«¡Bona nit!¡Bona nit!»_ +Tomaban asiento en un banco, como niños de la escuela, o quedaban de +pie, mirando todos a la _atlota_. Junto a ella había una silla vacía, y +cuando faltaba ésta, el solicitante poníase en cuclillas, a uso moruno, +hablando a la muchacha en voz baja durante tres minutos, bajo la mirada +hostil de sus adversarios. La menor prolongación de este breve plazo +provocaba toses, furiosas miradas y reclamaciones amenazadoras a media +voz. Se retiraba el _atlot_, y otro al puesto. El _Capellanet_ reía de +estas escenas, viendo en la tenacidad hostil de los cortejantes un +motivo de orgullo para Margalida y la familia. + +El noviazgo de su hermana no iba a ser como el de otras _atlotas_. Los +pretendientes parecíanle a Pepet perros rabiosos que no soltarían +fácilmente su presa. A él le olía a pólvora el tal galanteo, y esto lo +afirmaba con una sonrisa de orgullo, que hacía brillar la blancura de +sus dientes de lobezno en el óvalo obscuro de la cara. Ninguno de los +pretendientes adelantaba sobre los demás. En dos meses que llevaban de +noviazgo, Margalida no había hecho más que escuchar, sonreír y responder +a todos con palabras que turbaban a los _atlots_. Era mucho el talento +de su hermana. Los domingos, al ir a misa, marchaba delante de sus +padres acompañada por todos los pretendientes. Un ejército: don Jaime +los había encontrado varias veces. Las amigas, al verla llegar con este +acompañamiento de reina, palidecían de envidia. Todos la asediaban, +pugnando por arrancarla una palabra, un signo de preferencia, y ella +contestaba a todos con asombrosa discreción, manteniéndolos en perfecta +igualdad, evitando los choques mortales que podían sobrevenir +repentinamente entre esta juventud belicosa, armada y poco sufrida. + +--¿Y el _Ferrer_?--preguntaba don Jaime. + +¡Maldito _verro_! Su nombre salía con dificultad de los labios del +señor, pero su recuerdo se estaba moviendo desde mucho antes en su +memoria. + +El muchacho agitaba la cabeza negativamente. El _Ferrer_ tampoco +adelantaba gran cosa sobre sus rivales, y el _Capellanet_ no parecía +sentirlo mucho. + +Se había enfriado algo su admiración por el _verro_. El amor embravece a +los hombres, y todos los _atlots_ pretendientes de Margalida, al verle +enfrente como rival, ya no le tenían miedo y hasta osaban atropellar su +temible persona. Una noche se había presentado con una guitarra, +proponiéndose invertir en músicas gran parte del tiempo que correspondía +a otros. Al llegarle el turno se colocó junto a Margalida, templó su +instrumento y comenzó a entonar canciones de tierra firme aprendidas en +el retiro de Niza. Pero antes había sacado de la faja una pistola de dos +cañones, dejándola con las llaves montadas sobre uno de sus muslos, +pronto a cogerla y descerrajar un tiro al primero que le interrumpiese. +Silencio absoluto y miradas impasibles. Cantó cuanto quiso, se guardó la +pistola con aire de vencedor; pero luego, a la salida, en la negrura de +los campos, cuando los _atlots_ se dispersaban con _auquidos_ de irónica +despedida, dos certeras pedradas salidas de la sombra dieron con el +bravucón en el suelo, y durante varios días dejó de acudir al cortejo +por no mostrarse con la cabeza entrapajada. No había intentado saber +quién fuese el agresor. Eran muchos los rivales, y además había que +tener en cuenta a sus padres, tíos y hermanos, casi la cuarta parte de +la isla, prontos a mezclarse por la honra de la familia en una guerra de +venganzas. + +--Pienso--decía Pepet--que el _Ferrer_ no es tan valiente como dicen. ¿Y +usted qué cree, don Jaime?... + +Cuando avanzaba la noche y Margalida había hablado ya con todos sus +cortejantes, el padre, que dormía en un rincón, prorrumpía en sonoro +bostezo. Aquel hombre de campo parecía adivinar durante su sueño el +curso del tiempo. «¡Las nueve y media!... A dormir. _¡Bona nit!_» Y toda +la _atloteria_, tras esta invitación, abandonaba la casa, perdiéndose en +la obscuridad sus pasos y relinchos. + +Pepet, al hablar de estas reuniones, en las que se rozaba con gente +brava, portadora de armas, volvía a acordarse del cuchillo del abuelo. +¿Cuándo hablaría don Jaime a su padre para que le entregase esta joya de +familia?... Ya que retardaba la petición, debía acordarse de su promesa +y regalarle otro cuchillo. ¿Qué podía hacer un hombre como él falto de +tal compañía? ¿Dónde presentarse?... + +--Descansa--dijo Febrer--. Un día de estos iré a la ciudad. Cuenta con +el regalo. + +Y Jaime emprendió una mañana el camino de Ibiza, ansioso de nueva +existencia, de renovar y variar sus impresiones fuera de la rusticidad +campestre. + +Ibiza le pareció una gran ciudad, a él que había corrido toda Europa. +Las casas en fila, las aceras de ladrillos rojos, los balcones con +persianas, todo lo admiró con la simpleza de un salvaje del interior que +llega a una factoría de la costa. Detúvose ante algunas ventanas +convertidas en escaparates, examinando los géneros expuestos con la +misma delectación que había contemplado en otra época las lujosas +vitrinas de los bulevares o del _Regent Street_. + +Una platería de un _chueta_ le retuvo largo tiempo. Admiraba las cadenas +de oro hueco fabricadas para las payesas, los botones de filigrana con +una piedra en el centro, reputando en su interior todos estos objetos +como las obras más perfectas y maravillosas creadas por el arte de los +hombres. ¡Si entrase en la tienda para comprar una docena de aquellos +botones!... ¡Qué sorpresa la de la _atlota_ de _Can Mallorquí_ cuando él +se los ofreciese para adornar sus mangas!... Seguramente que los +aceptaría de él, un señor grave al que miraba con respeto filial. +¡Enojoso respeto! ¡Maldita gravedad la cuya, que le estorbaba como un +fardo abrumador!... Pero el heredero de los Febrer, el descendiente de +opulentos mercaderes y heroicos navegantes, tuvo que desistir pensando +en el dinero que guardaba en su faja. Indudablemente no tenía bastante +para tal compra. + +Luego, en otra tienda adquirió un cuchillo para Pepet, el más grande y +pesado que encontró, un arma absurda, capaz de hacerle olvidar la de su +glorioso abuelo. + +A mediodía, Febrer, aburrido de sus paseos sin objeto por la Marina y +las empinadas callejuelas de la antigua Real Fuerza, entró en una +pequeña fonda, la única de la ciudad, situada junto al puerto. Allí +encontró los huéspedes de siempre. En el vestíbulo, unos cuantos mozos +vestidos de payeses, con gorra de cuartel: soldados de la guarnición que +servían de asistentes. En el comedor, oficiales subalternos de un +batallón de cazadores, jóvenes tenientes que fumaban con aire aburrido y +contemplaban a través de las ventanas, como prisioneros del mar, la +inmensa extensión azul. Mientras comían lamentábanse de la mala suerte +de su juventud, inútil y perdida en este peñón. Hablaban de Mallorca +como de un lugar de delicias; recordaban las provincias de tierra firme, +de las que eran hijos muchos de ellos, como paraísos a los que ansiaban +volver. ¡Las mujeres!... Era un anhelo, un ansia que hacía temblar sus +voces y ponía en sus ojos fulgores de locura. Pesaba sobre ellos, como +cadena de insufrible presidio, la casta virtud ibicenca, el exclusivismo +isleño, receloso para los forasteros. Allí no se bromeaba con el amor, +no se perdía el tiempo en galanteos; o la indiferencia hostil, o el +noviazgo honesto para casarse cuanto antes. Palabras y sonrisas +conducían rectamente al matrimonio; sólo era posible el trato con las +jóvenes para hablar de la formación de una nueva familia. Y esta +juventud ruidosa, alegre, exuberante en jugos, sufría un suplicio +tantalesco al hablar de las muchachas más hermosas de la ciudad. Las +admiraban y vivían aparte de ellas, a pesar de moverse en un estrecho +espacio que les obligaba a continuos encuentros. Toda su ilusión era +conseguir una licencia para vivir varios días en Mallorca o en la +Península, lejos de la isla virtuosa y huraña, que sólo admitía al +forastero como marido; embarcarse en busca de otras tierras, donde era +fácil dar expansión a sus deseos exacerbados, iguales a los del colegial +y el presidiario. + +¡Las mujeres!... Aquellos jóvenes no hablaban de otra cosa; y Febrer, +sentado a la gran mesa de la fonda, aprobaba en silencio sus palabras y +sus lamentaciones. ¡Las mujeres!... La irresistible tendencia que nos +liga a ellas es lo único que se mantiene firme después de los trastornos +morales que cambian una vida; lo que permanece de pie en medio de los +cadáveres de otras ilusiones destrozadas por el cataclismo. Febrer +sentía el mismo tedio de aquellos militares, la impresión de hallarse +encerrado en una cárcel de privaciones que tenía por fosos el mar. Ahora +le pareció la capital isleña una población de irresistible monotonía, +con sus señoritas encerradas en un aislamiento huraño y monjil. Pensaba +en el campo como en un lugar de libertad, con sus mujeres de alma simple +y afectos naturales, limitados solamente por un instinto defensivo igual +al de las hembras primitivas. + +Aquella misma tarde salió de la ciudad. Nada quedaba en él del optimismo +de pocas horas antes. Las calles de la Marina eran nauseabundas; un +olor infecto se escapaba de las casas; en el arroyo zumbaban enjambres +de insectos, saltando de los charcos al sonar los pasos de un +transeúnte. El recuerdo de las colinas inmediatas a su torre, perfumadas +de plantas silvestres y olor salitroso de mar, parecía sonreír en su +memoria con una dulzura idílica. + +El carro de un payés le llevó hasta cerca de San José, y al separarse de +él emprendió la marcha por el monte, pasando entre pinares encorvados +por las grandes tormentas. El cielo estaba nebuloso; la atmósfera era +cálida y pesada. De vez en cuando caían gruesas gotas, pero antes de que +las nubes pudieran fijar su lluvia, una ráfaga parecía barrerlas hacia +los confines del horizonte. + +Cerca de la cabana de un carbonero vio Jaime a dos mujeres que marchaban +apresuradas por entre los pinos. Eran Margalida y su madre. Venían de +los _Cubells_, ermita situada en una altura de la costa, junto a una +fuente que fecunda los abruptos peñones, haciendo crecer el naranjo y la +palmera al abrigo de las rocas. + +Jaime se unió a las dos mujeres, y entonces vio salir de entre los +matorrales a Pepet, que caminaba fuera del sendero persiguiendo piedra +en mano a un pajarraco cuyos graznidos habían llamado su atención. +Continuaron juntos la marcha hacia _Can Mallorquí_, y sin saber cómo, +Febrer se vio delante, caminando al lado de Margalida, mientras la +esposa de Pep marchaba tras ellos con el lento paso de su debilidad, +buscando apoyo en su hijo. + +La madre estaba enferma: una enfermedad incierta que hacía levantar los +hombros al médico en sus raras visitas y excitaba la imaginación de las +curanderas de la isla. Venían de hacer una promesa a la Virgen de los +_Cubells_ y habían dejado en su altar dos velas rizadas traídas de la +ciudad. + +Mientras Margalida iba hablando con voz triste de las dolencias de la +vieja, el egoísmo de una juventud robusta coloreaba sus mejillas y sus +ojos delataban cierta impaciencia. Aquel día era de _festeig_. Había que +llegar pronto a _Can Mallorquí_, para preparar la cena de la familia +antes de que se presentasen los cortejantes. + +Febrer la admiraba con sus ojos graves. Extrañábase ahora de su anterior +torpeza, que le había hecho contemplar a Margalida, meses y meses, como +una niña, como un ser asexual, sin percatarse de sus gracias. ¡Qué +mujer!... Recordaba con desprecio aquellas señoritas de la ciudad por +las que suspiraban los militares recluidos en la fonda. Otra vez pensaba +en el noviazgo de Margalida con una molestia semejante a la de los +celos. ¿Y esta muchacha iba a ser para uno de aquellos bárbaros de tez +obscura, que la sometería como una bestia a la servidumbre de la +tierra?... + +--¡Margalida!--murmuró como si fuese a revelarle algo importante--. +¡Margalida!... + +Pero no dijo más. El antiguo calavera sintió despertarse sus instintos +de libertinaje con el perfume que exhalaba aquella mujer, perfume +indefinible de carne fresca y virginal que él creía aspirar, como buen +conocedor, más con la imaginación que con el olfato. Al mismo +tiempo--¡cosa extraña en él!--experimentó cierta timidez que le impedía +hablar; una timidez semejante a la que había sentido en los tiempos de +su primera juventud, cuando, lejos de las fáciles conquistas en su +predio de Mallorca, se atrevió a dirigirse a las señoras conocidas en la +península española... ¿No era un acto indigno de él hablar de amor a +aquella muchacha a la que había visto como niña hasta poco antes y que +le respetaba cual si fuese su padre? + +--¡Margalida! ¡Margalida! + +Y tras estos llamamientos, que excitaban la curiosidad de la _atlota_ +haciendo que elevase los ojos para fijarlos interrogantes en los de +Febrer, éste se lanzó por fin a hablar, preguntándola por los progresos +de su noviazgo. ¿Se había decidido por alguien? ¿Quién iba a ser el +afortunado? El _Ferrer_... ¿el _Cantó_?... + +Ella volvió a humillar los ojos, cogiendo en su turbación una punta del +delantal y subiéndola hasta su pecho... No sabía. Su voz ceceaba +infantilmente a impulsos de un avergonzado aturdimiento. No tenía ganas +de casarse. Ni el _Cantó_, ni el _Ferrer_, ni nadie. Había aceptado el +cortejo porque todas las muchachas hacían lo mismo al llegar a cierta +edad. Además--y aquí enrojecía vivamente--, la proporcionaba cierta +satisfacción humillar a sus amigas, que rabiaban viendo el gran número +de sus pretendientes. Ella estaba agradecida a los _atlots_ que venían a +verla de grandes distancias a _Can Mallorquí_. ¿Pero quererlos? ¿casarse +con ellos?... + +Había acortado su paso al hablar. La mujer de Pep y su hijo pasaron +insensiblemente delante de ellos, y al quedar solos los dos en la senda, +acabaron por detenerse sin saber lo que hacían. + +--¡Margalida!... ¡«Flor de almendro»!... + +¡Al diablo la timidez! Febrer se sintió arrogante y triunfador, como en +sus buenos tiempos. ¿Por qué aquel miedo?... ¡Una payesa! ¡una +chiquilla!... + +Habló con acento firme, poniendo un intento de fascinación en la fijeza +apasionada de sus ojos, aproximando su boca a ella, como para +acariciarla con el susurro de sus palabras... ¿Y él? ¿qué pensaba +Margalida de él?... ¿Y si se presentase un día a Pep diciendo que quería +casarse con su hija?... + +--¡Usted!--exclamó la muchacha--. ¡Usted, don Jaime! + +Levantó los ojos sin miedo alguno, riendo de estas palabras. El señor +acostumbraba a engañarla con bromas inverosímiles. Bien decía su padre +que los Febrer eran unos caballeros serios como jueces, pero de eterno +buen humor. Iba a burlarse otra vez de ella, lo mismo que cuando le +hablaba de la novia de barro guardada en su torre, que había estado +esperándole miles de años... + +Pero al fijar su mirada en la de Febrer y encontrarse con su rostro +pálido, crispado por la emoción, ella palideció también. Era otro +hombre: veía un don Jaime que nunca había conocido. Instintivamente, a +impulsos del miedo, dio un paso atrás. Quedó como a la defensiva, +apoyada en el delgado tronco de un arbolillo que se elevaba junto a la +senda, con sus menudas hojas casi sueltas por el otoño. + +Aún tuvo serenidad para sonreír con una sonrisa forzada, fingiendo creer +en una broma del señor. + +--No--repuso Febrer con energía--. Hablo seriamente. Di, Margalida... +«Flor de almendro»... ¿Y si yo fuese uno de tus novios? ¿Y si yo me +presentase en el cortejo? ¿Qué contestarías?... + +Ella se apelotonaba contra el débil tronco, haciéndose más pequeña, como +si quisiera escapar a aquellos ojos ardientes. Su instintivo movimiento +de retroceso hizo cimbrearse el flexible árbol, y una lluvia de hojas +amarillas como copos de ámbar cayó en torno de ella, enredándose en su +trenza, pegándose a su tez, esparciéndose sobre su traje. Pálida, con la +boca apretada y los labios azulados, iba murmurando palabras que sonaban +apenas como débiles suspiros. Sus ojos, agrandados y húmedos, tenían la +expresión angustiosa de los humildes de espíritu que piensan muchas +cosas y no encuentran el modo de decirlas. ¡Él!... ¡el mayorazgo de los +Febrer! ¡Un gran señor casarse con una payesa!... ¿Estaba loco?... + +--No; yo no soy un gran señor, yo soy un desgraciado. Tú eres más rica +que yo, pues vivo de vuestra limosna... Tu padre desea para ti un marido +que cultive sus tierras. ¿Aceptas que sea yo, Margalida? ¿Me quieres, +«Flor de almendro»?... + +Con la cabeza baja, huyendo de una mirada que parecía quemarla, ella +siguió hablando sin saber lo que decía. «¡Locura! Aquello no podía ser +cierto. ¡Decir el mayorazgo tales cosas!... Estaba soñando.» + +Pero de pronto sintió en una de sus manos un contacto leve y +acariciador. Era la diestra de Febrer que agarraba la suya. Volvió a +verle otra vez, pero le pareció un hombre distinto. Encontró ante sus +ojos un rostro nuevo que la hizo estremecerse. Experimentó la sensación +de un grave peligro, el sobresalto nervioso que avisa. Temblaron sus +rodillas, se contrajeron como si fuese a desplomarse de miedo. + +--¿Es que me encuentras viejo para ti?--murmuró en sus oídos una voz +suplicante--. ¿Es que nunca podrás quererme?... + +La voz era dulce y acariciadora; ¡pero aquellos ojos que parecían +comerla! ¡aquella cara pálida, semejante a la de los hombres que +matan!... Quiso decir algo para protestar de sus últimas palabras. Don +Jaime no había tenido nunca edad para Margalida: era algo superior, como +los santos, que crecen en hermosura con los años... Pero el miedo no la +dejó hablar. Se desasió de la mano acariciadora, sintióse movida por el +prodigioso resorte de los nervios, lo mismo que si viese su vida en +peligro, y huyó de Febrer como si fuese un asesino. + +--¡Jesús! Jesús!... + +Saltó, murmurando esta súplica, a alguna distancia de él, e +inmediatamente empezó a correr con sus ágiles piernas de campesina, +desapareciendo en una revuelta del sendero. + +Jaime no fue tras ella. Permaneció inmóvil en la soledad del pinar, +insensible a cuanto le rodeaba, como un héroe de leyenda sometido a un +encantamiento. Luego se pasó una mano por el rostro, cual si despertase, +coordinando sus ideas. + +Dolíanle como un remordimiento sus audaces palabras, el susto de +Margalida, la carrera de terror con que había terminado la entrevista. +¡Qué disparate el suyo!... Era el resultado de su viaje a la ciudad, la +vuelta a la vida civilizada que había trastornado su calma de solitario, +despertando pasiones de antaño; la conversación de los jóvenes +militares, que vivían con el pensamiento puesto en la mujer... Pero no, +no estaba arrepentido de su acción. Lo importante era que Margalida +conociese lo que tantas veces había pensado él vagamente en el +aislamiento de la torre, sin poder dar forma precisa a sus deseos. + +Continuó lentamente su camino, para no alcanzar a la familia de _Can +Mallorquí_. Margalida se había reunido con su madre y su hermano. Los +vio desde una altura, cuando el grupo caminaba ya por el valle con +dirección a la alquería. + +Febrer torció su marcha, evitando aproximarse a _Can Mallorquí_. Fue +hacia la torre del Pirata, pero al llegar cerca de ella continuó su +camino, no deteniéndose hasta el mar. + +La costa de roca, que parecía cortada a pico sobre las aguas, estaba +quebrantada por el embate de éstas durante siglos y siglos. Las olas, +como furiosos toros azules, topaban entre espumarajos de rabia contra la +peña, abriendo cóncavas oquedades, cuevas profundas que se prolongaban +hacia lo alto en forma de grietas verticales. Esta labor secular iba +royendo la costa, arrebatándola su coraza de piedra, lámina por lámina. +Despegábanse de ella fragmentos enormes como murallas. Separábanse +primeramente formando una rendija imperceptible, que se agrandaba con el +curso de los siglos. La muralla natural se inclinaba años y años sobre +las olas que batían incesantemente su base, hasta que, perdido el centro +de gravedad, una noche de tormenta derrumbábase como la cortina de una +ciudadela sitiada, deshaciéndose en bloques, poblando el mar de nuevos +escollos, prontamente cubiertos de viscosas vegetaciones, en cuyos +enmarañamientos hervían las espumas y chisporroteaban las escamas de los +peces. + +Febrer fue a sentarse en el borde de un gran peñasco avanzado, de un +fragmento de roca desprendida de la costa que se inclinaba +peligrosamente sobre los escollos. Su fatalismo le impulsaba a sentarse +allí. ¡Ojalá la catástrofe esperada fuese en aquel momento, y su cuerpo, +arrastrado por el grandioso accidente, desapareciera en el fondo del +mar, teniendo como sarcófago esta mole igual a la pirámide de un +Faraón!... ¡Para lo que le esperaba en la vida!... + +El sol poniente, antes de ocultarse, se asomó a un agujero del cielo +tempestuoso, entre nubes desgarradas. Era una esfera sangrienta, una +hostia de púrpura que animó con tonos de incendio la inmensidad del mar. +Las negras masas de vapor que cerraban el horizonte se ribetearon de +escarlata. Sobre el obscuro verde acuático se extendió un inquieto +triángulo de llamas. Enrojecióse la espuma de las olas y la costa +pareció por unos instantes de lava en ebullición. + +Al resplandor de esta luz de tempestad, Jaime contempló a sus pies el +vaivén de las aguas lanzando sus chorros rugientes en las oquedades de +la roca, bramando y retorciéndose con espumarajos de cólera en las +tortuosas callejuelas de los escollos. En el fondo de esta masa verdosa, +iluminada con transparencias de ópalo por el sol poniente, veía +agarradas a las peñas extrañas vegetaciones, bosques minúsculos, en +cuyas frondas pegajosas movíanse bestias de formas fantásticas, +rampantes y veloces o torpes y sedentarias, con duras corazas grises y +rojizas, erizadas de defensas, armadas de tenazas, de lanzas y de +cuernos, dándose caza entre ellas y persiguiendo a seres menos fuertes +que pasaban como exhalaciones, haciendo brillar en la rapidez de la fuga +su transparencia de cristal. + +Febrer se sintió empequeñecido por la soledad. Perdida la fe en su +importancia humana, considerábase igual a uno de estos monstruos +pequeños que se agitaban en las vegetaciones del abismo submarino. Menos +aún tal vez. Aquellos animales estaban armados para la vida, podían +mantenerse por su propia fuerza, sin conocer los desalientos, las +humillaciones y las tristezas que le afligían a él. ¡El mar!... Su +grandeza, insensible para los hombres, cruel e implacable en sus +cóleras, abrumaba a Febrer, despertando en su memoria un sinnúmero de +ideas que tal vez eran nuevas, pero él las aceptaba como vagas +reminiscencias de una vida anterior, como algo que ya había pensado, no +sabía dónde ni cuándo. + +Un estremecimiento de respeto, de devoción instintiva pasaba por él, +haciéndole olvidar el suceso de poco antes, sumiéndolo en religiosa +admiración. ¡El mar!... Pensaba, sin saber por qué, en los más remotos +ascendientes de la humanidad, en los primeros hombres, miserables, +apenas salidos del animalismo original, martirizados y repelidos de +todas partes por una Naturaleza hostil en su exuberancia, como el cuerpo +joven y vigoroso anula o aleja los parásitos que se empeñan en vivir a +costa de su organismo. + +A la orilla del mar, ante la divinidad misteriosa, verde e inmensa, +debió tener el hombre sus mejores momentos de descanso. Del seno de las +aguas salieron los primeros dioses. Contemplando el vaivén de las aguas +y arrullado por su murmullo, debió sentir el hombre que nacía en él algo +nuevo y poderoso: un alma. ¡El mar!... Los organismos misteriosos que lo +pueblan también vivían, como los de tierra, sometidos a la tiranía del +medio, inmóviles en su primitiva existencia, repitiéndose a través de +los siglos, como si fuesen siempre el mismo ser. También los muertos +mandaban allí. Los fuertes perseguían a los débiles, y eran a su vez +devorados por otros más poderosos; la misma historia de sus remotos +antecesores en las aguas todavía cálidas del globo en formación. Todo +igual, repitiéndose a través de centenares de millones de años. Un +monstruo de los tiempos prehistóricos que volviese a colear en las aguas +presentes encontraría por todas partes, en los abismos obscuros y en las +orillas costeras, la misma vida e idénticas luchas que en su juventud. +La bestia de combate acorazada de rojo, armada de uñas corvas y tenazas +de tortura, guerrero implacable de las verdes cavernas submarinas, jamás +se había unido con el pez gracioso, ligero y débil que movía la cola de +su túnica rosada y plateada en las aguas transparentes. Su destino era +devorar, ser fuerte, y si se veía desarmada, con las defensas rotas, +entregarse al infortunio sin protesta y perecer. ¡La muerte antes que +abdicar de su origen, de la noble fatalidad del nacimiento! Para los +fuertes no había en la tierra y en el mar satisfacciones ni vida fuera +de su ambiente. Eran esclavos de su propia grandeza: la casta traía para +ellos, con los honores, la desgracia. ¡Y siempre sería lo mismo!... Los +muertos eran los únicos que gobernaban lo existente. Los primeros seres +que iniciaron una acción para vivir formaron con sus actos la jaula en +que habían de moverse prisioneras las sucesivas generaciones. + +Los tranquilos moluscos que veía ahora en el fondo de las aguas, +agarrados a las peñas como botones obscuros, le parecían seres divinos +guardadores en su estúpida quietud del misterio de la creación. +Admirábalos augustos y grandes, como los monstruos que adoran los +pueblos salvajes por su inmovilidad, y en cuyo quietismo creen adivinar +la majestad de los dioses. Febrer recordaba sus bromas de otros tiempos, +en noches de francachela, ante los platos de ostras frescas en los +grandes restoranes de París. Sus elegantes compañeras le creían loco al +escuchar los disparatados pensamientos que le sugerían el vino, la vista +de los mariscos y el recuerdo de ciertas lecturas fragmentarias y +rápidas de su juventud. «Vamos a comernos a nuestros abuelos, como +alegres antropófagos que somos.» + +La ostra era una de las primeras manifestaciones de vida en el planeta, +una de las primitivas formas de la materia orgánica, flotante aún, +incierta y desorientada en su evolución, sobre la inmensidad de las +aguas. El simpático y calumniado mono sólo tenía la importancia de un +primo hermano que no ha hecho carrera, de un pariente desgraciado y +ridículo al que se deja en la puerta fingiendo ignorar su apellido de +familia, negándole el saludo. El molusco era nuestro abuelo venerable, +el jefe de la casa, el creador de la dinastía, el antecesor, cargado con +una nobleza de millones de siglos... Estas ideas resucitaban ahora en +Febrer, con la frescura de verdades indiscutibles, al contemplar los +seres inmóviles y rudimentarios encerrados en su caparazón, agarrados a +las rocas, debajo de sus pies, en las profundidades del verde cristal +tembloroso entre los escollos. + +La humanidad era fiel a su origen. Nadie renegaba las tradiciones de +estos venerables ascendientes que parecían dormidos en la inmensa +catacumba del mar. Los hombres se creen libres porque pueden moverse de +un lado al otro del planeta, porque su organismo va montado sobre dos +columnas ágiles y articuladas que le permiten saltar sobre el suelo con +el mecanismo del paso... ¡Error! ¡Una ilusión más de las muchas que +alegran mentirosamente nuestra vida, haciéndonos llevaderas su miseria y +su pequeñez! Febrer estaba convencido de que todos nacen metidos entre +dos valvas de prejuicios, escrúpulos y orgullos, herencia de los que nos +precedieron en la vida, y por más que los hombres se agitan, jamás +llegan a arrancarse de la misma peña en que vegetaron agarrados sus +predecesores. La actividad, los incidentes de la vida, la independencia +del carácter, ¡todo ilusión! ¡vanidad de molusco que sueña adherido a la +roca, y cree estar nadando por los mares del globo, mientras sus valvas +siguen unidas a la caliza!... + +Todos los seres eran como habían sido los que marcharon delante de +ellos, como serían los que llegasen detrás. Cambiaban las formas, pero +el alma permanecía inmóvil e inmutable, como la de aquellos seres +rudimentarios, testigos eternos de los primeros latidos de la vida en el +planeta, y que parecían envueltos en el más espeso de los sueños. Y así +sería siempre. Eran vanos los grandes esfuerzos para librarse de este +ambiente fatal, de la herencia del medio, del círculo en que +forzosamente nos movemos; hasta que llegaba la muerte y otros animales +semejantes venían a dar vueltas en el mismo redondel, creyéndose libres +porque siempre tenían ante sus pasos nuevo espacio que correr. + +«Los muertos mandan», afirmaba una vez más Jaime en su pensamiento. +Parecía imposible que los hombres no se diesen cuenta de esta gran +verdad y se agitaran en eterna noche, creyendo hacer cosas nuevas al +resplandor de ilusiones que surgen diariamente, como surge el gran +engaño del sol para acompañarnos por el infinito, que es lóbrego y a +nosotros nos parece azul y radiante de luz... + +Cuando Febrer pensaba esto, el sol se había ocultado ya. El mar era casi +negro, el cielo de un gris plomizo, y en las brumas del horizonte +serpenteaban los rayos bajando a beber en las olas. Sintió Jaime en su +rostro y en sus manos el húmedo contacto de algunas gotas de lluvia. Iba +a estallar una tormenta que tal vez durase toda la noche. Los relámpagos +brillaban cada vez más cerca. Resonaba un lejano estrépito, como si dos +flotas enemigas se estuviesen cañoneando detrás de la cortina de bruma +del horizonte, aproximándose con ésta. Las láminas de agua mansa, tersas +como cristales entre los escollos y la costa, empezaron a temblar con +las ondulaciones excéntricas de las gotas de lluvia. + +A pesar de esto, el solitario no se movió. Permanecía en la roca, +sintiendo una sorda irritación contra la fatalidad, sublevándose con +toda la rudeza de su carácter ante la tiranía del pasado. ¿Y por qué +habían de mandar los muertos?... ¿Por qué obscurecían el ambiente con +las partículas de su alma, semejantes a un polvo de huesos, que se +posaban en el cerebro de los vivos imponiéndoles viejas ideas?... + +De pronto Febrer sufrió una impresión de deslumbramiento, como si +contemplase una luz extraordinaria nunca vista. Su cerebro pareció +dilatarse, esparcirse, como una masa de agua que rompe el vaso opresor +de piedra. Fue en el mismo instante que un relámpago coloreaba de luz +lívida el mar y estallaba un trueno sobre su cabeza, conmoviendo con +horrísono tableteo los ecos de la inmensidad marítima y las oquedades y +cimas de la costa. + +«No; los muertos no mandan, los muertos no gobiernan.» Jaime, como si +fuese un hombre nuevo, se burló de sus pensamientos de poco antes. +Aquellas bestias rudimentarias que él veía entre los peñascos, y lo +mismo que ellas todos los animales del mar y de la tierra, sufrían la +esclavitud del medio. Mandaban los muertos sobre ellas porque hacían lo +que harían sus descendientes. Pero el hombre no es esclavo del medio: es +su colaborador y a veces su dueño. El hombre es un ente de razón y de +progreso, y puede modificar el ambiente según sus conveniencias. Fue su +siervo en otros tiempos, en remotas edades; pero al dominar en parte a +la Naturaleza y poder explotarla, rasgó la especie de envoltura fatal en +que siguen prisioneros los otros seres de la creación. ¿Qué podía +importarle el medio en que había nacido? Se creería otro si lo +deseaba... + +No pudo seguir en sus reflexiones. La tempestad había, estallado sobre +él. La lluvia chorreaba por los bordes de su sombrero y corría a lo +largo de su espalda. La noche había llegado de pronto. A la luz de los +relámpagos veíase el mar con la superficie mate estremecida por el +choque de la lluvia. + +Febrer marchó hacia la torre con toda la ligereza de sus piernas. Iba, +sin embargo, alegre, con el gozo desbordante del que sale de un largo +encierro y no ve ante los ojos bastante espacio para su contenida +actividad. Reía, sin detenerse en su carrera, y la luz de los relámpagos +le sorprendió varias veces avanzando el brazo derecho con un dedo en +alto, mientras chocaba la mano izquierda en la parte inferior del codo, +realizando un ademán de protesta tan popular como poco decente. + +--¡Haré lo que quiera!--gritaba, complaciéndose en escuchar su propia +voz entre el fragor de la tempestad--. ¡Ni muertos ni vivos mandan en +mí!... ¡Toma!... ¡para mis nobles ascendientes!... ¡Toma!... ¡para mis +antiguas ideas, para todos los Febrer!... + +Repitió varias veces el indecoroso ademán con una alegría de pilluelo. +De pronto se vio envuelto en una luz roja y estalló sobre su cabeza un +cañonazo, como si la costa acabase de partirse a impulsos de inmenso +cataclismo. + +--Ha caído cerca--dijo Febrer refiriéndose a la exhalación. + +Su pensamiento, ocupado por el recuerdo de los Febrer, fue hacia su +ascendiente el comendador don Príamo. Aquella explosión de trueno le +hizo recordar los combates del diabólico héroe, del religioso caballero +de la Cruz, burlón con Dios y con el diablo, que hizo siempre su +soberana voluntad y tan pronto peleó al lado de los suyos como vivió +entre los enemigos de la Fe, según sus caprichos y aficiones. + +No; de éste no renegaba Febrer. Adoraba al valeroso comendador: era su +verdadero ascendiente, el mejor de todos, el rebelde, el demonio de la +familia. + +Al entrar en la torre encendió luz, se envolvió en el jaique de burda +lana que le servía para sus excursiones nocturnas, y tomando un libro +quiso distraerse de sus pensamientos hasta que Pepet le subiera la +cena. + +La tempestad pareció fijarse sobre la isla. Caía la lluvia en los +campos, convirtiéndolos en barrizales; saltaba por las pendientes de los +caminos, desbordados como barrancos; empapaba los montes, como grandes +esponjas, por la verde porosidad de sus pinares y matorrales. La rápida +luz de los relámpagos mostraba instantáneamente, como una visión de +ensueño, el mar negruzco con hirvientes espumas, los campos encharcados, +que parecían llenos de peces de fuego, los árboles brillantes bajo su +capa acuosa. + +En la cocina de _Can Mallorquí_, los pretendientes de Margalida formaban +una masa de alpargatas enlodadas y cuerpos humeantes por la evaporación +de sus ropas húmedas. Esta noche el cortejo sería más largo. Pep, con +aire paternal, había permitido a los _atlots_ que esperasen después de +pasada la hora del galanteo. Sentía lástima por aquellos muchachos, +obligados a caminar bajo la lluvia. Él también había sido novio. Debían +esperar; tal vez pasase la tormenta. Y si no pasaba, se quedarían a +dormir donde pudiesen: en la cocina, en el porche... «¡Una noche es una +noche!» + +La _atloteria_, contenta del accidente, que añadía algún tiempo más a su +cortejo, contemplaba a Margalida vestida con su traje de gala, sentada +en el centro de la pieza, junto a una silla vacía. Todos habían pasado +por ésta en el curso de la noche; algunos miraban con cierta ansiedad al +asiento, pero sin atreverse a ocuparlo de nuevo. + +El _Ferrer_, ganoso de sobrepujar a sus rivales, tañía una guitarra, +cantando a media voz, acompañado por el rodar de los truenos. El +_Cantó_, metido en un rincón, meditaba nuevos versos. Algunos muchachos +saludaban con expresiones burlonas la luz de los relámpagos que se +filtraba por las rendijas de la puerta, y el _Capellanet_ sonreía +sentado en el suelo con la mandíbula apoyada en ambas manos. + +Pep dormitaba en su silla baja, vencido por el cansancio, y su mujer +lanzaba sordos alaridos de terror cada vez que un trueno fuerte conmovía +la casa, intercalando en sus gemidos fragmentos de oraciones, murmuradas +en castellano para mayor eficacia. _«Santa Bárbera bendita, que en el +sielo estás escrita...»_ Margalida, insensible a las miradas de sus +pretendientes, parecía próxima a dormirse en su asiento. + +Resonó de pronto la puerta con dos golpes dados por una mano. El perro, +que se había erguido momentos antes como adivinando la presencia de +alguien en el porche, estiró el cuello, pero no ladró, moviendo la cola +con tranquilidad. + +Margalida y su madre miraron a la puerta con cierto miedo. «¿Quién +podría ser? ¡A aquellas horas, en aquella noche, en la soledad de _Can +Mallorquí!..._¿Le habría ocurrido algo al señor?...» + +Pep, despertado por estos golpes, se incorporó en su asiento. _«¡Avant +qui siga!»_ Invitaba a entrar con una majestad de padre de familia al +uso latino, señor absoluto de su casa. La puerta sólo estaba entornada. + +Se abrió, dando paso a una ráfaga de viento cargada de lluvia, que hizo +estremecerse las luces del candil y refrescó el denso ambiente de la +cocina. Iluminóse con el resplandor de una exhalación el negro +rectángulo de la puerta, y todos vieron en ella, sobre el cielo lívido, +una figura encapuchada, una especie de penitente, chorreando lluvia y +con el rostro casi oculto. + +Entró con paso decidido, sin saludar a nadie, seguido del perro, que +olisqueaba sus piernas con gruñido cariñoso, y fue rectamente a ocupar +la silla vacía junto a Margalida: el lugar reservado a los +pretendientes. + +Al sentarse se echó atrás la capucha y fijó sus ojos en la muchacha. + +--¡Ah!--gimió ésta, pálida, con los ojos agrandados por la sorpresa. + +Y fue tal su emoción, tan violento su impulso por retirarse de él, que +la faltó poco para caer. + + + + +Tercera parte + + + + +I + + +Dos días después, cuando Jaime, de vuelta de la pesca, esperaba la +comida en su torre, vio presentarse a Pep, que depositó el cestillo +sobre la mesa con cierta solemnidad. + +El rústico intentó excusarse por esta visita extraordinaria. Su mujer y +Margalida habían ido otra vez a la ermita de los _Cubells_: el muchacho +las acompañaba. + +Comió Febrer con buen apetito, por haber pasado la mañana en el mar +desde que rompió el día; pero el aire grave del payés acabó por +preocuparle. + +--Pep: tú quieres decirme algo y no te atreves--dijo Jaime en dialecto +ibicenco. + +--Así es, señor. + +Y Pep, igual a todos los tímidos, que dudan y vacilan antes de hablar, +pero una vez perdido el miedo se lanzan adelante ciegamente, empujados +por el propio temor, expuso con rudeza su pensamiento. + +«Sí; algo tenía que decirle, algo muy importante. Dos días había estado +pensándolo, pero ya no podía callar más tiempo. Si se había encargado de +traer la comida del señor, era sólo por hablarle... ¿Qué deseaba don +Jaime? ¿Por qué se burlaba de ellos, que le querían tanto?...» + +--¡Burlarme!--exclamó Febrer. + +«Sí; burlarse de ellos.» Pep lo afirmaba con tristeza. «¿Qué había sido +lo de la noche de la tormenta? ¿Qué capricho había impulsado al señor a +presentarse en pleno cortejo, sentándose al lado de Margalida como si +fuese un pretendiente?...» ¡Ah, don Jaime! Los _festeigs_ son cosa +seria: por ellos se matan los hombres. Bien sabía él que los señores se +burlaban de esto, considerando casi como salvajes a los payeses de la +isla; pero a los pobres hay que dejarles sus costumbres, olvidarlos, no +turbar sus escasas alegrías. + +Ahora fue Febrer quien puso el gesto triste. + +--¡Pero si yo no me burlo de vosotros, querido Pep! ¡Si todo es +verdad!... Entérate de una vez: soy pretendiente de Margalida, como el +_Cantó_, como ese _verro_ antipático, como todos los muchachos que +acuden a tu cocina para cortejarla... La otra noche me presenté porque +ya no podía sufrir más, porque comprendí de pronto la causa de las +tristezas que me vienen afligiendo, porque quiero a Margalida, y me +casaré con ella, si ella me acepta. + +Su acento sincero y apasionado no dejó dudas al payés. + +--¡Luego es verdad!--exclamó--. Algo de eso me había dicho la _atlota_ +llorando cuando yo le pregunté el motivo de la visita del señor... Yo no +la creí al principio. ¡Las muchachas son tan pretenciosas! Se imaginan +que todos los hombres andan locos tras ellas... ¿Conque es verdad?... + +Y esta certidumbre le hacía sonreír, como algo inesperado y gracioso. + +¡Qué don Jaime! Muy honrados él y su familia por esta muestra de aprecio +a los de _Can Mallorquí_. Lo malo era para la muchacha, que se +engreiría, imaginándose ya digna de un príncipe, no queriendo aceptar a +ningún payés. + +--No puede ser, señor. ¿No comprende usted que no puede ser?... Yo +también he sido joven y sé lo que es esto. Un primer movimiento que nos +hace ir detrás de toda _atlota_ que no es fea; pero luego reflexiona +uno, piensa lo que está bien y lo que está mal, lo que más le conviene, +y acaba por no hacer tonterías. Usted habrá reflexionado, ¿verdad, +señor?... Lo de la otra noche fue una broma, un capricho... + +Febrer movió la cabeza enérgicamente. No; ni broma ni capricho. Amaba a +Margalida, a la gentil «Flor de almendro»; estaba convencido de su +pasión, e iría donde ella le arrastrase. Su propósito era hacer en +adelante lo que le ordenara su voluntad, sin escrúpulos ni prejuicios. +Bastante tiempo había sido esclavo de ellos. No; ni reflexión ni +arrepentimiento. Amaba a Margalida, y era uno de sus pretendientes, con +el mismo derecho que cualquier _atlot_ de la isla. Ya estaba dicho. + +Pep, escandalizado por tales palabras, herido en sus ideas más antiguas +y arraigadas, levantó las manos, al mismo tiempo que su alma simple se +asomaba a los ojos con temblores de sorpresa. + +--_¡Siñor!... ¡Siñor!..._ + +Necesitaba poner por testigo al Señor del cielo para expresar su +turbación y su asombro. ¡Un Febrer queriendo casarse con la payesa de +_Can Mallorquí_!... El mundo ya no era el mismo: parecían trastornadas +todas sus leyes, como si el mar estuviera próximo a cubrir la isla y los +almendros floreciesen en adelante sobre las olas. ¿Pero se había dado +cuenta don Jaime de lo que significaba su deseo?... + +Todo el respeto depositado en el alma del payés durante largos años de +servidumbre a la noble familia, la veneración religiosa que le habían +infundido sus padres cuando de niño veía llegar a los señores de +Mallorca, renacieron ahora, protestando de este absurdo como de algo +contrario a las costumbres humanas y la divina voluntad. El padre de don +Jaime había sido un personaje poderoso, de los que dictan las leyes allá +en Madrid; hasta había vivido en el palacio real. Le veía en su memoria, +lo mismo que se lo había imaginado en las ilusiones crédulas de su +niñez, mandando a los hombres a su voluntad; pudiendo enviar unos a la +horca y perdonando a otros, según su capricho; sentado a la mesa de los +monarcas y jugando con ellos a la baraja, igual que podía hacerlo él con +un amigo en la taberna de San José, tratándose tú por tú; y cuando no +estaba en la corte, era señor absoluto en barcos de hierro de los que +escupen humo y cañonazos... ¿Y su célebre abuelo don Horacio? Pep le +había visto pocas veces, y sin embargo, temblaba aún de respeto al +recordar su aspecto señorial, su cara grave, limpia de sonrisas, y el +gesto imponente con que acompañaba sus bondades. Era un rey a la +antigua, uno de aquellos reyes buenos y justicieros, padres de los +pobres, con el pan en una mano y el palo en la otra. + +--¿Y quiere usted que yo, el pobre Pep de _Can Mallorquí_, sea pariente +de su padre y su abuelo, y de todos los señorones que fueron amos de +Mallorca y mandones del mundo?... Vamos, don Jaime. Vuelvo a creer que +todo es una broma: su seriedad no me engaña. También don Horacio +discurría a veces las cosas más chistosas, sin perder su cara de juez. + +Jaime paseó los ojos por el interior de la torre, sonriendo de su +miseria. + +--¡Pero si soy un pobre, Pep ¡Si tú eres rico comparado conmigo! ¿A qué +recordar mi familia, si vivo de tu apoyo?... Si me despidieras, no sé +adonde podría ir. + +El gesto de incredulidad con que Pep acogía siempre estas afirmaciones +humildes volvió a aparecer. + +«¡Pobre! ¿Y aquella torre no era suya?...» Febrer le contestó riendo. +¡Bah! Cuatro piedras viejas, que se caían cansadas de existir; un monte +inculto, que sólo tendría algún valor trabajado por el payés... Pero +éste insistió. Le quedaba lo de Mallorca, que aunque algo enredado, era +mucho... ¡mucho! + +Y al extender sus brazos con un gesto de inmensidad, como si nadie +pudiese abarcar la fortuna de Jaime, añadía convencido: + +--Un Febrer nunca es pobre. Usted no podrá serlo nunca. Después de estos +tiempos otros vendrán. + +Jaime desistió de hacerle reconocer su pobreza. Mejor era que le creyese +rico. Así no podrían decir aquellos _atlots_ sin más horizonte que el de +la isla, que era un desesperado ansioso de unirse con la familia de Pep +para recuperar las tierras de _Can Mallorquí_. + +¿Por qué se asombraba tanto el payés de que él pretendiese a Margalida? +No era esto más que la repetición de una eterna historia: la del rey +disfrazado y vagabundo enamorándose de la pastora y dándola su mano... Y +él no era un rey ni estaba disfrazado, sino en una situación de miseria +verdadera. + +--También sé yo esa historia--dijo Pep--. Me la contaron de chico muchas +veces y se la he contado yo a los míos... No digo que no sucediese así; +pero sería en otros tiempos... otros tiempos muy lejanos: cuando +hablaban los animales. + +Para Pep, la más remota antigüedad y el estado dichoso de los hombres +era siempre en el tiempo feliz «cuando hablaban los animales». + +Pero ¡ahora!... Ahora él, aunque no sabía leer, se enteraba de las cosas +del mundo cuando iba a San José los domingos y hablaba con el secretario +del Ayuntamiento y otras personas letradas que leían periódicos. Los +reyes se casaban con reinas y las pastoras con pastores. Se acabaron los +buenos tiempos. + +--¿Pero tú sabes si Margalida me quiere o no me quiere?... ¿Tú estás +seguro de que le parece todo esto un disparate, lo mismo que a ti?... + +Pep quedó silencioso largo rato, metiendo una mano bajo el fieltro y el +pañuelo de seda puesto mujerilmente, para rascarse los bucles crespos y +canos de su cabeza. Sonreía maliciosamente y al mismo tiempo con +desprecio, como regocijado por la inferioridad en que vive la hembra de +los campos. + +--¡Las mujeres! ¡Vaya usted a saber lo que piensan, don Jaime!... +Margalida es como todas: amiga de vanidades y cosas extraordinarias. A +su edad, todas sueñan que va a venir por ellas un conde o un marqués +para llevárselas en un carro de oro y que mueran de envidia sus amigas. +Yo también, cuando era _atlot_, pensaba muchas veces que vendría a +pedirme en matrimonio la más rica de Ibiza, una muchacha que no sabía +quién pudiera ser, pero hermosa como la Virgen y con campos tan grandes +como la mitad de la isla... Son cosas de los pocos años. + +Luego, cesando de sonreír, añadió: + +--Sí; tal vez le quiera a usted y no se dé cuenta de lo que desea. ¡Esto +del querer y de la juventud es tan raro!... Llora cuando le hablan de lo +de la otra noche; dice que fue una locura, pero ni una palabra contra +usted... ¡Ay! ¡el corazón quisiera yo verle! + +Febrer acogió estas palabras con una sonrisa de gozo; pero el payés +desvaneció instantáneamente su alegría, añadiendo enérgicamente: + +--No puede ser, y no será... Piense ella lo que piense, yo me opongo, +porque soy su padre y quiero su bien... ¡Ay, don Jaime! Cada cual con +los suyos. Me recuerda todo esto a cierto fraile que vivía solitario en +los _Cubells_, hombre sabio, y por ser sabio, medio loco, que se empeñó +en sacar crías de un gallo y una gaviota: una gaviota del tamaño de un +ganso. + +Y describía, con la gravedad que tiene para el campesino la vida y el +cruce de los animales, la ansiedad de los payeses cuando iban a los +_Cubells_, agrupándose curiosos en torno del jaulón donde estaban bajo +la vigilancia del fraile el gallo y la gaviota. + +--Años duró el trabajo de aquel buen señor, y ¡ni una cría!... Contra lo +imposible nada pueden los hombres. Tenían sangre distinta; vivían juntos +y tranquilos, pero no eran iguales ni podían serlo. Cada uno con los +suyos. + +Y al decir esto, Pep recogió de la mesa los platos de la comida y los +fue guardando en la cesta, preparándose para marcharse. + +--Quedamos, don Jaime--dijo con su tenacidad campesina--, en que todo es +broma, y usted no inquietará a la _atlota_ con sus fantasías. + +--No, Pep. Quedamos en que quiero a Margalida, y voy a su cortejo con el +mismo derecho que cualquier muchacho de la isla. Hay que respetar los +usos antiguos. + +Y sonrió ante el gesto malhumorado del payés. Pep movía la cabeza en +señal de protesta, repitiendo que aquello era imposible. Las muchachas +del _cuartón_ iban a burlarse de Margalida, regocijadas por este +pretendiente extraño que rompía el orden de las costumbres. Los +maliciosos tal vez iban a calumniar a _Can Mallorquí_, que tenía un +pasado de honradez como la mejor familia de la isla. Hasta sus amigos, +cuando fuese él a misa a San José reuniéndose con ellos en el claustro +de la iglesia, iban a suponer que era un ambicioso y deseaba convertir a +su hija en una señorita... Y no era esto sólo. Había que temer además la +cólera de los rivales, los celos de aquellos _atlots_ que habían quedado +absortos por la sorpresa al verle entrar en plena tempestad y sentarse +junto a Margalida. De seguro que a aquellas horas ya habían salido de su +asombro, y hablaban de él concertándose todos para oponerse al +forastero. Los de la isla eran como eran. Se mataban entre ellos, sin +molestar al de fuera, porque le creían extraño a su vida, indiferente a +sus pasiones. ¡Pero si el extranjero se mezclaba en sus asuntos, y +además de extranjero... era mallorquín!... ¿Cuándo se había visto a +gentes de otras tierras disputarles la novia a los ibicencos?... Don +Jaime, ¡por su padre! ¡por su noble abuelo! Se lo rogaba Pep, que le +conocía desde niño. La alquería era suya, todos sus habitantes deseaban +servirle... ¡pero no debía persistir en aquel capricho! Iba a traerle +desgracia. + +Febrer, que había escuchado hasta entonces con deferencia, se irguió +ante estas palabras de Pep. Sublevóse su carácter rudo, como si acabara +de recibir una grave ofensa con los temores del payés. ¡Miedos a él!... +Sentíase capaz de pelear con todos los _atlots_ de la isla. No había en +Ibiza quien le hiciese retroceder. A su apasionamiento belicoso de +amante uníase una soberbia de raza, el odio ancestral que separaba a los +habitantes de las dos islas. Iría al cortejo; tenía buenos compañeros +que le defendiesen en caso de apuro. Y miraba la escopeta colgada de la +pared, luego de pasar sus ojos por la faja, donde ocultaba el revólver. + +Pep bajó la cabeza con desaliento. Lo mismo había sido él cuando joven. +Las mujeres hacen cometer las mayores locuras. Era inútil insistir para +convencer al señor, testarudo y soberbio como todos los suyos. + +--Haga su santa voluntad, don Jaime; pero acuérdese de lo que le digo. +Nos espera una desgracia, una gran desgracia. + +Salió el payés de la torre, y Jaime lo vio alejarse cuesta abajo, hacia +su alquería, moviéndose al impulso de la brisa marítima las puntas de su +pañuelo y el mantón mujeril que llevaba sobre los hombros. + +Desapareció Pep tras las bardas de _Can Mallorquí_. Febrer iba a +separarse de la puerta, cuando vio surgir entre los grupos de tamariscos +de la pendiente un muchacho que, luego de mirar a un lado y a otro para +convencerse de que no era observado, corrió hacia él. Era el +_Capellanet_. Subió a saltos la escalera de la torre, y al verse ante +Febrer rompió a reír, mostrando el marfil de su dentadura rodeada de +rosa obscuro. + +Desde la noche que el señor se presentó en la alquería, el _Capellanet_ +lo trataba con la mayor confianza, cual si le considerase ya de la +familia. Él no protestaba de lo extraordinario del suceso. Le parecía +natural que Margalida gustase al señor y que éste desease casarse con +ella. + +--Pero ¿no estabas en los _Cubells_?--preguntó Febrer. + +El muchacho volvió a reír. Había dejado a su madre y su hermana en mitad +del camino, y oculto entre los tamariscos esperó a que su padre +regresase de la torre. Sin duda el viejo quería hablar de cosas +importantes con don Jaime; por esto los había alejado a todos, +encargándose de llevar él mismo la comida. Hacía dos días que sólo +hablaba en su casa de esta entrevista. Su timidez y el respeto «al amo» +le hacían vacilar, pero al fin se había decidido. El noviazgo de +Margalida le tenía de mal humor. ¿Había estado muy regañón el viejo?... + +Queriendo esquivar Febrer estas preguntas, le hizo otras con cierta +ansiedad. ¿Y «Flor de almendro»? ¿Qué decía cuando el _Capellanet_ le +hablaba de él? + +Se irguió el muchacho con petulancia, satisfecho de proteger al señor. +Su hermana no decía nada; unas veces sonreía al oír el nombre de don +Jaime, otras se le humedecían los ojos, y casi siempre daba fin a la +conversación aconsejando al _Capellanet_ que no se mezclase en este +asunto y diese gusto al padre yendo a estudiar en el Seminario. + +--Esto se arreglará, señor--continuó el muchacho, poseído de la nueva +importancia de su persona--. Se arreglará; se lo digo yo. Estoy seguro +de que mi hermana le quiere mucho... pero le tiene cierto miedo, cierto +respeto. ¡Quién podía esperar que usted se fijase en ella!... En casa +todos parecen locos. El padre pone mala cara y habla solo; la madre gime +y se aclama a la Virgen; Margalida llora; y mientras tanto, la gente +cree que estamos de lo más alegres. Pero esto se arreglará, don Jaime; +yo se lo prometo. + +Preocupábale otra cosa, aparte de la voluntad de Margalida. Mientras +hablaba, su pensamiento iba hacia sus antiguos amigos, los _atlots_ que +cortejaban a «Flor de almendro». «¡Atención, señor! ¡Mucho ojo!...» Él +no sabía nada de cierto. Hasta sospechaba que aquellos muchachos habían +perdido la confianza en su persona, recatándose de hablar en su +presencia. Pero seguramente tramaban algo. Una semana antes parecían +odiarse y vivían apartados unos de otros; ahora se habían juntado todos +para abominar del forastero. Callaban, pero su silencio era taciturno, +poco tranquilizador. El único que gritaba y se movía con una cólera de +cordero rabioso era el _Cantó_, irguiendo su cuerpo desmedrado de +tísico, afirmando entre crueles toses su propósito de matar al +mallorquín. + +--Le han perdido a usted el respeto, don Jaime--continuó el muchacho--. +Cuando le vieron entrar y sentarse al lado de mi hermana, quedaron como +atontados. Yo también me quedé sin saber lo que veía, y eso que hace +tiempo me daba el corazón que a usted no le era indiferente Margalida. +Preguntaba usted demasiado por ella... Pero ahora ya se les ha pasado el +susto, y van a hacer algo: ¡vaya si lo harán!... Y no les falta razón. +¿Cuándo se ha visto en San José venir los forasteros a quitarles la +novia a unos _atlots_ que son los más valientes de la isla?... + +El orgullo de vecindario arrastró al _Capellanet_ a participar +momentáneamente de las opiniones de los otros, pero pronto renacieron su +gratitud y su afecto a Febrer. + +--No importa. Usted la quiere, y basta. ¿Por qué ha de ir mi hermana a +trabajar la tierra y pasar fatigas, cuando un señor como usted se fija +en ella?... Además--y aquí sonreía maliciosamente el pilluelo--, a mí me +conviene este casamiento. Usted no va a cultivar los campos, usted se +llevará a Margalida, y el viejo, no teniendo a quién dejar _Can +Mallorquí_, me permitirá que sea labrador, que me case, y ¡adiós +capellanía!... Le digo a usted, don Jaime, que usted se la lleva. Aquí +estoy yo, el _Capellanet_, para pelearme con media isla en su defensa. + +Miraba a un lado y a otro, como si temiera encontrarse con los bigotes y +los ojos severos de la Guardia civil, y luego, tras una vacilación de +hombre modesto que teme revelar su importancia, llevábase una mano a los +riñones y tiraba del interior de la faja, sacando un cuchillo cuyo +brillo y limpieza parecían hipnotizarle. + +--¿Eh?--decía, admirando la tersura del acero virgen y mirando a Febrer. + +Era el cuchillo que le había regalado Jaime el día antes. Como estaba de +buen humor, había hecho arrodillarse al _Capellanet_. Luego, con burlona +gravedad, le había golpeado con el arma, proclamándolo caballero +invencible del _cuartón_ de San José, de toda la isla y de los freos y +peñones adyacentes. El pilluelo, trémulo de emoción por el regalo, +había acogido la ceremonia con gravedad, creyéndola algo indispensable +que se usaba entre los señores. + +--¿Eh?--volvió a preguntar, mirando a don Jaime como si lo protegiese +con toda la inmensidad de su valentía. + +Pasaba un dedo ligeramente por el filo y luego apoyaba la yema en la +punta, gozando voluptuosamente al sentir su agudo pinchazo. ¡Qué joya! + +Febrer movió la cabeza. Sí; conocía el arma: él mismo se la había traído +de Ibiza. + +--Pues con esto--continuó el chicuelo--no hay guapo que se nos ponga +delante. ¿El _Ferrer_?... ¡mentira! ¿El _Cantó_ y todos los otros?... +¡mentira también! ¡Y pocas ganas que tengo yo de usarlo!... Él que +intente algo contra usted está sentenciado a muerte. + +Y a continuación, con una tristeza de grande hombre que pierde el tiempo +sin dar la medida de su valor, dijo bajando los ojos: + +--Cuando mi abuelo tenía mi edad, cuentan que ya era _verro_ y metía +miedo a toda la isla. + +Pasó el _Capellanet_ en la torre una parte de la tarde, hablando de los +enemigos supuestos de don Jaime, que ya consideraba como suyos, +ocultando su cuchillo para volver a sacarlo, como si necesitase +contemplar su imagen desfigurada en la bruñida hoja, soñando en +tremendos combates que terminaban siempre con la fuga o muerte de los +adversarios, salvando él caballerescamente al acorralado don Jaime. Éste +reía de la petulancia del muchacho, tomando a broma sus ansias de pelea +y destrucción. + +Al anochecer bajó a la alquería para traerle la cena. Ya había +encontrado en el porche varios cortejantes venidos de muy lejos, que +esperaban sentados en los poyos el principio del _festeig_. ¡Hasta +luego, don Jaime!... + +Febrer, así que cerró la noche, se dispuso a bajar a la alquería, con el +gesto hosco, la mirada dura, las manos nerviosas por un imperceptible +temblor homicida, lo mismo que un guerrero primitivo al emprender una +expedición desde la cumbre al valle. Antes de echarse el jaique sobre +los hombros sacó su revólver de la faja, examinando escrupulosamente el +estado de las cápsulas y el juego de la llave. ¡Todo corriente! Al +primero que intentase algo contra él, le metía los seis tiros en la +cabeza. Sentíase bárbaro, implacable, como uno de aquellos Febrer leones +del mar, que saltaban a las playas enemigas, matando para no morir. + +Anduvo cuesta abajo, por entre los grupos de tamariscos, que movían en +la obscuridad sus masas ondeantes, con una mano metida en la faja y +acariciando la culata del revólver. ¡Nadie! Al llegar al porche de _Can +Mallorquí_ lo encontró lleno de _atlots_ que aguardaban de pie o +sentados en los poyos a que la familia acabase su cena en la cocina. +Febrer los adivinó en la obscuridad por el olor de cáñamo de las +alpargatas nuevas y el de lana burda de sus mantones y jaiques. Las +chispas rojas de los cigarros indicaban en el fondo del porche otros +grupos en espera. + +--_¡Bono, nit!_--dijo Febrer al llegar. + +Sólo le respondieron con un leve gruñido. Cesaron las conversaciones +mantenidas a media voz, y un silencio hostil y penoso empezó a gravitar +sobre todos aquellos hombres. + +Jaime se apoyó en una pilastra del porche, alta la frente, arrogante el +ademán, destacando su figura sobre el fondo del horizonte, como si +adivinase los ojos que en la obscuridad estaban fijos en él. + +Sentía cierta emoción, pero no era de miedo. Casi llegó a olvidar a los +enemigos que le rodeaban. Pensaba con inquietud en Margalida. Sintió el +escalofrío del enamorado cuando adivina la proximidad de la mujer +adorada y duda de su suerte, temiendo y deseando al mismo tiempo su +aparición. Ciertos recuerdos del pasado volvieron a él, haciéndole +sonreír. ¿Qué diría miss Mary si le viese rodeado de esta gente rústica, +tembloroso y vacilante al pensar en la proximidad de una muchacha +campesina?... ¡Cómo reirían sus antiguas amigas de Madrid y de París al +encontrarle en esta traza de campesino, dispuesto a matar por la +conquista de una mujer casi igual a sus criadas!... + +Se abrió la puerta de la alquería, que estaba entornada, marcándose en +su rectángulo de luz rojiza la silueta de Pep. + +--_¡Avant els hómens!_--dijo como un patriarca que comprende los anhelos +de la juventud y ríe bondadosamente de ellos. + +Y los hombres entraron uno tras otro, saludando al _siñó_ Pep y los +suyos, ocupando los bancos y sillas de la cocina como niños que llegan a +la escuela. + +El payés de _Can Mallorquí_, al reconocer al señor, hizo un gesto de +asombro. «¡Allí él esperando con los otros, como un simple pretendiente, +sin atreverse a entrar en una casa que era suya!...» Febrer contestó con +un encogimiento de hombros. Quería hacer lo mismo que los demás. Se +imaginaba que de este modo le sería más fácil conseguir sus deseos. Nada +que recordase su antigua condición de amigo respetable y de señor: +cortejante nada más. + +Pep le hizo sentar a su lado. Pretendió distraerlo con su conversación, +pero él no apartaba los ojos de «Flor de almendro», que, fiel al ritual +de los _festeigs_, estaba en una silla, en el centro de la pieza, +acogiendo con gestos de reina tímida la admiración de sus cortejantes. + +Fueron uno tras otro sentándose todos al lado de Margalida, que +respondía en voz queda a sus palabras. Fingía no ver a don Jaime; casi +le volvía la espalda. Los pretendientes que aguardaban su vez estaban +taciturnos, sin la alegre charla con que entretenían su espera en otras +noches. Parecía que algo fúnebre pesaba sobre ellos, obligándolos a +permanecer en silencio, con la vista baja y los labios apretados, como +si en la habitación inmediata hubiese un muerto. Era la presencia del +extraño, del intruso, ajeno a su clase y sus costumbres. ¡Maldito +mallorquín!... + +Cuando hubieron pasado todos los mozos por la silla inmediata a +Margalida, el señor se levantó. Era el último que se había presentado +como cortejante, y en buena ley le llegaba su turno. Pep, que le hablaba +sin cesar para distraerlo, quedóse de pronto con la boca abierta al ver +cómo se alejaba sin oírle más. + +Sentóse al lado de Margalida, que parecía no verle, humillada la cabeza +y fijos los ojos en sus rodillas. Todos los _atlots_ quedaron en +silencio, para que en el ambiente tranquilo resonasen las más leves +palabras del forastero; pero Pep, adivinando esta intención, comenzó a +hablar fuerte con su mujer y su hijo sobre trabajos que debían de +realizar al día siguiente. + +--¡Margalida! ¡«Flor de almendro»!... + +La voz de Febrer, como un susurro, acarició las orejas de la muchacha. +Allí le tenía, para convencerla de que era amor, verdadero amor, lo que +ella consideraba un capricho. Febrer no sabía aún ciertamente cómo había +sido esto. Sentía un malestar en su soledad, un anhelo vago de cosas +mejores, que tal vez estaban a su alcance, pero que él, en su ceguera, +no podía reconocer, hasta que de pronto había visto claro dónde estaba +la dicha... Y la dicha era ella. ¡Margalida! ¡«Flor de almendro»! Él no +tenía juventud, él era pobre; ¡pero la amaba tanto!... Una palabra nada +más, algo que disipase la incertidumbre en que vivía. + +Y ella, al sentir más próxima la boca de Febrer, al percibir su aliento +ardoroso, movió levemente la cabeza. «No, no. ¡Váyase!... Tengo miedo.» +Sus ojos se elevaron para mirar rápidamente a todos aquellos jóvenes +morenos, de gesto trágico, que parecían quemarlos a los dos con sus +pupilas de brasa. + +¡Miedo!... Esta palabra bastó para que Febrer saliese de su encogimiento +suplicante y mirase con soberbia a los rivales sentados ante él. ¿Miedo +a quién?... Sentíase capaz de pelear con todos estos rústicos y sus +innumerables parientes. ¡Miedo no, Margalida! Ni por él ni por ella +debía temer. Lo que Jaime la suplicaba era que respondiese a su +pregunta. ¿Podía esperar? ¿Qué pensaba contestarle?... + +Pero Margalida permanecía silenciosa, descoloridos sus labios, pálidas +las mejillas con una blancura lívida, moviendo los párpados para +esconder tras el enrejado de las pestañas la humedad lacrimosa de sus +ojos. Iba a llorar. Se adivinaban sus esfuerzos para contener el llanto: +respiraba con angustia. Sus lágrimas, surgiendo de pronto en este +ambiente hostil, podían ser una señal de combate; iban a producir la +explosión de todas las cóleras contenidas que adivinaba en torno de +ella. No... ¡no! Y el esfuerzo de su voluntad sólo servía para hacer +mayor su angustia, obligándola a humillar el rostro como las bestias +dulces y tímidas, que creen salvarse del peligro ocultando su cabeza. La +madre, que trenzaba cestos en un rincón, sintióse alarmada en sus +instintos de mujer. Su alma simple se dio cuenta del estado de +Margalida. El padre, viendo la inquietud de aquellos ojos de animal +triste y resignado, intervino oportunamente. + +«Las nueve y media...» Hubo un movimiento de sorpresa y protesta en el +grupo de los _atlots_. Aún era pronto, faltaban muchos minutos para la +hora: lo tratado era ley. Pero Pep, con su testarudez de campesino, se +hacía el sordo, repitiendo las mismas palabras mientras se ponía de pie +e iba hacia la puerta, abriéndola completamente. «Las nueve y media.» +Cada uno era amo en su casa, y él hacia en la suya lo que creía mejor. +Debía levantarse temprano al día siguiente: _«¡Bona nit!...»_ + +Y fue saludando a los cortejantes según salían de la casa. Al pasar +Jaime ante él, sombrío y despechado, intentó retenerlo por un brazo. +Debía esperar; él le acompañaría hasta la torre. Miraba con inquietud al +_Ferrer_, que se había quedado detrás de él, retardando voluntariamente +su salida de la casa. + +Pero el señor no le contestó, librándose de su brazo con rudo +movimiento. Sentíase furioso por el mutismo de Margalida, que +consideraba un fracaso; por la actitud hostil de los mozos; por el modo +insólito con que se había dado fin a la velada. + +Los _atlots_ dispersáronse en la sombra, sin gritos, relinchos ni +canciones, como si volvieran de un entierro. Algo trágico flotaba en las +tinieblas de la noche. + +Febrer siguió su camino sin volver la vista, deseoso de oír que alguien +venía tras de sus pasos, tomando por misterioso arrastre de +perseguidores los leves crujidos del ramaje de los tamariscos bajo la +brisa nocturna. + +Al llegar al pie de la colina, donde los matorrales eran más espesos, se +volvió, quedando inmóvil. Su silueta destacábase sobre la blancura del +sendero a la luz vagorosa de las estrellas. Tenía el revólver en la +diestra, apretando nerviosamente la culata, acariciando el gatillo con +un dedo febril, ansioso de disparar. ¡Ay! ¿no le seguiría alguien? ¿no +aparecería el _verro_ o cualquiera de los otros enemigos?... + +Transcurrió el tiempo sin que nadie se presentase. En torno de él, la +vegetación silvestre, agrandada por la sombra y el misterio, parecía +reír irónicamente de su cólera con grandes murmullos. Al fin, la fresca +serenidad de la tierra soñolienta pareció penetrar en él. Acabó +encogiéndose de hombros con gesto de desprecio, y llevando el revólver +por delante, continuó su camino hasta encerrarse en la torre. + +El día siguiente lo pasó por entero en el mar con el tío Ventolera. De +vuelta a su vivienda encontró fría sobre la mesa la cena que le había +traído el _Capellanet_. Unas cruces y el propio nombre de Febrer +grabados en el muro a punta de acero le revelaron la visita del _atlot_. +El seminarista no podía permanecer quieto teniendo un cuchillo al +alcance de su mano. + +Al otro día apareció en la torre el muchacho de _Can Mallorquí_ con aire +misterioso. Tenía que contar a don Jaime cosas importantes. La tarde +anterior, correteando en persecución de cierto pájaro por el pinar +inmediato a la forja del _Ferrer_, había visto de lejos, bajo el +cobertizo de la herrería, al _verro_ hablando con el _Cantó_. + +--¿Y qué más?--preguntó Febrer, extrañándose de que el muchacho callase. + +Nada más. ¿Le parecía poco?... El _Cantó_ no era aficionado a las +alturas, porque sus cuestas le hacían toser. Siempre andaba por los +valles, sentándose bajo los almendros y las higueras para inventar sus +trovos. Si había subido hasta la herrería, era indudablemente porque el +_Ferrer_ le habría llamado. Hablaban los dos con gran animación. El +_verro_ parecía darle consejos, y el pobrecillo le contestaba con gestos +afirmativos. + +--¿Y qué?--volvió a preguntar Febrer. + +El _Capellanet_ pareció compadecerse de la simpleza del señor. «¡Mucho +ojo, don Jaime! Él no conocía a los de la isla.» Esta conversación en la +fragua le inspiraba cuidado. Estaban en sábado: aquella noche era de +_festeig_. De seguro que preparaban algo contra el señor, si se +presentaba en _Can Mallorquí_. + +Febrer acogió tales palabras con un gesto de desprecio. Bajaría, a pesar +de todo... ¡Si creían que le inspiraban miedo! Lo que lamentaba era que +tardasen tanto en atacarle. + +Pasó en belicosa nerviosidad todo el resto del día, deseando que llegara +pronto el anochecer. Evitaba en sus paseos acercarse a _Can Mallorquí_, +contemplándolo de lejos, con la esperanza de ver unos instantes la +gentil figura de Margalida bajo el porche. No por esto osaba +aproximarse, como si una irresistible timidez le cerrase el camino de la +finca mientras brillaba el sol. Desde que era pretendiente no podía +presentarse como amigo. Su llegada podía resultar embarazosa para la +familia de Pep. Temía que la muchacha se ocultase al verle. + +Apenas se extinguió la luz del sol y comenzaron a brillar las estrellas +en un cielo claro de invierno, Febrer descendió de la torre. + +Durante el breve camino hasta la alquería volvieron a renacer en su +memoria los recuerdos del pasado, con una precisión irónica, lo mismo +que en la anterior noche de cortejo. + +«¡Si me viese miss Mary!--pensó--. Tal vez me comparase a un Sigfrido +rústico yendo a matar el dragón que guarda el tesoro de Ibiza... ¡Si me +viesen otras mujeres que he conocido, y todo lo encontraban +ridículo!...» + +Pero su amor se sobrepuso inmediatamente a tales recuerdos. ¡Si le +viesen! ¿y qué?... Margalida valía más que las hembras que él había +conocido antes: era la primera, la única. Todo en su historia pasada le +parecía falso y artificial, como la vida que se muestra en los +escenarios, pintada y cubierta de oropeles bajo una luz engañosa. Nunca +había de volver a ese mundo de ficción. La realidad era lo presente. + +Al llegar al porche encontró reunidos a los cortejantes, que parecían +discutir con voz ahogada. Al verle callaron instantáneamente. + +--_¡Bona nit!_ + +Nadie contestó. Ni siquiera le acogieron con el gruñido de la otra +noche. + +Cuando Pep, abriendo la puerta, les dio entrada en la cocina, Febrer vio +que el _Cantó_ llevaba el tamborcillo pendiente de un brazo y en la +diestra la baqueta con que golpeaba el parche. + +Era noche de música. Unos _atlots_ sonreían al ocupar sus puestos con +expresión maligna, como regocijándose por adelantado de algo +extraordinario. Otros, más serios, mostraban en su gesto el noble +disgusto de los que temen presenciar una mala acción inevitable. El +_Ferrer_ permanecía impasible en uno de los rincones más apartados, +buscando empequeñecerse, pasar inadvertido entre los camaradas. + +Hablaron con Margalida unos cuantos _atlots_, pero de pronto, viendo la +silla libre, el _Cantó_ avanzó para sentarse en ella, sujetando el +tambor entre la rodilla y un codo y apoyando la frente en su mano +izquierda. La baqueta golpeó lentamente el parche, mientras sonaba un +largo siseo reclamando silencio. Era un trovo nuevo: todos los sábados +traía versos el _Cantó_, en honor de la _atlota_ de la alquería. El +encanto de la música bárbara y monótona, admirada desde la niñez, obligó +a callar a todos. La santa emoción de la poesía hacía estremecerse por +adelantado a estas almas simples. + +El pobre tísico rompió a cantar, acompañando cada verso con un cloqueo +final que estremecía su pecho y arrebolaba sus mejillas. Pero el _Cantó_ +se mostraba esta noche con más fuerzas que nunca: sus ojos tenían un +brillo extraordinario. + +A los primeros versos, una carcajada general resonó en la cocina, +celebrando la gracia irónica del rústico poeta. + +Febrer no había entendido gran cosa. Cuando escuchaba esta música +monótona y relinchante, que parecía recordar los primeros cantos de los +marineros semitas esparcidos por el Mediterráneo, sumíase en otros +pensamientos para hacer corta la espera y sufrir menos con la +extraordinaria longitud del romance. + +La carcajada de los _atlots_ atrajo su atención, adivinando confusamente +algo hostil para su persona. ¿Qué decía aquel cordero rabioso?... La voz +del cantor, su pronunciación campesina y los continuos cloqueos con que +cortaba los versos eran poco inteligibles para Jaime; pero lentamente +fue dándose cuenta de que el romance iba dirigido a las _atlotas_ que +desean abandonar el campo, casándose con caballeros, para lucir los +mismos adornos que las señoras de la ciudad. Las modas femeninas +describíalas el cantor en términos extravagantes, que hacían reír a los +payeses. + +El simple Pep reía también de estas burlas, que halagaban a la vez su +orgullo de campesino y su soberbia de varón inclinado a no ver en la +hembra más que una compañera de fatigas. «¡Verdad! ¡verdad!» Y unía su +carcajada a la de los muchachos. ¡Qué _Cantó_ tan gracioso!... + +Pero a los pocos versos ya no habló el improvisador de las _atlotas_ en +general, sino de una sola, ambiciosa y sin corazón. Febrer miró +instintivamente a Margalida, que permanecía inmóvil, con los ojos bajos, +pálidas las mejillas, como asustada, no de lo que escuchaba, sino de lo +que indudablemente vendría después. + +Jaime comenzó a revolverse en su asiento. ¡Molestarla así, en su +presencia, aquel rústico!... Una carcajada más fuerte e insolente de +aquellos jóvenes atrajo de nuevo su atención hacia los versos. El cantor +se burlaba de la _atlota_ que para ser señora quería casarse con un +pobre arruinado, sin casa y sin familia; un forastero que no tenía +tierras que cultivar... + +El efecto de estos versos fue instantáneo. Pep, en la densidad de su +pensamiento espeso, vio flotar algo como una chispa de fuego, una +luminosa adivinación, y extendió las manos imperativamente, al mismo +tiempo que se incorporaba: + +--_¡Prou!... ¡prou!_ + +Pero era ya inútil que gritase «¡bastante!» Un bulto se interpuso entre +él y la luz del candil: el cuerpo de Febrer, que se había erguido de un +salto. + +Con sólo un tirón arrancó el tamborcillo de las rodillas del cantor, +arrojándolo inmediatamente contra su cabeza, y tal fue el ímpetu, que se +rompieron los parches; quedando la caja como un gorro torcido sobre la +frente ensangrentada del muchacho. + +Saltaron los _atlots_ de sus asientos, sin saber ciertamente lo que +hacían, pero llevándose todos las manos a la faja. Margalida se refugió +al lado de su madre, y el _Capellanet_ creyó llegado el momento de sacar +su cuchillo. El padre, con la autoridad de los años, se impuso a todos: +--_¡Fora!... ¡fora!_ + +Todos obedecieron, saliendo fuera de la alquería, para detenerse en +pleno campo. Febrer salió también, a pesar de la resistencia de Pep. + +Los _atlots_ parecían divididos, discutiendo acaloradamente. Unos +protestaban. «¡Pegarle al pobre _Cantó_, un infeliz enfermo que no podía +defenderse!...» Otros movían la cabeza. Esperaban aquello: no se puede +insultar impunemente a un hombre sin que ocurra algo. Ellos se habían +opuesto a la canción; eran partidarios de que los hombres, cuando +tienen que decirse algo, se lo digan cara a cara. + +Casi iban a reñir, con la furia de sus opiniones encontradas y su +rivalidad amorosa, cuando el _Cantó_ distrajo su atención. Se había +librado del tamboril incrustado en su cabeza y se limpiaba la sangre de +la frente. Lloraba con la rabia del débil enfurecido, capaz de las +mayores venganzas, pero que se siente al mismo tiempo esclavo de su +impotencia. + +--¡A mí! ¡a mí!--gemía asombrado de este ataque. De pronto se agachó, +buscando piedras en la obscuridad para arrojarlas contra Febrer, y a +cada pedrada retrocedía algunos pasos, como para defenderse de una nueva +agresión. Los guijarros, despedidos por sus brazos débiles, fueron a +perderse en la sombra o rebotaron contra el porche. + +Luego ya no silbaron más piedras. Algunos amigos del _Cantó_ se lo +llevaban casi a rastras en la obscuridad. Oyéronse sus gritos a lo +lejos: profería amenazas, juraba vengarse... «¡Mataría al forastero! ¡Él +solo acabaría con el mallorquín!...» + +Este permaneció inmóvil, con una mano en la faja, entre tantos enemigos. +Sentíase avergonzado de su arrebato. ¡Pegarle al pobre tísico!... Para +sofocar sus remordimientos, profirió en voz baja soberbios retos. «¡Otro +deseaba él que hubiese cantado!...» Y sus ojos buscaron al _Ferrer_, +pero el temible _verro_ había desaparecido. + +Cuando Febrer, media hora después, apaciguado ya el tumulto, volvía a su +torre, detúvose varias veces en el camino, con el revólver en la +diestra, como si esperase a alguien. + +¡Nadie! + + + + +II + + +A la mañana siguiente, apenas salido el sol, corrió el _Capellanet_ en +busca de don Jaime, revelando en su gesto al entrar en la torre la +importancia de las noticias de que era portador. + +En _Can Mallorquí_ habían pasado todos mala noche. Margalida lloraba; la +madre se había lamentado incesantemente de lo ocurrido. ¡Señor! ¡qué +pensarían de ellos las gentes del _cuartón_ al saber que en su casa se +pegaban los hombres como en una taberna! ¡Qué dirían las _atlotas_ de su +hija!... Pero a Margalida la preocupaba poco la opinión de sus amigas. +Otra cosa parecía interesarla: algo que no acertaba a decir, pero la +hacía verter lágrima tras lágrima. El _siñó_ Pep luego de cerrar la +puerta de la casa, se había paseado más de una hora por la cocina +mascullando palabras y cerrando los puños. «¡Aquel don Jaime!... +¡Empeñarse en conseguir lo que era imposible!... ¡Testarudo como todos +los suyos!... + +El _Capellanet_ tampoco había dormido, sintiendo nacer en su pensamiento +de pequeño salvaje, astuto y receloso, una sospecha que poco a poco tomó +la realidad de una certidumbre. + +Al entrar en la torre comunicó inmediatamente sus pensamientos a don +Jaime. ¿Quién creía él que era el autor de la canción injuriosa? ¿El +_Cantó_?... Pues no señor: era el _Ferrer_. Los versos los había +inventado el otro, pero la intención era del malicioso _verro_. Este le +había sugerido la idea de que insultase a don Jaime en pleno cortejo, +contando con la seguridad de que no dejaría impune el agravio. Ya veía +claro el muchacho el verdadero motivo de la entrevista de los dos +cortejantes que él había sorprendido en el monte. + +Febrer acogió con un gesto de indiferencia esta noticia, a la que el +_Capellanet_ daba gran importancia. ¿Y qué?... El cantor insolente ya +estaba castigado; y en cuanto al _verro_, había huido de sus retos a la +puerta de la alquería. Era un cobarde. + +Pepet movió la cabeza con incredulidad. ¡Ojo, don Jaime! Él ignoraba las +costumbres de los valientes de la tierra, las astucias de que se valían +para asegurarse la impunidad en sus venganzas. Debía permanecer en +guardia, ahora más que nunca. El _Ferrer_ sabía lo que era el presidio, +y no deseaba volver a él. Lo que acababa de hacer lo habían hecho otros +_verros_ antes. + +Se impacientó Jaime ante el aire misterioso y las palabras confusas del +muchacho. + +--¡Para qué tapujos!... ¡Habla! + +El _Capellanet_ expuso al fin sus sospechas. Ya podía el herrero hacer +lo que quisiera contra don Jaime: podía esperarle emboscado en los +tamariscos al pie de la torre y matarlo de un tiro. Las sospechas se +dirigirían inmediatamente contra el _Cantó_, recordando la cuestión +ocurrida en la alquería y sus palabras de venganza. Con esto y con +prepararse el _verro_ una coartada, trasladándose a todo correr por los +atajos a algún punto lejano donde todos le viesen, le sería fácil +cumplir su venganza, sin peligro. + +--¡Ah!--exclamó Febrer poniéndose hosco, como si comprendiera de pronto +toda la importancia de tales palabras. + +El muchacho, satisfecho de su superioridad, continuó dando consejos. Don +Jaime debía vivir en adelante menos descuidado, cerrar la puerta de su +torre, no hacer caso, apenas llegada la noche, de los gritos de fuera. +Seguramente el _verro_ pretendería inducirle a salir a la obscuridad con +gritos de reto, con _auquidos_ de desafío. + +--Aunque le _aúquen_ durante la noche, usted quieto, don Jaime. Yo +conozco eso--continuó el _Capellanet_ con la importancia de un _verro_ +endurecido--. Le gritará desde fuera, oculto en la maleza, con el arma +preparada, y si sale, antes de que pueda verle le matará de un +pistoletazo. Usted quieto en la torre. + +Estos consejos eran para la noche. De día, el señor podía salir sin +miedo. Allí estaba él para acompañarlo a todas partes. Se erguía con +bélica vanidad, llevándose una mano a la faja para cerciorarse de que el +cuchillo no había desaparecido, pero su decepción era inmediata al ver +el gesto de burlona gratitud de Febrer. + +--Ría usted, don Jaime, búrlese de mí, pero de algo puedo yo servir... +Vea usted cómo le aviso ahora el peligro. Hay que vivir en guardia. Con +alguna mala idea ha preparado el _Ferrer_ lo de la canción. + +Y miraba en torno, como un caudillo que se prepara para repeler un largo +sitio. Sus ojos encontraron la escopeta colgando del muro entre los +adornos de conchas. ¡Muy bien! Debía cargar con bala los dos cañones, y +encima un buen puñado de postas o perdigón grueso. Esto nunca está de +más. Así lo hacía su glorioso abuelo. Después fruncía el entrecejo al +ver el revólver abandonado sobre la mesa. ¡Muy mal! Las armas cortas son +para llevarlas encima a todas horas. Él dormía con el cuchillo sobre la +panza. ¿Y si entraba de pronto el enemigo sin dejarle tiempo para buscar +el arma?... + +La torre, que había presenciado en otros siglos ejecuciones y combates +de piratas, cascarón de piedra de trágico vacío disimulado por la nítida +enjalbegadura de los muros, atrajo luego la atención del muchacho. + +Iba hasta la puerta con lenta precaución, como si un enemigo le +aguardase al pie de la escalera, y ocultando el cuerpo en el borde del +muro, avanzaba sólo un ojo y parte de la frente. Luego movía la cabeza +con desaliento. Al asomarse de noche, aunque fuera con estas astucias, +el enemigo, emboscado abajo, podía verlo, apuntándole con toda comodidad +apoyados los codos en una rama o en una piedra, sin miedo a perder el +tiro. Peor era aún echar el cuerpo fuera de la puerta y pretender bajar. +Por obscura que fuese la noche, el enemigo podía escoger un punto de +mira, una mancha del follaje, una estrella del horizonte, algo saliente +en la obscuridad que se destacase junto a la escalera. Y al pasar el +bulto negro del que bajaba, ocultando por un momento el objeto +apuntado... ¡fuego y pieza segura! Eran enseñanzas oídas a graves +varones que habían pasado meses enteros tras un ribazo o al abrigo de un +tronco, con la culata junto a la mejilla y el ojo en el extremo del +cañón, desde la puesta del sol hasta la aurora, aguardando a un antiguo +amigo. + +No; al _Capellanet_ no le gustaba esta puerta con su escalera al aire +libre. Había que buscar otra salida, y sus ojos fueron a la ventana, +abriéndola luego para asomarse a ella. + +Con una agilidad simiesca, riendo de su descubrimiento, saltó sobre el +alféizar y empezó a descender por el muro, buscando con pies y manos las +desigualdades de la mampostería, los alvéolos profundos como peldaños +que habían dejado los pedruscos al rodar desprendidos de la argamasa. +Febrer se asomó a la ventana, y le vio al pie de la torre recogiendo su +sombrero que se había caído y agitándolo en alto con expresión +triunfante. Corrió luego el muchacho en torno de la base de la torre, y +sus pasos resonaron poco después con bullicioso trote en los peldaños de +madera, cerca de la puerta. + +--¡Si es lo más fácil!--gritó al entrar en la pieza, rojo de emoción por +su descubrimiento--. ¡Si es una escalera de señores!... + +Y comprendiendo la importancia de su descubrimiento, puso un gesto grave +de misterio. Esto quedaba entre los dos: ni una palabra a nadie. Era una +salida preciosa, cuyo secreto había que guardar. + +El _Capellanet_ envidiaba a don Jaime. ¡No tener él un enemigo que +viniera a _aucarlo_ allí durante la noche!... Mientras el _Ferrer_ +aullase emboscado, con la vista fija en la escalera, él descendería por +la ventana, a espaldas de la torre, y dando la vuelta silenciosamente, +cazaría al cazador. ¡Qué golpe!... Reía con salvaje complacencia, y en +sus labios de rojo obscuro parecía despertar temblona la ferocidad de +los gloriosos abuelos, que habían considerado la caza del hombre como el +más noble de los ejercicios. + +Febrer se sintió contagiado por la bárbara alegría del muchacho. ¡Si él +probase a bajar por la ventana!... Echó las piernas fuera del alféizar, +y lentamente, entorpecido por su madura corpulencia, fue tanteando las +desigualdades de la muralla con las puntas de los pies hasta encontrar +los agujeros que servían de peldaños. Descendió poco a poco, rodando +bajo sus plantas algunas piedras sueltas, hasta que al fin puso los pies +en tierra con un suspiro de satisfacción. ¡Muy bien! El descenso era +fácil; después de unos cuantos ensayos bajaría con tanta facilidad como +el _Capellanet_. Éste, que le había seguido ágilmente, descolgándose +casi sobre su cabeza, sonreía como un maestro satisfecho de la lección, +y tornaba a repetir sus consejos. ¡Que no los olvidase don Jaime! Apenas +le _anearan_ desde fuera, debía echarse ventana abajo, pillando por la +espalda al contrario. + +Cuando a mediodía quedó solo Febrer, sintióse poseído de un deseo +belicoso, de una agresividad que le hizo mirar durante largo rato el +trozo de muro del que pendía la escopeta. + +Al pie del promontorio, en la playa donde estaba varada la barca del tío +Ventolera, sonó la voz de éste cantando la misa. Febrer se asomó a la +puerta, llevándose las dos manos a la boca en forma de bocina para +gritarle. + +El marinero, con la ayuda de un muchacho, echaba su barca al agua. La +vela, recogida, temblaba en lo alto del mástil. Jaime no aceptó la +invitación. «¡Muchas gracias, tío Ventolera!» Este insistió con su +vocecita, que llegaba a través del aire como el vagido lejano de una +criatura. La tarde era buena: había cambiado el viento; en las cercanías +del Vedrá iban a coger el pescado en abundancia. Febrer encogió los +hombros. «No, muchas gracias; tenía que hacer.» + +Apenas acabó de hablar, cuando el _Capellanet_ se presentó por segunda +vez en la torre, llevándole la comida. El muchacho parecía enfurruñado y +triste. Su padre, colérico por la escena de la noche anterior, le había +escogido como víctima, para desahogar su enfado. «¡Una injusticia, don +Jaime!» Gritaba paseándose por la cocina, mientras las mujeres, con los +ojos llorosos y el aire encogido, parecían huir de su mirada. Todo lo +ocurrido lo atribuía a su blandura de carácter, a su bondad; pero iba a +poner remedio a esto inmediatamente. El noviazgo quedaba suspendido: ya +no admitía cortejos ni visitas. ¡Y en cuanto al _Capellanet_!... Este +mal hijo, desobediente y revoltoso, tenía la culpa de todo. + +Pep no sabía con certeza cómo podía haber influido la presencia de su +hijo en el escándalo de la noche anterior, pero recordaba su resistencia +a ser clérigo, su fuga del Seminario, y la memoria de estos disgustos +despertaba su cólera, haciendo que la concentrase en el muchacho. ¡Se +acabaron los miramientos y bondades! El próximo lunes lo llevaría al +Seminario. Si pensaba resistirse y huir por segunda vez, mejor sería +para él embarcarse de grumete y olvidar que tenía padre, pues al verle +regresar a la alquería, Pep era capaz de romperle las dos piernas con la +tranca de la puerta. Y por puro desahogo, por ir habituando la mano y +dar una muestra de su futura cólera, le largó unas cuantas bofetadas y +puntapiés, cobrándose de esta forma el disgusto sufrido tiempo antes al +verle llegar fugitivo de Ibiza. + +El _Capellanet_, encogido y paciente por la costumbre, se refugió en un +rincón detrás del muro de zagalejos y faldas que oponía la llorosa madre +a la furia de Pep. Pero al verse ahora en la torre y recordar la ofensa, +rechinaba los dientes, con los ojos en blanco, las mejillas lívidas y +los puños cerrados. + +«¡Qué injusticia! ¿Así se pega a los hombres, sin motivo alguno, sólo +por desahogar el mal humor?... ¡A él, que llevaba un cuchillo en la faja +y no le tenía miedo a nadie de la isla! ¡Todo porque era padre!...» ¡Ay! +Esto de la paternidad y del respeto filial eran para el _Capellanet_ en +aquellos momentos invenciones de cobardes, creadas únicamente para +fastidiar y envilecer a los hombres de corazón. Y encima de los golpes, +humillantes para su dignidad de bravo, la certeza del encierro en el +Seminario; la negra sotana, semejante a las faldas de las mujeres, y el +pelo cortado al rape, perdiendo para siempre aquellos bucles que +asomaban arrogantes bajo las alas de su sombrero; la tonsura, que haría +reír o infundiría un frío respeto a las _atlotas_, y ¡adiós bailes y +noviazgos! ¡adiós cuchillo!... + +Pronto dejaría de verle don Jaime. Antes de una semana iban a llevarle a +Ibiza. Otros le subirían la comida a la torre... Febrer hizo un gesto +revelador de su esperanza. ¡Tal vez Margalida, como en otros tiempos! +Pero el _Capellanet_, a pesar de su tristeza, sonrió maliciosamente. No, +Margalida no; todos menos ella. ¡Bueno estaba el _siñó_ Pep para +consentirlo! Cuando la pobre madre, para defender a su _atlot_, había +hablado tímidamente de lo necesario que era el muchacho en la casa para +servir al señor, Pep estalló en nuevas vociferaciones. Él mismo se +encargaría de llevar todos los días a la torre la comida de don Jaime, y +si no su mujer, y si no buscarían una _atlota_ que sirviese de criada a +aquel señor, ya que se empeñaba en vivir cerca de ellos. + +No dijo más el _Capellanet_, pero Febrer adivinó las palabras que el +buen payés debía haber lanzado contra él. Olvidaba, a impulsos de la +cólera, su antiguo respeto; sentíase enfurecido por la perturbación que +acarreaba a la familia con su presencia. + +El muchacho volvió a la alquería mascullando propósitos vengativos, +jurándose no ir al Seminario, aunque ignoraba el modo de conseguirlo. Su +resistencia tomó de pronto un tono de protección caballeresca. +¡Abandonar a su amigo don Jaime cuando le veía rodeado de peligros!... +¡Ir a encerrarse en aquel caserón de tristezas, entre señores con faldas +negras que hablaban una lengua rara, ahora que en pleno campo, a la luz +del sol o en el misterio de las noches, iban a matarse los hombres!... +¡Ocurrir tan extraordinarios sucesos y no verlos él!... + +Cuando Febrer quedó sólo, descolgó la escopeta y estuvo largo rato junto +a la puerta examinándola distraídamente. Su pensamiento iba lejos, mucho +más lejos de los extremos de los cañones, que parecían apuntar a la +montaña... «¡Aquel herrero! ¡Aquel valentón insufrible!...» Desde el +primer día que lo vio algo se había removido en su interior, poniéndose +de pie con el irresistible impulso de la antipatía. A aquel fantasmón +lúgubre nadie en la isla le iba a pegar más que él. + +La sensación fría del acero de la escopeta en la palma de sus manos le +volvió a la realidad. Estaba resuelto a salir de caza por la montaña... +¡Pero qué caza!... Extrajo los dos cartuchos que ocupaban los cañones, +cartuchos cargados con perdigón menudo para las bandas de pájaros que +cruzan la isla viniendo de África. Buscó en una bolsa otros cartuchos e +introdujo dos en el doble cañón, guardándose los demás en los bolsillos. +Eran con bala. ¡Caza mayor!... + +Colgóse la escopeta de un hombro y bajó la escalera de la torre silbando +y con paso arrogante, como si su resolución le llenase de alegría. + +Al pasar cerca de _Can Mallorquí_, el perro salió a su encuentro con +ladridos de regocijo. Nadie se asomó a la puerta como otras veces. +Seguramente le habían visto, sin moverse, desde el fondo de la cocina. +El perro saltó tras él largo trecho, retrocediendo luego al verle tomar +el camino de la montaña. + +Anduvo Febrer entre paredes de piedra seca que contenían pendientes +bancales, y otras veces por senderos pavimentados de guijarros azules, +que las lluvias de invierno convertían en encajonados barrancos. Luego +dejó de ver tierras removidas y surcadas por el arado: el suelo compacto +cubríase de bravia y espinosa vegetación. A los árboles frutales, el +alto almendro y la chaparra higuera de amplia copa, sucedían las sabinas +y los pinos retorcidos por los vientos de la costa. Al detenerse Febrer +un instante y mirar atrás, vio a sus pies _Can Mallorquí_ como unos +dados blancos escapados del cubilete de una roca vecina al mar. En la +cúspide de esta roca erguíase como un agarrador la torre del Pirata. Su +ascensión había sido veloz, casi a todo correr, como si temiera llegar +tarde a un lugar de cita que no conocía con certeza. Inmediatamente +reanudó la marcha. Dos palomas silvestres salieron de la maleza con el +sonoro plumeo de un abanico que se abre, pero el cazador pareció no +verlas. Unos bultos humanos, negros y agachados en los matorrales, le +hicieron llevar la diestra a la culata de la escopeta para descolgarla +del hombro. Eran carboneros que apilaban leña. Al pasar Febrer junto a +ellos le miraron con ojos fijos, en los que creyó notar algo +extraordinario, mezcla de asombro y curiosidad. + +--_¡Bonas tardes tenguin!_ + +Los hombres negros apenas contestaron, pero le fueron siguiendo largo +rato con sus ojos, que tenían el brillo y la transparencia del agua +sobre sus rostros tiznados. Seguramente los solitarios del monte sabían +ya lo ocurrido la noche anterior en _Can Mallorquí_, y se asombraban +viendo al señor de la torre marchar solo, como si desafiase a sus +enemigos, creyéndose invulnerable. + +Ya no encontró más gente en su camino. De pronto, sobre los rumores de +la seca arboleda acariciada por el viento, oyó un tintineo lejano de +hierro batido. Por entre el ramaje elevábase una ligera columna de humo: +la fragua del _Ferrer_. + +Jaime, llevando la escopeta algo caída de su hombro, como si el arma +fuera a descolgarse sola, desembocó en un claro del bosque que formaba +ancha plazoleta ante la fragua. Era ésta una casucha construida con +adobes, negra de humo y cubierta por un techo giboso, que en algunos de +sus puntos se abombaba como si fuera a desplomarse. Bajo un cobertizo +brillaba el ojo inflamado de una fogata, y junto a ella el _Ferrer_, de +pie ante el yunque, golpeaba con el martillo una barra de hierro ígneo. + +Febrer no quedó descontento de su entrada teatral en la plazoleta. El +_verro_ levantó la vista al oír ruido de pisadas en el intervalo de dos +de sus golpes, y quedó inmóvil, con el martillo en alto, al reconocer al +señor de la torre. Pero sus ojos fríos eran incapaces de transparentar +ninguna impresión. + +Avanzó Jaime ante la fragua con la mirada fija en el herrero, una mirada +de reto que el otro pareció no comprender. Ni una palabra, ni un saludo. +El señor pasó adelante; pero al salir de la plazoleta se detuvo junto a +uno de los primeros árboles y acabó por sentarse en sus raíces +salientes, guardando la escopeta entre las piernas. + +Un orgullo de viril soberbia invadía el alma de Febrer. Estaba +satisfecho de su arrogancia. Bien podía ver aquel matón que venía a +buscarlo en la soledad del monte, en su propia vivienda; bien podía +convencerse de que no le tenía miedo. + +Y para demostrar mejor su serenidad, sacó la petaca de la faja y se puso +a liar un cigarro. + +El martillo había vuelto a reanudar su tintineo sobre el metal. Jaime, +desde su asiento, veía al _Ferrer_ vuelto de espaldas a él con +descuidada confianza, como si ignorara su presencia y sólo le preocupase +el examen de su trabajo. Esta calma desconcertó un poco a Febrer. «¡Vive +Dios! ¿No había adivinado sus intenciones?...» Le exasperaba la frialdad +del herrero, y al mismo tiempo infundíale un vago agradecimiento el +hecho de permanecer de espaldas a él, tranquilamente, con la confianza +de que el señor de la torre era incapaz de aprovecharse de esta +situación para dispararle un escopetazo traidor. Cesó de sonar el +martillo. Cuando Febrer miró otra vez hacia el cobertizo, ya no vio al +herrero. Esta ausencia le hizo requerir la escopeta, acariciando sus +llaves. Indudablemente iba a salir con un arma, cansado de aguantar esta +provocación muda que venía a buscarle en su propia casa. Tal vez iba a +disparar por alguno de los ventanucos que daban luz a la negra vivienda. +Debía precaverse contra una asechanza del antiguo presidiario, y se puso +de pie, procurando disimular su cuerpo detrás del tronco de un árbol, no +dejando visible más que un ojo. + +Alguien se movió en el interior de la casucha; algo negro asomó indeciso +en su puerta. Iba a salir el enemigo: ¡atención!... Empuñó la escopeta +para hacer fuego apenas se mostrase el extremo del arma enemiga; pero +quedó inmóvil y confuso al ver que era una falda negra rematada por unos +pies desnudos dentro de viejas alpargatas, y sobre esto un busto mísero, +encorvado y huesudo, una cabeza cobriza y arrugada, con sólo un ojo, y +ralos cabellos grises que dejaban brillar entre sus mechas el barniz de +la calvicie. + +Febrer reconoció a la mujer. Era la tía del herrero, la tuerta de que le +había hablado el _Capellanet_, la única compañera del _Ferrer_ en su +bravia soledad. La vieja se plantó en el cobertizo con los brazos en +jarras, echando adelante el flácido vientre abultado por los zagalejos, +fijando su pupila única, inflamada por la cólera, en aquel intruso que +venía a provocar a un hombre de bien en medio de su trabajo. Miraba a +Jaime con la fiera acometividad de la mujer que, segura del respeto que +infunde su sexo, es más audaz e impetuosa que el hombre. Mascullaba +amenazas e insultos que el señor no podía oír, furiosa de que alguien se +atreviera contra su sobrino, amado cachorro en el que había puesto su +esterilidad todos los ardores de una madre fracasada. + +Jaime se dio cuenta repentinamente de lo odioso de su acción. ¡Un hombre +como él venir a provocar en pleno día a otro, en su propia casa! La +vieja tenía razón para insultarle. El matón no era el _Ferrer_: era él, +señor de la torre, descendiente de tantos varones ilustres y orgulloso +de su origen. + +La vergüenza le hizo tímido, sumiéndolo en torpe confusión. No sabía +cómo irse ni por dónde escapar. Al fin se echó la escopeta al hombro, y +con la vista en alto, como si persiguiese a un pájaro que saltaba de +rama en rama, emprendió la marcha por entre los árboles y la maleza, +evitando pasar otra vez ante la fragua. + +Anduvo ahora cuesta abajo, hacia el valle, huyendo de aquella montaña a +la que le había arrastrado un impulso homicida, avergonzado de sus +anteriores deseos. Volvió a encontrar a los hombres negros que hacían +carbón. + +--_¡Bonas tardes tenguin!_ + +Contestaron a su saludo, pero en sus ojos de extraordinaria blancura +sobre el rostro tiznado creyó notar Febrer algo de burla hostil, de +repulsiva extrañeza, como si fuese él de otra casta, como si hubiera +cometido un acto inaudito que le colocaba fuera para siempre de la +comunidad humana de la isla. + +Los pinos y sabinas quedaron atrás en la falda del monte. Caminaba ahora +entre bancales de tierra arada. En unos campos vio payeses que +trabajaban; en un ribazo encontró varias _atlotas_ que recogían hierbas, +encorvándose sobre el suelo; en un camino se cruzó con tres viejos +marchando lentamente al lado de sus borricos. + +Febrer, con la humildad del que se siente arrepentido de una mala +acción, saludaba a todos dulcemente. + +--_¡Bonas tardes tenguin!