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diff --git a/.gitattributes b/.gitattributes new file mode 100644 index 0000000..d7b82bc --- /dev/null +++ b/.gitattributes @@ -0,0 +1,4 @@ +*.txt text eol=lf +*.htm text eol=lf +*.html text eol=lf +*.md text eol=lf diff --git a/LICENSE.txt b/LICENSE.txt new file mode 100644 index 0000000..6312041 --- /dev/null +++ b/LICENSE.txt @@ -0,0 +1,11 @@ +This eBook, including all associated images, markup, improvements, +metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be +in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES. + +Procedures for determining public domain status are described in +the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org. + +No investigation has been made concerning possible copyrights in +jurisdictions other than the United States. 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If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - -Title: Memorias de un Hombre de Acción: #7 Los Contrastes de la Vida - -Author: Pío Baroja - -Release Date: April 25, 2016 [EBook #51858] - -Language: Spanish - -Character set encoding: ISO-8859-1 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK MEMORIAS DE UN HOMBRE DE *** - - - - -Produced by Carlos Colón, University of Toronto and the -Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net -(This file was produced from images generously made -available by The Internet Archive) - - - - - - - - - - Nota del Transcriptor: - - - Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original. - - Errores obvios de imprenta han sido corregidos. - - Páginas en blanco han sido eliminadas. - - Letras itálicas son denotadas con _líneas_. - - Las versalitas (letras mayúsculas de tamaño igual a las minúsculas) - han sido sustituidas por letras mayúsculas de tamaño normal. - - - - -PIO BAROJA - - -MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN - -_El aprendiz de conspirador._ - -_El escuadrón del Brigante._ - -_Los caminos del mundo._ - -_Con la pluma y con el sable._ - -_Los recursos de la astucia._ - -_La ruta del aventurero._ - -_Los contrastes de la vida._ - -_La veleta de Gastizar._ - -_Los caudillos de 1830._ - -_La Isabelina._ - - - - -OBRAS DE PIO BAROJA - - - Vidas sombrías. - Idilios vascos. - El tablado de Arlequín. - Nuevo tablado de Arlequín. - Juventud, egolatría. - Idilios y fantasías. - Las horas solitarias. - Momentum Catastrophicum. - La Caverna del Humorismo. - Divagaciones sobre la Cultura. - - -LAS TRILOGÍAS - - -TIERRA VASCA - - La casa de Aizgorri. - El Mayorazgo de Labraz. - Zalacaín, el aventurero. - - -LA VIDA FANTÁSTICA - - Camino de perfección. - Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox. - Paradox, rey. - - -LA RAZA - - La dama errante. - La ciudad de la niebla. - El árbol de la ciencia. - - -LA LUCHA POR LA VIDA - - La busca. - Mala hierba. - Aurora roja. - - -EL PASADO - - La feria de los discretos. - Los últimos románticos. - Las tragedias grotescas. - - -LAS CIUDADES - - César o nada. - El mundo es ansí. - - -EL MAR - - Las inquietudes de Shanti Andía. - - -MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN - - El aprendiz de conspirador. - El escuadrón del Brigante. - Los caminos del mundo. - Con la pluma y con el sable. - Los recursos de la astucia. - La ruta del aventurero. - La veleta de Gastizar. - Los caudillos de 1830. - La Isabelina. - - - - - MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN - - Los contrastes de la vida. - - - - - ES PROPIEDAD - DERECHOS RESERVADOS - PARA TODOS LOS PAÍSES - - COPYRIGHT BY - RAFAEL CARO RAGGIO - 1920 - - - Establecimiento tipográfico - de Rafael Caro Raggio. - - - - - PIO BAROJA - - - MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN - - LOS CONTRASTES - DE LA VIDA - - - [Ilustración] - - - RAFAEL CARO RAGGIO - EDITOR - MENDIZÁBAL, 34 - MADRID - - - - - EL CAPITÁN MALA SOMBRA - - - - - I - - OTRA HISTORIA DE AVIRANETA - - -UN día de fiesta por la tarde estaba en mi casa de la cuesta de Santo -Domingo leyendo. Mi mujer había salido con una amiga suya a pasear en -coche por la Moncloa, y yo pensaba dedicarme a la lectura de Balzac, -autor que siempre me ha divertido mucho y a quien debo momentos -agradabilísimos. Había dado la orden categórica a Bautista, mi ayuda -de cámara, de que no estaba para nadie, y me encontraba muy a gusto al -lado de la estufa cuando oí que llamaban a la puerta. Escuché pensando -quién podría ser el inoportuno visitante. No esperaba a nadie. Supuse -que Bautista cumpliría mis órdenes, pero noté que el recién llegado -avanzaba por el corredor. - -Al levantarse la cortina de mi despacho miré a Bautista furibundamente, -y éste, antes de que le reprochara nada, me dijo: - ---Es don Eugenio. - ---¡Ah!, que pase en seguida. - -Hacía ya tiempo que no veía a mi viejo amigo Aviraneta. Esto pasaba -meses después de la revolución del 54. Don Eugenio por aquella época, -como yo y otros amigos particulares de María Cristina, habíamos tenido -que escondernos huyendo de la quema hasta que se restableció la -normalidad. Aviraneta volvía de San Sebastián. Estaba, según me dijo, -dispuesto a no intervenir ya en la política. - -Entró don Eugenio en mi despacho; nos abrazamos efusivamente y se sentó -en una butaca que le ofrecí. - -Me preguntó por mi mujer y por todos los amigos comunes de la corte; -dijo que había pasado la mañana con Istúriz, que, incomodado por la -marcha de los acontecimientos, ya no quería salir a la calle, ni hablar -con nadie. Don Eugenio pensaba dedicarme la tarde. Me contó que iba a -tomar una casita en la calle del Barco y a vivir allí en la obscuridad, -como un buen militar retirado, con su Josefina. Después de charlar -largo rato miró y remiró el libro que tenía yo sobre la mesita al lado -de la poltrona. - ---¿Qué estás leyendo?--me preguntó. - ---Estoy leyendo a Balzac. Ahora voy en los _Secretos de la Princesa de -Cadignan_. - ---Carignan--corrigió Aviraneta. - ---No, Cadignan. - ---El título verdadero de los príncipes es Carignan. - ---Sí; pero aquí no se trata del título verdadero. Esta princesa de que -se habla en la novela no es un personaje histórico. Yo no sé si hay en -la realidad una familia de Carignan. - ---La hay. - ---Bien; pero este libro no se refiere a ella. - ---Sí; quizá sea una modificación novelesca. - ---¿Y por qué le ha chocado a usted esto? ¿Ha conocido usted algún -Carignan? - ---No; pero este título me recuerda una historia ya lejana... de 1823. - ---¿Una historia? A contarla, don Eugenio. Ya sabe usted que soy su -historiador. No cedo mi plaza a nadie. - ---¿Te he contado alguna vez la historia del capitán Mala Sombra? - ---No. - ---Me he acordado de ella porque tiene alguna relación lejana con un -príncipe de Carignan. Ya que tú no tienes nada que hacer y yo tampoco, -y nuestras mujeres respectivas están de paseo, di a tu criado que me -traiga una copa de coñac _Fine Champagne_ del excelente que guardas, y -un tabaco de La Habana, y charlaremos. - -Llamé a Bautista, bebimos nuestras copas, encendimos los habanos y nos -arrellanamos en nuestros sillones. - - - - - II. - - MORILLO Y EL EMPECINADO - - -YA te he contado, mi querido Pello--comenzó diciendo Aviraneta--, cómo -a final de abril de 1823 llegué yo a Valladolid en compañía de mis -amigos el Lobo y Diamante. - -Al reunirme con el Empecinado hice por orden suya un llamamiento a -los patriotas de Castilla la Vieja y a la Milicia nacional. Fueron -acudiendo en grupos, y uno a uno, los milicianos de Valladolid, los de -los pueblos de los alrededores y los de Toro, Medina, etc. Se comenzó a -organizarlos y armarlos de la mejor manera posible. - -Nos encontrábamos dedicados a este trabajo, cuando llegó a la ciudad -del Pisuerga don Pablo Morillo, conde de Cartagena, nombrado días -antes, por el Gobierno, general en jefe del ejército de Galicia. - -Traía Morillo unos mil hombres, con una oficialidad numerosa y un -brillante Estado Mayor. - -Como entonces y como ahora todo el mundo se creía en España con derecho -a mandar y a tener iniciativas, la Asamblea de los Comuneros de -Valladolid, Torre o Fortaleza, como se decía entre ellos en su jerga, -llamó al Empecinado, que era de los suyos, y le confirió la misión de -que se avistara con Morillo y le hablara para inclinarle el ánimo a que -no abandonase la ciudad marchándose a Galicia. - -Naturalmente, hubiera sido de mayor conveniencia para nosotros los -liberales, en peligro ante la invasión francesa, reúnir las tropas -en un punto que no desperdigarlas, pero no todos pensaban lo mismo. -Había muchos políticos y militares que tenían interés en que la guerra -se acabara cuanto antes con la derrota de las fuerzas del Gobierno -Constitucional. Al Empecinado no le hizo mucha gracia el encargo de la -confederación de Comuneros; pero como Gran Castellano de esta Sociedad -(así se llamaban los jefes de ella), no tuvo más remedio que aceptar la -comisión. - -Don Juan Martín se dispuso a cumplir el encargo y a visitar al conde de -Cartagena, llevándome a mí de asesor. Hablamos los dos de esta misión -considerándola como de un éxito muy problemático. - -Salimos del alojamiento del Empecinado una tarde, después de comer, y -nos dirigimos a la Capitanía general. - -Yo iba de uniforme; don Juan, de paisano, con una capa parda que le -llegaba hasta los talones y un sombrero redondo envuelto en una funda -de hule. - -Llegamos a la Capitanía, entramos en el portal y nos detuvo el -centinela. Asomóse un teniente de guardia y yo le dije: - ---El general Empecinado y su ayudante, que vienen a visitar al señor -conde de Cartagena. - -El oficial nos hizo el saludo militar, y don Juan Martín y yo subimos -hasta el primer piso. Nos anunciamos y nos hicieron pasar a un salón. - -Morillo, acostumbrado al fausto de los virreyes de América, lo llevaba -con él, allí por donde iba. - -Estaba el general sentado en un trono, vestido de uniforme; llevaba -bordados por todas partes y parecía un ídolo de oro. Sus ojos, negros -como cuentas de azabache, brillaban en su cara de carrillos abultados; -su gruesa cabeza entrecana se erguía con orgullo, y sus manos, tostadas -por el sol, aparecían por entre los encajes de las mangas y se apoyaban -en los brazos del sillón. - -Alrededor del general, formando un semicírculo, se agrupaba su Estado -Mayor, una veintena de oficiales peripuestos y elegantísimos, con los -uniformes llenos de galones y los tricornios de plumas. - -Al entrar nosotros en la sala hubo un gran movimiento de curiosidad. - ---Este es el Empecinado--dijo alguno. - ---Si es verdad, ¡qué tipo! - ---¡Qué tosco!--exclamó uno de los oficiales. - ---Parece un gañán--dijo otro. - -Morillo, al vernos, se levantó de su sitial y estrechó la mano a don -Juan. - ---¿Cómo estás, Martín?--preguntó. - ---Bien; ¿y tú, Morillo? - ---Bien. - -Morillo habló a su ayudante y le ordenó que despidiera a todo el mundo -y se quedara sólo él. - -Los oficiales se inclinaron ante el capitán general y salieron. - -Morillo, señalando una silla, dijo al Empecinado: - ---Siéntate. - ---No, estoy bien. - ---Bueno, me sentaré yo. Habla. ¿Qué quieres? - ---Morillo--dijo el Empecinado, con la nobleza natural que le -caracterizaba, haciendo largas pausas en su discurso--. Somos los dos -españoles, y españoles del pueblo... - ---Cierto. - ---Somos constitucionales y amamos la libertad... Hoy, Morillo, estamos -amenazados de una invasión de los franceses, que quieren restablecer -el rey absoluto... Nosotros, que combatimos en la guerra de la -Independencia a esos mismos franceses... podemos de nuevo levantar -la bandera de la libertad en esta tierra..., sublevando los pueblos -y organizando batallones y escuadrones... Castilla espera todo de -ti, general; también espera mucho de mí... Porque yo, aunque no poseo -conocimientos, tengo un corazón que arde... y sabré dar toda mi sangre -por la patria. - ---Lo sé--dijo Morillo. - ---Pues bien, Morillo, los patriotas de Valladolid me han comisionado... -para que me vea contigo y te ruegue que te quedes entre nosotros y no -vayas a Galicia... El dividir tanto las fuerzas ante el enemigo es -peligroso... Los patriotas de esta ciudad han pensado formar una Junta -para ponerte al frente del movimiento... declarando guerra a muerte a -los franceses y a los nuevos afrancesados... Si aceptas, si encuentras -bien la idea, te proclamarán general en jefe y presidente de la Junta; -yo seré tu segundo y mandaré la caballería. Es la proposición que te -hago en nombre de los liberales de Valladolid. Ahora... el pueblo de -Castilla espera tu respuesta. - -Morillo estuvo un instante con la gruesa cabeza apoyada en la mano -derecha; después, levantándose e irguiéndose rígido, gritó con voz -clara y metálica: - ---Empecinado, si fueras otro, inmediatamente te mandaría fusilar. - ---Estoy en tus manos. - ---Eres y serás un hombre de corazón, valiente, esforzado, pero cándido -y terco. ¿No comprendes que las circunstancias de hoy son diferentes -a las de la guerra de la Independencia? ¿Qué español estaba entonces -contra nosotros? Nadie. Hoy lo están todos los realistas, que son más, -mucho más de la mitad de la nación. ¿Vas a declarar la guerra a muerte -y sin cuartel? Locura. ¿Quién te seguirá? - ---El pueblo. - ---¡Qué ilusión! Tendrías que hacer la guerra a España entera. Estáis -empeñados en creer que todo se puede arreglar con la Constitución de -Cádiz. Tus consejeros te engañan, Empecinado. - -Morillo, al decir esto, me miró a mí con aire desdeñoso. - ---Creo que no--contestó don Juan Martín. - ---Está bien. No discutamos--siguió diciendo el general, con voz -imperiosa--. Yo, como militar, no tengo más obligación que la de -defender al rey nuestro señor. Cumpliendo sus órdenes, refrendadas por -su firma, mañana saldré para Galicia con el general Wall, que está -presente. Yo no puedo aceptar la presidencia de una Junta facciosa, -ni el mando de un ejército popular, ni mucho menos el declararme en -rebeldía contra la sagrada persona de Fernando VII, que Dios guarde. - ---Está bien--dijo el Empecinado--; vamos, Eugenio. - -Don Juan Martín se arregló la capa con un movimiento suyo de labriego, -que me hacía pensar en el alcalde de Zalamea, y, sin saludar a Morillo, -salimos los dos de la sala, dejando al general en su sillón, brillante -de galones, como un ídolo de oro. - -Bajamos las escaleras y salimos a la calle. - ---Este es otro O'Donnell; otro Montijo--exclamó don Juan Martín--. Se -apoyan en el pueblo mientras les conviene, entonces no piensan en la -sagrada persona del monarca. ¡Canallas! - ---Con estos generales la causa de la Constitución está perdida--dije yo. - ---No, todavía no. Nosotros lucharemos con toda nuestra alma. No hemos -de dejar que se pierda la libertad que tantos esfuerzos nos ha costado -conseguir. No. ¡Por Dios, que no! - -Volvimos a casa. - -Al día siguiente, el general don Pablo Morillo, conde de Cartagena, -salía de Valladolid, por la mañana, en dirección de Galicia. Toda la -tropa que había en la ciudad se llevó consigo. Entre ellas, un batallón -de nacionales de las Provincias Vascongadas, comprometido a venir con -nosotros, y la escolta que el Empecinado había sacado de la Corte. - -Algunos masones y comuneros intentaron influir la noche anterior de -la salida con los oficiales de Morillo para que no le siguieran, pero -no obtuvieron el menor resultado, porque casi toda la oficialidad del -conde de Cartagena estaba formada por absolutistas. - - - - - III. - - EL CHIQUET - - -SEGUIMOS el Empecinado y yo en nuestros trabajos de reorganización de -la Milicia nacional de Valladolid y de los pueblos de la provincia. - -Tenía yo por entonces una novia que vivía en la acera de San Francisco, -hija de un comerciante en telas, y mi asistente cortejaba a la -criada. Solíamos ir de noche y nadie nos molestaba al pelar la pava, -porque estaba prohibido a los paisanos salir de noche sin farol, y -los militares se hallaban acuartelados. Mi asistente era un muchacho -catalán de una gran actividad y de una gran energía; le llamábamos de -apodo el Chiquet y solíamos celebrar su manera de hablar enrevesada y -su acento cerrado. - -Después de 1823 lo perdí de vista, y lo volví a encontrar en -Barcelona, al cabo de quince años, en el batallón de la Blusa, que -estaba formado por liberales radicales. - -Al Chiquet le habíamos capturado el Empecinado y yo en el Burgo de Osma -en la campaña que hicimos contra Bessieres, cuando íbamos de vanguardia -con el conde de la Bisbal, porque el Chiquet había militado en las -filas realistas. - -Un día, al acercarnos al Burgo de Osma, don Juan Martín mandó al -comandante de sus fuerzas de caballería, que era el coronel Hore, -hiciese alto y dejara descansar a la tropa y a los caballos un momento -y siguiese después al paso. Don Juan, sin más compañía que la mía y la -de cuatro soldados, quiso entrar en el pueblo de una manera sigilosa, -con el objeto de inspeccionarlo. - -Avanzamos los seis al trote y llegamos a tiro de fusil de la ciudad. -Pusimos los caballos al paso. Estaba la noche obscura, lluviosa y fría. -Ibamos marchando sin meter ruido cuando el Empecinado advirtió una luz -en una casa del arrabal. - ---Chico--me dijo--, ¿qué te apuestas a que en aquella casa hay -facciosos? - ---Es posible--repliqué yo. - ---Echad todos pie a tierra--mandó él--, atad los caballos a estos -árboles y adelante. Vamos a ver qué nos espera ahí. - -Nos apeamos y atamos los caballos. Cogieron los soldados sus carabinas -y echamos a andar. Cruzando unas huertas entramos en una callejuela. No -se veía un alma por aquellos andurriales; la lluvia caía mansamente; se -oía el silbido del viento y el ladrido lejano de algún perro. Seguimos -tras de la luz, que era nuestro faro, y llegamos a la casa iluminada; -era ésta grande, vieja, con entramado de madera. La puerta estaba -cerrada. El Empecinado tocó con suavidad el llamador y esperó. - -Bajó una vieja haraposa con un candil encendido en la mano y abrió la -puerta. El Empecinado la impuso silencio y le dijo en voz baja que le -llevara al primer piso. - ---¿Quiénes están?--preguntó luego. - ---Hay treinta catalanes que han venido con el general Bessieres y que -están cenando. - ---Bueno, vamos arriba. - -El Empecinado cogió el candil de la mano de la vieja, que estaba -temblando de miedo, y comenzó a subir la escalera alumbrándose con él. -Los cuatro soldados y yo marchamos detrás. Don Juan iba embozado en -su capa. Al llegar a la puerta de la cocina, grande, negra, iluminada -por un velón y por las llamas del hogar, vimos a treinta hombres que -estaban alrededor de la mesa. - -El Empecinado se desembozó mostrando su uniforme, y dijo: - ---Aquí tenim al general Empecinado que ve a sopar am vosaltres. Tots -soms espanyols; y vosotros--añadió en castellano dirigiéndose a los -soldados y a mí--sentaos. Estamos entre amigos. - -El Empecinado se sentó, llenó una escudilla de arroz y se hizo servir -por la moza un vaso de vino. - -Los catalanes estaban atónitos. Al cabo de algún tiempo, el Empecinado, -levantando el vaso, exclamó: - ---¡Catalans, per la salut de nostre rey y per la felicitat de España! - -Entonces el sargento que mandaba el grupo de realistas llenó su vaso y -respondió en castellano: - ---Por la salud del que desde hoy en adelante será nuestro general. -¡Viva el Empecinado! - ---¡Viva!--gritaron los demás. - -Nos dimos la mano todos en señal de fraternidad y se acordó que los -catalanes se incorporaran a nuestra fuerza. - -Su asombro fué grande cuando vieron que únicamente los seis habíamos -entrado en la casa, y que en la calle no había retén ni guardia alguna. - ---Es un valiente--se les oía decir a unos y a otros. - -El sargento preguntó a don Juan Martín cómo sabía el catalán, y el -Empecinado dijo que lo sabía desde la época de la guerra del Rosellón, -en donde había sido soldado de caballería y ordenanza del general -Ricardos. - -Casi todos estos catalanes que capturamos en el Burgo de Osma habían -sido sacados de sus casas por Jorge Bessieres en su expedición contra -Madrid. Después algunos cambiaron de Cuerpo, y sólo tres o cuatro -quedaron en la caballería del Empecinado, entre ellos el Chiquet, a -quien yo tomé de ordenanza. - -El Chiquet tenía un gran espíritu de empresa, era muchacho ágil, listo -y atrevido. Lo único que no pudo aprender jamás, por más esfuerzos -que hizo, fué hablar bien el castellano. El Chiquet había sido amigo -y compañero de Bessieres y había trabajado con él en una fábrica de -tejidos en Ripoll. El Chiquet conocía la vida de Bessieres desde que -éste había sido criado del general Duhesme hasta que se presentó a -la regencia de Urgel. Sentía por el cabecilla realista y antiguo -revolucionario una gran admiración mezclada con un gran desprecio. - -Nos contaba cómo solía ir Bessieres lleno de bordados, cómo solía -adornarse con la primera banda de color que encontraba o que robaba en -cualquier parte, muchas veces en las iglesias, y que luego decía que -era una distinción que le había otorgado el rey tal o la princesa cuál. -El Chiquet nos contó la ceremonia que se había verificado en la iglesia -de Mequinenza bendiciendo y besando una bandera realista, que era una -colcha de damasco, que habían robado entre Bessieres, Portas y él en -una casa de Fraga. - -Bessieres, al parecer, era un reclamista formidable. El mismo hacía -correr la voz de que era masón y de que era jesuíta, para hacerse el -interesante. - -El Chiquet, cuando entró en nuestras filas, se hizo amigo íntimo de un -sargento de lanceros que le llamaban Juan de Dios. Este Juan de Dios, -por lo que decían, era expósito. Juan de Dios y el Chiquet eran rivales -en lances de amor y de fortuna. Habían hecho los dos una porción de -calaveradas, que les habían dado gran fama entre nuestros soldados. - - - - - IV. - - EN EL AYUNTAMIENTO - - -CON la marcha de las tropas del conde de Cartagena la ciudad de -Valladolid quedó desguarnecida y abandonada a su suerte; los liberales -apocados comenzaron a esconderse y a huír, y los absolutistas, viendo -la posibilidad de apoderarse del Ayuntamiento, comenzaron a reúnirse -para conspirar. Enviamos nosotros avisos desesperados a los nacionales -de Toro, Rueda, Medina y otros pueblos de la región, y a los de -la Ribera del Duero, para que lo antes posible se concentraran en -Valladolid, y pudimos juntar de nuevo una fuerza de mil infantes y -de quinientos caballos. Todos los milicianos de los pueblos y los de -la capital estaban armados, menos algunos a los que proporcionamos -fusiles, sacándolos de los parques. - -Llegó en esto la noticia de que los franceses, al entrar en España, -eran recibidos con los brazos abiertos por el pueblo, y esta mala nueva -exaltó el ánimo de los paisanos contra nosotros. Al mismo tiempo se -supo que el cura Merino, con una columna de cinco mil hombres alistada -en sus guaridas de la sierra de Burgos, había entrado en Palencia. Fué -necesario abandonar Valladolid. No podíamos defender una ciudad de -radio tan extenso con la poca fuerza con que contábamos. - -Se dió la orden a la Milicia nacional para que se preparara y formara -con todo el equipo y en traje de marcha en el Campo Grande. - -El jefe político vendría con nosotros, e invitó a las autoridades que -quisieran seguir la suerte de la columna a que se dispusieran para el -viaje. - -Los concejales del Ayuntamiento constitucional estaban reunidos en -sesión permanente en las Casas Consistoriales, y el Empecinado quiso -despedirse de ellos. - -Marchamos él y yo a caballo, de uniforme, escoltados por un piquete de -lanceros. - -Nos apeamos a la entrada del Ayuntamiento y subimos al salón de -sesiones. Al vernos los concejales rodearon al Empecinado. Estaba el -general hablando con gran animación con unos y con otros cuando un -portero del Ayuntamiento, a quien conocía de la logia masónica, me -llamó y me dijo en voz baja: - ---Don Eugenio, venga usted. - -Le seguí y salimos fuera del salón. - ---El Empecinado y usted están en este momento en un gran peligro--me -dijo. - ---Pues, ¿qué pasa? - ---Ahora mismo aquí se está fraguando una conjuración realista que va -a estallar. En este instante, en una sala del piso bajo, se hallan -reunidos más de cien absolutistas de influencia, con objeto de -constituír un Ayuntamiento para reemplazar al constitucional. - ---¡Diablo! ¿Y es gente de armas tomar? - ---Están armados hasta los dientes; algunos han propuesto a la Junta -matar al Empecinado, proposición que se ha rechazado gracias a las -exhortaciones de un cura viejo que se halla entre los conspiradores. - -Al escuchar la confidencia del portero entré rápidamente en el salón de -sesiones; me acerqué al Empecinado, le agarré de la manga, le arrastré -a un rincón y le expliqué lo que pasaba. - ---Señores, tengo que salir un momento, vuelvo en seguida--dijo don Juan -Martín a los concejales. - -Salimos corriendo del salón de sesiones, desenvainamos los sables, -bajamos las escaleras a saltos y llegamos al zaguán. En aquel mismo -momento se oyó una gran gritería en el edificio; un hombre intentaba -cerrar la puerta; pero al ver que el Empecinado y yo nos echábamos -sobre él con los sables en alto, la abrió y nos dejó pasar. - -Los realistas se hacían dueños del edificio, se oían gritos y tiros en -el interior del Ayuntamiento. - -El Empecinado y yo montamos a caballo, y al galope, por la calle de -Santiago, llegamos al Campo Grande. Reunimos a los oficiales y se dió -la orden de salir inmediatamente camino de Tordesillas. - -No habríamos dado cien pasos fuera de las puertas de la ciudad cuando -comenzaron a tocar las campanas de las iglesias a vuelo. Sin duda -se celebraba el triunfo de los realistas y la aproximación del cura -Merino, que había dejado Palencia y estaba a una jornada de Valladolid. - -Llegamos a Tordesillas, nos alojamos de mala manera, y al día siguiente -nos dirigimos camino de Salamanca. - -La Milicia nacional de esta ciudad, mandada por el catedrático Barrio -Ayuso, se unió a nuestra columna, y reunidos todos llegamos a la plaza -de Ciudad Rodrigo, que era el punto donde habíamos pensado establecer -el cuartel general. - -Yo, con otros oficiales, me encargué de organizar las fuerzas. Se nos -incorporaron bastantes soldados del ejército regular. Se ocuparon los -dos cuarteles de infantería y el de caballería del pueblo, y el resto -de la fuerza tuvo que alojarse en las casas y en las iglesias. - -La infantería quedó al mando del coronel Dámaso Martín, hermano del -Empecinado, y de un guerrillero de la época de la Independencia -apellidado Maricuela. - -La columna de caballería, mandada por el propio don Juan Martín, se -componía de ochocientos caballos. La vanguardia de esta fuerza se -hallaba formada por cien lanceros que habían servido en la guerra de -la Independencia a las órdenes de don Julián Sánchez, y por cincuenta -soldados del regimiento de Farnesio, mandados por el capitán Lagunero. - -Los demás jinetes eran nacionales de caballería de Valladolid, Toro, -Medina y otros pueblos. - -Comenzaron a preparar la defensa de la plaza. - -Ciudad Rodrigo no era una ciudad fácil de ser defendida. La antigua -Miróbriga está dominada por el teso de San Francisco, por donde tuvo -siempre sus acometidas en los sitios. En aquella época sus murallas -estaban arruinadas y llenas de brechas. - -Estas brechas eran del tiempo del sitio que sufrió don Andrés Pérez -de Herrasti en la guerra de la Independencia, el cual pudo resistir -durante setenta y seis días en una plaza desmantelada, y sin auxilio de -los ingleses, contra los numerosos ejércitos de Massena y de Ney. - -Preparamos también la defensa del Agueda. El Agueda es un río bastante -caudaloso que pasa lamiendo las murallas de la vieja Miróbriga y que -recorre la vega de Ciudad Rodrigo, y antes de llegar a Barba del -Puerco recibe algunos pequeños arroyos, entre ellos el Azaba, que baja -de un cerro próximo a Fuente Guinaldo y es un obstáculo para el paso -del camino de Ciudad Rodrigo al fuerte de la Concepción y a Almeida. - -En los primeros días de estancia allí, el Empecinado y yo salíamos -constantemente al campo. El Empecinado estaba alojado en una casa de -la plaza del Consistorio, y yo por aquellos días vivía cerca de él con -la familia de un pañero, de quien me hice gran amigo. Después tuve que -establecerme en una finca extramuros de la ciudad. - -Ya instalados, la primera expedición que se intentó desde Ciudad -Rodrigo fué una sorpresa contra Zamora, ocupada por escasas fuerzas -realistas. Se encargó de ella un viejo coronel apellidado Ruiz, pero la -comenzó con tan poco tacto, que no hubo más remedio que desistir de la -aventura. - - - - - V. - - LOS VAQUEROS - - -EN vista del fracaso sufrido en nuestra intentona contra Zamora, se -pensó en avanzar hasta Alba de Tormes. La expedición la hicimos con -cuatro escuadrones y varias compañías de infantería. Iban de vanguardia -los lanceros de don Julián Sánchez; tras ellos, los soldados de -Farnesio, mandados por el capitán Lagunero; después, los nacionales de -la orilla del Duero, que tenían por jefe a Hermógenes Martín, sobrino -del Empecinado, y, por último, los infantes, acaudillados por don -Dámaso y el coronel Maricuela. - -El pelotón de lanceros de don Julián Sánchez estaba compuesto por -capitanes, oficiales y sargentos de la guerra de la Independencia; la -mayor parte, soldados viejos, aguerridos y prácticos en el manejo de -la lanza. - -Casi todos estos jinetes habían sido vaqueros antes que militares, y -eran tan expertos y diestros caballistas como valientes soldados. - -Mandaba el pelotón un capitán apellidado Porras, que era conocido por -el mote del Capitán Mala Sombra. - -El Capitán Mala Sombra estaba secundado por el teniente Gotor y por el -sargento Juan de Dios, el amigo del Chiquet, tipo popular, atrevido, -alegre y lleno de iniciativas. - -El pelotón de Mala Sombra, con el teniente Gotor y el sargento Juan de -Dios, había servido de vanguardia exploradora durante mucho tiempo al -ejército inglés en la guerra de la Independencia. Era esta guerrilla de -un valor inapreciable; en aquel pelotón todos se esforzaban no sólo en -cumplir su deber, sino en superarse a sí mismos. - -En la excursión que hicimos a Alba de Tormes tuve que verme varias -veces con el Capitán Mala Sombra. - -Era Mala Sombra un hombre alto, de unos treinta y cinco a cuarenta -años, fuerte, serio, moreno, melancólico, con el rostro correcto y -grave. Se decía que era persona de mala suerte en amores y en negocios; -de aquí le venía el apodo; otros afirmaban que su mote procedía de que -a cada paso solía decir: - ---Tengo muy mala sombra. - -En las empresas guerreras no advertí yo que fuera desgraciado. - -Hicimos en Alba de Tormes y en sus alrededores una gran requisa de -ganado y de grano, que cargamos en varias carretas. - -Estábamos acampados en las eras de esta villa cuando uno de nuestros -confidentes vino con la noticia de que el enemigo, en número -considerable, avanzaba con la intención de cortarnos la retirada y -apoderarse de nuestro botín. Dispusimos al momento el paso de todo -el ganado vacuno, rebaños y acémilas, al otro lado del Tormes; se -arrastraron los carros y se colocaron dentro de un soto que había a -poca distancia del puente. - -Se vaciló en defender la villa o en abandonarla. Alba de Tormes, a -pesar de estar en un llano, tiene buenas condiciones para la defensa. -El 28 de noviembre de 1809 el general don Gabriel de Mendizábal supo -resistir allí a la terrible caballería de Kellerman, y, más tarde, don -José Miranda Cabezón defendió el pueblo y el castillo durante largo -tiempo. - -Después de varias deliberaciones se decidió, en caso de ser atacados, -fortificar el puente del Tormes, y se dejó en la villa al Capitán Mala -Sombra con sus vaqueros y a Lagunero con los soldados de Farnesio, que -quedarían vigilando los alrededores y patrullando por las avenidas. - -Nos encontrábamos en esta situación, cuando el Empecinado cayó enfermo -con un ataque que al principio nos pareció de parálisis. Había quedado -don Juan Martín rígido, frío y sin habla; al moverle debía de sufrir -grandes dolores, porque lanzaba quejidos inarticulados. - -Como no teníamos médico, ni aun siquiera cirujano, decidimos trasladar -al general a otro pueblo. - -No podía sostenerse en el caballo, porque se caía a un lado y a otro. -En vista de esto, buscamos una escalera ancha y corta, que colocamos -entre dos mulas, a manera de litera, y sobre unos costales de paja -pusimos al general y fuimos a paso de andadura camino de la villa de -Tamames. Escoltando la litera íbamos el Chiquet y yo, con un piquete de -quince soldados de a caballo. - - - - - VI. - - EL CAPITÁN MALA SOMBRA - - -LLEGAMOS a Tamames; fuimos a casa del alcalde, que era liberal; -acostamos a don Juan Martín, le dimos una pinta de vino con azúcar y le -abrigamos con tres mantas. - -Me quedé yo en el cuarto velándole. Pasé allí unas doce horas. Estaba -dormitando en el cuarto cuando el enfermo levantó una de las manos en -el aire y comenzó a murmurar. - ---Aviraneta--me dijo con voz débil. - ---¿Qué hay? ¿Vas mejor? - ---Sí, ya se me van suavizando los dolores. Necesito que vuelvas a Alba -de Tormes. - ---Como quieras. - ---Vete, y diles a mi hermano Dámaso y al coronel Maricuela que, si -se empeña alguna acción con el enemigo, que la mande el Capitán Mala -Sombra. - ---Está bien. - ---Que le obedezcan como a mí. - ---Bueno; se lo diré. - ---Vete en seguida. - -Salí del cuarto, llamé al Chiquet y le dije que preparara los caballos, -porque teníamos que volver. Los preparó, montamos y nos dirigimos al -galope en dirección de Alba de Tormes. - -Era media noche; el cielo estaba claro y estrellado. Al llegar al soto -inmediato al camino real nos dieron el alto. La infantería nuestra y -parte de la caballería estaba acampada allí. El centinela llamó a la -guardia y yo fuí con ella a un cobertizo en donde estaban alojados don -Dámaso Martín y el coronel Maricuela. Les desperté, les dije la orden -que me había dado el general y se avinieron a obedecer a Mala Sombra. - -Hecha esta comisión, fuí a buscar al jefe de los vaqueros en su -alojamiento de Alba de Tormes. - -Al llegar al puente nos detuvo una patrulla mandada por el sargento -Juan de Dios. - ---Hola, Juan--dijo el Chiquet. - ---Hola, Chiquet, ¿eres tú? - ---Sí, soy yo, que viene con el teniente Aviraneta. - ---Venimos en busca del Capitán Mala Sombra--dije yo--. ¿Estará? - ---Sí, ahí ha quedado escribiendo tonterías--contestó Juan de Dios. - ---¿Pues? - ---Parece mentira que los hombres sean tan estúpidos. - ---¿Por qué dice usted eso?--le pregunté. - ---Ahí lo tiene usted a ese hombre, más serio, más bueno y más formal -que nadie, escribiendo tonterías a una señoritilla de Ciudad Rodrigo, -que no le hace caso y se burla de él. - ---Tengo que verle de orden del general. - ---Vamos. - -Pusimos nuestros caballos al trote, y en un instante llegamos delante -de una casa; me apeé, empujé la puerta y entré dentro. Subí una -escalera estrecha y apolillada y llamé en un cuarto. Antes de que -contestaran tardaron algún tiempo. El sargento Juan de Dios se había -quedado hablando con el Chiquet en la calle y les oía charlar. - -Al cabo de unos minutos se abrió la puerta del cuarto y apareció Mala -Sombra con un candil en la mano. - ---Adelante--me dijo--, ¿qué le trae a usted a esta hora? - ---Vengo con un encargo del general Empecinado. - ---Estoy a sus órdenes--contestó--; siéntese usted. - -Acerqué una silla a la mesa y me senté. Vi que sobre ella había -papeles escritos, llenos de tachaduras, con renglones pequeños que me -parecieron versos. - -Mala Sombra recogió, lo más disimuladamente que pudo, sus papeles y los -guardó en el cajón de la mesa. - ---Como sabe usted--le dije--, don Juan Martín ha caído enfermo y ha -sido trasladado a la villa de Tamames. Hoy, que ha podido empezar a -hablar, me ha expresado el deseo de que en su ausencia se ponga usted -al frente de todas nuestras fuerzas. - ---¿Y don Dámaso Martín y el coronel Maricuela? - ---Están conformes en ponerse a sus órdenes mientras duren estas -circunstancias. - ---¡Ah, bueno; si es así no tengo nada que decir! ¿Quién ha de tomar la -iniciativa en el mando? - ---Usted. El general quiere que intente usted batir al enemigo. Usted -conoce el terreno palmo a palmo. - ---Sí, es verdad. - ---Puede usted tomar sus iniciativas desde ahora mismo. - ---Está bien, voy a decir que busquen al sargento Juan de Dios. Es mi -brazo derecho. - ---Debe estar en la calle hablando con mi asistente. - -El Capitán Mala Sombra salió a la ventana y gritó: - ---¡Eh, subid! - -Al poco rato entraron en el cuarto Juan de Dios y el Chiquet. Sacamos -un mapa de la provincia y discutimos la situación. Decidimos enviar dos -confidentes al campo enemigo, para que averiguasen sus intenciones. -Juan de Dios los trajo a la media hora. Uno de los confidentes era un -tratante de ganado, grueso, fornido y picado de viruelas; el otro, un -cosario de un pueblo de alrededor. Les dimos instrucciones fijas y -precisas, y, como punto de cita para su vuelta, señalamos el soto que -estaba próximo al río. - ---Ahora, mientrastanto, preparemos una emboscada--dijo Mala Sombra--. -Es el fuerte de nosotros los guerrilleros. - -Salimos los cuatro del cuarto, bajamos la escalera, montamos a caballo -y, atravesando el pueblo, llegamos al puente sobre el Tormes. - ---Juan de Dios--indicó el capitán--, haz que los paisanos traigan una -docena de carros y los pones interceptando el puente, atándolos unos a -otros con vigas y sujetándolos con piedras. - ---Bien, mi capitán. - ---Después pondrás a veinticinco pasos del puente, sobre este cerrillo, -cinco hombres con sus carabinas que hagan fuego sobre los realistas si -se presentan. Tú, con cincuenta lanceros, estarás a doscientos pasos de -la barricada del puente. De media en media hora me irás dando aviso -de lo que ocurra. Yo estaré en el soto con las demás fuerzas. ¿Estás -enterado? - ---Perfectamente, mi capitán. - -Dejamos a Juan de Dios y salimos Mala Sombra, el Chiquet y yo hacia el -soto, al galope, y encontramos alerta a la gente. - -El capitán mandó que la columna de milicianos avanzase por el soto en -dirección contraria de Alba de Tormes, hasta dar vista a un extenso -páramo. Allí mandó hacer alto y echar pie a tierra, manteniéndose -siempre en formación. La caballería de Farnesio, con los lanceros de -Valladolid, quedaron a un lado, y los vaqueros, con el teniente Gotor y -las partidas de la ribera del Duero, al otro. - -En la salida del sotillo hacia el páramo, cerca del camino real de -Alba, dejó Mala Sombra al coronel Maricuela con trescientos hombres -armados con carabinas, para que estuviesen en observación de las -avenidas del pueblo. - ---Probablemente--dijo Mala Sombra a Maricuela--, dentro de un par de -horas pasarán por delante de usted los realistas. Cuando lo hayan -hecho, usted se correrá con sus fuerzas hasta cerrar el paso del soto. - ---Está bien. - -Luego de arreglado este punto, nos encaminamos Mala Sombra, el Chiquet -y yo hacia las riberas del Tormes y nos emboscamos en el lindero del -sotillo. Eran las tres de la mañana. No había amanecido aún, todo -estaba en el mayor silencio. - -El Chiquet, por orden nuestra, fué a ver al sargento Juan de Dios y -volvió poco después con uno de nuestros confidentes: el tratante de -ganado. Este hombre nos dijo que venían seiscientos jinetes realistas -con buenos caballos en dirección a Alba de Tormes. Habían salido de su -campamento por la noche. Despachamos al tratante y le pagamos. - -Una hora después, un poco antes de amanecer, llegó el otro confidente: -el cosario. Nos confirmó las noticias anteriores, y aseguró que el -enemigo estaba percatado de los movimientos de nuestra columna y de la -gran requisa de granos y de reses que habíamos hecho para abastecer -la plaza de Ciudad Rodrigo. Con el objeto de apoderarse de nuestro -botín, el general don Enrique O'Donnell había destacado dos columnas -para interceptar nuestro paso camino de Zamora; pero, al llegar a las -inmediaciones de esta ciudad, había sabido el jefe realista que, a -favor de una marcha forzada, nos dirigíamos a pasar el Tormes por Alba. - -El cosario añadió que una de las columnas, compuesta de mil infantes y -ciento cincuenta caballos, debía de llegar a Alba en la tarde del día -que estaba amaneciendo. Esta columna venía de Salamanca. - -Pagamos a nuestro hombre y quedamos en observación. Acababan de dar -las cuatro cuando oímos las cornetas de la caballería de los realistas, -y, poco después, comenzaron a voltear las campanas del pueblo en señal -de regocijo. - -Mala Sombra y yo nos acercamos a Juan de Dios, y el capitán le dijo al -sargento: - ---Aquí te quedas con tus lanceros. Si el enemigo pasa el puente y te -ataca, te batirás en guerrilla retirándote hacia el soto, y luego -echaréis a correr en fuga como a la desbandada por el páramo adelante. -Cuando hayan entrado todos en el páramo, los envolveremos. - -Tras de dar sus instrucciones, el capitán y yo atravesamos el soto y -nos unimos con las fuerzas del teniente Gotor. - -Un poco antes del amanecer, una avanzada realista se acercó al puente -sobre el Tormes, y la guardia de los cinco hombres que estaba en el -repecho hizo fuego graneado sobre ella. Se retiraron los soldados, pero -al poco rato apareció una compañía seguida de un grupo numeroso de -paisanos. Entre unos y otros desembarazaron el puente y pasaron a la -otra orilla. - -Era el momento en que Juan de Dios tenía que maniobrar. El sargento era -muy ducho en estas cosas y sabía su papel como pocos. - - - - - VII. - - LA PRESA - - -ESTÁBAMOS todos agazapados en el soto esperando el momento en que Juan -de Dios y sus vaqueros aparecieran perseguidos por los realistas. - -El Oriente iba clareando. El sol, escondido aún, brillaba en algunas -nubes altas y rojas. Había este silencio y esta inmovilidad del aire de -la hora anterior al alba; pronto los primeros rayos solares comenzaron -a iluminar con una luz dorada el vértice de la copa de los árboles; los -pájaros cantaron en las matas. El campo tenía la juventud y la frescura -de un amanecer claro de primavera. Todo en la Naturaleza parecía -sonreír, todo era cándido e idílico. El viento hizo temblar suavemente -las ramas de los árboles; los pájaros alborotaron más, el cielo fué -poniéndose azul y la luz dorada del sol fué bajando en el follaje hasta -iluminar e incendiar los hierbajos y los pedruscos del suelo. - -Serían las cinco y media cuando apareció Juan de Dios, perseguido de -cerca por más de trescientos caballos. - -Los realistas gritaban desaforadamente: - ---¡A ellos! ¡A ellos! ¡Son nuestros! - -Al desembocar desde el sotillo al páramo los cincuenta jinetes de Juan -de Dios, comenzaron a desparramarse, y los enemigos se dividieron y -subdividieron, perdiendo el orden de formación. - -Al mismo tiempo, las tropas del coronel Maricuela y las de don Dámaso -Martín, corriéndose rápidamente por el lindero del soto, cerraron su -salida y tomaron posiciones. - -En este momento el capitán Mala Sombra dió la orden de ataque, y de -la derecha como de la izquierda, a media rienda y lanza en ristre, -se precipitó nuestra caballería contra los pelotones aislados de los -realistas. El enemigo no tenía más defensa que sus sables y no se pudo -defender con habilidad. - -Juan de Dios reunió sus cincuenta vaqueros dispersos, y volviendo -grupas y en perfecta formación, arremetió de frente contra los -absolutistas, como si se tratara de una torada. - -El grueso de la caballería enemiga se había detenido, y retrocediendo y -al galope intentó atravesar el soto; pero al acercarse al boquete por -donde había pasado, se encontraron los jinetes atacados por las tropas -de don Dámaso y de Maricuela, y comenzaron a caer los hombres y los -caballos. - -Los realistas, consternados y en la mayor perplejidad, volvieron de -nuevo grupas buscando una salida, y comenzó la desbandada. Azorados -al verse metidos en aquella trampa, la mayoría se rindió y los demás -siguieron su ejemplo. - -Duró la acción diez minutos escasos; quedaron muertos en el campo a -lanzadas unos veinte hombres y hubo próximamente cincuenta heridos. - -El escuadrón realista en pleno quedó hecho prisionero, a excepción de -tres o cuatro oficiales que tenían magníficos caballos y que escaparon -dando un gran rodeo. Estos oficiales, por lo que supimos después, -llegaron una hora más tarde a Alba de Tormes, contaron lo ocurrido, -salió de la villa una columna realista de infantería, y con los carros -y maderas que había llevado Juan de Dios el día anterior parapetaron el -puente y quedaron en él de guardia. - -Teníamos nosotros unos doscientos cincuenta prisioneros, a quienes se -prohibió maltratarlos o despojarlos. Entre ellos había diez oficiales. -De estos prisioneros cuarenta eran piamonteses bien equipados que -montaban caballos muy buenos. - -Al acercarnos Mala Sombra y yo a ellos, nos decían: - ---_Io eser_ cristiano católico. Mí no _querrer haser_ mal. - -Discutimos Mala Sombra y yo lo que se haría con los prisioneros, y -como en el caso de querer incorporarlos a nuestras fuerzas no podían -merecernos confianza, decidimos entregarlos en varias remesas. - -Por la tarde, Juan de Dios y el Chiquet se presentaron en el puente -con bandera blanca de parlamento, pasaron, dijeron a lo que iban, y al -día siguiente, con una escolta de cincuenta caballos, llevaron cien -prisioneros y los heridos. - -Los realistas los recibieron con aclamaciones y bravos, y Juan de Dios -y el Chiquet, después de ser muy obsequiados, volvieron a nuestro campo -radiantes de satisfacción. - -Nos quedaban aún cerca de noventa prisioneros. De éstos, unos eran -mozos recién sacados de los pueblos de Castilla y uniformados en -Valladolid. Se les indujo a que se quedaran con nosotros y algunos -aceptaron, pero la mayoría, no. - -La misma proposición se hizo a los cuarenta piamonteses, los cuales -procedían de un regimiento que estaba en Valladolid, mandado por el -príncipe de Carignan, que era miembro de la Casa de Saboya. - -El príncipe de Saboya-Carignan había entrado en España bajo las órdenes -del duque de Angulema, con una tropa alistada en el Norte de Italia, y -se distinguió después, según dijeron, en el Trocadero. - -De los piamonteses, sólo dos aceptaron el quedarse entre nosotros; un -jovencito rubio llamado Emilio Pancalieri y otro muchacho alto, moreno, -apellidado Corti. Los dos hablaban algo el castellano y eran sin duda -gente aventurera. - -Reunimos nuestro botín de granos, ganado, caballos, armas y uniformes -de los realistas, y nos apresuramos a salir para Tamames, con el objeto -de reunimos con nuestro general. - -Llegamos por la tardecita a la villa y encontramos al Empecinado casi -completamente restablecido. - -Le conté con detalles la acción de Alba y lo que se había hecho con -los prisioneros, y le pareció todo tan bien, que dijo que propondría -a Mala Sombra al Gobierno para que le diese la cruz de San Fernando y -le ascendiera a comandante de escuadrón. Habló después familiarmente -el general con los muchachos que se nos habían unido y con los dos -piamonteses, y como el Empecinado tenía sencillez e ingenuidad efusiva, -llegó a cautivarlos. - -Dispuso don Juan Martín que en Tamames descansase y se racionase la -tropa, y envió los carros y el ganado requisado inmediatamente en -dirección de Vitigudino. - -Nosotros iríamos a retaguardia después de descansar. - -A la mañana siguiente, al salir de mi alojamiento, encontré al -Empecinado ya de pie. Estaba tan forrado de ropa que no podía moverse. -Le ayudamos a montar a caballo. Se organizó la columna y anduvimos -hasta la noche, en que descansamos en una aldea. - -Por todos aquellos pueblos a la redonda hicimos requisa de ganado -vacuno, con promesa de pagar a los ganaderos y a los Ayuntamientos. -Sólo al marqués de Cerralbo le llevamos más de quinientas reses. Es -posible que esto influyera en la familia para hacerla reaccionaria. - -Tras de una marcha lenta de cuatro días, entró el convoy completo en -Vitigudino, y la columna, tras él. - -Durante este viaje el Capitán Mala Sombra, que ya era para los efectos -oficiales el comandante Porras, se hizo amigo íntimo del italiano -Pancalieri. - -Al principio éste y Corti nos miraban con temor; debían tener mala idea -de los españoles, creían seguramente que cada uno de nosotros era un -perfecto bandido; pero como ambos eran perspicaces, notaron en seguida -la clase de gente que había en la tropa, y se familiarizaron con ella. - -Corti nos resultó un gran administrador y se encargó de llevar las -cuentas de los suministros de la división. - -Pancalieri se mostró un tanto perdido; bebía, hacía el amor a las -chicas de los pueblos; jugaba al monte con nosotros y nos ganaba el -dinero. A los dos o tres días estaba ya a sus anchas y nos tuteaba a -todos los oficiales. - -Pancalieri era un muchacho amable, simpático alegre, egoísta y jovial. -Por lo que contó, su familia gozaba de buena posición en Turín; pero -descontenta de sus calaveradas había intentado meterle en un convento, -y él se había alistado en la tropa del príncipe de Carignan por el -gusto de correr aventuras. - -Era Pancalieri un muchacho fuerte, de mediana estatura, el pelo rubio -obscuro, el bigote pequeño y los ojos claros. Hablaba en su lengua -enrevesada mixta de español, de italiano y de dialecto piamontés con -una gran libertad. Sus opiniones eran de una audacia extraordinaria. - -Una vez que le preguntamos si era patriota, nos contestó con un cándido -cinismo: - ---_¡Ma ché!_ No _io no sono_ patriota. ¡Oh, no! Vivir, vivir -agradablemente, _io non volio_ más que eso. Tener unas cosas guisadas -para comer, y unos trajes, y una casa y alguna mujercita para -divertirse; pero ¡la Patria! ¡la Historia! ¡sacrificarse por eso! _¡Ma -ché!_ No. ¡Qué tontería! - -Pancalieri hablaba así y obraba en consonancia con su sistema. Su -egoísmo natural y sonriente no llegaba a molestar. Mala Sombra, que -tenía conceptos diametralmente opuestos, protegía al italiano; quizá -pensaba que sus palabras las decía en broma; quizá habría entre los -dos ese acuerdo íntimo que produce la amistad estrecha y efusiva. - -En unos días de conocerse, durante el camino, el Capitán Mala Sombra -comenzó a aficionarse tanto a la compañía de Pancalieri, que le trataba -como si fuera su hermano; le hizo confidencias acerca de sus amores, y -le pidió consejo. - -Corti, mientrastanto, seguía trabajando en la administración militar, y -todos los días yo conferenciaba con él. - -A los ocho días de salir de Alba de Tormes llegábamos a Ciudad Rodrigo. -El Empecinado dió cuenta de su comisión al comandante de la plaza, -anunciándole que horas después llegaría un gran convoy de ganado vacuno -y mil fanegas de trigo. - -El comandante recibió la noticia con júbilo y la comunicó al -Ayuntamiento, que en corporación fué a dar gracias al Empecinado, pues -el pueblo se encontraba muy escaso de víveres. - - - - - VIII. - - LA DECISIÓN DEL CAPITÁN - - -AL día siguiente de llegar nosotros, entró en Ciudad Rodrigo el ganado -vacuno requisado, que se llevó a la plaza pequeña del pueblo, llamada -plaza de Béjar. - -Como entre aquellos bueyes y vacas mansas había algunos toros bravos de -tierra de Portillo y Salamanca, se consideró indispensable apartar unos -de otros para llevarlos a las dehesas próximas al pueblo. - -Ya separados, a un oficial se le ocurrió la idea de que, para celebrar -la victoria obtenida en Alba de Tormos y el éxito de la requisa, nada -estaría mejor como dar una corrida en la plaza de la ciudad. - -El proyecto levantó un gran entusiasmo en la tropa y en el pueblo; se -pidió permiso al alcalde y al comandante militar, que lo concedieron, y -se comenzaron a hacer preparativos. - -El Empecinado y yo salíamos por aquellos días constantemente al campo y -volvíamos de noche. Al saber el proyecto el Empecinado, se incomodó y -dijo que de ningún modo permitiría que se celebrase la corrida. - -Era don Juan Martín enemigo acérrimo de los toros; creía que este -espectáculo no sólo no fomentaba el valor, sino que acrecentaba la -indiferencia por los dolores ajenos y la cobardía. Entre los liberales -las ideas de don Gaspar Melchor de Jovellanos sobre las corridas -estaban entonces muy en auge. - -Al saber la negativa del general, una comisión formada por militares -y paisanos fué a visitarle a su alojamiento. El Empecinado trató de -disuadirles de que celebraran la corrida; les exhortó, les expuso una -serie de argumentos, pero los paisanos y los soldados quedaron tan -mustios y cariacontecidos, que don Juan Martín, mal de su grado, tuvo -que acceder. - ---Bien, haced lo que queráis--terminó diciendo--; pero a mí no me -invitéis, porque no iré de ningún modo, ni por ningún motivo. - -La comisión escuchó muy seria las palabras de don Juan Martín, lo que -no fué obstáculo para que a la salida marcharan militares y paisanos -bailando de alegría. - -En los días siguientes, el Ayuntamiento, el vecindario y los militares -se dedicaron con gran entusiasmo a cerrar la Plaza Mayor y a construír -gradas dentro de los soportales de la Casa del Consistorio. - -Siguiendo las costumbres de la ciudad, antes de celebrarse la corrida -se rifaron los sitios entre las familias que mandaron construír los -tendidos por su cuenta. - -Había en nuestra columna un nacional de Madrid, Juan López (el -Ochavito), primer espada de alguna nombradía que había toreado en su -juventud con Pepe-Hillo, y un aficionado llamado Isidro García, el -Buñolero. - -Se organizó una cuadrilla completa con espadas, banderilleros y -monosabios. Las señoritas de la ciudad hicieron moñas vistosas con -cintas de sedas de colores y adornaron las banderillas con papeles -rizados. - -El domingo, por la mañana, sería la corrida. Habían enarenado la plaza -y señalado las localidades. Estaba acabado el programa. De los cuatro -toros que se iban a torear, los dos últimos serían de muerte; el -primero de éstos, un becerro de tres años, estaría a cargo del teniente -Gotor, y, el segundo, el más fuerte y de más hierbas, lo mataría el -Ochavito. - -Estaba así dispuesto el programa, cuando se supo que iba a haber un -número nuevo; pues el Capitán Mala Sombra pensaba salir al ruedo a -mancornar el último toro, el del Ochavito: un toro salamanquino de -mucha alzada y potencia. - -Pregunté al Ochavito en qué consistía esto de mancornar. - ---El mancornar--me contestó el espada--es una suerte de vaqueros. Un -hombre puede coger (así decía él) un novillo de tres años; pero a un -toro es imposible sujetarlo. Cuando se trata de coger un toro, se le -debe primero capear, haciéndole sufrir todo el destronque posible, y -cuando se nota que ya está sin fuerzas, lo cual se consigue muy pronto -en sabiendo bien sacarle la capa, va uno y le agarra de la cola; el que -mancornea, al pasar el toro junto a él le coge el pitón derecho con la -mano derecha y, con la izquierda, el pitón del otro lado. Entonces, -a fuerza de pulso, se le vuelve al animal la cabeza y se le echa en -tierra. - -Después de esta explicación pregunté a Juan de Dios a qué se debía esta -humorada de Mala Sombra, y me dijo el sargento que la causa eran los -celos, porque el teniente Gotor galanteaba a la misma muchacha. - -Mala Sombra había buscado la manera de que Pancalieri, el piamontés, -estuviera alojado en casa de su amada, y Pancalieri se había hecho -amigo de la niña y le daba recados de parte de Mala Sombra. - -Conté al Empecinado lo que ocurría, y el general me dijo que fuera a -ver a Mala Sombra y le prohibiera rotundamente salir a la plaza bajo -pena de arresto. - -Fuimos el Chiquet y yo en busca del Capitán Mala Sombra. Nos dijeron -que vivía en la posada del tío Barrueco, pero allí no estaba; después -tuvimos que preguntar casa por casa en el arrabal de San Francisco y -en el del Río, y, al último, lo encontramos en un verdadero palomar -escribiendo febrilmente. - ---Comandante--le dije--, el general ha sabido que piensa usted salir a -la plaza y me envía para que le disuada de ese absurdo proyecto. - ---Por qué. ¿No van a salir otros oficiales y soldados? - ---Sí; pero la suerte que usted intenta ejecutar es más peligrosa. - ---¡Bah! La he hecho otras veces. - ---Dicen que quiere usted mancornar al último toro, el que va a matar el -Ochavito. - ---Cierto. - ---Todos los que entienden de eso dicen que ese toro es de demasiada -alzada y demasiada fuerza para mancornarlo. No haga usted la suerte con -ese toro, sino con otro. - ---No, no; con ese. - ---Comandante--exclamé--, todo el mundo sabe que es usted un valiente: -su fama de valor está bien cimentada desde hace mucho tiempo. Lo -necesitamos a usted. Es usted necesario para la Patria y para la -Libertad. ¿A qué exponer la vida estúpidamente? - ---No puede ser, no puede ser--dijo él--. He dado mi palabra al pueblo. -No puede ser. - -Por más argumentos, por más consideraciones que hice, no conseguí nada. - - - - - IX. - - CONCHITA AGUILAFUENTE - - -LA decisión de Mala Sombra fué durante algunos días el tema de todas -las conversaciones de Ciudad Rodrigo. Su decisión romántica hacía -mucho efecto. Las mujeres tenían gran curiosidad de conocer al paladín -enamorado. Yo sentía curiosidad de ver a la dama de sus pensamientos, y -me la mostraron. Era Conchita Aguilafuente una muchacha de unos diez y -siete años, morena, pálida, de ojos muy negros y muy grandes. No tenía -muy buena fama; se decía de ella que era muy coqueta. Debía ser un -temperamento ardiente. - -Por lo que me dijeron, era de estas mujeres que tienen días en que -se les ve desfallecer, que tan pronto están animadas, con la mirada -brillante, como pálidas y ojerosas; mujeres en que el sexo es como -una llama abrasadora que les consume. Yo la vi cuando iba a misa con -una mantilla negra, que le sentaba maravillosamente; al pasar cerca de -ella el Chiquet y yo le dirigimos unos piropos, y ella nos miró con una -mirada relampagueante. - -La madre, que la acompañaba, era una mujer todavía joven: una jamona de -buen ver que producía grandes entusiasmos en la calle. - ---El pobre Mala Sombra va a tener que bregar más con esta chica que con -el toro del domingo--le dije yo al Chiquet. - -Mi asistente celebró la gracia, porque, como buen catalán, era muy -torero. - -Hubiera dado cualquier cosa porque el domingo hubiera estado lloviendo; -pero, por el contrario, amaneció con un sol espléndido. - -Ya muy de mañana los aldeanos de los contornos comenzaron a acudir al -pueblo y a ocupar las gradas que se habían instalado en la plaza. - -Se hicieron los últimos preparativos, que los dirigió el Buñolero. - -Las cigüeñas, que habían llegado a su nido de la torre municipal días -antes, miraban como preguntándose: ¿Qué extraños preparativos serán -éstos? - -Después de la misa mayor comenzaron a llenarse los balcones de la -plaza. Había una lucida representación de señoras y señoritas, de -caballeros de negro y de militares de uniforme. Estaba aquello de gran -gala. - -El sol era espléndido y los abanicos temblaban en el aire. Yo no quería -presenciar la corrida para hacer causa común con el Empecinado; pero -tenía gran curiosidad de ver lo que hacía Mala Sombra, y también grande -de observar la actitud de Conchita Aguilafuente. - -Estuve en el salón de la casa Ayuntamiento, paseándome arriba y abajo, -mientras la gente se asomaba a los miradores abiertos. - -Una de las señoras que nos había oído hablar a un teniente y a mí de -Conchita me dijo: - ---Ahí está Conchita con su madre y ese italiano que hicieron ustedes -prisionero. - -Miré, y, efectivamente, estaba en un segundo piso de la Plaza Mayor, en -la casa de un comerciante, en compañía de su madre y de Pancalieri. - -Como yo siempre he tenido una tendencia estratégica, recordé que en -la casa del Ayuntamiento había un depósito de papeles del Archivo que -tenía una ventana que daba muy cerca del balcón donde estaba Conchita. - -Le pedí al portero que me abriese la puerta de aquel cuarto. - ---No va usted a ver nada, don Eugenio--me dijo él. - ---No importa--le contesté--, quiero ver el público. - -El portero me abrió y yo pasé adentro. - -Me asomé a la ventana. A una corta distancia se veía el balcón en donde -estaban Conchita, su madre y Pancalieri. Se veía además parte del -interior de la habitación, que era una sala de pueblo con un espejo, -una consola y unas sillas de damasco. La Conchita coqueteaba con -Pancalieri de una manera disimulada. - ---¡Demonio! ¡Qué descubrimiento!--me dije--. Este granuja de italiano -se la está pegando de una manera ignominiosa al pobre Mala Sombra. - -Comenzó la música, y poco después la corrida. De cuando en cuando -sonaba un ¡ah! de emoción que se levantaba en el aire. Era, sin duda, -en el momento en que algún torero estaba expuesto a ser cogido. - -Cuando terminó el primer toro fuí al salón y me acerqué a la gente. -Algunas personas, sin duda de nervios fuertes, encontraban que la -corrida tenía pocas emociones y que aquellos becerretes no valía la -pena de torearlos. - -Al comenzar de nuevo la brega volví a mi observatorio. - -El segundo toro dió poco juego. En el tercero la expectación se -acentuó. Iba a matar el teniente Gotor. - -Miré al balcón de Conchita. Ella estaba encendida. Pancalieri, con un -aspecto cínico y sonriente. Ella aprovechaba las ocasiones de frotarse -con él, y se estrechaban las manos sin que la madre les viera. - -A veces ella entraba en la sala y se besaban, y estaban largo rato con -los labios unidos. El forcejeaba con ella, y ella se escapaba de sus -brazos y volvía a salir al balcón encendida y con un aire compungido. - -La faena del teniente Gotor debió de ser brillante, a juzgar por la -tempestad de aplausos y de bravos que estalló en la plaza. - -Concluyó el tercer toro y salí de mi cuartucho. En el intermedio -Conchita y Pancalieri, comprendiendo que la curiosidad del público se -desviaba de la plaza para explorar los balcones, se separaron uno de -otro y tomaron un aire de indiferencia. - -Cuando comenzó el último toro, el Chiquet me agarró del brazo y me dijo: - ---Venga usted, mi teniente. - -Como tenía gran curiosidad me dejé llevar. Hubiera dado cualquier cosa -porque la fiesta hubiese terminado. El último toro era grande, negro, -con una cornamenta larga y afilada. Perseguía furioso a quien se ponía -frente a él. El público vociferaba entusiasmado; los toreros apenas se -atrevían a acercarse al animal. Únicamente el Ochavito y el Buñolero se -plantaban delante y le daban recortes con la capa. A fuerza de estos -lances el animal pareció cansarse, y en un momento que se paró el -Buñolero le agarró de la cola. - -Entonces se vió a Mala Sombra que avanzaba con el Ochavito, -acercándose al toro. En un momento se agarró con presteza a las astas, -cuadrándose de pechos ante la fiera. El hombre y el toro quedaron -inmóviles; el hombre empujó la cabeza del animal por las puntas, la -bestia alzó el hocico, y entonces el hombre metió el hombro por debajo -de la barba del animal, y de un empujón lo tumbó al suelo, le puso el -pie en el hocico y lo sujetó así. - -Hubo una tempestad de aplausos. El Capitán Mala Sombra miró entonces -al sitio donde estaba su amada. ¿Qué vió? No sé. Quizá comprendió -rápidamente lo que pasaba entre Conchita y Pancalieri; el caso fué -que el capitán soltó el pie, el toro se levantó de improviso, dió un -topetazo con el cuerno en mitad del pecho al capitán y pasó por encima -de él. - -Después se vió al capitán erguirse un momento echando sangre a -borbotones por la boca, y luego caer desplomado. - -Hubo un momento de pánico entre los toreros. - -El público aúllaba como una mujer loca, y salía de él un largo y enorme -alarido. Algunos querían escapar, pero la mayoría estaba anhelante de -angustia, de curiosidad y de pasión. - ---¡Calma!, ¡calma!