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+The Project Gutenberg EBook of Los muertos mandan, by Vicente Blasco Ibáñez
+
+This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
+almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
+re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
+with this eBook or online at www.gutenberg.org
+
+
+Title: Los muertos mandan
+
+Author: Vicente Blasco Ibáñez
+
+Release Date: May 31, 2007 [EBook #21651]
+
+Language: Spanish
+
+Character set encoding: ISO-8859-1
+
+*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS MUERTOS MANDAN ***
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+Produced by Chuck Greif
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+Los muertos mandan
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+Vicente Blasco Ibáñez
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+Al lector
+
+
+En mis tiempos de agitador político, allá por el año 1902, los
+republicanos de Mallorca me invitaron a un mitin de propaganda de
+nuestras doctrinas que se celebró en la plaza de Toros de Palma.
+
+Después de esta reunión popular, los otros diputados republicanos que
+habían hablado en ella se volvieron a la Península. Yo, una vez
+pronunciado mi discurso, di por terminada mi actuación política, para
+correr como simple viajero la hermosa isla que vio en la Edad Media los
+paseos meditativos del gran Raimundo Lulio--filósofo, hombre de acción,
+novelista--y en el primer tercio del siglo XIX sirvió de escenario a los
+amores románticos y algo maduros de Jorge Sand y Chopin.
+
+Más que las cavernas célebres, los olivos seculares y las costas
+eternamente azules de Mallorca, atrajeron mi atención las honradas
+gentes que la pueblan y sus divisiones en castas que aún perduran, a
+causa sin duda del aislamiento isleño, refractario a las tendencias
+igualitarias de los españoles de tierra firme. Vi en la existencia de
+los judíos convertidos de Mallorca, de los llamados _chuetas_, una
+novela futura.
+
+Luego, al volver a la Península, me detuve en Ibiza, sintiéndome
+igualmente interesado por las costumbres tradicionales de este pueblo de
+marinos y agricultores, en lucha incesante durante mil quinientos años
+con todos los piratas del Mediterráneo. Y pensé unir las vidas de las
+dos islas, tan distintas y al mismo tiempo tan profundamente originales,
+en una sola novela.
+
+Transcurrieron seis años sin que pudiese realizar mi deseo.
+
+Necesitaba volver a Mallorca e Ibiza para estudiar con más detenimiento
+los tipos y paisajes de mi obra, y nunca encontraba ocasión propicia
+para tal viaje. Al fin, en 1908, cuando preparaba mi primera excursión a
+América, pude escapar unas semanas de Madrid, llevando una vida errante
+por ambas islas. Visité la mayor parte de Mallorca, durmiendo muchas
+noches en pequeños pueblos donde me dieron alojamiento las familias
+«payesas» con una hospitalidad generosa, de bíblico desinterés. Corrí
+las montañas de Ibiza y navegué ante sus costas rojas y verdes en barcos
+viejos, valientes para el mar, que unos meses del año van a la pesca y
+otros son dedicados al contrabando.
+
+Cuando regresé a Madrid, con el rostro ennegrecido por el sol y las
+manos endurecidas por el remo, me puse a escribir _Los muertos mandan,_
+y eran tan frescas y al mismo tiempo tan recias mis observaciones, que
+produje la novela «de un solo tirón», sin el más leve desfallecimiento
+de mi memoria de novelista, en el transcurso de dos o tres meses.
+
+Esta fue la última obra del primer período de mi vida literaria. Apenas
+publicada me marché a dar conferencias en la República Argentina y
+Chile. El conferencista se convirtió sin saber cómo en colonizador del
+desierto, en jinete de la llanura patagónica. Olvidé la pluma como algo
+frívolo e inútil para la recia batalla con las asperezas de una tierra
+inculta desde el principio del planeta y con las malicias e ignorancias
+de los hombres.
+
+Pasé seis años sin escribir novelas. Quise crearlas en la realidad. Fui
+un novelista de hechos y no de palabras.
+
+Pero las vidas vuelven siempre a sus cauces antiguos, y después de estos
+seis años de catalepsia literaria, en 1914, pocos meses antes de la gran
+guerra, reanudé en París mi trabajo de novelista «de pluma y papel»,
+escribiendo _Los argonautas._
+
+V. B. I. 1923
+
+
+
+
+Primera parte
+
+
+
+
+I
+
+
+Jaime Febrer se levantó a las nueve de la mañana. _Madó_ Antonia, que le
+había visto nacer--servidora respetuosa de las glorias de la familia--,
+movíase desde las ocho en la habitación, para despertarle. Pareciéndole
+escasa la luz que penetraba por el montante de un amplio ventanal, abrió
+las hojas de madera carcomida, desprovistas de vidrios. Luego levantó
+las colgaduras de damasco rojo galoneadas de oro que cubrían como una
+tienda de campaña el amplio lecho majestuoso, en el que habían nacido,
+procreado y muerto varias generaciones de Febrer.
+
+La noche anterior, al retirarse del Casino, la había encargado Jaime con
+gran insistencia que le despertase temprano. Estaba invitado a almorzar
+en Valldemosa. «¡Arriba!» La mañana era de las mejores de primavera; en
+el jardín de la casa chillaban a coro los pájaros sobre las ramas
+florecientes, mecidas por la brisa que enviaba el vecino mar por encima
+de la muralla.
+
+La criada se fue, camino de la cocina, al ver que el señor se decidía al
+fin a echarse fuera de la cama. Anduvo Jaime Febrer casi desnudo por la
+habitación, ante la ventana abierta, partida por una columna
+delgadísima. No había miedo de que le viesen. La casa de enfrente era un
+palacio viejo como el suyo; un caserón de pocos huecos. Frente a su
+ventana se extendía un muro de color indefinido, con profundos
+desconchados y restos de antiguas pinturas, pero tan próximo por la
+estrechez de la calle, que parecía poder tocarse con la mano.
+
+Habíase dormido tarde, desasosegado y nervioso por la importancia del
+acto que iba a realizar en la mañana siguiente, y el aturdimiento de un
+sueño corto e ineficaz le hizo buscar con avidez la caricia
+reconfortante del agua fría. Al lavarse en una palangana estudiantil,
+angosta y pobre, Febrer tuvo un gesto de tristeza. «¡Ah, miseria!...» Le
+faltaban las más rudimentarias comodidades en aquella casa de un lujo
+señorial y vetusto que los ricos modernos no podían improvisar. La
+pobreza surgía ante su paso, con todas sus molestias, en estos salones
+que le hacían recordar los espléndidos decorados de ciertos teatros
+vistos en sus viajes por Europa.
+
+Como si fuera un extraño que entrase por primera vez en su dormitorio,
+admiraba Febrer esta pieza, grandiosa y de elevado techo. Sus poderosos
+abuelos habían edificado para gigantes. Cada habitación del palacio era
+tan vasta como una casa moderna. El ventanal carecía de vidrios, como
+los demás huecos del edificio, y en invierno había que mantenerlos todos
+con las hojas cerradas, sin más luz que la que entraba por los
+montantes, cubiertos de cristales resquebrajados y opacos por el tiempo.
+La carencia de alfombras dejaba al descubierto los pavimentos de piedra
+arenisca y blanda de Mallorca, cortada en finos rectángulos, como si
+fuese madera. Los techos lucían aún el viejo esplendor de los
+artesonados, unos obscuros, de artificiosas trabazones, otros con un
+dorado mate y venerable que hacía resaltar los cuarteles coloreados de
+las armas de la casa. Las paredes altísimas, simplemente enjalbegadas de
+cal, desaparecían en unas piezas bajo filas de cuadros antiguos, y en
+otras detrás de ricas colgaduras de colores vivos que el tiempo no
+lograba apagar. El dormitorio estaba adornado con ocho grandes tapices
+de un tono verde de hoja seca, representando jardines, amplias avenidas
+de árboles otoñales, con una plazoleta terminal en la que triscaban
+venados o goteaban solitarias fuentes en triples tazones. Encima de las
+puertas colgaban viejos cuadros italianos de una suavidad acaramelada:
+niños de carnes ambarinas jugueteaban con rizados corderos. El arco que
+dividía el verdadero dormitorio del resto de la habitación tenía algo de
+triunfal, con columnas acanaladas sosteniendo un medio punto de follaje
+tallado, todo de un oro pálido y discreto, como si fuese un altar. Sobre
+una mesa del siglo XVIII veíase una imagen policroma de San Jorge
+pisoteando moros bajo su corcel; y más allá la cama, la imponente cama,
+monumento venerable de la familia. Algunos sillones antiguos, de
+encorvados brazos, con el rojo terciopelo calvo y raído hasta mostrar la
+blancura de la trama, mezclábanse con sillas de paja y el pobre lavabo.
+«¡Ah, miseria!», volvió a pensar el mayorazgo. El viejo caserón de los
+Febrer, con sus hermosos ventanales faltos de vidrios, sus salones
+llenos de tapices y sin alfombras, sus muebles venerables confundidos
+con los más ruines enseres, le parecía igual a un príncipe arruinado
+ostentando aún manto brillante y corona gloriosa, pero descalzo y sin
+ropa blanca.
+
+Él era igual a este palacio, imponente y vacío caparazón que en otros
+tiempos había guardado la gloria y la riqueza de sus abuelos. Unos
+habían sido mercaderes, otros soldados, y todos navegantes.
+
+Las armas de los Febrer habían ondeado en flámulas y banderas sobre más
+de cincuenta navíos de gavia--lo mejor de la marina de Mallorca--, que,
+luego de tomar órdenes en Puerto Pi, iban a vender aceite de la isla en
+Alejandría, embarcaban especierías, sedas y perfumes de Oriente en las
+escalas del Asia Menor, traficaban con Venecia, Pisa y Genova, o,
+pasando las Columnas de Hércules, sumíanse en las brumas de los mares
+del Norte para llevar a Flandes y a las repúblicas anseáticas la loza de
+los moriscos valencianos, llamada por los extranjeros _mayólica_, a
+causa de su procedencia mallorquína.
+
+Esta navegación continua a través de mares infestados de piratas había
+hecho de la familia de ricos mercaderes una tribu de valerosos soldados.
+Los Febrer habían peleado o ajustado alianzas con corsarios turcos,
+griegos y argelinos, habían escoltado sus flotas por los mares del Norte
+para hacer frente a los piratas ingleses, y hasta una vez, a la entrada
+del Bosforo, sus galeras habían abordado a las de Genova, que
+monopolizaban el comercio de Bizancio. Luego, esta dinastía de soldados
+del mar, al retirarse de la navegación comercial, había rendido tributo
+de sangre a la seguridad de los reinos cristianos y a la fe católica
+haciendo ingresar una parte de sus hijos en la santa milicia de los
+caballeros de Malta.
+
+Los segundones de la casa de Febrer, al mismo tiempo que recibían el
+agua del bautismo, llevaban cosida a sus pañales la cruz blanca de ocho
+puntas, símbolo de las ocho bienaventuranzas, y al ser hombres
+capitaneaban galeras de la Orden belicosa y acababan sus días como ricos
+comendadores de Malta, contando sus proezas a los hijos de sus sobrinas
+y haciéndose cuidar achaques y heridas por esclavas infieles que vivían
+con ellos, a pesar del voto de castidad. Monarcas famosos, al pasar por
+Mallorca, habían salido del alcázar de la Almudaina para visitar a los
+Febrer en su palacio. Unos habían sido almirantes de las flotas del rey;
+otros, gobernantes de lejanos territorios; algunos dormían el sueño
+eterno en la catedral de La Valette con otros ilustres mallorquines, y
+Jaime había contemplado sus tumbas en una visita a Malta.
+
+La Lonja de Palma, gallardo edificio gótico vecino al mar, había sido
+durante siglos un feudo de sus ascendientes. Para los Febrer era todo
+cuanto arrojaban en el inmediato muelle las galeras de alto castillo,
+las cocas de pesado casco, las ligeras fustas, las saetías, panfiles,
+rampines, tafureas y demás embarcaciones de la época, y en el inmenso
+salón columnario de la Lonja, junto a los fustes salomónicos que se
+perdían en la penumbra de las bóvedas, sus abuelos recibían como reyes a
+los navegantes de Oriente, que llegaban con anchos zaragüelles y birrete
+carmesí, a los patronos genoveses y provenzales, con su capotillo
+rematado por frailuna capucha, a los valerosos capitanes de la isla,
+cubiertos con la roja barretina catalana. Los mercaderes de Venecia
+enviaban a sus amigos de Mallorca muebles de ébano con menudas
+incrustaciones de marfil y lapislázuli o grandes espejos de luna azulada
+y marco cristalino. Los navegantes de vuelta de África traían manojos de
+plumas de avestruz, colmillos de marfil, y estos tesoros y otros iban a
+adornar los salones de la casa, perfumados por misteriosas esencias,
+regalo de los corresponsales asiáticos.
+
+Los Febrer habían sido durante siglos los intermediarios entre Oriente y
+Occidente, haciendo de Mallorca un depósito de productos exóticos, que
+luego desparramaban sus naves por España, Francia y Holanda. Las
+riquezas afluían fabulosamente a la casa. En algunas ocasiones, los
+Febrer hasta hicieron préstamos a los reyes... Pero todo esto no podía
+evitar que Jaime, el último de la familia, luego de perder en el Casino,
+la noche anterior, todo cuanto poseía--unos centenares de pesetas--,
+hubiese aceptado dinero, para poder ir a la mañana siguiente a
+Valldemosa, de Toni Clapés, el contrabandista, hombre rudo, de
+entendimiento despierto, y el más fiel y desinteresado de sus amigos.
+
+Mientras se peinaba, Jaime se contempló en un espejo antiguo, rajado y
+de luna nebulosa. Treinta y seis años: no podía quejarse de su aspecto.
+Era feo, con una fealdad «grandiosa», según expresión de una mujer que
+había ejercido cierta influencia sobre su vida.
+
+Esta fealdad le había proporcionado algunas satisfacciones amorosas.
+Miss Mary Gordon, rubia idealista, hija del gobernador de un
+archipiélago inglés de Oceanía, que viajaba por Europa sin otro
+acompañamiento que el de una doméstica, le había conocido un verano en
+un hotel de Munich, y ella fue la que, impresionada, dio los primeros
+pasos. El español era, según la miss, un vivo retrato de Wagner joven. Y
+Febrer, sonriendo a impulsos del grato recuerdo, contemplaba su frente
+abombada, que parecía oprimir con su pesadumbre los ojos imperiosos,
+pequeños e irónicos, sombreados por gruesas cejas. La nariz era aguda y
+aguileña, la nariz de todos los Febrer, valientes pájaros de presa de
+las soledades del mar; la boca desdeñosa y sumida; el mentón saliente y
+recubierto por la suave vegetación, rala y fina, de la barba y el
+bigote. «¡Ah, deliciosa miss Mary!» Cerca de un año había durado la
+alegre peregrinación por Europa. Ella, enamorada de él rabiosamente por
+su parecido con el Maestro, quería casarse, y le hablaba de los millones
+del gobernador, mezclando sus entusiasmos románticos con las aficiones
+prácticas de su raza. Pero Febrer acabó por huir, antes de que la
+inglesa le dejase a su vez por algún director de orquesta que se
+asemejase más a su ídolo.
+
+«¡Ay, las mujeres!...» Y Jaime erguía su cuerpo de varón forzudo, algo
+encorvado de espaldas por el exceso de estatura. Hacía tiempo que había
+renunciado a interesarse por ellas. Unas leves canas en la barba y un
+ligero fruncimiento de la piel en las comisuras de los ojos revelaban la
+fatiga de una existencia que había marchado, según decía él, «a toda
+máquina». Pero aun así, le buscaban, y era el amor el que iba a sacarle
+de su angustiosa situación.
+
+Al acabar el arreglo de su persona, salió del dormitorio. Cruzó un salón
+vastísimo iluminado por los rayos del sol, que pasaban a través de los
+montantes de tres ventanales cerrados. El suelo estaba en la penumbra,
+mientras las paredes brillaban como un jardín de vivos colores,
+cubiertas de interminables tapices con figuras de doble tamaño natural.
+Eran escenas mitológicas y bíblicas; damas arrogantes, de abultadas
+carnes color de rosa, que comparecían ante guerreros rojos o verdes;
+enormes columnatas; palacios con guirnaldas de flores; cimitarras en
+alto, cabezas por el suelo, tropeles de caballos panzudos con una pata
+en alto: todo un mundo de viejas leyendas, pero con tintas frescas a
+pesar de los siglos, y entre franjas de manzanas y hojarasca.
+
+Febrer miró al pasar con ojos irónicos estas riquezas heredadas de sus
+ascendientes. Nada era suyo. Hacía más de un año que estos tapices y los
+del dormitorio y todos los de la casa pertenecían a ciertos usureros de
+Palma, que los habían dejado colgados en el mismo sitio. Esperaban la
+llegada de un aficionado rico, que los pagaría con más esplendidez al
+imaginárselos adquiridos directamente de su dueño. Jaime no era más que
+un depositario, amenazado con la cárcel en caso de infidelidad en su
+custodia.
+
+Al llegar al centro del salón dio un pequeño rodeo, a impulsos de la
+costumbre, pero empezó a reír viendo que no había nada que interrumpiese
+su paso. Un mes antes aún estaba allí una mesa italiana de mármoles
+preciosos que había traído el famoso comendador don Príamo Febrer de una
+de sus expediciones en corso. Más allá tampoco había nada que le hiciese
+tropezar. Un brasero enorme de plata repujada, montado sobre una tarima
+del mismo metal, con una fila circular de geniecillos que sostenían este
+monumento, lo había convertido Febrer en dinero, vendiéndolo al peso. Y
+el brasero le hizo recordar una áurea cadena, regalo del emperador
+Carlos V a uno de sus ascendientes, que años antes había vendido en
+Madrid, también al peso, con el aditamento de dos onzas de oro recibidas
+por el trabajo artístico y la antigüedad. Después había llegado
+vagamente hasta él la noticia de que la cadena la vendieron en París por
+cien mil francos. «¡Ah, miseria!» Los caballeros ya no podían vivir en
+estos tiempos.
+
+Su vista tropezó con el brillo de unos enormes vargueños de labor
+veneciana montados sobre mesas antiguas sostenidas por leones. Parecían
+fabricados para gigantes, con innumerables y profundos cajones, cuyas
+caras exteriores tenían esmaltes policromos representando escenas
+mitológicas. Eran cuatro piezas magníficas de museo: un recuerdo de la
+antigua magnificencia de la casa. Tampoco eran suyos. Habían corrido la
+misma suerte que los tapices, y allí estaban esperando un comprador.
+Febrer no era ya más que el conserje de su propia casa. Y también
+pertenecían a los acreedores los cuadros italianos y españoles que
+adornaban las paredes de dos gabinetes inmediatos; los muebles antiguos
+con sedas rapadas o rotas, pero de hermosas tallas; todo, en fin, lo que
+conservaba algún valor entre los restos de la secular herencia.
+
+Salió a la sala de recibimiento, vasta pieza en el centro del edificio,
+fría y de altísimo techo, que comunicaba con la escalera. Las paredes
+blancas habían tomado con los años un tono amarillento de marfil. Era
+preciso echar la cabeza atrás para alcanzar con la vista el negro
+artesonado del techo. Ventanas abiertas junto a la cornisa ayudaban a
+los ventanales de abajo a iluminar este salón inmenso y austero.
+Muebles, pocos y conventuales: amplios sillones de brazos, con asientos
+y respaldares de vaqueta adornados de clavos; mesas de roble de
+retorcidas patas; cofres obscuros, con oxidados herrajes sobre fondos de
+paño verde apolillado. La blancura amarillenta de los muros sólo era
+visible, como las líneas de un enrejado, entre las filas de lienzos,
+muchos de ellos sin marco.
+
+Eran centenares de cuadros, todos malos e interesantes a la vez;
+pinturas encargadas para perpetuar las glorias de la familia, hechas por
+antiguos artistas italianos y españoles de paso en Mallorca. Un encanto
+tradicional parecía emanar de estos lienzos. Era la historia del
+Mediterráneo escrita por torpes e ingenuos pinceles: encuentros de
+galeras, asaltos de fortalezas, grandes batallas navales envueltas en
+humo, sobre cuyas vedijas flotaban los gallardetes de los navíos y las
+altas torres de popa, en cuya cima rizábanse las banderas con la cruz de
+Malta o la media luna. Los hombres peleaban en las cubiertas de los
+buques o en los esquifes que flotaban junto a ellos; el mar, enrojecido
+por la sangre o las llamas de los barcos, estaba matizado de centenares
+de cabecitas de náufragos, que a su vez luchaban sobre las olas. Una
+masa de cascos y chambergos chocaba, sobre dos navíos aferrados, con
+otra de turbantes blancos y rojos, y sobre ellas alzábanse mandobles y
+picas, cimitarras y hachas de abordaje. El disparo de cañones y trabucos
+cortaba con lenguas rojas el humo del combate. En otros lienzos no menos
+obscuros veíanse castillos arrojando llamas por sus troneras, y al pie
+de ellos guerreros con la cruz blanca de ocho puntas sobre la coraza,
+tan grandes casi como las torres, y aplicando a éstas sus escalas para
+subir al asalto.
+
+Los cuadros tenían a un lado cartelas blancas con los mismos remates
+plegados de un escudo de armas, y en ellas, escrito en defectuosas
+mayúsculas, el relato del suceso: encuentros victoriosos con galeras del
+Gran Turco o con piratas pisanos, genoveses y vizcaínos; guerras en
+Cerdeña; asaltos de Bujía y de Tedeliz; y en todas estas empresas era un
+Febrer el que dirigía a los combatientes o se hacía notar por su
+heroísmo, descollando sobre todos el comendador don Príamo, héroe
+endiablado, burlón y poco religioso, que había sido la gloria y la
+vergüenza de la casa.
+
+Alternando con estas escenas belicosas estaban los retratos de la
+familia. En la parte más alta, tocando a una fila de viejos lienzos de
+evangelistas y mártires, que formaban un friso, mostrábanse los Febrer
+más antiguos, venerables mercaderes de Mallorca pintados algunos siglos
+después de su muerte, graves varones de nariz judaica y ojos agudos, con
+joyas sobre el pecho y altos gorros de aspecto oriental. A continuación
+venían los hombres de armas, los navegantes de espada, con la cabellera
+al rape y el perfil de pájaro de presa, todos vistiendo armadura de
+negro acero y algunos con la blanca cruz de Malta. De retrato en
+retrato, los rostros se iban afinando, sin perder la frente abombada y
+la nariz imperiosa de la familia. El cuello de la camisa, ancho, flácido
+y de burdo tejido, iba elevándose con el serpenteo almidonado de la
+rizada gola; la coraza se convertía en justillo de terciopelo o seda;
+las barbas duras y anchas, a la moda del Emperador, trocábanse en agudas
+perillas y empinados bigotes, a los que servían de marco suaves
+guedejas.
+
+Entre los rudos hombres de guerra y los elegantes caballeros resaltaban
+los hábitos negros de ciertos eclesiásticos con bigotes y barbillas,
+ostentando altos bonetes de borla. Unos eran dignatarios eclesiásticos
+de Malta, a juzgar por la insignia blanca que adornaba su pecho; otros,
+venerables inquisidores de Mallorca, según la leyenda que ensalzaba su
+celo en pro de la fe. Después de todos estos señores negros, de gesto
+imponente y ojos duros, venía el desfile de pelucas blancas, de rostros
+aniñados por la rasura, de vistosas casacas de seda y oro adornadas con
+bandas y condecoraciones. Eran regidores perpetuos de la ciudad de
+Palma; marqueses cuyo marquesado había perdido la familia con los
+entronques matrimoniales, yendo sus títulos a fundirse con otros de la
+nobleza de la Península; gobernadores, capitanes generales y virreyes de
+países americanos y oceánicos, cuyos nombres despertaban una visión de
+fantásticas riquezas; entusiastas _botiflers_ partidarios de Felipe V,
+que habían tenido que huir de Mallorca, apoyo postrero de los Austrias,
+y ostentaban como supremo título nobiliario el apodo de _butifarras_
+dado por el populacho hostil.
+
+Cerrando el glorioso desfile, casi a ras de los muebles, estaban los
+últimos Febrer de principios del siglo XIX, oficiales de la Armada, de
+cortas patillas, rizos sobre la frente, alto cuello con anclas de oro y
+negro corbatín, que habían peleado en el cabo de San Vicente y en
+Trafalgar; y tras ellos el bisabuelo de Jaime, un viejo de ojos duros y
+boca desdeñosa, que al volver Fernando VII de su cautiverio en Francia
+se había embarcado para prosternarse a sus pies en Valencia, pidiendo
+con otros grandes señores que restableciese los usos antiguos y
+exterminase la naciente plaga del liberalismo. Era un patriarca
+prolífico, que había prodigado su sangre en varios distritos de la isla
+persiguiendo a las payesas, sin perder nada de su gravedad, y al dar a
+besar la mano a algunos de los hijos legítimos que vivían en su casa y
+llevaban su apellido, decía con voz solemne: «¡Dios te haga un buen
+inquisidor!»
+
+Entre estos retratos de los Febrer ilustres veíanse algunos de mujeres.
+Eran señoras con hinchados guardainfantes que llenaban todo el lienzo,
+iguales a las damas pintadas por Velázquez. Una que emergía su busto
+frágil de la campana de terciopelo floreado de sus faldas, con cara
+puntiaguda y pálida y un lazo descolorido en las rizadas y cortas
+melenillas, era la hembra notable de la familia, la que habían apodado
+«la Greca» por su sabiduría en letras helénicas. Su tío, fray Espiridión
+Febrer, prior de Santo Domingo, gran lumbrera de la época, había sido su
+maestro, y «la Greca» podía escribir en su idioma a los corresponsales
+de Oriente que aún mantenían con Mallorca un mortecino comercio.
+
+Jaime encontraba con su vista algunos lienzos más allá--distancia que
+representaba el paso de un siglo--, otro retrato de hembra famosa de la
+familia. Era una niña de blanca peluquíta, vestida de mujer, con la
+falda plegada y los grandes ahuecadores de las damas del siglo XVIII.
+Estaba junto a una mesa, al lado de un búcaro de flores, y sostenía con
+la exangüe diestra una rosa igual a un tomate, mirando ante ella con
+ojillos porcelanescos de muñeca. A ésta la habían llamado «la Latina».
+La cartela del retrato hablaba, en el estilo ampuloso de la época, de su
+discreción y su ciencia, acabando por llorar su muerte a los once años.
+Las hembras eran como retoños secos en el tronco vigoroso de los Febrer,
+peleadores y exuberantes. La sabiduría se agostaba pronto en esta
+familia de marinos y guerreros, como planta que surge por equivocación
+en un clima adverso.
+
+Preocupado por sus pensamientos de la noche anterior y por el próximo
+viaje a Valldemosa, Jaime se detuvo en el recibimiento contemplando los
+retratos de sus ascendientes. ¡Cuánta gloria... y cuánto polvo! Hacía
+veinte años tal vez que un trapo misericordioso no se había remontado a
+lo largo de la ilustre familia para adecentarla un poco. Los abuelos más
+remotos y las batallas famosas estaban cubiertos de telarañas. ¡Y pensar
+que los prestamistas no habían querido adquirir este museo de glorias,
+con el pretexto de que eran pinturas malas! ¡No poder traspasar estos
+recuerdos a ciertos ricos ansiosos de crearse un origen ilustre!...
+
+Jaime atravesó el recibimiento, entrando en las habitaciones del ala
+opuesta. Eran piezas de techo más bajo; tenían encima un segundo piso,
+ocupado en otros tiempos por el abuelo de Febrer; habitaciones
+relativamente modernas, con muebles viejos de estilo Imperio y en las
+paredes estampas iluminadas del período romántico representando las
+desventuras de Átala, los amores de Matilde y las hazañas de Hernán
+Cortés. Sobre las cómodas ventrudas veíanse santos policromos y
+crucifijos de marfil, entre polvorientas flores de trapo, bajo campanas
+de cristal. Una panoplia de ballestas, flechas y cuchillos recordaba a
+un Febrer, capitán de corbeta del rey, que hizo un viaje alrededor del
+mundo a fines del siglo XVIII. Conchas purpúreas, caracolas de mar
+enormes, con entrañas de nácar, adornaban las mesas.
+
+Siguiendo un corredor, camino de la cocina, dejó a un lado la capilla,
+que estaba cerrada muchos años, y al otro la puerta del archivo, vasta
+pieza cuyas ventanas daban sobre el jardín, y en la que había pasado
+Jaime, de vuelta de sus viajes, muchas tardes, revolviendo legajos
+guardados tras el enrejado de alambre de vetustas estanterías. Se asomó
+a la cocina, inmensa dependencia donde se preparaban en otros tiempos
+los famosos banquetes de los Febrer, rodeados de parásitos y generosos
+con todos los amigos que llegaban a la isla. _Madó_ Antonia parecía más
+pequeña en esta habitación de dilatados términos, junto a la gran
+chimenea del hogar, que podía admitir un montón enorme de troncos,
+asando a la vez varias piezas. Los bancos de hornillos podían servir
+para toda una comunidad. El frío aseo de esta dependencia demostraba su
+falta de uso. En las paredes, grandes escarpias delataban la ausencia de
+las vasijas de cobre que habían sido en otros tiempos gloria
+esplendorosa de esta cocina conventual. La vieja criada hacía sus guisos
+en un pequeño hornillo al lado de la artesa en la que amasaba el pan.
+
+Jaime dio un grito a _madó_ Antonia para avisarle su presencia, y se
+introdujo en una habitación inmediata, el pequeño comedor que habían
+utilizado los últimos Febrer, venidos a menos en su fortuna, huyendo del
+gran salón donde se celebraban los antiguos banquetes.
+
+También aquí era visible el paso de la miseria. La mesa larga hallábase
+cubierta con un hule resquebrajado, de dudosa blancura. Los aparadores
+estaban casi vacíos. La antigua loza, al romperse, había sido
+reemplazada por unos cuantos platos y jarros de grosera fabricación. Dos
+ventanas abiertas en el fondo encuadraban pedazos de mar de inquieto
+azul, palpitante bajo el fuego del sol. En sus rectángulos balanceábanse
+pausadamente las ramas de unas palmeras. Más allá marcábanse en el
+horizonte las alas blancas de una goleta que venía hacia Palma
+lentamente, como una gaviota fatigada.
+
+Entró _madó_ Antonia, dejando sobre la mesa un tazón humeante de café
+con leche y una gran rebanada de pan cubierta de manteca. Jaime atacó el
+desayuno con avidez, y al mascar el pan hizo un gesto de desagrado.
+_Madó_ asintió con un movimiento de cabeza, rompiendo a hablar en su
+lenguaje mallorquín.
+
+--Muy duro, ¿verdad?... Aquel pan no podía compararse con los panecillos
+que comía el señor en el Casino; mas la culpa no era de ella. Pensaba
+haber amasado el día anterior, pero no tenía harina y estaba esperando
+que el payés de _Son Febrer_ trajese su tributo. ¡Las gentes ingratas y
+olvidadizas!...
+
+La vieja servidora insistió en su desprecio al labriego cultivador de
+_Son Febrer_, predio que constituía la última fortuna de la casa. Todo
+lo debía el rústico a la benevolencia de la familia, y ahora, en los
+momentos difíciles, olvidaba a sus buenos señores.
+
+Jaime siguió mascando, con el pensamiento puesto en _Son Febrer._
+Tampoco aquello era suyo, no obstante figurar él como dueño. El predio,
+situado en el centro de la isla--la mejor finca heredada de sus padres,
+la que llevaba el nombre de la familia--, lo tenía hipotecado e iba a
+perderlo de un momento a otro. La renta, escasa y corta, conforme a los
+usos tradicionales, servíale para pagar únicamente una exigua parte del
+interés de los préstamos, engrosando el resto la cuantía de la deuda.
+Quedaban las aldehalas, los pagos en especie que el payés debía hacerle,
+siguiendo costumbres antiguas, y con ellos se mantenían él y _madó_
+Antonia, perdidos en el inmenso caserón que había sido hecho para
+albergar una tribu. En Navidad y en Pascua de Resurrección recibía una
+pareja de corderos acompañados de una docena de aves de corral; en el
+otoño dos cerdos bien cebados para la matanza, y todos los meses huevos
+y una cantidad de harina, a más de los frutos de la estación. Con estas
+aldehalas, unas consumidas en la casa y otras vendidas por la sirviente,
+iban sosteniéndose Jaime y _madó_ Antonia en la soledad del palacio,
+aislados de la curiosidad pública, como dos náufragos perdidos en un
+islote. Las ofrendas en especie se retrasaban cada vez más. El payés,
+con ese egoísmo rústico propenso a huir de la desgracia, hacíase el
+remolón, evitando el cumplimiento de sus obligaciones. Sabía que el
+mayorazgo ya no era el verdadero amo de _Son Febrer_, y muchas veces, al
+llegar a la ciudad con sus presentes, torcía el camino, yendo a
+depositarlos en las casas de los acreedores, temibles personajes a los
+que deseaba tener propicios.
+
+Jaime miró con tristeza a la servidora, que permanecía erguida ante él.
+Era una antigua payesa que aún conservaba el traje de su pueblo: jubón
+obscuro, con doble fila de botones en las mangas; falda clara y rameada,
+y cubriendo su cabeza el rebocillo, blanco velo sujeto al cuello y al
+pecho, por debajo del cual se escapaba la gruesa trenza--que llevaba
+postiza y muy negra--rematada por largas cintas de terciopelo.
+
+--¡Miserias, _madó_ Antonia!--dijo el señor en el mismo lenguaje--.
+Todos huyen de los pobres, y el mejor día, si ese tuno no trae lo que
+nos debe, tendremos que comernos uno a otro, lo mismo que si fuésemos
+náufragos.
+
+La vieja sonrió: «El señor siempre alegre.» En esto era un vivo retrato
+de su abuelo don Horacio, eternamente serio, con una cara que metía
+miedo, ¡pero diciendo unas cosas!...
+
+--Esto debe acabar--prosiguió Jaime, sin hacer caso de la alegría de la
+sirviente--. Esto acabará hoy mismo; estoy decidido... Sábelo, _madó_,
+antes de que la noticia corra: me caso.
+
+La criada juntó las manos devotamente para expresar su asombro y elevó
+la mirada al techo. ¡Santísimo Cristo de la Sangre! Ya era hora... Antes
+debía haberlo hecho, y otro sería el estado de la casa. Despertóse en
+ella la curiosidad, y preguntó con una avidez de campesina:
+
+--¿Es rica?...
+
+El gesto afirmativo del señor no la sorprendió. Forzosamente había de
+ser rica. Sólo una mujer que llevase con ella una gran fortuna podía
+aspirar a unirse con el último de los Febrer, que habían sido los
+hombres más notables de la isla y tal vez del mundo entero.
+
+La pobre _madó_ pensó en su cocina, poblándola instantáneamente con la
+imaginación de vasijas de cobre brillantes como oro, viéndola con todos
+los fogones encendidos, llena de muchachas de brazos arremangados, el
+rebocillo atrás, la trenza flotante, y ella en medio, sentada en un
+sillón, dando órdenes y aspirando el deleitoso tufillo de las cacerolas.
+
+--¡Será joven!--afirmó la vieja, para sacar más noticias a su señor.
+
+--Sí, joven; mucho más joven que yo; demasiado joven: unos veintidós
+años. Poco me falta para poder ser su padre.
+
+_Madó_ hizo un gesto de protesta. Don Jaime era el hombre más guapo de
+la isla. Lo decía ella, que le había admirado desde los tiempos en que
+iba con pantalón corto y lo llevaba de la mano a pasear entre los pinos
+inmediatos al castillo de Bellver. Era un Febrer, de aquella familia de
+señorones arrogantes, y con esto quedaba dicho todo.
+
+--¿Y es de buena casa?--siguió preguntando para forzar el laconismo de
+su señor--. Familia de caballeros indudablemente; de lo mejorcito de la
+isla... Pero no: ya adivino. Tal vez es de Madrid. Algún noviazgo de
+cuando usted vivía allá.
+
+Jaime quedó indeciso unos instantes, palideció, y luego dijo con ruda
+energía, para ocultar su turbación:
+
+--No, _madó_... Es una _chueta_.
+
+Antonia fue a juntar las manos, como momentos antes, invocando otra vez
+la Sangre de Cristo, tan venerada en Palma; pero de pronto se dilataron
+las arrugas de su rostro moreno, y rompió a reír... ¡Qué señor tan
+alegre! Lo mismo que su abuelo. Decía las cosas más estupendas e
+increíbles con una seriedad que engañaba a las gentes. ¡Y ella, pobre
+boba, que había creído tales bromas! Tal vez hasta lo del casamiento era
+mentira...
+
+--No, _madó_. Me caso con una _chueta_... Me caso con la hija de don
+Benito Valls. Para eso iré hoy a Valldemosa.
+
+La voz apagada de Jaime, sus ojos bajos, el acento tímido con que
+susurró tales palabras, quitaron toda duda a la sirviente. Quedó ésta
+con la boca abierta, los brazos caídos, sin fuerzas para levantar las
+manos ni los ojos.
+
+--¡Señor... Señor... Señor!...
+
+Le era imposible decir más. Creyó que había sonado un trueno, haciendo
+estremecerse la vieja casa; que un nubarrón acababa de pasar ante el
+sol, obscureciéndolo; que el mar se volvía plomizo, avanzando en
+encrespadas olas contra la muralla. Luego vio que todo estaba lo mismo,
+que sólo ella se había conmovido con esta noticia estupenda, digna de
+trastornar el orden de lo existente.
+
+--¡Señor... Señor... Señor!...
+
+Y agarrando el vacío tazón y los restos del pan, echó a correr, deseosa
+de refugiarse cuanto antes en la cocina. Después de oír tales horrores,
+la casa le inspiraba miedo. Debía andar alguien por los venerables
+salones de la otra parte del edificio: alguien que ella no podía saber
+quién fuese, pero que seguramente acababa de despertar de un sueño de
+siglos. Aquel palacio tenía un alma. Cuando la vieja quedaba sola en él,
+crujían los muebles como si hablasen entre ellos, palpitaban los tapices
+movidos por su cara oculta, vibraba en un rincón un arpa dorada de la
+abuela de don Jaime, y ella no sentía miedo nunca, porque los Febrer
+habían sido gente buena, simple y bondadosa con sus servidores. ¡Pero
+ahora, después de oír tales cosas!... Pensaba con cierta inquietud en
+los retratos que adornaban la pieza de recibimiento. ¡Qué cara la de
+aquellos señores, si habían llegado hasta ellos las palabras de su
+descendiente!
+
+_Madó_ Antonia acabó por serenarse, bebiendo los restos del café
+preparado para el señor. Ya no tenía miedo, pero sentía honda tristeza
+por la suerte de don Jaime, como si le viese en peligro de muerte.
+¡Acabar de este modo la casa de los Febrer! ¿Y Dios podía tolerar tales
+cosas?... Cierto desprecio por el señor vino a sobreponerse
+momentáneamente al antiguo cariño. Al fin, un calavera olvidado de la
+religión y las buenas costumbres, que había derrochado lo que restaba de
+la fortuna de su casa. ¿Qué iban a decir sus ilustres parientes? ¡Qué
+vergüenza la de su tía doña Juana, _aquella noble señora--la más santa y
+linajuda de la isla_--a la que, unos por burla y otros por exceso de
+veneración, llamaban «la Papisa»!
+
+--Adiós, _madó_... Al anochecer estaré de vuelta.
+
+La vieja saludó con un gruñido a Jaime, que asomaba la cabeza para
+despedirse. Luego, viéndose sola, levantó los brazos, invocando la ayuda
+de la Sangre de Cristo, de la Virgen del Lluch, patrona de la isla, y
+del portentoso San Vicente Ferrer, que tantos milagros había realizado
+durante sus predicaciones en Mallorca. ¡Uno más, santo prodigioso, para
+evitar la monstruosidad que proyectaba su señor!... ¡Que cayese un
+pedrusco de las montañas, interceptando para siempre el camino de
+Valldemosa; que volcase el carruaje y trajeran a don Jaime entre cuatro
+hombres... todo antes que aquella vergüenza!
+
+Febrer atravesó el recibimiento, abrió la puerta de la escalera y empezó
+a descender los suaves peldaños. Sus abuelos, como todos los nobles de
+la isla, construían en grande. La escalera y el zaguán ocupaban una
+tercera parte de los bajos de la casa. Una especie de _loggia_ a la
+italiana, con cinco arcos sostenidos por delgadas columnas, extendíase a
+la terminación de la escalera, abriéndose en sus extremos las dos
+puertas que daban acceso a las dos alas superiores del edificio. En el
+centro de su baranda, situada sobre el arranque de la escalera, frente a
+la puerta de la calle, estaba el escudo en piedra de los Febrer, con un
+farolón de hierro forjado.
+
+Jaime, al descender, chocaba su bastón en la piedra arenisca de los
+escalones o tocaba las grandes ánforas barnizadas que adornaban los
+rellanos, y éstas devolvían el golpe con una sonoridad de campana. La
+baranda de hierro, oxidada por los años y deshaciéndose en herrumbrosas
+escamas, temblaba, casi suelta de sus alvéolos, con el ruido de los
+pasos.
+
+Al llegar al zaguán, Febrer se detuvo. La extrema resolución que había
+adoptado, y que iba a influir para siempre en los destinos de su nombre,
+le hizo mirar con curiosidad los mismos lugares que antes cruzaba
+indiferente.
+
+En ninguna parte del edificio se notaba como aquí la antigua
+prosperidad. El zaguán, enorme cual una plaza, podía admitir más de una
+docena de carrozas y todo un escuadrón de jinetes.
+
+Doce columnas algo panzudas, de mármol avellanado de la isla, sostenían
+los arcos de piedra cortada en piezas, sin revestimiento alguno, encima
+de los cuales extendíase el techo de vigas negras. El pavimento era de
+guijarros, y entre ellos crecía el musgo de la humedad. Una frescura de
+ruina extendíase por esta entrada gigantesca y solitaria. Un gato
+atravesó el zaguán, saliendo por el orificio de una puerta carcomida de
+las antiguas cuadras, para desaparecer en los abandonados subterráneos
+que habían guardado las cosechas en otros tiempos. A un lado, había un
+pozo de la misma época en que se construyó el palacio, un orificio
+abierto en la roca, con brocal de piedra roída por el tiempo y una
+espadaña de hierro trabajada a martillo. La hiedra crecía en frescos
+ramilletes entre los salientes de la pulida piedra. Muchas veces, Jaime,
+siendo niño, se había asomado para contemplarse allá abajo, en la pupila
+circular y luminosa de sus aguas dormidas.
+
+La calle estaba solitaria. Al final de ella, junto, a las tapias del
+jardín de los Febrer, veíase la muralla de la ciudad, y abierto en esta
+muralla un portalón con barrotes de madera en su arco, iguales a los
+dientes de una boca enorme de pescado. En el fondo de esta boca
+temblaban, verdes y luminosas, las aguas de la bahía.
+
+Anduvo Jaime algunos pasos por las azuladas piedras de la calle, falta
+de aceras, y se detuvo luego para contemplar su casa. No era más que un
+pequeño resto del pasado. El antiguo palacio de los Febrer ocupaba toda
+una manzana, pero había ido empequeñeciéndose con el paso de los siglos
+y los apuros de la familia. Ahora una parte de él era residencia de
+monjas, y otras fracciones habían sido adquiridas por ciertos ricos, que
+desfiguraban con balconajes modernos la primitiva unidad del edificio,
+atestiguada por la línea uniforme de aleros y tejados. Los mismos
+Febrer, refugiados en la parte del caserón que miraba al jardín y al
+mar, habían tenido que ceder los pisos bajos, para aumento de sus
+rentas, a almacenistas y pequeños industriales. Junto a la portada
+señorial, tras unas vidrieras, trabajaban planchando ropa blanca algunas
+muchachas, que saludaron a don Jaime con respetuosa sonrisa. Éste siguió
+inmóvil en su contemplación de la antigua casa.
+
+¡Qué hermosa todavía, a pesar de sus amputaciones y su vejez!...
+
+La piedra del zócalo, agujereada y combada hacia dentro por el roce de
+personas y carruajes, estaba partida por varios tragaluces con rejas a
+ras del suelo. La parte baja del palacio mostrábase roída, lacerada y
+polvorienta, como unos pies que hubiesen caminado durante siglos.
+
+A partir del entresuelo, piso con entrada independiente, que había sido
+alquilado a un almacenista de drogas, comenzaba a desarrollarse el
+esplendor señorial de la fachada. Tres ventanales al nivel del arco del
+portalón, divididos por dobles columnas, mostraban sus marcos de mármol
+negro finamente trabajado. Los pétreos cardos trepaban por las columnas
+que sostenían las cornisas, y sobre estas últimas campeaban tres grandes
+medallones: el del centro con el busto del Emperador y la inscripción
+_Dominus Carolus Imperator 1541_, recuerdo de su paso por Mallorca para
+la infortunada expedición de Argel; los de los lados ostentando las
+armas de los Febrer, sostenidos por peces con barbudas cabezas de
+hombre. En las grandes ventanas del primer piso trepaban por jambas y
+cornisas unas guirnaldas formadas con anclas y delfines, testimonio de
+las glorias de esta familia de navegantes. Sobre sus remates abríanse
+enormes conchas. En la parte más alta de la fachada extendíase una fila
+compacta de ventanillas con adornos góticos, unas tapiadas, otras
+abiertas para dar luz y aire a los desvanes, y sobre ellas el alero
+monumental, el alero grandioso, como sólo se encuentra en los palacios
+de Mallorca, extendiendo hasta el promedio de la calle su ensamblaje de
+maderos tallados, ennegrecidos por el tiempo y sostenidos por vigorosas
+gárgolas.
+
+Por toda la fachada extendíanse, formando cuadriláteros, listones de
+madera carcomida con clavos y abrazaderas de hierro oxidado. Eran restos
+de las grandes iluminaciones con que la casa conmemoraba ciertas fiestas
+en sus tiempos de esplendor.
+
+Jaime pareció satisfecho de este examen. Aún era hermoso el palacio de
+sus abuelos, a pesar de las ventanas faltas de cristales, del polvo y
+las telarañas amontonados en los huecos, de los desgarrones que los
+siglos habían abierto en su revoque. Cuando él se casase y la fortuna
+del viejo Valls pasara a sus manos, iban todos a asombrarse de la
+magnífica resurrección de los Febrer. ¿Y aún se escandalizaban algunos
+de su resolución y sentía él ciertos escrúpulos?... ¡Adelante!
+
+Se dirigió hacia el Borne, ancha avenida que es el centro de Palma,
+antiguo torrente que en otros tiempos separaba la ciudad en dos villas y
+dos bandos enemigos: _Can Amunt y Can Avall_. Allí encontraría un coche
+que le llevase a Valldemosa.
+
+Al entrar en el Borne atrajo su atención la inmovilidad de varios
+paseantes que bajo la sombra de los copudos árboles contemplaban a unos
+campesinos detenidos ante el escaparate de una tienda. Febrer reconoció
+sus trajes, distintos de los usados por los payeses de la isla. Eran
+ibicencos... ¡Ah, Ibiza! El nombre de esta isla evocaba el recuerdo de
+un año remoto de su adolescencia pasado allá. Al ver a aquellas gentes
+que hacían sonreír a los mallorquines como si fuesen extranjeros, Jaime
+sonrió también, mirando con interés sus trajes y figuras.
+
+Eran, indudablemente, un padre con su hija y su hijo. El campesino
+calzaba alpargatas blancas, sobre las que caía la ancha campana de un
+pantalón de pana azul. Su chaqueta-blusa iba sujeta sobre el pecho con
+un broche, dejando ver la camisa y la faja. Un mantón obscuro de mujer
+descansaba sobre sus hombros como un chal, y para completar este atavío
+semifemenil, que contrastaba con sus facciones duras y morenas de moro,
+llevaba bajo el sombrero un pañuelo anudado en el mentón, con las puntas
+colgando sobre la espalda. El hijo, que parecía tener catorce años, iba
+vestido como él, con el mismo pantalón estrecho de pierna y amplio de
+campana, pero sin el mantón ni el pañuelo. Un lazo de color de rosa
+pendía sobre su pecho a guisa de corbata, un ramito de hierbas asomaba a
+una de sus orejas, y el sombrero de cinta bordada a flores echado sobre
+el cogote dejaba en libertad una onda de rizos cayendo sobre el rostro
+moreno, enjuto, malicioso, animado por la luz de unos ojos africanos, de
+intensa negrura.
+
+La muchacha era la que llamaba más la atención, con su falda verde de
+menudos pliegues, bajo la cual se adivinaba la presencia de otras
+faldas, hinchado globo de varias envolturas que parecía empequeñecer aún
+más los pies finos y graciosos encerrados en blancas alpargatas. El
+pecho ocultaba sus contornos salientes bajo un mantoncillo amarillento
+con flores rojas. De éste surgían unas mangas de terciopelo de distinto
+color que el jubón, adornadas con doble fila de botones de filigrana,
+obra de los plateros _chuetas_. Una triple cadena de oro deslumbrante,
+rematada por una cruz, partía su pecho, pero con eslabones tan enormes,
+que a no ser huecos la hubiesen agobiado bajo su pesadumbre. El pelo
+negro separábase en dos crenchas sobre la frente y se perdía bajo un
+pañuelo blanco anudado en el mentón, volviendo a surgir atrás en forma
+de trenza larga y enorme, con adorno de cintas multicolores que tocaban
+el borde de la falda.
+
+La muchacha, con una cestilla al brazo, permanecía inmóvil en el borde
+de la acera, admirando las altas casas y las terrazas de los cafés. Era
+blanca y sonrosada, sin la rudeza cobriza y dura de las hembras del
+campo. Tenía en sus facciones una delicadeza de monja aristocrática y
+bien cuidada, una pálida suavidad, animada por el reflejo luminoso de la
+dentadura y el tímido brillo de sus ojos bajo el pañuelo semejante a una
+toca monástica.
+
+Jaime, por una curiosidad instintiva, se aproximó al padre y al hijo,
+vueltos de espaldas a la muchacha y enfrascados en la contemplación del
+escaparate. Era una tienda de armas. Los dos ibicencos examinaban una
+por una todas las expuestas, con ojos ardientes y gestos de devoción,
+cual si adorasen ídolos milagrosos. El muchacho avanzaba su cabeza de
+pequeño moro, como si pretendiese introducirla por el cristal.
+
+--_Fluxas... ¡Pare, fluxas!_--exclamaba con la sorpresa del que
+encuentra un amigo inesperado, señalando a su padre unos pistolones
+Lefaucheux.
+
+Pero la admiración de los dos era para las armas desconocidas, que les
+parecían maravillosas obras de arte: para las escopetas sin llaves
+visibles, las carabinas de repetición y las pistolas con depósito, que
+podían hacer seguidamente muchos disparos. ¡Lo que inventan los hombres!
+¡Lo que gozan los ricos!... Aquellas armas inmóviles les parecían seres
+vivientes, con un alma maligna y un poder sin límites. Debían matar
+solas, sin que su dueño se tomase el trabajo de apuntar.
+
+La imagen de Febrer reflejándose en el cristal hizo volver al padre la
+cabeza rápidamente.
+
+--_¡Don Chaume!... ¡Ay, don Chaume!_
+
+Tal fue el aturdimiento de su sorpresa y tan grande su alegría, que,
+agarrando las manos de Febrer, faltó poco para que se arrodillase al
+mismo tiempo que hablaba tembloroso. Estaban entreteniéndose en el Borne
+para ir a casa de don Jaime cuando éste se hubiese levantado. Ya sabía
+él que los señores se acuestan tarde. ¡Qué felicidad verle!... ¡Aquí los
+_atlots_, y que mirasen bien al señor! Era don Jaime: era el amo. Diez
+años que no le había visto, pero lo mismo le hubiese reconocido entre
+mil personas.
+
+Febrer, desconcertado por las vehemencias cariñosas del payés y la
+curiosidad respetuosa de sus dos hijos, plantados ante él, no acertaba a
+coordinar sus recuerdos. El buen hombre adivinó este olvido en su mirada
+indecisa. ¿De veras que no le reconocía? Pep Arabi, de Ibiza... Pero
+esto mismo no decía gran cosa, pues en la isla sólo existen seis o siete
+apellidos, y Arabi eran una cuarta parte de sus habitantes. Se
+explicaría mejor. Pep de _Can Mallorquí._
+
+Febrer sonrió. ¡Ah, _Can Mallorquí!_ Un pobre predio de Ibiza donde él
+había pasado un año siendo muchacho: la única herencia de su madre.
+Hacía doce años que _Can Mallorquí_ no era suyo. Se lo había vendido a
+Pep, cuyos padres y abuelos venían cultivando la finca.
+
+Fue esto en la época que aún tenía dinero. ¿Pero de qué podía servirle
+aquella tierra en una isla apartada a la que no volvería nunca?... Y en
+una genialidad de gran señor bondadoso, la cedió a Pep a bajo precio,
+capitalizándola con arreglo al arrendamiento tradicional y concediendo
+amplios plazos para el pago; cantidades que, al sobrevenir después
+épocas de apuro, habían representado muchas veces para él una alegría
+inesperada. Hacía varios años que Pep había satisfecho su deuda, y sin
+embargo, aquellas buenas gentes seguían llamándole amo, y al verle ahora
+sentían la impresión del que se halla en presencia de un ser superior.
+
+Pep Arabi fue presentando a su familia. La _atlota_ era la mayor, y se
+llamaba Margalida: una verdadera mujer, aunque sólo tenía diez y siete
+años. El _atlot_, que era casi un hombre, contaba trece.
+
+Quería trabajar la tierra, como su padre y sus abuelos, pero él lo
+destinaba al Seminario de Ibiza, ya que era listo en asuntos de letra.
+Sus tierras las guardaba para un muchacho bueno y trabajador que se
+casase con Margalida. Ya andaban muchos en la isla tras de ella, y
+apenas volviesen iba a empezar la temporada de los _festeigs_, el
+cortejo tradicional, para que escogiese marido.
+
+Pepet, su hijo, estaba llamado a más altos destinos: iba a ser cura, y
+después que cantase misa entraría en un regimiento o se embarcaría con
+rumbo a América, como lo habían hecho otros ibicencos que recogían allá
+mucho dinero y lo enviaban a sus padres para comprar tierras en la isla.
+
+¡Ay, don Jaime, y cómo pasa el tiempo!... Él había visto al señor casi
+un niño, cuando pasó un verano con su madre en _Can Mallorquí._ Pep le
+había enseñado a manejar la escopeta, a cazar los primeros pájaros. «¿Se
+acuerda _vostra mercé?...»_ Él estaba entonces para casarse; aún vivían
+sus padres. Luego sólo se habían visto una vez, en Palma, para la venta
+del predio--un gran favor que no olvidaba nunca--; y ahora, cuando
+volvía a presentarse, ya era casi un viejo, con hijos tan altos como él.
+
+Al explicar su viaje, enseñaba su fuerte dentadura de campesino con
+sonrisas de inocente malicia. ¡Una verdadera calaverada, de la que
+hablarían mucho tiempo las gentes allá en Ibiza! Él había sido siempre
+andariego y atrevido: resabios del tiempo en que fue soldado. El patrón
+de un laúd, gran amigo suyo, tenía carga para Mallorca, y le había
+invitado como por broma. Pero con él no valían bromas: ¡lo pensado,
+hecho al instante! Los chicos no habían estado en Mallorca; en toda la
+parroquia de San José, que era la suya, no llegaban a una docena las
+personas que conocían la capital. Muchos habían ido a América; uno había
+estado en Australia. Algunas vecinas hablaban de sus viajes a Argelia en
+faluchos contrabandistas; pero a Mallorca nadie iba, y con razón. «No
+nos quieren, don Jaime: nos miran como animales raros, nos creen
+salvajes, como si no fuésemos todos hijos de Dios...» Y allí estaba él
+con sus _atlots_, aguantando desde por la mañana la curiosidad de las
+gentes, lo mismo que si fuesen moros. Diez horas de navegación con un
+mar magnífico; la _atlota_ llevaba en la cesta la comida para los tres.
+Se marcharían al amanecer del día siguiente, pero él deseaba antes
+hablar con el amo. Tenían que tratar negocios.
+
+Jaime hizo un gesto de extrañeza, prestando mayor atención a las
+palabras de Pep. Este se expresó con cierta timidez, embarullándose en
+sus palabras. Los almendros eran la mejor riqueza de _Can Mallorquí_. El
+año anterior la cosecha había sido buena, y éste no se presentaba mal.
+Se vendía a buen precio a los patrones, que la embarcaban para Palma y
+Barcelona. Él había plantado de almendros casi todos sus campos, y ahora
+pensaba desmontar y limpiar de piedras ciertas tierras del señor,
+cultivando trigo en ellas, el preciso nada más para el consumo de la
+familia.
+
+Febrer no ocultó su asombro. ¿Qué tierras eran aquéllas?... ¿Pero le
+quedaba algo en Ibiza?... Pep sonrió. No eran tierras precisamente: era
+un peñón, un promontorio de rocas avanzado sobre el mar, pero que podía
+aprovecharse por la parte de tierra formando algunos bancales en su
+pendiente. Arriba estaba la torre del Pirata, ¿no se acordaba el
+señor?... Una fortificación del tiempo de los corsarios, a la que había
+subido don Jaime muchas veces cuando niño, lanzando gritos de pelea, con
+un garrote de sabina en la mano, dando órdenes para el asalto a un
+ejército imaginario.
+
+El señor, que había creído por un instante en el descubrimiento de una
+finca olvidada, la única de la que podía ser verdadero dueño, sonrió
+tristemente. ¡Ah, la torre del Pirata! Se acordaba de ella. Una roca
+caliza, un avance de la costa, en cuyos intersticios nacían plantas
+salvajes, refugio y alimento de conejos. El viejo fortín de piedra era
+una ruina que lentamente iba deshaciéndose bajo los embates del tiempo y
+los soplos del mar. Los sillares caían de sus alvéolos; las almenas
+tenían las puntas roídas. Al vender _Can Mallorquí,_ la torre había
+quedado fuera del contrato, tal vez por olvido, a causa de su
+inutilidad. Podía hacer Pep lo que gustase: él no había de volver jamás
+a aquel lugar olvidado de su juventud.
+
+Y como el payés pretendiese hablar de futuras remuneraciones, don Jaime
+le atajó con un gesto de gran señor. Luego miró a la muchacha. Muy
+guapa; parecía una señorita disfrazada; en la isla debían ir los
+_atlots_ locos tras de ella.
+
+El padre sonrió, orgulloso y turbado por estos elogios. «¡Saluda,
+_atlota_! ¿Cómo se dice?...»
+
+La hablaba como si fuese una niña, y ella, con los ojos bajos, el rostro
+coloreado por una llamarada de sangre, cogiendo con la diestra una punta
+de su delantal, murmuró trémula algunas palabras en ibicenco: «No; no
+soy guapa. Servidora de vuestra mercé...»
+
+Febrer dio por terminada la entrevista, ordenando a Pep y a los suyos
+que fuesen a su casa. El payés conocía de antiguo a _madó_ Antonia, y la
+vieja tendría mucho gusto en verle. Comerían con ella lo que tuviese. Ya
+les vería al anochecer, cuando volviese de Valldemosa. «¡Adiós, Pep!
+¡Adiós, _atlots_!»
+
+E hizo señas a un cochero sentado en el pescante de un carruaje
+mallorquín, vehículo ligerísimo, montado sobre cuatro ruedas finas, con
+alegre toldo de lona blanca.
+
+
+
+
+II
+
+
+Febrer, al verse fuera de Palma, en plena campiña primaveral, se
+arrepintió de su vida presente. Llevaba un año sin salir de la ciudad,
+pasando las tardes en los cafés del Borne y las noches en la sala de
+juego del Casino.
+
+¡No ocurrírsele nunca asomar la cabeza fuera de Palma para ver el campo,
+de un verde tierno, con sus acequias susurrantes; el cielo, de suave
+azul, en el que flotaban islotes de blancos vellones; las colinas, de un
+verde obscuro, con sus molinillos de viento braceando en la cumbre; las
+sierras abruptas, de color de rosa, cerrando el fondo; todo el paisaje
+risueño y rumoroso que había asombrado a los navegantes antiguos,
+haciéndoles llamar a Mallorca la isla Afortunada!... Cuando, gracias a
+su casamiento, adquiriese una fortuna y pudiera rescatar el hermoso
+predio de _Son Febrer,_ pasaría en él la mayor parte del año, lo mismo
+que sus ascendientes, haciendo la vida rústica y benéfica de un gran
+señor, dadivoso y respetado. El carruaje, a todo correr de sus dos
+caballos, rozaba y dejaba atrás una fila de payeses que volvían de la
+ciudad por el borde del camino. Eran esbeltas mujeres morenas, llevando
+sobre la trenza y el blanco rebocillo un ancho sombrero de paja con
+cintas colgantes y ramos de flores silvestres; hombres vestidos de dril
+rayado--la llamada tela mallorquína--, con fieltros echados atrás que
+parecían una aureola negra o gris en torno de sus rostros afeitados.
+
+Recordaba Febrer las sinuosidades de este camino, por el que no había
+pasado en algunos años, lo mismo que un extranjero que volviese a la
+isla después de una visita remota. Más adelante se bifurcaba la ruta:
+una rama se dirigía a Valldemosa y otra a Sóller... ¡Ay, Sóller!... ¡La
+niñez olvidada que acudía de golpe a su memoria! Todos los años, en un
+carruaje como aquél, emprendía la familia de Febrer su viaje a Sóller,
+donde poseía una antigua casa, de amplio zaguán, la casa de la Luna,
+llamada así por un hemisferio de piedra con ojos y nariz que adornaba lo
+alto del portalón, representando al astro de la noche.
+
+Era siempre a principios de Mayo. El pequeño Febrer, cuando el carruaje
+transponía una garganta, en lo más alto de la sierra, lanzaba gritos de
+alegría contemplando a sus pies el valle de Sóller, el jardín de las
+Hespérides de la isla. Las montañas, obscuras de pinares y moteadas de
+blancas casitas, tenían las cumbres envueltas en turbantes de vapores.
+Abajo, en torno a la villa y prolongándose por todo el valle hasta el
+mar invisible, estaban los huertos de naranjos. La primavera estallaba
+sobre este suelo feliz con una explosión de colores y perfumes. Las
+plantas salvajes crecían entre los peñascos coronados de flores; los
+árboles tenían los troncos vestidos de serpenteante verdura; las pobres
+casas de los payeses ocultaban su miseria ruinosa bajo sábanas de
+rosales trepadores. Acudían de todos los pueblos del contorno a la
+fiesta de Sóller las rústicas familias: las mujeres con blancos
+rebocillos, pesadas mantillas y botones de oro en las mangas; los
+hombres con vistosos chalecos, capotes de paño y fieltros con cintas de
+color. Gangueaba la dulzaina llamando al baile; pasaban de mano en mano
+los vasos de dulce aguardiente de la isla y de vino de Bañalbufar. Era
+la alegría de la paz después de mil años de guerra y de piratería con
+los pueblos infieles del Mediterráneo: la regocijada conmemoración de la
+victoria conseguida por los payeses de Sóller sobre una flota de
+corsarios turcos en el siglo xvi.
+
+En el puerto, los pescadores, disfrazados de musulmanes y de guerreros
+cristianos, fingían a trabucazos y estocadas sobre sus pobres barcas una
+batalla naval, o se perseguían por los caminos inmediatos a la costa. En
+la iglesia se celebraba una fiesta para conmemorar la milagrosa
+victoria, y Jaime, sentado junto a su madre en un sitio honorífico,
+estremecíase de emoción escuchando al predicador, lo mismo que cuando
+leía una novela interesante en la biblioteca que su abuelo tenía en
+Palma, en el segundo piso de la casa.
+
+El vecindario se ponía en armas con los habitantes de Alaró y Buñola, al
+saber por una barca de Ibiza que veintidós galeotas turcas con algunas
+galeras marchaban sobre Sóller, la más rica población de la isla. Mil
+setecientos turcos y africanos, lo peor de la piratería, tomaban tierra
+atraídos por la riqueza del pueblo, y más aún por el deseo de asaltar
+cierto convento de monjas, donde vivían retiradas del mundo jóvenes
+hermosas y de ilustre familia. Divididos en dos columnas, marchaba una
+contra la tropa de cristianos que había salido a su encuentro, mientras
+la otra, dando un rodeo, penetraba en la población, cautivando doncellas
+y mancebos, robando las iglesias, matando a los sacerdotes. Los
+cristianos sentían la incertidumbre de su situación. Enfrente, mil
+turcos que avanzaban; a sus espaldas, la villa entregada al saqueo, sus
+familias sometidas al ultraje y a la violencia, que les llamaban con
+desesperación. Pero la duda fue corta. Un sargento de Sóller, heroico
+veterano de los ejércitos de Carlos V en las guerras de Alemania y el
+Gran Turco, los decide a todos por el ataque contra el enemigo
+inmediato. Se arrodillan, invocan al apóstol Santiago, y esperando un
+milagro, atacan con sus escopetas, arcabuces, lanzas y hachas. Los
+turcos cejan y vuelven las espaldas. En vano les anima su temible
+caudillo Suffarais, capitán general del mar, turco viejo y de gran
+obesidad, famoso por su coraje y atrevimiento. Al frente de una escuadra
+de negros, que eran su guardia, ataca cimitarra en mano, formando en
+torno de él un círculo de cadáveres; pero al fin un sollerense le
+atraviesa el pecho con su lanza, y al caer huyen los invasores,
+perdiendo su estandarte. Un nuevo enemigo les cierra el paso cuando
+escapan hacia la costa para salvarse en sus navíos. Una cuadrilla de
+bandoleros ha presenciado el combate desde los riscos, y al ver huir a
+los turcos sale a su encuentro, disparando los pedreñales y esgrimiendo
+sus dagas. Llevan con ellos una tropa de mastines, feroces compañeros de
+su vida infame, y esas bestias, arrojándose sobre los fugitivos y
+destrozándoles, prueban, según los cronistas de la época, «la bondad de
+la casta mallorquina». La tropa vencedora vuelve atrás, penetrando en la
+villa desolada, y los saqueadores huyen como pueden camino del mar, o
+caen degollados en las calles.
+
+El predicador exaltábase al relatar esta acción victoriosa, atribuyendo
+la mejor parte del éxito a la Reina de los Cielos y al guerrero apóstol.
+Luego ensalzaba al capitán Angelats, el héroe de la expedición, el Cid
+de Sóller, y a las _valentas dònas de Can Tamany,_ dos mujeres de un
+predio inmediato a la villa que habían sido sorprendidas por tres turcos
+ansiosos de saciar en ellas su carnívoro apetito tras largas
+abstinencias en las soledades del mar. Las _valentas donas,_ arrogantes
+y duras como buenas payesas, no gritaban ni huían a la vista de estos
+tres piratas enemigos de Dios y de los santos. Con la tranca de la
+puerta mataban a uno, y luego se encerraban en la casa. Arrojando el
+cadáver por una ventana sobre los asaltantes, descalabraban a otro y
+perseguían a pedradas al tercero, como esforzadas nietas de los honderos
+mallorquines. ¡Ah, las _valentas dònas_, las esforzadas hembras de _Can
+Tamany!_ El buen pueblo las adoraba como santas heroínas de la guerra
+milenaria contra los infieles, y reía cariñosamente de las hazañas de
+estas Juanas de Arco, pensando con orgullo en lo peligroso que era el
+trabajo de los musulmanes para abastecer de carne nueva sus harenes.
+
+Luego, el predicador, siguiendo la costumbre tradicional, daba fin a su
+arenga citando las familias que habían tomado parte en el combate: un
+centenar de apellidos, que escuchaba atentamente el rústico auditorio,
+moviendo la cabeza cada cual con signos de asentimiento cuando sonaba el
+nombre de uno de sus ascendientes. Esta enumeración interminable parecía
+corta a muchos, que hacían un gesto de protesta al callarse el
+predicador. «Otros estuvieron, y no los nombran», murmuraban los payeses
+cuyos apellidos no habían sonado. Todos querían ser descendientes de los
+guerreros del capitán Angelats.
+
+Cuando terminaban las fiestas y Sóller recobraba su plácida calma, el
+pequeño Jaime pasaba los días correteando por los naranjales con
+Antonia, la vieja _madó_ Antonia de ahora, que era entonces una mujerona
+fresca, de blancos dientes, curvo pecho y pisada fuerte, viuda a los
+pocos meses de matrimonio y perseguida por las miradas ardorosas de toda
+la payesía. Juntos iban al puerto, tranquilo y solitario lago, cuya
+entrada era casi invisible por las revueltas entre las peñas del brazo
+acuático que lo comunicaba con el mar. Sólo de tarde en tarde aparecían
+en esta plaza cerrada de agua azul los mástiles de algún velero que
+venía a cargar naranjas para Marsella. Las bandas de gaviotas viejas,
+enormes como gallinas, aleteaban con evoluciones de contradanza sobre la
+tersa superficie. A la caída de la tarde entraban las barcas de los
+pescadores, y bajo los tinglados de la playa quedaban colgando de
+escarpias peces enormes, con la cola arrastrando por el suelo, que
+sangraban lo mismo que bueyes; rayas y pulpos que despedían como pedazos
+de tembloroso cristal sus blancas viscosidades.
+
+Jaime amaba este puerto tranquilo, de misteriosa soledad, con un respeto
+religioso. Recordaba en él las milagrosas historias con que su madre le
+adormecía por la noche; el gran prodigio de un siervo de Dios para
+burlar sobre aquellas aguas los empedernidos pecadores. San Raimundo de
+Peñafort, virtuoso y austero monje, indignábase contra el rey don Jaime
+de Mallorca, torpemente amancebado con una dama, doña Berenguela, y
+sordo a sus santos consejos. El fraile quiso huir de la isla de
+perdición, y el rey se lo impidió poniendo embargo a todas las barcas y
+navíos. Entonces el santo bajó al solitario puerto de Sóller, tendió su
+manto sobre las olas, montó en él y emprendió el rumbo hacia las costas
+de Cataluña.
+
+_Madó_ Antonia le había contado también este milagro, pero en versos
+mallorquines, en un sencillo romance que respiraba la cándida credulidad
+de los siglos aficionados a lo maravilloso. El santo, embarcado en su
+manto, ponía el bordón por mástil y el capuchón por vela. Un viento de
+Dios soplaba sobre la extraña nave, y en pocas horas, el siervo del
+Señor iba de Mallorca a Barcelona. El vigía de Montjuich anunciaba con
+bandera la aparición del prodigioso barco, repicaban las campanas de la
+Seo, y los mercaderes acudían a la muralla del mar para recibir al santo
+viajero.
+
+El pequeño Febrer, con la curiosidad excitada por estas maravillas,
+quería saber más, y su acompañante llamaba a los viejos pescadores, que
+le enseñaban la roca en que había puesto los pies el santo mientras
+invocaba el auxilio de Dios antes de embarcarse. Una montaña de tierra
+adentro, vista desde el puerto, tenía la forma de un fraile encapuchado.
+A lo largo de la costa, en un lugar inaccesible, una peña, que sólo
+veían los pescadores, era semejante a un monje arrodillado y en oración.
+Tales prodigios los había hecho Dios, según estas almas sencillas, para
+perpetuar el famoso milagro.
+
+Jaime aún recordaba los estremecimientos de emoción con que acogía estos
+relatos. ¡Ah, Sóller! ¡La época de santa inocencia, en que abrió sus
+ojos a la vida entre relatos de milagros y conmemoraciones de luchas
+heroicas!... La casa de la Luna habíala perdido para siempre, lo mismo
+que la credulidad y la inocencia de aquella época para él casi remota.
+Habían transcurrido más de veinte años sin que volviese a la olvidada
+Sóller, que ahora resucitaba en su memoria con todos los risueños
+espejismos de la infancia.
+
+Llegó el carruaje a la bifurcación del camino, emprendiendo la ruta de
+Valldemosa, y todos los recuerdos parecieron quedar atrás, inmóviles al
+borde de la carretera, esfumándose con la distancia.
+
+El camino de Valldemosa no ofrecía para él memoria alguna del pasado.
+Sólo lo había seguido dos veces, siendo ya hombre, para visitar con unos
+amigos las celdas de la Cartuja. Se acordaba de los olivos del camino,
+los famosos olivos seculares, de formas extrañas y fantásticas, que
+habían servido de modelo a muchos artistas, y avanzó la cabeza por una
+ventanilla deseando verlos. El terreno subía; comenzaban los campos
+pedregosos de secano, las primeras estribaciones de la sierra. El camino
+iba serpenteando entre arboledas. Pasaban ya ante las ventanillas del
+carruaje los primeros olivos.
+
+Febrer los conocía, había hablado de ellos muchas veces, y sin embargo,
+sintió la sensación de lo extraordinario, como si los viese por primera
+vez. Eran árboles negros, de enorme tronco nudoso y abierto, abombados
+por grandes excrecencias y con escaso follaje; olivos que tenían siglos
+de existencia, que no habían sido podados nunca y en los que la vejez
+robaba savia al ramaje, hinchando el tronco con las expansiones de una
+lenta y penosa circulación. El campo parecía un abandonado taller de
+escultura, con miles de bocetos informes, de monstruos esparcidos en el
+suelo, sobre una alfombra verde matizada de margaritas y campanillas
+silvestres.
+
+Un olivo parecía un sapo enorme, encogido y en actitud de saltar, con un
+ramillete de hojas en la boca; otro, una boa informe de amontonados
+anillos, con un penacho de olivo en la cabeza; veíanse troncos abiertos
+como ojivas, al través de cuyos orificios lucía el cielo azul;
+serpientes monstruosas enrolladas en grupo como las espirales de una
+columna salomónica; gigantes negros, cabeza abajo, con las manos en el
+suelo, hundiendo los dedos de sus raíces y los pies en alto, de los que
+surgían varas llenas de hojas. Algunos, vencidos por los siglos, se
+acostaban en el suelo, sostenidas sus leñosidades por horquillas, como
+viejos que intentasen incorporarse sobre sus muletas.
+
+Parecía haber pasado sobre estos campos una tempestad, abatiéndolo todo,
+retorciéndolo todo, petrificándose después para mantener esta desolación
+bajo su peso y que no recobrara las primitivas formas. Muchos olivos
+erguidos, de perfiles más suaves, parecían tener rostro y formas
+femeniles. Eran vírgenes bizantinas, con tiara de leves hojas y luengas
+vestiduras de leña. Otros eran ídolos feroces, de ojos saltones y barbas
+ondeadas y rastreantes; fetiches de religiones obscuras y bárbaras,
+capaces de detener a la humanidad primitiva en sus emigraciones,
+haciéndola caer de rodillas con la emoción de un encuentro divino. En la
+calma de este retorcimiento tempestuoso e inmóvil, en la soledad de
+estos campos poblados de espantables y perennes visiones, cantaban los
+pájaros, extendían su invasión hasta el pie de los troncos carcomidos
+las flores silvestres, y las hormigas iban y venían en infinito rosario,
+socavando como mineras infatigables las añosas raíces.
+
+Gustavo Doré había dibujado--según decían muchos isleños--en estos
+olivares sus más fantásticas concepciones, y el recuerdo de dicho
+artista trajo a la memoria de Jaime el de otros más célebres que pasaron
+también por el mismo camino y vivieron y sufrieron en Valldemosa.
+
+Dos veces había visitado la Cartuja sólo por ver de cerca los lugares
+inmortalizados por el amor triste y enfermizo de una pareja de seres
+famosos. Su abuelo le había hablado muchas veces de «la francesa» de
+Valldemosa y su compañero «el músico».
+
+Un día, los habitantes de Mallorca y los peninsulares que se habían
+refugiado en la isla huyendo de los horrores de la guerra civil, vieron
+desembarcar un matrimonio extranjero acompañado de un niño y una niña.
+Era en 1838. Al bajar el equipaje a tierra, los isleños admiraron con
+asombro un piano enorme, un piano Erard, como entonces se veían pocos.
+El piano quedó cautivo en la Aduana, mientras se resolvía el enredo de
+ciertos escrúpulos administrativos, y los viajeros fueron a alojarse en
+una posada, alquilando después la finca de _Son Vent_, inmediata a
+Palma.
+
+El hombre parecía enfermo; era más joven que ella, pero enflaquecido por
+las dolencias, pálido, con una palidez transparente de hostia, los
+claros ojos brillantes de fiebre, el angosto pecho agitado por ruda y
+continua tos. Unas patillas finísimas sombreaban sus mejillas; una
+cabellera tumultuosa de león coronaba su frente, cayendo atrás en
+cascada de rizos. Ella era varonil y corría con todos los trabajos de la
+casa, como una buena burguesa más pródiga en voluntad que en
+habilidades. Jugaba con sus hijos lo mismo que una niña, y su rostro
+bondadoso y risueño ensombrecíase únicamente al oír la tos del «amado
+enfermo». Un ambiente de exotismo, de existencia irregular, de protesta
+contra las leyes que rigen a los humanos, parecía envolver a esta
+familia vagabunda. Ella vestía trajes de cierta fantasía, con un puñal
+de plata clavado en la cabellera, adorno romántico que escandalizaba a
+las devotas señoras mallorquinas. Además, no iba a misa a la ciudad, no
+hacía visitas, no salía de su casa más que para juguetear con sus hijos
+o sacar al sol al pobre tísico, dándole el brazo. Los niños eran tan
+extraordinarios como la madre: la hija iba vestida de muchacho, para
+correr por los campos con mayor soltura.
+
+Pronto la isleña curiosidad se enteró de los nombres de estos forasteros
+de aspecto alarmante. Ella era una francesa, autora de libros: Aurora
+Dupín, antigua baronesa separada de su marido, que se había hecho una
+reputación universal por sus novelas, firmándolas con un nombre
+masculino y el apellido de un asesino político: Jorge Sand. Él era un
+músico polaco, organismo delicado que parecía dejar un pedazo de
+existencia en cada una de sus obras, y se sentía moribundo a los
+veintinueve años. Le llamaban Federico Chopin. Los hijos eran de la
+novelista, que estaba ya en los treinta y cinco años.
+
+La sociedad mallorquina, encerrada en sus preocupaciones tradicionales,
+como un molusco en sus valvas, y enemiga por instinto de las novedades
+de París, indignóse ante este escándalo. ¡No eran casados!... ¡Y ella
+escribía novelas que espantaban por su audacia a las gentes de bien!...
+La curiosidad femenil quiso conocerlas, pero en Mallorca sólo recibía
+libros don Horacio Febrer, el abuelo de Jaime, y los pequeños volúmenes
+de _Indiana y Lelia_ propiedad de aquél corrieron de mano en mano sin
+que los lectores los entendiesen. ¡Una mujer casada que escribía libros
+y vivía con un hombre que no era su marido!...
+
+Doña Elvira, la abuela de Jaime, una señora venida de Méjico, cuyo
+retrato había él contemplado tantas veces, y a la que se imaginaba
+siempre vestida de blanco, con los ojos en alto y el arpa dorada entre
+las rodillas, visitó a la solitaria de _Son Vent_. Gozábase en abrumar
+con su superioridad de forastera a las señoras de la isla que no sabían
+francés; escuchaba a la escritora sus líricos elogios de la originalidad
+de este paisaje africano, con sus blancas casitas, espinosos cactos,
+esbeltas palmeras y seculares olivos, que tan rudamente contrastaba con
+el armónico orden de las campiñas de Francia. Luego, doña Elvira, en las
+tertulias de Palma, defendía con vehemencia a la escritora, una pobre
+mujer apasionada, cuya vida actual era más abundante en tristezas y
+cuidados de hermana de la Caridad que en satisfacciones de amor. El
+abuelo tuvo que intervenir, prohibiendo a la esposa estas visitas para
+acallar murmuraciones.
+
+Se hizo el vacío en torno a la escandalosa pareja. Mientras los niños
+jugaban con su madre en el campo, como pequeños salvajes, el enfermo
+tosía recluido en su dormitorio, detrás de los cristales, o se asomaba a
+la puerta buscando un rayo de sol. Por las noches, a altas horas, era la
+visita de la musa, enfermiza y melancólica, y sentado al piano
+improvisaba entre toses y gemidos su música, de una voluptuosidad
+amarga.
+
+El dueño de _Son Vent_, un burgués de la ciudad, dio orden a los
+forasteros de levantar el campo, como si fuesen una banda de bohemios.
+El pianista estaba tísico, y él no quería contagiar su finca. ¿Adonde
+ir?... El regreso a la patria era difícil: estaban en pleno invierno, y
+Chopin temblaba como un pájaro abandonado pensando en los fríos de
+París. La isla inhospitalaria era amada, sin embargo, por la dulzura de
+su clima. Como único refugio se ofreció a ellos la cartuja de
+Valldemosa: edificio sin bellezas arquitectónicas, sin otro encanto que
+el de su antigüedad medioeval, pero enclavado entre montañas por cuyas
+laderas se derrumban bosques de pinos, teniendo como suaves cortinas que
+amortiguan el ardor del sol plantaciones de almendros y palmeras, entre
+cuyo ramaje alcanzan los ojos la verde llanura y el lejano mar. Era un
+monumento casi en ruinas, un convento de melodrama, lúgubre y
+misterioso, en cuyos claustros acampaban vagabundos y mendigos. Para
+entrar en él era preciso atravesar el cementerio de los frailes, con sus
+fosas removidas por las raíces de las plantas silvestres, que sacaban
+los huesos a flor de tierra. En las noches de luna vagaba por el
+claustro un espectro blanco, el alma de un fraile maldito que aguardaba
+la hora de la redención paseándose por el lugar de sus pecados.
+
+Allá marcharon los fugitivos un día lluvioso de invierno, azotados por
+el aguacero y el huracán, siguiendo el mismo camino que ahora seguía
+Febrer, pero un camino antiguo que sólo tenía de tal el nombre. Los
+carros de la caravana iban, como decía Jorge Sand, «con una rueda por la
+montaña y otra por el fondo de una torrentera». El músico, arrebujado en
+un capote, temblaba y tosía bajo la lona del toldo, estremeciéndose con
+los dolorosos vaivenes. La novelista seguía a pie en los malos pasos,
+llevando a sus hijos de la mano en este viaje de vagabundos.
+
+Pasaron todo el invierno en la soledad de la Cartuja. Ella, calzando
+babuchas y con el puñalito en la cabellera mal peinada, hacía la cocina
+animosamente, con la ayuda de una mozuela del país, que aprovechaba el
+menor descuido para engullirse los bocados destinados al «querido
+enfermo». Los chicuelos de Valldemosa apedreaban a los pequeños
+franceses, creyéndolos moros, enemigos de Dios. Las mujeres robaban a la
+madre al venderla los comestibles, y además la apodaban «la Bruja».
+Todos hacían la cruz a estos gitanos que se atrevían a vivir en una
+celda del monasterio, cerca de los muertos, en continuo trato con el
+fraile fantasma que se paseaba por el claustro.
+
+De día, mientras descansaba el enfermo, preparaba ella el puchero y
+ayudaba a la sirvienta, con sus manos finas y pálidas de artista, a
+mondar las legumbres. Luego corría con sus hijos a la abrupta costa de
+Miramar, cubierta de arboleda, donde Raimundo Lulio estableció su
+escuela de estudios orientales. Sólo al llegar la noche comenzaba su
+verdadera existencia.
+
+El claustro, obscuro, enorme, conmovíase con una música misteriosa que
+parecía venir de muy lejos, al través de los recios paredones. Era
+Chopin, que, inclinado ante el piano, componía sus _Nocturnos_. La
+novelista, a la luz de una vela, escribía _Spiridón_, la historia del
+monje que acaba por demoler todas sus creencias, y muchas veces cortaba
+su trabajo para correr al lado del músico y preparar sus tisanas,
+alarmada por la frecuencia de su tos. En las noches de luna tentábala el
+escalofrío de lo misterioso, la voluptuosidad del miedo, y salía al
+claustro, cuya lobreguez cortaban las manchas lácteas de los ventanales.
+¡Nadie!... Después sentábase en el cementerio de los monjes, esperando
+en vano la aparición del fantasma para animar su monótona existencia con
+algo novelesco.
+
+Una noche de Carnaval, la Cartuja fue invadida por los moros. Eran
+jóvenes de Palma que después de recorrer la ciudad disfrazados de
+berberiscos pensaron en «la francesa», avergonzados sin duda del
+aislamiento en que la tenían las gentes. Llegaron a media noche,
+turbando con sus canciones y guitarreos la calma misteriosa del
+convento, haciendo aletear medrosos a los pajarracos albergados en las
+ruinas. En una pieza de la celda bailaron danzas españolas, que el
+músico seguía atentamente con sus ojos de fiebre, mientras la novelista
+iba de un grupo a otro, sintiendo la simple alegría de la burguesa que
+no se ve olvidada.
+
+Esta fue su única noche feliz en Mallorca. Luego, al volver la
+primavera, el «amado enfermo» se sintió mejor y emprendieron el lento
+retorno a París. Eran aves de paso que detrás de su invernaje no dejaban
+otra huella que la del recuerdo. Ni siquiera pudo saber Jaime con
+certeza qué habitación había sido la suya. Las reformas realizadas en el
+convento habían borrado todo vestigio. Muchas familias de Palma
+veraneaban ahora en la Cartuja, convirtiendo las celdas en hermosas
+habitaciones, y cada cual quería que la suya fuese la de Jorge Sand,
+infamada y despreciada por sus abuelas. Febrer había visitado el
+convento con un nonagenario de los que fueron vestidos de moros a dar
+serenata a la francesa. No se acordaba de nada; no podía reconocer la
+habitación.
+
+El nieto de don Horacio sentía una especie de amor retrospectivo hacia
+aquella mujer extraordinaria. La veía como en los retratos de su
+juventud, con el rostro inexpresivo y los ojos profundos y enigmáticos
+bajo una cabellera suelta sin más adorno que una rosa en una sien.
+¡Pobre Jorge Sand! El amor había sido para ella lo que la antigua
+esfinge: cada vez que intentaba interrogarlo sentía en el corazón su
+zarpazo sin misericordia. Todas las abnegaciones y rebeldías del amor
+las había conocido aquella mujer. La hembra caprichosa de las noches
+venecianas, la infiel compañera de Musset, era la misma enfermera que
+guisaba la cena y preparaba las tisanas al moribundo Chopin en la
+soledad de Valldemosa... ¡Si él hubiese conocido una mujer así, una
+mujer que llevase dentro mil mujeres, toda la infinita variedad femenil
+de dulzuras y crueldades!... ¡Ser amado por una hembra superior, a la
+que pudiera imponer el ascendiente varonil y que al mismo tiempo le
+inspirase respeto por su grandeza intelectual!...
+
+Quedó Febrer largo rato como adormecido por este deseo, mirando el
+paisaje sin verlo. Luego sonrió irónicamente, como si compadeciese su
+insignificancia. Recordaba el objeto de su viaje y se tenía lástima. Él,
+que soñaba con grandes amores desinteresados y extraordinarios, iba a
+venderse, ofreciendo su mano y su nombre a una mujer que apenas había
+visto; a contraer una alianza que escandalizaría a toda la isla...
+¡Digno término de una vida inútil y atolondrada!
+
+El vacío de su existencia se le aparecía ahora claramente, sin los
+engaños de la presunción personal. La proximidad del sacrificio lo hacía
+replegarse en sus recuerdos, cual si buscase en ellos una justificación
+de los actos presentes. ¿Para qué había servido su paso por el mundo?...
+
+Volvió otra vez a las memorias de su infancia que había evocado en el
+camino de Sóller. Veíase en el venerable caserón de los Febrer con sus
+padres y su abuelo. Era hijo único. Su madre, una señora pálida, de
+belleza melancólica, había quedado enferma a consecuencia de su
+nacimiento. Don Horacio vivía en el segundo piso, en compañía de un
+viejo criado, como si fuese un huésped en la casa, mezclándose con la
+familia o aislándose de ella a su capricho.
+
+Jaime, en medio de la vaguedad de sus recuerdos infantiles, contemplaba
+con saliente relieve la figura de su abuelo. Jamás había encontrado una
+sonrisa en aquel rostro de patillas blancas, que contrastaban con sus
+ojos negros e imperiosos. Los de la casa tenían prohibido subir a sus
+habitaciones. Nadie le había visto más que en traje de calle, con una
+pulcritud minuciosa. El nieto, que era el único que podía subir a su
+dormitorio a todas horas, encontrábale de buena mañana con su levita
+azul, alto cuello de puntas y la negra corbata arrollada en varias
+vueltas, sujeta por una perla enorme. Hasta en días de enfermedad
+conservaba su aspecto correcto, de una elegancia antigua. Si la dolencia
+le obligaba a guardar cama, daba órdenes al criado para que no recibiese
+ni a su hijo.
+
+Febrer pasaba las horas sentado a los pies de su abuelo, escuchando sus
+relatos e intimidado por la enorme cantidad de libros que desbordaba de
+los armarios, extendiéndose por sillas y mesas. Le veía igual en todo
+tiempo, con su levita forrada de seda roja, que parecía siempre la misma
+y era renovada, sin embargo, cada seis meses. Las estaciones no traían
+otra mudanza que el convertir el invernal chaleco de terciopelo en otro
+de seda bordada. Cifraba su principal orgullo en la ropa blanca y en los
+libros. Le traían del extranjero docenas de docenas de camisas, que
+muchas veces amarilleaban olvidadas, sin estrenar, en el fondo de los
+armarios. Los libreros de París enviábanle enormes paquetes de volúmenes
+recién publicados, y en vista de sus continuas demandas, escribían en la
+dirección una línea que don Horacio mostraba con burlona complacencia:
+«Mercader de libros.»
+
+Hablaba al último de los Febrer con una bondad de abuelo, esforzándose
+por que entendiese sus relatos, a pesar de que era parco en palabras y
+poco sufrido en sus relaciones con la familia. Le contaba sus viajes a
+París y Londres: los primeros en buque de vela hasta Marsella y luego en
+silla de posta; los otros en vapores de ruedas y en camino de hierro,
+grandes inventos cuya infancia había presenciado. Hablaba de la sociedad
+en la época de Luis Felipe; de los grandes estrenos del romanticismo, a
+los que había asistido; de las barricadas que había visto levantar desde
+su cuarto, callándose que al mismo tiempo abarcaba el talle de una
+«griseta» asomada junto a él.
+
+Su nieto había nacido en buen tiempo: el mejor de todos. Don Horacio se
+acordaba de sus desavenencias con su terrible padre, que le habían
+obligado a viajar por Europa; aquel caballero que salía al encuentro del
+rey Fernando para pedirle la vuelta a los usos antiguos, y bendecía a
+los hijos diciéndoles: «Dios te haga un buen inquisidor.»
+
+Luego enseñaba a Jaime grandes estampas con vistas de las ciudades en
+las que había vivido, y que al niño le parecían poblaciones de ensueño.
+Algunas veces se quedaba contemplando el retrato de «la abuela del
+arpa», de su esposa, la interesante doña Elvira, el mismo lienzo que
+estaba ahora en el recibimiento con las demás señoras de la familia. No
+parecía conmoverse. Conservaba la misma gravedad con que acompañaba las
+bromas a que era aficionado y las palabras gruesas que matizaban su
+conversación, pero decía con voz algo trémula:
+
+--Tu abuela era una gran señora, un alma de ángel, una artista. Yo
+parecía un bárbaro a su lado... Era de nuestra familia, pero vino de
+Méjico para casarse conmigo. Su padre fue marino y se quedó allá con los
+«insurgentes». No hay en toda nuestra raza quien se parezca a aquella
+mujer.
+
+A las once y media de la mañana abandonaba al nieto, y calándose un
+sombrero de copa, de seda negra en invierno y de castor en verano, salía
+a dar un paseo por las calles de Palma, siempre por igual sitio e
+idénticas aceras, lo mismo cuando llovía que cuando abrasaba el sol,
+insensible al frío y al calor, puesto de levita en todo tiempo,
+siguiendo su marcha con la regularidad de los autómatas de reloj, que
+aparecen, caminan y se ocultan al sonar ciertas horas.
+
+Sólo una vez en treinta años había modificado su camino por las calles
+solitarias y blancas de sol, en las que resonaban sus pasos. Una mañana
+había oído la voz de una mujer en el interior de una casa:
+
+--_Atlota_... las doce. Pon el arroz, que pasa don Horacio.
+
+Él se había vuelto hacia la puerta con su gravedad de gran señor:
+
+--No soy reloj de p...
+
+Y soltó la palabra gorda, sin despojarse de su seriedad, como lanzaba
+siempre las expresiones más atroces. Desde aquel día modificó su camino,
+para huir de los que tenían fe en la exactitud de sus paseos.
+
+Algunas veces hablaba a su nieto de las antiguas grandezas de la casa.
+Los descubrimientos geográficos habían arruinado a los Febrer. El
+Mediterráneo no era ya el camino de Oriente. Los portugueses y los
+españoles del otro mar habían encontrado nuevos derroteros, y las naves
+mallorquinas pudríanse en la inacción. Ya no había guerras con los
+piratas. La santa Orden de Malta sólo era una distinción honorífica. Un
+hermano de su padre, comendador en La Valette cuando Bonaparte conquistó
+la isla, había venido a morir a Palma con su pobre pensión de retirado.
+Los Febrer hacia dos siglos que, olvidados del mar--donde no quedaba
+comercio y sólo hacían la guerra pobres patrones e hijos de
+pescadores--, se habían dedicado a imponer su nombre con un lujo
+esplendoroso, arruinándose lentamente.
+
+El abuelo aún había alcanzado los tiempos de verdadero señorío, cuando
+ser _butifarra_ era en Mallorca algo que colocaban las gentes entre Dios
+y los caballeros. La venida al mundo de un Febrer era un acontecimiento
+del que se hablaba en toda la ciudad. La gran dama parturienta
+permanecía recluida en su palacio cuarenta días, y en todo este tiempo
+las puertas estaban abiertas, el zaguán lleno de carrozas, la
+servidumbre formada en la antecámara, los salones llenos de visitas, las
+mesas cubiertas de dulces, bizcochos y refrescos. Había días de la
+semana destinados a la recepción de cada clase social. Unos eran
+únicamente para los _butifarras_, aristocracia de la aristocracia, casas
+privilegiadas, contadísimas familias, unidas todas por el parentesco de
+continuos cruces; otros días para los caballeros, nobleza tradicional
+que vivía, sin saber por qué, supeditada a los anteriores; luego se
+recibía a los _mossons_, clase inferior pero en trato familiar con los
+grandes, intelectuales de la época, médicos, abogados y escribanos que
+prestaban sus servicios a las familias ilustres.
+
+Don Horacio recordaba el esplendor de estas recepciones. Los antiguos
+sabían hacer las cosas en grande.
+
+--Cuando nació tu padre--decía a su nieto--, fue la última fiesta en
+esta casa. Ochocientas libras mallorquinas pagué a un confitero del
+Borne por azucarillos, bizcochos y refrescos.
+
+De su padre se acordaba Jaime menos que de su abuelo. Era en su memoria
+una figura simpática y dulce, pero algo borrosa. Al pensar en él sólo
+veía una barba suave y algo clara como la suya, una frente calva, una
+sonrisa dulce y unos lentes que brillaban al inclinarse. Contaban que de
+muchacho había tenido amores con su prima Juana, aquella señora austera
+llamada por todos «la Papisa», que vivía como una monja y gozaba de
+enormes riquezas, regalándolas pródigamente en otros tiempos al
+pretendiente don Carlos, y ahora a las gentes eclesiásticas que la
+rodeaban.
+
+El rompimiento de su padre con ella era, sin duda, la causa de que «la
+Papisa Juana» se mantuviese alejada de esta rama de su familia, tratando
+a Jaime con hostil despego.
+
+Su padre había sido oficial de la Armada, siguiendo una tradición de la
+familia. Estuvo en la guerra del Pacífico, fue teniente en una fragata
+de las que bombardearon el puerto del Callao, y como si sólo esperase
+haber dado una prueba de valor, se retiró inmediatamente del servicio.
+Luego se casó con una señorita de Palma, de fortuna escasa, cuyo padre
+era gobernador militar de la isla de Ibiza. «La Papisa Juana», hablando
+un día con Jaime, había pretendido herirle, con su voz fría y su gesto
+altivo.
+
+--Tu madre era noble, de familia de caballeros... pero no era
+_butifarra_ como nosotros.
+
+Jaime pasó los primeros años de su vida, cuando empezó a darse cuenta de
+lo que le rodeaba, sin ver a su padre más que en los rápidos viajes que
+hacía a Mallorca. Era del partido progresista, y la Revolución de 1868
+le había hecho diputado. Luego, al ser rey Amadeo de Saboya, este
+monarca revolucionario, execrado y abandonado por la nobleza
+tradicional, había tenido que acudir a nuevos hombres históricos para
+formar su corte. El _butifarra_, por una exigencia del partido, fue alto
+funcionario de Palacio. Su mujer, instada por él para que se trasladase
+a Madrid, no quiso abandonar la isla. ¡Ir ella a la corte! ¿Y su hijo,
+que casi acababa de nacer?... Don Horacio, cada vez más enjuto y más
+débil, pero siempre erguido en su eterna levita nueva, seguía dando el
+paseo diario, ajustando su vida a la marcha del reloj del Ayuntamiento.
+Liberal antiguo, gran admirador de Martínez de la Rosa por sus versos y
+por la elegancia diplomática de sus corbatas, torcía el gesto al leer
+los periódicos y las cartas de su hijo. ¿En qué pararía todo aquello?...
+
+En el corto período de la República volvió el padre a la isla, dando por
+terminada su carrera. «La Papisa Juana», a pesar del parentesco, fingía
+no conocerle. Estaba ocupadísima en aquella época. Hacía viajes a la
+Península; giraba, según se decía, enormes cantidades para los
+partidarios de don Carlos que sostenían la guerra en Cataluña y las
+provincias del Norte. ¡Que no la hablasen de Jaime Febrer, el antiguo
+marino! Ella era una verdadera _butifarra_, una defensora de la
+tradición, y hacía sacrificios para que España fuese gobernada por
+caballeros. Su primo era menos que un _chueta_: era un «descamisado». Y
+según afirmaba la gente, a este odio de ideas iba unida la amargura por
+ciertas decepciones del pasado que no había podido olvidar.
+
+Al restaurarse los Borbones, el «progresista», el palatino de don
+Amadeo, se convirtió en republicano y conspirador. Hacía frecuentes
+viajes; recibía cartas cifradas de París; iba a Menorca para visitar la
+escuadra surta en Mahón, y valiéndose de sus amistades de antiguo
+oficial, catequizaba a los compañeros, preparando una sublevación de la
+marina. Puso en estas empresas revolucionarias el mismo ardor aventurero
+de los antiguos Febrer, su audacia tranquila, hasta que repentinamente
+murió en Barcelona, lejos de los suyos.
+
+El abuelo acogió la noticia con impasible gravedad, pero ya no le vieron
+a mediodía en las calles de Palma las vecinas que aguardaban su paso
+para poner el arroz al fuego. Ochenta y seis años: ya había paseado
+bastante: ¡para lo que le quedaba que ver!... Se recluyó en el piso
+segundo, donde sólo admitía a su nieto. Cuando venían a visitarle los
+parientes, prefería bajar al salón, a pesar de su debilidad,
+correctamente vestido, con levita nueva, los dos triángulos blancos del
+cuello asomando sobre las roscas de la corbata, siempre recién afeitado,
+con las patillas bien peinadas y el tupé brillante de goma. Llegó un día
+en que no pudo abandonar la cama, y el nieto le vio entre sábanas, con
+el mismo aspecto de siempre, conservando la fina camisa de batista, la
+corbata, que el criado le cambiaba todos los días, y el chaleco de seda
+a flores. Cuando le anunciaban la visita de su nuera, don Horacio hacía
+un gesto de contrariedad.
+
+--Jaimito: la levita... Es una señora, y hay que recibirla con decencia.
+
+Igual operación se repetía al llegar el médico o las contadas visitas
+que se dignaba recibir. Había que mantenerse hasta el último momento
+sobre las armas, o sea como le habían visto toda la vida.
+
+Una tarde, llamó con voz débil a su nieto, que leía junto a una ventana
+un libro de viajes. Podía retirarse: necesitaba estar solo. Jaime se fue
+y el abuelo pudo morir dignamente, en la soledad, sin el tormento de
+tener que velar por la pulcritud de sus gestos, pudiendo entregarse sin
+testigos a las muecas y estremecimientos de la agonía.
+
+Al quedar solos Febrer y su madre, el muchacho sintió ansias de
+libertad. Tenía llena su imaginación de aventuras y viajes leídos en la
+biblioteca del abuelo, e igualmente de las hazañas de sus ascendientes
+celebradas en los relatos de familia. Quería ser marino de guerra, como
+su padre y como la mayoría de sus abuelos. La madre se opuso, con
+grandes extremos de susto que hacían palidecer sus mejillas y azulear
+sus labios. ¡El único Febrer, sometido a una existencia peligrosa y
+viviendo lejos de ella!... No; bastantes héroes había tenido la casa.
+Debía ser señor en la isla; un caballero de vida tranquila, que crease
+una familia para perpetuar el apellido que llevaba.
+
+Jaime cedió a los ruegos de su madre, eterna enferma a la que la menor
+contrariedad parecía poner en peligro de muerte. Ya que no le quería
+marino, estudiaría otra carrera. Necesitaba hacer lo mismo que los otros
+muchachos de su edad a los que había tratado en las aulas del Instituto.
+A los diez y seis años se embarcó para la Península. Su madre deseaba
+que fuese abogado, para que pudiera desenmarañar la fortuna de la
+familia, gravada y revuelta con hipotecas y préstamos.
+
+Su equipaje fue enorme, un verdadero ajuar de casa, y el bolsillo lo
+llevaba bien provisto. Un Febrer no podía vivir como un simple
+estudiante. Fue primero a Valencia, por creer la madre esta población
+menos peligrosa para la juventud. En otro curso pasó a Barcelona, y
+sucesivamente fue viajando de Universidad en Universidad, según el humor
+de los catedráticos y su benevolencia con los alumnos. Su carrera no
+adelantó gran cosa. Aprobaba ciertos cursos por un azar feliz en el
+momento del examen o por la tranquila audacia con que hablaba de lo que
+no sabía. En otros se atascaba, no pudiendo seguir adelante. La madre
+aceptaba como buenas todas sus explicaciones al volver a Mallorca. Ella
+misma le consolaba, aconsejándole que no extremase sus estudios, y se
+revolvía contra la injusticia de los tiempos presentes. Su implacable
+enemiga «la Papisa Juana» estaba en lo cierto. Estos tiempos no eran
+para los caballeros; les habían declarado la guerra, se cometían toda
+clase de injusticias para mantenerlos relegados.
+
+Jaime gozaba de cierta popularidad en las sociedades y cafés de
+Barcelona y Valencia donde había juegos de azar. Le llamaban «el
+mallorquín de las onzas», porque su madre le remitía el dinero en onzas
+de oro, que rodaban con reflejo escandaloso sobre las mesas verdes. Al
+prestigio de esta magnificencia monetaria iba unido su extraño título de
+_butifarra_, que hacía sonreír en la Península, evocando en la
+imaginación de muchos una especie de autoridad feudal, con derechos de
+soberano, sobre lejanas islas.
+
+Transcurrieron cinco años. Jaime era ya hombre, pero aún no había
+llegado a la mitad de sus estudios. Sus condiscípulos de la isla, al
+volver durante el verano, regocijaban a los contertulios de los cafés
+del Borne con el relato de las aventuras de Febrer en Barcelona. Le
+veían del brazo por las calles con mujeres de llamativo lujo; la gente
+bravia que frecuenta las timbas guardaba grandes respetos al «mallorquín
+de las onzas» por su fuerza y su coraje. Contaban que una noche había
+agarrado a cierto matón, levantándolo en vilo con sus brazos de atleta
+para arrojarlo por una ventana. Y los mallorquines pacíficos, al oír
+esto, sonreían con un orgullo de localidad. Era un Febrer, un verdadero
+Febrer. La isla producía mozos bravos como siempre.
+
+La buena doña Purificación, madre de Jaime, tuvo un grave disgusto y una
+alegría maternal al saber que cierta hembra escandalosa había llegado a
+la isla en seguimiento de su hijo. La comprendía y la excusaba. ¡Un mozo
+tan guapo como su Jaime!... Pero la mozuela alborotó con sus trajes y
+ademanes las tranquilas costumbres de la ciudad; las buenas familias se
+indignaron, y doña Purificación trató con ella, valiéndose de
+intermediarios, para darle dinero y que abandonase la isla.
+
+En otras vacaciones el escándalo fue mayor. Jaime, que cazaba en _Son
+Febrer_, tuvo relaciones con una payesa joven y hermosa, y casi anduvo a
+escopetazos con un mozo rústico que la pretendía. Sus amores campestres
+le ayudaban a pasar el destierro del verano. Era un legítimo Febrer, lo
+mismo que su abuelo. La pobre señora sabía a qué atenerse respecto a
+aquel suegro siempre serio y correcto, que acariciaba la barbilla de las
+payesas jóvenes con una frialdad de señor grave. En los alrededores del
+predio de _Son Febrer_ eran muchos los mozos que tenían la cara de don
+Horacio; pero su esposa la mejicana, alma poética, vivía muy por encima
+de estas vulgaridades, mientras con el arpa en las rodillas y los ojos
+entornados recitaba las poesías de Ossián. Las rústicas beldades de
+nítido rebocillo, trenza suelta y blancas alpargatas atraían a los
+pulcros y señoriales Febrer con una fuerza irresistible.
+
+Cuando doña Purificación se quejaba de las largas excursiones de caza
+que emprendía su hijo por la isla, éste se quedaba en la ciudad, pasando
+el día en el jardín para ejercitarse en el tiro de pistola. Enseñaba a
+su asustadiza madre un saco guardado a la sombra de un naranjo.
+
+--¿Ve usted esto?... Es un quintal de pólvora. Hasta que no lo queme no
+descanso.
+
+Y _madó_ Antonia temía asomarse a las ventanas de su cocina, y las
+monjas que ocupaban una parte del antiguo palacio mostraban un instante
+sus tocas blancas, ocultándose inmediatamente como palomas amedrentadas
+por el continuo tiroteo.
+
+El jardín, encerrado entre tapias almenadas lindantes con la muralla de
+mar, estremecíase de la mañana a la noche bajo el estrépito de las
+detonaciones. Huían los pájaros con medroso aleteo; trepaban por los
+agrietados muros verdosos lagartos, ocultándose entre las capas de
+hiedra; trotaban los gatos por las avenidas con un galope de terror. Los
+árboles eran viejísimos, respetables, como el palacio: naranjos
+centenarios, de tronco retorcido, que necesitaban el apoyo de un cerco
+de horquillas para sostener sus miembros venerables; magnolieros
+gigantes, con más leña que hojas; palmeras infecundas, que se remontaban
+en el espacio azul buscando el mar por encima de las almenas para
+saludarlo con vaivenes de su cabeza empenachada.
+
+El sol hacía crujir las cortezas de los árboles y estallar las simientes
+olvidadas a flor de tierra; danzaban como chispas de oro los insectos
+zumbadores en las barras de luz que perforaban el follaje; caían con
+blando chapoteo, de tarde en tarde, los higos maduros despegándose de
+las ramas; sonaba a lo lejos el arrullo del mar, batiendo las rocas al
+pie de la muralla; y en esta calma poblada de murmullos seguía Febrer
+disparando pistoletazos. Era ya un maestro. Cuando apuntaba al monigote
+dibujado en el muro, lamentábase de que no fuese un hombre, un enemigo
+odiado al que necesitase exterminar. Esta bala iba al corazón. ¡Pum! Y
+sonreía satisfecho al ver marcarse el agujero del proyectil en el mismo
+lugar a que había apuntado.
+
+El estrépito de los tiros, el humo de la pólvora, despertaban en su
+imaginación belicosas fantasías, historias de lucha y de muerte en las
+que siempre era un héroe triunfador. ¡Veinte años, y aún no se había
+batido!... Necesitaba un lance para dar prueba de su coraje. Era una
+desgracia que no tuviese enemigos, pero ya procuraría crearse alguno
+cuando volviera a la Península. Y persistiendo en estos desvaríos de su
+imaginación, excitada por el estampido de las detonaciones, fingía un
+lance de honor. Su adversario le tocaba al primer tiro y él caía al
+suelo. Aún tenía la pistola en la mano; debía defenderse, debía
+contestar tendido en el suelo. Y con gran escándalo de su madre y de
+_madó_ Antonia, que al asomarse le creían loco, permanecía echado de
+bruces y disparaba en esta posición, amaestrándose «para cuando le
+hiriesen».
+
+Al volver a la Península con el propósito de seguir sus interminables
+estudios, iba fortalecido por la vida de campo, arrogante por sus
+ensayos del jardín y deseoso de tener el ansiado duelo con el primero
+que le diese el más leve pretexto. Pero como era hombre cortés, incapaz
+de injustas provocaciones, y su aspecto imponía respeto a los
+insolentes, transcurría el tiempo y el lance no llegaba. Su vitalidad
+exuberante, su fuerza impulsiva, consumíanse en obscuras aventuras y
+estúpidos derroches, de los que hablaban luego en la isla con admiración
+los compañeros de estudios.
+
+Viviendo en Barcelona, recibió un telegrama anunciador de que su madre
+estaba enferma de gravedad. Tardó dos días en embarcarse: no había un
+buque pronto a zarpar. Cuando llegó a la isla, su madre había muerto. De
+la antigua familia que había visto en su niñez no quedaba nadie. Sólo
+_madó_ Antonia le podía recordar los tiempos pasados.
+
+Cuando se vio dueño de la fortuna de los Febrer y en plena libertad,
+tenía veintitrés años. La tal fortuna estaba roída por las esplendideces
+de sus ascendientes y abrumada con toda clase de gravámenes. La casa de
+Febrer era grande, como esos buques que al encallar y perderse para
+siempre hacen la riqueza de la costa adonde van a morir. Sus restos y
+despojos, que hubieran mirado con desprecio los antiguos, representaban
+aún una fortuna.
+
+Jaime no quiso pensar, no quiso saber. Necesitaba vivir, ver mundo, y
+renunció a sus estudios. ¿Qué le importaban las leyes y costumbres
+romanas y los cánones eclesiásticos para pasar una buena existencia? Ya
+sabía bastante. En realidad, lo mejor y más ameno de sus conocimientos
+se lo debía a su madre, cuando él vivía, siendo niño, en el palacio, sin
+haber visto maestros. Ella le había enseñado algo de francés y un poco
+de piano en un antiguo instrumento de teclas amarillentas y gran
+frontispicio de seda roja que casi llegaba al techo. Otros sabían menos
+que él y eran tan caballeros y mucho más dichosos. ¡A vivir!....
+
+Permaneció dos años en Madrid. Tuvo amantes que le dieron cierta
+popularidad, caballos famosos, alborotó en los entresuelos de Fornos,
+fue íntimo amigo de un torero célebre y jugó fuerte. Tuvo un duelo, pero
+fue a espada--no como él se lo había imaginado, tendido en el suelo, la
+pistola en la diestra--, y salió del lance con un pinchazo en un brazo;
+algo como una puntada de alfiler en una epidermis de elefante.
+
+Ya no era «el mallorquín de las onzas». El depósito de redondeles de oro
+guardado por su madre se había extinguido; pero arrojaba los billetes
+pródigamente en las mesas de juego, y cuando venía «la mala» escribía a
+su administrador, un abogado hijo de una familia de antiguos _mossons_,
+dependientes de los Febrer desde hacía siglos.
+
+Se cansó de Madrid, donde se consideraba casi un extranjero. Perduraba
+en él el alma de los antiguos Febrer, grandes viajeros de todos los
+países menos de España, pues siempre habían vivido vueltos de espaldas a
+sus reyes. Muchos de sus abuelos eran familiares de todas las ciudades
+importantes del Mediterráneo; habían visitado a los príncipes de los
+pequeños Estados italianos, habían sido recibidos en audiencia por el
+Papa y por el Gran Turco, pero jamás se les ocurrió ir a Madrid.
+
+Además, Febrer se irritaba muchas veces con sus parientes de la corte,
+jóvenes orgullosos de sus títulos nobiliarios, que sonreían al mencionar
+su rara cualidad de _butifarra_. ¡Y pensar que la familia había dejado
+que pasasen a los parientes de la Península varios marquesados,
+prefiriendo este título supremo de nobleza isleña y el goce de las altas
+dignidades caballerescas de Malta!...
+
+Comenzó a viajar por Europa, fijando su residencia el otoño y parte del
+invierno en París, los meses de frío en la Costa Azul, la primavera en
+Londres y el verano en Ostende, con varias expediciones a Italia, a
+Egipto y a Noruega para ver el sol de media noche.
+
+En esta nueva existencia apenas era conocido. Vivía como un viajero más,
+insignificante glóbulo circulante de la gran red arterial que el ansia
+del viaje extiende sobre el continente. Pero esta vida de continuo
+movimiento, con monotonías abrumadoras e inesperadas aventuras,
+satisfacía sus instintos atávicos, las aficiones heredadas de sus
+remotos ascendientes, grandes visitadores de pueblos nuevos.
+
+Además, esta existencia errante halagaba su ansia por todo lo
+extraordinario. En los hoteles de Niza, falansterios de la corrupción
+mundial correcta e hipócrita, se había visto agraciado en la obscuridad
+de su cuarto por las más inesperadas visitas. En Egipto había tenido que
+huir de las caricias decadentes de una condesa húngara, marchita flor de
+elegancia, de ojos hundidos y violento perfume, que revelaba bajo tersos
+y juveniles esmaltes la podredumbre de su carne.
+
+Estando en Munich cumplió veintiocho años. Había ido poco antes a
+Bayreuth para una representación de las óperas de Wagner, y ahora, en la
+capital de Baviera, asistía al teatro de la Residencia, donde se
+verificaba el festival de Mozart. Jaime no era melómano, pero su vida
+errante le obligaba a ir donde iba la gente, y su condición de pianista
+aficionado le había hecho asistir dos años seguidos a esta romería
+musical.
+
+En el hotel que habitaba en Munich encontró a miss Mary Gordon, a la que
+había visto antes en el teatro de Wagner. Era una inglesa alta, esbelta,
+de pocas y finas carnes; un cuerpo de gimnasta, en el que los deportes
+habían contenido las amenas redondeces femeniles, dándola un aspecto
+juvenil, sano y asexual de bello muchacho. La cabeza era lo más hermoso:
+una cabeza de paje, con transparencias de porcelana, sonrosadas
+naricillas de perro juguetón, húmedos ojos azules y una cabellera rubia,
+de oro blanquecino en la superficie y oro obscuro en sus profundidades.
+Su belleza era adorable y frágil; la belleza británica que se pierde a
+los treinta años bajo violáceas rubicundeces y granulaciones de la piel.
+
+En el restorán había sorprendido Jaime repetidas veces la mirada de sus
+ojos azules, cándidos y tranquilamente atrevidos, fijos en él. Iba con
+una dama gorda, fofa y de rostro arrebolado, una señora de compañía
+vestida de negro, con un sombrero de paja roja y un cinturón de igual
+color que partía en dos abultados hemisferios su pecho y su vientre.
+Ella, juvenil y ligera, parecía una flor de oro y nácar dentro de sus
+vestidos de franela blanca, de corte masculino, con corbata de hombre y
+un panamá de alas caídas, al que se arrollaba un velo azul.
+
+Febrer se encontraba con ellas frecuentemente: en la Pinacoteca, frente
+a los _Evangelistas_ de Durero; en la Glicoteca, contemplando los
+mármoles de Egina; en el teatro rococó de la Residencia, donde cantaban
+las obras de Mozart, sala de otro siglo, con una decoración de porcelana
+y guirnaldas que parecía imponer a los espectadores el uso del tacón de
+púrpura y la peluca blanca. Habituados a verse, Jaime la saludaba con
+una sonrisa, y ella parecía contestarle tímidamente con el brillo de sus
+ojos.
+
+Una mañana, al salir de su cuarto, encontró a la inglesita en un rellano
+de la escalera. Inclinaba su busto de muchacho sobre la barandilla.
+
+--_¡Lift!¡lift!_--gritaba con su vocecita de pájaro, avisando al
+encargado del ascensor para que lo subiese.
+
+La saludó Febrer al entrar con ella en la caja movible y dijo algunas
+palabras en francés para entablar conversación. La inglesa callaba,
+mirándolo fijamente con sus pupilas azules claras, en las que parecía
+flotar una estrella de oro. Permaneció inmóvil como si no le entendiese,
+pero Jaime la había visto en el salón de lectura hojeando diarios de
+París.
+
+Al salir del ascensor, la inglesa se dirigió con paso rápido a la
+oficina donde estaba pluma en mano el cajero del hotel. Éste la escuchó
+con gesto obsequioso, como un políglota pronto a entender a todos los
+huéspedes, y saliendo de su encierro fuese hacia Jaime, que fingía leer
+los anuncios del vestíbulo, turbado aún por su fracaso. Febrer creyó que
+no le hablaban a él. «Señor, esta señorita me pide que le presente.»
+
+Y volviéndose hacia la inglesa, el hotelero añadió con germana
+tranquilidad, como quien cumple un deber de su cargo:
+
+--_Monsieur_ el hidalgo Febrer, marqués de España.
+
+Sabía su obligación. Todo español que viaja con buenas maletas es
+hidalgo y marqués mientras no prueba lo contrario.
+
+Luego indicó con sus ojos a la inglesa, que permanecía tiesa y grave
+durante esta ceremonia, sin la cual ninguna joven bien nacida puede
+cruzar su palabra con un hombre: «Miss Gordon, doctora de la Universidad
+de Melbourne.»
+
+La miss alargó su manecita enguantada de blanco y sacudió con una rudeza
+gimnástica la diestra de Febrer. Sólo entonces se decidió a hablar.
+
+--¡Oh, España!... ¡Oh, _don Quichotte_!
+
+Sin saber cómo, salieron los dos del hotel hablando de las
+representaciones a que asistían por las tardes. Aquel día no era de
+teatro, y ella pensaba ir a la pradera llamada _Teresienwiese_, al pie
+de la estatua de la Bavaria, para ver la feria de los tiroleses y
+escuchar sus canciones. Después de almorzar en el hotel visitaron el
+campo de la feria; subieron a la cabeza de la enorme estatua,
+contemplando la planicie bávara, sus lagos y sus lejanas montañas;
+recorrieron la Galería de la Gloria, llena de bustos de bávaros
+célebres, cuyos nombres leían por primera vez, y acabaron yendo de
+barraca en barraca, admirando los trajes de los tiroleses, sus bailes
+gimnásticos, sus gorjeos y trinos iguales a los del ruiseñor.
+
+Marchaban los dos como si se hubiesen conocido toda la vida, admirando
+Jaime en los ademanes de miss Gordon esa libertad varonil de las
+muchachas sajonas, que no temen el contacto con el hombre y se sienten
+fuertes al ser guardadas por ellas mismas. Desde aquel día salieron
+juntos a correr los museos, las academias, las viejas iglesias, unas
+veces solos, otras con la señora de compañía, que se esforzaba por
+seguir sus pasos. Eran dos camaradas que se comunicaban sus impresiones
+sin pensar nunca en la diversidad de sus sexos. Jaime sentía deseos de
+aprovecharse de esta intimidad diciendo galanterías, osando pequeños
+atrevimientos; pero se detenía en el momento oportuno. Con estas mujeres
+era peligrosa la acción, se mantienen impasibles, a prueba de toda clase
+de impresiones. Debía esperar que fuese ella la que tomase la
+iniciativa. Eran hembras que podían ir solas por el mundo, sintiéndose
+capaces de interrumpir los arrebatos de pasión con golpes de boxeo.
+Algunas había visto él en sus viajes que llevaban en el manguito, o en
+el bolso de mano, entre la caja de polvos y el pañuelo, un diminuto y
+niquelado revólver.
+
+Miss Mary le hablaba del lejano archipiélago oceánico en el que su padre
+era algo así como un virrey. No tenía madre, y había venido a Europa
+para completar los estudios hechos en Australia. Ella era doctora de la
+Universidad de Melbourne; doctora en música... Jaime, disimulando el
+asombro que le causaban estas noticias de un mundo lejano, hablaba de
+él, de su familia, de su país, de las curiosidades de la isla, de la
+caverna de Artá, trágicamente grandiosa, caótica como una antesala del
+infierno; de las cuevas del Dragón, con sus bosques de estalactitas
+luminosas, cual un palacio de hielo, y sus lagos milenarios y dormidos,
+de cuyo profundo cristal parecía que iban a surgir mágicas desnudeces
+semejantes a las de las hijas del Rhin que guardaban el tesoro de los
+Nibelungos. Miss Gordon le escuchaba embelesada. Jaime parecía
+engrandecerse ante sus ojos al ser hijo de aquella isla de ensueño,
+donde es siempre azul el mar, luce el sol en todo tiempo y florece el
+naranjo.
+
+Poco a poco Febrer fue pasando las tardes en la habitación de la
+inglesa. Habían terminado las representaciones del festival de Mozart.
+Miss Gordon necesitaba diariamente el alimento espiritual de la música.
+Tenía un piano en su salón y un rimero de partituras que la acompañaban
+en sus viajes. Jaime sentábase junto a ella, frente al teclado, y
+procuraba seguirla como acompañante en las piezas que interpretaba,
+siempre del mismo autor, del dios, del único. El hotel estaba próximo a
+la estación, y el ruido de camiones, coches y tranvías enervaba a la
+inglesa, haciéndola cerrar las ventanas. La dama de compañía quedábase
+en su cuarto, satisfecha de verse libre de aquel chaparrón musical,
+cuyas delicias no podían compararse con las de hacer una buena labor de
+punto de Irlanda. Miss Gordon, sola con el español, le trataba como una
+maestra.
+
+--A ver, otra vez: repitamos el tema de «la espada». Ponga usted
+atención.
+
+Pero Jaime se distraía contemplando de reojo el cuello largo y
+blanquísimo de la inglesa, erizado de pelillos de oro, la red de venas
+azules que se marcaba levemente en la transparencia de su epidermis
+nacarada.
+
+Llovía una tarde; el cielo plomizo parecía rozar los tejados de las
+casas; en el salón había una luz difusa de bodega. Tocaban casi a
+tientas, avanzando las cabezas para leer en la mancha blanca de la
+partitura. Zumbaba la selva de los encantos, moviendo sus verdes y
+rumorosas cabelleras ante el rudo Sigfrido, inocente hijo de la
+Naturaleza, ansioso de conocer el lenguaje y el alma de las cosas
+inanimadas. Cantaba el pájaro maestro, haciendo resaltar su dulce voz
+entrecortada sobre los murmullos del follaje. Mary se estremeció.
+
+--¡Ah, poeta!... ¡poeta!
+
+Y siguió tocando. Luego, en la creciente obscuridad del salón sonaron
+los rudos acordes que acompañan al héroe a la tumba; la fúnebre marcha
+de los guerreros llevando sobre el pavés el cuerpo membrudo, blanco y
+rubio de Sigfrido, interrumpida por la frase melancólica del dios de los
+dioses. Mary seguía temblando, hasta que de pronto sus manos abandonaron
+el teclado y su cabeza fue a posarse en un hombro de Jaime, como un
+pájaro que abate sus alas.
+
+--_¡Oh, Richard!... ¡Richard, mon bien aimée!_
+
+El español vio sus ojos extraviados y su boca llorosa que se ofrecían;
+sintió en sus manos las manos frías de ella, le envolvió su aliento.
+Sobre su pecho se aplastaron ocultas redondeces de elástica y firme
+dureza cuya existencia no había podido sospechar.
+
+Y aquella tarde no hubo más música.
+
+A media noche, cuando se acostó Febrer, aún no había salido de su
+asombro. Él era el precursor, el primero que llega; no tenía dudas.
+Después de tantos miramientos, así habían ocurrido las cosas, con la
+mayor simpleza, como quien ofrece la mano, sin que él pusiera nada de su
+parte.
+
+Otro de sus asombros había sido oírse llamar con un nombre que no era el
+suyo. ¿Quién podía ser aquel Ricardo?... Pero en la hora de dulces y
+soñolientas explicaciones que siguen a las de locura y olvido, ella le
+había hablado de la impresión que sintió en Bayreuth al verle por
+primera vez entre las mil cabezas que llenaban el teatro. ¡Era él... él,
+como le representaban sus retratos de joven! Y al encontrarle de nuevo
+en Munich bajo el mismo techo, había sentido que la suerte estaba echada
+y era inútil luchar por desprenderse de esta atracción.
+
+Febrer se examinó con irónica curiosidad en el espejo de su cuarto. ¡Lo
+que una mujer es capaz de descubrir! Sí; algo tenía del otro... la
+frente pesada, los cabellos lacios, la nariz picuda y la barba saliente,
+que, andando los años, se inclinarían buscándose, para darle cierto
+perfil de bruja... ¡Excelente y glorioso Ricardo! ¡Por dónde había
+venido a proporcionarle una de las mayores felicidades de su vida!...
+¡Qué hembra tan original aquélla!
+
+Y su asombro aún se aumentó en los otros días, mezclado con cierta
+amargura. Era una mujer que parecía renovarse diariamente, olvidando lo
+pasado. Le recibía con grave tiesura, como si nada hubiese ocurrido,
+como si en ella no dejasen rastro los hechos, como si el día anterior no
+existiese, y únicamente cuando la música evocaba la memoria del otro
+venían el enternecimiento y la sumisión.
+
+Jaime, irritado, se proponía dominarla: por algo era hombre. Al fin fue
+consiguiendo que el piano sonase menos y que ella viese en su persona
+algo más que un retrato viviente del ídolo.
+
+En su feliz embriaguez les pareció feo Munich y enojoso aquel hotel
+donde les habían conocido extraños el uno al otro. Sentían la necesidad
+de arrullarse libremente, de volar lejos, y un día se vieron en un
+puerto que tenía a su entrada un león de piedra y más allá la líquida
+planicie de un lago inmenso que se confundía con el cielo en la línea
+del horizonte. Estaban en Lindau. Un vapor podía llevarlos a Suiza, otro
+a Constanza, y prefirieron la tranquila ciudad alemana del famoso
+Concilio, yendo a instalarse en el Hotel de la Isla, antiguo monasterio
+de dominicos.
+
+¡Cómo se conmovía Febrer al recordar este período, el mejor de su
+existencia! Mary seguía siendo para él una mujer de carácter original,
+en la que siempre quedaba algo por conquistar, abordable a ciertas horas
+y repelente y austera el resto del día. Era su amante, y sin embargo no
+podía permitirse un descuido, una libertad que revelase la confianza de
+la vida común. La más leve alusión a sus intimidades la hacía enrojecer
+de protesta: _«¡Shocking!...»_
+
+Y no obstante, todas las madrugadas, al romper el alba, Febrer,
+siguiendo los corredores del antiguo convento, regresaba a su cuarto,
+deshacía la cama para que no sospechasen los sirvientes y se asomaba al
+balcón. Cantaban los pájaros en un jardín de altos rosales situado a sus
+pies. Más allá, el lago de Constanza se coloreaba de púrpura con la
+salida del sol. Los primeros esquifes de pesca partían las aguas con
+ondulaciones de color anaranjado; sonaban a lo lejos, veladas por la
+húmeda brisa mañanera, las campanas de la catedral; comenzaban a
+rechinar las grúas en la orilla donde el lago deja de serlo,
+encauzándose para convertirse en el Rhin; los pasos de los criados y los
+frotes de la limpieza despertaban en el hotel los ecos del claustro
+monacal.
+
+Junto al balcón, adosada al muro, y tan inmediata que Febrer podía
+tocarla con la mano, había un torrecilla con montera de pizarra y
+antiguos escudos en su pared circular. Era la torre donde había vivido
+preso Juan Huss antes de marchar a la hoguera.
+
+El español pensaba en Mary. A aquellas horas estaría en la penumbra
+perfumada de su habitación, con la rubia cabecita entre los brazos,
+durmiendo el primer sueño serio de la noche, cansado el cuerpo y
+vibrante aún por la más noble de las fatigas... ¡Pobre Juan Huss! Jaime
+le compadecía como si hubiese sido amigo suyo. ¡Quemarle ante un paisaje
+tan hermoso, tal vez una mañana como aquélla!... ¡Meterse en la boca del
+lobo y dar la vida por si el Papa era bueno o malo, o los laicos debían
+comulgar con vino lo mismo que los sacerdotes! ¡Morir por tales
+simplezas cuando la vida es tan hermosa y el hereje hubiera podido
+amenizarla ricamente con cualquiera de las rubias pechugonas y
+caderudas, amigas de cardenales, que presenciaron su suplicio!...
+¡Infeliz apóstol! Febrer compadecía irónicamente la simpleza del mártir.
+Él veía la existencia con otros ojos... ¡Viva el amor!... Era lo único
+serio de la existencia.
+
+Cerca de un mes permanecieron en la antigua ciudad episcopal, paseando a
+la caída de la tarde por las calles solitarias cubiertas de hierba, con
+sus palacios ruinosos del tiempo del Concilio; bajando en esquife la
+corriente del Rhin a lo largo de riberas orladas de bosques;
+deteniéndose a contemplar las casitas de techo rojo y amplias parras
+bajo las cuales cantaban los burgueses jarro en mano, con una alegría
+germánica de sochantre, grave y reposada.
+
+De Constanza pasaron a Suiza, y después a Italia. Un año anduvieron
+juntos, contemplando paisajes, viendo museos, visitando ruinas, cuyas
+sinuosidades y escondrijos aprovechaba Jaime para besar la nacarada piel
+de Mary, gozándose en sus auroras de rubor y en el gesto de enfado con
+que protestaba: _«¡Shocking!...»_ La acompañanta, insensible como una
+maleta a las novedades del viaje, seguía la confección de un gabán de
+punto de Irlanda empezado en Alemania, seguido a través de los Alpes, a
+lo largo de los Apeninos y a la vista del Vesubio y del Etna. Privada de
+poder hablar con Febrer, que ignoraba el inglés, lo saludaba con el
+brillo amarillento de sus dientes y volvía a su trabajo, siendo una
+figura decorativa de los _halls_ de los hoteles.
+
+Los dos amantes hablaban de casarse. Mary resolvía la situación con
+enérgica rapidez. A su padre sólo necesitaba escribirle dos líneas.
+Estaba muy lejos, y además nunca le había consultado en ningún asunto.
+Aprobaría cuanto ella hiciese, seguro de su seso y prudencia.
+
+Estaban en Sicilia, tierra que recordaba a Febrer su isla. También los
+antiguos de la familia habían andado por allí, pero con la coraza sobre
+el pecho y en peor compañía. Mary hablaba del porvenir, arreglando la
+parte financiera de la futura sociedad con el sentido práctico de su
+raza. No le importaba que Febrer tuviese poca fortuna: ella era rica
+para los dos. Y enumeraba todos sus bienes, tierras, casas y acciones,
+como un administrador seguro de su memoria. Al regresar a Roma se
+casarían en la capilla evangélica y en una iglesia católica. Ella
+conocía a un cardenal que le había proporcionado una visita al Papa. Su
+Eminencia lo arreglaría todo.
+
+Jaime pasó una noche en claro en un hotel de Siracusa... ¿Casarse? Mary
+era agradable: embellecía la vida y llevaba con ella una fortuna. ¿Pero
+realmente se casaba con él?... Comenzaba a molestarle el otro, el
+fantasma ilustre que había surgido en Zurich, en Venecia, en todos los
+lugares visitados por ellos que guardaban recuerdos del paso del
+maestro... Él se haría viejo, y la música, su temible rival, se
+conservaría siempre fresca. Dentro de pocos años, cuando el matrimonio
+hubiese quitado a sus relaciones el encanto de lo ilegal, el deleite de
+lo prohibido, Mary encontraría algún director de orquesta más semejante
+aún «al otro», o un violonchelista feo, melenudo y de pocos años que le
+recordase a Beethoven muchacho. Además, él era de otra raza, de otras
+costumbres y pasiones. Estaba cansado de aquella reserva pudibunda en el
+amor, de aquella resistencia a la entrega definitiva que le gustaba al
+principio, como una renovación de la mujer, pero había acabado por
+fatigarle. No; aún era tiempo de salvarse.
+
+--Lo siento por lo que pensará de España... Lo siento por don
+Quijote--dijo haciendo su maleta en la madrugada.
+
+Y huyó, yendo a perderse en París, adonde la inglesa no iría a buscarle.
+Odiaba a esta ciudad ingrata por la silba del _Tannhauser_, suceso
+ocurrido muchos años antes de nacer ella.
+
+De estas relaciones, que habían durado un año, sólo guardó Jaime el
+recuerdo de una felicidad agrandada y embellecida por el paso del tiempo
+y un mechón de cabellos rubios. También debía tener entre varias guías
+de viaje y numerosas postales con vistas, guardadas en un mueble antiguo
+de su caserón, un retrato de la doctora en música, vistiendo una toga de
+luengas mangas y un birrete cuadrado del que pendía una borla.
+
+De la vida que llevó después apenas se acordaba. Era un vacío de tedio
+cortado por congojas monetarias. El administrador mostrábase tardo y
+doliente en sus remesas. Jaime le pedía dinero, y contestaba con cartas
+quejumbrosas, hablando de intereses que había que satisfacer, de
+segundas hipotecas para las cuales apenas encontraba prestamistas, de
+irregularidad de una fortuna en la que no quedaba nada libre de
+gravamen.
+
+Creyendo que con su presencia podía solucionar esta mala situación,
+Febrer hacía cortos viajes a Mallorca, terminados siempre por la venta
+de alguna finca; y apenas veía dinero en sus manos, levantaba otra vez
+el vuelo, sin prestar oído a los consejos del administrador. El dinero
+le comunicaba un optimismo sonriente. Todo se arreglaría. A última hora
+contaba con el recurso del matrimonio. Mientras tanto... ¡a vivir!
+
+Y vivió todavía algunos años, unas veces en Madrid, otras en las grandes
+ciudades del extranjero, hasta que al fin el administrador cerró este
+período de alegres prodigalidades enviando su dimisión, sus cuentas, y
+con ellas la negativa a seguir remitiendo dinero.
+
+Un año llevaba en la isla «enterrado», como él decía, sin otra diversión
+que las noches de juego en el Casino y las tardes pasadas en el Borne en
+una mesa de antiguos camaradas, isleños sedentarios que gozaban con el
+relato de sus viajes. Apuros y miserias: ésta era la realidad de su vida
+presente. Los acreedores le amenazaban con inmediatas ejecuciones.
+
+Aún conservaba aparentemente _Son Febrer_ y otros bienes de sus
+antepasados, pero la propiedad producía poco en la isla; las rentas, por
+una costumbre tradicional, eran iguales que en tiempo de sus abuelos,
+pues las familias de arrendatarios se perpetuaban en el disfrute de las
+fincas. Estos pagaban directamente a sus acreedores, pero aun así, no
+llegaban a satisfacer la mitad de los intereses. Los ricos adornos del
+palacio sólo los conservaba como un depósito. La noble casa de los
+Febrer estaba sumergida y él era incapaz de sacarla a flote. Pensaba
+fríamente algunas veces en la conveniencia de salir del mal paso sin
+humillaciones ni deshonras, haciendo que le encontrasen una tarde en el
+jardín, dormido para siempre bajo un naranjo, con un revólver en la
+diestra.
+
+En tal situación, alguien le sugirió una idea al salir del Casino,
+después de las dos de la madrugada, a la hora en que el insomnio
+nervioso hace ver las cosas con una luz extraordinaria que parece darles
+distinto relieve. Don Benito Valls, el rico _chueta_, le apreciaba
+mucho. Varias veces había intervenido espontáneamente en sus asuntos,
+librándole de peligros inminentes. Era simpatía a su persona y respeto a
+su nombre. Valls no tenía más que una heredera, y además estaba enfermo:
+la exuberancia prolífica de su raza se había desmentido en él. Su hija
+Catalina había querido ser monja en la adolescencia; pero ahora, pasados
+los veinte años, sentía gran amor por las vanidades del mundo, y
+compadecía tiernamente a Febrer cuando hablaban ante ella de sus
+desgracias.
+
+Jaime se resistió a la proposición casi con tanto asombro como _madó_
+Antonia. ¡Una _chueta_!... Pero la idea fue abriéndose camino,
+lubrificada en su incesante taladro por los apuros y las miserias
+crecientes que acompañaban la llegada de cada día. ¿Por qué no?... La
+hija de Valls era la heredera más rica de la isla, y el dinero no tiene
+sangre ni raza.
+
+Al fin había cedido a las instancias de algunos amigos, oficiosos
+mediadores entre él y la familia, y aquella mañana iba a almorzar en la
+casa de Valldemosa, donde vivía Valls gran parte del año para alivio del
+asma que le ahogaba.
+
+Jaime hizo un esfuerzo de memoria queriendo recordar a Catalina. La
+había visto varias veces, en las calles de Palma. Buena figura, rostro
+agradable. Cuando viviera lejos de los suyos y vistiese mejor, sería una
+señora «presentable»... ¿Pero podía amarla?...
+
+Febrer sonrió escépticamente. ¿Acaso resultaba necesario el amor para
+casarse? El matrimonio era un viaje a dos por el resto de la vida, y
+únicamente había que buscar en la mujer las condiciones que se exigen en
+un compañero de excursión: buen carácter, identidad de gustos, las
+mismas aficiones en el comer y en el dormir... ¡El amor! Todos se creían
+con derecho a él, y el amor era como el talento, como la belleza, como
+la fortuna, una dicha especial que sólo disfrutaban contadísimos
+privilegiados. Por suerte, el engaño venía a ocultar esta cruel
+desigualdad, y todos los humanos acababan sus días pensando
+nostálgicamente en la juventud, creyendo haber conocido realmente el
+amor, cuando no habían sentido otra cosa que el delirio de un contacto
+de epidermis.
+
+El amor era una cosa hermosa, pero no indispensable en el matrimonio ni
+en la existencia. Lo importante era escoger una buena compañera para el
+resto del viaje; acomodarse bien en los asientos de la vida; arreglar el
+paso de los dos a un mismo ritmo, para que no hubiesen saltos ni
+encontronazos; dominar los nervios y que la piel no se repeliese en el
+contacto de la existencia común; poder dormir como buenos camaradas, con
+mutuo respeto, sin herirse con las rodillas ni meterse los codos en los
+costillares... Él esperaba encontrar todo esto, dándose por contento.
+
+Valldemosa se presentó de pronto a su vista sobre la cumbre de una
+colina rodeada de montañas. La torre de la Cartuja, con adornos de
+azulejos verdes, elevábase sobre la frondosidad de los jardines de las
+celdas.
+
+Febrer vio un carruaje inmóvil en una revuelta del camino. Un hombre
+descendió de él, moviendo los brazos para que el cochero de Jaime
+detuviese sus bestias. Luego abrió la portezuela y subió riendo, para
+sentarse al lado de Febrer.
+
+--¡Hola, capitán!--dijo éste con extrañeza.
+
+--No me esperabas, ¿eh?... También soy del almuerzo; me convido yo
+mismo. ¡Qué sorpresa va a tener mi hermano!...
+
+Jaime estrechó su diestra. Era uno de sus más leales amigos: el capitán
+Pablo Valls.
+
+
+
+
+III
+
+
+Pablo Valls era conocido en toda Palma. Cuando tomaba asiento en la
+terraza de un café del Borne formábase en torno de él un apretado
+círculo de oyentes, que sonreían ante sus ademanes enérgicos y su voz
+ruidosa, incapaz de sonar en tono discreto.
+
+--Yo soy _chueta_, ¿y qué?... ¡Judío de lo más judío! Todos los de mi
+familia procedemos de «la calle». Cuando yo mandaba el _Roger de Launa_,
+una vez que estuve en Argel me detuve a la puerta de la sinagoga, y un
+viejo, luego de mirarme, dijo: «Tú puedes pasar: tú eres de los
+nuestros.» Y yo le di la mano y contesté: «Gracias, correligionario.»
+
+Los oyentes reían, y el capitán Valls, declarando a gritos su calidad de
+_chueta_, miraba a todas partes como si desafíase a las casas, a las
+personas, al alma de la isla, hostil a su raza por un odio absurdo de
+siglos.
+
+Su rostro delataba su origen. Las patillas rubias y canosas, unidas por
+un bigote corto, revelaban al marino retirado de la navegación; pero
+sobre estos adornos capilares resaltaba su perfil semita, su curva y
+pesada nariz, su mentón saliente y unos ojos de párpados prolongados,
+con pupilas de ámbar o de oro, según era la luz, en las que parecían
+flotar algunos puntos de color de tabaco.
+
+Había navegado mucho; había vivido largas temporadas en Inglaterra y los
+Estados Unidos, y de la permanencia en estas tierras de libertad,
+insensibles a los odios religiosos, traía una franqueza belicosa que le
+impulsaba a desafiar las preocupaciones de la isla, tranquila e inmóvil
+en su estancamiento. Los otros _chuetas_, atemorizados por varios siglos
+de persecución y menosprecio, ocultaban su origen o procuraban hacerlo
+olvidar con su mansedumbre. El capitán Valls aprovechaba todas las
+ocasiones para hablar de él, ostentándolo como un título de nobleza,
+como un reto que lanzaba a la general preocupación.
+
+--Soy judío, ¿y qué?...--seguía gritando--. Correligionario de Jesús, de
+San Pablo y otros santos a los que se venera en los altares. Los
+_butifarras_ hablan con orgullo de sus abuelos, que datan casi de ayer.
+Yo soy más noble, más antiguo. Mis ascendientes fueron los patriarcas de
+la Biblia.
+
+Luego, indignándose contra las preocupaciones que se habían ensañado en
+su raza, volvíase agresivo.
+
+--En España--decía gravemente--no hay cristiano que pueda levantar el
+dedo. Todos somos nietos de judíos o de moros. Y el que no... el que
+no...
+
+Aquí se detenía, y tras una breve pausa afirmaba con resolución:
+
+--Y el que no, es nieto de fraile.
+
+En la Península no se conoce el odio tradicional al judío que aún separa
+la población de Mallorca en dos castas. Pablo Valls se enfurecía
+hablando de su patria. No existían en ella judíos de religión. Hacía
+siglos que había quedado disuelta la última sinagoga. Todos se habían
+convertido en masa, y los rebeldes fueron quemados por la Inquisición.
+Los _chuetas_ de ahora eran los católicos más fervorosos de Mallorca,
+llevando a sus creencias un fanatismo semita. Rezaban en alta voz,
+hacían sacerdotes a sus hijos, buscaban influencias para meter a sus
+hijas en los conventos, figuraban como gente de dinero entre los
+partidarios de las ideas más conservadoras, y sin embargo pesaba sobre
+sus personas la misma antipatía que en otros siglos, y vivían aislados,
+sin que ninguna clase social quisiera aliarse con ellos.
+
+--Cuatrocientos cincuenta años llevamos en el cogote el agua del
+bautismo--seguía vociferando el capitán Valls--, y somos aún los
+malditos, los réprobos, como antes de la conversión. ¿No tiene gracia
+esto?... «¡Los _chuetas_! ¡Cuidado con ellos! ¡Mala gente!...» En
+Mallorca hay dos catolicismos: uno para los nuestros y otro para los
+demás.
+
+Luego, con un odio en el que parecían concentradas todas la
+persecuciones, decía el marino, refiriéndose a sus hermanos de raza:
+
+--Bien empleado les está, por cobardes, por tener demasiado amor a la
+isla, a esta _Roqueta_ en la que hemos nacido. Por no abandonarla se
+hicieron cristianos, y hoy que lo son de veras les pagan a coces. De
+seguir judíos, esparciéndose por el mundo como lo hicieron otros, tal
+vez serían a estas horas personajes y banqueros de reyes, en vez de
+estar en las tiendecitas de «la calle» fabricando bolsillos de plata.
+
+Escéptico en materias religiosas, despreciaba o atacaba a todos: a los
+judíos fieles a sus antiguas creencias, a los conversos, a los
+católicos, a los musulmanes, con los que había vivido en sus viajes a
+las costas de África y en las escalas de Asia Menor. Otras veces
+sentíase dominado por una ternura atávica, mostrando cierto respeto
+religioso hacia su raza.
+
+Él era semita: lo declaraba con orgullo golpeándose el pecho. «El primer
+pueblo del mundo.»
+
+--Éramos unos piojosos muertos de hambre cuando vivíamos en Asia, porque
+allí no había con quién hacer comercio ni a quién prestar dinero. Pero
+nadie más que nosotros ha dado al rebaño humano sus pastores actuales,
+que aún serán por muchos siglos los amos de los hombres. Moisés, Jesús y
+Mahoma son de mi tierra... Qué tres socios de fuerza, ¿eh, caballeros? Y
+ahora hemos dado al mundo un cuarto profeta, también de nuestra raza y
+nuestra sangre, sólo que éste tiene dos caras y dos nombres. Por un lado
+se llama Rothschild, y es el capitán de todos los que guardan el dinero;
+por otro lado se llama Carlos Marx, y es el apóstol de los que quieren
+quitárselo a los ricos.
+
+La historia de su raza en la isla la condensaba Valls a su modo en
+breves palabras. Los judíos eran muchos, muchísimos, en otros tiempos.
+Casi todo el comercio estaba en sus manos; gran parte de las naves eran
+suyas. Los Febrer y otros potentados cristianos no tenían reparo en
+asociarse con ellos. Los tiempos antiguos podían llamarse de libertad;
+la persecución y la barbarie eran relativamente modernas. Judíos eran
+los tesoreros de los reyes, los médicos y otros cortesanos en las
+monarquías medioevales de la Península.--Al iniciarse los odios
+religiosos, los hebreos más ricos y astutos de la isla habían sabido
+convertirse a tiempo, voluntariamente, fundiéndose con las familias del
+país y haciendo olvidar su origen. Estos católicos nuevos eran los que
+después, con el fervor del neófito, habían azuzado la persecución contra
+sus antiguos hermanos. Los _chuetas_ de ahora, los únicos mallorquines
+de origen judío conocido, eran los descendientes de los últimos
+convertidos, los nietos de las familias en las que se había ensañado la
+Inquisición.
+
+Ser _chueta_, proceder de la calle de la Platería, a la que se llamaba
+por antonomasia «la calle», era la peor desgracia que le podía ocurrir a
+un mallorquín. En vano se habían hecho revoluciones en España y aclamado
+leyes liberales que reconocían la igualdad de todos los españoles; el
+_chueta_, al pasar a la Península, era un ciudadano como los otros, pero
+en Mallorca era un réprobo, una especie de apestado, que sólo podía
+emparentar con los suyos.
+
+Valls comentaba irónicamente el orden social en que habían vivido,
+escalonadas durante siglos, las diversas clases de la isla, y del que
+quedaban aún muchos peldaños intactos. Arriba, en la cúspide, los
+orgullosos _butifarras_; luego los nobles, los caballeros; después los
+_mossons_; tras éstos los mercaderes y los menestrales, y a continuación
+los payeses, cultivadores del suelo. Abríase aquí un enorme paréntesis
+en el orden seguido por Dios al crear a unos y a otros: un vasto espacio
+libre que cada cual podía poblar a su capricho. Indudablemente, detrás
+de los mallorquines nobles y plebeyos venían en orden de consideración
+los cerdos, los perros, los asnos, los gatos, las ratas... y a la cola
+de todas estas bestias del Señor, el odiado vecino de «la calle», el
+_chueta_, paria de la isla. Nada importaba que fuese rico, como el
+hermano del capitán Valls, o inteligente, como otros. Muchos _chuetas_,
+funcionarios del Estado en la Península, militares, magistrados,
+hacendistas, al volver a Mallorca encontraban que el último mendigo se
+consideraba superior a ellos, y al creerse molestado prorrumpía en
+insultos contra sus personas y sus familias. El aislamiento de este
+pedazo de España rodeado de mar servía para mantener intacta el alma de
+otras épocas.
+
+En vano los _chuetas_, huyendo de este odio que perduraba a través del
+progreso, extremaban su catolicismo con una fe vehemente y ciega, en la
+que influía mucho el terror infiltrado en su alma y en su carne por una
+persecución de siglos. En vano seguían rezando a gritos en sus casas,
+para que se enterasen los vecinos de la calle, imitando en esto a sus
+abuelos, que hacían lo mismo y además guisaban la comida en las ventanas
+con el propósito de que viesen todos que comían cerdo. Los odios
+tradicionales de separación no caían vencidos. La Iglesia católica, que
+se titula universal, era cruel e inabordable para ellos en la isla,
+pagando su adhesión con hurañas repulsiones. Los hijos de los _chuetas_
+que deseaban ser curas no encontraban sitio en el Seminario. Los
+conventos cerraban las puertas a toda novicia procedente de «la calle».
+Las hijas de los _chuetas_ se casaban en la Península con hombres
+notables o de gran fortuna, pero en la isla apenas encontraban quien
+aceptase su mano y sus riquezas.
+
+--¡Gente mala!--continuaba diciendo irónicamente Valls--. Son
+trabajadores, ahorran, viven en paz en el seno de sus familias, hasta
+son más católicos que los otros; pero son _chuetas_, y algo tendrán
+cuando les odian. Tienen... «algo», ¿se enteran ustedes? «algo». Él que
+quiera saber más que averigüe.
+
+Y el marino reía hablando de los pobres payeses del campo, que hasta
+pocos años antes afirmaban de buena fe que los _chuetas_ estaban
+cubiertos de grasa y tenían rabo, aprovechando la ocasión de encontrar
+solo a un niño de «la calle» para desnudarlo y convencerse de si era
+cierto lo del apéndice caudal.
+
+--¿Y lo de mi hermano?--proseguía Valls--. ¿Y lo de mi santo hermano
+Benito, que reza a voces y parece que se vaya a comer las imágenes?...
+
+Todos recordaban el caso de don Benito Valls, y reían francamente, ya
+que el hermano era el primero en burlarse del suceso. El rico _chueta_
+se había visto dueño, al cobrar unos créditos, de una casa y valiosas
+tierras en un pueblo del interior de la isla. Al ir a tomar posesión de
+la nueva propiedad, los vecinos más prudentes le habían dado buenos
+consejos. Era muy dueño de visitar su hacienda durante el día, ¿pero
+pernoctar en su casa?... ¡nunca! No había memoria de que un _chueta_
+hubiese dormido en el pueblo. Don Benito no prestó atención a estos
+consejos y se quedó una noche en su propiedad; pero apenas se metió en
+la cama huyeron los caseros. Cuando el amo se cansó de dormir saltó del
+lecho. Ni el más tenue resplandor entraba por las rendijas. Creía haber
+dormido doce horas lo menos, pero aún era de noche. Abrió una ventana, y
+su cabeza tropezó cruelmente en la obscuridad; intentó franquear la
+puerta, y no pudo. Durante su sueño el vecindario había tapiado todos
+los huecos y salidas, y el _chueta_ tuvo que salvarse por el tejado,
+entre las risotadas de la gente, que celebraba su obra. Esta broma sólo
+era a guisa de advertencia; si persistía en ir contra las costumbres del
+pueblo, alguna noche despertaría entre llamas.
+
+--¡Muy bárbaro, pero gracioso!--añadió el capitán--. ¡Mi hermano!...
+¡Una buena persona!... ¡un santo!...
+
+Todos reían al oír estas palabras. Seguía tratándose con su hermano,
+aunque con cierta frialdad, y no hacía secreto de los agravios que tenía
+con él. El capitán Valls era el bohemio de la familia, siempre en el mar
+o en lejanas tierras, llevando una vida de solterón alegre. Bastante
+tenía para vivir. Y a la muerte del padre, su hermano se había quedado
+con los negocios de la casa, quitándole muchos miles de duros.
+
+--¡Lo mismo que entre cristianos viejos!--se apresuraba a añadir
+Pablo--. En esto de las herencias no hay razas ni credos. El dinero no
+conoce religión.
+
+Las interminables persecuciones sufridas por sus ascendientes irritaban
+a Valls. Todas las circunstancias eran buenas para atropellar a las
+gentes de «la calle». Cuando los payeses tenían agravios con los nobles
+y bajaban los foráneos en bandas armadas contra los ciudadanos de Palma,
+el conflicto se resolvía asaltando unos y otros el barrio de los
+_chuetas_, matando a los que no huían y robando sus tiendas. Si un
+batallón mallorquín recibía orden de marchar a España en caso de guerra,
+los soldados se amotinaban, salían del cuartel y saqueaban «la calle».
+Cuando las reacciones sucedían en España a las revoluciones, los
+realistas, para celebrar su triunfo, asaltaban las platerías de los
+_chuetas_, se apoderaban de sus riquezas y hacían hogueras con los
+muebles, arrojando a las llamas hasta los crucifijos... ¡Crucifijos de
+antiguo judío, que forzosamente habían de ser falsos!
+
+--¿Y quiénes son los de «la calle»?--gritaba el capitán--. Ya se sabe:
+los que tienen la nariz y los ojos como yo. Pero hay muchos _chuetas_
+que son romos y no presentan nada del tipo común. En cambio, ¿cuántos
+que se tienen por caballeros rancios, de nobleza orgullosa, presentan
+una cara que ni la de Abraham y Jacob?...
+
+Existía una lista de apellidos sospechosos para conocer a los verdaderos
+_chuetas_. Pero estos mismos apellidos los llevaban cristianos viejos, y
+era el capricho tradicional el que separaba a unos de otros. Sólo habían
+quedado marcadas por el odio popular las familias descendientes de los
+que fueron azotados o quemados por la Inquisición. El famoso catálogo de
+los apellidos estaba sacado indudablemente de los autos del Santo
+Oficio.
+
+--¡Una felicidad el hacerse cristiano! Los abuelos achicharrados en la
+hoguera y los nietos marcados y malditos por los siglos de los siglos...
+
+El capitán perdía su tono irónico al recordar la historia horripilante
+de los _chuetas_ de Mallorca. Se coloreaban sus mejillas y brillaban sus
+ojos con fulgores de odio. Para vivir tranquilos, se habían convertido
+todos en masa en el siglo XV. No quedaba un judío en la isla, pero a la
+Inquisición le era preciso hacer algo para justificar su existencia, y
+hubo quemas de sospechosos de judaísmo en el Borne, espectáculos
+organizados, como decían los cronistas de la época, «con arreglo a las
+funciones más lucidas celebradas para el triunfo de la Fe en Madrid,
+Palermo y Lima».
+
+Unos _chuetas_ fueron quemados, otros sufrieron azotes, otros salieron
+únicamente a la vergüenza con caperuza pintada de diablos y vela verde
+en la mano; pero todos vieron por igual confiscados sus bienes, y el
+Santo Tribunal se enriqueció. Desde entonces, los sospechosos de
+judaísmo, los que no contaban con un protector clérigo, tuvieron que ir
+todos los domingos a misa a la catedral con sus familias, bajo el mando
+y custodia de un alguacil, que los formaba en rebaño, les ponía un manto
+para que nadie los confundiese, y así los llevaba al templo, entre las
+rechiflas, insultos y pedradas del devoto populacho. Esto era un domingo
+y otro domingo, y en este suplicio semanal y sin término morían los
+padres y se convertían en hombres los hijos, engendrando nuevos
+_chuetas_ destinados al insulto público.
+
+Unas cuantas familias se concertaron para huir de esta vergonzosa
+esclavitud. Se reunían en un huerto inmediato a la muralla y las
+aconsejaba y dirigía un tal Rafael Valls, hombre animoso y de gran
+cultura.
+
+--No sé ciertamente si fue pariente mío--decía el capitán--. ¡Han pasado
+más de dos siglos desde entonces! Pero si no lo fue, quiero que lo
+sea... Me honra mucho tenerlo como abuelo mío. ¡Adelante!
+
+Pablo Valls había coleccionado en su casa papeles y libros de la época
+de las persecuciones, y hablaba de éstas como de un suceso acaecido días
+antes.
+
+--Se embarcaron hombres, mujeres y niños en un buque inglés; pero un
+temporal lo volvió de nuevo a las costas de Mallorca, y los fugitivos
+fueron presos. Esto era gobernando a España Carlos II el Hechizado.
+¡Querer huir de Mallorca, donde tan bien les trataban, y a más de esto,
+en un buque tripulado por luteranos!... Tres años estuvieron presos, y
+la confiscación de sus bienes produjo un millón de duros. Además, el
+Santo Tribunal contaba con otros millones arrancados a las víctimas
+anteriores, y construyó un palacio en Palma, el mejor y más lujoso que
+tuvo en parte alguna la Inquisición. A los prisioneros les dieron
+tormento hasta confesar lo que deseaban sus jueces, y en 7 de Marzo de
+1691 comenzaron las ejecuciones. Aquel suceso tuvo un historiador como
+no se conoce otro en el mundo, el padre Garau, santo jesuita, pozo de
+ciencia teológica, rector del Seminario de Monte-Sión, donde ahora está
+el Instituto, autor del libro _La fe triunfante_, un monumento literario
+que no vendo por todo el dinero del mundo. Aquí está: me acompaña a
+todas partes.
+
+Y sacaba de un bolsillo _La fe triunfante_, librito encuadernado en
+pergamino, de antigua y rojiza impresión, que acariciaba con un cariño
+feroz.
+
+¡Bendito padre Garau! Encargado de exhortar y fortalecer a los reos, lo
+había visto todo de cerca, y se hacía lenguas de los miles y miles de
+espectadores que acudieron de los diversos pueblos de la isla para
+presenciar la fiesta, de las misas solemnes con asistencia de treinta y
+ocho reos destinados a la quema, del lujoso atavío de caballeros y
+alguaciles, jinetes en briosos corceles al frente de la procesión, y de
+«la piedad del gentío, que prorrumpía otras veces en gritos de lástima
+cuando llevaban a la horca a un facineroso, y permanecía mudo ante estos
+réprobos olvidados del Señor...» En aquel día se mostró, según el docto
+jesuita, el temple de alma de los que creen en Dios y de los que le
+desconocen. Los sacerdotes marchaban animosos, dando gritos de
+exhortación sin cansarse; los miserables reos iban pálidos, decaídos y
+sin fuerzas. Bien se vio de qué parte estaba la ayuda celeste.
+
+Los sentenciados fueron conducidos al pie del castillo de Bellver, para
+la quema final. El marqués de Leganés, gobernador del Milanesado, de
+paso en Mallorca con su flota, se apiadó de la juventud y belleza de una
+muchacha condenada a las llamas y pidió su perdón. El Tribunal alabó los
+sentimientos cristianos del marqués, pero no quiso admitir su súplica.
+
+El padre Garau era el encargado de convencer a Rafael Valls, «hombre de
+ciertas letras, pero al que inspiraba el demonio un desmedido orgullo,
+impulsándolo a maldecir a los que le condenaban a muerte, y sin querer
+reconciliarse con la Iglesia». Pero, como decía el jesuita, estas
+valentías, obra del Malo, acaban ante el peligro y no pueden compararse
+con la serenidad del sacerdote que exhorta al reo.
+
+--El padre jesuita era un héroe lejos de las llamas. Ahora verán ustedes
+con qué piedad evangélica relata la muerte de mi abuelo.
+
+Y abriendo Valls el libro por una página señalada, leía con lentitud:
+«Mientras llegó sólo el humo a él, era una estatua; en llegando la
+llama, se defendió, se cubrió y forcejeó como pudo, y hasta que no pudo
+más. Estaba gordo como un lechonazo de cría y encendióse en lo interior;
+de manera que aun cuando no llegaban las llamas, ardían sus carnes como
+un tizón; y reventando por medio, se le cayeron las entrañas como a
+Judas. _Crepuit medius difusa sunt omnia viscera ejus.»_
+
+Esta lectura bárbara producía siempre efecto. Cesaban las risas, se
+entenebrecían los rostros, y el capitán Valls paseaba en torno sus ojos
+de ámbar, respirando satisfecho, como si acabase de alcanzar un triunfo,
+mientras el pequeño volumen volvía a ocultarse en su bolsillo.
+
+Una vez que Febrer figuraba entre los oyentes, el marino le dijo con voz
+rencorosa:
+
+--Tú también estabas allí. Es decir, tú no. Uno de tus abuelos, un
+Febrer, llevaba la bandera verde, como alférez mayor del Tribunal; y las
+damas de tu familia fueron en carroza al pie del castillo para
+presenciar la quema.
+
+Jaime, molestado por el recuerdo, levantó los hombros.
+
+--¡Cosas viejas! ¿Quién se acuerda de lo que ya pasó? Sólo algún loco
+como tú... Anda, Pablo, cuéntanos algo de tus viajes... de tus
+conquistas de mujeres.
+
+El capitán rezongaba... ¡Cosas viejas! El alma de la _Roqueta_ era aún
+la misma que en aquellos tiempos. Persistía el odio de religión y de
+raza. Por algo vivían aparte, en un pedazo de tierra aislado por el mar.
+
+Pero Valls recobraba pronto su buen humor, y como todos los que han
+rodado por el mundo, no podía resistirse a la invitación de relatar su
+pasado.
+
+Febrer, otro vagabundo como él, gozaba escuchándole. Los dos habían
+vivido una existencia agitada y cosmopolita, distinta de la monótona
+vida de los isleños; los dos habían gastado el dinero con prodigalidad.
+La única diferencia estribaba en que Valls había sabido ganarlo
+igualmente con el genio activo de su raza, y ahora, diez años mayor que
+Jaime, tenía con qué atender desahogadamente a sus modestas necesidades
+de solterón. Todavía comerciaba de vez en cuando y hacía comisiones para
+amigos que le escribían desde puertos lejanos.
+
+De su accidentada historia de marino, Febrer desechaba el relato de
+hambres y borrascas, y sólo sentía curiosidad por los amoríos en los
+grandes puertos internacionales, donde se amontonan los vicios exóticos
+y las hembras de todas las razas. Valls, en sus tiempos juveniles,
+cuando mandaba buques de su padre, había conocido mujeres de todas
+clases y colores, viéndose mezclado en orgías marinerescas que acababan
+entre olas de _whisky_ y golpes de cuchillo.
+
+--Pablo, cuéntanos aquellos amoríos en Jaffa, cuando los moros te
+querían matar.
+
+Y Febrer lanzaba carcajadas escuchándole, mientras el marino se decía
+que este Jaime era un buen muchacho, digno de mejor suerte, sin otro
+defecto que ser un _butifarra_ algo pegado a las preocupaciones de
+familia.
+
+Cuando subió al carruaje de Febrer en el camino de Valldemosa, dando
+orden al cochero que lo había traído hasta allí para que regresase a
+Palma, se echó atrás el sombrero de fieltro flexible, que llevaba en
+todo tiempo, aplastado de copa, con el ala delantera subida y la
+posterior desplomada sobre la nuca.
+
+--¡Aquí estamos todos! ¿de veras que no me esperabas? A mí; me lo
+cuentan todo, y ya que hay fiesta de familia, que sea completa.
+
+Febrer fingía no entenderle. El carruaje entró en Valldemosa,
+deteniéndose en las inmediaciones de la Cartuja ante una casa de
+construcción moderna. Cuando los dos amigos transpusieron la verja del
+jardín, vieron venir hacia ellos un señor de blancas patillas apoyado en
+un bastón. Era don Benito Valls. Saludó a Febrer con voz lenta y opaca,
+cortando varias veces sus palabras para sorber el aire. Hablaba
+humildemente, celebrando con grandes extremos el honor que le hacía
+Febrer al aceptar su invitación.
+
+--¿Y yo?--preguntó el capitán con sonrisa maligna--; ¿yo no soy
+nadie?... ¿No te alegras de verme?
+
+Don Benito se alegraba de verle. Así lo dijo varias veces, pero sus ojos
+revelaban inquietud. Su hermano le inspiraba cierto miedo. ¡Qué
+lengua!.... Mejor vivían sin verse.
+
+--Hemos venido juntos--continuó el marino--. Al saber que Jaime
+almorzaba aquí, me he convidado yo mismo, seguro de darte un alegrón.
+Estas reuniones de familia son encantadoras.
+
+Habían entrado en la casa, adornada con sencillez. Los muebles eran
+modernos y vulgares. Algunos cromos y unas pinturas horribles
+representando paisajes de Valldemosa y Miramar adornaban las paredes.
+
+Catalina, la hija de don Benito, bajó apresuradamente del piso superior.
+Llevaba aún polvos de arroz esparcidos en el pecho, revelando el
+apresuramiento con que había dado un último toque de adorno a su persona
+al ver llegar el carruaje.
+
+Jaime pudo contemplarla detenidamente por primera vez. No se había
+equivocado en sus apreciaciones. Era alta, de un moreno mate, con negras
+cejas, ojos iguales a gotas de tinta y un ligero vello en el labio y las
+sienes. Su esbeltez juvenil ofrecíase llena y firme, anunciando una
+mayor expansión para el porvenir, como en todas las hembras de su raza.
+Parecía de carácter dulce y sumiso: una buena compañera, incapaz de
+estorbos en el viaje de la vida común. Tenía los ojos bajos y se coloreó
+su rostro al encontrarse frente a Jaime. En su actitud, en sus miradas
+furtivas, notábase el respeto, la adoración del que se siente intimidado
+en presencia de un ser que considera superior.
+
+El capitán acarició a su sobrina con cierta libertad, adoptando el mismo
+gesto de viejo alegre con que hablaba a las muchachuelas de Palma, a
+altas horas de la noche, en algún restorán del Borne. ¡Ah, buena moza!
+¡Y qué guapa estaba! Parecía imposible que fuese de una familia de feos.
+
+Don Benito los encaminó a todos al comedor. El almuerzo esperaba hacía
+mucho rato; en aquella casa se comía al uso antiguo: las doce en punto.
+Sentáronse a la mesa, y Febrer, que estaba al lado del dueño, sintióse
+molestado por su respiración jadeante, por las grandes aspiraciones con
+que interrumpía sus palabras.
+
+En el silencio que envuelve siempre el principio de toda comida, sonó
+penosamente el silbido de sus pulmones enfermos. El rico _chueta_
+avanzaba los labios, poniéndolos en forma circular como la boca de una
+trompetilla, y aspiraba el aire con ruido fatigoso. Como todos los
+enfermos, sentía la necesidad de hablar, y sus palabras eran
+interminables, entre balbuceos y largos descansos que le dejaban con el
+pecho jadeante y los ojos en alto, cual si fuese a morir asfixiado. Un
+ambiente de inquietud se extendía por el comedor. Febrer le miraba con
+cierta alarma, como si aguardase verle caer moribundo de su silla. La
+hija y el capitán habituados al espectáculo, parecían indiferentes.
+
+--Es el asma, don Jaime--dijo trabajosamente el enfermo--En
+Valldemosa... estoy mejor... En Palma me moría.
+
+Y la hija aprovechó la ocasión para dejar oír una voz de monjita tímida,
+que contrastaba con sus ardientes ojos orientales:
+
+--Sí; papá vive mejor aquí.
+
+--Aquí estás más tranquilo--añadió el capitán--y haces menos pecados.
+
+Febrer pensaba en el tormento de pasar su existencia al lado de aquel
+fuelle roto. Por fortuna, moriría pronto. Una molestia de algunos meses,
+que no modificaba su resolución de entrar en la familia. ¡Adelante!
+
+El asmático, en su manía verbosa, hablaba a Jaime de sus descendientes,
+de los ilustres Febrer, los caballeros más buenos y nobles de la isla.
+
+--Yo tuve el honor de ser muy amigo de su señor abuelo don Horacio.
+
+Febrer le miró asombrado... ¡Mentira! A su señor abuelo le conocían
+todos en la isla y con todos hablaba, pero guardando una gravedad que
+imponía respeto a las gentes sin alejarlas. ¡Pero de esto a ser amigo
+suyo!... Tal vez le habría tratado con motivo de alguno de los préstamos
+que necesitaba don Horacio para sostener su fortuna en plena decadencia.
+
+--También conocí mucho a su señor padre--prosiguió don Benito, animado
+por el silencio de Febrer--. Trabajé por él cuando salió diputado.
+¡Aquéllos eran otros tiempos! Yo era joven, y no tenía la fortuna que
+tengo ahora... Entonces figuraba entre los «rojos».
+
+El capitán Valls le interrumpió riendo. Ahora su hermano era conservador
+y miembro de todas las cofradías de Palma.
+
+--Sí, lo soy--gritó el enfermo, ahogándose--. Me gusta el orden... me
+gusta lo antiguo... que manden los que tienen que perder. ¿Y la
+religión? ¡Ah, la religión!... Por ella daría la vida.
+
+Y se llevó una mano al pecho, respirando angustiosamente, como si le
+ahogase el entusiasmo. Clavaba en lo alto sus ojos mortecinos, adorando
+con el respeto del miedo la santa institución que había quemado a sus
+ascendientes.
+
+--No haga usted caso de Pablo--continuó al recobrar el diento,
+dirigiéndose a Febrer--; usted lo conoce bien: una mala cabeza, un
+republicano, un hombre que podía ser rico y va a llegar a viejo sin
+tener dos pesetas.
+
+--¿Para qué? ¿Para que tú me las quites?...
+
+Con esta brusca interrupción del marino se hizo el silencio. Catalina
+puso un gesto triste, como si temiese que se reprodujeran ante Febrer
+las ruidosas escenas que había presenciado muchas veces al discutir los
+dos hermanos.
+
+Don Benito levantó los hombros y habló sólo para Jaime. Su hermano
+estaba loco: un corazón de oro, pero loco, rematadamente loco. Con sus
+ideas exaltadas y sus vociferaciones en los cafés, era el principal
+culpable de que las personas decentes guardasen cierta prevención
+contra... de que hablasen mal de...
+
+Y el viejo acompañaba sus truncadas expresiones con gestos humildes,
+evitando pronunciar la palabra _chueta_ y nombrar la famosa «calle».
+
+El capitán, con las mejillas coloreadas por el arrepentimiento de su
+acometividad, quería hacer olvidar las palabras anteriores, y comía
+vorazmente teniendo la cabeza baja.
+
+La sobrina rio de su buen apetito. Siempre que comía con ellos les
+admiraba por la capacidad de su estómago.
+
+--Es que yo sé lo que es hambre--dijo el marino con cierto orgullo--. Yo
+he sufrido hambre de verdad, hambre de la que hace pensar en la carne de
+los compañeros.
+
+Y lanzado por este recuerdo en pleno relato de sus aventuras marítimas,
+hablaba de los tiempos juveniles, cuando había sido «agregado» a bordo
+de una fragata de las que iban a las costas del Pacífico.
+
+Al empeñarse en ser marino, su padre, el viejo Valls, autor de la
+fortuna de la casa, le había embarcado en una goleta de su propiedad que
+traía azúcar de la Habana. Aquello no era navegar. El cocinero le
+guardaba los mejores platos, el capitán no se atrevía a darle una orden,
+viendo en él al hijo del armador. Nunca sería un buen marino, duro y
+experto. Con la tenaz energía de su raza, se había embarcado sin saberlo
+su padre en una fragata que se hacía a la vela para cargar guano en las
+islas Chinchas, tripulada por gentes de pueblos diversos: ingleses
+desertores de la flota, lancheros de Valparaíso, indios peruanos, lo
+peor de cada casa, bajo el mando de un catalán cicatero, más pródigo en
+los rebencazos que en el, rancho. El viaje de ida fue regular; pero a la
+vuelta, luego de haber pasado el estrecho de Magallanes, sobrevinieron
+las calmas, y la fragata quedó inmóvil en el Atlántico cerca de un mes,
+agotándose rápidamente el pañol de los víveres. El armador, un avaro,
+había aprovisionado el buque con escandalosa parsimonia, y el capitán a
+su vez había roído los víveres, apropiándose una parte de la cantidad
+destinada a la compra.
+
+--Nos daban dos galletas al día, llenas de gusanos. Cuando recibí las
+primeras me entretuve cuidadosamente, como un señorito de buena casa, en
+quitarles uno por uno aquellos animalejos. Pero después de la limpia
+sólo quedaban unas cortezas delgadas como hostias, y me moría de hambre.
+Luego...
+
+--¡Oh, tío!--protestó Catalina, adivinando lo que iba a decir y
+repeliendo el tenedor y el plato con un gesto de repugnancia.
+
+--Luego--continuó el marino, impasible--suprimí la limpieza y me las
+tragué enteras. Bien es verdad que comía de noche... ¡Muchas que hubiese
+tenido, muchacha! Al final sólo nos daban una por día, y cuando llegué a
+Cádiz hube de estar sometido muchos a caldo, para que mi estómago se
+arreglase.
+
+Al terminar el almuerzo, Catalina y Jaime salieron al jardín. El mismo
+don Benito, con aires de patriarca, bondadoso, ordenó a su hija que
+acompañase al señor de Febrer para mostrarle unos rosales de exótica
+variedad que él había plantado. Los dos hermanos quedaron en la
+habitación que servía de despacho, viendo a la pareja que paseaba por el
+jardín y acabó sentándose en dos sillones de junco a la sombra de un
+árbol.
+
+Catalina contestaba a las preguntas de su acompañante con una timidez de
+doncella cristiana santamente educada, adivinando el propósito oculto
+bajo sus palabras de vulgar galantería.
+
+Aquel hombre venía por ella, y su padre era el primero en aceptar este
+deseo. ¡Cosa hecha!... Era un Febrer, y ella iba a decirle «sí». Recordó
+sus años infantiles en el colegio, rodeada de niñas más pobres que
+aprovechaban todas las ocasiones para molestarla, por envidia a su
+riqueza y por un odio aprendido de sus padres. Era la _chueta_. Sólo
+podía juntarse con las de su raza, y aun éstas, ansiosas de congraciarse
+con el enemigo, se traicionaban mutuamente, sin energía ni cohesión para
+la defensa común. A la hora de salida, las _chuetas_ se marchaban antes,
+por indicación de las monjas, para evitar los insultos y ataques de las
+otras alumnas al verse juntas en la calle. Hasta las criadas que
+acompañaban a las niñas emprendían peleas, asumiendo los odios y
+preocupaciones de sus amos. También en las escuelas de niños los
+_chuetas_ salían antes, huyendo de las pedradas y correazos de los
+cristianos viejos.
+
+La hija de Valls había sufrido los tormentos del alfilerazo traidor, del
+arañazo oculto, del golpe de tijera en la trenza, y luego, al ser mujer,
+el odio y el desprecio de sus antiguas compañeras le había seguido en la
+vida, amargando sus placeres de mujer joven y rica. ¿Para qué ser
+elegante?... En los paseos sólo la saludaban los amigos de su padre; en
+el teatro no veía visitado su palco más que por gentes procedentes de
+«la calle». Con uno de ellos tendría que casarse, como se habían casado
+su madre y sus abuelas. La desesperación y el misticismo de la
+adolescencia la habían arrastrado hacia la vida monjil. Su padre estuvo
+próximo a ahogarse de pena. Pero la religión, ¡aquella religión por la
+que deseaba dar la vida!... Aceptó don Benito lo del monjío en un
+convento de Mallorca, donde él pudiera ver a su hija todos los días.
+Pero ningún convento quiso abrir sus puertas para ella. Las superioras,
+tentadas por la fortuna del padre, que acabaría por pasar a la
+comunidad, mostrábanse transigentes y buenas; pero los rebaños
+monásticos alborotábanse ante la idea de recibir en su seno a una de «la
+calle», y no humilde ni resignada para soportar la superioridad de las
+otras, sino rica y soberbia.
+
+Cuando, empujada de nuevo hacia el mundo por esta resistencia, no sabía
+qué pensar de su porvenir y vivía como una enfermera junto al padre,
+ignorando cuál podría ser su suerte, volviendo la espalda a los jóvenes
+_chuetas_ que mariposeaban en torno de ella atraídos por los millones de
+don Benito, presentábase el noble Febrer, como un príncipe de cuento de
+hadas, para hacerla su esposa. ¡Qué bueno es Dios!... Se veía en aquel
+palacio inmediato a la catedral, en el barrio de los nobles por cuyas
+estrechas calles de pavimento azul y silencioso pasan los canónigos
+durante las horas dormidas de la tarde, atraídos por la campana de coro.
+Se veía en un carruaje lujoso por entre los pinos de la montaña de
+Bellver o a lo largo del muelle, con Jaime al lado de ella, y gozaba
+pensando en las miradas de odio de sus antiguas compañeras, que no sólo
+le envidiarían su riqueza y su nuevo rango, sino la posesión de aquel
+hombre al que lejanas aventuras y una vida agitada habían proporcionado
+cierta aureola de terrible seducción, deslumbradora y fatal para las
+tranquilas señoritas de la isla.
+
+Jaime Febrer!... Catalina le había visto siempre de lejos; pero cuando
+entretenía su aburrida soledad con una lectura incesante de novelas,
+ciertos personajes, los más interesantes por sus aventuras y sus
+audacias, le hacían pensar siempre en aquel noble del barrio de la
+Catedral que andaba por el mundo con mujeres elegantes disipando su
+fortuna. ¡Y de pronto su padre le hablaba de este personaje
+extraordinario, dando por seguro que iba a ofrecerle su nombre, y con él
+la gloria de sus ascendientes, que habían sido amigos de reyes!... No
+sabía ella si era amor o gratitud, pero un sentimiento de ternura que
+empañaba sus ojos la impelía hacia aquel hombre. ¡Ay, cómo iba a
+quererlo! Y escuchaba como un zumbido dulce sus palabras, sin saber
+ciertamente qué decía, embriagándose con su música, pensando al mismo
+tiempo en el porvenir que rápidamente se había abierto ante ella, como
+una salida de sol que rasga las nubes.
+
+Luego, haciendo un esfuerzo, concentraba su atención, y oía a Febrer que
+le hablaba de grandes y lejanas ciudades, de desfiles de coches lujosos,
+con mujeres que ostentaban las últimas modas, de escalinatas de teatros
+por donde descendían cascadas de brillantes, plumas y hombros desnudos,
+esforzándose él por colocarse al nivel del pensamiento de la muchacha,
+por halagarla con estas descripciones de gloria femenil.
+
+Jaime no decía más, pero Catalina adivinaba el propósito que había
+precedido a estas palabras. Ella, la infeliz muchacha de «la calle», la
+_chueta_, habituada a ver a los suyos plegados y temerosos bajo el peso
+de un odio tradicional, visitaría estas ciudades, se mezclaría en los
+desfiles de riqueza, tendría francas las puertas que había contemplado
+siempre cerradas, y entraría por ellas apoyándose en el brazo de un
+hombre que le había parecido siempre la representación de todas las
+grandezas terrenales.
+
+--¡Cuándo veré yo eso!--murmuraba Catalina con hipócrita humildad--. Yo
+estoy condenada a vivir en la isla; yo soy una pobre muchacha que no he
+hecho mal a nadie, y sin embargo he sufrido grandes disgustos... Debo
+ser antipática.
+
+Febrer se lanzó por el camino que le franqueaba esta habilidad femenil.
+¡Antipática!... No, Catalina. Él había venido a Valldemosa sólo por
+verla, por hablarla. Le ofrecía una vida nueva. Todo aquello que le
+causaba asombro podía conocerlo y paladearlo con sola una palabra.
+¿Quería casarse con él?...
+
+Catalina, que esperaba esta propuesta desde una hora antes, palideció
+trémula de emoción. ¡Oírla de sus labios!... Pasó mucho tiempo sin
+contestar, y al fin balbuceó algunas palabras. Era una felicidad, la
+mayor de su existencia, pero una doncella bien educada no debe contestar
+inmediatamente.
+
+--¿Yo?... Veremos... ¡Es tan grande esta sorpresa!
+
+Jaime quiso insistir, pero en el mismo instante salió al jardín el
+capitán Valls, llamándole con grandes voces. Debían irse a Palma: ya
+había dado orden al cochero para que enganchase. Febrer protestó
+sordamente. ¿Con qué derecho se mezclaba aquel entrometido en sus
+asuntos?...
+
+La presencia de don Benito cortó su protesta. Bufaba angustiosamente,
+con el rostro congestionado. El capitán se movía con hostil nerviosidad,
+protestando de la tardanza del cochero. Adivinábase que los hermanos
+acababan de sostener una discusión violenta. El mayor miró a su hija,
+miró a Jaime, y pareció serenarse al adivinar que los dos se habían
+entendido.
+
+Don Benito y Catalina les acompañaron hasta el carruaje. El asmático
+cogió una mano de Febrer entre las suyas con vehemente apretón. Aquélla
+era su casa, y él un verdadero amigo deseoso de servirle. Si necesitaba
+su auxilio, podía mandar como quisiera. ¡Lo mismo que si fuese de la
+familia!... Todavía nombró una vez más a don Horacio, recordando su
+antigua amistad. Luego le invitó a que almorzase con ellos dos días
+después, sin acordarse para nada de su hermano.
+
+--Sí, volveré--dijo Jaime lanzando una mirada a Catalina que la hizo
+enrojecer.
+
+Cuando perdieron de vista la verja de la casa, detrás de la cual
+agitaban sus manos el padre y la hija, el capitán Valls lanzó una
+ruidosa carcajada.
+
+--Según parece, ¿quieres que sea tío tuyo?--preguntó irónicamente.
+
+Febrer, que iba furioso por la intervención de su amigo y la rudeza con
+que le había hecho abandonar la casa, dio expansión a su cólera. ¿Y a él
+qué le importaba? ¿Con qué derecho se atrevía a mezclarse en sus
+asuntos?... Era ya bastante grande para no necesitar consejeros.
+
+--¡Alto!--dijo el marino retrepándose en el asiento y llevando sus manos
+al chambergo de mosquetero caído sobre su cogote--. ¡Alto, galán!... Me
+mezclo porque soy de la familia. Creo que se trata de mi sobrina; a lo
+menos así me parece.
+
+--Y si quiero casarme con ella, ¿qué?... Tal vez a Catalina le parezca
+bien; tal vez su padre se muestre conforme.
+
+--No digo que no; pero soy su tío, y el tío protesta y dice que esa boda
+es un disparate.
+
+Jaime le miró con asombro. ¡Disparate casarse con un Febrer! ¿Acaso
+deseaba algo mejor para su sobrina?...
+
+--Disparate por parte de ellos y disparate por tu parte--afirmó Valls--.
+¿Te has olvidado de dónde vives? Tú puedes ser mi amigo, el amigo del
+_chueta_ Pablo Valls, al que ves en el café, en el Casino, y que además
+tienen las gentes por medio loco. ¡Pero casarte con una mujer de mi
+familia!...
