summaryrefslogtreecommitdiff
diff options
context:
space:
mode:
-rw-r--r--.gitattributes4
-rw-r--r--LICENSE.txt11
-rw-r--r--README.md2
-rw-r--r--old/51858-8.txt6414
-rw-r--r--old/51858-8.zipbin101857 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51858-h.zipbin137996 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51858-h/51858-h.htm7874
-rw-r--r--old/51858-h/images/cover.jpgbin35422 -> 0 bytes
-rw-r--r--old/51858-h/images/page1.pngbin1146 -> 0 bytes
9 files changed, 17 insertions, 14288 deletions
diff --git a/.gitattributes b/.gitattributes
new file mode 100644
index 0000000..d7b82bc
--- /dev/null
+++ b/.gitattributes
@@ -0,0 +1,4 @@
+*.txt text eol=lf
+*.htm text eol=lf
+*.html text eol=lf
+*.md text eol=lf
diff --git a/LICENSE.txt b/LICENSE.txt
new file mode 100644
index 0000000..6312041
--- /dev/null
+++ b/LICENSE.txt
@@ -0,0 +1,11 @@
+This eBook, including all associated images, markup, improvements,
+metadata, and any other content or labor, has been confirmed to be
+in the PUBLIC DOMAIN IN THE UNITED STATES.
+
+Procedures for determining public domain status are described in
+the "Copyright How-To" at https://www.gutenberg.org.
+
+No investigation has been made concerning possible copyrights in
+jurisdictions other than the United States. Anyone seeking to utilize
+this eBook outside of the United States should confirm copyright
+status under the laws that apply to them.
diff --git a/README.md b/README.md
new file mode 100644
index 0000000..dde0c2d
--- /dev/null
+++ b/README.md
@@ -0,0 +1,2 @@
+Project Gutenberg (https://www.gutenberg.org) public repository for
+eBook #51858 (https://www.gutenberg.org/ebooks/51858)
diff --git a/old/51858-8.txt b/old/51858-8.txt
deleted file mode 100644
index 8798dc5..0000000
--- a/old/51858-8.txt
+++ /dev/null
@@ -1,6414 +0,0 @@
-The Project Gutenberg EBook of Memorias de un Hombre de Acción: #7 Los
-Contrastes de la Vida, by Pío Baroja
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most
-other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of
-the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
-www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have
-to check the laws of the country where you are located before using this ebook.
-
-Title: Memorias de un Hombre de Acción: #7 Los Contrastes de la Vida
-
-Author: Pío Baroja
-
-Release Date: April 25, 2016 [EBook #51858]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: ISO-8859-1
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ***
-
-
-
-
-Produced by Carlos Colón, University of Toronto and the
-Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net
-(This file was produced from images generously made
-available by The Internet Archive)
-
-
-
-
-
-
-
-
-
- Nota del Transcriptor:
-
-
- Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.
-
- Errores obvios de imprenta han sido corregidos.
-
- Páginas en blanco han sido eliminadas.
-
- Letras itálicas son denotadas con _líneas_.
-
- Las versalitas (letras mayúsculas de tamaño igual a las minúsculas)
- han sido sustituidas por letras mayúsculas de tamaño normal.
-
-
-
-
-PIO BAROJA
-
-
-MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN
-
-_El aprendiz de conspirador._
-
-_El escuadrón del Brigante._
-
-_Los caminos del mundo._
-
-_Con la pluma y con el sable._
-
-_Los recursos de la astucia._
-
-_La ruta del aventurero._
-
-_Los contrastes de la vida._
-
-_La veleta de Gastizar._
-
-_Los caudillos de 1830._
-
-_La Isabelina._
-
-
-
-
-OBRAS DE PIO BAROJA
-
-
- Vidas sombrías.
- Idilios vascos.
- El tablado de Arlequín.
- Nuevo tablado de Arlequín.
- Juventud, egolatría.
- Idilios y fantasías.
- Las horas solitarias.
- Momentum Catastrophicum.
- La Caverna del Humorismo.
- Divagaciones sobre la Cultura.
-
-
-LAS TRILOGÍAS
-
-
-TIERRA VASCA
-
- La casa de Aizgorri.
- El Mayorazgo de Labraz.
- Zalacaín, el aventurero.
-
-
-LA VIDA FANTÁSTICA
-
- Camino de perfección.
- Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox.
- Paradox, rey.
-
-
-LA RAZA
-
- La dama errante.
- La ciudad de la niebla.
- El árbol de la ciencia.
-
-
-LA LUCHA POR LA VIDA
-
- La busca.
- Mala hierba.
- Aurora roja.
-
-
-EL PASADO
-
- La feria de los discretos.
- Los últimos románticos.
- Las tragedias grotescas.
-
-
-LAS CIUDADES
-
- César o nada.
- El mundo es ansí.
-
-
-EL MAR
-
- Las inquietudes de Shanti Andía.
-
-
-MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN
-
- El aprendiz de conspirador.
- El escuadrón del Brigante.
- Los caminos del mundo.
- Con la pluma y con el sable.
- Los recursos de la astucia.
- La ruta del aventurero.
- La veleta de Gastizar.
- Los caudillos de 1830.
- La Isabelina.
-
-
-
-
- MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN
-
- Los contrastes de la vida.
-
-
-
-
- ES PROPIEDAD
- DERECHOS RESERVADOS
- PARA TODOS LOS PAÍSES
-
- COPYRIGHT BY
- RAFAEL CARO RAGGIO
- 1920
-
-
- Establecimiento tipográfico
- de Rafael Caro Raggio.
-
-
-
-
- PIO BAROJA
-
-
- MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN
-
- LOS CONTRASTES
- DE LA VIDA
-
-
- [Ilustración]
-
-
- RAFAEL CARO RAGGIO
- EDITOR
- MENDIZÁBAL, 34
- MADRID
-
-
-
-
- EL CAPITÁN MALA SOMBRA
-
-
-
-
- I
-
- OTRA HISTORIA DE AVIRANETA
-
-
-UN día de fiesta por la tarde estaba en mi casa de la cuesta de Santo
-Domingo leyendo. Mi mujer había salido con una amiga suya a pasear en
-coche por la Moncloa, y yo pensaba dedicarme a la lectura de Balzac,
-autor que siempre me ha divertido mucho y a quien debo momentos
-agradabilísimos. Había dado la orden categórica a Bautista, mi ayuda
-de cámara, de que no estaba para nadie, y me encontraba muy a gusto al
-lado de la estufa cuando oí que llamaban a la puerta. Escuché pensando
-quién podría ser el inoportuno visitante. No esperaba a nadie. Supuse
-que Bautista cumpliría mis órdenes, pero noté que el recién llegado
-avanzaba por el corredor.
-
-Al levantarse la cortina de mi despacho miré a Bautista furibundamente,
-y éste, antes de que le reprochara nada, me dijo:
-
---Es don Eugenio.
-
---¡Ah!, que pase en seguida.
-
-Hacía ya tiempo que no veía a mi viejo amigo Aviraneta. Esto pasaba
-meses después de la revolución del 54. Don Eugenio por aquella época,
-como yo y otros amigos particulares de María Cristina, habíamos tenido
-que escondernos huyendo de la quema hasta que se restableció la
-normalidad. Aviraneta volvía de San Sebastián. Estaba, según me dijo,
-dispuesto a no intervenir ya en la política.
-
-Entró don Eugenio en mi despacho; nos abrazamos efusivamente y se sentó
-en una butaca que le ofrecí.
-
-Me preguntó por mi mujer y por todos los amigos comunes de la corte;
-dijo que había pasado la mañana con Istúriz, que, incomodado por la
-marcha de los acontecimientos, ya no quería salir a la calle, ni hablar
-con nadie. Don Eugenio pensaba dedicarme la tarde. Me contó que iba a
-tomar una casita en la calle del Barco y a vivir allí en la obscuridad,
-como un buen militar retirado, con su Josefina. Después de charlar
-largo rato miró y remiró el libro que tenía yo sobre la mesita al lado
-de la poltrona.
-
---¿Qué estás leyendo?--me preguntó.
-
---Estoy leyendo a Balzac. Ahora voy en los _Secretos de la Princesa de
-Cadignan_.
-
---Carignan--corrigió Aviraneta.
-
---No, Cadignan.
-
---El título verdadero de los príncipes es Carignan.
-
---Sí; pero aquí no se trata del título verdadero. Esta princesa de que
-se habla en la novela no es un personaje histórico. Yo no sé si hay en
-la realidad una familia de Carignan.
-
---La hay.
-
---Bien; pero este libro no se refiere a ella.
-
---Sí; quizá sea una modificación novelesca.
-
---¿Y por qué le ha chocado a usted esto? ¿Ha conocido usted algún
-Carignan?
-
---No; pero este título me recuerda una historia ya lejana... de 1823.
-
---¿Una historia? A contarla, don Eugenio. Ya sabe usted que soy su
-historiador. No cedo mi plaza a nadie.
-
---¿Te he contado alguna vez la historia del capitán Mala Sombra?
-
---No.
-
---Me he acordado de ella porque tiene alguna relación lejana con un
-príncipe de Carignan. Ya que tú no tienes nada que hacer y yo tampoco,
-y nuestras mujeres respectivas están de paseo, di a tu criado que me
-traiga una copa de coñac _Fine Champagne_ del excelente que guardas, y
-un tabaco de La Habana, y charlaremos.
-
-Llamé a Bautista, bebimos nuestras copas, encendimos los habanos y nos
-arrellanamos en nuestros sillones.
-
-
-
-
- II.
-
- MORILLO Y EL EMPECINADO
-
-
-YA te he contado, mi querido Pello--comenzó diciendo Aviraneta--, cómo
-a final de abril de 1823 llegué yo a Valladolid en compañía de mis
-amigos el Lobo y Diamante.
-
-Al reunirme con el Empecinado hice por orden suya un llamamiento a
-los patriotas de Castilla la Vieja y a la Milicia nacional. Fueron
-acudiendo en grupos, y uno a uno, los milicianos de Valladolid, los de
-los pueblos de los alrededores y los de Toro, Medina, etc. Se comenzó a
-organizarlos y armarlos de la mejor manera posible.
-
-Nos encontrábamos dedicados a este trabajo, cuando llegó a la ciudad
-del Pisuerga don Pablo Morillo, conde de Cartagena, nombrado días
-antes, por el Gobierno, general en jefe del ejército de Galicia.
-
-Traía Morillo unos mil hombres, con una oficialidad numerosa y un
-brillante Estado Mayor.
-
-Como entonces y como ahora todo el mundo se creía en España con derecho
-a mandar y a tener iniciativas, la Asamblea de los Comuneros de
-Valladolid, Torre o Fortaleza, como se decía entre ellos en su jerga,
-llamó al Empecinado, que era de los suyos, y le confirió la misión de
-que se avistara con Morillo y le hablara para inclinarle el ánimo a que
-no abandonase la ciudad marchándose a Galicia.
-
-Naturalmente, hubiera sido de mayor conveniencia para nosotros los
-liberales, en peligro ante la invasión francesa, reúnir las tropas
-en un punto que no desperdigarlas, pero no todos pensaban lo mismo.
-Había muchos políticos y militares que tenían interés en que la guerra
-se acabara cuanto antes con la derrota de las fuerzas del Gobierno
-Constitucional. Al Empecinado no le hizo mucha gracia el encargo de la
-confederación de Comuneros; pero como Gran Castellano de esta Sociedad
-(así se llamaban los jefes de ella), no tuvo más remedio que aceptar la
-comisión.
-
-Don Juan Martín se dispuso a cumplir el encargo y a visitar al conde de
-Cartagena, llevándome a mí de asesor. Hablamos los dos de esta misión
-considerándola como de un éxito muy problemático.
-
-Salimos del alojamiento del Empecinado una tarde, después de comer, y
-nos dirigimos a la Capitanía general.
-
-Yo iba de uniforme; don Juan, de paisano, con una capa parda que le
-llegaba hasta los talones y un sombrero redondo envuelto en una funda
-de hule.
-
-Llegamos a la Capitanía, entramos en el portal y nos detuvo el
-centinela. Asomóse un teniente de guardia y yo le dije:
-
---El general Empecinado y su ayudante, que vienen a visitar al señor
-conde de Cartagena.
-
-El oficial nos hizo el saludo militar, y don Juan Martín y yo subimos
-hasta el primer piso. Nos anunciamos y nos hicieron pasar a un salón.
-
-Morillo, acostumbrado al fausto de los virreyes de América, lo llevaba
-con él, allí por donde iba.
-
-Estaba el general sentado en un trono, vestido de uniforme; llevaba
-bordados por todas partes y parecía un ídolo de oro. Sus ojos, negros
-como cuentas de azabache, brillaban en su cara de carrillos abultados;
-su gruesa cabeza entrecana se erguía con orgullo, y sus manos, tostadas
-por el sol, aparecían por entre los encajes de las mangas y se apoyaban
-en los brazos del sillón.
-
-Alrededor del general, formando un semicírculo, se agrupaba su Estado
-Mayor, una veintena de oficiales peripuestos y elegantísimos, con los
-uniformes llenos de galones y los tricornios de plumas.
-
-Al entrar nosotros en la sala hubo un gran movimiento de curiosidad.
-
---Este es el Empecinado--dijo alguno.
-
---Si es verdad, ¡qué tipo!
-
---¡Qué tosco!--exclamó uno de los oficiales.
-
---Parece un gañán--dijo otro.
-
-Morillo, al vernos, se levantó de su sitial y estrechó la mano a don
-Juan.
-
---¿Cómo estás, Martín?--preguntó.
-
---Bien; ¿y tú, Morillo?
-
---Bien.
-
-Morillo habló a su ayudante y le ordenó que despidiera a todo el mundo
-y se quedara sólo él.
-
-Los oficiales se inclinaron ante el capitán general y salieron.
-
-Morillo, señalando una silla, dijo al Empecinado:
-
---Siéntate.
-
---No, estoy bien.
-
---Bueno, me sentaré yo. Habla. ¿Qué quieres?
-
---Morillo--dijo el Empecinado, con la nobleza natural que le
-caracterizaba, haciendo largas pausas en su discurso--. Somos los dos
-españoles, y españoles del pueblo...
-
---Cierto.
-
---Somos constitucionales y amamos la libertad... Hoy, Morillo, estamos
-amenazados de una invasión de los franceses, que quieren restablecer
-el rey absoluto... Nosotros, que combatimos en la guerra de la
-Independencia a esos mismos franceses... podemos de nuevo levantar
-la bandera de la libertad en esta tierra..., sublevando los pueblos
-y organizando batallones y escuadrones... Castilla espera todo de
-ti, general; también espera mucho de mí... Porque yo, aunque no poseo
-conocimientos, tengo un corazón que arde... y sabré dar toda mi sangre
-por la patria.
-
---Lo sé--dijo Morillo.
-
---Pues bien, Morillo, los patriotas de Valladolid me han comisionado...
-para que me vea contigo y te ruegue que te quedes entre nosotros y no
-vayas a Galicia... El dividir tanto las fuerzas ante el enemigo es
-peligroso... Los patriotas de esta ciudad han pensado formar una Junta
-para ponerte al frente del movimiento... declarando guerra a muerte a
-los franceses y a los nuevos afrancesados... Si aceptas, si encuentras
-bien la idea, te proclamarán general en jefe y presidente de la Junta;
-yo seré tu segundo y mandaré la caballería. Es la proposición que te
-hago en nombre de los liberales de Valladolid. Ahora... el pueblo de
-Castilla espera tu respuesta.
-
-Morillo estuvo un instante con la gruesa cabeza apoyada en la mano
-derecha; después, levantándose e irguiéndose rígido, gritó con voz
-clara y metálica:
-
---Empecinado, si fueras otro, inmediatamente te mandaría fusilar.
-
---Estoy en tus manos.
-
---Eres y serás un hombre de corazón, valiente, esforzado, pero cándido
-y terco. ¿No comprendes que las circunstancias de hoy son diferentes
-a las de la guerra de la Independencia? ¿Qué español estaba entonces
-contra nosotros? Nadie. Hoy lo están todos los realistas, que son más,
-mucho más de la mitad de la nación. ¿Vas a declarar la guerra a muerte
-y sin cuartel? Locura. ¿Quién te seguirá?
-
---El pueblo.
-
---¡Qué ilusión! Tendrías que hacer la guerra a España entera. Estáis
-empeñados en creer que todo se puede arreglar con la Constitución de
-Cádiz. Tus consejeros te engañan, Empecinado.
-
-Morillo, al decir esto, me miró a mí con aire desdeñoso.
-
---Creo que no--contestó don Juan Martín.
-
---Está bien. No discutamos--siguió diciendo el general, con voz
-imperiosa--. Yo, como militar, no tengo más obligación que la de
-defender al rey nuestro señor. Cumpliendo sus órdenes, refrendadas por
-su firma, mañana saldré para Galicia con el general Wall, que está
-presente. Yo no puedo aceptar la presidencia de una Junta facciosa,
-ni el mando de un ejército popular, ni mucho menos el declararme en
-rebeldía contra la sagrada persona de Fernando VII, que Dios guarde.
-
---Está bien--dijo el Empecinado--; vamos, Eugenio.
-
-Don Juan Martín se arregló la capa con un movimiento suyo de labriego,
-que me hacía pensar en el alcalde de Zalamea, y, sin saludar a Morillo,
-salimos los dos de la sala, dejando al general en su sillón, brillante
-de galones, como un ídolo de oro.
-
-Bajamos las escaleras y salimos a la calle.
-
---Este es otro O'Donnell; otro Montijo--exclamó don Juan Martín--. Se
-apoyan en el pueblo mientras les conviene, entonces no piensan en la
-sagrada persona del monarca. ¡Canallas!
-
---Con estos generales la causa de la Constitución está perdida--dije yo.
-
---No, todavía no. Nosotros lucharemos con toda nuestra alma. No hemos
-de dejar que se pierda la libertad que tantos esfuerzos nos ha costado
-conseguir. No. ¡Por Dios, que no!
-
-Volvimos a casa.
-
-Al día siguiente, el general don Pablo Morillo, conde de Cartagena,
-salía de Valladolid, por la mañana, en dirección de Galicia. Toda la
-tropa que había en la ciudad se llevó consigo. Entre ellas, un batallón
-de nacionales de las Provincias Vascongadas, comprometido a venir con
-nosotros, y la escolta que el Empecinado había sacado de la Corte.
-
-Algunos masones y comuneros intentaron influir la noche anterior de
-la salida con los oficiales de Morillo para que no le siguieran, pero
-no obtuvieron el menor resultado, porque casi toda la oficialidad del
-conde de Cartagena estaba formada por absolutistas.
-
-
-
-
- III.
-
- EL CHIQUET
-
-
-SEGUIMOS el Empecinado y yo en nuestros trabajos de reorganización de
-la Milicia nacional de Valladolid y de los pueblos de la provincia.
-
-Tenía yo por entonces una novia que vivía en la acera de San Francisco,
-hija de un comerciante en telas, y mi asistente cortejaba a la
-criada. Solíamos ir de noche y nadie nos molestaba al pelar la pava,
-porque estaba prohibido a los paisanos salir de noche sin farol, y
-los militares se hallaban acuartelados. Mi asistente era un muchacho
-catalán de una gran actividad y de una gran energía; le llamábamos de
-apodo el Chiquet y solíamos celebrar su manera de hablar enrevesada y
-su acento cerrado.
-
-Después de 1823 lo perdí de vista, y lo volví a encontrar en
-Barcelona, al cabo de quince años, en el batallón de la Blusa, que
-estaba formado por liberales radicales.
-
-Al Chiquet le habíamos capturado el Empecinado y yo en el Burgo de Osma
-en la campaña que hicimos contra Bessieres, cuando íbamos de vanguardia
-con el conde de la Bisbal, porque el Chiquet había militado en las
-filas realistas.
-
-Un día, al acercarnos al Burgo de Osma, don Juan Martín mandó al
-comandante de sus fuerzas de caballería, que era el coronel Hore,
-hiciese alto y dejara descansar a la tropa y a los caballos un momento
-y siguiese después al paso. Don Juan, sin más compañía que la mía y la
-de cuatro soldados, quiso entrar en el pueblo de una manera sigilosa,
-con el objeto de inspeccionarlo.
-
-Avanzamos los seis al trote y llegamos a tiro de fusil de la ciudad.
-Pusimos los caballos al paso. Estaba la noche obscura, lluviosa y fría.
-Ibamos marchando sin meter ruido cuando el Empecinado advirtió una luz
-en una casa del arrabal.
-
---Chico--me dijo--, ¿qué te apuestas a que en aquella casa hay
-facciosos?
-
---Es posible--repliqué yo.
-
---Echad todos pie a tierra--mandó él--, atad los caballos a estos
-árboles y adelante. Vamos a ver qué nos espera ahí.
-
-Nos apeamos y atamos los caballos. Cogieron los soldados sus carabinas
-y echamos a andar. Cruzando unas huertas entramos en una callejuela. No
-se veía un alma por aquellos andurriales; la lluvia caía mansamente; se
-oía el silbido del viento y el ladrido lejano de algún perro. Seguimos
-tras de la luz, que era nuestro faro, y llegamos a la casa iluminada;
-era ésta grande, vieja, con entramado de madera. La puerta estaba
-cerrada. El Empecinado tocó con suavidad el llamador y esperó.
-
-Bajó una vieja haraposa con un candil encendido en la mano y abrió la
-puerta. El Empecinado la impuso silencio y le dijo en voz baja que le
-llevara al primer piso.
-
---¿Quiénes están?--preguntó luego.
-
---Hay treinta catalanes que han venido con el general Bessieres y que
-están cenando.
-
---Bueno, vamos arriba.
-
-El Empecinado cogió el candil de la mano de la vieja, que estaba
-temblando de miedo, y comenzó a subir la escalera alumbrándose con él.
-Los cuatro soldados y yo marchamos detrás. Don Juan iba embozado en
-su capa. Al llegar a la puerta de la cocina, grande, negra, iluminada
-por un velón y por las llamas del hogar, vimos a treinta hombres que
-estaban alrededor de la mesa.
-
-El Empecinado se desembozó mostrando su uniforme, y dijo:
-
---Aquí tenim al general Empecinado que ve a sopar am vosaltres. Tots
-soms espanyols; y vosotros--añadió en castellano dirigiéndose a los
-soldados y a mí--sentaos. Estamos entre amigos.
-
-El Empecinado se sentó, llenó una escudilla de arroz y se hizo servir
-por la moza un vaso de vino.
-
-Los catalanes estaban atónitos. Al cabo de algún tiempo, el Empecinado,
-levantando el vaso, exclamó:
-
---¡Catalans, per la salut de nostre rey y per la felicitat de España!
-
-Entonces el sargento que mandaba el grupo de realistas llenó su vaso y
-respondió en castellano:
-
---Por la salud del que desde hoy en adelante será nuestro general.
-¡Viva el Empecinado!
-
---¡Viva!--gritaron los demás.
-
-Nos dimos la mano todos en señal de fraternidad y se acordó que los
-catalanes se incorporaran a nuestra fuerza.
-
-Su asombro fué grande cuando vieron que únicamente los seis habíamos
-entrado en la casa, y que en la calle no había retén ni guardia alguna.
-
---Es un valiente--se les oía decir a unos y a otros.
-
-El sargento preguntó a don Juan Martín cómo sabía el catalán, y el
-Empecinado dijo que lo sabía desde la época de la guerra del Rosellón,
-en donde había sido soldado de caballería y ordenanza del general
-Ricardos.
-
-Casi todos estos catalanes que capturamos en el Burgo de Osma habían
-sido sacados de sus casas por Jorge Bessieres en su expedición contra
-Madrid. Después algunos cambiaron de Cuerpo, y sólo tres o cuatro
-quedaron en la caballería del Empecinado, entre ellos el Chiquet, a
-quien yo tomé de ordenanza.
-
-El Chiquet tenía un gran espíritu de empresa, era muchacho ágil, listo
-y atrevido. Lo único que no pudo aprender jamás, por más esfuerzos
-que hizo, fué hablar bien el castellano. El Chiquet había sido amigo
-y compañero de Bessieres y había trabajado con él en una fábrica de
-tejidos en Ripoll. El Chiquet conocía la vida de Bessieres desde que
-éste había sido criado del general Duhesme hasta que se presentó a
-la regencia de Urgel. Sentía por el cabecilla realista y antiguo
-revolucionario una gran admiración mezclada con un gran desprecio.
-
-Nos contaba cómo solía ir Bessieres lleno de bordados, cómo solía
-adornarse con la primera banda de color que encontraba o que robaba en
-cualquier parte, muchas veces en las iglesias, y que luego decía que
-era una distinción que le había otorgado el rey tal o la princesa cuál.
-El Chiquet nos contó la ceremonia que se había verificado en la iglesia
-de Mequinenza bendiciendo y besando una bandera realista, que era una
-colcha de damasco, que habían robado entre Bessieres, Portas y él en
-una casa de Fraga.
-
-Bessieres, al parecer, era un reclamista formidable. El mismo hacía
-correr la voz de que era masón y de que era jesuíta, para hacerse el
-interesante.
-
-El Chiquet, cuando entró en nuestras filas, se hizo amigo íntimo de un
-sargento de lanceros que le llamaban Juan de Dios. Este Juan de Dios,
-por lo que decían, era expósito. Juan de Dios y el Chiquet eran rivales
-en lances de amor y de fortuna. Habían hecho los dos una porción de
-calaveradas, que les habían dado gran fama entre nuestros soldados.
-
-
-
-
- IV.
-
- EN EL AYUNTAMIENTO
-
-
-CON la marcha de las tropas del conde de Cartagena la ciudad de
-Valladolid quedó desguarnecida y abandonada a su suerte; los liberales
-apocados comenzaron a esconderse y a huír, y los absolutistas, viendo
-la posibilidad de apoderarse del Ayuntamiento, comenzaron a reúnirse
-para conspirar. Enviamos nosotros avisos desesperados a los nacionales
-de Toro, Rueda, Medina y otros pueblos de la región, y a los de
-la Ribera del Duero, para que lo antes posible se concentraran en
-Valladolid, y pudimos juntar de nuevo una fuerza de mil infantes y
-de quinientos caballos. Todos los milicianos de los pueblos y los de
-la capital estaban armados, menos algunos a los que proporcionamos
-fusiles, sacándolos de los parques.
-
-Llegó en esto la noticia de que los franceses, al entrar en España,
-eran recibidos con los brazos abiertos por el pueblo, y esta mala nueva
-exaltó el ánimo de los paisanos contra nosotros. Al mismo tiempo se
-supo que el cura Merino, con una columna de cinco mil hombres alistada
-en sus guaridas de la sierra de Burgos, había entrado en Palencia. Fué
-necesario abandonar Valladolid. No podíamos defender una ciudad de
-radio tan extenso con la poca fuerza con que contábamos.
-
-Se dió la orden a la Milicia nacional para que se preparara y formara
-con todo el equipo y en traje de marcha en el Campo Grande.
-
-El jefe político vendría con nosotros, e invitó a las autoridades que
-quisieran seguir la suerte de la columna a que se dispusieran para el
-viaje.
-
-Los concejales del Ayuntamiento constitucional estaban reunidos en
-sesión permanente en las Casas Consistoriales, y el Empecinado quiso
-despedirse de ellos.
-
-Marchamos él y yo a caballo, de uniforme, escoltados por un piquete de
-lanceros.
-
-Nos apeamos a la entrada del Ayuntamiento y subimos al salón de
-sesiones. Al vernos los concejales rodearon al Empecinado. Estaba el
-general hablando con gran animación con unos y con otros cuando un
-portero del Ayuntamiento, a quien conocía de la logia masónica, me
-llamó y me dijo en voz baja:
-
---Don Eugenio, venga usted.
-
-Le seguí y salimos fuera del salón.
-
---El Empecinado y usted están en este momento en un gran peligro--me
-dijo.
-
---Pues, ¿qué pasa?
-
---Ahora mismo aquí se está fraguando una conjuración realista que va
-a estallar. En este instante, en una sala del piso bajo, se hallan
-reunidos más de cien absolutistas de influencia, con objeto de
-constituír un Ayuntamiento para reemplazar al constitucional.
-
---¡Diablo! ¿Y es gente de armas tomar?
-
---Están armados hasta los dientes; algunos han propuesto a la Junta
-matar al Empecinado, proposición que se ha rechazado gracias a las
-exhortaciones de un cura viejo que se halla entre los conspiradores.
-
-Al escuchar la confidencia del portero entré rápidamente en el salón de
-sesiones; me acerqué al Empecinado, le agarré de la manga, le arrastré
-a un rincón y le expliqué lo que pasaba.
-
---Señores, tengo que salir un momento, vuelvo en seguida--dijo don Juan
-Martín a los concejales.
-
-Salimos corriendo del salón de sesiones, desenvainamos los sables,
-bajamos las escaleras a saltos y llegamos al zaguán. En aquel mismo
-momento se oyó una gran gritería en el edificio; un hombre intentaba
-cerrar la puerta; pero al ver que el Empecinado y yo nos echábamos
-sobre él con los sables en alto, la abrió y nos dejó pasar.
-
-Los realistas se hacían dueños del edificio, se oían gritos y tiros en
-el interior del Ayuntamiento.
-
-El Empecinado y yo montamos a caballo, y al galope, por la calle de
-Santiago, llegamos al Campo Grande. Reunimos a los oficiales y se dió
-la orden de salir inmediatamente camino de Tordesillas.
-
-No habríamos dado cien pasos fuera de las puertas de la ciudad cuando
-comenzaron a tocar las campanas de las iglesias a vuelo. Sin duda
-se celebraba el triunfo de los realistas y la aproximación del cura
-Merino, que había dejado Palencia y estaba a una jornada de Valladolid.
-
-Llegamos a Tordesillas, nos alojamos de mala manera, y al día siguiente
-nos dirigimos camino de Salamanca.
-
-La Milicia nacional de esta ciudad, mandada por el catedrático Barrio
-Ayuso, se unió a nuestra columna, y reunidos todos llegamos a la plaza
-de Ciudad Rodrigo, que era el punto donde habíamos pensado establecer
-el cuartel general.
-
-Yo, con otros oficiales, me encargué de organizar las fuerzas. Se nos
-incorporaron bastantes soldados del ejército regular. Se ocuparon los
-dos cuarteles de infantería y el de caballería del pueblo, y el resto
-de la fuerza tuvo que alojarse en las casas y en las iglesias.
-
-La infantería quedó al mando del coronel Dámaso Martín, hermano del
-Empecinado, y de un guerrillero de la época de la Independencia
-apellidado Maricuela.
-
-La columna de caballería, mandada por el propio don Juan Martín, se
-componía de ochocientos caballos. La vanguardia de esta fuerza se
-hallaba formada por cien lanceros que habían servido en la guerra de
-la Independencia a las órdenes de don Julián Sánchez, y por cincuenta
-soldados del regimiento de Farnesio, mandados por el capitán Lagunero.
-
-Los demás jinetes eran nacionales de caballería de Valladolid, Toro,
-Medina y otros pueblos.
-
-Comenzaron a preparar la defensa de la plaza.
-
-Ciudad Rodrigo no era una ciudad fácil de ser defendida. La antigua
-Miróbriga está dominada por el teso de San Francisco, por donde tuvo
-siempre sus acometidas en los sitios. En aquella época sus murallas
-estaban arruinadas y llenas de brechas.
-
-Estas brechas eran del tiempo del sitio que sufrió don Andrés Pérez
-de Herrasti en la guerra de la Independencia, el cual pudo resistir
-durante setenta y seis días en una plaza desmantelada, y sin auxilio de
-los ingleses, contra los numerosos ejércitos de Massena y de Ney.
-
-Preparamos también la defensa del Agueda. El Agueda es un río bastante
-caudaloso que pasa lamiendo las murallas de la vieja Miróbriga y que
-recorre la vega de Ciudad Rodrigo, y antes de llegar a Barba del
-Puerco recibe algunos pequeños arroyos, entre ellos el Azaba, que baja
-de un cerro próximo a Fuente Guinaldo y es un obstáculo para el paso
-del camino de Ciudad Rodrigo al fuerte de la Concepción y a Almeida.
-
-En los primeros días de estancia allí, el Empecinado y yo salíamos
-constantemente al campo. El Empecinado estaba alojado en una casa de
-la plaza del Consistorio, y yo por aquellos días vivía cerca de él con
-la familia de un pañero, de quien me hice gran amigo. Después tuve que
-establecerme en una finca extramuros de la ciudad.
-
-Ya instalados, la primera expedición que se intentó desde Ciudad
-Rodrigo fué una sorpresa contra Zamora, ocupada por escasas fuerzas
-realistas. Se encargó de ella un viejo coronel apellidado Ruiz, pero la
-comenzó con tan poco tacto, que no hubo más remedio que desistir de la
-aventura.
-
-
-
-
- V.
-
- LOS VAQUEROS
-
-
-EN vista del fracaso sufrido en nuestra intentona contra Zamora, se
-pensó en avanzar hasta Alba de Tormes. La expedición la hicimos con
-cuatro escuadrones y varias compañías de infantería. Iban de vanguardia
-los lanceros de don Julián Sánchez; tras ellos, los soldados de
-Farnesio, mandados por el capitán Lagunero; después, los nacionales de
-la orilla del Duero, que tenían por jefe a Hermógenes Martín, sobrino
-del Empecinado, y, por último, los infantes, acaudillados por don
-Dámaso y el coronel Maricuela.
-
-El pelotón de lanceros de don Julián Sánchez estaba compuesto por
-capitanes, oficiales y sargentos de la guerra de la Independencia; la
-mayor parte, soldados viejos, aguerridos y prácticos en el manejo de
-la lanza.
-
-Casi todos estos jinetes habían sido vaqueros antes que militares, y
-eran tan expertos y diestros caballistas como valientes soldados.
-
-Mandaba el pelotón un capitán apellidado Porras, que era conocido por
-el mote del Capitán Mala Sombra.
-
-El Capitán Mala Sombra estaba secundado por el teniente Gotor y por el
-sargento Juan de Dios, el amigo del Chiquet, tipo popular, atrevido,
-alegre y lleno de iniciativas.
-
-El pelotón de Mala Sombra, con el teniente Gotor y el sargento Juan de
-Dios, había servido de vanguardia exploradora durante mucho tiempo al
-ejército inglés en la guerra de la Independencia. Era esta guerrilla de
-un valor inapreciable; en aquel pelotón todos se esforzaban no sólo en
-cumplir su deber, sino en superarse a sí mismos.
-
-En la excursión que hicimos a Alba de Tormes tuve que verme varias
-veces con el Capitán Mala Sombra.
-
-Era Mala Sombra un hombre alto, de unos treinta y cinco a cuarenta
-años, fuerte, serio, moreno, melancólico, con el rostro correcto y
-grave. Se decía que era persona de mala suerte en amores y en negocios;
-de aquí le venía el apodo; otros afirmaban que su mote procedía de que
-a cada paso solía decir:
-
---Tengo muy mala sombra.
-
-En las empresas guerreras no advertí yo que fuera desgraciado.
-
-Hicimos en Alba de Tormes y en sus alrededores una gran requisa de
-ganado y de grano, que cargamos en varias carretas.
-
-Estábamos acampados en las eras de esta villa cuando uno de nuestros
-confidentes vino con la noticia de que el enemigo, en número
-considerable, avanzaba con la intención de cortarnos la retirada y
-apoderarse de nuestro botín. Dispusimos al momento el paso de todo
-el ganado vacuno, rebaños y acémilas, al otro lado del Tormes; se
-arrastraron los carros y se colocaron dentro de un soto que había a
-poca distancia del puente.
-
-Se vaciló en defender la villa o en abandonarla. Alba de Tormes, a
-pesar de estar en un llano, tiene buenas condiciones para la defensa.
-El 28 de noviembre de 1809 el general don Gabriel de Mendizábal supo
-resistir allí a la terrible caballería de Kellerman, y, más tarde, don
-José Miranda Cabezón defendió el pueblo y el castillo durante largo
-tiempo.
-
-Después de varias deliberaciones se decidió, en caso de ser atacados,
-fortificar el puente del Tormes, y se dejó en la villa al Capitán Mala
-Sombra con sus vaqueros y a Lagunero con los soldados de Farnesio, que
-quedarían vigilando los alrededores y patrullando por las avenidas.
-
-Nos encontrábamos en esta situación, cuando el Empecinado cayó enfermo
-con un ataque que al principio nos pareció de parálisis. Había quedado
-don Juan Martín rígido, frío y sin habla; al moverle debía de sufrir
-grandes dolores, porque lanzaba quejidos inarticulados.
-
-Como no teníamos médico, ni aun siquiera cirujano, decidimos trasladar
-al general a otro pueblo.
-
-No podía sostenerse en el caballo, porque se caía a un lado y a otro.
-En vista de esto, buscamos una escalera ancha y corta, que colocamos
-entre dos mulas, a manera de litera, y sobre unos costales de paja
-pusimos al general y fuimos a paso de andadura camino de la villa de
-Tamames. Escoltando la litera íbamos el Chiquet y yo, con un piquete de
-quince soldados de a caballo.
-
-
-
-
- VI.
-
- EL CAPITÁN MALA SOMBRA
-
-
-LLEGAMOS a Tamames; fuimos a casa del alcalde, que era liberal;
-acostamos a don Juan Martín, le dimos una pinta de vino con azúcar y le
-abrigamos con tres mantas.
-
-Me quedé yo en el cuarto velándole. Pasé allí unas doce horas. Estaba
-dormitando en el cuarto cuando el enfermo levantó una de las manos en
-el aire y comenzó a murmurar.
-
---Aviraneta--me dijo con voz débil.
-
---¿Qué hay? ¿Vas mejor?
-
---Sí, ya se me van suavizando los dolores. Necesito que vuelvas a Alba
-de Tormes.
-
---Como quieras.
-
---Vete, y diles a mi hermano Dámaso y al coronel Maricuela que, si
-se empeña alguna acción con el enemigo, que la mande el Capitán Mala
-Sombra.
-
---Está bien.
-
---Que le obedezcan como a mí.
-
---Bueno; se lo diré.
-
---Vete en seguida.
-
-Salí del cuarto, llamé al Chiquet y le dije que preparara los caballos,
-porque teníamos que volver. Los preparó, montamos y nos dirigimos al
-galope en dirección de Alba de Tormes.