--dijo el Ochavito. - ---Esperaos, que ahora viene lo bueno--gritó el Buñolero, como si el -espectáculo de la muerte no le afectase lo más mínimo. - -El Ochavito y el Buñolero metieron sus capotes y jugaron con el toro, -mientras dos alguaciles recogían el muerto. - -Algunos pidieron a gritos a la presidencia que terminara la corrida y -retiraran al toro, pero esto no era fácil, ni mucho menos. - ---Dejadlo--dijo el Ochavito--, yo lo mataré. - -El Ochavito y el Buñolero fueron llevando al toro hasta un ángulo de -la plaza. El Ochavito dió unos pases de muleta mientras el Buñolero le -ayudaba con el capote. - ---Échale un poco más allá--decía el Ochavito--. Bueno, bueno; ya está. - -Después de algunos vanos intentos, cuando le tuvo a su gusto el -Ochavito, se cuadró, y de una estocada como un rayo dejó al toro muerto. - -El Buñolero se acercó con una bayoneta en la mano y le dió la puntilla. - -La gente, olvidada ya del capitán, comenzó a aplaudir y a gritar. -El público fué despejando la plaza; marchaban las mujeres llevando -lágrimas en los ojos. - -Conchita y Pancalieri se habían retirado del balcón. Me acerqué yo al -sitio donde había muerto Mala Sombra, y en este momento vi salir a -Conchita con su madre. Tenía una palidez de espectro, los ojos rojos, -como de haber llorado, y la boca con un rictus de amargura. - - - - - X. - - PANCALIERI - - -EN la casa del Capitán Mala Sombra estaba expuesto su cadáver. - -Había llegado su madre, una vieja campesina de un pueblo próximo, y -lloraba rodeada de las mujeres de la vecindad. - -Estuvimos allí todos los oficiales de la guarnición, comenzando por -el Empecinado; se encontraban también los dos italianos, Corti y -Pancalieri. Pancalieri estaba triste y cariacontecido. - ---¡Qué _folia_!--me dijo--. Este hombre se ha matado. - ---Sí; mientras usted abrazaba a su novia él se ha matado por ella--le -dije yo, en voz baja. - ---_¡Ma ché!_ No. Sería demasiado idiota. - ---Pues no le quepa a usted duda. Los que le han visto de frente me han -dicho que al levantar la mirada al balcón donde estaban ustedes se le -demudó el rostro, y entonces dejó de sostener la cabeza del toro y se -dejó matar. - ---¡Ah _povero_! ¿Pero usted cree que se habrá matado por ella? - ---Sí. - ---¿Por la _signorina_ Conchita? - ---Sí. - ---¡Oh, no! _¡Maché!_ ¡Qué _folia_! _Questa signorina_ está bien para -pasar el rato _ma_ nada más. - ---Amigo--le dije yo--, esa muchacha que para usted no sirve mas que -para pasar el rato, para este pobre hombre, era toda la vida... - -Y mientras decía esto, la mirada de Mala Sombra, terrible y trágica, -parecía confirmar mis palabras. - - - - - XI. - - FINAL - - -HABÍA concluído de hablar Aviraneta, y repantigado en la butaca miraba -el humo de su cigarro, que se elevaba en volutas en el aire. - ---¿Y qué fué de la Conchita?--dije yo. - ---Me dijeron muchos años después que se había casado. - ---¿Con Pancalieri? - ---No. - ---Quizá con Gotor, el rival de Mala Sombra. - ---Tampoco. Se casó con un propietario rico de Zamora. - ---¿Y no tenía nada que ver con Pancalieri? - ---No sé. El que me habló de ella aseguraba que el hijo primero de -Conchita era el vivo retrato del italiano. Es posible que fuera -verdad, es posible que no. Vete a saber... - - * * * * * - ---Es usted admirable, don Eugenio--le dije--todavía le quedan a usted -historias en el zurrón. - ---Qué quieres. Los hombres de mi tiempo no leíamos tantas novelas como -los de ahora. Buenas o malas, las hacíamos en la vida. - -Y Aviraneta se levantó, se frotó las manos y comenzó a pasearse por mi -despacho, mirándolo todo con su aire perspicaz y agudo de fuina. - - Madrid, marzo, 1917. - - - - - EL NIÑO DE BAZA - - -OTRO día paseábamos por el Retiro Aviraneta y yo, y hablábamos de los -prestigios políticos de nuestro país, cuando don Eugenio me dijo: -Varias veces me he asombrado yo, al leer en las historias que se -publican de mi tiempo, cómo muchos hombres de talento y de energía han -quedado obscurecidos, y cómo, en cambio, otros, vulgares y adocenados, -han tenido el relieve de primeras figuras. Yo, jamás hubiera pensado, -por ejemplo, que mi amigo don Bernardo Borja Tarrius fuera hombre -que pasara por la vida sin dejar el menor rastro, ni el más pequeño -recuerdo. - -Borja Tarrius era para mí, al menos, un sabio. Conocía seis o siete -idiomas a la perfección; tenía una memoria prodigiosa; había viajado -mucho y leído más. Era una enciclopedia viviente. Como muchos hombres -del tiempo, sentía una gran inclinación por la economía política, -y estaba afiliado a la escuela de Jeremías Bentham. Vivía de dar -lecciones, porque, a pesar de su talento, no encontró nunca protección -oficial. - -A Borja Tarrius le conocí la primera vez en Madrid, en una logia, antes -del movimiento de Riego de 1820. Su inteligencia y su sensatez eran -reconocidas por todo el mundo. - -Por esta época, Borja Tarrius y don José María de Larreategui, que era -el comisario de Guerra de la división del Empecinado, me llevaron a -casa del brigadier Palarea para ver si nos poníamos de acuerdo en el -movimiento revolucionario. - -No llegamos a nada en esta conferencia. - -Tres o cuatro años más tarde encontré a Borja en Gibraltar. Llegaba yo -a esta plaza huyendo de Algeciras, como te he contado, y me metí en una -posada, en donde se comía mal y se dormía en el suelo, pues no había -camas. - -En esta posada se encontraban don Bernardo Borja Tarrius y el diputado -por Córdoba don José Moreno Guerra. Al verme, me acogieron los dos -con amabilidad y formamos un grupo para comer. Era difícil ver -juntos dos tipos tan diferentes como Borja y Moreno. Los dos tenían -aproximadamente la misma edad, de cuarenta a cincuenta años. Borja -Tarrius era un hombre grueso, rubio, pacífico, calvo y con patillas; -Moreno Guerra, alto, huesudo, cetrino, con un hablar gutural; Borja -Tarrius tenía el aire de un holandés flemático; Moreno Guerra era un -moro. - -En sus ideas se notaba una parecida divergencia. Borja se mostraba -siempre equilibrado, siempre sereno, como la sensatez personificada; -Moreno Guerra se caracterizaba por sus extravagancias. Era este hombre -de sorpresas, osado, y al mismo tiempo cobarde, inteligente, y al poco -rato, necio, amable y sin transición soez. Asiduo lector de Maquiavelo, -de los libros del famoso florentín quería sacar consejos para la -práctica política española. Entre sus muchos proyectos absurdos, Moreno -Guerra había tenido la idea de hacer de Cádiz una ciudad republicana -independiente, a estilo de Hamburgo y Brema. - -Reunido con Moreno Guerra y Borja Tarrius, iba pasando mal que bien -el tiempo en la posada gibraltareña, cuando un día, instigados por el -diputado andaluz, que estaba enfermo del hígado, salimos él, Borja y yo -a respirar el aire libre. Hacía un calor sofocante. Al cuarto de hora -de nuestro paseo se nos presentaron tres policías y nos pidieron la -boleta de residencia. - -No la teníamos y tuvimos que confesarlo. - ---Bueno, vengan ustedes--nos dijo el jefe de los policías. Les -seguimos, nos llevaron al muelle y nos dejaron allí como si quisieran -dedicarnos a la contemplación y al estudio de la bahía de Algeciras. - -Había en el muelle grupos de españoles que se lamentaban porque no -tenían qué comer ni qué beber. El sol daba de plano, y el calor era -insufrible. - -Los marineros de los barcos mercantes del puerto trajeron baldes de -agua para aplacar la sed de la gente; pero no bastaba el agua que -acarreaban para tantos. - -Llegó la noche y refrescó mucho. Yo no quería dormirme, por miedo a -enfriarme, y me senté sobre una estera y apoyé la espalda en un cañón -empotrado en el suelo, que servía para amarrar los cables. Encendí -un cigarro y me puse a reflexionar mientras contemplaba las luces de -Algeciras. - ---¿Qué voy a hacer?--pensé--. Mucha de esta gente quiere ir a -Inglaterra; pero van a andar muy mal; aquí habrá que esperar el -barco...; luego, allá, hasta que se pueda vivir, se tardará un tanto; -la cuestión sería ir a un sitio próximo y esperar una semana o dos -hasta que esto se desocupara... - -Estaba discurriendo así, cuando oí a mi lado hablar de Tánger en voz -baja. - ---¡Tánger! Esta sería una solución--me dije a mí mismo, y decidí ir -a la ciudad africana. Pensé todas las eventualidades posibles y me -pareció la mejor la de Tánger. - -Amaneció, y vi en el muelle solos a Borja Tarrius, a Moreno Guerra y a -dos hombres que no conocía; uno de ellos, el más joven, con uniforme de -miliciano nacional. - -La demás gente se había metido en los buques mercantes que había en el -puerto y en un barracón del muelle. - -Les dije a Borja Tarrius y a Moreno Guerra lo que había pensado. - ---¿No sería mejor ir a Marsella o a Londres?--me preguntó Moreno Guerra. - ---¡Ah, si se encontrara barco en seguida, sí!; pero como puede suceder -muy bien que no se encuentre barco y haya que pasarse cinco o seis días -aquí en el muelle, yo prefiero ir a Tánger y esperar allí. - ---Es verdad, tiene usted razón--dijo Borja Tarrius--. Es una idea buena. - ---Así, ¿qué les parece a ustedes la idea, aceptable? - ---Sí, sí. - ---Bueno, pues yo voy a ver si encuentro una lancha. - -Me entendí con un patrón inglés, que me pidió diez duros por el pasaje, -y me volví al sitio de los amigos. Estos me dijeron que venían con -nosotros el miliciano nacional y su padre, que había pasado la noche en -el muelle a nuestro lado. - ---Bueno--dije yo--. Está bien. ¿Usted les conoce?--le pregunté a Moreno -Guerra. - ---Sí. - ---¿Quiénes son? El viejo parece gitano. - ---Lo es. Son de Baza, padre e hijo. Al padre le llaman el _Esquilaor_, -y al hijo, el Niño de Baza. El padre va convencido de que su hijo -va a hacer mucha suerte en Africa, porque tiene una piedra imán la -_bar lachí_, como dicen ellos. La historia de estos es curiosa. El -_Esquilaor_, que ha sido un buen mozo, le hizo un chico a una muchacha -de Baza, y ella no se quiso casar con él. - ---¡Qué extraño! ¡Ella! - ---Sí, ella dijo que no, que no se casaba, que él quería vivir a su -costa, y que no. Y así está en la casa el _Esquilaor_ como criado. - ---¿Y el Niño de Baza es el hijo? - ---Sí, un chico mimado, voluntarioso. Ha sido estudiante de cura. - -Les observé con atención. - -El padre era un hombre muy flaco, muy negro, con los ojos verdes, -obscuros; el hijo era muy parecido al padre, con un gran fulgor en la -mirada. - -Bajamos los cinco por la escalera del muelle a la lancha, y nos fuimos -acomodando. - -Antes de salir le dije yo a Borja Tarrius: - ---Somos seis con el patrón. Como es posible que nos encontremos con -algún barco en el Estrecho que quiera detenernos, lo mejor es que en -esta corta travesía mande uno solo. Las vacilaciones son lo peor en -estos casos. ¿Quiere usted mandar como jefe de nuestra barca, Borja? - ---No, no, Aviraneta. Mande usted. - ---Sí, mande usted--dijo Moreno Guerra. - ---Bueno. - -Se lo advertí al patrón, y éste dijo que estaba bien, y añadió que la -medida era muy prudente, porque en el mar no había que andarse con -dudas sino decidir las cosas pronto. - -Salimos, se largó la vela, fuimos pasando por delante de la ciudad de -Algeciras y de la isla Verde, hasta divisar la costa de Africa. - -El día estaba espléndido. - -El Niño de Baza, al poco rato de salir, escogió el mejor sitio y se -tendió. Estorbaba un poco para la maniobra. - ---¡Eh, tú!--le dije yo. - ---¿Qué hay? - ---Estás estorbando. Aquí no se duerme. - ---Ez que mi niño, zabe uzté, ze marea...--dijo el padre. - ---No ha tenido tiempo de marearse; que se ponga como todo el mundo y -esté atento, por si se le tiene que mandar algo. - ---¿Y uzté por qué me tiene que mandá a mi?--dijo el gitanillo. - ---Porque sí; aquí mando yo, y, si no estás conforme, ahora mismo -tocaremos en tierra y te dejaremos en ella, si es que no te pego un -puntapié y te tiro al mar. - -Hubo un fulgor en los ojos del Niño de Baza. - -El viejo gitano comenzó a hacerme reflexiones y a adularme, con la -clásica desvergüenza de la raza. Moreno Guerra celebraba sus frases y -le contestaba algo en caló. - -En cinco horas llegamos frente a Tánger y se detuvo la lancha. Unas -cuantas barcas y botecillos se nos acercaron con moros y cristianos, -vestidos con harapos de colores, y se puso toda aquella gente a hablar -y a chillar en una algarabía infernal. En esto nos atracó una lancha, -con dos remeros negros y tres moros limpios, y uno de ellos nos -preguntó en chapurrado: - ---¿Qué son ustedes? - ---Españoles. - ---¿De dónde vienen? - ---De Gibraltar. - ---¿Traen ustedes pasaporte? - ---No. - ---Pues no pueden ustedes entrar. - ---¿No se podría avisar al cónsul de España? - ---¿Qué quiere usted avisarle? - ---Que aquí hay un diputado español, que viene fugitivo, que quisiera -entrar en Tánger, y un médico. - ---¡Tebib! ¡Tebib!--dijeron los moros. - ---Bueno. Esperen ustedes. Le avisaré al vicecónsul. El capitán del -puerto y este moro del rey--y nos mostró uno de sus dos compañeros--les -vigilarán. - -Estuvimos una hora con un sol de fuego, hasta que apareció un europeo, -el vicecónsul, en compañía de tres moros fastuosos, vestidos de blanco. -El vicecónsul preguntó por el diputado; se destacó Moreno Guerra -y hablaron los dos. El vicecónsul era un siciliano, y los moros, -empleados subalternos del gobernador de la plaza. - -Como Moreno Guerra era tan moro como los otros, con sus ademanes y sus -gestos les convenció y se decidió que fuéramos todos a tierra. Les dijo -que Borja Tarrius era un gran médico. - -Nos acercamos a la playa, y después nos agarró a cada uno un negrazo de -aquellos, y, atravesando el fango del arenal, nos dejó en tierra firme. - ---Vamos a casa del gobernador--nos dijo el vicecónsul. - -El gitano y su hijo se escabulleron sin saludarnos. - -Marchamos por una callejuela, tropezando a cada paso con burros -cargados y seguidos por moros, que gritaban: ¡Balac! ¡Balac! -Atravesamos el zoco, y llegamos a un viejo caserón destartalado; -pasamos dos patios, y, en una sala que daba a un hermoso huerto, -vimos al gobernador, o caid, sentado en el suelo y apoyado en unos -almohadones. Era un viejo de aire respetable; le saludamos, nos invitó -a sentarnos y nos trajeron unas tazas pequeñas de café sin azúcar, -dulces y bollos. - -Habló Moreno Guerra con su aire de santón, y el caid inclinó varias -veces la cabeza, como diciendo que estaba conforme. - -Salimos de nuevo a la calle, le dimos las gracias al vicecónsul y le -preguntamos dónde podríamos alojarnos. - ---Aquí no hay fondas ni posadas--nos dijo--donde se esté bien. Algunos -franceses e italianos tienen huéspedes, pero los explotan. Los -contrabandistas españoles suelen meterse en sus rincones, donde no se -puede vivir. Aquí tendrán ustedes que dirigirse a los judíos. - ---Sí, pero nosotros no conocemos a nadie... - ---Bien, yo preguntaré. - -El vicecónsul fué a ver al rabino Samuel Silva, le explicó el asunto, -y el rabino le encaminó a casa de la señora de Toledano, viuda de un -comerciante, que vivía con cuatro hijas y dos criadas. - -Fuimos a ver a la viuda de Toledano, y nos encontramos con que hablaba -muy bien el español. - -Se llamaba esta mujer Mesoda Ben Asayag y era viuda de un comerciante -al por menor, también judío. - -El vicecónsul le indicó lo que pretendíamos, y la viuda aceptó; dijo -que tenía en la casa la planta baja desocupada, con cuatro cuartos -bastante grandes, y que viéramos si nos acomodaba. - ---Vamos allá--dije yo. - -Nos enseñó las habitaciones, anchas y limpias. - ---Esto está muy bien--le dijimos--. Pónganos usted una cama en cada -cuarto, y en el otro una mesa y unas cuantas sillas. - -Dijo que lo arreglaría en seguida, nos explicó qué comida nos iba a -dar, y añadió que nos llevaría dos pesetas por cada uno. - -Dimos las gracias más efusivas al vicecónsul, por habernos llevado -allá, y el hombre nos indicó que contáramos con él para lo que -necesitáramos y que, después de comer, fuéramos a su casa a pasar el -rato. - -A las cinco de la tarde una criada nos avisó para que subiéramos a -comer. Subimos y encontramos la mesa puesta; el mantel limpio, platos -de loza de color y cubiertos de madera. En vez de sillas, había bancos. -Entró la señora de Toledano con sus cuatro hijas, de muy modesto -porte y muy bonitas. Hablaban todas el castellano con un acento medio -andaluz, pronunciando las eses como zedas, un acento que no dejaba de -tener gracia. - -La mayor tendría unos veinte años, y la menor, unos catorce. Todas eran -morenas, menos la segunda, Sara, que era rubia, casi pelirroja. Las -saludamos amablemente. La madre se sentó con dos de sus hijas a un lado -y dos al otro, y nosotros en lo restante de la mesa. - -Después de comer fuimos a ver al vicecónsul, hombre abierto de genio, -que tenía una familia numerosa muy simpática, y nos dió una porción -de indicaciones concernientes a las costumbres que había que seguir -allí. Le pedimos un poco de papel, nos lo dió y volvimos a casa. -Conferenciamos con la señora de Toledano acerca de la manera de tener -luz; nos trajo un velón de cuatro mecheros, enviamos a la criada -por aceite, encendimos el velón, lo pusimos encima de la mesa y nos -sentamos alrededor. - -Borja Tarrius estaba contento. - ---Creo que en Tánger podemos pasarlo bien y muy barato--dijo--, y habrá -cosas curiosas que ver. - -Moreno Guerra estaba taciturno. - ---¿Qué le pasa a usted?--le dije. - ---Esto es una cartuja--exclamó él--; aquí no va a haber con quién -hablar. ¡Luego estas calles sucias, con estos moros asquerosos! - -Me indignó tan importuna queja y no dije nada. - -A las nueve nos volvieron a llamar para comer, y tomamos té con -hierbabuena, pan y manteca. - -Le pregunté a la dueña cuándo se podría escribir a Gibraltar, y me -dijo que tuviera la carta preparada para las diez de la mañana del día -siguiente. - -Escribí a la posada de Gibraltar en donde habíamos estado Borja -Tarrius, Moreno Guerra y yo, pidiendo al amo que nos mandara la cuenta, -diciéndole que yo había dejado allí una maleta y una manta, y que si -se recibía una carta para mí, la enviara a Tánger. - -Al día siguiente, por la mañana, le di la carta a la dueña y fuí a -llamar a Borja Tarrius y a Moreno Guerra; ninguno de los dos había -dormido, preocupados, sin duda, con el porvenir. - -Por la tarde anduve yo por la ciudad; vi el Zoco, la Alcazaba, y salí -por las afueras a pasear por el Marshan. Al volver me encontré con -Borja y Moreno, que charlaban en el cuarto, y, por la noche, la dueña -me trajo contestación a mi carta de Gibraltar. Según decía el posadero -seguía allí la aglomeración, y no se sabía qué hacer con los emigrados. - -Fuimos a cenar. Moreno Guerra estaba tan alicaído que la dueña le -preguntó: - ---¿Está usted malo? - ---Sí. Más malo de espíritu que de cuerpo. Me falta la vida, las -amistades, la sociedad... No sé si me podré acostumbrar al trato de -estos moros. - ---¡Y qué diría usted--dijo la viuda de Toledano--si viviese bajo la -condición que vivimos nosotros los hebreos! Nos insultan, nos apedrean, -nos tiran lodo a la cara, y, como no tenemos autoridades ni cónsules, -nos callamos. - -Moreno Guerra se encogió de hombros. Parecía mentira que un hombre tan -grandón, que tenía fama en España de valiente y atrevido, fuera tan -pusilánime y tan blando. - ---No hay que acobardarse--repuso la señora de Toledano--. Si se mete -usted en esa habitación de abajo, en la obscuridad, sin ver a nadie, le -entrará a usted la melancolía. Suba usted al cuarto donde trabajamos -mis hijas y yo, y allí hablaremos. - ---Tiene usted razón, señora--dijo Borja Tarrius--; no hay que apocarse. -En Tánger hemos sido recibidos con una caridad y un afecto que -agradecemos en el fondo del alma; estamos perfectamente hospedados y -mantenidos: no podemos desear más. Ahora, a mi amigo Moreno Guerra le -sucede que ha vivido en esta última época en un ajetreo constante y en -una constante inquietud, y al venir aquí a esta soledad queda aplastado. - ---Si lo comprendo--dijo Mesoda--; por eso le digo que suba al taller -donde trabajamos nosotras, para entretenerse; suele venir el rabino de -Tánger a visitarnos, y como es un hombre culto hablará con ustedes. - -Fuimos al taller y charlamos, mientras las chicas y la madre y dos o -tres aprendizas trabajan en bordar con sedas de oro y plata babuchas, -bolsas para dinero, cinturones, arneses de caballo, etc. - -Borja Tarrius, curioso por todo cuanto fuera industria, hizo a Mesoda -y a sus hijas una serie de preguntas acerca de cómo trabajaban y dónde -vendían sus productos. - ---En general se venden en Gibraltar, y los llevan a Túnez, a Trípoli, -a Fez, y pasan por bordados hechos por moras--contestó la señora -Toledano. - -Borja Tarrius que sabía mucho, examinó los bordados y dijo primero que -el dibujo era un tanto defectuoso, y después indicó a Mesoda y a sus -hijas que perdían mucho tiempo haciendo cada una todas las labores -que exigía un bolso, o una babucha; que debían hacer la división del -trabajo: una cortar, otra coser, otra bordar, etc., etc. - -Para demostrar su tesis, explicó con toda clase de detalles cómo se -fabricaban los alfileres en las fábricas de Europa. - -Como hablaba con tanta persuasión, las convenció. - -Al día siguiente se hizo la prueba de la división del trabajo, y, -efectivamente, se produjo casi el doble. - -La señora de Toledano estaba maravillada. - -Mientras trabajaban las bordadoras, Borja Tarrius les habló de la -historia de Tánger y de Cartago, y del pueblo judío, y nos tuvo a todos -entretenidos. - -Al cuarto día de estar en Tánger apareció en casa el Niño de Baza. -Venía bien vestido, limpio y perfilado. Era un muchacho guapo. Tenía -el tipo del andaluz bonito, una cara de medalla romana y los ojos de -gitano. Me dijo con mucha zalamería que le perdonara si había estado -grosero en la barca, pero era que se encontraba entonces cansado, -enfermo, sin dormir. Se había quedado solo en Tánger; su padre había -marchado a España, y él andaba buscando un sitio donde trabajar. - -Las chicas de casa le vieron al entrar y salir. - ---¿Quién es ese muchacho?--me preguntaron Sara y Rebeca. - -Yo le dije a Mesoda: - ---No he querido traer a ese joven aquí, donde hay tantas muchachas. No -vaya a ser un gavilán entre palomas. - ---Pues ¿qué ha hecho? - -Le dije que me parecía un muchacho violento, vengativo, que su padre -era gitano... - -Nada de esto le parecía muy grave a Mesoda. - ---Si a usted no le importa, por mí puede venir a casa. - ---¡Ah! Pues que venga. - -Al día siguiente volvió a presentarse el Niño de Baza. - ---Bueno--le dije yo--, con estas chicas, nada. - ---No tenga usted cuidado. - ---Ya sabemos que eres irresistible. - ---No tanto, don Eugenio. - -El Niño de Baza no comprendía la ironía, afortunadamente para él. - -Este mismo día apareció el rabino de Tánger, el señor Samuel Silva, -en casa de Mesoda, y hablaron él y Borja Tarrius. El rabino llevó la -conversación a cuestiones de historia bíblica, donde se consideraba, -sin duda, fuerte; pero Borja Tarrius sabía de esto mucho y le hizo unas -observaciones al rabino sobre el libro de Esdras y el de Job, y el -_Eclesiastés_, que quedó el hombre asombrado. Yo, como no he leído la -Biblia, porque, la verdad, me ha aburrido desde el comienzo, no seguí -la discusión en todos sus detalles. - -Mientrastanto, el Niño de Baza cambiaba unas miradas incendiarias con -las chicas, que se reían y coqueteaban con él. Sobre todo, Sara, la -roja, era una mujer de cuidado. - -Los días siguientes, desde la mañana hasta la noche, los pasamos en -el taller de Mesoda, Moreno Guerra, Borja, el Niño de Baza y yo; -ayudábamos a las muchachas a cortar el cuero de tafilete, a preparar -las agujas, los hilos de seda de oro y plata y a pulimentarlos con -colmillos de jabalí. - -Borja Tarrius pidió al vicecónsul un diccionario viejo de antigüedades, -con un atlas, que había visto en su casa. El vicecónsul se lo prestó -y Borja estuvo tomando notas e hizo una porción de modelos con nuevos -adornos y nuevas grecas. Dibujó hasta diez modelos. Se hicieron éstos, -unos más complicados, otros menos, y se enviaron a Gibraltar con sus -precios respectivos. - -En cada bolsillo se venía a sacar tres pesetas de beneficio, según el -cálculo de Borja Tarrius. - -Días después, el hijo de Mesoda envió cuarenta duros; había vendido los -diez bolsillos inmediatamente a un comerciante de Argel, que le encargó -veinte docenas más de la misma clase en dos remesas. Los que se le -enviaron los vendió a cinco duros. En cada uno se ganaron trece pesetas. - -Mesoda y sus hijas estaban locas de contento. Las chicas llamaban papá -a Borja Tarrius, y pensaban en arreglar la casa y en hacer viajes. - -Cuando se mitigó la alegría, Mesoda dijo a Tarrius: - ---¿Qué hacemos? Usted disponga. - ---¿Usted tiene dinero? - ---Sí. - ---Vamos a hacer el presupuesto para los doscientos cuarenta bolsos. - -Borja Tarrius tomó un papel e hizo una porción de números. - ---Se necesitan unos cincuenta duros de material--dijo. - ---¿Nada más? - ---¿Le parece a usted poco? ¿Los tiene usted? - ---Sí, sí. - ---¿No habrá dificultad en adquirirlo? - ---Ninguna. - ---Después, lo que se necesita son cuatro o cinco obreras. ¿Habrá aquí -buenas bordadoras? - ---Sí, pero cobran mucho. - ---¿Pues, cuánto cobran? - ---Seis y siete reales al día. - ---¡Bah! Eso no es nada. Se puede pagar el doble. - ---¿Y si se enteran y copian los dibujos de los bordados? - ---No; no tienen tiempo. Usted les dice que es un encargo que ustedes -tienen y les da los bolsillos ya dibujados. - -Al día siguiente se compró el material y comenzó a cortarse el -tafilete. Tarrius tenía la alta dirección. Moreno Guerra y yo -calcábamos los dibujos, los agujereábamos con un alfiler y, después, -con una muñequita llena con polvo de carbón, estampábamos y -perfeccionábamos los dibujos con lápiz. - -Al día siguiente Mesoda trajo cinco obreras judías, que las llevó a la -sala del piso bajo, que antes ocupábamos nosotros. - -Moreno Guerra y yo seguimos dibujando; el Niño de Baza cortaba; Agar y -Raquel, la hija mayor y la pequeña, cosían, y Sara y Esther quedaron al -frente del bordado. Las nuevas obreras eran mejores trabajadoras que -las de casa. - -Se envió la primera remesa a Gibraltar y llegó el dinero en seguida. -Cerca de quinientos duros. La viuda de Toledano quedó loca de contenta. -Quería dar dinero a Tarrius, pero le dolía desprenderse de él. Le -hacía continuas zalamerías. ¡Era tan bueno! Sus hijas y ella no se -olvidarían nunca de lo que había hecho en su obsequio. - -Mesoda tenía la angustia de ganar, y no se preocupaba de nada más. - -Yo veía al Niño de Baza que intimaba mucho con Sara la roja, pero -también lo veía la madre y parecía que no daba importancia a la cosa. -A Borja Tarrius le llegaban enfermos que iban a consultarle. Borja se -limitaba a recomendar prácticas higiénicas. - -Llevábamos veinte días en Tánger, cuando recibí una carta de un señor -Gargollo, representante de mi tío Ibargoyen, el mejicano. A este -Gargollo le había escrito yo al llegar a Gibraltar. Me decía que había -girado a mi nombre a esta plaza cinco mil pesetas a la casa de Banca -de Benolié y Compañía, y que al mismo tiempo me recomendaba a este -banquero. Le escribí al señor Benolié diciéndole dónde estaba, y a -los dos o tres días apareció en mi casa un judío viejo, con un aire -muy venerable, a ofrecerme de parte de Benolié lo que necesitara. Se -llamaba este judío Samuel Lione. - -La patrona mía se quedó maravillada; dijo que Samuel era el hombre más -rico de Tánger, y que cuando iba a Fez visitaba al Sultán. - -Debíamos ser nosotros gente de una gran importancia cuando Samuel Lione -venía a nuestra casa. - -Pregunté qué era, y la señora de Toledano dijo que era banquero y -tratante de esclavos. - ---¿Y gana mucho con esto? - ---Muchísimo. Todos los años manda una o dos caravanas a Tumbuctu, en -las que ganará muchos miles de duros. - -El Niño de Baza oyó esto con los ojos brillantes. - -Al día siguiente me dijo: - ---Oiga usted, don Eugenio. - ---¿Qué hay? - ---No va usted a visitar a ese viejo judío Samuel? - ---Pues, ¿por qué? - ---Porque si va usted, yo quisiera acompañarle. - ---¿Para qué? - ---Para ir en una caravana a comprar esclavos. - -Me quedé asombrado. - ---Bueno, bueno. Ven mañana por la mañana y le visitaremos. - -Al día siguiente se presentó el Niño de Baza muy elegante y atildado; -yo me vestí, y con un chico de la vecindad fuimos a casa de Samuel. - -La casa era de aspecto más humilde que la de Mesoda. Nos recibió el -señor Samuel en un despacho muy mísero de la planta baja, con grandes -saludos y zalemas, y nos hizo sentarnos. Este Shylock hablaba de una -manera balbuceante y lacrimosa. Nuestra santa nación, nuestra tribu, el -patriarca Abraham estaban a cada momento en su boca. Durante su charla -se interrumpía para dar una indicación a dos escribientes que tenía, -los dos, sin duda, judíos, de cara atormentada y labios gruesos. - -Le avisaron para almorzar, y yo me levanté con intención de marcharme; -pero Samuel me agarró de la mano. - ---No, no; venid--me dijo--; que venga con vos este joven cristiano; -comeréis conmigo, la miseria que uno tiene. - -Subimos una escalera estrecha y llegamos a un comedorcito pequeño que -daba a un patio, con una puerta, lleno de macetas con flores. Estaban -en el comedor la mujer y una hermana de Samuel, dos hijas de unos -cincuenta años, un hijo y una porción de nietos, entre los cuales había -una muchachita de unos diez y siete o diez y ocho años, muy bonita. - -Entre todas estas caras judaicas había el tipo correcto y muy perfilado -y el tipo un poco repulsivo del judío narigudo, con los labios gruesos -y abultados y los ojos pequeños. - -Había en toda la casa un olor a cerrado y al mismo tiempo a estoraque, -o alguna otra cosa aromática, que no me hizo ninguna gracia. - -Sirvieron el almuerzo, que consistió en té con leche, tostadas con -manteca, miel y un líquido dulce, con gusto a naranja. En lugar de pan, -nos dieron unas tortas redondas y muy delgadas, sin sal. - -El Niño de Baza estuvo de conquistador con la nieta de Samuel. Sabía -que la chica era rica, y preparó en seguida sus baterías. - -Después de almorzar volvimos de nuevo al despacho y hablamos. - ---No creáis que tengo una fortuna grande...--nos dijo Samuel Lione--. -No, no..., una pequeñez, un mediano pasar. No hagáis caso de lo que os -digan en Tánger acerca de mí. No, no. ¡Por el patriarca Abraham! ¡Qué -más quisiera yo! - -Le dije que no me habían hablado de él en Tánger, y que había ido -a verle para saludarle y para presentarle aquel joven español que, -habiendo oído hablar de que él organizaba caravanas al centro de -Africa, quería ir en una de ellas. - -Samuel Lione sonrió al Niño de Baza y le alabó su afición al comercio. -Después nos explicó sus negocios. Se dedicaba principalmente a la trata -de esclavos, que compraba en Tumbuctu, y a veces en el Sudán. - -En Fez, en Mezquínez y en Marrakech tenía depósitos de esclavos. Nos -dijo que él proveía al sultán y a los principales magnates del imperio -de esclavas negras para los harenes, que hacía venir del interior de -Africa; negras que eran de una raza especial muy fea para nuestra vista -por sus morros salientes y su nariz chata, pero que a los moros les -parecían huríes de Mahoma. - -Añadió que recibía remesas de cuando en cuando de veinte o treinta -niñas, de diez a doce años, en Tafilete, donde tenía un gran depósito, -y, a manera de hospital, que allí apartaba las que tenían lepra, les -curaba a las otras la sarna, las demás enfermedades y los parásitos; -luego, con baños, purgas y frotaciones y mucho alimento, las engordaba -y las ponía lucidas como los cristianos engordan esos animales, que son -la abominación de Jehová y que se llaman, con perdón, cochinos. - -Mudaban enteramente de piel y de pelo las negras, y se ponían -relucientes como espejos. - -A los catorce años las llevaban al mercado, y acudían los corredores a -comprarlas, procediendo a un reconocimiento escrupuloso antes de cerrar -el trato. - -Los compradores las conducían con mucho cuidado a su destino, en una -especie de jaulas, que colocaban en camellos, y muy cubiertas con -toldos para que no les diese el sol, ni las viesen los curiosos. - -Este comercio era el más productivo para él; ¡pero había tanto gasto! -En Tumbuctu tenía una factoría exclusivamente destinada para sus -compras. - -Era el único comerciante dedicado a este honrado tráfico. - -También recibía de Tumbuctu oro en polvo, marfil y plumas de avestruz, -y enviaba, a cambio, telas que compraba a poco precio en las almonedas -de Gibraltar. - -Lione me dijo que a los veinticinco años había hecho dos viajes a -Tumbuctu, la lejana ciudad de Africa, atravesando el gran Desierto. -Entonces era Tumbuctu tan misteriosa que algunos dudaban de su -existencia. - -Samuel Lione con esa rápida efusión que suelen tener a veces las -gentes que viven aisladas, nos contó sus viajes a Tumbuctu con cierto -énfasis. Nos habló con entusiasmo del Desierto, de las caravanas de -cientos de camellos, que apenas dejan huella en la arena dura; de la -forma del terreno arenoso, siempre igual y siempre distinto, como el -mar; de las angustias al no encontrar los oasis con agua; del tener que -beber a veces la sangre de los camellos... Todas estas dificultades y -penas estaban compensadas, porque en dos o tres viajes se podía uno -enriquecer. - -Mientras hablaba Samuel se veía la mezcla del miedo con el deseo de la -ganancia. - -Unía cierta elocuencia florida al acento llorón y sibilante. - -En medio de toda su blandenguería se notaba que el buen Samuel era un -águila para el comercio y que hubiera vendido hasta a su padre. Luego -Lione nos habló de sus antepasados, que eran españoles, que habían -vivido en Medina del Campo y habían sido expulsados de Castilla en -tiempo de Felipe III. Su apellido verdadero era León, o de León, y al -refugiarse en Francia lo afrancesaron y lo convirtieron en Lione. -Tenía todos los papeles y títulos de pertenencia de la familia y hasta -la llave de la casa de Medina. - -Respecto a la pretensión del Niño de Baza, dijo que fuera por allí, y -que ya vería. - -Después de cuatro horas de charla me volví a casa de Mesoda. - -Al día siguiente pasé de nuevo por el despacho de Samuel Lione, que -me prestó cien duros. Le dije a Borja Tarrius y a Moreno Guerra que -me marchaba a Gibraltar y que les escribiría. Borja Tarrius me indicó -que le habían encargado aquel mismo día de la educación de los hijos -de varios cónsules europeos de Tánger; que ya tenía medios fáciles de -vida, y que preferiría un país templado como aquél que un país frío -como Inglaterra, y que se quedaba definitivamente allá. - -Moreno Guerra me dijo que le avisara adónde iba y lo que hacía. - -Comimos, charlamos mucho, me despedí de la familia judía, me -acompañaron Borja y Moreno hasta la lancha, y me fuí a Gibraltar. - - * * * * * - -Después de bastantes años, le vi a Borja Tarrius; me dijo que el Niño -de Baza se había casado con la nieta de Lione y había tenido un hijo -con la Sara. El Niño de Baza, hecho un completo bandido, llegó a ser -hombre de fama en el país, y en una de las expediciones al centro de -Africa le mataron en el Desierto. - -Respecto a Sara la roja, se escapó con un inglés rico, y vivía por -entonces en Inglaterra hecha una princesa. Moreno Guerra murió -misteriosamente, poco después de ir a Tánger. Según algunos le -envenenaron en el viaje de Gibraltar a Londres. - - - - - ROSA DE ALEJANDRÍA - - - - - I. - - EL VIAJE A EGIPTO - - -PUESTO que deseas que siga la narración de mi vida, amigo Pello, dijo -Aviraneta, la seguiré. - -A mediados de noviembre de 1823 salí de Tánger y llegué a Gibraltar, -donde me esperaban en el muelle el hijo de la señora Toledano y el -dependiente principal de Benolié, el banquero. - -Me llevaron a casa de un judío que me cedió un gabinete muy bonito, y -me dieron una carta de residencia del Estado Mayor de la plaza. - -El señor Benolié era hombre rico, banquero de mucha influencia, y vivía -muy en grande en una casa a la inglesa. Me presenté a él, me trató muy -amablemente y me dijo que fuera a su casa cuando me pareciera. - -Fuí una vez por cumplir y no volví. Me cansé en seguida de Gibraltar. -Ya no tenía allí amigos. Los liberales españoles se habían marchado. -Aquello me parecía un sitio estrecho, de lo más antipático del mundo. - -Un día que estaba en mi gabinete, tendido en el sofá divagando, -apareció el señor Benolié. - ---¿Qué le pasa a usted?--me dijo--. ¿Está usted enfermo? - ---Sí, algo enfermo debo estar, pero principalmente estoy aburrido; yo -no puedo vivir así. Me he acostumbrado a otra vida. - -El señor Benolié quizá creyó que le quería decir que tenía hábitos más -fastuosos, y sonrió suponiendo que era una fanfarronada de español. - ---¿Pues cómo ha vivido usted?--me dijo con ironía judaica. - -Yo le conté brevemente mis andanzas de guerrillero y de conspirador, y -como vi que le interesaban di detalles y más detalles. El señor Benolié -se quedó tan asombrado, que creo que si le hubiera dicho que yo no era -un hombre, sino un trasgo o un gnomo, no hubiera tenido tanto asombro. - ---¡Pero usted ha vivido de esa manera!--exclamó varias veces. - ---Sí. - ---Es extraordinario. Yo tenía otra idea de los guerrilleros. ¿Y para -qué ha vivido usted así? ¿Ha ganado usted mucho con eso? - ---Nada. El poco dinero que tenía lo he perdido. - -A Benolié no le cabía esto en la cabeza. - ---Con la actividad y la energía que ha desplegado usted inútilmente, -puesta en el comercio se hubiera usted hecho millonario. - -Esta observación de judío le parecía a él un argumento irrebatible. - ---Sí, es posible--contesté yo--; pero en el comercio no hubiera puesto -tanta energía. Ser rico no me interesa. Yo no necesito mas que el -dinero imprescindible para comer y tener un rincón donde dormir. Esto -se me cae encima. Yo necesito campo, peligros, intrigas para estar bien. - -Benolié y yo nos miramos como podrían mirarse un lobo y un castor. - ---Sin embargo, ¿usted piensa marcharse a Méjico a ser comerciante, -según me ha dicho? - ---Sí, si no encuentro otra cosa mejor. - ---No hay nada mejor que el comercio, señor Aviraneta--replicó él -sonriendo--. Yo creo que usted no se ha dado cuenta de ello. Yo -quisiera que usted probara a trabajar en mi casa. - ---Probaré. - ---Yo le daré a usted el máximum de sueldo y el máximum de comisión. - ---Pues nada, empezaré. - -Comencé a acudir al escritorio, y fuí tan puntual y ordenado como -pudiera serlo el primero. - -Al cabo de un mes, Benolié me llamó a su despacho. - ---Indudablemente, señor Aviraneta--me dijo--, no sirve usted para la -vida sedentaria. No come usted, no bebe usted, no habla usted, y se va -usted poniendo más amarillo que un limón. - ---Sí. Es cierto. - ---¿Qué ha pensado usted hacer? - ---Yo había pensado ir a Grecia y hacer la campaña contra los turcos; -pero como todo el mundo me habla aquí mal de los griegos, he decidido -ir a Egipto y ofrecerme al gobierno del virrey como oficial. - ---Bueno, bueno, como usted quiera. Si trata usted de ir a Egipto, yo le -proporcionaré a usted barco. - -El señor Benolié se mostró muy generoso, me entregó cincuenta libras -esterlinas, entre sueldo y comisión, por el trabajo que había hecho -durante un mes en su casa. Al pensar en ir a Egipto, se me ocurrió -llevar una mercancía a vender por allí, e hice mi ancheta y la metí en -un gran cajón. - -El día seis de diciembre apareció un bergantín en el puerto de -Gibraltar, que marchaba a Alejandría. Era un bergantín nuevo, sin -nombre. Iba tripulado por la marina de guerra inglesa; lo llevaban para -entregarlo al virrey de Egipto. - -Bajaron el capitán sir John y dos oficiales, y fueron a visitar a -Benolié. Benolié les habló de mí, y el capitán sir John le dijo que -con mucho gusto me llevaría en su barco hasta Alejandría, puesto que -era liberal y amigo suyo. - -Al día siguiente se condujo al barco mi cajón de mercancías, al que le -pusieron precintos de plomo y una etiqueta con el escudo de Inglaterra. - -El capitán sir John dijo que, para ir a bordo, debía marchar vestido de -guardia marina. - -Benolié me envió a su sastre, para que me hiciera un traje completo de -guardia marina, que se componía de chaqueta y pantalón azul, chaleco -de grana y polainas. Me trajeron también a casa un kepis, un sombrero -redondo de hule y un capote de goma. - -Benolié me entregó la víspera de mi partida dos cartas de -recomendación: una para el general Boyer y la otra para un comerciante -judío de Alejandría, corresponsal suyo, que se llamaba Isaac Bonaffús. - -A las seis de la mañana del día diez de diciembre, en un lanchón de -Benolié, me dirigí al bergantín, en compañía de Toledano. El bergantín -había levado anclas y extendido algunas velas. - -Estreché la mano de mi amigo, quien volvió en una lancha, y me dirigí, -acompañado de un mozo, a mi camarote. - -A las seis y media zarpó el bergantín, con viento fresco, y dejamos al -poco rato de ver Gibraltar y las costas de Africa. - -Al mediodía el viento se hizo más fuerte, y, al comienzo de la tarde, -se desarrolló un ventarrón furioso. Se recogieron las velas y casi a -palo seco fuimos marchando por el mar, sin rumbo. - -Yo llevaba días sin dormir bien, y no sé si por el medio mareo que -tenía o porque bebí un poco de vino, el caso fué que me eché en la cama -y no desperté hasta el día siguiente a las once. Al salir vestido a -cubierta, sir John, el capitán, comenzó a reír al verme y me dijo: - ---Usted es un lobo de mar. - ---Pues, ¿por qué? - ---Porque ha podido usted dormir cuando todo el equipaje andaba mareado. -Hemos tenido un huracán terrible. - -Pasé con sir John a la cámara de oficiales, donde vi que había dos -tenientes, echados de bruces sobre la mesa, estudiando un gran mapa. - -Aunque yo no los entendía, porque hablaban inglés, comprendí que -estaban buscando la posición y el derrotero del barco. - -Sir John, a quien le gustaba hablar francés conmigo, me dijo que íbamos -a tener mal tiempo, porque el barómetro seguía bajando. - -No sé a punto fijo hacia dónde navegamos; yo no me atrevía a -preguntárselo a nadie, pero sí sé que por la tarde del tercer día se -nos presentó el viento de proa y empezamos a dar bordadas. - -A eso de las once de la noche comenzó una tormenta espantosa: una de -rayos, de truenos, de granizo, que no paraba un momento. - -El capitán y los oficiales estaban de observación en la cámara; los -marineros esperaban órdenes en el puente. - -Yo no podía hacer allí nada más que estorbar. Antes de meterme en -la cama, agarrándome a lo que pude, llegué a la cocina y le compré -al cocinero víveres. Desde nuestra salida de Gibraltar no se había -encendido la cocina. El cocinero me puso en un talego una docena de -galletas, medio queso, dos tarros de mermelada, dos botellas de vino de -Jerez y un frasco de aguardiente. Llegué a tientas a mi camarote, cerré -la puerta, porque entraba agua, y me dije: - ---Hay que entregarse al destino. - -Comí un trozo de queso y unas galletas con dulce, bebí un vaso grande -de Jerez, luego una copa de aguardiente, encendí un cigarro y a la -media hora estaba dormido. Nunca he tenido sueños más raros. - -A la mañana siguiente me desperté. Había agua en el suelo del camarote. -Cuando abrí el ventanillo y miré al mar me dió el vértigo con aquel -resplandor y aquella blancura de la espuma. - -Me pareció que el mar se hallaba más agitado, pero el aire más -tranquilo, y supuse que esto era buena señal. No salí del camarote; -estuve haciendo gimnasia, y al anochecer tomé mi trozo de queso, -mis galletas con dulce y dos vasos grandes de Jerez, y dos copas de -aguardiente. - -Tardé en dormirme, pero me dormí. Al día siguiente, al despertar con -la cabeza un poco pesada, vi que había amainado el temporal. Abrí el -ventanillo y vi el mar mas tranquilo, y me volví a tender en la cama. -Estaba dormitando cuando entraron en el camarote el capitán y el -cirujano del barco. - ---No he visto otro parecido--dijo el cirujano señalándome a mí--. Este -es un hombre grande. ¡Y luego hablan de la flema inglesa! - -El capitán sir John se reía. - ---Levántese usted--me dijo--, porque tienen que limpiar todo esto. - ---¿En dónde nos encontramos?--le pregunté yo. - ---Nos estamos acercando a la costa francesa, a las islas de Hyeres. - -Me levanté, me vestí y salí a cubierta, con la cabeza un tanto pesada. - -Antes del mediodía llegamos a la isla de Porquerolles, donde anclamos. -Examinaron los oficiales y el contramaestre el casco del barco, que -tenía alguna avería insignificante; lo limpiaron los marineros por -dentro y por fuera, secaron el velamen y a las veinticuatro horas -estaba el bergantín tal como había salido de Gibraltar. - -Se compraron víveres, se encendió la cocina, y comimos por primera vez -caliente y de una manera espléndida. - -La marinería tuvo también un gran banquete, con carne fresca y pan del -día, y el capitán regaló a los marineros una pipa de vino. - -A media noche nos hicimos a la vela con un tiempo hermoso, y a los doce -días de dejar las costas de Francia estábamos a la vista de Alejandría. - -En todo el trayecto, el capitán sir John tuvo para mí muchas -consideraciones, sentándome a su mesa en unión de los oficiales y del -médico. - -Tenía sir John algunos libros, y me prestaba los que le pedía. Me dejó -el libro de Volney, sobre Egipto y Siria, y los viajes de Ali Bey. - -Al llegar a la vista del puerto de Alejandría la organización y la -etiqueta del barco variaron. El capitán dejó su familiaridad y se -convirtió en un jefe frío y desdeñoso. Su cámara quedó convertida en el -palacio de un sátrapa con su correspondiente guardia. - -La etiqueta era más rigurosa que en China. Yo tuve que salir de mi -hermoso camarote y marchar a la cámara de los pilotos. Uno de ellos, -que tenía un álbum de vistas grabadas, sacó una del faro de Alejandría -y me mostró una torre asentada sobre una roca, con un brasero humeante -en la punta. - -Aquel era el antiguo faro, que se consideraba como una de las siete -maravillas del mundo, dibujado conforme a las descripciones de los -antiguos, porque ya no existía, y, en su lugar, estaba el castillo que -hizo construír el sultán Solim en el siglo XVI. - -Por la mañana, al amanecer, me levanté de la cama y me asomé a la -borda. No se veía mas que la costa baja, amarillenta, iluminada por el -sol; la ciudad, vagamente, y la columna de Pompeyo, que se destacaba -con claridad. - -Estuvimos mucho tiempo parados delante de Alejandría. Yo sentía -impaciencia y un gran deseo de bajar a tierra; pero como allí, en el -barco, todo se hacía siguiendo el protocolo, tuve que esperar. Al día -siguiente nos acercamos al puerto al amanecer; por la mañana llegó el -cónsul inglés de Alejandría, fué a visitar a sir John y tuvo con él una -larga conferencia. - -Pudimos contemplar la ciudad iluminada por el sol, que me pareció un -montón de ruinas; las fortalezas, el faro, las torres y los mástiles de -los barcos. - -Después de la entrevista el capitán me avisó que si quería saltar a -tierra podía entrar en Alejandría, en compañía del cónsul, como súbdito -inglés, sin que en la Aduana me molestasen. - -Fuí a dar las gracias a sir John, que me escuchó impasible, y me -hizo un saludo militar como si no me conociera, y bajé a la lancha -del cónsul. Pasamos por delante del faro actual; una bastilla, con -una torre para señales, y alrededor de la fortaleza una muralla con -sus cubos, que rodean la isla. Entramos en el puerto de Eunostos y -desembarcamos cerca de la Aduana. Yo subí en un coche que esperaba al -cónsul y fuí con él hasta su casa. - - - - - II. - - LA CASA DE CHIARAMONTE, EL MALTÉS - - -ME invitó el cónsul a desayunar en su casa. Tomé una taza de café con -leche y un poco de dulce, y fumamos un cigarro. - ---Dígame usted ahora qué piensa hacer. Yo voy a trabajar--me dijo. - ---Quisiera que me indicaran las señas de un judío, Isaac Bonaffús, a -quien estoy recomendado. - ---¿Bonaffús? Lo conozco--me dijo el cónsul--. Un criado mío le -acompañará a usted a su tienda. Deje usted la maleta aquí, y luego -pueden venir a buscarla. - -Me despedí del cónsul, y con el criado bajé al portal. Salimos. -Atravesamos unas callejuelas y llegamos a una calle hermosa y recta, -con aceras, la calle de los Francos, y, como a la mitad, nos paramos -en una casa de un piso, que tenía una tienda pintada de rojo, que cogía -toda la fachada. Entramos en ella. Un dependiente nos advirtió que el -principal no estaba en aquel momento en casa. - -El criado del consulado dijo, con el despotismo del inglés, que era -asunto del cónsul de Su Majestad británica, y que lo llamaran. - -Al cuarto de hora apareció el señor Isaac Bonaffús, un hombre -rechoncho, de barba negra, de mechones muy blancos, con una cara del -color de una vejiga de manteca, vestido con una túnica azul y gorro -griego. - -El señor Bonaffús me preguntó secamente en qué podría servirme; pero -cuando le dijo el criado que era asunto del cónsul inglés se deshizo en -cortesías. - -Le di una propina al criado del cónsul, que la tomó, a pesar de su aire -de caballero de la Tabla Redonda, y me quedé en la tienda de Bonaffús. - -Saqué mi cartera, y de ella la carta de Benolié. La leyó éste, la -examinó y me dijo. - ---Yo estoy obligadísimo a Benolié, y usted me manda. ¿Qué quiere usted -hacer? - ---Primero quisiera tomar un cuarto en un fonda o donde sea. - ---Hombre, aquí fonda buena para estar mucho tiempo, no hay. - ---Entonces, ¿será mejor una casa de huéspedes? - ---Sí, yo creo que sería mejor. Casa de huéspedes... Casa de -huéspedes... Ya tengo una. Es de un maltés que ha vivido en Gibraltar, -hombre rico, que sabe el español. Si quiere usted, yo le acompaño. - ---Bueno. Vamos. - -Recorrimos la calle de los Francos y fuimos por una callejuela de -casas blancas, con puertas y ventanas herméticamente cerradas. Antes -de llegar al barrio árabe nos detuvimos en una casa baja y muy larga, -con celosías pintadas de verde. Llamamos varias veces con el aldabón, y -apareció en una ventana un tipo de bandido italiano con la cara tostada -por el sol, tuerto, y con una cicatriz que le cogía media cara. - ---Buon giorno, amico Chiaramonte--dijo Bonaffús. - ---¡Buon giorno! ¡Ah! ¿Dove andate, amico Bonaffús? - ---A casa vostra. - ---¡Ah! Bene. Bene. - ---E la signora Cayetana, ¿come sta? - ---Bene. Bene. Andate ad aprir la porta--gritó Chiaramonte a alguno. - -Un criado abrió la puerta y pasamos adentro. Subimos por una escalera -pequeña donde estaba Chiaramonte, y entre el judío y el maltés se -entabló una conversación chapurrada en la lengua de los francos de -Alejandría; una jerga mixta de turco y de griego. - ---Este señor es español--dijo Bonaffús. - ---¡Ah! ¿Es español? - ---Sí--repuso Isaac Bonaffús--, es un español recomendado por Benolié, -el banquero de Gibraltar, y por el cónsul inglés de aquí. Quiere -quedarse en Alejandría algún tiempo, y yo le he indicado la casa de -usted, por si ustedes le pudieran tomar de huésped. - ---En este asunto mi mujer y mis hijas son las que deciden; yo no me -ocupo mas que de mis caballos--dijo el maltés. - ---Bueno; pues llame usted a la señora Cayetana y a sus hijas. - -El maltés llamó a su mujer y a sus dos hijas. La madre era una mujerona -con aire un poco africano, el pelo negro ensortijado, los ojos grandes -y los labios rojos. Las hijas eran muy bonitas. - -La patrona puso dificultades sobre la asistencia, y únicamente se avino -a tomarme de huésped a condición de que yo comiera con toda la familia -y a las horas en que ellos acostumbraban. - ---Estoy conforme--le dije yo--; únicamente me gustaría ver el cuarto. - -Me enseñaron una sala grande, con una alcoba blanqueada, que tenía -ventanas cerradas con celosías que daban a la calle. - ---Por el precio no reñiremos--me dijo la patrona--; tengo otro español, -y a él le llevo dos pesetas al día, porque por ahora gana poco, y tiene -un cuarto pequeño. A usted le llevaré tres pesetas. - ---Muy bien. - -Cerramos el trato, y el maltés mandó a un mozo suyo a que recogiera mi -maleta en el consulado inglés, y yo salí con Bonaffús. - ---¿Qué clase de pájaro es este Chiaramonte?--le pregunté en la calle. - ---Es buena persona. Se puede usted fiar de él. Es tratante de caballos -y hace contrabando. Las chicas son un _bocato di cardinale_, y tendrán -sus doscientos mil francos cada una de dote. Ahora que, como son -católicas, aquí no encontrarán novios de su religión. Nosotros, los -hebreos, no queremos bodas mixtas. Pero para usted que es católico, si -no es ya casado... - ---No, no estoy casado. - ---Entonces no le digo a usted más. - -Al llegar a la tienda del señor Isaac, le consulté acerca de mi -ancheta y le enseñé la factura. El comerciante la estudió artículo -por artículo, y me dijo que, como no había pagado flete, ni pagaría -aduanas, ganaría el doble de su precio. - ---Mas no creo que haya usted venido en un barco de guerra sólo para -traer un cajón de sedería o cosas por el estilo--añadió Bonaffús. - ---No; mi objeto es entrar al servicio del virrey de Egipto, que va a -organizar un ejército a la europea. - ---Ya sabe usted que hay un general francés que lo dirige todo. - ---Sí. - ---¿Trae usted alguna carta de recomendación para él? - ---Sí. - -Se la enseñé, la leyó, y me dijo: - ---Yo le puedo servir a usted de algo. Viene a mi casa un capitán -francés, Lasalle, que es de Auch y se dice sobrino del general Lasalle. -Este Lasalle está en Alejandría y parece que es un comisionado del -virrey para recibir a los militares europeos. - ---¿Y qué clase de hombre es? - ---Pues, como todos los franceses, es muy patriota. Lasalle hace -lo posible para favorecer a sus paisanos y poner toda clase de -dificultades a los que no lo son. Hace tiempo vinieron aquí muchos -jefes y oficiales que habían servido con Murat; luego han venido otros -italianos de los constitucionales del general Pepé y no han podido -entrar aquí, y se han marchado a servir a los griegos. - ---¿Así que esto no está bien? - ---No está nada bien. Al que no le quieren, aunque tenga buenas -recomendaciones, le aceptan y le ponen en una sección de -disponibilidad; luego le envían a cualquier rincón del alto Egipto o de -Siria, y allí tiene que vivir, con un sueldo de un franco cincuenta, o -dos francos al día. - ---Entonces me parece que me he equivocado al dirigirme a esta tierra. - -Me despedí de Isaac Bonaffús, que quiso acompañarme. Encontramos a -Chiaramonte a la puerta de su casa, y él y Bonaffús se embromaron el -uno al otro sobre sus respectivos negocios. - ---Nostro amigo Chiaramonte--me dijo Bonaffús--es molto rico. ¡El -contrabando! - ---¡Bah! ¡Bah!--repuso Chiaramonte--. ¿E voi? Sempre esta facendo -denaro--me dijo--. Questos judíos son maravigliosos. ¡Oh! ¡Che canaglia! - ---E lei es molto mas rico que yo--exclamó Bonaffús. - -No me interesaban mucho estas gracias de comerciantes, y subí al piso -principal. - -Salió la Cayetana, la mujer de Chiaramonte, y me pasó a una salita -en donde se hallaba ella en compañía de sus dos hijas, que estaban -haciendo labores. Este saloncito era muy bonito; tenía un gran mirador -colgado sobre la calle, con muchas flores, el clásico diván, con sus -almohadones bordados a estilo oriental, unas cuantas sillas de Damasco, -un piano y varios grabados antiguos. Alrededor del salón había un -estante y en él se veían libros de Chateaubriand, Walter Scott y la -_Historia de los caballeros hospitalarios de San Juan de Jerusalén_, -por el abate Vertot, en una edición de lujo. Las dos muchachas me -parecieron verdaderamente encantadoras en la intimidad. Sobre todo Rosa -era muy bonita. Hablaban muy bien el castellano y sabían el italiano y -el inglés. Habían sido educadas en una pensión de Gibraltar. - - - - - III. - - NUESTRO AMIGO MENDI - - -ESTÁBAMOS hablando de la vida y de las costumbres de Alejandría, cuando -se oyeron pasos en la escalera y después en el corredor. - -La señora Cayetana se levantó, y en su lengua chapurreada dijo al que -llegaba: - ---Señor Mendi. Aquí hay otro _spagnuolo_ que va a vivir con nosotros. - -Entró el español; yo me levanté para saludarle. - -Era alto, fuerte, guapo. - -No hice más que verle y oír su voz y le dije: - ---¿Usted es vascongado? - ---Sí. ¿Y usted? - ---Yo también. - ---¿De dónde es usted? - ---De Tolosa. - -Nos dimos la mano efusivamente y hablamos en vascuence, produciendo la -sorpresa de la familia Chiaramonte, que nunca había oído esta lengua. - -Me contó mi paisano que hacía tres meses que estaba en Alejandría, -adonde había llegado en un barco de Marsella. Era Mendi nacional de -caballería; había servido en Navarra y en la Rioja, como sargento, en -la partida de un tal Mantilla, hasta la dispersión de la partida, a la -entrada de los franceses de Angulema, en que había tenido que emigrar a -Francia. - -Me dijo que se apellidaba Basterrica, pero, como al escaparse de España -había comenzado a llamarse por su segundo o tercer apellido, Mendi, -todo el mundo le conocía por Mendi, y como era más corto y más fácil -para los extranjeros, lo había adoptado. - -Era Mendi hombre de unos veinticinco años, de gallarda figura. Se -expresaba siempre con un aire atento y expresivo, y decía las mayores -impertinencias con una impertérrita frescura. Hablaba el castellano -bien, pero de una manera afectada; y esta afectación se elevaba de -punto cuando se expresaba en francés. Entonces cambiaba de voz y de -gestos. Sólo hablando el vascuence parecía natural en la voz y en los -ademanes. Como era temprano y no se cenaba hasta las ocho y media, me -propuso Mendi dar un paseo; hacía una hermosa noche de luna. - -Cogimos nuestros sombreros y marchamos por entre callejuelas. El pueblo -estaba a obscuras. No había alumbrado en Alejandría, y donde no entraba -la luz de la luna se iba tropezando y metiéndose en basuras. - ---Erri ziquiña au--(Este pueblo es muy sucio)--me decía de cuando en -cuando Mendi, en vascuence, con su voz ronca. - -Salimos a un arenal que estaba lleno de ruinas, y fuimos a sentarnos -en un monolito grande, que estaba medio sepultado al lado de otro -enhiesto. Debían ser las agujas de Cleopatra. Cerca se levantaba una -gran torre. Aquel paisaje, aquella ruina a la luz de la luna, parecía -algo de ensueño. No hacía calor: una brisa fresca y húmeda venía del -mar, que murmuraba a pocos pasos. - -Mendi se sentó en la piedra y me contó sus vicisitudes en aquel -pueblo, donde, según él, no había elementos. Esta era su muletilla. Se -había puesto a dar lecciones de música y de piano. ¡Música a aquellos -bárbaros! ¡Cosa inútil! No tenía mas que pocas lecciones a tres duros: -dos señoras, un fraile y unos _zarpajuelos_ de judíos, como decía él. - -De pronto Mendi dejaba su voz afectada, y decía en vascuence, con su -voz fuerte. - ---¡Yo, que vivía allí en Tolosa tan bien, que me llevaban a la cama -todos los días un tazón de leche caliente con azúcar! ¡Yo en este país -asqueroso donde no hay elementos! Paisano, ¡qué final! - -Había oído decir que había chacales en los alrededores de Alejandría. - -Se oían aúllidos de perros o chacales en el arenal. No me hacía gracia -estar allá. - ---Vamos a casa--indiqué yo--. Dicen que hay por aquí chacales. - ---Chacales--exclamó Mendi, con su voz gruesa--. ¡Qué ha de haber aquí! -¡Unos perros que suelen andar entre las ruinas! Se les pega una patada -y echan a correr. Aquí no hay nada. - -Mendi me pareció un hombre simpático, pero terco y, sobre todo, -ignorante y sin curiosidad ninguna. Apartándole de la música y de otras -dos o tres cosas, en lo demás era negado. - -Volvimos a casa sin encontrar más alma viviente que algún perro, -que nos persiguió con sus ladridos, y nos presentamos a la mesa de -Chiaramonte. Pronto comprendí que el amigo Mendi se había hecho el amo -de la casa del maltés. Todo el mundo le contemplaba con admiración. -Mendi empleaba en su conversación una variedad de tonos: hablando en -francés, era redicho y afectado; en castellano, tenía la tendencia a -imitar a los andaluces. - -A cada paso me decía: - ---Eugenio. ¡Eh! ¡Aquella sidra de nuestro país! ¡Aquellos -_perrachicus_! Aquí no hay elementos. - -Después de cenar, Mendi pasó a una salita, con un piano, y fuimos todos -tras él. - -Se puso a tocar, y las niñas Rosa y Margarita cantaron. Las pobres -muchachas temblaban, porque el maestro era tan severo, que no les -perdonaba la menor falta. - ---No, no. Así no es--decía Mendi--; hay que empezar de nuevo. - ---No sea usted pesado--le dije yo--; lo hacen muy bien. - ---No, paisano, no. Esto hay que hacerlo completamente bien, o no -hacerlo. - ---Tiene razón--dijeron las chicas--; debe corregirnos mientras no lo -hagamos tal como es. - -Chiaramonte y su mujer creían lo mismo. - -Terminamos nuestra reunión y nos fuimos a la cama. - -Cuando iba a entrar en mi cuarto, me gritó Mendi: - ---Eugenio, ¡eh!; aquellas sardinas que se comen en nuestra tierra no -las encontrará usted aquí. No hay elementos, ya se convencerá usted. - -Me acosté, me dormí, y a la mañana siguiente fuí al consulado inglés y, -después, a casa de Isaac Bonaffús. - -Le dije a éste que mi fardo lo habían desembarcado, y que, si quería, -lo llevaría a su tienda. Me contestó que sí, pero que no lo abriría sin -estar yo delante. - -Volví a mi casa y me encontré en la puerta con Chiaramonte. - -El maltés era un hombre de unos cincuenta años, tostado por el sol. -Tenía, indudablemente, sangre de hombre del Norte; el ojo que le -quedaba, azul como de porcelana, y el pelo, más claro que la tez. - -Me enseñó Chiaramonte su casa, que era grande; tenía hermosas cuadras y -grandes almacenes de paja y cebada. Hablamos de caballos, y yo le solté -todos los datos que había leído en el libro de Volney sobre los potros -del Yemen. - -Estando hablando se presentaron las dos hijas, Rosa y Margarita, -acompañadas de un criado; volvían de oír misa en el convento de -franciscanos. Las saludé, y las dije que la noche anterior no las había -visto bien. Eran mucho más bonitas de lo que yo me había supuesto. - -Rosa era rubia, con un color tan fino, tan delicado, que maravillaba. - -Margarita era un tipo más meridional. - -Rosa, al oír mi galantería, se puso un poco encendida, y Margarita se -sonrió. - ---¡Ah el _espagnuolo_! ¡Siempre galante!