_ + +Los labriegos le respondieron con un gruñido sordo; las muchachas +torcieron la cara con un gesto de contrariedad para no verle; los tres +viejos contestaron al saludo tristemente, mirándole con ojillos +escrutadores, como si encontraran en su persona algo extraordinario. + +Bajo una higuera, negro parasol de ramajes enroscados, vio a unos +payeses ocupados en escuchar a alguien que estaba en el centro del +corro. Al aproximarse Febrer hubo cierto movimiento en el grupo. Un +hombre surgió de él con rabioso impulso, y los otros le detuvieron, +cogiéndolo de los brazos, pugnando por contenerle. Jaime lo reconoció +por el lienzo blanco anudado bajo su sombrero. Era el cantor. Los +fuertes payeses sujetaron fácilmente con sólo una mano al enfermizo +muchacho, pero éste, incapaz de moverse, desahogó su rabia tendiendo un +puño hacia el camino, mientras las amenazas e insultos salían a +borbotones de su boca. + +Estaba, sin duda, contando a los amigos lo ocurrido en la noche +anterior, cuando apareció Febrer. Adivinaba éste en las voces chillonas +las amenazas del _Cantó_. Eran las mismas que había proferido en _Can +Mallorquí_. Juraba matarle: prometía ir de noche a la torre del Pirata +para incendiarla y hacer pedazos a su dueño. + +«¡Bah!» Jaime levantó los hombros y siguió adelante, pero triste, +desesperado por el ambiente de repulsión y hostilidad cada vez más +sensible en torno de él. ¿Qué había hecho? ¿En dónde se había metido? +¡Pegar a uno de la isla! ¡Él, un forastero..., y además mallorquín!... + +En su tristeza, creyó que la isla entera, con todas sus cosas +inanimadas, asociábase a esta protesta de las gentes. Ante su paso se +despoblaban las alquerías; sus habitantes ocultábanse para no saludarlo; +los perros salían al camino ladrando sañudamente, como si no le hubiesen +visto nunca. + +Las montañas le parecían más austeras y ceñudas en sus cumbres de pelada +roca; los bosques, más obscuros, más negros; los árboles de los valles, +más tristes y escuetos; las piedras del camino rodaban bajo sus pies, +como si huyesen de su contacto; el cielo tenía algo de repelente; hasta +el aire de la isla acabaría por huir de su boca. Febrer, en su +desesperación, se veía solo. Todos contra él; únicamente le quedaba Pep +con su familia, pero éstos acabarían alejándose igualmente, a impulsos +de la necesidad de vivir bien con sus vecinos. + +El forastero no intentaba rebelarse contra su suerte. Sentíase +arrepentido, avergonzado de la acometividad de la noche anterior y de su +reciente excursión a la montaña. Para él no había sitio en la isla. Era +un forastero, un extraño que perturbaba con su presencia la vida +tradicional de aquellas gentes. Le había recibido Pep con un respeto de +antiguo siervo, y pagaba tal hospitalidad perturbando su casa y la paz +de su familia. Le habían acogido las gentes con una cortesía algo +glacial, pero tranquila e inmutable, como a un gran señor forastero, y +él correspondía a este respeto golpeando al más infeliz de todos ellos, +al que por su debilidad era considerado con una benevolencia paternal +por todos los payeses del distrito. ¡Muy bien, mayorazgo de Febrer! +Desde hacía algún tiempo que andaba como loco, sin discurrir otra cosa +que disparates. ¿Y todo por qué?... Por amar absurdamente a una muchacha +que podía ser su hija; por un capricho casi senil, pues él, a pesar de +su relativa juventud, veíase viejo, triste y miserable ante Margalida y +los rústicos _atlots_ que se agitaban en torno a su belleza. ¡Ay, el +ambiente! ¡El maldito ambiente! + +En los tiempos de prosperidad, cuando habitaba él su palacio de Palma, +de ser Margalida una criada de su madre, sólo habría sentido por ella el +apetito que inspira la frescura de la juventud, sin nada que se +pareciese al amor. Otras mujeres le dominaban entonces con la seducción +de sus artificios y refinamientos. Pero aquí, en plena soledad, con el +más imperioso de los instintos irritado por la privación, viendo a +Margalida entre la morena y ruda hermosura de sus compañeras, bella como +una diosa blanca de las que inspiran veneración religiosa a los pueblos +cobrizos, sentía la demencia del deseo, y todos sus actos eran absurdos, +cual si hubiera perdido para siempre la razón. + +Había que huir: en la isla no quedaba sitio para él. Bien podría ser que +le engañase su pesimismo al apreciar la importancia del afecto que le +había empujado hacia Margalida. Tal vez no era deseo, sino amor, el +primer amor verdadero de su vida: casi estaba seguro de ello. Pero +aunque así fuese, había que olvidar y huir; huir cuanto antes. + +¿Para qué seguir en esta tierra? ¿Qué esperanza le retenía?... +Margalida, como si resultase superior a sus fuerzas la sorpresa +experimentada al conocer su amor, huía de él, se ocultaba silenciosa, +sólo sabía llorar, y las lágrimas no eran una respuesta. Pep, por un +resto de veneración tradicional, toleraba silencioso este capricho de +gran señor, pero iba a estallar de un momento a otro contra el hombre +que perturbaba su vida. La isla, que le había aceptado cortésmente, +parecía alzarse ahora contra el forastero venido de lejos para +trastornar su patriarcal quietismo, su existencia concentrada, su +orgullo de pueblo aparte, con la misma fiereza que se había alzado en +otros siglos contra el normando, el árabe o el berberisco desembarcados +en sus costas. + +Imposible hacer frente a todos: huiría. Sus ojos acariciaron una enorme +faja de mar tendida entre dos colinas, como un telón azul que ocultase +un desgarrón de la tierra. Aquel pedazo de mar era el camino salvador, +la esperanza, lo desconocido que nos abre sus brazos de misterio en los +momentos más difíciles de la existencia. Tal vez volviese a Mallorca, +para llevar una vida de mendigo respetable al lado de los amigos que aún +se acordaban de él; tal vez pasase a la Península y fuese a Madrid en +busca de un empleo; tal vez acabara embarcándose para América. Todo era +preferible a seguir allí. No sentía miedo; no le intimidaba la +hostilidad de la isla y sus habitantes; lo que sentía era remordimiento, +vergüenza, por las perturbaciones que había causado. + +Instintivamente sus pies le llevaron hacia el mar, que era ahora su amor +y su esperanza. Evitó el paso por _Can Mallorquí_, y al llegar a la +playa marchó por la orilla, donde la última palpitación de las olas +llegaba a perderse, como delgada hoja de cristal, entre las menudas +guijas mezcladas con fragmentos de barro cocido. + +Cuando estuvo al pie del promontorio de su torre, trepó por las rocas +sueltas, yendo a sentarse en el peñón roído por las olas y casi +despegado de la costa. Allí había estado reflexionando una noche de +tormenta, la misma en que se presentó como cortejante en casa de +Margalida. + +La tarde era serena, el mar tenía un intenso color de extraordinaria y +profunda transparencia. Los fondos de arena reflejábanse como manchas +lácteas; los peñones submarinos y sus obscuras vegetaciones parecían +temblar con un rebullicio de vida misteriosa. Las nubes blancas que +flotaban en el horizonte, al pasar ante el sol trazaban sobre el mar +grandes espacios de sombra. Un pedazo de la extensión azul quedaba +obscuro y mate, mientras más allá de este manto movible las aguas +luminosas parecían hervir con burbujas de oro. A veces, el astro, oculto +tras las cortinas de nubes, lanzaba por debajo de su orla una manga +visible de luz, un chorro de linterna, un largo triángulo de blanquecino +resplandor, como el de un paisaje holandés. + +Nada en este aspecto del mar recordaba a Febrer aquella noche +tempestuosa; y sin embargo, por la asociación que forman en nuestra +memoria las ideas olvidadas con los lugares antiguamente visitados +cuando volvemos a ellos, Febrer comenzó a sentir los mismos +pensamientos, sólo que ahora, en vez de seguir adelante, desfilaban en +sentido inverso, con una confusión de derrota. + +Reía amargamente de su optimismo en aquella ocasión, de la confianza que +le había hecho despreciar todas sus ideas sobre el pasado. Los muertos +mandan: su autoridad y su poder son indiscutibles. ¿Cómo había podido +él, a impulsos del entusiasmo amoroso, desconocer esta enorme y +desconsoladora verdad?... Bien le hacían sentir los lóbregos tiranos de +nuestra vida todo el peso abrumador de su poder. ¿Qué había hecho él +para que en este rincón de la tierra, su último refugio, le mirasen como +un extraño?... Las innumerables generaciones de hombres cuyo polvo y +cuya alma estaban confundidos con la tierra de la isla habían dejado +como herencia a los presentes el odio al extranjero, el miedo y la +repulsión al extraño, con el que vivieron siempre en guerra. Él que +llegaba de otros países era recibido con un aislamiento repelente, +ordenado por los que ya no existían. + +Cuando, despreciando sus antiguos prejuicios, intentaba aproximarse a +una mujer, esta mujer replegábase misteriosa y asustada de tal +aproximación. Era una obra de loco la suya: la conjunción del gallo y la +gaviota soñada por un fraile extravagante y que tanto hacía reír a los +payeses. Así lo habían querido los hombres en otros tiempos al fundar la +sociedad y dividirla en clases, y así debía continuar. Inútil rebelarse +contra las cosas establecidas. La vida de un hombre era corta, y no +bastaba para batirse con centenares de miles de vidas que habían +existido antes de ella y parecían espiarla invisibles, oprimiéndola +entre creaciones materiales que eran recuerdo de su paso por la tierra, +abrumándola con sus pensamientos, que llenaban el ambiente y eran +aprovechados por todos los que nacían sin fuerza para discurrir algo +nuevo. + +Los muertos mandan, y es inútil que los vivos se resistan a obedecer. +Todas las rebeliones por salir de esta servidumbre, por romper la cadena +de los siglos, todas mentira. Febrer recordaba la rueda sagrada de los +indios, símbolo budista que había visto en París al presenciar una +ceremonia religiosa oriental en un museo. + +La rueda es el símbolo de nuestra vida. Creemos avanzar porque nos +movemos; creemos progresar porque vamos hacia adelante, y cuando la +rueda da la vuelta completa, nos encontramos en el mismo sitio. La vida +de la humanidad, la historia, todo era un interminable «recomenzamiento +de las cosas». Nacen los pueblos, crecen, progresan; la cabana se +convierte en castillo y después en fábrica; se forman las enormes +ciudades de millones de hombres, sobrevienen después las catástrofes, +las guerras por el pan que escasea para tantas gentes, las protestas de +los desposeídos, las grandes matanzas, y las ciudades se despueblan y +caen en ruinas. La hierba invade los orgullosos monumentos; las +metrópolis se hunden poco a poco en la tierra y duermen siglos y siglos +bajo colinas. El bosque bravío cubre la capital de remotas épocas; pasa +el cazador salvaje por donde en otro tiempo eran recibidos los caudillos +vencedores con aparato de semidioses; pacen las ovejas y sopla el pastor +en su caramillo sobre las ruinas que fueron tribuna de leyes muertas; +vuelven a agruparse los hombres y surge la cabana, la aldea, el +castillo, la fábrica, la ciudad enorme, y se repite lo mismo, siempre lo +mismo, con una diferencia de centenares de siglos, como se repiten de +unos hombres en otros iguales gestos, ideas y preocupaciones en el +transcurso de unos cuantos años. ¡La rueda! ¡El eterno recomenzar de las +cosas! ¡Y todas las criaturas del rebaño humano cambiando de aprisco, +pero jamás de pastores! ¡y los pastores siempre eran los mismos, los +muertos, los primeros que pensaron, y cuyo pensamiento primordial fue +como el puñado de nieve que rueda y rueda por las pendientes, +agrandándose, llevando adherido en su pegajosidad todo cuanto encuentra +al paso!... Los hombres, orgullosos de su progreso material, de los +juguetes mecánicos inventados para su bienestar, se creían libres, +superiores al pasado, emancipados de la servidumbre original, ¡y todo +cuanto decían se había dicho centenares de siglos antes, con diversas +palabras! Sus pasiones eran las mismas; sus pensamientos, que +consideraban propios, eran destellos y reflejos de otros pensamientos +remotos; y todos los actos que tenían por buenos o malos merecían esta +clasificación inmutable, porque así lo habían decidido los muertos, los +tiránicos muertos, a los que el hombre tendría que matar de nuevo si +deseaba ser libre realmente... ¿Quién llegaría a realizar esta gran +hazaña libertadora? ¿Qué paladín tendría fuerzas suficientes para matar +al monstruo que pesaba sobre la humanidad, enorme y abrumador, como los +dragones de las leyendas que guardaban bajo su corpachón inútiles +tesoros?... + +Febrer permaneció mucho tiempo inmóvil en la roca, con los codos en las +rodillas y la mandíbula en las manos, sumido en sus pensamientos, +hipnotizados los ojos por el manso subir y bajar de las aguas +palpitantes. + +Cuando se arrancó a esta meditación comenzaba a caer la tarde... +¡Seguiría su destino! Él sólo podía vivir en las alturas, aunque fuese +con la humildad del mendicante. Todos los caminos de descenso veíalos +cerrados, ¡Adiós, felicidad buscada en un retroceso a la vida natural y +primitiva! Ya que los muertos no querían que fuese hombre, sería +parásito. + +Sus ojos, vagando por el horizonte, fijáronse en los blancos vapores que +se amontonaban sobre el límite del mar. Cuando era pequeño y _madó_ +Antonia le acompañaba en sus paseos por la costa de Sóller, se habían +entretenido muchas veces dando cuerpo y nombre, con un esfuerzo de +imaginación, a las nubes que se juntaban o se esparcían en una incesante +variedad de formas, viendo en ellas tan pronto un monstruo negruzco de +inflamadas fauces como una virgen entre celestes resplandores. + +Un amontonamiento de nubes densas y nítidas cual blancos vellones atrajo +su mirada. Esta blancura luminosa era la del hueso pulido de los +cráneos. Sueltas vedijas de vapor obscuro flotaban sobre esta nube. La +imaginación de Febrer fue viendo en ellas dos agujeros negros y +espantables, un triángulo lóbrego semejante al que deja la nariz +desaparecida en la faz de los muertos, y más abajo un desgarrón inmenso, +trágico, igual a la risa muda de una boca sin labios y sin dientes. + +Era la Muerte, la gran señora, la emperatriz del mundo, que se mostraba +a él con su blanca y mate majestad, en pleno día, desafiando los +esplendores del sol, el azul del cielo, el verde luminoso del mar. El +reflejo del astro moribundo ponía una chispa de maligna vida en el óseo +rostro de palidez de hostia, en la lobreguez de sus negras cuencas, en +su sonrisa que daba espanto... ¡Sí; era ella! Las nubes esparcidas a ras +del mar parecían bullones y pliegues de una vestidura que ocultaba su +inmenso esqueleto; y otras nubes flotantes en lo alto, una amplia manga, +de la que se escapaban vapores más sutiles e indecisos formando un brazo +de hueso rematado por un índice seco y corvo como una uña de presa, +señalando lejos, muy lejos, el destino misterioso. + +La visión se desvaneció rápidamente con el movimiento de las nubes. +Borráronse sus espantables contornos, adoptando otras formas +caprichosas; pero Febrer, al perderla de vista, no salió por esto de su +alucinación. + +Aceptaba la orden sin rebelarse: partiría. Los muertos mandan, y él era +su siervo inerme. La luz de la caída de la tarde daba a los objetos un +relieve extraño. En los recovecos de la costa marcábanse vigorosas +sombras que parecían dar vida y formas animales a las piedras. A lo +lejos, un promontorio semejaba un león acurrucado junto a las olas, +mirando a Jaime con hostilidad silenciosa. Los peñascos a flor de agua +sacaban y ocultaban sus negras cabezas coronadas de melenas verdes, como +gigantes anfibios de una humanidad monstruosa. El solitario vio por la +parte de Formentera un dragón inmenso que poco a poco avanzaba en la +línea del horizonte, con larga cola de nubes, para devorar traidoramente +al sol moribundo. + +Cuando la roja esfera, huyendo de este peligro, se sumergió en las +aguas, agrandada por un espasmo de terror, la tristeza gris del +crepúsculo despertó a Febrer de su alucinación. + +Púsose de pie, recogió la escopeta abandonada junto a él, y emprendió el +camino de la torre. Iba preparando mentalmente el programa de su marcha. +No pensaba decir una palabra a nadie. Aguardaría a que tocase en el +puerto de Ibiza el vapor correo de Mallorca, y sólo en el último momento +daría cuenta a Pep de su resolución. + +La certeza de abandonar muy pronto este retiro le hizo ver con interés +el interior de la torre al resplandor de una vela que acababa de +encender. Su sombra, gigantescamente agrandada y vacilante por las +oscilaciones de la luz, iba de un lado a otro en las blancas paredes, +eclipsando los objetos que las adornaban o haciendo que brillasen el +nácar de las conchas y el metal de la colgada escopeta. + +Cierto carraspeo conocido atrajo a Febrer, y le hizo asomarse a lo alto +de la escalera. Un hombre envuelto en un mantón estaba en los primeros +peldaños. Era Pep. + +--_El sopar_--dijo brevemente, tendiéndole una cesta. + +Jaime la tomó. Notábase en el payés un deseo de no hablar, y él, por su +parte, sintió cierto miedo de que rompiese su laconismo. + +--_¡Bona nit!_ + +Pep emprendió el camino de regreso a su alquería luego de este breve +saludo, como un servidor respetuoso y enojado que sólo se permite con su +amo las palabras indispensables. + +Vuelto Jaime al interior de la torre, cerró la puerta, dejando la cesta +sobre la mesa. No sentía apetito: cenaría más tarde. Cogió una pipa +rústica, labrada por un payés en una rama de cerezo, la llenó de tabaco +y comenzó a fumar, siguiendo con ojos distraídos el revoloteo de las +espirales de humo, cuya azul sutilidad tomaba ante la vela una +transparencia irisada. + +Luego buscó un libro y quiso leer, pero fueron inútiles todos los +esfuerzos por concentrar su atención en la lectura. + +Fuera de aquella cáscara de piedra reinaba la noche, una noche lóbrega, +de profundo misterio. Al través de los muros parecía filtrarse ese +solemne silencio que cae de lo alto, y en el cual los ruidos más leves +adquieren proporciones pavorosas, como si el rumor se escuchase a sí +mismo. + +Creía percibir Febrer los latidos de la circulación de su sangre en esta +calma profunda. De vez en cuando escuchaba el chillido de una gaviota o +la agitación momentánea de los tamariscos bajo una ráfaga, murmullo +semejante al de las fingidas muchedumbres teatrales ocultas tras los +bastidores. En el techo de la habitación sonaba a intervalos el +cric-cric monótono de una carcoma royendo las vigas con un trabajo +incesante, inadvertido durante el día. El mar rasgaba la obscuridad con +un ronquido plácido, cuya ondulación iba rompiéndose en todos los +salientes y recovecos de la costa. + +Por primera vez se dio cuenta exacta de la soledad en que vivía. ¿Era +posible continuar esta existencia de eremita? ¿Y cuando le sorprendiese +la enfermedad? ¿Y cuando llegase la vejez?... A aquellas horas +comenzaban las ciudades una nueva vida bajo los blancos resplandores de +su alumbrado eléctrico; cortábase la circulación en las calles con la +aglomeración de los coches; brillaban los escaparates, abríanse los +teatros, sonaban las aceras bajo el gracioso taconeo de mujeres +hermosas. Y él estaba como un hombre primitivo en el interior de una +torre bárbara, sin otro signo de civilización que aquella luz macilenta +que sólo servía para hacer más visibles las tinieblas, rodeado de un +silencio trágico, como si el mundo se hubiese dormido para siempre. +Adivinábase al otro lado del muro de piedra la sombra preñada de +misterios y peligros. Ya no albergaba a la fiera, como en los tiempos +prehistóricos, pero bien podía servir de guarida al hombre. + +De pronto, Febrer, que permanecía inmóvil, escuchándose a sí mismo, con +una quietud semejante a la de los niños medrosos que temen removerse en +la cama por no aumentar el misterio que les rodea, se estremeció en su +asiento. Algo extraordinario cortó el aire, dominando con su estridencia +los confusos ruidos de la noche. Era un grito, un aullido, un relincho, +una de aquellas voces hostiles y burlonas con que los _atlots_ +vengativos se llamaban en la sombra. + +Jaime sintió un impulso de levantarse, de correr a la puerta, pero luego +permaneció inmóvil. El tradicional _auquido_ había sonado a alguna +distancia. Debían ser mozos del _cuartón_ que escogían las inmediaciones +de la torre del Pirata para encontrarse arma en mano. Aquello no iba con +él; a la mañana siguiente se enteraría de lo ocurrido. + +Abrió otra vez el libro, intentando distraerse con la lectura; pero a +las pocas líneas se levantó de un salto, arrojando sobre la mesa el +volumen y la pipa. + +_¡Auuuú!_ El relincho de reto, el aullido hostil y burlón, había +resonado casi al pie de la escalera de la torre, prolongándose con el +fuerte soplo de unos pulmones como fuelles. Casi al mismo tiempo sonó en +la obscuridad un rumor estridente de abanicos abiertos: las aves +marinas, sorprendidas en su sueño, salían disparadas de entre las rocas +para cambiar de guarida. + +¡Era para él! ¡Venían a retarlo a la puerta de su vivienda!... Miró +fijamente su escopeta; se llevó la diestra a la faja, palpando el metal +del revólver, tibio por el contacto del cuerpo; dio dos pasos hacia la +puerta, pero se detuvo y alzó los hombros con una sonrisa de +resignación. Él no era de la isla; él no entendía este lenguaje de +chillidos, y se creía a cubierto de tales provocaciones. + +Volvió a su silla y cogió el libro, sonriendo con una alegría forzada. + +--¡Grita, buen hombre! ¡chilla, _aúca_! Lo siento por ti, que puedes +constiparte al fresco, mientras yo estoy tranquilo en mi casa. + +Pero esta conformidad burlona sólo era aparente. Volvió a sonar el +aullido, ya no al pie de la escalera, sino algo más lejos, tal vez entre +los tamariscos que cercaban la torre. El retador parecía haber tomado +posición esperando que saliese Febrer. + +¿Quién sería?... Tal vez el miserable _verro_, al que había buscado por +la tarde; tal vez el _Cantó_, que juraba públicamente matarlo. La noche +y la astucia, que igualan las fuerzas de los enemigos, habrían dado +ánimos a este enfermo para marchar contra él. También era posible que +fuesen dos o más los que le aguardasen. + +Sonó otro aullido, pero Jaime volvió a encogerse de hombros. Podía +gritar lo que quisiera su desconocido retador... Pero ¡ay! ¡imposible +leer! ¡inútil esforzarse por fingir tranquilidad!... + +Los aullidos repetíanse ahora rabiosamente, como los cacareos de un +gallo furioso. Jaime creyó ver el cuello de aquel hombre, hinchado, +enrojecido, con los tendones vibrantes por la cólera. El grito gutural +parecía adquirir poco a poco, al repetirse, los contornos y la +significación de un lenguaje. Era irónico, burlón, insultante; echaba en +cara su prudencia al forastero; parecía llamarle cobarde. + +En vano intentó no escuchar. Nublábase su vista, le pareció que la vela +ya no daba luz; en los intervalos de silencio, la sangre zumbaba en sus +oídos. Pensó que _Can Mallorquí_ estaba muy cerca, y tal vez Margalida, +trémula y pegada a un ventanuco, escuchaba estos aullidos frente a la +torre, donde estaba un hombre medroso oyéndolos también, pero encerrado +como si fuese sordo. + +No; no más. Arrojó esta vez definitivamente el libro sobre la mesa, y +luego, por instinto, sin saber ciertamente lo que hacía, sopló la llama +de la vela. Al quedar en la obscuridad anduvo algunos pasos con las +manos avanzadas, olvidado completamente de los planes de ataque que +había concebido momentos antes en su acelerado pensamiento. La cólera +trastornaba sus ideas. La ceguedad repentina de su espíritu sólo tuvo +una idea, igual al último destello de una luz que se aleja. Tocaba ya la +escopeta con sus manos palpantes, cuando desistió de cogerla. Necesitaba +un arma menos embarazosa; tal vez tendría que descender y arrastrarse +entre los matorrales. + +Tiró del interior de la faja, y el revólver se deslizó fuera de su +madriguera con la suavidad de una bestia sedosa y tibia. Anduvo a +tientas hasta la puerta y la abrió con lentitud, sólo un pequeño +espacio, el necesario para asomar la cabeza, chirriando levemente sus +groseros goznes. + +Pasando Febrer de la obscuridad de su habitación a la difusa claridad de +la luz sideral, vio la mancha de las malezas en torno de la torre, más +allá la confusa blancura de la alquería, y enfrente la giba negra de los +montes cortando un cielo cargado de palpitaciones de estrellas. Esta +visión sólo duró un instante: no pudo ver más. Dos pequeños relámpagos, +dos culebreos de fuego marcáronse uno tras otro en las tinieblas de los +matorrales, seguidos de dos estampidos que casi se confundieron. + +Jaime experimentó en su olfato una sensación acre de pólvora quemada, +que tal vez no fue más que un fenómeno imaginativo. Al mismo tiempo +percibió sobre la cúspide de su cráneo un silencioso y violento choque, +algo anormal que pareció tocarle sin llegar a tocarle, la sensación del +roce de una piedra. Algo cayó sobre su rostro como una lluvia +impalpable. ¿Sangre?... ¿tierra?... + +Su sorpresa sólo duró un instante. Le habían hecho fuego desde el +matorral, en las inmediaciones de la escalera. El enemigo estaba allí... +¡allí! Veía en la obscuridad el punto de donde habían surgido los +fogonazos, y avanzando la diestra fuera de la puerta, disparó su +revólver una... dos... cinco veces: todas las cápsulas que contenía el +cilindro. + +Tiró casi a ciegas, desorientado por la obscuridad y el desconcierto de +la cólera. Un leve ruido de ramas tronchadas, una ondulación casi +imperceptible del matorral, le llenaron de salvaje alegría. Había +alcanzado al enemigo indudablemente, y en su satisfacción, se llevó una +mano a la cabeza para convencerse de que no estaba herido. + +Al pasarla después por su cara cayó de sus mejillas y sus cejas algo +menudo y granujiento. No era sangre: era tierra, polvo de argamasa. Sus +dedos, deslizándose sobre el cuero cabelludo, estremecido aún por el +roce mortal, tropezaron con dos agujeros de la pared, semejantes a +pequeños embudos, que guardaban una sensación de calor. Las dos balas le +habían rozado, yendo a clavarse en el muro a una distancia casi +imperceptible de su cabeza. + +Febrer sintióse alegre por su buena suerte. Él sano, incólume, ¡y su +enemigo!... ¿Dónde estaría en aquel momento? ¿Debía bajar para buscarle +entre los tamariscos y reconocerlo en su agonía?... De pronto se repitió +el grito, el aullido salvaje, lejos, muy lejos, casi en las +inmediaciones de la alquería: un _auquido_ triunfante, burlón, que Jaime +interpretó como anuncio de próxima vuelta. + +El perro de _Can Mallorquí_, excitado por los disparos, ladraba +lúgubremente. A lo lejos, otros perros le contestaban. El aullido del +hombre se alejó, con incesantes repeticiones, cada vez más remoto, más +débil, hundiéndose en el misterio azul de la noche. + + + + +III + + +Apenas rompió el día, el _Capellanet_ se presentó en la torre. + +Lo había oído todo. Su padre, que tenía el sueño fuerte, no estaba tal +vez enterado a aquellas horas del suceso. Ya podía ladrar el perro y +sonar junto a la alquería tantos disparos como en una guerra; el buen +Pep, cuando se acostaba cansado de sus faenas diurnas, era insensible +como un muerto. Los demás de la casa habían pasado una noche de +angustias. La madre, luego de varios intentos para despertar a su +esposo, sin conseguir otro éxito que palabras incoherentes seguidas de +nuevos ronquidos, había rezado hasta el amanecer por el alma del señor +de la torre, creyéndolo muerto. Margalida, que dormía cerca de su +hermano, le había llamado con voz queda y angustiosa al oír los primeros +tiros. «¿Oyes, Pepet?...» + +La pobre muchacha se había incorporado en la cama, encendiendo el +candil; a su luz la había visto el _atlot_, con el rostro pálido y unos +ojos de loca. Ella, tan pudorosa y tímida, mostraba en su agitación los +mayores secretos de su desnudez, olvidada de todo, retorciéndose los +brazos, llevándose las manos a la cabeza. «Habían matado a don Jaime: se +lo anunciaba el corazón.» Y temblaba con el eco lejano de nuevos +disparos. «Un verdadero rosario de tiros», según decía el _Capellanet_, +había contestado a las dos primeras detonaciones. + +--Ésos fueron de usted, ¿verdad, don Jaime?--continuó el muchacho--. Los +conocí al momento y se lo dije a Margalida. Recuerdo la tarde que +disparó usted el revólver en la playa. Yo tengo mucho oído para estas +cosas. + +Luego contó la desesperación de su hermana, buscando las ropas en +silencio, queriendo vestirse para correr a la torre. Pepet la +acompañaría. Pero después, súbitamente acobardada, ya no quiso ir. Sólo +sabía llorar, y se opuso a que el muchacho cumpliera su propósito de +escaparse por las bardas del corral. + +Habían oído el _auquido_ junto a la alquería, mucho después de los +disparos; y al hablar de este grito, sonreía el muchacho con aire +malicioso. Luego, Margalida, súbitamente tranquilizada por las palabras +de su hermano, había callado, quedando inmóvil en el lecho; pero durante +toda la noche oyó el _Capellanet_ suspiros de angustia y un ligero +murmullo, como si debajo del embozo una voz queda murmurase palabras y +palabras con incansable monotonía. También la joven había estado +rezando. + +Después, al esparcirse la luz del alba, se levantaron todos, menos el +padre, que seguía en su plácido sueño. Al asomarse las mujeres al +porche, dominadas por los más lúgubres pensamientos, esperaban +presenciar un cuadro horroroso: la torre destruida y colgando sobre sus +ruinas el cadáver del señor. Pero el _Capellanet_ había reído al ver la +puerta abierta, y junto a ella, como en otras mañanas, a don Jaime, con +el busto desnudo, chapuzándose en un balde que él mismo traía de la +costa lleno de agua del mar. + +No se había equivocado al reírse de los terrores de las mujeres. «A su +don Jaime no había quien lo matase. Y esto lo decía él, que entendía de +hombres.» + +Luego, tras el breve relato que le hizo el señor de todo lo ocurrido en +la noche, examinó, entornando los ojos con una expresión de inteligente, +los dos agujeros abiertos por las balas en la pared. + +--¿Y usted tenía la cabeza aquí, donde la tengo yo?... ¡Futro!... + +Su mirada reflejó admiración, devota idolatría, ante aquel hombre +portentoso que acababa de salvarse por un verdadero milagro. + +Febrer interrogó al muchacho sobre el supuesto agresor, fiando en su +conocimiento de las gentes del país, y el _Capellanet_ sonrió con aire +de persona importante. Había escuchado el aullido. Era el mismo modo de +_aucar_ que tenía el _Cantó_: muchos se hubiesen imaginado que era él. +Lo mismo aullaba en las serenatas, en las tardes de baile y a la salida +de los cortejos. + +--Pero no es él, don Jaime: estoy seguro. Si al _Cantó_ le preguntan, +dirá que sí por darse importancia. Pero era el otro, el _Ferrer_, le +conocí la voz, y Margalida cree lo mismo. + +A continuación, con gesto grave, habló del necio miedo de las mujeres, +que sostenían la necesidad de avisar a la Guardia civil de San José. + +--Usted no hará eso. ¿Verdad, don Jaime, que es un disparate? Los +civiles sólo sirven para los cobardes. + +La sonrisa despectiva y el encogimiento de hombros con que le contestó +Febrer devolvieron al muchacho su aspecto alegre. + +--Ya me lo figuraba yo: eso no se usa en la isla. ¡Pero como usted es +forastero!... Hace usted bien: cada hombre debe defenderse él mismo; +para eso es hombre; y en caso apurado, buscar a los amigos. + +Y al decir esto pavoneábase, resumiendo en su persona toda la ayuda +poderosa con que podía contar don Jaime en momentos de peligro. + +El _Capellanet_ quiso sacar provecho de este suceso, aconsejando al +señor la conveniencia de llevarle a vivir en la torre. Si él se lo pedía +al _siñó_ Pep, éste no era capaz de negarle tal favor. Le convenía a don +Jaime tenerle a su lado: siempre serían dos para defenderse. Y para +apoyar la urgencia de la petición, recordaba el enfado del _siñó_ Pep, y +la certeza de que éste iba a llevarlo a Ibiza a principios de la semana +próxima, para encerrarle en el Seminario. ¿Qué haría el señor cuando se +viese privado del más fiel de sus amigos?... + +Queriendo demostrar la utilidad de su presencia, censuraba los olvidos +de Febrer en la noche anterior. ¿A quién podía ocurrírsele asomar la +cabeza a la puerta cuando de fuera le estaban _aucando_ con el arma +preparada? Por milagro no lo habían matado. ¿Y la lección que él le dio? +¿No recordaba su consejo de bajar por la ventana, a espaldas de la +torre, para sorprender al enemigo?... + +--Es verdad--dijo Jaime, realmente avergonzado de su olvido. + +El _Capellanet_, que saboreaba orgulloso el éxito de estos consejos, +tuvo un sobresalto al mirar por el hueco de la puerta. + +--_¡El pare!..._ + +Pep subía la cuesta lentamente, con los brazos atrás y el aspecto +meditabundo. El muchacho se alarmó al verle. Indudablemente, venía +malhumorado por las recientes noticias: no le convenía encontrarse con +él. Y repitiendo a Febrer una vez más la conveniencia de que le guardase +como compañero, echó las piernas fuera de la ventana, apoyó su vientre +en el alféizar, y se deslizó por el muro. + +El payés, al entrar en la torre, habló sin ninguna emoción del suceso de +la noche anterior, como si fuese un hecho normal que sólo alteraba +levemente la monotonía de la vida del campo. Las mujeres le habían +contado... él tenía un sueño pesadísimo... ¿De modo que no había sido +nada?... + +Escuchó con los ojos bajos y los pulgares juntos el breve relato del +señor. Luego fue a la puerta, para contemplar las huellas de los +proyectiles. + +--Un milagro, don Jaime, un verdadero milagro. + +Volvió a su silla, permaneciendo inmóvil largo rato, como si le costase +un gran esfuerzo interior hacer funcionar su tardo pensamiento. + +--El demonio anda en libertad, señor... Era de esperar; ya lo dije yo... +Cuando se quieren cosas imposibles, todo se enreda y se acaba la paz. + +Luego, levantando la cabeza, fijó sus ojos fríos y escrutadores en don +Jaime. Habría que avisar al alcalde; habría que decir todo esto a la +Guardia civil. + +Febrer hizo un gesto negativo. No; era un asunto de hombres, que debía +ventilar él mismo. + +Pep quedó con la vista fija en el señor, de un modo enigmático, como si +en su pensamiento luchasen encontradas ideas. + +--Hace usted bien--dijo al poco rato el cachazudo payés. + +Los forasteros pensaban de distinto modo, pero él se alegraba de que el +señor dijese lo mismo que decía su pobre padre (que en santa gloria +esté). En la isla todos pensaban igual: lo antiguo era lo cierto. + +Luego, Pep, sin consultar al señor, expuso su propósito de ayudarle en +su defensa. Era un deber de amistad. Él tenía su escopeta en la casa. +Hacía tiempo que no la usaba, pero en sus mocedades, cuando vivía su +famoso padre (que en santa gloria esté), había sido un regular tirador. +Vendría a pasar las noches en la torre, al lado de don Jaime, para que +éste no viviese solo, expuesto a una sorpresa durante el sueño. + +Tampoco se extrañó el payés de la rotunda negativa del señor, algo +ofendido por la proposición. Él era un hombre, no un chiquillo +necesitado de compañía. Cada uno en su casa, y podía venir lo que la +suerte quisiera. + +Pep asintió igualmente con movimientos de cabeza a estas palabras. Lo +mismo decía su padre, y como él todas las personas de bien que seguían +los antiguos usos. Parecía Febrer un hijo verdadero de la isla... Luego, +ablandado por la admiración que le inspiraba la energía de don Jaime, le +propuso otro arreglo. Ya que el señor no quería compañía en su torre, +podía bajar a dormir en _Can Mallorquí_. Una cama se la improvisarían en +cualquier parte. + +Febrer sintióse tentado por la proposición. ¡Ver a Margalida!... Pero el +tono de flojedad con que el padre le invitaba y el gesto inquieto con +que aguardó su respuesta le hicieron desistir. No; muchas gracias, Pep +se quedaba en la torre. Podían creer que cambiaba de vivienda a impulsos +del miedo. + +El payés volvió a mover la cabeza con signos de asentimiento. Comprendía +esta actitud; lo mismo haría él en su situación. Pero esto no era +obstáculo para que Pep durmiese menos por la noche, y si oía gritos o +tiros cerca de la torre saliese al campo con su vieja escopeta. + +Y como si esta obligación que se imponía de dormir con zozobra, pronto a +exponer la piel en defensa de su antiguo amo, rompiese la calma en que +se había mantenido hasta entonces, el payés elevó los ojos y juntó sus +manos: + +--_¡Ay, Siñor!¡Siñor!..._ + +El diablo andaba suelto; volvía a repetirlo: ya no había tranquilidad. +Todo por no creerle a él; por ir contra la corriente de los usos +antiguos, que establecieron personas más sabias que las de ahora... ¿En +qué pararía todo esto? + +Febrer intentó tranquilizar al payés, y se le escapó un pensamiento que +deseaba mantener oculto. Podía tranquilizarse Pep. Él se marchaba para +siempre, no queriendo turbar su paz y la de su familia. + +¡Ah! ¿Era de veras que se iba el señor?... La alegría del campesino fue +tan grande y tan viva su sorpresa, que Jaime quedó indeciso. Le pareció +ver en los ojillos del rústico, animados por el gozo de la noticia +inesperada, cierta malicia. ¿Si creería aquel isleño que su repentino +viaje era por huir de los enemigos?... + +--Me voy--dijo mirando a Pep con hostilidad--, pero no sé cuándo. Más +adelante... cuando me parezca. Antes tengo que vivir aquí, para que me +encuentre el que me busque. + +Pep tuvo un gesto de resignación: se desvaneció su alegría; pero estuvo +próximo a asentir también a estas palabras, añadiendo que lo mismo +hubiese hecho su padre y lo mismo creía él. + +Cuando el payés se levantó para marcharse, Febrer, que estaba junto a la +puerta, distinguió cerca de la alquería al _Capellanet_, y esto trajo a +su memoria el deseo del muchacho. Si a Pep no le molestaba su petición, +podía dejar al _atlot_ para que le acompañase en la torre. + +Pero el padre acogió su ruego ásperamente. No, don Jaime. Si necesitaba +compañía, allí estaba él, que era un hombre. El muchacho a estudiar. El +diablo iba suelto, y hora era ya de imponer su autoridad y que la +familia no siguiese desarreglada. En la próxima semana pensaba llevarlo +al Seminario. Era su última palabra. + +Febrer, al quedar solo, bajó a la orilla del mar. El tío Ventolera +reparaba con estopa y alquitrán las junturas de su barca, puesta en +seco. Tendido en ella como si fuese un enorme ataúd, buscaba con sus +débiles ojos los intersticios, y al encontrar uno falto de carena, su +alegría le hacía prorrumpir a toda voz en latinajos cantados. + +Al notar que la barca se movía y ver apoyado en la borda al señor, el +viejo tuvo una sonrisa maliciosa, e interrumpió sus cánticos. + +--_¡Hola, don Chaume!..._ + +Lo sabía todo. Las mujeres de _Can Mallorquí_ le habían contado la +noticia, y a aquellas horas circulaba por el _cuartón_, pero de oído en +oído, como se debe hablar de estas cosas, sin que se enteren las gentes +de la justicia, que sólo sirven para enredarlo todo. ¿Conque le habían +buscado la noche anterior, _aucándolo_ para que saliese de la torre?... +¡Ji, ji! A él también... a él también, en otros tiempos, cuando hacía el +amor a su difunta entre dos viajes, lo había _aucado_ cierto camarada +que era rival suyo. Pero él se llevó a la muchacha por tener la mano más +lista; total, una cuchillada al amigo en pleno pecho, que le tuvo mucho +tiempo entre la vida y la muerte. Luego había vivido en guardia siempre +que bajaba a tierra, para librarse de la venganza de su enemigo; pero +los años pasan, todo se olvida, y los dos compadres acabaron por +contrabandear juntos, navegando desde Argel a Ibiza o las costas de +España. + +El tío Ventolera reía, con risa infantil, complacido por estos recuerdos +juveniles que resurgían en su memoria siempre que oía hablar de tiros, +cuchilladas y provocaciones en la noche. ¡Ay! ¡A él ya no lo _aucarían_! +Esto quedaba para los jóvenes. Y su acento era melancólico al no verse +mezclado en los lances de amor y de guerra, que juzgaba indispensables +para una existencia feliz. + +Febrer le dejó cantando la misa mientras terminaba su carenaje. En la +torre encontró la cesta de su comida sobre la mesa. El _Capellanet_ la +había dejado sin esperar, obedeciendo sin duda a algún llamamiento +urgente de su padre malhumorado. Después de comer volvió Jaime a +contemplar los dos agujeros que los proyectiles habían abierto en el +muro. Pasada la excitación del peligro, y al apreciar fríamente la +gravedad de éste, sintió una cólera vengativa, más intensa que la que le +había impulsado hacia la puerta en la noche anterior. Unos milímetros +más abajo al apuntar, y habría rodado en la obscuridad, al pie de la +puerta, como una bestia cazada. ¡Cristo! ¡Y así podía morir un hombre de +su clase, víctima de la traición y el acecho de uno de aquellos +rústicos!... + +Su cólera tomó un impulso vengativo. Sintió la necesidad de provocar, de +ser arrogante, de aparecer sereno y amenazador ante aquellos hombres, +entre los cuales se ocultaban sus adversarios. + +Descolgó la escopeta, examinó sus cargas, se la echó al hombro y +descendió de la torre, tomando el mismo camino de la tarde anterior. Al +pasar junto a _Can Mallorquí_, los ladridos del perro hicieron salir a +la puerta a Margalida y su madre. Los hombres estaban en un campo lejano +que cultivaba Pep. La madre, lloriqueante y con la palabra cortada por +la emoción, sólo sabía coger las manos del señor. + +--_¡Don Chaume! ¡Don Chaume!..._ + +Debía tener mucho cuidado, salir poco de la torre, estar en guardia +contra los enemigos. Y Margalida, silenciosa, con los ojos +desmesuradamente abiertos, contemplaba a Febrer, revelando admiración y +zozobra. No sabía qué decir; su alma simple parecía recogerse +humildemente, no encontrando palabras para expresar sus pensamientos. + +Jaime continuó su camino. Al volverse repetidas veces vio a Margalida, +de pie bajo el porche, siguiéndolo con visible ansiedad. El señor iba de +caza como otras veces, pero ¡ay! tomaba el sendero de la montaña, iba +hacia el bosque de pinos, en una de cuyas calvas estaba la herrería. + +Durante el camino rumiaba Febrer proyectos de ataque. Estaba resuelto a +una acción inmediata. Apenas saliese el _verro_ a la puerta de su casa, +le dispararía los dos tiros de la escopeta. Él ventilaba sus negocios a +la luz del sol, y sería más afortunado: sus dos balas no irían a +clavarse en el muro. + +Pero al llegar a la fragua la encontró cerrada. ¡Nadie! El herrero había +desaparecido; la vieja vestida de negro no estaba allí para recibirle +colérica con el fulgor hostil de su único ojo. + +Se sentó al pie de un árbol como la otra vez, con la escopeta preparada, +resguardándose detrás del tronco, por si esta soledad ocultaba una +asechanza. Transcurrió mucho tiempo; las palomas silvestres, enardecidas +por la calma y la soledad de la fragua, revoloteaban en la plazoleta sin +fijarse en el cazador, inmóvil y olvidado de ellas. Un gato avanzaba +lentamente por el ruinoso tejado, con estiramientos de tigre, +pretendiendo atrapar a los inquietos gorriones. + +Pasó más tiempo. La espera y la inmovilidad serenaron a Febrer. ¿Qué +hacía allí, lejos de su casa, en medio del monte, próximo ya el +crepúsculo, esperando a un enemigo de cuya culpabilidad sólo tenía vagos +indicios? El herrero tal vez estaba en su casa. Se habría encerrado al +verle llegar, y era inútil esperarle. También podía ser que se hubiera +marchado lejos, con la vieja, y no volviese hasta bien entrada la noche. +Debía partir. + +Y con la escopeta en la mano, para ser el primero en disparar si +encontraba al enemigo, emprendió el regreso al valle. + +Otra vez volvió a encontrar en el camino payeses y muchachas que le +miraron con tenaz curiosidad, contestando apenas a su saludo. Otra vez +vio al _Cantó_ con su cabeza entrapajada, en el mismo sitio, rodeado de +amigos, a los que hablaba con violentas gesticulaciones. Al reconocer al +señor de la torre, antes de que sus camaradas pudieran sujetarle, se +agachó, y agarrando dos piedras en los endurecidos surcos, arrojólas +contra aquél. Los rústicos proyectiles, a impulsos de un brazo débil, no +llegaron a hacer la mitad de su camino. Luego, irritado por la +despectiva serenidad de Febrer, que seguía adelante, el _atlot_, +prorrumpió en amenazas. ¡Mataría al mallorquín! lo declaraba a gritos. +¡Que todos supiesen que él juraba el exterminio de este hombre! + +Jaime sonrió tristemente ante estas amenazas. No; el cordero rabioso no +era el que había venido a la torre del Pirata a matarle. Sus +escandalosas vociferaciones bastaban para demostrarlo. + +El señor pasó tranquilamente la primera parte de la noche. Luego de +cenar, cuando se fue el hermano de Margalida con la triste certeza de +que su padre no desistía de llevarlo al Seminario, Jaime cerró la +puerta, colocando tras ella la mesa y las sillas. Temía ser sorprendido +durante el sueño. Apagó la luz y fumó en la obscuridad, complaciéndose +en el latido del pequeño tizón del cigarro, que se ensanchaba con sus +chupetones. Tenía la escopeta cerca y el revólver en la faja, pronto a +hacer uso de ellos al menor movimiento de la puerta. Habituado su oído a +los rumores de la noche y a la respiración del mar, buscaba al través de +éstos un roce, un indicio de que en aquella soledad había otros seres +humanos aparte de él. + +Pasó mucho tiempo. A la luz del cigarro miró la esfera de su reloj. Las +diez. Lejos sonaron ladridos, y Jaime creyó reconocer al perro de _Can +Mallorquí_. Tal vez delataba el paso de alguien aproximándose a la +torre. Ya estaba cerca el enemigo: era posible que se arrastrase +cautelosamente, fuera de la senda, entre las ramas de los tamariscos. + +Se incorporó, requiriendo la escopeta, buscando en su faja el revólver. +Tan pronto como oyese un grito de reto o un temblor en la puerta, se +echaba ventana abajo, y dando vuelta a la torre, cogía al enemigo por la +espalda. + +Pasó más tiempo... ¡Nada! Febrer quiso mirar el reloj, pero sus manos no +obedecían a su voluntad. Ya no brillaba en la sombra la punta rojiza del +cigarro. Su cabeza había acabado por caer sobre la almohada; sus ojos se +cerraron: oyó gritos de reto, tiros, maldiciones, pero esto fue en un +estado anormal, como si viviese en otro mundo, donde los insultos y los +ataques no despertaban su sensibilidad. Luego... nada: una sombra densa, +una noche profunda e interminable, sin el más leve destello de visión... +Le despertó un rayo de sol que, pasando por una rendija de la ventana, +venía a dar en sus ojos. Renació con la luz diurna la blancura de +aquellos muros, que parecían sudar durante la noche la sombra y el +bárbaro misterio de otros siglos. + +Jaime se levantó contento, y al deshacer la barricada de muebles que +obstruía la puerta, rio algo avergonzado de su precaución, +considerándola casi una cobardía. Las mujeres de _Can Mallorquí_ le +habían trastornado con su miedo. ¡Quién podía venir a buscarle en la +torre, sabiendo que estaba alerta y lo recibiría a tiros! La ausencia +del _Ferrer_ cuando él se había presentado en la fragua y la calma de la +noche anterior daban que pensar a Jaime. ¿Estaría herido el _verro_? ¿Le +habría alcanzado alguna de sus balas?... + +Pasó la mañana en el mar. El tío Ventolera le llevó hasta el Vedrá, +alabando la ligereza y otros méritos de su barca. La reparaba año tras +año, no quedando en ella ni una astilla de su primitiva construcción. +Pescaron al abrigo de las rocas hasta media tarde. Al volver a la torre, +Febrer vio al _Capellanet_ que corría por la playa agitando en lo alto +una cosa blanca. + +Antes de saltar a tierra, cuando la barca hundía su proa en la grava, el +muchacho le gritó con la impaciencia del que trae una gran noticia: + +--_¡Una carta, don Chaume!_ + +¡Una carta!... En aquel rincón del mundo, el más extraordinario suceso +que podía turbar la vida ordinaria era la llegada de una carta. Febrer +la revolvió en sus manos, examinándola como algo extraño y lejano. Miró +el sello; luego miró la letra del sobre... La conocía; despertaba en su +memoria la misma impresión de un rostro amigo al que no podemos asociar +un nombre. ¿De quién era?... + +El _Capellanet_, mientras tanto, daba explicaciones sobre este gran +suceso. La carta la había traído el peatón a media mañana. Era del +vapor-correo de Palma, llegado a Ibiza en la noche anterior. Si deseaba +contestarla, debía hacerlo sin pérdida de tiempo. El buque volvería a +Mallorca al día siguiente. + +Mientras iba Jaime hacia la torre, rompió el sobre y buscó la firma, +casi al mismo tiempo que en su memoria se precisaba el recuerdo y surgía +un nombre: ¡Pablo Valls!... El capitán Pablo le escribía luego de medio +año de silencio, y su carta era larga: varias hojas de papel comercial +cubiertas de apretada escritura. + +A las primeras líneas, el mallorquín sonrió. El capitán estaba allí, en +aquellos renglones, con su ruda y desbordante personalidad, escandaloso, +simpático y agresivo. Febrer creyó contemplar sobre el papel su nariz +enorme y pesada, sus patillas canosas, sus ojos de color de aceite con +pintas de tabaco, su chambergo abollado puesto de través. + +La carta comenzaba de un modo terrible: «Querido sinvergüenza.» Y en el +mismo estilo seguían los primeros párrafos. + +--Esto vale la pena--murmuró sonriendo--. Esto hay que leerlo despacio. + +Y guardando la carta, con el regodeo del que se reserva un gran placer, +Jaime subió a la torre después de despedir al muchacho. + +Sentado junto a la ventana, con el busto echado atrás y la espalda +apoyada en la mesa, comenzó a leer. Una explosión de furia cómica, de +insultos cariñosos, de indignaciones por cosas olvidadas, llenaba las +primeras páginas. Pablo Valls desbordaba su graciosa incoherencia, como +un charlatán condenado largo tiempo al silencio y que sufre el suplicio +de una verbosidad comprimida. Echaba en cara a Febrer su origen y su +orgullo, que le habían impulsado a huir sin despedirse de los amigos. +«Al fin, de raza de inquisidores.» Sus abuelos habían quemado a los de +Valls: ¡que no lo olvidase! Pero en algo habían de distinguirse los +buenos de los malos; y él, el réprobo, el _chueta_, el hereje aborrecido +de unos y otros, había correspondido a esta falta de amistad ocupándose +de los asuntos de Jaime. Seguramente le habría escrito varias veces de +esto su amigo Toni Clapés, cuyos negocios marchaban bien, como siempre, +aunque acababa de sufrir algunas contrariedades. Le habían cogido dos +barcas cargadas de tabaco. + +«Pero no divaguemos: al grano. Ya sabes que soy un hombre práctico, un +verdadero inglés, enemigo de perder el tiempo.» + +Y el hombre práctico, el inglés, para no divagar más, cubría otras dos +hojas con las explosiones de su indignación contra todo lo que le +rodeaba: contra sus hermanos de raza, tímidos y humildes, que +besuqueaban la mano enemiga; contra los nietos de los antiguos +perseguidores; contra el feroz padre Garau, del que no quedaba ya ni +polvo; contra la isla entera, la famosa _Roqueta_, a la que vivían +sujetos los suyos por un amor al terruño, pagado siempre con +aislamientos e insultos. + +«Pero no divaguemos: orden, método y claridad. Sobre todo, escribamos +prácticamente. La falta de carácter práctico es lo que nos pierde.» + +Y hablaba a continuación de «la Papisa Juana», tremenda señora que Pablo +Valls había visto siempre de lejos, por ser para ella la personificación +de todas las impiedades revolucionarias y todos los pecados de su raza. +«Por este lado no tengas esperanza.» La tía de Febrer sólo se acordaba +de él para lamentarse de su mal fin y alabar la justicia del Señor, que +castiga a los que caminan por malos senderos y se apartan de las santas +tradiciones de la familia. Unas veces le creía en Ibiza la buena señora; +otras afirmaba saber con certeza que habían visto a su sobrino en +América, dedicado a los más bajos oficios. «De todos modos, cachorro de +inquisidor, tu santa tía no se acuerda de ti y no debes esperar de ella +el menor auxilio.» Ahora se murmuraba en la ciudad que renunciando +definitivamente a las pompas del mundo y tal vez a la «Rosa de Oro» +pontifical, que nunca acababa de llegar, entregaría sus bienes a los +sacerdotes de su corte, yendo a encerrarse en un convento con todas las +comodidades de una dama de privilegio. «La Papisa» se alejaba para +siempre; imposible esperar nada de ella. «Y aquí entro yo, pequeño +Garau; yo el réprobo, el _chueta_, el rabudo, que deseo ser adorado y +reverenciado por ti como si fuese la Providencia.» + +Al fin, el hombre práctico, el enemigo de las divagaciones, cumplía su +promesa, y el estilo de la carta tornábase conciso, con una sequedad +comercial. Primeramente un largo relato de los bienes que aún poseía +Jaime antes de partir de Mallorca, esclavos de toda clase de gravámenes +e hipotecas; luego una lista de sus acreedores, que era mayor que la de +los bienes, seguida de una relación de intereses y obligaciones, +enmarañada red en la que se perdía la memoria de Febrer, pero por en +medio de la cual caminaba Valls rectamente, con la seguridad de los de +su raza para desentrañar los más confusos negocios. + +El capitán Pablo había pasado medio año sin escribir a su amigo, pero +ocupándose todos los días de sus asuntos. Había peleado con los más +feroces usureros de la isla, insultando a unos, venciendo a otros en +astucia, valiéndose de la persuasión o de la bravata, avanzando dineros +para satisfacer los créditos más urgentes, cuyos tenedores amenazaban +con el embargo y la venta. Total: había dejado limpia y sana la fortuna +de su amigo, pero ésta resurgía del terrible combate achicada y casi +insignificante. Sólo le restaban a Febrer unos miles de duros: tal vez +no llegarían a quince; pero mejor era esto que vivir en su antiguo +ambiente de gran señor sin tener que comer y sometido a las exigencias +de los acreedores. «Ya es hora de que vuelvas. ¿Qué haces ahí? ¿Vas a +estar toda tu vida como un Robinsón en esa torre de piratas?» Debía +volver inmediatamente, para vivir en alegre modestia. La vida en +Mallorca es barata. Además, podía solicitar un empleo del Estado. Con su +nombre y sus relaciones no era difícil conseguirlo. + +También podía dedicarse al comercio, bajo la dirección y consejo de un +hombre como él. Si deseaba viajar, no le sería difícil a Valls buscarle +una colocación en Argelia, en Inglaterra o en América. El capitán tenía +amigos en todas partes. «Vuelve pronto, pequeño Garau, inquisidor +simpático; no te digo más.» + +Pasó Febrer el resto de la tarde leyendo la carta o paseando por los +alrededores de la torre, conmovido por tales noticias. Los recuerdos de +su pasada existencia, amortiguados por la vida solitaria, surgían ahora +con el mismo relieve que si fuesen sucesos del día anterior. ¡Los cafés +del Borne! ¡Sus amigos del Casino!... ¡Volver allá, pasando de un salto +a la vida ciudadana, luego de su reclusión casi salvaje en la torre!... +Se marcharía cuanto antes: estaba resuelto a ello. Partiría a la mañana +siguiente, aprovechando el viaje de vuelta del mismo vapor que había +traído la carta. + +El recuerdo de Margalida surgió en su memoria, pretendiendo retenerle en +la isla. La veía blanca, con sus adorables redondeces y sus ojos tímidos +y bajos, que parecían ocultar como un pecado el negro ardor de sus +pupilas. ¡Dejarla! ¡no verla más!... ¡Y ella iba a ser de uno de +aquellos bárbaros, que profanarían su belleza usándola en las faenas del +campo, convirtiéndola poco a poco en una bestia agrícola, negra, callosa +y arrugada!... + +Pero una afirmación pesimista le arrancó al poco tiempo de esta duda +cruel. Margalida no le amaba, no podía amarle. Un mutismo desconcertante +y lágrimas misteriosas era todo lo que él había podido conseguir con sus +declaraciones de amor. ¿A qué empeñarse en conquistar lo que a todos +parecía imposible? ¿Por qué seguir la lucha sorda con toda la isla, por +una mujer que aún no sabía él ciertamente si le amaba? + +La alegría de las recientes noticias volvió escéptico a Febrer. «Nadie +se muere de amor.» Le costaría un gran esfuerzo abandonar aquella tierra +al día siguiente; experimentaría honda tristeza al perder de vista la +blancura africana de _Can Mallorquí_. Pero al sentirse libre del +ambiente de la isla y volver a su antigua existencia, tal vez no fuese +Margalida más que un pálido recuerdo, y él reiría el primero de esta +pasión de una _atlota_ hija de un antiguo arrendatario de su familia. + +No vaciló más. Esta noche la pasaría en la soledad de la torre, como un +hombre primitivo de los que viven acechados por el peligro, dispuestos a +matar; a la noche siguiente estaría sentado ante la mesa de un café, +bajo el resplandor de los focos eléctricos, viendo carruajes junto a las +aceras y pasando por el centro del Borne mujeres más hermosas que +Margalida. «¡A Mallorca!» No viviría en un palacio: el caserón de los +Febrer lo perdía para siempre en el arreglo revolucionario y salvador +ideado por el amigo Valls; pero no le faltaría una casita pequeña y +limpia en el Terreno u otro barrio vecino al mar, y en ella la compañía +y los cuidados maternales de _madó_ Antonia. Ninguna tristeza, ninguna +vergüenza le esperaba allá. Hasta se vería libre de don Benito Valls y +de su hija, a los que había abandonado de un modo incorrecto, sin +palabras de excusa. El rico _chueta_, según anunciaba su hermano en la +carta, vivía ahora en Barcelona para cuidar mejor de su salud. +Indudablemente, como creía el capitán Pablo, este viaje era para +encontrar un yerno lejos de las preocupaciones que perseguían en la isla +a los de su raza. + +Al cerrar la noche llegó el _Capellanet_ llevando la cesta de la cena. +Mientras Febrer comía ávidamente, con el buen apetito de la alegría, el +muchacho anduvo por la habitación, atisbando con ojos ansiosos, por si +podía encontrar aquella carta que había excitado su curiosidad. «Nada.» +La alegría del señor acabó por contagiarle, y rio también, sin saber de +qué, creyéndose obligado a mostrar buen humor, ya que don Jaime estaba +contento. + +Febrer bromeó sobre su próxima ida al Seminario. Pensaba hacerle un +regalo, pero un regalo extraordinario, como él no podía imaginárselo, y +al lado del cual nada valdría el cuchillo. Sus ojos, al decir esto, +miraban la escopeta colgada del muro. + +Cuando se fue el muchacho, cerró la puerta y se entretuvo a la luz de la +vela en hacer el inventario y distribución de los objetos que llenaban +su vivienda. En un antiguo arcón de madera, tallado a cuchillo +groseramente, estaban dobladas con cuidado por Margalida, entre hierbas +olorosas, las ropas con que había llegado él de Mallorca. Las vestiría a +la mañana siguiente. Pensó con cierto terror en el suplicio de las botas +y el tormento del cuello de la camisa, después de su larga temporada de +campestre libertad; pero quería salir de la isla lo mismo que había +venido a ella. Lo demás lo regalaba a Pep y la escopeta a su hijo, +riendo del gesto del pequeño seminarista ante este presente, que llegaba +algo tarde... Ya cazaría, con ella cuando fuese cura de uno de los +_cuartones_ de la isla. + +Volvió a sacar del bolsillo la carta de Valls, complaciéndose en leerla +lentamente, como si cada vez encontrase en su texto nuevas noticias. +Mientras leía estos párrafos, que ya le eran familiares, su pensamiento +trabajaba aparte a impulsos de la alegría. ¡El buen amigo Pablo! ¡Y qué +a tiempo llegaban sus consejos!... Le sacaba de Ibiza en el instante más +oportuno, cuando se veía en guerra abierta con todas aquellas gentes +rudas, que deseaban la muerte del forastero. No se equivocaba el +capitán. ¿Qué hacía allí, como un Robinsón, que ni siquiera podía +disfrutar la placidez de la soledad?... Valls, oportuno como siempre, le +libraba del peligro. + +Su vida de horas antes, cuando aún no había recibido la carta, parecíale +absurda y ridícula.. Ahora era otro hombre. Sonreía con lástima y +vergüenza de aquel loco que el día anterior, llevando la escopeta al +hombro, había emprendido el camino de la montaña para buscar a un +antiguo presidiario, retándolo a bárbaro combate en la soledad del +bosque. ¡Como si toda la vida del planeta estuviese concentrada en la +pequeña isla y hubiera que matar para poder existir en ella!... ¡Como si +no hubiese vida ni civilización más allá de la sábana azul que rodeaba a +este pedazo de tierra, con su grupo humano de almas primitivas, +petrificadas en las costumbres de otros siglos! Ésta era la última noche +de su existencia salvaje. Al día siguiente, todo lo ocurrido no sería +más que una aglomeración de recuerdos interesantes, con cuyo relato +podría entretener a sus amigos del Borne. + +Cortó Febrer repentinamente sus pensamientos, separando los ojos del +papel. Al encontrar su mirada una mitad de la habitación en la sombra y +otra mitad en una luz rojiza que hacía temblar los objetos, pareció +volver del lejano viaje al que le arrastraba su imaginación. Aún vivía +en la torre del Pirata; aún estaba en medio de lobregueces, de una +soledad poblada por los rumores de la Naturaleza, en el interior de un +cubo de piedra cuyas paredes parecían sudar lóbrego misterio. + +Algo había sonado fuera de la torre: un grito, un aullido, distinto del +de la otra noche, más sofocado, más lejano. Jaime tuvo la sensación de +que este grito venía de muy cerca, de que tal vez lo lanzaba alguien +oculto en los grupos de tamariscos. + +Concentró su atención, y al poco rato el aullido volvió a sonar. Era el +mismo _aucamiento_ de la otra noche, pero sordo, quedo, ronco, como si +el que lo lanzaba tuviese miedo de que el grito se esparciese demasiado, +colocando sus manos en torno a la boca para enviarlo con esta bocina +natural únicamente hacia la torre. + +Pasada la primera sorpresa, rio silenciosamente, encogiendo los hombros. +No pensaba moverse. ¿Qué le importaban ya estas costumbres primitivas, +estos retos de payeses? «Aúlla, buen hombre; grita hasta que te canses: +estoy sordo.» + +Y para distraer su atención volvió a leer la carta, complaciéndose en el +saboreo de la larga lista de acreedores, muchos de cuyos nombres +evocaban visiones coléricas o grotescos recuerdos. + +El aullido continuó sonando a largos intervalos, y cada vez que su ronca +estridencia cortaba el silencio, Febrer se estremecía de impaciencia y +de cólera. «¡Cristo! ¿Iba a pasar así la noche, desvelado por esta +serenata amenazadora?...» + +Pensó que tal vez el enemigo, oculto en la maleza, veía las rendijas de +la puerta iluminadas y esto le hacía persistir en sus provocaciones. +Apagó la vela y se tendió en la cama, experimentando una sensación de +bienestar al verse en la obscuridad, con la espalda hundida en las +crujientes blanduras del jergón. Podía aullar horas y horas hasta perder +la voz aquel bárbaro. Él no quería moverse. ¿Qué le importaban sus +insultos?... Y rio con una alegría de bienestar animal, en la blandura +de su lecho, mientras el otro enronquecía oculto tras los matorrales, +con el arma preparada y el ojo atento. ¡Qué chasco para el enemigo!... + +Febrer casi se durmió arrullado por estos gritos de amenaza. Había +colocado tras la puerta la misma barricada de la noche anterior. +Mientras sonasen los gritos tenía la certeza de que ningún peligro le +amenazaba. De pronto, se incorporó, repeliendo ese sopor que precede al +sueño. Ya no sonaban aullidos. Lo que le había desvelado era el misterio +del silencio, más amenazador e inquietante que las vociferaciones de la +hostilidad. + +Avanzando la cabeza, creyó percibir entre los rumores confusos y +fundidos de la respiración nocturna un roce, un leve crujir de madera, +algo semejante al ligero peso de un gato trepando de peldaño en peldaño +por la escala de la torre, con largas pausas de inmovilidad. + +Jaime buscó el revólver y aguardó con él en la diestra. El arma parecía +temblar entre sus dedos. Comenzaba a sentir la cólera del hombre fuerte +que adivina junto a su puerta el rondar de un enemigo. + +La lenta ascensión se detuvo, tal vez en mitad de la escala, y tras +largo silencio, oyó el solitario una voz queda, una voz que sonaba sólo +para él. Era la voz del _Ferrer_: la reconocía. Le invitaba a salir; le +llamaba cobarde, uniendo a este insulto otras injurias para la odiada +isla donde había nacido. + +Con irreflexivo impulso, se levantó Jaime de la cama, sonando +ruidosamente el jergón bajo el hundimiento de sus rodillas. Al estar de +pie, en la obscuridad, con el revólver en la mano, volvió a tenerse +lástima por este movimiento y a despreciar a su retador. ¿Por qué +hacerle caso? Debía volver a acostarse... Hubo una larga pausa, como si +el enemigo, al escuchar los crujimientos del jergón, esperase que el +habitante de la torre fuera a salir de un momento a otro. Pero +transcurrió algún tiempo, y la voz ronca e injuriosa volvió a sonar en +la calma de la noche. Le llamaba cobarde otra vez; invitaba a salir al +mallorquín. «Sal, hijo de...» + +Febrer, ante este insulto, tembló, guardándose el revólver en la faja. +¡Su madre, su pobre madre, pálida, enferma, dulce como una santa, +resucitando con el más infamante de los insultos en la boca de aquel +presidiario!... + +Anduvo instintivamente hacia la puerta, tropezando a los pocos pasos con +la mesa y las sillas amontonadas. No; la puerta no... Un rectángulo de +luz brumosa y azul se marcó en el muro lóbrego. Jaime acababa de abrir +la ventana. El fulgor sideral iluminó débilmente la contracción de su +rostro, un rictus frío, desesperado, cruel, que le daba gran semejanza +con el comendador don Príamo y otros navegantes de guerra y destrucción, +cuyos retratos se empolvaban en el palacio de Mallorca. + +Sentóse en el alféizar, echando las piernas fuera, y lentamente empezó a +descender, tanteando con los pies las oquedades del muro para evitar que +rodasen piedras sueltas, denunciándole con su estrépito. + +Al tocar tierra sacó el revólver de la faja, y agachándose, casi de +rodillas, con una mano en el suelo, comenzó a seguir el contorno de la +base de la torre. Sus pies se enredaron en las raíces de los tamariscos +que el viento había dejado al descubierto, y se hundían en la arena como +marañas de serpientes negras. Cada vez que un tropezón de éstos le hacía +vacilar, obligándole a rudos tirones para seguir adelante, cada vez que +una piedra rodaba o crujía, deteníase, conteniendo su respiración. +Temblaba, no de miedo, sino de ansiedad y zozobra, con la inquietud del +cazador que teme llegar tarde. ¡Ah, si caía sobre el enemigo, si le +pillaba cerca de la puerta, lanzando a media voz sus mortales +injurias!... + +Arrastrándose como una bestia, casi a flor del suelo, llegó a ver el +extremo inferior de su escala, luego los peldaños superiores, y al fin +la puerta negra en mitad del cubo de la torre, que aparecía blanco bajo +el fulgor de las estrellas. ¡Nadie! El enemigo había huido. + +La sorpresa le hizo incorporarse, avizorando con inquietud la negra y +ondulante mancha de matorrales que se extendía ladera abajo. Este examen +duró poco. Un culebreo rojo, una ondulación llameante y breve, seguida +de una nubecilla y de un trueno, salió de entre los tamariscos, a corta +distancia de él. Jaime creyó recibir en el pecho una piedra, un guijarro +caliente que tal vez había hecho saltar el estrépito de la detonación. + +«¡No es nada!», pensó. + +Pero al mismo tiempo viose en el suelo, sin saber cómo, tendido de +espaldas. + +«¡No es nada!», pensó otra vez. + +Y revolviéndose instintivamente, dio la vuelta, quedando con el pecho en +tierra, apoyado en una mano y tendiendo la otra, que empuñaba el +revólver. Sentíase fuerte, repetía en su interior que aquello no era +nada, pero el cuerpo se negó con súbita torpeza a obedecer su voluntad. +Parecía pegado al suelo por una dolorosa simpatía. + +Vio agitarse los matorrales como movidos por una bestia obscura, +cautelosa y maligna. Allí estaba el enemigo. Primero avanzó la cabeza, +luego el busto, al fin sacó las piernas de entre el ramaje crujidor. + +Febrer, con la rápida visión que acompaña al ahogado y al moribundo en +sus últimos instantes, visión en la que se concentran los fugitivos +recuerdos de toda la vida anterior, pensó en su juventud, cuando tiraba +a la pistola en el jardín de Palma tendido en el suelo y fingiéndose +herido, como un ensayo de ilusorios encuentros. Por primera vez iba a +servirle esta caprichosa precaución. + +Vio claramente el bulto negro del enemigo inmóvil ante el punto de mira +de su revólver. Le vio cada vez más turbio, más indeciso, como si la +noche se obscureciese por momentos. Avanzaba cautelosamente, también con +un arma en la mano, sin duda para rematarlo. Entonces tiró del gatillo +una, y otra, y otra vez, creyendo que el arma no funcionaba, sin llegar +a oír sus detonaciones, diciéndose en su desesperación que el enemigo +iba a caer sobre él, privado de defensa. Ya no le veía. Una niebla +blanca se extendió ante sus ojos; le zumbaron los oídos... Pero cuando +creía sentir cerca de él a su contrario, la niebla se deshizo, volvió a +ver la luz tranquila y azul de la noche, y a pocos pasos, tendido +igualmente en el suelo, un cuerpo que se revolvía, que se arqueaba, +arañando la tierra, lanzando un ronquido angustioso, un hipo de muerte. + +Jaime no pudo comprender este prodigio. ¿Realmente era él quien había +tirado?... + +Quiso levantarse, y sus manos, al palpar el suelo, chapotearon en un +barro denso y caliente. Se tocó el pecho, y también lo encontró mojado +por algo tibio y espeso que chorreaba en hilillos sutiles e incesantes. +Intentó contraer las piernas para arrodillarse, y las piernas no le +obedecieron. Sólo entonces se convenció de que estaba herido. + +Sus ojos perdieron la limpieza de su visión. Contempló doble la torre, +luego triple, después toda una cortina de cubos de piedra que se +extendía por la costa hundiéndose mar adentro. Esparcióse un gusto acre +por su paladar y sus labios. Le pareció que bebía algo caliente y +viscoso, pero que lo bebía al revés, por un capricho del mecanismo de su +vida, viniendo el extraño licor a su paladar desde lo más recóndito de +sus entrañas. El bulto negro que se revolvía entre ronquidos a pocos +pasos de él agrandábase cada vez que en sus contorsiones tocaba el +suelo. Era ya una bestia apocalíptica, un monstruo de la noche que al +arquearse llegaba a las estrellas. + +El ladrido de un perro y voces de personas disolvieron estas +fantasmagorías de la soledad. De la sombra surgieron luces. + +--_¡Don Chaume!¡Don Chaume!..._ + +¿De quién era esta voz femenil? ¿Dónde la había oído?... + +Vio bultos negros que se movían, que se inclinaban, llevando en las +manos estrellas rojas. Vio un hombre que retenía a otro más pequeño, y +en la mano de este último un relámpago blanco, tal vez un cuchillo, con +el que pretendía rematar al monstruo pataleante. + +No vio más. Sintió que unos brazos suaves, de fina epidermis y dulce +calor, le cogían la cabeza. Una voz, la misma de antes, trémula y +llorosa, sonó en sus oídos: + +--_¡Don Chaume!¡Ay, don Chaume!..._ + +Percibió en su boca un roce dulce, algo suave que le acariciaba +sedosamente, y poco a poco fue extremando su contacto hasta convertirse +en un beso frenético, desesperado, rabioso de dolor. + +El herido, antes de perder la vista, sonrió débilmente al reconocer +junto a sus ojos unos ojos lacrimosos de amor y de pena: los ojos de +Margalida. + + + + +IV + + +Al verse Febrer en una pieza de _Can Mallorquí_, tendido en una cama +alta--tal vez la cama de Margalida--, fue dándose cuenta de lo ocurrido +poco antes. + +Había llegado por su pie a la alquería, apoyado en Pep y su hijo, +sintiendo a sus espaldas unas manos de simpático tacto que parecían +temblar. Eran remembranzas vagas, imprecisas, rodeadas de un nimbo de +blanca niebla; algo semejante a la confusa memoria de hechos y palabras +luego de un día de embriaguez. + +Recordaba que su frente había buscado con mortal pereza un apoyo en el +hombro de Pep; que las fuerzas le iban abandonando, como si la vida se +escapase con el chorreo caliente y viscoso que cosquilleaba a lo largo +de su pecho y su espalda. Recordaba también que tras sus pasos sonaban +gemidos sordos, palabras entrecortadas implorando el auxilio de todos +los poderes celestiales. Y él, en medio de su debilidad, latentes las +sienes por el zumbido cerebral que acompaña al desvanecimiento, hacía +esfuerzos para concentrar sus energías en las piernas, avanzando paso +tras paso, con el temor de quedarse para siempre en el camino. ¡Qué +interminable la bajada a _Can Mallorquí_! Había durado horas, había +durado días: en su memoria obscura aparecía esta marcha casi tan larga +como toda su vida anterior. + +Cuando brazos amigos le ayudaron a subir al lecho y a la luz de un +candil fueron despojándolo de sus ropas, experimentó Febrer una +sensación de bienestar y descanso. ¡No levantarse más de estas +blanduras! ¡Permanecer en ellas para siempre!... + +¡Sangre!... El rojo escandaloso de la sangre por todas partes: en la +chaqueta y la camisa, que cayeron como guiñapos al pie de la cama; en la +blancura rígida de las gruesas sábanas; en el cubo de agua que se iba +coloreando al mojar Pep un trapo para lavar el busto del herido. Cada +prenda arrancada de su cuerpo esparcía en torno una menuda lluvia. Las +ropas interiores despegábanse de la carne con un tirón doloroso. La luz +del candil, en su llamear vacilante, sacaba de las sombras una eterna +nota roja. + +Las mujeres prorrumpían en lamentos. La madre de Margalida, olvidando +toda prudencia, juntaba las manos y elevaba los ojos con una expresión +de terror. «¡Reina Santísima!...» Febrer, a quien el descanso en la cama +había devuelto la serenidad, extrañábase de estas exclamaciones. Él se +sentía bien: ¿por qué se alarmaban de tal modo las mujeres? Margalida, +silenciosa, con los ojos agrandados por el terror, iba de un lado a +otro, revolviendo ropas, abriendo arcas, con la precipitación del miedo, +pero sin aturdirse al oír los gritos furiosos de su padre. + +El buen Pep, ceñudo, con una palidez verdosa en su tez obscura, manejaba +al herido al mismo tiempo que daba órdenes. «¡Hilas! ¡muchas hilas!... +¡Silencio las hembras! ¿A qué tantos gritos y lamentos?...» Lo que debía +hacer su mujer era ir en busca de cierto pucherete que contenía un +ungüento maravilloso guardado a prevención desde los tiempos de su +valeroso padre, un _verro_ temible habituado a las heridas. + +Y cuando la madre, afligida por las órdenes furiosas, quería unirse a +Margalida para buscar el remedio, la reclamaba otra vez su marido junto +al lecho. Debía sostener al señor: lo había puesto de lado para examinar +y lavar al mismo tiempo el pecho y la espalda. El pacífico Pep había +visto de mozo sucesos más estupendos que aquél, y entendía algo de +heridas. Al borrar las manchas de sangre con el trapo mojado, dejó al +descubierto dos orificios en el busto de don Jaime, uno en el pecho y +otro en la espalda... Bueno: la bala le había atravesado el cuerpo; no +habría que extraerla, y esto llevaban adelantado. + +Con sus manos rústicas, a las que pretendía infundir cierta delicadeza +femenil, pugnaba por formar unos tapones de hilas, intraduciéndolos en +aquellos orificios de carne rota y sanguinolenta, que seguían vomitando +mansamente el rojo líquido. Margalida, frunciendo las cejas y desviando +la vista para no encontrarse con los ojos del herido, intervino, +apartando a Pep. «¡Deje, padre!»; tal vez ella sabría hacerlo mejor... Y +Jaime creyó percibir en su carne viva, sensible, vibrante por el cruel +rasguño, una impresión de frescura, de dulce calma al hundirse en ella +los tapones manejados por los dedos de la muchacha. + +Quedó Jaime inmóvil, sintiendo en la espalda y en el pecho los trapos +amontonados por las dos mujeres en su horror a la sangre. + +El optimismo que le había animado al doblarse sus piernas y caer junto a +la torre volvió a reaparecer. Seguramente, aquello no era nada: una +herida insignificante; sentíase mejor. Le molestaba, como si fuese algo +inoportuno, el gesto triste y silencioso de los que le rodeaban, y +sonrió para animarlos. Intentó hablar, pero el primer intento de palabra +le produjo una gran fatiga. + +El payés le atajó con un gesto. «¡Quieto, don Jaime: debía permanecer +inmóvil!» El médico iba a llegar. Su hijo había montado en la mejor +caballería de la casa, para traerlo de San José. + +Y al ver a don Jaime con los ojos muy abiertos, persistiendo en su +sonrisa animosa, Pep siguió hablando para entretener al herido. + +Estaba él durmiendo con la pesadez de un sueño inconmovible, cuando le +despertaron las voces y tirones de su mujer, los gritos de los _atlots_ +que corrían hacia la puerta queriendo salir. Fuera de la alquería, por +la parte de la torre, sonaban tiros. ¡Otro ataque al señor, lo mismo que +dos noches antes!... Pepet, al escuchar los últimos disparos, pareció +alegrarse. Eran de don Jaime: conocía el estampido de su revólver. + +Pep había encendido el farol que le servía para salir al campo, su mujer +cogió el candil, y todos corrieron cuesta arriba hacia la torre, sin +pensar en el peligro. El primero que encontraron fue el _Ferrer_, +moribundo, con la cabeza chorreando sangre, lanzando aullidos y +retorciéndose lo mismo que un demonio... Ya había acabado de penar. ¡Que +Dios le acogiese en su misericordia! Pep había tenido que ir a las manos +con su hijo, rabioso y maligno como un mono, el cual, al ver al +moribundo, extrajo de su faja un gran cuchillo, pretendiendo rematarlo. +¿De dónde habría sacado Pepet aquella arma? ¡El demonio son los +muchachos! ¡Famoso juguete para un seminarista!... + +Y el padre señalaba con los ojos el cuchillo regalado por Febrer al +_Capellanet_, que estaba ahora abandonado sobre una silla. + +Luego habían descubierto al señor, caído de bruces cerca de la escalera +de la torre. ¡Ay, don Jaime, qué susto el de Pep y su familia! Le habían +creído muerto. En estos trances es cuando se conoce el cariño que se +tiene a las personas. Y el buen payés, con su mirada lacrimosa, parecía +besar al herido, acompañándole en esta caricia muda las dos mujeres, +que, encogidas junto a la cama, pretendían devolverle la salud con sus +ojos. + +Esta mirada de cariño y de zozobra dolorosa fue lo último que vio +Febrer. Sus ojos se cerraron, y dulcemente fue cayendo en un sopor, sin +ensueños, sin delirio, en la blandura gris de la nada, como si su +pensamiento se durmiese antes que su cuerpo. + +Cuando volvió a abrir los ojos ya no era roja la luz que alumbraba la +habitación. Vio el candil colgado en el mismo sitio, con la mecha negra +y apagada. Una luz glacial y lívida penetraba por el ventanillo del +dormitorio: la luz del amanecer. Jaime experimentó una sensación de +frío. Arrancaban de su cuerpo las cubiertas del lecho; unas manos ágiles +iban tentando los envoltorios de sus heridas. La carne, insensible pocas +horas antes, estremecíase ahora al más leve contacto, con la +espeluznante vibración del dolor, despertando un deseo irresistible de +quejarse. + +El herido, siguiendo con su mirada nebulosa las manos que le +martirizaban, vio unas mangas negras, luego una corbata, un cuello de +camisa distinto al que usaban los isleños, y encima de todo esto una +cara con bigote cano, una cara que había visto otras veces en los +caminos, pero no podía asimilar ahora al recuerdo de un hombre. Poco a +poco fue reconociéndolo. Debía ser el médico de San José, al que había +encontrado en muchas ocasiones a caballo o guiando un carrito; un +practicón viejo, calzando alpargatas como los payeses, y que sólo se +diferenciaba de éstos por la corbata y el cuello planchado, signos de +superioridad social mantenidos por él cuidadosamente. + +¡Cómo le atormentaba este hombre al palpar su carne, que parecía haberse +endurecido, haciéndose más sensible, con una sensibilidad enfermiza y +tímida, cual si se contrajera al simple contacto del aire!... Cuando +perdió de vista esta cara, y no sintió ya el martirio de sus manos, +sumióse otra vez en el sopor del descanso. Cerró los ojos, pero su oído +pareció aguzarse en esta obscuridad. Hablaban en voz baja fuera de la +pieza, en la cocina inmediata, y el herido sólo llegó a percibir algunas +frases de esta conversación sorda. Una voz desconocida, la del médico, +sonaba en medio del angustioso silencio. Felicitábase de que la bala no +se hubiese quedado en el cuerpo; indudablemente sólo había atravesado en +su trayectoria el pulmón. Aquí un coro de exclamaciones de asombro, de +ayes contenidos, y la protesta de la misma voz. «Sí, el pulmón; no había +que asustarse. El pulmón se cicatriza con facilidad. Es el órgano más +bondadoso del cuerpo.» Sólo había que temer a la pulmonía traumática. + +El herido, escuchando esto, persistía en su optimismo. «No es nada; no +es nada.» Y otra vez volvía a sumergirse dulcemente en el brumoso mar +del sopor, un mar inmenso, terso, pesado, en el que se hundían visiones +y sensaciones sin ondulación ni huellas. + +Desde este instante Febrer perdió la noción del tiempo y de la realidad. +Vivía aún, estaba cierto de ello, pero su vida era anormal, extraña, una +larga vida de sombra e inconsciencia, con ligeros intervalos de luz. +Abría los ojos y era de noche. El ventanillo estaba negro y la llama del +candil lo coloreaba todo de inquietas manchas rojas que danzaban +agarradas a las sombras. Volvía a abrirlos cuando sólo consideraba +transcurridos unos instantes, y era ya de día. Un rayo de sol entraba en +la habitación trazando un redondel de oro a los pies de la cama. Y de +este modo se sucedían con una rapidez fantástica el día y la noche, como +si se hubiese trastornado para siempre el curso del tiempo. Cuando no +era así, la general revolución, en vez de marchar aceleradamente, se +inmovilizaba en una monotonía desesperante. Al abrir el herido los ojos +era de noche, eternamente de noche, como si el globo viviese condenado a +interminables tinieblas. Otras veces brillaba el sol siempre seguido, lo +mismo que en los países árticos, sometidos al deslumbramiento irritante +de un día de meses. + +En un despertar de estos encontró los ojos del _Capellanet_. El +muchacho, creyéndole súbitamente mejorado, habló con voz queda para no +incurrir en las iras de su padre, que recomendaba el silencio. + +Ya habían enterrado al _Ferrer_. El valentón estaba pudriendo tierra. +¡Qué tiros tan certeros los de don Jaime! ¡Qué mano la suya!... Le había +deshecho la cabeza. + +Recordaba el _atlot_ todo lo ocurrido después, con el orgullo del que ha +gozado el honor de presenciar un suceso histórico. Habían llegado de la +ciudad el juez con su bastón de borlas, el oficial de la Guardia civil y +dos señores que llevaban papeles y tinteros, todos con escolta de +tricornios y fusiles. Estos personajes omnipotentes, tras un descanso en +_Can Mallorquí_, habían subido a la torre, mirándolo todo, +escudriñándolo todo, corriendo el terreno como si quisieran tomar +medidas, obligándole a él, ¡al _Capellanet_!, a que se tendiese en el +sitio en que habían encontrado a don Jaime, adoptando su misma postura. +Luego, unos vecinos piadosos, con la venia del juez, se habían llevado +el cadáver del _Ferrer_ al cementerio de San José, y la imponente +comitiva de la justicia bajó a la alquería para hacer preguntas al +herido. Imposible hablarle. Dormía, y cuando le despertaban miraba a +todos con ojos vagos, volviendo a cerrarlos inmediatamente. ¿De veras +que no se acordaba el señor?... Ya le preguntarían otra vez, cuando +estuviese restablecido. No había cuidado: todas las gentes honradas, lo +mismo que la justicia, «estaban a favor de ellos». Como el _Ferrer_ +carecía de parientes próximos que le vengasen y se había hecho +antipático, los vecinos no tenían interés en callar y todos decían la +verdad. El _verro_ había ido dos noches a buscar al señor en su torre, y +el señor se había defendido. Era indudable que no le harían nada. Lo +afirmaba el _Capellanet_, que por sus aficiones belicosas tenía algo de +jurisconsulto. «Defensa propia, don Jaime...» En la isla sólo se hablaba +de este suceso. En los cafés y casinos de la ciudad todos le daban la +razón. Hasta habían escrito a Palma relatando el hecho para que lo +publicasen los diarios. A estas horas sus amigos de Mallorca estarían +enterados de todo. + +Las actuaciones del proceso iban a ser cortas. Al único que se habían +llevado a Ibiza para meterlo en la cárcel era al _Cantó_, por sus +amenazas y mentiras. Intentaba hacer creer que era él quien había ido en +busca del odiado mallorquín; ensalzaba al _verro_ como una víctima +inocente; pero de un momento a otro le pondría en libertad la justicia, +cansada de sus trapacerías y embustes. El _atlot_ hablaba de él con +desprecio. Aquel gallina no podía darse el lujo de matar a un hombre. +¡Todo farsa! + +Otras veces, al abrir el herido sus ojos, veía la figura inmóvil y +acurrucada de la mujer de Pep mirándolo fijamente con sus pupilas sin +expresión, moviendo los labios como si rezase, interrumpiendo este +silabeo mudo con suspiros profundos. Apenas se encontraba con la mirada +vidriosa de Febrer, corría a una mesita cubierta de botellas y vasos. Su +cariño manifestábase con un incesante deseo de hacerle beber todos los +líquidos ordenados por el médico. + +Cuando Jaime, en su turbio despertar, encontraba el rostro de Margalida, +sentía una impresión placentera que le ayudaba a mantenerse con los ojos +abiertos. Las pupilas de la muchacha tenían una expresión adorante y +temerosa. Parecía implorar misericordia con sus ojos lagrimeantes, +aureolados de azul sobre la blancura monástica y delicada del rostro. +«¡Por mí! ¡todo por mí!», decía mudamente, con un gesto de +remordimiento. + +Se aproximaba a él tímida, vacilante, pero sin rubores que alterasen su +palidez, como si lo extraordinario de las circunstancias hubiese vencido +a su antiguo encogimiento. Arreglaba el embozo del lecho, desordenado +por los movimientos del herido, daba a beber a éste y levantaba con +manos maternales su cabeza, para ahuecar la almohada. Llevábase un dedo +a los labios para imponerle silencio cuando Febrer intentaba hablar. + +Una vez, el herido agarró al paso una de sus manos y se la llevó a la +boca, acariciándola con un beso prolongado. Margalida no osó retirarla. +Únicamente volvió la cabeza para que no viese sus ojos llenos de +lágrimas. Gemía con honda angustia, y el enfermo creyó oír las mismas +expresiones de remordimiento que otras veces había adivinado en su +mirada. «¡Por mi culpa!... ¡Ha sido por mi culpa!» Jaime experimentó una +sensación de alegría ante estas lágrimas. ¡Oh dulce «Flor de +almendro»!... + +Ya no vio más su cara de fina palidez; sólo distinguió el brillo de sus +ojos envueltos en blancas neblinas, como se ve el resplandor del sol en +un amanecer tempestuoso. Le zumbaron cruelmente las sienes; su mirada se +enturbió. Al dulce sopor de antes, blando y vacío como la nada, fue +sucediendo un sueño poblado de visiones incoherentes, de imágenes de +fuego vibrantes sobre un fondo de intensa negrura, de tormentos que +arrancaban a su pecho gemidos de miedo y alaridos de angustia. Algunas +veces, en medio de sus espantosas pesadillas, despertábase por un +instante, un instante nada más, lo preciso para reconocerse incorporado +en la cama, con los brazos sujetos por otros brazos que intentaban +mantenerlo inmóvil. Y de nuevo volvía a sumirse en aquel mundo de +sombras, poblado de espantos. En este fugaz despertar, que era semejante +a la rápida visión luminosa de un respiradero en la lobreguez de un +túnel, reconocía junto a su cara las caras afligidas de la familia de +_Can Mallorquí_. Otras veces, sus ojos se encontraron con los del +médico, y en una ocasión hasta creyó ver las patillas canosas y los ojos +color de aceite de su amigo Pablo Valls. «¡Ilusión! ¡Locura!», pensaba +al sumirse de nuevo en su inconsciencia. + +Mientras sus ojos permanecían sumidos en este mundo lóbrego surcado por +los rojos cometas de la pesadilla, su oído vibraba débilmente en ciertos +momentos con palabras que parecían sonar lejos, muy lejos, y sin embargo +eran pronunciadas junto a su cama. «Pulmonía traumática... Delirio.» +Estas palabras eran repetidas por diversas voces, pero él dudaba que se +refiriesen a su persona. Sentíase bien; aquello no era nada: un fuerte +deseo de seguir acostado; una renuncia de la vida; la voluptuosidad de +estar inmóvil, de permanecer allí hasta que llegase la muerte, que no le +infundía ahora miedo alguno. + +Su cerebro, desordenado por la fiebre, parecía girar y girar en loca +rotación, y este movimiento circulatorio evocaba en su memoria confusa +una imagen que la había ocupado muchas veces. Veía una rueda, una enorme +rueda, inmensa como el globo terráqueo, perdiéndose su parte más alta en +las nubes, hundiéndose el arco inferior entre el polvo sideral que +brillaba en la negrura celeste. + +La llanta de esta rueda era de carne animada: millones y millones de +criaturas soldadas, amasadas, gesticulantes, con las extremidades +libres, moviéndolas para convencerse de su soltura y su libertad, +mientras sus cuerpos estaban pegados unos a otros. Los rayos de la rueda +atraían la atención de Febrer por sus diversas formas. Unos eran espadas +con las sangrientas hojas cubiertas de guirnaldas de laurel, símbolo de +heroísmo; otros parecían áureos cetros rematados por coronas de rey o de +emperador; varas de justicia; barras de oro formadas de monedas +superpuestas; báculos con piedras preciosas, símbolos de divino pastoreo +desde que los hombres se agruparon en rebaños para balar temerosos con +la vista puesta en lo alto. Y el cubo de esta rueda era un cráneo, +blanco, limpio, brillante, como si fuese de marfil pulido; un cráneo +enorme lo mismo que un planeta, que permanecía inmóvil, mientras todo +giraba en torno de él; un cráneo luminoso como la luna, que con sus +negras oquedades parecía gesticular malignamente, burlándose silencioso +de todo este movimiento. + +La rueda giraba y giraba. Los millones de seres sujetos a su continua +revolución gritaban y manoteaban entusiasmados y enardecidos por la +velocidad. Jaime, tan pronto los veía subiendo a lo más alto, como +descendiendo cabeza abajo; pero ellos, en su ilusión, creían marchar +rectamente, admirando a cada vuelta nuevos espacios, nuevas cosas. +Juzgaban como un lugar desconocido y asombroso el mismo punto por el que +habían pasado momentos antes. Ignorando la inmovilidad del centro en +torno del cual rodaban, creían con la mejor buena fe que el movimiento +era de avance. «¡Cómo corremos! ¿Adonde iremos a parar?» Y Febrer +sonreía, apiadado de su simpleza, viéndolos ufanarse de la rapidez de su +progreso, cuando estaban en el mismo sitio, de la velocidad de una +ascensión que emprendían por milésima vez y había de ser seguida +fatalmente por el descenso cabeza abajo. + +De pronto, Jaime sintióse empujado por una fuerza irresistible. El gran +cráneo le sonreía burlonamente, «Tú también: ¿por qué resistirte a tu +destino?» Y se encontraba adosado a la rueda, confundido con aquella +humanidad crédula e infantil, pero sin el consuelo de su dulce engaño. Y +sus compañeros de viaje le insultaban, le escupían, le golpeaban +indignados al enterarse de que negaba su movimiento, y le tenían por +loco al poner en duda lo que era visible para todos. + +La rueda estallaba, poblando el negro espacio de llamas de explosión, de +millares de millones de gritos y estremecimientos, que eran otros tantos +seres arrojados a través del misterio de la eternidad. Y él caía y caía, +durante años, durante siglos, hasta sentir en su espalda la blandura de +la cama... Abría entonces los ojos. Margalida estaba allí, +contemplándolo con expresión de terror a la luz del candil. Debían ser +las altas horas de la noche. La pobre muchacha suspiraba de miedo +mientras le cogía los brazos con sus manecitas temblorosas. + +--_¡Don Chaume!¡Ay, don Chaume!..._ + +Había gritado como un loco; se inclinaba fuera de la cama con marcada +intención de caer al suelo; hablaba de una rueda y una calavera. ¿Qué +era aquello, don Jaime?... + +El enfermo sentía el roce amoroso de unas manos dulces que arreglaban +las ropas desordenadas, subían el embozo y lo apretaban en torno de sus +hombros maternalmente, con el mismo cuidado acariciador que si fuese un +niño. + +Febrer, antes de sumirse de nuevo en la inconsciencia, antes de +atravesar otra vez las puertas ígneas del delirio, veía próximos a sus +ojos los ojos húmedos de Margalida, cada vez más tristes y lagrimeantes +en sus círculos azulados; sentía el soplo tibio de su aliento en sus +propios labios, y luego estremecerse éstos con un contacto sedoso y +húmedo, una caricia leve y tímida semejante al roce de un ala. _«Dorga, +don Chaume.»_ El señor debía dormir. Ya pesar del respeto con que +hablaba al herido, sus palabras tenían un susurro de cariñosa intimidad, +como si don Jaime fuese otro para ella luego que la desgracia los había +aproximado. + +El delirio de la fiebre empujaba al enfermo por extraños mundos, donde +no persistía la más leve forma de realidad. Se veía otra vez en su torre +solitaria. El sombrío cubo ya no era de piedra: estaba formado de +cráneos, unidos como bloques, por una argamasa hecha de polvo de huesos. +De huesos eran también la colina y los peñascos de la costa, y blancos +esqueletos las líneas de espuma que coronaban las rompientes del mar. +Todo cuanto abarcaba la vista, árboles y montes, buques e islas lejanas, +estaba osificado, con una blancura deslumbradora de paisaje glacial. +Cráneos con alas, parecidos a los querubines de los cuadros religiosos, +revoloteaban en el espacio, lanzando por su mandíbula caída roncos +himnos a la gran divinidad que lo llenaba todo con los bullones de su +sudario y cuya cabeza de hueso se perdía en las nubes. Él mismo sentía +que uñas invisibles le despojaban de su carne, sanguinolentos andrajos +que, por haber estado adheridos a él toda una vida, le arrancaban +alaridos de dolor al despegarse. Luego se veía mondo y pulido en su +blancura de esqueleto, y una voz remota murmuraba una horrible +consagración en sus orejas ausentes. «Había llegado el momento de su +verdadera grandeza: dejaba de ser hombre para convertirse en muerto. El +esclavo había pasado por la gran iniciación, trocándose en semidiós.» +¡Los muertos mandan! No había más que ver con qué supersticioso respeto, +con qué miedo servil saludan los vivos en las ciudades a los que se +marchan para siempre. El poderoso se descubre ante el mendigo. + +Con la potente visión de sus cuencas negras y sin ojos, para los cuales +no había distancia ni obstáculos, abarcaba el conjunto de la tierra. +¡Muertos, muertos por todas partes! Lo llenaban todo. Vio tribunales con +hombres vestidos de negro, los ojos entornados y el gesto imponente, +oyendo las miserias y locuras de sus semejantes, y tras ellos otros +tantos esqueletos enormes, con una grandeza de siglos, envueltos en +togas, eran los que movían las manos de los jueces cuando éstos +escribían y los que soplando sobre sus cabezas les dictaban sus +sentencias. ¡Los muertos juzgan! Vio grandes salones de luz cenital con +hemiciclos de bancos, y en ellos centenares de hombres que hablaban, +vociferaban y gesticulaban en la ruidosa labor de confeccionar leyes. +Tras ellos se ocultaban los verdaderos legisladores, los muertos, los +diputados con sudario, cuya presencia no adivinaban estos hombres de +grandilocuente vanidad, creyendo hablar siempre por inspiración propia. +¡Los muertos legislan! En un momento de duda, bastaba que alguien +recordase lo que habían pensado los muertos en otros tiempos para que se +restableciese la calma, aceptando todos su opinión. Los muertos eran la +única realidad eterna e inmutable. Los hombres de carne un accidente +pasajero, una burbuja insignificante que no tardaba en estallar por la +hinchazón de su hueca soberbia. + +Y vio blancos esqueletos velando como tétricos ángeles a las puertas de +las ciudades que eran su obra, vigilando el rebaño apriscado en su +interior, repeliendo como reses malditas a los locos irrespetuosos que +se negaban a reconocer su autoridad. Vio al pie de los grandes +monumentos, de los cuadros de los museos, de los estantes de las +bibliotecas, la muda sonrisa de los cráneos, que parecía decir a los +hombres: «Admiradnos: ésta es nuestra obra, y cuanto hagáis vosotros +debe ser a nuestra semejanza». El mundo entero pertenecía a los muertos. +Ellos reinaban. El viviente, al abrir su boca para el alimento, mascaba +partículas de los que le antecedieron en el camino de la vida; al +recrear ojos y oídos en la belleza, daba el arte obras y patrones de los +muertos. Hasta el amor sufría esta servidumbre. La hembra, en sus +pudores o sus arrebatos, plagiaba sin saberlo a sus abuelas, que habían +sido, según las épocas, tentadoras con una virtud hipócrita o +francamente mesalinescas. + +El enfermo, en su delirio, empezó a sentirse agobiado por la densidad y +el número de estos seres blancos y huesosos, de negros alvéolos y +maligna risa, armazones de una vida desaparecida que se empeñaban +tenazmente en subsistir, llenándolo todo. Eran tantos, ¡tantos!... +Imposible moverse. Febrer tropezaba con sus abombados y limpios +costillares, con las agudas aristas de sus caderas, estremeciéndose sus +oídos con el chasqueteo de sus rótulas. Le oprimían, le asfixiaban, eran +millones de millones: todo el pasado de la humanidad. No encontrando +espacio donde poner sus pies, se alineaban en filas unos sobre otros. +Eran a modo de una marea montante de huesos que subía y subía hasta +alcanzar la cumbre de las más altas montañas y tocar las nubes. Jaime +empezaba a ahogarse en esta inundación blanca, dura y crujiente. +Gravitaban sobre su pecho con la pesadez de las cosas muertas... Iba a +perecer. En su desesperación se asió a una mano que parecía venir de muy +lejos, saliendo de la sombra: una mano de vivo, una mano de carne. Tiró +de ella, y poco a poco, en la bruma, fue tomando forma la mancha pálida +de un rostro. Después de su existencia en aquel mundo de cráneos +escuetos y huesos pelados, este rostro humano le causó la misma +impresión de grata sorpresa que siente el explorador al encontrarse con +la cara de uno de su raza tras larga permanencia entre salvajes. + +Siguió tirando de aquella mano, y fue condensándose la vaguedad del +rostro, hasta reconocer a Pablo Valls inclinado sobre él, moviendo los +labios como si murmurase palabras cariñosas que no podía oír. «¡Otra +vez!... ¡Siempre el capitán apareciendo en sus delirios!» + +Sumióse de nuevo el enfermo en su inconsciencia después de esta rápida +visión. Ahora su sopor era más tranquilo. La sed, una sed horrible que +le hacía avanzar las manos fuera del lecho y apartar sus labios del vaso +vacío con un gesto de ansiedad no saciada, empezó a decrecer. Había +visto en su delirio claros arroyos, ríos silenciosos e inmensos, a los +que no podía llegar nunca, sumidas sus piernas en dolorosa inmovilidad. +Ahora contemplaba una catarata luminosa y espumeante rodando en el fondo +de su ensueño, y podía al fin caminar, aproximarse a ella, viéndola a +cada paso más grande, sintiendo en su rostro la fresca caricia de la +humedad. + +En medio del estrépito de esta caída líquida llegaban a su oído apagadas +voces humanas. Alguien volvía a hablar de la pulmonía traumática. +«Estaba vencida.» Y una voz agregaba alegremente: + +«En hora buena. Ya tenemos hombre.» El enfermo reconoció esta voz. +¡Siempre Pablo Valls resurgiendo en su pesadilla! + +Continuó su marcha hacia adelante, atraído por la frescura del agua, +hasta colocarse bajo el sonoro raudal, estremeciéndose con escalofríos +voluptuosos al recibir en su espalda todo el empuje del derrumbamiento +acuático. Una sensación de frescura se esparcía por su cuerpo, +haciéndole suspirar de placer. Sus miembros parecían dilatarse bajo la +helada caricia. Se ensanchaba su pecho, desvaneciéndose la opresión que +le había martirizado hasta poco antes, como si la tierra entera +gravitase sobre su tronco. Sentía que en el interior de su cráneo se +iban disolviendo las nebulosidades de su pensamiento. Deliraba aún, pero +su delirio no se desarrollaba cortado por escenas de terror y gritos de +angustia. Era más bien un ensueño plácido, en el que su cuerpo se +dilataba con estiramientos de voluptuosidad y su imaginación corría por +los risueños horizontes del optimismo. Las espumas de la cascada eran +blancas, vibrando en las facetas de sus diamantes líquidos los colores +del iris. El cielo era de tinta rosa, con lejanas músicas y suaves +perfumes. Alguien temblaba misterioso, invisible y al mismo tiempo +sonriente, en esta atmósfera fantástica: una fuerza sobrenatural que +parecía embellecerlo todo con su contacto. La salud que llegaba. + +La sábana de agua que se encorvaba al desprenderse de las altas rocas +despertó en su memoria ensueños anteriores. Vio otra vez la rueda, la +inmensa rueda, imagen de la humanidad, que giraba y giraba sin cambiar +de sitio, emprendiendo una ascensión tras otra, para pasar siempre por +los mismos puntos. + +El enfermo, enardecido por aquella sensación de frescura, creyó poseer +nuevos sentidos para darse cuenta de lo que le rodeaba. + +Vio otra vez la rueda girando y girando en el infinito; ¿pero realmente +estaba inmóvil?... + +La duda, principio de nuevas verdades, le hizo mirar con mayor atención. +¿No era un engaño de sus ojos? ¿Sería él quien vivía en el error, y +aquellos millones de seres que lanzaban gritos de júbilo en su prisión +rodante estarían en lo cierto al creer que realizaban un nuevo avance +con cada vuelta?... + +Era cruel que la vida se desarrollase centenares y centenares de siglos +en esta agitación mentirosa que ocultaba una inmovilidad real. ¿Para +qué, entonces, la existencia de lo creado? ¿No tenía la humanidad otro +fin que engañarse a sí misma, dando vueltas por su propio esfuerzo a la +caja circular que la aprisionaba, como esos pájaros que con sus saltos +mueven una jaula que es su cárcel?... + +De pronto ya no vio la rueda. Vio pasar ante él un globo inmenso, de +color azulado, en el que se marcaban mares y continentes con perfiles +iguales a los que había contemplado en los mapas. Era la Tierra. Y él, +imperceptible molécula en la inmensidad del espacio, ínfimo espectador +de la estupenda representación de la Naturaleza, podía abarcar con sus +ojos el globo azul ceñido de nubes. + +También daba vueltas, como la rueda fatal. Giraba y giraba sobre sí +mismo con una monotonía desesperante; pero este movimiento, que era el +más inmediato, el más visible, el que todos podían apreciar, resultaba +insignificante. Otro movimiento era el superior. Sobre la monótona +rotación siempre en torno del mismo eje, estaba el movimiento de +traslación, que arrastraba al globo por los espacios infinitos en eterno +viaje, sin pasar nunca por los mismos lugares. + +¡Maldición a la rueda! La vida no era una eterna vuelta por idénticos +puntos. Sólo los cortos de vista, al contemplar este movimiento, podían +imaginarse que era el único. La imagen de la vida era la Tierra. Giraba +sobre sí misma en determinados espacios de tiempo: repetíanse los días y +las estaciones, como en la historia de los humanos se repiten las +grandezas y las ruinas; pero había algo más sobre todo esto: el +movimiento de traslación, que arrastra hacia lo infinito, siempre +adelante... ¡siempre adelante! + +La teoría del «eterno recomenzar de las cosas» era falsa. Repetíanse los +hombres y los sucesos, como en la Tierra se repiten los días y las +estaciones; pero aunque todo pareciese igual, no lo era realmente. La +forma exterior de las cosas podía semejarse; el alma era distinta. + +No; ¡rómpase la rueda! ¡perezca la inmovilidad! Los muertos no podían +mandar. El mundo, en su movimiento de traslación, corría demasiado +aprisa para que ellos lograsen mantenerse eternamente en su superficie. +Se agarraban a la corteza con sus garras de hueso, pugnando por +mantenerse firmes durante muchos años, tal vez durante siglos, pero la +velocidad de la carrera acababa por expelerlos a todos, dejando atrás +una estela de huesos rotos, luego de polvo, y al fin nada. + +El mundo, cargado de vivientes, corría siempre adelante, sin pasar dos +veces por el mismo sitio. Jaime lo había visto aparecer en el horizonte +como una lágrima de luminoso azul; luego agrandarse y agrandarse, hasta +llenar todo el espacio, pasando junto a él con rotación de rueda y +velocidad de proyectil a un mismo tiempo; y ahora se empequeñecía otra +vez, huyendo por el extremo opuesto. Ya era una gota, un punto, nada... +perdiéndose en la obscuridad, ¡quién sabe hacia dónde y para qué!... + +Era inútil que sus ideas de poco antes, al quedar vencidas, se +revolviesen con el intento de una última protesta, gritando que aquel +movimiento de traslación resultaba igualmente falso, ya que la Tierra +giraba como una rueda alrededor del Sol... No; el Sol tampoco estaba +inmóvil, y con todo su coro familiar de planetas caía y caía, si es que +en el infinito se puede caer ni subir; marchaba y marchaba, ¡quién sabe +hacia que punto, ni con qué fin!... + +Definitivamente, abominó de la rueda, la hacía trizas mentalmente, +sintiendo el goce del preso que pasa la puerta del encierro y aspira el +aire libre. Se imaginó que de sus ojos caían escamas, como de los del +apóstol hebreo en el camino de Damasco. Contemplaba una luz nueva. El +hombre era libre y podía escaparse del tirón de los muertos, organizando +su vida con arreglo a sus deseos, cortando el lazo de esclavitud que le +soldaba a estos déspotas invisibles. + +Cesó de soñar; se sumió en la nada con el placer íntimo y silencioso del +trabajador que descansa después de una jornada provechosa. + +Pasado mucho tiempo, ¡mucho! abrió los ojos y se encontró con los de +Pablo Valls fijos en él. Le tenía cogido de las manos, le miraba +cariñosamente con sus pupilas amarillentas. + +No podía dudar: era una realidad. Su olfato percibió el olor de tabaco +inglés ligeramente perfumado de opio que parecía flotar siempre en torno +de su boca y sus patillas. ¿No era, pues, una ilusión haberle visto en +el curso de su delirio? ¿Era realmente su voz la que había escuchado en +medio de sus pesadillas?... + +El capitán rompió a reír, mostrando sus dientes largos amarilleados por +la pipa. + +--¡Ah, buen mozo!