+
+Y el marino reía al pensar en esta unión. Los parientes de Jaime iban a
+indignarse contra él, negándole para siempre el saludo. Más tolerantes
+se mostrarían si cometía un asesinato. Su tía «la Papisa Juana» iba a
+chillar como si presenciase un sacrilegio. Él lo perdería todo, y su
+sobrina, olvidada y tranquila hasta entonces, iba a trocar el
+aburrimiento de su casa, monótono y triste, pero que al fin era una paz,
+por una vida infernal de disgustos, humillaciones y desprecios.
+
+--No; te lo repito: el tío se opone.
+
+Hasta las gentes del populacho que se decían enemigas de los ricos se
+indignarían al ver a un _butifarra_ casándose con una _chueta_. Había
+que respetar el ambiente tradicional de la isla, so pena de morir como
+moriría su hermano Benito, por falta de aire. Era peligroso querer
+modificar de un golpe la obra de siglos. Hasta los que llegaban de
+fuera, limpios de prejuicios, sufrían al poco tiempo la influencia de
+esta repulsión de razas que parecía diluida en la atmósfera.
+
+--Una vez--continuó Valls--vino un matrimonio belga a establecerse en la
+isla, recomendado a mí por un amigo de Amberes. Les atendí, les hice
+toda clase de favores. «Tengan ustedes cuidado--dije muchas veces--;
+piensen que soy _chueta_, y los _chuetas_ son gente muy mala.» La mujer
+reía. ¡Qué barbaridad! ¡Qué atraso el de la isla! Judíos los había en
+todas partes y eran gentes iguales a las otras. Nos vimos menos,
+trataron a otras personas. Un año después, al encontrarme en la calle,
+miraron a todos lados antes de saludarme. Ahora me ven y vuelven la cara
+siempre que pueden... ¡Lo mismo que si fuesen mallorquines!
+
+¡Casarse!... Esto era para toda la vida. En los primeros meses, Jaime
+haría frente a las murmuraciones y los desprecios; pero el tiempo pasa,
+un odio de siglos no se fatiga en el transcurso de unos cuantos años, y
+Febrer acabaría por arrepentirse de su aislamiento, reconocería su error
+al ir contra las preocupaciones de la gran masa, y sería Catalina la que
+sufriese las consecuencias, viéndose mirada en su hogar como un signo de
+ignominia. No; con el matrimonio pocos juegos. En España es indisoluble,
+no hay divorcio, y el hacer experiencias con él resulta caro. Por eso
+Valls se había mantenido célibe.
+
+Febrer, irritado por estas palabras, apeló al recuerdo de las ruidosas
+propagandas que hacía Pablo contra los enemigos de los _chuetas_.
+
+--¿Pero tú no deseas la dignificación de los tuyos? ¿No te irritas de
+que miren a los de «la calle» como personas diferentes a las otras?...
+¡Qué mejor que este matrimonio para combatir las preocupaciones!...
+
+El capitán agitó las manos para expresar su duda: «¡Ta, ta!... El
+matrimonio no probaba nada. En varias épocas de tolerancia y olvido
+momentáneo se habían casado cristianos viejos con gentes de «la calle».
+En la isla habían muchos que revelaban por sus apellidos estas mezclas.
+¿Y qué? El odio y la separación continuaban lo mismo... Lo mismo no: un
+poco más amortiguados que en otros tiempos, pero latentes aún. Los que
+habían de acabar con esta situación eran la cultura de la gente, las
+costumbres nuevas, y esto resultaba obra de años y no se conseguía con
+un matrimonio. Además, los ensayos eran peligrosos y causaban víctimas.
+Si él tenía empeño en hacer la experiencia, podía escoger a otra que no
+fuese su sobrina.
+
+Y Valls sonrió irónicamente al ver los gestos negativos de Febrer.
+
+--¿Estás acaso enamorado de Catalina?--preguntó.
+
+Los ojos de ámbar del capitán, maliciosos y fijos en Jaime, no le
+permitieron mentir. ¿Enamorado?... Enamorado no. Pero no era
+indispensable el amor para casarse. Catalina era simpática, podía ser
+una excelente esposa, una agradable compañera.
+
+Pablo extremó más aún su sonrisa.
+
+--Hablemos como buenos amigos, conocedores de la vida. Mi hermano te es
+más simpático que su hija. Él se encargará indudablemente de arreglar
+tus asuntos. Llorará al ver el dinero que le cuestas; pero tiene la
+manía del nombre, respeta y adora lo antiguo, y pasará por todo... Mas
+¡no te fíes, Jaime! Es el tipo de esos judíos que salen en las comedias
+con un bolsón de oro, ayudando a las gentes en una mala hora, para
+exprimirlas después. Ésos son los que desacreditan a mi raza. Yo soy
+otra cosa. Cuando te tenga en su poder te arrepentirás del negocio que
+has hecho.
+
+Febrer miró a su amigo con ojos hostiles. Lo mejor que podían hacer era
+no hablar más del asunto. Pablo era un loco, acostumbrado a decir cuanto
+pensaba, y él no iba a sufrirle siempre. Para continuar siendo amigos,
+lo mejor era callarse.
+
+--Bueno, callemos--dijo Valls--. Pero conste una vez más que el tío se
+opone y que lo hago por ti y por ella.
+
+Pasaron silenciosos el resto del camino. En el Borne se separaron con
+frío saludo, sin darse la mano.
+
+Cuando Jaime entró en su casa era casi de noche. _Madó_ Antonia tenía
+sobre una mesa del recibimiento una candileja de aceite, cuya llama
+parecía hacer más densas las tinieblas de la vasta pieza.
+
+Los ibicencos acababan de marcharse. Luego de almorzar con ella y vagar
+por la ciudad, habían esperado al señor hasta el anochecer. Tenían que
+pasar la noche en el falucho: el patrón quería darse a la vela antes del
+alba. Y _madó_ hablaba con bondadoso interés de aquellas gentes, que le
+parecían del otro extremo del mundo. ¡Cómo lo admiraban todo! Iban por
+la calle como asustados... ¿Y Margalida? ¡Qué muchacha tan hermosa!
+
+La buena _madó_ Antonia tenía una idea en su boca y otra en el
+pensamiento, y mientras seguía al señor hasta su dormitorio, le
+examinaba disimuladamente, queriendo adivinar algo en su rostro. ¿Qué
+habría pasado en Valldemosa, Virgen del Lluch? ¿Qué sería de aquel plan
+disparatado que había expuesto Febrer durante el desayuno?...
+
+Pero el amo estaba de mal talante, y respondía con palabras breves a sus
+preguntas. No se quedaba en casa: cenaría en el Casino. A la luz de un
+quinqué que alumbraba débilmente su vasto dormitorio, cambió de traje y
+se acicaló un poco, tomando una llave enorme de manos de _madó_ para
+abrir cuando volviese a altas horas de la noche.
+
+A las nueve, al dirigirse al Casino, vio a la puerta de la calle, en un
+café del Borne, a su amigo Toni Clapés, el contrabandista. Era un
+hombretón de rostro afeitado y carilleno, con traje de payés. Parecía un
+cura del campo vestido de labriego para pasar la noche en Palma. Con sus
+alpargatas blancas, la camisa sin corbata y el sombrero echado atrás,
+entraba en cafés y sociedades, siendo recibido con grandes extremos de
+amistad. En el Casino le admiraban los señores al ver cómo sacaba
+tranquilamente de sus bolsillos los billetes de Banco a puñados.
+Procedente de un pueblo del interior de la isla, había llegado, en
+fuerza de coraje y de arrostrar peligros, a ser el jefe de un Estado
+misterioso que todos conocían de lejos, pero cuyo secreto funcionamiento
+permanecía en la sombra. Tenía centenares de súbditos, capaces de morir
+por él y una flota invisible que navegaba de noche, sin miedo a los
+temporales, abordando a costas casi inaccesibles. Las preocupaciones y
+peligros de estas empresas no se traslucían nunca en su rostro jovial y
+sus ademanes generosos. Sólo se mostraba triste cuando pasaban varias
+semanas sin que él recibiese noticias de alguna barca salida de Argel en
+pleno mal tiempo.
+
+--¡Perdida!--decía a sus amigos--. La barca y el cargamento importan
+poco... Iban siete hombres en ella, y yo también he navegado así...
+Procuraremos que a las familias no les falte el pan.
+
+Otras veces, su tristeza era fingida, y al expresarla fruncía
+irónicamente sus labios: «Una escampavía del gobierno acaba de apresarme
+una barca.» Y todos reían, sabiendo que Toni dejaba algunos meses que le
+cogiesen una embarcación vieja con algunos bultos de tabaco, para que
+sus perseguidores pudieran ostentar de este modo un triunfo. Cuando
+había epidemia en los puertos de África, las autoridades de la isla,
+impotentes para guardar un litoral extenso, llamaban a Toni, apelando a
+su patriotismo de mallorquín, y el contrabandista prometía cesar
+momentáneamente en sus navegaciones o cargaba en otro punto para evitar
+el contagio.
+
+Febrer tenía con este hombre rudo, alegre y generoso, una confianza
+fraternal. Muchas veces le había contado sus apuros para buscar el
+consejo de su astucia campesina. Él, que era incapaz de solicitar un
+préstamo de sus amigos del Casino, aceptaba el dinero de Toni en
+momentos difíciles, dinero del que no parecía acordarse más el
+contrabandista.
+
+Al encontrarse se estrecharon la mano. «¿Has estado en Valldemosa?...»
+Toni sabía ya su viaje, gracias a la facilidad con que circulan las más
+insignificantes noticias en el ambiente monótono y calmoso de una ciudad
+provinciana ávida de curiosidades.
+
+--Algo más cuentan--dijo Toni en su mallorquín de campesino--, algo que
+me parece mentira. ¿Dicen que te casas con la _atlota_ de don Benito
+Valls?
+
+Febrer, admirado de que se supiesen tan pronto sus propósitos, no se
+atrevió a negar. Sí, era cierto. Sólo a Toni quería confesarlo.
+
+El contrabandista hizo un gesto de repulsión, al mismo tiempo que sus
+ojos, acostumbrados a las mayores sorpresas, revelaban asombro.
+
+--Haces mal, Jaime; haces mal.
+
+Lo decía gravemente, como si estuviera tratando un asunto solemne.
+
+El _butifarra_ tuvo con aquel amigo una confianza que no hubiera osado
+con ningún otro...
+
+--¡Pero si estoy arruinado, querido Toni! ¡Si nada de lo que tengo en mi
+casa es ya mío! ¡Si los acreedores sólo me respetan por la esperanza de
+este matrimonio!...
+
+Toni siguió moviendo la cabeza negativamente. El rudo payés, el
+contrabandista burlador de las leyes, parecía estupefacto por la
+noticia.
+
+--De todos modos, haces mal. Debes salir de tus apuros como puedas, pero
+de otra manera... Los amigos te ayudaremos. ¿Casarte tú con una
+_chueta_?...
+
+Se despidió de él con un vigoroso apretón de manos, como si le viese
+marchar hacia un peligro de muerte.
+
+--Haces mal... piénsalo--dijo con tono de reproche--. ¡Haces mal, Jaime!
+
+
+
+
+IV
+
+
+Cuando Jaime se metió en su cama, tres horas después de la media noche,
+creyó ver en la obscuridad del dormitorio los rostros del capitán Valls
+y de Toni Clapés.
+
+Parecían hablarle, lo mismo que en la tarde anterior. «Me opongo»,
+repetía el marino con risa irónica. «No hagas eso», aconsejaba el
+contrabandista con gesto grave...
+
+Había pasado la noche en el Casino, silencioso y malhumorado bajo la
+obsesión de estas protestas. ¿Qué tenía su proyecto de extraño y absurdo
+para que lo repeliese aquel _chueta_, a pesar de constituir un honor
+para su familia, y aquel payés rudo y falto de escrúpulos, que vivía
+casi fuera de la ley?...
+
+Era cierto que en la isla este matrimonio iba a producir escándalos y
+protestas; pero ¿y él?... ¿No tenía derecho a buscar su salvación por
+cualquier medio? ¿Era acaso una novedad que gentes de su clase
+intentasen rehacer su fortuna por medio de un casamiento? ¿Y los duques
+y príncipes que buscaban el oro en América dando su mano a hijas de
+millonarios de origen más censurable que don Benito?...
+
+¡Ay! Aquel loco de Pablo Valls tenía en parte razón. Esas alianzas
+podían ser en el resto del mundo, pero Mallorca, la amada _Roqueta_,
+tenía un alma todavía viva, el alma de otros siglos, cargada de odios y
+preocupaciones. Las gentes eran tales como habían nacido, tales como
+fueron sus padres, y así habían de seguir en el ambiente inmóvil de la
+isla, que no lograban conmover lejanas y tardas ondulaciones venidas de
+fuera.
+
+Jaime se agitaba inquieto en su lecho. No tenía sueño... ¡Los Febrer!
+¡Qué pasado tan glorioso! ¡Y cómo gravitaba sobre él este pasado, como
+una cadena de esclavitud que aún hacía más triste su miseria!...
+
+Había pasado muchas tardes en el archivo de la casa, la pieza inmediata
+al comedor, registrando legajos apilados en armarios con puertas de
+alambre, a la luz suave que se filtraba por las persianas de los huecos.
+¡Polvo y papel viejo que había que sacudir para que no lo devorasen las
+polillas! ¡Bárbaras cartas de navegación, con erróneos y caprichosos
+perfiles, que habían servido a los Febrer en sus primeras travesías
+comerciales!... Por todo esto apenas sí le darían con que comer unos
+días; y sin embargo, la familia había peleado durante siglos para
+hacerse digna de tal depósito y aumentarlo. ¡Cuánta gloria muerta!...
+
+La verdadera fama de los suyos, rompiendo los límites de la historia de
+la isla, comenzaba en 1541 con la llegada del gran Emperador. Una armada
+de trescientas velas, con diez y ocho mil hombres de desembarco, se
+juntaba en la bahía de Palma para ir a la conquista de Argel. Estaban
+allí los tercios españoles mandados por Gonzaga, los alemanes regidos
+por el duque de Alba, los italianos acaudillados por Colonna, doscientos
+caballeros de Malta, a cuyo frente marchaba el comendador don Príamo
+Febrer, el héroe de la familia, y toda la flota navegaba bajo la
+dirección del gran marino Andrés Doria.
+
+Mallorca acogía con fiestas mitológicas al señor de las Españas y las
+Indias, de Alemania e Italia, gotoso ya, y roído por otras dolencias. La
+mejor nobleza de Castilla seguía al Emperador en esta santa empresa,
+alojándose en las casas de los caballeros mallorquines. La de Febrer
+recibía como huésped a un noble improvisado, recién salido de la nada,
+cuyas lejanas hazañas y visibles riquezas inspiraban entusiasmos y
+murmuraciones. Era el marqués del Valle de Oaxaca, don Hernán Cortés,
+que había conquistado Méjico y venía en la expedición ansioso de medirse
+con los antiguos nobles de la Reconquista, ahora sus iguales, en una
+galera equipada a su costa, acompañado de sus hijos don Martín y don
+Luis. Una magnificencia real envolvía al lejano conquistador, dueño de
+fantásticas riquezas. Adornando el puente de su galera llevaba tres
+esmeraldas enormes, valuadas en más de cien mil ducados: una tallada en
+forma de flor, otra en forma de pájaro y otra de campanilla, a la que
+servía de badajo una perla gruesa. Con él iban servidores que habían
+estado en tan lejanas tierras, adoptando sus extraños usos. Enjutos
+hidalgos de color enfermizo pasaban silenciosos las horas muertas
+encendiendo unos manojos de hierbajos, a modo de trozos de cuerda,
+llamados «tobaco», y arrojando humo por su boca como demonios que
+ardiesen interiormente.
+
+Las abuelas de Jaime habían conservado de generación en generación un
+grueso diamante sin tallar, recuerdo del heroico capitán por el generoso
+hospedaje de los Febrer. La piedra preciosa figuraba en los documentos
+de la familia, pero el abuelo don Horacio no había alcanzado a
+conocerla. Desapareció en el curso de los siglos, como tantas riquezas
+barridas por los apuros de una casa ostentosa.
+
+Los Febrer preparaban un refresco para la armada, a nombre de Mallorca,
+pero costeado en gran parte por ellos. Este «refresca», para que el
+Emperador apreciase la abundancia de frutos de la isla, componíase de
+cien vacas, doscientos carneros, centenares de parejas de gallinas y
+pavos, de cuarteras de aceite y harina, de cuarterones de vino, de
+cuarterolas de queso, alcaparras y aceitunas, veinte barriles de agua de
+arrayán y cuatro quintales de cera blanca. Además, los Febrer
+avecindados en la isla y que no eran de la Orden de Malta se embarcaron
+en la escuadra con doscientos caballeros mallorquines, ansiosos de
+conquistar Argel, nido de piratas. Las trescientas galeras salieron de
+la bahía, ondeando sus flámulas entre el estruendo de cañones y
+bombardas, saludadas por el gentío aglomerado en las murallas. Nunca
+había reunido el Emperador una flota tan imponente.
+
+Era en Octubre. El experto Doria ponía mal gesto. Para él no existían en
+el Mediterráneo otros puertos seguros que «Junio, Julio, Agosto... y
+Mahón». El Emperador se había retrasado demasiado en el Tirol e Italia.
+El papa Paulo III, al salir a su encuentro en Luca, le había profetizado
+desgracias por lo avanzado de la estación. Los expedicionarios
+desembarcaron en la playa de Hamma. El comendador Febrer, con sus
+caballeros de Malta, marchaba a vanguardia, sosteniendo incesantes
+choques con los turcos. El ejército se apoderó de las alturas que rodean
+a Argel y comenzó el sitio. Entonces se cumplieron las predicciones de
+Doria. Sobrevino una horrible tempestad, con toda la violencia del
+invierno africano. Las tropas, sin abrigo, caladas hasta los huesos
+durante la noche por la lluvia torrencial, sentíanse ateridas. Un viento
+furioso obligaba a los hombres a mantenerse tendidos en el suelo. Al
+amanecer, los turcos, aprovechando esta situación, cayeron por sorpresa
+sobre el ejército, que casi se desbandó.
+
+Pero estaba allí el comendador Príamo, demonio de la guerra, insensible
+al agua y al fuego, duro, malicioso y despreciador de la fatiga, que
+contuvo el empuje enemigo con un puñado de sus caballeros. Españoles y
+alemanes se rehicieron, y los turcos se replegaron, perseguidos por los
+sitiadores, hasta las mismas murallas de Argel. Don Príamo Febrer,
+herido en la cara y en una pierna, se arrastró hasta una puerta de la
+ciudad, clavando en ella su puñal como testimonio de su avance.
+
+En otra salida de la morisma, el choque era tan furioso, que cejaban los
+italianos, seguían su ejemplo los alemanes, y el Emperador, rojo de
+cólera al ver en fuga a sus soldados favoritos, desenvainaba la tizona,
+pedía su estandarte, metía espuelas al trotón y gritaba al brillante
+séquito de caballeros que le seguía: «¡Arriba, señores! Si me veis caer
+con el estandarte, levantad a éste antes que a mí.»
+
+Los turcos huían ante el ímpetu de este escuadrón de hierro. Un Febrer,
+«el rico», el de la isla, abuelo remoto de Jaime, se había interpuesto
+por dos veces entre el Emperador y los enemigos, salvando su existencia.
+A la salida de un desfiladero, el fuego de las culebrinas turcas diezmó
+a los jinetes. El duque de Alba cogió la brida del caballo de su
+monarca. «Señor: que vuestra vida vale más que el triunfo.» Y el
+Emperador, serenándose, volvía al fin sobre sus pasos, y con un gesto de
+agradecimiento majestuoso se quitaba la cadena de oro pendiente de su
+cuello, para colocarla sobre los hombros de Febrer.
+
+Mientras tanto, la tempestad destruía ciento sesenta buques, y el resto
+de la flota tenía que refugiarse detrás del cabo Matifux.
+
+Los más de los nobles opinaban por una retirada inmediata. Hernán
+Cortés, el conde de Alcaudete, gobernador de Oran, y los caballeros
+mallorquines, con los Febrer a la cabeza, pedían que se pusiera en salvo
+el Emperador y dejase al ejército continuar solo la empresa. Al fin se
+decidió la retirada, y por cumbres y barrancas hinchadas de lluvia se
+fue realizando la triste operación acosados por el enemigo, dejando una
+estela de muertos y prisioneros. En plena tempestad se embarcaron los
+que pudieron. El mar embravecido devoró nuevos buques, y las galeras
+mallorquinas llegaron tristemente a la bahía de Palma escoltando al
+Emperador, que sin querer bajar a tierra se dirigió a la Península. Los
+Febrer volvieron a su casa cubiertos de gloria en plena derrota: uno con
+el testimonio de amistad del César; otro, el comendador, tendido en una
+camilla y blasfemando como un pagano por haberse interrumpido el cerco
+de Argel.
+
+¡Príamo Febrer!... Jaime no podía pensar en este personaje sin un
+sentimiento de simpatía y curiosidad que le habían infundido los relatos
+escuchados en su infancia. Era el alma heroica y maldita de la familia.
+Las antiguas damas de la casa no mencionaban jamás su nombre, y al
+escucharlo bajaban los ojos y enrojecían. Guerrero de la Iglesia, santo
+caballero que había pronunciado voto de castidad al entrar en la Orden,
+llevaba siempre mujeres en su galera. Eran cristianas rescatadas al
+musulmán, que no tenía gran prisa en devolver a sus hogares, o infieles
+hechas esclavas en sus audaces desembarcos.
+
+Cuando se procedía al reparto del botín, miraba indiferente las riquezas
+en montón, dejándolas para el Gran Maestre. Él sólo tenía interés en
+apropiarse las hembras. Si le amenazaban con la excomunión, reía
+diabólicamente en la cara de los eclesiásticos de la Orden. Cuando el
+Gran Maestre le llamaba para reprenderle por sus impurezas, erguíase
+fieramente, hablando de las grandes victorias en el mar que le debía la
+cruz de Malta.
+
+Conservábanse en el archivo de la casa algunas de sus cartas: pliegos de
+papel amarillento con caracteres rojizos, desiguales y confusos, y un
+estilo que delataba las pocas letras del comendador. Expresábase con
+soldadesca tranquilidad, mezclando frases religiosas con las más
+impúdicas expresiones. En una de dichas cartas, que Jaime había leído,
+escribía alarmado a su hermano de Mallorca en vista de cierta enfermedad
+misteriosa que sufría éste; y por si era «mal de mujeres, le daba
+expertos consejos y mágicos remedios. Él había conocido mucho esta
+dolencia en sus visitas a los puertos de Levante.
+
+Su nombre era terriblemente popular en toda la costa mediterránea
+ocupada por los infieles. Los mahometanos le temían como al demonio; las
+moras hacían callar a sus pequeñuelos con la amenaza del comendador
+Febrer. Dragut, gran corsario turco, le apreciaba como único rival digno
+de su valor. Los dos se temían y se respetaban, procurando no verse ni
+encontrarse en el mar, después de varios combates de los que ambos
+habían salido malparados.
+
+Un día, Dragut, al visitar una de sus galeras en Argel, encontró a
+Príamo Febrer casi desnudo, encadenado a un banco y con un remo en las
+manos.
+
+--¡Cosas de la guerra!--dijo Dragut.
+
+--¡Cosas de la fortuna!--contestó el comendador.
+
+Se estrecharon la mano y no dijeron más. Ni el uno ofreció favor ni el
+otro pidió misericordia. Las gentes de Argel acudían ansiosas para
+conocer al «Demonio de Malta» amarrado a su banco de esclavo; pero al
+verle fiero y ceñudo como un aguilucho cautivo, no se atrevían a
+insultarle. La Orden dio por el rescate de su heroico guerrero
+centenares de esclavos, naves y cargamentos, como si fuese un príncipe.
+Años después fue don Príamo el que, entrando en una galera de Malta,
+encontró encadenado en un banco de remero al intrépido Dragut. Se
+repitió la escena sin sorpresa para ambos, como si el encuentro fuese
+natural. Se estrecharon las manos.
+
+--¡Cosas de la guerra!--dijo uno.
+
+--¡Cosas de la fortuna!--contestó el otro.
+
+Jaime amaba al comendador porque había representado en el seno de la
+noble familia el desorden, la libertad, el desprecio de las
+preocupaciones... ¡Lo que a él le importaban las diferencias de raza y
+religión cuando sentía el deseo de una mujer!... Había vivido en la
+madurez de su existencia retirado en Túnez, con sus buenos amigos los
+ricos corsarios, que en fuerza de odiarle y perseguirle acabaron por ser
+sus camaradas. Fue éste el período más obscuro de su existencia. Las
+leyendas llegaban a suponer que había renegado, y para distraer su tedio
+daba caza en el mar a las galeras de Malta. Algunos caballeros de la
+Orden, enemigos suyos, juraban haberle visto durante un combate vestido
+a la turca en el castillo de una embarcación enemiga.
+
+Lo único cierto era que había vivido en Túnez en un palacio a orillas
+del mar, con una mora de espléndida belleza, parienta de su amigo el
+Bey. Dos cartas atestiguaban en el archivo esta dulce e incomprensible
+esclavitud. Al morir la musulmana, don Príamo volvía a Malta, dando por
+terminada su carrera. Los más importantes dignatarios de la Orden
+quisieron favorecerle si cambiaba de conducta, hablando de nombrarle
+Bailío de Negroponto o Gran Castellán de Amposta. Pero el empecatado don
+Príamo no se corregía, y continuó siendo un libertino temible, de humor
+fantástico y desigual para los otros caballeros. En cambio, el heroico
+comendador era adorado por los «hermanos sirvientes», hombres de armas
+de la Orden, simples soldados que sólo podían llevar sobre la coraza el
+adorno de media cruz.
+
+El desprecio a las intrigas y el odio de sus enemigos le hicieron
+abandonar para siempre el archipiélago de la Orden, las islas de Malta y
+Gozzo, cedidas por el Emperador a los frailes guerreros sin otro precio
+que el tributo anual de un azor de los que se criaban en aquellas islas.
+
+Viejo ya y cansado, retirábase a Mallorca, viviendo de los bienes de su
+encomienda situados en Cataluña. La impiedad y los vicios del héroe
+aterraban a la familia y escandalizaban a la isla. Tres moras jóvenes y
+una judía de gran belleza le acompañaban como sirvientes en las
+habitaciones de toda un ala del caserón de los Febrer, que era mucho más
+grande en aquella época. Además conservaba varios esclavos, turcos unos,
+tártaros otros, que temblaban al verle. Andaba en tratos con viejas
+tenidas por brujas, consultaba a curanderos hebreos, se encerraba en su
+dormitorio con toda esta gente sospechosa, y los vecinos temblaban
+viendo a altas horas de la noche sus ventanas inflamadas por un fuego de
+infierno. Algunos de sus esclavos languidecían, pálidos, como si les
+chupasen la vida. La gente murmuraba que el comendador había empleado su
+sangre para mágicos bebedizos. Don Príamo quería volver a la juventud:
+ansiaba reanimar con fuego vital sus fuerzas pasionales. El Gran
+Inquisidor de Mallorca hablaba de una visita con familiares y alguaciles
+a las habitaciones del comendador; pero éste, que era primo suyo, le
+anunció por carta su propósito de abrirle la cabeza con un mandoble de
+abordaje apenas avanzase un pie sobre el primer peldaño de su escalera.
+
+Moría don Príamo, o más bien, reventaba con los diabólicos brebajes,
+dejando como resumen de sus despreocupaciones un testamento cuya copia
+había leído Jaime. El guerrero de la Iglesia legaba el cuerpo de sus
+bienes, así como sus armas y trofeos, a los hijos de su hermano mayor,
+lo mismo que habían hecho siempre todos los segundones de la casa. Pero
+a continuación figuraba una extensa lista de mandas, todas para hijos
+suyos que declaraba habidos con esclavas musulmanas o amigas judías,
+armenias y griegas que debían vegetar a aquellas horas, decrépitas y
+arrugadas, en algún puerto de Levante. Era una descendencia de patriarca
+bíblico, pero toda irregular y mestiza, producto del cruzamiento de
+sangres enemigas, de razas antagónicas. ¡Famoso comendador! Parecía que
+al quebrantar sus votos hubiese buscado aminorar esta falta escogiendo
+siempre mujeres infieles. A su pecado de impureza unía lo vergonzoso del
+comercio con hembras enemigas del verdadero Dios.
+
+Admirábalo Jaime como a un precursor que le salvaba de sus dudas. ¿Qué
+tenía de extraño que él se uniese a una _chueta_, igual a las otras
+mujeres en costumbres, creencias y educación, si el más famoso de los
+Febrer, en una época de intolerancia, había vivido, fuera de toda ley,
+con hembras infieles?... Pero los prejuicios de familia despertaban en
+Jaime como un remordimiento, haciéndole recordar una cláusula del
+testamento del comendador. Dejaba bienes a los hijos de sus esclavas,
+mestizos de otras razas, porque eran de su sangre y deseaba evitarles
+los sufrimientos de la miseria, pero les prohibía que usasen el apellido
+de su padre, el nombre de los Febrer, que se habían mantenido siempre
+puros de cruzamientos vergonzosos en su casa de Mallorca.
+
+Al recordar esto, sonreía Jaime en la obscuridad. ¿Quién podía responder
+del pasado? ¿Qué misterios no se ocultaban en las raíces del tronco de
+su estirpe, allá en los tiempos medioevales, cuando los Febrer y los
+ricos de la sinagoga balear comerciaban juntos y cargaban sus naves en
+Puerto Pi? Muchos de su familia, y hasta él mismo, así como otros de la
+antigua nobleza mallorquína, tenían algo de judaico en el rostro. La
+pureza de las razas era una ilusión. La vida de los pueblos residía en
+el movimiento, gran engendrador de mezclas y confusiones... Pero ¡ay,
+los orgullosos escrúpulos de familia! ¡La separación creada por las
+costumbres!...
+
+Él mismo, que pretendía burlarse de los prejuicios del pasado,
+experimentaba un sentimiento irresistible de altivez al lado de don
+Benito, que había de ser su suegro. Se consideraba superior a él; le
+toleraba con una bondad lastimera; se había sublevado interiormente
+cuando el rico _chueta_ habló de su pretendida amistad con don Horacio.
+No era cierto; los Febrer no habían tratado nunca a aquellas gentes.
+Cuando sus abuelos iban a Argel con el Emperador, los abuelos de
+Catalina estaban tal vez recluidos en el barrio de la Calatrava,
+fabricando objetos de plata, temblando ante la idea de que los payeses
+pudieran bajar en son de guerra a Palma, encorvándose pálidos de miedo
+ante el Gran Inquisidor--algún Febrer indudablemente--para granjearse su
+protección.
+
+Fuera, en el recibimiento, estaba el retrato de uno de sus ascendientes
+menos remotos, un señor de rostro afeitado, labios finos y descoloridos,
+peluca blanca y casaca de seda roja, que, según rezaba la cartela del
+lienzo, había sido regidor perpetuo de la ciudad de Palma. El rey Carlos
+III enviaba una pragmática a la isla prohibiendo que se insultase a los
+antiguos judíos, «gente laboriosa y honrada», amenazando con pena de
+presidio al que los llamase _chuetas_. El Concejo se alborotaba con esta
+disposición absurda del monarca, sobradamente bondadoso, y el regidor
+Febrer solucionaba el asunto con la autoridad de su nombre. «Archívese
+la pragmática; se acata, pero no se cumple. ¿Para qué necesitan los
+_chuetas_ tener dignidad como cualquiera de nosotros? Con tal que no les
+toquen la bolsa o la mujer, se dan por contentos.»
+
+Y todos reían, diciéndose que Febrer hablaba por experiencia propia,
+pues era gran aficionado a visitar «la calle», encargando trabajo a los
+plateros para poder hablar con las plateras.
+
+También estaba en el recibimiento el retrato de otro de sus
+ascendientes, el inquisidor don Jaime Febrer, que llevaba su mismo
+nombre. En los desvanes de la casa había encontrado él, amarillas por el
+tiempo, varias cartulinas de visita con el nombre del rico sacerdote:
+tarjetas grabadas con emblemas, como empezaron a usarse en el siglo
+XVIII.
+
+En el centro de la tarjeta aparecía una cruz leñosa con una espada y una
+rama de olivo; a ambos lados dos corazas, una con la cruz del Santo
+Oficio, otra con dragones y cabezas de Medusa. Esposas, látigos,
+calaveras, rosarios y cirios completaban el adorno; abajo ardía una
+hoguera en torno a un poste con argolla y figuraba una caperuza como un
+embudo adornada de serpientes, sapos y cabezas cornudas. Una especie de
+sarcófago elevábase entre estos adornos, y en él se leía en antigua
+letra española: «El Inquisidor Decano don Jaime Febrer.» El pacífico
+mallorquín que al volver a su casa encontraba esta cartulina de visita
+debía sentir un espeluznamiento de terror.
+
+Además, pasaba por su memoria otro de sus ascendientes, aquel a quien
+mencionaba iracundo Pablo Valls al recordar las quemas de _chuetas_ y el
+librito del padre Garau. Era un Febrer elegante y galanteador, que había
+entusiasmado a las damas de Palma en el famoso auto de fe, con un
+vestido nuevo de paño de Florencia recamado de oro, jinete sobre un
+corcel tan vistoso como su dueño y llevando el estandarte del Santo
+Tribunal. El jesuita hablaba con líricos arrebatos de su gentil
+apostura. A la caída de la tarde había presenciado el caballero en la
+falda del castillo de Bellver cómo ardía la abultada corpulencia de
+Rafael Valls y cómo reventaban sus entrañas cayendo en el brasero,
+espectáculo del que le distrajo la presencia de algunas damas, haciendo
+caracolear su caballo junto a las portezuelas de las carrozas. El
+capitán Valls tenía razón: todo esto resultaba bárbaro. Pero los Febrer
+eran los suyos; el nombre y los bienes ya perdidos a ellos los debía. ¡Y
+él, último vástago de una familia orgullosa de su historia, iba a
+casarse con Catalina Valls, descendiente del ajusticiado!...
+
+Las consejas oídas en la niñez, los simples relatos con que le
+entretenía _madó_ Antonia, surgían ahora en su recuerdo como ideas
+olvidadas, pero que habían abierto hondo surco. Pensaba en los
+_chuetas_, que, según la opinión popular, no eran lo mismo que las otras
+personas; seres de miseria sórdida y contacto viscoso, que debían
+ocultar terribles deformidades. ¿Quién podía afirmarle que Catalina era
+igual a las otras mujeres?...
+
+Al momento pensaba en Pablo Valls, tan alegre y generoso, superior por
+sus cualidades a casi todos los amigos que él tenía en la isla. Pero
+Pablo apenas había vivido en Mallorca: había viajado mucho; no era como
+los de su raza, inmóviles en la misma postura durante siglos,
+reproduciéndose sobre el montón de su vileza y su cobardía, sin fuerzas
+ni solidaridad para levantarse e imponer respeto.
+
+Jaime conocía en París y en Berlín ricas familias de judíos. Hasta había
+solicitado que le presentasen a los altos varones de Israel; pero al
+ponerse en contacto con estos hebreos verdaderos, que conservaban su
+religión y su independencia de raza, no sintió la instintiva repugnancia
+que le inspiraban el devoto don Benito y otros _chuetas_ de Mallorca.
+¿Era el ambiente, que influía en él? ¿Era que una sumisión de siglos, el
+miedo y el hábito de doblarse, habían hecho de los de Mallorca una raza
+distinta?...
+
+Febrer acabó por sumirse en la lobreguez del sueño, rodando a través de
+las sinuosidades de su pensamiento, cada vez más confuso.
+
+En la mañana siguiente, mientras se vestía, decidióse a realizar cierta
+visita, con gran esfuerzo de su voluntad. Aquel casamiento era algo
+audaz y peligroso que exigía larga reflexión, como le había dicho su
+amigo el contrabandista.
+
+«Antes debo jugar mi última carta...--pensó Jaime--. Voy a ver a «la
+Papisa Juana» Hace muchos años que no la he visto; pero es mi tía, mi
+pariente más próxima. En justicia, debía ser yo su heredero. ¡Si ella
+quisiera!... Le bastaría hacer un gesto, y todos mis apuros habrían
+terminado.»
+
+Pensó en la hora mejor para visitar a la gran señora. Por la tarde tenía
+su famosa tertulia de canónigos y graves señores, a los que recibía con
+un aire de soberana. Estos eran los que iban a heredarla, como
+mandatarios y representantes de varias corporaciones de carácter
+religioso. La debía visitar inmediatamente, sorprenderla en su soledad
+después de la misa y los ejercicios matinales.
+
+Doña Juana vivía en un palacio inmediato a la catedral. Se había
+mantenido soltera, abominando del mundo después de ciertos desengaños de
+su juventud, de los que era responsable el padre de Jaime. Toda la
+acometividad de su carácter bilioso y el entusiasmo de su fe seca y
+altiva los había dedicado a la política y la religión. «Por Dios y por
+el Rey», le había oído decir Febrer al visitarla siendo muchacho.
+
+En su juventud había soñado doña Juana con las heroínas de la Vendée; se
+había entusiasmado con las hazañas y penalidades de la duquesa de Berry,
+queriendo, como estas hembras fuertes de la religión y el legitimismo,
+montar a caballo, llevando sobre el pecho un crucifijo y junto a la
+falda de amazona un sable pendiente. Pero estos deseos no pasaron de ser
+vagas fantasías. En realidad, no había hecho otra expedición que un
+viaje a Cataluña durante la última guerra carlista, para ver más de
+cerca la santa empresa que consumió una parte de sus bienes.
+
+Los enemigos de «la Papisa Juana» afirmaban que de joven había tenido
+oculto en su palacio al conde de Montemolín, pretendiente a la corona, y
+que allí lo había puesto en relación con el general Ortega, capitán
+general de las islas. A estas murmuraciones unían la de un amor
+romántico de doña Juana por el pretendiente.
+
+Jaime sonreía al oír estas noticias. Todo mentira. El abuelo don
+Horacio, que estaba bien enterado, habló muchas veces a su nieto de
+tales sucesos. «La Papisa» sólo había querido al padre de Jaime. El
+general Ortega era un iluso, al que recibía doña Juana con novelesco
+misterio, vestida de blanco en un salón casi a obscuras, hablándole con
+voz dulce de ultratumba, como si fuese el ángel del pasado, de la
+necesidad de volver España a sus antiguas costumbres, barriendo a los
+liberales y restableciendo el gobierno de los caballeros. «¡Por Dios y
+por el Rey!...» Ortega fue fusilado en la costa de Cataluña al fracasar
+su desembarco carlista, y «la Papisa» se quedó en Mallorca, pronta a dar
+su dinero para nuevas empresas santas.
+
+Muchos la consideraban arruinada después de sus prodigalidades en la
+última guerra civil, pero, Jaime conocía la verdadera fortuna de la
+devota señora. Su vida era simple como la de una payesa; le quedaban en
+la isla extensos predios, y todas sus economías las invertía en regalos
+a iglesias y conventos o en donativos al tesoro de San Pedro. Su antiguo
+lema «Por Dios y por el Rey» había sufrido una mutilación. Ya no pensaba
+en el rey. De sus antiguos entusiasmos por el pretendiente don Carlos
+sólo le quedaba una gran fotografía con dedicatoria adornando la parte
+más obscura de su salón.
+
+--Buen mozo--decía de él--, buen caballero, pero igual casi a los
+liberales. ¡Ay, la vida en tierra extranjera! ¡Cómo cambia a los
+hombres!... ¡Qué pecados!...
+
+Ahora su entusiasmo era sólo por Dios, y su dinero emprendía el camino
+de Roma. Una suprema ilusión animaba su existencia. ¿No le enviaría
+antes de morir la «Rosa de Oro» el Santo Padre? Era regalo destinado en
+otros tiempos sólo a las reinas, pero algunas devotas ricas de la
+América del Sur conseguían ahora esta distinción. Y menudeaba las
+liberalidades, viviendo en santa pobreza para poder enviar más dinero al
+Vaticano. ¡La «Rosa de Oro», y luego morir!...
+
+Febrer llegó a casa de «la Papisa»: un zaguán semejante al suyo, aunque
+más cuidado, más limpio, sin hierbas en el pavimento, sin grietas ni
+desconchaduras en las paredes, con una pulcritud monacal. Arriba le
+abrió la puerta una criadita pálida, vestida con el hábito azul de una
+cofradía y cordón blanco. Esta muchacha no pudo reprimir un gesto de
+sorpresa al reconocer a Jaime.
+
+Le dejó en el recibimiento, lleno de retratos como el de casa de los
+Febrer, y corrió con un ligero trote de ratón a las habitaciones
+interiores, para avisar esta visita extraordinaria que turbaba la paz
+monástica del palacio.
+
+Transcurrieron largos minutos de silencio. Jaime oyó pasos furtivos en
+las habitaciones inmediatas; vio cortinajes que se agitaban levemente,
+como movidos por suave céfiro; adivinó tras de ellos cuerpos en acecho,
+ojos que le contemplaban ocultos. La criada volvió a aparecer, saludando
+a don Jaime con grave cortesía. ¡Era el sobrino de la señora!... Le
+acompañó hasta un gran salón, y desapareció.
+
+Febrer entretuvo la espera contemplando esta vasta pieza, de un lujo
+arcaico. Así era su casa en tiempos del abuelo. Las paredes estaban
+cubiertas de rico damasco carmesí, y sobre ellas destacábanse antiguos
+cuadros religiosos de suaves pinceles italianos. Los muebles eran de
+madera blanca y oro, con voluptuosas curvas, tapizados de gruesa seda
+bordada. Sobre las consolas, reflejándose en los espejos azulados y
+profundos, mezclábanse figuras policromas de santos y péndolas del siglo
+XVII con figuras mitológicas. La bóveda del techo estaba pintada al
+fresco, con una asamblea de dioses y diosas sentados en nubes. Sus
+rosadas desnudeces y atrevidos gestos contrastaban con la faz dolorosa
+de un gran Cristo que parecía presidir el salón, ocupando la mayor parte
+del muro sobre el estrado, entre dos puertas. «La Papisa» reconocía lo
+pecaminoso de estos adornos mitológicos; pero eran recuerdos de la buena
+época, de cuando mandaban los caballeros, y los respetaba, procurando no
+verlos.
+
+Se levantó un cortinaje de damasco y entró una criada vieja vestida de
+negro, con falda lisa y pobre jubón, lo mismo que una campesina. Los
+cabellos grises estaban cubiertos en parte por una pañoleta obscura, a
+la que el tiempo y la grasa habían dado un tinte rojizo. Por debajo de
+la falda asomaban los pies calzados de paño, con unas medias blancas de
+grueso tejido. Jaime se apresuró a levantarse de su asiento. Aquella
+criada vieja era «la Papisa».
+
+La sillería estaba en un desorden permanente que parecía denunciar la
+tertulia reunida allí todas las tardes. Cada asiento pertenecía por
+derecho consuetudinario a una grave persona, y quedaba inmóvil en el
+mismo sitio. Doña Juana, al entrar, ocupó un sillón semejante a un
+trono, asiento desde el cual presidía toda las tardes su fiel tertulia
+de canónigos, amigas viejas y señores de sanas ideas, como una reina que
+recibe su corte.
+
+--Siéntate--dijo brevemente a su sobrino.
+
+Tendió las manos, por el automatismo de la costumbre, sobre un brasero
+monumental de plata que estaba vacío, y contempló fijamente a Jaime con
+sus ojillos grises de mirada aguda, habituados a infundir miedo. Esta
+mirada autoritaria fue humanizándose, hasta temblar con una lacrimosidad
+de emoción. Cerca de diez años que no veía a su sobrino.
+
+--Eres un Febrer de lo más puro. Te pareces a tu abuelo... ¡Igual a
+todos los de tu familia!
+
+Y ocultaba su verdadero pensamiento; callábase el único parecido que le
+conmovía: la semejanza de Jaime con su padre, cuando éste era oficial de
+marina y venía a verla en tiempos ya remotos. Sólo le faltaban para ser
+idéntico a su progenitor el uniforme y los lentes... ¡Ah, monstruo de
+liberalismo y de ingratitud!...
+
+Sus ojos recobraron la acostumbrada dureza; sus facciones parecieron más
+secas, pálidas y angulosas.
+
+--¿Qué deseas?--dijo con rudeza--. ¡Porque seguramente no vienes por el
+placer de verme!...
+
+Jaime bajó los ojos con una hipocresía infantil, y temeroso de llegar a
+su verdadera demanda, acometió el relato desde muy lejos. Él era bueno,
+creía en todo lo antiguo, deseaba mantener el prestigio de su familia y
+aumentarlo... No había sido un santo, lo confesaba; una existencia loca
+había consumido sus bienes... ¡pero el honor de la casa siempre intacto!
+De esta vida de pecado y ruina había sacado dos cosas excelentes: la
+experiencia y el firme propósito de enmendarse.
+
+--Tía: yo quiero cambiar de modo de vivir; yo quiero ser otro.
+
+La tía asintió con un gesto enigmático. Muy bien; así habían hecho San
+Agustín y otros santos varones que pasaron su juventud en la licencia,
+para ser luego lumbreras de la Iglesia.
+
+Se animó el sobrino con estas palabras. Él, ciertamente, no llegaría a
+figurar como lumbrera de nada, pero deseaba ser un buen caballero
+cristiano; se casaría, educaría a sus hijos para que continuasen las
+tradiciones de la casa; un hermoso porvenir. Pero ¡ay! vidas tan
+desarregladas como la suya son de difícil apaño cuando llega el momento
+de enderezarlas hacia la virtud. Necesitaba una ayuda. Estaba arruinado,
+tía. Los predios se hallaban en manos de los acreedores; su casa era un
+desierto: se había defendido vendiendo los recuerdos del pasado. Él, un
+Febrer, iba a verse en medio de la calle si una mano misericordiosa no
+le daba apoyo. Y había pensado en su tía--que al fin era su pariente más
+próxima, algo así como su madre--para que le salvase.
+
+Esta supuesta maternidad hizo enrojecer débilmente a doña Juana y
+aumentó la dura brillantez de sus ojos. ¡Ay, la memoria con sus penosas
+evocaciones!...
+
+--¿Y es de mí de quien esperas tu salvación?--dijo lentamente «la
+Papisa», con una voz que silbaba entre los dientes, separados y
+amarillentos, pero todavía fuertes--. Pierdes el tiempo, Jaime. Yo soy
+pobre... no tengo casi nada. Apenas lo necesario para vivir y hacer
+algunas limosnas.
+
+Lo dijo con tal firmeza, que Febrer perdió la esperanza y juzgó inútil
+insistir. «La Papisa» no quería ayudarle.
+
+--Está bien--dijo con visible despecho--. Pero a falta de su apoyo, he
+de procurarme otra salida en mis apuros, y cuento con una. Usted es
+ahora la mayor de mi familia, y debo pedir su consejo. Tengo en proyecto
+un casamiento que puede salvarme: un matrimonio con persona rica, pero
+que no es de nuestra clase, sino de un origen bajo. ¿Qué debo hacer?...
+
+Esperaba en su tía un movimiento de sorpresa, de curiosidad. Tal vez el
+anuncio de su casamiento la ablandase. Casi era seguro que, aterrándose
+ante un peligro tan enorme para el honor de su casa y de su sangre, se
+allanara a todo, concediéndole su protección. Pero el sorprendido, el
+aterrado, fue Jaime al ver fruncirse con una sonrisa fría los labios
+pálidos de la vieja.
+
+--Lo sé--dijo--. Me lo han contado todo esta mañana en Santa Eulalia, al
+salir de misa. Ayer estuviste en Valldemosa. Te casas... te casas con...
+una _chueta_.
+
+Le costó un esfuerzo soltar la palabra, se estremeció al decirla. Luego
+de esto reinó en el salón un largo silencio, uno de esos silencios
+trágicos y absolutos que siguen a las grandes catástrofes, lo mismo que
+si la casa acabara de venirse abajo, extinguiéndose el eco del último
+muro derrumbado.
+
+--¿Y a usted qué le parece?--se atrevió a preguntar tímidamente Jaime.
+
+--Haz lo que quieras--dijo «la Papisa» con frialdad--. Sabes que hemos
+estado muchos años sin vernos, y lo mismo podernos seguir el resto de
+nuestra vida. Tú y yo somos ahora como de otra sangre; pensamos de
+distinto modo; no podemos entendernos.
+
+--¿De modo que debo casarme?--insistió él.
+
+--Eso pregúntalo a ti mismo. Los Febrer marchan desde hace años por
+tales caminos, que nada de ellos puede sorprenderme.
+
+Jaime adivinaba en los ojos y la voz de su tía un goce reprimido, la
+voluptuosidad de la venganza, la alegría de ver caídos a sus enemigos en
+lo que consideraba una deshonra, y esto le irritó.
+
+--Y si me caso--dijo imitando la frialdad de doña Juana--, ¿puedo contar
+con usted? ¿Vendrá usted a mi boda?
+
+Esto puso fin a la tranquilidad de «la Papisa», y la hizo erguirse con
+altivez. Las lecturas románticas de la juventud acudieron a su memoria.
+Habló como una reina ultrajada al final de un capítulo de novela
+histórica.
+
+--Caballero, soy Genovart por mi padre. Mi madre era Febrer, pero tanto
+valen los unos como los otros. Yo reniego de la sangre que va a
+mezclarse con la de la gente vil, matadora de Cristo, y me quedo con la
+mía, con la de mi padre, que acabará conmigo pura y honrada.
+
+Señalaba la puerta con ademán arrogante, dando por terminada la
+entrevista. Pero luego pareció darse cuenta de lo extemporáneo y teatral
+de su protesta, y bajó los ojos, se humanizó, tomando un aspecto de
+mansedumbre cristiana.
+
+--Adiós, Jaime; ¡que el Señor te ilumine!
+
+--Adiós, tía.
+
+La tendió él una mano, a impulsos de la costumbre, pero ella retiró
+vivamente su diestra, ocultándola detrás de su espalda. Febrer sonrió al
+recordar ciertas noticias de los murmuradores. Esta retracción no
+significaba desprecio ni odio. Era que «la Papisa» había hecho voto de
+no tocar en su vida las manos de otros hombres que los sacerdotes.
+
+Cuando se vio en la calle prorrumpió sordamente en denuestos, mirando
+los panzudos balcones del caserón. ¡Víbora! ¡Cómo se alegraba de su
+casamiento!... Cuando éste fuese un hecho, fingiría indignación y
+escándalo ante su tertulia. Tal vez enfermase, para que todos en la isla
+la compadeciesen, y sin embargo, su alegría era inmensa, la alegría de
+una venganza incubada durante muchos años, viendo a un Febrer, al hijo
+del hombre odiado, sumido en lo que consideraba la más afrentosa de las
+deshonras... ¡Y él, empujado por las angustias de la ruina, tendría que
+proporcionarle este placer casándose con la hija de Valls!... «¡Ah,
+miseria!»
+
+Vagó hasta pasado mediodía por las calles poco frecuentadas inmediatas a
+la Almudaina y la catedral. El desfallecimiento del estómago guió sus
+pasos instintivamente hacia su casa. Comió silencioso, sin saber lo que
+comía, no viendo a _madó_, que, inquieta desde el día anterior, rondaba
+en torno de él, ansiosa de entablar conversación.
+
+Luego de comer salió a una pequeña galería que daba sobre el jardín, con
+su ruinosa baranda de balaustres coronada por tres bustos romanos. A sus
+pies extendíase el follaje de las higueras, las barnizadas hojas de los
+magnolieros, las bolas verdes de los naranjos. Frente a él cortaban el
+espacio azul los troncos de las palmeras, y más allá de las almenas
+puntiagudas de la tapia extendíase el mar, luminoso, con
+estremecimientos de vida, como si cosquilleasen su blanda epidermis las
+barcas, sueltas sus velas al viento. A la derecha estaba el puerto,
+repleto de mástiles y amarillas chimeneas; más, allá, avanzaba en las
+aguas de la bahía la masa obscura de los pinos de Bellver, y sobre su
+cumbre erguíase el antiguo castillo, redondo como una plaza de toros,
+con su torre del homenaje suelta, aislada, sin otro lazo de unión que un
+gallardo puente. Abajo extendíase el rojo caserío moderno del Terreno, y
+más allá, al extremo del cabo, el antiguo Puerto Pi, con su torre de
+señales y las baterías de San Carlos.
+
+Al otro lado de la bahía perdíase mar adentro, en las brumas flotantes
+del horizonte, un cabo de obscuro verde y peñas rojizas, sombrío y
+deshabitado.
+
+La catedral destacaba sobre el azul del cielo sus botareles y arcadas,
+como un navío de piedra con la arboladura desmochada que hubiesen
+arrojado las olas entre la ciudad y la costa. Más allá del templo, el
+antiguo alcázar de la Almudaina mostraba sus rojas torres morunas. En el
+palacio del obispo brillaban como láminas de acero enrojecido los
+cristales de los miradores, cual si reflejasen un incendio. Entre este
+palacio y la muralla de mar, en un profundo foso lleno de hierba, por
+cuyos muros trepaban guirnaldas de rosales, amontonábanse numerosos
+cañones: unos antiquísimos, montados sobre ruedas; otros modernos,
+esparcidos por el suelo, esperando, durante años, el momento de ser
+emplazados. Las torres blindadas estaban oxidadas, lo mismo que las
+cureñas; los cañones de largo alcance, pintados de rojo y hundidos en la
+hierba, parecían tubos de desecho. El olvido y el óxido del abandono
+envejecían estas piezas modernas. El ambiente tradicional y envejecedor
+que según Febrer envolvía a la isla, parecía pesar sobre estos
+instrumentos de guerra, decrépitos poco después de nacer y antes de
+haber hablado.
+
+Insensible a la alegría del sol, a las palpitaciones luminosas de la
+extensión azul, al piar de los pájaros que revoloteaban a sus pies,
+Jaime se sentía dominado por intensa tristeza, por un desaliento
+anonadador.
+
+«¿A qué luchar con el pasado?... ¿Cómo libertarse de su cadena?... Cada
+uno, al nacer, encuentra marcado el sitio y gesto para todo el curso de
+su existencia, y es inútil querer cambiar de situación y de postura.»
+
+Muchas veces, en su primera juventud, al ver desde una cumbre la ciudad
+y sus risueños alrededores, se había sentido obsesionado por fúnebres
+pensamientos. En las calles bañadas de sol o bajo los caparazones de los
+techos agitábase el humano hormiguero, impulsado por necesidades e ideas
+del momento que consideraba importantísimas. Todos creían con el más
+cándido y vanidoso de los egoísmos que una voluntad superior y
+omnipotente vigilaba y dirigía sus idas y venidas, iguales a las de los
+infusorios en una gota de agua. Más allá de la ciudad veía Jaime con la
+imaginación monótonas tapias, cipreses que asomaban sus puntas sobre
+ellas, una población apretada de blancas construcciones, de ventanillas
+como bocas de horno, de losas que parecían cubrir entradas de cuevas.
+¿Cuántos eran los habitantes de la ciudad de los vivos en sus plazas y
+sus amplias calles? Sesenta mil... ochenta mil. ¡Ay! En la otra
+población situada a corta distancia, apretada, silenciosa, comprimida en
+sus casitas blancas entre sombríos cipreses, los habitantes invisibles
+eran cuatrocientos mil, seiscientos mil, tal vez un millón.
+
+Luego, en Madrid, había pensado lo mismo una tarde que paseaba con dos
+mujeres por los alrededores de la villa. Las cumbres de las colinas
+inmediatas al río estaban ocupadas por mudas poblaciones entre cuyos
+edificios blancos surgían agudos grupos de cipreses. Y en el lado
+opuesto de la gran urbe existían igualmente otros campamentos de
+silencio y olvido. La ciudad vivía entre un apretado cordón de fuertes
+de la Nada. Medio millón de seres vivos agitábanse en las calles,
+creyendo ser solos en el dominio y la dirección de la existencia, sin
+acordarse ni conocer a cuatro, seis u ocho millones de semejantes que
+permanecían invisibles en los inmediatos cementerios.
+
+Igual había pensado en París, donde cuatro millones de vecinos
+despiertos vivían rodeados de veinte o treinta millones de antiguos
+habitantes dormidos para siempre; y la misma fúnebre idea habíale
+perseguido en todas las grandes ciudades.
+
+Los vivos no están solos en ninguna parte. Les rodean los muertos en
+todos los sitios, y como éstos son más, infinitamente más, gravitan
+sobre su existencia con la pesadez del tiempo y del número.
+
+No; los muertos no se van aprisa, como cree el refrán popular. Los
+muertos se quedan inmóviles al borde de la vida, espiando a las nuevas
+generaciones, haciéndolas sentir la autoridad del pasado con un rudo
+tirón en su alma cada vez que intentan apartarse del sendero marcado por
+la rutina.
+
+¡Qué tiranía la suya! ¡Qué poder sin límites! Es inútil apartar los ojos
+y paralizar la memoria; se les encuentra en todas partes, tienen
+ocupadas todas las avenidas de nuestra existencia, y nos salen al paso
+para recordar sus beneficios, obligándonos a una gratitud envilecedora.
+¡Qué servidumbre!... La casa en que vivimos la construyeron los muertos;
+las religiones ellos las crearon; las leyes que obedecemos las dictaron
+los muertos, y obra suya son también nuestras pasiones y nuestros
+gustos, los alimentos que nos sostienen, todo lo que produce la tierra
+roturada por sus manos, que ahora son polvo. La moral, las costumbres,
+los prejuicios, el honor, todo obra suya. De pensar ellos de distinto
+modo, otra sería la actual organización de los hombres. Las cosas
+agradables a nuestros sentidos lo son porque así lo quieren los muertos;
+las desagradables e inútiles se ven sumidas en su vileza por la voluntad
+de los que ya no existen; lo moral y lo inmoral son sentencias dadas
+hace siglos por ellos.
+
+Los hombres que se esfuerzan por decir cosas nuevas no hacen más que
+repetir con diversas palabras lo mismo que los muertos dijeron hace
+siglos y siglos. Lo que consideramos más espontáneo y personal en
+nosotros nos lo dictan ocultos maestros tendidos en su lecho de tierra,
+los cuales, a su vez, aprendieron la lección de otros muertos
+anteriores. En el punto de luz de nuestros ojos arde el alma de nuestros
+abuelos, así como en las líneas de nuestras facciones se reproducen y
+reflejan los rasgos de generaciones desaparecidas.
+
+Febrer sonreía con inmensa tristeza. Creemos pensar por cuenta propia, y
+en las circunvoluciones de nuestro cerebro se agita una fuerza que ha
+vivido en otros organismos, semejante a la savia del injerto que lleva
+la energía desde los árboles seculares y moribundos a las plantaciones
+nuevas. Lo que decimos a veces espontáneamente, como última novedad de
+nuestro pensamiento, es una idea de los otros enquistada en nuestro
+cerebro desde el nacimiento, y que de pronto rompe su envoltura. Los
+gustos, los caprichos, las virtudes, los defectos, las afinidades y las
+repulsiones, todo heredado, todo obra de los desaparecidos, que se
+sobreviven en nosotros.
+
+¡Con qué terror pensaba Jaime en el poder de los muertos!... Ocultábanse
+para hacer menos cruel su despotismo, pero no habían muerto realmente.
+Sus almas estaban agazapadas y vigilantes en los límites del campo de
+nuestra existencia, así como sus cuerpos formaban un campo atrincherado
+en torno a las aglomeraciones humanas. Nos espiaban con ojos severos,
+nos seguían, apartándonos con invisible zarpazo al menor intento de
+desviación en la ruta. Se juntaban todos para tirar con fuerza diabólica
+de los rebaños de hombres que se lanzan a la conquista de un ideal nuevo
+y extraordinario, restableciendo con violenta reacción la calma de la
+vida, que aman silenciosa y plácida, con susurros de hierbas mustias y
+aleteos de mariposas blancas: una dulce calma de cementerio dormido bajo
+el sol.
+
+El alma de los muertos llenaba el mundo. Los muertos no se van, porque
+son los amos. Los muertos mandan, y es inútil resistirse a sus órdenes.
+
+¡Ay! El hombre de las grandes ciudades, que vive vertiginosamente, no
+sabe quién hizo su casa, quién elaboró su pan, y no ve de la libre
+Naturaleza otras obras que los pobres árboles que adornan las calles,
+ignora la tiranía de los muertos. Ni siquiera llega a enterarse de que
+su vida transcurre entre millones y millones de ascendientes que están
+amontonados a pocos pasos de él y le espían y dirigen. Obedece
+ciegamente sus tirones, sin saber dónde termina el cabo de la cuerda
+amarrado a su alma; cree todos sus actos--¡pobre autómata!--producto de
+su voluntad, cuando no son más que imposiciones de los omnipotentes
+invisibles.
+
+Jaime, sumido en la existencia monótona de una isla tranquila,
+conociendo sus ascendientes uno a uno, sabiendo el origen y la historia
+de todo cuanto le rodeaba--objetos, ropas, muebles--y de aquella casa
+que parecía tener un alma, podía darse cuenta de esta tiranía mejor que
+los demás.
+
+Sí; los muertos mandan. La autoridad de los vivos, sus asombrosas
+novedades, ¡todo ilusión! ¡engaños que sirven para hacernos sobrellevar
+la existencia!...
+
+Febrer, mirando el mar, en cuyo horizonte se marcaba la débil columna de
+humo de un vapor, pensó en los grandes trasatlánticos, pueblos
+flotantes, monstruos de velocidad, orgullo de la industria humana, que
+pueden dar en poco tiempo la vuelta al mundo... Sus remotos abuelos de
+la Edad Media, que iban a Inglaterra en una nave del tamaño de una barca
+de pesca, representaban algo más extraordinario. Y los grandes capitanes
+del presente, con sus interminables rebaños de hombres, no habían
+realizado mayores hazañas que el comendador Príamo con un puñado de
+marineros.
+
+¡Ah, la vida! ¡Qué engaños, qué ilusiones bordamos sobre ella para
+ocultarnos la monotonía de su trama! Lo limitado de sus sensaciones y de
+sus sorpresas resulta desesperante. Igual es vivir treinta años que
+trescientos. Los hombres perfeccionan los juguetes útiles para su
+egoísmo y su bienestar, las máquinas, los medios de locomoción; pero
+aparte de esto, lo mismo se vivía antes que ahora. Las pasiones, las
+alegrías y las preocupaciones son las mismas: el animal humano no
+cambia.
+
+Él se había creído un hombre libre, poseedor de un alma que llamaba
+«moderna», suya, toda suya, y ahora descubría en ella un confuso amasijo
+de las almas de sus ascendientes. Podía reconocerlas porque las había
+estudiado, porque estaban guardadas en una habitación inmediata, en el
+archivo, como esas flores secas que se conservan aplastadas entre las
+hojas de un libro viejo. La mayoría de los humanos que sólo guardan
+memoria, cuando más, de sus bisabuelos; las familias que no conocen
+detalladamente la historia de su pasado al través de los siglos, no se
+pueden dar cuenta de la vida ancestral que perdura en su alma, tomando
+como inspiraciones propias los gritos que los ascendientes lanzan dentro
+de ellos. Nuestra carne es carne de los que ya no existen; nuestras
+almas son fragmentos de las almas de otros muertos.
+
+Jaime sentía vivir en su interior al grave abuelo don Horacio, y con él
+los escrúpulos del Inquisidor Decano, el de la tarjeta horripilante, y
+las almas del famoso comendador y otros ascendientes. Su mentalidad de
+hombre moderno guardaba algo de la de aquel regidor perpetuo que
+consideraba como una raza aparte y envilecida a los judíos conversos de
+la isla.
+
+Los muertos mandan. Ahora se explicaba la repugnancia que había sentido
+al ponerse en contacto con aquel don Benito tan obsequioso y atento...
+¡Y estos sentimientos eran irresistibles! Se los imponían otros que eran
+más fuertes que él. Los muertos le mandaban, y debía obedecer.
+
+Este pesimismo le hizo recordar su situación presente. ¡Todo perdido!...
+Él no servía para los pequeños negocios, para las transacciones y
+arreglos que sacan adelante una vida de apuros. Renunciaba a aquella
+boda que era su única salvación, y los acreedores, así que se enterasen
+de esta renuncia que desvanecía sus esperanzas, caerían sobre él. Iba a
+verse expulsado de la casa de sus abuelos, y la gente le compadecería
+con una lástima más aflictiva para él que el insulto. Sentíase sin
+fuerzas para presenciar el naufragio definitivo de su raza y su nombre.
+¿Qué hacer?... ¿Adonde ir?...
+
+Permaneció gran parte de la tarde contemplando el mar, siguiendo el
+curso de las blancas velas que se ocultaban tras el cabo o se perdían en
+el dilatado horizonte de la bahía.
+
+Al retirarse de la terraza, Febrer, sin saber cómo, se vio abriendo la
+puerta del oratorio, una puerta antigua y olvidada, que al chirriar
+sobre sus pernos oxidados esparció polvo y telarañas. ¡Cuánto tiempo que
+no había entrado allí!... En este ambiente denso de pieza cerrada creyó
+percibir un vago olor de esencias, de bote de perfumes abierto y
+abandonado; un olor que le hizo recordar a las solemnes damas de la
+familia cuyos retratos estaban en el recibimiento.
+
+A través de un rayo de luz que se filtraba por los ventanillos de la
+cúpula danzaban en espiral ascendente millones de corpúsculos de polvo
+inflamados por el sol. El altar, de talla antigua, brillaba
+discretamente en la penumbra con reflejos de oro viejo. Sobre la mesa
+sagrada había unos zorros y un cubo, olvidados allí hacía años, desde la
+última limpieza.
+
+Dos reclinatorios de viejo terciopelo azul parecían guardar aún la
+huella de señoriales y delicados cuerpos que ya no existían. Quedaban
+sobre sus pupitres, como olvidados, dos libros de oraciones con las
+puntas roídas por el uso. Jaime reconoció uno de estos libros. Era de su
+madre, la pobre señora pálida y enferma que compartía su vida entre el
+rezo y la adoración a un hijo para el que había soñado las mayores
+grandezas. El otro tal vez había pertenecido a su abuela, aquella
+americana de los tiempos del romanticismo, que aún parecía estremecer el
+caserón con el roce de sus blancos vestidos y los susurros de su arpa.
+
+Esta aparición del pasado, todavía latente en la capilla abandonada, el
+recuerdo de aquellas dos damas, la una toda piedad, la otra idealista,
+elegante y soñadora, acabó de trastornar a Febrer. ¡Y pensar que dentro
+de poco las manazas de la usura vendrían a profanar tanta cosa
+venerable!... Él no podría presenciarlo. ¡Adiós! ¡adiós!...
+
+Al anochecer buscó en el Borne a Toni Clapés. Con la confianza amistosa
+que le inspiraba el contrabandista, le pidió dinero.
+
+--No sé cuándo podré devolvértelo. Me voy de Mallorca. Que se hunda
+todo, pero que yo no lo vea.
+
+Clapés dio a Jaime más dinero que el que éste le pedía. Toni quedaba en
+la isla, y con ayuda del capitán Valls intentaría arreglar sus asuntos,
+si aún era posible. El capitán entendía de negocios y sabía desenmarañar
+los más confusos. Febrer y él estaban reñidos desde el día anterior;
+pero no importaba: Valls era un verdadero amigo.
+
+--No digas a nadie que me voy--añadió Jaime--. Sólo debes saberlo tú...
+y Pablo. Tienes razón al decir que es un amigo fiel.
+
+--¿Y cuándo te vas?...
+
+Esperaba el primer vapor que saliese para Ibiza. Aún poseía allá algo:
+un montón de rocas con hierbajos y conejos; una torre ruinosa del tiempo
+de los piratas. Lo sabía por casualidad desde el día anterior: se lo
+habían dicho unos payeses de Ibiza que había encontrado en el Borne.
+
+--Lo mismo es estar allí que en otra parte... Tal vez mucho mejor.
+Cazaré, pescaré; voy a vivir sin ver gente.
+
+Clapés, recordando sus consejos de la noche anterior, apretó satisfecho
+la mano de Jaime. ¡Se acabó lo de la _chueta_!... Su alma de payés se
+alegraba de esta solución.
+
+--Haces bien en irte. Lo otro... lo otro era una locura.
+
+
+
+
+Segunda parte
+
+
+
+
+I
+
+
+Febrer contemplaba su imagen, sombra transparente, de flotantes
+contornos por el estremecimiento de las aguas, a través de la cual
+veíase el fondo del mar con lácteas manchas de arena y bloques obscuros
+desprendidos de la montaña que se habían cubierto de costras vegetales.
+
+Las hierbas marinas ondeaban temblorosas sus verdes cabelleras; frutos
+redondos semejantes a los higos chumbos agrupábanse blancuzcos en las
+aristas de las rocas; flores que parecían de nácar brillaban en la
+profundidad de las aguas verdes; y entre esta vegetación de misterio
+destacaban las estrellas de mar sus puntas de colores, apelotonábase el
+erizo como un borrón negro lleno de púas, nadaban inquietos los
+caballitos del diablo, y un chisporroteo de plata y púrpura, de colas y
+nadaderas, pasaba veloz entre torbellinos de burbujas, surgiendo de una
+cueva para perderse en otra boca de insondable misterio.
+
+Estaba Jaime inclinado sobre la borda de una pequeña embarcación que
+tenía su vela caída. En una mano sustentaba el _volantí_, largo hilo con
+varios anzuelos que casi tocaba el fondo del mar.
+
+Era cerca de mediodía. El barquichuelo estaba en la sombra. A espaldas
+de Jaime extendíase con grandes sinuosidades de puntas salientes y
+profundas escotaduras la costa bravia de Ibiza. Ante él erguíase el
+Vedrá, peñasco aislado, mojón soberbio de trescientos metros de altura,
+que en su aislamiento aún parecía más enorme. A sus pies la sombra del
+coloso daba a las aguas un color denso y transparente a la vez. Más allá
+de su sombra azulada hervía el Mediterráneo con burbujeo de oro bajo la
+luz del sol, y las costas de Ibiza, rojas y escuetas, parecían irradiar
+fuego.
+
+Jaime venía a pescar todos los días de calma en un estrecho canal, entre
+la isla y el Vedrá. Era en los días buenos un río de agua azul, con
+peñascos submarinos que asomaban sobre la superficie sus cabezas negras.
+El gigante se dejaba abordar, sin perder por eso su aspecto imponente,
+duro y hostil. Así que refrescaba el viento, las cabezas medio
+sumergidas se coronaban de espuma, lanzando rugidos; montañas de agua
+penetraban sordas y lívidas en la marítima garganta, y había que izar la
+vela y huir cuanto antes de este callejón, caos ruidoso de remolinos y
+corrientes.
+
+En la proa de la barca estaba el tío Ventolera, viejo marinero que había
+navegado en buques de diversas naciones, y era el acompañante de Jaime
+desde que éste llegó a Ibiza. «Cerca de ochenta años, señor», y no
+dejaba un solo día de embarcarse para pescar. Ni enfermedades ni miedo
+al mal tiempo. Tenía el rostro curtido por el sol y el aire salitroso,
+pero con pocas arrugas. Las piernas, enjutas y al descubierto bajo unos
+pantalones arremangados, tenían la piel fresca y tirante de los miembros
+vigorosos. La blusa, abierta sobre el pecho, dejaba ver una pelambrera
+gris, del mismo color que su cabeza, cubierta con una gorra
+negra--recuerdo de su último viaje a Liverpool--, con una borla
+encarnada en el vértice y ancha cinta a cuadritos blancos y rojos.
+Llevaba adornado el rostro con estrechas patillas y de sus orejas
+pendían unos aretes de cobre.
+
+Jaime, al conocerle, había sentido curiosidad por estos adornos.
+
+--De chico fui grumete en una goleta inglesa--dijo Ventolera en su
+dialecto ibicenco, cantando las palabras con vocecita dulce--. El patrón
+era un maltés muy arrogante, con patillas y pendientes. Y yo me decía:
+«Cuando sea hombre, he de ser igual al patrón...» Aunque usted me vea
+ahora así, yo he sido muy pinturero y me ha gustado imitar a las
+personas que valen.
+
+Los primeros días que Jaime pescó en el Vedrá olvidábase de mirar al
+agua y al aparejo que tenía en la mano, para fijarse en el coloso que se
+alza sobre el mar, despegado de la costa.
+
+Amontonábanse las rocas, soldadas unas a otras, y al remontarse en el
+espacio, obligaban al espectador a echar la cabeza atrás para alcanzar
+con sus ojos la aguda cumbre. Los peñascos de la orilla del agua eran
+abordables. Penetraba el mar entre ellos, sumiéndose en las bajas
+arcadas de cuevas submarinas, refugio en otros tiempos de corsarios y
+depósitos ahora de los contrabandistas algunas veces. Podía caminarse
+saltando de peñasco en peñasco, entre cabinas y otras vegetaciones
+silvestres, por una parte de la orilla del Vedrá; pero más adentro la
+roca se elevaba recta, lisa, inabordable, en pulidas paredes grises
+cortadas a pico. A enorme altura existían algunas mesetas cubiertas de
+verde, y tras de ellas volvía a elevarse el peñón en su cortadura
+vertical, hasta llegar a la cumbre, aguda como un dedo. Algunos
+cazadores habían escalado una parte de esta ciudadela, aprovechando como
+senderos las aristas entrantes de la piedra para llegar de este modo a
+las primeras mesetas. Más allá sólo había ido, según el tío Ventolera,
+cierto fraile desterrado por el gobierno como agitador carlista, que
+había construido en la costa de Ibiza la ermita de los _Cubells_.
+
+--Era un hombre duro y atrevido--continuó el viejo--. Dicen que puso una
+cruz en lo más alto, pero hace tiempo que se la llevaron los malos
+vientos.
+
+Febrer veía saltar sobre las oquedades del gran peñón gris, sombreadas
+por el verde de las sabinas y los pinos marítimos, unos puntos de color,
+semejantes a pulgas rojas o blanquecinas, de incesante movilidad. Eran
+las cabras del Vedrá; cabras salvajes por el aislamiento, abandonadas
+hacía muchos años, y que se reproducían lejos del hombre, habiendo
+perdido todo hábito de domesticidad, huyendo monte arriba con
+prodigiosos saltos apenas una barca abordaba el peñón. En las mañanas
+tranquilas, sus balidos, agrandados por el silencio agreste, extendíanse
+sobre la superficie del mar.
+
+Un amanecer, Jaime, que había traído su escopeta, disparó dos tiros
+contra un grupo de cabras que estaban a gran distancia, seguro de no
+tocarlas, por el placer de verlas saltar en su huida. Los estampidos,
+agrandados por el eco del canal, poblaron el espacio de chillidos y
+aleteos. Eran centenares de gaviotas viejas y enormes que abandonaban
+sus guaridas espantadas por el estruendo. El islote, estremecido,
+arrojaba fuera a sus alados habitantes. En lo más alto, como puntos
+negros, volaban hacia la isla grande otros pájaros fugitivos: los
+halcones que se refugiaban en el Vedrá y daban caza a las palomas de
+Ibiza y Tormentera.
+
+El viejo marinero señaló a Febrer ciertas cuevas abiertas como ventanas
+en las paredes más rectas e inaccesibles del islote. Ni las cabras ni
+los hombres podían llegar a ellas. El tío Ventolera sabía lo que se
+ocultaba más adentro de sus negras gargantas. Eran colmenas; colmenas
+que tenían siglos y siglos, refugios naturales de las abejas que,
+pasando el estrecho entre Ibiza y el Vedrá, venían a refugiarse en estas
+cuevas inaccesibles luego de haber revoloteado sobre los campos de la
+isla. Él había visto en cierta época del año brillar junto a estas bocas
+hilos de luz que serpenteaban peñas abajo. Era miel que derretía el sol
+en la entrada de la caverna y chorreaba inútil fuera del depósito.
+
+El tío Ventolera tiró de su aparejo de pesca con un ronquido de
+satisfacción.
+
+--¡Y van ocho!...
+
+Pendiente de un anzuelo, coleaba y movía sus patas una especie de
+langosta de obscuro gris. Otras semejantes descansaban inertes en una
+espuerta al lado del viejo.
+
+--Tío Ventolera, ¿no canta usted la misa?
+
+--Si usted lo permite...
+
+Jaime conocía las costumbres del viejo, su afición a entonar los
+cánticos de la misa mayor cada vez que se sentía alegre. Retirado de las
+largas navegaciones, su placer era cantar los domingos en la iglesia del
+pueblo de San José o en la de San Antonio, extendiendo luego esta
+afición a todos los momentos felices de su vida.
+
+--Allá voy... allá voy--dijo con tono de superioridad, como si fuese a
+dispensar a su acompañante el mayor de los placeres.
+
+Llevándose una mano a la boca, se extrajo de golpe la dentadura,
+guardándola en la faja. Su rostro se llenó de arrugas en torno a la boca
+sumida, y comenzó a cantar las frases del sacerdote y las respuestas del
+ayudante. Su voz temblona e infantil adquiría una grave sonoridad al
+resbalar sobre la acuática extensión y ser reproducida por los ecos de
+las rocas. Las cabras del Vedrá respondían de vez en cuando con tiernos
+balidos de sorpresa. Jaime reía de la vehemencia del viejo, el cual,
+poniendo los ojos en blanco, se llevaba una mano al corazón sin soltar
+de la otra la cuerda del _volantí_. Así estuvieron largo rato, atento
+Febrer a su aparejo, en el que no percibía el más leve movimiento. Toda
+la pesca era para el anciano. Esto le puso de mal humor, y de pronto se
+sintió molestado por sus cánticos.
+
+--Basta, tío Ventolera... ¡Ya hay bastante!
+
+--Le ha gustado, ¿verdad?--dijo el viejo con candidez--. También sé
+otras cosas; sé lo del capitán Riquer: un sucedido, nada de cuentos. Mi
+padre lo vio.
+
+Jaime hizo un ademán de protesta. No; nada del capitán Riquer. Se sabía
+de memoria la hazaña. En tres meses que salían juntos al mar, raro era
+el día que terminaba sin el relato del suceso. Pero el tío Ventolera,
+con su inconsciencia senil, convencido de la importancia de todo lo
+suyo, había ya empezado su historia, y Jaime, vuelto de espaldas, echaba
+el cuerpo fuera de la borda, mirando las profundidades del mar, para no
+oír una vez más lo que sabía de memoria.
+
+¡El capitán Antonio Riquer!... Un héroe de la isla de Ibiza, un marino
+tan grande como Barceló... Pero como Barceló era mallorquín y el otro
+ibicenco, todos los honores y los grados habían sido para aquél. Si
+hubiese justicia, debía tragarse el mar a la isla orgullosa, madrastra
+de Ibiza. De pronto, el viejo recordaba que Febrer era mallorquín, y
+permanecía en confuso silencio por unos instantes.
+
+--Esto es un decir--añadía excusándose--. Buenas personas las hay en
+todas partes. _Vostra mercé_ es una de ellas. Pero volviendo al capitán
+Riquer...
+
+Era patrón de un jabeque armado en corso, el _San Antonio_, tripulado
+por ibicencos, en continua guerra con las galeotas de los moros
+argelinos y los navíos de Inglaterra, enemiga de España. El nombre de
+Riquer lo conocían en todo el Mediterráneo. El suceso ocurrió en 1806.
+El día de la Trinidad, por la mañana, se presentó a la vista de la
+ciudad de Ibiza una fragata con bandera inglesa, dando bordadas, fuera
+del alcance de los cañones del castillo. Era la _Felicidad_, el navío
+del italiano Miguel Novelli, apodado «el Papa», vecino de Gibraltar y
+corsario al servicio de Inglaterra. Venía en busca de Riquer, a burlarse
+en sus propias barbas, navegando arrogante a la vista de su ciudad.
+Tocaron a rebato las campanas, sonaron los tambores, el vecindario se
+agolpó en las murallas de Ibiza y en el barrio de la Marina. El _San
+Antonio_ estaba carenándose en tierra; pero Riquer, con los suyos, lo
+echó al agua. Los cañoncitos del jabeque habían sido desmontados, y los
+sujetaron a toda prisa con cuerdas. Todos los de la Marina querían
+embarcarse, pero el capitán sólo escogió cincuenta hombres, y oyó misa
+con ellos en la iglesia de San Telmo. Al ir a izar las velas se presentó
+el padre de Riquer, un marino viejo, y atropellando la resistencia de su
+hijo se metió en el buque.
+
+Necesitó el _San Antonio_ largas horas y expertas maniobras para
+aproximarse a la fragata del «Papa». El pobre jabeque parecía un insecto
+al lado del gran navío, tripulado por la gente más brava y aventurera
+recogida en los muelles de Gibraltar: malteses, ingleses, romanos,
+venecianos, liorneses, sardos y raguseos. La primera andanada de los
+cañones del navío mata cinco hombres sobre la cubierta del jabeque,
+entre ellos el padre de Riquer. Éste coge el cadáver destrozado,
+manchándose con su sangre, y corre a ocultarlo en la cala. «¡Han muerto
+a nuestro padre!», gimen los hermanos de Riquer. «¡A lo que
+estamos!--grita éste con rudeza--. ¡A los frascos! ¡Al abordaje!»
+
+Los «frascos», arma terrible de los corsarios ibicencos, botellas ígneas
+que al romperse sobre la cubierta enemiga la incendiaban con su fuego,
+caen sobre el navío del «Papa». Arden los cordajes, flamea la obra
+muerta, y como demonios saltan entre las llamas Riquer y los suyos, la
+pistola en una mano, el hacha de abordaje en la otra. La cubierta
+chorrea sangre, los cadáveres ruedan al mar con la cabeza destrozada. Al
+«Papa» lo encontraron escondido y medio muerto de miedo en un armario de
+su cámara.
+
+Y el tío Ventolera reía con su risa de niño al recordar este detalle
+grotesco de la gran victoria de Riquer. Luego, al ser conducido «el
+Papa» a la isla, las gentes de la ciudad y los payeses acudidos en
+tropel lo miraban como un animal raro. ¡Éste era el pirata, terror del
+Mediterráneo! ¡Y lo habían encontrado metido entre tablas por miedo a
+los ibicencos! Le formaron proceso para colgarlo en la isla de los
+Ahorcados, un islote donde ahora estaba el faro, en el estrecho de los
+Freus; pero Godoy dio orden para que lo canjeasen por varios prisioneros
+españoles.
+
+Su padre había visto estos grandes sucesos: iba de paje en el jabeque de
+Riquer. Luego había caído cautivo de los argelinos, siendo de los
+últimos esclavos, antes de que llegasen los franceses a Argel. Allí se
+vio en peligro de muerte un día que los diezmaron a todos por el
+asesinato de un moro perverso, cuyo cadáver apareció embutido en una
+letrina. El tío Ventolera se acordaba también de los relatos que hacía
+su padre de la época en que Ibiza tenía corsarios y llegaban a su puerto
+embarcaciones apresadas, con moras y moros cautivos. Los prisioneros
+comparecían ante el «escribano de presas» como testigos del suceso, y se
+les exigía juramento de verdad «por Alaquivir, el Profeta y su Alcorán,
+alto el brazo y el dedo índice, mirando su rostro al nacimiento del
+sol». Mientras tanto, los duros corsarios ibicencos, al repartirse el
+botín, apartaban un fondo para la compra de sábanas destinadas a
+convertirse en vendajes de sus futuras heridas, y dejaban otra parte de
+las ganancias para que «un sacerdote celebrase misa todos los días
+mientras ellos estuviesen fuera de la isla».
+
+El tío Ventolera pasaba de Riquer a otros valerosos patrones de corsos
+anteriores a él; pero Jaime, molestado por su charla, en la que latía un
+deseo de asombrar a la isla de Mallorca, vecina y enemiga, acabó por
+impacientarse.
+
+--¡Que son las doce, abuelo!... Vámonos; ya no pican.
+
+El viejo miró el sol, que sobrepasaba la cumbre del Vedrá. Aún no era
+mediodía, pero faltaba poco. Luego miró el mar; el señor tenía razón: ya
+no picarían los peces, pero él estaba satisfecho de la jornada.
+
+Con sus brazos enjutos tiró de la cuerda, izando la pequeña vela
+triangular de la embarcación. Ésta se inclinó sobre un costado, cabeceó
+un poco sin moverse del sitio, y de repente empezó a cortar el agua con
+suave murmullo. Salieron del canal, dejando atrás el Vedrá y siguiendo
+la costa de Ibiza. Jaime empuñaba el timón, mientras el viejo,
+manteniendo el cesto de la pesca entre su rodillas, iba contando y
+manoseando las piezas con avaro deleite.
+
+Doblaron un cabo y apareció una nueva sección de la costa. Sobre un
+montículo de peñas rojas, cortado a trechos por manchas obscuras de
+matorrales, destacábase una torre ancha y amarilla, un cilindro
+achatado, sin más huecos por la parte del mar que una ventana, negro
+agujero de contornos irregulares. En el coronamiento de la torre, una
+tronera que había servido en otros tiempos para un pequeño cañón
+recortaba su tajadura sobre el azul del cielo. A un lado del
+promontorio, cortado a pico sobre el mar, descendía el terreno,
+cubriéndose de verde con arboledas bajas y frondosas, entre las cuales
+asomaba la mancha blanca de un exiguo caserío.
+
+La embarcación hizo rumbo a la torre, y al llegar cerca de ella desvióse
+hacia una playa inmediata, chocando su proa en el fondo de grava. El
+viejo amainó la vela y aproximó la embarcación a una roca aislada en
+medio de la playa, de la cual pendía una cadena. Amarró a ella la barca,
+y luego saltaron a tierra él y Jaime. No quería poner en seco la
+embarcación; pensaba volver al mar aquella tarde, luego de comer: asunto
+de calar _unos palangres_, que recogería a la mañana siguiente. ¿Le
+acompañaba el señor?... Febrer hizo un gesto negativo, y el viejo se
+despidió de él hasta la madrugada siguiente. Le despertaría desde la
+playa cantando el _Introito_ cuando aún hubiera estrellas en el cielo.
+El amanecer debía sorprenderles en el Vedrá. ¡A ver si el señor salía
+pronto de su torre!
+
+Se alejó el viejo tierra adentro, llevando pendiente de un brazo el
+cesto de pescado.
+
+--Déle usted mi parte a Margalida, tío Ventolera, y que me traigan
+pronto la comida.
+
+El marinero contestó con un movimiento de hombros, sin volver el rostro,
+y Jaime fue avanzando por el borde de la playa hacia la torre. Sus pies,
+calzados de alpargatas, hollaban la grava, en la que se perdían los
+últimos estremecimientos del mar. Entre las azuladas piedrecitas veíanse
+fragmentos de barro cocido: pedazos de asas; superficies cóncavas de
+alfarería, con vestigios de remotos adornos que tal vez habían
+pertenecido a panzudas vasijas; pequeñas esferas irregulares de tierra
+gris, en las que parecía adivinarse, a través de las roeduras del agua
+salitrosa, rostros informes, fisonomías crispadas por el paso de los
+siglos. Eran misteriosos despojos de los días de tormenta; fragmentos
+del gran secreto del mar que volvían a la luz tras una ocultación de
+miles de años; la historia confusa y legendaria devuelta por las olas
+incoherentes a las riberas de estas islas, abrigo en tiempos remotos de
+fenicios y cartagineses, árabes y normandos. El tío Ventolera hablaba de
+monedas de plata, delgadas como hostias, encontradas por muchachos al
+jugar en la costa. Su abuelo le había contado, siendo niño, la tradición
+de cavernas submarinas que contenían tesoros, cuevas de los sarracenos y
+normandos que habían sido muradas con pedruscos, perdiéndose después el
+secreto del escondrijo.
+
+Jaime comenzó a ascender por la peñascosa ladera, camino de la torre.
+Los tamariscos erguían su áspera y rumorosa vegetación de pinos enanos,
+que parecía nutrirse de la sal disuelta en el ambiente, hundiendo sus
+raíces en la roca. El viento de los días tempestuosos, al remover la
+arena, dejaba descubiertas sus múltiples y enmarañadas raíces, negras y
+delgadas serpientes en las que se enredaban muchas veces los pies de
+Febrer. Al eco de los pasos de éste respondía en los matorrales un rumor
+de medrosas carreras y chasquido de hojas, viéndose pasar entre mata y
+mata, con ciega velocidad, un bulto de pelos grises con la cola en forma
+de botón. La fuga de los conejos hacía correr a los lagartos de color de
+esmeralda tendidos perezosamente al sol.
+
+Junto con estos rumores llegó a oídos de Jaime un débil tamborileo y una
+voz de hombre que entonaba un romance ibicenco. Deteníase de vez en
+cuando como indecisa, repitiendo los mismos versos tenazmente, hasta que
+lograba pasar a otros nuevos, lanzando al final de cada estrofa, según
+costumbre del país, un cloqueo extraño semejante al graznido del pavo
+real, un gorgorito rudo y estridente como el que acompaña a los cantos
+de los árabes.
+
+Cuando Febrer estuvo en la cumbre vio al músico sentado en una piedra
+detrás de la torre y contemplando el mar.
+
+Era un _atlot_ al que había encontrado algunas veces en _Can Mallorquí_,
+la casa de su antiguo arrendatario Pep. Tenía apoyado en un muslo el
+tamboril ibicenco, pequeño tambor pintado de azul con flores y ramajes
+dorados. El brazo izquierdo se apoyaba en el instrumento y la cara
+descansaba en una mano, oculta casi por la palma y los dedos. Con la
+diestra armada de un palillo golpeaba lentamente uno de los parches, y
+así permanecía inmóvil, en actitud reflexiva, con el pensamiento
+concentrado en su improvisación, contemplando el inmenso horizonte del
+mar a través de sus dedos.
+
+Le llamaban el _Cantó_, como a todos los que en la isla cantan versos
+nuevos en bailes y serenatas. Era un mozuelo alto, paliducho y estrecho
+de hombros, un _atlot_ que aún no había llegado a los diez y ocho años.
+Al cantar, tosía y se hinchaba su frágil cuello, arrebolándosele el
+rostro, de una blancura transparente. Sus ojos eran grandes, ojos de
+mujer, con el lagrimal de color rosa muy saliente. Vestía traje de
+fiesta en todo tiempo: sus pantalones eran de terciopelo azul, la faja y
+el lazo que le servía de corbata de encendido rojo, y por encima de esta
+última prenda ostentaba un pañolito femenil arrollado al cuello, con la
+bordada punta por delante. Dos rosas asomaban sobre sus orejas, y bajo
+el ala de su fieltro, echado atrás y adornado con una cinta a flores,
+escapábanse en rizado flequillo las ondulaciones de su cabello, lustroso
+de pomada. Febrer, viendo estos adornos casi femeniles, sus grandes ojos
+y su pálida tez, lo comparó a una doncella exangüe de las que idealiza
+el arte moderno. Pero esta virgen mostraba cierto bulto inquietante en
+el ruedo de su faja roja. Indudablemente era un cuchillo o un pistolete
+de los que fabrican los herreros de la isla; el compañero inseparable de
+todo _atlot_ ibicenco.
+
+Al ver a Jaime se levantó el cantor, dejando el tamborcillo pendiente de
+una correa sujeta al brazo izquierdo, mientras con la mano derecha, que
+aún empuñaba el palillo, tocaba el ala de su sombrero.
+
+--_¡Bon día tengui!_
+
+Febrer, que como buen mallorquín creía en la ferocidad de los ibicencos,
+admiraba sin embargo su aspecto cortés al encontrarlos en los caminos.
+Se mataban entre ellos, siempre por asuntos de amor, pero el forastero
+era respetado, con el mismo escrúpulo tradicional que muestra el árabe
+por el hombre que pide hospitalidad bajo su tienda.
+
+El _Cantó_ parecía avergonzado de que el señor mallorquín le hubiese
+sorprendido junto a su casa, en un terreno que era suyo. Balbuceaba
+excusas. Venía a sentarse allí porque le gustaba contemplar el mar desde
+la altura. Sentíase mejor a la sombra de la torre; ningún amigo le
+turbaba con su presencia y podía componer libremente los versos de un
+romance para el próximo baile en el pueblo de San Antonio.
+
+Jaime sonrió al oír las tímidas excusas del cantor. Seguramente que sus
+versos eran dedicados a alguna _atlota_. El muchacho inclinó la cabeza.
+«Sí, señor...» ¿Y quién era ella?
+
+--_Flo d'enmetllé_--dijo el poeta.
+
+«¡Flor de almendro!...» Bonito nombre. Y animado por la aprobación del
+señor, el _atlot_ siguió hablando. «Flor de almendro» era Margalida, la
+hija del _siñó_ Pep de _Can Mallorquí_. Él era quien había dado este
+nombre, al verla blanca y hermosa como las flores que echa el almendro
+cuando terminan las heladas y vienen del mar los soplos tibios
+anunciadores de la primavera. Todos los muchachos del contorno repetían
+este nombre, y Margalida no era conocida por otro. El cantor confesaba
+poseer cierta habilidad para la invención de apodos bonitos. Lo que él
+decía quedaba para siempre.
+
+Febrer acogió sonriendo estas palabras del muchacho. ¿Adonde había ido a
+refugiarse la poesía?... Luego le preguntó si trabajaba, y el _atlot_
+contestó negativamente. No querían sus padres: un médico de la ciudad le
+había visto un día de mercado, aconsejando a su familia que le evitase
+toda fatiga. Y él, satisfecho del consejo, pasaba los días de labor en
+pleno campo, a la sombra de un árbol, oyendo cantar a los pájaros,
+espiando a las _atlotas_ que transitaban por las sendas; y cuando le
+bullía en la cabeza un trovo nuevo, sentábase a la orilla del mar para
+devanarlo lentamente, fijándolo en su memoria.
+
+Jaime se despidió de él: podía continuar su trabajo poético.
+
+Pero a los pocos pasos se detuvo, volviendo la cabeza al no oír de nuevo
+el tamboril. El cantor se alejaba cuesta abajo, temeroso de molestar al
+señor con su música, e iba en busca de otro lugar solitario.
+
+Llegó Febrer a la torre. Todo lo que parecía de lejos piso bajo era una
+construcción maciza. La puerta estaba al nivel de las ventanas
+superiores; así los antiguos guardianes podían evitar una sorpresa de
+los piratas, valiéndose para sus entradas y salidas de una escala, que
+retiraban al interior en cuanto llegaba la noche. Jaime había hecho
+fabricar una ruda escalera de madera para llegar a su habitación, pero
+no la retiraba nunca. La torre, construida con piedra arenisca, estaba
+algo roída en su exterior por el viento del mar. Muchos sillares habían
+rodado fuera de sus alvéolos, y estas oquedades eran como peldaños
+disimulados para escalar la torre.
+
+Ascendió el solitario a su habitación. Era una pieza circular, sin más
+huecos que la puerta y la ventana trasera, aberturas que casi parecían
+túneles en el desmesurado espesor de los muros. Éstos, por su parte
+interna, hallábanse cuidadosamente enjalbegados con la deslumbrante cal
+de Ibiza, que da una transparencia y una suavidad lácteas a todos los
+edificios, comunicando aspecto de risueñas mansiones a las casuchas
+sórdidas de la campiña. Sólo en la bóveda, cortada por un tragaluz
+revelador de la antigua escalera que conducía a la plataforma, quedaba
+el hollín de las fogatas que se habían encendido en otros tiempos.
+
+Unas tablas mal unidas por cruces de maderos que les servían de refuerzo
+cerraban la puerta, la ventana y el tragaluz. No había ni un cristal en
+la torre. Aún era verano, y Febrer, indeciso sobre su destino, o más
+bien indiferente, dejaba los trabajos de una instalación definitiva para
+más adelante.
+
+Le parecía hermoso y seductor este retiro, a pesar de su rudeza. Notaba
+en él la mano adicta de Pep y la gracia de Margalida. Jaime se fijaba en
+lo nítido de las paredes, en la limpieza de las tres sillas y la mesa de
+tablas, muebles fregoteados por la hija de su antiguo arrendatario. Unos
+aparejos de pesca extendían sus mallas por los muros con ondulaciones de
+tapiz. Más allá colgaban la escopeta y un bolso de municiones. A trechos
+agrupábanse, formando abanicos, largas y estrechas valvas de mariscos
+que tenían la transparencia acaramelada del carey. Eran regalo del tío
+Ventolera, así como dos caracolas enormes que adornaban la mesa,
+blancas, erizadas de púas y con el interior de un rosa húmedo, como el
+de la carne femenil. Cerca de la ventana permanecía arrollado el jergón
+con su almohada y sus sábanas, cama rústica que Margalida o su madre
+hacían todas las tardes.
+
+Jaime dormía allí con más tranquilidad que en su palacio de Palma. Los
+días que no le despertaba al romper el alba el tío Ventolera cantando la
+misa desde la playa o subiendo la colina para lanzar unas cuantas
+piedras contra la puerta de la torre, el solitario permanecía en su
+jergón hasta bien entrada la mañana. Llegaba a sus oídos la voz monótona
+del mar, la gran madre arrulladora. Una luz misteriosa, mezcla de oro de
+sol y azul acuático, filtrábase por las rendijas, temblando en la
+blancura de las paredes. Las gaviotas chillaban afuera, y pasando ante
+las ventanas con aleteo juguetón trazaban rápidas sombras en el muro.
+
+Las noches en que se acostaba temprano, reflexionaba el solitario con
+los ojos abiertos, viendo deslizarse la luz difusa estelar o el
+resplandor de la luna por los maderos entreabiertos. Era esa media hora
+en la que se ve todo el pasado con una percepción sobrenatural; antesala
+del sueño, por la que pasan los recuerdos más remotos. El mar gruñía;
+sonaban estridentes silbidos de los pajarracos de la noche; las gaviotas
+se quejaban con un lamento de niños martirizados. ¿Qué harían a aquellas
+horas sus amigos?... ¿Qué dirían en los cafés del Borne?... ¿Quién de
+ellos estaría en el Casino?...
+
+Por la mañana estos recuerdos le hacían sonreír con gesto lastimero. La
+nueva luz parecía embellecer su vida, haciéndola más amable. ¡Y él había
+podido ser como los otros, adorando la existencia en la ciudad!... La
+verdadera vida era ésta.
+
+Paseaba su mirada por la interna redondez de la torre. Un verdadero
+salón, más apacible para él que los de la casa de sus antepasados. Todo
+suyo, sin miedo a la copropiedad con prestamistas y usureros. Hasta
+tenía bellas antigüedades que nadie le podía disputar. Cerca de la
+puerta se apoyaban en el muro dos ánforas extraídas por las redes de
+unos pescadores, dos piezas de barro blancuzco, adornadas
+caprichosamente por el mar con guirnaldas de conchas petrificadas. En el
+centro de la mesa, entre las caracolas, estaba otro regalo del tío
+Ventolera: una cabeza de mujer rematada por una especie de tiara redonda
+sobre los cabellos en trenzas. El barro gris estaba moteado de blancas y
+duras esferillas, granulaciones de los siglos y del agua salitrosa. Pero
+Jaime, al contemplar a esta compañera de soledad, atravesaba con la
+imaginación su áspera mascarilla, adivinando sus serenas facciones y el
+misterio de sus ojos orientales, rasgados en forma de almendra. La veía
+como nadie podía verla. Sus largas horas de contemplación silenciosa
+habían acabado por borrar el rugoso antifaz, obra de los siglos.
+
+--Mírala, es mi novia--había dicho una mañana a Margalida, mientras ésta
+limpiaba la habitación--. ¿Verdad que es hermosa?... Debió ser princesa
+de Tiro o Ascalón, no lo sé cierto; pero lo que sé indiscutiblemente es
+que estaba reservada para mí. Me amaba cuatro mil años antes de nacer
+yo, y ha venido a buscarme a través de los siglos. Tenía barcos, tenía
+esclavos, tenía trajes de púrpura y palacios con terrazas que eran
+jardines; pero lo abandonó todo por ocultarse en el mar, esperando
+durante siglos y siglos que una ola la arrastrase a la playa para ser
+recogida por el tío Ventolera y que éste la trajese a mi casa... ¿Por
+qué me miras así? Tú, pobrecita, no entiendes estas cosas.
+
+Margalida le miraba con asombro. Heredera del respeto que su padre
+sentía por el señor, sólo se imaginaba a don Jaime hablando gravemente.
+¡Las cosas que había visto en el mundo!... Y ahora sus palabras sobre la
+novia milenaria conmovían su credulidad, haciéndola sonreír levemente,
+al mismo tiempo que miraba con temor supersticioso a la gran señora de
+otros tiempos que sólo era una cabeza. ¡Cuando el señor decía aquello!
+¡Era tan extraordinario todo lo suyo!...
+
+Al subir Febrer a la torre se sentó cerca de la puerta, contemplando
+todo el paisaje de tierra adentro que se dominaba desde este agujero. Al
+pie de la colina extendíanse algunos campos roturados recientemente.
+Eran los pedazos de montaña propiedad de Febrer, que Pep iba
+convirtiendo en tierra cultivable. Más allá comenzaban las plantaciones
+de almendros, con su follaje de un verde fresco, y los añosos y
+retorcidos olivares, que extendían su leña negra con ramilletes de hojas
+de plateado gris. La casa, el _Can Mallorquí_, era una vivienda casi
+árabe, un grupo de construcciones cuadradas como dados, de techo plano y
+deslumbrante blancura. Conforme aumentaban las necesidades y la
+expansión de la familia, se iban levantando nuevas construcciones
+blancas. Cada dado era una habitación, y todos juntos formaban una casa,
+que más bien parecía un aduar, no adivinándose exteriormente cuáles
+servían para la vida de los habitantes y cuáles para las bestias de
+labor.
+
+Más allá del _Can_ extendíanse la arboleda, dividida por paredones de
+piedra seca, y los bancales de altos ribazos. Los vientos de la isla no
+permitían la ascensión de los árboles, y éstos esparcían su ramaje en
+torno de ellos con una prolijidad exuberante, ganando en extensión lo
+que perdían en altura. Todos conservaban las ramas sostenidas por
+numerosas horquillas. Algunas higueras llegaban a tener centenares de
+sostenes, y se extendían como una inmensa tienda verde destinada a
+cobijar un sueño de gigantes. Eran cenadores naturales, en los que podía
+ocultarse casi un pueblo. El fondo del horizonte estaba cerrado por
+montañas cubiertas de pinos con grandes calvas de tierra roja. Entre el
+obscuro follaje se elevaban columnas de humo. Eran las fogatas de los
+leñadores que fabricaban carbón vegetal.
+
+Tres meses que Febrer estaba en la isla. Su llegada había asombrado a
+Pep Arabi, todavía ocupado en relatar a parientes y amigos su estupenda
+aventura, su inaudito atrevimiento, el reciente viaje a Mallorca con los
+_atlots_, la estancia en Palma de unas horas, y su visita al palacio de
+los Febrer, lugar encantado que guardaba cuanto en el mundo puede
+existir de señorial y lujoso.
+
+Las rudas declaraciones de Jaime asombraron menos al payés.
+
+--Pep, estoy arruinado; tú eres rico si te comparas conmigo. Vengo a
+vivir en la torre... no sé hasta cuándo. Tal vez para siempre.
+
+Y entró en los detalles de instalación, mientras Pep sonreía con aire
+incrédulo. ¡Arruinado!... Todos los grandes señores decían lo mismo, y
+lo que a ellos les sobraba en su desgracia podía hacer ricos a muchos
+pobres. Eran como los barcos que encallaban en Formentera antes que el
+gobierno pusiera faros. Los formenterinos, gente sin ley y dejada de
+Dios--por ser de una isla más pequeña--, encendían hogueras para engañar
+a los navegantes; y cuando se perdía el barco para éstos, no se perdía
+para los isleños, pues sus despojos hacían ricos a muchos.
+
+¡Pobre un Febrer!... No quiso aceptar el dinero que le ofreció don
+Jaime. Él iba a cultivar unas tierras que eran del señor; ya arreglarían
+cuentas. Y viendo su empeño en ocupar la torre, trabajó Pep por hacerla
+habitable, ordenando además a sus hijos que llevasen la comida al señor
+los días que no quisiera bajar para sentarse a su mesa.
+
+Estos tres meses habían sido para Jaime de rústico aislamiento; ni
+escribir una carta, ni abrir un periódico, ni conocer más libros que
+media docena de volúmenes que había traído de Palma. La ciudad de Ibiza,
+tranquila y soñolienta como un pueblo del interior de la Península,
+parecíale una capital remota. Mallorca no debía existir ya, ni tampoco
+las grandes ciudades que él había visitado. En el primer mes de esta
+nueva vida, un suceso extraordinario turbó su plácida tranquilidad.
+Llegó una carta, un pliego con membrete de un café del Borne y unos
+cuantos renglones de letra gruesa y defectuosa. Era Toni Clapés quien le
+escribía. Le deseaba muchas felicidades en su nueva existencia. En Palma
+todo continuaba lo mismo. Pablo Valls no le escribía porque estaba
+enfadado con él. ¡Marcharse sin avisarle!... Pero era un buen amigo y se
+ocupaba en desenmarañar sus asuntos. Tenía para esto una habilidad
+diabólica. ¡Al fin, _chueta_!... Ya le daría más noticias.
+
+Después habían transcurrido dos meses sin que por suerte llegase otra
+carta. ¿Qué le importaban a él estas noticias de un mundo al que no
+pensaba volver?... No sabía ciertamente qué le reservaba el porvenir:
+allí había llegado y allí se quedaba, sin otros placeres que la caza y
+la pesca, gozando una voluptuosidad animal al no tener más ideas y
+deseos que los del hombre primitivo.
+
+Permanecía aparte de la vida ibicenca, sin mezclarse en sus costumbres.
+Era un señor entre los payeses, un forastero. Aquéllos le trataban
+respetuosamente, pero con un respeto frío.
+
+La existencia tradicional de estas gentes, ruda y un tanto feroz, le
+atraía con la fuerza de todo lo que es extraordinario y de contornos
+vigorosos. La isla, abandonada a sus propias fuerzas, había tenido que
+hacer frente durante siglos y siglos a los piratas normandos, a los
+navegantes árabes, a las galeras de Castilla, enemiga de los estados
+aragoneses, a los barcos de las repúblicas italianas, a los bajeles
+turcos, tunecinos y argelinos, y a los corsarios ingleses en tiempos más
+recientes. Formentera, deshabitada durante siglos, luego de haber sido
+granero de los romanos, servía de refugio traicionero a las flotas
+hostiles. Las iglesias de los pueblos eran aún verdaderas fortalezas con
+torres robustas, donde se refugiaban los labriegos al enterarse por las
+fogatas de que desembarcaban enemigos. Esta vida azarosa, de continuo
+peligro e interminable lucha, había creado una población habituada al
+derramamiento de sangre, a defender sus derechos con las armas en la
+mano. Los labradores y pescadores del presente, encerrados en su isla,
+tenían aún la misma mentalidad y costumbres de sus abuelos. Los pueblos
+no existían. Eran caseríos desparramados en muchos kilómetros, sin más
+núcleo que la iglesia y las casas del cura y el alcalde. La única
+población era la capital, la llamada en los antiguos documentos «Real
+Fuerza de Ibiza», con su barrio anexo de la Marina.
+
+Cuando un _atlot_ llegaba a la pubertad, su padre lo llamaba a la cocina
+de la alquería en presencia de toda la familia.
+
+--Ya eres hombre--declaraba solemnemente.
+
+Y le hacía entrega de un cuchillo de recia hoja. El _atlot_ armado
+caballero perdía su encogimiento filial. En adelante se defendería él
+mismo, sin buscar la protección de su familia. Luego, al juntar algún
+dinero, completaba sus arreos paladinescos comprando un pistolete con
+adornos de plata a los herreros del país, que tenían su forja en el
+bosque.
+
+Fortalecido por el contacto de estos dos testimonios de viril
+ciudadanía, que no le abandonarían mientras viviese, se juntaba con los
+otros _atlots_ igualmente pertrechados, y empezaba para él la vida
+juvenil y amorosa: las serenatas con acompañamiento di relinchos, los
+bailes, las excursiones a las parroquias que celebraban la fiesta de su
+santo patrón, donde se divertía tirando al galle con certeras pedradas,
+y sobre todo los _festeigs_, los tradicionales cortejos, la busca de
+novia, costumbre la más respetable de todas, que daba origen a riñas y
+muertes.
+
+En la isla no había ladrones. Las casas aisladas en pleno campo
+conservaban muchas veces la llave en la puerta mientras los dueños
+estaban ausentes. Los hombres no se mataban por cuestiones de interés.
+El disfrute del suelo estaba muy repartido, y la dulzura del clima así
+como la frugalidad de las gentes hacían que éstas fuesen generosas y
+poco apegadas a los bienes materiales. El amor, sólo el amor empujaba a
+los hombres a matarse. Los rústicos caballeros eran apasionados en sus
+predilecciones y fatales en sus celos, como héroes de novela. Por una
+_atlota_ de ojos negros y manos morenas se buscaban y se provocaban en
+la obscuridad de la noche con relinchos de desafío; se _aucaban_ de
+lejos antes de venir a las manos. El arma moderna que sólo emite un
+proyectil en cada disparo les parecía insuficiente, y sobre el cartucho
+añadían un puñado de pólvora y otro de balas, atacándolo todo
+fuertemente. Si el arma no reventaba en sus manos, el agresor estaba
+seguro de hacer polvo a su contrario.
+
+Los cortejos duraban meses y años. El payés que tenía una _atlota_ en
+edad de noviazgo veía presentarse a los muchachos del distrito y de
+otros distritos de la isla, pues todos los ibicencos contaban con igual
+derecho para solicitarla. El padre apreciaba el número de los
+pretendientes. Diez, quince, veinte: a veces hasta treinta. Luego
+calculaba el tiempo de que podía disponer en la velada antes de que le
+rindiese el sueño, y teniendo en cuenta el número de solicitantes, lo
+dividía a tantos minutos cada uno.
+
+Al cerrar la noche iban acudiendo por distintos caminos los del cortejo,
+unos en grupos, canturreando con acompañamiento de relinchos y cloqueos,
+otros solitarios, haciendo vibrar en su boca el zumbido del _bimbau_, un
+instrumento compuesto de dos laminillas de hierro que gruñía como un
+moscardón y les hacía olvidar la fatiga de la marcha. Venían de muy
+lejos. Los había que caminaban tres horas a la ida y otras tantas a la
+vuelta, yendo de un extremo a otro de la isla, los jueves y sábados,
+días de cortejo, para hablar tres minutos con una _atlota_.
+
+Sentábanse en el verano en el _porchu_, especie de zaguán de la
+alquería, o entraban en la cocina si era invierno. Inmóvil en un poyo de
+piedra les esperaba la muchacha. Habíase despojado del sombrero de palma
+con largas cintas, que le daba a las horas de sol un aire de pastora de
+opereta; vestía el traje de fiesta, la falda verde o azul de menudos
+pliegues, que guardaba el resto de la semana apretada entre cuerdas y
+pendiente del techo para que conservase intacto su plegado. Debajo de
+ésta llevaba otras faldas y otras, ocho, diez o doce zagalejos, toda la
+ropa femenil de la casa, un embudo sólido de paños y bayetas que borraba
+los vestigios del sexo y hacía imposible imaginarse la existencia de una
+realidad carnal bajo la balumba de tejidos. Las hileras de botones de
+filigrana brillaban en las mangas postizas del jubón. Sobre el pecho,
+aplastado por un corsé monjil que parecía de hierro, brillaba la triple
+cadena de oro de enormes eslabones. Por debajo del pañuelo que cubría su
+cabeza colgaba una gruesa trenza con remate de cintas. Sobre el poyo,
+sirviendo de tapiz a unas rotundidades que parecían voluminosas como
+globos por el enorme bulto de las faldas, estaba el _abrigais_, la
+prenda femenil de invierno.
+
+Deliberaban los solicitantes para el buen orden del cortejo, y uno tras
+otro iban a sentarse al lado de la _atlota_ hablando con ella los
+minutos marcados. Si alguno, enardecido por la conversación, se olvidaba
+de los compañeros, dejando pasar el tiempo, éstos se lo advertían con
+toses, miradas furiosas y palabras de amenaza. Si insistía, el más
+fuerte de la banda lo agarraba de un brazo, apartándolo para que otro
+ocupase su lugar. Algunas veces, cuando los pretendientes eran muchos y
+apremiaba el tiempo, la _atlota_ hablaba con dos a la vez, haciendo
+esfuerzos de habilidad para no dar la preferencia a uno sobre otro...
+Así continuaban los cortejos hasta que ella manifestaba su preferencia
+por un _atlot_, sin tener en cuenta la voluntad de sus padres. En esta
+corta primavera de su vida, la mujer era reina. Luego, al casarse,
+cultivaba la tierra como su marido y era poco más que una bestia.
+
+Los _atlots_ despreciados se retiraban, cuando no sentían gran interés
+por la muchacha, trasladando sus amores algunas leguas más allá; pero si
+estaban realmente enamorados, seguían acechando la casa, y el preferido
+tenía que pelearse con sus antiguos rivales, llegando milagrosamente al
+casamiento a través de cuchillos y pistolas.
+
+La pistola era como una segunda lengua del ibicenco. En los bailes
+domingueros soltaba tiros para demostrar su entusiasmo amoroso. Saliendo
+de la alquería de la novia, para dar a ésta y a su familia una muestra
+de aprecio, disparaba un tiro al transponer la puerta, y gritaba luego:
+_«¡Bona nit!»_ Si, por el contrario, se retiraba ofendido y deseaba
+inferir a la familia una grave injuria, invertía los términos, dando
+primero las buenas noches y disparando la pistola después; pero en tal
+caso había de salir inmediatamente a todo correr, pues los de la casa
+contestaban acto seguido a la declaración de guerra con otros disparos o
+con palos y pedradas.
+
+Jaime vivía al borde de esta existencia ruda y tradicional, contemplando
+de lejos las costumbres de aduar que aún se mantenían en el apartamiento
+de la isla. España, cuya bandera ondeaba todos los domingos sobre el
+menguado caserío de cada parroquia, apenas hacía memoria de este pedazo
+de su suelo perdido en el mar. Muchas tierras de la lejana Oceanía se
+hallaban en comunicación más frecuente con los grandes núcleos humanos
+que esta isla, arrasada en otros tiempos por la guerra y la rapiña, y
+mísera ahora al hallarse lejos del camino de los grandes buques,
+encerrada en un cinturón de islotes, rocas y bajos, entre freos y
+canales cuyas aguas transparentaban el fondo submarino.
+
+Sentía Febrer en esta nueva existencia el deleite del que ocupa sitio
+cómodo para presenciar un espectáculo interesante. Aquellos campesinos y
+pescadores, belicosos nietos de corsarios, eran para él agradables
+compañeros de existencia. Pretendía contemplarlos de lejos, como un
+testigo curioso, pero lentamente sus costumbres habían hecho presa en
+él, arrastrándolo a los mismos hábitos de existencia. No tenía enemigos,
+y sin embargo, en sus paseos por la isla, cuando no llevaba la escopeta
+al hombro, ocultaba un revólver en su faja... por si acaso.
+
+En los primeros días de su estancia en la torre, como las necesidades de
+la instalación le obligaban a ir a la ciudad, conservó su traje; pero
+poco a poco prescindió de la corbata, del cuello de camisa, de las
+botas. La caza le hizo preferir la blusa y el pantalón de pana de los
+payeses. La pesca le aficionó a marchar con los pies desnudos dentro de
+unas alpargatas por playas y peñascos. Un sombrero igual al que usaban
+todos los _atlots_ en la parroquia de San José cubrió su cabeza.
+
+La hija de Pep, conocedora de las costumbres de la isla, admiraba con
+cierto agradecimiento el sombrero del señor. Los hombres de los diversos
+_cuartones_ que de antiguo dividían a Ibiza distinguíanse unos de otros
+por la manera de llevar el sombrero y la forma de sus alas, diferencia
+imperceptible para el que no fuese de la tierra. El de don Jaime era
+idéntico al de todos los _atlots_ de San José y se diferenciaba de los
+usados por los vecinos de los otros pueblos, todos con nombres de
+santos. Un honor para la parroquia de que ella era hija.
+
+¡Ingenua y graciosa Margalida! Febrer gustaba de hablar con ella,
+gozándose en el asombro que sus relatos de otras tierras y sus bromas,
+dichas con gesto grave, despertaban en su alma simple...
+
+No tardaría en traerle la comida. Hacía media hora que una columna tenue
+de humo flotaba sobre la chimenea de _Can Mallorquí_. Se imaginaba a la
+hija de Pep guisando, yendo y viniendo junto al hogar, seguida por la
+mirada de la madre, payesa infeliz y de silenciosa torpeza, que no osaba
+poner mano en las cosas del señor.
+
+De un momento a otro la vería aparecer bajo el sombrajo del _porchu_ que
+daba entrada a su casa, llevando al brazo la cesta de la comida y sobre
+su rostro de milagrosa blancura, que el sol apenas doraba con ligera
+pátina de marfil antiguo, un sombrero de paja con largas cintas.
+
+Alguien se movió bajo el sombrajo, emprendiendo la marcha hacia la
+torre. ¡Era Margalida!... No; no era ella. Llevaba pantalones. Era su
+hermano Pepet... Pepet, que vivía en Ibiza desde un mes antes,
+preparándose para seminarista, y al que la gente había dado por esto el
+apodo de el _Capellanet_.
+
+
+
+
+II
+
+
+--_¡Bon día tengui!..._
+
+Pepet extendió una servilleta en un lado de la mesa y puso sobre ella
+dos platos tapados y una botella de vino de parra que tenía el color y
+la transparencia del rubí. Luego se sentó en el suelo, abarcando las
+rodillas con los brazos, y quedó inmóvil. El luminoso marfil de su
+dentadura brillaba sonriente sobre el rostro moreno. Sus ojos maliciosos
+fijábanse en el señor con una expresión de can alegre y fiel.
+
+--Pero ¿no estabas en Ibiza para ser cura?--preguntó Jaime mientras
+atacaba la comida.
+
+El muchacho movió la cabeza. Sí, señor; estaba. Su padre lo había
+confiado a un profesor del Seminario. ¿Sabía don Jaime dónde era el
+Seminario?...
+
+Hablaba el pequeño payés de él como de un remoto lugar de tortura. Ni
+árboles, ni libertad, ni aire apenas: la vida no era posible en aquel
+encierro.
+
+Febrer, oyéndole, recordaba su visita a la ciudad alta, la Real Fuerza
+de Ibiza, población muerta, separada del barrio de la Marina por una
+gran muralla del tiempo de Felipe II, con los intersticios de la piedra
+arenisca cubiertos de verdes y ondeantes alcaparros. Estatuas romanas
+sin cabeza decoraban en tres hornacinas la puerta que comunicaba la
+ciudad con el arrabal. Más allá, las calles tortuosas empezaban a
+empinarse hacia la cumbre, ocupada por la catedral y el castillo:
+pavimentos de piedra azul, por cuyo centro corrían en pendiente las
+inmundicias; fachadas de nítida blancura, marcando borrosamente bajo su
+enjalbegado escudos nobiliarios y la labor de antiguos ventanales; un
+silencio de cementerio a orillas del mar, interrumpido solamente por el
+lejano rumor de la resaca y el zumbido de las moscas amontonándose en el
+arroyo. De tarde en tarde, pasos en el pavimento de estas calles morunas
+y ventanas que se entreabren con la ávida curiosidad de un suceso
+extraordinario; unos soldados que suben lentamente hacia el castillo por
+las empinadas cuestas; los señores canónigos que bajan del coro, con el
+pecho de la sotana brillante de grasa y el sombrero de teja y el manteo
+de color de ala de mosca, míseros prebendados de una catedral olvidada,
+pobre y sin obispo.
+
+En una de estas calles había visto Febrer el Seminario, casa larga, de
+blancas paredes, con las ventanas cubiertas de rejas lo mismo que una
+cárcel. El _Capellanet_, al recordarla, poníase grave, borrándose de su
+rostro achocolatado el blanco marfil de la sonrisa. ¡Qué mes había
+pasado allí! El maestro entretenía el aburrimiento de las vacaciones con
+este pequeño campesino, queriendo iniciarlo en las bellezas de las
+letras latinas con ayuda de su elocuencia y de una correa. Deseaba hacer
+de él un prodigio, para sorprender a los otros profesores cuando se
+abriesen las clases, y los golpes menudeaban. Además de esto, las rejas,
+que sólo dejaban ver la pared de enfrente; la aridez de la ciudad, donde
+no se encontraba una hoja verde; los aburridos paseos al lado del cura
+por aquel puerto de aguas muertas que olía a almeja corrompida y sin
+otros barcos que algunos veleros que llegaban a cargar sal... El día
+anterior, unos cuantos correazos más fuertes habían acabado con su
+paciencia. «¡Pegarle a él! ¡Si no fuese un cura!...» Se había fugado,
+emprendiendo a pie el regreso a _Can Mallorquí_; pero antes, como
+venganza, desgarró varios libros que el maestro tenía en gran estima,
+volcó el tintero sobre la mesa y escribió en las paredes vergonzosas
+inscripciones, con otras travesuras de mono en libertad.
+
+La noche había sido de emociones en _Can Mallorquí_. Pep había dado de
+palos a su hijo: lo quiso matar, ciego de ira, teniendo que interponerse
+entre los dos Margalida y su madre.
+
+La sonrisa del _atlot_ había vuelto a reaparecer. Hablaba con orgullo
+de los palos que llevaba recibidos sin que le arrancasen un grito. Era
+su padre quien le pegaba, y un padre puede pegar, porque así demuestra
+que se interesa por sus hijos. Pero que probase otro a golpearle: era
+como sentenciarse a muerte. Y al decir esto, se erguía con la belicosa
+petulancia de una raza habituada a ver correr la sangre y a hacerse
+justicia por su mano. Pep hablaba de llevar a su hijo otra vez al
+Seminario, pero el muchacho dudaba de esta amenaza. No iría aunque su
+padre cumpliera la promesa de llevarlo atado como un costal a lomos de
+un asno: huiría antes a la montaña o al islote del Vedrá, para vivir con
+las cabras salvajes.
+
+El dueño de _Can Mallorquí_ había dispuesto del porvenir de sus hijos
+rudamente, con esa energía del campesino que no repara en obstáculos
+cuando cree hacer el bien. Margalida se casaría con un payés, y para él
+serían las tierras y la casa. Pepet sería cura, lo que representaba una
+ascensión social de la familia, honor y fortuna para todos.
+
+Jaime sonreía al escuchar las protestas del _atlot_ contra su destino.
+En toda la isla no existía otro centro de enseñanza que el Seminario, y
+los payeses y patrones de barca que deseaban para sus hijos una suerte
+mejor los llevaban a él. ¡Los curas de Ibiza!... Muchos de ellos,
+mientras seguían sus estudios, tomaban parte en los cortejos, usando
+cuchillo y pistolete. Nietos de corsarios y de soldados, al vestir la
+sotana guardaban la arrogancia y la ruda virilidad de sus ascendientes.
+No eran impíos, pues su simpleza de pensamiento no les permitía este
+lujo, pero tampoco eran devotos ni austeros: amaban la vida con todas
+sus dulzuras y sentían la atracción de los peligros con atávico
+entusiasmo. La isla era una fábrica de sacerdotes animosos y
+aventureros. Los que permanecían en España acababan por ser capellanes
+de regimiento. Otros, más atrevidos, apenas cantaban misa se embarcaban
+para América, donde ciertas repúblicas de aristocrático catolicismo son
+el Eldorado de los sacerdotes españoles que no temen al mar. Desde allá
+giraban mucho dinero a sus familias y compraban casas y tierras,
+alabando a Dios, que mantiene a sus sacerdotes con más holgura en el
+Nuevo Mundo que en el viejo. Había buenas señoras en Chile y el Perú que
+daban cien pesos de limosna por una misa. Estas noticias hacían abrir la
+boca de asombro a los parientes, reunidos durante las noches de invierno
+en la cocina. A pesar de tales grandezas, su deseo era regresar a la
+isla amada, y volvían a los pocos años con el propósito de vegetar en
+sus tierras. Pero el demonio de la vida moderna les había mordido en el
+corazón, y se aburrían en la monótona existencia isleña, tradicional y
+cerrada. Pensaban en las ciudades jóvenes del otro continente, y al fin
+vendían sus bienes o los regalaban a la familia, embarcándose para no
+volver más.
+
+Indignábase Pep contra la tenacidad de su hijo, que se empeñaba en
+continuar siendo payés. Hablaba de matarlo, como si lo viese en un
+camino de perdición. Llevaba la cuenta de todos los hijos de amigos
+suyos que habían partido para el otro mundo con la sotana puesta. El
+hijo de _Treufoch_ llevaba enviados de América cerca de seis mil duros.
+Otro, que vivía tierra adentro, entre indios, en unas montañas muy altas
+a las que llamaban los Andes, había comprado un predio en Ibiza, que
+cultivaba su padre. ¡Y el pillo de Pepet, más listo para las letras que
+los demás, negábase a seguir tan hermosos ejemplos!... Había para
+matarlo.
+
+La noche anterior, en un momento de calma, cuando Pep descansaba en su
+cocina con el brazo fatigado y el gesto triste del padre que acaba de
+pegar fuerte, el _atlot_, rascándose los golpes, había propuesto un
+arreglo. Sería cura; obedecería al _siñó_ Pep pero antes deseaba ser
+hombre, ir con los muchachos de la parroquia a hacer música, bailar los
+domingos, mezclarse en los cortejos, tener novia, llevar un cuchillo en
+la faja. Esto último era lo que deseaba con mayores ansias. Si su padre
+le regalaba el cuchillo del abuelo, él pasaría por todo.
+
+--_¡El gabinet del güelo, pare!_--imploraba el muchacho--. _¡El gabinet
+del güelo!_
+
+Por obtener el cuchillo del abuelo sería cura, y hasta si era preciso
+viviría solitario, de la limosna de las gentes, como los ermitaños que
+estaban a orillas del mar en el santuario de los _Cubells_. Al recordar
+el arma venerable, brillaban sus ojos con fulgores de admiración y se la
+describía a Febrer. ¡Una joya! Era una antigua lima de acero aguzada y
+bruñida. Podía atravesarse con ella una moneda, ¡y en manos de su
+abuelo!... Su abuelo era un hombre famoso. El nieto no le había
+conocido, pero hablaba de él con admiración, colocando su memoria por
+encima del mediano respeto que le inspiraba el buenazo de su padre.
+
+Luego, a impulsos de su deseo, se atrevía a implorar la protección de
+don Jaime. ¡Si quisiera darle ayuda!... Bastaría que pidiese una vez el
+famoso cuchillo, para que su padre se lo entregara al instante.
+
+Febrer acogió esta demanda con risa bondadosa.
+
+--Tendrás el cuchillo, muchacho. Y si tu padre no quiere entregarlo, yo
+te compraré otro cuando vaya a la ciudad.
+
+Esta certeza entusiasmó al _Capellanet_. Necesitaba ir armado para poder
+mezclarse con los hombres. Su casa iba a verse frecuentada por los
+_atlots_ más valerosos de la isla. Margalida era ya moza e iba a
+comenzar el _festeig_. El _siñó_ Pep había sido rogado por los _atlots_
+con objeto de que fijase día y hora para la visita de los cortejantes.
+
+--¡Ah! ¡Margalida!--dijo Febrer con asombro--. ¡Margalida con novios!...
+
+Lo que él había visto en tantas casas de la isla parecíale un
+espectáculo absurdo en _Can Mallorquí_. Se había olvidado de que la hija
+de Pep era una mujer. ¿Pero realmente aquella niña, aquella muñeca
+blanca e ingenua, podía gustar a los hombres?... Sentía la extrañeza del
+padre que ha enamorado en otro tiempo a muchas mujeres, y juzgando luego
+por su propia sensibilidad, no puede comprender que su hija inspire
+pasiones.
+
+Pasados algunos instantes ya no la vio así. Margalida era otra a sus
+ojos: era una mujer. La transformación le dolía. Creyó que acababa de
+perder algo, pero se resignó ante la realidad.
+
+--¿Y cuántos son?--dijo con voz algo apagada.
+
+Pepet agitó una mano al mismo tiempo que elevaba los ojos a la bóveda de
+la torre. ¿Cuántos?... Aún no se sabía con certeza. Lo menos treinta.
+Iba a ser un _festeig_ del que se hablaría en toda la isla; y eso que
+muchos, aunque se comían a Margalida con los ojos, no osaban entrar en
+el cortejo, dándose de antemano por vencidos. Como su hermana había
+pocas en la isla: guapa, alegre y con un buen pedazo de pan, pues el
+_siñó_ Pep hablaba en todas partes de dar _Can Mallorquí_ al yerno
+cuando él muriese. ¡Y el hijo que se reventase con la sotana a cuestas
+al otro lado del mar, sin ver más _atlotas_ que las indias! _¡Futro!..._
+
+Pero su indignación duró poco. Entusiasmábase al pensar en los mozos que
+iban a acudir a su casa dos veces por semana para hacer la corte a
+Margalida. Iban a venir hasta de San Juan, al otro extremo de la isla,
+el pueblo de los hombres valientes, donde muchos evitaban salir de su
+casa apenas cerraba la noche, sabiendo que cada ribazo servía de sostén
+a una pistola y cada árbol de guarida a una escopeta, y todos esperaban
+pacientemente la satisfacción de un agravio recibido muchos años antes;
+la patria de las temibles «fieras de San Juan». Juntos con estos
+personajes vendrían otros de los demás _cuartones_, y muchos tendrían
+que caminar leguas para llegar a _Can Mallorquí_.
+
+El _Capellanet_ regocijábase pensando en los mozos arrogantes que iba a
+conocer. Todos le tratarían como un compañero, por ser hermano de la
+novia; pero de estas futuras amistades la que más le halagaba era la de
+Pere, apodado el _Ferrer_ por su oficio de herrero, un hombre cercano a
+los treinta años, del que se hablaba mucho en la parroquia de San José.
+
+El muchacho lo admiraba como gran artista.
+
+Cuando se decidía a trabajar, fabricaba las más hermosas pistolas que se
+conocían en los campos de Ibiza. Pepet enumeraba su trabajo. Le enviaban
+de la Península cañones viejos de escopeta--lo viejo inspiraba respeto
+al _atlot_--y los montaba a su modo en culatas de pistola esculpidas con
+bárbara fantasía, añadiendo a la obra prolijos adornos de plata. Arma
+salida de sus manos podía cargarse hasta la boca, sin miedo a que
+reventase.
+
+Pero otra circunstancia más importante aumentaba su admiración por el
+_Ferrer_. Lo declaró en voz baja, con un tono de misterio y respeto:
+
+--_El Ferrer és un verro._
+
+¡Un _verro_!... Jaime quedó pensativo unos instantes, coordinando sus
+recuerdos sobre las costumbres de la isla. Un gesto expresivo del
+_Capellanet_ ayudó a su memoria. Un _verro_ es un hombre cuyo valor no
+necesita probarse, pues tiene pudriendo tierra uno o varios ejemplos de
+la dureza de su mano o de lo certero de su puntería.
+
+Pepet, para que los suyos no quedasen por debajo del _Ferrer_, volvió a
+recordar a su abuelo. También había sido _verro_, pero los antiguos
+sabían hacer mejor las cosas. Aún se acordaban en San José de la
+habilidad con que el _güelo_ despachaba sus asuntos: un golpe nada más
+con el famoso cuchillo, y después las precauciones tan bien tomadas que
+siempre se presentaban testigos para declarar que lo habían visto al
+otro extremo de la isla a la misma hora en que agonizaba el enemigo.
+
+El _Ferrer_ era un _verro_ con menos fortuna. Hacía medio año que había
+desembarcado, después de pasar ocho en un presidio de la Península. Le
+habían condenado a catorce, pero le alcanzaron varios indultos. El
+recibimiento fue triunfal. ¡Un hijo de San José que regresaba de tan
+heroico destierro!... No debían mostrarse menos entusiastas que los
+vecinos de otras parroquias, que acogían a sus _verros_ con grandes
+agasajos. Y bajaron al puerto de Ibiza, el día de la llegada del vapor,
+los parientes lejanos del _Ferrer_, que eran medio pueblo, y todo el
+resto del vecindario por puro patriotismo. Hasta el alcalde hizo el
+viaje, seguido de su secretario, para conservar las simpatías de sus
+administrados. Los señores de la ciudad protestaban con indignación de
+estas costumbres bárbaras e inmorales de la payesía, mientras hombres,
+mujeres y chiquillos asaltaban el vapor, ansioso cada uno de ser el
+primero en estrechar la mano del héroe.
+
+Pepet se acordaba de la vuelta del _verro_ a San José. Él también había
+figurado en la comitiva, larga hilera de carros, caballos, asnos y
+peatones, como si el pueblo entero emigrase. En todas las tabernas y
+ventorros del camino deteníase la romería, y el grande hombre era
+obsequiado con jarros de vino, pedazos de sobreasada y copas de
+_figola_, licor de hierbas de la isla. Admiraban su traje nuevo--un
+traje de señor que había comprado al salir del presidio--, se asombraban
+en silencio de la desenvoltura de sus maneras, del aire de buen príncipe
+con que acogía a sus antiguos amigos, protegiéndolos con el gesto y la
+mirada. Muchos le envidiaban. ¡Lo que aprende un hombre saliendo de la
+isla! ¡No hay como correr el mundo!... El antiguo herrero los abrumó a
+todos con la superioridad de sus recuerdos durante el viaje a San José.
+Luego, en el espacio de varias semanas, la tertulia en la taberna del
+pueblo, a la caída de la tarde, resultó interesantísima. Las palabras
+del _verro_ se repetían de hogar en hogar por todos los esparcidos
+caseríos del _cuartón_, viendo cada payés algo honroso para su parroquia
+en estas aventuras del convecino.
+
+El _Ferrer_ no se cansaba de alabar las bellezas del establecimiento en
+el que había permanecido ocho años. Olvidaba las cóleras y tristezas
+sufridas allá. Todo lo veía al través de ese amor a lo pasado que
+desfigura los recuerdos.
+
+Él no había vivido, como ciertos infelices, en un establecimiento penal
+de las llanuras manchegas, donde hay que subir el agua a lomos de
+hombre, sufriendo los tormentos de un frío ártico. Tampoco había estado
+en los presidios de la vieja Castilla, donde la nieve blanquea los
+patios y los huecos de las rejas. Venía de Valencia, del penal de San
+Miguel de los Reyes, llamado _Niza_, a causa de la dulzura de su clima,
+por los habituales pensionistas de dichos establecimientos. Hablaba con
+orgullo de esta casa, lo mismo que un rico estudiante recuerda los años
+pasados en una universidad inglesa o alemana. Altas palmeras sombreaban
+los patios, ondeando su capitel de plumas por encima de los tejados.
+Desde las rejas llegaba a verse toda la extensión de la huerta
+valenciana, con los frontones triangulares y blancos de sus barracas, y
+más allá el Mediterráneo, una faja azul inmensa, tras cuyo lomo se
+ocultaba el peñón natal, la isla amada. Tal vez había pasado por ella el
+viento cargado de emanaciones salinas y ardores vegetales que se colaba
+como una bendición en las hediondas cuadras del presidio. ¡Qué más podía
+desear un preso!... La vida era dulce: se comía a sus horas, siempre de
+caliente; había orden, y el hombre no tenía más que obedecer, dejarse
+llevar. Se hacían buenas amistades; se trataba uno con gentes notables,
+que jamás hubiese conocido de permanecer en la isla. Y el _Ferrer_
+hablaba con orgullo de sus amigos. Unos habían tenido millones y paseado
+en lujosos carruajes allá en Madrid, ciudad casi fantástica, cuyo nombre
+sonaba en los oídos de los isleños como el de Bagdad para el pobre árabe
+del desierto que escucha un relato de _Las mil noches y una noche_.
+Otros habían corrido medio mundo antes de que la desgracia les confinase
+en el encierro, y recordaban ante un corro absorto sus aventuras en
+tierras de negros o en países donde los hombres eran amarillos o verdes
+y llevaban trenzas mujeriles. En aquel antiguo convento, grande como un
+pueblo, vivía lo mejor de la tierra. Algunos habían ceñido espada y
+mandado hombres; otros habían manejado papeles sellados e interpretado
+la ley. ¡Hasta un cura había sido compañero de cuadra del _Ferrer_!...
+
+Los admiradores de éste le oían con los ojos muy abiertos y las narices
+palpitantes de emoción. ¡Qué dicha! Ser _verro_, haber ganado la
+celebridad y el respeto matando a un enemigo en las sombras de la noche,
+y a cambio de esto, ocho años en _Niza_, lugar de delicias y honores.
+¡No tendrían ellos tanta suerte!...
+
+El _Capellanet_, que había escuchado estos relatos, sentía por el
+_verro_ un respeto admirativo. Describía las particularidades de su
+persona con la prolijidad del que se siente enamorado de un héroe.
+
+No era alto ni fuerte como el señor; pero era ágil, nadie le ganaba en
+el baile, y podía danzar horas enteras, hasta rendir a todas las
+muchachas de la parroquia. Había traído de su larga temporada en _Niza_
+una tez pálida y lustrosa, una tez de monja en clausura; pero ya estaba
+obscuro como los demás, con la cara bronceada y curtida por el aire del
+mar y el sol africano de la isla. Vivía en la montaña, en una casucha
+inmediata a los bosques de pinos, cerca de los carboneros que
+proporcionaban combustible a su fragua. Esta no se encendía todos los
+días. El _Ferrer_, con sus pretensiones de artista, sólo trabajaba
+cuando tenía que reparar una escopeta, transformar un viejo trabuco de
+chispa en arma de pistón, o fabricar aquellas pistolas con adornos de
+plata que admiraban al _Capellanet_.
+
+Deseaba éste verle preferido por su hermana; que el _verro_ entrase en
+su familia con sus asombrosas habilidades. Tal vez a impulsos del
+próximo parentesco se decidiese a regalarle una de aquellas joyas.
+
+--Puede ser que Margalida le quiera, y entonces el _Ferrer_ me dé una de
+sus pistolas. ¿Usted qué cree, don Jaime?...
+
+Abogaba por el _verro_ como si fuese ya pariente suyo. ¡El pobre vivía
+tan mal!... Solo en la fragua, sin otra compañía que una parienta vieja,
+siempre vestida de negro por remotos lutos, lagrimeante un ojo, cerrado
+otro, y tirando del fuelle mientras su sobrino batía el hierro rojo. La
+vecindad del fogón secaba cada vez más su huesosa flacura. En su cara
+arrugada de manzana vieja parecían liquidarse las cuencas de los ojos.
+
+Aquel antro ahumado y lóbrego en medio de los pinares podía embellecerse
+con la presencia de Margalida. Su único adorno actual eran unos cuantos
+cestillos de juncos de colores tejidos en forma de tablero de ajedrez,
+con pompones de seda, amistoso recuerdo de los ignorados artistas que
+entretenían sus ocios en el retiro de _Niza_. Cuando su hermana viviese
+en la fragua, Pepet iría a verla, y contaba adquirir de la munificencia
+de su cuñado, en estas visitas, un cuchillo tan famoso como el del
+abuelo, si es que el señor Pep perseveraba injustamente en negarle esta
+herencia gloriosa.
+
+El recuerdo de su padre pareció obscurecer las esperanzas del muchacho.
+Veía difícil que el dueño de _Can Mallorquí_ aceptase como yerno a Pere
+el _Ferrer_. Nada malo podía decir el viejo de él; aceptaba su fama como
+una honra para el pueblo. La isla no sólo tenía hombres bravos en «las
+fieras de San Juan»; también San José podía enorgullecerse de mozos
+valientes que habían sufrido duras pruebas. Pero el _Ferrer_ era hombre
+de oficio, poco entendido en materias agrícolas, y aunque todos los
+ibicencos mostrábanse igualmente dispuestos a cultivar la tierra, echar
+una red en el mar o hacer un alijo de contrabando, pasando fácilmente de
+un trabajo a otro, él quería para su hija un verdadero labrador,
+habituado toda su vida a arañar el suelo. Su resolución era
+inquebrantable. En aquel cerebro yermo y duro, cuando llegaba a retoñar
+una idea, echaba raíces tan hondas, que no había huracán ni cataclismo
+que la arrancase. Pepet sería cura y correría mundo. Margalida la
+guardaba para un labrador que agrandase las tierras de _Can Mallorquí_
+al heredarlas.
+
+El _Capellanet_ inquietábase al pensar en quién podría ser el favorecido
+por Margalida. Trabajo le daba a todos teniendo enfrente a un hombre
+como el _Ferrer_. Aunque su hermana se inclinase hacia otro, el
+agraciado tendría que vérselas luego con Pere, el bravo glorioso,
+quitándolo de en medio. Iban a verse cosas grandes. Del cortejo de
+Margalida se hablaba ya en todas las casas del _cuartón_; su fama
+acabaría por extenderse a toda la isla. Y Pepet sonreía con feroz
+deleite, como un pequeño salvaje que ve próxima una matanza.
+
+Admiraba a Margalida, reconociendo en ella una autoridad mayor que la
+del padre, por lo mismo que no estaba basada en el miedo a los golpes.
+Ella lo dirigía todo en la casa. La madre marchaba tras sus pasos como
+una doméstica, no osando hacer nada sin consultarla. El _siñó_ Pep, tan
+absoluto en sus ideas, deteníase antes de tomar una resolución,
+rascándose la frente con gesto de duda mientras decía en voz baja: «Esto
+habrá que consultarlo con la _atlota_». El mismo _Capellanet_, que había
+heredado la terquedad paternal, desistía fácilmente de sus intentos de
+protesta con sólo una palabra de la hermana, una insinuación de su boca
+sonriente, de su voz dulce.
+
+--¡Lo que ella sabe, don Jaime!--decía el muchacho con admiración--. Yo
+ignoro si es guapa. Por ahí dicen que sí; pero a mí no me gusta. A mí me
+gustan otras de mi edad. ¡Lástima que no estén aún para admitir el
+_festeig_!....
+
+Y volviendo a hablar de su hermana, enumeraba sus talentos, insistiendo
+con cierto respeto en su habilidad para el canto.
+
+¿Conocía don Jaime al _Cantó_, un _atlot_ malucho del pecho, que no
+trabajaba y pasaba los días tendido a la sombra de los árboles,
+golpeando el tamboril y mascullando versos?... Era un blanco cordero,
+una gallina, con ojos y piel de mujer, incapaz de hacer frente a nadie.
+También éste pretendía a Margalida; pero el _Capellanet_ juraba meterle
+el tamboril por el cogote antes que aceptarlo como cuñado... Él sólo
+podía emparentar con un héroe... Pero en lo de sacarse canciones de la
+cabeza y cantarlas intercaladas con alaridos de pavo real no había quien
+se midiese con el _Cantó_. Había que ser justos, y Pepet reconocía su
+mérito. Era para el _cuartón_ una gloria que casi podía compararse con
+la del valeroso _Ferrer_. Pues bien; a este cantor le hacía frente
+Margalida cuando, en las tertulias de verano en el _porchu_ de la
+alquería o en los bailes del domingo, ruborosa, empujada por las
+compañeras, se decidía a sentarse en el centro del corro, y con el
+tamboril en una rodilla, ocultos los ojos tras un pañuelo, contestaba
+con un largo romance, todo de su invención, a lo que había dicho antes
+el poeta.
+
+Si el _Cantó_ soltaba un domingo un interminable relato sobre la
+falsedad de las mujeres y lo caras que cuestan al hombre por su afición
+a los trapos, Margalida le respondía al otro domingo con un romance
+doblemente largo criticando la vanidad y el egoísmo de los hombres, y la
+turba de _atlotas_ coreaba sus versos con cloqueos de entusiasmo,
+reconociendo la gloria de una vengadora en la muchacha de _Can
+Mallorquí._
+
+--_¡Pepet!... ¡Atlot_!
+
+Una voz femenina sonó a lo lejos, como un cristal, cortando el denso
+silencio de las primeras horas de la tarde, cargado de vibraciones de
+calor y de luz. Sonaba cada vez más fuerte, al repetirse, como si se
+aproximase a la torre.
+
+Pepet abandonó su posición de bestezuela en descanso, libertando las
+piernas encogidas del anillo de los brazos para erguirse de un salto...
+Era Margalida la que llamaba... Su padre debía reclamarle para algún
+trabajo, en vista de su tardanza.
+
+El señor le retuvo por un brazo.
+
+--Déjala que venga--dijo sonriendo--. Hazte el sordo, para que grite.
+
+El _Capellanet_ enseñó los nítidos dientes en la obscuridad de su cara
+bronceada. Sonrió el pillete, satisfecho de esta inocente complicidad, y
+quiso aprovecharse de ella, hablando al señor con atrevida confianza.
+
+¿De veras que pediría para él, al _siñó_ Pep, el cuchillo del abuelo?
+_¡Ay, el gabinet del güelo!_ Estaba siempre presente en su memoria.
+
+--Sí, lo tendrás--dijo Jaime--. Y si tu padre no te lo da, yo te
+compraré el mejor que encuentre en Ibiza.
+
+El muchacho se frotó las manos, brillándole los ojos con fulgores
+salvajes.
+
+--Es sólo para que seas hombre como los otros--continuó Febrer--; pero
+¡nada de usarlo! Un simple adorno nada más.
+
+Pepet, ansioso de realizar cuanto antes su deseo, contestó con enérgicos
+movimientos de cabeza. Sí; un adorno nada más... Pero sus ojos se
+obscurecieron con una duda cruel... Un adorno; pero si alguien le
+ofendía llevando tal compañero, ¿qué debe hacer un hombre?...
+
+--_¡Pepet!... ¡Atlot!_
+
+La voz de cristal sonó ahora al pie de la torre. Febrer esperaba oírla
+más cerca, ver aparecer la cabeza de Margalida y luego todo su cuerpo en
+el hueco de entrada. En vano aguardó largo rato: la voz fue haciéndose
+apremiante, con graciosos temblores de impaciencia, pero sin aproximarse
+más.
+
+Febrer se asomó a la puerta y vio a la muchacha al pie de la escalera,
+algo empequeñecida por la distancia, con hinchada falda azul y un
+sombrero de paja del que pendían cintas a flores. Sobre el fondo de las
+amplias alas del sombrero, iguales a una aureola, destacábase su rostro,
+de una palidez de rosa, en el que parecían temblar las gotas negras de
+los ojos.
+
+--_¡Salut, Flo d'enmetllé!_--dijo Febrer con cierta inseguridad en la
+voz, pero sonriendo.
+
+«¡Flor de almendro!...» Al oír la muchacha este nombre en boca del
+señor, el carmín de una expansión sanguínea ocultó momentáneamente la
+suave blancura de su tez...
+
+«¿Ya sabía don Jaime este nombre?... ¿Un señor como él se enteraba de
+tales tonterías?...»
+
+Febrer sólo vio ya la copa y las alas del sombrero de Margalida. Había
+bajado la cabeza, y en su turbación jugueteaba con las puntas del
+delantal, avergonzada como una niña que se da cuenta de pronto de la
+significación de su sexo y escucha el primer requiebro.
+
+
+
+
+III
+
+
+El domingo siguiente, Febrer fue por la mañana al pueblo. El tío
+Ventolera no podía acompañarle al mar, pues consideraba indispensable su
+presencia en la misa, para responder con voz chillona a las palabras del
+sacerdote.
+
+Falto de ocupación, Jaime emprendió la marcha hacia el pueblo por
+senderos de tierra roja que ensuciaba la blancura de sus alpargatas. Era
+uno de los últimos días estivales. Las alquerías de nítida blancura
+parecían reflejar como espejos el fuego de un sol africano. Zumbaban en
+el ambiente los enjambres de insectos. En la sombra verdosa de las
+higueras, amplias, bajas y redondas, apoyadas en un círculo de estacas
+como un techo de verdura, caían los higos abiertos por el calor,
+reventando en el suelo como enormes gotas de azúcar purpúreo. Las
+chumberas alzaban sus muros de pinchosas palas a ambos lados del camino,
+y entre sus raíces polvorientas correteaban, medrosas y ebrias de sol,
+pequeñas bestias ondeantes, de larga cola y verde esmeralda.
+
+Por entre la columnata negra y retorcida de los olivos y los almendros
+veíanse a lo lejos, siguiendo otros senderos, grupos de payeses que
+también marchaban hacia el pueblo. Delante iban las _atlotas_ de traje
+dominguero, con pañuelos rojos o blancos y faldas verdes, brillando al
+sol sus grandes cadenas de oro. Junto a ellas caminaban los
+pretendientes, escolta tenaz y hostil que se disputaba una mirada o una
+palabra de preferencia, asediando varios a la vez a la misma moza.
+Cerraban la marcha los padres de las muchachas, envejecidos antes de
+tiempo por las fatigas y sobriedades de la vida del campo, pobres
+bestias de la tierra, sumisas, resignadas, negras de piel, con los
+miembros secos como sarmientos, y que en la modorra de su mente
+recordaban cual una vaga y remota primavera los años del _festeig_.
+
+Cuando Febrer llegó al pueblo se dirigió rectamente a la iglesia. Lo
+formaban seis u ocho casas con la alcaldía, la escuela y la taberna en
+torno del templo. Éste erguíase soberbio y poderoso, como nexo de unión
+de todo el caserío esparcido por valles y montes en algunos kilómetros a
+la redonda.
+
+Jaime, despojándose del sombrero para limpiarse el sudor de la frente,
+se refugió bajo las arcadas de un pequeño claustro que precedía a la
+iglesia. Allí experimentó la misma sensación de bienestar del árabe que
+se acoge a un solitario morabito tras la marcha por el arenal inflamado
+como un horno.
+
+La blancura de la iglesia, enjalbegada de cal, con sus arcadas frescas y
+sus ribazos de piedra seca coronados de nopales, hacía pensar en una
+mezquita africana. Tenía más de fortaleza que de templo. Sus tejados
+estaban ocultos por el borde superior de los muros, especie de reducto
+sobre el cual habían asomado muchas veces escopetas y trabucos. La torre
+era un torreón de guerra coronado todavía de almenas: su vieja campana
+había volteado en otro tiempo con la fiebre del rebato.
+
+Esta iglesia, en la que los payeses del _cuartón_ entraban a la vida con
+el bautismo y salían de ella con la misa de difuntos, había sido durante
+siglos el refugio de sus pavores, la fortaleza de sus resistencias.
+Cuando las atalayas de la costa anunciaban con fogatas o humaredas un
+barco de moros, de todas las alquerías de la parroquia corrían las
+familias hacia el templo, los hombres cargando su escopeta, las mujeres
+y niños arreando las cabras y los asnos o llevando a cuestas con las
+patas atadas en manojo todas las aves de corral. La casa de Dios se
+convertía en establo guardador de la fortuna de sus adeptos. El cura, en
+un rincón, rezaba con las mujeres, siendo cortadas sus oraciones por
+chillidos de angustia y llantos de niños, mientras en los tejados y la
+torre los escopeteros exploraban el horizonte, hasta que llegaba noticia
+de que las aves de rapiña del mar se habían alejado. Entonces
+reanudábase la existencia normal, volviendo cada familia a su
+aislamiento, con la certeza de repetir el viaje angustioso pocas
+semanas después.
+
+Febrer permaneció bajo las arcadas viendo cómo iban llegando los grupos
+de payeses a toda prisa, espoleados por el último toque del esquilón que
+volteaba en lo alto de la torre. El interior de la iglesia estaba casi
+lleno. Por la puerta entreabierta llegaba hasta Jaime una densa bocanada
+de respiraciones ardorosas, de sudor y ropas burdas. Experimentaba
+Febrer cierta simpatía por estas buenas gentes cuando las tropezaba por
+separado, pero la muchedumbre inspirábale aversión, y permanecía lejos
+de su contacto.
+
+Muchos domingos bajaba al pueblo para quedarse en la puerta de la
+iglesia, sin entrar en ella. La soledad habitual en su torre de la costa
+le hacía necesario ver gentes. Además, el domingo resultaba para él,
+hombre sin ocupaciones, un día monótono, fastidioso, interminable. Este
+descanso de los demás era su tormento. No podía ir al mar por falta de
+barquero, y los campos solitarios, con sus casas cerradas, por hallarse
+las familias en la misa o en el baile de la tarde, le comunicaban la
+impresión penosa de un paseo por un cementerio. La mañana pasábala en
+San José, y uno de sus placeres era permanecer en el claustro de la
+iglesia viendo entrar y salir al gentío, gozando de la fresca sombra de
+los arcos, mientras unos pasos más allá ardía la tierra con la
+reverberación solar, mecían sus ramas los árboles lentamente, como
+angustiadas por el calor y el polvo que cubría sus hojas, y el ambiente
+denso parecía ser mascado antes de descender a los pulmones.
+
+Llegaban las familias retrasadas, pasando ante Febrer con una mirada de
+curiosidad y un leve saludo. Todos le conocían en el _cuartón_. Estas
+buenas gentes, al verle en el campo podían abrirle la puerta de su casa;
+pero su afabilidad no iba más allá, siendo incapaces de aproximarse a él
+por impulso propio. Era un forastero. Además, era un mallorquín. Su
+condición de señor creaba una misteriosa desconfianza en la gente
+rústica, que no podía explicarse su permanencia en el aislamiento de una
+torre.
+
+Febrer quedó solo. Llegó hasta sus oídos el repiqueteo de una
+campanilla, el rumor de la gente al arrodillarse o al ponerse de pie, y
+una voz conocida, la voz del tío Ventolera, lanzando en tono cantable
+las respuestas de la misa con el estridor de su boca sin dientes. La
+gente aceptaba sin reírse estas ingerencias de su locura senil. Estaba
+habituada, años y años, a oír los latinajos del antiguo marinero, que
+desde su banco apoyaba a gritos las respuestas del ayudante. Todos daban
+cierto carácter sagrado a estos desvaríos, como los orientales, que ven
+en la demencia un signo de santidad.
+
+Fumó Jaime en la entrada de la iglesia para entretenerse. Unos palomos
+se arrullaban sobre los arcos, cortando con el rumor de sus caricias las
+largas pausas de silencio. Tres colillas de cigarro estaban a los pies
+de Febrer, cuando sonó en el interior del templo un largo murmullo como
+de cien respiraciones contenidas que se exhalan al fin con un suspiro de
+satisfacción. Luego ruido de pasos, voces ahogadas de saludo, chocar de
+sillas, chirrido de bancos, arrastre de pies, y la puerta quedó
+obstruida por las gentes que intentaban salir todas a un tiempo.
+
+Comenzaron a desfilar los fieles, saludándose como si se vieran por
+primera vez al encontrarse en pleno sol, fuera de la luz crepuscular del
+templo.
+
+--_¡Bon dia!... ¡Bon dia!..._
+
+Salían en grupos las mujeres: las viejas vestidas de negro, esparciendo
+el interno olor de sus innumerables zagalejos y faldas; las jóvenes
+erguidas en su estrecho corsé, que les aplastaba los pechos y borraba
+las curvas salientes de las caderas, ostentando con nobiliario orgullo,
+sobre el pañuelo multicolor, las cadenas de oro y los enormes
+crucifijos. Eran cabezas morenas o verdosas con grandes ojos de
+dramática expresión; vírgenes cobrizas con el pelo brillante y aceitoso
+partido por una raya que iba ensanchando cada vez más la rudeza del
+peine.
+
+Los hombres deteníanse un momento en la puerta para colocarse sobre la
+rapada cabeza, con luengos rizos en su parte delantera, el pañuelo que
+llevaban bajo el sombrero, a uso mujeril. Era una prenda con la que
+suplían el capuchón del antiguo jaique del país, usado ya únicamente en
+circunstancias extraordinarias.
+
+Luego, los viejos sacaban de la faja una pipa rústica fabricada por
+ellos mismos, llenándola de tabaco de _pota_ cultivado en la isla,
+hierba de acre olor. Los mozos se alejaban de ellos. Salían del atrio
+para adoptar fieras posturas, con las manos en la faja y la cabeza
+erguida, ante los grupos de mujeres. En ellos estaban las amadas
+_atlotas_ fingiendo indiferencia y contemplándolos al mismo tiempo con
+el rabillo de un ojo.
+
+Poco a poco iba disolviéndose esta masa de gentío.
+
+--_¡Bon dia!... ¡Bon dia!..._
+
+Muchos no volverían a verse hasta el domingo siguiente. Por todos los
+senderos se alejaban grupos multicolores: unos obscuros, sin escolta
+alguna, marchando lentamente, como si se arrastrasen, con la miseria de
+la ancianidad; otros bulliciosos, de faldas inquietas y pañuelos
+ondeantes, seguidos a distancia por una tropa de _atlots_, que gritaban,
+relinchaban y corrían para advertir su presencia a las muchachas.
+
+Aún quedaba gente dentro de la iglesia. Febrer vio salir a unas mujeres
+vestidas de negro, tétrico grupo de tapadas, que apenas sí enseñaban a
+través de la abertura del manto su nariz enrojecida por el sol y un ojo
+de brasa velado por las lágrimas. Iban cubiertas con el _abrigais_, chal
+de invierno, envoltura tradicional de gruesa lana, cuya vista producía
+una sensación de tormento y asfixia en aquella mañana bochornosa de
+verano. Detrás salieron unos encapuchados, antiguos payeses que se
+habían cubierto con el capote de ceremonia, un jaique pardo de lana
+burda con amplias mangas y apretado capuchón. Las mangas las llevaban
+sueltas, pero el capuchón iba bien abrochado bajo la barba, mostrando
+por la abertura sus rostros tostados de piratas.
+
+Eran los parientes de un payés que había muerto una semana antes. La
+numerosa familia, que habitaba en distintos puntos del _cuartón_,
+habíase reunido, según costumbre, en la misa del domingo para recordar
+al muerto, y al verse estallaba su dolor con africana vehemencia, como
+si aún tuviesen ante sus ojos el cadáver. La costumbre exigía que se
+cubrieran con sus prendas de ceremonia, con sus vestidos de invierno,
+encerrándose en ellos cual si fuesen cáscaras de dolor. Lloraban y
+sudaban bajo las envolturas, y al reconocer cada uno a los parientes que
+no había visto en algunos días, estallaba su pena con nuevo
+recrudecimiento. Salían suspiros de agonía de entre los espesos mantos;
+las rudas caras, encuadradas por el capuchón, contraíanse con
+crispaciones de dolor infantil, exhalando lamentos de pequeñuelo
+enfermo. El dolor se licuaba con una incesante secreción, mezcla de
+sudor y lágrimas. De todas las narices--la parte más visible de estos
+fantasmas doloridos--pendían gotas que iban a caer sobre los pliegues
+del paño burdo.
+
+Un hombre hablaba con bondadosa autoridad, exigiendo calma, en medio del
+estrépito de las voces femeniles que rugían broncas de pena y de los
+suspiros masculinos atiplados por el dolor. Era Pep el de _Can
+Mallorquí_, lejano pariente del muerto, en esta isla donde todos se
+hallaban más o menos unidos por los cruces de la sangre. El vago
+parentesco, aunque le impulsaba a participar del dolor, no le había
+obligado a ponerse el jaique de las grandes solemnidades. Iba vestido de
+negro y se cubría con un manteo de ligera lana y un fieltro redondo, que
+le daban cierto aire eclesiástico. Su mujer y Margalida, que no se
+creían unidas por el parentesco a esta familia, manteníanse aparte, como
+si las alejase la diferencia entre sus alegres ropas domingueras y aquel
+aparato de dolor.
+
+El bondadoso Pep fingía enfadarse por los extremos de desesperación,
+cada vez más vehementes, de los enlutados... «¡Ya había bastante! Cada
+uno a su casa, a vivir muchos años, para encomendar el muerto al Señor.»
+
+Estallaron más fuertes los sollozos bajo los mantos y los capuchones.
+«¡Adiós! ¡adiós!» Se estrechaban las manos, se besaban las bocas, se
+retorcían los brazos, como si todos se despidieran para no verse más.
+«¡Adiós! ¡adiós!» Se alejaron por grupos, cada uno en distinta
+dirección, hacia las montañas cubiertas de pinos, hacia las alquerías de
+lejana blancura medio ocultas entre higueras y almendrales, hacia los
+rojos peñascos de la costa; y era un espectáculo absurdo e incoherente
+ver bajo el ardor del sol, al través de los campos verdes y espléndidos,
+cómo marchaban con paso tardo estos fantasmas espesos y sudorosos,
+incansables lloradores de la muerte.
+
+La vuelta a _Can Mallorquí_ fue triste y silenciosa. Pepet abría la
+marcha con el _bimbau_ en los labios, que le acompañaba en su caminata
+con un zumbido de moscardón. De vez en cuando deteníase para echar
+piedras a los pájaros o a los lagartos hinchados y negruzcos que
+asomaban entre las chumberas. ¡Lo que a él le importaba la muerte!...
+Margalida caminaba junto a su madre, silenciosa, abstraída, con los ojos
+muy abiertos: unos ojos de vaca hermosa que miraban a todas partes sin
+ver, sin reflejar pensamiento alguno. Parecía no darse cuenta de que
+tras ella caminaba don Jaime, el señor, el reverenciado huésped de la
+torre.
+
+Pep, abstraído también, delataba el curso de sus pensamientos con
+palabras sueltas dirigidas a Febrer, como si necesitase hacer partícipe
+a alguien de sus ideas.
+
+«¡La muerte! ¡Qué cosa tan fea, don Jaime!... Y allí estaban ellos, en
+un pedazo de tierra rodeado por las olas, sin poder escapar, sin poder
+defenderse, aguardando el momento en que les echase la zarpa.» El payés
+sentía sublevarse su egoísmo ante esta gran injusticia. Bueno que allá
+en tierra firme, donde las gentes son felices y gozan mucho, se ensañase
+la muerte... ¿Pero aquí? ¿También aquí, en el último rincón del mundo?
+¿No había límite ni excepción para la gran entrometida?...
+
+Era inútil imaginarse obstáculos. Ya podía el mar embravecerse entre las
+cadenas de islotes y escollos que van de Ibiza a Formentera. Los freos
+eran hervideros de olas, los peñones se cubrían de espuma, los rudos
+hombres de mar retrocedían vencidos, los barcos se refugiaban en los
+puertos, el paso se cerraba para todos, las islas quedaban apartadas del
+resto del mundo... Pero esto nada significaba para la marinera
+invencible de cráneo pelado, para la caminante de piernas de hueso, que
+podía correr con gigantescos saltos por encima de montañas y mares.
+
+No había tempestad que la detuviese; no existía alegría que la hiciera
+olvidar; estaba en todas partes; se acordaba de todos. Ya podía lucir el
+sol, y mostrarse hermosos los campos, y ser buena la cosecha...
+¡Engañifas para entretener al hombre en sus fatigas y que le fuesen más
+tolerables! ¡Mentirosas promesas, como las que se hacen a los niños para
+que se sometan de buen grado al tormento de la escuela!... Y había que
+dejarse engañar; la mentira era buena. No debían acordarse de este mal
+inevitable, de este último peligro sin remedio alguno, que entristece la
+vida, quitando su sabor al pan, su alegre topacio al líquido de la
+parra, su jugo al blanco queso, su sabor de azúcar a los higos
+purpúreos, y su energía picante a la sobreasada, entenebreciendo y
+amargando todas las cosas buenas que Dios puso en la isla para consuelo
+de las gentes de bien. «¡Ay, don Jaime, qué miseria!...»
+
+Febrer comió en _Can Mallorquí_, para evitar a los hijos de Pep la
+subida a la torre. La comida empezó con cierta tristeza, como si aún
+vibrasen en sus oídos los lamentos de los encapuchados en el atrio de la
+iglesia. Poco a poco, en torno de la mesita baja y su gran cazuela de
+arroz fue difundiéndose cierta alegría. El _Capellanet_ hablaba del
+baile de la tarde, olvidado totalmente de su vida de seminarista y
+osando arrostrar los ojos de Pep. Margalida recordaba las miradas del
+_Cantó_ y la arrogante postura del _Ferrer_ cuando ella había pasado
+ante los _atlots_ al entrar en misa. La madre suspiraba:
+
+--_¡Ay, Siñor!... ¡Ay, Siñor!..._
+
+Nunca había dicho más, acompañando con la misma exclamación de su
+confuso pensamiento hacia Dios las alegrías y los dolores.
+
+Pep había dado varios tientos al jarro de vino, lleno del zumo sonrosado
+de las mismas parras que extendían un toldo de pámpanos ante el porche.
+Su rostro cetrino se coloreó con una aurora alegre. «¡Al diablo la
+muerte y sus miedos! ¿Iba un hombre honrado a pasar la existencia entera
+temblando por su llegada?... Podía presentarse cuando lo tuviese a bien.
+¡Mientras tanto, a vivir!...» Y manifestó esta voluntad de vida
+durmiéndose en un poyo, con sonoros ronquidos que no lograban asustar a
+las moscas y avispas revoloteantes en torno de su boca.
+
+Febrer se marchó a la torre. Margalida y su hermano apenas se fijaron en
+el señor. Habían abandonado la mesa para hablar más libremente del baile
+de la tarde, con una alegría de muchachos a los que estorba la presencia
+de una persona grave.
+
+En la torre se tendió en su jergón y quiso dormir. ¡Solo!... Se daba
+cuenta de su aislamiento, rodeado de personas que le respetaban, que tal
+vez le amaban, pero al mismo tiempo sentían la irresistible atracción de
+unas alegrías sencillas, insípidas para él. ¡Qué tormento el de los
+domingos! ¿Adonde ir? ¿Qué hacer?...
+
+En su firme deseo de suprimir el martirio del tiempo, de alejarse de una
+vida sin objeto inmediato, acabó por dormirse y despertó a media tarde,
+cuando el sol empezaba a descender lentamente, más allá de la línea de
+islotes, entre una lluvia de oro pálido que parecía dar a las aguas un
+azul más intenso y profundo.
+
+Al bajar a _Can Mallorquí_ vio cerrada la alquería. ¡Nadie! Ni siquiera
+excitaron sus pasos el ladrido del perro que estaba siempre bajo el
+porche. El vigilante animal había ido también a la fiesta con la
+familia.
+
+«Están todos en el baile--pensó Febrer--. ¿Si yo fuese al pueblo?...»
+
+Dudó largo rato. ¿Qué podía hacer allá?... Repugnábanle estas
+diversiones, en las que su presencia de forastero parecía despertar
+cierta molestia entre los payeses. Aquellas gentes preferían verse
+solas. ¿Iba él a bailar con una _atlota_ a sus años y con su aspecto
+malhumorado que infundía respeto y frialdad?... Tendría que permanecer
+con Pep y otros, aspirando el olor del tabaco _de pota_, hablando de la
+almendra y del miedo a que se helase, esforzándose por abatir su
+pensamiento al nivel del de estas gentes.
+
+Al fin se decidió a ir al pueblo. Tenía miedo a la soledad. Antes que
+pasar solo el resto de la tarde, prefería la conversación lenta y
+monótona de las gentes simples, una conversación refrescante, como él
+decía, que no le obligaba a reflexionar y dejaba su pensamiento en dulce
+calma animal.
+
+Cerca de San José vio la bandera española flotando sobre el tejado de la
+alcaldía, y llegaron a sus oídos los golpes secos del parche del
+tamboril, el bucólico gorjeo de la flauta y el repiqueteo de las
+castañolas.
+
+El baile era frente a la iglesia. La gente joven formaba grupos, de pie,
+cerca de los músicos, que ocupaban silletas bajas. El tamborilero, con
+su redondo instrumento acostado en una rodilla, golpeaba el parche
+cadenciosamente, mientras su compañero soplaba en la larga flauta de
+madera, adornada con tallas de primitiva rudeza hechas a cuchillo. El
+_Capellanet_ repicaba las _castañolas_, enormes como las conchas que
+cogía en la playa el tío Ventolera.
+
+Las _atlotas_, agarradas del talle o apoyadas unas en los hombros de
+otras, miraban con virtuosa hostilidad a los mozos, que se pavoneaban en
+el centro de la plaza, las manos metidas en el cinto, el ancho castoreño
+echado atrás para dejar al descubierto las rizos de su frente, el cuello
+envuelto en bordado pañuelo o corbata de cintas, y las alpargatas de
+inmaculada blancura casi ocultas por la boca del pantalón de pana en
+forma de pata de elefante.
+
+A un lado de la plaza estaban sentadas sobre un ribazo, o en sillas de
+la inmediata taberna, las casadas y las viejas; mujeres anémicas y
+tristes en su relativa juventud por una procreación excesiva y por las
+fatigas de su existencia campestre, con los ojos hundidos en un cerco
+azul que parecía revelar desarreglos interiores, guardando sobre su
+pecho las cadenas de oro de sus tiempos de _atlotas_ y adornadas las
+mangas con botones de oro. Las ancianas, cobrizas y arrugadas, vistiendo
+trajes obscuros, suspiraban lastimeramente al ver la alegría de la gente
+moza.
+
+Febrer, luego de contemplar un buen rato a toda esta concurrencia, que
+apenas fijó en él una mirada distraída, fue a colocarse junto a Pep en
+un corro de payeses viejos. Hicieron sitio al _siñor de la torre_ con
+respetuoso silencio, y después de lanzar algunas bocanadas de humo de
+sus pipas cargadas _de pota_, reanudaron la lenta conversación sobre los
+rigores probables del invierno próximo y la suerte de la futura cosecha
+de almendra.
+
+Seguía repicando el tamboril, sonaba la flauta, tableteaban las enormes
+castañuelas, pero ninguna pareja se lanzaba al centro de la plaza. Los
+_atlots_ parecían consultarse con indecisión, como si todos temiesen ser
+los primeros. Además, la inesperada presencia del señor mallorquín
+intimidaba a las vergonzosas muchachas.
+
+Jaime sintió que le tocaban en un codo. Era el _Capellanet_, que le
+hablaba misteriosamente al oído al mismo tiempo que señalaba con un
+dedo... Aquél era Pere el _Ferrer_, el famoso _verro_. Y designaba a un
+mozo de estatura menos que mediana, pero arrogante y jactancioso en su
+actitud. Los _atlots_ se agrupaban en torno del héroe. El _Cantó_ le
+hablaba sonriente, y él oía con protectora gravedad, escupiendo de vez
+en cuando por las comisuras de la boca, y admirándose a sí mismo por la
+distancia a que enviaba el chorro de secreción.
+
+De pronto, el _Capellanet_ saltó al medio de la plaza tremolando su
+sombrero... «Pero ¿es que iban a pasar la tarde oyendo la flauta sin
+bailar?» Corrió al grupo de _atlotas_ y agarró por las manos a la más
+grande, tirando de ella. «¡Tú!...» Esto bastaba para la invitación.
+Cuanto más rudo era el manotazo, más cariñoso parecía y digno de
+agradecimiento.
+
+El travieso _atlot_ quedó frente a su pareja, moza arrogante y fea, de
+rudas manos, pelo aceitoso y cara negra, que le llevaba de estatura casi
+toda la cabeza. El muchacho protestó, encarándose con los músicos. Nada
+de _llarga_; quería bailar la _curta_. La «larga» y la «corta» eran los
+dos únicos bailes de la isla. Febrer no había llegado nunca a
+distinguirlos: una simple variación de ritmo, pues la música y la danza
+siempre parecían iguales.
+
+La moza, con un brazo doblado sobre la cintura en forma de asa y
+pendiente el otro a lo largo de la hueca faldamenta, comenzó a girar. No
+debía hacer más: ésta era toda su danza. Bajaba los ojos, fruncía la
+boca, como era de rigor, con un gesto de virtuoso desprecio, cual si
+bailase contra su voluntad, y así giraba y giraba, trazando en sus
+evoluciones sobre el suelo grandes números ochos. El bailarín era el
+hombre. Reproducíase en esta danza tradicional, inventada sin duda por
+los primeros pobladores de la isla, rudos piratas de la edad heroica, la
+eterna historia de los humanos, la persecución y la caza de la hembra.
+Ella giraba fría e insensible, con la altivez asexual de una virtud
+ruda, huyendo de los saltos y contorsiones varoniles, presentando la
+espalda con gesto de desprecio, y el fatigoso trabajo de él consistía en
+colocarse siempre ante sus ojos, en ponerse ante su paso, en salirle al
+encuentro para que le viera y le admirase. El bailarín saltaba y saltaba
+sin regla alguna, sin otra disciplina que la del ritmo de la música,
+rebotando sobre el suelo con incansable elasticidad. Unas veces abría
+los brazos con gesto agresivo de dominador, otras los replegaba sobre la
+espalda, echando los pies en alto.
+
+Era más que baile un ejercicio gimnástico, un delirio de acróbata, un
+movimiento frenético como el de las danzas guerreras de las tribus
+africanas. La hembra no sudaba ni enrojecía: continuaba sus vueltas
+fríamente, sin apresurar el paso, mientras el compañero, poseído del
+vértigo de la velocidad, jadeaba con el rostro congestionado,
+retirándose trémulo de fatiga a los pocos minutos. Cada _atlota_ podía
+bailar con varios hombres sin esfuerzo alguno, rindiéndolos. Era el
+triunfo de la pasividad femenil, que sonríe ante la jactancia arrogante
+del sexo contrario, sabiendo que acabará por verlo humillado...
+
+La salida de la primera pareja pareció arrastrar a los demás. En un
+momento, todo el espacio libre que había ante los músicos se cubrió de
+faldas pesadas, bajo cuyo rígido y múltiple ruedo movíanse los pequeños
+pies, metidos en blancas alpargatas o amarillos zapatos. Las anchas
+bocas de los pantalones cimbreábanse a un lado y a otro con el rápido
+movimiento de los saltos o el enérgico pateo que hería la tierra
+levantando nubecillas de polvo. Los brazos varoniles escogían con
+galante zarpazo entre las _atlotas_ agrupadas. «¡Tú!...» Y a este
+monosílabo seguían el tirón de conquista, los empellones, que equivalían
+a un título momentáneo de propiedad, todos los extremos de una
+predilección rudamente ancestral, de una galantería heredada de remotos
+abuelos en la época obscura en que el palo, la pedrada y la lucha a
+brazo partido eran la primera declaración de amor.
+
+Algunos _atlots_ que se habían visto precedidos de otros más audaces en
+el escogimiento de las parejas permanecían inmóviles cerca del corro,
+vigilando a sus compañeros para sucederles. Cuando veían al danzarín
+congestionado y sudoroso por los saltos, extremando sus esfuerzos para
+seguir adelante, llegábanse a él, tirándole de un brazo para apartarlo.
+_«¡Déixamela!»_ Y ocupaban su puesto sin más explicación, saltando y
+acosando a la hembra con el empuje de su frescura, sin que ella
+pareciese percatarse del cambio de pareja, pues continuaba sus vueltas
+con la vista baja y el gesto desdeñoso.
+
+Jaime vio por primera vez en las evoluciones del baile a Margalida, que
+hasta entonces había permanecido oculta entre sus compañeras.
+
+¡Hermosa «Flor de almendro»! Febrer la encontraba más bella al
+compararla con sus amigas, morenas y curtidas por el sol y el trabajo.
+Su piel blanca, de una suavidad de flor, sus ojos húmedos y brillantes
+de animalillo dulce, su cuerpo esbelto y hasta la suavidad de sus manos,
+la separaban, como si fuese de una raza distinta, de aquellas compañeras
+negruzcas, seductoras por su juventud, enérgicas y guapotas, pero que
+parecían talladas a hachazos.
+
+Contemplándola, pensaba Jaime que aquella muchacha, en otro ambiente,
+podía haber sido una criatura adorable. Él creía entender algo de esto.
+Adivinaba en «Flor de almendro» un sinnúmero de delicadezas, de las que
+ella misma no se daba cuenta. ¡Lástima que hubiese nacido en esta isla
+para no salir de ella jamás!... ¡Y su belleza sería para alguno de
+aquellos bárbaros que la admiraban con perruna mirada de ansiedad! ¡Tal
+vez para el _Ferrer_, el odioso _verro_ que parecía protegerlos a todos
+con sus ojos sombríos!...
+
+Cuando fuese casada cultivaría la tierra, como las otras: su blancura de
+flor se marchitaría, amarilleando; sus manos se tornarían negras y
+escamosas; acabaría siendo igual a su madre y a todas las payesas
+viejas, una hembra esqueleto, retorcida y nudosa, lo mismo que un tronco
+de olivo... Febrer entristecíase con estos pensamientos como ante una
+gran injusticia. ¿De dónde habría sacado este retoño el simple Pep, que
+estaba a su lado? ¿Por qué obscura combinación de raza había podido
+nacer Margalida en _Can Mallorquí_?... ¿Y habría de agostarse esta
+florescencia misteriosa y perfumada del tronco payés lo mismo que los
+otros brotes rudos que crecían junto a ella?...
+
+Algo extraordinario distrajo a Febrer de estos pensamientos. Seguían
+sonando la flauta, el tamboril y las _castañolas_, saltaban los
+danzarines, giraban las _atlotas_, pero en los ojos de todos brillaba
+una mirada de alarma inteligente, una expresión de solidaridad
+defensiva. Los viejos cesaban en su conversación, mirando hacia la parte
+que ocupaban las mujeres. «¿Qué es? ¿qué es?» El _Capellanet_ corría por
+entre las parejas, hablando al oído de los bailarines. Éstos salíanse
+del corro con las manos en la faja, y desapareciendo unos segundos
+volvían inmediatamente a ocupar su sitio, mientras las _atlotas_ seguían
+girando.
+
+Pep sonrió levemente al adivinar lo que ocurría, y habló al oído del
+señor. «Nada: lo de todos los bailes. Había peligro, y los _atlots_
+ponían en seguridad sus arreglos.»
+
+Estos «arreglos» eran las pistolas y los cuchillos que llevaban los
+muchachos como testimonio de ciudadanía. Durante unos instantes, Febrer
+vio salir a luz las armas más estupendas y enormes, disimuladas
+prodigiosamente en aquellos cuerpos enjutos y esbeltos. Las viejas las
+reclamaban con sus manos huesosas, deseando compartir el riesgo,
+brillando en sus ojos la vehemencia de un heroísmo agresivo. ¡Tiempos
+malditos de impiedad los de ahora, en que se molesta a las gentes y se
+atenta a las antiguas costumbres! «¡Aquí! ¡aquí!» Y agarrando los
+mortales chismes, los escondían bajo el ruedo de innumerables hojas de
+sus faldas y zagalejos. Las madres jóvenes se arrellanaban en sus
+asientos y abrían el ángulo de las abultadas piernas, como para ofrecer
+mayor espacio al guerrero escondrijo. Unas a otras se miraban las
+mujeres con belicosa resolución. «¡Que viniesen aquellas malas almas!...
+Se dejarían hacer pedazos antes que moverse de su sitio.»
+
+Febrer vio brillar algo en un camino que conducía a la iglesia. Eran
+correajes y fusiles, y sobre éstos las blancas cogoteras de los
+tricornios de una pareja de la Guardia civil.
+
+Los dos soldados del orden se aproximaron lentamente, con cierto
+desmayo, convencidos sin duda de haber sido adivinados de lejos y llegar
+demasiado tarde. Jaime era el único que los miraba; los demás fingían no
+verles, con la cabeza baja o puestos los ojos en distinta dirección. Los
+músicos tocaban con más fuerza, pero las parejas se iban retirando. Las
+_atlotas_ abandonaban a los mozos para ir a confundirse en el grupo de
+mujeres.
+
+--¡Buenas tardes, señores!...
+
+A este saludo del guardia más antiguo contestó el tamboril callando en
+seco y dejando sola a la flauta. Ésta todavía gangueó unas cuantas
+notas, que parecieron contestar irónicamente a la salutación.
+
+Hubo un largo silencio. Algunos contestaron con un leve _«¡Tengui!»_ al
+saludo de la pareja, pero todos fingían no verla, y miraban a otra
+parte, como si los guardias careciesen de presencia real.
+
+El silencio penoso pareció molestar a los dos soldados.
+
+--Vaya, sigan ustedes--continuó el más viejo--. Por nosotros que no pare
+la diversión.
+
+Hizo un gesto a los músicos, y éstos, incapaces de desobedecer en nada a
+la autoridad, acometieron una música más viva y endiabladamente alegre
+que la de antes. ¡Pero como si tocasen a muerto!... Todos permanecían
+inmóviles y enfurruñados, pensando cómo podría acabar esta inesperada
+presentación.
+
+La pareja, acompañada por el repiqueteo del tamboril, las cabriolas
+musicales de la flauta y la risa seca y estridente de las castañuelas,
+comenzó a moverse entre los grupos de _atlots_ examinándolos.
+
+--Tú, galán--decía con paternal autoridad el más antiguo de la pareja--,
+¡brazos en alto!
+
+Y el designado obedecía mansamente, sin el menor intento de resistencia,
+casi orgulloso de esta distinción. Conocía sus deberes. El ibicenco ha
+nacido para trabajar, vivir... y ser registrado. ¡Nobles inconvenientes
+de ser valeroso y que le tengan a uno cierto miedo!... Y cada _atlot_,
+viendo en el registro un testimonio de su mérito, levantaba los brazos y
+avanzaba el vientre, prestándose satisfecho al manoseo de los guardias,
+mientras miraba orgulloso hacia el grupo de las muchachas.
+
+Febrer se dio cuenta de que los dos soldados fingían no reparar en la
+presencia del _Ferrer_. Parecían no reconocerlo; le volvían la espalda.
+Pasaron varias veces junto a él, registrando minuciosamente a los que
+estaban a su lado y haciendo visible alarde de no fijarse en el _verro_.
+
+Pep habló al oído del señor en voz queda, con acento de admiración.
+«Aquellas gentes del tricornio sabían más que el diablo. No registrando
+al _verro_ le inferían un insulto. Demostraban no tenerle miedo; le
+ponían aparte de los demás, eximiéndole de una operación por la que iban
+pasando todas las personas.» Siempre que encontraban al _verro_ con
+otros mozos, registraban a éstos, sin tocar nunca a aquél. De este modo,
+los _atlots_, por miedo a perder sus armas, acababan por evitar el trato
+con el héroe y huían de él como de una atracción del peligro.
+
+Continuaba el registro al son de la música. El _Capellanet_ seguía a la
+pareja en sus evoluciones, plantándose siempre ante el guardia viejo con
+las manos en la faja, mirándole tenazmente con una expresión entre
+amenazadora y suplicante. El guardia parecía no verle, buscaba a los
+otros, pero a poco volvía a tropezarse con el muchacho, que le cerraba
+el paso. El hombre del tricornio acabó por sonreír bajo el duro bigote y
+llamó a su camarada.