--dijo el padre, riendo, -dándome una palmada en la espalda--. Bueno, bueno; vaya usted a -almorzar, que no habrá usted almorzado. - -Subí al comedor, me sirvieron el desayuno y charlé un rato con las dos -hermanas. Me dió tristeza verlas a las dos solas, sin amigas, viviendo -casi siempre encerradas. - -Hablamos de Mendi, y vi que Rosa se animaba mucho con esta conversación. - -Después de la charla volví a casa de Isaac Bonaffús, quien me dijo: - ---Ha estado aquí el capitán francés Lasalle y le he hablado de usted. -Le he dado sus señas y me ha dicho que irá a verle. - ---Bueno. Está bien ¿Arreglamos el negocio de mis mercancías? - ---Sí, cuando usted quiera. - -Examinamos el género, que venía intacto; lo tasó Isaac, y yo separé un -paquete grande de sedería que no estaba en la factura. - -Isaac me abrió una cuenta corriente en su libro de nueve mil y tantas -pesetas, y me volví a casa. - -Al llegar me dijeron que había venido un capitán francés a preguntar -por mí, y que volvería a la hora de cenar. - ---Tengo que hacerles un regalo--les dije a las chicas del maltés--. He -traído un paquete de sedería, y de él he sacado tres pañolones bordados -que están en mi cuarto. Primero elegirá Rosa; después, Margarita, y el -que quede será para su madre. - -Se hizo la elección, y quedaron todas encantadas. - -Cuando entró Chiaramonte le llevaron a ver los pañolones. - ---No, no; esto no es posible--dijo el maltés tuerto--, esto vale mucho; -yo no puedo aceptar un regalo así. - -Le dije que no fuera tonto, que a mí me habían costado poco, y que no -molestara a su mujer y a sus hijas con tonterías. - -Chiaramonte me dió la mano. - ---¡El _espagnuolo_! ¡Siempre es así! Loco, loco. - -Llegó Mendi, que venía de visitar el convento de franciscanos -españoles, donde tenía una lección, y nos sentamos a la mesa. - -Estábamos a la mitad de la cena cuando se presentó el capitán Lasalle. -Le pregunté a Chiaramonte si quería que lo pasara al comedor, y me -contestó que sí. Entró el capitán, le convidamos a cenar y dijo que -acababa de hacerlo, y que tomaría una taza de café y una copa de licor. - -El tal capitán era un mocetón de unos treinta a treinta y cinco años, -con el pecho muy abombado, bigote y patillas negras y grandes tufos -encima de las orejas. - -Hablaba un francés muy gascón, y a cada paso decía. ¡Pardi! ¡Sacre -bleu! Me pareció un hombre muy ordinario. Me dijo que era sobrino -segundo del general Lasalle. Yo le conté que, en 1809, le había visto -pasar a su tío por Burgos. - -Lasalle dijo que estaba muy contento en Alejandría; que en tres años -había ascendido de sargento a capitán. - -Después de cenar tomamos café y pasamos al saloncillo, donde Mendi -se puso al piano. Cantaron Rosa y Margarita. Lasalle, en una -postura académica, las elogió, retorciéndose el bigote, con aire de -conquistador. - -Después quiso cantar él, pero no se pudo poner de acuerdo con Mendi. -Este, con su serenidad habitual, le dijo con su francés perfilado: - ---Para cantar, como para todo, amigo mío, hay que saber, y usted no -sabe. - -El capitán se marchó muy amoscado con Mendi, echándole una mirada -furiosa. - -Yo le dije a Mendi que para qué hablaba el francés así. - ---¿Cómo así?--preguntó él. - ---Sí, ¿por qué no habla usted más sencillamente, sin exclamaciones y -sin gestos? Si no la gente cree que se burla usted. - ---¡Pero así se habla el francés!--exclamó él--. Si le quita a usted al -francés todo eso de: _¡Ah non mon ami! ¡Par exemple! ¡Patatí patata!_, -no queda nada. - -No le pude convencer de que el francés así pronunciado tomaba un aire -de caricatura cómica. - ---Ya ve usted, el capitán Lasalle se ha incomodado. - ---Que se incomode. - ---Hombre. Eso no está bien. - ---¿Y para qué ha venido ese fanfarrón aquí?--preguntó Mendi. - ---Ha venido a buscarme. - ---¿Pues qué tiene usted que hablar con él? - ---Yo quiero ver si entro en el ejército egipcio de comandante de -escuadrón. - ---¡Usted quiere ser soldado!--exclamó Mendi--. ¡Usted quiere andar con -esas tropas de turcos sarnosos, asquerosos! ¡Vestido de mamarracho! No -lo hubiera creído en un paisano mío. - -Me quedé un poco asombrado y confuso. - ---Todavía no sé si me aceptarán--dije. - ---No quiera usted ser soldado--saltó Margarita--. Se hará usted -borracho, malo... ¿Para qué quiere usted ser militar? - -La madre, la Cayetana, dijo que ella tenía amor por el ejército, y que -si no hubiera visto a su marido de uniforme cuando era joven y no era -tuerto aún, no se hubiera enamorado de él. Mendi aseguró que a él le -tendrían que prometer que le iban hacer capitán general, bajá de tres -colas y casarle además con la hija del virrey para decidirle a que -entrase en el ejército egipcio. Se discutió la cosa largamente y nos -fuimos a la cama. - -Al día siguiente, al levantarme y asomarme a la ventana, le vi a -Chiaramonte. - ---¡Eh! señor _espagnuolo_--me dijo--. ¿Quiere usted beber un vaso de -leche de camella? - ---¿De camella? - ---Sí, sí. - -Me alargó un vaso grande y la bebí toda. Era muy buena. - ---¿Ahora qué va usted hacer?--me dijo el tuerto. - ---Voy a ir a visitarle a ese capitán francés que vino ayer noche. - ---¿Tiene usted sus señas? - ---Sí. Aquí las tengo escritas. - ---Bien. Yo le acompañaré a usted. - -Nos encaminamos por entre callejuelas estrechas y sin empedrar, con -las casas bajas, sin alineación, con rejas y celosías y miradores que -casi se tocaban los de una pared con los de enfrente. Algunos camellos -disformes cargados de odres con agua, y adornados con collares con -cuentas de cristales de colores, marchaban despacio, y los árabes -flacos, morenos, como si fueran de barro cocido, con una camisa corta, -iban de prisa, unos a pie, otros montados en borriquillos, llevando -frutas y panes redondos y chatos. - -Llegamos hasta un extremo de la ciudad, cerca de una puerta de la -muralla, donde había un mercado sucio, de puestos hechos con cañas y -esteras, y nos detuvimos en un caserón antiguo y arruinado. - ---Aquí es--me dijo Chiaramonte--. Hasta luego--, y se marchó. - -En el portal me encontré a un soldado, en mangas de camisa y con gorra -de cuartel, limpiando dos caballos. - -Le pregunté por el capitán Lasalle. - ---¿Quiere usted ver al capitán Lasalle?--me dijo, cantando con acento -parisiense. - ---Sí. - ---Está bien. Venga usted. - -Entramos en un patio, lo cruzamos, salimos a un jardín muy bien -cuidado, y en un ángulo vi un pabellón de ladrillo, de construcción -moderna, con una escalera de palomar. - -Subimos y apareció otro soldado, a quien el primero dijo que yo venía a -ver al capitán Lasalle. - -Contestó que esperase un momento, y al poco tiempo apareció el capitán -con una bata de percal con florones, un fez en la cabeza y una pipa en -la boca. - -Hablamos primeramente de mi asunto, y Lasalle me dijo que no tuviera -muchas esperanzas. Me contó que el general Boyer, encargado de formar -el ejército, en aquel momento en el Cairo, estaba dominado por los -ingleses, y que el pachá de Alejandría, aunque buena persona, era un -antiguo mameluco. Me habló mucho de Ibrahim pachá y de sus favoritos. -Ibrahim pachá, el hijo del virrey, era el que disponía en el ejército. -Entre su séquito estaban el coronel francés Anthelme Seve, que había -renegado y se llamaba Soliman Bey, y era general egipcio. Soliman Bey -había sido protegido por un mecánico francés, Gonon, que le presentó a -Mehemet Aly y había sido el primer instructor europeo de las tropas. -Soliman vivía en aquel momento en el Cairo, donde tenía su harén. Me -habló también de Khurschid pachá, que, como todos los mamelucos, era -hombre cruel e invertido, y de un capitán corso apellidado Mari, que -se hacía llamar Bekir Aga. Estas eran las personas más influyentes en -la corte, sobre todo en cuestión de asuntos militares. Me indicó que -si pretendía entrar en el ejército egipcio no dijera que era emigrado -constitucional; que no me relacionase con los franceses e italianos que -andaban por Alejandría, porque la mayoría eran estafadores y ladrones -huídos de Europa, que se hacían pasar por emigrados políticos. Los -egipcios que se les reunían eran mamelucos expulsados que los tenían -lejos del Cairo para que no conspiraran. - -Después se me puso a hablar de mis patronas. - ---¿Es una familia italiana o española, esa con la que usted vive?--me -preguntó. - ---Es maltesa. - ---¿El tuerto es el amo de la casa? - ---Sí. - ---¿El padre de las chicas? - ---Sí. - ---¡Qué muchachas más preciosas! - ---Sí, son muy bonitas. - ---¿Y aquel chusco que estaba tocando el piano?, ¿quién es? - ---Es un huésped. - -Después de charlar largo rato, Lasalle se levantó y me dijo: - ---Le voy a enseñar mi casa y mi familia; estoy hecho un musulmán: he -tomado una querida y vivo con ella y con su hermana. - -Me presentó a su querida, que era una mulata muy fornida, de unos -veinticuatro años, alta, morena, un poco bigotuda, que tenía un hijo de -un año. Su hermana, un poco más joven, era por el estilo. Me presentó -Lasalle a un escribiente o secretario, que era un sargento francés al -servicio del Gobierno egipcio. - -La casa era muy mala, con unos cuartos con todos los tabiques torcidos -y los suelos inclinados; tenía ventanas con celosías, que caían al -jardín; los muebles eran primitivos, y por todas partes había divanes -llenos de hierba con mosquiteros encima. - -El capitán me invitó a comer con él, y acepté. Nos sentamos a la mesa -las dos mujeres, Lasalle, su escribiente y yo. - -Las mujeres, que hablaban sólo la jerga de los francos de Alejandría, -se pusieron a hacerme preguntas, y como no las entendía no las podía -contestar. No se dieron por vencidas, y me agarraban del brazo y, al -último, de la cara y del pelo. - -Yo le miraba a Lasalle como diciendo: Bueno, ¿yo qué hago?; pero él no -se daba por aludido y bebía a grandes vasos el vino de Chipre, que era -delicioso. - -Se acabó el almuerzo; se fueron las mujeres a su cuarto, manoteando y -hablando a gritos, y el escribiente se levantó y se fué. Lasalle mandó -al criado que le trajera licores y tabaco, y se tendió en el diván y se -puso a fumar y a beber. - ---¿Usted no bebe?--me dijo. - ---No. - ---Hace usted mal; por eso está usted tan flaco y tan descolorido. -Míreme usted a mí. - -Le vi beberse ocho o nueve copas, y me dijo que tenía que dormir la -modorra. - ---Usted puede tenderse donde quiera. - ---Me voy a ir a casa--le advertí. - ---¡Usted está loco!--gritó incorporándose--. Espere usted que venga el -asistente y le ensillará el caballo. - ---No hay necesidad. Iré a pie. - -Me despedí de Lasalle, saqué unos anteojos azules que había comprado -en Gibraltar por consejo de un judío, y fuí marchando despacio a casa. -Verdaderamente hacía calor; el viento traía nubes de arena que quemaban. - -No había apenas gente en la calle, mas que algunos árabes andrajosos, -a quienes parecía no les hacía efecto el sol. - -Llegué a mi casa, me mudé y fuí al saloncito donde trabajaban Rosa y -Margarita. Les conté que había venido de casa del capitán a pie, y me -aseguraron que yo estaba loco, que no volviera a hacer aquello, por que -si no iba a pescar una insolación. - ---¿Ustedes no andan nunca de día?--las pregunté. - ---Sí, por la mañana temprano o por la tarde. Vamos al Faro, donde corre -una brisa muy fresca. - -Me preguntaron qué noticias me había dado el capitán sobre mis -pretensiones. - ---Malas, muy malas. Voy a tener que renunciar a mi proyecto. - ---¿Y qué va usted a hacer?--me preguntaron Rosa y Margarita. - ---Me volveré a Europa o iré a Grecia a servir la causa de la libertad. - -Entró la Cayetana y habló del capitán Lasalle. Me preguntó cómo vivía, -aunque ella lo sabía tan bien como yo, y hasta sabía quiénes eran sus -mujeres, y que habían venido del Cairo. - -Quise bromear con Rosa, y le dije que había hecho un gran efecto en el -capitán, pero ella palideció e hizo un gesto de repulsión. - -A las siete vino Mendi y habló de lo que había hecho con su ingenuidad -natural, y después se puso al piano. - -Cantó canciones vascongadas, pero tan bien y con tanta gracia que a -mí me parecieron no haberlas oído nunca. Cantó Iru Damacho, Barazaco -picuac. Yo me reí a carcajadas. Las chicas me preguntaban: - ---¿Qué dice la letra? - ---Nada, o casi nada. - -Y ellas mismas acabaron por reírse. - -Noté que Rosa, que estaba siempre melancólica, se animó, como si le -dieran nueva vida al venir Mendi. Este parecía rudo con ella, pero no -lo era. - -Después de Mendi cantó Rosa; mientras cantaba llegó un médico armenio, -que se llamaba Efren Syrox, hombre muy amable, que había estudiado -en Bolonia y en Montpellier. Chiaramonte me dijo que Lasalle era un -muchacho aficionado al vino y a las mujeres, pero bueno. - ---Ahora, que debe usted desconfiar de él, porque si nota que tiene -usted dinero le pedirá prestado y no se lo devolverá. - -El médico armenio y yo estuvimos hablando largo rato. Era este armenio -masón, del rito escocés, y nos reconocimos. El doctor Efren era -hombre joven, pequeño, de barba negra, larga, y con unos ojos muy -inteligentes. Parecía un mago. Estaba casado con una judía muy bonita, -y soñaba con que algún día la Armenia se separase de Turquía. En tanto -trabajaba a favor de los griegos. El doctor Efren era un sabio y -conocía la historia de Alejandría al dedillo. - - - - - IV. - - LA FAMILIA CHIARAMONTE - - -MI patrón Chiaramonte era de Siracusa. Había ido en su juventud con -el ejército inglés como herrador, a Malta, donde se había casado -con Cayetana Gozone, que estaba de criada en una posada. De Malta -se trasladó a Gibraltar. En Gibraltar dejó el ejército y comenzó su -comercio de caballos. Ganaba ya allí bastante, y, como quería que sus -hijos adquirieran buena educación, puso al mayor en una escuela de -náutica, y después a sus dos niñas, Rosa y Margarita, en un colegio. -Más tarde, la posibilidad de hacer negocios de caballos le llevó a -Alejandría. Chiaramonte y la maltesa tenían tres hijos. El mayor, -Demetrio, de veintidós años, era marino, y navegaba en un transporte -que hacía el recorrido del Mediterráneo. - -En la familia, los tres hijos habían cambiado a consecuencia de su -educación. Demetrio era un marino culto y un hombre fino, que estaba -para casarse con una señorita rica inglesa; Rosa y Margarita eran dos -muchachas que hubieran podido vivir en un ambiente aristocrático. -La madre y el padre, Chiaramonte y la Cayetana, seguían como en los -tiempos en que él era soldado y ella moza en una taberna. - -Chiaramonte era hombre rudo, bueno; pero ya incapaz de cambiar. Tenía -un afán de ganar de judío. - -Guardaba en el Banco de Alejandría doscientas mil pesetas en valores, y -tenía otro tanto en negocios, pero esto no le bastaba. - ---¿Para qué quiere usted más?--le decían los amigos--. Aquí no va usted -a poder casar sus hijas, a no ser que las quiera usted casar con turcos -o con judíos. - -Chiaramonte no cedía. - -Su mujer, Cayetana, estaba joven; no había cumplido aún los cuarenta -años. Se había casado a los quince. - -Las maltesas tienen fama de mujeres de vida muy libre. La Cayetana se -permitía, a veces, alguna expresión cínica delante de las hijas; pero -ellas la miraban fríamente. - -La Cayetana estaba incomodada porque no se había divertido en su -juventud. En Malta, según ella, las mujeres la corrían bien. Ella había -estado siempre con aquel tuerto avaro que le hacía trabajar como a una -mula y no la dejaba respirar. - ---He vivido con Chiaramonte, que no piensa mas que en ganar dinero--me -decía--. Ahora me tengo que divertir. - -La Cayetana hablaba con entusiasmo de los enredos del pueblo, de la -querida de Fulano y del amante de la Zutana. Estos líos la encantaban. - -Chiaramonte no le daba a su mujer mas que lo necesario para la vida. En -cambio, daba dinero a las hijas. - -La divergencia de gustos y de inclinaciones de la familia producía -muchas veces riñas y choques. El padre tenía una admiración y un -entusiasmo por sus hijas grande; en cambio, sentía indiferencia y -desvío por su mujer. La Cayetana se veía preterida, lo que la ofendía -profundamente. Estaba, además, celosa de su hija mayor, de Rosa, y a -veces se ponía contra ella. - -Rosa lo notaba y sufría, pero el cariño de su padre y de su hermana la -consolaba. - -Rosa era más inteligente que Margarita y, sobre todo, más romántica. Le -gustaba la naturaleza, el mar. - -Rosa me contó el viaje que había hecho con su hermano a Nápoles, a -Malta y a la isla de Gozzo. - -Había conocido a sus abuelos, los padres de su madre, que eran de esta -isla, de una aldea llamada en el país Sannat, y por los italianos, -Zannata. - -Rosa decía que su madre descendía del caballero de Malta Diosdado de -Gozon, que mató un monstruo que vivía en una caverna próxima a un -pantano, en la isla de Rodas. - -Según Rosa, la vida en Gozzo era patriarcal; no se conocía el lujo -de la isla de Malta. Allí todos eran pescadores, y los chicos se -divertían descolgándose hasta el mar, con cuerdas, desde los más altos -acantilados, para cazar palomas. - -Para Rosa la isla de Gozzo era admirable. - ---Si muero--decía--, quisiera morir allí. - ---¿Por qué ha de morir usted?--le preguntaba yo. - -Ella sonreía. Era ésta su preocupación. - -Charlábamos mucho. Mendi tocaba el piano, y lo hacía muy bien. Rosa y -Margarita estudiaban con él la _Vestal_, de Spontini, y las _Bodas de -Fígaro_, de Mozart. - -Yo les contaba a las dos muchachas mi vida de guerrillero, las acciones -y las conspiraciones en que había tomado parte. Me oían con una gran -admiración. Yo exageraba un poco mis narraciones. - ---El castellano es hombre de _molto coraggio_--decía Chiaramonte, en su -español macarrónico. - -El buen Chiaramonte estaba contento si sus hijas lo estaban también. - -No le gustaba que le hablaran de volver a Italia o a Gibraltar. - - - - - V. - - LOS CONFLICTOS DE MENDI - - -YO ya había notado algo anormal en las relaciones de la Cayetana con -Mendi. Se olfateaba el contubernio. A mí ella me parecía una mujer -capaz de cualquier cosa. Estaba, además, ofendida y despechada. Varias -veces le dije a Mendi: - ---A mí no me la da usted. Usted tiene algo que ver con la patrona. - ---¡Yo! ¡Ca, hombre! ¡Qué barbaridad! - -Al fin, Mendi, un día, me confesó que estaba enredado con la Cayetana. - ---Pero, ¿cómo ha hecho usted esta tontería, Mendi?--le dije. - ---¡Qué quiere usted! No siempre es fácil obrar con buen sentido. Sobre -todo, lo difícil es ser previsor. Yo, cuando vine aquí, me fuí a vivir -a un fonducho próximo al puerto, que tenía una vieja maltesa. Estaba -allí muy mal. Sin elementos de ninguna clase. Un día apareció en la -fonda la Cayetana y hablamos. Yo la tomé por una mujer entretenida y -la traté así. Unos días después me ofrece ir a vivir a su casa. Yo -acepté, porque peor que en el fonducho del puerto no iba a estar, y me -encuentro sorprendido con esta casa de gentes honradas. ¿Ya qué iba a -hacer? Al poco tiempo, aparece Rosa de vuelta de un viaje que había -hecho con su hermano a Malta y a la isla de Gozzo. - -Yo hubiera querido romper inmediatamente con la madre, pero ella se -opuso y prometió armar un escándalo. En este caso yo no he tenido más -remedio que ceder, y no sé cómo podré desembarazarme de este lío. -Hablamos Mendi y yo de las soluciones que se podían dar a su asunto. Yo -le dije que me parecía lo mejor que, si estaba dispuesto a casarse con -la chica, se casara con ella y se fuera de Alejandría. - -Siete u ocho días después de mi visita al capitán Lasalle, se presentó -éste en mi casa. Dijo que había hablado de mí al pachá, y que le había -preguntado si yo tenía papeles, y que no había contestado, porque no lo -sabía. - ---Sí, tengo papeles--le dije--; no todos, porque soy un oficial de un -gobierno constitucional extinguido. - -Saqué mi despacho de capitán de caballería del general Empecinado, y se -lo enseñé. - ---Tradúzcalo usted al francés--dijo Lasalle. - -Lo traduje y, al día siguiente, se lo envié. Por la tarde vino a mi -casa. - ---Creo que está todo arreglado--me dijo--. El coronel ha leído su -despacho y ha mandado al dragomán que lo traduzca al árabe, y me ha -dicho que venga usted conmigo. - -Fuimos a una hermosa casa de la calle de los Francos; entramos en ella -y saludamos al coronel Frossard, que sustituía en aquel momento al -general. El coronel me hizo pasar a una salita. - ---Aquí está usted entre amigos, entre _hermanos_--e hizo la señal -masónica de reconocimiento como masón del rito escocés. - -Yo le respondí con el de la inteligencia, y nos dimos la mano. - ---Yo haré todo lo que pueda por usted--me dijo luego--; pero creo que -en principio es un error de usted el querer ser oficial egipcio. Sin -embargo, hablaré hoy al pachá. Si necesita usted dinero, yo se lo daré. - -Me despedí del coronel un poco triste. - -Me preguntaron en casa qué me habían dicho, y conté lo pasado. Rosa y -Margarita me aseguraron que hacía una verdadera tontería en querer ser -militar, y Mendi afirmó de nuevo que únicamente si le hicieran capitán -general o bajá de tres colas y le casaran con la hija del virrey -aceptaría entrar en el ejército egipcio. - -Como Lasalle se había portado amablemente conmigo, saqué mi paquete de -sederías, escogí dos pañuelos de seda, bordados, grandes, con colores -muy chillones, y se los envié en mi nombre. - -Lasalle vino el mismo día a darme las gracias y a invitarme a almorzar. - -Fuí a su casa, entré en el salón, y estaba en el diván sentado cuando -se echaron sobre mí las dos mulatas a saludarme, a darme las gracias. -Los pañuelos les habían entusiasmado, y me lo decían en su algarabía -chillona. - -No se contentaron con esto, sino que me abrazaron y me besaron. - ---Como ve usted--le dije a Lasalle--, yo no tengo la culpa. - ---No haga usted caso, aquí es costumbre. - -Después de comer, por no quedarme a dormir la siesta, monté en un -borriquillo, me puse los anteojos, abrí una sombrilla, y me fuí a casa. -Al entrar me encontré sobre la cama un papel escrito por Mendi, en -donde me decía que fuera inmediatamente a su cuarto. - -El hombre estaba en la cama. Había tenido una explicación con la -Cayetana, muy violenta, y había salido a la calle de prisa y sin -sombrilla, y le había dado una insolación. Tenía la cara inyectada. Le -tomé el pulso, y vi que lo tenía muy tenso. - ---¿Sabe usted sangrar?--me dijo--. Sángreme usted. - ---¿Pero no sería mejor traer un médico? - ---No, tardará mucho. Ahora mismo. - -Le puse una ligadura en el brazo, y con un cortaplumas le hice una -sangría copiosa. - ---Ahora pida usted que me traigan agua con limón, y a Rosa le dice -usted que estoy indispuesto. - -Lo hice así, y a la mañana siguiente Mendi estaba mejor. Me propuso que -le hiciera otra sangría en el otro brazo, y le dije que no. - -Por la noche del segundo día vino el médico armenio, el doctor Efren, y -Rosa le indicó que debía verle a Mendi. - -Entró el doctor en el cuarto, examinó al enfermo, y yo le dije lo que -había pasado y lo que había hecho. - ---Ha hecho usted bien--contestó--. No ha sido ningún disparate. Que -esté unos días en la cama, que sude, que no tome más que un poco de -leche, y pronto estará bueno. - -Mendi había perdido su buen humor, y su situación le tenía preocupado. - ---Tranquilícese usted--le dije--. He hablado al coronel de Estado Mayor -de usted, como hombre que sabe matemáticas y dibujo, y me ha dicho que -si usted quiere le nombrará profesor en una escuela militar que van a -crear en el Cairo. - ---¡Bah! - ---Sí, hombre. Anímese usted; dentro de quince días le destinan a usted -allá con un buen sueldo y se casa usted con Rosa. - ---¿Es verdad eso, paisano? - ---Es verdad. - -No había tal cosa; pero como el proyecto era hacedero, decidí hablarle -al coronel. - -Rosa me preocupaba; decirle la verdad de las relaciones de su madre con -Mendi era una brutalidad; yo no sabía qué hacer. - -Le hablé al doctor Efren y le expliqué lo que pasaba. - ---Sí, sería mejor que se marchara Mendi y luego se casara con -Rosita--dijo él. - ---¿A la muchacha no se le puede decir nada, claro es, del fondo del -asunto?--le pregunté. - ---No, no. Imposible. Llegaría a enfermar si lo supiera. ¡Tiene una -sensibilidad! Es una mujer encantadora. - -Fuí a ver al coronel y le expliqué el caso de Mendi, diciéndole que era -un profesor de dibujo y matemáticas, que el andar al sol, al dar sus -lecciones, le enfermaba, y le hablé de si se le podría nombrar profesor -para la escuela del Cairo. - ---Sí, me dijo él. Precisamente hace pocos días me han escrito que un -teniente coronel que está en el Cairo ha sido comisionado por el virrey -para que busque un edificio grande y lo habilite para escuela militar. -En la carta me decía que había pensado escribir a Francia; pero que -el Gobierno egipcio había asignado para los profesores unos sueldos -tan mezquinos, tres mil, tres mil quinientos francos al año, que no se -decidía a escribir pensando que no se expondría nadie a hacer un viaje -largo por tan corto sueldo. Así habían quedado de acuerdo en nombrar -profesores entre los oficiales que estaban ya en Egipto. - ---¿Así, que mi amigo Mendi podría encajar muy bien? - ---Muy bien. Podría ir de profesor de matemáticas con tres mil francos y -el grado de comandante. Consúltelo usted. Si quiere escribiré al Cairo -en seguida. - -Fuí a casa, le hablé a Mendi, y le conté lo que pasaba; le pareció muy -bien. - ---Dígale usted a Rosita a ver qué opina ella. - -Se lo dije a la muchacha y no pareció muy entusiasmada con la idea; -pero aceptó. - - - - - VI. - - LA SUERTE - - -AL día siguiente, el coronel Frossard me dijo que íbamos a ir a visitar -al pachá de Alejandría. Fuimos con una escolta de cuatro hombres, -llegamos al palacio y esperamos a que saliera el pachá, que era un -antiguo mameluco seco, cetrino, mal encarado y de aspecto desagradable. - -Estuvo conmigo muy displicente y muy áspero. - -Al salir del palacio nos encontramos con el capitán Lasalle, que -nos saludó, y me dijo que al día siguiente, por la mañana, iría a -buscarme a casa con unos cuantos oficiales, a caballo, para invitarme -a una cabalgata. Se lo dije a Chiaramonte y le pedí que me dejara una -preciosa jaca árabe que tenía. - ---Sí, ya lo creo. Le pondré la mejor silla y arneses, y yo iré también -con un caballo muy bonito. - -A la mañana siguiente, cuando se presentaron siete u ocho jinetes -delante de casa, todos con magníficos caballos, la calle entera se -conmovió, y de las ventanas y de las puertas comenzaron a aparecer -cabezas. - -Había gente de categoría, un caim-macam (teniente coronel), un bimbachi -(comandante) y un sakolagassi o ayudante mayor. Los demás eran de menos -importancia. - -Salimos Chiaramonte y yo; yo con el uniforme de guardia marina inglés, -y allí, delante de la casa, hice dar a la jaca una porción de cabriolas -y de saltos de carnero. - -Rosa y Margarita me aplaudieron desde el mirador, y Mendi me gritó: - ---Eugenio. Beti aurrera (siempre adelante). - -Pasamos por la calle de los Francos haciendo cada uno alarde de su -caballo, y volvimos a casa. - -Al día siguiente se habló en Alejandría de la jaca árabe, montada por -un oficial de marina inglesa, como de una cosa admirable. - -Quince días después de esto nos llamó el coronel Frossard a Mendi y a -mí. Le habían enviado pliegos para nosotros del Estado Mayor General. -En uno de ellos aprobaban la propuesta de profesor de matemáticas para -la Escuela Militar del Cairo, con el grado de comandante y de profesor -interino de dibujo, con tres mil quinientas pesetas por el primer cargo -y mil quinientas por el segundo, al señor Ignacio Basterrica, teniendo -además servidumbre, alojamiento y mesa en el palacio escuela. - -En el otro pliego nombraba al señor Eugenio de Aviraneta jefe de -escuadrón en disponibilidad con la tercera parte del suelo hasta que -hubiera una vacante. - -Salimos Mendi y yo de casa del coronel. - ---¿Qué le parece a usted?--me preguntó Mendi. - ---¿Qué quiere usted? Es la suerte. Yo no tengo suerte. - ---¿Y qué va usted a hacer? - ---¡Qué he de hacer! Marcharme a Europa antes que se me acabe el -dinero, y luego a América. ¿Qué voy a hacer de oficial de reserva con -setecientos cincuenta francos al año? - ---Venga usted conmigo al Cairo. ¡Eh, Eugenio! Viviremos como hermanos. - ---No, no, cada cual su suerte. - -Mendi se despidió de Rosa con grandes protestas de amor, y quedaron de -acuerdo en que cuando tuviese el profesor una casa en el Cairo iría a -buscar a su novia y se casaría con ella. - -Desde que se marchó Mendi no me pasó cosa buena en Alejandría; reñí -con el capitán Lasalle, porque averigué que había dado malos informes -de mí al pachá, pintándome como un intrigante, y le insulté de mala -manera; no quise tampoco visitar al coronel Frossard. - -Aburrido, me quedaba en casa y leía los libros que me dejaban las hijas -de Chiaramonte. - -La casa del maltés tenía una azotea y encima de la azotea otra más -pequeña en alto, como un minarete. Allí solía subir algunos días -a contemplar el pueblo, cosa triste para mí, que no tengo nada de -contemplativo. Veía este gran conjunto de tejados planos, de azoteas y -de ruinas; alrededor, en un semicírculo, el mar, y en otro el desierto. -A veces, en aquellos días turbios de invierno se confundían el desierto -y el mar. Cuando el cielo estaba limpio los _mihrabs_ de las mezquitas -se destacaban esbeltos en el aire, y el castillo del Faro, con sus -murallas, tenía un aire sombrío y amenazador. - -Cuando venía el doctor Efren me solía hablar de la antigua Alejandría -con sus jardines y sus cuatro mil palacios. Me explicaba cómo era -la Biblioteca del Broquion fundada por Ptolomeo Soter, que tenía -cuatrocientos mil volúmenes, y la del Serapeum, con trescientos mil. -Y me daba otros muchos detalles de la vida fastuosa de la ciudad de -Cleopatra. - - - - - VII. - - EL CABO YUSUF - - -UN día, influido por las disertaciones eruditas del doctor Efren, -tuve la mala ocurrencia de ir a ver la columna de Pompeyo, las ruinas -del Serapeum y las Catacumbas. Alquilé dos borriquillos y un criado o -_zami_: fuimos al barrio árabe y pasamos por la puerta de la Columna. -La columna estaba en un arenal; había por allí grupos de casas míseras, -chozas de esteras, y en el fondo se veía alguna que otra palmera. - -La columna verdaderamente producía impresión, por el tamaño de aquel -bloque enorme de granito de color de rosa, con un basamento cuadrado de -piedra silícea, terminado en un capitel. - -El doctor Efren me había explicado las diversas suposiciones que se -habían hecho acerca del objeto de esta columna, cómo muchos suponían -que estaba construída para hacer observaciones astronómicas, y cómo -otros creían que había sido pensada para colocarla en el gran recinto -cuadrado del Serapeum con una estatua de Diocleciano. - -El criado que me acompañaba me dijo que algunas veces las tripulaciones -de los barcos ingleses que estaban en el puerto consiguieron poner una -especie de escala de cuerda en la columna. Se las arreglaban, según -decía, pasando un cordel por encima, con una cometa, e izando luego una -cuerda gruesa con el cordel y poniéndola arriba, de manera que pudiese -correr. En el extremo ataban una tabla, y al que quería lo subían. -Solían tener la cuerda tres o cuatro días y a todo el que quería subir -le hacían pagar un tanto. La cosa me parecía un poco difícil, porque, -según se decía en Alejandría, la columna tiene cerca de noventa y seis -pies de alto. - -Cuando llegamos nosotros no había nadie. Aquella inmensa mole de piedra -en la soledad infundía verdaderamente respeto. - -Me había apeado, para ver si divisaba la inscripción sobre Diocleciano, -en letras griegas, que tiene la columna, y después avancé por aquel -arenal. - -La vegetación era miserable. Algunos perros famélicos o chacales -corrían husmeando y revolviendo los esqueletos de los caballos y de los -dromedarios. Me recordó los arenales de Veracruz. En esto el criado -me avisó que venían los árabes. Miré hacia donde me indicaba, y vi que -llegaban a toda brida unos cuantos jinetes que parecían frailes, dando -gritos; monté inmediatamente en el borriquillo y eché a correr hacia la -ciudad; me alcanzaron a poco trecho, y el que hacía de jefe me dió con -el asta de la lanza y me derribó al suelo. Allí me golpeó, me escupió y -comenzó a desnudarme. Estaba despojándome cuando llegó un sargento con -un pelotón de soldados y comenzó a sablazos con mis agresores. Después -se apeó del caballo, me levantó del suelo y me preguntó quién era. Le -dije que estaba alistado como jefe de escuadrón de Egipto. Me ayudó a -sentarme en la misma columna de Pompeyo y me dió un poco de agua con -aguardiente. - -Al poco rato llegó un oficial con veinticinco caballos, y mandó atar -desnudos a mis agresores. - ---Yo le suplicaría a usted que no dé parte del hecho a las autoridades -militares--me dijo en francés. - ---Bueno, no daré. - ---Con estos hombres se hará lo que usted quiera. - ---Bien; deme usted el látigo. - -Me dió el látigo, me acerqué al cabo y, sacando fuerzas de flaqueza, -le di poco más o menos tantos golpes como me había dado él. El hombre -aúllaba; era un tipo horrible, con unos ojos legañosos, unas barbas -negras, y unos dientes de fiera; después le escupí en la cara, como me -había escupido él; me monté en un caballo que me prestó el oficial, y -llegué a casa sin poder tenerme. - -Le conté a Chiaramonte lo que había ocurrido, y al terminar me dijo: - ---Ha hecho usted muy bien. Si no llega usted a contestar a la paliza -así, se hubieran reído de usted hasta los chicos. Ahora voy a buscar al -médico. - -Vino el doctor Efren, me reconoció, me sangró y me dijo: - ---Dentro de un par de días ya está usted bien. - -Aquella noche la pasé con calentura; pero las siguientes ya empecé a -estar mejor. Rosa y Margarita me cuidaron como si fuera un hermano -suyo, y el doctor Efren venía a hablar conmigo. Me hablaba de la -historia científica de Alejandría, y de las lecciones de Euclides, -Eratóstenes, Hipparco, etc. - -Otras veces charlábamos de la política de Europa. Me preguntó qué iba -a hacer, y le dije que ya, en cuanto me pusiera completamente bueno, -me marcharía. Me volvió a preguntar que adónde, y yo le dije que me -gustaría ir a Grecia. - -Entonces el doctor Efren me dijo que él formaba parte del Comité -filoheleno de Alejandría; que estaba encargado de reclutar soldados en -el país, Esmirna, Alepo, etc., y que habían enviado también oficiales -a Grecia, de los que llegaban de Francia y de Italia, en místicos -griegos con bandera inglesa. El doctor Efren me dijo que si yo quería -escribiría al Comité de Misolonghi, advirtiéndome que la contestación -de la carta tardaría mucho. - -Vacilé, porque en Gibraltar me habían hablado muy mal de los griegos, -pintándomelos como la gente más vil y de menos fe que podía haber en -Oriente, y decidí, para no dar otro paso en falso, marchar a Grecia y -ver por mí mismo qué clase de gente era la de aquel país y cómo estaban -organizadas las tropas. El doctor aprobó mi resolución, y me dijo que -me daría una carta para el Comité de Misolonghi que me recomendara y no -me comprometiese a nada. - -Le pregunté si había barcos para Grecia, y me dijo que sí; que con -mucha frecuencia partían místicos y otras pequeñas embarcaciones con -bandera inglesa. - -Cuando salí de casa, una de las primeras visitas que hice fué a -Bonaffús. Me dijo éste que había sabido lo que me había ocurrido en -la columna de Pompeyo con los soldados árabes, y que anduviera con -cuidado; al cabo Yusuf se le conocía por el de la paliza, y le debía -ser la vida muy difícil entre los soldados, después de haber sido -azotado por un paisano. Dada la manera de ser de aquella gente, no -descansaría hasta vengarse de mí. - -Decidí no salir solo de noche y andar siempre armado. Una vez le vi al -cabo Yusuf, que me siguió hasta casa de lejos. - -Le dije lo que me pasaba a Chiaramonte, y éste creyó que debía avisar a -la policía. Yo le indiqué que no, que me parecía mejor que durante unas -cuantas noches tuviese alguno de sus mozos de cuadra en guardia. - -No confié tampoco gran cosa en esto. La calle era silenciosa y -desierta. Un guardián solo no podía impedir que un hombre decidido -entrara de noche y saltara las tapias del corral. - -Estudié las condiciones de mi habitación. La puerta era fuerte, tenía -una llave que no cerraba bien, y yo, con pretexto de que se me abría de -noche y había corrientes de aire, le puse un pestillo sólido. - -Mi cuarto tenía dos ventanas a bastante altura del suelo. Si se -cerraban las dos de noche hacía mucho calor. Decidí, al acostarme, -dejar una cerrada con la contraventana y la otra con la celosía. Ponía -la celosía bien sujeta, y después le ataba, por las noches, tres o -cuatro cascabeles de caballo, de estos que suenan mucho. Me acostaba, -con la pistola cargada, debajo de la almohada. - -Una noche muy obscura, me desperté a la hora antes del alba. Estaba -pensando en mis cosas, cuando oí que se agitaba la celosía y empezaban -a sonar los cascabeles. - -Inmediatamente salté de la cama, amartillé la pistola y abrí la puerta -de mi cuarto. - -Esperé sin hacer el menor movimiento, y, de pronto, la celosía se movió -y los cascabeles armaron un terrible estrépito. - -Encendí una pajuela, y, con ella en la mano izquierda y la pistola en -la derecha, avancé hacia la ventana. Abrí la celosía. Vi un momento -la cara horrible de Yusuf con un cuchillo en la boca, un momento nada -más, porque el hombre sin duda, lleno de terror ante mi presencia, -se dejó caer a la calle, y lo recogieron poco después con un tobillo -dislocado, y lo llevaron a la cárcel. Dos o tres días después de este -acontecimiento recibí una carta de Mendi. Me decía que había sido muy -bien recibido en El Cairo, que era un pueblo mucho más agradable que -Alejandría, con más elementos, y que fuera allí. Le habían presentado -al virrey Mehemet Ali, que, según él, era un señor amable, pequeño, -picado de viruelas, con los ojos vivos; a su hijo, el célebre guerrero -Ibrahim pachá, y a toda la familia real. Ibrahim pachá, que era un buen -muchacho, gordo y pesado, un arlote, según Mendi le había hecho la -gracia de dispararle dos tiros por encima de la cabeza, en el jardín -del Palacio, y Mendi había contestado a esta atención rompiéndole de un -tiro la pipa que fumaba el príncipe. Desde entonces, Ibrahim y él se -habían hecho amigos. Me decía que fuera, que simpatizaría con Ibrahim -pachá y que me harían coronel en seguida. - -Añadía que estaba concluyendo de arreglar la casa y que le enviara su -piano en una barca por el canal y el Nilo. - -Le dije a Rosa lo que pasaba. La muchacha estaba muy melancólica. -Aquellas amistades con príncipes, de que hablaba Mendi, no la hacían -mucha gracia. - -Cuando vinieron a llevarse el piano se echó a llorar. - -Le dije que debía estar contenta, porque ya pronto Mendi vendría por -ella; pero la muchacha tenía el presentimiento de que no iba a ser así. - -Fuí a verle a Bonaffús, a decirle que necesitaba el dinero, y me dijo -que me lo entregaría en seguida, en oro. - -De allí marché al consulado inglés. El cónsul sabía lo que me había -pasado en la columna de Pompeyo, y me felicitó por mi decisión. Me -preguntó qué iba a hacer; le hablé de mi proyecto de ir a Grecia y me -dijo que me daría una carta de recomendación para lord Byron. - -Del consulado marché a despedirme del coronel francés Frossard, con -quien estaba resentido, porque creía que no había tomado con interés mi -asunto. - -El coronel estuvo conmigo muy afable, y al despedirse de mí me dió una -bolsa que contenía cinco mil francos, que me regalaban los hermanos de -la logia de Alejandría. Yo me opuse con todas mis fuerzas a tomar el -regalo, pero no tuve más remedio que aceptar. - -Al día siguiente el cónsul inglés me envió la carta para lord Byron, -y me avisó que había tomado pasaje para mí en una goleta griega, y -me envió un pasaporte inglés hasta Marsella, como súbdito de la Gran -Bretaña. - -Mientras venía la goleta griega pasé unos malos días en casa del -patrón. Me entristecía ver a Rosa siempre pálida, ensimismada, llorando -a hurtadillas. - ---Esta pobre muchacha enamorada de ese bárbaro. Es una pena--decía yo. - -Yo la consolaba diciéndola mentiras, afirmando que Mendi me había -dicho que no quería pasar un mes en el Cairo sin volver a Alejandría -a casarse. Como yo le conocía más a Mendi que los otros, Rosa quería -estar siempre hablando de él conmigo. - - - - - VIII. - - DESPEDIDA - - -UNA mañana se presentó el doctor Efren a decirme que la goleta -Chipriota acababa de llegar; había salido un día antes de lo convenido -de Gibraltar y había tenido vientos favorables y se había adelantado. - -Fuimos el doctor y yo al puerto nuevo, entramos en la goleta y hablamos -con el capitán Spiro Sarompas, que era un muchacho de Chipre, muy -abierto y que hablaba perfectamente el francés. Me enseñó la única -cámara que tenía a popa, que era la que me destinaba a mí. Me dijo el -capitán Spiro que el cónsul inglés le había recomendado mi persona. -Añadió que fuera al barco después de cenar, porque a la media noche nos -haríamos a la vela. - -Salimos de la Chipriota y volvimos a casa. Estaba el puerto lleno -con embarcaciones de Marsella, Liorna, Ragusa, Nápoles, Smyrna y -Constantinopla. - ---Irá usted muy bien--me dijo el doctor--. Este muchacho es muy -inteligente y muy buen marino. - ---¿Ha ajustado usted el pasaje? - ---Sí, ya está pagado. No se ocupe usted de eso. - -A la mañana siguiente, la Cayetana me dijo que tendríamos un banquete -de despedida; que había invitado al doctor Efren y a su señora, a -Isaac Bonaffús y a su hijo, y que vendría, además, el oficial francés -y el sargento que me habían salvado de los soldados árabes cerca de la -columna de Pompeyo, y el sakolagassi que fué conmigo en la cabalgata. - -La comida hubiera sido alegre si no hubiera sido por la actitud de -Rosa, que me entristecía; no comía, no escuchaba, se la veía viviendo -su sueño interior. - ---¡Mientrastanto el bárbaro de Mendi estará tan tranquilo!--pensaba yo. - -Bebí un poco de vino de Chipre para alegrarme; se animaron los -convidados y brindaron por mi salud y por mi viaje. El oficial francés -contó cómo le devolví la paliza al cabo Yussuf delante de la columna de -Pompeyo, lo que se celebró muchísimo. - -Concluímos de tomar café. Eran las siete de la tarde. Me levanté y -abracé a mi patrona y di la mano a Margarita y a Rosa. - ---Adiós--me dijo ésta--, si le escribe usted...--y antes de concluír su -frase se echó a llorar. - -Bajamos al portal. Un criado de Chiaramonte cogió mi equipaje, y otro -un gran farol para alumbrarnos, porque la noche estaba obscura. - -En aquel momento se oyó el cañón que anunciaba la retreta. - -Echamos a andar todos juntos hacia el muelle. Le dije al doctor Efren -que le escribiría y que hiciera el favor de contestarme. Al llegar a la -goleta abracé a todos y subí a bordo. - ---Adiós. Adiós. - ---¡Addio! ¡Adddio! - ---¡Adieu! ¡Adieu! - -Hecha la última despedida, saludé al capitán de la goleta y me senté en -un banco de la cubierta. - - - - - IX. - - NOTICIAS DE EGIPTO - - -ESTABA en Veracruz cuando recibí una carta del doctor Efren con -noticias muy extrañas y muy tristes. Me decía en ella que se aseguraba -que Mendi se había casado en el Cairo con la hija del virrey de Egipto; -que en Alejandría no se hablaba mas que de esto, y que Rosa, al -saberlo, se había marchado con su hermano el marino a la isla de Gozzo, -donde había muerto. - -Chiaramonte dejaba a Alejandría con su familia e iba a vivir a Italia; -me parecía tan extraño el casamiento de Mendi que dudé de que fuera -verdad. - -Un año o dos después de la carta leí en la _Abeja_, de Nueva Orleans, -periódico redactado en francés, varias anécdotas referentes al español -Ignacio Basterrica en el Cairo. Se decía que siendo este español -profesor de música le entró deseos al virrey de Egipto, Mehemet Ali, -de que dicho profesor enseñase música a una de sus hijas. Basterrica -comenzó a darle lecciones, y la discípula se enamoró locamente de él, -y a los pocos meses hubo que casarlos antes de que sus amores tuvieran -fruto. Basterrica abjuró de su religión y abrazó la de Mahoma. Mehemet -Ali no era nada exigente en esta cuestión; le bastaba con que se -hiciera una comedia de conversión al mahometismo. - -Ya casado, Basterrica fué nombrado príncipe de la familia real, y _Utch -tuglu bascha_ (bajá de tres colas), y general en jefe de la caballería. -Después supe que estuvo en Grecia y asistió a la toma de Missolonghi, y -que en 1832 decidió la batalla de Konieh contra los turcos, al frente -de treinta escuadrones de caballería egipcia. Más tarde, en otro -periódico francés, leí que no reinaba la mejor armonía entre el español -Basterrica pachá e Ibrahim pachá su cuñado. - ---¡La suerte! ¡Qué cosa más extraña! Solo si me hicieran bajá de tres -colas y capitán general y me casaran con la hija del virrey aceptaría -entrar en el ejército egipcio--decía Mendi. - -Y le hicieron bajá de tres colas y capitán general y le casaron con la -hija del virrey de Egipto. - -A veces la realidad tiene sorpresas tan grandes como lo imaginado. - - - - - LA AVENTURA DE MISSOLONGHI - - - - -(DE LAS MEMORIAS DE J. H. THOMPSON)[1]. - - [1] Este relato es continuación del «Viaje sin objeto», en la - «Ruta del Aventurero». - - -ESTÁBAMOS en Tarifa esperando nuestro barco cuando el día primero de -diciembre de mil ochocientos veinte y tres lo vimos cerca de la punta -de las Palomas. Marchamos a él; Mac Clair y yo subimos a cubierta -y avisamos al capitán para que saliesen a recoger el cargamento -de fusiles. Era el Fénix, un brik-barca de unas trescientas o -cuatrocientas toneladas, sucio, negro y grasiento. - -En aquel momento, de sus grandes palos caían sus velas, llenas de -remiendos, como harapos puestos a secar. Hacía mal tiempo, llovía y la -temperatura estaba baja. - -El capitán Willian Clark, un albino malhumorado, y el contramaestre -John Porter, un lobo de mar, de nariz fundida al rojo cereza por el -alcohol, hombre que arrastraba la pierna e iba acompañado de un perro -de lanas tan sarnoso como el barco, y los marineros dieron orden para -que el bote, con unos remeros, se acercara a la costa y fuesen trayendo -los fusiles. - -El Fénix, por sus trazas y por su tripulación parecía un barco pirata. -Los hombres reclutados por la Sociedad Filohelena, de Londres, no -tenían un aspecto completamente distinguido. - -No hubieran podido formar parte del club Watier londinense, ni figurar -al lado del _dandy_ Jorge Brummel. Iban todos muy derrotados, con -trajes harapientos, y llevaban muchos gorro griego. Era en lo único que -se les conocía su filohenismo. - -Vi entre ellos a mi amigo Flinders, el gran literato. Este había -abandonado su baúl de obras maestras, y después de arruinarse -definitivamente iba a Grecia a probar fortuna. - -Le saludé, hablamos y me dijo pestes de Will Tick, a quien acusaba de -haberle engañado miserablemente. - -No era muy cómoda la estancia en el Fénix, no había sitio, y el coronel -Mac Clair y yo nos tuvimos que acomodar de mala manera en el sollado. - - * * * * * - -A las pocas horas de estar en el barco, supimos que iba con nosotros -una dama inglesa de gran posición, miss Elisabeth Barnett. - -Esta señora era una solterona que viajaba con una criada y un criado. -Miss Elisabeth tenía el mejor camarote del barco y monopolizaba la -toldilla de popa. - -Esta dama, según se decía, era sobrina de lady Esther Stanhope, la -reina de Tadmor, la pitonisa del Líbano, de esta mujer extraordinaria -que fué hace unos años a vivir a la Siria, donde intentó fundar un -reino y vivir como una emperatriz antigua, dominando a los hombres con -la violencia y haciendo el papel de adivina. - -Nuestra inglesa quería hacer algo parecido. - -Sin duda, el caso de lord Byron y el de lady Stanhope iba trastornando -el juicio a las mujeres de Inglaterra. - -No sé si miss Elisabeth Barnett pretendía emular las glorias de lady -Esther. Miss Elisabeth no tenía condiciones para ello; esta solterona -era una cómica y una cómica mala. Algunas veces, vestida con una túnica -blanca, se presentó entre nosotros y nos lanzó una alocución hablando -de la Grecia inmortal, pero lo hizo de una manera tan afectada y con -unos gestos tan poco naturales, que produjo la risa en lugar del -entusiasmo. - -La única popularidad que consiguió en el Fénix fué debida a que -repartió algún dinero entre los voluntarios que iban a Grecia. - -Uno de los filohelenos, Flinders, le dedicó una poesía titulada «Al -hada del Fénix». Y en broma la llamábamos todos así: el hada del Fénix. - -La criada de miss Barnett era una francesa guapetona, una mujer de unos -treinta años, rubia, de cara ancha y juanetuda, un tanto chata, que -tenía mucha gracia y mucho desparpajo. - -Los filohelenos andaban tras ella a todas horas, y se produjeron entre -los nuestros riñas tremendas. - - * * * * * - -Seríamos sesenta o setenta los pasajeros del Fénix, la mayoría -ingleses, escoceses e irlandeses; algunos alemanes y franceses y unos -cuantos italianos. - -Como era natural, Mac Clair y yo nos reunimos al grupo de los -ingleses. Se desarrolló en seguida una rivalidad y un odio entre los -diversos grupos nacionales, incomprensible. Dentro de todos ellos -reinaba la cizaña. Flinders contó en el grupo inglés que mi padre y -yo éramos disecadores, y con este motivo se hicieron mil chistes y se -acostumbraron a llamarme Vientre de paja. Como abusaron un tanto de -la gracia, tuve que administrar unos cuantos puñetazos a un estúpido -paisano mío, serio y de ojos de rana, que desde entonces cesó en el -empleo abusivo de este chiste. - -A Mac Clair le comenzaron a llamar el Sepulturero y a decir que daba la -mala suerte al barco. - -Afortunadamente, no pasó nada en la travesía, porque sino Mac Clair -hubiera estado muy en peligro de ser echado al mar. - -Nuestro grupo de ingleses era alborotado, pero no lo era menos el -de los escoceses, irlandeses, alemanes, franceses e italianos. Los -escoceses e irlandeses se emborrachaban, tocaban la gaita y bailaban, y -gritaban como salvajes. - ---Allá tendremos que batirnos--decían--; mientras que podamos, bebamos -y divertámonos. - -Los franceses e italianos, que eran en conjunto siete u ocho, jugaban -a las cartas. Un gascón, que parecía hombre ilustrado, se dedicaba a -insultar a todos los pasajeros. - -Les llamaba viejos caimanes, carroña, montón de cerdos. Les decía que -no comprendían la misión que llevaban a Grecia, que no tenían idea de -la grandeza de este país, de la Hélade, y adornaba sus discursos con -sus _¡Te! ¡Pardi y Sacredieu!_ - -La verdad es que entre aquellos filohelenos, al menos de nombre, no -había ninguno que tuviese una idea aproximada de Grecia, ni de su -historia. - -Ninguno de nosotros sabía gran cosa de la antigüedad clásica, y -absolutamente nada de la historia griega moderna. Unos se habían -enganchado por miseria y por desesperación, otros, por espíritu de -aventura. - -Cada cual se formaba una idea distinta de Grecia; unos soñaban en los -tesoros, otros en las mujeres, algunos aspiraban a ser generales. -Muchos tenían la preocupación constante de ser empalados por los -turcos, preocupación que llegó a borrarse a fuerza de bromas. Muchas -veces se discutía en el barco acerca de turcos y griegos; cosa extraña, -todo el mundo tenía más simpatía por los turcos que por los griegos. -Para la mayoría, los turcos eran hombres fuertes, robustos, gente -valiente, con unas barbas grandes, unos pantalones anchos y unas -cimitarras corvas. - -De los griegos no se tenía tan buena idea. Se suponía que eran como los -tipos de las estampas que corrían por Europa; unos hombres delgados, de -bigotes finos, con unos trajes llenos de lentejuelas. - -Acerca de lord Byron corrían extraños rumores. Para muchos era un -misántropo y un anglófobo; para otros, una especie de Manfredo -desesperado, altanero, que vivía fuera de la sociedad, que mandaba -matar al que le disgustaba; algunos lo tenían como un Don Juan -terrible, un pirata, que conquistaba mujeres y bebía el vino en una -calavera; para los más cultos era principalmente un revolucionario. La -verdad es que no sabíamos lo que nos esperaba. No conocíamos ni Grecia, -ni el jefe que nos iba a mandar. - -Lo único que yo veía cierto era que la tropa que marchaba de Europa -era bastante mala, y que a no ser de que hubiera una organización casi -perfecta en Missolonghi, con el elemento aquel no haríamos gran cosa de -provecho. - -Así fué esta expedición una de las más célebres del siglo diez y nueve, -principalmente por la intención, porque por lo demás apenas hicimos -nada. - - * * * * * - -A los dos días de navegar por el Mediterráneo el tiempo empezó a -mejorar, y de repente comenzaron unos días espléndidos. Este mar y este -cielo tan azul, al principio me producían cansancio; me parecía su -belleza una belleza monótona. Los días de viento había únicamente un -poco de cabrilleo en las olas. - -De noche teníamos luna llena. ¡Qué cosa más extraordinaria! La luna, -redonda, con su luz de plata, iluminaba una gran faja del mar, que -parecía un ancho camino blanco, en el cual se agitaran ondinas y -tritones. - -Algunas veces las nubes avanzaban por el cielo, y la luna, oculta, -filtraba los rayos por algún agujero de los nubarrones y dejaba un vago -cabrilleo misterioso sobre las olas a larga distancia. - -A medida que la luna fué menguando el blanco camino de plata por -donde se paseaban, sin duda alguna, las sirenas y los tritones fué -estrechándose hasta desaparecer por completo. - - * * * * * - -He pasado los días mirando el Mediterráneo, intentando ver si se me -ocurre algo nuevo en la contemplación de un mar tan bello. Sólo cuando -se van articulando los lugares comunes en la cabeza es cuando se -empieza a discurrir, vulgarmente, cierto, pero únicamente entonces. - -Antes de esa articulación de lugares comunes por el solo ímpetu del -espíritu no hay ideas. ¡Es lástima! He escrito unas cuantas frases en -mi cuaderno, pero no tienen ninguna originalidad. - - * * * * * - -Cuando se entra en el Mediterráneo, desde el Océano, parece que se pasa -de un mundo a otro, de un mundo de actividad y movimiento a un mundo -más suntuoso, más inmóvil y más muerto. - -En el Mediterráneo hay la belleza de la proporción y de la línea; en -el Océano el vago encanto de lo ilimitado; el Mediterráneo tiene islas -de mármol; el Océano, islas de esmeralda; en el Mediterráneo, sobre -la onda azul, se destacan las costas blancas y amarillas, los montes -plutónicos, la lava, los olivos, los cipreses y los naranjos; en el -Océano, sobre la linfa verde, apenas se marcan las pálidas dunas, las -abras y los acantilados sin color y sin dibujo. En el Mediterráneo -las cosas brotan duras, cuajadas, sobre el agua espeja y salina, bajo -la atmósfera limpia y transparente; en el Océano, los paisajes están -hechos de niebla, de humedad, de formas confusas y vagas. - -En el Mediterráneo todo parece tradición e historia; en el Atlántico, -todo parece improvisación y novedad; en el uno todo está constituído, -en el otro todo por constituír. Esas puntas amarillas que avanzan en -el mar bajo la extensión azul del mar latino parecen huesos, fuertes -destruídos, puentes rotos, conventos, ciudades en anfiteatro suntuosas, -fastuosas, siempre algo del pasado. - -En el Mediterráneo no hay marea, y el agua alcanza siempre en la costa -casi el mismo nivel; en el Océano las mareas son grandes. - -El Mediterráneo no respira apenas, y su ola no tiene pulsación; el -Atlántico respira con una fuerza salvaje, se hincha y se deshincha, -mostrando en el reflujo sus fondos de roca y en los ríos el légamo -negruzco, sobre el que se tienden las barcas de los pescadores. - -El Mediterráneo es paz y armonía; el Atlántico lucha y contradicción. - -El Atlántico tiene una mitología hórrida, resto de la época en que el -mar era un gran peligro: el pulpo del Maelstrom, las arañas de los -Kraken, la isla del Fuego con sus piratas; el Mediterráneo tiene una -mitología más clara y más solemne, sirenas, ninfas, delfines, y otros -seres fantásticos dirigidos por el tridente de Poseidon. - -El Mediterráneo es Oriente, Eneas y Palinuro, la leyenda del vellocino -y el gorro colorado; el Atlántico es el caos, los vascos pescadores -de ballenas, los wikings, los normandos conquistadores, y, al mismo -tiempo, la Atlántida y el Jardín de las Hespérides; el Atlántico es la -alta piratería, los grandes naufragios, el bergantín negrero, el marino -con un anillo en la oreja y una cacatúa en el hombro. - -El Mediterráneo es un mar clásico y, al mismo tiempo, realista; el -Atlántico es un mar romántico y turbulento. - -El Mediterráneo es más constante, más parecido a sí mismo; el Atlántico -es la eterna variación, el eterno cambio. El Mediterráneo es, y sobre -todo ha sido estética, y socialmente ha llegado a su devenir; el -Atlántico está siendo, está todavía en su iniciación. - -El hombre del Mediterráneo es la expresión correcta, las fórmulas -hechas; el hombre del Atlántico es el ímpetu, aun sin moldearse. - -El Mediterráneo sugiere la idea de la tarde y la del crepúsculo; el -Atlántico, la de la mañana. - -Si cada mar tuviese que tener sus reyes, el Mediterráneo tendría que -dividirse en dos reinos: el Mediterráneo oriental para Homero, el -Mediterráneo occidental para Virgilio; hacia Troya, Ulises; hacia -Cartago, Eneas. - -En el Atlántico los poetas genuinos son los bardos, el sentimiento -antes de la ciencia y del arte. - -A Shakespeare y a Byron les correspondería el estrecho de Gibraltar; -allí donde se mezcla el brío del Océano con la armonía clásica del -Mediterráneo. - - * * * * * - -Estuvimos en Nápoles un día, que aprovechamos el coronel Mac Clair y yo -en recorrer la ciudad en un _calessíno_ desvencijado. El cochero nos -dijo si queríamos conocer unas muchachas. Mac Clair contestó sacando la -Biblia y poniéndose a leer. Luego aseguró que Nápoles es una ciudad -aburrida y monótona. - ---Hombre, no--le dije yo. - ---¿Cómo quiere usted comparar esto con Edimburgo? - -Mac Clair no es mas que un occidental, y para comprender los pueblos -hay que ser occidental unas veces, y oriental otras, y tener el alma -con muelles como los coches de doble suspensión. - -En lo único que quedamos conformes Mac Clair y yo fué en que esa frase -de _Vedi Napoli e poi mori_ no era nuestro ideal. No sentimos ni él ni -yo el menor deseo de morirnos después de ver Nápoles. - - * * * * * - -Salimos de Nápoles con buen tiempo, pasamos al amanecer por el estrecho -de Mesina, y vimos la ciudad respaldada en una alta sierra. - -Todo el mar estaba lleno de velas latinas de las barcas de los -pescadores. - -Cruzado el Estrecho seguimos adelante, y la niebla se nos echó encima -entre los escollos de Scila y Caribdis. - -Mac Clair tampoco creía gran cosa en Scila y en Caribdis. - - * * * * * - -Nuestra barca llevaba cartas para lord Byron, y pensando que el poeta -se encontraba en Argostoli, nos fuimos acercando a la isla de Cefalonia. - -Entramos en el puerto de Argostoli y nos dijeron que hacía ya tres días -que el lord había salido para Missolonghi. - -Me hubiera gustado echar una ojeada a la isla, pero no había tiempo. -Me contenté con mirar con el anteojo de Mac Clair una montaña, en -parte cubierta de pinos, y en parte de maleza, y las casas bajas de -Argostoli como dados blancos con pequeñas ventanas. La tierra, por -los alrededores, era blanca, resquebrajada, con aspecto de lava, con -algunos matorrales obscuros por donde triscaban rebaños de cabras. - -Por todas partes la costa era de piedras secas que parecían ruinas. - -Nos hicimos a la mar, y de noche, con gran cuidado, nos fuimos -acercando al golfo de Patras. El cielo estaba muy estrellado. Los -marineros iban cantando canciones patrióticas. Nos cruzamos con una -fragata turca, apagamos el farol y arriamos las velas; todo el mundo -calló y la fragata pasó sin vernos. Al amanecer cruzamos con algunos -místicos griegos, que al ver nuestra bandera inglesa aplaudieron con -gran entusiasmo y algazara. - -Por la mañana estábamos delante de Missolonghi. El mar tenía un brillo -de cristal, y algunas nubes rojizas, que al principio tomé por montes, -se dibujaban en el cielo. - -Esperamos Mac Clair y yo con ansia a que comenzara el día. - -Eran los comienzos del mes de enero; el sol tardó en salir. - -Apareció entre brumas, como un disco rojo, por encima de las altas -rocas de un monte pedregoso y estéril, el monte Aracinto, y fué -iluminado un paisaje de tierras blancas, calcáreas, sin vegetación. Al -pie de la sierra, a orillas de un lago muy azul, vimos una aldea. Era -Missolonghi. - -Cerca de Missolonghi había varios barcos griegos, y, entre ellos, el -_Cefaloniota_, el místico de lord Byron. El capitán nuestro fué a ver a -lord Byron en el bote y volvió al poco rato con dos oficiales de marina. - -No parecía si no que éramos deportados por lo mal que nos recibieron. - -Al mediodía nos dieron la orden de bajar a tierra. El sol apretaba de -firme. El cielo estaba azul y el mar tan azul como el cielo. - -Mac Clair y yo experimentamos una gran decepción al saltar a -Missolonghi. Aquello era una aldea miserable. El paisaje de los -alrededores no podía ser más triste. Montes calcinados, atormentados, -sin árboles, arenales, un pueblecillo polvoriento, sin jardines, sin -nada verde, quemado por el sol. - -Yo mismo quedé defraudado. A pesar de que me había dicho repetidas -veces que no debía entusiasmarme, llevaba en la imaginación la idea de -una ciudad formada por pequeños Partenones. - -Era el espejismo de los nombres sonoros. Bajamos en Missolonghi y -fuimos todos formados a una barraca donde había dos oficiales ingleses -de la brigada del coronel Stanhope, que nos tomaron la filiación. - -Luego nos hicieron una serie de recomendaciones y nos dijeron que no -intentáramos tener relaciones con el elemento civil, porque estaba -prohibido. - - * * * * * - -Missolonghi, entonces pequeña ciudad, sin abolengo y sin historia, -contaría unos cuatro o cinco mil habitantes, de los cuales unas -ochocientas familias eran griegas. - -Missolonghi, fundado por pescadores, estaba asentado sobre un terreno -pantanoso; en algunas partes, más bajo que el mar. - -La situación de Missolonghi, al borde de una laguna, hacía que algunos -griegos entusiastas la compararan con Venecia. - -Esta laguna, a medias pantano de agua dulce, y a medias marisma, -ocupaba una gran extensión y aumentaba de tamaño desde hacía tiempo a -expensas de las tierras de labor. - -Limitando la laguna de Missolonghi por el lado del mar había un -cordón de islas, roto aquí y allá: los Procopanistos. Las olas batían -constantemente esta línea de peñascos que separaban la albufera -missolonghiota del mar Jónico. - -Entre los arrecifes de los Procopanistos había algunos islotes grandes, -como el de Basilades, Aisosti, Scilla y Cleisovo. En estos islotes, -ya de algún tamaño, se levantaban torres y alrededor estacadas para -defender las entradas de la laguna. - -En la isla de Basilades había un fuerte de piedra, y en la de Aisosti -una capilla aspillerada que servía de defensa. - -La laguna de Missolonghi se extendía bordeando el monte Aracinto y -tenía, a medida que avanzaba en la tierra, un seno más estrecho. - -Al comienzo de este seno, en que se hacía más angosta la laguna, se -hallaba un pueblo colocado en una isleta, llamado Anatólico. - -Anatólico parecía un barco encallado en las rompientes. - -Las orillas de la albufera de Missolonghi eran áridas, cubiertas -de