--dijo--. Esto marcha, ¿verdad? Ya no hay fiebre, ya no +hay nada de peligro. Las heridas marchan bien. Debes sentir en ellas una +picazón de mil demonios; algo así como si te hubiesen metido avispas +bajo los vendajes. Es la formación de los tejidos, la carne nueva que +escuece al crecer. + +Jaime se dio cuenta de la verdad de estas palabras. Sentía en el lagar +de sus heridas una fuerte picazón, una rigidez que ponía tirante su +carne. + +Valls adivinó una curiosidad suplicante en los ojos de su amigo. + +--No hables, no te fatigues... ¿Que cuánto tiempo estoy en Ibiza? Cerca +de dos semanas. Leí en los papeles de Palma lo tuyo, y al momento me +planté aquí. Tu amigo el _chueta_ siempre será el mismo... ¡Los malos +ratos que nos has hecho pasar! Una pulmonía, hijo mío, y de las de +peligro. Abrías los ojos y no me reconocías: delirabas como un loco. +Pero eso se acabó. Te hemos cuidado mucho... Mira quién está aquí. + +Y se apartó de la cama para que viese a Margalida, oculta tras el +capitán, encogida y vergonzosa ahora que el señor podía mirarla con ojos +limpios de fiebre. ¡Ah, «Flor de almendro»!... La mirada de Jaime, +tierna y dulce, la hizo enrojecer. Tuvo miedo de que el enfermo pudiera +acordarse de lo que ella había hecho en los momentos más críticos, +cuando estaba casi segura de que iba a morir. + +--Ahora a estarse quieto--continuó Valls--. Permaneceré aquí hasta que +nos vayamos juntos a Palma. Ya me conoces... Yo lo sé todo; yo lo +arreglo todo... ¿Eh? ¿me explico?... + +El _chueta_ guiñaba un ojo y reía maliciosamente, seguro de su habilidad +para adivinar los deseos de los amigos. + +¡Famoso capitán! Desde que estaba en _Can Mallorquí_, todos parecían +pendientes de sus mandatos, admirándolo como un personaje poderoso y +jovial. Margalida ruborizábase con sus palabras y guiños, pero le quería +al verle tan abnegado. Recordaba sus ojos llenos de lágrimas una noche +en que todos creyeron que iba a morir don Jaime. Valls había llorado al +mismo tiempo que mascullaba maldiciones. El _Capellanet_ también adoraba +a aquel señorón de Mallorca desde que le vio reír al enterarse de que +pensaban hacerlo cura. Pep y su mujer le seguían como perros obedientes +y sumisos. + +Varias tardes hablaron Pablo y el enfermo de los sucesos pasados. + +El capitán era hombre rápido en sus decisiones. + +--Ya sabes que no me canso cuando se trata de un amigo. Al desembarcar +en Ibiza vi al juez. Eso se arreglará; tú llevas razón y todos lo +reconocen: defensa propia. Unas pocas molestias cuando estés bueno, pero +nada al final... El asunto de tu salud también está resuelto. ¿Qué más +queda?... ¡Ah, sí! Algo más queda, pero también lo tengo en punto de +arreglo. + +Rio maliciosamente al hablar así, apretando las manos de Febrer, y éste, +por su parte, no quiso preguntar más, temeroso de sufrir una decepción. + +Una vez, al entrar Margalida en el dormitorio, Valls la cogió de un +brazo, llevándola junto al lecho. + +--¡Mírala!--exclamó con burlesca gravedad dirigiéndose al enfermo--. ¿Es +ésta la misma que tú quieres? ¿No te la cambiaron?... Dale, pues, la +mano, tonto. ¿Qué haces ahí, contemplándola con ojos espantados?... + +Las dos manos de Febrer estrecharon la diestra de Margalida. ¡Ay! ¿era +verdad lo que decía el capitán?... Sus ojos buscaron los de la _atlota_, +que permanecían bajos, mientras la emoción blanqueaba sus mejillas y +hacía palpitar las alas de su nariz. + +--Ahora, besaos--dijo Valls, empujando suavemente a la muchacha, hacia +el enfermo. + +Pero Margalida, como si se viera amenazada de un peligro, se desasió de +sus manos, huyendo de la habitación. + +--Bueno--dijo el capitán--. Ya os besaréis dentro de un rato: cuando yo +no esté. + +Valls aprobaba este casamiento. ¿La quería Febrer? Pues adelante... Esto +era más lógico que la boda con su sobrina por los millones del padre. +Margalida era una gran mujer. Él entendía de estas cosas. Cuando Jaime +la sacara de la isla, habituándola a otros usos y otros trajes, con la +facilidad de asimilación que tienen las hembras para todo lo bueno, +nadie reconocería a la antigua payesa. + +--Yo he arreglado tu porvenir, pequeño inquisidor. Ya sabes que tu amigo +el judío consigue siempre lo que se propone. Te queda en Mallorca con +qué vivir modestamente. No muevas la cabeza: ya sé que deseas trabajar, +y más ahora que estás enamorado y quieres constituir una familia. +Trabajarás; entre los dos montaremos un negocio: hay donde escoger. Yo +siempre llevo la cabeza atiborrada de proyectos: es cosa de la raza... +Si prefieres irte de Mallorca, te buscaré una ocupación en el +extranjero... Es asunto que debe pensarse. + +En todo lo referente a la familia de _Can Mallorquí_, el capitán hablaba +con una autoridad de amo. Pep y su mujer no osaban desobedecerle. ¡Cómo +discutir con un señor que lo sabía todo!... El payés opuso escasa +resistencia. Ya que don Pablo deseaba el matrimonio de Margalida con el +señor y daba palabra de que esto no traería ninguna desgracia a la +_atlota_, podían casarse. Era un gran infortunio para los dos viejos +verla marcharse de la isla, pero preferían esta tristeza a conservar a +su lado como yerno a Febrer, que les inspiraba un respeto irresistible. + +Al _Capellanet_ le faltó poco para arrodillarse ante Valls. ¡Y aún dicen +en Palma si los _chuetas_ son malos!... Bien se conocía que eran +mallorquines los que hablaban: ¡gente injusta y orgullosa!... El capitán +era un santo. Gracias a él, ya no iría al Seminario. Sería payés; _Can +Mallorquí_ quedaba para él. Hasta había recobrado de su padre, por +intercesión de don Pablo, el cuchillo regalado por Febrer, y contaba con +la promesa de una pistola moderna presente del capitán: una de aquellas +armas milagrosas que había admirado en Palma en los escaparates del +Borne. Apenas se efectuase el casamiento de Margalida, saldría en busca +de novia por el _cuartón_, llevando en la faja estos dos nobles +acompañantes. Los _verros_ no debían acabarse en la isla. Rebullía en +sus venas la heroica sangre de su abuelo. + +Una mañana de sol, Febrer, apoyado en Valls y en Margalida, fue +avanzando con pasos de convaleciente hasta el porche de la alquería. +Sentado en un sillón de brazos, contempló con avidez el tranquilo +paisaje extendido ante él. Sobre la cumbre del promontorio alzábase la +torre del Pirata. ¡Cuánto había soñado y sufrido en ella!... ¡Cómo la +amaba al recordar que en su interior, solo y olvidado del mundo, había +incubado esta pasión que iba a llenar el resto de una vida sin objeto +hasta entonces!... + +Debilitado por su larga permanencia en el lecho y por la sangre perdida, +aspiraba el tibio ambiente de la mañana luminosa, cortado por las +ráfagas que venían de la costa. + +Margalida, luego de contemplar a Jaime con sus ojos amorosos que aún +guardaban cierta timidez, volvió al interior de la alquería para +preparar el desayuno. + +Quedaron los dos hombres en largo silencio. Valls había sacado su pipa, +llenándola de tabaco inglés, y expelía olorosas bocanadas. + +Febrer, con la vista fija en el paisaje, abarcando en su retina +deslumbrada el cielo, los montes, el campo y el mar, habló en voz baja, +como si dialogase consigo mismo. + +La vida era hermosa. Lo afirmaba con la convicción del resucitado que +vuelve inesperadamente al mundo. El hombre podía moverse libremente, lo +mismo que el pájaro y el insecto en el seno de la Naturaleza. Para todos +había sitio. ¿Por qué inmovilizarse bajo las ataduras que otros crearon, +disponiendo del porvenir de los hombres que debían venir detrás de +ellos?... ¡Los muertos, siempre los malditos muertos, queriendo +mezclarse en todo, complicando nuestra existencia!... + +Sonrió Valls, mirándole con ojos maliciosos. Varias veces le había +escuchado en su delirio hablar de los muertos, agitando los brazos como +si pelease con ellos y los repeliese de sus angustias terroríficas. Al +escuchar las explicaciones que le dio Jaime, al enterarse de su antiguo +respeto al pasado y de aquella sumisión a la influencia de los muertos +que había entorpecido su vida, confinándolo en una isla apartada, Valls +quedó silencioso y abstraído. + +--¿Tú crees que los muertos mandan, Pablo?... + +El capitán se encogió de hombros. Para él no había en el mundo nada +absoluto. Tal vez el imperio de los muertos fuese parcial y estuviera ya +en decadencia. En otros tiempos mandaban como déspotas: esto era +indudable. Ahora sólo dominaban en determinados lugares, perdiendo en +otros para siempre toda esperanza de poder. En Mallorca aún gobernaban +con mano fuerte: lo decía él, el _chueta_. En otros países, tal vez no. + +Sintió Febrer honda irritación al recordar sus errores y angustias. +¡Malditos muertos! La humanidad no sería feliz y libre mientras no +acabase con ellos. + +--Pablo, ¡matemos a los muertos! + +Miró un instante con cierta zozobra el capitán a su amigo; pero al ver +la serenidad de sus ojos, se tranquilizó, y dijo sonriendo: + +--Por mí, ¡que los maten! + +Luego, recobrando su gravedad y reclinándose en su asiento, mientras +lanzaba una bocanada de humo, añadió el _chueta_: + +--Tienes razón. Matemos a los muertos: pisoteemos los obstáculos +inútiles, las cosas viejas que obstruyen y complican nuestro camino. +Todos vivimos con arreglo a lo que dijo Moisés, a lo que dijo Buda, +Jesús, Mahoma u otros pastores de hombres, cuando lo natural y lo lógico +sería vivir con arreglo a lo que pensamos y sentimos nosotros mismos. + +Jaime miró detrás de él, como si sus ojos quisieran buscar en el +interior de la casa la dulce figura de Margalida. Luego resumió todas +las congojas y las nuevas verdades de su pensamiento repitiendo la misma +afirmación enérgica: «¡Matemos a los muertos!». + +La voz de Pablo le sacó de sus reflexiones. + +--¿Te hubieras casado ahora con mi sobrina, sin miedo y sin +remordimiento?... + +Febrer dudó antes de contestar. Sí; se habría casado, sin parar atención +en los escrúpulos heredados y las diferencias de raza que tanto le +habían hecho sufrir. Pero faltaba algo para esto; algo que estaba por +encima de la voluntad de los hombres y era superior a su poder; algo que +no podía comprarse y gobernaba al mundo; algo que traía con ella la +humilde Margalida sin saberlo. + +Sus angustias habían terminado. ¡Vida nueva! + +No; los muertos no mandan: quien manda es la vida, y sobre la vida, el +amor. + +FIN + +Madrid + +Mayo y Diciembre 1908. + + + + + +End of Project Gutenberg's Los muertos mandan, by Vicente Blasco Ibáñez + +*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS MUERTOS MANDAN *** + +***** This file should be named 21651-8.txt or 21651-8.zip ***** +This and all associated files of various formats will be found in: + https://www.gutenberg.org/2/1/6/5/21651/ + +Produced by Chuck Greif + +Updated editions will replace the previous one--the old editions +will be renamed. + +Creating the works from public domain print editions means that no +one owns a United States copyright in these works, so the Foundation +(and you!) can copy and distribute it in the United States without +permission and without paying copyright royalties. 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You may copy it, give it away or +re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included +with this eBook or online at www.gutenberg.org + + +Title: Los muertos mandan + +Author: Vicente Blasco Ibáñez + +Release Date: May 31, 2007 [EBook #21651] + +Language: Spanish + +Character set encoding: ISO-8859-1 + +*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS MUERTOS MANDAN *** + + + + +Produced by Chuck Greif + + + + + +</pre> + + +<hr /> + +<h1>Los muertos mandan</h1> + +<h2>Vicente Blasco Ibáñez</h2> + +<hr /> +<p><a name="toc" id="toc"></a></p> +<ul style="margin-left: 40%;"> +<li><a href="#Al_lector"><b>Al lector</b></a></li> +<li><a href="#Primera_parte"><b>Primera parte</b></a> +<ul><li><a href="#Ia"><b>I</b></a></li> +<li><a href="#IIa"><b>II</b></a></li> +<li><a href="#IIIa"><b>III</b></a></li> +<li><a href="#IVa"><b>IV</b></a></li> +</ul></li> +<li><a href="#Segunda_parte"><b>Segunda parte</b></a> +<ul><li><a href="#Ib"><b>I</b></a></li> +<li><a href="#IIb"><b>II</b></a></li> +<li><a href="#IIIb"><b>III</b></a></li> +<li><a href="#IVb"><b>IV</b></a></li> +</ul></li> +<li><a href="#Tercera_parte"><b>Tercera parte</b></a> +<ul><li><a href="#Ic"><b>I</b></a></li> +<li><a href="#IIc"><b>II</b></a></li> +<li><a href="#IIIc"><b>III</b></a></li> +<li><a href="#IVc"><b>IV</b></a></li> +</ul></li> +</ul> + + +<hr /> +<h2><a name="Al_lector" id="Al_lector"></a>Al lector</h2> + + +<p>En mis tiempos de agitador político, allá por el año 1902, los +republicanos de Mallorca me invitaron a un mitin de propaganda de +nuestras doctrinas que se celebró en la plaza de Toros de Palma.</p> + +<p>Después de esta reunión popular, los otros diputados republicanos que +habían hablado en ella se volvieron a la Península. Yo, una vez +pronunciado mi discurso, di por terminada mi actuación política, para +correr como simple viajero la hermosa isla que vio en la Edad Media los +paseos meditativos del gran Raimundo Lulio—filósofo, hombre de acción, +novelista—y en el primer tercio del siglo <span class="smcap">xix</span> sirvió de escenario a los +amores románticos y algo maduros de Jorge Sand y Chopin.</p> + +<p>Más que las cavernas célebres, los olivos seculares y las costas +eternamente azules de Mallorca, atrajeron mi atención las honradas +gentes que la pueblan y sus divisiones en castas que aún perduran, a +causa sin duda del aislamiento isleño, refractario a las tendencias +igualitarias de los españoles de tierra firme. Vi en la existencia de +los judíos convertidos de Mallorca, de los llamados <i>chuetas</i>, una +novela futura.</p> + +<p>Luego, al volver a la Península, me detuve en Ibiza, sintiéndome +igualmente interesado por las costumbres tradicionales de este pueblo de +marinos y agricultores, en lucha incesante durante mil quinientos años +con todos los piratas del Mediterráneo. Y pensé unir las vidas de las +dos islas, tan distintas y al mismo tiempo tan profundamente originales, +en una sola novela.</p> + +<p>Transcurrieron seis años sin que pudiese realizar mi deseo.</p> + +<p>Necesitaba volver a Mallorca e Ibiza para estudiar con más detenimiento +los tipos y paisajes de mi obra, y nunca encontraba ocasión propicia +para tal viaje. Al fin, en 1908, cuando preparaba mi primera excursión a +América, pude escapar unas semanas de Madrid, llevando una vida errante +por ambas islas. Visité la mayor parte de Mallorca, durmiendo muchas +noches en pequeños pueblos donde me dieron alojamiento las familias +«payesas» con una hospitalidad generosa, de bíblico desinterés. Corrí +las montañas de Ibiza y navegué ante sus costas rojas y verdes en barcos +viejos, valientes para el mar, que unos meses del año van a la pesca y +otros son dedicados al contrabando.</p> + +<p>Cuando regresé a Madrid, con el rostro ennegrecido por el sol y las +manos endurecidas por el remo, me puse a escribir <i>Los muertos mandan,</i> +y eran tan frescas y al mismo tiempo tan recias mis observaciones, que +produje la novela «de un solo tirón», sin el más leve desfallecimiento +de mi memoria de novelista, en el transcurso de dos o tres meses.</p> + +<p>Esta fue la última obra del primer período de mi vida literaria. Apenas +publicada me marché a dar conferencias en la República Argentina y +Chile. El conferencista se convirtió sin saber cómo en colonizador del +desierto, en jinete de la llanura patagónica. Olvidé la pluma como algo +frívolo e inútil para la recia batalla con las asperezas de una tierra +inculta desde el principio del planeta y con las malicias e ignorancias +de los hombres.</p> + +<p>Pasé seis años sin escribir novelas. Quise crearlas en la realidad. Fui +un novelista de hechos y no de palabras.</p> + +<p>Pero las vidas vuelven siempre a sus cauces antiguos, y después de estos +seis años de catalepsia literaria, en 1914, pocos meses antes de la gran +guerra, reanudé en París mi trabajo de novelista «de pluma y papel», +escribiendo <i>Los argonautas.</i></p> + +<p class="b">V. B. I.<br />1923</p> + + + +<hr /> +<h2><a name="Primera_parte" id="Primera_parte"></a>Primera parte</h2> + + + +<hr /> +<h2><a name="Ia" id="Ia"></a><a href="#toc">I</a></h2> + + +<p>Jaime Febrer se levantó a las nueve de la mañana. <i>Madó</i> Antonia, que le +había visto nacer—servidora respetuosa de las glorias de la familia—, +movíase desde las ocho en la habitación, para despertarle. Pareciéndole +escasa la luz que penetraba por el montante de un amplio ventanal, abrió +las hojas de madera carcomida, desprovistas de vidrios. Luego levantó +las colgaduras de damasco rojo galoneadas de oro que cubrían como una +tienda de campaña el amplio lecho majestuoso, en el que habían nacido, +procreado y muerto varias generaciones de Febrer.</p> + +<p>La noche anterior, al retirarse del Casino, la había encargado Jaime con +gran insistencia que le despertase temprano. Estaba invitado a almorzar +en Valldemosa. «¡Arriba!» La mañana era de las mejores de primavera; en +el jardín de la casa chillaban a coro los pájaros sobre las ramas +florecientes, mecidas por la brisa que enviaba el vecino mar por encima +de la muralla.</p> + +<p>La criada se fue, camino de la cocina, al ver que el señor se decidía al +fin a echarse fuera de la cama. Anduvo Jaime Febrer casi desnudo por la +habitación, ante la ventana abierta, partida por una columna +delgadísima. No había miedo de que le viesen. La casa de enfrente era un +palacio viejo como el suyo; un caserón de pocos huecos. Frente a su +ventana se extendía un muro de color indefinido, con profundos +desconchados y restos de antiguas pinturas, pero tan próximo por la +estrechez de la calle, que parecía poder tocarse con la mano.</p> + +<p>Habíase dormido tarde, desasosegado y nervioso por la importancia del +acto que iba a realizar en la mañana siguiente, y el aturdimiento de un +sueño corto e ineficaz le hizo buscar con avidez la caricia +reconfortante del agua fría. Al lavarse en una palangana estudiantil, +angosta y pobre, Febrer tuvo un gesto de tristeza. «¡Ah, miseria!...» Le +faltaban las más rudimentarias comodidades en aquella casa de un lujo +señorial y vetusto que los ricos modernos no podían improvisar. La +pobreza surgía ante su paso, con todas sus molestias, en estos salones +que le hacían recordar los espléndidos decorados de ciertos teatros +vistos en sus viajes por Europa.</p> + +<p>Como si fuera un extraño que entrase por primera vez en su dormitorio, +admiraba Febrer esta pieza, grandiosa y de elevado techo. Sus poderosos +abuelos habían edificado para gigantes. Cada habitación del palacio era +tan vasta como una casa moderna. El ventanal carecía de vidrios, como +los demás huecos del edificio, y en invierno había que mantenerlos todos +con las hojas cerradas, sin más luz que la que entraba por los +montantes, cubiertos de cristales resquebrajados y opacos por el tiempo. +La carencia de alfombras dejaba al descubierto los pavimentos de piedra +arenisca y blanda de Mallorca, cortada en finos rectángulos, como si +fuese madera. Los techos lucían aún el viejo esplendor de los +artesonados, unos obscuros, de artificiosas trabazones, otros con un +dorado mate y venerable que hacía resaltar los cuarteles coloreados de +las armas de la casa. Las paredes altísimas, simplemente enjalbegadas de +cal, desaparecían en unas piezas bajo filas de cuadros antiguos, y en +otras detrás de ricas colgaduras de colores vivos que el tiempo no +lograba apagar. El dormitorio estaba adornado con ocho grandes tapices +de un tono verde de hoja seca, representando jardines, amplias avenidas +de árboles otoñales, con una plazoleta terminal en la que triscaban +venados o goteaban solitarias fuentes en triples tazones. Encima de las +puertas colgaban viejos cuadros italianos de una suavidad acaramelada: +niños de carnes ambarinas jugueteaban con rizados corderos. El arco que +dividía el verdadero dormitorio del resto de la habitación tenía algo de +triunfal, con columnas acanaladas sosteniendo un medio punto de follaje +tallado, todo de un oro pálido y discreto, como si fuese un altar. Sobre +una mesa del siglo <span class="smcap">xviii</span> veíase una imagen policroma de San Jorge +pisoteando moros bajo su corcel; y más allá la cama, la imponente cama, +monumento venerable de la familia. Algunos sillones antiguos, de +encorvados brazos, con el rojo terciopelo calvo y raído hasta mostrar la +blancura de la trama, mezclábanse con sillas de paja y el pobre lavabo. +«¡Ah, miseria!», volvió a pensar el mayorazgo. El viejo caserón de los +Febrer, con sus hermosos ventanales faltos de vidrios, sus salones +llenos de tapices y sin alfombras, sus muebles venerables confundidos +con los más ruines enseres, le parecía igual a un príncipe arruinado +ostentando aún manto brillante y corona gloriosa, pero descalzo y sin +ropa blanca.</p> + +<p>Él era igual a este palacio, imponente y vacío caparazón que en otros +tiempos había guardado la gloria y la riqueza de sus abuelos. Unos +habían sido mercaderes, otros soldados, y todos navegantes.</p> + +<p>Las armas de los Febrer habían ondeado en flámulas y banderas sobre más +de cincuenta navíos de gavia—lo mejor de la marina de Mallorca—, que, +luego de tomar órdenes en Puerto Pi, iban a vender aceite de la isla en +Alejandría, embarcaban especierías, sedas y perfumes de Oriente en las +escalas del Asia Menor, traficaban con Venecia, Pisa y Genova, o, +pasando las Columnas de Hércules, sumíanse en las brumas de los mares +del Norte para llevar a Flandes y a las repúblicas anseáticas la loza de +los moriscos valencianos, llamada por los extranjeros <i>mayólica</i>, a +causa de su procedencia mallorquína.</p> + +<p>Esta navegación continua a través de mares infestados de piratas había +hecho de la familia de ricos mercaderes una tribu de valerosos soldados. +Los Febrer habían peleado o ajustado alianzas con corsarios turcos, +griegos y argelinos, habían escoltado sus flotas por los mares del Norte +para hacer frente a los piratas ingleses, y hasta una vez, a la entrada +del Bosforo, sus galeras habían abordado a las de Genova, que +monopolizaban el comercio de Bizancio. Luego, esta dinastía de soldados +del mar, al retirarse de la navegación comercial, había rendido tributo +de sangre a la seguridad de los reinos cristianos y a la fe católica +haciendo ingresar una parte de sus hijos en la santa milicia de los +caballeros de Malta.</p> + +<p>Los segundones de la casa de Febrer, al mismo tiempo que recibían el +agua del bautismo, llevaban cosida a sus pañales la cruz blanca de ocho +puntas, símbolo de las ocho bienaventuranzas, y al ser hombres +capitaneaban galeras de la Orden belicosa y acababan sus días como ricos +comendadores de Malta, contando sus proezas a los hijos de sus sobrinas +y haciéndose cuidar achaques y heridas por esclavas infieles que vivían +con ellos, a pesar del voto de castidad. Monarcas famosos, al pasar por +Mallorca, habían salido del alcázar de la Almudaina para visitar a los +Febrer en su palacio. Unos habían sido almirantes de las flotas del rey; +otros, gobernantes de lejanos territorios; algunos dormían el sueño +eterno en la catedral de La Valette con otros ilustres mallorquines, y +Jaime había contemplado sus tumbas en una visita a Malta.</p> + +<p>La Lonja de Palma, gallardo edificio gótico vecino al mar, había sido +durante siglos un feudo de sus ascendientes. Para los Febrer era todo +cuanto arrojaban en el inmediato muelle las galeras de alto castillo, +las cocas de pesado casco, las ligeras fustas, las saetías, panfiles, +rampines, tafureas y demás embarcaciones de la época, y en el inmenso +salón columnario de la Lonja, junto a los fustes salomónicos que se +perdían en la penumbra de las bóvedas, sus abuelos recibían como reyes a +los navegantes de Oriente, que llegaban con anchos zaragüelles y birrete +carmesí, a los patronos genoveses y provenzales, con su capotillo +rematado por frailuna capucha, a los valerosos capitanes de la isla, +cubiertos con la roja barretina catalana. Los mercaderes de Venecia +enviaban a sus amigos de Mallorca muebles de ébano con menudas +incrustaciones de marfil y lapislázuli o grandes espejos de luna azulada +y marco cristalino. Los navegantes de vuelta de África traían manojos de +plumas de avestruz, colmillos de marfil, y estos tesoros y otros iban a +adornar los salones de la casa, perfumados por misteriosas esencias, +regalo de los corresponsales asiáticos.</p> + +<p>Los Febrer habían sido durante siglos los intermediarios entre Oriente y +Occidente, haciendo de Mallorca un depósito de productos exóticos, que +luego desparramaban sus naves por España, Francia y Holanda. Las +riquezas afluían fabulosamente a la casa. En algunas ocasiones, los +Febrer hasta hicieron préstamos a los reyes... Pero todo esto no podía +evitar que Jaime, el último de la familia, luego de perder en el Casino, +la noche anterior, todo cuanto poseía—unos centenares de pesetas—, +hubiese aceptado dinero, para poder ir a la mañana siguiente a +Valldemosa, de Toni Clapés, el contrabandista, hombre rudo, de +entendimiento despierto, y el más fiel y desinteresado de sus amigos.</p> + +<p>Mientras se peinaba, Jaime se contempló en un espejo antiguo, rajado y +de luna nebulosa. Treinta y seis años: no podía quejarse de su aspecto. +Era feo, con una fealdad «grandiosa», según expresión de una mujer que +había ejercido cierta influencia sobre su vida.</p> + +<p>Esta fealdad le había proporcionado algunas satisfacciones amorosas. +Miss Mary Gordon, rubia idealista, hija del gobernador de un +archipiélago inglés de Oceanía, que viajaba por Europa sin otro +acompañamiento que el de una doméstica, le había conocido un verano en +un hotel de Munich, y ella fue la que, impresionada, dio los primeros +pasos. El español era, según la miss, un vivo retrato de Wagner joven. Y +Febrer, sonriendo a impulsos del grato recuerdo, contemplaba su frente +abombada, que parecía oprimir con su pesadumbre los ojos imperiosos, +pequeños e irónicos, sombreados por gruesas cejas. La nariz era aguda y +aguileña, la nariz de todos los Febrer, valientes pájaros de presa de +las soledades del mar; la boca desdeñosa y sumida; el mentón saliente y +recubierto por la suave vegetación, rala y fina, de la barba y el +bigote. «¡Ah, deliciosa miss Mary!» Cerca de un año había durado la +alegre peregrinación por Europa. Ella, enamorada de él rabiosamente por +su parecido con el Maestro, quería casarse, y le hablaba de los millones +del gobernador, mezclando sus entusiasmos románticos con las aficiones +prácticas de su raza. Pero Febrer acabó por huir, antes de que la +inglesa le dejase a su vez por algún director de orquesta que se +asemejase más a su ídolo.</p> + +<p>«¡Ay, las mujeres!...» Y Jaime erguía su cuerpo de varón forzudo, algo +encorvado de espaldas por el exceso de estatura. Hacía tiempo que había +renunciado a interesarse por ellas. Unas leves canas en la barba y un +ligero fruncimiento de la piel en las comisuras de los ojos revelaban la +fatiga de una existencia que había marchado, según decía él, «a toda +máquina». Pero aun así, le buscaban, y era el amor el que iba a sacarle +de su angustiosa situación.</p> + +<p>Al acabar el arreglo de su persona, salió del dormitorio. Cruzó un salón +vastísimo iluminado por los rayos del sol, que pasaban a través de los +montantes de tres ventanales cerrados. El suelo estaba en la penumbra, +mientras las paredes brillaban como un jardín de vivos colores, +cubiertas de interminables tapices con figuras de doble tamaño natural. +Eran escenas mitológicas y bíblicas; damas arrogantes, de abultadas +carnes color de rosa, que comparecían ante guerreros rojos o verdes; +enormes columnatas; palacios con guirnaldas de flores; cimitarras en +alto, cabezas por el suelo, tropeles de caballos panzudos con una pata +en alto: todo un mundo de viejas leyendas, pero con tintas frescas a +pesar de los siglos, y entre franjas de manzanas y hojarasca.</p> + +<p>Febrer miró al pasar con ojos irónicos estas riquezas heredadas de sus +ascendientes. Nada era suyo. Hacía más de un año que estos tapices y los +del dormitorio y todos los de la casa pertenecían a ciertos usureros de +Palma, que los habían dejado colgados en el mismo sitio. Esperaban la +llegada de un aficionado rico, que los pagaría con más esplendidez al +imaginárselos adquiridos directamente de su dueño. Jaime no era más que +un depositario, amenazado con la cárcel en caso de infidelidad en su +custodia.</p> + +<p>Al llegar al centro del salón dio un pequeño rodeo, a impulsos de la +costumbre, pero empezó a reír viendo que no había nada que interrumpiese +su paso. Un mes antes aún estaba allí una mesa italiana de mármoles +preciosos que había traído el famoso comendador don Príamo Febrer de una +de sus expediciones en corso. Más allá tampoco había nada que le hiciese +tropezar. Un brasero enorme de plata repujada, montado sobre una tarima +del mismo metal, con una fila circular de geniecillos que sostenían este +monumento, lo había convertido Febrer en dinero, vendiéndolo al peso. Y +el brasero le hizo recordar una áurea cadena, regalo del emperador +Carlos V a uno de sus ascendientes, que años antes había vendido en +Madrid, también al peso, con el aditamento de dos onzas de oro recibidas +por el trabajo artístico y la antigüedad. Después había llegado +vagamente hasta él la noticia de que la cadena la vendieron en París por +cien mil francos. «¡Ah, miseria!» Los caballeros ya no podían vivir en +estos tiempos.</p> + +<p>Su vista tropezó con el brillo de unos enormes vargueños de labor +veneciana montados sobre mesas antiguas sostenidas por leones. Parecían +fabricados para gigantes, con innumerables y profundos cajones, cuyas +caras exteriores tenían esmaltes policromos representando escenas +mitológicas. Eran cuatro piezas magníficas de museo: un recuerdo de la +antigua magnificencia de la casa. Tampoco eran suyos. Habían corrido la +misma suerte que los tapices, y allí estaban esperando un comprador. +Febrer no era ya más que el conserje de su propia casa. Y también +pertenecían a los acreedores los cuadros italianos y españoles que +adornaban las paredes de dos gabinetes inmediatos; los muebles antiguos +con sedas rapadas o rotas, pero de hermosas tallas; todo, en fin, lo que +conservaba algún valor entre los restos de la secular herencia.</p> + +<p>Salió a la sala de recibimiento, vasta pieza en el centro del edificio, +fría y de altísimo techo, que comunicaba con la escalera. Las paredes +blancas habían tomado con los años un tono amarillento de marfil. Era +preciso echar la cabeza atrás para alcanzar con la vista el negro +artesonado del techo. Ventanas abiertas junto a la cornisa ayudaban a +los ventanales de abajo a iluminar este salón inmenso y austero. +Muebles, pocos y conventuales: amplios sillones de brazos, con asientos +y respaldares de vaqueta adornados de clavos; mesas de roble de +retorcidas patas; cofres obscuros, con oxidados herrajes sobre fondos de +paño verde apolillado. La blancura amarillenta de los muros sólo era +visible, como las líneas de un enrejado, entre las filas de lienzos, +muchos de ellos sin marco.</p> + +<p>Eran centenares de cuadros, todos malos e interesantes a la vez; +pinturas encargadas para perpetuar las glorias de la familia, hechas por +antiguos artistas italianos y españoles de paso en Mallorca. Un encanto +tradicional parecía emanar de estos lienzos. Era la historia del +Mediterráneo escrita por torpes e ingenuos pinceles: encuentros de +galeras, asaltos de fortalezas, grandes batallas navales envueltas en +humo, sobre cuyas vedijas flotaban los gallardetes de los navíos y las +altas torres de popa, en cuya cima rizábanse las banderas con la cruz de +Malta o la media luna. Los hombres peleaban en las cubiertas de los +buques o en los esquifes que flotaban junto a ellos; el mar, enrojecido +por la sangre o las llamas de los barcos, estaba matizado de centenares +de cabecitas de náufragos, que a su vez luchaban sobre las olas. Una +masa de cascos y chambergos chocaba, sobre dos navíos aferrados, con +otra de turbantes blancos y rojos, y sobre ellas alzábanse mandobles y +picas, cimitarras y hachas de abordaje. El disparo de cañones y trabucos +cortaba con lenguas rojas el humo del combate. En otros lienzos no menos +obscuros veíanse castillos arrojando llamas por sus troneras, y al pie +de ellos guerreros con la cruz blanca de ocho puntas sobre la coraza, +tan grandes casi como las torres, y aplicando a éstas sus escalas para +subir al asalto.</p> + +<p>Los cuadros tenían a un lado cartelas blancas con los mismos remates +plegados de un escudo de armas, y en ellas, escrito en defectuosas +mayúsculas, el relato del suceso: encuentros victoriosos con galeras del +Gran Turco o con piratas pisanos, genoveses y vizcaínos; guerras en +Cerdeña; asaltos de Bujía y de Tedeliz; y en todas estas empresas era un +Febrer el que dirigía a los combatientes o se hacía notar por su +heroísmo, descollando sobre todos el comendador don Príamo, héroe +endiablado, burlón y poco religioso, que había sido la gloria y la +vergüenza de la casa.</p> + +<p>Alternando con estas escenas belicosas estaban los retratos de la +familia. En la parte más alta, tocando a una fila de viejos lienzos de +evangelistas y mártires, que formaban un friso, mostrábanse los Febrer +más antiguos, venerables mercaderes de Mallorca pintados algunos siglos +después de su muerte, graves varones de nariz judaica y ojos agudos, con +joyas sobre el pecho y altos gorros de aspecto oriental. A continuación +venían los hombres de armas, los navegantes de espada, con la cabellera +al rape y el perfil de pájaro de presa, todos vistiendo armadura de +negro acero y algunos con la blanca cruz de Malta. De retrato en +retrato, los rostros se iban afinando, sin perder la frente abombada y +la nariz imperiosa de la familia. El cuello de la camisa, ancho, flácido +y de burdo tejido, iba elevándose con el serpenteo almidonado de la +rizada gola; la coraza se convertía en justillo de terciopelo o seda; +las barbas duras y anchas, a la moda del Emperador, trocábanse en agudas +perillas y empinados bigotes, a los que servían de marco suaves +guedejas.</p> + +<p>Entre los rudos hombres de guerra y los elegantes caballeros resaltaban +los hábitos negros de ciertos eclesiásticos con bigotes y barbillas, +ostentando altos bonetes de borla. Unos eran dignatarios eclesiásticos +de Malta, a juzgar por la insignia blanca que adornaba su pecho; otros, +venerables inquisidores de Mallorca, según la leyenda que ensalzaba su +celo en pro de la fe. Después de todos estos señores negros, de gesto +imponente y ojos duros, venía el desfile de pelucas blancas, de rostros +aniñados por la rasura, de vistosas casacas de seda y oro adornadas con +bandas y condecoraciones. Eran regidores perpetuos de la ciudad de +Palma; marqueses cuyo marquesado había perdido la familia con los +entronques matrimoniales, yendo sus títulos a fundirse con otros de la +nobleza de la Península; gobernadores, capitanes generales y virreyes de +países americanos y oceánicos, cuyos nombres despertaban una visión de +fantásticas riquezas; entusiastas <i>botiflers</i> partidarios de Felipe V, +que habían tenido que huir de Mallorca, apoyo postrero de los Austrias, +y ostentaban como supremo título nobiliario el apodo de <i>butifarras</i> +dado por el populacho hostil.</p> + +<p>Cerrando el glorioso desfile, casi a ras de los muebles, estaban los +últimos Febrer de principios del siglo <span class="smcap">xix</span>, oficiales de la Armada, de +cortas patillas, rizos sobre la frente, alto cuello con anclas de oro y +negro corbatín, que habían peleado en el cabo de San Vicente y en +Trafalgar; y tras ellos el bisabuelo de Jaime, un viejo de ojos duros y +boca desdeñosa, que al volver Fernando VII de su cautiverio en Francia +se había embarcado para prosternarse a sus pies en Valencia, pidiendo +con otros grandes señores que restableciese los usos antiguos y +exterminase la naciente plaga del liberalismo. Era un patriarca +prolífico, que había prodigado su sangre en varios distritos de la isla +persiguiendo a las payesas, sin perder nada de su gravedad, y al dar a +besar la mano a algunos de los hijos legítimos que vivían en su casa y +llevaban su apellido, decía con voz solemne: «¡Dios te haga un buen +inquisidor!»</p> + +<p>Entre estos retratos de los Febrer ilustres veíanse algunos de mujeres. +Eran señoras con hinchados guardainfantes que llenaban todo el lienzo, +iguales a las damas pintadas por Velázquez. Una que emergía su busto +frágil de la campana de terciopelo floreado de sus faldas, con cara +puntiaguda y pálida y un lazo descolorido en las rizadas y cortas +melenillas, era la hembra notable de la familia, la que habían apodado +«la Greca» por su sabiduría en letras helénicas. Su tío, fray Espiridión +Febrer, prior de Santo Domingo, gran lumbrera de la época, había sido su +maestro, y «la Greca» podía escribir en su idioma a los corresponsales +de Oriente que aún mantenían con Mallorca un mortecino comercio.</p> + +<p>Jaime encontraba con su vista algunos lienzos más allá—distancia que +representaba el paso de un siglo—, otro retrato de hembra famosa de la +familia. Era una niña de blanca peluquíta, vestida de mujer, con la +falda plegada y los grandes ahuecadores de las damas del siglo <span class="smcap">xviii</span>. +Estaba junto a una mesa, al lado de un búcaro de flores, y sostenía con +la exangüe diestra una rosa igual a un tomate, mirando ante ella con +ojillos porcelanescos de muñeca. A ésta la habían llamado «la Latina». +La cartela del retrato hablaba, en el estilo ampuloso de la época, de su +discreción y su ciencia, acabando por llorar su muerte a los once años. +Las hembras eran como retoños secos en el tronco vigoroso de los Febrer, +peleadores y exuberantes. La sabiduría se agostaba pronto en esta +familia de marinos y guerreros, como planta que surge por equivocación +en un clima adverso.</p> + +<p>Preocupado por sus pensamientos de la noche anterior y por el próximo +viaje a Valldemosa, Jaime se detuvo en el recibimiento contemplando los +retratos de sus ascendientes. ¡Cuánta gloria... y cuánto polvo! Hacía +veinte años tal vez que un trapo misericordioso no se había remontado a +lo largo de la ilustre familia para adecentarla un poco. Los abuelos más +remotos y las batallas famosas estaban cubiertos de telarañas. ¡Y pensar +que los prestamistas no habían querido adquirir este museo de glorias, +con el pretexto de que eran pinturas malas! ¡No poder traspasar estos +recuerdos a ciertos ricos ansiosos de crearse un origen ilustre!...</p> + +<p>Jaime atravesó el recibimiento, entrando en las habitaciones del ala +opuesta. Eran piezas de techo más bajo; tenían encima un segundo piso, +ocupado en otros tiempos por el abuelo de Febrer; habitaciones +relativamente modernas, con muebles viejos de estilo Imperio y en las +paredes estampas iluminadas del período romántico representando las +desventuras de Átala, los amores de Matilde y las hazañas de Hernán +Cortés. Sobre las cómodas ventrudas veíanse santos policromos y +crucifijos de marfil, entre polvorientas flores de trapo, bajo campanas +de cristal. Una panoplia de ballestas, flechas y cuchillos recordaba a +un Febrer, capitán de corbeta del rey, que hizo un viaje alrededor del +mundo a fines del siglo <span class="smcap">xviii</span>. Conchas purpúreas, caracolas de mar +enormes, con entrañas de nácar, adornaban las mesas.</p> + +<p>Siguiendo un corredor, camino de la cocina, dejó a un lado la capilla, +que estaba cerrada muchos años, y al otro la puerta del archivo, vasta +pieza cuyas ventanas daban sobre el jardín, y en la que había pasado +Jaime, de vuelta de sus viajes, muchas tardes, revolviendo legajos +guardados tras el enrejado de alambre de vetustas estanterías. Se asomó +a la cocina, inmensa dependencia donde se preparaban en otros tiempos +los famosos banquetes de los Febrer, rodeados de parásitos y generosos +con todos los amigos que llegaban a la isla. <i>Madó</i> Antonia parecía más +pequeña en esta habitación de dilatados términos, junto a la gran +chimenea del hogar, que podía admitir un montón enorme de troncos, +asando a la vez varias piezas. Los bancos de hornillos podían servir +para toda una comunidad. El frío aseo de esta dependencia demostraba su +falta de uso. En las paredes, grandes escarpias delataban la ausencia de +las vasijas de cobre que habían sido en otros tiempos gloria +esplendorosa de esta cocina conventual. La vieja criada hacía sus guisos +en un pequeño hornillo al lado de la artesa en la que amasaba el pan.</p> + +<p>Jaime dio un grito a <i>madó</i> Antonia para avisarle su presencia, y se +introdujo en una habitación inmediata, el pequeño comedor que habían +utilizado los últimos Febrer, venidos a menos en su fortuna, huyendo del +gran salón donde se celebraban los antiguos banquetes.</p> + +<p>También aquí era visible el paso de la miseria. La mesa larga hallábase +cubierta con un hule resquebrajado, de dudosa blancura. Los aparadores +estaban casi vacíos. La antigua loza, al romperse, había sido +reemplazada por unos cuantos platos y jarros de grosera fabricación. Dos +ventanas abiertas en el fondo encuadraban pedazos de mar de inquieto +azul, palpitante bajo el fuego del sol. En sus rectángulos balanceábanse +pausadamente las ramas de unas palmeras. Más allá marcábanse en el +horizonte las alas blancas de una goleta que venía hacia Palma +lentamente, como una gaviota fatigada.</p> + +<p>Entró <i>madó</i> Antonia, dejando sobre la mesa un tazón humeante de café +con leche y una gran rebanada de pan cubierta de manteca. Jaime atacó el +desayuno con avidez, y al mascar el pan hizo un gesto de desagrado. +<i>Madó</i> asintió con un movimiento de cabeza, rompiendo a hablar en su +lenguaje mallorquín.</p> + +<p>—Muy duro, ¿verdad?... Aquel pan no podía compararse con los panecillos +que comía el señor en el Casino; mas la culpa no era de ella. Pensaba +haber amasado el día anterior, pero no tenía harina y estaba esperando +que el payés de <i>Son Febrer</i> trajese su tributo. ¡Las gentes ingratas y +olvidadizas!...</p> + +<p>La vieja servidora insistió en su desprecio al labriego cultivador de +<i>Son Febrer</i>, predio que constituía la última fortuna de la casa. Todo +lo debía el rústico a la benevolencia de la familia, y ahora, en los +momentos difíciles, olvidaba a sus buenos señores.</p> + +<p>Jaime siguió mascando, con el pensamiento puesto en <i>Son Febrer.</i> +Tampoco aquello era suyo, no obstante figurar él como dueño. El predio, +situado en el centro de la isla—la mejor finca heredada de sus padres, +la que llevaba el nombre de la familia—, lo tenía hipotecado e iba a +perderlo de un momento a otro. La renta, escasa y corta, conforme a los +usos tradicionales, servíale para pagar únicamente una exigua parte del +interés de los préstamos, engrosando el resto la cuantía de la deuda. +Quedaban las aldehalas, los pagos en especie que el payés debía hacerle, +siguiendo costumbres antiguas, y con ellos se mantenían él y <i>madó</i> +Antonia, perdidos en el inmenso caserón que había sido hecho para +albergar una tribu. En Navidad y en Pascua de Resurrección recibía una +pareja de corderos acompañados de una docena de aves de corral; en el +otoño dos cerdos bien cebados para la matanza, y todos los meses huevos +y una cantidad de harina, a más de los frutos de la estación. Con estas +aldehalas, unas consumidas en la casa y otras vendidas por la sirviente, +iban sosteniéndose Jaime y <i>madó</i> Antonia en la soledad del palacio, +aislados de la curiosidad pública, como dos náufragos perdidos en un +islote. Las ofrendas en especie se retrasaban cada vez más. El payés, +con ese egoísmo rústico propenso a huir de la desgracia, hacíase el +remolón, evitando el cumplimiento de sus obligaciones. Sabía que el +mayorazgo ya no era el verdadero amo de <i>Son Febrer</i>, y muchas veces, al +llegar a la ciudad con sus presentes, torcía el camino, yendo a +depositarlos en las casas de los acreedores, temibles personajes a los +que deseaba tener propicios.</p> + +<p>Jaime miró con tristeza a la servidora, que permanecía erguida ante él. +Era una antigua payesa que aún conservaba el traje de su pueblo: jubón +obscuro, con doble fila de botones en las mangas; falda clara y rameada, +y cubriendo su cabeza el rebocillo, blanco velo sujeto al cuello y al +pecho, por debajo del cual se escapaba la gruesa trenza—que llevaba +postiza y muy negra—rematada por largas cintas de terciopelo.</p> + +<p>—¡Miserias, <i>madó</i> Antonia!—dijo el señor en el mismo lenguaje—. +Todos huyen de los pobres, y el mejor día, si ese tuno no trae lo que +nos debe, tendremos que comernos uno a otro, lo mismo que si fuésemos +náufragos.</p> + +<p>La vieja sonrió: «El señor siempre alegre.» En esto era un vivo retrato +de su abuelo don Horacio, eternamente serio, con una cara que metía +miedo, ¡pero diciendo unas cosas!...</p> + +<p>—Esto debe acabar—prosiguió Jaime, sin hacer caso de la alegría de la +sirviente—. Esto acabará hoy mismo; estoy decidido... Sábelo, <i>madó</i>, +antes de que la noticia corra: me caso.</p> + +<p>La criada juntó las manos devotamente para expresar su asombro y elevó +la mirada al techo. ¡Santísimo Cristo de la Sangre! Ya era hora... Antes +debía haberlo hecho, y otro sería el estado de la casa. Despertóse en +ella la curiosidad, y preguntó con una avidez de campesina:</p> + +<p>—¿Es rica?...</p> + +<p>El gesto afirmativo del señor no la sorprendió. Forzosamente había de +ser rica. Sólo una mujer que llevase con ella una gran fortuna podía +aspirar a unirse con el último de los Febrer, que habían sido los +hombres más notables de la isla y tal vez del mundo entero.</p> + +<p>La pobre <i>madó</i> pensó en su cocina, poblándola instantáneamente con la +imaginación de vasijas de cobre brillantes como oro, viéndola con todos +los fogones encendidos, llena de muchachas de brazos arremangados, el +rebocillo atrás, la trenza flotante, y ella en medio, sentada en un +sillón, dando órdenes y aspirando el deleitoso tufillo de las cacerolas.</p> + +<p>—¡Será joven!—afirmó la vieja, para sacar más noticias a su señor.</p> + +<p>—Sí, joven; mucho más joven que yo; demasiado joven: unos veintidós +años. Poco me falta para poder ser su padre.</p> + +<p><i>Madó</i> hizo un gesto de protesta. Don Jaime era el hombre más guapo de +la isla. Lo decía ella, que le había admirado desde los tiempos en que +iba con pantalón corto y lo llevaba de la mano a pasear entre los pinos +inmediatos al castillo de Bellver. Era un Febrer, de aquella familia de +señorones arrogantes, y con esto quedaba dicho todo.</p> + +<p>—¿Y es de buena casa?—siguió preguntando para forzar el laconismo de +su señor—. Familia de caballeros indudablemente; de lo mejorcito de la +isla... Pero no: ya adivino. Tal vez es de Madrid. Algún noviazgo de +cuando usted vivía allá.</p> + +<p>Jaime quedó indeciso unos instantes, palideció, y luego dijo con ruda +energía, para ocultar su turbación:</p> + +<p>—No, <i>madó</i>... Es una <i>chueta</i>.</p> + +<p>Antonia fue a juntar las manos, como momentos antes, invocando otra vez +la Sangre de Cristo, tan venerada en Palma; pero de pronto se dilataron +las arrugas de su rostro moreno, y rompió a reír... ¡Qué señor tan +alegre! Lo mismo que su abuelo. Decía las cosas más estupendas e +increíbles con una seriedad que engañaba a las gentes. ¡Y ella, pobre +boba, que había creído tales bromas! Tal vez hasta lo del casamiento era +mentira...</p> + +<p>—No, <i>madó</i>. Me caso con una <i>chueta</i>... Me caso con la hija de don +Benito Valls. Para eso iré hoy a Valldemosa.</p> + +<p>La voz apagada de Jaime, sus ojos bajos, el acento tímido con que +susurró tales palabras, quitaron toda duda a la sirviente. Quedó ésta +con la boca abierta, los brazos caídos, sin fuerzas para levantar las +manos ni los ojos.</p> + +<p>—¡Señor... Señor... Señor!...</p> + +<p>Le era imposible decir más. Creyó que había sonado un trueno, haciendo +estremecerse la vieja casa; que un nubarrón acababa de pasar ante el +sol, obscureciéndolo; que el mar se volvía plomizo, avanzando en +encrespadas olas contra la muralla. Luego vio que todo estaba lo mismo, +que sólo ella se había conmovido con esta noticia estupenda, digna de +trastornar el orden de lo existente.</p> + +<p>—¡Señor... Señor... Señor!...</p> + +<p>Y agarrando el vacío tazón y los restos del pan, echó a correr, deseosa +de refugiarse cuanto antes en la cocina. Después de oír tales horrores, +la casa le inspiraba miedo. Debía andar alguien por los venerables +salones de la otra parte del edificio: alguien que ella no podía saber +quién fuese, pero que seguramente acababa de despertar de un sueño de +siglos. Aquel palacio tenía un alma. Cuando la vieja quedaba sola en él, +crujían los muebles como si hablasen entre ellos, palpitaban los tapices +movidos por su cara oculta, vibraba en un rincón un arpa dorada de la +abuela de don Jaime, y ella no sentía miedo nunca, porque los Febrer +habían sido gente buena, simple y bondadosa con sus servidores. ¡Pero +ahora, después de oír tales cosas!... Pensaba con cierta inquietud en +los retratos que adornaban la pieza de recibimiento. ¡Qué cara la de +aquellos señores, si habían llegado hasta ellos las palabras de su +descendiente!</p> + +<p><i>Madó</i> Antonia acabó por serenarse, bebiendo los restos del café +preparado para el señor. Ya no tenía miedo, pero sentía honda tristeza +por la suerte de don Jaime, como si le viese en peligro de muerte. +¡Acabar de este modo la casa de los Febrer! ¿Y Dios podía tolerar tales +cosas?... Cierto desprecio por el señor vino a sobreponerse +momentáneamente al antiguo cariño. Al fin, un calavera olvidado de la +religión y las buenas costumbres, que había derrochado lo que restaba de +la fortuna de su casa. ¿Qué iban a decir sus ilustres parientes? ¡Qué +vergüenza la de su tía doña Juana, <i>aquella noble señora—la más santa y +linajuda de la isla</i>—a la que, unos por burla y otros por exceso de +veneración, llamaban «la Papisa»!</p> + +<p>—Adiós, <i>madó</i>... Al anochecer estaré de vuelta.</p> + +<p>La vieja saludó con un gruñido a Jaime, que asomaba la cabeza para +despedirse. Luego, viéndose sola, levantó los brazos, invocando la ayuda +de la Sangre de Cristo, de la Virgen del Lluch, patrona de la isla, y +del portentoso San Vicente Ferrer, que tantos milagros había realizado +durante sus predicaciones en Mallorca. ¡Uno más, santo prodigioso, para +evitar la monstruosidad que proyectaba su señor!... ¡Que cayese un +pedrusco de las montañas, interceptando para siempre el camino de +Valldemosa; que volcase el carruaje y trajeran a don Jaime entre cuatro +hombres... todo antes que aquella vergüenza!</p> + +<p>Febrer atravesó el recibimiento, abrió la puerta de la escalera y empezó +a descender los suaves peldaños. Sus abuelos, como todos los nobles de +la isla, construían en grande. La escalera y el zaguán ocupaban una +tercera parte de los bajos de la casa. Una especie de <i>loggia</i> a la +italiana, con cinco arcos sostenidos por delgadas columnas, extendíase a +la terminación de la escalera, abriéndose en sus extremos las dos +puertas que daban acceso a las dos alas superiores del edificio. En el +centro de su baranda, situada sobre el arranque de la escalera, frente a +la puerta de la calle, estaba el escudo en piedra de los Febrer, con un +farolón de hierro forjado.</p> + +<p>Jaime, al descender, chocaba su bastón en la piedra arenisca de los +escalones o tocaba las grandes ánforas barnizadas que adornaban los +rellanos, y éstas devolvían el golpe con una sonoridad de campana. La +baranda de hierro, oxidada por los años y deshaciéndose en herrumbrosas +escamas, temblaba, casi suelta de sus alvéolos, con el ruido de los +pasos.</p> + +<p>Al llegar al zaguán, Febrer se detuvo. La extrema resolución que había +adoptado, y que iba a influir para siempre en los destinos de su nombre, +le hizo mirar con curiosidad los mismos lugares que antes cruzaba +indiferente.</p> + +<p>En ninguna parte del edificio se notaba como aquí la antigua +prosperidad. El zaguán, enorme cual una plaza, podía admitir más de una +docena de carrozas y todo un escuadrón de jinetes.</p> + +<p>Doce columnas algo panzudas, de mármol avellanado de la isla, sostenían +los arcos de piedra cortada en piezas, sin revestimiento alguno, encima +de los cuales extendíase el techo de vigas negras. El pavimento era de +guijarros, y entre ellos crecía el musgo de la humedad. Una frescura de +ruina extendíase por esta entrada gigantesca y solitaria. Un gato +atravesó el zaguán, saliendo por el orificio de una puerta carcomida de +las antiguas cuadras, para desaparecer en los abandonados subterráneos +que habían guardado las cosechas en otros tiempos. A un lado, había un +pozo de la misma época en que se construyó el palacio, un orificio +abierto en la roca, con brocal de piedra roída por el tiempo y una +espadaña de hierro trabajada a martillo. La hiedra crecía en frescos +ramilletes entre los salientes de la pulida piedra. Muchas veces, Jaime, +siendo niño, se había asomado para contemplarse allá abajo, en la pupila +circular y luminosa de sus aguas dormidas.</p> + +<p>La calle estaba solitaria. Al final de ella, junto, a las tapias del +jardín de los Febrer, veíase la muralla de la ciudad, y abierto en esta +muralla un portalón con barrotes de madera en su arco, iguales a los +dientes de una boca enorme de pescado. En el fondo de esta boca +temblaban, verdes y luminosas, las aguas de la bahía.</p> + +<p>Anduvo Jaime algunos pasos por las azuladas piedras de la calle, falta +de aceras, y se detuvo luego para contemplar su casa. No era más que un +pequeño resto del pasado. El antiguo palacio de los Febrer ocupaba toda +una manzana, pero había ido empequeñeciéndose con el paso de los siglos +y los apuros de la familia. Ahora una parte de él era residencia de +monjas, y otras fracciones habían sido adquiridas por ciertos ricos, que +desfiguraban con balconajes modernos la primitiva unidad del edificio, +atestiguada por la línea uniforme de aleros y tejados. Los mismos +Febrer, refugiados en la parte del caserón que miraba al jardín y al +mar, habían tenido que ceder los pisos bajos, para aumento de sus +rentas, a almacenistas y pequeños industriales. Junto a la portada +señorial, tras unas vidrieras, trabajaban planchando ropa blanca algunas +muchachas, que saludaron a don Jaime con respetuosa sonrisa. Éste siguió +inmóvil en su contemplación de la antigua casa.</p> + +<p>¡Qué hermosa todavía, a pesar de sus amputaciones y su vejez!...</p> + +<p>La piedra del zócalo, agujereada y combada hacia dentro por el roce de +personas y carruajes, estaba partida por varios tragaluces con rejas a +ras del suelo. La parte baja del palacio mostrábase roída, lacerada y +polvorienta, como unos pies que hubiesen caminado durante siglos.</p> + +<p>A partir del entresuelo, piso con entrada independiente, que había sido +alquilado a un almacenista de drogas, comenzaba a desarrollarse el +esplendor señorial de la fachada. Tres ventanales al nivel del arco del +portalón, divididos por dobles columnas, mostraban sus marcos de mármol +negro finamente trabajado. Los pétreos cardos trepaban por las columnas +que sostenían las cornisas, y sobre estas últimas campeaban tres grandes +medallones: el del centro con el busto del Emperador y la inscripción +<i>Dominus Carolus Imperator 1541</i>, recuerdo de su paso por Mallorca para +la infortunada expedición de Argel; los de los lados ostentando las +armas de los Febrer, sostenidos por peces con barbudas cabezas de +hombre. En las grandes ventanas del primer piso trepaban por jambas y +cornisas unas guirnaldas formadas con anclas y delfines, testimonio de +las glorias de esta familia de navegantes. Sobre sus remates abríanse +enormes conchas. En la parte más alta de la fachada extendíase una fila +compacta de ventanillas con adornos góticos, unas tapiadas, otras +abiertas para dar luz y aire a los desvanes, y sobre ellas el alero +monumental, el alero grandioso, como sólo se encuentra en los palacios +de Mallorca, extendiendo hasta el promedio de la calle su ensamblaje de +maderos tallados, ennegrecidos por el tiempo y sostenidos por vigorosas +gárgolas.</p> + +<p>Por toda la fachada extendíanse, formando cuadriláteros, listones de +madera carcomida con clavos y abrazaderas de hierro oxidado. Eran restos +de las grandes iluminaciones con que la casa conmemoraba ciertas fiestas +en sus tiempos de esplendor.</p> + +<p>Jaime pareció satisfecho de este examen. Aún era hermoso el palacio de +sus abuelos, a pesar de las ventanas faltas de cristales, del polvo y +las telarañas amontonados en los huecos, de los desgarrones que los +siglos habían abierto en su revoque. Cuando él se casase y la fortuna +del viejo Valls pasara a sus manos, iban todos a asombrarse de la +magnífica resurrección de los Febrer. ¿Y aún se escandalizaban algunos +de su resolución y sentía él ciertos escrúpulos?... ¡Adelante!</p> + +<p>Se dirigió hacia el Borne, ancha avenida que es el centro de Palma, +antiguo torrente que en otros tiempos separaba la ciudad en dos villas y +dos bandos enemigos: <i>Can Amunt y Can Avall</i>. Allí encontraría un coche +que le llevase a Valldemosa.</p> + +<p>Al entrar en el Borne atrajo su atención la inmovilidad de varios +paseantes que bajo la sombra de los copudos árboles contemplaban a unos +campesinos detenidos ante el escaparate de una tienda. Febrer reconoció +sus trajes, distintos de los usados por los payeses de la isla. Eran +ibicencos... ¡Ah, Ibiza! El nombre de esta isla evocaba el recuerdo de +un año remoto de su adolescencia pasado allá. Al ver a aquellas gentes +que hacían sonreír a los mallorquines como si fuesen extranjeros, Jaime +sonrió también, mirando con interés sus trajes y figuras.</p> + +<p>Eran, indudablemente, un padre con su hija y su hijo. El campesino +calzaba alpargatas blancas, sobre las que caía la ancha campana de un +pantalón de pana azul. Su chaqueta-blusa iba sujeta sobre el pecho con +un broche, dejando ver la camisa y la faja. Un mantón obscuro de mujer +descansaba sobre sus hombros como un chal, y para completar este atavío +semifemenil, que contrastaba con sus facciones duras y morenas de moro, +llevaba bajo el sombrero un pañuelo anudado en el mentón, con las puntas +colgando sobre la espalda. El hijo, que parecía tener catorce años, iba +vestido como él, con el mismo pantalón estrecho de pierna y amplio de +campana, pero sin el mantón ni el pañuelo. Un lazo de color de rosa +pendía sobre su pecho a guisa de corbata, un ramito de hierbas asomaba a +una de sus orejas, y el sombrero de cinta bordada a flores echado sobre +el cogote dejaba en libertad una onda de rizos cayendo sobre el rostro +moreno, enjuto, malicioso, animado por la luz de unos ojos africanos, de +intensa negrura.</p> + +<p>La muchacha era la que llamaba más la atención, con su falda verde de +menudos pliegues, bajo la cual se adivinaba la presencia de otras +faldas, hinchado globo de varias envolturas que parecía empequeñecer aún +más los pies finos y graciosos encerrados en blancas alpargatas. El +pecho ocultaba sus contornos salientes bajo un mantoncillo amarillento +con flores rojas. De éste surgían unas mangas de terciopelo de distinto +color que el jubón, adornadas con doble fila de botones de filigrana, +obra de los plateros <i>chuetas</i>. Una triple cadena de oro deslumbrante, +rematada por una cruz, partía su pecho, pero con eslabones tan enormes, +que a no ser huecos la hubiesen agobiado bajo su pesadumbre. El pelo +negro separábase en dos crenchas sobre la frente y se perdía bajo un +pañuelo blanco anudado en el mentón, volviendo a surgir atrás en forma +de trenza larga y enorme, con adorno de cintas multicolores que tocaban +el borde de la falda.</p> + +<p>La muchacha, con una cestilla al brazo, permanecía inmóvil en el borde +de la acera, admirando las altas casas y las terrazas de los cafés. Era +blanca y sonrosada, sin la rudeza cobriza y dura de las hembras del +campo. Tenía en sus facciones una delicadeza de monja aristocrática y +bien cuidada, una pálida suavidad, animada por el reflejo luminoso de la +dentadura y el tímido brillo de sus ojos bajo el pañuelo semejante a una +toca monástica.</p> + +<p>Jaime, por una curiosidad instintiva, se aproximó al padre y al hijo, +vueltos de espaldas a la muchacha y enfrascados en la contemplación del +escaparate. Era una tienda de armas. Los dos ibicencos examinaban una +por una todas las expuestas, con ojos ardientes y gestos de devoción, +cual si adorasen ídolos milagrosos. El muchacho avanzaba su cabeza de +pequeño moro, como si pretendiese introducirla por el cristal.</p> + +<p>—<i>Fluxas... ¡Pare, fluxas!</i>—exclamaba con la sorpresa del que +encuentra un amigo inesperado, señalando a su padre unos pistolones +Lefaucheux.</p> + +<p>Pero la admiración de los dos era para las armas desconocidas, que les +parecían maravillosas obras de arte: para las escopetas sin llaves +visibles, las carabinas de repetición y las pistolas con depósito, que +podían hacer seguidamente muchos disparos. ¡Lo que inventan los hombres! +¡Lo que gozan los ricos!... Aquellas armas inmóviles les parecían seres +vivientes, con un alma maligna y un poder sin límites. Debían matar +solas, sin que su dueño se tomase el trabajo de apuntar.</p> + +<p>La imagen de Febrer reflejándose en el cristal hizo volver al padre la +cabeza rápidamente.</p> + +<p>—<i>¡Don Chaume!... ¡Ay, don Chaume!</i></p> + +<p>Tal fue el aturdimiento de su sorpresa y tan grande su alegría, que, +agarrando las manos de Febrer, faltó poco para que se arrodillase al +mismo tiempo que hablaba tembloroso. Estaban entreteniéndose en el Borne +para ir a casa de don Jaime cuando éste se hubiese levantado. Ya sabía +él que los señores se acuestan tarde. ¡Qué felicidad verle!... ¡Aquí los +<i>atlots</i>, y que mirasen bien al señor! Era don Jaime: era el amo. Diez +años que no le había visto, pero lo mismo le hubiese reconocido entre +mil personas.</p> + +<p>Febrer, desconcertado por las vehemencias cariñosas del payés y la +curiosidad respetuosa de sus dos hijos, plantados ante él, no acertaba a +coordinar sus recuerdos. El buen hombre adivinó este olvido en su mirada +indecisa. ¿De veras que no le reconocía? Pep Arabi, de Ibiza... Pero +esto mismo no decía gran cosa, pues en la isla sólo existen seis o siete +apellidos, y Arabi eran una cuarta parte de sus habitantes. Se +explicaría mejor. Pep de <i>Can Mallorquí.</i></p> + +<p>Febrer sonrió. ¡Ah, <i>Can Mallorquí!</i> Un pobre predio de Ibiza donde él +había pasado un año siendo muchacho: la única herencia de su madre. +Hacía doce años que <i>Can Mallorquí</i> no era suyo. Se lo había vendido a +Pep, cuyos padres y abuelos venían cultivando la finca.</p> + +<p>Fue esto en la época que aún tenía dinero. ¿Pero de qué podía servirle +aquella tierra en una isla apartada a la que no volvería nunca?... Y en +una genialidad de gran señor bondadoso, la cedió a Pep a bajo precio, +capitalizándola con arreglo al arrendamiento tradicional y concediendo +amplios plazos para el pago; cantidades que, al sobrevenir después +épocas de apuro, habían representado muchas veces para él una alegría +inesperada. Hacía varios años que Pep había satisfecho su deuda, y sin +embargo, aquellas buenas gentes seguían llamándole amo, y al verle ahora +sentían la impresión del que se halla en presencia de un ser superior.</p> + +<p>Pep Arabi fue presentando a su familia. La <i>atlota</i> era la mayor, y se +llamaba Margalida: una verdadera mujer, aunque sólo tenía diez y siete +años. El <i>atlot</i>, que era casi un hombre, contaba trece.</p> + +<p>Quería trabajar la tierra, como su padre y sus abuelos, pero él lo +destinaba al Seminario de Ibiza, ya que era listo en asuntos de letra. +Sus tierras las guardaba para un muchacho bueno y trabajador que se +casase con Margalida. Ya andaban muchos en la isla tras de ella, y +apenas volviesen iba a empezar la temporada de los <i>festeigs</i>, el +cortejo tradicional, para que escogiese marido.</p> + +<p>Pepet, su hijo, estaba llamado a más altos destinos: iba a ser cura, y +después que cantase misa entraría en un regimiento o se embarcaría con +rumbo a América, como lo habían hecho otros ibicencos que recogían allá +mucho dinero y lo enviaban a sus padres para comprar tierras en la isla.</p> + +<p>¡Ay, don Jaime, y cómo pasa el tiempo!... Él había visto al señor casi +un niño, cuando pasó un verano con su madre en <i>Can Mallorquí.</i> Pep le +había enseñado a manejar la escopeta, a cazar los primeros pájaros. «¿Se +acuerda <i>vostra mercé?...»</i> Él estaba entonces para casarse; aún vivían +sus padres. Luego sólo se habían visto una vez, en Palma, para la venta +del predio—un gran favor que no olvidaba nunca—; y ahora, cuando +volvía a presentarse, ya era casi un viejo, con hijos tan altos como él.</p> + +<p>Al explicar su viaje, enseñaba su fuerte dentadura de campesino con +sonrisas de inocente malicia. ¡Una verdadera calaverada, de la que +hablarían mucho tiempo las gentes allá en Ibiza! Él había sido siempre +andariego y atrevido: resabios del tiempo en que fue soldado. El patrón +de un laúd, gran amigo suyo, tenía carga para Mallorca, y le había +invitado como por broma. Pero con él no valían bromas: ¡lo pensado, +hecho al instante! Los chicos no habían estado en Mallorca; en toda la +parroquia de San José, que era la suya, no llegaban a una docena las +personas que conocían la capital. Muchos habían ido a América; uno había +estado en Australia. Algunas vecinas hablaban de sus viajes a Argelia en +faluchos contrabandistas; pero a Mallorca nadie iba, y con razón. «No +nos quieren, don Jaime: nos miran como animales raros, nos creen +salvajes, como si no fuésemos todos hijos de Dios...» Y allí estaba él +con sus <i>atlots</i>, aguantando desde por la mañana la curiosidad de las +gentes, lo mismo que si fuesen moros. Diez horas de navegación con un +mar magnífico; la <i>atlota</i> llevaba en la cesta la comida para los tres. +Se marcharían al amanecer del día siguiente, pero él deseaba antes +hablar con el amo. Tenían que tratar negocios.</p> + +<p>Jaime hizo un gesto de extrañeza, prestando mayor atención a las +palabras de Pep. Este se expresó con cierta timidez, embarullándose en +sus palabras. Los almendros eran la mejor riqueza de <i>Can Mallorquí</i>. El +año anterior la cosecha había sido buena, y éste no se presentaba mal. +Se vendía a buen precio a los patrones, que la embarcaban para Palma y +Barcelona. Él había plantado de almendros casi todos sus campos, y ahora +pensaba desmontar y limpiar de piedras ciertas tierras del señor, +cultivando trigo en ellas, el preciso nada más para el consumo de la +familia.</p> + +<p>Febrer no ocultó su asombro. ¿Qué tierras eran aquéllas?... ¿Pero le +quedaba algo en Ibiza?... Pep sonrió. No eran tierras precisamente: era +un peñón, un promontorio de rocas avanzado sobre el mar, pero que podía +aprovecharse por la parte de tierra formando algunos bancales en su +pendiente. Arriba estaba la torre del Pirata, ¿no se acordaba el +señor?... Una fortificación del tiempo de los corsarios, a la que había +subido don Jaime muchas veces cuando niño, lanzando gritos de pelea, con +un garrote de sabina en la mano, dando órdenes para el asalto a un +ejército imaginario.</p> + +<p>El señor, que había creído por un instante en el descubrimiento de una +finca olvidada, la única de la que podía ser verdadero dueño, sonrió +tristemente. ¡Ah, la torre del Pirata! Se acordaba de ella. Una roca +caliza, un avance de la costa, en cuyos intersticios nacían plantas +salvajes, refugio y alimento de conejos. El viejo fortín de piedra era +una ruina que lentamente iba deshaciéndose bajo los embates del tiempo y +los soplos del mar. Los sillares caían de sus alvéolos; las almenas +tenían las puntas roídas. Al vender <i>Can Mallorquí,</i> la torre había +quedado fuera del contrato, tal vez por olvido, a causa de su +inutilidad. Podía hacer Pep lo que gustase: él no había de volver jamás +a aquel lugar olvidado de su juventud.</p> + +<p>Y como el payés pretendiese hablar de futuras remuneraciones, don Jaime +le atajó con un gesto de gran señor. Luego miró a la muchacha. Muy +guapa; parecía una señorita disfrazada; en la isla debían ir los +<i>atlots</i> locos tras de ella.</p> + +<p>El padre sonrió, orgulloso y turbado por estos elogios. «¡Saluda, +<i>atlota</i>! ¿Cómo se dice?...»</p> + +<p>La hablaba como si fuese una niña, y ella, con los ojos bajos, el rostro +coloreado por una llamarada de sangre, cogiendo con la diestra una punta +de su delantal, murmuró trémula algunas palabras en ibicenco: «No; no +soy guapa. Servidora de vuestra mercé...»</p> + +<p>Febrer dio por terminada la entrevista, ordenando a Pep y a los suyos +que fuesen a su casa. El payés conocía de antiguo a <i>madó</i> Antonia, y la +vieja tendría mucho gusto en verle. Comerían con ella lo que tuviese. Ya +les vería al anochecer, cuando volviese de Valldemosa. «¡Adiós, Pep! +¡Adiós, <i>atlots</i>!»</p> + +<p>E hizo señas a un cochero sentado en el pescante de un carruaje +mallorquín, vehículo ligerísimo, montado sobre cuatro ruedas finas, con +alegre toldo de lona blanca.</p> + + + +<hr /> +<h2><a name="IIa" id="IIa"></a><a href="#toc">II</a></h2> + + +<p>Febrer, al verse fuera de Palma, en plena campiña primaveral, se +arrepintió de su vida presente. Llevaba un año sin salir de la ciudad, +pasando las tardes en los cafés del Borne y las noches en la sala de +juego del Casino.</p> + +<p>¡No ocurrírsele nunca asomar la cabeza fuera de Palma para ver el campo, +de un verde tierno, con sus acequias susurrantes; el cielo, de suave +azul, en el que flotaban islotes de blancos vellones; las colinas, de un +verde obscuro, con sus molinillos de viento braceando en la cumbre; las +sierras abruptas, de color de rosa, cerrando el fondo; todo el paisaje +risueño y rumoroso que había asombrado a los navegantes antiguos, +haciéndoles llamar a Mallorca la isla Afortunada!... Cuando, gracias a +su casamiento, adquiriese una fortuna y pudiera rescatar el hermoso +predio de <i>Son Febrer,</i> pasaría en él la mayor parte del año, lo mismo +que sus ascendientes, haciendo la vida rústica y benéfica de un gran +señor, dadivoso y respetado. El carruaje, a todo correr de sus dos +caballos, rozaba y dejaba atrás una fila de payeses que volvían de la +ciudad por el borde del camino. Eran esbeltas mujeres morenas, llevando +sobre la trenza y el blanco rebocillo un ancho sombrero de paja con +cintas colgantes y ramos de flores silvestres; hombres vestidos de dril +rayado—la llamada tela mallorquína—, con fieltros echados atrás que +parecían una aureola negra o gris en torno de sus rostros afeitados.</p> + +<p>Recordaba Febrer las sinuosidades de este camino, por el que no había +pasado en algunos años, lo mismo que un extranjero que volviese a la +isla después de una visita remota. Más adelante se bifurcaba la ruta: +una rama se dirigía a Valldemosa y otra a Sóller... ¡Ay, Sóller!... ¡La +niñez olvidada que acudía de golpe a su memoria! Todos los años, en un +carruaje como aquél, emprendía la familia de Febrer su viaje a Sóller, +donde poseía una antigua casa, de amplio zaguán, la casa de la Luna, +llamada así por un hemisferio de piedra con ojos y nariz que adornaba lo +alto del portalón, representando al astro de la noche.</p> + +<p>Era siempre a principios de Mayo. El pequeño Febrer, cuando el carruaje +transponía una garganta, en lo más alto de la sierra, lanzaba gritos de +alegría contemplando a sus pies el valle de Sóller, el jardín de las +Hespérides de la isla. Las montañas, obscuras de pinares y moteadas de +blancas casitas, tenían las cumbres envueltas en turbantes de vapores. +Abajo, en torno a la villa y prolongándose por todo el valle hasta el +mar invisible, estaban los huertos de naranjos. La primavera estallaba +sobre este suelo feliz con una explosión de colores y perfumes. Las +plantas salvajes crecían entre los peñascos coronados de flores; los +árboles tenían los troncos vestidos de serpenteante verdura; las pobres +casas de los payeses ocultaban su miseria ruinosa bajo sábanas de +rosales trepadores. Acudían de todos los pueblos del contorno a la +fiesta de Sóller las rústicas familias: las mujeres con blancos +rebocillos, pesadas mantillas y botones de oro en las mangas; los +hombres con vistosos chalecos, capotes de paño y fieltros con cintas de +color. Gangueaba la dulzaina llamando al baile; pasaban de mano en mano +los vasos de dulce aguardiente de la isla y de vino de Bañalbufar. Era +la alegría de la paz después de mil años de guerra y de piratería con +los pueblos infieles del Mediterráneo: la regocijada conmemoración de la +victoria conseguida por los payeses de Sóller sobre una flota de +corsarios turcos en el siglo xvi.</p> + +<p>En el puerto, los pescadores, disfrazados de musulmanes y de guerreros +cristianos, fingían a trabucazos y estocadas sobre sus pobres barcas una +batalla naval, o se perseguían por los caminos inmediatos a la costa. En +la iglesia se celebraba una fiesta para conmemorar la milagrosa +victoria, y Jaime, sentado junto a su madre en un sitio honorífico, +estremecíase de emoción escuchando al predicador, lo mismo que cuando +leía una novela interesante en la biblioteca que su abuelo tenía en +Palma, en el segundo piso de la casa.</p> + +<p>El vecindario se ponía en armas con los habitantes de Alaró y Buñola, al +saber por una barca de Ibiza que veintidós galeotas turcas con algunas +galeras marchaban sobre Sóller, la más rica población de la isla. Mil +setecientos turcos y africanos, lo peor de la piratería, tomaban tierra +atraídos por la riqueza del pueblo, y más aún por el deseo de asaltar +cierto convento de monjas, donde vivían retiradas del mundo jóvenes +hermosas y de ilustre familia. Divididos en dos columnas, marchaba una +contra la tropa de cristianos que había salido a su encuentro, mientras +la otra, dando un rodeo, penetraba en la población, cautivando doncellas +y mancebos, robando las iglesias, matando a los sacerdotes. Los +cristianos sentían la incertidumbre de su situación. Enfrente, mil +turcos que avanzaban; a sus espaldas, la villa entregada al saqueo, sus +familias sometidas al ultraje y a la violencia, que les llamaban con +desesperación. Pero la duda fue corta. Un sargento de Sóller, heroico +veterano de los ejércitos de Carlos V en las guerras de Alemania y el +Gran Turco, los decide a todos por el ataque contra el enemigo +inmediato. Se arrodillan, invocan al apóstol Santiago, y esperando un +milagro, atacan con sus escopetas, arcabuces, lanzas y hachas. Los +turcos cejan y vuelven las espaldas. En vano les anima su temible +caudillo Suffarais, capitán general del mar, turco viejo y de gran +obesidad, famoso por su coraje y atrevimiento. Al frente de una escuadra +de negros, que eran su guardia, ataca cimitarra en mano, formando en +torno de él un círculo de cadáveres; pero al fin un sollerense le +atraviesa el pecho con su lanza, y al caer huyen los invasores, +perdiendo su estandarte. Un nuevo enemigo les cierra el paso cuando +escapan hacia la costa para salvarse en sus navíos. Una cuadrilla de +bandoleros ha presenciado el combate desde los riscos, y al ver huir a +los turcos sale a su encuentro, disparando los pedreñales y esgrimiendo +sus dagas. Llevan con ellos una tropa de mastines, feroces compañeros de +su vida infame, y esas bestias, arrojándose sobre los fugitivos y +destrozándoles, prueban, según los cronistas de la época, «la bondad de +la casta mallorquina». La tropa vencedora vuelve atrás, penetrando en la +villa desolada, y los saqueadores huyen como pueden camino del mar, o +caen degollados en las calles.</p> + +<p>El predicador exaltábase al relatar esta acción victoriosa, atribuyendo +la mejor parte del éxito a la Reina de los Cielos y al guerrero apóstol. +Luego ensalzaba al capitán Angelats, el héroe de la expedición, el Cid +de Sóller, y a las <i>valentas dònas de Can Tamany,</i> dos mujeres de un +predio inmediato a la villa que habían sido sorprendidas por tres turcos +ansiosos de saciar en ellas su carnívoro apetito tras largas +abstinencias en las soledades del mar. Las <i>valentas donas,</i> arrogantes +y duras como buenas payesas, no gritaban ni huían a la vista de estos +tres piratas enemigos de Dios y de los santos. Con la tranca de la +puerta mataban a uno, y luego se encerraban en la casa. Arrojando el +cadáver por una ventana sobre los asaltantes, descalabraban a otro y +perseguían a pedradas al tercero, como esforzadas nietas de los honderos +mallorquines. ¡Ah, las <i>valentas dònas</i>, las esforzadas hembras de <i>Can +Tamany!</i> El buen pueblo las adoraba como santas heroínas de la guerra +milenaria contra los infieles, y reía cariñosamente de las hazañas de +estas Juanas de Arco, pensando con orgullo en lo peligroso que era el +trabajo de los musulmanes para abastecer de carne nueva sus harenes.</p> + +<p>Luego, el predicador, siguiendo la costumbre tradicional, daba fin a su +arenga citando las familias que habían tomado parte en el combate: un +centenar de apellidos, que escuchaba atentamente el rústico auditorio, +moviendo la cabeza cada cual con signos de asentimiento cuando sonaba el +nombre de uno de sus ascendientes. Esta enumeración interminable parecía +corta a muchos, que hacían un gesto de protesta al callarse el +predicador. «Otros estuvieron, y no los nombran», murmuraban los payeses +cuyos apellidos no habían sonado. Todos querían ser descendientes de los +guerreros del capitán Angelats.</p> + +<p>Cuando terminaban las fiestas y Sóller recobraba su plácida calma, el +pequeño Jaime pasaba los días correteando por los naranjales con +Antonia, la vieja <i>madó</i> Antonia de ahora, que era entonces una mujerona +fresca, de blancos dientes, curvo pecho y pisada fuerte, viuda a los +pocos meses de matrimonio y perseguida por las miradas ardorosas de toda +la payesía. Juntos iban al puerto, tranquilo y solitario lago, cuya +entrada era casi invisible por las revueltas entre las peñas del brazo +acuático que lo comunicaba con el mar. Sólo de tarde en tarde aparecían +en esta plaza cerrada de agua azul los mástiles de algún velero que +venía a cargar naranjas para Marsella. Las bandas de gaviotas viejas, +enormes como gallinas, aleteaban con evoluciones de contradanza sobre la +tersa superficie. A la caída de la tarde entraban las barcas de los +pescadores, y bajo los tinglados de la playa quedaban colgando de +escarpias peces enormes, con la cola arrastrando por el suelo, que +sangraban lo mismo que bueyes; rayas y pulpos que despedían como pedazos +de tembloroso cristal sus blancas viscosidades.</p> + +<p>Jaime amaba este puerto tranquilo, de misteriosa soledad, con un respeto +religioso. Recordaba en él las milagrosas historias con que su madre le +adormecía por la noche; el gran prodigio de un siervo de Dios para +burlar sobre aquellas aguas los empedernidos pecadores. San Raimundo de +Peñafort, virtuoso y austero monje, indignábase contra el rey don Jaime +de Mallorca, torpemente amancebado con una dama, doña Berenguela, y +sordo a sus santos consejos. El fraile quiso huir de la isla de +perdición, y el rey se lo impidió poniendo embargo a todas las barcas y +navíos. Entonces el santo bajó al solitario puerto de Sóller, tendió su +manto sobre las olas, montó en él y emprendió el rumbo hacia las costas +de Cataluña.</p> + +<p><i>Madó</i> Antonia le había contado también este milagro, pero en versos +mallorquines, en un sencillo romance que respiraba la cándida credulidad +de los siglos aficionados a lo maravilloso. El santo, embarcado en su +manto, ponía el bordón por mástil y el capuchón por vela. Un viento de +Dios soplaba sobre la extraña nave, y en pocas horas, el siervo del +Señor iba de Mallorca a Barcelona. El vigía de Montjuich anunciaba con +bandera la aparición del prodigioso barco, repicaban las campanas de la +Seo, y los mercaderes acudían a la muralla del mar para recibir al santo +viajero.</p> + +<p>El pequeño Febrer, con la curiosidad excitada por estas maravillas, +quería saber más, y su acompañante llamaba a los viejos pescadores, que +le enseñaban la roca en que había puesto los pies el santo mientras +invocaba el auxilio de Dios antes de embarcarse. Una montaña de tierra +adentro, vista desde el puerto, tenía la forma de un fraile encapuchado. +A lo largo de la costa, en un lugar inaccesible, una peña, que sólo +veían los pescadores, era semejante a un monje arrodillado y en oración. +Tales prodigios los había hecho Dios, según estas almas sencillas, para +perpetuar el famoso milagro.</p> + +<p>Jaime aún recordaba los estremecimientos de emoción con que acogía estos +relatos. ¡Ah, Sóller! ¡La época de santa inocencia, en que abrió sus +ojos a la vida entre relatos de milagros y conmemoraciones de luchas +heroicas!... La casa de la Luna habíala perdido para siempre, lo mismo +que la credulidad y la inocencia de aquella época para él casi remota. +Habían transcurrido más de veinte años sin que volviese a la olvidada +Sóller, que ahora resucitaba en su memoria con todos los risueños +espejismos de la infancia.</p> + +<p>Llegó el carruaje a la bifurcación del camino, emprendiendo la ruta de +Valldemosa, y todos los recuerdos parecieron quedar atrás, inmóviles al +borde de la carretera, esfumándose con la distancia.</p> + +<p>El camino de Valldemosa no ofrecía para él memoria alguna del pasado. +Sólo lo había seguido dos veces, siendo ya hombre, para visitar con unos +amigos las celdas de la Cartuja. Se acordaba de los olivos del camino, +los famosos olivos seculares, de formas extrañas y fantásticas, que +habían servido de modelo a muchos artistas, y avanzó la cabeza por una +ventanilla deseando verlos. El terreno subía; comenzaban los campos +pedregosos de secano, las primeras estribaciones de la sierra. El camino +iba serpenteando entre arboledas. Pasaban ya ante las ventanillas del +carruaje los primeros olivos.</p> + +<p>Febrer los conocía, había hablado de ellos muchas veces, y sin embargo, +sintió la sensación de lo extraordinario, como si los viese por primera +vez. Eran árboles negros, de enorme tronco nudoso y abierto, abombados +por grandes excrecencias y con escaso follaje; olivos que tenían siglos +de existencia, que no habían sido podados nunca y en los que la vejez +robaba savia al ramaje, hinchando el tronco con las expansiones de una +lenta y penosa circulación. El campo parecía un abandonado taller de +escultura, con miles de bocetos informes, de monstruos esparcidos en el +suelo, sobre una alfombra verde matizada de margaritas y campanillas +silvestres.</p> + +<p>Un olivo parecía un sapo enorme, encogido y en actitud de saltar, con un +ramillete de hojas en la boca; otro, una boa informe de amontonados +anillos, con un penacho de olivo en la cabeza; veíanse troncos abiertos +como ojivas, al través de cuyos orificios lucía el cielo azul; +serpientes monstruosas enrolladas en grupo como las espirales de una +columna salomónica; gigantes negros, cabeza abajo, con las manos en el +suelo, hundiendo los dedos de sus raíces y los pies en alto, de los que +surgían varas llenas de hojas. Algunos, vencidos por los siglos, se +acostaban en el suelo, sostenidas sus leñosidades por horquillas, como +viejos que intentasen incorporarse sobre sus muletas.</p> + +<p>Parecía haber pasado sobre estos campos una tempestad, abatiéndolo todo, +retorciéndolo todo, petrificándose después para mantener esta desolación +bajo su peso y que no recobrara las primitivas formas. Muchos olivos +erguidos, de perfiles más suaves, parecían tener rostro y formas +femeniles. Eran vírgenes bizantinas, con tiara de leves hojas y luengas +vestiduras de leña. Otros eran ídolos feroces, de ojos saltones y barbas +ondeadas y rastreantes; fetiches de religiones obscuras y bárbaras, +capaces de detener a la humanidad primitiva en sus emigraciones, +haciéndola caer de rodillas con la emoción de un encuentro divino. En la +calma de este retorcimiento tempestuoso e inmóvil, en la soledad de +estos campos poblados de espantables y perennes visiones, cantaban los +pájaros, extendían su invasión hasta el pie de los troncos carcomidos +las flores silvestres, y las hormigas iban y venían en infinito rosario, +socavando como mineras infatigables las añosas raíces.</p> + +<p>Gustavo Doré había dibujado—según decían muchos isleños—en estos +olivares sus más fantásticas concepciones, y el recuerdo de dicho +artista trajo a la memoria de Jaime el de otros más célebres que pasaron +también por el mismo camino y vivieron y sufrieron en Valldemosa.</p> + +<p>Dos veces había visitado la Cartuja sólo por ver de cerca los lugares +inmortalizados por el amor triste y enfermizo de una pareja de seres +famosos. Su abuelo le había hablado muchas veces de «la francesa» de +Valldemosa y su compañero «el músico».</p> + +<p>Un día, los habitantes de Mallorca y los peninsulares que se habían +refugiado en la isla huyendo de los horrores de la guerra civil, vieron +desembarcar un matrimonio extranjero acompañado de un niño y una niña. +Era en 1838. Al bajar el equipaje a tierra, los isleños admiraron con +asombro un piano enorme, un piano Erard, como entonces se veían pocos. +El piano quedó cautivo en la Aduana, mientras se resolvía el enredo de +ciertos escrúpulos administrativos, y los viajeros fueron a alojarse en +una posada, alquilando después la finca de <i>Son Vent</i>, inmediata a +Palma.</p> + +<p>El hombre parecía enfermo; era más joven que ella, pero enflaquecido por +las dolencias, pálido, con una palidez transparente de hostia, los +claros ojos brillantes de fiebre, el angosto pecho agitado por ruda y +continua tos. Unas patillas finísimas sombreaban sus mejillas; una +cabellera tumultuosa de león coronaba su frente, cayendo atrás en +cascada de rizos. Ella era varonil y corría con todos los trabajos de la +casa, como una buena burguesa más pródiga en voluntad que en +habilidades. Jugaba con sus hijos lo mismo que una niña, y su rostro +bondadoso y risueño ensombrecíase únicamente al oír la tos del «amado +enfermo». Un ambiente de exotismo, de existencia irregular, de protesta +contra las leyes que rigen a los humanos, parecía envolver a esta +familia vagabunda. Ella vestía trajes de cierta fantasía, con un puñal +de plata clavado en la cabellera, adorno romántico que escandalizaba a +las devotas señoras mallorquinas. Además, no iba a misa a la ciudad, no +hacía visitas, no salía de su casa más que para juguetear con sus hijos +o sacar al sol al pobre tísico, dándole el brazo. Los niños eran tan +extraordinarios como la madre: la hija iba vestida de muchacho, para +correr por los campos con mayor soltura.</p> + +<p>Pronto la isleña curiosidad se enteró de los nombres de estos forasteros +de aspecto alarmante. Ella era una francesa, autora de libros: Aurora +Dupín, antigua baronesa separada de su marido, que se había hecho una +reputación universal por sus novelas, firmándolas con un nombre +masculino y el apellido de un asesino político: Jorge Sand. Él era un +músico polaco, organismo delicado que parecía dejar un pedazo de +existencia en cada una de sus obras, y se sentía moribundo a los +veintinueve años. Le llamaban Federico Chopin. Los hijos eran de la +novelista, que estaba ya en los treinta y cinco años.</p> + +<p>La sociedad mallorquina, encerrada en sus preocupaciones tradicionales, +como un molusco en sus valvas, y enemiga por instinto de las novedades +de París, indignóse ante este escándalo. ¡No eran casados!... ¡Y ella +escribía novelas que espantaban por su audacia a las gentes de bien!... +La curiosidad femenil quiso conocerlas, pero en Mallorca sólo recibía +libros don Horacio Febrer, el abuelo de Jaime, y los pequeños volúmenes +de <i>Indiana y Lelia</i> propiedad de aquél corrieron de mano en mano sin +que los lectores los entendiesen. ¡Una mujer casada que escribía libros +y vivía con un hombre que no era su marido!...</p> + +<p>Doña Elvira, la abuela de Jaime, una señora venida de Méjico, cuyo +retrato había él contemplado tantas veces, y a la que se imaginaba +siempre vestida de blanco, con los ojos en alto y el arpa dorada entre +las rodillas, visitó a la solitaria de <i>Son Vent</i>. Gozábase en abrumar +con su superioridad de forastera a las señoras de la isla que no sabían +francés; escuchaba a la escritora sus líricos elogios de la originalidad +de este paisaje africano, con sus blancas casitas, espinosos cactos, +esbeltas palmeras y seculares olivos, que tan rudamente contrastaba con +el armónico orden de las campiñas de Francia. Luego, doña Elvira, en las +tertulias de Palma, defendía con vehemencia a la escritora, una pobre +mujer apasionada, cuya vida actual era más abundante en tristezas y +cuidados de hermana de la Caridad que en satisfacciones de amor. El +abuelo tuvo que intervenir, prohibiendo a la esposa estas visitas para +acallar murmuraciones.</p> + +<p>Se hizo el vacío en torno a la escandalosa pareja. Mientras los niños +jugaban con su madre en el campo, como pequeños salvajes, el enfermo +tosía recluido en su dormitorio, detrás de los cristales, o se asomaba a +la puerta buscando un rayo de sol. Por las noches, a altas horas, era la +visita de la musa, enfermiza y melancólica, y sentado al piano +improvisaba entre toses y gemidos su música, de una voluptuosidad +amarga.</p> + +<p>El dueño de <i>Son Vent</i>, un burgués de la ciudad, dio orden a los +forasteros de levantar el campo, como si fuesen una banda de bohemios. +El pianista estaba tísico, y él no quería contagiar su finca. ¿Adonde +ir?... El regreso a la patria era difícil: estaban en pleno invierno, y +Chopin temblaba como un pájaro abandonado pensando en los fríos de +París. La isla inhospitalaria era amada, sin embargo, por la dulzura de +su clima. Como único refugio se ofreció a ellos la cartuja de +Valldemosa: edificio sin bellezas arquitectónicas, sin otro encanto que +el de su antigüedad medioeval, pero enclavado entre montañas por cuyas +laderas se derrumban bosques de pinos, teniendo como suaves cortinas que +amortiguan el ardor del sol plantaciones de almendros y palmeras, entre +cuyo ramaje alcanzan los ojos la verde llanura y el lejano mar. Era un +monumento casi en ruinas, un convento de melodrama, lúgubre y +misterioso, en cuyos claustros acampaban vagabundos y mendigos. Para +entrar en él era preciso atravesar el cementerio de los frailes, con sus +fosas removidas por las raíces de las plantas silvestres, que sacaban +los huesos a flor de tierra. En las noches de luna vagaba por el +claustro un espectro blanco, el alma de un fraile maldito que aguardaba +la hora de la redención paseándose por el lugar de sus pecados.</p> + +<p>Allá marcharon los fugitivos un día lluvioso de invierno, azotados por +el aguacero y el huracán, siguiendo el mismo camino que ahora seguía +Febrer, pero un camino antiguo que sólo tenía de tal el nombre. Los +carros de la caravana iban, como decía Jorge Sand, «con una rueda por la +montaña y otra por el fondo de una torrentera». El músico, arrebujado en +un capote, temblaba y tosía bajo la lona del toldo, estremeciéndose con +los dolorosos vaivenes. La novelista seguía a pie en los malos pasos, +llevando a sus hijos de la mano en este viaje de vagabundos.</p> + +<p>Pasaron todo el invierno en la soledad de la Cartuja. Ella, calzando +babuchas y con el puñalito en la cabellera mal peinada, hacía la cocina +animosamente, con la ayuda de una mozuela del país, que aprovechaba el +menor descuido para engullirse los bocados destinados al «querido +enfermo». Los chicuelos de Valldemosa apedreaban a los pequeños +franceses, creyéndolos moros, enemigos de Dios. Las mujeres robaban a la +madre al venderla los comestibles, y además la apodaban «la Bruja». +Todos hacían la cruz a estos gitanos que se atrevían a vivir en una +celda del monasterio, cerca de los muertos, en continuo trato con el +fraile fantasma que se paseaba por el claustro.</p> + +<p>De día, mientras descansaba el enfermo, preparaba ella el puchero y +ayudaba a la sirvienta, con sus manos finas y pálidas de artista, a +mondar las legumbres. Luego corría con sus hijos a la abrupta costa de +Miramar, cubierta de arboleda, donde Raimundo Lulio estableció su +escuela de estudios orientales. Sólo al llegar la noche comenzaba su +verdadera existencia.</p> + +<p>El claustro, obscuro, enorme, conmovíase con una música misteriosa que +parecía venir de muy lejos, al través de los recios paredones. Era +Chopin, que, inclinado ante el piano, componía sus <i>Nocturnos</i>. La +novelista, a la luz de una vela, escribía <i>Spiridón</i>, la historia del +monje que acaba por demoler todas sus creencias, y muchas veces cortaba +su trabajo para correr al lado del músico y preparar sus tisanas, +alarmada por la frecuencia de su tos. En las noches de luna tentábala el +escalofrío de lo misterioso, la voluptuosidad del miedo, y salía al +claustro, cuya lobreguez cortaban las manchas lácteas de los ventanales. +¡Nadie!... Después sentábase en el cementerio de los monjes, esperando +en vano la aparición del fantasma para animar su monótona existencia con +algo novelesco.</p> + +<p>Una noche de Carnaval, la Cartuja fue invadida por los moros. Eran +jóvenes de Palma que después de recorrer la ciudad disfrazados de +berberiscos pensaron en «la francesa», avergonzados sin duda del +aislamiento en que la tenían las gentes. Llegaron a media noche, +turbando con sus canciones y guitarreos la calma misteriosa del +convento, haciendo aletear medrosos a los pajarracos albergados en las +ruinas. En una pieza de la celda bailaron danzas españolas, que el +músico seguía atentamente con sus ojos de fiebre, mientras la novelista +iba de un grupo a otro, sintiendo la simple alegría de la burguesa que +no se ve olvidada.</p> + +<p>Esta fue su única noche feliz en Mallorca. Luego, al volver la +primavera, el «amado enfermo» se sintió mejor y emprendieron el lento +retorno a París. Eran aves de paso que detrás de su invernaje no dejaban +otra huella que la del recuerdo. Ni siquiera pudo saber Jaime con +certeza qué habitación había sido la suya. Las reformas realizadas en el +convento habían borrado todo vestigio. Muchas familias de Palma +veraneaban ahora en la Cartuja, convirtiendo las celdas en hermosas +habitaciones, y cada cual quería que la suya fuese la de Jorge Sand, +infamada y despreciada por sus abuelas. Febrer había visitado el +convento con un nonagenario de los que fueron vestidos de moros a dar +serenata a la francesa. No se acordaba de nada; no podía reconocer la +habitación.</p> + +<p>El nieto de don Horacio sentía una especie de amor retrospectivo hacia +aquella mujer extraordinaria. La veía como en los retratos de su +juventud, con el rostro inexpresivo y los ojos profundos y enigmáticos +bajo una cabellera suelta sin más adorno que una rosa en una sien. +¡Pobre Jorge Sand! El amor había sido para ella lo que la antigua +esfinge: cada vez que intentaba interrogarlo sentía en el corazón su +zarpazo sin misericordia. Todas las abnegaciones y rebeldías del amor +las había conocido aquella mujer. La hembra caprichosa de las noches +venecianas, la infiel compañera de Musset, era la misma enfermera que +guisaba la cena y preparaba las tisanas al moribundo Chopin en la +soledad de Valldemosa... ¡Si él hubiese conocido una mujer así, una +mujer que llevase dentro mil mujeres, toda la infinita variedad femenil +de dulzuras y crueldades!... ¡Ser amado por una hembra superior, a la +que pudiera imponer el ascendiente varonil y que al mismo tiempo le +inspirase respeto por su grandeza intelectual!...</p> + +<p>Quedó Febrer largo rato como adormecido por este deseo, mirando el +paisaje sin verlo. Luego sonrió irónicamente, como si compadeciese su +insignificancia. Recordaba el objeto de su viaje y se tenía lástima. Él, +que soñaba con grandes amores desinteresados y extraordinarios, iba a +venderse, ofreciendo su mano y su nombre a una mujer que apenas había +visto; a contraer una alianza que escandalizaría a toda la isla... +¡Digno término de una vida inútil y atolondrada!</p> + +<p>El vacío de su existencia se le aparecía ahora claramente, sin los +engaños de la presunción personal. La proximidad del sacrificio lo hacía +replegarse en sus recuerdos, cual si buscase en ellos una justificación +de los actos presentes. ¿Para qué había servido su paso por el mundo?...</p> + +<p>Volvió otra vez a las memorias de su infancia que había evocado en el +camino de Sóller. Veíase en el venerable caserón de los Febrer con sus +padres y su abuelo. Era hijo único. Su madre, una señora pálida, de +belleza melancólica, había quedado enferma a consecuencia de su +nacimiento. Don Horacio vivía en el segundo piso, en compañía de un +viejo criado, como si fuese un huésped en la casa, mezclándose con la +familia o aislándose de ella a su capricho.</p> + +<p>Jaime, en medio de la vaguedad de sus recuerdos infantiles, contemplaba +con saliente relieve la figura de su abuelo. Jamás había encontrado una +sonrisa en aquel rostro de patillas blancas, que contrastaban con sus +ojos negros e imperiosos. Los de la casa tenían prohibido subir a sus +habitaciones. Nadie le había visto más que en traje de calle, con una +pulcritud minuciosa. El nieto, que era el único que podía subir a su +dormitorio a todas horas, encontrábale de buena mañana con su levita +azul, alto cuello de puntas y la negra corbata arrollada en varias +vueltas, sujeta por una perla enorme. Hasta en días de enfermedad +conservaba su aspecto correcto, de una elegancia antigua. Si la dolencia +le obligaba a guardar cama, daba órdenes al criado para que no recibiese +ni a su hijo.</p> + +<p>Febrer pasaba las horas sentado a los pies de su abuelo, escuchando sus +relatos e intimidado por la enorme cantidad de libros que desbordaba de +los armarios, extendiéndose por sillas y mesas. Le veía igual en todo +tiempo, con su levita forrada de seda roja, que parecía siempre la misma +y era renovada, sin embargo, cada seis meses. Las estaciones no traían +otra mudanza que el convertir el invernal chaleco de terciopelo en otro +de seda bordada. Cifraba su principal orgullo en la ropa blanca y en los +libros. Le traían del extranjero docenas de docenas de camisas, que +muchas veces amarilleaban olvidadas, sin estrenar, en el fondo de los +armarios. Los libreros de París enviábanle enormes paquetes de volúmenes +recién publicados, y en vista de sus continuas demandas, escribían en la +dirección una línea que don Horacio mostraba con burlona complacencia: +«Mercader de libros.»</p> + +<p>Hablaba al último de los Febrer con una bondad de abuelo, esforzándose +por que entendiese sus relatos, a pesar de que era parco en palabras y +poco sufrido en sus relaciones con la familia. Le contaba sus viajes a +París y Londres: los primeros en buque de vela hasta Marsella y luego en +silla de posta; los otros en vapores de ruedas y en camino de hierro, +grandes inventos cuya infancia había presenciado. Hablaba de la sociedad +en la época de Luis Felipe; de los grandes estrenos del romanticismo, a +los que había asistido; de las barricadas que había visto levantar desde +su cuarto, callándose que al mismo tiempo abarcaba el talle de una +«griseta» asomada junto a él.</p> + +<p>Su nieto había nacido en buen tiempo: el mejor de todos. Don Horacio se +acordaba de sus desavenencias con su terrible padre, que le habían +obligado a viajar por Europa; aquel caballero que salía al encuentro del +rey Fernando para pedirle la vuelta a los usos antiguos, y bendecía a +los hijos diciéndoles: «Dios te haga un buen inquisidor.»</p> + +<p>Luego enseñaba a Jaime grandes estampas con vistas de las ciudades en +las que había vivido, y que al niño le parecían poblaciones de ensueño. +Algunas veces se quedaba contemplando el retrato de «la abuela del +arpa», de su esposa, la interesante doña Elvira, el mismo lienzo que +estaba ahora en el recibimiento con las demás señoras de la familia. No +parecía conmoverse. Conservaba la misma gravedad con que acompañaba las +bromas a que era aficionado y las palabras gruesas que matizaban su +conversación, pero decía con voz algo trémula:</p> + +<p>—Tu abuela era una gran señora, un alma de ángel, una artista. Yo +parecía un bárbaro a su lado... Era de nuestra familia, pero vino de +Méjico para casarse conmigo. Su padre fue marino y se quedó allá con los +«insurgentes». No hay en toda nuestra raza quien se parezca a aquella +mujer.</p> + +<p>A las once y media de la mañana abandonaba al nieto, y calándose un +sombrero de copa, de seda negra en invierno y de castor en verano, salía +a dar un paseo por las calles de Palma, siempre por igual sitio e +idénticas aceras, lo mismo cuando llovía que cuando abrasaba el sol, +insensible al frío y al calor, puesto de levita en todo tiempo, +siguiendo su marcha con la regularidad de los autómatas de reloj, que +aparecen, caminan y se ocultan al sonar ciertas horas.</p> + +<p>Sólo una vez en treinta años había modificado su camino por las calles +solitarias y blancas de sol, en las que resonaban sus pasos. Una mañana +había oído la voz de una mujer en el interior de una casa:</p> + +<p>—<i>Atlota</i>... las doce. Pon el arroz, que pasa don Horacio.</p> + +<p>Él se había vuelto hacia la puerta con su gravedad de gran señor:</p> + +<p>—No soy reloj de p...</p> + +<p>Y soltó la palabra gorda, sin despojarse de su seriedad, como lanzaba +siempre las expresiones más atroces. Desde aquel día modificó su camino, +para huir de los que tenían fe en la exactitud de sus paseos.</p> + +<p>Algunas veces hablaba a su nieto de las antiguas grandezas de la casa. +Los descubrimientos geográficos habían arruinado a los Febrer. El +Mediterráneo no era ya el camino de Oriente. Los portugueses y los +españoles del otro mar habían encontrado nuevos derroteros, y las naves +mallorquinas pudríanse en la inacción. Ya no había guerras con los +piratas. La santa Orden de Malta sólo era una distinción honorífica. Un +hermano de su padre, comendador en La Valette cuando Bonaparte conquistó +la isla, había venido a morir a Palma con su pobre pensión de retirado. +Los Febrer hacia dos siglos que, olvidados del mar—donde no quedaba +comercio y sólo hacían la guerra pobres patrones e hijos de +pescadores—, se habían dedicado a imponer su nombre con un lujo +esplendoroso, arruinándose lentamente.</p> + +<p>El abuelo aún había alcanzado los tiempos de verdadero señorío, cuando +ser <i>butifarra</i> era en Mallorca algo que colocaban las gentes entre Dios +y los caballeros. La venida al mundo de un Febrer era un acontecimiento +del que se hablaba en toda la ciudad. La gran dama parturienta +permanecía recluida en su palacio cuarenta días, y en todo este tiempo +las puertas estaban abiertas, el zaguán lleno de carrozas, la +servidumbre formada en la antecámara, los salones llenos de visitas, las +mesas cubiertas de dulces, bizcochos y refrescos. Había días de la +semana destinados a la recepción de cada clase social. Unos eran +únicamente para los <i>butifarras</i>, aristocracia de la aristocracia, casas +privilegiadas, contadísimas familias, unidas todas por el parentesco de +continuos cruces; otros días para los caballeros, nobleza tradicional +que vivía, sin saber por qué, supeditada a los anteriores; luego se +recibía a los <i>mossons</i>, clase inferior pero en trato familiar con los +grandes, intelectuales de la época, médicos, abogados y escribanos que +prestaban sus servicios a las familias ilustres.</p> + +<p>Don Horacio recordaba el esplendor de estas recepciones. Los antiguos +sabían hacer las cosas en grande.</p> + +<p>—Cuando nació tu padre—decía a su nieto—, fue la última fiesta en +esta casa. Ochocientas libras mallorquinas pagué a un confitero del +Borne por azucarillos, bizcochos y refrescos.</p> + +<p>De su padre se acordaba Jaime menos que de su abuelo. Era en su memoria +una figura simpática y dulce, pero algo borrosa. Al pensar en él sólo +veía una barba suave y algo clara como la suya, una frente calva, una +sonrisa dulce y unos lentes que brillaban al inclinarse. Contaban que de +muchacho había tenido amores con su prima Juana, aquella señora austera +llamada por todos «la Papisa», que vivía como una monja y gozaba de +enormes riquezas, regalándolas pródigamente en otros tiempos al +pretendiente don Carlos, y ahora a las gentes eclesiásticas que la +rodeaban.