+
+--Tú--dijo, designándole al muchacho--registra a este _verro_. Debe ser
+de cuidado.
+
+El _Capellanet_, perdonando el tono zumbón del enemigo, estiró los
+brazos todo cuanto pudo para que nadie dejase de enterarse de su
+importancia. Ya se había alejado el guardia, luego de hacerle unas
+cosquillas en el ombligo, cuando todavía guardaba su actitud de hombre
+temible. Después corrió hacia el grupo de mozas, para ufanarse del
+peligro que acababa de arrostrar. Afortunadamente, el cuchillo del
+abuelo estaba en casa, bien guardado por su padre en un lugar que él
+desconocía. «Si llego a traerlo, me lo quitan.»
+
+Los guardias cansáronse pronto de este registro infructuoso. El guardia
+más antiguo miraba maliciosamente, como un perro que husmea, hacia el
+grupo de mujeres. Por allí cerca debía estar el escondrijo. ¡Pero
+cualquiera hacía mover a las secas y negruzcas matronas de sus asientos!
+Bien claro hablaban los ojos hostiles de estas damas. Habría que
+arrastrarlas a viva fuerza, y eran señoras.
+
+--¡Caballeros, buenas tardes!
+
+Y se echaron los fusiles al hombro, rechazando la amable solicitud de
+algunos mozos que habían corrido a la taberna para traer unas copas. «Se
+las ofrecían sin rencor y sin miedo; al fin todos eran unos y vivían en
+la estrechez de la isla.» Pero los guardias insistieron en su negativa.
+«Se agradece; lo prohíbe el reglamento.» Y se marcharon, tal vez para
+emboscarse a corta distancia y repetir el registro al anochecer, cuando
+la gente volviese dispersa a sus alquerías.
+
+Al alejarse este peligro cesaron de sonar los instrumentos. Febrer vio
+al _Cantó_ que se apoderaba del tamborcillo, sentándose en el espacio
+libre que antes ocupaban los bailarines. Las gentes se agruparon en
+semicírculo frente a él. Las respetables matronas avanzaban sus silletas
+de esparto para oír mejor. Iba a cantar uno de aquellos romances que
+sacaba de su cabeza; una «relación» cortada a uso del país por un
+alarido tembloroso, gorjeo de dolor que se iba prolongando mientras el
+cantante tenía aire en los pulmones.
+
+Golpeó con el palillo el parche lentamente para dar una tétrica gravedad
+a su canto monótono, soñoliento y triste. «¡Cómo queréis, amigos, que
+cante, si tengo el corazón destrozado!...» Y a continuación un gorjeo
+estridente, un quejido interminable de ave moribunda, en medio del
+general silencio. Todos miraban al cantor, no viendo en él al _atlot_,
+perezoso y enfermo, despreciable por su inutilidad para el trabajo. En
+el rudimentario magín de todos ellos latía algo confuso que les
+impulsaba a respetar las palabras y quejidos del mozo débil. Era algo
+extraordinario que parecía pasar con rudo batir de alas sobre sus almas
+primitivas.
+
+La voz del _Cantó_ lloriqueaba hablando de una mujer insensible a sus
+quejas; y al comparar su blancura con la flor del almendro, todos
+volvieron la vista a Margalida, que permanecía impasible, sin rubores
+virginales, habituada a estos homenajes de burda poesía, que eran el
+preludio de todo galanteo.
+
+Continuaba el _Cantó_ sus lamentos, enrojeciéndose con el esfuerzo del
+cacareo doloroso que daba remate a las estrofas. Su pecho angosto
+jadeaba con el esfuerzo; dos rosetas de enfermiza púrpura coloreaban sus
+pómulos; dilatábase su débil cuello, marcándose en él las venas con azul
+relieve. Siguiendo la costumbre, ocultaba parte del rostro en un pañuelo
+que sostenía con el brazo apoyado en el tamboril. Febrer sentía congoja
+al escuchar esta voz doliente. Creía que iba a desgarrarse su pecho, a
+estallar su garganta; pero los oyentes, habituados al canto bárbaro, tan
+anonadador como la danza, no paraban atención en la fatiga del cantor ni
+se cansaban de su interminable relato.
+
+Un grupo de _atlots_ separándose del corro que rodeaba al poeta, pareció
+deliberar y se aproximó luego adonde estaban los hombres graves. Venían
+en busca del _siñó_ Pep el de _Can Mallorquí_, para hablar con él de
+asuntos importantes. Volvían la espalda con desprecio a su amigo el
+_Cantó_, un infeliz que no servía para otra cosa que para dedicar trovos
+a las _atlotas_.
+
+El más atrevido del grupo se encaró con Pep. Querían hablar del
+_festeig_ con Margalida; recordaban al padre su promesa de autorizar el
+cortejo de la muchacha.
+
+El payés miró el grupo detenidamente, como si contase su número.
+
+--¿Cuántos sois?...
+
+Sonrió el que llevaba la voz. Eran muchos más. Representaban a otros
+_atlots_ que se habían quedado en el corro escuchando la canción. Los
+había de diferentes _cuartones_. Hasta de San Juan, en el extremo
+opuesto de la isla, vendrían mozos para cortejar a Margalida.
+
+Pep, a pesar de su falso gesto de padre intratable, enrojecía y apretaba
+los labios con mal disimulada satisfacción, mirando de reojo a los
+amigos sentados junto a él. ¡Qué honor para _Can Mallorquí_! Nunca se
+había conocido un galanteo como éste. Jamás sus compañeros habían visto
+a sus hijas tan cortejadas.
+
+--_¿Sereu vint?_--preguntó.
+
+Los _atlots_ tardaron en contestar, ocupados en cálculos mentales,
+murmurando nombres de amigos. ¿Veinte?... Más, muchos más. Podía contar
+con unos treinta.
+
+El payés extremó su falsa indignación. ¡Treinta! ¿Creían acaso que él no
+necesitaba descanso y que iba a pasar la noche en vela presenciando sus
+galanteos?...
+
+Luego se calmó, entregándose a complicados cálculos mentales, mientras
+repetía pensativo, con expresión de asombro: _«¡Trenta!... ¡trenta!_
+
+Su decisión fue autoritaria. Él no podía dedicar al noviazgo más que
+hora y media de la noche. Siendo treinta, salían a tres minutos por
+cabeza. Tres minutos, contados reloj en mano, para hablar cada uno con
+Margalida: ni un minuto más. Noches de noviazgo, la del jueves y la del
+sábado. Cuando él había cortejado a su mujer eran muchos menos los
+pretendientes, y sin embargo, su suegro, un hombre al que jamás vio
+nadie reír, no le concedió mayor tiempo... Mucha formalidad, ¿eh? Nada
+de rivalidades y riñas. Al primero que faltase a lo convenido, él era
+muy nombre para hacerle pasar la puerta a palos; y si resultaba preciso
+coger la escopeta, la cogería.
+
+El buen Pep, satisfecho de poder fingir una bravura sin límites a costa
+del respeto de los pretendientes de su hija, amontonaba bravata sobre
+bravata, hablando de matar al que faltase a lo convenido, mientras los
+_atlots_ le escuchaban con la vista humilde y una mueca de ironía debajo
+de la nariz.
+
+El trato quedó cerrado. El jueves próximo sería la primera velada en
+_Can Mallorquí_. Febrer, que había escuchado la conversación, miró al
+_verro_ que se mantenía aparte, como si su grandeza no le permitiera
+descender a los míseros regateos de este arreglo.
+
+Cuando se alejaron los muchachos para incorporarse al corro, discutiendo
+en voz baja el modo de repartirse los turnos, cesó el _Cantó_ en su
+lastimera poesía, lanzando el último cacareo con voz dolorosa, que
+parecía desgarrar definitivamente su pobre garganta. Se limpió el sudor
+y luego se llevó las manos al pecho; su cara era de un rojo amoratado;
+pero la gente le volvía la espalda, olvidada ya de él.
+
+Las _atlotas_, con una solidaridad de sexo, envolvían a Margalida en
+vehementes manoteos, la empujaban, pidiéndola que cantase para contestar
+a lo que había dicho el cantor sobre la falsedad de las mujeres.
+
+--_¡No vullc!¡no vullc!_--contestaba «Flor de almendro», agitándose
+entre los brazos de sus compañeras.
+
+Y tan sincera era su resistencia, que al fin intervinieron las mujeres
+viejas, defendiéndola. «¡Dejad a la _atlota_! Margalida había venido
+para divertirse y no para entretener a los demás. ¿Creían empresa fácil
+sacarse de la cabeza repentinamente una contestación en verso?...»
+
+El tamborilero había recobrado el instrumento de manos del _Cantó_, y
+golpeaba con su baqueta el redondo parche. La flauta parecía gargarizar
+rápidas escalas, antes de emprender la adormecedora melodía de africano
+ritmo. ¡Siga el baile!...
+
+Comenzaba a ocultarse el sol. La brisa venida del mar refrescaba los
+campos. Las gentes, que parecían dormidas en la pesadez ardorosa del
+ambiente, agitábanse ahora con vivo movimiento, como si la frescura las
+espolease.
+
+Los _atlots_ gritaban a un tiempo contradictoriamente, con agresiva
+vehemencia, dirigiéndose a los músicos. Unos pedían la _llarga_, otros
+la _curta_: todos se sentían fuertes e imperiosos en su voluntad. La
+ferretería mortal oculta bajo los zagalejos de las mujeres había vuelto
+a sus fajas, y con el contacto de estos acompañantes cada uno sentía
+nueva vida, un recrudecimiento de sus arrogancias.
+
+Los músicos rompieron a tocar lo que les pareció mejor, echóse atrás el
+gentío curioso, y otra vez en el centro de la plaza volvieron a dar
+saltos las blancas alpargatas, a agitarse, rígidos, los ruedos de las
+faldas azules y verdes, mientras arriba ondeaban los picos de los
+pañuelos sobre las gruesas trenzas, o se movían como borlas rojas las
+flores que llevaban los _atlots_ en las orejas.
+
+Jaime seguía mirando al _Ferrer_ con la irresistible atracción de la
+antipatía. Manteníase el _verro_ silencioso y como distraído entre sus
+admiradores, que formaban corro en torno de él. Parecía no ver a los
+demás, fijos sus ojos en Margalida con una expresión dura, cual si
+pretendiese vencerla bajo esta mirada que infundía miedo a los hombres.
+Cuando el _Capellanet_, con sus entusiasmos de aprendiz, se aproximaba
+al _verro_ éste dignábase sonreír, viendo en él a un pariente próximo.
+
+Los mismos _atlots_ que habían hablado del noviazgo con el _siñó_ Pep
+parecían intimidados por la presencia del _Ferrer_. Salían las muchachas
+a bailar, sacadas por los mozos, y Margalida permanecía al lado de su
+madre, contemplada codiciosamente por todos, pero sin que nadie osase
+avanzar para invitarla.
+
+El mallorquín sintió renacer en él las aficiones camorristas de su
+primera juventud. Odiaba al _verro_; sentía como una vaga ofensa
+inferida a su persona al ver el terror que inspiraba a todos. ¿Y no
+habría quien le diese una bofetada a este fantasmón venido del
+presidio?...
+
+Un _atlot_ avanzó hasta Margalida, tomándola la mano. Era el _Cantó_,
+sudoroso y trémulo aún por su reciente fatiga. Erguíase, como si su
+debilidad fuese una nueva fuerza. La blanca «Flor de almendro» comenzó a
+girar sobre sus pequeños pies, y él saltó y saltó, persiguiéndola en sus
+evoluciones.
+
+¡Pobre muchacho! Jaime sentía una impresión de angustia, adivinando los
+esfuerzos de aquella pobre voluntad para dominar la fatiga de su cuerpo.
+Respiraba jadeante, a los pocos minutos le temblaban las piernas, pero a
+pesar de esto sonreía, satisfecho de su triunfo. Contemplaba
+amorosamente a Margalida, y si volvía la vista era para mirar
+altivamente a los amigos, que le contestaban con gestos de lástima.
+
+Al dar una vuelta, estuvo próximo a caer; al dar un gran salto, sus
+rodillas se doblaron. Todos esperaban de un momento a otro verle tendido
+en el suelo; pero él seguía bailando, adivinándose el esfuerzo de su
+voluntad, su resolución de perecer antes que confesar su flaqueza.
+
+Se cerraban ya sus ojos con el vértigo, cuando sintió que le tocaban en
+un hombro, según costumbre, para que cediese la pareja.
+
+Era el _Ferrer_, que se lanzaba a bailar por primera vez en la tarde.
+Sus saltos fueron acogidos con un murmullo de aplauso. Todos le
+admiraban, con esa cobardía colectiva de la multitud temerosa.
+
+El _verro_, viéndose aplaudido, extremaba los movimientos y
+contorsiones, persiguiendo a su pareja, saliéndola al paso,
+envolviéndola en la complicada red de sus movimientos, mientras
+Margalida giraba y giraba con la vista baja, evitando el encuentro de
+sus ojos con los del temible galán.
+
+En ciertos momentos, el _Ferrer_, para demostrar su vigor, con el busto
+echado atrás y las manos en la espalda, saltaba a considerable altura,
+como si el suelo fuese elástico y sus piernas acerados resortes. Estos
+saltos hacían pensar a Jaime, con una sensación de repugnancia, en
+carcelarias evasiones o en canallescos duelos a cuchillo.
+
+Pasaba el tiempo y aquel hombre parecía no fatigarse. Se habían retirado
+unas parejas, había sido sustituido en otras el bailarín varias veces, y
+el _Ferrer_ continuaba su danza violenta, siempre sombrío y desdeñoso,
+como si fuese insensible al cansancio.
+
+El mismo Jaime reconocía con cierta envidia el vigor del temible
+herrero. ¡Qué animal!...
+
+De pronto vio cómo buscaba algo en su faja y avanzaba una mano hacia el
+suelo, sin detenerse en sus evoluciones y saltos. Una nube de humo se
+esparció sobre la tierra, y entre sus blancas vedijas marcáronse,
+pálidos y sonrosados por la luz del sol, dos rápidos fogonazos. A
+continuación sonaron dos truenos.
+
+Las mujeres agrupáronse chillando con instantáneo susto; los hombres
+quedaron indecisos; pero al momento, reponiéndose todos, prorrumpieron
+en gritos de aprobación y aplausos.
+
+¡Muy bien! El _Ferrer_ había disparado la pistola a los pies de su
+pareja: la suprema galantería de los hombres valientes; el mayor
+homenaje que podía recibir una _atlota_ de la isla.
+
+Y Margalida, mujer al fin, siguió bailando, sin haberla impresionado
+gran cosa, como buena ibicenca, el estampido de la pólvora. Fijaba en el
+_Ferrer_ una mirada de agradecimiento por su bravura, que le hacía
+desafiar la persecución de la Guardia civil, tal vez próxima;
+contemplaba después a sus amigas, temblorosas de envidia por este
+homenaje.
+
+Hasta el mismo Pep, con gran indignación de Jaime, mostrábase orgulloso
+de los dos tiros disparados a los pies de su hija.
+
+Febrer era el único que no parecía entusiasmado por esta hazaña galante
+del verro.
+
+«¡Maldito presidiario!...» No sabía ciertamente el motivo de su furia,
+pero era algo inevitable... A este «tío» le pegaría él.
+
+
+
+
+IV
+
+
+Llegó el invierno. El mar batió furioso, en ciertos días, la cadena de
+islas y peñascos que forma entre Ibiza y Formentera una muralla de
+rocas, aportillada por estrechos y freos. En estos pasadizos marítimos,
+las aguas, antes tranquilas, de un azul profundo que refleja los fondos
+de arena, arremolinábanse lívidas, chocando contra las costas y las
+rocas sueltas, que desaparecían y emergían en la espuma.
+
+Entre la isla del Espalmador y la de los Ahorcados, donde se abre el
+paso para los grandes buques, deslizábanse éstos teniendo que luchar con
+el ímpetu sordo de las corrientes y los dramáticos y ruidosos golpes de
+agua. Las embarcaciones de Ibiza y Formentera tendían la lona de su
+velamen para navegar al abrigo de los islotes. Las sinuosidades de este
+laberinto de tierras marítimas permitían a los navegantes del
+archipiélago de las Pitiusas ir de una isla a otra por distintos
+derroteros, con arreglo a la dirección de los vientos. Mientras en un
+lado del archipiélago mugía el mar, en el otro manteníase inmóvil y
+profundo, con una pesadez de aceite. En los freos amontonábanse las olas
+con remolinos furiosos, pero bastaba un golpe de barra, una desviación
+de la proa, para quedar al abrigo de una isla, balanceándose la barca en
+aguas tranquilas, paradisíacas, límpidas, con un fondo visible de
+extrañas vegetaciones, en el que bullían los peces entre chisporroteos
+de plata y relámpagos de carmín.
+
+El cielo amanecía nublado los más de los días, y el mar ceniciento. El
+Vedrá parecía más enorme, más imponente, alzando su cónica aguja en esta
+atmósfera tempestuosa. El mar se despeñaba en cataratas dentro de las
+cavidades de sus cuevas, con gigantescos cañonazos. Las cabras
+silvestres, en sus alturas inaccesibles, saltaban de meseta en meseta, y
+únicamente cuando rodaba el trueno en el azul sombrío y los rayos como
+serpientes ígneas bajaban con veloz angulosidad a beber en el inmenso
+abrevadero del mar huían las tímidas bestias con balidos de terror a
+refugiarse en las oquedades cubiertas por el ramaje de las sabinas.
+
+Febrer iba de pesca con el tío Ventolera muchos días de mal tiempo. El
+viejo conocía bien su mar. Algunas mañanas que Jaime se quedaba en el
+lecho viendo filtrarse por las rendijas la luz lívida y difusa de un día
+tempestuoso, tenía que levantarse apresuradamente al oír la voz de su
+compañero, que «cantaba la misa» acompañando los latinajos con pedradas
+a la torre. «¡Arriba! El día era bueno para la pesca. Iban a coger
+mucho.» Y cuando Febrer parecía inquieto contemplando el mar amenazador,
+le explicaba el viejo que al abrigo de la parte opuesta del Vedrá
+encontrarían aguas tranquilas.
+
+Otras veces, en mañanas esplendorosas, aguardaba Febrer inútilmente la
+llamada del viejo. Pasaban las horas. Tras la luz rosada del amanecer
+marcábanse en las rendijas las barras de oro de la luz solar. Pero en
+vano transcurría el tiempo: ni misa cantada ni pedradas. El tío
+Ventolera permanecía invisible. Luego, al abrir su ventana, contemplaba
+un cielo límpido, luminoso, con el esplendor suave del sol invernal,
+pero el mar estaba agitado, ondeando sin espuma y sin estrépito a
+impulsos de un viento peligroso.
+
+Las lluvias cubrían la isla de un manto gris, en el que apenas sí se
+marcaban con indecisos contornos las montañas próximas. En las cumbres
+lloraban los pinos por todos los filamentos de su follaje y la gruesa
+capa de humus se empapaba como una esponja, expeliendo líquido bajo la
+huella de los pies. En las calvas alturas de la costa, de roca viva,
+amontonábase la lluvia, formando tumultuosos arroyos que saltaban de
+peña en peña.
+
+Las anchas higueras temblaban como enormes paraguas rotos, dejando
+entrar el agua en el amplio recinto cobijado por su cúpula. Los
+almendros, desnudos de hojarasca, temblaban como negros esqueletos. Los
+profundos barrancos llenábanse de aguas mugientes que rodaban infecundas
+hacia el mar. Los caminos, empedrados de guijarros azules, entre altos
+ribazos de piedra seca, convertíanse en cataratas. La isla, sedienta y
+empolvada durante gran parte del año, parecía repeler por todos sus
+poros esta exuberancia de lluvia invernal, como un enfermo repele el
+medicamento enérgico y tardío de difícil asimilación.
+
+En estos días de aguacero, Febrer permanecía encerrado en su torre. Era
+imposible ir al mar e imposible también salir con la escopeta por los
+campos de la isla. Las alquerías estaban cerradas, con sus blancos cubos
+manchados por los raudales de lluvia, sin más vida que el hilo de humo
+azul que se escapaba de los agujeros de las chimeneas.
+
+Obligado a la inercia, el señor de la torre del Pirata volvía a releer
+alguno de los pocos libros adquiridos en sus viajes a la ciudad o fumaba
+pensativo, recordando aquel pasado del que había querido huir... ¿Qué
+ocurriría en Mallorca? ¿Qué dirían sus amigos?...
+
+Sumido en esta inmovilidad forzosa, cuando le faltaba la distracción de
+los ejercicios físicos acordábase de la vida anterior, cada vez más
+lejana e indecisa en su memoria. Creía que era la vida de otro; algo que
+había presenciado y conocía con exactitud, pero perteneciente a la
+historia de una existencia ajena. ¿En realidad aquel Jaime Febrer que
+había rodado por Europa y había tenido sus horas de orgullo y de triunfo
+era el mismo que habitaba ahora una torre junto al mar, rústico, barbudo
+y casi salvaje, con alpargatas y sombrero de payés, más habituado al
+ruido de las olas y el chillido de las gaviotas que al trato de los
+hombres?...
+
+Semanas antes había recibido una segunda carta de su amigo Toni Clapés,
+el contrabandista. Estaba escrita también en un café del Borne: cuatro
+líneas garrapateadas de prisa para hacer presente su buen recuerdo.
+Aquel amigo rudo y bondadoso no le olvidaba; ni siquiera parecía
+ofendido por haber quedado sin respuesta su carta anterior. Le hablaba
+del capitán Pablo. Siempre enfadado con Febrer, pero moviéndose
+hábilmente para desenmarañar sus asuntos. El contrabandista tenía fe en
+Valls. Era el más listo de los _chuetas_ y generoso como ninguno de
+ellos. Indudablemente sacaría a flote los restos de la fortuna de Jaime,
+y éste podría pasar su existencia en Mallorca tranquilo y feliz. Más
+adelante recibiría noticias del capitán. Valls no quería hablar hasta
+que todo estuviese resuelto.
+
+Febrer movió los hombros al enterarse de estas esperanzas. «¡Bah! Todo
+terminado...» Pero en los días tristes de invierno su resignación se
+revolvía contra esta existencia de molusco recluido en su caparazón de
+piedra. ¿Iba a vivir siempre así?... ¿No era torpeza haberse encerrado
+en este rincón, teniendo aún juventud y bríos para luchar en el
+mundo?...
+
+Sí; era una torpeza. Muy hermosa la isla y su romántico albergue durante
+los primeros meses, cuando lucía el sol, estaban verdes los árboles y
+las costumbres isleñas ejercían sobre su ánimo el encanto de una novedad
+bizarra. Pero había venido el mal tiempo, la soledad era intolerable, y
+la vida de los campesinos se le aparecía con toda la rudeza de sus
+bárbaras pasiones. Aquellos payeses vestidos de pana azul, con sus fajas
+y corbatas de color y sus flores detrás de las orejas, le habían
+parecido en los primeros momentos figulinas originales creadas
+únicamente para servir de adorno a los campos, coristas de una opereta
+pastoril lánguida y dulzona; pero ahora los conocía mejor, eran hombres
+como los demás, y hombres bárbaros, en los que el roce de la
+civilización apenas había logrado un leve pulimento, conservando todas
+las angulosidades cortantes de su rudeza ancestral. Vistos de lejos, por
+corto tiempo, seducían con el encanto de la novedad; pero él había
+penetrado en sus costumbres, casi era uno de ellos, y le pesaba como una
+caída en la esclavitud esta existencia inferior, en la que chocaba a
+cada instante con ideas y prejuicios de su pasado.
+
+Debía alejarse de este ambiente; pero ¿adonde ir? ¿cómo escapar?... Era
+pobre. Todo su capital consistía en unas cuantas docenas de duros que
+había traído de su fuga de Mallorca, cantidad que conservaba aún gracias
+a Pep, tenaz en su negativa a aceptar remuneración alguna. Allí debía
+permanecer, clavado a su torre como si fuese una cruz, sin esperar nada,
+sin desear nada, buscando en la anulación de su pensamiento una
+felicidad vegetativa semejante a la de las sabinas y tamariscos que
+crecían entre las peñas del promontorio, o a la de las almejas agarradas
+para siempre a las rocas sumergidas.
+
+Tras larga reflexión conformábase con su suerte. No pensaría, no
+desearía. Además, la esperanza, que jamás nos abandona, hacíale
+columbrar la posibilidad confusa de algo extraordinario que iba a
+presentarse a su hora para arrancarlo de tal situación. Pero mientras
+esto llegaba, ¡cuán abrumadora la soledad!...
+
+Pep y los suyos constituían su única familia; pero sin darse cuenta de
+ello, obedeciendo tal vez a un confuso instinto, se alejaban cada vez
+más de él. Jaime se recluía en su aislamiento, y ellos se acordaban
+menos del señor.
+
+Hacía tiempo que Margalida no se presentaba en la torre. Parecía evitar
+todo pretexto para este viaje, y hasta sorteaba los encuentros con
+Febrer. Era otra: diríase que había despertado a una nueva existencia.
+La sonrisa inocente y confiada de su pubertad habíase trocado en un
+gesto de reserva, como mujer que conoce los peligros del camino y marcha
+con paso tardo y prudente.
+
+Desde que era objeto de cortejo y los mozos acudían a solicitarla dos
+veces por semana con arreglo al tradicional _festeig_, parecía haberse
+dado cuenta de grandes e inesperados peligros que antes no sospechaba, y
+permanecía al lado de su madre, evitando toda ocasión de verse a solas
+con un hombre, ruborizándose apenas unos ojos varoniles se cruzaban con
+los suyos.
+
+Este galanteo nada tenía de extraordinario dentro de las costumbres de
+la isla, pero no obstante, producía en Febrer sorda cólera, como si
+viese en él un atentado y un despojo. La invasión de _Can Mallorquí_ por
+la _atloteria_ bravucona y enamorada mirábala como un insulto. Había
+considerado la alquería lo mismo que si fuese su casa; pero ya que
+llegaban estos intrusos y eran bien recibidos, él se marchaba.
+
+Además, sufría en silencio el despecho de no ser, como en los primeros
+días, la única preocupación de la familia. Pep y su mujer seguían
+creyéndolo el señor; Margalida y su hermano le veneraban como un ser
+poderoso venido de lejanas tierras, por ser Ibiza el mejor lugar del
+mundo; pero a pesar de esto, otras preocupaciones parecían reflejarse en
+sus ojos. La visita de tantos _atlots_ y la modificación que esto había
+traído a sus costumbres les hacía ser menos solícitos con don Jaime. A
+todos ellos les inquietaba el porvenir. ¿Quién merecería al fin ser el
+marido de Margalida?...
+
+Durante las noches de invierno, Febrer, recluido en su torre, miraba una
+lucecita que brillaba a sus pies: la de _Can Mallorquí_. No eran noches
+de _festeig_, la familia debía estar sola, cerca del hogar; pero él
+manteníase firme en su aislamiento. No, no bajaría. Quejábase en su
+despecho hasta del mal tiempo, como si quisiera hacer responsable de la
+frialdad invernal a este cambio que lentamente se había efectuado en sus
+relaciones con la familia payesa.
+
+¡Ay, las hermosas noches del verano con sus veladas que se prolongaban
+hasta altas horas, viendo temblar las estrellas en el cielo obscuro, más
+allá del borde negro del porche!... Sentábase Febrer bajo su techumbre
+con toda la familia y el tío Ventolera, que acudía atraído por la
+esperanza de algún obsequio. Nunca le dejaban ir sin una tajada de
+sandía, que llenaba la boca del viejo con la dulce sangre de su carne
+roja, o una copa de _figola_ perfumada de hierbas olorosas del monte.
+Margalida, los ojos puestos en el misterio de las estrellas, cantaba
+romances ibicencos con voz infantil, más fresca y suave al oído de
+Febrer que la brisa que poblaba de leves estremecimientos la azul
+confusión de la noche. Pep contaba con aire de prodigioso explorador sus
+estupendas aventuras en tierra firme durante los años que había servido
+al rey como soldado en los remotos y casi fantásticos países de Cataluña
+y Valencia.
+
+El perro, encogido a sus pies, parecía escucharle, fijos en el amo sus
+ojos de suave mansedumbre, en cuyo fondo se reflejaba una estrella. De
+pronto incorporábase con nervioso impulso, y dando un salto desaparecía
+en la obscuridad, entre sonoro rumor de vegetaciones rotas. Pep
+explicaba este arranque silencioso. No era nada; algún animal que andaba
+errante y perdido en la sombra: una liebre, un conejo que había husmeado
+con su sensible olfato de perro cazador. Otras veces se incorporaba
+lentamente, con gruñidos de vigilante hostilidad. Alguien pasaba por
+cerca de la alquería; una sombra, un hombre caminando de prisa, con la
+celeridad de los ibicencos, habituados a ir rápidamente de un lado a
+otro de la isla. Si la sombra hablaba, contestaban todos a su saludo.
+Cuando pasaba silenciosa, fingían no verla, lo mismo que el obscuro
+viandante parecía no enterarse de la existencia de la alquería y de las
+personas sentadas bajo el porche.
+
+Era costumbre antiquísima en Ibiza no saludarse en campo raso apenas
+cerraba la noche. En los caminos se cruzaban las sombras sin una
+palabra, evitando el encuentro para no rozarse ni conocerse. Cada cual
+iba a su negocio, a ver a la novia, a buscar el médico, a matar a un
+contrario en el otro extremo de la isla, para regresar corriendo y poder
+decir que a la misma hora estaba con los amigos. Todo el que caminaba
+durante la noche tenía sus razones para pasar inadvertido. Las sombras
+temían a las sombras. Un _«bona, nit!»_ o una petición de lumbre para el
+cigarro podían recibir como contestación un pistoletazo.
+
+Algunas veces no pasaba nadie ante la alquería, y sin embargo, el perro,
+avanzando el pescuezo, aullaba frente al vacío negro. A lo lejos
+parecían contestarle aullidos humanos. Eran alaridos prolongados y
+salvajes que cortaban como un grito de guerra el silencio misterioso:
+_«¡Auuú!...»_ Y mucho más lejos, debilitada por la distancia, contestaba
+otra fiera exclamación: _«¡Auuú!...»_
+
+El payés hacía callar a su perro. Nada tenían de extraño estos gritos.
+Eran _atlots_ que se _aucaban_ en la obscuridad, guiándose por el sonido
+de sus gritos tal vez para reconocerse y reunirse, tal vez para pelear,
+siendo el grito un llamamiento de desafío. Era probable que tras el
+_aucamiento_ sonase una detonación. ¡Cosas de jóvenes y de la noche!...
+¡Adelante! Con los de casa no iba nada.
+
+Y Pep seguía el relato de sus viajes extraordinarios, bajo la mirada de
+asombro de su mujer, que escuchaba por milésima vez estas maravillas,
+siempre nuevas.
+
+El tío Ventolera, por no ser menos, narraba historias de piratas y de
+valerosos marineros de Ibiza, apoyándolas con el testimonio de su padre,
+que había sido paje en el jabeque del capitán Riquer, asaltando detrás
+de este héroe la fragata _Felicidad_, del temible corsario «el Papa».
+Entusiasmado por los recuerdos heroicos, canturreaba con su voz trémula
+las coplas con que la marinería ibicenca había celebrado el triunfo;
+coplas en castellano, para mayor solemnidad, y cuyas palabras
+desfiguraba el tío Ventolera.
+
+/*[4]
+ ¿Dónde estás, «Papa» valiente,
+ hombre de tanto valor,
+ que por temor a la muerte
+ te escondiste en un cajón?...
+*/
+
+Y la boca desdentada del marino seguía cantando las proezas de otros
+tiempos, como si datasen de ayer, como si las hubiese presenciado, como
+si de pronto fuesen a flamear sobre aquella tierra envuelta en la
+obscuridad las llamaradas de las torres atalayas anunciando un
+desembarco de enemigos.
+
+Otras veces, con los ojos brillantes de codicia, hablaba de enormes
+caudales que los moros, los romanos y otros marineros rojos, a los que
+llamaba los _mormandos_, habían enterrado en cuevas de la costa,
+tapiándolas después. Sus abuelos sabían mucho de esto. ¡Lástima que
+muriesen sin decir palabra!... Relataba la historia verídica de la
+caverna de Formentera, donde los normandos habían guardado los productos
+de sus piraterías en España e Italia: santos de oro, cálices, cadenas,
+joyas, piedras preciosas y monedas medidas a celemines. Un espantoso
+dragón, amaestrado sin duda por los hombres rojos, velaba en el fondo de
+la sima con el tesoro debajo de su panza. El imprudente que se
+descolgaba le servía de pasto. Los marineros rojos habían muerto hacía
+muchos siglos; el dragón había muerto también; el tesoro debía estar aún
+en Formentera. ¡Ay, quién pudiese encontrarlo!... Y el rústico auditorio
+temblaba de emoción, sin dudar de la existencia de tales riquezas, por
+el respeto que le inspiraba la vejez del narrador.
+
+¡Plácidas veladas aquéllas, que ya no se repetirían para Febrer! Evitaba
+bajar por la noche a _Can Mallorquí_, temeroso de estorbar con su
+presencia las conversaciones de la familia acerca de los pretendientes
+de Margalida.
+
+En las noches de _festeig_ experimentaba mayor desazón; y sin
+explicarse el motivo, asomábase a la puerta de la torre, mirando
+ávidamente hacia la alquería. La misma luz, el aspecto de siempre, pero
+él se imaginaba oír en el silencio nocturno nuevos ruidos, ecos de
+cantos, la voz de Margalida. Allí estaría el _Ferrer_ odioso, y aquel
+pobre diablo del _Cantó_, y todos los _atlots_ bárbaros y rudos, con sus
+trajes ridículos. ¡Gran Dios! ¿Cómo habían podido gustarle estos
+campesinos?... ¡Con lo que él había visto en el mundo!...
+
+Al día siguiente, al subir el _Capellanet_ a la torre para llevar la
+comida a don Jaime, éste le hacía preguntas sobre lo ocurrido en la
+noche anterior.
+
+Escuchando al muchacho, se imaginaba Febrer todos los accidentes del
+galanteo. La familia cenaba de prisa, al anochecer, para estar pronta a
+la ceremonia. Margalida descolgaba del techo de su cuarto la falda de
+fiesta, y luego de ponérsela, con el pañuelo rojo y verde cruzado sobre
+el pecho, otro más pequeño en la cabeza y un largo lazo de cintas al
+extremo de la trenza, colocábase las cadenas de oro que le había cedido
+su madre, e iba a sentarse sobre el _abrigais_, doblado en una silla de
+la cocina. El padre fumaba su pipa de tabaco de _pota_; la madre, en un
+rincón, tejía cestos de junco; el _Capellanet_ asomábase fuera de la
+casa, bajo el amplio porche, en el cual iban reuniéndose silenciosos los
+_atlots_ cortejadores. Los había que estaban allí desde una hora antes,
+por ser vecinos; los había que llegaban polvorientos o manchados de
+barro, después de caminar dos leguas. En las noches de lluvia sacudían
+bajo el techado sus jaiques de burda capucha, herencia de los abuelos, o
+el mantón femenil en que se envolvían como prenda de moderna elegancia.
+
+Luego de acordar brevemente el orden que iban a seguir en su
+conversación con la muchacha, la tropa de rivales entraba en la cocina,
+por ser en invierno el porche un lugar frío. Un golpe en la puerta.
+
+--_¡Avant qui siga!_--gritaba Pep como si ignorase la presencia de los
+cortejantes y estuviera esperando una visita extraordinaria.
+
+Entraban mansamente, saludando a la familia. _«¡Bona nit!¡Bona nit!»_
+Tomaban asiento en un banco, como niños de la escuela, o quedaban de
+pie, mirando todos a la _atlota_. Junto a ella había una silla vacía, y
+cuando faltaba ésta, el solicitante poníase en cuclillas, a uso moruno,
+hablando a la muchacha en voz baja durante tres minutos, bajo la mirada
+hostil de sus adversarios. La menor prolongación de este breve plazo
+provocaba toses, furiosas miradas y reclamaciones amenazadoras a media
+voz. Se retiraba el _atlot_, y otro al puesto. El _Capellanet_ reía de
+estas escenas, viendo en la tenacidad hostil de los cortejantes un
+motivo de orgullo para Margalida y la familia.
+
+El noviazgo de su hermana no iba a ser como el de otras _atlotas_. Los
+pretendientes parecíanle a Pepet perros rabiosos que no soltarían
+fácilmente su presa. A él le olía a pólvora el tal galanteo, y esto lo
+afirmaba con una sonrisa de orgullo, que hacía brillar la blancura de
+sus dientes de lobezno en el óvalo obscuro de la cara. Ninguno de los
+pretendientes adelantaba sobre los demás. En dos meses que llevaban de
+noviazgo, Margalida no había hecho más que escuchar, sonreír y responder
+a todos con palabras que turbaban a los _atlots_. Era mucho el talento
+de su hermana. Los domingos, al ir a misa, marchaba delante de sus
+padres acompañada por todos los pretendientes. Un ejército: don Jaime
+los había encontrado varias veces. Las amigas, al verla llegar con este
+acompañamiento de reina, palidecían de envidia. Todos la asediaban,
+pugnando por arrancarla una palabra, un signo de preferencia, y ella
+contestaba a todos con asombrosa discreción, manteniéndolos en perfecta
+igualdad, evitando los choques mortales que podían sobrevenir
+repentinamente entre esta juventud belicosa, armada y poco sufrida.
+
+--¿Y el _Ferrer_?--preguntaba don Jaime.
+
+¡Maldito _verro_! Su nombre salía con dificultad de los labios del
+señor, pero su recuerdo se estaba moviendo desde mucho antes en su
+memoria.
+
+El muchacho agitaba la cabeza negativamente. El _Ferrer_ tampoco
+adelantaba gran cosa sobre sus rivales, y el _Capellanet_ no parecía
+sentirlo mucho.
+
+Se había enfriado algo su admiración por el _verro_. El amor embravece a
+los hombres, y todos los _atlots_ pretendientes de Margalida, al verle
+enfrente como rival, ya no le tenían miedo y hasta osaban atropellar su
+temible persona. Una noche se había presentado con una guitarra,
+proponiéndose invertir en músicas gran parte del tiempo que correspondía
+a otros. Al llegarle el turno se colocó junto a Margalida, templó su
+instrumento y comenzó a entonar canciones de tierra firme aprendidas en
+el retiro de Niza. Pero antes había sacado de la faja una pistola de dos
+cañones, dejándola con las llaves montadas sobre uno de sus muslos,
+pronto a cogerla y descerrajar un tiro al primero que le interrumpiese.
+Silencio absoluto y miradas impasibles. Cantó cuanto quiso, se guardó la
+pistola con aire de vencedor; pero luego, a la salida, en la negrura de
+los campos, cuando los _atlots_ se dispersaban con _auquidos_ de irónica
+despedida, dos certeras pedradas salidas de la sombra dieron con el
+bravucón en el suelo, y durante varios días dejó de acudir al cortejo
+por no mostrarse con la cabeza entrapajada. No había intentado saber
+quién fuese el agresor. Eran muchos los rivales, y además había que
+tener en cuenta a sus padres, tíos y hermanos, casi la cuarta parte de
+la isla, prontos a mezclarse por la honra de la familia en una guerra de
+venganzas.
+
+--Pienso--decía Pepet--que el _Ferrer_ no es tan valiente como dicen. ¿Y
+usted qué cree, don Jaime?...
+
+Cuando avanzaba la noche y Margalida había hablado ya con todos sus
+cortejantes, el padre, que dormía en un rincón, prorrumpía en sonoro
+bostezo. Aquel hombre de campo parecía adivinar durante su sueño el
+curso del tiempo. «¡Las nueve y media!... A dormir. _¡Bona nit!_» Y toda
+la _atloteria_, tras esta invitación, abandonaba la casa, perdiéndose en
+la obscuridad sus pasos y relinchos.
+
+Pepet, al hablar de estas reuniones, en las que se rozaba con gente
+brava, portadora de armas, volvía a acordarse del cuchillo del abuelo.
+¿Cuándo hablaría don Jaime a su padre para que le entregase esta joya de
+familia?... Ya que retardaba la petición, debía acordarse de su promesa
+y regalarle otro cuchillo. ¿Qué podía hacer un hombre como él falto de
+tal compañía? ¿Dónde presentarse?...
+
+--Descansa--dijo Febrer--. Un día de estos iré a la ciudad. Cuenta con
+el regalo.
+
+Y Jaime emprendió una mañana el camino de Ibiza, ansioso de nueva
+existencia, de renovar y variar sus impresiones fuera de la rusticidad
+campestre.
+
+Ibiza le pareció una gran ciudad, a él que había corrido toda Europa.
+Las casas en fila, las aceras de ladrillos rojos, los balcones con
+persianas, todo lo admiró con la simpleza de un salvaje del interior que
+llega a una factoría de la costa. Detúvose ante algunas ventanas
+convertidas en escaparates, examinando los géneros expuestos con la
+misma delectación que había contemplado en otra época las lujosas
+vitrinas de los bulevares o del _Regent Street_.
+
+Una platería de un _chueta_ le retuvo largo tiempo. Admiraba las cadenas
+de oro hueco fabricadas para las payesas, los botones de filigrana con
+una piedra en el centro, reputando en su interior todos estos objetos
+como las obras más perfectas y maravillosas creadas por el arte de los
+hombres. ¡Si entrase en la tienda para comprar una docena de aquellos
+botones!... ¡Qué sorpresa la de la _atlota_ de _Can Mallorquí_ cuando él
+se los ofreciese para adornar sus mangas!... Seguramente que los
+aceptaría de él, un señor grave al que miraba con respeto filial.
+¡Enojoso respeto! ¡Maldita gravedad la cuya, que le estorbaba como un
+fardo abrumador!... Pero el heredero de los Febrer, el descendiente de
+opulentos mercaderes y heroicos navegantes, tuvo que desistir pensando
+en el dinero que guardaba en su faja. Indudablemente no tenía bastante
+para tal compra.
+
+Luego, en otra tienda adquirió un cuchillo para Pepet, el más grande y
+pesado que encontró, un arma absurda, capaz de hacerle olvidar la de su
+glorioso abuelo.
+
+A mediodía, Febrer, aburrido de sus paseos sin objeto por la Marina y
+las empinadas callejuelas de la antigua Real Fuerza, entró en una
+pequeña fonda, la única de la ciudad, situada junto al puerto. Allí
+encontró los huéspedes de siempre. En el vestíbulo, unos cuantos mozos
+vestidos de payeses, con gorra de cuartel: soldados de la guarnición que
+servían de asistentes. En el comedor, oficiales subalternos de un
+batallón de cazadores, jóvenes tenientes que fumaban con aire aburrido y
+contemplaban a través de las ventanas, como prisioneros del mar, la
+inmensa extensión azul. Mientras comían lamentábanse de la mala suerte
+de su juventud, inútil y perdida en este peñón. Hablaban de Mallorca
+como de un lugar de delicias; recordaban las provincias de tierra firme,
+de las que eran hijos muchos de ellos, como paraísos a los que ansiaban
+volver. ¡Las mujeres!... Era un anhelo, un ansia que hacía temblar sus
+voces y ponía en sus ojos fulgores de locura. Pesaba sobre ellos, como
+cadena de insufrible presidio, la casta virtud ibicenca, el exclusivismo
+isleño, receloso para los forasteros. Allí no se bromeaba con el amor,
+no se perdía el tiempo en galanteos; o la indiferencia hostil, o el
+noviazgo honesto para casarse cuanto antes. Palabras y sonrisas
+conducían rectamente al matrimonio; sólo era posible el trato con las
+jóvenes para hablar de la formación de una nueva familia. Y esta
+juventud ruidosa, alegre, exuberante en jugos, sufría un suplicio
+tantalesco al hablar de las muchachas más hermosas de la ciudad. Las
+admiraban y vivían aparte de ellas, a pesar de moverse en un estrecho
+espacio que les obligaba a continuos encuentros. Toda su ilusión era
+conseguir una licencia para vivir varios días en Mallorca o en la
+Península, lejos de la isla virtuosa y huraña, que sólo admitía al
+forastero como marido; embarcarse en busca de otras tierras, donde era
+fácil dar expansión a sus deseos exacerbados, iguales a los del colegial
+y el presidiario.
+
+¡Las mujeres!... Aquellos jóvenes no hablaban de otra cosa; y Febrer,
+sentado a la gran mesa de la fonda, aprobaba en silencio sus palabras y
+sus lamentaciones. ¡Las mujeres!... La irresistible tendencia que nos
+liga a ellas es lo único que se mantiene firme después de los trastornos
+morales que cambian una vida; lo que permanece de pie en medio de los
+cadáveres de otras ilusiones destrozadas por el cataclismo. Febrer
+sentía el mismo tedio de aquellos militares, la impresión de hallarse
+encerrado en una cárcel de privaciones que tenía por fosos el mar. Ahora
+le pareció la capital isleña una población de irresistible monotonía,
+con sus señoritas encerradas en un aislamiento huraño y monjil. Pensaba
+en el campo como en un lugar de libertad, con sus mujeres de alma simple
+y afectos naturales, limitados solamente por un instinto defensivo igual
+al de las hembras primitivas.
+
+Aquella misma tarde salió de la ciudad. Nada quedaba en él del optimismo
+de pocas horas antes. Las calles de la Marina eran nauseabundas; un
+olor infecto se escapaba de las casas; en el arroyo zumbaban enjambres
+de insectos, saltando de los charcos al sonar los pasos de un
+transeúnte. El recuerdo de las colinas inmediatas a su torre, perfumadas
+de plantas silvestres y olor salitroso de mar, parecía sonreír en su
+memoria con una dulzura idílica.
+
+El carro de un payés le llevó hasta cerca de San José, y al separarse de
+él emprendió la marcha por el monte, pasando entre pinares encorvados
+por las grandes tormentas. El cielo estaba nebuloso; la atmósfera era
+cálida y pesada. De vez en cuando caían gruesas gotas, pero antes de que
+las nubes pudieran fijar su lluvia, una ráfaga parecía barrerlas hacia
+los confines del horizonte.
+
+Cerca de la cabana de un carbonero vio Jaime a dos mujeres que marchaban
+apresuradas por entre los pinos. Eran Margalida y su madre. Venían de
+los _Cubells_, ermita situada en una altura de la costa, junto a una
+fuente que fecunda los abruptos peñones, haciendo crecer el naranjo y la
+palmera al abrigo de las rocas.
+
+Jaime se unió a las dos mujeres, y entonces vio salir de entre los
+matorrales a Pepet, que caminaba fuera del sendero persiguiendo piedra
+en mano a un pajarraco cuyos graznidos habían llamado su atención.
+Continuaron juntos la marcha hacia _Can Mallorquí_, y sin saber cómo,
+Febrer se vio delante, caminando al lado de Margalida, mientras la
+esposa de Pep marchaba tras ellos con el lento paso de su debilidad,
+buscando apoyo en su hijo.
+
+La madre estaba enferma: una enfermedad incierta que hacía levantar los
+hombros al médico en sus raras visitas y excitaba la imaginación de las
+curanderas de la isla. Venían de hacer una promesa a la Virgen de los
+_Cubells_ y habían dejado en su altar dos velas rizadas traídas de la
+ciudad.
+
+Mientras Margalida iba hablando con voz triste de las dolencias de la
+vieja, el egoísmo de una juventud robusta coloreaba sus mejillas y sus
+ojos delataban cierta impaciencia. Aquel día era de _festeig_. Había que
+llegar pronto a _Can Mallorquí_, para preparar la cena de la familia
+antes de que se presentasen los cortejantes.
+
+Febrer la admiraba con sus ojos graves. Extrañábase ahora de su anterior
+torpeza, que le había hecho contemplar a Margalida, meses y meses, como
+una niña, como un ser asexual, sin percatarse de sus gracias. ¡Qué
+mujer!... Recordaba con desprecio aquellas señoritas de la ciudad por
+las que suspiraban los militares recluidos en la fonda. Otra vez pensaba
+en el noviazgo de Margalida con una molestia semejante a la de los
+celos. ¿Y esta muchacha iba a ser para uno de aquellos bárbaros de tez
+obscura, que la sometería como una bestia a la servidumbre de la
+tierra?...
+
+--¡Margalida!--murmuró como si fuese a revelarle algo importante--.
+¡Margalida!...
+
+Pero no dijo más. El antiguo calavera sintió despertarse sus instintos
+de libertinaje con el perfume que exhalaba aquella mujer, perfume
+indefinible de carne fresca y virginal que él creía aspirar, como buen
+conocedor, más con la imaginación que con el olfato. Al mismo
+tiempo--¡cosa extraña en él!--experimentó cierta timidez que le impedía
+hablar; una timidez semejante a la que había sentido en los tiempos de
+su primera juventud, cuando, lejos de las fáciles conquistas en su
+predio de Mallorca, se atrevió a dirigirse a las señoras conocidas en la
+península española... ¿No era un acto indigno de él hablar de amor a
+aquella muchacha a la que había visto como niña hasta poco antes y que
+le respetaba cual si fuese su padre?
+
+--¡Margalida! ¡Margalida!
+
+Y tras estos llamamientos, que excitaban la curiosidad de la _atlota_
+haciendo que elevase los ojos para fijarlos interrogantes en los de
+Febrer, éste se lanzó por fin a hablar, preguntándola por los progresos
+de su noviazgo. ¿Se había decidido por alguien? ¿Quién iba a ser el
+afortunado? El _Ferrer_... ¿el _Cantó_?...
+
+Ella volvió a humillar los ojos, cogiendo en su turbación una punta del
+delantal y subiéndola hasta su pecho... No sabía. Su voz ceceaba
+infantilmente a impulsos de un avergonzado aturdimiento. No tenía ganas
+de casarse. Ni el _Cantó_, ni el _Ferrer_, ni nadie. Había aceptado el
+cortejo porque todas las muchachas hacían lo mismo al llegar a cierta
+edad. Además--y aquí enrojecía vivamente--, la proporcionaba cierta
+satisfacción humillar a sus amigas, que rabiaban viendo el gran número
+de sus pretendientes. Ella estaba agradecida a los _atlots_ que venían a
+verla de grandes distancias a _Can Mallorquí_. ¿Pero quererlos? ¿casarse
+con ellos?...
+
+Había acortado su paso al hablar. La mujer de Pep y su hijo pasaron
+insensiblemente delante de ellos, y al quedar solos los dos en la senda,
+acabaron por detenerse sin saber lo que hacían.
+
+--¡Margalida!... ¡«Flor de almendro»!...
+
+¡Al diablo la timidez! Febrer se sintió arrogante y triunfador, como en
+sus buenos tiempos. ¿Por qué aquel miedo?... ¡Una payesa! ¡una
+chiquilla!...
+
+Habló con acento firme, poniendo un intento de fascinación en la fijeza
+apasionada de sus ojos, aproximando su boca a ella, como para
+acariciarla con el susurro de sus palabras... ¿Y él? ¿qué pensaba
+Margalida de él?... ¿Y si se presentase un día a Pep diciendo que quería
+casarse con su hija?...
+
+--¡Usted!--exclamó la muchacha--. ¡Usted, don Jaime!
+
+Levantó los ojos sin miedo alguno, riendo de estas palabras. El señor
+acostumbraba a engañarla con bromas inverosímiles. Bien decía su padre
+que los Febrer eran unos caballeros serios como jueces, pero de eterno
+buen humor. Iba a burlarse otra vez de ella, lo mismo que cuando le
+hablaba de la novia de barro guardada en su torre, que había estado
+esperándole miles de años...
+
+Pero al fijar su mirada en la de Febrer y encontrarse con su rostro
+pálido, crispado por la emoción, ella palideció también. Era otro
+hombre: veía un don Jaime que nunca había conocido. Instintivamente, a
+impulsos del miedo, dio un paso atrás. Quedó como a la defensiva,
+apoyada en el delgado tronco de un arbolillo que se elevaba junto a la
+senda, con sus menudas hojas casi sueltas por el otoño.
+
+Aún tuvo serenidad para sonreír con una sonrisa forzada, fingiendo creer
+en una broma del señor.
+
+--No--repuso Febrer con energía--. Hablo seriamente. Di, Margalida...
+«Flor de almendro»... ¿Y si yo fuese uno de tus novios? ¿Y si yo me
+presentase en el cortejo? ¿Qué contestarías?...
+
+Ella se apelotonaba contra el débil tronco, haciéndose más pequeña, como
+si quisiera escapar a aquellos ojos ardientes. Su instintivo movimiento
+de retroceso hizo cimbrearse el flexible árbol, y una lluvia de hojas
+amarillas como copos de ámbar cayó en torno de ella, enredándose en su
+trenza, pegándose a su tez, esparciéndose sobre su traje. Pálida, con la
+boca apretada y los labios azulados, iba murmurando palabras que sonaban
+apenas como débiles suspiros. Sus ojos, agrandados y húmedos, tenían la
+expresión angustiosa de los humildes de espíritu que piensan muchas
+cosas y no encuentran el modo de decirlas. ¡Él!... ¡el mayorazgo de los
+Febrer! ¡Un gran señor casarse con una payesa!... ¿Estaba loco?...
+
+--No; yo no soy un gran señor, yo soy un desgraciado. Tú eres más rica
+que yo, pues vivo de vuestra limosna... Tu padre desea para ti un marido
+que cultive sus tierras. ¿Aceptas que sea yo, Margalida? ¿Me quieres,
+«Flor de almendro»?...
+
+Con la cabeza baja, huyendo de una mirada que parecía quemarla, ella
+siguió hablando sin saber lo que decía. «¡Locura! Aquello no podía ser
+cierto. ¡Decir el mayorazgo tales cosas!... Estaba soñando.»
+
+Pero de pronto sintió en una de sus manos un contacto leve y
+acariciador. Era la diestra de Febrer que agarraba la suya. Volvió a
+verle otra vez, pero le pareció un hombre distinto. Encontró ante sus
+ojos un rostro nuevo que la hizo estremecerse. Experimentó la sensación
+de un grave peligro, el sobresalto nervioso que avisa. Temblaron sus
+rodillas, se contrajeron como si fuese a desplomarse de miedo.
+
+--¿Es que me encuentras viejo para ti?--murmuró en sus oídos una voz
+suplicante--. ¿Es que nunca podrás quererme?...
+
+La voz era dulce y acariciadora; ¡pero aquellos ojos que parecían
+comerla! ¡aquella cara pálida, semejante a la de los hombres que
+matan!... Quiso decir algo para protestar de sus últimas palabras. Don
+Jaime no había tenido nunca edad para Margalida: era algo superior, como
+los santos, que crecen en hermosura con los años... Pero el miedo no la
+dejó hablar. Se desasió de la mano acariciadora, sintióse movida por el
+prodigioso resorte de los nervios, lo mismo que si viese su vida en
+peligro, y huyó de Febrer como si fuese un asesino.
+
+--¡Jesús! Jesús!...
+
+Saltó, murmurando esta súplica, a alguna distancia de él, e
+inmediatamente empezó a correr con sus ágiles piernas de campesina,
+desapareciendo en una revuelta del sendero.
+
+Jaime no fue tras ella. Permaneció inmóvil en la soledad del pinar,
+insensible a cuanto le rodeaba, como un héroe de leyenda sometido a un
+encantamiento. Luego se pasó una mano por el rostro, cual si despertase,
+coordinando sus ideas.
+
+Dolíanle como un remordimiento sus audaces palabras, el susto de
+Margalida, la carrera de terror con que había terminado la entrevista.
+¡Qué disparate el suyo!... Era el resultado de su viaje a la ciudad, la
+vuelta a la vida civilizada que había trastornado su calma de solitario,
+despertando pasiones de antaño; la conversación de los jóvenes
+militares, que vivían con el pensamiento puesto en la mujer... Pero no,
+no estaba arrepentido de su acción. Lo importante era que Margalida
+conociese lo que tantas veces había pensado él vagamente en el
+aislamiento de la torre, sin poder dar forma precisa a sus deseos.
+
+Continuó lentamente su camino, para no alcanzar a la familia de _Can
+Mallorquí_. Margalida se había reunido con su madre y su hermano. Los
+vio desde una altura, cuando el grupo caminaba ya por el valle con
+dirección a la alquería.
+
+Febrer torció su marcha, evitando aproximarse a _Can Mallorquí_. Fue
+hacia la torre del Pirata, pero al llegar cerca de ella continuó su
+camino, no deteniéndose hasta el mar.
+
+La costa de roca, que parecía cortada a pico sobre las aguas, estaba
+quebrantada por el embate de éstas durante siglos y siglos. Las olas,
+como furiosos toros azules, topaban entre espumarajos de rabia contra la
+peña, abriendo cóncavas oquedades, cuevas profundas que se prolongaban
+hacia lo alto en forma de grietas verticales. Esta labor secular iba
+royendo la costa, arrebatándola su coraza de piedra, lámina por lámina.
+Despegábanse de ella fragmentos enormes como murallas. Separábanse
+primeramente formando una rendija imperceptible, que se agrandaba con el
+curso de los siglos. La muralla natural se inclinaba años y años sobre
+las olas que batían incesantemente su base, hasta que, perdido el centro
+de gravedad, una noche de tormenta derrumbábase como la cortina de una
+ciudadela sitiada, deshaciéndose en bloques, poblando el mar de nuevos
+escollos, prontamente cubiertos de viscosas vegetaciones, en cuyos
+enmarañamientos hervían las espumas y chisporroteaban las escamas de los
+peces.
+
+Febrer fue a sentarse en el borde de un gran peñasco avanzado, de un
+fragmento de roca desprendida de la costa que se inclinaba
+peligrosamente sobre los escollos. Su fatalismo le impulsaba a sentarse
+allí. ¡Ojalá la catástrofe esperada fuese en aquel momento, y su cuerpo,
+arrastrado por el grandioso accidente, desapareciera en el fondo del
+mar, teniendo como sarcófago esta mole igual a la pirámide de un
+Faraón!... ¡Para lo que le esperaba en la vida!...
+
+El sol poniente, antes de ocultarse, se asomó a un agujero del cielo
+tempestuoso, entre nubes desgarradas. Era una esfera sangrienta, una
+hostia de púrpura que animó con tonos de incendio la inmensidad del mar.
+Las negras masas de vapor que cerraban el horizonte se ribetearon de
+escarlata. Sobre el obscuro verde acuático se extendió un inquieto
+triángulo de llamas. Enrojecióse la espuma de las olas y la costa
+pareció por unos instantes de lava en ebullición.
+
+Al resplandor de esta luz de tempestad, Jaime contempló a sus pies el
+vaivén de las aguas lanzando sus chorros rugientes en las oquedades de
+la roca, bramando y retorciéndose con espumarajos de cólera en las
+tortuosas callejuelas de los escollos. En el fondo de esta masa verdosa,
+iluminada con transparencias de ópalo por el sol poniente, veía
+agarradas a las peñas extrañas vegetaciones, bosques minúsculos, en
+cuyas frondas pegajosas movíanse bestias de formas fantásticas,
+rampantes y veloces o torpes y sedentarias, con duras corazas grises y
+rojizas, erizadas de defensas, armadas de tenazas, de lanzas y de
+cuernos, dándose caza entre ellas y persiguiendo a seres menos fuertes
+que pasaban como exhalaciones, haciendo brillar en la rapidez de la fuga
+su transparencia de cristal.
+
+Febrer se sintió empequeñecido por la soledad. Perdida la fe en su
+importancia humana, considerábase igual a uno de estos monstruos
+pequeños que se agitaban en las vegetaciones del abismo submarino. Menos
+aún tal vez. Aquellos animales estaban armados para la vida, podían
+mantenerse por su propia fuerza, sin conocer los desalientos, las
+humillaciones y las tristezas que le afligían a él. ¡El mar!... Su
+grandeza, insensible para los hombres, cruel e implacable en sus
+cóleras, abrumaba a Febrer, despertando en su memoria un sinnúmero de
+ideas que tal vez eran nuevas, pero él las aceptaba como vagas
+reminiscencias de una vida anterior, como algo que ya había pensado, no
+sabía dónde ni cuándo.
+
+Un estremecimiento de respeto, de devoción instintiva pasaba por él,
+haciéndole olvidar el suceso de poco antes, sumiéndolo en religiosa
+admiración. ¡El mar!... Pensaba, sin saber por qué, en los más remotos
+ascendientes de la humanidad, en los primeros hombres, miserables,
+apenas salidos del animalismo original, martirizados y repelidos de
+todas partes por una Naturaleza hostil en su exuberancia, como el cuerpo
+joven y vigoroso anula o aleja los parásitos que se empeñan en vivir a
+costa de su organismo.
+
+A la orilla del mar, ante la divinidad misteriosa, verde e inmensa,
+debió tener el hombre sus mejores momentos de descanso. Del seno de las
+aguas salieron los primeros dioses. Contemplando el vaivén de las aguas
+y arrullado por su murmullo, debió sentir el hombre que nacía en él algo
+nuevo y poderoso: un alma. ¡El mar!... Los organismos misteriosos que lo
+pueblan también vivían, como los de tierra, sometidos a la tiranía del
+medio, inmóviles en su primitiva existencia, repitiéndose a través de
+los siglos, como si fuesen siempre el mismo ser. También los muertos
+mandaban allí. Los fuertes perseguían a los débiles, y eran a su vez
+devorados por otros más poderosos; la misma historia de sus remotos
+antecesores en las aguas todavía cálidas del globo en formación. Todo
+igual, repitiéndose a través de centenares de millones de años. Un
+monstruo de los tiempos prehistóricos que volviese a colear en las aguas
+presentes encontraría por todas partes, en los abismos obscuros y en las
+orillas costeras, la misma vida e idénticas luchas que en su juventud.
+La bestia de combate acorazada de rojo, armada de uñas corvas y tenazas
+de tortura, guerrero implacable de las verdes cavernas submarinas, jamás
+se había unido con el pez gracioso, ligero y débil que movía la cola de
+su túnica rosada y plateada en las aguas transparentes. Su destino era
+devorar, ser fuerte, y si se veía desarmada, con las defensas rotas,
+entregarse al infortunio sin protesta y perecer. ¡La muerte antes que
+abdicar de su origen, de la noble fatalidad del nacimiento! Para los
+fuertes no había en la tierra y en el mar satisfacciones ni vida fuera
+de su ambiente. Eran esclavos de su propia grandeza: la casta traía para
+ellos, con los honores, la desgracia. ¡Y siempre sería lo mismo!... Los
+muertos eran los únicos que gobernaban lo existente. Los primeros seres
+que iniciaron una acción para vivir formaron con sus actos la jaula en
+que habían de moverse prisioneras las sucesivas generaciones.
+
+Los tranquilos moluscos que veía ahora en el fondo de las aguas,
+agarrados a las peñas como botones obscuros, le parecían seres divinos
+guardadores en su estúpida quietud del misterio de la creación.
+Admirábalos augustos y grandes, como los monstruos que adoran los
+pueblos salvajes por su inmovilidad, y en cuyo quietismo creen adivinar
+la majestad de los dioses. Febrer recordaba sus bromas de otros tiempos,
+en noches de francachela, ante los platos de ostras frescas en los
+grandes restoranes de París. Sus elegantes compañeras le creían loco al
+escuchar los disparatados pensamientos que le sugerían el vino, la vista
+de los mariscos y el recuerdo de ciertas lecturas fragmentarias y
+rápidas de su juventud. «Vamos a comernos a nuestros abuelos, como
+alegres antropófagos que somos.»
+
+La ostra era una de las primeras manifestaciones de vida en el planeta,
+una de las primitivas formas de la materia orgánica, flotante aún,
+incierta y desorientada en su evolución, sobre la inmensidad de las
+aguas. El simpático y calumniado mono sólo tenía la importancia de un
+primo hermano que no ha hecho carrera, de un pariente desgraciado y
+ridículo al que se deja en la puerta fingiendo ignorar su apellido de
+familia, negándole el saludo. El molusco era nuestro abuelo venerable,
+el jefe de la casa, el creador de la dinastía, el antecesor, cargado con
+una nobleza de millones de siglos... Estas ideas resucitaban ahora en
+Febrer, con la frescura de verdades indiscutibles, al contemplar los
+seres inmóviles y rudimentarios encerrados en su caparazón, agarrados a
+las rocas, debajo de sus pies, en las profundidades del verde cristal
+tembloroso entre los escollos.
+
+La humanidad era fiel a su origen. Nadie renegaba las tradiciones de
+estos venerables ascendientes que parecían dormidos en la inmensa
+catacumba del mar. Los hombres se creen libres porque pueden moverse de
+un lado al otro del planeta, porque su organismo va montado sobre dos
+columnas ágiles y articuladas que le permiten saltar sobre el suelo con
+el mecanismo del paso... ¡Error! ¡Una ilusión más de las muchas que
+alegran mentirosamente nuestra vida, haciéndonos llevaderas su miseria y
+su pequeñez! Febrer estaba convencido de que todos nacen metidos entre
+dos valvas de prejuicios, escrúpulos y orgullos, herencia de los que nos
+precedieron en la vida, y por más que los hombres se agitan, jamás
+llegan a arrancarse de la misma peña en que vegetaron agarrados sus
+predecesores. La actividad, los incidentes de la vida, la independencia
+del carácter, ¡todo ilusión! ¡vanidad de molusco que sueña adherido a la
+roca, y cree estar nadando por los mares del globo, mientras sus valvas
+siguen unidas a la caliza!...
+
+Todos los seres eran como habían sido los que marcharon delante de
+ellos, como serían los que llegasen detrás. Cambiaban las formas, pero
+el alma permanecía inmóvil e inmutable, como la de aquellos seres
+rudimentarios, testigos eternos de los primeros latidos de la vida en el
+planeta, y que parecían envueltos en el más espeso de los sueños. Y así
+sería siempre. Eran vanos los grandes esfuerzos para librarse de este
+ambiente fatal, de la herencia del medio, del círculo en que
+forzosamente nos movemos; hasta que llegaba la muerte y otros animales
+semejantes venían a dar vueltas en el mismo redondel, creyéndose libres
+porque siempre tenían ante sus pasos nuevo espacio que correr.
+
+«Los muertos mandan», afirmaba una vez más Jaime en su pensamiento.
+Parecía imposible que los hombres no se diesen cuenta de esta gran
+verdad y se agitaran en eterna noche, creyendo hacer cosas nuevas al
+resplandor de ilusiones que surgen diariamente, como surge el gran
+engaño del sol para acompañarnos por el infinito, que es lóbrego y a
+nosotros nos parece azul y radiante de luz...
+
+Cuando Febrer pensaba esto, el sol se había ocultado ya. El mar era casi
+negro, el cielo de un gris plomizo, y en las brumas del horizonte
+serpenteaban los rayos bajando a beber en las olas. Sintió Jaime en su
+rostro y en sus manos el húmedo contacto de algunas gotas de lluvia. Iba
+a estallar una tormenta que tal vez durase toda la noche. Los relámpagos
+brillaban cada vez más cerca. Resonaba un lejano estrépito, como si dos
+flotas enemigas se estuviesen cañoneando detrás de la cortina de bruma
+del horizonte, aproximándose con ésta. Las láminas de agua mansa, tersas
+como cristales entre los escollos y la costa, empezaron a temblar con
+las ondulaciones excéntricas de las gotas de lluvia.
+
+A pesar de esto, el solitario no se movió. Permanecía en la roca,
+sintiendo una sorda irritación contra la fatalidad, sublevándose con
+toda la rudeza de su carácter ante la tiranía del pasado. ¿Y por qué
+habían de mandar los muertos?... ¿Por qué obscurecían el ambiente con
+las partículas de su alma, semejantes a un polvo de huesos, que se
+posaban en el cerebro de los vivos imponiéndoles viejas ideas?...
+
+De pronto Febrer sufrió una impresión de deslumbramiento, como si
+contemplase una luz extraordinaria nunca vista. Su cerebro pareció
+dilatarse, esparcirse, como una masa de agua que rompe el vaso opresor
+de piedra. Fue en el mismo instante que un relámpago coloreaba de luz
+lívida el mar y estallaba un trueno sobre su cabeza, conmoviendo con
+horrísono tableteo los ecos de la inmensidad marítima y las oquedades y
+cimas de la costa.
+
+«No; los muertos no mandan, los muertos no gobiernan.» Jaime, como si
+fuese un hombre nuevo, se burló de sus pensamientos de poco antes.
+Aquellas bestias rudimentarias que él veía entre los peñascos, y lo
+mismo que ellas todos los animales del mar y de la tierra, sufrían la
+esclavitud del medio. Mandaban los muertos sobre ellas porque hacían lo
+que harían sus descendientes. Pero el hombre no es esclavo del medio: es
+su colaborador y a veces su dueño. El hombre es un ente de razón y de
+progreso, y puede modificar el ambiente según sus conveniencias. Fue su
+siervo en otros tiempos, en remotas edades; pero al dominar en parte a
+la Naturaleza y poder explotarla, rasgó la especie de envoltura fatal en
+que siguen prisioneros los otros seres de la creación. ¿Qué podía
+importarle el medio en que había nacido? Se creería otro si lo
+deseaba...
+
+No pudo seguir en sus reflexiones. La tempestad había, estallado sobre
+él. La lluvia chorreaba por los bordes de su sombrero y corría a lo
+largo de su espalda. La noche había llegado de pronto. A la luz de los
+relámpagos veíase el mar con la superficie mate estremecida por el
+choque de la lluvia.
+
+Febrer marchó hacia la torre con toda la ligereza de sus piernas. Iba,
+sin embargo, alegre, con el gozo desbordante del que sale de un largo
+encierro y no ve ante los ojos bastante espacio para su contenida
+actividad. Reía, sin detenerse en su carrera, y la luz de los relámpagos
+le sorprendió varias veces avanzando el brazo derecho con un dedo en
+alto, mientras chocaba la mano izquierda en la parte inferior del codo,
+realizando un ademán de protesta tan popular como poco decente.
+
+--¡Haré lo que quiera!--gritaba, complaciéndose en escuchar su propia
+voz entre el fragor de la tempestad--. ¡Ni muertos ni vivos mandan en
+mí!... ¡Toma!... ¡para mis nobles ascendientes!... ¡Toma!... ¡para mis
+antiguas ideas, para todos los Febrer!...
+
+Repitió varias veces el indecoroso ademán con una alegría de pilluelo.
+De pronto se vio envuelto en una luz roja y estalló sobre su cabeza un
+cañonazo, como si la costa acabase de partirse a impulsos de inmenso
+cataclismo.
+
+--Ha caído cerca--dijo Febrer refiriéndose a la exhalación.
+
+Su pensamiento, ocupado por el recuerdo de los Febrer, fue hacia su
+ascendiente el comendador don Príamo. Aquella explosión de trueno le
+hizo recordar los combates del diabólico héroe, del religioso caballero
+de la Cruz, burlón con Dios y con el diablo, que hizo siempre su
+soberana voluntad y tan pronto peleó al lado de los suyos como vivió
+entre los enemigos de la Fe, según sus caprichos y aficiones.
+
+No; de éste no renegaba Febrer. Adoraba al valeroso comendador: era su
+verdadero ascendiente, el mejor de todos, el rebelde, el demonio de la
+familia.
+
+Al entrar en la torre encendió luz, se envolvió en el jaique de burda
+lana que le servía para sus excursiones nocturnas, y tomando un libro
+quiso distraerse de sus pensamientos hasta que Pepet le subiera la
+cena.
+
+La tempestad pareció fijarse sobre la isla. Caía la lluvia en los
+campos, convirtiéndolos en barrizales; saltaba por las pendientes de los
+caminos, desbordados como barrancos; empapaba los montes, como grandes
+esponjas, por la verde porosidad de sus pinares y matorrales. La rápida
+luz de los relámpagos mostraba instantáneamente, como una visión de
+ensueño, el mar negruzco con hirvientes espumas, los campos encharcados,
+que parecían llenos de peces de fuego, los árboles brillantes bajo su
+capa acuosa.
+
+En la cocina de _Can Mallorquí_, los pretendientes de Margalida formaban
+una masa de alpargatas enlodadas y cuerpos humeantes por la evaporación
+de sus ropas húmedas. Esta noche el cortejo sería más largo. Pep, con
+aire paternal, había permitido a los _atlots_ que esperasen después de
+pasada la hora del galanteo. Sentía lástima por aquellos muchachos,
+obligados a caminar bajo la lluvia. Él también había sido novio. Debían
+esperar; tal vez pasase la tormenta. Y si no pasaba, se quedarían a
+dormir donde pudiesen: en la cocina, en el porche... «¡Una noche es una
+noche!»
+
+La _atloteria_, contenta del accidente, que añadía algún tiempo más a su
+cortejo, contemplaba a Margalida vestida con su traje de gala, sentada
+en el centro de la pieza, junto a una silla vacía. Todos habían pasado
+por ésta en el curso de la noche; algunos miraban con cierta ansiedad al
+asiento, pero sin atreverse a ocuparlo de nuevo.
+
+El _Ferrer_, ganoso de sobrepujar a sus rivales, tañía una guitarra,
+cantando a media voz, acompañado por el rodar de los truenos. El
+_Cantó_, metido en un rincón, meditaba nuevos versos. Algunos muchachos
+saludaban con expresiones burlonas la luz de los relámpagos que se
+filtraba por las rendijas de la puerta, y el _Capellanet_ sonreía
+sentado en el suelo con la mandíbula apoyada en ambas manos.
+
+Pep dormitaba en su silla baja, vencido por el cansancio, y su mujer
+lanzaba sordos alaridos de terror cada vez que un trueno fuerte conmovía
+la casa, intercalando en sus gemidos fragmentos de oraciones, murmuradas
+en castellano para mayor eficacia. _«Santa Bárbera bendita, que en el
+sielo estás escrita...»_ Margalida, insensible a las miradas de sus
+pretendientes, parecía próxima a dormirse en su asiento.
+
+Resonó de pronto la puerta con dos golpes dados por una mano. El perro,
+que se había erguido momentos antes como adivinando la presencia de
+alguien en el porche, estiró el cuello, pero no ladró, moviendo la cola
+con tranquilidad.
+
+Margalida y su madre miraron a la puerta con cierto miedo. «¿Quién
+podría ser? ¡A aquellas horas, en aquella noche, en la soledad de _Can
+Mallorquí!..._¿Le habría ocurrido algo al señor?...»
+
+Pep, despertado por estos golpes, se incorporó en su asiento. _«¡Avant
+qui siga!»_ Invitaba a entrar con una majestad de padre de familia al
+uso latino, señor absoluto de su casa. La puerta sólo estaba entornada.
+
+Se abrió, dando paso a una ráfaga de viento cargada de lluvia, que hizo
+estremecerse las luces del candil y refrescó el denso ambiente de la
+cocina. Iluminóse con el resplandor de una exhalación el negro
+rectángulo de la puerta, y todos vieron en ella, sobre el cielo lívido,
+una figura encapuchada, una especie de penitente, chorreando lluvia y
+con el rostro casi oculto.
+
+Entró con paso decidido, sin saludar a nadie, seguido del perro, que
+olisqueaba sus piernas con gruñido cariñoso, y fue rectamente a ocupar
+la silla vacía junto a Margalida: el lugar reservado a los
+pretendientes.
+
+Al sentarse se echó atrás la capucha y fijó sus ojos en la muchacha.
+
+--¡Ah!--gimió ésta, pálida, con los ojos agrandados por la sorpresa.
+
+Y fue tal su emoción, tan violento su impulso por retirarse de él, que
+la faltó poco para caer.
+
+
+
+
+Tercera parte
+
+
+
+
+I
+
+
+Dos días después, cuando Jaime, de vuelta de la pesca, esperaba la
+comida en su torre, vio presentarse a Pep, que depositó el cestillo
+sobre la mesa con cierta solemnidad.
+
+El rústico intentó excusarse por esta visita extraordinaria. Su mujer y
+Margalida habían ido otra vez a la ermita de los _Cubells_: el muchacho
+las acompañaba.
+
+Comió Febrer con buen apetito, por haber pasado la mañana en el mar
+desde que rompió el día; pero el aire grave del payés acabó por
+preocuparle.
+
+--Pep: tú quieres decirme algo y no te atreves--dijo Jaime en dialecto
+ibicenco.
+
+--Así es, señor.
+
+Y Pep, igual a todos los tímidos, que dudan y vacilan antes de hablar,
+pero una vez perdido el miedo se lanzan adelante ciegamente, empujados
+por el propio temor, expuso con rudeza su pensamiento.
+
+«Sí; algo tenía que decirle, algo muy importante. Dos días había estado
+pensándolo, pero ya no podía callar más tiempo. Si se había encargado de
+traer la comida del señor, era sólo por hablarle... ¿Qué deseaba don
+Jaime? ¿Por qué se burlaba de ellos, que le querían tanto?...»
+
+--¡Burlarme!--exclamó Febrer.
+
+«Sí; burlarse de ellos.» Pep lo afirmaba con tristeza. «¿Qué había sido
+lo de la noche de la tormenta? ¿Qué capricho había impulsado al señor a
+presentarse en pleno cortejo, sentándose al lado de Margalida como si
+fuese un pretendiente?...» ¡Ah, don Jaime! Los _festeigs_ son cosa
+seria: por ellos se matan los hombres. Bien sabía él que los señores se
+burlaban de esto, considerando casi como salvajes a los payeses de la
+isla; pero a los pobres hay que dejarles sus costumbres, olvidarlos, no
+turbar sus escasas alegrías.
+
+Ahora fue Febrer quien puso el gesto triste.
+
+--¡Pero si yo no me burlo de vosotros, querido Pep! ¡Si todo es
+verdad!... Entérate de una vez: soy pretendiente de Margalida, como el
+_Cantó_, como ese _verro_ antipático, como todos los muchachos que
+acuden a tu cocina para cortejarla... La otra noche me presenté porque
+ya no podía sufrir más, porque comprendí de pronto la causa de las
+tristezas que me vienen afligiendo, porque quiero a Margalida, y me
+casaré con ella, si ella me acepta.
+
+Su acento sincero y apasionado no dejó dudas al payés.
+
+--¡Luego es verdad!--exclamó--. Algo de eso me había dicho la _atlota_
+llorando cuando yo le pregunté el motivo de la visita del señor... Yo no
+la creí al principio. ¡Las muchachas son tan pretenciosas! Se imaginan
+que todos los hombres andan locos tras ellas... ¿Conque es verdad?...
+
+Y esta certidumbre le hacía sonreír, como algo inesperado y gracioso.
+
+¡Qué don Jaime! Muy honrados él y su familia por esta muestra de aprecio
+a los de _Can Mallorquí_. Lo malo era para la muchacha, que se
+engreiría, imaginándose ya digna de un príncipe, no queriendo aceptar a
+ningún payés.
+
+--No puede ser, señor. ¿No comprende usted que no puede ser?... Yo
+también he sido joven y sé lo que es esto. Un primer movimiento que nos
+hace ir detrás de toda _atlota_ que no es fea; pero luego reflexiona
+uno, piensa lo que está bien y lo que está mal, lo que más le conviene,
+y acaba por no hacer tonterías. Usted habrá reflexionado, ¿verdad,
+señor?... Lo de la otra noche fue una broma, un capricho...
+
+Febrer movió la cabeza enérgicamente. No; ni broma ni capricho. Amaba a
+Margalida, a la gentil «Flor de almendro»; estaba convencido de su
+pasión, e iría donde ella le arrastrase. Su propósito era hacer en
+adelante lo que le ordenara su voluntad, sin escrúpulos ni prejuicios.
+Bastante tiempo había sido esclavo de ellos. No; ni reflexión ni
+arrepentimiento. Amaba a Margalida, y era uno de sus pretendientes, con
+el mismo derecho que cualquier _atlot_ de la isla. Ya estaba dicho.
+
+Pep, escandalizado por tales palabras, herido en sus ideas más antiguas
+y arraigadas, levantó las manos, al mismo tiempo que su alma simple se
+asomaba a los ojos con temblores de sorpresa.
+
+--_¡Siñor!... ¡Siñor!..._
+
+Necesitaba poner por testigo al Señor del cielo para expresar su
+turbación y su asombro. ¡Un Febrer queriendo casarse con la payesa de
+_Can Mallorquí_!... El mundo ya no era el mismo: parecían trastornadas
+todas sus leyes, como si el mar estuviera próximo a cubrir la isla y los
+almendros floreciesen en adelante sobre las olas. ¿Pero se había dado
+cuenta don Jaime de lo que significaba su deseo?...
+
+Todo el respeto depositado en el alma del payés durante largos años de
+servidumbre a la noble familia, la veneración religiosa que le habían
+infundido sus padres cuando de niño veía llegar a los señores de
+Mallorca, renacieron ahora, protestando de este absurdo como de algo
+contrario a las costumbres humanas y la divina voluntad. El padre de don
+Jaime había sido un personaje poderoso, de los que dictan las leyes allá
+en Madrid; hasta había vivido en el palacio real. Le veía en su memoria,
+lo mismo que se lo había imaginado en las ilusiones crédulas de su
+niñez, mandando a los hombres a su voluntad; pudiendo enviar unos a la
+horca y perdonando a otros, según su capricho; sentado a la mesa de los
+monarcas y jugando con ellos a la baraja, igual que podía hacerlo él con
+un amigo en la taberna de San José, tratándose tú por tú; y cuando no
+estaba en la corte, era señor absoluto en barcos de hierro de los que
+escupen humo y cañonazos... ¿Y su célebre abuelo don Horacio? Pep le
+había visto pocas veces, y sin embargo, temblaba aún de respeto al
+recordar su aspecto señorial, su cara grave, limpia de sonrisas, y el
+gesto imponente con que acompañaba sus bondades. Era un rey a la
+antigua, uno de aquellos reyes buenos y justicieros, padres de los
+pobres, con el pan en una mano y el palo en la otra.
+
+--¿Y quiere usted que yo, el pobre Pep de _Can Mallorquí_, sea pariente
+de su padre y su abuelo, y de todos los señorones que fueron amos de
+Mallorca y mandones del mundo?... Vamos, don Jaime. Vuelvo a creer que
+todo es una broma: su seriedad no me engaña. También don Horacio
+discurría a veces las cosas más chistosas, sin perder su cara de juez.
+
+Jaime paseó los ojos por el interior de la torre, sonriendo de su
+miseria.
+
+--¡Pero si soy un pobre, Pep ¡Si tú eres rico comparado conmigo! ¿A qué
+recordar mi familia, si vivo de tu apoyo?... Si me despidieras, no sé
+adonde podría ir.
+
+El gesto de incredulidad con que Pep acogía siempre estas afirmaciones
+humildes volvió a aparecer.
+
+«¡Pobre! ¿Y aquella torre no era suya?...» Febrer le contestó riendo.
+¡Bah! Cuatro piedras viejas, que se caían cansadas de existir; un monte
+inculto, que sólo tendría algún valor trabajado por el payés... Pero
+éste insistió. Le quedaba lo de Mallorca, que aunque algo enredado, era
+mucho... ¡mucho!
+
+Y al extender sus brazos con un gesto de inmensidad, como si nadie
+pudiese abarcar la fortuna de Jaime, añadía convencido:
+
+--Un Febrer nunca es pobre. Usted no podrá serlo nunca. Después de estos
+tiempos otros vendrán.
+
+Jaime desistió de hacerle reconocer su pobreza. Mejor era que le creyese
+rico. Así no podrían decir aquellos _atlots_ sin más horizonte que el de
+la isla, que era un desesperado ansioso de unirse con la familia de Pep
+para recuperar las tierras de _Can Mallorquí_.
+
+¿Por qué se asombraba tanto el payés de que él pretendiese a Margalida?
+No era esto más que la repetición de una eterna historia: la del rey
+disfrazado y vagabundo enamorándose de la pastora y dándola su mano... Y
+él no era un rey ni estaba disfrazado, sino en una situación de miseria
+verdadera.
+
+--También sé yo esa historia--dijo Pep--. Me la contaron de chico muchas
+veces y se la he contado yo a los míos... No digo que no sucediese así;
+pero sería en otros tiempos... otros tiempos muy lejanos: cuando
+hablaban los animales.
+
+Para Pep, la más remota antigüedad y el estado dichoso de los hombres
+era siempre en el tiempo feliz «cuando hablaban los animales».
+
+Pero ¡ahora!... Ahora él, aunque no sabía leer, se enteraba de las cosas
+del mundo cuando iba a San José los domingos y hablaba con el secretario
+del Ayuntamiento y otras personas letradas que leían periódicos. Los
+reyes se casaban con reinas y las pastoras con pastores. Se acabaron los
+buenos tiempos.
+
+--¿Pero tú sabes si Margalida me quiere o no me quiere?... ¿Tú estás
+seguro de que le parece todo esto un disparate, lo mismo que a ti?...
+
+Pep quedó silencioso largo rato, metiendo una mano bajo el fieltro y el
+pañuelo de seda puesto mujerilmente, para rascarse los bucles crespos y
+canos de su cabeza. Sonreía maliciosamente y al mismo tiempo con
+desprecio, como regocijado por la inferioridad en que vive la hembra de
+los campos.
+
+--¡Las mujeres! ¡Vaya usted a saber lo que piensan, don Jaime!...
+Margalida es como todas: amiga de vanidades y cosas extraordinarias. A
+su edad, todas sueñan que va a venir por ellas un conde o un marqués
+para llevárselas en un carro de oro y que mueran de envidia sus amigas.
+Yo también, cuando era _atlot_, pensaba muchas veces que vendría a
+pedirme en matrimonio la más rica de Ibiza, una muchacha que no sabía
+quién pudiera ser, pero hermosa como la Virgen y con campos tan grandes
+como la mitad de la isla... Son cosas de los pocos años.
+
+Luego, cesando de sonreír, añadió:
+
+--Sí; tal vez le quiera a usted y no se dé cuenta de lo que desea. ¡Esto
+del querer y de la juventud es tan raro!... Llora cuando le hablan de lo
+de la otra noche; dice que fue una locura, pero ni una palabra contra
+usted... ¡Ay! ¡el corazón quisiera yo verle!
+
+Febrer acogió estas palabras con una sonrisa de gozo; pero el payés
+desvaneció instantáneamente su alegría, añadiendo enérgicamente:
+
+--No puede ser, y no será... Piense ella lo que piense, yo me opongo,
+porque soy su padre y quiero su bien... ¡Ay, don Jaime! Cada cual con
+los suyos. Me recuerda todo esto a cierto fraile que vivía solitario en
+los _Cubells_, hombre sabio, y por ser sabio, medio loco, que se empeñó
+en sacar crías de un gallo y una gaviota: una gaviota del tamaño de un
+ganso.
+
+Y describía, con la gravedad que tiene para el campesino la vida y el
+cruce de los animales, la ansiedad de los payeses cuando iban a los
+_Cubells_, agrupándose curiosos en torno del jaulón donde estaban bajo
+la vigilancia del fraile el gallo y la gaviota.
+
+--Años duró el trabajo de aquel buen señor, y ¡ni una cría!... Contra lo
+imposible nada pueden los hombres. Tenían sangre distinta; vivían juntos
+y tranquilos, pero no eran iguales ni podían serlo. Cada uno con los
+suyos.
+
+Y al decir esto, Pep recogió de la mesa los platos de la comida y los
+fue guardando en la cesta, preparándose para marcharse.
+
+--Quedamos, don Jaime--dijo con su tenacidad campesina--, en que todo es
+broma, y usted no inquietará a la _atlota_ con sus fantasías.
+
+--No, Pep. Quedamos en que quiero a Margalida, y voy a su cortejo con el
+mismo derecho que cualquier muchacho de la isla. Hay que respetar los
+usos antiguos.
+
+Y sonrió ante el gesto malhumorado del payés. Pep movía la cabeza en
+señal de protesta, repitiendo que aquello era imposible. Las muchachas
+del _cuartón_ iban a burlarse de Margalida, regocijadas por este
+pretendiente extraño que rompía el orden de las costumbres. Los
+maliciosos tal vez iban a calumniar a _Can Mallorquí_, que tenía un
+pasado de honradez como la mejor familia de la isla. Hasta sus amigos,
+cuando fuese él a misa a San José reuniéndose con ellos en el claustro
+de la iglesia, iban a suponer que era un ambicioso y deseaba convertir a
+su hija en una señorita... Y no era esto sólo. Había que temer además la
+cólera de los rivales, los celos de aquellos _atlots_ que habían quedado
+absortos por la sorpresa al verle entrar en plena tempestad y sentarse
+junto a Margalida. De seguro que a aquellas horas ya habían salido de su
+asombro, y hablaban de él concertándose todos para oponerse al
+forastero. Los de la isla eran como eran. Se mataban entre ellos, sin
+molestar al de fuera, porque le creían extraño a su vida, indiferente a
+sus pasiones. ¡Pero si el extranjero se mezclaba en sus asuntos, y
+además de extranjero... era mallorquín!... ¿Cuándo se había visto a
+gentes de otras tierras disputarles la novia a los ibicencos?... Don
+Jaime, ¡por su padre! ¡por su noble abuelo! Se lo rogaba Pep, que le
+conocía desde niño. La alquería era suya, todos sus habitantes deseaban
+servirle... ¡pero no debía persistir en aquel capricho! Iba a traerle
+desgracia.
+
+Febrer, que había escuchado hasta entonces con deferencia, se irguió
+ante estas palabras de Pep. Sublevóse su carácter rudo, como si acabara
+de recibir una grave ofensa con los temores del payés. ¡Miedos a él!...
+Sentíase capaz de pelear con todos los _atlots_ de la isla. No había en
+Ibiza quien le hiciese retroceder. A su apasionamiento belicoso de
+amante uníase una soberbia de raza, el odio ancestral que separaba a los
+habitantes de las dos islas. Iría al cortejo; tenía buenos compañeros
+que le defendiesen en caso de apuro. Y miraba la escopeta colgada de la
+pared, luego de pasar sus ojos por la faja, donde ocultaba el revólver.
+
+Pep bajó la cabeza con desaliento. Lo mismo había sido él cuando joven.
+Las mujeres hacen cometer las mayores locuras. Era inútil insistir para
+convencer al señor, testarudo y soberbio como todos los suyos.
+
+--Haga su santa voluntad, don Jaime; pero acuérdese de lo que le digo.
+Nos espera una desgracia, una gran desgracia.
+
+Salió el payés de la torre, y Jaime lo vio alejarse cuesta abajo, hacia
+su alquería, moviéndose al impulso de la brisa marítima las puntas de su
+pañuelo y el mantón mujeril que llevaba sobre los hombros.
+
+Desapareció Pep tras las bardas de _Can Mallorquí_. Febrer iba a
+separarse de la puerta, cuando vio surgir entre los grupos de tamariscos
+de la pendiente un muchacho que, luego de mirar a un lado y a otro para
+convencerse de que no era observado, corrió hacia él. Era el
+_Capellanet_. Subió a saltos la escalera de la torre, y al verse ante
+Febrer rompió a reír, mostrando el marfil de su dentadura rodeada de
+rosa obscuro.
+
+Desde la noche que el señor se presentó en la alquería, el _Capellanet_
+lo trataba con la mayor confianza, cual si le considerase ya de la
+familia. Él no protestaba de lo extraordinario del suceso. Le parecía
+natural que Margalida gustase al señor y que éste desease casarse con
+ella.
+
+--Pero ¿no estabas en los _Cubells_?--preguntó Febrer.
+
+El muchacho volvió a reír. Había dejado a su madre y su hermana en mitad
+del camino, y oculto entre los tamariscos esperó a que su padre
+regresase de la torre. Sin duda el viejo quería hablar de cosas
+importantes con don Jaime; por esto los había alejado a todos,
+encargándose de llevar él mismo la comida. Hacía dos días que sólo
+hablaba en su casa de esta entrevista. Su timidez y el respeto «al amo»
+le hacían vacilar, pero al fin se había decidido. El noviazgo de
+Margalida le tenía de mal humor. ¿Había estado muy regañón el viejo?...
+
+Queriendo esquivar Febrer estas preguntas, le hizo otras con cierta
+ansiedad. ¿Y «Flor de almendro»? ¿Qué decía cuando el _Capellanet_ le
+hablaba de él?
+
+Se irguió el muchacho con petulancia, satisfecho de proteger al señor.
+Su hermana no decía nada; unas veces sonreía al oír el nombre de don
+Jaime, otras se le humedecían los ojos, y casi siempre daba fin a la
+conversación aconsejando al _Capellanet_ que no se mezclase en este
+asunto y diese gusto al padre yendo a estudiar en el Seminario.
+
+--Esto se arreglará, señor--continuó el muchacho, poseído de la nueva
+importancia de su persona--. Se arreglará; se lo digo yo. Estoy seguro
+de que mi hermana le quiere mucho... pero le tiene cierto miedo, cierto
+respeto. ¡Quién podía esperar que usted se fijase en ella!... En casa
+todos parecen locos. El padre pone mala cara y habla solo; la madre gime
+y se aclama a la Virgen; Margalida llora; y mientras tanto, la gente
+cree que estamos de lo más alegres. Pero esto se arreglará, don Jaime;
+yo se lo prometo.
+
+Preocupábale otra cosa, aparte de la voluntad de Margalida. Mientras
+hablaba, su pensamiento iba hacia sus antiguos amigos, los _atlots_ que
+cortejaban a «Flor de almendro». «¡Atención, señor! ¡Mucho ojo!...» Él
+no sabía nada de cierto. Hasta sospechaba que aquellos muchachos habían
+perdido la confianza en su persona, recatándose de hablar en su
+presencia. Pero seguramente tramaban algo. Una semana antes parecían
+odiarse y vivían apartados unos de otros; ahora se habían juntado todos
+para abominar del forastero. Callaban, pero su silencio era taciturno,
+poco tranquilizador. El único que gritaba y se movía con una cólera de
+cordero rabioso era el _Cantó_, irguiendo su cuerpo desmedrado de
+tísico, afirmando entre crueles toses su propósito de matar al
+mallorquín.
+
+--Le han perdido a usted el respeto, don Jaime--continuó el muchacho--.
+Cuando le vieron entrar y sentarse al lado de mi hermana, quedaron como
+atontados. Yo también me quedé sin saber lo que veía, y eso que hace
+tiempo me daba el corazón que a usted no le era indiferente Margalida.
+Preguntaba usted demasiado por ella... Pero ahora ya se les ha pasado el
+susto, y van a hacer algo: ¡vaya si lo harán!... Y no les falta razón.
+¿Cuándo se ha visto en San José venir los forasteros a quitarles la
+novia a unos _atlots_ que son los más valientes de la isla?...
+
+El orgullo de vecindario arrastró al _Capellanet_ a participar
+momentáneamente de las opiniones de los otros, pero pronto renacieron su
+gratitud y su afecto a Febrer.
+
+--No importa. Usted la quiere, y basta. ¿Por qué ha de ir mi hermana a
+trabajar la tierra y pasar fatigas, cuando un señor como usted se fija
+en ella?... Además--y aquí sonreía maliciosamente el pilluelo--, a mí me
+conviene este casamiento. Usted no va a cultivar los campos, usted se
+llevará a Margalida, y el viejo, no teniendo a quién dejar _Can
+Mallorquí_, me permitirá que sea labrador, que me case, y ¡adiós
+capellanía!... Le digo a usted, don Jaime, que usted se la lleva. Aquí
+estoy yo, el _Capellanet_, para pelearme con media isla en su defensa.
+
+Miraba a un lado y a otro, como si temiera encontrarse con los bigotes y
+los ojos severos de la Guardia civil, y luego, tras una vacilación de
+hombre modesto que teme revelar su importancia, llevábase una mano a los
+riñones y tiraba del interior de la faja, sacando un cuchillo cuyo
+brillo y limpieza parecían hipnotizarle.
+
+--¿Eh?--decía, admirando la tersura del acero virgen y mirando a Febrer.
+
+Era el cuchillo que le había regalado Jaime el día antes. Como estaba de
+buen humor, había hecho arrodillarse al _Capellanet_. Luego, con burlona
+gravedad, le había golpeado con el arma, proclamándolo caballero
+invencible del _cuartón_ de San José, de toda la isla y de los freos y
+peñones adyacentes. El pilluelo, trémulo de emoción por el regalo,
+había acogido la ceremonia con gravedad, creyéndola algo indispensable
+que se usaba entre los señores.
+
+--¿Eh?--volvió a preguntar, mirando a don Jaime como si lo protegiese
+con toda la inmensidad de su valentía.
+
+Pasaba un dedo ligeramente por el filo y luego apoyaba la yema en la
+punta, gozando voluptuosamente al sentir su agudo pinchazo. ¡Qué joya!
+
+Febrer movió la cabeza. Sí; conocía el arma: él mismo se la había traído
+de Ibiza.
+
+--Pues con esto--continuó el chicuelo--no hay guapo que se nos ponga
+delante. ¿El _Ferrer_?... ¡mentira! ¿El _Cantó_ y todos los otros?...
+¡mentira también! ¡Y pocas ganas que tengo yo de usarlo!... Él que
+intente algo contra usted está sentenciado a muerte.
+
+Y a continuación, con una tristeza de grande hombre que pierde el tiempo
+sin dar la medida de su valor, dijo bajando los ojos:
+
+--Cuando mi abuelo tenía mi edad, cuentan que ya era _verro_ y metía
+miedo a toda la isla.
+
+Pasó el _Capellanet_ en la torre una parte de la tarde, hablando de los
+enemigos supuestos de don Jaime, que ya consideraba como suyos,
+ocultando su cuchillo para volver a sacarlo, como si necesitase
+contemplar su imagen desfigurada en la bruñida hoja, soñando en
+tremendos combates que terminaban siempre con la fuga o muerte de los
+adversarios, salvando él caballerescamente al acorralado don Jaime. Éste
+reía de la petulancia del muchacho, tomando a broma sus ansias de pelea
+y destrucción.
+
+Al anochecer bajó a la alquería para traerle la cena. Ya había
+encontrado en el porche varios cortejantes venidos de muy lejos, que
+esperaban sentados en los poyos el principio del _festeig_. ¡Hasta
+luego, don Jaime!...
+
+Febrer, así que cerró la noche, se dispuso a bajar a la alquería, con el
+gesto hosco, la mirada dura, las manos nerviosas por un imperceptible
+temblor homicida, lo mismo que un guerrero primitivo al emprender una
+expedición desde la cumbre al valle. Antes de echarse el jaique sobre
+los hombros sacó su revólver de la faja, examinando escrupulosamente el
+estado de las cápsulas y el juego de la llave. ¡Todo corriente! Al
+primero que intentase algo contra él, le metía los seis tiros en la
+cabeza. Sentíase bárbaro, implacable, como uno de aquellos Febrer leones
+del mar, que saltaban a las playas enemigas, matando para no morir.
+
+Anduvo cuesta abajo, por entre los grupos de tamariscos, que movían en
+la obscuridad sus masas ondeantes, con una mano metida en la faja y
+acariciando la culata del revólver. ¡Nadie! Al llegar al porche de _Can
+Mallorquí_ lo encontró lleno de _atlots_ que aguardaban de pie o
+sentados en los poyos a que la familia acabase su cena en la cocina.
+Febrer los adivinó en la obscuridad por el olor de cáñamo de las
+alpargatas nuevas y el de lana burda de sus mantones y jaiques. Las
+chispas rojas de los cigarros indicaban en el fondo del porche otros
+grupos en espera.
+
+--_¡Bono, nit!_--dijo Febrer al llegar.
+
+Sólo le respondieron con un leve gruñido. Cesaron las conversaciones
+mantenidas a media voz, y un silencio hostil y penoso empezó a gravitar
+sobre todos aquellos hombres.
+
+Jaime se apoyó en una pilastra del porche, alta la frente, arrogante el
+ademán, destacando su figura sobre el fondo del horizonte, como si
+adivinase los ojos que en la obscuridad estaban fijos en él.
+
+Sentía cierta emoción, pero no era de miedo. Casi llegó a olvidar a los
+enemigos que le rodeaban. Pensaba con inquietud en Margalida. Sintió el
+escalofrío del enamorado cuando adivina la proximidad de la mujer
+adorada y duda de su suerte, temiendo y deseando al mismo tiempo su
+aparición. Ciertos recuerdos del pasado volvieron a él, haciéndole
+sonreír. ¿Qué diría miss Mary si le viese rodeado de esta gente rústica,
+tembloroso y vacilante al pensar en la proximidad de una muchacha
+campesina?... ¡Cómo reirían sus antiguas amigas de Madrid y de París al
+encontrarle en esta traza de campesino, dispuesto a matar por la
+conquista de una mujer casi igual a sus criadas!...
+
+Se abrió la puerta de la alquería, que estaba entornada, marcándose en
+su rectángulo de luz rojiza la silueta de Pep.
+
+--_¡Avant els hómens!_--dijo como un patriarca que comprende los anhelos
+de la juventud y ríe bondadosamente de ellos.
+
+Y los hombres entraron uno tras otro, saludando al _siñó_ Pep y los
+suyos, ocupando los bancos y sillas de la cocina como niños que llegan a
+la escuela.
+
+El payés de _Can Mallorquí_, al reconocer al señor, hizo un gesto de
+asombro. «¡Allí él esperando con los otros, como un simple pretendiente,
+sin atreverse a entrar en una casa que era suya!...» Febrer contestó con
+un encogimiento de hombros. Quería hacer lo mismo que los demás. Se
+imaginaba que de este modo le sería más fácil conseguir sus deseos. Nada
+que recordase su antigua condición de amigo respetable y de señor:
+cortejante nada más.
+
+Pep le hizo sentar a su lado. Pretendió distraerlo con su conversación,
+pero él no apartaba los ojos de «Flor de almendro», que, fiel al ritual
+de los _festeigs_, estaba en una silla, en el centro de la pieza,
+acogiendo con gestos de reina tímida la admiración de sus cortejantes.
+
+Fueron uno tras otro sentándose todos al lado de Margalida, que
+respondía en voz queda a sus palabras. Fingía no ver a don Jaime; casi
+le volvía la espalda. Los pretendientes que aguardaban su vez estaban
+taciturnos, sin la alegre charla con que entretenían su espera en otras
+noches. Parecía que algo fúnebre pesaba sobre ellos, obligándolos a
+permanecer en silencio, con la vista baja y los labios apretados, como
+si en la habitación inmediata hubiese un muerto. Era la presencia del
+extraño, del intruso, ajeno a su clase y sus costumbres. ¡Maldito
+mallorquín!...
+
+Cuando hubieron pasado todos los mozos por la silla inmediata a
+Margalida, el señor se levantó. Era el último que se había presentado
+como cortejante, y en buena ley le llegaba su turno. Pep, que le hablaba
+sin cesar para distraerlo, quedóse de pronto con la boca abierta al ver
+cómo se alejaba sin oírle más.
+
+Sentóse al lado de Margalida, que parecía no verle, humillada la cabeza
+y fijos los ojos en sus rodillas. Todos los _atlots_ quedaron en
+silencio, para que en el ambiente tranquilo resonasen las más leves
+palabras del forastero; pero Pep, adivinando esta intención, comenzó a
+hablar fuerte con su mujer y su hijo sobre trabajos que debían de
+realizar al día siguiente.
+
+--¡Margalida! ¡«Flor de almendro»!...
+
+La voz de Febrer, como un susurro, acarició las orejas de la muchacha.
+Allí le tenía, para convencerla de que era amor, verdadero amor, lo que
+ella consideraba un capricho. Febrer no sabía aún ciertamente cómo había
+sido esto. Sentía un malestar en su soledad, un anhelo vago de cosas
+mejores, que tal vez estaban a su alcance, pero que él, en su ceguera,
+no podía reconocer, hasta que de pronto había visto claro dónde estaba
+la dicha... Y la dicha era ella. ¡Margalida! ¡«Flor de almendro»! Él no
+tenía juventud, él era pobre; ¡pero la amaba tanto!... Una palabra nada
+más, algo que disipase la incertidumbre en que vivía.
+
+Y ella, al sentir más próxima la boca de Febrer, al percibir su aliento
+ardoroso, movió levemente la cabeza. «No, no. ¡Váyase!... Tengo miedo.»
+Sus ojos se elevaron para mirar rápidamente a todos aquellos jóvenes
+morenos, de gesto trágico, que parecían quemarlos a los dos con sus
+pupilas de brasa.
+
+¡Miedo!... Esta palabra bastó para que Febrer saliese de su encogimiento
+suplicante y mirase con soberbia a los rivales sentados ante él. ¿Miedo
+a quién?... Sentíase capaz de pelear con todos estos rústicos y sus
+innumerables parientes. ¡Miedo no, Margalida! Ni por él ni por ella
+debía temer. Lo que Jaime la suplicaba era que respondiese a su
+pregunta. ¿Podía esperar? ¿Qué pensaba contestarle?...
+
+Pero Margalida permanecía silenciosa, descoloridos sus labios, pálidas
+las mejillas con una blancura lívida, moviendo los párpados para
+esconder tras el enrejado de las pestañas la humedad lacrimosa de sus
+ojos. Iba a llorar. Se adivinaban sus esfuerzos para contener el llanto:
+respiraba con angustia. Sus lágrimas, surgiendo de pronto en este
+ambiente hostil, podían ser una señal de combate; iban a producir la
+explosión de todas las cóleras contenidas que adivinaba en torno de
+ella. No... ¡no! Y el esfuerzo de su voluntad sólo servía para hacer
+mayor su angustia, obligándola a humillar el rostro como las bestias
+dulces y tímidas, que creen salvarse del peligro ocultando su cabeza. La
+madre, que trenzaba cestos en un rincón, sintióse alarmada en sus
+instintos de mujer. Su alma simple se dio cuenta del estado de
+Margalida. El padre, viendo la inquietud de aquellos ojos de animal
+triste y resignado, intervino oportunamente.
+
+«Las nueve y media...» Hubo un movimiento de sorpresa y protesta en el
+grupo de los _atlots_. Aún era pronto, faltaban muchos minutos para la
+hora: lo tratado era ley. Pero Pep, con su testarudez de campesino, se
+hacía el sordo, repitiendo las mismas palabras mientras se ponía de pie
+e iba hacia la puerta, abriéndola completamente. «Las nueve y media.»
+Cada uno era amo en su casa, y él hacia en la suya lo que creía mejor.
+Debía levantarse temprano al día siguiente: _«¡Bona nit!...»_
+
+Y fue saludando a los cortejantes según salían de la casa. Al pasar
+Jaime ante él, sombrío y despechado, intentó retenerlo por un brazo.
+Debía esperar; él le acompañaría hasta la torre. Miraba con inquietud al
+_Ferrer_, que se había quedado detrás de él, retardando voluntariamente
+su salida de la casa.
+
+Pero el señor no le contestó, librándose de su brazo con rudo
+movimiento. Sentíase furioso por el mutismo de Margalida, que
+consideraba un fracaso; por la actitud hostil de los mozos; por el modo
+insólito con que se había dado fin a la velada.
+
+Los _atlots_ dispersáronse en la sombra, sin gritos, relinchos ni
+canciones, como si volvieran de un entierro. Algo trágico flotaba en las
+tinieblas de la noche.
+
+Febrer siguió su camino sin volver la vista, deseoso de oír que alguien
+venía tras de sus pasos, tomando por misterioso arrastre de
+perseguidores los leves crujidos del ramaje de los tamariscos bajo la
+brisa nocturna.
+
+Al llegar al pie de la colina, donde los matorrales eran más espesos, se
+volvió, quedando inmóvil. Su silueta destacábase sobre la blancura del
+sendero a la luz vagorosa de las estrellas. Tenía el revólver en la
+diestra, apretando nerviosamente la culata, acariciando el gatillo con
+un dedo febril, ansioso de disparar. ¡Ay! ¿no le seguiría alguien? ¿no
+aparecería el _verro_ o cualquiera de los otros enemigos?...
+
+Transcurrió el tiempo sin que nadie se presentase. En torno de él, la
+vegetación silvestre, agrandada por la sombra y el misterio, parecía
+reír irónicamente de su cólera con grandes murmullos. Al fin, la fresca
+serenidad de la tierra soñolienta pareció penetrar en él. Acabó
+encogiéndose de hombros con gesto de desprecio, y llevando el revólver
+por delante, continuó su camino hasta encerrarse en la torre.
+
+El día siguiente lo pasó por entero en el mar con el tío Ventolera. De
+vuelta a su vivienda encontró fría sobre la mesa la cena que le había
+traído el _Capellanet_. Unas cruces y el propio nombre de Febrer
+grabados en el muro a punta de acero le revelaron la visita del _atlot_.
+El seminarista no podía permanecer quieto teniendo un cuchillo al
+alcance de su mano.
+
+Al otro día apareció en la torre el muchacho de _Can Mallorquí_ con aire
+misterioso. Tenía que contar a don Jaime cosas importantes. La tarde
+anterior, correteando en persecución de cierto pájaro por el pinar
+inmediato a la forja del _Ferrer_, había visto de lejos, bajo el
+cobertizo de la herrería, al _verro_ hablando con el _Cantó_.
+
+--¿Y qué más?--preguntó Febrer, extrañándose de que el muchacho callase.
+
+Nada más. ¿Le parecía poco?... El _Cantó_ no era aficionado a las
+alturas, porque sus cuestas le hacían toser. Siempre andaba por los
+valles, sentándose bajo los almendros y las higueras para inventar sus
+trovos. Si había subido hasta la herrería, era indudablemente porque el
+_Ferrer_ le habría llamado. Hablaban los dos con gran animación. El
+_verro_ parecía darle consejos, y el pobrecillo le contestaba con gestos
+afirmativos.
+
+--¿Y qué?--volvió a preguntar Febrer.
+
+El _Capellanet_ pareció compadecerse de la simpleza del señor. «¡Mucho
+ojo, don Jaime! Él no conocía a los de la isla.» Esta conversación en la
+fragua le inspiraba cuidado. Estaban en sábado: aquella noche era de
+_festeig_. De seguro que preparaban algo contra el señor, si se
+presentaba en _Can Mallorquí_.
+
+Febrer acogió tales palabras con un gesto de desprecio. Bajaría, a pesar
+de todo... ¡Si creían que le inspiraban miedo! Lo que lamentaba era que
+tardasen tanto en atacarle.
+
+Pasó en belicosa nerviosidad todo el resto del día, deseando que llegara
+pronto el anochecer. Evitaba en sus paseos acercarse a _Can Mallorquí_,
+contemplándolo de lejos, con la esperanza de ver unos instantes la
+gentil figura de Margalida bajo el porche. No por esto osaba
+aproximarse, como si una irresistible timidez le cerrase el camino de la
+finca mientras brillaba el sol. Desde que era pretendiente no podía
+presentarse como amigo. Su llegada podía resultar embarazosa para la
+familia de Pep. Temía que la muchacha se ocultase al verle.
+
+Apenas se extinguió la luz del sol y comenzaron a brillar las estrellas
+en un cielo claro de invierno, Febrer descendió de la torre.
+
+Durante el breve camino hasta la alquería volvieron a renacer en su
+memoria los recuerdos del pasado, con una precisión irónica, lo mismo
+que en la anterior noche de cortejo.
+
+«¡Si me viese miss Mary!--pensó--. Tal vez me comparase a un Sigfrido
+rústico yendo a matar el dragón que guarda el tesoro de Ibiza... ¡Si me
+viesen otras mujeres que he conocido, y todo lo encontraban
+ridículo!...»
+
+Pero su amor se sobrepuso inmediatamente a tales recuerdos. ¡Si le
+viesen! ¿y qué?... Margalida valía más que las hembras que él había
+conocido antes: era la primera, la única. Todo en su historia pasada le
+parecía falso y artificial, como la vida que se muestra en los
+escenarios, pintada y cubierta de oropeles bajo una luz engañosa. Nunca
+había de volver a ese mundo de ficción. La realidad era lo presente.
+
+Al llegar al porche encontró reunidos a los cortejantes, que parecían
+discutir con voz ahogada. Al verle callaron instantáneamente.
+
+--_¡Bona nit!_
+
+Nadie contestó. Ni siquiera le acogieron con el gruñido de la otra
+noche.
+
+Cuando Pep, abriendo la puerta, les dio entrada en la cocina, Febrer vio
+que el _Cantó_ llevaba el tamborcillo pendiente de un brazo y en la
+diestra la baqueta con que golpeaba el parche.
+
+Era noche de música. Unos _atlots_ sonreían al ocupar sus puestos con
+expresión maligna, como regocijándose por adelantado de algo
+extraordinario. Otros, más serios, mostraban en su gesto el noble
+disgusto de los que temen presenciar una mala acción inevitable. El
+_Ferrer_ permanecía impasible en uno de los rincones más apartados,
+buscando empequeñecerse, pasar inadvertido entre los camaradas.
+
+Hablaron con Margalida unos cuantos _atlots_, pero de pronto, viendo la
+silla libre, el _Cantó_ avanzó para sentarse en ella, sujetando el
+tambor entre la rodilla y un codo y apoyando la frente en su mano
+izquierda. La baqueta golpeó lentamente el parche, mientras sonaba un
+largo siseo reclamando silencio. Era un trovo nuevo: todos los sábados
+traía versos el _Cantó_, en honor de la _atlota_ de la alquería. El
+encanto de la música bárbara y monótona, admirada desde la niñez, obligó
+a callar a todos. La santa emoción de la poesía hacía estremecerse por
+adelantado a estas almas simples.
+
+El pobre tísico rompió a cantar, acompañando cada verso con un cloqueo
+final que estremecía su pecho y arrebolaba sus mejillas. Pero el _Cantó_
+se mostraba esta noche con más fuerzas que nunca: sus ojos tenían un
+brillo extraordinario.
+
+A los primeros versos, una carcajada general resonó en la cocina,
+celebrando la gracia irónica del rústico poeta.
+
+Febrer no había entendido gran cosa. Cuando escuchaba esta música
+monótona y relinchante, que parecía recordar los primeros cantos de los
+marineros semitas esparcidos por el Mediterráneo, sumíase en otros
+pensamientos para hacer corta la espera y sufrir menos con la
+extraordinaria longitud del romance.
+
+La carcajada de los _atlots_ atrajo su atención, adivinando confusamente
+algo hostil para su persona. ¿Qué decía aquel cordero rabioso?... La voz
+del cantor, su pronunciación campesina y los continuos cloqueos con que
+cortaba los versos eran poco inteligibles para Jaime; pero lentamente
+fue dándose cuenta de que el romance iba dirigido a las _atlotas_ que
+desean abandonar el campo, casándose con caballeros, para lucir los
+mismos adornos que las señoras de la ciudad. Las modas femeninas
+describíalas el cantor en términos extravagantes, que hacían reír a los
+payeses.
+
+El simple Pep reía también de estas burlas, que halagaban a la vez su
+orgullo de campesino y su soberbia de varón inclinado a no ver en la
+hembra más que una compañera de fatigas. «¡Verdad! ¡verdad!» Y unía su
+carcajada a la de los muchachos. ¡Qué _Cantó_ tan gracioso!...
+
+Pero a los pocos versos ya no habló el improvisador de las _atlotas_ en
+general, sino de una sola, ambiciosa y sin corazón. Febrer miró
+instintivamente a Margalida, que permanecía inmóvil, con los ojos bajos,
+pálidas las mejillas, como asustada, no de lo que escuchaba, sino de lo
+que indudablemente vendría después.
+
+Jaime comenzó a revolverse en su asiento. ¡Molestarla así, en su
+presencia, aquel rústico!... Una carcajada más fuerte e insolente de
+aquellos jóvenes atrajo de nuevo su atención hacia los versos. El cantor
+se burlaba de la _atlota_ que para ser señora quería casarse con un
+pobre arruinado, sin casa y sin familia; un forastero que no tenía
+tierras que cultivar...
+
+El efecto de estos versos fue instantáneo. Pep, en la densidad de su
+pensamiento espeso, vio flotar algo como una chispa de fuego, una
+luminosa adivinación, y extendió las manos imperativamente, al mismo
+tiempo que se incorporaba:
+
+--_¡Prou!... ¡prou!_
+
+Pero era ya inútil que gritase «¡bastante!» Un bulto se interpuso entre
+él y la luz del candil: el cuerpo de Febrer, que se había erguido de un
+salto.
+
+Con sólo un tirón arrancó el tamborcillo de las rodillas del cantor,
+arrojándolo inmediatamente contra su cabeza, y tal fue el ímpetu, que se
+rompieron los parches; quedando la caja como un gorro torcido sobre la
+frente ensangrentada del muchacho.
+
+Saltaron los _atlots_ de sus asientos, sin saber ciertamente lo que
+hacían, pero llevándose todos las manos a la faja. Margalida se refugió
+al lado de su madre, y el _Capellanet_ creyó llegado el momento de sacar
+su cuchillo. El padre, con la autoridad de los años, se impuso a todos:
+--_¡Fora!... ¡fora!_
+
+Todos obedecieron, saliendo fuera de la alquería, para detenerse en
+pleno campo. Febrer salió también, a pesar de la resistencia de Pep.
+
+Los _atlots_ parecían divididos, discutiendo acaloradamente. Unos
+protestaban. «¡Pegarle al pobre _Cantó_, un infeliz enfermo que no podía
+defenderse!...» Otros movían la cabeza. Esperaban aquello: no se puede
+insultar impunemente a un hombre sin que ocurra algo. Ellos se habían
+opuesto a la canción; eran partidarios de que los hombres, cuando
+tienen que decirse algo, se lo digan cara a cara.
+
+Casi iban a reñir, con la furia de sus opiniones encontradas y su
+rivalidad amorosa, cuando el _Cantó_ distrajo su atención. Se había
+librado del tamboril incrustado en su cabeza y se limpiaba la sangre de
+la frente. Lloraba con la rabia del débil enfurecido, capaz de las
+mayores venganzas, pero que se siente al mismo tiempo esclavo de su
+impotencia.
+
+--¡A mí! ¡a mí!--gemía asombrado de este ataque. De pronto se agachó,
+buscando piedras en la obscuridad para arrojarlas contra Febrer, y a
+cada pedrada retrocedía algunos pasos, como para defenderse de una nueva
+agresión. Los guijarros, despedidos por sus brazos débiles, fueron a
+perderse en la sombra o rebotaron contra el porche.
+
+Luego ya no silbaron más piedras. Algunos amigos del _Cantó_ se lo
+llevaban casi a rastras en la obscuridad. Oyéronse sus gritos a lo
+lejos: profería amenazas, juraba vengarse... «¡Mataría al forastero! ¡Él
+solo acabaría con el mallorquín!...»
+
+Este permaneció inmóvil, con una mano en la faja, entre tantos enemigos.
+Sentíase avergonzado de su arrebato. ¡Pegarle al pobre tísico!... Para
+sofocar sus remordimientos, profirió en voz baja soberbios retos. «¡Otro
+deseaba él que hubiese cantado!...» Y sus ojos buscaron al _Ferrer_,
+pero el temible _verro_ había desaparecido.
+
+Cuando Febrer, media hora después, apaciguado ya el tumulto, volvía a su
+torre, detúvose varias veces en el camino, con el revólver en la
+diestra, como si esperase a alguien.
+
+¡Nadie!
+
+
+
+
+II
+
+
+A la mañana siguiente, apenas salido el sol, corrió el _Capellanet_ en
+busca de don Jaime, revelando en su gesto al entrar en la torre la
+importancia de las noticias de que era portador.
+
+En _Can Mallorquí_ habían pasado todos mala noche. Margalida lloraba; la
+madre se había lamentado incesantemente de lo ocurrido. ¡Señor! ¡qué
+pensarían de ellos las gentes del _cuartón_ al saber que en su casa se
+pegaban los hombres como en una taberna! ¡Qué dirían las _atlotas_ de su
+hija!... Pero a Margalida la preocupaba poco la opinión de sus amigas.
+Otra cosa parecía interesarla: algo que no acertaba a decir, pero la
+hacía verter lágrima tras lágrima. El _siñó_ Pep luego de cerrar la
+puerta de la casa, se había paseado más de una hora por la cocina
+mascullando palabras y cerrando los puños. «¡Aquel don Jaime!...
+¡Empeñarse en conseguir lo que era imposible!... ¡Testarudo como todos
+los suyos!...
+
+El _Capellanet_ tampoco había dormido, sintiendo nacer en su pensamiento
+de pequeño salvaje, astuto y receloso, una sospecha que poco a poco tomó
+la realidad de una certidumbre.
+
+Al entrar en la torre comunicó inmediatamente sus pensamientos a don
+Jaime. ¿Quién creía él que era el autor de la canción injuriosa? ¿El
+_Cantó_?... Pues no señor: era el _Ferrer_. Los versos los había
+inventado el otro, pero la intención era del malicioso _verro_. Este le
+había sugerido la idea de que insultase a don Jaime en pleno cortejo,
+contando con la seguridad de que no dejaría impune el agravio. Ya veía
+claro el muchacho el verdadero motivo de la entrevista de los dos
+cortejantes que él había sorprendido en el monte.
+
+Febrer acogió con un gesto de indiferencia esta noticia, a la que el
+_Capellanet_ daba gran importancia. ¿Y qué?... El cantor insolente ya
+estaba castigado; y en cuanto al _verro_, había huido de sus retos a la
+puerta de la alquería. Era un cobarde.
+
+Pepet movió la cabeza con incredulidad. ¡Ojo, don Jaime! Él ignoraba las
+costumbres de los valientes de la tierra, las astucias de que se valían
+para asegurarse la impunidad en sus venganzas. Debía permanecer en
+guardia, ahora más que nunca. El _Ferrer_ sabía lo que era el presidio,
+y no deseaba volver a él. Lo que acababa de hacer lo habían hecho otros
+_verros_ antes.
+
+Se impacientó Jaime ante el aire misterioso y las palabras confusas del
+muchacho.
+
+--¡Para qué tapujos!... ¡Habla!
+
+El _Capellanet_ expuso al fin sus sospechas. Ya podía el herrero hacer
+lo que quisiera contra don Jaime: podía esperarle emboscado en los
+tamariscos al pie de la torre y matarlo de un tiro. Las sospechas se
+dirigirían inmediatamente contra el _Cantó_, recordando la cuestión
+ocurrida en la alquería y sus palabras de venganza. Con esto y con
+prepararse el _verro_ una coartada, trasladándose a todo correr por los
+atajos a algún punto lejano donde todos le viesen, le sería fácil
+cumplir su venganza, sin peligro.
+
+--¡Ah!--exclamó Febrer poniéndose hosco, como si comprendiera de pronto
+toda la importancia de tales palabras.
+
+El muchacho, satisfecho de su superioridad, continuó dando consejos. Don
+Jaime debía vivir en adelante menos descuidado, cerrar la puerta de su
+torre, no hacer caso, apenas llegada la noche, de los gritos de fuera.
+Seguramente el _verro_ pretendería inducirle a salir a la obscuridad con
+gritos de reto, con _auquidos_ de desafío.
+
+--Aunque le _aúquen_ durante la noche, usted quieto, don Jaime. Yo
+conozco eso--continuó el _Capellanet_ con la importancia de un _verro_
+endurecido--. Le gritará desde fuera, oculto en la maleza, con el arma
+preparada, y si sale, antes de que pueda verle le matará de un
+pistoletazo. Usted quieto en la torre.
+
+Estos consejos eran para la noche. De día, el señor podía salir sin
+miedo. Allí estaba él para acompañarlo a todas partes. Se erguía con
+bélica vanidad, llevándose una mano a la faja para cerciorarse de que el
+cuchillo no había desaparecido, pero su decepción era inmediata al ver
+el gesto de burlona gratitud de Febrer.
+
+--Ría usted, don Jaime, búrlese de mí, pero de algo puedo yo servir...
+Vea usted cómo le aviso ahora el peligro. Hay que vivir en guardia. Con
+alguna mala idea ha preparado el _Ferrer_ lo de la canción.
+
+Y miraba en torno, como un caudillo que se prepara para repeler un largo
+sitio. Sus ojos encontraron la escopeta colgando del muro entre los
+adornos de conchas. ¡Muy bien! Debía cargar con bala los dos cañones, y
+encima un buen puñado de postas o perdigón grueso. Esto nunca está de
+más. Así lo hacía su glorioso abuelo. Después fruncía el entrecejo al
+ver el revólver abandonado sobre la mesa. ¡Muy mal! Las armas cortas son
+para llevarlas encima a todas horas. Él dormía con el cuchillo sobre la
+panza. ¿Y si entraba de pronto el enemigo sin dejarle tiempo para buscar
+el arma?...
+
+La torre, que había presenciado en otros siglos ejecuciones y combates
+de piratas, cascarón de piedra de trágico vacío disimulado por la nítida
+enjalbegadura de los muros, atrajo luego la atención del muchacho.
+
+Iba hasta la puerta con lenta precaución, como si un enemigo le
+aguardase al pie de la escalera, y ocultando el cuerpo en el borde del
+muro, avanzaba sólo un ojo y parte de la frente. Luego movía la cabeza
+con desaliento. Al asomarse de noche, aunque fuera con estas astucias,
+el enemigo, emboscado abajo, podía verlo, apuntándole con toda comodidad
+apoyados los codos en una rama o en una piedra, sin miedo a perder el
+tiro. Peor era aún echar el cuerpo fuera de la puerta y pretender bajar.
+Por obscura que fuese la noche, el enemigo podía escoger un punto de
+mira, una mancha del follaje, una estrella del horizonte, algo saliente
+en la obscuridad que se destacase junto a la escalera. Y al pasar el
+bulto negro del que bajaba, ocultando por un momento el objeto
+apuntado... ¡fuego y pieza segura! Eran enseñanzas oídas a graves
+varones que habían pasado meses enteros tras un ribazo o al abrigo de un
+tronco, con la culata junto a la mejilla y el ojo en el extremo del
+cañón, desde la puesta del sol hasta la aurora, aguardando a un antiguo
+amigo.
+
+No; al _Capellanet_ no le gustaba esta puerta con su escalera al aire
+libre. Había que buscar otra salida, y sus ojos fueron a la ventana,
+abriéndola luego para asomarse a ella.
+
+Con una agilidad simiesca, riendo de su descubrimiento, saltó sobre el
+alféizar y empezó a descender por el muro, buscando con pies y manos las
+desigualdades de la mampostería, los alvéolos profundos como peldaños
+que habían dejado los pedruscos al rodar desprendidos de la argamasa.
+Febrer se asomó a la ventana, y le vio al pie de la torre recogiendo su
+sombrero que se había caído y agitándolo en alto con expresión
+triunfante. Corrió luego el muchacho en torno de la base de la torre, y
+sus pasos resonaron poco después con bullicioso trote en los peldaños de
+madera, cerca de la puerta.
+
+--¡Si es lo más fácil!--gritó al entrar en la pieza, rojo de emoción por
+su descubrimiento--. ¡Si es una escalera de señores!...
+
+Y comprendiendo la importancia de su descubrimiento, puso un gesto grave
+de misterio. Esto quedaba entre los dos: ni una palabra a nadie. Era una
+salida preciosa, cuyo secreto había que guardar.
+
+El _Capellanet_ envidiaba a don Jaime. ¡No tener él un enemigo que
+viniera a _aucarlo_ allí durante la noche!... Mientras el _Ferrer_
+aullase emboscado, con la vista fija en la escalera, él descendería por
+la ventana, a espaldas de la torre, y dando la vuelta silenciosamente,
+cazaría al cazador. ¡Qué golpe!... Reía con salvaje complacencia, y en
+sus labios de rojo obscuro parecía despertar temblona la ferocidad de
+los gloriosos abuelos, que habían considerado la caza del hombre como el
+más noble de los ejercicios.
+
+Febrer se sintió contagiado por la bárbara alegría del muchacho. ¡Si él
+probase a bajar por la ventana!... Echó las piernas fuera del alféizar,
+y lentamente, entorpecido por su madura corpulencia, fue tanteando las
+desigualdades de la muralla con las puntas de los pies hasta encontrar
+los agujeros que servían de peldaños. Descendió poco a poco, rodando
+bajo sus plantas algunas piedras sueltas, hasta que al fin puso los pies
+en tierra con un suspiro de satisfacción. ¡Muy bien! El descenso era
+fácil; después de unos cuantos ensayos bajaría con tanta facilidad como
+el _Capellanet_. Éste, que le había seguido ágilmente, descolgándose
+casi sobre su cabeza, sonreía como un maestro satisfecho de la lección,
+y tornaba a repetir sus consejos. ¡Que no los olvidase don Jaime! Apenas
+le _anearan_ desde fuera, debía echarse ventana abajo, pillando por la
+espalda al contrario.
+
+Cuando a mediodía quedó solo Febrer, sintióse poseído de un deseo
+belicoso, de una agresividad que le hizo mirar durante largo rato el
+trozo de muro del que pendía la escopeta.
+
+Al pie del promontorio, en la playa donde estaba varada la barca del tío
+Ventolera, sonó la voz de éste cantando la misa. Febrer se asomó a la
+puerta, llevándose las dos manos a la boca en forma de bocina para
+gritarle.
+
+El marinero, con la ayuda de un muchacho, echaba su barca al agua. La
+vela, recogida, temblaba en lo alto del mástil. Jaime no aceptó la
+invitación. «¡Muchas gracias, tío Ventolera!» Este insistió con su
+vocecita, que llegaba a través del aire como el vagido lejano de una
+criatura. La tarde era buena: había cambiado el viento; en las cercanías
+del Vedrá iban a coger el pescado en abundancia. Febrer encogió los
+hombros. «No, muchas gracias; tenía que hacer.»
+
+Apenas acabó de hablar, cuando el _Capellanet_ se presentó por segunda
+vez en la torre, llevándole la comida. El muchacho parecía enfurruñado y
+triste. Su padre, colérico por la escena de la noche anterior, le había
+escogido como víctima, para desahogar su enfado. «¡Una injusticia, don
+Jaime!» Gritaba paseándose por la cocina, mientras las mujeres, con los
+ojos llorosos y el aire encogido, parecían huir de su mirada. Todo lo
+ocurrido lo atribuía a su blandura de carácter, a su bondad; pero iba a
+poner remedio a esto inmediatamente. El noviazgo quedaba suspendido: ya
+no admitía cortejos ni visitas. ¡Y en cuanto al _Capellanet_!... Este
+mal hijo, desobediente y revoltoso, tenía la culpa de todo.
+
+Pep no sabía con certeza cómo podía haber influido la presencia de su
+hijo en el escándalo de la noche anterior, pero recordaba su resistencia
+a ser clérigo, su fuga del Seminario, y la memoria de estos disgustos
+despertaba su cólera, haciendo que la concentrase en el muchacho. ¡Se
+acabaron los miramientos y bondades! El próximo lunes lo llevaría al
+Seminario. Si pensaba resistirse y huir por segunda vez, mejor sería
+para él embarcarse de grumete y olvidar que tenía padre, pues al verle
+regresar a la alquería, Pep era capaz de romperle las dos piernas con la
+tranca de la puerta. Y por puro desahogo, por ir habituando la mano y
+dar una muestra de su futura cólera, le largó unas cuantas bofetadas y
+puntapiés, cobrándose de esta forma el disgusto sufrido tiempo antes al
+verle llegar fugitivo de Ibiza.
+
+El _Capellanet_, encogido y paciente por la costumbre, se refugió en un
+rincón detrás del muro de zagalejos y faldas que oponía la llorosa madre
+a la furia de Pep. Pero al verse ahora en la torre y recordar la ofensa,
+rechinaba los dientes, con los ojos en blanco, las mejillas lívidas y
+los puños cerrados.
+
+«¡Qué injusticia! ¿Así se pega a los hombres, sin motivo alguno, sólo
+por desahogar el mal humor?... ¡A él, que llevaba un cuchillo en la faja
+y no le tenía miedo a nadie de la isla! ¡Todo porque era padre!...» ¡Ay!
+Esto de la paternidad y del respeto filial eran para el _Capellanet_ en
+aquellos momentos invenciones de cobardes, creadas únicamente para
+fastidiar y envilecer a los hombres de corazón. Y encima de los golpes,
+humillantes para su dignidad de bravo, la certeza del encierro en el
+Seminario; la negra sotana, semejante a las faldas de las mujeres, y el
+pelo cortado al rape, perdiendo para siempre aquellos bucles que
+asomaban arrogantes bajo las alas de su sombrero; la tonsura, que haría
+reír o infundiría un frío respeto a las _atlotas_, y ¡adiós bailes y
+noviazgos! ¡adiós cuchillo!...
+
+Pronto dejaría de verle don Jaime. Antes de una semana iban a llevarle a
+Ibiza. Otros le subirían la comida a la torre... Febrer hizo un gesto
+revelador de su esperanza. ¡Tal vez Margalida, como en otros tiempos!
+Pero el _Capellanet_, a pesar de su tristeza, sonrió maliciosamente. No,
+Margalida no; todos menos ella. ¡Bueno estaba el _siñó_ Pep para
+consentirlo! Cuando la pobre madre, para defender a su _atlot_, había
+hablado tímidamente de lo necesario que era el muchacho en la casa para
+servir al señor, Pep estalló en nuevas vociferaciones. Él mismo se
+encargaría de llevar todos los días a la torre la comida de don Jaime, y
+si no su mujer, y si no buscarían una _atlota_ que sirviese de criada a
+aquel señor, ya que se empeñaba en vivir cerca de ellos.
+
+No dijo más el _Capellanet_, pero Febrer adivinó las palabras que el
+buen payés debía haber lanzado contra él. Olvidaba, a impulsos de la
+cólera, su antiguo respeto; sentíase enfurecido por la perturbación que
+acarreaba a la familia con su presencia.
+
+El muchacho volvió a la alquería mascullando propósitos vengativos,
+jurándose no ir al Seminario, aunque ignoraba el modo de conseguirlo. Su
+resistencia tomó de pronto un tono de protección caballeresca.
+¡Abandonar a su amigo don Jaime cuando le veía rodeado de peligros!...
+¡Ir a encerrarse en aquel caserón de tristezas, entre señores con faldas
+negras que hablaban una lengua rara, ahora que en pleno campo, a la luz
+del sol o en el misterio de las noches, iban a matarse los hombres!...
+¡Ocurrir tan extraordinarios sucesos y no verlos él!...
+
+Cuando Febrer quedó sólo, descolgó la escopeta y estuvo largo rato junto
+a la puerta examinándola distraídamente. Su pensamiento iba lejos, mucho
+más lejos de los extremos de los cañones, que parecían apuntar a la
+montaña... «¡Aquel herrero! ¡Aquel valentón insufrible!...» Desde el
+primer día que lo vio algo se había removido en su interior, poniéndose
+de pie con el irresistible impulso de la antipatía. A aquel fantasmón
+lúgubre nadie en la isla le iba a pegar más que él.
+
+La sensación fría del acero de la escopeta en la palma de sus manos le
+volvió a la realidad. Estaba resuelto a salir de caza por la montaña...
+¡Pero qué caza!... Extrajo los dos cartuchos que ocupaban los cañones,
+cartuchos cargados con perdigón menudo para las bandas de pájaros que
+cruzan la isla viniendo de África. Buscó en una bolsa otros cartuchos e
+introdujo dos en el doble cañón, guardándose los demás en los bolsillos.
+Eran con bala. ¡Caza mayor!...
+
+Colgóse la escopeta de un hombro y bajó la escalera de la torre silbando
+y con paso arrogante, como si su resolución le llenase de alegría.
+
+Al pasar cerca de _Can Mallorquí_, el perro salió a su encuentro con
+ladridos de regocijo. Nadie se asomó a la puerta como otras veces.
+Seguramente le habían visto, sin moverse, desde el fondo de la cocina.
+El perro saltó tras él largo trecho, retrocediendo luego al verle tomar
+el camino de la montaña.
+
+Anduvo Febrer entre paredes de piedra seca que contenían pendientes
+bancales, y otras veces por senderos pavimentados de guijarros azules,
+que las lluvias de invierno convertían en encajonados barrancos. Luego
+dejó de ver tierras removidas y surcadas por el arado: el suelo compacto
+cubríase de bravia y espinosa vegetación. A los árboles frutales, el
+alto almendro y la chaparra higuera de amplia copa, sucedían las sabinas
+y los pinos retorcidos por los vientos de la costa. Al detenerse Febrer
+un instante y mirar atrás, vio a sus pies _Can Mallorquí_ como unos
+dados blancos escapados del cubilete de una roca vecina al mar. En la
+cúspide de esta roca erguíase como un agarrador la torre del Pirata. Su
+ascensión había sido veloz, casi a todo correr, como si temiera llegar
+tarde a un lugar de cita que no conocía con certeza. Inmediatamente
+reanudó la marcha. Dos palomas silvestres salieron de la maleza con el
+sonoro plumeo de un abanico que se abre, pero el cazador pareció no
+verlas. Unos bultos humanos, negros y agachados en los matorrales, le
+hicieron llevar la diestra a la culata de la escopeta para descolgarla
+del hombro. Eran carboneros que apilaban leña. Al pasar Febrer junto a
+ellos le miraron con ojos fijos, en los que creyó notar algo
+extraordinario, mezcla de asombro y curiosidad.
+
+--_¡Bonas tardes tenguin!_
+
+Los hombres negros apenas contestaron, pero le fueron siguiendo largo
+rato con sus ojos, que tenían el brillo y la transparencia del agua
+sobre sus rostros tiznados. Seguramente los solitarios del monte sabían
+ya lo ocurrido la noche anterior en _Can Mallorquí_, y se asombraban
+viendo al señor de la torre marchar solo, como si desafiase a sus
+enemigos, creyéndose invulnerable.
+
+Ya no encontró más gente en su camino. De pronto, sobre los rumores de
+la seca arboleda acariciada por el viento, oyó un tintineo lejano de
+hierro batido. Por entre el ramaje elevábase una ligera columna de humo:
+la fragua del _Ferrer_.
+
+Jaime, llevando la escopeta algo caída de su hombro, como si el arma
+fuera a descolgarse sola, desembocó en un claro del bosque que formaba
+ancha plazoleta ante la fragua. Era ésta una casucha construida con
+adobes, negra de humo y cubierta por un techo giboso, que en algunos de
+sus puntos se abombaba como si fuera a desplomarse. Bajo un cobertizo
+brillaba el ojo inflamado de una fogata, y junto a ella el _Ferrer_, de
+pie ante el yunque, golpeaba con el martillo una barra de hierro ígneo.
+
+Febrer no quedó descontento de su entrada teatral en la plazoleta. El
+_verro_ levantó la vista al oír ruido de pisadas en el intervalo de dos
+de sus golpes, y quedó inmóvil, con el martillo en alto, al reconocer al
+señor de la torre. Pero sus ojos fríos eran incapaces de transparentar
+ninguna impresión.
+
+Avanzó Jaime ante la fragua con la mirada fija en el herrero, una mirada
+de reto que el otro pareció no comprender. Ni una palabra, ni un saludo.
+El señor pasó adelante; pero al salir de la plazoleta se detuvo junto a
+uno de los primeros árboles y acabó por sentarse en sus raíces
+salientes, guardando la escopeta entre las piernas.
+
+Un orgullo de viril soberbia invadía el alma de Febrer. Estaba
+satisfecho de su arrogancia. Bien podía ver aquel matón que venía a
+buscarlo en la soledad del monte, en su propia vivienda; bien podía
+convencerse de que no le tenía miedo.
+
+Y para demostrar mejor su serenidad, sacó la petaca de la faja y se puso
+a liar un cigarro.
+
+El martillo había vuelto a reanudar su tintineo sobre el metal. Jaime,
+desde su asiento, veía al _Ferrer_ vuelto de espaldas a él con
+descuidada confianza, como si ignorara su presencia y sólo le preocupase
+el examen de su trabajo. Esta calma desconcertó un poco a Febrer. «¡Vive
+Dios! ¿No había adivinado sus intenciones?...» Le exasperaba la frialdad
+del herrero, y al mismo tiempo infundíale un vago agradecimiento el
+hecho de permanecer de espaldas a él, tranquilamente, con la confianza
+de que el señor de la torre era incapaz de aprovecharse de esta
+situación para dispararle un escopetazo traidor. Cesó de sonar el
+martillo. Cuando Febrer miró otra vez hacia el cobertizo, ya no vio al
+herrero. Esta ausencia le hizo requerir la escopeta, acariciando sus
+llaves. Indudablemente iba a salir con un arma, cansado de aguantar esta
+provocación muda que venía a buscarle en su propia casa. Tal vez iba a
+disparar por alguno de los ventanucos que daban luz a la negra vivienda.
+Debía precaverse contra una asechanza del antiguo presidiario, y se puso
+de pie, procurando disimular su cuerpo detrás del tronco de un árbol, no
+dejando visible más que un ojo.
+
+Alguien se movió en el interior de la casucha; algo negro asomó indeciso
+en su puerta. Iba a salir el enemigo: ¡atención!... Empuñó la escopeta
+para hacer fuego apenas se mostrase el extremo del arma enemiga; pero
+quedó inmóvil y confuso al ver que era una falda negra rematada por unos
+pies desnudos dentro de viejas alpargatas, y sobre esto un busto mísero,
+encorvado y huesudo, una cabeza cobriza y arrugada, con sólo un ojo, y
+ralos cabellos grises que dejaban brillar entre sus mechas el barniz de
+la calvicie.
+
+Febrer reconoció a la mujer. Era la tía del herrero, la tuerta de que le
+había hablado el _Capellanet_, la única compañera del _Ferrer_ en su
+bravia soledad. La vieja se plantó en el cobertizo con los brazos en
+jarras, echando adelante el flácido vientre abultado por los zagalejos,
+fijando su pupila única, inflamada por la cólera, en aquel intruso que
+venía a provocar a un hombre de bien en medio de su trabajo. Miraba a
+Jaime con la fiera acometividad de la mujer que, segura del respeto que
+infunde su sexo, es más audaz e impetuosa que el hombre. Mascullaba
+amenazas e insultos que el señor no podía oír, furiosa de que alguien se
+atreviera contra su sobrino, amado cachorro en el que había puesto su
+esterilidad todos los ardores de una madre fracasada.
+
+Jaime se dio cuenta repentinamente de lo odioso de su acción. ¡Un hombre
+como él venir a provocar en pleno día a otro, en su propia casa! La
+vieja tenía razón para insultarle. El matón no era el _Ferrer_: era él,
+señor de la torre, descendiente de tantos varones ilustres y orgulloso
+de su origen.
+
+La vergüenza le hizo tímido, sumiéndolo en torpe confusión. No sabía
+cómo irse ni por dónde escapar. Al fin se echó la escopeta al hombro, y
+con la vista en alto, como si persiguiese a un pájaro que saltaba de
+rama en rama, emprendió la marcha por entre los árboles y la maleza,
+evitando pasar otra vez ante la fragua.
+
+Anduvo ahora cuesta abajo, hacia el valle, huyendo de aquella montaña a
+la que le había arrastrado un impulso homicida, avergonzado de sus
+anteriores deseos. Volvió a encontrar a los hombres negros que hacían
+carbón.
+
+--_¡Bonas tardes tenguin!_
+
+Contestaron a su saludo, pero en sus ojos de extraordinaria blancura
+sobre el rostro tiznado creyó notar Febrer algo de burla hostil, de
+repulsiva extrañeza, como si fuese él de otra casta, como si hubiera
+cometido un acto inaudito que le colocaba fuera para siempre de la
+comunidad humana de la isla.
+
+Los pinos y sabinas quedaron atrás en la falda del monte. Caminaba ahora
+entre bancales de tierra arada. En unos campos vio payeses que
+trabajaban; en un ribazo encontró varias _atlotas_ que recogían hierbas,
+encorvándose sobre el suelo; en un camino se cruzó con tres viejos
+marchando lentamente al lado de sus borricos.
+
+Febrer, con la humildad del que se siente arrepentido de una mala
+acción, saludaba a todos dulcemente.
+
+--_¡Bonas tardes tenguin!_
+
+Los labriegos le respondieron con un gruñido sordo; las muchachas
+torcieron la cara con un gesto de contrariedad para no verle; los tres
+viejos contestaron al saludo tristemente, mirándole con ojillos
+escrutadores, como si encontraran en su persona algo extraordinario.
+
+Bajo una higuera, negro parasol de ramajes enroscados, vio a unos
+payeses ocupados en escuchar a alguien que estaba en el centro del
+corro. Al aproximarse Febrer hubo cierto movimiento en el grupo. Un
+hombre surgió de él con rabioso impulso, y los otros le detuvieron,
+cogiéndolo de los brazos, pugnando por contenerle. Jaime lo reconoció
+por el lienzo blanco anudado bajo su sombrero. Era el cantor. Los
+fuertes payeses sujetaron fácilmente con sólo una mano al enfermizo
+muchacho, pero éste, incapaz de moverse, desahogó su rabia tendiendo un
+puño hacia el camino, mientras las amenazas e insultos salían a
+borbotones de su boca.
+
+Estaba, sin duda, contando a los amigos lo ocurrido en la noche
+anterior, cuando apareció Febrer. Adivinaba éste en las voces chillonas
+las amenazas del _Cantó_. Eran las mismas que había proferido en _Can
+Mallorquí_. Juraba matarle: prometía ir de noche a la torre del Pirata
+para incendiarla y hacer pedazos a su dueño.
+
+«¡Bah!» Jaime levantó los hombros y siguió adelante, pero triste,
+desesperado por el ambiente de repulsión y hostilidad cada vez más
+sensible en torno de él. ¿Qué había hecho? ¿En dónde se había metido?
+¡Pegar a uno de la isla! ¡Él, un forastero..., y además mallorquín!...
+
+En su tristeza, creyó que la isla entera, con todas sus cosas
+inanimadas, asociábase a esta protesta de las gentes. Ante su paso se
+despoblaban las alquerías; sus habitantes ocultábanse para no saludarlo;
+los perros salían al camino ladrando sañudamente, como si no le hubiesen
+visto nunca.
+
+Las montañas le parecían más austeras y ceñudas en sus cumbres de pelada
+roca; los bosques, más obscuros, más negros; los árboles de los valles,
+más tristes y escuetos; las piedras del camino rodaban bajo sus pies,
+como si huyesen de su contacto; el cielo tenía algo de repelente; hasta
+el aire de la isla acabaría por huir de su boca. Febrer, en su
+desesperación, se veía solo. Todos contra él; únicamente le quedaba Pep
+con su familia, pero éstos acabarían alejándose igualmente, a impulsos
+de la necesidad de vivir bien con sus vecinos.
+
+El forastero no intentaba rebelarse contra su suerte. Sentíase
+arrepentido, avergonzado de la acometividad de la noche anterior y de su
+reciente excursión a la montaña. Para él no había sitio en la isla. Era
+un forastero, un extraño que perturbaba con su presencia la vida
+tradicional de aquellas gentes. Le había recibido Pep con un respeto de
+antiguo siervo, y pagaba tal hospitalidad perturbando su casa y la paz
+de su familia. Le habían acogido las gentes con una cortesía algo
+glacial, pero tranquila e inmutable, como a un gran señor forastero, y
+él correspondía a este respeto golpeando al más infeliz de todos ellos,
+al que por su debilidad era considerado con una benevolencia paternal
+por todos los payeses del distrito. ¡Muy bien, mayorazgo de Febrer!
+Desde hacía algún tiempo que andaba como loco, sin discurrir otra cosa
+que disparates. ¿Y todo por qué?... Por amar absurdamente a una muchacha
+que podía ser su hija; por un capricho casi senil, pues él, a pesar de
+su relativa juventud, veíase viejo, triste y miserable ante Margalida y
+los rústicos _atlots_ que se agitaban en torno a su belleza. ¡Ay, el
+ambiente! ¡El maldito ambiente!
+
+En los tiempos de prosperidad, cuando habitaba él su palacio de Palma,
+de ser Margalida una criada de su madre, sólo habría sentido por ella el
+apetito que inspira la frescura de la juventud, sin nada que se
+pareciese al amor. Otras mujeres le dominaban entonces con la seducción
+de sus artificios y refinamientos. Pero aquí, en plena soledad, con el
+más imperioso de los instintos irritado por la privación, viendo a
+Margalida entre la morena y ruda hermosura de sus compañeras, bella como
+una diosa blanca de las que inspiran veneración religiosa a los pueblos
+cobrizos, sentía la demencia del deseo, y todos sus actos eran absurdos,
+cual si hubiera perdido para siempre la razón.
+
+Había que huir: en la isla no quedaba sitio para él. Bien podría ser que
+le engañase su pesimismo al apreciar la importancia del afecto que le
+había empujado hacia Margalida. Tal vez no era deseo, sino amor, el
+primer amor verdadero de su vida: casi estaba seguro de ello. Pero
+aunque así fuese, había que olvidar y huir; huir cuanto antes.
+
+¿Para qué seguir en esta tierra? ¿Qué esperanza le retenía?...
+Margalida, como si resultase superior a sus fuerzas la sorpresa
+experimentada al conocer su amor, huía de él, se ocultaba silenciosa,
+sólo sabía llorar, y las lágrimas no eran una respuesta. Pep, por un
+resto de veneración tradicional, toleraba silencioso este capricho de
+gran señor, pero iba a estallar de un momento a otro contra el hombre
+que perturbaba su vida. La isla, que le había aceptado cortésmente,
+parecía alzarse ahora contra el forastero venido de lejos para
+trastornar su patriarcal quietismo, su existencia concentrada, su
+orgullo de pueblo aparte, con la misma fiereza que se había alzado en
+otros siglos contra el normando, el árabe o el berberisco desembarcados
+en sus costas.
+
+Imposible hacer frente a todos: huiría. Sus ojos acariciaron una enorme
+faja de mar tendida entre dos colinas, como un telón azul que ocultase
+un desgarrón de la tierra. Aquel pedazo de mar era el camino salvador,
+la esperanza, lo desconocido que nos abre sus brazos de misterio en los
+momentos más difíciles de la existencia. Tal vez volviese a Mallorca,
+para llevar una vida de mendigo respetable al lado de los amigos que aún
+se acordaban de él; tal vez pasase a la Península y fuese a Madrid en
+busca de un empleo; tal vez acabara embarcándose para América. Todo era
+preferible a seguir allí. No sentía miedo; no le intimidaba la
+hostilidad de la isla y sus habitantes; lo que sentía era remordimiento,
+vergüenza, por las perturbaciones que había causado.
+
+Instintivamente sus pies le llevaron hacia el mar, que era ahora su amor
+y su esperanza. Evitó el paso por _Can Mallorquí_, y al llegar a la
+playa marchó por la orilla, donde la última palpitación de las olas
+llegaba a perderse, como delgada hoja de cristal, entre las menudas
+guijas mezcladas con fragmentos de barro cocido.
+
+Cuando estuvo al pie del promontorio de su torre, trepó por las rocas
+sueltas, yendo a sentarse en el peñón roído por las olas y casi
+despegado de la costa. Allí había estado reflexionando una noche de
+tormenta, la misma en que se presentó como cortejante en casa de
+Margalida.
+
+La tarde era serena, el mar tenía un intenso color de extraordinaria y
+profunda transparencia. Los fondos de arena reflejábanse como manchas
+lácteas; los peñones submarinos y sus obscuras vegetaciones parecían
+temblar con un rebullicio de vida misteriosa. Las nubes blancas que
+flotaban en el horizonte, al pasar ante el sol trazaban sobre el mar
+grandes espacios de sombra. Un pedazo de la extensión azul quedaba
+obscuro y mate, mientras más allá de este manto movible las aguas
+luminosas parecían hervir con burbujas de oro. A veces, el astro, oculto
+tras las cortinas de nubes, lanzaba por debajo de su orla una manga
+visible de luz, un chorro de linterna, un largo triángulo de blanquecino
+resplandor, como el de un paisaje holandés.
+
+Nada en este aspecto del mar recordaba a Febrer aquella noche
+tempestuosa; y sin embargo, por la asociación que forman en nuestra
+memoria las ideas olvidadas con los lugares antiguamente visitados
+cuando volvemos a ellos, Febrer comenzó a sentir los mismos
+pensamientos, sólo que ahora, en vez de seguir adelante, desfilaban en
+sentido inverso, con una confusión de derrota.
+
+Reía amargamente de su optimismo en aquella ocasión, de la confianza que
+le había hecho despreciar todas sus ideas sobre el pasado. Los muertos
+mandan: su autoridad y su poder son indiscutibles. ¿Cómo había podido
+él, a impulsos del entusiasmo amoroso, desconocer esta enorme y
+desconsoladora verdad?... Bien le hacían sentir los lóbregos tiranos de
+nuestra vida todo el peso abrumador de su poder. ¿Qué había hecho él
+para que en este rincón de la tierra, su último refugio, le mirasen como
+un extraño?... Las innumerables generaciones de hombres cuyo polvo y
+cuya alma estaban confundidos con la tierra de la isla habían dejado
+como herencia a los presentes el odio al extranjero, el miedo y la
+repulsión al extraño, con el que vivieron siempre en guerra. Él que
+llegaba de otros países era recibido con un aislamiento repelente,
+ordenado por los que ya no existían.
+
+Cuando, despreciando sus antiguos prejuicios, intentaba aproximarse a
+una mujer, esta mujer replegábase misteriosa y asustada de tal
+aproximación. Era una obra de loco la suya: la conjunción del gallo y la
+gaviota soñada por un fraile extravagante y que tanto hacía reír a los
+payeses. Así lo habían querido los hombres en otros tiempos al fundar la
+sociedad y dividirla en clases, y así debía continuar. Inútil rebelarse
+contra las cosas establecidas. La vida de un hombre era corta, y no
+bastaba para batirse con centenares de miles de vidas que habían
+existido antes de ella y parecían espiarla invisibles, oprimiéndola
+entre creaciones materiales que eran recuerdo de su paso por la tierra,
+abrumándola con sus pensamientos, que llenaban el ambiente y eran
+aprovechados por todos los que nacían sin fuerza para discurrir algo
+nuevo.
+
+Los muertos mandan, y es inútil que los vivos se resistan a obedecer.
+Todas las rebeliones por salir de esta servidumbre, por romper la cadena
+de los siglos, todas mentira. Febrer recordaba la rueda sagrada de los
+indios, símbolo budista que había visto en París al presenciar una
+ceremonia religiosa oriental en un museo.
+
+La rueda es el símbolo de nuestra vida. Creemos avanzar porque nos
+movemos; creemos progresar porque vamos hacia adelante, y cuando la
+rueda da la vuelta completa, nos encontramos en el mismo sitio. La vida
+de la humanidad, la historia, todo era un interminable «recomenzamiento
+de las cosas». Nacen los pueblos, crecen, progresan; la cabana se
+convierte en castillo y después en fábrica; se forman las enormes
+ciudades de millones de hombres, sobrevienen después las catástrofes,
+las guerras por el pan que escasea para tantas gentes, las protestas de
+los desposeídos, las grandes matanzas, y las ciudades se despueblan y
+caen en ruinas. La hierba invade los orgullosos monumentos; las
+metrópolis se hunden poco a poco en la tierra y duermen siglos y siglos
+bajo colinas. El bosque bravío cubre la capital de remotas épocas; pasa
+el cazador salvaje por donde en otro tiempo eran recibidos los caudillos
+vencedores con aparato de semidioses; pacen las ovejas y sopla el pastor
+en su caramillo sobre las ruinas que fueron tribuna de leyes muertas;
+vuelven a agruparse los hombres y surge la cabana, la aldea, el
+castillo, la fábrica, la ciudad enorme, y se repite lo mismo, siempre lo
+mismo, con una diferencia de centenares de siglos, como se repiten de
+unos hombres en otros iguales gestos, ideas y preocupaciones en el
+transcurso de unos cuantos años. ¡La rueda! ¡El eterno recomenzar de las
+cosas! ¡Y todas las criaturas del rebaño humano cambiando de aprisco,
+pero jamás de pastores! ¡y los pastores siempre eran los mismos, los
+muertos, los primeros que pensaron, y cuyo pensamiento primordial fue
+como el puñado de nieve que rueda y rueda por las pendientes,
+agrandándose, llevando adherido en su pegajosidad todo cuanto encuentra
+al paso!... Los hombres, orgullosos de su progreso material, de los
+juguetes mecánicos inventados para su bienestar, se creían libres,
+superiores al pasado, emancipados de la servidumbre original, ¡y todo
+cuanto decían se había dicho centenares de siglos antes, con diversas
+palabras! Sus pasiones eran las mismas; sus pensamientos, que
+consideraban propios, eran destellos y reflejos de otros pensamientos
+remotos; y todos los actos que tenían por buenos o malos merecían esta
+clasificación inmutable, porque así lo habían decidido los muertos, los
+tiránicos muertos, a los que el hombre tendría que matar de nuevo si
+deseaba ser libre realmente... ¿Quién llegaría a realizar esta gran
+hazaña libertadora? ¿Qué paladín tendría fuerzas suficientes para matar
+al monstruo que pesaba sobre la humanidad, enorme y abrumador, como los
+dragones de las leyendas que guardaban bajo su corpachón inútiles
+tesoros?...
+
+Febrer permaneció mucho tiempo inmóvil en la roca, con los codos en las
+rodillas y la mandíbula en las manos, sumido en sus pensamientos,
+hipnotizados los ojos por el manso subir y bajar de las aguas
+palpitantes.
+
+Cuando se arrancó a esta meditación comenzaba a caer la tarde...
+¡Seguiría su destino! Él sólo podía vivir en las alturas, aunque fuese
+con la humildad del mendicante. Todos los caminos de descenso veíalos
+cerrados, ¡Adiós, felicidad buscada en un retroceso a la vida natural y
+primitiva! Ya que los muertos no querían que fuese hombre, sería
+parásito.
+
+Sus ojos, vagando por el horizonte, fijáronse en los blancos vapores que
+se amontonaban sobre el límite del mar. Cuando era pequeño y _madó_
+Antonia le acompañaba en sus paseos por la costa de Sóller, se habían
+entretenido muchas veces dando cuerpo y nombre, con un esfuerzo de
+imaginación, a las nubes que se juntaban o se esparcían en una incesante
+variedad de formas, viendo en ellas tan pronto un monstruo negruzco de
+inflamadas fauces como una virgen entre celestes resplandores.
+
+Un amontonamiento de nubes densas y nítidas cual blancos vellones atrajo
+su mirada. Esta blancura luminosa era la del hueso pulido de los
+cráneos. Sueltas vedijas de vapor obscuro flotaban sobre esta nube. La
+imaginación de Febrer fue viendo en ellas dos agujeros negros y
+espantables, un triángulo lóbrego semejante al que deja la nariz
+desaparecida en la faz de los muertos, y más abajo un desgarrón inmenso,
+trágico, igual a la risa muda de una boca sin labios y sin dientes.
+
+Era la Muerte, la gran señora, la emperatriz del mundo, que se mostraba
+a él con su blanca y mate majestad, en pleno día, desafiando los
+esplendores del sol, el azul del cielo, el verde luminoso del mar. El
+reflejo del astro moribundo ponía una chispa de maligna vida en el óseo
+rostro de palidez de hostia, en la lobreguez de sus negras cuencas, en
+su sonrisa que daba espanto... ¡Sí; era ella! Las nubes esparcidas a ras
+del mar parecían bullones y pliegues de una vestidura que ocultaba su
+inmenso esqueleto; y otras nubes flotantes en lo alto, una amplia manga,
+de la que se escapaban vapores más sutiles e indecisos formando un brazo
+de hueso rematado por un índice seco y corvo como una uña de presa,
+señalando lejos, muy lejos, el destino misterioso.
+
+La visión se desvaneció rápidamente con el movimiento de las nubes.
+Borráronse sus espantables contornos, adoptando otras formas
+caprichosas; pero Febrer, al perderla de vista, no salió por esto de su
+alucinación.
+
+Aceptaba la orden sin rebelarse: partiría. Los muertos mandan, y él era
+su siervo inerme. La luz de la caída de la tarde daba a los objetos un
+relieve extraño. En los recovecos de la costa marcábanse vigorosas
+sombras que parecían dar vida y formas animales a las piedras. A lo
+lejos, un promontorio semejaba un león acurrucado junto a las olas,
+mirando a Jaime con hostilidad silenciosa. Los peñascos a flor de agua
+sacaban y ocultaban sus negras cabezas coronadas de melenas verdes, como
+gigantes anfibios de una humanidad monstruosa. El solitario vio por la
+parte de Formentera un dragón inmenso que poco a poco avanzaba en la
+línea del horizonte, con larga cola de nubes, para devorar traidoramente
+al sol moribundo.
+
+Cuando la roja esfera, huyendo de este peligro, se sumergió en las
+aguas, agrandada por un espasmo de terror, la tristeza gris del
+crepúsculo despertó a Febrer de su alucinación.
+
+Púsose de pie, recogió la escopeta abandonada junto a él, y emprendió el
+camino de la torre. Iba preparando mentalmente el programa de su marcha.
+No pensaba decir una palabra a nadie. Aguardaría a que tocase en el
+puerto de Ibiza el vapor correo de Mallorca, y sólo en el último momento
+daría cuenta a Pep de su resolución.
+
+La certeza de abandonar muy pronto este retiro le hizo ver con interés
+el interior de la torre al resplandor de una vela que acababa de
+encender. Su sombra, gigantescamente agrandada y vacilante por las
+oscilaciones de la luz, iba de un lado a otro en las blancas paredes,
+eclipsando los objetos que las adornaban o haciendo que brillasen el
+nácar de las conchas y el metal de la colgada escopeta.
+
+Cierto carraspeo conocido atrajo a Febrer, y le hizo asomarse a lo alto
+de la escalera. Un hombre envuelto en un mantón estaba en los primeros
+peldaños. Era Pep.
+
+--_El sopar_--dijo brevemente, tendiéndole una cesta.
+
+Jaime la tomó. Notábase en el payés un deseo de no hablar, y él, por su
+parte, sintió cierto miedo de que rompiese su laconismo.
+
+--_¡Bona nit!_
+
+Pep emprendió el camino de regreso a su alquería luego de este breve
+saludo, como un servidor respetuoso y enojado que sólo se permite con su
+amo las palabras indispensables.
+
+Vuelto Jaime al interior de la torre, cerró la puerta, dejando la cesta
+sobre la mesa. No sentía apetito: cenaría más tarde. Cogió una pipa
+rústica, labrada por un payés en una rama de cerezo, la llenó de tabaco
+y comenzó a fumar, siguiendo con ojos distraídos el revoloteo de las
+espirales de humo, cuya azul sutilidad tomaba ante la vela una
+transparencia irisada.
+
+Luego buscó un libro y quiso leer, pero fueron inútiles todos los
+esfuerzos por concentrar su atención en la lectura.
+
+Fuera de aquella cáscara de piedra reinaba la noche, una noche lóbrega,
+de profundo misterio. Al través de los muros parecía filtrarse ese
+solemne silencio que cae de lo alto, y en el cual los ruidos más leves
+adquieren proporciones pavorosas, como si el rumor se escuchase a sí
+mismo.
+
+Creía percibir Febrer los latidos de la circulación de su sangre en esta
+calma profunda. De vez en cuando escuchaba el chillido de una gaviota o
+la agitación momentánea de los tamariscos bajo una ráfaga, murmullo
+semejante al de las fingidas muchedumbres teatrales ocultas tras los
+bastidores. En el techo de la habitación sonaba a intervalos el
+cric-cric monótono de una carcoma royendo las vigas con un trabajo
+incesante, inadvertido durante el día. El mar rasgaba la obscuridad con
+un ronquido plácido, cuya ondulación iba rompiéndose en todos los
+salientes y recovecos de la costa.
+
+Por primera vez se dio cuenta exacta de la soledad en que vivía. ¿Era
+posible continuar esta existencia de eremita? ¿Y cuando le sorprendiese
+la enfermedad? ¿Y cuando llegase la vejez?... A aquellas horas
+comenzaban las ciudades una nueva vida bajo los blancos resplandores de
+su alumbrado eléctrico; cortábase la circulación en las calles con la
+aglomeración de los coches; brillaban los escaparates, abríanse los
+teatros, sonaban las aceras bajo el gracioso taconeo de mujeres
+hermosas. Y él estaba como un hombre primitivo en el interior de una
+torre bárbara, sin otro signo de civilización que aquella luz macilenta
+que sólo servía para hacer más visibles las tinieblas, rodeado de un
+silencio trágico, como si el mundo se hubiese dormido para siempre.
+Adivinábase al otro lado del muro de piedra la sombra preñada de
+misterios y peligros. Ya no albergaba a la fiera, como en los tiempos
+prehistóricos, pero bien podía servir de guarida al hombre.
+
+De pronto, Febrer, que permanecía inmóvil, escuchándose a sí mismo, con
+una quietud semejante a la de los niños medrosos que temen removerse en
+la cama por no aumentar el misterio que les rodea, se estremeció en su
+asiento. Algo extraordinario cortó el aire, dominando con su estridencia
+los confusos ruidos de la noche. Era un grito, un aullido, un relincho,
+una de aquellas voces hostiles y burlonas con que los _atlots_
+vengativos se llamaban en la sombra.
+
+Jaime sintió un impulso de levantarse, de correr a la puerta, pero luego
+permaneció inmóvil. El tradicional _auquido_ había sonado a alguna
+distancia. Debían ser mozos del _cuartón_ que escogían las inmediaciones
+de la torre del Pirata para encontrarse arma en mano. Aquello no iba con
+él; a la mañana siguiente se enteraría de lo ocurrido.
+
+Abrió otra vez el libro, intentando distraerse con la lectura; pero a
+las pocas líneas se levantó de un salto, arrojando sobre la mesa el
+volumen y la pipa.
+
+_¡Auuuú!_ El relincho de reto, el aullido hostil y burlón, había
+resonado casi al pie de la escalera de la torre, prolongándose con el
+fuerte soplo de unos pulmones como fuelles. Casi al mismo tiempo sonó en
+la obscuridad un rumor estridente de abanicos abiertos: las aves
+marinas, sorprendidas en su sueño, salían disparadas de entre las rocas
+para cambiar de guarida.
+
+¡Era para él! ¡Venían a retarlo a la puerta de su vivienda!... Miró
+fijamente su escopeta; se llevó la diestra a la faja, palpando el metal
+del revólver, tibio por el contacto del cuerpo; dio dos pasos hacia la
+puerta, pero se detuvo y alzó los hombros con una sonrisa de
+resignación. Él no era de la isla; él no entendía este lenguaje de
+chillidos, y se creía a cubierto de tales provocaciones.
+
+Volvió a su silla y cogió el libro, sonriendo con una alegría forzada.
+
+--¡Grita, buen hombre! ¡chilla, _aúca_! Lo siento por ti, que puedes
+constiparte al fresco, mientras yo estoy tranquilo en mi casa.
+
+Pero esta conformidad burlona sólo era aparente. Volvió a sonar el
+aullido, ya no al pie de la escalera, sino algo más lejos, tal vez entre
+los tamariscos que cercaban la torre. El retador parecía haber tomado
+posición esperando que saliese Febrer.
+
+¿Quién sería?... Tal vez el miserable _verro_, al que había buscado por
+la tarde; tal vez el _Cantó_, que juraba públicamente matarlo. La noche
+y la astucia, que igualan las fuerzas de los enemigos, habrían dado
+ánimos a este enfermo para marchar contra él. También era posible que
+fuesen dos o más los que le aguardasen.
+
+Sonó otro aullido, pero Jaime volvió a encogerse de hombros. Podía
+gritar lo que quisiera su desconocido retador... Pero ¡ay! ¡imposible
+leer! ¡inútil esforzarse por fingir tranquilidad!...
+
+Los aullidos repetíanse ahora rabiosamente, como los cacareos de un
+gallo furioso. Jaime creyó ver el cuello de aquel hombre, hinchado,
+enrojecido, con los tendones vibrantes por la cólera. El grito gutural
+parecía adquirir poco a poco, al repetirse, los contornos y la
+significación de un lenguaje. Era irónico, burlón, insultante; echaba en
+cara su prudencia al forastero; parecía llamarle cobarde.
+
+En vano intentó no escuchar. Nublábase su vista, le pareció que la vela
+ya no daba luz; en los intervalos de silencio, la sangre zumbaba en sus
+oídos. Pensó que _Can Mallorquí_ estaba muy cerca, y tal vez Margalida,
+trémula y pegada a un ventanuco, escuchaba estos aullidos frente a la
+torre, donde estaba un hombre medroso oyéndolos también, pero encerrado
+como si fuese sordo.
+
+No; no más. Arrojó esta vez definitivamente el libro sobre la mesa, y
+luego, por instinto, sin saber ciertamente lo que hacía, sopló la llama
+de la vela. Al quedar en la obscuridad anduvo algunos pasos con las
+manos avanzadas, olvidado completamente de los planes de ataque que
+había concebido momentos antes en su acelerado pensamiento. La cólera
+trastornaba sus ideas. La ceguedad repentina de su espíritu sólo tuvo
+una idea, igual al último destello de una luz que se aleja. Tocaba ya la
+escopeta con sus manos palpantes, cuando desistió de cogerla. Necesitaba
+un arma menos embarazosa; tal vez tendría que descender y arrastrarse
+entre los matorrales.
+
+Tiró del interior de la faja, y el revólver se deslizó fuera de su
+madriguera con la suavidad de una bestia sedosa y tibia. Anduvo a
+tientas hasta la puerta y la abrió con lentitud, sólo un pequeño
+espacio, el necesario para asomar la cabeza, chirriando levemente sus
+groseros goznes.
+
+Pasando Febrer de la obscuridad de su habitación a la difusa claridad de
+la luz sideral, vio la mancha de las malezas en torno de la torre, más
+allá la confusa blancura de la alquería, y enfrente la giba negra de los
+montes cortando un cielo cargado de palpitaciones de estrellas. Esta
+visión sólo duró un instante: no pudo ver más. Dos pequeños relámpagos,
+dos culebreos de fuego marcáronse uno tras otro en las tinieblas de los
+matorrales, seguidos de dos estampidos que casi se confundieron.
+
+Jaime experimentó en su olfato una sensación acre de pólvora quemada,
+que tal vez no fue más que un fenómeno imaginativo. Al mismo tiempo
+percibió sobre la cúspide de su cráneo un silencioso y violento choque,
+algo anormal que pareció tocarle sin llegar a tocarle, la sensación del
+roce de una piedra. Algo cayó sobre su rostro como una lluvia
+impalpable. ¿Sangre?... ¿tierra?...
+
+Su sorpresa sólo duró un instante. Le habían hecho fuego desde el
+matorral, en las inmediaciones de la escalera. El enemigo estaba allí...
+¡allí! Veía en la obscuridad el punto de donde habían surgido los
+fogonazos, y avanzando la diestra fuera de la puerta, disparó su
+revólver una... dos... cinco veces: todas las cápsulas que contenía el
+cilindro.
+
+Tiró casi a ciegas, desorientado por la obscuridad y el desconcierto de
+la cólera. Un leve ruido de ramas tronchadas, una ondulación casi
+imperceptible del matorral, le llenaron de salvaje alegría. Había
+alcanzado al enemigo indudablemente, y en su satisfacción, se llevó una
+mano a la cabeza para convencerse de que no estaba herido.
+
+Al pasarla después por su cara cayó de sus mejillas y sus cejas algo
+menudo y granujiento. No era sangre: era tierra, polvo de argamasa. Sus
+dedos, deslizándose sobre el cuero cabelludo, estremecido aún por el
+roce mortal, tropezaron con dos agujeros de la pared, semejantes a
+pequeños embudos, que guardaban una sensación de calor. Las dos balas le
+habían rozado, yendo a clavarse en el muro a una distancia casi
+imperceptible de su cabeza.
+
+Febrer sintióse alegre por su buena suerte. Él sano, incólume, ¡y su
+enemigo!... ¿Dónde estaría en aquel momento? ¿Debía bajar para buscarle
+entre los tamariscos y reconocerlo en su agonía?... De pronto se repitió
+el grito, el aullido salvaje, lejos, muy lejos, casi en las
+inmediaciones de la alquería: un _auquido_ triunfante, burlón, que Jaime
+interpretó como anuncio de próxima vuelta.
+
+El perro de _Can Mallorquí_, excitado por los disparos, ladraba
+lúgubremente. A lo lejos, otros perros le contestaban. El aullido del
+hombre se alejó, con incesantes repeticiones, cada vez más remoto, más
+débil, hundiéndose en el misterio azul de la noche.
+
+
+
+
+III
+
+
+Apenas rompió el día, el _Capellanet_ se presentó en la torre.
+
+Lo había oído todo. Su padre, que tenía el sueño fuerte, no estaba tal
+vez enterado a aquellas horas del suceso. Ya podía ladrar el perro y
+sonar junto a la alquería tantos disparos como en una guerra; el buen
+Pep, cuando se acostaba cansado de sus faenas diurnas, era insensible
+como un muerto. Los demás de la casa habían pasado una noche de
+angustias. La madre, luego de varios intentos para despertar a su
+esposo, sin conseguir otro éxito que palabras incoherentes seguidas de
+nuevos ronquidos, había rezado hasta el amanecer por el alma del señor
+de la torre, creyéndolo muerto. Margalida, que dormía cerca de su
+hermano, le había llamado con voz queda y angustiosa al oír los primeros
+tiros. «¿Oyes, Pepet?...»
+
+La pobre muchacha se había incorporado en la cama, encendiendo el
+candil; a su luz la había visto el _atlot_, con el rostro pálido y unos
+ojos de loca. Ella, tan pudorosa y tímida, mostraba en su agitación los
+mayores secretos de su desnudez, olvidada de todo, retorciéndose los
+brazos, llevándose las manos a la cabeza. «Habían matado a don Jaime: se
+lo anunciaba el corazón.» Y temblaba con el eco lejano de nuevos
+disparos. «Un verdadero rosario de tiros», según decía el _Capellanet_,
+había contestado a las dos primeras detonaciones.
+
+--Ésos fueron de usted, ¿verdad, don Jaime?--continuó el muchacho--. Los
+conocí al momento y se lo dije a Margalida. Recuerdo la tarde que
+disparó usted el revólver en la playa. Yo tengo mucho oído para estas
+cosas.
+
+Luego contó la desesperación de su hermana, buscando las ropas en
+silencio, queriendo vestirse para correr a la torre. Pepet la
+acompañaría. Pero después, súbitamente acobardada, ya no quiso ir. Sólo
+sabía llorar, y se opuso a que el muchacho cumpliera su propósito de
+escaparse por las bardas del corral.
+
+Habían oído el _auquido_ junto a la alquería, mucho después de los
+disparos; y al hablar de este grito, sonreía el muchacho con aire
+malicioso. Luego, Margalida, súbitamente tranquilizada por las palabras
+de su hermano, había callado, quedando inmóvil en el lecho; pero durante
+toda la noche oyó el _Capellanet_ suspiros de angustia y un ligero
+murmullo, como si debajo del embozo una voz queda murmurase palabras y
+palabras con incansable monotonía. También la joven había estado
+rezando.
+
+Después, al esparcirse la luz del alba, se levantaron todos, menos el
+padre, que seguía en su plácido sueño. Al asomarse las mujeres al
+porche, dominadas por los más lúgubres pensamientos, esperaban
+presenciar un cuadro horroroso: la torre destruida y colgando sobre sus
+ruinas el cadáver del señor. Pero el _Capellanet_ había reído al ver la
+puerta abierta, y junto a ella, como en otras mañanas, a don Jaime, con
+el busto desnudo, chapuzándose en un balde que él mismo traía de la
+costa lleno de agua del mar.
+
+No se había equivocado al reírse de los terrores de las mujeres. «A su
+don Jaime no había quien lo matase. Y esto lo decía él, que entendía de
+hombres.»
+
+Luego, tras el breve relato que le hizo el señor de todo lo ocurrido en
+la noche, examinó, entornando los ojos con una expresión de inteligente,
+los dos agujeros abiertos por las balas en la pared.
+
+--¿Y usted tenía la cabeza aquí, donde la tengo yo?... ¡Futro!...
+
+Su mirada reflejó admiración, devota idolatría, ante aquel hombre
+portentoso que acababa de salvarse por un verdadero milagro.
+
+Febrer interrogó al muchacho sobre el supuesto agresor, fiando en su
+conocimiento de las gentes del país, y el _Capellanet_ sonrió con aire
+de persona importante. Había escuchado el aullido. Era el mismo modo de
+_aucar_ que tenía el _Cantó_: muchos se hubiesen imaginado que era él.
+Lo mismo aullaba en las serenatas, en las tardes de baile y a la salida
+de los cortejos.
+
+--Pero no es él, don Jaime: estoy seguro. Si al _Cantó_ le preguntan,
+dirá que sí por darse importancia. Pero era el otro, el _Ferrer_, le
+conocí la voz, y Margalida cree lo mismo.
+
+A continuación, con gesto grave, habló del necio miedo de las mujeres,
+que sostenían la necesidad de avisar a la Guardia civil de San José.
+
+--Usted no hará eso. ¿Verdad, don Jaime, que es un disparate? Los
+civiles sólo sirven para los cobardes.
+
+La sonrisa despectiva y el encogimiento de hombros con que le contestó
+Febrer devolvieron al muchacho su aspecto alegre.
+
+--Ya me lo figuraba yo: eso no se usa en la isla. ¡Pero como usted es
+forastero!... Hace usted bien: cada hombre debe defenderse él mismo;
+para eso es hombre; y en caso apurado, buscar a los amigos.
+
+Y al decir esto pavoneábase, resumiendo en su persona toda la ayuda
+poderosa con que podía contar don Jaime en momentos de peligro.
+
+El _Capellanet_ quiso sacar provecho de este suceso, aconsejando al
+señor la conveniencia de llevarle a vivir en la torre. Si él se lo pedía
+al _siñó_ Pep, éste no era capaz de negarle tal favor. Le convenía a don
+Jaime tenerle a su lado: siempre serían dos para defenderse. Y para
+apoyar la urgencia de la petición, recordaba el enfado del _siñó_ Pep, y
+la certeza de que éste iba a llevarlo a Ibiza a principios de la semana
+próxima, para encerrarle en el Seminario. ¿Qué haría el señor cuando se
+viese privado del más fiel de sus amigos?...
+
+Queriendo demostrar la utilidad de su presencia, censuraba los olvidos
+de Febrer en la noche anterior. ¿A quién podía ocurrírsele asomar la
+cabeza a la puerta cuando de fuera le estaban _aucando_ con el arma
+preparada? Por milagro no lo habían matado. ¿Y la lección que él le dio?
+¿No recordaba su consejo de bajar por la ventana, a espaldas de la
+torre, para sorprender al enemigo?...
+
+--Es verdad--dijo Jaime, realmente avergonzado de su olvido.
+
+El _Capellanet_, que saboreaba orgulloso el éxito de estos consejos,
+tuvo un sobresalto al mirar por el hueco de la puerta.
+
+--_¡El pare!..._
+
+Pep subía la cuesta lentamente, con los brazos atrás y el aspecto
+meditabundo. El muchacho se alarmó al verle. Indudablemente, venía
+malhumorado por las recientes noticias: no le convenía encontrarse con
+él. Y repitiendo a Febrer una vez más la conveniencia de que le guardase
+como compañero, echó las piernas fuera de la ventana, apoyó su vientre
+en el alféizar, y se deslizó por el muro.
+
+El payés, al entrar en la torre, habló sin ninguna emoción del suceso de
+la noche anterior, como si fuese un hecho normal que sólo alteraba
+levemente la monotonía de la vida del campo. Las mujeres le habían
+contado... él tenía un sueño pesadísimo... ¿De modo que no había sido
+nada?...
+
+Escuchó con los ojos bajos y los pulgares juntos el breve relato del
+señor. Luego fue a la puerta, para contemplar las huellas de los
+proyectiles.
+
+--Un milagro, don Jaime, un verdadero milagro.
+
+Volvió a su silla, permaneciendo inmóvil largo rato, como si le costase
+un gran esfuerzo interior hacer funcionar su tardo pensamiento.
+
+--El demonio anda en libertad, señor... Era de esperar; ya lo dije yo...
+Cuando se quieren cosas imposibles, todo se enreda y se acaba la paz.
+
+Luego, levantando la cabeza, fijó sus ojos fríos y escrutadores en don
+Jaime. Habría que avisar al alcalde; habría que decir todo esto a la
+Guardia civil.
+
+Febrer hizo un gesto negativo. No; era un asunto de hombres, que debía
+ventilar él mismo.
+
+Pep quedó con la vista fija en el señor, de un modo enigmático, como si
+en su pensamiento luchasen encontradas ideas.
+
+--Hace usted bien--dijo al poco rato el cachazudo payés.
+
+Los forasteros pensaban de distinto modo, pero él se alegraba de que el
+señor dijese lo mismo que decía su pobre padre (que en santa gloria
+esté). En la isla todos pensaban igual: lo antiguo era lo cierto.
+
+Luego, Pep, sin consultar al señor, expuso su propósito de ayudarle en
+su defensa. Era un deber de amistad. Él tenía su escopeta en la casa.
+Hacía tiempo que no la usaba, pero en sus mocedades, cuando vivía su
+famoso padre (que en santa gloria esté), había sido un regular tirador.
+Vendría a pasar las noches en la torre, al lado de don Jaime, para que
+éste no viviese solo, expuesto a una sorpresa durante el sueño.
+
+Tampoco se extrañó el payés de la rotunda negativa del señor, algo
+ofendido por la proposición. Él era un hombre, no un chiquillo
+necesitado de compañía. Cada uno en su casa, y podía venir lo que la
+suerte quisiera.
+
+Pep asintió igualmente con movimientos de cabeza a estas palabras. Lo
+mismo decía su padre, y como él todas las personas de bien que seguían
+los antiguos usos. Parecía Febrer un hijo verdadero de la isla... Luego,
+ablandado por la admiración que le inspiraba la energía de don Jaime, le
+propuso otro arreglo. Ya que el señor no quería compañía en su torre,
+podía bajar a dormir en _Can Mallorquí_. Una cama se la improvisarían en
+cualquier parte.
+
+Febrer sintióse tentado por la proposición. ¡Ver a Margalida!... Pero el
+tono de flojedad con que el padre le invitaba y el gesto inquieto con
+que aguardó su respuesta le hicieron desistir. No; muchas gracias, Pep
+se quedaba en la torre. Podían creer que cambiaba de vivienda a impulsos
+del miedo.
+
+El payés volvió a mover la cabeza con signos de asentimiento. Comprendía
+esta actitud; lo mismo haría él en su situación. Pero esto no era
+obstáculo para que Pep durmiese menos por la noche, y si oía gritos o
+tiros cerca de la torre saliese al campo con su vieja escopeta.
+
+Y como si esta obligación que se imponía de dormir con zozobra, pronto a
+exponer la piel en defensa de su antiguo amo, rompiese la calma en que
+se había mantenido hasta entonces, el payés elevó los ojos y juntó sus
+manos:
+
+--_¡Ay, Siñor!¡Siñor!..._
+
+El diablo andaba suelto; volvía a repetirlo: ya no había tranquilidad.