-
-Era media noche; el cielo estaba claro y estrellado. Al llegar al soto
-inmediato al camino real nos dieron el alto. La infantería nuestra y
-parte de la caballería estaba acampada allí. El centinela llamó a la
-guardia y yo fuí con ella a un cobertizo en donde estaban alojados don
-Dámaso Martín y el coronel Maricuela. Les desperté, les dije la orden
-que me había dado el general y se avinieron a obedecer a Mala Sombra.
-
-Hecha esta comisión, fuí a buscar al jefe de los vaqueros en su
-alojamiento de Alba de Tormes.
-
-Al llegar al puente nos detuvo una patrulla mandada por el sargento
-Juan de Dios.
-
---Hola, Juan--dijo el Chiquet.
-
---Hola, Chiquet, ¿eres tú?
-
---Sí, soy yo, que viene con el teniente Aviraneta.
-
---Venimos en busca del Capitán Mala Sombra--dije yo--. ¿Estará?
-
---Sí, ahí ha quedado escribiendo tonterías--contestó Juan de Dios.
-
---¿Pues?
-
---Parece mentira que los hombres sean tan estúpidos.
-
---¿Por qué dice usted eso?--le pregunté.
-
---Ahí lo tiene usted a ese hombre, más serio, más bueno y más formal
-que nadie, escribiendo tonterías a una señoritilla de Ciudad Rodrigo,
-que no le hace caso y se burla de él.
-
---Tengo que verle de orden del general.
-
---Vamos.
-
-Pusimos nuestros caballos al trote, y en un instante llegamos delante
-de una casa; me apeé, empujé la puerta y entré dentro. Subí una
-escalera estrecha y apolillada y llamé en un cuarto. Antes de que
-contestaran tardaron algún tiempo. El sargento Juan de Dios se había
-quedado hablando con el Chiquet en la calle y les oía charlar.
-
-Al cabo de unos minutos se abrió la puerta del cuarto y apareció Mala
-Sombra con un candil en la mano.
-
---Adelante--me dijo--, ¿qué le trae a usted a esta hora?
-
---Vengo con un encargo del general Empecinado.
-
---Estoy a sus órdenes--contestó--; siéntese usted.
-
-Acerqué una silla a la mesa y me senté. Vi que sobre ella había
-papeles escritos, llenos de tachaduras, con renglones pequeños que me
-parecieron versos.
-
-Mala Sombra recogió, lo más disimuladamente que pudo, sus papeles y los
-guardó en el cajón de la mesa.
-
---Como sabe usted--le dije--, don Juan Martín ha caído enfermo y ha
-sido trasladado a la villa de Tamames. Hoy, que ha podido empezar a
-hablar, me ha expresado el deseo de que en su ausencia se ponga usted
-al frente de todas nuestras fuerzas.
-
---¿Y don Dámaso Martín y el coronel Maricuela?
-
---Están conformes en ponerse a sus órdenes mientras duren estas
-circunstancias.
-
---¡Ah, bueno; si es así no tengo nada que decir! ¿Quién ha de tomar la
-iniciativa en el mando?
-
---Usted. El general quiere que intente usted batir al enemigo. Usted
-conoce el terreno palmo a palmo.
-
---Sí, es verdad.
-
---Puede usted tomar sus iniciativas desde ahora mismo.
-
---Está bien, voy a decir que busquen al sargento Juan de Dios. Es mi
-brazo derecho.
-
---Debe estar en la calle hablando con mi asistente.
-
-El Capitán Mala Sombra salió a la ventana y gritó:
-
---¡Eh, subid!
-
-Al poco rato entraron en el cuarto Juan de Dios y el Chiquet. Sacamos
-un mapa de la provincia y discutimos la situación. Decidimos enviar dos
-confidentes al campo enemigo, para que averiguasen sus intenciones.
-Juan de Dios los trajo a la media hora. Uno de los confidentes era un
-tratante de ganado, grueso, fornido y picado de viruelas; el otro, un
-cosario de un pueblo de alrededor. Les dimos instrucciones fijas y
-precisas, y, como punto de cita para su vuelta, señalamos el soto que
-estaba próximo al río.
-
---Ahora, mientrastanto, preparemos una emboscada--dijo Mala Sombra--.
-Es el fuerte de nosotros los guerrilleros.
-
-Salimos los cuatro del cuarto, bajamos la escalera, montamos a caballo
-y, atravesando el pueblo, llegamos al puente sobre el Tormes.
-
---Juan de Dios--indicó el capitán--, haz que los paisanos traigan una
-docena de carros y los pones interceptando el puente, atándolos unos a
-otros con vigas y sujetándolos con piedras.
-
---Bien, mi capitán.
-
---Después pondrás a veinticinco pasos del puente, sobre este cerrillo,
-cinco hombres con sus carabinas que hagan fuego sobre los realistas si
-se presentan. Tú, con cincuenta lanceros, estarás a doscientos pasos de
-la barricada del puente. De media en media hora me irás dando aviso
-de lo que ocurra. Yo estaré en el soto con las demás fuerzas. ¿Estás
-enterado?
-
---Perfectamente, mi capitán.
-
-Dejamos a Juan de Dios y salimos Mala Sombra, el Chiquet y yo hacia el
-soto, al galope, y encontramos alerta a la gente.
-
-El capitán mandó que la columna de milicianos avanzase por el soto en
-dirección contraria de Alba de Tormes, hasta dar vista a un extenso
-páramo. Allí mandó hacer alto y echar pie a tierra, manteniéndose
-siempre en formación. La caballería de Farnesio, con los lanceros de
-Valladolid, quedaron a un lado, y los vaqueros, con el teniente Gotor y
-las partidas de la ribera del Duero, al otro.
-
-En la salida del sotillo hacia el páramo, cerca del camino real de
-Alba, dejó Mala Sombra al coronel Maricuela con trescientos hombres
-armados con carabinas, para que estuviesen en observación de las
-avenidas del pueblo.
-
---Probablemente--dijo Mala Sombra a Maricuela--, dentro de un par de
-horas pasarán por delante de usted los realistas. Cuando lo hayan
-hecho, usted se correrá con sus fuerzas hasta cerrar el paso del soto.
-
---Está bien.
-
-Luego de arreglado este punto, nos encaminamos Mala Sombra, el Chiquet
-y yo hacia las riberas del Tormes y nos emboscamos en el lindero del
-sotillo. Eran las tres de la mañana. No había amanecido aún, todo
-estaba en el mayor silencio.
-
-El Chiquet, por orden nuestra, fué a ver al sargento Juan de Dios y
-volvió poco después con uno de nuestros confidentes: el tratante de
-ganado. Este hombre nos dijo que venían seiscientos jinetes realistas
-con buenos caballos en dirección a Alba de Tormes. Habían salido de su
-campamento por la noche. Despachamos al tratante y le pagamos.
-
-Una hora después, un poco antes de amanecer, llegó el otro confidente:
-el cosario. Nos confirmó las noticias anteriores, y aseguró que el
-enemigo estaba percatado de los movimientos de nuestra columna y de la
-gran requisa de granos y de reses que habíamos hecho para abastecer
-la plaza de Ciudad Rodrigo. Con el objeto de apoderarse de nuestro
-botín, el general don Enrique O'Donnell había destacado dos columnas
-para interceptar nuestro paso camino de Zamora; pero, al llegar a las
-inmediaciones de esta ciudad, había sabido el jefe realista que, a
-favor de una marcha forzada, nos dirigíamos a pasar el Tormes por Alba.
-
-El cosario añadió que una de las columnas, compuesta de mil infantes y
-ciento cincuenta caballos, debía de llegar a Alba en la tarde del día
-que estaba amaneciendo. Esta columna venía de Salamanca.
-
-Pagamos a nuestro hombre y quedamos en observación. Acababan de dar
-las cuatro cuando oímos las cornetas de la caballería de los realistas,
-y, poco después, comenzaron a voltear las campanas del pueblo en señal
-de regocijo.
-
-Mala Sombra y yo nos acercamos a Juan de Dios, y el capitán le dijo al
-sargento:
-
---Aquí te quedas con tus lanceros. Si el enemigo pasa el puente y te
-ataca, te batirás en guerrilla retirándote hacia el soto, y luego
-echaréis a correr en fuga como a la desbandada por el páramo adelante.
-Cuando hayan entrado todos en el páramo, los envolveremos.
-
-Tras de dar sus instrucciones, el capitán y yo atravesamos el soto y
-nos unimos con las fuerzas del teniente Gotor.
-
-Un poco antes del amanecer, una avanzada realista se acercó al puente
-sobre el Tormes, y la guardia de los cinco hombres que estaba en el
-repecho hizo fuego graneado sobre ella. Se retiraron los soldados, pero
-al poco rato apareció una compañía seguida de un grupo numeroso de
-paisanos. Entre unos y otros desembarazaron el puente y pasaron a la
-otra orilla.
-
-Era el momento en que Juan de Dios tenía que maniobrar. El sargento era
-muy ducho en estas cosas y sabía su papel como pocos.
-
-
-
-
- VII.
-
- LA PRESA
-
-
-ESTÁBAMOS todos agazapados en el soto esperando el momento en que Juan
-de Dios y sus vaqueros aparecieran perseguidos por los realistas.
-
-El Oriente iba clareando. El sol, escondido aún, brillaba en algunas
-nubes altas y rojas. Había este silencio y esta inmovilidad del aire de
-la hora anterior al alba; pronto los primeros rayos solares comenzaron
-a iluminar con una luz dorada el vértice de la copa de los árboles; los
-pájaros cantaron en las matas. El campo tenía la juventud y la frescura
-de un amanecer claro de primavera. Todo en la Naturaleza parecía
-sonreír, todo era cándido e idílico. El viento hizo temblar suavemente
-las ramas de los árboles; los pájaros alborotaron más, el cielo fué
-poniéndose azul y la luz dorada del sol fué bajando en el follaje hasta
-iluminar e incendiar los hierbajos y los pedruscos del suelo.
-
-Serían las cinco y media cuando apareció Juan de Dios, perseguido de
-cerca por más de trescientos caballos.
-
-Los realistas gritaban desaforadamente:
-
---¡A ellos! ¡A ellos! ¡Son nuestros!
-
-Al desembocar desde el sotillo al páramo los cincuenta jinetes de Juan
-de Dios, comenzaron a desparramarse, y los enemigos se dividieron y
-subdividieron, perdiendo el orden de formación.
-
-Al mismo tiempo, las tropas del coronel Maricuela y las de don Dámaso
-Martín, corriéndose rápidamente por el lindero del soto, cerraron su
-salida y tomaron posiciones.
-
-En este momento el capitán Mala Sombra dió la orden de ataque, y de
-la derecha como de la izquierda, a media rienda y lanza en ristre,
-se precipitó nuestra caballería contra los pelotones aislados de los
-realistas. El enemigo no tenía más defensa que sus sables y no se pudo
-defender con habilidad.
-
-Juan de Dios reunió sus cincuenta vaqueros dispersos, y volviendo
-grupas y en perfecta formación, arremetió de frente contra los
-absolutistas, como si se tratara de una torada.
-
-El grueso de la caballería enemiga se había detenido, y retrocediendo y
-al galope intentó atravesar el soto; pero al acercarse al boquete por
-donde había pasado, se encontraron los jinetes atacados por las tropas
-de don Dámaso y de Maricuela, y comenzaron a caer los hombres y los
-caballos.
-
-Los realistas, consternados y en la mayor perplejidad, volvieron de
-nuevo grupas buscando una salida, y comenzó la desbandada. Azorados
-al verse metidos en aquella trampa, la mayoría se rindió y los demás
-siguieron su ejemplo.
-
-Duró la acción diez minutos escasos; quedaron muertos en el campo a
-lanzadas unos veinte hombres y hubo próximamente cincuenta heridos.
-
-El escuadrón realista en pleno quedó hecho prisionero, a excepción de
-tres o cuatro oficiales que tenían magníficos caballos y que escaparon
-dando un gran rodeo. Estos oficiales, por lo que supimos después,
-llegaron una hora más tarde a Alba de Tormes, contaron lo ocurrido,
-salió de la villa una columna realista de infantería, y con los carros
-y maderas que había llevado Juan de Dios el día anterior parapetaron el
-puente y quedaron en él de guardia.
-
-Teníamos nosotros unos doscientos cincuenta prisioneros, a quienes se
-prohibió maltratarlos o despojarlos. Entre ellos había diez oficiales.
-De estos prisioneros cuarenta eran piamonteses bien equipados que
-montaban caballos muy buenos.
-
-Al acercarnos Mala Sombra y yo a ellos, nos decían:
-
---_Io eser_ cristiano católico. Mí no _querrer haser_ mal.
-
-Discutimos Mala Sombra y yo lo que se haría con los prisioneros, y
-como en el caso de querer incorporarlos a nuestras fuerzas no podían
-merecernos confianza, decidimos entregarlos en varias remesas.
-
-Por la tarde, Juan de Dios y el Chiquet se presentaron en el puente
-con bandera blanca de parlamento, pasaron, dijeron a lo que iban, y al
-día siguiente, con una escolta de cincuenta caballos, llevaron cien
-prisioneros y los heridos.
-
-Los realistas los recibieron con aclamaciones y bravos, y Juan de Dios
-y el Chiquet, después de ser muy obsequiados, volvieron a nuestro campo
-radiantes de satisfacción.
-
-Nos quedaban aún cerca de noventa prisioneros. De éstos, unos eran
-mozos recién sacados de los pueblos de Castilla y uniformados en
-Valladolid. Se les indujo a que se quedaran con nosotros y algunos
-aceptaron, pero la mayoría, no.
-
-La misma proposición se hizo a los cuarenta piamonteses, los cuales
-procedían de un regimiento que estaba en Valladolid, mandado por el
-príncipe de Carignan, que era miembro de la Casa de Saboya.
-
-El príncipe de Saboya-Carignan había entrado en España bajo las órdenes
-del duque de Angulema, con una tropa alistada en el Norte de Italia, y
-se distinguió después, según dijeron, en el Trocadero.
-
-De los piamonteses, sólo dos aceptaron el quedarse entre nosotros; un
-jovencito rubio llamado Emilio Pancalieri y otro muchacho alto, moreno,
-apellidado Corti. Los dos hablaban algo el castellano y eran sin duda
-gente aventurera.
-
-Reunimos nuestro botín de granos, ganado, caballos, armas y uniformes
-de los realistas, y nos apresuramos a salir para Tamames, con el objeto
-de reunimos con nuestro general.
-
-Llegamos por la tardecita a la villa y encontramos al Empecinado casi
-completamente restablecido.
-
-Le conté con detalles la acción de Alba y lo que se había hecho con
-los prisioneros, y le pareció todo tan bien, que dijo que propondría
-a Mala Sombra al Gobierno para que le diese la cruz de San Fernando y
-le ascendiera a comandante de escuadrón. Habló después familiarmente
-el general con los muchachos que se nos habían unido y con los dos
-piamonteses, y como el Empecinado tenía sencillez e ingenuidad efusiva,
-llegó a cautivarlos.
-
-Dispuso don Juan Martín que en Tamames descansase y se racionase la
-tropa, y envió los carros y el ganado requisado inmediatamente en
-dirección de Vitigudino.
-
-Nosotros iríamos a retaguardia después de descansar.
-
-A la mañana siguiente, al salir de mi alojamiento, encontré al
-Empecinado ya de pie. Estaba tan forrado de ropa que no podía moverse.
-Le ayudamos a montar a caballo. Se organizó la columna y anduvimos
-hasta la noche, en que descansamos en una aldea.
-
-Por todos aquellos pueblos a la redonda hicimos requisa de ganado
-vacuno, con promesa de pagar a los ganaderos y a los Ayuntamientos.
-Sólo al marqués de Cerralbo le llevamos más de quinientas reses. Es
-posible que esto influyera en la familia para hacerla reaccionaria.
-
-Tras de una marcha lenta de cuatro días, entró el convoy completo en
-Vitigudino, y la columna, tras él.
-
-Durante este viaje el Capitán Mala Sombra, que ya era para los efectos
-oficiales el comandante Porras, se hizo amigo íntimo del italiano
-Pancalieri.
-
-Al principio éste y Corti nos miraban con temor; debían tener mala idea
-de los españoles, creían seguramente que cada uno de nosotros era un
-perfecto bandido; pero como ambos eran perspicaces, notaron en seguida
-la clase de gente que había en la tropa, y se familiarizaron con ella.
-
-Corti nos resultó un gran administrador y se encargó de llevar las
-cuentas de los suministros de la división.
-
-Pancalieri se mostró un tanto perdido; bebía, hacía el amor a las
-chicas de los pueblos; jugaba al monte con nosotros y nos ganaba el
-dinero. A los dos o tres días estaba ya a sus anchas y nos tuteaba a
-todos los oficiales.
-
-Pancalieri era un muchacho amable, simpático alegre, egoísta y jovial.
-Por lo que contó, su familia gozaba de buena posición en Turín; pero
-descontenta de sus calaveradas había intentado meterle en un convento,
-y él se había alistado en la tropa del príncipe de Carignan por el
-gusto de correr aventuras.
-
-Era Pancalieri un muchacho fuerte, de mediana estatura, el pelo rubio
-obscuro, el bigote pequeño y los ojos claros. Hablaba en su lengua
-enrevesada mixta de español, de italiano y de dialecto piamontés con
-una gran libertad. Sus opiniones eran de una audacia extraordinaria.
-
-Una vez que le preguntamos si era patriota, nos contestó con un cándido
-cinismo:
-
---_¡Ma ché!_ No _io no sono_ patriota. ¡Oh, no! Vivir, vivir
-agradablemente, _io non volio_ más que eso. Tener unas cosas guisadas
-para comer, y unos trajes, y una casa y alguna mujercita para
-divertirse; pero ¡la Patria! ¡la Historia! ¡sacrificarse por eso! _¡Ma
-ché!_ No. ¡Qué tontería!
-
-Pancalieri hablaba así y obraba en consonancia con su sistema. Su
-egoísmo natural y sonriente no llegaba a molestar. Mala Sombra, que
-tenía conceptos diametralmente opuestos, protegía al italiano; quizá
-pensaba que sus palabras las decía en broma; quizá habría entre los
-dos ese acuerdo íntimo que produce la amistad estrecha y efusiva.
-
-En unos días de conocerse, durante el camino, el Capitán Mala Sombra
-comenzó a aficionarse tanto a la compañía de Pancalieri, que le trataba
-como si fuera su hermano; le hizo confidencias acerca de sus amores, y
-le pidió consejo.
-
-Corti, mientrastanto, seguía trabajando en la administración militar, y
-todos los días yo conferenciaba con él.
-
-A los ocho días de salir de Alba de Tormes llegábamos a Ciudad Rodrigo.
-El Empecinado dió cuenta de su comisión al comandante de la plaza,
-anunciándole que horas después llegaría un gran convoy de ganado vacuno
-y mil fanegas de trigo.
-
-El comandante recibió la noticia con júbilo y la comunicó al
-Ayuntamiento, que en corporación fué a dar gracias al Empecinado, pues
-el pueblo se encontraba muy escaso de víveres.
-
-
-
-
- VIII.
-
- LA DECISIÓN DEL CAPITÁN
-
-
-AL día siguiente de llegar nosotros, entró en Ciudad Rodrigo el ganado
-vacuno requisado, que se llevó a la plaza pequeña del pueblo, llamada
-plaza de Béjar.
-
-Como entre aquellos bueyes y vacas mansas había algunos toros bravos de
-tierra de Portillo y Salamanca, se consideró indispensable apartar unos
-de otros para llevarlos a las dehesas próximas al pueblo.
-
-Ya separados, a un oficial se le ocurrió la idea de que, para celebrar
-la victoria obtenida en Alba de Tormos y el éxito de la requisa, nada
-estaría mejor como dar una corrida en la plaza de la ciudad.
-
-El proyecto levantó un gran entusiasmo en la tropa y en el pueblo; se
-pidió permiso al alcalde y al comandante militar, que lo concedieron, y
-se comenzaron a hacer preparativos.
-
-El Empecinado y yo salíamos por aquellos días constantemente al campo y
-volvíamos de noche. Al saber el proyecto el Empecinado, se incomodó y
-dijo que de ningún modo permitiría que se celebrase la corrida.
-
-Era don Juan Martín enemigo acérrimo de los toros; creía que este
-espectáculo no sólo no fomentaba el valor, sino que acrecentaba la
-indiferencia por los dolores ajenos y la cobardía. Entre los liberales
-las ideas de don Gaspar Melchor de Jovellanos sobre las corridas
-estaban entonces muy en auge.
-
-Al saber la negativa del general, una comisión formada por militares
-y paisanos fué a visitarle a su alojamiento. El Empecinado trató de
-disuadirles de que celebraran la corrida; les exhortó, les expuso una
-serie de argumentos, pero los paisanos y los soldados quedaron tan
-mustios y cariacontecidos, que don Juan Martín, mal de su grado, tuvo
-que acceder.
-
---Bien, haced lo que queráis--terminó diciendo--; pero a mí no me
-invitéis, porque no iré de ningún modo, ni por ningún motivo.
-
-La comisión escuchó muy seria las palabras de don Juan Martín, lo que
-no fué obstáculo para que a la salida marcharan militares y paisanos
-bailando de alegría.
-
-En los días siguientes, el Ayuntamiento, el vecindario y los militares
-se dedicaron con gran entusiasmo a cerrar la Plaza Mayor y a construír
-gradas dentro de los soportales de la Casa del Consistorio.
-
-Siguiendo las costumbres de la ciudad, antes de celebrarse la corrida
-se rifaron los sitios entre las familias que mandaron construír los
-tendidos por su cuenta.
-
-Había en nuestra columna un nacional de Madrid, Juan López (el
-Ochavito), primer espada de alguna nombradía que había toreado en su
-juventud con Pepe-Hillo, y un aficionado llamado Isidro García, el
-Buñolero.
-
-Se organizó una cuadrilla completa con espadas, banderilleros y
-monosabios. Las señoritas de la ciudad hicieron moñas vistosas con
-cintas de sedas de colores y adornaron las banderillas con papeles
-rizados.
-
-El domingo, por la mañana, sería la corrida. Habían enarenado la plaza
-y señalado las localidades. Estaba acabado el programa. De los cuatro
-toros que se iban a torear, los dos últimos serían de muerte; el
-primero de éstos, un becerro de tres años, estaría a cargo del teniente
-Gotor, y, el segundo, el más fuerte y de más hierbas, lo mataría el
-Ochavito.
-
-Estaba así dispuesto el programa, cuando se supo que iba a haber un
-número nuevo; pues el Capitán Mala Sombra pensaba salir al ruedo a
-mancornar el último toro, el del Ochavito: un toro salamanquino de
-mucha alzada y potencia.
-
-Pregunté al Ochavito en qué consistía esto de mancornar.
-
---El mancornar--me contestó el espada--es una suerte de vaqueros. Un
-hombre puede coger (así decía él) un novillo de tres años; pero a un
-toro es imposible sujetarlo. Cuando se trata de coger un toro, se le
-debe primero capear, haciéndole sufrir todo el destronque posible, y
-cuando se nota que ya está sin fuerzas, lo cual se consigue muy pronto
-en sabiendo bien sacarle la capa, va uno y le agarra de la cola; el que
-mancornea, al pasar el toro junto a él le coge el pitón derecho con la
-mano derecha y, con la izquierda, el pitón del otro lado. Entonces,
-a fuerza de pulso, se le vuelve al animal la cabeza y se le echa en
-tierra.
-
-Después de esta explicación pregunté a Juan de Dios a qué se debía esta
-humorada de Mala Sombra, y me dijo el sargento que la causa eran los
-celos, porque el teniente Gotor galanteaba a la misma muchacha.
-
-Mala Sombra había buscado la manera de que Pancalieri, el piamontés,
-estuviera alojado en casa de su amada, y Pancalieri se había hecho
-amigo de la niña y le daba recados de parte de Mala Sombra.
-
-Conté al Empecinado lo que ocurría, y el general me dijo que fuera a
-ver a Mala Sombra y le prohibiera rotundamente salir a la plaza bajo
-pena de arresto.
-
-Fuimos el Chiquet y yo en busca del Capitán Mala Sombra. Nos dijeron
-que vivía en la posada del tío Barrueco, pero allí no estaba; después
-tuvimos que preguntar casa por casa en el arrabal de San Francisco y
-en el del Río, y, al último, lo encontramos en un verdadero palomar
-escribiendo febrilmente.
-
---Comandante--le dije--, el general ha sabido que piensa usted salir a
-la plaza y me envía para que le disuada de ese absurdo proyecto.
-
---Por qué. ¿No van a salir otros oficiales y soldados?
-
---Sí; pero la suerte que usted intenta ejecutar es más peligrosa.
-
---¡Bah! La he hecho otras veces.
-
---Dicen que quiere usted mancornar al último toro, el que va a matar el
-Ochavito.
-
---Cierto.
-
---Todos los que entienden de eso dicen que ese toro es de demasiada
-alzada y demasiada fuerza para mancornarlo. No haga usted la suerte con
-ese toro, sino con otro.
-
---No, no; con ese.
-
---Comandante--exclamé--, todo el mundo sabe que es usted un valiente:
-su fama de valor está bien cimentada desde hace mucho tiempo. Lo
-necesitamos a usted. Es usted necesario para la Patria y para la
-Libertad. ¿A qué exponer la vida estúpidamente?
-
---No puede ser, no puede ser--dijo él--. He dado mi palabra al pueblo.
-No puede ser.
-
-Por más argumentos, por más consideraciones que hice, no conseguí nada.
-
-
-
-
- IX.
-
- CONCHITA AGUILAFUENTE
-
-
-LA decisión de Mala Sombra fué durante algunos días el tema de todas
-las conversaciones de Ciudad Rodrigo. Su decisión romántica hacía
-mucho efecto. Las mujeres tenían gran curiosidad de conocer al paladín
-enamorado. Yo sentía curiosidad de ver a la dama de sus pensamientos, y
-me la mostraron. Era Conchita Aguilafuente una muchacha de unos diez y
-siete años, morena, pálida, de ojos muy negros y muy grandes. No tenía
-muy buena fama; se decía de ella que era muy coqueta. Debía ser un
-temperamento ardiente.
-
-Por lo que me dijeron, era de estas mujeres que tienen días en que
-se les ve desfallecer, que tan pronto están animadas, con la mirada
-brillante, como pálidas y ojerosas; mujeres en que el sexo es como
-una llama abrasadora que les consume. Yo la vi cuando iba a misa con
-una mantilla negra, que le sentaba maravillosamente; al pasar cerca de
-ella el Chiquet y yo le dirigimos unos piropos, y ella nos miró con una
-mirada relampagueante.
-
-La madre, que la acompañaba, era una mujer todavía joven: una jamona de
-buen ver que producía grandes entusiasmos en la calle.
-
---El pobre Mala Sombra va a tener que bregar más con esta chica que con
-el toro del domingo--le dije yo al Chiquet.
-
-Mi asistente celebró la gracia, porque, como buen catalán, era muy
-torero.
-
-Hubiera dado cualquier cosa porque el domingo hubiera estado lloviendo;
-pero, por el contrario, amaneció con un sol espléndido.
-
-Ya muy de mañana los aldeanos de los contornos comenzaron a acudir al
-pueblo y a ocupar las gradas que se habían instalado en la plaza.
-
-Se hicieron los últimos preparativos, que los dirigió el Buñolero.
-
-Las cigüeñas, que habían llegado a su nido de la torre municipal días
-antes, miraban como preguntándose: ¿Qué extraños preparativos serán
-éstos?
-
-Después de la misa mayor comenzaron a llenarse los balcones de la
-plaza. Había una lucida representación de señoras y señoritas, de
-caballeros de negro y de militares de uniforme. Estaba aquello de gran
-gala.
-
-El sol era espléndido y los abanicos temblaban en el aire. Yo no quería
-presenciar la corrida para hacer causa común con el Empecinado; pero
-tenía gran curiosidad de ver lo que hacía Mala Sombra, y también grande
-de observar la actitud de Conchita Aguilafuente.
-
-Estuve en el salón de la casa Ayuntamiento, paseándome arriba y abajo,
-mientras la gente se asomaba a los miradores abiertos.
-
-Una de las señoras que nos había oído hablar a un teniente y a mí de
-Conchita me dijo:
-
---Ahí está Conchita con su madre y ese italiano que hicieron ustedes
-prisionero.
-
-Miré, y, efectivamente, estaba en un segundo piso de la Plaza Mayor, en
-la casa de un comerciante, en compañía de su madre y de Pancalieri.
-
-Como yo siempre he tenido una tendencia estratégica, recordé que en
-la casa del Ayuntamiento había un depósito de papeles del Archivo que
-tenía una ventana que daba muy cerca del balcón donde estaba Conchita.
-
-Le pedí al portero que me abriese la puerta de aquel cuarto.
-
---No va usted a ver nada, don Eugenio--me dijo él.
-
---No importa--le contesté--, quiero ver el público.
-
-El portero me abrió y yo pasé adentro.
-
-Me asomé a la ventana. A una corta distancia se veía el balcón en donde
-estaban Conchita, su madre y Pancalieri. Se veía además parte del
-interior de la habitación, que era una sala de pueblo con un espejo,
-una consola y unas sillas de damasco. La Conchita coqueteaba con
-Pancalieri de una manera disimulada.
-
---¡Demonio! ¡Qué descubrimiento!--me dije--. Este granuja de italiano
-se la está pegando de una manera ignominiosa al pobre Mala Sombra.
-
-Comenzó la música, y poco después la corrida. De cuando en cuando
-sonaba un ¡ah! de emoción que se levantaba en el aire. Era, sin duda,
-en el momento en que algún torero estaba expuesto a ser cogido.
-
-Cuando terminó el primer toro fuí al salón y me acerqué a la gente.
-Algunas personas, sin duda de nervios fuertes, encontraban que la
-corrida tenía pocas emociones y que aquellos becerretes no valía la
-pena de torearlos.
-
-Al comenzar de nuevo la brega volví a mi observatorio.
-
-El segundo toro dió poco juego. En el tercero la expectación se
-acentuó. Iba a matar el teniente Gotor.
-
-Miré al balcón de Conchita. Ella estaba encendida. Pancalieri, con un
-aspecto cínico y sonriente. Ella aprovechaba las ocasiones de frotarse
-con él, y se estrechaban las manos sin que la madre les viera.
-
-A veces ella entraba en la sala y se besaban, y estaban largo rato con
-los labios unidos. El forcejeaba con ella, y ella se escapaba de sus
-brazos y volvía a salir al balcón encendida y con un aire compungido.
-
-La faena del teniente Gotor debió de ser brillante, a juzgar por la
-tempestad de aplausos y de bravos que estalló en la plaza.
-
-Concluyó el tercer toro y salí de mi cuartucho. En el intermedio
-Conchita y Pancalieri, comprendiendo que la curiosidad del público se
-desviaba de la plaza para explorar los balcones, se separaron uno de
-otro y tomaron un aire de indiferencia.
-
-Cuando comenzó el último toro, el Chiquet me agarró del brazo y me dijo:
-
---Venga usted, mi teniente.
-
-Como tenía gran curiosidad me dejé llevar. Hubiera dado cualquier cosa
-porque la fiesta hubiese terminado. El último toro era grande, negro,
-con una cornamenta larga y afilada. Perseguía furioso a quien se ponía
-frente a él. El público vociferaba entusiasmado; los toreros apenas se
-atrevían a acercarse al animal. Únicamente el Ochavito y el Buñolero se
-plantaban delante y le daban recortes con la capa. A fuerza de estos
-lances el animal pareció cansarse, y en un momento que se paró el
-Buñolero le agarró de la cola.
-
-Entonces se vió a Mala Sombra que avanzaba con el Ochavito,
-acercándose al toro. En un momento se agarró con presteza a las astas,
-cuadrándose de pechos ante la fiera. El hombre y el toro quedaron
-inmóviles; el hombre empujó la cabeza del animal por las puntas, la
-bestia alzó el hocico, y entonces el hombre metió el hombro por debajo
-de la barba del animal, y de un empujón lo tumbó al suelo, le puso el
-pie en el hocico y lo sujetó así.
-
-Hubo una tempestad de aplausos. El Capitán Mala Sombra miró entonces
-al sitio donde estaba su amada. ¿Qué vió? No sé. Quizá comprendió
-rápidamente lo que pasaba entre Conchita y Pancalieri; el caso fué
-que el capitán soltó el pie, el toro se levantó de improviso, dió un
-topetazo con el cuerno en mitad del pecho al capitán y pasó por encima
-de él.
-
-Después se vió al capitán erguirse un momento echando sangre a
-borbotones por la boca, y luego caer desplomado.
-
-Hubo un momento de pánico entre los toreros.
-
-El público aúllaba como una mujer loca, y salía de él un largo y enorme
-alarido. Algunos querían escapar, pero la mayoría estaba anhelante de
-angustia, de curiosidad y de pasión.
-
---¡Calma!, ¡calma!--dijo el Ochavito.
-
---Esperaos, que ahora viene lo bueno--gritó el Buñolero, como si el
-espectáculo de la muerte no le afectase lo más mínimo.
-
-El Ochavito y el Buñolero metieron sus capotes y jugaron con el toro,
-mientras dos alguaciles recogían el muerto.
-
-Algunos pidieron a gritos a la presidencia que terminara la corrida y
-retiraran al toro, pero esto no era fácil, ni mucho menos.
-
---Dejadlo--dijo el Ochavito--, yo lo mataré.
-
-El Ochavito y el Buñolero fueron llevando al toro hasta un ángulo de
-la plaza. El Ochavito dió unos pases de muleta mientras el Buñolero le
-ayudaba con el capote.
-
---Échale un poco más allá--decía el Ochavito--. Bueno, bueno; ya está.
-
-Después de algunos vanos intentos, cuando le tuvo a su gusto el
-Ochavito, se cuadró, y de una estocada como un rayo dejó al toro muerto.
-
-El Buñolero se acercó con una bayoneta en la mano y le dió la puntilla.
-
-La gente, olvidada ya del capitán, comenzó a aplaudir y a gritar.
-El público fué despejando la plaza; marchaban las mujeres llevando
-lágrimas en los ojos.
-
-Conchita y Pancalieri se habían retirado del balcón. Me acerqué yo al
-sitio donde había muerto Mala Sombra, y en este momento vi salir a
-Conchita con su madre. Tenía una palidez de espectro, los ojos rojos,
-como de haber llorado, y la boca con un rictus de amargura.
-
-
-
-
- X.
-
- PANCALIERI
-
-
-EN la casa del Capitán Mala Sombra estaba expuesto su cadáver.
-
-Había llegado su madre, una vieja campesina de un pueblo próximo, y
-lloraba rodeada de las mujeres de la vecindad.
-
-Estuvimos allí todos los oficiales de la guarnición, comenzando por
-el Empecinado; se encontraban también los dos italianos, Corti y
-Pancalieri. Pancalieri estaba triste y cariacontecido.
-
---¡Qué _folia_!--me dijo--. Este hombre se ha matado.
-
---Sí; mientras usted abrazaba a su novia él se ha matado por ella--le
-dije yo, en voz baja.
-
---_¡Ma ché!_ No. Sería demasiado idiota.
-
---Pues no le quepa a usted duda. Los que le han visto de frente me han
-dicho que al levantar la mirada al balcón donde estaban ustedes se le
-demudó el rostro, y entonces dejó de sostener la cabeza del toro y se
-dejó matar.
-
---¡Ah _povero_! ¿Pero usted cree que se habrá matado por ella?
-
---Sí.
-
---¿Por la _signorina_ Conchita?
-
---Sí.
-
---¡Oh, no! _¡Maché!_ ¡Qué _folia_! _Questa signorina_ está bien para
-pasar el rato _ma_ nada más.
-
---Amigo--le dije yo--, esa muchacha que para usted no sirve mas que
-para pasar el rato, para este pobre hombre, era toda la vida...
-
-Y mientras decía esto, la mirada de Mala Sombra, terrible y trágica,
-parecía confirmar mis palabras.
-
-
-
-
- XI.
-
- FINAL
-
-
-HABÍA concluído de hablar Aviraneta, y repantigado en la butaca miraba
-el humo de su cigarro, que se elevaba en volutas en el aire.
-
---¿Y qué fué de la Conchita?--dije yo.
-
---Me dijeron muchos años después que se había casado.
-
---¿Con Pancalieri?
-
---No.
-
---Quizá con Gotor, el rival de Mala Sombra.
-
---Tampoco. Se casó con un propietario rico de Zamora.
-
---¿Y no tenía nada que ver con Pancalieri?
-
---No sé. El que me habló de ella aseguraba que el hijo primero de
-Conchita era el vivo retrato del italiano. Es posible que fuera
-verdad, es posible que no. Vete a saber...
-
- * * * * *
-
---Es usted admirable, don Eugenio--le dije--todavía le quedan a usted
-historias en el zurrón.
-
---Qué quieres. Los hombres de mi tiempo no leíamos tantas novelas como
-los de ahora. Buenas o malas, las hacíamos en la vida.
-
-Y Aviraneta se levantó, se frotó las manos y comenzó a pasearse por mi
-despacho, mirándolo todo con su aire perspicaz y agudo de fuina.
-
- Madrid, marzo, 1917.
-
-
-
-
- EL NIÑO DE BAZA
-
-
-OTRO día paseábamos por el Retiro Aviraneta y yo, y hablábamos de los
-prestigios políticos de nuestro país, cuando don Eugenio me dijo:
-Varias veces me he asombrado yo, al leer en las historias que se
-publican de mi tiempo, cómo muchos hombres de talento y de energía han
-quedado obscurecidos, y cómo, en cambio, otros, vulgares y adocenados,
-han tenido el relieve de primeras figuras. Yo, jamás hubiera pensado,
-por ejemplo, que mi amigo don Bernardo Borja Tarrius fuera hombre
-que pasara por la vida sin dejar el menor rastro, ni el más pequeño
-recuerdo.
-
-Borja Tarrius era para mí, al menos, un sabio. Conocía seis o siete
-idiomas a la perfección; tenía una memoria prodigiosa; había viajado
-mucho y leído más. Era una enciclopedia viviente. Como muchos hombres
-del tiempo, sentía una gran inclinación por la economía política,
-y estaba afiliado a la escuela de Jeremías Bentham. Vivía de dar
-lecciones, porque, a pesar de su talento, no encontró nunca protección
-oficial.
-
-A Borja Tarrius le conocí la primera vez en Madrid, en una logia, antes
-del movimiento de Riego de 1820. Su inteligencia y su sensatez eran
-reconocidas por todo el mundo.