</p> + +<p>El rompimiento de su padre con ella era, sin duda, la causa de que «la +Papisa Juana» se mantuviese alejada de esta rama de su familia, tratando +a Jaime con hostil despego.</p> + +<p>Su padre había sido oficial de la Armada, siguiendo una tradición de la +familia. Estuvo en la guerra del Pacífico, fue teniente en una fragata +de las que bombardearon el puerto del Callao, y como si sólo esperase +haber dado una prueba de valor, se retiró inmediatamente del servicio. +Luego se casó con una señorita de Palma, de fortuna escasa, cuyo padre +era gobernador militar de la isla de Ibiza. «La Papisa Juana», hablando +un día con Jaime, había pretendido herirle, con su voz fría y su gesto +altivo.</p> + +<p>—Tu madre era noble, de familia de caballeros... pero no era +<i>butifarra</i> como nosotros.</p> + +<p>Jaime pasó los primeros años de su vida, cuando empezó a darse cuenta de +lo que le rodeaba, sin ver a su padre más que en los rápidos viajes que +hacía a Mallorca. Era del partido progresista, y la Revolución de 1868 +le había hecho diputado. Luego, al ser rey Amadeo de Saboya, este +monarca revolucionario, execrado y abandonado por la nobleza +tradicional, había tenido que acudir a nuevos hombres históricos para +formar su corte. El <i>butifarra</i>, por una exigencia del partido, fue alto +funcionario de Palacio. Su mujer, instada por él para que se trasladase +a Madrid, no quiso abandonar la isla. ¡Ir ella a la corte! ¿Y su hijo, +que casi acababa de nacer?... Don Horacio, cada vez más enjuto y más +débil, pero siempre erguido en su eterna levita nueva, seguía dando el +paseo diario, ajustando su vida a la marcha del reloj del Ayuntamiento. +Liberal antiguo, gran admirador de Martínez de la Rosa por sus versos y +por la elegancia diplomática de sus corbatas, torcía el gesto al leer +los periódicos y las cartas de su hijo. ¿En qué pararía todo aquello?...</p> + +<p>En el corto período de la República volvió el padre a la isla, dando por +terminada su carrera. «La Papisa Juana», a pesar del parentesco, fingía +no conocerle. Estaba ocupadísima en aquella época. Hacía viajes a la +Península; giraba, según se decía, enormes cantidades para los +partidarios de don Carlos que sostenían la guerra en Cataluña y las +provincias del Norte. ¡Que no la hablasen de Jaime Febrer, el antiguo +marino! Ella era una verdadera <i>butifarra</i>, una defensora de la +tradición, y hacía sacrificios para que España fuese gobernada por +caballeros. Su primo era menos que un <i>chueta</i>: era un «descamisado». Y +según afirmaba la gente, a este odio de ideas iba unida la amargura por +ciertas decepciones del pasado que no había podido olvidar.</p> + +<p>Al restaurarse los Borbones, el «progresista», el palatino de don +Amadeo, se convirtió en republicano y conspirador. Hacía frecuentes +viajes; recibía cartas cifradas de París; iba a Menorca para visitar la +escuadra surta en Mahón, y valiéndose de sus amistades de antiguo +oficial, catequizaba a los compañeros, preparando una sublevación de la +marina. Puso en estas empresas revolucionarias el mismo ardor aventurero +de los antiguos Febrer, su audacia tranquila, hasta que repentinamente +murió en Barcelona, lejos de los suyos.</p> + +<p>El abuelo acogió la noticia con impasible gravedad, pero ya no le vieron +a mediodía en las calles de Palma las vecinas que aguardaban su paso +para poner el arroz al fuego. Ochenta y seis años: ya había paseado +bastante: ¡para lo que le quedaba que ver!... Se recluyó en el piso +segundo, donde sólo admitía a su nieto. Cuando venían a visitarle los +parientes, prefería bajar al salón, a pesar de su debilidad, +correctamente vestido, con levita nueva, los dos triángulos blancos del +cuello asomando sobre las roscas de la corbata, siempre recién afeitado, +con las patillas bien peinadas y el tupé brillante de goma. Llegó un día +en que no pudo abandonar la cama, y el nieto le vio entre sábanas, con +el mismo aspecto de siempre, conservando la fina camisa de batista, la +corbata, que el criado le cambiaba todos los días, y el chaleco de seda +a flores. Cuando le anunciaban la visita de su nuera, don Horacio hacía +un gesto de contrariedad.</p> + +<p>—Jaimito: la levita... Es una señora, y hay que recibirla con decencia.</p> + +<p>Igual operación se repetía al llegar el médico o las contadas visitas +que se dignaba recibir. Había que mantenerse hasta el último momento +sobre las armas, o sea como le habían visto toda la vida.</p> + +<p>Una tarde, llamó con voz débil a su nieto, que leía junto a una ventana +un libro de viajes. Podía retirarse: necesitaba estar solo. Jaime se fue +y el abuelo pudo morir dignamente, en la soledad, sin el tormento de +tener que velar por la pulcritud de sus gestos, pudiendo entregarse sin +testigos a las muecas y estremecimientos de la agonía.</p> + +<p>Al quedar solos Febrer y su madre, el muchacho sintió ansias de +libertad. Tenía llena su imaginación de aventuras y viajes leídos en la +biblioteca del abuelo, e igualmente de las hazañas de sus ascendientes +celebradas en los relatos de familia. Quería ser marino de guerra, como +su padre y como la mayoría de sus abuelos. La madre se opuso, con +grandes extremos de susto que hacían palidecer sus mejillas y azulear +sus labios. ¡El único Febrer, sometido a una existencia peligrosa y +viviendo lejos de ella!... No; bastantes héroes había tenido la casa. +Debía ser señor en la isla; un caballero de vida tranquila, que crease +una familia para perpetuar el apellido que llevaba.</p> + +<p>Jaime cedió a los ruegos de su madre, eterna enferma a la que la menor +contrariedad parecía poner en peligro de muerte. Ya que no le quería +marino, estudiaría otra carrera. Necesitaba hacer lo mismo que los otros +muchachos de su edad a los que había tratado en las aulas del Instituto. +A los diez y seis años se embarcó para la Península. Su madre deseaba +que fuese abogado, para que pudiera desenmarañar la fortuna de la +familia, gravada y revuelta con hipotecas y préstamos.</p> + +<p>Su equipaje fue enorme, un verdadero ajuar de casa, y el bolsillo lo +llevaba bien provisto. Un Febrer no podía vivir como un simple +estudiante. Fue primero a Valencia, por creer la madre esta población +menos peligrosa para la juventud. En otro curso pasó a Barcelona, y +sucesivamente fue viajando de Universidad en Universidad, según el humor +de los catedráticos y su benevolencia con los alumnos. Su carrera no +adelantó gran cosa. Aprobaba ciertos cursos por un azar feliz en el +momento del examen o por la tranquila audacia con que hablaba de lo que +no sabía. En otros se atascaba, no pudiendo seguir adelante. La madre +aceptaba como buenas todas sus explicaciones al volver a Mallorca. Ella +misma le consolaba, aconsejándole que no extremase sus estudios, y se +revolvía contra la injusticia de los tiempos presentes. Su implacable +enemiga «la Papisa Juana» estaba en lo cierto. Estos tiempos no eran +para los caballeros; les habían declarado la guerra, se cometían toda +clase de injusticias para mantenerlos relegados.</p> + +<p>Jaime gozaba de cierta popularidad en las sociedades y cafés de +Barcelona y Valencia donde había juegos de azar. Le llamaban «el +mallorquín de las onzas», porque su madre le remitía el dinero en onzas +de oro, que rodaban con reflejo escandaloso sobre las mesas verdes. Al +prestigio de esta magnificencia monetaria iba unido su extraño título de +<i>butifarra</i>, que hacía sonreír en la Península, evocando en la +imaginación de muchos una especie de autoridad feudal, con derechos de +soberano, sobre lejanas islas.</p> + +<p>Transcurrieron cinco años. Jaime era ya hombre, pero aún no había +llegado a la mitad de sus estudios. Sus condiscípulos de la isla, al +volver durante el verano, regocijaban a los contertulios de los cafés +del Borne con el relato de las aventuras de Febrer en Barcelona. Le +veían del brazo por las calles con mujeres de llamativo lujo; la gente +bravia que frecuenta las timbas guardaba grandes respetos al «mallorquín +de las onzas» por su fuerza y su coraje. Contaban que una noche había +agarrado a cierto matón, levantándolo en vilo con sus brazos de atleta +para arrojarlo por una ventana. Y los mallorquines pacíficos, al oír +esto, sonreían con un orgullo de localidad. Era un Febrer, un verdadero +Febrer. La isla producía mozos bravos como siempre.</p> + +<p>La buena doña Purificación, madre de Jaime, tuvo un grave disgusto y una +alegría maternal al saber que cierta hembra escandalosa había llegado a +la isla en seguimiento de su hijo. La comprendía y la excusaba. ¡Un mozo +tan guapo como su Jaime!... Pero la mozuela alborotó con sus trajes y +ademanes las tranquilas costumbres de la ciudad; las buenas familias se +indignaron, y doña Purificación trató con ella, valiéndose de +intermediarios, para darle dinero y que abandonase la isla.</p> + +<p>En otras vacaciones el escándalo fue mayor. Jaime, que cazaba en <i>Son +Febrer</i>, tuvo relaciones con una payesa joven y hermosa, y casi anduvo a +escopetazos con un mozo rústico que la pretendía. Sus amores campestres +le ayudaban a pasar el destierro del verano. Era un legítimo Febrer, lo +mismo que su abuelo. La pobre señora sabía a qué atenerse respecto a +aquel suegro siempre serio y correcto, que acariciaba la barbilla de las +payesas jóvenes con una frialdad de señor grave. En los alrededores del +predio de <i>Son Febrer</i> eran muchos los mozos que tenían la cara de don +Horacio; pero su esposa la mejicana, alma poética, vivía muy por encima +de estas vulgaridades, mientras con el arpa en las rodillas y los ojos +entornados recitaba las poesías de Ossián. Las rústicas beldades de +nítido rebocillo, trenza suelta y blancas alpargatas atraían a los +pulcros y señoriales Febrer con una fuerza irresistible.</p> + +<p>Cuando doña Purificación se quejaba de las largas excursiones de caza +que emprendía su hijo por la isla, éste se quedaba en la ciudad, pasando +el día en el jardín para ejercitarse en el tiro de pistola. Enseñaba a +su asustadiza madre un saco guardado a la sombra de un naranjo.</p> + +<p>—¿Ve usted esto?... Es un quintal de pólvora. Hasta que no lo queme no +descanso.</p> + +<p>Y <i>madó</i> Antonia temía asomarse a las ventanas de su cocina, y las +monjas que ocupaban una parte del antiguo palacio mostraban un instante +sus tocas blancas, ocultándose inmediatamente como palomas amedrentadas +por el continuo tiroteo.</p> + +<p>El jardín, encerrado entre tapias almenadas lindantes con la muralla de +mar, estremecíase de la mañana a la noche bajo el estrépito de las +detonaciones. Huían los pájaros con medroso aleteo; trepaban por los +agrietados muros verdosos lagartos, ocultándose entre las capas de +hiedra; trotaban los gatos por las avenidas con un galope de terror. Los +árboles eran viejísimos, respetables, como el palacio: naranjos +centenarios, de tronco retorcido, que necesitaban el apoyo de un cerco +de horquillas para sostener sus miembros venerables; magnolieros +gigantes, con más leña que hojas; palmeras infecundas, que se remontaban +en el espacio azul buscando el mar por encima de las almenas para +saludarlo con vaivenes de su cabeza empenachada.</p> + +<p>El sol hacía crujir las cortezas de los árboles y estallar las simientes +olvidadas a flor de tierra; danzaban como chispas de oro los insectos +zumbadores en las barras de luz que perforaban el follaje; caían con +blando chapoteo, de tarde en tarde, los higos maduros despegándose de +las ramas; sonaba a lo lejos el arrullo del mar, batiendo las rocas al +pie de la muralla; y en esta calma poblada de murmullos seguía Febrer +disparando pistoletazos. Era ya un maestro. Cuando apuntaba al monigote +dibujado en el muro, lamentábase de que no fuese un hombre, un enemigo +odiado al que necesitase exterminar. Esta bala iba al corazón. ¡Pum! Y +sonreía satisfecho al ver marcarse el agujero del proyectil en el mismo +lugar a que había apuntado.</p> + +<p>El estrépito de los tiros, el humo de la pólvora, despertaban en su +imaginación belicosas fantasías, historias de lucha y de muerte en las +que siempre era un héroe triunfador. ¡Veinte años, y aún no se había +batido!... Necesitaba un lance para dar prueba de su coraje. Era una +desgracia que no tuviese enemigos, pero ya procuraría crearse alguno +cuando volviera a la Península. Y persistiendo en estos desvaríos de su +imaginación, excitada por el estampido de las detonaciones, fingía un +lance de honor. Su adversario le tocaba al primer tiro y él caía al +suelo. Aún tenía la pistola en la mano; debía defenderse, debía +contestar tendido en el suelo. Y con gran escándalo de su madre y de +<i>madó</i> Antonia, que al asomarse le creían loco, permanecía echado de +bruces y disparaba en esta posición, amaestrándose «para cuando le +hiriesen».</p> + +<p>Al volver a la Península con el propósito de seguir sus interminables +estudios, iba fortalecido por la vida de campo, arrogante por sus +ensayos del jardín y deseoso de tener el ansiado duelo con el primero +que le diese el más leve pretexto. Pero como era hombre cortés, incapaz +de injustas provocaciones, y su aspecto imponía respeto a los +insolentes, transcurría el tiempo y el lance no llegaba. Su vitalidad +exuberante, su fuerza impulsiva, consumíanse en obscuras aventuras y +estúpidos derroches, de los que hablaban luego en la isla con admiración +los compañeros de estudios.</p> + +<p>Viviendo en Barcelona, recibió un telegrama anunciador de que su madre +estaba enferma de gravedad. Tardó dos días en embarcarse: no había un +buque pronto a zarpar. Cuando llegó a la isla, su madre había muerto. De +la antigua familia que había visto en su niñez no quedaba nadie. Sólo +<i>madó</i> Antonia le podía recordar los tiempos pasados.</p> + +<p>Cuando se vio dueño de la fortuna de los Febrer y en plena libertad, +tenía veintitrés años. La tal fortuna estaba roída por las esplendideces +de sus ascendientes y abrumada con toda clase de gravámenes. La casa de +Febrer era grande, como esos buques que al encallar y perderse para +siempre hacen la riqueza de la costa adonde van a morir. Sus restos y +despojos, que hubieran mirado con desprecio los antiguos, representaban +aún una fortuna.</p> + +<p>Jaime no quiso pensar, no quiso saber. Necesitaba vivir, ver mundo, y +renunció a sus estudios. ¿Qué le importaban las leyes y costumbres +romanas y los cánones eclesiásticos para pasar una buena existencia? Ya +sabía bastante. En realidad, lo mejor y más ameno de sus conocimientos +se lo debía a su madre, cuando él vivía, siendo niño, en el palacio, sin +haber visto maestros. Ella le había enseñado algo de francés y un poco +de piano en un antiguo instrumento de teclas amarillentas y gran +frontispicio de seda roja que casi llegaba al techo. Otros sabían menos +que él y eran tan caballeros y mucho más dichosos. ¡A vivir!....</p> + +<p>Permaneció dos años en Madrid. Tuvo amantes que le dieron cierta +popularidad, caballos famosos, alborotó en los entresuelos de Fornos, +fue íntimo amigo de un torero célebre y jugó fuerte. Tuvo un duelo, pero +fue a espada—no como él se lo había imaginado, tendido en el suelo, la +pistola en la diestra—, y salió del lance con un pinchazo en un brazo; +algo como una puntada de alfiler en una epidermis de elefante.</p> + +<p>Ya no era «el mallorquín de las onzas». El depósito de redondeles de oro +guardado por su madre se había extinguido; pero arrojaba los billetes +pródigamente en las mesas de juego, y cuando venía «la mala» escribía a +su administrador, un abogado hijo de una familia de antiguos <i>mossons</i>, +dependientes de los Febrer desde hacía siglos.</p> + +<p>Se cansó de Madrid, donde se consideraba casi un extranjero. Perduraba +en él el alma de los antiguos Febrer, grandes viajeros de todos los +países menos de España, pues siempre habían vivido vueltos de espaldas a +sus reyes. Muchos de sus abuelos eran familiares de todas las ciudades +importantes del Mediterráneo; habían visitado a los príncipes de los +pequeños Estados italianos, habían sido recibidos en audiencia por el +Papa y por el Gran Turco, pero jamás se les ocurrió ir a Madrid.</p> + +<p>Además, Febrer se irritaba muchas veces con sus parientes de la corte, +jóvenes orgullosos de sus títulos nobiliarios, que sonreían al mencionar +su rara cualidad de <i>butifarra</i>. ¡Y pensar que la familia había dejado +que pasasen a los parientes de la Península varios marquesados, +prefiriendo este título supremo de nobleza isleña y el goce de las altas +dignidades caballerescas de Malta!...</p> + +<p>Comenzó a viajar por Europa, fijando su residencia el otoño y parte del +invierno en París, los meses de frío en la Costa Azul, la primavera en +Londres y el verano en Ostende, con varias expediciones a Italia, a +Egipto y a Noruega para ver el sol de media noche.</p> + +<p>En esta nueva existencia apenas era conocido. Vivía como un viajero más, +insignificante glóbulo circulante de la gran red arterial que el ansia +del viaje extiende sobre el continente. Pero esta vida de continuo +movimiento, con monotonías abrumadoras e inesperadas aventuras, +satisfacía sus instintos atávicos, las aficiones heredadas de sus +remotos ascendientes, grandes visitadores de pueblos nuevos.</p> + +<p>Además, esta existencia errante halagaba su ansia por todo lo +extraordinario. En los hoteles de Niza, falansterios de la corrupción +mundial correcta e hipócrita, se había visto agraciado en la obscuridad +de su cuarto por las más inesperadas visitas. En Egipto había tenido que +huir de las caricias decadentes de una condesa húngara, marchita flor de +elegancia, de ojos hundidos y violento perfume, que revelaba bajo tersos +y juveniles esmaltes la podredumbre de su carne.</p> + +<p>Estando en Munich cumplió veintiocho años. Había ido poco antes a +Bayreuth para una representación de las óperas de Wagner, y ahora, en la +capital de Baviera, asistía al teatro de la Residencia, donde se +verificaba el festival de Mozart. Jaime no era melómano, pero su vida +errante le obligaba a ir donde iba la gente, y su condición de pianista +aficionado le había hecho asistir dos años seguidos a esta romería +musical.</p> + +<p>En el hotel que habitaba en Munich encontró a miss Mary Gordon, a la que +había visto antes en el teatro de Wagner. Era una inglesa alta, esbelta, +de pocas y finas carnes; un cuerpo de gimnasta, en el que los deportes +habían contenido las amenas redondeces femeniles, dándola un aspecto +juvenil, sano y asexual de bello muchacho. La cabeza era lo más hermoso: +una cabeza de paje, con transparencias de porcelana, sonrosadas +naricillas de perro juguetón, húmedos ojos azules y una cabellera rubia, +de oro blanquecino en la superficie y oro obscuro en sus profundidades. +Su belleza era adorable y frágil; la belleza británica que se pierde a +los treinta años bajo violáceas rubicundeces y granulaciones de la piel.</p> + +<p>En el restorán había sorprendido Jaime repetidas veces la mirada de sus +ojos azules, cándidos y tranquilamente atrevidos, fijos en él. Iba con +una dama gorda, fofa y de rostro arrebolado, una señora de compañía +vestida de negro, con un sombrero de paja roja y un cinturón de igual +color que partía en dos abultados hemisferios su pecho y su vientre. +Ella, juvenil y ligera, parecía una flor de oro y nácar dentro de sus +vestidos de franela blanca, de corte masculino, con corbata de hombre y +un panamá de alas caídas, al que se arrollaba un velo azul.</p> + +<p>Febrer se encontraba con ellas frecuentemente: en la Pinacoteca, frente +a los <i>Evangelistas</i> de Durero; en la Glicoteca, contemplando los +mármoles de Egina; en el teatro rococó de la Residencia, donde cantaban +las obras de Mozart, sala de otro siglo, con una decoración de porcelana +y guirnaldas que parecía imponer a los espectadores el uso del tacón de +púrpura y la peluca blanca. Habituados a verse, Jaime la saludaba con +una sonrisa, y ella parecía contestarle tímidamente con el brillo de sus +ojos.</p> + +<p>Una mañana, al salir de su cuarto, encontró a la inglesita en un rellano +de la escalera. Inclinaba su busto de muchacho sobre la barandilla.</p> + +<p>—<i>¡Lift!¡lift!</i>—gritaba con su vocecita de pájaro, avisando al +encargado del ascensor para que lo subiese.</p> + +<p>La saludó Febrer al entrar con ella en la caja movible y dijo algunas +palabras en francés para entablar conversación. La inglesa callaba, +mirándolo fijamente con sus pupilas azules claras, en las que parecía +flotar una estrella de oro. Permaneció inmóvil como si no le entendiese, +pero Jaime la había visto en el salón de lectura hojeando diarios de +París.</p> + +<p>Al salir del ascensor, la inglesa se dirigió con paso rápido a la +oficina donde estaba pluma en mano el cajero del hotel. Éste la escuchó +con gesto obsequioso, como un políglota pronto a entender a todos los +huéspedes, y saliendo de su encierro fuese hacia Jaime, que fingía leer +los anuncios del vestíbulo, turbado aún por su fracaso. Febrer creyó que +no le hablaban a él. «Señor, esta señorita me pide que le presente.»</p> + +<p>Y volviéndose hacia la inglesa, el hotelero añadió con germana +tranquilidad, como quien cumple un deber de su cargo:</p> + +<p>—<i>Monsieur</i> el hidalgo Febrer, marqués de España.</p> + +<p>Sabía su obligación. Todo español que viaja con buenas maletas es +hidalgo y marqués mientras no prueba lo contrario.</p> + +<p>Luego indicó con sus ojos a la inglesa, que permanecía tiesa y grave +durante esta ceremonia, sin la cual ninguna joven bien nacida puede +cruzar su palabra con un hombre: «Miss Gordon, doctora de la Universidad +de Melbourne.»</p> + +<p>La miss alargó su manecita enguantada de blanco y sacudió con una rudeza +gimnástica la diestra de Febrer. Sólo entonces se decidió a hablar.</p> + +<p>—¡Oh, España!... ¡Oh, <i>don Quichotte</i>!</p> + +<p>Sin saber cómo, salieron los dos del hotel hablando de las +representaciones a que asistían por las tardes. Aquel día no era de +teatro, y ella pensaba ir a la pradera llamada <i>Teresienwiese</i>, al pie +de la estatua de la Bavaria, para ver la feria de los tiroleses y +escuchar sus canciones. Después de almorzar en el hotel visitaron el +campo de la feria; subieron a la cabeza de la enorme estatua, +contemplando la planicie bávara, sus lagos y sus lejanas montañas; +recorrieron la Galería de la Gloria, llena de bustos de bávaros +célebres, cuyos nombres leían por primera vez, y acabaron yendo de +barraca en barraca, admirando los trajes de los tiroleses, sus bailes +gimnásticos, sus gorjeos y trinos iguales a los del ruiseñor.</p> + +<p>Marchaban los dos como si se hubiesen conocido toda la vida, admirando +Jaime en los ademanes de miss Gordon esa libertad varonil de las +muchachas sajonas, que no temen el contacto con el hombre y se sienten +fuertes al ser guardadas por ellas mismas. Desde aquel día salieron +juntos a correr los museos, las academias, las viejas iglesias, unas +veces solos, otras con la señora de compañía, que se esforzaba por +seguir sus pasos. Eran dos camaradas que se comunicaban sus impresiones +sin pensar nunca en la diversidad de sus sexos. Jaime sentía deseos de +aprovecharse de esta intimidad diciendo galanterías, osando pequeños +atrevimientos; pero se detenía en el momento oportuno. Con estas mujeres +era peligrosa la acción, se mantienen impasibles, a prueba de toda clase +de impresiones. Debía esperar que fuese ella la que tomase la +iniciativa. Eran hembras que podían ir solas por el mundo, sintiéndose +capaces de interrumpir los arrebatos de pasión con golpes de boxeo. +Algunas había visto él en sus viajes que llevaban en el manguito, o en +el bolso de mano, entre la caja de polvos y el pañuelo, un diminuto y +niquelado revólver.</p> + +<p>Miss Mary le hablaba del lejano archipiélago oceánico en el que su padre +era algo así como un virrey. No tenía madre, y había venido a Europa +para completar los estudios hechos en Australia. Ella era doctora de la +Universidad de Melbourne; doctora en música... Jaime, disimulando el +asombro que le causaban estas noticias de un mundo lejano, hablaba de +él, de su familia, de su país, de las curiosidades de la isla, de la +caverna de Artá, trágicamente grandiosa, caótica como una antesala del +infierno; de las cuevas del Dragón, con sus bosques de estalactitas +luminosas, cual un palacio de hielo, y sus lagos milenarios y dormidos, +de cuyo profundo cristal parecía que iban a surgir mágicas desnudeces +semejantes a las de las hijas del Rhin que guardaban el tesoro de los +Nibelungos. Miss Gordon le escuchaba embelesada. Jaime parecía +engrandecerse ante sus ojos al ser hijo de aquella isla de ensueño, +donde es siempre azul el mar, luce el sol en todo tiempo y florece el +naranjo.</p> + +<p>Poco a poco Febrer fue pasando las tardes en la habitación de la +inglesa. Habían terminado las representaciones del festival de Mozart. +Miss Gordon necesitaba diariamente el alimento espiritual de la música. +Tenía un piano en su salón y un rimero de partituras que la acompañaban +en sus viajes. Jaime sentábase junto a ella, frente al teclado, y +procuraba seguirla como acompañante en las piezas que interpretaba, +siempre del mismo autor, del dios, del único. El hotel estaba próximo a +la estación, y el ruido de camiones, coches y tranvías enervaba a la +inglesa, haciéndola cerrar las ventanas. La dama de compañía quedábase +en su cuarto, satisfecha de verse libre de aquel chaparrón musical, +cuyas delicias no podían compararse con las de hacer una buena labor de +punto de Irlanda. Miss Gordon, sola con el español, le trataba como una +maestra.</p> + +<p>—A ver, otra vez: repitamos el tema de «la espada». Ponga usted +atención.</p> + +<p>Pero Jaime se distraía contemplando de reojo el cuello largo y +blanquísimo de la inglesa, erizado de pelillos de oro, la red de venas +azules que se marcaba levemente en la transparencia de su epidermis +nacarada.</p> + +<p>Llovía una tarde; el cielo plomizo parecía rozar los tejados de las +casas; en el salón había una luz difusa de bodega. Tocaban casi a +tientas, avanzando las cabezas para leer en la mancha blanca de la +partitura. Zumbaba la selva de los encantos, moviendo sus verdes y +rumorosas cabelleras ante el rudo Sigfrido, inocente hijo de la +Naturaleza, ansioso de conocer el lenguaje y el alma de las cosas +inanimadas. Cantaba el pájaro maestro, haciendo resaltar su dulce voz +entrecortada sobre los murmullos del follaje. Mary se estremeció.</p> + +<p>—¡Ah, poeta!... ¡poeta!</p> + +<p>Y siguió tocando. Luego, en la creciente obscuridad del salón sonaron +los rudos acordes que acompañan al héroe a la tumba; la fúnebre marcha +de los guerreros llevando sobre el pavés el cuerpo membrudo, blanco y +rubio de Sigfrido, interrumpida por la frase melancólica del dios de los +dioses. Mary seguía temblando, hasta que de pronto sus manos abandonaron +el teclado y su cabeza fue a posarse en un hombro de Jaime, como un +pájaro que abate sus alas.</p> + +<p>—<i>¡Oh, Richard!... ¡Richard, mon bien aimée!</i></p> + +<p>El español vio sus ojos extraviados y su boca llorosa que se ofrecían; +sintió en sus manos las manos frías de ella, le envolvió su aliento. +Sobre su pecho se aplastaron ocultas redondeces de elástica y firme +dureza cuya existencia no había podido sospechar.</p> + +<p>Y aquella tarde no hubo más música.</p> + +<p>A media noche, cuando se acostó Febrer, aún no había salido de su +asombro. Él era el precursor, el primero que llega; no tenía dudas. +Después de tantos miramientos, así habían ocurrido las cosas, con la +mayor simpleza, como quien ofrece la mano, sin que él pusiera nada de su +parte.</p> + +<p>Otro de sus asombros había sido oírse llamar con un nombre que no era el +suyo. ¿Quién podía ser aquel Ricardo?... Pero en la hora de dulces y +soñolientas explicaciones que siguen a las de locura y olvido, ella le +había hablado de la impresión que sintió en Bayreuth al verle por +primera vez entre las mil cabezas que llenaban el teatro. ¡Era él... él, +como le representaban sus retratos de joven! Y al encontrarle de nuevo +en Munich bajo el mismo techo, había sentido que la suerte estaba echada +y era inútil luchar por desprenderse de esta atracción.</p> + +<p>Febrer se examinó con irónica curiosidad en el espejo de su cuarto. ¡Lo +que una mujer es capaz de descubrir! Sí; algo tenía del otro... la +frente pesada, los cabellos lacios, la nariz picuda y la barba saliente, +que, andando los años, se inclinarían buscándose, para darle cierto +perfil de bruja... ¡Excelente y glorioso Ricardo! ¡Por dónde había +venido a proporcionarle una de las mayores felicidades de su vida!... +¡Qué hembra tan original aquélla!</p> + +<p>Y su asombro aún se aumentó en los otros días, mezclado con cierta +amargura. Era una mujer que parecía renovarse diariamente, olvidando lo +pasado. Le recibía con grave tiesura, como si nada hubiese ocurrido, +como si en ella no dejasen rastro los hechos, como si el día anterior no +existiese, y únicamente cuando la música evocaba la memoria del otro +venían el enternecimiento y la sumisión.</p> + +<p>Jaime, irritado, se proponía dominarla: por algo era hombre. Al fin fue +consiguiendo que el piano sonase menos y que ella viese en su persona +algo más que un retrato viviente del ídolo.</p> + +<p>En su feliz embriaguez les pareció feo Munich y enojoso aquel hotel +donde les habían conocido extraños el uno al otro. Sentían la necesidad +de arrullarse libremente, de volar lejos, y un día se vieron en un +puerto que tenía a su entrada un león de piedra y más allá la líquida +planicie de un lago inmenso que se confundía con el cielo en la línea +del horizonte. Estaban en Lindau. Un vapor podía llevarlos a Suiza, otro +a Constanza, y prefirieron la tranquila ciudad alemana del famoso +Concilio, yendo a instalarse en el Hotel de la Isla, antiguo monasterio +de dominicos.</p> + +<p>¡Cómo se conmovía Febrer al recordar este período, el mejor de su +existencia! Mary seguía siendo para él una mujer de carácter original, +en la que siempre quedaba algo por conquistar, abordable a ciertas horas +y repelente y austera el resto del día. Era su amante, y sin embargo no +podía permitirse un descuido, una libertad que revelase la confianza de +la vida común. La más leve alusión a sus intimidades la hacía enrojecer +de protesta: <i>«¡Shocking!...»</i></p> + +<p>Y no obstante, todas las madrugadas, al romper el alba, Febrer, +siguiendo los corredores del antiguo convento, regresaba a su cuarto, +deshacía la cama para que no sospechasen los sirvientes y se asomaba al +balcón. Cantaban los pájaros en un jardín de altos rosales situado a sus +pies. Más allá, el lago de Constanza se coloreaba de púrpura con la +salida del sol. Los primeros esquifes de pesca partían las aguas con +ondulaciones de color anaranjado; sonaban a lo lejos, veladas por la +húmeda brisa mañanera, las campanas de la catedral; comenzaban a +rechinar las grúas en la orilla donde el lago deja de serlo, +encauzándose para convertirse en el Rhin; los pasos de los criados y los +frotes de la limpieza despertaban en el hotel los ecos del claustro +monacal.</p> + +<p>Junto al balcón, adosada al muro, y tan inmediata que Febrer podía +tocarla con la mano, había un torrecilla con montera de pizarra y +antiguos escudos en su pared circular. Era la torre donde había vivido +preso Juan Huss antes de marchar a la hoguera.</p> + +<p>El español pensaba en Mary. A aquellas horas estaría en la penumbra +perfumada de su habitación, con la rubia cabecita entre los brazos, +durmiendo el primer sueño serio de la noche, cansado el cuerpo y +vibrante aún por la más noble de las fatigas... ¡Pobre Juan Huss! Jaime +le compadecía como si hubiese sido amigo suyo. ¡Quemarle ante un paisaje +tan hermoso, tal vez una mañana como aquélla!... ¡Meterse en la boca del +lobo y dar la vida por si el Papa era bueno o malo, o los laicos debían +comulgar con vino lo mismo que los sacerdotes! ¡Morir por tales +simplezas cuando la vida es tan hermosa y el hereje hubiera podido +amenizarla ricamente con cualquiera de las rubias pechugonas y +caderudas, amigas de cardenales, que presenciaron su suplicio!... +¡Infeliz apóstol! Febrer compadecía irónicamente la simpleza del mártir. +Él veía la existencia con otros ojos... ¡Viva el amor!... Era lo único +serio de la existencia.</p> + +<p>Cerca de un mes permanecieron en la antigua ciudad episcopal, paseando a +la caída de la tarde por las calles solitarias cubiertas de hierba, con +sus palacios ruinosos del tiempo del Concilio; bajando en esquife la +corriente del Rhin a lo largo de riberas orladas de bosques; +deteniéndose a contemplar las casitas de techo rojo y amplias parras +bajo las cuales cantaban los burgueses jarro en mano, con una alegría +germánica de sochantre, grave y reposada.</p> + +<p>De Constanza pasaron a Suiza, y después a Italia. Un año anduvieron +juntos, contemplando paisajes, viendo museos, visitando ruinas, cuyas +sinuosidades y escondrijos aprovechaba Jaime para besar la nacarada piel +de Mary, gozándose en sus auroras de rubor y en el gesto de enfado con +que protestaba: <i>«¡Shocking!...»</i> La acompañanta, insensible como una +maleta a las novedades del viaje, seguía la confección de un gabán de +punto de Irlanda empezado en Alemania, seguido a través de los Alpes, a +lo largo de los Apeninos y a la vista del Vesubio y del Etna. Privada de +poder hablar con Febrer, que ignoraba el inglés, lo saludaba con el +brillo amarillento de sus dientes y volvía a su trabajo, siendo una +figura decorativa de los <i>halls</i> de los hoteles.</p> + +<p>Los dos amantes hablaban de casarse. Mary resolvía la situación con +enérgica rapidez. A su padre sólo necesitaba escribirle dos líneas. +Estaba muy lejos, y además nunca le había consultado en ningún asunto. +Aprobaría cuanto ella hiciese, seguro de su seso y prudencia.</p> + +<p>Estaban en Sicilia, tierra que recordaba a Febrer su isla. También los +antiguos de la familia habían andado por allí, pero con la coraza sobre +el pecho y en peor compañía. Mary hablaba del porvenir, arreglando la +parte financiera de la futura sociedad con el sentido práctico de su +raza. No le importaba que Febrer tuviese poca fortuna: ella era rica +para los dos. Y enumeraba todos sus bienes, tierras, casas y acciones, +como un administrador seguro de su memoria. Al regresar a Roma se +casarían en la capilla evangélica y en una iglesia católica. Ella +conocía a un cardenal que le había proporcionado una visita al Papa. Su +Eminencia lo arreglaría todo.</p> + +<p>Jaime pasó una noche en claro en un hotel de Siracusa... ¿Casarse? Mary +era agradable: embellecía la vida y llevaba con ella una fortuna. ¿Pero +realmente se casaba con él?... Comenzaba a molestarle el otro, el +fantasma ilustre que había surgido en Zurich, en Venecia, en todos los +lugares visitados por ellos que guardaban recuerdos del paso del +maestro... Él se haría viejo, y la música, su temible rival, se +conservaría siempre fresca. Dentro de pocos años, cuando el matrimonio +hubiese quitado a sus relaciones el encanto de lo ilegal, el deleite de +lo prohibido, Mary encontraría algún director de orquesta más semejante +aún «al otro», o un violonchelista feo, melenudo y de pocos años que le +recordase a Beethoven muchacho. Además, él era de otra raza, de otras +costumbres y pasiones. Estaba cansado de aquella reserva pudibunda en el +amor, de aquella resistencia a la entrega definitiva que le gustaba al +principio, como una renovación de la mujer, pero había acabado por +fatigarle. No; aún era tiempo de salvarse.</p> + +<p>—Lo siento por lo que pensará de España... Lo siento por don +Quijote—dijo haciendo su maleta en la madrugada.</p> + +<p>Y huyó, yendo a perderse en París, adonde la inglesa no iría a buscarle. +Odiaba a esta ciudad ingrata por la silba del <i>Tannhauser</i>, suceso +ocurrido muchos años antes de nacer ella.</p> + +<p>De estas relaciones, que habían durado un año, sólo guardó Jaime el +recuerdo de una felicidad agrandada y embellecida por el paso del tiempo +y un mechón de cabellos rubios. También debía tener entre varias guías +de viaje y numerosas postales con vistas, guardadas en un mueble antiguo +de su caserón, un retrato de la doctora en música, vistiendo una toga de +luengas mangas y un birrete cuadrado del que pendía una borla.</p> + +<p>De la vida que llevó después apenas se acordaba. Era un vacío de tedio +cortado por congojas monetarias. El administrador mostrábase tardo y +doliente en sus remesas. Jaime le pedía dinero, y contestaba con cartas +quejumbrosas, hablando de intereses que había que satisfacer, de +segundas hipotecas para las cuales apenas encontraba prestamistas, de +irregularidad de una fortuna en la que no quedaba nada libre de +gravamen.</p> + +<p>Creyendo que con su presencia podía solucionar esta mala situación, +Febrer hacía cortos viajes a Mallorca, terminados siempre por la venta +de alguna finca; y apenas veía dinero en sus manos, levantaba otra vez +el vuelo, sin prestar oído a los consejos del administrador. El dinero +le comunicaba un optimismo sonriente. Todo se arreglaría. A última hora +contaba con el recurso del matrimonio. Mientras tanto... ¡a vivir!</p> + +<p>Y vivió todavía algunos años, unas veces en Madrid, otras en las grandes +ciudades del extranjero, hasta que al fin el administrador cerró este +período de alegres prodigalidades enviando su dimisión, sus cuentas, y +con ellas la negativa a seguir remitiendo dinero.</p> + +<p>Un año llevaba en la isla «enterrado», como él decía, sin otra diversión +que las noches de juego en el Casino y las tardes pasadas en el Borne en +una mesa de antiguos camaradas, isleños sedentarios que gozaban con el +relato de sus viajes. Apuros y miserias: ésta era la realidad de su vida +presente. Los acreedores le amenazaban con inmediatas ejecuciones.</p> + +<p>Aún conservaba aparentemente <i>Son Febrer</i> y otros bienes de sus +antepasados, pero la propiedad producía poco en la isla; las rentas, por +una costumbre tradicional, eran iguales que en tiempo de sus abuelos, +pues las familias de arrendatarios se perpetuaban en el disfrute de las +fincas. Estos pagaban directamente a sus acreedores, pero aun así, no +llegaban a satisfacer la mitad de los intereses. Los ricos adornos del +palacio sólo los conservaba como un depósito. La noble casa de los +Febrer estaba sumergida y él era incapaz de sacarla a flote. Pensaba +fríamente algunas veces en la conveniencia de salir del mal paso sin +humillaciones ni deshonras, haciendo que le encontrasen una tarde en el +jardín, dormido para siempre bajo un naranjo, con un revólver en la +diestra.</p> + +<p>En tal situación, alguien le sugirió una idea al salir del Casino, +después de las dos de la madrugada, a la hora en que el insomnio +nervioso hace ver las cosas con una luz extraordinaria que parece darles +distinto relieve. Don Benito Valls, el rico <i>chueta</i>, le apreciaba +mucho. Varias veces había intervenido espontáneamente en sus asuntos, +librándole de peligros inminentes. Era simpatía a su persona y respeto a +su nombre. Valls no tenía más que una heredera, y además estaba enfermo: +la exuberancia prolífica de su raza se había desmentido en él. Su hija +Catalina había querido ser monja en la adolescencia; pero ahora, pasados +los veinte años, sentía gran amor por las vanidades del mundo, y +compadecía tiernamente a Febrer cuando hablaban ante ella de sus +desgracias.</p> + +<p>Jaime se resistió a la proposición casi con tanto asombro como <i>madó</i> +Antonia. ¡Una <i>chueta</i>!... Pero la idea fue abriéndose camino, +lubrificada en su incesante taladro por los apuros y las miserias +crecientes que acompañaban la llegada de cada día. ¿Por qué no?... La +hija de Valls era la heredera más rica de la isla, y el dinero no tiene +sangre ni raza.</p> + +<p>Al fin había cedido a las instancias de algunos amigos, oficiosos +mediadores entre él y la familia, y aquella mañana iba a almorzar en la +casa de Valldemosa, donde vivía Valls gran parte del año para alivio del +asma que le ahogaba.</p> + +<p>Jaime hizo un esfuerzo de memoria queriendo recordar a Catalina. La +había visto varias veces, en las calles de Palma. Buena figura, rostro +agradable. Cuando viviera lejos de los suyos y vistiese mejor, sería una +señora «presentable»... ¿Pero podía amarla?...</p> + +<p>Febrer sonrió escépticamente. ¿Acaso resultaba necesario el amor para +casarse? El matrimonio era un viaje a dos por el resto de la vida, y +únicamente había que buscar en la mujer las condiciones que se exigen en +un compañero de excursión: buen carácter, identidad de gustos, las +mismas aficiones en el comer y en el dormir... ¡El amor! Todos se creían +con derecho a él, y el amor era como el talento, como la belleza, como +la fortuna, una dicha especial que sólo disfrutaban contadísimos +privilegiados. Por suerte, el engaño venía a ocultar esta cruel +desigualdad, y todos los humanos acababan sus días pensando +nostálgicamente en la juventud, creyendo haber conocido realmente el +amor, cuando no habían sentido otra cosa que el delirio de un contacto +de epidermis.</p> + +<p>El amor era una cosa hermosa, pero no indispensable en el matrimonio ni +en la existencia. Lo importante era escoger una buena compañera para el +resto del viaje; acomodarse bien en los asientos de la vida; arreglar el +paso de los dos a un mismo ritmo, para que no hubiesen saltos ni +encontronazos; dominar los nervios y que la piel no se repeliese en el +contacto de la existencia común; poder dormir como buenos camaradas, con +mutuo respeto, sin herirse con las rodillas ni meterse los codos en los +costillares... Él esperaba encontrar todo esto, dándose por contento.</p> + +<p>Valldemosa se presentó de pronto a su vista sobre la cumbre de una +colina rodeada de montañas. La torre de la Cartuja, con adornos de +azulejos verdes, elevábase sobre la frondosidad de los jardines de las +celdas.</p> + +<p>Febrer vio un carruaje inmóvil en una revuelta del camino. Un hombre +descendió de él, moviendo los brazos para que el cochero de Jaime +detuviese sus bestias. Luego abrió la portezuela y subió riendo, para +sentarse al lado de Febrer.</p> + +<p>—¡Hola, capitán!—dijo éste con extrañeza.</p> + +<p>—No me esperabas, ¿eh?... También soy del almuerzo; me convido yo +mismo. ¡Qué sorpresa va a tener mi hermano!...</p> + +<p>Jaime estrechó su diestra. Era uno de sus más leales amigos: el capitán +Pablo Valls.</p> + + + +<hr /> +<h2><a name="IIIa" id="IIIa"></a><a href="#toc">III</a></h2> + + +<p>Pablo Valls era conocido en toda Palma. Cuando tomaba asiento en la +terraza de un café del Borne formábase en torno de él un apretado +círculo de oyentes, que sonreían ante sus ademanes enérgicos y su voz +ruidosa, incapaz de sonar en tono discreto.</p> + +<p>—Yo soy <i>chueta</i>, ¿y qué?... ¡Judío de lo más judío! Todos los de mi +familia procedemos de «la calle». Cuando yo mandaba el <i>Roger de Launa</i>, +una vez que estuve en Argel me detuve a la puerta de la sinagoga, y un +viejo, luego de mirarme, dijo: «Tú puedes pasar: tú eres de los +nuestros.» Y yo le di la mano y contesté: «Gracias, correligionario.»</p> + +<p>Los oyentes reían, y el capitán Valls, declarando a gritos su calidad de +<i>chueta</i>, miraba a todas partes como si desafíase a las casas, a las +personas, al alma de la isla, hostil a su raza por un odio absurdo de +siglos.</p> + +<p>Su rostro delataba su origen. Las patillas rubias y canosas, unidas por +un bigote corto, revelaban al marino retirado de la navegación; pero +sobre estos adornos capilares resaltaba su perfil semita, su curva y +pesada nariz, su mentón saliente y unos ojos de párpados prolongados, +con pupilas de ámbar o de oro, según era la luz, en las que parecían +flotar algunos puntos de color de tabaco.</p> + +<p>Había navegado mucho; había vivido largas temporadas en Inglaterra y los +Estados Unidos, y de la permanencia en estas tierras de libertad, +insensibles a los odios religiosos, traía una franqueza belicosa que le +impulsaba a desafiar las preocupaciones de la isla, tranquila e inmóvil +en su estancamiento. Los otros <i>chuetas</i>, atemorizados por varios siglos +de persecución y menosprecio, ocultaban su origen o procuraban hacerlo +olvidar con su mansedumbre. El capitán Valls aprovechaba todas las +ocasiones para hablar de él, ostentándolo como un título de nobleza, +como un reto que lanzaba a la general preocupación.</p> + +<p>—Soy judío, ¿y qué?...—seguía gritando—. Correligionario de Jesús, de +San Pablo y otros santos a los que se venera en los altares. Los +<i>butifarras</i> hablan con orgullo de sus abuelos, que datan casi de ayer. +Yo soy más noble, más antiguo. Mis ascendientes fueron los patriarcas de +la Biblia.</p> + +<p>Luego, indignándose contra las preocupaciones que se habían ensañado en +su raza, volvíase agresivo.</p> + +<p>—En España—decía gravemente—no hay cristiano que pueda levantar el +dedo. Todos somos nietos de judíos o de moros. Y el que no... el que +no...</p> + +<p>Aquí se detenía, y tras una breve pausa afirmaba con resolución:</p> + +<p>—Y el que no, es nieto de fraile.</p> + +<p>En la Península no se conoce el odio tradicional al judío que aún separa +la población de Mallorca en dos castas. Pablo Valls se enfurecía +hablando de su patria. No existían en ella judíos de religión. Hacía +siglos que había quedado disuelta la última sinagoga. Todos se habían +convertido en masa, y los rebeldes fueron quemados por la Inquisición. +Los <i>chuetas</i> de ahora eran los católicos más fervorosos de Mallorca, +llevando a sus creencias un fanatismo semita. Rezaban en alta voz, +hacían sacerdotes a sus hijos, buscaban influencias para meter a sus +hijas en los conventos, figuraban como gente de dinero entre los +partidarios de las ideas más conservadoras, y sin embargo pesaba sobre +sus personas la misma antipatía que en otros siglos, y vivían aislados, +sin que ninguna clase social quisiera aliarse con ellos.</p> + +<p>—Cuatrocientos cincuenta años llevamos en el cogote el agua del +bautismo—seguía vociferando el capitán Valls—, y somos aún los +malditos, los réprobos, como antes de la conversión. ¿No tiene gracia +esto?... «¡Los <i>chuetas</i>! ¡Cuidado con ellos! ¡Mala gente!...» En +Mallorca hay dos catolicismos: uno para los nuestros y otro para los +demás.</p> + +<p>Luego, con un odio en el que parecían concentradas todas la +persecuciones, decía el marino, refiriéndose a sus hermanos de raza:</p> + +<p>—Bien empleado les está, por cobardes, por tener demasiado amor a la +isla, a esta <i>Roqueta</i> en la que hemos nacido. Por no abandonarla se +hicieron cristianos, y hoy que lo son de veras les pagan a coces. De +seguir judíos, esparciéndose por el mundo como lo hicieron otros, tal +vez serían a estas horas personajes y banqueros de reyes, en vez de +estar en las tiendecitas de «la calle» fabricando bolsillos de plata.</p> + +<p>Escéptico en materias religiosas, despreciaba o atacaba a todos: a los +judíos fieles a sus antiguas creencias, a los conversos, a los +católicos, a los musulmanes, con los que había vivido en sus viajes a +las costas de África y en las escalas de Asia Menor. Otras veces +sentíase dominado por una ternura atávica, mostrando cierto respeto +religioso hacia su raza.</p> + +<p>Él era semita: lo declaraba con orgullo golpeándose el pecho. «El primer +pueblo del mundo.»</p> + +<p>—Éramos unos piojosos muertos de hambre cuando vivíamos en Asia, porque +allí no había con quién hacer comercio ni a quién prestar dinero. Pero +nadie más que nosotros ha dado al rebaño humano sus pastores actuales, +que aún serán por muchos siglos los amos de los hombres. Moisés, Jesús y +Mahoma son de mi tierra... Qué tres socios de fuerza, ¿eh, caballeros? Y +ahora hemos dado al mundo un cuarto profeta, también de nuestra raza y +nuestra sangre, sólo que éste tiene dos caras y dos nombres. Por un lado +se llama Rothschild, y es el capitán de todos los que guardan el dinero; +por otro lado se llama Carlos Marx, y es el apóstol de los que quieren +quitárselo a los ricos.</p> + +<p>La historia de su raza en la isla la condensaba Valls a su modo en +breves palabras. Los judíos eran muchos, muchísimos, en otros tiempos. +Casi todo el comercio estaba en sus manos; gran parte de las naves eran +suyas. Los Febrer y otros potentados cristianos no tenían reparo en +asociarse con ellos. Los tiempos antiguos podían llamarse de libertad; +la persecución y la barbarie eran relativamente modernas. Judíos eran +los tesoreros de los reyes, los médicos y otros cortesanos en las +monarquías medioevales de la Península.—Al iniciarse los odios +religiosos, los hebreos más ricos y astutos de la isla habían sabido +convertirse a tiempo, voluntariamente, fundiéndose con las familias del +país y haciendo olvidar su origen. Estos católicos nuevos eran los que +después, con el fervor del neófito, habían azuzado la persecución contra +sus antiguos hermanos. Los <i>chuetas</i> de ahora, los únicos mallorquines +de origen judío conocido, eran los descendientes de los últimos +convertidos, los nietos de las familias en las que se había ensañado la +Inquisición.</p> + +<p>Ser <i>chueta</i>, proceder de la calle de la Platería, a la que se llamaba +por antonomasia «la calle», era la peor desgracia que le podía ocurrir a +un mallorquín. En vano se habían hecho revoluciones en España y aclamado +leyes liberales que reconocían la igualdad de todos los españoles; el +<i>chueta</i>, al pasar a la Península, era un ciudadano como los otros, pero +en Mallorca era un réprobo, una especie de apestado, que sólo podía +emparentar con los suyos.</p> + +<p>Valls comentaba irónicamente el orden social en que habían vivido, +escalonadas durante siglos, las diversas clases de la isla, y del que +quedaban aún muchos peldaños intactos. Arriba, en la cúspide, los +orgullosos <i>butifarras</i>; luego los nobles, los caballeros; después los +<i>mossons</i>; tras éstos los mercaderes y los menestrales, y a continuación +los payeses, cultivadores del suelo. Abríase aquí un enorme paréntesis +en el orden seguido por Dios al crear a unos y a otros: un vasto espacio +libre que cada cual podía poblar a su capricho. Indudablemente, detrás +de los mallorquines nobles y plebeyos venían en orden de consideración +los cerdos, los perros, los asnos, los gatos, las ratas... y a la cola +de todas estas bestias del Señor, el odiado vecino de «la calle», el +<i>chueta</i>, paria de la isla. Nada importaba que fuese rico, como el +hermano del capitán Valls, o inteligente, como otros. Muchos <i>chuetas</i>, +funcionarios del Estado en la Península, militares, magistrados, +hacendistas, al volver a Mallorca encontraban que el último mendigo se +consideraba superior a ellos, y al creerse molestado prorrumpía en +insultos contra sus personas y sus familias. El aislamiento de este +pedazo de España rodeado de mar servía para mantener intacta el alma de +otras épocas.</p> + +<p>En vano los <i>chuetas</i>, huyendo de este odio que perduraba a través del +progreso, extremaban su catolicismo con una fe vehemente y ciega, en la +que influía mucho el terror infiltrado en su alma y en su carne por una +persecución de siglos. En vano seguían rezando a gritos en sus casas, +para que se enterasen los vecinos de la calle, imitando en esto a sus +abuelos, que hacían lo mismo y además guisaban la comida en las ventanas +con el propósito de que viesen todos que comían cerdo. Los odios +tradicionales de separación no caían vencidos. La Iglesia católica, que +se titula universal, era cruel e inabordable para ellos en la isla, +pagando su adhesión con hurañas repulsiones. Los hijos de los <i>chuetas</i> +que deseaban ser curas no encontraban sitio en el Seminario. Los +conventos cerraban las puertas a toda novicia procedente de «la calle». +Las hijas de los <i>chuetas</i> se casaban en la Península con hombres +notables o de gran fortuna, pero en la isla apenas encontraban quien +aceptase su mano y sus riquezas.</p> + +<p>—¡Gente mala!—continuaba diciendo irónicamente Valls—. Son +trabajadores, ahorran, viven en paz en el seno de sus familias, hasta +son más católicos que los otros; pero son <i>chuetas</i>, y algo tendrán +cuando les odian. Tienen... «algo», ¿se enteran ustedes? «algo». Él que +quiera saber más que averigüe.</p> + +<p>Y el marino reía hablando de los pobres payeses del campo, que hasta +pocos años antes afirmaban de buena fe que los <i>chuetas</i> estaban +cubiertos de grasa y tenían rabo, aprovechando la ocasión de encontrar +solo a un niño de «la calle» para desnudarlo y convencerse de si era +cierto lo del apéndice caudal.</p> + +<p>—¿Y lo de mi hermano?—proseguía Valls—. ¿Y lo de mi santo hermano +Benito, que reza a voces y parece que se vaya a comer las imágenes?...</p> + +<p>Todos recordaban el caso de don Benito Valls, y reían francamente, ya +que el hermano era el primero en burlarse del suceso. El rico <i>chueta</i> +se había visto dueño, al cobrar unos créditos, de una casa y valiosas +tierras en un pueblo del interior de la isla. Al ir a tomar posesión de +la nueva propiedad, los vecinos más prudentes le habían dado buenos +consejos. Era muy dueño de visitar su hacienda durante el día, ¿pero +pernoctar en su casa?... ¡nunca! No había memoria de que un <i>chueta</i> +hubiese dormido en el pueblo. Don Benito no prestó atención a estos +consejos y se quedó una noche en su propiedad; pero apenas se metió en +la cama huyeron los caseros. Cuando el amo se cansó de dormir saltó del +lecho. Ni el más tenue resplandor entraba por las rendijas. Creía haber +dormido doce horas lo menos, pero aún era de noche. Abrió una ventana, y +su cabeza tropezó cruelmente en la obscuridad; intentó franquear la +puerta, y no pudo. Durante su sueño el vecindario había tapiado todos +los huecos y salidas, y el <i>chueta</i> tuvo que salvarse por el tejado, +entre las risotadas de la gente, que celebraba su obra. Esta broma sólo +era a guisa de advertencia; si persistía en ir contra las costumbres del +pueblo, alguna noche despertaría entre llamas.</p> + +<p>—¡Muy bárbaro, pero gracioso!—añadió el capitán—. ¡Mi hermano!... +¡Una buena persona!... ¡un santo!...</p> + +<p>Todos reían al oír estas palabras. Seguía tratándose con su hermano, +aunque con cierta frialdad, y no hacía secreto de los agravios que tenía +con él. El capitán Valls era el bohemio de la familia, siempre en el mar +o en lejanas tierras, llevando una vida de solterón alegre. Bastante +tenía para vivir. Y a la muerte del padre, su hermano se había quedado +con los negocios de la casa, quitándole muchos miles de duros.</p> + +<p>—¡Lo mismo que entre cristianos viejos!—se apresuraba a añadir +Pablo—. En esto de las herencias no hay razas ni credos. El dinero no +conoce religión.</p> + +<p>Las interminables persecuciones sufridas por sus ascendientes irritaban +a Valls. Todas las circunstancias eran buenas para atropellar a las +gentes de «la calle». Cuando los payeses tenían agravios con los nobles +y bajaban los foráneos en bandas armadas contra los ciudadanos de Palma, +el conflicto se resolvía asaltando unos y otros el barrio de los +<i>chuetas</i>, matando a los que no huían y robando sus tiendas. Si un +batallón mallorquín recibía orden de marchar a España en caso de guerra, +los soldados se amotinaban, salían del cuartel y saqueaban «la calle». +Cuando las reacciones sucedían en España a las revoluciones, los +realistas, para celebrar su triunfo, asaltaban las platerías de los +<i>chuetas</i>, se apoderaban de sus riquezas y hacían hogueras con los +muebles, arrojando a las llamas hasta los crucifijos... ¡Crucifijos de +antiguo judío, que forzosamente habían de ser falsos!</p> + +<p>—¿Y quiénes son los de «la calle»?—gritaba el capitán—. Ya se sabe: +los que tienen la nariz y los ojos como yo. Pero hay muchos <i>chuetas</i> +que son romos y no presentan nada del tipo común. En cambio, ¿cuántos +que se tienen por caballeros rancios, de nobleza orgullosa, presentan +una cara que ni la de Abraham y Jacob?...</p> + +<p>Existía una lista de apellidos sospechosos para conocer a los verdaderos +<i>chuetas</i>. Pero estos mismos apellidos los llevaban cristianos viejos, y +era el capricho tradicional el que separaba a unos de otros. Sólo habían +quedado marcadas por el odio popular las familias descendientes de los +que fueron azotados o quemados por la Inquisición. El famoso catálogo de +los apellidos estaba sacado indudablemente de los autos del Santo +Oficio.</p> + +<p>—¡Una felicidad el hacerse cristiano! Los abuelos achicharrados en la +hoguera y los nietos marcados y malditos por los siglos de los siglos...</p> + +<p>El capitán perdía su tono irónico al recordar la historia horripilante +de los <i>chuetas</i> de Mallorca. Se coloreaban sus mejillas y brillaban sus +ojos con fulgores de odio. Para vivir tranquilos, se habían convertido +todos en masa en el siglo <span class="smcap">xv</span>. No quedaba un judío en la isla, pero a la +Inquisición le era preciso hacer algo para justificar su existencia, y +hubo quemas de sospechosos de judaísmo en el Borne, espectáculos +organizados, como decían los cronistas de la época, «con arreglo a las +funciones más lucidas celebradas para el triunfo de la Fe en Madrid, +Palermo y Lima».</p> + +<p>Unos <i>chuetas</i> fueron quemados, otros sufrieron azotes, otros salieron +únicamente a la vergüenza con caperuza pintada de diablos y vela verde +en la mano; pero todos vieron por igual confiscados sus bienes, y el +Santo Tribunal se enriqueció. Desde entonces, los sospechosos de +judaísmo, los que no contaban con un protector clérigo, tuvieron que ir +todos los domingos a misa a la catedral con sus familias, bajo el mando +y custodia de un alguacil, que los formaba en rebaño, les ponía un manto +para que nadie los confundiese, y así los llevaba al templo, entre las +rechiflas, insultos y pedradas del devoto populacho. Esto era un domingo +y otro domingo, y en este suplicio semanal y sin término morían los +padres y se convertían en hombres los hijos, engendrando nuevos +<i>chuetas</i> destinados al insulto público.</p> + +<p>Unas cuantas familias se concertaron para huir de esta vergonzosa +esclavitud. Se reunían en un huerto inmediato a la muralla y las +aconsejaba y dirigía un tal Rafael Valls, hombre animoso y de gran +cultura.</p> + +<p>—No sé ciertamente si fue pariente mío—decía el capitán—. ¡Han pasado +más de dos siglos desde entonces! Pero si no lo fue, quiero que lo +sea... Me honra mucho tenerlo como abuelo mío. ¡Adelante!</p> + +<p>Pablo Valls había coleccionado en su casa papeles y libros de la época +de las persecuciones, y hablaba de éstas como de un suceso acaecido días +antes.</p> + +<p>—Se embarcaron hombres, mujeres y niños en un buque inglés; pero un +temporal lo volvió de nuevo a las costas de Mallorca, y los fugitivos +fueron presos. Esto era gobernando a España Carlos II el Hechizado. +¡Querer huir de Mallorca, donde tan bien les trataban, y a más de esto, +en un buque tripulado por luteranos!... Tres años estuvieron presos, y +la confiscación de sus bienes produjo un millón de duros. Además, el +Santo Tribunal contaba con otros millones arrancados a las víctimas +anteriores, y construyó un palacio en Palma, el mejor y más lujoso que +tuvo en parte alguna la Inquisición. A los prisioneros les dieron +tormento hasta confesar lo que deseaban sus jueces, y en 7 de Marzo de +1691 comenzaron las ejecuciones. Aquel suceso tuvo un historiador como +no se conoce otro en el mundo, el padre Garau, santo jesuita, pozo de +ciencia teológica, rector del Seminario de Monte-Sión, donde ahora está +el Instituto, autor del libro <i>La fe triunfante</i>, un monumento literario +que no vendo por todo el dinero del mundo. Aquí está: me acompaña a +todas partes.</p> + +<p>Y sacaba de un bolsillo <i>La fe triunfante</i>, librito encuadernado en +pergamino, de antigua y rojiza impresión, que acariciaba con un cariño +feroz.</p> + +<p>¡Bendito padre Garau! Encargado de exhortar y fortalecer a los reos, lo +había visto todo de cerca, y se hacía lenguas de los miles y miles de +espectadores que acudieron de los diversos pueblos de la isla para +presenciar la fiesta, de las misas solemnes con asistencia de treinta y +ocho reos destinados a la quema, del lujoso atavío de caballeros y +alguaciles, jinetes en briosos corceles al frente de la procesión, y de +«la piedad del gentío, que prorrumpía otras veces en gritos de lástima +cuando llevaban a la horca a un facineroso, y permanecía mudo ante estos +réprobos olvidados del Señor...» En aquel día se mostró, según el docto +jesuita, el temple de alma de los que creen en Dios y de los que le +desconocen. Los sacerdotes marchaban animosos, dando gritos de +exhortación sin cansarse; los miserables reos iban pálidos, decaídos y +sin fuerzas. Bien se vio de qué parte estaba la ayuda celeste.</p> + +<p>Los sentenciados fueron conducidos al pie del castillo de Bellver, para +la quema final. El marqués de Leganés, gobernador del Milanesado, de +paso en Mallorca con su flota, se apiadó de la juventud y belleza de una +muchacha condenada a las llamas y pidió su perdón. El Tribunal alabó los +sentimientos cristianos del marqués, pero no quiso admitir su súplica.</p> + +<p>El padre Garau era el encargado de convencer a Rafael Valls, «hombre de +ciertas letras, pero al que inspiraba el demonio un desmedido orgullo, +impulsándolo a maldecir a los que le condenaban a muerte, y sin querer +reconciliarse con la Iglesia». Pero, como decía el jesuita, estas +valentías, obra del Malo, acaban ante el peligro y no pueden compararse +con la serenidad del sacerdote que exhorta al reo.</p> + +<p>—El padre jesuita era un héroe lejos de las llamas. Ahora verán ustedes +con qué piedad evangélica relata la muerte de mi abuelo.</p> + +<p>Y abriendo Valls el libro por una página señalada, leía con lentitud: +«Mientras llegó sólo el humo a él, era una estatua; en llegando la +llama, se defendió, se cubrió y forcejeó como pudo, y hasta que no pudo +más. Estaba gordo como un lechonazo de cría y encendióse en lo interior; +de manera que aun cuando no llegaban las llamas, ardían sus carnes como +un tizón; y reventando por medio, se le cayeron las entrañas como a +Judas. <i>Crepuit medius difusa sunt omnia viscera ejus.»</i></p> + +<p>Esta lectura bárbara producía siempre efecto. Cesaban las risas, se +entenebrecían los rostros, y el capitán Valls paseaba en torno sus ojos +de ámbar, respirando satisfecho, como si acabase de alcanzar un triunfo, +mientras el pequeño volumen volvía a ocultarse en su bolsillo.</p> + +<p>Una vez que Febrer figuraba entre los oyentes, el marino le dijo con voz +rencorosa:</p> + +<p>—Tú también estabas allí. Es decir, tú no. Uno de tus abuelos, un +Febrer, llevaba la bandera verde, como alférez mayor del Tribunal; y las +damas de tu familia fueron en carroza al pie del castillo para +presenciar la quema.</p> + +<p>Jaime, molestado por el recuerdo, levantó los hombros.</p> + +<p>—¡Cosas viejas! ¿Quién se acuerda de lo que ya pasó? Sólo algún loco +como tú... Anda, Pablo, cuéntanos algo de tus viajes... de tus +conquistas de mujeres.</p> + +<p>El capitán rezongaba... ¡Cosas viejas! El alma de la <i>Roqueta</i> era aún +la misma que en aquellos tiempos. Persistía el odio de religión y de +raza. Por algo vivían aparte, en un pedazo de tierra aislado por el mar.</p> + +<p>Pero Valls recobraba pronto su buen humor, y como todos los que han +rodado por el mundo, no podía resistirse a la invitación de relatar su +pasado.</p> + +<p>Febrer, otro vagabundo como él, gozaba escuchándole. Los dos habían +vivido una existencia agitada y cosmopolita, distinta de la monótona +vida de los isleños; los dos habían gastado el dinero con prodigalidad. +La única diferencia estribaba en que Valls había sabido ganarlo +igualmente con el genio activo de su raza, y ahora, diez años mayor que +Jaime, tenía con qué atender desahogadamente a sus modestas necesidades +de solterón. Todavía comerciaba de vez en cuando y hacía comisiones para +amigos que le escribían desde puertos lejanos.</p> + +<p>De su accidentada historia de marino, Febrer desechaba el relato de +hambres y borrascas, y sólo sentía curiosidad por los amoríos en los +grandes puertos internacionales, donde se amontonan los vicios exóticos +y las hembras de todas las razas. Valls, en sus tiempos juveniles, +cuando mandaba buques de su padre, había conocido mujeres de todas +clases y colores, viéndose mezclado en orgías marinerescas que acababan +entre olas de <i>whisky</i> y golpes de cuchillo.</p> + +<p>—Pablo, cuéntanos aquellos amoríos en Jaffa, cuando los moros te +querían matar.</p> + +<p>Y Febrer lanzaba carcajadas escuchándole, mientras el marino se decía +que este Jaime era un buen muchacho, digno de mejor suerte, sin otro +defecto que ser un <i>butifarra</i> algo pegado a las preocupaciones de +familia.</p> + +<p>Cuando subió al carruaje de Febrer en el camino de Valldemosa, dando +orden al cochero que lo había traído hasta allí para que regresase a +Palma, se echó atrás el sombrero de fieltro flexible, que llevaba en +todo tiempo, aplastado de copa, con el ala delantera subida y la +posterior desplomada sobre la nuca.</p> + +<p>—¡Aquí estamos todos! ¿de veras que no me esperabas? A mí; me lo +cuentan todo, y ya que hay fiesta de familia, que sea completa.</p> + +<p>Febrer fingía no entenderle. El carruaje entró en Valldemosa, +deteniéndose en las inmediaciones de la Cartuja ante una casa de +construcción moderna. Cuando los dos amigos transpusieron la verja del +jardín, vieron venir hacia ellos un señor de blancas patillas apoyado en +un bastón. Era don Benito Valls. Saludó a Febrer con voz lenta y opaca, +cortando varias veces sus palabras para sorber el aire. Hablaba +humildemente, celebrando con grandes extremos el honor que le hacía +Febrer al aceptar su invitación.</p> + +<p>—¿Y yo?—preguntó el capitán con sonrisa maligna—; ¿yo no soy +nadie?... ¿No te alegras de verme?</p> + +<p>Don Benito se alegraba de verle. Así lo dijo varias veces, pero sus ojos +revelaban inquietud. Su hermano le inspiraba cierto miedo. ¡Qué +lengua!.... Mejor vivían sin verse.</p> + +<p>—Hemos venido juntos—continuó el marino—. Al saber que Jaime +almorzaba aquí, me he convidado yo mismo, seguro de darte un alegrón. +Estas reuniones de familia son encantadoras.</p> + +<p>Habían entrado en la casa, adornada con sencillez. Los muebles eran +modernos y vulgares. Algunos cromos y unas pinturas horribles +representando paisajes de Valldemosa y Miramar adornaban las paredes.</p> + +<p>Catalina, la hija de don Benito, bajó apresuradamente del piso superior. +Llevaba aún polvos de arroz esparcidos en el pecho, revelando el +apresuramiento con que había dado un último toque de adorno a su persona +al ver llegar el carruaje.</p> + +<p>Jaime pudo contemplarla detenidamente por primera vez. No se había +equivocado en sus apreciaciones. Era alta, de un moreno mate, con negras +cejas, ojos iguales a gotas de tinta y un ligero vello en el labio y las +sienes. Su esbeltez juvenil ofrecíase llena y firme, anunciando una +mayor expansión para el porvenir, como en todas las hembras de su raza. +Parecía de carácter dulce y sumiso: una buena compañera, incapaz de +estorbos en el viaje de la vida común. Tenía los ojos bajos y se coloreó +su rostro al encontrarse frente a Jaime. En su actitud, en sus miradas +furtivas, notábase el respeto, la adoración del que se siente intimidado +en presencia de un ser que considera superior.</p> + +<p>El capitán acarició a su sobrina con cierta libertad, adoptando el mismo +gesto de viejo alegre con que hablaba a las muchachuelas de Palma, a +altas horas de la noche, en algún restorán del Borne. ¡Ah, buena moza! +¡Y qué guapa estaba! Parecía imposible que fuese de una familia de feos.</p> + +<p>Don Benito los encaminó a todos al comedor. El almuerzo esperaba hacía +mucho rato; en aquella casa se comía al uso antiguo: las doce en punto. +Sentáronse a la mesa, y Febrer, que estaba al lado del dueño, sintióse +molestado por su respiración jadeante, por las grandes aspiraciones con +que interrumpía sus palabras.</p> + +<p>En el silencio que envuelve siempre el principio de toda comida, sonó +penosamente el silbido de sus pulmones enfermos. El rico <i>chueta</i> +avanzaba los labios, poniéndolos en forma circular como la boca de una +trompetilla, y aspiraba el aire con ruido fatigoso. Como todos los +enfermos, sentía la necesidad de hablar, y sus palabras eran +interminables, entre balbuceos y largos descansos que le dejaban con el +pecho jadeante y los ojos en alto, cual si fuese a morir asfixiado. Un +ambiente de inquietud se extendía por el comedor. Febrer le miraba con +cierta alarma, como si aguardase verle caer moribundo de su silla. La +hija y el capitán habituados al espectáculo, parecían indiferentes.</p> + +<p>—Es el asma, don Jaime—dijo trabajosamente el enfermo—En +Valldemosa... estoy mejor... En Palma me moría.</p> + +<p>Y la hija aprovechó la ocasión para dejar oír una voz de monjita tímida, +que contrastaba con sus ardientes ojos orientales:</p> + +<p>—Sí; papá vive mejor aquí.</p> + +<p>—Aquí estás más tranquilo—añadió el capitán—y haces menos pecados.</p> + +<p>Febrer pensaba en el tormento de pasar su existencia al lado de aquel +fuelle roto. Por fortuna, moriría pronto. Una molestia de algunos meses, +que no modificaba su resolución de entrar en la familia. ¡Adelante!</p> + +<p>El asmático, en su manía verbosa, hablaba a Jaime de sus descendientes, +de los ilustres Febrer, los caballeros más buenos y nobles de la isla.</p> + +<p>—Yo tuve el honor de ser muy amigo de su señor abuelo don Horacio.</p> + +<p>Febrer le miró asombrado... ¡Mentira! A su señor abuelo le conocían +todos en la isla y con todos hablaba, pero guardando una gravedad que +imponía respeto a las gentes sin alejarlas. ¡Pero de esto a ser amigo +suyo!... Tal vez le habría tratado con motivo de alguno de los préstamos +que necesitaba don Horacio para sostener su fortuna en plena decadencia.</p> + +<p>—También conocí mucho a su señor padre—prosiguió don Benito, animado +por el silencio de Febrer—. Trabajé por él cuando salió diputado. +¡Aquéllos eran otros tiempos! Yo era joven, y no tenía la fortuna que +tengo ahora... Entonces figuraba entre los «rojos».</p> + +<p>El capitán Valls le interrumpió riendo. Ahora su hermano era conservador +y miembro de todas las cofradías de Palma.</p> + +<p>—Sí, lo soy—gritó el enfermo, ahogándose—. Me gusta el orden... me +gusta lo antiguo... que manden los que tienen que perder. ¿Y la +religión? ¡Ah, la religión!... Por ella daría la vida.</p> + +<p>Y se llevó una mano al pecho, respirando angustiosamente, como si le +ahogase el entusiasmo. Clavaba en lo alto sus ojos mortecinos, adorando +con el respeto del miedo la santa institución que había quemado a sus +ascendientes.</p> + +<p>—No haga usted caso de Pablo—continuó al recobrar el diento, +dirigiéndose a Febrer—; usted lo conoce bien: una mala cabeza, un +republicano, un hombre que podía ser rico y va a llegar a viejo sin +tener dos pesetas.</p> + +<p>—¿Para qué? ¿Para que tú me las quites?...</p> + +<p>Con esta brusca interrupción del marino se hizo el silencio. Catalina +puso un gesto triste, como si temiese que se reprodujeran ante Febrer +las ruidosas escenas que había presenciado muchas veces al discutir los +dos hermanos.</p> + +<p>Don Benito levantó los hombros y habló sólo para Jaime. Su hermano +estaba loco: un corazón de oro, pero loco, rematadamente loco. Con sus +ideas exaltadas y sus vociferaciones en los cafés, era el principal +culpable de que las personas decentes guardasen cierta prevención +contra... de que hablasen mal de...</p> + +<p>Y el viejo acompañaba sus truncadas expresiones con gestos humildes, +evitando pronunciar la palabra <i>chueta</i> y nombrar la famosa «calle».</p> + +<p>El capitán, con las mejillas coloreadas por el arrepentimiento de su +acometividad, quería hacer olvidar las palabras anteriores, y comía +vorazmente teniendo la cabeza baja.</p> + +<p>La sobrina rio de su buen apetito. Siempre que comía con ellos les +admiraba por la capacidad de su estómago.</p> + +<p>—Es que yo sé lo que es hambre—dijo el marino con cierto orgullo—. Yo +he sufrido hambre de verdad, hambre de la que hace pensar en la carne de +los compañeros.</p> + +<p>Y lanzado por este recuerdo en pleno relato de sus aventuras marítimas, +hablaba de los tiempos juveniles, cuando había sido «agregado» a bordo +de una fragata de las que iban a las costas del Pacífico.</p> + +<p>Al empeñarse en ser marino, su padre, el viejo Valls, autor de la +fortuna de la casa, le había embarcado en una goleta de su propiedad que +traía azúcar de la Habana. Aquello no era navegar. El cocinero le +guardaba los mejores platos, el capitán no se atrevía a darle una orden, +viendo en él al hijo del armador. Nunca sería un buen marino, duro y +experto. Con la tenaz energía de su raza, se había embarcado sin saberlo +su padre en una fragata que se hacía a la vela para cargar guano en las +islas Chinchas, tripulada por gentes de pueblos diversos: ingleses +desertores de la flota, lancheros de Valparaíso, indios peruanos, lo +peor de cada casa, bajo el mando de un catalán cicatero, más pródigo en +los rebencazos que en el, rancho. El viaje de ida fue regular; pero a la +vuelta, luego de haber pasado el estrecho de Magallanes, sobrevinieron +las calmas, y la fragata quedó inmóvil en el Atlántico cerca de un mes, +agotándose rápidamente el pañol de los víveres. El armador, un avaro, +había aprovisionado el buque con escandalosa parsimonia, y el capitán a +su vez había roído los víveres, apropiándose una parte de la cantidad +destinada a la compra.</p> + +<p>—Nos daban dos galletas al día, llenas de gusanos. Cuando recibí las +primeras me entretuve cuidadosamente, como un señorito de buena casa, en +quitarles uno por uno aquellos animalejos. Pero después de la limpia +sólo quedaban unas cortezas delgadas como hostias, y me moría de hambre. +Luego...</p> + +<p>—¡Oh, tío!—protestó Catalina, adivinando lo que iba a decir y +repeliendo el tenedor y el plato con un gesto de repugnancia.</p> + +<p>—Luego—continuó el marino, impasible—suprimí la limpieza y me las +tragué enteras. Bien es verdad que comía de noche... ¡Muchas que hubiese +tenido, muchacha! Al final sólo nos daban una por día, y cuando llegué a +Cádiz hube de estar sometido muchos a caldo, para que mi estómago se +arreglase.</p> + +<p>Al terminar el almuerzo, Catalina y Jaime salieron al jardín. El mismo +don Benito, con aires de patriarca, bondadoso, ordenó a su hija que +acompañase al señor de Febrer para mostrarle unos rosales de exótica +variedad que él había plantado. Los dos hermanos quedaron en la +habitación que servía de despacho, viendo a la pareja que paseaba por el +jardín y acabó sentándose en dos sillones de junco a la sombra de un +árbol.</p> + +<p>Catalina contestaba a las preguntas de su acompañante con una timidez de +doncella cristiana santamente educada, adivinando el propósito oculto +bajo sus palabras de vulgar galantería.</p> + +<p>Aquel hombre venía por ella, y su padre era el primero en aceptar este +deseo. ¡Cosa hecha!... Era un Febrer, y ella iba a decirle «sí». Recordó +sus años infantiles en el colegio, rodeada de niñas más pobres que +aprovechaban todas las ocasiones para molestarla, por envidia a su +riqueza y por un odio aprendido de sus padres. Era la <i>chueta</i>. Sólo +podía juntarse con las de su raza, y aun éstas, ansiosas de congraciarse +con el enemigo, se traicionaban mutuamente, sin energía ni cohesión para +la defensa común. A la hora de salida, las <i>chuetas</i> se marchaban antes, +por indicación de las monjas, para evitar los insultos y ataques de las +otras alumnas al verse juntas en la calle. Hasta las criadas que +acompañaban a las niñas emprendían peleas, asumiendo los odios y +preocupaciones de sus amos. También en las escuelas de niños los +<i>chuetas</i> salían antes, huyendo de las pedradas y correazos de los +cristianos viejos.</p> + +<p>La hija de Valls había sufrido los tormentos del alfilerazo traidor, del +arañazo oculto, del golpe de tijera en la trenza, y luego, al ser mujer, +el odio y el desprecio de sus antiguas compañeras le había seguido en la +vida, amargando sus placeres de mujer joven y rica. ¿Para qué ser +elegante?... En los paseos sólo la saludaban los amigos de su padre; en +el teatro no veía visitado su palco más que por gentes procedentes de +«la calle». Con uno de ellos tendría que casarse, como se habían casado +su madre y sus abuelas. La desesperación y el misticismo de la +adolescencia la habían arrastrado hacia la vida monjil. Su padre estuvo +próximo a ahogarse de pena. Pero la religión, ¡aquella religión por la +que deseaba dar la vida!... Aceptó don Benito lo del monjío en un +convento de Mallorca, donde él pudiera ver a su hija todos los días. +Pero ningún convento quiso abrir sus puertas para ella. Las superioras, +tentadas por la fortuna del padre, que acabaría por pasar a la +comunidad, mostrábanse transigentes y buenas; pero los rebaños +monásticos alborotábanse ante la idea de recibir en su seno a una de «la +calle», y no humilde ni resignada para soportar la superioridad de las +otras, sino rica y soberbia.</p> + +<p>Cuando, empujada de nuevo hacia el mundo por esta resistencia, no sabía +qué pensar de su porvenir y vivía como una enfermera junto al padre, +ignorando cuál podría ser su suerte, volviendo la espalda a los jóvenes +<i>chuetas</i> que mariposeaban en torno de ella atraídos por los millones de +don Benito, presentábase el noble Febrer, como un príncipe de cuento de +hadas, para hacerla su esposa. ¡Qué bueno es Dios!... Se veía en aquel +palacio inmediato a la catedral, en el barrio de los nobles por cuyas +estrechas calles de pavimento azul y silencioso pasan los canónigos +durante las horas dormidas de la tarde, atraídos por la campana de coro. +Se veía en un carruaje lujoso por entre los pinos de la montaña de +Bellver o a lo largo del muelle, con Jaime al lado de ella, y gozaba +pensando en las miradas de odio de sus antiguas compañeras, que no sólo +le envidiarían su riqueza y su nuevo rango, sino la posesión de aquel +hombre al que lejanas aventuras y una vida agitada habían proporcionado +cierta aureola de terrible seducción, deslumbradora y fatal para las +tranquilas señoritas de la isla.</p> + +<p>Jaime Febrer!... Catalina le había visto siempre de lejos; pero cuando +entretenía su aburrida soledad con una lectura incesante de novelas, +ciertos personajes, los más interesantes por sus aventuras y sus +audacias, le hacían pensar siempre en aquel noble del barrio de la +Catedral que andaba por el mundo con mujeres elegantes disipando su +fortuna. ¡Y de pronto su padre le hablaba de este personaje +extraordinario, dando por seguro que iba a ofrecerle su nombre, y con él +la gloria de sus ascendientes, que habían sido amigos de reyes!... No +sabía ella si era amor o gratitud, pero un sentimiento de ternura que +empañaba sus ojos la impelía hacia aquel hombre. ¡Ay, cómo iba a +quererlo! Y escuchaba como un zumbido dulce sus palabras, sin saber +ciertamente qué decía, embriagándose con su música, pensando al mismo +tiempo en el porvenir que rápidamente se había abierto ante ella, como +una salida de sol que rasga las nubes.</p> + +<p>Luego, haciendo un esfuerzo, concentraba su atención, y oía a Febrer que +le hablaba de grandes y lejanas ciudades, de desfiles de coches lujosos, +con mujeres que ostentaban las últimas modas, de escalinatas de teatros +por donde descendían cascadas de brillantes, plumas y hombros desnudos, +esforzándose él por colocarse al nivel del pensamiento de la muchacha, +por halagarla con estas descripciones de gloria femenil.</p> + +<p>Jaime no decía más, pero Catalina adivinaba el propósito que había +precedido a estas palabras. Ella, la infeliz muchacha de «la calle», la +<i>chueta</i>, habituada a ver a los suyos plegados y temerosos bajo el peso +de un odio tradicional, visitaría estas ciudades, se mezclaría en los +desfiles de riqueza, tendría francas las puertas que había contemplado +siempre cerradas, y entraría por ellas apoyándose en el brazo de un +hombre que le había parecido siempre la representación de todas las +grandezas terrenales.</p> + +<p>—¡Cuándo veré yo eso!—murmuraba Catalina con hipócrita humildad—. Yo +estoy condenada a vivir en la isla; yo soy una pobre muchacha que no he +hecho mal a nadie, y sin embargo he sufrido grandes disgustos... Debo +ser antipática.</p> + +<p>Febrer se lanzó por el camino que le franqueaba esta habilidad femenil. +¡Antipática!... No, Catalina. Él había venido a Valldemosa sólo por +verla, por hablarla. Le ofrecía una vida nueva. Todo aquello que le +causaba asombro podía conocerlo y paladearlo con sola una palabra. +¿Quería casarse con él?...</p> + +<p>Catalina, que esperaba esta propuesta desde una hora antes, palideció +trémula de emoción. ¡Oírla de sus labios!... Pasó mucho tiempo sin +contestar, y al fin balbuceó algunas palabras. Era una felicidad, la +mayor de su existencia, pero una doncella bien educada no debe contestar +inmediatamente.</p> + +<p>—¿Yo?... Veremos... ¡Es tan grande esta sorpresa!</p> + +<p>Jaime quiso insistir, pero en el mismo instante salió al jardín el +capitán Valls, llamándole con grandes voces. Debían irse a Palma: ya +había dado orden al cochero para que enganchase. Febrer protestó +sordamente. ¿Con qué derecho se mezclaba aquel entrometido en sus +asuntos?...</p> + +<p>La presencia de don Benito cortó su protesta. Bufaba angustiosamente, +con el rostro congestionado. El capitán se movía con hostil nerviosidad, +protestando de la tardanza del cochero. Adivinábase que los hermanos +acababan de sostener una discusión violenta. El mayor miró a su hija, +miró a Jaime, y pareció serenarse al adivinar que los dos se habían +entendido.</p> + +<p>Don Benito y Catalina les acompañaron hasta el carruaje. El asmático +cogió una mano de Febrer entre las suyas con vehemente apretón. Aquélla +era su casa, y él un verdadero amigo deseoso de servirle. Si necesitaba +su auxilio, podía mandar como quisiera. ¡Lo mismo que si fuese de la +familia!... Todavía nombró una vez más a don Horacio, recordando su +antigua amistad. Luego le invitó a que almorzase con ellos dos días +después, sin acordarse para nada de su hermano.</p> + +<p>—Sí, volveré—dijo Jaime lanzando una mirada a Catalina que la hizo +enrojecer.</p> + +<p>Cuando perdieron de vista la verja de la casa, detrás de la cual +agitaban sus manos el padre y la hija, el capitán Valls lanzó una +ruidosa carcajada.</p> + +<p>—Según parece, ¿quieres que sea tío tuyo?—preguntó irónicamente.</p> + +<p>Febrer, que iba furioso por la intervención de su amigo y la rudeza con +que le había hecho abandonar la casa, dio expansión a su cólera. ¿Y a él +qué le importaba? ¿Con qué derecho se atrevía a mezclarse en sus +asuntos?... Era ya bastante grande para no necesitar consejeros.</p> + +<p>—¡Alto!—dijo el marino retrepándose en el asiento y llevando sus manos +al chambergo de mosquetero caído sobre su cogote—. ¡Alto, galán!... Me +mezclo porque soy de la familia. Creo que se trata de mi sobrina; a lo +menos así me parece.</p> + +<p>—Y si quiero casarme con ella, ¿qué?... Tal vez a Catalina le parezca +bien; tal vez su padre se muestre conforme.</p> + +<p>—No digo que no; pero soy su tío, y el tío protesta y dice que esa boda +es un disparate.</p> + +<p>Jaime le miró con asombro. ¡Disparate casarse con un Febrer! ¿Acaso +deseaba algo mejor para su sobrina?...</p> + +<p>—Disparate por parte de ellos y disparate por tu parte—afirmó Valls—. +¿Te has olvidado de dónde vives? Tú puedes ser mi amigo, el amigo del +<i>chueta</i> Pablo Valls, al que ves en el café, en el Casino, y que además +tienen las gentes por medio loco. ¡Pero casarte con una mujer de mi +familia!...</p> + +<p>Y el marino reía al pensar en esta unión. Los parientes de Jaime iban a +indignarse contra él, negándole para siempre el saludo. Más tolerantes +se mostrarían si cometía un asesinato. Su tía «la Papisa Juana» iba a +chillar como si presenciase un sacrilegio. Él lo perdería todo, y su +sobrina, olvidada y tranquila hasta entonces, iba a trocar el +aburrimiento de su casa, monótono y triste, pero que al fin era una paz, +por una vida infernal de disgustos, humillaciones y desprecios.</p> + +<p>—No; te lo repito: el tío se opone.</p> + +<p>Hasta las gentes del populacho que se decían enemigas de los ricos se +indignarían al ver a un <i>butifarra</i> casándose con una <i>chueta</i>. Había +que respetar el ambiente tradicional de la isla, so pena de morir como +moriría su hermano Benito, por falta de aire. Era peligroso querer +modificar de un golpe la obra de siglos. Hasta los que llegaban de +fuera, limpios de prejuicios, sufrían al poco tiempo la influencia de +esta repulsión de razas que parecía diluida en la atmósfera.</p> + +<p>—Una vez—continuó Valls—vino un matrimonio belga a establecerse en la +isla, recomendado a mí por un amigo de Amberes. Les atendí, les hice +toda clase de favores. «Tengan ustedes cuidado—dije muchas veces—; +piensen que soy <i>chueta</i>, y los <i>chuetas</i> son gente muy mala.» La mujer +reía. ¡Qué barbaridad! ¡Qué atraso el de la isla! Judíos los había en +todas partes y eran gentes iguales a las otras. Nos vimos menos, +trataron a otras personas. Un año después, al encontrarme en la calle, +miraron a todos lados antes de saludarme. Ahora me ven y vuelven la cara +siempre que pueden... ¡Lo mismo que si fuesen mallorquines!</p> + +<p>¡Casarse!... Esto era para toda la vida. En los primeros meses, Jaime +haría frente a las murmuraciones y los desprecios; pero el tiempo pasa, +un odio de siglos no se fatiga en el transcurso de unos cuantos años, y +Febrer acabaría por arrepentirse de su aislamiento, reconocería su error +al ir contra las preocupaciones de la gran masa, y sería Catalina la que +sufriese las consecuencias, viéndose mirada en su hogar como un signo de +ignominia. No; con el matrimonio pocos juegos. En España es indisoluble, +no hay divorcio, y el hacer experiencias con él resulta caro. Por eso +Valls se había mantenido célibe.</p> + +<p>Febrer, irritado por estas palabras, apeló al recuerdo de las ruidosas +propagandas que hacía Pablo contra los enemigos de los <i>chuetas</i>.</p> + +<p>—¿Pero tú no deseas la dignificación de los tuyos? ¿No te irritas de +que miren a los de «la calle» como personas diferentes a las otras?... +¡Qué mejor que este matrimonio para combatir las preocupaciones!...</p> + +<p>El capitán agitó las manos para expresar su duda: «¡Ta, ta!... El +matrimonio no probaba nada. En varias épocas de tolerancia y olvido +momentáneo se habían casado cristianos viejos con gentes de «la calle». +En la isla habían muchos que revelaban por sus apellidos estas mezclas. +¿Y qué? El odio y la separación continuaban lo mismo... Lo mismo no: un +poco más amortiguados que en otros tiempos, pero latentes aún. Los que +habían de acabar con esta situación eran la cultura de la gente, las +costumbres nuevas, y esto resultaba obra de años y no se conseguía con +un matrimonio. Además, los ensayos eran peligrosos y causaban víctimas. +Si él tenía empeño en hacer la experiencia, podía escoger a otra que no +fuese su sobrina.</p> + +<p>Y Valls sonrió irónicamente al ver los gestos negativos de Febrer.</p> + +<p>—¿Estás acaso enamorado de Catalina?—preguntó.</p> + +<p>Los ojos de ámbar del capitán, maliciosos y fijos en Jaime, no le +permitieron mentir. ¿Enamorado?... Enamorado no. Pero no era +indispensable el amor para casarse. Catalina era simpática, podía ser +una excelente esposa, una agradable compañera.</p> + +<p>Pablo extremó más aún su sonrisa.</p> + +<p>—Hablemos como buenos amigos, conocedores de la vida. Mi hermano te es +más simpático que su hija. Él se encargará indudablemente de arreglar +tus asuntos. Llorará al ver el dinero que le cuestas; pero tiene la +manía del nombre, respeta y adora lo antiguo, y pasará por todo... Mas +¡no te fíes, Jaime! Es el tipo de esos judíos que salen en las comedias +con un bolsón de oro, ayudando a las gentes en una mala hora, para +exprimirlas después. Ésos son los que desacreditan a mi raza. Yo soy +otra cosa. Cuando te tenga en su poder te arrepentirás del negocio que +has hecho.</p> + +<p>Febrer miró a su amigo con ojos hostiles. Lo mejor que podían hacer era +no hablar más del asunto. Pablo era un loco, acostumbrado a decir cuanto +pensaba, y él no iba a sufrirle siempre. Para continuar siendo amigos, +lo mejor era callarse.</p> + +<p>—Bueno, callemos—dijo Valls—. Pero conste una vez más que el tío se +opone y que lo hago por ti y por ella.</p> + +<p>Pasaron silenciosos el resto del camino. En el Borne se separaron con +frío saludo, sin darse la mano.</p> + +<p>Cuando Jaime entró en su casa era casi de noche. <i>Madó</i> Antonia tenía +sobre una mesa del recibimiento una candileja de aceite, cuya llama +parecía hacer más densas las tinieblas de la vasta pieza.</p> + +<p>Los ibicencos acababan de marcharse. Luego de almorzar con ella y vagar +por la ciudad, habían esperado al señor hasta el anochecer. Tenían que +pasar la noche en el falucho: el patrón quería darse a la vela antes del +alba. Y <i>madó</i> hablaba con bondadoso interés de aquellas gentes, que le +parecían del otro extremo del mundo. ¡Cómo lo admiraban todo! Iban por +la calle como asustados... ¿Y Margalida? ¡Qué muchacha tan hermosa!</p> + +<p>La buena <i>madó</i> Antonia tenía una idea en su boca y otra en el +pensamiento, y mientras seguía al señor hasta su dormitorio, le +examinaba disimuladamente, queriendo adivinar algo en su rostro. ¿Qué +habría pasado en Valldemosa, Virgen del Lluch? ¿Qué sería de aquel plan +disparatado que había expuesto Febrer durante el desayuno?...</p> + +<p>Pero el amo estaba de mal talante, y respondía con palabras breves a sus +preguntas. No se quedaba en casa: cenaría en el Casino. A la luz de un +quinqué que alumbraba débilmente su vasto dormitorio, cambió de traje y +se acicaló un poco, tomando una llave enorme de manos de <i>madó</i> para +abrir cuando volviese a altas horas de la noche.</p> + +<p>A las nueve, al dirigirse al Casino, vio a la puerta de la calle, en un +café del Borne, a su amigo Toni Clapés, el contrabandista. Era un +hombretón de rostro afeitado y carilleno, con traje de payés. Parecía un +cura del campo vestido de labriego para pasar la noche en Palma. Con sus +alpargatas blancas, la camisa sin corbata y el sombrero echado atrás, +entraba en cafés y sociedades, siendo recibido con grandes extremos de +amistad. En el Casino le admiraban los señores al ver cómo sacaba +tranquilamente de sus bolsillos los billetes de Banco a puñados. +Procedente de un pueblo del interior de la isla, había llegado, en +fuerza de coraje y de arrostrar peligros, a ser el jefe de un Estado +misterioso que todos conocían de lejos, pero cuyo secreto funcionamiento +permanecía en la sombra. Tenía centenares de súbditos, capaces de morir +por él y una flota invisible que navegaba de noche, sin miedo a los +temporales, abordando a costas casi inaccesibles. Las preocupaciones y +peligros de estas empresas no se traslucían nunca en su rostro jovial y +sus ademanes generosos. Sólo se mostraba triste cuando pasaban varias +semanas sin que él recibiese noticias de alguna barca salida de Argel en +pleno mal tiempo.</p> + +<p>—¡Perdida!—decía a sus amigos—. La barca y el cargamento importan +poco... Iban siete hombres en ella, y yo también he navegado así... +Procuraremos que a las familias no les falte el pan.</p> + +<p>Otras veces, su tristeza era fingida, y al expresarla fruncía +irónicamente sus labios: «Una escampavía del gobierno acaba de apresarme +una barca.» Y todos reían, sabiendo que Toni dejaba algunos meses que le +cogiesen una embarcación vieja con algunos bultos de tabaco, para que +sus perseguidores pudieran ostentar de este modo un triunfo. Cuando +había epidemia en los puertos de África, las autoridades de la isla, +impotentes para guardar un litoral extenso, llamaban a Toni, apelando a +su patriotismo de mallorquín, y el contrabandista prometía cesar +momentáneamente en sus navegaciones o cargaba en otro punto para evitar +el contagio.</p> + +<p>Febrer tenía con este hombre rudo, alegre y generoso, una confianza +fraternal. Muchas veces le había contado sus apuros para buscar el +consejo de su astucia campesina. Él, que era incapaz de solicitar un +préstamo de sus amigos del Casino, aceptaba el dinero de Toni en +momentos difíciles, dinero del que no parecía acordarse más el +contrabandista.</p> + +<p>Al encontrarse se estrecharon la mano. «¿Has estado en Valldemosa?...» +Toni sabía ya su viaje, gracias a la facilidad con que circulan las más +insignificantes noticias en el ambiente monótono y calmoso de una ciudad +provinciana ávida de curiosidades.</p> + +<p>—Algo más cuentan—dijo Toni en su mallorquín de campesino—, algo que +me parece mentira. ¿Dicen que te casas con la <i>atlota</i> de don Benito +Valls?</p> + +<p>Febrer, admirado de que se supiesen tan pronto sus propósitos, no se +atrevió a negar. Sí, era cierto. Sólo a Toni quería confesarlo.</p> + +<p>El contrabandista hizo un gesto de repulsión, al mismo tiempo que sus +ojos, acostumbrados a las mayores sorpresas, revelaban asombro.</p> + +<p>—Haces mal, Jaime; haces mal.</p> + +<p>Lo decía gravemente, como si estuviera tratando un asunto solemne.</p> + +<p>El <i>butifarra</i> tuvo con aquel amigo una confianza que no hubiera osado +con ningún otro...</p> + +<p>—¡Pero si estoy arruinado, querido Toni! ¡Si nada de lo que tengo en mi +casa es ya mío! ¡Si los acreedores sólo me respetan por la esperanza de +este matrimonio!...</p> + +<p>Toni siguió moviendo la cabeza negativamente. El rudo payés, el +contrabandista burlador de las leyes, parecía estupefacto por la +noticia.</p> + +<p>—De todos modos, haces mal. Debes salir de tus apuros como puedas, pero +de otra manera... Los amigos te ayudaremos. ¿Casarte tú con una +<i>chueta</i>?...</p> + +<p>Se despidió de él con un vigoroso apretón de manos, como si le viese +marchar hacia un peligro de muerte.</p> + +<p>—Haces mal... piénsalo—dijo con tono de reproche—. ¡Haces mal, Jaime!</p> + + + +<hr /> +<h2><a name="IVa" id="IVa"></a><a href="#toc">IV</a></h2> + + +<p>Cuando Jaime se metió en su cama, tres horas después de la media noche, +creyó ver en la obscuridad del dormitorio los rostros del capitán Valls +y de Toni Clapés.</p> + +<p>Parecían hablarle, lo mismo que en la tarde anterior. «Me opongo», +repetía el marino con risa irónica. «No hagas eso», aconsejaba el +contrabandista con gesto grave...</p> + +<p>Había pasado la noche en el Casino, silencioso y malhumorado bajo la +obsesión de estas protestas. ¿Qué tenía su proyecto de extraño y absurdo +para que lo repeliese aquel <i>chueta</i>, a pesar de constituir un honor +para su familia, y aquel payés rudo y falto de escrúpulos, que vivía +casi fuera de la ley?...</p> + +<p>Era cierto que en la isla este matrimonio iba a producir escándalos y +protestas; pero ¿y él?... ¿No tenía derecho a buscar su salvación por +cualquier medio? ¿Era acaso una novedad que gentes de su clase +intentasen rehacer su fortuna por medio de un casamiento? ¿Y los duques +y príncipes que buscaban el oro en América dando su mano a hijas de +millonarios de origen más censurable que don Benito?...</p> + +<p>¡Ay! Aquel loco de Pablo Valls tenía en parte razón. Esas alianzas +podían ser en el resto del mundo, pero Mallorca, la amada <i>Roqueta</i>, +tenía un alma todavía viva, el alma de otros siglos, cargada de odios y +preocupaciones. Las gentes eran tales como habían nacido, tales como +fueron sus padres, y así habían de seguir en el ambiente inmóvil de la +isla, que no lograban conmover lejanas y tardas ondulaciones venidas de +fuera.</p> + +<p>Jaime se agitaba inquieto en su lecho. No tenía sueño... ¡Los Febrer! +¡Qué pasado tan glorioso! ¡Y cómo gravitaba sobre él este pasado, como +una cadena de esclavitud que aún hacía más triste su miseria!...</p> + +<p>Había pasado muchas tardes en el archivo de la casa, la pieza inmediata +al comedor, registrando legajos apilados en armarios con puertas de +alambre, a la luz suave que se filtraba por las persianas de los huecos. +¡Polvo y papel viejo que había que sacudir para que no lo devorasen las +polillas! ¡Bárbaras cartas de navegación, con erróneos y caprichosos +perfiles, que habían servido a los Febrer en sus primeras travesías +comerciales!... Por todo esto apenas sí le darían con que comer unos +días; y sin embargo, la familia había peleado durante siglos para +hacerse digna de tal depósito y aumentarlo. ¡Cuánta gloria muerta!...</p> + +<p>La verdadera fama de los suyos, rompiendo los límites de la historia de +la isla, comenzaba en 1541 con la llegada del gran Emperador. Una armada +de trescientas velas, con diez y ocho mil hombres de desembarco, se +juntaba en la bahía de Palma para ir a la conquista de Argel. Estaban +allí los tercios españoles mandados por Gonzaga, los alemanes regidos +por el duque de Alba, los italianos acaudillados por Colonna, doscientos +caballeros de Malta, a cuyo frente marchaba el comendador don Príamo +Febrer, el héroe de la familia, y toda la flota navegaba bajo la +dirección del gran marino Andrés Doria.</p> + +<p>Mallorca acogía con fiestas mitológicas al señor de las Españas y las +Indias, de Alemania e Italia, gotoso ya, y roído por otras dolencias. La +mejor nobleza de Castilla seguía al Emperador en esta santa empresa, +alojándose en las casas de los caballeros mallorquines. La de Febrer +recibía como huésped a un noble improvisado, recién salido de la nada, +cuyas lejanas hazañas y visibles riquezas inspiraban entusiasmos y +murmuraciones. Era el marqués del Valle de Oaxaca, don Hernán Cortés, +que había conquistado Méjico y venía en la expedición ansioso de medirse +con los antiguos nobles de la Reconquista, ahora sus iguales, en una +galera equipada a su costa, acompañado de sus hijos don Martín y don +Luis. Una magnificencia real envolvía al lejano conquistador, dueño de +fantásticas riquezas. Adornando el puente de su galera llevaba tres +esmeraldas enormes, valuadas en más de cien mil ducados: una tallada en +forma de flor, otra en forma de pájaro y otra de campanilla, a la que +servía de badajo una perla gruesa. Con él iban servidores que habían +estado en tan lejanas tierras, adoptando sus extraños usos. Enjutos +hidalgos de color enfermizo pasaban silenciosos las horas muertas +encendiendo unos manojos de hierbajos, a modo de trozos de cuerda, +llamados «tobaco», y arrojando humo por su boca como demonios que +ardiesen interiormente.</p> + +<p>Las abuelas de Jaime habían conservado de generación en generación un +grueso diamante sin tallar, recuerdo del heroico capitán por el generoso +hospedaje de los Febrer. La piedra preciosa figuraba en los documentos +de la familia, pero el abuelo don Horacio no había alcanzado a +conocerla. Desapareció en el curso de los siglos, como tantas riquezas +barridas por los apuros de una casa ostentosa.</p> + +<p>Los Febrer preparaban un refresco para la armada, a nombre de Mallorca, +pero costeado en gran parte por ellos. Este «refresca», para que el +Emperador apreciase la abundancia de frutos de la isla, componíase de +cien vacas, doscientos carneros, centenares de parejas de gallinas y +pavos, de cuarteras de aceite y harina, de cuarterones de vino, de +cuarterolas de queso, alcaparras y aceitunas, veinte barriles de agua de +arrayán y cuatro quintales de cera blanca. Además, los Febrer +avecindados en la isla y que no eran de la Orden de Malta se embarcaron +en la escuadra con doscientos caballeros mallorquines, ansiosos de +conquistar Argel, nido de piratas. Las trescientas galeras salieron de +la bahía, ondeando sus flámulas entre el estruendo de cañones y +bombardas, saludadas por el gentío aglomerado en las murallas. Nunca +había reunido el Emperador una flota tan imponente.</p> + +<p>Era en Octubre. El experto Doria ponía mal gesto. Para él no existían en +el Mediterráneo otros puertos seguros que «Junio, Julio, Agosto... y +Mahón». El Emperador se había retrasado demasiado en el Tirol e Italia. +El papa Paulo III, al salir a su encuentro en Luca, le había profetizado +desgracias por lo avanzado de la estación. Los expedicionarios +desembarcaron en la playa de Hamma. El comendador Febrer, con sus +caballeros de Malta, marchaba a vanguardia, sosteniendo incesantes +choques con los turcos. El ejército se apoderó de las alturas que rodean +a Argel y comenzó el sitio. Entonces se cumplieron las predicciones de +Doria. Sobrevino una horrible tempestad, con toda la violencia del +invierno africano. Las tropas, sin abrigo, caladas hasta los huesos +durante la noche por la lluvia torrencial, sentíanse ateridas. Un viento +furioso obligaba a los hombres a mantenerse tendidos en el suelo. Al +amanecer, los turcos, aprovechando esta situación, cayeron por sorpresa +sobre el ejército, que casi se desbandó.</p> + +<p>Pero estaba allí el comendador Príamo, demonio de la guerra, insensible +al agua y al fuego, duro, malicioso y despreciador de la fatiga, que +contuvo el empuje enemigo con un puñado de sus caballeros. Españoles y +alemanes se rehicieron, y los turcos se replegaron, perseguidos por los +sitiadores, hasta las mismas murallas de Argel. Don Príamo Febrer, +herido en la cara y en una pierna, se arrastró hasta una puerta de la +ciudad, clavando en ella su puñal como testimonio de su avance.</p> + +<p>En otra salida de la morisma, el choque era tan furioso, que cejaban los +italianos, seguían su ejemplo los alemanes, y el Emperador, rojo de +cólera al ver en fuga a sus soldados favoritos, desenvainaba la tizona, +pedía su estandarte, metía espuelas al trotón y gritaba al brillante +séquito de caballeros que le seguía: «¡Arriba, señores! Si me veis caer +con el estandarte, levantad a éste antes que a mí.»</p> + +<p>Los turcos huían ante el ímpetu de este escuadrón de hierro. Un Febrer, +«el rico», el de la isla, abuelo remoto de Jaime, se había interpuesto +por dos veces entre el Emperador y los enemigos, salvando su existencia. +A la salida de un desfiladero, el fuego de las culebrinas turcas diezmó +a los jinetes. El duque de Alba cogió la brida del caballo de su +monarca. «Señor: que vuestra vida vale más que el triunfo.» Y el +Emperador, serenándose, volvía al fin sobre sus pasos, y con un gesto de +agradecimiento majestuoso se quitaba la cadena de oro pendiente de su +cuello, para colocarla sobre los hombros de Febrer.</p> + +<p>Mientras tanto, la tempestad destruía ciento sesenta buques, y el resto +de la flota tenía que refugiarse detrás del cabo Matifux.</p> + +<p>Los más de los nobles opinaban por una retirada inmediata. Hernán +Cortés, el conde de Alcaudete, gobernador de Oran, y los caballeros +mallorquines, con los Febrer a la cabeza, pedían que se pusiera en salvo +el Emperador y dejase al ejército continuar solo la empresa. Al fin se +decidió la retirada, y por cumbres y barrancas hinchadas de lluvia se +fue realizando la triste operación acosados por el enemigo, dejando una +estela de muertos y prisioneros. En plena tempestad se embarcaron los +que pudieron. El mar embravecido devoró nuevos buques, y las galeras +mallorquinas llegaron tristemente a la bahía de Palma escoltando al +Emperador, que sin querer bajar a tierra se dirigió a la Península. Los +Febrer volvieron a su casa cubiertos de gloria en plena derrota: uno con +el testimonio de amistad del César; otro, el comendador, tendido en una +camilla y blasfemando como un pagano por haberse interrumpido el cerco +de Argel.