algas y musgos verdes, que se corrompían en las mareas bajas, -produciendo emanaciones pestilentes. - -Afortunadamente, el viento del mar soplaba con fuerza y purificaba el -aire; si no, no se hubiera podido vivir en las inmediaciones. - -Mirando desde el mar al monte Aracinto, se veía una mole seca, -pedregosa, terrenos plutónicos, con ruinas de murallas y de pueblos. - -Al pie del monte y al borde de la laguna había un mal camino, que tenía -a la orilla algunas miserables cabañas de pescadores, camino que, con -la lluvia, se convertía en un arroyo pantanoso. - -Varias veces recorrí este camino con el caballo hundido hasta los -ijares, mientras los patos salvajes pasaban revoloteando por encima de -mi cabeza. - -A un lado de Missolonghi, ya fuera de la laguna, en las estribaciones -del Aracinto que daban hacia el mar, había una planicie que se llamaba -la llanura Lelante o Anachaida, que estaba cruzada por un río, el río -Fidaris o Ebenus, seco si no llovía y torrencial cuando caían unos -cuantos chaparrones. - -Este río tenía dos afluentes: el de Galata, que pasaba por un pueblo en -ruinas del mismo nombre, y el de Hypochori. - -Al borde del río Ebenus se veía un pueblo en ruinas, con restos de -castillo y murallas, a quien los naturales llamaban Plevrone, porque -había una segunda Plevrone, también en ruinas, en la parte del -Aracinto, que daba a la laguna, entre Missolonghi y Anatólico. - -A poca distancia de la llanura Lelante, en una pequeña bahía, estaba -Barasova, pueblecillo con una vieja torre ruinosa. - -Estos lugares próximos a Missolonghi fueron el teatro de nuestra -acción, que, ciertamente, no tuvo nada de extraordinaria ni de heroica. - - * * * * * - -Después de ser alistados e identificados, Mac Clair quedó en la brigada -de Stanhope como oficial de ingenieros, y yo como ayudante suyo. - -No estaba la legión extranjera de Missolonghi tan disciplinada -como nosotros pensábamos; había una porción de oficiales y jefes -franceses, ingleses, alemanes e italianos en disponibilidad, porque no -tenían tropas que mandar. Los ingenieros y artilleros eran los más -solicitados y los que más pronto encontraban plaza vacante. Los que -venían de la Europa occidental con sus documentos de haber servido como -oficiales de caballería, no encontraban puesto, porque los griegos no -los querían. - -Había entre nosotros tres mandos diferentes: el de los comités griegos, -el del coronel Stanhope y el de lord Byron. - -Stanhope estaba en completo desacuerdo con lord Byron. El coronel -reprochaba al lord, que quería hacer una guerra literaria, lo que -le parecía una ridiculez. En parte, el militar estaba en lo justo, -porque la guerra parece que debe tener una técnica; pero el poeta -tenía su razón también, porque, gracias a su prestigio literario, -había conseguido que Europa entera se preocupara de su expedición y se -dispusiera a ayudar a los griegos. - -El coronel, por lo que nos dijo, pretendía que Byron no interviniera -para nada en detalles de cuestiones militares, pero el poeta se creía -omnisciente y pretendía entender de milicia tanto como de poesía. - -Desde su desembarco, el cinco de enero, el lord estaba trabajando sin -descanso en contratar un empréstito en Inglaterra, quería reformar -la sociedad inglesa de los Filohelenos y estudiaba, al mismo tiempo, -los medios de humanizar la guerra entre turcos y griegos, pensamiento -noble, pero, por entonces, perfectamente irrealizable. - -Su plan militar consistía en fortificar Missolonghi y en organizar un -pequeño ejército de ataque. Este ejército estaría formado por dos mil -quinientos griegos al mando de sus jefes, por las legiones extranjeras -a las órdenes del coronel Stanhope, que no se sabía a punto fijo con -qué número de soldados contaría, y por un batallón de suliotas, que -quería mandar el mismo lord en persona. - -Con estas fuerzas pensaba Byron atacar el castillo de Lepanto. - - * * * * * - -La hada del Fénix, miss Barnett, tuvo mal éxito en su empresa. Lord -Byron se empeñó en no verla, y, por más cartas, avisos y recados que -le envió, el poeta no quiso acceder a hablar con ella. El coronel -Stanhope la recibió muy fríamente. Un hombre como el coronel, que tenía -a Byron por poco práctico, naturalmente, tenía que mirar con desdén la -fraseología poética de segunda mano de miss Barnett. - - * * * * * - -El elemento militar griego con que se contaba era muy malo. Estaba -formado por montañeses, algunos verdaderos bandidos, y pescadores. - -A los montañeses, a unos llamaban palikaros y a otros suliotas. Los -palikaros eran los de la parte de Morea, y los suliotas de Suli. - -Unos y otros despreciaban profundamente a los griegos, sobre todo a los -griegos cultos, a los que llamaban phanariotas. Los palikaros y los -suliotas tenían costumbres parecidas a los turcos. Unos y otros eran -pésimos soldados, insubordinados y rebeldes. Al morir Marcos Botzari en -el Epiro, recomendó a lord Byron un pelotón de suliotas. Byron quiso -aceptarlo como su guardia, y le asignó mil duros al mes; pero eran los -cuarenta suliotas tan turbulentos, tan mentirosos, tan enredadores, que -Byron los despachó, los incorporó al resto del ejército y les siguió -dando su asignación. - -El gobernador de Missolonghi pensó que dar tanto dinero a los suliotas -era un absurdo, e intentó emplearlo en otros fines, pero los suliotas -se le sublevaron. - - * * * * * - -Mac Clair y yo fuimos destinados a la fortificación de Missolonghi. - -Missolonghi era una aldea pobre y sin ningún atractivo. Mac Clair y -yo pensamos en ir a vivir al pueblo, suponiendo lógicamente que los -habitantes tendrían entusiasmo por los extranjeros llegados allá para -defender el país, y nos encontramos con todo lo contrario. - -Los griegos nos odiaban. - -En vista de esto, y con el consentimiento del coronel Stanhope, nos -instalamos en una barraca de madera, que llegamos a convertir en una -habitación confortable. - -A los pocos días comenzamos a trabajar en los planos de la -fortificación de la ciudad. - -Se había pensado en rodear Missolonghi de murallas y de baluartes. - -Desde el comienzo de la guerra de la Independencia griega, Missolonghi -había sido atacada varias veces por los turcos con poca fortuna. - -La situación de la plaza era muy buena para el defensor y mala para el -agresor. Además de esto, los turcos habían tenido la desgracia en el -último sitio de ser diezmados por la peste. - -Cuando comenzó este último sitio, los griegos no habían hecho mas que -comenzar a fortificar la ciudad y a guarnecer las murallas de tierra, -con torres y baluartes. Estando en esta labor se les presentó a -atacarles Omar Vrione, capitaneando un ejército numeroso, y se colocó -en la falda del monte Aracinto. - -La guarnición de Missolonghi se encontraba con muy pocos medios de -resistencia. El caudillo griego Marcos Botzari, en quien se tenían -grandes esperanzas, acababa de morir en el Epiro. - -Su hermano Constantino entró en Missolonghi con su gente y se aprestó -a la defensa. Al cabo de dos meses de sitio, cuando la resistencia de -Missolonghi comenzaba a desfallecer, fué cuando se declaró la peste en -el ejército otomano, pero de una manera tan fuerte que Ornar Vrione -tuvo que abandonar inmediatamente los alrededores de Missolonghi. - -Al mismo tiempo, otro caudillo griego, Maurocordato, entraba en la -laguna de Missolonghi con algunos barcos hydriotas, y la ciudad quedaba -libre por tierra y por mar. - -Entonces se pensó que Missolonghi podía ser el baluarte de la -independencia griega, y se la quiso poner en condiciones de sostener un -sitio en regla. - -Los oficiales de artillería y los ingenieros, entre ellos Mac Clair, -hicieron los planos de las nuevas fortificaciones y se comenzó a -trabajar. - -Primeramente se restauró la muralla por la parte de tierra y por la del -mar, revistiendo los sitios débiles con piedras y argamasa. - -Durante más de dos semanas tuve yo que ir al monte Aracinto con los -trabajadores griegos a unas canteras a sacar piedra. - -Un italiano del Piamonte, Josué Magnani, que llevaba algún tiempo allí, -y un joven alemán, Werner, iban conmigo de intérpretes. - -El trabajo se prolongaba mucho, porque los missolonghiotas no eran -partidarios de un esfuerzo asiduo y constante. Los franceses, alemanes -e ingleses, que hubieran sido buenos obreros, no querían hacer estos -trabajos pesados. - -Hermann Werner, el alemán que me acompañaba, era un muchacho muy -instruído. Sabía el griego antiguo y estaba aprendiendo el moderno, y -tomaba notas de todo cuanto veía. - -Werner me explicaba las ideas y las preocupaciones de los griegos. - -Me dijo que éstos consideraban el monte Aracinto como un lugar -misterioso, poblado por seres imaginarios, faunos, panes, egipanes y -tityros. Comentando las hazañas de estos monstruos u oyendo cantar a -los tordos los griegos pasaban demasiado tiempo sin hacer nada. - -En el monte Aracinto había una ermita sobre una roca, dedicada al -profeta Elías. A esta ermita se subía por una escalera pendiente, cuya -pared de roca estaba llena de ex votos. Cerca de esta ermita, en un -grupo de árboles, solíamos almorzar Magnani, Werner y yo. Muchas veces -oíamos a los zagales que tocaban una flauta de caña rodeados de sus -cabras. - -Nos contó Magnani que un viejo ladrón de Anatólico fué un día a la -ermita con un saco y se llevó todos los objetos de oro, de plata y de -pedrería que había allí. - -El ladrón anatolicense decía: - ---Virgen soberana, permite que te despoje de esta corona que te ofreció -un canalla, ladrón y usurero; deja que me lleve esta alhaja, regalo de -un asesino, manchado con mil crímenes. ¡Malditos sean! - -El ladrón anatolicense llenó su saco y se fué; pero al ir a vender las -alhajas fué preso, y el gran visir le mandó ahorcar. - -El alemán se reía al oír esto a carcajadas. - -Magnani, Werner y yo recorrimos el Aracinto a caballo, y llegamos, -en nuestras excursiones, a una sierra de montañas, llamada Rachi, y -pasamos el desfiladero de Cleisura. - -Werner solía leernos un trozo de la _Ilíada_ en griego y luego nos lo -traducía. - - * * * * * - -En vista del terrible fracaso de miss Barnett, decidió marcharse de -Missolonghi a Siria a buscar a su tía lady Stanhope. La criada Susana -no quiso seguirla. Susana decidió hacer una barraca junto a la nuestra -y poner una cantina. A mí me pidió mi opinión. - ---Sí--le dije yo--. Estaría bien si esto durara pero yo no veo que -esto vaya a durar. El mejor día nos tendremos que marchar todos. - ---¿Por los turcos? - ---No, porque no nos pagarán. - - * * * * * - -Susana no tomó en cuenta estas razones y se decidió a quedarse, y -consiguió que los soldados le hicieran un barracón de madera, cubierto -de tejas, donde puso su cantina. - -Una mujer como aquélla, guapetona, valiente y que estaba dispuesta -a hacerse rica, tuvo un gran número de pretendientes. Según la voz -general, Werner y yo hubiéramos sido los favorecidos; pero Werner -leía demasiado a Homero, y yo demasiado a Schelley y a Goethe para -entusiasmarnos con la cantinera. - -Los tres rivales de la bella Susana eran Magnani, un jefe de policía de -Missolonghi y un armatola o capitán de los palikaros, que era un hombre -bruto, feroz, que le gustaba amenazar a las gentes. Este armatola -andaba con unos soldados harapientos, todos armados hasta los dientes. - -Una noche estábamos de tertulia en la cantina de Susana el policía, -Werner, Magnani y yo, y otros dos o tres, cuando fueron entrando los -palikaros con sus fusiles y se apoderaron de la tienda. Después entró -su armatola. Venía envuelto en una gran capa de lana blanca. Estaba -borracho. El policía se acercó a él a preguntarle qué significaba -aquella invasión. El armatola no le contestó, le dió un empujón y le -escupió a la cara. Después, acercándose a Susana, la agarró de la -cintura. La cantinera no se inmutó y se defendió sin dar importancia al -ataque. - -El capitán de los palikaros se acercó a Werner y a mí con intenciones -agresivas. Yo tenía la pistola cargada dentro del bolsillo. El -palikaro, al ver nuestra impasibilidad, cambió de aspecto, se sentó -en una mesa y pidió café. Magnani y el policía habían desaparecido. -El jefe palikaro se puso a tomar café, ceñudo y sombrío; sus soldados -se fueron marchando. Era el armatola hombre joven, moreno, vestía una -blusa de mangas abiertas, pantalones anchos, polainas, un gorro rojo y -un cinturón de cuero, donde llevaba el pañuelo, la bolsa, un puñal y -una pistola. - -Iba Susana a cerrar la cantina y nosotros a salir cuando apareció de -nuevo Magnani y el policía griego. Magnani venía con un aire torvo, con -los dientes apretados y los ojos brillantes. - -El policía griego avanzó con aire amable, se acercó al palikaro, le -quitó el puñal y la pistola, y, de pronto, le dijo algo feroz y -terrible y le escupió en los ojos. - -El palikaro se levantó, pero Magnani le dió un empujón y le hizo -sentarse de nuevo. - ---¡Ladrón! ¡Cobarde!--le gritó el griego al palikaro--, insultas cuando -estás entre los tuyos, ¡perro! - ---Y solo también contra ti. - ---Vamos ahora mismo--gritó el griego, - ---Vamos. - -Salimos todos de la cantina. Era todavía de noche. Una fila de luces -de las barcas de los pescadores se veía en el mar obscuro, y se oía -el ruido de las olas, que se estrellaban acompasadas en la costa. -Amaneció. Werner trató de que se hiciera un desafío en regla, pero el -griego y el palikaro no querían esperar. - -Se les dió a cada uno un sable y se les puso frente a frente. - -En aquel momento sonó un tiro, y el palikaro cayó muerto con la cabeza -abierta. - -No nos quedó duda de que entre Magnani y el policía griego habían -preparado la muerte del montañés. Al poco tiempo, Magnani desaparecía -de Missolonghi. Susana la cantinera siguió dando esperanzas y buenas -palabras al policía, hasta que un día traspasó la cantina y se marchó -con un comerciante turco a Constantinopla. - - * * * * * - -Cuando se concluyó de sacar piedra, volvimos a trabajar en la muralla. -Cada uno de los baluartes que se construiría llevaría el nombre de -algún héroe o de algún personaje relacionado con la independencia -griega. El primer baluarte se denominó de Marcos Botzari. Comenzando -por éste, y dando la vuelta al recinto fortificado, estarían la torre -de Coray, la batería del general Norman, la batería Miauli, el baluarte -Franklín, la batería Tokeli, la torre de Guillermo Tell, la torre de -Kosciusko, la batería Kiriaculi, la tenaza de Montalembert, la batería -de Rhigas, la luneta de Orange y la batería Macris. - -Estos baluartes y fortines quedarían próximos uno de otro; por el lado -de tierra habría un gran foso para defender la entrada de la ciudad. - - * * * * * - -Ocupados en esta obra, apenas nos enteramos de lo que ocurría en -Missolonghi. - -Todo el mundo iba a ver a lord Byron, a hablarle de sus asuntos, a -exponerle sus quejas; yo no quería molestarle, y así sucedió que no le -llegué a conocer. - -El poeta, al parecer descontento, determinó bajar a tierra lo menos -posible y recibía las visitas y las comisiones en su barco. - -Byron pretendió poner un poco de orden en la anarquía griega y dar fin -a las rivalidades de los jefes. - -La cosa fué imposible; la discordia era cada vez mayor y estallaba a -cada paso, hasta dentro de la misma brigada que mandaba el lord, entre -los suliotas que le había recomendado Marcos Botzari a su muerte. - -Al parecer, se seguía pensando en la expedición contra Lepanto, pero -los preparativos eran muy lentos. - -En esto comenzó a correr la voz de que la salud de Byron se hallaba muy -quebrantada, por los repetidos ataques de fiebre y por los continuos -disgustos. - -La mayoría de la gente pensaba que el poeta no duraría mucho. Un día de -abril se dijo que había hecho una salida a caballo, se había mojado y -que guardaba cama. - -Una semana después, nuestro lord moría, a consecuencia de una -inflamación cerebral. Se le hicieron grandes exequias, y todos los -jefes griegos aparecieron muy unidos... y muy contritos. - - * * * * * - -Dos días más tarde, Mac Clair, que seguía enfermo, me pidió que fuera a -ver al coronel Stanhope, para preguntarle qué íbamos a hacer. - -Stanhope me dijo que, probablemente, reembarcaríamos, y añadió: - ---Yo me he comprometido con lord Byron a dirigir la campaña, porque -el poeta era un inglés de cuya palabra se podía uno fiar; pero no me -pasa lo mismo con los jefes griegos que hoy afirman una cosa y al día -siguiente la contraria. - -Le pregunté si tendríamos barcos para todos y me contestó que era una -dificultad que había que resolver como se pudiera. - ---¿El coronel Mac Clair y yo tenemos entonces libertad para marcharnos, -si encontramos ocasión?--le pregunté. - ---Desde luego. - ---¿Quedamos desligados de nuestro compromiso? - ---En absoluto. - - * * * * * - -Como yo sabía el espíritu de contradicción y de suspicacia que había -entre los griegos y su poca simpatía por los extranjeros, hice la -gestión ante el Comité, para que nos reconocieran a Mac Clair y a mí -nuestros grados. El Comité rechazó la petición, y nos encontramos -libres para abandonar Grecia. - -Solía ir desde entonces todos los días al puerto a averiguar si llegaba -algún barco. Un día vi bajar de una lancha a un caballero elegante, -de frac azul, con botones dorados, pantalones de paño gris y chaleco -blanco de piqué. - -Era el hombre rubio de la Sala de Cortes de Sevilla que me habían dicho -que había sido capitán del Empecinado. - ---Yo le conozco a usted de Sevilla--le dije. - ---¡Es verdad! ¡Qué extraña casualidad!--exclamó él, al decirle dónde le -había conocido. - -Nos estrechamos la mano. Le conté mi historia y él me contó la suya. - -Este hombre era Aviraneta. Me dijo que había ido a ver a un -consignatario, para tomar una plaza en la corbeta Egina, que iba a -partir, de un momento a otro, con rumbo a Nápoles. Pedimos pasaje Mac -Clair y yo en ella, y nos dieron dos de tercera, porque ya no había -otros. - -Le preguntamos a Aviraneta dónde vivía en aquel momento. - -Nos dijo que en una barca griega, en la que había venido desde -Alejandría, y que estaba esperando órdenes para salir de Missolonghi. -Le indicamos que hiciera gestiones para que fuéramos Mac Clair y yo -a la barca griega. El capitán de la Chipriota, después de muchas -dificultades, aceptó, y Mac Clair y yo nos trasladamos a este barco. - - * * * * * - -Si mi aventura de Missolonghi no había sido ni muy lucida ni muy -brillante, la de Aviraneta, aunque con más éxito personal, no fué -tampoco de gran interés. He aquí lo que me contó don Eugenio: - - «He salido de Alejandría hará próximamente un mes, en la - goleta Chipriota, al mando del capitán Spiro Sarompas. - Llegamos aquí hace unos veinte días. El capitán Spiro traía - unos pliegos para lord Byron, fué a verle y le dijo que venía - con un oficial español. - - El lord le contestó que fuera yo inmediatamente a su barco y - que no tocara en tierra. - - Me puse de gala, y en la lancha fuí al _Cefaloniota_. - - A un oficial le dije que me había mandado ir Su Excelencia y - que tenía que darle una carta. - - --Démela usted a mí. - - Se la di y esperé un cuarto de hora. - - --Pase usted. - - Lord Byron me recibió y me dió la mano. Me chocó la impresión - de la mano; llevaba guantes de seda de color de carne. Vestía - bata y gorro griego rojo. Su figura era hermosa, sobre todo la - cabeza, pero no tenía aire de serenidad ni de fuerza; parecía - una mujer. Sus rasgos eran demasiado correctos, y su cuello, - que llevaba desnudo, me pareció excesivamente redondo. - - --Siéntese usted--me dijo. - - Me senté. - - --¿Habla usted inglés? - - --No, sólo francés. - - --¿No ha leído usted mis versos? - - --No, Excelencia. - - --¿No ha perdido usted nada?--dijo él riendo. - - --Creo que sí--le contesté yo--; pero mi vida ha sido muy - activa y mi educación descuidada. - - --El cónsul de Alejandría me recomienda a usted eficazmente. - ¿Qué quiere usted de mí? - - Entonces yo me levanté, me cuadré e hice la señal de - reconocimiento como masón del rito escocés. A su vez se - levantó él y me correspondió. - - --Cuénteme usted un poco su vida. - - Yo le conté mi vida. - - El cura Merino, el Empecinado, los carbonarios de París, las - conspiraciones, la lucha contra Angulema, la escapada hasta - Gibraltar, la vida en Tánger y en Alejandría. - - --¡Y todo eso con poco dinero! Sin medios--exclamó el lord, y - añadió en español chapurrado de italiano--: ¡Per Bacco! ¡Que - es usted un hombre! - - Al hablar, el lord mezclaba juramentos de todos los países. - - Me preguntó si había llevado mi equipaje al _Cefaloniota_. - Le dije que no. Me encargó que lo trajera inmediatamente y - que no dijera a nadie que era español, y mucho menos emigrado - constitucional, y que no saltara a tierra. Tocó un timbre, - llamó a un oficial y habló con él en inglés. - - Acompañado de este oficial, bajé a un bote que llevaba la - bandera inglesa, y me senté a popa sobre un tapete de seda. - Llegamos a la goleta Chipriota. Subí. El capitán Spiro - desembalaba unas cajas de fusiles y pistolas. - - A bordo había dos comisionados del gobierno griego, de grandes - bigotes negros, acompañados de cuatro soldados con fusiles. - - --Son de la policía política--me dijo el capitán Sarompas--, y - si no fuera porque pasa usted por inglés y tiene usted tanta - influencia con lord Byron, le detendrían. Las cosas están muy - embrolladas en tierra. - - Volví al _Cefaloniota_ y me llevaron el equipaje a un - camarote. Lord Byron estaba conferenciando en aquel momento - con unos comisionados griegos de Missolonghi. Concluída la - conferencia, salieron los comisionados y el lord a cubierta. - Entonces noté la cojera de Byron. Se acercó a mí. Estaba - jovial. - - --Ahora vamos a almorzar, señor guerrillero--me dijo. - - Comían a su mesa su segundo, un médico, el doctor Bruno y el - oficial de guardia, todos de uniforme. - - El lord me habló de las cosas de España, de Sevilla y de - Cádiz, de una corrida de toros que había visto, y me recitó, - como un inglés puede recitar en español, trozos de Garcilaso - de la Vega y de los romances del Cid. - - Me preguntó también si la clerigalla (ésta fué su palabra) - seguía mandando en España. - - De cerca, lord Byron daba la impresión de un hombre raro, - medio afeminado, pero no débil, ni mucho menos. En el almuerzo - apenas comió mas que golosinas, unas coles en vinagre, unas - sardinas, frutas y un pedazo de queso inglés. En cambio, bebió - bastante vino de Asti. - - Como vió que yo no bebía vino, dijo: - - --¡Qué extraño! Estos españoles ni comen ni beben. Con - una aceituna y un vaso de agua con azucarillo, ya están - despachados. - - Después de almorzar nos sirvieron café, y como vió que yo lo - tomaba a gusto, hizo el lord que me sirvieran más. - - Después de almorzar nos levantamos y nos hicimos todos grandes - reverencias. Su Excelencia fué a despachar sus asuntos y - nosotros a fumar a la Cámara de Oficiales. - - Me presentaron a unos y a otros, y nos saludamos solemnemente. - - Toda esta ceremonia inglesa me fastidiaba un poco. - - Después de fumar, me avisó el criado Tita que fuera a ver a Su - Excelencia. Entré en su habitación. - - --Veo, por lo que me ha contado usted--me dijo el lord--, lo - que ha sufrido usted por la libertad. Usted ha andado por - países civilizados, por países como España, donde queda una - gran cultura de sentimientos; aquí, no; aquí no queda nada - de la Grecia antigua. Soy de la opinión de San Pablo, que - decía que no hay diferencia entre los judíos y los griegos. - El carácter de los dos es igualmente vil. El griego actual no - es sólo envidioso, malo y vengativo, sino que es abandonado y - sucio. - - Es un degenerado. No tiene fe en nada. Allá en España - confiaban ustedes en el compañero; aquí no se puede confiar - en nadie. Aquí se tiende usted a dormir en el campamento, y - al día siguiente le han robado el reloj o el pañuelo, si es - que no le han cortado la cabeza. Además de esto, los patriotas - griegos tienen una gran hostilidad contra el extranjero, y - hasta a nosotros mismos, que hemos venido aquí a luchar por su - libertad, nos odian. - - --No me diga más Su Excelencia--le indiqué yo--; si esto es - así, me voy inmediatamente. - - --No--me contestó él--. Espere usted. Es usted el único - español que ha acudido a secundar mi empresa, y no quiero que - pueda decir que no he hecho por él todo cuanto esté en mi - mano. Quédese usted aquí unos días en el barco. Supongo que le - convendrá descansar, porque, indudablemente, está usted débil. - - Todo el mundo, al verme delgado y pálido, suponía lo mismo. - En los días sucesivos ocurrió lo propio. Byron me hizo mil - preguntas, se rió, recitó versos; y cuando yo le decía si - había pensado algo para mí, me contestaba que esperase. - - Un día me preguntó claramente. - - --¿Qué echa usted de menos aquí o qué le estorba? Dígamelo - usted claramente, dígamelo usted con la franqueza de un nieto - del Cid. - - --Excelencia--le contesté yo--. Para mí hay aquí demasiada - etiqueta. - - Lord Byron se echó a reír a carcajadas. Como vi que lo tomaba - alegremente, añadí: - - --Tanto ponerse la corbata y cepillarse la levita a todas - horas, y saludar al superior y al inferior, y dejar que pase - antes por una puerta y esperar a que se siente, a mí, que he - vivido entre campesinos, me cansa. - - --Es usted un hombre original, guerrillero--me dijo.» - - * * * * * - ---¿Y así ha vivido usted? - ---Así he vivido quince días en compañía de Byron, hasta que éste ha -enfermado y ha muerto, y entonces me he trasladado a la Chipriota. - ---¡Qué suerte la de usted! - ---¿Pues? - ---Usted no tiene idea lo que es para mucha gente haber vivido en la -intimidad de lord Byron. Ya ve usted, la mayoría de los ingleses que -estábamos en Missolonghi no hemos cruzado ni una vez la palabra con él. - ---Pues era un hombre amable y muy asequible; a veces, de una gran -afabilidad. - ---Sí, para la gente original y extraña como usted. Un guerrillero -español que ha guerreado a las órdenes de un cura no se encuentra -todos los días. Para nosotros, paisanos suyos sin historia, no era tan -asequible el lord, ni mucho menos. - ---Sí, claro; esto se explica. - ---¿Y de qué hablaban ustedes? - ---Principalmente, de España y de los guerrilleros. Le interesaba -mucho la vida y el carácter de Merino, del Empecinado y de los otros -cabecillas españoles, las ideas, la manera de guerrear, sus odios, sus -antipatías y demás detalles. - ---¿Y qué vida llevaban ustedes? - ---A las cinco de la mañana tocaban los pífanos y tiraban un cañonazo. -Era la señal de levantarse todo el mundo. Yo me vestía de prisa, salía -al instante del camarote, para que lo limpiaran, y luego volvía a -vestirme de etiqueta. - ---¿A qué hora se levantaba el lord? - ---Al amanecer. Solía estar leyendo y escribiendo hasta las ocho en -punto, en que llamaba. Lo hacía todo con una exactitud cronométrica. - ---¿Sí? ¡Qué extraño! ¡Con la fama de hombre irregular que tenía! - ---Pues era ordenadísimo. A las ocho tocaba el timbre; entraban Tita, -el criado, y Fletcher, el ayuda de cámara. Estaban media hora. A las -ocho y media tres secretarios, con sus cartapacios, pasaban un cuarto -de hora. Luego venía el oficial de guardia, otro cuarto de hora. A las -diez menos cuarto, Fletcher, con dos teteras de plata en una bandeja, y -Tita, con otra bandeja con tazas y un azucarero de China. A las diez, -el médico. A las diez y cuarto, los comisionados griegos. - ---¿Y todos los días lo mismo? - ---Todos los días lo mismo. - ---Es curioso que usted haya visto sólo por dentro lo que yo he visto -sólo por fuera. ¡Qué pensaba Byron! - ---Byron tenía ideas de poeta. Creía que era necesario para Europa que -Grecia se reconstituyera. Afirmaba que los griegos iban a ser con el -tiempo lo que fueron en la edad antigua. Para este resultado quería no -sólo trabajar, sino sacrificarse. ¿Qué importa mi vida?--me decía. - ---Y usted, ¿qué le contestaba? - ---Hombre, yo no tengo esa religiosidad ni esa pasión por Grecia. Yo no -soy poeta. Yo me callaba. - ---¿Y, prácticamente, qué quería hacer? - ---Quería inculcar espíritu de unión a los jefes y desterrar la -barbarie. Por lo que me indicó, había muchas disidencias entre los -griegos. Parece que el comité de Missolonghi y el gobernador de esta -ciudad le invitaban a que fuera al Congreso de Salamis, y Maurocordato -le excitaba para que fuera a Hydra. Una y otra facción le enviaban -cartas, mensajes, e intrigaban y se denunciaban. - ---Y del coronel Stanhope, ¿qué opinaba? - ---No le he oído hablar de él nunca. - ---¿Era un incrédulo de verdad en cuestiones religiosas? - ---No sé. Algunas veces le he oído decir: soy una oveja descarriada, -pero no tanto como cree el mundo. - - * * * * * - -Cuatro días después de mi encuentro con Aviraneta, se presentó a la -vista de Missolonghi la corbeta _Egina_, que salía para Nápoles. - -Fuimos Mac Clair y yo por la mañana y entramos en la lancha y nos -dirigimos a la corbeta. La mayoría de los pasajeros eran militares -franceses muy bulliciosos. - -El capitán de la corbeta, Jorge Belisarios, fué designando a cada uno -su camarote y entregándole una chapa con un número y fijando otra chapa -de hoja de lata en las puertas de los camarotes. - -A Mac Clair y a mí nos tocaron los peores. - -Poco después de embarcar nosotros, llegó a la _Egina_ una lancha que -conducía al comisario griego de Missolonghi, a su señora, sus hijos y -varios criados con una porción de bultos. - -Aviraneta me preguntó qué tal estábamos instalados, y le dije que mal. - ---Yo le veré al capitán--indicó--. Con la recomendación especial que me -dió en vida lord Byron me atiende mucho. - -Aviraneta explicó al capitán del barco lo que ocurría; pero éste -aseguró que tenía los demás camarotes ocupados y que únicamente, si el -comisario griego quería trasladar su equipaje, se podría conseguir el -desocupar uno. - ---Vamos a ver al comisario griego--dijo Aviraneta--; lo conozco por -haberle visto en compañía de lord Byron, y supongo que nos atenderá. - -Se avisó al comisario y bajamos a la cámara del barco, y esperamos. - -El comisario era un hombre de unos cincuenta años, gordo, pesado, con -la nariz de cuervo, el pelo negro, el bigote largo y unas ojeras de -color morado obscuro. - -Este comisario era un phanariota. Los phanariotas, habitantes del -barrio griego de Constantinopla que llaman el Phanar, no son griegos -puros, sino mixtos de otras razas; son como los judíos, gente de -comercio que han vivido siempre entregados a la usura y a los negocios. - -Aviraneta explicó en francés al comisario lo que ocurría. El comisario, -al principio, no parecía dispuesto a ceder; pero Aviraneta le dijo -claramente que no le parecía digno que a un coronel que había ido a -defender la independencia de Grecia, enfermo de cuidado, se le dejara -abandonado en un rincón infame. - -El comisario se avino a razones y dispuso que uno de sus criados -desalojase un camarote. Como este camarote era pequeño, Aviraneta no -quiso que fuera allí Mac Clair y cedió el suyo yendo él al pequeño. - -El que cedió era el mejor del barco. - -Instalé a Mac Clair en la cámara. Por la noche nos hicimos a la vela y -comenzamos nuestra navegación. - -Cruzamos con muchos barcos, grandes y pequeños, y nos acompañó durante -algún tiempo un corsario griego, el _Vigilante_. Ibamos muy cerca, y se -les veía a los corsarios con su facha de bandidos. - ---¿Cómo no les persiguen los turcos?--le pregunté a un marinero. - ---Los marineros turcos son muy malos--me dijo--. Nombran capitanes a -gente que no sabe nada de náutica, no se ocupan de sus barcos y creen -que sus cañones son buenos si meten mucho ruido. - -Al día siguiente se nos acercó un bergantín mercante. Izamos bandera -inglesa; ellos, francesa. - ---¿A dónde van?--nos preguntaron. - ---A Nápoles. ¿Y ustedes? - ---A Chipre. ¿De dónde vienen? - ---De Missolonghi. - ---¿Qué se sabe de lord Byron? - ---Ha muerto. - -La noticia produjo un gran efecto en el barco; la popularidad del lord -poeta era extraordinaria. - -Tuvimos en la travesía un tiempo muy bueno. - -Yo dormía en el sollado y, la mayor parte de los días, sobre cubierta. - -Los franceses se reunían a almorzar y a comer en una mesa, debajo de un -toldo, y allí bebían y charlaban por los codos. - -Como en esta época no había simpatía entre franceses e ingleses, y -los oficiales franceses iban en una clase inferior a la del comisario -griego y a la de Aviraneta, no nos reuníamos unos con otros. - -Yo bajé varias veces a la cámara, que se había convertido en gabinete -de lectura. El comisario griego leía a Píndaro; Aviraneta, los libros -de la biblioteca del barco. - -Aviraneta y yo hablábamos mucho de España. - -Como hacía ya mucho calor, solíamos ir por la tarde a la toldilla de -popa y allí comenzaron a ir el comisario, su mujer y su cuñada. - -Estas dos damas eran hijas de un coronel francés del Imperio, y la -casada no tenía más distracción que leer las memorias de los generales -de Napoleón. - -Charlamos con ellas acerca de política y de literatura. - -El barco se detuvo en Nápoles. Como Mac Clair se ponía cada vez peor y -quería volver a su patria, cuanto antes nos embarcamos en una polacra -que iba a Gibraltar. - - * * * * * - -La polacra se llamaba la _Santa Chiara_, y era su capitán el capitán -Buonaccorsi. Eran nueve marineros, el contramaestre y un grumete. - -Se levaron las anclas y salimos del puerto. - -Hicimos con el capitán muy buenas amistades. Era un hombre amable y -complaciente y cedió una cámara próxima a la suya a Mac Clair. - -De día solíamos charlar constantemente, porque el capitán era hombre -instruído, y seguíamos nuestras conversaciones de noche, sentados en un -banco, próximo al timón. Buonaccorsi era carbonario y con este motivo -intimó con Aviraneta. - -Solíamos hacer unas comidas espléndidas. Aviraneta había hecho -provisiones en Nápoles. - -Buonaccorsi levantaba una trampa de la toldilla de popa, y solía -sacar de un arcón café molido, azúcar, galletas, tarros de manteca y -aguardiente. - -Después de comer los marineros, comíamos nosotros y, a veces, teníamos -verdaderos banquetes. El grumete Beppo nos servía la comida y solíamos -reírnos con sus ocurrencias, porque era un chico listo y gracioso. - -El pobre Mac Clair era el que no participaba de estos banquetes. - - * * * * * - -Tres días después de salir de Nápoles, tuvimos un tiempo de calma -chicha. Nos dedicamos a pescar desde el barco, y cogimos unas hermosas -doradas. - -Buonaccorsi nos preguntó si sabíamos nadar. Yo le dije que sí. - -Aviraneta también. Nos desnudamos y nos echamos al agua. El capitán -mandó a un marinero y a Beppo, el grumete, que estuviesen con el bote -cerca. - -Nadamos durante una hora, y, al volver, nos encontramos con la -desolación en el barco. - -Al grumete Beppo se le había ocurrido desnudarse y echarse a nadar; -pero, fuera que se hubiese enredado en algunas hierbas marinas, o que -algún pulpo se le había enganchado, el caso es que se hundió y no -pareció. - -Al ocurrir esta desgracia, Mac Clair había salido del camarote y -estaba en la borda mirando el mar. Los marineros de la _Santa Chiara_ -aseguraron que Mac Clair le había dado la _jettatura_ al pobre grumete. - -Después de la calma chicha, tuvimos un temporal violento, que los -marineros atribuyeron también al mal de ojo que daba Mac Clair al barco. - -El espíritu de la tripulación se fué haciendo cada vez más hostil a -nosotros, y Buonaccorsi nos participó que no iba a tener más remedio -que desembarcarnos en el primer puerto. - -Así lo hizo, y un día de mayo desembarcamos en Ondara. - - - - - EL FINAL DEL EMPECINADO - - NARRACIÓN DE AVIRANETA - - -A los tres días de salir de Ondara llegamos, en la barca del -_Farestac_, a la vista de Marsella. Hicimos nuestras señales, y vino, -por la mañana, a bordo de nuestro lanchón la falúa de sanidad, con un -médico. - -Urbina, la Clavariesa y yo embarcamos en la falúa y fuimos al lazareto. - -Nos introdujeron en una sala y nos examinaron y tomaron el pulso. - -Luego nos llevaron delante de un tribunal, y el presidente nos declaró -libres de contagio. Nos fumigaron las maletas y quedamos libres. - -La Clavariesa y Urbina fueron al mejor hotel de Marsella, y yo a un -modesto _garní_ de tres francos. - -Al día siguiente me presenté en la mensajería real y tomé un asiento -en la berlina de la diligencia de Burdeos. Iban conmigo dos compañeros -que dormían como troncos. Yo, que nunca he podido dormir en coche, me -dediqué a fumar. - -Anduvimos toda la noche; amaneció un hermoso día, y mis compañeros, que -se despabilaron, me saludaron en mal francés. - ---Estos son españoles--pensé yo--, y les hablé en castellano. - ---¿Cómo ha conocido usted que éramos españoles?--me preguntó uno de -ellos. - ---En el acento y en el tipo. Hasta aseguraría que este señor--y señalé -al de mi izquierda--es vascongado. - ---Cierto. Soy de Tolosa, y mi compañero, de la Rioja. Y usted, ¿de -dónde es? - ---Soy nacido en Madrid, pero hijo de guipuzcoanos y criado en Guipúzcoa. - ---¿Es usted comerciante? - ---No, emigrado. - ---¿Liberal? - ---Sí. - ---Yo también--me dijo el riojano--. He sido cura beneficiado de Haro, -y, como me manifesté partidario de la Constitución, los realistas y -la gente de iglesia me hicieron tal guerra, que me tuve que escapar a -Francia. - -El beneficiado Pinedo--así se llamaba el cura--, parecía un buen -hombre; el guipuzcoano, que se apellidaba Urmendia, era hombre de más -conchas. - -Llegamos a Nimes, nos hospedamos en un buen hotel, y, después de -descansar, el beneficiado Pinedo y yo recorrimos la ciudad y vimos -los monumentos. Urmendia desapareció y no le vi hasta las diez de la -mañana del día siguiente, en que tomamos la diligencia para Tolosa de -Francia. Hablamos Urmendia y yo de Basterrica, a quien conocía, por ser -del mismo pueblo, y a quien creía en América. Le dije yo que estaba en -Alejandría de Egipto. - ---¿Y cómo lo sabe usted?--me preguntó él. - ---Porque he estado con él en Alejandría. - -Conté mi viaje con todos sus accidentes, cosa que les interesó mucho; -Urmendia me dijo que había supuesto si yo sería algún militar de los -del ejército de Mina. - -Nos detuvimos en Montpellier, y el beneficiado y yo vimos la ciudad, la -catedral, el paseo de Peyrou y algunas otras cosas. - -Urmendia se nos escapó; le pregunté a Pinedo qué hacía mi paisano, y el -cura me confesó que su amigo era un empresario de casas de juego y que -estaba preparando el negocio en aquellos pueblos con otros jugadores -franceses. El beneficiado era también accionista de la empresa. - -Regresó Urmendia a la fonda, y me despedí de él y del beneficiado. -Tomé la diligencia, llegué a Toulouse, donde no hice mas que comer, y -continué hasta Burdeos, donde me apeé en el Hotel Richelieu. - -Escribí un billete a don Juan José Zangroniz, comerciante y -corresponsal de Alzate e Ibargoyen, de Méjico, anunciándole mi llegada -y el hotel en que me encontraba, y lo despaché con un mozo de la fonda. -A la hora de haberlo recibido se presentaron en la fonda Zangroniz y -mi primo Berroa, a quien no había visto desde que yo tenía ocho años, -en Irún. Berroa me dijo que nuestro tío Ibargoyen llegaría al cabo de -quince días o un mes. Como yo tenía pasaporte como súbdito inglés, le -dije a Berroa y a Zangroniz que pensaba utilizarlo para ir a América. - -Berroa me dijo que no lo hiciera, que entre los comerciantes de Méjico -un inglés era siempre mirado como un hereje, y que preguntase a don -José Ignacio de la Torre de Vera Cruz, a Ibarrondo el de Guadalajara de -Méjico, a Iñigo y a otros comerciantes mejicanos que estaban en aquel -momento en Burdeos, y vería cómo me decían lo mismo. - -Efectivamente, tanto la Torre, como Ibarrondo, me dijeron que si iba -como súbdito inglés me perjudicaría mucho entre los mejicanos y los -españoles, que me mirarían como un luterano o un calvinista. - -Zangroniz se encargó de poner en regla mi pasaporte como español, y lo -arregló pronto. - -Llegó el buque que se esperaba, y mi tío Ibargoyen no apareció; pero -Berroa recibió una carta suya diciendo que no saldría hasta el otro -correo, lo que hacía que no pudiera llegar hasta pasado mes y medio. - -Berroa dijo que pensaba ir en el intervalo a Irún a ver a sus parientes -y, de allí, a San Ignacio de Loyola, pues había hecho la promesa de -hacer ejercicios, durante una terrible tormenta que le cogió en el -Pacífico. - -Berroa me instó a que yo hiciese lo mismo. Como mi primo era muy bruto, -no quise discutir con él acerca de los ejercicios espirituales, y le -dije que no me convenía entrar en España, y que, únicamente, si mi tío -Sebastián Ignacio de Alzate me escribiera diciendo que no corría ningún -peligro en San Sebastián, entraría. - -Mi primo Berroa escribió al tío Alzate, que le contestó y le envió -una carta para mí, diciéndome que podía ir a San Sebastián sin ningún -cuidado. - -En vista de esto, acepté, y Zangroniz se encargó de pedir los -pasaportes para Berroa y para mí. Salimos de Burdeos y llegamos a Irún. -El cura Errazu me recibió muy amablemente, y me hizo que le contara mis -andanzas. - -Mi primo quedó en Irún y me dijo que le esperara diez días más tarde, -en San Sebastián, para ir a Loyola. - ---Sí, sí--le dije yo--, esperaré. - -De Irún marché a San Sebastián y fuí a ver a mi tío Alzate. Este era -secretario del ayuntamiento y absolutista, pero no muy fanático. Creía -que la política no tenía que ver gran cosa con la vida. - ---No tengas ningún cuidado--me dijo--; a pesar de ser absolutistas, -estamos dando más ejemplos de tolerancia que vosotros. Hemos tenido -constitucionales en el pueblo y han vivido sin que nadie se meta con -ellos. Además, eres mi sobrino, y basta. - ---Necesitaré algún papel de la policía--le indiqué. - ---Te lo darán en seguida. El subdelegado es amigo nuestro. No sé si te -acordarás de él: Carrese. - ---Sí, sí. Ya lo creo. - ---Le avisaré. - -Vino Carrese a verme. - -Este Carrese era un agente de negocios de Madrid, amigo de mi padre y -mío. Cuando yo iba a la corte, por los años del 1816 al 20, y, después, -en el período constitucional, solía acudir de tertulia a su casa, con -un hermano del marino Churruca, y algunos otros. Estaba agradecido a -mí, porque, en los tres años de Constitución, no dejamos los amigos de -ir a visitarle, a pesar de ser él un fanático realista. - -Carrese me recibió muy amablemente y me dió una tarjeta de seguridad. - -Estuve seis días en San Sebastián, y, al cabo de este tiempo, marché a -Irún a la fonda de Ramón Echeandia, compañero de mi niñez. - -De los amigos de la infancia muy pocos vivían ya en Irún. - -Todo el Aventino había desaparecido: unos habían muerto en la guerra de -la Independencia, otros se habían embarcado para América. - -El pueblo, a pesar de esto, era mayor, había llegado mucho forastero y -tenía más tiendas que en mi época y dos o tres cafés. - -Estaba entretenido en Irún, recordando los tiempos antiguos; había -hecho nuevos amigos y solía charlar de política con completa libertad. - -Un día estaba paseándome en la plaza, cuando aparecieron por la cuesta -de San Marcial, que sube al pueblo desde el barrio del Bidasoa, tres -hombres a caballo. - -Uno de ellos se acercó a mí y me preguntó: - ---¿Qué hora es? - -Saqué el reloj y le dije la hora. - ---¿No me conoce usted?--me preguntó desde el caballo. - ---¡Diablo! Usted es un cervato. - ---Sí; Bienvengas, el del Villar. - ---Es verdad. ¿Y qué hace usted aquí? - ---Voy a la fonda de Echeandia. Vaya usted. Allí nos veremos a la hora -de comer. - -Seguí paseando con los amigos y fuí a la fonda. - -Me encontré con los tres caballistas, que me pasaron a su cuarto. - -Eran cervatos de Villar del Ciervo, y habían servido con el Empecinado. - -Los tres cervatos eran contrabandistas y se habían sublevado con el -Empecinado y conmigo en la Ribera del Duero, a principio de 1820. - -Dos de los cervatos se quedaron a arreglar el ganado, y Bienvengas me -dijo: - ---Don Eugenio, usted está dejado de la mano de Dios. - ---Pues, ¿por qué? - ---¡Usted en España! ¿Sabe usted lo que le ha sucedido al Empecinado? - ---Sí; sé que está preso en Roa. - ---¡Pero cómo lo tratan! El corregidor don Domingo Fuentenebro lo tiene -preso en un calabozo inmundo, y los días de fiesta lo saca y lo manda -exponer al público, en una jaula, para que los realistas le insulten y -le escupan. - -Yo palidecí, como si me hubieran pegado una puñalada. - ---La madre de Martín llora delante de la jaula de su hijo, y la -querida, aquella muchacha que vivía con el Empecinado, se pasea delante -de la jaula del brazo de un oficial de voluntarios realistas. - ---¡Qué final! Es que el Empecinado es terco. Yo le escribí dos veces -desde Gibraltar, diciéndole que no se fiara de la capitulación de -Extremadura, que fuera a reúnirse conmigo..., y no hizo caso. - ---Quizá no recibiera la carta. Y él sin usted está perdido. - ---¿Y qué harán con él? - ---Matarlo; piensan darle garrote. - ---¡Si se pudiera hacer algo por ese hombre! - ---¡Qué se va a hacer! Lo único que debe usted hacer es marcharse ahora -mismo a Francia. Yo le acompañaré y, como conozco a los de la Aduana, -no le dirán nada. - ---Es que tengo la maleta aquí en la fonda. - ---Yo diré que se la manden a usted; pero váyase usted. Hágame usted -caso. - -Me trajeron uno de los caballos, y Bienvengas y yo fuimos camino de -Behobia. Pasamos el puente sin dificultad y entramos en un fonducho. - ---Ahora que está usted a salvo--me dijo Bienvengas--, le voy a decir -por qué le he traído aquí en seguida. Es que hay entre nosotros uno que -ha vivido en Roa y es realista, y ése es muy posible que le conozca a -usted. - -Comimos y, durante la comida, hablamos mucho y me dió noticias de los -amigos. La mayoría de los oficiales del Empecinado estaban libres. -Larreategui vivía en Madrid; Casimiro de Gregory estaba en París; los -hermanos del general, Juan, Antonio y Hermógenes, se habían escapado. -De los vaqueros, el teniente Gotor estaba en Portugal y el sargento -Juan de Dios en América. - -Juan de Dios, según me dijo Bienvengas, había estado a punto de ser -fusilado, pero le salvó un soldado de Merino, antiguo amigo mío y -compañero de la guerra de la Independencia, Gil de Aguilera, El -_Chiquet_ se había marchado a Cataluña. - -Mientras me hablaba, yo recordaba, como si los tuviera delante, a todos -estos amigos; pero lo que más me obsesionaba era el pensamiento del -Empecinado metido en la jaula. - -Lo estaba viendo en su casa, cuando iba a buscarle para ir a cazar -liebres con galgos al páramo de Corcos. ¡Era tan ingenuo, tan bondadoso! - -El Empecinado tenía una casa de campo a orillas del Duero, cerca de -Nava de Roa, en un sitio llamado el Salto de Caballo. - -Era casi un aduar de moro pobre, con las ventanas pequeñas y sin -ninguna comodidad. Tenía un viñedo hermoso, que lo trabajó, y una -bodega casi a orilla del río y del camino de Peñafiel. El vino de su -bodega era de excelente calidad y valía siempre hasta dos reales más en -cántara que los de los pueblos inmediatos. - ---¿Y de mí qué se dijo?--le pregunté a Bienvengas, para librarme del -recuerdo del Empecinado en la jaula. - ---Entre nosotros ha corrido la noticia de que usted había sido -fusilado en las playas de Andalucía. Respecto a su casa de Aranda, ya -no queda en ella nada, porque la han saqueado los realistas. - ---Y vosotros, ¿qué habéis hecho? - ---Pues nosotros, después de la capitulación de Extremadura, nos -dispersamos. El Empecinado se marchó a su tierra y nosotros a Ceclavin -a hacer contrabando con Portugal. Así estuvimos algún tiempo, hasta que -unos cuantos ceclavineros formamos una sociedad para hacer contrabando, -y nos pusimos en relación con políticos de Madrid y con comerciantes de -Pamplona, Valladolid y Zaragoza. Hacemos el contrabando con Francia y -con Portugal. Hemos metido ahora dos cargamentos de muchos millones por -la parte de Navarra, y vamos hacia la línea del Ebro, para ponernos de -acuerdo con los jefes de carabineros que pertenecen a la asociación. -Bueno. ¡Adiós, don Eugenio! Hasta la vista. La maleta se la enviaré a -usted en seguida, y Bienvengas me abrazó y me puso una bolsa en la mano. - ---¿Qué me das aquí? - ---Nada, una bicoca. Usted necesitará dinero. Ahí tiene usted veinte -onzas. - ---No, no las necesito. Si las necesitara, las tomaría, como si me las -diera un hermano o un hijo, pero no las necesito. Muchas gracias. - -El cervato me volvió a abrazar, y montó a caballo y se fué. Por la -noche recogí mi maleta. - -Salí de la posada de Behobia y encontré una muchacha que iba a Bayona -en un caballo con _cacolet_, y me entendí con ella para hacer el viaje. - -A pesar de que la chica era sonriente y alegre y le gustaba hablar, el -recuerdo de la jaula donde estaba metido el Empecinado, expuesto a los -insultos de la canalla, no se me podía borrar de la imaginación. - -Hice una porción de proyectos todos inútiles y sobre el vacío. Llegué a -Burdeos, y, para olvidarme de la impresión penosa de la jaula de Roa, -me suscribí a un gabinete de lectura y me dediqué a leer. - -Le escribí al general Mina a Inglaterra, contándole lo que pasaba con -el Empecinado, pero no recibí contestación. - -De allí a algunos días, se presentó de vuelta mi primo Berroa. Desde -su llegada, observé en su semblante gran mudanza; sin duda, le habían -dicho que yo era un revolucionario peligroso. - -Pocos días después me dijo Zangroniz, en confianza, que Berroa hablaba -de mí como de un hereje amigo de Mina y del Empecinado. - -Dos meses después de mi llegada a Burdeos apareció mi tío Ibargoyen. -Fuimos Zangroniz y yo a verle a Royán; venía en una fragata. Yo no -le conocía a mi tío. En el tiempo en que yo estuve en Veracruz él se -hallaba viajando. - -Mi tío Ibargoyen era un hombre de más de sesenta años, alto, grueso, -sonrosado, jovial, franco, generoso y amigo de francachelas. Toda la -vida la había pasado en el comercio de la China con Nueva España, -habiendo comenzado su carrera de piloto en las Naos de Acapulco. - -En Méjico le llamaban el Chino. Había ganado millones y se los había -gastado alegremente. - -El tío Ibargoyen se hizo muy amigo mío, le conté yo las vicisitudes de -mi vida y le hablé del triste final del Empecinado, metido en una jaula -en Roa. - ---¿Dónde está Roa?--me preguntó. - -Le enseñé en el mapa de España dónde se encontraba este pueblo. - ---Imposible--dijo él--; si estuviera encerrado en una prisión de un -pueblo de la costa, yo era capaz de armar un barco para socorrerle; -pero ahí, tan dentro de tierra, es completamente imposible. - -Lo comprendí yo también así, y tuve que olvidar la suerte lamentable de -mi general y mi amigo. - -Desterrando el recuerdo de lo pasado, me dediqué a pensar en el -porvenir. - -Mi tío determinó hacer las compras de un cargamento, para venderlo en -el mercado de Veracruz y en algunos otros pueblos de la costa mejicana. -Se encargaron de la operación Zangroniz y mi primo Berroa; compraron -grandes partidas de sedería francesa y varios miles de cajas de vinos -de Burdeos y de _Champagne_. El valor del cargamento subió cerca de -cien mil pesos. - -Por entonces, un naviero vizcaíno, llamado Maíz, establecido en -Burdeos, acababa de construír un bergantín, y se decidió hacer la -expedición en él. El _San Pablo_ era un hermoso barco. Lo mandaba el -capitán Vander Weyer, marino holandés, y tenía una tripulación mixta de -holandeses y franceses. Hecho el cargamento por Zangroniz y Berroa, el -resto del cargamento lo realizaron Latorre, Iñigo, Ibarrondo y otros -comerciantes amigos de mi tío, que tenían sus negocios en la costa -mejicana. A petición de Zangroniz se me nombró a mí sobrecargo del _San -Pablo_. - -Embarcado todo el cargamento y listo el buque, fuimos una mañana todos -a la catedral de Burdeos a oír la misa de partida. - -Seguidamente, nos encaminamos al muelle, y, en una lancha grande, nos -embarcamos el armador Maíz y los demás interesados en la expedición. -En el bergantín estaba puesta la mesa sobre cubierta, porque hacía un -tiempo delicioso. Ibamos de pasajeros un comerciante establecido en -Santo Tomás, tres jóvenes que le acompañaban, mi primo y yo. Comimos, -hubo sus discursos de rúbrica, se levaron las anclas y comenzamos a -navegar por el Garona abajo, hasta Royán. - -Nos despedimos de todo el mundo, pasamos la barra y nos pusimos en -franquía. - -Un año después, estando en Alvarado, en Méjico, con un ataque reumático -en cama, leí el terrible final del Empecinado en un periódico francés. -El guerrillero, al ser conducido de la prisión de Roa al cadalso, -había roto las cuerdas que le ataban, y, arrancando la espada de las -manos del jefe de la escolta, había intentado abrirse paso entre los -esbirros. Los voluntarios realistas se habían echado sobre él y le -habían cosido a bayonetazos. El corregidor, don Domingo Fuentenebro, -mandó subir el cadáver al tablado y ordenó colgarlo por el cuello. - - - FIN DE LOS CONTRASTES DE LA VIDA - - - Itzea, febrero, 1920. - - - - - ÍNDICE - - - Págs. - - - EL CAPITÁN MALA SOMBRA: - - I.--Otra historia de Aviraneta 11 - - II.--Morillo y el Empecinado 15 - - III.--El Chiquet 23 - - IV.--En el Ayuntamiento 29 - - V.--Los vaqueros 35 - - VI.--El capitán Mala Sombra 39 - - VII.--La presa 47 - - VIII.--La decisión del capitán 55 - - IX.--Conchita Aguilafuente 61 - - X.--Pancalieri 69 - - XI.--Final 71 - - - EL NIÑO DE BAZA 73 - - - ROSA DE ALEJANDRÍA: - - I.--El viaje a Egipto 105 - - II.--La casa de Chiaramonte, el Maltés 117 - - III.--Nuestro amigo Mendi 125 - - IV.--La familia Chiaramonte 143 - - V.--Los conflictos de Mendi 147 - - VI.--La suerte 155 - - VII.--El cabo Yusuf 159 - - VIII.--Despedida 169 - - IX.--Noticias de Egipto 173 - - - LA AVENTURA DE MISSOLONGHI 175 - - - EL FINAL DEL EMPECINADO 225 - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Memorias de un Hombre de Acción: #7 -Los Contrastes de la Vida, by Pío Baroja - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK MEMORIAS DE UN HOMBRE DE *** - -***** This file should be named 51858-8.txt or 51858-8.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/1/8/5/51858/ - -Produced by Carlos Colón, University of Toronto and the -Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net -(This file was produced from images generously made -available by The Internet Archive) - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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You may copy it, give it away or re-use it under the terms of -the Project Gutenberg License included with this eBook or online at -www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - -Title: Memorias de un Hombre de Acción: #7 Los Contrastes de la Vida - -Author: Pío Baroja - -Release Date: April 25, 2016 [EBook #51858] - -Language: Spanish - -Character set encoding: ISO-8859-1 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK MEMORIAS DE UN HOMBRE DE *** - - - - -Produced by Carlos Colón, University of Toronto and the -Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net -(This file was produced from images generously made -available by The Internet Archive) - - - - - - -</pre> - -<p class="box">Nota del Transcriptor:<br/><br/> - -Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.<br/><br /> - Errores obvios de imprenta han sido corregidos.<br/><br /> - - Páginas en blanco han sido eliminadas.<br/><br/> -La portada fue diseñada por el transcriptor y se considera dominio público.<br /></p> - - - - - - -<p class="center large p6">PIO BAROJA</p> - - -<p class="center p4">MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN</p> - -<p class="p2"><i>El aprendiz de conspirador.</i></p> - -<p><i>El escuadrón del Brigante.</i></p> - -<p><i>Los caminos del mundo.</i></p> - -<p><i>Con la pluma y con el sable.</i></p> - -<p><i>Los recursos de la astucia.</i></p> - -<p><i>La ruta del aventurero.</i></p> - -<p><i>Los contrastes de la vida.</i></p> - -<p><i>La veleta de Gastizar.</i></p> - -<p><i>Los caudillos de 1830.</i></p> - -<p><i>La Isabelina.</i></p> - - - -<hr class="chap" /> -<p class="center p6 large">OBRAS DE PIO BAROJA</p> - - -<p class="p2 i2">Vidas sombrías.<br /> -Idilios vascos.<br /> -El tablado de Arlequín.<br /> -Nuevo tablado de Arlequín.<br /> -Juventud, egolatría.<br /> -Idilios y fantasías.<br /> -Las horas solitarias.<br /> -Momentum Catastrophicum.<br /> -La Caverna del Humorismo.<br /> -Divagaciones sobre la Cultura.</p> - - -<p class="p2">LAS TRILOGÍAS</p> - - -<p class="p2">TIERRA VASCA</p> - -<p class="i2">La casa de Aizgorri.<br /> -El Mayorazgo de Labraz.<br /> -Zalacaín, el aventurero.</p> - - -<p>LA VIDA FANTÁSTICA</p> - -<p class="i2">Camino de perfección.<br /> -Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox.<br /> -Paradox, rey.</p> - - -<p>LA RAZA</p> - -<p class="i2">La dama errante.<br /> -La ciudad de la niebla.<br /> -El árbol de la ciencia.</p> - - -<p>LA LUCHA POR LA VIDA</p> - -<p class="i2">La busca.<br /> -Mala hierba.<br /> -Aurora roja.</p> - - -<p>EL PASADO</p> - -<p class="i2">La feria de los discretos.<br /> -Los últimos románticos.<br /> -Las tragedias grotescas.</p> - - -<p>LAS CIUDADES</p> - -<p class="i2">César o nada.<br /> -El mundo es ansí.</p> - - -<p>EL MAR</p> - -<p class="i2">Las inquietudes de Shanti Andía.</p> - - -<p class="p2">MEMORIAS DE UN HOMBRE -DE ACCIÓN</p> - -<p class="i2">El aprendiz de conspirador.<br /> -El escuadrón del Brigante.<br /> -Los caminos del mundo.<br /> -Con la pluma y con el sable.<br /> -Los recursos de la astucia.<br /> -La ruta del aventurero.<br /> -La veleta de Gastizar.<br /> -Los caudillos de 1830.<br /> -La Isabelina.</p> -<hr class="chap" /> - -<p class="p6 center"> -ES PROPIEDAD<br /> -DERECHOS RESERVADOS<br /> -PARA TODOS LOS PAÍSES<br /> -<br /> -COPYRIGHT BY<br /> -RAFAEL CARO RAGGIO<br /> -1920</p> - -<p class="p6 i2">Establecimiento tipográfico<br /> -de Rafael Caro Raggio.</p> -<hr class="chap" /> - - - - -<p class="p6 center large">PIO BAROJA</p> - -<h1>MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN<br /> -LOS CONTRASTES DE LA VIDA</h1> - -<div class="figcenter4em"><img src="images/page1.png" width="100" -height="124" alt="" title="" /> -</div> - -<p class="p6 center">RAFAEL CARO RAGGIO<br /> -EDITOR<br /> -MENDIZÁBAL, 34<br /> -MADRID</p> - -<hr class="chap" /> - - -<h2>EL CAPITÁN MALA SOMBRA</h2> - - - - -<h3 id="I_I">I.<br /> -OTRA HISTORIA DE AVIRANETA</h3> - - -<p><span class="smcap">Un</span> día de fiesta por la tarde estaba en mi casa -de la cuesta de Santo Domingo leyendo. Mi -mujer había salido con una amiga suya a pasear en -coche por la Moncloa, y yo pensaba dedicarme a la -lectura de Balzac, autor que siempre me ha divertido -mucho y a quien debo momentos agradabilísimos. -Había dado la orden categórica a Bautista, mi ayuda -de cámara, de que no estaba para nadie, y me -encontraba muy a gusto al lado de la estufa cuando -oí que llamaban a la puerta. Escuché pensando quién -podría ser el inoportuno visitante. No esperaba a nadie. -Supuse que Bautista cumpliría mis órdenes, -pero noté que el recién llegado avanzaba por el corredor.</p> - -<p>Al levantarse la cortina de mi despacho miré a -Bautista furibundamente, y éste, antes de que le reprochara -nada, me dijo:</p> - -<p>—Es don Eugenio.</p> - -<p>—¡Ah!, que pase en seguida.</p> - -<p>Hacía ya tiempo que no veía a mi viejo amigo -Aviraneta. Esto pasaba meses después de la revolución -del 54. Don Eugenio por aquella época, como -yo y otros amigos particulares de María Cristina, -habíamos tenido que escondernos huyendo de la -quema hasta que se restableció la normalidad. -Aviraneta volvía de San Sebastián. Estaba, según -me dijo, dispuesto a no intervenir ya en la política.</p> - -<p>Entró don Eugenio en mi despacho; nos abrazamos -efusivamente y se sentó en una butaca que le -ofrecí.</p> - -<p>Me preguntó por mi mujer y por todos los amigos -comunes de la corte; dijo que había pasado la -mañana con Istúriz, que, incomodado por la marcha -de los acontecimientos, ya no quería salir a -la calle, ni hablar con nadie. Don Eugenio pensaba -dedicarme la tarde. Me contó que iba a tomar una -casita en la calle del Barco y a vivir allí en la obscuridad, -como un buen militar retirado, con su Josefina. -Después de charlar largo rato miró y remiró el -libro que tenía yo sobre la mesita al lado de la poltrona.</p> - -<p>—¿Qué estás leyendo?—me preguntó.</p> - -<p>—Estoy leyendo a Balzac. Ahora voy en los <i>Secretos -de la Princesa de Cadignan</i>.</p> - -<p>—Carignan—corrigió Aviraneta.</p> - -<p>—No, Cadignan.</p> - -<p>—El título verdadero de los príncipes es Carignan.</p> - -<p>—Sí; pero aquí no se trata del título verdadero. -Esta princesa de que se habla en la novela no es un -personaje histórico. Yo no sé si hay en la realidad -una familia de Carignan.</p> - -<p>—La hay.</p> - -<p>—Bien; pero este libro no se refiere a ella.</p> - -<p>—Sí; quizá sea una modificación novelesca.</p> - -<p>—¿Y por qué le ha chocado a usted esto? ¿Ha conocido -usted algún Carignan?</p> - -<p>—No; pero este título me recuerda una historia ya -lejana... de 1823.</p> - -<p>—¿Una historia? A contarla, don Eugenio. Ya -sabe usted que soy su historiador. No cedo mi plaza -a nadie.</p> - -<p>—¿Te he contado alguna vez la historia del capitán -Mala Sombra?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—Me he acordado de ella porque tiene alguna relación -lejana con un príncipe de Carignan. Ya que -tú no tienes nada que hacer y yo tampoco, y nuestras -mujeres respectivas están de paseo, di a tu -criado que me traiga una copa de coñac <i>Fine Champagne</i> -del excelente que guardas, y un tabaco de La -Habana, y charlaremos.</p> - -<p>Llamé a Bautista, bebimos nuestras copas, encendimos -los habanos y nos arrellanamos en nuestros -sillones.</p> - - - - -<h3 id="I_II">II.<br /> -MORILLO Y EL EMPECINADO</h3> - - -<p><span class="smcap">Ya</span> te he contado, mi querido Pello—comenzó -diciendo Aviraneta—, cómo a final de abril -de 1823 llegué yo a Valladolid en compañía de mis -amigos el Lobo y Diamante.</p> - -<p>Al reunirme con el Empecinado hice por orden -suya un llamamiento a los patriotas de Castilla la -Vieja y a la Milicia nacional. Fueron acudiendo en -grupos, y uno a uno, los milicianos de Valladolid, los -de los pueblos de los alrededores y los de Toro, Medina, -etc. Se comenzó a organizarlos y armarlos de -la mejor manera posible.</p> - -<p>Nos encontrábamos dedicados a este trabajo, -cuando llegó a la ciudad del Pisuerga don Pablo Morillo, -conde de Cartagena, nombrado días antes, por -el Gobierno, general en jefe del ejército de Galicia.</p> - -<p>Traía Morillo unos mil hombres, con una oficialidad -numerosa y un brillante Estado Mayor.</p> - -<p>Como entonces y como ahora todo el mundo se -creía en España con derecho a mandar y a tener -iniciativas, la Asamblea de los Comuneros de Valladolid, -Torre o Fortaleza, como se decía entre ellos en -su jerga, llamó al Empecinado, que era de los suyos, -y le confirió la misión de que se avistara con Morillo -y le hablara para inclinarle el ánimo a que no -abandonase la ciudad marchándose a Galicia.