-
-Por esta época, Borja Tarrius y don José María de Larreategui, que era
-el comisario de Guerra de la división del Empecinado, me llevaron a
-casa del brigadier Palarea para ver si nos poníamos de acuerdo en el
-movimiento revolucionario.
-
-No llegamos a nada en esta conferencia.
-
-Tres o cuatro años más tarde encontré a Borja en Gibraltar. Llegaba yo
-a esta plaza huyendo de Algeciras, como te he contado, y me metí en una
-posada, en donde se comía mal y se dormía en el suelo, pues no había
-camas.
-
-En esta posada se encontraban don Bernardo Borja Tarrius y el diputado
-por Córdoba don José Moreno Guerra. Al verme, me acogieron los dos
-con amabilidad y formamos un grupo para comer. Era difícil ver
-juntos dos tipos tan diferentes como Borja y Moreno. Los dos tenían
-aproximadamente la misma edad, de cuarenta a cincuenta años. Borja
-Tarrius era un hombre grueso, rubio, pacífico, calvo y con patillas;
-Moreno Guerra, alto, huesudo, cetrino, con un hablar gutural; Borja
-Tarrius tenía el aire de un holandés flemático; Moreno Guerra era un
-moro.
-
-En sus ideas se notaba una parecida divergencia. Borja se mostraba
-siempre equilibrado, siempre sereno, como la sensatez personificada;
-Moreno Guerra se caracterizaba por sus extravagancias. Era este hombre
-de sorpresas, osado, y al mismo tiempo cobarde, inteligente, y al poco
-rato, necio, amable y sin transición soez. Asiduo lector de Maquiavelo,
-de los libros del famoso florentín quería sacar consejos para la
-práctica política española. Entre sus muchos proyectos absurdos, Moreno
-Guerra había tenido la idea de hacer de Cádiz una ciudad republicana
-independiente, a estilo de Hamburgo y Brema.
-
-Reunido con Moreno Guerra y Borja Tarrius, iba pasando mal que bien
-el tiempo en la posada gibraltareña, cuando un día, instigados por el
-diputado andaluz, que estaba enfermo del hígado, salimos él, Borja y yo
-a respirar el aire libre. Hacía un calor sofocante. Al cuarto de hora
-de nuestro paseo se nos presentaron tres policías y nos pidieron la
-boleta de residencia.
-
-No la teníamos y tuvimos que confesarlo.
-
---Bueno, vengan ustedes--nos dijo el jefe de los policías. Les
-seguimos, nos llevaron al muelle y nos dejaron allí como si quisieran
-dedicarnos a la contemplación y al estudio de la bahía de Algeciras.
-
-Había en el muelle grupos de españoles que se lamentaban porque no
-tenían qué comer ni qué beber. El sol daba de plano, y el calor era
-insufrible.
-
-Los marineros de los barcos mercantes del puerto trajeron baldes de
-agua para aplacar la sed de la gente; pero no bastaba el agua que
-acarreaban para tantos.
-
-Llegó la noche y refrescó mucho. Yo no quería dormirme, por miedo a
-enfriarme, y me senté sobre una estera y apoyé la espalda en un cañón
-empotrado en el suelo, que servía para amarrar los cables. Encendí
-un cigarro y me puse a reflexionar mientras contemplaba las luces de
-Algeciras.
-
---¿Qué voy a hacer?--pensé--. Mucha de esta gente quiere ir a
-Inglaterra; pero van a andar muy mal; aquí habrá que esperar el
-barco...; luego, allá, hasta que se pueda vivir, se tardará un tanto;
-la cuestión sería ir a un sitio próximo y esperar una semana o dos
-hasta que esto se desocupara...
-
-Estaba discurriendo así, cuando oí a mi lado hablar de Tánger en voz
-baja.
-
---¡Tánger! Esta sería una solución--me dije a mí mismo, y decidí ir
-a la ciudad africana. Pensé todas las eventualidades posibles y me
-pareció la mejor la de Tánger.
-
-Amaneció, y vi en el muelle solos a Borja Tarrius, a Moreno Guerra y a
-dos hombres que no conocía; uno de ellos, el más joven, con uniforme de
-miliciano nacional.
-
-La demás gente se había metido en los buques mercantes que había en el
-puerto y en un barracón del muelle.
-
-Les dije a Borja Tarrius y a Moreno Guerra lo que había pensado.
-
---¿No sería mejor ir a Marsella o a Londres?--me preguntó Moreno Guerra.
-
---¡Ah, si se encontrara barco en seguida, sí!; pero como puede suceder
-muy bien que no se encuentre barco y haya que pasarse cinco o seis días
-aquí en el muelle, yo prefiero ir a Tánger y esperar allí.
-
---Es verdad, tiene usted razón--dijo Borja Tarrius--. Es una idea buena.
-
---Así, ¿qué les parece a ustedes la idea, aceptable?
-
---Sí, sí.
-
---Bueno, pues yo voy a ver si encuentro una lancha.
-
-Me entendí con un patrón inglés, que me pidió diez duros por el pasaje,
-y me volví al sitio de los amigos. Estos me dijeron que venían con
-nosotros el miliciano nacional y su padre, que había pasado la noche en
-el muelle a nuestro lado.
-
---Bueno--dije yo--. Está bien. ¿Usted les conoce?--le pregunté a Moreno
-Guerra.
-
---Sí.
-
---¿Quiénes son? El viejo parece gitano.
-
---Lo es. Son de Baza, padre e hijo. Al padre le llaman el _Esquilaor_,
-y al hijo, el Niño de Baza. El padre va convencido de que su hijo
-va a hacer mucha suerte en Africa, porque tiene una piedra imán la
-_bar lachí_, como dicen ellos. La historia de estos es curiosa. El
-_Esquilaor_, que ha sido un buen mozo, le hizo un chico a una muchacha
-de Baza, y ella no se quiso casar con él.
-
---¡Qué extraño! ¡Ella!
-
---Sí, ella dijo que no, que no se casaba, que él quería vivir a su
-costa, y que no. Y así está en la casa el _Esquilaor_ como criado.
-
---¿Y el Niño de Baza es el hijo?
-
---Sí, un chico mimado, voluntarioso. Ha sido estudiante de cura.
-
-Les observé con atención.
-
-El padre era un hombre muy flaco, muy negro, con los ojos verdes,
-obscuros; el hijo era muy parecido al padre, con un gran fulgor en la
-mirada.
-
-Bajamos los cinco por la escalera del muelle a la lancha, y nos fuimos
-acomodando.
-
-Antes de salir le dije yo a Borja Tarrius:
-
---Somos seis con el patrón. Como es posible que nos encontremos con
-algún barco en el Estrecho que quiera detenernos, lo mejor es que en
-esta corta travesía mande uno solo. Las vacilaciones son lo peor en
-estos casos. ¿Quiere usted mandar como jefe de nuestra barca, Borja?
-
---No, no, Aviraneta. Mande usted.
-
---Sí, mande usted--dijo Moreno Guerra.
-
---Bueno.
-
-Se lo advertí al patrón, y éste dijo que estaba bien, y añadió que la
-medida era muy prudente, porque en el mar no había que andarse con
-dudas sino decidir las cosas pronto.
-
-Salimos, se largó la vela, fuimos pasando por delante de la ciudad de
-Algeciras y de la isla Verde, hasta divisar la costa de Africa.
-
-El día estaba espléndido.
-
-El Niño de Baza, al poco rato de salir, escogió el mejor sitio y se
-tendió. Estorbaba un poco para la maniobra.
-
---¡Eh, tú!--le dije yo.
-
---¿Qué hay?
-
---Estás estorbando. Aquí no se duerme.
-
---Ez que mi niño, zabe uzté, ze marea...--dijo el padre.
-
---No ha tenido tiempo de marearse; que se ponga como todo el mundo y
-esté atento, por si se le tiene que mandar algo.
-
---¿Y uzté por qué me tiene que mandá a mi?--dijo el gitanillo.
-
---Porque sí; aquí mando yo, y, si no estás conforme, ahora mismo
-tocaremos en tierra y te dejaremos en ella, si es que no te pego un
-puntapié y te tiro al mar.
-
-Hubo un fulgor en los ojos del Niño de Baza.
-
-El viejo gitano comenzó a hacerme reflexiones y a adularme, con la
-clásica desvergüenza de la raza. Moreno Guerra celebraba sus frases y
-le contestaba algo en caló.
-
-En cinco horas llegamos frente a Tánger y se detuvo la lancha. Unas
-cuantas barcas y botecillos se nos acercaron con moros y cristianos,
-vestidos con harapos de colores, y se puso toda aquella gente a hablar
-y a chillar en una algarabía infernal. En esto nos atracó una lancha,
-con dos remeros negros y tres moros limpios, y uno de ellos nos
-preguntó en chapurrado:
-
---¿Qué son ustedes?
-
---Españoles.
-
---¿De dónde vienen?
-
---De Gibraltar.
-
---¿Traen ustedes pasaporte?
-
---No.
-
---Pues no pueden ustedes entrar.
-
---¿No se podría avisar al cónsul de España?
-
---¿Qué quiere usted avisarle?
-
---Que aquí hay un diputado español, que viene fugitivo, que quisiera
-entrar en Tánger, y un médico.
-
---¡Tebib! ¡Tebib!--dijeron los moros.
-
---Bueno. Esperen ustedes. Le avisaré al vicecónsul. El capitán del
-puerto y este moro del rey--y nos mostró uno de sus dos compañeros--les
-vigilarán.
-
-Estuvimos una hora con un sol de fuego, hasta que apareció un europeo,
-el vicecónsul, en compañía de tres moros fastuosos, vestidos de blanco.
-El vicecónsul preguntó por el diputado; se destacó Moreno Guerra
-y hablaron los dos. El vicecónsul era un siciliano, y los moros,
-empleados subalternos del gobernador de la plaza.
-
-Como Moreno Guerra era tan moro como los otros, con sus ademanes y sus
-gestos les convenció y se decidió que fuéramos todos a tierra. Les dijo
-que Borja Tarrius era un gran médico.
-
-Nos acercamos a la playa, y después nos agarró a cada uno un negrazo de
-aquellos, y, atravesando el fango del arenal, nos dejó en tierra firme.
-
---Vamos a casa del gobernador--nos dijo el vicecónsul.
-
-El gitano y su hijo se escabulleron sin saludarnos.
-
-Marchamos por una callejuela, tropezando a cada paso con burros
-cargados y seguidos por moros, que gritaban: ¡Balac! ¡Balac!
-Atravesamos el zoco, y llegamos a un viejo caserón destartalado;
-pasamos dos patios, y, en una sala que daba a un hermoso huerto,
-vimos al gobernador, o caid, sentado en el suelo y apoyado en unos
-almohadones. Era un viejo de aire respetable; le saludamos, nos invitó
-a sentarnos y nos trajeron unas tazas pequeñas de café sin azúcar,
-dulces y bollos.
-
-Habló Moreno Guerra con su aire de santón, y el caid inclinó varias
-veces la cabeza, como diciendo que estaba conforme.
-
-Salimos de nuevo a la calle, le dimos las gracias al vicecónsul y le
-preguntamos dónde podríamos alojarnos.
-
---Aquí no hay fondas ni posadas--nos dijo--donde se esté bien. Algunos
-franceses e italianos tienen huéspedes, pero los explotan. Los
-contrabandistas españoles suelen meterse en sus rincones, donde no se
-puede vivir. Aquí tendrán ustedes que dirigirse a los judíos.
-
---Sí, pero nosotros no conocemos a nadie...
-
---Bien, yo preguntaré.
-
-El vicecónsul fué a ver al rabino Samuel Silva, le explicó el asunto,
-y el rabino le encaminó a casa de la señora de Toledano, viuda de un
-comerciante, que vivía con cuatro hijas y dos criadas.
-
-Fuimos a ver a la viuda de Toledano, y nos encontramos con que hablaba
-muy bien el español.
-
-Se llamaba esta mujer Mesoda Ben Asayag y era viuda de un comerciante
-al por menor, también judío.
-
-El vicecónsul le indicó lo que pretendíamos, y la viuda aceptó; dijo
-que tenía en la casa la planta baja desocupada, con cuatro cuartos
-bastante grandes, y que viéramos si nos acomodaba.
-
---Vamos allá--dije yo.
-
-Nos enseñó las habitaciones, anchas y limpias.
-
---Esto está muy bien--le dijimos--. Pónganos usted una cama en cada
-cuarto, y en el otro una mesa y unas cuantas sillas.
-
-Dijo que lo arreglaría en seguida, nos explicó qué comida nos iba a
-dar, y añadió que nos llevaría dos pesetas por cada uno.
-
-Dimos las gracias más efusivas al vicecónsul, por habernos llevado
-allá, y el hombre nos indicó que contáramos con él para lo que
-necesitáramos y que, después de comer, fuéramos a su casa a pasar el
-rato.
-
-A las cinco de la tarde una criada nos avisó para que subiéramos a
-comer. Subimos y encontramos la mesa puesta; el mantel limpio, platos
-de loza de color y cubiertos de madera. En vez de sillas, había bancos.
-Entró la señora de Toledano con sus cuatro hijas, de muy modesto
-porte y muy bonitas. Hablaban todas el castellano con un acento medio
-andaluz, pronunciando las eses como zedas, un acento que no dejaba de
-tener gracia.
-
-La mayor tendría unos veinte años, y la menor, unos catorce. Todas eran
-morenas, menos la segunda, Sara, que era rubia, casi pelirroja. Las
-saludamos amablemente. La madre se sentó con dos de sus hijas a un lado
-y dos al otro, y nosotros en lo restante de la mesa.
-
-Después de comer fuimos a ver al vicecónsul, hombre abierto de genio,
-que tenía una familia numerosa muy simpática, y nos dió una porción
-de indicaciones concernientes a las costumbres que había que seguir
-allí. Le pedimos un poco de papel, nos lo dió y volvimos a casa.
-Conferenciamos con la señora de Toledano acerca de la manera de tener
-luz; nos trajo un velón de cuatro mecheros, enviamos a la criada
-por aceite, encendimos el velón, lo pusimos encima de la mesa y nos
-sentamos alrededor.
-
-Borja Tarrius estaba contento.
-
---Creo que en Tánger podemos pasarlo bien y muy barato--dijo--, y habrá
-cosas curiosas que ver.
-
-Moreno Guerra estaba taciturno.
-
---¿Qué le pasa a usted?--le dije.
-
---Esto es una cartuja--exclamó él--; aquí no va a haber con quién
-hablar. ¡Luego estas calles sucias, con estos moros asquerosos!
-
-Me indignó tan importuna queja y no dije nada.
-
-A las nueve nos volvieron a llamar para comer, y tomamos té con
-hierbabuena, pan y manteca.
-
-Le pregunté a la dueña cuándo se podría escribir a Gibraltar, y me
-dijo que tuviera la carta preparada para las diez de la mañana del día
-siguiente.
-
-Escribí a la posada de Gibraltar en donde habíamos estado Borja
-Tarrius, Moreno Guerra y yo, pidiendo al amo que nos mandara la cuenta,
-diciéndole que yo había dejado allí una maleta y una manta, y que si
-se recibía una carta para mí, la enviara a Tánger.
-
-Al día siguiente, por la mañana, le di la carta a la dueña y fuí a
-llamar a Borja Tarrius y a Moreno Guerra; ninguno de los dos había
-dormido, preocupados, sin duda, con el porvenir.
-
-Por la tarde anduve yo por la ciudad; vi el Zoco, la Alcazaba, y salí
-por las afueras a pasear por el Marshan. Al volver me encontré con
-Borja y Moreno, que charlaban en el cuarto, y, por la noche, la dueña
-me trajo contestación a mi carta de Gibraltar. Según decía el posadero
-seguía allí la aglomeración, y no se sabía qué hacer con los emigrados.
-
-Fuimos a cenar. Moreno Guerra estaba tan alicaído que la dueña le
-preguntó:
-
---¿Está usted malo?
-
---Sí. Más malo de espíritu que de cuerpo. Me falta la vida, las
-amistades, la sociedad... No sé si me podré acostumbrar al trato de
-estos moros.
-
---¡Y qué diría usted--dijo la viuda de Toledano--si viviese bajo la
-condición que vivimos nosotros los hebreos! Nos insultan, nos apedrean,
-nos tiran lodo a la cara, y, como no tenemos autoridades ni cónsules,
-nos callamos.
-
-Moreno Guerra se encogió de hombros. Parecía mentira que un hombre tan
-grandón, que tenía fama en España de valiente y atrevido, fuera tan
-pusilánime y tan blando.
-
---No hay que acobardarse--repuso la señora de Toledano--. Si se mete
-usted en esa habitación de abajo, en la obscuridad, sin ver a nadie, le
-entrará a usted la melancolía. Suba usted al cuarto donde trabajamos
-mis hijas y yo, y allí hablaremos.
-
---Tiene usted razón, señora--dijo Borja Tarrius--; no hay que apocarse.
-En Tánger hemos sido recibidos con una caridad y un afecto que
-agradecemos en el fondo del alma; estamos perfectamente hospedados y
-mantenidos: no podemos desear más. Ahora, a mi amigo Moreno Guerra le
-sucede que ha vivido en esta última época en un ajetreo constante y en
-una constante inquietud, y al venir aquí a esta soledad queda aplastado.
-
---Si lo comprendo--dijo Mesoda--; por eso le digo que suba al taller
-donde trabajamos nosotras, para entretenerse; suele venir el rabino de
-Tánger a visitarnos, y como es un hombre culto hablará con ustedes.
-
-Fuimos al taller y charlamos, mientras las chicas y la madre y dos o
-tres aprendizas trabajan en bordar con sedas de oro y plata babuchas,
-bolsas para dinero, cinturones, arneses de caballo, etc.
-
-Borja Tarrius, curioso por todo cuanto fuera industria, hizo a Mesoda
-y a sus hijas una serie de preguntas acerca de cómo trabajaban y dónde
-vendían sus productos.
-
---En general se venden en Gibraltar, y los llevan a Túnez, a Trípoli,
-a Fez, y pasan por bordados hechos por moras--contestó la señora
-Toledano.
-
-Borja Tarrius que sabía mucho, examinó los bordados y dijo primero que
-el dibujo era un tanto defectuoso, y después indicó a Mesoda y a sus
-hijas que perdían mucho tiempo haciendo cada una todas las labores
-que exigía un bolso, o una babucha; que debían hacer la división del
-trabajo: una cortar, otra coser, otra bordar, etc., etc.
-
-Para demostrar su tesis, explicó con toda clase de detalles cómo se
-fabricaban los alfileres en las fábricas de Europa.
-
-Como hablaba con tanta persuasión, las convenció.
-
-Al día siguiente se hizo la prueba de la división del trabajo, y,
-efectivamente, se produjo casi el doble.
-
-La señora de Toledano estaba maravillada.
-
-Mientras trabajaban las bordadoras, Borja Tarrius les habló de la
-historia de Tánger y de Cartago, y del pueblo judío, y nos tuvo a todos
-entretenidos.
-
-Al cuarto día de estar en Tánger apareció en casa el Niño de Baza.
-Venía bien vestido, limpio y perfilado. Era un muchacho guapo. Tenía
-el tipo del andaluz bonito, una cara de medalla romana y los ojos de
-gitano. Me dijo con mucha zalamería que le perdonara si había estado
-grosero en la barca, pero era que se encontraba entonces cansado,
-enfermo, sin dormir. Se había quedado solo en Tánger; su padre había
-marchado a España, y él andaba buscando un sitio donde trabajar.
-
-Las chicas de casa le vieron al entrar y salir.
-
---¿Quién es ese muchacho?--me preguntaron Sara y Rebeca.
-
-Yo le dije a Mesoda:
-
---No he querido traer a ese joven aquí, donde hay tantas muchachas. No
-vaya a ser un gavilán entre palomas.
-
---Pues ¿qué ha hecho?
-
-Le dije que me parecía un muchacho violento, vengativo, que su padre
-era gitano...
-
-Nada de esto le parecía muy grave a Mesoda.
-
---Si a usted no le importa, por mí puede venir a casa.
-
---¡Ah! Pues que venga.
-
-Al día siguiente volvió a presentarse el Niño de Baza.
-
---Bueno--le dije yo--, con estas chicas, nada.
-
---No tenga usted cuidado.
-
---Ya sabemos que eres irresistible.
-
---No tanto, don Eugenio.
-
-El Niño de Baza no comprendía la ironía, afortunadamente para él.
-
-Este mismo día apareció el rabino de Tánger, el señor Samuel Silva,
-en casa de Mesoda, y hablaron él y Borja Tarrius. El rabino llevó la
-conversación a cuestiones de historia bíblica, donde se consideraba,
-sin duda, fuerte; pero Borja Tarrius sabía de esto mucho y le hizo unas
-observaciones al rabino sobre el libro de Esdras y el de Job, y el
-_Eclesiastés_, que quedó el hombre asombrado. Yo, como no he leído la
-Biblia, porque, la verdad, me ha aburrido desde el comienzo, no seguí
-la discusión en todos sus detalles.
-
-Mientrastanto, el Niño de Baza cambiaba unas miradas incendiarias con
-las chicas, que se reían y coqueteaban con él. Sobre todo, Sara, la
-roja, era una mujer de cuidado.
-
-Los días siguientes, desde la mañana hasta la noche, los pasamos en
-el taller de Mesoda, Moreno Guerra, Borja, el Niño de Baza y yo;
-ayudábamos a las muchachas a cortar el cuero de tafilete, a preparar
-las agujas, los hilos de seda de oro y plata y a pulimentarlos con
-colmillos de jabalí.
-
-Borja Tarrius pidió al vicecónsul un diccionario viejo de antigüedades,
-con un atlas, que había visto en su casa. El vicecónsul se lo prestó
-y Borja estuvo tomando notas e hizo una porción de modelos con nuevos
-adornos y nuevas grecas. Dibujó hasta diez modelos. Se hicieron éstos,
-unos más complicados, otros menos, y se enviaron a Gibraltar con sus
-precios respectivos.
-
-En cada bolsillo se venía a sacar tres pesetas de beneficio, según el
-cálculo de Borja Tarrius.
-
-Días después, el hijo de Mesoda envió cuarenta duros; había vendido los
-diez bolsillos inmediatamente a un comerciante de Argel, que le encargó
-veinte docenas más de la misma clase en dos remesas. Los que se le
-enviaron los vendió a cinco duros. En cada uno se ganaron trece pesetas.
-
-Mesoda y sus hijas estaban locas de contento. Las chicas llamaban papá
-a Borja Tarrius, y pensaban en arreglar la casa y en hacer viajes.
-
-Cuando se mitigó la alegría, Mesoda dijo a Tarrius:
-
---¿Qué hacemos? Usted disponga.
-
---¿Usted tiene dinero?
-
---Sí.
-
---Vamos a hacer el presupuesto para los doscientos cuarenta bolsos.
-
-Borja Tarrius tomó un papel e hizo una porción de números.
-
---Se necesitan unos cincuenta duros de material--dijo.
-
---¿Nada más?
-
---¿Le parece a usted poco? ¿Los tiene usted?
-
---Sí, sí.
-
---¿No habrá dificultad en adquirirlo?
-
---Ninguna.
-
---Después, lo que se necesita son cuatro o cinco obreras. ¿Habrá aquí
-buenas bordadoras?
-
---Sí, pero cobran mucho.
-
---¿Pues, cuánto cobran?
-
---Seis y siete reales al día.
-
---¡Bah! Eso no es nada. Se puede pagar el doble.
-
---¿Y si se enteran y copian los dibujos de los bordados?
-
---No; no tienen tiempo. Usted les dice que es un encargo que ustedes
-tienen y les da los bolsillos ya dibujados.
-
-Al día siguiente se compró el material y comenzó a cortarse el
-tafilete. Tarrius tenía la alta dirección. Moreno Guerra y yo
-calcábamos los dibujos, los agujereábamos con un alfiler y, después,
-con una muñequita llena con polvo de carbón, estampábamos y
-perfeccionábamos los dibujos con lápiz.
-
-Al día siguiente Mesoda trajo cinco obreras judías, que las llevó a la
-sala del piso bajo, que antes ocupábamos nosotros.
-
-Moreno Guerra y yo seguimos dibujando; el Niño de Baza cortaba; Agar y
-Raquel, la hija mayor y la pequeña, cosían, y Sara y Esther quedaron al
-frente del bordado. Las nuevas obreras eran mejores trabajadoras que
-las de casa.
-
-Se envió la primera remesa a Gibraltar y llegó el dinero en seguida.
-Cerca de quinientos duros. La viuda de Toledano quedó loca de contenta.
-Quería dar dinero a Tarrius, pero le dolía desprenderse de él. Le
-hacía continuas zalamerías. ¡Era tan bueno! Sus hijas y ella no se
-olvidarían nunca de lo que había hecho en su obsequio.
-
-Mesoda tenía la angustia de ganar, y no se preocupaba de nada más.
-
-Yo veía al Niño de Baza que intimaba mucho con Sara la roja, pero
-también lo veía la madre y parecía que no daba importancia a la cosa.
-A Borja Tarrius le llegaban enfermos que iban a consultarle. Borja se
-limitaba a recomendar prácticas higiénicas.
-
-Llevábamos veinte días en Tánger, cuando recibí una carta de un señor
-Gargollo, representante de mi tío Ibargoyen, el mejicano. A este
-Gargollo le había escrito yo al llegar a Gibraltar. Me decía que había
-girado a mi nombre a esta plaza cinco mil pesetas a la casa de Banca
-de Benolié y Compañía, y que al mismo tiempo me recomendaba a este
-banquero. Le escribí al señor Benolié diciéndole dónde estaba, y a
-los dos o tres días apareció en mi casa un judío viejo, con un aire
-muy venerable, a ofrecerme de parte de Benolié lo que necesitara. Se
-llamaba este judío Samuel Lione.
-
-La patrona mía se quedó maravillada; dijo que Samuel era el hombre más
-rico de Tánger, y que cuando iba a Fez visitaba al Sultán.
-
-Debíamos ser nosotros gente de una gran importancia cuando Samuel Lione
-venía a nuestra casa.
-
-Pregunté qué era, y la señora de Toledano dijo que era banquero y
-tratante de esclavos.
-
---¿Y gana mucho con esto?
-
---Muchísimo. Todos los años manda una o dos caravanas a Tumbuctu, en
-las que ganará muchos miles de duros.
-
-El Niño de Baza oyó esto con los ojos brillantes.
-
-Al día siguiente me dijo:
-
---Oiga usted, don Eugenio.
-
---¿Qué hay?
-
---No va usted a visitar a ese viejo judío Samuel?
-
---Pues, ¿por qué?
-
---Porque si va usted, yo quisiera acompañarle.
-
---¿Para qué?
-
---Para ir en una caravana a comprar esclavos.
-
-Me quedé asombrado.
-
---Bueno, bueno. Ven mañana por la mañana y le visitaremos.
-
-Al día siguiente se presentó el Niño de Baza muy elegante y atildado;
-yo me vestí, y con un chico de la vecindad fuimos a casa de Samuel.
-
-La casa era de aspecto más humilde que la de Mesoda. Nos recibió el
-señor Samuel en un despacho muy mísero de la planta baja, con grandes
-saludos y zalemas, y nos hizo sentarnos. Este Shylock hablaba de una
-manera balbuceante y lacrimosa. Nuestra santa nación, nuestra tribu, el
-patriarca Abraham estaban a cada momento en su boca. Durante su charla
-se interrumpía para dar una indicación a dos escribientes que tenía,
-los dos, sin duda, judíos, de cara atormentada y labios gruesos.
-
-Le avisaron para almorzar, y yo me levanté con intención de marcharme;
-pero Samuel me agarró de la mano.
-
---No, no; venid--me dijo--; que venga con vos este joven cristiano;
-comeréis conmigo, la miseria que uno tiene.
-
-Subimos una escalera estrecha y llegamos a un comedorcito pequeño que
-daba a un patio, con una puerta, lleno de macetas con flores. Estaban
-en el comedor la mujer y una hermana de Samuel, dos hijas de unos
-cincuenta años, un hijo y una porción de nietos, entre los cuales había
-una muchachita de unos diez y siete o diez y ocho años, muy bonita.
-
-Entre todas estas caras judaicas había el tipo correcto y muy perfilado
-y el tipo un poco repulsivo del judío narigudo, con los labios gruesos
-y abultados y los ojos pequeños.
-
-Había en toda la casa un olor a cerrado y al mismo tiempo a estoraque,
-o alguna otra cosa aromática, que no me hizo ninguna gracia.
-
-Sirvieron el almuerzo, que consistió en té con leche, tostadas con
-manteca, miel y un líquido dulce, con gusto a naranja. En lugar de pan,
-nos dieron unas tortas redondas y muy delgadas, sin sal.
-
-El Niño de Baza estuvo de conquistador con la nieta de Samuel. Sabía
-que la chica era rica, y preparó en seguida sus baterías.
-
-Después de almorzar volvimos de nuevo al despacho y hablamos.
-
---No creáis que tengo una fortuna grande...--nos dijo Samuel Lione--.
-No, no..., una pequeñez, un mediano pasar. No hagáis caso de lo que os
-digan en Tánger acerca de mí. No, no. ¡Por el patriarca Abraham! ¡Qué
-más quisiera yo!
-
-Le dije que no me habían hablado de él en Tánger, y que había ido
-a verle para saludarle y para presentarle aquel joven español que,
-habiendo oído hablar de que él organizaba caravanas al centro de
-Africa, quería ir en una de ellas.
-
-Samuel Lione sonrió al Niño de Baza y le alabó su afición al comercio.
-Después nos explicó sus negocios. Se dedicaba principalmente a la trata
-de esclavos, que compraba en Tumbuctu, y a veces en el Sudán.
-
-En Fez, en Mezquínez y en Marrakech tenía depósitos de esclavos. Nos
-dijo que él proveía al sultán y a los principales magnates del imperio
-de esclavas negras para los harenes, que hacía venir del interior de
-Africa; negras que eran de una raza especial muy fea para nuestra vista
-por sus morros salientes y su nariz chata, pero que a los moros les
-parecían huríes de Mahoma.
-
-Añadió que recibía remesas de cuando en cuando de veinte o treinta
-niñas, de diez a doce años, en Tafilete, donde tenía un gran depósito,
-y, a manera de hospital, que allí apartaba las que tenían lepra, les
-curaba a las otras la sarna, las demás enfermedades y los parásitos;
-luego, con baños, purgas y frotaciones y mucho alimento, las engordaba
-y las ponía lucidas como los cristianos engordan esos animales, que son
-la abominación de Jehová y que se llaman, con perdón, cochinos.
-
-Mudaban enteramente de piel y de pelo las negras, y se ponían
-relucientes como espejos.
-
-A los catorce años las llevaban al mercado, y acudían los corredores a
-comprarlas, procediendo a un reconocimiento escrupuloso antes de cerrar
-el trato.
-
-Los compradores las conducían con mucho cuidado a su destino, en una
-especie de jaulas, que colocaban en camellos, y muy cubiertas con
-toldos para que no les diese el sol, ni las viesen los curiosos.
-
-Este comercio era el más productivo para él; ¡pero había tanto gasto!
-En Tumbuctu tenía una factoría exclusivamente destinada para sus
-compras.
-
-Era el único comerciante dedicado a este honrado tráfico.
-
-También recibía de Tumbuctu oro en polvo, marfil y plumas de avestruz,
-y enviaba, a cambio, telas que compraba a poco precio en las almonedas
-de Gibraltar.
-
-Lione me dijo que a los veinticinco años había hecho dos viajes a
-Tumbuctu, la lejana ciudad de Africa, atravesando el gran Desierto.
-Entonces era Tumbuctu tan misteriosa que algunos dudaban de su
-existencia.
-
-Samuel Lione con esa rápida efusión que suelen tener a veces las
-gentes que viven aisladas, nos contó sus viajes a Tumbuctu con cierto
-énfasis. Nos habló con entusiasmo del Desierto, de las caravanas de
-cientos de camellos, que apenas dejan huella en la arena dura; de la
-forma del terreno arenoso, siempre igual y siempre distinto, como el
-mar; de las angustias al no encontrar los oasis con agua; del tener que
-beber a veces la sangre de los camellos... Todas estas dificultades y
-penas estaban compensadas, porque en dos o tres viajes se podía uno
-enriquecer.
-
-Mientras hablaba Samuel se veía la mezcla del miedo con el deseo de la
-ganancia.
-
-Unía cierta elocuencia florida al acento llorón y sibilante.
-
-En medio de toda su blandenguería se notaba que el buen Samuel era un
-águila para el comercio y que hubiera vendido hasta a su padre. Luego
-Lione nos habló de sus antepasados, que eran españoles, que habían
-vivido en Medina del Campo y habían sido expulsados de Castilla en
-tiempo de Felipe III. Su apellido verdadero era León, o de León, y al
-refugiarse en Francia lo afrancesaron y lo convirtieron en Lione.
-Tenía todos los papeles y títulos de pertenencia de la familia y hasta
-la llave de la casa de Medina.
-
-Respecto a la pretensión del Niño de Baza, dijo que fuera por allí, y
-que ya vería.
-
-Después de cuatro horas de charla me volví a casa de Mesoda.
-
-Al día siguiente pasé de nuevo por el despacho de Samuel Lione, que
-me prestó cien duros. Le dije a Borja Tarrius y a Moreno Guerra que
-me marchaba a Gibraltar y que les escribiría. Borja Tarrius me indicó
-que le habían encargado aquel mismo día de la educación de los hijos
-de varios cónsules europeos de Tánger; que ya tenía medios fáciles de
-vida, y que preferiría un país templado como aquél que un país frío
-como Inglaterra, y que se quedaba definitivamente allá.
-
-Moreno Guerra me dijo que le avisara adónde iba y lo que hacía.
-
-Comimos, charlamos mucho, me despedí de la familia judía, me
-acompañaron Borja y Moreno hasta la lancha, y me fuí a Gibraltar.
-
- * * * * *
-
-Después de bastantes años, le vi a Borja Tarrius; me dijo que el Niño
-de Baza se había casado con la nieta de Lione y había tenido un hijo
-con la Sara. El Niño de Baza, hecho un completo bandido, llegó a ser
-hombre de fama en el país, y en una de las expediciones al centro de
-Africa le mataron en el Desierto.
-
-Respecto a Sara la roja, se escapó con un inglés rico, y vivía por
-entonces en Inglaterra hecha una princesa. Moreno Guerra murió
-misteriosamente, poco después de ir a Tánger. Según algunos le
-envenenaron en el viaje de Gibraltar a Londres.
-
-
-
-
- ROSA DE ALEJANDRÍA
-
-
-
-
- I.
-
- EL VIAJE A EGIPTO
-
-
-PUESTO que deseas que siga la narración de mi vida, amigo Pello, dijo
-Aviraneta, la seguiré.
-
-A mediados de noviembre de 1823 salí de Tánger y llegué a Gibraltar,
-donde me esperaban en el muelle el hijo de la señora Toledano y el
-dependiente principal de Benolié, el banquero.
-
-Me llevaron a casa de un judío que me cedió un gabinete muy bonito, y
-me dieron una carta de residencia del Estado Mayor de la plaza.
-
-El señor Benolié era hombre rico, banquero de mucha influencia, y vivía
-muy en grande en una casa a la inglesa. Me presenté a él, me trató muy
-amablemente y me dijo que fuera a su casa cuando me pareciera.
-
-Fuí una vez por cumplir y no volví. Me cansé en seguida de Gibraltar.
-Ya no tenía allí amigos. Los liberales españoles se habían marchado.
-Aquello me parecía un sitio estrecho, de lo más antipático del mundo.
-
-Un día que estaba en mi gabinete, tendido en el sofá divagando,
-apareció el señor Benolié.
-
---¿Qué le pasa a usted?--me dijo--. ¿Está usted enfermo?
-
---Sí, algo enfermo debo estar, pero principalmente estoy aburrido; yo
-no puedo vivir así. Me he acostumbrado a otra vida.
-
-El señor Benolié quizá creyó que le quería decir que tenía hábitos más
-fastuosos, y sonrió suponiendo que era una fanfarronada de español.
-
---¿Pues cómo ha vivido usted?--me dijo con ironía judaica.
-
-Yo le conté brevemente mis andanzas de guerrillero y de conspirador, y
-como vi que le interesaban di detalles y más detalles. El señor Benolié
-se quedó tan asombrado, que creo que si le hubiera dicho que yo no era
-un hombre, sino un trasgo o un gnomo, no hubiera tenido tanto asombro.
-
---¡Pero usted ha vivido de esa manera!--exclamó varias veces.
-
---Sí.
-
---Es extraordinario. Yo tenía otra idea de los guerrilleros. ¿Y para
-qué ha vivido usted así? ¿Ha ganado usted mucho con eso?
-
---Nada. El poco dinero que tenía lo he perdido.
-
-A Benolié no le cabía esto en la cabeza.
-
---Con la actividad y la energía que ha desplegado usted inútilmente,
-puesta en el comercio se hubiera usted hecho millonario.
-
-Esta observación de judío le parecía a él un argumento irrebatible.
-
---Sí, es posible--contesté yo--; pero en el comercio no hubiera puesto
-tanta energía. Ser rico no me interesa. Yo no necesito mas que el
-dinero imprescindible para comer y tener un rincón donde dormir. Esto
-se me cae encima. Yo necesito campo, peligros, intrigas para estar bien.
-
-Benolié y yo nos miramos como podrían mirarse un lobo y un castor.
-
---Sin embargo, ¿usted piensa marcharse a Méjico a ser comerciante,
-según me ha dicho?
-
---Sí, si no encuentro otra cosa mejor.
-
---No hay nada mejor que el comercio, señor Aviraneta--replicó él
-sonriendo--. Yo creo que usted no se ha dado cuenta de ello. Yo
-quisiera que usted probara a trabajar en mi casa.
-
---Probaré.
-
---Yo le daré a usted el máximum de sueldo y el máximum de comisión.
-
---Pues nada, empezaré.
-
-Comencé a acudir al escritorio, y fuí tan puntual y ordenado como
-pudiera serlo el primero.
-
-Al cabo de un mes, Benolié me llamó a su despacho.
-
---Indudablemente, señor Aviraneta--me dijo--, no sirve usted para la
-vida sedentaria. No come usted, no bebe usted, no habla usted, y se va
-usted poniendo más amarillo que un limón.
-
---Sí. Es cierto.
-
---¿Qué ha pensado usted hacer?
-
---Yo había pensado ir a Grecia y hacer la campaña contra los turcos;
-pero como todo el mundo me habla aquí mal de los griegos, he decidido
-ir a Egipto y ofrecerme al gobierno del virrey como oficial.