+Todo por no creerle a él; por ir contra la corriente de los usos
+antiguos, que establecieron personas más sabias que las de ahora... ¿En
+qué pararía todo esto?
+
+Febrer intentó tranquilizar al payés, y se le escapó un pensamiento que
+deseaba mantener oculto. Podía tranquilizarse Pep. Él se marchaba para
+siempre, no queriendo turbar su paz y la de su familia.
+
+¡Ah! ¿Era de veras que se iba el señor?... La alegría del campesino fue
+tan grande y tan viva su sorpresa, que Jaime quedó indeciso. Le pareció
+ver en los ojillos del rústico, animados por el gozo de la noticia
+inesperada, cierta malicia. ¿Si creería aquel isleño que su repentino
+viaje era por huir de los enemigos?...
+
+--Me voy--dijo mirando a Pep con hostilidad--, pero no sé cuándo. Más
+adelante... cuando me parezca. Antes tengo que vivir aquí, para que me
+encuentre el que me busque.
+
+Pep tuvo un gesto de resignación: se desvaneció su alegría; pero estuvo
+próximo a asentir también a estas palabras, añadiendo que lo mismo
+hubiese hecho su padre y lo mismo creía él.
+
+Cuando el payés se levantó para marcharse, Febrer, que estaba junto a la
+puerta, distinguió cerca de la alquería al _Capellanet_, y esto trajo a
+su memoria el deseo del muchacho. Si a Pep no le molestaba su petición,
+podía dejar al _atlot_ para que le acompañase en la torre.
+
+Pero el padre acogió su ruego ásperamente. No, don Jaime. Si necesitaba
+compañía, allí estaba él, que era un hombre. El muchacho a estudiar. El
+diablo iba suelto, y hora era ya de imponer su autoridad y que la
+familia no siguiese desarreglada. En la próxima semana pensaba llevarlo
+al Seminario. Era su última palabra.
+
+Febrer, al quedar solo, bajó a la orilla del mar. El tío Ventolera
+reparaba con estopa y alquitrán las junturas de su barca, puesta en
+seco. Tendido en ella como si fuese un enorme ataúd, buscaba con sus
+débiles ojos los intersticios, y al encontrar uno falto de carena, su
+alegría le hacía prorrumpir a toda voz en latinajos cantados.
+
+Al notar que la barca se movía y ver apoyado en la borda al señor, el
+viejo tuvo una sonrisa maliciosa, e interrumpió sus cánticos.
+
+--_¡Hola, don Chaume!..._
+
+Lo sabía todo. Las mujeres de _Can Mallorquí_ le habían contado la
+noticia, y a aquellas horas circulaba por el _cuartón_, pero de oído en
+oído, como se debe hablar de estas cosas, sin que se enteren las gentes
+de la justicia, que sólo sirven para enredarlo todo. ¿Conque le habían
+buscado la noche anterior, _aucándolo_ para que saliese de la torre?...
+¡Ji, ji! A él también... a él también, en otros tiempos, cuando hacía el
+amor a su difunta entre dos viajes, lo había _aucado_ cierto camarada
+que era rival suyo. Pero él se llevó a la muchacha por tener la mano más
+lista; total, una cuchillada al amigo en pleno pecho, que le tuvo mucho
+tiempo entre la vida y la muerte. Luego había vivido en guardia siempre
+que bajaba a tierra, para librarse de la venganza de su enemigo; pero
+los años pasan, todo se olvida, y los dos compadres acabaron por
+contrabandear juntos, navegando desde Argel a Ibiza o las costas de
+España.
+
+El tío Ventolera reía, con risa infantil, complacido por estos recuerdos
+juveniles que resurgían en su memoria siempre que oía hablar de tiros,
+cuchilladas y provocaciones en la noche. ¡Ay! ¡A él ya no lo _aucarían_!
+Esto quedaba para los jóvenes. Y su acento era melancólico al no verse
+mezclado en los lances de amor y de guerra, que juzgaba indispensables
+para una existencia feliz.
+
+Febrer le dejó cantando la misa mientras terminaba su carenaje. En la
+torre encontró la cesta de su comida sobre la mesa. El _Capellanet_ la
+había dejado sin esperar, obedeciendo sin duda a algún llamamiento
+urgente de su padre malhumorado. Después de comer volvió Jaime a
+contemplar los dos agujeros que los proyectiles habían abierto en el
+muro. Pasada la excitación del peligro, y al apreciar fríamente la
+gravedad de éste, sintió una cólera vengativa, más intensa que la que le
+había impulsado hacia la puerta en la noche anterior. Unos milímetros
+más abajo al apuntar, y habría rodado en la obscuridad, al pie de la
+puerta, como una bestia cazada. ¡Cristo! ¡Y así podía morir un hombre de
+su clase, víctima de la traición y el acecho de uno de aquellos
+rústicos!...
+
+Su cólera tomó un impulso vengativo. Sintió la necesidad de provocar, de
+ser arrogante, de aparecer sereno y amenazador ante aquellos hombres,
+entre los cuales se ocultaban sus adversarios.
+
+Descolgó la escopeta, examinó sus cargas, se la echó al hombro y
+descendió de la torre, tomando el mismo camino de la tarde anterior. Al
+pasar junto a _Can Mallorquí_, los ladridos del perro hicieron salir a
+la puerta a Margalida y su madre. Los hombres estaban en un campo lejano
+que cultivaba Pep. La madre, lloriqueante y con la palabra cortada por
+la emoción, sólo sabía coger las manos del señor.
+
+--_¡Don Chaume! ¡Don Chaume!..._
+
+Debía tener mucho cuidado, salir poco de la torre, estar en guardia
+contra los enemigos. Y Margalida, silenciosa, con los ojos
+desmesuradamente abiertos, contemplaba a Febrer, revelando admiración y
+zozobra. No sabía qué decir; su alma simple parecía recogerse
+humildemente, no encontrando palabras para expresar sus pensamientos.
+
+Jaime continuó su camino. Al volverse repetidas veces vio a Margalida,
+de pie bajo el porche, siguiéndolo con visible ansiedad. El señor iba de
+caza como otras veces, pero ¡ay! tomaba el sendero de la montaña, iba
+hacia el bosque de pinos, en una de cuyas calvas estaba la herrería.
+
+Durante el camino rumiaba Febrer proyectos de ataque. Estaba resuelto a
+una acción inmediata. Apenas saliese el _verro_ a la puerta de su casa,
+le dispararía los dos tiros de la escopeta. Él ventilaba sus negocios a
+la luz del sol, y sería más afortunado: sus dos balas no irían a
+clavarse en el muro.
+
+Pero al llegar a la fragua la encontró cerrada. ¡Nadie! El herrero había
+desaparecido; la vieja vestida de negro no estaba allí para recibirle
+colérica con el fulgor hostil de su único ojo.
+
+Se sentó al pie de un árbol como la otra vez, con la escopeta preparada,
+resguardándose detrás del tronco, por si esta soledad ocultaba una
+asechanza. Transcurrió mucho tiempo; las palomas silvestres, enardecidas
+por la calma y la soledad de la fragua, revoloteaban en la plazoleta sin
+fijarse en el cazador, inmóvil y olvidado de ellas. Un gato avanzaba
+lentamente por el ruinoso tejado, con estiramientos de tigre,
+pretendiendo atrapar a los inquietos gorriones.
+
+Pasó más tiempo. La espera y la inmovilidad serenaron a Febrer. ¿Qué
+hacía allí, lejos de su casa, en medio del monte, próximo ya el
+crepúsculo, esperando a un enemigo de cuya culpabilidad sólo tenía vagos
+indicios? El herrero tal vez estaba en su casa. Se habría encerrado al
+verle llegar, y era inútil esperarle. También podía ser que se hubiera
+marchado lejos, con la vieja, y no volviese hasta bien entrada la noche.
+Debía partir.
+
+Y con la escopeta en la mano, para ser el primero en disparar si
+encontraba al enemigo, emprendió el regreso al valle.
+
+Otra vez volvió a encontrar en el camino payeses y muchachas que le
+miraron con tenaz curiosidad, contestando apenas a su saludo. Otra vez
+vio al _Cantó_ con su cabeza entrapajada, en el mismo sitio, rodeado de
+amigos, a los que hablaba con violentas gesticulaciones. Al reconocer al
+señor de la torre, antes de que sus camaradas pudieran sujetarle, se
+agachó, y agarrando dos piedras en los endurecidos surcos, arrojólas
+contra aquél. Los rústicos proyectiles, a impulsos de un brazo débil, no
+llegaron a hacer la mitad de su camino. Luego, irritado por la
+despectiva serenidad de Febrer, que seguía adelante, el _atlot_,
+prorrumpió en amenazas. ¡Mataría al mallorquín! lo declaraba a gritos.
+¡Que todos supiesen que él juraba el exterminio de este hombre!
+
+Jaime sonrió tristemente ante estas amenazas. No; el cordero rabioso no
+era el que había venido a la torre del Pirata a matarle. Sus
+escandalosas vociferaciones bastaban para demostrarlo.
+
+El señor pasó tranquilamente la primera parte de la noche. Luego de
+cenar, cuando se fue el hermano de Margalida con la triste certeza de
+que su padre no desistía de llevarlo al Seminario, Jaime cerró la
+puerta, colocando tras ella la mesa y las sillas. Temía ser sorprendido
+durante el sueño. Apagó la luz y fumó en la obscuridad, complaciéndose
+en el latido del pequeño tizón del cigarro, que se ensanchaba con sus
+chupetones. Tenía la escopeta cerca y el revólver en la faja, pronto a
+hacer uso de ellos al menor movimiento de la puerta. Habituado su oído a
+los rumores de la noche y a la respiración del mar, buscaba al través de
+éstos un roce, un indicio de que en aquella soledad había otros seres
+humanos aparte de él.
+
+Pasó mucho tiempo. A la luz del cigarro miró la esfera de su reloj. Las
+diez. Lejos sonaron ladridos, y Jaime creyó reconocer al perro de _Can
+Mallorquí_. Tal vez delataba el paso de alguien aproximándose a la
+torre. Ya estaba cerca el enemigo: era posible que se arrastrase
+cautelosamente, fuera de la senda, entre las ramas de los tamariscos.
+
+Se incorporó, requiriendo la escopeta, buscando en su faja el revólver.
+Tan pronto como oyese un grito de reto o un temblor en la puerta, se
+echaba ventana abajo, y dando vuelta a la torre, cogía al enemigo por la
+espalda.
+
+Pasó más tiempo... ¡Nada! Febrer quiso mirar el reloj, pero sus manos no
+obedecían a su voluntad. Ya no brillaba en la sombra la punta rojiza del
+cigarro. Su cabeza había acabado por caer sobre la almohada; sus ojos se
+cerraron: oyó gritos de reto, tiros, maldiciones, pero esto fue en un
+estado anormal, como si viviese en otro mundo, donde los insultos y los
+ataques no despertaban su sensibilidad. Luego... nada: una sombra densa,
+una noche profunda e interminable, sin el más leve destello de visión...
+Le despertó un rayo de sol que, pasando por una rendija de la ventana,
+venía a dar en sus ojos. Renació con la luz diurna la blancura de
+aquellos muros, que parecían sudar durante la noche la sombra y el
+bárbaro misterio de otros siglos.
+
+Jaime se levantó contento, y al deshacer la barricada de muebles que
+obstruía la puerta, rio algo avergonzado de su precaución,
+considerándola casi una cobardía. Las mujeres de _Can Mallorquí_ le
+habían trastornado con su miedo. ¡Quién podía venir a buscarle en la
+torre, sabiendo que estaba alerta y lo recibiría a tiros! La ausencia
+del _Ferrer_ cuando él se había presentado en la fragua y la calma de la
+noche anterior daban que pensar a Jaime. ¿Estaría herido el _verro_? ¿Le
+habría alcanzado alguna de sus balas?...
+
+Pasó la mañana en el mar. El tío Ventolera le llevó hasta el Vedrá,
+alabando la ligereza y otros méritos de su barca. La reparaba año tras
+año, no quedando en ella ni una astilla de su primitiva construcción.
+Pescaron al abrigo de las rocas hasta media tarde. Al volver a la torre,
+Febrer vio al _Capellanet_ que corría por la playa agitando en lo alto
+una cosa blanca.
+
+Antes de saltar a tierra, cuando la barca hundía su proa en la grava, el
+muchacho le gritó con la impaciencia del que trae una gran noticia:
+
+--_¡Una carta, don Chaume!_
+
+¡Una carta!... En aquel rincón del mundo, el más extraordinario suceso
+que podía turbar la vida ordinaria era la llegada de una carta. Febrer
+la revolvió en sus manos, examinándola como algo extraño y lejano. Miró
+el sello; luego miró la letra del sobre... La conocía; despertaba en su
+memoria la misma impresión de un rostro amigo al que no podemos asociar
+un nombre. ¿De quién era?...
+
+El _Capellanet_, mientras tanto, daba explicaciones sobre este gran
+suceso. La carta la había traído el peatón a media mañana. Era del
+vapor-correo de Palma, llegado a Ibiza en la noche anterior. Si deseaba
+contestarla, debía hacerlo sin pérdida de tiempo. El buque volvería a
+Mallorca al día siguiente.
+
+Mientras iba Jaime hacia la torre, rompió el sobre y buscó la firma,
+casi al mismo tiempo que en su memoria se precisaba el recuerdo y surgía
+un nombre: ¡Pablo Valls!... El capitán Pablo le escribía luego de medio
+año de silencio, y su carta era larga: varias hojas de papel comercial
+cubiertas de apretada escritura.
+
+A las primeras líneas, el mallorquín sonrió. El capitán estaba allí, en
+aquellos renglones, con su ruda y desbordante personalidad, escandaloso,
+simpático y agresivo. Febrer creyó contemplar sobre el papel su nariz
+enorme y pesada, sus patillas canosas, sus ojos de color de aceite con
+pintas de tabaco, su chambergo abollado puesto de través.
+
+La carta comenzaba de un modo terrible: «Querido sinvergüenza.» Y en el
+mismo estilo seguían los primeros párrafos.
+
+--Esto vale la pena--murmuró sonriendo--. Esto hay que leerlo despacio.
+
+Y guardando la carta, con el regodeo del que se reserva un gran placer,
+Jaime subió a la torre después de despedir al muchacho.
+
+Sentado junto a la ventana, con el busto echado atrás y la espalda
+apoyada en la mesa, comenzó a leer. Una explosión de furia cómica, de
+insultos cariñosos, de indignaciones por cosas olvidadas, llenaba las
+primeras páginas. Pablo Valls desbordaba su graciosa incoherencia, como
+un charlatán condenado largo tiempo al silencio y que sufre el suplicio
+de una verbosidad comprimida. Echaba en cara a Febrer su origen y su
+orgullo, que le habían impulsado a huir sin despedirse de los amigos.
+«Al fin, de raza de inquisidores.» Sus abuelos habían quemado a los de
+Valls: ¡que no lo olvidase! Pero en algo habían de distinguirse los
+buenos de los malos; y él, el réprobo, el _chueta_, el hereje aborrecido
+de unos y otros, había correspondido a esta falta de amistad ocupándose
+de los asuntos de Jaime. Seguramente le habría escrito varias veces de
+esto su amigo Toni Clapés, cuyos negocios marchaban bien, como siempre,
+aunque acababa de sufrir algunas contrariedades. Le habían cogido dos
+barcas cargadas de tabaco.
+
+«Pero no divaguemos: al grano. Ya sabes que soy un hombre práctico, un
+verdadero inglés, enemigo de perder el tiempo.»
+
+Y el hombre práctico, el inglés, para no divagar más, cubría otras dos
+hojas con las explosiones de su indignación contra todo lo que le
+rodeaba: contra sus hermanos de raza, tímidos y humildes, que
+besuqueaban la mano enemiga; contra los nietos de los antiguos
+perseguidores; contra el feroz padre Garau, del que no quedaba ya ni
+polvo; contra la isla entera, la famosa _Roqueta_, a la que vivían
+sujetos los suyos por un amor al terruño, pagado siempre con
+aislamientos e insultos.
+
+«Pero no divaguemos: orden, método y claridad. Sobre todo, escribamos
+prácticamente. La falta de carácter práctico es lo que nos pierde.»
+
+Y hablaba a continuación de «la Papisa Juana», tremenda señora que Pablo
+Valls había visto siempre de lejos, por ser para ella la personificación
+de todas las impiedades revolucionarias y todos los pecados de su raza.
+«Por este lado no tengas esperanza.» La tía de Febrer sólo se acordaba
+de él para lamentarse de su mal fin y alabar la justicia del Señor, que
+castiga a los que caminan por malos senderos y se apartan de las santas
+tradiciones de la familia. Unas veces le creía en Ibiza la buena señora;
+otras afirmaba saber con certeza que habían visto a su sobrino en
+América, dedicado a los más bajos oficios. «De todos modos, cachorro de
+inquisidor, tu santa tía no se acuerda de ti y no debes esperar de ella
+el menor auxilio.» Ahora se murmuraba en la ciudad que renunciando
+definitivamente a las pompas del mundo y tal vez a la «Rosa de Oro»
+pontifical, que nunca acababa de llegar, entregaría sus bienes a los
+sacerdotes de su corte, yendo a encerrarse en un convento con todas las
+comodidades de una dama de privilegio. «La Papisa» se alejaba para
+siempre; imposible esperar nada de ella. «Y aquí entro yo, pequeño
+Garau; yo el réprobo, el _chueta_, el rabudo, que deseo ser adorado y
+reverenciado por ti como si fuese la Providencia.»
+
+Al fin, el hombre práctico, el enemigo de las divagaciones, cumplía su
+promesa, y el estilo de la carta tornábase conciso, con una sequedad
+comercial. Primeramente un largo relato de los bienes que aún poseía
+Jaime antes de partir de Mallorca, esclavos de toda clase de gravámenes
+e hipotecas; luego una lista de sus acreedores, que era mayor que la de
+los bienes, seguida de una relación de intereses y obligaciones,
+enmarañada red en la que se perdía la memoria de Febrer, pero por en
+medio de la cual caminaba Valls rectamente, con la seguridad de los de
+su raza para desentrañar los más confusos negocios.
+
+El capitán Pablo había pasado medio año sin escribir a su amigo, pero
+ocupándose todos los días de sus asuntos. Había peleado con los más
+feroces usureros de la isla, insultando a unos, venciendo a otros en
+astucia, valiéndose de la persuasión o de la bravata, avanzando dineros
+para satisfacer los créditos más urgentes, cuyos tenedores amenazaban
+con el embargo y la venta. Total: había dejado limpia y sana la fortuna
+de su amigo, pero ésta resurgía del terrible combate achicada y casi
+insignificante. Sólo le restaban a Febrer unos miles de duros: tal vez
+no llegarían a quince; pero mejor era esto que vivir en su antiguo
+ambiente de gran señor sin tener que comer y sometido a las exigencias
+de los acreedores. «Ya es hora de que vuelvas. ¿Qué haces ahí? ¿Vas a
+estar toda tu vida como un Robinsón en esa torre de piratas?» Debía
+volver inmediatamente, para vivir en alegre modestia. La vida en
+Mallorca es barata. Además, podía solicitar un empleo del Estado. Con su
+nombre y sus relaciones no era difícil conseguirlo.
+
+También podía dedicarse al comercio, bajo la dirección y consejo de un
+hombre como él. Si deseaba viajar, no le sería difícil a Valls buscarle
+una colocación en Argelia, en Inglaterra o en América. El capitán tenía
+amigos en todas partes. «Vuelve pronto, pequeño Garau, inquisidor
+simpático; no te digo más.»
+
+Pasó Febrer el resto de la tarde leyendo la carta o paseando por los
+alrededores de la torre, conmovido por tales noticias. Los recuerdos de
+su pasada existencia, amortiguados por la vida solitaria, surgían ahora
+con el mismo relieve que si fuesen sucesos del día anterior. ¡Los cafés
+del Borne! ¡Sus amigos del Casino!... ¡Volver allá, pasando de un salto
+a la vida ciudadana, luego de su reclusión casi salvaje en la torre!...
+Se marcharía cuanto antes: estaba resuelto a ello. Partiría a la mañana
+siguiente, aprovechando el viaje de vuelta del mismo vapor que había
+traído la carta.
+
+El recuerdo de Margalida surgió en su memoria, pretendiendo retenerle en
+la isla. La veía blanca, con sus adorables redondeces y sus ojos tímidos
+y bajos, que parecían ocultar como un pecado el negro ardor de sus
+pupilas. ¡Dejarla! ¡no verla más!... ¡Y ella iba a ser de uno de
+aquellos bárbaros, que profanarían su belleza usándola en las faenas del
+campo, convirtiéndola poco a poco en una bestia agrícola, negra, callosa
+y arrugada!...
+
+Pero una afirmación pesimista le arrancó al poco tiempo de esta duda
+cruel. Margalida no le amaba, no podía amarle. Un mutismo desconcertante
+y lágrimas misteriosas era todo lo que él había podido conseguir con sus
+declaraciones de amor. ¿A qué empeñarse en conquistar lo que a todos
+parecía imposible? ¿Por qué seguir la lucha sorda con toda la isla, por
+una mujer que aún no sabía él ciertamente si le amaba?
+
+La alegría de las recientes noticias volvió escéptico a Febrer. «Nadie
+se muere de amor.» Le costaría un gran esfuerzo abandonar aquella tierra
+al día siguiente; experimentaría honda tristeza al perder de vista la
+blancura africana de _Can Mallorquí_. Pero al sentirse libre del
+ambiente de la isla y volver a su antigua existencia, tal vez no fuese
+Margalida más que un pálido recuerdo, y él reiría el primero de esta
+pasión de una _atlota_ hija de un antiguo arrendatario de su familia.
+
+No vaciló más. Esta noche la pasaría en la soledad de la torre, como un
+hombre primitivo de los que viven acechados por el peligro, dispuestos a
+matar; a la noche siguiente estaría sentado ante la mesa de un café,
+bajo el resplandor de los focos eléctricos, viendo carruajes junto a las
+aceras y pasando por el centro del Borne mujeres más hermosas que
+Margalida. «¡A Mallorca!» No viviría en un palacio: el caserón de los
+Febrer lo perdía para siempre en el arreglo revolucionario y salvador
+ideado por el amigo Valls; pero no le faltaría una casita pequeña y
+limpia en el Terreno u otro barrio vecino al mar, y en ella la compañía
+y los cuidados maternales de _madó_ Antonia. Ninguna tristeza, ninguna
+vergüenza le esperaba allá. Hasta se vería libre de don Benito Valls y
+de su hija, a los que había abandonado de un modo incorrecto, sin
+palabras de excusa. El rico _chueta_, según anunciaba su hermano en la
+carta, vivía ahora en Barcelona para cuidar mejor de su salud.
+Indudablemente, como creía el capitán Pablo, este viaje era para
+encontrar un yerno lejos de las preocupaciones que perseguían en la isla
+a los de su raza.
+
+Al cerrar la noche llegó el _Capellanet_ llevando la cesta de la cena.
+Mientras Febrer comía ávidamente, con el buen apetito de la alegría, el
+muchacho anduvo por la habitación, atisbando con ojos ansiosos, por si
+podía encontrar aquella carta que había excitado su curiosidad. «Nada.»
+La alegría del señor acabó por contagiarle, y rio también, sin saber de
+qué, creyéndose obligado a mostrar buen humor, ya que don Jaime estaba
+contento.
+
+Febrer bromeó sobre su próxima ida al Seminario. Pensaba hacerle un
+regalo, pero un regalo extraordinario, como él no podía imaginárselo, y
+al lado del cual nada valdría el cuchillo. Sus ojos, al decir esto,
+miraban la escopeta colgada del muro.
+
+Cuando se fue el muchacho, cerró la puerta y se entretuvo a la luz de la
+vela en hacer el inventario y distribución de los objetos que llenaban
+su vivienda. En un antiguo arcón de madera, tallado a cuchillo
+groseramente, estaban dobladas con cuidado por Margalida, entre hierbas
+olorosas, las ropas con que había llegado él de Mallorca. Las vestiría a
+la mañana siguiente. Pensó con cierto terror en el suplicio de las botas
+y el tormento del cuello de la camisa, después de su larga temporada de
+campestre libertad; pero quería salir de la isla lo mismo que había
+venido a ella. Lo demás lo regalaba a Pep y la escopeta a su hijo,
+riendo del gesto del pequeño seminarista ante este presente, que llegaba
+algo tarde... Ya cazaría, con ella cuando fuese cura de uno de los
+_cuartones_ de la isla.
+
+Volvió a sacar del bolsillo la carta de Valls, complaciéndose en leerla
+lentamente, como si cada vez encontrase en su texto nuevas noticias.
+Mientras leía estos párrafos, que ya le eran familiares, su pensamiento
+trabajaba aparte a impulsos de la alegría. ¡El buen amigo Pablo! ¡Y qué
+a tiempo llegaban sus consejos!... Le sacaba de Ibiza en el instante más
+oportuno, cuando se veía en guerra abierta con todas aquellas gentes
+rudas, que deseaban la muerte del forastero. No se equivocaba el
+capitán. ¿Qué hacía allí, como un Robinsón, que ni siquiera podía
+disfrutar la placidez de la soledad?... Valls, oportuno como siempre, le
+libraba del peligro.
+
+Su vida de horas antes, cuando aún no había recibido la carta, parecíale
+absurda y ridícula.. Ahora era otro hombre. Sonreía con lástima y
+vergüenza de aquel loco que el día anterior, llevando la escopeta al
+hombro, había emprendido el camino de la montaña para buscar a un
+antiguo presidiario, retándolo a bárbaro combate en la soledad del
+bosque. ¡Como si toda la vida del planeta estuviese concentrada en la
+pequeña isla y hubiera que matar para poder existir en ella!... ¡Como si
+no hubiese vida ni civilización más allá de la sábana azul que rodeaba a
+este pedazo de tierra, con su grupo humano de almas primitivas,
+petrificadas en las costumbres de otros siglos! Ésta era la última noche
+de su existencia salvaje. Al día siguiente, todo lo ocurrido no sería
+más que una aglomeración de recuerdos interesantes, con cuyo relato
+podría entretener a sus amigos del Borne.
+
+Cortó Febrer repentinamente sus pensamientos, separando los ojos del
+papel. Al encontrar su mirada una mitad de la habitación en la sombra y
+otra mitad en una luz rojiza que hacía temblar los objetos, pareció
+volver del lejano viaje al que le arrastraba su imaginación. Aún vivía
+en la torre del Pirata; aún estaba en medio de lobregueces, de una
+soledad poblada por los rumores de la Naturaleza, en el interior de un
+cubo de piedra cuyas paredes parecían sudar lóbrego misterio.
+
+Algo había sonado fuera de la torre: un grito, un aullido, distinto del
+de la otra noche, más sofocado, más lejano. Jaime tuvo la sensación de
+que este grito venía de muy cerca, de que tal vez lo lanzaba alguien
+oculto en los grupos de tamariscos.
+
+Concentró su atención, y al poco rato el aullido volvió a sonar. Era el
+mismo _aucamiento_ de la otra noche, pero sordo, quedo, ronco, como si
+el que lo lanzaba tuviese miedo de que el grito se esparciese demasiado,
+colocando sus manos en torno a la boca para enviarlo con esta bocina
+natural únicamente hacia la torre.
+
+Pasada la primera sorpresa, rio silenciosamente, encogiendo los hombros.
+No pensaba moverse. ¿Qué le importaban ya estas costumbres primitivas,
+estos retos de payeses? «Aúlla, buen hombre; grita hasta que te canses:
+estoy sordo.»
+
+Y para distraer su atención volvió a leer la carta, complaciéndose en el
+saboreo de la larga lista de acreedores, muchos de cuyos nombres
+evocaban visiones coléricas o grotescos recuerdos.
+
+El aullido continuó sonando a largos intervalos, y cada vez que su ronca
+estridencia cortaba el silencio, Febrer se estremecía de impaciencia y
+de cólera. «¡Cristo! ¿Iba a pasar así la noche, desvelado por esta
+serenata amenazadora?...»
+
+Pensó que tal vez el enemigo, oculto en la maleza, veía las rendijas de
+la puerta iluminadas y esto le hacía persistir en sus provocaciones.
+Apagó la vela y se tendió en la cama, experimentando una sensación de
+bienestar al verse en la obscuridad, con la espalda hundida en las
+crujientes blanduras del jergón. Podía aullar horas y horas hasta perder
+la voz aquel bárbaro. Él no quería moverse. ¿Qué le importaban sus
+insultos?... Y rio con una alegría de bienestar animal, en la blandura
+de su lecho, mientras el otro enronquecía oculto tras los matorrales,
+con el arma preparada y el ojo atento. ¡Qué chasco para el enemigo!...
+
+Febrer casi se durmió arrullado por estos gritos de amenaza. Había
+colocado tras la puerta la misma barricada de la noche anterior.
+Mientras sonasen los gritos tenía la certeza de que ningún peligro le
+amenazaba. De pronto, se incorporó, repeliendo ese sopor que precede al
+sueño. Ya no sonaban aullidos. Lo que le había desvelado era el misterio
+del silencio, más amenazador e inquietante que las vociferaciones de la
+hostilidad.
+
+Avanzando la cabeza, creyó percibir entre los rumores confusos y
+fundidos de la respiración nocturna un roce, un leve crujir de madera,
+algo semejante al ligero peso de un gato trepando de peldaño en peldaño
+por la escala de la torre, con largas pausas de inmovilidad.
+
+Jaime buscó el revólver y aguardó con él en la diestra. El arma parecía
+temblar entre sus dedos. Comenzaba a sentir la cólera del hombre fuerte
+que adivina junto a su puerta el rondar de un enemigo.
+
+La lenta ascensión se detuvo, tal vez en mitad de la escala, y tras
+largo silencio, oyó el solitario una voz queda, una voz que sonaba sólo
+para él. Era la voz del _Ferrer_: la reconocía. Le invitaba a salir; le
+llamaba cobarde, uniendo a este insulto otras injurias para la odiada
+isla donde había nacido.
+
+Con irreflexivo impulso, se levantó Jaime de la cama, sonando
+ruidosamente el jergón bajo el hundimiento de sus rodillas. Al estar de
+pie, en la obscuridad, con el revólver en la mano, volvió a tenerse
+lástima por este movimiento y a despreciar a su retador. ¿Por qué
+hacerle caso? Debía volver a acostarse... Hubo una larga pausa, como si
+el enemigo, al escuchar los crujimientos del jergón, esperase que el
+habitante de la torre fuera a salir de un momento a otro. Pero
+transcurrió algún tiempo, y la voz ronca e injuriosa volvió a sonar en
+la calma de la noche. Le llamaba cobarde otra vez; invitaba a salir al
+mallorquín. «Sal, hijo de...»
+
+Febrer, ante este insulto, tembló, guardándose el revólver en la faja.
+¡Su madre, su pobre madre, pálida, enferma, dulce como una santa,
+resucitando con el más infamante de los insultos en la boca de aquel
+presidiario!...
+
+Anduvo instintivamente hacia la puerta, tropezando a los pocos pasos con
+la mesa y las sillas amontonadas. No; la puerta no... Un rectángulo de
+luz brumosa y azul se marcó en el muro lóbrego. Jaime acababa de abrir
+la ventana. El fulgor sideral iluminó débilmente la contracción de su
+rostro, un rictus frío, desesperado, cruel, que le daba gran semejanza
+con el comendador don Príamo y otros navegantes de guerra y destrucción,
+cuyos retratos se empolvaban en el palacio de Mallorca.
+
+Sentóse en el alféizar, echando las piernas fuera, y lentamente empezó a
+descender, tanteando con los pies las oquedades del muro para evitar que
+rodasen piedras sueltas, denunciándole con su estrépito.
+
+Al tocar tierra sacó el revólver de la faja, y agachándose, casi de
+rodillas, con una mano en el suelo, comenzó a seguir el contorno de la
+base de la torre. Sus pies se enredaron en las raíces de los tamariscos
+que el viento había dejado al descubierto, y se hundían en la arena como
+marañas de serpientes negras. Cada vez que un tropezón de éstos le hacía
+vacilar, obligándole a rudos tirones para seguir adelante, cada vez que
+una piedra rodaba o crujía, deteníase, conteniendo su respiración.
+Temblaba, no de miedo, sino de ansiedad y zozobra, con la inquietud del
+cazador que teme llegar tarde. ¡Ah, si caía sobre el enemigo, si le
+pillaba cerca de la puerta, lanzando a media voz sus mortales
+injurias!...
+
+Arrastrándose como una bestia, casi a flor del suelo, llegó a ver el
+extremo inferior de su escala, luego los peldaños superiores, y al fin
+la puerta negra en mitad del cubo de la torre, que aparecía blanco bajo
+el fulgor de las estrellas. ¡Nadie! El enemigo había huido.
+
+La sorpresa le hizo incorporarse, avizorando con inquietud la negra y
+ondulante mancha de matorrales que se extendía ladera abajo. Este examen
+duró poco. Un culebreo rojo, una ondulación llameante y breve, seguida
+de una nubecilla y de un trueno, salió de entre los tamariscos, a corta
+distancia de él. Jaime creyó recibir en el pecho una piedra, un guijarro
+caliente que tal vez había hecho saltar el estrépito de la detonación.
+
+«¡No es nada!», pensó.
+
+Pero al mismo tiempo viose en el suelo, sin saber cómo, tendido de
+espaldas.
+
+«¡No es nada!», pensó otra vez.
+
+Y revolviéndose instintivamente, dio la vuelta, quedando con el pecho en
+tierra, apoyado en una mano y tendiendo la otra, que empuñaba el
+revólver. Sentíase fuerte, repetía en su interior que aquello no era
+nada, pero el cuerpo se negó con súbita torpeza a obedecer su voluntad.
+Parecía pegado al suelo por una dolorosa simpatía.
+
+Vio agitarse los matorrales como movidos por una bestia obscura,
+cautelosa y maligna. Allí estaba el enemigo. Primero avanzó la cabeza,
+luego el busto, al fin sacó las piernas de entre el ramaje crujidor.
+
+Febrer, con la rápida visión que acompaña al ahogado y al moribundo en
+sus últimos instantes, visión en la que se concentran los fugitivos
+recuerdos de toda la vida anterior, pensó en su juventud, cuando tiraba
+a la pistola en el jardín de Palma tendido en el suelo y fingiéndose
+herido, como un ensayo de ilusorios encuentros. Por primera vez iba a
+servirle esta caprichosa precaución.
+
+Vio claramente el bulto negro del enemigo inmóvil ante el punto de mira
+de su revólver. Le vio cada vez más turbio, más indeciso, como si la
+noche se obscureciese por momentos. Avanzaba cautelosamente, también con
+un arma en la mano, sin duda para rematarlo. Entonces tiró del gatillo
+una, y otra, y otra vez, creyendo que el arma no funcionaba, sin llegar
+a oír sus detonaciones, diciéndose en su desesperación que el enemigo
+iba a caer sobre él, privado de defensa. Ya no le veía. Una niebla
+blanca se extendió ante sus ojos; le zumbaron los oídos... Pero cuando
+creía sentir cerca de él a su contrario, la niebla se deshizo, volvió a
+ver la luz tranquila y azul de la noche, y a pocos pasos, tendido
+igualmente en el suelo, un cuerpo que se revolvía, que se arqueaba,
+arañando la tierra, lanzando un ronquido angustioso, un hipo de muerte.
+
+Jaime no pudo comprender este prodigio. ¿Realmente era él quien había
+tirado?...
+
+Quiso levantarse, y sus manos, al palpar el suelo, chapotearon en un
+barro denso y caliente. Se tocó el pecho, y también lo encontró mojado
+por algo tibio y espeso que chorreaba en hilillos sutiles e incesantes.
+Intentó contraer las piernas para arrodillarse, y las piernas no le
+obedecieron. Sólo entonces se convenció de que estaba herido.
+
+Sus ojos perdieron la limpieza de su visión. Contempló doble la torre,
+luego triple, después toda una cortina de cubos de piedra que se
+extendía por la costa hundiéndose mar adentro. Esparcióse un gusto acre
+por su paladar y sus labios. Le pareció que bebía algo caliente y
+viscoso, pero que lo bebía al revés, por un capricho del mecanismo de su
+vida, viniendo el extraño licor a su paladar desde lo más recóndito de
+sus entrañas. El bulto negro que se revolvía entre ronquidos a pocos
+pasos de él agrandábase cada vez que en sus contorsiones tocaba el
+suelo. Era ya una bestia apocalíptica, un monstruo de la noche que al
+arquearse llegaba a las estrellas.
+
+El ladrido de un perro y voces de personas disolvieron estas
+fantasmagorías de la soledad. De la sombra surgieron luces.
+
+--_¡Don Chaume!¡Don Chaume!..._
+
+¿De quién era esta voz femenil? ¿Dónde la había oído?...
+
+Vio bultos negros que se movían, que se inclinaban, llevando en las
+manos estrellas rojas. Vio un hombre que retenía a otro más pequeño, y
+en la mano de este último un relámpago blanco, tal vez un cuchillo, con
+el que pretendía rematar al monstruo pataleante.
+
+No vio más. Sintió que unos brazos suaves, de fina epidermis y dulce
+calor, le cogían la cabeza. Una voz, la misma de antes, trémula y
+llorosa, sonó en sus oídos:
+
+--_¡Don Chaume!¡Ay, don Chaume!..._
+
+Percibió en su boca un roce dulce, algo suave que le acariciaba
+sedosamente, y poco a poco fue extremando su contacto hasta convertirse
+en un beso frenético, desesperado, rabioso de dolor.
+
+El herido, antes de perder la vista, sonrió débilmente al reconocer
+junto a sus ojos unos ojos lacrimosos de amor y de pena: los ojos de
+Margalida.
+
+
+
+
+IV
+
+
+Al verse Febrer en una pieza de _Can Mallorquí_, tendido en una cama
+alta--tal vez la cama de Margalida--, fue dándose cuenta de lo ocurrido
+poco antes.
+
+Había llegado por su pie a la alquería, apoyado en Pep y su hijo,
+sintiendo a sus espaldas unas manos de simpático tacto que parecían
+temblar. Eran remembranzas vagas, imprecisas, rodeadas de un nimbo de
+blanca niebla; algo semejante a la confusa memoria de hechos y palabras
+luego de un día de embriaguez.
+
+Recordaba que su frente había buscado con mortal pereza un apoyo en el
+hombro de Pep; que las fuerzas le iban abandonando, como si la vida se
+escapase con el chorreo caliente y viscoso que cosquilleaba a lo largo
+de su pecho y su espalda. Recordaba también que tras sus pasos sonaban
+gemidos sordos, palabras entrecortadas implorando el auxilio de todos
+los poderes celestiales. Y él, en medio de su debilidad, latentes las
+sienes por el zumbido cerebral que acompaña al desvanecimiento, hacía
+esfuerzos para concentrar sus energías en las piernas, avanzando paso
+tras paso, con el temor de quedarse para siempre en el camino. ¡Qué
+interminable la bajada a _Can Mallorquí_! Había durado horas, había
+durado días: en su memoria obscura aparecía esta marcha casi tan larga
+como toda su vida anterior.
+
+Cuando brazos amigos le ayudaron a subir al lecho y a la luz de un
+candil fueron despojándolo de sus ropas, experimentó Febrer una
+sensación de bienestar y descanso. ¡No levantarse más de estas
+blanduras! ¡Permanecer en ellas para siempre!...
+
+¡Sangre!... El rojo escandaloso de la sangre por todas partes: en la
+chaqueta y la camisa, que cayeron como guiñapos al pie de la cama; en la
+blancura rígida de las gruesas sábanas; en el cubo de agua que se iba
+coloreando al mojar Pep un trapo para lavar el busto del herido. Cada
+prenda arrancada de su cuerpo esparcía en torno una menuda lluvia. Las
+ropas interiores despegábanse de la carne con un tirón doloroso. La luz
+del candil, en su llamear vacilante, sacaba de las sombras una eterna
+nota roja.
+
+Las mujeres prorrumpían en lamentos. La madre de Margalida, olvidando
+toda prudencia, juntaba las manos y elevaba los ojos con una expresión
+de terror. «¡Reina Santísima!...» Febrer, a quien el descanso en la cama
+había devuelto la serenidad, extrañábase de estas exclamaciones. Él se
+sentía bien: ¿por qué se alarmaban de tal modo las mujeres? Margalida,
+silenciosa, con los ojos agrandados por el terror, iba de un lado a
+otro, revolviendo ropas, abriendo arcas, con la precipitación del miedo,
+pero sin aturdirse al oír los gritos furiosos de su padre.
+
+El buen Pep, ceñudo, con una palidez verdosa en su tez obscura, manejaba
+al herido al mismo tiempo que daba órdenes. «¡Hilas! ¡muchas hilas!...
+¡Silencio las hembras! ¿A qué tantos gritos y lamentos?...» Lo que debía
+hacer su mujer era ir en busca de cierto pucherete que contenía un
+ungüento maravilloso guardado a prevención desde los tiempos de su
+valeroso padre, un _verro_ temible habituado a las heridas.
+
+Y cuando la madre, afligida por las órdenes furiosas, quería unirse a
+Margalida para buscar el remedio, la reclamaba otra vez su marido junto
+al lecho. Debía sostener al señor: lo había puesto de lado para examinar
+y lavar al mismo tiempo el pecho y la espalda. El pacífico Pep había
+visto de mozo sucesos más estupendos que aquél, y entendía algo de
+heridas. Al borrar las manchas de sangre con el trapo mojado, dejó al
+descubierto dos orificios en el busto de don Jaime, uno en el pecho y
+otro en la espalda... Bueno: la bala le había atravesado el cuerpo; no
+habría que extraerla, y esto llevaban adelantado.
+
+Con sus manos rústicas, a las que pretendía infundir cierta delicadeza
+femenil, pugnaba por formar unos tapones de hilas, intraduciéndolos en
+aquellos orificios de carne rota y sanguinolenta, que seguían vomitando
+mansamente el rojo líquido. Margalida, frunciendo las cejas y desviando
+la vista para no encontrarse con los ojos del herido, intervino,
+apartando a Pep. «¡Deje, padre!»; tal vez ella sabría hacerlo mejor... Y
+Jaime creyó percibir en su carne viva, sensible, vibrante por el cruel
+rasguño, una impresión de frescura, de dulce calma al hundirse en ella
+los tapones manejados por los dedos de la muchacha.
+
+Quedó Jaime inmóvil, sintiendo en la espalda y en el pecho los trapos
+amontonados por las dos mujeres en su horror a la sangre.
+
+El optimismo que le había animado al doblarse sus piernas y caer junto a
+la torre volvió a reaparecer. Seguramente, aquello no era nada: una
+herida insignificante; sentíase mejor. Le molestaba, como si fuese algo
+inoportuno, el gesto triste y silencioso de los que le rodeaban, y
+sonrió para animarlos. Intentó hablar, pero el primer intento de palabra
+le produjo una gran fatiga.
+
+El payés le atajó con un gesto. «¡Quieto, don Jaime: debía permanecer
+inmóvil!» El médico iba a llegar. Su hijo había montado en la mejor
+caballería de la casa, para traerlo de San José.
+
+Y al ver a don Jaime con los ojos muy abiertos, persistiendo en su
+sonrisa animosa, Pep siguió hablando para entretener al herido.
+
+Estaba él durmiendo con la pesadez de un sueño inconmovible, cuando le
+despertaron las voces y tirones de su mujer, los gritos de los _atlots_
+que corrían hacia la puerta queriendo salir. Fuera de la alquería, por
+la parte de la torre, sonaban tiros. ¡Otro ataque al señor, lo mismo que
+dos noches antes!... Pepet, al escuchar los últimos disparos, pareció
+alegrarse. Eran de don Jaime: conocía el estampido de su revólver.
+
+Pep había encendido el farol que le servía para salir al campo, su mujer
+cogió el candil, y todos corrieron cuesta arriba hacia la torre, sin
+pensar en el peligro. El primero que encontraron fue el _Ferrer_,
+moribundo, con la cabeza chorreando sangre, lanzando aullidos y
+retorciéndose lo mismo que un demonio... Ya había acabado de penar. ¡Que
+Dios le acogiese en su misericordia! Pep había tenido que ir a las manos
+con su hijo, rabioso y maligno como un mono, el cual, al ver al
+moribundo, extrajo de su faja un gran cuchillo, pretendiendo rematarlo.
+¿De dónde habría sacado Pepet aquella arma? ¡El demonio son los
+muchachos! ¡Famoso juguete para un seminarista!...
+
+Y el padre señalaba con los ojos el cuchillo regalado por Febrer al
+_Capellanet_, que estaba ahora abandonado sobre una silla.
+
+Luego habían descubierto al señor, caído de bruces cerca de la escalera
+de la torre. ¡Ay, don Jaime, qué susto el de Pep y su familia! Le habían
+creído muerto. En estos trances es cuando se conoce el cariño que se
+tiene a las personas. Y el buen payés, con su mirada lacrimosa, parecía
+besar al herido, acompañándole en esta caricia muda las dos mujeres,
+que, encogidas junto a la cama, pretendían devolverle la salud con sus
+ojos.
+
+Esta mirada de cariño y de zozobra dolorosa fue lo último que vio
+Febrer. Sus ojos se cerraron, y dulcemente fue cayendo en un sopor, sin
+ensueños, sin delirio, en la blandura gris de la nada, como si su
+pensamiento se durmiese antes que su cuerpo.
+
+Cuando volvió a abrir los ojos ya no era roja la luz que alumbraba la
+habitación. Vio el candil colgado en el mismo sitio, con la mecha negra
+y apagada. Una luz glacial y lívida penetraba por el ventanillo del
+dormitorio: la luz del amanecer. Jaime experimentó una sensación de
+frío. Arrancaban de su cuerpo las cubiertas del lecho; unas manos ágiles
+iban tentando los envoltorios de sus heridas. La carne, insensible pocas
+horas antes, estremecíase ahora al más leve contacto, con la
+espeluznante vibración del dolor, despertando un deseo irresistible de
+quejarse.
+
+El herido, siguiendo con su mirada nebulosa las manos que le
+martirizaban, vio unas mangas negras, luego una corbata, un cuello de
+camisa distinto al que usaban los isleños, y encima de todo esto una
+cara con bigote cano, una cara que había visto otras veces en los
+caminos, pero no podía asimilar ahora al recuerdo de un hombre. Poco a
+poco fue reconociéndolo. Debía ser el médico de San José, al que había
+encontrado en muchas ocasiones a caballo o guiando un carrito; un
+practicón viejo, calzando alpargatas como los payeses, y que sólo se
+diferenciaba de éstos por la corbata y el cuello planchado, signos de
+superioridad social mantenidos por él cuidadosamente.
+
+¡Cómo le atormentaba este hombre al palpar su carne, que parecía haberse
+endurecido, haciéndose más sensible, con una sensibilidad enfermiza y
+tímida, cual si se contrajera al simple contacto del aire!... Cuando
+perdió de vista esta cara, y no sintió ya el martirio de sus manos,
+sumióse otra vez en el sopor del descanso. Cerró los ojos, pero su oído
+pareció aguzarse en esta obscuridad. Hablaban en voz baja fuera de la
+pieza, en la cocina inmediata, y el herido sólo llegó a percibir algunas
+frases de esta conversación sorda. Una voz desconocida, la del médico,
+sonaba en medio del angustioso silencio. Felicitábase de que la bala no
+se hubiese quedado en el cuerpo; indudablemente sólo había atravesado en
+su trayectoria el pulmón. Aquí un coro de exclamaciones de asombro, de
+ayes contenidos, y la protesta de la misma voz. «Sí, el pulmón; no había
+que asustarse. El pulmón se cicatriza con facilidad. Es el órgano más
+bondadoso del cuerpo.» Sólo había que temer a la pulmonía traumática.
+
+El herido, escuchando esto, persistía en su optimismo. «No es nada; no
+es nada.» Y otra vez volvía a sumergirse dulcemente en el brumoso mar
+del sopor, un mar inmenso, terso, pesado, en el que se hundían visiones
+y sensaciones sin ondulación ni huellas.
+
+Desde este instante Febrer perdió la noción del tiempo y de la realidad.
+Vivía aún, estaba cierto de ello, pero su vida era anormal, extraña, una
+larga vida de sombra e inconsciencia, con ligeros intervalos de luz.
+Abría los ojos y era de noche. El ventanillo estaba negro y la llama del
+candil lo coloreaba todo de inquietas manchas rojas que danzaban
+agarradas a las sombras. Volvía a abrirlos cuando sólo consideraba
+transcurridos unos instantes, y era ya de día. Un rayo de sol entraba en
+la habitación trazando un redondel de oro a los pies de la cama. Y de
+este modo se sucedían con una rapidez fantástica el día y la noche, como
+si se hubiese trastornado para siempre el curso del tiempo. Cuando no
+era así, la general revolución, en vez de marchar aceleradamente, se
+inmovilizaba en una monotonía desesperante. Al abrir el herido los ojos
+era de noche, eternamente de noche, como si el globo viviese condenado a
+interminables tinieblas. Otras veces brillaba el sol siempre seguido, lo
+mismo que en los países árticos, sometidos al deslumbramiento irritante
+de un día de meses.
+
+En un despertar de estos encontró los ojos del _Capellanet_. El
+muchacho, creyéndole súbitamente mejorado, habló con voz queda para no
+incurrir en las iras de su padre, que recomendaba el silencio.
+
+Ya habían enterrado al _Ferrer_. El valentón estaba pudriendo tierra.
+¡Qué tiros tan certeros los de don Jaime! ¡Qué mano la suya!... Le había
+deshecho la cabeza.
+
+Recordaba el _atlot_ todo lo ocurrido después, con el orgullo del que ha
+gozado el honor de presenciar un suceso histórico. Habían llegado de la
+ciudad el juez con su bastón de borlas, el oficial de la Guardia civil y
+dos señores que llevaban papeles y tinteros, todos con escolta de
+tricornios y fusiles. Estos personajes omnipotentes, tras un descanso en
+_Can Mallorquí_, habían subido a la torre, mirándolo todo,
+escudriñándolo todo, corriendo el terreno como si quisieran tomar
+medidas, obligándole a él, ¡al _Capellanet_!, a que se tendiese en el
+sitio en que habían encontrado a don Jaime, adoptando su misma postura.
+Luego, unos vecinos piadosos, con la venia del juez, se habían llevado
+el cadáver del _Ferrer_ al cementerio de San José, y la imponente
+comitiva de la justicia bajó a la alquería para hacer preguntas al
+herido. Imposible hablarle. Dormía, y cuando le despertaban miraba a
+todos con ojos vagos, volviendo a cerrarlos inmediatamente. ¿De veras
+que no se acordaba el señor?... Ya le preguntarían otra vez, cuando
+estuviese restablecido. No había cuidado: todas las gentes honradas, lo
+mismo que la justicia, «estaban a favor de ellos». Como el _Ferrer_
+carecía de parientes próximos que le vengasen y se había hecho
+antipático, los vecinos no tenían interés en callar y todos decían la
+verdad. El _verro_ había ido dos noches a buscar al señor en su torre, y
+el señor se había defendido. Era indudable que no le harían nada. Lo
+afirmaba el _Capellanet_, que por sus aficiones belicosas tenía algo de
+jurisconsulto. «Defensa propia, don Jaime...» En la isla sólo se hablaba
+de este suceso. En los cafés y casinos de la ciudad todos le daban la
+razón. Hasta habían escrito a Palma relatando el hecho para que lo
+publicasen los diarios. A estas horas sus amigos de Mallorca estarían
+enterados de todo.
+
+Las actuaciones del proceso iban a ser cortas. Al único que se habían
+llevado a Ibiza para meterlo en la cárcel era al _Cantó_, por sus
+amenazas y mentiras. Intentaba hacer creer que era él quien había ido en
+busca del odiado mallorquín; ensalzaba al _verro_ como una víctima
+inocente; pero de un momento a otro le pondría en libertad la justicia,
+cansada de sus trapacerías y embustes. El _atlot_ hablaba de él con
+desprecio. Aquel gallina no podía darse el lujo de matar a un hombre.
+¡Todo farsa!
+
+Otras veces, al abrir el herido sus ojos, veía la figura inmóvil y
+acurrucada de la mujer de Pep mirándolo fijamente con sus pupilas sin
+expresión, moviendo los labios como si rezase, interrumpiendo este
+silabeo mudo con suspiros profundos. Apenas se encontraba con la mirada
+vidriosa de Febrer, corría a una mesita cubierta de botellas y vasos. Su
+cariño manifestábase con un incesante deseo de hacerle beber todos los
+líquidos ordenados por el médico.
+
+Cuando Jaime, en su turbio despertar, encontraba el rostro de Margalida,
+sentía una impresión placentera que le ayudaba a mantenerse con los ojos
+abiertos. Las pupilas de la muchacha tenían una expresión adorante y
+temerosa. Parecía implorar misericordia con sus ojos lagrimeantes,
+aureolados de azul sobre la blancura monástica y delicada del rostro.
+«¡Por mí! ¡todo por mí!», decía mudamente, con un gesto de
+remordimiento.
+
+Se aproximaba a él tímida, vacilante, pero sin rubores que alterasen su
+palidez, como si lo extraordinario de las circunstancias hubiese vencido
+a su antiguo encogimiento. Arreglaba el embozo del lecho, desordenado
+por los movimientos del herido, daba a beber a éste y levantaba con
+manos maternales su cabeza, para ahuecar la almohada. Llevábase un dedo
+a los labios para imponerle silencio cuando Febrer intentaba hablar.
+
+Una vez, el herido agarró al paso una de sus manos y se la llevó a la
+boca, acariciándola con un beso prolongado. Margalida no osó retirarla.
+Únicamente volvió la cabeza para que no viese sus ojos llenos de
+lágrimas. Gemía con honda angustia, y el enfermo creyó oír las mismas
+expresiones de remordimiento que otras veces había adivinado en su
+mirada. «¡Por mi culpa!... ¡Ha sido por mi culpa!» Jaime experimentó una
+sensación de alegría ante estas lágrimas. ¡Oh dulce «Flor de
+almendro»!...
+
+Ya no vio más su cara de fina palidez; sólo distinguió el brillo de sus
+ojos envueltos en blancas neblinas, como se ve el resplandor del sol en
+un amanecer tempestuoso. Le zumbaron cruelmente las sienes; su mirada se
+enturbió. Al dulce sopor de antes, blando y vacío como la nada, fue
+sucediendo un sueño poblado de visiones incoherentes, de imágenes de
+fuego vibrantes sobre un fondo de intensa negrura, de tormentos que
+arrancaban a su pecho gemidos de miedo y alaridos de angustia. Algunas
+veces, en medio de sus espantosas pesadillas, despertábase por un
+instante, un instante nada más, lo preciso para reconocerse incorporado
+en la cama, con los brazos sujetos por otros brazos que intentaban
+mantenerlo inmóvil. Y de nuevo volvía a sumirse en aquel mundo de
+sombras, poblado de espantos. En este fugaz despertar, que era semejante
+a la rápida visión luminosa de un respiradero en la lobreguez de un
+túnel, reconocía junto a su cara las caras afligidas de la familia de
+_Can Mallorquí_. Otras veces, sus ojos se encontraron con los del
+médico, y en una ocasión hasta creyó ver las patillas canosas y los ojos
+color de aceite de su amigo Pablo Valls. «¡Ilusión! ¡Locura!», pensaba
+al sumirse de nuevo en su inconsciencia.
+
+Mientras sus ojos permanecían sumidos en este mundo lóbrego surcado por
+los rojos cometas de la pesadilla, su oído vibraba débilmente en ciertos
+momentos con palabras que parecían sonar lejos, muy lejos, y sin embargo
+eran pronunciadas junto a su cama. «Pulmonía traumática... Delirio.»
+Estas palabras eran repetidas por diversas voces, pero él dudaba que se
+refiriesen a su persona. Sentíase bien; aquello no era nada: un fuerte
+deseo de seguir acostado; una renuncia de la vida; la voluptuosidad de
+estar inmóvil, de permanecer allí hasta que llegase la muerte, que no le
+infundía ahora miedo alguno.
+
+Su cerebro, desordenado por la fiebre, parecía girar y girar en loca
+rotación, y este movimiento circulatorio evocaba en su memoria confusa
+una imagen que la había ocupado muchas veces. Veía una rueda, una enorme
+rueda, inmensa como el globo terráqueo, perdiéndose su parte más alta en
+las nubes, hundiéndose el arco inferior entre el polvo sideral que
+brillaba en la negrura celeste.
+
+La llanta de esta rueda era de carne animada: millones y millones de
+criaturas soldadas, amasadas, gesticulantes, con las extremidades
+libres, moviéndolas para convencerse de su soltura y su libertad,
+mientras sus cuerpos estaban pegados unos a otros. Los rayos de la rueda
+atraían la atención de Febrer por sus diversas formas. Unos eran espadas
+con las sangrientas hojas cubiertas de guirnaldas de laurel, símbolo de
+heroísmo; otros parecían áureos cetros rematados por coronas de rey o de
+emperador; varas de justicia; barras de oro formadas de monedas
+superpuestas; báculos con piedras preciosas, símbolos de divino pastoreo
+desde que los hombres se agruparon en rebaños para balar temerosos con
+la vista puesta en lo alto. Y el cubo de esta rueda era un cráneo,
+blanco, limpio, brillante, como si fuese de marfil pulido; un cráneo
+enorme lo mismo que un planeta, que permanecía inmóvil, mientras todo
+giraba en torno de él; un cráneo luminoso como la luna, que con sus
+negras oquedades parecía gesticular malignamente, burlándose silencioso
+de todo este movimiento.
+
+La rueda giraba y giraba. Los millones de seres sujetos a su continua
+revolución gritaban y manoteaban entusiasmados y enardecidos por la
+velocidad. Jaime, tan pronto los veía subiendo a lo más alto, como
+descendiendo cabeza abajo; pero ellos, en su ilusión, creían marchar
+rectamente, admirando a cada vuelta nuevos espacios, nuevas cosas.
+Juzgaban como un lugar desconocido y asombroso el mismo punto por el que
+habían pasado momentos antes. Ignorando la inmovilidad del centro en
+torno del cual rodaban, creían con la mejor buena fe que el movimiento
+era de avance. «¡Cómo corremos! ¿Adonde iremos a parar?» Y Febrer
+sonreía, apiadado de su simpleza, viéndolos ufanarse de la rapidez de su
+progreso, cuando estaban en el mismo sitio, de la velocidad de una
+ascensión que emprendían por milésima vez y había de ser seguida
+fatalmente por el descenso cabeza abajo.
+
+De pronto, Jaime sintióse empujado por una fuerza irresistible. El gran
+cráneo le sonreía burlonamente, «Tú también: ¿por qué resistirte a tu
+destino?» Y se encontraba adosado a la rueda, confundido con aquella
+humanidad crédula e infantil, pero sin el consuelo de su dulce engaño. Y
+sus compañeros de viaje le insultaban, le escupían, le golpeaban
+indignados al enterarse de que negaba su movimiento, y le tenían por
+loco al poner en duda lo que era visible para todos.
+
+La rueda estallaba, poblando el negro espacio de llamas de explosión, de
+millares de millones de gritos y estremecimientos, que eran otros tantos
+seres arrojados a través del misterio de la eternidad. Y él caía y caía,
+durante años, durante siglos, hasta sentir en su espalda la blandura de
+la cama... Abría entonces los ojos. Margalida estaba allí,
+contemplándolo con expresión de terror a la luz del candil. Debían ser
+las altas horas de la noche. La pobre muchacha suspiraba de miedo
+mientras le cogía los brazos con sus manecitas temblorosas.
+
+--_¡Don Chaume!¡Ay, don Chaume!..._
+
+Había gritado como un loco; se inclinaba fuera de la cama con marcada
+intención de caer al suelo; hablaba de una rueda y una calavera. ¿Qué
+era aquello, don Jaime?...
+
+El enfermo sentía el roce amoroso de unas manos dulces que arreglaban
+las ropas desordenadas, subían el embozo y lo apretaban en torno de sus
+hombros maternalmente, con el mismo cuidado acariciador que si fuese un
+niño.
+
+Febrer, antes de sumirse de nuevo en la inconsciencia, antes de
+atravesar otra vez las puertas ígneas del delirio, veía próximos a sus
+ojos los ojos húmedos de Margalida, cada vez más tristes y lagrimeantes
+en sus círculos azulados; sentía el soplo tibio de su aliento en sus
+propios labios, y luego estremecerse éstos con un contacto sedoso y
+húmedo, una caricia leve y tímida semejante al roce de un ala. _«Dorga,
+don Chaume.»_ El señor debía dormir. Ya pesar del respeto con que
+hablaba al herido, sus palabras tenían un susurro de cariñosa intimidad,
+como si don Jaime fuese otro para ella luego que la desgracia los había
+aproximado.
+
+El delirio de la fiebre empujaba al enfermo por extraños mundos, donde
+no persistía la más leve forma de realidad. Se veía otra vez en su torre
+solitaria. El sombrío cubo ya no era de piedra: estaba formado de
+cráneos, unidos como bloques, por una argamasa hecha de polvo de huesos.
+De huesos eran también la colina y los peñascos de la costa, y blancos
+esqueletos las líneas de espuma que coronaban las rompientes del mar.
+Todo cuanto abarcaba la vista, árboles y montes, buques e islas lejanas,
+estaba osificado, con una blancura deslumbradora de paisaje glacial.
+Cráneos con alas, parecidos a los querubines de los cuadros religiosos,
+revoloteaban en el espacio, lanzando por su mandíbula caída roncos
+himnos a la gran divinidad que lo llenaba todo con los bullones de su
+sudario y cuya cabeza de hueso se perdía en las nubes. Él mismo sentía
+que uñas invisibles le despojaban de su carne, sanguinolentos andrajos
+que, por haber estado adheridos a él toda una vida, le arrancaban
+alaridos de dolor al despegarse. Luego se veía mondo y pulido en su
+blancura de esqueleto, y una voz remota murmuraba una horrible
+consagración en sus orejas ausentes. «Había llegado el momento de su
+verdadera grandeza: dejaba de ser hombre para convertirse en muerto. El
+esclavo había pasado por la gran iniciación, trocándose en semidiós.»
+¡Los muertos mandan! No había más que ver con qué supersticioso respeto,
+con qué miedo servil saludan los vivos en las ciudades a los que se
+marchan para siempre. El poderoso se descubre ante el mendigo.
+
+Con la potente visión de sus cuencas negras y sin ojos, para los cuales
+no había distancia ni obstáculos, abarcaba el conjunto de la tierra.
+¡Muertos, muertos por todas partes! Lo llenaban todo. Vio tribunales con
+hombres vestidos de negro, los ojos entornados y el gesto imponente,
+oyendo las miserias y locuras de sus semejantes, y tras ellos otros
+tantos esqueletos enormes, con una grandeza de siglos, envueltos en
+togas, eran los que movían las manos de los jueces cuando éstos
+escribían y los que soplando sobre sus cabezas les dictaban sus
+sentencias. ¡Los muertos juzgan! Vio grandes salones de luz cenital con
+hemiciclos de bancos, y en ellos centenares de hombres que hablaban,
+vociferaban y gesticulaban en la ruidosa labor de confeccionar leyes.
+Tras ellos se ocultaban los verdaderos legisladores, los muertos, los
+diputados con sudario, cuya presencia no adivinaban estos hombres de
+grandilocuente vanidad, creyendo hablar siempre por inspiración propia.
+¡Los muertos legislan! En un momento de duda, bastaba que alguien
+recordase lo que habían pensado los muertos en otros tiempos para que se
+restableciese la calma, aceptando todos su opinión. Los muertos eran la
+única realidad eterna e inmutable. Los hombres de carne un accidente
+pasajero, una burbuja insignificante que no tardaba en estallar por la
+hinchazón de su hueca soberbia.
+
+Y vio blancos esqueletos velando como tétricos ángeles a las puertas de
+las ciudades que eran su obra, vigilando el rebaño apriscado en su
+interior, repeliendo como reses malditas a los locos irrespetuosos que
+se negaban a reconocer su autoridad. Vio al pie de los grandes
+monumentos, de los cuadros de los museos, de los estantes de las
+bibliotecas, la muda sonrisa de los cráneos, que parecía decir a los
+hombres: «Admiradnos: ésta es nuestra obra, y cuanto hagáis vosotros
+debe ser a nuestra semejanza». El mundo entero pertenecía a los muertos.
+Ellos reinaban. El viviente, al abrir su boca para el alimento, mascaba
+partículas de los que le antecedieron en el camino de la vida; al
+recrear ojos y oídos en la belleza, daba el arte obras y patrones de los
+muertos. Hasta el amor sufría esta servidumbre. La hembra, en sus
+pudores o sus arrebatos, plagiaba sin saberlo a sus abuelas, que habían
+sido, según las épocas, tentadoras con una virtud hipócrita o
+francamente mesalinescas.
+
+El enfermo, en su delirio, empezó a sentirse agobiado por la densidad y
+el número de estos seres blancos y huesosos, de negros alvéolos y
+maligna risa, armazones de una vida desaparecida que se empeñaban
+tenazmente en subsistir, llenándolo todo. Eran tantos, ¡tantos!...
+Imposible moverse. Febrer tropezaba con sus abombados y limpios
+costillares, con las agudas aristas de sus caderas, estremeciéndose sus
+oídos con el chasqueteo de sus rótulas. Le oprimían, le asfixiaban, eran
+millones de millones: todo el pasado de la humanidad. No encontrando
+espacio donde poner sus pies, se alineaban en filas unos sobre otros.
+Eran a modo de una marea montante de huesos que subía y subía hasta
+alcanzar la cumbre de las más altas montañas y tocar las nubes. Jaime
+empezaba a ahogarse en esta inundación blanca, dura y crujiente.
+Gravitaban sobre su pecho con la pesadez de las cosas muertas... Iba a
+perecer. En su desesperación se asió a una mano que parecía venir de muy
+lejos, saliendo de la sombra: una mano de vivo, una mano de carne. Tiró
+de ella, y poco a poco, en la bruma, fue tomando forma la mancha pálida
+de un rostro. Después de su existencia en aquel mundo de cráneos
+escuetos y huesos pelados, este rostro humano le causó la misma
+impresión de grata sorpresa que siente el explorador al encontrarse con
+la cara de uno de su raza tras larga permanencia entre salvajes.
+
+Siguió tirando de aquella mano, y fue condensándose la vaguedad del
+rostro, hasta reconocer a Pablo Valls inclinado sobre él, moviendo los
+labios como si murmurase palabras cariñosas que no podía oír. «¡Otra
+vez!... ¡Siempre el capitán apareciendo en sus delirios!»
+
+Sumióse de nuevo el enfermo en su inconsciencia después de esta rápida
+visión. Ahora su sopor era más tranquilo. La sed, una sed horrible que
+le hacía avanzar las manos fuera del lecho y apartar sus labios del vaso
+vacío con un gesto de ansiedad no saciada, empezó a decrecer. Había
+visto en su delirio claros arroyos, ríos silenciosos e inmensos, a los
+que no podía llegar nunca, sumidas sus piernas en dolorosa inmovilidad.
+Ahora contemplaba una catarata luminosa y espumeante rodando en el fondo
+de su ensueño, y podía al fin caminar, aproximarse a ella, viéndola a
+cada paso más grande, sintiendo en su rostro la fresca caricia de la
+humedad.
+
+En medio del estrépito de esta caída líquida llegaban a su oído apagadas
+voces humanas. Alguien volvía a hablar de la pulmonía traumática.
+«Estaba vencida.» Y una voz agregaba alegremente:
+
+«En hora buena. Ya tenemos hombre.» El enfermo reconoció esta voz.
+¡Siempre Pablo Valls resurgiendo en su pesadilla!
+
+Continuó su marcha hacia adelante, atraído por la frescura del agua,
+hasta colocarse bajo el sonoro raudal, estremeciéndose con escalofríos
+voluptuosos al recibir en su espalda todo el empuje del derrumbamiento
+acuático. Una sensación de frescura se esparcía por su cuerpo,
+haciéndole suspirar de placer. Sus miembros parecían dilatarse bajo la
+helada caricia. Se ensanchaba su pecho, desvaneciéndose la opresión que
+le había martirizado hasta poco antes, como si la tierra entera
+gravitase sobre su tronco. Sentía que en el interior de su cráneo se
+iban disolviendo las nebulosidades de su pensamiento. Deliraba aún, pero
+su delirio no se desarrollaba cortado por escenas de terror y gritos de
+angustia. Era más bien un ensueño plácido, en el que su cuerpo se
+dilataba con estiramientos de voluptuosidad y su imaginación corría por
+los risueños horizontes del optimismo. Las espumas de la cascada eran
+blancas, vibrando en las facetas de sus diamantes líquidos los colores
+del iris. El cielo era de tinta rosa, con lejanas músicas y suaves
+perfumes. Alguien temblaba misterioso, invisible y al mismo tiempo
+sonriente, en esta atmósfera fantástica: una fuerza sobrenatural que
+parecía embellecerlo todo con su contacto. La salud que llegaba.
+
+La sábana de agua que se encorvaba al desprenderse de las altas rocas
+despertó en su memoria ensueños anteriores. Vio otra vez la rueda, la
+inmensa rueda, imagen de la humanidad, que giraba y giraba sin cambiar
+de sitio, emprendiendo una ascensión tras otra, para pasar siempre por
+los mismos puntos.
+
+El enfermo, enardecido por aquella sensación de frescura, creyó poseer
+nuevos sentidos para darse cuenta de lo que le rodeaba.
+
+Vio otra vez la rueda girando y girando en el infinito; ¿pero realmente
+estaba inmóvil?...
+
+La duda, principio de nuevas verdades, le hizo mirar con mayor atención.
+¿No era un engaño de sus ojos? ¿Sería él quien vivía en el error, y
+aquellos millones de seres que lanzaban gritos de júbilo en su prisión
+rodante estarían en lo cierto al creer que realizaban un nuevo avance
+con cada vuelta?...
+
+Era cruel que la vida se desarrollase centenares y centenares de siglos
+en esta agitación mentirosa que ocultaba una inmovilidad real. ¿Para
+qué, entonces, la existencia de lo creado? ¿No tenía la humanidad otro
+fin que engañarse a sí misma, dando vueltas por su propio esfuerzo a la
+caja circular que la aprisionaba, como esos pájaros que con sus saltos
+mueven una jaula que es su cárcel?...
+
+De pronto ya no vio la rueda. Vio pasar ante él un globo inmenso, de
+color azulado, en el que se marcaban mares y continentes con perfiles
+iguales a los que había contemplado en los mapas. Era la Tierra. Y él,
+imperceptible molécula en la inmensidad del espacio, ínfimo espectador
+de la estupenda representación de la Naturaleza, podía abarcar con sus
+ojos el globo azul ceñido de nubes.
+
+También daba vueltas, como la rueda fatal. Giraba y giraba sobre sí
+mismo con una monotonía desesperante; pero este movimiento, que era el
+más inmediato, el más visible, el que todos podían apreciar, resultaba
+insignificante. Otro movimiento era el superior. Sobre la monótona
+rotación siempre en torno del mismo eje, estaba el movimiento de
+traslación, que arrastraba al globo por los espacios infinitos en eterno
+viaje, sin pasar nunca por los mismos lugares.
+
+¡Maldición a la rueda! La vida no era una eterna vuelta por idénticos
+puntos. Sólo los cortos de vista, al contemplar este movimiento, podían
+imaginarse que era el único. La imagen de la vida era la Tierra. Giraba
+sobre sí misma en determinados espacios de tiempo: repetíanse los días y
+las estaciones, como en la historia de los humanos se repiten las
+grandezas y las ruinas; pero había algo más sobre todo esto: el
+movimiento de traslación, que arrastra hacia lo infinito, siempre
+adelante... ¡siempre adelante!
+
+La teoría del «eterno recomenzar de las cosas» era falsa. Repetíanse los
+hombres y los sucesos, como en la Tierra se repiten los días y las
+estaciones; pero aunque todo pareciese igual, no lo era realmente. La
+forma exterior de las cosas podía semejarse; el alma era distinta.
+
+No; ¡rómpase la rueda! ¡perezca la inmovilidad! Los muertos no podían
+mandar. El mundo, en su movimiento de traslación, corría demasiado
+aprisa para que ellos lograsen mantenerse eternamente en su superficie.
+Se agarraban a la corteza con sus garras de hueso, pugnando por
+mantenerse firmes durante muchos años, tal vez durante siglos, pero la
+velocidad de la carrera acababa por expelerlos a todos, dejando atrás
+una estela de huesos rotos, luego de polvo, y al fin nada.
+
+El mundo, cargado de vivientes, corría siempre adelante, sin pasar dos
+veces por el mismo sitio. Jaime lo había visto aparecer en el horizonte
+como una lágrima de luminoso azul; luego agrandarse y agrandarse, hasta
+llenar todo el espacio, pasando junto a él con rotación de rueda y
+velocidad de proyectil a un mismo tiempo; y ahora se empequeñecía otra
+vez, huyendo por el extremo opuesto. Ya era una gota, un punto, nada...
+perdiéndose en la obscuridad, ¡quién sabe hacia dónde y para qué!...
+
+Era inútil que sus ideas de poco antes, al quedar vencidas, se
+revolviesen con el intento de una última protesta, gritando que aquel
+movimiento de traslación resultaba igualmente falso, ya que la Tierra
+giraba como una rueda alrededor del Sol... No; el Sol tampoco estaba
+inmóvil, y con todo su coro familiar de planetas caía y caía, si es que
+en el infinito se puede caer ni subir; marchaba y marchaba, ¡quién sabe
+hacia que punto, ni con qué fin!...
+
+Definitivamente, abominó de la rueda, la hacía trizas mentalmente,
+sintiendo el goce del preso que pasa la puerta del encierro y aspira el
+aire libre. Se imaginó que de sus ojos caían escamas, como de los del
+apóstol hebreo en el camino de Damasco. Contemplaba una luz nueva. El
+hombre era libre y podía escaparse del tirón de los muertos, organizando
+su vida con arreglo a sus deseos, cortando el lazo de esclavitud que le
+soldaba a estos déspotas invisibles.
+
+Cesó de soñar; se sumió en la nada con el placer íntimo y silencioso del
+trabajador que descansa después de una jornada provechosa.
+
+Pasado mucho tiempo, ¡mucho! abrió los ojos y se encontró con los de
+Pablo Valls fijos en él. Le tenía cogido de las manos, le miraba
+cariñosamente con sus pupilas amarillentas.
+
+No podía dudar: era una realidad. Su olfato percibió el olor de tabaco
+inglés ligeramente perfumado de opio que parecía flotar siempre en torno
+de su boca y sus patillas. ¿No era, pues, una ilusión haberle visto en
+el curso de su delirio? ¿Era realmente su voz la que había escuchado en
+medio de sus pesadillas?...
+
+El capitán rompió a reír, mostrando sus dientes largos amarilleados por
+la pipa.
+
+--¡Ah, buen mozo!--dijo--. Esto marcha, ¿verdad? Ya no hay fiebre, ya no
+hay nada de peligro. Las heridas marchan bien. Debes sentir en ellas una
+picazón de mil demonios; algo así como si te hubiesen metido avispas
+bajo los vendajes. Es la formación de los tejidos, la carne nueva que
+escuece al crecer.
+
+Jaime se dio cuenta de la verdad de estas palabras. Sentía en el lagar
+de sus heridas una fuerte picazón, una rigidez que ponía tirante su
+carne.
+
+Valls adivinó una curiosidad suplicante en los ojos de su amigo.
+
+--No hables, no te fatigues... ¿Que cuánto tiempo estoy en Ibiza? Cerca
+de dos semanas. Leí en los papeles de Palma lo tuyo, y al momento me
+planté aquí. Tu amigo el _chueta_ siempre será el mismo... ¡Los malos
+ratos que nos has hecho pasar! Una pulmonía, hijo mío, y de las de
+peligro. Abrías los ojos y no me reconocías: delirabas como un loco.
+Pero eso se acabó. Te hemos cuidado mucho... Mira quién está aquí.
+
+Y se apartó de la cama para que viese a Margalida, oculta tras el
+capitán, encogida y vergonzosa ahora que el señor podía mirarla con ojos
+limpios de fiebre. ¡Ah, «Flor de almendro»!... La mirada de Jaime,
+tierna y dulce, la hizo enrojecer. Tuvo miedo de que el enfermo pudiera
+acordarse de lo que ella había hecho en los momentos más críticos,
+cuando estaba casi segura de que iba a morir.
+
+--Ahora a estarse quieto--continuó Valls--. Permaneceré aquí hasta que
+nos vayamos juntos a Palma. Ya me conoces... Yo lo sé todo; yo lo
+arreglo todo... ¿Eh? ¿me explico?...
+
+El _chueta_ guiñaba un ojo y reía maliciosamente, seguro de su habilidad
+para adivinar los deseos de los amigos.
+
+¡Famoso capitán! Desde que estaba en _Can Mallorquí_, todos parecían
+pendientes de sus mandatos, admirándolo como un personaje poderoso y
+jovial. Margalida ruborizábase con sus palabras y guiños, pero le quería
+al verle tan abnegado. Recordaba sus ojos llenos de lágrimas una noche
+en que todos creyeron que iba a morir don Jaime. Valls había llorado al
+mismo tiempo que mascullaba maldiciones. El _Capellanet_ también adoraba
+a aquel señorón de Mallorca desde que le vio reír al enterarse de que
+pensaban hacerlo cura. Pep y su mujer le seguían como perros obedientes
+y sumisos.
+
+Varias tardes hablaron Pablo y el enfermo de los sucesos pasados.
+
+El capitán era hombre rápido en sus decisiones.
+
+--Ya sabes que no me canso cuando se trata de un amigo. Al desembarcar
+en Ibiza vi al juez. Eso se arreglará; tú llevas razón y todos lo
+reconocen: defensa propia. Unas pocas molestias cuando estés bueno, pero
+nada al final... El asunto de tu salud también está resuelto. ¿Qué más
+queda?... ¡Ah, sí! Algo más queda, pero también lo tengo en punto de
+arreglo.
+
+Rio maliciosamente al hablar así, apretando las manos de Febrer, y éste,
+por su parte, no quiso preguntar más, temeroso de sufrir una decepción.
+
+Una vez, al entrar Margalida en el dormitorio, Valls la cogió de un
+brazo, llevándola junto al lecho.
+
+--¡Mírala!--exclamó con burlesca gravedad dirigiéndose al enfermo--. ¿Es
+ésta la misma que tú quieres? ¿No te la cambiaron?... Dale, pues, la
+mano, tonto. ¿Qué haces ahí, contemplándola con ojos espantados?...
+
+Las dos manos de Febrer estrecharon la diestra de Margalida. ¡Ay! ¿era
+verdad lo que decía el capitán?... Sus ojos buscaron los de la _atlota_,
+que permanecían bajos, mientras la emoción blanqueaba sus mejillas y
+hacía palpitar las alas de su nariz.
+
+--Ahora, besaos--dijo Valls, empujando suavemente a la muchacha, hacia
+el enfermo.
+
+Pero Margalida, como si se viera amenazada de un peligro, se desasió de
+sus manos, huyendo de la habitación.
+
+--Bueno--dijo el capitán--. Ya os besaréis dentro de un rato: cuando yo
+no esté.
+
+Valls aprobaba este casamiento. ¿La quería Febrer? Pues adelante... Esto
+era más lógico que la boda con su sobrina por los millones del padre.
+Margalida era una gran mujer. Él entendía de estas cosas. Cuando Jaime
+la sacara de la isla, habituándola a otros usos y otros trajes, con la
+facilidad de asimilación que tienen las hembras para todo lo bueno,
+nadie reconocería a la antigua payesa.
+
+--Yo he arreglado tu porvenir, pequeño inquisidor. Ya sabes que tu amigo
+el judío consigue siempre lo que se propone. Te queda en Mallorca con
+qué vivir modestamente. No muevas la cabeza: ya sé que deseas trabajar,
+y más ahora que estás enamorado y quieres constituir una familia.
+Trabajarás; entre los dos montaremos un negocio: hay donde escoger. Yo
+siempre llevo la cabeza atiborrada de proyectos: es cosa de la raza...
+Si prefieres irte de Mallorca, te buscaré una ocupación en el
+extranjero... Es asunto que debe pensarse.
+
+En todo lo referente a la familia de _Can Mallorquí_, el capitán hablaba
+con una autoridad de amo. Pep y su mujer no osaban desobedecerle. ¡Cómo
+discutir con un señor que lo sabía todo!... El payés opuso escasa
+resistencia. Ya que don Pablo deseaba el matrimonio de Margalida con el
+señor y daba palabra de que esto no traería ninguna desgracia a la
+_atlota_, podían casarse. Era un gran infortunio para los dos viejos
+verla marcharse de la isla, pero preferían esta tristeza a conservar a
+su lado como yerno a Febrer, que les inspiraba un respeto irresistible.
+
+Al _Capellanet_ le faltó poco para arrodillarse ante Valls. ¡Y aún dicen
+en Palma si los _chuetas_ son malos!... Bien se conocía que eran
+mallorquines los que hablaban: ¡gente injusta y orgullosa!... El capitán
+era un santo. Gracias a él, ya no iría al Seminario. Sería payés; _Can
+Mallorquí_ quedaba para él. Hasta había recobrado de su padre, por
+intercesión de don Pablo, el cuchillo regalado por Febrer, y contaba con
+la promesa de una pistola moderna presente del capitán: una de aquellas
+armas milagrosas que había admirado en Palma en los escaparates del
+Borne. Apenas se efectuase el casamiento de Margalida, saldría en busca
+de novia por el _cuartón_, llevando en la faja estos dos nobles
+acompañantes. Los _verros_ no debían acabarse en la isla. Rebullía en
+sus venas la heroica sangre de su abuelo.
+
+Una mañana de sol, Febrer, apoyado en Valls y en Margalida, fue
+avanzando con pasos de convaleciente hasta el porche de la alquería.
+Sentado en un sillón de brazos, contempló con avidez el tranquilo
+paisaje extendido ante él. Sobre la cumbre del promontorio alzábase la
+torre del Pirata. ¡Cuánto había soñado y sufrido en ella!... ¡Cómo la
+amaba al recordar que en su interior, solo y olvidado del mundo, había
+incubado esta pasión que iba a llenar el resto de una vida sin objeto
+hasta entonces!...
+
+Debilitado por su larga permanencia en el lecho y por la sangre perdida,
+aspiraba el tibio ambiente de la mañana luminosa, cortado por las
+ráfagas que venían de la costa.
+
+Margalida, luego de contemplar a Jaime con sus ojos amorosos que aún
+guardaban cierta timidez, volvió al interior de la alquería para
+preparar el desayuno.
+
+Quedaron los dos hombres en largo silencio. Valls había sacado su pipa,
+llenándola de tabaco inglés, y expelía olorosas bocanadas.
+
+Febrer, con la vista fija en el paisaje, abarcando en su retina
+deslumbrada el cielo, los montes, el campo y el mar, habló en voz baja,
+como si dialogase consigo mismo.
+
+La vida era hermosa. Lo afirmaba con la convicción del resucitado que
+vuelve inesperadamente al mundo. El hombre podía moverse libremente, lo
+mismo que el pájaro y el insecto en el seno de la Naturaleza. Para todos
+había sitio. ¿Por qué inmovilizarse bajo las ataduras que otros crearon,
+disponiendo del porvenir de los hombres que debían venir detrás de
+ellos?... ¡Los muertos, siempre los malditos muertos, queriendo
+mezclarse en todo, complicando nuestra existencia!...
+
+Sonrió Valls, mirándole con ojos maliciosos. Varias veces le había
+escuchado en su delirio hablar de los muertos, agitando los brazos como
+si pelease con ellos y los repeliese de sus angustias terroríficas. Al
+escuchar las explicaciones que le dio Jaime, al enterarse de su antiguo
+respeto al pasado y de aquella sumisión a la influencia de los muertos
+que había entorpecido su vida, confinándolo en una isla apartada, Valls
+quedó silencioso y abstraído.
+
+--¿Tú crees que los muertos mandan, Pablo?...
+
+El capitán se encogió de hombros. Para él no había en el mundo nada
+absoluto. Tal vez el imperio de los muertos fuese parcial y estuviera ya
+en decadencia. En otros tiempos mandaban como déspotas: esto era
+indudable. Ahora sólo dominaban en determinados lugares, perdiendo en
+otros para siempre toda esperanza de poder. En Mallorca aún gobernaban
+con mano fuerte: lo decía él, el _chueta_. En otros países, tal vez no.
+
+Sintió Febrer honda irritación al recordar sus errores y angustias.
+¡Malditos muertos! La humanidad no sería feliz y libre mientras no
+acabase con ellos.
+
+--Pablo, ¡matemos a los muertos!
+
+Miró un instante con cierta zozobra el capitán a su amigo; pero al ver
+la serenidad de sus ojos, se tranquilizó, y dijo sonriendo:
+
+--Por mí, ¡que los maten!
+
+Luego, recobrando su gravedad y reclinándose en su asiento, mientras
+lanzaba una bocanada de humo, añadió el _chueta_:
+
+--Tienes razón. Matemos a los muertos: pisoteemos los obstáculos
+inútiles, las cosas viejas que obstruyen y complican nuestro camino.
+Todos vivimos con arreglo a lo que dijo Moisés, a lo que dijo Buda,
+Jesús, Mahoma u otros pastores de hombres, cuando lo natural y lo lógico
+sería vivir con arreglo a lo que pensamos y sentimos nosotros mismos.
+
+Jaime miró detrás de él, como si sus ojos quisieran buscar en el
+interior de la casa la dulce figura de Margalida. Luego resumió todas
+las congojas y las nuevas verdades de su pensamiento repitiendo la misma
+afirmación enérgica: «¡Matemos a los muertos!».
+
+La voz de Pablo le sacó de sus reflexiones.
+
+--¿Te hubieras casado ahora con mi sobrina, sin miedo y sin
+remordimiento?...
+
+Febrer dudó antes de contestar. Sí; se habría casado, sin parar atención
+en los escrúpulos heredados y las diferencias de raza que tanto le
+habían hecho sufrir. Pero faltaba algo para esto; algo que estaba por
+encima de la voluntad de los hombres y era superior a su poder; algo que
+no podía comprarse y gobernaba al mundo; algo que traía con ella la
+humilde Margalida sin saberlo.
+
+Sus angustias habían terminado. ¡Vida nueva!
+
+No; los muertos no mandan: quien manda es la vida, y sobre la vida, el
+amor.
+
+FIN
+
+Madrid
+
+Mayo y Diciembre 1908.
+
+
+
+
+
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+
+*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS MUERTOS MANDAN ***
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+The Project Gutenberg EBook of Los muertos mandan, by Vicente Blasco Ibáñez
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+This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
+almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
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+with this eBook or online at www.gutenberg.org
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+Title: Los muertos mandan
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+Author: Vicente Blasco Ibáñez
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+Release Date: May 31, 2007 [EBook #21651]
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+<hr />
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+<h1>Los muertos mandan</h1>
+
+<h2>Vicente Blasco Ib&aacute;&ntilde;ez</h2>
+
+<hr />
+<p><a name="toc" id="toc"></a></p>
+<ul style="margin-left: 40%;">
+<li><a href="#Al_lector"><b>Al lector</b></a></li>
+<li><a href="#Primera_parte"><b>Primera parte</b></a>
+<ul><li><a href="#Ia"><b>I</b></a></li>
+<li><a href="#IIa"><b>II</b></a></li>
+<li><a href="#IIIa"><b>III</b></a></li>
+<li><a href="#IVa"><b>IV</b></a></li>
+</ul></li>
+<li><a href="#Segunda_parte"><b>Segunda parte</b></a>
+<ul><li><a href="#Ib"><b>I</b></a></li>
+<li><a href="#IIb"><b>II</b></a></li>
+<li><a href="#IIIb"><b>III</b></a></li>
+<li><a href="#IVb"><b>IV</b></a></li>
+</ul></li>
+<li><a href="#Tercera_parte"><b>Tercera parte</b></a>
+<ul><li><a href="#Ic"><b>I</b></a></li>
+<li><a href="#IIc"><b>II</b></a></li>
+<li><a href="#IIIc"><b>III</b></a></li>
+<li><a href="#IVc"><b>IV</b></a></li>
+</ul></li>
+</ul>
+
+
+<hr />
+<h2><a name="Al_lector" id="Al_lector"></a>Al lector</h2>
+
+
+<p>En mis tiempos de agitador pol&iacute;tico, all&aacute; por el a&ntilde;o 1902, los
+republicanos de Mallorca me invitaron a un mitin de propaganda de
+nuestras doctrinas que se celebr&oacute; en la plaza de Toros de Palma.</p>
+
+<p>Despu&eacute;s de esta reuni&oacute;n popular, los otros diputados republicanos que
+hab&iacute;an hablado en ella se volvieron a la Pen&iacute;nsula. Yo, una vez
+pronunciado mi discurso, di por terminada mi actuaci&oacute;n pol&iacute;tica, para
+correr como simple viajero la hermosa isla que vio en la Edad Media los
+paseos meditativos del gran Raimundo Lulio&mdash;fil&oacute;sofo, hombre de acci&oacute;n,
+novelista&mdash;y en el primer tercio del siglo <span class="smcap">xix</span> sirvi&oacute; de escenario a los
+amores rom&aacute;nticos y algo maduros de Jorge Sand y Chopin.</p>
+
+<p>M&aacute;s que las cavernas c&eacute;lebres, los olivos seculares y las costas
+eternamente azules de Mallorca, atrajeron mi atenci&oacute;n las honradas
+gentes que la pueblan y sus divisiones en castas que a&uacute;n perduran, a
+causa sin duda del aislamiento isle&ntilde;o, refractario a las tendencias
+igualitarias de los espa&ntilde;oles de tierra firme. Vi en la existencia de
+los jud&iacute;os convertidos de Mallorca, de los llamados <i>chuetas</i>, una
+novela futura.</p>
+
+<p>Luego, al volver a la Pen&iacute;nsula, me detuve en Ibiza, sinti&eacute;ndome
+igualmente interesado por las costumbres tradicionales de este pueblo de
+marinos y agricultores, en lucha incesante durante mil quinientos a&ntilde;os
+con todos los piratas del Mediterr&aacute;neo. Y pens&eacute; unir las vidas de las
+dos islas, tan distintas y al mismo tiempo tan profundamente originales,
+en una sola novela.</p>
+
+<p>Transcurrieron seis a&ntilde;os sin que pudiese realizar mi deseo.</p>
+
+<p>Necesitaba volver a Mallorca e Ibiza para estudiar con m&aacute;s detenimiento
+los tipos y paisajes de mi obra, y nunca encontraba ocasi&oacute;n propicia
+para tal viaje. Al fin, en 1908, cuando preparaba mi primera excursi&oacute;n a
+Am&eacute;rica, pude escapar unas semanas de Madrid, llevando una vida errante
+por ambas islas. Visit&eacute; la mayor parte de Mallorca, durmiendo muchas
+noches en peque&ntilde;os pueblos donde me dieron alojamiento las familias
+&laquo;payesas&raquo; con una hospitalidad generosa, de b&iacute;blico desinter&eacute;s. Corr&iacute;
+las monta&ntilde;as de Ibiza y navegu&eacute; ante sus costas rojas y verdes en barcos
+viejos, valientes para el mar, que unos meses del a&ntilde;o van a la pesca y
+otros son dedicados al contrabando.</p>
+
+<p>Cuando regres&eacute; a Madrid, con el rostro ennegrecido por el sol y las
+manos endurecidas por el remo, me puse a escribir <i>Los muertos mandan,</i>
+y eran tan frescas y al mismo tiempo tan recias mis observaciones, que
+produje la novela &laquo;de un solo tir&oacute;n&raquo;, sin el m&aacute;s leve desfallecimiento
+de mi memoria de novelista, en el transcurso de dos o tres meses.</p>
+
+<p>Esta fue la &uacute;ltima obra del primer per&iacute;odo de mi vida literaria. Apenas
+publicada me march&eacute; a dar conferencias en la Rep&uacute;blica Argentina y
+Chile. El conferencista se convirti&oacute; sin saber c&oacute;mo en colonizador del
+desierto, en jinete de la llanura patag&oacute;nica. Olvid&eacute; la pluma como algo
+fr&iacute;volo e in&uacute;til para la recia batalla con las asperezas de una tierra
+inculta desde el principio del planeta y con las malicias e ignorancias
+de los hombres.</p>
+
+<p>Pas&eacute; seis a&ntilde;os sin escribir novelas. Quise crearlas en la realidad. Fui
+un novelista de hechos y no de palabras.</p>
+
+<p>Pero las vidas vuelven siempre a sus cauces antiguos, y despu&eacute;s de estos
+seis a&ntilde;os de catalepsia literaria, en 1914, pocos meses antes de la gran
+guerra, reanud&eacute; en Par&iacute;s mi trabajo de novelista &laquo;de pluma y papel&raquo;,
+escribiendo <i>Los argonautas.</i></p>
+
+<p class="b">V. B. I.<br />1923</p>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="Primera_parte" id="Primera_parte"></a>Primera parte</h2>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="Ia" id="Ia"></a><a href="#toc">I</a></h2>
+
+
+<p>Jaime Febrer se levant&oacute; a las nueve de la ma&ntilde;ana. <i>Mad&oacute;</i> Antonia, que le
+hab&iacute;a visto nacer&mdash;servidora respetuosa de las glorias de la familia&mdash;,
+mov&iacute;ase desde las ocho en la habitaci&oacute;n, para despertarle. Pareci&eacute;ndole
+escasa la luz que penetraba por el montante de un amplio ventanal, abri&oacute;
+las hojas de madera carcomida, desprovistas de vidrios. Luego levant&oacute;
+las colgaduras de damasco rojo galoneadas de oro que cubr&iacute;an como una
+tienda de campa&ntilde;a el amplio lecho majestuoso, en el que hab&iacute;an nacido,
+procreado y muerto varias generaciones de Febrer.</p>
+
+<p>La noche anterior, al retirarse del Casino, la hab&iacute;a encargado Jaime con
+gran insistencia que le despertase temprano. Estaba invitado a almorzar
+en Valldemosa. &laquo;&iexcl;Arriba!&raquo; La ma&ntilde;ana era de las mejores de primavera; en
+el jard&iacute;n de la casa chillaban a coro los p&aacute;jaros sobre las ramas
+florecientes, mecidas por la brisa que enviaba el vecino mar por encima
+de la muralla.</p>
+
+<p>La criada se fue, camino de la cocina, al ver que el se&ntilde;or se decid&iacute;a al
+fin a echarse fuera de la cama. Anduvo Jaime Febrer casi desnudo por la
+habitaci&oacute;n, ante la ventana abierta, partida por una columna
+delgad&iacute;sima. No hab&iacute;a miedo de que le viesen. La casa de enfrente era un
+palacio viejo como el suyo; un caser&oacute;n de pocos huecos. Frente a su
+ventana se extend&iacute;a un muro de color indefinido, con profundos
+desconchados y restos de antiguas pinturas, pero tan pr&oacute;ximo por la
+estrechez de la calle, que parec&iacute;a poder tocarse con la mano.</p>
+
+<p>Hab&iacute;ase dormido tarde, desasosegado y nervioso por la importancia del
+acto que iba a realizar en la ma&ntilde;ana siguiente, y el aturdimiento de un
+sue&ntilde;o corto e ineficaz le hizo buscar con avidez la caricia
+reconfortante del agua fr&iacute;a. Al lavarse en una palangana estudiantil,
+angosta y pobre, Febrer tuvo un gesto de tristeza. &laquo;&iexcl;Ah, miseria!...&raquo; Le
+faltaban las m&aacute;s rudimentarias comodidades en aquella casa de un lujo
+se&ntilde;orial y vetusto que los ricos modernos no pod&iacute;an improvisar. La
+pobreza surg&iacute;a ante su paso, con todas sus molestias, en estos salones
+que le hac&iacute;an recordar los espl&eacute;ndidos decorados de ciertos teatros
+vistos en sus viajes por Europa.</p>
+
+<p>Como si fuera un extra&ntilde;o que entrase por primera vez en su dormitorio,
+admiraba Febrer esta pieza, grandiosa y de elevado techo. Sus poderosos
+abuelos hab&iacute;an edificado para gigantes. Cada habitaci&oacute;n del palacio era
+tan vasta como una casa moderna. El ventanal carec&iacute;a de vidrios, como
+los dem&aacute;s huecos del edificio, y en invierno hab&iacute;a que mantenerlos todos
+con las hojas cerradas, sin m&aacute;s luz que la que entraba por los
+montantes, cubiertos de cristales resquebrajados y opacos por el tiempo.
+La carencia de alfombras dejaba al descubierto los pavimentos de piedra
+arenisca y blanda de Mallorca, cortada en finos rect&aacute;ngulos, como si
+fuese madera. Los techos luc&iacute;an a&uacute;n el viejo esplendor de los
+artesonados, unos obscuros, de artificiosas trabazones, otros con un
+dorado mate y venerable que hac&iacute;a resaltar los cuarteles coloreados de
+las armas de la casa. Las paredes alt&iacute;simas, simplemente enjalbegadas de
+cal, desaparec&iacute;an en unas piezas bajo filas de cuadros antiguos, y en
+otras detr&aacute;s de ricas colgaduras de colores vivos que el tiempo no
+lograba apagar. El dormitorio estaba adornado con ocho grandes tapices
+de un tono verde de hoja seca, representando jardines, amplias avenidas
+de &aacute;rboles oto&ntilde;ales, con una plazoleta terminal en la que triscaban
+venados o goteaban solitarias fuentes en triples tazones. Encima de las
+puertas colgaban viejos cuadros italianos de una suavidad acaramelada:
+ni&ntilde;os de carnes ambarinas jugueteaban con rizados corderos. El arco que
+divid&iacute;a el verdadero dormitorio del resto de la habitaci&oacute;n ten&iacute;a algo de
+triunfal, con columnas acanaladas sosteniendo un medio punto de follaje
+tallado, todo de un oro p&aacute;lido y discreto, como si fuese un altar. Sobre
+una mesa del siglo <span class="smcap">xviii</span> ve&iacute;ase una imagen policroma de San Jorge
+pisoteando moros bajo su corcel; y m&aacute;s all&aacute; la cama, la imponente cama,
+monumento venerable de la familia. Algunos sillones antiguos, de
+encorvados brazos, con el rojo terciopelo calvo y ra&iacute;do hasta mostrar la
+blancura de la trama, mezcl&aacute;banse con sillas de paja y el pobre lavabo.
+&laquo;&iexcl;Ah, miseria!&raquo;, volvi&oacute; a pensar el mayorazgo. El viejo caser&oacute;n de los
+Febrer, con sus hermosos ventanales faltos de vidrios, sus salones
+llenos de tapices y sin alfombras, sus muebles venerables confundidos
+con los m&aacute;s ruines enseres, le parec&iacute;a igual a un pr&iacute;ncipe arruinado
+ostentando a&uacute;n manto brillante y corona gloriosa, pero descalzo y sin
+ropa blanca.</p>
+
+<p>&Eacute;l era igual a este palacio, imponente y vac&iacute;o caparaz&oacute;n que en otros
+tiempos hab&iacute;a guardado la gloria y la riqueza de sus abuelos. Unos
+hab&iacute;an sido mercaderes, otros soldados, y todos navegantes.</p>
+
+<p>Las armas de los Febrer hab&iacute;an ondeado en fl&aacute;mulas y banderas sobre m&aacute;s
+de cincuenta nav&iacute;os de gavia&mdash;lo mejor de la marina de Mallorca&mdash;, que,
+luego de tomar &oacute;rdenes en Puerto Pi, iban a vender aceite de la isla en
+Alejandr&iacute;a, embarcaban especier&iacute;as, sedas y perfumes de Oriente en las
+escalas del Asia Menor, traficaban con Venecia, Pisa y Genova, o,
+pasando las Columnas de H&eacute;rcules, sum&iacute;anse en las brumas de los mares
+del Norte para llevar a Flandes y a las rep&uacute;blicas anse&aacute;ticas la loza de
+los moriscos valencianos, llamada por los extranjeros <i>may&oacute;lica</i>, a
+causa de su procedencia mallorqu&iacute;na.</p>
+
+<p>Esta navegaci&oacute;n continua a trav&eacute;s de mares infestados de piratas hab&iacute;a
+hecho de la familia de ricos mercaderes una tribu de valerosos soldados.
+Los Febrer hab&iacute;an peleado o ajustado alianzas con corsarios turcos,
+griegos y argelinos, hab&iacute;an escoltado sus flotas por los mares del Norte
+para hacer frente a los piratas ingleses, y hasta una vez, a la entrada
+del Bosforo, sus galeras hab&iacute;an abordado a las de Genova, que
+monopolizaban el comercio de Bizancio. Luego, esta dinast&iacute;a de soldados
+del mar, al retirarse de la navegaci&oacute;n comercial, hab&iacute;a rendido tributo
+de sangre a la seguridad de los reinos cristianos y a la fe cat&oacute;lica
+haciendo ingresar una parte de sus hijos en la santa milicia de los
+caballeros de Malta.</p>
+
+<p>Los segundones de la casa de Febrer, al mismo tiempo que recib&iacute;an el
+agua del bautismo, llevaban cosida a sus pa&ntilde;ales la cruz blanca de ocho
+puntas, s&iacute;mbolo de las ocho bienaventuranzas, y al ser hombres
+capitaneaban galeras de la Orden belicosa y acababan sus d&iacute;as como ricos
+comendadores de Malta, contando sus proezas a los hijos de sus sobrinas
+y haci&eacute;ndose cuidar achaques y heridas por esclavas infieles que viv&iacute;an
+con ellos, a pesar del voto de castidad. Monarcas famosos, al pasar por
+Mallorca, hab&iacute;an salido del alc&aacute;zar de la Almudaina para visitar a los
+Febrer en su palacio. Unos hab&iacute;an sido almirantes de las flotas del rey;
+otros, gobernantes de lejanos territorios; algunos dorm&iacute;an el sue&ntilde;o
+eterno en la catedral de La Valette con otros ilustres mallorquines, y
+Jaime hab&iacute;a contemplado sus tumbas en una visita a Malta.</p>
+
+<p>La Lonja de Palma, gallardo edificio g&oacute;tico vecino al mar, hab&iacute;a sido
+durante siglos un feudo de sus ascendientes. Para los Febrer era todo
+cuanto arrojaban en el inmediato muelle las galeras de alto castillo,
+las cocas de pesado casco, las ligeras fustas, las saet&iacute;as, panfiles,
+rampines, tafureas y dem&aacute;s embarcaciones de la &eacute;poca, y en el inmenso
+sal&oacute;n columnario de la Lonja, junto a los fustes salom&oacute;nicos que se
+perd&iacute;an en la penumbra de las b&oacute;vedas, sus abuelos recib&iacute;an como reyes a
+los navegantes de Oriente, que llegaban con anchos zarag&uuml;elles y birrete
+carmes&iacute;, a los patronos genoveses y provenzales, con su capotillo
+rematado por frailuna capucha, a los valerosos capitanes de la isla,
+cubiertos con la roja barretina catalana. Los mercaderes de Venecia
+enviaban a sus amigos de Mallorca muebles de &eacute;bano con menudas
+incrustaciones de marfil y lapisl&aacute;zuli o grandes espejos de luna azulada
+y marco cristalino. Los navegantes de vuelta de &Aacute;frica tra&iacute;an manojos de
+plumas de avestruz, colmillos de marfil, y estos tesoros y otros iban a
+adornar los salones de la casa, perfumados por misteriosas esencias,
+regalo de los corresponsales asi&aacute;ticos.</p>
+
+<p>Los Febrer hab&iacute;an sido durante siglos los intermediarios entre Oriente y
+Occidente, haciendo de Mallorca un dep&oacute;sito de productos ex&oacute;ticos, que
+luego desparramaban sus naves por Espa&ntilde;a, Francia y Holanda. Las
+riquezas aflu&iacute;an fabulosamente a la casa. En algunas ocasiones, los
+Febrer hasta hicieron pr&eacute;stamos a los reyes... Pero todo esto no pod&iacute;a
+evitar que Jaime, el &uacute;ltimo de la familia, luego de perder en el Casino,
+la noche anterior, todo cuanto pose&iacute;a&mdash;unos centenares de pesetas&mdash;,
+hubiese aceptado dinero, para poder ir a la ma&ntilde;ana siguiente a
+Valldemosa, de Toni Clap&eacute;s, el contrabandista, hombre rudo, de
+entendimiento despierto, y el m&aacute;s fiel y desinteresado de sus amigos.</p>
+
+<p>Mientras se peinaba, Jaime se contempl&oacute; en un espejo antiguo, rajado y
+de luna nebulosa. Treinta y seis a&ntilde;os: no pod&iacute;a quejarse de su aspecto.
+Era feo, con una fealdad &laquo;grandiosa&raquo;, seg&uacute;n expresi&oacute;n de una mujer que
+hab&iacute;a ejercido cierta influencia sobre su vida.</p>
+
+<p>Esta fealdad le hab&iacute;a proporcionado algunas satisfacciones amorosas.
+Miss Mary Gordon, rubia idealista, hija del gobernador de un
+archipi&eacute;lago ingl&eacute;s de Ocean&iacute;a, que viajaba por Europa sin otro
+acompa&ntilde;amiento que el de una dom&eacute;stica, le hab&iacute;a conocido un verano en
+un hotel de Munich, y ella fue la que, impresionada, dio los primeros
+pasos. El espa&ntilde;ol era, seg&uacute;n la miss, un vivo retrato de Wagner joven. Y
+Febrer, sonriendo a impulsos del grato recuerdo, contemplaba su frente
+abombada, que parec&iacute;a oprimir con su pesadumbre los ojos imperiosos,
+peque&ntilde;os e ir&oacute;nicos, sombreados por gruesas cejas. La nariz era aguda y
+aguile&ntilde;a, la nariz de todos los Febrer, valientes p&aacute;jaros de presa de
+las soledades del mar; la boca desde&ntilde;osa y sumida; el ment&oacute;n saliente y
+recubierto por la suave vegetaci&oacute;n, rala y fina, de la barba y el
+bigote. &laquo;&iexcl;Ah, deliciosa miss Mary!&raquo; Cerca de un a&ntilde;o hab&iacute;a durado la
+alegre peregrinaci&oacute;n por Europa. Ella, enamorada de &eacute;l rabiosamente por
+su parecido con el Maestro, quer&iacute;a casarse, y le hablaba de los millones
+del gobernador, mezclando sus entusiasmos rom&aacute;nticos con las aficiones
+pr&aacute;cticas de su raza. Pero Febrer acab&oacute; por huir, antes de que la
+inglesa le dejase a su vez por alg&uacute;n director de orquesta que se
+asemejase m&aacute;s a su &iacute;dolo.</p>
+
+<p>&laquo;&iexcl;Ay, las mujeres!...&raquo; Y Jaime ergu&iacute;a su cuerpo de var&oacute;n forzudo, algo
+encorvado de espaldas por el exceso de estatura. Hac&iacute;a tiempo que hab&iacute;a
+renunciado a interesarse por ellas. Unas leves canas en la barba y un
+ligero fruncimiento de la piel en las comisuras de los ojos revelaban la
+fatiga de una existencia que hab&iacute;a marchado, seg&uacute;n dec&iacute;a &eacute;l, &laquo;a toda
+m&aacute;quina&raquo;. Pero aun as&iacute;, le buscaban, y era el amor el que iba a sacarle
+de su angustiosa situaci&oacute;n.</p>
+
+<p>Al acabar el arreglo de su persona, sali&oacute; del dormitorio. Cruz&oacute; un sal&oacute;n
+vast&iacute;simo iluminado por los rayos del sol, que pasaban a trav&eacute;s de los
+montantes de tres ventanales cerrados. El suelo estaba en la penumbra,
+mientras las paredes brillaban como un jard&iacute;n de vivos colores,
+cubiertas de interminables tapices con figuras de doble tama&ntilde;o natural.
+Eran escenas mitol&oacute;gicas y b&iacute;blicas; damas arrogantes, de abultadas
+carnes color de rosa, que comparec&iacute;an ante guerreros rojos o verdes;
+enormes columnatas; palacios con guirnaldas de flores; cimitarras en
+alto, cabezas por el suelo, tropeles de caballos panzudos con una pata
+en alto: todo un mundo de viejas leyendas, pero con tintas frescas a
+pesar de los siglos, y entre franjas de manzanas y hojarasca.</p>
+
+<p>Febrer mir&oacute; al pasar con ojos ir&oacute;nicos estas riquezas heredadas de sus
+ascendientes. Nada era suyo. Hac&iacute;a m&aacute;s de un a&ntilde;o que estos tapices y los
+del dormitorio y todos los de la casa pertenec&iacute;an a ciertos usureros de
+Palma, que los hab&iacute;an dejado colgados en el mismo sitio. Esperaban la
+llegada de un aficionado rico, que los pagar&iacute;a con m&aacute;s esplendidez al
+imagin&aacute;rselos adquiridos directamente de su due&ntilde;o. Jaime no era m&aacute;s que
+un depositario, amenazado con la c&aacute;rcel en caso de infidelidad en su
+custodia.</p>
+
+<p>Al llegar al centro del sal&oacute;n dio un peque&ntilde;o rodeo, a impulsos de la
+costumbre, pero empez&oacute; a re&iacute;r viendo que no hab&iacute;a nada que interrumpiese
+su paso. Un mes antes a&uacute;n estaba all&iacute; una mesa italiana de m&aacute;rmoles
+preciosos que hab&iacute;a tra&iacute;do el famoso comendador don Pr&iacute;amo Febrer de una
+de sus expediciones en corso. M&aacute;s all&aacute; tampoco hab&iacute;a nada que le hiciese
+tropezar. Un brasero enorme de plata repujada, montado sobre una tarima
+del mismo metal, con una fila circular de geniecillos que sosten&iacute;an este
+monumento, lo hab&iacute;a convertido Febrer en dinero, vendi&eacute;ndolo al peso. Y
+el brasero le hizo recordar una &aacute;urea cadena, regalo del emperador
+Carlos V a uno de sus ascendientes, que a&ntilde;os antes hab&iacute;a vendido en
+Madrid, tambi&eacute;n al peso, con el aditamento de dos onzas de oro recibidas
+por el trabajo art&iacute;stico y la antig&uuml;edad. Despu&eacute;s hab&iacute;a llegado
+vagamente hasta &eacute;l la noticia de que la cadena la vendieron en Par&iacute;s por
+cien mil francos. &laquo;&iexcl;Ah, miseria!&raquo; Los caballeros ya no pod&iacute;an vivir en
+estos tiempos.</p>
+
+<p>Su vista tropez&oacute; con el brillo de unos enormes vargue&ntilde;os de labor
+veneciana montados sobre mesas antiguas sostenidas por leones. Parec&iacute;an
+fabricados para gigantes, con innumerables y profundos cajones, cuyas
+caras exteriores ten&iacute;an esmaltes policromos representando escenas
+mitol&oacute;gicas. Eran cuatro piezas magn&iacute;ficas de museo: un recuerdo de la
+antigua magnificencia de la casa. Tampoco eran suyos. Hab&iacute;an corrido la
+misma suerte que los tapices, y all&iacute; estaban esperando un comprador.
+Febrer no era ya m&aacute;s que el conserje de su propia casa. Y tambi&eacute;n
+pertenec&iacute;an a los acreedores los cuadros italianos y espa&ntilde;oles que
+adornaban las paredes de dos gabinetes inmediatos; los muebles antiguos
+con sedas rapadas o rotas, pero de hermosas tallas; todo, en fin, lo que
+conservaba alg&uacute;n valor entre los restos de la secular herencia.</p>
+
+<p>Sali&oacute; a la sala de recibimiento, vasta pieza en el centro del edificio,
+fr&iacute;a y de alt&iacute;simo techo, que comunicaba con la escalera. Las paredes
+blancas hab&iacute;an tomado con los a&ntilde;os un tono amarillento de marfil. Era
+preciso echar la cabeza atr&aacute;s para alcanzar con la vista el negro
+artesonado del techo. Ventanas abiertas junto a la cornisa ayudaban a
+los ventanales de abajo a iluminar este sal&oacute;n inmenso y austero.
+Muebles, pocos y conventuales: amplios sillones de brazos, con asientos
+y respaldares de vaqueta adornados de clavos; mesas de roble de
+retorcidas patas; cofres obscuros, con oxidados herrajes sobre fondos de
+pa&ntilde;o verde apolillado. La blancura amarillenta de los muros s&oacute;lo era
+visible, como las l&iacute;neas de un enrejado, entre las filas de lienzos,
+muchos de ellos sin marco.</p>
+
+<p>Eran centenares de cuadros, todos malos e interesantes a la vez;
+pinturas encargadas para perpetuar las glorias de la familia, hechas por
+antiguos artistas italianos y espa&ntilde;oles de paso en Mallorca. Un encanto
+tradicional parec&iacute;a emanar de estos lienzos. Era la historia del
+Mediterr&aacute;neo escrita por torpes e ingenuos pinceles: encuentros de
+galeras, asaltos de fortalezas, grandes batallas navales envueltas en
+humo, sobre cuyas vedijas flotaban los gallardetes de los nav&iacute;os y las
+altas torres de popa, en cuya cima riz&aacute;banse las banderas con la cruz de
+Malta o la media luna. Los hombres peleaban en las cubiertas de los
+buques o en los esquifes que flotaban junto a ellos; el mar, enrojecido
+por la sangre o las llamas de los barcos, estaba matizado de centenares
+de cabecitas de n&aacute;ufragos, que a su vez luchaban sobre las olas. Una
+masa de cascos y chambergos chocaba, sobre dos nav&iacute;os aferrados, con
+otra de turbantes blancos y rojos, y sobre ellas alz&aacute;banse mandobles y
+picas, cimitarras y hachas de abordaje. El disparo de ca&ntilde;ones y trabucos
+cortaba con lenguas rojas el humo del combate. En otros lienzos no menos
+obscuros ve&iacute;anse castillos arrojando llamas por sus troneras, y al pie
+de ellos guerreros con la cruz blanca de ocho puntas sobre la coraza,
+tan grandes casi como las torres, y aplicando a &eacute;stas sus escalas para
+subir al asalto.</p>
+
+<p>Los cuadros ten&iacute;an a un lado cartelas blancas con los mismos remates
+plegados de un escudo de armas, y en ellas, escrito en defectuosas
+may&uacute;sculas, el relato del suceso: encuentros victoriosos con galeras del
+Gran Turco o con piratas pisanos, genoveses y vizca&iacute;nos; guerras en
+Cerde&ntilde;a; asaltos de Buj&iacute;a y de Tedeliz; y en todas estas empresas era un
+Febrer el que dirig&iacute;a a los combatientes o se hac&iacute;a notar por su
+hero&iacute;smo, descollando sobre todos el comendador don Pr&iacute;amo, h&eacute;roe
+endiablado, burl&oacute;n y poco religioso, que hab&iacute;a sido la gloria y la
+verg&uuml;enza de la casa.</p>
+
+<p>Alternando con estas escenas belicosas estaban los retratos de la
+familia. En la parte m&aacute;s alta, tocando a una fila de viejos lienzos de
+evangelistas y m&aacute;rtires, que formaban un friso, mostr&aacute;banse los Febrer
+m&aacute;s antiguos, venerables mercaderes de Mallorca pintados algunos siglos
+despu&eacute;s de su muerte, graves varones de nariz judaica y ojos agudos, con
+joyas sobre el pecho y altos gorros de aspecto oriental. A continuaci&oacute;n
+ven&iacute;an los hombres de armas, los navegantes de espada, con la cabellera
+al rape y el perfil de p&aacute;jaro de presa, todos vistiendo armadura de
+negro acero y algunos con la blanca cruz de Malta. De retrato en
+retrato, los rostros se iban afinando, sin perder la frente abombada y
+la nariz imperiosa de la familia. El cuello de la camisa, ancho, fl&aacute;cido
+y de burdo tejido, iba elev&aacute;ndose con el serpenteo almidonado de la
+rizada gola; la coraza se convert&iacute;a en justillo de terciopelo o seda;
+las barbas duras y anchas, a la moda del Emperador, troc&aacute;banse en agudas
+perillas y empinados bigotes, a los que serv&iacute;an de marco suaves
+guedejas.</p>
+
+<p>Entre los rudos hombres de guerra y los elegantes caballeros resaltaban
+los h&aacute;bitos negros de ciertos eclesi&aacute;sticos con bigotes y barbillas,
+ostentando altos bonetes de borla. Unos eran dignatarios eclesi&aacute;sticos
+de Malta, a juzgar por la insignia blanca que adornaba su pecho; otros,
+venerables inquisidores de Mallorca, seg&uacute;n la leyenda que ensalzaba su
+celo en pro de la fe. Despu&eacute;s de todos estos se&ntilde;ores negros, de gesto
+imponente y ojos duros, ven&iacute;a el desfile de pelucas blancas, de rostros
+ani&ntilde;ados por la rasura, de vistosas casacas de seda y oro adornadas con
+bandas y condecoraciones. Eran regidores perpetuos de la ciudad de
+Palma; marqueses cuyo marquesado hab&iacute;a perdido la familia con los
+entronques matrimoniales, yendo sus t&iacute;tulos a fundirse con otros de la
+nobleza de la Pen&iacute;nsula; gobernadores, capitanes generales y virreyes de
+pa&iacute;ses americanos y oce&aacute;nicos, cuyos nombres despertaban una visi&oacute;n de
+fant&aacute;sticas riquezas; entusiastas <i>botiflers</i> partidarios de Felipe V,
+que hab&iacute;an tenido que huir de Mallorca, apoyo postrero de los Austrias,
+y ostentaban como supremo t&iacute;tulo nobiliario el apodo de <i>butifarras</i>
+dado por el populacho hostil.</p>
+
+<p>Cerrando el glorioso desfile, casi a ras de los muebles, estaban los
+&uacute;ltimos Febrer de principios del siglo <span class="smcap">xix</span>, oficiales de la Armada, de
+cortas patillas, rizos sobre la frente, alto cuello con anclas de oro y
+negro corbat&iacute;n, que hab&iacute;an peleado en el cabo de San Vicente y en
+Trafalgar; y tras ellos el bisabuelo de Jaime, un viejo de ojos duros y
+boca desde&ntilde;osa, que al volver Fernando VII de su cautiverio en Francia
+se hab&iacute;a embarcado para prosternarse a sus pies en Valencia, pidiendo
+con otros grandes se&ntilde;ores que restableciese los usos antiguos y
+exterminase la naciente plaga del liberalismo. Era un patriarca
+prol&iacute;fico, que hab&iacute;a prodigado su sangre en varios distritos de la isla
+persiguiendo a las payesas, sin perder nada de su gravedad, y al dar a
+besar la mano a algunos de los hijos leg&iacute;timos que viv&iacute;an en su casa y
+llevaban su apellido, dec&iacute;a con voz solemne: &laquo;&iexcl;Dios te haga un buen
+inquisidor!&raquo;</p>
+
+<p>Entre estos retratos de los Febrer ilustres ve&iacute;anse algunos de mujeres.
+Eran se&ntilde;oras con hinchados guardainfantes que llenaban todo el lienzo,
+iguales a las damas pintadas por Vel&aacute;zquez. Una que emerg&iacute;a su busto
+fr&aacute;gil de la campana de terciopelo floreado de sus faldas, con cara
+puntiaguda y p&aacute;lida y un lazo descolorido en las rizadas y cortas
+melenillas, era la hembra notable de la familia, la que hab&iacute;an apodado
+&laquo;la Greca&raquo; por su sabidur&iacute;a en letras hel&eacute;nicas. Su t&iacute;o, fray Espiridi&oacute;n
+Febrer, prior de Santo Domingo, gran lumbrera de la &eacute;poca, hab&iacute;a sido su
+maestro, y &laquo;la Greca&raquo; pod&iacute;a escribir en su idioma a los corresponsales
+de Oriente que a&uacute;n manten&iacute;an con Mallorca un mortecino comercio.</p>
+
+<p>Jaime encontraba con su vista algunos lienzos m&aacute;s all&aacute;&mdash;distancia que
+representaba el paso de un siglo&mdash;, otro retrato de hembra famosa de la
+familia. Era una ni&ntilde;a de blanca peluqu&iacute;ta, vestida de mujer, con la
+falda plegada y los grandes ahuecadores de las damas del siglo <span class="smcap">xviii</span>.
+Estaba junto a una mesa, al lado de un b&uacute;caro de flores, y sosten&iacute;a con
+la exang&uuml;e diestra una rosa igual a un tomate, mirando ante ella con
+ojillos porcelanescos de mu&ntilde;eca. A &eacute;sta la hab&iacute;an llamado &laquo;la Latina&raquo;.
+La cartela del retrato hablaba, en el estilo ampuloso de la &eacute;poca, de su
+discreci&oacute;n y su ciencia, acabando por llorar su muerte a los once a&ntilde;os.
+Las hembras eran como reto&ntilde;os secos en el tronco vigoroso de los Febrer,
+peleadores y exuberantes. La sabidur&iacute;a se agostaba pronto en esta
+familia de marinos y guerreros, como planta que surge por equivocaci&oacute;n
+en un clima adverso.</p>
+
+<p>Preocupado por sus pensamientos de la noche anterior y por el pr&oacute;ximo
+viaje a Valldemosa, Jaime se detuvo en el recibimiento contemplando los
+retratos de sus ascendientes. &iexcl;Cu&aacute;nta gloria... y cu&aacute;nto polvo! Hac&iacute;a
+veinte a&ntilde;os tal vez que un trapo misericordioso no se hab&iacute;a remontado a
+lo largo de la ilustre familia para adecentarla un poco. Los abuelos m&aacute;s
+remotos y las batallas famosas estaban cubiertos de telara&ntilde;as. &iexcl;Y pensar
+que los prestamistas no hab&iacute;an querido adquirir este museo de glorias,
+con el pretexto de que eran pinturas malas! &iexcl;No poder traspasar estos
+recuerdos a ciertos ricos ansiosos de crearse un origen ilustre!...</p>
+
+<p>Jaime atraves&oacute; el recibimiento, entrando en las habitaciones del ala
+opuesta. Eran piezas de techo m&aacute;s bajo; ten&iacute;an encima un segundo piso,
+ocupado en otros tiempos por el abuelo de Febrer; habitaciones
+relativamente modernas, con muebles viejos de estilo Imperio y en las
+paredes estampas iluminadas del per&iacute;odo rom&aacute;ntico representando las
+desventuras de &Aacute;tala, los amores de Matilde y las haza&ntilde;as de Hern&aacute;n
+Cort&eacute;s. Sobre las c&oacute;modas ventrudas ve&iacute;anse santos policromos y
+crucifijos de marfil, entre polvorientas flores de trapo, bajo campanas
+de cristal. Una panoplia de ballestas, flechas y cuchillos recordaba a
+un Febrer, capit&aacute;n de corbeta del rey, que hizo un viaje alrededor del
+mundo a fines del siglo <span class="smcap">xviii</span>. Conchas purp&uacute;reas, caracolas de mar
+enormes, con entra&ntilde;as de n&aacute;car, adornaban las mesas.</p>
+
+<p>Siguiendo un corredor, camino de la cocina, dej&oacute; a un lado la capilla,
+que estaba cerrada muchos a&ntilde;os, y al otro la puerta del archivo, vasta
+pieza cuyas ventanas daban sobre el jard&iacute;n, y en la que hab&iacute;a pasado
+Jaime, de vuelta de sus viajes, muchas tardes, revolviendo legajos
+guardados tras el enrejado de alambre de vetustas estanter&iacute;as. Se asom&oacute;
+a la cocina, inmensa dependencia donde se preparaban en otros tiempos
+los famosos banquetes de los Febrer, rodeados de par&aacute;sitos y generosos
+con todos los amigos que llegaban a la isla. <i>Mad&oacute;</i> Antonia parec&iacute;a m&aacute;s
+peque&ntilde;a en esta habitaci&oacute;n de dilatados t&eacute;rminos, junto a la gran
+chimenea del hogar, que pod&iacute;a admitir un mont&oacute;n enorme de troncos,
+asando a la vez varias piezas. Los bancos de hornillos pod&iacute;an servir
+para toda una comunidad. El fr&iacute;o aseo de esta dependencia demostraba su
+falta de uso. En las paredes, grandes escarpias delataban la ausencia de
+las vasijas de cobre que hab&iacute;an sido en otros tiempos gloria
+esplendorosa de esta cocina conventual. La vieja criada hac&iacute;a sus guisos
+en un peque&ntilde;o hornillo al lado de la artesa en la que amasaba el pan.</p>
+
+<p>Jaime dio un grito a <i>mad&oacute;</i> Antonia para avisarle su presencia, y se
+introdujo en una habitaci&oacute;n inmediata, el peque&ntilde;o comedor que hab&iacute;an
+utilizado los &uacute;ltimos Febrer, venidos a menos en su fortuna, huyendo del
+gran sal&oacute;n donde se celebraban los antiguos banquetes.</p>
+
+<p>Tambi&eacute;n aqu&iacute; era visible el paso de la miseria. La mesa larga hall&aacute;base
+cubierta con un hule resquebrajado, de dudosa blancura. Los aparadores
+estaban casi vac&iacute;os. La antigua loza, al romperse, hab&iacute;a sido
+reemplazada por unos cuantos platos y jarros de grosera fabricaci&oacute;n. Dos
+ventanas abiertas en el fondo encuadraban pedazos de mar de inquieto
+azul, palpitante bajo el fuego del sol. En sus rect&aacute;ngulos balance&aacute;banse
+pausadamente las ramas de unas palmeras. M&aacute;s all&aacute; marc&aacute;banse en el
+horizonte las alas blancas de una goleta que ven&iacute;a hacia Palma
+lentamente, como una gaviota fatigada.</p>
+
+<p>Entr&oacute; <i>mad&oacute;</i> Antonia, dejando sobre la mesa un taz&oacute;n humeante de caf&eacute;
+con leche y una gran rebanada de pan cubierta de manteca. Jaime atac&oacute; el
+desayuno con avidez, y al mascar el pan hizo un gesto de desagrado.
+<i>Mad&oacute;</i> asinti&oacute; con un movimiento de cabeza, rompiendo a hablar en su
+lenguaje mallorqu&iacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Muy duro, &iquest;verdad?... Aquel pan no pod&iacute;a compararse con los panecillos
+que com&iacute;a el se&ntilde;or en el Casino; mas la culpa no era de ella. Pensaba
+haber amasado el d&iacute;a anterior, pero no ten&iacute;a harina y estaba esperando
+que el pay&eacute;s de <i>Son Febrer</i> trajese su tributo. &iexcl;Las gentes ingratas y
+olvidadizas!...</p>
+
+<p>La vieja servidora insisti&oacute; en su desprecio al labriego cultivador de
+<i>Son Febrer</i>, predio que constitu&iacute;a la &uacute;ltima fortuna de la casa. Todo
+lo deb&iacute;a el r&uacute;stico a la benevolencia de la familia, y ahora, en los
+momentos dif&iacute;ciles, olvidaba a sus buenos se&ntilde;ores.</p>
+
+<p>Jaime sigui&oacute; mascando, con el pensamiento puesto en <i>Son Febrer.</i>
+Tampoco aquello era suyo, no obstante figurar &eacute;l como due&ntilde;o. El predio,
+situado en el centro de la isla&mdash;la mejor finca heredada de sus padres,
+la que llevaba el nombre de la familia&mdash;, lo ten&iacute;a hipotecado e iba a
+perderlo de un momento a otro. La renta, escasa y corta, conforme a los
+usos tradicionales, serv&iacute;ale para pagar &uacute;nicamente una exigua parte del
+inter&eacute;s de los pr&eacute;stamos, engrosando el resto la cuant&iacute;a de la deuda.
+Quedaban las aldehalas, los pagos en especie que el pay&eacute;s deb&iacute;a hacerle,
+siguiendo costumbres antiguas, y con ellos se manten&iacute;an &eacute;l y <i>mad&oacute;</i>
+Antonia, perdidos en el inmenso caser&oacute;n que hab&iacute;a sido hecho para
+albergar una tribu. En Navidad y en Pascua de Resurrecci&oacute;n recib&iacute;a una
+pareja de corderos acompa&ntilde;ados de una docena de aves de corral; en el
+oto&ntilde;o dos cerdos bien cebados para la matanza, y todos los meses huevos
+y una cantidad de harina, a m&aacute;s de los frutos de la estaci&oacute;n. Con estas
+aldehalas, unas consumidas en la casa y otras vendidas por la sirviente,
+iban sosteni&eacute;ndose Jaime y <i>mad&oacute;</i> Antonia en la soledad del palacio,
+aislados de la curiosidad p&uacute;blica, como dos n&aacute;ufragos perdidos en un
+islote. Las ofrendas en especie se retrasaban cada vez m&aacute;s. El pay&eacute;s,
+con ese ego&iacute;smo r&uacute;stico propenso a huir de la desgracia, hac&iacute;ase el
+remol&oacute;n, evitando el cumplimiento de sus obligaciones. Sab&iacute;a que el
+mayorazgo ya no era el verdadero amo de <i>Son Febrer</i>, y muchas veces, al
+llegar a la ciudad con sus presentes, torc&iacute;a el camino, yendo a
+depositarlos en las casas de los acreedores, temibles personajes a los
+que deseaba tener propicios.</p>
+
+<p>Jaime mir&oacute; con tristeza a la servidora, que permanec&iacute;a erguida ante &eacute;l.
+Era una antigua payesa que a&uacute;n conservaba el traje de su pueblo: jub&oacute;n
+obscuro, con doble fila de botones en las mangas; falda clara y rameada,
+y cubriendo su cabeza el rebocillo, blanco velo sujeto al cuello y al
+pecho, por debajo del cual se escapaba la gruesa trenza&mdash;que llevaba
+postiza y muy negra&mdash;rematada por largas cintas de terciopelo.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Miserias, <i>mad&oacute;</i> Antonia!&mdash;dijo el se&ntilde;or en el mismo lenguaje&mdash;.
+Todos huyen de los pobres, y el mejor d&iacute;a, si ese tuno no trae lo que
+nos debe, tendremos que comernos uno a otro, lo mismo que si fu&eacute;semos
+n&aacute;ufragos.</p>
+
+<p>La vieja sonri&oacute;: &laquo;El se&ntilde;or siempre alegre.&raquo; En esto era un vivo retrato
+de su abuelo don Horacio, eternamente serio, con una cara que met&iacute;a
+miedo, &iexcl;pero diciendo unas cosas!...</p>
+
+<p>&mdash;Esto debe acabar&mdash;prosigui&oacute; Jaime, sin hacer caso de la alegr&iacute;a de la
+sirviente&mdash;. Esto acabar&aacute; hoy mismo; estoy decidido... S&aacute;belo, <i>mad&oacute;</i>,
+antes de que la noticia corra: me caso.</p>
+
+<p>La criada junt&oacute; las manos devotamente para expresar su asombro y elev&oacute;
+la mirada al techo. &iexcl;Sant&iacute;simo Cristo de la Sangre! Ya era hora... Antes
+deb&iacute;a haberlo hecho, y otro ser&iacute;a el estado de la casa. Despert&oacute;se en
+ella la curiosidad, y pregunt&oacute; con una avidez de campesina:</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Es rica?...</p>
+
+<p>El gesto afirmativo del se&ntilde;or no la sorprendi&oacute;. Forzosamente hab&iacute;a de
+ser rica. S&oacute;lo una mujer que llevase con ella una gran fortuna pod&iacute;a
+aspirar a unirse con el &uacute;ltimo de los Febrer, que hab&iacute;an sido los
+hombres m&aacute;s notables de la isla y tal vez del mundo entero.</p>
+
+<p>La pobre <i>mad&oacute;</i> pens&oacute; en su cocina, pobl&aacute;ndola instant&aacute;neamente con la
+imaginaci&oacute;n de vasijas de cobre brillantes como oro, vi&eacute;ndola con todos
+los fogones encendidos, llena de muchachas de brazos arremangados, el
+rebocillo atr&aacute;s, la trenza flotante, y ella en medio, sentada en un
+sill&oacute;n, dando &oacute;rdenes y aspirando el deleitoso tufillo de las cacerolas.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Ser&aacute; joven!&mdash;afirm&oacute; la vieja, para sacar m&aacute;s noticias a su se&ntilde;or.</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;, joven; mucho m&aacute;s joven que yo; demasiado joven: unos veintid&oacute;s
+a&ntilde;os. Poco me falta para poder ser su padre.</p>
+
+<p><i>Mad&oacute;</i> hizo un gesto de protesta. Don Jaime era el hombre m&aacute;s guapo de
+la isla. Lo dec&iacute;a ella, que le hab&iacute;a admirado desde los tiempos en que
+iba con pantal&oacute;n corto y lo llevaba de la mano a pasear entre los pinos
+inmediatos al castillo de Bellver. Era un Febrer, de aquella familia de
+se&ntilde;orones arrogantes, y con esto quedaba dicho todo.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y es de buena casa?&mdash;sigui&oacute; preguntando para forzar el laconismo de
+su se&ntilde;or&mdash;. Familia de caballeros indudablemente; de lo mejorcito de la
+isla... Pero no: ya adivino. Tal vez es de Madrid. Alg&uacute;n noviazgo de
+cuando usted viv&iacute;a all&aacute;.</p>
+
+<p>Jaime qued&oacute; indeciso unos instantes, palideci&oacute;, y luego dijo con ruda
+energ&iacute;a, para ocultar su turbaci&oacute;n:</p>
+
+<p>&mdash;No, <i>mad&oacute;</i>... Es una <i>chueta</i>.</p>
+
+<p>Antonia fue a juntar las manos, como momentos antes, invocando otra vez
+la Sangre de Cristo, tan venerada en Palma; pero de pronto se dilataron
+las arrugas de su rostro moreno, y rompi&oacute; a re&iacute;r... &iexcl;Qu&eacute; se&ntilde;or tan
+alegre! Lo mismo que su abuelo. Dec&iacute;a las cosas m&aacute;s estupendas e
+incre&iacute;bles con una seriedad que enga&ntilde;aba a las gentes. &iexcl;Y ella, pobre
+boba, que hab&iacute;a cre&iacute;do tales bromas! Tal vez hasta lo del casamiento era
+mentira...</p>
+
+<p>&mdash;No, <i>mad&oacute;</i>. Me caso con una <i>chueta</i>... Me caso con la hija de don
+Benito Valls. Para eso ir&eacute; hoy a Valldemosa.</p>
+
+<p>La voz apagada de Jaime, sus ojos bajos, el acento t&iacute;mido con que
+susurr&oacute; tales palabras, quitaron toda duda a la sirviente. Qued&oacute; &eacute;sta
+con la boca abierta, los brazos ca&iacute;dos, sin fuerzas para levantar las
+manos ni los ojos.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Se&ntilde;or... Se&ntilde;or... Se&ntilde;or!...</p>
+
+<p>Le era imposible decir m&aacute;s. Crey&oacute; que hab&iacute;a sonado un trueno, haciendo
+estremecerse la vieja casa; que un nubarr&oacute;n acababa de pasar ante el
+sol, obscureci&eacute;ndolo; que el mar se volv&iacute;a plomizo, avanzando en
+encrespadas olas contra la muralla. Luego vio que todo estaba lo mismo,
+que s&oacute;lo ella se hab&iacute;a conmovido con esta noticia estupenda, digna de
+trastornar el orden de lo existente.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Se&ntilde;or... Se&ntilde;or... Se&ntilde;or!...</p>
+
+<p>Y agarrando el vac&iacute;o taz&oacute;n y los restos del pan, ech&oacute; a correr, deseosa
+de refugiarse cuanto antes en la cocina. Despu&eacute;s de o&iacute;r tales horrores,
+la casa le inspiraba miedo. Deb&iacute;a andar alguien por los venerables
+salones de la otra parte del edificio: alguien que ella no pod&iacute;a saber
+qui&eacute;n fuese, pero que seguramente acababa de despertar de un sue&ntilde;o de
+siglos. Aquel palacio ten&iacute;a un alma. Cuando la vieja quedaba sola en &eacute;l,
+cruj&iacute;an los muebles como si hablasen entre ellos, palpitaban los tapices
+movidos por su cara oculta, vibraba en un rinc&oacute;n un arpa dorada de la
+abuela de don Jaime, y ella no sent&iacute;a miedo nunca, porque los Febrer
+hab&iacute;an sido gente buena, simple y bondadosa con sus servidores. &iexcl;Pero
+ahora, despu&eacute;s de o&iacute;r tales cosas!... Pensaba con cierta inquietud en
+los retratos que adornaban la pieza de recibimiento. &iexcl;Qu&eacute; cara la de
+aquellos se&ntilde;ores, si hab&iacute;an llegado hasta ellos las palabras de su
+descendiente!</p>
+
+<p><i>Mad&oacute;</i> Antonia acab&oacute; por serenarse, bebiendo los restos del caf&eacute;
+preparado para el se&ntilde;or. Ya no ten&iacute;a miedo, pero sent&iacute;a honda tristeza
+por la suerte de don Jaime, como si le viese en peligro de muerte.
+&iexcl;Acabar de este modo la casa de los Febrer! &iquest;Y Dios pod&iacute;a tolerar tales
+cosas?... Cierto desprecio por el se&ntilde;or vino a sobreponerse
+moment&aacute;neamente al antiguo cari&ntilde;o. Al fin, un calavera olvidado de la
+religi&oacute;n y las buenas costumbres, que hab&iacute;a derrochado lo que restaba de
+la fortuna de su casa. &iquest;Qu&eacute; iban a decir sus ilustres parientes? &iexcl;Qu&eacute;
+verg&uuml;enza la de su t&iacute;a do&ntilde;a Juana, <i>aquella noble se&ntilde;ora&mdash;la m&aacute;s santa y
+linajuda de la isla</i>&mdash;a la que, unos por burla y otros por exceso de
+veneraci&oacute;n, llamaban &laquo;la Papisa&raquo;!</p>
+
+<p>&mdash;Adi&oacute;s, <i>mad&oacute;</i>... Al anochecer estar&eacute; de vuelta.</p>
+
+<p>La vieja salud&oacute; con un gru&ntilde;ido a Jaime, que asomaba la cabeza para
+despedirse. Luego, vi&eacute;ndose sola, levant&oacute; los brazos, invocando la ayuda
+de la Sangre de Cristo, de la Virgen del Lluch, patrona de la isla, y
+del portentoso San Vicente Ferrer, que tantos milagros hab&iacute;a realizado
+durante sus predicaciones en Mallorca. &iexcl;Uno m&aacute;s, santo prodigioso, para
+evitar la monstruosidad que proyectaba su se&ntilde;or!... &iexcl;Que cayese un
+pedrusco de las monta&ntilde;as, interceptando para siempre el camino de
+Valldemosa; que volcase el carruaje y trajeran a don Jaime entre cuatro
+hombres... todo antes que aquella verg&uuml;enza!</p>
+
+<p>Febrer atraves&oacute; el recibimiento, abri&oacute; la puerta de la escalera y empez&oacute;
+a descender los suaves pelda&ntilde;os. Sus abuelos, como todos los nobles de
+la isla, constru&iacute;an en grande. La escalera y el zagu&aacute;n ocupaban una
+tercera parte de los bajos de la casa. Una especie de <i>loggia</i> a la
+italiana, con cinco arcos sostenidos por delgadas columnas, extend&iacute;ase a
+la terminaci&oacute;n de la escalera, abri&eacute;ndose en sus extremos las dos
+puertas que daban acceso a las dos alas superiores del edificio. En el
+centro de su baranda, situada sobre el arranque de la escalera, frente a
+la puerta de la calle, estaba el escudo en piedra de los Febrer, con un
+farol&oacute;n de hierro forjado.</p>
+
+<p>Jaime, al descender, chocaba su bast&oacute;n en la piedra arenisca de los
+escalones o tocaba las grandes &aacute;nforas barnizadas que adornaban los
+rellanos, y &eacute;stas devolv&iacute;an el golpe con una sonoridad de campana. La
+baranda de hierro, oxidada por los a&ntilde;os y deshaci&eacute;ndose en herrumbrosas
+escamas, temblaba, casi suelta de sus alv&eacute;olos, con el ruido de los
+pasos.</p>
+
+<p>Al llegar al zagu&aacute;n, Febrer se detuvo. La extrema resoluci&oacute;n que hab&iacute;a
+adoptado, y que iba a influir para siempre en los destinos de su nombre,
+le hizo mirar con curiosidad los mismos lugares que antes cruzaba
+indiferente.</p>
+
+<p>En ninguna parte del edificio se notaba como aqu&iacute; la antigua
+prosperidad. El zagu&aacute;n, enorme cual una plaza, pod&iacute;a admitir m&aacute;s de una
+docena de carrozas y todo un escuadr&oacute;n de jinetes.</p>
+
+<p>Doce columnas algo panzudas, de m&aacute;rmol avellanado de la isla, sosten&iacute;an
+los arcos de piedra cortada en piezas, sin revestimiento alguno, encima
+de los cuales extend&iacute;ase el techo de vigas negras. El pavimento era de
+guijarros, y entre ellos crec&iacute;a el musgo de la humedad. Una frescura de
+ruina extend&iacute;ase por esta entrada gigantesca y solitaria. Un gato
+atraves&oacute; el zagu&aacute;n, saliendo por el orificio de una puerta carcomida de
+las antiguas cuadras, para desaparecer en los abandonados subterr&aacute;neos
+que hab&iacute;an guardado las cosechas en otros tiempos. A un lado, hab&iacute;a un
+pozo de la misma &eacute;poca en que se construy&oacute; el palacio, un orificio
+abierto en la roca, con brocal de piedra ro&iacute;da por el tiempo y una
+espada&ntilde;a de hierro trabajada a martillo. La hiedra crec&iacute;a en frescos
+ramilletes entre los salientes de la pulida piedra. Muchas veces, Jaime,
+siendo ni&ntilde;o, se hab&iacute;a asomado para contemplarse all&aacute; abajo, en la pupila
+circular y luminosa de sus aguas dormidas.</p>
+
+<p>La calle estaba solitaria. Al final de ella, junto, a las tapias del
+jard&iacute;n de los Febrer, ve&iacute;ase la muralla de la ciudad, y abierto en esta
+muralla un portal&oacute;n con barrotes de madera en su arco, iguales a los
+dientes de una boca enorme de pescado. En el fondo de esta boca
+temblaban, verdes y luminosas, las aguas de la bah&iacute;a.</p>
+
+<p>Anduvo Jaime algunos pasos por las azuladas piedras de la calle, falta
+de aceras, y se detuvo luego para contemplar su casa. No era m&aacute;s que un
+peque&ntilde;o resto del pasado. El antiguo palacio de los Febrer ocupaba toda
+una manzana, pero hab&iacute;a ido empeque&ntilde;eci&eacute;ndose con el paso de los siglos
+y los apuros de la familia. Ahora una parte de &eacute;l era residencia de
+monjas, y otras fracciones hab&iacute;an sido adquiridas por ciertos ricos, que
+desfiguraban con balconajes modernos la primitiva unidad del edificio,
+atestiguada por la l&iacute;nea uniforme de aleros y tejados. Los mismos
+Febrer, refugiados en la parte del caser&oacute;n que miraba al jard&iacute;n y al
+mar, hab&iacute;an tenido que ceder los pisos bajos, para aumento de sus
+rentas, a almacenistas y peque&ntilde;os industriales. Junto a la portada
+se&ntilde;orial, tras unas vidrieras, trabajaban planchando ropa blanca algunas
+muchachas, que saludaron a don Jaime con respetuosa sonrisa. &Eacute;ste sigui&oacute;
+inm&oacute;vil en su contemplaci&oacute;n de la antigua casa.</p>
+
+<p>&iexcl;Qu&eacute; hermosa todav&iacute;a, a pesar de sus amputaciones y su vejez!...</p>
+
+<p>La piedra del z&oacute;calo, agujereada y combada hacia dentro por el roce de
+personas y carruajes, estaba partida por varios tragaluces con rejas a
+ras del suelo. La parte baja del palacio mostr&aacute;base ro&iacute;da, lacerada y
+polvorienta, como unos pies que hubiesen caminado durante siglos.</p>
+
+<p>A partir del entresuelo, piso con entrada independiente, que hab&iacute;a sido
+alquilado a un almacenista de drogas, comenzaba a desarrollarse el
+esplendor se&ntilde;orial de la fachada. Tres ventanales al nivel del arco del
+portal&oacute;n, divididos por dobles columnas, mostraban sus marcos de m&aacute;rmol
+negro finamente trabajado. Los p&eacute;treos cardos trepaban por las columnas
+que sosten&iacute;an las cornisas, y sobre estas &uacute;ltimas campeaban tres grandes
+medallones: el del centro con el busto del Emperador y la inscripci&oacute;n
+<i>Dominus Carolus Imperator 1541</i>, recuerdo de su paso por Mallorca para
+la infortunada expedici&oacute;n de Argel; los de los lados ostentando las
+armas de los Febrer, sostenidos por peces con barbudas cabezas de
+hombre. En las grandes ventanas del primer piso trepaban por jambas y
+cornisas unas guirnaldas formadas con anclas y delfines, testimonio de
+las glorias de esta familia de navegantes. Sobre sus remates abr&iacute;anse
+enormes conchas. En la parte m&aacute;s alta de la fachada extend&iacute;ase una fila
+compacta de ventanillas con adornos g&oacute;ticos, unas tapiadas, otras
+abiertas para dar luz y aire a los desvanes, y sobre ellas el alero
+monumental, el alero grandioso, como s&oacute;lo se encuentra en los palacios
+de Mallorca, extendiendo hasta el promedio de la calle su ensamblaje de
+maderos tallados, ennegrecidos por el tiempo y sostenidos por vigorosas
+g&aacute;rgolas.</p>
+
+<p>Por toda la fachada extend&iacute;anse, formando cuadril&aacute;teros, listones de
+madera carcomida con clavos y abrazaderas de hierro oxidado. Eran restos
+de las grandes iluminaciones con que la casa conmemoraba ciertas fiestas
+en sus tiempos de esplendor.</p>
+
+<p>Jaime pareci&oacute; satisfecho de este examen. A&uacute;n era hermoso el palacio de
+sus abuelos, a pesar de las ventanas faltas de cristales, del polvo y
+las telara&ntilde;as amontonados en los huecos, de los desgarrones que los
+siglos hab&iacute;an abierto en su revoque. Cuando &eacute;l se casase y la fortuna
+del viejo Valls pasara a sus manos, iban todos a asombrarse de la
+magn&iacute;fica resurrecci&oacute;n de los Febrer. &iquest;Y a&uacute;n se escandalizaban algunos
+de su resoluci&oacute;n y sent&iacute;a &eacute;l ciertos escr&uacute;pulos?... &iexcl;Adelante!</p>
+
+<p>Se dirigi&oacute; hacia el Borne, ancha avenida que es el centro de Palma,
+antiguo torrente que en otros tiempos separaba la ciudad en dos villas y
+dos bandos enemigos: <i>Can Amunt y Can Avall</i>. All&iacute; encontrar&iacute;a un coche
+que le llevase a Valldemosa.</p>
+
+<p>Al entrar en el Borne atrajo su atenci&oacute;n la inmovilidad de varios
+paseantes que bajo la sombra de los copudos &aacute;rboles contemplaban a unos
+campesinos detenidos ante el escaparate de una tienda. Febrer reconoci&oacute;
+sus trajes, distintos de los usados por los payeses de la isla. Eran
+ibicencos... &iexcl;Ah, Ibiza! El nombre de esta isla evocaba el recuerdo de
+un a&ntilde;o remoto de su adolescencia pasado all&aacute;. Al ver a aquellas gentes
+que hac&iacute;an sonre&iacute;r a los mallorquines como si fuesen extranjeros, Jaime
+sonri&oacute; tambi&eacute;n, mirando con inter&eacute;s sus trajes y figuras.</p>
+
+<p>Eran, indudablemente, un padre con su hija y su hijo. El campesino
+calzaba alpargatas blancas, sobre las que ca&iacute;a la ancha campana de un
+pantal&oacute;n de pana azul. Su chaqueta-blusa iba sujeta sobre el pecho con
+un broche, dejando ver la camisa y la faja. Un mant&oacute;n obscuro de mujer
+descansaba sobre sus hombros como un chal, y para completar este atav&iacute;o
+semifemenil, que contrastaba con sus facciones duras y morenas de moro,
+llevaba bajo el sombrero un pa&ntilde;uelo anudado en el ment&oacute;n, con las puntas
+colgando sobre la espalda. El hijo, que parec&iacute;a tener catorce a&ntilde;os, iba
+vestido como &eacute;l, con el mismo pantal&oacute;n estrecho de pierna y amplio de
+campana, pero sin el mant&oacute;n ni el pa&ntilde;uelo. Un lazo de color de rosa
+pend&iacute;a sobre su pecho a guisa de corbata, un ramito de hierbas asomaba a
+una de sus orejas, y el sombrero de cinta bordada a flores echado sobre
+el cogote dejaba en libertad una onda de rizos cayendo sobre el rostro
+moreno, enjuto, malicioso, animado por la luz de unos ojos africanos, de
+intensa negrura.</p>
+
+<p>La muchacha era la que llamaba m&aacute;s la atenci&oacute;n, con su falda verde de
+menudos pliegues, bajo la cual se adivinaba la presencia de otras
+faldas, hinchado globo de varias envolturas que parec&iacute;a empeque&ntilde;ecer a&uacute;n
+m&aacute;s los pies finos y graciosos encerrados en blancas alpargatas. El
+pecho ocultaba sus contornos salientes bajo un mantoncillo amarillento
+con flores rojas. De &eacute;ste surg&iacute;an unas mangas de terciopelo de distinto
+color que el jub&oacute;n, adornadas con doble fila de botones de filigrana,
+obra de los plateros <i>chuetas</i>. Una triple cadena de oro deslumbrante,
+rematada por una cruz, part&iacute;a su pecho, pero con eslabones tan enormes,
+que a no ser huecos la hubiesen agobiado bajo su pesadumbre. El pelo
+negro separ&aacute;base en dos crenchas sobre la frente y se perd&iacute;a bajo un
+pa&ntilde;uelo blanco anudado en el ment&oacute;n, volviendo a surgir atr&aacute;s en forma
+de trenza larga y enorme, con adorno de cintas multicolores que tocaban
+el borde de la falda.</p>
+
+<p>La muchacha, con una cestilla al brazo, permanec&iacute;a inm&oacute;vil en el borde
+de la acera, admirando las altas casas y las terrazas de los caf&eacute;s. Era
+blanca y sonrosada, sin la rudeza cobriza y dura de las hembras del
+campo. Ten&iacute;a en sus facciones una delicadeza de monja aristocr&aacute;tica y
+bien cuidada, una p&aacute;lida suavidad, animada por el reflejo luminoso de la
+dentadura y el t&iacute;mido brillo de sus ojos bajo el pa&ntilde;uelo semejante a una
+toca mon&aacute;stica.</p>
+
+<p>Jaime, por una curiosidad instintiva, se aproxim&oacute; al padre y al hijo,
+vueltos de espaldas a la muchacha y enfrascados en la contemplaci&oacute;n del
+escaparate. Era una tienda de armas. Los dos ibicencos examinaban una
+por una todas las expuestas, con ojos ardientes y gestos de devoci&oacute;n,
+cual si adorasen &iacute;dolos milagrosos. El muchacho avanzaba su cabeza de
+peque&ntilde;o moro, como si pretendiese introducirla por el cristal.</p>
+
+<p>&mdash;<i>Fluxas... &iexcl;Pare, fluxas!</i>&mdash;exclamaba con la sorpresa del que
+encuentra un amigo inesperado, se&ntilde;alando a su padre unos pistolones
+Lefaucheux.</p>
+
+<p>Pero la admiraci&oacute;n de los dos era para las armas desconocidas, que les
+parec&iacute;an maravillosas obras de arte: para las escopetas sin llaves
+visibles, las carabinas de repetici&oacute;n y las pistolas con dep&oacute;sito, que
+pod&iacute;an hacer seguidamente muchos disparos. &iexcl;Lo que inventan los hombres!
+&iexcl;Lo que gozan los ricos!... Aquellas armas inm&oacute;viles les parec&iacute;an seres
+vivientes, con un alma maligna y un poder sin l&iacute;mites. Deb&iacute;an matar
+solas, sin que su due&ntilde;o se tomase el trabajo de apuntar.</p>
+
+<p>La imagen de Febrer reflej&aacute;ndose en el cristal hizo volver al padre la
+cabeza r&aacute;pidamente.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Don Chaume!... &iexcl;Ay, don Chaume!</i></p>
+
+<p>Tal fue el aturdimiento de su sorpresa y tan grande su alegr&iacute;a, que,
+agarrando las manos de Febrer, falt&oacute; poco para que se arrodillase al
+mismo tiempo que hablaba tembloroso. Estaban entreteni&eacute;ndose en el Borne
+para ir a casa de don Jaime cuando &eacute;ste se hubiese levantado. Ya sab&iacute;a
+&eacute;l que los se&ntilde;ores se acuestan tarde. &iexcl;Qu&eacute; felicidad verle!... &iexcl;Aqu&iacute; los
+<i>atlots</i>, y que mirasen bien al se&ntilde;or! Era don Jaime: era el amo. Diez
+a&ntilde;os que no le hab&iacute;a visto, pero lo mismo le hubiese reconocido entre
+mil personas.</p>
+
+<p>Febrer, desconcertado por las vehemencias cari&ntilde;osas del pay&eacute;s y la
+curiosidad respetuosa de sus dos hijos, plantados ante &eacute;l, no acertaba a
+coordinar sus recuerdos. El buen hombre adivin&oacute; este olvido en su mirada
+indecisa. &iquest;De veras que no le reconoc&iacute;a? Pep Arabi, de Ibiza... Pero
+esto mismo no dec&iacute;a gran cosa, pues en la isla s&oacute;lo existen seis o siete
+apellidos, y Arabi eran una cuarta parte de sus habitantes. Se
+explicar&iacute;a mejor. Pep de <i>Can Mallorqu&iacute;.</i></p>
+
+<p>Febrer sonri&oacute;. &iexcl;Ah, <i>Can Mallorqu&iacute;!</i> Un pobre predio de Ibiza donde &eacute;l
+hab&iacute;a pasado un a&ntilde;o siendo muchacho: la &uacute;nica herencia de su madre.
+Hac&iacute;a doce a&ntilde;os que <i>Can Mallorqu&iacute;</i> no era suyo. Se lo hab&iacute;a vendido a
+Pep, cuyos padres y abuelos ven&iacute;an cultivando la finca.</p>
+
+<p>Fue esto en la &eacute;poca que a&uacute;n ten&iacute;a dinero. &iquest;Pero de qu&eacute; pod&iacute;a servirle
+aquella tierra en una isla apartada a la que no volver&iacute;a nunca?... Y en
+una genialidad de gran se&ntilde;or bondadoso, la cedi&oacute; a Pep a bajo precio,
+capitaliz&aacute;ndola con arreglo al arrendamiento tradicional y concediendo
+amplios plazos para el pago; cantidades que, al sobrevenir despu&eacute;s
+&eacute;pocas de apuro, hab&iacute;an representado muchas veces para &eacute;l una alegr&iacute;a
+inesperada. Hac&iacute;a varios a&ntilde;os que Pep hab&iacute;a satisfecho su deuda, y sin
+embargo, aquellas buenas gentes segu&iacute;an llam&aacute;ndole amo, y al verle ahora
+sent&iacute;an la impresi&oacute;n del que se halla en presencia de un ser superior.</p>
+
+<p>Pep Arabi fue presentando a su familia. La <i>atlota</i> era la mayor, y se
+llamaba Margalida: una verdadera mujer, aunque s&oacute;lo ten&iacute;a diez y siete
+a&ntilde;os. El <i>atlot</i>, que era casi un hombre, contaba trece.</p>
+
+<p>Quer&iacute;a trabajar la tierra, como su padre y sus abuelos, pero &eacute;l lo
+destinaba al Seminario de Ibiza, ya que era listo en asuntos de letra.
+Sus tierras las guardaba para un muchacho bueno y trabajador que se
+casase con Margalida. Ya andaban muchos en la isla tras de ella, y
+apenas volviesen iba a empezar la temporada de los <i>festeigs</i>, el
+cortejo tradicional, para que escogiese marido.</p>
+
+<p>Pepet, su hijo, estaba llamado a m&aacute;s altos destinos: iba a ser cura, y
+despu&eacute;s que cantase misa entrar&iacute;a en un regimiento o se embarcar&iacute;a con
+rumbo a Am&eacute;rica, como lo hab&iacute;an hecho otros ibicencos que recog&iacute;an all&aacute;
+mucho dinero y lo enviaban a sus padres para comprar tierras en la isla.</p>
+
+<p>&iexcl;Ay, don Jaime, y c&oacute;mo pasa el tiempo!... &Eacute;l hab&iacute;a visto al se&ntilde;or casi
+un ni&ntilde;o, cuando pas&oacute; un verano con su madre en <i>Can Mallorqu&iacute;.</i> Pep le
+hab&iacute;a ense&ntilde;ado a manejar la escopeta, a cazar los primeros p&aacute;jaros. &laquo;&iquest;Se
+acuerda <i>vostra merc&eacute;?...&raquo;</i> &Eacute;l estaba entonces para casarse; a&uacute;n viv&iacute;an
+sus padres. Luego s&oacute;lo se hab&iacute;an visto una vez, en Palma, para la venta
+del predio&mdash;un gran favor que no olvidaba nunca&mdash;; y ahora, cuando
+volv&iacute;a a presentarse, ya era casi un viejo, con hijos tan altos como &eacute;l.</p>
+
+<p>Al explicar su viaje, ense&ntilde;aba su fuerte dentadura de campesino con
+sonrisas de inocente malicia. &iexcl;Una verdadera calaverada, de la que
+hablar&iacute;an mucho tiempo las gentes all&aacute; en Ibiza! &Eacute;l hab&iacute;a sido siempre
+andariego y atrevido: resabios del tiempo en que fue soldado. El patr&oacute;n
+de un la&uacute;d, gran amigo suyo, ten&iacute;a carga para Mallorca, y le hab&iacute;a
+invitado como por broma. Pero con &eacute;l no val&iacute;an bromas: &iexcl;lo pensado,
+hecho al instante! Los chicos no hab&iacute;an estado en Mallorca; en toda la
+parroquia de San Jos&eacute;, que era la suya, no llegaban a una docena las
+personas que conoc&iacute;an la capital. Muchos hab&iacute;an ido a Am&eacute;rica; uno hab&iacute;a
+estado en Australia. Algunas vecinas hablaban de sus viajes a Argelia en
+faluchos contrabandistas; pero a Mallorca nadie iba, y con raz&oacute;n. &laquo;No
+nos quieren, don Jaime: nos miran como animales raros, nos creen
+salvajes, como si no fu&eacute;semos todos hijos de Dios...&raquo; Y all&iacute; estaba &eacute;l
+con sus <i>atlots</i>, aguantando desde por la ma&ntilde;ana la curiosidad de las
+gentes, lo mismo que si fuesen moros. Diez horas de navegaci&oacute;n con un
+mar magn&iacute;fico; la <i>atlota</i> llevaba en la cesta la comida para los tres.
+Se marchar&iacute;an al amanecer del d&iacute;a siguiente, pero &eacute;l deseaba antes
+hablar con el amo. Ten&iacute;an que tratar negocios.</p>
+
+<p>Jaime hizo un gesto de extra&ntilde;eza, prestando mayor atenci&oacute;n a las
+palabras de Pep. Este se expres&oacute; con cierta timidez, embarull&aacute;ndose en
+sus palabras. Los almendros eran la mejor riqueza de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>. El
+a&ntilde;o anterior la cosecha hab&iacute;a sido buena, y &eacute;ste no se presentaba mal.
+Se vend&iacute;a a buen precio a los patrones, que la embarcaban para Palma y
+Barcelona. &Eacute;l hab&iacute;a plantado de almendros casi todos sus campos, y ahora
+pensaba desmontar y limpiar de piedras ciertas tierras del se&ntilde;or,
+cultivando trigo en ellas, el preciso nada m&aacute;s para el consumo de la
+familia.</p>
+
+<p>Febrer no ocult&oacute; su asombro. &iquest;Qu&eacute; tierras eran aqu&eacute;llas?... &iquest;Pero le
+quedaba algo en Ibiza?... Pep sonri&oacute;. No eran tierras precisamente: era
+un pe&ntilde;&oacute;n, un promontorio de rocas avanzado sobre el mar, pero que pod&iacute;a
+aprovecharse por la parte de tierra formando algunos bancales en su
+pendiente. Arriba estaba la torre del Pirata, &iquest;no se acordaba el
+se&ntilde;or?... Una fortificaci&oacute;n del tiempo de los corsarios, a la que hab&iacute;a
+subido don Jaime muchas veces cuando ni&ntilde;o, lanzando gritos de pelea, con
+un garrote de sabina en la mano, dando &oacute;rdenes para el asalto a un
+ej&eacute;rcito imaginario.</p>
+
+<p>El se&ntilde;or, que hab&iacute;a cre&iacute;do por un instante en el descubrimiento de una
+finca olvidada, la &uacute;nica de la que pod&iacute;a ser verdadero due&ntilde;o, sonri&oacute;
+tristemente. &iexcl;Ah, la torre del Pirata! Se acordaba de ella. Una roca
+caliza, un avance de la costa, en cuyos intersticios nac&iacute;an plantas
+salvajes, refugio y alimento de conejos. El viejo fort&iacute;n de piedra era
+una ruina que lentamente iba deshaci&eacute;ndose bajo los embates del tiempo y
+los soplos del mar. Los sillares ca&iacute;an de sus alv&eacute;olos; las almenas
+ten&iacute;an las puntas ro&iacute;das. Al vender <i>Can Mallorqu&iacute;,</i> la torre hab&iacute;a
+quedado fuera del contrato, tal vez por olvido, a causa de su
+inutilidad. Pod&iacute;a hacer Pep lo que gustase: &eacute;l no hab&iacute;a de volver jam&aacute;s
+a aquel lugar olvidado de su juventud.</p>
+
+<p>Y como el pay&eacute;s pretendiese hablar de futuras remuneraciones, don Jaime
+le ataj&oacute; con un gesto de gran se&ntilde;or. Luego mir&oacute; a la muchacha. Muy
+guapa; parec&iacute;a una se&ntilde;orita disfrazada; en la isla deb&iacute;an ir los
+<i>atlots</i> locos tras de ella.</p>
+
+<p>El padre sonri&oacute;, orgulloso y turbado por estos elogios. &laquo;&iexcl;Saluda,
+<i>atlota</i>! &iquest;C&oacute;mo se dice?...&raquo;</p>
+
+<p>La hablaba como si fuese una ni&ntilde;a, y ella, con los ojos bajos, el rostro
+coloreado por una llamarada de sangre, cogiendo con la diestra una punta
+de su delantal, murmur&oacute; tr&eacute;mula algunas palabras en ibicenco: &laquo;No; no
+soy guapa. Servidora de vuestra merc&eacute;...&raquo;</p>
+
+<p>Febrer dio por terminada la entrevista, ordenando a Pep y a los suyos
+que fuesen a su casa. El pay&eacute;s conoc&iacute;a de antiguo a <i>mad&oacute;</i> Antonia, y la
+vieja tendr&iacute;a mucho gusto en verle. Comer&iacute;an con ella lo que tuviese. Ya
+les ver&iacute;a al anochecer, cuando volviese de Valldemosa. &laquo;&iexcl;Adi&oacute;s, Pep!
+&iexcl;Adi&oacute;s, <i>atlots</i>!&raquo;</p>
+
+<p>E hizo se&ntilde;as a un cochero sentado en el pescante de un carruaje
+mallorqu&iacute;n, veh&iacute;culo liger&iacute;simo, montado sobre cuatro ruedas finas, con
+alegre toldo de lona blanca.</p>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="IIa" id="IIa"></a><a href="#toc">II</a></h2>
+
+
+<p>Febrer, al verse fuera de Palma, en plena campi&ntilde;a primaveral, se
+arrepinti&oacute; de su vida presente. Llevaba un a&ntilde;o sin salir de la ciudad,
+pasando las tardes en los caf&eacute;s del Borne y las noches en la sala de
+juego del Casino.</p>
+
+<p>&iexcl;No ocurr&iacute;rsele nunca asomar la cabeza fuera de Palma para ver el campo,
+de un verde tierno, con sus acequias susurrantes; el cielo, de suave
+azul, en el que flotaban islotes de blancos vellones; las colinas, de un
+verde obscuro, con sus molinillos de viento braceando en la cumbre; las
+sierras abruptas, de color de rosa, cerrando el fondo; todo el paisaje
+risue&ntilde;o y rumoroso que hab&iacute;a asombrado a los navegantes antiguos,
+haci&eacute;ndoles llamar a Mallorca la isla Afortunada!... Cuando, gracias a
+su casamiento, adquiriese una fortuna y pudiera rescatar el hermoso
+predio de <i>Son Febrer,</i> pasar&iacute;a en &eacute;l la mayor parte del a&ntilde;o, lo mismo
+que sus ascendientes, haciendo la vida r&uacute;stica y ben&eacute;fica de un gran
+se&ntilde;or, dadivoso y respetado. El carruaje, a todo correr de sus dos
+caballos, rozaba y dejaba atr&aacute;s una fila de payeses que volv&iacute;an de la
+ciudad por el borde del camino. Eran esbeltas mujeres morenas, llevando
+sobre la trenza y el blanco rebocillo un ancho sombrero de paja con
+cintas colgantes y ramos de flores silvestres; hombres vestidos de dril
+rayado&mdash;la llamada tela mallorqu&iacute;na&mdash;, con fieltros echados atr&aacute;s que
+parec&iacute;an una aureola negra o gris en torno de sus rostros afeitados.</p>
+
+<p>Recordaba Febrer las sinuosidades de este camino, por el que no hab&iacute;a
+pasado en algunos a&ntilde;os, lo mismo que un extranjero que volviese a la
+isla despu&eacute;s de una visita remota. M&aacute;s adelante se bifurcaba la ruta:
+una rama se dirig&iacute;a a Valldemosa y otra a S&oacute;ller... &iexcl;Ay, S&oacute;ller!... &iexcl;La
+ni&ntilde;ez olvidada que acud&iacute;a de golpe a su memoria! Todos los a&ntilde;os, en un
+carruaje como aqu&eacute;l, emprend&iacute;a la familia de Febrer su viaje a S&oacute;ller,
+donde pose&iacute;a una antigua casa, de amplio zagu&aacute;n, la casa de la Luna,
+llamada as&iacute; por un hemisferio de piedra con ojos y nariz que adornaba lo
+alto del portal&oacute;n, representando al astro de la noche.</p>
+
+<p>Era siempre a principios de Mayo. El peque&ntilde;o Febrer, cuando el carruaje
+transpon&iacute;a una garganta, en lo m&aacute;s alto de la sierra, lanzaba gritos de
+alegr&iacute;a contemplando a sus pies el valle de S&oacute;ller, el jard&iacute;n de las
+Hesp&eacute;rides de la isla. Las monta&ntilde;as, obscuras de pinares y moteadas de
+blancas casitas, ten&iacute;an las cumbres envueltas en turbantes de vapores.
+Abajo, en torno a la villa y prolong&aacute;ndose por todo el valle hasta el
+mar invisible, estaban los huertos de naranjos. La primavera estallaba
+sobre este suelo feliz con una explosi&oacute;n de colores y perfumes. Las
+plantas salvajes crec&iacute;an entre los pe&ntilde;ascos coronados de flores; los
+&aacute;rboles ten&iacute;an los troncos vestidos de serpenteante verdura; las pobres
+casas de los payeses ocultaban su miseria ruinosa bajo s&aacute;banas de
+rosales trepadores. Acud&iacute;an de todos los pueblos del contorno a la
+fiesta de S&oacute;ller las r&uacute;sticas familias: las mujeres con blancos
+rebocillos, pesadas mantillas y botones de oro en las mangas; los
+hombres con vistosos chalecos, capotes de pa&ntilde;o y fieltros con cintas de
+color. Gangueaba la dulzaina llamando al baile; pasaban de mano en mano
+los vasos de dulce aguardiente de la isla y de vino de Ba&ntilde;albufar. Era
+la alegr&iacute;a de la paz despu&eacute;s de mil a&ntilde;os de guerra y de pirater&iacute;a con
+los pueblos infieles del Mediterr&aacute;neo: la regocijada conmemoraci&oacute;n de la
+victoria conseguida por los payeses de S&oacute;ller sobre una flota de
+corsarios turcos en el siglo xvi.</p>
+
+<p>En el puerto, los pescadores, disfrazados de musulmanes y de guerreros
+cristianos, fing&iacute;an a trabucazos y estocadas sobre sus pobres barcas una
+batalla naval, o se persegu&iacute;an por los caminos inmediatos a la costa. En
+la iglesia se celebraba una fiesta para conmemorar la milagrosa
+victoria, y Jaime, sentado junto a su madre en un sitio honor&iacute;fico,
+estremec&iacute;ase de emoci&oacute;n escuchando al predicador, lo mismo que cuando
+le&iacute;a una novela interesante en la biblioteca que su abuelo ten&iacute;a en
+Palma, en el segundo piso de la casa.</p>
+
+<p>El vecindario se pon&iacute;a en armas con los habitantes de Alar&oacute; y Bu&ntilde;ola, al
+saber por una barca de Ibiza que veintid&oacute;s galeotas turcas con algunas
+galeras marchaban sobre S&oacute;ller, la m&aacute;s rica poblaci&oacute;n de la isla. Mil
+setecientos turcos y africanos, lo peor de la pirater&iacute;a, tomaban tierra
+atra&iacute;dos por la riqueza del pueblo, y m&aacute;s a&uacute;n por el deseo de asaltar
+cierto convento de monjas, donde viv&iacute;an retiradas del mundo j&oacute;venes
+hermosas y de ilustre familia. Divididos en dos columnas, marchaba una
+contra la tropa de cristianos que hab&iacute;a salido a su encuentro, mientras
+la otra, dando un rodeo, penetraba en la poblaci&oacute;n, cautivando doncellas
+y mancebos, robando las iglesias, matando a los sacerdotes. Los
+cristianos sent&iacute;an la incertidumbre de su situaci&oacute;n. Enfrente, mil
+turcos que avanzaban; a sus espaldas, la villa entregada al saqueo, sus
+familias sometidas al ultraje y a la violencia, que les llamaban con
+desesperaci&oacute;n. Pero la duda fue corta. Un sargento de S&oacute;ller, heroico
+veterano de los ej&eacute;rcitos de Carlos V en las guerras de Alemania y el
+Gran Turco, los decide a todos por el ataque contra el enemigo
+inmediato. Se arrodillan, invocan al ap&oacute;stol Santiago, y esperando un
+milagro, atacan con sus escopetas, arcabuces, lanzas y hachas. Los
+turcos cejan y vuelven las espaldas. En vano les anima su temible
+caudillo Suffarais, capit&aacute;n general del mar, turco viejo y de gran
+obesidad, famoso por su coraje y atrevimiento. Al frente de una escuadra
+de negros, que eran su guardia, ataca cimitarra en mano, formando en
+torno de &eacute;l un c&iacute;rculo de cad&aacute;veres; pero al fin un sollerense le
+atraviesa el pecho con su lanza, y al caer huyen los invasores,
+perdiendo su estandarte. Un nuevo enemigo les cierra el paso cuando
+escapan hacia la costa para salvarse en sus nav&iacute;os. Una cuadrilla de
+bandoleros ha presenciado el combate desde los riscos, y al ver huir a
+los turcos sale a su encuentro, disparando los pedre&ntilde;ales y esgrimiendo
+sus dagas. Llevan con ellos una tropa de mastines, feroces compa&ntilde;eros de
+su vida infame, y esas bestias, arroj&aacute;ndose sobre los fugitivos y
+destroz&aacute;ndoles, prueban, seg&uacute;n los cronistas de la &eacute;poca, &laquo;la bondad de
+la casta mallorquina&raquo;. La tropa vencedora vuelve atr&aacute;s, penetrando en la
+villa desolada, y los saqueadores huyen como pueden camino del mar, o
+caen degollados en las calles.</p>
+
+<p>El predicador exalt&aacute;base al relatar esta acci&oacute;n victoriosa, atribuyendo
+la mejor parte del &eacute;xito a la Reina de los Cielos y al guerrero ap&oacute;stol.
+Luego ensalzaba al capit&aacute;n Angelats, el h&eacute;roe de la expedici&oacute;n, el Cid
+de S&oacute;ller, y a las <i>valentas d&ograve;nas de Can Tamany,</i> dos mujeres de un
+predio inmediato a la villa que hab&iacute;an sido sorprendidas por tres turcos
+ansiosos de saciar en ellas su carn&iacute;voro apetito tras largas
+abstinencias en las soledades del mar. Las <i>valentas donas,</i> arrogantes
+y duras como buenas payesas, no gritaban ni hu&iacute;an a la vista de estos
+tres piratas enemigos de Dios y de los santos. Con la tranca de la
+puerta mataban a uno, y luego se encerraban en la casa. Arrojando el
+cad&aacute;ver por una ventana sobre los asaltantes, descalabraban a otro y
+persegu&iacute;an a pedradas al tercero, como esforzadas nietas de los honderos
+mallorquines. &iexcl;Ah, las <i>valentas d&ograve;nas</i>, las esforzadas hembras de <i>Can
+Tamany!</i> El buen pueblo las adoraba como santas hero&iacute;nas de la guerra
+milenaria contra los infieles, y re&iacute;a cari&ntilde;osamente de las haza&ntilde;as de
+estas Juanas de Arco, pensando con orgullo en lo peligroso que era el
+trabajo de los musulmanes para abastecer de carne nueva sus harenes.</p>
+
+<p>Luego, el predicador, siguiendo la costumbre tradicional, daba fin a su
+arenga citando las familias que hab&iacute;an tomado parte en el combate: un
+centenar de apellidos, que escuchaba atentamente el r&uacute;stico auditorio,
+moviendo la cabeza cada cual con signos de asentimiento cuando sonaba el
+nombre de uno de sus ascendientes. Esta enumeraci&oacute;n interminable parec&iacute;a
+corta a muchos, que hac&iacute;an un gesto de protesta al callarse el
+predicador. &laquo;Otros estuvieron, y no los nombran&raquo;, murmuraban los payeses
+cuyos apellidos no hab&iacute;an sonado. Todos quer&iacute;an ser descendientes de los
+guerreros del capit&aacute;n Angelats.</p>
+
+<p>Cuando terminaban las fiestas y S&oacute;ller recobraba su pl&aacute;cida calma, el
+peque&ntilde;o Jaime pasaba los d&iacute;as correteando por los naranjales con
+Antonia, la vieja <i>mad&oacute;</i> Antonia de ahora, que era entonces una mujerona
+fresca, de blancos dientes, curvo pecho y pisada fuerte, viuda a los
+pocos meses de matrimonio y perseguida por las miradas ardorosas de toda
+la payes&iacute;a. Juntos iban al puerto, tranquilo y solitario lago, cuya
+entrada era casi invisible por las revueltas entre las pe&ntilde;as del brazo
+acu&aacute;tico que lo comunicaba con el mar. S&oacute;lo de tarde en tarde aparec&iacute;an
+en esta plaza cerrada de agua azul los m&aacute;stiles de alg&uacute;n velero que
+ven&iacute;a a cargar naranjas para Marsella. Las bandas de gaviotas viejas,
+enormes como gallinas, aleteaban con evoluciones de contradanza sobre la
+tersa superficie. A la ca&iacute;da de la tarde entraban las barcas de los
+pescadores, y bajo los tinglados de la playa quedaban colgando de
+escarpias peces enormes, con la cola arrastrando por el suelo, que
+sangraban lo mismo que bueyes; rayas y pulpos que desped&iacute;an como pedazos
+de tembloroso cristal sus blancas viscosidades.</p>
+
+<p>Jaime amaba este puerto tranquilo, de misteriosa soledad, con un respeto
+religioso. Recordaba en &eacute;l las milagrosas historias con que su madre le
+adormec&iacute;a por la noche; el gran prodigio de un siervo de Dios para
+burlar sobre aquellas aguas los empedernidos pecadores. San Raimundo de
+Pe&ntilde;afort, virtuoso y austero monje, indign&aacute;base contra el rey don Jaime
+de Mallorca, torpemente amancebado con una dama, do&ntilde;a Berenguela, y
+sordo a sus santos consejos. El fraile quiso huir de la isla de
+perdici&oacute;n, y el rey se lo impidi&oacute; poniendo embargo a todas las barcas y
+nav&iacute;os. Entonces el santo baj&oacute; al solitario puerto de S&oacute;ller, tendi&oacute; su
+manto sobre las olas, mont&oacute; en &eacute;l y emprendi&oacute; el rumbo hacia las costas
+de Catalu&ntilde;a.</p>
+
+<p><i>Mad&oacute;</i> Antonia le hab&iacute;a contado tambi&eacute;n este milagro, pero en versos
+mallorquines, en un sencillo romance que respiraba la c&aacute;ndida credulidad
+de los siglos aficionados a lo maravilloso. El santo, embarcado en su
+manto, pon&iacute;a el bord&oacute;n por m&aacute;stil y el capuch&oacute;n por vela. Un viento de
+Dios soplaba sobre la extra&ntilde;a nave, y en pocas horas, el siervo del
+Se&ntilde;or iba de Mallorca a Barcelona. El vig&iacute;a de Montjuich anunciaba con
+bandera la aparici&oacute;n del prodigioso barco, repicaban las campanas de la
+Seo, y los mercaderes acud&iacute;an a la muralla del mar para recibir al santo
+viajero.</p>
+
+<p>El peque&ntilde;o Febrer, con la curiosidad excitada por estas maravillas,
+quer&iacute;a saber m&aacute;s, y su acompa&ntilde;ante llamaba a los viejos pescadores, que
+le ense&ntilde;aban la roca en que hab&iacute;a puesto los pies el santo mientras
+invocaba el auxilio de Dios antes de embarcarse. Una monta&ntilde;a de tierra
+adentro, vista desde el puerto, ten&iacute;a la forma de un fraile encapuchado.
+A lo largo de la costa, en un lugar inaccesible, una pe&ntilde;a, que s&oacute;lo
+ve&iacute;an los pescadores, era semejante a un monje arrodillado y en oraci&oacute;n.
+Tales prodigios los hab&iacute;a hecho Dios, seg&uacute;n estas almas sencillas, para
+perpetuar el famoso milagro.</p>
+
+<p>Jaime a&uacute;n recordaba los estremecimientos de emoci&oacute;n con que acog&iacute;a estos
+relatos. &iexcl;Ah, S&oacute;ller! &iexcl;La &eacute;poca de santa inocencia, en que abri&oacute; sus
+ojos a la vida entre relatos de milagros y conmemoraciones de luchas
+heroicas!... La casa de la Luna hab&iacute;ala perdido para siempre, lo mismo
+que la credulidad y la inocencia de aquella &eacute;poca para &eacute;l casi remota.
+Hab&iacute;an transcurrido m&aacute;s de veinte a&ntilde;os sin que volviese a la olvidada
+S&oacute;ller, que ahora resucitaba en su memoria con todos los risue&ntilde;os
+espejismos de la infancia.</p>
+
+<p>Lleg&oacute; el carruaje a la bifurcaci&oacute;n del camino, emprendiendo la ruta de
+Valldemosa, y todos los recuerdos parecieron quedar atr&aacute;s, inm&oacute;viles al
+borde de la carretera, esfum&aacute;ndose con la distancia.</p>
+
+<p>El camino de Valldemosa no ofrec&iacute;a para &eacute;l memoria alguna del pasado.
+S&oacute;lo lo hab&iacute;a seguido dos veces, siendo ya hombre, para visitar con unos
+amigos las celdas de la Cartuja. Se acordaba de los olivos del camino,
+los famosos olivos seculares, de formas extra&ntilde;as y fant&aacute;sticas, que
+hab&iacute;an servido de modelo a muchos artistas, y avanz&oacute; la cabeza por una
+ventanilla deseando verlos. El terreno sub&iacute;a; comenzaban los campos
+pedregosos de secano, las primeras estribaciones de la sierra. El camino
+iba serpenteando entre arboledas. Pasaban ya ante las ventanillas del
+carruaje los primeros olivos.</p>
+
+<p>Febrer los conoc&iacute;a, hab&iacute;a hablado de ellos muchas veces, y sin embargo,
+sinti&oacute; la sensaci&oacute;n de lo extraordinario, como si los viese por primera
+vez. Eran &aacute;rboles negros, de enorme tronco nudoso y abierto, abombados
+por grandes excrecencias y con escaso follaje; olivos que ten&iacute;an siglos
+de existencia, que no hab&iacute;an sido podados nunca y en los que la vejez
+robaba savia al ramaje, hinchando el tronco con las expansiones de una
+lenta y penosa circulaci&oacute;n. El campo parec&iacute;a un abandonado taller de
+escultura, con miles de bocetos informes, de monstruos esparcidos en el
+suelo, sobre una alfombra verde matizada de margaritas y campanillas
+silvestres.</p>
+
+<p>Un olivo parec&iacute;a un sapo enorme, encogido y en actitud de saltar, con un
+ramillete de hojas en la boca; otro, una boa informe de amontonados
+anillos, con un penacho de olivo en la cabeza; ve&iacute;anse troncos abiertos
+como ojivas, al trav&eacute;s de cuyos orificios luc&iacute;a el cielo azul;
+serpientes monstruosas enrolladas en grupo como las espirales de una
+columna salom&oacute;nica; gigantes negros, cabeza abajo, con las manos en el
+suelo, hundiendo los dedos de sus ra&iacute;ces y los pies en alto, de los que
+surg&iacute;an varas llenas de hojas. Algunos, vencidos por los siglos, se
+acostaban en el suelo, sostenidas sus le&ntilde;osidades por horquillas, como
+viejos que intentasen incorporarse sobre sus muletas.</p>
+
+<p>Parec&iacute;a haber pasado sobre estos campos una tempestad, abati&eacute;ndolo todo,
+retorci&eacute;ndolo todo, petrific&aacute;ndose despu&eacute;s para mantener esta desolaci&oacute;n
+bajo su peso y que no recobrara las primitivas formas. Muchos olivos
+erguidos, de perfiles m&aacute;s suaves, parec&iacute;an tener rostro y formas
+femeniles. Eran v&iacute;rgenes bizantinas, con tiara de leves hojas y luengas
+vestiduras de le&ntilde;a. Otros eran &iacute;dolos feroces, de ojos saltones y barbas
+ondeadas y rastreantes; fetiches de religiones obscuras y b&aacute;rbaras,
+capaces de detener a la humanidad primitiva en sus emigraciones,
+haci&eacute;ndola caer de rodillas con la emoci&oacute;n de un encuentro divino. En la
+calma de este retorcimiento tempestuoso e inm&oacute;vil, en la soledad de
+estos campos poblados de espantables y perennes visiones, cantaban los
+p&aacute;jaros, extend&iacute;an su invasi&oacute;n hasta el pie de los troncos carcomidos
+las flores silvestres, y las hormigas iban y ven&iacute;an en infinito rosario,
+socavando como mineras infatigables las a&ntilde;osas ra&iacute;ces.</p>
+
+<p>Gustavo Dor&eacute; hab&iacute;a dibujado&mdash;seg&uacute;n dec&iacute;an muchos isle&ntilde;os&mdash;en estos
+olivares sus m&aacute;s fant&aacute;sticas concepciones, y el recuerdo de dicho
+artista trajo a la memoria de Jaime el de otros m&aacute;s c&eacute;lebres que pasaron
+tambi&eacute;n por el mismo camino y vivieron y sufrieron en Valldemosa.</p>
+
+<p>Dos veces hab&iacute;a visitado la Cartuja s&oacute;lo por ver de cerca los lugares
+inmortalizados por el amor triste y enfermizo de una pareja de seres
+famosos. Su abuelo le hab&iacute;a hablado muchas veces de &laquo;la francesa&raquo; de
+Valldemosa y su compa&ntilde;ero &laquo;el m&uacute;sico&raquo;.</p>
+
+<p>Un d&iacute;a, los habitantes de Mallorca y los peninsulares que se hab&iacute;an
+refugiado en la isla huyendo de los horrores de la guerra civil, vieron
+desembarcar un matrimonio extranjero acompa&ntilde;ado de un ni&ntilde;o y una ni&ntilde;a.