</p> - -<p>Naturalmente, hubiera sido de mayor conveniencia -para nosotros los liberales, en peligro ante la invasión -francesa, reúnir las tropas en un punto que -no desperdigarlas, pero no todos pensaban lo mismo. -Había muchos políticos y militares que tenían -interés en que la guerra se acabara cuanto antes con -la derrota de las fuerzas del Gobierno Constitucional. -Al Empecinado no le hizo mucha gracia el encargo de -la confederación de Comuneros; pero como Gran Castellano -de esta Sociedad (así se llamaban los jefes de -ella), no tuvo más remedio que aceptar la comisión.</p> - -<p>Don Juan Martín se dispuso a cumplir el encargo -y a visitar al conde de Cartagena, llevándome a mí -de asesor. Hablamos los dos de esta misión considerándola -como de un éxito muy problemático.</p> - -<p>Salimos del alojamiento del Empecinado una tarde, -después de comer, y nos dirigimos a la Capitanía -general.</p> - -<p>Yo iba de uniforme; don Juan, de paisano, con una -capa parda que le llegaba hasta los talones y un -sombrero redondo envuelto en una funda de hule.</p> - -<p>Llegamos a la Capitanía, entramos en el portal y -nos detuvo el centinela. Asomóse un teniente de -guardia y yo le dije:</p> - -<p>—El general Empecinado y su ayudante, que vienen -a visitar al señor conde de Cartagena.</p> - -<p>El oficial nos hizo el saludo militar, y don Juan -Martín y yo subimos hasta el primer piso. Nos -anunciamos y nos hicieron pasar a un salón.</p> - -<p>Morillo, acostumbrado al fausto de los virreyes de -América, lo llevaba con él, allí por donde iba.</p> - -<p>Estaba el general sentado en un trono, vestido de -uniforme; llevaba bordados por todas partes y parecía -un ídolo de oro. Sus ojos, negros como cuentas -de azabache, brillaban en su cara de carrillos abultados; -su gruesa cabeza entrecana se erguía con orgullo, -y sus manos, tostadas por el sol, aparecían -por entre los encajes de las mangas y se apoyaban -en los brazos del sillón.</p> - -<p>Alrededor del general, formando un semicírculo, -se agrupaba su Estado Mayor, una veintena de oficiales -peripuestos y elegantísimos, con los uniformes -llenos de galones y los tricornios de plumas.</p> - -<p>Al entrar nosotros en la sala hubo un gran movimiento -de curiosidad.</p> - -<p>—Este es el Empecinado—dijo alguno.</p> - -<p>—Si es verdad, ¡qué tipo!</p> - -<p>—¡Qué tosco!—exclamó uno de los oficiales.</p> - -<p>—Parece un gañán—dijo otro.</p> - -<p>Morillo, al vernos, se levantó de su sitial y estrechó -la mano a don Juan.</p> - -<p>—¿Cómo estás, Martín?—preguntó.</p> - -<p>—Bien; ¿y tú, Morillo?</p> - -<p>—Bien.</p> - -<p>Morillo habló a su ayudante y le ordenó que despidiera -a todo el mundo y se quedara sólo él.</p> - -<p>Los oficiales se inclinaron ante el capitán general -y salieron.</p> - -<p>Morillo, señalando una silla, dijo al Empecinado:</p> - -<p>—Siéntate.</p> - -<p>—No, estoy bien.</p> - -<p>—Bueno, me sentaré yo. Habla. ¿Qué quieres?</p> - -<p>—Morillo—dijo el Empecinado, con la nobleza -natural que le caracterizaba, haciendo largas pausas -en su discurso—. Somos los dos españoles, y españoles -del pueblo...</p> - -<p>—Cierto.</p> - -<p>—Somos constitucionales y amamos la libertad... -Hoy, Morillo, estamos amenazados de una invasión -de los franceses, que quieren restablecer el rey absoluto... -Nosotros, que combatimos en la guerra de -la Independencia a esos mismos franceses... podemos -de nuevo levantar la bandera de la libertad en -esta tierra..., sublevando los pueblos y organizando -batallones y escuadrones... Castilla espera todo de -ti, general; también espera mucho de mí... Porque -yo, aunque no poseo conocimientos, tengo un corazón -que arde... y sabré dar toda mi sangre por la -patria.</p> - -<p>—Lo sé—dijo Morillo.</p> - -<p>—Pues bien, Morillo, los patriotas de Valladolid -me han comisionado... para que me vea contigo y -te ruegue que te quedes entre nosotros y no vayas a -Galicia... El dividir tanto las fuerzas ante el enemigo -es peligroso... Los patriotas de esta ciudad han pensado -formar una Junta para ponerte al frente del -movimiento... declarando guerra a muerte a los franceses -y a los nuevos afrancesados... Si aceptas, si -encuentras bien la idea, te proclamarán general en -jefe y presidente de la Junta; yo seré tu segundo y -mandaré la caballería. Es la proposición que te hago -en nombre de los liberales de Valladolid. Ahora... el -pueblo de Castilla espera tu respuesta.</p> - -<p>Morillo estuvo un instante con la gruesa cabeza -apoyada en la mano derecha; después, levantándose -e irguiéndose rígido, gritó con voz clara y metálica:</p> - -<p>—Empecinado, si fueras otro, inmediatamente te -mandaría fusilar.</p> - -<p>—Estoy en tus manos.</p> - -<p>—Eres y serás un hombre de corazón, valiente, -esforzado, pero cándido y terco. ¿No comprendes que -las circunstancias de hoy son diferentes a las de la -guerra de la Independencia? ¿Qué español estaba entonces -contra nosotros? Nadie. Hoy lo están todos -los realistas, que son más, mucho más de la mitad -de la nación. ¿Vas a declarar la guerra a muerte y sin -cuartel? Locura. ¿Quién te seguirá?</p> - -<p>—El pueblo.</p> - -<p>—¡Qué ilusión! Tendrías que hacer la guerra a -España entera. Estáis empeñados en creer que todo -se puede arreglar con la Constitución de Cádiz. Tus -consejeros te engañan, Empecinado.</p> - -<p>Morillo, al decir esto, me miró a mí con aire desdeñoso.</p> - -<p>—Creo que no—contestó don Juan Martín.</p> - -<p>—Está bien. No discutamos—siguió diciendo el -general, con voz imperiosa—. Yo, como militar, no -tengo más obligación que la de defender al rey nuestro -señor. Cumpliendo sus órdenes, refrendadas por -su firma, mañana saldré para Galicia con el general -Wall, que está presente. Yo no puedo aceptar la -presidencia de una Junta facciosa, ni el mando de -un ejército popular, ni mucho menos el declararme -en rebeldía contra la sagrada persona de Fernando -VII, que Dios guarde.</p> - -<p>—Está bien—dijo el Empecinado—; vamos, Eugenio.</p> - -<p>Don Juan Martín se arregló la capa con un movimiento -suyo de labriego, que me hacía pensar en -el alcalde de Zalamea, y, sin saludar a Morillo, salimos -los dos de la sala, dejando al general en su -sillón, brillante de galones, como un ídolo de oro.</p> - -<p>Bajamos las escaleras y salimos a la calle.</p> - -<p>—Este es otro O'Donnell; otro Montijo—exclamó -don Juan Martín—. Se apoyan en el pueblo mientras -les conviene, entonces no piensan en la sagrada -persona del monarca. ¡Canallas!</p> - -<p>—Con estos generales la causa de la Constitución -está perdida—dije yo.</p> - -<p>—No, todavía no. Nosotros lucharemos con toda -nuestra alma. No hemos de dejar que se pierda la -libertad que tantos esfuerzos nos ha costado conseguir. -No. ¡Por Dios, que no!</p> - -<p>Volvimos a casa.</p> - -<p>Al día siguiente, el general don Pablo Morillo, -conde de Cartagena, salía de Valladolid, por la mañana, -en dirección de Galicia. Toda la tropa que había -en la ciudad se llevó consigo. Entre ellas, un batallón -de nacionales de las Provincias Vascongadas, -comprometido a venir con nosotros, y la escolta que -el Empecinado había sacado de la Corte.</p> - -<p>Algunos masones y comuneros intentaron influir -la noche anterior de la salida con los oficiales de -Morillo para que no le siguieran, pero no obtuvieron -el menor resultado, porque casi toda la oficialidad -del conde de Cartagena estaba formada por absolutistas.</p> - - - - -<h3 id="I_III">III.<br /> -EL CHIQUET</h3> - - -<p><span class="smcap">Seguimos</span> el Empecinado y yo en nuestros trabajos -de reorganización de la Milicia nacional -de Valladolid y de los pueblos de la provincia.</p> - -<p>Tenía yo por entonces una novia que vivía en la -acera de San Francisco, hija de un comerciante en -telas, y mi asistente cortejaba a la criada. Solíamos -ir de noche y nadie nos molestaba al pelar la pava, -porque estaba prohibido a los paisanos salir de noche -sin farol, y los militares se hallaban acuartelados. -Mi asistente era un muchacho catalán de una -gran actividad y de una gran energía; le llamábamos -de apodo el Chiquet y solíamos celebrar su -manera de hablar enrevesada y su acento cerrado.</p> - -<p>Después de 1823 lo perdí de vista, y lo volví a encontrar -en Barcelona, al cabo de quince años, en el -batallón de la Blusa, que estaba formado por liberales -radicales.</p> - -<p>Al Chiquet le habíamos capturado el Empecinado -y yo en el Burgo de Osma en la campaña que hicimos -contra Bessieres, cuando íbamos de vanguardia -con el conde de la Bisbal, porque el Chiquet había -militado en las filas realistas.</p> - -<p>Un día, al acercarnos al Burgo de Osma, don Juan -Martín mandó al comandante de sus fuerzas de caballería, -que era el coronel Hore, hiciese alto y dejara -descansar a la tropa y a los caballos un momento -y siguiese después al paso. Don Juan, sin -más compañía que la mía y la de cuatro soldados, -quiso entrar en el pueblo de una manera sigilosa, -con el objeto de inspeccionarlo.</p> - -<p>Avanzamos los seis al trote y llegamos a tiro de -fusil de la ciudad. Pusimos los caballos al paso. Estaba -la noche obscura, lluviosa y fría. Ibamos marchando -sin meter ruido cuando el Empecinado advirtió -una luz en una casa del arrabal.</p> - -<p>—Chico—me dijo—, ¿qué te apuestas a que en -aquella casa hay facciosos?</p> - -<p>—Es posible—repliqué yo.</p> - -<p>—Echad todos pie a tierra—mandó él—, atad -los caballos a estos árboles y adelante. Vamos a ver -qué nos espera ahí.</p> - -<p>Nos apeamos y atamos los caballos. Cogieron los -soldados sus carabinas y echamos a andar. Cruzando -unas huertas entramos en una callejuela. No se -veía un alma por aquellos andurriales; la lluvia caía -mansamente; se oía el silbido del viento y el ladrido -lejano de algún perro. Seguimos tras de la luz, que -era nuestro faro, y llegamos a la casa iluminada; era -ésta grande, vieja, con entramado de madera. La -puerta estaba cerrada. El Empecinado tocó con suavidad -el llamador y esperó.</p> - -<p>Bajó una vieja haraposa con un candil encendido -en la mano y abrió la puerta. El Empecinado la impuso -silencio y le dijo en voz baja que le llevara al -primer piso.</p> - -<p>—¿Quiénes están?—preguntó luego.</p> - -<p>—Hay treinta catalanes que han venido con el -general Bessieres y que están cenando.</p> - -<p>—Bueno, vamos arriba.</p> - -<p>El Empecinado cogió el candil de la mano de la -vieja, que estaba temblando de miedo, y comenzó a -subir la escalera alumbrándose con él. Los cuatro -soldados y yo marchamos detrás. Don Juan iba embozado -en su capa. Al llegar a la puerta de la cocina, -grande, negra, iluminada por un velón y por las -llamas del hogar, vimos a treinta hombres que estaban -alrededor de la mesa.</p> - -<p>El Empecinado se desembozó mostrando su uniforme, -y dijo:</p> - -<p>—Aquí tenim al general Empecinado que ve a -sopar am vosaltres. Tots soms espanyols; y vosotros—añadió -en castellano dirigiéndose a los soldados -y a mí—sentaos. Estamos entre amigos.</p> - -<p>El Empecinado se sentó, llenó una escudilla de -arroz y se hizo servir por la moza un vaso de vino.</p> - -<p>Los catalanes estaban atónitos. Al cabo de algún -tiempo, el Empecinado, levantando el vaso, exclamó:</p> - -<p>—¡Catalans, per la salut de nostre rey y per la -felicitat de España!</p> - -<p>Entonces el sargento que mandaba el grupo de -realistas llenó su vaso y respondió en castellano:</p> - -<p>—Por la salud del que desde hoy en adelante será -nuestro general. ¡Viva el Empecinado!</p> - -<p>—¡Viva!—gritaron los demás.</p> - -<p>Nos dimos la mano todos en señal de fraternidad -y se acordó que los catalanes se incorporaran a -nuestra fuerza.</p> - -<p>Su asombro fué grande cuando vieron que únicamente -los seis habíamos entrado en la casa, y que -en la calle no había retén ni guardia alguna.</p> - -<p>—Es un valiente—se les oía decir a unos y a -otros.</p> - -<p>El sargento preguntó a don Juan Martín cómo sabía -el catalán, y el Empecinado dijo que lo sabía -desde la época de la guerra del Rosellón, en donde -había sido soldado de caballería y ordenanza del -general Ricardos.</p> - -<p>Casi todos estos catalanes que capturamos en el -Burgo de Osma habían sido sacados de sus casas -por Jorge Bessieres en su expedición contra Madrid. -Después algunos cambiaron de Cuerpo, y sólo tres -o cuatro quedaron en la caballería del Empecinado, -entre ellos el Chiquet, a quien yo tomé de ordenanza.</p> - -<p>El Chiquet tenía un gran espíritu de empresa, era -muchacho ágil, listo y atrevido. Lo único que no -pudo aprender jamás, por más esfuerzos que hizo, -fué hablar bien el castellano. El Chiquet había sido -amigo y compañero de Bessieres y había trabajado -con él en una fábrica de tejidos en Ripoll. El Chiquet -conocía la vida de Bessieres desde que éste -había sido criado del general Duhesme hasta que se -presentó a la regencia de Urgel. Sentía por el cabecilla -realista y antiguo revolucionario una gran admiración -mezclada con un gran desprecio.</p> - -<p>Nos contaba cómo solía ir Bessieres lleno de bordados, -cómo solía adornarse con la primera banda -de color que encontraba o que robaba en cualquier -parte, muchas veces en las iglesias, y que luego decía -que era una distinción que le había otorgado el -rey tal o la princesa cuál. El Chiquet nos contó la -ceremonia que se había verificado en la iglesia de -Mequinenza bendiciendo y besando una bandera -realista, que era una colcha de damasco, que habían -robado entre Bessieres, Portas y él en una casa de -Fraga.</p> - -<p>Bessieres, al parecer, era un reclamista formidable. -El mismo hacía correr la voz de que era masón y de -que era jesuíta, para hacerse el interesante.</p> - -<p>El Chiquet, cuando entró en nuestras filas, se hizo -amigo íntimo de un sargento de lanceros que le llamaban -Juan de Dios. Este Juan de Dios, por lo que -decían, era expósito. Juan de Dios y el Chiquet eran -rivales en lances de amor y de fortuna. Habían hecho -los dos una porción de calaveradas, que les habían -dado gran fama entre nuestros soldados.</p> - - - - -<h3 id="I_IV">IV.<br /> -EN EL AYUNTAMIENTO</h3> - - -<p><span class="smcap">Con</span> la marcha de las tropas del conde de Cartagena -la ciudad de Valladolid quedó desguarnecida -y abandonada a su suerte; los liberales -apocados comenzaron a esconderse y a huír, y los -absolutistas, viendo la posibilidad de apoderarse del -Ayuntamiento, comenzaron a reúnirse para conspirar. -Enviamos nosotros avisos desesperados a los -nacionales de Toro, Rueda, Medina y otros pueblos -de la región, y a los de la Ribera del Duero, para que -lo antes posible se concentraran en Valladolid, y -pudimos juntar de nuevo una fuerza de mil infantes -y de quinientos caballos. Todos los milicianos de -los pueblos y los de la capital estaban armados, -menos algunos a los que proporcionamos fusiles, -sacándolos de los parques.</p> - -<p>Llegó en esto la noticia de que los franceses, al -entrar en España, eran recibidos con los brazos -abiertos por el pueblo, y esta mala nueva exaltó el -ánimo de los paisanos contra nosotros. Al mismo -tiempo se supo que el cura Merino, con una columna -de cinco mil hombres alistada en sus guaridas -de la sierra de Burgos, había entrado en Palencia. -Fué necesario abandonar Valladolid. No podíamos -defender una ciudad de radio tan extenso con la -poca fuerza con que contábamos.</p> - -<p>Se dió la orden a la Milicia nacional para que se -preparara y formara con todo el equipo y en traje de -marcha en el Campo Grande.</p> - -<p>El jefe político vendría con nosotros, e invitó a las -autoridades que quisieran seguir la suerte de la columna -a que se dispusieran para el viaje.</p> - -<p>Los concejales del Ayuntamiento constitucional -estaban reunidos en sesión permanente en las Casas -Consistoriales, y el Empecinado quiso despedirse de -ellos.</p> - -<p>Marchamos él y yo a caballo, de uniforme, escoltados -por un piquete de lanceros.</p> - -<p>Nos apeamos a la entrada del Ayuntamiento y subimos -al salón de sesiones. Al vernos los concejales -rodearon al Empecinado. Estaba el general hablando -con gran animación con unos y con otros cuando -un portero del Ayuntamiento, a quien conocía de la -logia masónica, me llamó y me dijo en voz baja:</p> - -<p>—Don Eugenio, venga usted.</p> - -<p>Le seguí y salimos fuera del salón.</p> - -<p>—El Empecinado y usted están en este momento -en un gran peligro—me dijo.</p> - -<p>—Pues, ¿qué pasa?</p> - -<p>—Ahora mismo aquí se está fraguando una conjuración -realista que va a estallar. En este instante, -en una sala del piso bajo, se hallan reunidos más de -cien absolutistas de influencia, con objeto de constituír -un Ayuntamiento para reemplazar al constitucional.</p> - -<p>—¡Diablo! ¿Y es gente de armas tomar?</p> - -<p>—Están armados hasta los dientes; algunos han -propuesto a la Junta matar al Empecinado, proposición -que se ha rechazado gracias a las exhortaciones -de un cura viejo que se halla entre los conspiradores.</p> - -<p>Al escuchar la confidencia del portero entré rápidamente -en el salón de sesiones; me acerqué al Empecinado, -le agarré de la manga, le arrastré a un rincón -y le expliqué lo que pasaba.</p> - -<p>—Señores, tengo que salir un momento, vuelvo -en seguida—dijo don Juan Martín a los concejales.</p> - -<p>Salimos corriendo del salón de sesiones, desenvainamos -los sables, bajamos las escaleras a saltos -y llegamos al zaguán. En aquel mismo momento se -oyó una gran gritería en el edificio; un hombre intentaba -cerrar la puerta; pero al ver que el Empecinado -y yo nos echábamos sobre él con los sables en -alto, la abrió y nos dejó pasar.</p> - -<p>Los realistas se hacían dueños del edificio, se oían -gritos y tiros en el interior del Ayuntamiento.</p> - -<p>El Empecinado y yo montamos a caballo, y al galope, -por la calle de Santiago, llegamos al Campo -Grande. Reunimos a los oficiales y se dió la orden -de salir inmediatamente camino de Tordesillas.</p> - -<p>No habríamos dado cien pasos fuera de las puertas -de la ciudad cuando comenzaron a tocar las -campanas de las iglesias a vuelo. Sin duda se celebraba -el triunfo de los realistas y la aproximación -del cura Merino, que había dejado Palencia y estaba -a una jornada de Valladolid.</p> - -<p>Llegamos a Tordesillas, nos alojamos de mala -manera, y al día siguiente nos dirigimos camino de -Salamanca.</p> - -<p>La Milicia nacional de esta ciudad, mandada por -el catedrático Barrio Ayuso, se unió a nuestra columna, -y reunidos todos llegamos a la plaza de -Ciudad Rodrigo, que era el punto donde habíamos -pensado establecer el cuartel general.</p> - -<p>Yo, con otros oficiales, me encargué de organizar -las fuerzas. Se nos incorporaron bastantes soldados -del ejército regular. Se ocuparon los dos cuarteles de -infantería y el de caballería del pueblo, y el resto de la -fuerza tuvo que alojarse en las casas y en las iglesias.</p> - -<p>La infantería quedó al mando del coronel Dámaso -Martín, hermano del Empecinado, y de un guerrillero -de la época de la Independencia apellidado Maricuela.</p> - -<p>La columna de caballería, mandada por el propio -don Juan Martín, se componía de ochocientos caballos. -La vanguardia de esta fuerza se hallaba formada -por cien lanceros que habían servido en la guerra -de la Independencia a las órdenes de don Julián -Sánchez, y por cincuenta soldados del regimiento de -Farnesio, mandados por el capitán Lagunero.</p> - -<p>Los demás jinetes eran nacionales de caballería -de Valladolid, Toro, Medina y otros pueblos.</p> - -<p>Comenzaron a preparar la defensa de la plaza.</p> - -<p>Ciudad Rodrigo no era una ciudad fácil de ser -defendida. La antigua Miróbriga está dominada por -el teso de San Francisco, por donde tuvo siempre -sus acometidas en los sitios. En aquella época sus -murallas estaban arruinadas y llenas de brechas.</p> - -<p>Estas brechas eran del tiempo del sitio que sufrió -don Andrés Pérez de Herrasti en la guerra de la Independencia, -el cual pudo resistir durante setenta y -seis días en una plaza desmantelada, y sin auxilio de -los ingleses, contra los numerosos ejércitos de Massena -y de Ney.</p> - -<p>Preparamos también la defensa del Agueda. El -Agueda es un río bastante caudaloso que pasa lamiendo -las murallas de la vieja Miróbriga y que recorre -la vega de Ciudad Rodrigo, y antes de llegar a -Barba del Puerco recibe algunos pequeños arroyos, -entre ellos el Azaba, que baja de un cerro próximo -a Fuente Guinaldo y es un obstáculo para el paso -del camino de Ciudad Rodrigo al fuerte de la Concepción -y a Almeida.</p> - -<p>En los primeros días de estancia allí, el Empecinado -y yo salíamos constantemente al campo. El -Empecinado estaba alojado en una casa de la plaza -del Consistorio, y yo por aquellos días vivía cerca -de él con la familia de un pañero, de quien me hice -gran amigo. Después tuve que establecerme en una -finca extramuros de la ciudad.</p> - -<p>Ya instalados, la primera expedición que se intentó -desde Ciudad Rodrigo fué una sorpresa contra -Zamora, ocupada por escasas fuerzas realistas. Se -encargó de ella un viejo coronel apellidado Ruiz, -pero la comenzó con tan poco tacto, que no hubo -más remedio que desistir de la aventura.</p> - - - - -<h3 id="I_V">V.<br /> -LOS VAQUEROS</h3> - - -<p><span class="smcap">En</span> vista del fracaso sufrido en nuestra intentona -contra Zamora, se pensó en avanzar hasta -Alba de Tormes. La expedición la hicimos con cuatro -escuadrones y varias compañías de infantería. Iban -de vanguardia los lanceros de don Julián Sánchez; -tras ellos, los soldados de Farnesio, mandados por el -capitán Lagunero; después, los nacionales de la orilla -del Duero, que tenían por jefe a Hermógenes -Martín, sobrino del Empecinado, y, por último, los -infantes, acaudillados por don Dámaso y el coronel -Maricuela.</p> - -<p>El pelotón de lanceros de don Julián Sánchez estaba -compuesto por capitanes, oficiales y sargentos -de la guerra de la Independencia; la mayor parte, -soldados viejos, aguerridos y prácticos en el manejo -de la lanza.</p> - -<p>Casi todos estos jinetes habían sido vaqueros antes -que militares, y eran tan expertos y diestros caballistas -como valientes soldados.</p> - -<p>Mandaba el pelotón un capitán apellidado Porras, -que era conocido por el mote del Capitán Mala -Sombra.</p> - -<p>El Capitán Mala Sombra estaba secundado por el -teniente Gotor y por el sargento Juan de Dios, el -amigo del Chiquet, tipo popular, atrevido, alegre y -lleno de iniciativas.</p> - -<p>El pelotón de Mala Sombra, con el teniente Gotor -y el sargento Juan de Dios, había servido de vanguardia -exploradora durante mucho tiempo al ejército -inglés en la guerra de la Independencia. Era esta -guerrilla de un valor inapreciable; en aquel pelotón -todos se esforzaban no sólo en cumplir su deber, -sino en superarse a sí mismos.</p> - -<p>En la excursión que hicimos a Alba de Tormes -tuve que verme varias veces con el Capitán Mala -Sombra.</p> - -<p>Era Mala Sombra un hombre alto, de unos treinta -y cinco a cuarenta años, fuerte, serio, moreno, melancólico, -con el rostro correcto y grave. Se decía -que era persona de mala suerte en amores y en negocios; -de aquí le venía el apodo; otros afirmaban -que su mote procedía de que a cada paso solía decir:</p> - -<p>—Tengo muy mala sombra.</p> - -<p>En las empresas guerreras no advertí yo que fuera -desgraciado.</p> - -<p>Hicimos en Alba de Tormes y en sus alrededores -una gran requisa de ganado y de grano, que cargamos -en varias carretas.</p> - -<p>Estábamos acampados en las eras de esta villa -cuando uno de nuestros confidentes vino con la noticia -de que el enemigo, en número considerable, -avanzaba con la intención de cortarnos la retirada y -apoderarse de nuestro botín. Dispusimos al momento -el paso de todo el ganado vacuno, rebaños y acémilas, -al otro lado del Tormes; se arrastraron los carros -y se colocaron dentro de un soto que había a -poca distancia del puente.</p> - -<p>Se vaciló en defender la villa o en abandonarla. -Alba de Tormes, a pesar de estar en un llano, tiene -buenas condiciones para la defensa. El 28 de noviembre -de 1809 el general don Gabriel de Mendizábal -supo resistir allí a la terrible caballería de Kellerman, -y, más tarde, don José Miranda Cabezón defendió -el pueblo y el castillo durante largo tiempo.</p> - -<p>Después de varias deliberaciones se decidió, en -caso de ser atacados, fortificar el puente del Tormes, -y se dejó en la villa al Capitán Mala Sombra con sus -vaqueros y a Lagunero con los soldados de Farnesio, -que quedarían vigilando los alrededores y patrullando -por las avenidas.</p> - -<p>Nos encontrábamos en esta situación, cuando el -Empecinado cayó enfermo con un ataque que al -principio nos pareció de parálisis. Había quedado -don Juan Martín rígido, frío y sin habla; al moverle -debía de sufrir grandes dolores, porque lanzaba -quejidos inarticulados.</p> - -<p>Como no teníamos médico, ni aun siquiera cirujano, -decidimos trasladar al general a otro pueblo.</p> - -<p>No podía sostenerse en el caballo, porque se caía a -un lado y a otro. En vista de esto, buscamos una escalera -ancha y corta, que colocamos entre dos mulas, -a manera de litera, y sobre unos costales de paja -pusimos al general y fuimos a paso de andadura -camino de la villa de Tamames. Escoltando la litera -íbamos el Chiquet y yo, con un piquete de quince -soldados de a caballo.</p> - - - - -<h3 id="I_VI">VI.<br /> -EL CAPITÁN MALA SOMBRA</h3> - - -<p><span class="smcap">Llegamos</span> a Tamames; fuimos a casa del alcalde, -que era liberal; acostamos a don Juan -Martín, le dimos una pinta de vino con azúcar y le -abrigamos con tres mantas.</p> - -<p>Me quedé yo en el cuarto velándole. Pasé allí -unas doce horas. Estaba dormitando en el cuarto -cuando el enfermo levantó una de las manos en el -aire y comenzó a murmurar.</p> - -<p>—Aviraneta—me dijo con voz débil.</p> - -<p>—¿Qué hay? ¿Vas mejor?</p> - -<p>—Sí, ya se me van suavizando los dolores. Necesito -que vuelvas a Alba de Tormes.</p> - -<p>—Como quieras.</p> - -<p>—Vete, y diles a mi hermano Dámaso y al coronel -Maricuela que, si se empeña alguna acción con -el enemigo, que la mande el Capitán Mala Sombra.</p> - -<p>—Está bien.</p> - -<p>—Que le obedezcan como a mí.</p> - -<p>—Bueno; se lo diré.</p> - -<p>—Vete en seguida.</p> - -<p>Salí del cuarto, llamé al Chiquet y le dije que -preparara los caballos, porque teníamos que volver. -Los preparó, montamos y nos dirigimos al galope en -dirección de Alba de Tormes.</p> - -<p>Era media noche; el cielo estaba claro y estrellado. -Al llegar al soto inmediato al camino real nos -dieron el alto. La infantería nuestra y parte de la -caballería estaba acampada allí. El centinela llamó -a la guardia y yo fuí con ella a un cobertizo en -donde estaban alojados don Dámaso Martín y el -coronel Maricuela. Les desperté, les dije la orden -que me había dado el general y se avinieron a -obedecer a Mala Sombra.</p> - -<p>Hecha esta comisión, fuí a buscar al jefe de los -vaqueros en su alojamiento de Alba de Tormes.</p> - -<p>Al llegar al puente nos detuvo una patrulla mandada -por el sargento Juan de Dios.</p> - -<p>—Hola, Juan—dijo el Chiquet.</p> - -<p>—Hola, Chiquet, ¿eres tú?</p> - -<p>—Sí, soy yo, que viene con el teniente Aviraneta.</p> - -<p>—Venimos en busca del Capitán Mala Sombra—dije -yo—. ¿Estará?</p> - -<p>—Sí, ahí ha quedado escribiendo tonterías—contestó -Juan de Dios.</p> - -<p>—¿Pues?</p> - -<p>—Parece mentira que los hombres sean tan estúpidos.</p> - -<p>—¿Por qué dice usted eso?—le pregunté.</p> - -<p>—Ahí lo tiene usted a ese hombre, más serio, más -bueno y más formal que nadie, escribiendo tonterías -a una señoritilla de Ciudad Rodrigo, que no le hace -caso y se burla de él.</p> - -<p>—Tengo que verle de orden del general.</p> - -<p>—Vamos.</p> - -<p>Pusimos nuestros caballos al trote, y en un instante -llegamos delante de una casa; me apeé, empujé -la puerta y entré dentro. Subí una escalera estrecha -y apolillada y llamé en un cuarto. Antes de que -contestaran tardaron algún tiempo. El sargento Juan -de Dios se había quedado hablando con el Chiquet -en la calle y les oía charlar.</p> - -<p>Al cabo de unos minutos se abrió la puerta del -cuarto y apareció Mala Sombra con un candil en la -mano.</p> - -<p>—Adelante—me dijo—, ¿qué le trae a usted a -esta hora?</p> - -<p>—Vengo con un encargo del general Empecinado.</p> - -<p>—Estoy a sus órdenes—contestó—; siéntese -usted.</p> - -<p>Acerqué una silla a la mesa y me senté. Vi que -sobre ella había papeles escritos, llenos de tachaduras, -con renglones pequeños que me parecieron -versos.</p> - -<p>Mala Sombra recogió, lo más disimuladamente -que pudo, sus papeles y los guardó en el cajón de la -mesa.</p> - -<p>—Como sabe usted—le dije—, don Juan Martín -ha caído enfermo y ha sido trasladado a la villa de -Tamames. Hoy, que ha podido empezar a hablar, me -ha expresado el deseo de que en su ausencia se -ponga usted al frente de todas nuestras fuerzas.</p> - -<p>—¿Y don Dámaso Martín y el coronel Maricuela?</p> - -<p>—Están conformes en ponerse a sus órdenes -mientras duren estas circunstancias.</p> - -<p>—¡Ah, bueno; si es así no tengo nada que decir! -¿Quién ha de tomar la iniciativa en el mando?</p> - -<p>—Usted. El general quiere que intente usted batir -al enemigo. Usted conoce el terreno palmo a -palmo.</p> - -<p>—Sí, es verdad.</p> - -<p>—Puede usted tomar sus iniciativas desde ahora -mismo.</p> - -<p>—Está bien, voy a decir que busquen al sargento -Juan de Dios. Es mi brazo derecho.</p> - -<p>—Debe estar en la calle hablando con mi asistente.</p> - -<p>El Capitán Mala Sombra salió a la ventana y gritó:</p> - -<p>—¡Eh, subid!</p> - -<p>Al poco rato entraron en el cuarto Juan de Dios -y el Chiquet. Sacamos un mapa de la provincia y -discutimos la situación. Decidimos enviar dos confidentes -al campo enemigo, para que averiguasen sus -intenciones. Juan de Dios los trajo a la media hora. -Uno de los confidentes era un tratante de ganado, -grueso, fornido y picado de viruelas; el otro, un cosario -de un pueblo de alrededor. Les dimos instrucciones -fijas y precisas, y, como punto de cita para -su vuelta, señalamos el soto que estaba próximo -al río.</p> - -<p>—Ahora, mientrastanto, preparemos una emboscada—dijo -Mala Sombra—. Es el fuerte de nosotros -los guerrilleros.</p> - -<p>Salimos los cuatro del cuarto, bajamos la escalera, -montamos a caballo y, atravesando el pueblo, -llegamos al puente sobre el Tormes.</p> - -<p>—Juan de Dios—indicó el capitán—, haz que -los paisanos traigan una docena de carros y los pones -interceptando el puente, atándolos unos a otros -con vigas y sujetándolos con piedras.</p> - -<p>—Bien, mi capitán.</p> - -<p>—Después pondrás a veinticinco pasos del puente, -sobre este cerrillo, cinco hombres con sus carabinas -que hagan fuego sobre los realistas si se presentan. -Tú, con cincuenta lanceros, estarás a doscientos -pasos de la barricada del puente. De media -en media hora me irás dando aviso de lo que ocurra. -Yo estaré en el soto con las demás fuerzas. ¿Estás -enterado?</p> - -<p>—Perfectamente, mi capitán.</p> - -<p>Dejamos a Juan de Dios y salimos Mala Sombra, -el Chiquet y yo hacia el soto, al galope, y encontramos -alerta a la gente.</p> - -<p>El capitán mandó que la columna de milicianos -avanzase por el soto en dirección contraria de Alba -de Tormes, hasta dar vista a un extenso páramo. -Allí mandó hacer alto y echar pie a tierra, manteniéndose -siempre en formación. La caballería de -Farnesio, con los lanceros de Valladolid, quedaron a -un lado, y los vaqueros, con el teniente Gotor y las -partidas de la ribera del Duero, al otro.</p> - -<p>En la salida del sotillo hacia el páramo, cerca del -camino real de Alba, dejó Mala Sombra al coronel -Maricuela con trescientos hombres armados con carabinas, -para que estuviesen en observación de las -avenidas del pueblo.</p> - -<p>—Probablemente—dijo Mala Sombra a Maricuela—, -dentro de un par de horas pasarán por delante -de usted los realistas. Cuando lo hayan hecho, -usted se correrá con sus fuerzas hasta cerrar el paso -del soto.</p> - -<p>—Está bien.</p> - -<p>Luego de arreglado este punto, nos encaminamos -Mala Sombra, el Chiquet y yo hacia las riberas del -Tormes y nos emboscamos en el lindero del sotillo. -Eran las tres de la mañana. No había amanecido -aún, todo estaba en el mayor silencio.</p> - -<p>El Chiquet, por orden nuestra, fué a ver al sargento -Juan de Dios y volvió poco después con uno de -nuestros confidentes: el tratante de ganado. Este -hombre nos dijo que venían seiscientos jinetes realistas -con buenos caballos en dirección a Alba de -Tormes. Habían salido de su campamento por la -noche. Despachamos al tratante y le pagamos.</p> - -<p>Una hora después, un poco antes de amanecer, -llegó el otro confidente: el cosario. Nos confirmó las -noticias anteriores, y aseguró que el enemigo estaba -percatado de los movimientos de nuestra columna -y de la gran requisa de granos y de reses que habíamos -hecho para abastecer la plaza de Ciudad -Rodrigo. Con el objeto de apoderarse de nuestro botín, -el general don Enrique O'Donnell había destacado -dos columnas para interceptar nuestro paso camino -de Zamora; pero, al llegar a las inmediaciones -de esta ciudad, había sabido el jefe realista que, a -favor de una marcha forzada, nos dirigíamos a pasar -el Tormes por Alba.</p> - -<p>El cosario añadió que una de las columnas, compuesta -de mil infantes y ciento cincuenta caballos, -debía de llegar a Alba en la tarde del día que estaba -amaneciendo. Esta columna venía de Salamanca.</p> - -<p>Pagamos a nuestro hombre y quedamos en observación. -Acababan de dar las cuatro cuando oímos -las cornetas de la caballería de los realistas, y, poco -después, comenzaron a voltear las campanas del -pueblo en señal de regocijo.</p> - -<p>Mala Sombra y yo nos acercamos a Juan de Dios, -y el capitán le dijo al sargento:</p> - -<p>—Aquí te quedas con tus lanceros. Si el enemigo -pasa el puente y te ataca, te batirás en guerrilla retirándote -hacia el soto, y luego echaréis a correr en -fuga como a la desbandada por el páramo adelante. -Cuando hayan entrado todos en el páramo, los envolveremos.</p> - -<p>Tras de dar sus instrucciones, el capitán y yo -atravesamos el soto y nos unimos con las fuerzas -del teniente Gotor.</p> - -<p>Un poco antes del amanecer, una avanzada realista -se acercó al puente sobre el Tormes, y la guardia -de los cinco hombres que estaba en el repecho -hizo fuego graneado sobre ella. Se retiraron los soldados, -pero al poco rato apareció una compañía seguida -de un grupo numeroso de paisanos. Entre -unos y otros desembarazaron el puente y pasaron a -la otra orilla.</p> - -<p>Era el momento en que Juan de Dios tenía que -maniobrar. El sargento era muy ducho en estas cosas -y sabía su papel como pocos.</p> - - - - -<h3 id="I_VII">VII.<br /> -LA PRESA</h3> - - -<p><span class="smcap">Estábamos</span> todos agazapados en el soto esperando -el momento en que Juan de Dios y sus -vaqueros aparecieran perseguidos por los realistas.</p> - -<p>El Oriente iba clareando. El sol, escondido aún, -brillaba en algunas nubes altas y rojas. Había este -silencio y esta inmovilidad del aire de la hora anterior -al alba; pronto los primeros rayos solares comenzaron -a iluminar con una luz dorada el vértice -de la copa de los árboles; los pájaros cantaron en -las matas. El campo tenía la juventud y la frescura -de un amanecer claro de primavera. Todo en la Naturaleza -parecía sonreír, todo era cándido e idílico. -El viento hizo temblar suavemente las ramas de los -árboles; los pájaros alborotaron más, el cielo fué -poniéndose azul y la luz dorada del sol fué bajando -en el follaje hasta iluminar e incendiar los hierbajos -y los pedruscos del suelo.</p> - -<p>Serían las cinco y media cuando apareció Juan -de Dios, perseguido de cerca por más de trescientos -caballos.</p> - -<p>Los realistas gritaban desaforadamente:</p> - -<p>—¡A ellos! ¡A ellos! ¡Son nuestros!</p> - -<p>Al desembocar desde el sotillo al páramo los cincuenta -jinetes de Juan de Dios, comenzaron a desparramarse, -y los enemigos se dividieron y subdividieron, -perdiendo el orden de formación.</p> - -<p>Al mismo tiempo, las tropas del coronel Maricuela -y las de don Dámaso Martín, corriéndose rápidamente -por el lindero del soto, cerraron su salida y -tomaron posiciones.</p> - -<p>En este momento el capitán Mala Sombra dió la -orden de ataque, y de la derecha como de la izquierda, -a media rienda y lanza en ristre, se precipitó -nuestra caballería contra los pelotones aislados de -los realistas. El enemigo no tenía más defensa que -sus sables y no se pudo defender con habilidad.</p> - -<p>Juan de Dios reunió sus cincuenta vaqueros dispersos, -y volviendo grupas y en perfecta formación, -arremetió de frente contra los absolutistas, como si -se tratara de una torada.</p> - -<p>El grueso de la caballería enemiga se había detenido, -y retrocediendo y al galope intentó atravesar el -soto; pero al acercarse al boquete por donde había -pasado, se encontraron los jinetes atacados por las -tropas de don Dámaso y de Maricuela, y comenzaron -a caer los hombres y los caballos.</p> - -<p>Los realistas, consternados y en la mayor perplejidad, -volvieron de nuevo grupas buscando una salida, -y comenzó la desbandada. Azorados al verse -metidos en aquella trampa, la mayoría se rindió y -los demás siguieron su ejemplo.</p> - -<p>Duró la acción diez minutos escasos; quedaron -muertos en el campo a lanzadas unos veinte hombres -y hubo próximamente cincuenta heridos.</p> - -<p>El escuadrón realista en pleno quedó hecho prisionero, -a excepción de tres o cuatro oficiales que -tenían magníficos caballos y que escaparon dando -un gran rodeo. Estos oficiales, por lo que supimos -después, llegaron una hora más tarde a Alba de -Tormes, contaron lo ocurrido, salió de la villa una -columna realista de infantería, y con los carros y maderas -que había llevado Juan de Dios el día anterior -parapetaron el puente y quedaron en él de guardia.</p> - -<p>Teníamos nosotros unos doscientos cincuenta prisioneros, -a quienes se prohibió maltratarlos o despojarlos. -Entre ellos había diez oficiales. De estos prisioneros -cuarenta eran piamonteses bien equipados -que montaban caballos muy buenos.</p> - -<p>Al acercarnos Mala Sombra y yo a ellos, nos decían:</p> - -<p>—<i>Io eser</i> cristiano católico. Mí no <i>querrer haser</i> -mal.</p> - -<p>Discutimos Mala Sombra y yo lo que se haría con -los prisioneros, y como en el caso de querer incorporarlos -a nuestras fuerzas no podían merecernos -confianza, decidimos entregarlos en varias remesas.</p> - -<p>Por la tarde, Juan de Dios y el Chiquet se presentaron -en el puente con bandera blanca de parlamento, -pasaron, dijeron a lo que iban, y al día siguiente, -con una escolta de cincuenta caballos, llevaron -cien prisioneros y los heridos.</p> - -<p>Los realistas los recibieron con aclamaciones y -bravos, y Juan de Dios y el Chiquet, después de ser -muy obsequiados, volvieron a nuestro campo radiantes -de satisfacción.</p> - -<p>Nos quedaban aún cerca de noventa prisioneros. -De éstos, unos eran mozos recién sacados de los -pueblos de Castilla y uniformados en Valladolid. Se -les indujo a que se quedaran con nosotros y algunos -aceptaron, pero la mayoría, no.</p> - -<p>La misma proposición se hizo a los cuarenta piamonteses, -los cuales procedían de un regimiento que -estaba en Valladolid, mandado por el príncipe de -Carignan, que era miembro de la Casa de Saboya.</p> - -<p>El príncipe de Saboya-Carignan había entrado en -España bajo las órdenes del duque de Angulema, -con una tropa alistada en el Norte de Italia, y se -distinguió después, según dijeron, en el Trocadero.</p> - -<p>De los piamonteses, sólo dos aceptaron el quedarse -entre nosotros; un jovencito rubio llamado -Emilio Pancalieri y otro muchacho alto, moreno, -apellidado Corti. Los dos hablaban algo el castellano -y eran sin duda gente aventurera.</p> - -<p>Reunimos nuestro botín de granos, ganado, caballos, -armas y uniformes de los realistas, y nos -apresuramos a salir para Tamames, con el objeto de -reunimos con nuestro general.</p> - -<p>Llegamos por la tardecita a la villa y encontramos -al Empecinado casi completamente restablecido.</p> - -<p>Le conté con detalles la acción de Alba y lo que -se había hecho con los prisioneros, y le pareció todo -tan bien, que dijo que propondría a Mala Sombra -al Gobierno para que le diese la cruz de San Fernando -y le ascendiera a comandante de escuadrón. -Habló después familiarmente el general con los muchachos -que se nos habían unido y con los dos piamonteses, -y como el Empecinado tenía sencillez e -ingenuidad efusiva, llegó a cautivarlos.</p> - -<p>Dispuso don Juan Martín que en Tamames descansase -y se racionase la tropa, y envió los carros -y el ganado requisado inmediatamente en dirección -de Vitigudino.</p> - -<p>Nosotros iríamos a retaguardia después de descansar.</p> - -<p>A la mañana siguiente, al salir de mi alojamiento, -encontré al Empecinado ya de pie. Estaba tan -forrado de ropa que no podía moverse. Le ayudamos -a montar a caballo. Se organizó la columna y -anduvimos hasta la noche, en que descansamos en -una aldea.</p> - -<p>Por todos aquellos pueblos a la redonda hicimos -requisa de ganado vacuno, con promesa de pagar a -los ganaderos y a los Ayuntamientos. Sólo al marqués -de Cerralbo le llevamos más de quinientas reses. -Es posible que esto influyera en la familia para -hacerla reaccionaria.</p> - -<p>Tras de una marcha lenta de cuatro días, entró -el convoy completo en Vitigudino, y la columna, -tras él.</p> - -<p>Durante este viaje el Capitán Mala Sombra, que -ya era para los efectos oficiales el comandante Porras, -se hizo amigo íntimo del italiano Pancalieri.</p> - -<p>Al principio éste y Corti nos miraban con temor; -debían tener mala idea de los españoles, creían seguramente -que cada uno de nosotros era un perfecto -bandido; pero como ambos eran perspicaces, notaron -en seguida la clase de gente que había en la -tropa, y se familiarizaron con ella.</p> - -<p>Corti nos resultó un gran administrador y se encargó -de llevar las cuentas de los suministros de la -división.</p> - -<p>Pancalieri se mostró un tanto perdido; bebía, hacía -el amor a las chicas de los pueblos; jugaba al -monte con nosotros y nos ganaba el dinero. A los -dos o tres días estaba ya a sus anchas y nos tuteaba -a todos los oficiales.</p> - -<p>Pancalieri era un muchacho amable, simpático -alegre, egoísta y jovial. Por lo que contó, su familia -gozaba de buena posición en Turín; pero descontenta -de sus calaveradas había intentado meterle en un -convento, y él se había alistado en la tropa del -príncipe de Carignan por el gusto de correr aventuras.</p> - -<p>Era Pancalieri un muchacho fuerte, de mediana -estatura, el pelo rubio obscuro, el bigote pequeño y -los ojos claros. Hablaba en su lengua enrevesada -mixta de español, de italiano y de dialecto piamontés -con una gran libertad. Sus opiniones eran de -una audacia extraordinaria.</p> - -<p>Una vez que le preguntamos si era patriota, nos -contestó con un cándido cinismo:</p> - -<p>—<i>¡Ma ché!</i> No <i>io no sono</i> patriota. ¡Oh, no! Vivir, -vivir agradablemente, <i>io non volio</i> más que eso. -Tener unas cosas guisadas para comer, y unos trajes, -y una casa y alguna mujercita para divertirse; -pero ¡la Patria! ¡la Historia! ¡sacrificarse por eso! <i>¡Ma -ché!</i> No. ¡Qué tontería!</p> - -<p>Pancalieri hablaba así y obraba en consonancia -con su sistema. Su egoísmo natural y sonriente no -llegaba a molestar. Mala Sombra, que tenía conceptos -diametralmente opuestos, protegía al italiano; -quizá pensaba que sus palabras las decía en broma; -quizá habría entre los dos ese acuerdo íntimo que -produce la amistad estrecha y efusiva.</p> - -<p>En unos días de conocerse, durante el camino, el -Capitán Mala Sombra comenzó a aficionarse tanto a -la compañía de Pancalieri, que le trataba como si -fuera su hermano; le hizo confidencias acerca de sus -amores, y le pidió consejo.</p> - -<p>Corti, mientrastanto, seguía trabajando en la administración -militar, y todos los días yo conferenciaba -con él.</p> - -<p>A los ocho días de salir de Alba de Tormes llegábamos -a Ciudad Rodrigo. El Empecinado dió -cuenta de su comisión al comandante de la plaza, -anunciándole que horas después llegaría un gran -convoy de ganado vacuno y mil fanegas de trigo.</p> - -<p>El comandante recibió la noticia con júbilo y la -comunicó al Ayuntamiento, que en corporación fué a -dar gracias al Empecinado, pues el pueblo se encontraba -muy escaso de víveres.</p> - - - - -<h3 id="I_VIII">VIII.<br /> -LA DECISIÓN DEL CAPITÁN</h3> - - -<p><span class="smcap">Al</span> día siguiente de llegar nosotros, entró en Ciudad -Rodrigo el ganado vacuno requisado, que -se llevó a la plaza pequeña del pueblo, llamada plaza -de Béjar.</p> - -<p>Como entre aquellos bueyes y vacas mansas había -algunos toros bravos de tierra de Portillo y Salamanca, -se consideró indispensable apartar unos de -otros para llevarlos a las dehesas próximas al -pueblo.</p> - -<p>Ya separados, a un oficial se le ocurrió la idea de -que, para celebrar la victoria obtenida en Alba de -Tormos y el éxito de la requisa, nada estaría mejor -como dar una corrida en la plaza de la ciudad.</p> - -<p>El proyecto levantó un gran entusiasmo en la -tropa y en el pueblo; se pidió permiso al alcalde y -al comandante militar, que lo concedieron, y se comenzaron -a hacer preparativos.</p> - -<p>El Empecinado y yo salíamos por aquellos días -constantemente al campo y volvíamos de noche. Al -saber el proyecto el Empecinado, se incomodó y dijo -que de ningún modo permitiría que se celebrase la -corrida.</p> - -<p>Era don Juan Martín enemigo acérrimo de los toros; -creía que este espectáculo no sólo no fomentaba -el valor, sino que acrecentaba la indiferencia por -los dolores ajenos y la cobardía. Entre los liberales -las ideas de don Gaspar Melchor de Jovellanos sobre -las corridas estaban entonces muy en auge.</p> - -<p>Al saber la negativa del general, una comisión -formada por militares y paisanos fué a visitarle a su -alojamiento. El Empecinado trató de disuadirles de -que celebraran la corrida; les exhortó, les expuso una -serie de argumentos, pero los paisanos y los soldados -quedaron tan mustios y cariacontecidos, que don -Juan Martín, mal de su grado, tuvo que acceder.</p> - -<p>—Bien, haced lo que queráis—terminó diciendo—; -pero a mí no me invitéis, porque no iré de -ningún modo, ni por ningún motivo.</p> - -<p>La comisión escuchó muy seria las palabras de -don Juan Martín, lo que no fué obstáculo para que -a la salida marcharan militares y paisanos bailando -de alegría.</p> - -<p>En los días siguientes, el Ayuntamiento, el vecindario -y los militares se dedicaron con gran entusiasmo -a cerrar la Plaza Mayor y a construír gradas -dentro de los soportales de la Casa del Consistorio.</p> - -<p>Siguiendo las costumbres de la ciudad, antes de -celebrarse la corrida se rifaron los sitios entre las -familias que mandaron construír los tendidos por su -cuenta.</p> - -<p>Había en nuestra columna un nacional de Madrid, -Juan López (el Ochavito), primer espada de alguna -nombradía que había toreado en su juventud con -Pepe-Hillo, y un aficionado llamado Isidro García, el -Buñolero.</p> - -<p>Se organizó una cuadrilla completa con espadas, -banderilleros y monosabios. Las señoritas de la ciudad -hicieron moñas vistosas con cintas de sedas de -colores y adornaron las banderillas con papeles rizados.</p> - -<p>El domingo, por la mañana, sería la corrida. Habían -enarenado la plaza y señalado las localidades. -Estaba acabado el programa. De los cuatro toros que -se iban a torear, los dos últimos serían de muerte; el -primero de éstos, un becerro de tres años, estaría a -cargo del teniente Gotor, y, el segundo, el más fuerte -y de más hierbas, lo mataría el Ochavito.</p> - -<p>Estaba así dispuesto el programa, cuando se supo -que iba a haber un número nuevo; pues el Capitán -Mala Sombra pensaba salir al ruedo a mancornar el -último toro, el del Ochavito: un toro salamanquino -de mucha alzada y potencia.</p> - -<p>Pregunté al Ochavito en qué consistía esto de -mancornar.</p> - -<p>—El mancornar—me contestó el espada—es una -suerte de vaqueros. Un hombre puede coger (así -decía él) un novillo de tres años; pero a un toro es -imposible sujetarlo. Cuando se trata de coger un -toro, se le debe primero capear, haciéndole sufrir -todo el destronque posible, y cuando se nota que ya -está sin fuerzas, lo cual se consigue muy pronto en -sabiendo bien sacarle la capa, va uno y le agarra de -la cola; el que mancornea, al pasar el toro junto a él -le coge el pitón derecho con la mano derecha y, con -la izquierda, el pitón del otro lado. Entonces, a fuerza -de pulso, se le vuelve al animal la cabeza y se le -echa en tierra.</p> - -<p>Después de esta explicación pregunté a Juan de -Dios a qué se debía esta humorada de Mala Sombra, -y me dijo el sargento que la causa eran los celos, -porque el teniente Gotor galanteaba a la misma muchacha.</p> - -<p>Mala Sombra había buscado la manera de que -Pancalieri, el piamontés, estuviera alojado en casa -de su amada, y Pancalieri se había hecho amigo de -la niña y le daba recados de parte de Mala Sombra.</p> - -<p>Conté al Empecinado lo que ocurría, y el general -me dijo que fuera a ver a Mala Sombra y le prohibiera -rotundamente salir a la plaza bajo pena de -arresto.</p> - -<p>Fuimos el Chiquet y yo en busca del Capitán -Mala Sombra. Nos dijeron que vivía en la posada -del tío Barrueco, pero allí no estaba; después tuvimos -que preguntar casa por casa en el arrabal de -San Francisco y en el del Río, y, al último, lo encontramos -en un verdadero palomar escribiendo febrilmente.</p> - -<p>—Comandante—le dije—, el general ha sabido -que piensa usted salir a la plaza y me envía para que -le disuada de ese absurdo proyecto.</p> - -<p>—Por qué. ¿No van a salir otros oficiales y soldados?</p> - -<p>—Sí; pero la suerte que usted intenta ejecutar es -más peligrosa.</p> - -<p>—¡Bah! La he hecho otras veces.</p> - -<p>—Dicen que quiere usted mancornar al último -toro, el que va a matar el Ochavito.</p> - -<p>—Cierto.</p> - -<p>—Todos los que entienden de eso dicen que ese -toro es de demasiada alzada y demasiada fuerza para -mancornarlo. No haga usted la suerte con ese toro, -sino con otro.</p> - -<p>—No, no; con ese.</p> - -<p>—Comandante—exclamé—, todo el mundo sabe -que es usted un valiente: su fama de valor está bien -cimentada desde hace mucho tiempo. Lo necesitamos -a usted. Es usted necesario para la Patria y para -la Libertad. ¿A qué exponer la vida estúpidamente?</p> - -<p>—No puede ser, no puede ser—dijo él—. He dado -mi palabra al pueblo. No puede ser.</p> - -<p>Por más argumentos, por más consideraciones -que hice, no conseguí nada.</p> - - - - -<h3 id="I_IX">IX.<br /> -CONCHITA AGUILAFUENTE</h3> - - -<p><span class="smcap">La</span> decisión de Mala Sombra fué durante algunos -días el tema de todas las conversaciones -de Ciudad Rodrigo. Su decisión romántica hacía -mucho efecto. Las mujeres tenían gran curiosidad de -conocer al paladín enamorado. Yo sentía curiosidad -de ver a la dama de sus pensamientos, y me la mostraron. -Era Conchita Aguilafuente una muchacha de -unos diez y siete años, morena, pálida, de ojos muy -negros y muy grandes. No tenía muy buena fama; -se decía de ella que era muy coqueta. Debía ser un -temperamento ardiente.</p> - -<p>Por lo que me dijeron, era de estas mujeres que -tienen días en que se les ve desfallecer, que tan pronto -están animadas, con la mirada brillante, como pálidas -y ojerosas; mujeres en que el sexo es como una -llama abrasadora que les consume. Yo la vi cuando -iba a misa con una mantilla negra, que le sentaba -maravillosamente; al pasar cerca de ella el Chiquet y -yo le dirigimos unos piropos, y ella nos miró con -una mirada relampagueante.</p> - -<p>La madre, que la acompañaba, era una mujer -todavía joven: una jamona de buen ver que producía -grandes entusiasmos en la calle.</p> - -<p>—El pobre Mala Sombra va a tener que bregar -más con esta chica que con el toro del domingo—le -dije yo al Chiquet.</p> - -<p>Mi asistente celebró la gracia, porque, como buen -catalán, era muy torero.</p> - -<p>Hubiera dado cualquier cosa porque el domingo -hubiera estado lloviendo; pero, por el contrario, -amaneció con un sol espléndido.</p> - -<p>Ya muy de mañana los aldeanos de los contornos -comenzaron a acudir al pueblo y a ocupar las gradas -que se habían instalado en la plaza.</p> - -<p>Se hicieron los últimos preparativos, que los dirigió -el Buñolero.</p> - -<p>Las cigüeñas, que habían llegado a su nido de la -torre municipal días antes, miraban como preguntándose: -¿Qué extraños preparativos serán éstos?</p> - -<p>Después de la misa mayor comenzaron a llenarse -los balcones de la plaza. Había una lucida representación -de señoras y señoritas, de caballeros de negro -y de militares de uniforme. Estaba aquello de -gran gala.</p> - -<p>El sol era espléndido y los abanicos temblaban en -el aire. Yo no quería presenciar la corrida para hacer -causa común con el Empecinado; pero tenía gran -curiosidad de ver lo que hacía Mala Sombra, y -también grande de observar la actitud de Conchita -Aguilafuente.</p> - -<p>Estuve en el salón de la casa Ayuntamiento, paseándome -arriba y abajo, mientras la gente se asomaba -a los miradores abiertos.</p> - -<p>Una de las señoras que nos había oído hablar a -un teniente y a mí de Conchita me dijo:</p> - -<p>—Ahí está Conchita con su madre y ese italiano -que hicieron ustedes prisionero.</p> - -<p>Miré, y, efectivamente, estaba en un segundo piso -de la Plaza Mayor, en la casa de un comerciante, en -compañía de su madre y de Pancalieri.</p> - -<p>Como yo siempre he tenido una tendencia estratégica, -recordé que en la casa del Ayuntamiento había -un depósito de papeles del Archivo que tenía una -ventana que daba muy cerca del balcón donde estaba -Conchita.</p> - -<p>Le pedí al portero que me abriese la puerta de -aquel cuarto.</p> - -<p>—No va usted a ver nada, don Eugenio—me dijo él.</p> - -<p>—No importa—le contesté—, quiero ver el público.</p> - -<p>El portero me abrió y yo pasé adentro.</p> - -<p>Me asomé a la ventana. A una corta distancia se -veía el balcón en donde estaban Conchita, su madre -y Pancalieri. Se veía además parte del interior de la -habitación, que era una sala de pueblo con un espejo, -una consola y unas sillas de damasco. La Conchita -coqueteaba con Pancalieri de una manera disimulada.</p> - -<p>—¡Demonio! ¡Qué descubrimiento!—me dije—. -Este granuja de italiano se la está pegando de una -manera ignominiosa al pobre Mala Sombra.</p> - -<p>Comenzó la música, y poco después la corrida. De -cuando en cuando sonaba un ¡ah! de emoción que -se levantaba en el aire. Era, sin duda, en el momento -en que algún torero estaba expuesto a ser cogido.</p> - -<p>Cuando terminó el primer toro fuí al salón y me -acerqué a la gente. Algunas personas, sin duda de -nervios fuertes, encontraban que la corrida tenía -pocas emociones y que aquellos becerretes no valía -la pena de torearlos.</p> - -<p>Al comenzar de nuevo la brega volví a mi observatorio.</p> - -<p>El segundo toro dió poco juego. En el tercero la expectación -se acentuó. Iba a matar el teniente Gotor.</p> - -<p>Miré al balcón de Conchita. Ella estaba encendida. -Pancalieri, con un aspecto cínico y sonriente. -Ella aprovechaba las ocasiones de frotarse con él, y -se estrechaban las manos sin que la madre les viera.</p> - -<p>A veces ella entraba en la sala y se besaban, y -estaban largo rato con los labios unidos. El forcejeaba -con ella, y ella se escapaba de sus brazos y volvía -a salir al balcón encendida y con un aire compungido.</p> - -<p>La faena del teniente Gotor debió de ser brillante, -a juzgar por la tempestad de aplausos y de bravos -que estalló en la plaza.</p> - -<p>Concluyó el tercer toro y salí de mi cuartucho. En -el intermedio Conchita y Pancalieri, comprendiendo -que la curiosidad del público se desviaba de la plaza -para explorar los balcones, se separaron uno de otro -y tomaron un aire de indiferencia.</p> - -<p>Cuando comenzó el último toro, el Chiquet me -agarró del brazo y me dijo:</p> - -<p>—Venga usted, mi teniente.</p> - -<p>Como tenía gran curiosidad me dejé llevar. Hubiera -dado cualquier cosa porque la fiesta hubiese -terminado. El último toro era grande, negro, con una -cornamenta larga y afilada. Perseguía furioso a quien -se ponía frente a él. El público vociferaba entusiasmado; -los toreros apenas se atrevían a acercarse -al animal. Únicamente el Ochavito y el Buñolero -se plantaban delante y le daban recortes con la -capa. A fuerza de estos lances el animal pareció -cansarse, y en un momento que se paró el Buñolero -le agarró de la cola.</p> - -<p>Entonces se vió a Mala Sombra que avanzaba -con el Ochavito, acercándose al toro. En un momento -se agarró con presteza a las astas, cuadrándose -de pechos ante la fiera. El hombre y el toro quedaron -inmóviles; el hombre empujó la cabeza del animal -por las puntas, la bestia alzó el hocico, y entonces -el hombre metió el hombro por debajo de la -barba del animal, y de un empujón lo tumbó al suelo, -le puso el pie en el hocico y lo sujetó así.</p> - -<p>Hubo una tempestad de aplausos. El Capitán -Mala Sombra miró entonces al sitio donde estaba su -amada. ¿Qué vió? No sé. Quizá comprendió rápidamente -lo que pasaba entre Conchita y Pancalieri; el -caso fué que el capitán soltó el pie, el toro se levantó -de improviso, dió un topetazo con el cuerno en -mitad del pecho al capitán y pasó por encima de él.</p> - -<p>Después se vió al capitán erguirse un momento -echando sangre a borbotones por la boca, y luego -caer desplomado.</p> - -<p>Hubo un momento de pánico entre los toreros.</p> - -<p>El público aúllaba como una mujer loca, y salía -de él un largo y enorme alarido. Algunos querían -escapar, pero la mayoría estaba anhelante de angustia, -de curiosidad y de pasión.</p> - -<p>—¡Calma!, ¡calma!—dijo el Ochavito.</p> - -<p>—Esperaos, que ahora viene lo bueno—gritó el -Buñolero, como si el espectáculo de la muerte no le -afectase lo más mínimo.</p> - -<p>El Ochavito y el Buñolero metieron sus capotes y -jugaron con el toro, mientras dos alguaciles recogían -el muerto.</p> - -<p>Algunos pidieron a gritos a la presidencia que terminara -la corrida y retiraran al toro, pero esto no -era fácil, ni mucho menos.</p> - -<p>—Dejadlo—dijo el Ochavito—, yo lo mataré.</p> - -<p>El Ochavito y el Buñolero fueron llevando al toro -hasta un ángulo de la plaza. El Ochavito dió unos -pases de muleta mientras el Buñolero le ayudaba -con el capote.</p> - -<p>—Échale un poco más allá—decía el Ochavito—. -Bueno, bueno; ya está.</p> - -<p>Después de algunos vanos intentos, cuando le -tuvo a su gusto el Ochavito, se cuadró, y de una estocada -como un rayo dejó al toro muerto.</p> - -<p>El Buñolero se acercó con una bayoneta en la -mano y le dió la puntilla.</p> - -<p>La gente, olvidada ya del capitán, comenzó a -aplaudir y a gritar. El público fué despejando la plaza; -marchaban las mujeres llevando lágrimas en los -ojos.</p> - -<p>Conchita y Pancalieri se habían retirado del balcón. -Me acerqué yo al sitio donde había muerto -Mala Sombra, y en este momento vi salir a Conchita -con su madre. Tenía una palidez de espectro, los -ojos rojos, como de haber llorado, y la boca con un -rictus de amargura.</p> - - - - -<h3 id="I_X">X.<br /> -PANCALIERI</h3> - - -<p><span class="smcap">En</span> la casa del Capitán Mala Sombra estaba expuesto -su cadáver.</p> - -<p>Había llegado su madre, una vieja campesina de -un pueblo próximo, y lloraba rodeada de las mujeres -de la vecindad.</p> - -<p>Estuvimos allí todos los oficiales de la guarnición, -comenzando por el Empecinado; se encontraban -también los dos italianos, Corti y Pancalieri. Pancalieri -estaba triste y cariacontecido.</p> - -<p>—¡Qué <i>folia</i>!—me dijo—. Este hombre se ha -matado.</p> - -<p>—Sí; mientras usted abrazaba a su novia él se ha -matado por ella—le dije yo, en voz baja.</p> - -<p>—<i>¡Ma ché!</i> No. Sería demasiado idiota.</p> - -<p>—Pues no le quepa a usted duda. Los que le han -visto de frente me han dicho que al levantar la mirada -al balcón donde estaban ustedes se le demudó -el rostro, y entonces dejó de sostener la cabeza del -toro y se dejó matar.</p> - -<p>—¡Ah <i>povero</i>! ¿Pero usted cree que se habrá matado -por ella?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—¿Por la <i>signorina</i> Conchita?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—¡Oh, no! <i>¡Maché!</i> ¡Qué <i>folia</i>! <i>Questa signorina</i> -está bien para pasar el rato <i>ma</i> nada más.</p> - -<p>—Amigo—le dije yo—, esa muchacha que para -usted no sirve mas que para pasar el rato, para este -pobre hombre, era toda la vida...</p> - -<p>Y mientras decía esto, la mirada de Mala Sombra, -terrible y trágica, parecía confirmar mis palabras.</p> - - - - -<h3 id="I_XI">XI.<br /> -FINAL</h3> - - -<p><span class="smcap">Había</span> concluído de hablar Aviraneta, y repantigado -en la butaca miraba el humo de su cigarro, -que se elevaba en volutas en el aire.</p> - -<p>—¿Y qué fué de la Conchita?—dije yo.</p> - -<p>—Me dijeron muchos años después que se había -casado.</p> - -<p>—¿Con Pancalieri?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—Quizá con Gotor, el rival de Mala Sombra.</p> - -<p>—Tampoco. Se casó con un propietario rico de -Zamora.</p> - -<p>—¿Y no tenía nada que ver con Pancalieri?</p> - -<p>—No sé. El que me habló de ella aseguraba que -el hijo primero de Conchita era el vivo retrato del -italiano. Es posible que fuera verdad, es posible que -no. Vete a saber...</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>—Es usted admirable, don Eugenio—le dije—todavía -le quedan a usted historias en el zurrón.</p> - -<p>—Qué quieres. Los hombres de mi tiempo no -leíamos tantas novelas como los de ahora. Buenas -o malas, las hacíamos en la vida.</p> - -<p>Y Aviraneta se levantó, se frotó las manos y comenzó -a pasearse por mi despacho, mirándolo todo -con su aire perspicaz y agudo de fuina.</p> - -<p class="i2">Madrid, marzo, 1917.</p> -<hr class="chap" /> - - - -<h2 id="baza">EL NIÑO DE BAZA</h2> - - -<p><span class="smcap">Otro</span> día paseábamos por el Retiro Aviraneta -y yo, y hablábamos de los prestigios políticos -de nuestro país, cuando don Eugenio me dijo: -Varias veces me he asombrado yo, al leer en las -historias que se publican de mi tiempo, cómo muchos -hombres de talento y de energía han quedado -obscurecidos, y cómo, en cambio, otros, vulgares -y adocenados, han tenido el relieve de primeras -figuras. Yo, jamás hubiera pensado, por ejemplo, que -mi amigo don Bernardo Borja Tarrius fuera hombre -que pasara por la vida sin dejar el menor rastro, ni -el más pequeño recuerdo.</p> - -<p>Borja Tarrius era para mí, al menos, un sabio. -Conocía seis o siete idiomas a la perfección; tenía -una memoria prodigiosa; había viajado mucho y leído -más. Era una enciclopedia viviente. Como muchos -hombres del tiempo, sentía una gran inclinación -por la economía política, y estaba afiliado a la escuela -de Jeremías Bentham. Vivía de dar lecciones, -porque, a pesar de su talento, no encontró nunca protección -oficial.