-
---Bueno, bueno, como usted quiera. Si trata usted de ir a Egipto, yo le
-proporcionaré a usted barco.
-
-El señor Benolié se mostró muy generoso, me entregó cincuenta libras
-esterlinas, entre sueldo y comisión, por el trabajo que había hecho
-durante un mes en su casa. Al pensar en ir a Egipto, se me ocurrió
-llevar una mercancía a vender por allí, e hice mi ancheta y la metí en
-un gran cajón.
-
-El día seis de diciembre apareció un bergantín en el puerto de
-Gibraltar, que marchaba a Alejandría. Era un bergantín nuevo, sin
-nombre. Iba tripulado por la marina de guerra inglesa; lo llevaban para
-entregarlo al virrey de Egipto.
-
-Bajaron el capitán sir John y dos oficiales, y fueron a visitar a
-Benolié. Benolié les habló de mí, y el capitán sir John le dijo que
-con mucho gusto me llevaría en su barco hasta Alejandría, puesto que
-era liberal y amigo suyo.
-
-Al día siguiente se condujo al barco mi cajón de mercancías, al que le
-pusieron precintos de plomo y una etiqueta con el escudo de Inglaterra.
-
-El capitán sir John dijo que, para ir a bordo, debía marchar vestido de
-guardia marina.
-
-Benolié me envió a su sastre, para que me hiciera un traje completo de
-guardia marina, que se componía de chaqueta y pantalón azul, chaleco
-de grana y polainas. Me trajeron también a casa un kepis, un sombrero
-redondo de hule y un capote de goma.
-
-Benolié me entregó la víspera de mi partida dos cartas de
-recomendación: una para el general Boyer y la otra para un comerciante
-judío de Alejandría, corresponsal suyo, que se llamaba Isaac Bonaffús.
-
-A las seis de la mañana del día diez de diciembre, en un lanchón de
-Benolié, me dirigí al bergantín, en compañía de Toledano. El bergantín
-había levado anclas y extendido algunas velas.
-
-Estreché la mano de mi amigo, quien volvió en una lancha, y me dirigí,
-acompañado de un mozo, a mi camarote.
-
-A las seis y media zarpó el bergantín, con viento fresco, y dejamos al
-poco rato de ver Gibraltar y las costas de Africa.
-
-Al mediodía el viento se hizo más fuerte, y, al comienzo de la tarde,
-se desarrolló un ventarrón furioso. Se recogieron las velas y casi a
-palo seco fuimos marchando por el mar, sin rumbo.
-
-Yo llevaba días sin dormir bien, y no sé si por el medio mareo que
-tenía o porque bebí un poco de vino, el caso fué que me eché en la cama
-y no desperté hasta el día siguiente a las once. Al salir vestido a
-cubierta, sir John, el capitán, comenzó a reír al verme y me dijo:
-
---Usted es un lobo de mar.
-
---Pues, ¿por qué?
-
---Porque ha podido usted dormir cuando todo el equipaje andaba mareado.
-Hemos tenido un huracán terrible.
-
-Pasé con sir John a la cámara de oficiales, donde vi que había dos
-tenientes, echados de bruces sobre la mesa, estudiando un gran mapa.
-
-Aunque yo no los entendía, porque hablaban inglés, comprendí que
-estaban buscando la posición y el derrotero del barco.
-
-Sir John, a quien le gustaba hablar francés conmigo, me dijo que íbamos
-a tener mal tiempo, porque el barómetro seguía bajando.
-
-No sé a punto fijo hacia dónde navegamos; yo no me atrevía a
-preguntárselo a nadie, pero sí sé que por la tarde del tercer día se
-nos presentó el viento de proa y empezamos a dar bordadas.
-
-A eso de las once de la noche comenzó una tormenta espantosa: una de
-rayos, de truenos, de granizo, que no paraba un momento.
-
-El capitán y los oficiales estaban de observación en la cámara; los
-marineros esperaban órdenes en el puente.
-
-Yo no podía hacer allí nada más que estorbar. Antes de meterme en
-la cama, agarrándome a lo que pude, llegué a la cocina y le compré
-al cocinero víveres. Desde nuestra salida de Gibraltar no se había
-encendido la cocina. El cocinero me puso en un talego una docena de
-galletas, medio queso, dos tarros de mermelada, dos botellas de vino de
-Jerez y un frasco de aguardiente. Llegué a tientas a mi camarote, cerré
-la puerta, porque entraba agua, y me dije:
-
---Hay que entregarse al destino.
-
-Comí un trozo de queso y unas galletas con dulce, bebí un vaso grande
-de Jerez, luego una copa de aguardiente, encendí un cigarro y a la
-media hora estaba dormido. Nunca he tenido sueños más raros.
-
-A la mañana siguiente me desperté. Había agua en el suelo del camarote.
-Cuando abrí el ventanillo y miré al mar me dió el vértigo con aquel
-resplandor y aquella blancura de la espuma.
-
-Me pareció que el mar se hallaba más agitado, pero el aire más
-tranquilo, y supuse que esto era buena señal. No salí del camarote;
-estuve haciendo gimnasia, y al anochecer tomé mi trozo de queso,
-mis galletas con dulce y dos vasos grandes de Jerez, y dos copas de
-aguardiente.
-
-Tardé en dormirme, pero me dormí. Al día siguiente, al despertar con
-la cabeza un poco pesada, vi que había amainado el temporal. Abrí el
-ventanillo y vi el mar mas tranquilo, y me volví a tender en la cama.
-Estaba dormitando cuando entraron en el camarote el capitán y el
-cirujano del barco.
-
---No he visto otro parecido--dijo el cirujano señalándome a mí--. Este
-es un hombre grande. ¡Y luego hablan de la flema inglesa!
-
-El capitán sir John se reía.
-
---Levántese usted--me dijo--, porque tienen que limpiar todo esto.
-
---¿En dónde nos encontramos?--le pregunté yo.
-
---Nos estamos acercando a la costa francesa, a las islas de Hyeres.
-
-Me levanté, me vestí y salí a cubierta, con la cabeza un tanto pesada.
-
-Antes del mediodía llegamos a la isla de Porquerolles, donde anclamos.
-Examinaron los oficiales y el contramaestre el casco del barco, que
-tenía alguna avería insignificante; lo limpiaron los marineros por
-dentro y por fuera, secaron el velamen y a las veinticuatro horas
-estaba el bergantín tal como había salido de Gibraltar.
-
-Se compraron víveres, se encendió la cocina, y comimos por primera vez
-caliente y de una manera espléndida.
-
-La marinería tuvo también un gran banquete, con carne fresca y pan del
-día, y el capitán regaló a los marineros una pipa de vino.
-
-A media noche nos hicimos a la vela con un tiempo hermoso, y a los doce
-días de dejar las costas de Francia estábamos a la vista de Alejandría.
-
-En todo el trayecto, el capitán sir John tuvo para mí muchas
-consideraciones, sentándome a su mesa en unión de los oficiales y del
-médico.
-
-Tenía sir John algunos libros, y me prestaba los que le pedía. Me dejó
-el libro de Volney, sobre Egipto y Siria, y los viajes de Ali Bey.
-
-Al llegar a la vista del puerto de Alejandría la organización y la
-etiqueta del barco variaron. El capitán dejó su familiaridad y se
-convirtió en un jefe frío y desdeñoso. Su cámara quedó convertida en el
-palacio de un sátrapa con su correspondiente guardia.
-
-La etiqueta era más rigurosa que en China. Yo tuve que salir de mi
-hermoso camarote y marchar a la cámara de los pilotos. Uno de ellos,
-que tenía un álbum de vistas grabadas, sacó una del faro de Alejandría
-y me mostró una torre asentada sobre una roca, con un brasero humeante
-en la punta.
-
-Aquel era el antiguo faro, que se consideraba como una de las siete
-maravillas del mundo, dibujado conforme a las descripciones de los
-antiguos, porque ya no existía, y, en su lugar, estaba el castillo que
-hizo construír el sultán Solim en el siglo XVI.
-
-Por la mañana, al amanecer, me levanté de la cama y me asomé a la
-borda. No se veía mas que la costa baja, amarillenta, iluminada por el
-sol; la ciudad, vagamente, y la columna de Pompeyo, que se destacaba
-con claridad.
-
-Estuvimos mucho tiempo parados delante de Alejandría. Yo sentía
-impaciencia y un gran deseo de bajar a tierra; pero como allí, en el
-barco, todo se hacía siguiendo el protocolo, tuve que esperar. Al día
-siguiente nos acercamos al puerto al amanecer; por la mañana llegó el
-cónsul inglés de Alejandría, fué a visitar a sir John y tuvo con él una
-larga conferencia.
-
-Pudimos contemplar la ciudad iluminada por el sol, que me pareció un
-montón de ruinas; las fortalezas, el faro, las torres y los mástiles de
-los barcos.
-
-Después de la entrevista el capitán me avisó que si quería saltar a
-tierra podía entrar en Alejandría, en compañía del cónsul, como súbdito
-inglés, sin que en la Aduana me molestasen.
-
-Fuí a dar las gracias a sir John, que me escuchó impasible, y me
-hizo un saludo militar como si no me conociera, y bajé a la lancha
-del cónsul. Pasamos por delante del faro actual; una bastilla, con
-una torre para señales, y alrededor de la fortaleza una muralla con
-sus cubos, que rodean la isla. Entramos en el puerto de Eunostos y
-desembarcamos cerca de la Aduana. Yo subí en un coche que esperaba al
-cónsul y fuí con él hasta su casa.
-
-
-
-
- II.
-
- LA CASA DE CHIARAMONTE, EL MALTÉS
-
-
-ME invitó el cónsul a desayunar en su casa. Tomé una taza de café con
-leche y un poco de dulce, y fumamos un cigarro.
-
---Dígame usted ahora qué piensa hacer. Yo voy a trabajar--me dijo.
-
---Quisiera que me indicaran las señas de un judío, Isaac Bonaffús, a
-quien estoy recomendado.
-
---¿Bonaffús? Lo conozco--me dijo el cónsul--. Un criado mío le
-acompañará a usted a su tienda. Deje usted la maleta aquí, y luego
-pueden venir a buscarla.
-
-Me despedí del cónsul, y con el criado bajé al portal. Salimos.
-Atravesamos unas callejuelas y llegamos a una calle hermosa y recta,
-con aceras, la calle de los Francos, y, como a la mitad, nos paramos
-en una casa de un piso, que tenía una tienda pintada de rojo, que cogía
-toda la fachada. Entramos en ella. Un dependiente nos advirtió que el
-principal no estaba en aquel momento en casa.
-
-El criado del consulado dijo, con el despotismo del inglés, que era
-asunto del cónsul de Su Majestad británica, y que lo llamaran.
-
-Al cuarto de hora apareció el señor Isaac Bonaffús, un hombre
-rechoncho, de barba negra, de mechones muy blancos, con una cara del
-color de una vejiga de manteca, vestido con una túnica azul y gorro
-griego.
-
-El señor Bonaffús me preguntó secamente en qué podría servirme; pero
-cuando le dijo el criado que era asunto del cónsul inglés se deshizo en
-cortesías.
-
-Le di una propina al criado del cónsul, que la tomó, a pesar de su aire
-de caballero de la Tabla Redonda, y me quedé en la tienda de Bonaffús.
-
-Saqué mi cartera, y de ella la carta de Benolié. La leyó éste, la
-examinó y me dijo.
-
---Yo estoy obligadísimo a Benolié, y usted me manda. ¿Qué quiere usted
-hacer?
-
---Primero quisiera tomar un cuarto en un fonda o donde sea.
-
---Hombre, aquí fonda buena para estar mucho tiempo, no hay.
-
---Entonces, ¿será mejor una casa de huéspedes?
-
---Sí, yo creo que sería mejor. Casa de huéspedes... Casa de
-huéspedes... Ya tengo una. Es de un maltés que ha vivido en Gibraltar,
-hombre rico, que sabe el español. Si quiere usted, yo le acompaño.
-
---Bueno. Vamos.
-
-Recorrimos la calle de los Francos y fuimos por una callejuela de
-casas blancas, con puertas y ventanas herméticamente cerradas. Antes
-de llegar al barrio árabe nos detuvimos en una casa baja y muy larga,
-con celosías pintadas de verde. Llamamos varias veces con el aldabón, y
-apareció en una ventana un tipo de bandido italiano con la cara tostada
-por el sol, tuerto, y con una cicatriz que le cogía media cara.
-
---Buon giorno, amico Chiaramonte--dijo Bonaffús.
-
---¡Buon giorno! ¡Ah! ¿Dove andate, amico Bonaffús?
-
---A casa vostra.
-
---¡Ah! Bene. Bene.
-
---E la signora Cayetana, ¿come sta?
-
---Bene. Bene. Andate ad aprir la porta--gritó Chiaramonte a alguno.
-
-Un criado abrió la puerta y pasamos adentro. Subimos por una escalera
-pequeña donde estaba Chiaramonte, y entre el judío y el maltés se
-entabló una conversación chapurrada en la lengua de los francos de
-Alejandría; una jerga mixta de turco y de griego.
-
---Este señor es español--dijo Bonaffús.
-
---¡Ah! ¿Es español?
-
---Sí--repuso Isaac Bonaffús--, es un español recomendado por Benolié,
-el banquero de Gibraltar, y por el cónsul inglés de aquí. Quiere
-quedarse en Alejandría algún tiempo, y yo le he indicado la casa de
-usted, por si ustedes le pudieran tomar de huésped.
-
---En este asunto mi mujer y mis hijas son las que deciden; yo no me
-ocupo mas que de mis caballos--dijo el maltés.
-
---Bueno; pues llame usted a la señora Cayetana y a sus hijas.
-
-El maltés llamó a su mujer y a sus dos hijas. La madre era una mujerona
-con aire un poco africano, el pelo negro ensortijado, los ojos grandes
-y los labios rojos. Las hijas eran muy bonitas.
-
-La patrona puso dificultades sobre la asistencia, y únicamente se avino
-a tomarme de huésped a condición de que yo comiera con toda la familia
-y a las horas en que ellos acostumbraban.
-
---Estoy conforme--le dije yo--; únicamente me gustaría ver el cuarto.
-
-Me enseñaron una sala grande, con una alcoba blanqueada, que tenía
-ventanas cerradas con celosías que daban a la calle.
-
---Por el precio no reñiremos--me dijo la patrona--; tengo otro español,
-y a él le llevo dos pesetas al día, porque por ahora gana poco, y tiene
-un cuarto pequeño. A usted le llevaré tres pesetas.
-
---Muy bien.
-
-Cerramos el trato, y el maltés mandó a un mozo suyo a que recogiera mi
-maleta en el consulado inglés, y yo salí con Bonaffús.
-
---¿Qué clase de pájaro es este Chiaramonte?--le pregunté en la calle.
-
---Es buena persona. Se puede usted fiar de él. Es tratante de caballos
-y hace contrabando. Las chicas son un _bocato di cardinale_, y tendrán
-sus doscientos mil francos cada una de dote. Ahora que, como son
-católicas, aquí no encontrarán novios de su religión. Nosotros, los
-hebreos, no queremos bodas mixtas. Pero para usted que es católico, si
-no es ya casado...
-
---No, no estoy casado.
-
---Entonces no le digo a usted más.
-
-Al llegar a la tienda del señor Isaac, le consulté acerca de mi
-ancheta y le enseñé la factura. El comerciante la estudió artículo
-por artículo, y me dijo que, como no había pagado flete, ni pagaría
-aduanas, ganaría el doble de su precio.
-
---Mas no creo que haya usted venido en un barco de guerra sólo para
-traer un cajón de sedería o cosas por el estilo--añadió Bonaffús.
-
---No; mi objeto es entrar al servicio del virrey de Egipto, que va a
-organizar un ejército a la europea.
-
---Ya sabe usted que hay un general francés que lo dirige todo.
-
---Sí.
-
---¿Trae usted alguna carta de recomendación para él?
-
---Sí.
-
-Se la enseñé, la leyó, y me dijo:
-
---Yo le puedo servir a usted de algo. Viene a mi casa un capitán
-francés, Lasalle, que es de Auch y se dice sobrino del general Lasalle.
-Este Lasalle está en Alejandría y parece que es un comisionado del
-virrey para recibir a los militares europeos.
-
---¿Y qué clase de hombre es?
-
---Pues, como todos los franceses, es muy patriota. Lasalle hace
-lo posible para favorecer a sus paisanos y poner toda clase de
-dificultades a los que no lo son. Hace tiempo vinieron aquí muchos
-jefes y oficiales que habían servido con Murat; luego han venido otros
-italianos de los constitucionales del general Pepé y no han podido
-entrar aquí, y se han marchado a servir a los griegos.
-
---¿Así que esto no está bien?
-
---No está nada bien. Al que no le quieren, aunque tenga buenas
-recomendaciones, le aceptan y le ponen en una sección de
-disponibilidad; luego le envían a cualquier rincón del alto Egipto o de
-Siria, y allí tiene que vivir, con un sueldo de un franco cincuenta, o
-dos francos al día.
-
---Entonces me parece que me he equivocado al dirigirme a esta tierra.
-
-Me despedí de Isaac Bonaffús, que quiso acompañarme. Encontramos a
-Chiaramonte a la puerta de su casa, y él y Bonaffús se embromaron el
-uno al otro sobre sus respectivos negocios.
-
---Nostro amigo Chiaramonte--me dijo Bonaffús--es molto rico. ¡El
-contrabando!
-
---¡Bah! ¡Bah!--repuso Chiaramonte--. ¿E voi? Sempre esta facendo
-denaro--me dijo--. Questos judíos son maravigliosos. ¡Oh! ¡Che canaglia!
-
---E lei es molto mas rico que yo--exclamó Bonaffús.
-
-No me interesaban mucho estas gracias de comerciantes, y subí al piso
-principal.
-
-Salió la Cayetana, la mujer de Chiaramonte, y me pasó a una salita
-en donde se hallaba ella en compañía de sus dos hijas, que estaban
-haciendo labores. Este saloncito era muy bonito; tenía un gran mirador
-colgado sobre la calle, con muchas flores, el clásico diván, con sus
-almohadones bordados a estilo oriental, unas cuantas sillas de Damasco,
-un piano y varios grabados antiguos. Alrededor del salón había un
-estante y en él se veían libros de Chateaubriand, Walter Scott y la
-_Historia de los caballeros hospitalarios de San Juan de Jerusalén_,
-por el abate Vertot, en una edición de lujo. Las dos muchachas me
-parecieron verdaderamente encantadoras en la intimidad. Sobre todo Rosa
-era muy bonita. Hablaban muy bien el castellano y sabían el italiano y
-el inglés. Habían sido educadas en una pensión de Gibraltar.
-
-
-
-
- III.
-
- NUESTRO AMIGO MENDI
-
-
-ESTÁBAMOS hablando de la vida y de las costumbres de Alejandría, cuando
-se oyeron pasos en la escalera y después en el corredor.
-
-La señora Cayetana se levantó, y en su lengua chapurreada dijo al que
-llegaba:
-
---Señor Mendi. Aquí hay otro _spagnuolo_ que va a vivir con nosotros.
-
-Entró el español; yo me levanté para saludarle.
-
-Era alto, fuerte, guapo.
-
-No hice más que verle y oír su voz y le dije:
-
---¿Usted es vascongado?
-
---Sí. ¿Y usted?
-
---Yo también.
-
---¿De dónde es usted?
-
---De Tolosa.
-
-Nos dimos la mano efusivamente y hablamos en vascuence, produciendo la
-sorpresa de la familia Chiaramonte, que nunca había oído esta lengua.
-
-Me contó mi paisano que hacía tres meses que estaba en Alejandría,
-adonde había llegado en un barco de Marsella. Era Mendi nacional de
-caballería; había servido en Navarra y en la Rioja, como sargento, en
-la partida de un tal Mantilla, hasta la dispersión de la partida, a la
-entrada de los franceses de Angulema, en que había tenido que emigrar a
-Francia.
-
-Me dijo que se apellidaba Basterrica, pero, como al escaparse de España
-había comenzado a llamarse por su segundo o tercer apellido, Mendi,
-todo el mundo le conocía por Mendi, y como era más corto y más fácil
-para los extranjeros, lo había adoptado.
-
-Era Mendi hombre de unos veinticinco años, de gallarda figura. Se
-expresaba siempre con un aire atento y expresivo, y decía las mayores
-impertinencias con una impertérrita frescura. Hablaba el castellano
-bien, pero de una manera afectada; y esta afectación se elevaba de
-punto cuando se expresaba en francés. Entonces cambiaba de voz y de
-gestos. Sólo hablando el vascuence parecía natural en la voz y en los
-ademanes. Como era temprano y no se cenaba hasta las ocho y media, me
-propuso Mendi dar un paseo; hacía una hermosa noche de luna.
-
-Cogimos nuestros sombreros y marchamos por entre callejuelas. El pueblo
-estaba a obscuras. No había alumbrado en Alejandría, y donde no entraba
-la luz de la luna se iba tropezando y metiéndose en basuras.
-
---Erri ziquiña au--(Este pueblo es muy sucio)--me decía de cuando en
-cuando Mendi, en vascuence, con su voz ronca.
-
-Salimos a un arenal que estaba lleno de ruinas, y fuimos a sentarnos
-en un monolito grande, que estaba medio sepultado al lado de otro
-enhiesto. Debían ser las agujas de Cleopatra. Cerca se levantaba una
-gran torre. Aquel paisaje, aquella ruina a la luz de la luna, parecía
-algo de ensueño. No hacía calor: una brisa fresca y húmeda venía del
-mar, que murmuraba a pocos pasos.
-
-Mendi se sentó en la piedra y me contó sus vicisitudes en aquel
-pueblo, donde, según él, no había elementos. Esta era su muletilla. Se
-había puesto a dar lecciones de música y de piano. ¡Música a aquellos
-bárbaros! ¡Cosa inútil! No tenía mas que pocas lecciones a tres duros:
-dos señoras, un fraile y unos _zarpajuelos_ de judíos, como decía él.
-
-De pronto Mendi dejaba su voz afectada, y decía en vascuence, con su
-voz fuerte.
-
---¡Yo, que vivía allí en Tolosa tan bien, que me llevaban a la cama
-todos los días un tazón de leche caliente con azúcar! ¡Yo en este país
-asqueroso donde no hay elementos! Paisano, ¡qué final!
-
-Había oído decir que había chacales en los alrededores de Alejandría.
-
-Se oían aúllidos de perros o chacales en el arenal. No me hacía gracia
-estar allá.
-
---Vamos a casa--indiqué yo--. Dicen que hay por aquí chacales.
-
---Chacales--exclamó Mendi, con su voz gruesa--. ¡Qué ha de haber aquí!
-¡Unos perros que suelen andar entre las ruinas! Se les pega una patada
-y echan a correr. Aquí no hay nada.
-
-Mendi me pareció un hombre simpático, pero terco y, sobre todo,
-ignorante y sin curiosidad ninguna. Apartándole de la música y de otras
-dos o tres cosas, en lo demás era negado.
-
-Volvimos a casa sin encontrar más alma viviente que algún perro,
-que nos persiguió con sus ladridos, y nos presentamos a la mesa de
-Chiaramonte. Pronto comprendí que el amigo Mendi se había hecho el amo
-de la casa del maltés. Todo el mundo le contemplaba con admiración.
-Mendi empleaba en su conversación una variedad de tonos: hablando en
-francés, era redicho y afectado; en castellano, tenía la tendencia a
-imitar a los andaluces.
-
-A cada paso me decía:
-
---Eugenio. ¡Eh! ¡Aquella sidra de nuestro país! ¡Aquellos
-_perrachicus_! Aquí no hay elementos.
-
-Después de cenar, Mendi pasó a una salita, con un piano, y fuimos todos
-tras él.
-
-Se puso a tocar, y las niñas Rosa y Margarita cantaron. Las pobres
-muchachas temblaban, porque el maestro era tan severo, que no les
-perdonaba la menor falta.
-
---No, no. Así no es--decía Mendi--; hay que empezar de nuevo.
-
---No sea usted pesado--le dije yo--; lo hacen muy bien.
-
---No, paisano, no. Esto hay que hacerlo completamente bien, o no
-hacerlo.
-
---Tiene razón--dijeron las chicas--; debe corregirnos mientras no lo
-hagamos tal como es.
-
-Chiaramonte y su mujer creían lo mismo.
-
-Terminamos nuestra reunión y nos fuimos a la cama.
-
-Cuando iba a entrar en mi cuarto, me gritó Mendi:
-
---Eugenio, ¡eh!; aquellas sardinas que se comen en nuestra tierra no
-las encontrará usted aquí. No hay elementos, ya se convencerá usted.
-
-Me acosté, me dormí, y a la mañana siguiente fuí al consulado inglés y,
-después, a casa de Isaac Bonaffús.
-
-Le dije a éste que mi fardo lo habían desembarcado, y que, si quería,
-lo llevaría a su tienda. Me contestó que sí, pero que no lo abriría sin
-estar yo delante.
-
-Volví a mi casa y me encontré en la puerta con Chiaramonte.
-
-El maltés era un hombre de unos cincuenta años, tostado por el sol.
-Tenía, indudablemente, sangre de hombre del Norte; el ojo que le
-quedaba, azul como de porcelana, y el pelo, más claro que la tez.
-
-Me enseñó Chiaramonte su casa, que era grande; tenía hermosas cuadras y
-grandes almacenes de paja y cebada. Hablamos de caballos, y yo le solté
-todos los datos que había leído en el libro de Volney sobre los potros
-del Yemen.
-
-Estando hablando se presentaron las dos hijas, Rosa y Margarita,
-acompañadas de un criado; volvían de oír misa en el convento de
-franciscanos. Las saludé, y las dije que la noche anterior no las había
-visto bien. Eran mucho más bonitas de lo que yo me había supuesto.
-
-Rosa era rubia, con un color tan fino, tan delicado, que maravillaba.
-
-Margarita era un tipo más meridional.
-
-Rosa, al oír mi galantería, se puso un poco encendida, y Margarita se
-sonrió.
-
---¡Ah el _espagnuolo_! ¡Siempre galante!--dijo el padre, riendo,
-dándome una palmada en la espalda--. Bueno, bueno; vaya usted a
-almorzar, que no habrá usted almorzado.
-
-Subí al comedor, me sirvieron el desayuno y charlé un rato con las dos
-hermanas. Me dió tristeza verlas a las dos solas, sin amigas, viviendo
-casi siempre encerradas.
-
-Hablamos de Mendi, y vi que Rosa se animaba mucho con esta conversación.
-
-Después de la charla volví a casa de Isaac Bonaffús, quien me dijo:
-
---Ha estado aquí el capitán francés Lasalle y le he hablado de usted.
-Le he dado sus señas y me ha dicho que irá a verle.
-
---Bueno. Está bien ¿Arreglamos el negocio de mis mercancías?
-
---Sí, cuando usted quiera.
-
-Examinamos el género, que venía intacto; lo tasó Isaac, y yo separé un
-paquete grande de sedería que no estaba en la factura.
-
-Isaac me abrió una cuenta corriente en su libro de nueve mil y tantas
-pesetas, y me volví a casa.
-
-Al llegar me dijeron que había venido un capitán francés a preguntar
-por mí, y que volvería a la hora de cenar.
-
---Tengo que hacerles un regalo--les dije a las chicas del maltés--. He
-traído un paquete de sedería, y de él he sacado tres pañolones bordados
-que están en mi cuarto. Primero elegirá Rosa; después, Margarita, y el
-que quede será para su madre.
-
-Se hizo la elección, y quedaron todas encantadas.
-
-Cuando entró Chiaramonte le llevaron a ver los pañolones.
-
---No, no; esto no es posible--dijo el maltés tuerto--, esto vale mucho;
-yo no puedo aceptar un regalo así.
-
-Le dije que no fuera tonto, que a mí me habían costado poco, y que no
-molestara a su mujer y a sus hijas con tonterías.
-
-Chiaramonte me dió la mano.
-
---¡El _espagnuolo_! ¡Siempre es así! Loco, loco.
-
-Llegó Mendi, que venía de visitar el convento de franciscanos
-españoles, donde tenía una lección, y nos sentamos a la mesa.
-
-Estábamos a la mitad de la cena cuando se presentó el capitán Lasalle.
-Le pregunté a Chiaramonte si quería que lo pasara al comedor, y me
-contestó que sí. Entró el capitán, le convidamos a cenar y dijo que
-acababa de hacerlo, y que tomaría una taza de café y una copa de licor.
-
-El tal capitán era un mocetón de unos treinta a treinta y cinco años,
-con el pecho muy abombado, bigote y patillas negras y grandes tufos
-encima de las orejas.
-
-Hablaba un francés muy gascón, y a cada paso decía. ¡Pardi! ¡Sacre
-bleu! Me pareció un hombre muy ordinario. Me dijo que era sobrino
-segundo del general Lasalle. Yo le conté que, en 1809, le había visto
-pasar a su tío por Burgos.
-
-Lasalle dijo que estaba muy contento en Alejandría; que en tres años
-había ascendido de sargento a capitán.
-
-Después de cenar tomamos café y pasamos al saloncillo, donde Mendi
-se puso al piano. Cantaron Rosa y Margarita. Lasalle, en una
-postura académica, las elogió, retorciéndose el bigote, con aire de
-conquistador.
-
-Después quiso cantar él, pero no se pudo poner de acuerdo con Mendi.
-Este, con su serenidad habitual, le dijo con su francés perfilado:
-
---Para cantar, como para todo, amigo mío, hay que saber, y usted no
-sabe.
-
-El capitán se marchó muy amoscado con Mendi, echándole una mirada
-furiosa.
-
-Yo le dije a Mendi que para qué hablaba el francés así.
-
---¿Cómo así?--preguntó él.
-
---Sí, ¿por qué no habla usted más sencillamente, sin exclamaciones y
-sin gestos? Si no la gente cree que se burla usted.
-
---¡Pero así se habla el francés!--exclamó él--. Si le quita a usted al
-francés todo eso de: _¡Ah non mon ami! ¡Par exemple! ¡Patatí patata!_,
-no queda nada.
-
-No le pude convencer de que el francés así pronunciado tomaba un aire
-de caricatura cómica.
-
---Ya ve usted, el capitán Lasalle se ha incomodado.
-
---Que se incomode.
-
---Hombre. Eso no está bien.
-
---¿Y para qué ha venido ese fanfarrón aquí?--preguntó Mendi.
-
---Ha venido a buscarme.
-
---¿Pues qué tiene usted que hablar con él?
-
---Yo quiero ver si entro en el ejército egipcio de comandante de
-escuadrón.
-
---¡Usted quiere ser soldado!--exclamó Mendi--. ¡Usted quiere andar con
-esas tropas de turcos sarnosos, asquerosos! ¡Vestido de mamarracho! No
-lo hubiera creído en un paisano mío.
-
-Me quedé un poco asombrado y confuso.
-
---Todavía no sé si me aceptarán--dije.
-
---No quiera usted ser soldado--saltó Margarita--. Se hará usted
-borracho, malo... ¿Para qué quiere usted ser militar?
-
-La madre, la Cayetana, dijo que ella tenía amor por el ejército, y que
-si no hubiera visto a su marido de uniforme cuando era joven y no era
-tuerto aún, no se hubiera enamorado de él. Mendi aseguró que a él le
-tendrían que prometer que le iban hacer capitán general, bajá de tres
-colas y casarle además con la hija del virrey para decidirle a que
-entrase en el ejército egipcio. Se discutió la cosa largamente y nos
-fuimos a la cama.
-
-Al día siguiente, al levantarme y asomarme a la ventana, le vi a
-Chiaramonte.
-
---¡Eh! señor _espagnuolo_--me dijo--. ¿Quiere usted beber un vaso de
-leche de camella?
-
---¿De camella?
-
---Sí, sí.
-
-Me alargó un vaso grande y la bebí toda. Era muy buena.
-
---¿Ahora qué va usted hacer?--me dijo el tuerto.
-
---Voy a ir a visitarle a ese capitán francés que vino ayer noche.
-
---¿Tiene usted sus señas?
-
---Sí. Aquí las tengo escritas.
-
---Bien. Yo le acompañaré a usted.
-
-Nos encaminamos por entre callejuelas estrechas y sin empedrar, con
-las casas bajas, sin alineación, con rejas y celosías y miradores que
-casi se tocaban los de una pared con los de enfrente. Algunos camellos
-disformes cargados de odres con agua, y adornados con collares con
-cuentas de cristales de colores, marchaban despacio, y los árabes
-flacos, morenos, como si fueran de barro cocido, con una camisa corta,
-iban de prisa, unos a pie, otros montados en borriquillos, llevando
-frutas y panes redondos y chatos.
-
-Llegamos hasta un extremo de la ciudad, cerca de una puerta de la
-muralla, donde había un mercado sucio, de puestos hechos con cañas y
-esteras, y nos detuvimos en un caserón antiguo y arruinado.
-
---Aquí es--me dijo Chiaramonte--. Hasta luego--, y se marchó.
-
-En el portal me encontré a un soldado, en mangas de camisa y con gorra
-de cuartel, limpiando dos caballos.
-
-Le pregunté por el capitán Lasalle.
-
---¿Quiere usted ver al capitán Lasalle?--me dijo, cantando con acento
-parisiense.
-
---Sí.
-
---Está bien. Venga usted.
-
-Entramos en un patio, lo cruzamos, salimos a un jardín muy bien
-cuidado, y en un ángulo vi un pabellón de ladrillo, de construcción
-moderna, con una escalera de palomar.
-
-Subimos y apareció otro soldado, a quien el primero dijo que yo venía a
-ver al capitán Lasalle.
-
-Contestó que esperase un momento, y al poco tiempo apareció el capitán
-con una bata de percal con florones, un fez en la cabeza y una pipa en
-la boca.
-
-Hablamos primeramente de mi asunto, y Lasalle me dijo que no tuviera
-muchas esperanzas. Me contó que el general Boyer, encargado de formar
-el ejército, en aquel momento en el Cairo, estaba dominado por los
-ingleses, y que el pachá de Alejandría, aunque buena persona, era un
-antiguo mameluco. Me habló mucho de Ibrahim pachá y de sus favoritos.
-Ibrahim pachá, el hijo del virrey, era el que disponía en el ejército.
-Entre su séquito estaban el coronel francés Anthelme Seve, que había
-renegado y se llamaba Soliman Bey, y era general egipcio. Soliman Bey
-había sido protegido por un mecánico francés, Gonon, que le presentó a
-Mehemet Aly y había sido el primer instructor europeo de las tropas.
-Soliman vivía en aquel momento en el Cairo, donde tenía su harén. Me
-habló también de Khurschid pachá, que, como todos los mamelucos, era
-hombre cruel e invertido, y de un capitán corso apellidado Mari, que
-se hacía llamar Bekir Aga. Estas eran las personas más influyentes en
-la corte, sobre todo en cuestión de asuntos militares. Me indicó que
-si pretendía entrar en el ejército egipcio no dijera que era emigrado
-constitucional; que no me relacionase con los franceses e italianos que
-andaban por Alejandría, porque la mayoría eran estafadores y ladrones
-huídos de Europa, que se hacían pasar por emigrados políticos. Los
-egipcios que se les reunían eran mamelucos expulsados que los tenían
-lejos del Cairo para que no conspiraran.
-
-Después se me puso a hablar de mis patronas.
-
---¿Es una familia italiana o española, esa con la que usted vive?--me
-preguntó.
-
---Es maltesa.
-
---¿El tuerto es el amo de la casa?
-
---Sí.
-
---¿El padre de las chicas?
-
---Sí.
-
---¡Qué muchachas más preciosas!
-
---Sí, son muy bonitas.
-
---¿Y aquel chusco que estaba tocando el piano?, ¿quién es?
-
---Es un huésped.
-
-Después de charlar largo rato, Lasalle se levantó y me dijo:
-
---Le voy a enseñar mi casa y mi familia; estoy hecho un musulmán: he
-tomado una querida y vivo con ella y con su hermana.
-
-Me presentó a su querida, que era una mulata muy fornida, de unos
-veinticuatro años, alta, morena, un poco bigotuda, que tenía un hijo de
-un año. Su hermana, un poco más joven, era por el estilo. Me presentó
-Lasalle a un escribiente o secretario, que era un sargento francés al
-servicio del Gobierno egipcio.
-
-La casa era muy mala, con unos cuartos con todos los tabiques torcidos
-y los suelos inclinados; tenía ventanas con celosías, que caían al
-jardín; los muebles eran primitivos, y por todas partes había divanes
-llenos de hierba con mosquiteros encima.
-
-El capitán me invitó a comer con él, y acepté. Nos sentamos a la mesa
-las dos mujeres, Lasalle, su escribiente y yo.
-
-Las mujeres, que hablaban sólo la jerga de los francos de Alejandría,
-se pusieron a hacerme preguntas, y como no las entendía no las podía
-contestar. No se dieron por vencidas, y me agarraban del brazo y, al
-último, de la cara y del pelo.
-
-Yo le miraba a Lasalle como diciendo: Bueno, ¿yo qué hago?; pero él no
-se daba por aludido y bebía a grandes vasos el vino de Chipre, que era
-delicioso.
-
-Se acabó el almuerzo; se fueron las mujeres a su cuarto, manoteando y
-hablando a gritos, y el escribiente se levantó y se fué. Lasalle mandó
-al criado que le trajera licores y tabaco, y se tendió en el diván y se
-puso a fumar y a beber.
-
---¿Usted no bebe?--me dijo.
-
---No.
-
---Hace usted mal; por eso está usted tan flaco y tan descolorido.
-Míreme usted a mí.
-
-Le vi beberse ocho o nueve copas, y me dijo que tenía que dormir la
-modorra.
-
---Usted puede tenderse donde quiera.
-
---Me voy a ir a casa--le advertí.
-
---¡Usted está loco!--gritó incorporándose--. Espere usted que venga el
-asistente y le ensillará el caballo.
-
---No hay necesidad. Iré a pie.
-
-Me despedí de Lasalle, saqué unos anteojos azules que había comprado
-en Gibraltar por consejo de un judío, y fuí marchando despacio a casa.
-Verdaderamente hacía calor; el viento traía nubes de arena que quemaban.
-
-No había apenas gente en la calle, mas que algunos árabes andrajosos,
-a quienes parecía no les hacía efecto el sol.