+Era en 1838. Al bajar el equipaje a tierra, los isle&ntilde;os admiraron con
+asombro un piano enorme, un piano Erard, como entonces se ve&iacute;an pocos.
+El piano qued&oacute; cautivo en la Aduana, mientras se resolv&iacute;a el enredo de
+ciertos escr&uacute;pulos administrativos, y los viajeros fueron a alojarse en
+una posada, alquilando despu&eacute;s la finca de <i>Son Vent</i>, inmediata a
+Palma.</p>
+
+<p>El hombre parec&iacute;a enfermo; era m&aacute;s joven que ella, pero enflaquecido por
+las dolencias, p&aacute;lido, con una palidez transparente de hostia, los
+claros ojos brillantes de fiebre, el angosto pecho agitado por ruda y
+continua tos. Unas patillas fin&iacute;simas sombreaban sus mejillas; una
+cabellera tumultuosa de le&oacute;n coronaba su frente, cayendo atr&aacute;s en
+cascada de rizos. Ella era varonil y corr&iacute;a con todos los trabajos de la
+casa, como una buena burguesa m&aacute;s pr&oacute;diga en voluntad que en
+habilidades. Jugaba con sus hijos lo mismo que una ni&ntilde;a, y su rostro
+bondadoso y risue&ntilde;o ensombrec&iacute;ase &uacute;nicamente al o&iacute;r la tos del &laquo;amado
+enfermo&raquo;. Un ambiente de exotismo, de existencia irregular, de protesta
+contra las leyes que rigen a los humanos, parec&iacute;a envolver a esta
+familia vagabunda. Ella vest&iacute;a trajes de cierta fantas&iacute;a, con un pu&ntilde;al
+de plata clavado en la cabellera, adorno rom&aacute;ntico que escandalizaba a
+las devotas se&ntilde;oras mallorquinas. Adem&aacute;s, no iba a misa a la ciudad, no
+hac&iacute;a visitas, no sal&iacute;a de su casa m&aacute;s que para juguetear con sus hijos
+o sacar al sol al pobre t&iacute;sico, d&aacute;ndole el brazo. Los ni&ntilde;os eran tan
+extraordinarios como la madre: la hija iba vestida de muchacho, para
+correr por los campos con mayor soltura.</p>
+
+<p>Pronto la isle&ntilde;a curiosidad se enter&oacute; de los nombres de estos forasteros
+de aspecto alarmante. Ella era una francesa, autora de libros: Aurora
+Dup&iacute;n, antigua baronesa separada de su marido, que se hab&iacute;a hecho una
+reputaci&oacute;n universal por sus novelas, firm&aacute;ndolas con un nombre
+masculino y el apellido de un asesino pol&iacute;tico: Jorge Sand. &Eacute;l era un
+m&uacute;sico polaco, organismo delicado que parec&iacute;a dejar un pedazo de
+existencia en cada una de sus obras, y se sent&iacute;a moribundo a los
+veintinueve a&ntilde;os. Le llamaban Federico Chopin. Los hijos eran de la
+novelista, que estaba ya en los treinta y cinco a&ntilde;os.</p>
+
+<p>La sociedad mallorquina, encerrada en sus preocupaciones tradicionales,
+como un molusco en sus valvas, y enemiga por instinto de las novedades
+de Par&iacute;s, indign&oacute;se ante este esc&aacute;ndalo. &iexcl;No eran casados!... &iexcl;Y ella
+escrib&iacute;a novelas que espantaban por su audacia a las gentes de bien!...
+La curiosidad femenil quiso conocerlas, pero en Mallorca s&oacute;lo recib&iacute;a
+libros don Horacio Febrer, el abuelo de Jaime, y los peque&ntilde;os vol&uacute;menes
+de <i>Indiana y Lelia</i> propiedad de aqu&eacute;l corrieron de mano en mano sin
+que los lectores los entendiesen. &iexcl;Una mujer casada que escrib&iacute;a libros
+y viv&iacute;a con un hombre que no era su marido!...</p>
+
+<p>Do&ntilde;a Elvira, la abuela de Jaime, una se&ntilde;ora venida de M&eacute;jico, cuyo
+retrato hab&iacute;a &eacute;l contemplado tantas veces, y a la que se imaginaba
+siempre vestida de blanco, con los ojos en alto y el arpa dorada entre
+las rodillas, visit&oacute; a la solitaria de <i>Son Vent</i>. Goz&aacute;base en abrumar
+con su superioridad de forastera a las se&ntilde;oras de la isla que no sab&iacute;an
+franc&eacute;s; escuchaba a la escritora sus l&iacute;ricos elogios de la originalidad
+de este paisaje africano, con sus blancas casitas, espinosos cactos,
+esbeltas palmeras y seculares olivos, que tan rudamente contrastaba con
+el arm&oacute;nico orden de las campi&ntilde;as de Francia. Luego, do&ntilde;a Elvira, en las
+tertulias de Palma, defend&iacute;a con vehemencia a la escritora, una pobre
+mujer apasionada, cuya vida actual era m&aacute;s abundante en tristezas y
+cuidados de hermana de la Caridad que en satisfacciones de amor. El
+abuelo tuvo que intervenir, prohibiendo a la esposa estas visitas para
+acallar murmuraciones.</p>
+
+<p>Se hizo el vac&iacute;o en torno a la escandalosa pareja. Mientras los ni&ntilde;os
+jugaban con su madre en el campo, como peque&ntilde;os salvajes, el enfermo
+tos&iacute;a recluido en su dormitorio, detr&aacute;s de los cristales, o se asomaba a
+la puerta buscando un rayo de sol. Por las noches, a altas horas, era la
+visita de la musa, enfermiza y melanc&oacute;lica, y sentado al piano
+improvisaba entre toses y gemidos su m&uacute;sica, de una voluptuosidad
+amarga.</p>
+
+<p>El due&ntilde;o de <i>Son Vent</i>, un burgu&eacute;s de la ciudad, dio orden a los
+forasteros de levantar el campo, como si fuesen una banda de bohemios.
+El pianista estaba t&iacute;sico, y &eacute;l no quer&iacute;a contagiar su finca. &iquest;Adonde
+ir?... El regreso a la patria era dif&iacute;cil: estaban en pleno invierno, y
+Chopin temblaba como un p&aacute;jaro abandonado pensando en los fr&iacute;os de
+Par&iacute;s. La isla inhospitalaria era amada, sin embargo, por la dulzura de
+su clima. Como &uacute;nico refugio se ofreci&oacute; a ellos la cartuja de
+Valldemosa: edificio sin bellezas arquitect&oacute;nicas, sin otro encanto que
+el de su antig&uuml;edad medioeval, pero enclavado entre monta&ntilde;as por cuyas
+laderas se derrumban bosques de pinos, teniendo como suaves cortinas que
+amortiguan el ardor del sol plantaciones de almendros y palmeras, entre
+cuyo ramaje alcanzan los ojos la verde llanura y el lejano mar. Era un
+monumento casi en ruinas, un convento de melodrama, l&uacute;gubre y
+misterioso, en cuyos claustros acampaban vagabundos y mendigos. Para
+entrar en &eacute;l era preciso atravesar el cementerio de los frailes, con sus
+fosas removidas por las ra&iacute;ces de las plantas silvestres, que sacaban
+los huesos a flor de tierra. En las noches de luna vagaba por el
+claustro un espectro blanco, el alma de un fraile maldito que aguardaba
+la hora de la redenci&oacute;n pase&aacute;ndose por el lugar de sus pecados.</p>
+
+<p>All&aacute; marcharon los fugitivos un d&iacute;a lluvioso de invierno, azotados por
+el aguacero y el hurac&aacute;n, siguiendo el mismo camino que ahora segu&iacute;a
+Febrer, pero un camino antiguo que s&oacute;lo ten&iacute;a de tal el nombre. Los
+carros de la caravana iban, como dec&iacute;a Jorge Sand, &laquo;con una rueda por la
+monta&ntilde;a y otra por el fondo de una torrentera&raquo;. El m&uacute;sico, arrebujado en
+un capote, temblaba y tos&iacute;a bajo la lona del toldo, estremeci&eacute;ndose con
+los dolorosos vaivenes. La novelista segu&iacute;a a pie en los malos pasos,
+llevando a sus hijos de la mano en este viaje de vagabundos.</p>
+
+<p>Pasaron todo el invierno en la soledad de la Cartuja. Ella, calzando
+babuchas y con el pu&ntilde;alito en la cabellera mal peinada, hac&iacute;a la cocina
+animosamente, con la ayuda de una mozuela del pa&iacute;s, que aprovechaba el
+menor descuido para engullirse los bocados destinados al &laquo;querido
+enfermo&raquo;. Los chicuelos de Valldemosa apedreaban a los peque&ntilde;os
+franceses, crey&eacute;ndolos moros, enemigos de Dios. Las mujeres robaban a la
+madre al venderla los comestibles, y adem&aacute;s la apodaban &laquo;la Bruja&raquo;.
+Todos hac&iacute;an la cruz a estos gitanos que se atrev&iacute;an a vivir en una
+celda del monasterio, cerca de los muertos, en continuo trato con el
+fraile fantasma que se paseaba por el claustro.</p>
+
+<p>De d&iacute;a, mientras descansaba el enfermo, preparaba ella el puchero y
+ayudaba a la sirvienta, con sus manos finas y p&aacute;lidas de artista, a
+mondar las legumbres. Luego corr&iacute;a con sus hijos a la abrupta costa de
+Miramar, cubierta de arboleda, donde Raimundo Lulio estableci&oacute; su
+escuela de estudios orientales. S&oacute;lo al llegar la noche comenzaba su
+verdadera existencia.</p>
+
+<p>El claustro, obscuro, enorme, conmov&iacute;ase con una m&uacute;sica misteriosa que
+parec&iacute;a venir de muy lejos, al trav&eacute;s de los recios paredones. Era
+Chopin, que, inclinado ante el piano, compon&iacute;a sus <i>Nocturnos</i>. La
+novelista, a la luz de una vela, escrib&iacute;a <i>Spirid&oacute;n</i>, la historia del
+monje que acaba por demoler todas sus creencias, y muchas veces cortaba
+su trabajo para correr al lado del m&uacute;sico y preparar sus tisanas,
+alarmada por la frecuencia de su tos. En las noches de luna tent&aacute;bala el
+escalofr&iacute;o de lo misterioso, la voluptuosidad del miedo, y sal&iacute;a al
+claustro, cuya lobreguez cortaban las manchas l&aacute;cteas de los ventanales.
+&iexcl;Nadie!... Despu&eacute;s sent&aacute;base en el cementerio de los monjes, esperando
+en vano la aparici&oacute;n del fantasma para animar su mon&oacute;tona existencia con
+algo novelesco.</p>
+
+<p>Una noche de Carnaval, la Cartuja fue invadida por los moros. Eran
+j&oacute;venes de Palma que despu&eacute;s de recorrer la ciudad disfrazados de
+berberiscos pensaron en &laquo;la francesa&raquo;, avergonzados sin duda del
+aislamiento en que la ten&iacute;an las gentes. Llegaron a media noche,
+turbando con sus canciones y guitarreos la calma misteriosa del
+convento, haciendo aletear medrosos a los pajarracos albergados en las
+ruinas. En una pieza de la celda bailaron danzas espa&ntilde;olas, que el
+m&uacute;sico segu&iacute;a atentamente con sus ojos de fiebre, mientras la novelista
+iba de un grupo a otro, sintiendo la simple alegr&iacute;a de la burguesa que
+no se ve olvidada.</p>
+
+<p>Esta fue su &uacute;nica noche feliz en Mallorca. Luego, al volver la
+primavera, el &laquo;amado enfermo&raquo; se sinti&oacute; mejor y emprendieron el lento
+retorno a Par&iacute;s. Eran aves de paso que detr&aacute;s de su invernaje no dejaban
+otra huella que la del recuerdo. Ni siquiera pudo saber Jaime con
+certeza qu&eacute; habitaci&oacute;n hab&iacute;a sido la suya. Las reformas realizadas en el
+convento hab&iacute;an borrado todo vestigio. Muchas familias de Palma
+veraneaban ahora en la Cartuja, convirtiendo las celdas en hermosas
+habitaciones, y cada cual quer&iacute;a que la suya fuese la de Jorge Sand,
+infamada y despreciada por sus abuelas. Febrer hab&iacute;a visitado el
+convento con un nonagenario de los que fueron vestidos de moros a dar
+serenata a la francesa. No se acordaba de nada; no pod&iacute;a reconocer la
+habitaci&oacute;n.</p>
+
+<p>El nieto de don Horacio sent&iacute;a una especie de amor retrospectivo hacia
+aquella mujer extraordinaria. La ve&iacute;a como en los retratos de su
+juventud, con el rostro inexpresivo y los ojos profundos y enigm&aacute;ticos
+bajo una cabellera suelta sin m&aacute;s adorno que una rosa en una sien.
+&iexcl;Pobre Jorge Sand! El amor hab&iacute;a sido para ella lo que la antigua
+esfinge: cada vez que intentaba interrogarlo sent&iacute;a en el coraz&oacute;n su
+zarpazo sin misericordia. Todas las abnegaciones y rebeld&iacute;as del amor
+las hab&iacute;a conocido aquella mujer. La hembra caprichosa de las noches
+venecianas, la infiel compa&ntilde;era de Musset, era la misma enfermera que
+guisaba la cena y preparaba las tisanas al moribundo Chopin en la
+soledad de Valldemosa... &iexcl;Si &eacute;l hubiese conocido una mujer as&iacute;, una
+mujer que llevase dentro mil mujeres, toda la infinita variedad femenil
+de dulzuras y crueldades!... &iexcl;Ser amado por una hembra superior, a la
+que pudiera imponer el ascendiente varonil y que al mismo tiempo le
+inspirase respeto por su grandeza intelectual!...</p>
+
+<p>Qued&oacute; Febrer largo rato como adormecido por este deseo, mirando el
+paisaje sin verlo. Luego sonri&oacute; ir&oacute;nicamente, como si compadeciese su
+insignificancia. Recordaba el objeto de su viaje y se ten&iacute;a l&aacute;stima. &Eacute;l,
+que so&ntilde;aba con grandes amores desinteresados y extraordinarios, iba a
+venderse, ofreciendo su mano y su nombre a una mujer que apenas hab&iacute;a
+visto; a contraer una alianza que escandalizar&iacute;a a toda la isla...
+&iexcl;Digno t&eacute;rmino de una vida in&uacute;til y atolondrada!</p>
+
+<p>El vac&iacute;o de su existencia se le aparec&iacute;a ahora claramente, sin los
+enga&ntilde;os de la presunci&oacute;n personal. La proximidad del sacrificio lo hac&iacute;a
+replegarse en sus recuerdos, cual si buscase en ellos una justificaci&oacute;n
+de los actos presentes. &iquest;Para qu&eacute; hab&iacute;a servido su paso por el mundo?...</p>
+
+<p>Volvi&oacute; otra vez a las memorias de su infancia que hab&iacute;a evocado en el
+camino de S&oacute;ller. Ve&iacute;ase en el venerable caser&oacute;n de los Febrer con sus
+padres y su abuelo. Era hijo &uacute;nico. Su madre, una se&ntilde;ora p&aacute;lida, de
+belleza melanc&oacute;lica, hab&iacute;a quedado enferma a consecuencia de su
+nacimiento. Don Horacio viv&iacute;a en el segundo piso, en compa&ntilde;&iacute;a de un
+viejo criado, como si fuese un hu&eacute;sped en la casa, mezcl&aacute;ndose con la
+familia o aisl&aacute;ndose de ella a su capricho.</p>
+
+<p>Jaime, en medio de la vaguedad de sus recuerdos infantiles, contemplaba
+con saliente relieve la figura de su abuelo. Jam&aacute;s hab&iacute;a encontrado una
+sonrisa en aquel rostro de patillas blancas, que contrastaban con sus
+ojos negros e imperiosos. Los de la casa ten&iacute;an prohibido subir a sus
+habitaciones. Nadie le hab&iacute;a visto m&aacute;s que en traje de calle, con una
+pulcritud minuciosa. El nieto, que era el &uacute;nico que pod&iacute;a subir a su
+dormitorio a todas horas, encontr&aacute;bale de buena ma&ntilde;ana con su levita
+azul, alto cuello de puntas y la negra corbata arrollada en varias
+vueltas, sujeta por una perla enorme. Hasta en d&iacute;as de enfermedad
+conservaba su aspecto correcto, de una elegancia antigua. Si la dolencia
+le obligaba a guardar cama, daba &oacute;rdenes al criado para que no recibiese
+ni a su hijo.</p>
+
+<p>Febrer pasaba las horas sentado a los pies de su abuelo, escuchando sus
+relatos e intimidado por la enorme cantidad de libros que desbordaba de
+los armarios, extendi&eacute;ndose por sillas y mesas. Le ve&iacute;a igual en todo
+tiempo, con su levita forrada de seda roja, que parec&iacute;a siempre la misma
+y era renovada, sin embargo, cada seis meses. Las estaciones no tra&iacute;an
+otra mudanza que el convertir el invernal chaleco de terciopelo en otro
+de seda bordada. Cifraba su principal orgullo en la ropa blanca y en los
+libros. Le tra&iacute;an del extranjero docenas de docenas de camisas, que
+muchas veces amarilleaban olvidadas, sin estrenar, en el fondo de los
+armarios. Los libreros de Par&iacute;s envi&aacute;banle enormes paquetes de vol&uacute;menes
+reci&eacute;n publicados, y en vista de sus continuas demandas, escrib&iacute;an en la
+direcci&oacute;n una l&iacute;nea que don Horacio mostraba con burlona complacencia:
+&laquo;Mercader de libros.&raquo;</p>
+
+<p>Hablaba al &uacute;ltimo de los Febrer con una bondad de abuelo, esforz&aacute;ndose
+por que entendiese sus relatos, a pesar de que era parco en palabras y
+poco sufrido en sus relaciones con la familia. Le contaba sus viajes a
+Par&iacute;s y Londres: los primeros en buque de vela hasta Marsella y luego en
+silla de posta; los otros en vapores de ruedas y en camino de hierro,
+grandes inventos cuya infancia hab&iacute;a presenciado. Hablaba de la sociedad
+en la &eacute;poca de Luis Felipe; de los grandes estrenos del romanticismo, a
+los que hab&iacute;a asistido; de las barricadas que hab&iacute;a visto levantar desde
+su cuarto, call&aacute;ndose que al mismo tiempo abarcaba el talle de una
+&laquo;griseta&raquo; asomada junto a &eacute;l.</p>
+
+<p>Su nieto hab&iacute;a nacido en buen tiempo: el mejor de todos. Don Horacio se
+acordaba de sus desavenencias con su terrible padre, que le hab&iacute;an
+obligado a viajar por Europa; aquel caballero que sal&iacute;a al encuentro del
+rey Fernando para pedirle la vuelta a los usos antiguos, y bendec&iacute;a a
+los hijos dici&eacute;ndoles: &laquo;Dios te haga un buen inquisidor.&raquo;</p>
+
+<p>Luego ense&ntilde;aba a Jaime grandes estampas con vistas de las ciudades en
+las que hab&iacute;a vivido, y que al ni&ntilde;o le parec&iacute;an poblaciones de ensue&ntilde;o.
+Algunas veces se quedaba contemplando el retrato de &laquo;la abuela del
+arpa&raquo;, de su esposa, la interesante do&ntilde;a Elvira, el mismo lienzo que
+estaba ahora en el recibimiento con las dem&aacute;s se&ntilde;oras de la familia. No
+parec&iacute;a conmoverse. Conservaba la misma gravedad con que acompa&ntilde;aba las
+bromas a que era aficionado y las palabras gruesas que matizaban su
+conversaci&oacute;n, pero dec&iacute;a con voz algo tr&eacute;mula:</p>
+
+<p>&mdash;Tu abuela era una gran se&ntilde;ora, un alma de &aacute;ngel, una artista. Yo
+parec&iacute;a un b&aacute;rbaro a su lado... Era de nuestra familia, pero vino de
+M&eacute;jico para casarse conmigo. Su padre fue marino y se qued&oacute; all&aacute; con los
+&laquo;insurgentes&raquo;. No hay en toda nuestra raza quien se parezca a aquella
+mujer.</p>
+
+<p>A las once y media de la ma&ntilde;ana abandonaba al nieto, y cal&aacute;ndose un
+sombrero de copa, de seda negra en invierno y de castor en verano, sal&iacute;a
+a dar un paseo por las calles de Palma, siempre por igual sitio e
+id&eacute;nticas aceras, lo mismo cuando llov&iacute;a que cuando abrasaba el sol,
+insensible al fr&iacute;o y al calor, puesto de levita en todo tiempo,
+siguiendo su marcha con la regularidad de los aut&oacute;matas de reloj, que
+aparecen, caminan y se ocultan al sonar ciertas horas.</p>
+
+<p>S&oacute;lo una vez en treinta a&ntilde;os hab&iacute;a modificado su camino por las calles
+solitarias y blancas de sol, en las que resonaban sus pasos. Una ma&ntilde;ana
+hab&iacute;a o&iacute;do la voz de una mujer en el interior de una casa:</p>
+
+<p>&mdash;<i>Atlota</i>... las doce. Pon el arroz, que pasa don Horacio.</p>
+
+<p>&Eacute;l se hab&iacute;a vuelto hacia la puerta con su gravedad de gran se&ntilde;or:</p>
+
+<p>&mdash;No soy reloj de p...</p>
+
+<p>Y solt&oacute; la palabra gorda, sin despojarse de su seriedad, como lanzaba
+siempre las expresiones m&aacute;s atroces. Desde aquel d&iacute;a modific&oacute; su camino,
+para huir de los que ten&iacute;an fe en la exactitud de sus paseos.</p>
+
+<p>Algunas veces hablaba a su nieto de las antiguas grandezas de la casa.
+Los descubrimientos geogr&aacute;ficos hab&iacute;an arruinado a los Febrer. El
+Mediterr&aacute;neo no era ya el camino de Oriente. Los portugueses y los
+espa&ntilde;oles del otro mar hab&iacute;an encontrado nuevos derroteros, y las naves
+mallorquinas pudr&iacute;anse en la inacci&oacute;n. Ya no hab&iacute;a guerras con los
+piratas. La santa Orden de Malta s&oacute;lo era una distinci&oacute;n honor&iacute;fica. Un
+hermano de su padre, comendador en La Valette cuando Bonaparte conquist&oacute;
+la isla, hab&iacute;a venido a morir a Palma con su pobre pensi&oacute;n de retirado.
+Los Febrer hacia dos siglos que, olvidados del mar&mdash;donde no quedaba
+comercio y s&oacute;lo hac&iacute;an la guerra pobres patrones e hijos de
+pescadores&mdash;, se hab&iacute;an dedicado a imponer su nombre con un lujo
+esplendoroso, arruin&aacute;ndose lentamente.</p>
+
+<p>El abuelo a&uacute;n hab&iacute;a alcanzado los tiempos de verdadero se&ntilde;or&iacute;o, cuando
+ser <i>butifarra</i> era en Mallorca algo que colocaban las gentes entre Dios
+y los caballeros. La venida al mundo de un Febrer era un acontecimiento
+del que se hablaba en toda la ciudad. La gran dama parturienta
+permanec&iacute;a recluida en su palacio cuarenta d&iacute;as, y en todo este tiempo
+las puertas estaban abiertas, el zagu&aacute;n lleno de carrozas, la
+servidumbre formada en la antec&aacute;mara, los salones llenos de visitas, las
+mesas cubiertas de dulces, bizcochos y refrescos. Hab&iacute;a d&iacute;as de la
+semana destinados a la recepci&oacute;n de cada clase social. Unos eran
+&uacute;nicamente para los <i>butifarras</i>, aristocracia de la aristocracia, casas
+privilegiadas, contad&iacute;simas familias, unidas todas por el parentesco de
+continuos cruces; otros d&iacute;as para los caballeros, nobleza tradicional
+que viv&iacute;a, sin saber por qu&eacute;, supeditada a los anteriores; luego se
+recib&iacute;a a los <i>mossons</i>, clase inferior pero en trato familiar con los
+grandes, intelectuales de la &eacute;poca, m&eacute;dicos, abogados y escribanos que
+prestaban sus servicios a las familias ilustres.</p>
+
+<p>Don Horacio recordaba el esplendor de estas recepciones. Los antiguos
+sab&iacute;an hacer las cosas en grande.</p>
+
+<p>&mdash;Cuando naci&oacute; tu padre&mdash;dec&iacute;a a su nieto&mdash;, fue la &uacute;ltima fiesta en
+esta casa. Ochocientas libras mallorquinas pagu&eacute; a un confitero del
+Borne por azucarillos, bizcochos y refrescos.</p>
+
+<p>De su padre se acordaba Jaime menos que de su abuelo. Era en su memoria
+una figura simp&aacute;tica y dulce, pero algo borrosa. Al pensar en &eacute;l s&oacute;lo
+ve&iacute;a una barba suave y algo clara como la suya, una frente calva, una
+sonrisa dulce y unos lentes que brillaban al inclinarse. Contaban que de
+muchacho hab&iacute;a tenido amores con su prima Juana, aquella se&ntilde;ora austera
+llamada por todos &laquo;la Papisa&raquo;, que viv&iacute;a como una monja y gozaba de
+enormes riquezas, regal&aacute;ndolas pr&oacute;digamente en otros tiempos al
+pretendiente don Carlos, y ahora a las gentes eclesi&aacute;sticas que la
+rodeaban.</p>
+
+<p>El rompimiento de su padre con ella era, sin duda, la causa de que &laquo;la
+Papisa Juana&raquo; se mantuviese alejada de esta rama de su familia, tratando
+a Jaime con hostil despego.</p>
+
+<p>Su padre hab&iacute;a sido oficial de la Armada, siguiendo una tradici&oacute;n de la
+familia. Estuvo en la guerra del Pac&iacute;fico, fue teniente en una fragata
+de las que bombardearon el puerto del Callao, y como si s&oacute;lo esperase
+haber dado una prueba de valor, se retir&oacute; inmediatamente del servicio.
+Luego se cas&oacute; con una se&ntilde;orita de Palma, de fortuna escasa, cuyo padre
+era gobernador militar de la isla de Ibiza. &laquo;La Papisa Juana&raquo;, hablando
+un d&iacute;a con Jaime, hab&iacute;a pretendido herirle, con su voz fr&iacute;a y su gesto
+altivo.</p>
+
+<p>&mdash;Tu madre era noble, de familia de caballeros... pero no era
+<i>butifarra</i> como nosotros.</p>
+
+<p>Jaime pas&oacute; los primeros a&ntilde;os de su vida, cuando empez&oacute; a darse cuenta de
+lo que le rodeaba, sin ver a su padre m&aacute;s que en los r&aacute;pidos viajes que
+hac&iacute;a a Mallorca. Era del partido progresista, y la Revoluci&oacute;n de 1868
+le hab&iacute;a hecho diputado. Luego, al ser rey Amadeo de Saboya, este
+monarca revolucionario, execrado y abandonado por la nobleza
+tradicional, hab&iacute;a tenido que acudir a nuevos hombres hist&oacute;ricos para
+formar su corte. El <i>butifarra</i>, por una exigencia del partido, fue alto
+funcionario de Palacio. Su mujer, instada por &eacute;l para que se trasladase
+a Madrid, no quiso abandonar la isla. &iexcl;Ir ella a la corte! &iquest;Y su hijo,
+que casi acababa de nacer?... Don Horacio, cada vez m&aacute;s enjuto y m&aacute;s
+d&eacute;bil, pero siempre erguido en su eterna levita nueva, segu&iacute;a dando el
+paseo diario, ajustando su vida a la marcha del reloj del Ayuntamiento.
+Liberal antiguo, gran admirador de Mart&iacute;nez de la Rosa por sus versos y
+por la elegancia diplom&aacute;tica de sus corbatas, torc&iacute;a el gesto al leer
+los peri&oacute;dicos y las cartas de su hijo. &iquest;En qu&eacute; parar&iacute;a todo aquello?...</p>
+
+<p>En el corto per&iacute;odo de la Rep&uacute;blica volvi&oacute; el padre a la isla, dando por
+terminada su carrera. &laquo;La Papisa Juana&raquo;, a pesar del parentesco, fing&iacute;a
+no conocerle. Estaba ocupad&iacute;sima en aquella &eacute;poca. Hac&iacute;a viajes a la
+Pen&iacute;nsula; giraba, seg&uacute;n se dec&iacute;a, enormes cantidades para los
+partidarios de don Carlos que sosten&iacute;an la guerra en Catalu&ntilde;a y las
+provincias del Norte. &iexcl;Que no la hablasen de Jaime Febrer, el antiguo
+marino! Ella era una verdadera <i>butifarra</i>, una defensora de la
+tradici&oacute;n, y hac&iacute;a sacrificios para que Espa&ntilde;a fuese gobernada por
+caballeros. Su primo era menos que un <i>chueta</i>: era un &laquo;descamisado&raquo;. Y
+seg&uacute;n afirmaba la gente, a este odio de ideas iba unida la amargura por
+ciertas decepciones del pasado que no hab&iacute;a podido olvidar.</p>
+
+<p>Al restaurarse los Borbones, el &laquo;progresista&raquo;, el palatino de don
+Amadeo, se convirti&oacute; en republicano y conspirador. Hac&iacute;a frecuentes
+viajes; recib&iacute;a cartas cifradas de Par&iacute;s; iba a Menorca para visitar la
+escuadra surta en Mah&oacute;n, y vali&eacute;ndose de sus amistades de antiguo
+oficial, catequizaba a los compa&ntilde;eros, preparando una sublevaci&oacute;n de la
+marina. Puso en estas empresas revolucionarias el mismo ardor aventurero
+de los antiguos Febrer, su audacia tranquila, hasta que repentinamente
+muri&oacute; en Barcelona, lejos de los suyos.</p>
+
+<p>El abuelo acogi&oacute; la noticia con impasible gravedad, pero ya no le vieron
+a mediod&iacute;a en las calles de Palma las vecinas que aguardaban su paso
+para poner el arroz al fuego. Ochenta y seis a&ntilde;os: ya hab&iacute;a paseado
+bastante: &iexcl;para lo que le quedaba que ver!... Se recluy&oacute; en el piso
+segundo, donde s&oacute;lo admit&iacute;a a su nieto. Cuando ven&iacute;an a visitarle los
+parientes, prefer&iacute;a bajar al sal&oacute;n, a pesar de su debilidad,
+correctamente vestido, con levita nueva, los dos tri&aacute;ngulos blancos del
+cuello asomando sobre las roscas de la corbata, siempre reci&eacute;n afeitado,
+con las patillas bien peinadas y el tup&eacute; brillante de goma. Lleg&oacute; un d&iacute;a
+en que no pudo abandonar la cama, y el nieto le vio entre s&aacute;banas, con
+el mismo aspecto de siempre, conservando la fina camisa de batista, la
+corbata, que el criado le cambiaba todos los d&iacute;as, y el chaleco de seda
+a flores. Cuando le anunciaban la visita de su nuera, don Horacio hac&iacute;a
+un gesto de contrariedad.</p>
+
+<p>&mdash;Jaimito: la levita... Es una se&ntilde;ora, y hay que recibirla con decencia.</p>
+
+<p>Igual operaci&oacute;n se repet&iacute;a al llegar el m&eacute;dico o las contadas visitas
+que se dignaba recibir. Hab&iacute;a que mantenerse hasta el &uacute;ltimo momento
+sobre las armas, o sea como le hab&iacute;an visto toda la vida.</p>
+
+<p>Una tarde, llam&oacute; con voz d&eacute;bil a su nieto, que le&iacute;a junto a una ventana
+un libro de viajes. Pod&iacute;a retirarse: necesitaba estar solo. Jaime se fue
+y el abuelo pudo morir dignamente, en la soledad, sin el tormento de
+tener que velar por la pulcritud de sus gestos, pudiendo entregarse sin
+testigos a las muecas y estremecimientos de la agon&iacute;a.</p>
+
+<p>Al quedar solos Febrer y su madre, el muchacho sinti&oacute; ansias de
+libertad. Ten&iacute;a llena su imaginaci&oacute;n de aventuras y viajes le&iacute;dos en la
+biblioteca del abuelo, e igualmente de las haza&ntilde;as de sus ascendientes
+celebradas en los relatos de familia. Quer&iacute;a ser marino de guerra, como
+su padre y como la mayor&iacute;a de sus abuelos. La madre se opuso, con
+grandes extremos de susto que hac&iacute;an palidecer sus mejillas y azulear
+sus labios. &iexcl;El &uacute;nico Febrer, sometido a una existencia peligrosa y
+viviendo lejos de ella!... No; bastantes h&eacute;roes hab&iacute;a tenido la casa.
+Deb&iacute;a ser se&ntilde;or en la isla; un caballero de vida tranquila, que crease
+una familia para perpetuar el apellido que llevaba.</p>
+
+<p>Jaime cedi&oacute; a los ruegos de su madre, eterna enferma a la que la menor
+contrariedad parec&iacute;a poner en peligro de muerte. Ya que no le quer&iacute;a
+marino, estudiar&iacute;a otra carrera. Necesitaba hacer lo mismo que los otros
+muchachos de su edad a los que hab&iacute;a tratado en las aulas del Instituto.
+A los diez y seis a&ntilde;os se embarc&oacute; para la Pen&iacute;nsula. Su madre deseaba
+que fuese abogado, para que pudiera desenmara&ntilde;ar la fortuna de la
+familia, gravada y revuelta con hipotecas y pr&eacute;stamos.</p>
+
+<p>Su equipaje fue enorme, un verdadero ajuar de casa, y el bolsillo lo
+llevaba bien provisto. Un Febrer no pod&iacute;a vivir como un simple
+estudiante. Fue primero a Valencia, por creer la madre esta poblaci&oacute;n
+menos peligrosa para la juventud. En otro curso pas&oacute; a Barcelona, y
+sucesivamente fue viajando de Universidad en Universidad, seg&uacute;n el humor
+de los catedr&aacute;ticos y su benevolencia con los alumnos. Su carrera no
+adelant&oacute; gran cosa. Aprobaba ciertos cursos por un azar feliz en el
+momento del examen o por la tranquila audacia con que hablaba de lo que
+no sab&iacute;a. En otros se atascaba, no pudiendo seguir adelante. La madre
+aceptaba como buenas todas sus explicaciones al volver a Mallorca. Ella
+misma le consolaba, aconsej&aacute;ndole que no extremase sus estudios, y se
+revolv&iacute;a contra la injusticia de los tiempos presentes. Su implacable
+enemiga &laquo;la Papisa Juana&raquo; estaba en lo cierto. Estos tiempos no eran
+para los caballeros; les hab&iacute;an declarado la guerra, se comet&iacute;an toda
+clase de injusticias para mantenerlos relegados.</p>
+
+<p>Jaime gozaba de cierta popularidad en las sociedades y caf&eacute;s de
+Barcelona y Valencia donde hab&iacute;a juegos de azar. Le llamaban &laquo;el
+mallorqu&iacute;n de las onzas&raquo;, porque su madre le remit&iacute;a el dinero en onzas
+de oro, que rodaban con reflejo escandaloso sobre las mesas verdes. Al
+prestigio de esta magnificencia monetaria iba unido su extra&ntilde;o t&iacute;tulo de
+<i>butifarra</i>, que hac&iacute;a sonre&iacute;r en la Pen&iacute;nsula, evocando en la
+imaginaci&oacute;n de muchos una especie de autoridad feudal, con derechos de
+soberano, sobre lejanas islas.</p>
+
+<p>Transcurrieron cinco a&ntilde;os. Jaime era ya hombre, pero a&uacute;n no hab&iacute;a
+llegado a la mitad de sus estudios. Sus condisc&iacute;pulos de la isla, al
+volver durante el verano, regocijaban a los contertulios de los caf&eacute;s
+del Borne con el relato de las aventuras de Febrer en Barcelona. Le
+ve&iacute;an del brazo por las calles con mujeres de llamativo lujo; la gente
+bravia que frecuenta las timbas guardaba grandes respetos al &laquo;mallorqu&iacute;n
+de las onzas&raquo; por su fuerza y su coraje. Contaban que una noche hab&iacute;a
+agarrado a cierto mat&oacute;n, levant&aacute;ndolo en vilo con sus brazos de atleta
+para arrojarlo por una ventana. Y los mallorquines pac&iacute;ficos, al o&iacute;r
+esto, sonre&iacute;an con un orgullo de localidad. Era un Febrer, un verdadero
+Febrer. La isla produc&iacute;a mozos bravos como siempre.</p>
+
+<p>La buena do&ntilde;a Purificaci&oacute;n, madre de Jaime, tuvo un grave disgusto y una
+alegr&iacute;a maternal al saber que cierta hembra escandalosa hab&iacute;a llegado a
+la isla en seguimiento de su hijo. La comprend&iacute;a y la excusaba. &iexcl;Un mozo
+tan guapo como su Jaime!... Pero la mozuela alborot&oacute; con sus trajes y
+ademanes las tranquilas costumbres de la ciudad; las buenas familias se
+indignaron, y do&ntilde;a Purificaci&oacute;n trat&oacute; con ella, vali&eacute;ndose de
+intermediarios, para darle dinero y que abandonase la isla.</p>
+
+<p>En otras vacaciones el esc&aacute;ndalo fue mayor. Jaime, que cazaba en <i>Son
+Febrer</i>, tuvo relaciones con una payesa joven y hermosa, y casi anduvo a
+escopetazos con un mozo r&uacute;stico que la pretend&iacute;a. Sus amores campestres
+le ayudaban a pasar el destierro del verano. Era un leg&iacute;timo Febrer, lo
+mismo que su abuelo. La pobre se&ntilde;ora sab&iacute;a a qu&eacute; atenerse respecto a
+aquel suegro siempre serio y correcto, que acariciaba la barbilla de las
+payesas j&oacute;venes con una frialdad de se&ntilde;or grave. En los alrededores del
+predio de <i>Son Febrer</i> eran muchos los mozos que ten&iacute;an la cara de don
+Horacio; pero su esposa la mejicana, alma po&eacute;tica, viv&iacute;a muy por encima
+de estas vulgaridades, mientras con el arpa en las rodillas y los ojos
+entornados recitaba las poes&iacute;as de Ossi&aacute;n. Las r&uacute;sticas beldades de
+n&iacute;tido rebocillo, trenza suelta y blancas alpargatas atra&iacute;an a los
+pulcros y se&ntilde;oriales Febrer con una fuerza irresistible.</p>
+
+<p>Cuando do&ntilde;a Purificaci&oacute;n se quejaba de las largas excursiones de caza
+que emprend&iacute;a su hijo por la isla, &eacute;ste se quedaba en la ciudad, pasando
+el d&iacute;a en el jard&iacute;n para ejercitarse en el tiro de pistola. Ense&ntilde;aba a
+su asustadiza madre un saco guardado a la sombra de un naranjo.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Ve usted esto?... Es un quintal de p&oacute;lvora. Hasta que no lo queme no
+descanso.</p>
+
+<p>Y <i>mad&oacute;</i> Antonia tem&iacute;a asomarse a las ventanas de su cocina, y las
+monjas que ocupaban una parte del antiguo palacio mostraban un instante
+sus tocas blancas, ocult&aacute;ndose inmediatamente como palomas amedrentadas
+por el continuo tiroteo.</p>
+
+<p>El jard&iacute;n, encerrado entre tapias almenadas lindantes con la muralla de
+mar, estremec&iacute;ase de la ma&ntilde;ana a la noche bajo el estr&eacute;pito de las
+detonaciones. Hu&iacute;an los p&aacute;jaros con medroso aleteo; trepaban por los
+agrietados muros verdosos lagartos, ocult&aacute;ndose entre las capas de
+hiedra; trotaban los gatos por las avenidas con un galope de terror. Los
+&aacute;rboles eran viej&iacute;simos, respetables, como el palacio: naranjos
+centenarios, de tronco retorcido, que necesitaban el apoyo de un cerco
+de horquillas para sostener sus miembros venerables; magnolieros
+gigantes, con m&aacute;s le&ntilde;a que hojas; palmeras infecundas, que se remontaban
+en el espacio azul buscando el mar por encima de las almenas para
+saludarlo con vaivenes de su cabeza empenachada.</p>
+
+<p>El sol hac&iacute;a crujir las cortezas de los &aacute;rboles y estallar las simientes
+olvidadas a flor de tierra; danzaban como chispas de oro los insectos
+zumbadores en las barras de luz que perforaban el follaje; ca&iacute;an con
+blando chapoteo, de tarde en tarde, los higos maduros despeg&aacute;ndose de
+las ramas; sonaba a lo lejos el arrullo del mar, batiendo las rocas al
+pie de la muralla; y en esta calma poblada de murmullos segu&iacute;a Febrer
+disparando pistoletazos. Era ya un maestro. Cuando apuntaba al monigote
+dibujado en el muro, lament&aacute;base de que no fuese un hombre, un enemigo
+odiado al que necesitase exterminar. Esta bala iba al coraz&oacute;n. &iexcl;Pum! Y
+sonre&iacute;a satisfecho al ver marcarse el agujero del proyectil en el mismo
+lugar a que hab&iacute;a apuntado.</p>
+
+<p>El estr&eacute;pito de los tiros, el humo de la p&oacute;lvora, despertaban en su
+imaginaci&oacute;n belicosas fantas&iacute;as, historias de lucha y de muerte en las
+que siempre era un h&eacute;roe triunfador. &iexcl;Veinte a&ntilde;os, y a&uacute;n no se hab&iacute;a
+batido!... Necesitaba un lance para dar prueba de su coraje. Era una
+desgracia que no tuviese enemigos, pero ya procurar&iacute;a crearse alguno
+cuando volviera a la Pen&iacute;nsula. Y persistiendo en estos desvar&iacute;os de su
+imaginaci&oacute;n, excitada por el estampido de las detonaciones, fing&iacute;a un
+lance de honor. Su adversario le tocaba al primer tiro y &eacute;l ca&iacute;a al
+suelo. A&uacute;n ten&iacute;a la pistola en la mano; deb&iacute;a defenderse, deb&iacute;a
+contestar tendido en el suelo. Y con gran esc&aacute;ndalo de su madre y de
+<i>mad&oacute;</i> Antonia, que al asomarse le cre&iacute;an loco, permanec&iacute;a echado de
+bruces y disparaba en esta posici&oacute;n, amaestr&aacute;ndose &laquo;para cuando le
+hiriesen&raquo;.</p>
+
+<p>Al volver a la Pen&iacute;nsula con el prop&oacute;sito de seguir sus interminables
+estudios, iba fortalecido por la vida de campo, arrogante por sus
+ensayos del jard&iacute;n y deseoso de tener el ansiado duelo con el primero
+que le diese el m&aacute;s leve pretexto. Pero como era hombre cort&eacute;s, incapaz
+de injustas provocaciones, y su aspecto impon&iacute;a respeto a los
+insolentes, transcurr&iacute;a el tiempo y el lance no llegaba. Su vitalidad
+exuberante, su fuerza impulsiva, consum&iacute;anse en obscuras aventuras y
+est&uacute;pidos derroches, de los que hablaban luego en la isla con admiraci&oacute;n
+los compa&ntilde;eros de estudios.</p>
+
+<p>Viviendo en Barcelona, recibi&oacute; un telegrama anunciador de que su madre
+estaba enferma de gravedad. Tard&oacute; dos d&iacute;as en embarcarse: no hab&iacute;a un
+buque pronto a zarpar. Cuando lleg&oacute; a la isla, su madre hab&iacute;a muerto. De
+la antigua familia que hab&iacute;a visto en su ni&ntilde;ez no quedaba nadie. S&oacute;lo
+<i>mad&oacute;</i> Antonia le pod&iacute;a recordar los tiempos pasados.</p>
+
+<p>Cuando se vio due&ntilde;o de la fortuna de los Febrer y en plena libertad,
+ten&iacute;a veintitr&eacute;s a&ntilde;os. La tal fortuna estaba ro&iacute;da por las esplendideces
+de sus ascendientes y abrumada con toda clase de grav&aacute;menes. La casa de
+Febrer era grande, como esos buques que al encallar y perderse para
+siempre hacen la riqueza de la costa adonde van a morir. Sus restos y
+despojos, que hubieran mirado con desprecio los antiguos, representaban
+a&uacute;n una fortuna.</p>
+
+<p>Jaime no quiso pensar, no quiso saber. Necesitaba vivir, ver mundo, y
+renunci&oacute; a sus estudios. &iquest;Qu&eacute; le importaban las leyes y costumbres
+romanas y los c&aacute;nones eclesi&aacute;sticos para pasar una buena existencia? Ya
+sab&iacute;a bastante. En realidad, lo mejor y m&aacute;s ameno de sus conocimientos
+se lo deb&iacute;a a su madre, cuando &eacute;l viv&iacute;a, siendo ni&ntilde;o, en el palacio, sin
+haber visto maestros. Ella le hab&iacute;a ense&ntilde;ado algo de franc&eacute;s y un poco
+de piano en un antiguo instrumento de teclas amarillentas y gran
+frontispicio de seda roja que casi llegaba al techo. Otros sab&iacute;an menos
+que &eacute;l y eran tan caballeros y mucho m&aacute;s dichosos. &iexcl;A vivir!....</p>
+
+<p>Permaneci&oacute; dos a&ntilde;os en Madrid. Tuvo amantes que le dieron cierta
+popularidad, caballos famosos, alborot&oacute; en los entresuelos de Fornos,
+fue &iacute;ntimo amigo de un torero c&eacute;lebre y jug&oacute; fuerte. Tuvo un duelo, pero
+fue a espada&mdash;no como &eacute;l se lo hab&iacute;a imaginado, tendido en el suelo, la
+pistola en la diestra&mdash;, y sali&oacute; del lance con un pinchazo en un brazo;
+algo como una puntada de alfiler en una epidermis de elefante.</p>
+
+<p>Ya no era &laquo;el mallorqu&iacute;n de las onzas&raquo;. El dep&oacute;sito de redondeles de oro
+guardado por su madre se hab&iacute;a extinguido; pero arrojaba los billetes
+pr&oacute;digamente en las mesas de juego, y cuando ven&iacute;a &laquo;la mala&raquo; escrib&iacute;a a
+su administrador, un abogado hijo de una familia de antiguos <i>mossons</i>,
+dependientes de los Febrer desde hac&iacute;a siglos.</p>
+
+<p>Se cans&oacute; de Madrid, donde se consideraba casi un extranjero. Perduraba
+en &eacute;l el alma de los antiguos Febrer, grandes viajeros de todos los
+pa&iacute;ses menos de Espa&ntilde;a, pues siempre hab&iacute;an vivido vueltos de espaldas a
+sus reyes. Muchos de sus abuelos eran familiares de todas las ciudades
+importantes del Mediterr&aacute;neo; hab&iacute;an visitado a los pr&iacute;ncipes de los
+peque&ntilde;os Estados italianos, hab&iacute;an sido recibidos en audiencia por el
+Papa y por el Gran Turco, pero jam&aacute;s se les ocurri&oacute; ir a Madrid.</p>
+
+<p>Adem&aacute;s, Febrer se irritaba muchas veces con sus parientes de la corte,
+j&oacute;venes orgullosos de sus t&iacute;tulos nobiliarios, que sonre&iacute;an al mencionar
+su rara cualidad de <i>butifarra</i>. &iexcl;Y pensar que la familia hab&iacute;a dejado
+que pasasen a los parientes de la Pen&iacute;nsula varios marquesados,
+prefiriendo este t&iacute;tulo supremo de nobleza isle&ntilde;a y el goce de las altas
+dignidades caballerescas de Malta!...</p>
+
+<p>Comenz&oacute; a viajar por Europa, fijando su residencia el oto&ntilde;o y parte del
+invierno en Par&iacute;s, los meses de fr&iacute;o en la Costa Azul, la primavera en
+Londres y el verano en Ostende, con varias expediciones a Italia, a
+Egipto y a Noruega para ver el sol de media noche.</p>
+
+<p>En esta nueva existencia apenas era conocido. Viv&iacute;a como un viajero m&aacute;s,
+insignificante gl&oacute;bulo circulante de la gran red arterial que el ansia
+del viaje extiende sobre el continente. Pero esta vida de continuo
+movimiento, con monoton&iacute;as abrumadoras e inesperadas aventuras,
+satisfac&iacute;a sus instintos at&aacute;vicos, las aficiones heredadas de sus
+remotos ascendientes, grandes visitadores de pueblos nuevos.</p>
+
+<p>Adem&aacute;s, esta existencia errante halagaba su ansia por todo lo
+extraordinario. En los hoteles de Niza, falansterios de la corrupci&oacute;n
+mundial correcta e hip&oacute;crita, se hab&iacute;a visto agraciado en la obscuridad
+de su cuarto por las m&aacute;s inesperadas visitas. En Egipto hab&iacute;a tenido que
+huir de las caricias decadentes de una condesa h&uacute;ngara, marchita flor de
+elegancia, de ojos hundidos y violento perfume, que revelaba bajo tersos
+y juveniles esmaltes la podredumbre de su carne.</p>
+
+<p>Estando en Munich cumpli&oacute; veintiocho a&ntilde;os. Hab&iacute;a ido poco antes a
+Bayreuth para una representaci&oacute;n de las &oacute;peras de Wagner, y ahora, en la
+capital de Baviera, asist&iacute;a al teatro de la Residencia, donde se
+verificaba el festival de Mozart. Jaime no era mel&oacute;mano, pero su vida
+errante le obligaba a ir donde iba la gente, y su condici&oacute;n de pianista
+aficionado le hab&iacute;a hecho asistir dos a&ntilde;os seguidos a esta romer&iacute;a
+musical.</p>
+
+<p>En el hotel que habitaba en Munich encontr&oacute; a miss Mary Gordon, a la que
+hab&iacute;a visto antes en el teatro de Wagner. Era una inglesa alta, esbelta,
+de pocas y finas carnes; un cuerpo de gimnasta, en el que los deportes
+hab&iacute;an contenido las amenas redondeces femeniles, d&aacute;ndola un aspecto
+juvenil, sano y asexual de bello muchacho. La cabeza era lo m&aacute;s hermoso:
+una cabeza de paje, con transparencias de porcelana, sonrosadas
+naricillas de perro juguet&oacute;n, h&uacute;medos ojos azules y una cabellera rubia,
+de oro blanquecino en la superficie y oro obscuro en sus profundidades.
+Su belleza era adorable y fr&aacute;gil; la belleza brit&aacute;nica que se pierde a
+los treinta a&ntilde;os bajo viol&aacute;ceas rubicundeces y granulaciones de la piel.</p>
+
+<p>En el restor&aacute;n hab&iacute;a sorprendido Jaime repetidas veces la mirada de sus
+ojos azules, c&aacute;ndidos y tranquilamente atrevidos, fijos en &eacute;l. Iba con
+una dama gorda, fofa y de rostro arrebolado, una se&ntilde;ora de compa&ntilde;&iacute;a
+vestida de negro, con un sombrero de paja roja y un cintur&oacute;n de igual
+color que part&iacute;a en dos abultados hemisferios su pecho y su vientre.
+Ella, juvenil y ligera, parec&iacute;a una flor de oro y n&aacute;car dentro de sus
+vestidos de franela blanca, de corte masculino, con corbata de hombre y
+un panam&aacute; de alas ca&iacute;das, al que se arrollaba un velo azul.</p>
+
+<p>Febrer se encontraba con ellas frecuentemente: en la Pinacoteca, frente
+a los <i>Evangelistas</i> de Durero; en la Glicoteca, contemplando los
+m&aacute;rmoles de Egina; en el teatro rococ&oacute; de la Residencia, donde cantaban
+las obras de Mozart, sala de otro siglo, con una decoraci&oacute;n de porcelana
+y guirnaldas que parec&iacute;a imponer a los espectadores el uso del tac&oacute;n de
+p&uacute;rpura y la peluca blanca. Habituados a verse, Jaime la saludaba con
+una sonrisa, y ella parec&iacute;a contestarle t&iacute;midamente con el brillo de sus
+ojos.</p>
+
+<p>Una ma&ntilde;ana, al salir de su cuarto, encontr&oacute; a la inglesita en un rellano
+de la escalera. Inclinaba su busto de muchacho sobre la barandilla.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Lift!&iexcl;lift!</i>&mdash;gritaba con su vocecita de p&aacute;jaro, avisando al
+encargado del ascensor para que lo subiese.</p>
+
+<p>La salud&oacute; Febrer al entrar con ella en la caja movible y dijo algunas
+palabras en franc&eacute;s para entablar conversaci&oacute;n. La inglesa callaba,
+mir&aacute;ndolo fijamente con sus pupilas azules claras, en las que parec&iacute;a
+flotar una estrella de oro. Permaneci&oacute; inm&oacute;vil como si no le entendiese,
+pero Jaime la hab&iacute;a visto en el sal&oacute;n de lectura hojeando diarios de
+Par&iacute;s.</p>
+
+<p>Al salir del ascensor, la inglesa se dirigi&oacute; con paso r&aacute;pido a la
+oficina donde estaba pluma en mano el cajero del hotel. &Eacute;ste la escuch&oacute;
+con gesto obsequioso, como un pol&iacute;glota pronto a entender a todos los
+hu&eacute;spedes, y saliendo de su encierro fuese hacia Jaime, que fing&iacute;a leer
+los anuncios del vest&iacute;bulo, turbado a&uacute;n por su fracaso. Febrer crey&oacute; que
+no le hablaban a &eacute;l. &laquo;Se&ntilde;or, esta se&ntilde;orita me pide que le presente.&raquo;</p>
+
+<p>Y volvi&eacute;ndose hacia la inglesa, el hotelero a&ntilde;adi&oacute; con germana
+tranquilidad, como quien cumple un deber de su cargo:</p>
+
+<p>&mdash;<i>Monsieur</i> el hidalgo Febrer, marqu&eacute;s de Espa&ntilde;a.</p>
+
+<p>Sab&iacute;a su obligaci&oacute;n. Todo espa&ntilde;ol que viaja con buenas maletas es
+hidalgo y marqu&eacute;s mientras no prueba lo contrario.</p>
+
+<p>Luego indic&oacute; con sus ojos a la inglesa, que permanec&iacute;a tiesa y grave
+durante esta ceremonia, sin la cual ninguna joven bien nacida puede
+cruzar su palabra con un hombre: &laquo;Miss Gordon, doctora de la Universidad
+de Melbourne.&raquo;</p>
+
+<p>La miss alarg&oacute; su manecita enguantada de blanco y sacudi&oacute; con una rudeza
+gimn&aacute;stica la diestra de Febrer. S&oacute;lo entonces se decidi&oacute; a hablar.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Oh, Espa&ntilde;a!... &iexcl;Oh, <i>don Quichotte</i>!</p>
+
+<p>Sin saber c&oacute;mo, salieron los dos del hotel hablando de las
+representaciones a que asist&iacute;an por las tardes. Aquel d&iacute;a no era de
+teatro, y ella pensaba ir a la pradera llamada <i>Teresienwiese</i>, al pie
+de la estatua de la Bavaria, para ver la feria de los tiroleses y
+escuchar sus canciones. Despu&eacute;s de almorzar en el hotel visitaron el
+campo de la feria; subieron a la cabeza de la enorme estatua,
+contemplando la planicie b&aacute;vara, sus lagos y sus lejanas monta&ntilde;as;
+recorrieron la Galer&iacute;a de la Gloria, llena de bustos de b&aacute;varos
+c&eacute;lebres, cuyos nombres le&iacute;an por primera vez, y acabaron yendo de
+barraca en barraca, admirando los trajes de los tiroleses, sus bailes
+gimn&aacute;sticos, sus gorjeos y trinos iguales a los del ruise&ntilde;or.</p>
+
+<p>Marchaban los dos como si se hubiesen conocido toda la vida, admirando
+Jaime en los ademanes de miss Gordon esa libertad varonil de las
+muchachas sajonas, que no temen el contacto con el hombre y se sienten
+fuertes al ser guardadas por ellas mismas. Desde aquel d&iacute;a salieron
+juntos a correr los museos, las academias, las viejas iglesias, unas
+veces solos, otras con la se&ntilde;ora de compa&ntilde;&iacute;a, que se esforzaba por
+seguir sus pasos. Eran dos camaradas que se comunicaban sus impresiones
+sin pensar nunca en la diversidad de sus sexos. Jaime sent&iacute;a deseos de
+aprovecharse de esta intimidad diciendo galanter&iacute;as, osando peque&ntilde;os
+atrevimientos; pero se deten&iacute;a en el momento oportuno. Con estas mujeres
+era peligrosa la acci&oacute;n, se mantienen impasibles, a prueba de toda clase
+de impresiones. Deb&iacute;a esperar que fuese ella la que tomase la
+iniciativa. Eran hembras que pod&iacute;an ir solas por el mundo, sinti&eacute;ndose
+capaces de interrumpir los arrebatos de pasi&oacute;n con golpes de boxeo.
+Algunas hab&iacute;a visto &eacute;l en sus viajes que llevaban en el manguito, o en
+el bolso de mano, entre la caja de polvos y el pa&ntilde;uelo, un diminuto y
+niquelado rev&oacute;lver.</p>
+
+<p>Miss Mary le hablaba del lejano archipi&eacute;lago oce&aacute;nico en el que su padre
+era algo as&iacute; como un virrey. No ten&iacute;a madre, y hab&iacute;a venido a Europa
+para completar los estudios hechos en Australia. Ella era doctora de la
+Universidad de Melbourne; doctora en m&uacute;sica... Jaime, disimulando el
+asombro que le causaban estas noticias de un mundo lejano, hablaba de
+&eacute;l, de su familia, de su pa&iacute;s, de las curiosidades de la isla, de la
+caverna de Art&aacute;, tr&aacute;gicamente grandiosa, ca&oacute;tica como una antesala del
+infierno; de las cuevas del Drag&oacute;n, con sus bosques de estalactitas
+luminosas, cual un palacio de hielo, y sus lagos milenarios y dormidos,
+de cuyo profundo cristal parec&iacute;a que iban a surgir m&aacute;gicas desnudeces
+semejantes a las de las hijas del Rhin que guardaban el tesoro de los
+Nibelungos. Miss Gordon le escuchaba embelesada. Jaime parec&iacute;a
+engrandecerse ante sus ojos al ser hijo de aquella isla de ensue&ntilde;o,
+donde es siempre azul el mar, luce el sol en todo tiempo y florece el
+naranjo.</p>
+
+<p>Poco a poco Febrer fue pasando las tardes en la habitaci&oacute;n de la
+inglesa. Hab&iacute;an terminado las representaciones del festival de Mozart.
+Miss Gordon necesitaba diariamente el alimento espiritual de la m&uacute;sica.
+Ten&iacute;a un piano en su sal&oacute;n y un rimero de partituras que la acompa&ntilde;aban
+en sus viajes. Jaime sent&aacute;base junto a ella, frente al teclado, y
+procuraba seguirla como acompa&ntilde;ante en las piezas que interpretaba,
+siempre del mismo autor, del dios, del &uacute;nico. El hotel estaba pr&oacute;ximo a
+la estaci&oacute;n, y el ruido de camiones, coches y tranv&iacute;as enervaba a la
+inglesa, haci&eacute;ndola cerrar las ventanas. La dama de compa&ntilde;&iacute;a qued&aacute;base
+en su cuarto, satisfecha de verse libre de aquel chaparr&oacute;n musical,
+cuyas delicias no pod&iacute;an compararse con las de hacer una buena labor de
+punto de Irlanda. Miss Gordon, sola con el espa&ntilde;ol, le trataba como una
+maestra.</p>
+
+<p>&mdash;A ver, otra vez: repitamos el tema de &laquo;la espada&raquo;. Ponga usted
+atenci&oacute;n.</p>
+
+<p>Pero Jaime se distra&iacute;a contemplando de reojo el cuello largo y
+blanqu&iacute;simo de la inglesa, erizado de pelillos de oro, la red de venas
+azules que se marcaba levemente en la transparencia de su epidermis
+nacarada.</p>
+
+<p>Llov&iacute;a una tarde; el cielo plomizo parec&iacute;a rozar los tejados de las
+casas; en el sal&oacute;n hab&iacute;a una luz difusa de bodega. Tocaban casi a
+tientas, avanzando las cabezas para leer en la mancha blanca de la
+partitura. Zumbaba la selva de los encantos, moviendo sus verdes y
+rumorosas cabelleras ante el rudo Sigfrido, inocente hijo de la
+Naturaleza, ansioso de conocer el lenguaje y el alma de las cosas
+inanimadas. Cantaba el p&aacute;jaro maestro, haciendo resaltar su dulce voz
+entrecortada sobre los murmullos del follaje. Mary se estremeci&oacute;.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Ah, poeta!... &iexcl;poeta!</p>
+
+<p>Y sigui&oacute; tocando. Luego, en la creciente obscuridad del sal&oacute;n sonaron
+los rudos acordes que acompa&ntilde;an al h&eacute;roe a la tumba; la f&uacute;nebre marcha
+de los guerreros llevando sobre el pav&eacute;s el cuerpo membrudo, blanco y
+rubio de Sigfrido, interrumpida por la frase melanc&oacute;lica del dios de los
+dioses. Mary segu&iacute;a temblando, hasta que de pronto sus manos abandonaron
+el teclado y su cabeza fue a posarse en un hombro de Jaime, como un
+p&aacute;jaro que abate sus alas.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Oh, Richard!... &iexcl;Richard, mon bien aim&eacute;e!</i></p>
+
+<p>El espa&ntilde;ol vio sus ojos extraviados y su boca llorosa que se ofrec&iacute;an;
+sinti&oacute; en sus manos las manos fr&iacute;as de ella, le envolvi&oacute; su aliento.
+Sobre su pecho se aplastaron ocultas redondeces de el&aacute;stica y firme
+dureza cuya existencia no hab&iacute;a podido sospechar.</p>
+
+<p>Y aquella tarde no hubo m&aacute;s m&uacute;sica.</p>
+
+<p>A media noche, cuando se acost&oacute; Febrer, a&uacute;n no hab&iacute;a salido de su
+asombro. &Eacute;l era el precursor, el primero que llega; no ten&iacute;a dudas.
+Despu&eacute;s de tantos miramientos, as&iacute; hab&iacute;an ocurrido las cosas, con la
+mayor simpleza, como quien ofrece la mano, sin que &eacute;l pusiera nada de su
+parte.</p>
+
+<p>Otro de sus asombros hab&iacute;a sido o&iacute;rse llamar con un nombre que no era el
+suyo. &iquest;Qui&eacute;n pod&iacute;a ser aquel Ricardo?... Pero en la hora de dulces y
+so&ntilde;olientas explicaciones que siguen a las de locura y olvido, ella le
+hab&iacute;a hablado de la impresi&oacute;n que sinti&oacute; en Bayreuth al verle por
+primera vez entre las mil cabezas que llenaban el teatro. &iexcl;Era &eacute;l... &eacute;l,
+como le representaban sus retratos de joven! Y al encontrarle de nuevo
+en Munich bajo el mismo techo, hab&iacute;a sentido que la suerte estaba echada
+y era in&uacute;til luchar por desprenderse de esta atracci&oacute;n.</p>
+
+<p>Febrer se examin&oacute; con ir&oacute;nica curiosidad en el espejo de su cuarto. &iexcl;Lo
+que una mujer es capaz de descubrir! S&iacute;; algo ten&iacute;a del otro... la
+frente pesada, los cabellos lacios, la nariz picuda y la barba saliente,
+que, andando los a&ntilde;os, se inclinar&iacute;an busc&aacute;ndose, para darle cierto
+perfil de bruja... &iexcl;Excelente y glorioso Ricardo! &iexcl;Por d&oacute;nde hab&iacute;a
+venido a proporcionarle una de las mayores felicidades de su vida!...
+&iexcl;Qu&eacute; hembra tan original aqu&eacute;lla!</p>
+
+<p>Y su asombro a&uacute;n se aument&oacute; en los otros d&iacute;as, mezclado con cierta
+amargura. Era una mujer que parec&iacute;a renovarse diariamente, olvidando lo
+pasado. Le recib&iacute;a con grave tiesura, como si nada hubiese ocurrido,
+como si en ella no dejasen rastro los hechos, como si el d&iacute;a anterior no
+existiese, y &uacute;nicamente cuando la m&uacute;sica evocaba la memoria del otro
+ven&iacute;an el enternecimiento y la sumisi&oacute;n.</p>
+
+<p>Jaime, irritado, se propon&iacute;a dominarla: por algo era hombre. Al fin fue
+consiguiendo que el piano sonase menos y que ella viese en su persona
+algo m&aacute;s que un retrato viviente del &iacute;dolo.</p>
+
+<p>En su feliz embriaguez les pareci&oacute; feo Munich y enojoso aquel hotel
+donde les hab&iacute;an conocido extra&ntilde;os el uno al otro. Sent&iacute;an la necesidad
+de arrullarse libremente, de volar lejos, y un d&iacute;a se vieron en un
+puerto que ten&iacute;a a su entrada un le&oacute;n de piedra y m&aacute;s all&aacute; la l&iacute;quida
+planicie de un lago inmenso que se confund&iacute;a con el cielo en la l&iacute;nea
+del horizonte. Estaban en Lindau. Un vapor pod&iacute;a llevarlos a Suiza, otro
+a Constanza, y prefirieron la tranquila ciudad alemana del famoso
+Concilio, yendo a instalarse en el Hotel de la Isla, antiguo monasterio
+de dominicos.</p>
+
+<p>&iexcl;C&oacute;mo se conmov&iacute;a Febrer al recordar este per&iacute;odo, el mejor de su
+existencia! Mary segu&iacute;a siendo para &eacute;l una mujer de car&aacute;cter original,
+en la que siempre quedaba algo por conquistar, abordable a ciertas horas
+y repelente y austera el resto del d&iacute;a. Era su amante, y sin embargo no
+pod&iacute;a permitirse un descuido, una libertad que revelase la confianza de
+la vida com&uacute;n. La m&aacute;s leve alusi&oacute;n a sus intimidades la hac&iacute;a enrojecer
+de protesta: <i>&laquo;&iexcl;Shocking!...&raquo;</i></p>
+
+<p>Y no obstante, todas las madrugadas, al romper el alba, Febrer,
+siguiendo los corredores del antiguo convento, regresaba a su cuarto,
+deshac&iacute;a la cama para que no sospechasen los sirvientes y se asomaba al
+balc&oacute;n. Cantaban los p&aacute;jaros en un jard&iacute;n de altos rosales situado a sus
+pies. M&aacute;s all&aacute;, el lago de Constanza se coloreaba de p&uacute;rpura con la
+salida del sol. Los primeros esquifes de pesca part&iacute;an las aguas con
+ondulaciones de color anaranjado; sonaban a lo lejos, veladas por la
+h&uacute;meda brisa ma&ntilde;anera, las campanas de la catedral; comenzaban a
+rechinar las gr&uacute;as en la orilla donde el lago deja de serlo,
+encauz&aacute;ndose para convertirse en el Rhin; los pasos de los criados y los
+frotes de la limpieza despertaban en el hotel los ecos del claustro
+monacal.</p>
+
+<p>Junto al balc&oacute;n, adosada al muro, y tan inmediata que Febrer pod&iacute;a
+tocarla con la mano, hab&iacute;a un torrecilla con montera de pizarra y
+antiguos escudos en su pared circular. Era la torre donde hab&iacute;a vivido
+preso Juan Huss antes de marchar a la hoguera.</p>
+
+<p>El espa&ntilde;ol pensaba en Mary. A aquellas horas estar&iacute;a en la penumbra
+perfumada de su habitaci&oacute;n, con la rubia cabecita entre los brazos,
+durmiendo el primer sue&ntilde;o serio de la noche, cansado el cuerpo y
+vibrante a&uacute;n por la m&aacute;s noble de las fatigas... &iexcl;Pobre Juan Huss! Jaime
+le compadec&iacute;a como si hubiese sido amigo suyo. &iexcl;Quemarle ante un paisaje
+tan hermoso, tal vez una ma&ntilde;ana como aqu&eacute;lla!... &iexcl;Meterse en la boca del
+lobo y dar la vida por si el Papa era bueno o malo, o los laicos deb&iacute;an
+comulgar con vino lo mismo que los sacerdotes! &iexcl;Morir por tales
+simplezas cuando la vida es tan hermosa y el hereje hubiera podido
+amenizarla ricamente con cualquiera de las rubias pechugonas y
+caderudas, amigas de cardenales, que presenciaron su suplicio!...
+&iexcl;Infeliz ap&oacute;stol! Febrer compadec&iacute;a ir&oacute;nicamente la simpleza del m&aacute;rtir.
+&Eacute;l ve&iacute;a la existencia con otros ojos... &iexcl;Viva el amor!... Era lo &uacute;nico
+serio de la existencia.</p>
+
+<p>Cerca de un mes permanecieron en la antigua ciudad episcopal, paseando a
+la ca&iacute;da de la tarde por las calles solitarias cubiertas de hierba, con
+sus palacios ruinosos del tiempo del Concilio; bajando en esquife la
+corriente del Rhin a lo largo de riberas orladas de bosques;
+deteni&eacute;ndose a contemplar las casitas de techo rojo y amplias parras
+bajo las cuales cantaban los burgueses jarro en mano, con una alegr&iacute;a
+germ&aacute;nica de sochantre, grave y reposada.</p>
+
+<p>De Constanza pasaron a Suiza, y despu&eacute;s a Italia. Un a&ntilde;o anduvieron
+juntos, contemplando paisajes, viendo museos, visitando ruinas, cuyas
+sinuosidades y escondrijos aprovechaba Jaime para besar la nacarada piel
+de Mary, goz&aacute;ndose en sus auroras de rubor y en el gesto de enfado con
+que protestaba: <i>&laquo;&iexcl;Shocking!...&raquo;</i> La acompa&ntilde;anta, insensible como una
+maleta a las novedades del viaje, segu&iacute;a la confecci&oacute;n de un gab&aacute;n de
+punto de Irlanda empezado en Alemania, seguido a trav&eacute;s de los Alpes, a
+lo largo de los Apeninos y a la vista del Vesubio y del Etna. Privada de
+poder hablar con Febrer, que ignoraba el ingl&eacute;s, lo saludaba con el
+brillo amarillento de sus dientes y volv&iacute;a a su trabajo, siendo una
+figura decorativa de los <i>halls</i> de los hoteles.</p>
+
+<p>Los dos amantes hablaban de casarse. Mary resolv&iacute;a la situaci&oacute;n con
+en&eacute;rgica rapidez. A su padre s&oacute;lo necesitaba escribirle dos l&iacute;neas.
+Estaba muy lejos, y adem&aacute;s nunca le hab&iacute;a consultado en ning&uacute;n asunto.
+Aprobar&iacute;a cuanto ella hiciese, seguro de su seso y prudencia.</p>
+
+<p>Estaban en Sicilia, tierra que recordaba a Febrer su isla. Tambi&eacute;n los
+antiguos de la familia hab&iacute;an andado por all&iacute;, pero con la coraza sobre
+el pecho y en peor compa&ntilde;&iacute;a. Mary hablaba del porvenir, arreglando la
+parte financiera de la futura sociedad con el sentido pr&aacute;ctico de su
+raza. No le importaba que Febrer tuviese poca fortuna: ella era rica
+para los dos. Y enumeraba todos sus bienes, tierras, casas y acciones,
+como un administrador seguro de su memoria. Al regresar a Roma se
+casar&iacute;an en la capilla evang&eacute;lica y en una iglesia cat&oacute;lica. Ella
+conoc&iacute;a a un cardenal que le hab&iacute;a proporcionado una visita al Papa. Su
+Eminencia lo arreglar&iacute;a todo.</p>
+
+<p>Jaime pas&oacute; una noche en claro en un hotel de Siracusa... &iquest;Casarse? Mary
+era agradable: embellec&iacute;a la vida y llevaba con ella una fortuna. &iquest;Pero
+realmente se casaba con &eacute;l?... Comenzaba a molestarle el otro, el
+fantasma ilustre que hab&iacute;a surgido en Zurich, en Venecia, en todos los
+lugares visitados por ellos que guardaban recuerdos del paso del
+maestro... &Eacute;l se har&iacute;a viejo, y la m&uacute;sica, su temible rival, se
+conservar&iacute;a siempre fresca. Dentro de pocos a&ntilde;os, cuando el matrimonio
+hubiese quitado a sus relaciones el encanto de lo ilegal, el deleite de
+lo prohibido, Mary encontrar&iacute;a alg&uacute;n director de orquesta m&aacute;s semejante
+a&uacute;n &laquo;al otro&raquo;, o un violonchelista feo, melenudo y de pocos a&ntilde;os que le
+recordase a Beethoven muchacho. Adem&aacute;s, &eacute;l era de otra raza, de otras
+costumbres y pasiones. Estaba cansado de aquella reserva pudibunda en el
+amor, de aquella resistencia a la entrega definitiva que le gustaba al
+principio, como una renovaci&oacute;n de la mujer, pero hab&iacute;a acabado por
+fatigarle. No; a&uacute;n era tiempo de salvarse.</p>
+
+<p>&mdash;Lo siento por lo que pensar&aacute; de Espa&ntilde;a... Lo siento por don
+Quijote&mdash;dijo haciendo su maleta en la madrugada.</p>
+
+<p>Y huy&oacute;, yendo a perderse en Par&iacute;s, adonde la inglesa no ir&iacute;a a buscarle.
+Odiaba a esta ciudad ingrata por la silba del <i>Tannhauser</i>, suceso
+ocurrido muchos a&ntilde;os antes de nacer ella.</p>
+
+<p>De estas relaciones, que hab&iacute;an durado un a&ntilde;o, s&oacute;lo guard&oacute; Jaime el
+recuerdo de una felicidad agrandada y embellecida por el paso del tiempo
+y un mech&oacute;n de cabellos rubios. Tambi&eacute;n deb&iacute;a tener entre varias gu&iacute;as
+de viaje y numerosas postales con vistas, guardadas en un mueble antiguo
+de su caser&oacute;n, un retrato de la doctora en m&uacute;sica, vistiendo una toga de
+luengas mangas y un birrete cuadrado del que pend&iacute;a una borla.</p>
+
+<p>De la vida que llev&oacute; despu&eacute;s apenas se acordaba. Era un vac&iacute;o de tedio
+cortado por congojas monetarias. El administrador mostr&aacute;base tardo y
+doliente en sus remesas. Jaime le ped&iacute;a dinero, y contestaba con cartas
+quejumbrosas, hablando de intereses que hab&iacute;a que satisfacer, de
+segundas hipotecas para las cuales apenas encontraba prestamistas, de
+irregularidad de una fortuna en la que no quedaba nada libre de
+gravamen.</p>
+
+<p>Creyendo que con su presencia pod&iacute;a solucionar esta mala situaci&oacute;n,
+Febrer hac&iacute;a cortos viajes a Mallorca, terminados siempre por la venta
+de alguna finca; y apenas ve&iacute;a dinero en sus manos, levantaba otra vez
+el vuelo, sin prestar o&iacute;do a los consejos del administrador. El dinero
+le comunicaba un optimismo sonriente. Todo se arreglar&iacute;a. A &uacute;ltima hora
+contaba con el recurso del matrimonio. Mientras tanto... &iexcl;a vivir!</p>
+
+<p>Y vivi&oacute; todav&iacute;a algunos a&ntilde;os, unas veces en Madrid, otras en las grandes
+ciudades del extranjero, hasta que al fin el administrador cerr&oacute; este
+per&iacute;odo de alegres prodigalidades enviando su dimisi&oacute;n, sus cuentas, y
+con ellas la negativa a seguir remitiendo dinero.</p>
+
+<p>Un a&ntilde;o llevaba en la isla &laquo;enterrado&raquo;, como &eacute;l dec&iacute;a, sin otra diversi&oacute;n
+que las noches de juego en el Casino y las tardes pasadas en el Borne en
+una mesa de antiguos camaradas, isle&ntilde;os sedentarios que gozaban con el
+relato de sus viajes. Apuros y miserias: &eacute;sta era la realidad de su vida
+presente. Los acreedores le amenazaban con inmediatas ejecuciones.</p>
+
+<p>A&uacute;n conservaba aparentemente <i>Son Febrer</i> y otros bienes de sus
+antepasados, pero la propiedad produc&iacute;a poco en la isla; las rentas, por
+una costumbre tradicional, eran iguales que en tiempo de sus abuelos,
+pues las familias de arrendatarios se perpetuaban en el disfrute de las
+fincas. Estos pagaban directamente a sus acreedores, pero aun as&iacute;, no
+llegaban a satisfacer la mitad de los intereses. Los ricos adornos del
+palacio s&oacute;lo los conservaba como un dep&oacute;sito. La noble casa de los
+Febrer estaba sumergida y &eacute;l era incapaz de sacarla a flote. Pensaba
+fr&iacute;amente algunas veces en la conveniencia de salir del mal paso sin
+humillaciones ni deshonras, haciendo que le encontrasen una tarde en el
+jard&iacute;n, dormido para siempre bajo un naranjo, con un rev&oacute;lver en la
+diestra.</p>
+
+<p>En tal situaci&oacute;n, alguien le sugiri&oacute; una idea al salir del Casino,
+despu&eacute;s de las dos de la madrugada, a la hora en que el insomnio
+nervioso hace ver las cosas con una luz extraordinaria que parece darles
+distinto relieve. Don Benito Valls, el rico <i>chueta</i>, le apreciaba
+mucho. Varias veces hab&iacute;a intervenido espont&aacute;neamente en sus asuntos,
+libr&aacute;ndole de peligros inminentes. Era simpat&iacute;a a su persona y respeto a
+su nombre. Valls no ten&iacute;a m&aacute;s que una heredera, y adem&aacute;s estaba enfermo:
+la exuberancia prol&iacute;fica de su raza se hab&iacute;a desmentido en &eacute;l. Su hija
+Catalina hab&iacute;a querido ser monja en la adolescencia; pero ahora, pasados
+los veinte a&ntilde;os, sent&iacute;a gran amor por las vanidades del mundo, y
+compadec&iacute;a tiernamente a Febrer cuando hablaban ante ella de sus
+desgracias.</p>
+
+<p>Jaime se resisti&oacute; a la proposici&oacute;n casi con tanto asombro como <i>mad&oacute;</i>
+Antonia. &iexcl;Una <i>chueta</i>!... Pero la idea fue abri&eacute;ndose camino,
+lubrificada en su incesante taladro por los apuros y las miserias
+crecientes que acompa&ntilde;aban la llegada de cada d&iacute;a. &iquest;Por qu&eacute; no?... La
+hija de Valls era la heredera m&aacute;s rica de la isla, y el dinero no tiene
+sangre ni raza.</p>
+
+<p>Al fin hab&iacute;a cedido a las instancias de algunos amigos, oficiosos
+mediadores entre &eacute;l y la familia, y aquella ma&ntilde;ana iba a almorzar en la
+casa de Valldemosa, donde viv&iacute;a Valls gran parte del a&ntilde;o para alivio del
+asma que le ahogaba.</p>
+
+<p>Jaime hizo un esfuerzo de memoria queriendo recordar a Catalina. La
+hab&iacute;a visto varias veces, en las calles de Palma. Buena figura, rostro
+agradable. Cuando viviera lejos de los suyos y vistiese mejor, ser&iacute;a una
+se&ntilde;ora &laquo;presentable&raquo;... &iquest;Pero pod&iacute;a amarla?...</p>
+
+<p>Febrer sonri&oacute; esc&eacute;pticamente. &iquest;Acaso resultaba necesario el amor para
+casarse? El matrimonio era un viaje a dos por el resto de la vida, y
+&uacute;nicamente hab&iacute;a que buscar en la mujer las condiciones que se exigen en
+un compa&ntilde;ero de excursi&oacute;n: buen car&aacute;cter, identidad de gustos, las
+mismas aficiones en el comer y en el dormir... &iexcl;El amor! Todos se cre&iacute;an
+con derecho a &eacute;l, y el amor era como el talento, como la belleza, como
+la fortuna, una dicha especial que s&oacute;lo disfrutaban contad&iacute;simos
+privilegiados. Por suerte, el enga&ntilde;o ven&iacute;a a ocultar esta cruel
+desigualdad, y todos los humanos acababan sus d&iacute;as pensando
+nost&aacute;lgicamente en la juventud, creyendo haber conocido realmente el
+amor, cuando no hab&iacute;an sentido otra cosa que el delirio de un contacto
+de epidermis.</p>
+
+<p>El amor era una cosa hermosa, pero no indispensable en el matrimonio ni
+en la existencia. Lo importante era escoger una buena compa&ntilde;era para el
+resto del viaje; acomodarse bien en los asientos de la vida; arreglar el
+paso de los dos a un mismo ritmo, para que no hubiesen saltos ni
+encontronazos; dominar los nervios y que la piel no se repeliese en el
+contacto de la existencia com&uacute;n; poder dormir como buenos camaradas, con
+mutuo respeto, sin herirse con las rodillas ni meterse los codos en los
+costillares... &Eacute;l esperaba encontrar todo esto, d&aacute;ndose por contento.</p>
+
+<p>Valldemosa se present&oacute; de pronto a su vista sobre la cumbre de una
+colina rodeada de monta&ntilde;as. La torre de la Cartuja, con adornos de
+azulejos verdes, elev&aacute;base sobre la frondosidad de los jardines de las
+celdas.</p>
+
+<p>Febrer vio un carruaje inm&oacute;vil en una revuelta del camino. Un hombre
+descendi&oacute; de &eacute;l, moviendo los brazos para que el cochero de Jaime
+detuviese sus bestias. Luego abri&oacute; la portezuela y subi&oacute; riendo, para
+sentarse al lado de Febrer.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Hola, capit&aacute;n!&mdash;dijo &eacute;ste con extra&ntilde;eza.</p>
+
+<p>&mdash;No me esperabas, &iquest;eh?... Tambi&eacute;n soy del almuerzo; me convido yo
+mismo. &iexcl;Qu&eacute; sorpresa va a tener mi hermano!...</p>
+
+<p>Jaime estrech&oacute; su diestra. Era uno de sus m&aacute;s leales amigos: el capit&aacute;n
+Pablo Valls.</p>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="IIIa" id="IIIa"></a><a href="#toc">III</a></h2>
+
+
+<p>Pablo Valls era conocido en toda Palma. Cuando tomaba asiento en la
+terraza de un caf&eacute; del Borne form&aacute;base en torno de &eacute;l un apretado
+c&iacute;rculo de oyentes, que sonre&iacute;an ante sus ademanes en&eacute;rgicos y su voz
+ruidosa, incapaz de sonar en tono discreto.</p>
+
+<p>&mdash;Yo soy <i>chueta</i>, &iquest;y qu&eacute;?... &iexcl;Jud&iacute;o de lo m&aacute;s jud&iacute;o! Todos los de mi
+familia procedemos de &laquo;la calle&raquo;. Cuando yo mandaba el <i>Roger de Launa</i>,
+una vez que estuve en Argel me detuve a la puerta de la sinagoga, y un
+viejo, luego de mirarme, dijo: &laquo;T&uacute; puedes pasar: t&uacute; eres de los
+nuestros.&raquo; Y yo le di la mano y contest&eacute;: &laquo;Gracias, correligionario.&raquo;</p>
+
+<p>Los oyentes re&iacute;an, y el capit&aacute;n Valls, declarando a gritos su calidad de
+<i>chueta</i>, miraba a todas partes como si desaf&iacute;ase a las casas, a las
+personas, al alma de la isla, hostil a su raza por un odio absurdo de
+siglos.</p>
+
+<p>Su rostro delataba su origen. Las patillas rubias y canosas, unidas por
+un bigote corto, revelaban al marino retirado de la navegaci&oacute;n; pero
+sobre estos adornos capilares resaltaba su perfil semita, su curva y
+pesada nariz, su ment&oacute;n saliente y unos ojos de p&aacute;rpados prolongados,
+con pupilas de &aacute;mbar o de oro, seg&uacute;n era la luz, en las que parec&iacute;an
+flotar algunos puntos de color de tabaco.</p>
+
+<p>Hab&iacute;a navegado mucho; hab&iacute;a vivido largas temporadas en Inglaterra y los
+Estados Unidos, y de la permanencia en estas tierras de libertad,
+insensibles a los odios religiosos, tra&iacute;a una franqueza belicosa que le
+impulsaba a desafiar las preocupaciones de la isla, tranquila e inm&oacute;vil
+en su estancamiento. Los otros <i>chuetas</i>, atemorizados por varios siglos
+de persecuci&oacute;n y menosprecio, ocultaban su origen o procuraban hacerlo
+olvidar con su mansedumbre. El capit&aacute;n Valls aprovechaba todas las
+ocasiones para hablar de &eacute;l, ostent&aacute;ndolo como un t&iacute;tulo de nobleza,
+como un reto que lanzaba a la general preocupaci&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Soy jud&iacute;o, &iquest;y qu&eacute;?...&mdash;segu&iacute;a gritando&mdash;. Correligionario de Jes&uacute;s, de
+San Pablo y otros santos a los que se venera en los altares. Los
+<i>butifarras</i> hablan con orgullo de sus abuelos, que datan casi de ayer.
+Yo soy m&aacute;s noble, m&aacute;s antiguo. Mis ascendientes fueron los patriarcas de
+la Biblia.</p>
+
+<p>Luego, indign&aacute;ndose contra las preocupaciones que se hab&iacute;an ensa&ntilde;ado en
+su raza, volv&iacute;ase agresivo.</p>
+
+<p>&mdash;En Espa&ntilde;a&mdash;dec&iacute;a gravemente&mdash;no hay cristiano que pueda levantar el
+dedo. Todos somos nietos de jud&iacute;os o de moros. Y el que no... el que
+no...</p>
+
+<p>Aqu&iacute; se deten&iacute;a, y tras una breve pausa afirmaba con resoluci&oacute;n:</p>
+
+<p>&mdash;Y el que no, es nieto de fraile.</p>
+
+<p>En la Pen&iacute;nsula no se conoce el odio tradicional al jud&iacute;o que a&uacute;n separa
+la poblaci&oacute;n de Mallorca en dos castas. Pablo Valls se enfurec&iacute;a
+hablando de su patria. No exist&iacute;an en ella jud&iacute;os de religi&oacute;n. Hac&iacute;a
+siglos que hab&iacute;a quedado disuelta la &uacute;ltima sinagoga. Todos se hab&iacute;an
+convertido en masa, y los rebeldes fueron quemados por la Inquisici&oacute;n.
+Los <i>chuetas</i> de ahora eran los cat&oacute;licos m&aacute;s fervorosos de Mallorca,
+llevando a sus creencias un fanatismo semita. Rezaban en alta voz,
+hac&iacute;an sacerdotes a sus hijos, buscaban influencias para meter a sus
+hijas en los conventos, figuraban como gente de dinero entre los
+partidarios de las ideas m&aacute;s conservadoras, y sin embargo pesaba sobre
+sus personas la misma antipat&iacute;a que en otros siglos, y viv&iacute;an aislados,
+sin que ninguna clase social quisiera aliarse con ellos.</p>
+
+<p>&mdash;Cuatrocientos cincuenta a&ntilde;os llevamos en el cogote el agua del
+bautismo&mdash;segu&iacute;a vociferando el capit&aacute;n Valls&mdash;, y somos a&uacute;n los
+malditos, los r&eacute;probos, como antes de la conversi&oacute;n. &iquest;No tiene gracia
+esto?... &laquo;&iexcl;Los <i>chuetas</i>! &iexcl;Cuidado con ellos! &iexcl;Mala gente!...&raquo; En
+Mallorca hay dos catolicismos: uno para los nuestros y otro para los
+dem&aacute;s.</p>
+
+<p>Luego, con un odio en el que parec&iacute;an concentradas todas la
+persecuciones, dec&iacute;a el marino, refiri&eacute;ndose a sus hermanos de raza:</p>
+
+<p>&mdash;Bien empleado les est&aacute;, por cobardes, por tener demasiado amor a la
+isla, a esta <i>Roqueta</i> en la que hemos nacido. Por no abandonarla se
+hicieron cristianos, y hoy que lo son de veras les pagan a coces. De
+seguir jud&iacute;os, esparci&eacute;ndose por el mundo como lo hicieron otros, tal
+vez ser&iacute;an a estas horas personajes y banqueros de reyes, en vez de
+estar en las tiendecitas de &laquo;la calle&raquo; fabricando bolsillos de plata.</p>
+
+<p>Esc&eacute;ptico en materias religiosas, despreciaba o atacaba a todos: a los
+jud&iacute;os fieles a sus antiguas creencias, a los conversos, a los
+cat&oacute;licos, a los musulmanes, con los que hab&iacute;a vivido en sus viajes a
+las costas de &Aacute;frica y en las escalas de Asia Menor. Otras veces
+sent&iacute;ase dominado por una ternura at&aacute;vica, mostrando cierto respeto
+religioso hacia su raza.</p>
+
+<p>&Eacute;l era semita: lo declaraba con orgullo golpe&aacute;ndose el pecho. &laquo;El primer
+pueblo del mundo.&raquo;</p>
+
+<p>&mdash;&Eacute;ramos unos piojosos muertos de hambre cuando viv&iacute;amos en Asia, porque
+all&iacute; no hab&iacute;a con qui&eacute;n hacer comercio ni a qui&eacute;n prestar dinero. Pero
+nadie m&aacute;s que nosotros ha dado al reba&ntilde;o humano sus pastores actuales,
+que a&uacute;n ser&aacute;n por muchos siglos los amos de los hombres. Mois&eacute;s, Jes&uacute;s y
+Mahoma son de mi tierra... Qu&eacute; tres socios de fuerza, &iquest;eh, caballeros? Y
+ahora hemos dado al mundo un cuarto profeta, tambi&eacute;n de nuestra raza y
+nuestra sangre, s&oacute;lo que &eacute;ste tiene dos caras y dos nombres. Por un lado
+se llama Rothschild, y es el capit&aacute;n de todos los que guardan el dinero;
+por otro lado se llama Carlos Marx, y es el ap&oacute;stol de los que quieren
+quit&aacute;rselo a los ricos.</p>
+
+<p>La historia de su raza en la isla la condensaba Valls a su modo en
+breves palabras. Los jud&iacute;os eran muchos, much&iacute;simos, en otros tiempos.
+Casi todo el comercio estaba en sus manos; gran parte de las naves eran
+suyas. Los Febrer y otros potentados cristianos no ten&iacute;an reparo en
+asociarse con ellos. Los tiempos antiguos pod&iacute;an llamarse de libertad;
+la persecuci&oacute;n y la barbarie eran relativamente modernas. Jud&iacute;os eran
+los tesoreros de los reyes, los m&eacute;dicos y otros cortesanos en las
+monarqu&iacute;as medioevales de la Pen&iacute;nsula.&mdash;Al iniciarse los odios
+religiosos, los hebreos m&aacute;s ricos y astutos de la isla hab&iacute;an sabido
+convertirse a tiempo, voluntariamente, fundi&eacute;ndose con las familias del
+pa&iacute;s y haciendo olvidar su origen. Estos cat&oacute;licos nuevos eran los que
+despu&eacute;s, con el fervor del ne&oacute;fito, hab&iacute;an azuzado la persecuci&oacute;n contra
+sus antiguos hermanos. Los <i>chuetas</i> de ahora, los &uacute;nicos mallorquines
+de origen jud&iacute;o conocido, eran los descendientes de los &uacute;ltimos
+convertidos, los nietos de las familias en las que se hab&iacute;a ensa&ntilde;ado la
+Inquisici&oacute;n.</p>
+
+<p>Ser <i>chueta</i>, proceder de la calle de la Plater&iacute;a, a la que se llamaba
+por antonomasia &laquo;la calle&raquo;, era la peor desgracia que le pod&iacute;a ocurrir a
+un mallorqu&iacute;n. En vano se hab&iacute;an hecho revoluciones en Espa&ntilde;a y aclamado
+leyes liberales que reconoc&iacute;an la igualdad de todos los espa&ntilde;oles; el
+<i>chueta</i>, al pasar a la Pen&iacute;nsula, era un ciudadano como los otros, pero
+en Mallorca era un r&eacute;probo, una especie de apestado, que s&oacute;lo pod&iacute;a
+emparentar con los suyos.</p>
+
+<p>Valls comentaba ir&oacute;nicamente el orden social en que hab&iacute;an vivido,
+escalonadas durante siglos, las diversas clases de la isla, y del que
+quedaban a&uacute;n muchos pelda&ntilde;os intactos. Arriba, en la c&uacute;spide, los
+orgullosos <i>butifarras</i>; luego los nobles, los caballeros; despu&eacute;s los
+<i>mossons</i>; tras &eacute;stos los mercaderes y los menestrales, y a continuaci&oacute;n
+los payeses, cultivadores del suelo. Abr&iacute;ase aqu&iacute; un enorme par&eacute;ntesis
+en el orden seguido por Dios al crear a unos y a otros: un vasto espacio
+libre que cada cual pod&iacute;a poblar a su capricho. Indudablemente, detr&aacute;s
+de los mallorquines nobles y plebeyos ven&iacute;an en orden de consideraci&oacute;n
+los cerdos, los perros, los asnos, los gatos, las ratas... y a la cola
+de todas estas bestias del Se&ntilde;or, el odiado vecino de &laquo;la calle&raquo;, el
+<i>chueta</i>, paria de la isla. Nada importaba que fuese rico, como el
+hermano del capit&aacute;n Valls, o inteligente, como otros. Muchos <i>chuetas</i>,
+funcionarios del Estado en la Pen&iacute;nsula, militares, magistrados,
+hacendistas, al volver a Mallorca encontraban que el &uacute;ltimo mendigo se
+consideraba superior a ellos, y al creerse molestado prorrump&iacute;a en
+insultos contra sus personas y sus familias. El aislamiento de este
+pedazo de Espa&ntilde;a rodeado de mar serv&iacute;a para mantener intacta el alma de
+otras &eacute;pocas.</p>
+
+<p>En vano los <i>chuetas</i>, huyendo de este odio que perduraba a trav&eacute;s del
+progreso, extremaban su catolicismo con una fe vehemente y ciega, en la
+que influ&iacute;a mucho el terror infiltrado en su alma y en su carne por una
+persecuci&oacute;n de siglos. En vano segu&iacute;an rezando a gritos en sus casas,
+para que se enterasen los vecinos de la calle, imitando en esto a sus
+abuelos, que hac&iacute;an lo mismo y adem&aacute;s guisaban la comida en las ventanas
+con el prop&oacute;sito de que viesen todos que com&iacute;an cerdo. Los odios
+tradicionales de separaci&oacute;n no ca&iacute;an vencidos. La Iglesia cat&oacute;lica, que
+se titula universal, era cruel e inabordable para ellos en la isla,
+pagando su adhesi&oacute;n con hura&ntilde;as repulsiones. Los hijos de los <i>chuetas</i>
+que deseaban ser curas no encontraban sitio en el Seminario. Los
+conventos cerraban las puertas a toda novicia procedente de &laquo;la calle&raquo;.
+Las hijas de los <i>chuetas</i> se casaban en la Pen&iacute;nsula con hombres
+notables o de gran fortuna, pero en la isla apenas encontraban quien
+aceptase su mano y sus riquezas.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Gente mala!&mdash;continuaba diciendo ir&oacute;nicamente Valls&mdash;. Son
+trabajadores, ahorran, viven en paz en el seno de sus familias, hasta
+son m&aacute;s cat&oacute;licos que los otros; pero son <i>chuetas</i>, y algo tendr&aacute;n
+cuando les odian. Tienen... &laquo;algo&raquo;, &iquest;se enteran ustedes? &laquo;algo&raquo;. &Eacute;l que
+quiera saber m&aacute;s que averig&uuml;e.</p>
+
+<p>Y el marino re&iacute;a hablando de los pobres payeses del campo, que hasta
+pocos a&ntilde;os antes afirmaban de buena fe que los <i>chuetas</i> estaban
+cubiertos de grasa y ten&iacute;an rabo, aprovechando la ocasi&oacute;n de encontrar
+solo a un ni&ntilde;o de &laquo;la calle&raquo; para desnudarlo y convencerse de si era
+cierto lo del ap&eacute;ndice caudal.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y lo de mi hermano?&mdash;prosegu&iacute;a Valls&mdash;. &iquest;Y lo de mi santo hermano
+Benito, que reza a voces y parece que se vaya a comer las im&aacute;genes?...</p>
+
+<p>Todos recordaban el caso de don Benito Valls, y re&iacute;an francamente, ya
+que el hermano era el primero en burlarse del suceso. El rico <i>chueta</i>
+se hab&iacute;a visto due&ntilde;o, al cobrar unos cr&eacute;ditos, de una casa y valiosas
+tierras en un pueblo del interior de la isla. Al ir a tomar posesi&oacute;n de
+la nueva propiedad, los vecinos m&aacute;s prudentes le hab&iacute;an dado buenos
+consejos. Era muy due&ntilde;o de visitar su hacienda durante el d&iacute;a, &iquest;pero
+pernoctar en su casa?... &iexcl;nunca! No hab&iacute;a memoria de que un <i>chueta</i>
+hubiese dormido en el pueblo. Don Benito no prest&oacute; atenci&oacute;n a estos
+consejos y se qued&oacute; una noche en su propiedad; pero apenas se meti&oacute; en
+la cama huyeron los caseros. Cuando el amo se cans&oacute; de dormir salt&oacute; del
+lecho. Ni el m&aacute;s tenue resplandor entraba por las rendijas. Cre&iacute;a haber
+dormido doce horas lo menos, pero a&uacute;n era de noche. Abri&oacute; una ventana, y
+su cabeza tropez&oacute; cruelmente en la obscuridad; intent&oacute; franquear la
+puerta, y no pudo. Durante su sue&ntilde;o el vecindario hab&iacute;a tapiado todos
+los huecos y salidas, y el <i>chueta</i> tuvo que salvarse por el tejado,
+entre las risotadas de la gente, que celebraba su obra. Esta broma s&oacute;lo
+era a guisa de advertencia; si persist&iacute;a en ir contra las costumbres del
+pueblo, alguna noche despertar&iacute;a entre llamas.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Muy b&aacute;rbaro, pero gracioso!&mdash;a&ntilde;adi&oacute; el capit&aacute;n&mdash;. &iexcl;Mi hermano!...
+&iexcl;Una buena persona!... &iexcl;un santo!...</p>
+
+<p>Todos re&iacute;an al o&iacute;r estas palabras. Segu&iacute;a trat&aacute;ndose con su hermano,
+aunque con cierta frialdad, y no hac&iacute;a secreto de los agravios que ten&iacute;a
+con &eacute;l. El capit&aacute;n Valls era el bohemio de la familia, siempre en el mar
+o en lejanas tierras, llevando una vida de solter&oacute;n alegre. Bastante
+ten&iacute;a para vivir. Y a la muerte del padre, su hermano se hab&iacute;a quedado
+con los negocios de la casa, quit&aacute;ndole muchos miles de duros.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Lo mismo que entre cristianos viejos!&mdash;se apresuraba a a&ntilde;adir
+Pablo&mdash;. En esto de las herencias no hay razas ni credos. El dinero no
+conoce religi&oacute;n.</p>
+
+<p>Las interminables persecuciones sufridas por sus ascendientes irritaban
+a Valls. Todas las circunstancias eran buenas para atropellar a las
+gentes de &laquo;la calle&raquo;. Cuando los payeses ten&iacute;an agravios con los nobles
+y bajaban los for&aacute;neos en bandas armadas contra los ciudadanos de Palma,
+el conflicto se resolv&iacute;a asaltando unos y otros el barrio de los
+<i>chuetas</i>, matando a los que no hu&iacute;an y robando sus tiendas. Si un
+batall&oacute;n mallorqu&iacute;n recib&iacute;a orden de marchar a Espa&ntilde;a en caso de guerra,
+los soldados se amotinaban, sal&iacute;an del cuartel y saqueaban &laquo;la calle&raquo;.
+Cuando las reacciones suced&iacute;an en Espa&ntilde;a a las revoluciones, los
+realistas, para celebrar su triunfo, asaltaban las plater&iacute;as de los
+<i>chuetas</i>, se apoderaban de sus riquezas y hac&iacute;an hogueras con los
+muebles, arrojando a las llamas hasta los crucifijos... &iexcl;Crucifijos de
+antiguo jud&iacute;o, que forzosamente hab&iacute;an de ser falsos!</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y qui&eacute;nes son los de &laquo;la calle&raquo;?&mdash;gritaba el capit&aacute;n&mdash;. Ya se sabe:
+los que tienen la nariz y los ojos como yo. Pero hay muchos <i>chuetas</i>
+que son romos y no presentan nada del tipo com&uacute;n. En cambio, &iquest;cu&aacute;ntos
+que se tienen por caballeros rancios, de nobleza orgullosa, presentan
+una cara que ni la de Abraham y Jacob?...</p>
+
+<p>Exist&iacute;a una lista de apellidos sospechosos para conocer a los verdaderos
+<i>chuetas</i>. Pero estos mismos apellidos los llevaban cristianos viejos, y
+era el capricho tradicional el que separaba a unos de otros. S&oacute;lo hab&iacute;an
+quedado marcadas por el odio popular las familias descendientes de los
+que fueron azotados o quemados por la Inquisici&oacute;n. El famoso cat&aacute;logo de
+los apellidos estaba sacado indudablemente de los autos del Santo
+Oficio.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Una felicidad el hacerse cristiano! Los abuelos achicharrados en la
+hoguera y los nietos marcados y malditos por los siglos de los siglos...</p>
+
+<p>El capit&aacute;n perd&iacute;a su tono ir&oacute;nico al recordar la historia horripilante
+de los <i>chuetas</i> de Mallorca. Se coloreaban sus mejillas y brillaban sus
+ojos con fulgores de odio. Para vivir tranquilos, se hab&iacute;an convertido
+todos en masa en el siglo <span class="smcap">xv</span>. No quedaba un jud&iacute;o en la isla, pero a la
+Inquisici&oacute;n le era preciso hacer algo para justificar su existencia, y
+hubo quemas de sospechosos de juda&iacute;smo en el Borne, espect&aacute;culos
+organizados, como dec&iacute;an los cronistas de la &eacute;poca, &laquo;con arreglo a las
+funciones m&aacute;s lucidas celebradas para el triunfo de la Fe en Madrid,
+Palermo y Lima&raquo;.</p>
+
+<p>Unos <i>chuetas</i> fueron quemados, otros sufrieron azotes, otros salieron
+&uacute;nicamente a la verg&uuml;enza con caperuza pintada de diablos y vela verde
+en la mano; pero todos vieron por igual confiscados sus bienes, y el
+Santo Tribunal se enriqueci&oacute;. Desde entonces, los sospechosos de
+juda&iacute;smo, los que no contaban con un protector cl&eacute;rigo, tuvieron que ir
+todos los domingos a misa a la catedral con sus familias, bajo el mando
+y custodia de un alguacil, que los formaba en reba&ntilde;o, les pon&iacute;a un manto
+para que nadie los confundiese, y as&iacute; los llevaba al templo, entre las
+rechiflas, insultos y pedradas del devoto populacho. Esto era un domingo
+y otro domingo, y en este suplicio semanal y sin t&eacute;rmino mor&iacute;an los
+padres y se convert&iacute;an en hombres los hijos, engendrando nuevos
+<i>chuetas</i> destinados al insulto p&uacute;blico.</p>
+
+<p>Unas cuantas familias se concertaron para huir de esta vergonzosa
+esclavitud. Se reun&iacute;an en un huerto inmediato a la muralla y las
+aconsejaba y dirig&iacute;a un tal Rafael Valls, hombre animoso y de gran
+cultura.</p>
+
+<p>&mdash;No s&eacute; ciertamente si fue pariente m&iacute;o&mdash;dec&iacute;a el capit&aacute;n&mdash;. &iexcl;Han pasado
+m&aacute;s de dos siglos desde entonces! Pero si no lo fue, quiero que lo
+sea... Me honra mucho tenerlo como abuelo m&iacute;o. &iexcl;Adelante!</p>
+
+<p>Pablo Valls hab&iacute;a coleccionado en su casa papeles y libros de la &eacute;poca
+de las persecuciones, y hablaba de &eacute;stas como de un suceso acaecido d&iacute;as
+antes.</p>
+
+<p>&mdash;Se embarcaron hombres, mujeres y ni&ntilde;os en un buque ingl&eacute;s; pero un
+temporal lo volvi&oacute; de nuevo a las costas de Mallorca, y los fugitivos
+fueron presos. Esto era gobernando a Espa&ntilde;a Carlos II el Hechizado.
+&iexcl;Querer huir de Mallorca, donde tan bien les trataban, y a m&aacute;s de esto,
+en un buque tripulado por luteranos!... Tres a&ntilde;os estuvieron presos, y
+la confiscaci&oacute;n de sus bienes produjo un mill&oacute;n de duros. Adem&aacute;s, el
+Santo Tribunal contaba con otros millones arrancados a las v&iacute;ctimas
+anteriores, y construy&oacute; un palacio en Palma, el mejor y m&aacute;s lujoso que
+tuvo en parte alguna la Inquisici&oacute;n. A los prisioneros les dieron
+tormento hasta confesar lo que deseaban sus jueces, y en 7 de Marzo de
+1691 comenzaron las ejecuciones. Aquel suceso tuvo un historiador como
+no se conoce otro en el mundo, el padre Garau, santo jesuita, pozo de
+ciencia teol&oacute;gica, rector del Seminario de Monte-Si&oacute;n, donde ahora est&aacute;
+el Instituto, autor del libro <i>La fe triunfante</i>, un monumento literario
+que no vendo por todo el dinero del mundo. Aqu&iacute; est&aacute;: me acompa&ntilde;a a
+todas partes.</p>
+
+<p>Y sacaba de un bolsillo <i>La fe triunfante</i>, librito encuadernado en
+pergamino, de antigua y rojiza impresi&oacute;n, que acariciaba con un cari&ntilde;o
+feroz.</p>
+
+<p>&iexcl;Bendito padre Garau! Encargado de exhortar y fortalecer a los reos, lo
+hab&iacute;a visto todo de cerca, y se hac&iacute;a lenguas de los miles y miles de
+espectadores que acudieron de los diversos pueblos de la isla para
+presenciar la fiesta, de las misas solemnes con asistencia de treinta y
+ocho reos destinados a la quema, del lujoso atav&iacute;o de caballeros y
+alguaciles, jinetes en briosos corceles al frente de la procesi&oacute;n, y de
+&laquo;la piedad del gent&iacute;o, que prorrump&iacute;a otras veces en gritos de l&aacute;stima
+cuando llevaban a la horca a un facineroso, y permanec&iacute;a mudo ante estos
+r&eacute;probos olvidados del Se&ntilde;or...&raquo; En aquel d&iacute;a se mostr&oacute;, seg&uacute;n el docto
+jesuita, el temple de alma de los que creen en Dios y de los que le
+desconocen. Los sacerdotes marchaban animosos, dando gritos de
+exhortaci&oacute;n sin cansarse; los miserables reos iban p&aacute;lidos, deca&iacute;dos y
+sin fuerzas. Bien se vio de qu&eacute; parte estaba la ayuda celeste.</p>
+
+<p>Los sentenciados fueron conducidos al pie del castillo de Bellver, para
+la quema final. El marqu&eacute;s de Legan&eacute;s, gobernador del Milanesado, de
+paso en Mallorca con su flota, se apiad&oacute; de la juventud y belleza de una
+muchacha condenada a las llamas y pidi&oacute; su perd&oacute;n. El Tribunal alab&oacute; los
+sentimientos cristianos del marqu&eacute;s, pero no quiso admitir su s&uacute;plica.</p>
+
+<p>El padre Garau era el encargado de convencer a Rafael Valls, &laquo;hombre de
+ciertas letras, pero al que inspiraba el demonio un desmedido orgullo,
+impuls&aacute;ndolo a maldecir a los que le condenaban a muerte, y sin querer
+reconciliarse con la Iglesia&raquo;. Pero, como dec&iacute;a el jesuita, estas
+valent&iacute;as, obra del Malo, acaban ante el peligro y no pueden compararse
+con la serenidad del sacerdote que exhorta al reo.</p>
+
+<p>&mdash;El padre jesuita era un h&eacute;roe lejos de las llamas. Ahora ver&aacute;n ustedes
+con qu&eacute; piedad evang&eacute;lica relata la muerte de mi abuelo.</p>
+
+<p>Y abriendo Valls el libro por una p&aacute;gina se&ntilde;alada, le&iacute;a con lentitud:
+&laquo;Mientras lleg&oacute; s&oacute;lo el humo a &eacute;l, era una estatua; en llegando la
+llama, se defendi&oacute;, se cubri&oacute; y forceje&oacute; como pudo, y hasta que no pudo
+m&aacute;s. Estaba gordo como un lechonazo de cr&iacute;a y encendi&oacute;se en lo interior;
+de manera que aun cuando no llegaban las llamas, ard&iacute;an sus carnes como
+un tiz&oacute;n; y reventando por medio, se le cayeron las entra&ntilde;as como a
+Judas. <i>Crepuit medius difusa sunt omnia viscera ejus.&raquo;</i></p>
+
+<p>Esta lectura b&aacute;rbara produc&iacute;a siempre efecto. Cesaban las risas, se
+entenebrec&iacute;an los rostros, y el capit&aacute;n Valls paseaba en torno sus ojos
+de &aacute;mbar, respirando satisfecho, como si acabase de alcanzar un triunfo,
+mientras el peque&ntilde;o volumen volv&iacute;a a ocultarse en su bolsillo.</p>
+
+<p>Una vez que Febrer figuraba entre los oyentes, el marino le dijo con voz
+rencorosa:</p>
+
+<p>&mdash;T&uacute; tambi&eacute;n estabas all&iacute;. Es decir, t&uacute; no. Uno de tus abuelos, un
+Febrer, llevaba la bandera verde, como alf&eacute;rez mayor del Tribunal; y las
+damas de tu familia fueron en carroza al pie del castillo para
+presenciar la quema.</p>
+
+<p>Jaime, molestado por el recuerdo, levant&oacute; los hombros.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Cosas viejas! &iquest;Qui&eacute;n se acuerda de lo que ya pas&oacute;? S&oacute;lo alg&uacute;n loco
+como t&uacute;... Anda, Pablo, cu&eacute;ntanos algo de tus viajes... de tus
+conquistas de mujeres.</p>
+
+<p>El capit&aacute;n rezongaba... &iexcl;Cosas viejas! El alma de la <i>Roqueta</i> era a&uacute;n
+la misma que en aquellos tiempos. Persist&iacute;a el odio de religi&oacute;n y de
+raza. Por algo viv&iacute;an aparte, en un pedazo de tierra aislado por el mar.</p>
+
+<p>Pero Valls recobraba pronto su buen humor, y como todos los que han
+rodado por el mundo, no pod&iacute;a resistirse a la invitaci&oacute;n de relatar su
+pasado.</p>
+
+<p>Febrer, otro vagabundo como &eacute;l, gozaba escuch&aacute;ndole. Los dos hab&iacute;an
+vivido una existencia agitada y cosmopolita, distinta de la mon&oacute;tona
+vida de los isle&ntilde;os; los dos hab&iacute;an gastado el dinero con prodigalidad.
+La &uacute;nica diferencia estribaba en que Valls hab&iacute;a sabido ganarlo
+igualmente con el genio activo de su raza, y ahora, diez a&ntilde;os mayor que
+Jaime, ten&iacute;a con qu&eacute; atender desahogadamente a sus modestas necesidades
+de solter&oacute;n. Todav&iacute;a comerciaba de vez en cuando y hac&iacute;a comisiones para
+amigos que le escrib&iacute;an desde puertos lejanos.</p>
+
+<p>De su accidentada historia de marino, Febrer desechaba el relato de
+hambres y borrascas, y s&oacute;lo sent&iacute;a curiosidad por los amor&iacute;os en los
+grandes puertos internacionales, donde se amontonan los vicios ex&oacute;ticos
+y las hembras de todas las razas. Valls, en sus tiempos juveniles,
+cuando mandaba buques de su padre, hab&iacute;a conocido mujeres de todas
+clases y colores, vi&eacute;ndose mezclado en org&iacute;as marinerescas que acababan
+entre olas de <i>whisky</i> y golpes de cuchillo.</p>
+
+<p>&mdash;Pablo, cu&eacute;ntanos aquellos amor&iacute;os en Jaffa, cuando los moros te
+quer&iacute;an matar.</p>
+
+<p>Y Febrer lanzaba carcajadas escuch&aacute;ndole, mientras el marino se dec&iacute;a
+que este Jaime era un buen muchacho, digno de mejor suerte, sin otro
+defecto que ser un <i>butifarra</i> algo pegado a las preocupaciones de
+familia.</p>
+
+<p>Cuando subi&oacute; al carruaje de Febrer en el camino de Valldemosa, dando
+orden al cochero que lo hab&iacute;a tra&iacute;do hasta all&iacute; para que regresase a
+Palma, se ech&oacute; atr&aacute;s el sombrero de fieltro flexible, que llevaba en
+todo tiempo, aplastado de copa, con el ala delantera subida y la
+posterior desplomada sobre la nuca.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Aqu&iacute; estamos todos! &iquest;de veras que no me esperabas? A m&iacute;; me lo
+cuentan todo, y ya que hay fiesta de familia, que sea completa.</p>
+
+<p>Febrer fing&iacute;a no entenderle. El carruaje entr&oacute; en Valldemosa,
+deteni&eacute;ndose en las inmediaciones de la Cartuja ante una casa de
+construcci&oacute;n moderna. Cuando los dos amigos transpusieron la verja del
+jard&iacute;n, vieron venir hacia ellos un se&ntilde;or de blancas patillas apoyado en
+un bast&oacute;n. Era don Benito Valls. Salud&oacute; a Febrer con voz lenta y opaca,
+cortando varias veces sus palabras para sorber el aire. Hablaba
+humildemente, celebrando con grandes extremos el honor que le hac&iacute;a
+Febrer al aceptar su invitaci&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y yo?&mdash;pregunt&oacute; el capit&aacute;n con sonrisa maligna&mdash;; &iquest;yo no soy
+nadie?... &iquest;No te alegras de verme?</p>
+
+<p>Don Benito se alegraba de verle. As&iacute; lo dijo varias veces, pero sus ojos
+revelaban inquietud. Su hermano le inspiraba cierto miedo. &iexcl;Qu&eacute;
+lengua!.... Mejor viv&iacute;an sin verse.</p>
+
+<p>&mdash;Hemos venido juntos&mdash;continu&oacute; el marino&mdash;. Al saber que Jaime
+almorzaba aqu&iacute;, me he convidado yo mismo, seguro de darte un alegr&oacute;n.
+Estas reuniones de familia son encantadoras.</p>
+
+<p>Hab&iacute;an entrado en la casa, adornada con sencillez. Los muebles eran
+modernos y vulgares. Algunos cromos y unas pinturas horribles
+representando paisajes de Valldemosa y Miramar adornaban las paredes.</p>
+
+<p>Catalina, la hija de don Benito, baj&oacute; apresuradamente del piso superior.
+Llevaba a&uacute;n polvos de arroz esparcidos en el pecho, revelando el
+apresuramiento con que hab&iacute;a dado un &uacute;ltimo toque de adorno a su persona
+al ver llegar el carruaje.</p>
+
+<p>Jaime pudo contemplarla detenidamente por primera vez. No se hab&iacute;a
+equivocado en sus apreciaciones. Era alta, de un moreno mate, con negras
+cejas, ojos iguales a gotas de tinta y un ligero vello en el labio y las
+sienes. Su esbeltez juvenil ofrec&iacute;ase llena y firme, anunciando una
+mayor expansi&oacute;n para el porvenir, como en todas las hembras de su raza.
+Parec&iacute;a de car&aacute;cter dulce y sumiso: una buena compa&ntilde;era, incapaz de
+estorbos en el viaje de la vida com&uacute;n. Ten&iacute;a los ojos bajos y se colore&oacute;
+su rostro al encontrarse frente a Jaime. En su actitud, en sus miradas
+furtivas, not&aacute;base el respeto, la adoraci&oacute;n del que se siente intimidado
+en presencia de un ser que considera superior.</p>
+
+<p>El capit&aacute;n acarici&oacute; a su sobrina con cierta libertad, adoptando el mismo
+gesto de viejo alegre con que hablaba a las muchachuelas de Palma, a
+altas horas de la noche, en alg&uacute;n restor&aacute;n del Borne. &iexcl;Ah, buena moza!
+&iexcl;Y qu&eacute; guapa estaba! Parec&iacute;a imposible que fuese de una familia de feos.</p>
+
+<p>Don Benito los encamin&oacute; a todos al comedor. El almuerzo esperaba hac&iacute;a
+mucho rato; en aquella casa se com&iacute;a al uso antiguo: las doce en punto.
+Sent&aacute;ronse a la mesa, y Febrer, que estaba al lado del due&ntilde;o, sinti&oacute;se
+molestado por su respiraci&oacute;n jadeante, por las grandes aspiraciones con
+que interrump&iacute;a sus palabras.</p>
+
+<p>En el silencio que envuelve siempre el principio de toda comida, son&oacute;
+penosamente el silbido de sus pulmones enfermos. El rico <i>chueta</i>
+avanzaba los labios, poni&eacute;ndolos en forma circular como la boca de una
+trompetilla, y aspiraba el aire con ruido fatigoso. Como todos los
+enfermos, sent&iacute;a la necesidad de hablar, y sus palabras eran
+interminables, entre balbuceos y largos descansos que le dejaban con el
+pecho jadeante y los ojos en alto, cual si fuese a morir asfixiado. Un
+ambiente de inquietud se extend&iacute;a por el comedor. Febrer le miraba con
+cierta alarma, como si aguardase verle caer moribundo de su silla. La
+hija y el capit&aacute;n habituados al espect&aacute;culo, parec&iacute;an indiferentes.</p>
+
+<p>&mdash;Es el asma, don Jaime&mdash;dijo trabajosamente el enfermo&mdash;En
+Valldemosa... estoy mejor... En Palma me mor&iacute;a.</p>
+
+<p>Y la hija aprovech&oacute; la ocasi&oacute;n para dejar o&iacute;r una voz de monjita t&iacute;mida,
+que contrastaba con sus ardientes ojos orientales:</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;; pap&aacute; vive mejor aqu&iacute;.</p>
+
+<p>&mdash;Aqu&iacute; est&aacute;s m&aacute;s tranquilo&mdash;a&ntilde;adi&oacute; el capit&aacute;n&mdash;y haces menos pecados.</p>
+
+<p>Febrer pensaba en el tormento de pasar su existencia al lado de aquel
+fuelle roto. Por fortuna, morir&iacute;a pronto. Una molestia de algunos meses,
+que no modificaba su resoluci&oacute;n de entrar en la familia. &iexcl;Adelante!</p>
+
+<p>El asm&aacute;tico, en su man&iacute;a verbosa, hablaba a Jaime de sus descendientes,
+de los ilustres Febrer, los caballeros m&aacute;s buenos y nobles de la isla.</p>
+
+<p>&mdash;Yo tuve el honor de ser muy amigo de su se&ntilde;or abuelo don Horacio.</p>
+
+<p>Febrer le mir&oacute; asombrado... &iexcl;Mentira! A su se&ntilde;or abuelo le conoc&iacute;an
+todos en la isla y con todos hablaba, pero guardando una gravedad que
+impon&iacute;a respeto a las gentes sin alejarlas. &iexcl;Pero de esto a ser amigo
+suyo!... Tal vez le habr&iacute;a tratado con motivo de alguno de los pr&eacute;stamos
+que necesitaba don Horacio para sostener su fortuna en plena decadencia.</p>
+
+<p>&mdash;Tambi&eacute;n conoc&iacute; mucho a su se&ntilde;or padre&mdash;prosigui&oacute; don Benito, animado
+por el silencio de Febrer&mdash;. Trabaj&eacute; por &eacute;l cuando sali&oacute; diputado.
+&iexcl;Aqu&eacute;llos eran otros tiempos! Yo era joven, y no ten&iacute;a la fortuna que
+tengo ahora... Entonces figuraba entre los &laquo;rojos&raquo;.</p>
+
+<p>El capit&aacute;n Valls le interrumpi&oacute; riendo. Ahora su hermano era conservador
+y miembro de todas las cofrad&iacute;as de Palma.</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;, lo soy&mdash;grit&oacute; el enfermo, ahog&aacute;ndose&mdash;. Me gusta el orden... me
+gusta lo antiguo... que manden los que tienen que perder. &iquest;Y la
+religi&oacute;n? &iexcl;Ah, la religi&oacute;n!... Por ella dar&iacute;a la vida.</p>
+
+<p>Y se llev&oacute; una mano al pecho, respirando angustiosamente, como si le
+ahogase el entusiasmo. Clavaba en lo alto sus ojos mortecinos, adorando
+con el respeto del miedo la santa instituci&oacute;n que hab&iacute;a quemado a sus
+ascendientes.</p>
+
+<p>&mdash;No haga usted caso de Pablo&mdash;continu&oacute; al recobrar el diento,
+dirigi&eacute;ndose a Febrer&mdash;; usted lo conoce bien: una mala cabeza, un
+republicano, un hombre que pod&iacute;a ser rico y va a llegar a viejo sin
+tener dos pesetas.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Para qu&eacute;? &iquest;Para que t&uacute; me las quites?...</p>
+
+<p>Con esta brusca interrupci&oacute;n del marino se hizo el silencio. Catalina
+puso un gesto triste, como si temiese que se reprodujeran ante Febrer
+las ruidosas escenas que hab&iacute;a presenciado muchas veces al discutir los
+dos hermanos.</p>
+
+<p>Don Benito levant&oacute; los hombros y habl&oacute; s&oacute;lo para Jaime. Su hermano
+estaba loco: un coraz&oacute;n de oro, pero loco, rematadamente loco. Con sus
+ideas exaltadas y sus vociferaciones en los caf&eacute;s, era el principal
+culpable de que las personas decentes guardasen cierta prevenci&oacute;n
+contra... de que hablasen mal de...</p>
+
+<p>Y el viejo acompa&ntilde;aba sus truncadas expresiones con gestos humildes,
+evitando pronunciar la palabra <i>chueta</i> y nombrar la famosa &laquo;calle&raquo;.</p>
+
+<p>El capit&aacute;n, con las mejillas coloreadas por el arrepentimiento de su
+acometividad, quer&iacute;a hacer olvidar las palabras anteriores, y com&iacute;a
+vorazmente teniendo la cabeza baja.</p>
+
+<p>La sobrina rio de su buen apetito. Siempre que com&iacute;a con ellos les
+admiraba por la capacidad de su est&oacute;mago.</p>
+
+<p>&mdash;Es que yo s&eacute; lo que es hambre&mdash;dijo el marino con cierto orgullo&mdash;. Yo
+he sufrido hambre de verdad, hambre de la que hace pensar en la carne de
+los compa&ntilde;eros.</p>
+
+<p>Y lanzado por este recuerdo en pleno relato de sus aventuras mar&iacute;timas,
+hablaba de los tiempos juveniles, cuando hab&iacute;a sido &laquo;agregado&raquo; a bordo
+de una fragata de las que iban a las costas del Pac&iacute;fico.</p>
+
+<p>Al empe&ntilde;arse en ser marino, su padre, el viejo Valls, autor de la
+fortuna de la casa, le hab&iacute;a embarcado en una goleta de su propiedad que
+tra&iacute;a az&uacute;car de la Habana. Aquello no era navegar. El cocinero le
+guardaba los mejores platos, el capit&aacute;n no se atrev&iacute;a a darle una orden,
+viendo en &eacute;l al hijo del armador. Nunca ser&iacute;a un buen marino, duro y
+experto. Con la tenaz energ&iacute;a de su raza, se hab&iacute;a embarcado sin saberlo
+su padre en una fragata que se hac&iacute;a a la vela para cargar guano en las
+islas Chinchas, tripulada por gentes de pueblos diversos: ingleses
+desertores de la flota, lancheros de Valpara&iacute;so, indios peruanos, lo
+peor de cada casa, bajo el mando de un catal&aacute;n cicatero, m&aacute;s pr&oacute;digo en
+los rebencazos que en el, rancho. El viaje de ida fue regular; pero a la
+vuelta, luego de haber pasado el estrecho de Magallanes, sobrevinieron
+las calmas, y la fragata qued&oacute; inm&oacute;vil en el Atl&aacute;ntico cerca de un mes,
+agot&aacute;ndose r&aacute;pidamente el pa&ntilde;ol de los v&iacute;veres. El armador, un avaro,
+hab&iacute;a aprovisionado el buque con escandalosa parsimonia, y el capit&aacute;n a
+su vez hab&iacute;a ro&iacute;do los v&iacute;veres, apropi&aacute;ndose una parte de la cantidad
+destinada a la compra.</p>
+
+<p>&mdash;Nos daban dos galletas al d&iacute;a, llenas de gusanos. Cuando recib&iacute; las
+primeras me entretuve cuidadosamente, como un se&ntilde;orito de buena casa, en
+quitarles uno por uno aquellos animalejos. Pero despu&eacute;s de la limpia
+s&oacute;lo quedaban unas cortezas delgadas como hostias, y me mor&iacute;a de hambre.
+Luego...</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Oh, t&iacute;o!&mdash;protest&oacute; Catalina, adivinando lo que iba a decir y
+repeliendo el tenedor y el plato con un gesto de repugnancia.</p>
+
+<p>&mdash;Luego&mdash;continu&oacute; el marino, impasible&mdash;suprim&iacute; la limpieza y me las
+tragu&eacute; enteras. Bien es verdad que com&iacute;a de noche... &iexcl;Muchas que hubiese
+tenido, muchacha! Al final s&oacute;lo nos daban una por d&iacute;a, y cuando llegu&eacute; a
+C&aacute;diz hube de estar sometido muchos a caldo, para que mi est&oacute;mago se
+arreglase.</p>
+
+<p>Al terminar el almuerzo, Catalina y Jaime salieron al jard&iacute;n. El mismo
+don Benito, con aires de patriarca, bondadoso, orden&oacute; a su hija que
+acompa&ntilde;ase al se&ntilde;or de Febrer para mostrarle unos rosales de ex&oacute;tica
+variedad que &eacute;l hab&iacute;a plantado. Los dos hermanos quedaron en la
+habitaci&oacute;n que serv&iacute;a de despacho, viendo a la pareja que paseaba por el
+jard&iacute;n y acab&oacute; sent&aacute;ndose en dos sillones de junco a la sombra de un
+&aacute;rbol.</p>
+
+<p>Catalina contestaba a las preguntas de su acompa&ntilde;ante con una timidez de
+doncella cristiana santamente educada, adivinando el prop&oacute;sito oculto
+bajo sus palabras de vulgar galanter&iacute;a.</p>
+
+<p>Aquel hombre ven&iacute;a por ella, y su padre era el primero en aceptar este
+deseo. &iexcl;Cosa hecha!... Era un Febrer, y ella iba a decirle &laquo;s&iacute;&raquo;. Record&oacute;
+sus a&ntilde;os infantiles en el colegio, rodeada de ni&ntilde;as m&aacute;s pobres que
+aprovechaban todas las ocasiones para molestarla, por envidia a su
+riqueza y por un odio aprendido de sus padres. Era la <i>chueta</i>. S&oacute;lo
+pod&iacute;a juntarse con las de su raza, y aun &eacute;stas, ansiosas de congraciarse
+con el enemigo, se traicionaban mutuamente, sin energ&iacute;a ni cohesi&oacute;n para
+la defensa com&uacute;n. A la hora de salida, las <i>chuetas</i> se marchaban antes,
+por indicaci&oacute;n de las monjas, para evitar los insultos y ataques de las
+otras alumnas al verse juntas en la calle. Hasta las criadas que
+acompa&ntilde;aban a las ni&ntilde;as emprend&iacute;an peleas, asumiendo los odios y
+preocupaciones de sus amos. Tambi&eacute;n en las escuelas de ni&ntilde;os los
+<i>chuetas</i> sal&iacute;an antes, huyendo de las pedradas y correazos de los
+cristianos viejos.</p>
+
+<p>La hija de Valls hab&iacute;a sufrido los tormentos del alfilerazo traidor, del
+ara&ntilde;azo oculto, del golpe de tijera en la trenza, y luego, al ser mujer,
+el odio y el desprecio de sus antiguas compa&ntilde;eras le hab&iacute;a seguido en la
+vida, amargando sus placeres de mujer joven y rica. &iquest;Para qu&eacute; ser
+elegante?... En los paseos s&oacute;lo la saludaban los amigos de su padre; en
+el teatro no ve&iacute;a visitado su palco m&aacute;s que por gentes procedentes de
+&laquo;la calle&raquo;. Con uno de ellos tendr&iacute;a que casarse, como se hab&iacute;an casado
+su madre y sus abuelas. La desesperaci&oacute;n y el misticismo de la
+adolescencia la hab&iacute;an arrastrado hacia la vida monjil. Su padre estuvo
+pr&oacute;ximo a ahogarse de pena. Pero la religi&oacute;n, &iexcl;aquella religi&oacute;n por la
+que deseaba dar la vida!... Acept&oacute; don Benito lo del monj&iacute;o en un
+convento de Mallorca, donde &eacute;l pudiera ver a su hija todos los d&iacute;as.
+Pero ning&uacute;n convento quiso abrir sus puertas para ella. Las superioras,
+tentadas por la fortuna del padre, que acabar&iacute;a por pasar a la
+comunidad, mostr&aacute;banse transigentes y buenas; pero los reba&ntilde;os
+mon&aacute;sticos alborot&aacute;banse ante la idea de recibir en su seno a una de &laquo;la
+calle&raquo;, y no humilde ni resignada para soportar la superioridad de las
+otras, sino rica y soberbia.</p>
+
+<p>Cuando, empujada de nuevo hacia el mundo por esta resistencia, no sab&iacute;a
+qu&eacute; pensar de su porvenir y viv&iacute;a como una enfermera junto al padre,
+ignorando cu&aacute;l podr&iacute;a ser su suerte, volviendo la espalda a los j&oacute;venes
+<i>chuetas</i> que mariposeaban en torno de ella atra&iacute;dos por los millones de
+don Benito, present&aacute;base el noble Febrer, como un pr&iacute;ncipe de cuento de
+hadas, para hacerla su esposa. &iexcl;Qu&eacute; bueno es Dios!... Se ve&iacute;a en aquel
+palacio inmediato a la catedral, en el barrio de los nobles por cuyas
+estrechas calles de pavimento azul y silencioso pasan los can&oacute;nigos
+durante las horas dormidas de la tarde, atra&iacute;dos por la campana de coro.
+Se ve&iacute;a en un carruaje lujoso por entre los pinos de la monta&ntilde;a de
+Bellver o a lo largo del muelle, con Jaime al lado de ella, y gozaba
+pensando en las miradas de odio de sus antiguas compa&ntilde;eras, que no s&oacute;lo
+le envidiar&iacute;an su riqueza y su nuevo rango, sino la posesi&oacute;n de aquel
+hombre al que lejanas aventuras y una vida agitada hab&iacute;an proporcionado
+cierta aureola de terrible seducci&oacute;n, deslumbradora y fatal para las
+tranquilas se&ntilde;oritas de la isla.</p>
+
+<p>Jaime Febrer!... Catalina le hab&iacute;a visto siempre de lejos; pero cuando
+entreten&iacute;a su aburrida soledad con una lectura incesante de novelas,
+ciertos personajes, los m&aacute;s interesantes por sus aventuras y sus
+audacias, le hac&iacute;an pensar siempre en aquel noble del barrio de la
+Catedral que andaba por el mundo con mujeres elegantes disipando su
+fortuna. &iexcl;Y de pronto su padre le hablaba de este personaje
+extraordinario, dando por seguro que iba a ofrecerle su nombre, y con &eacute;l
+la gloria de sus ascendientes, que hab&iacute;an sido amigos de reyes!... No
+sab&iacute;a ella si era amor o gratitud, pero un sentimiento de ternura que
+empa&ntilde;aba sus ojos la impel&iacute;a hacia aquel hombre. &iexcl;Ay, c&oacute;mo iba a
+quererlo! Y escuchaba como un zumbido dulce sus palabras, sin saber
+ciertamente qu&eacute; dec&iacute;a, embriag&aacute;ndose con su m&uacute;sica, pensando al mismo
+tiempo en el porvenir que r&aacute;pidamente se hab&iacute;a abierto ante ella, como
+una salida de sol que rasga las nubes.</p>
+
+<p>Luego, haciendo un esfuerzo, concentraba su atenci&oacute;n, y o&iacute;a a Febrer que
+le hablaba de grandes y lejanas ciudades, de desfiles de coches lujosos,
+con mujeres que ostentaban las &uacute;ltimas modas, de escalinatas de teatros
+por donde descend&iacute;an cascadas de brillantes, plumas y hombros desnudos,
+esforz&aacute;ndose &eacute;l por colocarse al nivel del pensamiento de la muchacha,
+por halagarla con estas descripciones de gloria femenil.</p>
+
+<p>Jaime no dec&iacute;a m&aacute;s, pero Catalina adivinaba el prop&oacute;sito que hab&iacute;a
+precedido a estas palabras. Ella, la infeliz muchacha de &laquo;la calle&raquo;, la
+<i>chueta</i>, habituada a ver a los suyos plegados y temerosos bajo el peso
+de un odio tradicional, visitar&iacute;a estas ciudades, se mezclar&iacute;a en los
+desfiles de riqueza, tendr&iacute;a francas las puertas que hab&iacute;a contemplado
+siempre cerradas, y entrar&iacute;a por ellas apoy&aacute;ndose en el brazo de un
+hombre que le hab&iacute;a parecido siempre la representaci&oacute;n de todas las
+grandezas terrenales.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Cu&aacute;ndo ver&eacute; yo eso!&mdash;murmuraba Catalina con hip&oacute;crita humildad&mdash;. Yo
+estoy condenada a vivir en la isla; yo soy una pobre muchacha que no he
+hecho mal a nadie, y sin embargo he sufrido grandes disgustos... Debo
+ser antip&aacute;tica.</p>
+
+<p>Febrer se lanz&oacute; por el camino que le franqueaba esta habilidad femenil.
+&iexcl;Antip&aacute;tica!... No, Catalina. &Eacute;l hab&iacute;a venido a Valldemosa s&oacute;lo por
+verla, por hablarla. Le ofrec&iacute;a una vida nueva. Todo aquello que le
+causaba asombro pod&iacute;a conocerlo y paladearlo con sola una palabra.
+&iquest;Quer&iacute;a casarse con &eacute;l?...</p>
+
+<p>Catalina, que esperaba esta propuesta desde una hora antes, palideci&oacute;
+tr&eacute;mula de emoci&oacute;n. &iexcl;O&iacute;rla de sus labios!... Pas&oacute; mucho tiempo sin
+contestar, y al fin balbuce&oacute; algunas palabras. Era una felicidad, la
+mayor de su existencia, pero una doncella bien educada no debe contestar
+inmediatamente.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Yo?... Veremos... &iexcl;Es tan grande esta sorpresa!</p>
+
+<p>Jaime quiso insistir, pero en el mismo instante sali&oacute; al jard&iacute;n el
+capit&aacute;n Valls, llam&aacute;ndole con grandes voces. Deb&iacute;an irse a Palma: ya
+hab&iacute;a dado orden al cochero para que enganchase. Febrer protest&oacute;
+sordamente. &iquest;Con qu&eacute; derecho se mezclaba aquel entrometido en sus
+asuntos?...</p>
+
+<p>La presencia de don Benito cort&oacute; su protesta. Bufaba angustiosamente,
+con el rostro congestionado. El capit&aacute;n se mov&iacute;a con hostil nerviosidad,
+protestando de la tardanza del cochero. Adivin&aacute;base que los hermanos
+acababan de sostener una discusi&oacute;n violenta. El mayor mir&oacute; a su hija,
+mir&oacute; a Jaime, y pareci&oacute; serenarse al adivinar que los dos se hab&iacute;an
+entendido.</p>
+
+<p>Don Benito y Catalina les acompa&ntilde;aron hasta el carruaje. El asm&aacute;tico
+cogi&oacute; una mano de Febrer entre las suyas con vehemente apret&oacute;n. Aqu&eacute;lla
+era su casa, y &eacute;l un verdadero amigo deseoso de servirle. Si necesitaba
+su auxilio, pod&iacute;a mandar como quisiera. &iexcl;Lo mismo que si fuese de la
+familia!... Todav&iacute;a nombr&oacute; una vez m&aacute;s a don Horacio, recordando su
+antigua amistad. Luego le invit&oacute; a que almorzase con ellos dos d&iacute;as
+despu&eacute;s, sin acordarse para nada de su hermano.</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;, volver&eacute;&mdash;dijo Jaime lanzando una mirada a Catalina que la hizo
+enrojecer.</p>
+
+<p>Cuando perdieron de vista la verja de la casa, detr&aacute;s de la cual
+agitaban sus manos el padre y la hija, el capit&aacute;n Valls lanz&oacute; una
+ruidosa carcajada.</p>
+
+<p>&mdash;Seg&uacute;n parece, &iquest;quieres que sea t&iacute;o tuyo?&mdash;pregunt&oacute; ir&oacute;nicamente.</p>
+
+<p>Febrer, que iba furioso por la intervenci&oacute;n de su amigo y la rudeza con
+que le hab&iacute;a hecho abandonar la casa, dio expansi&oacute;n a su c&oacute;lera. &iquest;Y a &eacute;l
+qu&eacute; le importaba? &iquest;Con qu&eacute; derecho se atrev&iacute;a a mezclarse en sus
+asuntos?... Era ya bastante grande para no necesitar consejeros.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Alto!&mdash;dijo el marino retrep&aacute;ndose en el asiento y llevando sus manos
+al chambergo de mosquetero ca&iacute;do sobre su cogote&mdash;. &iexcl;Alto, gal&aacute;n!... Me
+mezclo porque soy de la familia. Creo que se trata de mi sobrina; a lo
+menos as&iacute; me parece.</p>
+
+<p>&mdash;Y si quiero casarme con ella, &iquest;qu&eacute;?... Tal vez a Catalina le parezca
+bien; tal vez su padre se muestre conforme.</p>
+
+<p>&mdash;No digo que no; pero soy su t&iacute;o, y el t&iacute;o protesta y dice que esa boda
+es un disparate.</p>
+
+<p>Jaime le mir&oacute; con asombro. &iexcl;Disparate casarse con un Febrer! &iquest;Acaso
+deseaba algo mejor para su sobrina?...</p>
+
+<p>&mdash;Disparate por parte de ellos y disparate por tu parte&mdash;afirm&oacute; Valls&mdash;.
+&iquest;Te has olvidado de d&oacute;nde vives? T&uacute; puedes ser mi amigo, el amigo del
+<i>chueta</i> Pablo Valls, al que ves en el caf&eacute;, en el Casino, y que adem&aacute;s
+tienen las gentes por medio loco. &iexcl;Pero casarte con una mujer de mi
+familia!...</p>
+
+<p>Y el marino re&iacute;a al pensar en esta uni&oacute;n. Los parientes de Jaime iban a
+indignarse contra &eacute;l, neg&aacute;ndole para siempre el saludo. M&aacute;s tolerantes
+se mostrar&iacute;an si comet&iacute;a un asesinato. Su t&iacute;a &laquo;la Papisa Juana&raquo; iba a
+chillar como si presenciase un sacrilegio. &Eacute;l lo perder&iacute;a todo, y su
+sobrina, olvidada y tranquila hasta entonces, iba a trocar el
+aburrimiento de su casa, mon&oacute;tono y triste, pero que al fin era una paz,
+por una vida infernal de disgustos, humillaciones y desprecios.</p>
+
+<p>&mdash;No; te lo repito: el t&iacute;o se opone.</p>
+
+<p>Hasta las gentes del populacho que se dec&iacute;an enemigas de los ricos se
+indignar&iacute;an al ver a un <i>butifarra</i> cas&aacute;ndose con una <i>chueta</i>. Hab&iacute;a
+que respetar el ambiente tradicional de la isla, so pena de morir como
+morir&iacute;a su hermano Benito, por falta de aire. Era peligroso querer
+modificar de un golpe la obra de siglos. Hasta los que llegaban de
+fuera, limpios de prejuicios, sufr&iacute;an al poco tiempo la influencia de
+esta repulsi&oacute;n de razas que parec&iacute;a diluida en la atm&oacute;sfera.</p>
+
+<p>&mdash;Una vez&mdash;continu&oacute; Valls&mdash;vino un matrimonio belga a establecerse en la
+isla, recomendado a m&iacute; por un amigo de Amberes. Les atend&iacute;, les hice
+toda clase de favores. &laquo;Tengan ustedes cuidado&mdash;dije muchas veces&mdash;;
+piensen que soy <i>chueta</i>, y los <i>chuetas</i> son gente muy mala.&raquo; La mujer
+re&iacute;a. &iexcl;Qu&eacute; barbaridad! &iexcl;Qu&eacute; atraso el de la isla! Jud&iacute;os los hab&iacute;a en
+todas partes y eran gentes iguales a las otras. Nos vimos menos,
+trataron a otras personas. Un a&ntilde;o despu&eacute;s, al encontrarme en la calle,
+miraron a todos lados antes de saludarme. Ahora me ven y vuelven la cara
+siempre que pueden... &iexcl;Lo mismo que si fuesen mallorquines!</p>
+
+<p>&iexcl;Casarse!... Esto era para toda la vida. En los primeros meses, Jaime
+har&iacute;a frente a las murmuraciones y los desprecios; pero el tiempo pasa,
+un odio de siglos no se fatiga en el transcurso de unos cuantos a&ntilde;os, y
+Febrer acabar&iacute;a por arrepentirse de su aislamiento, reconocer&iacute;a su error
+al ir contra las preocupaciones de la gran masa, y ser&iacute;a Catalina la que
+sufriese las consecuencias, vi&eacute;ndose mirada en su hogar como un signo de
+ignominia. No; con el matrimonio pocos juegos. En Espa&ntilde;a es indisoluble,
+no hay divorcio, y el hacer experiencias con &eacute;l resulta caro. Por eso
+Valls se hab&iacute;a mantenido c&eacute;libe.</p>
+
+<p>Febrer, irritado por estas palabras, apel&oacute; al recuerdo de las ruidosas
+propagandas que hac&iacute;a Pablo contra los enemigos de los <i>chuetas</i>.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Pero t&uacute; no deseas la dignificaci&oacute;n de los tuyos? &iquest;No te irritas de
+que miren a los de &laquo;la calle&raquo; como personas diferentes a las otras?...
+&iexcl;Qu&eacute; mejor que este matrimonio para combatir las preocupaciones!...</p>
+
+<p>El capit&aacute;n agit&oacute; las manos para expresar su duda: &laquo;&iexcl;Ta, ta!... El
+matrimonio no probaba nada. En varias &eacute;pocas de tolerancia y olvido
+moment&aacute;neo se hab&iacute;an casado cristianos viejos con gentes de &laquo;la calle&raquo;.
+En la isla hab&iacute;an muchos que revelaban por sus apellidos estas mezclas.
+&iquest;Y qu&eacute;? El odio y la separaci&oacute;n continuaban lo mismo... Lo mismo no: un
+poco m&aacute;s amortiguados que en otros tiempos, pero latentes a&uacute;n. Los que
+hab&iacute;an de acabar con esta situaci&oacute;n eran la cultura de la gente, las
+costumbres nuevas, y esto resultaba obra de a&ntilde;os y no se consegu&iacute;a con
+un matrimonio. Adem&aacute;s, los ensayos eran peligrosos y causaban v&iacute;ctimas.
+Si &eacute;l ten&iacute;a empe&ntilde;o en hacer la experiencia, pod&iacute;a escoger a otra que no
+fuese su sobrina.</p>
+
+<p>Y Valls sonri&oacute; ir&oacute;nicamente al ver los gestos negativos de Febrer.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Est&aacute;s acaso enamorado de Catalina?&mdash;pregunt&oacute;.</p>
+
+<p>Los ojos de &aacute;mbar del capit&aacute;n, maliciosos y fijos en Jaime, no le
+permitieron mentir. &iquest;Enamorado?... Enamorado no. Pero no era
+indispensable el amor para casarse. Catalina era simp&aacute;tica, pod&iacute;a ser
+una excelente esposa, una agradable compa&ntilde;era.</p>
+
+<p>Pablo extrem&oacute; m&aacute;s a&uacute;n su sonrisa.</p>
+
+<p>&mdash;Hablemos como buenos amigos, conocedores de la vida. Mi hermano te es
+m&aacute;s simp&aacute;tico que su hija. &Eacute;l se encargar&aacute; indudablemente de arreglar
+tus asuntos. Llorar&aacute; al ver el dinero que le cuestas; pero tiene la
+man&iacute;a del nombre, respeta y adora lo antiguo, y pasar&aacute; por todo... Mas
+&iexcl;no te f&iacute;es, Jaime! Es el tipo de esos jud&iacute;os que salen en las comedias
+con un bols&oacute;n de oro, ayudando a las gentes en una mala hora, para
+exprimirlas despu&eacute;s. &Eacute;sos son los que desacreditan a mi raza. Yo soy
+otra cosa. Cuando te tenga en su poder te arrepentir&aacute;s del negocio que
+has hecho.</p>
+
+<p>Febrer mir&oacute; a su amigo con ojos hostiles. Lo mejor que pod&iacute;an hacer era
+no hablar m&aacute;s del asunto. Pablo era un loco, acostumbrado a decir cuanto
+pensaba, y &eacute;l no iba a sufrirle siempre. Para continuar siendo amigos,
+lo mejor era callarse.</p>
+
+<p>&mdash;Bueno, callemos&mdash;dijo Valls&mdash;. Pero conste una vez m&aacute;s que el t&iacute;o se
+opone y que lo hago por ti y por ella.</p>
+
+<p>Pasaron silenciosos el resto del camino. En el Borne se separaron con
+fr&iacute;o saludo, sin darse la mano.</p>
+
+<p>Cuando Jaime entr&oacute; en su casa era casi de noche. <i>Mad&oacute;</i> Antonia ten&iacute;a
+sobre una mesa del recibimiento una candileja de aceite, cuya llama
+parec&iacute;a hacer m&aacute;s densas las tinieblas de la vasta pieza.</p>
+
+<p>Los ibicencos acababan de marcharse. Luego de almorzar con ella y vagar
+por la ciudad, hab&iacute;an esperado al se&ntilde;or hasta el anochecer. Ten&iacute;an que
+pasar la noche en el falucho: el patr&oacute;n quer&iacute;a darse a la vela antes del
+alba. Y <i>mad&oacute;</i> hablaba con bondadoso inter&eacute;s de aquellas gentes, que le
+parec&iacute;an del otro extremo del mundo. &iexcl;C&oacute;mo lo admiraban todo! Iban por
+la calle como asustados... &iquest;Y Margalida? &iexcl;Qu&eacute; muchacha tan hermosa!</p>
+
+<p>La buena <i>mad&oacute;</i> Antonia ten&iacute;a una idea en su boca y otra en el
+pensamiento, y mientras segu&iacute;a al se&ntilde;or hasta su dormitorio, le
+examinaba disimuladamente, queriendo adivinar algo en su rostro. &iquest;Qu&eacute;
+habr&iacute;a pasado en Valldemosa, Virgen del Lluch? &iquest;Qu&eacute; ser&iacute;a de aquel plan
+disparatado que hab&iacute;a expuesto Febrer durante el desayuno?...</p>
+
+<p>Pero el amo estaba de mal talante, y respond&iacute;a con palabras breves a sus
+preguntas. No se quedaba en casa: cenar&iacute;a en el Casino. A la luz de un
+quinqu&eacute; que alumbraba d&eacute;bilmente su vasto dormitorio, cambi&oacute; de traje y
+se acical&oacute; un poco, tomando una llave enorme de manos de <i>mad&oacute;</i> para
+abrir cuando volviese a altas horas de la noche.</p>
+
+<p>A las nueve, al dirigirse al Casino, vio a la puerta de la calle, en un
+caf&eacute; del Borne, a su amigo Toni Clap&eacute;s, el contrabandista. Era un
+hombret&oacute;n de rostro afeitado y carilleno, con traje de pay&eacute;s. Parec&iacute;a un
+cura del campo vestido de labriego para pasar la noche en Palma. Con sus
+alpargatas blancas, la camisa sin corbata y el sombrero echado atr&aacute;s,
+entraba en caf&eacute;s y sociedades, siendo recibido con grandes extremos de
+amistad. En el Casino le admiraban los se&ntilde;ores al ver c&oacute;mo sacaba
+tranquilamente de sus bolsillos los billetes de Banco a pu&ntilde;ados.
+Procedente de un pueblo del interior de la isla, hab&iacute;a llegado, en
+fuerza de coraje y de arrostrar peligros, a ser el jefe de un Estado
+misterioso que todos conoc&iacute;an de lejos, pero cuyo secreto funcionamiento
+permanec&iacute;a en la sombra. Ten&iacute;a centenares de s&uacute;bditos, capaces de morir
+por &eacute;l y una flota invisible que navegaba de noche, sin miedo a los
+temporales, abordando a costas casi inaccesibles. Las preocupaciones y
+peligros de estas empresas no se trasluc&iacute;an nunca en su rostro jovial y
+sus ademanes generosos. S&oacute;lo se mostraba triste cuando pasaban varias
+semanas sin que &eacute;l recibiese noticias de alguna barca salida de Argel en
+pleno mal tiempo.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Perdida!&mdash;dec&iacute;a a sus amigos&mdash;. La barca y el cargamento importan
+poco... Iban siete hombres en ella, y yo tambi&eacute;n he navegado as&iacute;...
+Procuraremos que a las familias no les falte el pan.</p>
+
+<p>Otras veces, su tristeza era fingida, y al expresarla frunc&iacute;a
+ir&oacute;nicamente sus labios: &laquo;Una escampav&iacute;a del gobierno acaba de apresarme
+una barca.&raquo; Y todos re&iacute;an, sabiendo que Toni dejaba algunos meses que le
+cogiesen una embarcaci&oacute;n vieja con algunos bultos de tabaco, para que
+sus perseguidores pudieran ostentar de este modo un triunfo. Cuando
+hab&iacute;a epidemia en los puertos de &Aacute;frica, las autoridades de la isla,
+impotentes para guardar un litoral extenso, llamaban a Toni, apelando a
+su patriotismo de mallorqu&iacute;n, y el contrabandista promet&iacute;a cesar
+moment&aacute;neamente en sus navegaciones o cargaba en otro punto para evitar
+el contagio.</p>
+
+<p>Febrer ten&iacute;a con este hombre rudo, alegre y generoso, una confianza
+fraternal. Muchas veces le hab&iacute;a contado sus apuros para buscar el
+consejo de su astucia campesina. &Eacute;l, que era incapaz de solicitar un
+pr&eacute;stamo de sus amigos del Casino, aceptaba el dinero de Toni en
+momentos dif&iacute;ciles, dinero del que no parec&iacute;a acordarse m&aacute;s el
+contrabandista.</p>
+
+<p>Al encontrarse se estrecharon la mano. &laquo;&iquest;Has estado en Valldemosa?...&raquo;
+Toni sab&iacute;a ya su viaje, gracias a la facilidad con que circulan las m&aacute;s
+insignificantes noticias en el ambiente mon&oacute;tono y calmoso de una ciudad
+provinciana &aacute;vida de curiosidades.</p>
+
+<p>&mdash;Algo m&aacute;s cuentan&mdash;dijo Toni en su mallorqu&iacute;n de campesino&mdash;, algo que
+me parece mentira. &iquest;Dicen que te casas con la <i>atlota</i> de don Benito
+Valls?</p>
+
+<p>Febrer, admirado de que se supiesen tan pronto sus prop&oacute;sitos, no se
+atrevi&oacute; a negar. S&iacute;, era cierto. S&oacute;lo a Toni quer&iacute;a confesarlo.</p>
+
+<p>El contrabandista hizo un gesto de repulsi&oacute;n, al mismo tiempo que sus
+ojos, acostumbrados a las mayores sorpresas, revelaban asombro.</p>
+
+<p>&mdash;Haces mal, Jaime; haces mal.</p>
+
+<p>Lo dec&iacute;a gravemente, como si estuviera tratando un asunto solemne.</p>
+
+<p>El <i>butifarra</i> tuvo con aquel amigo una confianza que no hubiera osado
+con ning&uacute;n otro...</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Pero si estoy arruinado, querido Toni! &iexcl;Si nada de lo que tengo en mi
+casa es ya m&iacute;o! &iexcl;Si los acreedores s&oacute;lo me respetan por la esperanza de
+este matrimonio!...</p>
+
+<p>Toni sigui&oacute; moviendo la cabeza negativamente. El rudo pay&eacute;s, el
+contrabandista burlador de las leyes, parec&iacute;a estupefacto por la
+noticia.</p>
+
+<p>&mdash;De todos modos, haces mal. Debes salir de tus apuros como puedas, pero
+de otra manera... Los amigos te ayudaremos. &iquest;Casarte t&uacute; con una
+<i>chueta</i>?...</p>
+
+<p>Se despidi&oacute; de &eacute;l con un vigoroso apret&oacute;n de manos, como si le viese
+marchar hacia un peligro de muerte.</p>
+
+<p>&mdash;Haces mal... pi&eacute;nsalo&mdash;dijo con tono de reproche&mdash;. &iexcl;Haces mal, Jaime!</p>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="IVa" id="IVa"></a><a href="#toc">IV</a></h2>
+
+
+<p>Cuando Jaime se meti&oacute; en su cama, tres horas despu&eacute;s de la media noche,
+crey&oacute; ver en la obscuridad del dormitorio los rostros del capit&aacute;n Valls
+y de Toni Clap&eacute;s.</p>
+
+<p>Parec&iacute;an hablarle, lo mismo que en la tarde anterior. &laquo;Me opongo&raquo;,
+repet&iacute;a el marino con risa ir&oacute;nica. &laquo;No hagas eso&raquo;, aconsejaba el
+contrabandista con gesto grave...</p>
+
+<p>Hab&iacute;a pasado la noche en el Casino, silencioso y malhumorado bajo la
+obsesi&oacute;n de estas protestas. &iquest;Qu&eacute; ten&iacute;a su proyecto de extra&ntilde;o y absurdo
+para que lo repeliese aquel <i>chueta</i>, a pesar de constituir un honor
+para su familia, y aquel pay&eacute;s rudo y falto de escr&uacute;pulos, que viv&iacute;a
+casi fuera de la ley?...</p>
+
+<p>Era cierto que en la isla este matrimonio iba a producir esc&aacute;ndalos y
+protestas; pero &iquest;y &eacute;l?... &iquest;No ten&iacute;a derecho a buscar su salvaci&oacute;n por
+cualquier medio? &iquest;Era acaso una novedad que gentes de su clase
+intentasen rehacer su fortuna por medio de un casamiento? &iquest;Y los duques
+y pr&iacute;ncipes que buscaban el oro en Am&eacute;rica dando su mano a hijas de
+millonarios de origen m&aacute;s censurable que don Benito?...</p>
+
+<p>&iexcl;Ay! Aquel loco de Pablo Valls ten&iacute;a en parte raz&oacute;n. Esas alianzas
+pod&iacute;an ser en el resto del mundo, pero Mallorca, la amada <i>Roqueta</i>,
+ten&iacute;a un alma todav&iacute;a viva, el alma de otros siglos, cargada de odios y
+preocupaciones. Las gentes eran tales como hab&iacute;an nacido, tales como
+fueron sus padres, y as&iacute; hab&iacute;an de seguir en el ambiente inm&oacute;vil de la
+isla, que no lograban conmover lejanas y tardas ondulaciones venidas de
+fuera.</p>
+
+<p>Jaime se agitaba inquieto en su lecho. No ten&iacute;a sue&ntilde;o... &iexcl;Los Febrer!
+&iexcl;Qu&eacute; pasado tan glorioso! &iexcl;Y c&oacute;mo gravitaba sobre &eacute;l este pasado, como
+una cadena de esclavitud que a&uacute;n hac&iacute;a m&aacute;s triste su miseria!...</p>
+
+<p>Hab&iacute;a pasado muchas tardes en el archivo de la casa, la pieza inmediata
+al comedor, registrando legajos apilados en armarios con puertas de
+alambre, a la luz suave que se filtraba por las persianas de los huecos.
+&iexcl;Polvo y papel viejo que hab&iacute;a que sacudir para que no lo devorasen las
+polillas! &iexcl;B&aacute;rbaras cartas de navegaci&oacute;n, con err&oacute;neos y caprichosos
+perfiles, que hab&iacute;an servido a los Febrer en sus primeras traves&iacute;as
+comerciales!... Por todo esto apenas s&iacute; le dar&iacute;an con que comer unos
+d&iacute;as; y sin embargo, la familia hab&iacute;a peleado durante siglos para
+hacerse digna de tal dep&oacute;sito y aumentarlo. &iexcl;Cu&aacute;nta gloria muerta!...</p>
+
+<p>La verdadera fama de los suyos, rompiendo los l&iacute;mites de la historia de
+la isla, comenzaba en 1541 con la llegada del gran Emperador. Una armada
+de trescientas velas, con diez y ocho mil hombres de desembarco, se
+juntaba en la bah&iacute;a de Palma para ir a la conquista de Argel. Estaban
+all&iacute; los tercios espa&ntilde;oles mandados por Gonzaga, los alemanes regidos
+por el duque de Alba, los italianos acaudillados por Colonna, doscientos
+caballeros de Malta, a cuyo frente marchaba el comendador don Pr&iacute;amo
+Febrer, el h&eacute;roe de la familia, y toda la flota navegaba bajo la
+direcci&oacute;n del gran marino Andr&eacute;s Doria.</p>
+
+<p>Mallorca acog&iacute;a con fiestas mitol&oacute;gicas al se&ntilde;or de las Espa&ntilde;as y las
+Indias, de Alemania e Italia, gotoso ya, y ro&iacute;do por otras dolencias. La
+mejor nobleza de Castilla segu&iacute;a al Emperador en esta santa empresa,
+aloj&aacute;ndose en las casas de los caballeros mallorquines. La de Febrer
+recib&iacute;a como hu&eacute;sped a un noble improvisado, reci&eacute;n salido de la nada,
+cuyas lejanas haza&ntilde;as y visibles riquezas inspiraban entusiasmos y
+murmuraciones. Era el marqu&eacute;s del Valle de Oaxaca, don Hern&aacute;n Cort&eacute;s,
+que hab&iacute;a conquistado M&eacute;jico y ven&iacute;a en la expedici&oacute;n ansioso de medirse
+con los antiguos nobles de la Reconquista, ahora sus iguales, en una
+galera equipada a su costa, acompa&ntilde;ado de sus hijos don Mart&iacute;n y don
+Luis. Una magnificencia real envolv&iacute;a al lejano conquistador, due&ntilde;o de
+fant&aacute;sticas riquezas. Adornando el puente de su galera llevaba tres
+esmeraldas enormes, valuadas en m&aacute;s de cien mil ducados: una tallada en
+forma de flor, otra en forma de p&aacute;jaro y otra de campanilla, a la que
+serv&iacute;a de badajo una perla gruesa. Con &eacute;l iban servidores que hab&iacute;an
+estado en tan lejanas tierras, adoptando sus extra&ntilde;os usos. Enjutos
+hidalgos de color enfermizo pasaban silenciosos las horas muertas
+encendiendo unos manojos de hierbajos, a modo de trozos de cuerda,
+llamados &laquo;tobaco&raquo;, y arrojando humo por su boca como demonios que
+ardiesen interiormente.</p>
+
+<p>Las abuelas de Jaime hab&iacute;an conservado de generaci&oacute;n en generaci&oacute;n un
+grueso diamante sin tallar, recuerdo del heroico capit&aacute;n por el generoso
+hospedaje de los Febrer. La piedra preciosa figuraba en los documentos
+de la familia, pero el abuelo don Horacio no hab&iacute;a alcanzado a
+conocerla. Desapareci&oacute; en el curso de los siglos, como tantas riquezas
+barridas por los apuros de una casa ostentosa.</p>
+
+<p>Los Febrer preparaban un refresco para la armada, a nombre de Mallorca,
+pero costeado en gran parte por ellos. Este &laquo;refresca&raquo;, para que el
+Emperador apreciase la abundancia de frutos de la isla, compon&iacute;ase de
+cien vacas, doscientos carneros, centenares de parejas de gallinas y
+pavos, de cuarteras de aceite y harina, de cuarterones de vino, de
+cuarterolas de queso, alcaparras y aceitunas, veinte barriles de agua de
+array&aacute;n y cuatro quintales de cera blanca. Adem&aacute;s, los Febrer
+avecindados en la isla y que no eran de la Orden de Malta se embarcaron
+en la escuadra con doscientos caballeros mallorquines, ansiosos de
+conquistar Argel, nido de piratas. Las trescientas galeras salieron de
+la bah&iacute;a, ondeando sus fl&aacute;mulas entre el estruendo de ca&ntilde;ones y
+bombardas, saludadas por el gent&iacute;o aglomerado en las murallas. Nunca
+hab&iacute;a reunido el Emperador una flota tan imponente.</p>
+
+<p>Era en Octubre. El experto Doria pon&iacute;a mal gesto. Para &eacute;l no exist&iacute;an en
+el Mediterr&aacute;neo otros puertos seguros que &laquo;Junio, Julio, Agosto... y
+Mah&oacute;n&raquo;. El Emperador se hab&iacute;a retrasado demasiado en el Tirol e Italia.
+El papa Paulo III, al salir a su encuentro en Luca, le hab&iacute;a profetizado
+desgracias por lo avanzado de la estaci&oacute;n. Los expedicionarios
+desembarcaron en la playa de Hamma. El comendador Febrer, con sus
+caballeros de Malta, marchaba a vanguardia, sosteniendo incesantes
+choques con los turcos. El ej&eacute;rcito se apoder&oacute; de las alturas que rodean
+a Argel y comenz&oacute; el sitio. Entonces se cumplieron las predicciones de
+Doria. Sobrevino una horrible tempestad, con toda la violencia del
+invierno africano. Las tropas, sin abrigo, caladas hasta los huesos
+durante la noche por la lluvia torrencial, sent&iacute;anse ateridas. Un viento
+furioso obligaba a los hombres a mantenerse tendidos en el suelo. Al
+amanecer, los turcos, aprovechando esta situaci&oacute;n, cayeron por sorpresa
+sobre el ej&eacute;rcito, que casi se desband&oacute;.</p>
+
+<p>Pero estaba all&iacute; el comendador Pr&iacute;amo, demonio de la guerra, insensible
+al agua y al fuego, duro, malicioso y despreciador de la fatiga, que
+contuvo el empuje enemigo con un pu&ntilde;ado de sus caballeros. Espa&ntilde;oles y
+alemanes se rehicieron, y los turcos se replegaron, perseguidos por los
+sitiadores, hasta las mismas murallas de Argel. Don Pr&iacute;amo Febrer,
+herido en la cara y en una pierna, se arrastr&oacute; hasta una puerta de la
+ciudad, clavando en ella su pu&ntilde;al como testimonio de su avance.</p>
+
+<p>En otra salida de la morisma, el choque era tan furioso, que cejaban los
+italianos, segu&iacute;an su ejemplo los alemanes, y el Emperador, rojo de
+c&oacute;lera al ver en fuga a sus soldados favoritos, desenvainaba la tizona,
+ped&iacute;a su estandarte, met&iacute;a espuelas al trot&oacute;n y gritaba al brillante
+s&eacute;quito de caballeros que le segu&iacute;a: &laquo;&iexcl;Arriba, se&ntilde;ores! Si me veis caer
+con el estandarte, levantad a &eacute;ste antes que a m&iacute;.&raquo;</p>
+
+<p>Los turcos hu&iacute;an ante el &iacute;mpetu de este escuadr&oacute;n de hierro. Un Febrer,
+&laquo;el rico&raquo;, el de la isla, abuelo remoto de Jaime, se hab&iacute;a interpuesto
+por dos veces entre el Emperador y los enemigos, salvando su existencia.
+A la salida de un desfiladero, el fuego de las culebrinas turcas diezm&oacute;
+a los jinetes. El duque de Alba cogi&oacute; la brida del caballo de su
+monarca. &laquo;Se&ntilde;or: que vuestra vida vale m&aacute;s que el triunfo.&raquo; Y el
+Emperador, seren&aacute;ndose, volv&iacute;a al fin sobre sus pasos, y con un gesto de
+agradecimiento majestuoso se quitaba la cadena de oro pendiente de su
+cuello, para colocarla sobre los hombros de Febrer.</p>
+
+<p>Mientras tanto, la tempestad destru&iacute;a ciento sesenta buques, y el resto
+de la flota ten&iacute;a que refugiarse detr&aacute;s del cabo Matifux.</p>
+
+<p>Los m&aacute;s de los nobles opinaban por una retirada inmediata. Hern&aacute;n
+Cort&eacute;s, el conde de Alcaudete, gobernador de Oran, y los caballeros
+mallorquines, con los Febrer a la cabeza, ped&iacute;an que se pusiera en salvo
+el Emperador y dejase al ej&eacute;rcito continuar solo la empresa. Al fin se
+decidi&oacute; la retirada, y por cumbres y barrancas hinchadas de lluvia se
+fue realizando la triste operaci&oacute;n acosados por el enemigo, dejando una
+estela de muertos y prisioneros. En plena tempestad se embarcaron los
+que pudieron. El mar embravecido devor&oacute; nuevos buques, y las galeras
+mallorquinas llegaron tristemente a la bah&iacute;a de Palma escoltando al
+Emperador, que sin querer bajar a tierra se dirigi&oacute; a la Pen&iacute;nsula. Los
+Febrer volvieron a su casa cubiertos de gloria en plena derrota: uno con
+el testimonio de amistad del C&eacute;sar; otro, el comendador, tendido en una
+camilla y blasfemando como un pagano por haberse interrumpido el cerco
+de Argel.</p>
+
+<p>&iexcl;Pr&iacute;amo Febrer!... Jaime no pod&iacute;a pensar en este personaje sin un
+sentimiento de simpat&iacute;a y curiosidad que le hab&iacute;an infundido los relatos
+escuchados en su infancia. Era el alma heroica y maldita de la familia.
+Las antiguas damas de la casa no mencionaban jam&aacute;s su nombre, y al
+escucharlo bajaban los ojos y enrojec&iacute;an. Guerrero de la Iglesia, santo
+caballero que hab&iacute;a pronunciado voto de castidad al entrar en la Orden,
+llevaba siempre mujeres en su galera. Eran cristianas rescatadas al
+musulm&aacute;n, que no ten&iacute;a gran prisa en devolver a sus hogares, o infieles
+hechas esclavas en sus audaces desembarcos.</p>
+
+<p>Cuando se proced&iacute;a al reparto del bot&iacute;n, miraba indiferente las riquezas
+en mont&oacute;n, dej&aacute;ndolas para el Gran Maestre. &Eacute;l s&oacute;lo ten&iacute;a inter&eacute;s en
+apropiarse las hembras. Si le amenazaban con la excomuni&oacute;n, re&iacute;a
+diab&oacute;licamente en la cara de los eclesi&aacute;sticos de la Orden. Cuando el
+Gran Maestre le llamaba para reprenderle por sus impurezas, ergu&iacute;ase
+fieramente, hablando de las grandes victorias en el mar que le deb&iacute;a la
+cruz de Malta.</p>
+
+<p>Conserv&aacute;banse en el archivo de la casa algunas de sus cartas: pliegos de
+papel amarillento con caracteres rojizos, desiguales y confusos, y un
+estilo que delataba las pocas letras del comendador. Expres&aacute;base con
+soldadesca tranquilidad, mezclando frases religiosas con las m&aacute;s
+imp&uacute;dicas expresiones. En una de dichas cartas, que Jaime hab&iacute;a le&iacute;do,
+escrib&iacute;a alarmado a su hermano de Mallorca en vista de cierta enfermedad
+misteriosa que sufr&iacute;a &eacute;ste; y por si era &laquo;mal de mujeres, le daba
+expertos consejos y m&aacute;gicos remedios. &Eacute;l hab&iacute;a conocido mucho esta
+dolencia en sus visitas a los puertos de Levante.</p>
+
+<p>Su nombre era terriblemente popular en toda la costa mediterr&aacute;nea
+ocupada por los infieles. Los mahometanos le tem&iacute;an como al demonio; las
+moras hac&iacute;an callar a sus peque&ntilde;uelos con la amenaza del comendador
+Febrer. Dragut, gran corsario turco, le apreciaba como &uacute;nico rival digno
+de su valor. Los dos se tem&iacute;an y se respetaban, procurando no verse ni
+encontrarse en el mar, despu&eacute;s de varios combates de los que ambos
+hab&iacute;an salido malparados.</p>
+
+<p>Un d&iacute;a, Dragut, al visitar una de sus galeras en Argel, encontr&oacute; a
+Pr&iacute;amo Febrer casi desnudo, encadenado a un banco y con un remo en las
+manos.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Cosas de la guerra!&mdash;dijo Dragut.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Cosas de la fortuna!&mdash;contest&oacute; el comendador.</p>
+
+<p>Se estrecharon la mano y no dijeron m&aacute;s. Ni el uno ofreci&oacute; favor ni el
+otro pidi&oacute; misericordia. Las gentes de Argel acud&iacute;an ansiosas para
+conocer al &laquo;Demonio de Malta&raquo; amarrado a su banco de esclavo; pero al
+verle fiero y ce&ntilde;udo como un aguilucho cautivo, no se atrev&iacute;an a
+insultarle. La Orden dio por el rescate de su heroico guerrero
+centenares de esclavos, naves y cargamentos, como si fuese un pr&iacute;ncipe.
+A&ntilde;os despu&eacute;s fue don Pr&iacute;amo el que, entrando en una galera de Malta,
+encontr&oacute; encadenado en un banco de remero al intr&eacute;pido Dragut. Se
+repiti&oacute; la escena sin sorpresa para ambos, como si el encuentro fuese
+natural. Se estrecharon las manos.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Cosas de la guerra!&mdash;dijo uno.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Cosas de la fortuna!&mdash;contest&oacute; el otro.</p>
+
+<p>Jaime amaba al comendador porque hab&iacute;a representado en el seno de la
+noble familia el desorden, la libertad, el desprecio de las
+preocupaciones... &iexcl;Lo que a &eacute;l le importaban las diferencias de raza y
+religi&oacute;n cuando sent&iacute;a el deseo de una mujer!... Hab&iacute;a vivido en la
+madurez de su existencia retirado en T&uacute;nez, con sus buenos amigos los
+ricos corsarios, que en fuerza de odiarle y perseguirle acabaron por ser
+sus camaradas. Fue &eacute;ste el per&iacute;odo m&aacute;s obscuro de su existencia. Las
+leyendas llegaban a suponer que hab&iacute;a renegado, y para distraer su tedio
+daba caza en el mar a las galeras de Malta. Algunos caballeros de la
+Orden, enemigos suyos, juraban haberle visto durante un combate vestido
+a la turca en el castillo de una embarcaci&oacute;n enemiga.</p>
+
+<p>Lo &uacute;nico cierto era que hab&iacute;a vivido en T&uacute;nez en un palacio a orillas
+del mar, con una mora de espl&eacute;ndida belleza, parienta de su amigo el
+Bey. Dos cartas atestiguaban en el archivo esta dulce e incomprensible
+esclavitud. Al morir la musulmana, don Pr&iacute;amo volv&iacute;a a Malta, dando por
+terminada su carrera. Los m&aacute;s importantes dignatarios de la Orden
+quisieron favorecerle si cambiaba de conducta, hablando de nombrarle
+Bail&iacute;o de Negroponto o Gran Castell&aacute;n de Amposta. Pero el empecatado don
+Pr&iacute;amo no se correg&iacute;a, y continu&oacute; siendo un libertino temible, de humor
+fant&aacute;stico y desigual para los otros caballeros. En cambio, el heroico
+comendador era adorado por los &laquo;hermanos sirvientes&raquo;, hombres de armas
+de la Orden, simples soldados que s&oacute;lo pod&iacute;an llevar sobre la coraza el
+adorno de media cruz.</p>
+
+<p>El desprecio a las intrigas y el odio de sus enemigos le hicieron
+abandonar para siempre el archipi&eacute;lago de la Orden, las islas de Malta y
+Gozzo, cedidas por el Emperador a los frailes guerreros sin otro precio
+que el tributo anual de un azor de los que se criaban en aquellas islas.</p>
+
+<p>Viejo ya y cansado, retir&aacute;base a Mallorca, viviendo de los bienes de su
+encomienda situados en Catalu&ntilde;a. La impiedad y los vicios del h&eacute;roe
+aterraban a la familia y escandalizaban a la isla. Tres moras j&oacute;venes y
+una jud&iacute;a de gran belleza le acompa&ntilde;aban como sirvientes en las
+habitaciones de toda un ala del caser&oacute;n de los Febrer, que era mucho m&aacute;s
+grande en aquella &eacute;poca. Adem&aacute;s conservaba varios esclavos, turcos unos,
+t&aacute;rtaros otros, que temblaban al verle. Andaba en tratos con viejas
+tenidas por brujas, consultaba a curanderos hebreos, se encerraba en su
+dormitorio con toda esta gente sospechosa, y los vecinos temblaban
+viendo a altas horas de la noche sus ventanas inflamadas por un fuego de
+infierno. Algunos de sus esclavos languidec&iacute;an, p&aacute;lidos, como si les
+chupasen la vida. La gente murmuraba que el comendador hab&iacute;a empleado su
+sangre para m&aacute;gicos bebedizos. Don Pr&iacute;amo quer&iacute;a volver a la juventud:
+ansiaba reanimar con fuego vital sus fuerzas pasionales. El Gran
+Inquisidor de Mallorca hablaba de una visita con familiares y alguaciles
+a las habitaciones del comendador; pero &eacute;ste, que era primo suyo, le
+anunci&oacute; por carta su prop&oacute;sito de abrirle la cabeza con un mandoble de
+abordaje apenas avanzase un pie sobre el primer pelda&ntilde;o de su escalera.</p>
+
+<p>Mor&iacute;a don Pr&iacute;amo, o m&aacute;s bien, reventaba con los diab&oacute;licos brebajes,
+dejando como resumen de sus despreocupaciones un testamento cuya copia
+hab&iacute;a le&iacute;do Jaime. El guerrero de la Iglesia legaba el cuerpo de sus
+bienes, as&iacute; como sus armas y trofeos, a los hijos de su hermano mayor,
+lo mismo que hab&iacute;an hecho siempre todos los segundones de la casa. Pero
+a continuaci&oacute;n figuraba una extensa lista de mandas, todas para hijos
+suyos que declaraba habidos con esclavas musulmanas o amigas jud&iacute;as,
+armenias y griegas que deb&iacute;an vegetar a aquellas horas, decr&eacute;pitas y
+arrugadas, en alg&uacute;n puerto de Levante. Era una descendencia de patriarca
+b&iacute;blico, pero toda irregular y mestiza, producto del cruzamiento de
+sangres enemigas, de razas antag&oacute;nicas. &iexcl;Famoso comendador! Parec&iacute;a que
+al quebrantar sus votos hubiese buscado aminorar esta falta escogiendo
+siempre mujeres infieles. A su pecado de impureza un&iacute;a lo vergonzoso del
+comercio con hembras enemigas del verdadero Dios.</p>
+
+<p>Admir&aacute;balo Jaime como a un precursor que le salvaba de sus dudas. &iquest;Qu&eacute;
+ten&iacute;a de extra&ntilde;o que &eacute;l se uniese a una <i>chueta</i>, igual a las otras
+mujeres en costumbres, creencias y educaci&oacute;n, si el m&aacute;s famoso de los
+Febrer, en una &eacute;poca de intolerancia, hab&iacute;a vivido, fuera de toda ley,
+con hembras infieles?... Pero los prejuicios de familia despertaban en
+Jaime como un remordimiento, haci&eacute;ndole recordar una cl&aacute;usula del
+testamento del comendador. Dejaba bienes a los hijos de sus esclavas,
+mestizos de otras razas, porque eran de su sangre y deseaba evitarles
+los sufrimientos de la miseria, pero les prohib&iacute;a que usasen el apellido
+de su padre, el nombre de los Febrer, que se hab&iacute;an mantenido siempre
+puros de cruzamientos vergonzosos en su casa de Mallorca.</p>
+
+<p>Al recordar esto, sonre&iacute;a Jaime en la obscuridad. &iquest;Qui&eacute;n pod&iacute;a responder
+del pasado? &iquest;Qu&eacute; misterios no se ocultaban en las ra&iacute;ces del tronco de
+su estirpe, all&aacute; en los tiempos medioevales, cuando los Febrer y los
+ricos de la sinagoga balear comerciaban juntos y cargaban sus naves en
+Puerto Pi? Muchos de su familia, y hasta &eacute;l mismo, as&iacute; como otros de la
+antigua nobleza mallorqu&iacute;na, ten&iacute;an algo de judaico en el rostro. La
+pureza de las razas era una ilusi&oacute;n. La vida de los pueblos resid&iacute;a en
+el movimiento, gran engendrador de mezclas y confusiones... Pero &iexcl;ay,
+los orgullosos escr&uacute;pulos de familia! &iexcl;La separaci&oacute;n creada por las
+costumbres!...</p>
+
+<p>&Eacute;l mismo, que pretend&iacute;a burlarse de los prejuicios del pasado,
+experimentaba un sentimiento irresistible de altivez al lado de don
+Benito, que hab&iacute;a de ser su suegro. Se consideraba superior a &eacute;l; le
+toleraba con una bondad lastimera; se hab&iacute;a sublevado interiormente
+cuando el rico <i>chueta</i> habl&oacute; de su pretendida amistad con don Horacio.
+No era cierto; los Febrer no hab&iacute;an tratado nunca a aquellas gentes.