</p> - -<p>A Borja Tarrius le conocí la primera vez en Madrid, -en una logia, antes del movimiento de Riego -de 1820. Su inteligencia y su sensatez eran reconocidas -por todo el mundo.</p> - -<p>Por esta época, Borja Tarrius y don José María de -Larreategui, que era el comisario de Guerra de la -división del Empecinado, me llevaron a casa del brigadier -Palarea para ver si nos poníamos de acuerdo -en el movimiento revolucionario.</p> - -<p>No llegamos a nada en esta conferencia.</p> - -<p>Tres o cuatro años más tarde encontré a Borja en -Gibraltar. Llegaba yo a esta plaza huyendo de Algeciras, -como te he contado, y me metí en una posada, -en donde se comía mal y se dormía en el suelo, -pues no había camas.</p> - -<p>En esta posada se encontraban don Bernardo -Borja Tarrius y el diputado por Córdoba don José -Moreno Guerra. Al verme, me acogieron los dos con -amabilidad y formamos un grupo para comer. Era -difícil ver juntos dos tipos tan diferentes como Borja -y Moreno. Los dos tenían aproximadamente la misma -edad, de cuarenta a cincuenta años. Borja Tarrius -era un hombre grueso, rubio, pacífico, calvo y -con patillas; Moreno Guerra, alto, huesudo, cetrino, -con un hablar gutural; Borja Tarrius tenía el aire de -un holandés flemático; Moreno Guerra era un moro.</p> - -<p>En sus ideas se notaba una parecida divergencia. -Borja se mostraba siempre equilibrado, siempre sereno, -como la sensatez personificada; Moreno Guerra -se caracterizaba por sus extravagancias. Era este -hombre de sorpresas, osado, y al mismo tiempo cobarde, -inteligente, y al poco rato, necio, amable y sin -transición soez. Asiduo lector de Maquiavelo, de los -libros del famoso florentín quería sacar consejos -para la práctica política española. Entre sus muchos -proyectos absurdos, Moreno Guerra había tenido la -idea de hacer de Cádiz una ciudad republicana independiente, -a estilo de Hamburgo y Brema.</p> - -<p>Reunido con Moreno Guerra y Borja Tarrius, iba -pasando mal que bien el tiempo en la posada gibraltareña, -cuando un día, instigados por el diputado -andaluz, que estaba enfermo del hígado, salimos él, -Borja y yo a respirar el aire libre. Hacía un calor -sofocante. Al cuarto de hora de nuestro paseo se -nos presentaron tres policías y nos pidieron la boleta -de residencia.</p> - -<p>No la teníamos y tuvimos que confesarlo.</p> - -<p>—Bueno, vengan ustedes—nos dijo el jefe de los -policías. Les seguimos, nos llevaron al muelle y -nos dejaron allí como si quisieran dedicarnos a la -contemplación y al estudio de la bahía de Algeciras.</p> - -<p>Había en el muelle grupos de españoles que se -lamentaban porque no tenían qué comer ni qué -beber. El sol daba de plano, y el calor era insufrible.</p> - -<p>Los marineros de los barcos mercantes del puerto -trajeron baldes de agua para aplacar la sed de la -gente; pero no bastaba el agua que acarreaban para -tantos.</p> - -<p>Llegó la noche y refrescó mucho. Yo no quería -dormirme, por miedo a enfriarme, y me senté sobre -una estera y apoyé la espalda en un cañón empotrado -en el suelo, que servía para amarrar los cables. -Encendí un cigarro y me puse a reflexionar mientras -contemplaba las luces de Algeciras.</p> - -<p>—¿Qué voy a hacer?—pensé—. Mucha de esta -gente quiere ir a Inglaterra; pero van a andar muy -mal; aquí habrá que esperar el barco...; luego, allá, -hasta que se pueda vivir, se tardará un tanto; la -cuestión sería ir a un sitio próximo y esperar una -semana o dos hasta que esto se desocupara...</p> - -<p>Estaba discurriendo así, cuando oí a mi lado hablar -de Tánger en voz baja.</p> - -<p>—¡Tánger! Esta sería una solución—me dije a -mí mismo, y decidí ir a la ciudad africana. Pensé -todas las eventualidades posibles y me pareció la -mejor la de Tánger.</p> - -<p>Amaneció, y vi en el muelle solos a Borja Tarrius, -a Moreno Guerra y a dos hombres que no conocía; -uno de ellos, el más joven, con uniforme de miliciano -nacional.</p> - -<p>La demás gente se había metido en los buques -mercantes que había en el puerto y en un barracón -del muelle.</p> - -<p>Les dije a Borja Tarrius y a Moreno Guerra lo -que había pensado.</p> - -<p>—¿No sería mejor ir a Marsella o a Londres?—me -preguntó Moreno Guerra.</p> - -<p>—¡Ah, si se encontrara barco en seguida, sí!; pero -como puede suceder muy bien que no se encuentre -barco y haya que pasarse cinco o seis días aquí en -el muelle, yo prefiero ir a Tánger y esperar allí.</p> - -<p>—Es verdad, tiene usted razón—dijo Borja Tarrius—. -Es una idea buena.</p> - -<p>—Así, ¿qué les parece a ustedes la idea, aceptable?</p> - -<p>—Sí, sí.</p> - -<p>—Bueno, pues yo voy a ver si encuentro una -lancha.</p> - -<p>Me entendí con un patrón inglés, que me pidió -diez duros por el pasaje, y me volví al sitio de los -amigos. Estos me dijeron que venían con nosotros el -miliciano nacional y su padre, que había pasado la -noche en el muelle a nuestro lado.</p> - -<p>—Bueno—dije yo—. Está bien. ¿Usted les conoce?—le -pregunté a Moreno Guerra.</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—¿Quiénes son? El viejo parece gitano.</p> - -<p>—Lo es. Son de Baza, padre e hijo. Al padre le -llaman el <i>Esquilaor</i>, y al hijo, el Niño de Baza. El -padre va convencido de que su hijo va a hacer -mucha suerte en Africa, porque tiene una piedra -imán la <i>bar lachí</i>, como dicen ellos. La historia de -estos es curiosa. El <i>Esquilaor</i>, que ha sido un buen -mozo, le hizo un chico a una muchacha de Baza, y -ella no se quiso casar con él.</p> - -<p>—¡Qué extraño! ¡Ella!</p> - -<p>—Sí, ella dijo que no, que no se casaba, que él -quería vivir a su costa, y que no. Y así está en la -casa el <i>Esquilaor</i> como criado.</p> - -<p>—¿Y el Niño de Baza es el hijo?</p> - -<p>—Sí, un chico mimado, voluntarioso. Ha sido estudiante -de cura.</p> - -<p>Les observé con atención.</p> - -<p>El padre era un hombre muy flaco, muy negro, -con los ojos verdes, obscuros; el hijo era muy parecido -al padre, con un gran fulgor en la mirada.</p> - -<p>Bajamos los cinco por la escalera del muelle a la -lancha, y nos fuimos acomodando.</p> - -<p>Antes de salir le dije yo a Borja Tarrius:</p> - -<p>—Somos seis con el patrón. Como es posible que -nos encontremos con algún barco en el Estrecho que -quiera detenernos, lo mejor es que en esta corta travesía -mande uno solo. Las vacilaciones son lo peor -en estos casos. ¿Quiere usted mandar como jefe de -nuestra barca, Borja?</p> - -<p>—No, no, Aviraneta. Mande usted.</p> - -<p>—Sí, mande usted—dijo Moreno Guerra.</p> - -<p>—Bueno.</p> - -<p>Se lo advertí al patrón, y éste dijo que estaba -bien, y añadió que la medida era muy prudente, -porque en el mar no había que andarse con dudas -sino decidir las cosas pronto.</p> - -<p>Salimos, se largó la vela, fuimos pasando por delante -de la ciudad de Algeciras y de la isla Verde, -hasta divisar la costa de Africa.</p> - -<p>El día estaba espléndido.</p> - -<p>El Niño de Baza, al poco rato de salir, escogió el -mejor sitio y se tendió. Estorbaba un poco para la -maniobra.</p> - -<p>—¡Eh, tú!—le dije yo.</p> - -<p>—¿Qué hay?</p> - -<p>—Estás estorbando. Aquí no se duerme.</p> - -<p>—Ez que mi niño, zabe uzté, ze marea...—dijo el -padre.</p> - -<p>—No ha tenido tiempo de marearse; que se ponga -como todo el mundo y esté atento, por si se le -tiene que mandar algo.</p> - -<p>—¿Y uzté por qué me tiene que mandá a mi?—dijo -el gitanillo.</p> - -<p>—Porque sí; aquí mando yo, y, si no estás conforme, -ahora mismo tocaremos en tierra y te dejaremos -en ella, si es que no te pego un puntapié y te -tiro al mar.</p> - -<p>Hubo un fulgor en los ojos del Niño de Baza.</p> - -<p>El viejo gitano comenzó a hacerme reflexiones y -a adularme, con la clásica desvergüenza de la raza. -Moreno Guerra celebraba sus frases y le contestaba -algo en caló.</p> - -<p>En cinco horas llegamos frente a Tánger y se detuvo -la lancha. Unas cuantas barcas y botecillos se -nos acercaron con moros y cristianos, vestidos con -harapos de colores, y se puso toda aquella gente a -hablar y a chillar en una algarabía infernal. En esto -nos atracó una lancha, con dos remeros negros y -tres moros limpios, y uno de ellos nos preguntó en -chapurrado:</p> - -<p>—¿Qué son ustedes?</p> - -<p>—Españoles.</p> - -<p>—¿De dónde vienen?</p> - -<p>—De Gibraltar.</p> - -<p>—¿Traen ustedes pasaporte?</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—Pues no pueden ustedes entrar.</p> - -<p>—¿No se podría avisar al cónsul de España?</p> - -<p>—¿Qué quiere usted avisarle?</p> - -<p>—Que aquí hay un diputado español, que viene -fugitivo, que quisiera entrar en Tánger, y un médico.</p> - -<p>—¡Tebib! ¡Tebib!—dijeron los moros.</p> - -<p>—Bueno. Esperen ustedes. Le avisaré al vicecónsul. -El capitán del puerto y este moro del rey—y -nos mostró uno de sus dos compañeros—les -vigilarán.</p> - -<p>Estuvimos una hora con un sol de fuego, hasta -que apareció un europeo, el vicecónsul, en compañía -de tres moros fastuosos, vestidos de blanco. El -vicecónsul preguntó por el diputado; se destacó Moreno -Guerra y hablaron los dos. El vicecónsul era -un siciliano, y los moros, empleados subalternos -del gobernador de la plaza.</p> - -<p>Como Moreno Guerra era tan moro como los -otros, con sus ademanes y sus gestos les convenció -y se decidió que fuéramos todos a tierra. Les dijo -que Borja Tarrius era un gran médico.</p> - -<p>Nos acercamos a la playa, y después nos agarró -a cada uno un negrazo de aquellos, y, atravesando -el fango del arenal, nos dejó en tierra firme.</p> - -<p>—Vamos a casa del gobernador—nos dijo el vicecónsul.</p> - -<p>El gitano y su hijo se escabulleron sin saludarnos.</p> - -<p>Marchamos por una callejuela, tropezando a cada -paso con burros cargados y seguidos por moros, -que gritaban: ¡Balac! ¡Balac! Atravesamos el zoco, y -llegamos a un viejo caserón destartalado; pasamos -dos patios, y, en una sala que daba a un hermoso -huerto, vimos al gobernador, o caid, sentado -en el suelo y apoyado en unos almohadones. Era -un viejo de aire respetable; le saludamos, nos invitó -a sentarnos y nos trajeron unas tazas pequeñas -de café sin azúcar, dulces y bollos.</p> - -<p>Habló Moreno Guerra con su aire de santón, y el -caid inclinó varias veces la cabeza, como diciendo -que estaba conforme.</p> - -<p>Salimos de nuevo a la calle, le dimos las gracias -al vicecónsul y le preguntamos dónde podríamos -alojarnos.</p> - -<p>—Aquí no hay fondas ni posadas—nos dijo—donde -se esté bien. Algunos franceses e italianos -tienen huéspedes, pero los explotan. Los contrabandistas -españoles suelen meterse en sus rincones, -donde no se puede vivir. Aquí tendrán ustedes que -dirigirse a los judíos.</p> - -<p>—Sí, pero nosotros no conocemos a nadie...</p> - -<p>—Bien, yo preguntaré.</p> - -<p>El vicecónsul fué a ver al rabino Samuel Silva, le -explicó el asunto, y el rabino le encaminó a casa de -la señora de Toledano, viuda de un comerciante, que -vivía con cuatro hijas y dos criadas.</p> - -<p>Fuimos a ver a la viuda de Toledano, y nos encontramos -con que hablaba muy bien el español.</p> - -<p>Se llamaba esta mujer Mesoda Ben Asayag y era -viuda de un comerciante al por menor, también -judío.</p> - -<p>El vicecónsul le indicó lo que pretendíamos, y la -viuda aceptó; dijo que tenía en la casa la planta baja -desocupada, con cuatro cuartos bastante grandes, -y que viéramos si nos acomodaba.</p> - -<p>—Vamos allá—dije yo.</p> - -<p>Nos enseñó las habitaciones, anchas y limpias.</p> - -<p>—Esto está muy bien—le dijimos—. Pónganos -usted una cama en cada cuarto, y en el otro una -mesa y unas cuantas sillas.</p> - -<p>Dijo que lo arreglaría en seguida, nos explicó qué -comida nos iba a dar, y añadió que nos llevaría dos -pesetas por cada uno.</p> - -<p>Dimos las gracias más efusivas al vicecónsul, por -habernos llevado allá, y el hombre nos indicó que -contáramos con él para lo que necesitáramos y que, -después de comer, fuéramos a su casa a pasar -el rato.</p> - -<p>A las cinco de la tarde una criada nos avisó para -que subiéramos a comer. Subimos y encontramos la -mesa puesta; el mantel limpio, platos de loza de color -y cubiertos de madera. En vez de sillas, había -bancos. Entró la señora de Toledano con sus cuatro -hijas, de muy modesto porte y muy bonitas. -Hablaban todas el castellano con un acento medio -andaluz, pronunciando las eses como zedas, un -acento que no dejaba de tener gracia.</p> - -<p>La mayor tendría unos veinte años, y la menor, -unos catorce. Todas eran morenas, menos la segunda, -Sara, que era rubia, casi pelirroja. Las saludamos -amablemente. La madre se sentó con dos de sus hijas -a un lado y dos al otro, y nosotros en lo restante -de la mesa.</p> - -<p>Después de comer fuimos a ver al vicecónsul, -hombre abierto de genio, que tenía una familia numerosa -muy simpática, y nos dió una porción de -indicaciones concernientes a las costumbres que -había que seguir allí. Le pedimos un poco de papel, -nos lo dió y volvimos a casa. Conferenciamos con -la señora de Toledano acerca de la manera de tener -luz; nos trajo un velón de cuatro mecheros, enviamos -a la criada por aceite, encendimos el velón, lo -pusimos encima de la mesa y nos sentamos alrededor.</p> - -<p>Borja Tarrius estaba contento.</p> - -<p>—Creo que en Tánger podemos pasarlo bien y -muy barato—dijo—, y habrá cosas curiosas que ver.</p> - -<p>Moreno Guerra estaba taciturno.</p> - -<p>—¿Qué le pasa a usted?—le dije.</p> - -<p>—Esto es una cartuja—exclamó él—; aquí no va -a haber con quién hablar. ¡Luego estas calles sucias, -con estos moros asquerosos!</p> - -<p>Me indignó tan importuna queja y no dije nada.</p> - -<p>A las nueve nos volvieron a llamar para comer, y -tomamos té con hierbabuena, pan y manteca.</p> - -<p>Le pregunté a la dueña cuándo se podría escribir -a Gibraltar, y me dijo que tuviera la carta preparada -para las diez de la mañana del día siguiente.</p> - -<p>Escribí a la posada de Gibraltar en donde habíamos -estado Borja Tarrius, Moreno Guerra y yo, pidiendo -al amo que nos mandara la cuenta, diciéndole -que yo había dejado allí una maleta y una -manta, y que si se recibía una carta para mí, la enviara -a Tánger.</p> - -<p>Al día siguiente, por la mañana, le di la carta a la -dueña y fuí a llamar a Borja Tarrius y a Moreno -Guerra; ninguno de los dos había dormido, preocupados, -sin duda, con el porvenir.</p> - -<p>Por la tarde anduve yo por la ciudad; vi el Zoco, -la Alcazaba, y salí por las afueras a pasear por el -Marshan. Al volver me encontré con Borja y Moreno, -que charlaban en el cuarto, y, por la noche, la -dueña me trajo contestación a mi carta de Gibraltar. -Según decía el posadero seguía allí la aglomeración, -y no se sabía qué hacer con los emigrados.</p> - -<p>Fuimos a cenar. Moreno Guerra estaba tan alicaído -que la dueña le preguntó:</p> - -<p>—¿Está usted malo?</p> - -<p>—Sí. Más malo de espíritu que de cuerpo. Me -falta la vida, las amistades, la sociedad... No sé si -me podré acostumbrar al trato de estos moros.</p> - -<p>—¡Y qué diría usted—dijo la viuda de Toledano—si -viviese bajo la condición que vivimos nosotros -los hebreos! Nos insultan, nos apedrean, nos -tiran lodo a la cara, y, como no tenemos autoridades -ni cónsules, nos callamos.</p> - -<p>Moreno Guerra se encogió de hombros. Parecía -mentira que un hombre tan grandón, que tenía fama -en España de valiente y atrevido, fuera tan pusilánime -y tan blando.</p> - -<p>—No hay que acobardarse—repuso la señora de -Toledano—. Si se mete usted en esa habitación de -abajo, en la obscuridad, sin ver a nadie, le entrará a -usted la melancolía. Suba usted al cuarto donde trabajamos -mis hijas y yo, y allí hablaremos.</p> - -<p>—Tiene usted razón, señora—dijo Borja Tarrius—; -no hay que apocarse. En Tánger hemos sido -recibidos con una caridad y un afecto que agradecemos -en el fondo del alma; estamos perfectamente -hospedados y mantenidos: no podemos desear más. -Ahora, a mi amigo Moreno Guerra le sucede que ha -vivido en esta última época en un ajetreo constante -y en una constante inquietud, y al venir aquí a esta -soledad queda aplastado.</p> - -<p>—Si lo comprendo—dijo Mesoda—; por eso le -digo que suba al taller donde trabajamos nosotras, -para entretenerse; suele venir el rabino de Tánger a -visitarnos, y como es un hombre culto hablará con -ustedes.</p> - -<p>Fuimos al taller y charlamos, mientras las chicas -y la madre y dos o tres aprendizas trabajan en bordar -con sedas de oro y plata babuchas, bolsas para -dinero, cinturones, arneses de caballo, etc.</p> - -<p>Borja Tarrius, curioso por todo cuanto fuera industria, -hizo a Mesoda y a sus hijas una serie de -preguntas acerca de cómo trabajaban y dónde vendían -sus productos.</p> - -<p>—En general se venden en Gibraltar, y los llevan -a Túnez, a Trípoli, a Fez, y pasan por bordados hechos -por moras—contestó la señora Toledano.</p> - -<p>Borja Tarrius que sabía mucho, examinó los bordados -y dijo primero que el dibujo era un tanto defectuoso, -y después indicó a Mesoda y a sus hijas -que perdían mucho tiempo haciendo cada una todas -las labores que exigía un bolso, o una babucha; que -debían hacer la división del trabajo: una cortar, -otra coser, otra bordar, etc., etc.</p> - -<p>Para demostrar su tesis, explicó con toda clase -de detalles cómo se fabricaban los alfileres en las -fábricas de Europa.</p> - -<p>Como hablaba con tanta persuasión, las convenció.</p> - -<p>Al día siguiente se hizo la prueba de la división -del trabajo, y, efectivamente, se produjo casi el -doble.</p> - -<p>La señora de Toledano estaba maravillada.</p> - -<p>Mientras trabajaban las bordadoras, Borja Tarrius -les habló de la historia de Tánger y de Cartago, -y del pueblo judío, y nos tuvo a todos entretenidos.</p> - -<p>Al cuarto día de estar en Tánger apareció en casa -el Niño de Baza. Venía bien vestido, limpio y perfilado. -Era un muchacho guapo. Tenía el tipo del andaluz -bonito, una cara de medalla romana y los -ojos de gitano. Me dijo con mucha zalamería que le -perdonara si había estado grosero en la barca, pero -era que se encontraba entonces cansado, enfermo, -sin dormir. Se había quedado solo en Tánger; su -padre había marchado a España, y él andaba buscando -un sitio donde trabajar.</p> - -<p>Las chicas de casa le vieron al entrar y salir.</p> - -<p>—¿Quién es ese muchacho?—me preguntaron -Sara y Rebeca.</p> - -<p>Yo le dije a Mesoda:</p> - -<p>—No he querido traer a ese joven aquí, donde hay -tantas muchachas. No vaya a ser un gavilán entre -palomas.</p> - -<p>—Pues ¿qué ha hecho?</p> - -<p>Le dije que me parecía un muchacho violento, -vengativo, que su padre era gitano...</p> - -<p>Nada de esto le parecía muy grave a Mesoda.</p> - -<p>—Si a usted no le importa, por mí puede venir -a casa.</p> - -<p>—¡Ah! Pues que venga.</p> - -<p>Al día siguiente volvió a presentarse el Niño de -Baza.</p> - -<p>—Bueno—le dije yo—, con estas chicas, nada.</p> - -<p>—No tenga usted cuidado.</p> - -<p>—Ya sabemos que eres irresistible.</p> - -<p>—No tanto, don Eugenio.</p> - -<p>El Niño de Baza no comprendía la ironía, afortunadamente -para él.</p> - -<p>Este mismo día apareció el rabino de Tánger, el -señor Samuel Silva, en casa de Mesoda, y hablaron -él y Borja Tarrius. El rabino llevó la conversación a -cuestiones de historia bíblica, donde se consideraba, -sin duda, fuerte; pero Borja Tarrius sabía de esto -mucho y le hizo unas observaciones al rabino sobre -el libro de Esdras y el de Job, y el <i>Eclesiastés</i>, que -quedó el hombre asombrado. Yo, como no he leído la -Biblia, porque, la verdad, me ha aburrido desde el comienzo, -no seguí la discusión en todos sus detalles.</p> - -<p>Mientrastanto, el Niño de Baza cambiaba unas -miradas incendiarias con las chicas, que se reían y -coqueteaban con él. Sobre todo, Sara, la roja, era -una mujer de cuidado.</p> - -<p>Los días siguientes, desde la mañana hasta la -noche, los pasamos en el taller de Mesoda, Moreno -Guerra, Borja, el Niño de Baza y yo; ayudábamos -a las muchachas a cortar el cuero de tafilete, a preparar -las agujas, los hilos de seda de oro y plata y a -pulimentarlos con colmillos de jabalí.</p> - -<p>Borja Tarrius pidió al vicecónsul un diccionario -viejo de antigüedades, con un atlas, que había visto -en su casa. El vicecónsul se lo prestó y Borja estuvo -tomando notas e hizo una porción de modelos con -nuevos adornos y nuevas grecas. Dibujó hasta diez -modelos. Se hicieron éstos, unos más complicados, -otros menos, y se enviaron a Gibraltar con sus precios -respectivos.</p> - -<p>En cada bolsillo se venía a sacar tres pesetas de -beneficio, según el cálculo de Borja Tarrius.</p> - -<p>Días después, el hijo de Mesoda envió cuarenta -duros; había vendido los diez bolsillos inmediatamente -a un comerciante de Argel, que le encargó -veinte docenas más de la misma clase en dos remesas. -Los que se le enviaron los vendió a cinco duros. -En cada uno se ganaron trece pesetas.</p> - -<p>Mesoda y sus hijas estaban locas de contento. -Las chicas llamaban papá a Borja Tarrius, y pensaban -en arreglar la casa y en hacer viajes.</p> - -<p>Cuando se mitigó la alegría, Mesoda dijo a Tarrius:</p> - -<p>—¿Qué hacemos? Usted disponga.</p> - -<p>—¿Usted tiene dinero?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—Vamos a hacer el presupuesto para los doscientos -cuarenta bolsos.</p> - -<p>Borja Tarrius tomó un papel e hizo una porción -de números.</p> - -<p>—Se necesitan unos cincuenta duros de material—dijo.</p> - -<p>—¿Nada más?</p> - -<p>—¿Le parece a usted poco? ¿Los tiene usted?</p> - -<p>—Sí, sí.</p> - -<p>—¿No habrá dificultad en adquirirlo?</p> - -<p>—Ninguna.</p> - -<p>—Después, lo que se necesita son cuatro o cinco -obreras. ¿Habrá aquí buenas bordadoras?</p> - -<p>—Sí, pero cobran mucho.</p> - -<p>—¿Pues, cuánto cobran?</p> - -<p>—Seis y siete reales al día.</p> - -<p>—¡Bah! Eso no es nada. Se puede pagar el doble.</p> - -<p>—¿Y si se enteran y copian los dibujos de los -bordados?</p> - -<p>—No; no tienen tiempo. Usted les dice que es un -encargo que ustedes tienen y les da los bolsillos ya -dibujados.</p> - -<p>Al día siguiente se compró el material y comenzó -a cortarse el tafilete. Tarrius tenía la alta dirección. -Moreno Guerra y yo calcábamos los dibujos, -los agujereábamos con un alfiler y, después, -con una muñequita llena con polvo de carbón, -estampábamos y perfeccionábamos los dibujos con -lápiz.</p> - -<p>Al día siguiente Mesoda trajo cinco obreras judías, -que las llevó a la sala del piso bajo, que antes -ocupábamos nosotros.</p> - -<p>Moreno Guerra y yo seguimos dibujando; el Niño -de Baza cortaba; Agar y Raquel, la hija mayor y la -pequeña, cosían, y Sara y Esther quedaron al frente -del bordado. Las nuevas obreras eran mejores trabajadoras -que las de casa.</p> - -<p>Se envió la primera remesa a Gibraltar y llegó el -dinero en seguida. Cerca de quinientos duros. La -viuda de Toledano quedó loca de contenta. Quería -dar dinero a Tarrius, pero le dolía desprenderse de -él. Le hacía continuas zalamerías. ¡Era tan bueno! -Sus hijas y ella no se olvidarían nunca de lo que -había hecho en su obsequio.</p> - -<p>Mesoda tenía la angustia de ganar, y no se preocupaba -de nada más.</p> - -<p>Yo veía al Niño de Baza que intimaba mucho con -Sara la roja, pero también lo veía la madre y parecía -que no daba importancia a la cosa. A Borja Tarrius -le llegaban enfermos que iban a consultarle. -Borja se limitaba a recomendar prácticas higiénicas.</p> - -<p>Llevábamos veinte días en Tánger, cuando recibí -una carta de un señor Gargollo, representante de mi -tío Ibargoyen, el mejicano. A este Gargollo le había -escrito yo al llegar a Gibraltar. Me decía que había -girado a mi nombre a esta plaza cinco mil pesetas a -la casa de Banca de Benolié y Compañía, y que al -mismo tiempo me recomendaba a este banquero. Le -escribí al señor Benolié diciéndole dónde estaba, y -a los dos o tres días apareció en mi casa un judío -viejo, con un aire muy venerable, a ofrecerme de parte -de Benolié lo que necesitara. Se llamaba este judío -Samuel Lione.</p> - -<p>La patrona mía se quedó maravillada; dijo que -Samuel era el hombre más rico de Tánger, y que -cuando iba a Fez visitaba al Sultán.</p> - -<p>Debíamos ser nosotros gente de una gran importancia -cuando Samuel Lione venía a nuestra casa.</p> - -<p>Pregunté qué era, y la señora de Toledano dijo -que era banquero y tratante de esclavos.</p> - -<p>—¿Y gana mucho con esto?</p> - -<p>—Muchísimo. Todos los años manda una o dos -caravanas a Tumbuctu, en las que ganará muchos -miles de duros.</p> - -<p>El Niño de Baza oyó esto con los ojos brillantes.</p> - -<p>Al día siguiente me dijo:</p> - -<p>—Oiga usted, don Eugenio.</p> - -<p>—¿Qué hay?</p> - -<p>—No va usted a visitar a ese viejo judío Samuel?</p> - -<p>—Pues, ¿por qué?</p> - -<p>—Porque si va usted, yo quisiera acompañarle.</p> - -<p>—¿Para qué?</p> - -<p>—Para ir en una caravana a comprar esclavos.</p> - -<p>Me quedé asombrado.</p> - -<p>—Bueno, bueno. Ven mañana por la mañana y le -visitaremos.</p> - -<p>Al día siguiente se presentó el Niño de Baza muy -elegante y atildado; yo me vestí, y con un chico de -la vecindad fuimos a casa de Samuel.</p> - -<p>La casa era de aspecto más humilde que la de -Mesoda. Nos recibió el señor Samuel en un despacho -muy mísero de la planta baja, con grandes saludos -y zalemas, y nos hizo sentarnos. Este Shylock -hablaba de una manera balbuceante y lacrimosa. -Nuestra santa nación, nuestra tribu, el patriarca -Abraham estaban a cada momento en su boca. Durante -su charla se interrumpía para dar una indicación -a dos escribientes que tenía, los dos, sin duda, -judíos, de cara atormentada y labios gruesos.</p> - -<p>Le avisaron para almorzar, y yo me levanté con -intención de marcharme; pero Samuel me agarró de -la mano.</p> - -<p>—No, no; venid—me dijo—; que venga con vos -este joven cristiano; comeréis conmigo, la miseria -que uno tiene.</p> - -<p>Subimos una escalera estrecha y llegamos a un -comedorcito pequeño que daba a un patio, con una -puerta, lleno de macetas con flores. Estaban en el -comedor la mujer y una hermana de Samuel, dos -hijas de unos cincuenta años, un hijo y una porción -de nietos, entre los cuales había una muchachita de -unos diez y siete o diez y ocho años, muy bonita.</p> - -<p>Entre todas estas caras judaicas había el tipo correcto -y muy perfilado y el tipo un poco repulsivo -del judío narigudo, con los labios gruesos y abultados -y los ojos pequeños.</p> - -<p>Había en toda la casa un olor a cerrado y al mismo -tiempo a estoraque, o alguna otra cosa aromática, -que no me hizo ninguna gracia.</p> - -<p>Sirvieron el almuerzo, que consistió en té con -leche, tostadas con manteca, miel y un líquido -dulce, con gusto a naranja. En lugar de pan, nos -dieron unas tortas redondas y muy delgadas, -sin sal.</p> - -<p>El Niño de Baza estuvo de conquistador con la -nieta de Samuel. Sabía que la chica era rica, y preparó -en seguida sus baterías.</p> - -<p>Después de almorzar volvimos de nuevo al despacho -y hablamos.</p> - -<p>—No creáis que tengo una fortuna grande...—nos -dijo Samuel Lione—. No, no..., una pequeñez, un -mediano pasar. No hagáis caso de lo que os digan -en Tánger acerca de mí. No, no. ¡Por el patriarca -Abraham! ¡Qué más quisiera yo!</p> - -<p>Le dije que no me habían hablado de él en Tánger, -y que había ido a verle para saludarle y para -presentarle aquel joven español que, habiendo oído -hablar de que él organizaba caravanas al centro de -Africa, quería ir en una de ellas.</p> - -<p>Samuel Lione sonrió al Niño de Baza y le alabó -su afición al comercio. Después nos explicó sus negocios. -Se dedicaba principalmente a la trata de -esclavos, que compraba en Tumbuctu, y a veces en -el Sudán.</p> - -<p>En Fez, en Mezquínez y en Marrakech tenía depósitos -de esclavos. Nos dijo que él proveía al sultán -y a los principales magnates del imperio de esclavas -negras para los harenes, que hacía venir del interior -de Africa; negras que eran de una raza especial muy -fea para nuestra vista por sus morros salientes y su -nariz chata, pero que a los moros les parecían huríes -de Mahoma.</p> - -<p>Añadió que recibía remesas de cuando en cuando -de veinte o treinta niñas, de diez a doce años, en Tafilete, -donde tenía un gran depósito, y, a manera de -hospital, que allí apartaba las que tenían lepra, les -curaba a las otras la sarna, las demás enfermedades -y los parásitos; luego, con baños, purgas y frotaciones -y mucho alimento, las engordaba y las ponía lucidas -como los cristianos engordan esos animales, -que son la abominación de Jehová y que se llaman, -con perdón, cochinos.</p> - -<p>Mudaban enteramente de piel y de pelo las negras, -y se ponían relucientes como espejos.</p> - -<p>A los catorce años las llevaban al mercado, y acudían -los corredores a comprarlas, procediendo a un -reconocimiento escrupuloso antes de cerrar el trato.</p> - -<p>Los compradores las conducían con mucho cuidado -a su destino, en una especie de jaulas, que colocaban -en camellos, y muy cubiertas con toldos -para que no les diese el sol, ni las viesen los curiosos.</p> - -<p>Este comercio era el más productivo para él; ¡pero -había tanto gasto! En Tumbuctu tenía una factoría -exclusivamente destinada para sus compras.</p> - -<p>Era el único comerciante dedicado a este honrado -tráfico.</p> - -<p>También recibía de Tumbuctu oro en polvo, marfil -y plumas de avestruz, y enviaba, a cambio, telas -que compraba a poco precio en las almonedas de -Gibraltar.</p> - -<p>Lione me dijo que a los veinticinco años había -hecho dos viajes a Tumbuctu, la lejana ciudad -de Africa, atravesando el gran Desierto. Entonces -era Tumbuctu tan misteriosa que algunos dudaban -de su existencia.</p> - -<p>Samuel Lione con esa rápida efusión que suelen -tener a veces las gentes que viven aisladas, nos contó -sus viajes a Tumbuctu con cierto énfasis. Nos -habló con entusiasmo del Desierto, de las caravanas -de cientos de camellos, que apenas dejan huella en -la arena dura; de la forma del terreno arenoso, siempre -igual y siempre distinto, como el mar; de las angustias -al no encontrar los oasis con agua; del tener -que beber a veces la sangre de los camellos... Todas -estas dificultades y penas estaban compensadas, -porque en dos o tres viajes se podía uno enriquecer.</p> - -<p>Mientras hablaba Samuel se veía la mezcla del -miedo con el deseo de la ganancia.</p> - -<p>Unía cierta elocuencia florida al acento llorón y -sibilante.</p> - -<p>En medio de toda su blandenguería se notaba que -el buen Samuel era un águila para el comercio y -que hubiera vendido hasta a su padre. Luego Lione -nos habló de sus antepasados, que eran españoles, -que habían vivido en Medina del Campo y habían -sido expulsados de Castilla en tiempo de Felipe III. -Su apellido verdadero era León, o de León, y al refugiarse -en Francia lo afrancesaron y lo convirtieron -en Lione. Tenía todos los papeles y títulos de pertenencia -de la familia y hasta la llave de la casa -de Medina.</p> - -<p>Respecto a la pretensión del Niño de Baza, dijo -que fuera por allí, y que ya vería.</p> - -<p>Después de cuatro horas de charla me volví a -casa de Mesoda.</p> - -<p>Al día siguiente pasé de nuevo por el despacho -de Samuel Lione, que me prestó cien duros. Le dije -a Borja Tarrius y a Moreno Guerra que me marchaba -a Gibraltar y que les escribiría. Borja Tarrius me -indicó que le habían encargado aquel mismo día de -la educación de los hijos de varios cónsules europeos -de Tánger; que ya tenía medios fáciles de vida, -y que preferiría un país templado como aquél que -un país frío como Inglaterra, y que se quedaba definitivamente -allá.</p> - -<p>Moreno Guerra me dijo que le avisara adónde iba -y lo que hacía.</p> - -<p>Comimos, charlamos mucho, me despedí de la familia -judía, me acompañaron Borja y Moreno hasta -la lancha, y me fuí a Gibraltar.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Después de bastantes años, le vi a Borja Tarrius; -me dijo que el Niño de Baza se había casado -con la nieta de Lione y había tenido un hijo con la -Sara. El Niño de Baza, hecho un completo bandido, -llegó a ser hombre de fama en el país, y en una de -las expediciones al centro de Africa le mataron en -el Desierto.</p> - -<p>Respecto a Sara la roja, se escapó con un inglés -rico, y vivía por entonces en Inglaterra hecha una -princesa. Moreno Guerra murió misteriosamente, -poco después de ir a Tánger. Según algunos le envenenaron -en el viaje de Gibraltar a Londres.</p> -<hr class="chap" /> - - - -<h2>ROSA DE ALEJANDRÍA</h2> - - - - -<h3 id="III_I">I.<br /> -EL VIAJE A EGIPTO</h3> - - -<p><span class="smcap">Puesto</span> que deseas que siga la narración de mi -vida, amigo Pello, dijo Aviraneta, la seguiré.</p> - -<p>A mediados de noviembre de 1823 salí de Tánger -y llegué a Gibraltar, donde me esperaban en el -muelle el hijo de la señora Toledano y el dependiente -principal de Benolié, el banquero.</p> - -<p>Me llevaron a casa de un judío que me cedió un -gabinete muy bonito, y me dieron una carta de residencia -del Estado Mayor de la plaza.</p> - -<p>El señor Benolié era hombre rico, banquero de -mucha influencia, y vivía muy en grande en una -casa a la inglesa. Me presenté a él, me trató muy -amablemente y me dijo que fuera a su casa cuando -me pareciera.</p> - -<p>Fuí una vez por cumplir y no volví. Me cansé en -seguida de Gibraltar. Ya no tenía allí amigos. Los -liberales españoles se habían marchado. Aquello me -parecía un sitio estrecho, de lo más antipático del -mundo.</p> - -<p>Un día que estaba en mi gabinete, tendido en el -sofá divagando, apareció el señor Benolié.</p> - -<p>—¿Qué le pasa a usted?—me dijo—. ¿Está usted -enfermo?</p> - -<p>—Sí, algo enfermo debo estar, pero principalmente -estoy aburrido; yo no puedo vivir así. Me he -acostumbrado a otra vida.</p> - -<p>El señor Benolié quizá creyó que le quería decir -que tenía hábitos más fastuosos, y sonrió suponiendo -que era una fanfarronada de español.</p> - -<p>—¿Pues cómo ha vivido usted?—me dijo con ironía -judaica.</p> - -<p>Yo le conté brevemente mis andanzas de guerrillero -y de conspirador, y como vi que le interesaban -di detalles y más detalles. El señor Benolié se quedó -tan asombrado, que creo que si le hubiera dicho que -yo no era un hombre, sino un trasgo o un gnomo, -no hubiera tenido tanto asombro.</p> - -<p>—¡Pero usted ha vivido de esa manera!—exclamó -varias veces.</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—Es extraordinario. Yo tenía otra idea de los -guerrilleros. ¿Y para qué ha vivido usted así? ¿Ha ganado -usted mucho con eso?</p> - -<p>—Nada. El poco dinero que tenía lo he perdido.</p> - -<p>A Benolié no le cabía esto en la cabeza.</p> - -<p>—Con la actividad y la energía que ha desplegado -usted inútilmente, puesta en el comercio se hubiera -usted hecho millonario.</p> - -<p>Esta observación de judío le parecía a él un argumento -irrebatible.</p> - -<p>—Sí, es posible—contesté yo—; pero en el comercio -no hubiera puesto tanta energía. Ser rico no -me interesa. Yo no necesito mas que el dinero imprescindible -para comer y tener un rincón donde -dormir. Esto se me cae encima. Yo necesito campo, -peligros, intrigas para estar bien.</p> - -<p>Benolié y yo nos miramos como podrían mirarse -un lobo y un castor.</p> - -<p>—Sin embargo, ¿usted piensa marcharse a Méjico -a ser comerciante, según me ha dicho?</p> - -<p>—Sí, si no encuentro otra cosa mejor.</p> - -<p>—No hay nada mejor que el comercio, señor Aviraneta—replicó -él sonriendo—. Yo creo que usted -no se ha dado cuenta de ello. Yo quisiera que usted -probara a trabajar en mi casa.</p> - -<p>—Probaré.</p> - -<p>—Yo le daré a usted el máximum de sueldo y el -máximum de comisión.</p> - -<p>—Pues nada, empezaré.</p> - -<p>Comencé a acudir al escritorio, y fuí tan puntual -y ordenado como pudiera serlo el primero.</p> - -<p>Al cabo de un mes, Benolié me llamó a su despacho.</p> - -<p>—Indudablemente, señor Aviraneta—me dijo—, -no sirve usted para la vida sedentaria. No come usted, -no bebe usted, no habla usted, y se va usted -poniendo más amarillo que un limón.</p> - -<p>—Sí. Es cierto.</p> - -<p>—¿Qué ha pensado usted hacer?</p> - -<p>—Yo había pensado ir a Grecia y hacer la campaña -contra los turcos; pero como todo el mundo me -habla aquí mal de los griegos, he decidido ir a Egipto -y ofrecerme al gobierno del virrey como oficial.</p> - -<p>—Bueno, bueno, como usted quiera. Si trata usted -de ir a Egipto, yo le proporcionaré a usted -barco.</p> - -<p>El señor Benolié se mostró muy generoso, me entregó -cincuenta libras esterlinas, entre sueldo y comisión, -por el trabajo que había hecho durante un -mes en su casa. Al pensar en ir a Egipto, se me -ocurrió llevar una mercancía a vender por allí, e hice -mi ancheta y la metí en un gran cajón.</p> - -<p>El día seis de diciembre apareció un bergantín en -el puerto de Gibraltar, que marchaba a Alejandría. -Era un bergantín nuevo, sin nombre. Iba tripulado -por la marina de guerra inglesa; lo llevaban para entregarlo -al virrey de Egipto.</p> - -<p>Bajaron el capitán sir John y dos oficiales, y fueron -a visitar a Benolié. Benolié les habló de mí, y el -capitán sir John le dijo que con mucho gusto me -llevaría en su barco hasta Alejandría, puesto que -era liberal y amigo suyo.</p> - -<p>Al día siguiente se condujo al barco mi cajón de -mercancías, al que le pusieron precintos de plomo y -una etiqueta con el escudo de Inglaterra.</p> - -<p>El capitán sir John dijo que, para ir a bordo, -debía marchar vestido de guardia marina.</p> - -<p>Benolié me envió a su sastre, para que me hiciera -un traje completo de guardia marina, que se componía -de chaqueta y pantalón azul, chaleco de grana -y polainas. Me trajeron también a casa un kepis, un -sombrero redondo de hule y un capote de goma.</p> - -<p>Benolié me entregó la víspera de mi partida dos -cartas de recomendación: una para el general Boyer -y la otra para un comerciante judío de Alejandría, -corresponsal suyo, que se llamaba Isaac Bonaffús.</p> - -<p>A las seis de la mañana del día diez de diciembre, -en un lanchón de Benolié, me dirigí al bergantín, en -compañía de Toledano. El bergantín había levado -anclas y extendido algunas velas.</p> - -<p>Estreché la mano de mi amigo, quien volvió en -una lancha, y me dirigí, acompañado de un mozo, a -mi camarote.</p> - -<p>A las seis y media zarpó el bergantín, con viento -fresco, y dejamos al poco rato de ver Gibraltar y las -costas de Africa.</p> - -<p>Al mediodía el viento se hizo más fuerte, y, al comienzo -de la tarde, se desarrolló un ventarrón furioso. -Se recogieron las velas y casi a palo seco fuimos -marchando por el mar, sin rumbo.</p> - -<p>Yo llevaba días sin dormir bien, y no sé si por el -medio mareo que tenía o porque bebí un poco de -vino, el caso fué que me eché en la cama y no desperté -hasta el día siguiente a las once. Al salir vestido -a cubierta, sir John, el capitán, comenzó a reír -al verme y me dijo:</p> - -<p>—Usted es un lobo de mar.</p> - -<p>—Pues, ¿por qué?</p> - -<p>—Porque ha podido usted dormir cuando todo el -equipaje andaba mareado. Hemos tenido un huracán -terrible.</p> - -<p>Pasé con sir John a la cámara de oficiales, donde -vi que había dos tenientes, echados de bruces sobre -la mesa, estudiando un gran mapa.</p> - -<p>Aunque yo no los entendía, porque hablaban inglés, -comprendí que estaban buscando la posición y -el derrotero del barco.</p> - -<p>Sir John, a quien le gustaba hablar francés conmigo, -me dijo que íbamos a tener mal tiempo, porque -el barómetro seguía bajando.</p> - -<p>No sé a punto fijo hacia dónde navegamos; yo no -me atrevía a preguntárselo a nadie, pero sí sé que -por la tarde del tercer día se nos presentó el viento -de proa y empezamos a dar bordadas.</p> - -<p>A eso de las once de la noche comenzó una tormenta -espantosa: una de rayos, de truenos, de granizo, -que no paraba un momento.</p> - -<p>El capitán y los oficiales estaban de observación -en la cámara; los marineros esperaban órdenes en el -puente.</p> - -<p>Yo no podía hacer allí nada más que estorbar. -Antes de meterme en la cama, agarrándome a lo que -pude, llegué a la cocina y le compré al cocinero víveres. -Desde nuestra salida de Gibraltar no se había -encendido la cocina. El cocinero me puso en un talego -una docena de galletas, medio queso, dos tarros -de mermelada, dos botellas de vino de Jerez y un -frasco de aguardiente. Llegué a tientas a mi camarote, -cerré la puerta, porque entraba agua, y me -dije:</p> - -<p>—Hay que entregarse al destino.</p> - -<p>Comí un trozo de queso y unas galletas con dulce, -bebí un vaso grande de Jerez, luego una copa -de aguardiente, encendí un cigarro y a la media -hora estaba dormido. Nunca he tenido sueños más -raros.</p> - -<p>A la mañana siguiente me desperté. Había agua -en el suelo del camarote. Cuando abrí el ventanillo -y miré al mar me dió el vértigo con aquel resplandor -y aquella blancura de la espuma.</p> - -<p>Me pareció que el mar se hallaba más agitado, -pero el aire más tranquilo, y supuse que esto era -buena señal. No salí del camarote; estuve haciendo -gimnasia, y al anochecer tomé mi trozo de queso, -mis galletas con dulce y dos vasos grandes de Jerez, -y dos copas de aguardiente.</p> - -<p>Tardé en dormirme, pero me dormí. Al día siguiente, -al despertar con la cabeza un poco pesada, vi -que había amainado el temporal. Abrí el ventanillo -y vi el mar mas tranquilo, y me volví a tender en la -cama. Estaba dormitando cuando entraron en el -camarote el capitán y el cirujano del barco.</p> - -<p>—No he visto otro parecido—dijo el cirujano -señalándome a mí—. Este es un hombre grande. ¡Y -luego hablan de la flema inglesa!</p> - -<p>El capitán sir John se reía.</p> - -<p>—Levántese usted—me dijo—, porque tienen -que limpiar todo esto.</p> - -<p>—¿En dónde nos encontramos?—le pregunté yo.</p> - -<p>—Nos estamos acercando a la costa francesa, a -las islas de Hyeres.</p> - -<p>Me levanté, me vestí y salí a cubierta, con la cabeza -un tanto pesada.</p> - -<p>Antes del mediodía llegamos a la isla de Porquerolles, -donde anclamos. Examinaron los oficiales y -el contramaestre el casco del barco, que tenía alguna -avería insignificante; lo limpiaron los marineros por -dentro y por fuera, secaron el velamen y a las veinticuatro -horas estaba el bergantín tal como había -salido de Gibraltar.</p> - -<p>Se compraron víveres, se encendió la cocina, y -comimos por primera vez caliente y de una manera -espléndida.</p> - -<p>La marinería tuvo también un gran banquete, con -carne fresca y pan del día, y el capitán regaló a -los marineros una pipa de vino.</p> - -<p>A media noche nos hicimos a la vela con un -tiempo hermoso, y a los doce días de dejar las -costas de Francia estábamos a la vista de Alejandría.</p> - -<p>En todo el trayecto, el capitán sir John tuvo para -mí muchas consideraciones, sentándome a su mesa -en unión de los oficiales y del médico.</p> - -<p>Tenía sir John algunos libros, y me prestaba los -que le pedía. Me dejó el libro de Volney, sobre -Egipto y Siria, y los viajes de Ali Bey.</p> - -<p>Al llegar a la vista del puerto de Alejandría -la organización y la etiqueta del barco variaron. El -capitán dejó su familiaridad y se convirtió en un jefe -frío y desdeñoso. Su cámara quedó convertida en -el palacio de un sátrapa con su correspondiente -guardia.</p> - -<p>La etiqueta era más rigurosa que en China. Yo -tuve que salir de mi hermoso camarote y marchar a -la cámara de los pilotos. Uno de ellos, que tenía un -álbum de vistas grabadas, sacó una del faro de Alejandría -y me mostró una torre asentada sobre una -roca, con un brasero humeante en la punta.</p> - -<p>Aquel era el antiguo faro, que se consideraba -como una de las siete maravillas del mundo, dibujado -conforme a las descripciones de los antiguos, porque -ya no existía, y, en su lugar, estaba el castillo -que hizo construír el sultán Solim en el siglo <span class="smcap">XVI</span>.</p> - -<p>Por la mañana, al amanecer, me levanté de la -cama y me asomé a la borda. No se veía mas que -la costa baja, amarillenta, iluminada por el sol; la -ciudad, vagamente, y la columna de Pompeyo, que -se destacaba con claridad.</p> - -<p>Estuvimos mucho tiempo parados delante de Alejandría. -Yo sentía impaciencia y un gran deseo de -bajar a tierra; pero como allí, en el barco, todo se -hacía siguiendo el protocolo, tuve que esperar. Al día -siguiente nos acercamos al puerto al amanecer; por -la mañana llegó el cónsul inglés de Alejandría, fué a -visitar a sir John y tuvo con él una larga conferencia.</p> - -<p>Pudimos contemplar la ciudad iluminada por el -sol, que me pareció un montón de ruinas; las -fortalezas, el faro, las torres y los mástiles de los -barcos.</p> - -<p>Después de la entrevista el capitán me avisó que -si quería saltar a tierra podía entrar en Alejandría, -en compañía del cónsul, como súbdito inglés, sin -que en la Aduana me molestasen.</p> - -<p>Fuí a dar las gracias a sir John, que me escuchó -impasible, y me hizo un saludo militar como si no -me conociera, y bajé a la lancha del cónsul. Pasamos -por delante del faro actual; una bastilla, con una -torre para señales, y alrededor de la fortaleza una -muralla con sus cubos, que rodean la isla. Entramos -en el puerto de Eunostos y desembarcamos cerca de -la Aduana. Yo subí en un coche que esperaba al -cónsul y fuí con él hasta su casa.</p> - - - - -<h3 id="III_II">II.<br /> -LA CASA DE CHIARAMONTE, EL MALTÉS</h3> - - -<p><span class="smcap">Me</span> invitó el cónsul a desayunar en su casa. -Tomé una taza de café con leche y un poco -de dulce, y fumamos un cigarro.</p> - -<p>—Dígame usted ahora qué piensa hacer. Yo voy -a trabajar—me dijo.</p> - -<p>—Quisiera que me indicaran las señas de un -judío, Isaac Bonaffús, a quien estoy recomendado.</p> - -<p>—¿Bonaffús? Lo conozco—me dijo el cónsul—. -Un criado mío le acompañará a usted a su tienda. -Deje usted la maleta aquí, y luego pueden venir -a buscarla.</p> - -<p>Me despedí del cónsul, y con el criado bajé al -portal. Salimos. Atravesamos unas callejuelas y llegamos -a una calle hermosa y recta, con aceras, la -calle de los Francos, y, como a la mitad, nos paramos -en una casa de un piso, que tenía una tienda -pintada de rojo, que cogía toda la fachada. Entramos -en ella. Un dependiente nos advirtió que el principal -no estaba en aquel momento en casa.</p> - -<p>El criado del consulado dijo, con el despotismo -del inglés, que era asunto del cónsul de Su Majestad -británica, y que lo llamaran.</p> - -<p>Al cuarto de hora apareció el señor Isaac Bonaffús, -un hombre rechoncho, de barba negra, de mechones -muy blancos, con una cara del color de una -vejiga de manteca, vestido con una túnica azul y -gorro griego.</p> - -<p>El señor Bonaffús me preguntó secamente en qué -podría servirme; pero cuando le dijo el criado que -era asunto del cónsul inglés se deshizo en cortesías.</p> - -<p>Le di una propina al criado del cónsul, que la -tomó, a pesar de su aire de caballero de la Tabla Redonda, -y me quedé en la tienda de Bonaffús.</p> - -<p>Saqué mi cartera, y de ella la carta de Benolié. La -leyó éste, la examinó y me dijo.</p> - -<p>—Yo estoy obligadísimo a Benolié, y usted me -manda. ¿Qué quiere usted hacer?</p> - -<p>—Primero quisiera tomar un cuarto en un fonda -o donde sea.</p> - -<p>—Hombre, aquí fonda buena para estar mucho -tiempo, no hay.</p> - -<p>—Entonces, ¿será mejor una casa de huéspedes?</p> - -<p>—Sí, yo creo que sería mejor. Casa de huéspedes... -Casa de huéspedes... Ya tengo una. Es -de un maltés que ha vivido en Gibraltar, hombre -rico, que sabe el español. Si quiere usted, yo le -acompaño.</p> - -<p>—Bueno. Vamos.</p> - -<p>Recorrimos la calle de los Francos y fuimos por -una callejuela de casas blancas, con puertas y ventanas -herméticamente cerradas. Antes de llegar al -barrio árabe nos detuvimos en una casa baja y muy -larga, con celosías pintadas de verde. Llamamos -varias veces con el aldabón, y apareció en una ventana -un tipo de bandido italiano con la cara tostada -por el sol, tuerto, y con una cicatriz que le cogía -media cara.</p> - -<p>—Buon giorno, amico Chiaramonte—dijo Bonaffús.</p> - -<p>—¡Buon giorno! ¡Ah! ¿Dove andate, amico Bonaffús?</p> - -<p>—A casa vostra.</p> - -<p>—¡Ah! Bene. Bene.</p> - -<p>—E la signora Cayetana, ¿come sta?</p> - -<p>—Bene. Bene. Andate ad aprir la porta—gritó -Chiaramonte a alguno.</p> - -<p>Un criado abrió la puerta y pasamos adentro. Subimos -por una escalera pequeña donde estaba Chiaramonte, -y entre el judío y el maltés se entabló una -conversación chapurrada en la lengua de los francos -de Alejandría; una jerga mixta de turco y de -griego.</p> - -<p>—Este señor es español—dijo Bonaffús.</p> - -<p>—¡Ah! ¿Es español?</p> - -<p>—Sí—repuso Isaac Bonaffús—, es un español -recomendado por Benolié, el banquero de Gibraltar, -y por el cónsul inglés de aquí. Quiere quedarse en -Alejandría algún tiempo, y yo le he indicado la -casa de usted, por si ustedes le pudieran tomar de -huésped.</p> - -<p>—En este asunto mi mujer y mis hijas son las -que deciden; yo no me ocupo mas que de mis caballos—dijo -el maltés.</p> - -<p>—Bueno; pues llame usted a la señora Cayetana -y a sus hijas.</p> - -<p>El maltés llamó a su mujer y a sus dos hijas. La -madre era una mujerona con aire un poco africano, -el pelo negro ensortijado, los ojos grandes y los labios -rojos. Las hijas eran muy bonitas.</p> - -<p>La patrona puso dificultades sobre la asistencia, y -únicamente se avino a tomarme de huésped a condición -de que yo comiera con toda la familia y a las -horas en que ellos acostumbraban.</p> - -<p>—Estoy conforme—le dije yo—; únicamente me -gustaría ver el cuarto.</p> - -<p>Me enseñaron una sala grande, con una alcoba -blanqueada, que tenía ventanas cerradas con celosías -que daban a la calle.</p> - -<p>—Por el precio no reñiremos—me dijo la patrona—; -tengo otro español, y a él le llevo dos pesetas -al día, porque por ahora gana poco, y tiene un cuarto -pequeño. A usted le llevaré tres pesetas.</p> - -<p>—Muy bien.</p> - -<p>Cerramos el trato, y el maltés mandó a un mozo -suyo a que recogiera mi maleta en el consulado inglés, -y yo salí con Bonaffús.</p> - -<p>—¿Qué clase de pájaro es este Chiaramonte?—le -pregunté en la calle.</p> - -<p>—Es buena persona. Se puede usted fiar de él. Es -tratante de caballos y hace contrabando. Las chicas -son un <i>bocato di cardinale</i>, y tendrán sus doscientos -mil francos cada una de dote. Ahora que, como -son católicas, aquí no encontrarán novios de su religión. -Nosotros, los hebreos, no queremos bodas -mixtas. Pero para usted que es católico, si no es ya -casado...</p> - -<p>—No, no estoy casado.</p> - -<p>—Entonces no le digo a usted más.</p> - -<p>Al llegar a la tienda del señor Isaac, le consulté -acerca de mi ancheta y le enseñé la factura. El comerciante -la estudió artículo por artículo, y me dijo -que, como no había pagado flete, ni pagaría aduanas, -ganaría el doble de su precio.</p> - -<p>—Mas no creo que haya usted venido en un barco -de guerra sólo para traer un cajón de sedería o -cosas por el estilo—añadió Bonaffús.</p> - -<p>—No; mi objeto es entrar al servicio del virrey de -Egipto, que va a organizar un ejército a la europea.</p> - -<p>—Ya sabe usted que hay un general francés que -lo dirige todo.</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—¿Trae usted alguna carta de recomendación -para él?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>Se la enseñé, la leyó, y me dijo:</p> - -<p>—Yo le puedo servir a usted de algo. Viene a mi -casa un capitán francés, Lasalle, que es de Auch y -se dice sobrino del general Lasalle. Este Lasalle está -en Alejandría y parece que es un comisionado del -virrey para recibir a los militares europeos.</p> - -<p>—¿Y qué clase de hombre es?</p> - -<p>—Pues, como todos los franceses, es muy patriota. -Lasalle hace lo posible para favorecer a sus paisanos -y poner toda clase de dificultades a los que -no lo son. Hace tiempo vinieron aquí muchos jefes -y oficiales que habían servido con Murat; luego han -venido otros italianos de los constitucionales del -general Pepé y no han podido entrar aquí, y se han -marchado a servir a los griegos.</p> - -<p>—¿Así que esto no está bien?</p> - -<p>—No está nada bien. Al que no le quieren, aunque -tenga buenas recomendaciones, le aceptan y le -ponen en una sección de disponibilidad; luego le -envían a cualquier rincón del alto Egipto o de Siria, -y allí tiene que vivir, con un sueldo de un franco -cincuenta, o dos francos al día.</p> - -<p>—Entonces me parece que me he equivocado al -dirigirme a esta tierra.</p> - -<p>Me despedí de Isaac Bonaffús, que quiso acompañarme. -Encontramos a Chiaramonte a la puerta -de su casa, y él y Bonaffús se embromaron el uno -al otro sobre sus respectivos negocios.</p> - -<p>—Nostro amigo Chiaramonte—me dijo Bonaffús—es -molto rico. ¡El contrabando!</p> - -<p>—¡Bah! ¡Bah!—repuso Chiaramonte—. ¿E voi? -Sempre esta facendo denaro—me dijo—. Questos -judíos son maravigliosos. ¡Oh! ¡Che canaglia!</p> - -<p>—E lei es molto mas rico que yo—exclamó Bonaffús.</p> - -<p>No me interesaban mucho estas gracias de comerciantes, -y subí al piso principal.</p> - -<p>Salió la Cayetana, la mujer de Chiaramonte, y me -pasó a una salita en donde se hallaba ella en compañía -de sus dos hijas, que estaban haciendo labores. -Este saloncito era muy bonito; tenía un gran -mirador colgado sobre la calle, con muchas flores, el -clásico diván, con sus almohadones bordados a estilo -oriental, unas cuantas sillas de Damasco, un -piano y varios grabados antiguos. Alrededor del salón -había un estante y en él se veían libros de Chateaubriand, -Walter Scott y la <i>Historia de los caballeros -hospitalarios de San Juan de Jerusalén</i>, -por el abate Vertot, en una edición de lujo. Las dos -muchachas me parecieron verdaderamente encantadoras -en la intimidad. Sobre todo Rosa era muy -bonita. Hablaban muy bien el castellano y sabían el -italiano y el inglés. Habían sido educadas en una -pensión de Gibraltar.</p> - - - - -<h3 id="III_III">III.<br /> -NUESTRO AMIGO MENDI</h3> - - -<p><span class="smcap">Estábamos</span> hablando de la vida y de las costumbres -de Alejandría, cuando se oyeron pasos -en la escalera y después en el corredor.</p> - -<p>La señora Cayetana se levantó, y en su lengua -chapurreada dijo al que llegaba:</p> - -<p>—Señor Mendi. Aquí hay otro <i>spagnuolo</i> que va -a vivir con nosotros.</p> - -<p>Entró el español; yo me levanté para saludarle.</p> - -<p>Era alto, fuerte, guapo.</p> - -<p>No hice más que verle y oír su voz y le dije:</p> - -<p>—¿Usted es vascongado?</p> - -<p>—Sí. ¿Y usted?</p> - -<p>—Yo también.</p> - -<p>—¿De dónde es usted?</p> - -<p>—De Tolosa.</p> - -<p>Nos dimos la mano efusivamente y hablamos en -vascuence, produciendo la sorpresa de la familia -Chiaramonte, que nunca había oído esta lengua.</p> - -<p>Me contó mi paisano que hacía tres meses que -estaba en Alejandría, adonde había llegado en un -barco de Marsella. Era Mendi nacional de caballería; -había servido en Navarra y en la Rioja, como sargento, -en la partida de un tal Mantilla, hasta la dispersión -de la partida, a la entrada de los franceses de -Angulema, en que había tenido que emigrar a -Francia.</p> - -<p>Me dijo que se apellidaba Basterrica, pero, como -al escaparse de España había comenzado a llamarse -por su segundo o tercer apellido, Mendi, todo el -mundo le conocía por Mendi, y como era más -corto y más fácil para los extranjeros, lo había -adoptado.</p> - -<p>Era Mendi hombre de unos veinticinco años, de -gallarda figura. Se expresaba siempre con un aire -atento y expresivo, y decía las mayores impertinencias -con una impertérrita frescura. Hablaba el castellano -bien, pero de una manera afectada; y esta -afectación se elevaba de punto cuando se expresaba -en francés. Entonces cambiaba de voz y de gestos. -Sólo hablando el vascuence parecía natural en la -voz y en los ademanes. Como era temprano y no -se cenaba hasta las ocho y media, me propuso -Mendi dar un paseo; hacía una hermosa noche -de luna.</p> - -<p>Cogimos nuestros sombreros y marchamos por entre -callejuelas. El pueblo estaba a obscuras. No había -alumbrado en Alejandría, y donde no entraba la luz -de la luna se iba tropezando y metiéndose en basuras.</p> - -<p>—Erri ziquiña au—(Este pueblo es muy sucio)—me -decía de cuando en cuando Mendi, en vascuence, -con su voz ronca.</p> - -<p>Salimos a un arenal que estaba lleno de ruinas, y -fuimos a sentarnos en un monolito grande, que estaba -medio sepultado al lado de otro enhiesto. Debían -ser las agujas de Cleopatra. Cerca se levantaba una -gran torre. Aquel paisaje, aquella ruina a la luz de -la luna, parecía algo de ensueño. No hacía calor: una -brisa fresca y húmeda venía del mar, que murmuraba -a pocos pasos.</p> - -<p>Mendi se sentó en la piedra y me contó sus vicisitudes -en aquel pueblo, donde, según él, no había elementos. -Esta era su muletilla. Se había puesto a dar -lecciones de música y de piano. ¡Música a aquellos -bárbaros! ¡Cosa inútil! No tenía mas que pocas lecciones -a tres duros: dos señoras, un fraile y unos -<i>zarpajuelos</i> de judíos, como decía él.</p> - -<p>De pronto Mendi dejaba su voz afectada, y decía -en vascuence, con su voz fuerte.</p> - -<p>—¡Yo, que vivía allí en Tolosa tan bien, que me -llevaban a la cama todos los días un tazón de leche -caliente con azúcar! ¡Yo en este país asqueroso donde -no hay elementos! Paisano, ¡qué final!</p> - -<p>Había oído decir que había chacales en los alrededores -de Alejandría.</p> - -<p>Se oían aúllidos de perros o chacales en el arenal. -No me hacía gracia estar allá.</p> - -<p>—Vamos a casa—indiqué yo—. Dicen que hay -por aquí chacales.</p> - -<p>—Chacales—exclamó Mendi, con su voz gruesa—. -¡Qué ha de haber aquí! ¡Unos perros que suelen -andar entre las ruinas! Se les pega una patada y -echan a correr. Aquí no hay nada.</p> - -<p>Mendi me pareció un hombre simpático, pero terco -y, sobre todo, ignorante y sin curiosidad ninguna. -Apartándole de la música y de otras dos o tres -cosas, en lo demás era negado.</p> - -<p>Volvimos a casa sin encontrar más alma viviente -que algún perro, que nos persiguió con sus ladridos, -y nos presentamos a la mesa de Chiaramonte. Pronto -comprendí que el amigo Mendi se había hecho el -amo de la casa del maltés. Todo el mundo le contemplaba -con admiración. Mendi empleaba en su -conversación una variedad de tonos: hablando en -francés, era redicho y afectado; en castellano, tenía -la tendencia a imitar a los andaluces.</p> - -<p>A cada paso me decía:</p> - -<p>—Eugenio. ¡Eh! ¡Aquella sidra de nuestro país! -¡Aquellos <i>perrachicus</i>! Aquí no hay elementos.</p> - -<p>Después de cenar, Mendi pasó a una salita, con un -piano, y fuimos todos tras él.</p> - -<p>Se puso a tocar, y las niñas Rosa y Margarita -cantaron. Las pobres muchachas temblaban, porque -el maestro era tan severo, que no les perdonaba la -menor falta.</p> - -<p>—No, no. Así no es—decía Mendi—; hay que -empezar de nuevo.</p> - -<p>—No sea usted pesado—le dije yo—; lo hacen -muy bien.</p> - -<p>—No, paisano, no. Esto hay que hacerlo completamente -bien, o no hacerlo.</p> - -<p>—Tiene razón—dijeron las chicas—; debe corregirnos -mientras no lo hagamos tal como es.</p> - -<p>Chiaramonte y su mujer creían lo mismo.</p> - -<p>Terminamos nuestra reunión y nos fuimos a -la cama.</p> - -<p>Cuando iba a entrar en mi cuarto, me gritó Mendi:</p> - -<p>—Eugenio, ¡eh!; aquellas sardinas que se comen -en nuestra tierra no las encontrará usted aquí. No -hay elementos, ya se convencerá usted.</p> - -<p>Me acosté, me dormí, y a la mañana siguiente fuí -al consulado inglés y, después, a casa de Isaac Bonaffús.</p> - -<p>Le dije a éste que mi fardo lo habían desembarcado, -y que, si quería, lo llevaría a su tienda. Me contestó -que sí, pero que no lo abriría sin estar yo delante.</p> - -<p>Volví a mi casa y me encontré en la puerta con -Chiaramonte.</p> - -<p>El maltés era un hombre de unos cincuenta -años, tostado por el sol. Tenía, indudablemente, -sangre de hombre del Norte; el ojo que le quedaba, -azul como de porcelana, y el pelo, más claro que -la tez.</p> - -<p>Me enseñó Chiaramonte su casa, que era grande; -tenía hermosas cuadras y grandes almacenes de paja -y cebada. Hablamos de caballos, y yo le solté todos -los datos que había leído en el libro de Volney -sobre los potros del Yemen.</p> - -<p>Estando hablando se presentaron las dos hijas, -Rosa y Margarita, acompañadas de un criado; volvían -de oír misa en el convento de franciscanos. Las -saludé, y las dije que la noche anterior no las había -visto bien. Eran mucho más bonitas de lo que yo me -había supuesto.</p> - -<p>Rosa era rubia, con un color tan fino, tan delicado, -que maravillaba.</p> - -<p>Margarita era un tipo más meridional.</p> - -<p>Rosa, al oír mi galantería, se puso un poco encendida, -y Margarita se sonrió.</p> - -<p>—¡Ah el <i>espagnuolo</i>! ¡Siempre galante!—dijo el -padre, riendo, dándome una palmada en la espalda—. -Bueno, bueno; vaya usted a almorzar, que no -habrá usted almorzado.</p> - -<p>Subí al comedor, me sirvieron el desayuno y charlé -un rato con las dos hermanas. Me dió tristeza verlas -a las dos solas, sin amigas, viviendo casi siempre -encerradas.</p> - -<p>Hablamos de Mendi, y vi que Rosa se animaba -mucho con esta conversación.</p> - -<p>Después de la charla volví a casa de Isaac Bonaffús, -quien me dijo:</p> - -<p>—Ha estado aquí el capitán francés Lasalle y le -he hablado de usted. Le he dado sus señas y me ha -dicho que irá a verle.</p> - -<p>—Bueno. Está bien ¿Arreglamos el negocio de mis -mercancías?</p> - -<p>—Sí, cuando usted quiera.</p> - -<p>Examinamos el género, que venía intacto; lo tasó -Isaac, y yo separé un paquete grande de sedería que -no estaba en la factura.</p> - -<p>Isaac me abrió una cuenta corriente en su libro de -nueve mil y tantas pesetas, y me volví a casa.</p> - -<p>Al llegar me dijeron que había venido un capitán -francés a preguntar por mí, y que volvería a la hora -de cenar.</p> - -<p>—Tengo que hacerles un regalo—les dije a las -chicas del maltés—. He traído un paquete de sedería, -y de él he sacado tres pañolones bordados que están -en mi cuarto. Primero elegirá Rosa; después, -Margarita, y el que quede será para su madre.</p> - -<p>Se hizo la elección, y quedaron todas encantadas.</p> - -<p>Cuando entró Chiaramonte le llevaron a ver los -pañolones.</p> - -<p>—No, no; esto no es posible—dijo el maltés tuerto—, -esto vale mucho; yo no puedo aceptar un regalo -así.</p> - -<p>Le dije que no fuera tonto, que a mí me habían -costado poco, y que no molestara a su mujer y a sus -hijas con tonterías.</p> - -<p>Chiaramonte me dió la mano.</p> - -<p>—¡El <i>espagnuolo</i>! ¡Siempre es así! Loco, loco.</p> - -<p>Llegó Mendi, que venía de visitar el convento de -franciscanos españoles, donde tenía una lección, y -nos sentamos a la mesa.</p> - -<p>Estábamos a la mitad de la cena cuando se presentó -el capitán Lasalle. Le pregunté a Chiaramonte -si quería que lo pasara al comedor, y me contestó -que sí. Entró el capitán, le convidamos a cenar y dijo -que acababa de hacerlo, y que tomaría una taza de -café y una copa de licor.