</p> + +<p>¡Príamo Febrer!... Jaime no podía pensar en este personaje sin un +sentimiento de simpatía y curiosidad que le habían infundido los relatos +escuchados en su infancia. Era el alma heroica y maldita de la familia. +Las antiguas damas de la casa no mencionaban jamás su nombre, y al +escucharlo bajaban los ojos y enrojecían. Guerrero de la Iglesia, santo +caballero que había pronunciado voto de castidad al entrar en la Orden, +llevaba siempre mujeres en su galera. Eran cristianas rescatadas al +musulmán, que no tenía gran prisa en devolver a sus hogares, o infieles +hechas esclavas en sus audaces desembarcos.</p> + +<p>Cuando se procedía al reparto del botín, miraba indiferente las riquezas +en montón, dejándolas para el Gran Maestre. Él sólo tenía interés en +apropiarse las hembras. Si le amenazaban con la excomunión, reía +diabólicamente en la cara de los eclesiásticos de la Orden. Cuando el +Gran Maestre le llamaba para reprenderle por sus impurezas, erguíase +fieramente, hablando de las grandes victorias en el mar que le debía la +cruz de Malta.</p> + +<p>Conservábanse en el archivo de la casa algunas de sus cartas: pliegos de +papel amarillento con caracteres rojizos, desiguales y confusos, y un +estilo que delataba las pocas letras del comendador. Expresábase con +soldadesca tranquilidad, mezclando frases religiosas con las más +impúdicas expresiones. En una de dichas cartas, que Jaime había leído, +escribía alarmado a su hermano de Mallorca en vista de cierta enfermedad +misteriosa que sufría éste; y por si era «mal de mujeres, le daba +expertos consejos y mágicos remedios. Él había conocido mucho esta +dolencia en sus visitas a los puertos de Levante.</p> + +<p>Su nombre era terriblemente popular en toda la costa mediterránea +ocupada por los infieles. Los mahometanos le temían como al demonio; las +moras hacían callar a sus pequeñuelos con la amenaza del comendador +Febrer. Dragut, gran corsario turco, le apreciaba como único rival digno +de su valor. Los dos se temían y se respetaban, procurando no verse ni +encontrarse en el mar, después de varios combates de los que ambos +habían salido malparados.</p> + +<p>Un día, Dragut, al visitar una de sus galeras en Argel, encontró a +Príamo Febrer casi desnudo, encadenado a un banco y con un remo en las +manos.</p> + +<p>—¡Cosas de la guerra!—dijo Dragut.</p> + +<p>—¡Cosas de la fortuna!—contestó el comendador.</p> + +<p>Se estrecharon la mano y no dijeron más. Ni el uno ofreció favor ni el +otro pidió misericordia. Las gentes de Argel acudían ansiosas para +conocer al «Demonio de Malta» amarrado a su banco de esclavo; pero al +verle fiero y ceñudo como un aguilucho cautivo, no se atrevían a +insultarle. La Orden dio por el rescate de su heroico guerrero +centenares de esclavos, naves y cargamentos, como si fuese un príncipe. +Años después fue don Príamo el que, entrando en una galera de Malta, +encontró encadenado en un banco de remero al intrépido Dragut. Se +repitió la escena sin sorpresa para ambos, como si el encuentro fuese +natural. Se estrecharon las manos.</p> + +<p>—¡Cosas de la guerra!—dijo uno.</p> + +<p>—¡Cosas de la fortuna!—contestó el otro.</p> + +<p>Jaime amaba al comendador porque había representado en el seno de la +noble familia el desorden, la libertad, el desprecio de las +preocupaciones... ¡Lo que a él le importaban las diferencias de raza y +religión cuando sentía el deseo de una mujer!... Había vivido en la +madurez de su existencia retirado en Túnez, con sus buenos amigos los +ricos corsarios, que en fuerza de odiarle y perseguirle acabaron por ser +sus camaradas. Fue éste el período más obscuro de su existencia. Las +leyendas llegaban a suponer que había renegado, y para distraer su tedio +daba caza en el mar a las galeras de Malta. Algunos caballeros de la +Orden, enemigos suyos, juraban haberle visto durante un combate vestido +a la turca en el castillo de una embarcación enemiga.</p> + +<p>Lo único cierto era que había vivido en Túnez en un palacio a orillas +del mar, con una mora de espléndida belleza, parienta de su amigo el +Bey. Dos cartas atestiguaban en el archivo esta dulce e incomprensible +esclavitud. Al morir la musulmana, don Príamo volvía a Malta, dando por +terminada su carrera. Los más importantes dignatarios de la Orden +quisieron favorecerle si cambiaba de conducta, hablando de nombrarle +Bailío de Negroponto o Gran Castellán de Amposta. Pero el empecatado don +Príamo no se corregía, y continuó siendo un libertino temible, de humor +fantástico y desigual para los otros caballeros. En cambio, el heroico +comendador era adorado por los «hermanos sirvientes», hombres de armas +de la Orden, simples soldados que sólo podían llevar sobre la coraza el +adorno de media cruz.</p> + +<p>El desprecio a las intrigas y el odio de sus enemigos le hicieron +abandonar para siempre el archipiélago de la Orden, las islas de Malta y +Gozzo, cedidas por el Emperador a los frailes guerreros sin otro precio +que el tributo anual de un azor de los que se criaban en aquellas islas.</p> + +<p>Viejo ya y cansado, retirábase a Mallorca, viviendo de los bienes de su +encomienda situados en Cataluña. La impiedad y los vicios del héroe +aterraban a la familia y escandalizaban a la isla. Tres moras jóvenes y +una judía de gran belleza le acompañaban como sirvientes en las +habitaciones de toda un ala del caserón de los Febrer, que era mucho más +grande en aquella época. Además conservaba varios esclavos, turcos unos, +tártaros otros, que temblaban al verle. Andaba en tratos con viejas +tenidas por brujas, consultaba a curanderos hebreos, se encerraba en su +dormitorio con toda esta gente sospechosa, y los vecinos temblaban +viendo a altas horas de la noche sus ventanas inflamadas por un fuego de +infierno. Algunos de sus esclavos languidecían, pálidos, como si les +chupasen la vida. La gente murmuraba que el comendador había empleado su +sangre para mágicos bebedizos. Don Príamo quería volver a la juventud: +ansiaba reanimar con fuego vital sus fuerzas pasionales. El Gran +Inquisidor de Mallorca hablaba de una visita con familiares y alguaciles +a las habitaciones del comendador; pero éste, que era primo suyo, le +anunció por carta su propósito de abrirle la cabeza con un mandoble de +abordaje apenas avanzase un pie sobre el primer peldaño de su escalera.</p> + +<p>Moría don Príamo, o más bien, reventaba con los diabólicos brebajes, +dejando como resumen de sus despreocupaciones un testamento cuya copia +había leído Jaime. El guerrero de la Iglesia legaba el cuerpo de sus +bienes, así como sus armas y trofeos, a los hijos de su hermano mayor, +lo mismo que habían hecho siempre todos los segundones de la casa. Pero +a continuación figuraba una extensa lista de mandas, todas para hijos +suyos que declaraba habidos con esclavas musulmanas o amigas judías, +armenias y griegas que debían vegetar a aquellas horas, decrépitas y +arrugadas, en algún puerto de Levante. Era una descendencia de patriarca +bíblico, pero toda irregular y mestiza, producto del cruzamiento de +sangres enemigas, de razas antagónicas. ¡Famoso comendador! Parecía que +al quebrantar sus votos hubiese buscado aminorar esta falta escogiendo +siempre mujeres infieles. A su pecado de impureza unía lo vergonzoso del +comercio con hembras enemigas del verdadero Dios.</p> + +<p>Admirábalo Jaime como a un precursor que le salvaba de sus dudas. ¿Qué +tenía de extraño que él se uniese a una <i>chueta</i>, igual a las otras +mujeres en costumbres, creencias y educación, si el más famoso de los +Febrer, en una época de intolerancia, había vivido, fuera de toda ley, +con hembras infieles?... Pero los prejuicios de familia despertaban en +Jaime como un remordimiento, haciéndole recordar una cláusula del +testamento del comendador. Dejaba bienes a los hijos de sus esclavas, +mestizos de otras razas, porque eran de su sangre y deseaba evitarles +los sufrimientos de la miseria, pero les prohibía que usasen el apellido +de su padre, el nombre de los Febrer, que se habían mantenido siempre +puros de cruzamientos vergonzosos en su casa de Mallorca.</p> + +<p>Al recordar esto, sonreía Jaime en la obscuridad. ¿Quién podía responder +del pasado? ¿Qué misterios no se ocultaban en las raíces del tronco de +su estirpe, allá en los tiempos medioevales, cuando los Febrer y los +ricos de la sinagoga balear comerciaban juntos y cargaban sus naves en +Puerto Pi? Muchos de su familia, y hasta él mismo, así como otros de la +antigua nobleza mallorquína, tenían algo de judaico en el rostro. La +pureza de las razas era una ilusión. La vida de los pueblos residía en +el movimiento, gran engendrador de mezclas y confusiones... Pero ¡ay, +los orgullosos escrúpulos de familia! ¡La separación creada por las +costumbres!...</p> + +<p>Él mismo, que pretendía burlarse de los prejuicios del pasado, +experimentaba un sentimiento irresistible de altivez al lado de don +Benito, que había de ser su suegro. Se consideraba superior a él; le +toleraba con una bondad lastimera; se había sublevado interiormente +cuando el rico <i>chueta</i> habló de su pretendida amistad con don Horacio. +No era cierto; los Febrer no habían tratado nunca a aquellas gentes. +Cuando sus abuelos iban a Argel con el Emperador, los abuelos de +Catalina estaban tal vez recluidos en el barrio de la Calatrava, +fabricando objetos de plata, temblando ante la idea de que los payeses +pudieran bajar en son de guerra a Palma, encorvándose pálidos de miedo +ante el Gran Inquisidor—algún Febrer indudablemente—para granjearse su +protección.</p> + +<p>Fuera, en el recibimiento, estaba el retrato de uno de sus ascendientes +menos remotos, un señor de rostro afeitado, labios finos y descoloridos, +peluca blanca y casaca de seda roja, que, según rezaba la cartela del +lienzo, había sido regidor perpetuo de la ciudad de Palma. El rey Carlos +III enviaba una pragmática a la isla prohibiendo que se insultase a los +antiguos judíos, «gente laboriosa y honrada», amenazando con pena de +presidio al que los llamase <i>chuetas</i>. El Concejo se alborotaba con esta +disposición absurda del monarca, sobradamente bondadoso, y el regidor +Febrer solucionaba el asunto con la autoridad de su nombre. «Archívese +la pragmática; se acata, pero no se cumple. ¿Para qué necesitan los +<i>chuetas</i> tener dignidad como cualquiera de nosotros? Con tal que no les +toquen la bolsa o la mujer, se dan por contentos.»</p> + +<p>Y todos reían, diciéndose que Febrer hablaba por experiencia propia, +pues era gran aficionado a visitar «la calle», encargando trabajo a los +plateros para poder hablar con las plateras.</p> + +<p>También estaba en el recibimiento el retrato de otro de sus +ascendientes, el inquisidor don Jaime Febrer, que llevaba su mismo +nombre. En los desvanes de la casa había encontrado él, amarillas por el +tiempo, varias cartulinas de visita con el nombre del rico sacerdote: +tarjetas grabadas con emblemas, como empezaron a usarse en el siglo +<span class="smcap">xviii</span>.</p> + +<p>En el centro de la tarjeta aparecía una cruz leñosa con una espada y una +rama de olivo; a ambos lados dos corazas, una con la cruz del Santo +Oficio, otra con dragones y cabezas de Medusa. Esposas, látigos, +calaveras, rosarios y cirios completaban el adorno; abajo ardía una +hoguera en torno a un poste con argolla y figuraba una caperuza como un +embudo adornada de serpientes, sapos y cabezas cornudas. Una especie de +sarcófago elevábase entre estos adornos, y en él se leía en antigua +letra española: «El Inquisidor Decano don Jaime Febrer.» El pacífico +mallorquín que al volver a su casa encontraba esta cartulina de visita +debía sentir un espeluznamiento de terror.</p> + +<p>Además, pasaba por su memoria otro de sus ascendientes, aquel a quien +mencionaba iracundo Pablo Valls al recordar las quemas de <i>chuetas</i> y el +librito del padre Garau. Era un Febrer elegante y galanteador, que había +entusiasmado a las damas de Palma en el famoso auto de fe, con un +vestido nuevo de paño de Florencia recamado de oro, jinete sobre un +corcel tan vistoso como su dueño y llevando el estandarte del Santo +Tribunal. El jesuita hablaba con líricos arrebatos de su gentil +apostura. A la caída de la tarde había presenciado el caballero en la +falda del castillo de Bellver cómo ardía la abultada corpulencia de +Rafael Valls y cómo reventaban sus entrañas cayendo en el brasero, +espectáculo del que le distrajo la presencia de algunas damas, haciendo +caracolear su caballo junto a las portezuelas de las carrozas. El +capitán Valls tenía razón: todo esto resultaba bárbaro. Pero los Febrer +eran los suyos; el nombre y los bienes ya perdidos a ellos los debía. ¡Y +él, último vástago de una familia orgullosa de su historia, iba a +casarse con Catalina Valls, descendiente del ajusticiado!...</p> + +<p>Las consejas oídas en la niñez, los simples relatos con que le +entretenía <i>madó</i> Antonia, surgían ahora en su recuerdo como ideas +olvidadas, pero que habían abierto hondo surco. Pensaba en los +<i>chuetas</i>, que, según la opinión popular, no eran lo mismo que las otras +personas; seres de miseria sórdida y contacto viscoso, que debían +ocultar terribles deformidades. ¿Quién podía afirmarle que Catalina era +igual a las otras mujeres?...</p> + +<p>Al momento pensaba en Pablo Valls, tan alegre y generoso, superior por +sus cualidades a casi todos los amigos que él tenía en la isla. Pero +Pablo apenas había vivido en Mallorca: había viajado mucho; no era como +los de su raza, inmóviles en la misma postura durante siglos, +reproduciéndose sobre el montón de su vileza y su cobardía, sin fuerzas +ni solidaridad para levantarse e imponer respeto.</p> + +<p>Jaime conocía en París y en Berlín ricas familias de judíos. Hasta había +solicitado que le presentasen a los altos varones de Israel; pero al +ponerse en contacto con estos hebreos verdaderos, que conservaban su +religión y su independencia de raza, no sintió la instintiva repugnancia +que le inspiraban el devoto don Benito y otros <i>chuetas</i> de Mallorca. +¿Era el ambiente, que influía en él? ¿Era que una sumisión de siglos, el +miedo y el hábito de doblarse, habían hecho de los de Mallorca una raza +distinta?...</p> + +<p>Febrer acabó por sumirse en la lobreguez del sueño, rodando a través de +las sinuosidades de su pensamiento, cada vez más confuso.</p> + +<p>En la mañana siguiente, mientras se vestía, decidióse a realizar cierta +visita, con gran esfuerzo de su voluntad. Aquel casamiento era algo +audaz y peligroso que exigía larga reflexión, como le había dicho su +amigo el contrabandista.</p> + +<p>«Antes debo jugar mi última carta...—pensó Jaime—. Voy a ver a «la +Papisa Juana» Hace muchos años que no la he visto; pero es mi tía, mi +pariente más próxima. En justicia, debía ser yo su heredero. ¡Si ella +quisiera!... Le bastaría hacer un gesto, y todos mis apuros habrían +terminado.»</p> + +<p>Pensó en la hora mejor para visitar a la gran señora. Por la tarde tenía +su famosa tertulia de canónigos y graves señores, a los que recibía con +un aire de soberana. Estos eran los que iban a heredarla, como +mandatarios y representantes de varias corporaciones de carácter +religioso. La debía visitar inmediatamente, sorprenderla en su soledad +después de la misa y los ejercicios matinales.</p> + +<p>Doña Juana vivía en un palacio inmediato a la catedral. Se había +mantenido soltera, abominando del mundo después de ciertos desengaños de +su juventud, de los que era responsable el padre de Jaime. Toda la +acometividad de su carácter bilioso y el entusiasmo de su fe seca y +altiva los había dedicado a la política y la religión. «Por Dios y por +el Rey», le había oído decir Febrer al visitarla siendo muchacho.</p> + +<p>En su juventud había soñado doña Juana con las heroínas de la Vendée; se +había entusiasmado con las hazañas y penalidades de la duquesa de Berry, +queriendo, como estas hembras fuertes de la religión y el legitimismo, +montar a caballo, llevando sobre el pecho un crucifijo y junto a la +falda de amazona un sable pendiente. Pero estos deseos no pasaron de ser +vagas fantasías. En realidad, no había hecho otra expedición que un +viaje a Cataluña durante la última guerra carlista, para ver más de +cerca la santa empresa que consumió una parte de sus bienes.</p> + +<p>Los enemigos de «la Papisa Juana» afirmaban que de joven había tenido +oculto en su palacio al conde de Montemolín, pretendiente a la corona, y +que allí lo había puesto en relación con el general Ortega, capitán +general de las islas. A estas murmuraciones unían la de un amor +romántico de doña Juana por el pretendiente.</p> + +<p>Jaime sonreía al oír estas noticias. Todo mentira. El abuelo don +Horacio, que estaba bien enterado, habló muchas veces a su nieto de +tales sucesos. «La Papisa» sólo había querido al padre de Jaime. El +general Ortega era un iluso, al que recibía doña Juana con novelesco +misterio, vestida de blanco en un salón casi a obscuras, hablándole con +voz dulce de ultratumba, como si fuese el ángel del pasado, de la +necesidad de volver España a sus antiguas costumbres, barriendo a los +liberales y restableciendo el gobierno de los caballeros. «¡Por Dios y +por el Rey!...» Ortega fue fusilado en la costa de Cataluña al fracasar +su desembarco carlista, y «la Papisa» se quedó en Mallorca, pronta a dar +su dinero para nuevas empresas santas.</p> + +<p>Muchos la consideraban arruinada después de sus prodigalidades en la +última guerra civil, pero, Jaime conocía la verdadera fortuna de la +devota señora. Su vida era simple como la de una payesa; le quedaban en +la isla extensos predios, y todas sus economías las invertía en regalos +a iglesias y conventos o en donativos al tesoro de San Pedro. Su antiguo +lema «Por Dios y por el Rey» había sufrido una mutilación. Ya no pensaba +en el rey. De sus antiguos entusiasmos por el pretendiente don Carlos +sólo le quedaba una gran fotografía con dedicatoria adornando la parte +más obscura de su salón.</p> + +<p>—Buen mozo—decía de él—, buen caballero, pero igual casi a los +liberales. ¡Ay, la vida en tierra extranjera! ¡Cómo cambia a los +hombres!... ¡Qué pecados!...</p> + +<p>Ahora su entusiasmo era sólo por Dios, y su dinero emprendía el camino +de Roma. Una suprema ilusión animaba su existencia. ¿No le enviaría +antes de morir la «Rosa de Oro» el Santo Padre? Era regalo destinado en +otros tiempos sólo a las reinas, pero algunas devotas ricas de la +América del Sur conseguían ahora esta distinción. Y menudeaba las +liberalidades, viviendo en santa pobreza para poder enviar más dinero al +Vaticano. ¡La «Rosa de Oro», y luego morir!...</p> + +<p>Febrer llegó a casa de «la Papisa»: un zaguán semejante al suyo, aunque +más cuidado, más limpio, sin hierbas en el pavimento, sin grietas ni +desconchaduras en las paredes, con una pulcritud monacal. Arriba le +abrió la puerta una criadita pálida, vestida con el hábito azul de una +cofradía y cordón blanco. Esta muchacha no pudo reprimir un gesto de +sorpresa al reconocer a Jaime.</p> + +<p>Le dejó en el recibimiento, lleno de retratos como el de casa de los +Febrer, y corrió con un ligero trote de ratón a las habitaciones +interiores, para avisar esta visita extraordinaria que turbaba la paz +monástica del palacio.</p> + +<p>Transcurrieron largos minutos de silencio. Jaime oyó pasos furtivos en +las habitaciones inmediatas; vio cortinajes que se agitaban levemente, +como movidos por suave céfiro; adivinó tras de ellos cuerpos en acecho, +ojos que le contemplaban ocultos. La criada volvió a aparecer, saludando +a don Jaime con grave cortesía. ¡Era el sobrino de la señora!... Le +acompañó hasta un gran salón, y desapareció.</p> + +<p>Febrer entretuvo la espera contemplando esta vasta pieza, de un lujo +arcaico. Así era su casa en tiempos del abuelo. Las paredes estaban +cubiertas de rico damasco carmesí, y sobre ellas destacábanse antiguos +cuadros religiosos de suaves pinceles italianos. Los muebles eran de +madera blanca y oro, con voluptuosas curvas, tapizados de gruesa seda +bordada. Sobre las consolas, reflejándose en los espejos azulados y +profundos, mezclábanse figuras policromas de santos y péndolas del siglo +<span class="smcap">xvii</span> con figuras mitológicas. La bóveda del techo estaba pintada al +fresco, con una asamblea de dioses y diosas sentados en nubes. Sus +rosadas desnudeces y atrevidos gestos contrastaban con la faz dolorosa +de un gran Cristo que parecía presidir el salón, ocupando la mayor parte +del muro sobre el estrado, entre dos puertas. «La Papisa» reconocía lo +pecaminoso de estos adornos mitológicos; pero eran recuerdos de la buena +época, de cuando mandaban los caballeros, y los respetaba, procurando no +verlos.</p> + +<p>Se levantó un cortinaje de damasco y entró una criada vieja vestida de +negro, con falda lisa y pobre jubón, lo mismo que una campesina. Los +cabellos grises estaban cubiertos en parte por una pañoleta obscura, a +la que el tiempo y la grasa habían dado un tinte rojizo. Por debajo de +la falda asomaban los pies calzados de paño, con unas medias blancas de +grueso tejido. Jaime se apresuró a levantarse de su asiento. Aquella +criada vieja era «la Papisa».</p> + +<p>La sillería estaba en un desorden permanente que parecía denunciar la +tertulia reunida allí todas las tardes. Cada asiento pertenecía por +derecho consuetudinario a una grave persona, y quedaba inmóvil en el +mismo sitio. Doña Juana, al entrar, ocupó un sillón semejante a un +trono, asiento desde el cual presidía toda las tardes su fiel tertulia +de canónigos, amigas viejas y señores de sanas ideas, como una reina que +recibe su corte.</p> + +<p>—Siéntate—dijo brevemente a su sobrino.</p> + +<p>Tendió las manos, por el automatismo de la costumbre, sobre un brasero +monumental de plata que estaba vacío, y contempló fijamente a Jaime con +sus ojillos grises de mirada aguda, habituados a infundir miedo. Esta +mirada autoritaria fue humanizándose, hasta temblar con una lacrimosidad +de emoción. Cerca de diez años que no veía a su sobrino.</p> + +<p>—Eres un Febrer de lo más puro. Te pareces a tu abuelo... ¡Igual a +todos los de tu familia!</p> + +<p>Y ocultaba su verdadero pensamiento; callábase el único parecido que le +conmovía: la semejanza de Jaime con su padre, cuando éste era oficial de +marina y venía a verla en tiempos ya remotos. Sólo le faltaban para ser +idéntico a su progenitor el uniforme y los lentes... ¡Ah, monstruo de +liberalismo y de ingratitud!...</p> + +<p>Sus ojos recobraron la acostumbrada dureza; sus facciones parecieron más +secas, pálidas y angulosas.</p> + +<p>—¿Qué deseas?—dijo con rudeza—. ¡Porque seguramente no vienes por el +placer de verme!...</p> + +<p>Jaime bajó los ojos con una hipocresía infantil, y temeroso de llegar a +su verdadera demanda, acometió el relato desde muy lejos. Él era bueno, +creía en todo lo antiguo, deseaba mantener el prestigio de su familia y +aumentarlo... No había sido un santo, lo confesaba; una existencia loca +había consumido sus bienes... ¡pero el honor de la casa siempre intacto! +De esta vida de pecado y ruina había sacado dos cosas excelentes: la +experiencia y el firme propósito de enmendarse.</p> + +<p>—Tía: yo quiero cambiar de modo de vivir; yo quiero ser otro.</p> + +<p>La tía asintió con un gesto enigmático. Muy bien; así habían hecho San +Agustín y otros santos varones que pasaron su juventud en la licencia, +para ser luego lumbreras de la Iglesia.</p> + +<p>Se animó el sobrino con estas palabras. Él, ciertamente, no llegaría a +figurar como lumbrera de nada, pero deseaba ser un buen caballero +cristiano; se casaría, educaría a sus hijos para que continuasen las +tradiciones de la casa; un hermoso porvenir. Pero ¡ay! vidas tan +desarregladas como la suya son de difícil apaño cuando llega el momento +de enderezarlas hacia la virtud. Necesitaba una ayuda. Estaba arruinado, +tía. Los predios se hallaban en manos de los acreedores; su casa era un +desierto: se había defendido vendiendo los recuerdos del pasado. Él, un +Febrer, iba a verse en medio de la calle si una mano misericordiosa no +le daba apoyo. Y había pensado en su tía—que al fin era su pariente más +próxima, algo así como su madre—para que le salvase.</p> + +<p>Esta supuesta maternidad hizo enrojecer débilmente a doña Juana y +aumentó la dura brillantez de sus ojos. ¡Ay, la memoria con sus penosas +evocaciones!...</p> + +<p>—¿Y es de mí de quien esperas tu salvación?—dijo lentamente «la +Papisa», con una voz que silbaba entre los dientes, separados y +amarillentos, pero todavía fuertes—. Pierdes el tiempo, Jaime. Yo soy +pobre... no tengo casi nada. Apenas lo necesario para vivir y hacer +algunas limosnas.</p> + +<p>Lo dijo con tal firmeza, que Febrer perdió la esperanza y juzgó inútil +insistir. «La Papisa» no quería ayudarle.</p> + +<p>—Está bien—dijo con visible despecho—. Pero a falta de su apoyo, he +de procurarme otra salida en mis apuros, y cuento con una. Usted es +ahora la mayor de mi familia, y debo pedir su consejo. Tengo en proyecto +un casamiento que puede salvarme: un matrimonio con persona rica, pero +que no es de nuestra clase, sino de un origen bajo. ¿Qué debo hacer?...</p> + +<p>Esperaba en su tía un movimiento de sorpresa, de curiosidad. Tal vez el +anuncio de su casamiento la ablandase. Casi era seguro que, aterrándose +ante un peligro tan enorme para el honor de su casa y de su sangre, se +allanara a todo, concediéndole su protección. Pero el sorprendido, el +aterrado, fue Jaime al ver fruncirse con una sonrisa fría los labios +pálidos de la vieja.</p> + +<p>—Lo sé—dijo—. Me lo han contado todo esta mañana en Santa Eulalia, al +salir de misa. Ayer estuviste en Valldemosa. Te casas... te casas con... +una <i>chueta</i>.</p> + +<p>Le costó un esfuerzo soltar la palabra, se estremeció al decirla. Luego +de esto reinó en el salón un largo silencio, uno de esos silencios +trágicos y absolutos que siguen a las grandes catástrofes, lo mismo que +si la casa acabara de venirse abajo, extinguiéndose el eco del último +muro derrumbado.</p> + +<p>—¿Y a usted qué le parece?—se atrevió a preguntar tímidamente Jaime.</p> + +<p>—Haz lo que quieras—dijo «la Papisa» con frialdad—. Sabes que hemos +estado muchos años sin vernos, y lo mismo podernos seguir el resto de +nuestra vida. Tú y yo somos ahora como de otra sangre; pensamos de +distinto modo; no podemos entendernos.</p> + +<p>—¿De modo que debo casarme?—insistió él.</p> + +<p>—Eso pregúntalo a ti mismo. Los Febrer marchan desde hace años por +tales caminos, que nada de ellos puede sorprenderme.</p> + +<p>Jaime adivinaba en los ojos y la voz de su tía un goce reprimido, la +voluptuosidad de la venganza, la alegría de ver caídos a sus enemigos en +lo que consideraba una deshonra, y esto le irritó.</p> + +<p>—Y si me caso—dijo imitando la frialdad de doña Juana—, ¿puedo contar +con usted? ¿Vendrá usted a mi boda?</p> + +<p>Esto puso fin a la tranquilidad de «la Papisa», y la hizo erguirse con +altivez. Las lecturas románticas de la juventud acudieron a su memoria. +Habló como una reina ultrajada al final de un capítulo de novela +histórica.</p> + +<p>—Caballero, soy Genovart por mi padre. Mi madre era Febrer, pero tanto +valen los unos como los otros. Yo reniego de la sangre que va a +mezclarse con la de la gente vil, matadora de Cristo, y me quedo con la +mía, con la de mi padre, que acabará conmigo pura y honrada.</p> + +<p>Señalaba la puerta con ademán arrogante, dando por terminada la +entrevista. Pero luego pareció darse cuenta de lo extemporáneo y teatral +de su protesta, y bajó los ojos, se humanizó, tomando un aspecto de +mansedumbre cristiana.</p> + +<p>—Adiós, Jaime; ¡que el Señor te ilumine!</p> + +<p>—Adiós, tía.</p> + +<p>La tendió él una mano, a impulsos de la costumbre, pero ella retiró +vivamente su diestra, ocultándola detrás de su espalda. Febrer sonrió al +recordar ciertas noticias de los murmuradores. Esta retracción no +significaba desprecio ni odio. Era que «la Papisa» había hecho voto de +no tocar en su vida las manos de otros hombres que los sacerdotes.</p> + +<p>Cuando se vio en la calle prorrumpió sordamente en denuestos, mirando +los panzudos balcones del caserón. ¡Víbora! ¡Cómo se alegraba de su +casamiento!... Cuando éste fuese un hecho, fingiría indignación y +escándalo ante su tertulia. Tal vez enfermase, para que todos en la isla +la compadeciesen, y sin embargo, su alegría era inmensa, la alegría de +una venganza incubada durante muchos años, viendo a un Febrer, al hijo +del hombre odiado, sumido en lo que consideraba la más afrentosa de las +deshonras... ¡Y él, empujado por las angustias de la ruina, tendría que +proporcionarle este placer casándose con la hija de Valls!... «¡Ah, +miseria!»</p> + +<p>Vagó hasta pasado mediodía por las calles poco frecuentadas inmediatas a +la Almudaina y la catedral. El desfallecimiento del estómago guió sus +pasos instintivamente hacia su casa. Comió silencioso, sin saber lo que +comía, no viendo a <i>madó</i>, que, inquieta desde el día anterior, rondaba +en torno de él, ansiosa de entablar conversación.</p> + +<p>Luego de comer salió a una pequeña galería que daba sobre el jardín, con +su ruinosa baranda de balaustres coronada por tres bustos romanos. A sus +pies extendíase el follaje de las higueras, las barnizadas hojas de los +magnolieros, las bolas verdes de los naranjos. Frente a él cortaban el +espacio azul los troncos de las palmeras, y más allá de las almenas +puntiagudas de la tapia extendíase el mar, luminoso, con +estremecimientos de vida, como si cosquilleasen su blanda epidermis las +barcas, sueltas sus velas al viento. A la derecha estaba el puerto, +repleto de mástiles y amarillas chimeneas; más, allá, avanzaba en las +aguas de la bahía la masa obscura de los pinos de Bellver, y sobre su +cumbre erguíase el antiguo castillo, redondo como una plaza de toros, +con su torre del homenaje suelta, aislada, sin otro lazo de unión que un +gallardo puente. Abajo extendíase el rojo caserío moderno del Terreno, y +más allá, al extremo del cabo, el antiguo Puerto Pi, con su torre de +señales y las baterías de San Carlos.</p> + +<p>Al otro lado de la bahía perdíase mar adentro, en las brumas flotantes +del horizonte, un cabo de obscuro verde y peñas rojizas, sombrío y +deshabitado.</p> + +<p>La catedral destacaba sobre el azul del cielo sus botareles y arcadas, +como un navío de piedra con la arboladura desmochada que hubiesen +arrojado las olas entre la ciudad y la costa. Más allá del templo, el +antiguo alcázar de la Almudaina mostraba sus rojas torres morunas. En el +palacio del obispo brillaban como láminas de acero enrojecido los +cristales de los miradores, cual si reflejasen un incendio. Entre este +palacio y la muralla de mar, en un profundo foso lleno de hierba, por +cuyos muros trepaban guirnaldas de rosales, amontonábanse numerosos +cañones: unos antiquísimos, montados sobre ruedas; otros modernos, +esparcidos por el suelo, esperando, durante años, el momento de ser +emplazados. Las torres blindadas estaban oxidadas, lo mismo que las +cureñas; los cañones de largo alcance, pintados de rojo y hundidos en la +hierba, parecían tubos de desecho. El olvido y el óxido del abandono +envejecían estas piezas modernas. El ambiente tradicional y envejecedor +que según Febrer envolvía a la isla, parecía pesar sobre estos +instrumentos de guerra, decrépitos poco después de nacer y antes de +haber hablado.</p> + +<p>Insensible a la alegría del sol, a las palpitaciones luminosas de la +extensión azul, al piar de los pájaros que revoloteaban a sus pies, +Jaime se sentía dominado por intensa tristeza, por un desaliento +anonadador.</p> + +<p>«¿A qué luchar con el pasado?... ¿Cómo libertarse de su cadena?... Cada +uno, al nacer, encuentra marcado el sitio y gesto para todo el curso de +su existencia, y es inútil querer cambiar de situación y de postura.»</p> + +<p>Muchas veces, en su primera juventud, al ver desde una cumbre la ciudad +y sus risueños alrededores, se había sentido obsesionado por fúnebres +pensamientos. En las calles bañadas de sol o bajo los caparazones de los +techos agitábase el humano hormiguero, impulsado por necesidades e ideas +del momento que consideraba importantísimas. Todos creían con el más +cándido y vanidoso de los egoísmos que una voluntad superior y +omnipotente vigilaba y dirigía sus idas y venidas, iguales a las de los +infusorios en una gota de agua. Más allá de la ciudad veía Jaime con la +imaginación monótonas tapias, cipreses que asomaban sus puntas sobre +ellas, una población apretada de blancas construcciones, de ventanillas +como bocas de horno, de losas que parecían cubrir entradas de cuevas. +¿Cuántos eran los habitantes de la ciudad de los vivos en sus plazas y +sus amplias calles? Sesenta mil... ochenta mil. ¡Ay! En la otra +población situada a corta distancia, apretada, silenciosa, comprimida en +sus casitas blancas entre sombríos cipreses, los habitantes invisibles +eran cuatrocientos mil, seiscientos mil, tal vez un millón.</p> + +<p>Luego, en Madrid, había pensado lo mismo una tarde que paseaba con dos +mujeres por los alrededores de la villa. Las cumbres de las colinas +inmediatas al río estaban ocupadas por mudas poblaciones entre cuyos +edificios blancos surgían agudos grupos de cipreses. Y en el lado +opuesto de la gran urbe existían igualmente otros campamentos de +silencio y olvido. La ciudad vivía entre un apretado cordón de fuertes +de la Nada. Medio millón de seres vivos agitábanse en las calles, +creyendo ser solos en el dominio y la dirección de la existencia, sin +acordarse ni conocer a cuatro, seis u ocho millones de semejantes que +permanecían invisibles en los inmediatos cementerios.</p> + +<p>Igual había pensado en París, donde cuatro millones de vecinos +despiertos vivían rodeados de veinte o treinta millones de antiguos +habitantes dormidos para siempre; y la misma fúnebre idea habíale +perseguido en todas las grandes ciudades.</p> + +<p>Los vivos no están solos en ninguna parte. Les rodean los muertos en +todos los sitios, y como éstos son más, infinitamente más, gravitan +sobre su existencia con la pesadez del tiempo y del número.</p> + +<p>No; los muertos no se van aprisa, como cree el refrán popular. Los +muertos se quedan inmóviles al borde de la vida, espiando a las nuevas +generaciones, haciéndolas sentir la autoridad del pasado con un rudo +tirón en su alma cada vez que intentan apartarse del sendero marcado por +la rutina.</p> + +<p>¡Qué tiranía la suya! ¡Qué poder sin límites! Es inútil apartar los ojos +y paralizar la memoria; se les encuentra en todas partes, tienen +ocupadas todas las avenidas de nuestra existencia, y nos salen al paso +para recordar sus beneficios, obligándonos a una gratitud envilecedora. +¡Qué servidumbre!... La casa en que vivimos la construyeron los muertos; +las religiones ellos las crearon; las leyes que obedecemos las dictaron +los muertos, y obra suya son también nuestras pasiones y nuestros +gustos, los alimentos que nos sostienen, todo lo que produce la tierra +roturada por sus manos, que ahora son polvo. La moral, las costumbres, +los prejuicios, el honor, todo obra suya. De pensar ellos de distinto +modo, otra sería la actual organización de los hombres. Las cosas +agradables a nuestros sentidos lo son porque así lo quieren los muertos; +las desagradables e inútiles se ven sumidas en su vileza por la voluntad +de los que ya no existen; lo moral y lo inmoral son sentencias dadas +hace siglos por ellos.</p> + +<p>Los hombres que se esfuerzan por decir cosas nuevas no hacen más que +repetir con diversas palabras lo mismo que los muertos dijeron hace +siglos y siglos. Lo que consideramos más espontáneo y personal en +nosotros nos lo dictan ocultos maestros tendidos en su lecho de tierra, +los cuales, a su vez, aprendieron la lección de otros muertos +anteriores. En el punto de luz de nuestros ojos arde el alma de nuestros +abuelos, así como en las líneas de nuestras facciones se reproducen y +reflejan los rasgos de generaciones desaparecidas.</p> + +<p>Febrer sonreía con inmensa tristeza. Creemos pensar por cuenta propia, y +en las circunvoluciones de nuestro cerebro se agita una fuerza que ha +vivido en otros organismos, semejante a la savia del injerto que lleva +la energía desde los árboles seculares y moribundos a las plantaciones +nuevas. Lo que decimos a veces espontáneamente, como última novedad de +nuestro pensamiento, es una idea de los otros enquistada en nuestro +cerebro desde el nacimiento, y que de pronto rompe su envoltura. Los +gustos, los caprichos, las virtudes, los defectos, las afinidades y las +repulsiones, todo heredado, todo obra de los desaparecidos, que se +sobreviven en nosotros.</p> + +<p>¡Con qué terror pensaba Jaime en el poder de los muertos!... Ocultábanse +para hacer menos cruel su despotismo, pero no habían muerto realmente. +Sus almas estaban agazapadas y vigilantes en los límites del campo de +nuestra existencia, así como sus cuerpos formaban un campo atrincherado +en torno a las aglomeraciones humanas. Nos espiaban con ojos severos, +nos seguían, apartándonos con invisible zarpazo al menor intento de +desviación en la ruta. Se juntaban todos para tirar con fuerza diabólica +de los rebaños de hombres que se lanzan a la conquista de un ideal nuevo +y extraordinario, restableciendo con violenta reacción la calma de la +vida, que aman silenciosa y plácida, con susurros de hierbas mustias y +aleteos de mariposas blancas: una dulce calma de cementerio dormido bajo +el sol.</p> + +<p>El alma de los muertos llenaba el mundo. Los muertos no se van, porque +son los amos. Los muertos mandan, y es inútil resistirse a sus órdenes.</p> + +<p>¡Ay! El hombre de las grandes ciudades, que vive vertiginosamente, no +sabe quién hizo su casa, quién elaboró su pan, y no ve de la libre +Naturaleza otras obras que los pobres árboles que adornan las calles, +ignora la tiranía de los muertos. Ni siquiera llega a enterarse de que +su vida transcurre entre millones y millones de ascendientes que están +amontonados a pocos pasos de él y le espían y dirigen. Obedece +ciegamente sus tirones, sin saber dónde termina el cabo de la cuerda +amarrado a su alma; cree todos sus actos—¡pobre autómata!—producto de +su voluntad, cuando no son más que imposiciones de los omnipotentes +invisibles.</p> + +<p>Jaime, sumido en la existencia monótona de una isla tranquila, +conociendo sus ascendientes uno a uno, sabiendo el origen y la historia +de todo cuanto le rodeaba—objetos, ropas, muebles—y de aquella casa +que parecía tener un alma, podía darse cuenta de esta tiranía mejor que +los demás.</p> + +<p>Sí; los muertos mandan. La autoridad de los vivos, sus asombrosas +novedades, ¡todo ilusión! ¡engaños que sirven para hacernos sobrellevar +la existencia!...</p> + +<p>Febrer, mirando el mar, en cuyo horizonte se marcaba la débil columna de +humo de un vapor, pensó en los grandes trasatlánticos, pueblos +flotantes, monstruos de velocidad, orgullo de la industria humana, que +pueden dar en poco tiempo la vuelta al mundo... Sus remotos abuelos de +la Edad Media, que iban a Inglaterra en una nave del tamaño de una barca +de pesca, representaban algo más extraordinario. Y los grandes capitanes +del presente, con sus interminables rebaños de hombres, no habían +realizado mayores hazañas que el comendador Príamo con un puñado de +marineros.</p> + +<p>¡Ah, la vida! ¡Qué engaños, qué ilusiones bordamos sobre ella para +ocultarnos la monotonía de su trama! Lo limitado de sus sensaciones y de +sus sorpresas resulta desesperante. Igual es vivir treinta años que +trescientos. Los hombres perfeccionan los juguetes útiles para su +egoísmo y su bienestar, las máquinas, los medios de locomoción; pero +aparte de esto, lo mismo se vivía antes que ahora. Las pasiones, las +alegrías y las preocupaciones son las mismas: el animal humano no +cambia.</p> + +<p>Él se había creído un hombre libre, poseedor de un alma que llamaba +«moderna», suya, toda suya, y ahora descubría en ella un confuso amasijo +de las almas de sus ascendientes. Podía reconocerlas porque las había +estudiado, porque estaban guardadas en una habitación inmediata, en el +archivo, como esas flores secas que se conservan aplastadas entre las +hojas de un libro viejo. La mayoría de los humanos que sólo guardan +memoria, cuando más, de sus bisabuelos; las familias que no conocen +detalladamente la historia de su pasado al través de los siglos, no se +pueden dar cuenta de la vida ancestral que perdura en su alma, tomando +como inspiraciones propias los gritos que los ascendientes lanzan dentro +de ellos. Nuestra carne es carne de los que ya no existen; nuestras +almas son fragmentos de las almas de otros muertos.</p> + +<p>Jaime sentía vivir en su interior al grave abuelo don Horacio, y con él +los escrúpulos del Inquisidor Decano, el de la tarjeta horripilante, y +las almas del famoso comendador y otros ascendientes. Su mentalidad de +hombre moderno guardaba algo de la de aquel regidor perpetuo que +consideraba como una raza aparte y envilecida a los judíos conversos de +la isla.</p> + +<p>Los muertos mandan. Ahora se explicaba la repugnancia que había sentido +al ponerse en contacto con aquel don Benito tan obsequioso y atento... +¡Y estos sentimientos eran irresistibles! Se los imponían otros que eran +más fuertes que él. Los muertos le mandaban, y debía obedecer.</p> + +<p>Este pesimismo le hizo recordar su situación presente. ¡Todo perdido!... +Él no servía para los pequeños negocios, para las transacciones y +arreglos que sacan adelante una vida de apuros. Renunciaba a aquella +boda que era su única salvación, y los acreedores, así que se enterasen +de esta renuncia que desvanecía sus esperanzas, caerían sobre él. Iba a +verse expulsado de la casa de sus abuelos, y la gente le compadecería +con una lástima más aflictiva para él que el insulto. Sentíase sin +fuerzas para presenciar el naufragio definitivo de su raza y su nombre. +¿Qué hacer?... ¿Adonde ir?...</p> + +<p>Permaneció gran parte de la tarde contemplando el mar, siguiendo el +curso de las blancas velas que se ocultaban tras el cabo o se perdían en +el dilatado horizonte de la bahía.</p> + +<p>Al retirarse de la terraza, Febrer, sin saber cómo, se vio abriendo la +puerta del oratorio, una puerta antigua y olvidada, que al chirriar +sobre sus pernos oxidados esparció polvo y telarañas. ¡Cuánto tiempo que +no había entrado allí!... En este ambiente denso de pieza cerrada creyó +percibir un vago olor de esencias, de bote de perfumes abierto y +abandonado; un olor que le hizo recordar a las solemnes damas de la +familia cuyos retratos estaban en el recibimiento.</p> + +<p>A través de un rayo de luz que se filtraba por los ventanillos de la +cúpula danzaban en espiral ascendente millones de corpúsculos de polvo +inflamados por el sol. El altar, de talla antigua, brillaba +discretamente en la penumbra con reflejos de oro viejo. Sobre la mesa +sagrada había unos zorros y un cubo, olvidados allí hacía años, desde la +última limpieza.</p> + +<p>Dos reclinatorios de viejo terciopelo azul parecían guardar aún la +huella de señoriales y delicados cuerpos que ya no existían. Quedaban +sobre sus pupitres, como olvidados, dos libros de oraciones con las +puntas roídas por el uso. Jaime reconoció uno de estos libros. Era de su +madre, la pobre señora pálida y enferma que compartía su vida entre el +rezo y la adoración a un hijo para el que había soñado las mayores +grandezas. El otro tal vez había pertenecido a su abuela, aquella +americana de los tiempos del romanticismo, que aún parecía estremecer el +caserón con el roce de sus blancos vestidos y los susurros de su arpa.</p> + +<p>Esta aparición del pasado, todavía latente en la capilla abandonada, el +recuerdo de aquellas dos damas, la una toda piedad, la otra idealista, +elegante y soñadora, acabó de trastornar a Febrer. ¡Y pensar que dentro +de poco las manazas de la usura vendrían a profanar tanta cosa +venerable!... Él no podría presenciarlo. ¡Adiós! ¡adiós!...</p> + +<p>Al anochecer buscó en el Borne a Toni Clapés. Con la confianza amistosa +que le inspiraba el contrabandista, le pidió dinero.</p> + +<p>—No sé cuándo podré devolvértelo. Me voy de Mallorca. Que se hunda +todo, pero que yo no lo vea.</p> + +<p>Clapés dio a Jaime más dinero que el que éste le pedía. Toni quedaba en +la isla, y con ayuda del capitán Valls intentaría arreglar sus asuntos, +si aún era posible. El capitán entendía de negocios y sabía desenmarañar +los más confusos. Febrer y él estaban reñidos desde el día anterior; +pero no importaba: Valls era un verdadero amigo.</p> + +<p>—No digas a nadie que me voy—añadió Jaime—. Sólo debes saberlo tú... +y Pablo. Tienes razón al decir que es un amigo fiel.</p> + +<p>—¿Y cuándo te vas?...</p> + +<p>Esperaba el primer vapor que saliese para Ibiza. Aún poseía allá algo: +un montón de rocas con hierbajos y conejos; una torre ruinosa del tiempo +de los piratas. Lo sabía por casualidad desde el día anterior: se lo +habían dicho unos payeses de Ibiza que había encontrado en el Borne.</p> + +<p>—Lo mismo es estar allí que en otra parte... Tal vez mucho mejor. +Cazaré, pescaré; voy a vivir sin ver gente.</p> + +<p>Clapés, recordando sus consejos de la noche anterior, apretó satisfecho +la mano de Jaime. ¡Se acabó lo de la <i>chueta</i>!... Su alma de payés se +alegraba de esta solución.</p> + +<p>—Haces bien en irte. Lo otro... lo otro era una locura.</p> + + + +<hr /> +<h2><a name="Segunda_parte" id="Segunda_parte"></a>Segunda parte</h2> + + + +<hr /> +<h2><a name="Ib" id="Ib"></a><a href="#toc">I</a></h2> + + +<p>Febrer contemplaba su imagen, sombra transparente, de flotantes +contornos por el estremecimiento de las aguas, a través de la cual +veíase el fondo del mar con lácteas manchas de arena y bloques obscuros +desprendidos de la montaña que se habían cubierto de costras vegetales.</p> + +<p>Las hierbas marinas ondeaban temblorosas sus verdes cabelleras; frutos +redondos semejantes a los higos chumbos agrupábanse blancuzcos en las +aristas de las rocas; flores que parecían de nácar brillaban en la +profundidad de las aguas verdes; y entre esta vegetación de misterio +destacaban las estrellas de mar sus puntas de colores, apelotonábase el +erizo como un borrón negro lleno de púas, nadaban inquietos los +caballitos del diablo, y un chisporroteo de plata y púrpura, de colas y +nadaderas, pasaba veloz entre torbellinos de burbujas, surgiendo de una +cueva para perderse en otra boca de insondable misterio.</p> + +<p>Estaba Jaime inclinado sobre la borda de una pequeña embarcación que +tenía su vela caída. En una mano sustentaba el <i>volantí</i>, largo hilo con +varios anzuelos que casi tocaba el fondo del mar.</p> + +<p>Era cerca de mediodía. El barquichuelo estaba en la sombra. A espaldas +de Jaime extendíase con grandes sinuosidades de puntas salientes y +profundas escotaduras la costa bravia de Ibiza. Ante él erguíase el +Vedrá, peñasco aislado, mojón soberbio de trescientos metros de altura, +que en su aislamiento aún parecía más enorme. A sus pies la sombra del +coloso daba a las aguas un color denso y transparente a la vez. Más allá +de su sombra azulada hervía el Mediterráneo con burbujeo de oro bajo la +luz del sol, y las costas de Ibiza, rojas y escuetas, parecían irradiar +fuego.</p> + +<p>Jaime venía a pescar todos los días de calma en un estrecho canal, entre +la isla y el Vedrá. Era en los días buenos un río de agua azul, con +peñascos submarinos que asomaban sobre la superficie sus cabezas negras. +El gigante se dejaba abordar, sin perder por eso su aspecto imponente, +duro y hostil. Así que refrescaba el viento, las cabezas medio +sumergidas se coronaban de espuma, lanzando rugidos; montañas de agua +penetraban sordas y lívidas en la marítima garganta, y había que izar la +vela y huir cuanto antes de este callejón, caos ruidoso de remolinos y +corrientes.</p> + +<p>En la proa de la barca estaba el tío Ventolera, viejo marinero que había +navegado en buques de diversas naciones, y era el acompañante de Jaime +desde que éste llegó a Ibiza. «Cerca de ochenta años, señor», y no +dejaba un solo día de embarcarse para pescar. Ni enfermedades ni miedo +al mal tiempo. Tenía el rostro curtido por el sol y el aire salitroso, +pero con pocas arrugas. Las piernas, enjutas y al descubierto bajo unos +pantalones arremangados, tenían la piel fresca y tirante de los miembros +vigorosos. La blusa, abierta sobre el pecho, dejaba ver una pelambrera +gris, del mismo color que su cabeza, cubierta con una gorra +negra—recuerdo de su último viaje a Liverpool—, con una borla +encarnada en el vértice y ancha cinta a cuadritos blancos y rojos. +Llevaba adornado el rostro con estrechas patillas y de sus orejas +pendían unos aretes de cobre.</p> + +<p>Jaime, al conocerle, había sentido curiosidad por estos adornos.</p> + +<p>—De chico fui grumete en una goleta inglesa—dijo Ventolera en su +dialecto ibicenco, cantando las palabras con vocecita dulce—. El patrón +era un maltés muy arrogante, con patillas y pendientes. Y yo me decía: +«Cuando sea hombre, he de ser igual al patrón...» Aunque usted me vea +ahora así, yo he sido muy pinturero y me ha gustado imitar a las +personas que valen.</p> + +<p>Los primeros días que Jaime pescó en el Vedrá olvidábase de mirar al +agua y al aparejo que tenía en la mano, para fijarse en el coloso que se +alza sobre el mar, despegado de la costa.</p> + +<p>Amontonábanse las rocas, soldadas unas a otras, y al remontarse en el +espacio, obligaban al espectador a echar la cabeza atrás para alcanzar +con sus ojos la aguda cumbre. Los peñascos de la orilla del agua eran +abordables. Penetraba el mar entre ellos, sumiéndose en las bajas +arcadas de cuevas submarinas, refugio en otros tiempos de corsarios y +depósitos ahora de los contrabandistas algunas veces. Podía caminarse +saltando de peñasco en peñasco, entre cabinas y otras vegetaciones +silvestres, por una parte de la orilla del Vedrá; pero más adentro la +roca se elevaba recta, lisa, inabordable, en pulidas paredes grises +cortadas a pico. A enorme altura existían algunas mesetas cubiertas de +verde, y tras de ellas volvía a elevarse el peñón en su cortadura +vertical, hasta llegar a la cumbre, aguda como un dedo. Algunos +cazadores habían escalado una parte de esta ciudadela, aprovechando como +senderos las aristas entrantes de la piedra para llegar de este modo a +las primeras mesetas. Más allá sólo había ido, según el tío Ventolera, +cierto fraile desterrado por el gobierno como agitador carlista, que +había construido en la costa de Ibiza la ermita de los <i>Cubells</i>.</p> + +<p>—Era un hombre duro y atrevido—continuó el viejo—. Dicen que puso una +cruz en lo más alto, pero hace tiempo que se la llevaron los malos +vientos.</p> + +<p>Febrer veía saltar sobre las oquedades del gran peñón gris, sombreadas +por el verde de las sabinas y los pinos marítimos, unos puntos de color, +semejantes a pulgas rojas o blanquecinas, de incesante movilidad. Eran +las cabras del Vedrá; cabras salvajes por el aislamiento, abandonadas +hacía muchos años, y que se reproducían lejos del hombre, habiendo +perdido todo hábito de domesticidad, huyendo monte arriba con +prodigiosos saltos apenas una barca abordaba el peñón. En las mañanas +tranquilas, sus balidos, agrandados por el silencio agreste, extendíanse +sobre la superficie del mar.</p> + +<p>Un amanecer, Jaime, que había traído su escopeta, disparó dos tiros +contra un grupo de cabras que estaban a gran distancia, seguro de no +tocarlas, por el placer de verlas saltar en su huida. Los estampidos, +agrandados por el eco del canal, poblaron el espacio de chillidos y +aleteos. Eran centenares de gaviotas viejas y enormes que abandonaban +sus guaridas espantadas por el estruendo. El islote, estremecido, +arrojaba fuera a sus alados habitantes. En lo más alto, como puntos +negros, volaban hacia la isla grande otros pájaros fugitivos: los +halcones que se refugiaban en el Vedrá y daban caza a las palomas de +Ibiza y Tormentera.</p> + +<p>El viejo marinero señaló a Febrer ciertas cuevas abiertas como ventanas +en las paredes más rectas e inaccesibles del islote. Ni las cabras ni +los hombres podían llegar a ellas. El tío Ventolera sabía lo que se +ocultaba más adentro de sus negras gargantas. Eran colmenas; colmenas +que tenían siglos y siglos, refugios naturales de las abejas que, +pasando el estrecho entre Ibiza y el Vedrá, venían a refugiarse en estas +cuevas inaccesibles luego de haber revoloteado sobre los campos de la +isla. Él había visto en cierta época del año brillar junto a estas bocas +hilos de luz que serpenteaban peñas abajo. Era miel que derretía el sol +en la entrada de la caverna y chorreaba inútil fuera del depósito.</p> + +<p>El tío Ventolera tiró de su aparejo de pesca con un ronquido de +satisfacción.</p> + +<p>—¡Y van ocho!...</p> + +<p>Pendiente de un anzuelo, coleaba y movía sus patas una especie de +langosta de obscuro gris. Otras semejantes descansaban inertes en una +espuerta al lado del viejo.</p> + +<p>—Tío Ventolera, ¿no canta usted la misa?</p> + +<p>—Si usted lo permite...</p> + +<p>Jaime conocía las costumbres del viejo, su afición a entonar los +cánticos de la misa mayor cada vez que se sentía alegre. Retirado de las +largas navegaciones, su placer era cantar los domingos en la iglesia del +pueblo de San José o en la de San Antonio, extendiendo luego esta +afición a todos los momentos felices de su vida.</p> + +<p>—Allá voy... allá voy—dijo con tono de superioridad, como si fuese a +dispensar a su acompañante el mayor de los placeres.</p> + +<p>Llevándose una mano a la boca, se extrajo de golpe la dentadura, +guardándola en la faja. Su rostro se llenó de arrugas en torno a la boca +sumida, y comenzó a cantar las frases del sacerdote y las respuestas del +ayudante. Su voz temblona e infantil adquiría una grave sonoridad al +resbalar sobre la acuática extensión y ser reproducida por los ecos de +las rocas. Las cabras del Vedrá respondían de vez en cuando con tiernos +balidos de sorpresa. Jaime reía de la vehemencia del viejo, el cual, +poniendo los ojos en blanco, se llevaba una mano al corazón sin soltar +de la otra la cuerda del <i>volantí</i>. Así estuvieron largo rato, atento +Febrer a su aparejo, en el que no percibía el más leve movimiento. Toda +la pesca era para el anciano. Esto le puso de mal humor, y de pronto se +sintió molestado por sus cánticos.</p> + +<p>—Basta, tío Ventolera... ¡Ya hay bastante!</p> + +<p>—Le ha gustado, ¿verdad?—dijo el viejo con candidez—. También sé +otras cosas; sé lo del capitán Riquer: un sucedido, nada de cuentos. Mi +padre lo vio.</p> + +<p>Jaime hizo un ademán de protesta. No; nada del capitán Riquer. Se sabía +de memoria la hazaña. En tres meses que salían juntos al mar, raro era +el día que terminaba sin el relato del suceso. Pero el tío Ventolera, +con su inconsciencia senil, convencido de la importancia de todo lo +suyo, había ya empezado su historia, y Jaime, vuelto de espaldas, echaba +el cuerpo fuera de la borda, mirando las profundidades del mar, para no +oír una vez más lo que sabía de memoria.</p> + +<p>¡El capitán Antonio Riquer!... Un héroe de la isla de Ibiza, un marino +tan grande como Barceló... Pero como Barceló era mallorquín y el otro +ibicenco, todos los honores y los grados habían sido para aquél. Si +hubiese justicia, debía tragarse el mar a la isla orgullosa, madrastra +de Ibiza. De pronto, el viejo recordaba que Febrer era mallorquín, y +permanecía en confuso silencio por unos instantes.</p> + +<p>—Esto es un decir—añadía excusándose—. Buenas personas las hay en +todas partes. <i>Vostra mercé</i> es una de ellas. Pero volviendo al capitán +Riquer...</p> + +<p>Era patrón de un jabeque armado en corso, el <i>San Antonio</i>, tripulado +por ibicencos, en continua guerra con las galeotas de los moros +argelinos y los navíos de Inglaterra, enemiga de España. El nombre de +Riquer lo conocían en todo el Mediterráneo. El suceso ocurrió en 1806. +El día de la Trinidad, por la mañana, se presentó a la vista de la +ciudad de Ibiza una fragata con bandera inglesa, dando bordadas, fuera +del alcance de los cañones del castillo. Era la <i>Felicidad</i>, el navío +del italiano Miguel Novelli, apodado «el Papa», vecino de Gibraltar y +corsario al servicio de Inglaterra. Venía en busca de Riquer, a burlarse +en sus propias barbas, navegando arrogante a la vista de su ciudad. +Tocaron a rebato las campanas, sonaron los tambores, el vecindario se +agolpó en las murallas de Ibiza y en el barrio de la Marina. El <i>San +Antonio</i> estaba carenándose en tierra; pero Riquer, con los suyos, lo +echó al agua. Los cañoncitos del jabeque habían sido desmontados, y los +sujetaron a toda prisa con cuerdas. Todos los de la Marina querían +embarcarse, pero el capitán sólo escogió cincuenta hombres, y oyó misa +con ellos en la iglesia de San Telmo. Al ir a izar las velas se presentó +el padre de Riquer, un marino viejo, y atropellando la resistencia de su +hijo se metió en el buque.</p> + +<p>Necesitó el <i>San Antonio</i> largas horas y expertas maniobras para +aproximarse a la fragata del «Papa». El pobre jabeque parecía un insecto +al lado del gran navío, tripulado por la gente más brava y aventurera +recogida en los muelles de Gibraltar: malteses, ingleses, romanos, +venecianos, liorneses, sardos y raguseos. La primera andanada de los +cañones del navío mata cinco hombres sobre la cubierta del jabeque, +entre ellos el padre de Riquer. Éste coge el cadáver destrozado, +manchándose con su sangre, y corre a ocultarlo en la cala. «¡Han muerto +a nuestro padre!», gimen los hermanos de Riquer. «¡A lo que +estamos!—grita éste con rudeza—. ¡A los frascos! ¡Al abordaje!»</p> + +<p>Los «frascos», arma terrible de los corsarios ibicencos, botellas ígneas +que al romperse sobre la cubierta enemiga la incendiaban con su fuego, +caen sobre el navío del «Papa». Arden los cordajes, flamea la obra +muerta, y como demonios saltan entre las llamas Riquer y los suyos, la +pistola en una mano, el hacha de abordaje en la otra. La cubierta +chorrea sangre, los cadáveres ruedan al mar con la cabeza destrozada. Al +«Papa» lo encontraron escondido y medio muerto de miedo en un armario de +su cámara.</p> + +<p>Y el tío Ventolera reía con su risa de niño al recordar este detalle +grotesco de la gran victoria de Riquer. Luego, al ser conducido «el +Papa» a la isla, las gentes de la ciudad y los payeses acudidos en +tropel lo miraban como un animal raro. ¡Éste era el pirata, terror del +Mediterráneo! ¡Y lo habían encontrado metido entre tablas por miedo a +los ibicencos! Le formaron proceso para colgarlo en la isla de los +Ahorcados, un islote donde ahora estaba el faro, en el estrecho de los +Freus; pero Godoy dio orden para que lo canjeasen por varios prisioneros +españoles.</p> + +<p>Su padre había visto estos grandes sucesos: iba de paje en el jabeque de +Riquer. Luego había caído cautivo de los argelinos, siendo de los +últimos esclavos, antes de que llegasen los franceses a Argel. Allí se +vio en peligro de muerte un día que los diezmaron a todos por el +asesinato de un moro perverso, cuyo cadáver apareció embutido en una +letrina. El tío Ventolera se acordaba también de los relatos que hacía +su padre de la época en que Ibiza tenía corsarios y llegaban a su puerto +embarcaciones apresadas, con moras y moros cautivos. Los prisioneros +comparecían ante el «escribano de presas» como testigos del suceso, y se +les exigía juramento de verdad «por Alaquivir, el Profeta y su Alcorán, +alto el brazo y el dedo índice, mirando su rostro al nacimiento del +sol». Mientras tanto, los duros corsarios ibicencos, al repartirse el +botín, apartaban un fondo para la compra de sábanas destinadas a +convertirse en vendajes de sus futuras heridas, y dejaban otra parte de +las ganancias para que «un sacerdote celebrase misa todos los días +mientras ellos estuviesen fuera de la isla».</p> + +<p>El tío Ventolera pasaba de Riquer a otros valerosos patrones de corsos +anteriores a él; pero Jaime, molestado por su charla, en la que latía un +deseo de asombrar a la isla de Mallorca, vecina y enemiga, acabó por +impacientarse.</p> + +<p>—¡Que son las doce, abuelo!... Vámonos; ya no pican.</p> + +<p>El viejo miró el sol, que sobrepasaba la cumbre del Vedrá. Aún no era +mediodía, pero faltaba poco. Luego miró el mar; el señor tenía razón: ya +no picarían los peces, pero él estaba satisfecho de la jornada.</p> + +<p>Con sus brazos enjutos tiró de la cuerda, izando la pequeña vela +triangular de la embarcación. Ésta se inclinó sobre un costado, cabeceó +un poco sin moverse del sitio, y de repente empezó a cortar el agua con +suave murmullo. Salieron del canal, dejando atrás el Vedrá y siguiendo +la costa de Ibiza. Jaime empuñaba el timón, mientras el viejo, +manteniendo el cesto de la pesca entre su rodillas, iba contando y +manoseando las piezas con avaro deleite.</p> + +<p>Doblaron un cabo y apareció una nueva sección de la costa. Sobre un +montículo de peñas rojas, cortado a trechos por manchas obscuras de +matorrales, destacábase una torre ancha y amarilla, un cilindro +achatado, sin más huecos por la parte del mar que una ventana, negro +agujero de contornos irregulares. En el coronamiento de la torre, una +tronera que había servido en otros tiempos para un pequeño cañón +recortaba su tajadura sobre el azul del cielo. A un lado del +promontorio, cortado a pico sobre el mar, descendía el terreno, +cubriéndose de verde con arboledas bajas y frondosas, entre las cuales +asomaba la mancha blanca de un exiguo caserío.</p> + +<p>La embarcación hizo rumbo a la torre, y al llegar cerca de ella desvióse +hacia una playa inmediata, chocando su proa en el fondo de grava. El +viejo amainó la vela y aproximó la embarcación a una roca aislada en +medio de la playa, de la cual pendía una cadena. Amarró a ella la barca, +y luego saltaron a tierra él y Jaime. No quería poner en seco la +embarcación; pensaba volver al mar aquella tarde, luego de comer: asunto +de calar <i>unos palangres</i>, que recogería a la mañana siguiente. ¿Le +acompañaba el señor?... Febrer hizo un gesto negativo, y el viejo se +despidió de él hasta la madrugada siguiente. Le despertaría desde la +playa cantando el <i>Introito</i> cuando aún hubiera estrellas en el cielo. +El amanecer debía sorprenderles en el Vedrá. ¡A ver si el señor salía +pronto de su torre!</p> + +<p>Se alejó el viejo tierra adentro, llevando pendiente de un brazo el +cesto de pescado.</p> + +<p>—Déle usted mi parte a Margalida, tío Ventolera, y que me traigan +pronto la comida.</p> + +<p>El marinero contestó con un movimiento de hombros, sin volver el rostro, +y Jaime fue avanzando por el borde de la playa hacia la torre. Sus pies, +calzados de alpargatas, hollaban la grava, en la que se perdían los +últimos estremecimientos del mar. Entre las azuladas piedrecitas veíanse +fragmentos de barro cocido: pedazos de asas; superficies cóncavas de +alfarería, con vestigios de remotos adornos que tal vez habían +pertenecido a panzudas vasijas; pequeñas esferas irregulares de tierra +gris, en las que parecía adivinarse, a través de las roeduras del agua +salitrosa, rostros informes, fisonomías crispadas por el paso de los +siglos. Eran misteriosos despojos de los días de tormenta; fragmentos +del gran secreto del mar que volvían a la luz tras una ocultación de +miles de años; la historia confusa y legendaria devuelta por las olas +incoherentes a las riberas de estas islas, abrigo en tiempos remotos de +fenicios y cartagineses, árabes y normandos. El tío Ventolera hablaba de +monedas de plata, delgadas como hostias, encontradas por muchachos al +jugar en la costa. Su abuelo le había contado, siendo niño, la tradición +de cavernas submarinas que contenían tesoros, cuevas de los sarracenos y +normandos que habían sido muradas con pedruscos, perdiéndose después el +secreto del escondrijo.</p> + +<p>Jaime comenzó a ascender por la peñascosa ladera, camino de la torre. +Los tamariscos erguían su áspera y rumorosa vegetación de pinos enanos, +que parecía nutrirse de la sal disuelta en el ambiente, hundiendo sus +raíces en la roca. El viento de los días tempestuosos, al remover la +arena, dejaba descubiertas sus múltiples y enmarañadas raíces, negras y +delgadas serpientes en las que se enredaban muchas veces los pies de +Febrer. Al eco de los pasos de éste respondía en los matorrales un rumor +de medrosas carreras y chasquido de hojas, viéndose pasar entre mata y +mata, con ciega velocidad, un bulto de pelos grises con la cola en forma +de botón. La fuga de los conejos hacía correr a los lagartos de color de +esmeralda tendidos perezosamente al sol.</p> + +<p>Junto con estos rumores llegó a oídos de Jaime un débil tamborileo y una +voz de hombre que entonaba un romance ibicenco. Deteníase de vez en +cuando como indecisa, repitiendo los mismos versos tenazmente, hasta que +lograba pasar a otros nuevos, lanzando al final de cada estrofa, según +costumbre del país, un cloqueo extraño semejante al graznido del pavo +real, un gorgorito rudo y estridente como el que acompaña a los cantos +de los árabes.</p> + +<p>Cuando Febrer estuvo en la cumbre vio al músico sentado en una piedra +detrás de la torre y contemplando el mar.</p> + +<p>Era un <i>atlot</i> al que había encontrado algunas veces en <i>Can Mallorquí</i>, +la casa de su antiguo arrendatario Pep. Tenía apoyado en un muslo el +tamboril ibicenco, pequeño tambor pintado de azul con flores y ramajes +dorados. El brazo izquierdo se apoyaba en el instrumento y la cara +descansaba en una mano, oculta casi por la palma y los dedos. Con la +diestra armada de un palillo golpeaba lentamente uno de los parches, y +así permanecía inmóvil, en actitud reflexiva, con el pensamiento +concentrado en su improvisación, contemplando el inmenso horizonte del +mar a través de sus dedos.</p> + +<p>Le llamaban el <i>Cantó</i>, como a todos los que en la isla cantan versos +nuevos en bailes y serenatas. Era un mozuelo alto, paliducho y estrecho +de hombros, un <i>atlot</i> que aún no había llegado a los diez y ocho años. +Al cantar, tosía y se hinchaba su frágil cuello, arrebolándosele el +rostro, de una blancura transparente. Sus ojos eran grandes, ojos de +mujer, con el lagrimal de color rosa muy saliente. Vestía traje de +fiesta en todo tiempo: sus pantalones eran de terciopelo azul, la faja y +el lazo que le servía de corbata de encendido rojo, y por encima de esta +última prenda ostentaba un pañolito femenil arrollado al cuello, con la +bordada punta por delante. Dos rosas asomaban sobre sus orejas, y bajo +el ala de su fieltro, echado atrás y adornado con una cinta a flores, +escapábanse en rizado flequillo las ondulaciones de su cabello, lustroso +de pomada. Febrer, viendo estos adornos casi femeniles, sus grandes ojos +y su pálida tez, lo comparó a una doncella exangüe de las que idealiza +el arte moderno. Pero esta virgen mostraba cierto bulto inquietante en +el ruedo de su faja roja. Indudablemente era un cuchillo o un pistolete +de los que fabrican los herreros de la isla; el compañero inseparable de +todo <i>atlot</i> ibicenco.</p> + +<p>Al ver a Jaime se levantó el cantor, dejando el tamborcillo pendiente de +una correa sujeta al brazo izquierdo, mientras con la mano derecha, que +aún empuñaba el palillo, tocaba el ala de su sombrero.</p> + +<p>—<i>¡Bon día tengui!</i></p> + +<p>Febrer, que como buen mallorquín creía en la ferocidad de los ibicencos, +admiraba sin embargo su aspecto cortés al encontrarlos en los caminos. +Se mataban entre ellos, siempre por asuntos de amor, pero el forastero +era respetado, con el mismo escrúpulo tradicional que muestra el árabe +por el hombre que pide hospitalidad bajo su tienda.</p> + +<p>El <i>Cantó</i> parecía avergonzado de que el señor mallorquín le hubiese +sorprendido junto a su casa, en un terreno que era suyo. Balbuceaba +excusas. Venía a sentarse allí porque le gustaba contemplar el mar desde +la altura. Sentíase mejor a la sombra de la torre; ningún amigo le +turbaba con su presencia y podía componer libremente los versos de un +romance para el próximo baile en el pueblo de San Antonio.</p> + +<p>Jaime sonrió al oír las tímidas excusas del cantor. Seguramente que sus +versos eran dedicados a alguna <i>atlota</i>. El muchacho inclinó la cabeza. +«Sí, señor...» ¿Y quién era ella?</p> + +<p>—<i>Flo d'enmetllé</i>—dijo el poeta.</p> + +<p>«¡Flor de almendro!...» Bonito nombre. Y animado por la aprobación del +señor, el <i>atlot</i> siguió hablando. «Flor de almendro» era Margalida, la +hija del <i>siñó</i> Pep de <i>Can Mallorquí</i>. Él era quien había dado este +nombre, al verla blanca y hermosa como las flores que echa el almendro +cuando terminan las heladas y vienen del mar los soplos tibios +anunciadores de la primavera. Todos los muchachos del contorno repetían +este nombre, y Margalida no era conocida por otro. El cantor confesaba +poseer cierta habilidad para la invención de apodos bonitos. Lo que él +decía quedaba para siempre.</p> + +<p>Febrer acogió sonriendo estas palabras del muchacho. ¿Adonde había ido a +refugiarse la poesía?... Luego le preguntó si trabajaba, y el <i>atlot</i> +contestó negativamente. No querían sus padres: un médico de la ciudad le +había visto un día de mercado, aconsejando a su familia que le evitase +toda fatiga. Y él, satisfecho del consejo, pasaba los días de labor en +pleno campo, a la sombra de un árbol, oyendo cantar a los pájaros, +espiando a las <i>atlotas</i> que transitaban por las sendas; y cuando le +bullía en la cabeza un trovo nuevo, sentábase a la orilla del mar para +devanarlo lentamente, fijándolo en su memoria.</p> + +<p>Jaime se despidió de él: podía continuar su trabajo poético.</p> + +<p>Pero a los pocos pasos se detuvo, volviendo la cabeza al no oír de nuevo +el tamboril. El cantor se alejaba cuesta abajo, temeroso de molestar al +señor con su música, e iba en busca de otro lugar solitario.</p> + +<p>Llegó Febrer a la torre. Todo lo que parecía de lejos piso bajo era una +construcción maciza. La puerta estaba al nivel de las ventanas +superiores; así los antiguos guardianes podían evitar una sorpresa de +los piratas, valiéndose para sus entradas y salidas de una escala, que +retiraban al interior en cuanto llegaba la noche. Jaime había hecho +fabricar una ruda escalera de madera para llegar a su habitación, pero +no la retiraba nunca. La torre, construida con piedra arenisca, estaba +algo roída en su exterior por el viento del mar. Muchos sillares habían +rodado fuera de sus alvéolos, y estas oquedades eran como peldaños +disimulados para escalar la torre.</p> + +<p>Ascendió el solitario a su habitación. Era una pieza circular, sin más +huecos que la puerta y la ventana trasera, aberturas que casi parecían +túneles en el desmesurado espesor de los muros. Éstos, por su parte +interna, hallábanse cuidadosamente enjalbegados con la deslumbrante cal +de Ibiza, que da una transparencia y una suavidad lácteas a todos los +edificios, comunicando aspecto de risueñas mansiones a las casuchas +sórdidas de la campiña. Sólo en la bóveda, cortada por un tragaluz +revelador de la antigua escalera que conducía a la plataforma, quedaba +el hollín de las fogatas que se habían encendido en otros tiempos.</p> + +<p>Unas tablas mal unidas por cruces de maderos que les servían de refuerzo +cerraban la puerta, la ventana y el tragaluz. No había ni un cristal en +la torre. Aún era verano, y Febrer, indeciso sobre su destino, o más +bien indiferente, dejaba los trabajos de una instalación definitiva para +más adelante.</p> + +<p>Le parecía hermoso y seductor este retiro, a pesar de su rudeza. Notaba +en él la mano adicta de Pep y la gracia de Margalida. Jaime se fijaba en +lo nítido de las paredes, en la limpieza de las tres sillas y la mesa de +tablas, muebles fregoteados por la hija de su antiguo arrendatario. Unos +aparejos de pesca extendían sus mallas por los muros con ondulaciones de +tapiz. Más allá colgaban la escopeta y un bolso de municiones. A trechos +agrupábanse, formando abanicos, largas y estrechas valvas de mariscos +que tenían la transparencia acaramelada del carey. Eran regalo del tío +Ventolera, así como dos caracolas enormes que adornaban la mesa, +blancas, erizadas de púas y con el interior de un rosa húmedo, como el +de la carne femenil. Cerca de la ventana permanecía arrollado el jergón +con su almohada y sus sábanas, cama rústica que Margalida o su madre +hacían todas las tardes.</p> + +<p>Jaime dormía allí con más tranquilidad que en su palacio de Palma. Los +días que no le despertaba al romper el alba el tío Ventolera cantando la +misa desde la playa o subiendo la colina para lanzar unas cuantas +piedras contra la puerta de la torre, el solitario permanecía en su +jergón hasta bien entrada la mañana. Llegaba a sus oídos la voz monótona +del mar, la gran madre arrulladora. Una luz misteriosa, mezcla de oro de +sol y azul acuático, filtrábase por las rendijas, temblando en la +blancura de las paredes. Las gaviotas chillaban afuera, y pasando ante +las ventanas con aleteo juguetón trazaban rápidas sombras en el muro.</p> + +<p>Las noches en que se acostaba temprano, reflexionaba el solitario con +los ojos abiertos, viendo deslizarse la luz difusa estelar o el +resplandor de la luna por los maderos entreabiertos. Era esa media hora +en la que se ve todo el pasado con una percepción sobrenatural; antesala +del sueño, por la que pasan los recuerdos más remotos. El mar gruñía; +sonaban estridentes silbidos de los pajarracos de la noche; las gaviotas +se quejaban con un lamento de niños martirizados. ¿Qué harían a aquellas +horas sus amigos?... ¿Qué dirían en los cafés del Borne?... ¿Quién de +ellos estaría en el Casino?...</p> + +<p>Por la mañana estos recuerdos le hacían sonreír con gesto lastimero. La +nueva luz parecía embellecer su vida, haciéndola más amable. ¡Y él había +podido ser como los otros, adorando la existencia en la ciudad!... La +verdadera vida era ésta.</p> + +<p>Paseaba su mirada por la interna redondez de la torre. Un verdadero +salón, más apacible para él que los de la casa de sus antepasados. Todo +suyo, sin miedo a la copropiedad con prestamistas y usureros. Hasta +tenía bellas antigüedades que nadie le podía disputar. Cerca de la +puerta se apoyaban en el muro dos ánforas extraídas por las redes de +unos pescadores, dos piezas de barro blancuzco, adornadas +caprichosamente por el mar con guirnaldas de conchas petrificadas. En el +centro de la mesa, entre las caracolas, estaba otro regalo del tío +Ventolera: una cabeza de mujer rematada por una especie de tiara redonda +sobre los cabellos en trenzas. El barro gris estaba moteado de blancas y +duras esferillas, granulaciones de los siglos y del agua salitrosa. Pero +Jaime, al contemplar a esta compañera de soledad, atravesaba con la +imaginación su áspera mascarilla, adivinando sus serenas facciones y el +misterio de sus ojos orientales, rasgados en forma de almendra. La veía +como nadie podía verla. Sus largas horas de contemplación silenciosa +habían acabado por borrar el rugoso antifaz, obra de los siglos.</p> + +<p>—Mírala, es mi novia—había dicho una mañana a Margalida, mientras ésta +limpiaba la habitación—. ¿Verdad que es hermosa?... Debió ser princesa +de Tiro o Ascalón, no lo sé cierto; pero lo que sé indiscutiblemente es +que estaba reservada para mí. Me amaba cuatro mil años antes de nacer +yo, y ha venido a buscarme a través de los siglos. Tenía barcos, tenía +esclavos, tenía trajes de púrpura y palacios con terrazas que eran +jardines; pero lo abandonó todo por ocultarse en el mar, esperando +durante siglos y siglos que una ola la arrastrase a la playa para ser +recogida por el tío Ventolera y que éste la trajese a mi casa... ¿Por +qué me miras así? Tú, pobrecita, no entiendes estas cosas.</p> + +<p>Margalida le miraba con asombro. Heredera del respeto que su padre +sentía por el señor, sólo se imaginaba a don Jaime hablando gravemente. +¡Las cosas que había visto en el mundo!... Y ahora sus palabras sobre la +novia milenaria conmovían su credulidad, haciéndola sonreír levemente, +al mismo tiempo que miraba con temor supersticioso a la gran señora de +otros tiempos que sólo era una cabeza. ¡Cuando el señor decía aquello! +¡Era tan extraordinario todo lo suyo!...</p> + +<p>Al subir Febrer a la torre se sentó cerca de la puerta, contemplando +todo el paisaje de tierra adentro que se dominaba desde este agujero. Al +pie de la colina extendíanse algunos campos roturados recientemente. +Eran los pedazos de montaña propiedad de Febrer, que Pep iba +convirtiendo en tierra cultivable. Más allá comenzaban las plantaciones +de almendros, con su follaje de un verde fresco, y los añosos y +retorcidos olivares, que extendían su leña negra con ramilletes de hojas +de plateado gris. La casa, el <i>Can Mallorquí</i>, era una vivienda casi +árabe, un grupo de construcciones cuadradas como dados, de techo plano y +deslumbrante blancura. Conforme aumentaban las necesidades y la +expansión de la familia, se iban levantando nuevas construcciones +blancas. Cada dado era una habitación, y todos juntos formaban una casa, +que más bien parecía un aduar, no adivinándose exteriormente cuáles +servían para la vida de los habitantes y cuáles para las bestias de +labor.</p> + +<p>Más allá del <i>Can</i> extendíanse la arboleda, dividida por paredones de +piedra seca, y los bancales de altos ribazos. Los vientos de la isla no +permitían la ascensión de los árboles, y éstos esparcían su ramaje en +torno de ellos con una prolijidad exuberante, ganando en extensión lo +que perdían en altura. Todos conservaban las ramas sostenidas por +numerosas horquillas. Algunas higueras llegaban a tener centenares de +sostenes, y se extendían como una inmensa tienda verde destinada a +cobijar un sueño de gigantes. Eran cenadores naturales, en los que podía +ocultarse casi un pueblo. El fondo del horizonte estaba cerrado por +montañas cubiertas de pinos con grandes calvas de tierra roja. Entre el +obscuro follaje se elevaban columnas de humo. Eran las fogatas de los +leñadores que fabricaban carbón vegetal.</p> + +<p>Tres meses que Febrer estaba en la isla. Su llegada había asombrado a +Pep Arabi, todavía ocupado en relatar a parientes y amigos su estupenda +aventura, su inaudito atrevimiento, el reciente viaje a Mallorca con los +<i>atlots</i>, la estancia en Palma de unas horas, y su visita al palacio de +los Febrer, lugar encantado que guardaba cuanto en el mundo puede +existir de señorial y lujoso.</p> + +<p>Las rudas declaraciones de Jaime asombraron menos al payés.</p> + +<p>—Pep, estoy arruinado; tú eres rico si te comparas conmigo. Vengo a +vivir en la torre... no sé hasta cuándo. Tal vez para siempre.</p> + +<p>Y entró en los detalles de instalación, mientras Pep sonreía con aire +incrédulo. ¡Arruinado!... Todos los grandes señores decían lo mismo, y +lo que a ellos les sobraba en su desgracia podía hacer ricos a muchos +pobres. Eran como los barcos que encallaban en Formentera antes que el +gobierno pusiera faros. Los formenterinos, gente sin ley y dejada de +Dios—por ser de una isla más pequeña—, encendían hogueras para engañar +a los navegantes; y cuando se perdía el barco para éstos, no se perdía +para los isleños, pues sus despojos hacían ricos a muchos.</p> + +<p>¡Pobre un Febrer!... No quiso aceptar el dinero que le ofreció don +Jaime. Él iba a cultivar unas tierras que eran del señor; ya arreglarían +cuentas. Y viendo su empeño en ocupar la torre, trabajó Pep por hacerla +habitable, ordenando además a sus hijos que llevasen la comida al señor +los días que no quisiera bajar para sentarse a su mesa.</p> + +<p>Estos tres meses habían sido para Jaime de rústico aislamiento; ni +escribir una carta, ni abrir un periódico, ni conocer más libros que +media docena de volúmenes que había traído de Palma. La ciudad de Ibiza, +tranquila y soñolienta como un pueblo del interior de la Península, +parecíale una capital remota. Mallorca no debía existir ya, ni tampoco +las grandes ciudades que él había visitado. En el primer mes de esta +nueva vida, un suceso extraordinario turbó su plácida tranquilidad. +Llegó una carta, un pliego con membrete de un café del Borne y unos +cuantos renglones de letra gruesa y defectuosa. Era Toni Clapés quien le +escribía. Le deseaba muchas felicidades en su nueva existencia. En Palma +todo continuaba lo mismo. Pablo Valls no le escribía porque estaba +enfadado con él. ¡Marcharse sin avisarle!... Pero era un buen amigo y se +ocupaba en desenmarañar sus asuntos. Tenía para esto una habilidad +diabólica. ¡Al fin, <i>chueta</i>!... Ya le daría más noticias.</p> + +<p>Después habían transcurrido dos meses sin que por suerte llegase otra +carta. ¿Qué le importaban a él estas noticias de un mundo al que no +pensaba volver?... No sabía ciertamente qué le reservaba el porvenir: +allí había llegado y allí se quedaba, sin otros placeres que la caza y +la pesca, gozando una voluptuosidad animal al no tener más ideas y +deseos que los del hombre primitivo.</p> + +<p>Permanecía aparte de la vida ibicenca, sin mezclarse en sus costumbres. +Era un señor entre los payeses, un forastero. Aquéllos le trataban +respetuosamente, pero con un respeto frío.</p> + +<p>La existencia tradicional de estas gentes, ruda y un tanto feroz, le +atraía con la fuerza de todo lo que es extraordinario y de contornos +vigorosos. La isla, abandonada a sus propias fuerzas, había tenido que +hacer frente durante siglos y siglos a los piratas normandos, a los +navegantes árabes, a las galeras de Castilla, enemiga de los estados +aragoneses, a los barcos de las repúblicas italianas, a los bajeles +turcos, tunecinos y argelinos, y a los corsarios ingleses en tiempos más +recientes. Formentera, deshabitada durante siglos, luego de haber sido +granero de los romanos, servía de refugio traicionero a las flotas +hostiles. Las iglesias de los pueblos eran aún verdaderas fortalezas con +torres robustas, donde se refugiaban los labriegos al enterarse por las +fogatas de que desembarcaban enemigos. Esta vida azarosa, de continuo +peligro e interminable lucha, había creado una población habituada al +derramamiento de sangre, a defender sus derechos con las armas en la +mano. Los labradores y pescadores del presente, encerrados en su isla, +tenían aún la misma mentalidad y costumbres de sus abuelos. Los pueblos +no existían. Eran caseríos desparramados en muchos kilómetros, sin más +núcleo que la iglesia y las casas del cura y el alcalde. La única +población era la capital, la llamada en los antiguos documentos «Real +Fuerza de Ibiza», con su barrio anexo de la Marina.</p> + +<p>Cuando un <i>atlot</i> llegaba a la pubertad, su padre lo llamaba a la cocina +de la alquería en presencia de toda la familia.</p> + +<p>—Ya eres hombre—declaraba solemnemente.</p> + +<p>Y le hacía entrega de un cuchillo de recia hoja. El <i>atlot</i> armado +caballero perdía su encogimiento filial. En adelante se defendería él +mismo, sin buscar la protección de su familia. Luego, al juntar algún +dinero, completaba sus arreos paladinescos comprando un pistolete con +adornos de plata a los herreros del país, que tenían su forja en el +bosque.</p> + +<p>Fortalecido por el contacto de estos dos testimonios de viril +ciudadanía, que no le abandonarían mientras viviese, se juntaba con los +otros <i>atlots</i> igualmente pertrechados, y empezaba para él la vida +juvenil y amorosa: las serenatas con acompañamiento di relinchos, los +bailes, las excursiones a las parroquias que celebraban la fiesta de su +santo patrón, donde se divertía tirando al galle con certeras pedradas, +y sobre todo los <i>festeigs</i>, los tradicionales cortejos, la busca de +novia, costumbre la más respetable de todas, que daba origen a riñas y +muertes.</p> + +<p>En la isla no había ladrones. Las casas aisladas en pleno campo +conservaban muchas veces la llave en la puerta mientras los dueños +estaban ausentes. Los hombres no se mataban por cuestiones de interés. +El disfrute del suelo estaba muy repartido, y la dulzura del clima así +como la frugalidad de las gentes hacían que éstas fuesen generosas y +poco apegadas a los bienes materiales. El amor, sólo el amor empujaba a +los hombres a matarse. Los rústicos caballeros eran apasionados en sus +predilecciones y fatales en sus celos, como héroes de novela. Por una +<i>atlota</i> de ojos negros y manos morenas se buscaban y se provocaban en +la obscuridad de la noche con relinchos de desafío; se <i>aucaban</i> de +lejos antes de venir a las manos. El arma moderna que sólo emite un +proyectil en cada disparo les parecía insuficiente, y sobre el cartucho +añadían un puñado de pólvora y otro de balas, atacándolo todo +fuertemente. Si el arma no reventaba en sus manos, el agresor estaba +seguro de hacer polvo a su contrario.</p> + +<p>Los cortejos duraban meses y años. El payés que tenía una <i>atlota</i> en +edad de noviazgo veía presentarse a los muchachos del distrito y de +otros distritos de la isla, pues todos los ibicencos contaban con igual +derecho para solicitarla. El padre apreciaba el número de los +pretendientes. Diez, quince, veinte: a veces hasta treinta. Luego +calculaba el tiempo de que podía disponer en la velada antes de que le +rindiese el sueño, y teniendo en cuenta el número de solicitantes, lo +dividía a tantos minutos cada uno.</p> + +<p>Al cerrar la noche iban acudiendo por distintos caminos los del cortejo, +unos en grupos, canturreando con acompañamiento de relinchos y cloqueos, +otros solitarios, haciendo vibrar en su boca el zumbido del <i>bimbau</i>, un +instrumento compuesto de dos laminillas de hierro que gruñía como un +moscardón y les hacía olvidar la fatiga de la marcha. Venían de muy +lejos. Los había que caminaban tres horas a la ida y otras tantas a la +vuelta, yendo de un extremo a otro de la isla, los jueves y sábados, +días de cortejo, para hablar tres minutos con una <i>atlota</i>.</p> + +<p>Sentábanse en el verano en el <i>porchu</i>, especie de zaguán de la +alquería, o entraban en la cocina si era invierno. Inmóvil en un poyo de +piedra les esperaba la muchacha. Habíase despojado del sombrero de palma +con largas cintas, que le daba a las horas de sol un aire de pastora de +opereta; vestía el traje de fiesta, la falda verde o azul de menudos +pliegues, que guardaba el resto de la semana apretada entre cuerdas y +pendiente del techo para que conservase intacto su plegado. Debajo de +ésta llevaba otras faldas y otras, ocho, diez o doce zagalejos, toda la +ropa femenil de la casa, un embudo sólido de paños y bayetas que borraba +los vestigios del sexo y hacía imposible imaginarse la existencia de una +realidad carnal bajo la balumba de tejidos. Las hileras de botones de +filigrana brillaban en las mangas postizas del jubón. Sobre el pecho, +aplastado por un corsé monjil que parecía de hierro, brillaba la triple +cadena de oro de enormes eslabones. Por debajo del pañuelo que cubría su +cabeza colgaba una gruesa trenza con remate de cintas. Sobre el poyo, +sirviendo de tapiz a unas rotundidades que parecían voluminosas como +globos por el enorme bulto de las faldas, estaba el <i>abrigais</i>, la +prenda femenil de invierno.</p> + +<p>Deliberaban los solicitantes para el buen orden del cortejo, y uno tras +otro iban a sentarse al lado de la <i>atlota</i> hablando con ella los +minutos marcados. Si alguno, enardecido por la conversación, se olvidaba +de los compañeros, dejando pasar el tiempo, éstos se lo advertían con +toses, miradas furiosas y palabras de amenaza. Si insistía, el más +fuerte de la banda lo agarraba de un brazo, apartándolo para que otro +ocupase su lugar. Algunas veces, cuando los pretendientes eran muchos y +apremiaba el tiempo, la <i>atlota</i> hablaba con dos a la vez, haciendo +esfuerzos de habilidad para no dar la preferencia a uno sobre otro... +Así continuaban los cortejos hasta que ella manifestaba su preferencia +por un <i>atlot</i>, sin tener en cuenta la voluntad de sus padres. En esta +corta primavera de su vida, la mujer era reina. Luego, al casarse, +cultivaba la tierra como su marido y era poco más que una bestia.</p> + +<p>Los <i>atlots</i> despreciados se retiraban, cuando no sentían gran interés +por la muchacha, trasladando sus amores algunas leguas más allá; pero si +estaban realmente enamorados, seguían acechando la casa, y el preferido +tenía que pelearse con sus antiguos rivales, llegando milagrosamente al +casamiento a través de cuchillos y pistolas.</p> + +<p>La pistola era como una segunda lengua del ibicenco. En los bailes +domingueros soltaba tiros para demostrar su entusiasmo amoroso. Saliendo +de la alquería de la novia, para dar a ésta y a su familia una muestra +de aprecio, disparaba un tiro al transponer la puerta, y gritaba luego: +<i>«¡Bona nit!»</i> Si, por el contrario, se retiraba ofendido y deseaba +inferir a la familia una grave injuria, invertía los términos, dando +primero las buenas noches y disparando la pistola después; pero en tal +caso había de salir inmediatamente a todo correr, pues los de la casa +contestaban acto seguido a la declaración de guerra con otros disparos o +con palos y pedradas.</p> + +<p>Jaime vivía al borde de esta existencia ruda y tradicional, contemplando +de lejos las costumbres de aduar que aún se mantenían en el apartamiento +de la isla. España, cuya bandera ondeaba todos los domingos sobre el +menguado caserío de cada parroquia, apenas hacía memoria de este pedazo +de su suelo perdido en el mar. Muchas tierras de la lejana Oceanía se +hallaban en comunicación más frecuente con los grandes núcleos humanos +que esta isla, arrasada en otros tiempos por la guerra y la rapiña, y +mísera ahora al hallarse lejos del camino de los grandes buques, +encerrada en un cinturón de islotes, rocas y bajos, entre freos y +canales cuyas aguas transparentaban el fondo submarino.</p> + +<p>Sentía Febrer en esta nueva existencia el deleite del que ocupa sitio +cómodo para presenciar un espectáculo interesante. Aquellos campesinos y +pescadores, belicosos nietos de corsarios, eran para él agradables +compañeros de existencia. Pretendía contemplarlos de lejos, como un +testigo curioso, pero lentamente sus costumbres habían hecho presa en +él, arrastrándolo a los mismos hábitos de existencia. No tenía enemigos, +y sin embargo, en sus paseos por la isla, cuando no llevaba la escopeta +al hombro, ocultaba un revólver en su faja... por si acaso.</p> + +<p>En los primeros días de su estancia en la torre, como las necesidades de +la instalación le obligaban a ir a la ciudad, conservó su traje; pero +poco a poco prescindió de la corbata, del cuello de camisa, de las +botas. La caza le hizo preferir la blusa y el pantalón de pana de los +payeses. La pesca le aficionó a marchar con los pies desnudos dentro de +unas alpargatas por playas y peñascos. Un sombrero igual al que usaban +todos los <i>atlots</i> en la parroquia de San José cubrió su cabeza.</p> + +<p>La hija de Pep, conocedora de las costumbres de la isla, admiraba con +cierto agradecimiento el sombrero del señor. Los hombres de los diversos +<i>cuartones</i> que de antiguo dividían a Ibiza distinguíanse unos de otros +por la manera de llevar el sombrero y la forma de sus alas, diferencia +imperceptible para el que no fuese de la tierra. El de don Jaime era +idéntico al de todos los <i>atlots</i> de San José y se diferenciaba de los +usados por los vecinos de los otros pueblos, todos con nombres de +santos. Un honor para la parroquia de que ella era hija.</p> + +<p>¡Ingenua y graciosa Margalida! Febrer gustaba de hablar con ella, +gozándose en el asombro que sus relatos de otras tierras y sus bromas, +dichas con gesto grave, despertaban en su alma simple...</p> + +<p>No tardaría en traerle la comida. Hacía media hora que una columna tenue +de humo flotaba sobre la chimenea de <i>Can Mallorquí</i>. Se imaginaba a la +hija de Pep guisando, yendo y viniendo junto al hogar, seguida por la +mirada de la madre, payesa infeliz y de silenciosa torpeza, que no osaba +poner mano en las cosas del señor.</p> + +<p>De un momento a otro la vería aparecer bajo el sombrajo del <i>porchu</i> que +daba entrada a su casa, llevando al brazo la cesta de la comida y sobre +su rostro de milagrosa blancura, que el sol apenas doraba con ligera +pátina de marfil antiguo, un sombrero de paja con largas cintas.</p> + +<p>Alguien se movió bajo el sombrajo, emprendiendo la marcha hacia la +torre. ¡Era Margalida!... No; no era ella. Llevaba pantalones. Era su +hermano Pepet... Pepet, que vivía en Ibiza desde un mes antes, +preparándose para seminarista, y al que la gente había dado por esto el +apodo de el <i>Capellanet</i>.</p> + + + +<hr /> +<h2><a name="IIb" id="IIb"></a><a href="#toc">II</a></h2> + + +<p>—<i>¡Bon día tengui!...</i></p> + +<p>Pepet extendió una servilleta en un lado de la mesa y puso sobre ella +dos platos tapados y una botella de vino de parra que tenía el color y +la transparencia del rubí. Luego se sentó en el suelo, abarcando las +rodillas con los brazos, y quedó inmóvil. El luminoso marfil de su +dentadura brillaba sonriente sobre el rostro moreno. Sus ojos maliciosos +fijábanse en el señor con una expresión de can alegre y fiel.</p> + +<p>—Pero ¿no estabas en Ibiza para ser cura?—preguntó Jaime mientras +atacaba la comida.</p> + +<p>El muchacho movió la cabeza. Sí, señor; estaba. Su padre lo había +confiado a un profesor del Seminario. ¿Sabía don Jaime dónde era el +Seminario?...</p> + +<p>Hablaba el pequeño payés de él como de un remoto lugar de tortura. Ni +árboles, ni libertad, ni aire apenas: la vida no era posible en aquel +encierro.</p> + +<p>Febrer, oyéndole, recordaba su visita a la ciudad alta, la Real Fuerza +de Ibiza, población muerta, separada del barrio de la Marina por una +gran muralla del tiempo de Felipe II, con los intersticios de la piedra +arenisca cubiertos de verdes y ondeantes alcaparros. Estatuas romanas +sin cabeza decoraban en tres hornacinas la puerta que comunicaba la +ciudad con el arrabal. Más allá, las calles tortuosas empezaban a +empinarse hacia la cumbre, ocupada por la catedral y el castillo: +pavimentos de piedra azul, por cuyo centro corrían en pendiente las +inmundicias; fachadas de nítida blancura, marcando borrosamente bajo su +enjalbegado escudos nobiliarios y la labor de antiguos ventanales; un +silencio de cementerio a orillas del mar, interrumpido solamente por el +lejano rumor de la resaca y el zumbido de las moscas amontonándose en el +arroyo. De tarde en tarde, pasos en el pavimento de estas calles morunas +y ventanas que se entreabren con la ávida curiosidad de un suceso +extraordinario; unos soldados que suben lentamente hacia el castillo por +las empinadas cuestas; los señores canónigos que bajan del coro, con el +pecho de la sotana brillante de grasa y el sombrero de teja y el manteo +de color de ala de mosca, míseros prebendados de una catedral olvidada, +pobre y sin obispo.</p> + +<p>En una de estas calles había visto Febrer el Seminario, casa larga, de +blancas paredes, con las ventanas cubiertas de rejas lo mismo que una +cárcel. El <i>Capellanet</i>, al recordarla, poníase grave, borrándose de su +rostro achocolatado el blanco marfil de la sonrisa. ¡Qué mes había +pasado allí! El maestro entretenía el aburrimiento de las vacaciones con +este pequeño campesino, queriendo iniciarlo en las bellezas de las +letras latinas con ayuda de su elocuencia y de una correa. Deseaba hacer +de él un prodigio, para sorprender a los otros profesores cuando se +abriesen las clases, y los golpes menudeaban. Además de esto, las rejas, +que sólo dejaban ver la pared de enfrente; la aridez de la ciudad, donde +no se encontraba una hoja verde; los aburridos paseos al lado del cura +por aquel puerto de aguas muertas que olía a almeja corrompida y sin +otros barcos que algunos veleros que llegaban a cargar sal... El día +anterior, unos cuantos correazos más fuertes habían acabado con su +paciencia. «¡Pegarle a él! ¡Si no fuese un cura!...» Se había fugado, +emprendiendo a pie el regreso a <i>Can Mallorquí</i>; pero antes, como +venganza, desgarró varios libros que el maestro tenía en gran estima, +volcó el tintero sobre la mesa y escribió en las paredes vergonzosas +inscripciones, con otras travesuras de mono en libertad.</p> + +<p>La noche había sido de emociones en <i>Can Mallorquí</i>. Pep había dado de +palos a su hijo: lo quiso matar, ciego de ira, teniendo que interponerse +entre los dos Margalida y su madre.</p> + +<p>La sonrisa del <i>atlot</i> había vuelto a reaparecer. Hablaba con orgullo +de los palos que llevaba recibidos sin que le arrancasen un grito. Era +su padre quien le pegaba, y un padre puede pegar, porque así demuestra +que se interesa por sus hijos. Pero que probase otro a golpearle: era +como sentenciarse a muerte. Y al decir esto, se erguía con la belicosa +petulancia de una raza habituada a ver correr la sangre y a hacerse +justicia por su mano. Pep hablaba de llevar a su hijo otra vez al +Seminario, pero el muchacho dudaba de esta amenaza. No iría aunque su +padre cumpliera la promesa de llevarlo atado como un costal a lomos de +un asno: huiría antes a la montaña o al islote del Vedrá, para vivir con +las cabras salvajes.</p> + +<p>El dueño de <i>Can Mallorquí</i> había dispuesto del porvenir de sus hijos +rudamente, con esa energía del campesino que no repara en obstáculos +cuando cree hacer el bien. Margalida se casaría con un payés, y para él +serían las tierras y la casa. Pepet sería cura, lo que representaba una +ascensión social de la familia, honor y fortuna para todos.</p> + +<p>Jaime sonreía al escuchar las protestas del <i>atlot</i> contra su destino. +En toda la isla no existía otro centro de enseñanza que el Seminario, y +los payeses y patrones de barca que deseaban para sus hijos una suerte +mejor los llevaban a él. ¡Los curas de Ibiza!... Muchos de ellos, +mientras seguían sus estudios, tomaban parte en los cortejos, usando +cuchillo y pistolete. Nietos de corsarios y de soldados, al vestir la +sotana guardaban la arrogancia y la ruda virilidad de sus ascendientes. +No eran impíos, pues su simpleza de pensamiento no les permitía este +lujo, pero tampoco eran devotos ni austeros: amaban la vida con todas +sus dulzuras y sentían la atracción de los peligros con atávico +entusiasmo. La isla era una fábrica de sacerdotes animosos y +aventureros. Los que permanecían en España acababan por ser capellanes +de regimiento. Otros, más atrevidos, apenas cantaban misa se embarcaban +para América, donde ciertas repúblicas de aristocrático catolicismo son +el Eldorado de los sacerdotes españoles que no temen al mar. Desde allá +giraban mucho dinero a sus familias y compraban casas y tierras, +alabando a Dios, que mantiene a sus sacerdotes con más holgura en el +Nuevo Mundo que en el viejo. Había buenas señoras en Chile y el Perú que +daban cien pesos de limosna por una misa. Estas noticias hacían abrir la +boca de asombro a los parientes, reunidos durante las noches de invierno +en la cocina. A pesar de tales grandezas, su deseo era regresar a la +isla amada, y volvían a los pocos años con el propósito de vegetar en +sus tierras. Pero el demonio de la vida moderna les había mordido en el +corazón, y se aburrían en la monótona existencia isleña, tradicional y +cerrada. Pensaban en las ciudades jóvenes del otro continente, y al fin +vendían sus bienes o los regalaban a la familia, embarcándose para no +volver más.</p> + +<p>Indignábase Pep contra la tenacidad de su hijo, que se empeñaba en +continuar siendo payés. Hablaba de matarlo, como si lo viese en un +camino de perdición. Llevaba la cuenta de todos los hijos de amigos +suyos que habían partido para el otro mundo con la sotana puesta. El +hijo de <i>Treufoch</i> llevaba enviados de América cerca de seis mil duros. +Otro, que vivía tierra adentro, entre indios, en unas montañas muy altas +a las que llamaban los Andes, había comprado un predio en Ibiza, que +cultivaba su padre. ¡Y el pillo de Pepet, más listo para las letras que +los demás, negábase a seguir tan hermosos ejemplos!... Había para +matarlo.</p> + +<p>La noche anterior, en un momento de calma, cuando Pep descansaba en su +cocina con el brazo fatigado y el gesto triste del padre que acaba de +pegar fuerte, el <i>atlot</i>, rascándose los golpes, había propuesto un +arreglo. Sería cura; obedecería al <i>siñó</i> Pep pero antes deseaba ser +hombre, ir con los muchachos de la parroquia a hacer música, bailar los +domingos, mezclarse en los cortejos, tener novia, llevar un cuchillo en +la faja. Esto último era lo que deseaba con mayores ansias. Si su padre +le regalaba el cuchillo del abuelo, él pasaría por todo.</p> + +<p>—<i>¡El gabinet del güelo, pare!</i>—imploraba el muchacho—. <i>¡El gabinet +del güelo!</i></p> + +<p>Por obtener el cuchillo del abuelo sería cura, y hasta si era preciso +viviría solitario, de la limosna de las gentes, como los ermitaños que +estaban a orillas del mar en el santuario de los <i>Cubells</i>. Al recordar +el arma venerable, brillaban sus ojos con fulgores de admiración y se la +describía a Febrer. ¡Una joya! Era una antigua lima de acero aguzada y +bruñida. Podía atravesarse con ella una moneda, ¡y en manos de su +abuelo!... Su abuelo era un hombre famoso. El nieto no le había +conocido, pero hablaba de él con admiración, colocando su memoria por +encima del mediano respeto que le inspiraba el buenazo de su padre.</p> + +<p>Luego, a impulsos de su deseo, se atrevía a implorar la protección de +don Jaime. ¡Si quisiera darle ayuda!... Bastaría que pidiese una vez el +famoso cuchillo, para que su padre se lo entregara al instante.</p> + +<p>Febrer acogió esta demanda con risa bondadosa.</p> + +<p>—Tendrás el cuchillo, muchacho. Y si tu padre no quiere entregarlo, yo +te compraré otro cuando vaya a la ciudad.</p> + +<p>Esta certeza entusiasmó al <i>Capellanet</i>. Necesitaba ir armado para poder +mezclarse con los hombres. Su casa iba a verse frecuentada por los +<i>atlots</i> más valerosos de la isla. Margalida era ya moza e iba a +comenzar el <i>festeig</i>. El <i>siñó</i> Pep había sido rogado por los <i>atlots</i> +con objeto de que fijase día y hora para la visita de los cortejantes.</p> + +<p>—¡Ah! ¡Margalida!—dijo Febrer con asombro—. ¡Margalida con novios!...</p> + +<p>Lo que él había visto en tantas casas de la isla parecíale un +espectáculo absurdo en <i>Can Mallorquí</i>. Se había olvidado de que la hija +de Pep era una mujer. ¿Pero realmente aquella niña, aquella muñeca +blanca e ingenua, podía gustar a los hombres?... Sentía la extrañeza del +padre que ha enamorado en otro tiempo a muchas mujeres, y juzgando luego +por su propia sensibilidad, no puede comprender que su hija inspire +pasiones.</p> + +<p>Pasados algunos instantes ya no la vio así. Margalida era otra a sus +ojos: era una mujer. La transformación le dolía. Creyó que acababa de +perder algo, pero se resignó ante la realidad.</p> + +<p>—¿Y cuántos son?—dijo con voz algo apagada.