-
-Llegué a mi casa, me mudé y fuí al saloncito donde trabajaban Rosa y
-Margarita. Les conté que había venido de casa del capitán a pie, y me
-aseguraron que yo estaba loco, que no volviera a hacer aquello, por que
-si no iba a pescar una insolación.
-
---¿Ustedes no andan nunca de día?--las pregunté.
-
---Sí, por la mañana temprano o por la tarde. Vamos al Faro, donde corre
-una brisa muy fresca.
-
-Me preguntaron qué noticias me había dado el capitán sobre mis
-pretensiones.
-
---Malas, muy malas. Voy a tener que renunciar a mi proyecto.
-
---¿Y qué va usted a hacer?--me preguntaron Rosa y Margarita.
-
---Me volveré a Europa o iré a Grecia a servir la causa de la libertad.
-
-Entró la Cayetana y habló del capitán Lasalle. Me preguntó cómo vivía,
-aunque ella lo sabía tan bien como yo, y hasta sabía quiénes eran sus
-mujeres, y que habían venido del Cairo.
-
-Quise bromear con Rosa, y le dije que había hecho un gran efecto en el
-capitán, pero ella palideció e hizo un gesto de repulsión.
-
-A las siete vino Mendi y habló de lo que había hecho con su ingenuidad
-natural, y después se puso al piano.
-
-Cantó canciones vascongadas, pero tan bien y con tanta gracia que a
-mí me parecieron no haberlas oído nunca. Cantó Iru Damacho, Barazaco
-picuac. Yo me reí a carcajadas. Las chicas me preguntaban:
-
---¿Qué dice la letra?
-
---Nada, o casi nada.
-
-Y ellas mismas acabaron por reírse.
-
-Noté que Rosa, que estaba siempre melancólica, se animó, como si le
-dieran nueva vida al venir Mendi. Este parecía rudo con ella, pero no
-lo era.
-
-Después de Mendi cantó Rosa; mientras cantaba llegó un médico armenio,
-que se llamaba Efren Syrox, hombre muy amable, que había estudiado
-en Bolonia y en Montpellier. Chiaramonte me dijo que Lasalle era un
-muchacho aficionado al vino y a las mujeres, pero bueno.
-
---Ahora, que debe usted desconfiar de él, porque si nota que tiene
-usted dinero le pedirá prestado y no se lo devolverá.
-
-El médico armenio y yo estuvimos hablando largo rato. Era este armenio
-masón, del rito escocés, y nos reconocimos. El doctor Efren era
-hombre joven, pequeño, de barba negra, larga, y con unos ojos muy
-inteligentes. Parecía un mago. Estaba casado con una judía muy bonita,
-y soñaba con que algún día la Armenia se separase de Turquía. En tanto
-trabajaba a favor de los griegos. El doctor Efren era un sabio y
-conocía la historia de Alejandría al dedillo.
-
-
-
-
- IV.
-
- LA FAMILIA CHIARAMONTE
-
-
-MI patrón Chiaramonte era de Siracusa. Había ido en su juventud con
-el ejército inglés como herrador, a Malta, donde se había casado
-con Cayetana Gozone, que estaba de criada en una posada. De Malta
-se trasladó a Gibraltar. En Gibraltar dejó el ejército y comenzó su
-comercio de caballos. Ganaba ya allí bastante, y, como quería que sus
-hijos adquirieran buena educación, puso al mayor en una escuela de
-náutica, y después a sus dos niñas, Rosa y Margarita, en un colegio.
-Más tarde, la posibilidad de hacer negocios de caballos le llevó a
-Alejandría. Chiaramonte y la maltesa tenían tres hijos. El mayor,
-Demetrio, de veintidós años, era marino, y navegaba en un transporte
-que hacía el recorrido del Mediterráneo.
-
-En la familia, los tres hijos habían cambiado a consecuencia de su
-educación. Demetrio era un marino culto y un hombre fino, que estaba
-para casarse con una señorita rica inglesa; Rosa y Margarita eran dos
-muchachas que hubieran podido vivir en un ambiente aristocrático.
-La madre y el padre, Chiaramonte y la Cayetana, seguían como en los
-tiempos en que él era soldado y ella moza en una taberna.
-
-Chiaramonte era hombre rudo, bueno; pero ya incapaz de cambiar. Tenía
-un afán de ganar de judío.
-
-Guardaba en el Banco de Alejandría doscientas mil pesetas en valores, y
-tenía otro tanto en negocios, pero esto no le bastaba.
-
---¿Para qué quiere usted más?--le decían los amigos--. Aquí no va usted
-a poder casar sus hijas, a no ser que las quiera usted casar con turcos
-o con judíos.
-
-Chiaramonte no cedía.
-
-Su mujer, Cayetana, estaba joven; no había cumplido aún los cuarenta
-años. Se había casado a los quince.
-
-Las maltesas tienen fama de mujeres de vida muy libre. La Cayetana se
-permitía, a veces, alguna expresión cínica delante de las hijas; pero
-ellas la miraban fríamente.
-
-La Cayetana estaba incomodada porque no se había divertido en su
-juventud. En Malta, según ella, las mujeres la corrían bien. Ella había
-estado siempre con aquel tuerto avaro que le hacía trabajar como a una
-mula y no la dejaba respirar.
-
---He vivido con Chiaramonte, que no piensa mas que en ganar dinero--me
-decía--. Ahora me tengo que divertir.
-
-La Cayetana hablaba con entusiasmo de los enredos del pueblo, de la
-querida de Fulano y del amante de la Zutana. Estos líos la encantaban.
-
-Chiaramonte no le daba a su mujer mas que lo necesario para la vida. En
-cambio, daba dinero a las hijas.
-
-La divergencia de gustos y de inclinaciones de la familia producía
-muchas veces riñas y choques. El padre tenía una admiración y un
-entusiasmo por sus hijas grande; en cambio, sentía indiferencia y
-desvío por su mujer. La Cayetana se veía preterida, lo que la ofendía
-profundamente. Estaba, además, celosa de su hija mayor, de Rosa, y a
-veces se ponía contra ella.
-
-Rosa lo notaba y sufría, pero el cariño de su padre y de su hermana la
-consolaba.
-
-Rosa era más inteligente que Margarita y, sobre todo, más romántica. Le
-gustaba la naturaleza, el mar.
-
-Rosa me contó el viaje que había hecho con su hermano a Nápoles, a
-Malta y a la isla de Gozzo.
-
-Había conocido a sus abuelos, los padres de su madre, que eran de esta
-isla, de una aldea llamada en el país Sannat, y por los italianos,
-Zannata.
-
-Rosa decía que su madre descendía del caballero de Malta Diosdado de
-Gozon, que mató un monstruo que vivía en una caverna próxima a un
-pantano, en la isla de Rodas.
-
-Según Rosa, la vida en Gozzo era patriarcal; no se conocía el lujo
-de la isla de Malta. Allí todos eran pescadores, y los chicos se
-divertían descolgándose hasta el mar, con cuerdas, desde los más altos
-acantilados, para cazar palomas.
-
-Para Rosa la isla de Gozzo era admirable.
-
---Si muero--decía--, quisiera morir allí.
-
---¿Por qué ha de morir usted?--le preguntaba yo.
-
-Ella sonreía. Era ésta su preocupación.
-
-Charlábamos mucho. Mendi tocaba el piano, y lo hacía muy bien. Rosa y
-Margarita estudiaban con él la _Vestal_, de Spontini, y las _Bodas de
-Fígaro_, de Mozart.
-
-Yo les contaba a las dos muchachas mi vida de guerrillero, las acciones
-y las conspiraciones en que había tomado parte. Me oían con una gran
-admiración. Yo exageraba un poco mis narraciones.
-
---El castellano es hombre de _molto coraggio_--decía Chiaramonte, en su
-español macarrónico.
-
-El buen Chiaramonte estaba contento si sus hijas lo estaban también.
-
-No le gustaba que le hablaran de volver a Italia o a Gibraltar.
-
-
-
-
- V.
-
- LOS CONFLICTOS DE MENDI
-
-
-YO ya había notado algo anormal en las relaciones de la Cayetana con
-Mendi. Se olfateaba el contubernio. A mí ella me parecía una mujer
-capaz de cualquier cosa. Estaba, además, ofendida y despechada. Varias
-veces le dije a Mendi:
-
---A mí no me la da usted. Usted tiene algo que ver con la patrona.
-
---¡Yo! ¡Ca, hombre! ¡Qué barbaridad!
-
-Al fin, Mendi, un día, me confesó que estaba enredado con la Cayetana.
-
---Pero, ¿cómo ha hecho usted esta tontería, Mendi?--le dije.
-
---¡Qué quiere usted! No siempre es fácil obrar con buen sentido. Sobre
-todo, lo difícil es ser previsor. Yo, cuando vine aquí, me fuí a vivir
-a un fonducho próximo al puerto, que tenía una vieja maltesa. Estaba
-allí muy mal. Sin elementos de ninguna clase. Un día apareció en la
-fonda la Cayetana y hablamos. Yo la tomé por una mujer entretenida y
-la traté así. Unos días después me ofrece ir a vivir a su casa. Yo
-acepté, porque peor que en el fonducho del puerto no iba a estar, y me
-encuentro sorprendido con esta casa de gentes honradas. ¿Ya qué iba a
-hacer? Al poco tiempo, aparece Rosa de vuelta de un viaje que había
-hecho con su hermano a Malta y a la isla de Gozzo.
-
-Yo hubiera querido romper inmediatamente con la madre, pero ella se
-opuso y prometió armar un escándalo. En este caso yo no he tenido más
-remedio que ceder, y no sé cómo podré desembarazarme de este lío.
-Hablamos Mendi y yo de las soluciones que se podían dar a su asunto. Yo
-le dije que me parecía lo mejor que, si estaba dispuesto a casarse con
-la chica, se casara con ella y se fuera de Alejandría.
-
-Siete u ocho días después de mi visita al capitán Lasalle, se presentó
-éste en mi casa. Dijo que había hablado de mí al pachá, y que le había
-preguntado si yo tenía papeles, y que no había contestado, porque no lo
-sabía.
-
---Sí, tengo papeles--le dije--; no todos, porque soy un oficial de un
-gobierno constitucional extinguido.
-
-Saqué mi despacho de capitán de caballería del general Empecinado, y se
-lo enseñé.
-
---Tradúzcalo usted al francés--dijo Lasalle.
-
-Lo traduje y, al día siguiente, se lo envié. Por la tarde vino a mi
-casa.
-
---Creo que está todo arreglado--me dijo--. El coronel ha leído su
-despacho y ha mandado al dragomán que lo traduzca al árabe, y me ha
-dicho que venga usted conmigo.
-
-Fuimos a una hermosa casa de la calle de los Francos; entramos en ella
-y saludamos al coronel Frossard, que sustituía en aquel momento al
-general. El coronel me hizo pasar a una salita.
-
---Aquí está usted entre amigos, entre _hermanos_--e hizo la señal
-masónica de reconocimiento como masón del rito escocés.
-
-Yo le respondí con el de la inteligencia, y nos dimos la mano.
-
---Yo haré todo lo que pueda por usted--me dijo luego--; pero creo que
-en principio es un error de usted el querer ser oficial egipcio. Sin
-embargo, hablaré hoy al pachá. Si necesita usted dinero, yo se lo daré.
-
-Me despedí del coronel un poco triste.
-
-Me preguntaron en casa qué me habían dicho, y conté lo pasado. Rosa y
-Margarita me aseguraron que hacía una verdadera tontería en querer ser
-militar, y Mendi afirmó de nuevo que únicamente si le hicieran capitán
-general o bajá de tres colas y le casaran con la hija del virrey
-aceptaría entrar en el ejército egipcio.
-
-Como Lasalle se había portado amablemente conmigo, saqué mi paquete de
-sederías, escogí dos pañuelos de seda, bordados, grandes, con colores
-muy chillones, y se los envié en mi nombre.
-
-Lasalle vino el mismo día a darme las gracias y a invitarme a almorzar.
-
-Fuí a su casa, entré en el salón, y estaba en el diván sentado cuando
-se echaron sobre mí las dos mulatas a saludarme, a darme las gracias.
-Los pañuelos les habían entusiasmado, y me lo decían en su algarabía
-chillona.
-
-No se contentaron con esto, sino que me abrazaron y me besaron.
-
---Como ve usted--le dije a Lasalle--, yo no tengo la culpa.
-
---No haga usted caso, aquí es costumbre.
-
-Después de comer, por no quedarme a dormir la siesta, monté en un
-borriquillo, me puse los anteojos, abrí una sombrilla, y me fuí a casa.
-Al entrar me encontré sobre la cama un papel escrito por Mendi, en
-donde me decía que fuera inmediatamente a su cuarto.
-
-El hombre estaba en la cama. Había tenido una explicación con la
-Cayetana, muy violenta, y había salido a la calle de prisa y sin
-sombrilla, y le había dado una insolación. Tenía la cara inyectada. Le
-tomé el pulso, y vi que lo tenía muy tenso.
-
---¿Sabe usted sangrar?--me dijo--. Sángreme usted.
-
---¿Pero no sería mejor traer un médico?
-
---No, tardará mucho. Ahora mismo.
-
-Le puse una ligadura en el brazo, y con un cortaplumas le hice una
-sangría copiosa.
-
---Ahora pida usted que me traigan agua con limón, y a Rosa le dice
-usted que estoy indispuesto.
-
-Lo hice así, y a la mañana siguiente Mendi estaba mejor. Me propuso que
-le hiciera otra sangría en el otro brazo, y le dije que no.
-
-Por la noche del segundo día vino el médico armenio, el doctor Efren, y
-Rosa le indicó que debía verle a Mendi.
-
-Entró el doctor en el cuarto, examinó al enfermo, y yo le dije lo que
-había pasado y lo que había hecho.
-
---Ha hecho usted bien--contestó--. No ha sido ningún disparate. Que
-esté unos días en la cama, que sude, que no tome más que un poco de
-leche, y pronto estará bueno.
-
-Mendi había perdido su buen humor, y su situación le tenía preocupado.
-
---Tranquilícese usted--le dije--. He hablado al coronel de Estado Mayor
-de usted, como hombre que sabe matemáticas y dibujo, y me ha dicho que
-si usted quiere le nombrará profesor en una escuela militar que van a
-crear en el Cairo.
-
---¡Bah!
-
---Sí, hombre. Anímese usted; dentro de quince días le destinan a usted
-allá con un buen sueldo y se casa usted con Rosa.
-
---¿Es verdad eso, paisano?
-
---Es verdad.
-
-No había tal cosa; pero como el proyecto era hacedero, decidí hablarle
-al coronel.
-
-Rosa me preocupaba; decirle la verdad de las relaciones de su madre con
-Mendi era una brutalidad; yo no sabía qué hacer.
-
-Le hablé al doctor Efren y le expliqué lo que pasaba.
-
---Sí, sería mejor que se marchara Mendi y luego se casara con
-Rosita--dijo él.
-
---¿A la muchacha no se le puede decir nada, claro es, del fondo del
-asunto?--le pregunté.
-
---No, no. Imposible. Llegaría a enfermar si lo supiera. ¡Tiene una
-sensibilidad! Es una mujer encantadora.
-
-Fuí a ver al coronel y le expliqué el caso de Mendi, diciéndole que era
-un profesor de dibujo y matemáticas, que el andar al sol, al dar sus
-lecciones, le enfermaba, y le hablé de si se le podría nombrar profesor
-para la escuela del Cairo.
-
---Sí, me dijo él. Precisamente hace pocos días me han escrito que un
-teniente coronel que está en el Cairo ha sido comisionado por el virrey
-para que busque un edificio grande y lo habilite para escuela militar.
-En la carta me decía que había pensado escribir a Francia; pero que
-el Gobierno egipcio había asignado para los profesores unos sueldos
-tan mezquinos, tres mil, tres mil quinientos francos al año, que no se
-decidía a escribir pensando que no se expondría nadie a hacer un viaje
-largo por tan corto sueldo. Así habían quedado de acuerdo en nombrar
-profesores entre los oficiales que estaban ya en Egipto.
-
---¿Así, que mi amigo Mendi podría encajar muy bien?
-
---Muy bien. Podría ir de profesor de matemáticas con tres mil francos y
-el grado de comandante. Consúltelo usted. Si quiere escribiré al Cairo
-en seguida.
-
-Fuí a casa, le hablé a Mendi, y le conté lo que pasaba; le pareció muy
-bien.
-
---Dígale usted a Rosita a ver qué opina ella.
-
-Se lo dije a la muchacha y no pareció muy entusiasmada con la idea;
-pero aceptó.
-
-
-
-
- VI.
-
- LA SUERTE
-
-
-AL día siguiente, el coronel Frossard me dijo que íbamos a ir a visitar
-al pachá de Alejandría. Fuimos con una escolta de cuatro hombres,
-llegamos al palacio y esperamos a que saliera el pachá, que era un
-antiguo mameluco seco, cetrino, mal encarado y de aspecto desagradable.
-
-Estuvo conmigo muy displicente y muy áspero.
-
-Al salir del palacio nos encontramos con el capitán Lasalle, que
-nos saludó, y me dijo que al día siguiente, por la mañana, iría a
-buscarme a casa con unos cuantos oficiales, a caballo, para invitarme
-a una cabalgata. Se lo dije a Chiaramonte y le pedí que me dejara una
-preciosa jaca árabe que tenía.
-
---Sí, ya lo creo. Le pondré la mejor silla y arneses, y yo iré también
-con un caballo muy bonito.
-
-A la mañana siguiente, cuando se presentaron siete u ocho jinetes
-delante de casa, todos con magníficos caballos, la calle entera se
-conmovió, y de las ventanas y de las puertas comenzaron a aparecer
-cabezas.
-
-Había gente de categoría, un caim-macam (teniente coronel), un bimbachi
-(comandante) y un sakolagassi o ayudante mayor. Los demás eran de menos
-importancia.
-
-Salimos Chiaramonte y yo; yo con el uniforme de guardia marina inglés,
-y allí, delante de la casa, hice dar a la jaca una porción de cabriolas
-y de saltos de carnero.
-
-Rosa y Margarita me aplaudieron desde el mirador, y Mendi me gritó:
-
---Eugenio. Beti aurrera (siempre adelante).
-
-Pasamos por la calle de los Francos haciendo cada uno alarde de su
-caballo, y volvimos a casa.
-
-Al día siguiente se habló en Alejandría de la jaca árabe, montada por
-un oficial de marina inglesa, como de una cosa admirable.
-
-Quince días después de esto nos llamó el coronel Frossard a Mendi y a
-mí. Le habían enviado pliegos para nosotros del Estado Mayor General.
-En uno de ellos aprobaban la propuesta de profesor de matemáticas para
-la Escuela Militar del Cairo, con el grado de comandante y de profesor
-interino de dibujo, con tres mil quinientas pesetas por el primer cargo
-y mil quinientas por el segundo, al señor Ignacio Basterrica, teniendo
-además servidumbre, alojamiento y mesa en el palacio escuela.
-
-En el otro pliego nombraba al señor Eugenio de Aviraneta jefe de
-escuadrón en disponibilidad con la tercera parte del suelo hasta que
-hubiera una vacante.
-
-Salimos Mendi y yo de casa del coronel.
-
---¿Qué le parece a usted?--me preguntó Mendi.
-
---¿Qué quiere usted? Es la suerte. Yo no tengo suerte.
-
---¿Y qué va usted a hacer?
-
---¡Qué he de hacer! Marcharme a Europa antes que se me acabe el
-dinero, y luego a América. ¿Qué voy a hacer de oficial de reserva con
-setecientos cincuenta francos al año?
-
---Venga usted conmigo al Cairo. ¡Eh, Eugenio! Viviremos como hermanos.
-
---No, no, cada cual su suerte.
-
-Mendi se despidió de Rosa con grandes protestas de amor, y quedaron de
-acuerdo en que cuando tuviese el profesor una casa en el Cairo iría a
-buscar a su novia y se casaría con ella.
-
-Desde que se marchó Mendi no me pasó cosa buena en Alejandría; reñí
-con el capitán Lasalle, porque averigué que había dado malos informes
-de mí al pachá, pintándome como un intrigante, y le insulté de mala
-manera; no quise tampoco visitar al coronel Frossard.
-
-Aburrido, me quedaba en casa y leía los libros que me dejaban las hijas
-de Chiaramonte.
-
-La casa del maltés tenía una azotea y encima de la azotea otra más
-pequeña en alto, como un minarete. Allí solía subir algunos días
-a contemplar el pueblo, cosa triste para mí, que no tengo nada de
-contemplativo. Veía este gran conjunto de tejados planos, de azoteas y
-de ruinas; alrededor, en un semicírculo, el mar, y en otro el desierto.
-A veces, en aquellos días turbios de invierno se confundían el desierto
-y el mar. Cuando el cielo estaba limpio los _mihrabs_ de las mezquitas
-se destacaban esbeltos en el aire, y el castillo del Faro, con sus
-murallas, tenía un aire sombrío y amenazador.
-
-Cuando venía el doctor Efren me solía hablar de la antigua Alejandría
-con sus jardines y sus cuatro mil palacios. Me explicaba cómo era
-la Biblioteca del Broquion fundada por Ptolomeo Soter, que tenía
-cuatrocientos mil volúmenes, y la del Serapeum, con trescientos mil.
-Y me daba otros muchos detalles de la vida fastuosa de la ciudad de
-Cleopatra.
-
-
-
-
- VII.
-
- EL CABO YUSUF
-
-
-UN día, influido por las disertaciones eruditas del doctor Efren,
-tuve la mala ocurrencia de ir a ver la columna de Pompeyo, las ruinas
-del Serapeum y las Catacumbas. Alquilé dos borriquillos y un criado o
-_zami_: fuimos al barrio árabe y pasamos por la puerta de la Columna.
-La columna estaba en un arenal; había por allí grupos de casas míseras,
-chozas de esteras, y en el fondo se veía alguna que otra palmera.
-
-La columna verdaderamente producía impresión, por el tamaño de aquel
-bloque enorme de granito de color de rosa, con un basamento cuadrado de
-piedra silícea, terminado en un capitel.
-
-El doctor Efren me había explicado las diversas suposiciones que se
-habían hecho acerca del objeto de esta columna, cómo muchos suponían
-que estaba construída para hacer observaciones astronómicas, y cómo
-otros creían que había sido pensada para colocarla en el gran recinto
-cuadrado del Serapeum con una estatua de Diocleciano.
-
-El criado que me acompañaba me dijo que algunas veces las tripulaciones
-de los barcos ingleses que estaban en el puerto consiguieron poner una
-especie de escala de cuerda en la columna. Se las arreglaban, según
-decía, pasando un cordel por encima, con una cometa, e izando luego una
-cuerda gruesa con el cordel y poniéndola arriba, de manera que pudiese
-correr. En el extremo ataban una tabla, y al que quería lo subían.
-Solían tener la cuerda tres o cuatro días y a todo el que quería subir
-le hacían pagar un tanto. La cosa me parecía un poco difícil, porque,
-según se decía en Alejandría, la columna tiene cerca de noventa y seis
-pies de alto.
-
-Cuando llegamos nosotros no había nadie. Aquella inmensa mole de piedra
-en la soledad infundía verdaderamente respeto.
-
-Me había apeado, para ver si divisaba la inscripción sobre Diocleciano,
-en letras griegas, que tiene la columna, y después avancé por aquel
-arenal.
-
-La vegetación era miserable. Algunos perros famélicos o chacales
-corrían husmeando y revolviendo los esqueletos de los caballos y de los
-dromedarios. Me recordó los arenales de Veracruz. En esto el criado
-me avisó que venían los árabes. Miré hacia donde me indicaba, y vi que
-llegaban a toda brida unos cuantos jinetes que parecían frailes, dando
-gritos; monté inmediatamente en el borriquillo y eché a correr hacia la
-ciudad; me alcanzaron a poco trecho, y el que hacía de jefe me dió con
-el asta de la lanza y me derribó al suelo. Allí me golpeó, me escupió y
-comenzó a desnudarme. Estaba despojándome cuando llegó un sargento con
-un pelotón de soldados y comenzó a sablazos con mis agresores. Después
-se apeó del caballo, me levantó del suelo y me preguntó quién era. Le
-dije que estaba alistado como jefe de escuadrón de Egipto. Me ayudó a
-sentarme en la misma columna de Pompeyo y me dió un poco de agua con
-aguardiente.
-
-Al poco rato llegó un oficial con veinticinco caballos, y mandó atar
-desnudos a mis agresores.
-
---Yo le suplicaría a usted que no dé parte del hecho a las autoridades
-militares--me dijo en francés.
-
---Bueno, no daré.
-
---Con estos hombres se hará lo que usted quiera.
-
---Bien; deme usted el látigo.
-
-Me dió el látigo, me acerqué al cabo y, sacando fuerzas de flaqueza,
-le di poco más o menos tantos golpes como me había dado él. El hombre
-aúllaba; era un tipo horrible, con unos ojos legañosos, unas barbas
-negras, y unos dientes de fiera; después le escupí en la cara, como me
-había escupido él; me monté en un caballo que me prestó el oficial, y
-llegué a casa sin poder tenerme.
-
-Le conté a Chiaramonte lo que había ocurrido, y al terminar me dijo:
-
---Ha hecho usted muy bien. Si no llega usted a contestar a la paliza
-así, se hubieran reído de usted hasta los chicos. Ahora voy a buscar al
-médico.
-
-Vino el doctor Efren, me reconoció, me sangró y me dijo:
-
---Dentro de un par de días ya está usted bien.
-
-Aquella noche la pasé con calentura; pero las siguientes ya empecé a
-estar mejor. Rosa y Margarita me cuidaron como si fuera un hermano
-suyo, y el doctor Efren venía a hablar conmigo. Me hablaba de la
-historia científica de Alejandría, y de las lecciones de Euclides,
-Eratóstenes, Hipparco, etc.
-
-Otras veces charlábamos de la política de Europa. Me preguntó qué iba
-a hacer, y le dije que ya, en cuanto me pusiera completamente bueno,
-me marcharía. Me volvió a preguntar que adónde, y yo le dije que me
-gustaría ir a Grecia.
-
-Entonces el doctor Efren me dijo que él formaba parte del Comité
-filoheleno de Alejandría; que estaba encargado de reclutar soldados en
-el país, Esmirna, Alepo, etc., y que habían enviado también oficiales
-a Grecia, de los que llegaban de Francia y de Italia, en místicos
-griegos con bandera inglesa. El doctor Efren me dijo que si yo quería
-escribiría al Comité de Misolonghi, advirtiéndome que la contestación
-de la carta tardaría mucho.
-
-Vacilé, porque en Gibraltar me habían hablado muy mal de los griegos,
-pintándomelos como la gente más vil y de menos fe que podía haber en
-Oriente, y decidí, para no dar otro paso en falso, marchar a Grecia y
-ver por mí mismo qué clase de gente era la de aquel país y cómo estaban
-organizadas las tropas. El doctor aprobó mi resolución, y me dijo que
-me daría una carta para el Comité de Misolonghi que me recomendara y no
-me comprometiese a nada.
-
-Le pregunté si había barcos para Grecia, y me dijo que sí; que con
-mucha frecuencia partían místicos y otras pequeñas embarcaciones con
-bandera inglesa.
-
-Cuando salí de casa, una de las primeras visitas que hice fué a
-Bonaffús. Me dijo éste que había sabido lo que me había ocurrido en
-la columna de Pompeyo con los soldados árabes, y que anduviera con
-cuidado; al cabo Yusuf se le conocía por el de la paliza, y le debía
-ser la vida muy difícil entre los soldados, después de haber sido
-azotado por un paisano. Dada la manera de ser de aquella gente, no
-descansaría hasta vengarse de mí.
-
-Decidí no salir solo de noche y andar siempre armado. Una vez le vi al
-cabo Yusuf, que me siguió hasta casa de lejos.
-
-Le dije lo que me pasaba a Chiaramonte, y éste creyó que debía avisar a
-la policía. Yo le indiqué que no, que me parecía mejor que durante unas
-cuantas noches tuviese alguno de sus mozos de cuadra en guardia.
-
-No confié tampoco gran cosa en esto. La calle era silenciosa y
-desierta. Un guardián solo no podía impedir que un hombre decidido
-entrara de noche y saltara las tapias del corral.
-
-Estudié las condiciones de mi habitación. La puerta era fuerte, tenía
-una llave que no cerraba bien, y yo, con pretexto de que se me abría de
-noche y había corrientes de aire, le puse un pestillo sólido.
-
-Mi cuarto tenía dos ventanas a bastante altura del suelo. Si se
-cerraban las dos de noche hacía mucho calor. Decidí, al acostarme,
-dejar una cerrada con la contraventana y la otra con la celosía. Ponía
-la celosía bien sujeta, y después le ataba, por las noches, tres o
-cuatro cascabeles de caballo, de estos que suenan mucho. Me acostaba,
-con la pistola cargada, debajo de la almohada.
-
-Una noche muy obscura, me desperté a la hora antes del alba. Estaba
-pensando en mis cosas, cuando oí que se agitaba la celosía y empezaban
-a sonar los cascabeles.
-
-Inmediatamente salté de la cama, amartillé la pistola y abrí la puerta
-de mi cuarto.
-
-Esperé sin hacer el menor movimiento, y, de pronto, la celosía se movió
-y los cascabeles armaron un terrible estrépito.
-
-Encendí una pajuela, y, con ella en la mano izquierda y la pistola en
-la derecha, avancé hacia la ventana. Abrí la celosía. Vi un momento
-la cara horrible de Yusuf con un cuchillo en la boca, un momento nada
-más, porque el hombre sin duda, lleno de terror ante mi presencia,
-se dejó caer a la calle, y lo recogieron poco después con un tobillo
-dislocado, y lo llevaron a la cárcel. Dos o tres días después de este
-acontecimiento recibí una carta de Mendi. Me decía que había sido muy
-bien recibido en El Cairo, que era un pueblo mucho más agradable que
-Alejandría, con más elementos, y que fuera allí. Le habían presentado
-al virrey Mehemet Ali, que, según él, era un señor amable, pequeño,
-picado de viruelas, con los ojos vivos; a su hijo, el célebre guerrero
-Ibrahim pachá, y a toda la familia real. Ibrahim pachá, que era un buen
-muchacho, gordo y pesado, un arlote, según Mendi le había hecho la
-gracia de dispararle dos tiros por encima de la cabeza, en el jardín
-del Palacio, y Mendi había contestado a esta atención rompiéndole de un
-tiro la pipa que fumaba el príncipe. Desde entonces, Ibrahim y él se
-habían hecho amigos. Me decía que fuera, que simpatizaría con Ibrahim
-pachá y que me harían coronel en seguida.
-
-Añadía que estaba concluyendo de arreglar la casa y que le enviara su
-piano en una barca por el canal y el Nilo.
-
-Le dije a Rosa lo que pasaba. La muchacha estaba muy melancólica.
-Aquellas amistades con príncipes, de que hablaba Mendi, no la hacían
-mucha gracia.
-
-Cuando vinieron a llevarse el piano se echó a llorar.
-
-Le dije que debía estar contenta, porque ya pronto Mendi vendría por
-ella; pero la muchacha tenía el presentimiento de que no iba a ser así.
-
-Fuí a verle a Bonaffús, a decirle que necesitaba el dinero, y me dijo
-que me lo entregaría en seguida, en oro.
-
-De allí marché al consulado inglés. El cónsul sabía lo que me había
-pasado en la columna de Pompeyo, y me felicitó por mi decisión. Me
-preguntó qué iba a hacer; le hablé de mi proyecto de ir a Grecia y me
-dijo que me daría una carta de recomendación para lord Byron.
-
-Del consulado marché a despedirme del coronel francés Frossard, con
-quien estaba resentido, porque creía que no había tomado con interés mi
-asunto.
-
-El coronel estuvo conmigo muy afable, y al despedirse de mí me dió una
-bolsa que contenía cinco mil francos, que me regalaban los hermanos de
-la logia de Alejandría. Yo me opuse con todas mis fuerzas a tomar el
-regalo, pero no tuve más remedio que aceptar.
-
-Al día siguiente el cónsul inglés me envió la carta para lord Byron,
-y me avisó que había tomado pasaje para mí en una goleta griega, y
-me envió un pasaporte inglés hasta Marsella, como súbdito de la Gran
-Bretaña.
-
-Mientras venía la goleta griega pasé unos malos días en casa del
-patrón. Me entristecía ver a Rosa siempre pálida, ensimismada, llorando
-a hurtadillas.
-
---Esta pobre muchacha enamorada de ese bárbaro. Es una pena--decía yo.
-
-Yo la consolaba diciéndola mentiras, afirmando que Mendi me había
-dicho que no quería pasar un mes en el Cairo sin volver a Alejandría
-a casarse. Como yo le conocía más a Mendi que los otros, Rosa quería
-estar siempre hablando de él conmigo.
-
-
-
-
- VIII.
-
- DESPEDIDA
-
-
-UNA mañana se presentó el doctor Efren a decirme que la goleta
-Chipriota acababa de llegar; había salido un día antes de lo convenido
-de Gibraltar y había tenido vientos favorables y se había adelantado.
-
-Fuimos el doctor y yo al puerto nuevo, entramos en la goleta y hablamos
-con el capitán Spiro Sarompas, que era un muchacho de Chipre, muy
-abierto y que hablaba perfectamente el francés. Me enseñó la única
-cámara que tenía a popa, que era la que me destinaba a mí. Me dijo el
-capitán Spiro que el cónsul inglés le había recomendado mi persona.
-Añadió que fuera al barco después de cenar, porque a la media noche nos
-haríamos a la vela.
-
-Salimos de la Chipriota y volvimos a casa. Estaba el puerto lleno
-con embarcaciones de Marsella, Liorna, Ragusa, Nápoles, Smyrna y
-Constantinopla.
-
---Irá usted muy bien--me dijo el doctor--. Este muchacho es muy
-inteligente y muy buen marino.
-
---¿Ha ajustado usted el pasaje?
-
---Sí, ya está pagado. No se ocupe usted de eso.
-
-A la mañana siguiente, la Cayetana me dijo que tendríamos un banquete
-de despedida; que había invitado al doctor Efren y a su señora, a
-Isaac Bonaffús y a su hijo, y que vendría, además, el oficial francés
-y el sargento que me habían salvado de los soldados árabes cerca de la
-columna de Pompeyo, y el sakolagassi que fué conmigo en la cabalgata.
-
-La comida hubiera sido alegre si no hubiera sido por la actitud de
-Rosa, que me entristecía; no comía, no escuchaba, se la veía viviendo
-su sueño interior.
-
---¡Mientrastanto el bárbaro de Mendi estará tan tranquilo!--pensaba yo.
-
-Bebí un poco de vino de Chipre para alegrarme; se animaron los
-convidados y brindaron por mi salud y por mi viaje. El oficial francés
-contó cómo le devolví la paliza al cabo Yussuf delante de la columna de
-Pompeyo, lo que se celebró muchísimo.
-
-Concluímos de tomar café. Eran las siete de la tarde. Me levanté y
-abracé a mi patrona y di la mano a Margarita y a Rosa.
-
---Adiós--me dijo ésta--, si le escribe usted...--y antes de concluír su
-frase se echó a llorar.
-
-Bajamos al portal. Un criado de Chiaramonte cogió mi equipaje, y otro
-un gran farol para alumbrarnos, porque la noche estaba obscura.
-
-En aquel momento se oyó el cañón que anunciaba la retreta.
-
-Echamos a andar todos juntos hacia el muelle. Le dije al doctor Efren
-que le escribiría y que hiciera el favor de contestarme. Al llegar a la
-goleta abracé a todos y subí a bordo.
-
---Adiós. Adiós.
-
---¡Addio! ¡Adddio!
-
---¡Adieu! ¡Adieu!
-
-Hecha la última despedida, saludé al capitán de la goleta y me senté en
-un banco de la cubierta.
-
-
-
-
- IX.
-
- NOTICIAS DE EGIPTO
-
-
-ESTABA en Veracruz cuando recibí una carta del doctor Efren con
-noticias muy extrañas y muy tristes. Me decía en ella que se aseguraba
-que Mendi se había casado en el Cairo con la hija del virrey de Egipto;
-que en Alejandría no se hablaba mas que de esto, y que Rosa, al
-saberlo, se había marchado con su hermano el marino a la isla de Gozzo,
-donde había muerto.
-
-Chiaramonte dejaba a Alejandría con su familia e iba a vivir a Italia;
-me parecía tan extraño el casamiento de Mendi que dudé de que fuera
-verdad.
-
-Un año o dos después de la carta leí en la _Abeja_, de Nueva Orleans,
-periódico redactado en francés, varias anécdotas referentes al español
-Ignacio Basterrica en el Cairo. Se decía que siendo este español
-profesor de música le entró deseos al virrey de Egipto, Mehemet Ali,
-de que dicho profesor enseñase música a una de sus hijas. Basterrica
-comenzó a darle lecciones, y la discípula se enamoró locamente de él,
-y a los pocos meses hubo que casarlos antes de que sus amores tuvieran
-fruto. Basterrica abjuró de su religión y abrazó la de Mahoma. Mehemet
-Ali no era nada exigente en esta cuestión; le bastaba con que se
-hiciera una comedia de conversión al mahometismo.
-
-Ya casado, Basterrica fué nombrado príncipe de la familia real, y _Utch
-tuglu bascha_ (bajá de tres colas), y general en jefe de la caballería.
-Después supe que estuvo en Grecia y asistió a la toma de Missolonghi, y
-que en 1832 decidió la batalla de Konieh contra los turcos, al frente
-de treinta escuadrones de caballería egipcia. Más tarde, en otro
-periódico francés, leí que no reinaba la mejor armonía entre el español
-Basterrica pachá e Ibrahim pachá su cuñado.
-
---¡La suerte! ¡Qué cosa más extraña! Solo si me hicieran bajá de tres
-colas y capitán general y me casaran con la hija del virrey aceptaría
-entrar en el ejército egipcio--decía Mendi.
-
-Y le hicieron bajá de tres colas y capitán general y le casaron con la
-hija del virrey de Egipto.
-
-A veces la realidad tiene sorpresas tan grandes como lo imaginado.
-
-
-
-
- LA AVENTURA DE MISSOLONGHI
-
-
-
-
-(DE LAS MEMORIAS DE J. H. THOMPSON)[1].
-
- [1] Este relato es continuación del «Viaje sin objeto», en la
- «Ruta del Aventurero».