</p> - -<p>El tal capitán era un mocetón de unos treinta a -treinta y cinco años, con el pecho muy abombado, -bigote y patillas negras y grandes tufos encima de -las orejas.</p> - -<p>Hablaba un francés muy gascón, y a cada paso -decía. ¡Pardi! ¡Sacre bleu! Me pareció un hombre -muy ordinario. Me dijo que era sobrino segundo del -general Lasalle. Yo le conté que, en 1809, le había -visto pasar a su tío por Burgos.</p> - -<p>Lasalle dijo que estaba muy contento en Alejandría; -que en tres años había ascendido de sargento -a capitán.</p> - -<p>Después de cenar tomamos café y pasamos al saloncillo, -donde Mendi se puso al piano. Cantaron -Rosa y Margarita. Lasalle, en una postura académica, -las elogió, retorciéndose el bigote, con aire de -conquistador.</p> - -<p>Después quiso cantar él, pero no se pudo poner -de acuerdo con Mendi. Este, con su serenidad habitual, -le dijo con su francés perfilado:</p> - -<p>—Para cantar, como para todo, amigo mío, hay -que saber, y usted no sabe.</p> - -<p>El capitán se marchó muy amoscado con Mendi, -echándole una mirada furiosa.</p> - -<p>Yo le dije a Mendi que para qué hablaba el francés -así.</p> - -<p>—¿Cómo así?—preguntó él.</p> - -<p>—Sí, ¿por qué no habla usted más sencillamente, -sin exclamaciones y sin gestos? Si no la gente cree -que se burla usted.</p> - -<p>—¡Pero así se habla el francés!—exclamó él—. Si -le quita a usted al francés todo eso de: <i>¡Ah non mon -ami! ¡Par exemple! ¡Patatí patata!</i>, no queda nada.</p> - -<p>No le pude convencer de que el francés así pronunciado -tomaba un aire de caricatura cómica.</p> - -<p>—Ya ve usted, el capitán Lasalle se ha incomodado.</p> - -<p>—Que se incomode.</p> - -<p>—Hombre. Eso no está bien.</p> - -<p>—¿Y para qué ha venido ese fanfarrón aquí?—preguntó -Mendi.</p> - -<p>—Ha venido a buscarme.</p> - -<p>—¿Pues qué tiene usted que hablar con él?</p> - -<p>—Yo quiero ver si entro en el ejército egipcio de -comandante de escuadrón.</p> - -<p>—¡Usted quiere ser soldado!—exclamó Mendi—. -¡Usted quiere andar con esas tropas de turcos sarnosos, -asquerosos! ¡Vestido de mamarracho! No lo -hubiera creído en un paisano mío.</p> - -<p>Me quedé un poco asombrado y confuso.</p> - -<p>—Todavía no sé si me aceptarán—dije.</p> - -<p>—No quiera usted ser soldado—saltó Margarita—. -Se hará usted borracho, malo... ¿Para qué -quiere usted ser militar?</p> - -<p>La madre, la Cayetana, dijo que ella tenía amor -por el ejército, y que si no hubiera visto a su marido -de uniforme cuando era joven y no era tuerto aún, -no se hubiera enamorado de él. Mendi aseguró que -a él le tendrían que prometer que le iban hacer capitán -general, bajá de tres colas y casarle además -con la hija del virrey para decidirle a que entrase -en el ejército egipcio. Se discutió la cosa largamente -y nos fuimos a la cama.</p> - -<p>Al día siguiente, al levantarme y asomarme a la -ventana, le vi a Chiaramonte.</p> - -<p>—¡Eh! señor <i>espagnuolo</i>—me dijo—. ¿Quiere usted -beber un vaso de leche de camella?</p> - -<p>—¿De camella?</p> - -<p>—Sí, sí.</p> - -<p>Me alargó un vaso grande y la bebí toda. Era -muy buena.</p> - -<p>—¿Ahora qué va usted hacer?—me dijo el tuerto.</p> - -<p>—Voy a ir a visitarle a ese capitán francés que -vino ayer noche.</p> - -<p>—¿Tiene usted sus señas?</p> - -<p>—Sí. Aquí las tengo escritas.</p> - -<p>—Bien. Yo le acompañaré a usted.</p> - -<p>Nos encaminamos por entre callejuelas estrechas -y sin empedrar, con las casas bajas, sin alineación, -con rejas y celosías y miradores que casi se tocaban -los de una pared con los de enfrente. Algunos -camellos disformes cargados de odres con agua, y -adornados con collares con cuentas de cristales de -colores, marchaban despacio, y los árabes flacos, morenos, -como si fueran de barro cocido, con una camisa -corta, iban de prisa, unos a pie, otros montados -en borriquillos, llevando frutas y panes redondos -y chatos.</p> - -<p>Llegamos hasta un extremo de la ciudad, cerca -de una puerta de la muralla, donde había un mercado -sucio, de puestos hechos con cañas y esteras, -y nos detuvimos en un caserón antiguo y -arruinado.</p> - -<p>—Aquí es—me dijo Chiaramonte—. Hasta luego—, -y se marchó.</p> - -<p>En el portal me encontré a un soldado, en mangas -de camisa y con gorra de cuartel, limpiando dos -caballos.</p> - -<p>Le pregunté por el capitán Lasalle.</p> - -<p>—¿Quiere usted ver al capitán Lasalle?—me dijo, -cantando con acento parisiense.</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—Está bien. Venga usted.</p> - -<p>Entramos en un patio, lo cruzamos, salimos a -un jardín muy bien cuidado, y en un ángulo vi un -pabellón de ladrillo, de construcción moderna, con -una escalera de palomar.</p> - -<p>Subimos y apareció otro soldado, a quien el primero -dijo que yo venía a ver al capitán Lasalle.</p> - -<p>Contestó que esperase un momento, y al poco -tiempo apareció el capitán con una bata de percal -con florones, un fez en la cabeza y una pipa en -la boca.</p> - -<p>Hablamos primeramente de mi asunto, y Lasalle -me dijo que no tuviera muchas esperanzas. Me contó -que el general Boyer, encargado de formar el -ejército, en aquel momento en el Cairo, estaba dominado -por los ingleses, y que el pachá de Alejandría, -aunque buena persona, era un antiguo mameluco. -Me habló mucho de Ibrahim pachá y de sus favoritos. -Ibrahim pachá, el hijo del virrey, era el que disponía -en el ejército. Entre su séquito estaban el coronel -francés Anthelme Seve, que había renegado y -se llamaba Soliman Bey, y era general egipcio. Soliman -Bey había sido protegido por un mecánico -francés, Gonon, que le presentó a Mehemet Aly y -había sido el primer instructor europeo de las tropas. -Soliman vivía en aquel momento en el Cairo, -donde tenía su harén. Me habló también de Khurschid -pachá, que, como todos los mamelucos, era -hombre cruel e invertido, y de un capitán corso apellidado -Mari, que se hacía llamar Bekir Aga. Estas -eran las personas más influyentes en la corte, sobre -todo en cuestión de asuntos militares. Me indicó -que si pretendía entrar en el ejército egipcio no dijera -que era emigrado constitucional; que no me relacionase -con los franceses e italianos que andaban -por Alejandría, porque la mayoría eran estafadores -y ladrones huídos de Europa, que se hacían pasar -por emigrados políticos. Los egipcios que se les reunían -eran mamelucos expulsados que los tenían -lejos del Cairo para que no conspiraran.</p> - -<p>Después se me puso a hablar de mis patronas.</p> - -<p>—¿Es una familia italiana o española, esa con la -que usted vive?—me preguntó.</p> - -<p>—Es maltesa.</p> - -<p>—¿El tuerto es el amo de la casa?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—¿El padre de las chicas?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—¡Qué muchachas más preciosas!</p> - -<p>—Sí, son muy bonitas.</p> - -<p>—¿Y aquel chusco que estaba tocando el piano?, -¿quién es?</p> - -<p>—Es un huésped.</p> - -<p>Después de charlar largo rato, Lasalle se levantó -y me dijo:</p> - -<p>—Le voy a enseñar mi casa y mi familia; estoy -hecho un musulmán: he tomado una querida y vivo -con ella y con su hermana.</p> - -<p>Me presentó a su querida, que era una mulata muy -fornida, de unos veinticuatro años, alta, morena, un -poco bigotuda, que tenía un hijo de un año. Su hermana, -un poco más joven, era por el estilo. Me presentó -Lasalle a un escribiente o secretario, que era -un sargento francés al servicio del Gobierno egipcio.</p> - -<p>La casa era muy mala, con unos cuartos con todos -los tabiques torcidos y los suelos inclinados; -tenía ventanas con celosías, que caían al jardín; los -muebles eran primitivos, y por todas partes había -divanes llenos de hierba con mosquiteros encima.</p> - -<p>El capitán me invitó a comer con él, y acepté. Nos -sentamos a la mesa las dos mujeres, Lasalle, su escribiente -y yo.</p> - -<p>Las mujeres, que hablaban sólo la jerga de los -francos de Alejandría, se pusieron a hacerme preguntas, -y como no las entendía no las podía contestar. -No se dieron por vencidas, y me agarraban del -brazo y, al último, de la cara y del pelo.</p> - -<p>Yo le miraba a Lasalle como diciendo: Bueno, ¿yo -qué hago?; pero él no se daba por aludido y bebía a -grandes vasos el vino de Chipre, que era delicioso.</p> - -<p>Se acabó el almuerzo; se fueron las mujeres a su -cuarto, manoteando y hablando a gritos, y el escribiente -se levantó y se fué. Lasalle mandó al criado -que le trajera licores y tabaco, y se tendió en el diván -y se puso a fumar y a beber.</p> - -<p>—¿Usted no bebe?—me dijo.</p> - -<p>—No.</p> - -<p>—Hace usted mal; por eso está usted tan flaco y -tan descolorido. Míreme usted a mí.</p> - -<p>Le vi beberse ocho o nueve copas, y me dijo que -tenía que dormir la modorra.</p> - -<p>—Usted puede tenderse donde quiera.</p> - -<p>—Me voy a ir a casa—le advertí.</p> - -<p>—¡Usted está loco!—gritó incorporándose—. Espere -usted que venga el asistente y le ensillará el -caballo.</p> - -<p>—No hay necesidad. Iré a pie.</p> - -<p>Me despedí de Lasalle, saqué unos anteojos azules -que había comprado en Gibraltar por consejo de -un judío, y fuí marchando despacio a casa. Verdaderamente -hacía calor; el viento traía nubes de arena -que quemaban.</p> - -<p>No había apenas gente en la calle, mas que algunos -árabes andrajosos, a quienes parecía no les -hacía efecto el sol.</p> - -<p>Llegué a mi casa, me mudé y fuí al saloncito -donde trabajaban Rosa y Margarita. Les conté que -había venido de casa del capitán a pie, y me aseguraron -que yo estaba loco, que no volviera a hacer -aquello, por que si no iba a pescar una insolación.</p> - -<p>—¿Ustedes no andan nunca de día?—las pregunté.</p> - -<p>—Sí, por la mañana temprano o por la tarde. Vamos -al Faro, donde corre una brisa muy fresca.</p> - -<p>Me preguntaron qué noticias me había dado el -capitán sobre mis pretensiones.</p> - -<p>—Malas, muy malas. Voy a tener que renunciar a -mi proyecto.</p> - -<p>—¿Y qué va usted a hacer?—me preguntaron -Rosa y Margarita.</p> - -<p>—Me volveré a Europa o iré a Grecia a servir la -causa de la libertad.</p> - -<p>Entró la Cayetana y habló del capitán Lasalle. Me -preguntó cómo vivía, aunque ella lo sabía tan bien -como yo, y hasta sabía quiénes eran sus mujeres, y -que habían venido del Cairo.</p> - -<p>Quise bromear con Rosa, y le dije que había -hecho un gran efecto en el capitán, pero ella palideció -e hizo un gesto de repulsión.</p> - -<p>A las siete vino Mendi y habló de lo que había -hecho con su ingenuidad natural, y después se puso -al piano.</p> - -<p>Cantó canciones vascongadas, pero tan bien y con -tanta gracia que a mí me parecieron no haberlas oído -nunca. Cantó Iru Damacho, Barazaco picuac. Yo me -reí a carcajadas. Las chicas me preguntaban:</p> - -<p>—¿Qué dice la letra?</p> - -<p>—Nada, o casi nada.</p> - -<p>Y ellas mismas acabaron por reírse.</p> - -<p>Noté que Rosa, que estaba siempre melancólica, se -animó, como si le dieran nueva vida al venir Mendi. -Este parecía rudo con ella, pero no lo era.</p> - -<p>Después de Mendi cantó Rosa; mientras cantaba -llegó un médico armenio, que se llamaba Efren Syrox, -hombre muy amable, que había estudiado en -Bolonia y en Montpellier. Chiaramonte me dijo que -Lasalle era un muchacho aficionado al vino y a las -mujeres, pero bueno.</p> - -<p>—Ahora, que debe usted desconfiar de él, porque -si nota que tiene usted dinero le pedirá prestado y -no se lo devolverá.</p> - -<p>El médico armenio y yo estuvimos hablando largo -rato. Era este armenio masón, del rito escocés, y nos -reconocimos. El doctor Efren era hombre joven, pequeño, -de barba negra, larga, y con unos ojos muy -inteligentes. Parecía un mago. Estaba casado con -una judía muy bonita, y soñaba con que algún día -la Armenia se separase de Turquía. En tanto trabajaba -a favor de los griegos. El doctor Efren era un -sabio y conocía la historia de Alejandría al dedillo.</p> - - - - -<h3 id="III_IV">IV.<br /> -LA FAMILIA CHIARAMONTE</h3> - - -<p><span class="smcap">Mi</span> patrón Chiaramonte era de Siracusa. Había -ido en su juventud con el ejército inglés -como herrador, a Malta, donde se había casado con -Cayetana Gozone, que estaba de criada en una posada. -De Malta se trasladó a Gibraltar. En Gibraltar -dejó el ejército y comenzó su comercio de caballos. -Ganaba ya allí bastante, y, como quería que sus -hijos adquirieran buena educación, puso al mayor en -una escuela de náutica, y después a sus dos niñas, -Rosa y Margarita, en un colegio. Más tarde, la posibilidad -de hacer negocios de caballos le llevó a -Alejandría. Chiaramonte y la maltesa tenían tres -hijos. El mayor, Demetrio, de veintidós años, era marino, -y navegaba en un transporte que hacía el recorrido -del Mediterráneo.</p> - -<p>En la familia, los tres hijos habían cambiado a -consecuencia de su educación. Demetrio era un marino -culto y un hombre fino, que estaba para casarse -con una señorita rica inglesa; Rosa y Margarita eran -dos muchachas que hubieran podido vivir en un -ambiente aristocrático. La madre y el padre, Chiaramonte -y la Cayetana, seguían como en los tiempos en -que él era soldado y ella moza en una taberna.</p> - -<p>Chiaramonte era hombre rudo, bueno; pero ya incapaz -de cambiar. Tenía un afán de ganar de judío.</p> - -<p>Guardaba en el Banco de Alejandría doscientas -mil pesetas en valores, y tenía otro tanto en negocios, -pero esto no le bastaba.</p> - -<p>—¿Para qué quiere usted más?—le decían los -amigos—. Aquí no va usted a poder casar sus hijas, -a no ser que las quiera usted casar con turcos o con -judíos.</p> - -<p>Chiaramonte no cedía.</p> - -<p>Su mujer, Cayetana, estaba joven; no había cumplido -aún los cuarenta años. Se había casado a los -quince.</p> - -<p>Las maltesas tienen fama de mujeres de vida muy -libre. La Cayetana se permitía, a veces, alguna expresión -cínica delante de las hijas; pero ellas la miraban -fríamente.</p> - -<p>La Cayetana estaba incomodada porque no se -había divertido en su juventud. En Malta, según -ella, las mujeres la corrían bien. Ella había estado -siempre con aquel tuerto avaro que le hacía trabajar -como a una mula y no la dejaba respirar.</p> - -<p>—He vivido con Chiaramonte, que no piensa mas -que en ganar dinero—me decía—. Ahora me tengo -que divertir.</p> - -<p>La Cayetana hablaba con entusiasmo de los enredos -del pueblo, de la querida de Fulano y del amante -de la Zutana. Estos líos la encantaban.</p> - -<p>Chiaramonte no le daba a su mujer mas que lo -necesario para la vida. En cambio, daba dinero a las -hijas.</p> - -<p>La divergencia de gustos y de inclinaciones de la -familia producía muchas veces riñas y choques. El -padre tenía una admiración y un entusiasmo por sus -hijas grande; en cambio, sentía indiferencia y desvío -por su mujer. La Cayetana se veía preterida, lo que la -ofendía profundamente. Estaba, además, celosa de su -hija mayor, de Rosa, y a veces se ponía contra ella.</p> - -<p>Rosa lo notaba y sufría, pero el cariño de su padre -y de su hermana la consolaba.</p> - -<p>Rosa era más inteligente que Margarita y, sobre -todo, más romántica. Le gustaba la naturaleza, el -mar.</p> - -<p>Rosa me contó el viaje que había hecho con su -hermano a Nápoles, a Malta y a la isla de Gozzo.</p> - -<p>Había conocido a sus abuelos, los padres de su -madre, que eran de esta isla, de una aldea llamada -en el país Sannat, y por los italianos, Zannata.</p> - -<p>Rosa decía que su madre descendía del caballero -de Malta Diosdado de Gozon, que mató un monstruo -que vivía en una caverna próxima a un pantano, -en la isla de Rodas.</p> - -<p>Según Rosa, la vida en Gozzo era patriarcal; no se -conocía el lujo de la isla de Malta. Allí todos eran -pescadores, y los chicos se divertían descolgándose -hasta el mar, con cuerdas, desde los más altos acantilados, -para cazar palomas.</p> - -<p>Para Rosa la isla de Gozzo era admirable.</p> - -<p>—Si muero—decía—, quisiera morir allí.</p> - -<p>—¿Por qué ha de morir usted?—le preguntaba yo.</p> - -<p>Ella sonreía. Era ésta su preocupación.</p> - -<p>Charlábamos mucho. Mendi tocaba el piano, y lo -hacía muy bien. Rosa y Margarita estudiaban con él -la <i>Vestal</i>, de Spontini, y las <i>Bodas de Fígaro</i>, de -Mozart.</p> - -<p>Yo les contaba a las dos muchachas mi vida de -guerrillero, las acciones y las conspiraciones en que -había tomado parte. Me oían con una gran admiración. -Yo exageraba un poco mis narraciones.</p> - -<p>—El castellano es hombre de <i>molto coraggio</i>—decía -Chiaramonte, en su español macarrónico.</p> - -<p>El buen Chiaramonte estaba contento si sus hijas -lo estaban también.</p> - -<p>No le gustaba que le hablaran de volver a Italia o -a Gibraltar.</p> - - - - -<h3 id="III_V">V.<br /> -LOS CONFLICTOS DE MENDI</h3> - - -<p><span class="smcap">Yo</span> ya había notado algo anormal en las relaciones -de la Cayetana con Mendi. Se olfateaba -el contubernio. A mí ella me parecía una mujer capaz -de cualquier cosa. Estaba, además, ofendida y -despechada. Varias veces le dije a Mendi:</p> - -<p>—A mí no me la da usted. Usted tiene algo que -ver con la patrona.</p> - -<p>—¡Yo! ¡Ca, hombre! ¡Qué barbaridad!</p> - -<p>Al fin, Mendi, un día, me confesó que estaba enredado -con la Cayetana.</p> - -<p>—Pero, ¿cómo ha hecho usted esta tontería, Mendi?—le -dije.</p> - -<p>—¡Qué quiere usted! No siempre es fácil obrar con -buen sentido. Sobre todo, lo difícil es ser previsor. -Yo, cuando vine aquí, me fuí a vivir a un fonducho -próximo al puerto, que tenía una vieja maltesa. Estaba -allí muy mal. Sin elementos de ninguna clase. -Un día apareció en la fonda la Cayetana y hablamos. -Yo la tomé por una mujer entretenida y la traté así. -Unos días después me ofrece ir a vivir a su casa. Yo -acepté, porque peor que en el fonducho del puerto -no iba a estar, y me encuentro sorprendido con esta -casa de gentes honradas. ¿Ya qué iba a hacer? Al -poco tiempo, aparece Rosa de vuelta de un viaje que -había hecho con su hermano a Malta y a la isla de -Gozzo.</p> - -<p>Yo hubiera querido romper inmediatamente con la -madre, pero ella se opuso y prometió armar un escándalo. -En este caso yo no he tenido más remedio -que ceder, y no sé cómo podré desembarazarme de -este lío. Hablamos Mendi y yo de las soluciones que -se podían dar a su asunto. Yo le dije que me parecía -lo mejor que, si estaba dispuesto a casarse con la -chica, se casara con ella y se fuera de Alejandría.</p> - -<p>Siete u ocho días después de mi visita al capitán -Lasalle, se presentó éste en mi casa. Dijo que había -hablado de mí al pachá, y que le había preguntado si -yo tenía papeles, y que no había contestado, porque -no lo sabía.</p> - -<p>—Sí, tengo papeles—le dije—; no todos, porque -soy un oficial de un gobierno constitucional extinguido.</p> - -<p>Saqué mi despacho de capitán de caballería del -general Empecinado, y se lo enseñé.</p> - -<p>—Tradúzcalo usted al francés—dijo Lasalle.</p> - -<p>Lo traduje y, al día siguiente, se lo envié. Por la -tarde vino a mi casa.</p> - -<p>—Creo que está todo arreglado—me dijo—. El -coronel ha leído su despacho y ha mandado al dragomán -que lo traduzca al árabe, y me ha dicho que -venga usted conmigo.</p> - -<p>Fuimos a una hermosa casa de la calle de los -Francos; entramos en ella y saludamos al coronel -Frossard, que sustituía en aquel momento al general. -El coronel me hizo pasar a una salita.</p> - -<p>—Aquí está usted entre amigos, entre <i>hermanos</i>—e -hizo la señal masónica de reconocimiento -como masón del rito escocés.</p> - -<p>Yo le respondí con el de la inteligencia, y nos dimos -la mano.</p> - -<p>—Yo haré todo lo que pueda por usted—me dijo -luego—; pero creo que en principio es un error de -usted el querer ser oficial egipcio. Sin embargo, hablaré -hoy al pachá. Si necesita usted dinero, yo se -lo daré.</p> - -<p>Me despedí del coronel un poco triste.</p> - -<p>Me preguntaron en casa qué me habían dicho, y -conté lo pasado. Rosa y Margarita me aseguraron -que hacía una verdadera tontería en querer ser militar, -y Mendi afirmó de nuevo que únicamente si le -hicieran capitán general o bajá de tres colas y le casaran -con la hija del virrey aceptaría entrar en el -ejército egipcio.</p> - -<p>Como Lasalle se había portado amablemente conmigo, -saqué mi paquete de sederías, escogí dos pañuelos -de seda, bordados, grandes, con colores muy -chillones, y se los envié en mi nombre.</p> - -<p>Lasalle vino el mismo día a darme las gracias y -a invitarme a almorzar.</p> - -<p>Fuí a su casa, entré en el salón, y estaba en el -diván sentado cuando se echaron sobre mí las dos -mulatas a saludarme, a darme las gracias. Los pañuelos -les habían entusiasmado, y me lo decían en -su algarabía chillona.</p> - -<p>No se contentaron con esto, sino que me abrazaron -y me besaron.</p> - -<p>—Como ve usted—le dije a Lasalle—, yo no tengo -la culpa.</p> - -<p>—No haga usted caso, aquí es costumbre.</p> - -<p>Después de comer, por no quedarme a dormir la -siesta, monté en un borriquillo, me puse los anteojos, -abrí una sombrilla, y me fuí a casa. Al entrar me -encontré sobre la cama un papel escrito por Mendi, -en donde me decía que fuera inmediatamente a su -cuarto.</p> - -<p>El hombre estaba en la cama. Había tenido una -explicación con la Cayetana, muy violenta, y había -salido a la calle de prisa y sin sombrilla, y le había -dado una insolación. Tenía la cara inyectada. Le -tomé el pulso, y vi que lo tenía muy tenso.</p> - -<p>—¿Sabe usted sangrar?—me dijo—. Sángreme -usted.</p> - -<p>—¿Pero no sería mejor traer un médico?</p> - -<p>—No, tardará mucho. Ahora mismo.</p> - -<p>Le puse una ligadura en el brazo, y con un cortaplumas -le hice una sangría copiosa.</p> - -<p>—Ahora pida usted que me traigan agua con limón, -y a Rosa le dice usted que estoy indispuesto.</p> - -<p>Lo hice así, y a la mañana siguiente Mendi estaba -mejor. Me propuso que le hiciera otra sangría en -el otro brazo, y le dije que no.</p> - -<p>Por la noche del segundo día vino el médico armenio, -el doctor Efren, y Rosa le indicó que debía verle -a Mendi.</p> - -<p>Entró el doctor en el cuarto, examinó al enfermo, -y yo le dije lo que había pasado y lo que había -hecho.</p> - -<p>—Ha hecho usted bien—contestó—. No ha sido -ningún disparate. Que esté unos días en la cama, -que sude, que no tome más que un poco de leche, y -pronto estará bueno.</p> - -<p>Mendi había perdido su buen humor, y su situación -le tenía preocupado.</p> - -<p>—Tranquilícese usted—le dije—. He hablado al -coronel de Estado Mayor de usted, como hombre -que sabe matemáticas y dibujo, y me ha dicho que -si usted quiere le nombrará profesor en una escuela -militar que van a crear en el Cairo.</p> - -<p>—¡Bah!</p> - -<p>—Sí, hombre. Anímese usted; dentro de quince -días le destinan a usted allá con un buen sueldo y -se casa usted con Rosa.</p> - -<p>—¿Es verdad eso, paisano?</p> - -<p>—Es verdad.</p> - -<p>No había tal cosa; pero como el proyecto era hacedero, -decidí hablarle al coronel.</p> - -<p>Rosa me preocupaba; decirle la verdad de las relaciones -de su madre con Mendi era una brutalidad; -yo no sabía qué hacer.</p> - -<p>Le hablé al doctor Efren y le expliqué lo que pasaba.</p> - -<p>—Sí, sería mejor que se marchara Mendi y luego -se casara con Rosita—dijo él.</p> - -<p>—¿A la muchacha no se le puede decir nada, -claro es, del fondo del asunto?—le pregunté.</p> - -<p>—No, no. Imposible. Llegaría a enfermar si lo supiera. -¡Tiene una sensibilidad! Es una mujer encantadora.</p> - -<p>Fuí a ver al coronel y le expliqué el caso de -Mendi, diciéndole que era un profesor de dibujo -y matemáticas, que el andar al sol, al dar sus lecciones, -le enfermaba, y le hablé de si se le podría -nombrar profesor para la escuela del Cairo.</p> - -<p>—Sí, me dijo él. Precisamente hace pocos días me -han escrito que un teniente coronel que está en el -Cairo ha sido comisionado por el virrey para que -busque un edificio grande y lo habilite para escuela -militar. En la carta me decía que había pensado escribir -a Francia; pero que el Gobierno egipcio había -asignado para los profesores unos sueldos tan mezquinos, -tres mil, tres mil quinientos francos al año, -que no se decidía a escribir pensando que no se expondría -nadie a hacer un viaje largo por tan corto -sueldo. Así habían quedado de acuerdo en nombrar -profesores entre los oficiales que estaban ya en -Egipto.</p> - -<p>—¿Así, que mi amigo Mendi podría encajar muy -bien?</p> - -<p>—Muy bien. Podría ir de profesor de matemáticas -con tres mil francos y el grado de comandante. -Consúltelo usted. Si quiere escribiré al Cairo en seguida.</p> - -<p>Fuí a casa, le hablé a Mendi, y le conté lo que -pasaba; le pareció muy bien.</p> - -<p>—Dígale usted a Rosita a ver qué opina ella.</p> - -<p>Se lo dije a la muchacha y no pareció muy entusiasmada -con la idea; pero aceptó.</p> - - - - -<h3 id="III_VI">VI.<br /> -LA SUERTE</h3> - - -<p><span class="smcap">Al</span> día siguiente, el coronel Frossard me dijo que -íbamos a ir a visitar al pachá de Alejandría. -Fuimos con una escolta de cuatro hombres, llegamos -al palacio y esperamos a que saliera el pachá, que -era un antiguo mameluco seco, cetrino, mal encarado -y de aspecto desagradable.</p> - -<p>Estuvo conmigo muy displicente y muy áspero.</p> - -<p>Al salir del palacio nos encontramos con el capitán -Lasalle, que nos saludó, y me dijo que al día siguiente, -por la mañana, iría a buscarme a casa con -unos cuantos oficiales, a caballo, para invitarme a -una cabalgata. Se lo dije a Chiaramonte y le pedí que -me dejara una preciosa jaca árabe que tenía.</p> - -<p>—Sí, ya lo creo. Le pondré la mejor silla y -arneses, y yo iré también con un caballo muy -bonito.</p> - -<p>A la mañana siguiente, cuando se presentaron -siete u ocho jinetes delante de casa, todos con magníficos -caballos, la calle entera se conmovió, y de las -ventanas y de las puertas comenzaron a aparecer -cabezas.</p> - -<p>Había gente de categoría, un caim-macam (teniente -coronel), un bimbachi (comandante) y un sakolagassi -o ayudante mayor. Los demás eran de menos -importancia.</p> - -<p>Salimos Chiaramonte y yo; yo con el uniforme de -guardia marina inglés, y allí, delante de la casa, hice -dar a la jaca una porción de cabriolas y de saltos de -carnero.</p> - -<p>Rosa y Margarita me aplaudieron desde el mirador, -y Mendi me gritó:</p> - -<p>—Eugenio. Beti aurrera (siempre adelante).</p> - -<p>Pasamos por la calle de los Francos haciendo -cada uno alarde de su caballo, y volvimos a casa.</p> - -<p>Al día siguiente se habló en Alejandría de la jaca -árabe, montada por un oficial de marina inglesa, -como de una cosa admirable.</p> - -<p>Quince días después de esto nos llamó el coronel -Frossard a Mendi y a mí. Le habían enviado pliegos -para nosotros del Estado Mayor General. En uno de -ellos aprobaban la propuesta de profesor de matemáticas -para la Escuela Militar del Cairo, con el -grado de comandante y de profesor interino de dibujo, -con tres mil quinientas pesetas por el primer -cargo y mil quinientas por el segundo, al señor Ignacio -Basterrica, teniendo además servidumbre, alojamiento -y mesa en el palacio escuela.</p> - -<p>En el otro pliego nombraba al señor Eugenio de -Aviraneta jefe de escuadrón en disponibilidad con la -tercera parte del suelo hasta que hubiera una vacante.</p> - -<p>Salimos Mendi y yo de casa del coronel.</p> - -<p>—¿Qué le parece a usted?—me preguntó Mendi.</p> - -<p>—¿Qué quiere usted? Es la suerte. Yo no tengo -suerte.</p> - -<p>—¿Y qué va usted a hacer?</p> - -<p>—¡Qué he de hacer! Marcharme a Europa antes -que se me acabe el dinero, y luego a América. ¿Qué -voy a hacer de oficial de reserva con setecientos -cincuenta francos al año?</p> - -<p>—Venga usted conmigo al Cairo. ¡Eh, Eugenio! -Viviremos como hermanos.</p> - -<p>—No, no, cada cual su suerte.</p> - -<p>Mendi se despidió de Rosa con grandes protestas -de amor, y quedaron de acuerdo en que cuando tuviese -el profesor una casa en el Cairo iría a buscar -a su novia y se casaría con ella.</p> - -<p>Desde que se marchó Mendi no me pasó cosa -buena en Alejandría; reñí con el capitán Lasalle, -porque averigué que había dado malos informes de -mí al pachá, pintándome como un intrigante, y le -insulté de mala manera; no quise tampoco visitar al -coronel Frossard.</p> - -<p>Aburrido, me quedaba en casa y leía los libros -que me dejaban las hijas de Chiaramonte.</p> - -<p>La casa del maltés tenía una azotea y encima de -la azotea otra más pequeña en alto, como un minarete. -Allí solía subir algunos días a contemplar el pueblo, -cosa triste para mí, que no tengo nada de contemplativo. -Veía este gran conjunto de tejados planos, -de azoteas y de ruinas; alrededor, en un semicírculo, -el mar, y en otro el desierto. A veces, en -aquellos días turbios de invierno se confundían el -desierto y el mar. Cuando el cielo estaba limpio los -<i>mihrabs</i> de las mezquitas se destacaban esbeltos en -el aire, y el castillo del Faro, con sus murallas, tenía -un aire sombrío y amenazador.</p> - -<p>Cuando venía el doctor Efren me solía hablar de -la antigua Alejandría con sus jardines y sus cuatro -mil palacios. Me explicaba cómo era la Biblioteca -del Broquion fundada por Ptolomeo Soter, que tenía -cuatrocientos mil volúmenes, y la del Serapeum, con -trescientos mil. Y me daba otros muchos detalles -de la vida fastuosa de la ciudad de Cleopatra.</p> - - - - -<h3 id="III_VII">VII.<br /> -EL CABO YUSUF</h3> - - -<p><span class="smcap">Un</span> día, influido por las disertaciones eruditas -del doctor Efren, tuve la mala ocurrencia de -ir a ver la columna de Pompeyo, las ruinas del Serapeum -y las Catacumbas. Alquilé dos borriquillos -y un criado o <i>zami</i>: fuimos al barrio árabe y pasamos -por la puerta de la Columna. La columna estaba -en un arenal; había por allí grupos de casas -míseras, chozas de esteras, y en el fondo se veía alguna -que otra palmera.</p> - -<p>La columna verdaderamente producía impresión, -por el tamaño de aquel bloque enorme de granito de -color de rosa, con un basamento cuadrado de piedra -silícea, terminado en un capitel.</p> - -<p>El doctor Efren me había explicado las diversas -suposiciones que se habían hecho acerca del objeto -de esta columna, cómo muchos suponían que estaba -construída para hacer observaciones astronómicas, y -cómo otros creían que había sido pensada para colocarla -en el gran recinto cuadrado del Serapeum -con una estatua de Diocleciano.</p> - -<p>El criado que me acompañaba me dijo que algunas -veces las tripulaciones de los barcos ingleses que -estaban en el puerto consiguieron poner una especie -de escala de cuerda en la columna. Se las arreglaban, -según decía, pasando un cordel por encima, con una -cometa, e izando luego una cuerda gruesa con el cordel -y poniéndola arriba, de manera que pudiese correr. -En el extremo ataban una tabla, y al que quería -lo subían. Solían tener la cuerda tres o cuatro días y -a todo el que quería subir le hacían pagar un tanto. -La cosa me parecía un poco difícil, porque, según se -decía en Alejandría, la columna tiene cerca de noventa -y seis pies de alto.</p> - -<p>Cuando llegamos nosotros no había nadie. Aquella -inmensa mole de piedra en la soledad infundía verdaderamente -respeto.</p> - -<p>Me había apeado, para ver si divisaba la inscripción -sobre Diocleciano, en letras griegas, que tiene la -columna, y después avancé por aquel arenal.</p> - -<p>La vegetación era miserable. Algunos perros famélicos -o chacales corrían husmeando y revolviendo -los esqueletos de los caballos y de los dromedarios. -Me recordó los arenales de Veracruz. En esto el -criado me avisó que venían los árabes. Miré hacia -donde me indicaba, y vi que llegaban a toda brida -unos cuantos jinetes que parecían frailes, dando gritos; -monté inmediatamente en el borriquillo y eché a -correr hacia la ciudad; me alcanzaron a poco trecho, -y el que hacía de jefe me dió con el asta de la lanza -y me derribó al suelo. Allí me golpeó, me escupió y -comenzó a desnudarme. Estaba despojándome cuando -llegó un sargento con un pelotón de soldados y -comenzó a sablazos con mis agresores. Después se -apeó del caballo, me levantó del suelo y me preguntó -quién era. Le dije que estaba alistado como jefe de -escuadrón de Egipto. Me ayudó a sentarme en la -misma columna de Pompeyo y me dió un poco de -agua con aguardiente.</p> - -<p>Al poco rato llegó un oficial con veinticinco caballos, -y mandó atar desnudos a mis agresores.</p> - -<p>—Yo le suplicaría a usted que no dé parte del -hecho a las autoridades militares—me dijo en francés.</p> - -<p>—Bueno, no daré.</p> - -<p>—Con estos hombres se hará lo que usted quiera.</p> - -<p>—Bien; deme usted el látigo.</p> - -<p>Me dió el látigo, me acerqué al cabo y, sacando -fuerzas de flaqueza, le di poco más o menos tantos -golpes como me había dado él. El hombre aúllaba; -era un tipo horrible, con unos ojos legañosos, unas -barbas negras, y unos dientes de fiera; después le -escupí en la cara, como me había escupido él; me -monté en un caballo que me prestó el oficial, y llegué -a casa sin poder tenerme.</p> - -<p>Le conté a Chiaramonte lo que había ocurrido, y -al terminar me dijo:</p> - -<p>—Ha hecho usted muy bien. Si no llega usted a -contestar a la paliza así, se hubieran reído de usted -hasta los chicos. Ahora voy a buscar al médico.</p> - -<p>Vino el doctor Efren, me reconoció, me sangró y -me dijo:</p> - -<p>—Dentro de un par de días ya está usted bien.</p> - -<p>Aquella noche la pasé con calentura; pero las siguientes -ya empecé a estar mejor. Rosa y Margarita -me cuidaron como si fuera un hermano suyo, y el -doctor Efren venía a hablar conmigo. Me hablaba de -la historia científica de Alejandría, y de las lecciones -de Euclides, Eratóstenes, Hipparco, etc.</p> - -<p>Otras veces charlábamos de la política de Europa. -Me preguntó qué iba a hacer, y le dije que ya, en -cuanto me pusiera completamente bueno, me marcharía. -Me volvió a preguntar que adónde, y yo le -dije que me gustaría ir a Grecia.</p> - -<p>Entonces el doctor Efren me dijo que él formaba -parte del Comité filoheleno de Alejandría; que estaba -encargado de reclutar soldados en el país, Esmirna, -Alepo, etc., y que habían enviado también oficiales -a Grecia, de los que llegaban de Francia y de -Italia, en místicos griegos con bandera inglesa. El -doctor Efren me dijo que si yo quería escribiría al Comité -de Misolonghi, advirtiéndome que la contestación -de la carta tardaría mucho.</p> - -<p>Vacilé, porque en Gibraltar me habían hablado -muy mal de los griegos, pintándomelos como la -gente más vil y de menos fe que podía haber en -Oriente, y decidí, para no dar otro paso en falso, -marchar a Grecia y ver por mí mismo qué clase de -gente era la de aquel país y cómo estaban organizadas -las tropas. El doctor aprobó mi resolución, y me -dijo que me daría una carta para el Comité de Misolonghi -que me recomendara y no me comprometiese -a nada.</p> - -<p>Le pregunté si había barcos para Grecia, y me -dijo que sí; que con mucha frecuencia partían místicos -y otras pequeñas embarcaciones con bandera -inglesa.</p> - -<p>Cuando salí de casa, una de las primeras visitas -que hice fué a Bonaffús. Me dijo éste que había sabido -lo que me había ocurrido en la columna de -Pompeyo con los soldados árabes, y que anduviera -con cuidado; al cabo Yusuf se le conocía por el de -la paliza, y le debía ser la vida muy difícil entre los -soldados, después de haber sido azotado por un paisano. -Dada la manera de ser de aquella gente, no -descansaría hasta vengarse de mí.</p> - -<p>Decidí no salir solo de noche y andar siempre armado. -Una vez le vi al cabo Yusuf, que me siguió -hasta casa de lejos.</p> - -<p>Le dije lo que me pasaba a Chiaramonte, y éste -creyó que debía avisar a la policía. Yo le indiqué -que no, que me parecía mejor que durante unas -cuantas noches tuviese alguno de sus mozos de cuadra -en guardia.</p> - -<p>No confié tampoco gran cosa en esto. La calle era -silenciosa y desierta. Un guardián solo no podía -impedir que un hombre decidido entrara de noche y -saltara las tapias del corral.</p> - -<p>Estudié las condiciones de mi habitación. La -puerta era fuerte, tenía una llave que no cerraba -bien, y yo, con pretexto de que se me abría de noche -y había corrientes de aire, le puse un pestillo -sólido.</p> - -<p>Mi cuarto tenía dos ventanas a bastante altura del -suelo. Si se cerraban las dos de noche hacía mucho -calor. Decidí, al acostarme, dejar una cerrada con la -contraventana y la otra con la celosía. Ponía la celosía -bien sujeta, y después le ataba, por las noches, -tres o cuatro cascabeles de caballo, de estos que -suenan mucho. Me acostaba, con la pistola cargada, -debajo de la almohada.</p> - -<p>Una noche muy obscura, me desperté a la hora -antes del alba. Estaba pensando en mis cosas, cuando -oí que se agitaba la celosía y empezaban a sonar -los cascabeles.</p> - -<p>Inmediatamente salté de la cama, amartillé la pistola -y abrí la puerta de mi cuarto.</p> - -<p>Esperé sin hacer el menor movimiento, y, de pronto, -la celosía se movió y los cascabeles armaron un -terrible estrépito.</p> - -<p>Encendí una pajuela, y, con ella en la mano izquierda -y la pistola en la derecha, avancé hacia la -ventana. Abrí la celosía. Vi un momento la cara horrible -de Yusuf con un cuchillo en la boca, un momento -nada más, porque el hombre sin duda, lleno -de terror ante mi presencia, se dejó caer a la calle, -y lo recogieron poco después con un tobillo dislocado, -y lo llevaron a la cárcel. Dos o tres días después -de este acontecimiento recibí una carta de Mendi. -Me decía que había sido muy bien recibido en El -Cairo, que era un pueblo mucho más agradable que -Alejandría, con más elementos, y que fuera allí. Le -habían presentado al virrey Mehemet Ali, que, según -él, era un señor amable, pequeño, picado de viruelas, -con los ojos vivos; a su hijo, el célebre guerrero -Ibrahim pachá, y a toda la familia real. Ibrahim pachá, -que era un buen muchacho, gordo y pesado, un -arlote, según Mendi le había hecho la gracia de -dispararle dos tiros por encima de la cabeza, en el -jardín del Palacio, y Mendi había contestado a esta -atención rompiéndole de un tiro la pipa que fumaba -el príncipe. Desde entonces, Ibrahim y él se habían -hecho amigos. Me decía que fuera, que simpatizaría -con Ibrahim pachá y que me harían coronel en seguida.</p> - -<p>Añadía que estaba concluyendo de arreglar la -casa y que le enviara su piano en una barca por el -canal y el Nilo.</p> - -<p>Le dije a Rosa lo que pasaba. La muchacha estaba -muy melancólica. Aquellas amistades con príncipes, -de que hablaba Mendi, no la hacían mucha -gracia.</p> - -<p>Cuando vinieron a llevarse el piano se echó a -llorar.</p> - -<p>Le dije que debía estar contenta, porque ya pronto -Mendi vendría por ella; pero la muchacha tenía el -presentimiento de que no iba a ser así.</p> - -<p>Fuí a verle a Bonaffús, a decirle que necesitaba el -dinero, y me dijo que me lo entregaría en seguida, en -oro.</p> - -<p>De allí marché al consulado inglés. El cónsul -sabía lo que me había pasado en la columna de -Pompeyo, y me felicitó por mi decisión. Me preguntó -qué iba a hacer; le hablé de mi proyecto de ir a -Grecia y me dijo que me daría una carta de recomendación -para lord Byron.</p> - -<p>Del consulado marché a despedirme del coronel -francés Frossard, con quien estaba resentido, porque -creía que no había tomado con interés mi asunto.</p> - -<p>El coronel estuvo conmigo muy afable, y al despedirse -de mí me dió una bolsa que contenía cinco -mil francos, que me regalaban los hermanos de la -logia de Alejandría. Yo me opuse con todas mis -fuerzas a tomar el regalo, pero no tuve más remedio -que aceptar.</p> - -<p>Al día siguiente el cónsul inglés me envió la carta -para lord Byron, y me avisó que había tomado pasaje -para mí en una goleta griega, y me envió un pasaporte -inglés hasta Marsella, como súbdito de la -Gran Bretaña.</p> - -<p>Mientras venía la goleta griega pasé unos malos -días en casa del patrón. Me entristecía ver a Rosa -siempre pálida, ensimismada, llorando a hurtadillas.</p> - -<p>—Esta pobre muchacha enamorada de ese bárbaro. -Es una pena—decía yo.</p> - -<p>Yo la consolaba diciéndola mentiras, afirmando -que Mendi me había dicho que no quería pasar un -mes en el Cairo sin volver a Alejandría a casarse. -Como yo le conocía más a Mendi que los otros, Rosa -quería estar siempre hablando de él conmigo.</p> - - - - -<h3 id="III_VIII">VIII.<br /> -DESPEDIDA</h3> - - -<p><span class="smcap">Una</span> mañana se presentó el doctor Efren a decirme -que la goleta Chipriota acababa de -llegar; había salido un día antes de lo convenido de -Gibraltar y había tenido vientos favorables y se -había adelantado.</p> - -<p>Fuimos el doctor y yo al puerto nuevo, entramos -en la goleta y hablamos con el capitán Spiro Sarompas, -que era un muchacho de Chipre, muy abierto y -que hablaba perfectamente el francés. Me enseñó la -única cámara que tenía a popa, que era la que me -destinaba a mí. Me dijo el capitán Spiro que el cónsul -inglés le había recomendado mi persona. Añadió -que fuera al barco después de cenar, porque a la -media noche nos haríamos a la vela.</p> - -<p>Salimos de la Chipriota y volvimos a casa. Estaba -el puerto lleno con embarcaciones de Marsella, -Liorna, Ragusa, Nápoles, Smyrna y Constantinopla.</p> - -<p>—Irá usted muy bien—me dijo el doctor—. -Este muchacho es muy inteligente y muy buen -marino.</p> - -<p>—¿Ha ajustado usted el pasaje?</p> - -<p>—Sí, ya está pagado. No se ocupe usted de eso.</p> - -<p>A la mañana siguiente, la Cayetana me dijo que -tendríamos un banquete de despedida; que había invitado -al doctor Efren y a su señora, a Isaac Bonaffús -y a su hijo, y que vendría, además, el oficial francés -y el sargento que me habían salvado de los soldados -árabes cerca de la columna de Pompeyo, y el -sakolagassi que fué conmigo en la cabalgata.</p> - -<p>La comida hubiera sido alegre si no hubiera sido -por la actitud de Rosa, que me entristecía; no comía, -no escuchaba, se la veía viviendo su sueño interior.</p> - -<p>—¡Mientrastanto el bárbaro de Mendi estará tan -tranquilo!—pensaba yo.</p> - -<p>Bebí un poco de vino de Chipre para alegrarme; se -animaron los convidados y brindaron por mi salud -y por mi viaje. El oficial francés contó cómo le devolví -la paliza al cabo Yussuf delante de la columna -de Pompeyo, lo que se celebró muchísimo.</p> - -<p>Concluímos de tomar café. Eran las siete de la -tarde. Me levanté y abracé a mi patrona y di la -mano a Margarita y a Rosa.</p> - -<p>—Adiós—me dijo ésta—, si le escribe usted...—y -antes de concluír su frase se echó a llorar.</p> - -<p>Bajamos al portal. Un criado de Chiaramonte -cogió mi equipaje, y otro un gran farol para alumbrarnos, -porque la noche estaba obscura.</p> - -<p>En aquel momento se oyó el cañón que anunciaba -la retreta.</p> - -<p>Echamos a andar todos juntos hacia el muelle. Le -dije al doctor Efren que le escribiría y que hiciera el -favor de contestarme. Al llegar a la goleta abracé a -todos y subí a bordo.</p> - -<p>—Adiós. Adiós.</p> - -<p>—¡Addio! ¡Adddio!</p> - -<p>—¡Adieu! ¡Adieu!</p> - -<p>Hecha la última despedida, saludé al capitán de la -goleta y me senté en un banco de la cubierta.</p> - - - - -<h3 id="III_IX">IX.<br /> -NOTICIAS DE EGIPTO</h3> - -<p><span class="smcap">Estaba</span> en Veracruz cuando recibí una carta del -doctor Efren con noticias muy extrañas y -muy tristes. Me decía en ella que se aseguraba que -Mendi se había casado en el Cairo con la hija del -virrey de Egipto; que en Alejandría no se hablaba -mas que de esto, y que Rosa, al saberlo, se había -marchado con su hermano el marino a la isla de -Gozzo, donde había muerto.</p> - -<p>Chiaramonte dejaba a Alejandría con su familia e -iba a vivir a Italia; me parecía tan extraño el casamiento -de Mendi que dudé de que fuera verdad.</p> - -<p>Un año o dos después de la carta leí en la <i>Abeja</i>, -de Nueva Orleans, periódico redactado en francés, -varias anécdotas referentes al español Ignacio Basterrica -en el Cairo. Se decía que siendo este español -profesor de música le entró deseos al virrey de Egipto, -Mehemet Ali, de que dicho profesor enseñase -música a una de sus hijas. Basterrica comenzó a -darle lecciones, y la discípula se enamoró locamente -de él, y a los pocos meses hubo que casarlos antes -de que sus amores tuvieran fruto. Basterrica abjuró -de su religión y abrazó la de Mahoma. Mehemet Ali -no era nada exigente en esta cuestión; le bastaba -con que se hiciera una comedia de conversión al -mahometismo.</p> - -<p>Ya casado, Basterrica fué nombrado príncipe de la -familia real, y <i>Utch tuglu bascha</i> (bajá de tres colas), -y general en jefe de la caballería. Después supe -que estuvo en Grecia y asistió a la toma de Missolonghi, -y que en 1832 decidió la batalla de Konieh -contra los turcos, al frente de treinta escuadrones de -caballería egipcia. Más tarde, en otro periódico francés, -leí que no reinaba la mejor armonía entre el español -Basterrica pachá e Ibrahim pachá su cuñado.</p> - -<p>—¡La suerte! ¡Qué cosa más extraña! Solo si me -hicieran bajá de tres colas y capitán general y me casaran -con la hija del virrey aceptaría entrar en el -ejército egipcio—decía Mendi.</p> - -<p>Y le hicieron bajá de tres colas y capitán general -y le casaron con la hija del virrey de Egipto.</p> - -<p>A veces la realidad tiene sorpresas tan grandes -como lo imaginado.</p> - -<hr class="chap" /> - - -<h2 id="missolonghi">LA AVENTURA DE MISSOLONGHI</h2> - - - - -<h3>(<span class="smcap">De las memorias de J. H. Thompson</span>)<a name="FNanchor_1" id="FNanchor_1" href="#Footnote_1" class="fnanchor">[1]</a>.</h3> - - - - -<p class="p2"><span class="smcap">Estábamos</span> en Tarifa esperando nuestro barco -cuando el día primero de diciembre de mil -ochocientos veinte y tres lo vimos cerca de la punta -de las Palomas. Marchamos a él; Mac Clair y yo -subimos a cubierta y avisamos al capitán para que -saliesen a recoger el cargamento de fusiles. Era el -Fénix, un brik-barca de unas trescientas o cuatrocientas -toneladas, sucio, negro y grasiento.</p> - -<p>En aquel momento, de sus grandes palos caían -sus velas, llenas de remiendos, como harapos puestos -a secar. Hacía mal tiempo, llovía y la temperatura -estaba baja.</p> - -<p>El capitán Willian Clark, un albino malhumorado, -y el contramaestre John Porter, un lobo de mar, de -nariz fundida al rojo cereza por el alcohol, hombre -que arrastraba la pierna e iba acompañado de un -perro de lanas tan sarnoso como el barco, y los -marineros dieron orden para que el bote, con unos -remeros, se acercara a la costa y fuesen trayendo -los fusiles.</p> - -<p>El Fénix, por sus trazas y por su tripulación -parecía un barco pirata. Los hombres reclutados por -la Sociedad Filohelena, de Londres, no tenían un -aspecto completamente distinguido.</p> - -<p>No hubieran podido formar parte del club Watier -londinense, ni figurar al lado del <i>dandy</i> Jorge Brummel. -Iban todos muy derrotados, con trajes harapientos, -y llevaban muchos gorro griego. Era en lo único -que se les conocía su filohenismo.</p> - -<p>Vi entre ellos a mi amigo Flinders, el gran literato. -Este había abandonado su baúl de obras maestras, -y después de arruinarse definitivamente iba a -Grecia a probar fortuna.</p> - -<p>Le saludé, hablamos y me dijo pestes de Will Tick, -a quien acusaba de haberle engañado miserablemente.</p> - -<p>No era muy cómoda la estancia en el Fénix, no -había sitio, y el coronel Mac Clair y yo nos tuvimos -que acomodar de mala manera en el sollado.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>A las pocas horas de estar en el barco, supimos -que iba con nosotros una dama inglesa de gran posición, -miss Elisabeth Barnett.</p> - -<p>Esta señora era una solterona que viajaba con -una criada y un criado. Miss Elisabeth tenía el mejor -camarote del barco y monopolizaba la toldilla -de popa.</p> - -<p>Esta dama, según se decía, era sobrina de lady -Esther Stanhope, la reina de Tadmor, la pitonisa del -Líbano, de esta mujer extraordinaria que fué hace -unos años a vivir a la Siria, donde intentó fundar un -reino y vivir como una emperatriz antigua, dominando -a los hombres con la violencia y haciendo el -papel de adivina.</p> - -<p>Nuestra inglesa quería hacer algo parecido.</p> - -<p>Sin duda, el caso de lord Byron y el de lady -Stanhope iba trastornando el juicio a las mujeres de -Inglaterra.</p> - -<p>No sé si miss Elisabeth Barnett pretendía emular -las glorias de lady Esther. Miss Elisabeth no tenía -condiciones para ello; esta solterona era una cómica -y una cómica mala. Algunas veces, vestida con una -túnica blanca, se presentó entre nosotros y nos lanzó -una alocución hablando de la Grecia inmortal, -pero lo hizo de una manera tan afectada y con unos -gestos tan poco naturales, que produjo la risa en lugar -del entusiasmo.</p> - -<p>La única popularidad que consiguió en el Fénix -fué debida a que repartió algún dinero entre los voluntarios -que iban a Grecia.</p> - -<p>Uno de los filohelenos, Flinders, le dedicó una -poesía titulada «Al hada del Fénix». Y en broma la -llamábamos todos así: el hada del Fénix.</p> - -<p>La criada de miss Barnett era una francesa guapetona, -una mujer de unos treinta años, rubia, de -cara ancha y juanetuda, un tanto chata, que tenía -mucha gracia y mucho desparpajo.</p> - -<p>Los filohelenos andaban tras ella a todas horas, y -se produjeron entre los nuestros riñas tremendas.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Seríamos sesenta o setenta los pasajeros del Fénix, -la mayoría ingleses, escoceses e irlandeses; algunos -alemanes y franceses y unos cuantos italianos.</p> - -<p>Como era natural, Mac Clair y yo nos reunimos -al grupo de los ingleses. Se desarrolló en seguida -una rivalidad y un odio entre los diversos grupos -nacionales, incomprensible. Dentro de todos ellos -reinaba la cizaña. Flinders contó en el grupo inglés -que mi padre y yo éramos disecadores, y con este -motivo se hicieron mil chistes y se acostumbraron a -llamarme Vientre de paja. Como abusaron un tanto -de la gracia, tuve que administrar unos cuantos puñetazos -a un estúpido paisano mío, serio y de ojos -de rana, que desde entonces cesó en el empleo abusivo -de este chiste.</p> - -<p>A Mac Clair le comenzaron a llamar el Sepulturero -y a decir que daba la mala suerte al barco.</p> - -<p>Afortunadamente, no pasó nada en la travesía, -porque sino Mac Clair hubiera estado muy en peligro -de ser echado al mar.</p> - -<p>Nuestro grupo de ingleses era alborotado, pero no -lo era menos el de los escoceses, irlandeses, alemanes, -franceses e italianos. Los escoceses e irlandeses -se emborrachaban, tocaban la gaita y bailaban, y -gritaban como salvajes.</p> - -<p>—Allá tendremos que batirnos—decían—; mientras -que podamos, bebamos y divertámonos.</p> - -<p>Los franceses e italianos, que eran en conjunto -siete u ocho, jugaban a las cartas. Un gascón, que -parecía hombre ilustrado, se dedicaba a insultar a -todos los pasajeros.</p> - -<p>Les llamaba viejos caimanes, carroña, montón de -cerdos. Les decía que no comprendían la misión -que llevaban a Grecia, que no tenían idea de la -grandeza de este país, de la Hélade, y adornaba sus -discursos con sus <i>¡Te! ¡Pardi y Sacredieu!</i></p> - -<p>La verdad es que entre aquellos filohelenos, al -menos de nombre, no había ninguno que tuviese una -idea aproximada de Grecia, ni de su historia.</p> - -<p>Ninguno de nosotros sabía gran cosa de la antigüedad -clásica, y absolutamente nada de la historia -griega moderna. Unos se habían enganchado -por miseria y por desesperación, otros, por espíritu -de aventura.</p> - -<p>Cada cual se formaba una idea distinta de Grecia; -unos soñaban en los tesoros, otros en las mujeres, -algunos aspiraban a ser generales. Muchos tenían -la preocupación constante de ser empalados -por los turcos, preocupación que llegó a borrarse a -fuerza de bromas. Muchas veces se discutía en el -barco acerca de turcos y griegos; cosa extraña, todo -el mundo tenía más simpatía por los turcos que por -los griegos. Para la mayoría, los turcos eran hombres -fuertes, robustos, gente valiente, con unas barbas -grandes, unos pantalones anchos y unas cimitarras -corvas.</p> - -<p>De los griegos no se tenía tan buena idea. Se suponía -que eran como los tipos de las estampas que -corrían por Europa; unos hombres delgados, de bigotes -finos, con unos trajes llenos de lentejuelas.</p> - -<p>Acerca de lord Byron corrían extraños rumores. -Para muchos era un misántropo y un anglófobo; -para otros, una especie de Manfredo desesperado, -altanero, que vivía fuera de la sociedad, que mandaba -matar al que le disgustaba; algunos lo tenían -como un Don Juan terrible, un pirata, que conquistaba -mujeres y bebía el vino en una calavera; para -los más cultos era principalmente un revolucionario. -La verdad es que no sabíamos lo que nos esperaba. -No conocíamos ni Grecia, ni el jefe que nos iba a -mandar.</p> - -<p>Lo único que yo veía cierto era que la tropa que -marchaba de Europa era bastante mala, y que a no -ser de que hubiera una organización casi perfecta en -Missolonghi, con el elemento aquel no haríamos -gran cosa de provecho.</p> - -<p>Así fué esta expedición una de las más célebres -del siglo diez y nueve, principalmente por la intención, -porque por lo demás apenas hicimos nada.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>A los dos días de navegar por el Mediterráneo el -tiempo empezó a mejorar, y de repente comenzaron -unos días espléndidos. Este mar y este cielo tan -azul, al principio me producían cansancio; me parecía -su belleza una belleza monótona. Los días de -viento había únicamente un poco de cabrilleo en las -olas.</p> - -<p>De noche teníamos luna llena. ¡Qué cosa más -extraordinaria! La luna, redonda, con su luz de plata, -iluminaba una gran faja del mar, que parecía un ancho -camino blanco, en el cual se agitaran ondinas y -tritones.</p> - -<p>Algunas veces las nubes avanzaban por el cielo, y -la luna, oculta, filtraba los rayos por algún agujero -de los nubarrones y dejaba un vago cabrilleo misterioso -sobre las olas a larga distancia.</p> - -<p>A medida que la luna fué menguando el blanco -camino de plata por donde se paseaban, sin duda -alguna, las sirenas y los tritones fué estrechándose -hasta desaparecer por completo.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>He pasado los días mirando el Mediterráneo, intentando -ver si se me ocurre algo nuevo en la contemplación -de un mar tan bello. Sólo cuando se van -articulando los lugares comunes en la cabeza es -cuando se empieza a discurrir, vulgarmente, cierto, -pero únicamente entonces.</p> - -<p>Antes de esa articulación de lugares comunes por -el solo ímpetu del espíritu no hay ideas. ¡Es lástima! -He escrito unas cuantas frases en mi cuaderno, pero -no tienen ninguna originalidad.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Cuando se entra en el Mediterráneo, desde el -Océano, parece que se pasa de un mundo a otro, de -un mundo de actividad y movimiento a un mundo -más suntuoso, más inmóvil y más muerto.</p> - -<p>En el Mediterráneo hay la belleza de la proporción -y de la línea; en el Océano el vago encanto de lo ilimitado; -el Mediterráneo tiene islas de mármol; el -Océano, islas de esmeralda; en el Mediterráneo, sobre -la onda azul, se destacan las costas blancas y amarillas, -los montes plutónicos, la lava, los olivos, los -cipreses y los naranjos; en el Océano, sobre la linfa -verde, apenas se marcan las pálidas dunas, las -abras y los acantilados sin color y sin dibujo. En el -Mediterráneo las cosas brotan duras, cuajadas, sobre -el agua espeja y salina, bajo la atmósfera limpia y -transparente; en el Océano, los paisajes están hechos -de niebla, de humedad, de formas confusas y vagas.</p> - -<p>En el Mediterráneo todo parece tradición e historia; -en el Atlántico, todo parece improvisación y novedad; -en el uno todo está constituído, en el otro -todo por constituír. Esas puntas amarillas que avanzan -en el mar bajo la extensión azul del mar latino -parecen huesos, fuertes destruídos, puentes rotos, -conventos, ciudades en anfiteatro suntuosas, fastuosas, -siempre algo del pasado.</p> - -<p>En el Mediterráneo no hay marea, y el agua alcanza -siempre en la costa casi el mismo nivel; en el -Océano las mareas son grandes.</p> - -<p>El Mediterráneo no respira apenas, y su ola no -tiene pulsación; el Atlántico respira con una fuerza -salvaje, se hincha y se deshincha, mostrando en el -reflujo sus fondos de roca y en los ríos el légamo -negruzco, sobre el que se tienden las barcas de los -pescadores.</p> - -<p>El Mediterráneo es paz y armonía; el Atlántico -lucha y contradicción.</p> - -<p>El Atlántico tiene una mitología hórrida, resto de -la época en que el mar era un gran peligro: el pulpo -del Maelstrom, las arañas de los Kraken, la isla del -Fuego con sus piratas; el Mediterráneo tiene una -mitología más clara y más solemne, sirenas, ninfas, -delfines, y otros seres fantásticos dirigidos por el -tridente de Poseidon.</p> - -<p>El Mediterráneo es Oriente, Eneas y Palinuro, la -leyenda del vellocino y el gorro colorado; el Atlántico -es el caos, los vascos pescadores de ballenas, los -wikings, los normandos conquistadores, y, al mismo -tiempo, la Atlántida y el Jardín de las Hespérides; el -Atlántico es la alta piratería, los grandes naufragios, -el bergantín negrero, el marino con un anillo en la -oreja y una cacatúa en el hombro.</p> - -<p>El Mediterráneo es un mar clásico y, al mismo -tiempo, realista; el Atlántico es un mar romántico y -turbulento.</p> - -<p>El Mediterráneo es más constante, más parecido a -sí mismo; el Atlántico es la eterna variación, el eterno -cambio. El Mediterráneo es, y sobre todo ha -sido estética, y socialmente ha llegado a su devenir; -el Atlántico está siendo, está todavía en su iniciación.</p> - -<p>El hombre del Mediterráneo es la expresión correcta, -las fórmulas hechas; el hombre del Atlántico -es el ímpetu, aun sin moldearse.</p> - -<p>El Mediterráneo sugiere la idea de la tarde y la -del crepúsculo; el Atlántico, la de la mañana.</p> - -<p>Si cada mar tuviese que tener sus reyes, el Mediterráneo -tendría que dividirse en dos reinos: el Mediterráneo -oriental para Homero, el Mediterráneo occidental -para Virgilio; hacia Troya, Ulises; hacia Cartago, -Eneas.</p> - -<p>En el Atlántico los poetas genuinos son los bardos, -el sentimiento antes de la ciencia y del arte.</p> - -<p>A Shakespeare y a Byron les correspondería el -estrecho de Gibraltar; allí donde se mezcla el brío del -Océano con la armonía clásica del Mediterráneo.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Estuvimos en Nápoles un día, que aprovechamos -el coronel Mac Clair y yo en recorrer la ciudad en -un <i>calessíno</i> desvencijado. El cochero nos dijo si -queríamos conocer unas muchachas. Mac Clair contestó -sacando la Biblia y poniéndose a leer. Luego -aseguró que Nápoles es una ciudad aburrida y monótona.</p> - -<p>—Hombre, no—le dije yo.</p> - -<p>—¿Cómo quiere usted comparar esto con Edimburgo?</p> - -<p>Mac Clair no es mas que un occidental, y para -comprender los pueblos hay que ser occidental unas -veces, y oriental otras, y tener el alma con muelles -como los coches de doble suspensión.</p> - -<p>En lo único que quedamos conformes Mac Clair y -yo fué en que esa frase de <i>Vedi Napoli e poi mori</i> -no era nuestro ideal. No sentimos ni él ni yo el menor -deseo de morirnos después de ver Nápoles.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Salimos de Nápoles con buen tiempo, pasamos al -amanecer por el estrecho de Mesina, y vimos la -ciudad respaldada en una alta sierra.</p> - -<p>Todo el mar estaba lleno de velas latinas de las -barcas de los pescadores.</p> - -<p>Cruzado el Estrecho seguimos adelante, y la niebla -se nos echó encima entre los escollos de Scila y -Caribdis.</p> - -<p>Mac Clair tampoco creía gran cosa en Scila y en -Caribdis.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Nuestra barca llevaba cartas para lord Byron, y -pensando que el poeta se encontraba en Argostoli, -nos fuimos acercando a la isla de Cefalonia.</p> - -<p>Entramos en el puerto de Argostoli y nos dijeron -que hacía ya tres días que el lord había salido para -Missolonghi.</p> - -<p>Me hubiera gustado echar una ojeada a la isla, -pero no había tiempo. Me contenté con mirar con el -anteojo de Mac Clair una montaña, en parte cubierta -de pinos, y en parte de maleza, y las casas bajas de -Argostoli como dados blancos con pequeñas ventanas. -La tierra, por los alrededores, era blanca, resquebrajada, -con aspecto de lava, con algunos matorrales -obscuros por donde triscaban rebaños de -cabras.</p> - -<p>Por todas partes la costa era de piedras secas que -parecían ruinas.</p> - -<p>Nos hicimos a la mar, y de noche, con gran cuidado, -nos fuimos acercando al golfo de Patras. El cielo -estaba muy estrellado. Los marineros iban cantando -canciones patrióticas. Nos cruzamos con una fragata -turca, apagamos el farol y arriamos las velas; todo -el mundo calló y la fragata pasó sin vernos. Al amanecer -cruzamos con algunos místicos griegos, que al -ver nuestra bandera inglesa aplaudieron con gran -entusiasmo y algazara.</p> - -<p>Por la mañana estábamos delante de Missolonghi. -El mar tenía un brillo de cristal, y algunas nubes -rojizas, que al principio tomé por montes, se dibujaban -en el cielo.</p> - -<p>Esperamos Mac Clair y yo con ansia a que comenzara -el día.</p> - -<p>Eran los comienzos del mes de enero; el sol tardó -en salir.</p> - -<p>Apareció entre brumas, como un disco rojo, por -encima de las altas rocas de un monte pedregoso y -estéril, el monte Aracinto, y fué iluminado un paisaje -de tierras blancas, calcáreas, sin vegetación. Al -pie de la sierra, a orillas de un lago muy azul, vimos -una aldea. Era Missolonghi.</p> - -<p>Cerca de Missolonghi había varios barcos griegos, -y, entre ellos, el <i>Cefaloniota</i>, el místico de lord -Byron. El capitán nuestro fué a ver a lord Byron en -el bote y volvió al poco rato con dos oficiales de -marina.</p> - -<p>No parecía si no que éramos deportados por lo -mal que nos recibieron.</p> - -<p>Al mediodía nos dieron la orden de bajar a tierra. -El sol apretaba de firme. El cielo estaba azul y el -mar tan azul como el cielo.</p> - -<p>Mac Clair y yo experimentamos una gran decepción -al saltar a Missolonghi. Aquello era una aldea -miserable. El paisaje de los alrededores no podía ser -más triste. Montes calcinados, atormentados, sin -árboles, arenales, un pueblecillo polvoriento, sin -jardines, sin nada verde, quemado por el sol.</p> - -<p>Yo mismo quedé defraudado. A pesar de que me -había dicho repetidas veces que no debía entusiasmarme, -llevaba en la imaginación la idea de una -ciudad formada por pequeños Partenones.</p> - -<p>Era el espejismo de los nombres sonoros. Bajamos -en Missolonghi y fuimos todos formados a una -barraca donde había dos oficiales ingleses de la brigada -del coronel Stanhope, que nos tomaron la -filiación.</p> - -<p>Luego nos hicieron una serie de recomendaciones -y nos dijeron que no intentáramos tener relaciones -con el elemento civil, porque estaba prohibido.