</p> + +<p>Pepet agitó una mano al mismo tiempo que elevaba los ojos a la bóveda de +la torre. ¿Cuántos?... Aún no se sabía con certeza. Lo menos treinta. +Iba a ser un <i>festeig</i> del que se hablaría en toda la isla; y eso que +muchos, aunque se comían a Margalida con los ojos, no osaban entrar en +el cortejo, dándose de antemano por vencidos. Como su hermana había +pocas en la isla: guapa, alegre y con un buen pedazo de pan, pues el +<i>siñó</i> Pep hablaba en todas partes de dar <i>Can Mallorquí</i> al yerno +cuando él muriese. ¡Y el hijo que se reventase con la sotana a cuestas +al otro lado del mar, sin ver más <i>atlotas</i> que las indias! <i>¡Futro!...</i></p> + +<p>Pero su indignación duró poco. Entusiasmábase al pensar en los mozos que +iban a acudir a su casa dos veces por semana para hacer la corte a +Margalida. Iban a venir hasta de San Juan, al otro extremo de la isla, +el pueblo de los hombres valientes, donde muchos evitaban salir de su +casa apenas cerraba la noche, sabiendo que cada ribazo servía de sostén +a una pistola y cada árbol de guarida a una escopeta, y todos esperaban +pacientemente la satisfacción de un agravio recibido muchos años antes; +la patria de las temibles «fieras de San Juan». Juntos con estos +personajes vendrían otros de los demás <i>cuartones</i>, y muchos tendrían +que caminar leguas para llegar a <i>Can Mallorquí</i>.</p> + +<p>El <i>Capellanet</i> regocijábase pensando en los mozos arrogantes que iba a +conocer. Todos le tratarían como un compañero, por ser hermano de la +novia; pero de estas futuras amistades la que más le halagaba era la de +Pere, apodado el <i>Ferrer</i> por su oficio de herrero, un hombre cercano a +los treinta años, del que se hablaba mucho en la parroquia de San José.</p> + +<p>El muchacho lo admiraba como gran artista.</p> + +<p>Cuando se decidía a trabajar, fabricaba las más hermosas pistolas que se +conocían en los campos de Ibiza. Pepet enumeraba su trabajo. Le enviaban +de la Península cañones viejos de escopeta—lo viejo inspiraba respeto +al <i>atlot</i>—y los montaba a su modo en culatas de pistola esculpidas con +bárbara fantasía, añadiendo a la obra prolijos adornos de plata. Arma +salida de sus manos podía cargarse hasta la boca, sin miedo a que +reventase.</p> + +<p>Pero otra circunstancia más importante aumentaba su admiración por el +<i>Ferrer</i>. Lo declaró en voz baja, con un tono de misterio y respeto:</p> + +<p>—<i>El Ferrer és un verro.</i></p> + +<p>¡Un <i>verro</i>!... Jaime quedó pensativo unos instantes, coordinando sus +recuerdos sobre las costumbres de la isla. Un gesto expresivo del +<i>Capellanet</i> ayudó a su memoria. Un <i>verro</i> es un hombre cuyo valor no +necesita probarse, pues tiene pudriendo tierra uno o varios ejemplos de +la dureza de su mano o de lo certero de su puntería.</p> + +<p>Pepet, para que los suyos no quedasen por debajo del <i>Ferrer</i>, volvió a +recordar a su abuelo. También había sido <i>verro</i>, pero los antiguos +sabían hacer mejor las cosas. Aún se acordaban en San José de la +habilidad con que el <i>güelo</i> despachaba sus asuntos: un golpe nada más +con el famoso cuchillo, y después las precauciones tan bien tomadas que +siempre se presentaban testigos para declarar que lo habían visto al +otro extremo de la isla a la misma hora en que agonizaba el enemigo.</p> + +<p>El <i>Ferrer</i> era un <i>verro</i> con menos fortuna. Hacía medio año que había +desembarcado, después de pasar ocho en un presidio de la Península. Le +habían condenado a catorce, pero le alcanzaron varios indultos. El +recibimiento fue triunfal. ¡Un hijo de San José que regresaba de tan +heroico destierro!... No debían mostrarse menos entusiastas que los +vecinos de otras parroquias, que acogían a sus <i>verros</i> con grandes +agasajos. Y bajaron al puerto de Ibiza, el día de la llegada del vapor, +los parientes lejanos del <i>Ferrer</i>, que eran medio pueblo, y todo el +resto del vecindario por puro patriotismo. Hasta el alcalde hizo el +viaje, seguido de su secretario, para conservar las simpatías de sus +administrados. Los señores de la ciudad protestaban con indignación de +estas costumbres bárbaras e inmorales de la payesía, mientras hombres, +mujeres y chiquillos asaltaban el vapor, ansioso cada uno de ser el +primero en estrechar la mano del héroe.</p> + +<p>Pepet se acordaba de la vuelta del <i>verro</i> a San José. Él también había +figurado en la comitiva, larga hilera de carros, caballos, asnos y +peatones, como si el pueblo entero emigrase. En todas las tabernas y +ventorros del camino deteníase la romería, y el grande hombre era +obsequiado con jarros de vino, pedazos de sobreasada y copas de +<i>figola</i>, licor de hierbas de la isla. Admiraban su traje nuevo—un +traje de señor que había comprado al salir del presidio—, se asombraban +en silencio de la desenvoltura de sus maneras, del aire de buen príncipe +con que acogía a sus antiguos amigos, protegiéndolos con el gesto y la +mirada. Muchos le envidiaban. ¡Lo que aprende un hombre saliendo de la +isla! ¡No hay como correr el mundo!... El antiguo herrero los abrumó a +todos con la superioridad de sus recuerdos durante el viaje a San José. +Luego, en el espacio de varias semanas, la tertulia en la taberna del +pueblo, a la caída de la tarde, resultó interesantísima. Las palabras +del <i>verro</i> se repetían de hogar en hogar por todos los esparcidos +caseríos del <i>cuartón</i>, viendo cada payés algo honroso para su parroquia +en estas aventuras del convecino.</p> + +<p>El <i>Ferrer</i> no se cansaba de alabar las bellezas del establecimiento en +el que había permanecido ocho años. Olvidaba las cóleras y tristezas +sufridas allá. Todo lo veía al través de ese amor a lo pasado que +desfigura los recuerdos.</p> + +<p>Él no había vivido, como ciertos infelices, en un establecimiento penal +de las llanuras manchegas, donde hay que subir el agua a lomos de +hombre, sufriendo los tormentos de un frío ártico. Tampoco había estado +en los presidios de la vieja Castilla, donde la nieve blanquea los +patios y los huecos de las rejas. Venía de Valencia, del penal de San +Miguel de los Reyes, llamado <i>Niza</i>, a causa de la dulzura de su clima, +por los habituales pensionistas de dichos establecimientos. Hablaba con +orgullo de esta casa, lo mismo que un rico estudiante recuerda los años +pasados en una universidad inglesa o alemana. Altas palmeras sombreaban +los patios, ondeando su capitel de plumas por encima de los tejados. +Desde las rejas llegaba a verse toda la extensión de la huerta +valenciana, con los frontones triangulares y blancos de sus barracas, y +más allá el Mediterráneo, una faja azul inmensa, tras cuyo lomo se +ocultaba el peñón natal, la isla amada. Tal vez había pasado por ella el +viento cargado de emanaciones salinas y ardores vegetales que se colaba +como una bendición en las hediondas cuadras del presidio. ¡Qué más podía +desear un preso!... La vida era dulce: se comía a sus horas, siempre de +caliente; había orden, y el hombre no tenía más que obedecer, dejarse +llevar. Se hacían buenas amistades; se trataba uno con gentes notables, +que jamás hubiese conocido de permanecer en la isla. Y el <i>Ferrer</i> +hablaba con orgullo de sus amigos. Unos habían tenido millones y paseado +en lujosos carruajes allá en Madrid, ciudad casi fantástica, cuyo nombre +sonaba en los oídos de los isleños como el de Bagdad para el pobre árabe +del desierto que escucha un relato de <i>Las mil noches y una noche</i>. +Otros habían corrido medio mundo antes de que la desgracia les confinase +en el encierro, y recordaban ante un corro absorto sus aventuras en +tierras de negros o en países donde los hombres eran amarillos o verdes +y llevaban trenzas mujeriles. En aquel antiguo convento, grande como un +pueblo, vivía lo mejor de la tierra. Algunos habían ceñido espada y +mandado hombres; otros habían manejado papeles sellados e interpretado +la ley. ¡Hasta un cura había sido compañero de cuadra del <i>Ferrer</i>!...</p> + +<p>Los admiradores de éste le oían con los ojos muy abiertos y las narices +palpitantes de emoción. ¡Qué dicha! Ser <i>verro</i>, haber ganado la +celebridad y el respeto matando a un enemigo en las sombras de la noche, +y a cambio de esto, ocho años en <i>Niza</i>, lugar de delicias y honores. +¡No tendrían ellos tanta suerte!...</p> + +<p>El <i>Capellanet</i>, que había escuchado estos relatos, sentía por el +<i>verro</i> un respeto admirativo. Describía las particularidades de su +persona con la prolijidad del que se siente enamorado de un héroe.</p> + +<p>No era alto ni fuerte como el señor; pero era ágil, nadie le ganaba en +el baile, y podía danzar horas enteras, hasta rendir a todas las +muchachas de la parroquia. Había traído de su larga temporada en <i>Niza</i> +una tez pálida y lustrosa, una tez de monja en clausura; pero ya estaba +obscuro como los demás, con la cara bronceada y curtida por el aire del +mar y el sol africano de la isla. Vivía en la montaña, en una casucha +inmediata a los bosques de pinos, cerca de los carboneros que +proporcionaban combustible a su fragua. Esta no se encendía todos los +días. El <i>Ferrer</i>, con sus pretensiones de artista, sólo trabajaba +cuando tenía que reparar una escopeta, transformar un viejo trabuco de +chispa en arma de pistón, o fabricar aquellas pistolas con adornos de +plata que admiraban al <i>Capellanet</i>.</p> + +<p>Deseaba éste verle preferido por su hermana; que el <i>verro</i> entrase en +su familia con sus asombrosas habilidades. Tal vez a impulsos del +próximo parentesco se decidiese a regalarle una de aquellas joyas.</p> + +<p>—Puede ser que Margalida le quiera, y entonces el <i>Ferrer</i> me dé una de +sus pistolas. ¿Usted qué cree, don Jaime?...</p> + +<p>Abogaba por el <i>verro</i> como si fuese ya pariente suyo. ¡El pobre vivía +tan mal!... Solo en la fragua, sin otra compañía que una parienta vieja, +siempre vestida de negro por remotos lutos, lagrimeante un ojo, cerrado +otro, y tirando del fuelle mientras su sobrino batía el hierro rojo. La +vecindad del fogón secaba cada vez más su huesosa flacura. En su cara +arrugada de manzana vieja parecían liquidarse las cuencas de los ojos.</p> + +<p>Aquel antro ahumado y lóbrego en medio de los pinares podía embellecerse +con la presencia de Margalida. Su único adorno actual eran unos cuantos +cestillos de juncos de colores tejidos en forma de tablero de ajedrez, +con pompones de seda, amistoso recuerdo de los ignorados artistas que +entretenían sus ocios en el retiro de <i>Niza</i>. Cuando su hermana viviese +en la fragua, Pepet iría a verla, y contaba adquirir de la munificencia +de su cuñado, en estas visitas, un cuchillo tan famoso como el del +abuelo, si es que el señor Pep perseveraba injustamente en negarle esta +herencia gloriosa.</p> + +<p>El recuerdo de su padre pareció obscurecer las esperanzas del muchacho. +Veía difícil que el dueño de <i>Can Mallorquí</i> aceptase como yerno a Pere +el <i>Ferrer</i>. Nada malo podía decir el viejo de él; aceptaba su fama como +una honra para el pueblo. La isla no sólo tenía hombres bravos en «las +fieras de San Juan»; también San José podía enorgullecerse de mozos +valientes que habían sufrido duras pruebas. Pero el <i>Ferrer</i> era hombre +de oficio, poco entendido en materias agrícolas, y aunque todos los +ibicencos mostrábanse igualmente dispuestos a cultivar la tierra, echar +una red en el mar o hacer un alijo de contrabando, pasando fácilmente de +un trabajo a otro, él quería para su hija un verdadero labrador, +habituado toda su vida a arañar el suelo. Su resolución era +inquebrantable. En aquel cerebro yermo y duro, cuando llegaba a retoñar +una idea, echaba raíces tan hondas, que no había huracán ni cataclismo +que la arrancase. Pepet sería cura y correría mundo. Margalida la +guardaba para un labrador que agrandase las tierras de <i>Can Mallorquí</i> +al heredarlas.</p> + +<p>El <i>Capellanet</i> inquietábase al pensar en quién podría ser el favorecido +por Margalida. Trabajo le daba a todos teniendo enfrente a un hombre +como el <i>Ferrer</i>. Aunque su hermana se inclinase hacia otro, el +agraciado tendría que vérselas luego con Pere, el bravo glorioso, +quitándolo de en medio. Iban a verse cosas grandes. Del cortejo de +Margalida se hablaba ya en todas las casas del <i>cuartón</i>; su fama +acabaría por extenderse a toda la isla. Y Pepet sonreía con feroz +deleite, como un pequeño salvaje que ve próxima una matanza.</p> + +<p>Admiraba a Margalida, reconociendo en ella una autoridad mayor que la +del padre, por lo mismo que no estaba basada en el miedo a los golpes. +Ella lo dirigía todo en la casa. La madre marchaba tras sus pasos como +una doméstica, no osando hacer nada sin consultarla. El <i>siñó</i> Pep, tan +absoluto en sus ideas, deteníase antes de tomar una resolución, +rascándose la frente con gesto de duda mientras decía en voz baja: «Esto +habrá que consultarlo con la <i>atlota</i>». El mismo <i>Capellanet</i>, que había +heredado la terquedad paternal, desistía fácilmente de sus intentos de +protesta con sólo una palabra de la hermana, una insinuación de su boca +sonriente, de su voz dulce.</p> + +<p>—¡Lo que ella sabe, don Jaime!—decía el muchacho con admiración—. Yo +ignoro si es guapa. Por ahí dicen que sí; pero a mí no me gusta. A mí me +gustan otras de mi edad. ¡Lástima que no estén aún para admitir el +<i>festeig</i>!....</p> + +<p>Y volviendo a hablar de su hermana, enumeraba sus talentos, insistiendo +con cierto respeto en su habilidad para el canto.</p> + +<p>¿Conocía don Jaime al <i>Cantó</i>, un <i>atlot</i> malucho del pecho, que no +trabajaba y pasaba los días tendido a la sombra de los árboles, +golpeando el tamboril y mascullando versos?... Era un blanco cordero, +una gallina, con ojos y piel de mujer, incapaz de hacer frente a nadie. +También éste pretendía a Margalida; pero el <i>Capellanet</i> juraba meterle +el tamboril por el cogote antes que aceptarlo como cuñado... Él sólo +podía emparentar con un héroe... Pero en lo de sacarse canciones de la +cabeza y cantarlas intercaladas con alaridos de pavo real no había quien +se midiese con el <i>Cantó</i>. Había que ser justos, y Pepet reconocía su +mérito. Era para el <i>cuartón</i> una gloria que casi podía compararse con +la del valeroso <i>Ferrer</i>. Pues bien; a este cantor le hacía frente +Margalida cuando, en las tertulias de verano en el <i>porchu</i> de la +alquería o en los bailes del domingo, ruborosa, empujada por las +compañeras, se decidía a sentarse en el centro del corro, y con el +tamboril en una rodilla, ocultos los ojos tras un pañuelo, contestaba +con un largo romance, todo de su invención, a lo que había dicho antes +el poeta.</p> + +<p>Si el <i>Cantó</i> soltaba un domingo un interminable relato sobre la +falsedad de las mujeres y lo caras que cuestan al hombre por su afición +a los trapos, Margalida le respondía al otro domingo con un romance +doblemente largo criticando la vanidad y el egoísmo de los hombres, y la +turba de <i>atlotas</i> coreaba sus versos con cloqueos de entusiasmo, +reconociendo la gloria de una vengadora en la muchacha de <i>Can +Mallorquí.</i></p> + +<p>—<i>¡Pepet!... ¡Atlot</i>!</p> + +<p>Una voz femenina sonó a lo lejos, como un cristal, cortando el denso +silencio de las primeras horas de la tarde, cargado de vibraciones de +calor y de luz. Sonaba cada vez más fuerte, al repetirse, como si se +aproximase a la torre.</p> + +<p>Pepet abandonó su posición de bestezuela en descanso, libertando las +piernas encogidas del anillo de los brazos para erguirse de un salto... +Era Margalida la que llamaba... Su padre debía reclamarle para algún +trabajo, en vista de su tardanza.</p> + +<p>El señor le retuvo por un brazo.</p> + +<p>—Déjala que venga—dijo sonriendo—. Hazte el sordo, para que grite.</p> + +<p>El <i>Capellanet</i> enseñó los nítidos dientes en la obscuridad de su cara +bronceada. Sonrió el pillete, satisfecho de esta inocente complicidad, y +quiso aprovecharse de ella, hablando al señor con atrevida confianza.</p> + +<p>¿De veras que pediría para él, al <i>siñó</i> Pep, el cuchillo del abuelo? +<i>¡Ay, el gabinet del güelo!</i> Estaba siempre presente en su memoria.</p> + +<p>—Sí, lo tendrás—dijo Jaime—. Y si tu padre no te lo da, yo te +compraré el mejor que encuentre en Ibiza.</p> + +<p>El muchacho se frotó las manos, brillándole los ojos con fulgores +salvajes.</p> + +<p>—Es sólo para que seas hombre como los otros—continuó Febrer—; pero +¡nada de usarlo! Un simple adorno nada más.</p> + +<p>Pepet, ansioso de realizar cuanto antes su deseo, contestó con enérgicos +movimientos de cabeza. Sí; un adorno nada más... Pero sus ojos se +obscurecieron con una duda cruel... Un adorno; pero si alguien le +ofendía llevando tal compañero, ¿qué debe hacer un hombre?...</p> + +<p>—<i>¡Pepet!... ¡Atlot!</i></p> + +<p>La voz de cristal sonó ahora al pie de la torre. Febrer esperaba oírla +más cerca, ver aparecer la cabeza de Margalida y luego todo su cuerpo en +el hueco de entrada. En vano aguardó largo rato: la voz fue haciéndose +apremiante, con graciosos temblores de impaciencia, pero sin aproximarse +más.</p> + +<p>Febrer se asomó a la puerta y vio a la muchacha al pie de la escalera, +algo empequeñecida por la distancia, con hinchada falda azul y un +sombrero de paja del que pendían cintas a flores. Sobre el fondo de las +amplias alas del sombrero, iguales a una aureola, destacábase su rostro, +de una palidez de rosa, en el que parecían temblar las gotas negras de +los ojos.</p> + +<p>—<i>¡Salut, Flo d'enmetllé!</i>—dijo Febrer con cierta inseguridad en la +voz, pero sonriendo.</p> + +<p>«¡Flor de almendro!...» Al oír la muchacha este nombre en boca del +señor, el carmín de una expansión sanguínea ocultó momentáneamente la +suave blancura de su tez...</p> + +<p>«¿Ya sabía don Jaime este nombre?... ¿Un señor como él se enteraba de +tales tonterías?...»</p> + +<p>Febrer sólo vio ya la copa y las alas del sombrero de Margalida. Había +bajado la cabeza, y en su turbación jugueteaba con las puntas del +delantal, avergonzada como una niña que se da cuenta de pronto de la +significación de su sexo y escucha el primer requiebro.</p> + + + +<hr /> +<h2><a name="IIIb" id="IIIb"></a><a href="#toc">III</a></h2> + + +<p>El domingo siguiente, Febrer fue por la mañana al pueblo. El tío +Ventolera no podía acompañarle al mar, pues consideraba indispensable su +presencia en la misa, para responder con voz chillona a las palabras del +sacerdote.</p> + +<p>Falto de ocupación, Jaime emprendió la marcha hacia el pueblo por +senderos de tierra roja que ensuciaba la blancura de sus alpargatas. Era +uno de los últimos días estivales. Las alquerías de nítida blancura +parecían reflejar como espejos el fuego de un sol africano. Zumbaban en +el ambiente los enjambres de insectos. En la sombra verdosa de las +higueras, amplias, bajas y redondas, apoyadas en un círculo de estacas +como un techo de verdura, caían los higos abiertos por el calor, +reventando en el suelo como enormes gotas de azúcar purpúreo. Las +chumberas alzaban sus muros de pinchosas palas a ambos lados del camino, +y entre sus raíces polvorientas correteaban, medrosas y ebrias de sol, +pequeñas bestias ondeantes, de larga cola y verde esmeralda.</p> + +<p>Por entre la columnata negra y retorcida de los olivos y los almendros +veíanse a lo lejos, siguiendo otros senderos, grupos de payeses que +también marchaban hacia el pueblo. Delante iban las <i>atlotas</i> de traje +dominguero, con pañuelos rojos o blancos y faldas verdes, brillando al +sol sus grandes cadenas de oro. Junto a ellas caminaban los +pretendientes, escolta tenaz y hostil que se disputaba una mirada o una +palabra de preferencia, asediando varios a la vez a la misma moza. +Cerraban la marcha los padres de las muchachas, envejecidos antes de +tiempo por las fatigas y sobriedades de la vida del campo, pobres +bestias de la tierra, sumisas, resignadas, negras de piel, con los +miembros secos como sarmientos, y que en la modorra de su mente +recordaban cual una vaga y remota primavera los años del <i>festeig</i>.</p> + +<p>Cuando Febrer llegó al pueblo se dirigió rectamente a la iglesia. Lo +formaban seis u ocho casas con la alcaldía, la escuela y la taberna en +torno del templo. Éste erguíase soberbio y poderoso, como nexo de unión +de todo el caserío esparcido por valles y montes en algunos kilómetros a +la redonda.</p> + +<p>Jaime, despojándose del sombrero para limpiarse el sudor de la frente, +se refugió bajo las arcadas de un pequeño claustro que precedía a la +iglesia. Allí experimentó la misma sensación de bienestar del árabe que +se acoge a un solitario morabito tras la marcha por el arenal inflamado +como un horno.</p> + +<p>La blancura de la iglesia, enjalbegada de cal, con sus arcadas frescas y +sus ribazos de piedra seca coronados de nopales, hacía pensar en una +mezquita africana. Tenía más de fortaleza que de templo. Sus tejados +estaban ocultos por el borde superior de los muros, especie de reducto +sobre el cual habían asomado muchas veces escopetas y trabucos. La torre +era un torreón de guerra coronado todavía de almenas: su vieja campana +había volteado en otro tiempo con la fiebre del rebato.</p> + +<p>Esta iglesia, en la que los payeses del <i>cuartón</i> entraban a la vida con +el bautismo y salían de ella con la misa de difuntos, había sido durante +siglos el refugio de sus pavores, la fortaleza de sus resistencias. +Cuando las atalayas de la costa anunciaban con fogatas o humaredas un +barco de moros, de todas las alquerías de la parroquia corrían las +familias hacia el templo, los hombres cargando su escopeta, las mujeres +y niños arreando las cabras y los asnos o llevando a cuestas con las +patas atadas en manojo todas las aves de corral. La casa de Dios se +convertía en establo guardador de la fortuna de sus adeptos. El cura, en +un rincón, rezaba con las mujeres, siendo cortadas sus oraciones por +chillidos de angustia y llantos de niños, mientras en los tejados y la +torre los escopeteros exploraban el horizonte, hasta que llegaba noticia +de que las aves de rapiña del mar se habían alejado. Entonces +reanudábase la existencia normal, volviendo cada familia a su +aislamiento, con la certeza de repetir el viaje angustioso pocas +semanas después.</p> + +<p>Febrer permaneció bajo las arcadas viendo cómo iban llegando los grupos +de payeses a toda prisa, espoleados por el último toque del esquilón que +volteaba en lo alto de la torre. El interior de la iglesia estaba casi +lleno. Por la puerta entreabierta llegaba hasta Jaime una densa bocanada +de respiraciones ardorosas, de sudor y ropas burdas. Experimentaba +Febrer cierta simpatía por estas buenas gentes cuando las tropezaba por +separado, pero la muchedumbre inspirábale aversión, y permanecía lejos +de su contacto.</p> + +<p>Muchos domingos bajaba al pueblo para quedarse en la puerta de la +iglesia, sin entrar en ella. La soledad habitual en su torre de la costa +le hacía necesario ver gentes. Además, el domingo resultaba para él, +hombre sin ocupaciones, un día monótono, fastidioso, interminable. Este +descanso de los demás era su tormento. No podía ir al mar por falta de +barquero, y los campos solitarios, con sus casas cerradas, por hallarse +las familias en la misa o en el baile de la tarde, le comunicaban la +impresión penosa de un paseo por un cementerio. La mañana pasábala en +San José, y uno de sus placeres era permanecer en el claustro de la +iglesia viendo entrar y salir al gentío, gozando de la fresca sombra de +los arcos, mientras unos pasos más allá ardía la tierra con la +reverberación solar, mecían sus ramas los árboles lentamente, como +angustiadas por el calor y el polvo que cubría sus hojas, y el ambiente +denso parecía ser mascado antes de descender a los pulmones.</p> + +<p>Llegaban las familias retrasadas, pasando ante Febrer con una mirada de +curiosidad y un leve saludo. Todos le conocían en el <i>cuartón</i>. Estas +buenas gentes, al verle en el campo podían abrirle la puerta de su casa; +pero su afabilidad no iba más allá, siendo incapaces de aproximarse a él +por impulso propio. Era un forastero. Además, era un mallorquín. Su +condición de señor creaba una misteriosa desconfianza en la gente +rústica, que no podía explicarse su permanencia en el aislamiento de una +torre.</p> + +<p>Febrer quedó solo. Llegó hasta sus oídos el repiqueteo de una +campanilla, el rumor de la gente al arrodillarse o al ponerse de pie, y +una voz conocida, la voz del tío Ventolera, lanzando en tono cantable +las respuestas de la misa con el estridor de su boca sin dientes. La +gente aceptaba sin reírse estas ingerencias de su locura senil. Estaba +habituada, años y años, a oír los latinajos del antiguo marinero, que +desde su banco apoyaba a gritos las respuestas del ayudante. Todos daban +cierto carácter sagrado a estos desvaríos, como los orientales, que ven +en la demencia un signo de santidad.</p> + +<p>Fumó Jaime en la entrada de la iglesia para entretenerse. Unos palomos +se arrullaban sobre los arcos, cortando con el rumor de sus caricias las +largas pausas de silencio. Tres colillas de cigarro estaban a los pies +de Febrer, cuando sonó en el interior del templo un largo murmullo como +de cien respiraciones contenidas que se exhalan al fin con un suspiro de +satisfacción. Luego ruido de pasos, voces ahogadas de saludo, chocar de +sillas, chirrido de bancos, arrastre de pies, y la puerta quedó +obstruida por las gentes que intentaban salir todas a un tiempo.</p> + +<p>Comenzaron a desfilar los fieles, saludándose como si se vieran por +primera vez al encontrarse en pleno sol, fuera de la luz crepuscular del +templo.</p> + +<p>—<i>¡Bon dia!... ¡Bon dia!...</i></p> + +<p>Salían en grupos las mujeres: las viejas vestidas de negro, esparciendo +el interno olor de sus innumerables zagalejos y faldas; las jóvenes +erguidas en su estrecho corsé, que les aplastaba los pechos y borraba +las curvas salientes de las caderas, ostentando con nobiliario orgullo, +sobre el pañuelo multicolor, las cadenas de oro y los enormes +crucifijos. Eran cabezas morenas o verdosas con grandes ojos de +dramática expresión; vírgenes cobrizas con el pelo brillante y aceitoso +partido por una raya que iba ensanchando cada vez más la rudeza del +peine.</p> + +<p>Los hombres deteníanse un momento en la puerta para colocarse sobre la +rapada cabeza, con luengos rizos en su parte delantera, el pañuelo que +llevaban bajo el sombrero, a uso mujeril. Era una prenda con la que +suplían el capuchón del antiguo jaique del país, usado ya únicamente en +circunstancias extraordinarias.</p> + +<p>Luego, los viejos sacaban de la faja una pipa rústica fabricada por +ellos mismos, llenándola de tabaco de <i>pota</i> cultivado en la isla, +hierba de acre olor. Los mozos se alejaban de ellos. Salían del atrio +para adoptar fieras posturas, con las manos en la faja y la cabeza +erguida, ante los grupos de mujeres. En ellos estaban las amadas +<i>atlotas</i> fingiendo indiferencia y contemplándolos al mismo tiempo con +el rabillo de un ojo.</p> + +<p>Poco a poco iba disolviéndose esta masa de gentío.</p> + +<p>—<i>¡Bon dia!... ¡Bon dia!...</i></p> + +<p>Muchos no volverían a verse hasta el domingo siguiente. Por todos los +senderos se alejaban grupos multicolores: unos obscuros, sin escolta +alguna, marchando lentamente, como si se arrastrasen, con la miseria de +la ancianidad; otros bulliciosos, de faldas inquietas y pañuelos +ondeantes, seguidos a distancia por una tropa de <i>atlots</i>, que gritaban, +relinchaban y corrían para advertir su presencia a las muchachas.</p> + +<p>Aún quedaba gente dentro de la iglesia. Febrer vio salir a unas mujeres +vestidas de negro, tétrico grupo de tapadas, que apenas sí enseñaban a +través de la abertura del manto su nariz enrojecida por el sol y un ojo +de brasa velado por las lágrimas. Iban cubiertas con el <i>abrigais</i>, chal +de invierno, envoltura tradicional de gruesa lana, cuya vista producía +una sensación de tormento y asfixia en aquella mañana bochornosa de +verano. Detrás salieron unos encapuchados, antiguos payeses que se +habían cubierto con el capote de ceremonia, un jaique pardo de lana +burda con amplias mangas y apretado capuchón. Las mangas las llevaban +sueltas, pero el capuchón iba bien abrochado bajo la barba, mostrando +por la abertura sus rostros tostados de piratas.</p> + +<p>Eran los parientes de un payés que había muerto una semana antes. La +numerosa familia, que habitaba en distintos puntos del <i>cuartón</i>, +habíase reunido, según costumbre, en la misa del domingo para recordar +al muerto, y al verse estallaba su dolor con africana vehemencia, como +si aún tuviesen ante sus ojos el cadáver. La costumbre exigía que se +cubrieran con sus prendas de ceremonia, con sus vestidos de invierno, +encerrándose en ellos cual si fuesen cáscaras de dolor. Lloraban y +sudaban bajo las envolturas, y al reconocer cada uno a los parientes que +no había visto en algunos días, estallaba su pena con nuevo +recrudecimiento. Salían suspiros de agonía de entre los espesos mantos; +las rudas caras, encuadradas por el capuchón, contraíanse con +crispaciones de dolor infantil, exhalando lamentos de pequeñuelo +enfermo. El dolor se licuaba con una incesante secreción, mezcla de +sudor y lágrimas. De todas las narices—la parte más visible de estos +fantasmas doloridos—pendían gotas que iban a caer sobre los pliegues +del paño burdo.</p> + +<p>Un hombre hablaba con bondadosa autoridad, exigiendo calma, en medio del +estrépito de las voces femeniles que rugían broncas de pena y de los +suspiros masculinos atiplados por el dolor. Era Pep el de <i>Can +Mallorquí</i>, lejano pariente del muerto, en esta isla donde todos se +hallaban más o menos unidos por los cruces de la sangre. El vago +parentesco, aunque le impulsaba a participar del dolor, no le había +obligado a ponerse el jaique de las grandes solemnidades. Iba vestido de +negro y se cubría con un manteo de ligera lana y un fieltro redondo, que +le daban cierto aire eclesiástico. Su mujer y Margalida, que no se +creían unidas por el parentesco a esta familia, manteníanse aparte, como +si las alejase la diferencia entre sus alegres ropas domingueras y aquel +aparato de dolor.</p> + +<p>El bondadoso Pep fingía enfadarse por los extremos de desesperación, +cada vez más vehementes, de los enlutados... «¡Ya había bastante! Cada +uno a su casa, a vivir muchos años, para encomendar el muerto al Señor.»</p> + +<p>Estallaron más fuertes los sollozos bajo los mantos y los capuchones. +«¡Adiós! ¡adiós!» Se estrechaban las manos, se besaban las bocas, se +retorcían los brazos, como si todos se despidieran para no verse más. +«¡Adiós! ¡adiós!» Se alejaron por grupos, cada uno en distinta +dirección, hacia las montañas cubiertas de pinos, hacia las alquerías de +lejana blancura medio ocultas entre higueras y almendrales, hacia los +rojos peñascos de la costa; y era un espectáculo absurdo e incoherente +ver bajo el ardor del sol, al través de los campos verdes y espléndidos, +cómo marchaban con paso tardo estos fantasmas espesos y sudorosos, +incansables lloradores de la muerte.</p> + +<p>La vuelta a <i>Can Mallorquí</i> fue triste y silenciosa. Pepet abría la +marcha con el <i>bimbau</i> en los labios, que le acompañaba en su caminata +con un zumbido de moscardón. De vez en cuando deteníase para echar +piedras a los pájaros o a los lagartos hinchados y negruzcos que +asomaban entre las chumberas. ¡Lo que a él le importaba la muerte!... +Margalida caminaba junto a su madre, silenciosa, abstraída, con los ojos +muy abiertos: unos ojos de vaca hermosa que miraban a todas partes sin +ver, sin reflejar pensamiento alguno. Parecía no darse cuenta de que +tras ella caminaba don Jaime, el señor, el reverenciado huésped de la +torre.</p> + +<p>Pep, abstraído también, delataba el curso de sus pensamientos con +palabras sueltas dirigidas a Febrer, como si necesitase hacer partícipe +a alguien de sus ideas.</p> + +<p>«¡La muerte! ¡Qué cosa tan fea, don Jaime!... Y allí estaban ellos, en +un pedazo de tierra rodeado por las olas, sin poder escapar, sin poder +defenderse, aguardando el momento en que les echase la zarpa.» El payés +sentía sublevarse su egoísmo ante esta gran injusticia. Bueno que allá +en tierra firme, donde las gentes son felices y gozan mucho, se ensañase +la muerte... ¿Pero aquí? ¿También aquí, en el último rincón del mundo? +¿No había límite ni excepción para la gran entrometida?...</p> + +<p>Era inútil imaginarse obstáculos. Ya podía el mar embravecerse entre las +cadenas de islotes y escollos que van de Ibiza a Formentera. Los freos +eran hervideros de olas, los peñones se cubrían de espuma, los rudos +hombres de mar retrocedían vencidos, los barcos se refugiaban en los +puertos, el paso se cerraba para todos, las islas quedaban apartadas del +resto del mundo... Pero esto nada significaba para la marinera +invencible de cráneo pelado, para la caminante de piernas de hueso, que +podía correr con gigantescos saltos por encima de montañas y mares.</p> + +<p>No había tempestad que la detuviese; no existía alegría que la hiciera +olvidar; estaba en todas partes; se acordaba de todos. Ya podía lucir el +sol, y mostrarse hermosos los campos, y ser buena la cosecha... +¡Engañifas para entretener al hombre en sus fatigas y que le fuesen más +tolerables! ¡Mentirosas promesas, como las que se hacen a los niños para +que se sometan de buen grado al tormento de la escuela!... Y había que +dejarse engañar; la mentira era buena. No debían acordarse de este mal +inevitable, de este último peligro sin remedio alguno, que entristece la +vida, quitando su sabor al pan, su alegre topacio al líquido de la +parra, su jugo al blanco queso, su sabor de azúcar a los higos +purpúreos, y su energía picante a la sobreasada, entenebreciendo y +amargando todas las cosas buenas que Dios puso en la isla para consuelo +de las gentes de bien. «¡Ay, don Jaime, qué miseria!...»</p> + +<p>Febrer comió en <i>Can Mallorquí</i>, para evitar a los hijos de Pep la +subida a la torre. La comida empezó con cierta tristeza, como si aún +vibrasen en sus oídos los lamentos de los encapuchados en el atrio de la +iglesia. Poco a poco, en torno de la mesita baja y su gran cazuela de +arroz fue difundiéndose cierta alegría. El <i>Capellanet</i> hablaba del +baile de la tarde, olvidado totalmente de su vida de seminarista y +osando arrostrar los ojos de Pep. Margalida recordaba las miradas del +<i>Cantó</i> y la arrogante postura del <i>Ferrer</i> cuando ella había pasado +ante los <i>atlots</i> al entrar en misa. La madre suspiraba:</p> + +<p>—<i>¡Ay, Siñor!... ¡Ay, Siñor!...</i></p> + +<p>Nunca había dicho más, acompañando con la misma exclamación de su +confuso pensamiento hacia Dios las alegrías y los dolores.</p> + +<p>Pep había dado varios tientos al jarro de vino, lleno del zumo sonrosado +de las mismas parras que extendían un toldo de pámpanos ante el porche. +Su rostro cetrino se coloreó con una aurora alegre. «¡Al diablo la +muerte y sus miedos! ¿Iba un hombre honrado a pasar la existencia entera +temblando por su llegada?... Podía presentarse cuando lo tuviese a bien. +¡Mientras tanto, a vivir!...» Y manifestó esta voluntad de vida +durmiéndose en un poyo, con sonoros ronquidos que no lograban asustar a +las moscas y avispas revoloteantes en torno de su boca.</p> + +<p>Febrer se marchó a la torre. Margalida y su hermano apenas se fijaron en +el señor. Habían abandonado la mesa para hablar más libremente del baile +de la tarde, con una alegría de muchachos a los que estorba la presencia +de una persona grave.</p> + +<p>En la torre se tendió en su jergón y quiso dormir. ¡Solo!... Se daba +cuenta de su aislamiento, rodeado de personas que le respetaban, que tal +vez le amaban, pero al mismo tiempo sentían la irresistible atracción de +unas alegrías sencillas, insípidas para él. ¡Qué tormento el de los +domingos! ¿Adonde ir? ¿Qué hacer?...</p> + +<p>En su firme deseo de suprimir el martirio del tiempo, de alejarse de una +vida sin objeto inmediato, acabó por dormirse y despertó a media tarde, +cuando el sol empezaba a descender lentamente, más allá de la línea de +islotes, entre una lluvia de oro pálido que parecía dar a las aguas un +azul más intenso y profundo.</p> + +<p>Al bajar a <i>Can Mallorquí</i> vio cerrada la alquería. ¡Nadie! Ni siquiera +excitaron sus pasos el ladrido del perro que estaba siempre bajo el +porche. El vigilante animal había ido también a la fiesta con la +familia.</p> + +<p>«Están todos en el baile—pensó Febrer—. ¿Si yo fuese al pueblo?...»</p> + +<p>Dudó largo rato. ¿Qué podía hacer allá?... Repugnábanle estas +diversiones, en las que su presencia de forastero parecía despertar +cierta molestia entre los payeses. Aquellas gentes preferían verse +solas. ¿Iba él a bailar con una <i>atlota</i> a sus años y con su aspecto +malhumorado que infundía respeto y frialdad?... Tendría que permanecer +con Pep y otros, aspirando el olor del tabaco <i>de pota</i>, hablando de la +almendra y del miedo a que se helase, esforzándose por abatir su +pensamiento al nivel del de estas gentes.</p> + +<p>Al fin se decidió a ir al pueblo. Tenía miedo a la soledad. Antes que +pasar solo el resto de la tarde, prefería la conversación lenta y +monótona de las gentes simples, una conversación refrescante, como él +decía, que no le obligaba a reflexionar y dejaba su pensamiento en dulce +calma animal.</p> + +<p>Cerca de San José vio la bandera española flotando sobre el tejado de la +alcaldía, y llegaron a sus oídos los golpes secos del parche del +tamboril, el bucólico gorjeo de la flauta y el repiqueteo de las +castañolas.</p> + +<p>El baile era frente a la iglesia. La gente joven formaba grupos, de pie, +cerca de los músicos, que ocupaban silletas bajas. El tamborilero, con +su redondo instrumento acostado en una rodilla, golpeaba el parche +cadenciosamente, mientras su compañero soplaba en la larga flauta de +madera, adornada con tallas de primitiva rudeza hechas a cuchillo. El +<i>Capellanet</i> repicaba las <i>castañolas</i>, enormes como las conchas que +cogía en la playa el tío Ventolera.</p> + +<p>Las <i>atlotas</i>, agarradas del talle o apoyadas unas en los hombros de +otras, miraban con virtuosa hostilidad a los mozos, que se pavoneaban en +el centro de la plaza, las manos metidas en el cinto, el ancho castoreño +echado atrás para dejar al descubierto las rizos de su frente, el cuello +envuelto en bordado pañuelo o corbata de cintas, y las alpargatas de +inmaculada blancura casi ocultas por la boca del pantalón de pana en +forma de pata de elefante.</p> + +<p>A un lado de la plaza estaban sentadas sobre un ribazo, o en sillas de +la inmediata taberna, las casadas y las viejas; mujeres anémicas y +tristes en su relativa juventud por una procreación excesiva y por las +fatigas de su existencia campestre, con los ojos hundidos en un cerco +azul que parecía revelar desarreglos interiores, guardando sobre su +pecho las cadenas de oro de sus tiempos de <i>atlotas</i> y adornadas las +mangas con botones de oro. Las ancianas, cobrizas y arrugadas, vistiendo +trajes obscuros, suspiraban lastimeramente al ver la alegría de la gente +moza.</p> + +<p>Febrer, luego de contemplar un buen rato a toda esta concurrencia, que +apenas fijó en él una mirada distraída, fue a colocarse junto a Pep en +un corro de payeses viejos. Hicieron sitio al <i>siñor de la torre</i> con +respetuoso silencio, y después de lanzar algunas bocanadas de humo de +sus pipas cargadas <i>de pota</i>, reanudaron la lenta conversación sobre los +rigores probables del invierno próximo y la suerte de la futura cosecha +de almendra.</p> + +<p>Seguía repicando el tamboril, sonaba la flauta, tableteaban las enormes +castañuelas, pero ninguna pareja se lanzaba al centro de la plaza. Los +<i>atlots</i> parecían consultarse con indecisión, como si todos temiesen ser +los primeros. Además, la inesperada presencia del señor mallorquín +intimidaba a las vergonzosas muchachas.</p> + +<p>Jaime sintió que le tocaban en un codo. Era el <i>Capellanet</i>, que le +hablaba misteriosamente al oído al mismo tiempo que señalaba con un +dedo... Aquél era Pere el <i>Ferrer</i>, el famoso <i>verro</i>. Y designaba a un +mozo de estatura menos que mediana, pero arrogante y jactancioso en su +actitud. Los <i>atlots</i> se agrupaban en torno del héroe. El <i>Cantó</i> le +hablaba sonriente, y él oía con protectora gravedad, escupiendo de vez +en cuando por las comisuras de la boca, y admirándose a sí mismo por la +distancia a que enviaba el chorro de secreción.</p> + +<p>De pronto, el <i>Capellanet</i> saltó al medio de la plaza tremolando su +sombrero... «Pero ¿es que iban a pasar la tarde oyendo la flauta sin +bailar?» Corrió al grupo de <i>atlotas</i> y agarró por las manos a la más +grande, tirando de ella. «¡Tú!...» Esto bastaba para la invitación. +Cuanto más rudo era el manotazo, más cariñoso parecía y digno de +agradecimiento.</p> + +<p>El travieso <i>atlot</i> quedó frente a su pareja, moza arrogante y fea, de +rudas manos, pelo aceitoso y cara negra, que le llevaba de estatura casi +toda la cabeza. El muchacho protestó, encarándose con los músicos. Nada +de <i>llarga</i>; quería bailar la <i>curta</i>. La «larga» y la «corta» eran los +dos únicos bailes de la isla. Febrer no había llegado nunca a +distinguirlos: una simple variación de ritmo, pues la música y la danza +siempre parecían iguales.</p> + +<p>La moza, con un brazo doblado sobre la cintura en forma de asa y +pendiente el otro a lo largo de la hueca faldamenta, comenzó a girar. No +debía hacer más: ésta era toda su danza. Bajaba los ojos, fruncía la +boca, como era de rigor, con un gesto de virtuoso desprecio, cual si +bailase contra su voluntad, y así giraba y giraba, trazando en sus +evoluciones sobre el suelo grandes números ochos. El bailarín era el +hombre. Reproducíase en esta danza tradicional, inventada sin duda por +los primeros pobladores de la isla, rudos piratas de la edad heroica, la +eterna historia de los humanos, la persecución y la caza de la hembra. +Ella giraba fría e insensible, con la altivez asexual de una virtud +ruda, huyendo de los saltos y contorsiones varoniles, presentando la +espalda con gesto de desprecio, y el fatigoso trabajo de él consistía en +colocarse siempre ante sus ojos, en ponerse ante su paso, en salirle al +encuentro para que le viera y le admirase. El bailarín saltaba y saltaba +sin regla alguna, sin otra disciplina que la del ritmo de la música, +rebotando sobre el suelo con incansable elasticidad. Unas veces abría +los brazos con gesto agresivo de dominador, otras los replegaba sobre la +espalda, echando los pies en alto.</p> + +<p>Era más que baile un ejercicio gimnástico, un delirio de acróbata, un +movimiento frenético como el de las danzas guerreras de las tribus +africanas. La hembra no sudaba ni enrojecía: continuaba sus vueltas +fríamente, sin apresurar el paso, mientras el compañero, poseído del +vértigo de la velocidad, jadeaba con el rostro congestionado, +retirándose trémulo de fatiga a los pocos minutos. Cada <i>atlota</i> podía +bailar con varios hombres sin esfuerzo alguno, rindiéndolos. Era el +triunfo de la pasividad femenil, que sonríe ante la jactancia arrogante +del sexo contrario, sabiendo que acabará por verlo humillado...</p> + +<p>La salida de la primera pareja pareció arrastrar a los demás. En un +momento, todo el espacio libre que había ante los músicos se cubrió de +faldas pesadas, bajo cuyo rígido y múltiple ruedo movíanse los pequeños +pies, metidos en blancas alpargatas o amarillos zapatos. Las anchas +bocas de los pantalones cimbreábanse a un lado y a otro con el rápido +movimiento de los saltos o el enérgico pateo que hería la tierra +levantando nubecillas de polvo. Los brazos varoniles escogían con +galante zarpazo entre las <i>atlotas</i> agrupadas. «¡Tú!...» Y a este +monosílabo seguían el tirón de conquista, los empellones, que equivalían +a un título momentáneo de propiedad, todos los extremos de una +predilección rudamente ancestral, de una galantería heredada de remotos +abuelos en la época obscura en que el palo, la pedrada y la lucha a +brazo partido eran la primera declaración de amor.</p> + +<p>Algunos <i>atlots</i> que se habían visto precedidos de otros más audaces en +el escogimiento de las parejas permanecían inmóviles cerca del corro, +vigilando a sus compañeros para sucederles. Cuando veían al danzarín +congestionado y sudoroso por los saltos, extremando sus esfuerzos para +seguir adelante, llegábanse a él, tirándole de un brazo para apartarlo. +<i>«¡Déixamela!»</i> Y ocupaban su puesto sin más explicación, saltando y +acosando a la hembra con el empuje de su frescura, sin que ella +pareciese percatarse del cambio de pareja, pues continuaba sus vueltas +con la vista baja y el gesto desdeñoso.</p> + +<p>Jaime vio por primera vez en las evoluciones del baile a Margalida, que +hasta entonces había permanecido oculta entre sus compañeras.</p> + +<p>¡Hermosa «Flor de almendro»! Febrer la encontraba más bella al +compararla con sus amigas, morenas y curtidas por el sol y el trabajo. +Su piel blanca, de una suavidad de flor, sus ojos húmedos y brillantes +de animalillo dulce, su cuerpo esbelto y hasta la suavidad de sus manos, +la separaban, como si fuese de una raza distinta, de aquellas compañeras +negruzcas, seductoras por su juventud, enérgicas y guapotas, pero que +parecían talladas a hachazos.</p> + +<p>Contemplándola, pensaba Jaime que aquella muchacha, en otro ambiente, +podía haber sido una criatura adorable. Él creía entender algo de esto. +Adivinaba en «Flor de almendro» un sinnúmero de delicadezas, de las que +ella misma no se daba cuenta. ¡Lástima que hubiese nacido en esta isla +para no salir de ella jamás!... ¡Y su belleza sería para alguno de +aquellos bárbaros que la admiraban con perruna mirada de ansiedad! ¡Tal +vez para el <i>Ferrer</i>, el odioso <i>verro</i> que parecía protegerlos a todos +con sus ojos sombríos!...</p> + +<p>Cuando fuese casada cultivaría la tierra, como las otras: su blancura de +flor se marchitaría, amarilleando; sus manos se tornarían negras y +escamosas; acabaría siendo igual a su madre y a todas las payesas +viejas, una hembra esqueleto, retorcida y nudosa, lo mismo que un tronco +de olivo... Febrer entristecíase con estos pensamientos como ante una +gran injusticia. ¿De dónde habría sacado este retoño el simple Pep, que +estaba a su lado? ¿Por qué obscura combinación de raza había podido +nacer Margalida en <i>Can Mallorquí</i>?... ¿Y habría de agostarse esta +florescencia misteriosa y perfumada del tronco payés lo mismo que los +otros brotes rudos que crecían junto a ella?...</p> + +<p>Algo extraordinario distrajo a Febrer de estos pensamientos. Seguían +sonando la flauta, el tamboril y las <i>castañolas</i>, saltaban los +danzarines, giraban las <i>atlotas</i>, pero en los ojos de todos brillaba +una mirada de alarma inteligente, una expresión de solidaridad +defensiva. Los viejos cesaban en su conversación, mirando hacia la parte +que ocupaban las mujeres. «¿Qué es? ¿qué es?» El <i>Capellanet</i> corría por +entre las parejas, hablando al oído de los bailarines. Éstos salíanse +del corro con las manos en la faja, y desapareciendo unos segundos +volvían inmediatamente a ocupar su sitio, mientras las <i>atlotas</i> seguían +girando.</p> + +<p>Pep sonrió levemente al adivinar lo que ocurría, y habló al oído del +señor. «Nada: lo de todos los bailes. Había peligro, y los <i>atlots</i> +ponían en seguridad sus arreglos.»</p> + +<p>Estos «arreglos» eran las pistolas y los cuchillos que llevaban los +muchachos como testimonio de ciudadanía. Durante unos instantes, Febrer +vio salir a luz las armas más estupendas y enormes, disimuladas +prodigiosamente en aquellos cuerpos enjutos y esbeltos. Las viejas las +reclamaban con sus manos huesosas, deseando compartir el riesgo, +brillando en sus ojos la vehemencia de un heroísmo agresivo. ¡Tiempos +malditos de impiedad los de ahora, en que se molesta a las gentes y se +atenta a las antiguas costumbres! «¡Aquí! ¡aquí!» Y agarrando los +mortales chismes, los escondían bajo el ruedo de innumerables hojas de +sus faldas y zagalejos. Las madres jóvenes se arrellanaban en sus +asientos y abrían el ángulo de las abultadas piernas, como para ofrecer +mayor espacio al guerrero escondrijo. Unas a otras se miraban las +mujeres con belicosa resolución. «¡Que viniesen aquellas malas almas!... +Se dejarían hacer pedazos antes que moverse de su sitio.»</p> + +<p>Febrer vio brillar algo en un camino que conducía a la iglesia. Eran +correajes y fusiles, y sobre éstos las blancas cogoteras de los +tricornios de una pareja de la Guardia civil.</p> + +<p>Los dos soldados del orden se aproximaron lentamente, con cierto +desmayo, convencidos sin duda de haber sido adivinados de lejos y llegar +demasiado tarde. Jaime era el único que los miraba; los demás fingían no +verles, con la cabeza baja o puestos los ojos en distinta dirección. Los +músicos tocaban con más fuerza, pero las parejas se iban retirando. Las +<i>atlotas</i> abandonaban a los mozos para ir a confundirse en el grupo de +mujeres.</p> + +<p>—¡Buenas tardes, señores!...</p> + +<p>A este saludo del guardia más antiguo contestó el tamboril callando en +seco y dejando sola a la flauta. Ésta todavía gangueó unas cuantas +notas, que parecieron contestar irónicamente a la salutación.</p> + +<p>Hubo un largo silencio. Algunos contestaron con un leve <i>«¡Tengui!»</i> al +saludo de la pareja, pero todos fingían no verla, y miraban a otra +parte, como si los guardias careciesen de presencia real.</p> + +<p>El silencio penoso pareció molestar a los dos soldados.</p> + +<p>—Vaya, sigan ustedes—continuó el más viejo—. Por nosotros que no pare +la diversión.</p> + +<p>Hizo un gesto a los músicos, y éstos, incapaces de desobedecer en nada a +la autoridad, acometieron una música más viva y endiabladamente alegre +que la de antes. ¡Pero como si tocasen a muerto!... Todos permanecían +inmóviles y enfurruñados, pensando cómo podría acabar esta inesperada +presentación.</p> + +<p>La pareja, acompañada por el repiqueteo del tamboril, las cabriolas +musicales de la flauta y la risa seca y estridente de las castañuelas, +comenzó a moverse entre los grupos de <i>atlots</i> examinándolos.</p> + +<p>—Tú, galán—decía con paternal autoridad el más antiguo de la pareja—, +¡brazos en alto!</p> + +<p>Y el designado obedecía mansamente, sin el menor intento de resistencia, +casi orgulloso de esta distinción. Conocía sus deberes. El ibicenco ha +nacido para trabajar, vivir... y ser registrado. ¡Nobles inconvenientes +de ser valeroso y que le tengan a uno cierto miedo!... Y cada <i>atlot</i>, +viendo en el registro un testimonio de su mérito, levantaba los brazos y +avanzaba el vientre, prestándose satisfecho al manoseo de los guardias, +mientras miraba orgulloso hacia el grupo de las muchachas.</p> + +<p>Febrer se dio cuenta de que los dos soldados fingían no reparar en la +presencia del <i>Ferrer</i>. Parecían no reconocerlo; le volvían la espalda. +Pasaron varias veces junto a él, registrando minuciosamente a los que +estaban a su lado y haciendo visible alarde de no fijarse en el <i>verro</i>.</p> + +<p>Pep habló al oído del señor en voz queda, con acento de admiración. +«Aquellas gentes del tricornio sabían más que el diablo. No registrando +al <i>verro</i> le inferían un insulto. Demostraban no tenerle miedo; le +ponían aparte de los demás, eximiéndole de una operación por la que iban +pasando todas las personas.» Siempre que encontraban al <i>verro</i> con +otros mozos, registraban a éstos, sin tocar nunca a aquél. De este modo, +los <i>atlots</i>, por miedo a perder sus armas, acababan por evitar el trato +con el héroe y huían de él como de una atracción del peligro.</p> + +<p>Continuaba el registro al son de la música. El <i>Capellanet</i> seguía a la +pareja en sus evoluciones, plantándose siempre ante el guardia viejo con +las manos en la faja, mirándole tenazmente con una expresión entre +amenazadora y suplicante. El guardia parecía no verle, buscaba a los +otros, pero a poco volvía a tropezarse con el muchacho, que le cerraba +el paso. El hombre del tricornio acabó por sonreír bajo el duro bigote y +llamó a su camarada.</p> + +<p>—Tú—dijo, designándole al muchacho—registra a este <i>verro</i>. Debe ser +de cuidado.</p> + +<p>El <i>Capellanet</i>, perdonando el tono zumbón del enemigo, estiró los +brazos todo cuanto pudo para que nadie dejase de enterarse de su +importancia. Ya se había alejado el guardia, luego de hacerle unas +cosquillas en el ombligo, cuando todavía guardaba su actitud de hombre +temible. Después corrió hacia el grupo de mozas, para ufanarse del +peligro que acababa de arrostrar. Afortunadamente, el cuchillo del +abuelo estaba en casa, bien guardado por su padre en un lugar que él +desconocía. «Si llego a traerlo, me lo quitan.»</p> + +<p>Los guardias cansáronse pronto de este registro infructuoso. El guardia +más antiguo miraba maliciosamente, como un perro que husmea, hacia el +grupo de mujeres. Por allí cerca debía estar el escondrijo. ¡Pero +cualquiera hacía mover a las secas y negruzcas matronas de sus asientos! +Bien claro hablaban los ojos hostiles de estas damas. Habría que +arrastrarlas a viva fuerza, y eran señoras.</p> + +<p>—¡Caballeros, buenas tardes!</p> + +<p>Y se echaron los fusiles al hombro, rechazando la amable solicitud de +algunos mozos que habían corrido a la taberna para traer unas copas. «Se +las ofrecían sin rencor y sin miedo; al fin todos eran unos y vivían en +la estrechez de la isla.» Pero los guardias insistieron en su negativa. +«Se agradece; lo prohíbe el reglamento.» Y se marcharon, tal vez para +emboscarse a corta distancia y repetir el registro al anochecer, cuando +la gente volviese dispersa a sus alquerías.</p> + +<p>Al alejarse este peligro cesaron de sonar los instrumentos. Febrer vio +al <i>Cantó</i> que se apoderaba del tamborcillo, sentándose en el espacio +libre que antes ocupaban los bailarines. Las gentes se agruparon en +semicírculo frente a él. Las respetables matronas avanzaban sus silletas +de esparto para oír mejor. Iba a cantar uno de aquellos romances que +sacaba de su cabeza; una «relación» cortada a uso del país por un +alarido tembloroso, gorjeo de dolor que se iba prolongando mientras el +cantante tenía aire en los pulmones.</p> + +<p>Golpeó con el palillo el parche lentamente para dar una tétrica gravedad +a su canto monótono, soñoliento y triste. «¡Cómo queréis, amigos, que +cante, si tengo el corazón destrozado!...» Y a continuación un gorjeo +estridente, un quejido interminable de ave moribunda, en medio del +general silencio. Todos miraban al cantor, no viendo en él al <i>atlot</i>, +perezoso y enfermo, despreciable por su inutilidad para el trabajo. En +el rudimentario magín de todos ellos latía algo confuso que les +impulsaba a respetar las palabras y quejidos del mozo débil. Era algo +extraordinario que parecía pasar con rudo batir de alas sobre sus almas +primitivas.</p> + +<p>La voz del <i>Cantó</i> lloriqueaba hablando de una mujer insensible a sus +quejas; y al comparar su blancura con la flor del almendro, todos +volvieron la vista a Margalida, que permanecía impasible, sin rubores +virginales, habituada a estos homenajes de burda poesía, que eran el +preludio de todo galanteo.</p> + +<p>Continuaba el <i>Cantó</i> sus lamentos, enrojeciéndose con el esfuerzo del +cacareo doloroso que daba remate a las estrofas. Su pecho angosto +jadeaba con el esfuerzo; dos rosetas de enfermiza púrpura coloreaban sus +pómulos; dilatábase su débil cuello, marcándose en él las venas con azul +relieve. Siguiendo la costumbre, ocultaba parte del rostro en un pañuelo +que sostenía con el brazo apoyado en el tamboril. Febrer sentía congoja +al escuchar esta voz doliente. Creía que iba a desgarrarse su pecho, a +estallar su garganta; pero los oyentes, habituados al canto bárbaro, tan +anonadador como la danza, no paraban atención en la fatiga del cantor ni +se cansaban de su interminable relato.</p> + +<p>Un grupo de <i>atlots</i> separándose del corro que rodeaba al poeta, pareció +deliberar y se aproximó luego adonde estaban los hombres graves. Venían +en busca del <i>siñó</i> Pep el de <i>Can Mallorquí</i>, para hablar con él de +asuntos importantes. Volvían la espalda con desprecio a su amigo el +<i>Cantó</i>, un infeliz que no servía para otra cosa que para dedicar trovos +a las <i>atlotas</i>.</p> + +<p>El más atrevido del grupo se encaró con Pep. Querían hablar del +<i>festeig</i> con Margalida; recordaban al padre su promesa de autorizar el +cortejo de la muchacha.</p> + +<p>El payés miró el grupo detenidamente, como si contase su número.</p> + +<p>—¿Cuántos sois?...</p> + +<p>Sonrió el que llevaba la voz. Eran muchos más. Representaban a otros +<i>atlots</i> que se habían quedado en el corro escuchando la canción. Los +había de diferentes <i>cuartones</i>. Hasta de San Juan, en el extremo +opuesto de la isla, vendrían mozos para cortejar a Margalida.</p> + +<p>Pep, a pesar de su falso gesto de padre intratable, enrojecía y apretaba +los labios con mal disimulada satisfacción, mirando de reojo a los +amigos sentados junto a él. ¡Qué honor para <i>Can Mallorquí</i>! Nunca se +había conocido un galanteo como éste. Jamás sus compañeros habían visto +a sus hijas tan cortejadas.</p> + +<p>—<i>¿Sereu vint?</i>—preguntó.</p> + +<p>Los <i>atlots</i> tardaron en contestar, ocupados en cálculos mentales, +murmurando nombres de amigos. ¿Veinte?... Más, muchos más. Podía contar +con unos treinta.</p> + +<p>El payés extremó su falsa indignación. ¡Treinta! ¿Creían acaso que él no +necesitaba descanso y que iba a pasar la noche en vela presenciando sus +galanteos?...</p> + +<p>Luego se calmó, entregándose a complicados cálculos mentales, mientras +repetía pensativo, con expresión de asombro: <i>«¡Trenta!... ¡trenta!</i></p> + +<p>Su decisión fue autoritaria. Él no podía dedicar al noviazgo más que +hora y media de la noche. Siendo treinta, salían a tres minutos por +cabeza. Tres minutos, contados reloj en mano, para hablar cada uno con +Margalida: ni un minuto más. Noches de noviazgo, la del jueves y la del +sábado. Cuando él había cortejado a su mujer eran muchos menos los +pretendientes, y sin embargo, su suegro, un hombre al que jamás vio +nadie reír, no le concedió mayor tiempo... Mucha formalidad, ¿eh? Nada +de rivalidades y riñas. Al primero que faltase a lo convenido, él era +muy nombre para hacerle pasar la puerta a palos; y si resultaba preciso +coger la escopeta, la cogería.</p> + +<p>El buen Pep, satisfecho de poder fingir una bravura sin límites a costa +del respeto de los pretendientes de su hija, amontonaba bravata sobre +bravata, hablando de matar al que faltase a lo convenido, mientras los +<i>atlots</i> le escuchaban con la vista humilde y una mueca de ironía debajo +de la nariz.</p> + +<p>El trato quedó cerrado. El jueves próximo sería la primera velada en +<i>Can Mallorquí</i>. Febrer, que había escuchado la conversación, miró al +<i>verro</i> que se mantenía aparte, como si su grandeza no le permitiera +descender a los míseros regateos de este arreglo.</p> + +<p>Cuando se alejaron los muchachos para incorporarse al corro, discutiendo +en voz baja el modo de repartirse los turnos, cesó el <i>Cantó</i> en su +lastimera poesía, lanzando el último cacareo con voz dolorosa, que +parecía desgarrar definitivamente su pobre garganta. Se limpió el sudor +y luego se llevó las manos al pecho; su cara era de un rojo amoratado; +pero la gente le volvía la espalda, olvidada ya de él.</p> + +<p>Las <i>atlotas</i>, con una solidaridad de sexo, envolvían a Margalida en +vehementes manoteos, la empujaban, pidiéndola que cantase para contestar +a lo que había dicho el cantor sobre la falsedad de las mujeres.</p> + +<p>—<i>¡No vullc!¡no vullc!</i>—contestaba «Flor de almendro», agitándose +entre los brazos de sus compañeras.</p> + +<p>Y tan sincera era su resistencia, que al fin intervinieron las mujeres +viejas, defendiéndola. «¡Dejad a la <i>atlota</i>! Margalida había venido +para divertirse y no para entretener a los demás. ¿Creían empresa fácil +sacarse de la cabeza repentinamente una contestación en verso?...»</p> + +<p>El tamborilero había recobrado el instrumento de manos del <i>Cantó</i>, y +golpeaba con su baqueta el redondo parche. La flauta parecía gargarizar +rápidas escalas, antes de emprender la adormecedora melodía de africano +ritmo. ¡Siga el baile!...</p> + +<p>Comenzaba a ocultarse el sol. La brisa venida del mar refrescaba los +campos. Las gentes, que parecían dormidas en la pesadez ardorosa del +ambiente, agitábanse ahora con vivo movimiento, como si la frescura las +espolease.</p> + +<p>Los <i>atlots</i> gritaban a un tiempo contradictoriamente, con agresiva +vehemencia, dirigiéndose a los músicos. Unos pedían la <i>llarga</i>, otros +la <i>curta</i>: todos se sentían fuertes e imperiosos en su voluntad. La +ferretería mortal oculta bajo los zagalejos de las mujeres había vuelto +a sus fajas, y con el contacto de estos acompañantes cada uno sentía +nueva vida, un recrudecimiento de sus arrogancias.</p> + +<p>Los músicos rompieron a tocar lo que les pareció mejor, echóse atrás el +gentío curioso, y otra vez en el centro de la plaza volvieron a dar +saltos las blancas alpargatas, a agitarse, rígidos, los ruedos de las +faldas azules y verdes, mientras arriba ondeaban los picos de los +pañuelos sobre las gruesas trenzas, o se movían como borlas rojas las +flores que llevaban los <i>atlots</i> en las orejas.</p> + +<p>Jaime seguía mirando al <i>Ferrer</i> con la irresistible atracción de la +antipatía. Manteníase el <i>verro</i> silencioso y como distraído entre sus +admiradores, que formaban corro en torno de él. Parecía no ver a los +demás, fijos sus ojos en Margalida con una expresión dura, cual si +pretendiese vencerla bajo esta mirada que infundía miedo a los hombres. +Cuando el <i>Capellanet</i>, con sus entusiasmos de aprendiz, se aproximaba +al <i>verro</i> éste dignábase sonreír, viendo en él a un pariente próximo.</p> + +<p>Los mismos <i>atlots</i> que habían hablado del noviazgo con el <i>siñó</i> Pep +parecían intimidados por la presencia del <i>Ferrer</i>. Salían las muchachas +a bailar, sacadas por los mozos, y Margalida permanecía al lado de su +madre, contemplada codiciosamente por todos, pero sin que nadie osase +avanzar para invitarla.</p> + +<p>El mallorquín sintió renacer en él las aficiones camorristas de su +primera juventud. Odiaba al <i>verro</i>; sentía como una vaga ofensa +inferida a su persona al ver el terror que inspiraba a todos. ¿Y no +habría quien le diese una bofetada a este fantasmón venido del +presidio?...</p> + +<p>Un <i>atlot</i> avanzó hasta Margalida, tomándola la mano. Era el <i>Cantó</i>, +sudoroso y trémulo aún por su reciente fatiga. Erguíase, como si su +debilidad fuese una nueva fuerza. La blanca «Flor de almendro» comenzó a +girar sobre sus pequeños pies, y él saltó y saltó, persiguiéndola en sus +evoluciones.</p> + +<p>¡Pobre muchacho! Jaime sentía una impresión de angustia, adivinando los +esfuerzos de aquella pobre voluntad para dominar la fatiga de su cuerpo. +Respiraba jadeante, a los pocos minutos le temblaban las piernas, pero a +pesar de esto sonreía, satisfecho de su triunfo. Contemplaba +amorosamente a Margalida, y si volvía la vista era para mirar +altivamente a los amigos, que le contestaban con gestos de lástima.</p> + +<p>Al dar una vuelta, estuvo próximo a caer; al dar un gran salto, sus +rodillas se doblaron. Todos esperaban de un momento a otro verle tendido +en el suelo; pero él seguía bailando, adivinándose el esfuerzo de su +voluntad, su resolución de perecer antes que confesar su flaqueza.</p> + +<p>Se cerraban ya sus ojos con el vértigo, cuando sintió que le tocaban en +un hombro, según costumbre, para que cediese la pareja.</p> + +<p>Era el <i>Ferrer</i>, que se lanzaba a bailar por primera vez en la tarde. +Sus saltos fueron acogidos con un murmullo de aplauso. Todos le +admiraban, con esa cobardía colectiva de la multitud temerosa.</p> + +<p>El <i>verro</i>, viéndose aplaudido, extremaba los movimientos y +contorsiones, persiguiendo a su pareja, saliéndola al paso, +envolviéndola en la complicada red de sus movimientos, mientras +Margalida giraba y giraba con la vista baja, evitando el encuentro de +sus ojos con los del temible galán.</p> + +<p>En ciertos momentos, el <i>Ferrer</i>, para demostrar su vigor, con el busto +echado atrás y las manos en la espalda, saltaba a considerable altura, +como si el suelo fuese elástico y sus piernas acerados resortes. Estos +saltos hacían pensar a Jaime, con una sensación de repugnancia, en +carcelarias evasiones o en canallescos duelos a cuchillo.</p> + +<p>Pasaba el tiempo y aquel hombre parecía no fatigarse. Se habían retirado +unas parejas, había sido sustituido en otras el bailarín varias veces, y +el <i>Ferrer</i> continuaba su danza violenta, siempre sombrío y desdeñoso, +como si fuese insensible al cansancio.</p> + +<p>El mismo Jaime reconocía con cierta envidia el vigor del temible +herrero. ¡Qué animal!...</p> + +<p>De pronto vio cómo buscaba algo en su faja y avanzaba una mano hacia el +suelo, sin detenerse en sus evoluciones y saltos. Una nube de humo se +esparció sobre la tierra, y entre sus blancas vedijas marcáronse, +pálidos y sonrosados por la luz del sol, dos rápidos fogonazos. A +continuación sonaron dos truenos.</p> + +<p>Las mujeres agrupáronse chillando con instantáneo susto; los hombres +quedaron indecisos; pero al momento, reponiéndose todos, prorrumpieron +en gritos de aprobación y aplausos.</p> + +<p>¡Muy bien! El <i>Ferrer</i> había disparado la pistola a los pies de su +pareja: la suprema galantería de los hombres valientes; el mayor +homenaje que podía recibir una <i>atlota</i> de la isla.</p> + +<p>Y Margalida, mujer al fin, siguió bailando, sin haberla impresionado +gran cosa, como buena ibicenca, el estampido de la pólvora. Fijaba en el +<i>Ferrer</i> una mirada de agradecimiento por su bravura, que le hacía +desafiar la persecución de la Guardia civil, tal vez próxima; +contemplaba después a sus amigas, temblorosas de envidia por este +homenaje.</p> + +<p>Hasta el mismo Pep, con gran indignación de Jaime, mostrábase orgulloso +de los dos tiros disparados a los pies de su hija.</p> + +<p>Febrer era el único que no parecía entusiasmado por esta hazaña galante +del verro.</p> + +<p>«¡Maldito presidiario!...» No sabía ciertamente el motivo de su furia, +pero era algo inevitable... A este «tío» le pegaría él.</p> + + + +<hr /> +<h2><a name="IVb" id="IVb"></a><a href="#toc">IV</a></h2> + + +<p>Llegó el invierno. El mar batió furioso, en ciertos días, la cadena de +islas y peñascos que forma entre Ibiza y Formentera una muralla de +rocas, aportillada por estrechos y freos. En estos pasadizos marítimos, +las aguas, antes tranquilas, de un azul profundo que refleja los fondos +de arena, arremolinábanse lívidas, chocando contra las costas y las +rocas sueltas, que desaparecían y emergían en la espuma.</p> + +<p>Entre la isla del Espalmador y la de los Ahorcados, donde se abre el +paso para los grandes buques, deslizábanse éstos teniendo que luchar con +el ímpetu sordo de las corrientes y los dramáticos y ruidosos golpes de +agua. Las embarcaciones de Ibiza y Formentera tendían la lona de su +velamen para navegar al abrigo de los islotes. Las sinuosidades de este +laberinto de tierras marítimas permitían a los navegantes del +archipiélago de las Pitiusas ir de una isla a otra por distintos +derroteros, con arreglo a la dirección de los vientos. Mientras en un +lado del archipiélago mugía el mar, en el otro manteníase inmóvil y +profundo, con una pesadez de aceite. En los freos amontonábanse las olas +con remolinos furiosos, pero bastaba un golpe de barra, una desviación +de la proa, para quedar al abrigo de una isla, balanceándose la barca en +aguas tranquilas, paradisíacas, límpidas, con un fondo visible de +extrañas vegetaciones, en el que bullían los peces entre chisporroteos +de plata y relámpagos de carmín.</p> + +<p>El cielo amanecía nublado los más de los días, y el mar ceniciento. El +Vedrá parecía más enorme, más imponente, alzando su cónica aguja en esta +atmósfera tempestuosa. El mar se despeñaba en cataratas dentro de las +cavidades de sus cuevas, con gigantescos cañonazos. Las cabras +silvestres, en sus alturas inaccesibles, saltaban de meseta en meseta, y +únicamente cuando rodaba el trueno en el azul sombrío y los rayos como +serpientes ígneas bajaban con veloz angulosidad a beber en el inmenso +abrevadero del mar huían las tímidas bestias con balidos de terror a +refugiarse en las oquedades cubiertas por el ramaje de las sabinas.</p> + +<p>Febrer iba de pesca con el tío Ventolera muchos días de mal tiempo. El +viejo conocía bien su mar. Algunas mañanas que Jaime se quedaba en el +lecho viendo filtrarse por las rendijas la luz lívida y difusa de un día +tempestuoso, tenía que levantarse apresuradamente al oír la voz de su +compañero, que «cantaba la misa» acompañando los latinajos con pedradas +a la torre. «¡Arriba! El día era bueno para la pesca. Iban a coger +mucho.» Y cuando Febrer parecía inquieto contemplando el mar amenazador, +le explicaba el viejo que al abrigo de la parte opuesta del Vedrá +encontrarían aguas tranquilas.</p> + +<p>Otras veces, en mañanas esplendorosas, aguardaba Febrer inútilmente la +llamada del viejo. Pasaban las horas. Tras la luz rosada del amanecer +marcábanse en las rendijas las barras de oro de la luz solar. Pero en +vano transcurría el tiempo: ni misa cantada ni pedradas. El tío +Ventolera permanecía invisible. Luego, al abrir su ventana, contemplaba +un cielo límpido, luminoso, con el esplendor suave del sol invernal, +pero el mar estaba agitado, ondeando sin espuma y sin estrépito a +impulsos de un viento peligroso.</p> + +<p>Las lluvias cubrían la isla de un manto gris, en el que apenas sí se +marcaban con indecisos contornos las montañas próximas. En las cumbres +lloraban los pinos por todos los filamentos de su follaje y la gruesa +capa de humus se empapaba como una esponja, expeliendo líquido bajo la +huella de los pies. En las calvas alturas de la costa, de roca viva, +amontonábase la lluvia, formando tumultuosos arroyos que saltaban de +peña en peña.</p> + +<p>Las anchas higueras temblaban como enormes paraguas rotos, dejando +entrar el agua en el amplio recinto cobijado por su cúpula. Los +almendros, desnudos de hojarasca, temblaban como negros esqueletos. Los +profundos barrancos llenábanse de aguas mugientes que rodaban infecundas +hacia el mar. Los caminos, empedrados de guijarros azules, entre altos +ribazos de piedra seca, convertíanse en cataratas. La isla, sedienta y +empolvada durante gran parte del año, parecía repeler por todos sus +poros esta exuberancia de lluvia invernal, como un enfermo repele el +medicamento enérgico y tardío de difícil asimilación.</p> + +<p>En estos días de aguacero, Febrer permanecía encerrado en su torre. Era +imposible ir al mar e imposible también salir con la escopeta por los +campos de la isla. Las alquerías estaban cerradas, con sus blancos cubos +manchados por los raudales de lluvia, sin más vida que el hilo de humo +azul que se escapaba de los agujeros de las chimeneas.</p> + +<p>Obligado a la inercia, el señor de la torre del Pirata volvía a releer +alguno de los pocos libros adquiridos en sus viajes a la ciudad o fumaba +pensativo, recordando aquel pasado del que había querido huir... ¿Qué +ocurriría en Mallorca? ¿Qué dirían sus amigos?...</p> + +<p>Sumido en esta inmovilidad forzosa, cuando le faltaba la distracción de +los ejercicios físicos acordábase de la vida anterior, cada vez más +lejana e indecisa en su memoria. Creía que era la vida de otro; algo que +había presenciado y conocía con exactitud, pero perteneciente a la +historia de una existencia ajena. ¿En realidad aquel Jaime Febrer que +había rodado por Europa y había tenido sus horas de orgullo y de triunfo +era el mismo que habitaba ahora una torre junto al mar, rústico, barbudo +y casi salvaje, con alpargatas y sombrero de payés, más habituado al +ruido de las olas y el chillido de las gaviotas que al trato de los +hombres?...</p> + +<p>Semanas antes había recibido una segunda carta de su amigo Toni Clapés, +el contrabandista. Estaba escrita también en un café del Borne: cuatro +líneas garrapateadas de prisa para hacer presente su buen recuerdo. +Aquel amigo rudo y bondadoso no le olvidaba; ni siquiera parecía +ofendido por haber quedado sin respuesta su carta anterior. Le hablaba +del capitán Pablo. Siempre enfadado con Febrer, pero moviéndose +hábilmente para desenmarañar sus asuntos. El contrabandista tenía fe en +Valls. Era el más listo de los <i>chuetas</i> y generoso como ninguno de +ellos. Indudablemente sacaría a flote los restos de la fortuna de Jaime, +y éste podría pasar su existencia en Mallorca tranquilo y feliz. Más +adelante recibiría noticias del capitán. Valls no quería hablar hasta +que todo estuviese resuelto.</p> + +<p>Febrer movió los hombros al enterarse de estas esperanzas. «¡Bah! Todo +terminado...» Pero en los días tristes de invierno su resignación se +revolvía contra esta existencia de molusco recluido en su caparazón de +piedra. ¿Iba a vivir siempre así?... ¿No era torpeza haberse encerrado +en este rincón, teniendo aún juventud y bríos para luchar en el +mundo?...</p> + +<p>Sí; era una torpeza. Muy hermosa la isla y su romántico albergue durante +los primeros meses, cuando lucía el sol, estaban verdes los árboles y +las costumbres isleñas ejercían sobre su ánimo el encanto de una novedad +bizarra. Pero había venido el mal tiempo, la soledad era intolerable, y +la vida de los campesinos se le aparecía con toda la rudeza de sus +bárbaras pasiones. Aquellos payeses vestidos de pana azul, con sus fajas +y corbatas de color y sus flores detrás de las orejas, le habían +parecido en los primeros momentos figulinas originales creadas +únicamente para servir de adorno a los campos, coristas de una opereta +pastoril lánguida y dulzona; pero ahora los conocía mejor, eran hombres +como los demás, y hombres bárbaros, en los que el roce de la +civilización apenas había logrado un leve pulimento, conservando todas +las angulosidades cortantes de su rudeza ancestral. Vistos de lejos, por +corto tiempo, seducían con el encanto de la novedad; pero él había +penetrado en sus costumbres, casi era uno de ellos, y le pesaba como una +caída en la esclavitud esta existencia inferior, en la que chocaba a +cada instante con ideas y prejuicios de su pasado.</p> + +<p>Debía alejarse de este ambiente; pero ¿adonde ir? ¿cómo escapar?... Era +pobre. Todo su capital consistía en unas cuantas docenas de duros que +había traído de su fuga de Mallorca, cantidad que conservaba aún gracias +a Pep, tenaz en su negativa a aceptar remuneración alguna. Allí debía +permanecer, clavado a su torre como si fuese una cruz, sin esperar nada, +sin desear nada, buscando en la anulación de su pensamiento una +felicidad vegetativa semejante a la de las sabinas y tamariscos que +crecían entre las peñas del promontorio, o a la de las almejas agarradas +para siempre a las rocas sumergidas.</p> + +<p>Tras larga reflexión conformábase con su suerte. No pensaría, no +desearía. Además, la esperanza, que jamás nos abandona, hacíale +columbrar la posibilidad confusa de algo extraordinario que iba a +presentarse a su hora para arrancarlo de tal situación. Pero mientras +esto llegaba, ¡cuán abrumadora la soledad!...</p> + +<p>Pep y los suyos constituían su única familia; pero sin darse cuenta de +ello, obedeciendo tal vez a un confuso instinto, se alejaban cada vez +más de él. Jaime se recluía en su aislamiento, y ellos se acordaban +menos del señor.</p> + +<p>Hacía tiempo que Margalida no se presentaba en la torre. Parecía evitar +todo pretexto para este viaje, y hasta sorteaba los encuentros con +Febrer. Era otra: diríase que había despertado a una nueva existencia. +La sonrisa inocente y confiada de su pubertad habíase trocado en un +gesto de reserva, como mujer que conoce los peligros del camino y marcha +con paso tardo y prudente.</p> + +<p>Desde que era objeto de cortejo y los mozos acudían a solicitarla dos +veces por semana con arreglo al tradicional <i>festeig</i>, parecía haberse +dado cuenta de grandes e inesperados peligros que antes no sospechaba, y +permanecía al lado de su madre, evitando toda ocasión de verse a solas +con un hombre, ruborizándose apenas unos ojos varoniles se cruzaban con +los suyos.</p> + +<p>Este galanteo nada tenía de extraordinario dentro de las costumbres de +la isla, pero no obstante, producía en Febrer sorda cólera, como si +viese en él un atentado y un despojo. La invasión de <i>Can Mallorquí</i> por +la <i>atloteria</i> bravucona y enamorada mirábala como un insulto. Había +considerado la alquería lo mismo que si fuese su casa; pero ya que +llegaban estos intrusos y eran bien recibidos, él se marchaba.</p> + +<p>Además, sufría en silencio el despecho de no ser, como en los primeros +días, la única preocupación de la familia. Pep y su mujer seguían +creyéndolo el señor; Margalida y su hermano le veneraban como un ser +poderoso venido de lejanas tierras, por ser Ibiza el mejor lugar del +mundo; pero a pesar de esto, otras preocupaciones parecían reflejarse en +sus ojos. La visita de tantos <i>atlots</i> y la modificación que esto había +traído a sus costumbres les hacía ser menos solícitos con don Jaime. A +todos ellos les inquietaba el porvenir. ¿Quién merecería al fin ser el +marido de Margalida?...</p> + +<p>Durante las noches de invierno, Febrer, recluido en su torre, miraba una +lucecita que brillaba a sus pies: la de <i>Can Mallorquí</i>. No eran noches +de <i>festeig</i>, la familia debía estar sola, cerca del hogar; pero él +manteníase firme en su aislamiento. No, no bajaría. Quejábase en su +despecho hasta del mal tiempo, como si quisiera hacer responsable de la +frialdad invernal a este cambio que lentamente se había efectuado en sus +relaciones con la familia payesa.</p> + +<p>¡Ay, las hermosas noches del verano con sus veladas que se prolongaban +hasta altas horas, viendo temblar las estrellas en el cielo obscuro, más +allá del borde negro del porche!... Sentábase Febrer bajo su techumbre +con toda la familia y el tío Ventolera, que acudía atraído por la +esperanza de algún obsequio. Nunca le dejaban ir sin una tajada de +sandía, que llenaba la boca del viejo con la dulce sangre de su carne +roja, o una copa de <i>figola</i> perfumada de hierbas olorosas del monte. +Margalida, los ojos puestos en el misterio de las estrellas, cantaba +romances ibicencos con voz infantil, más fresca y suave al oído de +Febrer que la brisa que poblaba de leves estremecimientos la azul +confusión de la noche. Pep contaba con aire de prodigioso explorador sus +estupendas aventuras en tierra firme durante los años que había servido +al rey como soldado en los remotos y casi fantásticos países de Cataluña +y Valencia.</p> + +<p>El perro, encogido a sus pies, parecía escucharle, fijos en el amo sus +ojos de suave mansedumbre, en cuyo fondo se reflejaba una estrella. De +pronto incorporábase con nervioso impulso, y dando un salto desaparecía +en la obscuridad, entre sonoro rumor de vegetaciones rotas. Pep +explicaba este arranque silencioso. No era nada; algún animal que andaba +errante y perdido en la sombra: una liebre, un conejo que había husmeado +con su sensible olfato de perro cazador. Otras veces se incorporaba +lentamente, con gruñidos de vigilante hostilidad. Alguien pasaba por +cerca de la alquería; una sombra, un hombre caminando de prisa, con la +celeridad de los ibicencos, habituados a ir rápidamente de un lado a +otro de la isla. Si la sombra hablaba, contestaban todos a su saludo. +Cuando pasaba silenciosa, fingían no verla, lo mismo que el obscuro +viandante parecía no enterarse de la existencia de la alquería y de las +personas sentadas bajo el porche.</p> + +<p>Era costumbre antiquísima en Ibiza no saludarse en campo raso apenas +cerraba la noche. En los caminos se cruzaban las sombras sin una +palabra, evitando el encuentro para no rozarse ni conocerse. Cada cual +iba a su negocio, a ver a la novia, a buscar el médico, a matar a un +contrario en el otro extremo de la isla, para regresar corriendo y poder +decir que a la misma hora estaba con los amigos. Todo el que caminaba +durante la noche tenía sus razones para pasar inadvertido. Las sombras +temían a las sombras. Un <i>«bona, nit!»</i> o una petición de lumbre para el +cigarro podían recibir como contestación un pistoletazo.</p> + +<p>Algunas veces no pasaba nadie ante la alquería, y sin embargo, el perro, +avanzando el pescuezo, aullaba frente al vacío negro. A lo lejos +parecían contestarle aullidos humanos. Eran alaridos prolongados y +salvajes que cortaban como un grito de guerra el silencio misterioso: +<i>«¡Auuú!...»</i> Y mucho más lejos, debilitada por la distancia, contestaba +otra fiera exclamación: <i>«¡Auuú!...»</i></p> + +<p>El payés hacía callar a su perro. Nada tenían de extraño estos gritos. +Eran <i>atlots</i> que se <i>aucaban</i> en la obscuridad, guiándose por el sonido +de sus gritos tal vez para reconocerse y reunirse, tal vez para pelear, +siendo el grito un llamamiento de desafío. Era probable que tras el +<i>aucamiento</i> sonase una detonación. ¡Cosas de jóvenes y de la noche!... +¡Adelante! Con los de casa no iba nada.</p> + +<p>Y Pep seguía el relato de sus viajes extraordinarios, bajo la mirada de +asombro de su mujer, que escuchaba por milésima vez estas maravillas, +siempre nuevas.</p> + +<p>El tío Ventolera, por no ser menos, narraba historias de piratas y de +valerosos marineros de Ibiza, apoyándolas con el testimonio de su padre, +que había sido paje en el jabeque del capitán Riquer, asaltando detrás +de este héroe la fragata <i>Felicidad</i>, del temible corsario «el Papa». +Entusiasmado por los recuerdos heroicos, canturreaba con su voz trémula +las coplas con que la marinería ibicenca había celebrado el triunfo; +coplas en castellano, para mayor solemnidad, y cuyas palabras +desfiguraba el tío Ventolera.</p> + +<p class="n"> +<span style="margin-left: 19%;">¿Dónde estás, «Papa» valiente,</span><br /> +<span style="margin-left: 20%;">hombre de tanto valor,</span><br /> +<span style="margin-left: 20%;">que por temor a la muerte</span><br /> +<span style="margin-left: 20%;">te escondiste en un cajón?...</span><br /> +</p> + +<p>Y la boca desdentada del marino seguía cantando las proezas de otros +tiempos, como si datasen de ayer, como si las hubiese presenciado, como +si de pronto fuesen a flamear sobre aquella tierra envuelta en la +obscuridad las llamaradas de las torres atalayas anunciando un +desembarco de enemigos.</p> + +<p>Otras veces, con los ojos brillantes de codicia, hablaba de enormes +caudales que los moros, los romanos y otros marineros rojos, a los que +llamaba los <i>mormandos</i>, habían enterrado en cuevas de la costa, +tapiándolas después. Sus abuelos sabían mucho de esto. ¡Lástima que +muriesen sin decir palabra!... Relataba la historia verídica de la +caverna de Formentera, donde los normandos habían guardado los productos +de sus piraterías en España e Italia: santos de oro, cálices, cadenas, +joyas, piedras preciosas y monedas medidas a celemines. Un espantoso +dragón, amaestrado sin duda por los hombres rojos, velaba en el fondo de +la sima con el tesoro debajo de su panza. El imprudente que se +descolgaba le servía de pasto. Los marineros rojos habían muerto hacía +muchos siglos; el dragón había muerto también; el tesoro debía estar aún +en Formentera. ¡Ay, quién pudiese encontrarlo!... Y el rústico auditorio +temblaba de emoción, sin dudar de la existencia de tales riquezas, por +el respeto que le inspiraba la vejez del narrador.</p> + +<p>¡Plácidas veladas aquéllas, que ya no se repetirían para Febrer! Evitaba +bajar por la noche a <i>Can Mallorquí</i>, temeroso de estorbar con su +presencia las conversaciones de la familia acerca de los pretendientes +de Margalida.</p> + +<p>En las noches de <i>festeig</i> experimentaba mayor desazón; y sin +explicarse el motivo, asomábase a la puerta de la torre, mirando +ávidamente hacia la alquería. La misma luz, el aspecto de siempre, pero +él se imaginaba oír en el silencio nocturno nuevos ruidos, ecos de +cantos, la voz de Margalida. Allí estaría el <i>Ferrer</i> odioso, y aquel +pobre diablo del <i>Cantó</i>, y todos los <i>atlots</i> bárbaros y rudos, con sus +trajes ridículos. ¡Gran Dios! ¿Cómo habían podido gustarle estos +campesinos?... ¡Con lo que él había visto en el mundo!...</p> + +<p>Al día siguiente, al subir el <i>Capellanet</i> a la torre para llevar la +comida a don Jaime, éste le hacía preguntas sobre lo ocurrido en la +noche anterior.</p> + +<p>Escuchando al muchacho, se imaginaba Febrer todos los accidentes del +galanteo. La familia cenaba de prisa, al anochecer, para estar pronta a +la ceremonia. Margalida descolgaba del techo de su cuarto la falda de +fiesta, y luego de ponérsela, con el pañuelo rojo y verde cruzado sobre +el pecho, otro más pequeño en la cabeza y un largo lazo de cintas al +extremo de la trenza, colocábase las cadenas de oro que le había cedido +su madre, e iba a sentarse sobre el <i>abrigais</i>, doblado en una silla de +la cocina. El padre fumaba su pipa de tabaco de <i>pota</i>; la madre, en un +rincón, tejía cestos de junco; el <i>Capellanet</i> asomábase fuera de la +casa, bajo el amplio porche, en el cual iban reuniéndose silenciosos los +<i>atlots</i> cortejadores. Los había que estaban allí desde una hora antes, +por ser vecinos; los había que llegaban polvorientos o manchados de +barro, después de caminar dos leguas. En las noches de lluvia sacudían +bajo el techado sus jaiques de burda capucha, herencia de los abuelos, o +el mantón femenil en que se envolvían como prenda de moderna elegancia.</p> + +<p>Luego de acordar brevemente el orden que iban a seguir en su +conversación con la muchacha, la tropa de rivales entraba en la cocina, +por ser en invierno el porche un lugar frío. Un golpe en la puerta.</p> + +<p>—<i>¡Avant qui siga!</i>—gritaba Pep como si ignorase la presencia de los +cortejantes y estuviera esperando una visita extraordinaria.</p> + +<p>Entraban mansamente, saludando a la familia. <i>«¡Bona nit!¡Bona nit!»</i> +Tomaban asiento en un banco, como niños de la escuela, o quedaban de +pie, mirando todos a la <i>atlota</i>. Junto a ella había una silla vacía, y +cuando faltaba ésta, el solicitante poníase en cuclillas, a uso moruno, +hablando a la muchacha en voz baja durante tres minutos, bajo la mirada +hostil de sus adversarios. La menor prolongación de este breve plazo +provocaba toses, furiosas miradas y reclamaciones amenazadoras a media +voz. Se retiraba el <i>atlot</i>, y otro al puesto. El <i>Capellanet</i> reía de +estas escenas, viendo en la tenacidad hostil de los cortejantes un +motivo de orgullo para Margalida y la familia.</p> + +<p>El noviazgo de su hermana no iba a ser como el de otras <i>atlotas</i>. Los +pretendientes parecíanle a Pepet perros rabiosos que no soltarían +fácilmente su presa. A él le olía a pólvora el tal galanteo, y esto lo +afirmaba con una sonrisa de orgullo, que hacía brillar la blancura de +sus dientes de lobezno en el óvalo obscuro de la cara. Ninguno de los +pretendientes adelantaba sobre los demás. En dos meses que llevaban de +noviazgo, Margalida no había hecho más que escuchar, sonreír y responder +a todos con palabras que turbaban a los <i>atlots</i>. Era mucho el talento +de su hermana. Los domingos, al ir a misa, marchaba delante de sus +padres acompañada por todos los pretendientes. Un ejército: don Jaime +los había encontrado varias veces. Las amigas, al verla llegar con este +acompañamiento de reina, palidecían de envidia. Todos la asediaban, +pugnando por arrancarla una palabra, un signo de preferencia, y ella +contestaba a todos con asombrosa discreción, manteniéndolos en perfecta +igualdad, evitando los choques mortales que podían sobrevenir +repentinamente entre esta juventud belicosa, armada y poco sufrida.</p> + +<p>—¿Y el <i>Ferrer</i>?—preguntaba don Jaime.</p> + +<p>¡Maldito <i>verro</i>! Su nombre salía con dificultad de los labios del +señor, pero su recuerdo se estaba moviendo desde mucho antes en su +memoria.</p> + +<p>El muchacho agitaba la cabeza negativamente. El <i>Ferrer</i> tampoco +adelantaba gran cosa sobre sus rivales, y el <i>Capellanet</i> no parecía +sentirlo mucho.</p> + +<p>Se había enfriado algo su admiración por el <i>verro</i>. El amor embravece a +los hombres, y todos los <i>atlots</i> pretendientes de Margalida, al verle +enfrente como rival, ya no le tenían miedo y hasta osaban atropellar su +temible persona. Una noche se había presentado con una guitarra, +proponiéndose invertir en músicas gran parte del tiempo que correspondía +a otros. Al llegarle el turno se colocó junto a Margalida, templó su +instrumento y comenzó a entonar canciones de tierra firme aprendidas en +el retiro de Niza. Pero antes había sacado de la faja una pistola de dos +cañones, dejándola con las llaves montadas sobre uno de sus muslos, +pronto a cogerla y descerrajar un tiro al primero que le interrumpiese. +Silencio absoluto y miradas impasibles. Cantó cuanto quiso, se guardó la +pistola con aire de vencedor; pero luego, a la salida, en la negrura de +los campos, cuando los <i>atlots</i> se dispersaban con <i>auquidos</i> de irónica +despedida, dos certeras pedradas salidas de la sombra dieron con el +bravucón en el suelo, y durante varios días dejó de acudir al cortejo +por no mostrarse con la cabeza entrapajada. No había intentado saber +quién fuese el agresor. Eran muchos los rivales, y además había que +tener en cuenta a sus padres, tíos y hermanos, casi la cuarta parte de +la isla, prontos a mezclarse por la honra de la familia en una guerra de +venganzas.</p> + +<p>—Pienso—decía Pepet—que el <i>Ferrer</i> no es tan valiente como dicen. ¿Y +usted qué cree, don Jaime?...</p> + +<p>Cuando avanzaba la noche y Margalida había hablado ya con todos sus +cortejantes, el padre, que dormía en un rincón, prorrumpía en sonoro +bostezo. Aquel hombre de campo parecía adivinar durante su sueño el +curso del tiempo. «¡Las nueve y media!... A dormir. <i>¡Bona nit!</i>» Y toda +la <i>atloteria</i>, tras esta invitación, abandonaba la casa, perdiéndose en +la obscuridad sus pasos y relinchos.</p> + +<p>Pepet, al hablar de estas reuniones, en las que se rozaba con gente +brava, portadora de armas, volvía a acordarse del cuchillo del abuelo. +¿Cuándo hablaría don Jaime a su padre para que le entregase esta joya de +familia?... Ya que retardaba la petición, debía acordarse de su promesa +y regalarle otro cuchillo. ¿Qué podía hacer un hombre como él falto de +tal compañía? ¿Dónde presentarse?...</p> + +<p>—Descansa—dijo Febrer—. Un día de estos iré a la ciudad. Cuenta con +el regalo.</p> + +<p>Y Jaime emprendió una mañana el camino de Ibiza, ansioso de nueva +existencia, de renovar y variar sus impresiones fuera de la rusticidad +campestre.</p> + +<p>Ibiza le pareció una gran ciudad, a él que había corrido toda Europa. +Las casas en fila, las aceras de ladrillos rojos, los balcones con +persianas, todo lo admiró con la simpleza de un salvaje del interior que +llega a una factoría de la costa. Detúvose ante algunas ventanas +convertidas en escaparates, examinando los géneros expuestos con la +misma delectación que había contemplado en otra época las lujosas +vitrinas de los bulevares o del <i>Regent Street</i>.</p> + +<p>Una platería de un <i>chueta</i> le retuvo largo tiempo. Admiraba las cadenas +de oro hueco fabricadas para las payesas, los botones de filigrana con +una piedra en el centro, reputando en su interior todos estos objetos +como las obras más perfectas y maravillosas creadas por el arte de los +hombres. ¡Si entrase en la tienda para comprar una docena de aquellos +botones!... ¡Qué sorpresa la de la <i>atlota</i> de <i>Can Mallorquí</i> cuando él +se los ofreciese para adornar sus mangas!... Seguramente que los +aceptaría de él, un señor grave al que miraba con respeto filial. +¡Enojoso respeto! ¡Maldita gravedad la cuya, que le estorbaba como un +fardo abrumador!... Pero el heredero de los Febrer, el descendiente de +opulentos mercaderes y heroicos navegantes, tuvo que desistir pensando +en el dinero que guardaba en su faja. Indudablemente no tenía bastante +para tal compra.</p> + +<p>Luego, en otra tienda adquirió un cuchillo para Pepet, el más grande y +pesado que encontró, un arma absurda, capaz de hacerle olvidar la de su +glorioso abuelo.</p> + +<p>A mediodía, Febrer, aburrido de sus paseos sin objeto por la Marina y +las empinadas callejuelas de la antigua Real Fuerza, entró en una +pequeña fonda, la única de la ciudad, situada junto al puerto. Allí +encontró los huéspedes de siempre. En el vestíbulo, unos cuantos mozos +vestidos de payeses, con gorra de cuartel: soldados de la guarnición que +servían de asistentes. En el comedor, oficiales subalternos de un +batallón de cazadores, jóvenes tenientes que fumaban con aire aburrido y +contemplaban a través de las ventanas, como prisioneros del mar, la +inmensa extensión azul. Mientras comían lamentábanse de la mala suerte +de su juventud, inútil y perdida en este peñón. Hablaban de Mallorca +como de un lugar de delicias; recordaban las provincias de tierra firme, +de las que eran hijos muchos de ellos, como paraísos a los que ansiaban +volver. ¡Las mujeres!... Era un anhelo, un ansia que hacía temblar sus +voces y ponía en sus ojos fulgores de locura. Pesaba sobre ellos, como +cadena de insufrible presidio, la casta virtud ibicenca, el exclusivismo +isleño, receloso para los forasteros. Allí no se bromeaba con el amor, +no se perdía el tiempo en galanteos; o la indiferencia hostil, o el +noviazgo honesto para casarse cuanto antes. Palabras y sonrisas +conducían rectamente al matrimonio; sólo era posible el trato con las +jóvenes para hablar de la formación de una nueva familia. Y esta +juventud ruidosa, alegre, exuberante en jugos, sufría un suplicio +tantalesco al hablar de las muchachas más hermosas de la ciudad. Las +admiraban y vivían aparte de ellas, a pesar de moverse en un estrecho +espacio que les obligaba a continuos encuentros. Toda su ilusión era +conseguir una licencia para vivir varios días en Mallorca o en la +Península, lejos de la isla virtuosa y huraña, que sólo admitía al +forastero como marido; embarcarse en busca de otras tierras, donde era +fácil dar expansión a sus deseos exacerbados, iguales a los del colegial +y el presidiario.</p> + +<p>¡Las mujeres!... Aquellos jóvenes no hablaban de otra cosa; y Febrer, +sentado a la gran mesa de la fonda, aprobaba en silencio sus palabras y +sus lamentaciones. ¡Las mujeres!... La irresistible tendencia que nos +liga a ellas es lo único que se mantiene firme después de los trastornos +morales que cambian una vida; lo que permanece de pie en medio de los +cadáveres de otras ilusiones destrozadas por el cataclismo. Febrer +sentía el mismo tedio de aquellos militares, la impresión de hallarse +encerrado en una cárcel de privaciones que tenía por fosos el mar. Ahora +le pareció la capital isleña una población de irresistible monotonía, +con sus señoritas encerradas en un aislamiento huraño y monjil. Pensaba +en el campo como en un lugar de libertad, con sus mujeres de alma simple +y afectos naturales, limitados solamente por un instinto defensivo igual +al de las hembras primitivas.</p> + +<p>Aquella misma tarde salió de la ciudad. Nada quedaba en él del optimismo +de pocas horas antes. Las calles de la Marina eran nauseabundas; un +olor infecto se escapaba de las casas; en el arroyo zumbaban enjambres +de insectos, saltando de los charcos al sonar los pasos de un +transeúnte. El recuerdo de las colinas inmediatas a su torre, perfumadas +de plantas silvestres y olor salitroso de mar, parecía sonreír en su +memoria con una dulzura idílica.</p> + +<p>El carro de un payés le llevó hasta cerca de San José, y al separarse de +él emprendió la marcha por el monte, pasando entre pinares encorvados +por las grandes tormentas. El cielo estaba nebuloso; la atmósfera era +cálida y pesada. De vez en cuando caían gruesas gotas, pero antes de que +las nubes pudieran fijar su lluvia, una ráfaga parecía barrerlas hacia +los confines del horizonte.</p> + +<p>Cerca de la cabana de un carbonero vio Jaime a dos mujeres que marchaban +apresuradas por entre los pinos. Eran Margalida y su madre. Venían de +los <i>Cubells</i>, ermita situada en una altura de la costa, junto a una +fuente que fecunda los abruptos peñones, haciendo crecer el naranjo y la +palmera al abrigo de las rocas.</p> + +<p>Jaime se unió a las dos mujeres, y entonces vio salir de entre los +matorrales a Pepet, que caminaba fuera del sendero persiguiendo piedra +en mano a un pajarraco cuyos graznidos habían llamado su atención. +Continuaron juntos la marcha hacia <i>Can Mallorquí</i>, y sin saber cómo, +Febrer se vio delante, caminando al lado de Margalida, mientras la +esposa de Pep marchaba tras ellos con el lento paso de su debilidad, +buscando apoyo en su hijo.</p> + +<p>La madre estaba enferma: una enfermedad incierta que hacía levantar los +hombros al médico en sus raras visitas y excitaba la imaginación de las +curanderas de la isla. Venían de hacer una promesa a la Virgen de los +<i>Cubells</i> y habían dejado en su altar dos velas rizadas traídas de la +ciudad.</p> + +<p>Mientras Margalida iba hablando con voz triste de las dolencias de la +vieja, el egoísmo de una juventud robusta coloreaba sus mejillas y sus +ojos delataban cierta impaciencia. Aquel día era de <i>festeig</i>. Había que +llegar pronto a <i>Can Mallorquí</i>, para preparar la cena de la familia +antes de que se presentasen los cortejantes.</p> + +<p>Febrer la admiraba con sus ojos graves. Extrañábase ahora de su anterior +torpeza, que le había hecho contemplar a Margalida, meses y meses, como +una niña, como un ser asexual, sin percatarse de sus gracias. ¡Qué +mujer!... Recordaba con desprecio aquellas señoritas de la ciudad por +las que suspiraban los militares recluidos en la fonda. Otra vez pensaba +en el noviazgo de Margalida con una molestia semejante a la de los +celos. ¿Y esta muchacha iba a ser para uno de aquellos bárbaros de tez +obscura, que la sometería como una bestia a la servidumbre de la +tierra?...</p> + +<p>—¡Margalida!—murmuró como si fuese a revelarle algo importante—. +¡Margalida!...</p> + +<p>Pero no dijo más. El antiguo calavera sintió despertarse sus instintos +de libertinaje con el perfume que exhalaba aquella mujer, perfume +indefinible de carne fresca y virginal que él creía aspirar, como buen +conocedor, más con la imaginación que con el olfato. Al mismo +tiempo—¡cosa extraña en él!—experimentó cierta timidez que le impedía +hablar; una timidez semejante a la que había sentido en los tiempos de +su primera juventud, cuando, lejos de las fáciles conquistas en su +predio de Mallorca, se atrevió a dirigirse a las señoras conocidas en la +península española... ¿No era un acto indigno de él hablar de amor a +aquella muchacha a la que había visto como niña hasta poco antes y que +le respetaba cual si fuese su padre?</p> + +<p>—¡Margalida! ¡Margalida!</p> + +<p>Y tras estos llamamientos, que excitaban la curiosidad de la <i>atlota</i> +haciendo que elevase los ojos para fijarlos interrogantes en los de +Febrer, éste se lanzó por fin a hablar, preguntándola por los progresos +de su noviazgo. ¿Se había decidido por alguien? ¿Quién iba a ser el +afortunado? El <i>Ferrer</i>... ¿el <i>Cantó</i>?...</p> + +<p>Ella volvió a humillar los ojos, cogiendo en su turbación una punta del +delantal y subiéndola hasta su pecho... No sabía. Su voz ceceaba +infantilmente a impulsos de un avergonzado aturdimiento. No tenía ganas +de casarse. Ni el <i>Cantó</i>, ni el <i>Ferrer</i>, ni nadie. Había aceptado el +cortejo porque todas las muchachas hacían lo mismo al llegar a cierta +edad. Además—y aquí enrojecía vivamente—, la proporcionaba cierta +satisfacción humillar a sus amigas, que rabiaban viendo el gran número +de sus pretendientes. Ella estaba agradecida a los <i>atlots</i> que venían a +verla de grandes distancias a <i>Can Mallorquí</i>. ¿Pero quererlos? ¿casarse +con ellos?...</p> + +<p>Había acortado su paso al hablar. La mujer de Pep y su hijo pasaron +insensiblemente delante de ellos, y al quedar solos los dos en la senda, +acabaron por detenerse sin saber lo que hacían.</p> + +<p>—¡Margalida!... ¡«Flor de almendro»!...</p> + +<p>¡Al diablo la timidez! Febrer se sintió arrogante y triunfador, como en +sus buenos tiempos. ¿Por qué aquel miedo?... ¡Una payesa! ¡una +chiquilla!...</p> + +<p>Habló con acento firme, poniendo un intento de fascinación en la fijeza +apasionada de sus ojos, aproximando su boca a ella, como para +acariciarla con el susurro de sus palabras... ¿Y él? ¿qué pensaba +Margalida de él?... ¿Y si se presentase un día a Pep diciendo que quería +casarse con su hija?...</p> + +<p>—¡Usted!—exclamó la muchacha—. ¡Usted, don Jaime!</p> + +<p>Levantó los ojos sin miedo alguno, riendo de estas palabras. El señor +acostumbraba a engañarla con bromas inverosímiles. Bien decía su padre +que los Febrer eran unos caballeros serios como jueces, pero de eterno +buen humor. Iba a burlarse otra vez de ella, lo mismo que cuando le +hablaba de la novia de barro guardada en su torre, que había estado +esperándole miles de años...</p> + +<p>Pero al fijar su mirada en la de Febrer y encontrarse con su rostro +pálido, crispado por la emoción, ella palideció también. Era otro +hombre: veía un don Jaime que nunca había conocido. Instintivamente, a +impulsos del miedo, dio un paso atrás. Quedó como a la defensiva, +apoyada en el delgado tronco de un arbolillo que se elevaba junto a la +senda, con sus menudas hojas casi sueltas por el otoño.</p> + +<p>Aún tuvo serenidad para sonreír con una sonrisa forzada, fingiendo creer +en una broma del señor.</p> + +<p>—No—repuso Febrer con energía—. Hablo seriamente. Di, Margalida... +«Flor de almendro»... ¿Y si yo fuese uno de tus novios? ¿Y si yo me +presentase en el cortejo? ¿Qué contestarías?...</p> + +<p>Ella se apelotonaba contra el débil tronco, haciéndose más pequeña, como +si quisiera escapar a aquellos ojos ardientes. Su instintivo movimiento +de retroceso hizo cimbrearse el flexible árbol, y una lluvia de hojas +amarillas como copos de ámbar cayó en torno de ella, enredándose en su +trenza, pegándose a su tez, esparciéndose sobre su traje. Pálida, con la +boca apretada y los labios azulados, iba murmurando palabras que sonaban +apenas como débiles suspiros. Sus ojos, agrandados y húmedos, tenían la +expresión angustiosa de los humildes de espíritu que piensan muchas +cosas y no encuentran el modo de decirlas. ¡Él!... ¡el mayorazgo de los +Febrer! ¡Un gran señor casarse con una payesa!... ¿Estaba loco?...</p> + +<p>—No; yo no soy un gran señor, yo soy un desgraciado. Tú eres más rica +que yo, pues vivo de vuestra limosna... Tu padre desea para ti un marido +que cultive sus tierras. ¿Aceptas que sea yo, Margalida? ¿Me quieres, +«Flor de almendro»?...</p> + +<p>Con la cabeza baja, huyendo de una mirada que parecía quemarla, ella +siguió hablando sin saber lo que decía. «¡Locura! Aquello no podía ser +cierto. ¡Decir el mayorazgo tales cosas!... Estaba soñando.»