+Cuando sus abuelos iban a Argel con el Emperador, los abuelos de
+Catalina estaban tal vez recluidos en el barrio de la Calatrava,
+fabricando objetos de plata, temblando ante la idea de que los payeses
+pudieran bajar en son de guerra a Palma, encorv&aacute;ndose p&aacute;lidos de miedo
+ante el Gran Inquisidor&mdash;alg&uacute;n Febrer indudablemente&mdash;para granjearse su
+protecci&oacute;n.</p>
+
+<p>Fuera, en el recibimiento, estaba el retrato de uno de sus ascendientes
+menos remotos, un se&ntilde;or de rostro afeitado, labios finos y descoloridos,
+peluca blanca y casaca de seda roja, que, seg&uacute;n rezaba la cartela del
+lienzo, hab&iacute;a sido regidor perpetuo de la ciudad de Palma. El rey Carlos
+III enviaba una pragm&aacute;tica a la isla prohibiendo que se insultase a los
+antiguos jud&iacute;os, &laquo;gente laboriosa y honrada&raquo;, amenazando con pena de
+presidio al que los llamase <i>chuetas</i>. El Concejo se alborotaba con esta
+disposici&oacute;n absurda del monarca, sobradamente bondadoso, y el regidor
+Febrer solucionaba el asunto con la autoridad de su nombre. &laquo;Arch&iacute;vese
+la pragm&aacute;tica; se acata, pero no se cumple. &iquest;Para qu&eacute; necesitan los
+<i>chuetas</i> tener dignidad como cualquiera de nosotros? Con tal que no les
+toquen la bolsa o la mujer, se dan por contentos.&raquo;</p>
+
+<p>Y todos re&iacute;an, dici&eacute;ndose que Febrer hablaba por experiencia propia,
+pues era gran aficionado a visitar &laquo;la calle&raquo;, encargando trabajo a los
+plateros para poder hablar con las plateras.</p>
+
+<p>Tambi&eacute;n estaba en el recibimiento el retrato de otro de sus
+ascendientes, el inquisidor don Jaime Febrer, que llevaba su mismo
+nombre. En los desvanes de la casa hab&iacute;a encontrado &eacute;l, amarillas por el
+tiempo, varias cartulinas de visita con el nombre del rico sacerdote:
+tarjetas grabadas con emblemas, como empezaron a usarse en el siglo
+<span class="smcap">xviii</span>.</p>
+
+<p>En el centro de la tarjeta aparec&iacute;a una cruz le&ntilde;osa con una espada y una
+rama de olivo; a ambos lados dos corazas, una con la cruz del Santo
+Oficio, otra con dragones y cabezas de Medusa. Esposas, l&aacute;tigos,
+calaveras, rosarios y cirios completaban el adorno; abajo ard&iacute;a una
+hoguera en torno a un poste con argolla y figuraba una caperuza como un
+embudo adornada de serpientes, sapos y cabezas cornudas. Una especie de
+sarc&oacute;fago elev&aacute;base entre estos adornos, y en &eacute;l se le&iacute;a en antigua
+letra espa&ntilde;ola: &laquo;El Inquisidor Decano don Jaime Febrer.&raquo; El pac&iacute;fico
+mallorqu&iacute;n que al volver a su casa encontraba esta cartulina de visita
+deb&iacute;a sentir un espeluznamiento de terror.</p>
+
+<p>Adem&aacute;s, pasaba por su memoria otro de sus ascendientes, aquel a quien
+mencionaba iracundo Pablo Valls al recordar las quemas de <i>chuetas</i> y el
+librito del padre Garau. Era un Febrer elegante y galanteador, que hab&iacute;a
+entusiasmado a las damas de Palma en el famoso auto de fe, con un
+vestido nuevo de pa&ntilde;o de Florencia recamado de oro, jinete sobre un
+corcel tan vistoso como su due&ntilde;o y llevando el estandarte del Santo
+Tribunal. El jesuita hablaba con l&iacute;ricos arrebatos de su gentil
+apostura. A la ca&iacute;da de la tarde hab&iacute;a presenciado el caballero en la
+falda del castillo de Bellver c&oacute;mo ard&iacute;a la abultada corpulencia de
+Rafael Valls y c&oacute;mo reventaban sus entra&ntilde;as cayendo en el brasero,
+espect&aacute;culo del que le distrajo la presencia de algunas damas, haciendo
+caracolear su caballo junto a las portezuelas de las carrozas. El
+capit&aacute;n Valls ten&iacute;a raz&oacute;n: todo esto resultaba b&aacute;rbaro. Pero los Febrer
+eran los suyos; el nombre y los bienes ya perdidos a ellos los deb&iacute;a. &iexcl;Y
+&eacute;l, &uacute;ltimo v&aacute;stago de una familia orgullosa de su historia, iba a
+casarse con Catalina Valls, descendiente del ajusticiado!...</p>
+
+<p>Las consejas o&iacute;das en la ni&ntilde;ez, los simples relatos con que le
+entreten&iacute;a <i>mad&oacute;</i> Antonia, surg&iacute;an ahora en su recuerdo como ideas
+olvidadas, pero que hab&iacute;an abierto hondo surco. Pensaba en los
+<i>chuetas</i>, que, seg&uacute;n la opini&oacute;n popular, no eran lo mismo que las otras
+personas; seres de miseria s&oacute;rdida y contacto viscoso, que deb&iacute;an
+ocultar terribles deformidades. &iquest;Qui&eacute;n pod&iacute;a afirmarle que Catalina era
+igual a las otras mujeres?...</p>
+
+<p>Al momento pensaba en Pablo Valls, tan alegre y generoso, superior por
+sus cualidades a casi todos los amigos que &eacute;l ten&iacute;a en la isla. Pero
+Pablo apenas hab&iacute;a vivido en Mallorca: hab&iacute;a viajado mucho; no era como
+los de su raza, inm&oacute;viles en la misma postura durante siglos,
+reproduci&eacute;ndose sobre el mont&oacute;n de su vileza y su cobard&iacute;a, sin fuerzas
+ni solidaridad para levantarse e imponer respeto.</p>
+
+<p>Jaime conoc&iacute;a en Par&iacute;s y en Berl&iacute;n ricas familias de jud&iacute;os. Hasta hab&iacute;a
+solicitado que le presentasen a los altos varones de Israel; pero al
+ponerse en contacto con estos hebreos verdaderos, que conservaban su
+religi&oacute;n y su independencia de raza, no sinti&oacute; la instintiva repugnancia
+que le inspiraban el devoto don Benito y otros <i>chuetas</i> de Mallorca.
+&iquest;Era el ambiente, que influ&iacute;a en &eacute;l? &iquest;Era que una sumisi&oacute;n de siglos, el
+miedo y el h&aacute;bito de doblarse, hab&iacute;an hecho de los de Mallorca una raza
+distinta?...</p>
+
+<p>Febrer acab&oacute; por sumirse en la lobreguez del sue&ntilde;o, rodando a trav&eacute;s de
+las sinuosidades de su pensamiento, cada vez m&aacute;s confuso.</p>
+
+<p>En la ma&ntilde;ana siguiente, mientras se vest&iacute;a, decidi&oacute;se a realizar cierta
+visita, con gran esfuerzo de su voluntad. Aquel casamiento era algo
+audaz y peligroso que exig&iacute;a larga reflexi&oacute;n, como le hab&iacute;a dicho su
+amigo el contrabandista.</p>
+
+<p>&laquo;Antes debo jugar mi &uacute;ltima carta...&mdash;pens&oacute; Jaime&mdash;. Voy a ver a &laquo;la
+Papisa Juana&raquo; Hace muchos a&ntilde;os que no la he visto; pero es mi t&iacute;a, mi
+pariente m&aacute;s pr&oacute;xima. En justicia, deb&iacute;a ser yo su heredero. &iexcl;Si ella
+quisiera!... Le bastar&iacute;a hacer un gesto, y todos mis apuros habr&iacute;an
+terminado.&raquo;</p>
+
+<p>Pens&oacute; en la hora mejor para visitar a la gran se&ntilde;ora. Por la tarde ten&iacute;a
+su famosa tertulia de can&oacute;nigos y graves se&ntilde;ores, a los que recib&iacute;a con
+un aire de soberana. Estos eran los que iban a heredarla, como
+mandatarios y representantes de varias corporaciones de car&aacute;cter
+religioso. La deb&iacute;a visitar inmediatamente, sorprenderla en su soledad
+despu&eacute;s de la misa y los ejercicios matinales.</p>
+
+<p>Do&ntilde;a Juana viv&iacute;a en un palacio inmediato a la catedral. Se hab&iacute;a
+mantenido soltera, abominando del mundo despu&eacute;s de ciertos desenga&ntilde;os de
+su juventud, de los que era responsable el padre de Jaime. Toda la
+acometividad de su car&aacute;cter bilioso y el entusiasmo de su fe seca y
+altiva los hab&iacute;a dedicado a la pol&iacute;tica y la religi&oacute;n. &laquo;Por Dios y por
+el Rey&raquo;, le hab&iacute;a o&iacute;do decir Febrer al visitarla siendo muchacho.</p>
+
+<p>En su juventud hab&iacute;a so&ntilde;ado do&ntilde;a Juana con las hero&iacute;nas de la Vend&eacute;e; se
+hab&iacute;a entusiasmado con las haza&ntilde;as y penalidades de la duquesa de Berry,
+queriendo, como estas hembras fuertes de la religi&oacute;n y el legitimismo,
+montar a caballo, llevando sobre el pecho un crucifijo y junto a la
+falda de amazona un sable pendiente. Pero estos deseos no pasaron de ser
+vagas fantas&iacute;as. En realidad, no hab&iacute;a hecho otra expedici&oacute;n que un
+viaje a Catalu&ntilde;a durante la &uacute;ltima guerra carlista, para ver m&aacute;s de
+cerca la santa empresa que consumi&oacute; una parte de sus bienes.</p>
+
+<p>Los enemigos de &laquo;la Papisa Juana&raquo; afirmaban que de joven hab&iacute;a tenido
+oculto en su palacio al conde de Montemol&iacute;n, pretendiente a la corona, y
+que all&iacute; lo hab&iacute;a puesto en relaci&oacute;n con el general Ortega, capit&aacute;n
+general de las islas. A estas murmuraciones un&iacute;an la de un amor
+rom&aacute;ntico de do&ntilde;a Juana por el pretendiente.</p>
+
+<p>Jaime sonre&iacute;a al o&iacute;r estas noticias. Todo mentira. El abuelo don
+Horacio, que estaba bien enterado, habl&oacute; muchas veces a su nieto de
+tales sucesos. &laquo;La Papisa&raquo; s&oacute;lo hab&iacute;a querido al padre de Jaime. El
+general Ortega era un iluso, al que recib&iacute;a do&ntilde;a Juana con novelesco
+misterio, vestida de blanco en un sal&oacute;n casi a obscuras, habl&aacute;ndole con
+voz dulce de ultratumba, como si fuese el &aacute;ngel del pasado, de la
+necesidad de volver Espa&ntilde;a a sus antiguas costumbres, barriendo a los
+liberales y restableciendo el gobierno de los caballeros. &laquo;&iexcl;Por Dios y
+por el Rey!...&raquo; Ortega fue fusilado en la costa de Catalu&ntilde;a al fracasar
+su desembarco carlista, y &laquo;la Papisa&raquo; se qued&oacute; en Mallorca, pronta a dar
+su dinero para nuevas empresas santas.</p>
+
+<p>Muchos la consideraban arruinada despu&eacute;s de sus prodigalidades en la
+&uacute;ltima guerra civil, pero, Jaime conoc&iacute;a la verdadera fortuna de la
+devota se&ntilde;ora. Su vida era simple como la de una payesa; le quedaban en
+la isla extensos predios, y todas sus econom&iacute;as las invert&iacute;a en regalos
+a iglesias y conventos o en donativos al tesoro de San Pedro. Su antiguo
+lema &laquo;Por Dios y por el Rey&raquo; hab&iacute;a sufrido una mutilaci&oacute;n. Ya no pensaba
+en el rey. De sus antiguos entusiasmos por el pretendiente don Carlos
+s&oacute;lo le quedaba una gran fotograf&iacute;a con dedicatoria adornando la parte
+m&aacute;s obscura de su sal&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Buen mozo&mdash;dec&iacute;a de &eacute;l&mdash;, buen caballero, pero igual casi a los
+liberales. &iexcl;Ay, la vida en tierra extranjera! &iexcl;C&oacute;mo cambia a los
+hombres!... &iexcl;Qu&eacute; pecados!...</p>
+
+<p>Ahora su entusiasmo era s&oacute;lo por Dios, y su dinero emprend&iacute;a el camino
+de Roma. Una suprema ilusi&oacute;n animaba su existencia. &iquest;No le enviar&iacute;a
+antes de morir la &laquo;Rosa de Oro&raquo; el Santo Padre? Era regalo destinado en
+otros tiempos s&oacute;lo a las reinas, pero algunas devotas ricas de la
+Am&eacute;rica del Sur consegu&iacute;an ahora esta distinci&oacute;n. Y menudeaba las
+liberalidades, viviendo en santa pobreza para poder enviar m&aacute;s dinero al
+Vaticano. &iexcl;La &laquo;Rosa de Oro&raquo;, y luego morir!...</p>
+
+<p>Febrer lleg&oacute; a casa de &laquo;la Papisa&raquo;: un zagu&aacute;n semejante al suyo, aunque
+m&aacute;s cuidado, m&aacute;s limpio, sin hierbas en el pavimento, sin grietas ni
+desconchaduras en las paredes, con una pulcritud monacal. Arriba le
+abri&oacute; la puerta una criadita p&aacute;lida, vestida con el h&aacute;bito azul de una
+cofrad&iacute;a y cord&oacute;n blanco. Esta muchacha no pudo reprimir un gesto de
+sorpresa al reconocer a Jaime.</p>
+
+<p>Le dej&oacute; en el recibimiento, lleno de retratos como el de casa de los
+Febrer, y corri&oacute; con un ligero trote de rat&oacute;n a las habitaciones
+interiores, para avisar esta visita extraordinaria que turbaba la paz
+mon&aacute;stica del palacio.</p>
+
+<p>Transcurrieron largos minutos de silencio. Jaime oy&oacute; pasos furtivos en
+las habitaciones inmediatas; vio cortinajes que se agitaban levemente,
+como movidos por suave c&eacute;firo; adivin&oacute; tras de ellos cuerpos en acecho,
+ojos que le contemplaban ocultos. La criada volvi&oacute; a aparecer, saludando
+a don Jaime con grave cortes&iacute;a. &iexcl;Era el sobrino de la se&ntilde;ora!... Le
+acompa&ntilde;&oacute; hasta un gran sal&oacute;n, y desapareci&oacute;.</p>
+
+<p>Febrer entretuvo la espera contemplando esta vasta pieza, de un lujo
+arcaico. As&iacute; era su casa en tiempos del abuelo. Las paredes estaban
+cubiertas de rico damasco carmes&iacute;, y sobre ellas destac&aacute;banse antiguos
+cuadros religiosos de suaves pinceles italianos. Los muebles eran de
+madera blanca y oro, con voluptuosas curvas, tapizados de gruesa seda
+bordada. Sobre las consolas, reflej&aacute;ndose en los espejos azulados y
+profundos, mezcl&aacute;banse figuras policromas de santos y p&eacute;ndolas del siglo
+<span class="smcap">xvii</span> con figuras mitol&oacute;gicas. La b&oacute;veda del techo estaba pintada al
+fresco, con una asamblea de dioses y diosas sentados en nubes. Sus
+rosadas desnudeces y atrevidos gestos contrastaban con la faz dolorosa
+de un gran Cristo que parec&iacute;a presidir el sal&oacute;n, ocupando la mayor parte
+del muro sobre el estrado, entre dos puertas. &laquo;La Papisa&raquo; reconoc&iacute;a lo
+pecaminoso de estos adornos mitol&oacute;gicos; pero eran recuerdos de la buena
+&eacute;poca, de cuando mandaban los caballeros, y los respetaba, procurando no
+verlos.</p>
+
+<p>Se levant&oacute; un cortinaje de damasco y entr&oacute; una criada vieja vestida de
+negro, con falda lisa y pobre jub&oacute;n, lo mismo que una campesina. Los
+cabellos grises estaban cubiertos en parte por una pa&ntilde;oleta obscura, a
+la que el tiempo y la grasa hab&iacute;an dado un tinte rojizo. Por debajo de
+la falda asomaban los pies calzados de pa&ntilde;o, con unas medias blancas de
+grueso tejido. Jaime se apresur&oacute; a levantarse de su asiento. Aquella
+criada vieja era &laquo;la Papisa&raquo;.</p>
+
+<p>La siller&iacute;a estaba en un desorden permanente que parec&iacute;a denunciar la
+tertulia reunida all&iacute; todas las tardes. Cada asiento pertenec&iacute;a por
+derecho consuetudinario a una grave persona, y quedaba inm&oacute;vil en el
+mismo sitio. Do&ntilde;a Juana, al entrar, ocup&oacute; un sill&oacute;n semejante a un
+trono, asiento desde el cual presid&iacute;a toda las tardes su fiel tertulia
+de can&oacute;nigos, amigas viejas y se&ntilde;ores de sanas ideas, como una reina que
+recibe su corte.</p>
+
+<p>&mdash;Si&eacute;ntate&mdash;dijo brevemente a su sobrino.</p>
+
+<p>Tendi&oacute; las manos, por el automatismo de la costumbre, sobre un brasero
+monumental de plata que estaba vac&iacute;o, y contempl&oacute; fijamente a Jaime con
+sus ojillos grises de mirada aguda, habituados a infundir miedo. Esta
+mirada autoritaria fue humaniz&aacute;ndose, hasta temblar con una lacrimosidad
+de emoci&oacute;n. Cerca de diez a&ntilde;os que no ve&iacute;a a su sobrino.</p>
+
+<p>&mdash;Eres un Febrer de lo m&aacute;s puro. Te pareces a tu abuelo... &iexcl;Igual a
+todos los de tu familia!</p>
+
+<p>Y ocultaba su verdadero pensamiento; call&aacute;base el &uacute;nico parecido que le
+conmov&iacute;a: la semejanza de Jaime con su padre, cuando &eacute;ste era oficial de
+marina y ven&iacute;a a verla en tiempos ya remotos. S&oacute;lo le faltaban para ser
+id&eacute;ntico a su progenitor el uniforme y los lentes... &iexcl;Ah, monstruo de
+liberalismo y de ingratitud!...</p>
+
+<p>Sus ojos recobraron la acostumbrada dureza; sus facciones parecieron m&aacute;s
+secas, p&aacute;lidas y angulosas.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Qu&eacute; deseas?&mdash;dijo con rudeza&mdash;. &iexcl;Porque seguramente no vienes por el
+placer de verme!...</p>
+
+<p>Jaime baj&oacute; los ojos con una hipocres&iacute;a infantil, y temeroso de llegar a
+su verdadera demanda, acometi&oacute; el relato desde muy lejos. &Eacute;l era bueno,
+cre&iacute;a en todo lo antiguo, deseaba mantener el prestigio de su familia y
+aumentarlo... No hab&iacute;a sido un santo, lo confesaba; una existencia loca
+hab&iacute;a consumido sus bienes... &iexcl;pero el honor de la casa siempre intacto!
+De esta vida de pecado y ruina hab&iacute;a sacado dos cosas excelentes: la
+experiencia y el firme prop&oacute;sito de enmendarse.</p>
+
+<p>&mdash;T&iacute;a: yo quiero cambiar de modo de vivir; yo quiero ser otro.</p>
+
+<p>La t&iacute;a asinti&oacute; con un gesto enigm&aacute;tico. Muy bien; as&iacute; hab&iacute;an hecho San
+Agust&iacute;n y otros santos varones que pasaron su juventud en la licencia,
+para ser luego lumbreras de la Iglesia.</p>
+
+<p>Se anim&oacute; el sobrino con estas palabras. &Eacute;l, ciertamente, no llegar&iacute;a a
+figurar como lumbrera de nada, pero deseaba ser un buen caballero
+cristiano; se casar&iacute;a, educar&iacute;a a sus hijos para que continuasen las
+tradiciones de la casa; un hermoso porvenir. Pero &iexcl;ay! vidas tan
+desarregladas como la suya son de dif&iacute;cil apa&ntilde;o cuando llega el momento
+de enderezarlas hacia la virtud. Necesitaba una ayuda. Estaba arruinado,
+t&iacute;a. Los predios se hallaban en manos de los acreedores; su casa era un
+desierto: se hab&iacute;a defendido vendiendo los recuerdos del pasado. &Eacute;l, un
+Febrer, iba a verse en medio de la calle si una mano misericordiosa no
+le daba apoyo. Y hab&iacute;a pensado en su t&iacute;a&mdash;que al fin era su pariente m&aacute;s
+pr&oacute;xima, algo as&iacute; como su madre&mdash;para que le salvase.</p>
+
+<p>Esta supuesta maternidad hizo enrojecer d&eacute;bilmente a do&ntilde;a Juana y
+aument&oacute; la dura brillantez de sus ojos. &iexcl;Ay, la memoria con sus penosas
+evocaciones!...</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y es de m&iacute; de quien esperas tu salvaci&oacute;n?&mdash;dijo lentamente &laquo;la
+Papisa&raquo;, con una voz que silbaba entre los dientes, separados y
+amarillentos, pero todav&iacute;a fuertes&mdash;. Pierdes el tiempo, Jaime. Yo soy
+pobre... no tengo casi nada. Apenas lo necesario para vivir y hacer
+algunas limosnas.</p>
+
+<p>Lo dijo con tal firmeza, que Febrer perdi&oacute; la esperanza y juzg&oacute; in&uacute;til
+insistir. &laquo;La Papisa&raquo; no quer&iacute;a ayudarle.</p>
+
+<p>&mdash;Est&aacute; bien&mdash;dijo con visible despecho&mdash;. Pero a falta de su apoyo, he
+de procurarme otra salida en mis apuros, y cuento con una. Usted es
+ahora la mayor de mi familia, y debo pedir su consejo. Tengo en proyecto
+un casamiento que puede salvarme: un matrimonio con persona rica, pero
+que no es de nuestra clase, sino de un origen bajo. &iquest;Qu&eacute; debo hacer?...</p>
+
+<p>Esperaba en su t&iacute;a un movimiento de sorpresa, de curiosidad. Tal vez el
+anuncio de su casamiento la ablandase. Casi era seguro que, aterr&aacute;ndose
+ante un peligro tan enorme para el honor de su casa y de su sangre, se
+allanara a todo, concedi&eacute;ndole su protecci&oacute;n. Pero el sorprendido, el
+aterrado, fue Jaime al ver fruncirse con una sonrisa fr&iacute;a los labios
+p&aacute;lidos de la vieja.</p>
+
+<p>&mdash;Lo s&eacute;&mdash;dijo&mdash;. Me lo han contado todo esta ma&ntilde;ana en Santa Eulalia, al
+salir de misa. Ayer estuviste en Valldemosa. Te casas... te casas con...
+una <i>chueta</i>.</p>
+
+<p>Le cost&oacute; un esfuerzo soltar la palabra, se estremeci&oacute; al decirla. Luego
+de esto rein&oacute; en el sal&oacute;n un largo silencio, uno de esos silencios
+tr&aacute;gicos y absolutos que siguen a las grandes cat&aacute;strofes, lo mismo que
+si la casa acabara de venirse abajo, extingui&eacute;ndose el eco del &uacute;ltimo
+muro derrumbado.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y a usted qu&eacute; le parece?&mdash;se atrevi&oacute; a preguntar t&iacute;midamente Jaime.</p>
+
+<p>&mdash;Haz lo que quieras&mdash;dijo &laquo;la Papisa&raquo; con frialdad&mdash;. Sabes que hemos
+estado muchos a&ntilde;os sin vernos, y lo mismo podernos seguir el resto de
+nuestra vida. T&uacute; y yo somos ahora como de otra sangre; pensamos de
+distinto modo; no podemos entendernos.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;De modo que debo casarme?&mdash;insisti&oacute; &eacute;l.</p>
+
+<p>&mdash;Eso preg&uacute;ntalo a ti mismo. Los Febrer marchan desde hace a&ntilde;os por
+tales caminos, que nada de ellos puede sorprenderme.</p>
+
+<p>Jaime adivinaba en los ojos y la voz de su t&iacute;a un goce reprimido, la
+voluptuosidad de la venganza, la alegr&iacute;a de ver ca&iacute;dos a sus enemigos en
+lo que consideraba una deshonra, y esto le irrit&oacute;.</p>
+
+<p>&mdash;Y si me caso&mdash;dijo imitando la frialdad de do&ntilde;a Juana&mdash;, &iquest;puedo contar
+con usted? &iquest;Vendr&aacute; usted a mi boda?</p>
+
+<p>Esto puso fin a la tranquilidad de &laquo;la Papisa&raquo;, y la hizo erguirse con
+altivez. Las lecturas rom&aacute;nticas de la juventud acudieron a su memoria.
+Habl&oacute; como una reina ultrajada al final de un cap&iacute;tulo de novela
+hist&oacute;rica.</p>
+
+<p>&mdash;Caballero, soy Genovart por mi padre. Mi madre era Febrer, pero tanto
+valen los unos como los otros. Yo reniego de la sangre que va a
+mezclarse con la de la gente vil, matadora de Cristo, y me quedo con la
+m&iacute;a, con la de mi padre, que acabar&aacute; conmigo pura y honrada.</p>
+
+<p>Se&ntilde;alaba la puerta con adem&aacute;n arrogante, dando por terminada la
+entrevista. Pero luego pareci&oacute; darse cuenta de lo extempor&aacute;neo y teatral
+de su protesta, y baj&oacute; los ojos, se humaniz&oacute;, tomando un aspecto de
+mansedumbre cristiana.</p>
+
+<p>&mdash;Adi&oacute;s, Jaime; &iexcl;que el Se&ntilde;or te ilumine!</p>
+
+<p>&mdash;Adi&oacute;s, t&iacute;a.</p>
+
+<p>La tendi&oacute; &eacute;l una mano, a impulsos de la costumbre, pero ella retir&oacute;
+vivamente su diestra, ocult&aacute;ndola detr&aacute;s de su espalda. Febrer sonri&oacute; al
+recordar ciertas noticias de los murmuradores. Esta retracci&oacute;n no
+significaba desprecio ni odio. Era que &laquo;la Papisa&raquo; hab&iacute;a hecho voto de
+no tocar en su vida las manos de otros hombres que los sacerdotes.</p>
+
+<p>Cuando se vio en la calle prorrumpi&oacute; sordamente en denuestos, mirando
+los panzudos balcones del caser&oacute;n. &iexcl;V&iacute;bora! &iexcl;C&oacute;mo se alegraba de su
+casamiento!... Cuando &eacute;ste fuese un hecho, fingir&iacute;a indignaci&oacute;n y
+esc&aacute;ndalo ante su tertulia. Tal vez enfermase, para que todos en la isla
+la compadeciesen, y sin embargo, su alegr&iacute;a era inmensa, la alegr&iacute;a de
+una venganza incubada durante muchos a&ntilde;os, viendo a un Febrer, al hijo
+del hombre odiado, sumido en lo que consideraba la m&aacute;s afrentosa de las
+deshonras... &iexcl;Y &eacute;l, empujado por las angustias de la ruina, tendr&iacute;a que
+proporcionarle este placer cas&aacute;ndose con la hija de Valls!... &laquo;&iexcl;Ah,
+miseria!&raquo;</p>
+
+<p>Vag&oacute; hasta pasado mediod&iacute;a por las calles poco frecuentadas inmediatas a
+la Almudaina y la catedral. El desfallecimiento del est&oacute;mago gui&oacute; sus
+pasos instintivamente hacia su casa. Comi&oacute; silencioso, sin saber lo que
+com&iacute;a, no viendo a <i>mad&oacute;</i>, que, inquieta desde el d&iacute;a anterior, rondaba
+en torno de &eacute;l, ansiosa de entablar conversaci&oacute;n.</p>
+
+<p>Luego de comer sali&oacute; a una peque&ntilde;a galer&iacute;a que daba sobre el jard&iacute;n, con
+su ruinosa baranda de balaustres coronada por tres bustos romanos. A sus
+pies extend&iacute;ase el follaje de las higueras, las barnizadas hojas de los
+magnolieros, las bolas verdes de los naranjos. Frente a &eacute;l cortaban el
+espacio azul los troncos de las palmeras, y m&aacute;s all&aacute; de las almenas
+puntiagudas de la tapia extend&iacute;ase el mar, luminoso, con
+estremecimientos de vida, como si cosquilleasen su blanda epidermis las
+barcas, sueltas sus velas al viento. A la derecha estaba el puerto,
+repleto de m&aacute;stiles y amarillas chimeneas; m&aacute;s, all&aacute;, avanzaba en las
+aguas de la bah&iacute;a la masa obscura de los pinos de Bellver, y sobre su
+cumbre ergu&iacute;ase el antiguo castillo, redondo como una plaza de toros,
+con su torre del homenaje suelta, aislada, sin otro lazo de uni&oacute;n que un
+gallardo puente. Abajo extend&iacute;ase el rojo caser&iacute;o moderno del Terreno, y
+m&aacute;s all&aacute;, al extremo del cabo, el antiguo Puerto Pi, con su torre de
+se&ntilde;ales y las bater&iacute;as de San Carlos.</p>
+
+<p>Al otro lado de la bah&iacute;a perd&iacute;ase mar adentro, en las brumas flotantes
+del horizonte, un cabo de obscuro verde y pe&ntilde;as rojizas, sombr&iacute;o y
+deshabitado.</p>
+
+<p>La catedral destacaba sobre el azul del cielo sus botareles y arcadas,
+como un nav&iacute;o de piedra con la arboladura desmochada que hubiesen
+arrojado las olas entre la ciudad y la costa. M&aacute;s all&aacute; del templo, el
+antiguo alc&aacute;zar de la Almudaina mostraba sus rojas torres morunas. En el
+palacio del obispo brillaban como l&aacute;minas de acero enrojecido los
+cristales de los miradores, cual si reflejasen un incendio. Entre este
+palacio y la muralla de mar, en un profundo foso lleno de hierba, por
+cuyos muros trepaban guirnaldas de rosales, amonton&aacute;banse numerosos
+ca&ntilde;ones: unos antiqu&iacute;simos, montados sobre ruedas; otros modernos,
+esparcidos por el suelo, esperando, durante a&ntilde;os, el momento de ser
+emplazados. Las torres blindadas estaban oxidadas, lo mismo que las
+cure&ntilde;as; los ca&ntilde;ones de largo alcance, pintados de rojo y hundidos en la
+hierba, parec&iacute;an tubos de desecho. El olvido y el &oacute;xido del abandono
+envejec&iacute;an estas piezas modernas. El ambiente tradicional y envejecedor
+que seg&uacute;n Febrer envolv&iacute;a a la isla, parec&iacute;a pesar sobre estos
+instrumentos de guerra, decr&eacute;pitos poco despu&eacute;s de nacer y antes de
+haber hablado.</p>
+
+<p>Insensible a la alegr&iacute;a del sol, a las palpitaciones luminosas de la
+extensi&oacute;n azul, al piar de los p&aacute;jaros que revoloteaban a sus pies,
+Jaime se sent&iacute;a dominado por intensa tristeza, por un desaliento
+anonadador.</p>
+
+<p>&laquo;&iquest;A qu&eacute; luchar con el pasado?... &iquest;C&oacute;mo libertarse de su cadena?... Cada
+uno, al nacer, encuentra marcado el sitio y gesto para todo el curso de
+su existencia, y es in&uacute;til querer cambiar de situaci&oacute;n y de postura.&raquo;</p>
+
+<p>Muchas veces, en su primera juventud, al ver desde una cumbre la ciudad
+y sus risue&ntilde;os alrededores, se hab&iacute;a sentido obsesionado por f&uacute;nebres
+pensamientos. En las calles ba&ntilde;adas de sol o bajo los caparazones de los
+techos agit&aacute;base el humano hormiguero, impulsado por necesidades e ideas
+del momento que consideraba important&iacute;simas. Todos cre&iacute;an con el m&aacute;s
+c&aacute;ndido y vanidoso de los ego&iacute;smos que una voluntad superior y
+omnipotente vigilaba y dirig&iacute;a sus idas y venidas, iguales a las de los
+infusorios en una gota de agua. M&aacute;s all&aacute; de la ciudad ve&iacute;a Jaime con la
+imaginaci&oacute;n mon&oacute;tonas tapias, cipreses que asomaban sus puntas sobre
+ellas, una poblaci&oacute;n apretada de blancas construcciones, de ventanillas
+como bocas de horno, de losas que parec&iacute;an cubrir entradas de cuevas.
+&iquest;Cu&aacute;ntos eran los habitantes de la ciudad de los vivos en sus plazas y
+sus amplias calles? Sesenta mil... ochenta mil. &iexcl;Ay! En la otra
+poblaci&oacute;n situada a corta distancia, apretada, silenciosa, comprimida en
+sus casitas blancas entre sombr&iacute;os cipreses, los habitantes invisibles
+eran cuatrocientos mil, seiscientos mil, tal vez un mill&oacute;n.</p>
+
+<p>Luego, en Madrid, hab&iacute;a pensado lo mismo una tarde que paseaba con dos
+mujeres por los alrededores de la villa. Las cumbres de las colinas
+inmediatas al r&iacute;o estaban ocupadas por mudas poblaciones entre cuyos
+edificios blancos surg&iacute;an agudos grupos de cipreses. Y en el lado
+opuesto de la gran urbe exist&iacute;an igualmente otros campamentos de
+silencio y olvido. La ciudad viv&iacute;a entre un apretado cord&oacute;n de fuertes
+de la Nada. Medio mill&oacute;n de seres vivos agit&aacute;banse en las calles,
+creyendo ser solos en el dominio y la direcci&oacute;n de la existencia, sin
+acordarse ni conocer a cuatro, seis u ocho millones de semejantes que
+permanec&iacute;an invisibles en los inmediatos cementerios.</p>
+
+<p>Igual hab&iacute;a pensado en Par&iacute;s, donde cuatro millones de vecinos
+despiertos viv&iacute;an rodeados de veinte o treinta millones de antiguos
+habitantes dormidos para siempre; y la misma f&uacute;nebre idea hab&iacute;ale
+perseguido en todas las grandes ciudades.</p>
+
+<p>Los vivos no est&aacute;n solos en ninguna parte. Les rodean los muertos en
+todos los sitios, y como &eacute;stos son m&aacute;s, infinitamente m&aacute;s, gravitan
+sobre su existencia con la pesadez del tiempo y del n&uacute;mero.</p>
+
+<p>No; los muertos no se van aprisa, como cree el refr&aacute;n popular. Los
+muertos se quedan inm&oacute;viles al borde de la vida, espiando a las nuevas
+generaciones, haci&eacute;ndolas sentir la autoridad del pasado con un rudo
+tir&oacute;n en su alma cada vez que intentan apartarse del sendero marcado por
+la rutina.</p>
+
+<p>&iexcl;Qu&eacute; tiran&iacute;a la suya! &iexcl;Qu&eacute; poder sin l&iacute;mites! Es in&uacute;til apartar los ojos
+y paralizar la memoria; se les encuentra en todas partes, tienen
+ocupadas todas las avenidas de nuestra existencia, y nos salen al paso
+para recordar sus beneficios, oblig&aacute;ndonos a una gratitud envilecedora.
+&iexcl;Qu&eacute; servidumbre!... La casa en que vivimos la construyeron los muertos;
+las religiones ellos las crearon; las leyes que obedecemos las dictaron
+los muertos, y obra suya son tambi&eacute;n nuestras pasiones y nuestros
+gustos, los alimentos que nos sostienen, todo lo que produce la tierra
+roturada por sus manos, que ahora son polvo. La moral, las costumbres,
+los prejuicios, el honor, todo obra suya. De pensar ellos de distinto
+modo, otra ser&iacute;a la actual organizaci&oacute;n de los hombres. Las cosas
+agradables a nuestros sentidos lo son porque as&iacute; lo quieren los muertos;
+las desagradables e in&uacute;tiles se ven sumidas en su vileza por la voluntad
+de los que ya no existen; lo moral y lo inmoral son sentencias dadas
+hace siglos por ellos.</p>
+
+<p>Los hombres que se esfuerzan por decir cosas nuevas no hacen m&aacute;s que
+repetir con diversas palabras lo mismo que los muertos dijeron hace
+siglos y siglos. Lo que consideramos m&aacute;s espont&aacute;neo y personal en
+nosotros nos lo dictan ocultos maestros tendidos en su lecho de tierra,
+los cuales, a su vez, aprendieron la lecci&oacute;n de otros muertos
+anteriores. En el punto de luz de nuestros ojos arde el alma de nuestros
+abuelos, as&iacute; como en las l&iacute;neas de nuestras facciones se reproducen y
+reflejan los rasgos de generaciones desaparecidas.</p>
+
+<p>Febrer sonre&iacute;a con inmensa tristeza. Creemos pensar por cuenta propia, y
+en las circunvoluciones de nuestro cerebro se agita una fuerza que ha
+vivido en otros organismos, semejante a la savia del injerto que lleva
+la energ&iacute;a desde los &aacute;rboles seculares y moribundos a las plantaciones
+nuevas. Lo que decimos a veces espont&aacute;neamente, como &uacute;ltima novedad de
+nuestro pensamiento, es una idea de los otros enquistada en nuestro
+cerebro desde el nacimiento, y que de pronto rompe su envoltura. Los
+gustos, los caprichos, las virtudes, los defectos, las afinidades y las
+repulsiones, todo heredado, todo obra de los desaparecidos, que se
+sobreviven en nosotros.</p>
+
+<p>&iexcl;Con qu&eacute; terror pensaba Jaime en el poder de los muertos!... Ocult&aacute;banse
+para hacer menos cruel su despotismo, pero no hab&iacute;an muerto realmente.
+Sus almas estaban agazapadas y vigilantes en los l&iacute;mites del campo de
+nuestra existencia, as&iacute; como sus cuerpos formaban un campo atrincherado
+en torno a las aglomeraciones humanas. Nos espiaban con ojos severos,
+nos segu&iacute;an, apart&aacute;ndonos con invisible zarpazo al menor intento de
+desviaci&oacute;n en la ruta. Se juntaban todos para tirar con fuerza diab&oacute;lica
+de los reba&ntilde;os de hombres que se lanzan a la conquista de un ideal nuevo
+y extraordinario, restableciendo con violenta reacci&oacute;n la calma de la
+vida, que aman silenciosa y pl&aacute;cida, con susurros de hierbas mustias y
+aleteos de mariposas blancas: una dulce calma de cementerio dormido bajo
+el sol.</p>
+
+<p>El alma de los muertos llenaba el mundo. Los muertos no se van, porque
+son los amos. Los muertos mandan, y es in&uacute;til resistirse a sus &oacute;rdenes.</p>
+
+<p>&iexcl;Ay! El hombre de las grandes ciudades, que vive vertiginosamente, no
+sabe qui&eacute;n hizo su casa, qui&eacute;n elabor&oacute; su pan, y no ve de la libre
+Naturaleza otras obras que los pobres &aacute;rboles que adornan las calles,
+ignora la tiran&iacute;a de los muertos. Ni siquiera llega a enterarse de que
+su vida transcurre entre millones y millones de ascendientes que est&aacute;n
+amontonados a pocos pasos de &eacute;l y le esp&iacute;an y dirigen. Obedece
+ciegamente sus tirones, sin saber d&oacute;nde termina el cabo de la cuerda
+amarrado a su alma; cree todos sus actos&mdash;&iexcl;pobre aut&oacute;mata!&mdash;producto de
+su voluntad, cuando no son m&aacute;s que imposiciones de los omnipotentes
+invisibles.</p>
+
+<p>Jaime, sumido en la existencia mon&oacute;tona de una isla tranquila,
+conociendo sus ascendientes uno a uno, sabiendo el origen y la historia
+de todo cuanto le rodeaba&mdash;objetos, ropas, muebles&mdash;y de aquella casa
+que parec&iacute;a tener un alma, pod&iacute;a darse cuenta de esta tiran&iacute;a mejor que
+los dem&aacute;s.</p>
+
+<p>S&iacute;; los muertos mandan. La autoridad de los vivos, sus asombrosas
+novedades, &iexcl;todo ilusi&oacute;n! &iexcl;enga&ntilde;os que sirven para hacernos sobrellevar
+la existencia!...</p>
+
+<p>Febrer, mirando el mar, en cuyo horizonte se marcaba la d&eacute;bil columna de
+humo de un vapor, pens&oacute; en los grandes trasatl&aacute;nticos, pueblos
+flotantes, monstruos de velocidad, orgullo de la industria humana, que
+pueden dar en poco tiempo la vuelta al mundo... Sus remotos abuelos de
+la Edad Media, que iban a Inglaterra en una nave del tama&ntilde;o de una barca
+de pesca, representaban algo m&aacute;s extraordinario. Y los grandes capitanes
+del presente, con sus interminables reba&ntilde;os de hombres, no hab&iacute;an
+realizado mayores haza&ntilde;as que el comendador Pr&iacute;amo con un pu&ntilde;ado de
+marineros.</p>
+
+<p>&iexcl;Ah, la vida! &iexcl;Qu&eacute; enga&ntilde;os, qu&eacute; ilusiones bordamos sobre ella para
+ocultarnos la monoton&iacute;a de su trama! Lo limitado de sus sensaciones y de
+sus sorpresas resulta desesperante. Igual es vivir treinta a&ntilde;os que
+trescientos. Los hombres perfeccionan los juguetes &uacute;tiles para su
+ego&iacute;smo y su bienestar, las m&aacute;quinas, los medios de locomoci&oacute;n; pero
+aparte de esto, lo mismo se viv&iacute;a antes que ahora. Las pasiones, las
+alegr&iacute;as y las preocupaciones son las mismas: el animal humano no
+cambia.</p>
+
+<p>&Eacute;l se hab&iacute;a cre&iacute;do un hombre libre, poseedor de un alma que llamaba
+&laquo;moderna&raquo;, suya, toda suya, y ahora descubr&iacute;a en ella un confuso amasijo
+de las almas de sus ascendientes. Pod&iacute;a reconocerlas porque las hab&iacute;a
+estudiado, porque estaban guardadas en una habitaci&oacute;n inmediata, en el
+archivo, como esas flores secas que se conservan aplastadas entre las
+hojas de un libro viejo. La mayor&iacute;a de los humanos que s&oacute;lo guardan
+memoria, cuando m&aacute;s, de sus bisabuelos; las familias que no conocen
+detalladamente la historia de su pasado al trav&eacute;s de los siglos, no se
+pueden dar cuenta de la vida ancestral que perdura en su alma, tomando
+como inspiraciones propias los gritos que los ascendientes lanzan dentro
+de ellos. Nuestra carne es carne de los que ya no existen; nuestras
+almas son fragmentos de las almas de otros muertos.</p>
+
+<p>Jaime sent&iacute;a vivir en su interior al grave abuelo don Horacio, y con &eacute;l
+los escr&uacute;pulos del Inquisidor Decano, el de la tarjeta horripilante, y
+las almas del famoso comendador y otros ascendientes. Su mentalidad de
+hombre moderno guardaba algo de la de aquel regidor perpetuo que
+consideraba como una raza aparte y envilecida a los jud&iacute;os conversos de
+la isla.</p>
+
+<p>Los muertos mandan. Ahora se explicaba la repugnancia que hab&iacute;a sentido
+al ponerse en contacto con aquel don Benito tan obsequioso y atento...
+&iexcl;Y estos sentimientos eran irresistibles! Se los impon&iacute;an otros que eran
+m&aacute;s fuertes que &eacute;l. Los muertos le mandaban, y deb&iacute;a obedecer.</p>
+
+<p>Este pesimismo le hizo recordar su situaci&oacute;n presente. &iexcl;Todo perdido!...
+&Eacute;l no serv&iacute;a para los peque&ntilde;os negocios, para las transacciones y
+arreglos que sacan adelante una vida de apuros. Renunciaba a aquella
+boda que era su &uacute;nica salvaci&oacute;n, y los acreedores, as&iacute; que se enterasen
+de esta renuncia que desvanec&iacute;a sus esperanzas, caer&iacute;an sobre &eacute;l. Iba a
+verse expulsado de la casa de sus abuelos, y la gente le compadecer&iacute;a
+con una l&aacute;stima m&aacute;s aflictiva para &eacute;l que el insulto. Sent&iacute;ase sin
+fuerzas para presenciar el naufragio definitivo de su raza y su nombre.
+&iquest;Qu&eacute; hacer?... &iquest;Adonde ir?...</p>
+
+<p>Permaneci&oacute; gran parte de la tarde contemplando el mar, siguiendo el
+curso de las blancas velas que se ocultaban tras el cabo o se perd&iacute;an en
+el dilatado horizonte de la bah&iacute;a.</p>
+
+<p>Al retirarse de la terraza, Febrer, sin saber c&oacute;mo, se vio abriendo la
+puerta del oratorio, una puerta antigua y olvidada, que al chirriar
+sobre sus pernos oxidados esparci&oacute; polvo y telara&ntilde;as. &iexcl;Cu&aacute;nto tiempo que
+no hab&iacute;a entrado all&iacute;!... En este ambiente denso de pieza cerrada crey&oacute;
+percibir un vago olor de esencias, de bote de perfumes abierto y
+abandonado; un olor que le hizo recordar a las solemnes damas de la
+familia cuyos retratos estaban en el recibimiento.</p>
+
+<p>A trav&eacute;s de un rayo de luz que se filtraba por los ventanillos de la
+c&uacute;pula danzaban en espiral ascendente millones de corp&uacute;sculos de polvo
+inflamados por el sol. El altar, de talla antigua, brillaba
+discretamente en la penumbra con reflejos de oro viejo. Sobre la mesa
+sagrada hab&iacute;a unos zorros y un cubo, olvidados all&iacute; hac&iacute;a a&ntilde;os, desde la
+&uacute;ltima limpieza.</p>
+
+<p>Dos reclinatorios de viejo terciopelo azul parec&iacute;an guardar a&uacute;n la
+huella de se&ntilde;oriales y delicados cuerpos que ya no exist&iacute;an. Quedaban
+sobre sus pupitres, como olvidados, dos libros de oraciones con las
+puntas ro&iacute;das por el uso. Jaime reconoci&oacute; uno de estos libros. Era de su
+madre, la pobre se&ntilde;ora p&aacute;lida y enferma que compart&iacute;a su vida entre el
+rezo y la adoraci&oacute;n a un hijo para el que hab&iacute;a so&ntilde;ado las mayores
+grandezas. El otro tal vez hab&iacute;a pertenecido a su abuela, aquella
+americana de los tiempos del romanticismo, que a&uacute;n parec&iacute;a estremecer el
+caser&oacute;n con el roce de sus blancos vestidos y los susurros de su arpa.</p>
+
+<p>Esta aparici&oacute;n del pasado, todav&iacute;a latente en la capilla abandonada, el
+recuerdo de aquellas dos damas, la una toda piedad, la otra idealista,
+elegante y so&ntilde;adora, acab&oacute; de trastornar a Febrer. &iexcl;Y pensar que dentro
+de poco las manazas de la usura vendr&iacute;an a profanar tanta cosa
+venerable!... &Eacute;l no podr&iacute;a presenciarlo. &iexcl;Adi&oacute;s! &iexcl;adi&oacute;s!...</p>
+
+<p>Al anochecer busc&oacute; en el Borne a Toni Clap&eacute;s. Con la confianza amistosa
+que le inspiraba el contrabandista, le pidi&oacute; dinero.</p>
+
+<p>&mdash;No s&eacute; cu&aacute;ndo podr&eacute; devolv&eacute;rtelo. Me voy de Mallorca. Que se hunda
+todo, pero que yo no lo vea.</p>
+
+<p>Clap&eacute;s dio a Jaime m&aacute;s dinero que el que &eacute;ste le ped&iacute;a. Toni quedaba en
+la isla, y con ayuda del capit&aacute;n Valls intentar&iacute;a arreglar sus asuntos,
+si a&uacute;n era posible. El capit&aacute;n entend&iacute;a de negocios y sab&iacute;a desenmara&ntilde;ar
+los m&aacute;s confusos. Febrer y &eacute;l estaban re&ntilde;idos desde el d&iacute;a anterior;
+pero no importaba: Valls era un verdadero amigo.</p>
+
+<p>&mdash;No digas a nadie que me voy&mdash;a&ntilde;adi&oacute; Jaime&mdash;. S&oacute;lo debes saberlo t&uacute;...
+y Pablo. Tienes raz&oacute;n al decir que es un amigo fiel.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y cu&aacute;ndo te vas?...</p>
+
+<p>Esperaba el primer vapor que saliese para Ibiza. A&uacute;n pose&iacute;a all&aacute; algo:
+un mont&oacute;n de rocas con hierbajos y conejos; una torre ruinosa del tiempo
+de los piratas. Lo sab&iacute;a por casualidad desde el d&iacute;a anterior: se lo
+hab&iacute;an dicho unos payeses de Ibiza que hab&iacute;a encontrado en el Borne.</p>
+
+<p>&mdash;Lo mismo es estar all&iacute; que en otra parte... Tal vez mucho mejor.
+Cazar&eacute;, pescar&eacute;; voy a vivir sin ver gente.</p>
+
+<p>Clap&eacute;s, recordando sus consejos de la noche anterior, apret&oacute; satisfecho
+la mano de Jaime. &iexcl;Se acab&oacute; lo de la <i>chueta</i>!... Su alma de pay&eacute;s se
+alegraba de esta soluci&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Haces bien en irte. Lo otro... lo otro era una locura.</p>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="Segunda_parte" id="Segunda_parte"></a>Segunda parte</h2>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="Ib" id="Ib"></a><a href="#toc">I</a></h2>
+
+
+<p>Febrer contemplaba su imagen, sombra transparente, de flotantes
+contornos por el estremecimiento de las aguas, a trav&eacute;s de la cual
+ve&iacute;ase el fondo del mar con l&aacute;cteas manchas de arena y bloques obscuros
+desprendidos de la monta&ntilde;a que se hab&iacute;an cubierto de costras vegetales.</p>
+
+<p>Las hierbas marinas ondeaban temblorosas sus verdes cabelleras; frutos
+redondos semejantes a los higos chumbos agrup&aacute;banse blancuzcos en las
+aristas de las rocas; flores que parec&iacute;an de n&aacute;car brillaban en la
+profundidad de las aguas verdes; y entre esta vegetaci&oacute;n de misterio
+destacaban las estrellas de mar sus puntas de colores, apeloton&aacute;base el
+erizo como un borr&oacute;n negro lleno de p&uacute;as, nadaban inquietos los
+caballitos del diablo, y un chisporroteo de plata y p&uacute;rpura, de colas y
+nadaderas, pasaba veloz entre torbellinos de burbujas, surgiendo de una
+cueva para perderse en otra boca de insondable misterio.</p>
+
+<p>Estaba Jaime inclinado sobre la borda de una peque&ntilde;a embarcaci&oacute;n que
+ten&iacute;a su vela ca&iacute;da. En una mano sustentaba el <i>volant&iacute;</i>, largo hilo con
+varios anzuelos que casi tocaba el fondo del mar.</p>
+
+<p>Era cerca de mediod&iacute;a. El barquichuelo estaba en la sombra. A espaldas
+de Jaime extend&iacute;ase con grandes sinuosidades de puntas salientes y
+profundas escotaduras la costa bravia de Ibiza. Ante &eacute;l ergu&iacute;ase el
+Vedr&aacute;, pe&ntilde;asco aislado, moj&oacute;n soberbio de trescientos metros de altura,
+que en su aislamiento a&uacute;n parec&iacute;a m&aacute;s enorme. A sus pies la sombra del
+coloso daba a las aguas un color denso y transparente a la vez. M&aacute;s all&aacute;
+de su sombra azulada herv&iacute;a el Mediterr&aacute;neo con burbujeo de oro bajo la
+luz del sol, y las costas de Ibiza, rojas y escuetas, parec&iacute;an irradiar
+fuego.</p>
+
+<p>Jaime ven&iacute;a a pescar todos los d&iacute;as de calma en un estrecho canal, entre
+la isla y el Vedr&aacute;. Era en los d&iacute;as buenos un r&iacute;o de agua azul, con
+pe&ntilde;ascos submarinos que asomaban sobre la superficie sus cabezas negras.
+El gigante se dejaba abordar, sin perder por eso su aspecto imponente,
+duro y hostil. As&iacute; que refrescaba el viento, las cabezas medio
+sumergidas se coronaban de espuma, lanzando rugidos; monta&ntilde;as de agua
+penetraban sordas y l&iacute;vidas en la mar&iacute;tima garganta, y hab&iacute;a que izar la
+vela y huir cuanto antes de este callej&oacute;n, caos ruidoso de remolinos y
+corrientes.</p>
+
+<p>En la proa de la barca estaba el t&iacute;o Ventolera, viejo marinero que hab&iacute;a
+navegado en buques de diversas naciones, y era el acompa&ntilde;ante de Jaime
+desde que &eacute;ste lleg&oacute; a Ibiza. &laquo;Cerca de ochenta a&ntilde;os, se&ntilde;or&raquo;, y no
+dejaba un solo d&iacute;a de embarcarse para pescar. Ni enfermedades ni miedo
+al mal tiempo. Ten&iacute;a el rostro curtido por el sol y el aire salitroso,
+pero con pocas arrugas. Las piernas, enjutas y al descubierto bajo unos
+pantalones arremangados, ten&iacute;an la piel fresca y tirante de los miembros
+vigorosos. La blusa, abierta sobre el pecho, dejaba ver una pelambrera
+gris, del mismo color que su cabeza, cubierta con una gorra
+negra&mdash;recuerdo de su &uacute;ltimo viaje a Liverpool&mdash;, con una borla
+encarnada en el v&eacute;rtice y ancha cinta a cuadritos blancos y rojos.
+Llevaba adornado el rostro con estrechas patillas y de sus orejas
+pend&iacute;an unos aretes de cobre.</p>
+
+<p>Jaime, al conocerle, hab&iacute;a sentido curiosidad por estos adornos.</p>
+
+<p>&mdash;De chico fui grumete en una goleta inglesa&mdash;dijo Ventolera en su
+dialecto ibicenco, cantando las palabras con vocecita dulce&mdash;. El patr&oacute;n
+era un malt&eacute;s muy arrogante, con patillas y pendientes. Y yo me dec&iacute;a:
+&laquo;Cuando sea hombre, he de ser igual al patr&oacute;n...&raquo; Aunque usted me vea
+ahora as&iacute;, yo he sido muy pinturero y me ha gustado imitar a las
+personas que valen.</p>
+
+<p>Los primeros d&iacute;as que Jaime pesc&oacute; en el Vedr&aacute; olvid&aacute;base de mirar al
+agua y al aparejo que ten&iacute;a en la mano, para fijarse en el coloso que se
+alza sobre el mar, despegado de la costa.</p>
+
+<p>Amonton&aacute;banse las rocas, soldadas unas a otras, y al remontarse en el
+espacio, obligaban al espectador a echar la cabeza atr&aacute;s para alcanzar
+con sus ojos la aguda cumbre. Los pe&ntilde;ascos de la orilla del agua eran
+abordables. Penetraba el mar entre ellos, sumi&eacute;ndose en las bajas
+arcadas de cuevas submarinas, refugio en otros tiempos de corsarios y
+dep&oacute;sitos ahora de los contrabandistas algunas veces. Pod&iacute;a caminarse
+saltando de pe&ntilde;asco en pe&ntilde;asco, entre cabinas y otras vegetaciones
+silvestres, por una parte de la orilla del Vedr&aacute;; pero m&aacute;s adentro la
+roca se elevaba recta, lisa, inabordable, en pulidas paredes grises
+cortadas a pico. A enorme altura exist&iacute;an algunas mesetas cubiertas de
+verde, y tras de ellas volv&iacute;a a elevarse el pe&ntilde;&oacute;n en su cortadura
+vertical, hasta llegar a la cumbre, aguda como un dedo. Algunos
+cazadores hab&iacute;an escalado una parte de esta ciudadela, aprovechando como
+senderos las aristas entrantes de la piedra para llegar de este modo a
+las primeras mesetas. M&aacute;s all&aacute; s&oacute;lo hab&iacute;a ido, seg&uacute;n el t&iacute;o Ventolera,
+cierto fraile desterrado por el gobierno como agitador carlista, que
+hab&iacute;a construido en la costa de Ibiza la ermita de los <i>Cubells</i>.</p>
+
+<p>&mdash;Era un hombre duro y atrevido&mdash;continu&oacute; el viejo&mdash;. Dicen que puso una
+cruz en lo m&aacute;s alto, pero hace tiempo que se la llevaron los malos
+vientos.</p>
+
+<p>Febrer ve&iacute;a saltar sobre las oquedades del gran pe&ntilde;&oacute;n gris, sombreadas
+por el verde de las sabinas y los pinos mar&iacute;timos, unos puntos de color,
+semejantes a pulgas rojas o blanquecinas, de incesante movilidad. Eran
+las cabras del Vedr&aacute;; cabras salvajes por el aislamiento, abandonadas
+hac&iacute;a muchos a&ntilde;os, y que se reproduc&iacute;an lejos del hombre, habiendo
+perdido todo h&aacute;bito de domesticidad, huyendo monte arriba con
+prodigiosos saltos apenas una barca abordaba el pe&ntilde;&oacute;n. En las ma&ntilde;anas
+tranquilas, sus balidos, agrandados por el silencio agreste, extend&iacute;anse
+sobre la superficie del mar.</p>
+
+<p>Un amanecer, Jaime, que hab&iacute;a tra&iacute;do su escopeta, dispar&oacute; dos tiros
+contra un grupo de cabras que estaban a gran distancia, seguro de no
+tocarlas, por el placer de verlas saltar en su huida. Los estampidos,
+agrandados por el eco del canal, poblaron el espacio de chillidos y
+aleteos. Eran centenares de gaviotas viejas y enormes que abandonaban
+sus guaridas espantadas por el estruendo. El islote, estremecido,
+arrojaba fuera a sus alados habitantes. En lo m&aacute;s alto, como puntos
+negros, volaban hacia la isla grande otros p&aacute;jaros fugitivos: los
+halcones que se refugiaban en el Vedr&aacute; y daban caza a las palomas de
+Ibiza y Tormentera.</p>
+
+<p>El viejo marinero se&ntilde;al&oacute; a Febrer ciertas cuevas abiertas como ventanas
+en las paredes m&aacute;s rectas e inaccesibles del islote. Ni las cabras ni
+los hombres pod&iacute;an llegar a ellas. El t&iacute;o Ventolera sab&iacute;a lo que se
+ocultaba m&aacute;s adentro de sus negras gargantas. Eran colmenas; colmenas
+que ten&iacute;an siglos y siglos, refugios naturales de las abejas que,
+pasando el estrecho entre Ibiza y el Vedr&aacute;, ven&iacute;an a refugiarse en estas
+cuevas inaccesibles luego de haber revoloteado sobre los campos de la
+isla. &Eacute;l hab&iacute;a visto en cierta &eacute;poca del a&ntilde;o brillar junto a estas bocas
+hilos de luz que serpenteaban pe&ntilde;as abajo. Era miel que derret&iacute;a el sol
+en la entrada de la caverna y chorreaba in&uacute;til fuera del dep&oacute;sito.</p>
+
+<p>El t&iacute;o Ventolera tir&oacute; de su aparejo de pesca con un ronquido de
+satisfacci&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Y van ocho!...</p>
+
+<p>Pendiente de un anzuelo, coleaba y mov&iacute;a sus patas una especie de
+langosta de obscuro gris. Otras semejantes descansaban inertes en una
+espuerta al lado del viejo.</p>
+
+<p>&mdash;T&iacute;o Ventolera, &iquest;no canta usted la misa?</p>
+
+<p>&mdash;Si usted lo permite...</p>
+
+<p>Jaime conoc&iacute;a las costumbres del viejo, su afici&oacute;n a entonar los
+c&aacute;nticos de la misa mayor cada vez que se sent&iacute;a alegre. Retirado de las
+largas navegaciones, su placer era cantar los domingos en la iglesia del
+pueblo de San Jos&eacute; o en la de San Antonio, extendiendo luego esta
+afici&oacute;n a todos los momentos felices de su vida.</p>
+
+<p>&mdash;All&aacute; voy... all&aacute; voy&mdash;dijo con tono de superioridad, como si fuese a
+dispensar a su acompa&ntilde;ante el mayor de los placeres.</p>
+
+<p>Llev&aacute;ndose una mano a la boca, se extrajo de golpe la dentadura,
+guard&aacute;ndola en la faja. Su rostro se llen&oacute; de arrugas en torno a la boca
+sumida, y comenz&oacute; a cantar las frases del sacerdote y las respuestas del
+ayudante. Su voz temblona e infantil adquir&iacute;a una grave sonoridad al
+resbalar sobre la acu&aacute;tica extensi&oacute;n y ser reproducida por los ecos de
+las rocas. Las cabras del Vedr&aacute; respond&iacute;an de vez en cuando con tiernos
+balidos de sorpresa. Jaime re&iacute;a de la vehemencia del viejo, el cual,
+poniendo los ojos en blanco, se llevaba una mano al coraz&oacute;n sin soltar
+de la otra la cuerda del <i>volant&iacute;</i>. As&iacute; estuvieron largo rato, atento
+Febrer a su aparejo, en el que no percib&iacute;a el m&aacute;s leve movimiento. Toda
+la pesca era para el anciano. Esto le puso de mal humor, y de pronto se
+sinti&oacute; molestado por sus c&aacute;nticos.</p>
+
+<p>&mdash;Basta, t&iacute;o Ventolera... &iexcl;Ya hay bastante!</p>
+
+<p>&mdash;Le ha gustado, &iquest;verdad?&mdash;dijo el viejo con candidez&mdash;. Tambi&eacute;n s&eacute;
+otras cosas; s&eacute; lo del capit&aacute;n Riquer: un sucedido, nada de cuentos. Mi
+padre lo vio.</p>
+
+<p>Jaime hizo un adem&aacute;n de protesta. No; nada del capit&aacute;n Riquer. Se sab&iacute;a
+de memoria la haza&ntilde;a. En tres meses que sal&iacute;an juntos al mar, raro era
+el d&iacute;a que terminaba sin el relato del suceso. Pero el t&iacute;o Ventolera,
+con su inconsciencia senil, convencido de la importancia de todo lo
+suyo, hab&iacute;a ya empezado su historia, y Jaime, vuelto de espaldas, echaba
+el cuerpo fuera de la borda, mirando las profundidades del mar, para no
+o&iacute;r una vez m&aacute;s lo que sab&iacute;a de memoria.</p>
+
+<p>&iexcl;El capit&aacute;n Antonio Riquer!... Un h&eacute;roe de la isla de Ibiza, un marino
+tan grande como Barcel&oacute;... Pero como Barcel&oacute; era mallorqu&iacute;n y el otro
+ibicenco, todos los honores y los grados hab&iacute;an sido para aqu&eacute;l. Si
+hubiese justicia, deb&iacute;a tragarse el mar a la isla orgullosa, madrastra
+de Ibiza. De pronto, el viejo recordaba que Febrer era mallorqu&iacute;n, y
+permanec&iacute;a en confuso silencio por unos instantes.</p>
+
+<p>&mdash;Esto es un decir&mdash;a&ntilde;ad&iacute;a excus&aacute;ndose&mdash;. Buenas personas las hay en
+todas partes. <i>Vostra merc&eacute;</i> es una de ellas. Pero volviendo al capit&aacute;n
+Riquer...</p>
+
+<p>Era patr&oacute;n de un jabeque armado en corso, el <i>San Antonio</i>, tripulado
+por ibicencos, en continua guerra con las galeotas de los moros
+argelinos y los nav&iacute;os de Inglaterra, enemiga de Espa&ntilde;a. El nombre de
+Riquer lo conoc&iacute;an en todo el Mediterr&aacute;neo. El suceso ocurri&oacute; en 1806.
+El d&iacute;a de la Trinidad, por la ma&ntilde;ana, se present&oacute; a la vista de la
+ciudad de Ibiza una fragata con bandera inglesa, dando bordadas, fuera
+del alcance de los ca&ntilde;ones del castillo. Era la <i>Felicidad</i>, el nav&iacute;o
+del italiano Miguel Novelli, apodado &laquo;el Papa&raquo;, vecino de Gibraltar y
+corsario al servicio de Inglaterra. Ven&iacute;a en busca de Riquer, a burlarse
+en sus propias barbas, navegando arrogante a la vista de su ciudad.
+Tocaron a rebato las campanas, sonaron los tambores, el vecindario se
+agolp&oacute; en las murallas de Ibiza y en el barrio de la Marina. El <i>San
+Antonio</i> estaba caren&aacute;ndose en tierra; pero Riquer, con los suyos, lo
+ech&oacute; al agua. Los ca&ntilde;oncitos del jabeque hab&iacute;an sido desmontados, y los
+sujetaron a toda prisa con cuerdas. Todos los de la Marina quer&iacute;an
+embarcarse, pero el capit&aacute;n s&oacute;lo escogi&oacute; cincuenta hombres, y oy&oacute; misa
+con ellos en la iglesia de San Telmo. Al ir a izar las velas se present&oacute;
+el padre de Riquer, un marino viejo, y atropellando la resistencia de su
+hijo se meti&oacute; en el buque.</p>
+
+<p>Necesit&oacute; el <i>San Antonio</i> largas horas y expertas maniobras para
+aproximarse a la fragata del &laquo;Papa&raquo;. El pobre jabeque parec&iacute;a un insecto
+al lado del gran nav&iacute;o, tripulado por la gente m&aacute;s brava y aventurera
+recogida en los muelles de Gibraltar: malteses, ingleses, romanos,
+venecianos, liorneses, sardos y raguseos. La primera andanada de los
+ca&ntilde;ones del nav&iacute;o mata cinco hombres sobre la cubierta del jabeque,
+entre ellos el padre de Riquer. &Eacute;ste coge el cad&aacute;ver destrozado,
+manch&aacute;ndose con su sangre, y corre a ocultarlo en la cala. &laquo;&iexcl;Han muerto
+a nuestro padre!&raquo;, gimen los hermanos de Riquer. &laquo;&iexcl;A lo que
+estamos!&mdash;grita &eacute;ste con rudeza&mdash;. &iexcl;A los frascos! &iexcl;Al abordaje!&raquo;</p>
+
+<p>Los &laquo;frascos&raquo;, arma terrible de los corsarios ibicencos, botellas &iacute;gneas
+que al romperse sobre la cubierta enemiga la incendiaban con su fuego,
+caen sobre el nav&iacute;o del &laquo;Papa&raquo;. Arden los cordajes, flamea la obra
+muerta, y como demonios saltan entre las llamas Riquer y los suyos, la
+pistola en una mano, el hacha de abordaje en la otra. La cubierta
+chorrea sangre, los cad&aacute;veres ruedan al mar con la cabeza destrozada. Al
+&laquo;Papa&raquo; lo encontraron escondido y medio muerto de miedo en un armario de
+su c&aacute;mara.</p>
+
+<p>Y el t&iacute;o Ventolera re&iacute;a con su risa de ni&ntilde;o al recordar este detalle
+grotesco de la gran victoria de Riquer. Luego, al ser conducido &laquo;el
+Papa&raquo; a la isla, las gentes de la ciudad y los payeses acudidos en
+tropel lo miraban como un animal raro. &iexcl;&Eacute;ste era el pirata, terror del
+Mediterr&aacute;neo! &iexcl;Y lo hab&iacute;an encontrado metido entre tablas por miedo a
+los ibicencos! Le formaron proceso para colgarlo en la isla de los
+Ahorcados, un islote donde ahora estaba el faro, en el estrecho de los
+Freus; pero Godoy dio orden para que lo canjeasen por varios prisioneros
+espa&ntilde;oles.</p>
+
+<p>Su padre hab&iacute;a visto estos grandes sucesos: iba de paje en el jabeque de
+Riquer. Luego hab&iacute;a ca&iacute;do cautivo de los argelinos, siendo de los
+&uacute;ltimos esclavos, antes de que llegasen los franceses a Argel. All&iacute; se
+vio en peligro de muerte un d&iacute;a que los diezmaron a todos por el
+asesinato de un moro perverso, cuyo cad&aacute;ver apareci&oacute; embutido en una
+letrina. El t&iacute;o Ventolera se acordaba tambi&eacute;n de los relatos que hac&iacute;a
+su padre de la &eacute;poca en que Ibiza ten&iacute;a corsarios y llegaban a su puerto
+embarcaciones apresadas, con moras y moros cautivos. Los prisioneros
+comparec&iacute;an ante el &laquo;escribano de presas&raquo; como testigos del suceso, y se
+les exig&iacute;a juramento de verdad &laquo;por Alaquivir, el Profeta y su Alcor&aacute;n,
+alto el brazo y el dedo &iacute;ndice, mirando su rostro al nacimiento del
+sol&raquo;. Mientras tanto, los duros corsarios ibicencos, al repartirse el
+bot&iacute;n, apartaban un fondo para la compra de s&aacute;banas destinadas a
+convertirse en vendajes de sus futuras heridas, y dejaban otra parte de
+las ganancias para que &laquo;un sacerdote celebrase misa todos los d&iacute;as
+mientras ellos estuviesen fuera de la isla&raquo;.</p>
+
+<p>El t&iacute;o Ventolera pasaba de Riquer a otros valerosos patrones de corsos
+anteriores a &eacute;l; pero Jaime, molestado por su charla, en la que lat&iacute;a un
+deseo de asombrar a la isla de Mallorca, vecina y enemiga, acab&oacute; por
+impacientarse.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Que son las doce, abuelo!... V&aacute;monos; ya no pican.</p>
+
+<p>El viejo mir&oacute; el sol, que sobrepasaba la cumbre del Vedr&aacute;. A&uacute;n no era
+mediod&iacute;a, pero faltaba poco. Luego mir&oacute; el mar; el se&ntilde;or ten&iacute;a raz&oacute;n: ya
+no picar&iacute;an los peces, pero &eacute;l estaba satisfecho de la jornada.</p>
+
+<p>Con sus brazos enjutos tir&oacute; de la cuerda, izando la peque&ntilde;a vela
+triangular de la embarcaci&oacute;n. &Eacute;sta se inclin&oacute; sobre un costado, cabece&oacute;
+un poco sin moverse del sitio, y de repente empez&oacute; a cortar el agua con
+suave murmullo. Salieron del canal, dejando atr&aacute;s el Vedr&aacute; y siguiendo
+la costa de Ibiza. Jaime empu&ntilde;aba el tim&oacute;n, mientras el viejo,
+manteniendo el cesto de la pesca entre su rodillas, iba contando y
+manoseando las piezas con avaro deleite.</p>
+
+<p>Doblaron un cabo y apareci&oacute; una nueva secci&oacute;n de la costa. Sobre un
+mont&iacute;culo de pe&ntilde;as rojas, cortado a trechos por manchas obscuras de
+matorrales, destac&aacute;base una torre ancha y amarilla, un cilindro
+achatado, sin m&aacute;s huecos por la parte del mar que una ventana, negro
+agujero de contornos irregulares. En el coronamiento de la torre, una
+tronera que hab&iacute;a servido en otros tiempos para un peque&ntilde;o ca&ntilde;&oacute;n
+recortaba su tajadura sobre el azul del cielo. A un lado del
+promontorio, cortado a pico sobre el mar, descend&iacute;a el terreno,
+cubri&eacute;ndose de verde con arboledas bajas y frondosas, entre las cuales
+asomaba la mancha blanca de un exiguo caser&iacute;o.</p>
+
+<p>La embarcaci&oacute;n hizo rumbo a la torre, y al llegar cerca de ella desvi&oacute;se
+hacia una playa inmediata, chocando su proa en el fondo de grava. El
+viejo amain&oacute; la vela y aproxim&oacute; la embarcaci&oacute;n a una roca aislada en
+medio de la playa, de la cual pend&iacute;a una cadena. Amarr&oacute; a ella la barca,
+y luego saltaron a tierra &eacute;l y Jaime. No quer&iacute;a poner en seco la
+embarcaci&oacute;n; pensaba volver al mar aquella tarde, luego de comer: asunto
+de calar <i>unos palangres</i>, que recoger&iacute;a a la ma&ntilde;ana siguiente. &iquest;Le
+acompa&ntilde;aba el se&ntilde;or?... Febrer hizo un gesto negativo, y el viejo se
+despidi&oacute; de &eacute;l hasta la madrugada siguiente. Le despertar&iacute;a desde la
+playa cantando el <i>Introito</i> cuando a&uacute;n hubiera estrellas en el cielo.
+El amanecer deb&iacute;a sorprenderles en el Vedr&aacute;. &iexcl;A ver si el se&ntilde;or sal&iacute;a
+pronto de su torre!</p>
+
+<p>Se alej&oacute; el viejo tierra adentro, llevando pendiente de un brazo el
+cesto de pescado.</p>
+
+<p>&mdash;D&eacute;le usted mi parte a Margalida, t&iacute;o Ventolera, y que me traigan
+pronto la comida.</p>
+
+<p>El marinero contest&oacute; con un movimiento de hombros, sin volver el rostro,
+y Jaime fue avanzando por el borde de la playa hacia la torre. Sus pies,
+calzados de alpargatas, hollaban la grava, en la que se perd&iacute;an los
+&uacute;ltimos estremecimientos del mar. Entre las azuladas piedrecitas ve&iacute;anse
+fragmentos de barro cocido: pedazos de asas; superficies c&oacute;ncavas de
+alfarer&iacute;a, con vestigios de remotos adornos que tal vez hab&iacute;an
+pertenecido a panzudas vasijas; peque&ntilde;as esferas irregulares de tierra
+gris, en las que parec&iacute;a adivinarse, a trav&eacute;s de las roeduras del agua
+salitrosa, rostros informes, fisonom&iacute;as crispadas por el paso de los
+siglos. Eran misteriosos despojos de los d&iacute;as de tormenta; fragmentos
+del gran secreto del mar que volv&iacute;an a la luz tras una ocultaci&oacute;n de
+miles de a&ntilde;os; la historia confusa y legendaria devuelta por las olas
+incoherentes a las riberas de estas islas, abrigo en tiempos remotos de
+fenicios y cartagineses, &aacute;rabes y normandos. El t&iacute;o Ventolera hablaba de
+monedas de plata, delgadas como hostias, encontradas por muchachos al
+jugar en la costa. Su abuelo le hab&iacute;a contado, siendo ni&ntilde;o, la tradici&oacute;n
+de cavernas submarinas que conten&iacute;an tesoros, cuevas de los sarracenos y
+normandos que hab&iacute;an sido muradas con pedruscos, perdi&eacute;ndose despu&eacute;s el
+secreto del escondrijo.</p>
+
+<p>Jaime comenz&oacute; a ascender por la pe&ntilde;ascosa ladera, camino de la torre.
+Los tamariscos ergu&iacute;an su &aacute;spera y rumorosa vegetaci&oacute;n de pinos enanos,
+que parec&iacute;a nutrirse de la sal disuelta en el ambiente, hundiendo sus
+ra&iacute;ces en la roca. El viento de los d&iacute;as tempestuosos, al remover la
+arena, dejaba descubiertas sus m&uacute;ltiples y enmara&ntilde;adas ra&iacute;ces, negras y
+delgadas serpientes en las que se enredaban muchas veces los pies de
+Febrer. Al eco de los pasos de &eacute;ste respond&iacute;a en los matorrales un rumor
+de medrosas carreras y chasquido de hojas, vi&eacute;ndose pasar entre mata y
+mata, con ciega velocidad, un bulto de pelos grises con la cola en forma
+de bot&oacute;n. La fuga de los conejos hac&iacute;a correr a los lagartos de color de
+esmeralda tendidos perezosamente al sol.</p>
+
+<p>Junto con estos rumores lleg&oacute; a o&iacute;dos de Jaime un d&eacute;bil tamborileo y una
+voz de hombre que entonaba un romance ibicenco. Deten&iacute;ase de vez en
+cuando como indecisa, repitiendo los mismos versos tenazmente, hasta que
+lograba pasar a otros nuevos, lanzando al final de cada estrofa, seg&uacute;n
+costumbre del pa&iacute;s, un cloqueo extra&ntilde;o semejante al graznido del pavo
+real, un gorgorito rudo y estridente como el que acompa&ntilde;a a los cantos
+de los &aacute;rabes.</p>
+
+<p>Cuando Febrer estuvo en la cumbre vio al m&uacute;sico sentado en una piedra
+detr&aacute;s de la torre y contemplando el mar.</p>
+
+<p>Era un <i>atlot</i> al que hab&iacute;a encontrado algunas veces en <i>Can Mallorqu&iacute;</i>,
+la casa de su antiguo arrendatario Pep. Ten&iacute;a apoyado en un muslo el
+tamboril ibicenco, peque&ntilde;o tambor pintado de azul con flores y ramajes
+dorados. El brazo izquierdo se apoyaba en el instrumento y la cara
+descansaba en una mano, oculta casi por la palma y los dedos. Con la
+diestra armada de un palillo golpeaba lentamente uno de los parches, y
+as&iacute; permanec&iacute;a inm&oacute;vil, en actitud reflexiva, con el pensamiento
+concentrado en su improvisaci&oacute;n, contemplando el inmenso horizonte del
+mar a trav&eacute;s de sus dedos.</p>
+
+<p>Le llamaban el <i>Cant&oacute;</i>, como a todos los que en la isla cantan versos
+nuevos en bailes y serenatas. Era un mozuelo alto, paliducho y estrecho
+de hombros, un <i>atlot</i> que a&uacute;n no hab&iacute;a llegado a los diez y ocho a&ntilde;os.
+Al cantar, tos&iacute;a y se hinchaba su fr&aacute;gil cuello, arrebol&aacute;ndosele el
+rostro, de una blancura transparente. Sus ojos eran grandes, ojos de
+mujer, con el lagrimal de color rosa muy saliente. Vest&iacute;a traje de
+fiesta en todo tiempo: sus pantalones eran de terciopelo azul, la faja y
+el lazo que le serv&iacute;a de corbata de encendido rojo, y por encima de esta
+&uacute;ltima prenda ostentaba un pa&ntilde;olito femenil arrollado al cuello, con la
+bordada punta por delante. Dos rosas asomaban sobre sus orejas, y bajo
+el ala de su fieltro, echado atr&aacute;s y adornado con una cinta a flores,
+escap&aacute;banse en rizado flequillo las ondulaciones de su cabello, lustroso
+de pomada. Febrer, viendo estos adornos casi femeniles, sus grandes ojos
+y su p&aacute;lida tez, lo compar&oacute; a una doncella exang&uuml;e de las que idealiza
+el arte moderno. Pero esta virgen mostraba cierto bulto inquietante en
+el ruedo de su faja roja. Indudablemente era un cuchillo o un pistolete
+de los que fabrican los herreros de la isla; el compa&ntilde;ero inseparable de
+todo <i>atlot</i> ibicenco.</p>
+
+<p>Al ver a Jaime se levant&oacute; el cantor, dejando el tamborcillo pendiente de
+una correa sujeta al brazo izquierdo, mientras con la mano derecha, que
+a&uacute;n empu&ntilde;aba el palillo, tocaba el ala de su sombrero.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Bon d&iacute;a tengui!</i></p>
+
+<p>Febrer, que como buen mallorqu&iacute;n cre&iacute;a en la ferocidad de los ibicencos,
+admiraba sin embargo su aspecto cort&eacute;s al encontrarlos en los caminos.
+Se mataban entre ellos, siempre por asuntos de amor, pero el forastero
+era respetado, con el mismo escr&uacute;pulo tradicional que muestra el &aacute;rabe
+por el hombre que pide hospitalidad bajo su tienda.</p>
+
+<p>El <i>Cant&oacute;</i> parec&iacute;a avergonzado de que el se&ntilde;or mallorqu&iacute;n le hubiese
+sorprendido junto a su casa, en un terreno que era suyo. Balbuceaba
+excusas. Ven&iacute;a a sentarse all&iacute; porque le gustaba contemplar el mar desde
+la altura. Sent&iacute;ase mejor a la sombra de la torre; ning&uacute;n amigo le
+turbaba con su presencia y pod&iacute;a componer libremente los versos de un
+romance para el pr&oacute;ximo baile en el pueblo de San Antonio.</p>
+
+<p>Jaime sonri&oacute; al o&iacute;r las t&iacute;midas excusas del cantor. Seguramente que sus
+versos eran dedicados a alguna <i>atlota</i>. El muchacho inclin&oacute; la cabeza.
+&laquo;S&iacute;, se&ntilde;or...&raquo; &iquest;Y qui&eacute;n era ella?</p>
+
+<p>&mdash;<i>Flo d'enmetll&eacute;</i>&mdash;dijo el poeta.</p>
+
+<p>&laquo;&iexcl;Flor de almendro!...&raquo; Bonito nombre. Y animado por la aprobaci&oacute;n del
+se&ntilde;or, el <i>atlot</i> sigui&oacute; hablando. &laquo;Flor de almendro&raquo; era Margalida, la
+hija del <i>si&ntilde;&oacute;</i> Pep de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>. &Eacute;l era quien hab&iacute;a dado este
+nombre, al verla blanca y hermosa como las flores que echa el almendro
+cuando terminan las heladas y vienen del mar los soplos tibios
+anunciadores de la primavera. Todos los muchachos del contorno repet&iacute;an
+este nombre, y Margalida no era conocida por otro. El cantor confesaba
+poseer cierta habilidad para la invenci&oacute;n de apodos bonitos. Lo que &eacute;l
+dec&iacute;a quedaba para siempre.</p>
+
+<p>Febrer acogi&oacute; sonriendo estas palabras del muchacho. &iquest;Adonde hab&iacute;a ido a
+refugiarse la poes&iacute;a?... Luego le pregunt&oacute; si trabajaba, y el <i>atlot</i>
+contest&oacute; negativamente. No quer&iacute;an sus padres: un m&eacute;dico de la ciudad le
+hab&iacute;a visto un d&iacute;a de mercado, aconsejando a su familia que le evitase
+toda fatiga. Y &eacute;l, satisfecho del consejo, pasaba los d&iacute;as de labor en
+pleno campo, a la sombra de un &aacute;rbol, oyendo cantar a los p&aacute;jaros,
+espiando a las <i>atlotas</i> que transitaban por las sendas; y cuando le
+bull&iacute;a en la cabeza un trovo nuevo, sent&aacute;base a la orilla del mar para
+devanarlo lentamente, fij&aacute;ndolo en su memoria.</p>
+
+<p>Jaime se despidi&oacute; de &eacute;l: pod&iacute;a continuar su trabajo po&eacute;tico.</p>
+
+<p>Pero a los pocos pasos se detuvo, volviendo la cabeza al no o&iacute;r de nuevo
+el tamboril. El cantor se alejaba cuesta abajo, temeroso de molestar al
+se&ntilde;or con su m&uacute;sica, e iba en busca de otro lugar solitario.</p>
+
+<p>Lleg&oacute; Febrer a la torre. Todo lo que parec&iacute;a de lejos piso bajo era una
+construcci&oacute;n maciza. La puerta estaba al nivel de las ventanas
+superiores; as&iacute; los antiguos guardianes pod&iacute;an evitar una sorpresa de
+los piratas, vali&eacute;ndose para sus entradas y salidas de una escala, que
+retiraban al interior en cuanto llegaba la noche. Jaime hab&iacute;a hecho
+fabricar una ruda escalera de madera para llegar a su habitaci&oacute;n, pero
+no la retiraba nunca. La torre, construida con piedra arenisca, estaba
+algo ro&iacute;da en su exterior por el viento del mar. Muchos sillares hab&iacute;an
+rodado fuera de sus alv&eacute;olos, y estas oquedades eran como pelda&ntilde;os
+disimulados para escalar la torre.</p>
+
+<p>Ascendi&oacute; el solitario a su habitaci&oacute;n. Era una pieza circular, sin m&aacute;s
+huecos que la puerta y la ventana trasera, aberturas que casi parec&iacute;an
+t&uacute;neles en el desmesurado espesor de los muros. &Eacute;stos, por su parte
+interna, hall&aacute;banse cuidadosamente enjalbegados con la deslumbrante cal
+de Ibiza, que da una transparencia y una suavidad l&aacute;cteas a todos los
+edificios, comunicando aspecto de risue&ntilde;as mansiones a las casuchas
+s&oacute;rdidas de la campi&ntilde;a. S&oacute;lo en la b&oacute;veda, cortada por un tragaluz
+revelador de la antigua escalera que conduc&iacute;a a la plataforma, quedaba
+el holl&iacute;n de las fogatas que se hab&iacute;an encendido en otros tiempos.</p>
+
+<p>Unas tablas mal unidas por cruces de maderos que les serv&iacute;an de refuerzo
+cerraban la puerta, la ventana y el tragaluz. No hab&iacute;a ni un cristal en
+la torre. A&uacute;n era verano, y Febrer, indeciso sobre su destino, o m&aacute;s
+bien indiferente, dejaba los trabajos de una instalaci&oacute;n definitiva para
+m&aacute;s adelante.</p>
+
+<p>Le parec&iacute;a hermoso y seductor este retiro, a pesar de su rudeza. Notaba
+en &eacute;l la mano adicta de Pep y la gracia de Margalida. Jaime se fijaba en
+lo n&iacute;tido de las paredes, en la limpieza de las tres sillas y la mesa de
+tablas, muebles fregoteados por la hija de su antiguo arrendatario. Unos
+aparejos de pesca extend&iacute;an sus mallas por los muros con ondulaciones de
+tapiz. M&aacute;s all&aacute; colgaban la escopeta y un bolso de municiones. A trechos
+agrup&aacute;banse, formando abanicos, largas y estrechas valvas de mariscos
+que ten&iacute;an la transparencia acaramelada del carey. Eran regalo del t&iacute;o
+Ventolera, as&iacute; como dos caracolas enormes que adornaban la mesa,
+blancas, erizadas de p&uacute;as y con el interior de un rosa h&uacute;medo, como el
+de la carne femenil. Cerca de la ventana permanec&iacute;a arrollado el jerg&oacute;n
+con su almohada y sus s&aacute;banas, cama r&uacute;stica que Margalida o su madre
+hac&iacute;an todas las tardes.</p>
+
+<p>Jaime dorm&iacute;a all&iacute; con m&aacute;s tranquilidad que en su palacio de Palma. Los
+d&iacute;as que no le despertaba al romper el alba el t&iacute;o Ventolera cantando la
+misa desde la playa o subiendo la colina para lanzar unas cuantas
+piedras contra la puerta de la torre, el solitario permanec&iacute;a en su
+jerg&oacute;n hasta bien entrada la ma&ntilde;ana. Llegaba a sus o&iacute;dos la voz mon&oacute;tona
+del mar, la gran madre arrulladora. Una luz misteriosa, mezcla de oro de
+sol y azul acu&aacute;tico, filtr&aacute;base por las rendijas, temblando en la
+blancura de las paredes. Las gaviotas chillaban afuera, y pasando ante
+las ventanas con aleteo juguet&oacute;n trazaban r&aacute;pidas sombras en el muro.</p>
+
+<p>Las noches en que se acostaba temprano, reflexionaba el solitario con
+los ojos abiertos, viendo deslizarse la luz difusa estelar o el
+resplandor de la luna por los maderos entreabiertos. Era esa media hora
+en la que se ve todo el pasado con una percepci&oacute;n sobrenatural; antesala
+del sue&ntilde;o, por la que pasan los recuerdos m&aacute;s remotos. El mar gru&ntilde;&iacute;a;
+sonaban estridentes silbidos de los pajarracos de la noche; las gaviotas
+se quejaban con un lamento de ni&ntilde;os martirizados. &iquest;Qu&eacute; har&iacute;an a aquellas
+horas sus amigos?... &iquest;Qu&eacute; dir&iacute;an en los caf&eacute;s del Borne?... &iquest;Qui&eacute;n de
+ellos estar&iacute;a en el Casino?...</p>
+
+<p>Por la ma&ntilde;ana estos recuerdos le hac&iacute;an sonre&iacute;r con gesto lastimero. La
+nueva luz parec&iacute;a embellecer su vida, haci&eacute;ndola m&aacute;s amable. &iexcl;Y &eacute;l hab&iacute;a
+podido ser como los otros, adorando la existencia en la ciudad!... La
+verdadera vida era &eacute;sta.</p>
+
+<p>Paseaba su mirada por la interna redondez de la torre. Un verdadero
+sal&oacute;n, m&aacute;s apacible para &eacute;l que los de la casa de sus antepasados. Todo
+suyo, sin miedo a la copropiedad con prestamistas y usureros. Hasta
+ten&iacute;a bellas antig&uuml;edades que nadie le pod&iacute;a disputar. Cerca de la
+puerta se apoyaban en el muro dos &aacute;nforas extra&iacute;das por las redes de
+unos pescadores, dos piezas de barro blancuzco, adornadas
+caprichosamente por el mar con guirnaldas de conchas petrificadas. En el
+centro de la mesa, entre las caracolas, estaba otro regalo del t&iacute;o
+Ventolera: una cabeza de mujer rematada por una especie de tiara redonda
+sobre los cabellos en trenzas. El barro gris estaba moteado de blancas y
+duras esferillas, granulaciones de los siglos y del agua salitrosa. Pero
+Jaime, al contemplar a esta compa&ntilde;era de soledad, atravesaba con la
+imaginaci&oacute;n su &aacute;spera mascarilla, adivinando sus serenas facciones y el
+misterio de sus ojos orientales, rasgados en forma de almendra. La ve&iacute;a
+como nadie pod&iacute;a verla. Sus largas horas de contemplaci&oacute;n silenciosa
+hab&iacute;an acabado por borrar el rugoso antifaz, obra de los siglos.</p>
+
+<p>&mdash;M&iacute;rala, es mi novia&mdash;hab&iacute;a dicho una ma&ntilde;ana a Margalida, mientras &eacute;sta
+limpiaba la habitaci&oacute;n&mdash;. &iquest;Verdad que es hermosa?... Debi&oacute; ser princesa
+de Tiro o Ascal&oacute;n, no lo s&eacute; cierto; pero lo que s&eacute; indiscutiblemente es
+que estaba reservada para m&iacute;. Me amaba cuatro mil a&ntilde;os antes de nacer
+yo, y ha venido a buscarme a trav&eacute;s de los siglos. Ten&iacute;a barcos, ten&iacute;a
+esclavos, ten&iacute;a trajes de p&uacute;rpura y palacios con terrazas que eran
+jardines; pero lo abandon&oacute; todo por ocultarse en el mar, esperando
+durante siglos y siglos que una ola la arrastrase a la playa para ser
+recogida por el t&iacute;o Ventolera y que &eacute;ste la trajese a mi casa... &iquest;Por
+qu&eacute; me miras as&iacute;? T&uacute;, pobrecita, no entiendes estas cosas.</p>
+
+<p>Margalida le miraba con asombro. Heredera del respeto que su padre
+sent&iacute;a por el se&ntilde;or, s&oacute;lo se imaginaba a don Jaime hablando gravemente.
+&iexcl;Las cosas que hab&iacute;a visto en el mundo!... Y ahora sus palabras sobre la
+novia milenaria conmov&iacute;an su credulidad, haci&eacute;ndola sonre&iacute;r levemente,
+al mismo tiempo que miraba con temor supersticioso a la gran se&ntilde;ora de
+otros tiempos que s&oacute;lo era una cabeza. &iexcl;Cuando el se&ntilde;or dec&iacute;a aquello!
+&iexcl;Era tan extraordinario todo lo suyo!...</p>
+
+<p>Al subir Febrer a la torre se sent&oacute; cerca de la puerta, contemplando
+todo el paisaje de tierra adentro que se dominaba desde este agujero. Al
+pie de la colina extend&iacute;anse algunos campos roturados recientemente.
+Eran los pedazos de monta&ntilde;a propiedad de Febrer, que Pep iba
+convirtiendo en tierra cultivable. M&aacute;s all&aacute; comenzaban las plantaciones
+de almendros, con su follaje de un verde fresco, y los a&ntilde;osos y
+retorcidos olivares, que extend&iacute;an su le&ntilde;a negra con ramilletes de hojas
+de plateado gris. La casa, el <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, era una vivienda casi
+&aacute;rabe, un grupo de construcciones cuadradas como dados, de techo plano y
+deslumbrante blancura. Conforme aumentaban las necesidades y la
+expansi&oacute;n de la familia, se iban levantando nuevas construcciones
+blancas. Cada dado era una habitaci&oacute;n, y todos juntos formaban una casa,
+que m&aacute;s bien parec&iacute;a un aduar, no adivin&aacute;ndose exteriormente cu&aacute;les
+serv&iacute;an para la vida de los habitantes y cu&aacute;les para las bestias de
+labor.</p>
+
+<p>M&aacute;s all&aacute; del <i>Can</i> extend&iacute;anse la arboleda, dividida por paredones de
+piedra seca, y los bancales de altos ribazos. Los vientos de la isla no
+permit&iacute;an la ascensi&oacute;n de los &aacute;rboles, y &eacute;stos esparc&iacute;an su ramaje en
+torno de ellos con una prolijidad exuberante, ganando en extensi&oacute;n lo
+que perd&iacute;an en altura. Todos conservaban las ramas sostenidas por
+numerosas horquillas. Algunas higueras llegaban a tener centenares de
+sostenes, y se extend&iacute;an como una inmensa tienda verde destinada a
+cobijar un sue&ntilde;o de gigantes. Eran cenadores naturales, en los que pod&iacute;a
+ocultarse casi un pueblo. El fondo del horizonte estaba cerrado por
+monta&ntilde;as cubiertas de pinos con grandes calvas de tierra roja. Entre el
+obscuro follaje se elevaban columnas de humo. Eran las fogatas de los
+le&ntilde;adores que fabricaban carb&oacute;n vegetal.</p>
+
+<p>Tres meses que Febrer estaba en la isla. Su llegada hab&iacute;a asombrado a
+Pep Arabi, todav&iacute;a ocupado en relatar a parientes y amigos su estupenda
+aventura, su inaudito atrevimiento, el reciente viaje a Mallorca con los
+<i>atlots</i>, la estancia en Palma de unas horas, y su visita al palacio de
+los Febrer, lugar encantado que guardaba cuanto en el mundo puede
+existir de se&ntilde;orial y lujoso.</p>
+
+<p>Las rudas declaraciones de Jaime asombraron menos al pay&eacute;s.</p>
+
+<p>&mdash;Pep, estoy arruinado; t&uacute; eres rico si te comparas conmigo. Vengo a
+vivir en la torre... no s&eacute; hasta cu&aacute;ndo. Tal vez para siempre.</p>
+
+<p>Y entr&oacute; en los detalles de instalaci&oacute;n, mientras Pep sonre&iacute;a con aire
+incr&eacute;dulo. &iexcl;Arruinado!... Todos los grandes se&ntilde;ores dec&iacute;an lo mismo, y
+lo que a ellos les sobraba en su desgracia pod&iacute;a hacer ricos a muchos
+pobres. Eran como los barcos que encallaban en Formentera antes que el
+gobierno pusiera faros. Los formenterinos, gente sin ley y dejada de
+Dios&mdash;por ser de una isla m&aacute;s peque&ntilde;a&mdash;, encend&iacute;an hogueras para enga&ntilde;ar
+a los navegantes; y cuando se perd&iacute;a el barco para &eacute;stos, no se perd&iacute;a
+para los isle&ntilde;os, pues sus despojos hac&iacute;an ricos a muchos.</p>
+
+<p>&iexcl;Pobre un Febrer!... No quiso aceptar el dinero que le ofreci&oacute; don
+Jaime. &Eacute;l iba a cultivar unas tierras que eran del se&ntilde;or; ya arreglar&iacute;an
+cuentas. Y viendo su empe&ntilde;o en ocupar la torre, trabaj&oacute; Pep por hacerla
+habitable, ordenando adem&aacute;s a sus hijos que llevasen la comida al se&ntilde;or
+los d&iacute;as que no quisiera bajar para sentarse a su mesa.</p>
+
+<p>Estos tres meses hab&iacute;an sido para Jaime de r&uacute;stico aislamiento; ni
+escribir una carta, ni abrir un peri&oacute;dico, ni conocer m&aacute;s libros que
+media docena de vol&uacute;menes que hab&iacute;a tra&iacute;do de Palma. La ciudad de Ibiza,
+tranquila y so&ntilde;olienta como un pueblo del interior de la Pen&iacute;nsula,
+parec&iacute;ale una capital remota. Mallorca no deb&iacute;a existir ya, ni tampoco
+las grandes ciudades que &eacute;l hab&iacute;a visitado. En el primer mes de esta
+nueva vida, un suceso extraordinario turb&oacute; su pl&aacute;cida tranquilidad.
+Lleg&oacute; una carta, un pliego con membrete de un caf&eacute; del Borne y unos
+cuantos renglones de letra gruesa y defectuosa. Era Toni Clap&eacute;s quien le
+escrib&iacute;a. Le deseaba muchas felicidades en su nueva existencia. En Palma
+todo continuaba lo mismo. Pablo Valls no le escrib&iacute;a porque estaba
+enfadado con &eacute;l. &iexcl;Marcharse sin avisarle!... Pero era un buen amigo y se
+ocupaba en desenmara&ntilde;ar sus asuntos. Ten&iacute;a para esto una habilidad
+diab&oacute;lica. &iexcl;Al fin, <i>chueta</i>!... Ya le dar&iacute;a m&aacute;s noticias.</p>
+
+<p>Despu&eacute;s hab&iacute;an transcurrido dos meses sin que por suerte llegase otra
+carta. &iquest;Qu&eacute; le importaban a &eacute;l estas noticias de un mundo al que no
+pensaba volver?... No sab&iacute;a ciertamente qu&eacute; le reservaba el porvenir:
+all&iacute; hab&iacute;a llegado y all&iacute; se quedaba, sin otros placeres que la caza y
+la pesca, gozando una voluptuosidad animal al no tener m&aacute;s ideas y
+deseos que los del hombre primitivo.</p>
+
+<p>Permanec&iacute;a aparte de la vida ibicenca, sin mezclarse en sus costumbres.
+Era un se&ntilde;or entre los payeses, un forastero. Aqu&eacute;llos le trataban
+respetuosamente, pero con un respeto fr&iacute;o.</p>
+
+<p>La existencia tradicional de estas gentes, ruda y un tanto feroz, le
+atra&iacute;a con la fuerza de todo lo que es extraordinario y de contornos
+vigorosos. La isla, abandonada a sus propias fuerzas, hab&iacute;a tenido que
+hacer frente durante siglos y siglos a los piratas normandos, a los
+navegantes &aacute;rabes, a las galeras de Castilla, enemiga de los estados
+aragoneses, a los barcos de las rep&uacute;blicas italianas, a los bajeles
+turcos, tunecinos y argelinos, y a los corsarios ingleses en tiempos m&aacute;s
+recientes. Formentera, deshabitada durante siglos, luego de haber sido
+granero de los romanos, serv&iacute;a de refugio traicionero a las flotas
+hostiles. Las iglesias de los pueblos eran a&uacute;n verdaderas fortalezas con
+torres robustas, donde se refugiaban los labriegos al enterarse por las
+fogatas de que desembarcaban enemigos. Esta vida azarosa, de continuo
+peligro e interminable lucha, hab&iacute;a creado una poblaci&oacute;n habituada al
+derramamiento de sangre, a defender sus derechos con las armas en la
+mano. Los labradores y pescadores del presente, encerrados en su isla,
+ten&iacute;an a&uacute;n la misma mentalidad y costumbres de sus abuelos. Los pueblos
+no exist&iacute;an. Eran caser&iacute;os desparramados en muchos kil&oacute;metros, sin m&aacute;s
+n&uacute;cleo que la iglesia y las casas del cura y el alcalde. La &uacute;nica
+poblaci&oacute;n era la capital, la llamada en los antiguos documentos &laquo;Real
+Fuerza de Ibiza&raquo;, con su barrio anexo de la Marina.</p>
+
+<p>Cuando un <i>atlot</i> llegaba a la pubertad, su padre lo llamaba a la cocina
+de la alquer&iacute;a en presencia de toda la familia.</p>
+
+<p>&mdash;Ya eres hombre&mdash;declaraba solemnemente.</p>
+
+<p>Y le hac&iacute;a entrega de un cuchillo de recia hoja. El <i>atlot</i> armado
+caballero perd&iacute;a su encogimiento filial. En adelante se defender&iacute;a &eacute;l
+mismo, sin buscar la protecci&oacute;n de su familia. Luego, al juntar alg&uacute;n
+dinero, completaba sus arreos paladinescos comprando un pistolete con
+adornos de plata a los herreros del pa&iacute;s, que ten&iacute;an su forja en el
+bosque.</p>
+
+<p>Fortalecido por el contacto de estos dos testimonios de viril
+ciudadan&iacute;a, que no le abandonar&iacute;an mientras viviese, se juntaba con los
+otros <i>atlots</i> igualmente pertrechados, y empezaba para &eacute;l la vida
+juvenil y amorosa: las serenatas con acompa&ntilde;amiento di relinchos, los
+bailes, las excursiones a las parroquias que celebraban la fiesta de su
+santo patr&oacute;n, donde se divert&iacute;a tirando al galle con certeras pedradas,
+y sobre todo los <i>festeigs</i>, los tradicionales cortejos, la busca de
+novia, costumbre la m&aacute;s respetable de todas, que daba origen a ri&ntilde;as y
+muertes.</p>
+
+<p>En la isla no hab&iacute;a ladrones. Las casas aisladas en pleno campo
+conservaban muchas veces la llave en la puerta mientras los due&ntilde;os
+estaban ausentes. Los hombres no se mataban por cuestiones de inter&eacute;s.
+El disfrute del suelo estaba muy repartido, y la dulzura del clima as&iacute;
+como la frugalidad de las gentes hac&iacute;an que &eacute;stas fuesen generosas y
+poco apegadas a los bienes materiales. El amor, s&oacute;lo el amor empujaba a
+los hombres a matarse. Los r&uacute;sticos caballeros eran apasionados en sus
+predilecciones y fatales en sus celos, como h&eacute;roes de novela. Por una
+<i>atlota</i> de ojos negros y manos morenas se buscaban y se provocaban en
+la obscuridad de la noche con relinchos de desaf&iacute;o; se <i>aucaban</i> de
+lejos antes de venir a las manos. El arma moderna que s&oacute;lo emite un
+proyectil en cada disparo les parec&iacute;a insuficiente, y sobre el cartucho
+a&ntilde;ad&iacute;an un pu&ntilde;ado de p&oacute;lvora y otro de balas, atac&aacute;ndolo todo
+fuertemente. Si el arma no reventaba en sus manos, el agresor estaba
+seguro de hacer polvo a su contrario.</p>
+
+<p>Los cortejos duraban meses y a&ntilde;os. El pay&eacute;s que ten&iacute;a una <i>atlota</i> en
+edad de noviazgo ve&iacute;a presentarse a los muchachos del distrito y de
+otros distritos de la isla, pues todos los ibicencos contaban con igual
+derecho para solicitarla. El padre apreciaba el n&uacute;mero de los
+pretendientes. Diez, quince, veinte: a veces hasta treinta. Luego
+calculaba el tiempo de que pod&iacute;a disponer en la velada antes de que le
+rindiese el sue&ntilde;o, y teniendo en cuenta el n&uacute;mero de solicitantes, lo
+divid&iacute;a a tantos minutos cada uno.</p>
+
+<p>Al cerrar la noche iban acudiendo por distintos caminos los del cortejo,
+unos en grupos, canturreando con acompa&ntilde;amiento de relinchos y cloqueos,
+otros solitarios, haciendo vibrar en su boca el zumbido del <i>bimbau</i>, un
+instrumento compuesto de dos laminillas de hierro que gru&ntilde;&iacute;a como un
+moscard&oacute;n y les hac&iacute;a olvidar la fatiga de la marcha. Ven&iacute;an de muy
+lejos. Los hab&iacute;a que caminaban tres horas a la ida y otras tantas a la
+vuelta, yendo de un extremo a otro de la isla, los jueves y s&aacute;bados,
+d&iacute;as de cortejo, para hablar tres minutos con una <i>atlota</i>.</p>
+
+<p>Sent&aacute;banse en el verano en el <i>porchu</i>, especie de zagu&aacute;n de la
+alquer&iacute;a, o entraban en la cocina si era invierno. Inm&oacute;vil en un poyo de
+piedra les esperaba la muchacha. Hab&iacute;ase despojado del sombrero de palma
+con largas cintas, que le daba a las horas de sol un aire de pastora de
+opereta; vest&iacute;a el traje de fiesta, la falda verde o azul de menudos
+pliegues, que guardaba el resto de la semana apretada entre cuerdas y
+pendiente del techo para que conservase intacto su plegado. Debajo de
+&eacute;sta llevaba otras faldas y otras, ocho, diez o doce zagalejos, toda la
+ropa femenil de la casa, un embudo s&oacute;lido de pa&ntilde;os y bayetas que borraba
+los vestigios del sexo y hac&iacute;a imposible imaginarse la existencia de una
+realidad carnal bajo la balumba de tejidos. Las hileras de botones de
+filigrana brillaban en las mangas postizas del jub&oacute;n. Sobre el pecho,
+aplastado por un cors&eacute; monjil que parec&iacute;a de hierro, brillaba la triple
+cadena de oro de enormes eslabones. Por debajo del pa&ntilde;uelo que cubr&iacute;a su
+cabeza colgaba una gruesa trenza con remate de cintas. Sobre el poyo,
+sirviendo de tapiz a unas rotundidades que parec&iacute;an voluminosas como
+globos por el enorme bulto de las faldas, estaba el <i>abrigais</i>, la
+prenda femenil de invierno.</p>
+
+<p>Deliberaban los solicitantes para el buen orden del cortejo, y uno tras
+otro iban a sentarse al lado de la <i>atlota</i> hablando con ella los
+minutos marcados. Si alguno, enardecido por la conversaci&oacute;n, se olvidaba
+de los compa&ntilde;eros, dejando pasar el tiempo, &eacute;stos se lo advert&iacute;an con
+toses, miradas furiosas y palabras de amenaza. Si insist&iacute;a, el m&aacute;s
+fuerte de la banda lo agarraba de un brazo, apart&aacute;ndolo para que otro
+ocupase su lugar. Algunas veces, cuando los pretendientes eran muchos y
+apremiaba el tiempo, la <i>atlota</i> hablaba con dos a la vez, haciendo
+esfuerzos de habilidad para no dar la preferencia a uno sobre otro...
+As&iacute; continuaban los cortejos hasta que ella manifestaba su preferencia
+por un <i>atlot</i>, sin tener en cuenta la voluntad de sus padres. En esta
+corta primavera de su vida, la mujer era reina. Luego, al casarse,
+cultivaba la tierra como su marido y era poco m&aacute;s que una bestia.</p>
+
+<p>Los <i>atlots</i> despreciados se retiraban, cuando no sent&iacute;an gran inter&eacute;s
+por la muchacha, trasladando sus amores algunas leguas m&aacute;s all&aacute;; pero si
+estaban realmente enamorados, segu&iacute;an acechando la casa, y el preferido
+ten&iacute;a que pelearse con sus antiguos rivales, llegando milagrosamente al
+casamiento a trav&eacute;s de cuchillos y pistolas.</p>
+
+<p>La pistola era como una segunda lengua del ibicenco. En los bailes
+domingueros soltaba tiros para demostrar su entusiasmo amoroso. Saliendo
+de la alquer&iacute;a de la novia, para dar a &eacute;sta y a su familia una muestra
+de aprecio, disparaba un tiro al transponer la puerta, y gritaba luego:
+<i>&laquo;&iexcl;Bona nit!&raquo;</i> Si, por el contrario, se retiraba ofendido y deseaba
+inferir a la familia una grave injuria, invert&iacute;a los t&eacute;rminos, dando
+primero las buenas noches y disparando la pistola despu&eacute;s; pero en tal
+caso hab&iacute;a de salir inmediatamente a todo correr, pues los de la casa
+contestaban acto seguido a la declaraci&oacute;n de guerra con otros disparos o
+con palos y pedradas.</p>
+
+<p>Jaime viv&iacute;a al borde de esta existencia ruda y tradicional, contemplando
+de lejos las costumbres de aduar que a&uacute;n se manten&iacute;an en el apartamiento
+de la isla. Espa&ntilde;a, cuya bandera ondeaba todos los domingos sobre el
+menguado caser&iacute;o de cada parroquia, apenas hac&iacute;a memoria de este pedazo
+de su suelo perdido en el mar. Muchas tierras de la lejana Ocean&iacute;a se
+hallaban en comunicaci&oacute;n m&aacute;s frecuente con los grandes n&uacute;cleos humanos
+que esta isla, arrasada en otros tiempos por la guerra y la rapi&ntilde;a, y
+m&iacute;sera ahora al hallarse lejos del camino de los grandes buques,
+encerrada en un cintur&oacute;n de islotes, rocas y bajos, entre freos y
+canales cuyas aguas transparentaban el fondo submarino.</p>
+
+<p>Sent&iacute;a Febrer en esta nueva existencia el deleite del que ocupa sitio
+c&oacute;modo para presenciar un espect&aacute;culo interesante. Aquellos campesinos y
+pescadores, belicosos nietos de corsarios, eran para &eacute;l agradables
+compa&ntilde;eros de existencia. Pretend&iacute;a contemplarlos de lejos, como un
+testigo curioso, pero lentamente sus costumbres hab&iacute;an hecho presa en
+&eacute;l, arrastr&aacute;ndolo a los mismos h&aacute;bitos de existencia. No ten&iacute;a enemigos,
+y sin embargo, en sus paseos por la isla, cuando no llevaba la escopeta
+al hombro, ocultaba un rev&oacute;lver en su faja... por si acaso.</p>
+
+<p>En los primeros d&iacute;as de su estancia en la torre, como las necesidades de
+la instalaci&oacute;n le obligaban a ir a la ciudad, conserv&oacute; su traje; pero
+poco a poco prescindi&oacute; de la corbata, del cuello de camisa, de las
+botas. La caza le hizo preferir la blusa y el pantal&oacute;n de pana de los
+payeses. La pesca le aficion&oacute; a marchar con los pies desnudos dentro de
+unas alpargatas por playas y pe&ntilde;ascos. Un sombrero igual al que usaban
+todos los <i>atlots</i> en la parroquia de San Jos&eacute; cubri&oacute; su cabeza.</p>
+
+<p>La hija de Pep, conocedora de las costumbres de la isla, admiraba con
+cierto agradecimiento el sombrero del se&ntilde;or. Los hombres de los diversos
+<i>cuartones</i> que de antiguo divid&iacute;an a Ibiza distingu&iacute;anse unos de otros
+por la manera de llevar el sombrero y la forma de sus alas, diferencia
+imperceptible para el que no fuese de la tierra. El de don Jaime era
+id&eacute;ntico al de todos los <i>atlots</i> de San Jos&eacute; y se diferenciaba de los
+usados por los vecinos de los otros pueblos, todos con nombres de
+santos. Un honor para la parroquia de que ella era hija.</p>
+
+<p>&iexcl;Ingenua y graciosa Margalida! Febrer gustaba de hablar con ella,
+goz&aacute;ndose en el asombro que sus relatos de otras tierras y sus bromas,
+dichas con gesto grave, despertaban en su alma simple...</p>
+
+<p>No tardar&iacute;a en traerle la comida. Hac&iacute;a media hora que una columna tenue
+de humo flotaba sobre la chimenea de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>. Se imaginaba a la
+hija de Pep guisando, yendo y viniendo junto al hogar, seguida por la
+mirada de la madre, payesa infeliz y de silenciosa torpeza, que no osaba
+poner mano en las cosas del se&ntilde;or.</p>
+
+<p>De un momento a otro la ver&iacute;a aparecer bajo el sombrajo del <i>porchu</i> que
+daba entrada a su casa, llevando al brazo la cesta de la comida y sobre
+su rostro de milagrosa blancura, que el sol apenas doraba con ligera
+p&aacute;tina de marfil antiguo, un sombrero de paja con largas cintas.</p>
+
+<p>Alguien se movi&oacute; bajo el sombrajo, emprendiendo la marcha hacia la
+torre. &iexcl;Era Margalida!... No; no era ella. Llevaba pantalones. Era su
+hermano Pepet... Pepet, que viv&iacute;a en Ibiza desde un mes antes,
+prepar&aacute;ndose para seminarista, y al que la gente hab&iacute;a dado por esto el
+apodo de el <i>Capellanet</i>.</p>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="IIb" id="IIb"></a><a href="#toc">II</a></h2>
+
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Bon d&iacute;a tengui!...</i></p>
+
+<p>Pepet extendi&oacute; una servilleta en un lado de la mesa y puso sobre ella
+dos platos tapados y una botella de vino de parra que ten&iacute;a el color y
+la transparencia del rub&iacute;. Luego se sent&oacute; en el suelo, abarcando las
+rodillas con los brazos, y qued&oacute; inm&oacute;vil. El luminoso marfil de su
+dentadura brillaba sonriente sobre el rostro moreno. Sus ojos maliciosos
+fij&aacute;banse en el se&ntilde;or con una expresi&oacute;n de can alegre y fiel.</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;no estabas en Ibiza para ser cura?&mdash;pregunt&oacute; Jaime mientras
+atacaba la comida.</p>
+
+<p>El muchacho movi&oacute; la cabeza. S&iacute;, se&ntilde;or; estaba. Su padre lo hab&iacute;a
+confiado a un profesor del Seminario. &iquest;Sab&iacute;a don Jaime d&oacute;nde era el
+Seminario?...</p>
+
+<p>Hablaba el peque&ntilde;o pay&eacute;s de &eacute;l como de un remoto lugar de tortura. Ni
+&aacute;rboles, ni libertad, ni aire apenas: la vida no era posible en aquel
+encierro.</p>
+
+<p>Febrer, oy&eacute;ndole, recordaba su visita a la ciudad alta, la Real Fuerza
+de Ibiza, poblaci&oacute;n muerta, separada del barrio de la Marina por una
+gran muralla del tiempo de Felipe II, con los intersticios de la piedra
+arenisca cubiertos de verdes y ondeantes alcaparros. Estatuas romanas
+sin cabeza decoraban en tres hornacinas la puerta que comunicaba la
+ciudad con el arrabal. M&aacute;s all&aacute;, las calles tortuosas empezaban a
+empinarse hacia la cumbre, ocupada por la catedral y el castillo:
+pavimentos de piedra azul, por cuyo centro corr&iacute;an en pendiente las
+inmundicias; fachadas de n&iacute;tida blancura, marcando borrosamente bajo su
+enjalbegado escudos nobiliarios y la labor de antiguos ventanales; un
+silencio de cementerio a orillas del mar, interrumpido solamente por el
+lejano rumor de la resaca y el zumbido de las moscas amonton&aacute;ndose en el
+arroyo. De tarde en tarde, pasos en el pavimento de estas calles morunas
+y ventanas que se entreabren con la &aacute;vida curiosidad de un suceso
+extraordinario; unos soldados que suben lentamente hacia el castillo por
+las empinadas cuestas; los se&ntilde;ores can&oacute;nigos que bajan del coro, con el
+pecho de la sotana brillante de grasa y el sombrero de teja y el manteo
+de color de ala de mosca, m&iacute;seros prebendados de una catedral olvidada,
+pobre y sin obispo.</p>
+
+<p>En una de estas calles hab&iacute;a visto Febrer el Seminario, casa larga, de
+blancas paredes, con las ventanas cubiertas de rejas lo mismo que una
+c&aacute;rcel. El <i>Capellanet</i>, al recordarla, pon&iacute;ase grave, borr&aacute;ndose de su
+rostro achocolatado el blanco marfil de la sonrisa. &iexcl;Qu&eacute; mes hab&iacute;a
+pasado all&iacute;! El maestro entreten&iacute;a el aburrimiento de las vacaciones con
+este peque&ntilde;o campesino, queriendo iniciarlo en las bellezas de las
+letras latinas con ayuda de su elocuencia y de una correa. Deseaba hacer
+de &eacute;l un prodigio, para sorprender a los otros profesores cuando se
+abriesen las clases, y los golpes menudeaban. Adem&aacute;s de esto, las rejas,
+que s&oacute;lo dejaban ver la pared de enfrente; la aridez de la ciudad, donde
+no se encontraba una hoja verde; los aburridos paseos al lado del cura
+por aquel puerto de aguas muertas que ol&iacute;a a almeja corrompida y sin
+otros barcos que algunos veleros que llegaban a cargar sal... El d&iacute;a
+anterior, unos cuantos correazos m&aacute;s fuertes hab&iacute;an acabado con su
+paciencia. &laquo;&iexcl;Pegarle a &eacute;l! &iexcl;Si no fuese un cura!...&raquo; Se hab&iacute;a fugado,
+emprendiendo a pie el regreso a <i>Can Mallorqu&iacute;</i>; pero antes, como
+venganza, desgarr&oacute; varios libros que el maestro ten&iacute;a en gran estima,
+volc&oacute; el tintero sobre la mesa y escribi&oacute; en las paredes vergonzosas
+inscripciones, con otras travesuras de mono en libertad.</p>
+
+<p>La noche hab&iacute;a sido de emociones en <i>Can Mallorqu&iacute;</i>. Pep hab&iacute;a dado de
+palos a su hijo: lo quiso matar, ciego de ira, teniendo que interponerse
+entre los dos Margalida y su madre.</p>
+
+<p>La sonrisa del <i>atlot</i> hab&iacute;a vuelto a reaparecer. Hablaba con orgullo
+de los palos que llevaba recibidos sin que le arrancasen un grito. Era
+su padre quien le pegaba, y un padre puede pegar, porque as&iacute; demuestra
+que se interesa por sus hijos. Pero que probase otro a golpearle: era
+como sentenciarse a muerte. Y al decir esto, se ergu&iacute;a con la belicosa
+petulancia de una raza habituada a ver correr la sangre y a hacerse
+justicia por su mano. Pep hablaba de llevar a su hijo otra vez al
+Seminario, pero el muchacho dudaba de esta amenaza. No ir&iacute;a aunque su
+padre cumpliera la promesa de llevarlo atado como un costal a lomos de
+un asno: huir&iacute;a antes a la monta&ntilde;a o al islote del Vedr&aacute;, para vivir con
+las cabras salvajes.</p>
+
+<p>El due&ntilde;o de <i>Can Mallorqu&iacute;</i> hab&iacute;a dispuesto del porvenir de sus hijos
+rudamente, con esa energ&iacute;a del campesino que no repara en obst&aacute;culos
+cuando cree hacer el bien. Margalida se casar&iacute;a con un pay&eacute;s, y para &eacute;l
+ser&iacute;an las tierras y la casa. Pepet ser&iacute;a cura, lo que representaba una
+ascensi&oacute;n social de la familia, honor y fortuna para todos.</p>
+
+<p>Jaime sonre&iacute;a al escuchar las protestas del <i>atlot</i> contra su destino.
+En toda la isla no exist&iacute;a otro centro de ense&ntilde;anza que el Seminario, y
+los payeses y patrones de barca que deseaban para sus hijos una suerte
+mejor los llevaban a &eacute;l. &iexcl;Los curas de Ibiza!... Muchos de ellos,
+mientras segu&iacute;an sus estudios, tomaban parte en los cortejos, usando
+cuchillo y pistolete. Nietos de corsarios y de soldados, al vestir la
+sotana guardaban la arrogancia y la ruda virilidad de sus ascendientes.
+No eran imp&iacute;os, pues su simpleza de pensamiento no les permit&iacute;a este
+lujo, pero tampoco eran devotos ni austeros: amaban la vida con todas
+sus dulzuras y sent&iacute;an la atracci&oacute;n de los peligros con at&aacute;vico
+entusiasmo. La isla era una f&aacute;brica de sacerdotes animosos y
+aventureros. Los que permanec&iacute;an en Espa&ntilde;a acababan por ser capellanes
+de regimiento. Otros, m&aacute;s atrevidos, apenas cantaban misa se embarcaban
+para Am&eacute;rica, donde ciertas rep&uacute;blicas de aristocr&aacute;tico catolicismo son
+el Eldorado de los sacerdotes espa&ntilde;oles que no temen al mar. Desde all&aacute;
+giraban mucho dinero a sus familias y compraban casas y tierras,
+alabando a Dios, que mantiene a sus sacerdotes con m&aacute;s holgura en el
+Nuevo Mundo que en el viejo. Hab&iacute;a buenas se&ntilde;oras en Chile y el Per&uacute; que
+daban cien pesos de limosna por una misa. Estas noticias hac&iacute;an abrir la
+boca de asombro a los parientes, reunidos durante las noches de invierno
+en la cocina. A pesar de tales grandezas, su deseo era regresar a la
+isla amada, y volv&iacute;an a los pocos a&ntilde;os con el prop&oacute;sito de vegetar en
+sus tierras. Pero el demonio de la vida moderna les hab&iacute;a mordido en el
+coraz&oacute;n, y se aburr&iacute;an en la mon&oacute;tona existencia isle&ntilde;a, tradicional y
+cerrada. Pensaban en las ciudades j&oacute;venes del otro continente, y al fin
+vend&iacute;an sus bienes o los regalaban a la familia, embarc&aacute;ndose para no
+volver m&aacute;s.</p>
+
+<p>Indign&aacute;base Pep contra la tenacidad de su hijo, que se empe&ntilde;aba en
+continuar siendo pay&eacute;s. Hablaba de matarlo, como si lo viese en un
+camino de perdici&oacute;n. Llevaba la cuenta de todos los hijos de amigos
+suyos que hab&iacute;an partido para el otro mundo con la sotana puesta. El
+hijo de <i>Treufoch</i> llevaba enviados de Am&eacute;rica cerca de seis mil duros.
+Otro, que viv&iacute;a tierra adentro, entre indios, en unas monta&ntilde;as muy altas
+a las que llamaban los Andes, hab&iacute;a comprado un predio en Ibiza, que
+cultivaba su padre. &iexcl;Y el pillo de Pepet, m&aacute;s listo para las letras que
+los dem&aacute;s, neg&aacute;base a seguir tan hermosos ejemplos!... Hab&iacute;a para
+matarlo.</p>
+
+<p>La noche anterior, en un momento de calma, cuando Pep descansaba en su
+cocina con el brazo fatigado y el gesto triste del padre que acaba de
+pegar fuerte, el <i>atlot</i>, rasc&aacute;ndose los golpes, hab&iacute;a propuesto un
+arreglo. Ser&iacute;a cura; obedecer&iacute;a al <i>si&ntilde;&oacute;</i> Pep pero antes deseaba ser
+hombre, ir con los muchachos de la parroquia a hacer m&uacute;sica, bailar los
+domingos, mezclarse en los cortejos, tener novia, llevar un cuchillo en
+la faja. Esto &uacute;ltimo era lo que deseaba con mayores ansias. Si su padre
+le regalaba el cuchillo del abuelo, &eacute;l pasar&iacute;a por todo.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;El gabinet del g&uuml;elo, pare!</i>&mdash;imploraba el muchacho&mdash;. <i>&iexcl;El gabinet
+del g&uuml;elo!</i></p>
+
+<p>Por obtener el cuchillo del abuelo ser&iacute;a cura, y hasta si era preciso
+vivir&iacute;a solitario, de la limosna de las gentes, como los ermita&ntilde;os que
+estaban a orillas del mar en el santuario de los <i>Cubells</i>. Al recordar
+el arma venerable, brillaban sus ojos con fulgores de admiraci&oacute;n y se la
+describ&iacute;a a Febrer. &iexcl;Una joya! Era una antigua lima de acero aguzada y
+bru&ntilde;ida. Pod&iacute;a atravesarse con ella una moneda, &iexcl;y en manos de su
+abuelo!... Su abuelo era un hombre famoso. El nieto no le hab&iacute;a
+conocido, pero hablaba de &eacute;l con admiraci&oacute;n, colocando su memoria por
+encima del mediano respeto que le inspiraba el buenazo de su padre.</p>
+
+<p>Luego, a impulsos de su deseo, se atrev&iacute;a a implorar la protecci&oacute;n de
+don Jaime. &iexcl;Si quisiera darle ayuda!... Bastar&iacute;a que pidiese una vez el
+famoso cuchillo, para que su padre se lo entregara al instante.</p>
+
+<p>Febrer acogi&oacute; esta demanda con risa bondadosa.</p>
+
+<p>&mdash;Tendr&aacute;s el cuchillo, muchacho. Y si tu padre no quiere entregarlo, yo
+te comprar&eacute; otro cuando vaya a la ciudad.</p>
+
+<p>Esta certeza entusiasm&oacute; al <i>Capellanet</i>. Necesitaba ir armado para poder
+mezclarse con los hombres. Su casa iba a verse frecuentada por los
+<i>atlots</i> m&aacute;s valerosos de la isla. Margalida era ya moza e iba a
+comenzar el <i>festeig</i>. El <i>si&ntilde;&oacute;</i> Pep hab&iacute;a sido rogado por los <i>atlots</i>
+con objeto de que fijase d&iacute;a y hora para la visita de los cortejantes.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Ah! &iexcl;Margalida!&mdash;dijo Febrer con asombro&mdash;. &iexcl;Margalida con novios!...</p>
+
+<p>Lo que &eacute;l hab&iacute;a visto en tantas casas de la isla parec&iacute;ale un
+espect&aacute;culo absurdo en <i>Can Mallorqu&iacute;</i>. Se hab&iacute;a olvidado de que la hija
+de Pep era una mujer. &iquest;Pero realmente aquella ni&ntilde;a, aquella mu&ntilde;eca
+blanca e ingenua, pod&iacute;a gustar a los hombres?... Sent&iacute;a la extra&ntilde;eza del
+padre que ha enamorado en otro tiempo a muchas mujeres, y juzgando luego
+por su propia sensibilidad, no puede comprender que su hija inspire
+pasiones.</p>
+
+<p>Pasados algunos instantes ya no la vio as&iacute;. Margalida era otra a sus
+ojos: era una mujer. La transformaci&oacute;n le dol&iacute;a. Crey&oacute; que acababa de
+perder algo, pero se resign&oacute; ante la realidad.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y cu&aacute;ntos son?&mdash;dijo con voz algo apagada.</p>
+
+<p>Pepet agit&oacute; una mano al mismo tiempo que elevaba los ojos a la b&oacute;veda de
+la torre. &iquest;Cu&aacute;ntos?... A&uacute;n no se sab&iacute;a con certeza. Lo menos treinta.
+Iba a ser un <i>festeig</i> del que se hablar&iacute;a en toda la isla; y eso que
+muchos, aunque se com&iacute;an a Margalida con los ojos, no osaban entrar en
+el cortejo, d&aacute;ndose de antemano por vencidos. Como su hermana hab&iacute;a
+pocas en la isla: guapa, alegre y con un buen pedazo de pan, pues el
+<i>si&ntilde;&oacute;</i> Pep hablaba en todas partes de dar <i>Can Mallorqu&iacute;</i> al yerno
+cuando &eacute;l muriese. &iexcl;Y el hijo que se reventase con la sotana a cuestas
+al otro lado del mar, sin ver m&aacute;s <i>atlotas</i> que las indias! <i>&iexcl;Futro!...</i></p>
+
+<p>Pero su indignaci&oacute;n dur&oacute; poco. Entusiasm&aacute;base al pensar en los mozos que
+iban a acudir a su casa dos veces por semana para hacer la corte a
+Margalida. Iban a venir hasta de San Juan, al otro extremo de la isla,
+el pueblo de los hombres valientes, donde muchos evitaban salir de su
+casa apenas cerraba la noche, sabiendo que cada ribazo serv&iacute;a de sost&eacute;n
+a una pistola y cada &aacute;rbol de guarida a una escopeta, y todos esperaban
+pacientemente la satisfacci&oacute;n de un agravio recibido muchos a&ntilde;os antes;
+la patria de las temibles &laquo;fieras de San Juan&raquo;. Juntos con estos
+personajes vendr&iacute;an otros de los dem&aacute;s <i>cuartones</i>, y muchos tendr&iacute;an
+que caminar leguas para llegar a <i>Can Mallorqu&iacute;</i>.</p>
+
+<p>El <i>Capellanet</i> regocij&aacute;base pensando en los mozos arrogantes que iba a
+conocer. Todos le tratar&iacute;an como un compa&ntilde;ero, por ser hermano de la
+novia; pero de estas futuras amistades la que m&aacute;s le halagaba era la de
+Pere, apodado el <i>Ferrer</i> por su oficio de herrero, un hombre cercano a
+los treinta a&ntilde;os, del que se hablaba mucho en la parroquia de San Jos&eacute;.</p>
+
+<p>El muchacho lo admiraba como gran artista.</p>
+
+<p>Cuando se decid&iacute;a a trabajar, fabricaba las m&aacute;s hermosas pistolas que se
+conoc&iacute;an en los campos de Ibiza. Pepet enumeraba su trabajo. Le enviaban
+de la Pen&iacute;nsula ca&ntilde;ones viejos de escopeta&mdash;lo viejo inspiraba respeto
+al <i>atlot</i>&mdash;y los montaba a su modo en culatas de pistola esculpidas con
+b&aacute;rbara fantas&iacute;a, a&ntilde;adiendo a la obra prolijos adornos de plata. Arma
+salida de sus manos pod&iacute;a cargarse hasta la boca, sin miedo a que
+reventase.</p>
+
+<p>Pero otra circunstancia m&aacute;s importante aumentaba su admiraci&oacute;n por el
+<i>Ferrer</i>. Lo declar&oacute; en voz baja, con un tono de misterio y respeto:</p>
+
+<p>&mdash;<i>El Ferrer &eacute;s un verro.</i></p>
+
+<p>&iexcl;Un <i>verro</i>!... Jaime qued&oacute; pensativo unos instantes, coordinando sus
+recuerdos sobre las costumbres de la isla. Un gesto expresivo del
+<i>Capellanet</i> ayud&oacute; a su memoria. Un <i>verro</i> es un hombre cuyo valor no
+necesita probarse, pues tiene pudriendo tierra uno o varios ejemplos de
+la dureza de su mano o de lo certero de su punter&iacute;a.</p>
+
+<p>Pepet, para que los suyos no quedasen por debajo del <i>Ferrer</i>, volvi&oacute; a
+recordar a su abuelo. Tambi&eacute;n hab&iacute;a sido <i>verro</i>, pero los antiguos
+sab&iacute;an hacer mejor las cosas. A&uacute;n se acordaban en San Jos&eacute; de la
+habilidad con que el <i>g&uuml;elo</i> despachaba sus asuntos: un golpe nada m&aacute;s
+con el famoso cuchillo, y despu&eacute;s las precauciones tan bien tomadas que
+siempre se presentaban testigos para declarar que lo hab&iacute;an visto al
+otro extremo de la isla a la misma hora en que agonizaba el enemigo.</p>
+
+<p>El <i>Ferrer</i> era un <i>verro</i> con menos fortuna. Hac&iacute;a medio a&ntilde;o que hab&iacute;a
+desembarcado, despu&eacute;s de pasar ocho en un presidio de la Pen&iacute;nsula. Le
+hab&iacute;an condenado a catorce, pero le alcanzaron varios indultos. El
+recibimiento fue triunfal. &iexcl;Un hijo de San Jos&eacute; que regresaba de tan
+heroico destierro!... No deb&iacute;an mostrarse menos entusiastas que los
+vecinos de otras parroquias, que acog&iacute;an a sus <i>verros</i> con grandes
+agasajos. Y bajaron al puerto de Ibiza, el d&iacute;a de la llegada del vapor,
+los parientes lejanos del <i>Ferrer</i>, que eran medio pueblo, y todo el
+resto del vecindario por puro patriotismo. Hasta el alcalde hizo el
+viaje, seguido de su secretario, para conservar las simpat&iacute;as de sus
+administrados. Los se&ntilde;ores de la ciudad protestaban con indignaci&oacute;n de
+estas costumbres b&aacute;rbaras e inmorales de la payes&iacute;a, mientras hombres,
+mujeres y chiquillos asaltaban el vapor, ansioso cada uno de ser el
+primero en estrechar la mano del h&eacute;roe.</p>
+
+<p>Pepet se acordaba de la vuelta del <i>verro</i> a San Jos&eacute;. &Eacute;l tambi&eacute;n hab&iacute;a
+figurado en la comitiva, larga hilera de carros, caballos, asnos y
+peatones, como si el pueblo entero emigrase. En todas las tabernas y
+ventorros del camino deten&iacute;ase la romer&iacute;a, y el grande hombre era
+obsequiado con jarros de vino, pedazos de sobreasada y copas de
+<i>figola</i>, licor de hierbas de la isla. Admiraban su traje nuevo&mdash;un
+traje de se&ntilde;or que hab&iacute;a comprado al salir del presidio&mdash;, se asombraban
+en silencio de la desenvoltura de sus maneras, del aire de buen pr&iacute;ncipe
+con que acog&iacute;a a sus antiguos amigos, protegi&eacute;ndolos con el gesto y la
+mirada. Muchos le envidiaban. &iexcl;Lo que aprende un hombre saliendo de la
+isla! &iexcl;No hay como correr el mundo!... El antiguo herrero los abrum&oacute; a
+todos con la superioridad de sus recuerdos durante el viaje a San Jos&eacute;.
+Luego, en el espacio de varias semanas, la tertulia en la taberna del
+pueblo, a la ca&iacute;da de la tarde, result&oacute; interesant&iacute;sima. Las palabras
+del <i>verro</i> se repet&iacute;an de hogar en hogar por todos los esparcidos
+caser&iacute;os del <i>cuart&oacute;n</i>, viendo cada pay&eacute;s algo honroso para su parroquia
+en estas aventuras del convecino.</p>
+
+<p>El <i>Ferrer</i> no se cansaba de alabar las bellezas del establecimiento en
+el que hab&iacute;a permanecido ocho a&ntilde;os. Olvidaba las c&oacute;leras y tristezas
+sufridas all&aacute;. Todo lo ve&iacute;a al trav&eacute;s de ese amor a lo pasado que
+desfigura los recuerdos.</p>
+
+<p>&Eacute;l no hab&iacute;a vivido, como ciertos infelices, en un establecimiento penal
+de las llanuras manchegas, donde hay que subir el agua a lomos de
+hombre, sufriendo los tormentos de un fr&iacute;o &aacute;rtico. Tampoco hab&iacute;a estado
+en los presidios de la vieja Castilla, donde la nieve blanquea los
+patios y los huecos de las rejas. Ven&iacute;a de Valencia, del penal de San
+Miguel de los Reyes, llamado <i>Niza</i>, a causa de la dulzura de su clima,
+por los habituales pensionistas de dichos establecimientos. Hablaba con
+orgullo de esta casa, lo mismo que un rico estudiante recuerda los a&ntilde;os
+pasados en una universidad inglesa o alemana. Altas palmeras sombreaban
+los patios, ondeando su capitel de plumas por encima de los tejados.
+Desde las rejas llegaba a verse toda la extensi&oacute;n de la huerta
+valenciana, con los frontones triangulares y blancos de sus barracas, y
+m&aacute;s all&aacute; el Mediterr&aacute;neo, una faja azul inmensa, tras cuyo lomo se
+ocultaba el pe&ntilde;&oacute;n natal, la isla amada. Tal vez hab&iacute;a pasado por ella el
+viento cargado de emanaciones salinas y ardores vegetales que se colaba
+como una bendici&oacute;n en las hediondas cuadras del presidio. &iexcl;Qu&eacute; m&aacute;s pod&iacute;a
+desear un preso!... La vida era dulce: se com&iacute;a a sus horas, siempre de
+caliente; hab&iacute;a orden, y el hombre no ten&iacute;a m&aacute;s que obedecer, dejarse
+llevar. Se hac&iacute;an buenas amistades; se trataba uno con gentes notables,
+que jam&aacute;s hubiese conocido de permanecer en la isla. Y el <i>Ferrer</i>
+hablaba con orgullo de sus amigos. Unos hab&iacute;an tenido millones y paseado
+en lujosos carruajes all&aacute; en Madrid, ciudad casi fant&aacute;stica, cuyo nombre
+sonaba en los o&iacute;dos de los isle&ntilde;os como el de Bagdad para el pobre &aacute;rabe
+del desierto que escucha un relato de <i>Las mil noches y una noche</i>.
+Otros hab&iacute;an corrido medio mundo antes de que la desgracia les confinase
+en el encierro, y recordaban ante un corro absorto sus aventuras en
+tierras de negros o en pa&iacute;ses donde los hombres eran amarillos o verdes
+y llevaban trenzas mujeriles. En aquel antiguo convento, grande como un
+pueblo, viv&iacute;a lo mejor de la tierra. Algunos hab&iacute;an ce&ntilde;ido espada y
+mandado hombres; otros hab&iacute;an manejado papeles sellados e interpretado
+la ley. &iexcl;Hasta un cura hab&iacute;a sido compa&ntilde;ero de cuadra del <i>Ferrer</i>!...</p>
+
+<p>Los admiradores de &eacute;ste le o&iacute;an con los ojos muy abiertos y las narices
+palpitantes de emoci&oacute;n. &iexcl;Qu&eacute; dicha! Ser <i>verro</i>, haber ganado la
+celebridad y el respeto matando a un enemigo en las sombras de la noche,
+y a cambio de esto, ocho a&ntilde;os en <i>Niza</i>, lugar de delicias y honores.
+&iexcl;No tendr&iacute;an ellos tanta suerte!...</p>
+
+<p>El <i>Capellanet</i>, que hab&iacute;a escuchado estos relatos, sent&iacute;a por el
+<i>verro</i> un respeto admirativo. Describ&iacute;a las particularidades de su
+persona con la prolijidad del que se siente enamorado de un h&eacute;roe.</p>
+
+<p>No era alto ni fuerte como el se&ntilde;or; pero era &aacute;gil, nadie le ganaba en
+el baile, y pod&iacute;a danzar horas enteras, hasta rendir a todas las
+muchachas de la parroquia. Hab&iacute;a tra&iacute;do de su larga temporada en <i>Niza</i>
+una tez p&aacute;lida y lustrosa, una tez de monja en clausura; pero ya estaba
+obscuro como los dem&aacute;s, con la cara bronceada y curtida por el aire del
+mar y el sol africano de la isla. Viv&iacute;a en la monta&ntilde;a, en una casucha
+inmediata a los bosques de pinos, cerca de los carboneros que
+proporcionaban combustible a su fragua. Esta no se encend&iacute;a todos los
+d&iacute;as. El <i>Ferrer</i>, con sus pretensiones de artista, s&oacute;lo trabajaba
+cuando ten&iacute;a que reparar una escopeta, transformar un viejo trabuco de
+chispa en arma de pist&oacute;n, o fabricar aquellas pistolas con adornos de
+plata que admiraban al <i>Capellanet</i>.</p>
+
+<p>Deseaba &eacute;ste verle preferido por su hermana; que el <i>verro</i> entrase en
+su familia con sus asombrosas habilidades. Tal vez a impulsos del
+pr&oacute;ximo parentesco se decidiese a regalarle una de aquellas joyas.</p>
+
+<p>&mdash;Puede ser que Margalida le quiera, y entonces el <i>Ferrer</i> me d&eacute; una de
+sus pistolas. &iquest;Usted qu&eacute; cree, don Jaime?...</p>
+
+<p>Abogaba por el <i>verro</i> como si fuese ya pariente suyo. &iexcl;El pobre viv&iacute;a
+tan mal!... Solo en la fragua, sin otra compa&ntilde;&iacute;a que una parienta vieja,
+siempre vestida de negro por remotos lutos, lagrimeante un ojo, cerrado
+otro, y tirando del fuelle mientras su sobrino bat&iacute;a el hierro rojo. La
+vecindad del fog&oacute;n secaba cada vez m&aacute;s su huesosa flacura. En su cara
+arrugada de manzana vieja parec&iacute;an liquidarse las cuencas de los ojos.</p>
+
+<p>Aquel antro ahumado y l&oacute;brego en medio de los pinares pod&iacute;a embellecerse
+con la presencia de Margalida. Su &uacute;nico adorno actual eran unos cuantos
+cestillos de juncos de colores tejidos en forma de tablero de ajedrez,
+con pompones de seda, amistoso recuerdo de los ignorados artistas que
+entreten&iacute;an sus ocios en el retiro de <i>Niza</i>. Cuando su hermana viviese
+en la fragua, Pepet ir&iacute;a a verla, y contaba adquirir de la munificencia
+de su cu&ntilde;ado, en estas visitas, un cuchillo tan famoso como el del
+abuelo, si es que el se&ntilde;or Pep perseveraba injustamente en negarle esta
+herencia gloriosa.</p>
+
+<p>El recuerdo de su padre pareci&oacute; obscurecer las esperanzas del muchacho.
+Ve&iacute;a dif&iacute;cil que el due&ntilde;o de <i>Can Mallorqu&iacute;</i> aceptase como yerno a Pere
+el <i>Ferrer</i>. Nada malo pod&iacute;a decir el viejo de &eacute;l; aceptaba su fama como
+una honra para el pueblo. La isla no s&oacute;lo ten&iacute;a hombres bravos en &laquo;las
+fieras de San Juan&raquo;; tambi&eacute;n San Jos&eacute; pod&iacute;a enorgullecerse de mozos
+valientes que hab&iacute;an sufrido duras pruebas. Pero el <i>Ferrer</i> era hombre
+de oficio, poco entendido en materias agr&iacute;colas, y aunque todos los
+ibicencos mostr&aacute;banse igualmente dispuestos a cultivar la tierra, echar
+una red en el mar o hacer un alijo de contrabando, pasando f&aacute;cilmente de
+un trabajo a otro, &eacute;l quer&iacute;a para su hija un verdadero labrador,
+habituado toda su vida a ara&ntilde;ar el suelo. Su resoluci&oacute;n era
+inquebrantable. En aquel cerebro yermo y duro, cuando llegaba a reto&ntilde;ar
+una idea, echaba ra&iacute;ces tan hondas, que no hab&iacute;a hurac&aacute;n ni cataclismo
+que la arrancase. Pepet ser&iacute;a cura y correr&iacute;a mundo. Margalida la
+guardaba para un labrador que agrandase las tierras de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>
+al heredarlas.</p>
+
+<p>El <i>Capellanet</i> inquiet&aacute;base al pensar en qui&eacute;n podr&iacute;a ser el favorecido
+por Margalida. Trabajo le daba a todos teniendo enfrente a un hombre
+como el <i>Ferrer</i>. Aunque su hermana se inclinase hacia otro, el
+agraciado tendr&iacute;a que v&eacute;rselas luego con Pere, el bravo glorioso,
+quit&aacute;ndolo de en medio. Iban a verse cosas grandes. Del cortejo de
+Margalida se hablaba ya en todas las casas del <i>cuart&oacute;n</i>; su fama
+acabar&iacute;a por extenderse a toda la isla. Y Pepet sonre&iacute;a con feroz
+deleite, como un peque&ntilde;o salvaje que ve pr&oacute;xima una matanza.</p>
+
+<p>Admiraba a Margalida, reconociendo en ella una autoridad mayor que la
+del padre, por lo mismo que no estaba basada en el miedo a los golpes.
+Ella lo dirig&iacute;a todo en la casa. La madre marchaba tras sus pasos como
+una dom&eacute;stica, no osando hacer nada sin consultarla. El <i>si&ntilde;&oacute;</i> Pep, tan
+absoluto en sus ideas, deten&iacute;ase antes de tomar una resoluci&oacute;n,
+rasc&aacute;ndose la frente con gesto de duda mientras dec&iacute;a en voz baja: &laquo;Esto
+habr&aacute; que consultarlo con la <i>atlota</i>&raquo;. El mismo <i>Capellanet</i>, que hab&iacute;a
+heredado la terquedad paternal, desist&iacute;a f&aacute;cilmente de sus intentos de
+protesta con s&oacute;lo una palabra de la hermana, una insinuaci&oacute;n de su boca
+sonriente, de su voz dulce.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Lo que ella sabe, don Jaime!&mdash;dec&iacute;a el muchacho con admiraci&oacute;n&mdash;. Yo
+ignoro si es guapa. Por ah&iacute; dicen que s&iacute;; pero a m&iacute; no me gusta. A m&iacute; me
+gustan otras de mi edad. &iexcl;L&aacute;stima que no est&eacute;n a&uacute;n para admitir el
+<i>festeig</i>!....</p>
+
+<p>Y volviendo a hablar de su hermana, enumeraba sus talentos, insistiendo
+con cierto respeto en su habilidad para el canto.</p>
+
+<p>&iquest;Conoc&iacute;a don Jaime al <i>Cant&oacute;</i>, un <i>atlot</i> malucho del pecho, que no
+trabajaba y pasaba los d&iacute;as tendido a la sombra de los &aacute;rboles,
+golpeando el tamboril y mascullando versos?... Era un blanco cordero,
+una gallina, con ojos y piel de mujer, incapaz de hacer frente a nadie.
+Tambi&eacute;n &eacute;ste pretend&iacute;a a Margalida; pero el <i>Capellanet</i> juraba meterle
+el tamboril por el cogote antes que aceptarlo como cu&ntilde;ado... &Eacute;l s&oacute;lo
+pod&iacute;a emparentar con un h&eacute;roe... Pero en lo de sacarse canciones de la
+cabeza y cantarlas intercaladas con alaridos de pavo real no hab&iacute;a quien
+se midiese con el <i>Cant&oacute;</i>. Hab&iacute;a que ser justos, y Pepet reconoc&iacute;a su
+m&eacute;rito. Era para el <i>cuart&oacute;n</i> una gloria que casi pod&iacute;a compararse con
+la del valeroso <i>Ferrer</i>. Pues bien; a este cantor le hac&iacute;a frente
+Margalida cuando, en las tertulias de verano en el <i>porchu</i> de la
+alquer&iacute;a o en los bailes del domingo, ruborosa, empujada por las
+compa&ntilde;eras, se decid&iacute;a a sentarse en el centro del corro, y con el
+tamboril en una rodilla, ocultos los ojos tras un pa&ntilde;uelo, contestaba
+con un largo romance, todo de su invenci&oacute;n, a lo que hab&iacute;a dicho antes
+el poeta.</p>
+
+<p>Si el <i>Cant&oacute;</i> soltaba un domingo un interminable relato sobre la
+falsedad de las mujeres y lo caras que cuestan al hombre por su afici&oacute;n
+a los trapos, Margalida le respond&iacute;a al otro domingo con un romance
+doblemente largo criticando la vanidad y el ego&iacute;smo de los hombres, y la
+turba de <i>atlotas</i> coreaba sus versos con cloqueos de entusiasmo,
+reconociendo la gloria de una vengadora en la muchacha de <i>Can
+Mallorqu&iacute;.</i></p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Pepet!... &iexcl;Atlot</i>!</p>
+
+<p>Una voz femenina son&oacute; a lo lejos, como un cristal, cortando el denso
+silencio de las primeras horas de la tarde, cargado de vibraciones de
+calor y de luz. Sonaba cada vez m&aacute;s fuerte, al repetirse, como si se
+aproximase a la torre.</p>
+
+<p>Pepet abandon&oacute; su posici&oacute;n de bestezuela en descanso, libertando las
+piernas encogidas del anillo de los brazos para erguirse de un salto...
+Era Margalida la que llamaba... Su padre deb&iacute;a reclamarle para alg&uacute;n
+trabajo, en vista de su tardanza.</p>
+
+<p>El se&ntilde;or le retuvo por un brazo.</p>
+
+<p>&mdash;D&eacute;jala que venga&mdash;dijo sonriendo&mdash;. Hazte el sordo, para que grite.</p>
+
+<p>El <i>Capellanet</i> ense&ntilde;&oacute; los n&iacute;tidos dientes en la obscuridad de su cara
+bronceada. Sonri&oacute; el pillete, satisfecho de esta inocente complicidad, y
+quiso aprovecharse de ella, hablando al se&ntilde;or con atrevida confianza.</p>
+
+<p>&iquest;De veras que pedir&iacute;a para &eacute;l, al <i>si&ntilde;&oacute;</i> Pep, el cuchillo del abuelo?
+<i>&iexcl;Ay, el gabinet del g&uuml;elo!</i> Estaba siempre presente en su memoria.</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;, lo tendr&aacute;s&mdash;dijo Jaime&mdash;. Y si tu padre no te lo da, yo te
+comprar&eacute; el mejor que encuentre en Ibiza.</p>
+
+<p>El muchacho se frot&oacute; las manos, brill&aacute;ndole los ojos con fulgores
+salvajes.</p>
+
+<p>&mdash;Es s&oacute;lo para que seas hombre como los otros&mdash;continu&oacute; Febrer&mdash;; pero
+&iexcl;nada de usarlo! Un simple adorno nada m&aacute;s.</p>
+
+<p>Pepet, ansioso de realizar cuanto antes su deseo, contest&oacute; con en&eacute;rgicos
+movimientos de cabeza. S&iacute;; un adorno nada m&aacute;s... Pero sus ojos se
+obscurecieron con una duda cruel... Un adorno; pero si alguien le
+ofend&iacute;a llevando tal compa&ntilde;ero, &iquest;qu&eacute; debe hacer un hombre?...</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Pepet!... &iexcl;Atlot!</i></p>
+
+<p>La voz de cristal son&oacute; ahora al pie de la torre. Febrer esperaba o&iacute;rla
+m&aacute;s cerca, ver aparecer la cabeza de Margalida y luego todo su cuerpo en
+el hueco de entrada. En vano aguard&oacute; largo rato: la voz fue haci&eacute;ndose
+apremiante, con graciosos temblores de impaciencia, pero sin aproximarse
+m&aacute;s.</p>
+
+<p>Febrer se asom&oacute; a la puerta y vio a la muchacha al pie de la escalera,
+algo empeque&ntilde;ecida por la distancia, con hinchada falda azul y un
+sombrero de paja del que pend&iacute;an cintas a flores. Sobre el fondo de las
+amplias alas del sombrero, iguales a una aureola, destac&aacute;base su rostro,
+de una palidez de rosa, en el que parec&iacute;an temblar las gotas negras de
+los ojos.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Salut, Flo d'enmetll&eacute;!</i>&mdash;dijo Febrer con cierta inseguridad en la
+voz, pero sonriendo.</p>
+
+<p>&laquo;&iexcl;Flor de almendro!...&raquo; Al o&iacute;r la muchacha este nombre en boca del
+se&ntilde;or, el carm&iacute;n de una expansi&oacute;n sangu&iacute;nea ocult&oacute; moment&aacute;neamente la
+suave blancura de su tez...</p>
+
+<p>&laquo;&iquest;Ya sab&iacute;a don Jaime este nombre?... &iquest;Un se&ntilde;or como &eacute;l se enteraba de
+tales tonter&iacute;as?...&raquo;</p>
+
+<p>Febrer s&oacute;lo vio ya la copa y las alas del sombrero de Margalida. Hab&iacute;a
+bajado la cabeza, y en su turbaci&oacute;n jugueteaba con las puntas del
+delantal, avergonzada como una ni&ntilde;a que se da cuenta de pronto de la
+significaci&oacute;n de su sexo y escucha el primer requiebro.</p>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="IIIb" id="IIIb"></a><a href="#toc">III</a></h2>
+
+
+<p>El domingo siguiente, Febrer fue por la ma&ntilde;ana al pueblo. El t&iacute;o
+Ventolera no pod&iacute;a acompa&ntilde;arle al mar, pues consideraba indispensable su
+presencia en la misa, para responder con voz chillona a las palabras del
+sacerdote.</p>
+
+<p>Falto de ocupaci&oacute;n, Jaime emprendi&oacute; la marcha hacia el pueblo por
+senderos de tierra roja que ensuciaba la blancura de sus alpargatas. Era
+uno de los &uacute;ltimos d&iacute;as estivales. Las alquer&iacute;as de n&iacute;tida blancura
+parec&iacute;an reflejar como espejos el fuego de un sol africano. Zumbaban en
+el ambiente los enjambres de insectos. En la sombra verdosa de las
+higueras, amplias, bajas y redondas, apoyadas en un c&iacute;rculo de estacas
+como un techo de verdura, ca&iacute;an los higos abiertos por el calor,
+reventando en el suelo como enormes gotas de az&uacute;car purp&uacute;reo. Las
+chumberas alzaban sus muros de pinchosas palas a ambos lados del camino,
+y entre sus ra&iacute;ces polvorientas correteaban, medrosas y ebrias de sol,
+peque&ntilde;as bestias ondeantes, de larga cola y verde esmeralda.</p>
+
+<p>Por entre la columnata negra y retorcida de los olivos y los almendros
+ve&iacute;anse a lo lejos, siguiendo otros senderos, grupos de payeses que
+tambi&eacute;n marchaban hacia el pueblo. Delante iban las <i>atlotas</i> de traje
+dominguero, con pa&ntilde;uelos rojos o blancos y faldas verdes, brillando al
+sol sus grandes cadenas de oro. Junto a ellas caminaban los
+pretendientes, escolta tenaz y hostil que se disputaba una mirada o una
+palabra de preferencia, asediando varios a la vez a la misma moza.
+Cerraban la marcha los padres de las muchachas, envejecidos antes de
+tiempo por las fatigas y sobriedades de la vida del campo, pobres
+bestias de la tierra, sumisas, resignadas, negras de piel, con los
+miembros secos como sarmientos, y que en la modorra de su mente
+recordaban cual una vaga y remota primavera los a&ntilde;os del <i>festeig</i>.</p>
+
+<p>Cuando Febrer lleg&oacute; al pueblo se dirigi&oacute; rectamente a la iglesia. Lo
+formaban seis u ocho casas con la alcald&iacute;a, la escuela y la taberna en
+torno del templo. &Eacute;ste ergu&iacute;ase soberbio y poderoso, como nexo de uni&oacute;n
+de todo el caser&iacute;o esparcido por valles y montes en algunos kil&oacute;metros a
+la redonda.</p>
+
+<p>Jaime, despoj&aacute;ndose del sombrero para limpiarse el sudor de la frente,
+se refugi&oacute; bajo las arcadas de un peque&ntilde;o claustro que preced&iacute;a a la
+iglesia. All&iacute; experiment&oacute; la misma sensaci&oacute;n de bienestar del &aacute;rabe que
+se acoge a un solitario morabito tras la marcha por el arenal inflamado
+como un horno.</p>
+
+<p>La blancura de la iglesia, enjalbegada de cal, con sus arcadas frescas y
+sus ribazos de piedra seca coronados de nopales, hac&iacute;a pensar en una
+mezquita africana. Ten&iacute;a m&aacute;s de fortaleza que de templo. Sus tejados
+estaban ocultos por el borde superior de los muros, especie de reducto
+sobre el cual hab&iacute;an asomado muchas veces escopetas y trabucos. La torre
+era un torre&oacute;n de guerra coronado todav&iacute;a de almenas: su vieja campana
+hab&iacute;a volteado en otro tiempo con la fiebre del rebato.</p>
+
+<p>Esta iglesia, en la que los payeses del <i>cuart&oacute;n</i> entraban a la vida con
+el bautismo y sal&iacute;an de ella con la misa de difuntos, hab&iacute;a sido durante
+siglos el refugio de sus pavores, la fortaleza de sus resistencias.
+Cuando las atalayas de la costa anunciaban con fogatas o humaredas un
+barco de moros, de todas las alquer&iacute;as de la parroquia corr&iacute;an las
+familias hacia el templo, los hombres cargando su escopeta, las mujeres
+y ni&ntilde;os arreando las cabras y los asnos o llevando a cuestas con las
+patas atadas en manojo todas las aves de corral. La casa de Dios se
+convert&iacute;a en establo guardador de la fortuna de sus adeptos. El cura, en
+un rinc&oacute;n, rezaba con las mujeres, siendo cortadas sus oraciones por
+chillidos de angustia y llantos de ni&ntilde;os, mientras en los tejados y la
+torre los escopeteros exploraban el horizonte, hasta que llegaba noticia
+de que las aves de rapi&ntilde;a del mar se hab&iacute;an alejado. Entonces
+reanud&aacute;base la existencia normal, volviendo cada familia a su
+aislamiento, con la certeza de repetir el viaje angustioso pocas
+semanas despu&eacute;s.</p>
+
+<p>Febrer permaneci&oacute; bajo las arcadas viendo c&oacute;mo iban llegando los grupos
+de payeses a toda prisa, espoleados por el &uacute;ltimo toque del esquil&oacute;n que
+volteaba en lo alto de la torre. El interior de la iglesia estaba casi
+lleno. Por la puerta entreabierta llegaba hasta Jaime una densa bocanada
+de respiraciones ardorosas, de sudor y ropas burdas. Experimentaba
+Febrer cierta simpat&iacute;a por estas buenas gentes cuando las tropezaba por
+separado, pero la muchedumbre inspir&aacute;bale aversi&oacute;n, y permanec&iacute;a lejos
+de su contacto.</p>
+
+<p>Muchos domingos bajaba al pueblo para quedarse en la puerta de la
+iglesia, sin entrar en ella. La soledad habitual en su torre de la costa
+le hac&iacute;a necesario ver gentes. Adem&aacute;s, el domingo resultaba para &eacute;l,
+hombre sin ocupaciones, un d&iacute;a mon&oacute;tono, fastidioso, interminable. Este
+descanso de los dem&aacute;s era su tormento. No pod&iacute;a ir al mar por falta de
+barquero, y los campos solitarios, con sus casas cerradas, por hallarse
+las familias en la misa o en el baile de la tarde, le comunicaban la
+impresi&oacute;n penosa de un paseo por un cementerio. La ma&ntilde;ana pas&aacute;bala en
+San Jos&eacute;, y uno de sus placeres era permanecer en el claustro de la
+iglesia viendo entrar y salir al gent&iacute;o, gozando de la fresca sombra de
+los arcos, mientras unos pasos m&aacute;s all&aacute; ard&iacute;a la tierra con la
+reverberaci&oacute;n solar, mec&iacute;an sus ramas los &aacute;rboles lentamente, como
+angustiadas por el calor y el polvo que cubr&iacute;a sus hojas, y el ambiente
+denso parec&iacute;a ser mascado antes de descender a los pulmones.</p>
+
+<p>Llegaban las familias retrasadas, pasando ante Febrer con una mirada de
+curiosidad y un leve saludo. Todos le conoc&iacute;an en el <i>cuart&oacute;n</i>. Estas
+buenas gentes, al verle en el campo pod&iacute;an abrirle la puerta de su casa;
+pero su afabilidad no iba m&aacute;s all&aacute;, siendo incapaces de aproximarse a &eacute;l
+por impulso propio. Era un forastero. Adem&aacute;s, era un mallorqu&iacute;n. Su
+condici&oacute;n de se&ntilde;or creaba una misteriosa desconfianza en la gente
+r&uacute;stica, que no pod&iacute;a explicarse su permanencia en el aislamiento de una
+torre.</p>
+
+<p>Febrer qued&oacute; solo. Lleg&oacute; hasta sus o&iacute;dos el repiqueteo de una
+campanilla, el rumor de la gente al arrodillarse o al ponerse de pie, y
+una voz conocida, la voz del t&iacute;o Ventolera, lanzando en tono cantable
+las respuestas de la misa con el estridor de su boca sin dientes. La
+gente aceptaba sin re&iacute;rse estas ingerencias de su locura senil. Estaba
+habituada, a&ntilde;os y a&ntilde;os, a o&iacute;r los latinajos del antiguo marinero, que
+desde su banco apoyaba a gritos las respuestas del ayudante. Todos daban
+cierto car&aacute;cter sagrado a estos desvar&iacute;os, como los orientales, que ven
+en la demencia un signo de santidad.</p>
+
+<p>Fum&oacute; Jaime en la entrada de la iglesia para entretenerse. Unos palomos
+se arrullaban sobre los arcos, cortando con el rumor de sus caricias las
+largas pausas de silencio. Tres colillas de cigarro estaban a los pies
+de Febrer, cuando son&oacute; en el interior del templo un largo murmullo como
+de cien respiraciones contenidas que se exhalan al fin con un suspiro de
+satisfacci&oacute;n. Luego ruido de pasos, voces ahogadas de saludo, chocar de
+sillas, chirrido de bancos, arrastre de pies, y la puerta qued&oacute;
+obstruida por las gentes que intentaban salir todas a un tiempo.</p>
+
+<p>Comenzaron a desfilar los fieles, salud&aacute;ndose como si se vieran por
+primera vez al encontrarse en pleno sol, fuera de la luz crepuscular del
+templo.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Bon dia!... &iexcl;Bon dia!...</i></p>
+
+<p>Sal&iacute;an en grupos las mujeres: las viejas vestidas de negro, esparciendo
+el interno olor de sus innumerables zagalejos y faldas; las j&oacute;venes
+erguidas en su estrecho cors&eacute;, que les aplastaba los pechos y borraba
+las curvas salientes de las caderas, ostentando con nobiliario orgullo,
+sobre el pa&ntilde;uelo multicolor, las cadenas de oro y los enormes
+crucifijos. Eran cabezas morenas o verdosas con grandes ojos de
+dram&aacute;tica expresi&oacute;n; v&iacute;rgenes cobrizas con el pelo brillante y aceitoso
+partido por una raya que iba ensanchando cada vez m&aacute;s la rudeza del
+peine.</p>
+
+<p>Los hombres deten&iacute;anse un momento en la puerta para colocarse sobre la
+rapada cabeza, con luengos rizos en su parte delantera, el pa&ntilde;uelo que
+llevaban bajo el sombrero, a uso mujeril. Era una prenda con la que
+supl&iacute;an el capuch&oacute;n del antiguo jaique del pa&iacute;s, usado ya &uacute;nicamente en
+circunstancias extraordinarias.</p>
+
+<p>Luego, los viejos sacaban de la faja una pipa r&uacute;stica fabricada por
+ellos mismos, llen&aacute;ndola de tabaco de <i>pota</i> cultivado en la isla,
+hierba de acre olor. Los mozos se alejaban de ellos. Sal&iacute;an del atrio
+para adoptar fieras posturas, con las manos en la faja y la cabeza
+erguida, ante los grupos de mujeres. En ellos estaban las amadas
+<i>atlotas</i> fingiendo indiferencia y contempl&aacute;ndolos al mismo tiempo con
+el rabillo de un ojo.</p>
+
+<p>Poco a poco iba disolvi&eacute;ndose esta masa de gent&iacute;o.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Bon dia!... &iexcl;Bon dia!...</i></p>
+
+<p>Muchos no volver&iacute;an a verse hasta el domingo siguiente. Por todos los
+senderos se alejaban grupos multicolores: unos obscuros, sin escolta
+alguna, marchando lentamente, como si se arrastrasen, con la miseria de
+la ancianidad; otros bulliciosos, de faldas inquietas y pa&ntilde;uelos
+ondeantes, seguidos a distancia por una tropa de <i>atlots</i>, que gritaban,
+relinchaban y corr&iacute;an para advertir su presencia a las muchachas.</p>
+
+<p>A&uacute;n quedaba gente dentro de la iglesia. Febrer vio salir a unas mujeres
+vestidas de negro, t&eacute;trico grupo de tapadas, que apenas s&iacute; ense&ntilde;aban a
+trav&eacute;s de la abertura del manto su nariz enrojecida por el sol y un ojo
+de brasa velado por las l&aacute;grimas. Iban cubiertas con el <i>abrigais</i>, chal
+de invierno, envoltura tradicional de gruesa lana, cuya vista produc&iacute;a
+una sensaci&oacute;n de tormento y asfixia en aquella ma&ntilde;ana bochornosa de
+verano. Detr&aacute;s salieron unos encapuchados, antiguos payeses que se
+hab&iacute;an cubierto con el capote de ceremonia, un jaique pardo de lana
+burda con amplias mangas y apretado capuch&oacute;n. Las mangas las llevaban
+sueltas, pero el capuch&oacute;n iba bien abrochado bajo la barba, mostrando
+por la abertura sus rostros tostados de piratas.</p>
+
+<p>Eran los parientes de un pay&eacute;s que hab&iacute;a muerto una semana antes. La
+numerosa familia, que habitaba en distintos puntos del <i>cuart&oacute;n</i>,
+hab&iacute;ase reunido, seg&uacute;n costumbre, en la misa del domingo para recordar
+al muerto, y al verse estallaba su dolor con africana vehemencia, como
+si a&uacute;n tuviesen ante sus ojos el cad&aacute;ver. La costumbre exig&iacute;a que se
+cubrieran con sus prendas de ceremonia, con sus vestidos de invierno,
+encerr&aacute;ndose en ellos cual si fuesen c&aacute;scaras de dolor. Lloraban y
+sudaban bajo las envolturas, y al reconocer cada uno a los parientes que
+no hab&iacute;a visto en algunos d&iacute;as, estallaba su pena con nuevo
+recrudecimiento. Sal&iacute;an suspiros de agon&iacute;a de entre los espesos mantos;
+las rudas caras, encuadradas por el capuch&oacute;n, contra&iacute;anse con
+crispaciones de dolor infantil, exhalando lamentos de peque&ntilde;uelo
+enfermo. El dolor se licuaba con una incesante secreci&oacute;n, mezcla de
+sudor y l&aacute;grimas. De todas las narices&mdash;la parte m&aacute;s visible de estos
+fantasmas doloridos&mdash;pend&iacute;an gotas que iban a caer sobre los pliegues
+del pa&ntilde;o burdo.</p>
+
+<p>Un hombre hablaba con bondadosa autoridad, exigiendo calma, en medio del
+estr&eacute;pito de las voces femeniles que rug&iacute;an broncas de pena y de los
+suspiros masculinos atiplados por el dolor. Era Pep el de <i>Can
+Mallorqu&iacute;</i>, lejano pariente del muerto, en esta isla donde todos se
+hallaban m&aacute;s o menos unidos por los cruces de la sangre. El vago
+parentesco, aunque le impulsaba a participar del dolor, no le hab&iacute;a
+obligado a ponerse el jaique de las grandes solemnidades. Iba vestido de
+negro y se cubr&iacute;a con un manteo de ligera lana y un fieltro redondo, que
+le daban cierto aire eclesi&aacute;stico. Su mujer y Margalida, que no se
+cre&iacute;an unidas por el parentesco a esta familia, manten&iacute;anse aparte, como
+si las alejase la diferencia entre sus alegres ropas domingueras y aquel
+aparato de dolor.</p>
+
+<p>El bondadoso Pep fing&iacute;a enfadarse por los extremos de desesperaci&oacute;n,
+cada vez m&aacute;s vehementes, de los enlutados... &laquo;&iexcl;Ya hab&iacute;a bastante! Cada
+uno a su casa, a vivir muchos a&ntilde;os, para encomendar el muerto al Se&ntilde;or.&raquo;</p>
+
+<p>Estallaron m&aacute;s fuertes los sollozos bajo los mantos y los capuchones.
+&laquo;&iexcl;Adi&oacute;s! &iexcl;adi&oacute;s!&raquo; Se estrechaban las manos, se besaban las bocas, se
+retorc&iacute;an los brazos, como si todos se despidieran para no verse m&aacute;s.
+&laquo;&iexcl;Adi&oacute;s! &iexcl;adi&oacute;s!&raquo; Se alejaron por grupos, cada uno en distinta
+direcci&oacute;n, hacia las monta&ntilde;as cubiertas de pinos, hacia las alquer&iacute;as de
+lejana blancura medio ocultas entre higueras y almendrales, hacia los
+rojos pe&ntilde;ascos de la costa; y era un espect&aacute;culo absurdo e incoherente
+ver bajo el ardor del sol, al trav&eacute;s de los campos verdes y espl&eacute;ndidos,
+c&oacute;mo marchaban con paso tardo estos fantasmas espesos y sudorosos,
+incansables lloradores de la muerte.</p>
+
+<p>La vuelta a <i>Can Mallorqu&iacute;</i> fue triste y silenciosa. Pepet abr&iacute;a la
+marcha con el <i>bimbau</i> en los labios, que le acompa&ntilde;aba en su caminata
+con un zumbido de moscard&oacute;n. De vez en cuando deten&iacute;ase para echar
+piedras a los p&aacute;jaros o a los lagartos hinchados y negruzcos que
+asomaban entre las chumberas. &iexcl;Lo que a &eacute;l le importaba la muerte!...
+Margalida caminaba junto a su madre, silenciosa, abstra&iacute;da, con los ojos
+muy abiertos: unos ojos de vaca hermosa que miraban a todas partes sin
+ver, sin reflejar pensamiento alguno. Parec&iacute;a no darse cuenta de que
+tras ella caminaba don Jaime, el se&ntilde;or, el reverenciado hu&eacute;sped de la
+torre.</p>
+
+<p>Pep, abstra&iacute;do tambi&eacute;n, delataba el curso de sus pensamientos con
+palabras sueltas dirigidas a Febrer, como si necesitase hacer part&iacute;cipe
+a alguien de sus ideas.</p>
+
+<p>&laquo;&iexcl;La muerte! &iexcl;Qu&eacute; cosa tan fea, don Jaime!... Y all&iacute; estaban ellos, en
+un pedazo de tierra rodeado por las olas, sin poder escapar, sin poder
+defenderse, aguardando el momento en que les echase la zarpa.&raquo; El pay&eacute;s
+sent&iacute;a sublevarse su ego&iacute;smo ante esta gran injusticia. Bueno que all&aacute;
+en tierra firme, donde las gentes son felices y gozan mucho, se ensa&ntilde;ase
+la muerte... &iquest;Pero aqu&iacute;? &iquest;Tambi&eacute;n aqu&iacute;, en el &uacute;ltimo rinc&oacute;n del mundo?
+&iquest;No hab&iacute;a l&iacute;mite ni excepci&oacute;n para la gran entrometida?...</p>
+
+<p>Era in&uacute;til imaginarse obst&aacute;culos. Ya pod&iacute;a el mar embravecerse entre las
+cadenas de islotes y escollos que van de Ibiza a Formentera. Los freos
+eran hervideros de olas, los pe&ntilde;ones se cubr&iacute;an de espuma, los rudos
+hombres de mar retroced&iacute;an vencidos, los barcos se refugiaban en los
+puertos, el paso se cerraba para todos, las islas quedaban apartadas del
+resto del mundo... Pero esto nada significaba para la marinera
+invencible de cr&aacute;neo pelado, para la caminante de piernas de hueso, que
+pod&iacute;a correr con gigantescos saltos por encima de monta&ntilde;as y mares.</p>
+
+<p>No hab&iacute;a tempestad que la detuviese; no exist&iacute;a alegr&iacute;a que la hiciera
+olvidar; estaba en todas partes; se acordaba de todos. Ya pod&iacute;a lucir el
+sol, y mostrarse hermosos los campos, y ser buena la cosecha...
+&iexcl;Enga&ntilde;ifas para entretener al hombre en sus fatigas y que le fuesen m&aacute;s
+tolerables! &iexcl;Mentirosas promesas, como las que se hacen a los ni&ntilde;os para
+que se sometan de buen grado al tormento de la escuela!... Y hab&iacute;a que
+dejarse enga&ntilde;ar; la mentira era buena. No deb&iacute;an acordarse de este mal
+inevitable, de este &uacute;ltimo peligro sin remedio alguno, que entristece la
+vida, quitando su sabor al pan, su alegre topacio al l&iacute;quido de la
+parra, su jugo al blanco queso, su sabor de az&uacute;car a los higos
+purp&uacute;reos, y su energ&iacute;a picante a la sobreasada, entenebreciendo y
+amargando todas las cosas buenas que Dios puso en la isla para consuelo
+de las gentes de bien. &laquo;&iexcl;Ay, don Jaime, qu&eacute; miseria!...&raquo;</p>
+
+<p>Febrer comi&oacute; en <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, para evitar a los hijos de Pep la
+subida a la torre. La comida empez&oacute; con cierta tristeza, como si a&uacute;n
+vibrasen en sus o&iacute;dos los lamentos de los encapuchados en el atrio de la
+iglesia. Poco a poco, en torno de la mesita baja y su gran cazuela de
+arroz fue difundi&eacute;ndose cierta alegr&iacute;a. El <i>Capellanet</i> hablaba del
+baile de la tarde, olvidado totalmente de su vida de seminarista y
+osando arrostrar los ojos de Pep. Margalida recordaba las miradas del
+<i>Cant&oacute;</i> y la arrogante postura del <i>Ferrer</i> cuando ella hab&iacute;a pasado
+ante los <i>atlots</i> al entrar en misa. La madre suspiraba:</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Ay, Si&ntilde;or!... &iexcl;Ay, Si&ntilde;or!...</i></p>
+
+<p>Nunca hab&iacute;a dicho m&aacute;s, acompa&ntilde;ando con la misma exclamaci&oacute;n de su
+confuso pensamiento hacia Dios las alegr&iacute;as y los dolores.</p>
+
+<p>Pep hab&iacute;a dado varios tientos al jarro de vino, lleno del zumo sonrosado
+de las mismas parras que extend&iacute;an un toldo de p&aacute;mpanos ante el porche.
+Su rostro cetrino se colore&oacute; con una aurora alegre. &laquo;&iexcl;Al diablo la
+muerte y sus miedos! &iquest;Iba un hombre honrado a pasar la existencia entera
+temblando por su llegada?... Pod&iacute;a presentarse cuando lo tuviese a bien.
+&iexcl;Mientras tanto, a vivir!...&raquo; Y manifest&oacute; esta voluntad de vida
+durmi&eacute;ndose en un poyo, con sonoros ronquidos que no lograban asustar a
+las moscas y avispas revoloteantes en torno de su boca.</p>
+
+<p>Febrer se march&oacute; a la torre. Margalida y su hermano apenas se fijaron en
+el se&ntilde;or. Hab&iacute;an abandonado la mesa para hablar m&aacute;s libremente del baile
+de la tarde, con una alegr&iacute;a de muchachos a los que estorba la presencia
+de una persona grave.</p>
+
+<p>En la torre se tendi&oacute; en su jerg&oacute;n y quiso dormir. &iexcl;Solo!... Se daba
+cuenta de su aislamiento, rodeado de personas que le respetaban, que tal
+vez le amaban, pero al mismo tiempo sent&iacute;an la irresistible atracci&oacute;n de
+unas alegr&iacute;as sencillas, ins&iacute;pidas para &eacute;l. &iexcl;Qu&eacute; tormento el de los
+domingos! &iquest;Adonde ir? &iquest;Qu&eacute; hacer?...</p>
+
+<p>En su firme deseo de suprimir el martirio del tiempo, de alejarse de una
+vida sin objeto inmediato, acab&oacute; por dormirse y despert&oacute; a media tarde,
+cuando el sol empezaba a descender lentamente, m&aacute;s all&aacute; de la l&iacute;nea de
+islotes, entre una lluvia de oro p&aacute;lido que parec&iacute;a dar a las aguas un
+azul m&aacute;s intenso y profundo.</p>
+
+<p>Al bajar a <i>Can Mallorqu&iacute;</i> vio cerrada la alquer&iacute;a. &iexcl;Nadie! Ni siquiera
+excitaron sus pasos el ladrido del perro que estaba siempre bajo el
+porche. El vigilante animal hab&iacute;a ido tambi&eacute;n a la fiesta con la
+familia.</p>
+
+<p>&laquo;Est&aacute;n todos en el baile&mdash;pens&oacute; Febrer&mdash;. &iquest;Si yo fuese al pueblo?...&raquo;</p>
+
+<p>Dud&oacute; largo rato. &iquest;Qu&eacute; pod&iacute;a hacer all&aacute;?... Repugn&aacute;banle estas
+diversiones, en las que su presencia de forastero parec&iacute;a despertar
+cierta molestia entre los payeses. Aquellas gentes prefer&iacute;an verse
+solas. &iquest;Iba &eacute;l a bailar con una <i>atlota</i> a sus a&ntilde;os y con su aspecto
+malhumorado que infund&iacute;a respeto y frialdad?... Tendr&iacute;a que permanecer
+con Pep y otros, aspirando el olor del tabaco <i>de pota</i>, hablando de la
+almendra y del miedo a que se helase, esforz&aacute;ndose por abatir su
+pensamiento al nivel del de estas gentes.</p>
+
+<p>Al fin se decidi&oacute; a ir al pueblo. Ten&iacute;a miedo a la soledad. Antes que
+pasar solo el resto de la tarde, prefer&iacute;a la conversaci&oacute;n lenta y
+mon&oacute;tona de las gentes simples, una conversaci&oacute;n refrescante, como &eacute;l
+dec&iacute;a, que no le obligaba a reflexionar y dejaba su pensamiento en dulce
+calma animal.</p>
+
+<p>Cerca de San Jos&eacute; vio la bandera espa&ntilde;ola flotando sobre el tejado de la
+alcald&iacute;a, y llegaron a sus o&iacute;dos los golpes secos del parche del
+tamboril, el buc&oacute;lico gorjeo de la flauta y el repiqueteo de las
+casta&ntilde;olas.</p>
+
+<p>El baile era frente a la iglesia. La gente joven formaba grupos, de pie,
+cerca de los m&uacute;sicos, que ocupaban silletas bajas. El tamborilero, con
+su redondo instrumento acostado en una rodilla, golpeaba el parche
+cadenciosamente, mientras su compa&ntilde;ero soplaba en la larga flauta de
+madera, adornada con tallas de primitiva rudeza hechas a cuchillo. El
+<i>Capellanet</i> repicaba las <i>casta&ntilde;olas</i>, enormes como las conchas que
+cog&iacute;a en la playa el t&iacute;o Ventolera.</p>
+
+<p>Las <i>atlotas</i>, agarradas del talle o apoyadas unas en los hombros de
+otras, miraban con virtuosa hostilidad a los mozos, que se pavoneaban en
+el centro de la plaza, las manos metidas en el cinto, el ancho castore&ntilde;o
+echado atr&aacute;s para dejar al descubierto las rizos de su frente, el cuello
+envuelto en bordado pa&ntilde;uelo o corbata de cintas, y las alpargatas de
+inmaculada blancura casi ocultas por la boca del pantal&oacute;n de pana en
+forma de pata de elefante.</p>
+
+<p>A un lado de la plaza estaban sentadas sobre un ribazo, o en sillas de
+la inmediata taberna, las casadas y las viejas; mujeres an&eacute;micas y
+tristes en su relativa juventud por una procreaci&oacute;n excesiva y por las
+fatigas de su existencia campestre, con los ojos hundidos en un cerco
+azul que parec&iacute;a revelar desarreglos interiores, guardando sobre su
+pecho las cadenas de oro de sus tiempos de <i>atlotas</i> y adornadas las
+mangas con botones de oro. Las ancianas, cobrizas y arrugadas, vistiendo
+trajes obscuros, suspiraban lastimeramente al ver la alegr&iacute;a de la gente
+moza.</p>
+
+<p>Febrer, luego de contemplar un buen rato a toda esta concurrencia, que
+apenas fij&oacute; en &eacute;l una mirada distra&iacute;da, fue a colocarse junto a Pep en
+un corro de payeses viejos. Hicieron sitio al <i>si&ntilde;or de la torre</i> con
+respetuoso silencio, y despu&eacute;s de lanzar algunas bocanadas de humo de
+sus pipas cargadas <i>de pota</i>, reanudaron la lenta conversaci&oacute;n sobre los
+rigores probables del invierno pr&oacute;ximo y la suerte de la futura cosecha
+de almendra.</p>
+
+<p>Segu&iacute;a repicando el tamboril, sonaba la flauta, tableteaban las enormes
+casta&ntilde;uelas, pero ninguna pareja se lanzaba al centro de la plaza. Los
+<i>atlots</i> parec&iacute;an consultarse con indecisi&oacute;n, como si todos temiesen ser
+los primeros. Adem&aacute;s, la inesperada presencia del se&ntilde;or mallorqu&iacute;n
+intimidaba a las vergonzosas muchachas.</p>
+
+<p>Jaime sinti&oacute; que le tocaban en un codo. Era el <i>Capellanet</i>, que le
+hablaba misteriosamente al o&iacute;do al mismo tiempo que se&ntilde;alaba con un
+dedo... Aqu&eacute;l era Pere el <i>Ferrer</i>, el famoso <i>verro</i>. Y designaba a un
+mozo de estatura menos que mediana, pero arrogante y jactancioso en su
+actitud. Los <i>atlots</i> se agrupaban en torno del h&eacute;roe. El <i>Cant&oacute;</i> le
+hablaba sonriente, y &eacute;l o&iacute;a con protectora gravedad, escupiendo de vez
+en cuando por las comisuras de la boca, y admir&aacute;ndose a s&iacute; mismo por la
+distancia a que enviaba el chorro de secreci&oacute;n.</p>
+
+<p>De pronto, el <i>Capellanet</i> salt&oacute; al medio de la plaza tremolando su
+sombrero... &laquo;Pero &iquest;es que iban a pasar la tarde oyendo la flauta sin
+bailar?&raquo; Corri&oacute; al grupo de <i>atlotas</i> y agarr&oacute; por las manos a la m&aacute;s
+grande, tirando de ella. &laquo;&iexcl;T&uacute;!...&raquo; Esto bastaba para la invitaci&oacute;n.
+Cuanto m&aacute;s rudo era el manotazo, m&aacute;s cari&ntilde;oso parec&iacute;a y digno de
+agradecimiento.</p>
+
+<p>El travieso <i>atlot</i> qued&oacute; frente a su pareja, moza arrogante y fea, de
+rudas manos, pelo aceitoso y cara negra, que le llevaba de estatura casi
+toda la cabeza. El muchacho protest&oacute;, encar&aacute;ndose con los m&uacute;sicos. Nada
+de <i>llarga</i>; quer&iacute;a bailar la <i>curta</i>. La &laquo;larga&raquo; y la &laquo;corta&raquo; eran los
+dos &uacute;nicos bailes de la isla. Febrer no hab&iacute;a llegado nunca a
+distinguirlos: una simple variaci&oacute;n de ritmo, pues la m&uacute;sica y la danza
+siempre parec&iacute;an iguales.</p>
+
+<p>La moza, con un brazo doblado sobre la cintura en forma de asa y
+pendiente el otro a lo largo de la hueca faldamenta, comenz&oacute; a girar. No
+deb&iacute;a hacer m&aacute;s: &eacute;sta era toda su danza. Bajaba los ojos, frunc&iacute;a la
+boca, como era de rigor, con un gesto de virtuoso desprecio, cual si
+bailase contra su voluntad, y as&iacute; giraba y giraba, trazando en sus
+evoluciones sobre el suelo grandes n&uacute;meros ochos. El bailar&iacute;n era el
+hombre. Reproduc&iacute;ase en esta danza tradicional, inventada sin duda por
+los primeros pobladores de la isla, rudos piratas de la edad heroica, la
+eterna historia de los humanos, la persecuci&oacute;n y la caza de la hembra.
+Ella giraba fr&iacute;a e insensible, con la altivez asexual de una virtud
+ruda, huyendo de los saltos y contorsiones varoniles, presentando la
+espalda con gesto de desprecio, y el fatigoso trabajo de &eacute;l consist&iacute;a en
+colocarse siempre ante sus ojos, en ponerse ante su paso, en salirle al
+encuentro para que le viera y le admirase. El bailar&iacute;n saltaba y saltaba
+sin regla alguna, sin otra disciplina que la del ritmo de la m&uacute;sica,
+rebotando sobre el suelo con incansable elasticidad. Unas veces abr&iacute;a
+los brazos con gesto agresivo de dominador, otras los replegaba sobre la
+espalda, echando los pies en alto.</p>
+
+<p>Era m&aacute;s que baile un ejercicio gimn&aacute;stico, un delirio de acr&oacute;bata, un
+movimiento fren&eacute;tico como el de las danzas guerreras de las tribus
+africanas. La hembra no sudaba ni enrojec&iacute;a: continuaba sus vueltas
+fr&iacute;amente, sin apresurar el paso, mientras el compa&ntilde;ero, pose&iacute;do del
+v&eacute;rtigo de la velocidad, jadeaba con el rostro congestionado,
+retir&aacute;ndose tr&eacute;mulo de fatiga a los pocos minutos. Cada <i>atlota</i> pod&iacute;a
+bailar con varios hombres sin esfuerzo alguno, rindi&eacute;ndolos. Era el
+triunfo de la pasividad femenil, que sonr&iacute;e ante la jactancia arrogante
+del sexo contrario, sabiendo que acabar&aacute; por verlo humillado...</p>
+
+<p>La salida de la primera pareja pareci&oacute; arrastrar a los dem&aacute;s. En un
+momento, todo el espacio libre que hab&iacute;a ante los m&uacute;sicos se cubri&oacute; de
+faldas pesadas, bajo cuyo r&iacute;gido y m&uacute;ltiple ruedo mov&iacute;anse los peque&ntilde;os
+pies, metidos en blancas alpargatas o amarillos zapatos. Las anchas
+bocas de los pantalones cimbre&aacute;banse a un lado y a otro con el r&aacute;pido
+movimiento de los saltos o el en&eacute;rgico pateo que her&iacute;a la tierra
+levantando nubecillas de polvo. Los brazos varoniles escog&iacute;an con
+galante zarpazo entre las <i>atlotas</i> agrupadas. &laquo;&iexcl;T&uacute;!...&raquo; Y a este
+monos&iacute;labo segu&iacute;an el tir&oacute;n de conquista, los empellones, que equival&iacute;an
+a un t&iacute;tulo moment&aacute;neo de propiedad, todos los extremos de una
+predilecci&oacute;n rudamente ancestral, de una galanter&iacute;a heredada de remotos
+abuelos en la &eacute;poca obscura en que el palo, la pedrada y la lucha a
+brazo partido eran la primera declaraci&oacute;n de amor.</p>
+
+<p>Algunos <i>atlots</i> que se hab&iacute;an visto precedidos de otros m&aacute;s audaces en
+el escogimiento de las parejas permanec&iacute;an inm&oacute;viles cerca del corro,
+vigilando a sus compa&ntilde;eros para sucederles. Cuando ve&iacute;an al danzar&iacute;n
+congestionado y sudoroso por los saltos, extremando sus esfuerzos para
+seguir adelante, lleg&aacute;banse a &eacute;l, tir&aacute;ndole de un brazo para apartarlo.