-
-
-ESTÁBAMOS en Tarifa esperando nuestro barco cuando el día primero de
-diciembre de mil ochocientos veinte y tres lo vimos cerca de la punta
-de las Palomas. Marchamos a él; Mac Clair y yo subimos a cubierta
-y avisamos al capitán para que saliesen a recoger el cargamento
-de fusiles. Era el Fénix, un brik-barca de unas trescientas o
-cuatrocientas toneladas, sucio, negro y grasiento.
-
-En aquel momento, de sus grandes palos caían sus velas, llenas de
-remiendos, como harapos puestos a secar. Hacía mal tiempo, llovía y la
-temperatura estaba baja.
-
-El capitán Willian Clark, un albino malhumorado, y el contramaestre
-John Porter, un lobo de mar, de nariz fundida al rojo cereza por el
-alcohol, hombre que arrastraba la pierna e iba acompañado de un perro
-de lanas tan sarnoso como el barco, y los marineros dieron orden para
-que el bote, con unos remeros, se acercara a la costa y fuesen trayendo
-los fusiles.
-
-El Fénix, por sus trazas y por su tripulación parecía un barco pirata.
-Los hombres reclutados por la Sociedad Filohelena, de Londres, no
-tenían un aspecto completamente distinguido.
-
-No hubieran podido formar parte del club Watier londinense, ni figurar
-al lado del _dandy_ Jorge Brummel. Iban todos muy derrotados, con
-trajes harapientos, y llevaban muchos gorro griego. Era en lo único que
-se les conocía su filohenismo.
-
-Vi entre ellos a mi amigo Flinders, el gran literato. Este había
-abandonado su baúl de obras maestras, y después de arruinarse
-definitivamente iba a Grecia a probar fortuna.
-
-Le saludé, hablamos y me dijo pestes de Will Tick, a quien acusaba de
-haberle engañado miserablemente.
-
-No era muy cómoda la estancia en el Fénix, no había sitio, y el coronel
-Mac Clair y yo nos tuvimos que acomodar de mala manera en el sollado.
-
- * * * * *
-
-A las pocas horas de estar en el barco, supimos que iba con nosotros
-una dama inglesa de gran posición, miss Elisabeth Barnett.
-
-Esta señora era una solterona que viajaba con una criada y un criado.
-Miss Elisabeth tenía el mejor camarote del barco y monopolizaba la
-toldilla de popa.
-
-Esta dama, según se decía, era sobrina de lady Esther Stanhope, la
-reina de Tadmor, la pitonisa del Líbano, de esta mujer extraordinaria
-que fué hace unos años a vivir a la Siria, donde intentó fundar un
-reino y vivir como una emperatriz antigua, dominando a los hombres con
-la violencia y haciendo el papel de adivina.
-
-Nuestra inglesa quería hacer algo parecido.
-
-Sin duda, el caso de lord Byron y el de lady Stanhope iba trastornando
-el juicio a las mujeres de Inglaterra.
-
-No sé si miss Elisabeth Barnett pretendía emular las glorias de lady
-Esther. Miss Elisabeth no tenía condiciones para ello; esta solterona
-era una cómica y una cómica mala. Algunas veces, vestida con una túnica
-blanca, se presentó entre nosotros y nos lanzó una alocución hablando
-de la Grecia inmortal, pero lo hizo de una manera tan afectada y con
-unos gestos tan poco naturales, que produjo la risa en lugar del
-entusiasmo.
-
-La única popularidad que consiguió en el Fénix fué debida a que
-repartió algún dinero entre los voluntarios que iban a Grecia.
-
-Uno de los filohelenos, Flinders, le dedicó una poesía titulada «Al
-hada del Fénix». Y en broma la llamábamos todos así: el hada del Fénix.
-
-La criada de miss Barnett era una francesa guapetona, una mujer de unos
-treinta años, rubia, de cara ancha y juanetuda, un tanto chata, que
-tenía mucha gracia y mucho desparpajo.
-
-Los filohelenos andaban tras ella a todas horas, y se produjeron entre
-los nuestros riñas tremendas.
-
- * * * * *
-
-Seríamos sesenta o setenta los pasajeros del Fénix, la mayoría
-ingleses, escoceses e irlandeses; algunos alemanes y franceses y unos
-cuantos italianos.
-
-Como era natural, Mac Clair y yo nos reunimos al grupo de los
-ingleses. Se desarrolló en seguida una rivalidad y un odio entre los
-diversos grupos nacionales, incomprensible. Dentro de todos ellos
-reinaba la cizaña. Flinders contó en el grupo inglés que mi padre y
-yo éramos disecadores, y con este motivo se hicieron mil chistes y se
-acostumbraron a llamarme Vientre de paja. Como abusaron un tanto de
-la gracia, tuve que administrar unos cuantos puñetazos a un estúpido
-paisano mío, serio y de ojos de rana, que desde entonces cesó en el
-empleo abusivo de este chiste.
-
-A Mac Clair le comenzaron a llamar el Sepulturero y a decir que daba la
-mala suerte al barco.
-
-Afortunadamente, no pasó nada en la travesía, porque sino Mac Clair
-hubiera estado muy en peligro de ser echado al mar.
-
-Nuestro grupo de ingleses era alborotado, pero no lo era menos el
-de los escoceses, irlandeses, alemanes, franceses e italianos. Los
-escoceses e irlandeses se emborrachaban, tocaban la gaita y bailaban, y
-gritaban como salvajes.
-
---Allá tendremos que batirnos--decían--; mientras que podamos, bebamos
-y divertámonos.
-
-Los franceses e italianos, que eran en conjunto siete u ocho, jugaban
-a las cartas. Un gascón, que parecía hombre ilustrado, se dedicaba a
-insultar a todos los pasajeros.
-
-Les llamaba viejos caimanes, carroña, montón de cerdos. Les decía que
-no comprendían la misión que llevaban a Grecia, que no tenían idea de
-la grandeza de este país, de la Hélade, y adornaba sus discursos con
-sus _¡Te! ¡Pardi y Sacredieu!_
-
-La verdad es que entre aquellos filohelenos, al menos de nombre, no
-había ninguno que tuviese una idea aproximada de Grecia, ni de su
-historia.
-
-Ninguno de nosotros sabía gran cosa de la antigüedad clásica, y
-absolutamente nada de la historia griega moderna. Unos se habían
-enganchado por miseria y por desesperación, otros, por espíritu de
-aventura.
-
-Cada cual se formaba una idea distinta de Grecia; unos soñaban en los
-tesoros, otros en las mujeres, algunos aspiraban a ser generales.
-Muchos tenían la preocupación constante de ser empalados por los
-turcos, preocupación que llegó a borrarse a fuerza de bromas. Muchas
-veces se discutía en el barco acerca de turcos y griegos; cosa extraña,
-todo el mundo tenía más simpatía por los turcos que por los griegos.
-Para la mayoría, los turcos eran hombres fuertes, robustos, gente
-valiente, con unas barbas grandes, unos pantalones anchos y unas
-cimitarras corvas.
-
-De los griegos no se tenía tan buena idea. Se suponía que eran como los
-tipos de las estampas que corrían por Europa; unos hombres delgados, de
-bigotes finos, con unos trajes llenos de lentejuelas.
-
-Acerca de lord Byron corrían extraños rumores. Para muchos era un
-misántropo y un anglófobo; para otros, una especie de Manfredo
-desesperado, altanero, que vivía fuera de la sociedad, que mandaba
-matar al que le disgustaba; algunos lo tenían como un Don Juan
-terrible, un pirata, que conquistaba mujeres y bebía el vino en una
-calavera; para los más cultos era principalmente un revolucionario. La
-verdad es que no sabíamos lo que nos esperaba. No conocíamos ni Grecia,
-ni el jefe que nos iba a mandar.
-
-Lo único que yo veía cierto era que la tropa que marchaba de Europa
-era bastante mala, y que a no ser de que hubiera una organización casi
-perfecta en Missolonghi, con el elemento aquel no haríamos gran cosa de
-provecho.
-
-Así fué esta expedición una de las más célebres del siglo diez y nueve,
-principalmente por la intención, porque por lo demás apenas hicimos
-nada.
-
- * * * * *
-
-A los dos días de navegar por el Mediterráneo el tiempo empezó a
-mejorar, y de repente comenzaron unos días espléndidos. Este mar y este
-cielo tan azul, al principio me producían cansancio; me parecía su
-belleza una belleza monótona. Los días de viento había únicamente un
-poco de cabrilleo en las olas.
-
-De noche teníamos luna llena. ¡Qué cosa más extraordinaria! La luna,
-redonda, con su luz de plata, iluminaba una gran faja del mar, que
-parecía un ancho camino blanco, en el cual se agitaran ondinas y
-tritones.
-
-Algunas veces las nubes avanzaban por el cielo, y la luna, oculta,
-filtraba los rayos por algún agujero de los nubarrones y dejaba un vago
-cabrilleo misterioso sobre las olas a larga distancia.
-
-A medida que la luna fué menguando el blanco camino de plata por
-donde se paseaban, sin duda alguna, las sirenas y los tritones fué
-estrechándose hasta desaparecer por completo.
-
- * * * * *
-
-He pasado los días mirando el Mediterráneo, intentando ver si se me
-ocurre algo nuevo en la contemplación de un mar tan bello. Sólo cuando
-se van articulando los lugares comunes en la cabeza es cuando se
-empieza a discurrir, vulgarmente, cierto, pero únicamente entonces.
-
-Antes de esa articulación de lugares comunes por el solo ímpetu del
-espíritu no hay ideas. ¡Es lástima! He escrito unas cuantas frases en
-mi cuaderno, pero no tienen ninguna originalidad.
-
- * * * * *
-
-Cuando se entra en el Mediterráneo, desde el Océano, parece que se pasa
-de un mundo a otro, de un mundo de actividad y movimiento a un mundo
-más suntuoso, más inmóvil y más muerto.
-
-En el Mediterráneo hay la belleza de la proporción y de la línea; en
-el Océano el vago encanto de lo ilimitado; el Mediterráneo tiene islas
-de mármol; el Océano, islas de esmeralda; en el Mediterráneo, sobre
-la onda azul, se destacan las costas blancas y amarillas, los montes
-plutónicos, la lava, los olivos, los cipreses y los naranjos; en el
-Océano, sobre la linfa verde, apenas se marcan las pálidas dunas, las
-abras y los acantilados sin color y sin dibujo. En el Mediterráneo
-las cosas brotan duras, cuajadas, sobre el agua espeja y salina, bajo
-la atmósfera limpia y transparente; en el Océano, los paisajes están
-hechos de niebla, de humedad, de formas confusas y vagas.
-
-En el Mediterráneo todo parece tradición e historia; en el Atlántico,
-todo parece improvisación y novedad; en el uno todo está constituído,
-en el otro todo por constituír. Esas puntas amarillas que avanzan en
-el mar bajo la extensión azul del mar latino parecen huesos, fuertes
-destruídos, puentes rotos, conventos, ciudades en anfiteatro suntuosas,
-fastuosas, siempre algo del pasado.
-
-En el Mediterráneo no hay marea, y el agua alcanza siempre en la costa
-casi el mismo nivel; en el Océano las mareas son grandes.
-
-El Mediterráneo no respira apenas, y su ola no tiene pulsación; el
-Atlántico respira con una fuerza salvaje, se hincha y se deshincha,
-mostrando en el reflujo sus fondos de roca y en los ríos el légamo
-negruzco, sobre el que se tienden las barcas de los pescadores.
-
-El Mediterráneo es paz y armonía; el Atlántico lucha y contradicción.
-
-El Atlántico tiene una mitología hórrida, resto de la época en que el
-mar era un gran peligro: el pulpo del Maelstrom, las arañas de los
-Kraken, la isla del Fuego con sus piratas; el Mediterráneo tiene una
-mitología más clara y más solemne, sirenas, ninfas, delfines, y otros
-seres fantásticos dirigidos por el tridente de Poseidon.
-
-El Mediterráneo es Oriente, Eneas y Palinuro, la leyenda del vellocino
-y el gorro colorado; el Atlántico es el caos, los vascos pescadores
-de ballenas, los wikings, los normandos conquistadores, y, al mismo
-tiempo, la Atlántida y el Jardín de las Hespérides; el Atlántico es la
-alta piratería, los grandes naufragios, el bergantín negrero, el marino
-con un anillo en la oreja y una cacatúa en el hombro.
-
-El Mediterráneo es un mar clásico y, al mismo tiempo, realista; el
-Atlántico es un mar romántico y turbulento.
-
-El Mediterráneo es más constante, más parecido a sí mismo; el Atlántico
-es la eterna variación, el eterno cambio. El Mediterráneo es, y sobre
-todo ha sido estética, y socialmente ha llegado a su devenir; el
-Atlántico está siendo, está todavía en su iniciación.
-
-El hombre del Mediterráneo es la expresión correcta, las fórmulas
-hechas; el hombre del Atlántico es el ímpetu, aun sin moldearse.
-
-El Mediterráneo sugiere la idea de la tarde y la del crepúsculo; el
-Atlántico, la de la mañana.
-
-Si cada mar tuviese que tener sus reyes, el Mediterráneo tendría que
-dividirse en dos reinos: el Mediterráneo oriental para Homero, el
-Mediterráneo occidental para Virgilio; hacia Troya, Ulises; hacia
-Cartago, Eneas.
-
-En el Atlántico los poetas genuinos son los bardos, el sentimiento
-antes de la ciencia y del arte.
-
-A Shakespeare y a Byron les correspondería el estrecho de Gibraltar;
-allí donde se mezcla el brío del Océano con la armonía clásica del
-Mediterráneo.
-
- * * * * *
-
-Estuvimos en Nápoles un día, que aprovechamos el coronel Mac Clair y yo
-en recorrer la ciudad en un _calessíno_ desvencijado. El cochero nos
-dijo si queríamos conocer unas muchachas. Mac Clair contestó sacando la
-Biblia y poniéndose a leer. Luego aseguró que Nápoles es una ciudad
-aburrida y monótona.
-
---Hombre, no--le dije yo.
-
---¿Cómo quiere usted comparar esto con Edimburgo?
-
-Mac Clair no es mas que un occidental, y para comprender los pueblos
-hay que ser occidental unas veces, y oriental otras, y tener el alma
-con muelles como los coches de doble suspensión.
-
-En lo único que quedamos conformes Mac Clair y yo fué en que esa frase
-de _Vedi Napoli e poi mori_ no era nuestro ideal. No sentimos ni él ni
-yo el menor deseo de morirnos después de ver Nápoles.
-
- * * * * *
-
-Salimos de Nápoles con buen tiempo, pasamos al amanecer por el estrecho
-de Mesina, y vimos la ciudad respaldada en una alta sierra.
-
-Todo el mar estaba lleno de velas latinas de las barcas de los
-pescadores.
-
-Cruzado el Estrecho seguimos adelante, y la niebla se nos echó encima
-entre los escollos de Scila y Caribdis.
-
-Mac Clair tampoco creía gran cosa en Scila y en Caribdis.
-
- * * * * *
-
-Nuestra barca llevaba cartas para lord Byron, y pensando que el poeta
-se encontraba en Argostoli, nos fuimos acercando a la isla de Cefalonia.
-
-Entramos en el puerto de Argostoli y nos dijeron que hacía ya tres días
-que el lord había salido para Missolonghi.
-
-Me hubiera gustado echar una ojeada a la isla, pero no había tiempo.
-Me contenté con mirar con el anteojo de Mac Clair una montaña, en
-parte cubierta de pinos, y en parte de maleza, y las casas bajas de
-Argostoli como dados blancos con pequeñas ventanas. La tierra, por
-los alrededores, era blanca, resquebrajada, con aspecto de lava, con
-algunos matorrales obscuros por donde triscaban rebaños de cabras.
-
-Por todas partes la costa era de piedras secas que parecían ruinas.
-
-Nos hicimos a la mar, y de noche, con gran cuidado, nos fuimos
-acercando al golfo de Patras. El cielo estaba muy estrellado. Los
-marineros iban cantando canciones patrióticas. Nos cruzamos con una
-fragata turca, apagamos el farol y arriamos las velas; todo el mundo
-calló y la fragata pasó sin vernos. Al amanecer cruzamos con algunos
-místicos griegos, que al ver nuestra bandera inglesa aplaudieron con
-gran entusiasmo y algazara.
-
-Por la mañana estábamos delante de Missolonghi. El mar tenía un brillo
-de cristal, y algunas nubes rojizas, que al principio tomé por montes,
-se dibujaban en el cielo.
-
-Esperamos Mac Clair y yo con ansia a que comenzara el día.
-
-Eran los comienzos del mes de enero; el sol tardó en salir.
-
-Apareció entre brumas, como un disco rojo, por encima de las altas
-rocas de un monte pedregoso y estéril, el monte Aracinto, y fué
-iluminado un paisaje de tierras blancas, calcáreas, sin vegetación. Al
-pie de la sierra, a orillas de un lago muy azul, vimos una aldea. Era
-Missolonghi.
-
-Cerca de Missolonghi había varios barcos griegos, y, entre ellos, el
-_Cefaloniota_, el místico de lord Byron. El capitán nuestro fué a ver a
-lord Byron en el bote y volvió al poco rato con dos oficiales de marina.
-
-No parecía si no que éramos deportados por lo mal que nos recibieron.
-
-Al mediodía nos dieron la orden de bajar a tierra. El sol apretaba de
-firme. El cielo estaba azul y el mar tan azul como el cielo.
-
-Mac Clair y yo experimentamos una gran decepción al saltar a
-Missolonghi. Aquello era una aldea miserable. El paisaje de los
-alrededores no podía ser más triste. Montes calcinados, atormentados,
-sin árboles, arenales, un pueblecillo polvoriento, sin jardines, sin
-nada verde, quemado por el sol.
-
-Yo mismo quedé defraudado. A pesar de que me había dicho repetidas
-veces que no debía entusiasmarme, llevaba en la imaginación la idea de
-una ciudad formada por pequeños Partenones.
-
-Era el espejismo de los nombres sonoros. Bajamos en Missolonghi y
-fuimos todos formados a una barraca donde había dos oficiales ingleses
-de la brigada del coronel Stanhope, que nos tomaron la filiación.
-
-Luego nos hicieron una serie de recomendaciones y nos dijeron que no
-intentáramos tener relaciones con el elemento civil, porque estaba
-prohibido.
-
- * * * * *
-
-Missolonghi, entonces pequeña ciudad, sin abolengo y sin historia,
-contaría unos cuatro o cinco mil habitantes, de los cuales unas
-ochocientas familias eran griegas.
-
-Missolonghi, fundado por pescadores, estaba asentado sobre un terreno
-pantanoso; en algunas partes, más bajo que el mar.
-
-La situación de Missolonghi, al borde de una laguna, hacía que algunos
-griegos entusiastas la compararan con Venecia.
-
-Esta laguna, a medias pantano de agua dulce, y a medias marisma,
-ocupaba una gran extensión y aumentaba de tamaño desde hacía tiempo a
-expensas de las tierras de labor.
-
-Limitando la laguna de Missolonghi por el lado del mar había un
-cordón de islas, roto aquí y allá: los Procopanistos. Las olas batían
-constantemente esta línea de peñascos que separaban la albufera
-missolonghiota del mar Jónico.
-
-Entre los arrecifes de los Procopanistos había algunos islotes grandes,
-como el de Basilades, Aisosti, Scilla y Cleisovo. En estos islotes,
-ya de algún tamaño, se levantaban torres y alrededor estacadas para
-defender las entradas de la laguna.
-
-En la isla de Basilades había un fuerte de piedra, y en la de Aisosti
-una capilla aspillerada que servía de defensa.
-
-La laguna de Missolonghi se extendía bordeando el monte Aracinto y
-tenía, a medida que avanzaba en la tierra, un seno más estrecho.
-
-Al comienzo de este seno, en que se hacía más angosta la laguna, se
-hallaba un pueblo colocado en una isleta, llamado Anatólico.
-
-Anatólico parecía un barco encallado en las rompientes.
-
-Las orillas de la albufera de Missolonghi eran áridas, cubiertas
-de algas y musgos verdes, que se corrompían en las mareas bajas,
-produciendo emanaciones pestilentes.
-
-Afortunadamente, el viento del mar soplaba con fuerza y purificaba el
-aire; si no, no se hubiera podido vivir en las inmediaciones.
-
-Mirando desde el mar al monte Aracinto, se veía una mole seca,
-pedregosa, terrenos plutónicos, con ruinas de murallas y de pueblos.
-
-Al pie del monte y al borde de la laguna había un mal camino, que tenía
-a la orilla algunas miserables cabañas de pescadores, camino que, con
-la lluvia, se convertía en un arroyo pantanoso.
-
-Varias veces recorrí este camino con el caballo hundido hasta los
-ijares, mientras los patos salvajes pasaban revoloteando por encima de
-mi cabeza.
-
-A un lado de Missolonghi, ya fuera de la laguna, en las estribaciones
-del Aracinto que daban hacia el mar, había una planicie que se llamaba
-la llanura Lelante o Anachaida, que estaba cruzada por un río, el río
-Fidaris o Ebenus, seco si no llovía y torrencial cuando caían unos
-cuantos chaparrones.
-
-Este río tenía dos afluentes: el de Galata, que pasaba por un pueblo en
-ruinas del mismo nombre, y el de Hypochori.
-
-Al borde del río Ebenus se veía un pueblo en ruinas, con restos de
-castillo y murallas, a quien los naturales llamaban Plevrone, porque
-había una segunda Plevrone, también en ruinas, en la parte del
-Aracinto, que daba a la laguna, entre Missolonghi y Anatólico.
-
-A poca distancia de la llanura Lelante, en una pequeña bahía, estaba
-Barasova, pueblecillo con una vieja torre ruinosa.
-
-Estos lugares próximos a Missolonghi fueron el teatro de nuestra
-acción, que, ciertamente, no tuvo nada de extraordinaria ni de heroica.
-
- * * * * *
-
-Después de ser alistados e identificados, Mac Clair quedó en la brigada
-de Stanhope como oficial de ingenieros, y yo como ayudante suyo.
-
-No estaba la legión extranjera de Missolonghi tan disciplinada
-como nosotros pensábamos; había una porción de oficiales y jefes
-franceses, ingleses, alemanes e italianos en disponibilidad, porque no
-tenían tropas que mandar. Los ingenieros y artilleros eran los más
-solicitados y los que más pronto encontraban plaza vacante. Los que
-venían de la Europa occidental con sus documentos de haber servido como
-oficiales de caballería, no encontraban puesto, porque los griegos no
-los querían.
-
-Había entre nosotros tres mandos diferentes: el de los comités griegos,
-el del coronel Stanhope y el de lord Byron.
-
-Stanhope estaba en completo desacuerdo con lord Byron. El coronel
-reprochaba al lord, que quería hacer una guerra literaria, lo que
-le parecía una ridiculez. En parte, el militar estaba en lo justo,
-porque la guerra parece que debe tener una técnica; pero el poeta
-tenía su razón también, porque, gracias a su prestigio literario,
-había conseguido que Europa entera se preocupara de su expedición y se
-dispusiera a ayudar a los griegos.
-
-El coronel, por lo que nos dijo, pretendía que Byron no interviniera
-para nada en detalles de cuestiones militares, pero el poeta se creía
-omnisciente y pretendía entender de milicia tanto como de poesía.
-
-Desde su desembarco, el cinco de enero, el lord estaba trabajando sin
-descanso en contratar un empréstito en Inglaterra, quería reformar
-la sociedad inglesa de los Filohelenos y estudiaba, al mismo tiempo,
-los medios de humanizar la guerra entre turcos y griegos, pensamiento
-noble, pero, por entonces, perfectamente irrealizable.
-
-Su plan militar consistía en fortificar Missolonghi y en organizar un
-pequeño ejército de ataque. Este ejército estaría formado por dos mil
-quinientos griegos al mando de sus jefes, por las legiones extranjeras
-a las órdenes del coronel Stanhope, que no se sabía a punto fijo con
-qué número de soldados contaría, y por un batallón de suliotas, que
-quería mandar el mismo lord en persona.
-
-Con estas fuerzas pensaba Byron atacar el castillo de Lepanto.
-
- * * * * *
-
-La hada del Fénix, miss Barnett, tuvo mal éxito en su empresa. Lord
-Byron se empeñó en no verla, y, por más cartas, avisos y recados que
-le envió, el poeta no quiso acceder a hablar con ella. El coronel
-Stanhope la recibió muy fríamente. Un hombre como el coronel, que tenía
-a Byron por poco práctico, naturalmente, tenía que mirar con desdén la
-fraseología poética de segunda mano de miss Barnett.
-
- * * * * *
-
-El elemento militar griego con que se contaba era muy malo. Estaba
-formado por montañeses, algunos verdaderos bandidos, y pescadores.
-
-A los montañeses, a unos llamaban palikaros y a otros suliotas. Los
-palikaros eran los de la parte de Morea, y los suliotas de Suli.
-
-Unos y otros despreciaban profundamente a los griegos, sobre todo a los
-griegos cultos, a los que llamaban phanariotas. Los palikaros y los
-suliotas tenían costumbres parecidas a los turcos. Unos y otros eran
-pésimos soldados, insubordinados y rebeldes. Al morir Marcos Botzari en
-el Epiro, recomendó a lord Byron un pelotón de suliotas. Byron quiso
-aceptarlo como su guardia, y le asignó mil duros al mes; pero eran los
-cuarenta suliotas tan turbulentos, tan mentirosos, tan enredadores, que
-Byron los despachó, los incorporó al resto del ejército y les siguió
-dando su asignación.
-
-El gobernador de Missolonghi pensó que dar tanto dinero a los suliotas
-era un absurdo, e intentó emplearlo en otros fines, pero los suliotas
-se le sublevaron.
-
- * * * * *
-
-Mac Clair y yo fuimos destinados a la fortificación de Missolonghi.
-
-Missolonghi era una aldea pobre y sin ningún atractivo. Mac Clair y
-yo pensamos en ir a vivir al pueblo, suponiendo lógicamente que los
-habitantes tendrían entusiasmo por los extranjeros llegados allá para
-defender el país, y nos encontramos con todo lo contrario.
-
-Los griegos nos odiaban.
-
-En vista de esto, y con el consentimiento del coronel Stanhope, nos
-instalamos en una barraca de madera, que llegamos a convertir en una
-habitación confortable.
-
-A los pocos días comenzamos a trabajar en los planos de la
-fortificación de la ciudad.
-
-Se había pensado en rodear Missolonghi de murallas y de baluartes.
-
-Desde el comienzo de la guerra de la Independencia griega, Missolonghi
-había sido atacada varias veces por los turcos con poca fortuna.
-
-La situación de la plaza era muy buena para el defensor y mala para el
-agresor. Además de esto, los turcos habían tenido la desgracia en el
-último sitio de ser diezmados por la peste.
-
-Cuando comenzó este último sitio, los griegos no habían hecho mas que
-comenzar a fortificar la ciudad y a guarnecer las murallas de tierra,
-con torres y baluartes. Estando en esta labor se les presentó a
-atacarles Omar Vrione, capitaneando un ejército numeroso, y se colocó
-en la falda del monte Aracinto.
-
-La guarnición de Missolonghi se encontraba con muy pocos medios de
-resistencia. El caudillo griego Marcos Botzari, en quien se tenían
-grandes esperanzas, acababa de morir en el Epiro.
-
-Su hermano Constantino entró en Missolonghi con su gente y se aprestó
-a la defensa. Al cabo de dos meses de sitio, cuando la resistencia de
-Missolonghi comenzaba a desfallecer, fué cuando se declaró la peste en
-el ejército otomano, pero de una manera tan fuerte que Ornar Vrione
-tuvo que abandonar inmediatamente los alrededores de Missolonghi.
-
-Al mismo tiempo, otro caudillo griego, Maurocordato, entraba en la
-laguna de Missolonghi con algunos barcos hydriotas, y la ciudad quedaba
-libre por tierra y por mar.
-
-Entonces se pensó que Missolonghi podía ser el baluarte de la
-independencia griega, y se la quiso poner en condiciones de sostener un
-sitio en regla.
-
-Los oficiales de artillería y los ingenieros, entre ellos Mac Clair,
-hicieron los planos de las nuevas fortificaciones y se comenzó a
-trabajar.
-
-Primeramente se restauró la muralla por la parte de tierra y por la del
-mar, revistiendo los sitios débiles con piedras y argamasa.
-
-Durante más de dos semanas tuve yo que ir al monte Aracinto con los
-trabajadores griegos a unas canteras a sacar piedra.
-
-Un italiano del Piamonte, Josué Magnani, que llevaba algún tiempo allí,
-y un joven alemán, Werner, iban conmigo de intérpretes.
-
-El trabajo se prolongaba mucho, porque los missolonghiotas no eran
-partidarios de un esfuerzo asiduo y constante. Los franceses, alemanes
-e ingleses, que hubieran sido buenos obreros, no querían hacer estos
-trabajos pesados.
-
-Hermann Werner, el alemán que me acompañaba, era un muchacho muy
-instruído. Sabía el griego antiguo y estaba aprendiendo el moderno, y
-tomaba notas de todo cuanto veía.
-
-Werner me explicaba las ideas y las preocupaciones de los griegos.
-
-Me dijo que éstos consideraban el monte Aracinto como un lugar
-misterioso, poblado por seres imaginarios, faunos, panes, egipanes y
-tityros. Comentando las hazañas de estos monstruos u oyendo cantar a
-los tordos los griegos pasaban demasiado tiempo sin hacer nada.
-
-En el monte Aracinto había una ermita sobre una roca, dedicada al
-profeta Elías. A esta ermita se subía por una escalera pendiente, cuya
-pared de roca estaba llena de ex votos. Cerca de esta ermita, en un
-grupo de árboles, solíamos almorzar Magnani, Werner y yo. Muchas veces
-oíamos a los zagales que tocaban una flauta de caña rodeados de sus
-cabras.
-
-Nos contó Magnani que un viejo ladrón de Anatólico fué un día a la
-ermita con un saco y se llevó todos los objetos de oro, de plata y de
-pedrería que había allí.
-
-El ladrón anatolicense decía:
-
---Virgen soberana, permite que te despoje de esta corona que te ofreció
-un canalla, ladrón y usurero; deja que me lleve esta alhaja, regalo de
-un asesino, manchado con mil crímenes. ¡Malditos sean!
-
-El ladrón anatolicense llenó su saco y se fué; pero al ir a vender las
-alhajas fué preso, y el gran visir le mandó ahorcar.
-
-El alemán se reía al oír esto a carcajadas.
-
-Magnani, Werner y yo recorrimos el Aracinto a caballo, y llegamos,
-en nuestras excursiones, a una sierra de montañas, llamada Rachi, y
-pasamos el desfiladero de Cleisura.
-
-Werner solía leernos un trozo de la _Ilíada_ en griego y luego nos lo
-traducía.
-
- * * * * *
-
-En vista del terrible fracaso de miss Barnett, decidió marcharse de
-Missolonghi a Siria a buscar a su tía lady Stanhope. La criada Susana
-no quiso seguirla. Susana decidió hacer una barraca junto a la nuestra
-y poner una cantina. A mí me pidió mi opinión.
-
---Sí--le dije yo--. Estaría bien si esto durara pero yo no veo que
-esto vaya a durar. El mejor día nos tendremos que marchar todos.
-
---¿Por los turcos?
-
---No, porque no nos pagarán.
-
- * * * * *
-
-Susana no tomó en cuenta estas razones y se decidió a quedarse, y
-consiguió que los soldados le hicieran un barracón de madera, cubierto
-de tejas, donde puso su cantina.
-
-Una mujer como aquélla, guapetona, valiente y que estaba dispuesta
-a hacerse rica, tuvo un gran número de pretendientes. Según la voz
-general, Werner y yo hubiéramos sido los favorecidos; pero Werner
-leía demasiado a Homero, y yo demasiado a Schelley y a Goethe para
-entusiasmarnos con la cantinera.
-
-Los tres rivales de la bella Susana eran Magnani, un jefe de policía de
-Missolonghi y un armatola o capitán de los palikaros, que era un hombre
-bruto, feroz, que le gustaba amenazar a las gentes. Este armatola
-andaba con unos soldados harapientos, todos armados hasta los dientes.
-
-Una noche estábamos de tertulia en la cantina de Susana el policía,
-Werner, Magnani y yo, y otros dos o tres, cuando fueron entrando los
-palikaros con sus fusiles y se apoderaron de la tienda. Después entró
-su armatola. Venía envuelto en una gran capa de lana blanca. Estaba
-borracho. El policía se acercó a él a preguntarle qué significaba
-aquella invasión. El armatola no le contestó, le dió un empujón y le
-escupió a la cara. Después, acercándose a Susana, la agarró de la
-cintura. La cantinera no se inmutó y se defendió sin dar importancia al
-ataque.
-
-El capitán de los palikaros se acercó a Werner y a mí con intenciones
-agresivas. Yo tenía la pistola cargada dentro del bolsillo. El
-palikaro, al ver nuestra impasibilidad, cambió de aspecto, se sentó
-en una mesa y pidió café. Magnani y el policía habían desaparecido.
-El jefe palikaro se puso a tomar café, ceñudo y sombrío; sus soldados
-se fueron marchando. Era el armatola hombre joven, moreno, vestía una
-blusa de mangas abiertas, pantalones anchos, polainas, un gorro rojo y
-un cinturón de cuero, donde llevaba el pañuelo, la bolsa, un puñal y
-una pistola.
-
-Iba Susana a cerrar la cantina y nosotros a salir cuando apareció de
-nuevo Magnani y el policía griego. Magnani venía con un aire torvo, con
-los dientes apretados y los ojos brillantes.
-
-El policía griego avanzó con aire amable, se acercó al palikaro, le
-quitó el puñal y la pistola, y, de pronto, le dijo algo feroz y
-terrible y le escupió en los ojos.
-
-El palikaro se levantó, pero Magnani le dió un empujón y le hizo
-sentarse de nuevo.
-
---¡Ladrón! ¡Cobarde!--le gritó el griego al palikaro--, insultas cuando
-estás entre los tuyos, ¡perro!
-
---Y solo también contra ti.
-
---Vamos ahora mismo--gritó el griego,
-
---Vamos.
-
-Salimos todos de la cantina. Era todavía de noche. Una fila de luces
-de las barcas de los pescadores se veía en el mar obscuro, y se oía
-el ruido de las olas, que se estrellaban acompasadas en la costa.
-Amaneció. Werner trató de que se hiciera un desafío en regla, pero el
-griego y el palikaro no querían esperar.
-
-Se les dió a cada uno un sable y se les puso frente a frente.
-
-En aquel momento sonó un tiro, y el palikaro cayó muerto con la cabeza
-abierta.
-
-No nos quedó duda de que entre Magnani y el policía griego habían
-preparado la muerte del montañés. Al poco tiempo, Magnani desaparecía
-de Missolonghi. Susana la cantinera siguió dando esperanzas y buenas
-palabras al policía, hasta que un día traspasó la cantina y se marchó
-con un comerciante turco a Constantinopla.
-
- * * * * *
-
-Cuando se concluyó de sacar piedra, volvimos a trabajar en la muralla.
-Cada uno de los baluartes que se construiría llevaría el nombre de
-algún héroe o de algún personaje relacionado con la independencia
-griega. El primer baluarte se denominó de Marcos Botzari. Comenzando
-por éste, y dando la vuelta al recinto fortificado, estarían la torre
-de Coray, la batería del general Norman, la batería Miauli, el baluarte
-Franklín, la batería Tokeli, la torre de Guillermo Tell, la torre de
-Kosciusko, la batería Kiriaculi, la tenaza de Montalembert, la batería
-de Rhigas, la luneta de Orange y la batería Macris.
-
-Estos baluartes y fortines quedarían próximos uno de otro; por el lado
-de tierra habría un gran foso para defender la entrada de la ciudad.
-
- * * * * *
-
-Ocupados en esta obra, apenas nos enteramos de lo que ocurría en
-Missolonghi.
-
-Todo el mundo iba a ver a lord Byron, a hablarle de sus asuntos, a
-exponerle sus quejas; yo no quería molestarle, y así sucedió que no le
-llegué a conocer.
-
-El poeta, al parecer descontento, determinó bajar a tierra lo menos
-posible y recibía las visitas y las comisiones en su barco.
-
-Byron pretendió poner un poco de orden en la anarquía griega y dar fin
-a las rivalidades de los jefes.
-
-La cosa fué imposible; la discordia era cada vez mayor y estallaba a
-cada paso, hasta dentro de la misma brigada que mandaba el lord, entre
-los suliotas que le había recomendado Marcos Botzari a su muerte.
-
-Al parecer, se seguía pensando en la expedición contra Lepanto, pero
-los preparativos eran muy lentos.
-
-En esto comenzó a correr la voz de que la salud de Byron se hallaba muy
-quebrantada, por los repetidos ataques de fiebre y por los continuos
-disgustos.
-
-La mayoría de la gente pensaba que el poeta no duraría mucho. Un día de
-abril se dijo que había hecho una salida a caballo, se había mojado y
-que guardaba cama.
-
-Una semana después, nuestro lord moría, a consecuencia de una
-inflamación cerebral. Se le hicieron grandes exequias, y todos los
-jefes griegos aparecieron muy unidos... y muy contritos.
-
- * * * * *
-
-Dos días más tarde, Mac Clair, que seguía enfermo, me pidió que fuera a
-ver al coronel Stanhope, para preguntarle qué íbamos a hacer.
-
-Stanhope me dijo que, probablemente, reembarcaríamos, y añadió:
-
---Yo me he comprometido con lord Byron a dirigir la campaña, porque
-el poeta era un inglés de cuya palabra se podía uno fiar; pero no me
-pasa lo mismo con los jefes griegos que hoy afirman una cosa y al día
-siguiente la contraria.
-
-Le pregunté si tendríamos barcos para todos y me contestó que era una
-dificultad que había que resolver como se pudiera.
-
---¿El coronel Mac Clair y yo tenemos entonces libertad para marcharnos,
-si encontramos ocasión?--le pregunté.
-
---Desde luego.
-
---¿Quedamos desligados de nuestro compromiso?
-
---En absoluto.
-
- * * * * *
-
-Como yo sabía el espíritu de contradicción y de suspicacia que había
-entre los griegos y su poca simpatía por los extranjeros, hice la
-gestión ante el Comité, para que nos reconocieran a Mac Clair y a mí
-nuestros grados. El Comité rechazó la petición, y nos encontramos
-libres para abandonar Grecia.
-
-Solía ir desde entonces todos los días al puerto a averiguar si llegaba
-algún barco. Un día vi bajar de una lancha a un caballero elegante,
-de frac azul, con botones dorados, pantalones de paño gris y chaleco
-blanco de piqué.