</p> + +<p>Pero de pronto sintió en una de sus manos un contacto leve y +acariciador. Era la diestra de Febrer que agarraba la suya. Volvió a +verle otra vez, pero le pareció un hombre distinto. Encontró ante sus +ojos un rostro nuevo que la hizo estremecerse. Experimentó la sensación +de un grave peligro, el sobresalto nervioso que avisa. Temblaron sus +rodillas, se contrajeron como si fuese a desplomarse de miedo.</p> + +<p>—¿Es que me encuentras viejo para ti?—murmuró en sus oídos una voz +suplicante—. ¿Es que nunca podrás quererme?...</p> + +<p>La voz era dulce y acariciadora; ¡pero aquellos ojos que parecían +comerla! ¡aquella cara pálida, semejante a la de los hombres que +matan!... Quiso decir algo para protestar de sus últimas palabras. Don +Jaime no había tenido nunca edad para Margalida: era algo superior, como +los santos, que crecen en hermosura con los años... Pero el miedo no la +dejó hablar. Se desasió de la mano acariciadora, sintióse movida por el +prodigioso resorte de los nervios, lo mismo que si viese su vida en +peligro, y huyó de Febrer como si fuese un asesino.</p> + +<p>—¡Jesús! Jesús!...</p> + +<p>Saltó, murmurando esta súplica, a alguna distancia de él, e +inmediatamente empezó a correr con sus ágiles piernas de campesina, +desapareciendo en una revuelta del sendero.</p> + +<p>Jaime no fue tras ella. Permaneció inmóvil en la soledad del pinar, +insensible a cuanto le rodeaba, como un héroe de leyenda sometido a un +encantamiento. Luego se pasó una mano por el rostro, cual si despertase, +coordinando sus ideas.</p> + +<p>Dolíanle como un remordimiento sus audaces palabras, el susto de +Margalida, la carrera de terror con que había terminado la entrevista. +¡Qué disparate el suyo!... Era el resultado de su viaje a la ciudad, la +vuelta a la vida civilizada que había trastornado su calma de solitario, +despertando pasiones de antaño; la conversación de los jóvenes +militares, que vivían con el pensamiento puesto en la mujer... Pero no, +no estaba arrepentido de su acción. Lo importante era que Margalida +conociese lo que tantas veces había pensado él vagamente en el +aislamiento de la torre, sin poder dar forma precisa a sus deseos.</p> + +<p>Continuó lentamente su camino, para no alcanzar a la familia de <i>Can +Mallorquí</i>. Margalida se había reunido con su madre y su hermano. Los +vio desde una altura, cuando el grupo caminaba ya por el valle con +dirección a la alquería.</p> + +<p>Febrer torció su marcha, evitando aproximarse a <i>Can Mallorquí</i>. Fue +hacia la torre del Pirata, pero al llegar cerca de ella continuó su +camino, no deteniéndose hasta el mar.</p> + +<p>La costa de roca, que parecía cortada a pico sobre las aguas, estaba +quebrantada por el embate de éstas durante siglos y siglos. Las olas, +como furiosos toros azules, topaban entre espumarajos de rabia contra la +peña, abriendo cóncavas oquedades, cuevas profundas que se prolongaban +hacia lo alto en forma de grietas verticales. Esta labor secular iba +royendo la costa, arrebatándola su coraza de piedra, lámina por lámina. +Despegábanse de ella fragmentos enormes como murallas. Separábanse +primeramente formando una rendija imperceptible, que se agrandaba con el +curso de los siglos. La muralla natural se inclinaba años y años sobre +las olas que batían incesantemente su base, hasta que, perdido el centro +de gravedad, una noche de tormenta derrumbábase como la cortina de una +ciudadela sitiada, deshaciéndose en bloques, poblando el mar de nuevos +escollos, prontamente cubiertos de viscosas vegetaciones, en cuyos +enmarañamientos hervían las espumas y chisporroteaban las escamas de los +peces.</p> + +<p>Febrer fue a sentarse en el borde de un gran peñasco avanzado, de un +fragmento de roca desprendida de la costa que se inclinaba +peligrosamente sobre los escollos. Su fatalismo le impulsaba a sentarse +allí. ¡Ojalá la catástrofe esperada fuese en aquel momento, y su cuerpo, +arrastrado por el grandioso accidente, desapareciera en el fondo del +mar, teniendo como sarcófago esta mole igual a la pirámide de un +Faraón!... ¡Para lo que le esperaba en la vida!...</p> + +<p>El sol poniente, antes de ocultarse, se asomó a un agujero del cielo +tempestuoso, entre nubes desgarradas. Era una esfera sangrienta, una +hostia de púrpura que animó con tonos de incendio la inmensidad del mar. +Las negras masas de vapor que cerraban el horizonte se ribetearon de +escarlata. Sobre el obscuro verde acuático se extendió un inquieto +triángulo de llamas. Enrojecióse la espuma de las olas y la costa +pareció por unos instantes de lava en ebullición.</p> + +<p>Al resplandor de esta luz de tempestad, Jaime contempló a sus pies el +vaivén de las aguas lanzando sus chorros rugientes en las oquedades de +la roca, bramando y retorciéndose con espumarajos de cólera en las +tortuosas callejuelas de los escollos. En el fondo de esta masa verdosa, +iluminada con transparencias de ópalo por el sol poniente, veía +agarradas a las peñas extrañas vegetaciones, bosques minúsculos, en +cuyas frondas pegajosas movíanse bestias de formas fantásticas, +rampantes y veloces o torpes y sedentarias, con duras corazas grises y +rojizas, erizadas de defensas, armadas de tenazas, de lanzas y de +cuernos, dándose caza entre ellas y persiguiendo a seres menos fuertes +que pasaban como exhalaciones, haciendo brillar en la rapidez de la fuga +su transparencia de cristal.</p> + +<p>Febrer se sintió empequeñecido por la soledad. Perdida la fe en su +importancia humana, considerábase igual a uno de estos monstruos +pequeños que se agitaban en las vegetaciones del abismo submarino. Menos +aún tal vez. Aquellos animales estaban armados para la vida, podían +mantenerse por su propia fuerza, sin conocer los desalientos, las +humillaciones y las tristezas que le afligían a él. ¡El mar!... Su +grandeza, insensible para los hombres, cruel e implacable en sus +cóleras, abrumaba a Febrer, despertando en su memoria un sinnúmero de +ideas que tal vez eran nuevas, pero él las aceptaba como vagas +reminiscencias de una vida anterior, como algo que ya había pensado, no +sabía dónde ni cuándo.</p> + +<p>Un estremecimiento de respeto, de devoción instintiva pasaba por él, +haciéndole olvidar el suceso de poco antes, sumiéndolo en religiosa +admiración. ¡El mar!... Pensaba, sin saber por qué, en los más remotos +ascendientes de la humanidad, en los primeros hombres, miserables, +apenas salidos del animalismo original, martirizados y repelidos de +todas partes por una Naturaleza hostil en su exuberancia, como el cuerpo +joven y vigoroso anula o aleja los parásitos que se empeñan en vivir a +costa de su organismo.</p> + +<p>A la orilla del mar, ante la divinidad misteriosa, verde e inmensa, +debió tener el hombre sus mejores momentos de descanso. Del seno de las +aguas salieron los primeros dioses. Contemplando el vaivén de las aguas +y arrullado por su murmullo, debió sentir el hombre que nacía en él algo +nuevo y poderoso: un alma. ¡El mar!... Los organismos misteriosos que lo +pueblan también vivían, como los de tierra, sometidos a la tiranía del +medio, inmóviles en su primitiva existencia, repitiéndose a través de +los siglos, como si fuesen siempre el mismo ser. También los muertos +mandaban allí. Los fuertes perseguían a los débiles, y eran a su vez +devorados por otros más poderosos; la misma historia de sus remotos +antecesores en las aguas todavía cálidas del globo en formación. Todo +igual, repitiéndose a través de centenares de millones de años. Un +monstruo de los tiempos prehistóricos que volviese a colear en las aguas +presentes encontraría por todas partes, en los abismos obscuros y en las +orillas costeras, la misma vida e idénticas luchas que en su juventud. +La bestia de combate acorazada de rojo, armada de uñas corvas y tenazas +de tortura, guerrero implacable de las verdes cavernas submarinas, jamás +se había unido con el pez gracioso, ligero y débil que movía la cola de +su túnica rosada y plateada en las aguas transparentes. Su destino era +devorar, ser fuerte, y si se veía desarmada, con las defensas rotas, +entregarse al infortunio sin protesta y perecer. ¡La muerte antes que +abdicar de su origen, de la noble fatalidad del nacimiento! Para los +fuertes no había en la tierra y en el mar satisfacciones ni vida fuera +de su ambiente. Eran esclavos de su propia grandeza: la casta traía para +ellos, con los honores, la desgracia. ¡Y siempre sería lo mismo!... Los +muertos eran los únicos que gobernaban lo existente. Los primeros seres +que iniciaron una acción para vivir formaron con sus actos la jaula en +que habían de moverse prisioneras las sucesivas generaciones.</p> + +<p>Los tranquilos moluscos que veía ahora en el fondo de las aguas, +agarrados a las peñas como botones obscuros, le parecían seres divinos +guardadores en su estúpida quietud del misterio de la creación. +Admirábalos augustos y grandes, como los monstruos que adoran los +pueblos salvajes por su inmovilidad, y en cuyo quietismo creen adivinar +la majestad de los dioses. Febrer recordaba sus bromas de otros tiempos, +en noches de francachela, ante los platos de ostras frescas en los +grandes restoranes de París. Sus elegantes compañeras le creían loco al +escuchar los disparatados pensamientos que le sugerían el vino, la vista +de los mariscos y el recuerdo de ciertas lecturas fragmentarias y +rápidas de su juventud. «Vamos a comernos a nuestros abuelos, como +alegres antropófagos que somos.»</p> + +<p>La ostra era una de las primeras manifestaciones de vida en el planeta, +una de las primitivas formas de la materia orgánica, flotante aún, +incierta y desorientada en su evolución, sobre la inmensidad de las +aguas. El simpático y calumniado mono sólo tenía la importancia de un +primo hermano que no ha hecho carrera, de un pariente desgraciado y +ridículo al que se deja en la puerta fingiendo ignorar su apellido de +familia, negándole el saludo. El molusco era nuestro abuelo venerable, +el jefe de la casa, el creador de la dinastía, el antecesor, cargado con +una nobleza de millones de siglos... Estas ideas resucitaban ahora en +Febrer, con la frescura de verdades indiscutibles, al contemplar los +seres inmóviles y rudimentarios encerrados en su caparazón, agarrados a +las rocas, debajo de sus pies, en las profundidades del verde cristal +tembloroso entre los escollos.</p> + +<p>La humanidad era fiel a su origen. Nadie renegaba las tradiciones de +estos venerables ascendientes que parecían dormidos en la inmensa +catacumba del mar. Los hombres se creen libres porque pueden moverse de +un lado al otro del planeta, porque su organismo va montado sobre dos +columnas ágiles y articuladas que le permiten saltar sobre el suelo con +el mecanismo del paso... ¡Error! ¡Una ilusión más de las muchas que +alegran mentirosamente nuestra vida, haciéndonos llevaderas su miseria y +su pequeñez! Febrer estaba convencido de que todos nacen metidos entre +dos valvas de prejuicios, escrúpulos y orgullos, herencia de los que nos +precedieron en la vida, y por más que los hombres se agitan, jamás +llegan a arrancarse de la misma peña en que vegetaron agarrados sus +predecesores. La actividad, los incidentes de la vida, la independencia +del carácter, ¡todo ilusión! ¡vanidad de molusco que sueña adherido a la +roca, y cree estar nadando por los mares del globo, mientras sus valvas +siguen unidas a la caliza!...</p> + +<p>Todos los seres eran como habían sido los que marcharon delante de +ellos, como serían los que llegasen detrás. Cambiaban las formas, pero +el alma permanecía inmóvil e inmutable, como la de aquellos seres +rudimentarios, testigos eternos de los primeros latidos de la vida en el +planeta, y que parecían envueltos en el más espeso de los sueños. Y así +sería siempre. Eran vanos los grandes esfuerzos para librarse de este +ambiente fatal, de la herencia del medio, del círculo en que +forzosamente nos movemos; hasta que llegaba la muerte y otros animales +semejantes venían a dar vueltas en el mismo redondel, creyéndose libres +porque siempre tenían ante sus pasos nuevo espacio que correr.</p> + +<p>«Los muertos mandan», afirmaba una vez más Jaime en su pensamiento. +Parecía imposible que los hombres no se diesen cuenta de esta gran +verdad y se agitaran en eterna noche, creyendo hacer cosas nuevas al +resplandor de ilusiones que surgen diariamente, como surge el gran +engaño del sol para acompañarnos por el infinito, que es lóbrego y a +nosotros nos parece azul y radiante de luz...</p> + +<p>Cuando Febrer pensaba esto, el sol se había ocultado ya. El mar era casi +negro, el cielo de un gris plomizo, y en las brumas del horizonte +serpenteaban los rayos bajando a beber en las olas. Sintió Jaime en su +rostro y en sus manos el húmedo contacto de algunas gotas de lluvia. Iba +a estallar una tormenta que tal vez durase toda la noche. Los relámpagos +brillaban cada vez más cerca. Resonaba un lejano estrépito, como si dos +flotas enemigas se estuviesen cañoneando detrás de la cortina de bruma +del horizonte, aproximándose con ésta. Las láminas de agua mansa, tersas +como cristales entre los escollos y la costa, empezaron a temblar con +las ondulaciones excéntricas de las gotas de lluvia.</p> + +<p>A pesar de esto, el solitario no se movió. Permanecía en la roca, +sintiendo una sorda irritación contra la fatalidad, sublevándose con +toda la rudeza de su carácter ante la tiranía del pasado. ¿Y por qué +habían de mandar los muertos?... ¿Por qué obscurecían el ambiente con +las partículas de su alma, semejantes a un polvo de huesos, que se +posaban en el cerebro de los vivos imponiéndoles viejas ideas?...</p> + +<p>De pronto Febrer sufrió una impresión de deslumbramiento, como si +contemplase una luz extraordinaria nunca vista. Su cerebro pareció +dilatarse, esparcirse, como una masa de agua que rompe el vaso opresor +de piedra. Fue en el mismo instante que un relámpago coloreaba de luz +lívida el mar y estallaba un trueno sobre su cabeza, conmoviendo con +horrísono tableteo los ecos de la inmensidad marítima y las oquedades y +cimas de la costa.</p> + +<p>«No; los muertos no mandan, los muertos no gobiernan.» Jaime, como si +fuese un hombre nuevo, se burló de sus pensamientos de poco antes. +Aquellas bestias rudimentarias que él veía entre los peñascos, y lo +mismo que ellas todos los animales del mar y de la tierra, sufrían la +esclavitud del medio. Mandaban los muertos sobre ellas porque hacían lo +que harían sus descendientes. Pero el hombre no es esclavo del medio: es +su colaborador y a veces su dueño. El hombre es un ente de razón y de +progreso, y puede modificar el ambiente según sus conveniencias. Fue su +siervo en otros tiempos, en remotas edades; pero al dominar en parte a +la Naturaleza y poder explotarla, rasgó la especie de envoltura fatal en +que siguen prisioneros los otros seres de la creación. ¿Qué podía +importarle el medio en que había nacido? Se creería otro si lo +deseaba...</p> + +<p>No pudo seguir en sus reflexiones. La tempestad había, estallado sobre +él. La lluvia chorreaba por los bordes de su sombrero y corría a lo +largo de su espalda. La noche había llegado de pronto. A la luz de los +relámpagos veíase el mar con la superficie mate estremecida por el +choque de la lluvia.</p> + +<p>Febrer marchó hacia la torre con toda la ligereza de sus piernas. Iba, +sin embargo, alegre, con el gozo desbordante del que sale de un largo +encierro y no ve ante los ojos bastante espacio para su contenida +actividad. Reía, sin detenerse en su carrera, y la luz de los relámpagos +le sorprendió varias veces avanzando el brazo derecho con un dedo en +alto, mientras chocaba la mano izquierda en la parte inferior del codo, +realizando un ademán de protesta tan popular como poco decente.</p> + +<p>—¡Haré lo que quiera!—gritaba, complaciéndose en escuchar su propia +voz entre el fragor de la tempestad—. ¡Ni muertos ni vivos mandan en +mí!... ¡Toma!... ¡para mis nobles ascendientes!... ¡Toma!... ¡para mis +antiguas ideas, para todos los Febrer!...</p> + +<p>Repitió varias veces el indecoroso ademán con una alegría de pilluelo. +De pronto se vio envuelto en una luz roja y estalló sobre su cabeza un +cañonazo, como si la costa acabase de partirse a impulsos de inmenso +cataclismo.</p> + +<p>—Ha caído cerca—dijo Febrer refiriéndose a la exhalación.</p> + +<p>Su pensamiento, ocupado por el recuerdo de los Febrer, fue hacia su +ascendiente el comendador don Príamo. Aquella explosión de trueno le +hizo recordar los combates del diabólico héroe, del religioso caballero +de la Cruz, burlón con Dios y con el diablo, que hizo siempre su +soberana voluntad y tan pronto peleó al lado de los suyos como vivió +entre los enemigos de la Fe, según sus caprichos y aficiones.</p> + +<p>No; de éste no renegaba Febrer. Adoraba al valeroso comendador: era su +verdadero ascendiente, el mejor de todos, el rebelde, el demonio de la +familia.</p> + +<p>Al entrar en la torre encendió luz, se envolvió en el jaique de burda +lana que le servía para sus excursiones nocturnas, y tomando un libro +quiso distraerse de sus pensamientos hasta que Pepet le subiera la +cena.</p> + +<p>La tempestad pareció fijarse sobre la isla. Caía la lluvia en los +campos, convirtiéndolos en barrizales; saltaba por las pendientes de los +caminos, desbordados como barrancos; empapaba los montes, como grandes +esponjas, por la verde porosidad de sus pinares y matorrales. La rápida +luz de los relámpagos mostraba instantáneamente, como una visión de +ensueño, el mar negruzco con hirvientes espumas, los campos encharcados, +que parecían llenos de peces de fuego, los árboles brillantes bajo su +capa acuosa.</p> + +<p>En la cocina de <i>Can Mallorquí</i>, los pretendientes de Margalida formaban +una masa de alpargatas enlodadas y cuerpos humeantes por la evaporación +de sus ropas húmedas. Esta noche el cortejo sería más largo. Pep, con +aire paternal, había permitido a los <i>atlots</i> que esperasen después de +pasada la hora del galanteo. Sentía lástima por aquellos muchachos, +obligados a caminar bajo la lluvia. Él también había sido novio. Debían +esperar; tal vez pasase la tormenta. Y si no pasaba, se quedarían a +dormir donde pudiesen: en la cocina, en el porche... «¡Una noche es una +noche!»</p> + +<p>La <i>atloteria</i>, contenta del accidente, que añadía algún tiempo más a su +cortejo, contemplaba a Margalida vestida con su traje de gala, sentada +en el centro de la pieza, junto a una silla vacía. Todos habían pasado +por ésta en el curso de la noche; algunos miraban con cierta ansiedad al +asiento, pero sin atreverse a ocuparlo de nuevo.</p> + +<p>El <i>Ferrer</i>, ganoso de sobrepujar a sus rivales, tañía una guitarra, +cantando a media voz, acompañado por el rodar de los truenos. El +<i>Cantó</i>, metido en un rincón, meditaba nuevos versos. Algunos muchachos +saludaban con expresiones burlonas la luz de los relámpagos que se +filtraba por las rendijas de la puerta, y el <i>Capellanet</i> sonreía +sentado en el suelo con la mandíbula apoyada en ambas manos.</p> + +<p>Pep dormitaba en su silla baja, vencido por el cansancio, y su mujer +lanzaba sordos alaridos de terror cada vez que un trueno fuerte conmovía +la casa, intercalando en sus gemidos fragmentos de oraciones, murmuradas +en castellano para mayor eficacia. <i>«Santa Bárbera bendita, que en el +sielo estás escrita...»</i> Margalida, insensible a las miradas de sus +pretendientes, parecía próxima a dormirse en su asiento.</p> + +<p>Resonó de pronto la puerta con dos golpes dados por una mano. El perro, +que se había erguido momentos antes como adivinando la presencia de +alguien en el porche, estiró el cuello, pero no ladró, moviendo la cola +con tranquilidad.</p> + +<p>Margalida y su madre miraron a la puerta con cierto miedo. «¿Quién +podría ser? ¡A aquellas horas, en aquella noche, en la soledad de <i>Can +Mallorquí!...</i>¿Le habría ocurrido algo al señor?...»</p> + +<p>Pep, despertado por estos golpes, se incorporó en su asiento. <i>«¡Avant +qui siga!»</i> Invitaba a entrar con una majestad de padre de familia al +uso latino, señor absoluto de su casa. La puerta sólo estaba entornada.</p> + +<p>Se abrió, dando paso a una ráfaga de viento cargada de lluvia, que hizo +estremecerse las luces del candil y refrescó el denso ambiente de la +cocina. Iluminóse con el resplandor de una exhalación el negro +rectángulo de la puerta, y todos vieron en ella, sobre el cielo lívido, +una figura encapuchada, una especie de penitente, chorreando lluvia y +con el rostro casi oculto.</p> + +<p>Entró con paso decidido, sin saludar a nadie, seguido del perro, que +olisqueaba sus piernas con gruñido cariñoso, y fue rectamente a ocupar +la silla vacía junto a Margalida: el lugar reservado a los +pretendientes.</p> + +<p>Al sentarse se echó atrás la capucha y fijó sus ojos en la muchacha.</p> + +<p>—¡Ah!—gimió ésta, pálida, con los ojos agrandados por la sorpresa.</p> + +<p>Y fue tal su emoción, tan violento su impulso por retirarse de él, que +la faltó poco para caer.</p> + + + +<hr /> +<h2><a name="Tercera_parte" id="Tercera_parte"></a>Tercera parte</h2> + + + +<hr /> +<h2><a name="Ic" id="Ic"></a><a href="#toc">I</a></h2> + + +<p>Dos días después, cuando Jaime, de vuelta de la pesca, esperaba la +comida en su torre, vio presentarse a Pep, que depositó el cestillo +sobre la mesa con cierta solemnidad.</p> + +<p>El rústico intentó excusarse por esta visita extraordinaria. Su mujer y +Margalida habían ido otra vez a la ermita de los <i>Cubells</i>: el muchacho +las acompañaba.</p> + +<p>Comió Febrer con buen apetito, por haber pasado la mañana en el mar +desde que rompió el día; pero el aire grave del payés acabó por +preocuparle.</p> + +<p>—Pep: tú quieres decirme algo y no te atreves—dijo Jaime en dialecto +ibicenco.</p> + +<p>—Así es, señor.</p> + +<p>Y Pep, igual a todos los tímidos, que dudan y vacilan antes de hablar, +pero una vez perdido el miedo se lanzan adelante ciegamente, empujados +por el propio temor, expuso con rudeza su pensamiento.</p> + +<p>«Sí; algo tenía que decirle, algo muy importante. Dos días había estado +pensándolo, pero ya no podía callar más tiempo. Si se había encargado de +traer la comida del señor, era sólo por hablarle... ¿Qué deseaba don +Jaime? ¿Por qué se burlaba de ellos, que le querían tanto?...»</p> + +<p>—¡Burlarme!—exclamó Febrer.</p> + +<p>«Sí; burlarse de ellos.» Pep lo afirmaba con tristeza. «¿Qué había sido +lo de la noche de la tormenta? ¿Qué capricho había impulsado al señor a +presentarse en pleno cortejo, sentándose al lado de Margalida como si +fuese un pretendiente?...» ¡Ah, don Jaime! Los <i>festeigs</i> son cosa +seria: por ellos se matan los hombres. Bien sabía él que los señores se +burlaban de esto, considerando casi como salvajes a los payeses de la +isla; pero a los pobres hay que dejarles sus costumbres, olvidarlos, no +turbar sus escasas alegrías.</p> + +<p>Ahora fue Febrer quien puso el gesto triste.</p> + +<p>—¡Pero si yo no me burlo de vosotros, querido Pep! ¡Si todo es +verdad!... Entérate de una vez: soy pretendiente de Margalida, como el +<i>Cantó</i>, como ese <i>verro</i> antipático, como todos los muchachos que +acuden a tu cocina para cortejarla... La otra noche me presenté porque +ya no podía sufrir más, porque comprendí de pronto la causa de las +tristezas que me vienen afligiendo, porque quiero a Margalida, y me +casaré con ella, si ella me acepta.</p> + +<p>Su acento sincero y apasionado no dejó dudas al payés.</p> + +<p>—¡Luego es verdad!—exclamó—. Algo de eso me había dicho la <i>atlota</i> +llorando cuando yo le pregunté el motivo de la visita del señor... Yo no +la creí al principio. ¡Las muchachas son tan pretenciosas! Se imaginan +que todos los hombres andan locos tras ellas... ¿Conque es verdad?...</p> + +<p>Y esta certidumbre le hacía sonreír, como algo inesperado y gracioso.</p> + +<p>¡Qué don Jaime! Muy honrados él y su familia por esta muestra de aprecio +a los de <i>Can Mallorquí</i>. Lo malo era para la muchacha, que se +engreiría, imaginándose ya digna de un príncipe, no queriendo aceptar a +ningún payés.</p> + +<p>—No puede ser, señor. ¿No comprende usted que no puede ser?... Yo +también he sido joven y sé lo que es esto. Un primer movimiento que nos +hace ir detrás de toda <i>atlota</i> que no es fea; pero luego reflexiona +uno, piensa lo que está bien y lo que está mal, lo que más le conviene, +y acaba por no hacer tonterías. Usted habrá reflexionado, ¿verdad, +señor?... Lo de la otra noche fue una broma, un capricho...</p> + +<p>Febrer movió la cabeza enérgicamente. No; ni broma ni capricho. Amaba a +Margalida, a la gentil «Flor de almendro»; estaba convencido de su +pasión, e iría donde ella le arrastrase. Su propósito era hacer en +adelante lo que le ordenara su voluntad, sin escrúpulos ni prejuicios. +Bastante tiempo había sido esclavo de ellos. No; ni reflexión ni +arrepentimiento. Amaba a Margalida, y era uno de sus pretendientes, con +el mismo derecho que cualquier <i>atlot</i> de la isla. Ya estaba dicho.</p> + +<p>Pep, escandalizado por tales palabras, herido en sus ideas más antiguas +y arraigadas, levantó las manos, al mismo tiempo que su alma simple se +asomaba a los ojos con temblores de sorpresa.</p> + +<p>—<i>¡Siñor!... ¡Siñor!...</i></p> + +<p>Necesitaba poner por testigo al Señor del cielo para expresar su +turbación y su asombro. ¡Un Febrer queriendo casarse con la payesa de +<i>Can Mallorquí</i>!... El mundo ya no era el mismo: parecían trastornadas +todas sus leyes, como si el mar estuviera próximo a cubrir la isla y los +almendros floreciesen en adelante sobre las olas. ¿Pero se había dado +cuenta don Jaime de lo que significaba su deseo?...</p> + +<p>Todo el respeto depositado en el alma del payés durante largos años de +servidumbre a la noble familia, la veneración religiosa que le habían +infundido sus padres cuando de niño veía llegar a los señores de +Mallorca, renacieron ahora, protestando de este absurdo como de algo +contrario a las costumbres humanas y la divina voluntad. El padre de don +Jaime había sido un personaje poderoso, de los que dictan las leyes allá +en Madrid; hasta había vivido en el palacio real. Le veía en su memoria, +lo mismo que se lo había imaginado en las ilusiones crédulas de su +niñez, mandando a los hombres a su voluntad; pudiendo enviar unos a la +horca y perdonando a otros, según su capricho; sentado a la mesa de los +monarcas y jugando con ellos a la baraja, igual que podía hacerlo él con +un amigo en la taberna de San José, tratándose tú por tú; y cuando no +estaba en la corte, era señor absoluto en barcos de hierro de los que +escupen humo y cañonazos... ¿Y su célebre abuelo don Horacio? Pep le +había visto pocas veces, y sin embargo, temblaba aún de respeto al +recordar su aspecto señorial, su cara grave, limpia de sonrisas, y el +gesto imponente con que acompañaba sus bondades. Era un rey a la +antigua, uno de aquellos reyes buenos y justicieros, padres de los +pobres, con el pan en una mano y el palo en la otra.</p> + +<p>—¿Y quiere usted que yo, el pobre Pep de <i>Can Mallorquí</i>, sea pariente +de su padre y su abuelo, y de todos los señorones que fueron amos de +Mallorca y mandones del mundo?... Vamos, don Jaime. Vuelvo a creer que +todo es una broma: su seriedad no me engaña. También don Horacio +discurría a veces las cosas más chistosas, sin perder su cara de juez.</p> + +<p>Jaime paseó los ojos por el interior de la torre, sonriendo de su +miseria.</p> + +<p>—¡Pero si soy un pobre, Pep ¡Si tú eres rico comparado conmigo! ¿A qué +recordar mi familia, si vivo de tu apoyo?... Si me despidieras, no sé +adonde podría ir.</p> + +<p>El gesto de incredulidad con que Pep acogía siempre estas afirmaciones +humildes volvió a aparecer.</p> + +<p>«¡Pobre! ¿Y aquella torre no era suya?...» Febrer le contestó riendo. +¡Bah! Cuatro piedras viejas, que se caían cansadas de existir; un monte +inculto, que sólo tendría algún valor trabajado por el payés... Pero +éste insistió. Le quedaba lo de Mallorca, que aunque algo enredado, era +mucho... ¡mucho!</p> + +<p>Y al extender sus brazos con un gesto de inmensidad, como si nadie +pudiese abarcar la fortuna de Jaime, añadía convencido:</p> + +<p>—Un Febrer nunca es pobre. Usted no podrá serlo nunca. Después de estos +tiempos otros vendrán.</p> + +<p>Jaime desistió de hacerle reconocer su pobreza. Mejor era que le creyese +rico. Así no podrían decir aquellos <i>atlots</i> sin más horizonte que el de +la isla, que era un desesperado ansioso de unirse con la familia de Pep +para recuperar las tierras de <i>Can Mallorquí</i>.</p> + +<p>¿Por qué se asombraba tanto el payés de que él pretendiese a Margalida? +No era esto más que la repetición de una eterna historia: la del rey +disfrazado y vagabundo enamorándose de la pastora y dándola su mano... Y +él no era un rey ni estaba disfrazado, sino en una situación de miseria +verdadera.</p> + +<p>—También sé yo esa historia—dijo Pep—. Me la contaron de chico muchas +veces y se la he contado yo a los míos... No digo que no sucediese así; +pero sería en otros tiempos... otros tiempos muy lejanos: cuando +hablaban los animales.</p> + +<p>Para Pep, la más remota antigüedad y el estado dichoso de los hombres +era siempre en el tiempo feliz «cuando hablaban los animales».</p> + +<p>Pero ¡ahora!... Ahora él, aunque no sabía leer, se enteraba de las cosas +del mundo cuando iba a San José los domingos y hablaba con el secretario +del Ayuntamiento y otras personas letradas que leían periódicos. Los +reyes se casaban con reinas y las pastoras con pastores. Se acabaron los +buenos tiempos.</p> + +<p>—¿Pero tú sabes si Margalida me quiere o no me quiere?... ¿Tú estás +seguro de que le parece todo esto un disparate, lo mismo que a ti?...</p> + +<p>Pep quedó silencioso largo rato, metiendo una mano bajo el fieltro y el +pañuelo de seda puesto mujerilmente, para rascarse los bucles crespos y +canos de su cabeza. Sonreía maliciosamente y al mismo tiempo con +desprecio, como regocijado por la inferioridad en que vive la hembra de +los campos.</p> + +<p>—¡Las mujeres! ¡Vaya usted a saber lo que piensan, don Jaime!... +Margalida es como todas: amiga de vanidades y cosas extraordinarias. A +su edad, todas sueñan que va a venir por ellas un conde o un marqués +para llevárselas en un carro de oro y que mueran de envidia sus amigas. +Yo también, cuando era <i>atlot</i>, pensaba muchas veces que vendría a +pedirme en matrimonio la más rica de Ibiza, una muchacha que no sabía +quién pudiera ser, pero hermosa como la Virgen y con campos tan grandes +como la mitad de la isla... Son cosas de los pocos años.</p> + +<p>Luego, cesando de sonreír, añadió:</p> + +<p>—Sí; tal vez le quiera a usted y no se dé cuenta de lo que desea. ¡Esto +del querer y de la juventud es tan raro!... Llora cuando le hablan de lo +de la otra noche; dice que fue una locura, pero ni una palabra contra +usted... ¡Ay! ¡el corazón quisiera yo verle!</p> + +<p>Febrer acogió estas palabras con una sonrisa de gozo; pero el payés +desvaneció instantáneamente su alegría, añadiendo enérgicamente:</p> + +<p>—No puede ser, y no será... Piense ella lo que piense, yo me opongo, +porque soy su padre y quiero su bien... ¡Ay, don Jaime! Cada cual con +los suyos. Me recuerda todo esto a cierto fraile que vivía solitario en +los <i>Cubells</i>, hombre sabio, y por ser sabio, medio loco, que se empeñó +en sacar crías de un gallo y una gaviota: una gaviota del tamaño de un +ganso.</p> + +<p>Y describía, con la gravedad que tiene para el campesino la vida y el +cruce de los animales, la ansiedad de los payeses cuando iban a los +<i>Cubells</i>, agrupándose curiosos en torno del jaulón donde estaban bajo +la vigilancia del fraile el gallo y la gaviota.</p> + +<p>—Años duró el trabajo de aquel buen señor, y ¡ni una cría!... Contra lo +imposible nada pueden los hombres. Tenían sangre distinta; vivían juntos +y tranquilos, pero no eran iguales ni podían serlo. Cada uno con los +suyos.</p> + +<p>Y al decir esto, Pep recogió de la mesa los platos de la comida y los +fue guardando en la cesta, preparándose para marcharse.</p> + +<p>—Quedamos, don Jaime—dijo con su tenacidad campesina—, en que todo es +broma, y usted no inquietará a la <i>atlota</i> con sus fantasías.</p> + +<p>—No, Pep. Quedamos en que quiero a Margalida, y voy a su cortejo con el +mismo derecho que cualquier muchacho de la isla. Hay que respetar los +usos antiguos.</p> + +<p>Y sonrió ante el gesto malhumorado del payés. Pep movía la cabeza en +señal de protesta, repitiendo que aquello era imposible. Las muchachas +del <i>cuartón</i> iban a burlarse de Margalida, regocijadas por este +pretendiente extraño que rompía el orden de las costumbres. Los +maliciosos tal vez iban a calumniar a <i>Can Mallorquí</i>, que tenía un +pasado de honradez como la mejor familia de la isla. Hasta sus amigos, +cuando fuese él a misa a San José reuniéndose con ellos en el claustro +de la iglesia, iban a suponer que era un ambicioso y deseaba convertir a +su hija en una señorita... Y no era esto sólo. Había que temer además la +cólera de los rivales, los celos de aquellos <i>atlots</i> que habían quedado +absortos por la sorpresa al verle entrar en plena tempestad y sentarse +junto a Margalida. De seguro que a aquellas horas ya habían salido de su +asombro, y hablaban de él concertándose todos para oponerse al +forastero. Los de la isla eran como eran. Se mataban entre ellos, sin +molestar al de fuera, porque le creían extraño a su vida, indiferente a +sus pasiones. ¡Pero si el extranjero se mezclaba en sus asuntos, y +además de extranjero... era mallorquín!... ¿Cuándo se había visto a +gentes de otras tierras disputarles la novia a los ibicencos?... Don +Jaime, ¡por su padre! ¡por su noble abuelo! Se lo rogaba Pep, que le +conocía desde niño. La alquería era suya, todos sus habitantes deseaban +servirle... ¡pero no debía persistir en aquel capricho! Iba a traerle +desgracia.</p> + +<p>Febrer, que había escuchado hasta entonces con deferencia, se irguió +ante estas palabras de Pep. Sublevóse su carácter rudo, como si acabara +de recibir una grave ofensa con los temores del payés. ¡Miedos a él!... +Sentíase capaz de pelear con todos los <i>atlots</i> de la isla. No había en +Ibiza quien le hiciese retroceder. A su apasionamiento belicoso de +amante uníase una soberbia de raza, el odio ancestral que separaba a los +habitantes de las dos islas. Iría al cortejo; tenía buenos compañeros +que le defendiesen en caso de apuro. Y miraba la escopeta colgada de la +pared, luego de pasar sus ojos por la faja, donde ocultaba el revólver.</p> + +<p>Pep bajó la cabeza con desaliento. Lo mismo había sido él cuando joven. +Las mujeres hacen cometer las mayores locuras. Era inútil insistir para +convencer al señor, testarudo y soberbio como todos los suyos.</p> + +<p>—Haga su santa voluntad, don Jaime; pero acuérdese de lo que le digo. +Nos espera una desgracia, una gran desgracia.</p> + +<p>Salió el payés de la torre, y Jaime lo vio alejarse cuesta abajo, hacia +su alquería, moviéndose al impulso de la brisa marítima las puntas de su +pañuelo y el mantón mujeril que llevaba sobre los hombros.</p> + +<p>Desapareció Pep tras las bardas de <i>Can Mallorquí</i>. Febrer iba a +separarse de la puerta, cuando vio surgir entre los grupos de tamariscos +de la pendiente un muchacho que, luego de mirar a un lado y a otro para +convencerse de que no era observado, corrió hacia él. Era el +<i>Capellanet</i>. Subió a saltos la escalera de la torre, y al verse ante +Febrer rompió a reír, mostrando el marfil de su dentadura rodeada de +rosa obscuro.</p> + +<p>Desde la noche que el señor se presentó en la alquería, el <i>Capellanet</i> +lo trataba con la mayor confianza, cual si le considerase ya de la +familia. Él no protestaba de lo extraordinario del suceso. Le parecía +natural que Margalida gustase al señor y que éste desease casarse con +ella.</p> + +<p>—Pero ¿no estabas en los <i>Cubells</i>?—preguntó Febrer.</p> + +<p>El muchacho volvió a reír. Había dejado a su madre y su hermana en mitad +del camino, y oculto entre los tamariscos esperó a que su padre +regresase de la torre. Sin duda el viejo quería hablar de cosas +importantes con don Jaime; por esto los había alejado a todos, +encargándose de llevar él mismo la comida. Hacía dos días que sólo +hablaba en su casa de esta entrevista. Su timidez y el respeto «al amo» +le hacían vacilar, pero al fin se había decidido. El noviazgo de +Margalida le tenía de mal humor. ¿Había estado muy regañón el viejo?...</p> + +<p>Queriendo esquivar Febrer estas preguntas, le hizo otras con cierta +ansiedad. ¿Y «Flor de almendro»? ¿Qué decía cuando el <i>Capellanet</i> le +hablaba de él?</p> + +<p>Se irguió el muchacho con petulancia, satisfecho de proteger al señor. +Su hermana no decía nada; unas veces sonreía al oír el nombre de don +Jaime, otras se le humedecían los ojos, y casi siempre daba fin a la +conversación aconsejando al <i>Capellanet</i> que no se mezclase en este +asunto y diese gusto al padre yendo a estudiar en el Seminario.</p> + +<p>—Esto se arreglará, señor—continuó el muchacho, poseído de la nueva +importancia de su persona—. Se arreglará; se lo digo yo. Estoy seguro +de que mi hermana le quiere mucho... pero le tiene cierto miedo, cierto +respeto. ¡Quién podía esperar que usted se fijase en ella!... En casa +todos parecen locos. El padre pone mala cara y habla solo; la madre gime +y se aclama a la Virgen; Margalida llora; y mientras tanto, la gente +cree que estamos de lo más alegres. Pero esto se arreglará, don Jaime; +yo se lo prometo.</p> + +<p>Preocupábale otra cosa, aparte de la voluntad de Margalida. Mientras +hablaba, su pensamiento iba hacia sus antiguos amigos, los <i>atlots</i> que +cortejaban a «Flor de almendro». «¡Atención, señor! ¡Mucho ojo!...» Él +no sabía nada de cierto. Hasta sospechaba que aquellos muchachos habían +perdido la confianza en su persona, recatándose de hablar en su +presencia. Pero seguramente tramaban algo. Una semana antes parecían +odiarse y vivían apartados unos de otros; ahora se habían juntado todos +para abominar del forastero. Callaban, pero su silencio era taciturno, +poco tranquilizador. El único que gritaba y se movía con una cólera de +cordero rabioso era el <i>Cantó</i>, irguiendo su cuerpo desmedrado de +tísico, afirmando entre crueles toses su propósito de matar al +mallorquín.</p> + +<p>—Le han perdido a usted el respeto, don Jaime—continuó el muchacho—. +Cuando le vieron entrar y sentarse al lado de mi hermana, quedaron como +atontados. Yo también me quedé sin saber lo que veía, y eso que hace +tiempo me daba el corazón que a usted no le era indiferente Margalida. +Preguntaba usted demasiado por ella... Pero ahora ya se les ha pasado el +susto, y van a hacer algo: ¡vaya si lo harán!... Y no les falta razón. +¿Cuándo se ha visto en San José venir los forasteros a quitarles la +novia a unos <i>atlots</i> que son los más valientes de la isla?...</p> + +<p>El orgullo de vecindario arrastró al <i>Capellanet</i> a participar +momentáneamente de las opiniones de los otros, pero pronto renacieron su +gratitud y su afecto a Febrer.</p> + +<p>—No importa. Usted la quiere, y basta. ¿Por qué ha de ir mi hermana a +trabajar la tierra y pasar fatigas, cuando un señor como usted se fija +en ella?... Además—y aquí sonreía maliciosamente el pilluelo—, a mí me +conviene este casamiento. Usted no va a cultivar los campos, usted se +llevará a Margalida, y el viejo, no teniendo a quién dejar <i>Can +Mallorquí</i>, me permitirá que sea labrador, que me case, y ¡adiós +capellanía!... Le digo a usted, don Jaime, que usted se la lleva. Aquí +estoy yo, el <i>Capellanet</i>, para pelearme con media isla en su defensa.</p> + +<p>Miraba a un lado y a otro, como si temiera encontrarse con los bigotes y +los ojos severos de la Guardia civil, y luego, tras una vacilación de +hombre modesto que teme revelar su importancia, llevábase una mano a los +riñones y tiraba del interior de la faja, sacando un cuchillo cuyo +brillo y limpieza parecían hipnotizarle.</p> + +<p>—¿Eh?—decía, admirando la tersura del acero virgen y mirando a Febrer.</p> + +<p>Era el cuchillo que le había regalado Jaime el día antes. Como estaba de +buen humor, había hecho arrodillarse al <i>Capellanet</i>. Luego, con burlona +gravedad, le había golpeado con el arma, proclamándolo caballero +invencible del <i>cuartón</i> de San José, de toda la isla y de los freos y +peñones adyacentes. El pilluelo, trémulo de emoción por el regalo, +había acogido la ceremonia con gravedad, creyéndola algo indispensable +que se usaba entre los señores.</p> + +<p>—¿Eh?—volvió a preguntar, mirando a don Jaime como si lo protegiese +con toda la inmensidad de su valentía.</p> + +<p>Pasaba un dedo ligeramente por el filo y luego apoyaba la yema en la +punta, gozando voluptuosamente al sentir su agudo pinchazo. ¡Qué joya!</p> + +<p>Febrer movió la cabeza. Sí; conocía el arma: él mismo se la había traído +de Ibiza.</p> + +<p>—Pues con esto—continuó el chicuelo—no hay guapo que se nos ponga +delante. ¿El <i>Ferrer</i>?... ¡mentira! ¿El <i>Cantó</i> y todos los otros?... +¡mentira también! ¡Y pocas ganas que tengo yo de usarlo!... Él que +intente algo contra usted está sentenciado a muerte.</p> + +<p>Y a continuación, con una tristeza de grande hombre que pierde el tiempo +sin dar la medida de su valor, dijo bajando los ojos:</p> + +<p>—Cuando mi abuelo tenía mi edad, cuentan que ya era <i>verro</i> y metía +miedo a toda la isla.</p> + +<p>Pasó el <i>Capellanet</i> en la torre una parte de la tarde, hablando de los +enemigos supuestos de don Jaime, que ya consideraba como suyos, +ocultando su cuchillo para volver a sacarlo, como si necesitase +contemplar su imagen desfigurada en la bruñida hoja, soñando en +tremendos combates que terminaban siempre con la fuga o muerte de los +adversarios, salvando él caballerescamente al acorralado don Jaime. Éste +reía de la petulancia del muchacho, tomando a broma sus ansias de pelea +y destrucción.</p> + +<p>Al anochecer bajó a la alquería para traerle la cena. Ya había +encontrado en el porche varios cortejantes venidos de muy lejos, que +esperaban sentados en los poyos el principio del <i>festeig</i>. ¡Hasta +luego, don Jaime!...</p> + +<p>Febrer, así que cerró la noche, se dispuso a bajar a la alquería, con el +gesto hosco, la mirada dura, las manos nerviosas por un imperceptible +temblor homicida, lo mismo que un guerrero primitivo al emprender una +expedición desde la cumbre al valle. Antes de echarse el jaique sobre +los hombros sacó su revólver de la faja, examinando escrupulosamente el +estado de las cápsulas y el juego de la llave. ¡Todo corriente! Al +primero que intentase algo contra él, le metía los seis tiros en la +cabeza. Sentíase bárbaro, implacable, como uno de aquellos Febrer leones +del mar, que saltaban a las playas enemigas, matando para no morir.</p> + +<p>Anduvo cuesta abajo, por entre los grupos de tamariscos, que movían en +la obscuridad sus masas ondeantes, con una mano metida en la faja y +acariciando la culata del revólver. ¡Nadie! Al llegar al porche de <i>Can +Mallorquí</i> lo encontró lleno de <i>atlots</i> que aguardaban de pie o +sentados en los poyos a que la familia acabase su cena en la cocina. +Febrer los adivinó en la obscuridad por el olor de cáñamo de las +alpargatas nuevas y el de lana burda de sus mantones y jaiques. Las +chispas rojas de los cigarros indicaban en el fondo del porche otros +grupos en espera.</p> + +<p>—<i>¡Bono, nit!</i>—dijo Febrer al llegar.</p> + +<p>Sólo le respondieron con un leve gruñido. Cesaron las conversaciones +mantenidas a media voz, y un silencio hostil y penoso empezó a gravitar +sobre todos aquellos hombres.</p> + +<p>Jaime se apoyó en una pilastra del porche, alta la frente, arrogante el +ademán, destacando su figura sobre el fondo del horizonte, como si +adivinase los ojos que en la obscuridad estaban fijos en él.</p> + +<p>Sentía cierta emoción, pero no era de miedo. Casi llegó a olvidar a los +enemigos que le rodeaban. Pensaba con inquietud en Margalida. Sintió el +escalofrío del enamorado cuando adivina la proximidad de la mujer +adorada y duda de su suerte, temiendo y deseando al mismo tiempo su +aparición. Ciertos recuerdos del pasado volvieron a él, haciéndole +sonreír. ¿Qué diría miss Mary si le viese rodeado de esta gente rústica, +tembloroso y vacilante al pensar en la proximidad de una muchacha +campesina?... ¡Cómo reirían sus antiguas amigas de Madrid y de París al +encontrarle en esta traza de campesino, dispuesto a matar por la +conquista de una mujer casi igual a sus criadas!...</p> + +<p>Se abrió la puerta de la alquería, que estaba entornada, marcándose en +su rectángulo de luz rojiza la silueta de Pep.</p> + +<p>—<i>¡Avant els hómens!</i>—dijo como un patriarca que comprende los anhelos +de la juventud y ríe bondadosamente de ellos.</p> + +<p>Y los hombres entraron uno tras otro, saludando al <i>siñó</i> Pep y los +suyos, ocupando los bancos y sillas de la cocina como niños que llegan a +la escuela.</p> + +<p>El payés de <i>Can Mallorquí</i>, al reconocer al señor, hizo un gesto de +asombro. «¡Allí él esperando con los otros, como un simple pretendiente, +sin atreverse a entrar en una casa que era suya!...» Febrer contestó con +un encogimiento de hombros. Quería hacer lo mismo que los demás. Se +imaginaba que de este modo le sería más fácil conseguir sus deseos. Nada +que recordase su antigua condición de amigo respetable y de señor: +cortejante nada más.</p> + +<p>Pep le hizo sentar a su lado. Pretendió distraerlo con su conversación, +pero él no apartaba los ojos de «Flor de almendro», que, fiel al ritual +de los <i>festeigs</i>, estaba en una silla, en el centro de la pieza, +acogiendo con gestos de reina tímida la admiración de sus cortejantes.</p> + +<p>Fueron uno tras otro sentándose todos al lado de Margalida, que +respondía en voz queda a sus palabras. Fingía no ver a don Jaime; casi +le volvía la espalda. Los pretendientes que aguardaban su vez estaban +taciturnos, sin la alegre charla con que entretenían su espera en otras +noches. Parecía que algo fúnebre pesaba sobre ellos, obligándolos a +permanecer en silencio, con la vista baja y los labios apretados, como +si en la habitación inmediata hubiese un muerto. Era la presencia del +extraño, del intruso, ajeno a su clase y sus costumbres. ¡Maldito +mallorquín!...</p> + +<p>Cuando hubieron pasado todos los mozos por la silla inmediata a +Margalida, el señor se levantó. Era el último que se había presentado +como cortejante, y en buena ley le llegaba su turno. Pep, que le hablaba +sin cesar para distraerlo, quedóse de pronto con la boca abierta al ver +cómo se alejaba sin oírle más.</p> + +<p>Sentóse al lado de Margalida, que parecía no verle, humillada la cabeza +y fijos los ojos en sus rodillas. Todos los <i>atlots</i> quedaron en +silencio, para que en el ambiente tranquilo resonasen las más leves +palabras del forastero; pero Pep, adivinando esta intención, comenzó a +hablar fuerte con su mujer y su hijo sobre trabajos que debían de +realizar al día siguiente.</p> + +<p>—¡Margalida! ¡«Flor de almendro»!...</p> + +<p>La voz de Febrer, como un susurro, acarició las orejas de la muchacha. +Allí le tenía, para convencerla de que era amor, verdadero amor, lo que +ella consideraba un capricho. Febrer no sabía aún ciertamente cómo había +sido esto. Sentía un malestar en su soledad, un anhelo vago de cosas +mejores, que tal vez estaban a su alcance, pero que él, en su ceguera, +no podía reconocer, hasta que de pronto había visto claro dónde estaba +la dicha... Y la dicha era ella. ¡Margalida! ¡«Flor de almendro»! Él no +tenía juventud, él era pobre; ¡pero la amaba tanto!... Una palabra nada +más, algo que disipase la incertidumbre en que vivía.</p> + +<p>Y ella, al sentir más próxima la boca de Febrer, al percibir su aliento +ardoroso, movió levemente la cabeza. «No, no. ¡Váyase!... Tengo miedo.» +Sus ojos se elevaron para mirar rápidamente a todos aquellos jóvenes +morenos, de gesto trágico, que parecían quemarlos a los dos con sus +pupilas de brasa.</p> + +<p>¡Miedo!... Esta palabra bastó para que Febrer saliese de su encogimiento +suplicante y mirase con soberbia a los rivales sentados ante él. ¿Miedo +a quién?... Sentíase capaz de pelear con todos estos rústicos y sus +innumerables parientes. ¡Miedo no, Margalida! Ni por él ni por ella +debía temer. Lo que Jaime la suplicaba era que respondiese a su +pregunta. ¿Podía esperar? ¿Qué pensaba contestarle?...</p> + +<p>Pero Margalida permanecía silenciosa, descoloridos sus labios, pálidas +las mejillas con una blancura lívida, moviendo los párpados para +esconder tras el enrejado de las pestañas la humedad lacrimosa de sus +ojos. Iba a llorar. Se adivinaban sus esfuerzos para contener el llanto: +respiraba con angustia. Sus lágrimas, surgiendo de pronto en este +ambiente hostil, podían ser una señal de combate; iban a producir la +explosión de todas las cóleras contenidas que adivinaba en torno de +ella. No... ¡no! Y el esfuerzo de su voluntad sólo servía para hacer +mayor su angustia, obligándola a humillar el rostro como las bestias +dulces y tímidas, que creen salvarse del peligro ocultando su cabeza. La +madre, que trenzaba cestos en un rincón, sintióse alarmada en sus +instintos de mujer. Su alma simple se dio cuenta del estado de +Margalida. El padre, viendo la inquietud de aquellos ojos de animal +triste y resignado, intervino oportunamente.</p> + +<p>«Las nueve y media...» Hubo un movimiento de sorpresa y protesta en el +grupo de los <i>atlots</i>. Aún era pronto, faltaban muchos minutos para la +hora: lo tratado era ley. Pero Pep, con su testarudez de campesino, se +hacía el sordo, repitiendo las mismas palabras mientras se ponía de pie +e iba hacia la puerta, abriéndola completamente. «Las nueve y media.» +Cada uno era amo en su casa, y él hacia en la suya lo que creía mejor. +Debía levantarse temprano al día siguiente: <i>«¡Bona nit!...»</i></p> + +<p>Y fue saludando a los cortejantes según salían de la casa. Al pasar +Jaime ante él, sombrío y despechado, intentó retenerlo por un brazo. +Debía esperar; él le acompañaría hasta la torre. Miraba con inquietud al +<i>Ferrer</i>, que se había quedado detrás de él, retardando voluntariamente +su salida de la casa.</p> + +<p>Pero el señor no le contestó, librándose de su brazo con rudo +movimiento. Sentíase furioso por el mutismo de Margalida, que +consideraba un fracaso; por la actitud hostil de los mozos; por el modo +insólito con que se había dado fin a la velada.</p> + +<p>Los <i>atlots</i> dispersáronse en la sombra, sin gritos, relinchos ni +canciones, como si volvieran de un entierro. Algo trágico flotaba en las +tinieblas de la noche.</p> + +<p>Febrer siguió su camino sin volver la vista, deseoso de oír que alguien +venía tras de sus pasos, tomando por misterioso arrastre de +perseguidores los leves crujidos del ramaje de los tamariscos bajo la +brisa nocturna.</p> + +<p>Al llegar al pie de la colina, donde los matorrales eran más espesos, se +volvió, quedando inmóvil. Su silueta destacábase sobre la blancura del +sendero a la luz vagorosa de las estrellas. Tenía el revólver en la +diestra, apretando nerviosamente la culata, acariciando el gatillo con +un dedo febril, ansioso de disparar. ¡Ay! ¿no le seguiría alguien? ¿no +aparecería el <i>verro</i> o cualquiera de los otros enemigos?...</p> + +<p>Transcurrió el tiempo sin que nadie se presentase. En torno de él, la +vegetación silvestre, agrandada por la sombra y el misterio, parecía +reír irónicamente de su cólera con grandes murmullos. Al fin, la fresca +serenidad de la tierra soñolienta pareció penetrar en él. Acabó +encogiéndose de hombros con gesto de desprecio, y llevando el revólver +por delante, continuó su camino hasta encerrarse en la torre.</p> + +<p>El día siguiente lo pasó por entero en el mar con el tío Ventolera. De +vuelta a su vivienda encontró fría sobre la mesa la cena que le había +traído el <i>Capellanet</i>. Unas cruces y el propio nombre de Febrer +grabados en el muro a punta de acero le revelaron la visita del <i>atlot</i>. +El seminarista no podía permanecer quieto teniendo un cuchillo al +alcance de su mano.</p> + +<p>Al otro día apareció en la torre el muchacho de <i>Can Mallorquí</i> con aire +misterioso. Tenía que contar a don Jaime cosas importantes. La tarde +anterior, correteando en persecución de cierto pájaro por el pinar +inmediato a la forja del <i>Ferrer</i>, había visto de lejos, bajo el +cobertizo de la herrería, al <i>verro</i> hablando con el <i>Cantó</i>.</p> + +<p>—¿Y qué más?—preguntó Febrer, extrañándose de que el muchacho callase.</p> + +<p>Nada más. ¿Le parecía poco?... El <i>Cantó</i> no era aficionado a las +alturas, porque sus cuestas le hacían toser. Siempre andaba por los +valles, sentándose bajo los almendros y las higueras para inventar sus +trovos. Si había subido hasta la herrería, era indudablemente porque el +<i>Ferrer</i> le habría llamado. Hablaban los dos con gran animación. El +<i>verro</i> parecía darle consejos, y el pobrecillo le contestaba con gestos +afirmativos.</p> + +<p>—¿Y qué?—volvió a preguntar Febrer.</p> + +<p>El <i>Capellanet</i> pareció compadecerse de la simpleza del señor. «¡Mucho +ojo, don Jaime! Él no conocía a los de la isla.» Esta conversación en la +fragua le inspiraba cuidado. Estaban en sábado: aquella noche era de +<i>festeig</i>. De seguro que preparaban algo contra el señor, si se +presentaba en <i>Can Mallorquí</i>.</p> + +<p>Febrer acogió tales palabras con un gesto de desprecio. Bajaría, a pesar +de todo... ¡Si creían que le inspiraban miedo! Lo que lamentaba era que +tardasen tanto en atacarle.</p> + +<p>Pasó en belicosa nerviosidad todo el resto del día, deseando que llegara +pronto el anochecer. Evitaba en sus paseos acercarse a <i>Can Mallorquí</i>, +contemplándolo de lejos, con la esperanza de ver unos instantes la +gentil figura de Margalida bajo el porche. No por esto osaba +aproximarse, como si una irresistible timidez le cerrase el camino de la +finca mientras brillaba el sol. Desde que era pretendiente no podía +presentarse como amigo. Su llegada podía resultar embarazosa para la +familia de Pep. Temía que la muchacha se ocultase al verle.</p> + +<p>Apenas se extinguió la luz del sol y comenzaron a brillar las estrellas +en un cielo claro de invierno, Febrer descendió de la torre.</p> + +<p>Durante el breve camino hasta la alquería volvieron a renacer en su +memoria los recuerdos del pasado, con una precisión irónica, lo mismo +que en la anterior noche de cortejo.</p> + +<p>«¡Si me viese miss Mary!—pensó—. Tal vez me comparase a un Sigfrido +rústico yendo a matar el dragón que guarda el tesoro de Ibiza... ¡Si me +viesen otras mujeres que he conocido, y todo lo encontraban +ridículo!...»</p> + +<p>Pero su amor se sobrepuso inmediatamente a tales recuerdos. ¡Si le +viesen! ¿y qué?... Margalida valía más que las hembras que él había +conocido antes: era la primera, la única. Todo en su historia pasada le +parecía falso y artificial, como la vida que se muestra en los +escenarios, pintada y cubierta de oropeles bajo una luz engañosa. Nunca +había de volver a ese mundo de ficción. La realidad era lo presente.</p> + +<p>Al llegar al porche encontró reunidos a los cortejantes, que parecían +discutir con voz ahogada. Al verle callaron instantáneamente.</p> + +<p>—<i>¡Bona nit!</i></p> + +<p>Nadie contestó. Ni siquiera le acogieron con el gruñido de la otra +noche.</p> + +<p>Cuando Pep, abriendo la puerta, les dio entrada en la cocina, Febrer vio +que el <i>Cantó</i> llevaba el tamborcillo pendiente de un brazo y en la +diestra la baqueta con que golpeaba el parche.</p> + +<p>Era noche de música. Unos <i>atlots</i> sonreían al ocupar sus puestos con +expresión maligna, como regocijándose por adelantado de algo +extraordinario. Otros, más serios, mostraban en su gesto el noble +disgusto de los que temen presenciar una mala acción inevitable. El +<i>Ferrer</i> permanecía impasible en uno de los rincones más apartados, +buscando empequeñecerse, pasar inadvertido entre los camaradas.</p> + +<p>Hablaron con Margalida unos cuantos <i>atlots</i>, pero de pronto, viendo la +silla libre, el <i>Cantó</i> avanzó para sentarse en ella, sujetando el +tambor entre la rodilla y un codo y apoyando la frente en su mano +izquierda. La baqueta golpeó lentamente el parche, mientras sonaba un +largo siseo reclamando silencio. Era un trovo nuevo: todos los sábados +traía versos el <i>Cantó</i>, en honor de la <i>atlota</i> de la alquería. El +encanto de la música bárbara y monótona, admirada desde la niñez, obligó +a callar a todos. La santa emoción de la poesía hacía estremecerse por +adelantado a estas almas simples.</p> + +<p>El pobre tísico rompió a cantar, acompañando cada verso con un cloqueo +final que estremecía su pecho y arrebolaba sus mejillas. Pero el <i>Cantó</i> +se mostraba esta noche con más fuerzas que nunca: sus ojos tenían un +brillo extraordinario.</p> + +<p>A los primeros versos, una carcajada general resonó en la cocina, +celebrando la gracia irónica del rústico poeta.</p> + +<p>Febrer no había entendido gran cosa. Cuando escuchaba esta música +monótona y relinchante, que parecía recordar los primeros cantos de los +marineros semitas esparcidos por el Mediterráneo, sumíase en otros +pensamientos para hacer corta la espera y sufrir menos con la +extraordinaria longitud del romance.</p> + +<p>La carcajada de los <i>atlots</i> atrajo su atención, adivinando confusamente +algo hostil para su persona. ¿Qué decía aquel cordero rabioso?... La voz +del cantor, su pronunciación campesina y los continuos cloqueos con que +cortaba los versos eran poco inteligibles para Jaime; pero lentamente +fue dándose cuenta de que el romance iba dirigido a las <i>atlotas</i> que +desean abandonar el campo, casándose con caballeros, para lucir los +mismos adornos que las señoras de la ciudad. Las modas femeninas +describíalas el cantor en términos extravagantes, que hacían reír a los +payeses.</p> + +<p>El simple Pep reía también de estas burlas, que halagaban a la vez su +orgullo de campesino y su soberbia de varón inclinado a no ver en la +hembra más que una compañera de fatigas. «¡Verdad! ¡verdad!» Y unía su +carcajada a la de los muchachos. ¡Qué <i>Cantó</i> tan gracioso!...</p> + +<p>Pero a los pocos versos ya no habló el improvisador de las <i>atlotas</i> en +general, sino de una sola, ambiciosa y sin corazón. Febrer miró +instintivamente a Margalida, que permanecía inmóvil, con los ojos bajos, +pálidas las mejillas, como asustada, no de lo que escuchaba, sino de lo +que indudablemente vendría después.</p> + +<p>Jaime comenzó a revolverse en su asiento. ¡Molestarla así, en su +presencia, aquel rústico!... Una carcajada más fuerte e insolente de +aquellos jóvenes atrajo de nuevo su atención hacia los versos. El cantor +se burlaba de la <i>atlota</i> que para ser señora quería casarse con un +pobre arruinado, sin casa y sin familia; un forastero que no tenía +tierras que cultivar...</p> + +<p>El efecto de estos versos fue instantáneo. Pep, en la densidad de su +pensamiento espeso, vio flotar algo como una chispa de fuego, una +luminosa adivinación, y extendió las manos imperativamente, al mismo +tiempo que se incorporaba:</p> + +<p>—<i>¡Prou!... ¡prou!</i></p> + +<p>Pero era ya inútil que gritase «¡bastante!» Un bulto se interpuso entre +él y la luz del candil: el cuerpo de Febrer, que se había erguido de un +salto.</p> + +<p>Con sólo un tirón arrancó el tamborcillo de las rodillas del cantor, +arrojándolo inmediatamente contra su cabeza, y tal fue el ímpetu, que se +rompieron los parches; quedando la caja como un gorro torcido sobre la +frente ensangrentada del muchacho.</p> + +<p>Saltaron los <i>atlots</i> de sus asientos, sin saber ciertamente lo que +hacían, pero llevándose todos las manos a la faja. Margalida se refugió +al lado de su madre, y el <i>Capellanet</i> creyó llegado el momento de sacar +su cuchillo. El padre, con la autoridad de los años, se impuso a todos: +—<i>¡Fora!... ¡fora!</i></p> + +<p>Todos obedecieron, saliendo fuera de la alquería, para detenerse en +pleno campo. Febrer salió también, a pesar de la resistencia de Pep.</p> + +<p>Los <i>atlots</i> parecían divididos, discutiendo acaloradamente. Unos +protestaban. «¡Pegarle al pobre <i>Cantó</i>, un infeliz enfermo que no podía +defenderse!...» Otros movían la cabeza. Esperaban aquello: no se puede +insultar impunemente a un hombre sin que ocurra algo. Ellos se habían +opuesto a la canción; eran partidarios de que los hombres, cuando +tienen que decirse algo, se lo digan cara a cara.</p> + +<p>Casi iban a reñir, con la furia de sus opiniones encontradas y su +rivalidad amorosa, cuando el <i>Cantó</i> distrajo su atención. Se había +librado del tamboril incrustado en su cabeza y se limpiaba la sangre de +la frente. Lloraba con la rabia del débil enfurecido, capaz de las +mayores venganzas, pero que se siente al mismo tiempo esclavo de su +impotencia.</p> + +<p>—¡A mí! ¡a mí!—gemía asombrado de este ataque. De pronto se agachó, +buscando piedras en la obscuridad para arrojarlas contra Febrer, y a +cada pedrada retrocedía algunos pasos, como para defenderse de una nueva +agresión. Los guijarros, despedidos por sus brazos débiles, fueron a +perderse en la sombra o rebotaron contra el porche.</p> + +<p>Luego ya no silbaron más piedras. Algunos amigos del <i>Cantó</i> se lo +llevaban casi a rastras en la obscuridad. Oyéronse sus gritos a lo +lejos: profería amenazas, juraba vengarse... «¡Mataría al forastero! ¡Él +solo acabaría con el mallorquín!...»</p> + +<p>Este permaneció inmóvil, con una mano en la faja, entre tantos enemigos. +Sentíase avergonzado de su arrebato. ¡Pegarle al pobre tísico!... Para +sofocar sus remordimientos, profirió en voz baja soberbios retos. «¡Otro +deseaba él que hubiese cantado!...» Y sus ojos buscaron al <i>Ferrer</i>, +pero el temible <i>verro</i> había desaparecido.</p> + +<p>Cuando Febrer, media hora después, apaciguado ya el tumulto, volvía a su +torre, detúvose varias veces en el camino, con el revólver en la +diestra, como si esperase a alguien.</p> + +<p>¡Nadie!</p> + + + +<hr /> +<h2><a name="IIc" id="IIc"></a><a href="#toc">II</a></h2> + + +<p>A la mañana siguiente, apenas salido el sol, corrió el <i>Capellanet</i> en +busca de don Jaime, revelando en su gesto al entrar en la torre la +importancia de las noticias de que era portador.</p> + +<p>En <i>Can Mallorquí</i> habían pasado todos mala noche. Margalida lloraba; la +madre se había lamentado incesantemente de lo ocurrido. ¡Señor! ¡qué +pensarían de ellos las gentes del <i>cuartón</i> al saber que en su casa se +pegaban los hombres como en una taberna! ¡Qué dirían las <i>atlotas</i> de su +hija!... Pero a Margalida la preocupaba poco la opinión de sus amigas. +Otra cosa parecía interesarla: algo que no acertaba a decir, pero la +hacía verter lágrima tras lágrima. El <i>siñó</i> Pep luego de cerrar la +puerta de la casa, se había paseado más de una hora por la cocina +mascullando palabras y cerrando los puños. «¡Aquel don Jaime!... +¡Empeñarse en conseguir lo que era imposible!... ¡Testarudo como todos +los suyos!...</p> + +<p>El <i>Capellanet</i> tampoco había dormido, sintiendo nacer en su pensamiento +de pequeño salvaje, astuto y receloso, una sospecha que poco a poco tomó +la realidad de una certidumbre.</p> + +<p>Al entrar en la torre comunicó inmediatamente sus pensamientos a don +Jaime. ¿Quién creía él que era el autor de la canción injuriosa? ¿El +<i>Cantó</i>?... Pues no señor: era el <i>Ferrer</i>. Los versos los había +inventado el otro, pero la intención era del malicioso <i>verro</i>. Este le +había sugerido la idea de que insultase a don Jaime en pleno cortejo, +contando con la seguridad de que no dejaría impune el agravio. Ya veía +claro el muchacho el verdadero motivo de la entrevista de los dos +cortejantes que él había sorprendido en el monte.</p> + +<p>Febrer acogió con un gesto de indiferencia esta noticia, a la que el +<i>Capellanet</i> daba gran importancia. ¿Y qué?... El cantor insolente ya +estaba castigado; y en cuanto al <i>verro</i>, había huido de sus retos a la +puerta de la alquería. Era un cobarde.</p> + +<p>Pepet movió la cabeza con incredulidad. ¡Ojo, don Jaime! Él ignoraba las +costumbres de los valientes de la tierra, las astucias de que se valían +para asegurarse la impunidad en sus venganzas. Debía permanecer en +guardia, ahora más que nunca. El <i>Ferrer</i> sabía lo que era el presidio, +y no deseaba volver a él. Lo que acababa de hacer lo habían hecho otros +<i>verros</i> antes.</p> + +<p>Se impacientó Jaime ante el aire misterioso y las palabras confusas del +muchacho.</p> + +<p>—¡Para qué tapujos!... ¡Habla!</p> + +<p>El <i>Capellanet</i> expuso al fin sus sospechas. Ya podía el herrero hacer +lo que quisiera contra don Jaime: podía esperarle emboscado en los +tamariscos al pie de la torre y matarlo de un tiro. Las sospechas se +dirigirían inmediatamente contra el <i>Cantó</i>, recordando la cuestión +ocurrida en la alquería y sus palabras de venganza. Con esto y con +prepararse el <i>verro</i> una coartada, trasladándose a todo correr por los +atajos a algún punto lejano donde todos le viesen, le sería fácil +cumplir su venganza, sin peligro.</p> + +<p>—¡Ah!—exclamó Febrer poniéndose hosco, como si comprendiera de pronto +toda la importancia de tales palabras.</p> + +<p>El muchacho, satisfecho de su superioridad, continuó dando consejos. Don +Jaime debía vivir en adelante menos descuidado, cerrar la puerta de su +torre, no hacer caso, apenas llegada la noche, de los gritos de fuera. +Seguramente el <i>verro</i> pretendería inducirle a salir a la obscuridad con +gritos de reto, con <i>auquidos</i> de desafío.</p> + +<p>—Aunque le <i>aúquen</i> durante la noche, usted quieto, don Jaime. Yo +conozco eso—continuó el <i>Capellanet</i> con la importancia de un <i>verro</i> +endurecido—. Le gritará desde fuera, oculto en la maleza, con el arma +preparada, y si sale, antes de que pueda verle le matará de un +pistoletazo. Usted quieto en la torre.</p> + +<p>Estos consejos eran para la noche. De día, el señor podía salir sin +miedo. Allí estaba él para acompañarlo a todas partes. Se erguía con +bélica vanidad, llevándose una mano a la faja para cerciorarse de que el +cuchillo no había desaparecido, pero su decepción era inmediata al ver +el gesto de burlona gratitud de Febrer.</p> + +<p>—Ría usted, don Jaime, búrlese de mí, pero de algo puedo yo servir... +Vea usted cómo le aviso ahora el peligro. Hay que vivir en guardia. Con +alguna mala idea ha preparado el <i>Ferrer</i> lo de la canción.</p> + +<p>Y miraba en torno, como un caudillo que se prepara para repeler un largo +sitio. Sus ojos encontraron la escopeta colgando del muro entre los +adornos de conchas. ¡Muy bien! Debía cargar con bala los dos cañones, y +encima un buen puñado de postas o perdigón grueso. Esto nunca está de +más. Así lo hacía su glorioso abuelo. Después fruncía el entrecejo al +ver el revólver abandonado sobre la mesa. ¡Muy mal! Las armas cortas son +para llevarlas encima a todas horas. Él dormía con el cuchillo sobre la +panza. ¿Y si entraba de pronto el enemigo sin dejarle tiempo para buscar +el arma?...</p> + +<p>La torre, que había presenciado en otros siglos ejecuciones y combates +de piratas, cascarón de piedra de trágico vacío disimulado por la nítida +enjalbegadura de los muros, atrajo luego la atención del muchacho.</p> + +<p>Iba hasta la puerta con lenta precaución, como si un enemigo le +aguardase al pie de la escalera, y ocultando el cuerpo en el borde del +muro, avanzaba sólo un ojo y parte de la frente. Luego movía la cabeza +con desaliento. Al asomarse de noche, aunque fuera con estas astucias, +el enemigo, emboscado abajo, podía verlo, apuntándole con toda comodidad +apoyados los codos en una rama o en una piedra, sin miedo a perder el +tiro. Peor era aún echar el cuerpo fuera de la puerta y pretender bajar. +Por obscura que fuese la noche, el enemigo podía escoger un punto de +mira, una mancha del follaje, una estrella del horizonte, algo saliente +en la obscuridad que se destacase junto a la escalera. Y al pasar el +bulto negro del que bajaba, ocultando por un momento el objeto +apuntado... ¡fuego y pieza segura! Eran enseñanzas oídas a graves +varones que habían pasado meses enteros tras un ribazo o al abrigo de un +tronco, con la culata junto a la mejilla y el ojo en el extremo del +cañón, desde la puesta del sol hasta la aurora, aguardando a un antiguo +amigo.</p> + +<p>No; al <i>Capellanet</i> no le gustaba esta puerta con su escalera al aire +libre. Había que buscar otra salida, y sus ojos fueron a la ventana, +abriéndola luego para asomarse a ella.</p> + +<p>Con una agilidad simiesca, riendo de su descubrimiento, saltó sobre el +alféizar y empezó a descender por el muro, buscando con pies y manos las +desigualdades de la mampostería, los alvéolos profundos como peldaños +que habían dejado los pedruscos al rodar desprendidos de la argamasa. +Febrer se asomó a la ventana, y le vio al pie de la torre recogiendo su +sombrero que se había caído y agitándolo en alto con expresión +triunfante. Corrió luego el muchacho en torno de la base de la torre, y +sus pasos resonaron poco después con bullicioso trote en los peldaños de +madera, cerca de la puerta.</p> + +<p>—¡Si es lo más fácil!—gritó al entrar en la pieza, rojo de emoción por +su descubrimiento—. ¡Si es una escalera de señores!...</p> + +<p>Y comprendiendo la importancia de su descubrimiento, puso un gesto grave +de misterio. Esto quedaba entre los dos: ni una palabra a nadie. Era una +salida preciosa, cuyo secreto había que guardar.</p> + +<p>El <i>Capellanet</i> envidiaba a don Jaime. ¡No tener él un enemigo que +viniera a <i>aucarlo</i> allí durante la noche!... Mientras el <i>Ferrer</i> +aullase emboscado, con la vista fija en la escalera, él descendería por +la ventana, a espaldas de la torre, y dando la vuelta silenciosamente, +cazaría al cazador. ¡Qué golpe!... Reía con salvaje complacencia, y en +sus labios de rojo obscuro parecía despertar temblona la ferocidad de +los gloriosos abuelos, que habían considerado la caza del hombre como el +más noble de los ejercicios.</p> + +<p>Febrer se sintió contagiado por la bárbara alegría del muchacho. ¡Si él +probase a bajar por la ventana!... Echó las piernas fuera del alféizar, +y lentamente, entorpecido por su madura corpulencia, fue tanteando las +desigualdades de la muralla con las puntas de los pies hasta encontrar +los agujeros que servían de peldaños. Descendió poco a poco, rodando +bajo sus plantas algunas piedras sueltas, hasta que al fin puso los pies +en tierra con un suspiro de satisfacción. ¡Muy bien! El descenso era +fácil; después de unos cuantos ensayos bajaría con tanta facilidad como +el <i>Capellanet</i>. Éste, que le había seguido ágilmente, descolgándose +casi sobre su cabeza, sonreía como un maestro satisfecho de la lección, +y tornaba a repetir sus consejos. ¡Que no los olvidase don Jaime! Apenas +le <i>anearan</i> desde fuera, debía echarse ventana abajo, pillando por la +espalda al contrario.</p> + +<p>Cuando a mediodía quedó solo Febrer, sintióse poseído de un deseo +belicoso, de una agresividad que le hizo mirar durante largo rato el +trozo de muro del que pendía la escopeta.</p> + +<p>Al pie del promontorio, en la playa donde estaba varada la barca del tío +Ventolera, sonó la voz de éste cantando la misa. Febrer se asomó a la +puerta, llevándose las dos manos a la boca en forma de bocina para +gritarle.</p> + +<p>El marinero, con la ayuda de un muchacho, echaba su barca al agua. La +vela, recogida, temblaba en lo alto del mástil. Jaime no aceptó la +invitación. «¡Muchas gracias, tío Ventolera!» Este insistió con su +vocecita, que llegaba a través del aire como el vagido lejano de una +criatura. La tarde era buena: había cambiado el viento; en las cercanías +del Vedrá iban a coger el pescado en abundancia. Febrer encogió los +hombros. «No, muchas gracias; tenía que hacer.»</p> + +<p>Apenas acabó de hablar, cuando el <i>Capellanet</i> se presentó por segunda +vez en la torre, llevándole la comida. El muchacho parecía enfurruñado y +triste. Su padre, colérico por la escena de la noche anterior, le había +escogido como víctima, para desahogar su enfado. «¡Una injusticia, don +Jaime!» Gritaba paseándose por la cocina, mientras las mujeres, con los +ojos llorosos y el aire encogido, parecían huir de su mirada. Todo lo +ocurrido lo atribuía a su blandura de carácter, a su bondad; pero iba a +poner remedio a esto inmediatamente. El noviazgo quedaba suspendido: ya +no admitía cortejos ni visitas. ¡Y en cuanto al <i>Capellanet</i>!... Este +mal hijo, desobediente y revoltoso, tenía la culpa de todo.</p> + +<p>Pep no sabía con certeza cómo podía haber influido la presencia de su +hijo en el escándalo de la noche anterior, pero recordaba su resistencia +a ser clérigo, su fuga del Seminario, y la memoria de estos disgustos +despertaba su cólera, haciendo que la concentrase en el muchacho. ¡Se +acabaron los miramientos y bondades! El próximo lunes lo llevaría al +Seminario. Si pensaba resistirse y huir por segunda vez, mejor sería +para él embarcarse de grumete y olvidar que tenía padre, pues al verle +regresar a la alquería, Pep era capaz de romperle las dos piernas con la +tranca de la puerta. Y por puro desahogo, por ir habituando la mano y +dar una muestra de su futura cólera, le largó unas cuantas bofetadas y +puntapiés, cobrándose de esta forma el disgusto sufrido tiempo antes al +verle llegar fugitivo de Ibiza.</p> + +<p>El <i>Capellanet</i>, encogido y paciente por la costumbre, se refugió en un +rincón detrás del muro de zagalejos y faldas que oponía la llorosa madre +a la furia de Pep. Pero al verse ahora en la torre y recordar la ofensa, +rechinaba los dientes, con los ojos en blanco, las mejillas lívidas y +los puños cerrados.</p> + +<p>«¡Qué injusticia! ¿Así se pega a los hombres, sin motivo alguno, sólo +por desahogar el mal humor?... ¡A él, que llevaba un cuchillo en la faja +y no le tenía miedo a nadie de la isla! ¡Todo porque era padre!...» ¡Ay! +Esto de la paternidad y del respeto filial eran para el <i>Capellanet</i> en +aquellos momentos invenciones de cobardes, creadas únicamente para +fastidiar y envilecer a los hombres de corazón. Y encima de los golpes, +humillantes para su dignidad de bravo, la certeza del encierro en el +Seminario; la negra sotana, semejante a las faldas de las mujeres, y el +pelo cortado al rape, perdiendo para siempre aquellos bucles que +asomaban arrogantes bajo las alas de su sombrero; la tonsura, que haría +reír o infundiría un frío respeto a las <i>atlotas</i>, y ¡adiós bailes y +noviazgos! ¡adiós cuchillo!...</p> + +<p>Pronto dejaría de verle don Jaime. Antes de una semana iban a llevarle a +Ibiza. Otros le subirían la comida a la torre... Febrer hizo un gesto +revelador de su esperanza. ¡Tal vez Margalida, como en otros tiempos! +Pero el <i>Capellanet</i>, a pesar de su tristeza, sonrió maliciosamente. No, +Margalida no; todos menos ella. ¡Bueno estaba el <i>siñó</i> Pep para +consentirlo! Cuando la pobre madre, para defender a su <i>atlot</i>, había +hablado tímidamente de lo necesario que era el muchacho en la casa para +servir al señor, Pep estalló en nuevas vociferaciones. Él mismo se +encargaría de llevar todos los días a la torre la comida de don Jaime, y +si no su mujer, y si no buscarían una <i>atlota</i> que sirviese de criada a +aquel señor, ya que se empeñaba en vivir cerca de ellos.</p> + +<p>No dijo más el <i>Capellanet</i>, pero Febrer adivinó las palabras que el +buen payés debía haber lanzado contra él. Olvidaba, a impulsos de la +cólera, su antiguo respeto; sentíase enfurecido por la perturbación que +acarreaba a la familia con su presencia.</p> + +<p>El muchacho volvió a la alquería mascullando propósitos vengativos, +jurándose no ir al Seminario, aunque ignoraba el modo de conseguirlo. Su +resistencia tomó de pronto un tono de protección caballeresca. +¡Abandonar a su amigo don Jaime cuando le veía rodeado de peligros!... +¡Ir a encerrarse en aquel caserón de tristezas, entre señores con faldas +negras que hablaban una lengua rara, ahora que en pleno campo, a la luz +del sol o en el misterio de las noches, iban a matarse los hombres!... +¡Ocurrir tan extraordinarios sucesos y no verlos él!...</p> + +<p>Cuando Febrer quedó sólo, descolgó la escopeta y estuvo largo rato junto +a la puerta examinándola distraídamente. Su pensamiento iba lejos, mucho +más lejos de los extremos de los cañones, que parecían apuntar a la +montaña... «¡Aquel herrero! ¡Aquel valentón insufrible!...» Desde el +primer día que lo vio algo se había removido en su interior, poniéndose +de pie con el irresistible impulso de la antipatía. A aquel fantasmón +lúgubre nadie en la isla le iba a pegar más que él.</p> + +<p>La sensación fría del acero de la escopeta en la palma de sus manos le +volvió a la realidad. Estaba resuelto a salir de caza por la montaña... +¡Pero qué caza!... Extrajo los dos cartuchos que ocupaban los cañones, +cartuchos cargados con perdigón menudo para las bandas de pájaros que +cruzan la isla viniendo de África. Buscó en una bolsa otros cartuchos e +introdujo dos en el doble cañón, guardándose los demás en los bolsillos. +Eran con bala. ¡Caza mayor!...</p> + +<p>Colgóse la escopeta de un hombro y bajó la escalera de la torre silbando +y con paso arrogante, como si su resolución le llenase de alegría.</p> + +<p>Al pasar cerca de <i>Can Mallorquí</i>, el perro salió a su encuentro con +ladridos de regocijo. Nadie se asomó a la puerta como otras veces. +Seguramente le habían visto, sin moverse, desde el fondo de la cocina. +El perro saltó tras él largo trecho, retrocediendo luego al verle tomar +el camino de la montaña.</p> + +<p>Anduvo Febrer entre paredes de piedra seca que contenían pendientes +bancales, y otras veces por senderos pavimentados de guijarros azules, +que las lluvias de invierno convertían en encajonados barrancos. Luego +dejó de ver tierras removidas y surcadas por el arado: el suelo compacto +cubríase de bravia y espinosa vegetación. A los árboles frutales, el +alto almendro y la chaparra higuera de amplia copa, sucedían las sabinas +y los pinos retorcidos por los vientos de la costa. Al detenerse Febrer +un instante y mirar atrás, vio a sus pies <i>Can Mallorquí</i> como unos +dados blancos escapados del cubilete de una roca vecina al mar. En la +cúspide de esta roca erguíase como un agarrador la torre del Pirata. Su +ascensión había sido veloz, casi a todo correr, como si temiera llegar +tarde a un lugar de cita que no conocía con certeza. Inmediatamente +reanudó la marcha. Dos palomas silvestres salieron de la maleza con el +sonoro plumeo de un abanico que se abre, pero el cazador pareció no +verlas. Unos bultos humanos, negros y agachados en los matorrales, le +hicieron llevar la diestra a la culata de la escopeta para descolgarla +del hombro. Eran carboneros que apilaban leña. Al pasar Febrer junto a +ellos le miraron con ojos fijos, en los que creyó notar algo +extraordinario, mezcla de asombro y curiosidad.</p> + +<p>—<i>¡Bonas tardes tenguin!</i></p> + +<p>Los hombres negros apenas contestaron, pero le fueron siguiendo largo +rato con sus ojos, que tenían el brillo y la transparencia del agua +sobre sus rostros tiznados. Seguramente los solitarios del monte sabían +ya lo ocurrido la noche anterior en <i>Can Mallorquí</i>, y se asombraban +viendo al señor de la torre marchar solo, como si desafiase a sus +enemigos, creyéndose invulnerable.</p> + +<p>Ya no encontró más gente en su camino. De pronto, sobre los rumores de +la seca arboleda acariciada por el viento, oyó un tintineo lejano de +hierro batido. Por entre el ramaje elevábase una ligera columna de humo: +la fragua del <i>Ferrer</i>.</p> + +<p>Jaime, llevando la escopeta algo caída de su hombro, como si el arma +fuera a descolgarse sola, desembocó en un claro del bosque que formaba +ancha plazoleta ante la fragua. Era ésta una casucha construida con +adobes, negra de humo y cubierta por un techo giboso, que en algunos de +sus puntos se abombaba como si fuera a desplomarse. Bajo un cobertizo +brillaba el ojo inflamado de una fogata, y junto a ella el <i>Ferrer</i>, de +pie ante el yunque, golpeaba con el martillo una barra de hierro ígneo.</p> + +<p>Febrer no quedó descontento de su entrada teatral en la plazoleta. El +<i>verro</i> levantó la vista al oír ruido de pisadas en el intervalo de dos +de sus golpes, y quedó inmóvil, con el martillo en alto, al reconocer al +señor de la torre. Pero sus ojos fríos eran incapaces de transparentar +ninguna impresión.</p> + +<p>Avanzó Jaime ante la fragua con la mirada fija en el herrero, una mirada +de reto que el otro pareció no comprender. Ni una palabra, ni un saludo. +El señor pasó adelante; pero al salir de la plazoleta se detuvo junto a +uno de los primeros árboles y acabó por sentarse en sus raíces +salientes, guardando la escopeta entre las piernas.</p> + +<p>Un orgullo de viril soberbia invadía el alma de Febrer. Estaba +satisfecho de su arrogancia. Bien podía ver aquel matón que venía a +buscarlo en la soledad del monte, en su propia vivienda; bien podía +convencerse de que no le tenía miedo.</p> + +<p>Y para demostrar mejor su serenidad, sacó la petaca de la faja y se puso +a liar un cigarro.</p> + +<p>El martillo había vuelto a reanudar su tintineo sobre el metal. Jaime, +desde su asiento, veía al <i>Ferrer</i> vuelto de espaldas a él con +descuidada confianza, como si ignorara su presencia y sólo le preocupase +el examen de su trabajo. Esta calma desconcertó un poco a Febrer. «¡Vive +Dios! ¿No había adivinado sus intenciones?...» Le exasperaba la frialdad +del herrero, y al mismo tiempo infundíale un vago agradecimiento el +hecho de permanecer de espaldas a él, tranquilamente, con la confianza +de que el señor de la torre era incapaz de aprovecharse de esta +situación para dispararle un escopetazo traidor. Cesó de sonar el +martillo. Cuando Febrer miró otra vez hacia el cobertizo, ya no vio al +herrero. Esta ausencia le hizo requerir la escopeta, acariciando sus +llaves. Indudablemente iba a salir con un arma, cansado de aguantar esta +provocación muda que venía a buscarle en su propia casa. Tal vez iba a +disparar por alguno de los ventanucos que daban luz a la negra vivienda. +Debía precaverse contra una asechanza del antiguo presidiario, y se puso +de pie, procurando disimular su cuerpo detrás del tronco de un árbol, no +dejando visible más que un ojo.</p> + +<p>Alguien se movió en el interior de la casucha; algo negro asomó indeciso +en su puerta. Iba a salir el enemigo: ¡atención!... Empuñó la escopeta +para hacer fuego apenas se mostrase el extremo del arma enemiga; pero +quedó inmóvil y confuso al ver que era una falda negra rematada por unos +pies desnudos dentro de viejas alpargatas, y sobre esto un busto mísero, +encorvado y huesudo, una cabeza cobriza y arrugada, con sólo un ojo, y +ralos cabellos grises que dejaban brillar entre sus mechas el barniz de +la calvicie.</p> + +<p>Febrer reconoció a la mujer. Era la tía del herrero, la tuerta de que le +había hablado el <i>Capellanet</i>, la única compañera del <i>Ferrer</i> en su +bravia soledad. La vieja se plantó en el cobertizo con los brazos en +jarras, echando adelante el flácido vientre abultado por los zagalejos, +fijando su pupila única, inflamada por la cólera, en aquel intruso que +venía a provocar a un hombre de bien en medio de su trabajo. Miraba a +Jaime con la fiera acometividad de la mujer que, segura del respeto que +infunde su sexo, es más audaz e impetuosa que el hombre. Mascullaba +amenazas e insultos que el señor no podía oír, furiosa de que alguien se +atreviera contra su sobrino, amado cachorro en el que había puesto su +esterilidad todos los ardores de una madre fracasada.</p> + +<p>Jaime se dio cuenta repentinamente de lo odioso de su acción. ¡Un hombre +como él venir a provocar en pleno día a otro, en su propia casa! La +vieja tenía razón para insultarle. El matón no era el <i>Ferrer</i>: era él, +señor de la torre, descendiente de tantos varones ilustres y orgulloso +de su origen.</p> + +<p>La vergüenza le hizo tímido, sumiéndolo en torpe confusión. No sabía +cómo irse ni por dónde escapar. Al fin se echó la escopeta al hombro, y +con la vista en alto, como si persiguiese a un pájaro que saltaba de +rama en rama, emprendió la marcha por entre los árboles y la maleza, +evitando pasar otra vez ante la fragua.</p> + +<p>Anduvo ahora cuesta abajo, hacia el valle, huyendo de aquella montaña a +la que le había arrastrado un impulso homicida, avergonzado de sus +anteriores deseos. Volvió a encontrar a los hombres negros que hacían +carbón.</p> + +<p>—<i>¡Bonas tardes tenguin!</i></p> + +<p>Contestaron a su saludo, pero en sus ojos de extraordinaria blancura +sobre el rostro tiznado creyó notar Febrer algo de burla hostil, de +repulsiva extrañeza, como si fuese él de otra casta, como si hubiera +cometido un acto inaudito que le colocaba fuera para siempre de la +comunidad humana de la isla.</p> + +<p>Los pinos y sabinas quedaron atrás en la falda del monte. Caminaba ahora +entre bancales de tierra arada. En unos campos vio payeses que +trabajaban; en un ribazo encontró varias <i>atlotas</i> que recogían hierbas, +encorvándose sobre el suelo; en un camino se cruzó con tres viejos +marchando lentamente al lado de sus borricos.</p> + +<p>Febrer, con la humildad del que se siente arrepentido de una mala +acción, saludaba a todos dulcemente.</p> + +<p>—<i>¡Bonas tardes tenguin!</i></p> + +<p>Los labriegos le respondieron con un gruñido sordo; las muchachas +torcieron la cara con un gesto de contrariedad para no verle; los tres +viejos contestaron al saludo tristemente, mirándole con ojillos +escrutadores, como si encontraran en su persona algo extraordinario.</p> + +<p>Bajo una higuera, negro parasol de ramajes enroscados, vio a unos +payeses ocupados en escuchar a alguien que estaba en el centro del +corro. Al aproximarse Febrer hubo cierto movimiento en el grupo. Un +hombre surgió de él con rabioso impulso, y los otros le detuvieron, +cogiéndolo de los brazos, pugnando por contenerle. Jaime lo reconoció +por el lienzo blanco anudado bajo su sombrero. Era el cantor. Los +fuertes payeses sujetaron fácilmente con sólo una mano al enfermizo +muchacho, pero éste, incapaz de moverse, desahogó su rabia tendiendo un +puño hacia el camino, mientras las amenazas e insultos salían a +borbotones de su boca.</p> + +<p>Estaba, sin duda, contando a los amigos lo ocurrido en la noche +anterior, cuando apareció Febrer. Adivinaba éste en las voces chillonas +las amenazas del <i>Cantó</i>. Eran las mismas que había proferido en <i>Can +Mallorquí</i>. Juraba matarle: prometía ir de noche a la torre del Pirata +para incendiarla y hacer pedazos a su dueño.</p> + +<p>«¡Bah!» Jaime levantó los hombros y siguió adelante, pero triste, +desesperado por el ambiente de repulsión y hostilidad cada vez más +sensible en torno de él. ¿Qué había hecho? ¿En dónde se había metido? +¡Pegar a uno de la isla! ¡Él, un forastero..., y además mallorquín!...</p> + +<p>En su tristeza, creyó que la isla entera, con todas sus cosas +inanimadas, asociábase a esta protesta de las gentes. Ante su paso se +despoblaban las alquerías; sus habitantes ocultábanse para no saludarlo; +los perros salían al camino ladrando sañudamente, como si no le hubiesen +visto nunca.</p> + +<p>Las montañas le parecían más austeras y ceñudas en sus cumbres de pelada +roca; los bosques, más obscuros, más negros; los árboles de los valles, +más tristes y escuetos; las piedras del camino rodaban bajo sus pies, +como si huyesen de su contacto; el cielo tenía algo de repelente; hasta +el aire de la isla acabaría por huir de su boca. Febrer, en su +desesperación, se veía solo. Todos contra él; únicamente le quedaba Pep +con su familia, pero éstos acabarían alejándose igualmente, a impulsos +de la necesidad de vivir bien con sus vecinos.</p> + +<p>El forastero no intentaba rebelarse contra su suerte. Sentíase +arrepentido, avergonzado de la acometividad de la noche anterior y de su +reciente excursión a la montaña. Para él no había sitio en la isla. Era +un forastero, un extraño que perturbaba con su presencia la vida +tradicional de aquellas gentes. Le había recibido Pep con un respeto de +antiguo siervo, y pagaba tal hospitalidad perturbando su casa y la paz +de su familia. Le habían acogido las gentes con una cortesía algo +glacial, pero tranquila e inmutable, como a un gran señor forastero, y +él correspondía a este respeto golpeando al más infeliz de todos ellos, +al que por su debilidad era considerado con una benevolencia paternal +por todos los payeses del distrito. ¡Muy bien, mayorazgo de Febrer! +Desde hacía algún tiempo que andaba como loco, sin discurrir otra cosa +que disparates. ¿Y todo por qué?... Por amar absurdamente a una muchacha +que podía ser su hija; por un capricho casi senil, pues él, a pesar de +su relativa juventud, veíase viejo, triste y miserable ante Margalida y +los rústicos <i>atlots</i> que se agitaban en torno a su belleza. ¡Ay, el +ambiente! ¡El maldito ambiente!</p> + +<p>En los tiempos de prosperidad, cuando habitaba él su palacio de Palma, +de ser Margalida una criada de su madre, sólo habría sentido por ella el +apetito que inspira la frescura de la juventud, sin nada que se +pareciese al amor. Otras mujeres le dominaban entonces con la seducción +de sus artificios y refinamientos. Pero aquí, en plena soledad, con el +más imperioso de los instintos irritado por la privación, viendo a +Margalida entre la morena y ruda hermosura de sus compañeras, bella como +una diosa blanca de las que inspiran veneración religiosa a los pueblos +cobrizos, sentía la demencia del deseo, y todos sus actos eran absurdos, +cual si hubiera perdido para siempre la razón.</p> + +<p>Había que huir: en la isla no quedaba sitio para él. Bien podría ser que +le engañase su pesimismo al apreciar la importancia del afecto que le +había empujado hacia Margalida. Tal vez no era deseo, sino amor, el +primer amor verdadero de su vida: casi estaba seguro de ello. Pero +aunque así fuese, había que olvidar y huir; huir cuanto antes.</p> + +<p>¿Para qué seguir en esta tierra? ¿Qué esperanza le retenía?... +Margalida, como si resultase superior a sus fuerzas la sorpresa +experimentada al conocer su amor, huía de él, se ocultaba silenciosa, +sólo sabía llorar, y las lágrimas no eran una respuesta. Pep, por un +resto de veneración tradicional, toleraba silencioso este capricho de +gran señor, pero iba a estallar de un momento a otro contra el hombre +que perturbaba su vida. La isla, que le había aceptado cortésmente, +parecía alzarse ahora contra el forastero venido de lejos para +trastornar su patriarcal quietismo, su existencia concentrada, su +orgullo de pueblo aparte, con la misma fiereza que se había alzado en +otros siglos contra el normando, el árabe o el berberisco desembarcados +en sus costas.</p> + +<p>Imposible hacer frente a todos: huiría. Sus ojos acariciaron una enorme +faja de mar tendida entre dos colinas, como un telón azul que ocultase +un desgarrón de la tierra. Aquel pedazo de mar era el camino salvador, +la esperanza, lo desconocido que nos abre sus brazos de misterio en los +momentos más difíciles de la existencia. Tal vez volviese a Mallorca, +para llevar una vida de mendigo respetable al lado de los amigos que aún +se acordaban de él; tal vez pasase a la Península y fuese a Madrid en +busca de un empleo; tal vez acabara embarcándose para América. Todo era +preferible a seguir allí. No sentía miedo; no le intimidaba la +hostilidad de la isla y sus habitantes; lo que sentía era remordimiento, +vergüenza, por las perturbaciones que había causado.</p> + +<p>Instintivamente sus pies le llevaron hacia el mar, que era ahora su amor +y su esperanza. Evitó el paso por <i>Can Mallorquí</i>, y al llegar a la +playa marchó por la orilla, donde la última palpitación de las olas +llegaba a perderse, como delgada hoja de cristal, entre las menudas +guijas mezcladas con fragmentos de barro cocido.</p> + +<p>Cuando estuvo al pie del promontorio de su torre, trepó por las rocas +sueltas, yendo a sentarse en el peñón roído por las olas y casi +despegado de la costa. Allí había estado reflexionando una noche de +tormenta, la misma en que se presentó como cortejante en casa de +Margalida.</p> + +<p>La tarde era serena, el mar tenía un intenso color de extraordinaria y +profunda transparencia. Los fondos de arena reflejábanse como manchas +lácteas; los peñones submarinos y sus obscuras vegetaciones parecían +temblar con un rebullicio de vida misteriosa. Las nubes blancas que +flotaban en el horizonte, al pasar ante el sol trazaban sobre el mar +grandes espacios de sombra. Un pedazo de la extensión azul quedaba +obscuro y mate, mientras más allá de este manto movible las aguas +luminosas parecían hervir con burbujas de oro. A veces, el astro, oculto +tras las cortinas de nubes, lanzaba por debajo de su orla una manga +visible de luz, un chorro de linterna, un largo triángulo de blanquecino +resplandor, como el de un paisaje holandés.</p> + +<p>Nada en este aspecto del mar recordaba a Febrer aquella noche +tempestuosa; y sin embargo, por la asociación que forman en nuestra +memoria las ideas olvidadas con los lugares antiguamente visitados +cuando volvemos a ellos, Febrer comenzó a sentir los mismos +pensamientos, sólo que ahora, en vez de seguir adelante, desfilaban en +sentido inverso, con una confusión de derrota.</p> + +<p>Reía amargamente de su optimismo en aquella ocasión, de la confianza que +le había hecho despreciar todas sus ideas sobre el pasado. Los muertos +mandan: su autoridad y su poder son indiscutibles. ¿Cómo había podido +él, a impulsos del entusiasmo amoroso, desconocer esta enorme y +desconsoladora verdad?... Bien le hacían sentir los lóbregos tiranos de +nuestra vida todo el peso abrumador de su poder. ¿Qué había hecho él +para que en este rincón de la tierra, su último refugio, le mirasen como +un extraño?... Las innumerables generaciones de hombres cuyo polvo y +cuya alma estaban confundidos con la tierra de la isla habían dejado +como herencia a los presentes el odio al extranjero, el miedo y la +repulsión al extraño, con el que vivieron siempre en guerra. Él que +llegaba de otros países era recibido con un aislamiento repelente, +ordenado por los que ya no existían.</p> + +<p>Cuando, despreciando sus antiguos prejuicios, intentaba aproximarse a +una mujer, esta mujer replegábase misteriosa y asustada de tal +aproximación. Era una obra de loco la suya: la conjunción del gallo y la +gaviota soñada por un fraile extravagante y que tanto hacía reír a los +payeses. Así lo habían querido los hombres en otros tiempos al fundar la +sociedad y dividirla en clases, y así debía continuar. Inútil rebelarse +contra las cosas establecidas. La vida de un hombre era corta, y no +bastaba para batirse con centenares de miles de vidas que habían +existido antes de ella y parecían espiarla invisibles, oprimiéndola +entre creaciones materiales que eran recuerdo de su paso por la tierra, +abrumándola con sus pensamientos, que llenaban el ambiente y eran +aprovechados por todos los que nacían sin fuerza para discurrir algo +nuevo.</p> + +<p>Los muertos mandan, y es inútil que los vivos se resistan a obedecer. +Todas las rebeliones por salir de esta servidumbre, por romper la cadena +de los siglos, todas mentira. Febrer recordaba la rueda sagrada de los +indios, símbolo budista que había visto en París al presenciar una +ceremonia religiosa oriental en un museo.</p> + +<p>La rueda es el símbolo de nuestra vida. Creemos avanzar porque nos +movemos; creemos progresar porque vamos hacia adelante, y cuando la +rueda da la vuelta completa, nos encontramos en el mismo sitio. La vida +de la humanidad, la historia, todo era un interminable «recomenzamiento +de las cosas». Nacen los pueblos, crecen, progresan; la cabana se +convierte en castillo y después en fábrica; se forman las enormes +ciudades de millones de hombres, sobrevienen después las catástrofes, +las guerras por el pan que escasea para tantas gentes, las protestas de +los desposeídos, las grandes matanzas, y las ciudades se despueblan y +caen en ruinas. La hierba invade los orgullosos monumentos; las +metrópolis se hunden poco a poco en la tierra y duermen siglos y siglos +bajo colinas. El bosque bravío cubre la capital de remotas épocas; pasa +el cazador salvaje por donde en otro tiempo eran recibidos los caudillos +vencedores con aparato de semidioses; pacen las ovejas y sopla el pastor +en su caramillo sobre las ruinas que fueron tribuna de leyes muertas; +vuelven a agruparse los hombres y surge la cabana, la aldea, el +castillo, la fábrica, la ciudad enorme, y se repite lo mismo, siempre lo +mismo, con una diferencia de centenares de siglos, como se repiten de +unos hombres en otros iguales gestos, ideas y preocupaciones en el +transcurso de unos cuantos años. ¡La rueda! ¡El eterno recomenzar de las +cosas! ¡Y todas las criaturas del rebaño humano cambiando de aprisco, +pero jamás de pastores! ¡y los pastores siempre eran los mismos, los +muertos, los primeros que pensaron, y cuyo pensamiento primordial fue +como el puñado de nieve que rueda y rueda por las pendientes, +agrandándose, llevando adherido en su pegajosidad todo cuanto encuentra +al paso!... Los hombres, orgullosos de su progreso material, de los +juguetes mecánicos inventados para su bienestar, se creían libres, +superiores al pasado, emancipados de la servidumbre original, ¡y todo +cuanto decían se había dicho centenares de siglos antes, con diversas +palabras! Sus pasiones eran las mismas; sus pensamientos, que +consideraban propios, eran destellos y reflejos de otros pensamientos +remotos; y todos los actos que tenían por buenos o malos merecían esta +clasificación inmutable, porque así lo habían decidido los muertos, los +tiránicos muertos, a los que el hombre tendría que matar de nuevo si +deseaba ser libre realmente... ¿Quién llegaría a realizar esta gran +hazaña libertadora? ¿Qué paladín tendría fuerzas suficientes para matar +al monstruo que pesaba sobre la humanidad, enorme y abrumador, como los +dragones de las leyendas que guardaban bajo su corpachón inútiles +tesoros?...</p> + +<p>Febrer permaneció mucho tiempo inmóvil en la roca, con los codos en las +rodillas y la mandíbula en las manos, sumido en sus pensamientos, +hipnotizados los ojos por el manso subir y bajar de las aguas +palpitantes.</p> + +<p>Cuando se arrancó a esta meditación comenzaba a caer la tarde... +¡Seguiría su destino! Él sólo podía vivir en las alturas, aunque fuese +con la humildad del mendicante. Todos los caminos de descenso veíalos +cerrados, ¡Adiós, felicidad buscada en un retroceso a la vida natural y +primitiva! Ya que los muertos no querían que fuese hombre, sería +parásito.</p> + +<p>Sus ojos, vagando por el horizonte, fijáronse en los blancos vapores que +se amontonaban sobre el límite del mar. Cuando era pequeño y <i>madó</i> +Antonia le acompañaba en sus paseos por la costa de Sóller, se habían +entretenido muchas veces dando cuerpo y nombre, con un esfuerzo de +imaginación, a las nubes que se juntaban o se esparcían en una incesante +variedad de formas, viendo en ellas tan pronto un monstruo negruzco de +inflamadas fauces como una virgen entre celestes resplandores.</p> + +<p>Un amontonamiento de nubes densas y nítidas cual blancos vellones atrajo +su mirada. Esta blancura luminosa era la del hueso pulido de los +cráneos. Sueltas vedijas de vapor obscuro flotaban sobre esta nube. La +imaginación de Febrer fue viendo en ellas dos agujeros negros y +espantables, un triángulo lóbrego semejante al que deja la nariz +desaparecida en la faz de los muertos, y más abajo un desgarrón inmenso, +trágico, igual a la risa muda de una boca sin labios y sin dientes.</p> + +<p>Era la Muerte, la gran señora, la emperatriz del mundo, que se mostraba +a él con su blanca y mate majestad, en pleno día, desafiando los +esplendores del sol, el azul del cielo, el verde luminoso del mar. El +reflejo del astro moribundo ponía una chispa de maligna vida en el óseo +rostro de palidez de hostia, en la lobreguez de sus negras cuencas, en +su sonrisa que daba espanto... ¡Sí; era ella! Las nubes esparcidas a ras +del mar parecían bullones y pliegues de una vestidura que ocultaba su +inmenso esqueleto; y otras nubes flotantes en lo alto, una amplia manga, +de la que se escapaban vapores más sutiles e indecisos formando un brazo +de hueso rematado por un índice seco y corvo como una uña de presa, +señalando lejos, muy lejos, el destino misterioso.</p> + +<p>La visión se desvaneció rápidamente con el movimiento de las nubes. +Borráronse sus espantables contornos, adoptando otras formas +caprichosas; pero Febrer, al perderla de vista, no salió por esto de su +alucinación.</p> + +<p>Aceptaba la orden sin rebelarse: partiría. Los muertos mandan, y él era +su siervo inerme. La luz de la caída de la tarde daba a los objetos un +relieve extraño. En los recovecos de la costa marcábanse vigorosas +sombras que parecían dar vida y formas animales a las piedras. A lo +lejos, un promontorio semejaba un león acurrucado junto a las olas, +mirando a Jaime con hostilidad silenciosa. Los peñascos a flor de agua +sacaban y ocultaban sus negras cabezas coronadas de melenas verdes, como +gigantes anfibios de una humanidad monstruosa. El solitario vio por la +parte de Formentera un dragón inmenso que poco a poco avanzaba en la +línea del horizonte, con larga cola de nubes, para devorar traidoramente +al sol moribundo.</p> + +<p>Cuando la roja esfera, huyendo de este peligro, se sumergió en las +aguas, agrandada por un espasmo de terror, la tristeza gris del +crepúsculo despertó a Febrer de su alucinación.</p> + +<p>Púsose de pie, recogió la escopeta abandonada junto a él, y emprendió el +camino de la torre. Iba preparando mentalmente el programa de su marcha. +No pensaba decir una palabra a nadie. Aguardaría a que tocase en el +puerto de Ibiza el vapor correo de Mallorca, y sólo en el último momento +daría cuenta a Pep de su resolución.</p> + +<p>La certeza de abandonar muy pronto este retiro le hizo ver con interés +el interior de la torre al resplandor de una vela que acababa de +encender. Su sombra, gigantescamente agrandada y vacilante por las +oscilaciones de la luz, iba de un lado a otro en las blancas paredes, +eclipsando los objetos que las adornaban o haciendo que brillasen el +nácar de las conchas y el metal de la colgada escopeta.</p> + +<p>Cierto carraspeo conocido atrajo a Febrer, y le hizo asomarse a lo alto +de la escalera. Un hombre envuelto en un mantón estaba en los primeros +peldaños. Era Pep.</p> + +<p>—<i>El sopar</i>—dijo brevemente, tendiéndole una cesta.</p> + +<p>Jaime la tomó. Notábase en el payés un deseo de no hablar, y él, por su +parte, sintió cierto miedo de que rompiese su laconismo.</p> + +<p>—<i>¡Bona nit!</i></p> + +<p>Pep emprendió el camino de regreso a su alquería luego de este breve +saludo, como un servidor respetuoso y enojado que sólo se permite con su +amo las palabras indispensables.</p> + +<p>Vuelto Jaime al interior de la torre, cerró la puerta, dejando la cesta +sobre la mesa. No sentía apetito: cenaría más tarde. Cogió una pipa +rústica, labrada por un payés en una rama de cerezo, la llenó de tabaco +y comenzó a fumar, siguiendo con ojos distraídos el revoloteo de las +espirales de humo, cuya azul sutilidad tomaba ante la vela una +transparencia irisada.