+<i>&laquo;&iexcl;D&eacute;ixamela!&raquo;</i> Y ocupaban su puesto sin m&aacute;s explicaci&oacute;n, saltando y
+acosando a la hembra con el empuje de su frescura, sin que ella
+pareciese percatarse del cambio de pareja, pues continuaba sus vueltas
+con la vista baja y el gesto desde&ntilde;oso.</p>
+
+<p>Jaime vio por primera vez en las evoluciones del baile a Margalida, que
+hasta entonces hab&iacute;a permanecido oculta entre sus compa&ntilde;eras.</p>
+
+<p>&iexcl;Hermosa &laquo;Flor de almendro&raquo;! Febrer la encontraba m&aacute;s bella al
+compararla con sus amigas, morenas y curtidas por el sol y el trabajo.
+Su piel blanca, de una suavidad de flor, sus ojos h&uacute;medos y brillantes
+de animalillo dulce, su cuerpo esbelto y hasta la suavidad de sus manos,
+la separaban, como si fuese de una raza distinta, de aquellas compa&ntilde;eras
+negruzcas, seductoras por su juventud, en&eacute;rgicas y guapotas, pero que
+parec&iacute;an talladas a hachazos.</p>
+
+<p>Contempl&aacute;ndola, pensaba Jaime que aquella muchacha, en otro ambiente,
+pod&iacute;a haber sido una criatura adorable. &Eacute;l cre&iacute;a entender algo de esto.
+Adivinaba en &laquo;Flor de almendro&raquo; un sinn&uacute;mero de delicadezas, de las que
+ella misma no se daba cuenta. &iexcl;L&aacute;stima que hubiese nacido en esta isla
+para no salir de ella jam&aacute;s!... &iexcl;Y su belleza ser&iacute;a para alguno de
+aquellos b&aacute;rbaros que la admiraban con perruna mirada de ansiedad! &iexcl;Tal
+vez para el <i>Ferrer</i>, el odioso <i>verro</i> que parec&iacute;a protegerlos a todos
+con sus ojos sombr&iacute;os!...</p>
+
+<p>Cuando fuese casada cultivar&iacute;a la tierra, como las otras: su blancura de
+flor se marchitar&iacute;a, amarilleando; sus manos se tornar&iacute;an negras y
+escamosas; acabar&iacute;a siendo igual a su madre y a todas las payesas
+viejas, una hembra esqueleto, retorcida y nudosa, lo mismo que un tronco
+de olivo... Febrer entristec&iacute;ase con estos pensamientos como ante una
+gran injusticia. &iquest;De d&oacute;nde habr&iacute;a sacado este reto&ntilde;o el simple Pep, que
+estaba a su lado? &iquest;Por qu&eacute; obscura combinaci&oacute;n de raza hab&iacute;a podido
+nacer Margalida en <i>Can Mallorqu&iacute;</i>?... &iquest;Y habr&iacute;a de agostarse esta
+florescencia misteriosa y perfumada del tronco pay&eacute;s lo mismo que los
+otros brotes rudos que crec&iacute;an junto a ella?...</p>
+
+<p>Algo extraordinario distrajo a Febrer de estos pensamientos. Segu&iacute;an
+sonando la flauta, el tamboril y las <i>casta&ntilde;olas</i>, saltaban los
+danzarines, giraban las <i>atlotas</i>, pero en los ojos de todos brillaba
+una mirada de alarma inteligente, una expresi&oacute;n de solidaridad
+defensiva. Los viejos cesaban en su conversaci&oacute;n, mirando hacia la parte
+que ocupaban las mujeres. &laquo;&iquest;Qu&eacute; es? &iquest;qu&eacute; es?&raquo; El <i>Capellanet</i> corr&iacute;a por
+entre las parejas, hablando al o&iacute;do de los bailarines. &Eacute;stos sal&iacute;anse
+del corro con las manos en la faja, y desapareciendo unos segundos
+volv&iacute;an inmediatamente a ocupar su sitio, mientras las <i>atlotas</i> segu&iacute;an
+girando.</p>
+
+<p>Pep sonri&oacute; levemente al adivinar lo que ocurr&iacute;a, y habl&oacute; al o&iacute;do del
+se&ntilde;or. &laquo;Nada: lo de todos los bailes. Hab&iacute;a peligro, y los <i>atlots</i>
+pon&iacute;an en seguridad sus arreglos.&raquo;</p>
+
+<p>Estos &laquo;arreglos&raquo; eran las pistolas y los cuchillos que llevaban los
+muchachos como testimonio de ciudadan&iacute;a. Durante unos instantes, Febrer
+vio salir a luz las armas m&aacute;s estupendas y enormes, disimuladas
+prodigiosamente en aquellos cuerpos enjutos y esbeltos. Las viejas las
+reclamaban con sus manos huesosas, deseando compartir el riesgo,
+brillando en sus ojos la vehemencia de un hero&iacute;smo agresivo. &iexcl;Tiempos
+malditos de impiedad los de ahora, en que se molesta a las gentes y se
+atenta a las antiguas costumbres! &laquo;&iexcl;Aqu&iacute;! &iexcl;aqu&iacute;!&raquo; Y agarrando los
+mortales chismes, los escond&iacute;an bajo el ruedo de innumerables hojas de
+sus faldas y zagalejos. Las madres j&oacute;venes se arrellanaban en sus
+asientos y abr&iacute;an el &aacute;ngulo de las abultadas piernas, como para ofrecer
+mayor espacio al guerrero escondrijo. Unas a otras se miraban las
+mujeres con belicosa resoluci&oacute;n. &laquo;&iexcl;Que viniesen aquellas malas almas!...
+Se dejar&iacute;an hacer pedazos antes que moverse de su sitio.&raquo;</p>
+
+<p>Febrer vio brillar algo en un camino que conduc&iacute;a a la iglesia. Eran
+correajes y fusiles, y sobre &eacute;stos las blancas cogoteras de los
+tricornios de una pareja de la Guardia civil.</p>
+
+<p>Los dos soldados del orden se aproximaron lentamente, con cierto
+desmayo, convencidos sin duda de haber sido adivinados de lejos y llegar
+demasiado tarde. Jaime era el &uacute;nico que los miraba; los dem&aacute;s fing&iacute;an no
+verles, con la cabeza baja o puestos los ojos en distinta direcci&oacute;n. Los
+m&uacute;sicos tocaban con m&aacute;s fuerza, pero las parejas se iban retirando. Las
+<i>atlotas</i> abandonaban a los mozos para ir a confundirse en el grupo de
+mujeres.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Buenas tardes, se&ntilde;ores!...</p>
+
+<p>A este saludo del guardia m&aacute;s antiguo contest&oacute; el tamboril callando en
+seco y dejando sola a la flauta. &Eacute;sta todav&iacute;a gangue&oacute; unas cuantas
+notas, que parecieron contestar ir&oacute;nicamente a la salutaci&oacute;n.</p>
+
+<p>Hubo un largo silencio. Algunos contestaron con un leve <i>&laquo;&iexcl;Tengui!&raquo;</i> al
+saludo de la pareja, pero todos fing&iacute;an no verla, y miraban a otra
+parte, como si los guardias careciesen de presencia real.</p>
+
+<p>El silencio penoso pareci&oacute; molestar a los dos soldados.</p>
+
+<p>&mdash;Vaya, sigan ustedes&mdash;continu&oacute; el m&aacute;s viejo&mdash;. Por nosotros que no pare
+la diversi&oacute;n.</p>
+
+<p>Hizo un gesto a los m&uacute;sicos, y &eacute;stos, incapaces de desobedecer en nada a
+la autoridad, acometieron una m&uacute;sica m&aacute;s viva y endiabladamente alegre
+que la de antes. &iexcl;Pero como si tocasen a muerto!... Todos permanec&iacute;an
+inm&oacute;viles y enfurru&ntilde;ados, pensando c&oacute;mo podr&iacute;a acabar esta inesperada
+presentaci&oacute;n.</p>
+
+<p>La pareja, acompa&ntilde;ada por el repiqueteo del tamboril, las cabriolas
+musicales de la flauta y la risa seca y estridente de las casta&ntilde;uelas,
+comenz&oacute; a moverse entre los grupos de <i>atlots</i> examin&aacute;ndolos.</p>
+
+<p>&mdash;T&uacute;, gal&aacute;n&mdash;dec&iacute;a con paternal autoridad el m&aacute;s antiguo de la pareja&mdash;,
+&iexcl;brazos en alto!</p>
+
+<p>Y el designado obedec&iacute;a mansamente, sin el menor intento de resistencia,
+casi orgulloso de esta distinci&oacute;n. Conoc&iacute;a sus deberes. El ibicenco ha
+nacido para trabajar, vivir... y ser registrado. &iexcl;Nobles inconvenientes
+de ser valeroso y que le tengan a uno cierto miedo!... Y cada <i>atlot</i>,
+viendo en el registro un testimonio de su m&eacute;rito, levantaba los brazos y
+avanzaba el vientre, prest&aacute;ndose satisfecho al manoseo de los guardias,
+mientras miraba orgulloso hacia el grupo de las muchachas.</p>
+
+<p>Febrer se dio cuenta de que los dos soldados fing&iacute;an no reparar en la
+presencia del <i>Ferrer</i>. Parec&iacute;an no reconocerlo; le volv&iacute;an la espalda.
+Pasaron varias veces junto a &eacute;l, registrando minuciosamente a los que
+estaban a su lado y haciendo visible alarde de no fijarse en el <i>verro</i>.</p>
+
+<p>Pep habl&oacute; al o&iacute;do del se&ntilde;or en voz queda, con acento de admiraci&oacute;n.
+&laquo;Aquellas gentes del tricornio sab&iacute;an m&aacute;s que el diablo. No registrando
+al <i>verro</i> le infer&iacute;an un insulto. Demostraban no tenerle miedo; le
+pon&iacute;an aparte de los dem&aacute;s, eximi&eacute;ndole de una operaci&oacute;n por la que iban
+pasando todas las personas.&raquo; Siempre que encontraban al <i>verro</i> con
+otros mozos, registraban a &eacute;stos, sin tocar nunca a aqu&eacute;l. De este modo,
+los <i>atlots</i>, por miedo a perder sus armas, acababan por evitar el trato
+con el h&eacute;roe y hu&iacute;an de &eacute;l como de una atracci&oacute;n del peligro.</p>
+
+<p>Continuaba el registro al son de la m&uacute;sica. El <i>Capellanet</i> segu&iacute;a a la
+pareja en sus evoluciones, plant&aacute;ndose siempre ante el guardia viejo con
+las manos en la faja, mir&aacute;ndole tenazmente con una expresi&oacute;n entre
+amenazadora y suplicante. El guardia parec&iacute;a no verle, buscaba a los
+otros, pero a poco volv&iacute;a a tropezarse con el muchacho, que le cerraba
+el paso. El hombre del tricornio acab&oacute; por sonre&iacute;r bajo el duro bigote y
+llam&oacute; a su camarada.</p>
+
+<p>&mdash;T&uacute;&mdash;dijo, design&aacute;ndole al muchacho&mdash;registra a este <i>verro</i>. Debe ser
+de cuidado.</p>
+
+<p>El <i>Capellanet</i>, perdonando el tono zumb&oacute;n del enemigo, estir&oacute; los
+brazos todo cuanto pudo para que nadie dejase de enterarse de su
+importancia. Ya se hab&iacute;a alejado el guardia, luego de hacerle unas
+cosquillas en el ombligo, cuando todav&iacute;a guardaba su actitud de hombre
+temible. Despu&eacute;s corri&oacute; hacia el grupo de mozas, para ufanarse del
+peligro que acababa de arrostrar. Afortunadamente, el cuchillo del
+abuelo estaba en casa, bien guardado por su padre en un lugar que &eacute;l
+desconoc&iacute;a. &laquo;Si llego a traerlo, me lo quitan.&raquo;</p>
+
+<p>Los guardias cans&aacute;ronse pronto de este registro infructuoso. El guardia
+m&aacute;s antiguo miraba maliciosamente, como un perro que husmea, hacia el
+grupo de mujeres. Por all&iacute; cerca deb&iacute;a estar el escondrijo. &iexcl;Pero
+cualquiera hac&iacute;a mover a las secas y negruzcas matronas de sus asientos!
+Bien claro hablaban los ojos hostiles de estas damas. Habr&iacute;a que
+arrastrarlas a viva fuerza, y eran se&ntilde;oras.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Caballeros, buenas tardes!</p>
+
+<p>Y se echaron los fusiles al hombro, rechazando la amable solicitud de
+algunos mozos que hab&iacute;an corrido a la taberna para traer unas copas. &laquo;Se
+las ofrec&iacute;an sin rencor y sin miedo; al fin todos eran unos y viv&iacute;an en
+la estrechez de la isla.&raquo; Pero los guardias insistieron en su negativa.
+&laquo;Se agradece; lo proh&iacute;be el reglamento.&raquo; Y se marcharon, tal vez para
+emboscarse a corta distancia y repetir el registro al anochecer, cuando
+la gente volviese dispersa a sus alquer&iacute;as.</p>
+
+<p>Al alejarse este peligro cesaron de sonar los instrumentos. Febrer vio
+al <i>Cant&oacute;</i> que se apoderaba del tamborcillo, sent&aacute;ndose en el espacio
+libre que antes ocupaban los bailarines. Las gentes se agruparon en
+semic&iacute;rculo frente a &eacute;l. Las respetables matronas avanzaban sus silletas
+de esparto para o&iacute;r mejor. Iba a cantar uno de aquellos romances que
+sacaba de su cabeza; una &laquo;relaci&oacute;n&raquo; cortada a uso del pa&iacute;s por un
+alarido tembloroso, gorjeo de dolor que se iba prolongando mientras el
+cantante ten&iacute;a aire en los pulmones.</p>
+
+<p>Golpe&oacute; con el palillo el parche lentamente para dar una t&eacute;trica gravedad
+a su canto mon&oacute;tono, so&ntilde;oliento y triste. &laquo;&iexcl;C&oacute;mo quer&eacute;is, amigos, que
+cante, si tengo el coraz&oacute;n destrozado!...&raquo; Y a continuaci&oacute;n un gorjeo
+estridente, un quejido interminable de ave moribunda, en medio del
+general silencio. Todos miraban al cantor, no viendo en &eacute;l al <i>atlot</i>,
+perezoso y enfermo, despreciable por su inutilidad para el trabajo. En
+el rudimentario mag&iacute;n de todos ellos lat&iacute;a algo confuso que les
+impulsaba a respetar las palabras y quejidos del mozo d&eacute;bil. Era algo
+extraordinario que parec&iacute;a pasar con rudo batir de alas sobre sus almas
+primitivas.</p>
+
+<p>La voz del <i>Cant&oacute;</i> lloriqueaba hablando de una mujer insensible a sus
+quejas; y al comparar su blancura con la flor del almendro, todos
+volvieron la vista a Margalida, que permanec&iacute;a impasible, sin rubores
+virginales, habituada a estos homenajes de burda poes&iacute;a, que eran el
+preludio de todo galanteo.</p>
+
+<p>Continuaba el <i>Cant&oacute;</i> sus lamentos, enrojeci&eacute;ndose con el esfuerzo del
+cacareo doloroso que daba remate a las estrofas. Su pecho angosto
+jadeaba con el esfuerzo; dos rosetas de enfermiza p&uacute;rpura coloreaban sus
+p&oacute;mulos; dilat&aacute;base su d&eacute;bil cuello, marc&aacute;ndose en &eacute;l las venas con azul
+relieve. Siguiendo la costumbre, ocultaba parte del rostro en un pa&ntilde;uelo
+que sosten&iacute;a con el brazo apoyado en el tamboril. Febrer sent&iacute;a congoja
+al escuchar esta voz doliente. Cre&iacute;a que iba a desgarrarse su pecho, a
+estallar su garganta; pero los oyentes, habituados al canto b&aacute;rbaro, tan
+anonadador como la danza, no paraban atenci&oacute;n en la fatiga del cantor ni
+se cansaban de su interminable relato.</p>
+
+<p>Un grupo de <i>atlots</i> separ&aacute;ndose del corro que rodeaba al poeta, pareci&oacute;
+deliberar y se aproxim&oacute; luego adonde estaban los hombres graves. Ven&iacute;an
+en busca del <i>si&ntilde;&oacute;</i> Pep el de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, para hablar con &eacute;l de
+asuntos importantes. Volv&iacute;an la espalda con desprecio a su amigo el
+<i>Cant&oacute;</i>, un infeliz que no serv&iacute;a para otra cosa que para dedicar trovos
+a las <i>atlotas</i>.</p>
+
+<p>El m&aacute;s atrevido del grupo se encar&oacute; con Pep. Quer&iacute;an hablar del
+<i>festeig</i> con Margalida; recordaban al padre su promesa de autorizar el
+cortejo de la muchacha.</p>
+
+<p>El pay&eacute;s mir&oacute; el grupo detenidamente, como si contase su n&uacute;mero.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Cu&aacute;ntos sois?...</p>
+
+<p>Sonri&oacute; el que llevaba la voz. Eran muchos m&aacute;s. Representaban a otros
+<i>atlots</i> que se hab&iacute;an quedado en el corro escuchando la canci&oacute;n. Los
+hab&iacute;a de diferentes <i>cuartones</i>. Hasta de San Juan, en el extremo
+opuesto de la isla, vendr&iacute;an mozos para cortejar a Margalida.</p>
+
+<p>Pep, a pesar de su falso gesto de padre intratable, enrojec&iacute;a y apretaba
+los labios con mal disimulada satisfacci&oacute;n, mirando de reojo a los
+amigos sentados junto a &eacute;l. &iexcl;Qu&eacute; honor para <i>Can Mallorqu&iacute;</i>! Nunca se
+hab&iacute;a conocido un galanteo como &eacute;ste. Jam&aacute;s sus compa&ntilde;eros hab&iacute;an visto
+a sus hijas tan cortejadas.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iquest;Sereu vint?</i>&mdash;pregunt&oacute;.</p>
+
+<p>Los <i>atlots</i> tardaron en contestar, ocupados en c&aacute;lculos mentales,
+murmurando nombres de amigos. &iquest;Veinte?... M&aacute;s, muchos m&aacute;s. Pod&iacute;a contar
+con unos treinta.</p>
+
+<p>El pay&eacute;s extrem&oacute; su falsa indignaci&oacute;n. &iexcl;Treinta! &iquest;Cre&iacute;an acaso que &eacute;l no
+necesitaba descanso y que iba a pasar la noche en vela presenciando sus
+galanteos?...</p>
+
+<p>Luego se calm&oacute;, entreg&aacute;ndose a complicados c&aacute;lculos mentales, mientras
+repet&iacute;a pensativo, con expresi&oacute;n de asombro: <i>&laquo;&iexcl;Trenta!... &iexcl;trenta!</i></p>
+
+<p>Su decisi&oacute;n fue autoritaria. &Eacute;l no pod&iacute;a dedicar al noviazgo m&aacute;s que
+hora y media de la noche. Siendo treinta, sal&iacute;an a tres minutos por
+cabeza. Tres minutos, contados reloj en mano, para hablar cada uno con
+Margalida: ni un minuto m&aacute;s. Noches de noviazgo, la del jueves y la del
+s&aacute;bado. Cuando &eacute;l hab&iacute;a cortejado a su mujer eran muchos menos los
+pretendientes, y sin embargo, su suegro, un hombre al que jam&aacute;s vio
+nadie re&iacute;r, no le concedi&oacute; mayor tiempo... Mucha formalidad, &iquest;eh? Nada
+de rivalidades y ri&ntilde;as. Al primero que faltase a lo convenido, &eacute;l era
+muy nombre para hacerle pasar la puerta a palos; y si resultaba preciso
+coger la escopeta, la coger&iacute;a.</p>
+
+<p>El buen Pep, satisfecho de poder fingir una bravura sin l&iacute;mites a costa
+del respeto de los pretendientes de su hija, amontonaba bravata sobre
+bravata, hablando de matar al que faltase a lo convenido, mientras los
+<i>atlots</i> le escuchaban con la vista humilde y una mueca de iron&iacute;a debajo
+de la nariz.</p>
+
+<p>El trato qued&oacute; cerrado. El jueves pr&oacute;ximo ser&iacute;a la primera velada en
+<i>Can Mallorqu&iacute;</i>. Febrer, que hab&iacute;a escuchado la conversaci&oacute;n, mir&oacute; al
+<i>verro</i> que se manten&iacute;a aparte, como si su grandeza no le permitiera
+descender a los m&iacute;seros regateos de este arreglo.</p>
+
+<p>Cuando se alejaron los muchachos para incorporarse al corro, discutiendo
+en voz baja el modo de repartirse los turnos, ces&oacute; el <i>Cant&oacute;</i> en su
+lastimera poes&iacute;a, lanzando el &uacute;ltimo cacareo con voz dolorosa, que
+parec&iacute;a desgarrar definitivamente su pobre garganta. Se limpi&oacute; el sudor
+y luego se llev&oacute; las manos al pecho; su cara era de un rojo amoratado;
+pero la gente le volv&iacute;a la espalda, olvidada ya de &eacute;l.</p>
+
+<p>Las <i>atlotas</i>, con una solidaridad de sexo, envolv&iacute;an a Margalida en
+vehementes manoteos, la empujaban, pidi&eacute;ndola que cantase para contestar
+a lo que hab&iacute;a dicho el cantor sobre la falsedad de las mujeres.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;No vullc!&iexcl;no vullc!</i>&mdash;contestaba &laquo;Flor de almendro&raquo;, agit&aacute;ndose
+entre los brazos de sus compa&ntilde;eras.</p>
+
+<p>Y tan sincera era su resistencia, que al fin intervinieron las mujeres
+viejas, defendi&eacute;ndola. &laquo;&iexcl;Dejad a la <i>atlota</i>! Margalida hab&iacute;a venido
+para divertirse y no para entretener a los dem&aacute;s. &iquest;Cre&iacute;an empresa f&aacute;cil
+sacarse de la cabeza repentinamente una contestaci&oacute;n en verso?...&raquo;</p>
+
+<p>El tamborilero hab&iacute;a recobrado el instrumento de manos del <i>Cant&oacute;</i>, y
+golpeaba con su baqueta el redondo parche. La flauta parec&iacute;a gargarizar
+r&aacute;pidas escalas, antes de emprender la adormecedora melod&iacute;a de africano
+ritmo. &iexcl;Siga el baile!...</p>
+
+<p>Comenzaba a ocultarse el sol. La brisa venida del mar refrescaba los
+campos. Las gentes, que parec&iacute;an dormidas en la pesadez ardorosa del
+ambiente, agit&aacute;banse ahora con vivo movimiento, como si la frescura las
+espolease.</p>
+
+<p>Los <i>atlots</i> gritaban a un tiempo contradictoriamente, con agresiva
+vehemencia, dirigi&eacute;ndose a los m&uacute;sicos. Unos ped&iacute;an la <i>llarga</i>, otros
+la <i>curta</i>: todos se sent&iacute;an fuertes e imperiosos en su voluntad. La
+ferreter&iacute;a mortal oculta bajo los zagalejos de las mujeres hab&iacute;a vuelto
+a sus fajas, y con el contacto de estos acompa&ntilde;antes cada uno sent&iacute;a
+nueva vida, un recrudecimiento de sus arrogancias.</p>
+
+<p>Los m&uacute;sicos rompieron a tocar lo que les pareci&oacute; mejor, ech&oacute;se atr&aacute;s el
+gent&iacute;o curioso, y otra vez en el centro de la plaza volvieron a dar
+saltos las blancas alpargatas, a agitarse, r&iacute;gidos, los ruedos de las
+faldas azules y verdes, mientras arriba ondeaban los picos de los
+pa&ntilde;uelos sobre las gruesas trenzas, o se mov&iacute;an como borlas rojas las
+flores que llevaban los <i>atlots</i> en las orejas.</p>
+
+<p>Jaime segu&iacute;a mirando al <i>Ferrer</i> con la irresistible atracci&oacute;n de la
+antipat&iacute;a. Manten&iacute;ase el <i>verro</i> silencioso y como distra&iacute;do entre sus
+admiradores, que formaban corro en torno de &eacute;l. Parec&iacute;a no ver a los
+dem&aacute;s, fijos sus ojos en Margalida con una expresi&oacute;n dura, cual si
+pretendiese vencerla bajo esta mirada que infund&iacute;a miedo a los hombres.
+Cuando el <i>Capellanet</i>, con sus entusiasmos de aprendiz, se aproximaba
+al <i>verro</i> &eacute;ste dign&aacute;base sonre&iacute;r, viendo en &eacute;l a un pariente pr&oacute;ximo.</p>
+
+<p>Los mismos <i>atlots</i> que hab&iacute;an hablado del noviazgo con el <i>si&ntilde;&oacute;</i> Pep
+parec&iacute;an intimidados por la presencia del <i>Ferrer</i>. Sal&iacute;an las muchachas
+a bailar, sacadas por los mozos, y Margalida permanec&iacute;a al lado de su
+madre, contemplada codiciosamente por todos, pero sin que nadie osase
+avanzar para invitarla.</p>
+
+<p>El mallorqu&iacute;n sinti&oacute; renacer en &eacute;l las aficiones camorristas de su
+primera juventud. Odiaba al <i>verro</i>; sent&iacute;a como una vaga ofensa
+inferida a su persona al ver el terror que inspiraba a todos. &iquest;Y no
+habr&iacute;a quien le diese una bofetada a este fantasm&oacute;n venido del
+presidio?...</p>
+
+<p>Un <i>atlot</i> avanz&oacute; hasta Margalida, tom&aacute;ndola la mano. Era el <i>Cant&oacute;</i>,
+sudoroso y tr&eacute;mulo a&uacute;n por su reciente fatiga. Ergu&iacute;ase, como si su
+debilidad fuese una nueva fuerza. La blanca &laquo;Flor de almendro&raquo; comenz&oacute; a
+girar sobre sus peque&ntilde;os pies, y &eacute;l salt&oacute; y salt&oacute;, persigui&eacute;ndola en sus
+evoluciones.</p>
+
+<p>&iexcl;Pobre muchacho! Jaime sent&iacute;a una impresi&oacute;n de angustia, adivinando los
+esfuerzos de aquella pobre voluntad para dominar la fatiga de su cuerpo.
+Respiraba jadeante, a los pocos minutos le temblaban las piernas, pero a
+pesar de esto sonre&iacute;a, satisfecho de su triunfo. Contemplaba
+amorosamente a Margalida, y si volv&iacute;a la vista era para mirar
+altivamente a los amigos, que le contestaban con gestos de l&aacute;stima.</p>
+
+<p>Al dar una vuelta, estuvo pr&oacute;ximo a caer; al dar un gran salto, sus
+rodillas se doblaron. Todos esperaban de un momento a otro verle tendido
+en el suelo; pero &eacute;l segu&iacute;a bailando, adivin&aacute;ndose el esfuerzo de su
+voluntad, su resoluci&oacute;n de perecer antes que confesar su flaqueza.</p>
+
+<p>Se cerraban ya sus ojos con el v&eacute;rtigo, cuando sinti&oacute; que le tocaban en
+un hombro, seg&uacute;n costumbre, para que cediese la pareja.</p>
+
+<p>Era el <i>Ferrer</i>, que se lanzaba a bailar por primera vez en la tarde.
+Sus saltos fueron acogidos con un murmullo de aplauso. Todos le
+admiraban, con esa cobard&iacute;a colectiva de la multitud temerosa.</p>
+
+<p>El <i>verro</i>, vi&eacute;ndose aplaudido, extremaba los movimientos y
+contorsiones, persiguiendo a su pareja, sali&eacute;ndola al paso,
+envolvi&eacute;ndola en la complicada red de sus movimientos, mientras
+Margalida giraba y giraba con la vista baja, evitando el encuentro de
+sus ojos con los del temible gal&aacute;n.</p>
+
+<p>En ciertos momentos, el <i>Ferrer</i>, para demostrar su vigor, con el busto
+echado atr&aacute;s y las manos en la espalda, saltaba a considerable altura,
+como si el suelo fuese el&aacute;stico y sus piernas acerados resortes. Estos
+saltos hac&iacute;an pensar a Jaime, con una sensaci&oacute;n de repugnancia, en
+carcelarias evasiones o en canallescos duelos a cuchillo.</p>
+
+<p>Pasaba el tiempo y aquel hombre parec&iacute;a no fatigarse. Se hab&iacute;an retirado
+unas parejas, hab&iacute;a sido sustituido en otras el bailar&iacute;n varias veces, y
+el <i>Ferrer</i> continuaba su danza violenta, siempre sombr&iacute;o y desde&ntilde;oso,
+como si fuese insensible al cansancio.</p>
+
+<p>El mismo Jaime reconoc&iacute;a con cierta envidia el vigor del temible
+herrero. &iexcl;Qu&eacute; animal!...</p>
+
+<p>De pronto vio c&oacute;mo buscaba algo en su faja y avanzaba una mano hacia el
+suelo, sin detenerse en sus evoluciones y saltos. Una nube de humo se
+esparci&oacute; sobre la tierra, y entre sus blancas vedijas marc&aacute;ronse,
+p&aacute;lidos y sonrosados por la luz del sol, dos r&aacute;pidos fogonazos. A
+continuaci&oacute;n sonaron dos truenos.</p>
+
+<p>Las mujeres agrup&aacute;ronse chillando con instant&aacute;neo susto; los hombres
+quedaron indecisos; pero al momento, reponi&eacute;ndose todos, prorrumpieron
+en gritos de aprobaci&oacute;n y aplausos.</p>
+
+<p>&iexcl;Muy bien! El <i>Ferrer</i> hab&iacute;a disparado la pistola a los pies de su
+pareja: la suprema galanter&iacute;a de los hombres valientes; el mayor
+homenaje que pod&iacute;a recibir una <i>atlota</i> de la isla.</p>
+
+<p>Y Margalida, mujer al fin, sigui&oacute; bailando, sin haberla impresionado
+gran cosa, como buena ibicenca, el estampido de la p&oacute;lvora. Fijaba en el
+<i>Ferrer</i> una mirada de agradecimiento por su bravura, que le hac&iacute;a
+desafiar la persecuci&oacute;n de la Guardia civil, tal vez pr&oacute;xima;
+contemplaba despu&eacute;s a sus amigas, temblorosas de envidia por este
+homenaje.</p>
+
+<p>Hasta el mismo Pep, con gran indignaci&oacute;n de Jaime, mostr&aacute;base orgulloso
+de los dos tiros disparados a los pies de su hija.</p>
+
+<p>Febrer era el &uacute;nico que no parec&iacute;a entusiasmado por esta haza&ntilde;a galante
+del verro.</p>
+
+<p>&laquo;&iexcl;Maldito presidiario!...&raquo; No sab&iacute;a ciertamente el motivo de su furia,
+pero era algo inevitable... A este &laquo;t&iacute;o&raquo; le pegar&iacute;a &eacute;l.</p>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="IVb" id="IVb"></a><a href="#toc">IV</a></h2>
+
+
+<p>Lleg&oacute; el invierno. El mar bati&oacute; furioso, en ciertos d&iacute;as, la cadena de
+islas y pe&ntilde;ascos que forma entre Ibiza y Formentera una muralla de
+rocas, aportillada por estrechos y freos. En estos pasadizos mar&iacute;timos,
+las aguas, antes tranquilas, de un azul profundo que refleja los fondos
+de arena, arremolin&aacute;banse l&iacute;vidas, chocando contra las costas y las
+rocas sueltas, que desaparec&iacute;an y emerg&iacute;an en la espuma.</p>
+
+<p>Entre la isla del Espalmador y la de los Ahorcados, donde se abre el
+paso para los grandes buques, desliz&aacute;banse &eacute;stos teniendo que luchar con
+el &iacute;mpetu sordo de las corrientes y los dram&aacute;ticos y ruidosos golpes de
+agua. Las embarcaciones de Ibiza y Formentera tend&iacute;an la lona de su
+velamen para navegar al abrigo de los islotes. Las sinuosidades de este
+laberinto de tierras mar&iacute;timas permit&iacute;an a los navegantes del
+archipi&eacute;lago de las Pitiusas ir de una isla a otra por distintos
+derroteros, con arreglo a la direcci&oacute;n de los vientos. Mientras en un
+lado del archipi&eacute;lago mug&iacute;a el mar, en el otro manten&iacute;ase inm&oacute;vil y
+profundo, con una pesadez de aceite. En los freos amonton&aacute;banse las olas
+con remolinos furiosos, pero bastaba un golpe de barra, una desviaci&oacute;n
+de la proa, para quedar al abrigo de una isla, balance&aacute;ndose la barca en
+aguas tranquilas, paradis&iacute;acas, l&iacute;mpidas, con un fondo visible de
+extra&ntilde;as vegetaciones, en el que bull&iacute;an los peces entre chisporroteos
+de plata y rel&aacute;mpagos de carm&iacute;n.</p>
+
+<p>El cielo amanec&iacute;a nublado los m&aacute;s de los d&iacute;as, y el mar ceniciento. El
+Vedr&aacute; parec&iacute;a m&aacute;s enorme, m&aacute;s imponente, alzando su c&oacute;nica aguja en esta
+atm&oacute;sfera tempestuosa. El mar se despe&ntilde;aba en cataratas dentro de las
+cavidades de sus cuevas, con gigantescos ca&ntilde;onazos. Las cabras
+silvestres, en sus alturas inaccesibles, saltaban de meseta en meseta, y
+&uacute;nicamente cuando rodaba el trueno en el azul sombr&iacute;o y los rayos como
+serpientes &iacute;gneas bajaban con veloz angulosidad a beber en el inmenso
+abrevadero del mar hu&iacute;an las t&iacute;midas bestias con balidos de terror a
+refugiarse en las oquedades cubiertas por el ramaje de las sabinas.</p>
+
+<p>Febrer iba de pesca con el t&iacute;o Ventolera muchos d&iacute;as de mal tiempo. El
+viejo conoc&iacute;a bien su mar. Algunas ma&ntilde;anas que Jaime se quedaba en el
+lecho viendo filtrarse por las rendijas la luz l&iacute;vida y difusa de un d&iacute;a
+tempestuoso, ten&iacute;a que levantarse apresuradamente al o&iacute;r la voz de su
+compa&ntilde;ero, que &laquo;cantaba la misa&raquo; acompa&ntilde;ando los latinajos con pedradas
+a la torre. &laquo;&iexcl;Arriba! El d&iacute;a era bueno para la pesca. Iban a coger
+mucho.&raquo; Y cuando Febrer parec&iacute;a inquieto contemplando el mar amenazador,
+le explicaba el viejo que al abrigo de la parte opuesta del Vedr&aacute;
+encontrar&iacute;an aguas tranquilas.</p>
+
+<p>Otras veces, en ma&ntilde;anas esplendorosas, aguardaba Febrer in&uacute;tilmente la
+llamada del viejo. Pasaban las horas. Tras la luz rosada del amanecer
+marc&aacute;banse en las rendijas las barras de oro de la luz solar. Pero en
+vano transcurr&iacute;a el tiempo: ni misa cantada ni pedradas. El t&iacute;o
+Ventolera permanec&iacute;a invisible. Luego, al abrir su ventana, contemplaba
+un cielo l&iacute;mpido, luminoso, con el esplendor suave del sol invernal,
+pero el mar estaba agitado, ondeando sin espuma y sin estr&eacute;pito a
+impulsos de un viento peligroso.</p>
+
+<p>Las lluvias cubr&iacute;an la isla de un manto gris, en el que apenas s&iacute; se
+marcaban con indecisos contornos las monta&ntilde;as pr&oacute;ximas. En las cumbres
+lloraban los pinos por todos los filamentos de su follaje y la gruesa
+capa de humus se empapaba como una esponja, expeliendo l&iacute;quido bajo la
+huella de los pies. En las calvas alturas de la costa, de roca viva,
+amonton&aacute;base la lluvia, formando tumultuosos arroyos que saltaban de
+pe&ntilde;a en pe&ntilde;a.</p>
+
+<p>Las anchas higueras temblaban como enormes paraguas rotos, dejando
+entrar el agua en el amplio recinto cobijado por su c&uacute;pula. Los
+almendros, desnudos de hojarasca, temblaban como negros esqueletos. Los
+profundos barrancos llen&aacute;banse de aguas mugientes que rodaban infecundas
+hacia el mar. Los caminos, empedrados de guijarros azules, entre altos
+ribazos de piedra seca, convert&iacute;anse en cataratas. La isla, sedienta y
+empolvada durante gran parte del a&ntilde;o, parec&iacute;a repeler por todos sus
+poros esta exuberancia de lluvia invernal, como un enfermo repele el
+medicamento en&eacute;rgico y tard&iacute;o de dif&iacute;cil asimilaci&oacute;n.</p>
+
+<p>En estos d&iacute;as de aguacero, Febrer permanec&iacute;a encerrado en su torre. Era
+imposible ir al mar e imposible tambi&eacute;n salir con la escopeta por los
+campos de la isla. Las alquer&iacute;as estaban cerradas, con sus blancos cubos
+manchados por los raudales de lluvia, sin m&aacute;s vida que el hilo de humo
+azul que se escapaba de los agujeros de las chimeneas.</p>
+
+<p>Obligado a la inercia, el se&ntilde;or de la torre del Pirata volv&iacute;a a releer
+alguno de los pocos libros adquiridos en sus viajes a la ciudad o fumaba
+pensativo, recordando aquel pasado del que hab&iacute;a querido huir... &iquest;Qu&eacute;
+ocurrir&iacute;a en Mallorca? &iquest;Qu&eacute; dir&iacute;an sus amigos?...</p>
+
+<p>Sumido en esta inmovilidad forzosa, cuando le faltaba la distracci&oacute;n de
+los ejercicios f&iacute;sicos acord&aacute;base de la vida anterior, cada vez m&aacute;s
+lejana e indecisa en su memoria. Cre&iacute;a que era la vida de otro; algo que
+hab&iacute;a presenciado y conoc&iacute;a con exactitud, pero perteneciente a la
+historia de una existencia ajena. &iquest;En realidad aquel Jaime Febrer que
+hab&iacute;a rodado por Europa y hab&iacute;a tenido sus horas de orgullo y de triunfo
+era el mismo que habitaba ahora una torre junto al mar, r&uacute;stico, barbudo
+y casi salvaje, con alpargatas y sombrero de pay&eacute;s, m&aacute;s habituado al
+ruido de las olas y el chillido de las gaviotas que al trato de los
+hombres?...</p>
+
+<p>Semanas antes hab&iacute;a recibido una segunda carta de su amigo Toni Clap&eacute;s,
+el contrabandista. Estaba escrita tambi&eacute;n en un caf&eacute; del Borne: cuatro
+l&iacute;neas garrapateadas de prisa para hacer presente su buen recuerdo.
+Aquel amigo rudo y bondadoso no le olvidaba; ni siquiera parec&iacute;a
+ofendido por haber quedado sin respuesta su carta anterior. Le hablaba
+del capit&aacute;n Pablo. Siempre enfadado con Febrer, pero movi&eacute;ndose
+h&aacute;bilmente para desenmara&ntilde;ar sus asuntos. El contrabandista ten&iacute;a fe en
+Valls. Era el m&aacute;s listo de los <i>chuetas</i> y generoso como ninguno de
+ellos. Indudablemente sacar&iacute;a a flote los restos de la fortuna de Jaime,
+y &eacute;ste podr&iacute;a pasar su existencia en Mallorca tranquilo y feliz. M&aacute;s
+adelante recibir&iacute;a noticias del capit&aacute;n. Valls no quer&iacute;a hablar hasta
+que todo estuviese resuelto.</p>
+
+<p>Febrer movi&oacute; los hombros al enterarse de estas esperanzas. &laquo;&iexcl;Bah! Todo
+terminado...&raquo; Pero en los d&iacute;as tristes de invierno su resignaci&oacute;n se
+revolv&iacute;a contra esta existencia de molusco recluido en su caparaz&oacute;n de
+piedra. &iquest;Iba a vivir siempre as&iacute;?... &iquest;No era torpeza haberse encerrado
+en este rinc&oacute;n, teniendo a&uacute;n juventud y br&iacute;os para luchar en el
+mundo?...</p>
+
+<p>S&iacute;; era una torpeza. Muy hermosa la isla y su rom&aacute;ntico albergue durante
+los primeros meses, cuando luc&iacute;a el sol, estaban verdes los &aacute;rboles y
+las costumbres isle&ntilde;as ejerc&iacute;an sobre su &aacute;nimo el encanto de una novedad
+bizarra. Pero hab&iacute;a venido el mal tiempo, la soledad era intolerable, y
+la vida de los campesinos se le aparec&iacute;a con toda la rudeza de sus
+b&aacute;rbaras pasiones. Aquellos payeses vestidos de pana azul, con sus fajas
+y corbatas de color y sus flores detr&aacute;s de las orejas, le hab&iacute;an
+parecido en los primeros momentos figulinas originales creadas
+&uacute;nicamente para servir de adorno a los campos, coristas de una opereta
+pastoril l&aacute;nguida y dulzona; pero ahora los conoc&iacute;a mejor, eran hombres
+como los dem&aacute;s, y hombres b&aacute;rbaros, en los que el roce de la
+civilizaci&oacute;n apenas hab&iacute;a logrado un leve pulimento, conservando todas
+las angulosidades cortantes de su rudeza ancestral. Vistos de lejos, por
+corto tiempo, seduc&iacute;an con el encanto de la novedad; pero &eacute;l hab&iacute;a
+penetrado en sus costumbres, casi era uno de ellos, y le pesaba como una
+ca&iacute;da en la esclavitud esta existencia inferior, en la que chocaba a
+cada instante con ideas y prejuicios de su pasado.</p>
+
+<p>Deb&iacute;a alejarse de este ambiente; pero &iquest;adonde ir? &iquest;c&oacute;mo escapar?... Era
+pobre. Todo su capital consist&iacute;a en unas cuantas docenas de duros que
+hab&iacute;a tra&iacute;do de su fuga de Mallorca, cantidad que conservaba a&uacute;n gracias
+a Pep, tenaz en su negativa a aceptar remuneraci&oacute;n alguna. All&iacute; deb&iacute;a
+permanecer, clavado a su torre como si fuese una cruz, sin esperar nada,
+sin desear nada, buscando en la anulaci&oacute;n de su pensamiento una
+felicidad vegetativa semejante a la de las sabinas y tamariscos que
+crec&iacute;an entre las pe&ntilde;as del promontorio, o a la de las almejas agarradas
+para siempre a las rocas sumergidas.</p>
+
+<p>Tras larga reflexi&oacute;n conform&aacute;base con su suerte. No pensar&iacute;a, no
+desear&iacute;a. Adem&aacute;s, la esperanza, que jam&aacute;s nos abandona, hac&iacute;ale
+columbrar la posibilidad confusa de algo extraordinario que iba a
+presentarse a su hora para arrancarlo de tal situaci&oacute;n. Pero mientras
+esto llegaba, &iexcl;cu&aacute;n abrumadora la soledad!...</p>
+
+<p>Pep y los suyos constitu&iacute;an su &uacute;nica familia; pero sin darse cuenta de
+ello, obedeciendo tal vez a un confuso instinto, se alejaban cada vez
+m&aacute;s de &eacute;l. Jaime se reclu&iacute;a en su aislamiento, y ellos se acordaban
+menos del se&ntilde;or.</p>
+
+<p>Hac&iacute;a tiempo que Margalida no se presentaba en la torre. Parec&iacute;a evitar
+todo pretexto para este viaje, y hasta sorteaba los encuentros con
+Febrer. Era otra: dir&iacute;ase que hab&iacute;a despertado a una nueva existencia.
+La sonrisa inocente y confiada de su pubertad hab&iacute;ase trocado en un
+gesto de reserva, como mujer que conoce los peligros del camino y marcha
+con paso tardo y prudente.</p>
+
+<p>Desde que era objeto de cortejo y los mozos acud&iacute;an a solicitarla dos
+veces por semana con arreglo al tradicional <i>festeig</i>, parec&iacute;a haberse
+dado cuenta de grandes e inesperados peligros que antes no sospechaba, y
+permanec&iacute;a al lado de su madre, evitando toda ocasi&oacute;n de verse a solas
+con un hombre, ruboriz&aacute;ndose apenas unos ojos varoniles se cruzaban con
+los suyos.</p>
+
+<p>Este galanteo nada ten&iacute;a de extraordinario dentro de las costumbres de
+la isla, pero no obstante, produc&iacute;a en Febrer sorda c&oacute;lera, como si
+viese en &eacute;l un atentado y un despojo. La invasi&oacute;n de <i>Can Mallorqu&iacute;</i> por
+la <i>atloteria</i> bravucona y enamorada mir&aacute;bala como un insulto. Hab&iacute;a
+considerado la alquer&iacute;a lo mismo que si fuese su casa; pero ya que
+llegaban estos intrusos y eran bien recibidos, &eacute;l se marchaba.</p>
+
+<p>Adem&aacute;s, sufr&iacute;a en silencio el despecho de no ser, como en los primeros
+d&iacute;as, la &uacute;nica preocupaci&oacute;n de la familia. Pep y su mujer segu&iacute;an
+crey&eacute;ndolo el se&ntilde;or; Margalida y su hermano le veneraban como un ser
+poderoso venido de lejanas tierras, por ser Ibiza el mejor lugar del
+mundo; pero a pesar de esto, otras preocupaciones parec&iacute;an reflejarse en
+sus ojos. La visita de tantos <i>atlots</i> y la modificaci&oacute;n que esto hab&iacute;a
+tra&iacute;do a sus costumbres les hac&iacute;a ser menos sol&iacute;citos con don Jaime. A
+todos ellos les inquietaba el porvenir. &iquest;Qui&eacute;n merecer&iacute;a al fin ser el
+marido de Margalida?...</p>
+
+<p>Durante las noches de invierno, Febrer, recluido en su torre, miraba una
+lucecita que brillaba a sus pies: la de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>. No eran noches
+de <i>festeig</i>, la familia deb&iacute;a estar sola, cerca del hogar; pero &eacute;l
+manten&iacute;ase firme en su aislamiento. No, no bajar&iacute;a. Quej&aacute;base en su
+despecho hasta del mal tiempo, como si quisiera hacer responsable de la
+frialdad invernal a este cambio que lentamente se hab&iacute;a efectuado en sus
+relaciones con la familia payesa.</p>
+
+<p>&iexcl;Ay, las hermosas noches del verano con sus veladas que se prolongaban
+hasta altas horas, viendo temblar las estrellas en el cielo obscuro, m&aacute;s
+all&aacute; del borde negro del porche!... Sent&aacute;base Febrer bajo su techumbre
+con toda la familia y el t&iacute;o Ventolera, que acud&iacute;a atra&iacute;do por la
+esperanza de alg&uacute;n obsequio. Nunca le dejaban ir sin una tajada de
+sand&iacute;a, que llenaba la boca del viejo con la dulce sangre de su carne
+roja, o una copa de <i>figola</i> perfumada de hierbas olorosas del monte.
+Margalida, los ojos puestos en el misterio de las estrellas, cantaba
+romances ibicencos con voz infantil, m&aacute;s fresca y suave al o&iacute;do de
+Febrer que la brisa que poblaba de leves estremecimientos la azul
+confusi&oacute;n de la noche. Pep contaba con aire de prodigioso explorador sus
+estupendas aventuras en tierra firme durante los a&ntilde;os que hab&iacute;a servido
+al rey como soldado en los remotos y casi fant&aacute;sticos pa&iacute;ses de Catalu&ntilde;a
+y Valencia.</p>
+
+<p>El perro, encogido a sus pies, parec&iacute;a escucharle, fijos en el amo sus
+ojos de suave mansedumbre, en cuyo fondo se reflejaba una estrella. De
+pronto incorpor&aacute;base con nervioso impulso, y dando un salto desaparec&iacute;a
+en la obscuridad, entre sonoro rumor de vegetaciones rotas. Pep
+explicaba este arranque silencioso. No era nada; alg&uacute;n animal que andaba
+errante y perdido en la sombra: una liebre, un conejo que hab&iacute;a husmeado
+con su sensible olfato de perro cazador. Otras veces se incorporaba
+lentamente, con gru&ntilde;idos de vigilante hostilidad. Alguien pasaba por
+cerca de la alquer&iacute;a; una sombra, un hombre caminando de prisa, con la
+celeridad de los ibicencos, habituados a ir r&aacute;pidamente de un lado a
+otro de la isla. Si la sombra hablaba, contestaban todos a su saludo.
+Cuando pasaba silenciosa, fing&iacute;an no verla, lo mismo que el obscuro
+viandante parec&iacute;a no enterarse de la existencia de la alquer&iacute;a y de las
+personas sentadas bajo el porche.</p>
+
+<p>Era costumbre antiqu&iacute;sima en Ibiza no saludarse en campo raso apenas
+cerraba la noche. En los caminos se cruzaban las sombras sin una
+palabra, evitando el encuentro para no rozarse ni conocerse. Cada cual
+iba a su negocio, a ver a la novia, a buscar el m&eacute;dico, a matar a un
+contrario en el otro extremo de la isla, para regresar corriendo y poder
+decir que a la misma hora estaba con los amigos. Todo el que caminaba
+durante la noche ten&iacute;a sus razones para pasar inadvertido. Las sombras
+tem&iacute;an a las sombras. Un <i>&laquo;bona, nit!&raquo;</i> o una petici&oacute;n de lumbre para el
+cigarro pod&iacute;an recibir como contestaci&oacute;n un pistoletazo.</p>
+
+<p>Algunas veces no pasaba nadie ante la alquer&iacute;a, y sin embargo, el perro,
+avanzando el pescuezo, aullaba frente al vac&iacute;o negro. A lo lejos
+parec&iacute;an contestarle aullidos humanos. Eran alaridos prolongados y
+salvajes que cortaban como un grito de guerra el silencio misterioso:
+<i>&laquo;&iexcl;Auu&uacute;!...&raquo;</i> Y mucho m&aacute;s lejos, debilitada por la distancia, contestaba
+otra fiera exclamaci&oacute;n: <i>&laquo;&iexcl;Auu&uacute;!...&raquo;</i></p>
+
+<p>El pay&eacute;s hac&iacute;a callar a su perro. Nada ten&iacute;an de extra&ntilde;o estos gritos.
+Eran <i>atlots</i> que se <i>aucaban</i> en la obscuridad, gui&aacute;ndose por el sonido
+de sus gritos tal vez para reconocerse y reunirse, tal vez para pelear,
+siendo el grito un llamamiento de desaf&iacute;o. Era probable que tras el
+<i>aucamiento</i> sonase una detonaci&oacute;n. &iexcl;Cosas de j&oacute;venes y de la noche!...
+&iexcl;Adelante! Con los de casa no iba nada.</p>
+
+<p>Y Pep segu&iacute;a el relato de sus viajes extraordinarios, bajo la mirada de
+asombro de su mujer, que escuchaba por mil&eacute;sima vez estas maravillas,
+siempre nuevas.</p>
+
+<p>El t&iacute;o Ventolera, por no ser menos, narraba historias de piratas y de
+valerosos marineros de Ibiza, apoy&aacute;ndolas con el testimonio de su padre,
+que hab&iacute;a sido paje en el jabeque del capit&aacute;n Riquer, asaltando detr&aacute;s
+de este h&eacute;roe la fragata <i>Felicidad</i>, del temible corsario &laquo;el Papa&raquo;.
+Entusiasmado por los recuerdos heroicos, canturreaba con su voz tr&eacute;mula
+las coplas con que la mariner&iacute;a ibicenca hab&iacute;a celebrado el triunfo;
+coplas en castellano, para mayor solemnidad, y cuyas palabras
+desfiguraba el t&iacute;o Ventolera.</p>
+
+<p class="n">
+<span style="margin-left: 19%;">&iquest;D&oacute;nde est&aacute;s, &laquo;Papa&raquo; valiente,</span><br />
+<span style="margin-left: 20%;">hombre de tanto valor,</span><br />
+<span style="margin-left: 20%;">que por temor a la muerte</span><br />
+<span style="margin-left: 20%;">te escondiste en un caj&oacute;n?...</span><br />
+</p>
+
+<p>Y la boca desdentada del marino segu&iacute;a cantando las proezas de otros
+tiempos, como si datasen de ayer, como si las hubiese presenciado, como
+si de pronto fuesen a flamear sobre aquella tierra envuelta en la
+obscuridad las llamaradas de las torres atalayas anunciando un
+desembarco de enemigos.</p>
+
+<p>Otras veces, con los ojos brillantes de codicia, hablaba de enormes
+caudales que los moros, los romanos y otros marineros rojos, a los que
+llamaba los <i>mormandos</i>, hab&iacute;an enterrado en cuevas de la costa,
+tapi&aacute;ndolas despu&eacute;s. Sus abuelos sab&iacute;an mucho de esto. &iexcl;L&aacute;stima que
+muriesen sin decir palabra!... Relataba la historia ver&iacute;dica de la
+caverna de Formentera, donde los normandos hab&iacute;an guardado los productos
+de sus pirater&iacute;as en Espa&ntilde;a e Italia: santos de oro, c&aacute;lices, cadenas,
+joyas, piedras preciosas y monedas medidas a celemines. Un espantoso
+drag&oacute;n, amaestrado sin duda por los hombres rojos, velaba en el fondo de
+la sima con el tesoro debajo de su panza. El imprudente que se
+descolgaba le serv&iacute;a de pasto. Los marineros rojos hab&iacute;an muerto hac&iacute;a
+muchos siglos; el drag&oacute;n hab&iacute;a muerto tambi&eacute;n; el tesoro deb&iacute;a estar a&uacute;n
+en Formentera. &iexcl;Ay, qui&eacute;n pudiese encontrarlo!... Y el r&uacute;stico auditorio
+temblaba de emoci&oacute;n, sin dudar de la existencia de tales riquezas, por
+el respeto que le inspiraba la vejez del narrador.</p>
+
+<p>&iexcl;Pl&aacute;cidas veladas aqu&eacute;llas, que ya no se repetir&iacute;an para Febrer! Evitaba
+bajar por la noche a <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, temeroso de estorbar con su
+presencia las conversaciones de la familia acerca de los pretendientes
+de Margalida.</p>
+
+<p>En las noches de <i>festeig</i> experimentaba mayor desaz&oacute;n; y sin
+explicarse el motivo, asom&aacute;base a la puerta de la torre, mirando
+&aacute;vidamente hacia la alquer&iacute;a. La misma luz, el aspecto de siempre, pero
+&eacute;l se imaginaba o&iacute;r en el silencio nocturno nuevos ruidos, ecos de
+cantos, la voz de Margalida. All&iacute; estar&iacute;a el <i>Ferrer</i> odioso, y aquel
+pobre diablo del <i>Cant&oacute;</i>, y todos los <i>atlots</i> b&aacute;rbaros y rudos, con sus
+trajes rid&iacute;culos. &iexcl;Gran Dios! &iquest;C&oacute;mo hab&iacute;an podido gustarle estos
+campesinos?... &iexcl;Con lo que &eacute;l hab&iacute;a visto en el mundo!...</p>
+
+<p>Al d&iacute;a siguiente, al subir el <i>Capellanet</i> a la torre para llevar la
+comida a don Jaime, &eacute;ste le hac&iacute;a preguntas sobre lo ocurrido en la
+noche anterior.</p>
+
+<p>Escuchando al muchacho, se imaginaba Febrer todos los accidentes del
+galanteo. La familia cenaba de prisa, al anochecer, para estar pronta a
+la ceremonia. Margalida descolgaba del techo de su cuarto la falda de
+fiesta, y luego de pon&eacute;rsela, con el pa&ntilde;uelo rojo y verde cruzado sobre
+el pecho, otro m&aacute;s peque&ntilde;o en la cabeza y un largo lazo de cintas al
+extremo de la trenza, coloc&aacute;base las cadenas de oro que le hab&iacute;a cedido
+su madre, e iba a sentarse sobre el <i>abrigais</i>, doblado en una silla de
+la cocina. El padre fumaba su pipa de tabaco de <i>pota</i>; la madre, en un
+rinc&oacute;n, tej&iacute;a cestos de junco; el <i>Capellanet</i> asom&aacute;base fuera de la
+casa, bajo el amplio porche, en el cual iban reuni&eacute;ndose silenciosos los
+<i>atlots</i> cortejadores. Los hab&iacute;a que estaban all&iacute; desde una hora antes,
+por ser vecinos; los hab&iacute;a que llegaban polvorientos o manchados de
+barro, despu&eacute;s de caminar dos leguas. En las noches de lluvia sacud&iacute;an
+bajo el techado sus jaiques de burda capucha, herencia de los abuelos, o
+el mant&oacute;n femenil en que se envolv&iacute;an como prenda de moderna elegancia.</p>
+
+<p>Luego de acordar brevemente el orden que iban a seguir en su
+conversaci&oacute;n con la muchacha, la tropa de rivales entraba en la cocina,
+por ser en invierno el porche un lugar fr&iacute;o. Un golpe en la puerta.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Avant qui siga!</i>&mdash;gritaba Pep como si ignorase la presencia de los
+cortejantes y estuviera esperando una visita extraordinaria.</p>
+
+<p>Entraban mansamente, saludando a la familia. <i>&laquo;&iexcl;Bona nit!&iexcl;Bona nit!&raquo;</i>
+Tomaban asiento en un banco, como ni&ntilde;os de la escuela, o quedaban de
+pie, mirando todos a la <i>atlota</i>. Junto a ella hab&iacute;a una silla vac&iacute;a, y
+cuando faltaba &eacute;sta, el solicitante pon&iacute;ase en cuclillas, a uso moruno,
+hablando a la muchacha en voz baja durante tres minutos, bajo la mirada
+hostil de sus adversarios. La menor prolongaci&oacute;n de este breve plazo
+provocaba toses, furiosas miradas y reclamaciones amenazadoras a media
+voz. Se retiraba el <i>atlot</i>, y otro al puesto. El <i>Capellanet</i> re&iacute;a de
+estas escenas, viendo en la tenacidad hostil de los cortejantes un
+motivo de orgullo para Margalida y la familia.</p>
+
+<p>El noviazgo de su hermana no iba a ser como el de otras <i>atlotas</i>. Los
+pretendientes parec&iacute;anle a Pepet perros rabiosos que no soltar&iacute;an
+f&aacute;cilmente su presa. A &eacute;l le ol&iacute;a a p&oacute;lvora el tal galanteo, y esto lo
+afirmaba con una sonrisa de orgullo, que hac&iacute;a brillar la blancura de
+sus dientes de lobezno en el &oacute;valo obscuro de la cara. Ninguno de los
+pretendientes adelantaba sobre los dem&aacute;s. En dos meses que llevaban de
+noviazgo, Margalida no hab&iacute;a hecho m&aacute;s que escuchar, sonre&iacute;r y responder
+a todos con palabras que turbaban a los <i>atlots</i>. Era mucho el talento
+de su hermana. Los domingos, al ir a misa, marchaba delante de sus
+padres acompa&ntilde;ada por todos los pretendientes. Un ej&eacute;rcito: don Jaime
+los hab&iacute;a encontrado varias veces. Las amigas, al verla llegar con este
+acompa&ntilde;amiento de reina, palidec&iacute;an de envidia. Todos la asediaban,
+pugnando por arrancarla una palabra, un signo de preferencia, y ella
+contestaba a todos con asombrosa discreci&oacute;n, manteni&eacute;ndolos en perfecta
+igualdad, evitando los choques mortales que pod&iacute;an sobrevenir
+repentinamente entre esta juventud belicosa, armada y poco sufrida.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y el <i>Ferrer</i>?&mdash;preguntaba don Jaime.</p>
+
+<p>&iexcl;Maldito <i>verro</i>! Su nombre sal&iacute;a con dificultad de los labios del
+se&ntilde;or, pero su recuerdo se estaba moviendo desde mucho antes en su
+memoria.</p>
+
+<p>El muchacho agitaba la cabeza negativamente. El <i>Ferrer</i> tampoco
+adelantaba gran cosa sobre sus rivales, y el <i>Capellanet</i> no parec&iacute;a
+sentirlo mucho.</p>
+
+<p>Se hab&iacute;a enfriado algo su admiraci&oacute;n por el <i>verro</i>. El amor embravece a
+los hombres, y todos los <i>atlots</i> pretendientes de Margalida, al verle
+enfrente como rival, ya no le ten&iacute;an miedo y hasta osaban atropellar su
+temible persona. Una noche se hab&iacute;a presentado con una guitarra,
+proponi&eacute;ndose invertir en m&uacute;sicas gran parte del tiempo que correspond&iacute;a
+a otros. Al llegarle el turno se coloc&oacute; junto a Margalida, templ&oacute; su
+instrumento y comenz&oacute; a entonar canciones de tierra firme aprendidas en
+el retiro de Niza. Pero antes hab&iacute;a sacado de la faja una pistola de dos
+ca&ntilde;ones, dej&aacute;ndola con las llaves montadas sobre uno de sus muslos,
+pronto a cogerla y descerrajar un tiro al primero que le interrumpiese.
+Silencio absoluto y miradas impasibles. Cant&oacute; cuanto quiso, se guard&oacute; la
+pistola con aire de vencedor; pero luego, a la salida, en la negrura de
+los campos, cuando los <i>atlots</i> se dispersaban con <i>auquidos</i> de ir&oacute;nica
+despedida, dos certeras pedradas salidas de la sombra dieron con el
+bravuc&oacute;n en el suelo, y durante varios d&iacute;as dej&oacute; de acudir al cortejo
+por no mostrarse con la cabeza entrapajada. No hab&iacute;a intentado saber
+qui&eacute;n fuese el agresor. Eran muchos los rivales, y adem&aacute;s hab&iacute;a que
+tener en cuenta a sus padres, t&iacute;os y hermanos, casi la cuarta parte de
+la isla, prontos a mezclarse por la honra de la familia en una guerra de
+venganzas.</p>
+
+<p>&mdash;Pienso&mdash;dec&iacute;a Pepet&mdash;que el <i>Ferrer</i> no es tan valiente como dicen. &iquest;Y
+usted qu&eacute; cree, don Jaime?...</p>
+
+<p>Cuando avanzaba la noche y Margalida hab&iacute;a hablado ya con todos sus
+cortejantes, el padre, que dorm&iacute;a en un rinc&oacute;n, prorrump&iacute;a en sonoro
+bostezo. Aquel hombre de campo parec&iacute;a adivinar durante su sue&ntilde;o el
+curso del tiempo. &laquo;&iexcl;Las nueve y media!... A dormir. <i>&iexcl;Bona nit!</i>&raquo; Y toda
+la <i>atloteria</i>, tras esta invitaci&oacute;n, abandonaba la casa, perdi&eacute;ndose en
+la obscuridad sus pasos y relinchos.</p>
+
+<p>Pepet, al hablar de estas reuniones, en las que se rozaba con gente
+brava, portadora de armas, volv&iacute;a a acordarse del cuchillo del abuelo.
+&iquest;Cu&aacute;ndo hablar&iacute;a don Jaime a su padre para que le entregase esta joya de
+familia?... Ya que retardaba la petici&oacute;n, deb&iacute;a acordarse de su promesa
+y regalarle otro cuchillo. &iquest;Qu&eacute; pod&iacute;a hacer un hombre como &eacute;l falto de
+tal compa&ntilde;&iacute;a? &iquest;D&oacute;nde presentarse?...</p>
+
+<p>&mdash;Descansa&mdash;dijo Febrer&mdash;. Un d&iacute;a de estos ir&eacute; a la ciudad. Cuenta con
+el regalo.</p>
+
+<p>Y Jaime emprendi&oacute; una ma&ntilde;ana el camino de Ibiza, ansioso de nueva
+existencia, de renovar y variar sus impresiones fuera de la rusticidad
+campestre.</p>
+
+<p>Ibiza le pareci&oacute; una gran ciudad, a &eacute;l que hab&iacute;a corrido toda Europa.
+Las casas en fila, las aceras de ladrillos rojos, los balcones con
+persianas, todo lo admir&oacute; con la simpleza de un salvaje del interior que
+llega a una factor&iacute;a de la costa. Det&uacute;vose ante algunas ventanas
+convertidas en escaparates, examinando los g&eacute;neros expuestos con la
+misma delectaci&oacute;n que hab&iacute;a contemplado en otra &eacute;poca las lujosas
+vitrinas de los bulevares o del <i>Regent Street</i>.</p>
+
+<p>Una plater&iacute;a de un <i>chueta</i> le retuvo largo tiempo. Admiraba las cadenas
+de oro hueco fabricadas para las payesas, los botones de filigrana con
+una piedra en el centro, reputando en su interior todos estos objetos
+como las obras m&aacute;s perfectas y maravillosas creadas por el arte de los
+hombres. &iexcl;Si entrase en la tienda para comprar una docena de aquellos
+botones!... &iexcl;Qu&eacute; sorpresa la de la <i>atlota</i> de <i>Can Mallorqu&iacute;</i> cuando &eacute;l
+se los ofreciese para adornar sus mangas!... Seguramente que los
+aceptar&iacute;a de &eacute;l, un se&ntilde;or grave al que miraba con respeto filial.
+&iexcl;Enojoso respeto! &iexcl;Maldita gravedad la cuya, que le estorbaba como un
+fardo abrumador!... Pero el heredero de los Febrer, el descendiente de
+opulentos mercaderes y heroicos navegantes, tuvo que desistir pensando
+en el dinero que guardaba en su faja. Indudablemente no ten&iacute;a bastante
+para tal compra.</p>
+
+<p>Luego, en otra tienda adquiri&oacute; un cuchillo para Pepet, el m&aacute;s grande y
+pesado que encontr&oacute;, un arma absurda, capaz de hacerle olvidar la de su
+glorioso abuelo.</p>
+
+<p>A mediod&iacute;a, Febrer, aburrido de sus paseos sin objeto por la Marina y
+las empinadas callejuelas de la antigua Real Fuerza, entr&oacute; en una
+peque&ntilde;a fonda, la &uacute;nica de la ciudad, situada junto al puerto. All&iacute;
+encontr&oacute; los hu&eacute;spedes de siempre. En el vest&iacute;bulo, unos cuantos mozos
+vestidos de payeses, con gorra de cuartel: soldados de la guarnici&oacute;n que
+serv&iacute;an de asistentes. En el comedor, oficiales subalternos de un
+batall&oacute;n de cazadores, j&oacute;venes tenientes que fumaban con aire aburrido y
+contemplaban a trav&eacute;s de las ventanas, como prisioneros del mar, la
+inmensa extensi&oacute;n azul. Mientras com&iacute;an lament&aacute;banse de la mala suerte
+de su juventud, in&uacute;til y perdida en este pe&ntilde;&oacute;n. Hablaban de Mallorca
+como de un lugar de delicias; recordaban las provincias de tierra firme,
+de las que eran hijos muchos de ellos, como para&iacute;sos a los que ansiaban
+volver. &iexcl;Las mujeres!... Era un anhelo, un ansia que hac&iacute;a temblar sus
+voces y pon&iacute;a en sus ojos fulgores de locura. Pesaba sobre ellos, como
+cadena de insufrible presidio, la casta virtud ibicenca, el exclusivismo
+isle&ntilde;o, receloso para los forasteros. All&iacute; no se bromeaba con el amor,
+no se perd&iacute;a el tiempo en galanteos; o la indiferencia hostil, o el
+noviazgo honesto para casarse cuanto antes. Palabras y sonrisas
+conduc&iacute;an rectamente al matrimonio; s&oacute;lo era posible el trato con las
+j&oacute;venes para hablar de la formaci&oacute;n de una nueva familia. Y esta
+juventud ruidosa, alegre, exuberante en jugos, sufr&iacute;a un suplicio
+tantalesco al hablar de las muchachas m&aacute;s hermosas de la ciudad. Las
+admiraban y viv&iacute;an aparte de ellas, a pesar de moverse en un estrecho
+espacio que les obligaba a continuos encuentros. Toda su ilusi&oacute;n era
+conseguir una licencia para vivir varios d&iacute;as en Mallorca o en la
+Pen&iacute;nsula, lejos de la isla virtuosa y hura&ntilde;a, que s&oacute;lo admit&iacute;a al
+forastero como marido; embarcarse en busca de otras tierras, donde era
+f&aacute;cil dar expansi&oacute;n a sus deseos exacerbados, iguales a los del colegial
+y el presidiario.</p>
+
+<p>&iexcl;Las mujeres!... Aquellos j&oacute;venes no hablaban de otra cosa; y Febrer,
+sentado a la gran mesa de la fonda, aprobaba en silencio sus palabras y
+sus lamentaciones. &iexcl;Las mujeres!... La irresistible tendencia que nos
+liga a ellas es lo &uacute;nico que se mantiene firme despu&eacute;s de los trastornos
+morales que cambian una vida; lo que permanece de pie en medio de los
+cad&aacute;veres de otras ilusiones destrozadas por el cataclismo. Febrer
+sent&iacute;a el mismo tedio de aquellos militares, la impresi&oacute;n de hallarse
+encerrado en una c&aacute;rcel de privaciones que ten&iacute;a por fosos el mar. Ahora
+le pareci&oacute; la capital isle&ntilde;a una poblaci&oacute;n de irresistible monoton&iacute;a,
+con sus se&ntilde;oritas encerradas en un aislamiento hura&ntilde;o y monjil. Pensaba
+en el campo como en un lugar de libertad, con sus mujeres de alma simple
+y afectos naturales, limitados solamente por un instinto defensivo igual
+al de las hembras primitivas.</p>
+
+<p>Aquella misma tarde sali&oacute; de la ciudad. Nada quedaba en &eacute;l del optimismo
+de pocas horas antes. Las calles de la Marina eran nauseabundas; un
+olor infecto se escapaba de las casas; en el arroyo zumbaban enjambres
+de insectos, saltando de los charcos al sonar los pasos de un
+transe&uacute;nte. El recuerdo de las colinas inmediatas a su torre, perfumadas
+de plantas silvestres y olor salitroso de mar, parec&iacute;a sonre&iacute;r en su
+memoria con una dulzura id&iacute;lica.</p>
+
+<p>El carro de un pay&eacute;s le llev&oacute; hasta cerca de San Jos&eacute;, y al separarse de
+&eacute;l emprendi&oacute; la marcha por el monte, pasando entre pinares encorvados
+por las grandes tormentas. El cielo estaba nebuloso; la atm&oacute;sfera era
+c&aacute;lida y pesada. De vez en cuando ca&iacute;an gruesas gotas, pero antes de que
+las nubes pudieran fijar su lluvia, una r&aacute;faga parec&iacute;a barrerlas hacia
+los confines del horizonte.</p>
+
+<p>Cerca de la cabana de un carbonero vio Jaime a dos mujeres que marchaban
+apresuradas por entre los pinos. Eran Margalida y su madre. Ven&iacute;an de
+los <i>Cubells</i>, ermita situada en una altura de la costa, junto a una
+fuente que fecunda los abruptos pe&ntilde;ones, haciendo crecer el naranjo y la
+palmera al abrigo de las rocas.</p>
+
+<p>Jaime se uni&oacute; a las dos mujeres, y entonces vio salir de entre los
+matorrales a Pepet, que caminaba fuera del sendero persiguiendo piedra
+en mano a un pajarraco cuyos graznidos hab&iacute;an llamado su atenci&oacute;n.
+Continuaron juntos la marcha hacia <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, y sin saber c&oacute;mo,
+Febrer se vio delante, caminando al lado de Margalida, mientras la
+esposa de Pep marchaba tras ellos con el lento paso de su debilidad,
+buscando apoyo en su hijo.</p>
+
+<p>La madre estaba enferma: una enfermedad incierta que hac&iacute;a levantar los
+hombros al m&eacute;dico en sus raras visitas y excitaba la imaginaci&oacute;n de las
+curanderas de la isla. Ven&iacute;an de hacer una promesa a la Virgen de los
+<i>Cubells</i> y hab&iacute;an dejado en su altar dos velas rizadas tra&iacute;das de la
+ciudad.</p>
+
+<p>Mientras Margalida iba hablando con voz triste de las dolencias de la
+vieja, el ego&iacute;smo de una juventud robusta coloreaba sus mejillas y sus
+ojos delataban cierta impaciencia. Aquel d&iacute;a era de <i>festeig</i>. Hab&iacute;a que
+llegar pronto a <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, para preparar la cena de la familia
+antes de que se presentasen los cortejantes.</p>
+
+<p>Febrer la admiraba con sus ojos graves. Extra&ntilde;&aacute;base ahora de su anterior
+torpeza, que le hab&iacute;a hecho contemplar a Margalida, meses y meses, como
+una ni&ntilde;a, como un ser asexual, sin percatarse de sus gracias. &iexcl;Qu&eacute;
+mujer!... Recordaba con desprecio aquellas se&ntilde;oritas de la ciudad por
+las que suspiraban los militares recluidos en la fonda. Otra vez pensaba
+en el noviazgo de Margalida con una molestia semejante a la de los
+celos. &iquest;Y esta muchacha iba a ser para uno de aquellos b&aacute;rbaros de tez
+obscura, que la someter&iacute;a como una bestia a la servidumbre de la
+tierra?...</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Margalida!&mdash;murmur&oacute; como si fuese a revelarle algo importante&mdash;.
+&iexcl;Margalida!...</p>
+
+<p>Pero no dijo m&aacute;s. El antiguo calavera sinti&oacute; despertarse sus instintos
+de libertinaje con el perfume que exhalaba aquella mujer, perfume
+indefinible de carne fresca y virginal que &eacute;l cre&iacute;a aspirar, como buen
+conocedor, m&aacute;s con la imaginaci&oacute;n que con el olfato. Al mismo
+tiempo&mdash;&iexcl;cosa extra&ntilde;a en &eacute;l!&mdash;experiment&oacute; cierta timidez que le imped&iacute;a
+hablar; una timidez semejante a la que hab&iacute;a sentido en los tiempos de
+su primera juventud, cuando, lejos de las f&aacute;ciles conquistas en su
+predio de Mallorca, se atrevi&oacute; a dirigirse a las se&ntilde;oras conocidas en la
+pen&iacute;nsula espa&ntilde;ola... &iquest;No era un acto indigno de &eacute;l hablar de amor a
+aquella muchacha a la que hab&iacute;a visto como ni&ntilde;a hasta poco antes y que
+le respetaba cual si fuese su padre?</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Margalida! &iexcl;Margalida!</p>
+
+<p>Y tras estos llamamientos, que excitaban la curiosidad de la <i>atlota</i>
+haciendo que elevase los ojos para fijarlos interrogantes en los de
+Febrer, &eacute;ste se lanz&oacute; por fin a hablar, pregunt&aacute;ndola por los progresos
+de su noviazgo. &iquest;Se hab&iacute;a decidido por alguien? &iquest;Qui&eacute;n iba a ser el
+afortunado? El <i>Ferrer</i>... &iquest;el <i>Cant&oacute;</i>?...</p>
+
+<p>Ella volvi&oacute; a humillar los ojos, cogiendo en su turbaci&oacute;n una punta del
+delantal y subi&eacute;ndola hasta su pecho... No sab&iacute;a. Su voz ceceaba
+infantilmente a impulsos de un avergonzado aturdimiento. No ten&iacute;a ganas
+de casarse. Ni el <i>Cant&oacute;</i>, ni el <i>Ferrer</i>, ni nadie. Hab&iacute;a aceptado el
+cortejo porque todas las muchachas hac&iacute;an lo mismo al llegar a cierta
+edad. Adem&aacute;s&mdash;y aqu&iacute; enrojec&iacute;a vivamente&mdash;, la proporcionaba cierta
+satisfacci&oacute;n humillar a sus amigas, que rabiaban viendo el gran n&uacute;mero
+de sus pretendientes. Ella estaba agradecida a los <i>atlots</i> que ven&iacute;an a
+verla de grandes distancias a <i>Can Mallorqu&iacute;</i>. &iquest;Pero quererlos? &iquest;casarse
+con ellos?...</p>
+
+<p>Hab&iacute;a acortado su paso al hablar. La mujer de Pep y su hijo pasaron
+insensiblemente delante de ellos, y al quedar solos los dos en la senda,
+acabaron por detenerse sin saber lo que hac&iacute;an.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Margalida!... &iexcl;&laquo;Flor de almendro&raquo;!...</p>
+
+<p>&iexcl;Al diablo la timidez! Febrer se sinti&oacute; arrogante y triunfador, como en
+sus buenos tiempos. &iquest;Por qu&eacute; aquel miedo?... &iexcl;Una payesa! &iexcl;una
+chiquilla!...</p>
+
+<p>Habl&oacute; con acento firme, poniendo un intento de fascinaci&oacute;n en la fijeza
+apasionada de sus ojos, aproximando su boca a ella, como para
+acariciarla con el susurro de sus palabras... &iquest;Y &eacute;l? &iquest;qu&eacute; pensaba
+Margalida de &eacute;l?... &iquest;Y si se presentase un d&iacute;a a Pep diciendo que quer&iacute;a
+casarse con su hija?...</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Usted!&mdash;exclam&oacute; la muchacha&mdash;. &iexcl;Usted, don Jaime!</p>
+
+<p>Levant&oacute; los ojos sin miedo alguno, riendo de estas palabras. El se&ntilde;or
+acostumbraba a enga&ntilde;arla con bromas inveros&iacute;miles. Bien dec&iacute;a su padre
+que los Febrer eran unos caballeros serios como jueces, pero de eterno
+buen humor. Iba a burlarse otra vez de ella, lo mismo que cuando le
+hablaba de la novia de barro guardada en su torre, que hab&iacute;a estado
+esper&aacute;ndole miles de a&ntilde;os...</p>
+
+<p>Pero al fijar su mirada en la de Febrer y encontrarse con su rostro
+p&aacute;lido, crispado por la emoci&oacute;n, ella palideci&oacute; tambi&eacute;n. Era otro
+hombre: ve&iacute;a un don Jaime que nunca hab&iacute;a conocido. Instintivamente, a
+impulsos del miedo, dio un paso atr&aacute;s. Qued&oacute; como a la defensiva,
+apoyada en el delgado tronco de un arbolillo que se elevaba junto a la
+senda, con sus menudas hojas casi sueltas por el oto&ntilde;o.</p>
+
+<p>A&uacute;n tuvo serenidad para sonre&iacute;r con una sonrisa forzada, fingiendo creer
+en una broma del se&ntilde;or.</p>
+
+<p>&mdash;No&mdash;repuso Febrer con energ&iacute;a&mdash;. Hablo seriamente. Di, Margalida...
+&laquo;Flor de almendro&raquo;... &iquest;Y si yo fuese uno de tus novios? &iquest;Y si yo me
+presentase en el cortejo? &iquest;Qu&eacute; contestar&iacute;as?...</p>
+
+<p>Ella se apelotonaba contra el d&eacute;bil tronco, haci&eacute;ndose m&aacute;s peque&ntilde;a, como
+si quisiera escapar a aquellos ojos ardientes. Su instintivo movimiento
+de retroceso hizo cimbrearse el flexible &aacute;rbol, y una lluvia de hojas
+amarillas como copos de &aacute;mbar cay&oacute; en torno de ella, enred&aacute;ndose en su
+trenza, peg&aacute;ndose a su tez, esparci&eacute;ndose sobre su traje. P&aacute;lida, con la
+boca apretada y los labios azulados, iba murmurando palabras que sonaban
+apenas como d&eacute;biles suspiros. Sus ojos, agrandados y h&uacute;medos, ten&iacute;an la
+expresi&oacute;n angustiosa de los humildes de esp&iacute;ritu que piensan muchas
+cosas y no encuentran el modo de decirlas. &iexcl;&Eacute;l!... &iexcl;el mayorazgo de los
+Febrer! &iexcl;Un gran se&ntilde;or casarse con una payesa!... &iquest;Estaba loco?...</p>
+
+<p>&mdash;No; yo no soy un gran se&ntilde;or, yo soy un desgraciado. T&uacute; eres m&aacute;s rica
+que yo, pues vivo de vuestra limosna... Tu padre desea para ti un marido
+que cultive sus tierras. &iquest;Aceptas que sea yo, Margalida? &iquest;Me quieres,
+&laquo;Flor de almendro&raquo;?...</p>
+
+<p>Con la cabeza baja, huyendo de una mirada que parec&iacute;a quemarla, ella
+sigui&oacute; hablando sin saber lo que dec&iacute;a. &laquo;&iexcl;Locura! Aquello no pod&iacute;a ser
+cierto. &iexcl;Decir el mayorazgo tales cosas!... Estaba so&ntilde;ando.&raquo;</p>
+
+<p>Pero de pronto sinti&oacute; en una de sus manos un contacto leve y
+acariciador. Era la diestra de Febrer que agarraba la suya. Volvi&oacute; a
+verle otra vez, pero le pareci&oacute; un hombre distinto. Encontr&oacute; ante sus
+ojos un rostro nuevo que la hizo estremecerse. Experiment&oacute; la sensaci&oacute;n
+de un grave peligro, el sobresalto nervioso que avisa. Temblaron sus
+rodillas, se contrajeron como si fuese a desplomarse de miedo.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Es que me encuentras viejo para ti?&mdash;murmur&oacute; en sus o&iacute;dos una voz
+suplicante&mdash;. &iquest;Es que nunca podr&aacute;s quererme?...</p>
+
+<p>La voz era dulce y acariciadora; &iexcl;pero aquellos ojos que parec&iacute;an
+comerla! &iexcl;aquella cara p&aacute;lida, semejante a la de los hombres que
+matan!... Quiso decir algo para protestar de sus &uacute;ltimas palabras. Don
+Jaime no hab&iacute;a tenido nunca edad para Margalida: era algo superior, como
+los santos, que crecen en hermosura con los a&ntilde;os... Pero el miedo no la
+dej&oacute; hablar. Se desasi&oacute; de la mano acariciadora, sinti&oacute;se movida por el
+prodigioso resorte de los nervios, lo mismo que si viese su vida en
+peligro, y huy&oacute; de Febrer como si fuese un asesino.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Jes&uacute;s! Jes&uacute;s!...</p>
+
+<p>Salt&oacute;, murmurando esta s&uacute;plica, a alguna distancia de &eacute;l, e
+inmediatamente empez&oacute; a correr con sus &aacute;giles piernas de campesina,
+desapareciendo en una revuelta del sendero.</p>
+
+<p>Jaime no fue tras ella. Permaneci&oacute; inm&oacute;vil en la soledad del pinar,
+insensible a cuanto le rodeaba, como un h&eacute;roe de leyenda sometido a un
+encantamiento. Luego se pas&oacute; una mano por el rostro, cual si despertase,
+coordinando sus ideas.</p>
+
+<p>Dol&iacute;anle como un remordimiento sus audaces palabras, el susto de
+Margalida, la carrera de terror con que hab&iacute;a terminado la entrevista.
+&iexcl;Qu&eacute; disparate el suyo!... Era el resultado de su viaje a la ciudad, la
+vuelta a la vida civilizada que hab&iacute;a trastornado su calma de solitario,
+despertando pasiones de anta&ntilde;o; la conversaci&oacute;n de los j&oacute;venes
+militares, que viv&iacute;an con el pensamiento puesto en la mujer... Pero no,
+no estaba arrepentido de su acci&oacute;n. Lo importante era que Margalida
+conociese lo que tantas veces hab&iacute;a pensado &eacute;l vagamente en el
+aislamiento de la torre, sin poder dar forma precisa a sus deseos.</p>
+
+<p>Continu&oacute; lentamente su camino, para no alcanzar a la familia de <i>Can
+Mallorqu&iacute;</i>. Margalida se hab&iacute;a reunido con su madre y su hermano. Los
+vio desde una altura, cuando el grupo caminaba ya por el valle con
+direcci&oacute;n a la alquer&iacute;a.</p>
+
+<p>Febrer torci&oacute; su marcha, evitando aproximarse a <i>Can Mallorqu&iacute;</i>. Fue
+hacia la torre del Pirata, pero al llegar cerca de ella continu&oacute; su
+camino, no deteni&eacute;ndose hasta el mar.</p>
+
+<p>La costa de roca, que parec&iacute;a cortada a pico sobre las aguas, estaba
+quebrantada por el embate de &eacute;stas durante siglos y siglos. Las olas,
+como furiosos toros azules, topaban entre espumarajos de rabia contra la
+pe&ntilde;a, abriendo c&oacute;ncavas oquedades, cuevas profundas que se prolongaban
+hacia lo alto en forma de grietas verticales. Esta labor secular iba
+royendo la costa, arrebat&aacute;ndola su coraza de piedra, l&aacute;mina por l&aacute;mina.
+Despeg&aacute;banse de ella fragmentos enormes como murallas. Separ&aacute;banse
+primeramente formando una rendija imperceptible, que se agrandaba con el
+curso de los siglos. La muralla natural se inclinaba a&ntilde;os y a&ntilde;os sobre
+las olas que bat&iacute;an incesantemente su base, hasta que, perdido el centro
+de gravedad, una noche de tormenta derrumb&aacute;base como la cortina de una
+ciudadela sitiada, deshaci&eacute;ndose en bloques, poblando el mar de nuevos
+escollos, prontamente cubiertos de viscosas vegetaciones, en cuyos
+enmara&ntilde;amientos herv&iacute;an las espumas y chisporroteaban las escamas de los
+peces.</p>
+
+<p>Febrer fue a sentarse en el borde de un gran pe&ntilde;asco avanzado, de un
+fragmento de roca desprendida de la costa que se inclinaba
+peligrosamente sobre los escollos. Su fatalismo le impulsaba a sentarse
+all&iacute;. &iexcl;Ojal&aacute; la cat&aacute;strofe esperada fuese en aquel momento, y su cuerpo,
+arrastrado por el grandioso accidente, desapareciera en el fondo del
+mar, teniendo como sarc&oacute;fago esta mole igual a la pir&aacute;mide de un
+Fara&oacute;n!... &iexcl;Para lo que le esperaba en la vida!...</p>
+
+<p>El sol poniente, antes de ocultarse, se asom&oacute; a un agujero del cielo
+tempestuoso, entre nubes desgarradas. Era una esfera sangrienta, una
+hostia de p&uacute;rpura que anim&oacute; con tonos de incendio la inmensidad del mar.
+Las negras masas de vapor que cerraban el horizonte se ribetearon de
+escarlata. Sobre el obscuro verde acu&aacute;tico se extendi&oacute; un inquieto
+tri&aacute;ngulo de llamas. Enrojeci&oacute;se la espuma de las olas y la costa
+pareci&oacute; por unos instantes de lava en ebullici&oacute;n.</p>
+
+<p>Al resplandor de esta luz de tempestad, Jaime contempl&oacute; a sus pies el
+vaiv&eacute;n de las aguas lanzando sus chorros rugientes en las oquedades de
+la roca, bramando y retorci&eacute;ndose con espumarajos de c&oacute;lera en las
+tortuosas callejuelas de los escollos. En el fondo de esta masa verdosa,
+iluminada con transparencias de &oacute;palo por el sol poniente, ve&iacute;a
+agarradas a las pe&ntilde;as extra&ntilde;as vegetaciones, bosques min&uacute;sculos, en
+cuyas frondas pegajosas mov&iacute;anse bestias de formas fant&aacute;sticas,
+rampantes y veloces o torpes y sedentarias, con duras corazas grises y
+rojizas, erizadas de defensas, armadas de tenazas, de lanzas y de
+cuernos, d&aacute;ndose caza entre ellas y persiguiendo a seres menos fuertes
+que pasaban como exhalaciones, haciendo brillar en la rapidez de la fuga
+su transparencia de cristal.</p>
+
+<p>Febrer se sinti&oacute; empeque&ntilde;ecido por la soledad. Perdida la fe en su
+importancia humana, consider&aacute;base igual a uno de estos monstruos
+peque&ntilde;os que se agitaban en las vegetaciones del abismo submarino. Menos
+a&uacute;n tal vez. Aquellos animales estaban armados para la vida, pod&iacute;an
+mantenerse por su propia fuerza, sin conocer los desalientos, las
+humillaciones y las tristezas que le aflig&iacute;an a &eacute;l. &iexcl;El mar!... Su
+grandeza, insensible para los hombres, cruel e implacable en sus
+c&oacute;leras, abrumaba a Febrer, despertando en su memoria un sinn&uacute;mero de
+ideas que tal vez eran nuevas, pero &eacute;l las aceptaba como vagas
+reminiscencias de una vida anterior, como algo que ya hab&iacute;a pensado, no
+sab&iacute;a d&oacute;nde ni cu&aacute;ndo.</p>
+
+<p>Un estremecimiento de respeto, de devoci&oacute;n instintiva pasaba por &eacute;l,
+haci&eacute;ndole olvidar el suceso de poco antes, sumi&eacute;ndolo en religiosa
+admiraci&oacute;n. &iexcl;El mar!... Pensaba, sin saber por qu&eacute;, en los m&aacute;s remotos
+ascendientes de la humanidad, en los primeros hombres, miserables,
+apenas salidos del animalismo original, martirizados y repelidos de
+todas partes por una Naturaleza hostil en su exuberancia, como el cuerpo
+joven y vigoroso anula o aleja los par&aacute;sitos que se empe&ntilde;an en vivir a
+costa de su organismo.</p>
+
+<p>A la orilla del mar, ante la divinidad misteriosa, verde e inmensa,
+debi&oacute; tener el hombre sus mejores momentos de descanso. Del seno de las
+aguas salieron los primeros dioses. Contemplando el vaiv&eacute;n de las aguas
+y arrullado por su murmullo, debi&oacute; sentir el hombre que nac&iacute;a en &eacute;l algo
+nuevo y poderoso: un alma. &iexcl;El mar!... Los organismos misteriosos que lo
+pueblan tambi&eacute;n viv&iacute;an, como los de tierra, sometidos a la tiran&iacute;a del
+medio, inm&oacute;viles en su primitiva existencia, repiti&eacute;ndose a trav&eacute;s de
+los siglos, como si fuesen siempre el mismo ser. Tambi&eacute;n los muertos
+mandaban all&iacute;. Los fuertes persegu&iacute;an a los d&eacute;biles, y eran a su vez
+devorados por otros m&aacute;s poderosos; la misma historia de sus remotos
+antecesores en las aguas todav&iacute;a c&aacute;lidas del globo en formaci&oacute;n. Todo
+igual, repiti&eacute;ndose a trav&eacute;s de centenares de millones de a&ntilde;os. Un
+monstruo de los tiempos prehist&oacute;ricos que volviese a colear en las aguas
+presentes encontrar&iacute;a por todas partes, en los abismos obscuros y en las
+orillas costeras, la misma vida e id&eacute;nticas luchas que en su juventud.
+La bestia de combate acorazada de rojo, armada de u&ntilde;as corvas y tenazas
+de tortura, guerrero implacable de las verdes cavernas submarinas, jam&aacute;s
+se hab&iacute;a unido con el pez gracioso, ligero y d&eacute;bil que mov&iacute;a la cola de
+su t&uacute;nica rosada y plateada en las aguas transparentes. Su destino era
+devorar, ser fuerte, y si se ve&iacute;a desarmada, con las defensas rotas,
+entregarse al infortunio sin protesta y perecer. &iexcl;La muerte antes que
+abdicar de su origen, de la noble fatalidad del nacimiento! Para los
+fuertes no hab&iacute;a en la tierra y en el mar satisfacciones ni vida fuera
+de su ambiente. Eran esclavos de su propia grandeza: la casta tra&iacute;a para
+ellos, con los honores, la desgracia. &iexcl;Y siempre ser&iacute;a lo mismo!... Los
+muertos eran los &uacute;nicos que gobernaban lo existente. Los primeros seres
+que iniciaron una acci&oacute;n para vivir formaron con sus actos la jaula en
+que hab&iacute;an de moverse prisioneras las sucesivas generaciones.</p>
+
+<p>Los tranquilos moluscos que ve&iacute;a ahora en el fondo de las aguas,
+agarrados a las pe&ntilde;as como botones obscuros, le parec&iacute;an seres divinos
+guardadores en su est&uacute;pida quietud del misterio de la creaci&oacute;n.
+Admir&aacute;balos augustos y grandes, como los monstruos que adoran los
+pueblos salvajes por su inmovilidad, y en cuyo quietismo creen adivinar
+la majestad de los dioses. Febrer recordaba sus bromas de otros tiempos,
+en noches de francachela, ante los platos de ostras frescas en los
+grandes restoranes de Par&iacute;s. Sus elegantes compa&ntilde;eras le cre&iacute;an loco al
+escuchar los disparatados pensamientos que le suger&iacute;an el vino, la vista
+de los mariscos y el recuerdo de ciertas lecturas fragmentarias y
+r&aacute;pidas de su juventud. &laquo;Vamos a comernos a nuestros abuelos, como
+alegres antrop&oacute;fagos que somos.&raquo;</p>
+
+<p>La ostra era una de las primeras manifestaciones de vida en el planeta,
+una de las primitivas formas de la materia org&aacute;nica, flotante a&uacute;n,
+incierta y desorientada en su evoluci&oacute;n, sobre la inmensidad de las
+aguas. El simp&aacute;tico y calumniado mono s&oacute;lo ten&iacute;a la importancia de un
+primo hermano que no ha hecho carrera, de un pariente desgraciado y
+rid&iacute;culo al que se deja en la puerta fingiendo ignorar su apellido de
+familia, neg&aacute;ndole el saludo. El molusco era nuestro abuelo venerable,
+el jefe de la casa, el creador de la dinast&iacute;a, el antecesor, cargado con
+una nobleza de millones de siglos... Estas ideas resucitaban ahora en
+Febrer, con la frescura de verdades indiscutibles, al contemplar los
+seres inm&oacute;viles y rudimentarios encerrados en su caparaz&oacute;n, agarrados a
+las rocas, debajo de sus pies, en las profundidades del verde cristal
+tembloroso entre los escollos.</p>
+
+<p>La humanidad era fiel a su origen. Nadie renegaba las tradiciones de
+estos venerables ascendientes que parec&iacute;an dormidos en la inmensa
+catacumba del mar. Los hombres se creen libres porque pueden moverse de
+un lado al otro del planeta, porque su organismo va montado sobre dos
+columnas &aacute;giles y articuladas que le permiten saltar sobre el suelo con
+el mecanismo del paso... &iexcl;Error! &iexcl;Una ilusi&oacute;n m&aacute;s de las muchas que
+alegran mentirosamente nuestra vida, haci&eacute;ndonos llevaderas su miseria y
+su peque&ntilde;ez! Febrer estaba convencido de que todos nacen metidos entre
+dos valvas de prejuicios, escr&uacute;pulos y orgullos, herencia de los que nos
+precedieron en la vida, y por m&aacute;s que los hombres se agitan, jam&aacute;s
+llegan a arrancarse de la misma pe&ntilde;a en que vegetaron agarrados sus
+predecesores. La actividad, los incidentes de la vida, la independencia
+del car&aacute;cter, &iexcl;todo ilusi&oacute;n! &iexcl;vanidad de molusco que sue&ntilde;a adherido a la
+roca, y cree estar nadando por los mares del globo, mientras sus valvas
+siguen unidas a la caliza!...</p>
+
+<p>Todos los seres eran como hab&iacute;an sido los que marcharon delante de
+ellos, como ser&iacute;an los que llegasen detr&aacute;s. Cambiaban las formas, pero
+el alma permanec&iacute;a inm&oacute;vil e inmutable, como la de aquellos seres
+rudimentarios, testigos eternos de los primeros latidos de la vida en el
+planeta, y que parec&iacute;an envueltos en el m&aacute;s espeso de los sue&ntilde;os. Y as&iacute;
+ser&iacute;a siempre. Eran vanos los grandes esfuerzos para librarse de este
+ambiente fatal, de la herencia del medio, del c&iacute;rculo en que
+forzosamente nos movemos; hasta que llegaba la muerte y otros animales
+semejantes ven&iacute;an a dar vueltas en el mismo redondel, crey&eacute;ndose libres
+porque siempre ten&iacute;an ante sus pasos nuevo espacio que correr.</p>
+
+<p>&laquo;Los muertos mandan&raquo;, afirmaba una vez m&aacute;s Jaime en su pensamiento.
+Parec&iacute;a imposible que los hombres no se diesen cuenta de esta gran
+verdad y se agitaran en eterna noche, creyendo hacer cosas nuevas al
+resplandor de ilusiones que surgen diariamente, como surge el gran
+enga&ntilde;o del sol para acompa&ntilde;arnos por el infinito, que es l&oacute;brego y a
+nosotros nos parece azul y radiante de luz...</p>
+
+<p>Cuando Febrer pensaba esto, el sol se hab&iacute;a ocultado ya. El mar era casi
+negro, el cielo de un gris plomizo, y en las brumas del horizonte
+serpenteaban los rayos bajando a beber en las olas. Sinti&oacute; Jaime en su
+rostro y en sus manos el h&uacute;medo contacto de algunas gotas de lluvia. Iba
+a estallar una tormenta que tal vez durase toda la noche. Los rel&aacute;mpagos
+brillaban cada vez m&aacute;s cerca. Resonaba un lejano estr&eacute;pito, como si dos
+flotas enemigas se estuviesen ca&ntilde;oneando detr&aacute;s de la cortina de bruma
+del horizonte, aproxim&aacute;ndose con &eacute;sta. Las l&aacute;minas de agua mansa, tersas
+como cristales entre los escollos y la costa, empezaron a temblar con
+las ondulaciones exc&eacute;ntricas de las gotas de lluvia.</p>
+
+<p>A pesar de esto, el solitario no se movi&oacute;. Permanec&iacute;a en la roca,
+sintiendo una sorda irritaci&oacute;n contra la fatalidad, sublev&aacute;ndose con
+toda la rudeza de su car&aacute;cter ante la tiran&iacute;a del pasado. &iquest;Y por qu&eacute;
+hab&iacute;an de mandar los muertos?... &iquest;Por qu&eacute; obscurec&iacute;an el ambiente con
+las part&iacute;culas de su alma, semejantes a un polvo de huesos, que se
+posaban en el cerebro de los vivos imponi&eacute;ndoles viejas ideas?...</p>
+
+<p>De pronto Febrer sufri&oacute; una impresi&oacute;n de deslumbramiento, como si
+contemplase una luz extraordinaria nunca vista. Su cerebro pareci&oacute;
+dilatarse, esparcirse, como una masa de agua que rompe el vaso opresor
+de piedra. Fue en el mismo instante que un rel&aacute;mpago coloreaba de luz
+l&iacute;vida el mar y estallaba un trueno sobre su cabeza, conmoviendo con
+horr&iacute;sono tableteo los ecos de la inmensidad mar&iacute;tima y las oquedades y
+cimas de la costa.</p>
+
+<p>&laquo;No; los muertos no mandan, los muertos no gobiernan.&raquo; Jaime, como si
+fuese un hombre nuevo, se burl&oacute; de sus pensamientos de poco antes.
+Aquellas bestias rudimentarias que &eacute;l ve&iacute;a entre los pe&ntilde;ascos, y lo
+mismo que ellas todos los animales del mar y de la tierra, sufr&iacute;an la
+esclavitud del medio. Mandaban los muertos sobre ellas porque hac&iacute;an lo
+que har&iacute;an sus descendientes. Pero el hombre no es esclavo del medio: es
+su colaborador y a veces su due&ntilde;o. El hombre es un ente de raz&oacute;n y de
+progreso, y puede modificar el ambiente seg&uacute;n sus conveniencias. Fue su
+siervo en otros tiempos, en remotas edades; pero al dominar en parte a
+la Naturaleza y poder explotarla, rasg&oacute; la especie de envoltura fatal en
+que siguen prisioneros los otros seres de la creaci&oacute;n. &iquest;Qu&eacute; pod&iacute;a
+importarle el medio en que hab&iacute;a nacido? Se creer&iacute;a otro si lo
+deseaba...</p>
+
+<p>No pudo seguir en sus reflexiones. La tempestad hab&iacute;a, estallado sobre
+&eacute;l. La lluvia chorreaba por los bordes de su sombrero y corr&iacute;a a lo
+largo de su espalda. La noche hab&iacute;a llegado de pronto. A la luz de los
+rel&aacute;mpagos ve&iacute;ase el mar con la superficie mate estremecida por el
+choque de la lluvia.</p>
+
+<p>Febrer march&oacute; hacia la torre con toda la ligereza de sus piernas. Iba,
+sin embargo, alegre, con el gozo desbordante del que sale de un largo
+encierro y no ve ante los ojos bastante espacio para su contenida
+actividad. Re&iacute;a, sin detenerse en su carrera, y la luz de los rel&aacute;mpagos
+le sorprendi&oacute; varias veces avanzando el brazo derecho con un dedo en
+alto, mientras chocaba la mano izquierda en la parte inferior del codo,
+realizando un adem&aacute;n de protesta tan popular como poco decente.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Har&eacute; lo que quiera!&mdash;gritaba, complaci&eacute;ndose en escuchar su propia
+voz entre el fragor de la tempestad&mdash;. &iexcl;Ni muertos ni vivos mandan en
+m&iacute;!... &iexcl;Toma!... &iexcl;para mis nobles ascendientes!... &iexcl;Toma!... &iexcl;para mis
+antiguas ideas, para todos los Febrer!...</p>
+
+<p>Repiti&oacute; varias veces el indecoroso adem&aacute;n con una alegr&iacute;a de pilluelo.
+De pronto se vio envuelto en una luz roja y estall&oacute; sobre su cabeza un
+ca&ntilde;onazo, como si la costa acabase de partirse a impulsos de inmenso
+cataclismo.</p>
+
+<p>&mdash;Ha ca&iacute;do cerca&mdash;dijo Febrer refiri&eacute;ndose a la exhalaci&oacute;n.</p>
+
+<p>Su pensamiento, ocupado por el recuerdo de los Febrer, fue hacia su
+ascendiente el comendador don Pr&iacute;amo. Aquella explosi&oacute;n de trueno le
+hizo recordar los combates del diab&oacute;lico h&eacute;roe, del religioso caballero
+de la Cruz, burl&oacute;n con Dios y con el diablo, que hizo siempre su
+soberana voluntad y tan pronto pele&oacute; al lado de los suyos como vivi&oacute;
+entre los enemigos de la Fe, seg&uacute;n sus caprichos y aficiones.</p>
+
+<p>No; de &eacute;ste no renegaba Febrer. Adoraba al valeroso comendador: era su
+verdadero ascendiente, el mejor de todos, el rebelde, el demonio de la
+familia.</p>
+
+<p>Al entrar en la torre encendi&oacute; luz, se envolvi&oacute; en el jaique de burda
+lana que le serv&iacute;a para sus excursiones nocturnas, y tomando un libro
+quiso distraerse de sus pensamientos hasta que Pepet le subiera la
+cena.</p>
+
+<p>La tempestad pareci&oacute; fijarse sobre la isla. Ca&iacute;a la lluvia en los
+campos, convirti&eacute;ndolos en barrizales; saltaba por las pendientes de los
+caminos, desbordados como barrancos; empapaba los montes, como grandes
+esponjas, por la verde porosidad de sus pinares y matorrales. La r&aacute;pida
+luz de los rel&aacute;mpagos mostraba instant&aacute;neamente, como una visi&oacute;n de
+ensue&ntilde;o, el mar negruzco con hirvientes espumas, los campos encharcados,
+que parec&iacute;an llenos de peces de fuego, los &aacute;rboles brillantes bajo su
+capa acuosa.</p>
+
+<p>En la cocina de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, los pretendientes de Margalida formaban
+una masa de alpargatas enlodadas y cuerpos humeantes por la evaporaci&oacute;n
+de sus ropas h&uacute;medas. Esta noche el cortejo ser&iacute;a m&aacute;s largo. Pep, con
+aire paternal, hab&iacute;a permitido a los <i>atlots</i> que esperasen despu&eacute;s de
+pasada la hora del galanteo. Sent&iacute;a l&aacute;stima por aquellos muchachos,
+obligados a caminar bajo la lluvia. &Eacute;l tambi&eacute;n hab&iacute;a sido novio. Deb&iacute;an
+esperar; tal vez pasase la tormenta. Y si no pasaba, se quedar&iacute;an a
+dormir donde pudiesen: en la cocina, en el porche... &laquo;&iexcl;Una noche es una
+noche!&raquo;</p>
+
+<p>La <i>atloteria</i>, contenta del accidente, que a&ntilde;ad&iacute;a alg&uacute;n tiempo m&aacute;s a su
+cortejo, contemplaba a Margalida vestida con su traje de gala, sentada
+en el centro de la pieza, junto a una silla vac&iacute;a. Todos hab&iacute;an pasado
+por &eacute;sta en el curso de la noche; algunos miraban con cierta ansiedad al
+asiento, pero sin atreverse a ocuparlo de nuevo.</p>
+
+<p>El <i>Ferrer</i>, ganoso de sobrepujar a sus rivales, ta&ntilde;&iacute;a una guitarra,
+cantando a media voz, acompa&ntilde;ado por el rodar de los truenos. El
+<i>Cant&oacute;</i>, metido en un rinc&oacute;n, meditaba nuevos versos. Algunos muchachos
+saludaban con expresiones burlonas la luz de los rel&aacute;mpagos que se
+filtraba por las rendijas de la puerta, y el <i>Capellanet</i> sonre&iacute;a
+sentado en el suelo con la mand&iacute;bula apoyada en ambas manos.</p>
+
+<p>Pep dormitaba en su silla baja, vencido por el cansancio, y su mujer
+lanzaba sordos alaridos de terror cada vez que un trueno fuerte conmov&iacute;a
+la casa, intercalando en sus gemidos fragmentos de oraciones, murmuradas
+en castellano para mayor eficacia. <i>&laquo;Santa B&aacute;rbera bendita, que en el
+sielo est&aacute;s escrita...&raquo;</i> Margalida, insensible a las miradas de sus
+pretendientes, parec&iacute;a pr&oacute;xima a dormirse en su asiento.</p>
+
+<p>Reson&oacute; de pronto la puerta con dos golpes dados por una mano. El perro,
+que se hab&iacute;a erguido momentos antes como adivinando la presencia de
+alguien en el porche, estir&oacute; el cuello, pero no ladr&oacute;, moviendo la cola
+con tranquilidad.</p>
+
+<p>Margalida y su madre miraron a la puerta con cierto miedo. &laquo;&iquest;Qui&eacute;n
+podr&iacute;a ser? &iexcl;A aquellas horas, en aquella noche, en la soledad de <i>Can
+Mallorqu&iacute;!...</i>&iquest;Le habr&iacute;a ocurrido algo al se&ntilde;or?...&raquo;</p>
+
+<p>Pep, despertado por estos golpes, se incorpor&oacute; en su asiento. <i>&laquo;&iexcl;Avant
+qui siga!&raquo;</i> Invitaba a entrar con una majestad de padre de familia al
+uso latino, se&ntilde;or absoluto de su casa. La puerta s&oacute;lo estaba entornada.</p>
+
+<p>Se abri&oacute;, dando paso a una r&aacute;faga de viento cargada de lluvia, que hizo
+estremecerse las luces del candil y refresc&oacute; el denso ambiente de la
+cocina. Ilumin&oacute;se con el resplandor de una exhalaci&oacute;n el negro
+rect&aacute;ngulo de la puerta, y todos vieron en ella, sobre el cielo l&iacute;vido,
+una figura encapuchada, una especie de penitente, chorreando lluvia y
+con el rostro casi oculto.</p>
+
+<p>Entr&oacute; con paso decidido, sin saludar a nadie, seguido del perro, que
+olisqueaba sus piernas con gru&ntilde;ido cari&ntilde;oso, y fue rectamente a ocupar
+la silla vac&iacute;a junto a Margalida: el lugar reservado a los
+pretendientes.</p>
+
+<p>Al sentarse se ech&oacute; atr&aacute;s la capucha y fij&oacute; sus ojos en la muchacha.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Ah!&mdash;gimi&oacute; &eacute;sta, p&aacute;lida, con los ojos agrandados por la sorpresa.</p>
+
+<p>Y fue tal su emoci&oacute;n, tan violento su impulso por retirarse de &eacute;l, que
+la falt&oacute; poco para caer.</p>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="Tercera_parte" id="Tercera_parte"></a>Tercera parte</h2>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="Ic" id="Ic"></a><a href="#toc">I</a></h2>
+
+
+<p>Dos d&iacute;as despu&eacute;s, cuando Jaime, de vuelta de la pesca, esperaba la
+comida en su torre, vio presentarse a Pep, que deposit&oacute; el cestillo
+sobre la mesa con cierta solemnidad.</p>
+
+<p>El r&uacute;stico intent&oacute; excusarse por esta visita extraordinaria. Su mujer y
+Margalida hab&iacute;an ido otra vez a la ermita de los <i>Cubells</i>: el muchacho
+las acompa&ntilde;aba.</p>
+
+<p>Comi&oacute; Febrer con buen apetito, por haber pasado la ma&ntilde;ana en el mar
+desde que rompi&oacute; el d&iacute;a; pero el aire grave del pay&eacute;s acab&oacute; por
+preocuparle.</p>
+
+<p>&mdash;Pep: t&uacute; quieres decirme algo y no te atreves&mdash;dijo Jaime en dialecto
+ibicenco.</p>
+
+<p>&mdash;As&iacute; es, se&ntilde;or.</p>
+
+<p>Y Pep, igual a todos los t&iacute;midos, que dudan y vacilan antes de hablar,
+pero una vez perdido el miedo se lanzan adelante ciegamente, empujados
+por el propio temor, expuso con rudeza su pensamiento.</p>
+
+<p>&laquo;S&iacute;; algo ten&iacute;a que decirle, algo muy importante. Dos d&iacute;as hab&iacute;a estado
+pens&aacute;ndolo, pero ya no pod&iacute;a callar m&aacute;s tiempo. Si se hab&iacute;a encargado de
+traer la comida del se&ntilde;or, era s&oacute;lo por hablarle... &iquest;Qu&eacute; deseaba don
+Jaime? &iquest;Por qu&eacute; se burlaba de ellos, que le quer&iacute;an tanto?...&raquo;</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Burlarme!&mdash;exclam&oacute; Febrer.</p>
+
+<p>&laquo;S&iacute;; burlarse de ellos.&raquo; Pep lo afirmaba con tristeza. &laquo;&iquest;Qu&eacute; hab&iacute;a sido
+lo de la noche de la tormenta? &iquest;Qu&eacute; capricho hab&iacute;a impulsado al se&ntilde;or a
+presentarse en pleno cortejo, sent&aacute;ndose al lado de Margalida como si
+fuese un pretendiente?...&raquo; &iexcl;Ah, don Jaime! Los <i>festeigs</i> son cosa
+seria: por ellos se matan los hombres. Bien sab&iacute;a &eacute;l que los se&ntilde;ores se
+burlaban de esto, considerando casi como salvajes a los payeses de la
+isla; pero a los pobres hay que dejarles sus costumbres, olvidarlos, no
+turbar sus escasas alegr&iacute;as.</p>
+
+<p>Ahora fue Febrer quien puso el gesto triste.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Pero si yo no me burlo de vosotros, querido Pep! &iexcl;Si todo es
+verdad!... Ent&eacute;rate de una vez: soy pretendiente de Margalida, como el
+<i>Cant&oacute;</i>, como ese <i>verro</i> antip&aacute;tico, como todos los muchachos que
+acuden a tu cocina para cortejarla... La otra noche me present&eacute; porque
+ya no pod&iacute;a sufrir m&aacute;s, porque comprend&iacute; de pronto la causa de las
+tristezas que me vienen afligiendo, porque quiero a Margalida, y me
+casar&eacute; con ella, si ella me acepta.</p>
+
+<p>Su acento sincero y apasionado no dej&oacute; dudas al pay&eacute;s.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Luego es verdad!&mdash;exclam&oacute;&mdash;. Algo de eso me hab&iacute;a dicho la <i>atlota</i>
+llorando cuando yo le pregunt&eacute; el motivo de la visita del se&ntilde;or... Yo no
+la cre&iacute; al principio. &iexcl;Las muchachas son tan pretenciosas! Se imaginan
+que todos los hombres andan locos tras ellas... &iquest;Conque es verdad?...</p>
+
+<p>Y esta certidumbre le hac&iacute;a sonre&iacute;r, como algo inesperado y gracioso.</p>
+
+<p>&iexcl;Qu&eacute; don Jaime! Muy honrados &eacute;l y su familia por esta muestra de aprecio
+a los de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>. Lo malo era para la muchacha, que se
+engreir&iacute;a, imagin&aacute;ndose ya digna de un pr&iacute;ncipe, no queriendo aceptar a
+ning&uacute;n pay&eacute;s.</p>
+
+<p>&mdash;No puede ser, se&ntilde;or. &iquest;No comprende usted que no puede ser?... Yo
+tambi&eacute;n he sido joven y s&eacute; lo que es esto. Un primer movimiento que nos
+hace ir detr&aacute;s de toda <i>atlota</i> que no es fea; pero luego reflexiona
+uno, piensa lo que est&aacute; bien y lo que est&aacute; mal, lo que m&aacute;s le conviene,
+y acaba por no hacer tonter&iacute;as. Usted habr&aacute; reflexionado, &iquest;verdad,
+se&ntilde;or?... Lo de la otra noche fue una broma, un capricho...</p>
+
+<p>Febrer movi&oacute; la cabeza en&eacute;rgicamente. No; ni broma ni capricho. Amaba a
+Margalida, a la gentil &laquo;Flor de almendro&raquo;; estaba convencido de su
+pasi&oacute;n, e ir&iacute;a donde ella le arrastrase. Su prop&oacute;sito era hacer en
+adelante lo que le ordenara su voluntad, sin escr&uacute;pulos ni prejuicios.
+Bastante tiempo hab&iacute;a sido esclavo de ellos. No; ni reflexi&oacute;n ni
+arrepentimiento. Amaba a Margalida, y era uno de sus pretendientes, con
+el mismo derecho que cualquier <i>atlot</i> de la isla. Ya estaba dicho.</p>
+
+<p>Pep, escandalizado por tales palabras, herido en sus ideas m&aacute;s antiguas
+y arraigadas, levant&oacute; las manos, al mismo tiempo que su alma simple se
+asomaba a los ojos con temblores de sorpresa.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Si&ntilde;or!... &iexcl;Si&ntilde;or!...</i></p>
+
+<p>Necesitaba poner por testigo al Se&ntilde;or del cielo para expresar su
+turbaci&oacute;n y su asombro. &iexcl;Un Febrer queriendo casarse con la payesa de
+<i>Can Mallorqu&iacute;</i>!... El mundo ya no era el mismo: parec&iacute;an trastornadas
+todas sus leyes, como si el mar estuviera pr&oacute;ximo a cubrir la isla y los
+almendros floreciesen en adelante sobre las olas. &iquest;Pero se hab&iacute;a dado
+cuenta don Jaime de lo que significaba su deseo?...</p>
+
+<p>Todo el respeto depositado en el alma del pay&eacute;s durante largos a&ntilde;os de
+servidumbre a la noble familia, la veneraci&oacute;n religiosa que le hab&iacute;an
+infundido sus padres cuando de ni&ntilde;o ve&iacute;a llegar a los se&ntilde;ores de
+Mallorca, renacieron ahora, protestando de este absurdo como de algo
+contrario a las costumbres humanas y la divina voluntad. El padre de don
+Jaime hab&iacute;a sido un personaje poderoso, de los que dictan las leyes all&aacute;
+en Madrid; hasta hab&iacute;a vivido en el palacio real. Le ve&iacute;a en su memoria,
+lo mismo que se lo hab&iacute;a imaginado en las ilusiones cr&eacute;dulas de su
+ni&ntilde;ez, mandando a los hombres a su voluntad; pudiendo enviar unos a la
+horca y perdonando a otros, seg&uacute;n su capricho; sentado a la mesa de los
+monarcas y jugando con ellos a la baraja, igual que pod&iacute;a hacerlo &eacute;l con
+un amigo en la taberna de San Jos&eacute;, trat&aacute;ndose t&uacute; por t&uacute;; y cuando no
+estaba en la corte, era se&ntilde;or absoluto en barcos de hierro de los que
+escupen humo y ca&ntilde;onazos... &iquest;Y su c&eacute;lebre abuelo don Horacio? Pep le
+hab&iacute;a visto pocas veces, y sin embargo, temblaba a&uacute;n de respeto al
+recordar su aspecto se&ntilde;orial, su cara grave, limpia de sonrisas, y el
+gesto imponente con que acompa&ntilde;aba sus bondades. Era un rey a la
+antigua, uno de aquellos reyes buenos y justicieros, padres de los
+pobres, con el pan en una mano y el palo en la otra.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y quiere usted que yo, el pobre Pep de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, sea pariente
+de su padre y su abuelo, y de todos los se&ntilde;orones que fueron amos de
+Mallorca y mandones del mundo?... Vamos, don Jaime. Vuelvo a creer que
+todo es una broma: su seriedad no me enga&ntilde;a. Tambi&eacute;n don Horacio
+discurr&iacute;a a veces las cosas m&aacute;s chistosas, sin perder su cara de juez.</p>
+
+<p>Jaime pase&oacute; los ojos por el interior de la torre, sonriendo de su
+miseria.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Pero si soy un pobre, Pep &iexcl;Si t&uacute; eres rico comparado conmigo! &iquest;A qu&eacute;
+recordar mi familia, si vivo de tu apoyo?... Si me despidieras, no s&eacute;
+adonde podr&iacute;a ir.</p>
+
+<p>El gesto de incredulidad con que Pep acog&iacute;a siempre estas afirmaciones
+humildes volvi&oacute; a aparecer.</p>
+
+<p>&laquo;&iexcl;Pobre! &iquest;Y aquella torre no era suya?...&raquo; Febrer le contest&oacute; riendo.
+&iexcl;Bah! Cuatro piedras viejas, que se ca&iacute;an cansadas de existir; un monte
+inculto, que s&oacute;lo tendr&iacute;a alg&uacute;n valor trabajado por el pay&eacute;s... Pero
+&eacute;ste insisti&oacute;. Le quedaba lo de Mallorca, que aunque algo enredado, era
+mucho... &iexcl;mucho!</p>
+
+<p>Y al extender sus brazos con un gesto de inmensidad, como si nadie
+pudiese abarcar la fortuna de Jaime, a&ntilde;ad&iacute;a convencido:</p>
+
+<p>&mdash;Un Febrer nunca es pobre. Usted no podr&aacute; serlo nunca. Despu&eacute;s de estos
+tiempos otros vendr&aacute;n.</p>
+
+<p>Jaime desisti&oacute; de hacerle reconocer su pobreza. Mejor era que le creyese
+rico. As&iacute; no podr&iacute;an decir aquellos <i>atlots</i> sin m&aacute;s horizonte que el de
+la isla, que era un desesperado ansioso de unirse con la familia de Pep
+para recuperar las tierras de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>.</p>
+
+<p>&iquest;Por qu&eacute; se asombraba tanto el pay&eacute;s de que &eacute;l pretendiese a Margalida?
+No era esto m&aacute;s que la repetici&oacute;n de una eterna historia: la del rey
+disfrazado y vagabundo enamor&aacute;ndose de la pastora y d&aacute;ndola su mano... Y
+&eacute;l no era un rey ni estaba disfrazado, sino en una situaci&oacute;n de miseria
+verdadera.</p>
+
+<p>&mdash;Tambi&eacute;n s&eacute; yo esa historia&mdash;dijo Pep&mdash;. Me la contaron de chico muchas
+veces y se la he contado yo a los m&iacute;os... No digo que no sucediese as&iacute;;
+pero ser&iacute;a en otros tiempos... otros tiempos muy lejanos: cuando
+hablaban los animales.</p>
+
+<p>Para Pep, la m&aacute;s remota antig&uuml;edad y el estado dichoso de los hombres
+era siempre en el tiempo feliz &laquo;cuando hablaban los animales&raquo;.</p>
+
+<p>Pero &iexcl;ahora!... Ahora &eacute;l, aunque no sab&iacute;a leer, se enteraba de las cosas
+del mundo cuando iba a San Jos&eacute; los domingos y hablaba con el secretario
+del Ayuntamiento y otras personas letradas que le&iacute;an peri&oacute;dicos. Los
+reyes se casaban con reinas y las pastoras con pastores. Se acabaron los
+buenos tiempos.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Pero t&uacute; sabes si Margalida me quiere o no me quiere?... &iquest;T&uacute; est&aacute;s
+seguro de que le parece todo esto un disparate, lo mismo que a ti?...</p>
+
+<p>Pep qued&oacute; silencioso largo rato, metiendo una mano bajo el fieltro y el
+pa&ntilde;uelo de seda puesto mujerilmente, para rascarse los bucles crespos y
+canos de su cabeza. Sonre&iacute;a maliciosamente y al mismo tiempo con
+desprecio, como regocijado por la inferioridad en que vive la hembra de
+los campos.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Las mujeres! &iexcl;Vaya usted a saber lo que piensan, don Jaime!...
+Margalida es como todas: amiga de vanidades y cosas extraordinarias. A
+su edad, todas sue&ntilde;an que va a venir por ellas un conde o un marqu&eacute;s
+para llev&aacute;rselas en un carro de oro y que mueran de envidia sus amigas.
+Yo tambi&eacute;n, cuando era <i>atlot</i>, pensaba muchas veces que vendr&iacute;a a
+pedirme en matrimonio la m&aacute;s rica de Ibiza, una muchacha que no sab&iacute;a
+qui&eacute;n pudiera ser, pero hermosa como la Virgen y con campos tan grandes
+como la mitad de la isla... Son cosas de los pocos a&ntilde;os.</p>
+
+<p>Luego, cesando de sonre&iacute;r, a&ntilde;adi&oacute;:</p>
+
+<p>&mdash;S&iacute;; tal vez le quiera a usted y no se d&eacute; cuenta de lo que desea. &iexcl;Esto
+del querer y de la juventud es tan raro!... Llora cuando le hablan de lo
+de la otra noche; dice que fue una locura, pero ni una palabra contra
+usted... &iexcl;Ay! &iexcl;el coraz&oacute;n quisiera yo verle!</p>
+
+<p>Febrer acogi&oacute; estas palabras con una sonrisa de gozo; pero el pay&eacute;s
+desvaneci&oacute; instant&aacute;neamente su alegr&iacute;a, a&ntilde;adiendo en&eacute;rgicamente:</p>
+
+<p>&mdash;No puede ser, y no ser&aacute;... Piense ella lo que piense, yo me opongo,
+porque soy su padre y quiero su bien... &iexcl;Ay, don Jaime! Cada cual con
+los suyos. Me recuerda todo esto a cierto fraile que viv&iacute;a solitario en
+los <i>Cubells</i>, hombre sabio, y por ser sabio, medio loco, que se empe&ntilde;&oacute;
+en sacar cr&iacute;as de un gallo y una gaviota: una gaviota del tama&ntilde;o de un
+ganso.</p>
+
+<p>Y describ&iacute;a, con la gravedad que tiene para el campesino la vida y el
+cruce de los animales, la ansiedad de los payeses cuando iban a los
+<i>Cubells</i>, agrup&aacute;ndose curiosos en torno del jaul&oacute;n donde estaban bajo
+la vigilancia del fraile el gallo y la gaviota.</p>
+
+<p>&mdash;A&ntilde;os dur&oacute; el trabajo de aquel buen se&ntilde;or, y &iexcl;ni una cr&iacute;a!... Contra lo
+imposible nada pueden los hombres. Ten&iacute;an sangre distinta; viv&iacute;an juntos
+y tranquilos, pero no eran iguales ni pod&iacute;an serlo. Cada uno con los
+suyos.</p>
+
+<p>Y al decir esto, Pep recogi&oacute; de la mesa los platos de la comida y los
+fue guardando en la cesta, prepar&aacute;ndose para marcharse.</p>
+
+<p>&mdash;Quedamos, don Jaime&mdash;dijo con su tenacidad campesina&mdash;, en que todo es
+broma, y usted no inquietar&aacute; a la <i>atlota</i> con sus fantas&iacute;as.</p>
+
+<p>&mdash;No, Pep. Quedamos en que quiero a Margalida, y voy a su cortejo con el
+mismo derecho que cualquier muchacho de la isla. Hay que respetar los
+usos antiguos.</p>
+
+<p>Y sonri&oacute; ante el gesto malhumorado del pay&eacute;s. Pep mov&iacute;a la cabeza en
+se&ntilde;al de protesta, repitiendo que aquello era imposible. Las muchachas
+del <i>cuart&oacute;n</i> iban a burlarse de Margalida, regocijadas por este
+pretendiente extra&ntilde;o que romp&iacute;a el orden de las costumbres. Los
+maliciosos tal vez iban a calumniar a <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, que ten&iacute;a un
+pasado de honradez como la mejor familia de la isla. Hasta sus amigos,
+cuando fuese &eacute;l a misa a San Jos&eacute; reuni&eacute;ndose con ellos en el claustro
+de la iglesia, iban a suponer que era un ambicioso y deseaba convertir a
+su hija en una se&ntilde;orita... Y no era esto s&oacute;lo. Hab&iacute;a que temer adem&aacute;s la
+c&oacute;lera de los rivales, los celos de aquellos <i>atlots</i> que hab&iacute;an quedado
+absortos por la sorpresa al verle entrar en plena tempestad y sentarse
+junto a Margalida. De seguro que a aquellas horas ya hab&iacute;an salido de su
+asombro, y hablaban de &eacute;l concert&aacute;ndose todos para oponerse al
+forastero. Los de la isla eran como eran. Se mataban entre ellos, sin
+molestar al de fuera, porque le cre&iacute;an extra&ntilde;o a su vida, indiferente a
+sus pasiones. &iexcl;Pero si el extranjero se mezclaba en sus asuntos, y
+adem&aacute;s de extranjero... era mallorqu&iacute;n!... &iquest;Cu&aacute;ndo se hab&iacute;a visto a
+gentes de otras tierras disputarles la novia a los ibicencos?... Don
+Jaime, &iexcl;por su padre! &iexcl;por su noble abuelo! Se lo rogaba Pep, que le
+conoc&iacute;a desde ni&ntilde;o. La alquer&iacute;a era suya, todos sus habitantes deseaban
+servirle... &iexcl;pero no deb&iacute;a persistir en aquel capricho! Iba a traerle
+desgracia.</p>
+
+<p>Febrer, que hab&iacute;a escuchado hasta entonces con deferencia, se irgui&oacute;
+ante estas palabras de Pep. Sublev&oacute;se su car&aacute;cter rudo, como si acabara
+de recibir una grave ofensa con los temores del pay&eacute;s. &iexcl;Miedos a &eacute;l!...
+Sent&iacute;ase capaz de pelear con todos los <i>atlots</i> de la isla. No hab&iacute;a en
+Ibiza quien le hiciese retroceder. A su apasionamiento belicoso de
+amante un&iacute;ase una soberbia de raza, el odio ancestral que separaba a los
+habitantes de las dos islas. Ir&iacute;a al cortejo; ten&iacute;a buenos compa&ntilde;eros
+que le defendiesen en caso de apuro. Y miraba la escopeta colgada de la
+pared, luego de pasar sus ojos por la faja, donde ocultaba el rev&oacute;lver.</p>
+
+<p>Pep baj&oacute; la cabeza con desaliento. Lo mismo hab&iacute;a sido &eacute;l cuando joven.
+Las mujeres hacen cometer las mayores locuras. Era in&uacute;til insistir para
+convencer al se&ntilde;or, testarudo y soberbio como todos los suyos.</p>
+
+<p>&mdash;Haga su santa voluntad, don Jaime; pero acu&eacute;rdese de lo que le digo.
+Nos espera una desgracia, una gran desgracia.</p>
+
+<p>Sali&oacute; el pay&eacute;s de la torre, y Jaime lo vio alejarse cuesta abajo, hacia
+su alquer&iacute;a, movi&eacute;ndose al impulso de la brisa mar&iacute;tima las puntas de su
+pa&ntilde;uelo y el mant&oacute;n mujeril que llevaba sobre los hombros.</p>
+
+<p>Desapareci&oacute; Pep tras las bardas de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>. Febrer iba a
+separarse de la puerta, cuando vio surgir entre los grupos de tamariscos
+de la pendiente un muchacho que, luego de mirar a un lado y a otro para
+convencerse de que no era observado, corri&oacute; hacia &eacute;l. Era el
+<i>Capellanet</i>. Subi&oacute; a saltos la escalera de la torre, y al verse ante
+Febrer rompi&oacute; a re&iacute;r, mostrando el marfil de su dentadura rodeada de
+rosa obscuro.</p>
+
+<p>Desde la noche que el se&ntilde;or se present&oacute; en la alquer&iacute;a, el <i>Capellanet</i>
+lo trataba con la mayor confianza, cual si le considerase ya de la
+familia. &Eacute;l no protestaba de lo extraordinario del suceso. Le parec&iacute;a
+natural que Margalida gustase al se&ntilde;or y que &eacute;ste desease casarse con
+ella.</p>
+
+<p>&mdash;Pero &iquest;no estabas en los <i>Cubells</i>?&mdash;pregunt&oacute; Febrer.</p>
+
+<p>El muchacho volvi&oacute; a re&iacute;r. Hab&iacute;a dejado a su madre y su hermana en mitad
+del camino, y oculto entre los tamariscos esper&oacute; a que su padre
+regresase de la torre. Sin duda el viejo quer&iacute;a hablar de cosas
+importantes con don Jaime; por esto los hab&iacute;a alejado a todos,
+encarg&aacute;ndose de llevar &eacute;l mismo la comida. Hac&iacute;a dos d&iacute;as que s&oacute;lo
+hablaba en su casa de esta entrevista. Su timidez y el respeto &laquo;al amo&raquo;
+le hac&iacute;an vacilar, pero al fin se hab&iacute;a decidido. El noviazgo de
+Margalida le ten&iacute;a de mal humor. &iquest;Hab&iacute;a estado muy rega&ntilde;&oacute;n el viejo?...</p>
+
+<p>Queriendo esquivar Febrer estas preguntas, le hizo otras con cierta
+ansiedad. &iquest;Y &laquo;Flor de almendro&raquo;? &iquest;Qu&eacute; dec&iacute;a cuando el <i>Capellanet</i> le
+hablaba de &eacute;l?</p>
+
+<p>Se irgui&oacute; el muchacho con petulancia, satisfecho de proteger al se&ntilde;or.
+Su hermana no dec&iacute;a nada; unas veces sonre&iacute;a al o&iacute;r el nombre de don
+Jaime, otras se le humedec&iacute;an los ojos, y casi siempre daba fin a la
+conversaci&oacute;n aconsejando al <i>Capellanet</i> que no se mezclase en este
+asunto y diese gusto al padre yendo a estudiar en el Seminario.</p>
+
+<p>&mdash;Esto se arreglar&aacute;, se&ntilde;or&mdash;continu&oacute; el muchacho, pose&iacute;do de la nueva
+importancia de su persona&mdash;. Se arreglar&aacute;; se lo digo yo. Estoy seguro
+de que mi hermana le quiere mucho... pero le tiene cierto miedo, cierto
+respeto. &iexcl;Qui&eacute;n pod&iacute;a esperar que usted se fijase en ella!... En casa
+todos parecen locos. El padre pone mala cara y habla solo; la madre gime
+y se aclama a la Virgen; Margalida llora; y mientras tanto, la gente
+cree que estamos de lo m&aacute;s alegres. Pero esto se arreglar&aacute;, don Jaime;
+yo se lo prometo.</p>
+
+<p>Preocup&aacute;bale otra cosa, aparte de la voluntad de Margalida. Mientras
+hablaba, su pensamiento iba hacia sus antiguos amigos, los <i>atlots</i> que
+cortejaban a &laquo;Flor de almendro&raquo;. &laquo;&iexcl;Atenci&oacute;n, se&ntilde;or! &iexcl;Mucho ojo!...&raquo; &Eacute;l
+no sab&iacute;a nada de cierto. Hasta sospechaba que aquellos muchachos hab&iacute;an
+perdido la confianza en su persona, recat&aacute;ndose de hablar en su
+presencia. Pero seguramente tramaban algo. Una semana antes parec&iacute;an
+odiarse y viv&iacute;an apartados unos de otros; ahora se hab&iacute;an juntado todos
+para abominar del forastero. Callaban, pero su silencio era taciturno,
+poco tranquilizador. El &uacute;nico que gritaba y se mov&iacute;a con una c&oacute;lera de
+cordero rabioso era el <i>Cant&oacute;</i>, irguiendo su cuerpo desmedrado de
+t&iacute;sico, afirmando entre crueles toses su prop&oacute;sito de matar al
+mallorqu&iacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Le han perdido a usted el respeto, don Jaime&mdash;continu&oacute; el muchacho&mdash;.
+Cuando le vieron entrar y sentarse al lado de mi hermana, quedaron como
+atontados. Yo tambi&eacute;n me qued&eacute; sin saber lo que ve&iacute;a, y eso que hace
+tiempo me daba el coraz&oacute;n que a usted no le era indiferente Margalida.
+Preguntaba usted demasiado por ella... Pero ahora ya se les ha pasado el
+susto, y van a hacer algo: &iexcl;vaya si lo har&aacute;n!... Y no les falta raz&oacute;n.
+&iquest;Cu&aacute;ndo se ha visto en San Jos&eacute; venir los forasteros a quitarles la
+novia a unos <i>atlots</i> que son los m&aacute;s valientes de la isla?...</p>
+
+<p>El orgullo de vecindario arrastr&oacute; al <i>Capellanet</i> a participar
+moment&aacute;neamente de las opiniones de los otros, pero pronto renacieron su
+gratitud y su afecto a Febrer.</p>
+
+<p>&mdash;No importa. Usted la quiere, y basta. &iquest;Por qu&eacute; ha de ir mi hermana a
+trabajar la tierra y pasar fatigas, cuando un se&ntilde;or como usted se fija
+en ella?... Adem&aacute;s&mdash;y aqu&iacute; sonre&iacute;a maliciosamente el pilluelo&mdash;, a m&iacute; me
+conviene este casamiento. Usted no va a cultivar los campos, usted se
+llevar&aacute; a Margalida, y el viejo, no teniendo a qui&eacute;n dejar <i>Can
+Mallorqu&iacute;</i>, me permitir&aacute; que sea labrador, que me case, y &iexcl;adi&oacute;s
+capellan&iacute;a!... Le digo a usted, don Jaime, que usted se la lleva. Aqu&iacute;
+estoy yo, el <i>Capellanet</i>, para pelearme con media isla en su defensa.</p>
+
+<p>Miraba a un lado y a otro, como si temiera encontrarse con los bigotes y
+los ojos severos de la Guardia civil, y luego, tras una vacilaci&oacute;n de
+hombre modesto que teme revelar su importancia, llev&aacute;base una mano a los
+ri&ntilde;ones y tiraba del interior de la faja, sacando un cuchillo cuyo
+brillo y limpieza parec&iacute;an hipnotizarle.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Eh?&mdash;dec&iacute;a, admirando la tersura del acero virgen y mirando a Febrer.</p>
+
+<p>Era el cuchillo que le hab&iacute;a regalado Jaime el d&iacute;a antes. Como estaba de
+buen humor, hab&iacute;a hecho arrodillarse al <i>Capellanet</i>. Luego, con burlona
+gravedad, le hab&iacute;a golpeado con el arma, proclam&aacute;ndolo caballero
+invencible del <i>cuart&oacute;n</i> de San Jos&eacute;, de toda la isla y de los freos y
+pe&ntilde;ones adyacentes. El pilluelo, tr&eacute;mulo de emoci&oacute;n por el regalo,
+hab&iacute;a acogido la ceremonia con gravedad, crey&eacute;ndola algo indispensable
+que se usaba entre los se&ntilde;ores.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Eh?&mdash;volvi&oacute; a preguntar, mirando a don Jaime como si lo protegiese
+con toda la inmensidad de su valent&iacute;a.</p>
+
+<p>Pasaba un dedo ligeramente por el filo y luego apoyaba la yema en la
+punta, gozando voluptuosamente al sentir su agudo pinchazo. &iexcl;Qu&eacute; joya!</p>
+
+<p>Febrer movi&oacute; la cabeza. S&iacute;; conoc&iacute;a el arma: &eacute;l mismo se la hab&iacute;a tra&iacute;do
+de Ibiza.</p>
+
+<p>&mdash;Pues con esto&mdash;continu&oacute; el chicuelo&mdash;no hay guapo que se nos ponga
+delante. &iquest;El <i>Ferrer</i>?... &iexcl;mentira! &iquest;El <i>Cant&oacute;</i> y todos los otros?...
+&iexcl;mentira tambi&eacute;n! &iexcl;Y pocas ganas que tengo yo de usarlo!... &Eacute;l que
+intente algo contra usted est&aacute; sentenciado a muerte.</p>
+
+<p>Y a continuaci&oacute;n, con una tristeza de grande hombre que pierde el tiempo
+sin dar la medida de su valor, dijo bajando los ojos:</p>
+
+<p>&mdash;Cuando mi abuelo ten&iacute;a mi edad, cuentan que ya era <i>verro</i> y met&iacute;a
+miedo a toda la isla.</p>
+
+<p>Pas&oacute; el <i>Capellanet</i> en la torre una parte de la tarde, hablando de los
+enemigos supuestos de don Jaime, que ya consideraba como suyos,
+ocultando su cuchillo para volver a sacarlo, como si necesitase
+contemplar su imagen desfigurada en la bru&ntilde;ida hoja, so&ntilde;ando en
+tremendos combates que terminaban siempre con la fuga o muerte de los
+adversarios, salvando &eacute;l caballerescamente al acorralado don Jaime. &Eacute;ste
+re&iacute;a de la petulancia del muchacho, tomando a broma sus ansias de pelea
+y destrucci&oacute;n.</p>
+
+<p>Al anochecer baj&oacute; a la alquer&iacute;a para traerle la cena. Ya hab&iacute;a
+encontrado en el porche varios cortejantes venidos de muy lejos, que
+esperaban sentados en los poyos el principio del <i>festeig</i>. &iexcl;Hasta
+luego, don Jaime!...</p>
+
+<p>Febrer, as&iacute; que cerr&oacute; la noche, se dispuso a bajar a la alquer&iacute;a, con el
+gesto hosco, la mirada dura, las manos nerviosas por un imperceptible
+temblor homicida, lo mismo que un guerrero primitivo al emprender una
+expedici&oacute;n desde la cumbre al valle. Antes de echarse el jaique sobre
+los hombros sac&oacute; su rev&oacute;lver de la faja, examinando escrupulosamente el
+estado de las c&aacute;psulas y el juego de la llave. &iexcl;Todo corriente! Al
+primero que intentase algo contra &eacute;l, le met&iacute;a los seis tiros en la
+cabeza. Sent&iacute;ase b&aacute;rbaro, implacable, como uno de aquellos Febrer leones
+del mar, que saltaban a las playas enemigas, matando para no morir.</p>
+
+<p>Anduvo cuesta abajo, por entre los grupos de tamariscos, que mov&iacute;an en
+la obscuridad sus masas ondeantes, con una mano metida en la faja y
+acariciando la culata del rev&oacute;lver. &iexcl;Nadie! Al llegar al porche de <i>Can
+Mallorqu&iacute;</i> lo encontr&oacute; lleno de <i>atlots</i> que aguardaban de pie o
+sentados en los poyos a que la familia acabase su cena en la cocina.
+Febrer los adivin&oacute; en la obscuridad por el olor de c&aacute;&ntilde;amo de las
+alpargatas nuevas y el de lana burda de sus mantones y jaiques. Las
+chispas rojas de los cigarros indicaban en el fondo del porche otros
+grupos en espera.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Bono, nit!</i>&mdash;dijo Febrer al llegar.</p>
+
+<p>S&oacute;lo le respondieron con un leve gru&ntilde;ido. Cesaron las conversaciones
+mantenidas a media voz, y un silencio hostil y penoso empez&oacute; a gravitar
+sobre todos aquellos hombres.</p>
+
+<p>Jaime se apoy&oacute; en una pilastra del porche, alta la frente, arrogante el
+adem&aacute;n, destacando su figura sobre el fondo del horizonte, como si
+adivinase los ojos que en la obscuridad estaban fijos en &eacute;l.</p>
+
+<p>Sent&iacute;a cierta emoci&oacute;n, pero no era de miedo. Casi lleg&oacute; a olvidar a los
+enemigos que le rodeaban. Pensaba con inquietud en Margalida. Sinti&oacute; el
+escalofr&iacute;o del enamorado cuando adivina la proximidad de la mujer
+adorada y duda de su suerte, temiendo y deseando al mismo tiempo su
+aparici&oacute;n. Ciertos recuerdos del pasado volvieron a &eacute;l, haci&eacute;ndole
+sonre&iacute;r. &iquest;Qu&eacute; dir&iacute;a miss Mary si le viese rodeado de esta gente r&uacute;stica,
+tembloroso y vacilante al pensar en la proximidad de una muchacha
+campesina?... &iexcl;C&oacute;mo reir&iacute;an sus antiguas amigas de Madrid y de Par&iacute;s al
+encontrarle en esta traza de campesino, dispuesto a matar por la
+conquista de una mujer casi igual a sus criadas!...</p>
+
+<p>Se abri&oacute; la puerta de la alquer&iacute;a, que estaba entornada, marc&aacute;ndose en
+su rect&aacute;ngulo de luz rojiza la silueta de Pep.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Avant els h&oacute;mens!</i>&mdash;dijo como un patriarca que comprende los anhelos
+de la juventud y r&iacute;e bondadosamente de ellos.</p>
+
+<p>Y los hombres entraron uno tras otro, saludando al <i>si&ntilde;&oacute;</i> Pep y los
+suyos, ocupando los bancos y sillas de la cocina como ni&ntilde;os que llegan a
+la escuela.</p>
+
+<p>El pay&eacute;s de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, al reconocer al se&ntilde;or, hizo un gesto de
+asombro. &laquo;&iexcl;All&iacute; &eacute;l esperando con los otros, como un simple pretendiente,
+sin atreverse a entrar en una casa que era suya!...&raquo; Febrer contest&oacute; con
+un encogimiento de hombros. Quer&iacute;a hacer lo mismo que los dem&aacute;s. Se
+imaginaba que de este modo le ser&iacute;a m&aacute;s f&aacute;cil conseguir sus deseos. Nada
+que recordase su antigua condici&oacute;n de amigo respetable y de se&ntilde;or:
+cortejante nada m&aacute;s.</p>
+
+<p>Pep le hizo sentar a su lado. Pretendi&oacute; distraerlo con su conversaci&oacute;n,
+pero &eacute;l no apartaba los ojos de &laquo;Flor de almendro&raquo;, que, fiel al ritual
+de los <i>festeigs</i>, estaba en una silla, en el centro de la pieza,
+acogiendo con gestos de reina t&iacute;mida la admiraci&oacute;n de sus cortejantes.</p>
+
+<p>Fueron uno tras otro sent&aacute;ndose todos al lado de Margalida, que
+respond&iacute;a en voz queda a sus palabras. Fing&iacute;a no ver a don Jaime; casi
+le volv&iacute;a la espalda. Los pretendientes que aguardaban su vez estaban
+taciturnos, sin la alegre charla con que entreten&iacute;an su espera en otras
+noches. Parec&iacute;a que algo f&uacute;nebre pesaba sobre ellos, oblig&aacute;ndolos a
+permanecer en silencio, con la vista baja y los labios apretados, como
+si en la habitaci&oacute;n inmediata hubiese un muerto. Era la presencia del
+extra&ntilde;o, del intruso, ajeno a su clase y sus costumbres. &iexcl;Maldito
+mallorqu&iacute;n!...</p>
+
+<p>Cuando hubieron pasado todos los mozos por la silla inmediata a
+Margalida, el se&ntilde;or se levant&oacute;. Era el &uacute;ltimo que se hab&iacute;a presentado
+como cortejante, y en buena ley le llegaba su turno. Pep, que le hablaba
+sin cesar para distraerlo, qued&oacute;se de pronto con la boca abierta al ver
+c&oacute;mo se alejaba sin o&iacute;rle m&aacute;s.</p>
+
+<p>Sent&oacute;se al lado de Margalida, que parec&iacute;a no verle, humillada la cabeza
+y fijos los ojos en sus rodillas. Todos los <i>atlots</i> quedaron en
+silencio, para que en el ambiente tranquilo resonasen las m&aacute;s leves
+palabras del forastero; pero Pep, adivinando esta intenci&oacute;n, comenz&oacute; a
+hablar fuerte con su mujer y su hijo sobre trabajos que deb&iacute;an de
+realizar al d&iacute;a siguiente.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Margalida! &iexcl;&laquo;Flor de almendro&raquo;!...</p>
+
+<p>La voz de Febrer, como un susurro, acarici&oacute; las orejas de la muchacha.
+All&iacute; le ten&iacute;a, para convencerla de que era amor, verdadero amor, lo que
+ella consideraba un capricho. Febrer no sab&iacute;a a&uacute;n ciertamente c&oacute;mo hab&iacute;a
+sido esto. Sent&iacute;a un malestar en su soledad, un anhelo vago de cosas
+mejores, que tal vez estaban a su alcance, pero que &eacute;l, en su ceguera,
+no pod&iacute;a reconocer, hasta que de pronto hab&iacute;a visto claro d&oacute;nde estaba
+la dicha... Y la dicha era ella. &iexcl;Margalida! &iexcl;&laquo;Flor de almendro&raquo;! &Eacute;l no
+ten&iacute;a juventud, &eacute;l era pobre; &iexcl;pero la amaba tanto!... Una palabra nada
+m&aacute;s, algo que disipase la incertidumbre en que viv&iacute;a.</p>
+
+<p>Y ella, al sentir m&aacute;s pr&oacute;xima la boca de Febrer, al percibir su aliento
+ardoroso, movi&oacute; levemente la cabeza. &laquo;No, no. &iexcl;V&aacute;yase!... Tengo miedo.&raquo;
+Sus ojos se elevaron para mirar r&aacute;pidamente a todos aquellos j&oacute;venes
+morenos, de gesto tr&aacute;gico, que parec&iacute;an quemarlos a los dos con sus
+pupilas de brasa.</p>
+
+<p>&iexcl;Miedo!... Esta palabra bast&oacute; para que Febrer saliese de su encogimiento
+suplicante y mirase con soberbia a los rivales sentados ante &eacute;l. &iquest;Miedo
+a qui&eacute;n?... Sent&iacute;ase capaz de pelear con todos estos r&uacute;sticos y sus
+innumerables parientes. &iexcl;Miedo no, Margalida! Ni por &eacute;l ni por ella
+deb&iacute;a temer. Lo que Jaime la suplicaba era que respondiese a su
+pregunta. &iquest;Pod&iacute;a esperar? &iquest;Qu&eacute; pensaba contestarle?...</p>
+
+<p>Pero Margalida permanec&iacute;a silenciosa, descoloridos sus labios, p&aacute;lidas
+las mejillas con una blancura l&iacute;vida, moviendo los p&aacute;rpados para
+esconder tras el enrejado de las pesta&ntilde;as la humedad lacrimosa de sus
+ojos. Iba a llorar. Se adivinaban sus esfuerzos para contener el llanto:
+respiraba con angustia. Sus l&aacute;grimas, surgiendo de pronto en este
+ambiente hostil, pod&iacute;an ser una se&ntilde;al de combate; iban a producir la
+explosi&oacute;n de todas las c&oacute;leras contenidas que adivinaba en torno de
+ella. No... &iexcl;no! Y el esfuerzo de su voluntad s&oacute;lo serv&iacute;a para hacer
+mayor su angustia, oblig&aacute;ndola a humillar el rostro como las bestias
+dulces y t&iacute;midas, que creen salvarse del peligro ocultando su cabeza. La
+madre, que trenzaba cestos en un rinc&oacute;n, sinti&oacute;se alarmada en sus
+instintos de mujer. Su alma simple se dio cuenta del estado de
+Margalida. El padre, viendo la inquietud de aquellos ojos de animal
+triste y resignado, intervino oportunamente.</p>
+
+<p>&laquo;Las nueve y media...&raquo; Hubo un movimiento de sorpresa y protesta en el
+grupo de los <i>atlots</i>. A&uacute;n era pronto, faltaban muchos minutos para la
+hora: lo tratado era ley. Pero Pep, con su testarudez de campesino, se
+hac&iacute;a el sordo, repitiendo las mismas palabras mientras se pon&iacute;a de pie
+e iba hacia la puerta, abri&eacute;ndola completamente. &laquo;Las nueve y media.&raquo;
+Cada uno era amo en su casa, y &eacute;l hacia en la suya lo que cre&iacute;a mejor.
+Deb&iacute;a levantarse temprano al d&iacute;a siguiente: <i>&laquo;&iexcl;Bona nit!...&raquo;</i></p>
+
+<p>Y fue saludando a los cortejantes seg&uacute;n sal&iacute;an de la casa. Al pasar
+Jaime ante &eacute;l, sombr&iacute;o y despechado, intent&oacute; retenerlo por un brazo.
+Deb&iacute;a esperar; &eacute;l le acompa&ntilde;ar&iacute;a hasta la torre. Miraba con inquietud al
+<i>Ferrer</i>, que se hab&iacute;a quedado detr&aacute;s de &eacute;l, retardando voluntariamente
+su salida de la casa.</p>
+
+<p>Pero el se&ntilde;or no le contest&oacute;, libr&aacute;ndose de su brazo con rudo
+movimiento. Sent&iacute;ase furioso por el mutismo de Margalida, que
+consideraba un fracaso; por la actitud hostil de los mozos; por el modo
+ins&oacute;lito con que se hab&iacute;a dado fin a la velada.</p>
+
+<p>Los <i>atlots</i> dispers&aacute;ronse en la sombra, sin gritos, relinchos ni
+canciones, como si volvieran de un entierro. Algo tr&aacute;gico flotaba en las
+tinieblas de la noche.</p>
+
+<p>Febrer sigui&oacute; su camino sin volver la vista, deseoso de o&iacute;r que alguien
+ven&iacute;a tras de sus pasos, tomando por misterioso arrastre de
+perseguidores los leves crujidos del ramaje de los tamariscos bajo la
+brisa nocturna.</p>
+
+<p>Al llegar al pie de la colina, donde los matorrales eran m&aacute;s espesos, se
+volvi&oacute;, quedando inm&oacute;vil. Su silueta destac&aacute;base sobre la blancura del
+sendero a la luz vagorosa de las estrellas. Ten&iacute;a el rev&oacute;lver en la
+diestra, apretando nerviosamente la culata, acariciando el gatillo con
+un dedo febril, ansioso de disparar. &iexcl;Ay! &iquest;no le seguir&iacute;a alguien? &iquest;no
+aparecer&iacute;a el <i>verro</i> o cualquiera de los otros enemigos?...</p>
+
+<p>Transcurri&oacute; el tiempo sin que nadie se presentase. En torno de &eacute;l, la
+vegetaci&oacute;n silvestre, agrandada por la sombra y el misterio, parec&iacute;a
+re&iacute;r ir&oacute;nicamente de su c&oacute;lera con grandes murmullos. Al fin, la fresca
+serenidad de la tierra so&ntilde;olienta pareci&oacute; penetrar en &eacute;l. Acab&oacute;
+encogi&eacute;ndose de hombros con gesto de desprecio, y llevando el rev&oacute;lver
+por delante, continu&oacute; su camino hasta encerrarse en la torre.</p>
+
+<p>El d&iacute;a siguiente lo pas&oacute; por entero en el mar con el t&iacute;o Ventolera. De
+vuelta a su vivienda encontr&oacute; fr&iacute;a sobre la mesa la cena que le hab&iacute;a
+tra&iacute;do el <i>Capellanet</i>. Unas cruces y el propio nombre de Febrer
+grabados en el muro a punta de acero le revelaron la visita del <i>atlot</i>.
+El seminarista no pod&iacute;a permanecer quieto teniendo un cuchillo al
+alcance de su mano.</p>
+
+<p>Al otro d&iacute;a apareci&oacute; en la torre el muchacho de <i>Can Mallorqu&iacute;</i> con aire
+misterioso. Ten&iacute;a que contar a don Jaime cosas importantes. La tarde
+anterior, correteando en persecuci&oacute;n de cierto p&aacute;jaro por el pinar
+inmediato a la forja del <i>Ferrer</i>, hab&iacute;a visto de lejos, bajo el
+cobertizo de la herrer&iacute;a, al <i>verro</i> hablando con el <i>Cant&oacute;</i>.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y qu&eacute; m&aacute;s?&mdash;pregunt&oacute; Febrer, extra&ntilde;&aacute;ndose de que el muchacho callase.</p>
+
+<p>Nada m&aacute;s. &iquest;Le parec&iacute;a poco?... El <i>Cant&oacute;</i> no era aficionado a las
+alturas, porque sus cuestas le hac&iacute;an toser. Siempre andaba por los
+valles, sent&aacute;ndose bajo los almendros y las higueras para inventar sus
+trovos. Si hab&iacute;a subido hasta la herrer&iacute;a, era indudablemente porque el
+<i>Ferrer</i> le habr&iacute;a llamado. Hablaban los dos con gran animaci&oacute;n. El
+<i>verro</i> parec&iacute;a darle consejos, y el pobrecillo le contestaba con gestos
+afirmativos.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y qu&eacute;?&mdash;volvi&oacute; a preguntar Febrer.</p>
+
+<p>El <i>Capellanet</i> pareci&oacute; compadecerse de la simpleza del se&ntilde;or. &laquo;&iexcl;Mucho
+ojo, don Jaime! &Eacute;l no conoc&iacute;a a los de la isla.&raquo; Esta conversaci&oacute;n en la
+fragua le inspiraba cuidado. Estaban en s&aacute;bado: aquella noche era de
+<i>festeig</i>. De seguro que preparaban algo contra el se&ntilde;or, si se
+presentaba en <i>Can Mallorqu&iacute;</i>.</p>
+
+<p>Febrer acogi&oacute; tales palabras con un gesto de desprecio. Bajar&iacute;a, a pesar
+de todo... &iexcl;Si cre&iacute;an que le inspiraban miedo! Lo que lamentaba era que
+tardasen tanto en atacarle.</p>
+
+<p>Pas&oacute; en belicosa nerviosidad todo el resto del d&iacute;a, deseando que llegara
+pronto el anochecer. Evitaba en sus paseos acercarse a <i>Can Mallorqu&iacute;</i>,
+contempl&aacute;ndolo de lejos, con la esperanza de ver unos instantes la
+gentil figura de Margalida bajo el porche. No por esto osaba
+aproximarse, como si una irresistible timidez le cerrase el camino de la
+finca mientras brillaba el sol. Desde que era pretendiente no pod&iacute;a
+presentarse como amigo. Su llegada pod&iacute;a resultar embarazosa para la
+familia de Pep. Tem&iacute;a que la muchacha se ocultase al verle.</p>
+
+<p>Apenas se extingui&oacute; la luz del sol y comenzaron a brillar las estrellas
+en un cielo claro de invierno, Febrer descendi&oacute; de la torre.</p>
+
+<p>Durante el breve camino hasta la alquer&iacute;a volvieron a renacer en su
+memoria los recuerdos del pasado, con una precisi&oacute;n ir&oacute;nica, lo mismo
+que en la anterior noche de cortejo.</p>
+
+<p>&laquo;&iexcl;Si me viese miss Mary!&mdash;pens&oacute;&mdash;. Tal vez me comparase a un Sigfrido
+r&uacute;stico yendo a matar el drag&oacute;n que guarda el tesoro de Ibiza... &iexcl;Si me
+viesen otras mujeres que he conocido, y todo lo encontraban
+rid&iacute;culo!...&raquo;</p>
+
+<p>Pero su amor se sobrepuso inmediatamente a tales recuerdos. &iexcl;Si le
+viesen! &iquest;y qu&eacute;?... Margalida val&iacute;a m&aacute;s que las hembras que &eacute;l hab&iacute;a
+conocido antes: era la primera, la &uacute;nica. Todo en su historia pasada le
+parec&iacute;a falso y artificial, como la vida que se muestra en los
+escenarios, pintada y cubierta de oropeles bajo una luz enga&ntilde;osa. Nunca
+hab&iacute;a de volver a ese mundo de ficci&oacute;n. La realidad era lo presente.</p>
+
+<p>Al llegar al porche encontr&oacute; reunidos a los cortejantes, que parec&iacute;an
+discutir con voz ahogada. Al verle callaron instant&aacute;neamente.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Bona nit!</i></p>
+
+<p>Nadie contest&oacute;. Ni siquiera le acogieron con el gru&ntilde;ido de la otra
+noche.</p>
+
+<p>Cuando Pep, abriendo la puerta, les dio entrada en la cocina, Febrer vio
+que el <i>Cant&oacute;</i> llevaba el tamborcillo pendiente de un brazo y en la
+diestra la baqueta con que golpeaba el parche.</p>
+
+<p>Era noche de m&uacute;sica. Unos <i>atlots</i> sonre&iacute;an al ocupar sus puestos con
+expresi&oacute;n maligna, como regocij&aacute;ndose por adelantado de algo
+extraordinario. Otros, m&aacute;s serios, mostraban en su gesto el noble
+disgusto de los que temen presenciar una mala acci&oacute;n inevitable. El
+<i>Ferrer</i> permanec&iacute;a impasible en uno de los rincones m&aacute;s apartados,
+buscando empeque&ntilde;ecerse, pasar inadvertido entre los camaradas.</p>
+
+<p>Hablaron con Margalida unos cuantos <i>atlots</i>, pero de pronto, viendo la
+silla libre, el <i>Cant&oacute;</i> avanz&oacute; para sentarse en ella, sujetando el
+tambor entre la rodilla y un codo y apoyando la frente en su mano
+izquierda. La baqueta golpe&oacute; lentamente el parche, mientras sonaba un
+largo siseo reclamando silencio. Era un trovo nuevo: todos los s&aacute;bados
+tra&iacute;a versos el <i>Cant&oacute;</i>, en honor de la <i>atlota</i> de la alquer&iacute;a. El
+encanto de la m&uacute;sica b&aacute;rbara y mon&oacute;tona, admirada desde la ni&ntilde;ez, oblig&oacute;
+a callar a todos. La santa emoci&oacute;n de la poes&iacute;a hac&iacute;a estremecerse por
+adelantado a estas almas simples.</p>
+
+<p>El pobre t&iacute;sico rompi&oacute; a cantar, acompa&ntilde;ando cada verso con un cloqueo
+final que estremec&iacute;a su pecho y arrebolaba sus mejillas. Pero el <i>Cant&oacute;</i>
+se mostraba esta noche con m&aacute;s fuerzas que nunca: sus ojos ten&iacute;an un
+brillo extraordinario.</p>
+
+<p>A los primeros versos, una carcajada general reson&oacute; en la cocina,
+celebrando la gracia ir&oacute;nica del r&uacute;stico poeta.</p>
+
+<p>Febrer no hab&iacute;a entendido gran cosa. Cuando escuchaba esta m&uacute;sica
+mon&oacute;tona y relinchante, que parec&iacute;a recordar los primeros cantos de los
+marineros semitas esparcidos por el Mediterr&aacute;neo, sum&iacute;ase en otros
+pensamientos para hacer corta la espera y sufrir menos con la
+extraordinaria longitud del romance.</p>
+
+<p>La carcajada de los <i>atlots</i> atrajo su atenci&oacute;n, adivinando confusamente
+algo hostil para su persona. &iquest;Qu&eacute; dec&iacute;a aquel cordero rabioso?... La voz
+del cantor, su pronunciaci&oacute;n campesina y los continuos cloqueos con que
+cortaba los versos eran poco inteligibles para Jaime; pero lentamente
+fue d&aacute;ndose cuenta de que el romance iba dirigido a las <i>atlotas</i> que
+desean abandonar el campo, cas&aacute;ndose con caballeros, para lucir los
+mismos adornos que las se&ntilde;oras de la ciudad. Las modas femeninas
+describ&iacute;alas el cantor en t&eacute;rminos extravagantes, que hac&iacute;an re&iacute;r a los
+payeses.</p>
+
+<p>El simple Pep re&iacute;a tambi&eacute;n de estas burlas, que halagaban a la vez su
+orgullo de campesino y su soberbia de var&oacute;n inclinado a no ver en la
+hembra m&aacute;s que una compa&ntilde;era de fatigas. &laquo;&iexcl;Verdad! &iexcl;verdad!&raquo; Y un&iacute;a su
+carcajada a la de los muchachos. &iexcl;Qu&eacute; <i>Cant&oacute;</i> tan gracioso!...</p>
+
+<p>Pero a los pocos versos ya no habl&oacute; el improvisador de las <i>atlotas</i> en
+general, sino de una sola, ambiciosa y sin coraz&oacute;n. Febrer mir&oacute;
+instintivamente a Margalida, que permanec&iacute;a inm&oacute;vil, con los ojos bajos,
+p&aacute;lidas las mejillas, como asustada, no de lo que escuchaba, sino de lo
+que indudablemente vendr&iacute;a despu&eacute;s.</p>
+
+<p>Jaime comenz&oacute; a revolverse en su asiento. &iexcl;Molestarla as&iacute;, en su
+presencia, aquel r&uacute;stico!... Una carcajada m&aacute;s fuerte e insolente de
+aquellos j&oacute;venes atrajo de nuevo su atenci&oacute;n hacia los versos. El cantor
+se burlaba de la <i>atlota</i> que para ser se&ntilde;ora quer&iacute;a casarse con un
+pobre arruinado, sin casa y sin familia; un forastero que no ten&iacute;a
+tierras que cultivar...</p>
+
+<p>El efecto de estos versos fue instant&aacute;neo. Pep, en la densidad de su
+pensamiento espeso, vio flotar algo como una chispa de fuego, una
+luminosa adivinaci&oacute;n, y extendi&oacute; las manos imperativamente, al mismo
+tiempo que se incorporaba:</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Prou!... &iexcl;prou!</i></p>
+
+<p>Pero era ya in&uacute;til que gritase &laquo;&iexcl;bastante!&raquo; Un bulto se interpuso entre
+&eacute;l y la luz del candil: el cuerpo de Febrer, que se hab&iacute;a erguido de un
+salto.</p>
+
+<p>Con s&oacute;lo un tir&oacute;n arranc&oacute; el tamborcillo de las rodillas del cantor,
+arroj&aacute;ndolo inmediatamente contra su cabeza, y tal fue el &iacute;mpetu, que se
+rompieron los parches; quedando la caja como un gorro torcido sobre la
+frente ensangrentada del muchacho.</p>
+
+<p>Saltaron los <i>atlots</i> de sus asientos, sin saber ciertamente lo que
+hac&iacute;an, pero llev&aacute;ndose todos las manos a la faja. Margalida se refugi&oacute;
+al lado de su madre, y el <i>Capellanet</i> crey&oacute; llegado el momento de sacar
+su cuchillo. El padre, con la autoridad de los a&ntilde;os, se impuso a todos:
+&mdash;<i>&iexcl;Fora!... &iexcl;fora!</i></p>
+
+<p>Todos obedecieron, saliendo fuera de la alquer&iacute;a, para detenerse en
+pleno campo. Febrer sali&oacute; tambi&eacute;n, a pesar de la resistencia de Pep.</p>
+
+<p>Los <i>atlots</i> parec&iacute;an divididos, discutiendo acaloradamente. Unos
+protestaban. &laquo;&iexcl;Pegarle al pobre <i>Cant&oacute;</i>, un infeliz enfermo que no pod&iacute;a
+defenderse!...&raquo; Otros mov&iacute;an la cabeza. Esperaban aquello: no se puede
+insultar impunemente a un hombre sin que ocurra algo. Ellos se hab&iacute;an
+opuesto a la canci&oacute;n; eran partidarios de que los hombres, cuando
+tienen que decirse algo, se lo digan cara a cara.</p>
+
+<p>Casi iban a re&ntilde;ir, con la furia de sus opiniones encontradas y su
+rivalidad amorosa, cuando el <i>Cant&oacute;</i> distrajo su atenci&oacute;n. Se hab&iacute;a
+librado del tamboril incrustado en su cabeza y se limpiaba la sangre de
+la frente. Lloraba con la rabia del d&eacute;bil enfurecido, capaz de las
+mayores venganzas, pero que se siente al mismo tiempo esclavo de su
+impotencia.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;A m&iacute;! &iexcl;a m&iacute;!&mdash;gem&iacute;a asombrado de este ataque. De pronto se agach&oacute;,
+buscando piedras en la obscuridad para arrojarlas contra Febrer, y a
+cada pedrada retroced&iacute;a algunos pasos, como para defenderse de una nueva
+agresi&oacute;n. Los guijarros, despedidos por sus brazos d&eacute;biles, fueron a
+perderse en la sombra o rebotaron contra el porche.</p>
+
+<p>Luego ya no silbaron m&aacute;s piedras. Algunos amigos del <i>Cant&oacute;</i> se lo
+llevaban casi a rastras en la obscuridad. Oy&eacute;ronse sus gritos a lo
+lejos: profer&iacute;a amenazas, juraba vengarse... &laquo;&iexcl;Matar&iacute;a al forastero! &iexcl;&Eacute;l
+solo acabar&iacute;a con el mallorqu&iacute;n!...&raquo;</p>
+
+<p>Este permaneci&oacute; inm&oacute;vil, con una mano en la faja, entre tantos enemigos.
+Sent&iacute;ase avergonzado de su arrebato. &iexcl;Pegarle al pobre t&iacute;sico!... Para
+sofocar sus remordimientos, profiri&oacute; en voz baja soberbios retos. &laquo;&iexcl;Otro
+deseaba &eacute;l que hubiese cantado!...&raquo; Y sus ojos buscaron al <i>Ferrer</i>,
+pero el temible <i>verro</i> hab&iacute;a desaparecido.</p>
+
+<p>Cuando Febrer, media hora despu&eacute;s, apaciguado ya el tumulto, volv&iacute;a a su
+torre, det&uacute;vose varias veces en el camino, con el rev&oacute;lver en la
+diestra, como si esperase a alguien.</p>
+
+<p>&iexcl;Nadie!</p>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="IIc" id="IIc"></a><a href="#toc">II</a></h2>
+
+
+<p>A la ma&ntilde;ana siguiente, apenas salido el sol, corri&oacute; el <i>Capellanet</i> en
+busca de don Jaime, revelando en su gesto al entrar en la torre la
+importancia de las noticias de que era portador.</p>
+
+<p>En <i>Can Mallorqu&iacute;</i> hab&iacute;an pasado todos mala noche. Margalida lloraba; la
+madre se hab&iacute;a lamentado incesantemente de lo ocurrido. &iexcl;Se&ntilde;or! &iexcl;qu&eacute;
+pensar&iacute;an de ellos las gentes del <i>cuart&oacute;n</i> al saber que en su casa se
+pegaban los hombres como en una taberna! &iexcl;Qu&eacute; dir&iacute;an las <i>atlotas</i> de su
+hija!... Pero a Margalida la preocupaba poco la opini&oacute;n de sus amigas.
+Otra cosa parec&iacute;a interesarla: algo que no acertaba a decir, pero la
+hac&iacute;a verter l&aacute;grima tras l&aacute;grima. El <i>si&ntilde;&oacute;</i> Pep luego de cerrar la
+puerta de la casa, se hab&iacute;a paseado m&aacute;s de una hora por la cocina
+mascullando palabras y cerrando los pu&ntilde;os. &laquo;&iexcl;Aquel don Jaime!...
+&iexcl;Empe&ntilde;arse en conseguir lo que era imposible!... &iexcl;Testarudo como todos
+los suyos!...</p>
+
+<p>El <i>Capellanet</i> tampoco hab&iacute;a dormido, sintiendo nacer en su pensamiento
+de peque&ntilde;o salvaje, astuto y receloso, una sospecha que poco a poco tom&oacute;
+la realidad de una certidumbre.</p>
+
+<p>Al entrar en la torre comunic&oacute; inmediatamente sus pensamientos a don
+Jaime. &iquest;Qui&eacute;n cre&iacute;a &eacute;l que era el autor de la canci&oacute;n injuriosa? &iquest;El
+<i>Cant&oacute;</i>?... Pues no se&ntilde;or: era el <i>Ferrer</i>. Los versos los hab&iacute;a
+inventado el otro, pero la intenci&oacute;n era del malicioso <i>verro</i>. Este le
+hab&iacute;a sugerido la idea de que insultase a don Jaime en pleno cortejo,
+contando con la seguridad de que no dejar&iacute;a impune el agravio. Ya ve&iacute;a
+claro el muchacho el verdadero motivo de la entrevista de los dos
+cortejantes que &eacute;l hab&iacute;a sorprendido en el monte.</p>
+
+<p>Febrer acogi&oacute; con un gesto de indiferencia esta noticia, a la que el
+<i>Capellanet</i> daba gran importancia. &iquest;Y qu&eacute;?... El cantor insolente ya
+estaba castigado; y en cuanto al <i>verro</i>, hab&iacute;a huido de sus retos a la
+puerta de la alquer&iacute;a. Era un cobarde.</p>
+
+<p>Pepet movi&oacute; la cabeza con incredulidad. &iexcl;Ojo, don Jaime! &Eacute;l ignoraba las
+costumbres de los valientes de la tierra, las astucias de que se val&iacute;an
+para asegurarse la impunidad en sus venganzas. Deb&iacute;a permanecer en
+guardia, ahora m&aacute;s que nunca. El <i>Ferrer</i> sab&iacute;a lo que era el presidio,
+y no deseaba volver a &eacute;l. Lo que acababa de hacer lo hab&iacute;an hecho otros
+<i>verros</i> antes.</p>
+
+<p>Se impacient&oacute; Jaime ante el aire misterioso y las palabras confusas del
+muchacho.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Para qu&eacute; tapujos!... &iexcl;Habla!</p>
+
+<p>El <i>Capellanet</i> expuso al fin sus sospechas. Ya pod&iacute;a el herrero hacer
+lo que quisiera contra don Jaime: pod&iacute;a esperarle emboscado en los
+tamariscos al pie de la torre y matarlo de un tiro. Las sospechas se
+dirigir&iacute;an inmediatamente contra el <i>Cant&oacute;</i>, recordando la cuesti&oacute;n
+ocurrida en la alquer&iacute;a y sus palabras de venganza. Con esto y con
+prepararse el <i>verro</i> una coartada, traslad&aacute;ndose a todo correr por los
+atajos a alg&uacute;n punto lejano donde todos le viesen, le ser&iacute;a f&aacute;cil
+cumplir su venganza, sin peligro.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Ah!&mdash;exclam&oacute; Febrer poni&eacute;ndose hosco, como si comprendiera de pronto
+toda la importancia de tales palabras.</p>
+
+<p>El muchacho, satisfecho de su superioridad, continu&oacute; dando consejos. Don
+Jaime deb&iacute;a vivir en adelante menos descuidado, cerrar la puerta de su
+torre, no hacer caso, apenas llegada la noche, de los gritos de fuera.
+Seguramente el <i>verro</i> pretender&iacute;a inducirle a salir a la obscuridad con
+gritos de reto, con <i>auquidos</i> de desaf&iacute;o.</p>
+
+<p>&mdash;Aunque le <i>a&uacute;quen</i> durante la noche, usted quieto, don Jaime. Yo
+conozco eso&mdash;continu&oacute; el <i>Capellanet</i> con la importancia de un <i>verro</i>
+endurecido&mdash;. Le gritar&aacute; desde fuera, oculto en la maleza, con el arma
+preparada, y si sale, antes de que pueda verle le matar&aacute; de un
+pistoletazo. Usted quieto en la torre.</p>
+
+<p>Estos consejos eran para la noche. De d&iacute;a, el se&ntilde;or pod&iacute;a salir sin
+miedo. All&iacute; estaba &eacute;l para acompa&ntilde;arlo a todas partes. Se ergu&iacute;a con
+b&eacute;lica vanidad, llev&aacute;ndose una mano a la faja para cerciorarse de que el
+cuchillo no hab&iacute;a desaparecido, pero su decepci&oacute;n era inmediata al ver
+el gesto de burlona gratitud de Febrer.</p>
+
+<p>&mdash;R&iacute;a usted, don Jaime, b&uacute;rlese de m&iacute;, pero de algo puedo yo servir...
+Vea usted c&oacute;mo le aviso ahora el peligro. Hay que vivir en guardia. Con
+alguna mala idea ha preparado el <i>Ferrer</i> lo de la canci&oacute;n.</p>
+
+<p>Y miraba en torno, como un caudillo que se prepara para repeler un largo
+sitio. Sus ojos encontraron la escopeta colgando del muro entre los
+adornos de conchas. &iexcl;Muy bien! Deb&iacute;a cargar con bala los dos ca&ntilde;ones, y
+encima un buen pu&ntilde;ado de postas o perdig&oacute;n grueso. Esto nunca est&aacute; de
+m&aacute;s. As&iacute; lo hac&iacute;a su glorioso abuelo. Despu&eacute;s frunc&iacute;a el entrecejo al
+ver el rev&oacute;lver abandonado sobre la mesa. &iexcl;Muy mal! Las armas cortas son
+para llevarlas encima a todas horas. &Eacute;l dorm&iacute;a con el cuchillo sobre la
+panza. &iquest;Y si entraba de pronto el enemigo sin dejarle tiempo para buscar
+el arma?...</p>
+
+<p>La torre, que hab&iacute;a presenciado en otros siglos ejecuciones y combates
+de piratas, cascar&oacute;n de piedra de tr&aacute;gico vac&iacute;o disimulado por la n&iacute;tida
+enjalbegadura de los muros, atrajo luego la atenci&oacute;n del muchacho.</p>
+
+<p>Iba hasta la puerta con lenta precauci&oacute;n, como si un enemigo le
+aguardase al pie de la escalera, y ocultando el cuerpo en el borde del
+muro, avanzaba s&oacute;lo un ojo y parte de la frente. Luego mov&iacute;a la cabeza
+con desaliento. Al asomarse de noche, aunque fuera con estas astucias,
+el enemigo, emboscado abajo, pod&iacute;a verlo, apunt&aacute;ndole con toda comodidad
+apoyados los codos en una rama o en una piedra, sin miedo a perder el
+tiro. Peor era a&uacute;n echar el cuerpo fuera de la puerta y pretender bajar.
+Por obscura que fuese la noche, el enemigo pod&iacute;a escoger un punto de
+mira, una mancha del follaje, una estrella del horizonte, algo saliente
+en la obscuridad que se destacase junto a la escalera. Y al pasar el
+bulto negro del que bajaba, ocultando por un momento el objeto
+apuntado... &iexcl;fuego y pieza segura! Eran ense&ntilde;anzas o&iacute;das a graves
+varones que hab&iacute;an pasado meses enteros tras un ribazo o al abrigo de un
+tronco, con la culata junto a la mejilla y el ojo en el extremo del
+ca&ntilde;&oacute;n, desde la puesta del sol hasta la aurora, aguardando a un antiguo
+amigo.</p>
+
+<p>No; al <i>Capellanet</i> no le gustaba esta puerta con su escalera al aire
+libre. Hab&iacute;a que buscar otra salida, y sus ojos fueron a la ventana,
+abri&eacute;ndola luego para asomarse a ella.</p>
+
+<p>Con una agilidad simiesca, riendo de su descubrimiento, salt&oacute; sobre el
+alf&eacute;izar y empez&oacute; a descender por el muro, buscando con pies y manos las
+desigualdades de la mamposter&iacute;a, los alv&eacute;olos profundos como pelda&ntilde;os
+que hab&iacute;an dejado los pedruscos al rodar desprendidos de la argamasa.
+Febrer se asom&oacute; a la ventana, y le vio al pie de la torre recogiendo su
+sombrero que se hab&iacute;a ca&iacute;do y agit&aacute;ndolo en alto con expresi&oacute;n
+triunfante. Corri&oacute; luego el muchacho en torno de la base de la torre, y
+sus pasos resonaron poco despu&eacute;s con bullicioso trote en los pelda&ntilde;os de
+madera, cerca de la puerta.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Si es lo m&aacute;s f&aacute;cil!&mdash;grit&oacute; al entrar en la pieza, rojo de emoci&oacute;n por
+su descubrimiento&mdash;. &iexcl;Si es una escalera de se&ntilde;ores!...</p>
+
+<p>Y comprendiendo la importancia de su descubrimiento, puso un gesto grave
+de misterio. Esto quedaba entre los dos: ni una palabra a nadie. Era una
+salida preciosa, cuyo secreto hab&iacute;a que guardar.</p>
+
+<p>El <i>Capellanet</i> envidiaba a don Jaime. &iexcl;No tener &eacute;l un enemigo que
+viniera a <i>aucarlo</i> all&iacute; durante la noche!... Mientras el <i>Ferrer</i>
+aullase emboscado, con la vista fija en la escalera, &eacute;l descender&iacute;a por
+la ventana, a espaldas de la torre, y dando la vuelta silenciosamente,
+cazar&iacute;a al cazador. &iexcl;Qu&eacute; golpe!... Re&iacute;a con salvaje complacencia, y en
+sus labios de rojo obscuro parec&iacute;a despertar temblona la ferocidad de
+los gloriosos abuelos, que hab&iacute;an considerado la caza del hombre como el
+m&aacute;s noble de los ejercicios.</p>
+
+<p>Febrer se sinti&oacute; contagiado por la b&aacute;rbara alegr&iacute;a del muchacho. &iexcl;Si &eacute;l
+probase a bajar por la ventana!... Ech&oacute; las piernas fuera del alf&eacute;izar,
+y lentamente, entorpecido por su madura corpulencia, fue tanteando las
+desigualdades de la muralla con las puntas de los pies hasta encontrar
+los agujeros que serv&iacute;an de pelda&ntilde;os. Descendi&oacute; poco a poco, rodando
+bajo sus plantas algunas piedras sueltas, hasta que al fin puso los pies
+en tierra con un suspiro de satisfacci&oacute;n. &iexcl;Muy bien! El descenso era
+f&aacute;cil; despu&eacute;s de unos cuantos ensayos bajar&iacute;a con tanta facilidad como
+el <i>Capellanet</i>. &Eacute;ste, que le hab&iacute;a seguido &aacute;gilmente, descolg&aacute;ndose
+casi sobre su cabeza, sonre&iacute;a como un maestro satisfecho de la lecci&oacute;n,
+y tornaba a repetir sus consejos. &iexcl;Que no los olvidase don Jaime! Apenas
+le <i>anearan</i> desde fuera, deb&iacute;a echarse ventana abajo, pillando por la
+espalda al contrario.</p>
+
+<p>Cuando a mediod&iacute;a qued&oacute; solo Febrer, sinti&oacute;se pose&iacute;do de un deseo
+belicoso, de una agresividad que le hizo mirar durante largo rato el
+trozo de muro del que pend&iacute;a la escopeta.</p>
+
+<p>Al pie del promontorio, en la playa donde estaba varada la barca del t&iacute;o
+Ventolera, son&oacute; la voz de &eacute;ste cantando la misa. Febrer se asom&oacute; a la
+puerta, llev&aacute;ndose las dos manos a la boca en forma de bocina para
+gritarle.</p>
+
+<p>El marinero, con la ayuda de un muchacho, echaba su barca al agua. La
+vela, recogida, temblaba en lo alto del m&aacute;stil. Jaime no acept&oacute; la
+invitaci&oacute;n. &laquo;&iexcl;Muchas gracias, t&iacute;o Ventolera!&raquo; Este insisti&oacute; con su
+vocecita, que llegaba a trav&eacute;s del aire como el vagido lejano de una
+criatura. La tarde era buena: hab&iacute;a cambiado el viento; en las cercan&iacute;as
+del Vedr&aacute; iban a coger el pescado en abundancia. Febrer encogi&oacute; los
+hombros. &laquo;No, muchas gracias; ten&iacute;a que hacer.&raquo;</p>
+
+<p>Apenas acab&oacute; de hablar, cuando el <i>Capellanet</i> se present&oacute; por segunda
+vez en la torre, llev&aacute;ndole la comida. El muchacho parec&iacute;a enfurru&ntilde;ado y
+triste. Su padre, col&eacute;rico por la escena de la noche anterior, le hab&iacute;a
+escogido como v&iacute;ctima, para desahogar su enfado. &laquo;&iexcl;Una injusticia, don
+Jaime!&raquo; Gritaba pase&aacute;ndose por la cocina, mientras las mujeres, con los
+ojos llorosos y el aire encogido, parec&iacute;an huir de su mirada. Todo lo
+ocurrido lo atribu&iacute;a a su blandura de car&aacute;cter, a su bondad; pero iba a
+poner remedio a esto inmediatamente. El noviazgo quedaba suspendido: ya
+no admit&iacute;a cortejos ni visitas. &iexcl;Y en cuanto al <i>Capellanet</i>!... Este
+mal hijo, desobediente y revoltoso, ten&iacute;a la culpa de todo.</p>
+
+<p>Pep no sab&iacute;a con certeza c&oacute;mo pod&iacute;a haber influido la presencia de su
+hijo en el esc&aacute;ndalo de la noche anterior, pero recordaba su resistencia
+a ser cl&eacute;rigo, su fuga del Seminario, y la memoria de estos disgustos
+despertaba su c&oacute;lera, haciendo que la concentrase en el muchacho. &iexcl;Se
+acabaron los miramientos y bondades! El pr&oacute;ximo lunes lo llevar&iacute;a al
+Seminario. Si pensaba resistirse y huir por segunda vez, mejor ser&iacute;a
+para &eacute;l embarcarse de grumete y olvidar que ten&iacute;a padre, pues al verle
+regresar a la alquer&iacute;a, Pep era capaz de romperle las dos piernas con la
+tranca de la puerta. Y por puro desahogo, por ir habituando la mano y
+dar una muestra de su futura c&oacute;lera, le larg&oacute; unas cuantas bofetadas y
+puntapi&eacute;s, cobr&aacute;ndose de esta forma el disgusto sufrido tiempo antes al
+verle llegar fugitivo de Ibiza.</p>
+
+<p>El <i>Capellanet</i>, encogido y paciente por la costumbre, se refugi&oacute; en un
+rinc&oacute;n detr&aacute;s del muro de zagalejos y faldas que opon&iacute;a la llorosa madre
+a la furia de Pep. Pero al verse ahora en la torre y recordar la ofensa,
+rechinaba los dientes, con los ojos en blanco, las mejillas l&iacute;vidas y
+los pu&ntilde;os cerrados.</p>
+
+<p>&laquo;&iexcl;Qu&eacute; injusticia! &iquest;As&iacute; se pega a los hombres, sin motivo alguno, s&oacute;lo
+por desahogar el mal humor?... &iexcl;A &eacute;l, que llevaba un cuchillo en la faja
+y no le ten&iacute;a miedo a nadie de la isla! &iexcl;Todo porque era padre!...&raquo; &iexcl;Ay!