-
-Era el hombre rubio de la Sala de Cortes de Sevilla que me habían dicho
-que había sido capitán del Empecinado.
-
---Yo le conozco a usted de Sevilla--le dije.
-
---¡Es verdad! ¡Qué extraña casualidad!--exclamó él, al decirle dónde le
-había conocido.
-
-Nos estrechamos la mano. Le conté mi historia y él me contó la suya.
-
-Este hombre era Aviraneta. Me dijo que había ido a ver a un
-consignatario, para tomar una plaza en la corbeta Egina, que iba a
-partir, de un momento a otro, con rumbo a Nápoles. Pedimos pasaje Mac
-Clair y yo en ella, y nos dieron dos de tercera, porque ya no había
-otros.
-
-Le preguntamos a Aviraneta dónde vivía en aquel momento.
-
-Nos dijo que en una barca griega, en la que había venido desde
-Alejandría, y que estaba esperando órdenes para salir de Missolonghi.
-Le indicamos que hiciera gestiones para que fuéramos Mac Clair y yo
-a la barca griega. El capitán de la Chipriota, después de muchas
-dificultades, aceptó, y Mac Clair y yo nos trasladamos a este barco.
-
- * * * * *
-
-Si mi aventura de Missolonghi no había sido ni muy lucida ni muy
-brillante, la de Aviraneta, aunque con más éxito personal, no fué
-tampoco de gran interés. He aquí lo que me contó don Eugenio:
-
- «He salido de Alejandría hará próximamente un mes, en la
- goleta Chipriota, al mando del capitán Spiro Sarompas.
- Llegamos aquí hace unos veinte días. El capitán Spiro traía
- unos pliegos para lord Byron, fué a verle y le dijo que venía
- con un oficial español.
-
- El lord le contestó que fuera yo inmediatamente a su barco y
- que no tocara en tierra.
-
- Me puse de gala, y en la lancha fuí al _Cefaloniota_.
-
- A un oficial le dije que me había mandado ir Su Excelencia y
- que tenía que darle una carta.
-
- --Démela usted a mí.
-
- Se la di y esperé un cuarto de hora.
-
- --Pase usted.
-
- Lord Byron me recibió y me dió la mano. Me chocó la impresión
- de la mano; llevaba guantes de seda de color de carne. Vestía
- bata y gorro griego rojo. Su figura era hermosa, sobre todo la
- cabeza, pero no tenía aire de serenidad ni de fuerza; parecía
- una mujer. Sus rasgos eran demasiado correctos, y su cuello,
- que llevaba desnudo, me pareció excesivamente redondo.
-
- --Siéntese usted--me dijo.
-
- Me senté.
-
- --¿Habla usted inglés?
-
- --No, sólo francés.
-
- --¿No ha leído usted mis versos?
-
- --No, Excelencia.
-
- --¿No ha perdido usted nada?--dijo él riendo.
-
- --Creo que sí--le contesté yo--; pero mi vida ha sido muy
- activa y mi educación descuidada.
-
- --El cónsul de Alejandría me recomienda a usted eficazmente.
- ¿Qué quiere usted de mí?
-
- Entonces yo me levanté, me cuadré e hice la señal de
- reconocimiento como masón del rito escocés. A su vez se
- levantó él y me correspondió.
-
- --Cuénteme usted un poco su vida.
-
- Yo le conté mi vida.
-
- El cura Merino, el Empecinado, los carbonarios de París, las
- conspiraciones, la lucha contra Angulema, la escapada hasta
- Gibraltar, la vida en Tánger y en Alejandría.
-
- --¡Y todo eso con poco dinero! Sin medios--exclamó el lord, y
- añadió en español chapurrado de italiano--: ¡Per Bacco! ¡Que
- es usted un hombre!
-
- Al hablar, el lord mezclaba juramentos de todos los países.
-
- Me preguntó si había llevado mi equipaje al _Cefaloniota_.
- Le dije que no. Me encargó que lo trajera inmediatamente y
- que no dijera a nadie que era español, y mucho menos emigrado
- constitucional, y que no saltara a tierra. Tocó un timbre,
- llamó a un oficial y habló con él en inglés.
-
- Acompañado de este oficial, bajé a un bote que llevaba la
- bandera inglesa, y me senté a popa sobre un tapete de seda.
- Llegamos a la goleta Chipriota. Subí. El capitán Spiro
- desembalaba unas cajas de fusiles y pistolas.
-
- A bordo había dos comisionados del gobierno griego, de grandes
- bigotes negros, acompañados de cuatro soldados con fusiles.
-
- --Son de la policía política--me dijo el capitán Sarompas--, y
- si no fuera porque pasa usted por inglés y tiene usted tanta
- influencia con lord Byron, le detendrían. Las cosas están muy
- embrolladas en tierra.
-
- Volví al _Cefaloniota_ y me llevaron el equipaje a un
- camarote. Lord Byron estaba conferenciando en aquel momento
- con unos comisionados griegos de Missolonghi. Concluída la
- conferencia, salieron los comisionados y el lord a cubierta.
- Entonces noté la cojera de Byron. Se acercó a mí. Estaba
- jovial.
-
- --Ahora vamos a almorzar, señor guerrillero--me dijo.
-
- Comían a su mesa su segundo, un médico, el doctor Bruno y el
- oficial de guardia, todos de uniforme.
-
- El lord me habló de las cosas de España, de Sevilla y de
- Cádiz, de una corrida de toros que había visto, y me recitó,
- como un inglés puede recitar en español, trozos de Garcilaso
- de la Vega y de los romances del Cid.
-
- Me preguntó también si la clerigalla (ésta fué su palabra)
- seguía mandando en España.
-
- De cerca, lord Byron daba la impresión de un hombre raro,
- medio afeminado, pero no débil, ni mucho menos. En el almuerzo
- apenas comió mas que golosinas, unas coles en vinagre, unas
- sardinas, frutas y un pedazo de queso inglés. En cambio, bebió
- bastante vino de Asti.
-
- Como vió que yo no bebía vino, dijo:
-
- --¡Qué extraño! Estos españoles ni comen ni beben. Con
- una aceituna y un vaso de agua con azucarillo, ya están
- despachados.
-
- Después de almorzar nos sirvieron café, y como vió que yo lo
- tomaba a gusto, hizo el lord que me sirvieran más.
-
- Después de almorzar nos levantamos y nos hicimos todos grandes
- reverencias. Su Excelencia fué a despachar sus asuntos y
- nosotros a fumar a la Cámara de Oficiales.
-
- Me presentaron a unos y a otros, y nos saludamos solemnemente.
-
- Toda esta ceremonia inglesa me fastidiaba un poco.
-
- Después de fumar, me avisó el criado Tita que fuera a ver a Su
- Excelencia. Entré en su habitación.
-
- --Veo, por lo que me ha contado usted--me dijo el lord--, lo
- que ha sufrido usted por la libertad. Usted ha andado por
- países civilizados, por países como España, donde queda una
- gran cultura de sentimientos; aquí, no; aquí no queda nada
- de la Grecia antigua. Soy de la opinión de San Pablo, que
- decía que no hay diferencia entre los judíos y los griegos.
- El carácter de los dos es igualmente vil. El griego actual no
- es sólo envidioso, malo y vengativo, sino que es abandonado y
- sucio.
-
- Es un degenerado. No tiene fe en nada. Allá en España
- confiaban ustedes en el compañero; aquí no se puede confiar
- en nadie. Aquí se tiende usted a dormir en el campamento, y
- al día siguiente le han robado el reloj o el pañuelo, si es
- que no le han cortado la cabeza. Además de esto, los patriotas
- griegos tienen una gran hostilidad contra el extranjero, y
- hasta a nosotros mismos, que hemos venido aquí a luchar por su
- libertad, nos odian.
-
- --No me diga más Su Excelencia--le indiqué yo--; si esto es
- así, me voy inmediatamente.
-
- --No--me contestó él--. Espere usted. Es usted el único
- español que ha acudido a secundar mi empresa, y no quiero que
- pueda decir que no he hecho por él todo cuanto esté en mi
- mano. Quédese usted aquí unos días en el barco. Supongo que le
- convendrá descansar, porque, indudablemente, está usted débil.
-
- Todo el mundo, al verme delgado y pálido, suponía lo mismo.
- En los días sucesivos ocurrió lo propio. Byron me hizo mil
- preguntas, se rió, recitó versos; y cuando yo le decía si
- había pensado algo para mí, me contestaba que esperase.
-
- Un día me preguntó claramente.
-
- --¿Qué echa usted de menos aquí o qué le estorba? Dígamelo
- usted claramente, dígamelo usted con la franqueza de un nieto
- del Cid.
-
- --Excelencia--le contesté yo--. Para mí hay aquí demasiada
- etiqueta.
-
- Lord Byron se echó a reír a carcajadas. Como vi que lo tomaba
- alegremente, añadí:
-
- --Tanto ponerse la corbata y cepillarse la levita a todas
- horas, y saludar al superior y al inferior, y dejar que pase
- antes por una puerta y esperar a que se siente, a mí, que he
- vivido entre campesinos, me cansa.
-
- --Es usted un hombre original, guerrillero--me dijo.»
-
- * * * * *
-
---¿Y así ha vivido usted?
-
---Así he vivido quince días en compañía de Byron, hasta que éste ha
-enfermado y ha muerto, y entonces me he trasladado a la Chipriota.
-
---¡Qué suerte la de usted!
-
---¿Pues?
-
---Usted no tiene idea lo que es para mucha gente haber vivido en la
-intimidad de lord Byron. Ya ve usted, la mayoría de los ingleses que
-estábamos en Missolonghi no hemos cruzado ni una vez la palabra con él.
-
---Pues era un hombre amable y muy asequible; a veces, de una gran
-afabilidad.
-
---Sí, para la gente original y extraña como usted. Un guerrillero
-español que ha guerreado a las órdenes de un cura no se encuentra
-todos los días. Para nosotros, paisanos suyos sin historia, no era tan
-asequible el lord, ni mucho menos.
-
---Sí, claro; esto se explica.
-
---¿Y de qué hablaban ustedes?
-
---Principalmente, de España y de los guerrilleros. Le interesaba
-mucho la vida y el carácter de Merino, del Empecinado y de los otros
-cabecillas españoles, las ideas, la manera de guerrear, sus odios, sus
-antipatías y demás detalles.
-
---¿Y qué vida llevaban ustedes?
-
---A las cinco de la mañana tocaban los pífanos y tiraban un cañonazo.
-Era la señal de levantarse todo el mundo. Yo me vestía de prisa, salía
-al instante del camarote, para que lo limpiaran, y luego volvía a
-vestirme de etiqueta.
-
---¿A qué hora se levantaba el lord?
-
---Al amanecer. Solía estar leyendo y escribiendo hasta las ocho en
-punto, en que llamaba. Lo hacía todo con una exactitud cronométrica.
-
---¿Sí? ¡Qué extraño! ¡Con la fama de hombre irregular que tenía!
-
---Pues era ordenadísimo. A las ocho tocaba el timbre; entraban Tita,
-el criado, y Fletcher, el ayuda de cámara. Estaban media hora. A las
-ocho y media tres secretarios, con sus cartapacios, pasaban un cuarto
-de hora. Luego venía el oficial de guardia, otro cuarto de hora. A las
-diez menos cuarto, Fletcher, con dos teteras de plata en una bandeja, y
-Tita, con otra bandeja con tazas y un azucarero de China. A las diez,
-el médico. A las diez y cuarto, los comisionados griegos.
-
---¿Y todos los días lo mismo?
-
---Todos los días lo mismo.
-
---Es curioso que usted haya visto sólo por dentro lo que yo he visto
-sólo por fuera. ¡Qué pensaba Byron!
-
---Byron tenía ideas de poeta. Creía que era necesario para Europa que
-Grecia se reconstituyera. Afirmaba que los griegos iban a ser con el
-tiempo lo que fueron en la edad antigua. Para este resultado quería no
-sólo trabajar, sino sacrificarse. ¿Qué importa mi vida?--me decía.
-
---Y usted, ¿qué le contestaba?
-
---Hombre, yo no tengo esa religiosidad ni esa pasión por Grecia. Yo no
-soy poeta. Yo me callaba.
-
---¿Y, prácticamente, qué quería hacer?
-
---Quería inculcar espíritu de unión a los jefes y desterrar la
-barbarie. Por lo que me indicó, había muchas disidencias entre los
-griegos. Parece que el comité de Missolonghi y el gobernador de esta
-ciudad le invitaban a que fuera al Congreso de Salamis, y Maurocordato
-le excitaba para que fuera a Hydra. Una y otra facción le enviaban
-cartas, mensajes, e intrigaban y se denunciaban.
-
---Y del coronel Stanhope, ¿qué opinaba?
-
---No le he oído hablar de él nunca.
-
---¿Era un incrédulo de verdad en cuestiones religiosas?
-
---No sé. Algunas veces le he oído decir: soy una oveja descarriada,
-pero no tanto como cree el mundo.
-
- * * * * *
-
-Cuatro días después de mi encuentro con Aviraneta, se presentó a la
-vista de Missolonghi la corbeta _Egina_, que salía para Nápoles.
-
-Fuimos Mac Clair y yo por la mañana y entramos en la lancha y nos
-dirigimos a la corbeta. La mayoría de los pasajeros eran militares
-franceses muy bulliciosos.
-
-El capitán de la corbeta, Jorge Belisarios, fué designando a cada uno
-su camarote y entregándole una chapa con un número y fijando otra chapa
-de hoja de lata en las puertas de los camarotes.
-
-A Mac Clair y a mí nos tocaron los peores.
-
-Poco después de embarcar nosotros, llegó a la _Egina_ una lancha que
-conducía al comisario griego de Missolonghi, a su señora, sus hijos y
-varios criados con una porción de bultos.
-
-Aviraneta me preguntó qué tal estábamos instalados, y le dije que mal.
-
---Yo le veré al capitán--indicó--. Con la recomendación especial que me
-dió en vida lord Byron me atiende mucho.
-
-Aviraneta explicó al capitán del barco lo que ocurría; pero éste
-aseguró que tenía los demás camarotes ocupados y que únicamente, si el
-comisario griego quería trasladar su equipaje, se podría conseguir el
-desocupar uno.
-
---Vamos a ver al comisario griego--dijo Aviraneta--; lo conozco por
-haberle visto en compañía de lord Byron, y supongo que nos atenderá.
-
-Se avisó al comisario y bajamos a la cámara del barco, y esperamos.
-
-El comisario era un hombre de unos cincuenta años, gordo, pesado, con
-la nariz de cuervo, el pelo negro, el bigote largo y unas ojeras de
-color morado obscuro.
-
-Este comisario era un phanariota. Los phanariotas, habitantes del
-barrio griego de Constantinopla que llaman el Phanar, no son griegos
-puros, sino mixtos de otras razas; son como los judíos, gente de
-comercio que han vivido siempre entregados a la usura y a los negocios.
-
-Aviraneta explicó en francés al comisario lo que ocurría. El comisario,
-al principio, no parecía dispuesto a ceder; pero Aviraneta le dijo
-claramente que no le parecía digno que a un coronel que había ido a
-defender la independencia de Grecia, enfermo de cuidado, se le dejara
-abandonado en un rincón infame.
-
-El comisario se avino a razones y dispuso que uno de sus criados
-desalojase un camarote. Como este camarote era pequeño, Aviraneta no
-quiso que fuera allí Mac Clair y cedió el suyo yendo él al pequeño.
-
-El que cedió era el mejor del barco.
-
-Instalé a Mac Clair en la cámara. Por la noche nos hicimos a la vela y
-comenzamos nuestra navegación.
-
-Cruzamos con muchos barcos, grandes y pequeños, y nos acompañó durante
-algún tiempo un corsario griego, el _Vigilante_. Ibamos muy cerca, y se
-les veía a los corsarios con su facha de bandidos.
-
---¿Cómo no les persiguen los turcos?--le pregunté a un marinero.
-
---Los marineros turcos son muy malos--me dijo--. Nombran capitanes a
-gente que no sabe nada de náutica, no se ocupan de sus barcos y creen
-que sus cañones son buenos si meten mucho ruido.
-
-Al día siguiente se nos acercó un bergantín mercante. Izamos bandera
-inglesa; ellos, francesa.
-
---¿A dónde van?--nos preguntaron.
-
---A Nápoles. ¿Y ustedes?
-
---A Chipre. ¿De dónde vienen?
-
---De Missolonghi.
-
---¿Qué se sabe de lord Byron?
-
---Ha muerto.
-
-La noticia produjo un gran efecto en el barco; la popularidad del lord
-poeta era extraordinaria.
-
-Tuvimos en la travesía un tiempo muy bueno.
-
-Yo dormía en el sollado y, la mayor parte de los días, sobre cubierta.
-
-Los franceses se reunían a almorzar y a comer en una mesa, debajo de un
-toldo, y allí bebían y charlaban por los codos.
-
-Como en esta época no había simpatía entre franceses e ingleses, y
-los oficiales franceses iban en una clase inferior a la del comisario
-griego y a la de Aviraneta, no nos reuníamos unos con otros.
-
-Yo bajé varias veces a la cámara, que se había convertido en gabinete
-de lectura. El comisario griego leía a Píndaro; Aviraneta, los libros
-de la biblioteca del barco.
-
-Aviraneta y yo hablábamos mucho de España.
-
-Como hacía ya mucho calor, solíamos ir por la tarde a la toldilla de
-popa y allí comenzaron a ir el comisario, su mujer y su cuñada.
-
-Estas dos damas eran hijas de un coronel francés del Imperio, y la
-casada no tenía más distracción que leer las memorias de los generales
-de Napoleón.
-
-Charlamos con ellas acerca de política y de literatura.
-
-El barco se detuvo en Nápoles. Como Mac Clair se ponía cada vez peor y
-quería volver a su patria, cuanto antes nos embarcamos en una polacra
-que iba a Gibraltar.
-
- * * * * *
-
-La polacra se llamaba la _Santa Chiara_, y era su capitán el capitán
-Buonaccorsi. Eran nueve marineros, el contramaestre y un grumete.
-
-Se levaron las anclas y salimos del puerto.
-
-Hicimos con el capitán muy buenas amistades. Era un hombre amable y
-complaciente y cedió una cámara próxima a la suya a Mac Clair.
-
-De día solíamos charlar constantemente, porque el capitán era hombre
-instruído, y seguíamos nuestras conversaciones de noche, sentados en un
-banco, próximo al timón. Buonaccorsi era carbonario y con este motivo
-intimó con Aviraneta.
-
-Solíamos hacer unas comidas espléndidas. Aviraneta había hecho
-provisiones en Nápoles.
-
-Buonaccorsi levantaba una trampa de la toldilla de popa, y solía
-sacar de un arcón café molido, azúcar, galletas, tarros de manteca y
-aguardiente.
-
-Después de comer los marineros, comíamos nosotros y, a veces, teníamos
-verdaderos banquetes. El grumete Beppo nos servía la comida y solíamos
-reírnos con sus ocurrencias, porque era un chico listo y gracioso.
-
-El pobre Mac Clair era el que no participaba de estos banquetes.
-
- * * * * *
-
-Tres días después de salir de Nápoles, tuvimos un tiempo de calma
-chicha. Nos dedicamos a pescar desde el barco, y cogimos unas hermosas
-doradas.
-
-Buonaccorsi nos preguntó si sabíamos nadar. Yo le dije que sí.
-
-Aviraneta también. Nos desnudamos y nos echamos al agua. El capitán
-mandó a un marinero y a Beppo, el grumete, que estuviesen con el bote
-cerca.
-
-Nadamos durante una hora, y, al volver, nos encontramos con la
-desolación en el barco.
-
-Al grumete Beppo se le había ocurrido desnudarse y echarse a nadar;
-pero, fuera que se hubiese enredado en algunas hierbas marinas, o que
-algún pulpo se le había enganchado, el caso es que se hundió y no
-pareció.
-
-Al ocurrir esta desgracia, Mac Clair había salido del camarote y
-estaba en la borda mirando el mar. Los marineros de la _Santa Chiara_
-aseguraron que Mac Clair le había dado la _jettatura_ al pobre grumete.
-
-Después de la calma chicha, tuvimos un temporal violento, que los
-marineros atribuyeron también al mal de ojo que daba Mac Clair al barco.
-
-El espíritu de la tripulación se fué haciendo cada vez más hostil a
-nosotros, y Buonaccorsi nos participó que no iba a tener más remedio
-que desembarcarnos en el primer puerto.
-
-Así lo hizo, y un día de mayo desembarcamos en Ondara.
-
-
-
-
- EL FINAL DEL EMPECINADO
-
- NARRACIÓN DE AVIRANETA
-
-
-A los tres días de salir de Ondara llegamos, en la barca del
-_Farestac_, a la vista de Marsella. Hicimos nuestras señales, y vino,
-por la mañana, a bordo de nuestro lanchón la falúa de sanidad, con un
-médico.
-
-Urbina, la Clavariesa y yo embarcamos en la falúa y fuimos al lazareto.
-
-Nos introdujeron en una sala y nos examinaron y tomaron el pulso.
-
-Luego nos llevaron delante de un tribunal, y el presidente nos declaró
-libres de contagio. Nos fumigaron las maletas y quedamos libres.
-
-La Clavariesa y Urbina fueron al mejor hotel de Marsella, y yo a un
-modesto _garní_ de tres francos.
-
-Al día siguiente me presenté en la mensajería real y tomé un asiento
-en la berlina de la diligencia de Burdeos. Iban conmigo dos compañeros
-que dormían como troncos. Yo, que nunca he podido dormir en coche, me
-dediqué a fumar.
-
-Anduvimos toda la noche; amaneció un hermoso día, y mis compañeros, que
-se despabilaron, me saludaron en mal francés.
-
---Estos son españoles--pensé yo--, y les hablé en castellano.
-
---¿Cómo ha conocido usted que éramos españoles?--me preguntó uno de
-ellos.
-
---En el acento y en el tipo. Hasta aseguraría que este señor--y señalé
-al de mi izquierda--es vascongado.
-
---Cierto. Soy de Tolosa, y mi compañero, de la Rioja. Y usted, ¿de
-dónde es?
-
---Soy nacido en Madrid, pero hijo de guipuzcoanos y criado en Guipúzcoa.
-
---¿Es usted comerciante?
-
---No, emigrado.
-
---¿Liberal?
-
---Sí.
-
---Yo también--me dijo el riojano--. He sido cura beneficiado de Haro,
-y, como me manifesté partidario de la Constitución, los realistas y
-la gente de iglesia me hicieron tal guerra, que me tuve que escapar a
-Francia.
-
-El beneficiado Pinedo--así se llamaba el cura--, parecía un buen
-hombre; el guipuzcoano, que se apellidaba Urmendia, era hombre de más
-conchas.
-
-Llegamos a Nimes, nos hospedamos en un buen hotel, y, después de
-descansar, el beneficiado Pinedo y yo recorrimos la ciudad y vimos
-los monumentos. Urmendia desapareció y no le vi hasta las diez de la
-mañana del día siguiente, en que tomamos la diligencia para Tolosa de
-Francia. Hablamos Urmendia y yo de Basterrica, a quien conocía, por ser
-del mismo pueblo, y a quien creía en América. Le dije yo que estaba en
-Alejandría de Egipto.
-
---¿Y cómo lo sabe usted?--me preguntó él.
-
---Porque he estado con él en Alejandría.
-
-Conté mi viaje con todos sus accidentes, cosa que les interesó mucho;
-Urmendia me dijo que había supuesto si yo sería algún militar de los
-del ejército de Mina.
-
-Nos detuvimos en Montpellier, y el beneficiado y yo vimos la ciudad, la
-catedral, el paseo de Peyrou y algunas otras cosas.
-
-Urmendia se nos escapó; le pregunté a Pinedo qué hacía mi paisano, y el
-cura me confesó que su amigo era un empresario de casas de juego y que
-estaba preparando el negocio en aquellos pueblos con otros jugadores
-franceses. El beneficiado era también accionista de la empresa.
-
-Regresó Urmendia a la fonda, y me despedí de él y del beneficiado.
-Tomé la diligencia, llegué a Toulouse, donde no hice mas que comer, y
-continué hasta Burdeos, donde me apeé en el Hotel Richelieu.
-
-Escribí un billete a don Juan José Zangroniz, comerciante y
-corresponsal de Alzate e Ibargoyen, de Méjico, anunciándole mi llegada
-y el hotel en que me encontraba, y lo despaché con un mozo de la fonda.
-A la hora de haberlo recibido se presentaron en la fonda Zangroniz y
-mi primo Berroa, a quien no había visto desde que yo tenía ocho años,
-en Irún. Berroa me dijo que nuestro tío Ibargoyen llegaría al cabo de
-quince días o un mes. Como yo tenía pasaporte como súbdito inglés, le
-dije a Berroa y a Zangroniz que pensaba utilizarlo para ir a América.
-
-Berroa me dijo que no lo hiciera, que entre los comerciantes de Méjico
-un inglés era siempre mirado como un hereje, y que preguntase a don
-José Ignacio de la Torre de Vera Cruz, a Ibarrondo el de Guadalajara de
-Méjico, a Iñigo y a otros comerciantes mejicanos que estaban en aquel
-momento en Burdeos, y vería cómo me decían lo mismo.
-
-Efectivamente, tanto la Torre, como Ibarrondo, me dijeron que si iba
-como súbdito inglés me perjudicaría mucho entre los mejicanos y los
-españoles, que me mirarían como un luterano o un calvinista.
-
-Zangroniz se encargó de poner en regla mi pasaporte como español, y lo
-arregló pronto.
-
-Llegó el buque que se esperaba, y mi tío Ibargoyen no apareció; pero
-Berroa recibió una carta suya diciendo que no saldría hasta el otro
-correo, lo que hacía que no pudiera llegar hasta pasado mes y medio.
-
-Berroa dijo que pensaba ir en el intervalo a Irún a ver a sus parientes
-y, de allí, a San Ignacio de Loyola, pues había hecho la promesa de
-hacer ejercicios, durante una terrible tormenta que le cogió en el
-Pacífico.
-
-Berroa me instó a que yo hiciese lo mismo. Como mi primo era muy bruto,
-no quise discutir con él acerca de los ejercicios espirituales, y le
-dije que no me convenía entrar en España, y que, únicamente, si mi tío
-Sebastián Ignacio de Alzate me escribiera diciendo que no corría ningún
-peligro en San Sebastián, entraría.
-
-Mi primo Berroa escribió al tío Alzate, que le contestó y le envió
-una carta para mí, diciéndome que podía ir a San Sebastián sin ningún
-cuidado.
-
-En vista de esto, acepté, y Zangroniz se encargó de pedir los
-pasaportes para Berroa y para mí. Salimos de Burdeos y llegamos a Irún.
-El cura Errazu me recibió muy amablemente, y me hizo que le contara mis
-andanzas.
-
-Mi primo quedó en Irún y me dijo que le esperara diez días más tarde,
-en San Sebastián, para ir a Loyola.
-
---Sí, sí--le dije yo--, esperaré.
-
-De Irún marché a San Sebastián y fuí a ver a mi tío Alzate. Este era
-secretario del ayuntamiento y absolutista, pero no muy fanático. Creía
-que la política no tenía que ver gran cosa con la vida.
-
---No tengas ningún cuidado--me dijo--; a pesar de ser absolutistas,
-estamos dando más ejemplos de tolerancia que vosotros. Hemos tenido
-constitucionales en el pueblo y han vivido sin que nadie se meta con
-ellos. Además, eres mi sobrino, y basta.
-
---Necesitaré algún papel de la policía--le indiqué.
-
---Te lo darán en seguida. El subdelegado es amigo nuestro. No sé si te
-acordarás de él: Carrese.
-
---Sí, sí. Ya lo creo.
-
---Le avisaré.
-
-Vino Carrese a verme.
-
-Este Carrese era un agente de negocios de Madrid, amigo de mi padre y
-mío. Cuando yo iba a la corte, por los años del 1816 al 20, y, después,
-en el período constitucional, solía acudir de tertulia a su casa, con
-un hermano del marino Churruca, y algunos otros. Estaba agradecido a
-mí, porque, en los tres años de Constitución, no dejamos los amigos de
-ir a visitarle, a pesar de ser él un fanático realista.
-
-Carrese me recibió muy amablemente y me dió una tarjeta de seguridad.
-
-Estuve seis días en San Sebastián, y, al cabo de este tiempo, marché a
-Irún a la fonda de Ramón Echeandia, compañero de mi niñez.
-
-De los amigos de la infancia muy pocos vivían ya en Irún.
-
-Todo el Aventino había desaparecido: unos habían muerto en la guerra de
-la Independencia, otros se habían embarcado para América.
-
-El pueblo, a pesar de esto, era mayor, había llegado mucho forastero y
-tenía más tiendas que en mi época y dos o tres cafés.
-
-Estaba entretenido en Irún, recordando los tiempos antiguos; había
-hecho nuevos amigos y solía charlar de política con completa libertad.
-
-Un día estaba paseándome en la plaza, cuando aparecieron por la cuesta
-de San Marcial, que sube al pueblo desde el barrio del Bidasoa, tres
-hombres a caballo.
-
-Uno de ellos se acercó a mí y me preguntó:
-
---¿Qué hora es?
-
-Saqué el reloj y le dije la hora.
-
---¿No me conoce usted?--me preguntó desde el caballo.
-
---¡Diablo! Usted es un cervato.
-
---Sí; Bienvengas, el del Villar.
-
---Es verdad. ¿Y qué hace usted aquí?
-
---Voy a la fonda de Echeandia. Vaya usted. Allí nos veremos a la hora
-de comer.
-
-Seguí paseando con los amigos y fuí a la fonda.
-
-Me encontré con los tres caballistas, que me pasaron a su cuarto.
-
-Eran cervatos de Villar del Ciervo, y habían servido con el Empecinado.
-
-Los tres cervatos eran contrabandistas y se habían sublevado con el
-Empecinado y conmigo en la Ribera del Duero, a principio de 1820.
-
-Dos de los cervatos se quedaron a arreglar el ganado, y Bienvengas me
-dijo:
-
---Don Eugenio, usted está dejado de la mano de Dios.
-
---Pues, ¿por qué?
-
---¡Usted en España! ¿Sabe usted lo que le ha sucedido al Empecinado?
-
---Sí; sé que está preso en Roa.
-
---¡Pero cómo lo tratan! El corregidor don Domingo Fuentenebro lo tiene
-preso en un calabozo inmundo, y los días de fiesta lo saca y lo manda
-exponer al público, en una jaula, para que los realistas le insulten y
-le escupan.
-
-Yo palidecí, como si me hubieran pegado una puñalada.
-
---La madre de Martín llora delante de la jaula de su hijo, y la
-querida, aquella muchacha que vivía con el Empecinado, se pasea delante
-de la jaula del brazo de un oficial de voluntarios realistas.
-
---¡Qué final! Es que el Empecinado es terco. Yo le escribí dos veces
-desde Gibraltar, diciéndole que no se fiara de la capitulación de
-Extremadura, que fuera a reúnirse conmigo..., y no hizo caso.
-
---Quizá no recibiera la carta. Y él sin usted está perdido.
-
---¿Y qué harán con él?
-
---Matarlo; piensan darle garrote.
-
---¡Si se pudiera hacer algo por ese hombre!
-
---¡Qué se va a hacer! Lo único que debe usted hacer es marcharse ahora
-mismo a Francia. Yo le acompañaré y, como conozco a los de la Aduana,
-no le dirán nada.
-
---Es que tengo la maleta aquí en la fonda.
-
---Yo diré que se la manden a usted; pero váyase usted. Hágame usted
-caso.
-
-Me trajeron uno de los caballos, y Bienvengas y yo fuimos camino de
-Behobia. Pasamos el puente sin dificultad y entramos en un fonducho.
-
---Ahora que está usted a salvo--me dijo Bienvengas--, le voy a decir
-por qué le he traído aquí en seguida. Es que hay entre nosotros uno que
-ha vivido en Roa y es realista, y ése es muy posible que le conozca a
-usted.
-
-Comimos y, durante la comida, hablamos mucho y me dió noticias de los
-amigos. La mayoría de los oficiales del Empecinado estaban libres.
-Larreategui vivía en Madrid; Casimiro de Gregory estaba en París; los
-hermanos del general, Juan, Antonio y Hermógenes, se habían escapado.
-De los vaqueros, el teniente Gotor estaba en Portugal y el sargento
-Juan de Dios en América.
-
-Juan de Dios, según me dijo Bienvengas, había estado a punto de ser
-fusilado, pero le salvó un soldado de Merino, antiguo amigo mío y
-compañero de la guerra de la Independencia, Gil de Aguilera, El
-_Chiquet_ se había marchado a Cataluña.
-
-Mientras me hablaba, yo recordaba, como si los tuviera delante, a todos
-estos amigos; pero lo que más me obsesionaba era el pensamiento del
-Empecinado metido en la jaula.
-
-Lo estaba viendo en su casa, cuando iba a buscarle para ir a cazar
-liebres con galgos al páramo de Corcos. ¡Era tan ingenuo, tan bondadoso!
-
-El Empecinado tenía una casa de campo a orillas del Duero, cerca de
-Nava de Roa, en un sitio llamado el Salto de Caballo.
-
-Era casi un aduar de moro pobre, con las ventanas pequeñas y sin
-ninguna comodidad. Tenía un viñedo hermoso, que lo trabajó, y una
-bodega casi a orilla del río y del camino de Peñafiel. El vino de su
-bodega era de excelente calidad y valía siempre hasta dos reales más en
-cántara que los de los pueblos inmediatos.
-
---¿Y de mí qué se dijo?--le pregunté a Bienvengas, para librarme del
-recuerdo del Empecinado en la jaula.
-
---Entre nosotros ha corrido la noticia de que usted había sido
-fusilado en las playas de Andalucía. Respecto a su casa de Aranda, ya
-no queda en ella nada, porque la han saqueado los realistas.
-
---Y vosotros, ¿qué habéis hecho?
-
---Pues nosotros, después de la capitulación de Extremadura, nos
-dispersamos. El Empecinado se marchó a su tierra y nosotros a Ceclavin
-a hacer contrabando con Portugal. Así estuvimos algún tiempo, hasta que
-unos cuantos ceclavineros formamos una sociedad para hacer contrabando,
-y nos pusimos en relación con políticos de Madrid y con comerciantes de
-Pamplona, Valladolid y Zaragoza. Hacemos el contrabando con Francia y
-con Portugal. Hemos metido ahora dos cargamentos de muchos millones por
-la parte de Navarra, y vamos hacia la línea del Ebro, para ponernos de
-acuerdo con los jefes de carabineros que pertenecen a la asociación.
-Bueno. ¡Adiós, don Eugenio! Hasta la vista. La maleta se la enviaré a
-usted en seguida, y Bienvengas me abrazó y me puso una bolsa en la mano.
-
---¿Qué me das aquí?
-
---Nada, una bicoca. Usted necesitará dinero. Ahí tiene usted veinte
-onzas.
-
---No, no las necesito. Si las necesitara, las tomaría, como si me las
-diera un hermano o un hijo, pero no las necesito. Muchas gracias.
-
-El cervato me volvió a abrazar, y montó a caballo y se fué. Por la
-noche recogí mi maleta.
-
-Salí de la posada de Behobia y encontré una muchacha que iba a Bayona
-en un caballo con _cacolet_, y me entendí con ella para hacer el viaje.
-
-A pesar de que la chica era sonriente y alegre y le gustaba hablar, el
-recuerdo de la jaula donde estaba metido el Empecinado, expuesto a los
-insultos de la canalla, no se me podía borrar de la imaginación.
-
-Hice una porción de proyectos todos inútiles y sobre el vacío. Llegué a
-Burdeos, y, para olvidarme de la impresión penosa de la jaula de Roa,
-me suscribí a un gabinete de lectura y me dediqué a leer.
-
-Le escribí al general Mina a Inglaterra, contándole lo que pasaba con
-el Empecinado, pero no recibí contestación.
-
-De allí a algunos días, se presentó de vuelta mi primo Berroa. Desde
-su llegada, observé en su semblante gran mudanza; sin duda, le habían
-dicho que yo era un revolucionario peligroso.
-
-Pocos días después me dijo Zangroniz, en confianza, que Berroa hablaba
-de mí como de un hereje amigo de Mina y del Empecinado.
-
-Dos meses después de mi llegada a Burdeos apareció mi tío Ibargoyen.
-Fuimos Zangroniz y yo a verle a Royán; venía en una fragata. Yo no
-le conocía a mi tío. En el tiempo en que yo estuve en Veracruz él se
-hallaba viajando.
-
-Mi tío Ibargoyen era un hombre de más de sesenta años, alto, grueso,
-sonrosado, jovial, franco, generoso y amigo de francachelas. Toda la
-vida la había pasado en el comercio de la China con Nueva España,
-habiendo comenzado su carrera de piloto en las Naos de Acapulco.
-
-En Méjico le llamaban el Chino. Había ganado millones y se los había
-gastado alegremente.
-
-El tío Ibargoyen se hizo muy amigo mío, le conté yo las vicisitudes de
-mi vida y le hablé del triste final del Empecinado, metido en una jaula
-en Roa.
-
---¿Dónde está Roa?--me preguntó.
-
-Le enseñé en el mapa de España dónde se encontraba este pueblo.
-
---Imposible--dijo él--; si estuviera encerrado en una prisión de un
-pueblo de la costa, yo era capaz de armar un barco para socorrerle;
-pero ahí, tan dentro de tierra, es completamente imposible.
-
-Lo comprendí yo también así, y tuve que olvidar la suerte lamentable de
-mi general y mi amigo.
-
-Desterrando el recuerdo de lo pasado, me dediqué a pensar en el
-porvenir.
-
-Mi tío determinó hacer las compras de un cargamento, para venderlo en
-el mercado de Veracruz y en algunos otros pueblos de la costa mejicana.
-Se encargaron de la operación Zangroniz y mi primo Berroa; compraron
-grandes partidas de sedería francesa y varios miles de cajas de vinos
-de Burdeos y de _Champagne_. El valor del cargamento subió cerca de
-cien mil pesos.