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Missolonghi, entonces pequeña ciudad, sin abolengo -y sin historia, contaría unos cuatro o cinco -mil habitantes, de los cuales unas ochocientas familias -eran griegas.</p> - -<p>Missolonghi, fundado por pescadores, estaba asentado -sobre un terreno pantanoso; en algunas partes, -más bajo que el mar.</p> - -<p>La situación de Missolonghi, al borde de una -laguna, hacía que algunos griegos entusiastas la -compararan con Venecia.</p> - -<p>Esta laguna, a medias pantano de agua dulce, y -a medias marisma, ocupaba una gran extensión y -aumentaba de tamaño desde hacía tiempo a expensas -de las tierras de labor.</p> - -<p>Limitando la laguna de Missolonghi por el lado -del mar había un cordón de islas, roto aquí y allá: -los Procopanistos. Las olas batían constantemente -esta línea de peñascos que separaban la albufera -missolonghiota del mar Jónico.</p> - -<p>Entre los arrecifes de los Procopanistos había algunos -islotes grandes, como el de Basilades, Aisosti, -Scilla y Cleisovo. En estos islotes, ya de algún -tamaño, se levantaban torres y alrededor estacadas -para defender las entradas de la laguna.</p> - -<p>En la isla de Basilades había un fuerte de piedra, -y en la de Aisosti una capilla aspillerada que servía -de defensa.</p> - -<p>La laguna de Missolonghi se extendía bordeando -el monte Aracinto y tenía, a medida que avanzaba -en la tierra, un seno más estrecho.</p> - -<p>Al comienzo de este seno, en que se hacía más -angosta la laguna, se hallaba un pueblo colocado en -una isleta, llamado Anatólico.</p> - -<p>Anatólico parecía un barco encallado en las rompientes.</p> - -<p>Las orillas de la albufera de Missolonghi eran -áridas, cubiertas de algas y musgos verdes, que se -corrompían en las mareas bajas, produciendo emanaciones -pestilentes.</p> - -<p>Afortunadamente, el viento del mar soplaba con -fuerza y purificaba el aire; si no, no se hubiera podido -vivir en las inmediaciones.</p> - -<p>Mirando desde el mar al monte Aracinto, se veía -una mole seca, pedregosa, terrenos plutónicos, con -ruinas de murallas y de pueblos.</p> - -<p>Al pie del monte y al borde de la laguna había un -mal camino, que tenía a la orilla algunas miserables -cabañas de pescadores, camino que, con la lluvia, se -convertía en un arroyo pantanoso.</p> - -<p>Varias veces recorrí este camino con el caballo -hundido hasta los ijares, mientras los patos salvajes -pasaban revoloteando por encima de mi cabeza.</p> - -<p>A un lado de Missolonghi, ya fuera de la laguna, -en las estribaciones del Aracinto que daban hacia el -mar, había una planicie que se llamaba la llanura -Lelante o Anachaida, que estaba cruzada por un -río, el río Fidaris o Ebenus, seco si no llovía y torrencial -cuando caían unos cuantos chaparrones.</p> - -<p>Este río tenía dos afluentes: el de Galata, que pasaba -por un pueblo en ruinas del mismo nombre, y -el de Hypochori.</p> - -<p>Al borde del río Ebenus se veía un pueblo en ruinas, -con restos de castillo y murallas, a quien los -naturales llamaban Plevrone, porque había una segunda -Plevrone, también en ruinas, en la parte del -Aracinto, que daba a la laguna, entre Missolonghi -y Anatólico.</p> - -<p>A poca distancia de la llanura Lelante, en una pequeña -bahía, estaba Barasova, pueblecillo con una -vieja torre ruinosa.</p> - -<p>Estos lugares próximos a Missolonghi fueron el -teatro de nuestra acción, que, ciertamente, no tuvo -nada de extraordinaria ni de heroica.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Después de ser alistados e identificados, Mac Clair -quedó en la brigada de Stanhope como oficial de ingenieros, -y yo como ayudante suyo.</p> - -<p>No estaba la legión extranjera de Missolonghi tan -disciplinada como nosotros pensábamos; había una -porción de oficiales y jefes franceses, ingleses, alemanes -e italianos en disponibilidad, porque no tenían -tropas que mandar. Los ingenieros y artilleros -eran los más solicitados y los que más pronto encontraban -plaza vacante. Los que venían de la Europa -occidental con sus documentos de haber servido -como oficiales de caballería, no encontraban puesto, -porque los griegos no los querían.</p> - -<p>Había entre nosotros tres mandos diferentes: el de -los comités griegos, el del coronel Stanhope y el de -lord Byron.</p> - -<p>Stanhope estaba en completo desacuerdo con lord -Byron. El coronel reprochaba al lord, que quería hacer -una guerra literaria, lo que le parecía una ridiculez. -En parte, el militar estaba en lo justo, porque -la guerra parece que debe tener una técnica; -pero el poeta tenía su razón también, porque, gracias -a su prestigio literario, había conseguido que Europa -entera se preocupara de su expedición y se dispusiera -a ayudar a los griegos.</p> - -<p>El coronel, por lo que nos dijo, pretendía que Byron -no interviniera para nada en detalles de cuestiones -militares, pero el poeta se creía omnisciente y -pretendía entender de milicia tanto como de poesía.</p> - -<p>Desde su desembarco, el cinco de enero, el lord estaba -trabajando sin descanso en contratar un empréstito -en Inglaterra, quería reformar la sociedad inglesa -de los Filohelenos y estudiaba, al mismo tiempo, los -medios de humanizar la guerra entre turcos y griegos, -pensamiento noble, pero, por entonces, perfectamente -irrealizable.</p> - -<p>Su plan militar consistía en fortificar Missolonghi -y en organizar un pequeño ejército de ataque. -Este ejército estaría formado por dos mil quinientos -griegos al mando de sus jefes, por las legiones extranjeras -a las órdenes del coronel Stanhope, que no -se sabía a punto fijo con qué número de soldados -contaría, y por un batallón de suliotas, que quería -mandar el mismo lord en persona.</p> - -<p>Con estas fuerzas pensaba Byron atacar el castillo -de Lepanto.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>La hada del Fénix, miss Barnett, tuvo mal éxito en -su empresa. Lord Byron se empeñó en no verla, y, -por más cartas, avisos y recados que le envió, el -poeta no quiso acceder a hablar con ella. El coronel -Stanhope la recibió muy fríamente. Un hombre como -el coronel, que tenía a Byron por poco práctico, naturalmente, -tenía que mirar con desdén la fraseología -poética de segunda mano de miss Barnett.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>El elemento militar griego con que se contaba era -muy malo. Estaba formado por montañeses, algunos -verdaderos bandidos, y pescadores.</p> - -<p>A los montañeses, a unos llamaban palikaros y a -otros suliotas. Los palikaros eran los de la parte de -Morea, y los suliotas de Suli.</p> - -<p>Unos y otros despreciaban profundamente a los -griegos, sobre todo a los griegos cultos, a los que -llamaban phanariotas. Los palikaros y los suliotas -tenían costumbres parecidas a los turcos. Unos y -otros eran pésimos soldados, insubordinados y rebeldes. -Al morir Marcos Botzari en el Epiro, recomendó -a lord Byron un pelotón de suliotas. Byron -quiso aceptarlo como su guardia, y le asignó mil -duros al mes; pero eran los cuarenta suliotas tan -turbulentos, tan mentirosos, tan enredadores, que -Byron los despachó, los incorporó al resto del ejército -y les siguió dando su asignación.</p> - -<p>El gobernador de Missolonghi pensó que dar tanto -dinero a los suliotas era un absurdo, e intentó -emplearlo en otros fines, pero los suliotas se le sublevaron.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Mac Clair y yo fuimos destinados a la fortificación -de Missolonghi.</p> - -<p>Missolonghi era una aldea pobre y sin ningún -atractivo. Mac Clair y yo pensamos en ir a vivir al -pueblo, suponiendo lógicamente que los habitantes -tendrían entusiasmo por los extranjeros llegados -allá para defender el país, y nos encontramos con -todo lo contrario.</p> - -<p>Los griegos nos odiaban.</p> - -<p>En vista de esto, y con el consentimiento del coronel -Stanhope, nos instalamos en una barraca de -madera, que llegamos a convertir en una habitación -confortable.</p> - -<p>A los pocos días comenzamos a trabajar en los -planos de la fortificación de la ciudad.</p> - -<p>Se había pensado en rodear Missolonghi de murallas -y de baluartes.</p> - -<p>Desde el comienzo de la guerra de la Independencia -griega, Missolonghi había sido atacada varias -veces por los turcos con poca fortuna.</p> - -<p>La situación de la plaza era muy buena para el -defensor y mala para el agresor. Además de esto, los -turcos habían tenido la desgracia en el último sitio -de ser diezmados por la peste.</p> - -<p>Cuando comenzó este último sitio, los griegos no -habían hecho mas que comenzar a fortificar la ciudad -y a guarnecer las murallas de tierra, con torres -y baluartes. Estando en esta labor se les presentó a -atacarles Omar Vrione, capitaneando un ejército numeroso, -y se colocó en la falda del monte Aracinto.</p> - -<p>La guarnición de Missolonghi se encontraba con -muy pocos medios de resistencia. El caudillo griego -Marcos Botzari, en quien se tenían grandes esperanzas, -acababa de morir en el Epiro.</p> - -<p>Su hermano Constantino entró en Missolonghi -con su gente y se aprestó a la defensa. Al cabo de -dos meses de sitio, cuando la resistencia de Missolonghi -comenzaba a desfallecer, fué cuando se declaró -la peste en el ejército otomano, pero de una manera -tan fuerte que Ornar Vrione tuvo que abandonar -inmediatamente los alrededores de Missolonghi.</p> - -<p>Al mismo tiempo, otro caudillo griego, Maurocordato, -entraba en la laguna de Missolonghi con algunos -barcos hydriotas, y la ciudad quedaba libre por -tierra y por mar.</p> - -<p>Entonces se pensó que Missolonghi podía ser el -baluarte de la independencia griega, y se la quiso -poner en condiciones de sostener un sitio en regla.</p> - -<p>Los oficiales de artillería y los ingenieros, entre -ellos Mac Clair, hicieron los planos de las nuevas -fortificaciones y se comenzó a trabajar.</p> - -<p>Primeramente se restauró la muralla por la parte -de tierra y por la del mar, revistiendo los sitios débiles -con piedras y argamasa.</p> - -<p>Durante más de dos semanas tuve yo que ir al -monte Aracinto con los trabajadores griegos a unas -canteras a sacar piedra.</p> - -<p>Un italiano del Piamonte, Josué Magnani, que -llevaba algún tiempo allí, y un joven alemán, Werner, -iban conmigo de intérpretes.</p> - -<p>El trabajo se prolongaba mucho, porque los missolonghiotas -no eran partidarios de un esfuerzo asiduo -y constante. Los franceses, alemanes e ingleses, -que hubieran sido buenos obreros, no querían hacer -estos trabajos pesados.</p> - -<p>Hermann Werner, el alemán que me acompañaba, -era un muchacho muy instruído. Sabía el griego antiguo -y estaba aprendiendo el moderno, y tomaba -notas de todo cuanto veía.</p> - -<p>Werner me explicaba las ideas y las preocupaciones -de los griegos.</p> - -<p>Me dijo que éstos consideraban el monte Aracinto -como un lugar misterioso, poblado por seres imaginarios, -faunos, panes, egipanes y tityros. Comentando -las hazañas de estos monstruos u oyendo cantar -a los tordos los griegos pasaban demasiado tiempo -sin hacer nada.</p> - -<p>En el monte Aracinto había una ermita sobre una -roca, dedicada al profeta Elías. A esta ermita se subía -por una escalera pendiente, cuya pared de roca -estaba llena de ex votos. Cerca de esta ermita, en un -grupo de árboles, solíamos almorzar Magnani, Werner -y yo. Muchas veces oíamos a los zagales que -tocaban una flauta de caña rodeados de sus cabras.</p> - -<p>Nos contó Magnani que un viejo ladrón de Anatólico -fué un día a la ermita con un saco y se llevó -todos los objetos de oro, de plata y de pedrería que -había allí.</p> - -<p>El ladrón anatolicense decía:</p> - -<p>—Virgen soberana, permite que te despoje de esta -corona que te ofreció un canalla, ladrón y usurero; -deja que me lleve esta alhaja, regalo de un asesino, -manchado con mil crímenes. ¡Malditos sean!</p> - -<p>El ladrón anatolicense llenó su saco y se fué; -pero al ir a vender las alhajas fué preso, y el gran -visir le mandó ahorcar.</p> - -<p>El alemán se reía al oír esto a carcajadas.</p> - -<p>Magnani, Werner y yo recorrimos el Aracinto -a caballo, y llegamos, en nuestras excursiones, a una -sierra de montañas, llamada Rachi, y pasamos el -desfiladero de Cleisura.</p> - -<p>Werner solía leernos un trozo de la <i>Ilíada</i> en -griego y luego nos lo traducía.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>En vista del terrible fracaso de miss Barnett, decidió -marcharse de Missolonghi a Siria a buscar a su -tía lady Stanhope. La criada Susana no quiso seguirla. -Susana decidió hacer una barraca junto a la -nuestra y poner una cantina. A mí me pidió mi -opinión.</p> - -<p>—Sí—le dije yo—. Estaría bien si esto durara -pero yo no veo que esto vaya a durar. El mejor día -nos tendremos que marchar todos.</p> - -<p>—¿Por los turcos?</p> - -<p>—No, porque no nos pagarán.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Susana no tomó en cuenta estas razones y se decidió -a quedarse, y consiguió que los soldados le -hicieran un barracón de madera, cubierto de tejas, -donde puso su cantina.</p> - -<p>Una mujer como aquélla, guapetona, valiente y -que estaba dispuesta a hacerse rica, tuvo un gran -número de pretendientes. Según la voz general, -Werner y yo hubiéramos sido los favorecidos; pero -Werner leía demasiado a Homero, y yo demasiado a -Schelley y a Goethe para entusiasmarnos con la -cantinera.</p> - -<p>Los tres rivales de la bella Susana eran Magnani, -un jefe de policía de Missolonghi y un armatola o -capitán de los palikaros, que era un hombre bruto, -feroz, que le gustaba amenazar a las gentes. Este -armatola andaba con unos soldados harapientos, -todos armados hasta los dientes.</p> - -<p>Una noche estábamos de tertulia en la cantina de -Susana el policía, Werner, Magnani y yo, y otros dos -o tres, cuando fueron entrando los palikaros con sus -fusiles y se apoderaron de la tienda. Después entró -su armatola. Venía envuelto en una gran capa de -lana blanca. Estaba borracho. El policía se acercó a -él a preguntarle qué significaba aquella invasión. El -armatola no le contestó, le dió un empujón y le escupió -a la cara. Después, acercándose a Susana, la -agarró de la cintura. La cantinera no se inmutó y se -defendió sin dar importancia al ataque.</p> - -<p>El capitán de los palikaros se acercó a Werner y -a mí con intenciones agresivas. Yo tenía la pistola -cargada dentro del bolsillo. El palikaro, al ver nuestra -impasibilidad, cambió de aspecto, se sentó en una -mesa y pidió café. Magnani y el policía habían desaparecido. -El jefe palikaro se puso a tomar café, -ceñudo y sombrío; sus soldados se fueron marchando. -Era el armatola hombre joven, moreno, vestía -una blusa de mangas abiertas, pantalones anchos, -polainas, un gorro rojo y un cinturón de cuero, -donde llevaba el pañuelo, la bolsa, un puñal y una -pistola.</p> - -<p>Iba Susana a cerrar la cantina y nosotros a salir -cuando apareció de nuevo Magnani y el policía -griego. Magnani venía con un aire torvo, con los -dientes apretados y los ojos brillantes.</p> - -<p>El policía griego avanzó con aire amable, se acercó -al palikaro, le quitó el puñal y la pistola, y, de -pronto, le dijo algo feroz y terrible y le escupió en -los ojos.</p> - -<p>El palikaro se levantó, pero Magnani le dió un -empujón y le hizo sentarse de nuevo.</p> - -<p>—¡Ladrón! ¡Cobarde!—le gritó el griego al palikaro—, -insultas cuando estás entre los tuyos, ¡perro!</p> - -<p>—Y solo también contra ti.</p> - -<p>—Vamos ahora mismo—gritó el griego,</p> - -<p>—Vamos.</p> - -<p>Salimos todos de la cantina. Era todavía de noche. -Una fila de luces de las barcas de los pescadores -se veía en el mar obscuro, y se oía el ruido de -las olas, que se estrellaban acompasadas en la costa. -Amaneció. Werner trató de que se hiciera un -desafío en regla, pero el griego y el palikaro no querían -esperar.</p> - -<p>Se les dió a cada uno un sable y se les puso frente -a frente.</p> - -<p>En aquel momento sonó un tiro, y el palikaro -cayó muerto con la cabeza abierta.</p> - -<p>No nos quedó duda de que entre Magnani y el policía -griego habían preparado la muerte del montañés. -Al poco tiempo, Magnani desaparecía de Missolonghi. -Susana la cantinera siguió dando esperanzas -y buenas palabras al policía, hasta que un día traspasó -la cantina y se marchó con un comerciante -turco a Constantinopla.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Cuando se concluyó de sacar piedra, volvimos a -trabajar en la muralla. Cada uno de los baluartes que -se construiría llevaría el nombre de algún héroe o de -algún personaje relacionado con la independencia -griega. El primer baluarte se denominó de Marcos -Botzari. Comenzando por éste, y dando la vuelta al -recinto fortificado, estarían la torre de Coray, la batería -del general Norman, la batería Miauli, el baluarte -Franklín, la batería Tokeli, la torre de Guillermo -Tell, la torre de Kosciusko, la batería Kiriaculi, -la tenaza de Montalembert, la batería de Rhigas, -la luneta de Orange y la batería Macris.</p> - -<p>Estos baluartes y fortines quedarían próximos uno -de otro; por el lado de tierra habría un gran foso -para defender la entrada de la ciudad.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Ocupados en esta obra, apenas nos enteramos de -lo que ocurría en Missolonghi.</p> - -<p>Todo el mundo iba a ver a lord Byron, a hablarle -de sus asuntos, a exponerle sus quejas; yo no quería -molestarle, y así sucedió que no le llegué a conocer.</p> - -<p>El poeta, al parecer descontento, determinó bajar -a tierra lo menos posible y recibía las visitas y las -comisiones en su barco.</p> - -<p>Byron pretendió poner un poco de orden en la -anarquía griega y dar fin a las rivalidades de los jefes.</p> - -<p>La cosa fué imposible; la discordia era cada vez -mayor y estallaba a cada paso, hasta dentro de la -misma brigada que mandaba el lord, entre los suliotas -que le había recomendado Marcos Botzari a su -muerte.</p> - -<p>Al parecer, se seguía pensando en la expedición -contra Lepanto, pero los preparativos eran muy -lentos.</p> - -<p>En esto comenzó a correr la voz de que la salud -de Byron se hallaba muy quebrantada, por los repetidos -ataques de fiebre y por los continuos disgustos.</p> - -<p>La mayoría de la gente pensaba que el poeta no -duraría mucho. Un día de abril se dijo que había -hecho una salida a caballo, se había mojado y que -guardaba cama.</p> - -<p>Una semana después, nuestro lord moría, a consecuencia -de una inflamación cerebral. Se le hicieron -grandes exequias, y todos los jefes griegos aparecieron -muy unidos... y muy contritos.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Dos días más tarde, Mac Clair, que seguía enfermo, -me pidió que fuera a ver al coronel Stanhope, -para preguntarle qué íbamos a hacer.</p> - -<p>Stanhope me dijo que, probablemente, reembarcaríamos, -y añadió:</p> - -<p>—Yo me he comprometido con lord Byron a dirigir -la campaña, porque el poeta era un inglés de -cuya palabra se podía uno fiar; pero no me pasa lo -mismo con los jefes griegos que hoy afirman una -cosa y al día siguiente la contraria.</p> - -<p>Le pregunté si tendríamos barcos para todos y me -contestó que era una dificultad que había que resolver -como se pudiera.</p> - -<p>—¿El coronel Mac Clair y yo tenemos entonces libertad -para marcharnos, si encontramos ocasión?—le -pregunté.</p> - -<p>—Desde luego.</p> - -<p>—¿Quedamos desligados de nuestro compromiso?</p> - -<p>—En absoluto.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Como yo sabía el espíritu de contradicción y de -suspicacia que había entre los griegos y su poca -simpatía por los extranjeros, hice la gestión ante -el Comité, para que nos reconocieran a Mac Clair -y a mí nuestros grados. El Comité rechazó la petición, -y nos encontramos libres para abandonar -Grecia.</p> - -<p>Solía ir desde entonces todos los días al puerto a -averiguar si llegaba algún barco. Un día vi bajar de -una lancha a un caballero elegante, de frac azul, con -botones dorados, pantalones de paño gris y chaleco -blanco de piqué.</p> - -<p>Era el hombre rubio de la Sala de Cortes de Sevilla -que me habían dicho que había sido capitán del -Empecinado.</p> - -<p>—Yo le conozco a usted de Sevilla—le dije.</p> - -<p>—¡Es verdad! ¡Qué extraña casualidad!—exclamó -él, al decirle dónde le había conocido.</p> - -<p>Nos estrechamos la mano. Le conté mi historia y -él me contó la suya.</p> - -<p>Este hombre era Aviraneta. Me dijo que había ido -a ver a un consignatario, para tomar una plaza en -la corbeta Egina, que iba a partir, de un momento a -otro, con rumbo a Nápoles. Pedimos pasaje Mac -Clair y yo en ella, y nos dieron dos de tercera, porque -ya no había otros.</p> - -<p>Le preguntamos a Aviraneta dónde vivía en aquel -momento.</p> - -<p>Nos dijo que en una barca griega, en la que había -venido desde Alejandría, y que estaba esperando -órdenes para salir de Missolonghi. Le indicamos -que hiciera gestiones para que fuéramos Mac Clair y -yo a la barca griega. El capitán de la Chipriota, después -de muchas dificultades, aceptó, y Mac Clair y -yo nos trasladamos a este barco.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Si mi aventura de Missolonghi no había sido ni -muy lucida ni muy brillante, la de Aviraneta, aunque -con más éxito personal, no fué tampoco de gran -interés. He aquí lo que me contó don Eugenio:</p> - - - -<p class="i2 p2">«He salido de Alejandría hará próximamente un -mes, en la goleta Chipriota, al mando del capitán -Spiro Sarompas. Llegamos aquí hace unos veinte -días. El capitán Spiro traía unos pliegos para lord -Byron, fué a verle y le dijo que venía con un oficial -español.</p> - -<p class="i2">El lord le contestó que fuera yo inmediatamente -a su barco y que no tocara en tierra.</p> - -<p class="i2">Me puse de gala, y en la lancha fuí al <i>Cefaloniota</i>.</p> - -<p class="i2">A un oficial le dije que me había mandado ir Su -Excelencia y que tenía que darle una carta.</p> - -<p class="i2">—Démela usted a mí.</p> - -<p class="i2">Se la di y esperé un cuarto de hora.</p> - -<p class="i2">—Pase usted.</p> - -<p class="i2">Lord Byron me recibió y me dió la mano. Me -chocó la impresión de la mano; llevaba guantes de -seda de color de carne. Vestía bata y gorro griego -rojo. Su figura era hermosa, sobre todo la cabeza, -pero no tenía aire de serenidad ni de fuerza; parecía -una mujer. Sus rasgos eran demasiado correctos, y -su cuello, que llevaba desnudo, me pareció excesivamente -redondo.</p> - -<p class="i2">—Siéntese usted—me dijo.</p> - -<p class="i2">Me senté.</p> - -<p class="i2">—¿Habla usted inglés?</p> - -<p class="i2">—No, sólo francés.</p> - -<p class="i2">—¿No ha leído usted mis versos?</p> - -<p class="i2">—No, Excelencia.</p> - -<p class="i2">—¿No ha perdido usted nada?—dijo él riendo.</p> - -<p class="i2">—Creo que sí—le contesté yo—; pero mi vida ha -sido muy activa y mi educación descuidada.</p> - -<p class="i2">—El cónsul de Alejandría me recomienda a usted -eficazmente. ¿Qué quiere usted de mí?</p> - -<p class="i2">Entonces yo me levanté, me cuadré e hice la señal -de reconocimiento como masón del rito escocés. -A su vez se levantó él y me correspondió.</p> - -<p class="i2">—Cuénteme usted un poco su vida.</p> - -<p class="i2">Yo le conté mi vida.</p> - -<p class="i2">El cura Merino, el Empecinado, los carbonarios de -París, las conspiraciones, la lucha contra Angulema, -la escapada hasta Gibraltar, la vida en Tánger -y en Alejandría.</p> - -<p class="i2">—¡Y todo eso con poco dinero! Sin medios—exclamó -el lord, y añadió en español chapurrado -de italiano—: ¡Per Bacco! ¡Que es usted un -hombre!</p> - -<p class="i2">Al hablar, el lord mezclaba juramentos de todos -los países.</p> - -<p class="i2">Me preguntó si había llevado mi equipaje al <i>Cefaloniota</i>. -Le dije que no. Me encargó que lo trajera -inmediatamente y que no dijera a nadie que era español, -y mucho menos emigrado constitucional, y -que no saltara a tierra. Tocó un timbre, llamó a un -oficial y habló con él en inglés.</p> - -<p class="i2">Acompañado de este oficial, bajé a un bote que -llevaba la bandera inglesa, y me senté a popa sobre -un tapete de seda. Llegamos a la goleta Chipriota. -Subí. El capitán Spiro desembalaba unas cajas de -fusiles y pistolas.</p> - -<p class="i2">A bordo había dos comisionados del gobierno -griego, de grandes bigotes negros, acompañados de -cuatro soldados con fusiles.</p> - -<p class="i2">—Son de la policía política—me dijo el capitán -Sarompas—, y si no fuera porque pasa usted por -inglés y tiene usted tanta influencia con lord Byron, -le detendrían. Las cosas están muy embrolladas en -tierra.</p> - -<p class="i2">Volví al <i>Cefaloniota</i> y me llevaron el equipaje a -un camarote. Lord Byron estaba conferenciando -en aquel momento con unos comisionados griegos -de Missolonghi. Concluída la conferencia, salieron -los comisionados y el lord a cubierta. Entonces -noté la cojera de Byron. Se acercó a mí. Estaba -jovial.</p> - -<p class="i2">—Ahora vamos a almorzar, señor guerrillero—me -dijo.</p> - -<p class="i2">Comían a su mesa su segundo, un médico, el -doctor Bruno y el oficial de guardia, todos de uniforme.</p> - -<p class="i2">El lord me habló de las cosas de España, de Sevilla -y de Cádiz, de una corrida de toros que había -visto, y me recitó, como un inglés puede recitar en -español, trozos de Garcilaso de la Vega y de los romances -del Cid.</p> - -<p class="i2">Me preguntó también si la clerigalla (ésta fué su -palabra) seguía mandando en España.</p> - -<p class="i2">De cerca, lord Byron daba la impresión de un -hombre raro, medio afeminado, pero no débil, ni mucho -menos. En el almuerzo apenas comió mas que -golosinas, unas coles en vinagre, unas sardinas, frutas -y un pedazo de queso inglés. En cambio, bebió -bastante vino de Asti.</p> - -<p class="i2">Como vió que yo no bebía vino, dijo:</p> - -<p class="i2">—¡Qué extraño! Estos españoles ni comen ni -beben. Con una aceituna y un vaso de agua con -azucarillo, ya están despachados.</p> - -<p class="i2">Después de almorzar nos sirvieron café, y como -vió que yo lo tomaba a gusto, hizo el lord que me -sirvieran más.</p> - -<p class="i2">Después de almorzar nos levantamos y nos hicimos -todos grandes reverencias. Su Excelencia fué a -despachar sus asuntos y nosotros a fumar a la Cámara -de Oficiales.</p> - -<p class="i2">Me presentaron a unos y a otros, y nos saludamos -solemnemente.</p> - -<p class="i2">Toda esta ceremonia inglesa me fastidiaba un -poco.</p> - -<p class="i2">Después de fumar, me avisó el criado Tita que -fuera a ver a Su Excelencia. Entré en su habitación.</p> - -<p class="i2">—Veo, por lo que me ha contado usted—me dijo -el lord—, lo que ha sufrido usted por la libertad. -Usted ha andado por países civilizados, por países -como España, donde queda una gran cultura de -sentimientos; aquí, no; aquí no queda nada de la -Grecia antigua. Soy de la opinión de San Pablo, -que decía que no hay diferencia entre los judíos y -los griegos. El carácter de los dos es igualmente vil. -El griego actual no es sólo envidioso, malo y vengativo, -sino que es abandonado y sucio.</p> - -<p class="i2">Es un degenerado. No tiene fe en nada. Allá en -España confiaban ustedes en el compañero; aquí -no se puede confiar en nadie. Aquí se tiende usted -a dormir en el campamento, y al día siguiente -le han robado el reloj o el pañuelo, si es que -no le han cortado la cabeza. Además de esto, -los patriotas griegos tienen una gran hostilidad contra -el extranjero, y hasta a nosotros mismos, que -hemos venido aquí a luchar por su libertad, nos -odian.</p> - -<p class="i2">—No me diga más Su Excelencia—le indiqué -yo—; si esto es así, me voy inmediatamente.</p> - -<p class="i2">—No—me contestó él—. Espere usted. Es usted -el único español que ha acudido a secundar mi empresa, -y no quiero que pueda decir que no he hecho -por él todo cuanto esté en mi mano. Quédese usted -aquí unos días en el barco. Supongo que le convendrá -descansar, porque, indudablemente, está usted -débil.</p> - -<p class="i2">Todo el mundo, al verme delgado y pálido, suponía -lo mismo. En los días sucesivos ocurrió lo propio. -Byron me hizo mil preguntas, se rió, recitó versos; -y cuando yo le decía si había pensado algo -para mí, me contestaba que esperase.</p> - -<p class="i2">Un día me preguntó claramente.</p> - -<p class="i2">—¿Qué echa usted de menos aquí o qué le estorba? -Dígamelo usted claramente, dígamelo usted con -la franqueza de un nieto del Cid.</p> - -<p class="i2">—Excelencia—le contesté yo—. Para mí hay -aquí demasiada etiqueta.</p> - -<p class="i2">Lord Byron se echó a reír a carcajadas. Como vi -que lo tomaba alegremente, añadí:</p> - -<p class="i2">—Tanto ponerse la corbata y cepillarse la levita a -todas horas, y saludar al superior y al inferior, y -dejar que pase antes por una puerta y esperar a que -se siente, a mí, que he vivido entre campesinos, me -cansa.</p> - -<p class="i2">—Es usted un hombre original, guerrillero—me -dijo.»</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>—¿Y así ha vivido usted?</p> - -<p>—Así he vivido quince días en compañía de Byron, -hasta que éste ha enfermado y ha muerto, y -entonces me he trasladado a la Chipriota.</p> - -<p>—¡Qué suerte la de usted!</p> - -<p>—¿Pues?</p> - -<p>—Usted no tiene idea lo que es para mucha -gente haber vivido en la intimidad de lord Byron. -Ya ve usted, la mayoría de los ingleses que estábamos -en Missolonghi no hemos cruzado ni una vez la -palabra con él.</p> - -<p>—Pues era un hombre amable y muy asequible; -a veces, de una gran afabilidad.</p> - -<p>—Sí, para la gente original y extraña como usted. -Un guerrillero español que ha guerreado a las -órdenes de un cura no se encuentra todos los días. -Para nosotros, paisanos suyos sin historia, no era -tan asequible el lord, ni mucho menos.</p> - -<p>—Sí, claro; esto se explica.</p> - -<p>—¿Y de qué hablaban ustedes?</p> - -<p>—Principalmente, de España y de los guerrilleros. -Le interesaba mucho la vida y el carácter de Merino, -del Empecinado y de los otros cabecillas españoles, -las ideas, la manera de guerrear, sus odios, -sus antipatías y demás detalles.</p> - -<p>—¿Y qué vida llevaban ustedes?</p> - -<p>—A las cinco de la mañana tocaban los pífanos y -tiraban un cañonazo. Era la señal de levantarse todo -el mundo. Yo me vestía de prisa, salía al instante -del camarote, para que lo limpiaran, y luego volvía -a vestirme de etiqueta.</p> - -<p>—¿A qué hora se levantaba el lord?</p> - -<p>—Al amanecer. Solía estar leyendo y escribiendo -hasta las ocho en punto, en que llamaba. Lo hacía -todo con una exactitud cronométrica.</p> - -<p>—¿Sí? ¡Qué extraño! ¡Con la fama de hombre irregular -que tenía!</p> - -<p>—Pues era ordenadísimo. A las ocho tocaba el -timbre; entraban Tita, el criado, y Fletcher, el ayuda -de cámara. Estaban media hora. A las ocho y media -tres secretarios, con sus cartapacios, pasaban -un cuarto de hora. Luego venía el oficial de guardia, -otro cuarto de hora. A las diez menos cuarto, -Fletcher, con dos teteras de plata en una bandeja, y -Tita, con otra bandeja con tazas y un azucarero de -China. A las diez, el médico. A las diez y cuarto, los -comisionados griegos.</p> - -<p>—¿Y todos los días lo mismo?</p> - -<p>—Todos los días lo mismo.</p> - -<p>—Es curioso que usted haya visto sólo por dentro -lo que yo he visto sólo por fuera. ¡Qué pensaba -Byron!</p> - -<p>—Byron tenía ideas de poeta. Creía que era necesario -para Europa que Grecia se reconstituyera. -Afirmaba que los griegos iban a ser con el tiempo -lo que fueron en la edad antigua. Para este resultado -quería no sólo trabajar, sino sacrificarse. ¿Qué -importa mi vida?—me decía.</p> - -<p>—Y usted, ¿qué le contestaba?</p> - -<p>—Hombre, yo no tengo esa religiosidad ni esa -pasión por Grecia. Yo no soy poeta. Yo me -callaba.</p> - -<p>—¿Y, prácticamente, qué quería hacer?</p> - -<p>—Quería inculcar espíritu de unión a los jefes y -desterrar la barbarie. Por lo que me indicó, había -muchas disidencias entre los griegos. Parece que el -comité de Missolonghi y el gobernador de esta ciudad -le invitaban a que fuera al Congreso de Salamis, -y Maurocordato le excitaba para que fuera a -Hydra. Una y otra facción le enviaban cartas, mensajes, -e intrigaban y se denunciaban.</p> - -<p>—Y del coronel Stanhope, ¿qué opinaba?</p> - -<p>—No le he oído hablar de él nunca.</p> - -<p>—¿Era un incrédulo de verdad en cuestiones religiosas?</p> - -<p>—No sé. Algunas veces le he oído decir: soy una -oveja descarriada, pero no tanto como cree el mundo.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Cuatro días después de mi encuentro con Aviraneta, -se presentó a la vista de Missolonghi la corbeta -<i>Egina</i>, que salía para Nápoles.</p> - -<p>Fuimos Mac Clair y yo por la mañana y entramos -en la lancha y nos dirigimos a la corbeta. La -mayoría de los pasajeros eran militares franceses -muy bulliciosos.</p> - -<p>El capitán de la corbeta, Jorge Belisarios, fué designando -a cada uno su camarote y entregándole -una chapa con un número y fijando otra chapa de -hoja de lata en las puertas de los camarotes.</p> - -<p>A Mac Clair y a mí nos tocaron los peores.</p> - -<p>Poco después de embarcar nosotros, llegó a la -<i>Egina</i> una lancha que conducía al comisario griego -de Missolonghi, a su señora, sus hijos y varios criados -con una porción de bultos.</p> - -<p>Aviraneta me preguntó qué tal estábamos instalados, -y le dije que mal.</p> - -<p>—Yo le veré al capitán—indicó—. Con la recomendación -especial que me dió en vida lord Byron -me atiende mucho.</p> - -<p>Aviraneta explicó al capitán del barco lo que ocurría; -pero éste aseguró que tenía los demás camarotes -ocupados y que únicamente, si el comisario griego -quería trasladar su equipaje, se podría conseguir -el desocupar uno.</p> - -<p>—Vamos a ver al comisario griego—dijo Aviraneta—; -lo conozco por haberle visto en compañía de -lord Byron, y supongo que nos atenderá.</p> - -<p>Se avisó al comisario y bajamos a la cámara del -barco, y esperamos.</p> - -<p>El comisario era un hombre de unos cincuenta -años, gordo, pesado, con la nariz de cuervo, el pelo -negro, el bigote largo y unas ojeras de color morado -obscuro.</p> - -<p>Este comisario era un phanariota. Los phanariotas, -habitantes del barrio griego de Constantinopla -que llaman el Phanar, no son griegos puros, sino -mixtos de otras razas; son como los judíos, gente de -comercio que han vivido siempre entregados a la -usura y a los negocios.</p> - -<p>Aviraneta explicó en francés al comisario lo que -ocurría. El comisario, al principio, no parecía dispuesto -a ceder; pero Aviraneta le dijo claramente -que no le parecía digno que a un coronel que había -ido a defender la independencia de Grecia, enfermo -de cuidado, se le dejara abandonado en un rincón -infame.</p> - -<p>El comisario se avino a razones y dispuso que uno -de sus criados desalojase un camarote. Como este -camarote era pequeño, Aviraneta no quiso que -fuera allí Mac Clair y cedió el suyo yendo él al pequeño.</p> - -<p>El que cedió era el mejor del barco.</p> - -<p>Instalé a Mac Clair en la cámara. Por la noche nos -hicimos a la vela y comenzamos nuestra navegación.</p> - -<p>Cruzamos con muchos barcos, grandes y pequeños, -y nos acompañó durante algún tiempo un corsario -griego, el <i>Vigilante</i>. Ibamos muy cerca, y se -les veía a los corsarios con su facha de bandidos.</p> - -<p>—¿Cómo no les persiguen los turcos?—le pregunté -a un marinero.</p> - -<p>—Los marineros turcos son muy malos—me -dijo—. Nombran capitanes a gente que no sabe nada -de náutica, no se ocupan de sus barcos y creen que -sus cañones son buenos si meten mucho ruido.</p> - -<p>Al día siguiente se nos acercó un bergantín mercante. -Izamos bandera inglesa; ellos, francesa.</p> - -<p>—¿A dónde van?—nos preguntaron.</p> - -<p>—A Nápoles. ¿Y ustedes?</p> - -<p>—A Chipre. ¿De dónde vienen?</p> - -<p>—De Missolonghi.</p> - -<p>—¿Qué se sabe de lord Byron?</p> - -<p>—Ha muerto.</p> - -<p>La noticia produjo un gran efecto en el barco; la -popularidad del lord poeta era extraordinaria.</p> - -<p>Tuvimos en la travesía un tiempo muy bueno.</p> - -<p>Yo dormía en el sollado y, la mayor parte de los -días, sobre cubierta.</p> - -<p>Los franceses se reunían a almorzar y a comer en -una mesa, debajo de un toldo, y allí bebían y charlaban -por los codos.</p> - -<p>Como en esta época no había simpatía entre franceses -e ingleses, y los oficiales franceses iban en una -clase inferior a la del comisario griego y a la de Aviraneta, -no nos reuníamos unos con otros.</p> - -<p>Yo bajé varias veces a la cámara, que se había -convertido en gabinete de lectura. El comisario griego -leía a Píndaro; Aviraneta, los libros de la biblioteca -del barco.</p> - -<p>Aviraneta y yo hablábamos mucho de España.</p> - -<p>Como hacía ya mucho calor, solíamos ir por la -tarde a la toldilla de popa y allí comenzaron a ir el -comisario, su mujer y su cuñada.</p> - -<p>Estas dos damas eran hijas de un coronel francés -del Imperio, y la casada no tenía más distracción -que leer las memorias de los generales de Napoleón.</p> - -<p>Charlamos con ellas acerca de política y de literatura.</p> - -<p>El barco se detuvo en Nápoles. Como Mac Clair -se ponía cada vez peor y quería volver a su patria, -cuanto antes nos embarcamos en una polacra que -iba a Gibraltar.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>La polacra se llamaba la <i>Santa Chiara</i>, y era su -capitán el capitán Buonaccorsi. Eran nueve marineros, -el contramaestre y un grumete.</p> - -<p>Se levaron las anclas y salimos del puerto.</p> - -<p>Hicimos con el capitán muy buenas amistades. -Era un hombre amable y complaciente y cedió una -cámara próxima a la suya a Mac Clair.</p> - -<p>De día solíamos charlar constantemente, porque -el capitán era hombre instruído, y seguíamos nuestras -conversaciones de noche, sentados en un banco, -próximo al timón. Buonaccorsi era carbonario y -con este motivo intimó con Aviraneta.</p> - -<p>Solíamos hacer unas comidas espléndidas. Aviraneta -había hecho provisiones en Nápoles.</p> - -<p>Buonaccorsi levantaba una trampa de la toldilla -de popa, y solía sacar de un arcón café molido, azúcar, -galletas, tarros de manteca y aguardiente.</p> - -<p>Después de comer los marineros, comíamos nosotros -y, a veces, teníamos verdaderos banquetes. El -grumete Beppo nos servía la comida y solíamos -reírnos con sus ocurrencias, porque era un chico -listo y gracioso.</p> - -<p>El pobre Mac Clair era el que no participaba de -estos banquetes.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Tres días después de salir de Nápoles, tuvimos -un tiempo de calma chicha. Nos dedicamos a pescar -desde el barco, y cogimos unas hermosas doradas.</p> - -<p>Buonaccorsi nos preguntó si sabíamos nadar. Yo -le dije que sí.</p> - -<p>Aviraneta también. Nos desnudamos y nos echamos -al agua. El capitán mandó a un marinero y a -Beppo, el grumete, que estuviesen con el bote cerca.</p> - -<p>Nadamos durante una hora, y, al volver, nos encontramos -con la desolación en el barco.</p> - -<p>Al grumete Beppo se le había ocurrido desnudarse -y echarse a nadar; pero, fuera que se hubiese enredado -en algunas hierbas marinas, o que algún -pulpo se le había enganchado, el caso es que se -hundió y no pareció.</p> - -<p>Al ocurrir esta desgracia, Mac Clair había salido -del camarote y estaba en la borda mirando el mar. -Los marineros de la <i>Santa Chiara</i> aseguraron que -Mac Clair le había dado la <i>jettatura</i> al pobre grumete.</p> - -<p>Después de la calma chicha, tuvimos un temporal -violento, que los marineros atribuyeron también al -mal de ojo que daba Mac Clair al barco.</p> - -<p>El espíritu de la tripulación se fué haciendo cada -vez más hostil a nosotros, y Buonaccorsi nos participó -que no iba a tener más remedio que desembarcarnos -en el primer puerto.</p> - -<p>Así lo hizo, y un día de mayo desembarcamos en -Ondara.</p> - - - - -<h2 id="empecinado">EL FINAL DEL EMPECINADO<br /> -<span class="smcap">Narración de Aviraneta</span></h2> - - -<p><span class="smcap">A</span> los tres días de salir de Ondara llegamos, en la -barca del <i>Farestac</i>, a la vista de Marsella. -Hicimos nuestras señales, y vino, por la mañana, a -bordo de nuestro lanchón la falúa de sanidad, con -un médico.</p> - -<p>Urbina, la Clavariesa y yo embarcamos en la falúa -y fuimos al lazareto.</p> - -<p>Nos introdujeron en una sala y nos examinaron y -tomaron el pulso.</p> - -<p>Luego nos llevaron delante de un tribunal, y el -presidente nos declaró libres de contagio. Nos fumigaron -las maletas y quedamos libres.</p> - -<p>La Clavariesa y Urbina fueron al mejor hotel de -Marsella, y yo a un modesto <i>garní</i> de tres francos.</p> - -<p>Al día siguiente me presenté en la mensajería real -y tomé un asiento en la berlina de la diligencia de -Burdeos. Iban conmigo dos compañeros que dormían -como troncos. Yo, que nunca he podido dormir -en coche, me dediqué a fumar.</p> - -<p>Anduvimos toda la noche; amaneció un hermoso -día, y mis compañeros, que se despabilaron, me saludaron -en mal francés.</p> - -<p>—Estos son españoles—pensé yo—, y les hablé -en castellano.</p> - -<p>—¿Cómo ha conocido usted que éramos españoles?—me -preguntó uno de ellos.</p> - -<p>—En el acento y en el tipo. Hasta aseguraría que -este señor—y señalé al de mi izquierda—es vascongado.</p> - -<p>—Cierto. Soy de Tolosa, y mi compañero, de la -Rioja. Y usted, ¿de dónde es?</p> - -<p>—Soy nacido en Madrid, pero hijo de guipuzcoanos -y criado en Guipúzcoa.</p> - -<p>—¿Es usted comerciante?</p> - -<p>—No, emigrado.</p> - -<p>—¿Liberal?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—Yo también—me dijo el riojano—. He sido -cura beneficiado de Haro, y, como me manifesté partidario -de la Constitución, los realistas y la gente de -iglesia me hicieron tal guerra, que me tuve que escapar -a Francia.</p> - -<p>El beneficiado Pinedo—así se llamaba el cura—, -parecía un buen hombre; el guipuzcoano, que se -apellidaba Urmendia, era hombre de más conchas.</p> - -<p>Llegamos a Nimes, nos hospedamos en un buen -hotel, y, después de descansar, el beneficiado Pinedo -y yo recorrimos la ciudad y vimos los monumentos. -Urmendia desapareció y no le vi hasta las diez de la -mañana del día siguiente, en que tomamos la diligencia -para Tolosa de Francia. Hablamos Urmendia -y yo de Basterrica, a quien conocía, por ser del mismo -pueblo, y a quien creía en América. Le dije yo -que estaba en Alejandría de Egipto.</p> - -<p>—¿Y cómo lo sabe usted?—me preguntó él.</p> - -<p>—Porque he estado con él en Alejandría.</p> - -<p>Conté mi viaje con todos sus accidentes, cosa que -les interesó mucho; Urmendia me dijo que había supuesto -si yo sería algún militar de los del ejército de -Mina.</p> - -<p>Nos detuvimos en Montpellier, y el beneficiado y -yo vimos la ciudad, la catedral, el paseo de Peyrou -y algunas otras cosas.</p> - -<p>Urmendia se nos escapó; le pregunté a Pinedo qué -hacía mi paisano, y el cura me confesó que su amigo -era un empresario de casas de juego y que estaba -preparando el negocio en aquellos pueblos con -otros jugadores franceses. El beneficiado era también -accionista de la empresa.</p> - -<p>Regresó Urmendia a la fonda, y me despedí de él -y del beneficiado. Tomé la diligencia, llegué a Toulouse, -donde no hice mas que comer, y continué -hasta Burdeos, donde me apeé en el Hotel Richelieu.</p> - -<p>Escribí un billete a don Juan José Zangroniz, comerciante -y corresponsal de Alzate e Ibargoyen, de -Méjico, anunciándole mi llegada y el hotel en que -me encontraba, y lo despaché con un mozo de la -fonda. A la hora de haberlo recibido se presentaron -en la fonda Zangroniz y mi primo Berroa, a quien -no había visto desde que yo tenía ocho años, en -Irún. Berroa me dijo que nuestro tío Ibargoyen llegaría -al cabo de quince días o un mes. Como yo tenía -pasaporte como súbdito inglés, le dije a Berroa y a -Zangroniz que pensaba utilizarlo para ir a América.</p> - -<p>Berroa me dijo que no lo hiciera, que entre los comerciantes -de Méjico un inglés era siempre mirado -como un hereje, y que preguntase a don José Ignacio -de la Torre de Vera Cruz, a Ibarrondo el de Guadalajara -de Méjico, a Iñigo y a otros comerciantes -mejicanos que estaban en aquel momento en Burdeos, -y vería cómo me decían lo mismo.</p> - -<p>Efectivamente, tanto la Torre, como Ibarrondo, me -dijeron que si iba como súbdito inglés me perjudicaría -mucho entre los mejicanos y los españoles, -que me mirarían como un luterano o un calvinista.</p> - -<p>Zangroniz se encargó de poner en regla mi pasaporte -como español, y lo arregló pronto.</p> - -<p>Llegó el buque que se esperaba, y mi tío Ibargoyen -no apareció; pero Berroa recibió una carta suya -diciendo que no saldría hasta el otro correo, lo que -hacía que no pudiera llegar hasta pasado mes y -medio.</p> - -<p>Berroa dijo que pensaba ir en el intervalo a Irún -a ver a sus parientes y, de allí, a San Ignacio de -Loyola, pues había hecho la promesa de hacer ejercicios, -durante una terrible tormenta que le cogió en -el Pacífico.</p> - -<p>Berroa me instó a que yo hiciese lo mismo. Como -mi primo era muy bruto, no quise discutir con él -acerca de los ejercicios espirituales, y le dije que no -me convenía entrar en España, y que, únicamente, -si mi tío Sebastián Ignacio de Alzate me escribiera -diciendo que no corría ningún peligro en San Sebastián, -entraría.</p> - -<p>Mi primo Berroa escribió al tío Alzate, que le contestó -y le envió una carta para mí, diciéndome que -podía ir a San Sebastián sin ningún cuidado.</p> - -<p>En vista de esto, acepté, y Zangroniz se encargó -de pedir los pasaportes para Berroa y para mí. Salimos -de Burdeos y llegamos a Irún. El cura Errazu -me recibió muy amablemente, y me hizo que le contara -mis andanzas.</p> - -<p>Mi primo quedó en Irún y me dijo que le esperara -diez días más tarde, en San Sebastián, para ir a -Loyola.</p> - -<p>—Sí, sí—le dije yo—, esperaré.</p> - -<p>De Irún marché a San Sebastián y fuí a ver a mi -tío Alzate. Este era secretario del ayuntamiento y -absolutista, pero no muy fanático. Creía que la política -no tenía que ver gran cosa con la vida.</p> - -<p>—No tengas ningún cuidado—me dijo—; a pesar -de ser absolutistas, estamos dando más ejemplos -de tolerancia que vosotros. Hemos tenido constitucionales -en el pueblo y han vivido sin que -nadie se meta con ellos. Además, eres mi sobrino, y -basta.</p> - -<p>—Necesitaré algún papel de la policía—le indiqué.</p> - -<p>—Te lo darán en seguida. El subdelegado es amigo -nuestro. No sé si te acordarás de él: Carrese.</p> - -<p>—Sí, sí. Ya lo creo.</p> - -<p>—Le avisaré.</p> - -<p>Vino Carrese a verme.</p> - -<p>Este Carrese era un agente de negocios de Madrid, -amigo de mi padre y mío. Cuando yo iba a la corte, -por los años del 1816 al 20, y, después, en el período -constitucional, solía acudir de tertulia a su casa, -con un hermano del marino Churruca, y algunos -otros. Estaba agradecido a mí, porque, en los tres -años de Constitución, no dejamos los amigos de ir a -visitarle, a pesar de ser él un fanático realista.</p> - -<p>Carrese me recibió muy amablemente y me dió -una tarjeta de seguridad.</p> - -<p>Estuve seis días en San Sebastián, y, al cabo de -este tiempo, marché a Irún a la fonda de Ramón -Echeandia, compañero de mi niñez.</p> - -<p>De los amigos de la infancia muy pocos vivían ya -en Irún.</p> - -<p>Todo el Aventino había desaparecido: unos habían -muerto en la guerra de la Independencia, otros -se habían embarcado para América.</p> - -<p>El pueblo, a pesar de esto, era mayor, había llegado -mucho forastero y tenía más tiendas que en mi -época y dos o tres cafés.</p> - -<p>Estaba entretenido en Irún, recordando los tiempos -antiguos; había hecho nuevos amigos y solía -charlar de política con completa libertad.</p> - -<p>Un día estaba paseándome en la plaza, cuando -aparecieron por la cuesta de San Marcial, que sube -al pueblo desde el barrio del Bidasoa, tres hombres -a caballo.</p> - -<p>Uno de ellos se acercó a mí y me preguntó:</p> - -<p>—¿Qué hora es?</p> - -<p>Saqué el reloj y le dije la hora.</p> - -<p>—¿No me conoce usted?—me preguntó desde el -caballo.</p> - -<p>—¡Diablo! Usted es un cervato.</p> - -<p>—Sí; Bienvengas, el del Villar.</p> - -<p>—Es verdad. ¿Y qué hace usted aquí?</p> - -<p>—Voy a la fonda de Echeandia. Vaya usted. Allí -nos veremos a la hora de comer.</p> - -<p>Seguí paseando con los amigos y fuí a la fonda.</p> - -<p>Me encontré con los tres caballistas, que me pasaron -a su cuarto.</p> - -<p>Eran cervatos de Villar del Ciervo, y habían servido -con el Empecinado.</p> - -<p>Los tres cervatos eran contrabandistas y se habían -sublevado con el Empecinado y conmigo en la -Ribera del Duero, a principio de 1820.</p> - -<p>Dos de los cervatos se quedaron a arreglar el ganado, -y Bienvengas me dijo:</p> - -<p>—Don Eugenio, usted está dejado de la mano -de Dios.</p> - -<p>—Pues, ¿por qué?</p> - -<p>—¡Usted en España! ¿Sabe usted lo que le ha sucedido -al Empecinado?</p> - -<p>—Sí; sé que está preso en Roa.</p> - -<p>—¡Pero cómo lo tratan! El corregidor don Domingo -Fuentenebro lo tiene preso en un calabozo inmundo, -y los días de fiesta lo saca y lo manda exponer -al público, en una jaula, para que los realistas -le insulten y le escupan.</p> - -<p>Yo palidecí, como si me hubieran pegado una puñalada.</p> - -<p>—La madre de Martín llora delante de la jaula de -su hijo, y la querida, aquella muchacha que vivía -con el Empecinado, se pasea delante de la jaula del -brazo de un oficial de voluntarios realistas.</p> - -<p>—¡Qué final! Es que el Empecinado es terco. Yo -le escribí dos veces desde Gibraltar, diciéndole que -no se fiara de la capitulación de Extremadura, que -fuera a reúnirse conmigo..., y no hizo caso.</p> - -<p>—Quizá no recibiera la carta. Y él sin usted está -perdido.</p> - -<p>—¿Y qué harán con él?</p> - -<p>—Matarlo; piensan darle garrote.</p> - -<p>—¡Si se pudiera hacer algo por ese hombre!</p> - -<p>—¡Qué se va a hacer! Lo único que debe usted -hacer es marcharse ahora mismo a Francia. Yo le -acompañaré y, como conozco a los de la Aduana, -no le dirán nada.</p> - -<p>—Es que tengo la maleta aquí en la fonda.</p> - -<p>—Yo diré que se la manden a usted; pero váyase -usted. Hágame usted caso.</p> - -<p>Me trajeron uno de los caballos, y Bienvengas y -yo fuimos camino de Behobia. Pasamos el puente -sin dificultad y entramos en un fonducho.</p> - -<p>—Ahora que está usted a salvo—me dijo Bienvengas—, -le voy a decir por qué le he traído aquí -en seguida. Es que hay entre nosotros uno que ha -vivido en Roa y es realista, y ése es muy posible que -le conozca a usted.</p> - -<p>Comimos y, durante la comida, hablamos mucho -y me dió noticias de los amigos. La mayoría de los -oficiales del Empecinado estaban libres. Larreategui -vivía en Madrid; Casimiro de Gregory estaba en -París; los hermanos del general, Juan, Antonio y -Hermógenes, se habían escapado. De los vaqueros, el -teniente Gotor estaba en Portugal y el sargento Juan -de Dios en América.</p> - -<p>Juan de Dios, según me dijo Bienvengas, había -estado a punto de ser fusilado, pero le salvó un soldado -de Merino, antiguo amigo mío y compañero de -la guerra de la Independencia, Gil de Aguilera, El -<i>Chiquet</i> se había marchado a Cataluña.</p> - -<p>Mientras me hablaba, yo recordaba, como si los -tuviera delante, a todos estos amigos; pero lo que -más me obsesionaba era el pensamiento del Empecinado -metido en la jaula.</p> - -<p>Lo estaba viendo en su casa, cuando iba a buscarle -para ir a cazar liebres con galgos al páramo de -Corcos. ¡Era tan ingenuo, tan bondadoso!</p> - -<p>El Empecinado tenía una casa de campo a orillas -del Duero, cerca de Nava de Roa, en un sitio llamado -el Salto de Caballo.</p> - -<p>Era casi un aduar de moro pobre, con las ventanas -pequeñas y sin ninguna comodidad. Tenía un -viñedo hermoso, que lo trabajó, y una bodega casi -a orilla del río y del camino de Peñafiel. El vino de -su bodega era de excelente calidad y valía siempre -hasta dos reales más en cántara que los de los pueblos -inmediatos.</p> - -<p>—¿Y de mí qué se dijo?—le pregunté a Bienvengas, -para librarme del recuerdo del Empecinado en -la jaula.</p> - -<p>—Entre nosotros ha corrido la noticia de que usted -había sido fusilado en las playas de Andalucía. -Respecto a su casa de Aranda, ya no queda en ella -nada, porque la han saqueado los realistas.</p> - -<p>—Y vosotros, ¿qué habéis hecho?</p> - -<p>—Pues nosotros, después de la capitulación de -Extremadura, nos dispersamos. El Empecinado se -marchó a su tierra y nosotros a Ceclavin a hacer -contrabando con Portugal. Así estuvimos algún -tiempo, hasta que unos cuantos ceclavineros formamos -una sociedad para hacer contrabando, y nos -pusimos en relación con políticos de Madrid y con -comerciantes de Pamplona, Valladolid y Zaragoza. -Hacemos el contrabando con Francia y con Portugal. -Hemos metido ahora dos cargamentos de muchos -millones por la parte de Navarra, y vamos hacia -la línea del Ebro, para ponernos de acuerdo con -los jefes de carabineros que pertenecen a la asociación. -Bueno. ¡Adiós, don Eugenio! Hasta la vista. -La maleta se la enviaré a usted en seguida, y Bienvengas -me abrazó y me puso una bolsa en la mano.</p> - -<p>—¿Qué me das aquí?</p> - -<p>—Nada, una bicoca. Usted necesitará dinero. Ahí -tiene usted veinte onzas.</p> - -<p>—No, no las necesito. Si las necesitara, las tomaría, -como si me las diera un hermano o un hijo, -pero no las necesito. Muchas gracias.</p> - -<p>El cervato me volvió a abrazar, y montó a caballo -y se fué. Por la noche recogí mi maleta.</p> - -<p>Salí de la posada de Behobia y encontré una muchacha -que iba a Bayona en un caballo con <i>cacolet</i>, -y me entendí con ella para hacer el viaje.</p> - -<p>A pesar de que la chica era sonriente y alegre y -le gustaba hablar, el recuerdo de la jaula donde estaba -metido el Empecinado, expuesto a los insultos -de la canalla, no se me podía borrar de la imaginación.</p> - -<p>Hice una porción de proyectos todos inútiles y -sobre el vacío. Llegué a Burdeos, y, para olvidarme -de la impresión penosa de la jaula de Roa, me suscribí -a un gabinete de lectura y me dediqué a leer.</p> - -<p>Le escribí al general Mina a Inglaterra, contándole -lo que pasaba con el Empecinado, pero no recibí -contestación.</p> - -<p>De allí a algunos días, se presentó de vuelta mi -primo Berroa. Desde su llegada, observé en su semblante -gran mudanza; sin duda, le habían dicho que -yo era un revolucionario peligroso.</p> - -<p>Pocos días después me dijo Zangroniz, en confianza, -que Berroa hablaba de mí como de un hereje -amigo de Mina y del Empecinado.</p> - -<p>Dos meses después de mi llegada a Burdeos apareció -mi tío Ibargoyen. Fuimos Zangroniz y yo a -verle a Royán; venía en una fragata. Yo no le conocía -a mi tío. En el tiempo en que yo estuve en Veracruz -él se hallaba viajando.</p> - -<p>Mi tío Ibargoyen era un hombre de más de sesenta -años, alto, grueso, sonrosado, jovial, franco, -generoso y amigo de francachelas. Toda la vida la -había pasado en el comercio de la China con Nueva -España, habiendo comenzado su carrera de piloto -en las Naos de Acapulco.</p> - -<p>En Méjico le llamaban el Chino. Había ganado -millones y se los había gastado alegremente.</p> - -<p>El tío Ibargoyen se hizo muy amigo mío, le -conté yo las vicisitudes de mi vida y le hablé -del triste final del Empecinado, metido en una jaula -en Roa.</p> - -<p>—¿Dónde está Roa?—me preguntó.</p> - -<p>Le enseñé en el mapa de España dónde se encontraba -este pueblo.</p> - -<p>—Imposible—dijo él—; si estuviera encerrado -en una prisión de un pueblo de la costa, yo era -capaz de armar un barco para socorrerle; pero -ahí, tan dentro de tierra, es completamente imposible.</p> - -<p>Lo comprendí yo también así, y tuve que olvidar -la suerte lamentable de mi general y mi amigo.</p> - -<p>Desterrando el recuerdo de lo pasado, me dediqué -a pensar en el porvenir.</p> - -<p>Mi tío determinó hacer las compras de un cargamento, -para venderlo en el mercado de Veracruz y -en algunos otros pueblos de la costa mejicana. Se -encargaron de la operación Zangroniz y mi primo -Berroa; compraron grandes partidas de sedería francesa -y varios miles de cajas de vinos de Burdeos y -de <i>Champagne</i>. El valor del cargamento subió cerca -de cien mil pesos.</p> - -<p>Por entonces, un naviero vizcaíno, llamado Maíz, -establecido en Burdeos, acababa de construír un -bergantín, y se decidió hacer la expedición en él. -El <i>San Pablo</i> era un hermoso barco. Lo mandaba -el capitán Vander Weyer, marino holandés, y tenía -una tripulación mixta de holandeses y franceses. -Hecho el cargamento por Zangroniz y Berroa, el -resto del cargamento lo realizaron Latorre, Iñigo, -Ibarrondo y otros comerciantes amigos de mi tío, -que tenían sus negocios en la costa mejicana. A petición -de Zangroniz se me nombró a mí sobrecargo -del <i>San Pablo</i>.</p> - -<p>Embarcado todo el cargamento y listo el buque, -fuimos una mañana todos a la catedral de Burdeos -a oír la misa de partida.</p> - -<p>Seguidamente, nos encaminamos al muelle, y, en -una lancha grande, nos embarcamos el armador -Maíz y los demás interesados en la expedición. En -el bergantín estaba puesta la mesa sobre cubierta, -porque hacía un tiempo delicioso. Ibamos de pasajeros -un comerciante establecido en Santo Tomás, -tres jóvenes que le acompañaban, mi primo y yo. -Comimos, hubo sus discursos de rúbrica, se levaron -las anclas y comenzamos a navegar por el Garona -abajo, hasta Royán.</p> - -<p>Nos despedimos de todo el mundo, pasamos la -barra y nos pusimos en franquía.</p> - -<p>Un año después, estando en Alvarado, en Méjico, -con un ataque reumático en cama, leí el terrible final -del Empecinado en un periódico francés. El guerrillero, -al ser conducido de la prisión de Roa al cadalso, -había roto las cuerdas que le ataban, y, arrancando -la espada de las manos del jefe de la escolta, -había intentado abrirse paso entre los esbirros. Los -voluntarios realistas se habían echado sobre él y le -habían cosido a bayonetazos. El corregidor, don Domingo -Fuentenebro, mandó subir el cadáver al tablado -y ordenó colgarlo por el cuello.</p> - - -<p class="p4 center">FIN DE LOS CONTRASTES DE LA VIDA</p> - -<p class="p4 i2">Itzea, febrero, 1920.</p> - -<div class="footnotes"><h2>NOTA:</h2> -<div class="footnote"> - -<p><a name="Footnote_1" id="Footnote_1" href="#FNanchor_1"><span class="label">[1]</span></a> Este relato es continuación del «Viaje sin objeto», -en la «Ruta del Aventurero».</p> -</div></div> - - - - -<h2>ÍNDICE</h2> - -<table border="0" cellpadding="5" cellspacing="5" summary="indice"> - -<tr> - <td class="tdr" colspan="3">Págs.</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdl smcap" colspan="3">El capitán Mala Sombra:</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">I.</td> - <td class="tdl"><a href="#I_I">Otra historia de Aviraneta.</a></td> - <td class="tdrb">11</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">II.</td> - <td class="tdl"><a href="#I_II">Morillo y el Empecinado.</a></td> - <td class="tdrb">15</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">III.</td> - <td class="tdl"><a href="#I_III">El Chiquet.</a></td> - <td class="tdrb">23</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">IV.</td> - <td class="tdl"><a href="#I_IV">En el Ayuntamiento.</a></td> - <td class="tdrb">29</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">V.</td> - <td class="tdl"><a href="#I_V">Los vaqueros.</a></td> - <td class="tdrb">35</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">VI.</td> - <td class="tdl"><a href="#I_VI">El capitán Mala Sombra.</a></td> - <td class="tdrb">39</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">VII.</td> - <td class="tdl"><a href="#I_VII">La presa.</a></td> - <td class="tdrb">47</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">VIII.</td> - <td class="tdl"><a href="#I_VIII">La decisión del capitán.</a></td> - <td class="tdrb">55</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">IX.</td> - <td class="tdl"><a href="#I_IX">Conchita Aguilafuente.</a></td> - <td class="tdrb">61</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">X.</td> - <td class="tdl"><a href="#I_X">Pancalieri.</a></td> - <td class="tdrb">69</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">XI.</td> - <td class="tdl"><a href="#I_XI">Final.</a></td> - <td class="tdrb">71</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdl1 smcap" colspan="2"><a href="#baza">El Niño de Baza.</a></td> - <td class="tdrb">73</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdl1 smcap" colspan="3">Rosa de Alejandría:</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">I.</td> - <td class="tdl"><a href="#III_I">El viaje a Egipto.</a></td> - <td class="tdrb">105</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">II.</td> - <td class="tdl"><a href="#III_II">La casa de Chiaramonte, el Maltés.</a></td> - <td class="tdrb">117</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">III.</td> - <td class="tdl"><a href="#III_III">Nuestro amigo Mendi.</a></td> - <td class="tdrb">125</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">IV.</td> - <td class="tdl"><a href="#III_IV">La familia Chiaramonte.</a></td> - <td class="tdrb">143</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">V.</td> - <td class="tdl"><a href="#III_V">Los conflictos de Mendi.</a></td> - <td class="tdrb">147</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">VI.</td> - <td class="tdl"><a href="#III_VI">La suerte.</a></td> - <td class="tdrb">155</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">VII.</td> - <td class="tdl"><a href="#III_VII">El cabo Yusuf.</a></td> - <td class="tdrb">159</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">VIII.</td> - <td class="tdl"><a href="#III_VIII">Despedida.</a></td> - <td class="tdrb">169</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdr">IX.</td> - <td class="tdl"><a href="#III_IX">Noticias de Egipto.</a></td> - <td class="tdrb">173</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdl1 smcap" colspan="2"><a href="#missolonghi">La aventura de Missolonghi.</a></td> - <td class="tdrb">175</td> -</tr> - -<tr> - <td class="tdl1 smcap" colspan="2"><a href="#empecinado">El final del Empecinado.</a></td> - <td class="tdrb">225</td> -</tr> - -</table> - - - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Memorias de un Hombre de Acción: #7 -Los Contrastes de la Vida, by Pío Baroja - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK MEMORIAS DE UN HOMBRE DE *** - -***** This file should be named 51858-h.htm or 51858-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/1/8/5/51858/ - -Produced by Carlos Colón, University of Toronto and the -Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net -(This file was produced from images generously made -available by The Internet Archive) - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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