+Esto de la paternidad y del respeto filial eran para el <i>Capellanet</i> en
+aquellos momentos invenciones de cobardes, creadas &uacute;nicamente para
+fastidiar y envilecer a los hombres de coraz&oacute;n. Y encima de los golpes,
+humillantes para su dignidad de bravo, la certeza del encierro en el
+Seminario; la negra sotana, semejante a las faldas de las mujeres, y el
+pelo cortado al rape, perdiendo para siempre aquellos bucles que
+asomaban arrogantes bajo las alas de su sombrero; la tonsura, que har&iacute;a
+re&iacute;r o infundir&iacute;a un fr&iacute;o respeto a las <i>atlotas</i>, y &iexcl;adi&oacute;s bailes y
+noviazgos! &iexcl;adi&oacute;s cuchillo!...</p>
+
+<p>Pronto dejar&iacute;a de verle don Jaime. Antes de una semana iban a llevarle a
+Ibiza. Otros le subir&iacute;an la comida a la torre... Febrer hizo un gesto
+revelador de su esperanza. &iexcl;Tal vez Margalida, como en otros tiempos!
+Pero el <i>Capellanet</i>, a pesar de su tristeza, sonri&oacute; maliciosamente. No,
+Margalida no; todos menos ella. &iexcl;Bueno estaba el <i>si&ntilde;&oacute;</i> Pep para
+consentirlo! Cuando la pobre madre, para defender a su <i>atlot</i>, hab&iacute;a
+hablado t&iacute;midamente de lo necesario que era el muchacho en la casa para
+servir al se&ntilde;or, Pep estall&oacute; en nuevas vociferaciones. &Eacute;l mismo se
+encargar&iacute;a de llevar todos los d&iacute;as a la torre la comida de don Jaime, y
+si no su mujer, y si no buscar&iacute;an una <i>atlota</i> que sirviese de criada a
+aquel se&ntilde;or, ya que se empe&ntilde;aba en vivir cerca de ellos.</p>
+
+<p>No dijo m&aacute;s el <i>Capellanet</i>, pero Febrer adivin&oacute; las palabras que el
+buen pay&eacute;s deb&iacute;a haber lanzado contra &eacute;l. Olvidaba, a impulsos de la
+c&oacute;lera, su antiguo respeto; sent&iacute;ase enfurecido por la perturbaci&oacute;n que
+acarreaba a la familia con su presencia.</p>
+
+<p>El muchacho volvi&oacute; a la alquer&iacute;a mascullando prop&oacute;sitos vengativos,
+jur&aacute;ndose no ir al Seminario, aunque ignoraba el modo de conseguirlo. Su
+resistencia tom&oacute; de pronto un tono de protecci&oacute;n caballeresca.
+&iexcl;Abandonar a su amigo don Jaime cuando le ve&iacute;a rodeado de peligros!...
+&iexcl;Ir a encerrarse en aquel caser&oacute;n de tristezas, entre se&ntilde;ores con faldas
+negras que hablaban una lengua rara, ahora que en pleno campo, a la luz
+del sol o en el misterio de las noches, iban a matarse los hombres!...
+&iexcl;Ocurrir tan extraordinarios sucesos y no verlos &eacute;l!...</p>
+
+<p>Cuando Febrer qued&oacute; s&oacute;lo, descolg&oacute; la escopeta y estuvo largo rato junto
+a la puerta examin&aacute;ndola distra&iacute;damente. Su pensamiento iba lejos, mucho
+m&aacute;s lejos de los extremos de los ca&ntilde;ones, que parec&iacute;an apuntar a la
+monta&ntilde;a... &laquo;&iexcl;Aquel herrero! &iexcl;Aquel valent&oacute;n insufrible!...&raquo; Desde el
+primer d&iacute;a que lo vio algo se hab&iacute;a removido en su interior, poni&eacute;ndose
+de pie con el irresistible impulso de la antipat&iacute;a. A aquel fantasm&oacute;n
+l&uacute;gubre nadie en la isla le iba a pegar m&aacute;s que &eacute;l.</p>
+
+<p>La sensaci&oacute;n fr&iacute;a del acero de la escopeta en la palma de sus manos le
+volvi&oacute; a la realidad. Estaba resuelto a salir de caza por la monta&ntilde;a...
+&iexcl;Pero qu&eacute; caza!... Extrajo los dos cartuchos que ocupaban los ca&ntilde;ones,
+cartuchos cargados con perdig&oacute;n menudo para las bandas de p&aacute;jaros que
+cruzan la isla viniendo de &Aacute;frica. Busc&oacute; en una bolsa otros cartuchos e
+introdujo dos en el doble ca&ntilde;&oacute;n, guard&aacute;ndose los dem&aacute;s en los bolsillos.
+Eran con bala. &iexcl;Caza mayor!...</p>
+
+<p>Colg&oacute;se la escopeta de un hombro y baj&oacute; la escalera de la torre silbando
+y con paso arrogante, como si su resoluci&oacute;n le llenase de alegr&iacute;a.</p>
+
+<p>Al pasar cerca de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, el perro sali&oacute; a su encuentro con
+ladridos de regocijo. Nadie se asom&oacute; a la puerta como otras veces.
+Seguramente le hab&iacute;an visto, sin moverse, desde el fondo de la cocina.
+El perro salt&oacute; tras &eacute;l largo trecho, retrocediendo luego al verle tomar
+el camino de la monta&ntilde;a.</p>
+
+<p>Anduvo Febrer entre paredes de piedra seca que conten&iacute;an pendientes
+bancales, y otras veces por senderos pavimentados de guijarros azules,
+que las lluvias de invierno convert&iacute;an en encajonados barrancos. Luego
+dej&oacute; de ver tierras removidas y surcadas por el arado: el suelo compacto
+cubr&iacute;ase de bravia y espinosa vegetaci&oacute;n. A los &aacute;rboles frutales, el
+alto almendro y la chaparra higuera de amplia copa, suced&iacute;an las sabinas
+y los pinos retorcidos por los vientos de la costa. Al detenerse Febrer
+un instante y mirar atr&aacute;s, vio a sus pies <i>Can Mallorqu&iacute;</i> como unos
+dados blancos escapados del cubilete de una roca vecina al mar. En la
+c&uacute;spide de esta roca ergu&iacute;ase como un agarrador la torre del Pirata. Su
+ascensi&oacute;n hab&iacute;a sido veloz, casi a todo correr, como si temiera llegar
+tarde a un lugar de cita que no conoc&iacute;a con certeza. Inmediatamente
+reanud&oacute; la marcha. Dos palomas silvestres salieron de la maleza con el
+sonoro plumeo de un abanico que se abre, pero el cazador pareci&oacute; no
+verlas. Unos bultos humanos, negros y agachados en los matorrales, le
+hicieron llevar la diestra a la culata de la escopeta para descolgarla
+del hombro. Eran carboneros que apilaban le&ntilde;a. Al pasar Febrer junto a
+ellos le miraron con ojos fijos, en los que crey&oacute; notar algo
+extraordinario, mezcla de asombro y curiosidad.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Bonas tardes tenguin!</i></p>
+
+<p>Los hombres negros apenas contestaron, pero le fueron siguiendo largo
+rato con sus ojos, que ten&iacute;an el brillo y la transparencia del agua
+sobre sus rostros tiznados. Seguramente los solitarios del monte sab&iacute;an
+ya lo ocurrido la noche anterior en <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, y se asombraban
+viendo al se&ntilde;or de la torre marchar solo, como si desafiase a sus
+enemigos, crey&eacute;ndose invulnerable.</p>
+
+<p>Ya no encontr&oacute; m&aacute;s gente en su camino. De pronto, sobre los rumores de
+la seca arboleda acariciada por el viento, oy&oacute; un tintineo lejano de
+hierro batido. Por entre el ramaje elev&aacute;base una ligera columna de humo:
+la fragua del <i>Ferrer</i>.</p>
+
+<p>Jaime, llevando la escopeta algo ca&iacute;da de su hombro, como si el arma
+fuera a descolgarse sola, desemboc&oacute; en un claro del bosque que formaba
+ancha plazoleta ante la fragua. Era &eacute;sta una casucha construida con
+adobes, negra de humo y cubierta por un techo giboso, que en algunos de
+sus puntos se abombaba como si fuera a desplomarse. Bajo un cobertizo
+brillaba el ojo inflamado de una fogata, y junto a ella el <i>Ferrer</i>, de
+pie ante el yunque, golpeaba con el martillo una barra de hierro &iacute;gneo.</p>
+
+<p>Febrer no qued&oacute; descontento de su entrada teatral en la plazoleta. El
+<i>verro</i> levant&oacute; la vista al o&iacute;r ruido de pisadas en el intervalo de dos
+de sus golpes, y qued&oacute; inm&oacute;vil, con el martillo en alto, al reconocer al
+se&ntilde;or de la torre. Pero sus ojos fr&iacute;os eran incapaces de transparentar
+ninguna impresi&oacute;n.</p>
+
+<p>Avanz&oacute; Jaime ante la fragua con la mirada fija en el herrero, una mirada
+de reto que el otro pareci&oacute; no comprender. Ni una palabra, ni un saludo.
+El se&ntilde;or pas&oacute; adelante; pero al salir de la plazoleta se detuvo junto a
+uno de los primeros &aacute;rboles y acab&oacute; por sentarse en sus ra&iacute;ces
+salientes, guardando la escopeta entre las piernas.</p>
+
+<p>Un orgullo de viril soberbia invad&iacute;a el alma de Febrer. Estaba
+satisfecho de su arrogancia. Bien pod&iacute;a ver aquel mat&oacute;n que ven&iacute;a a
+buscarlo en la soledad del monte, en su propia vivienda; bien pod&iacute;a
+convencerse de que no le ten&iacute;a miedo.</p>
+
+<p>Y para demostrar mejor su serenidad, sac&oacute; la petaca de la faja y se puso
+a liar un cigarro.</p>
+
+<p>El martillo hab&iacute;a vuelto a reanudar su tintineo sobre el metal. Jaime,
+desde su asiento, ve&iacute;a al <i>Ferrer</i> vuelto de espaldas a &eacute;l con
+descuidada confianza, como si ignorara su presencia y s&oacute;lo le preocupase
+el examen de su trabajo. Esta calma desconcert&oacute; un poco a Febrer. &laquo;&iexcl;Vive
+Dios! &iquest;No hab&iacute;a adivinado sus intenciones?...&raquo; Le exasperaba la frialdad
+del herrero, y al mismo tiempo infund&iacute;ale un vago agradecimiento el
+hecho de permanecer de espaldas a &eacute;l, tranquilamente, con la confianza
+de que el se&ntilde;or de la torre era incapaz de aprovecharse de esta
+situaci&oacute;n para dispararle un escopetazo traidor. Ces&oacute; de sonar el
+martillo. Cuando Febrer mir&oacute; otra vez hacia el cobertizo, ya no vio al
+herrero. Esta ausencia le hizo requerir la escopeta, acariciando sus
+llaves. Indudablemente iba a salir con un arma, cansado de aguantar esta
+provocaci&oacute;n muda que ven&iacute;a a buscarle en su propia casa. Tal vez iba a
+disparar por alguno de los ventanucos que daban luz a la negra vivienda.
+Deb&iacute;a precaverse contra una asechanza del antiguo presidiario, y se puso
+de pie, procurando disimular su cuerpo detr&aacute;s del tronco de un &aacute;rbol, no
+dejando visible m&aacute;s que un ojo.</p>
+
+<p>Alguien se movi&oacute; en el interior de la casucha; algo negro asom&oacute; indeciso
+en su puerta. Iba a salir el enemigo: &iexcl;atenci&oacute;n!... Empu&ntilde;&oacute; la escopeta
+para hacer fuego apenas se mostrase el extremo del arma enemiga; pero
+qued&oacute; inm&oacute;vil y confuso al ver que era una falda negra rematada por unos
+pies desnudos dentro de viejas alpargatas, y sobre esto un busto m&iacute;sero,
+encorvado y huesudo, una cabeza cobriza y arrugada, con s&oacute;lo un ojo, y
+ralos cabellos grises que dejaban brillar entre sus mechas el barniz de
+la calvicie.</p>
+
+<p>Febrer reconoci&oacute; a la mujer. Era la t&iacute;a del herrero, la tuerta de que le
+hab&iacute;a hablado el <i>Capellanet</i>, la &uacute;nica compa&ntilde;era del <i>Ferrer</i> en su
+bravia soledad. La vieja se plant&oacute; en el cobertizo con los brazos en
+jarras, echando adelante el fl&aacute;cido vientre abultado por los zagalejos,
+fijando su pupila &uacute;nica, inflamada por la c&oacute;lera, en aquel intruso que
+ven&iacute;a a provocar a un hombre de bien en medio de su trabajo. Miraba a
+Jaime con la fiera acometividad de la mujer que, segura del respeto que
+infunde su sexo, es m&aacute;s audaz e impetuosa que el hombre. Mascullaba
+amenazas e insultos que el se&ntilde;or no pod&iacute;a o&iacute;r, furiosa de que alguien se
+atreviera contra su sobrino, amado cachorro en el que hab&iacute;a puesto su
+esterilidad todos los ardores de una madre fracasada.</p>
+
+<p>Jaime se dio cuenta repentinamente de lo odioso de su acci&oacute;n. &iexcl;Un hombre
+como &eacute;l venir a provocar en pleno d&iacute;a a otro, en su propia casa! La
+vieja ten&iacute;a raz&oacute;n para insultarle. El mat&oacute;n no era el <i>Ferrer</i>: era &eacute;l,
+se&ntilde;or de la torre, descendiente de tantos varones ilustres y orgulloso
+de su origen.</p>
+
+<p>La verg&uuml;enza le hizo t&iacute;mido, sumi&eacute;ndolo en torpe confusi&oacute;n. No sab&iacute;a
+c&oacute;mo irse ni por d&oacute;nde escapar. Al fin se ech&oacute; la escopeta al hombro, y
+con la vista en alto, como si persiguiese a un p&aacute;jaro que saltaba de
+rama en rama, emprendi&oacute; la marcha por entre los &aacute;rboles y la maleza,
+evitando pasar otra vez ante la fragua.</p>
+
+<p>Anduvo ahora cuesta abajo, hacia el valle, huyendo de aquella monta&ntilde;a a
+la que le hab&iacute;a arrastrado un impulso homicida, avergonzado de sus
+anteriores deseos. Volvi&oacute; a encontrar a los hombres negros que hac&iacute;an
+carb&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Bonas tardes tenguin!</i></p>
+
+<p>Contestaron a su saludo, pero en sus ojos de extraordinaria blancura
+sobre el rostro tiznado crey&oacute; notar Febrer algo de burla hostil, de
+repulsiva extra&ntilde;eza, como si fuese &eacute;l de otra casta, como si hubiera
+cometido un acto inaudito que le colocaba fuera para siempre de la
+comunidad humana de la isla.</p>
+
+<p>Los pinos y sabinas quedaron atr&aacute;s en la falda del monte. Caminaba ahora
+entre bancales de tierra arada. En unos campos vio payeses que
+trabajaban; en un ribazo encontr&oacute; varias <i>atlotas</i> que recog&iacute;an hierbas,
+encorv&aacute;ndose sobre el suelo; en un camino se cruz&oacute; con tres viejos
+marchando lentamente al lado de sus borricos.</p>
+
+<p>Febrer, con la humildad del que se siente arrepentido de una mala
+acci&oacute;n, saludaba a todos dulcemente.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Bonas tardes tenguin!</i></p>
+
+<p>Los labriegos le respondieron con un gru&ntilde;ido sordo; las muchachas
+torcieron la cara con un gesto de contrariedad para no verle; los tres
+viejos contestaron al saludo tristemente, mir&aacute;ndole con ojillos
+escrutadores, como si encontraran en su persona algo extraordinario.</p>
+
+<p>Bajo una higuera, negro parasol de ramajes enroscados, vio a unos
+payeses ocupados en escuchar a alguien que estaba en el centro del
+corro. Al aproximarse Febrer hubo cierto movimiento en el grupo. Un
+hombre surgi&oacute; de &eacute;l con rabioso impulso, y los otros le detuvieron,
+cogi&eacute;ndolo de los brazos, pugnando por contenerle. Jaime lo reconoci&oacute;
+por el lienzo blanco anudado bajo su sombrero. Era el cantor. Los
+fuertes payeses sujetaron f&aacute;cilmente con s&oacute;lo una mano al enfermizo
+muchacho, pero &eacute;ste, incapaz de moverse, desahog&oacute; su rabia tendiendo un
+pu&ntilde;o hacia el camino, mientras las amenazas e insultos sal&iacute;an a
+borbotones de su boca.</p>
+
+<p>Estaba, sin duda, contando a los amigos lo ocurrido en la noche
+anterior, cuando apareci&oacute; Febrer. Adivinaba &eacute;ste en las voces chillonas
+las amenazas del <i>Cant&oacute;</i>. Eran las mismas que hab&iacute;a proferido en <i>Can
+Mallorqu&iacute;</i>. Juraba matarle: promet&iacute;a ir de noche a la torre del Pirata
+para incendiarla y hacer pedazos a su due&ntilde;o.</p>
+
+<p>&laquo;&iexcl;Bah!&raquo; Jaime levant&oacute; los hombros y sigui&oacute; adelante, pero triste,
+desesperado por el ambiente de repulsi&oacute;n y hostilidad cada vez m&aacute;s
+sensible en torno de &eacute;l. &iquest;Qu&eacute; hab&iacute;a hecho? &iquest;En d&oacute;nde se hab&iacute;a metido?
+&iexcl;Pegar a uno de la isla! &iexcl;&Eacute;l, un forastero..., y adem&aacute;s mallorqu&iacute;n!...</p>
+
+<p>En su tristeza, crey&oacute; que la isla entera, con todas sus cosas
+inanimadas, asoci&aacute;base a esta protesta de las gentes. Ante su paso se
+despoblaban las alquer&iacute;as; sus habitantes ocult&aacute;banse para no saludarlo;
+los perros sal&iacute;an al camino ladrando sa&ntilde;udamente, como si no le hubiesen
+visto nunca.</p>
+
+<p>Las monta&ntilde;as le parec&iacute;an m&aacute;s austeras y ce&ntilde;udas en sus cumbres de pelada
+roca; los bosques, m&aacute;s obscuros, m&aacute;s negros; los &aacute;rboles de los valles,
+m&aacute;s tristes y escuetos; las piedras del camino rodaban bajo sus pies,
+como si huyesen de su contacto; el cielo ten&iacute;a algo de repelente; hasta
+el aire de la isla acabar&iacute;a por huir de su boca. Febrer, en su
+desesperaci&oacute;n, se ve&iacute;a solo. Todos contra &eacute;l; &uacute;nicamente le quedaba Pep
+con su familia, pero &eacute;stos acabar&iacute;an alej&aacute;ndose igualmente, a impulsos
+de la necesidad de vivir bien con sus vecinos.</p>
+
+<p>El forastero no intentaba rebelarse contra su suerte. Sent&iacute;ase
+arrepentido, avergonzado de la acometividad de la noche anterior y de su
+reciente excursi&oacute;n a la monta&ntilde;a. Para &eacute;l no hab&iacute;a sitio en la isla. Era
+un forastero, un extra&ntilde;o que perturbaba con su presencia la vida
+tradicional de aquellas gentes. Le hab&iacute;a recibido Pep con un respeto de
+antiguo siervo, y pagaba tal hospitalidad perturbando su casa y la paz
+de su familia. Le hab&iacute;an acogido las gentes con una cortes&iacute;a algo
+glacial, pero tranquila e inmutable, como a un gran se&ntilde;or forastero, y
+&eacute;l correspond&iacute;a a este respeto golpeando al m&aacute;s infeliz de todos ellos,
+al que por su debilidad era considerado con una benevolencia paternal
+por todos los payeses del distrito. &iexcl;Muy bien, mayorazgo de Febrer!
+Desde hac&iacute;a alg&uacute;n tiempo que andaba como loco, sin discurrir otra cosa
+que disparates. &iquest;Y todo por qu&eacute;?... Por amar absurdamente a una muchacha
+que pod&iacute;a ser su hija; por un capricho casi senil, pues &eacute;l, a pesar de
+su relativa juventud, ve&iacute;ase viejo, triste y miserable ante Margalida y
+los r&uacute;sticos <i>atlots</i> que se agitaban en torno a su belleza. &iexcl;Ay, el
+ambiente! &iexcl;El maldito ambiente!</p>
+
+<p>En los tiempos de prosperidad, cuando habitaba &eacute;l su palacio de Palma,
+de ser Margalida una criada de su madre, s&oacute;lo habr&iacute;a sentido por ella el
+apetito que inspira la frescura de la juventud, sin nada que se
+pareciese al amor. Otras mujeres le dominaban entonces con la seducci&oacute;n
+de sus artificios y refinamientos. Pero aqu&iacute;, en plena soledad, con el
+m&aacute;s imperioso de los instintos irritado por la privaci&oacute;n, viendo a
+Margalida entre la morena y ruda hermosura de sus compa&ntilde;eras, bella como
+una diosa blanca de las que inspiran veneraci&oacute;n religiosa a los pueblos
+cobrizos, sent&iacute;a la demencia del deseo, y todos sus actos eran absurdos,
+cual si hubiera perdido para siempre la raz&oacute;n.</p>
+
+<p>Hab&iacute;a que huir: en la isla no quedaba sitio para &eacute;l. Bien podr&iacute;a ser que
+le enga&ntilde;ase su pesimismo al apreciar la importancia del afecto que le
+hab&iacute;a empujado hacia Margalida. Tal vez no era deseo, sino amor, el
+primer amor verdadero de su vida: casi estaba seguro de ello. Pero
+aunque as&iacute; fuese, hab&iacute;a que olvidar y huir; huir cuanto antes.</p>
+
+<p>&iquest;Para qu&eacute; seguir en esta tierra? &iquest;Qu&eacute; esperanza le reten&iacute;a?...
+Margalida, como si resultase superior a sus fuerzas la sorpresa
+experimentada al conocer su amor, hu&iacute;a de &eacute;l, se ocultaba silenciosa,
+s&oacute;lo sab&iacute;a llorar, y las l&aacute;grimas no eran una respuesta. Pep, por un
+resto de veneraci&oacute;n tradicional, toleraba silencioso este capricho de
+gran se&ntilde;or, pero iba a estallar de un momento a otro contra el hombre
+que perturbaba su vida. La isla, que le hab&iacute;a aceptado cort&eacute;smente,
+parec&iacute;a alzarse ahora contra el forastero venido de lejos para
+trastornar su patriarcal quietismo, su existencia concentrada, su
+orgullo de pueblo aparte, con la misma fiereza que se hab&iacute;a alzado en
+otros siglos contra el normando, el &aacute;rabe o el berberisco desembarcados
+en sus costas.</p>
+
+<p>Imposible hacer frente a todos: huir&iacute;a. Sus ojos acariciaron una enorme
+faja de mar tendida entre dos colinas, como un tel&oacute;n azul que ocultase
+un desgarr&oacute;n de la tierra. Aquel pedazo de mar era el camino salvador,
+la esperanza, lo desconocido que nos abre sus brazos de misterio en los
+momentos m&aacute;s dif&iacute;ciles de la existencia. Tal vez volviese a Mallorca,
+para llevar una vida de mendigo respetable al lado de los amigos que a&uacute;n
+se acordaban de &eacute;l; tal vez pasase a la Pen&iacute;nsula y fuese a Madrid en
+busca de un empleo; tal vez acabara embarc&aacute;ndose para Am&eacute;rica. Todo era
+preferible a seguir all&iacute;. No sent&iacute;a miedo; no le intimidaba la
+hostilidad de la isla y sus habitantes; lo que sent&iacute;a era remordimiento,
+verg&uuml;enza, por las perturbaciones que hab&iacute;a causado.</p>
+
+<p>Instintivamente sus pies le llevaron hacia el mar, que era ahora su amor
+y su esperanza. Evit&oacute; el paso por <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, y al llegar a la
+playa march&oacute; por la orilla, donde la &uacute;ltima palpitaci&oacute;n de las olas
+llegaba a perderse, como delgada hoja de cristal, entre las menudas
+guijas mezcladas con fragmentos de barro cocido.</p>
+
+<p>Cuando estuvo al pie del promontorio de su torre, trep&oacute; por las rocas
+sueltas, yendo a sentarse en el pe&ntilde;&oacute;n ro&iacute;do por las olas y casi
+despegado de la costa. All&iacute; hab&iacute;a estado reflexionando una noche de
+tormenta, la misma en que se present&oacute; como cortejante en casa de
+Margalida.</p>
+
+<p>La tarde era serena, el mar ten&iacute;a un intenso color de extraordinaria y
+profunda transparencia. Los fondos de arena reflej&aacute;banse como manchas
+l&aacute;cteas; los pe&ntilde;ones submarinos y sus obscuras vegetaciones parec&iacute;an
+temblar con un rebullicio de vida misteriosa. Las nubes blancas que
+flotaban en el horizonte, al pasar ante el sol trazaban sobre el mar
+grandes espacios de sombra. Un pedazo de la extensi&oacute;n azul quedaba
+obscuro y mate, mientras m&aacute;s all&aacute; de este manto movible las aguas
+luminosas parec&iacute;an hervir con burbujas de oro. A veces, el astro, oculto
+tras las cortinas de nubes, lanzaba por debajo de su orla una manga
+visible de luz, un chorro de linterna, un largo tri&aacute;ngulo de blanquecino
+resplandor, como el de un paisaje holand&eacute;s.</p>
+
+<p>Nada en este aspecto del mar recordaba a Febrer aquella noche
+tempestuosa; y sin embargo, por la asociaci&oacute;n que forman en nuestra
+memoria las ideas olvidadas con los lugares antiguamente visitados
+cuando volvemos a ellos, Febrer comenz&oacute; a sentir los mismos
+pensamientos, s&oacute;lo que ahora, en vez de seguir adelante, desfilaban en
+sentido inverso, con una confusi&oacute;n de derrota.</p>
+
+<p>Re&iacute;a amargamente de su optimismo en aquella ocasi&oacute;n, de la confianza que
+le hab&iacute;a hecho despreciar todas sus ideas sobre el pasado. Los muertos
+mandan: su autoridad y su poder son indiscutibles. &iquest;C&oacute;mo hab&iacute;a podido
+&eacute;l, a impulsos del entusiasmo amoroso, desconocer esta enorme y
+desconsoladora verdad?... Bien le hac&iacute;an sentir los l&oacute;bregos tiranos de
+nuestra vida todo el peso abrumador de su poder. &iquest;Qu&eacute; hab&iacute;a hecho &eacute;l
+para que en este rinc&oacute;n de la tierra, su &uacute;ltimo refugio, le mirasen como
+un extra&ntilde;o?... Las innumerables generaciones de hombres cuyo polvo y
+cuya alma estaban confundidos con la tierra de la isla hab&iacute;an dejado
+como herencia a los presentes el odio al extranjero, el miedo y la
+repulsi&oacute;n al extra&ntilde;o, con el que vivieron siempre en guerra. &Eacute;l que
+llegaba de otros pa&iacute;ses era recibido con un aislamiento repelente,
+ordenado por los que ya no exist&iacute;an.</p>
+
+<p>Cuando, despreciando sus antiguos prejuicios, intentaba aproximarse a
+una mujer, esta mujer repleg&aacute;base misteriosa y asustada de tal
+aproximaci&oacute;n. Era una obra de loco la suya: la conjunci&oacute;n del gallo y la
+gaviota so&ntilde;ada por un fraile extravagante y que tanto hac&iacute;a re&iacute;r a los
+payeses. As&iacute; lo hab&iacute;an querido los hombres en otros tiempos al fundar la
+sociedad y dividirla en clases, y as&iacute; deb&iacute;a continuar. In&uacute;til rebelarse
+contra las cosas establecidas. La vida de un hombre era corta, y no
+bastaba para batirse con centenares de miles de vidas que hab&iacute;an
+existido antes de ella y parec&iacute;an espiarla invisibles, oprimi&eacute;ndola
+entre creaciones materiales que eran recuerdo de su paso por la tierra,
+abrum&aacute;ndola con sus pensamientos, que llenaban el ambiente y eran
+aprovechados por todos los que nac&iacute;an sin fuerza para discurrir algo
+nuevo.</p>
+
+<p>Los muertos mandan, y es in&uacute;til que los vivos se resistan a obedecer.
+Todas las rebeliones por salir de esta servidumbre, por romper la cadena
+de los siglos, todas mentira. Febrer recordaba la rueda sagrada de los
+indios, s&iacute;mbolo budista que hab&iacute;a visto en Par&iacute;s al presenciar una
+ceremonia religiosa oriental en un museo.</p>
+
+<p>La rueda es el s&iacute;mbolo de nuestra vida. Creemos avanzar porque nos
+movemos; creemos progresar porque vamos hacia adelante, y cuando la
+rueda da la vuelta completa, nos encontramos en el mismo sitio. La vida
+de la humanidad, la historia, todo era un interminable &laquo;recomenzamiento
+de las cosas&raquo;. Nacen los pueblos, crecen, progresan; la cabana se
+convierte en castillo y despu&eacute;s en f&aacute;brica; se forman las enormes
+ciudades de millones de hombres, sobrevienen despu&eacute;s las cat&aacute;strofes,
+las guerras por el pan que escasea para tantas gentes, las protestas de
+los despose&iacute;dos, las grandes matanzas, y las ciudades se despueblan y
+caen en ruinas. La hierba invade los orgullosos monumentos; las
+metr&oacute;polis se hunden poco a poco en la tierra y duermen siglos y siglos
+bajo colinas. El bosque brav&iacute;o cubre la capital de remotas &eacute;pocas; pasa
+el cazador salvaje por donde en otro tiempo eran recibidos los caudillos
+vencedores con aparato de semidioses; pacen las ovejas y sopla el pastor
+en su caramillo sobre las ruinas que fueron tribuna de leyes muertas;
+vuelven a agruparse los hombres y surge la cabana, la aldea, el
+castillo, la f&aacute;brica, la ciudad enorme, y se repite lo mismo, siempre lo
+mismo, con una diferencia de centenares de siglos, como se repiten de
+unos hombres en otros iguales gestos, ideas y preocupaciones en el
+transcurso de unos cuantos a&ntilde;os. &iexcl;La rueda! &iexcl;El eterno recomenzar de las
+cosas! &iexcl;Y todas las criaturas del reba&ntilde;o humano cambiando de aprisco,
+pero jam&aacute;s de pastores! &iexcl;y los pastores siempre eran los mismos, los
+muertos, los primeros que pensaron, y cuyo pensamiento primordial fue
+como el pu&ntilde;ado de nieve que rueda y rueda por las pendientes,
+agrand&aacute;ndose, llevando adherido en su pegajosidad todo cuanto encuentra
+al paso!... Los hombres, orgullosos de su progreso material, de los
+juguetes mec&aacute;nicos inventados para su bienestar, se cre&iacute;an libres,
+superiores al pasado, emancipados de la servidumbre original, &iexcl;y todo
+cuanto dec&iacute;an se hab&iacute;a dicho centenares de siglos antes, con diversas
+palabras! Sus pasiones eran las mismas; sus pensamientos, que
+consideraban propios, eran destellos y reflejos de otros pensamientos
+remotos; y todos los actos que ten&iacute;an por buenos o malos merec&iacute;an esta
+clasificaci&oacute;n inmutable, porque as&iacute; lo hab&iacute;an decidido los muertos, los
+tir&aacute;nicos muertos, a los que el hombre tendr&iacute;a que matar de nuevo si
+deseaba ser libre realmente... &iquest;Qui&eacute;n llegar&iacute;a a realizar esta gran
+haza&ntilde;a libertadora? &iquest;Qu&eacute; palad&iacute;n tendr&iacute;a fuerzas suficientes para matar
+al monstruo que pesaba sobre la humanidad, enorme y abrumador, como los
+dragones de las leyendas que guardaban bajo su corpach&oacute;n in&uacute;tiles
+tesoros?...</p>
+
+<p>Febrer permaneci&oacute; mucho tiempo inm&oacute;vil en la roca, con los codos en las
+rodillas y la mand&iacute;bula en las manos, sumido en sus pensamientos,
+hipnotizados los ojos por el manso subir y bajar de las aguas
+palpitantes.</p>
+
+<p>Cuando se arranc&oacute; a esta meditaci&oacute;n comenzaba a caer la tarde...
+&iexcl;Seguir&iacute;a su destino! &Eacute;l s&oacute;lo pod&iacute;a vivir en las alturas, aunque fuese
+con la humildad del mendicante. Todos los caminos de descenso ve&iacute;alos
+cerrados, &iexcl;Adi&oacute;s, felicidad buscada en un retroceso a la vida natural y
+primitiva! Ya que los muertos no quer&iacute;an que fuese hombre, ser&iacute;a
+par&aacute;sito.</p>
+
+<p>Sus ojos, vagando por el horizonte, fij&aacute;ronse en los blancos vapores que
+se amontonaban sobre el l&iacute;mite del mar. Cuando era peque&ntilde;o y <i>mad&oacute;</i>
+Antonia le acompa&ntilde;aba en sus paseos por la costa de S&oacute;ller, se hab&iacute;an
+entretenido muchas veces dando cuerpo y nombre, con un esfuerzo de
+imaginaci&oacute;n, a las nubes que se juntaban o se esparc&iacute;an en una incesante
+variedad de formas, viendo en ellas tan pronto un monstruo negruzco de
+inflamadas fauces como una virgen entre celestes resplandores.</p>
+
+<p>Un amontonamiento de nubes densas y n&iacute;tidas cual blancos vellones atrajo
+su mirada. Esta blancura luminosa era la del hueso pulido de los
+cr&aacute;neos. Sueltas vedijas de vapor obscuro flotaban sobre esta nube. La
+imaginaci&oacute;n de Febrer fue viendo en ellas dos agujeros negros y
+espantables, un tri&aacute;ngulo l&oacute;brego semejante al que deja la nariz
+desaparecida en la faz de los muertos, y m&aacute;s abajo un desgarr&oacute;n inmenso,
+tr&aacute;gico, igual a la risa muda de una boca sin labios y sin dientes.</p>
+
+<p>Era la Muerte, la gran se&ntilde;ora, la emperatriz del mundo, que se mostraba
+a &eacute;l con su blanca y mate majestad, en pleno d&iacute;a, desafiando los
+esplendores del sol, el azul del cielo, el verde luminoso del mar. El
+reflejo del astro moribundo pon&iacute;a una chispa de maligna vida en el &oacute;seo
+rostro de palidez de hostia, en la lobreguez de sus negras cuencas, en
+su sonrisa que daba espanto... &iexcl;S&iacute;; era ella! Las nubes esparcidas a ras
+del mar parec&iacute;an bullones y pliegues de una vestidura que ocultaba su
+inmenso esqueleto; y otras nubes flotantes en lo alto, una amplia manga,
+de la que se escapaban vapores m&aacute;s sutiles e indecisos formando un brazo
+de hueso rematado por un &iacute;ndice seco y corvo como una u&ntilde;a de presa,
+se&ntilde;alando lejos, muy lejos, el destino misterioso.</p>
+
+<p>La visi&oacute;n se desvaneci&oacute; r&aacute;pidamente con el movimiento de las nubes.
+Borr&aacute;ronse sus espantables contornos, adoptando otras formas
+caprichosas; pero Febrer, al perderla de vista, no sali&oacute; por esto de su
+alucinaci&oacute;n.</p>
+
+<p>Aceptaba la orden sin rebelarse: partir&iacute;a. Los muertos mandan, y &eacute;l era
+su siervo inerme. La luz de la ca&iacute;da de la tarde daba a los objetos un
+relieve extra&ntilde;o. En los recovecos de la costa marc&aacute;banse vigorosas
+sombras que parec&iacute;an dar vida y formas animales a las piedras. A lo
+lejos, un promontorio semejaba un le&oacute;n acurrucado junto a las olas,
+mirando a Jaime con hostilidad silenciosa. Los pe&ntilde;ascos a flor de agua
+sacaban y ocultaban sus negras cabezas coronadas de melenas verdes, como
+gigantes anfibios de una humanidad monstruosa. El solitario vio por la
+parte de Formentera un drag&oacute;n inmenso que poco a poco avanzaba en la
+l&iacute;nea del horizonte, con larga cola de nubes, para devorar traidoramente
+al sol moribundo.</p>
+
+<p>Cuando la roja esfera, huyendo de este peligro, se sumergi&oacute; en las
+aguas, agrandada por un espasmo de terror, la tristeza gris del
+crep&uacute;sculo despert&oacute; a Febrer de su alucinaci&oacute;n.</p>
+
+<p>P&uacute;sose de pie, recogi&oacute; la escopeta abandonada junto a &eacute;l, y emprendi&oacute; el
+camino de la torre. Iba preparando mentalmente el programa de su marcha.
+No pensaba decir una palabra a nadie. Aguardar&iacute;a a que tocase en el
+puerto de Ibiza el vapor correo de Mallorca, y s&oacute;lo en el &uacute;ltimo momento
+dar&iacute;a cuenta a Pep de su resoluci&oacute;n.</p>
+
+<p>La certeza de abandonar muy pronto este retiro le hizo ver con inter&eacute;s
+el interior de la torre al resplandor de una vela que acababa de
+encender. Su sombra, gigantescamente agrandada y vacilante por las
+oscilaciones de la luz, iba de un lado a otro en las blancas paredes,
+eclipsando los objetos que las adornaban o haciendo que brillasen el
+n&aacute;car de las conchas y el metal de la colgada escopeta.</p>
+
+<p>Cierto carraspeo conocido atrajo a Febrer, y le hizo asomarse a lo alto
+de la escalera. Un hombre envuelto en un mant&oacute;n estaba en los primeros
+pelda&ntilde;os. Era Pep.</p>
+
+<p>&mdash;<i>El sopar</i>&mdash;dijo brevemente, tendi&eacute;ndole una cesta.</p>
+
+<p>Jaime la tom&oacute;. Not&aacute;base en el pay&eacute;s un deseo de no hablar, y &eacute;l, por su
+parte, sinti&oacute; cierto miedo de que rompiese su laconismo.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Bona nit!</i></p>
+
+<p>Pep emprendi&oacute; el camino de regreso a su alquer&iacute;a luego de este breve
+saludo, como un servidor respetuoso y enojado que s&oacute;lo se permite con su
+amo las palabras indispensables.</p>
+
+<p>Vuelto Jaime al interior de la torre, cerr&oacute; la puerta, dejando la cesta
+sobre la mesa. No sent&iacute;a apetito: cenar&iacute;a m&aacute;s tarde. Cogi&oacute; una pipa
+r&uacute;stica, labrada por un pay&eacute;s en una rama de cerezo, la llen&oacute; de tabaco
+y comenz&oacute; a fumar, siguiendo con ojos distra&iacute;dos el revoloteo de las
+espirales de humo, cuya azul sutilidad tomaba ante la vela una
+transparencia irisada.</p>
+
+<p>Luego busc&oacute; un libro y quiso leer, pero fueron in&uacute;tiles todos los
+esfuerzos por concentrar su atenci&oacute;n en la lectura.</p>
+
+<p>Fuera de aquella c&aacute;scara de piedra reinaba la noche, una noche l&oacute;brega,
+de profundo misterio. Al trav&eacute;s de los muros parec&iacute;a filtrarse ese
+solemne silencio que cae de lo alto, y en el cual los ruidos m&aacute;s leves
+adquieren proporciones pavorosas, como si el rumor se escuchase a s&iacute;
+mismo.</p>
+
+<p>Cre&iacute;a percibir Febrer los latidos de la circulaci&oacute;n de su sangre en esta
+calma profunda. De vez en cuando escuchaba el chillido de una gaviota o
+la agitaci&oacute;n moment&aacute;nea de los tamariscos bajo una r&aacute;faga, murmullo
+semejante al de las fingidas muchedumbres teatrales ocultas tras los
+bastidores. En el techo de la habitaci&oacute;n sonaba a intervalos el
+cric-cric mon&oacute;tono de una carcoma royendo las vigas con un trabajo
+incesante, inadvertido durante el d&iacute;a. El mar rasgaba la obscuridad con
+un ronquido pl&aacute;cido, cuya ondulaci&oacute;n iba rompi&eacute;ndose en todos los
+salientes y recovecos de la costa.</p>
+
+<p>Por primera vez se dio cuenta exacta de la soledad en que viv&iacute;a. &iquest;Era
+posible continuar esta existencia de eremita? &iquest;Y cuando le sorprendiese
+la enfermedad? &iquest;Y cuando llegase la vejez?... A aquellas horas
+comenzaban las ciudades una nueva vida bajo los blancos resplandores de
+su alumbrado el&eacute;ctrico; cort&aacute;base la circulaci&oacute;n en las calles con la
+aglomeraci&oacute;n de los coches; brillaban los escaparates, abr&iacute;anse los
+teatros, sonaban las aceras bajo el gracioso taconeo de mujeres
+hermosas. Y &eacute;l estaba como un hombre primitivo en el interior de una
+torre b&aacute;rbara, sin otro signo de civilizaci&oacute;n que aquella luz macilenta
+que s&oacute;lo serv&iacute;a para hacer m&aacute;s visibles las tinieblas, rodeado de un
+silencio tr&aacute;gico, como si el mundo se hubiese dormido para siempre.
+Adivin&aacute;base al otro lado del muro de piedra la sombra pre&ntilde;ada de
+misterios y peligros. Ya no albergaba a la fiera, como en los tiempos
+prehist&oacute;ricos, pero bien pod&iacute;a servir de guarida al hombre.</p>
+
+<p>De pronto, Febrer, que permanec&iacute;a inm&oacute;vil, escuch&aacute;ndose a s&iacute; mismo, con
+una quietud semejante a la de los ni&ntilde;os medrosos que temen removerse en
+la cama por no aumentar el misterio que les rodea, se estremeci&oacute; en su
+asiento. Algo extraordinario cort&oacute; el aire, dominando con su estridencia
+los confusos ruidos de la noche. Era un grito, un aullido, un relincho,
+una de aquellas voces hostiles y burlonas con que los <i>atlots</i>
+vengativos se llamaban en la sombra.</p>
+
+<p>Jaime sinti&oacute; un impulso de levantarse, de correr a la puerta, pero luego
+permaneci&oacute; inm&oacute;vil. El tradicional <i>auquido</i> hab&iacute;a sonado a alguna
+distancia. Deb&iacute;an ser mozos del <i>cuart&oacute;n</i> que escog&iacute;an las inmediaciones
+de la torre del Pirata para encontrarse arma en mano. Aquello no iba con
+&eacute;l; a la ma&ntilde;ana siguiente se enterar&iacute;a de lo ocurrido.</p>
+
+<p>Abri&oacute; otra vez el libro, intentando distraerse con la lectura; pero a
+las pocas l&iacute;neas se levant&oacute; de un salto, arrojando sobre la mesa el
+volumen y la pipa.</p>
+
+<p><i>&iexcl;Auuu&uacute;!</i> El relincho de reto, el aullido hostil y burl&oacute;n, hab&iacute;a
+resonado casi al pie de la escalera de la torre, prolong&aacute;ndose con el
+fuerte soplo de unos pulmones como fuelles. Casi al mismo tiempo son&oacute; en
+la obscuridad un rumor estridente de abanicos abiertos: las aves
+marinas, sorprendidas en su sue&ntilde;o, sal&iacute;an disparadas de entre las rocas
+para cambiar de guarida.</p>
+
+<p>&iexcl;Era para &eacute;l! &iexcl;Ven&iacute;an a retarlo a la puerta de su vivienda!... Mir&oacute;
+fijamente su escopeta; se llev&oacute; la diestra a la faja, palpando el metal
+del rev&oacute;lver, tibio por el contacto del cuerpo; dio dos pasos hacia la
+puerta, pero se detuvo y alz&oacute; los hombros con una sonrisa de
+resignaci&oacute;n. &Eacute;l no era de la isla; &eacute;l no entend&iacute;a este lenguaje de
+chillidos, y se cre&iacute;a a cubierto de tales provocaciones.</p>
+
+<p>Volvi&oacute; a su silla y cogi&oacute; el libro, sonriendo con una alegr&iacute;a forzada.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Grita, buen hombre! &iexcl;chilla, <i>a&uacute;ca</i>! Lo siento por ti, que puedes
+constiparte al fresco, mientras yo estoy tranquilo en mi casa.</p>
+
+<p>Pero esta conformidad burlona s&oacute;lo era aparente. Volvi&oacute; a sonar el
+aullido, ya no al pie de la escalera, sino algo m&aacute;s lejos, tal vez entre
+los tamariscos que cercaban la torre. El retador parec&iacute;a haber tomado
+posici&oacute;n esperando que saliese Febrer.</p>
+
+<p>&iquest;Qui&eacute;n ser&iacute;a?... Tal vez el miserable <i>verro</i>, al que hab&iacute;a buscado por
+la tarde; tal vez el <i>Cant&oacute;</i>, que juraba p&uacute;blicamente matarlo. La noche
+y la astucia, que igualan las fuerzas de los enemigos, habr&iacute;an dado
+&aacute;nimos a este enfermo para marchar contra &eacute;l. Tambi&eacute;n era posible que
+fuesen dos o m&aacute;s los que le aguardasen.</p>
+
+<p>Son&oacute; otro aullido, pero Jaime volvi&oacute; a encogerse de hombros. Pod&iacute;a
+gritar lo que quisiera su desconocido retador... Pero &iexcl;ay! &iexcl;imposible
+leer! &iexcl;in&uacute;til esforzarse por fingir tranquilidad!...</p>
+
+<p>Los aullidos repet&iacute;anse ahora rabiosamente, como los cacareos de un
+gallo furioso. Jaime crey&oacute; ver el cuello de aquel hombre, hinchado,
+enrojecido, con los tendones vibrantes por la c&oacute;lera. El grito gutural
+parec&iacute;a adquirir poco a poco, al repetirse, los contornos y la
+significaci&oacute;n de un lenguaje. Era ir&oacute;nico, burl&oacute;n, insultante; echaba en
+cara su prudencia al forastero; parec&iacute;a llamarle cobarde.</p>
+
+<p>En vano intent&oacute; no escuchar. Nubl&aacute;base su vista, le pareci&oacute; que la vela
+ya no daba luz; en los intervalos de silencio, la sangre zumbaba en sus
+o&iacute;dos. Pens&oacute; que <i>Can Mallorqu&iacute;</i> estaba muy cerca, y tal vez Margalida,
+tr&eacute;mula y pegada a un ventanuco, escuchaba estos aullidos frente a la
+torre, donde estaba un hombre medroso oy&eacute;ndolos tambi&eacute;n, pero encerrado
+como si fuese sordo.</p>
+
+<p>No; no m&aacute;s. Arroj&oacute; esta vez definitivamente el libro sobre la mesa, y
+luego, por instinto, sin saber ciertamente lo que hac&iacute;a, sopl&oacute; la llama
+de la vela. Al quedar en la obscuridad anduvo algunos pasos con las
+manos avanzadas, olvidado completamente de los planes de ataque que
+hab&iacute;a concebido momentos antes en su acelerado pensamiento. La c&oacute;lera
+trastornaba sus ideas. La ceguedad repentina de su esp&iacute;ritu s&oacute;lo tuvo
+una idea, igual al &uacute;ltimo destello de una luz que se aleja. Tocaba ya la
+escopeta con sus manos palpantes, cuando desisti&oacute; de cogerla. Necesitaba
+un arma menos embarazosa; tal vez tendr&iacute;a que descender y arrastrarse
+entre los matorrales.</p>
+
+<p>Tir&oacute; del interior de la faja, y el rev&oacute;lver se desliz&oacute; fuera de su
+madriguera con la suavidad de una bestia sedosa y tibia. Anduvo a
+tientas hasta la puerta y la abri&oacute; con lentitud, s&oacute;lo un peque&ntilde;o
+espacio, el necesario para asomar la cabeza, chirriando levemente sus
+groseros goznes.</p>
+
+<p>Pasando Febrer de la obscuridad de su habitaci&oacute;n a la difusa claridad de
+la luz sideral, vio la mancha de las malezas en torno de la torre, m&aacute;s
+all&aacute; la confusa blancura de la alquer&iacute;a, y enfrente la giba negra de los
+montes cortando un cielo cargado de palpitaciones de estrellas. Esta
+visi&oacute;n s&oacute;lo dur&oacute; un instante: no pudo ver m&aacute;s. Dos peque&ntilde;os rel&aacute;mpagos,
+dos culebreos de fuego marc&aacute;ronse uno tras otro en las tinieblas de los
+matorrales, seguidos de dos estampidos que casi se confundieron.</p>
+
+<p>Jaime experiment&oacute; en su olfato una sensaci&oacute;n acre de p&oacute;lvora quemada,
+que tal vez no fue m&aacute;s que un fen&oacute;meno imaginativo. Al mismo tiempo
+percibi&oacute; sobre la c&uacute;spide de su cr&aacute;neo un silencioso y violento choque,
+algo anormal que pareci&oacute; tocarle sin llegar a tocarle, la sensaci&oacute;n del
+roce de una piedra. Algo cay&oacute; sobre su rostro como una lluvia
+impalpable. &iquest;Sangre?... &iquest;tierra?...</p>
+
+<p>Su sorpresa s&oacute;lo dur&oacute; un instante. Le hab&iacute;an hecho fuego desde el
+matorral, en las inmediaciones de la escalera. El enemigo estaba all&iacute;...
+&iexcl;all&iacute;! Ve&iacute;a en la obscuridad el punto de donde hab&iacute;an surgido los
+fogonazos, y avanzando la diestra fuera de la puerta, dispar&oacute; su
+rev&oacute;lver una... dos... cinco veces: todas las c&aacute;psulas que conten&iacute;a el
+cilindro.</p>
+
+<p>Tir&oacute; casi a ciegas, desorientado por la obscuridad y el desconcierto de
+la c&oacute;lera. Un leve ruido de ramas tronchadas, una ondulaci&oacute;n casi
+imperceptible del matorral, le llenaron de salvaje alegr&iacute;a. Hab&iacute;a
+alcanzado al enemigo indudablemente, y en su satisfacci&oacute;n, se llev&oacute; una
+mano a la cabeza para convencerse de que no estaba herido.</p>
+
+<p>Al pasarla despu&eacute;s por su cara cay&oacute; de sus mejillas y sus cejas algo
+menudo y granujiento. No era sangre: era tierra, polvo de argamasa. Sus
+dedos, desliz&aacute;ndose sobre el cuero cabelludo, estremecido a&uacute;n por el
+roce mortal, tropezaron con dos agujeros de la pared, semejantes a
+peque&ntilde;os embudos, que guardaban una sensaci&oacute;n de calor. Las dos balas le
+hab&iacute;an rozado, yendo a clavarse en el muro a una distancia casi
+imperceptible de su cabeza.</p>
+
+<p>Febrer sinti&oacute;se alegre por su buena suerte. &Eacute;l sano, inc&oacute;lume, &iexcl;y su
+enemigo!... &iquest;D&oacute;nde estar&iacute;a en aquel momento? &iquest;Deb&iacute;a bajar para buscarle
+entre los tamariscos y reconocerlo en su agon&iacute;a?... De pronto se repiti&oacute;
+el grito, el aullido salvaje, lejos, muy lejos, casi en las
+inmediaciones de la alquer&iacute;a: un <i>auquido</i> triunfante, burl&oacute;n, que Jaime
+interpret&oacute; como anuncio de pr&oacute;xima vuelta.</p>
+
+<p>El perro de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, excitado por los disparos, ladraba
+l&uacute;gubremente. A lo lejos, otros perros le contestaban. El aullido del
+hombre se alej&oacute;, con incesantes repeticiones, cada vez m&aacute;s remoto, m&aacute;s
+d&eacute;bil, hundi&eacute;ndose en el misterio azul de la noche.</p>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="IIIc" id="IIIc"></a><a href="#toc">III</a></h2>
+
+
+<p>Apenas rompi&oacute; el d&iacute;a, el <i>Capellanet</i> se present&oacute; en la torre.</p>
+
+<p>Lo hab&iacute;a o&iacute;do todo. Su padre, que ten&iacute;a el sue&ntilde;o fuerte, no estaba tal
+vez enterado a aquellas horas del suceso. Ya pod&iacute;a ladrar el perro y
+sonar junto a la alquer&iacute;a tantos disparos como en una guerra; el buen
+Pep, cuando se acostaba cansado de sus faenas diurnas, era insensible
+como un muerto. Los dem&aacute;s de la casa hab&iacute;an pasado una noche de
+angustias. La madre, luego de varios intentos para despertar a su
+esposo, sin conseguir otro &eacute;xito que palabras incoherentes seguidas de
+nuevos ronquidos, hab&iacute;a rezado hasta el amanecer por el alma del se&ntilde;or
+de la torre, crey&eacute;ndolo muerto. Margalida, que dorm&iacute;a cerca de su
+hermano, le hab&iacute;a llamado con voz queda y angustiosa al o&iacute;r los primeros
+tiros. &laquo;&iquest;Oyes, Pepet?...&raquo;</p>
+
+<p>La pobre muchacha se hab&iacute;a incorporado en la cama, encendiendo el
+candil; a su luz la hab&iacute;a visto el <i>atlot</i>, con el rostro p&aacute;lido y unos
+ojos de loca. Ella, tan pudorosa y t&iacute;mida, mostraba en su agitaci&oacute;n los
+mayores secretos de su desnudez, olvidada de todo, retorci&eacute;ndose los
+brazos, llev&aacute;ndose las manos a la cabeza. &laquo;Hab&iacute;an matado a don Jaime: se
+lo anunciaba el coraz&oacute;n.&raquo; Y temblaba con el eco lejano de nuevos
+disparos. &laquo;Un verdadero rosario de tiros&raquo;, seg&uacute;n dec&iacute;a el <i>Capellanet</i>,
+hab&iacute;a contestado a las dos primeras detonaciones.</p>
+
+<p>&mdash;&Eacute;sos fueron de usted, &iquest;verdad, don Jaime?&mdash;continu&oacute; el muchacho&mdash;. Los
+conoc&iacute; al momento y se lo dije a Margalida. Recuerdo la tarde que
+dispar&oacute; usted el rev&oacute;lver en la playa. Yo tengo mucho o&iacute;do para estas
+cosas.</p>
+
+<p>Luego cont&oacute; la desesperaci&oacute;n de su hermana, buscando las ropas en
+silencio, queriendo vestirse para correr a la torre. Pepet la
+acompa&ntilde;ar&iacute;a. Pero despu&eacute;s, s&uacute;bitamente acobardada, ya no quiso ir. S&oacute;lo
+sab&iacute;a llorar, y se opuso a que el muchacho cumpliera su prop&oacute;sito de
+escaparse por las bardas del corral.</p>
+
+<p>Hab&iacute;an o&iacute;do el <i>auquido</i> junto a la alquer&iacute;a, mucho despu&eacute;s de los
+disparos; y al hablar de este grito, sonre&iacute;a el muchacho con aire
+malicioso. Luego, Margalida, s&uacute;bitamente tranquilizada por las palabras
+de su hermano, hab&iacute;a callado, quedando inm&oacute;vil en el lecho; pero durante
+toda la noche oy&oacute; el <i>Capellanet</i> suspiros de angustia y un ligero
+murmullo, como si debajo del embozo una voz queda murmurase palabras y
+palabras con incansable monoton&iacute;a. Tambi&eacute;n la joven hab&iacute;a estado
+rezando.</p>
+
+<p>Despu&eacute;s, al esparcirse la luz del alba, se levantaron todos, menos el
+padre, que segu&iacute;a en su pl&aacute;cido sue&ntilde;o. Al asomarse las mujeres al
+porche, dominadas por los m&aacute;s l&uacute;gubres pensamientos, esperaban
+presenciar un cuadro horroroso: la torre destruida y colgando sobre sus
+ruinas el cad&aacute;ver del se&ntilde;or. Pero el <i>Capellanet</i> hab&iacute;a re&iacute;do al ver la
+puerta abierta, y junto a ella, como en otras ma&ntilde;anas, a don Jaime, con
+el busto desnudo, chapuz&aacute;ndose en un balde que &eacute;l mismo tra&iacute;a de la
+costa lleno de agua del mar.</p>
+
+<p>No se hab&iacute;a equivocado al re&iacute;rse de los terrores de las mujeres. &laquo;A su
+don Jaime no hab&iacute;a quien lo matase. Y esto lo dec&iacute;a &eacute;l, que entend&iacute;a de
+hombres.&raquo;</p>
+
+<p>Luego, tras el breve relato que le hizo el se&ntilde;or de todo lo ocurrido en
+la noche, examin&oacute;, entornando los ojos con una expresi&oacute;n de inteligente,
+los dos agujeros abiertos por las balas en la pared.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Y usted ten&iacute;a la cabeza aqu&iacute;, donde la tengo yo?... &iexcl;Futro!...</p>
+
+<p>Su mirada reflej&oacute; admiraci&oacute;n, devota idolatr&iacute;a, ante aquel hombre
+portentoso que acababa de salvarse por un verdadero milagro.</p>
+
+<p>Febrer interrog&oacute; al muchacho sobre el supuesto agresor, fiando en su
+conocimiento de las gentes del pa&iacute;s, y el <i>Capellanet</i> sonri&oacute; con aire
+de persona importante. Hab&iacute;a escuchado el aullido. Era el mismo modo de
+<i>aucar</i> que ten&iacute;a el <i>Cant&oacute;</i>: muchos se hubiesen imaginado que era &eacute;l.
+Lo mismo aullaba en las serenatas, en las tardes de baile y a la salida
+de los cortejos.</p>
+
+<p>&mdash;Pero no es &eacute;l, don Jaime: estoy seguro. Si al <i>Cant&oacute;</i> le preguntan,
+dir&aacute; que s&iacute; por darse importancia. Pero era el otro, el <i>Ferrer</i>, le
+conoc&iacute; la voz, y Margalida cree lo mismo.</p>
+
+<p>A continuaci&oacute;n, con gesto grave, habl&oacute; del necio miedo de las mujeres,
+que sosten&iacute;an la necesidad de avisar a la Guardia civil de San Jos&eacute;.</p>
+
+<p>&mdash;Usted no har&aacute; eso. &iquest;Verdad, don Jaime, que es un disparate? Los
+civiles s&oacute;lo sirven para los cobardes.</p>
+
+<p>La sonrisa despectiva y el encogimiento de hombros con que le contest&oacute;
+Febrer devolvieron al muchacho su aspecto alegre.</p>
+
+<p>&mdash;Ya me lo figuraba yo: eso no se usa en la isla. &iexcl;Pero como usted es
+forastero!... Hace usted bien: cada hombre debe defenderse &eacute;l mismo;
+para eso es hombre; y en caso apurado, buscar a los amigos.</p>
+
+<p>Y al decir esto pavone&aacute;base, resumiendo en su persona toda la ayuda
+poderosa con que pod&iacute;a contar don Jaime en momentos de peligro.</p>
+
+<p>El <i>Capellanet</i> quiso sacar provecho de este suceso, aconsejando al
+se&ntilde;or la conveniencia de llevarle a vivir en la torre. Si &eacute;l se lo ped&iacute;a
+al <i>si&ntilde;&oacute;</i> Pep, &eacute;ste no era capaz de negarle tal favor. Le conven&iacute;a a don
+Jaime tenerle a su lado: siempre ser&iacute;an dos para defenderse. Y para
+apoyar la urgencia de la petici&oacute;n, recordaba el enfado del <i>si&ntilde;&oacute;</i> Pep, y
+la certeza de que &eacute;ste iba a llevarlo a Ibiza a principios de la semana
+pr&oacute;xima, para encerrarle en el Seminario. &iquest;Qu&eacute; har&iacute;a el se&ntilde;or cuando se
+viese privado del m&aacute;s fiel de sus amigos?...</p>
+
+<p>Queriendo demostrar la utilidad de su presencia, censuraba los olvidos
+de Febrer en la noche anterior. &iquest;A qui&eacute;n pod&iacute;a ocurr&iacute;rsele asomar la
+cabeza a la puerta cuando de fuera le estaban <i>aucando</i> con el arma
+preparada? Por milagro no lo hab&iacute;an matado. &iquest;Y la lecci&oacute;n que &eacute;l le dio?
+&iquest;No recordaba su consejo de bajar por la ventana, a espaldas de la
+torre, para sorprender al enemigo?...</p>
+
+<p>&mdash;Es verdad&mdash;dijo Jaime, realmente avergonzado de su olvido.</p>
+
+<p>El <i>Capellanet</i>, que saboreaba orgulloso el &eacute;xito de estos consejos,
+tuvo un sobresalto al mirar por el hueco de la puerta.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;El pare!...</i></p>
+
+<p>Pep sub&iacute;a la cuesta lentamente, con los brazos atr&aacute;s y el aspecto
+meditabundo. El muchacho se alarm&oacute; al verle. Indudablemente, ven&iacute;a
+malhumorado por las recientes noticias: no le conven&iacute;a encontrarse con
+&eacute;l. Y repitiendo a Febrer una vez m&aacute;s la conveniencia de que le guardase
+como compa&ntilde;ero, ech&oacute; las piernas fuera de la ventana, apoy&oacute; su vientre
+en el alf&eacute;izar, y se desliz&oacute; por el muro.</p>
+
+<p>El pay&eacute;s, al entrar en la torre, habl&oacute; sin ninguna emoci&oacute;n del suceso de
+la noche anterior, como si fuese un hecho normal que s&oacute;lo alteraba
+levemente la monoton&iacute;a de la vida del campo. Las mujeres le hab&iacute;an
+contado... &eacute;l ten&iacute;a un sue&ntilde;o pesad&iacute;simo... &iquest;De modo que no hab&iacute;a sido
+nada?...</p>
+
+<p>Escuch&oacute; con los ojos bajos y los pulgares juntos el breve relato del
+se&ntilde;or. Luego fue a la puerta, para contemplar las huellas de los
+proyectiles.</p>
+
+<p>&mdash;Un milagro, don Jaime, un verdadero milagro.</p>
+
+<p>Volvi&oacute; a su silla, permaneciendo inm&oacute;vil largo rato, como si le costase
+un gran esfuerzo interior hacer funcionar su tardo pensamiento.</p>
+
+<p>&mdash;El demonio anda en libertad, se&ntilde;or... Era de esperar; ya lo dije yo...
+Cuando se quieren cosas imposibles, todo se enreda y se acaba la paz.</p>
+
+<p>Luego, levantando la cabeza, fij&oacute; sus ojos fr&iacute;os y escrutadores en don
+Jaime. Habr&iacute;a que avisar al alcalde; habr&iacute;a que decir todo esto a la
+Guardia civil.</p>
+
+<p>Febrer hizo un gesto negativo. No; era un asunto de hombres, que deb&iacute;a
+ventilar &eacute;l mismo.</p>
+
+<p>Pep qued&oacute; con la vista fija en el se&ntilde;or, de un modo enigm&aacute;tico, como si
+en su pensamiento luchasen encontradas ideas.</p>
+
+<p>&mdash;Hace usted bien&mdash;dijo al poco rato el cachazudo pay&eacute;s.</p>
+
+<p>Los forasteros pensaban de distinto modo, pero &eacute;l se alegraba de que el
+se&ntilde;or dijese lo mismo que dec&iacute;a su pobre padre (que en santa gloria
+est&eacute;). En la isla todos pensaban igual: lo antiguo era lo cierto.</p>
+
+<p>Luego, Pep, sin consultar al se&ntilde;or, expuso su prop&oacute;sito de ayudarle en
+su defensa. Era un deber de amistad. &Eacute;l ten&iacute;a su escopeta en la casa.
+Hac&iacute;a tiempo que no la usaba, pero en sus mocedades, cuando viv&iacute;a su
+famoso padre (que en santa gloria est&eacute;), hab&iacute;a sido un regular tirador.
+Vendr&iacute;a a pasar las noches en la torre, al lado de don Jaime, para que
+&eacute;ste no viviese solo, expuesto a una sorpresa durante el sue&ntilde;o.</p>
+
+<p>Tampoco se extra&ntilde;&oacute; el pay&eacute;s de la rotunda negativa del se&ntilde;or, algo
+ofendido por la proposici&oacute;n. &Eacute;l era un hombre, no un chiquillo
+necesitado de compa&ntilde;&iacute;a. Cada uno en su casa, y pod&iacute;a venir lo que la
+suerte quisiera.</p>
+
+<p>Pep asinti&oacute; igualmente con movimientos de cabeza a estas palabras. Lo
+mismo dec&iacute;a su padre, y como &eacute;l todas las personas de bien que segu&iacute;an
+los antiguos usos. Parec&iacute;a Febrer un hijo verdadero de la isla... Luego,
+ablandado por la admiraci&oacute;n que le inspiraba la energ&iacute;a de don Jaime, le
+propuso otro arreglo. Ya que el se&ntilde;or no quer&iacute;a compa&ntilde;&iacute;a en su torre,
+pod&iacute;a bajar a dormir en <i>Can Mallorqu&iacute;</i>. Una cama se la improvisar&iacute;an en
+cualquier parte.</p>
+
+<p>Febrer sinti&oacute;se tentado por la proposici&oacute;n. &iexcl;Ver a Margalida!... Pero el
+tono de flojedad con que el padre le invitaba y el gesto inquieto con
+que aguard&oacute; su respuesta le hicieron desistir. No; muchas gracias, Pep
+se quedaba en la torre. Pod&iacute;an creer que cambiaba de vivienda a impulsos
+del miedo.</p>
+
+<p>El pay&eacute;s volvi&oacute; a mover la cabeza con signos de asentimiento. Comprend&iacute;a
+esta actitud; lo mismo har&iacute;a &eacute;l en su situaci&oacute;n. Pero esto no era
+obst&aacute;culo para que Pep durmiese menos por la noche, y si o&iacute;a gritos o
+tiros cerca de la torre saliese al campo con su vieja escopeta.</p>
+
+<p>Y como si esta obligaci&oacute;n que se impon&iacute;a de dormir con zozobra, pronto a
+exponer la piel en defensa de su antiguo amo, rompiese la calma en que
+se hab&iacute;a mantenido hasta entonces, el pay&eacute;s elev&oacute; los ojos y junt&oacute; sus
+manos:</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Ay, Si&ntilde;or!&iexcl;Si&ntilde;or!...</i></p>
+
+<p>El diablo andaba suelto; volv&iacute;a a repetirlo: ya no hab&iacute;a tranquilidad.
+Todo por no creerle a &eacute;l; por ir contra la corriente de los usos
+antiguos, que establecieron personas m&aacute;s sabias que las de ahora... &iquest;En
+qu&eacute; parar&iacute;a todo esto?</p>
+
+<p>Febrer intent&oacute; tranquilizar al pay&eacute;s, y se le escap&oacute; un pensamiento que
+deseaba mantener oculto. Pod&iacute;a tranquilizarse Pep. &Eacute;l se marchaba para
+siempre, no queriendo turbar su paz y la de su familia.</p>
+
+<p>&iexcl;Ah! &iquest;Era de veras que se iba el se&ntilde;or?... La alegr&iacute;a del campesino fue
+tan grande y tan viva su sorpresa, que Jaime qued&oacute; indeciso. Le pareci&oacute;
+ver en los ojillos del r&uacute;stico, animados por el gozo de la noticia
+inesperada, cierta malicia. &iquest;Si creer&iacute;a aquel isle&ntilde;o que su repentino
+viaje era por huir de los enemigos?...</p>
+
+<p>&mdash;Me voy&mdash;dijo mirando a Pep con hostilidad&mdash;, pero no s&eacute; cu&aacute;ndo. M&aacute;s
+adelante... cuando me parezca. Antes tengo que vivir aqu&iacute;, para que me
+encuentre el que me busque.</p>
+
+<p>Pep tuvo un gesto de resignaci&oacute;n: se desvaneci&oacute; su alegr&iacute;a; pero estuvo
+pr&oacute;ximo a asentir tambi&eacute;n a estas palabras, a&ntilde;adiendo que lo mismo
+hubiese hecho su padre y lo mismo cre&iacute;a &eacute;l.</p>
+
+<p>Cuando el pay&eacute;s se levant&oacute; para marcharse, Febrer, que estaba junto a la
+puerta, distingui&oacute; cerca de la alquer&iacute;a al <i>Capellanet</i>, y esto trajo a
+su memoria el deseo del muchacho. Si a Pep no le molestaba su petici&oacute;n,
+pod&iacute;a dejar al <i>atlot</i> para que le acompa&ntilde;ase en la torre.</p>
+
+<p>Pero el padre acogi&oacute; su ruego &aacute;speramente. No, don Jaime. Si necesitaba
+compa&ntilde;&iacute;a, all&iacute; estaba &eacute;l, que era un hombre. El muchacho a estudiar. El
+diablo iba suelto, y hora era ya de imponer su autoridad y que la
+familia no siguiese desarreglada. En la pr&oacute;xima semana pensaba llevarlo
+al Seminario. Era su &uacute;ltima palabra.</p>
+
+<p>Febrer, al quedar solo, baj&oacute; a la orilla del mar. El t&iacute;o Ventolera
+reparaba con estopa y alquitr&aacute;n las junturas de su barca, puesta en
+seco. Tendido en ella como si fuese un enorme ata&uacute;d, buscaba con sus
+d&eacute;biles ojos los intersticios, y al encontrar uno falto de carena, su
+alegr&iacute;a le hac&iacute;a prorrumpir a toda voz en latinajos cantados.</p>
+
+<p>Al notar que la barca se mov&iacute;a y ver apoyado en la borda al se&ntilde;or, el
+viejo tuvo una sonrisa maliciosa, e interrumpi&oacute; sus c&aacute;nticos.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Hola, don Chaume!...</i></p>
+
+<p>Lo sab&iacute;a todo. Las mujeres de <i>Can Mallorqu&iacute;</i> le hab&iacute;an contado la
+noticia, y a aquellas horas circulaba por el <i>cuart&oacute;n</i>, pero de o&iacute;do en
+o&iacute;do, como se debe hablar de estas cosas, sin que se enteren las gentes
+de la justicia, que s&oacute;lo sirven para enredarlo todo. &iquest;Conque le hab&iacute;an
+buscado la noche anterior, <i>auc&aacute;ndolo</i> para que saliese de la torre?...
+&iexcl;Ji, ji! A &eacute;l tambi&eacute;n... a &eacute;l tambi&eacute;n, en otros tiempos, cuando hac&iacute;a el
+amor a su difunta entre dos viajes, lo hab&iacute;a <i>aucado</i> cierto camarada
+que era rival suyo. Pero &eacute;l se llev&oacute; a la muchacha por tener la mano m&aacute;s
+lista; total, una cuchillada al amigo en pleno pecho, que le tuvo mucho
+tiempo entre la vida y la muerte. Luego hab&iacute;a vivido en guardia siempre
+que bajaba a tierra, para librarse de la venganza de su enemigo; pero
+los a&ntilde;os pasan, todo se olvida, y los dos compadres acabaron por
+contrabandear juntos, navegando desde Argel a Ibiza o las costas de
+Espa&ntilde;a.</p>
+
+<p>El t&iacute;o Ventolera re&iacute;a, con risa infantil, complacido por estos recuerdos
+juveniles que resurg&iacute;an en su memoria siempre que o&iacute;a hablar de tiros,
+cuchilladas y provocaciones en la noche. &iexcl;Ay! &iexcl;A &eacute;l ya no lo <i>aucar&iacute;an</i>!
+Esto quedaba para los j&oacute;venes. Y su acento era melanc&oacute;lico al no verse
+mezclado en los lances de amor y de guerra, que juzgaba indispensables
+para una existencia feliz.</p>
+
+<p>Febrer le dej&oacute; cantando la misa mientras terminaba su carenaje. En la
+torre encontr&oacute; la cesta de su comida sobre la mesa. El <i>Capellanet</i> la
+hab&iacute;a dejado sin esperar, obedeciendo sin duda a alg&uacute;n llamamiento
+urgente de su padre malhumorado. Despu&eacute;s de comer volvi&oacute; Jaime a
+contemplar los dos agujeros que los proyectiles hab&iacute;an abierto en el
+muro. Pasada la excitaci&oacute;n del peligro, y al apreciar fr&iacute;amente la
+gravedad de &eacute;ste, sinti&oacute; una c&oacute;lera vengativa, m&aacute;s intensa que la que le
+hab&iacute;a impulsado hacia la puerta en la noche anterior. Unos mil&iacute;metros
+m&aacute;s abajo al apuntar, y habr&iacute;a rodado en la obscuridad, al pie de la
+puerta, como una bestia cazada. &iexcl;Cristo! &iexcl;Y as&iacute; pod&iacute;a morir un hombre de
+su clase, v&iacute;ctima de la traici&oacute;n y el acecho de uno de aquellos
+r&uacute;sticos!...</p>
+
+<p>Su c&oacute;lera tom&oacute; un impulso vengativo. Sinti&oacute; la necesidad de provocar, de
+ser arrogante, de aparecer sereno y amenazador ante aquellos hombres,
+entre los cuales se ocultaban sus adversarios.</p>
+
+<p>Descolg&oacute; la escopeta, examin&oacute; sus cargas, se la ech&oacute; al hombro y
+descendi&oacute; de la torre, tomando el mismo camino de la tarde anterior. Al
+pasar junto a <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, los ladridos del perro hicieron salir a
+la puerta a Margalida y su madre. Los hombres estaban en un campo lejano
+que cultivaba Pep. La madre, lloriqueante y con la palabra cortada por
+la emoci&oacute;n, s&oacute;lo sab&iacute;a coger las manos del se&ntilde;or.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Don Chaume! &iexcl;Don Chaume!...</i></p>
+
+<p>Deb&iacute;a tener mucho cuidado, salir poco de la torre, estar en guardia
+contra los enemigos. Y Margalida, silenciosa, con los ojos
+desmesuradamente abiertos, contemplaba a Febrer, revelando admiraci&oacute;n y
+zozobra. No sab&iacute;a qu&eacute; decir; su alma simple parec&iacute;a recogerse
+humildemente, no encontrando palabras para expresar sus pensamientos.</p>
+
+<p>Jaime continu&oacute; su camino. Al volverse repetidas veces vio a Margalida,
+de pie bajo el porche, sigui&eacute;ndolo con visible ansiedad. El se&ntilde;or iba de
+caza como otras veces, pero &iexcl;ay! tomaba el sendero de la monta&ntilde;a, iba
+hacia el bosque de pinos, en una de cuyas calvas estaba la herrer&iacute;a.</p>
+
+<p>Durante el camino rumiaba Febrer proyectos de ataque. Estaba resuelto a
+una acci&oacute;n inmediata. Apenas saliese el <i>verro</i> a la puerta de su casa,
+le disparar&iacute;a los dos tiros de la escopeta. &Eacute;l ventilaba sus negocios a
+la luz del sol, y ser&iacute;a m&aacute;s afortunado: sus dos balas no ir&iacute;an a
+clavarse en el muro.</p>
+
+<p>Pero al llegar a la fragua la encontr&oacute; cerrada. &iexcl;Nadie! El herrero hab&iacute;a
+desaparecido; la vieja vestida de negro no estaba all&iacute; para recibirle
+col&eacute;rica con el fulgor hostil de su &uacute;nico ojo.</p>
+
+<p>Se sent&oacute; al pie de un &aacute;rbol como la otra vez, con la escopeta preparada,
+resguard&aacute;ndose detr&aacute;s del tronco, por si esta soledad ocultaba una
+asechanza. Transcurri&oacute; mucho tiempo; las palomas silvestres, enardecidas
+por la calma y la soledad de la fragua, revoloteaban en la plazoleta sin
+fijarse en el cazador, inm&oacute;vil y olvidado de ellas. Un gato avanzaba
+lentamente por el ruinoso tejado, con estiramientos de tigre,
+pretendiendo atrapar a los inquietos gorriones.</p>
+
+<p>Pas&oacute; m&aacute;s tiempo. La espera y la inmovilidad serenaron a Febrer. &iquest;Qu&eacute;
+hac&iacute;a all&iacute;, lejos de su casa, en medio del monte, pr&oacute;ximo ya el
+crep&uacute;sculo, esperando a un enemigo de cuya culpabilidad s&oacute;lo ten&iacute;a vagos
+indicios? El herrero tal vez estaba en su casa. Se habr&iacute;a encerrado al
+verle llegar, y era in&uacute;til esperarle. Tambi&eacute;n pod&iacute;a ser que se hubiera
+marchado lejos, con la vieja, y no volviese hasta bien entrada la noche.
+Deb&iacute;a partir.</p>
+
+<p>Y con la escopeta en la mano, para ser el primero en disparar si
+encontraba al enemigo, emprendi&oacute; el regreso al valle.</p>
+
+<p>Otra vez volvi&oacute; a encontrar en el camino payeses y muchachas que le
+miraron con tenaz curiosidad, contestando apenas a su saludo. Otra vez
+vio al <i>Cant&oacute;</i> con su cabeza entrapajada, en el mismo sitio, rodeado de
+amigos, a los que hablaba con violentas gesticulaciones. Al reconocer al
+se&ntilde;or de la torre, antes de que sus camaradas pudieran sujetarle, se
+agach&oacute;, y agarrando dos piedras en los endurecidos surcos, arroj&oacute;las
+contra aqu&eacute;l. Los r&uacute;sticos proyectiles, a impulsos de un brazo d&eacute;bil, no
+llegaron a hacer la mitad de su camino. Luego, irritado por la
+despectiva serenidad de Febrer, que segu&iacute;a adelante, el <i>atlot</i>,
+prorrumpi&oacute; en amenazas. &iexcl;Matar&iacute;a al mallorqu&iacute;n! lo declaraba a gritos.
+&iexcl;Que todos supiesen que &eacute;l juraba el exterminio de este hombre!</p>
+
+<p>Jaime sonri&oacute; tristemente ante estas amenazas. No; el cordero rabioso no
+era el que hab&iacute;a venido a la torre del Pirata a matarle. Sus
+escandalosas vociferaciones bastaban para demostrarlo.</p>
+
+<p>El se&ntilde;or pas&oacute; tranquilamente la primera parte de la noche. Luego de
+cenar, cuando se fue el hermano de Margalida con la triste certeza de
+que su padre no desist&iacute;a de llevarlo al Seminario, Jaime cerr&oacute; la
+puerta, colocando tras ella la mesa y las sillas. Tem&iacute;a ser sorprendido
+durante el sue&ntilde;o. Apag&oacute; la luz y fum&oacute; en la obscuridad, complaci&eacute;ndose
+en el latido del peque&ntilde;o tiz&oacute;n del cigarro, que se ensanchaba con sus
+chupetones. Ten&iacute;a la escopeta cerca y el rev&oacute;lver en la faja, pronto a
+hacer uso de ellos al menor movimiento de la puerta. Habituado su o&iacute;do a
+los rumores de la noche y a la respiraci&oacute;n del mar, buscaba al trav&eacute;s de
+&eacute;stos un roce, un indicio de que en aquella soledad hab&iacute;a otros seres
+humanos aparte de &eacute;l.</p>
+
+<p>Pas&oacute; mucho tiempo. A la luz del cigarro mir&oacute; la esfera de su reloj. Las
+diez. Lejos sonaron ladridos, y Jaime crey&oacute; reconocer al perro de <i>Can
+Mallorqu&iacute;</i>. Tal vez delataba el paso de alguien aproxim&aacute;ndose a la
+torre. Ya estaba cerca el enemigo: era posible que se arrastrase
+cautelosamente, fuera de la senda, entre las ramas de los tamariscos.</p>
+
+<p>Se incorpor&oacute;, requiriendo la escopeta, buscando en su faja el rev&oacute;lver.
+Tan pronto como oyese un grito de reto o un temblor en la puerta, se
+echaba ventana abajo, y dando vuelta a la torre, cog&iacute;a al enemigo por la
+espalda.</p>
+
+<p>Pas&oacute; m&aacute;s tiempo... &iexcl;Nada! Febrer quiso mirar el reloj, pero sus manos no
+obedec&iacute;an a su voluntad. Ya no brillaba en la sombra la punta rojiza del
+cigarro. Su cabeza hab&iacute;a acabado por caer sobre la almohada; sus ojos se
+cerraron: oy&oacute; gritos de reto, tiros, maldiciones, pero esto fue en un
+estado anormal, como si viviese en otro mundo, donde los insultos y los
+ataques no despertaban su sensibilidad. Luego... nada: una sombra densa,
+una noche profunda e interminable, sin el m&aacute;s leve destello de visi&oacute;n...
+Le despert&oacute; un rayo de sol que, pasando por una rendija de la ventana,
+ven&iacute;a a dar en sus ojos. Renaci&oacute; con la luz diurna la blancura de
+aquellos muros, que parec&iacute;an sudar durante la noche la sombra y el
+b&aacute;rbaro misterio de otros siglos.</p>
+
+<p>Jaime se levant&oacute; contento, y al deshacer la barricada de muebles que
+obstru&iacute;a la puerta, rio algo avergonzado de su precauci&oacute;n,
+consider&aacute;ndola casi una cobard&iacute;a. Las mujeres de <i>Can Mallorqu&iacute;</i> le
+hab&iacute;an trastornado con su miedo. &iexcl;Qui&eacute;n pod&iacute;a venir a buscarle en la
+torre, sabiendo que estaba alerta y lo recibir&iacute;a a tiros! La ausencia
+del <i>Ferrer</i> cuando &eacute;l se hab&iacute;a presentado en la fragua y la calma de la
+noche anterior daban que pensar a Jaime. &iquest;Estar&iacute;a herido el <i>verro</i>? &iquest;Le
+habr&iacute;a alcanzado alguna de sus balas?...</p>
+
+<p>Pas&oacute; la ma&ntilde;ana en el mar. El t&iacute;o Ventolera le llev&oacute; hasta el Vedr&aacute;,
+alabando la ligereza y otros m&eacute;ritos de su barca. La reparaba a&ntilde;o tras
+a&ntilde;o, no quedando en ella ni una astilla de su primitiva construcci&oacute;n.
+Pescaron al abrigo de las rocas hasta media tarde. Al volver a la torre,
+Febrer vio al <i>Capellanet</i> que corr&iacute;a por la playa agitando en lo alto
+una cosa blanca.</p>
+
+<p>Antes de saltar a tierra, cuando la barca hund&iacute;a su proa en la grava, el
+muchacho le grit&oacute; con la impaciencia del que trae una gran noticia:</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Una carta, don Chaume!</i></p>
+
+<p>&iexcl;Una carta!... En aquel rinc&oacute;n del mundo, el m&aacute;s extraordinario suceso
+que pod&iacute;a turbar la vida ordinaria era la llegada de una carta. Febrer
+la revolvi&oacute; en sus manos, examin&aacute;ndola como algo extra&ntilde;o y lejano. Mir&oacute;
+el sello; luego mir&oacute; la letra del sobre... La conoc&iacute;a; despertaba en su
+memoria la misma impresi&oacute;n de un rostro amigo al que no podemos asociar
+un nombre. &iquest;De qui&eacute;n era?...</p>
+
+<p>El <i>Capellanet</i>, mientras tanto, daba explicaciones sobre este gran
+suceso. La carta la hab&iacute;a tra&iacute;do el peat&oacute;n a media ma&ntilde;ana. Era del
+vapor-correo de Palma, llegado a Ibiza en la noche anterior. Si deseaba
+contestarla, deb&iacute;a hacerlo sin p&eacute;rdida de tiempo. El buque volver&iacute;a a
+Mallorca al d&iacute;a siguiente.</p>
+
+<p>Mientras iba Jaime hacia la torre, rompi&oacute; el sobre y busc&oacute; la firma,
+casi al mismo tiempo que en su memoria se precisaba el recuerdo y surg&iacute;a
+un nombre: &iexcl;Pablo Valls!... El capit&aacute;n Pablo le escrib&iacute;a luego de medio
+a&ntilde;o de silencio, y su carta era larga: varias hojas de papel comercial
+cubiertas de apretada escritura.</p>
+
+<p>A las primeras l&iacute;neas, el mallorqu&iacute;n sonri&oacute;. El capit&aacute;n estaba all&iacute;, en
+aquellos renglones, con su ruda y desbordante personalidad, escandaloso,
+simp&aacute;tico y agresivo. Febrer crey&oacute; contemplar sobre el papel su nariz
+enorme y pesada, sus patillas canosas, sus ojos de color de aceite con
+pintas de tabaco, su chambergo abollado puesto de trav&eacute;s.</p>
+
+<p>La carta comenzaba de un modo terrible: &laquo;Querido sinverg&uuml;enza.&raquo; Y en el
+mismo estilo segu&iacute;an los primeros p&aacute;rrafos.</p>
+
+<p>&mdash;Esto vale la pena&mdash;murmur&oacute; sonriendo&mdash;. Esto hay que leerlo despacio.</p>
+
+<p>Y guardando la carta, con el regodeo del que se reserva un gran placer,
+Jaime subi&oacute; a la torre despu&eacute;s de despedir al muchacho.</p>
+
+<p>Sentado junto a la ventana, con el busto echado atr&aacute;s y la espalda
+apoyada en la mesa, comenz&oacute; a leer. Una explosi&oacute;n de furia c&oacute;mica, de
+insultos cari&ntilde;osos, de indignaciones por cosas olvidadas, llenaba las
+primeras p&aacute;ginas. Pablo Valls desbordaba su graciosa incoherencia, como
+un charlat&aacute;n condenado largo tiempo al silencio y que sufre el suplicio
+de una verbosidad comprimida. Echaba en cara a Febrer su origen y su
+orgullo, que le hab&iacute;an impulsado a huir sin despedirse de los amigos.
+&laquo;Al fin, de raza de inquisidores.&raquo; Sus abuelos hab&iacute;an quemado a los de
+Valls: &iexcl;que no lo olvidase! Pero en algo hab&iacute;an de distinguirse los
+buenos de los malos; y &eacute;l, el r&eacute;probo, el <i>chueta</i>, el hereje aborrecido
+de unos y otros, hab&iacute;a correspondido a esta falta de amistad ocup&aacute;ndose
+de los asuntos de Jaime. Seguramente le habr&iacute;a escrito varias veces de
+esto su amigo Toni Clap&eacute;s, cuyos negocios marchaban bien, como siempre,
+aunque acababa de sufrir algunas contrariedades. Le hab&iacute;an cogido dos
+barcas cargadas de tabaco.</p>
+
+<p>&laquo;Pero no divaguemos: al grano. Ya sabes que soy un hombre pr&aacute;ctico, un
+verdadero ingl&eacute;s, enemigo de perder el tiempo.&raquo;</p>
+
+<p>Y el hombre pr&aacute;ctico, el ingl&eacute;s, para no divagar m&aacute;s, cubr&iacute;a otras dos
+hojas con las explosiones de su indignaci&oacute;n contra todo lo que le
+rodeaba: contra sus hermanos de raza, t&iacute;midos y humildes, que
+besuqueaban la mano enemiga; contra los nietos de los antiguos
+perseguidores; contra el feroz padre Garau, del que no quedaba ya ni
+polvo; contra la isla entera, la famosa <i>Roqueta</i>, a la que viv&iacute;an
+sujetos los suyos por un amor al terru&ntilde;o, pagado siempre con
+aislamientos e insultos.</p>
+
+<p>&laquo;Pero no divaguemos: orden, m&eacute;todo y claridad. Sobre todo, escribamos
+pr&aacute;cticamente. La falta de car&aacute;cter pr&aacute;ctico es lo que nos pierde.&raquo;</p>
+
+<p>Y hablaba a continuaci&oacute;n de &laquo;la Papisa Juana&raquo;, tremenda se&ntilde;ora que Pablo
+Valls hab&iacute;a visto siempre de lejos, por ser para ella la personificaci&oacute;n
+de todas las impiedades revolucionarias y todos los pecados de su raza.
+&laquo;Por este lado no tengas esperanza.&raquo; La t&iacute;a de Febrer s&oacute;lo se acordaba
+de &eacute;l para lamentarse de su mal fin y alabar la justicia del Se&ntilde;or, que
+castiga a los que caminan por malos senderos y se apartan de las santas
+tradiciones de la familia. Unas veces le cre&iacute;a en Ibiza la buena se&ntilde;ora;
+otras afirmaba saber con certeza que hab&iacute;an visto a su sobrino en
+Am&eacute;rica, dedicado a los m&aacute;s bajos oficios. &laquo;De todos modos, cachorro de
+inquisidor, tu santa t&iacute;a no se acuerda de ti y no debes esperar de ella
+el menor auxilio.&raquo; Ahora se murmuraba en la ciudad que renunciando
+definitivamente a las pompas del mundo y tal vez a la &laquo;Rosa de Oro&raquo;
+pontifical, que nunca acababa de llegar, entregar&iacute;a sus bienes a los
+sacerdotes de su corte, yendo a encerrarse en un convento con todas las
+comodidades de una dama de privilegio. &laquo;La Papisa&raquo; se alejaba para
+siempre; imposible esperar nada de ella. &laquo;Y aqu&iacute; entro yo, peque&ntilde;o
+Garau; yo el r&eacute;probo, el <i>chueta</i>, el rabudo, que deseo ser adorado y
+reverenciado por ti como si fuese la Providencia.&raquo;</p>
+
+<p>Al fin, el hombre pr&aacute;ctico, el enemigo de las divagaciones, cumpl&iacute;a su
+promesa, y el estilo de la carta torn&aacute;base conciso, con una sequedad
+comercial. Primeramente un largo relato de los bienes que a&uacute;n pose&iacute;a
+Jaime antes de partir de Mallorca, esclavos de toda clase de grav&aacute;menes
+e hipotecas; luego una lista de sus acreedores, que era mayor que la de
+los bienes, seguida de una relaci&oacute;n de intereses y obligaciones,
+enmara&ntilde;ada red en la que se perd&iacute;a la memoria de Febrer, pero por en
+medio de la cual caminaba Valls rectamente, con la seguridad de los de
+su raza para desentra&ntilde;ar los m&aacute;s confusos negocios.</p>
+
+<p>El capit&aacute;n Pablo hab&iacute;a pasado medio a&ntilde;o sin escribir a su amigo, pero
+ocup&aacute;ndose todos los d&iacute;as de sus asuntos. Hab&iacute;a peleado con los m&aacute;s
+feroces usureros de la isla, insultando a unos, venciendo a otros en
+astucia, vali&eacute;ndose de la persuasi&oacute;n o de la bravata, avanzando dineros
+para satisfacer los cr&eacute;ditos m&aacute;s urgentes, cuyos tenedores amenazaban
+con el embargo y la venta. Total: hab&iacute;a dejado limpia y sana la fortuna
+de su amigo, pero &eacute;sta resurg&iacute;a del terrible combate achicada y casi
+insignificante. S&oacute;lo le restaban a Febrer unos miles de duros: tal vez
+no llegar&iacute;an a quince; pero mejor era esto que vivir en su antiguo
+ambiente de gran se&ntilde;or sin tener que comer y sometido a las exigencias
+de los acreedores. &laquo;Ya es hora de que vuelvas. &iquest;Qu&eacute; haces ah&iacute;? &iquest;Vas a
+estar toda tu vida como un Robins&oacute;n en esa torre de piratas?&raquo; Deb&iacute;a
+volver inmediatamente, para vivir en alegre modestia. La vida en
+Mallorca es barata. Adem&aacute;s, pod&iacute;a solicitar un empleo del Estado. Con su
+nombre y sus relaciones no era dif&iacute;cil conseguirlo.</p>
+
+<p>Tambi&eacute;n pod&iacute;a dedicarse al comercio, bajo la direcci&oacute;n y consejo de un
+hombre como &eacute;l. Si deseaba viajar, no le ser&iacute;a dif&iacute;cil a Valls buscarle
+una colocaci&oacute;n en Argelia, en Inglaterra o en Am&eacute;rica. El capit&aacute;n ten&iacute;a
+amigos en todas partes. &laquo;Vuelve pronto, peque&ntilde;o Garau, inquisidor
+simp&aacute;tico; no te digo m&aacute;s.&raquo;</p>
+
+<p>Pas&oacute; Febrer el resto de la tarde leyendo la carta o paseando por los
+alrededores de la torre, conmovido por tales noticias. Los recuerdos de
+su pasada existencia, amortiguados por la vida solitaria, surg&iacute;an ahora
+con el mismo relieve que si fuesen sucesos del d&iacute;a anterior. &iexcl;Los caf&eacute;s
+del Borne! &iexcl;Sus amigos del Casino!... &iexcl;Volver all&aacute;, pasando de un salto
+a la vida ciudadana, luego de su reclusi&oacute;n casi salvaje en la torre!...
+Se marchar&iacute;a cuanto antes: estaba resuelto a ello. Partir&iacute;a a la ma&ntilde;ana
+siguiente, aprovechando el viaje de vuelta del mismo vapor que hab&iacute;a
+tra&iacute;do la carta.</p>
+
+<p>El recuerdo de Margalida surgi&oacute; en su memoria, pretendiendo retenerle en
+la isla. La ve&iacute;a blanca, con sus adorables redondeces y sus ojos t&iacute;midos
+y bajos, que parec&iacute;an ocultar como un pecado el negro ardor de sus
+pupilas. &iexcl;Dejarla! &iexcl;no verla m&aacute;s!... &iexcl;Y ella iba a ser de uno de
+aquellos b&aacute;rbaros, que profanar&iacute;an su belleza us&aacute;ndola en las faenas del
+campo, convirti&eacute;ndola poco a poco en una bestia agr&iacute;cola, negra, callosa
+y arrugada!...</p>
+
+<p>Pero una afirmaci&oacute;n pesimista le arranc&oacute; al poco tiempo de esta duda
+cruel. Margalida no le amaba, no pod&iacute;a amarle. Un mutismo desconcertante
+y l&aacute;grimas misteriosas era todo lo que &eacute;l hab&iacute;a podido conseguir con sus
+declaraciones de amor. &iquest;A qu&eacute; empe&ntilde;arse en conquistar lo que a todos
+parec&iacute;a imposible? &iquest;Por qu&eacute; seguir la lucha sorda con toda la isla, por
+una mujer que a&uacute;n no sab&iacute;a &eacute;l ciertamente si le amaba?</p>
+
+<p>La alegr&iacute;a de las recientes noticias volvi&oacute; esc&eacute;ptico a Febrer. &laquo;Nadie
+se muere de amor.&raquo; Le costar&iacute;a un gran esfuerzo abandonar aquella tierra
+al d&iacute;a siguiente; experimentar&iacute;a honda tristeza al perder de vista la
+blancura africana de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>. Pero al sentirse libre del
+ambiente de la isla y volver a su antigua existencia, tal vez no fuese
+Margalida m&aacute;s que un p&aacute;lido recuerdo, y &eacute;l reir&iacute;a el primero de esta
+pasi&oacute;n de una <i>atlota</i> hija de un antiguo arrendatario de su familia.</p>
+
+<p>No vacil&oacute; m&aacute;s. Esta noche la pasar&iacute;a en la soledad de la torre, como un
+hombre primitivo de los que viven acechados por el peligro, dispuestos a
+matar; a la noche siguiente estar&iacute;a sentado ante la mesa de un caf&eacute;,
+bajo el resplandor de los focos el&eacute;ctricos, viendo carruajes junto a las
+aceras y pasando por el centro del Borne mujeres m&aacute;s hermosas que
+Margalida. &laquo;&iexcl;A Mallorca!&raquo; No vivir&iacute;a en un palacio: el caser&oacute;n de los
+Febrer lo perd&iacute;a para siempre en el arreglo revolucionario y salvador
+ideado por el amigo Valls; pero no le faltar&iacute;a una casita peque&ntilde;a y
+limpia en el Terreno u otro barrio vecino al mar, y en ella la compa&ntilde;&iacute;a
+y los cuidados maternales de <i>mad&oacute;</i> Antonia. Ninguna tristeza, ninguna
+verg&uuml;enza le esperaba all&aacute;. Hasta se ver&iacute;a libre de don Benito Valls y
+de su hija, a los que hab&iacute;a abandonado de un modo incorrecto, sin
+palabras de excusa. El rico <i>chueta</i>, seg&uacute;n anunciaba su hermano en la
+carta, viv&iacute;a ahora en Barcelona para cuidar mejor de su salud.
+Indudablemente, como cre&iacute;a el capit&aacute;n Pablo, este viaje era para
+encontrar un yerno lejos de las preocupaciones que persegu&iacute;an en la isla
+a los de su raza.</p>
+
+<p>Al cerrar la noche lleg&oacute; el <i>Capellanet</i> llevando la cesta de la cena.
+Mientras Febrer com&iacute;a &aacute;vidamente, con el buen apetito de la alegr&iacute;a, el
+muchacho anduvo por la habitaci&oacute;n, atisbando con ojos ansiosos, por si
+pod&iacute;a encontrar aquella carta que hab&iacute;a excitado su curiosidad. &laquo;Nada.&raquo;
+La alegr&iacute;a del se&ntilde;or acab&oacute; por contagiarle, y rio tambi&eacute;n, sin saber de
+qu&eacute;, crey&eacute;ndose obligado a mostrar buen humor, ya que don Jaime estaba
+contento.</p>
+
+<p>Febrer brome&oacute; sobre su pr&oacute;xima ida al Seminario. Pensaba hacerle un
+regalo, pero un regalo extraordinario, como &eacute;l no pod&iacute;a imagin&aacute;rselo, y
+al lado del cual nada valdr&iacute;a el cuchillo. Sus ojos, al decir esto,
+miraban la escopeta colgada del muro.</p>
+
+<p>Cuando se fue el muchacho, cerr&oacute; la puerta y se entretuvo a la luz de la
+vela en hacer el inventario y distribuci&oacute;n de los objetos que llenaban
+su vivienda. En un antiguo arc&oacute;n de madera, tallado a cuchillo
+groseramente, estaban dobladas con cuidado por Margalida, entre hierbas
+olorosas, las ropas con que hab&iacute;a llegado &eacute;l de Mallorca. Las vestir&iacute;a a
+la ma&ntilde;ana siguiente. Pens&oacute; con cierto terror en el suplicio de las botas
+y el tormento del cuello de la camisa, despu&eacute;s de su larga temporada de
+campestre libertad; pero quer&iacute;a salir de la isla lo mismo que hab&iacute;a
+venido a ella. Lo dem&aacute;s lo regalaba a Pep y la escopeta a su hijo,
+riendo del gesto del peque&ntilde;o seminarista ante este presente, que llegaba
+algo tarde... Ya cazar&iacute;a, con ella cuando fuese cura de uno de los
+<i>cuartones</i> de la isla.</p>
+
+<p>Volvi&oacute; a sacar del bolsillo la carta de Valls, complaci&eacute;ndose en leerla
+lentamente, como si cada vez encontrase en su texto nuevas noticias.
+Mientras le&iacute;a estos p&aacute;rrafos, que ya le eran familiares, su pensamiento
+trabajaba aparte a impulsos de la alegr&iacute;a. &iexcl;El buen amigo Pablo! &iexcl;Y qu&eacute;
+a tiempo llegaban sus consejos!... Le sacaba de Ibiza en el instante m&aacute;s
+oportuno, cuando se ve&iacute;a en guerra abierta con todas aquellas gentes
+rudas, que deseaban la muerte del forastero. No se equivocaba el
+capit&aacute;n. &iquest;Qu&eacute; hac&iacute;a all&iacute;, como un Robins&oacute;n, que ni siquiera pod&iacute;a
+disfrutar la placidez de la soledad?... Valls, oportuno como siempre, le
+libraba del peligro.</p>
+
+<p>Su vida de horas antes, cuando a&uacute;n no hab&iacute;a recibido la carta, parec&iacute;ale
+absurda y rid&iacute;cula.. Ahora era otro hombre. Sonre&iacute;a con l&aacute;stima y
+verg&uuml;enza de aquel loco que el d&iacute;a anterior, llevando la escopeta al
+hombro, hab&iacute;a emprendido el camino de la monta&ntilde;a para buscar a un
+antiguo presidiario, ret&aacute;ndolo a b&aacute;rbaro combate en la soledad del
+bosque. &iexcl;Como si toda la vida del planeta estuviese concentrada en la
+peque&ntilde;a isla y hubiera que matar para poder existir en ella!... &iexcl;Como si
+no hubiese vida ni civilizaci&oacute;n m&aacute;s all&aacute; de la s&aacute;bana azul que rodeaba a
+este pedazo de tierra, con su grupo humano de almas primitivas,
+petrificadas en las costumbres de otros siglos! &Eacute;sta era la &uacute;ltima noche
+de su existencia salvaje. Al d&iacute;a siguiente, todo lo ocurrido no ser&iacute;a
+m&aacute;s que una aglomeraci&oacute;n de recuerdos interesantes, con cuyo relato
+podr&iacute;a entretener a sus amigos del Borne.</p>
+
+<p>Cort&oacute; Febrer repentinamente sus pensamientos, separando los ojos del
+papel. Al encontrar su mirada una mitad de la habitaci&oacute;n en la sombra y
+otra mitad en una luz rojiza que hac&iacute;a temblar los objetos, pareci&oacute;
+volver del lejano viaje al que le arrastraba su imaginaci&oacute;n. A&uacute;n viv&iacute;a
+en la torre del Pirata; a&uacute;n estaba en medio de lobregueces, de una
+soledad poblada por los rumores de la Naturaleza, en el interior de un
+cubo de piedra cuyas paredes parec&iacute;an sudar l&oacute;brego misterio.</p>
+
+<p>Algo hab&iacute;a sonado fuera de la torre: un grito, un aullido, distinto del
+de la otra noche, m&aacute;s sofocado, m&aacute;s lejano. Jaime tuvo la sensaci&oacute;n de
+que este grito ven&iacute;a de muy cerca, de que tal vez lo lanzaba alguien
+oculto en los grupos de tamariscos.</p>
+
+<p>Concentr&oacute; su atenci&oacute;n, y al poco rato el aullido volvi&oacute; a sonar. Era el
+mismo <i>aucamiento</i> de la otra noche, pero sordo, quedo, ronco, como si
+el que lo lanzaba tuviese miedo de que el grito se esparciese demasiado,
+colocando sus manos en torno a la boca para enviarlo con esta bocina
+natural &uacute;nicamente hacia la torre.</p>
+
+<p>Pasada la primera sorpresa, rio silenciosamente, encogiendo los hombros.
+No pensaba moverse. &iquest;Qu&eacute; le importaban ya estas costumbres primitivas,
+estos retos de payeses? &laquo;A&uacute;lla, buen hombre; grita hasta que te canses:
+estoy sordo.&raquo;</p>
+
+<p>Y para distraer su atenci&oacute;n volvi&oacute; a leer la carta, complaci&eacute;ndose en el
+saboreo de la larga lista de acreedores, muchos de cuyos nombres
+evocaban visiones col&eacute;ricas o grotescos recuerdos.</p>
+
+<p>El aullido continu&oacute; sonando a largos intervalos, y cada vez que su ronca
+estridencia cortaba el silencio, Febrer se estremec&iacute;a de impaciencia y
+de c&oacute;lera. &laquo;&iexcl;Cristo! &iquest;Iba a pasar as&iacute; la noche, desvelado por esta
+serenata amenazadora?...&raquo;</p>
+
+<p>Pens&oacute; que tal vez el enemigo, oculto en la maleza, ve&iacute;a las rendijas de
+la puerta iluminadas y esto le hac&iacute;a persistir en sus provocaciones.
+Apag&oacute; la vela y se tendi&oacute; en la cama, experimentando una sensaci&oacute;n de
+bienestar al verse en la obscuridad, con la espalda hundida en las
+crujientes blanduras del jerg&oacute;n. Pod&iacute;a aullar horas y horas hasta perder
+la voz aquel b&aacute;rbaro. &Eacute;l no quer&iacute;a moverse. &iquest;Qu&eacute; le importaban sus
+insultos?... Y rio con una alegr&iacute;a de bienestar animal, en la blandura
+de su lecho, mientras el otro enronquec&iacute;a oculto tras los matorrales,
+con el arma preparada y el ojo atento. &iexcl;Qu&eacute; chasco para el enemigo!...</p>
+
+<p>Febrer casi se durmi&oacute; arrullado por estos gritos de amenaza. Hab&iacute;a
+colocado tras la puerta la misma barricada de la noche anterior.
+Mientras sonasen los gritos ten&iacute;a la certeza de que ning&uacute;n peligro le
+amenazaba. De pronto, se incorpor&oacute;, repeliendo ese sopor que precede al
+sue&ntilde;o. Ya no sonaban aullidos. Lo que le hab&iacute;a desvelado era el misterio
+del silencio, m&aacute;s amenazador e inquietante que las vociferaciones de la
+hostilidad.</p>
+
+<p>Avanzando la cabeza, crey&oacute; percibir entre los rumores confusos y
+fundidos de la respiraci&oacute;n nocturna un roce, un leve crujir de madera,
+algo semejante al ligero peso de un gato trepando de pelda&ntilde;o en pelda&ntilde;o
+por la escala de la torre, con largas pausas de inmovilidad.</p>
+
+<p>Jaime busc&oacute; el rev&oacute;lver y aguard&oacute; con &eacute;l en la diestra. El arma parec&iacute;a
+temblar entre sus dedos. Comenzaba a sentir la c&oacute;lera del hombre fuerte
+que adivina junto a su puerta el rondar de un enemigo.</p>
+
+<p>La lenta ascensi&oacute;n se detuvo, tal vez en mitad de la escala, y tras
+largo silencio, oy&oacute; el solitario una voz queda, una voz que sonaba s&oacute;lo
+para &eacute;l. Era la voz del <i>Ferrer</i>: la reconoc&iacute;a. Le invitaba a salir; le
+llamaba cobarde, uniendo a este insulto otras injurias para la odiada
+isla donde hab&iacute;a nacido.</p>
+
+<p>Con irreflexivo impulso, se levant&oacute; Jaime de la cama, sonando
+ruidosamente el jerg&oacute;n bajo el hundimiento de sus rodillas. Al estar de
+pie, en la obscuridad, con el rev&oacute;lver en la mano, volvi&oacute; a tenerse
+l&aacute;stima por este movimiento y a despreciar a su retador. &iquest;Por qu&eacute;
+hacerle caso? Deb&iacute;a volver a acostarse... Hubo una larga pausa, como si
+el enemigo, al escuchar los crujimientos del jerg&oacute;n, esperase que el
+habitante de la torre fuera a salir de un momento a otro. Pero
+transcurri&oacute; alg&uacute;n tiempo, y la voz ronca e injuriosa volvi&oacute; a sonar en
+la calma de la noche. Le llamaba cobarde otra vez; invitaba a salir al
+mallorqu&iacute;n. &laquo;Sal, hijo de...&raquo;</p>
+
+<p>Febrer, ante este insulto, tembl&oacute;, guard&aacute;ndose el rev&oacute;lver en la faja.
+&iexcl;Su madre, su pobre madre, p&aacute;lida, enferma, dulce como una santa,
+resucitando con el m&aacute;s infamante de los insultos en la boca de aquel
+presidiario!...</p>
+
+<p>Anduvo instintivamente hacia la puerta, tropezando a los pocos pasos con
+la mesa y las sillas amontonadas. No; la puerta no... Un rect&aacute;ngulo de
+luz brumosa y azul se marc&oacute; en el muro l&oacute;brego. Jaime acababa de abrir
+la ventana. El fulgor sideral ilumin&oacute; d&eacute;bilmente la contracci&oacute;n de su
+rostro, un rictus fr&iacute;o, desesperado, cruel, que le daba gran semejanza
+con el comendador don Pr&iacute;amo y otros navegantes de guerra y destrucci&oacute;n,
+cuyos retratos se empolvaban en el palacio de Mallorca.</p>
+
+<p>Sent&oacute;se en el alf&eacute;izar, echando las piernas fuera, y lentamente empez&oacute; a
+descender, tanteando con los pies las oquedades del muro para evitar que
+rodasen piedras sueltas, denunci&aacute;ndole con su estr&eacute;pito.</p>
+
+<p>Al tocar tierra sac&oacute; el rev&oacute;lver de la faja, y agach&aacute;ndose, casi de
+rodillas, con una mano en el suelo, comenz&oacute; a seguir el contorno de la
+base de la torre. Sus pies se enredaron en las ra&iacute;ces de los tamariscos
+que el viento hab&iacute;a dejado al descubierto, y se hund&iacute;an en la arena como
+mara&ntilde;as de serpientes negras. Cada vez que un tropez&oacute;n de &eacute;stos le hac&iacute;a
+vacilar, oblig&aacute;ndole a rudos tirones para seguir adelante, cada vez que
+una piedra rodaba o cruj&iacute;a, deten&iacute;ase, conteniendo su respiraci&oacute;n.
+Temblaba, no de miedo, sino de ansiedad y zozobra, con la inquietud del
+cazador que teme llegar tarde. &iexcl;Ah, si ca&iacute;a sobre el enemigo, si le
+pillaba cerca de la puerta, lanzando a media voz sus mortales
+injurias!...</p>
+
+<p>Arrastr&aacute;ndose como una bestia, casi a flor del suelo, lleg&oacute; a ver el
+extremo inferior de su escala, luego los pelda&ntilde;os superiores, y al fin
+la puerta negra en mitad del cubo de la torre, que aparec&iacute;a blanco bajo
+el fulgor de las estrellas. &iexcl;Nadie! El enemigo hab&iacute;a huido.</p>
+
+<p>La sorpresa le hizo incorporarse, avizorando con inquietud la negra y
+ondulante mancha de matorrales que se extend&iacute;a ladera abajo. Este examen
+dur&oacute; poco. Un culebreo rojo, una ondulaci&oacute;n llameante y breve, seguida
+de una nubecilla y de un trueno, sali&oacute; de entre los tamariscos, a corta
+distancia de &eacute;l. Jaime crey&oacute; recibir en el pecho una piedra, un guijarro
+caliente que tal vez hab&iacute;a hecho saltar el estr&eacute;pito de la detonaci&oacute;n.</p>
+
+<p>&laquo;&iexcl;No es nada!&raquo;, pens&oacute;.</p>
+
+<p>Pero al mismo tiempo viose en el suelo, sin saber c&oacute;mo, tendido de
+espaldas.</p>
+
+<p>&laquo;&iexcl;No es nada!&raquo;, pens&oacute; otra vez.</p>
+
+<p>Y revolvi&eacute;ndose instintivamente, dio la vuelta, quedando con el pecho en
+tierra, apoyado en una mano y tendiendo la otra, que empu&ntilde;aba el
+rev&oacute;lver. Sent&iacute;ase fuerte, repet&iacute;a en su interior que aquello no era
+nada, pero el cuerpo se neg&oacute; con s&uacute;bita torpeza a obedecer su voluntad.
+Parec&iacute;a pegado al suelo por una dolorosa simpat&iacute;a.</p>
+
+<p>Vio agitarse los matorrales como movidos por una bestia obscura,
+cautelosa y maligna. All&iacute; estaba el enemigo. Primero avanz&oacute; la cabeza,
+luego el busto, al fin sac&oacute; las piernas de entre el ramaje crujidor.</p>
+
+<p>Febrer, con la r&aacute;pida visi&oacute;n que acompa&ntilde;a al ahogado y al moribundo en
+sus &uacute;ltimos instantes, visi&oacute;n en la que se concentran los fugitivos
+recuerdos de toda la vida anterior, pens&oacute; en su juventud, cuando tiraba
+a la pistola en el jard&iacute;n de Palma tendido en el suelo y fingi&eacute;ndose
+herido, como un ensayo de ilusorios encuentros. Por primera vez iba a
+servirle esta caprichosa precauci&oacute;n.</p>
+
+<p>Vio claramente el bulto negro del enemigo inm&oacute;vil ante el punto de mira
+de su rev&oacute;lver. Le vio cada vez m&aacute;s turbio, m&aacute;s indeciso, como si la
+noche se obscureciese por momentos. Avanzaba cautelosamente, tambi&eacute;n con
+un arma en la mano, sin duda para rematarlo. Entonces tir&oacute; del gatillo
+una, y otra, y otra vez, creyendo que el arma no funcionaba, sin llegar
+a o&iacute;r sus detonaciones, dici&eacute;ndose en su desesperaci&oacute;n que el enemigo
+iba a caer sobre &eacute;l, privado de defensa. Ya no le ve&iacute;a. Una niebla
+blanca se extendi&oacute; ante sus ojos; le zumbaron los o&iacute;dos... Pero cuando
+cre&iacute;a sentir cerca de &eacute;l a su contrario, la niebla se deshizo, volvi&oacute; a
+ver la luz tranquila y azul de la noche, y a pocos pasos, tendido
+igualmente en el suelo, un cuerpo que se revolv&iacute;a, que se arqueaba,
+ara&ntilde;ando la tierra, lanzando un ronquido angustioso, un hipo de muerte.</p>
+
+<p>Jaime no pudo comprender este prodigio. &iquest;Realmente era &eacute;l quien hab&iacute;a
+tirado?...</p>
+
+<p>Quiso levantarse, y sus manos, al palpar el suelo, chapotearon en un
+barro denso y caliente. Se toc&oacute; el pecho, y tambi&eacute;n lo encontr&oacute; mojado
+por algo tibio y espeso que chorreaba en hilillos sutiles e incesantes.
+Intent&oacute; contraer las piernas para arrodillarse, y las piernas no le
+obedecieron. S&oacute;lo entonces se convenci&oacute; de que estaba herido.</p>
+
+<p>Sus ojos perdieron la limpieza de su visi&oacute;n. Contempl&oacute; doble la torre,
+luego triple, despu&eacute;s toda una cortina de cubos de piedra que se
+extend&iacute;a por la costa hundi&eacute;ndose mar adentro. Esparci&oacute;se un gusto acre
+por su paladar y sus labios. Le pareci&oacute; que beb&iacute;a algo caliente y
+viscoso, pero que lo beb&iacute;a al rev&eacute;s, por un capricho del mecanismo de su
+vida, viniendo el extra&ntilde;o licor a su paladar desde lo m&aacute;s rec&oacute;ndito de
+sus entra&ntilde;as. El bulto negro que se revolv&iacute;a entre ronquidos a pocos
+pasos de &eacute;l agrand&aacute;base cada vez que en sus contorsiones tocaba el
+suelo. Era ya una bestia apocal&iacute;ptica, un monstruo de la noche que al
+arquearse llegaba a las estrellas.</p>
+
+<p>El ladrido de un perro y voces de personas disolvieron estas
+fantasmagor&iacute;as de la soledad. De la sombra surgieron luces.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Don Chaume!&iexcl;Don Chaume!...</i></p>
+
+<p>&iquest;De qui&eacute;n era esta voz femenil? &iquest;D&oacute;nde la hab&iacute;a o&iacute;do?...</p>
+
+<p>Vio bultos negros que se mov&iacute;an, que se inclinaban, llevando en las
+manos estrellas rojas. Vio un hombre que reten&iacute;a a otro m&aacute;s peque&ntilde;o, y
+en la mano de este &uacute;ltimo un rel&aacute;mpago blanco, tal vez un cuchillo, con
+el que pretend&iacute;a rematar al monstruo pataleante.</p>
+
+<p>No vio m&aacute;s. Sinti&oacute; que unos brazos suaves, de fina epidermis y dulce
+calor, le cog&iacute;an la cabeza. Una voz, la misma de antes, tr&eacute;mula y
+llorosa, son&oacute; en sus o&iacute;dos:</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Don Chaume!&iexcl;Ay, don Chaume!...</i></p>
+
+<p>Percibi&oacute; en su boca un roce dulce, algo suave que le acariciaba
+sedosamente, y poco a poco fue extremando su contacto hasta convertirse
+en un beso fren&eacute;tico, desesperado, rabioso de dolor.</p>
+
+<p>El herido, antes de perder la vista, sonri&oacute; d&eacute;bilmente al reconocer
+junto a sus ojos unos ojos lacrimosos de amor y de pena: los ojos de
+Margalida.</p>
+
+
+
+<hr />
+<h2><a name="IVc" id="IVc"></a><a href="#toc">IV</a></h2>
+
+
+<p>Al verse Febrer en una pieza de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, tendido en una cama
+alta&mdash;tal vez la cama de Margalida&mdash;, fue d&aacute;ndose cuenta de lo ocurrido
+poco antes.</p>
+
+<p>Hab&iacute;a llegado por su pie a la alquer&iacute;a, apoyado en Pep y su hijo,
+sintiendo a sus espaldas unas manos de simp&aacute;tico tacto que parec&iacute;an
+temblar. Eran remembranzas vagas, imprecisas, rodeadas de un nimbo de
+blanca niebla; algo semejante a la confusa memoria de hechos y palabras
+luego de un d&iacute;a de embriaguez.</p>
+
+<p>Recordaba que su frente hab&iacute;a buscado con mortal pereza un apoyo en el
+hombro de Pep; que las fuerzas le iban abandonando, como si la vida se
+escapase con el chorreo caliente y viscoso que cosquilleaba a lo largo
+de su pecho y su espalda. Recordaba tambi&eacute;n que tras sus pasos sonaban
+gemidos sordos, palabras entrecortadas implorando el auxilio de todos
+los poderes celestiales. Y &eacute;l, en medio de su debilidad, latentes las
+sienes por el zumbido cerebral que acompa&ntilde;a al desvanecimiento, hac&iacute;a
+esfuerzos para concentrar sus energ&iacute;as en las piernas, avanzando paso
+tras paso, con el temor de quedarse para siempre en el camino. &iexcl;Qu&eacute;
+interminable la bajada a <i>Can Mallorqu&iacute;</i>! Hab&iacute;a durado horas, hab&iacute;a
+durado d&iacute;as: en su memoria obscura aparec&iacute;a esta marcha casi tan larga
+como toda su vida anterior.</p>
+
+<p>Cuando brazos amigos le ayudaron a subir al lecho y a la luz de un
+candil fueron despoj&aacute;ndolo de sus ropas, experiment&oacute; Febrer una
+sensaci&oacute;n de bienestar y descanso. &iexcl;No levantarse m&aacute;s de estas
+blanduras! &iexcl;Permanecer en ellas para siempre!...</p>
+
+<p>&iexcl;Sangre!... El rojo escandaloso de la sangre por todas partes: en la
+chaqueta y la camisa, que cayeron como gui&ntilde;apos al pie de la cama; en la
+blancura r&iacute;gida de las gruesas s&aacute;banas; en el cubo de agua que se iba
+coloreando al mojar Pep un trapo para lavar el busto del herido. Cada
+prenda arrancada de su cuerpo esparc&iacute;a en torno una menuda lluvia. Las
+ropas interiores despeg&aacute;banse de la carne con un tir&oacute;n doloroso. La luz
+del candil, en su llamear vacilante, sacaba de las sombras una eterna
+nota roja.</p>
+
+<p>Las mujeres prorrump&iacute;an en lamentos. La madre de Margalida, olvidando
+toda prudencia, juntaba las manos y elevaba los ojos con una expresi&oacute;n
+de terror. &laquo;&iexcl;Reina Sant&iacute;sima!...&raquo; Febrer, a quien el descanso en la cama
+hab&iacute;a devuelto la serenidad, extra&ntilde;&aacute;base de estas exclamaciones. &Eacute;l se
+sent&iacute;a bien: &iquest;por qu&eacute; se alarmaban de tal modo las mujeres? Margalida,
+silenciosa, con los ojos agrandados por el terror, iba de un lado a
+otro, revolviendo ropas, abriendo arcas, con la precipitaci&oacute;n del miedo,
+pero sin aturdirse al o&iacute;r los gritos furiosos de su padre.</p>
+
+<p>El buen Pep, ce&ntilde;udo, con una palidez verdosa en su tez obscura, manejaba
+al herido al mismo tiempo que daba &oacute;rdenes. &laquo;&iexcl;Hilas! &iexcl;muchas hilas!...
+&iexcl;Silencio las hembras! &iquest;A qu&eacute; tantos gritos y lamentos?...&raquo; Lo que deb&iacute;a
+hacer su mujer era ir en busca de cierto pucherete que conten&iacute;a un
+ung&uuml;ento maravilloso guardado a prevenci&oacute;n desde los tiempos de su
+valeroso padre, un <i>verro</i> temible habituado a las heridas.</p>
+
+<p>Y cuando la madre, afligida por las &oacute;rdenes furiosas, quer&iacute;a unirse a
+Margalida para buscar el remedio, la reclamaba otra vez su marido junto
+al lecho. Deb&iacute;a sostener al se&ntilde;or: lo hab&iacute;a puesto de lado para examinar
+y lavar al mismo tiempo el pecho y la espalda. El pac&iacute;fico Pep hab&iacute;a
+visto de mozo sucesos m&aacute;s estupendos que aqu&eacute;l, y entend&iacute;a algo de
+heridas. Al borrar las manchas de sangre con el trapo mojado, dej&oacute; al
+descubierto dos orificios en el busto de don Jaime, uno en el pecho y
+otro en la espalda... Bueno: la bala le hab&iacute;a atravesado el cuerpo; no
+habr&iacute;a que extraerla, y esto llevaban adelantado.</p>
+
+<p>Con sus manos r&uacute;sticas, a las que pretend&iacute;a infundir cierta delicadeza
+femenil, pugnaba por formar unos tapones de hilas, intraduci&eacute;ndolos en
+aquellos orificios de carne rota y sanguinolenta, que segu&iacute;an vomitando
+mansamente el rojo l&iacute;quido. Margalida, frunciendo las cejas y desviando
+la vista para no encontrarse con los ojos del herido, intervino,
+apartando a Pep. &laquo;&iexcl;Deje, padre!&raquo;; tal vez ella sabr&iacute;a hacerlo mejor... Y
+Jaime crey&oacute; percibir en su carne viva, sensible, vibrante por el cruel
+rasgu&ntilde;o, una impresi&oacute;n de frescura, de dulce calma al hundirse en ella
+los tapones manejados por los dedos de la muchacha.</p>
+
+<p>Qued&oacute; Jaime inm&oacute;vil, sintiendo en la espalda y en el pecho los trapos
+amontonados por las dos mujeres en su horror a la sangre.</p>
+
+<p>El optimismo que le hab&iacute;a animado al doblarse sus piernas y caer junto a
+la torre volvi&oacute; a reaparecer. Seguramente, aquello no era nada: una
+herida insignificante; sent&iacute;ase mejor. Le molestaba, como si fuese algo
+inoportuno, el gesto triste y silencioso de los que le rodeaban, y
+sonri&oacute; para animarlos. Intent&oacute; hablar, pero el primer intento de palabra
+le produjo una gran fatiga.</p>
+
+<p>El pay&eacute;s le ataj&oacute; con un gesto. &laquo;&iexcl;Quieto, don Jaime: deb&iacute;a permanecer
+inm&oacute;vil!&raquo; El m&eacute;dico iba a llegar. Su hijo hab&iacute;a montado en la mejor
+caballer&iacute;a de la casa, para traerlo de San Jos&eacute;.</p>
+
+<p>Y al ver a don Jaime con los ojos muy abiertos, persistiendo en su
+sonrisa animosa, Pep sigui&oacute; hablando para entretener al herido.</p>
+
+<p>Estaba &eacute;l durmiendo con la pesadez de un sue&ntilde;o inconmovible, cuando le
+despertaron las voces y tirones de su mujer, los gritos de los <i>atlots</i>
+que corr&iacute;an hacia la puerta queriendo salir. Fuera de la alquer&iacute;a, por
+la parte de la torre, sonaban tiros. &iexcl;Otro ataque al se&ntilde;or, lo mismo que
+dos noches antes!... Pepet, al escuchar los &uacute;ltimos disparos, pareci&oacute;
+alegrarse. Eran de don Jaime: conoc&iacute;a el estampido de su rev&oacute;lver.</p>
+
+<p>Pep hab&iacute;a encendido el farol que le serv&iacute;a para salir al campo, su mujer
+cogi&oacute; el candil, y todos corrieron cuesta arriba hacia la torre, sin
+pensar en el peligro. El primero que encontraron fue el <i>Ferrer</i>,
+moribundo, con la cabeza chorreando sangre, lanzando aullidos y
+retorci&eacute;ndose lo mismo que un demonio... Ya hab&iacute;a acabado de penar. &iexcl;Que
+Dios le acogiese en su misericordia! Pep hab&iacute;a tenido que ir a las manos
+con su hijo, rabioso y maligno como un mono, el cual, al ver al
+moribundo, extrajo de su faja un gran cuchillo, pretendiendo rematarlo.
+&iquest;De d&oacute;nde habr&iacute;a sacado Pepet aquella arma? &iexcl;El demonio son los
+muchachos! &iexcl;Famoso juguete para un seminarista!...</p>
+
+<p>Y el padre se&ntilde;alaba con los ojos el cuchillo regalado por Febrer al
+<i>Capellanet</i>, que estaba ahora abandonado sobre una silla.</p>
+
+<p>Luego hab&iacute;an descubierto al se&ntilde;or, ca&iacute;do de bruces cerca de la escalera
+de la torre. &iexcl;Ay, don Jaime, qu&eacute; susto el de Pep y su familia! Le hab&iacute;an
+cre&iacute;do muerto. En estos trances es cuando se conoce el cari&ntilde;o que se
+tiene a las personas. Y el buen pay&eacute;s, con su mirada lacrimosa, parec&iacute;a
+besar al herido, acompa&ntilde;&aacute;ndole en esta caricia muda las dos mujeres,
+que, encogidas junto a la cama, pretend&iacute;an devolverle la salud con sus
+ojos.</p>
+
+<p>Esta mirada de cari&ntilde;o y de zozobra dolorosa fue lo &uacute;ltimo que vio
+Febrer. Sus ojos se cerraron, y dulcemente fue cayendo en un sopor, sin
+ensue&ntilde;os, sin delirio, en la blandura gris de la nada, como si su
+pensamiento se durmiese antes que su cuerpo.</p>
+
+<p>Cuando volvi&oacute; a abrir los ojos ya no era roja la luz que alumbraba la
+habitaci&oacute;n. Vio el candil colgado en el mismo sitio, con la mecha negra
+y apagada. Una luz glacial y l&iacute;vida penetraba por el ventanillo del
+dormitorio: la luz del amanecer. Jaime experiment&oacute; una sensaci&oacute;n de
+fr&iacute;o. Arrancaban de su cuerpo las cubiertas del lecho; unas manos &aacute;giles
+iban tentando los envoltorios de sus heridas. La carne, insensible pocas
+horas antes, estremec&iacute;ase ahora al m&aacute;s leve contacto, con la
+espeluznante vibraci&oacute;n del dolor, despertando un deseo irresistible de
+quejarse.</p>
+
+<p>El herido, siguiendo con su mirada nebulosa las manos que le
+martirizaban, vio unas mangas negras, luego una corbata, un cuello de
+camisa distinto al que usaban los isle&ntilde;os, y encima de todo esto una
+cara con bigote cano, una cara que hab&iacute;a visto otras veces en los
+caminos, pero no pod&iacute;a asimilar ahora al recuerdo de un hombre. Poco a
+poco fue reconoci&eacute;ndolo. Deb&iacute;a ser el m&eacute;dico de San Jos&eacute;, al que hab&iacute;a
+encontrado en muchas ocasiones a caballo o guiando un carrito; un
+practic&oacute;n viejo, calzando alpargatas como los payeses, y que s&oacute;lo se
+diferenciaba de &eacute;stos por la corbata y el cuello planchado, signos de
+superioridad social mantenidos por &eacute;l cuidadosamente.</p>
+
+<p>&iexcl;C&oacute;mo le atormentaba este hombre al palpar su carne, que parec&iacute;a haberse
+endurecido, haci&eacute;ndose m&aacute;s sensible, con una sensibilidad enfermiza y
+t&iacute;mida, cual si se contrajera al simple contacto del aire!... Cuando
+perdi&oacute; de vista esta cara, y no sinti&oacute; ya el martirio de sus manos,
+sumi&oacute;se otra vez en el sopor del descanso. Cerr&oacute; los ojos, pero su o&iacute;do
+pareci&oacute; aguzarse en esta obscuridad. Hablaban en voz baja fuera de la
+pieza, en la cocina inmediata, y el herido s&oacute;lo lleg&oacute; a percibir algunas
+frases de esta conversaci&oacute;n sorda. Una voz desconocida, la del m&eacute;dico,
+sonaba en medio del angustioso silencio. Felicit&aacute;base de que la bala no
+se hubiese quedado en el cuerpo; indudablemente s&oacute;lo hab&iacute;a atravesado en
+su trayectoria el pulm&oacute;n. Aqu&iacute; un coro de exclamaciones de asombro, de
+ayes contenidos, y la protesta de la misma voz. &laquo;S&iacute;, el pulm&oacute;n; no hab&iacute;a
+que asustarse. El pulm&oacute;n se cicatriza con facilidad. Es el &oacute;rgano m&aacute;s
+bondadoso del cuerpo.&raquo; S&oacute;lo hab&iacute;a que temer a la pulmon&iacute;a traum&aacute;tica.</p>
+
+<p>El herido, escuchando esto, persist&iacute;a en su optimismo. &laquo;No es nada; no
+es nada.&raquo; Y otra vez volv&iacute;a a sumergirse dulcemente en el brumoso mar
+del sopor, un mar inmenso, terso, pesado, en el que se hund&iacute;an visiones
+y sensaciones sin ondulaci&oacute;n ni huellas.</p>
+
+<p>Desde este instante Febrer perdi&oacute; la noci&oacute;n del tiempo y de la realidad.
+Viv&iacute;a a&uacute;n, estaba cierto de ello, pero su vida era anormal, extra&ntilde;a, una
+larga vida de sombra e inconsciencia, con ligeros intervalos de luz.
+Abr&iacute;a los ojos y era de noche. El ventanillo estaba negro y la llama del
+candil lo coloreaba todo de inquietas manchas rojas que danzaban
+agarradas a las sombras. Volv&iacute;a a abrirlos cuando s&oacute;lo consideraba
+transcurridos unos instantes, y era ya de d&iacute;a. Un rayo de sol entraba en
+la habitaci&oacute;n trazando un redondel de oro a los pies de la cama. Y de
+este modo se suced&iacute;an con una rapidez fant&aacute;stica el d&iacute;a y la noche, como
+si se hubiese trastornado para siempre el curso del tiempo. Cuando no
+era as&iacute;, la general revoluci&oacute;n, en vez de marchar aceleradamente, se
+inmovilizaba en una monoton&iacute;a desesperante. Al abrir el herido los ojos
+era de noche, eternamente de noche, como si el globo viviese condenado a
+interminables tinieblas. Otras veces brillaba el sol siempre seguido, lo
+mismo que en los pa&iacute;ses &aacute;rticos, sometidos al deslumbramiento irritante
+de un d&iacute;a de meses.</p>
+
+<p>En un despertar de estos encontr&oacute; los ojos del <i>Capellanet</i>. El
+muchacho, crey&eacute;ndole s&uacute;bitamente mejorado, habl&oacute; con voz queda para no
+incurrir en las iras de su padre, que recomendaba el silencio.</p>
+
+<p>Ya hab&iacute;an enterrado al <i>Ferrer</i>. El valent&oacute;n estaba pudriendo tierra.
+&iexcl;Qu&eacute; tiros tan certeros los de don Jaime! &iexcl;Qu&eacute; mano la suya!... Le hab&iacute;a
+deshecho la cabeza.</p>
+
+<p>Recordaba el <i>atlot</i> todo lo ocurrido despu&eacute;s, con el orgullo del que ha
+gozado el honor de presenciar un suceso hist&oacute;rico. Hab&iacute;an llegado de la
+ciudad el juez con su bast&oacute;n de borlas, el oficial de la Guardia civil y
+dos se&ntilde;ores que llevaban papeles y tinteros, todos con escolta de
+tricornios y fusiles. Estos personajes omnipotentes, tras un descanso en
+<i>Can Mallorqu&iacute;</i>, hab&iacute;an subido a la torre, mir&aacute;ndolo todo,
+escudri&ntilde;&aacute;ndolo todo, corriendo el terreno como si quisieran tomar
+medidas, oblig&aacute;ndole a &eacute;l, &iexcl;al <i>Capellanet</i>!, a que se tendiese en el
+sitio en que hab&iacute;an encontrado a don Jaime, adoptando su misma postura.
+Luego, unos vecinos piadosos, con la venia del juez, se hab&iacute;an llevado
+el cad&aacute;ver del <i>Ferrer</i> al cementerio de San Jos&eacute;, y la imponente
+comitiva de la justicia baj&oacute; a la alquer&iacute;a para hacer preguntas al
+herido. Imposible hablarle. Dorm&iacute;a, y cuando le despertaban miraba a
+todos con ojos vagos, volviendo a cerrarlos inmediatamente. &iquest;De veras
+que no se acordaba el se&ntilde;or?... Ya le preguntar&iacute;an otra vez, cuando
+estuviese restablecido. No hab&iacute;a cuidado: todas las gentes honradas, lo
+mismo que la justicia, &laquo;estaban a favor de ellos&raquo;. Como el <i>Ferrer</i>
+carec&iacute;a de parientes pr&oacute;ximos que le vengasen y se hab&iacute;a hecho
+antip&aacute;tico, los vecinos no ten&iacute;an inter&eacute;s en callar y todos dec&iacute;an la
+verdad. El <i>verro</i> hab&iacute;a ido dos noches a buscar al se&ntilde;or en su torre, y
+el se&ntilde;or se hab&iacute;a defendido. Era indudable que no le har&iacute;an nada. Lo
+afirmaba el <i>Capellanet</i>, que por sus aficiones belicosas ten&iacute;a algo de
+jurisconsulto. &laquo;Defensa propia, don Jaime...&raquo; En la isla s&oacute;lo se hablaba
+de este suceso. En los caf&eacute;s y casinos de la ciudad todos le daban la
+raz&oacute;n. Hasta hab&iacute;an escrito a Palma relatando el hecho para que lo
+publicasen los diarios. A estas horas sus amigos de Mallorca estar&iacute;an
+enterados de todo.</p>
+
+<p>Las actuaciones del proceso iban a ser cortas. Al &uacute;nico que se hab&iacute;an
+llevado a Ibiza para meterlo en la c&aacute;rcel era al <i>Cant&oacute;</i>, por sus
+amenazas y mentiras. Intentaba hacer creer que era &eacute;l quien hab&iacute;a ido en
+busca del odiado mallorqu&iacute;n; ensalzaba al <i>verro</i> como una v&iacute;ctima
+inocente; pero de un momento a otro le pondr&iacute;a en libertad la justicia,
+cansada de sus trapacer&iacute;as y embustes. El <i>atlot</i> hablaba de &eacute;l con
+desprecio. Aquel gallina no pod&iacute;a darse el lujo de matar a un hombre.
+&iexcl;Todo farsa!</p>
+
+<p>Otras veces, al abrir el herido sus ojos, ve&iacute;a la figura inm&oacute;vil y
+acurrucada de la mujer de Pep mir&aacute;ndolo fijamente con sus pupilas sin
+expresi&oacute;n, moviendo los labios como si rezase, interrumpiendo este
+silabeo mudo con suspiros profundos. Apenas se encontraba con la mirada
+vidriosa de Febrer, corr&iacute;a a una mesita cubierta de botellas y vasos. Su
+cari&ntilde;o manifest&aacute;base con un incesante deseo de hacerle beber todos los
+l&iacute;quidos ordenados por el m&eacute;dico.</p>
+
+<p>Cuando Jaime, en su turbio despertar, encontraba el rostro de Margalida,
+sent&iacute;a una impresi&oacute;n placentera que le ayudaba a mantenerse con los ojos
+abiertos. Las pupilas de la muchacha ten&iacute;an una expresi&oacute;n adorante y
+temerosa. Parec&iacute;a implorar misericordia con sus ojos lagrimeantes,
+aureolados de azul sobre la blancura mon&aacute;stica y delicada del rostro.
+&laquo;&iexcl;Por m&iacute;! &iexcl;todo por m&iacute;!&raquo;, dec&iacute;a mudamente, con un gesto de
+remordimiento.</p>
+
+<p>Se aproximaba a &eacute;l t&iacute;mida, vacilante, pero sin rubores que alterasen su
+palidez, como si lo extraordinario de las circunstancias hubiese vencido
+a su antiguo encogimiento. Arreglaba el embozo del lecho, desordenado
+por los movimientos del herido, daba a beber a &eacute;ste y levantaba con
+manos maternales su cabeza, para ahuecar la almohada. Llev&aacute;base un dedo
+a los labios para imponerle silencio cuando Febrer intentaba hablar.</p>
+
+<p>Una vez, el herido agarr&oacute; al paso una de sus manos y se la llev&oacute; a la
+boca, acarici&aacute;ndola con un beso prolongado. Margalida no os&oacute; retirarla.
+&Uacute;nicamente volvi&oacute; la cabeza para que no viese sus ojos llenos de
+l&aacute;grimas. Gem&iacute;a con honda angustia, y el enfermo crey&oacute; o&iacute;r las mismas
+expresiones de remordimiento que otras veces hab&iacute;a adivinado en su
+mirada. &laquo;&iexcl;Por mi culpa!... &iexcl;Ha sido por mi culpa!&raquo; Jaime experiment&oacute; una
+sensaci&oacute;n de alegr&iacute;a ante estas l&aacute;grimas. &iexcl;Oh dulce &laquo;Flor de
+almendro&raquo;!...</p>
+
+<p>Ya no vio m&aacute;s su cara de fina palidez; s&oacute;lo distingui&oacute; el brillo de sus
+ojos envueltos en blancas neblinas, como se ve el resplandor del sol en
+un amanecer tempestuoso. Le zumbaron cruelmente las sienes; su mirada se
+enturbi&oacute;. Al dulce sopor de antes, blando y vac&iacute;o como la nada, fue
+sucediendo un sue&ntilde;o poblado de visiones incoherentes, de im&aacute;genes de
+fuego vibrantes sobre un fondo de intensa negrura, de tormentos que
+arrancaban a su pecho gemidos de miedo y alaridos de angustia. Algunas
+veces, en medio de sus espantosas pesadillas, despert&aacute;base por un
+instante, un instante nada m&aacute;s, lo preciso para reconocerse incorporado
+en la cama, con los brazos sujetos por otros brazos que intentaban
+mantenerlo inm&oacute;vil. Y de nuevo volv&iacute;a a sumirse en aquel mundo de
+sombras, poblado de espantos. En este fugaz despertar, que era semejante
+a la r&aacute;pida visi&oacute;n luminosa de un respiradero en la lobreguez de un
+t&uacute;nel, reconoc&iacute;a junto a su cara las caras afligidas de la familia de
+<i>Can Mallorqu&iacute;</i>. Otras veces, sus ojos se encontraron con los del
+m&eacute;dico, y en una ocasi&oacute;n hasta crey&oacute; ver las patillas canosas y los ojos
+color de aceite de su amigo Pablo Valls. &laquo;&iexcl;Ilusi&oacute;n! &iexcl;Locura!&raquo;, pensaba
+al sumirse de nuevo en su inconsciencia.</p>
+
+<p>Mientras sus ojos permanec&iacute;an sumidos en este mundo l&oacute;brego surcado por
+los rojos cometas de la pesadilla, su o&iacute;do vibraba d&eacute;bilmente en ciertos
+momentos con palabras que parec&iacute;an sonar lejos, muy lejos, y sin embargo
+eran pronunciadas junto a su cama. &laquo;Pulmon&iacute;a traum&aacute;tica... Delirio.&raquo;
+Estas palabras eran repetidas por diversas voces, pero &eacute;l dudaba que se
+refiriesen a su persona. Sent&iacute;ase bien; aquello no era nada: un fuerte
+deseo de seguir acostado; una renuncia de la vida; la voluptuosidad de
+estar inm&oacute;vil, de permanecer all&iacute; hasta que llegase la muerte, que no le
+infund&iacute;a ahora miedo alguno.</p>
+
+<p>Su cerebro, desordenado por la fiebre, parec&iacute;a girar y girar en loca
+rotaci&oacute;n, y este movimiento circulatorio evocaba en su memoria confusa
+una imagen que la hab&iacute;a ocupado muchas veces. Ve&iacute;a una rueda, una enorme
+rueda, inmensa como el globo terr&aacute;queo, perdi&eacute;ndose su parte m&aacute;s alta en
+las nubes, hundi&eacute;ndose el arco inferior entre el polvo sideral que
+brillaba en la negrura celeste.</p>
+
+<p>La llanta de esta rueda era de carne animada: millones y millones de
+criaturas soldadas, amasadas, gesticulantes, con las extremidades
+libres, movi&eacute;ndolas para convencerse de su soltura y su libertad,
+mientras sus cuerpos estaban pegados unos a otros. Los rayos de la rueda
+atra&iacute;an la atenci&oacute;n de Febrer por sus diversas formas. Unos eran espadas
+con las sangrientas hojas cubiertas de guirnaldas de laurel, s&iacute;mbolo de
+hero&iacute;smo; otros parec&iacute;an &aacute;ureos cetros rematados por coronas de rey o de
+emperador; varas de justicia; barras de oro formadas de monedas
+superpuestas; b&aacute;culos con piedras preciosas, s&iacute;mbolos de divino pastoreo
+desde que los hombres se agruparon en reba&ntilde;os para balar temerosos con
+la vista puesta en lo alto. Y el cubo de esta rueda era un cr&aacute;neo,
+blanco, limpio, brillante, como si fuese de marfil pulido; un cr&aacute;neo
+enorme lo mismo que un planeta, que permanec&iacute;a inm&oacute;vil, mientras todo
+giraba en torno de &eacute;l; un cr&aacute;neo luminoso como la luna, que con sus
+negras oquedades parec&iacute;a gesticular malignamente, burl&aacute;ndose silencioso
+de todo este movimiento.</p>
+
+<p>La rueda giraba y giraba. Los millones de seres sujetos a su continua
+revoluci&oacute;n gritaban y manoteaban entusiasmados y enardecidos por la
+velocidad. Jaime, tan pronto los ve&iacute;a subiendo a lo m&aacute;s alto, como
+descendiendo cabeza abajo; pero ellos, en su ilusi&oacute;n, cre&iacute;an marchar
+rectamente, admirando a cada vuelta nuevos espacios, nuevas cosas.
+Juzgaban como un lugar desconocido y asombroso el mismo punto por el que
+hab&iacute;an pasado momentos antes. Ignorando la inmovilidad del centro en
+torno del cual rodaban, cre&iacute;an con la mejor buena fe que el movimiento
+era de avance. &laquo;&iexcl;C&oacute;mo corremos! &iquest;Adonde iremos a parar?&raquo; Y Febrer
+sonre&iacute;a, apiadado de su simpleza, vi&eacute;ndolos ufanarse de la rapidez de su
+progreso, cuando estaban en el mismo sitio, de la velocidad de una
+ascensi&oacute;n que emprend&iacute;an por mil&eacute;sima vez y hab&iacute;a de ser seguida
+fatalmente por el descenso cabeza abajo.</p>
+
+<p>De pronto, Jaime sinti&oacute;se empujado por una fuerza irresistible. El gran
+cr&aacute;neo le sonre&iacute;a burlonamente, &laquo;T&uacute; tambi&eacute;n: &iquest;por qu&eacute; resistirte a tu
+destino?&raquo; Y se encontraba adosado a la rueda, confundido con aquella
+humanidad cr&eacute;dula e infantil, pero sin el consuelo de su dulce enga&ntilde;o. Y
+sus compa&ntilde;eros de viaje le insultaban, le escup&iacute;an, le golpeaban
+indignados al enterarse de que negaba su movimiento, y le ten&iacute;an por
+loco al poner en duda lo que era visible para todos.</p>
+
+<p>La rueda estallaba, poblando el negro espacio de llamas de explosi&oacute;n, de
+millares de millones de gritos y estremecimientos, que eran otros tantos
+seres arrojados a trav&eacute;s del misterio de la eternidad. Y &eacute;l ca&iacute;a y ca&iacute;a,
+durante a&ntilde;os, durante siglos, hasta sentir en su espalda la blandura de
+la cama... Abr&iacute;a entonces los ojos. Margalida estaba all&iacute;,
+contempl&aacute;ndolo con expresi&oacute;n de terror a la luz del candil. Deb&iacute;an ser
+las altas horas de la noche. La pobre muchacha suspiraba de miedo
+mientras le cog&iacute;a los brazos con sus manecitas temblorosas.</p>
+
+<p>&mdash;<i>&iexcl;Don Chaume!&iexcl;Ay, don Chaume!...</i></p>
+
+<p>Hab&iacute;a gritado como un loco; se inclinaba fuera de la cama con marcada
+intenci&oacute;n de caer al suelo; hablaba de una rueda y una calavera. &iquest;Qu&eacute;
+era aquello, don Jaime?...</p>
+
+<p>El enfermo sent&iacute;a el roce amoroso de unas manos dulces que arreglaban
+las ropas desordenadas, sub&iacute;an el embozo y lo apretaban en torno de sus
+hombros maternalmente, con el mismo cuidado acariciador que si fuese un
+ni&ntilde;o.</p>
+
+<p>Febrer, antes de sumirse de nuevo en la inconsciencia, antes de
+atravesar otra vez las puertas &iacute;gneas del delirio, ve&iacute;a pr&oacute;ximos a sus
+ojos los ojos h&uacute;medos de Margalida, cada vez m&aacute;s tristes y lagrimeantes
+en sus c&iacute;rculos azulados; sent&iacute;a el soplo tibio de su aliento en sus
+propios labios, y luego estremecerse &eacute;stos con un contacto sedoso y
+h&uacute;medo, una caricia leve y t&iacute;mida semejante al roce de un ala. <i>&laquo;Dorga,
+don Chaume.&raquo;</i> El se&ntilde;or deb&iacute;a dormir. Ya pesar del respeto con que
+hablaba al herido, sus palabras ten&iacute;an un susurro de cari&ntilde;osa intimidad,
+como si don Jaime fuese otro para ella luego que la desgracia los hab&iacute;a
+aproximado.</p>
+
+<p>El delirio de la fiebre empujaba al enfermo por extra&ntilde;os mundos, donde
+no persist&iacute;a la m&aacute;s leve forma de realidad. Se ve&iacute;a otra vez en su torre
+solitaria. El sombr&iacute;o cubo ya no era de piedra: estaba formado de
+cr&aacute;neos, unidos como bloques, por una argamasa hecha de polvo de huesos.
+De huesos eran tambi&eacute;n la colina y los pe&ntilde;ascos de la costa, y blancos
+esqueletos las l&iacute;neas de espuma que coronaban las rompientes del mar.
+Todo cuanto abarcaba la vista, &aacute;rboles y montes, buques e islas lejanas,
+estaba osificado, con una blancura deslumbradora de paisaje glacial.
+Cr&aacute;neos con alas, parecidos a los querubines de los cuadros religiosos,
+revoloteaban en el espacio, lanzando por su mand&iacute;bula ca&iacute;da roncos
+himnos a la gran divinidad que lo llenaba todo con los bullones de su
+sudario y cuya cabeza de hueso se perd&iacute;a en las nubes. &Eacute;l mismo sent&iacute;a
+que u&ntilde;as invisibles le despojaban de su carne, sanguinolentos andrajos
+que, por haber estado adheridos a &eacute;l toda una vida, le arrancaban
+alaridos de dolor al despegarse. Luego se ve&iacute;a mondo y pulido en su
+blancura de esqueleto, y una voz remota murmuraba una horrible
+consagraci&oacute;n en sus orejas ausentes. &laquo;Hab&iacute;a llegado el momento de su
+verdadera grandeza: dejaba de ser hombre para convertirse en muerto. El
+esclavo hab&iacute;a pasado por la gran iniciaci&oacute;n, troc&aacute;ndose en semidi&oacute;s.&raquo;
+&iexcl;Los muertos mandan! No hab&iacute;a m&aacute;s que ver con qu&eacute; supersticioso respeto,
+con qu&eacute; miedo servil saludan los vivos en las ciudades a los que se
+marchan para siempre. El poderoso se descubre ante el mendigo.</p>
+
+<p>Con la potente visi&oacute;n de sus cuencas negras y sin ojos, para los cuales
+no hab&iacute;a distancia ni obst&aacute;culos, abarcaba el conjunto de la tierra.
+&iexcl;Muertos, muertos por todas partes! Lo llenaban todo. Vio tribunales con
+hombres vestidos de negro, los ojos entornados y el gesto imponente,
+oyendo las miserias y locuras de sus semejantes, y tras ellos otros
+tantos esqueletos enormes, con una grandeza de siglos, envueltos en
+togas, eran los que mov&iacute;an las manos de los jueces cuando &eacute;stos
+escrib&iacute;an y los que soplando sobre sus cabezas les dictaban sus
+sentencias. &iexcl;Los muertos juzgan! Vio grandes salones de luz cenital con
+hemiciclos de bancos, y en ellos centenares de hombres que hablaban,
+vociferaban y gesticulaban en la ruidosa labor de confeccionar leyes.
+Tras ellos se ocultaban los verdaderos legisladores, los muertos, los
+diputados con sudario, cuya presencia no adivinaban estos hombres de
+grandilocuente vanidad, creyendo hablar siempre por inspiraci&oacute;n propia.
+&iexcl;Los muertos legislan! En un momento de duda, bastaba que alguien
+recordase lo que hab&iacute;an pensado los muertos en otros tiempos para que se
+restableciese la calma, aceptando todos su opini&oacute;n. Los muertos eran la
+&uacute;nica realidad eterna e inmutable. Los hombres de carne un accidente
+pasajero, una burbuja insignificante que no tardaba en estallar por la
+hinchaz&oacute;n de su hueca soberbia.</p>
+
+<p>Y vio blancos esqueletos velando como t&eacute;tricos &aacute;ngeles a las puertas de
+las ciudades que eran su obra, vigilando el reba&ntilde;o apriscado en su
+interior, repeliendo como reses malditas a los locos irrespetuosos que
+se negaban a reconocer su autoridad. Vio al pie de los grandes
+monumentos, de los cuadros de los museos, de los estantes de las
+bibliotecas, la muda sonrisa de los cr&aacute;neos, que parec&iacute;a decir a los
+hombres: &laquo;Admiradnos: &eacute;sta es nuestra obra, y cuanto hag&aacute;is vosotros
+debe ser a nuestra semejanza&raquo;. El mundo entero pertenec&iacute;a a los muertos.
+Ellos reinaban. El viviente, al abrir su boca para el alimento, mascaba
+part&iacute;culas de los que le antecedieron en el camino de la vida; al
+recrear ojos y o&iacute;dos en la belleza, daba el arte obras y patrones de los
+muertos. Hasta el amor sufr&iacute;a esta servidumbre. La hembra, en sus
+pudores o sus arrebatos, plagiaba sin saberlo a sus abuelas, que hab&iacute;an
+sido, seg&uacute;n las &eacute;pocas, tentadoras con una virtud hip&oacute;crita o
+francamente mesalinescas.</p>
+
+<p>El enfermo, en su delirio, empez&oacute; a sentirse agobiado por la densidad y
+el n&uacute;mero de estos seres blancos y huesosos, de negros alv&eacute;olos y
+maligna risa, armazones de una vida desaparecida que se empe&ntilde;aban
+tenazmente en subsistir, llen&aacute;ndolo todo. Eran tantos, &iexcl;tantos!...
+Imposible moverse. Febrer tropezaba con sus abombados y limpios
+costillares, con las agudas aristas de sus caderas, estremeci&eacute;ndose sus
+o&iacute;dos con el chasqueteo de sus r&oacute;tulas. Le oprim&iacute;an, le asfixiaban, eran
+millones de millones: todo el pasado de la humanidad. No encontrando
+espacio donde poner sus pies, se alineaban en filas unos sobre otros.
+Eran a modo de una marea montante de huesos que sub&iacute;a y sub&iacute;a hasta
+alcanzar la cumbre de las m&aacute;s altas monta&ntilde;as y tocar las nubes. Jaime
+empezaba a ahogarse en esta inundaci&oacute;n blanca, dura y crujiente.
+Gravitaban sobre su pecho con la pesadez de las cosas muertas... Iba a
+perecer. En su desesperaci&oacute;n se asi&oacute; a una mano que parec&iacute;a venir de muy
+lejos, saliendo de la sombra: una mano de vivo, una mano de carne. Tir&oacute;
+de ella, y poco a poco, en la bruma, fue tomando forma la mancha p&aacute;lida
+de un rostro. Despu&eacute;s de su existencia en aquel mundo de cr&aacute;neos
+escuetos y huesos pelados, este rostro humano le caus&oacute; la misma
+impresi&oacute;n de grata sorpresa que siente el explorador al encontrarse con
+la cara de uno de su raza tras larga permanencia entre salvajes.</p>
+
+<p>Sigui&oacute; tirando de aquella mano, y fue condens&aacute;ndose la vaguedad del
+rostro, hasta reconocer a Pablo Valls inclinado sobre &eacute;l, moviendo los
+labios como si murmurase palabras cari&ntilde;osas que no pod&iacute;a o&iacute;r. &laquo;&iexcl;Otra
+vez!... &iexcl;Siempre el capit&aacute;n apareciendo en sus delirios!&raquo;</p>
+
+<p>Sumi&oacute;se de nuevo el enfermo en su inconsciencia despu&eacute;s de esta r&aacute;pida
+visi&oacute;n. Ahora su sopor era m&aacute;s tranquilo. La sed, una sed horrible que
+le hac&iacute;a avanzar las manos fuera del lecho y apartar sus labios del vaso
+vac&iacute;o con un gesto de ansiedad no saciada, empez&oacute; a decrecer. Hab&iacute;a
+visto en su delirio claros arroyos, r&iacute;os silenciosos e inmensos, a los
+que no pod&iacute;a llegar nunca, sumidas sus piernas en dolorosa inmovilidad.
+Ahora contemplaba una catarata luminosa y espumeante rodando en el fondo
+de su ensue&ntilde;o, y pod&iacute;a al fin caminar, aproximarse a ella, vi&eacute;ndola a
+cada paso m&aacute;s grande, sintiendo en su rostro la fresca caricia de la
+humedad.</p>
+
+<p>En medio del estr&eacute;pito de esta ca&iacute;da l&iacute;quida llegaban a su o&iacute;do apagadas
+voces humanas. Alguien volv&iacute;a a hablar de la pulmon&iacute;a traum&aacute;tica.
+&laquo;Estaba vencida.&raquo; Y una voz agregaba alegremente:</p>
+
+<p>&laquo;En hora buena. Ya tenemos hombre.&raquo; El enfermo reconoci&oacute; esta voz.
+&iexcl;Siempre Pablo Valls resurgiendo en su pesadilla!</p>
+
+<p>Continu&oacute; su marcha hacia adelante, atra&iacute;do por la frescura del agua,
+hasta colocarse bajo el sonoro raudal, estremeci&eacute;ndose con escalofr&iacute;os
+voluptuosos al recibir en su espalda todo el empuje del derrumbamiento
+acu&aacute;tico. Una sensaci&oacute;n de frescura se esparc&iacute;a por su cuerpo,
+haci&eacute;ndole suspirar de placer. Sus miembros parec&iacute;an dilatarse bajo la
+helada caricia. Se ensanchaba su pecho, desvaneci&eacute;ndose la opresi&oacute;n que
+le hab&iacute;a martirizado hasta poco antes, como si la tierra entera
+gravitase sobre su tronco. Sent&iacute;a que en el interior de su cr&aacute;neo se
+iban disolviendo las nebulosidades de su pensamiento. Deliraba a&uacute;n, pero
+su delirio no se desarrollaba cortado por escenas de terror y gritos de
+angustia. Era m&aacute;s bien un ensue&ntilde;o pl&aacute;cido, en el que su cuerpo se
+dilataba con estiramientos de voluptuosidad y su imaginaci&oacute;n corr&iacute;a por
+los risue&ntilde;os horizontes del optimismo. Las espumas de la cascada eran
+blancas, vibrando en las facetas de sus diamantes l&iacute;quidos los colores
+del iris. El cielo era de tinta rosa, con lejanas m&uacute;sicas y suaves
+perfumes. Alguien temblaba misterioso, invisible y al mismo tiempo
+sonriente, en esta atm&oacute;sfera fant&aacute;stica: una fuerza sobrenatural que
+parec&iacute;a embellecerlo todo con su contacto. La salud que llegaba.</p>
+
+<p>La s&aacute;bana de agua que se encorvaba al desprenderse de las altas rocas
+despert&oacute; en su memoria ensue&ntilde;os anteriores. Vio otra vez la rueda, la
+inmensa rueda, imagen de la humanidad, que giraba y giraba sin cambiar
+de sitio, emprendiendo una ascensi&oacute;n tras otra, para pasar siempre por
+los mismos puntos.</p>
+
+<p>El enfermo, enardecido por aquella sensaci&oacute;n de frescura, crey&oacute; poseer
+nuevos sentidos para darse cuenta de lo que le rodeaba.</p>
+
+<p>Vio otra vez la rueda girando y girando en el infinito; &iquest;pero realmente
+estaba inm&oacute;vil?...</p>
+
+<p>La duda, principio de nuevas verdades, le hizo mirar con mayor atenci&oacute;n.
+&iquest;No era un enga&ntilde;o de sus ojos? &iquest;Ser&iacute;a &eacute;l quien viv&iacute;a en el error, y
+aquellos millones de seres que lanzaban gritos de j&uacute;bilo en su prisi&oacute;n
+rodante estar&iacute;an en lo cierto al creer que realizaban un nuevo avance
+con cada vuelta?...</p>
+
+<p>Era cruel que la vida se desarrollase centenares y centenares de siglos
+en esta agitaci&oacute;n mentirosa que ocultaba una inmovilidad real. &iquest;Para
+qu&eacute;, entonces, la existencia de lo creado? &iquest;No ten&iacute;a la humanidad otro
+fin que enga&ntilde;arse a s&iacute; misma, dando vueltas por su propio esfuerzo a la
+caja circular que la aprisionaba, como esos p&aacute;jaros que con sus saltos
+mueven una jaula que es su c&aacute;rcel?...</p>
+
+<p>De pronto ya no vio la rueda. Vio pasar ante &eacute;l un globo inmenso, de
+color azulado, en el que se marcaban mares y continentes con perfiles
+iguales a los que hab&iacute;a contemplado en los mapas. Era la Tierra. Y &eacute;l,
+imperceptible mol&eacute;cula en la inmensidad del espacio, &iacute;nfimo espectador
+de la estupenda representaci&oacute;n de la Naturaleza, pod&iacute;a abarcar con sus
+ojos el globo azul ce&ntilde;ido de nubes.</p>
+
+<p>Tambi&eacute;n daba vueltas, como la rueda fatal. Giraba y giraba sobre s&iacute;
+mismo con una monoton&iacute;a desesperante; pero este movimiento, que era el
+m&aacute;s inmediato, el m&aacute;s visible, el que todos pod&iacute;an apreciar, resultaba
+insignificante. Otro movimiento era el superior. Sobre la mon&oacute;tona
+rotaci&oacute;n siempre en torno del mismo eje, estaba el movimiento de
+traslaci&oacute;n, que arrastraba al globo por los espacios infinitos en eterno
+viaje, sin pasar nunca por los mismos lugares.</p>
+
+<p>&iexcl;Maldici&oacute;n a la rueda! La vida no era una eterna vuelta por id&eacute;nticos
+puntos. S&oacute;lo los cortos de vista, al contemplar este movimiento, pod&iacute;an
+imaginarse que era el &uacute;nico. La imagen de la vida era la Tierra. Giraba
+sobre s&iacute; misma en determinados espacios de tiempo: repet&iacute;anse los d&iacute;as y
+las estaciones, como en la historia de los humanos se repiten las
+grandezas y las ruinas; pero hab&iacute;a algo m&aacute;s sobre todo esto: el
+movimiento de traslaci&oacute;n, que arrastra hacia lo infinito, siempre
+adelante... &iexcl;siempre adelante!</p>
+
+<p>La teor&iacute;a del &laquo;eterno recomenzar de las cosas&raquo; era falsa. Repet&iacute;anse los
+hombres y los sucesos, como en la Tierra se repiten los d&iacute;as y las
+estaciones; pero aunque todo pareciese igual, no lo era realmente. La
+forma exterior de las cosas pod&iacute;a semejarse; el alma era distinta.</p>
+
+<p>No; &iexcl;r&oacute;mpase la rueda! &iexcl;perezca la inmovilidad! Los muertos no pod&iacute;an
+mandar. El mundo, en su movimiento de traslaci&oacute;n, corr&iacute;a demasiado
+aprisa para que ellos lograsen mantenerse eternamente en su superficie.
+Se agarraban a la corteza con sus garras de hueso, pugnando por
+mantenerse firmes durante muchos a&ntilde;os, tal vez durante siglos, pero la
+velocidad de la carrera acababa por expelerlos a todos, dejando atr&aacute;s
+una estela de huesos rotos, luego de polvo, y al fin nada.</p>
+
+<p>El mundo, cargado de vivientes, corr&iacute;a siempre adelante, sin pasar dos
+veces por el mismo sitio. Jaime lo hab&iacute;a visto aparecer en el horizonte
+como una l&aacute;grima de luminoso azul; luego agrandarse y agrandarse, hasta
+llenar todo el espacio, pasando junto a &eacute;l con rotaci&oacute;n de rueda y
+velocidad de proyectil a un mismo tiempo; y ahora se empeque&ntilde;ec&iacute;a otra
+vez, huyendo por el extremo opuesto. Ya era una gota, un punto, nada...
+perdi&eacute;ndose en la obscuridad, &iexcl;qui&eacute;n sabe hacia d&oacute;nde y para qu&eacute;!...</p>
+
+<p>Era in&uacute;til que sus ideas de poco antes, al quedar vencidas, se
+revolviesen con el intento de una &uacute;ltima protesta, gritando que aquel
+movimiento de traslaci&oacute;n resultaba igualmente falso, ya que la Tierra
+giraba como una rueda alrededor del Sol... No; el Sol tampoco estaba
+inm&oacute;vil, y con todo su coro familiar de planetas ca&iacute;a y ca&iacute;a, si es que
+en el infinito se puede caer ni subir; marchaba y marchaba, &iexcl;qui&eacute;n sabe
+hacia que punto, ni con qu&eacute; fin!...</p>
+
+<p>Definitivamente, abomin&oacute; de la rueda, la hac&iacute;a trizas mentalmente,
+sintiendo el goce del preso que pasa la puerta del encierro y aspira el
+aire libre. Se imagin&oacute; que de sus ojos ca&iacute;an escamas, como de los del
+ap&oacute;stol hebreo en el camino de Damasco. Contemplaba una luz nueva. El
+hombre era libre y pod&iacute;a escaparse del tir&oacute;n de los muertos, organizando
+su vida con arreglo a sus deseos, cortando el lazo de esclavitud que le
+soldaba a estos d&eacute;spotas invisibles.</p>
+
+<p>Ces&oacute; de so&ntilde;ar; se sumi&oacute; en la nada con el placer &iacute;ntimo y silencioso del
+trabajador que descansa despu&eacute;s de una jornada provechosa.</p>
+
+<p>Pasado mucho tiempo, &iexcl;mucho! abri&oacute; los ojos y se encontr&oacute; con los de
+Pablo Valls fijos en &eacute;l. Le ten&iacute;a cogido de las manos, le miraba
+cari&ntilde;osamente con sus pupilas amarillentas.</p>
+
+<p>No pod&iacute;a dudar: era una realidad. Su olfato percibi&oacute; el olor de tabaco
+ingl&eacute;s ligeramente perfumado de opio que parec&iacute;a flotar siempre en torno
+de su boca y sus patillas. &iquest;No era, pues, una ilusi&oacute;n haberle visto en
+el curso de su delirio? &iquest;Era realmente su voz la que hab&iacute;a escuchado en
+medio de sus pesadillas?...</p>
+
+<p>El capit&aacute;n rompi&oacute; a re&iacute;r, mostrando sus dientes largos amarilleados por
+la pipa.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;Ah, buen mozo!&mdash;dijo&mdash;. Esto marcha, &iquest;verdad? Ya no hay fiebre, ya no
+hay nada de peligro. Las heridas marchan bien. Debes sentir en ellas una
+picaz&oacute;n de mil demonios; algo as&iacute; como si te hubiesen metido avispas
+bajo los vendajes. Es la formaci&oacute;n de los tejidos, la carne nueva que
+escuece al crecer.</p>
+
+<p>Jaime se dio cuenta de la verdad de estas palabras. Sent&iacute;a en el lagar
+de sus heridas una fuerte picaz&oacute;n, una rigidez que pon&iacute;a tirante su
+carne.</p>
+
+<p>Valls adivin&oacute; una curiosidad suplicante en los ojos de su amigo.</p>
+
+<p>&mdash;No hables, no te fatigues... &iquest;Que cu&aacute;nto tiempo estoy en Ibiza? Cerca
+de dos semanas. Le&iacute; en los papeles de Palma lo tuyo, y al momento me
+plant&eacute; aqu&iacute;. Tu amigo el <i>chueta</i> siempre ser&aacute; el mismo... &iexcl;Los malos
+ratos que nos has hecho pasar! Una pulmon&iacute;a, hijo m&iacute;o, y de las de
+peligro. Abr&iacute;as los ojos y no me reconoc&iacute;as: delirabas como un loco.
+Pero eso se acab&oacute;. Te hemos cuidado mucho... Mira qui&eacute;n est&aacute; aqu&iacute;.</p>
+
+<p>Y se apart&oacute; de la cama para que viese a Margalida, oculta tras el
+capit&aacute;n, encogida y vergonzosa ahora que el se&ntilde;or pod&iacute;a mirarla con ojos
+limpios de fiebre. &iexcl;Ah, &laquo;Flor de almendro&raquo;!... La mirada de Jaime,
+tierna y dulce, la hizo enrojecer. Tuvo miedo de que el enfermo pudiera
+acordarse de lo que ella hab&iacute;a hecho en los momentos m&aacute;s cr&iacute;ticos,
+cuando estaba casi segura de que iba a morir.</p>
+
+<p>&mdash;Ahora a estarse quieto&mdash;continu&oacute; Valls&mdash;. Permanecer&eacute; aqu&iacute; hasta que
+nos vayamos juntos a Palma. Ya me conoces... Yo lo s&eacute; todo; yo lo
+arreglo todo... &iquest;Eh? &iquest;me explico?...</p>
+
+<p>El <i>chueta</i> gui&ntilde;aba un ojo y re&iacute;a maliciosamente, seguro de su habilidad
+para adivinar los deseos de los amigos.</p>
+
+<p>&iexcl;Famoso capit&aacute;n! Desde que estaba en <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, todos parec&iacute;an
+pendientes de sus mandatos, admir&aacute;ndolo como un personaje poderoso y
+jovial. Margalida ruboriz&aacute;base con sus palabras y gui&ntilde;os, pero le quer&iacute;a
+al verle tan abnegado. Recordaba sus ojos llenos de l&aacute;grimas una noche
+en que todos creyeron que iba a morir don Jaime. Valls hab&iacute;a llorado al
+mismo tiempo que mascullaba maldiciones. El <i>Capellanet</i> tambi&eacute;n adoraba
+a aquel se&ntilde;or&oacute;n de Mallorca desde que le vio re&iacute;r al enterarse de que
+pensaban hacerlo cura. Pep y su mujer le segu&iacute;an como perros obedientes
+y sumisos.</p>
+
+<p>Varias tardes hablaron Pablo y el enfermo de los sucesos pasados.</p>
+
+<p>El capit&aacute;n era hombre r&aacute;pido en sus decisiones.</p>
+
+<p>&mdash;Ya sabes que no me canso cuando se trata de un amigo. Al desembarcar
+en Ibiza vi al juez. Eso se arreglar&aacute;; t&uacute; llevas raz&oacute;n y todos lo
+reconocen: defensa propia. Unas pocas molestias cuando est&eacute;s bueno, pero
+nada al final... El asunto de tu salud tambi&eacute;n est&aacute; resuelto. &iquest;Qu&eacute; m&aacute;s
+queda?... &iexcl;Ah, s&iacute;! Algo m&aacute;s queda, pero tambi&eacute;n lo tengo en punto de
+arreglo.</p>
+
+<p>Rio maliciosamente al hablar as&iacute;, apretando las manos de Febrer, y &eacute;ste,
+por su parte, no quiso preguntar m&aacute;s, temeroso de sufrir una decepci&oacute;n.</p>
+
+<p>Una vez, al entrar Margalida en el dormitorio, Valls la cogi&oacute; de un
+brazo, llev&aacute;ndola junto al lecho.</p>
+
+<p>&mdash;&iexcl;M&iacute;rala!&mdash;exclam&oacute; con burlesca gravedad dirigi&eacute;ndose al enfermo&mdash;. &iquest;Es
+&eacute;sta la misma que t&uacute; quieres? &iquest;No te la cambiaron?... Dale, pues, la
+mano, tonto. &iquest;Qu&eacute; haces ah&iacute;, contempl&aacute;ndola con ojos espantados?...</p>
+
+<p>Las dos manos de Febrer estrecharon la diestra de Margalida. &iexcl;Ay! &iquest;era
+verdad lo que dec&iacute;a el capit&aacute;n?... Sus ojos buscaron los de la <i>atlota</i>,
+que permanec&iacute;an bajos, mientras la emoci&oacute;n blanqueaba sus mejillas y
+hac&iacute;a palpitar las alas de su nariz.</p>
+
+<p>&mdash;Ahora, besaos&mdash;dijo Valls, empujando suavemente a la muchacha, hacia
+el enfermo.</p>
+
+<p>Pero Margalida, como si se viera amenazada de un peligro, se desasi&oacute; de
+sus manos, huyendo de la habitaci&oacute;n.</p>
+
+<p>&mdash;Bueno&mdash;dijo el capit&aacute;n&mdash;. Ya os besar&eacute;is dentro de un rato: cuando yo
+no est&eacute;.</p>
+
+<p>Valls aprobaba este casamiento. &iquest;La quer&iacute;a Febrer? Pues adelante... Esto
+era m&aacute;s l&oacute;gico que la boda con su sobrina por los millones del padre.
+Margalida era una gran mujer. &Eacute;l entend&iacute;a de estas cosas. Cuando Jaime
+la sacara de la isla, habitu&aacute;ndola a otros usos y otros trajes, con la
+facilidad de asimilaci&oacute;n que tienen las hembras para todo lo bueno,
+nadie reconocer&iacute;a a la antigua payesa.</p>
+
+<p>&mdash;Yo he arreglado tu porvenir, peque&ntilde;o inquisidor. Ya sabes que tu amigo
+el jud&iacute;o consigue siempre lo que se propone. Te queda en Mallorca con
+qu&eacute; vivir modestamente. No muevas la cabeza: ya s&eacute; que deseas trabajar,
+y m&aacute;s ahora que est&aacute;s enamorado y quieres constituir una familia.
+Trabajar&aacute;s; entre los dos montaremos un negocio: hay donde escoger. Yo
+siempre llevo la cabeza atiborrada de proyectos: es cosa de la raza...
+Si prefieres irte de Mallorca, te buscar&eacute; una ocupaci&oacute;n en el
+extranjero... Es asunto que debe pensarse.</p>
+
+<p>En todo lo referente a la familia de <i>Can Mallorqu&iacute;</i>, el capit&aacute;n hablaba
+con una autoridad de amo. Pep y su mujer no osaban desobedecerle. &iexcl;C&oacute;mo
+discutir con un se&ntilde;or que lo sab&iacute;a todo!... El pay&eacute;s opuso escasa
+resistencia. Ya que don Pablo deseaba el matrimonio de Margalida con el
+se&ntilde;or y daba palabra de que esto no traer&iacute;a ninguna desgracia a la
+<i>atlota</i>, pod&iacute;an casarse. Era un gran infortunio para los dos viejos
+verla marcharse de la isla, pero prefer&iacute;an esta tristeza a conservar a
+su lado como yerno a Febrer, que les inspiraba un respeto irresistible.</p>
+
+<p>Al <i>Capellanet</i> le falt&oacute; poco para arrodillarse ante Valls. &iexcl;Y a&uacute;n dicen
+en Palma si los <i>chuetas</i> son malos!... Bien se conoc&iacute;a que eran
+mallorquines los que hablaban: &iexcl;gente injusta y orgullosa!... El capit&aacute;n
+era un santo. Gracias a &eacute;l, ya no ir&iacute;a al Seminario. Ser&iacute;a pay&eacute;s; <i>Can
+Mallorqu&iacute;</i> quedaba para &eacute;l. Hasta hab&iacute;a recobrado de su padre, por
+intercesi&oacute;n de don Pablo, el cuchillo regalado por Febrer, y contaba con
+la promesa de una pistola moderna presente del capit&aacute;n: una de aquellas
+armas milagrosas que hab&iacute;a admirado en Palma en los escaparates del
+Borne. Apenas se efectuase el casamiento de Margalida, saldr&iacute;a en busca
+de novia por el <i>cuart&oacute;n</i>, llevando en la faja estos dos nobles
+acompa&ntilde;antes. Los <i>verros</i> no deb&iacute;an acabarse en la isla. Rebull&iacute;a en
+sus venas la heroica sangre de su abuelo.</p>
+
+<p>Una ma&ntilde;ana de sol, Febrer, apoyado en Valls y en Margalida, fue
+avanzando con pasos de convaleciente hasta el porche de la alquer&iacute;a.
+Sentado en un sill&oacute;n de brazos, contempl&oacute; con avidez el tranquilo
+paisaje extendido ante &eacute;l. Sobre la cumbre del promontorio alz&aacute;base la
+torre del Pirata. &iexcl;Cu&aacute;nto hab&iacute;a so&ntilde;ado y sufrido en ella!... &iexcl;C&oacute;mo la
+amaba al recordar que en su interior, solo y olvidado del mundo, hab&iacute;a
+incubado esta pasi&oacute;n que iba a llenar el resto de una vida sin objeto
+hasta entonces!...</p>
+
+<p>Debilitado por su larga permanencia en el lecho y por la sangre perdida,
+aspiraba el tibio ambiente de la ma&ntilde;ana luminosa, cortado por las
+r&aacute;fagas que ven&iacute;an de la costa.</p>
+
+<p>Margalida, luego de contemplar a Jaime con sus ojos amorosos que a&uacute;n
+guardaban cierta timidez, volvi&oacute; al interior de la alquer&iacute;a para
+preparar el desayuno.</p>
+
+<p>Quedaron los dos hombres en largo silencio. Valls hab&iacute;a sacado su pipa,
+llen&aacute;ndola de tabaco ingl&eacute;s, y expel&iacute;a olorosas bocanadas.</p>
+
+<p>Febrer, con la vista fija en el paisaje, abarcando en su retina
+deslumbrada el cielo, los montes, el campo y el mar, habl&oacute; en voz baja,
+como si dialogase consigo mismo.</p>
+
+<p>La vida era hermosa. Lo afirmaba con la convicci&oacute;n del resucitado que
+vuelve inesperadamente al mundo. El hombre pod&iacute;a moverse libremente, lo
+mismo que el p&aacute;jaro y el insecto en el seno de la Naturaleza. Para todos
+hab&iacute;a sitio. &iquest;Por qu&eacute; inmovilizarse bajo las ataduras que otros crearon,
+disponiendo del porvenir de los hombres que deb&iacute;an venir detr&aacute;s de
+ellos?... &iexcl;Los muertos, siempre los malditos muertos, queriendo
+mezclarse en todo, complicando nuestra existencia!...</p>
+
+<p>Sonri&oacute; Valls, mir&aacute;ndole con ojos maliciosos. Varias veces le hab&iacute;a
+escuchado en su delirio hablar de los muertos, agitando los brazos como
+si pelease con ellos y los repeliese de sus angustias terror&iacute;ficas. Al
+escuchar las explicaciones que le dio Jaime, al enterarse de su antiguo
+respeto al pasado y de aquella sumisi&oacute;n a la influencia de los muertos
+que hab&iacute;a entorpecido su vida, confin&aacute;ndolo en una isla apartada, Valls
+qued&oacute; silencioso y abstra&iacute;do.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;T&uacute; crees que los muertos mandan, Pablo?...</p>
+
+<p>El capit&aacute;n se encogi&oacute; de hombros. Para &eacute;l no hab&iacute;a en el mundo nada
+absoluto. Tal vez el imperio de los muertos fuese parcial y estuviera ya
+en decadencia. En otros tiempos mandaban como d&eacute;spotas: esto era
+indudable. Ahora s&oacute;lo dominaban en determinados lugares, perdiendo en
+otros para siempre toda esperanza de poder. En Mallorca a&uacute;n gobernaban
+con mano fuerte: lo dec&iacute;a &eacute;l, el <i>chueta</i>. En otros pa&iacute;ses, tal vez no.</p>
+
+<p>Sinti&oacute; Febrer honda irritaci&oacute;n al recordar sus errores y angustias.
+&iexcl;Malditos muertos! La humanidad no ser&iacute;a feliz y libre mientras no
+acabase con ellos.</p>
+
+<p>&mdash;Pablo, &iexcl;matemos a los muertos!</p>
+
+<p>Mir&oacute; un instante con cierta zozobra el capit&aacute;n a su amigo; pero al ver
+la serenidad de sus ojos, se tranquiliz&oacute;, y dijo sonriendo:</p>
+
+<p>&mdash;Por m&iacute;, &iexcl;que los maten!</p>
+
+<p>Luego, recobrando su gravedad y reclin&aacute;ndose en su asiento, mientras
+lanzaba una bocanada de humo, a&ntilde;adi&oacute; el <i>chueta</i>:</p>
+
+<p>&mdash;Tienes raz&oacute;n. Matemos a los muertos: pisoteemos los obst&aacute;culos
+in&uacute;tiles, las cosas viejas que obstruyen y complican nuestro camino.
+Todos vivimos con arreglo a lo que dijo Mois&eacute;s, a lo que dijo Buda,
+Jes&uacute;s, Mahoma u otros pastores de hombres, cuando lo natural y lo l&oacute;gico
+ser&iacute;a vivir con arreglo a lo que pensamos y sentimos nosotros mismos.</p>
+
+<p>Jaime mir&oacute; detr&aacute;s de &eacute;l, como si sus ojos quisieran buscar en el
+interior de la casa la dulce figura de Margalida. Luego resumi&oacute; todas
+las congojas y las nuevas verdades de su pensamiento repitiendo la misma
+afirmaci&oacute;n en&eacute;rgica: &laquo;&iexcl;Matemos a los muertos!&raquo;.</p>
+
+<p>La voz de Pablo le sac&oacute; de sus reflexiones.</p>
+
+<p>&mdash;&iquest;Te hubieras casado ahora con mi sobrina, sin miedo y sin
+remordimiento?...</p>
+
+<p>Febrer dud&oacute; antes de contestar. S&iacute;; se habr&iacute;a casado, sin parar atenci&oacute;n
+en los escr&uacute;pulos heredados y las diferencias de raza que tanto le
+hab&iacute;an hecho sufrir. Pero faltaba algo para esto; algo que estaba por
+encima de la voluntad de los hombres y era superior a su poder; algo que
+no pod&iacute;a comprarse y gobernaba al mundo; algo que tra&iacute;a con ella la
+humilde Margalida sin saberlo.</p>
+
+<p>Sus angustias hab&iacute;an terminado. &iexcl;Vida nueva!</p>
+
+<p>No; los muertos no mandan: quien manda es la vida, y sobre la vida, el
+amor.</p>
+
+<p style="margin-top: 3em;">FIN</p>
+
+<p style="margin-bottom: 0.1em;">Madrid</p>
+<p style="margin-top: 0.1em;">Mayo y Diciembre 1908.</p>
+
+
+
+
+
+
+
+
+<pre>
+
+
+
+
+
+End of Project Gutenberg's Los muertos mandan, by Vicente Blasco Ibáñez
+
+*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS MUERTOS MANDAN ***
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+Produced by Chuck Greif
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+
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+
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+work, (b) alteration, modification, or additions or deletions to any
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+
+Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of
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+including obsolete, old, middle-aged and new computers. It exists
+because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from
+people in all walks of life.
+
+Volunteers and financial support to provide volunteers with the
+assistance they need, is critical to reaching Project Gutenberg-tm's
+goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will
+remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
+Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
+and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations.
+To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
+and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4
+and the Foundation web page at https://www.pglaf.org.
+
+
+Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive
+Foundation
+
+The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
+501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
+state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
+Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification
+number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at
+https://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg
+Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent
+permitted by U.S. federal laws and your state's laws.
+
+The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S.
+Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered
+throughout numerous locations. Its business office is located at
+809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email
+business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact
+information can be found at the Foundation's web site and official
+page at https://pglaf.org
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+ Dr. Gregory B. Newby
+ Chief Executive and Director
+ gbnewby@pglaf.org
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+Literary Archive Foundation
+
+Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide
+spread public support and donations to carry out its mission of
+increasing the number of public domain and licensed works that can be
+freely distributed in machine readable form accessible by the widest
+array of equipment including outdated equipment. Many small donations
+($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
+status with the IRS.
+
+The Foundation is committed to complying with the laws regulating
+charities and charitable donations in all 50 states of the United
+States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
+considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
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+where we have not received written confirmation of compliance. To
+SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any
+particular state visit https://pglaf.org
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+have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
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+approach us with offers to donate.
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+any statements concerning tax treatment of donations received from
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+methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
+ways including including checks, online payments and credit card
+donations. To donate, please visit: https://pglaf.org/donate
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+
+Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic
+works.
+
+Professor Michael S. Hart was the originator of the Project Gutenberg-tm
+concept of a library of electronic works that could be freely shared
+with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project
+Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support.
+
+
+Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed
+editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S.
+unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily
+keep eBooks in compliance with any particular paper edition.
+
+
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+
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+including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
+Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
+subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.
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+This eBook, including all associated images, markup, improvements,
+metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be
+in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES.
+
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+jurisdictions other than the United States. Anyone seeking to utilize
+this eBook outside of the United States should confirm copyright
+status under the laws that apply to them.
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+Project Gutenberg (https://www.gutenberg.org) public repository for
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