</p> + +<p>Luego buscó un libro y quiso leer, pero fueron inútiles todos los +esfuerzos por concentrar su atención en la lectura.</p> + +<p>Fuera de aquella cáscara de piedra reinaba la noche, una noche lóbrega, +de profundo misterio. Al través de los muros parecía filtrarse ese +solemne silencio que cae de lo alto, y en el cual los ruidos más leves +adquieren proporciones pavorosas, como si el rumor se escuchase a sí +mismo.</p> + +<p>Creía percibir Febrer los latidos de la circulación de su sangre en esta +calma profunda. De vez en cuando escuchaba el chillido de una gaviota o +la agitación momentánea de los tamariscos bajo una ráfaga, murmullo +semejante al de las fingidas muchedumbres teatrales ocultas tras los +bastidores. En el techo de la habitación sonaba a intervalos el +cric-cric monótono de una carcoma royendo las vigas con un trabajo +incesante, inadvertido durante el día. El mar rasgaba la obscuridad con +un ronquido plácido, cuya ondulación iba rompiéndose en todos los +salientes y recovecos de la costa.</p> + +<p>Por primera vez se dio cuenta exacta de la soledad en que vivía. ¿Era +posible continuar esta existencia de eremita? ¿Y cuando le sorprendiese +la enfermedad? ¿Y cuando llegase la vejez?... A aquellas horas +comenzaban las ciudades una nueva vida bajo los blancos resplandores de +su alumbrado eléctrico; cortábase la circulación en las calles con la +aglomeración de los coches; brillaban los escaparates, abríanse los +teatros, sonaban las aceras bajo el gracioso taconeo de mujeres +hermosas. Y él estaba como un hombre primitivo en el interior de una +torre bárbara, sin otro signo de civilización que aquella luz macilenta +que sólo servía para hacer más visibles las tinieblas, rodeado de un +silencio trágico, como si el mundo se hubiese dormido para siempre. +Adivinábase al otro lado del muro de piedra la sombra preñada de +misterios y peligros. Ya no albergaba a la fiera, como en los tiempos +prehistóricos, pero bien podía servir de guarida al hombre.</p> + +<p>De pronto, Febrer, que permanecía inmóvil, escuchándose a sí mismo, con +una quietud semejante a la de los niños medrosos que temen removerse en +la cama por no aumentar el misterio que les rodea, se estremeció en su +asiento. Algo extraordinario cortó el aire, dominando con su estridencia +los confusos ruidos de la noche. Era un grito, un aullido, un relincho, +una de aquellas voces hostiles y burlonas con que los <i>atlots</i> +vengativos se llamaban en la sombra.</p> + +<p>Jaime sintió un impulso de levantarse, de correr a la puerta, pero luego +permaneció inmóvil. El tradicional <i>auquido</i> había sonado a alguna +distancia. Debían ser mozos del <i>cuartón</i> que escogían las inmediaciones +de la torre del Pirata para encontrarse arma en mano. Aquello no iba con +él; a la mañana siguiente se enteraría de lo ocurrido.</p> + +<p>Abrió otra vez el libro, intentando distraerse con la lectura; pero a +las pocas líneas se levantó de un salto, arrojando sobre la mesa el +volumen y la pipa.</p> + +<p><i>¡Auuuú!</i> El relincho de reto, el aullido hostil y burlón, había +resonado casi al pie de la escalera de la torre, prolongándose con el +fuerte soplo de unos pulmones como fuelles. Casi al mismo tiempo sonó en +la obscuridad un rumor estridente de abanicos abiertos: las aves +marinas, sorprendidas en su sueño, salían disparadas de entre las rocas +para cambiar de guarida.</p> + +<p>¡Era para él! ¡Venían a retarlo a la puerta de su vivienda!... Miró +fijamente su escopeta; se llevó la diestra a la faja, palpando el metal +del revólver, tibio por el contacto del cuerpo; dio dos pasos hacia la +puerta, pero se detuvo y alzó los hombros con una sonrisa de +resignación. Él no era de la isla; él no entendía este lenguaje de +chillidos, y se creía a cubierto de tales provocaciones.</p> + +<p>Volvió a su silla y cogió el libro, sonriendo con una alegría forzada.</p> + +<p>—¡Grita, buen hombre! ¡chilla, <i>aúca</i>! Lo siento por ti, que puedes +constiparte al fresco, mientras yo estoy tranquilo en mi casa.</p> + +<p>Pero esta conformidad burlona sólo era aparente. Volvió a sonar el +aullido, ya no al pie de la escalera, sino algo más lejos, tal vez entre +los tamariscos que cercaban la torre. El retador parecía haber tomado +posición esperando que saliese Febrer.</p> + +<p>¿Quién sería?... Tal vez el miserable <i>verro</i>, al que había buscado por +la tarde; tal vez el <i>Cantó</i>, que juraba públicamente matarlo. La noche +y la astucia, que igualan las fuerzas de los enemigos, habrían dado +ánimos a este enfermo para marchar contra él. También era posible que +fuesen dos o más los que le aguardasen.</p> + +<p>Sonó otro aullido, pero Jaime volvió a encogerse de hombros. Podía +gritar lo que quisiera su desconocido retador... Pero ¡ay! ¡imposible +leer! ¡inútil esforzarse por fingir tranquilidad!...</p> + +<p>Los aullidos repetíanse ahora rabiosamente, como los cacareos de un +gallo furioso. Jaime creyó ver el cuello de aquel hombre, hinchado, +enrojecido, con los tendones vibrantes por la cólera. El grito gutural +parecía adquirir poco a poco, al repetirse, los contornos y la +significación de un lenguaje. Era irónico, burlón, insultante; echaba en +cara su prudencia al forastero; parecía llamarle cobarde.</p> + +<p>En vano intentó no escuchar. Nublábase su vista, le pareció que la vela +ya no daba luz; en los intervalos de silencio, la sangre zumbaba en sus +oídos. Pensó que <i>Can Mallorquí</i> estaba muy cerca, y tal vez Margalida, +trémula y pegada a un ventanuco, escuchaba estos aullidos frente a la +torre, donde estaba un hombre medroso oyéndolos también, pero encerrado +como si fuese sordo.</p> + +<p>No; no más. Arrojó esta vez definitivamente el libro sobre la mesa, y +luego, por instinto, sin saber ciertamente lo que hacía, sopló la llama +de la vela. Al quedar en la obscuridad anduvo algunos pasos con las +manos avanzadas, olvidado completamente de los planes de ataque que +había concebido momentos antes en su acelerado pensamiento. La cólera +trastornaba sus ideas. La ceguedad repentina de su espíritu sólo tuvo +una idea, igual al último destello de una luz que se aleja. Tocaba ya la +escopeta con sus manos palpantes, cuando desistió de cogerla. Necesitaba +un arma menos embarazosa; tal vez tendría que descender y arrastrarse +entre los matorrales.</p> + +<p>Tiró del interior de la faja, y el revólver se deslizó fuera de su +madriguera con la suavidad de una bestia sedosa y tibia. Anduvo a +tientas hasta la puerta y la abrió con lentitud, sólo un pequeño +espacio, el necesario para asomar la cabeza, chirriando levemente sus +groseros goznes.</p> + +<p>Pasando Febrer de la obscuridad de su habitación a la difusa claridad de +la luz sideral, vio la mancha de las malezas en torno de la torre, más +allá la confusa blancura de la alquería, y enfrente la giba negra de los +montes cortando un cielo cargado de palpitaciones de estrellas. Esta +visión sólo duró un instante: no pudo ver más. Dos pequeños relámpagos, +dos culebreos de fuego marcáronse uno tras otro en las tinieblas de los +matorrales, seguidos de dos estampidos que casi se confundieron.</p> + +<p>Jaime experimentó en su olfato una sensación acre de pólvora quemada, +que tal vez no fue más que un fenómeno imaginativo. Al mismo tiempo +percibió sobre la cúspide de su cráneo un silencioso y violento choque, +algo anormal que pareció tocarle sin llegar a tocarle, la sensación del +roce de una piedra. Algo cayó sobre su rostro como una lluvia +impalpable. ¿Sangre?... ¿tierra?...</p> + +<p>Su sorpresa sólo duró un instante. Le habían hecho fuego desde el +matorral, en las inmediaciones de la escalera. El enemigo estaba allí... +¡allí! Veía en la obscuridad el punto de donde habían surgido los +fogonazos, y avanzando la diestra fuera de la puerta, disparó su +revólver una... dos... cinco veces: todas las cápsulas que contenía el +cilindro.</p> + +<p>Tiró casi a ciegas, desorientado por la obscuridad y el desconcierto de +la cólera. Un leve ruido de ramas tronchadas, una ondulación casi +imperceptible del matorral, le llenaron de salvaje alegría. Había +alcanzado al enemigo indudablemente, y en su satisfacción, se llevó una +mano a la cabeza para convencerse de que no estaba herido.</p> + +<p>Al pasarla después por su cara cayó de sus mejillas y sus cejas algo +menudo y granujiento. No era sangre: era tierra, polvo de argamasa. Sus +dedos, deslizándose sobre el cuero cabelludo, estremecido aún por el +roce mortal, tropezaron con dos agujeros de la pared, semejantes a +pequeños embudos, que guardaban una sensación de calor. Las dos balas le +habían rozado, yendo a clavarse en el muro a una distancia casi +imperceptible de su cabeza.</p> + +<p>Febrer sintióse alegre por su buena suerte. Él sano, incólume, ¡y su +enemigo!... ¿Dónde estaría en aquel momento? ¿Debía bajar para buscarle +entre los tamariscos y reconocerlo en su agonía?... De pronto se repitió +el grito, el aullido salvaje, lejos, muy lejos, casi en las +inmediaciones de la alquería: un <i>auquido</i> triunfante, burlón, que Jaime +interpretó como anuncio de próxima vuelta.</p> + +<p>El perro de <i>Can Mallorquí</i>, excitado por los disparos, ladraba +lúgubremente. A lo lejos, otros perros le contestaban. El aullido del +hombre se alejó, con incesantes repeticiones, cada vez más remoto, más +débil, hundiéndose en el misterio azul de la noche.</p> + + + +<hr /> +<h2><a name="IIIc" id="IIIc"></a><a href="#toc">III</a></h2> + + +<p>Apenas rompió el día, el <i>Capellanet</i> se presentó en la torre.</p> + +<p>Lo había oído todo. Su padre, que tenía el sueño fuerte, no estaba tal +vez enterado a aquellas horas del suceso. Ya podía ladrar el perro y +sonar junto a la alquería tantos disparos como en una guerra; el buen +Pep, cuando se acostaba cansado de sus faenas diurnas, era insensible +como un muerto. Los demás de la casa habían pasado una noche de +angustias. La madre, luego de varios intentos para despertar a su +esposo, sin conseguir otro éxito que palabras incoherentes seguidas de +nuevos ronquidos, había rezado hasta el amanecer por el alma del señor +de la torre, creyéndolo muerto. Margalida, que dormía cerca de su +hermano, le había llamado con voz queda y angustiosa al oír los primeros +tiros. «¿Oyes, Pepet?...»</p> + +<p>La pobre muchacha se había incorporado en la cama, encendiendo el +candil; a su luz la había visto el <i>atlot</i>, con el rostro pálido y unos +ojos de loca. Ella, tan pudorosa y tímida, mostraba en su agitación los +mayores secretos de su desnudez, olvidada de todo, retorciéndose los +brazos, llevándose las manos a la cabeza. «Habían matado a don Jaime: se +lo anunciaba el corazón.» Y temblaba con el eco lejano de nuevos +disparos. «Un verdadero rosario de tiros», según decía el <i>Capellanet</i>, +había contestado a las dos primeras detonaciones.</p> + +<p>—Ésos fueron de usted, ¿verdad, don Jaime?—continuó el muchacho—. Los +conocí al momento y se lo dije a Margalida. Recuerdo la tarde que +disparó usted el revólver en la playa. Yo tengo mucho oído para estas +cosas.</p> + +<p>Luego contó la desesperación de su hermana, buscando las ropas en +silencio, queriendo vestirse para correr a la torre. Pepet la +acompañaría. Pero después, súbitamente acobardada, ya no quiso ir. Sólo +sabía llorar, y se opuso a que el muchacho cumpliera su propósito de +escaparse por las bardas del corral.</p> + +<p>Habían oído el <i>auquido</i> junto a la alquería, mucho después de los +disparos; y al hablar de este grito, sonreía el muchacho con aire +malicioso. Luego, Margalida, súbitamente tranquilizada por las palabras +de su hermano, había callado, quedando inmóvil en el lecho; pero durante +toda la noche oyó el <i>Capellanet</i> suspiros de angustia y un ligero +murmullo, como si debajo del embozo una voz queda murmurase palabras y +palabras con incansable monotonía. También la joven había estado +rezando.</p> + +<p>Después, al esparcirse la luz del alba, se levantaron todos, menos el +padre, que seguía en su plácido sueño. Al asomarse las mujeres al +porche, dominadas por los más lúgubres pensamientos, esperaban +presenciar un cuadro horroroso: la torre destruida y colgando sobre sus +ruinas el cadáver del señor. Pero el <i>Capellanet</i> había reído al ver la +puerta abierta, y junto a ella, como en otras mañanas, a don Jaime, con +el busto desnudo, chapuzándose en un balde que él mismo traía de la +costa lleno de agua del mar.</p> + +<p>No se había equivocado al reírse de los terrores de las mujeres. «A su +don Jaime no había quien lo matase. Y esto lo decía él, que entendía de +hombres.»</p> + +<p>Luego, tras el breve relato que le hizo el señor de todo lo ocurrido en +la noche, examinó, entornando los ojos con una expresión de inteligente, +los dos agujeros abiertos por las balas en la pared.</p> + +<p>—¿Y usted tenía la cabeza aquí, donde la tengo yo?... ¡Futro!...</p> + +<p>Su mirada reflejó admiración, devota idolatría, ante aquel hombre +portentoso que acababa de salvarse por un verdadero milagro.</p> + +<p>Febrer interrogó al muchacho sobre el supuesto agresor, fiando en su +conocimiento de las gentes del país, y el <i>Capellanet</i> sonrió con aire +de persona importante. Había escuchado el aullido. Era el mismo modo de +<i>aucar</i> que tenía el <i>Cantó</i>: muchos se hubiesen imaginado que era él. +Lo mismo aullaba en las serenatas, en las tardes de baile y a la salida +de los cortejos.</p> + +<p>—Pero no es él, don Jaime: estoy seguro. Si al <i>Cantó</i> le preguntan, +dirá que sí por darse importancia. Pero era el otro, el <i>Ferrer</i>, le +conocí la voz, y Margalida cree lo mismo.</p> + +<p>A continuación, con gesto grave, habló del necio miedo de las mujeres, +que sostenían la necesidad de avisar a la Guardia civil de San José.</p> + +<p>—Usted no hará eso. ¿Verdad, don Jaime, que es un disparate? Los +civiles sólo sirven para los cobardes.</p> + +<p>La sonrisa despectiva y el encogimiento de hombros con que le contestó +Febrer devolvieron al muchacho su aspecto alegre.</p> + +<p>—Ya me lo figuraba yo: eso no se usa en la isla. ¡Pero como usted es +forastero!... Hace usted bien: cada hombre debe defenderse él mismo; +para eso es hombre; y en caso apurado, buscar a los amigos.</p> + +<p>Y al decir esto pavoneábase, resumiendo en su persona toda la ayuda +poderosa con que podía contar don Jaime en momentos de peligro.</p> + +<p>El <i>Capellanet</i> quiso sacar provecho de este suceso, aconsejando al +señor la conveniencia de llevarle a vivir en la torre. Si él se lo pedía +al <i>siñó</i> Pep, éste no era capaz de negarle tal favor. Le convenía a don +Jaime tenerle a su lado: siempre serían dos para defenderse. Y para +apoyar la urgencia de la petición, recordaba el enfado del <i>siñó</i> Pep, y +la certeza de que éste iba a llevarlo a Ibiza a principios de la semana +próxima, para encerrarle en el Seminario. ¿Qué haría el señor cuando se +viese privado del más fiel de sus amigos?...</p> + +<p>Queriendo demostrar la utilidad de su presencia, censuraba los olvidos +de Febrer en la noche anterior. ¿A quién podía ocurrírsele asomar la +cabeza a la puerta cuando de fuera le estaban <i>aucando</i> con el arma +preparada? Por milagro no lo habían matado. ¿Y la lección que él le dio? +¿No recordaba su consejo de bajar por la ventana, a espaldas de la +torre, para sorprender al enemigo?...</p> + +<p>—Es verdad—dijo Jaime, realmente avergonzado de su olvido.</p> + +<p>El <i>Capellanet</i>, que saboreaba orgulloso el éxito de estos consejos, +tuvo un sobresalto al mirar por el hueco de la puerta.</p> + +<p>—<i>¡El pare!...</i></p> + +<p>Pep subía la cuesta lentamente, con los brazos atrás y el aspecto +meditabundo. El muchacho se alarmó al verle. Indudablemente, venía +malhumorado por las recientes noticias: no le convenía encontrarse con +él. Y repitiendo a Febrer una vez más la conveniencia de que le guardase +como compañero, echó las piernas fuera de la ventana, apoyó su vientre +en el alféizar, y se deslizó por el muro.</p> + +<p>El payés, al entrar en la torre, habló sin ninguna emoción del suceso de +la noche anterior, como si fuese un hecho normal que sólo alteraba +levemente la monotonía de la vida del campo. Las mujeres le habían +contado... él tenía un sueño pesadísimo... ¿De modo que no había sido +nada?...</p> + +<p>Escuchó con los ojos bajos y los pulgares juntos el breve relato del +señor. Luego fue a la puerta, para contemplar las huellas de los +proyectiles.</p> + +<p>—Un milagro, don Jaime, un verdadero milagro.</p> + +<p>Volvió a su silla, permaneciendo inmóvil largo rato, como si le costase +un gran esfuerzo interior hacer funcionar su tardo pensamiento.</p> + +<p>—El demonio anda en libertad, señor... Era de esperar; ya lo dije yo... +Cuando se quieren cosas imposibles, todo se enreda y se acaba la paz.</p> + +<p>Luego, levantando la cabeza, fijó sus ojos fríos y escrutadores en don +Jaime. Habría que avisar al alcalde; habría que decir todo esto a la +Guardia civil.</p> + +<p>Febrer hizo un gesto negativo. No; era un asunto de hombres, que debía +ventilar él mismo.</p> + +<p>Pep quedó con la vista fija en el señor, de un modo enigmático, como si +en su pensamiento luchasen encontradas ideas.</p> + +<p>—Hace usted bien—dijo al poco rato el cachazudo payés.</p> + +<p>Los forasteros pensaban de distinto modo, pero él se alegraba de que el +señor dijese lo mismo que decía su pobre padre (que en santa gloria +esté). En la isla todos pensaban igual: lo antiguo era lo cierto.</p> + +<p>Luego, Pep, sin consultar al señor, expuso su propósito de ayudarle en +su defensa. Era un deber de amistad. Él tenía su escopeta en la casa. +Hacía tiempo que no la usaba, pero en sus mocedades, cuando vivía su +famoso padre (que en santa gloria esté), había sido un regular tirador. +Vendría a pasar las noches en la torre, al lado de don Jaime, para que +éste no viviese solo, expuesto a una sorpresa durante el sueño.</p> + +<p>Tampoco se extrañó el payés de la rotunda negativa del señor, algo +ofendido por la proposición. Él era un hombre, no un chiquillo +necesitado de compañía. Cada uno en su casa, y podía venir lo que la +suerte quisiera.</p> + +<p>Pep asintió igualmente con movimientos de cabeza a estas palabras. Lo +mismo decía su padre, y como él todas las personas de bien que seguían +los antiguos usos. Parecía Febrer un hijo verdadero de la isla... Luego, +ablandado por la admiración que le inspiraba la energía de don Jaime, le +propuso otro arreglo. Ya que el señor no quería compañía en su torre, +podía bajar a dormir en <i>Can Mallorquí</i>. Una cama se la improvisarían en +cualquier parte.</p> + +<p>Febrer sintióse tentado por la proposición. ¡Ver a Margalida!... Pero el +tono de flojedad con que el padre le invitaba y el gesto inquieto con +que aguardó su respuesta le hicieron desistir. No; muchas gracias, Pep +se quedaba en la torre. Podían creer que cambiaba de vivienda a impulsos +del miedo.</p> + +<p>El payés volvió a mover la cabeza con signos de asentimiento. Comprendía +esta actitud; lo mismo haría él en su situación. Pero esto no era +obstáculo para que Pep durmiese menos por la noche, y si oía gritos o +tiros cerca de la torre saliese al campo con su vieja escopeta.</p> + +<p>Y como si esta obligación que se imponía de dormir con zozobra, pronto a +exponer la piel en defensa de su antiguo amo, rompiese la calma en que +se había mantenido hasta entonces, el payés elevó los ojos y juntó sus +manos:</p> + +<p>—<i>¡Ay, Siñor!¡Siñor!...</i></p> + +<p>El diablo andaba suelto; volvía a repetirlo: ya no había tranquilidad. +Todo por no creerle a él; por ir contra la corriente de los usos +antiguos, que establecieron personas más sabias que las de ahora... ¿En +qué pararía todo esto?</p> + +<p>Febrer intentó tranquilizar al payés, y se le escapó un pensamiento que +deseaba mantener oculto. Podía tranquilizarse Pep. Él se marchaba para +siempre, no queriendo turbar su paz y la de su familia.</p> + +<p>¡Ah! ¿Era de veras que se iba el señor?... La alegría del campesino fue +tan grande y tan viva su sorpresa, que Jaime quedó indeciso. Le pareció +ver en los ojillos del rústico, animados por el gozo de la noticia +inesperada, cierta malicia. ¿Si creería aquel isleño que su repentino +viaje era por huir de los enemigos?...</p> + +<p>—Me voy—dijo mirando a Pep con hostilidad—, pero no sé cuándo. Más +adelante... cuando me parezca. Antes tengo que vivir aquí, para que me +encuentre el que me busque.</p> + +<p>Pep tuvo un gesto de resignación: se desvaneció su alegría; pero estuvo +próximo a asentir también a estas palabras, añadiendo que lo mismo +hubiese hecho su padre y lo mismo creía él.</p> + +<p>Cuando el payés se levantó para marcharse, Febrer, que estaba junto a la +puerta, distinguió cerca de la alquería al <i>Capellanet</i>, y esto trajo a +su memoria el deseo del muchacho. Si a Pep no le molestaba su petición, +podía dejar al <i>atlot</i> para que le acompañase en la torre.</p> + +<p>Pero el padre acogió su ruego ásperamente. No, don Jaime. Si necesitaba +compañía, allí estaba él, que era un hombre. El muchacho a estudiar. El +diablo iba suelto, y hora era ya de imponer su autoridad y que la +familia no siguiese desarreglada. En la próxima semana pensaba llevarlo +al Seminario. Era su última palabra.</p> + +<p>Febrer, al quedar solo, bajó a la orilla del mar. El tío Ventolera +reparaba con estopa y alquitrán las junturas de su barca, puesta en +seco. Tendido en ella como si fuese un enorme ataúd, buscaba con sus +débiles ojos los intersticios, y al encontrar uno falto de carena, su +alegría le hacía prorrumpir a toda voz en latinajos cantados.</p> + +<p>Al notar que la barca se movía y ver apoyado en la borda al señor, el +viejo tuvo una sonrisa maliciosa, e interrumpió sus cánticos.</p> + +<p>—<i>¡Hola, don Chaume!...</i></p> + +<p>Lo sabía todo. Las mujeres de <i>Can Mallorquí</i> le habían contado la +noticia, y a aquellas horas circulaba por el <i>cuartón</i>, pero de oído en +oído, como se debe hablar de estas cosas, sin que se enteren las gentes +de la justicia, que sólo sirven para enredarlo todo. ¿Conque le habían +buscado la noche anterior, <i>aucándolo</i> para que saliese de la torre?... +¡Ji, ji! A él también... a él también, en otros tiempos, cuando hacía el +amor a su difunta entre dos viajes, lo había <i>aucado</i> cierto camarada +que era rival suyo. Pero él se llevó a la muchacha por tener la mano más +lista; total, una cuchillada al amigo en pleno pecho, que le tuvo mucho +tiempo entre la vida y la muerte. Luego había vivido en guardia siempre +que bajaba a tierra, para librarse de la venganza de su enemigo; pero +los años pasan, todo se olvida, y los dos compadres acabaron por +contrabandear juntos, navegando desde Argel a Ibiza o las costas de +España.</p> + +<p>El tío Ventolera reía, con risa infantil, complacido por estos recuerdos +juveniles que resurgían en su memoria siempre que oía hablar de tiros, +cuchilladas y provocaciones en la noche. ¡Ay! ¡A él ya no lo <i>aucarían</i>! +Esto quedaba para los jóvenes. Y su acento era melancólico al no verse +mezclado en los lances de amor y de guerra, que juzgaba indispensables +para una existencia feliz.</p> + +<p>Febrer le dejó cantando la misa mientras terminaba su carenaje. En la +torre encontró la cesta de su comida sobre la mesa. El <i>Capellanet</i> la +había dejado sin esperar, obedeciendo sin duda a algún llamamiento +urgente de su padre malhumorado. Después de comer volvió Jaime a +contemplar los dos agujeros que los proyectiles habían abierto en el +muro. Pasada la excitación del peligro, y al apreciar fríamente la +gravedad de éste, sintió una cólera vengativa, más intensa que la que le +había impulsado hacia la puerta en la noche anterior. Unos milímetros +más abajo al apuntar, y habría rodado en la obscuridad, al pie de la +puerta, como una bestia cazada. ¡Cristo! ¡Y así podía morir un hombre de +su clase, víctima de la traición y el acecho de uno de aquellos +rústicos!...</p> + +<p>Su cólera tomó un impulso vengativo. Sintió la necesidad de provocar, de +ser arrogante, de aparecer sereno y amenazador ante aquellos hombres, +entre los cuales se ocultaban sus adversarios.</p> + +<p>Descolgó la escopeta, examinó sus cargas, se la echó al hombro y +descendió de la torre, tomando el mismo camino de la tarde anterior. Al +pasar junto a <i>Can Mallorquí</i>, los ladridos del perro hicieron salir a +la puerta a Margalida y su madre. Los hombres estaban en un campo lejano +que cultivaba Pep. La madre, lloriqueante y con la palabra cortada por +la emoción, sólo sabía coger las manos del señor.</p> + +<p>—<i>¡Don Chaume! ¡Don Chaume!...</i></p> + +<p>Debía tener mucho cuidado, salir poco de la torre, estar en guardia +contra los enemigos. Y Margalida, silenciosa, con los ojos +desmesuradamente abiertos, contemplaba a Febrer, revelando admiración y +zozobra. No sabía qué decir; su alma simple parecía recogerse +humildemente, no encontrando palabras para expresar sus pensamientos.</p> + +<p>Jaime continuó su camino. Al volverse repetidas veces vio a Margalida, +de pie bajo el porche, siguiéndolo con visible ansiedad. El señor iba de +caza como otras veces, pero ¡ay! tomaba el sendero de la montaña, iba +hacia el bosque de pinos, en una de cuyas calvas estaba la herrería.</p> + +<p>Durante el camino rumiaba Febrer proyectos de ataque. Estaba resuelto a +una acción inmediata. Apenas saliese el <i>verro</i> a la puerta de su casa, +le dispararía los dos tiros de la escopeta. Él ventilaba sus negocios a +la luz del sol, y sería más afortunado: sus dos balas no irían a +clavarse en el muro.</p> + +<p>Pero al llegar a la fragua la encontró cerrada. ¡Nadie! El herrero había +desaparecido; la vieja vestida de negro no estaba allí para recibirle +colérica con el fulgor hostil de su único ojo.</p> + +<p>Se sentó al pie de un árbol como la otra vez, con la escopeta preparada, +resguardándose detrás del tronco, por si esta soledad ocultaba una +asechanza. Transcurrió mucho tiempo; las palomas silvestres, enardecidas +por la calma y la soledad de la fragua, revoloteaban en la plazoleta sin +fijarse en el cazador, inmóvil y olvidado de ellas. Un gato avanzaba +lentamente por el ruinoso tejado, con estiramientos de tigre, +pretendiendo atrapar a los inquietos gorriones.</p> + +<p>Pasó más tiempo. La espera y la inmovilidad serenaron a Febrer. ¿Qué +hacía allí, lejos de su casa, en medio del monte, próximo ya el +crepúsculo, esperando a un enemigo de cuya culpabilidad sólo tenía vagos +indicios? El herrero tal vez estaba en su casa. Se habría encerrado al +verle llegar, y era inútil esperarle. También podía ser que se hubiera +marchado lejos, con la vieja, y no volviese hasta bien entrada la noche. +Debía partir.</p> + +<p>Y con la escopeta en la mano, para ser el primero en disparar si +encontraba al enemigo, emprendió el regreso al valle.</p> + +<p>Otra vez volvió a encontrar en el camino payeses y muchachas que le +miraron con tenaz curiosidad, contestando apenas a su saludo. Otra vez +vio al <i>Cantó</i> con su cabeza entrapajada, en el mismo sitio, rodeado de +amigos, a los que hablaba con violentas gesticulaciones. Al reconocer al +señor de la torre, antes de que sus camaradas pudieran sujetarle, se +agachó, y agarrando dos piedras en los endurecidos surcos, arrojólas +contra aquél. Los rústicos proyectiles, a impulsos de un brazo débil, no +llegaron a hacer la mitad de su camino. Luego, irritado por la +despectiva serenidad de Febrer, que seguía adelante, el <i>atlot</i>, +prorrumpió en amenazas. ¡Mataría al mallorquín! lo declaraba a gritos. +¡Que todos supiesen que él juraba el exterminio de este hombre!</p> + +<p>Jaime sonrió tristemente ante estas amenazas. No; el cordero rabioso no +era el que había venido a la torre del Pirata a matarle. Sus +escandalosas vociferaciones bastaban para demostrarlo.</p> + +<p>El señor pasó tranquilamente la primera parte de la noche. Luego de +cenar, cuando se fue el hermano de Margalida con la triste certeza de +que su padre no desistía de llevarlo al Seminario, Jaime cerró la +puerta, colocando tras ella la mesa y las sillas. Temía ser sorprendido +durante el sueño. Apagó la luz y fumó en la obscuridad, complaciéndose +en el latido del pequeño tizón del cigarro, que se ensanchaba con sus +chupetones. Tenía la escopeta cerca y el revólver en la faja, pronto a +hacer uso de ellos al menor movimiento de la puerta. Habituado su oído a +los rumores de la noche y a la respiración del mar, buscaba al través de +éstos un roce, un indicio de que en aquella soledad había otros seres +humanos aparte de él.</p> + +<p>Pasó mucho tiempo. A la luz del cigarro miró la esfera de su reloj. Las +diez. Lejos sonaron ladridos, y Jaime creyó reconocer al perro de <i>Can +Mallorquí</i>. Tal vez delataba el paso de alguien aproximándose a la +torre. Ya estaba cerca el enemigo: era posible que se arrastrase +cautelosamente, fuera de la senda, entre las ramas de los tamariscos.</p> + +<p>Se incorporó, requiriendo la escopeta, buscando en su faja el revólver. +Tan pronto como oyese un grito de reto o un temblor en la puerta, se +echaba ventana abajo, y dando vuelta a la torre, cogía al enemigo por la +espalda.</p> + +<p>Pasó más tiempo... ¡Nada! Febrer quiso mirar el reloj, pero sus manos no +obedecían a su voluntad. Ya no brillaba en la sombra la punta rojiza del +cigarro. Su cabeza había acabado por caer sobre la almohada; sus ojos se +cerraron: oyó gritos de reto, tiros, maldiciones, pero esto fue en un +estado anormal, como si viviese en otro mundo, donde los insultos y los +ataques no despertaban su sensibilidad. Luego... nada: una sombra densa, +una noche profunda e interminable, sin el más leve destello de visión... +Le despertó un rayo de sol que, pasando por una rendija de la ventana, +venía a dar en sus ojos. Renació con la luz diurna la blancura de +aquellos muros, que parecían sudar durante la noche la sombra y el +bárbaro misterio de otros siglos.</p> + +<p>Jaime se levantó contento, y al deshacer la barricada de muebles que +obstruía la puerta, rio algo avergonzado de su precaución, +considerándola casi una cobardía. Las mujeres de <i>Can Mallorquí</i> le +habían trastornado con su miedo. ¡Quién podía venir a buscarle en la +torre, sabiendo que estaba alerta y lo recibiría a tiros! La ausencia +del <i>Ferrer</i> cuando él se había presentado en la fragua y la calma de la +noche anterior daban que pensar a Jaime. ¿Estaría herido el <i>verro</i>? ¿Le +habría alcanzado alguna de sus balas?...</p> + +<p>Pasó la mañana en el mar. El tío Ventolera le llevó hasta el Vedrá, +alabando la ligereza y otros méritos de su barca. La reparaba año tras +año, no quedando en ella ni una astilla de su primitiva construcción. +Pescaron al abrigo de las rocas hasta media tarde. Al volver a la torre, +Febrer vio al <i>Capellanet</i> que corría por la playa agitando en lo alto +una cosa blanca.</p> + +<p>Antes de saltar a tierra, cuando la barca hundía su proa en la grava, el +muchacho le gritó con la impaciencia del que trae una gran noticia:</p> + +<p>—<i>¡Una carta, don Chaume!</i></p> + +<p>¡Una carta!... En aquel rincón del mundo, el más extraordinario suceso +que podía turbar la vida ordinaria era la llegada de una carta. Febrer +la revolvió en sus manos, examinándola como algo extraño y lejano. Miró +el sello; luego miró la letra del sobre... La conocía; despertaba en su +memoria la misma impresión de un rostro amigo al que no podemos asociar +un nombre. ¿De quién era?...</p> + +<p>El <i>Capellanet</i>, mientras tanto, daba explicaciones sobre este gran +suceso. La carta la había traído el peatón a media mañana. Era del +vapor-correo de Palma, llegado a Ibiza en la noche anterior. Si deseaba +contestarla, debía hacerlo sin pérdida de tiempo. El buque volvería a +Mallorca al día siguiente.</p> + +<p>Mientras iba Jaime hacia la torre, rompió el sobre y buscó la firma, +casi al mismo tiempo que en su memoria se precisaba el recuerdo y surgía +un nombre: ¡Pablo Valls!... El capitán Pablo le escribía luego de medio +año de silencio, y su carta era larga: varias hojas de papel comercial +cubiertas de apretada escritura.</p> + +<p>A las primeras líneas, el mallorquín sonrió. El capitán estaba allí, en +aquellos renglones, con su ruda y desbordante personalidad, escandaloso, +simpático y agresivo. Febrer creyó contemplar sobre el papel su nariz +enorme y pesada, sus patillas canosas, sus ojos de color de aceite con +pintas de tabaco, su chambergo abollado puesto de través.</p> + +<p>La carta comenzaba de un modo terrible: «Querido sinvergüenza.» Y en el +mismo estilo seguían los primeros párrafos.</p> + +<p>—Esto vale la pena—murmuró sonriendo—. Esto hay que leerlo despacio.</p> + +<p>Y guardando la carta, con el regodeo del que se reserva un gran placer, +Jaime subió a la torre después de despedir al muchacho.</p> + +<p>Sentado junto a la ventana, con el busto echado atrás y la espalda +apoyada en la mesa, comenzó a leer. Una explosión de furia cómica, de +insultos cariñosos, de indignaciones por cosas olvidadas, llenaba las +primeras páginas. Pablo Valls desbordaba su graciosa incoherencia, como +un charlatán condenado largo tiempo al silencio y que sufre el suplicio +de una verbosidad comprimida. Echaba en cara a Febrer su origen y su +orgullo, que le habían impulsado a huir sin despedirse de los amigos. +«Al fin, de raza de inquisidores.» Sus abuelos habían quemado a los de +Valls: ¡que no lo olvidase! Pero en algo habían de distinguirse los +buenos de los malos; y él, el réprobo, el <i>chueta</i>, el hereje aborrecido +de unos y otros, había correspondido a esta falta de amistad ocupándose +de los asuntos de Jaime. Seguramente le habría escrito varias veces de +esto su amigo Toni Clapés, cuyos negocios marchaban bien, como siempre, +aunque acababa de sufrir algunas contrariedades. Le habían cogido dos +barcas cargadas de tabaco.</p> + +<p>«Pero no divaguemos: al grano. Ya sabes que soy un hombre práctico, un +verdadero inglés, enemigo de perder el tiempo.»</p> + +<p>Y el hombre práctico, el inglés, para no divagar más, cubría otras dos +hojas con las explosiones de su indignación contra todo lo que le +rodeaba: contra sus hermanos de raza, tímidos y humildes, que +besuqueaban la mano enemiga; contra los nietos de los antiguos +perseguidores; contra el feroz padre Garau, del que no quedaba ya ni +polvo; contra la isla entera, la famosa <i>Roqueta</i>, a la que vivían +sujetos los suyos por un amor al terruño, pagado siempre con +aislamientos e insultos.</p> + +<p>«Pero no divaguemos: orden, método y claridad. Sobre todo, escribamos +prácticamente. La falta de carácter práctico es lo que nos pierde.»</p> + +<p>Y hablaba a continuación de «la Papisa Juana», tremenda señora que Pablo +Valls había visto siempre de lejos, por ser para ella la personificación +de todas las impiedades revolucionarias y todos los pecados de su raza. +«Por este lado no tengas esperanza.» La tía de Febrer sólo se acordaba +de él para lamentarse de su mal fin y alabar la justicia del Señor, que +castiga a los que caminan por malos senderos y se apartan de las santas +tradiciones de la familia. Unas veces le creía en Ibiza la buena señora; +otras afirmaba saber con certeza que habían visto a su sobrino en +América, dedicado a los más bajos oficios. «De todos modos, cachorro de +inquisidor, tu santa tía no se acuerda de ti y no debes esperar de ella +el menor auxilio.» Ahora se murmuraba en la ciudad que renunciando +definitivamente a las pompas del mundo y tal vez a la «Rosa de Oro» +pontifical, que nunca acababa de llegar, entregaría sus bienes a los +sacerdotes de su corte, yendo a encerrarse en un convento con todas las +comodidades de una dama de privilegio. «La Papisa» se alejaba para +siempre; imposible esperar nada de ella. «Y aquí entro yo, pequeño +Garau; yo el réprobo, el <i>chueta</i>, el rabudo, que deseo ser adorado y +reverenciado por ti como si fuese la Providencia.»</p> + +<p>Al fin, el hombre práctico, el enemigo de las divagaciones, cumplía su +promesa, y el estilo de la carta tornábase conciso, con una sequedad +comercial. Primeramente un largo relato de los bienes que aún poseía +Jaime antes de partir de Mallorca, esclavos de toda clase de gravámenes +e hipotecas; luego una lista de sus acreedores, que era mayor que la de +los bienes, seguida de una relación de intereses y obligaciones, +enmarañada red en la que se perdía la memoria de Febrer, pero por en +medio de la cual caminaba Valls rectamente, con la seguridad de los de +su raza para desentrañar los más confusos negocios.</p> + +<p>El capitán Pablo había pasado medio año sin escribir a su amigo, pero +ocupándose todos los días de sus asuntos. Había peleado con los más +feroces usureros de la isla, insultando a unos, venciendo a otros en +astucia, valiéndose de la persuasión o de la bravata, avanzando dineros +para satisfacer los créditos más urgentes, cuyos tenedores amenazaban +con el embargo y la venta. Total: había dejado limpia y sana la fortuna +de su amigo, pero ésta resurgía del terrible combate achicada y casi +insignificante. Sólo le restaban a Febrer unos miles de duros: tal vez +no llegarían a quince; pero mejor era esto que vivir en su antiguo +ambiente de gran señor sin tener que comer y sometido a las exigencias +de los acreedores. «Ya es hora de que vuelvas. ¿Qué haces ahí? ¿Vas a +estar toda tu vida como un Robinsón en esa torre de piratas?» Debía +volver inmediatamente, para vivir en alegre modestia. La vida en +Mallorca es barata. Además, podía solicitar un empleo del Estado. Con su +nombre y sus relaciones no era difícil conseguirlo.</p> + +<p>También podía dedicarse al comercio, bajo la dirección y consejo de un +hombre como él. Si deseaba viajar, no le sería difícil a Valls buscarle +una colocación en Argelia, en Inglaterra o en América. El capitán tenía +amigos en todas partes. «Vuelve pronto, pequeño Garau, inquisidor +simpático; no te digo más.»</p> + +<p>Pasó Febrer el resto de la tarde leyendo la carta o paseando por los +alrededores de la torre, conmovido por tales noticias. Los recuerdos de +su pasada existencia, amortiguados por la vida solitaria, surgían ahora +con el mismo relieve que si fuesen sucesos del día anterior. ¡Los cafés +del Borne! ¡Sus amigos del Casino!... ¡Volver allá, pasando de un salto +a la vida ciudadana, luego de su reclusión casi salvaje en la torre!... +Se marcharía cuanto antes: estaba resuelto a ello. Partiría a la mañana +siguiente, aprovechando el viaje de vuelta del mismo vapor que había +traído la carta.</p> + +<p>El recuerdo de Margalida surgió en su memoria, pretendiendo retenerle en +la isla. La veía blanca, con sus adorables redondeces y sus ojos tímidos +y bajos, que parecían ocultar como un pecado el negro ardor de sus +pupilas. ¡Dejarla! ¡no verla más!... ¡Y ella iba a ser de uno de +aquellos bárbaros, que profanarían su belleza usándola en las faenas del +campo, convirtiéndola poco a poco en una bestia agrícola, negra, callosa +y arrugada!...</p> + +<p>Pero una afirmación pesimista le arrancó al poco tiempo de esta duda +cruel. Margalida no le amaba, no podía amarle. Un mutismo desconcertante +y lágrimas misteriosas era todo lo que él había podido conseguir con sus +declaraciones de amor. ¿A qué empeñarse en conquistar lo que a todos +parecía imposible? ¿Por qué seguir la lucha sorda con toda la isla, por +una mujer que aún no sabía él ciertamente si le amaba?</p> + +<p>La alegría de las recientes noticias volvió escéptico a Febrer. «Nadie +se muere de amor.» Le costaría un gran esfuerzo abandonar aquella tierra +al día siguiente; experimentaría honda tristeza al perder de vista la +blancura africana de <i>Can Mallorquí</i>. Pero al sentirse libre del +ambiente de la isla y volver a su antigua existencia, tal vez no fuese +Margalida más que un pálido recuerdo, y él reiría el primero de esta +pasión de una <i>atlota</i> hija de un antiguo arrendatario de su familia.</p> + +<p>No vaciló más. Esta noche la pasaría en la soledad de la torre, como un +hombre primitivo de los que viven acechados por el peligro, dispuestos a +matar; a la noche siguiente estaría sentado ante la mesa de un café, +bajo el resplandor de los focos eléctricos, viendo carruajes junto a las +aceras y pasando por el centro del Borne mujeres más hermosas que +Margalida. «¡A Mallorca!» No viviría en un palacio: el caserón de los +Febrer lo perdía para siempre en el arreglo revolucionario y salvador +ideado por el amigo Valls; pero no le faltaría una casita pequeña y +limpia en el Terreno u otro barrio vecino al mar, y en ella la compañía +y los cuidados maternales de <i>madó</i> Antonia. Ninguna tristeza, ninguna +vergüenza le esperaba allá. Hasta se vería libre de don Benito Valls y +de su hija, a los que había abandonado de un modo incorrecto, sin +palabras de excusa. El rico <i>chueta</i>, según anunciaba su hermano en la +carta, vivía ahora en Barcelona para cuidar mejor de su salud. +Indudablemente, como creía el capitán Pablo, este viaje era para +encontrar un yerno lejos de las preocupaciones que perseguían en la isla +a los de su raza.</p> + +<p>Al cerrar la noche llegó el <i>Capellanet</i> llevando la cesta de la cena. +Mientras Febrer comía ávidamente, con el buen apetito de la alegría, el +muchacho anduvo por la habitación, atisbando con ojos ansiosos, por si +podía encontrar aquella carta que había excitado su curiosidad. «Nada.» +La alegría del señor acabó por contagiarle, y rio también, sin saber de +qué, creyéndose obligado a mostrar buen humor, ya que don Jaime estaba +contento.</p> + +<p>Febrer bromeó sobre su próxima ida al Seminario. Pensaba hacerle un +regalo, pero un regalo extraordinario, como él no podía imaginárselo, y +al lado del cual nada valdría el cuchillo. Sus ojos, al decir esto, +miraban la escopeta colgada del muro.</p> + +<p>Cuando se fue el muchacho, cerró la puerta y se entretuvo a la luz de la +vela en hacer el inventario y distribución de los objetos que llenaban +su vivienda. En un antiguo arcón de madera, tallado a cuchillo +groseramente, estaban dobladas con cuidado por Margalida, entre hierbas +olorosas, las ropas con que había llegado él de Mallorca. Las vestiría a +la mañana siguiente. Pensó con cierto terror en el suplicio de las botas +y el tormento del cuello de la camisa, después de su larga temporada de +campestre libertad; pero quería salir de la isla lo mismo que había +venido a ella. Lo demás lo regalaba a Pep y la escopeta a su hijo, +riendo del gesto del pequeño seminarista ante este presente, que llegaba +algo tarde... Ya cazaría, con ella cuando fuese cura de uno de los +<i>cuartones</i> de la isla.</p> + +<p>Volvió a sacar del bolsillo la carta de Valls, complaciéndose en leerla +lentamente, como si cada vez encontrase en su texto nuevas noticias. +Mientras leía estos párrafos, que ya le eran familiares, su pensamiento +trabajaba aparte a impulsos de la alegría. ¡El buen amigo Pablo! ¡Y qué +a tiempo llegaban sus consejos!... Le sacaba de Ibiza en el instante más +oportuno, cuando se veía en guerra abierta con todas aquellas gentes +rudas, que deseaban la muerte del forastero. No se equivocaba el +capitán. ¿Qué hacía allí, como un Robinsón, que ni siquiera podía +disfrutar la placidez de la soledad?... Valls, oportuno como siempre, le +libraba del peligro.</p> + +<p>Su vida de horas antes, cuando aún no había recibido la carta, parecíale +absurda y ridícula.. Ahora era otro hombre. Sonreía con lástima y +vergüenza de aquel loco que el día anterior, llevando la escopeta al +hombro, había emprendido el camino de la montaña para buscar a un +antiguo presidiario, retándolo a bárbaro combate en la soledad del +bosque. ¡Como si toda la vida del planeta estuviese concentrada en la +pequeña isla y hubiera que matar para poder existir en ella!... ¡Como si +no hubiese vida ni civilización más allá de la sábana azul que rodeaba a +este pedazo de tierra, con su grupo humano de almas primitivas, +petrificadas en las costumbres de otros siglos! Ésta era la última noche +de su existencia salvaje. Al día siguiente, todo lo ocurrido no sería +más que una aglomeración de recuerdos interesantes, con cuyo relato +podría entretener a sus amigos del Borne.</p> + +<p>Cortó Febrer repentinamente sus pensamientos, separando los ojos del +papel. Al encontrar su mirada una mitad de la habitación en la sombra y +otra mitad en una luz rojiza que hacía temblar los objetos, pareció +volver del lejano viaje al que le arrastraba su imaginación. Aún vivía +en la torre del Pirata; aún estaba en medio de lobregueces, de una +soledad poblada por los rumores de la Naturaleza, en el interior de un +cubo de piedra cuyas paredes parecían sudar lóbrego misterio.</p> + +<p>Algo había sonado fuera de la torre: un grito, un aullido, distinto del +de la otra noche, más sofocado, más lejano. Jaime tuvo la sensación de +que este grito venía de muy cerca, de que tal vez lo lanzaba alguien +oculto en los grupos de tamariscos.</p> + +<p>Concentró su atención, y al poco rato el aullido volvió a sonar. Era el +mismo <i>aucamiento</i> de la otra noche, pero sordo, quedo, ronco, como si +el que lo lanzaba tuviese miedo de que el grito se esparciese demasiado, +colocando sus manos en torno a la boca para enviarlo con esta bocina +natural únicamente hacia la torre.</p> + +<p>Pasada la primera sorpresa, rio silenciosamente, encogiendo los hombros. +No pensaba moverse. ¿Qué le importaban ya estas costumbres primitivas, +estos retos de payeses? «Aúlla, buen hombre; grita hasta que te canses: +estoy sordo.»</p> + +<p>Y para distraer su atención volvió a leer la carta, complaciéndose en el +saboreo de la larga lista de acreedores, muchos de cuyos nombres +evocaban visiones coléricas o grotescos recuerdos.</p> + +<p>El aullido continuó sonando a largos intervalos, y cada vez que su ronca +estridencia cortaba el silencio, Febrer se estremecía de impaciencia y +de cólera. «¡Cristo! ¿Iba a pasar así la noche, desvelado por esta +serenata amenazadora?...»</p> + +<p>Pensó que tal vez el enemigo, oculto en la maleza, veía las rendijas de +la puerta iluminadas y esto le hacía persistir en sus provocaciones. +Apagó la vela y se tendió en la cama, experimentando una sensación de +bienestar al verse en la obscuridad, con la espalda hundida en las +crujientes blanduras del jergón. Podía aullar horas y horas hasta perder +la voz aquel bárbaro. Él no quería moverse. ¿Qué le importaban sus +insultos?... Y rio con una alegría de bienestar animal, en la blandura +de su lecho, mientras el otro enronquecía oculto tras los matorrales, +con el arma preparada y el ojo atento. ¡Qué chasco para el enemigo!...</p> + +<p>Febrer casi se durmió arrullado por estos gritos de amenaza. Había +colocado tras la puerta la misma barricada de la noche anterior. +Mientras sonasen los gritos tenía la certeza de que ningún peligro le +amenazaba. De pronto, se incorporó, repeliendo ese sopor que precede al +sueño. Ya no sonaban aullidos. Lo que le había desvelado era el misterio +del silencio, más amenazador e inquietante que las vociferaciones de la +hostilidad.</p> + +<p>Avanzando la cabeza, creyó percibir entre los rumores confusos y +fundidos de la respiración nocturna un roce, un leve crujir de madera, +algo semejante al ligero peso de un gato trepando de peldaño en peldaño +por la escala de la torre, con largas pausas de inmovilidad.</p> + +<p>Jaime buscó el revólver y aguardó con él en la diestra. El arma parecía +temblar entre sus dedos. Comenzaba a sentir la cólera del hombre fuerte +que adivina junto a su puerta el rondar de un enemigo.</p> + +<p>La lenta ascensión se detuvo, tal vez en mitad de la escala, y tras +largo silencio, oyó el solitario una voz queda, una voz que sonaba sólo +para él. Era la voz del <i>Ferrer</i>: la reconocía. Le invitaba a salir; le +llamaba cobarde, uniendo a este insulto otras injurias para la odiada +isla donde había nacido.</p> + +<p>Con irreflexivo impulso, se levantó Jaime de la cama, sonando +ruidosamente el jergón bajo el hundimiento de sus rodillas. Al estar de +pie, en la obscuridad, con el revólver en la mano, volvió a tenerse +lástima por este movimiento y a despreciar a su retador. ¿Por qué +hacerle caso? Debía volver a acostarse... Hubo una larga pausa, como si +el enemigo, al escuchar los crujimientos del jergón, esperase que el +habitante de la torre fuera a salir de un momento a otro. Pero +transcurrió algún tiempo, y la voz ronca e injuriosa volvió a sonar en +la calma de la noche. Le llamaba cobarde otra vez; invitaba a salir al +mallorquín. «Sal, hijo de...»</p> + +<p>Febrer, ante este insulto, tembló, guardándose el revólver en la faja. +¡Su madre, su pobre madre, pálida, enferma, dulce como una santa, +resucitando con el más infamante de los insultos en la boca de aquel +presidiario!...</p> + +<p>Anduvo instintivamente hacia la puerta, tropezando a los pocos pasos con +la mesa y las sillas amontonadas. No; la puerta no... Un rectángulo de +luz brumosa y azul se marcó en el muro lóbrego. Jaime acababa de abrir +la ventana. El fulgor sideral iluminó débilmente la contracción de su +rostro, un rictus frío, desesperado, cruel, que le daba gran semejanza +con el comendador don Príamo y otros navegantes de guerra y destrucción, +cuyos retratos se empolvaban en el palacio de Mallorca.</p> + +<p>Sentóse en el alféizar, echando las piernas fuera, y lentamente empezó a +descender, tanteando con los pies las oquedades del muro para evitar que +rodasen piedras sueltas, denunciándole con su estrépito.</p> + +<p>Al tocar tierra sacó el revólver de la faja, y agachándose, casi de +rodillas, con una mano en el suelo, comenzó a seguir el contorno de la +base de la torre. Sus pies se enredaron en las raíces de los tamariscos +que el viento había dejado al descubierto, y se hundían en la arena como +marañas de serpientes negras. Cada vez que un tropezón de éstos le hacía +vacilar, obligándole a rudos tirones para seguir adelante, cada vez que +una piedra rodaba o crujía, deteníase, conteniendo su respiración. +Temblaba, no de miedo, sino de ansiedad y zozobra, con la inquietud del +cazador que teme llegar tarde. ¡Ah, si caía sobre el enemigo, si le +pillaba cerca de la puerta, lanzando a media voz sus mortales +injurias!...</p> + +<p>Arrastrándose como una bestia, casi a flor del suelo, llegó a ver el +extremo inferior de su escala, luego los peldaños superiores, y al fin +la puerta negra en mitad del cubo de la torre, que aparecía blanco bajo +el fulgor de las estrellas. ¡Nadie! El enemigo había huido.</p> + +<p>La sorpresa le hizo incorporarse, avizorando con inquietud la negra y +ondulante mancha de matorrales que se extendía ladera abajo. Este examen +duró poco. Un culebreo rojo, una ondulación llameante y breve, seguida +de una nubecilla y de un trueno, salió de entre los tamariscos, a corta +distancia de él. Jaime creyó recibir en el pecho una piedra, un guijarro +caliente que tal vez había hecho saltar el estrépito de la detonación.</p> + +<p>«¡No es nada!», pensó.</p> + +<p>Pero al mismo tiempo viose en el suelo, sin saber cómo, tendido de +espaldas.</p> + +<p>«¡No es nada!», pensó otra vez.</p> + +<p>Y revolviéndose instintivamente, dio la vuelta, quedando con el pecho en +tierra, apoyado en una mano y tendiendo la otra, que empuñaba el +revólver. Sentíase fuerte, repetía en su interior que aquello no era +nada, pero el cuerpo se negó con súbita torpeza a obedecer su voluntad. +Parecía pegado al suelo por una dolorosa simpatía.</p> + +<p>Vio agitarse los matorrales como movidos por una bestia obscura, +cautelosa y maligna. Allí estaba el enemigo. Primero avanzó la cabeza, +luego el busto, al fin sacó las piernas de entre el ramaje crujidor.</p> + +<p>Febrer, con la rápida visión que acompaña al ahogado y al moribundo en +sus últimos instantes, visión en la que se concentran los fugitivos +recuerdos de toda la vida anterior, pensó en su juventud, cuando tiraba +a la pistola en el jardín de Palma tendido en el suelo y fingiéndose +herido, como un ensayo de ilusorios encuentros. Por primera vez iba a +servirle esta caprichosa precaución.</p> + +<p>Vio claramente el bulto negro del enemigo inmóvil ante el punto de mira +de su revólver. Le vio cada vez más turbio, más indeciso, como si la +noche se obscureciese por momentos. Avanzaba cautelosamente, también con +un arma en la mano, sin duda para rematarlo. Entonces tiró del gatillo +una, y otra, y otra vez, creyendo que el arma no funcionaba, sin llegar +a oír sus detonaciones, diciéndose en su desesperación que el enemigo +iba a caer sobre él, privado de defensa. Ya no le veía. Una niebla +blanca se extendió ante sus ojos; le zumbaron los oídos... Pero cuando +creía sentir cerca de él a su contrario, la niebla se deshizo, volvió a +ver la luz tranquila y azul de la noche, y a pocos pasos, tendido +igualmente en el suelo, un cuerpo que se revolvía, que se arqueaba, +arañando la tierra, lanzando un ronquido angustioso, un hipo de muerte.</p> + +<p>Jaime no pudo comprender este prodigio. ¿Realmente era él quien había +tirado?...</p> + +<p>Quiso levantarse, y sus manos, al palpar el suelo, chapotearon en un +barro denso y caliente. Se tocó el pecho, y también lo encontró mojado +por algo tibio y espeso que chorreaba en hilillos sutiles e incesantes. +Intentó contraer las piernas para arrodillarse, y las piernas no le +obedecieron. Sólo entonces se convenció de que estaba herido.</p> + +<p>Sus ojos perdieron la limpieza de su visión. Contempló doble la torre, +luego triple, después toda una cortina de cubos de piedra que se +extendía por la costa hundiéndose mar adentro. Esparcióse un gusto acre +por su paladar y sus labios. Le pareció que bebía algo caliente y +viscoso, pero que lo bebía al revés, por un capricho del mecanismo de su +vida, viniendo el extraño licor a su paladar desde lo más recóndito de +sus entrañas. El bulto negro que se revolvía entre ronquidos a pocos +pasos de él agrandábase cada vez que en sus contorsiones tocaba el +suelo. Era ya una bestia apocalíptica, un monstruo de la noche que al +arquearse llegaba a las estrellas.</p> + +<p>El ladrido de un perro y voces de personas disolvieron estas +fantasmagorías de la soledad. De la sombra surgieron luces.</p> + +<p>—<i>¡Don Chaume!¡Don Chaume!...</i></p> + +<p>¿De quién era esta voz femenil? ¿Dónde la había oído?...</p> + +<p>Vio bultos negros que se movían, que se inclinaban, llevando en las +manos estrellas rojas. Vio un hombre que retenía a otro más pequeño, y +en la mano de este último un relámpago blanco, tal vez un cuchillo, con +el que pretendía rematar al monstruo pataleante.</p> + +<p>No vio más. Sintió que unos brazos suaves, de fina epidermis y dulce +calor, le cogían la cabeza. Una voz, la misma de antes, trémula y +llorosa, sonó en sus oídos:</p> + +<p>—<i>¡Don Chaume!¡Ay, don Chaume!...</i></p> + +<p>Percibió en su boca un roce dulce, algo suave que le acariciaba +sedosamente, y poco a poco fue extremando su contacto hasta convertirse +en un beso frenético, desesperado, rabioso de dolor.</p> + +<p>El herido, antes de perder la vista, sonrió débilmente al reconocer +junto a sus ojos unos ojos lacrimosos de amor y de pena: los ojos de +Margalida.</p> + + + +<hr /> +<h2><a name="IVc" id="IVc"></a><a href="#toc">IV</a></h2> + + +<p>Al verse Febrer en una pieza de <i>Can Mallorquí</i>, tendido en una cama +alta—tal vez la cama de Margalida—, fue dándose cuenta de lo ocurrido +poco antes.</p> + +<p>Había llegado por su pie a la alquería, apoyado en Pep y su hijo, +sintiendo a sus espaldas unas manos de simpático tacto que parecían +temblar. Eran remembranzas vagas, imprecisas, rodeadas de un nimbo de +blanca niebla; algo semejante a la confusa memoria de hechos y palabras +luego de un día de embriaguez.</p> + +<p>Recordaba que su frente había buscado con mortal pereza un apoyo en el +hombro de Pep; que las fuerzas le iban abandonando, como si la vida se +escapase con el chorreo caliente y viscoso que cosquilleaba a lo largo +de su pecho y su espalda. Recordaba también que tras sus pasos sonaban +gemidos sordos, palabras entrecortadas implorando el auxilio de todos +los poderes celestiales. Y él, en medio de su debilidad, latentes las +sienes por el zumbido cerebral que acompaña al desvanecimiento, hacía +esfuerzos para concentrar sus energías en las piernas, avanzando paso +tras paso, con el temor de quedarse para siempre en el camino. ¡Qué +interminable la bajada a <i>Can Mallorquí</i>! Había durado horas, había +durado días: en su memoria obscura aparecía esta marcha casi tan larga +como toda su vida anterior.</p> + +<p>Cuando brazos amigos le ayudaron a subir al lecho y a la luz de un +candil fueron despojándolo de sus ropas, experimentó Febrer una +sensación de bienestar y descanso. ¡No levantarse más de estas +blanduras! ¡Permanecer en ellas para siempre!...</p> + +<p>¡Sangre!... El rojo escandaloso de la sangre por todas partes: en la +chaqueta y la camisa, que cayeron como guiñapos al pie de la cama; en la +blancura rígida de las gruesas sábanas; en el cubo de agua que se iba +coloreando al mojar Pep un trapo para lavar el busto del herido. Cada +prenda arrancada de su cuerpo esparcía en torno una menuda lluvia. Las +ropas interiores despegábanse de la carne con un tirón doloroso. La luz +del candil, en su llamear vacilante, sacaba de las sombras una eterna +nota roja.</p> + +<p>Las mujeres prorrumpían en lamentos. La madre de Margalida, olvidando +toda prudencia, juntaba las manos y elevaba los ojos con una expresión +de terror. «¡Reina Santísima!...» Febrer, a quien el descanso en la cama +había devuelto la serenidad, extrañábase de estas exclamaciones. Él se +sentía bien: ¿por qué se alarmaban de tal modo las mujeres? Margalida, +silenciosa, con los ojos agrandados por el terror, iba de un lado a +otro, revolviendo ropas, abriendo arcas, con la precipitación del miedo, +pero sin aturdirse al oír los gritos furiosos de su padre.</p> + +<p>El buen Pep, ceñudo, con una palidez verdosa en su tez obscura, manejaba +al herido al mismo tiempo que daba órdenes. «¡Hilas! ¡muchas hilas!... +¡Silencio las hembras! ¿A qué tantos gritos y lamentos?...» Lo que debía +hacer su mujer era ir en busca de cierto pucherete que contenía un +ungüento maravilloso guardado a prevención desde los tiempos de su +valeroso padre, un <i>verro</i> temible habituado a las heridas.</p> + +<p>Y cuando la madre, afligida por las órdenes furiosas, quería unirse a +Margalida para buscar el remedio, la reclamaba otra vez su marido junto +al lecho. Debía sostener al señor: lo había puesto de lado para examinar +y lavar al mismo tiempo el pecho y la espalda. El pacífico Pep había +visto de mozo sucesos más estupendos que aquél, y entendía algo de +heridas. Al borrar las manchas de sangre con el trapo mojado, dejó al +descubierto dos orificios en el busto de don Jaime, uno en el pecho y +otro en la espalda... Bueno: la bala le había atravesado el cuerpo; no +habría que extraerla, y esto llevaban adelantado.</p> + +<p>Con sus manos rústicas, a las que pretendía infundir cierta delicadeza +femenil, pugnaba por formar unos tapones de hilas, intraduciéndolos en +aquellos orificios de carne rota y sanguinolenta, que seguían vomitando +mansamente el rojo líquido. Margalida, frunciendo las cejas y desviando +la vista para no encontrarse con los ojos del herido, intervino, +apartando a Pep. «¡Deje, padre!»; tal vez ella sabría hacerlo mejor... Y +Jaime creyó percibir en su carne viva, sensible, vibrante por el cruel +rasguño, una impresión de frescura, de dulce calma al hundirse en ella +los tapones manejados por los dedos de la muchacha.</p> + +<p>Quedó Jaime inmóvil, sintiendo en la espalda y en el pecho los trapos +amontonados por las dos mujeres en su horror a la sangre.</p> + +<p>El optimismo que le había animado al doblarse sus piernas y caer junto a +la torre volvió a reaparecer. Seguramente, aquello no era nada: una +herida insignificante; sentíase mejor. Le molestaba, como si fuese algo +inoportuno, el gesto triste y silencioso de los que le rodeaban, y +sonrió para animarlos. Intentó hablar, pero el primer intento de palabra +le produjo una gran fatiga.</p> + +<p>El payés le atajó con un gesto. «¡Quieto, don Jaime: debía permanecer +inmóvil!» El médico iba a llegar. Su hijo había montado en la mejor +caballería de la casa, para traerlo de San José.</p> + +<p>Y al ver a don Jaime con los ojos muy abiertos, persistiendo en su +sonrisa animosa, Pep siguió hablando para entretener al herido.</p> + +<p>Estaba él durmiendo con la pesadez de un sueño inconmovible, cuando le +despertaron las voces y tirones de su mujer, los gritos de los <i>atlots</i> +que corrían hacia la puerta queriendo salir. Fuera de la alquería, por +la parte de la torre, sonaban tiros. ¡Otro ataque al señor, lo mismo que +dos noches antes!... Pepet, al escuchar los últimos disparos, pareció +alegrarse. Eran de don Jaime: conocía el estampido de su revólver.</p> + +<p>Pep había encendido el farol que le servía para salir al campo, su mujer +cogió el candil, y todos corrieron cuesta arriba hacia la torre, sin +pensar en el peligro. El primero que encontraron fue el <i>Ferrer</i>, +moribundo, con la cabeza chorreando sangre, lanzando aullidos y +retorciéndose lo mismo que un demonio... Ya había acabado de penar. ¡Que +Dios le acogiese en su misericordia! Pep había tenido que ir a las manos +con su hijo, rabioso y maligno como un mono, el cual, al ver al +moribundo, extrajo de su faja un gran cuchillo, pretendiendo rematarlo. +¿De dónde habría sacado Pepet aquella arma? ¡El demonio son los +muchachos! ¡Famoso juguete para un seminarista!...</p> + +<p>Y el padre señalaba con los ojos el cuchillo regalado por Febrer al +<i>Capellanet</i>, que estaba ahora abandonado sobre una silla.</p> + +<p>Luego habían descubierto al señor, caído de bruces cerca de la escalera +de la torre. ¡Ay, don Jaime, qué susto el de Pep y su familia! Le habían +creído muerto. En estos trances es cuando se conoce el cariño que se +tiene a las personas. Y el buen payés, con su mirada lacrimosa, parecía +besar al herido, acompañándole en esta caricia muda las dos mujeres, +que, encogidas junto a la cama, pretendían devolverle la salud con sus +ojos.</p> + +<p>Esta mirada de cariño y de zozobra dolorosa fue lo último que vio +Febrer. Sus ojos se cerraron, y dulcemente fue cayendo en un sopor, sin +ensueños, sin delirio, en la blandura gris de la nada, como si su +pensamiento se durmiese antes que su cuerpo.</p> + +<p>Cuando volvió a abrir los ojos ya no era roja la luz que alumbraba la +habitación. Vio el candil colgado en el mismo sitio, con la mecha negra +y apagada. Una luz glacial y lívida penetraba por el ventanillo del +dormitorio: la luz del amanecer. Jaime experimentó una sensación de +frío. Arrancaban de su cuerpo las cubiertas del lecho; unas manos ágiles +iban tentando los envoltorios de sus heridas. La carne, insensible pocas +horas antes, estremecíase ahora al más leve contacto, con la +espeluznante vibración del dolor, despertando un deseo irresistible de +quejarse.</p> + +<p>El herido, siguiendo con su mirada nebulosa las manos que le +martirizaban, vio unas mangas negras, luego una corbata, un cuello de +camisa distinto al que usaban los isleños, y encima de todo esto una +cara con bigote cano, una cara que había visto otras veces en los +caminos, pero no podía asimilar ahora al recuerdo de un hombre. Poco a +poco fue reconociéndolo. Debía ser el médico de San José, al que había +encontrado en muchas ocasiones a caballo o guiando un carrito; un +practicón viejo, calzando alpargatas como los payeses, y que sólo se +diferenciaba de éstos por la corbata y el cuello planchado, signos de +superioridad social mantenidos por él cuidadosamente.</p> + +<p>¡Cómo le atormentaba este hombre al palpar su carne, que parecía haberse +endurecido, haciéndose más sensible, con una sensibilidad enfermiza y +tímida, cual si se contrajera al simple contacto del aire!... Cuando +perdió de vista esta cara, y no sintió ya el martirio de sus manos, +sumióse otra vez en el sopor del descanso. Cerró los ojos, pero su oído +pareció aguzarse en esta obscuridad. Hablaban en voz baja fuera de la +pieza, en la cocina inmediata, y el herido sólo llegó a percibir algunas +frases de esta conversación sorda. Una voz desconocida, la del médico, +sonaba en medio del angustioso silencio. Felicitábase de que la bala no +se hubiese quedado en el cuerpo; indudablemente sólo había atravesado en +su trayectoria el pulmón. Aquí un coro de exclamaciones de asombro, de +ayes contenidos, y la protesta de la misma voz. «Sí, el pulmón; no había +que asustarse. El pulmón se cicatriza con facilidad. Es el órgano más +bondadoso del cuerpo.» Sólo había que temer a la pulmonía traumática.</p> + +<p>El herido, escuchando esto, persistía en su optimismo. «No es nada; no +es nada.» Y otra vez volvía a sumergirse dulcemente en el brumoso mar +del sopor, un mar inmenso, terso, pesado, en el que se hundían visiones +y sensaciones sin ondulación ni huellas.</p> + +<p>Desde este instante Febrer perdió la noción del tiempo y de la realidad. +Vivía aún, estaba cierto de ello, pero su vida era anormal, extraña, una +larga vida de sombra e inconsciencia, con ligeros intervalos de luz. +Abría los ojos y era de noche. El ventanillo estaba negro y la llama del +candil lo coloreaba todo de inquietas manchas rojas que danzaban +agarradas a las sombras. Volvía a abrirlos cuando sólo consideraba +transcurridos unos instantes, y era ya de día. Un rayo de sol entraba en +la habitación trazando un redondel de oro a los pies de la cama. Y de +este modo se sucedían con una rapidez fantástica el día y la noche, como +si se hubiese trastornado para siempre el curso del tiempo. Cuando no +era así, la general revolución, en vez de marchar aceleradamente, se +inmovilizaba en una monotonía desesperante. Al abrir el herido los ojos +era de noche, eternamente de noche, como si el globo viviese condenado a +interminables tinieblas. Otras veces brillaba el sol siempre seguido, lo +mismo que en los países árticos, sometidos al deslumbramiento irritante +de un día de meses.</p> + +<p>En un despertar de estos encontró los ojos del <i>Capellanet</i>. El +muchacho, creyéndole súbitamente mejorado, habló con voz queda para no +incurrir en las iras de su padre, que recomendaba el silencio.</p> + +<p>Ya habían enterrado al <i>Ferrer</i>. El valentón estaba pudriendo tierra. +¡Qué tiros tan certeros los de don Jaime! ¡Qué mano la suya!... Le había +deshecho la cabeza.</p> + +<p>Recordaba el <i>atlot</i> todo lo ocurrido después, con el orgullo del que ha +gozado el honor de presenciar un suceso histórico. Habían llegado de la +ciudad el juez con su bastón de borlas, el oficial de la Guardia civil y +dos señores que llevaban papeles y tinteros, todos con escolta de +tricornios y fusiles. Estos personajes omnipotentes, tras un descanso en +<i>Can Mallorquí</i>, habían subido a la torre, mirándolo todo, +escudriñándolo todo, corriendo el terreno como si quisieran tomar +medidas, obligándole a él, ¡al <i>Capellanet</i>!, a que se tendiese en el +sitio en que habían encontrado a don Jaime, adoptando su misma postura. +Luego, unos vecinos piadosos, con la venia del juez, se habían llevado +el cadáver del <i>Ferrer</i> al cementerio de San José, y la imponente +comitiva de la justicia bajó a la alquería para hacer preguntas al +herido. Imposible hablarle. Dormía, y cuando le despertaban miraba a +todos con ojos vagos, volviendo a cerrarlos inmediatamente. ¿De veras +que no se acordaba el señor?... Ya le preguntarían otra vez, cuando +estuviese restablecido. No había cuidado: todas las gentes honradas, lo +mismo que la justicia, «estaban a favor de ellos». Como el <i>Ferrer</i> +carecía de parientes próximos que le vengasen y se había hecho +antipático, los vecinos no tenían interés en callar y todos decían la +verdad. El <i>verro</i> había ido dos noches a buscar al señor en su torre, y +el señor se había defendido. Era indudable que no le harían nada. Lo +afirmaba el <i>Capellanet</i>, que por sus aficiones belicosas tenía algo de +jurisconsulto. «Defensa propia, don Jaime...» En la isla sólo se hablaba +de este suceso. En los cafés y casinos de la ciudad todos le daban la +razón. Hasta habían escrito a Palma relatando el hecho para que lo +publicasen los diarios. A estas horas sus amigos de Mallorca estarían +enterados de todo.</p> + +<p>Las actuaciones del proceso iban a ser cortas. Al único que se habían +llevado a Ibiza para meterlo en la cárcel era al <i>Cantó</i>, por sus +amenazas y mentiras. Intentaba hacer creer que era él quien había ido en +busca del odiado mallorquín; ensalzaba al <i>verro</i> como una víctima +inocente; pero de un momento a otro le pondría en libertad la justicia, +cansada de sus trapacerías y embustes. El <i>atlot</i> hablaba de él con +desprecio. Aquel gallina no podía darse el lujo de matar a un hombre. +¡Todo farsa!</p> + +<p>Otras veces, al abrir el herido sus ojos, veía la figura inmóvil y +acurrucada de la mujer de Pep mirándolo fijamente con sus pupilas sin +expresión, moviendo los labios como si rezase, interrumpiendo este +silabeo mudo con suspiros profundos. Apenas se encontraba con la mirada +vidriosa de Febrer, corría a una mesita cubierta de botellas y vasos. Su +cariño manifestábase con un incesante deseo de hacerle beber todos los +líquidos ordenados por el médico.</p> + +<p>Cuando Jaime, en su turbio despertar, encontraba el rostro de Margalida, +sentía una impresión placentera que le ayudaba a mantenerse con los ojos +abiertos. Las pupilas de la muchacha tenían una expresión adorante y +temerosa. Parecía implorar misericordia con sus ojos lagrimeantes, +aureolados de azul sobre la blancura monástica y delicada del rostro. +«¡Por mí! ¡todo por mí!», decía mudamente, con un gesto de +remordimiento.</p> + +<p>Se aproximaba a él tímida, vacilante, pero sin rubores que alterasen su +palidez, como si lo extraordinario de las circunstancias hubiese vencido +a su antiguo encogimiento. Arreglaba el embozo del lecho, desordenado +por los movimientos del herido, daba a beber a éste y levantaba con +manos maternales su cabeza, para ahuecar la almohada. Llevábase un dedo +a los labios para imponerle silencio cuando Febrer intentaba hablar.</p> + +<p>Una vez, el herido agarró al paso una de sus manos y se la llevó a la +boca, acariciándola con un beso prolongado. Margalida no osó retirarla. +Únicamente volvió la cabeza para que no viese sus ojos llenos de +lágrimas. Gemía con honda angustia, y el enfermo creyó oír las mismas +expresiones de remordimiento que otras veces había adivinado en su +mirada. «¡Por mi culpa!... ¡Ha sido por mi culpa!» Jaime experimentó una +sensación de alegría ante estas lágrimas. ¡Oh dulce «Flor de +almendro»!...</p> + +<p>Ya no vio más su cara de fina palidez; sólo distinguió el brillo de sus +ojos envueltos en blancas neblinas, como se ve el resplandor del sol en +un amanecer tempestuoso. Le zumbaron cruelmente las sienes; su mirada se +enturbió. Al dulce sopor de antes, blando y vacío como la nada, fue +sucediendo un sueño poblado de visiones incoherentes, de imágenes de +fuego vibrantes sobre un fondo de intensa negrura, de tormentos que +arrancaban a su pecho gemidos de miedo y alaridos de angustia. Algunas +veces, en medio de sus espantosas pesadillas, despertábase por un +instante, un instante nada más, lo preciso para reconocerse incorporado +en la cama, con los brazos sujetos por otros brazos que intentaban +mantenerlo inmóvil. Y de nuevo volvía a sumirse en aquel mundo de +sombras, poblado de espantos. En este fugaz despertar, que era semejante +a la rápida visión luminosa de un respiradero en la lobreguez de un +túnel, reconocía junto a su cara las caras afligidas de la familia de +<i>Can Mallorquí</i>. Otras veces, sus ojos se encontraron con los del +médico, y en una ocasión hasta creyó ver las patillas canosas y los ojos +color de aceite de su amigo Pablo Valls. «¡Ilusión! ¡Locura!», pensaba +al sumirse de nuevo en su inconsciencia.</p> + +<p>Mientras sus ojos permanecían sumidos en este mundo lóbrego surcado por +los rojos cometas de la pesadilla, su oído vibraba débilmente en ciertos +momentos con palabras que parecían sonar lejos, muy lejos, y sin embargo +eran pronunciadas junto a su cama. «Pulmonía traumática... Delirio.» +Estas palabras eran repetidas por diversas voces, pero él dudaba que se +refiriesen a su persona. Sentíase bien; aquello no era nada: un fuerte +deseo de seguir acostado; una renuncia de la vida; la voluptuosidad de +estar inmóvil, de permanecer allí hasta que llegase la muerte, que no le +infundía ahora miedo alguno.</p> + +<p>Su cerebro, desordenado por la fiebre, parecía girar y girar en loca +rotación, y este movimiento circulatorio evocaba en su memoria confusa +una imagen que la había ocupado muchas veces. Veía una rueda, una enorme +rueda, inmensa como el globo terráqueo, perdiéndose su parte más alta en +las nubes, hundiéndose el arco inferior entre el polvo sideral que +brillaba en la negrura celeste.</p> + +<p>La llanta de esta rueda era de carne animada: millones y millones de +criaturas soldadas, amasadas, gesticulantes, con las extremidades +libres, moviéndolas para convencerse de su soltura y su libertad, +mientras sus cuerpos estaban pegados unos a otros. Los rayos de la rueda +atraían la atención de Febrer por sus diversas formas. Unos eran espadas +con las sangrientas hojas cubiertas de guirnaldas de laurel, símbolo de +heroísmo; otros parecían áureos cetros rematados por coronas de rey o de +emperador; varas de justicia; barras de oro formadas de monedas +superpuestas; báculos con piedras preciosas, símbolos de divino pastoreo +desde que los hombres se agruparon en rebaños para balar temerosos con +la vista puesta en lo alto. Y el cubo de esta rueda era un cráneo, +blanco, limpio, brillante, como si fuese de marfil pulido; un cráneo +enorme lo mismo que un planeta, que permanecía inmóvil, mientras todo +giraba en torno de él; un cráneo luminoso como la luna, que con sus +negras oquedades parecía gesticular malignamente, burlándose silencioso +de todo este movimiento.</p> + +<p>La rueda giraba y giraba. Los millones de seres sujetos a su continua +revolución gritaban y manoteaban entusiasmados y enardecidos por la +velocidad. Jaime, tan pronto los veía subiendo a lo más alto, como +descendiendo cabeza abajo; pero ellos, en su ilusión, creían marchar +rectamente, admirando a cada vuelta nuevos espacios, nuevas cosas. +Juzgaban como un lugar desconocido y asombroso el mismo punto por el que +habían pasado momentos antes. Ignorando la inmovilidad del centro en +torno del cual rodaban, creían con la mejor buena fe que el movimiento +era de avance. «¡Cómo corremos! ¿Adonde iremos a parar?» Y Febrer +sonreía, apiadado de su simpleza, viéndolos ufanarse de la rapidez de su +progreso, cuando estaban en el mismo sitio, de la velocidad de una +ascensión que emprendían por milésima vez y había de ser seguida +fatalmente por el descenso cabeza abajo.</p> + +<p>De pronto, Jaime sintióse empujado por una fuerza irresistible. El gran +cráneo le sonreía burlonamente, «Tú también: ¿por qué resistirte a tu +destino?» Y se encontraba adosado a la rueda, confundido con aquella +humanidad crédula e infantil, pero sin el consuelo de su dulce engaño. Y +sus compañeros de viaje le insultaban, le escupían, le golpeaban +indignados al enterarse de que negaba su movimiento, y le tenían por +loco al poner en duda lo que era visible para todos.</p> + +<p>La rueda estallaba, poblando el negro espacio de llamas de explosión, de +millares de millones de gritos y estremecimientos, que eran otros tantos +seres arrojados a través del misterio de la eternidad. Y él caía y caía, +durante años, durante siglos, hasta sentir en su espalda la blandura de +la cama... Abría entonces los ojos. Margalida estaba allí, +contemplándolo con expresión de terror a la luz del candil. Debían ser +las altas horas de la noche. La pobre muchacha suspiraba de miedo +mientras le cogía los brazos con sus manecitas temblorosas.</p> + +<p>—<i>¡Don Chaume!¡Ay, don Chaume!...</i></p> + +<p>Había gritado como un loco; se inclinaba fuera de la cama con marcada +intención de caer al suelo; hablaba de una rueda y una calavera. ¿Qué +era aquello, don Jaime?...</p> + +<p>El enfermo sentía el roce amoroso de unas manos dulces que arreglaban +las ropas desordenadas, subían el embozo y lo apretaban en torno de sus +hombros maternalmente, con el mismo cuidado acariciador que si fuese un +niño.</p> + +<p>Febrer, antes de sumirse de nuevo en la inconsciencia, antes de +atravesar otra vez las puertas ígneas del delirio, veía próximos a sus +ojos los ojos húmedos de Margalida, cada vez más tristes y lagrimeantes +en sus círculos azulados; sentía el soplo tibio de su aliento en sus +propios labios, y luego estremecerse éstos con un contacto sedoso y +húmedo, una caricia leve y tímida semejante al roce de un ala. <i>«Dorga, +don Chaume.»</i> El señor debía dormir. Ya pesar del respeto con que +hablaba al herido, sus palabras tenían un susurro de cariñosa intimidad, +como si don Jaime fuese otro para ella luego que la desgracia los había +aproximado.</p> + +<p>El delirio de la fiebre empujaba al enfermo por extraños mundos, donde +no persistía la más leve forma de realidad. Se veía otra vez en su torre +solitaria. El sombrío cubo ya no era de piedra: estaba formado de +cráneos, unidos como bloques, por una argamasa hecha de polvo de huesos. +De huesos eran también la colina y los peñascos de la costa, y blancos +esqueletos las líneas de espuma que coronaban las rompientes del mar. +Todo cuanto abarcaba la vista, árboles y montes, buques e islas lejanas, +estaba osificado, con una blancura deslumbradora de paisaje glacial. +Cráneos con alas, parecidos a los querubines de los cuadros religiosos, +revoloteaban en el espacio, lanzando por su mandíbula caída roncos +himnos a la gran divinidad que lo llenaba todo con los bullones de su +sudario y cuya cabeza de hueso se perdía en las nubes. Él mismo sentía +que uñas invisibles le despojaban de su carne, sanguinolentos andrajos +que, por haber estado adheridos a él toda una vida, le arrancaban +alaridos de dolor al despegarse. Luego se veía mondo y pulido en su +blancura de esqueleto, y una voz remota murmuraba una horrible +consagración en sus orejas ausentes. «Había llegado el momento de su +verdadera grandeza: dejaba de ser hombre para convertirse en muerto. El +esclavo había pasado por la gran iniciación, trocándose en semidiós.» +¡Los muertos mandan! No había más que ver con qué supersticioso respeto, +con qué miedo servil saludan los vivos en las ciudades a los que se +marchan para siempre. El poderoso se descubre ante el mendigo.</p> + +<p>Con la potente visión de sus cuencas negras y sin ojos, para los cuales +no había distancia ni obstáculos, abarcaba el conjunto de la tierra. +¡Muertos, muertos por todas partes! Lo llenaban todo. Vio tribunales con +hombres vestidos de negro, los ojos entornados y el gesto imponente, +oyendo las miserias y locuras de sus semejantes, y tras ellos otros +tantos esqueletos enormes, con una grandeza de siglos, envueltos en +togas, eran los que movían las manos de los jueces cuando éstos +escribían y los que soplando sobre sus cabezas les dictaban sus +sentencias. ¡Los muertos juzgan! Vio grandes salones de luz cenital con +hemiciclos de bancos, y en ellos centenares de hombres que hablaban, +vociferaban y gesticulaban en la ruidosa labor de confeccionar leyes. +Tras ellos se ocultaban los verdaderos legisladores, los muertos, los +diputados con sudario, cuya presencia no adivinaban estos hombres de +grandilocuente vanidad, creyendo hablar siempre por inspiración propia. +¡Los muertos legislan! En un momento de duda, bastaba que alguien +recordase lo que habían pensado los muertos en otros tiempos para que se +restableciese la calma, aceptando todos su opinión. Los muertos eran la +única realidad eterna e inmutable. Los hombres de carne un accidente +pasajero, una burbuja insignificante que no tardaba en estallar por la +hinchazón de su hueca soberbia.</p> + +<p>Y vio blancos esqueletos velando como tétricos ángeles a las puertas de +las ciudades que eran su obra, vigilando el rebaño apriscado en su +interior, repeliendo como reses malditas a los locos irrespetuosos que +se negaban a reconocer su autoridad. Vio al pie de los grandes +monumentos, de los cuadros de los museos, de los estantes de las +bibliotecas, la muda sonrisa de los cráneos, que parecía decir a los +hombres: «Admiradnos: ésta es nuestra obra, y cuanto hagáis vosotros +debe ser a nuestra semejanza». El mundo entero pertenecía a los muertos. +Ellos reinaban. El viviente, al abrir su boca para el alimento, mascaba +partículas de los que le antecedieron en el camino de la vida; al +recrear ojos y oídos en la belleza, daba el arte obras y patrones de los +muertos. Hasta el amor sufría esta servidumbre. La hembra, en sus +pudores o sus arrebatos, plagiaba sin saberlo a sus abuelas, que habían +sido, según las épocas, tentadoras con una virtud hipócrita o +francamente mesalinescas.</p> + +<p>El enfermo, en su delirio, empezó a sentirse agobiado por la densidad y +el número de estos seres blancos y huesosos, de negros alvéolos y +maligna risa, armazones de una vida desaparecida que se empeñaban +tenazmente en subsistir, llenándolo todo. Eran tantos, ¡tantos!... +Imposible moverse. Febrer tropezaba con sus abombados y limpios +costillares, con las agudas aristas de sus caderas, estremeciéndose sus +oídos con el chasqueteo de sus rótulas. Le oprimían, le asfixiaban, eran +millones de millones: todo el pasado de la humanidad. No encontrando +espacio donde poner sus pies, se alineaban en filas unos sobre otros. +Eran a modo de una marea montante de huesos que subía y subía hasta +alcanzar la cumbre de las más altas montañas y tocar las nubes. Jaime +empezaba a ahogarse en esta inundación blanca, dura y crujiente. +Gravitaban sobre su pecho con la pesadez de las cosas muertas... Iba a +perecer. En su desesperación se asió a una mano que parecía venir de muy +lejos, saliendo de la sombra: una mano de vivo, una mano de carne. Tiró +de ella, y poco a poco, en la bruma, fue tomando forma la mancha pálida +de un rostro. Después de su existencia en aquel mundo de cráneos +escuetos y huesos pelados, este rostro humano le causó la misma +impresión de grata sorpresa que siente el explorador al encontrarse con +la cara de uno de su raza tras larga permanencia entre salvajes.</p> + +<p>Siguió tirando de aquella mano, y fue condensándose la vaguedad del +rostro, hasta reconocer a Pablo Valls inclinado sobre él, moviendo los +labios como si murmurase palabras cariñosas que no podía oír. «¡Otra +vez!... ¡Siempre el capitán apareciendo en sus delirios!»</p> + +<p>Sumióse de nuevo el enfermo en su inconsciencia después de esta rápida +visión. Ahora su sopor era más tranquilo. La sed, una sed horrible que +le hacía avanzar las manos fuera del lecho y apartar sus labios del vaso +vacío con un gesto de ansiedad no saciada, empezó a decrecer. Había +visto en su delirio claros arroyos, ríos silenciosos e inmensos, a los +que no podía llegar nunca, sumidas sus piernas en dolorosa inmovilidad. +Ahora contemplaba una catarata luminosa y espumeante rodando en el fondo +de su ensueño, y podía al fin caminar, aproximarse a ella, viéndola a +cada paso más grande, sintiendo en su rostro la fresca caricia de la +humedad.</p> + +<p>En medio del estrépito de esta caída líquida llegaban a su oído apagadas +voces humanas. Alguien volvía a hablar de la pulmonía traumática. +«Estaba vencida.» Y una voz agregaba alegremente:</p> + +<p>«En hora buena. Ya tenemos hombre.» El enfermo reconoció esta voz. +¡Siempre Pablo Valls resurgiendo en su pesadilla!</p> + +<p>Continuó su marcha hacia adelante, atraído por la frescura del agua, +hasta colocarse bajo el sonoro raudal, estremeciéndose con escalofríos +voluptuosos al recibir en su espalda todo el empuje del derrumbamiento +acuático. Una sensación de frescura se esparcía por su cuerpo, +haciéndole suspirar de placer. Sus miembros parecían dilatarse bajo la +helada caricia. Se ensanchaba su pecho, desvaneciéndose la opresión que +le había martirizado hasta poco antes, como si la tierra entera +gravitase sobre su tronco. Sentía que en el interior de su cráneo se +iban disolviendo las nebulosidades de su pensamiento. Deliraba aún, pero +su delirio no se desarrollaba cortado por escenas de terror y gritos de +angustia. Era más bien un ensueño plácido, en el que su cuerpo se +dilataba con estiramientos de voluptuosidad y su imaginación corría por +los risueños horizontes del optimismo. Las espumas de la cascada eran +blancas, vibrando en las facetas de sus diamantes líquidos los colores +del iris. El cielo era de tinta rosa, con lejanas músicas y suaves +perfumes. Alguien temblaba misterioso, invisible y al mismo tiempo +sonriente, en esta atmósfera fantástica: una fuerza sobrenatural que +parecía embellecerlo todo con su contacto. La salud que llegaba.</p> + +<p>La sábana de agua que se encorvaba al desprenderse de las altas rocas +despertó en su memoria ensueños anteriores. Vio otra vez la rueda, la +inmensa rueda, imagen de la humanidad, que giraba y giraba sin cambiar +de sitio, emprendiendo una ascensión tras otra, para pasar siempre por +los mismos puntos.</p> + +<p>El enfermo, enardecido por aquella sensación de frescura, creyó poseer +nuevos sentidos para darse cuenta de lo que le rodeaba.</p> + +<p>Vio otra vez la rueda girando y girando en el infinito; ¿pero realmente +estaba inmóvil?...</p> + +<p>La duda, principio de nuevas verdades, le hizo mirar con mayor atención. +¿No era un engaño de sus ojos? ¿Sería él quien vivía en el error, y +aquellos millones de seres que lanzaban gritos de júbilo en su prisión +rodante estarían en lo cierto al creer que realizaban un nuevo avance +con cada vuelta?...</p> + +<p>Era cruel que la vida se desarrollase centenares y centenares de siglos +en esta agitación mentirosa que ocultaba una inmovilidad real. ¿Para +qué, entonces, la existencia de lo creado? ¿No tenía la humanidad otro +fin que engañarse a sí misma, dando vueltas por su propio esfuerzo a la +caja circular que la aprisionaba, como esos pájaros que con sus saltos +mueven una jaula que es su cárcel?...</p> + +<p>De pronto ya no vio la rueda. Vio pasar ante él un globo inmenso, de +color azulado, en el que se marcaban mares y continentes con perfiles +iguales a los que había contemplado en los mapas. Era la Tierra. Y él, +imperceptible molécula en la inmensidad del espacio, ínfimo espectador +de la estupenda representación de la Naturaleza, podía abarcar con sus +ojos el globo azul ceñido de nubes.</p> + +<p>También daba vueltas, como la rueda fatal. Giraba y giraba sobre sí +mismo con una monotonía desesperante; pero este movimiento, que era el +más inmediato, el más visible, el que todos podían apreciar, resultaba +insignificante. Otro movimiento era el superior. Sobre la monótona +rotación siempre en torno del mismo eje, estaba el movimiento de +traslación, que arrastraba al globo por los espacios infinitos en eterno +viaje, sin pasar nunca por los mismos lugares.</p> + +<p>¡Maldición a la rueda! La vida no era una eterna vuelta por idénticos +puntos. Sólo los cortos de vista, al contemplar este movimiento, podían +imaginarse que era el único. La imagen de la vida era la Tierra. Giraba +sobre sí misma en determinados espacios de tiempo: repetíanse los días y +las estaciones, como en la historia de los humanos se repiten las +grandezas y las ruinas; pero había algo más sobre todo esto: el +movimiento de traslación, que arrastra hacia lo infinito, siempre +adelante... ¡siempre adelante!</p> + +<p>La teoría del «eterno recomenzar de las cosas» era falsa. Repetíanse los +hombres y los sucesos, como en la Tierra se repiten los días y las +estaciones; pero aunque todo pareciese igual, no lo era realmente. La +forma exterior de las cosas podía semejarse; el alma era distinta.</p> + +<p>No; ¡rómpase la rueda! ¡perezca la inmovilidad! Los muertos no podían +mandar. El mundo, en su movimiento de traslación, corría demasiado +aprisa para que ellos lograsen mantenerse eternamente en su superficie. +Se agarraban a la corteza con sus garras de hueso, pugnando por +mantenerse firmes durante muchos años, tal vez durante siglos, pero la +velocidad de la carrera acababa por expelerlos a todos, dejando atrás +una estela de huesos rotos, luego de polvo, y al fin nada.</p> + +<p>El mundo, cargado de vivientes, corría siempre adelante, sin pasar dos +veces por el mismo sitio. Jaime lo había visto aparecer en el horizonte +como una lágrima de luminoso azul; luego agrandarse y agrandarse, hasta +llenar todo el espacio, pasando junto a él con rotación de rueda y +velocidad de proyectil a un mismo tiempo; y ahora se empequeñecía otra +vez, huyendo por el extremo opuesto. Ya era una gota, un punto, nada... +perdiéndose en la obscuridad, ¡quién sabe hacia dónde y para qué!...</p> + +<p>Era inútil que sus ideas de poco antes, al quedar vencidas, se +revolviesen con el intento de una última protesta, gritando que aquel +movimiento de traslación resultaba igualmente falso, ya que la Tierra +giraba como una rueda alrededor del Sol... No; el Sol tampoco estaba +inmóvil, y con todo su coro familiar de planetas caía y caía, si es que +en el infinito se puede caer ni subir; marchaba y marchaba, ¡quién sabe +hacia que punto, ni con qué fin!...</p> + +<p>Definitivamente, abominó de la rueda, la hacía trizas mentalmente, +sintiendo el goce del preso que pasa la puerta del encierro y aspira el +aire libre. Se imaginó que de sus ojos caían escamas, como de los del +apóstol hebreo en el camino de Damasco. Contemplaba una luz nueva. El +hombre era libre y podía escaparse del tirón de los muertos, organizando +su vida con arreglo a sus deseos, cortando el lazo de esclavitud que le +soldaba a estos déspotas invisibles.</p> + +<p>Cesó de soñar; se sumió en la nada con el placer íntimo y silencioso del +trabajador que descansa después de una jornada provechosa.</p> + +<p>Pasado mucho tiempo, ¡mucho! abrió los ojos y se encontró con los de +Pablo Valls fijos en él. Le tenía cogido de las manos, le miraba +cariñosamente con sus pupilas amarillentas.</p> + +<p>No podía dudar: era una realidad. Su olfato percibió el olor de tabaco +inglés ligeramente perfumado de opio que parecía flotar siempre en torno +de su boca y sus patillas. ¿No era, pues, una ilusión haberle visto en +el curso de su delirio? ¿Era realmente su voz la que había escuchado en +medio de sus pesadillas?...</p> + +<p>El capitán rompió a reír, mostrando sus dientes largos amarilleados por +la pipa.</p> + +<p>—¡Ah, buen mozo!—dijo—. Esto marcha, ¿verdad? Ya no hay fiebre, ya no +hay nada de peligro. Las heridas marchan bien. Debes sentir en ellas una +picazón de mil demonios; algo así como si te hubiesen metido avispas +bajo los vendajes. Es la formación de los tejidos, la carne nueva que +escuece al crecer.</p> + +<p>Jaime se dio cuenta de la verdad de estas palabras. Sentía en el lagar +de sus heridas una fuerte picazón, una rigidez que ponía tirante su +carne.</p> + +<p>Valls adivinó una curiosidad suplicante en los ojos de su amigo.</p> + +<p>—No hables, no te fatigues... ¿Que cuánto tiempo estoy en Ibiza? Cerca +de dos semanas. Leí en los papeles de Palma lo tuyo, y al momento me +planté aquí. Tu amigo el <i>chueta</i> siempre será el mismo... ¡Los malos +ratos que nos has hecho pasar! Una pulmonía, hijo mío, y de las de +peligro. Abrías los ojos y no me reconocías: delirabas como un loco. +Pero eso se acabó. Te hemos cuidado mucho... Mira quién está aquí.</p> + +<p>Y se apartó de la cama para que viese a Margalida, oculta tras el +capitán, encogida y vergonzosa ahora que el señor podía mirarla con ojos +limpios de fiebre. ¡Ah, «Flor de almendro»!... La mirada de Jaime, +tierna y dulce, la hizo enrojecer. Tuvo miedo de que el enfermo pudiera +acordarse de lo que ella había hecho en los momentos más críticos, +cuando estaba casi segura de que iba a morir.</p> + +<p>—Ahora a estarse quieto—continuó Valls—. Permaneceré aquí hasta que +nos vayamos juntos a Palma. Ya me conoces... Yo lo sé todo; yo lo +arreglo todo... ¿Eh? ¿me explico?...</p> + +<p>El <i>chueta</i> guiñaba un ojo y reía maliciosamente, seguro de su habilidad +para adivinar los deseos de los amigos.</p> + +<p>¡Famoso capitán! Desde que estaba en <i>Can Mallorquí</i>, todos parecían +pendientes de sus mandatos, admirándolo como un personaje poderoso y +jovial. Margalida ruborizábase con sus palabras y guiños, pero le quería +al verle tan abnegado. Recordaba sus ojos llenos de lágrimas una noche +en que todos creyeron que iba a morir don Jaime. Valls había llorado al +mismo tiempo que mascullaba maldiciones. El <i>Capellanet</i> también adoraba +a aquel señorón de Mallorca desde que le vio reír al enterarse de que +pensaban hacerlo cura. Pep y su mujer le seguían como perros obedientes +y sumisos.</p> + +<p>Varias tardes hablaron Pablo y el enfermo de los sucesos pasados.</p> + +<p>El capitán era hombre rápido en sus decisiones.</p> + +<p>—Ya sabes que no me canso cuando se trata de un amigo. Al desembarcar +en Ibiza vi al juez. Eso se arreglará; tú llevas razón y todos lo +reconocen: defensa propia. Unas pocas molestias cuando estés bueno, pero +nada al final... El asunto de tu salud también está resuelto. ¿Qué más +queda?... ¡Ah, sí! Algo más queda, pero también lo tengo en punto de +arreglo.</p> + +<p>Rio maliciosamente al hablar así, apretando las manos de Febrer, y éste, +por su parte, no quiso preguntar más, temeroso de sufrir una decepción.</p> + +<p>Una vez, al entrar Margalida en el dormitorio, Valls la cogió de un +brazo, llevándola junto al lecho.</p> + +<p>—¡Mírala!—exclamó con burlesca gravedad dirigiéndose al enfermo—. ¿Es +ésta la misma que tú quieres? ¿No te la cambiaron?... Dale, pues, la +mano, tonto. ¿Qué haces ahí, contemplándola con ojos espantados?...</p> + +<p>Las dos manos de Febrer estrecharon la diestra de Margalida. ¡Ay! ¿era +verdad lo que decía el capitán?... Sus ojos buscaron los de la <i>atlota</i>, +que permanecían bajos, mientras la emoción blanqueaba sus mejillas y +hacía palpitar las alas de su nariz.</p> + +<p>—Ahora, besaos—dijo Valls, empujando suavemente a la muchacha, hacia +el enfermo.</p> + +<p>Pero Margalida, como si se viera amenazada de un peligro, se desasió de +sus manos, huyendo de la habitación.</p> + +<p>—Bueno—dijo el capitán—. Ya os besaréis dentro de un rato: cuando yo +no esté.</p> + +<p>Valls aprobaba este casamiento. ¿La quería Febrer? Pues adelante... Esto +era más lógico que la boda con su sobrina por los millones del padre. +Margalida era una gran mujer. Él entendía de estas cosas. Cuando Jaime +la sacara de la isla, habituándola a otros usos y otros trajes, con la +facilidad de asimilación que tienen las hembras para todo lo bueno, +nadie reconocería a la antigua payesa.</p> + +<p>—Yo he arreglado tu porvenir, pequeño inquisidor. Ya sabes que tu amigo +el judío consigue siempre lo que se propone. Te queda en Mallorca con +qué vivir modestamente. No muevas la cabeza: ya sé que deseas trabajar, +y más ahora que estás enamorado y quieres constituir una familia. +Trabajarás; entre los dos montaremos un negocio: hay donde escoger. Yo +siempre llevo la cabeza atiborrada de proyectos: es cosa de la raza... +Si prefieres irte de Mallorca, te buscaré una ocupación en el +extranjero... Es asunto que debe pensarse.</p> + +<p>En todo lo referente a la familia de <i>Can Mallorquí</i>, el capitán hablaba +con una autoridad de amo. Pep y su mujer no osaban desobedecerle. ¡Cómo +discutir con un señor que lo sabía todo!... El payés opuso escasa +resistencia. Ya que don Pablo deseaba el matrimonio de Margalida con el +señor y daba palabra de que esto no traería ninguna desgracia a la +<i>atlota</i>, podían casarse. Era un gran infortunio para los dos viejos +verla marcharse de la isla, pero preferían esta tristeza a conservar a +su lado como yerno a Febrer, que les inspiraba un respeto irresistible.</p> + +<p>Al <i>Capellanet</i> le faltó poco para arrodillarse ante Valls. ¡Y aún dicen +en Palma si los <i>chuetas</i> son malos!... Bien se conocía que eran +mallorquines los que hablaban: ¡gente injusta y orgullosa!... El capitán +era un santo. Gracias a él, ya no iría al Seminario. Sería payés; <i>Can +Mallorquí</i> quedaba para él. Hasta había recobrado de su padre, por +intercesión de don Pablo, el cuchillo regalado por Febrer, y contaba con +la promesa de una pistola moderna presente del capitán: una de aquellas +armas milagrosas que había admirado en Palma en los escaparates del +Borne. Apenas se efectuase el casamiento de Margalida, saldría en busca +de novia por el <i>cuartón</i>, llevando en la faja estos dos nobles +acompañantes. Los <i>verros</i> no debían acabarse en la isla. Rebullía en +sus venas la heroica sangre de su abuelo.</p> + +<p>Una mañana de sol, Febrer, apoyado en Valls y en Margalida, fue +avanzando con pasos de convaleciente hasta el porche de la alquería. +Sentado en un sillón de brazos, contempló con avidez el tranquilo +paisaje extendido ante él. Sobre la cumbre del promontorio alzábase la +torre del Pirata. ¡Cuánto había soñado y sufrido en ella!... ¡Cómo la +amaba al recordar que en su interior, solo y olvidado del mundo, había +incubado esta pasión que iba a llenar el resto de una vida sin objeto +hasta entonces!...</p> + +<p>Debilitado por su larga permanencia en el lecho y por la sangre perdida, +aspiraba el tibio ambiente de la mañana luminosa, cortado por las +ráfagas que venían de la costa.</p> + +<p>Margalida, luego de contemplar a Jaime con sus ojos amorosos que aún +guardaban cierta timidez, volvió al interior de la alquería para +preparar el desayuno.</p> + +<p>Quedaron los dos hombres en largo silencio. Valls había sacado su pipa, +llenándola de tabaco inglés, y expelía olorosas bocanadas.</p> + +<p>Febrer, con la vista fija en el paisaje, abarcando en su retina +deslumbrada el cielo, los montes, el campo y el mar, habló en voz baja, +como si dialogase consigo mismo.</p> + +<p>La vida era hermosa. Lo afirmaba con la convicción del resucitado que +vuelve inesperadamente al mundo. El hombre podía moverse libremente, lo +mismo que el pájaro y el insecto en el seno de la Naturaleza. Para todos +había sitio. ¿Por qué inmovilizarse bajo las ataduras que otros crearon, +disponiendo del porvenir de los hombres que debían venir detrás de +ellos?... ¡Los muertos, siempre los malditos muertos, queriendo +mezclarse en todo, complicando nuestra existencia!...</p> + +<p>Sonrió Valls, mirándole con ojos maliciosos. Varias veces le había +escuchado en su delirio hablar de los muertos, agitando los brazos como +si pelease con ellos y los repeliese de sus angustias terroríficas. Al +escuchar las explicaciones que le dio Jaime, al enterarse de su antiguo +respeto al pasado y de aquella sumisión a la influencia de los muertos +que había entorpecido su vida, confinándolo en una isla apartada, Valls +quedó silencioso y abstraído.</p> + +<p>—¿Tú crees que los muertos mandan, Pablo?...</p> + +<p>El capitán se encogió de hombros. Para él no había en el mundo nada +absoluto. Tal vez el imperio de los muertos fuese parcial y estuviera ya +en decadencia. En otros tiempos mandaban como déspotas: esto era +indudable. Ahora sólo dominaban en determinados lugares, perdiendo en +otros para siempre toda esperanza de poder. En Mallorca aún gobernaban +con mano fuerte: lo decía él, el <i>chueta</i>. En otros países, tal vez no.</p> + +<p>Sintió Febrer honda irritación al recordar sus errores y angustias. +¡Malditos muertos! La humanidad no sería feliz y libre mientras no +acabase con ellos.</p> + +<p>—Pablo, ¡matemos a los muertos!</p> + +<p>Miró un instante con cierta zozobra el capitán a su amigo; pero al ver +la serenidad de sus ojos, se tranquilizó, y dijo sonriendo:</p> + +<p>—Por mí, ¡que los maten!</p> + +<p>Luego, recobrando su gravedad y reclinándose en su asiento, mientras +lanzaba una bocanada de humo, añadió el <i>chueta</i>:</p> + +<p>—Tienes razón. Matemos a los muertos: pisoteemos los obstáculos +inútiles, las cosas viejas que obstruyen y complican nuestro camino. +Todos vivimos con arreglo a lo que dijo Moisés, a lo que dijo Buda, +Jesús, Mahoma u otros pastores de hombres, cuando lo natural y lo lógico +sería vivir con arreglo a lo que pensamos y sentimos nosotros mismos.</p> + +<p>Jaime miró detrás de él, como si sus ojos quisieran buscar en el +interior de la casa la dulce figura de Margalida. Luego resumió todas +las congojas y las nuevas verdades de su pensamiento repitiendo la misma +afirmación enérgica: «¡Matemos a los muertos!».</p> + +<p>La voz de Pablo le sacó de sus reflexiones.</p> + +<p>—¿Te hubieras casado ahora con mi sobrina, sin miedo y sin +remordimiento?...</p> + +<p>Febrer dudó antes de contestar. Sí; se habría casado, sin parar atención +en los escrúpulos heredados y las diferencias de raza que tanto le +habían hecho sufrir. Pero faltaba algo para esto; algo que estaba por +encima de la voluntad de los hombres y era superior a su poder; algo que +no podía comprarse y gobernaba al mundo; algo que traía con ella la +humilde Margalida sin saberlo.</p> + +<p>Sus angustias habían terminado. ¡Vida nueva!</p> + +<p>No; los muertos no mandan: quien manda es la vida, y sobre la vida, el +amor.</p> + +<p style="margin-top: 3em;">FIN</p> + +<p style="margin-bottom: 0.1em;">Madrid</p> +<p style="margin-top: 0.1em;">Mayo y Diciembre 1908.</p> + + + + + + + + +<pre> + + + + + +End of Project Gutenberg's Los muertos mandan, by Vicente Blasco Ibáñez + +*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS MUERTOS MANDAN *** + +***** This file should be named 21651-h.htm or 21651-h.zip ***** +This and all associated files of various formats will be found in: + https://www.gutenberg.org/2/1/6/5/21651/ + +Produced by Chuck Greif + +Updated editions will replace the previous one--the old editions +will be renamed. + +Creating the works from public domain print editions means that no +one owns a United States copyright in these works, so the Foundation +(and you!) can copy and distribute it in the United States without +permission and without paying copyright royalties. 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Thus, we do not necessarily +keep eBooks in compliance with any particular paper edition. + + +Most people start at our Web site which has the main PG search facility: + + https://www.gutenberg.org + +This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, +including how to make donations to the Project Gutenberg Literary +Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to +subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. + + +</pre> + +</body> +</html> diff --git a/LICENSE.txt b/LICENSE.txt new file mode 100644 index 0000000..6312041 --- /dev/null +++ b/LICENSE.txt @@ -0,0 +1,11 @@ +This eBook, including all associated images, markup, improvements, +metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be +in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES. + +Procedures for determining public domain status are described in +the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org. + +No investigation has been made concerning possible copyrights in +jurisdictions other than the United States. 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