-
-Por entonces, un naviero vizcaíno, llamado Maíz, establecido en
-Burdeos, acababa de construír un bergantín, y se decidió hacer la
-expedición en él. El _San Pablo_ era un hermoso barco. Lo mandaba el
-capitán Vander Weyer, marino holandés, y tenía una tripulación mixta de
-holandeses y franceses. Hecho el cargamento por Zangroniz y Berroa, el
-resto del cargamento lo realizaron Latorre, Iñigo, Ibarrondo y otros
-comerciantes amigos de mi tío, que tenían sus negocios en la costa
-mejicana. A petición de Zangroniz se me nombró a mí sobrecargo del _San
-Pablo_.
-
-Embarcado todo el cargamento y listo el buque, fuimos una mañana todos
-a la catedral de Burdeos a oír la misa de partida.
-
-Seguidamente, nos encaminamos al muelle, y, en una lancha grande, nos
-embarcamos el armador Maíz y los demás interesados en la expedición.
-En el bergantín estaba puesta la mesa sobre cubierta, porque hacía un
-tiempo delicioso. Ibamos de pasajeros un comerciante establecido en
-Santo Tomás, tres jóvenes que le acompañaban, mi primo y yo. Comimos,
-hubo sus discursos de rúbrica, se levaron las anclas y comenzamos a
-navegar por el Garona abajo, hasta Royán.
-
-Nos despedimos de todo el mundo, pasamos la barra y nos pusimos en
-franquía.
-
-Un año después, estando en Alvarado, en Méjico, con un ataque reumático
-en cama, leí el terrible final del Empecinado en un periódico francés.
-El guerrillero, al ser conducido de la prisión de Roa al cadalso,
-había roto las cuerdas que le ataban, y, arrancando la espada de las
-manos del jefe de la escolta, había intentado abrirse paso entre los
-esbirros. Los voluntarios realistas se habían echado sobre él y le
-habían cosido a bayonetazos. El corregidor, don Domingo Fuentenebro,
-mandó subir el cadáver al tablado y ordenó colgarlo por el cuello.
-
-
- FIN DE LOS CONTRASTES DE LA VIDA
-
-
- Itzea, febrero, 1920.
-
-
-
-
- ÍNDICE
-
-
- Págs.
-
-
- EL CAPITÁN MALA SOMBRA:
-
- I.--Otra historia de Aviraneta 11
-
- II.--Morillo y el Empecinado 15
-
- III.--El Chiquet 23
-
- IV.--En el Ayuntamiento 29
-
- V.--Los vaqueros 35
-
- VI.--El capitán Mala Sombra 39
-
- VII.--La presa 47
-
- VIII.--La decisión del capitán 55
-
- IX.--Conchita Aguilafuente 61
-
- X.--Pancalieri 69
-
- XI.--Final 71
-
-
- EL NIÑO DE BAZA 73
-
-
- ROSA DE ALEJANDRÍA:
-
- I.--El viaje a Egipto 105
-
- II.--La casa de Chiaramonte, el Maltés 117
-
- III.--Nuestro amigo Mendi 125
-
- IV.--La familia Chiaramonte 143
-
- V.--Los conflictos de Mendi 147
-
- VI.--La suerte 155
-
- VII.--El cabo Yusuf 159
-
- VIII.--Despedida 169
-
- IX.--Noticias de Egipto 173
-
-
- LA AVENTURA DE MISSOLONGHI 175
-
-
- EL FINAL DEL EMPECINADO 225
-
-
-
-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Memorias de un Hombre de Acción: #7
-Los Contrastes de la Vida, by Pío Baroja
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ***
-
-***** This file should be named 51858-8.txt or 51858-8.zip *****
-This and all associated files of various formats will be found in:
- http://www.gutenberg.org/5/1/8/5/51858/
-
-Produced by Carlos Colón, University of Toronto and the
-Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net
-(This file was produced from images generously made
-available by The Internet Archive)
-
-Updated editions will replace the previous one--the old editions will
-be renamed.
-
-Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright
-law means that no one owns a United States copyright in these works,
-so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United
-States without permission and without paying copyright
-royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part
-of this license, apply to copying and distributing Project
-Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm
-concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark,
-and may not be used if you charge for the eBooks, unless you receive
-specific permission. If you do not charge anything for copies of this
-eBook, complying with the rules is very easy. You may use this eBook
-for nearly any purpose such as creation of derivative works, reports,
-performances and research. They may be modified and printed and given
-away--you may do practically ANYTHING in the United States with eBooks
-not protected by U.S. copyright law. Redistribution is subject to the
-trademark license, especially commercial redistribution.
-
-START: FULL LICENSE
-
-THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE
-PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK
-
-To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free
-distribution of electronic works, by using or distributing this work
-(or any other work associated in any way with the phrase "Project
-Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full
-Project Gutenberg-tm License available with this file or online at
-www.gutenberg.org/license.
-
-Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project
-Gutenberg-tm electronic works
-
-1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm
-electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to
-and accept all the terms of this license and intellectual property
-(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all
-the terms of this agreement, you must cease using and return or
-destroy all copies of Project Gutenberg-tm electronic works in your
-possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a
-Project Gutenberg-tm electronic work and you do not agree to be bound
-by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the
-person or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph
-1.E.8.
-
-1.B. "Project Gutenberg" is a registered trademark. It may only be
-used on or associated in any way with an electronic work by people who
-agree to be bound by the terms of this agreement. There are a few
-things that you can do with most Project Gutenberg-tm electronic works
-even without complying with the full terms of this agreement. See
-paragraph 1.C below. There are a lot of things you can do with Project
-Gutenberg-tm electronic works if you follow the terms of this
-agreement and help preserve free future access to Project Gutenberg-tm
-electronic works. See paragraph 1.E below.
-
-1.C. The Project Gutenberg Literary Archive Foundation ("the
-Foundation" or PGLAF), owns a compilation copyright in the collection
-of Project Gutenberg-tm electronic works. Nearly all the individual
-works in the collection are in the public domain in the United
-States. If an individual work is unprotected by copyright law in the
-United States and you are located in the United States, we do not
-claim a right to prevent you from copying, distributing, performing,
-displaying or creating derivative works based on the work as long as
-all references to Project Gutenberg are removed. Of course, we hope
-that you will support the Project Gutenberg-tm mission of promoting
-free access to electronic works by freely sharing Project Gutenberg-tm
-works in compliance with the terms of this agreement for keeping the
-Project Gutenberg-tm name associated with the work. You can easily
-comply with the terms of this agreement by keeping this work in the
-same format with its attached full Project Gutenberg-tm License when
-you share it without charge with others.
-
-1.D. The copyright laws of the place where you are located also govern
-what you can do with this work. Copyright laws in most countries are
-in a constant state of change. If you are outside the United States,
-check the laws of your country in addition to the terms of this
-agreement before downloading, copying, displaying, performing,
-distributing or creating derivative works based on this work or any
-other Project Gutenberg-tm work. The Foundation makes no
-representations concerning the copyright status of any work in any
-country outside the United States.
-
-1.E. Unless you have removed all references to Project Gutenberg:
-
-1.E.1. The following sentence, with active links to, or other
-immediate access to, the full Project Gutenberg-tm License must appear
-prominently whenever any copy of a Project Gutenberg-tm work (any work
-on which the phrase "Project Gutenberg" appears, or with which the
-phrase "Project Gutenberg" is associated) is accessed, displayed,
-performed, viewed, copied or distributed:
-
- This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
- most other parts of the world at no cost and with almost no
- restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it
- under the terms of the Project Gutenberg License included with this
- eBook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the
- United States, you'll have to check the laws of the country where you
- are located before using this ebook.
-
-1.E.2. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is
-derived from texts not protected by U.S. copyright law (does not
-contain a notice indicating that it is posted with permission of the
-copyright holder), the work can be copied and distributed to anyone in
-the United States without paying any fees or charges. If you are
-redistributing or providing access to a work with the phrase "Project
-Gutenberg" associated with or appearing on the work, you must comply
-either with the requirements of paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 or
-obtain permission for the use of the work and the Project Gutenberg-tm
-trademark as set forth in paragraphs 1.E.8 or 1.E.9.
-
-1.E.3. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is posted
-with the permission of the copyright holder, your use and distribution
-must comply with both paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 and any
-additional terms imposed by the copyright holder. Additional terms
-will be linked to the Project Gutenberg-tm License for all works
-posted with the permission of the copyright holder found at the
-beginning of this work.
-
-1.E.4. Do not unlink or detach or remove the full Project Gutenberg-tm
-License terms from this work, or any files containing a part of this
-work or any other work associated with Project Gutenberg-tm.
-
-1.E.5. Do not copy, display, perform, distribute or redistribute this
-electronic work, or any part of this electronic work, without
-prominently displaying the sentence set forth in paragraph 1.E.1 with
-active links or immediate access to the full terms of the Project
-Gutenberg-tm License.
-
-1.E.6. You may convert to and distribute this work in any binary,
-compressed, marked up, nonproprietary or proprietary form, including
-any word processing or hypertext form. However, if you provide access
-to or distribute copies of a Project Gutenberg-tm work in a format
-other than "Plain Vanilla ASCII" or other format used in the official
-version posted on the official Project Gutenberg-tm web site
-(www.gutenberg.org), you must, at no additional cost, fee or expense
-to the user, provide a copy, a means of exporting a copy, or a means
-of obtaining a copy upon request, of the work in its original "Plain
-Vanilla ASCII" or other form. Any alternate format must include the
-full Project Gutenberg-tm License as specified in paragraph 1.E.1.
-
-1.E.7. Do not charge a fee for access to, viewing, displaying,
-performing, copying or distributing any Project Gutenberg-tm works
-unless you comply with paragraph 1.E.8 or 1.E.9.
-
-1.E.8. You may charge a reasonable fee for copies of or providing
-access to or distributing Project Gutenberg-tm electronic works
-provided that
-
-* You pay a royalty fee of 20% of the gross profits you derive from
- the use of Project Gutenberg-tm works calculated using the method
- you already use to calculate your applicable taxes. The fee is owed
- to the owner of the Project Gutenberg-tm trademark, but he has
- agreed to donate royalties under this paragraph to the Project
- Gutenberg Literary Archive Foundation. Royalty payments must be paid
- within 60 days following each date on which you prepare (or are
- legally required to prepare) your periodic tax returns. Royalty
- payments should be clearly marked as such and sent to the Project
- Gutenberg Literary Archive Foundation at the address specified in
- Section 4, "Information about donations to the Project Gutenberg
- Literary Archive Foundation."
-
-* You provide a full refund of any money paid by a user who notifies
- you in writing (or by e-mail) within 30 days of receipt that s/he
- does not agree to the terms of the full Project Gutenberg-tm
- License. You must require such a user to return or destroy all
- copies of the works possessed in a physical medium and discontinue
- all use of and all access to other copies of Project Gutenberg-tm
- works.
-
-* You provide, in accordance with paragraph 1.F.3, a full refund of
- any money paid for a work or a replacement copy, if a defect in the
- electronic work is discovered and reported to you within 90 days of
- receipt of the work.
-
-* You comply with all other terms of this agreement for free
- distribution of Project Gutenberg-tm works.
-
-1.E.9. If you wish to charge a fee or distribute a Project
-Gutenberg-tm electronic work or group of works on different terms than
-are set forth in this agreement, you must obtain permission in writing
-from both the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and The
-Project Gutenberg Trademark LLC, the owner of the Project Gutenberg-tm
-trademark. Contact the Foundation as set forth in Section 3 below.
-
-1.F.
-
-1.F.1. Project Gutenberg volunteers and employees expend considerable
-effort to identify, do copyright research on, transcribe and proofread
-works not protected by U.S. copyright law in creating the Project
-Gutenberg-tm collection. Despite these efforts, Project Gutenberg-tm
-electronic works, and the medium on which they may be stored, may
-contain "Defects," such as, but not limited to, incomplete, inaccurate
-or corrupt data, transcription errors, a copyright or other
-intellectual property infringement, a defective or damaged disk or
-other medium, a computer virus, or computer codes that damage or
-cannot be read by your equipment.
-
-1.F.2. LIMITED WARRANTY, DISCLAIMER OF DAMAGES - Except for the "Right
-of Replacement or Refund" described in paragraph 1.F.3, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation, the owner of the Project
-Gutenberg-tm trademark, and any other party distributing a Project
-Gutenberg-tm electronic work under this agreement, disclaim all
-liability to you for damages, costs and expenses, including legal
-fees. YOU AGREE THAT YOU HAVE NO REMEDIES FOR NEGLIGENCE, STRICT
-LIABILITY, BREACH OF WARRANTY OR BREACH OF CONTRACT EXCEPT THOSE
-PROVIDED IN PARAGRAPH 1.F.3. YOU AGREE THAT THE FOUNDATION, THE
-TRADEMARK OWNER, AND ANY DISTRIBUTOR UNDER THIS AGREEMENT WILL NOT BE
-LIABLE TO YOU FOR ACTUAL, DIRECT, INDIRECT, CONSEQUENTIAL, PUNITIVE OR
-INCIDENTAL DAMAGES EVEN IF YOU GIVE NOTICE OF THE POSSIBILITY OF SUCH
-DAMAGE.
-
-1.F.3. LIMITED RIGHT OF REPLACEMENT OR REFUND - If you discover a
-defect in this electronic work within 90 days of receiving it, you can
-receive a refund of the money (if any) you paid for it by sending a
-written explanation to the person you received the work from. If you
-received the work on a physical medium, you must return the medium
-with your written explanation. The person or entity that provided you
-with the defective work may elect to provide a replacement copy in
-lieu of a refund. If you received the work electronically, the person
-or entity providing it to you may choose to give you a second
-opportunity to receive the work electronically in lieu of a refund. If
-the second copy is also defective, you may demand a refund in writing
-without further opportunities to fix the problem.
-
-1.F.4. Except for the limited right of replacement or refund set forth
-in paragraph 1.F.3, this work is provided to you 'AS-IS', WITH NO
-OTHER WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT
-LIMITED TO WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE.
-
-1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied
-warranties or the exclusion or limitation of certain types of
-damages. If any disclaimer or limitation set forth in this agreement
-violates the law of the state applicable to this agreement, the
-agreement shall be interpreted to make the maximum disclaimer or
-limitation permitted by the applicable state law. The invalidity or
-unenforceability of any provision of this agreement shall not void the
-remaining provisions.
-
-1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the
-trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone
-providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in
-accordance with this agreement, and any volunteers associated with the
-production, promotion and distribution of Project Gutenberg-tm
-electronic works, harmless from all liability, costs and expenses,
-including legal fees, that arise directly or indirectly from any of
-the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this
-or any Project Gutenberg-tm work, (b) alteration, modification, or
-additions or deletions to any Project Gutenberg-tm work, and (c) any
-Defect you cause.
-
-Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm
-
-Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of
-electronic works in formats readable by the widest variety of
-computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It
-exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations
-from people in all walks of life.
-
-Volunteers and financial support to provide volunteers with the
-assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg-tm's
-goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will
-remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
-and permanent future for Project Gutenberg-tm and future
-generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
-Sections 3 and 4 and the Foundation information page at
-www.gutenberg.org
-
-
-
-Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-
-The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
-Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification
-number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
-U.S. federal laws and your state's laws.
-
-The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the
-mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its
-volunteers and employees are scattered throughout numerous
-locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt
-Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to
-date contact information can be found at the Foundation's web site and
-official page at www.gutenberg.org/contact
-
-For additional contact information:
-
- Dr. Gregory B. Newby
- Chief Executive and Director
- gbnewby@pglaf.org
-
-Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg
-Literary Archive Foundation
-
-Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide
-spread public support and donations to carry out its mission of
-increasing the number of public domain and licensed works that can be
-freely distributed in machine readable form accessible by the widest
-array of equipment including outdated equipment. Many small donations
-($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
-status with the IRS.
-
-The Foundation is committed to complying with the laws regulating
-charities and charitable donations in all 50 states of the United
-States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
-considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
-with these requirements. We do not solicit donations in locations
-where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
-DONATIONS or determine the status of compliance for any particular
-state visit www.gutenberg.org/donate
-
-While we cannot and do not solicit contributions from states where we
-have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
-against accepting unsolicited donations from donors in such states who
-approach us with offers to donate.
-
-International donations are gratefully accepted, but we cannot make
-any statements concerning tax treatment of donations received from
-outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
-
-Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation
-methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
-ways including checks, online payments and credit card donations. To
-donate, please visit: www.gutenberg.org/donate
-
-Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works.
-
-Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
-Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be
-freely shared with anyone. For forty years, he produced and
-distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of
-volunteer support.
-
-Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed
-editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
-the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
-necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper
-edition.
-
-Most people start at our Web site which has the main PG search
-facility: www.gutenberg.org
-
-This Web site includes information about Project Gutenberg-tm,
-including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
-subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.
-
diff --git a/old/51858-8.zip b/old/51858-8.zip
deleted file mode 100644
index e2035e6..0000000
--- a/old/51858-8.zip
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51858-h.zip b/old/51858-h.zip
deleted file mode 100644
index d0900dc..0000000
--- a/old/51858-h.zip
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51858-h/51858-h.htm b/old/51858-h/51858-h.htm
deleted file mode 100644
index 16cd70a..0000000
--- a/old/51858-h/51858-h.htm
+++ /dev/null
@@ -1,7874 +0,0 @@
-<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN"
- "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd">
-<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="es" lang="es">
- <head>
- <meta http-equiv="Content-Type" content="text/html;charset=iso-8859-1" />
- <meta http-equiv="Content-Style-Type" content="text/css" />
- <title>
- The Project Gutenberg eBook of Memorias de un Hombre de Acción: #7 Los Contrastes de la Vida, by Pío Baroja.
- </title>
- <link rel="coverpage" href="images/cover.jpg" />
- <style type="text/css">
-
-body {
- margin-left: 10%;
- margin-right: 10%;
-}
-
- h1,h2,h3,h4{
- text-align: center; /* all headings centered */
- clear: both;
- line-height: 2;
-}
-
-h1 {margin-top: 2em; margin-bottom: 2em;}
-
-h2 {margin-top: 4em; margin-bottom: 1em;}
-
-h3 {margin-top: 4em; margin-bottom: 1em;}
-
-
-p {
- margin-top: .75em;
- text-align: justify;
- margin-bottom: .75em;
- }
-
- .p2 {margin-top: 2em;}
- .p4 {margin-top: 4em;}
- .p6 {margin-top: 6em;}
-
-
-/* Footnotes */
-
-.footnote {margin-left: 10%; margin-right: 10%; font-size: 0.9em;}
-
-.footnote .label {position: absolute; right: 84%; text-align: right;}
-
-.fnanchor {
- vertical-align: super;
- font-size: .8em;
- text-decoration:
- none;
-}
-
-.figcenter4em {margin: auto;
- text-align: center;
- margin-top: 4em;}
-
-.center {text-align: center;}
-.large {font-size: large;}
-.smcap {font-variant: small-caps;}
-.i2 {margin-left: 2em; padding-right: 2em;}
-
-
-hr {
- width: 33%;
- margin-top: 2em;
- margin-bottom: 2em;
- margin-left: auto;
- margin-right: auto;
- clear: both;
-}
-
-
-
-hr.tb {width: 15%; margin-top: 2em; margin-bottom: 2em;}
-hr.chap {width: 25%; margin-top: 2em; margin-bottom: 2em;}
-
-
-/* Transcriber's notes */
-.box {margin: auto;
- margin-top: 2em;
- border: 1px solid;
- padding: 1em;
- background-color: #F0FFFF;
- width: 25em;}
-
-table {
- margin-left: auto;
- margin-right: auto;
- margin-top: 2em;
- margin-bottom: 2em;
-}
-
- .tdl {text-align: left;}
- .tdl1 {text-align: left; padding-top: 1.5em;}
- .tdr {text-align: right; padding-left: 2em}
- .tdrb {text-align: right; vertical-align: bottom;}
-
-
-@media handheld
-{
- body
- {
- margin: 0;
- padding: 0;
- width: 90%;
- }
-
- .box {
- width: 75%;}
-
- hr.tb
- {
- width: 10%;
- margin-left: 47.5%;
- margin-top: 2em;
- margin-bottom: 2em;
- }
-
- hr.chap
- {
- width: 20%;
- margin-left: 42.5%;
- margin-top: 2em;
- margin-bottom: 2em;
- }
-
-
-}
- </style>
- </head>
-
-<body>
-
-
-<pre>
-
-The Project Gutenberg EBook of Memorias de un Hombre de Acción: #7 Los
-Contrastes de la Vida, by Pío Baroja
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most
-other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of
-the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
-www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have
-to check the laws of the country where you are located before using this ebook.
-
-Title: Memorias de un Hombre de Acción: #7 Los Contrastes de la Vida
-
-Author: Pío Baroja
-
-Release Date: April 25, 2016 [EBook #51858]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: ISO-8859-1
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ***
-
-
-
-
-Produced by Carlos Colón, University of Toronto and the
-Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net
-(This file was produced from images generously made
-available by The Internet Archive)
-
-
-
-
-
-
-</pre>
-
-<p class="box">Nota del Transcriptor:<br/><br/>
-
-Se ha respetado la ortografía y la acentuación del original.<br/><br />
- Errores obvios de imprenta han sido corregidos.<br/><br />
-
- Páginas en blanco han sido eliminadas.<br/><br/>
-La portada fue diseñada por el transcriptor y se considera dominio público.<br /></p>
-
-
-
-
-
-
-<p class="center large p6">PIO BAROJA</p>
-
-
-<p class="center p4">MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN</p>
-
-<p class="p2"><i>El aprendiz de conspirador.</i></p>
-
-<p><i>El escuadrón del Brigante.</i></p>
-
-<p><i>Los caminos del mundo.</i></p>
-
-<p><i>Con la pluma y con el sable.</i></p>
-
-<p><i>Los recursos de la astucia.</i></p>
-
-<p><i>La ruta del aventurero.</i></p>
-
-<p><i>Los contrastes de la vida.</i></p>
-
-<p><i>La veleta de Gastizar.</i></p>
-
-<p><i>Los caudillos de 1830.</i></p>
-
-<p><i>La Isabelina.</i></p>
-
-
-
-<hr class="chap" />
-<p class="center p6 large">OBRAS DE PIO BAROJA</p>
-
-
-<p class="p2 i2">Vidas sombrías.<br />
-Idilios vascos.<br />
-El tablado de Arlequín.<br />
-Nuevo tablado de Arlequín.<br />
-Juventud, egolatría.<br />
-Idilios y fantasías.<br />
-Las horas solitarias.<br />
-Momentum Catastrophicum.<br />
-La Caverna del Humorismo.<br />
-Divagaciones sobre la Cultura.</p>
-
-
-<p class="p2">LAS TRILOGÍAS</p>
-
-
-<p class="p2">TIERRA VASCA</p>
-
-<p class="i2">La casa de Aizgorri.<br />
-El Mayorazgo de Labraz.<br />
-Zalacaín, el aventurero.</p>
-
-
-<p>LA VIDA FANTÁSTICA</p>
-
-<p class="i2">Camino de perfección.<br />
-Aventuras, inventos y mixtificaciones de Silvestre Paradox.<br />
-Paradox, rey.</p>
-
-
-<p>LA RAZA</p>
-
-<p class="i2">La dama errante.<br />
-La ciudad de la niebla.<br />
-El árbol de la ciencia.</p>
-
-
-<p>LA LUCHA POR LA VIDA</p>
-
-<p class="i2">La busca.<br />
-Mala hierba.<br />
-Aurora roja.</p>
-
-
-<p>EL PASADO</p>
-
-<p class="i2">La feria de los discretos.<br />
-Los últimos románticos.<br />
-Las tragedias grotescas.</p>
-
-
-<p>LAS CIUDADES</p>
-
-<p class="i2">César o nada.<br />
-El mundo es ansí.</p>
-
-
-<p>EL MAR</p>
-
-<p class="i2">Las inquietudes de Shanti Andía.</p>
-
-
-<p class="p2">MEMORIAS DE UN HOMBRE
-DE ACCIÓN</p>
-
-<p class="i2">El aprendiz de conspirador.<br />
-El escuadrón del Brigante.<br />
-Los caminos del mundo.<br />
-Con la pluma y con el sable.<br />
-Los recursos de la astucia.<br />
-La ruta del aventurero.<br />
-La veleta de Gastizar.<br />
-Los caudillos de 1830.<br />
-La Isabelina.</p>
-<hr class="chap" />
-
-<p class="p6 center">
-ES PROPIEDAD<br />
-DERECHOS RESERVADOS<br />
-PARA TODOS LOS PAÍSES<br />
-<br />
-COPYRIGHT BY<br />
-RAFAEL CARO RAGGIO<br />
-1920</p>
-
-<p class="p6 i2">Establecimiento tipográfico<br />
-de Rafael Caro Raggio.</p>
-<hr class="chap" />
-
-
-
-
-<p class="p6 center large">PIO BAROJA</p>
-
-<h1>MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ACCIÓN<br />
-LOS CONTRASTES DE LA VIDA</h1>
-
-<div class="figcenter4em"><img src="images/page1.png" width="100"
-height="124" alt="" title="" />
-</div>
-
-<p class="p6 center">RAFAEL CARO RAGGIO<br />
-EDITOR<br />
-MENDIZÁBAL, 34<br />
-MADRID</p>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<h2>EL CAPITÁN MALA SOMBRA</h2>
-
-
-
-
-<h3 id="I_I">I.<br />
-OTRA HISTORIA DE AVIRANETA</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Un</span> día de fiesta por la tarde estaba en mi casa
-de la cuesta de Santo Domingo leyendo. Mi
-mujer había salido con una amiga suya a pasear en
-coche por la Moncloa, y yo pensaba dedicarme a la
-lectura de Balzac, autor que siempre me ha divertido
-mucho y a quien debo momentos agradabilísimos.
-Había dado la orden categórica a Bautista, mi ayuda
-de cámara, de que no estaba para nadie, y me
-encontraba muy a gusto al lado de la estufa cuando
-oí que llamaban a la puerta. Escuché pensando quién
-podría ser el inoportuno visitante. No esperaba a nadie.
-Supuse que Bautista cumpliría mis órdenes,
-pero noté que el recién llegado avanzaba por el corredor.</p>
-
-<p>Al levantarse la cortina de mi despacho miré a
-Bautista furibundamente, y éste, antes de que le reprochara
-nada, me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Es don Eugenio.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah!, que pase en seguida.</p>
-
-<p>Hacía ya tiempo que no veía a mi viejo amigo
-Aviraneta. Esto pasaba meses después de la revolución
-del 54. Don Eugenio por aquella época, como
-yo y otros amigos particulares de María Cristina,
-habíamos tenido que escondernos huyendo de la
-quema hasta que se restableció la normalidad.
-Aviraneta volvía de San Sebastián. Estaba, según
-me dijo, dispuesto a no intervenir ya en la política.</p>
-
-<p>Entró don Eugenio en mi despacho; nos abrazamos
-efusivamente y se sentó en una butaca que le
-ofrecí.</p>
-
-<p>Me preguntó por mi mujer y por todos los amigos
-comunes de la corte; dijo que había pasado la
-mañana con Istúriz, que, incomodado por la marcha
-de los acontecimientos, ya no quería salir a
-la calle, ni hablar con nadie. Don Eugenio pensaba
-dedicarme la tarde. Me contó que iba a tomar una
-casita en la calle del Barco y a vivir allí en la obscuridad,
-como un buen militar retirado, con su Josefina.
-Después de charlar largo rato miró y remiró el
-libro que tenía yo sobre la mesita al lado de la poltrona.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué estás leyendo?&mdash;me preguntó.</p>
-
-<p>&mdash;Estoy leyendo a Balzac. Ahora voy en los <i>Secretos
-de la Princesa de Cadignan</i>.</p>
-
-<p>&mdash;Carignan&mdash;corrigió Aviraneta.</p>
-
-<p>&mdash;No, Cadignan.</p>
-
-<p>&mdash;El título verdadero de los príncipes es Carignan.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; pero aquí no se trata del título verdadero.
-Esta princesa de que se habla en la novela no es un
-personaje histórico. Yo no sé si hay en la realidad
-una familia de Carignan.</p>
-
-<p>&mdash;La hay.</p>
-
-<p>&mdash;Bien; pero este libro no se refiere a ella.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; quizá sea una modificación novelesca.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y por qué le ha chocado a usted esto? ¿Ha conocido
-usted algún Carignan?</p>
-
-<p>&mdash;No; pero este título me recuerda una historia ya
-lejana... de 1823.</p>
-
-<p>&mdash;¿Una historia? A contarla, don Eugenio. Ya
-sabe usted que soy su historiador. No cedo mi plaza
-a nadie.</p>
-
-<p>&mdash;¿Te he contado alguna vez la historia del capitán
-Mala Sombra?</p>
-
-<p>&mdash;No.</p>
-
-<p>&mdash;Me he acordado de ella porque tiene alguna relación
-lejana con un príncipe de Carignan. Ya que
-tú no tienes nada que hacer y yo tampoco, y nuestras
-mujeres respectivas están de paseo, di a tu
-criado que me traiga una copa de coñac <i>Fine Champagne</i>
-del excelente que guardas, y un tabaco de La
-Habana, y charlaremos.</p>
-
-<p>Llamé a Bautista, bebimos nuestras copas, encendimos
-los habanos y nos arrellanamos en nuestros
-sillones.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="I_II">II.<br />
-MORILLO Y EL EMPECINADO</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Ya</span> te he contado, mi querido Pello&mdash;comenzó
-diciendo Aviraneta&mdash;, cómo a final de abril
-de 1823 llegué yo a Valladolid en compañía de mis
-amigos el Lobo y Diamante.</p>
-
-<p>Al reunirme con el Empecinado hice por orden
-suya un llamamiento a los patriotas de Castilla la
-Vieja y a la Milicia nacional. Fueron acudiendo en
-grupos, y uno a uno, los milicianos de Valladolid, los
-de los pueblos de los alrededores y los de Toro, Medina,
-etc. Se comenzó a organizarlos y armarlos de
-la mejor manera posible.</p>
-
-<p>Nos encontrábamos dedicados a este trabajo,
-cuando llegó a la ciudad del Pisuerga don Pablo Morillo,
-conde de Cartagena, nombrado días antes, por
-el Gobierno, general en jefe del ejército de Galicia.</p>
-
-<p>Traía Morillo unos mil hombres, con una oficialidad
-numerosa y un brillante Estado Mayor.</p>
-
-<p>Como entonces y como ahora todo el mundo se
-creía en España con derecho a mandar y a tener
-iniciativas, la Asamblea de los Comuneros de Valladolid,
-Torre o Fortaleza, como se decía entre ellos en
-su jerga, llamó al Empecinado, que era de los suyos,
-y le confirió la misión de que se avistara con Morillo
-y le hablara para inclinarle el ánimo a que no
-abandonase la ciudad marchándose a Galicia.</p>
-
-<p>Naturalmente, hubiera sido de mayor conveniencia
-para nosotros los liberales, en peligro ante la invasión
-francesa, reúnir las tropas en un punto que
-no desperdigarlas, pero no todos pensaban lo mismo.
-Había muchos políticos y militares que tenían
-interés en que la guerra se acabara cuanto antes con
-la derrota de las fuerzas del Gobierno Constitucional.
-Al Empecinado no le hizo mucha gracia el encargo de
-la confederación de Comuneros; pero como Gran Castellano
-de esta Sociedad (así se llamaban los jefes de
-ella), no tuvo más remedio que aceptar la comisión.</p>
-
-<p>Don Juan Martín se dispuso a cumplir el encargo
-y a visitar al conde de Cartagena, llevándome a mí
-de asesor. Hablamos los dos de esta misión considerándola
-como de un éxito muy problemático.</p>
-
-<p>Salimos del alojamiento del Empecinado una tarde,
-después de comer, y nos dirigimos a la Capitanía
-general.</p>
-
-<p>Yo iba de uniforme; don Juan, de paisano, con una
-capa parda que le llegaba hasta los talones y un
-sombrero redondo envuelto en una funda de hule.</p>
-
-<p>Llegamos a la Capitanía, entramos en el portal y
-nos detuvo el centinela. Asomóse un teniente de
-guardia y yo le dije:</p>
-
-<p>&mdash;El general Empecinado y su ayudante, que vienen
-a visitar al señor conde de Cartagena.</p>
-
-<p>El oficial nos hizo el saludo militar, y don Juan
-Martín y yo subimos hasta el primer piso. Nos
-anunciamos y nos hicieron pasar a un salón.</p>
-
-<p>Morillo, acostumbrado al fausto de los virreyes de
-América, lo llevaba con él, allí por donde iba.</p>
-
-<p>Estaba el general sentado en un trono, vestido de
-uniforme; llevaba bordados por todas partes y parecía
-un ídolo de oro. Sus ojos, negros como cuentas
-de azabache, brillaban en su cara de carrillos abultados;
-su gruesa cabeza entrecana se erguía con orgullo,
-y sus manos, tostadas por el sol, aparecían
-por entre los encajes de las mangas y se apoyaban
-en los brazos del sillón.</p>
-
-<p>Alrededor del general, formando un semicírculo,
-se agrupaba su Estado Mayor, una veintena de oficiales
-peripuestos y elegantísimos, con los uniformes
-llenos de galones y los tricornios de plumas.</p>
-
-<p>Al entrar nosotros en la sala hubo un gran movimiento
-de curiosidad.</p>
-
-<p>&mdash;Este es el Empecinado&mdash;dijo alguno.</p>
-
-<p>&mdash;Si es verdad, ¡qué tipo!</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué tosco!&mdash;exclamó uno de los oficiales.</p>
-
-<p>&mdash;Parece un gañán&mdash;dijo otro.</p>
-
-<p>Morillo, al vernos, se levantó de su sitial y estrechó
-la mano a don Juan.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo estás, Martín?&mdash;preguntó.</p>
-
-<p>&mdash;Bien; ¿y tú, Morillo?</p>
-
-<p>&mdash;Bien.</p>
-
-<p>Morillo habló a su ayudante y le ordenó que despidiera
-a todo el mundo y se quedara sólo él.</p>
-
-<p>Los oficiales se inclinaron ante el capitán general
-y salieron.</p>
-
-<p>Morillo, señalando una silla, dijo al Empecinado:</p>
-
-<p>&mdash;Siéntate.</p>
-
-<p>&mdash;No, estoy bien.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, me sentaré yo. Habla. ¿Qué quieres?</p>
-
-<p>&mdash;Morillo&mdash;dijo el Empecinado, con la nobleza
-natural que le caracterizaba, haciendo largas pausas
-en su discurso&mdash;. Somos los dos españoles, y españoles
-del pueblo...</p>
-
-<p>&mdash;Cierto.</p>
-
-<p>&mdash;Somos constitucionales y amamos la libertad...
-Hoy, Morillo, estamos amenazados de una invasión
-de los franceses, que quieren restablecer el rey absoluto...
-Nosotros, que combatimos en la guerra de
-la Independencia a esos mismos franceses... podemos
-de nuevo levantar la bandera de la libertad en
-esta tierra..., sublevando los pueblos y organizando
-batallones y escuadrones... Castilla espera todo de
-ti, general; también espera mucho de mí... Porque
-yo, aunque no poseo conocimientos, tengo un corazón
-que arde... y sabré dar toda mi sangre por la
-patria.</p>
-
-<p>&mdash;Lo sé&mdash;dijo Morillo.</p>
-
-<p>&mdash;Pues bien, Morillo, los patriotas de Valladolid
-me han comisionado... para que me vea contigo y
-te ruegue que te quedes entre nosotros y no vayas a
-Galicia... El dividir tanto las fuerzas ante el enemigo
-es peligroso... Los patriotas de esta ciudad han pensado
-formar una Junta para ponerte al frente del
-movimiento... declarando guerra a muerte a los franceses
-y a los nuevos afrancesados... Si aceptas, si
-encuentras bien la idea, te proclamarán general en
-jefe y presidente de la Junta; yo seré tu segundo y
-mandaré la caballería. Es la proposición que te hago
-en nombre de los liberales de Valladolid. Ahora... el
-pueblo de Castilla espera tu respuesta.</p>
-
-<p>Morillo estuvo un instante con la gruesa cabeza
-apoyada en la mano derecha; después, levantándose
-e irguiéndose rígido, gritó con voz clara y metálica:</p>
-
-<p>&mdash;Empecinado, si fueras otro, inmediatamente te
-mandaría fusilar.</p>
-
-<p>&mdash;Estoy en tus manos.</p>
-
-<p>&mdash;Eres y serás un hombre de corazón, valiente,
-esforzado, pero cándido y terco. ¿No comprendes que
-las circunstancias de hoy son diferentes a las de la
-guerra de la Independencia? ¿Qué español estaba entonces
-contra nosotros? Nadie. Hoy lo están todos
-los realistas, que son más, mucho más de la mitad
-de la nación. ¿Vas a declarar la guerra a muerte y sin
-cuartel? Locura. ¿Quién te seguirá?</p>
-
-<p>&mdash;El pueblo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué ilusión! Tendrías que hacer la guerra a
-España entera. Estáis empeñados en creer que todo
-se puede arreglar con la Constitución de Cádiz. Tus
-consejeros te engañan, Empecinado.</p>
-
-<p>Morillo, al decir esto, me miró a mí con aire desdeñoso.</p>
-
-<p>&mdash;Creo que no&mdash;contestó don Juan Martín.</p>
-
-<p>&mdash;Está bien. No discutamos&mdash;siguió diciendo el
-general, con voz imperiosa&mdash;. Yo, como militar, no
-tengo más obligación que la de defender al rey nuestro
-señor. Cumpliendo sus órdenes, refrendadas por
-su firma, mañana saldré para Galicia con el general
-Wall, que está presente. Yo no puedo aceptar la
-presidencia de una Junta facciosa, ni el mando de
-un ejército popular, ni mucho menos el declararme
-en rebeldía contra la sagrada persona de Fernando
-VII, que Dios guarde.</p>
-
-<p>&mdash;Está bien&mdash;dijo el Empecinado&mdash;; vamos, Eugenio.</p>
-
-<p>Don Juan Martín se arregló la capa con un movimiento
-suyo de labriego, que me hacía pensar en
-el alcalde de Zalamea, y, sin saludar a Morillo, salimos
-los dos de la sala, dejando al general en su
-sillón, brillante de galones, como un ídolo de oro.</p>
-
-<p>Bajamos las escaleras y salimos a la calle.</p>
-
-<p>&mdash;Este es otro O'Donnell; otro Montijo&mdash;exclamó
-don Juan Martín&mdash;. Se apoyan en el pueblo mientras
-les conviene, entonces no piensan en la sagrada
-persona del monarca. ¡Canallas!</p>
-
-<p>&mdash;Con estos generales la causa de la Constitución
-está perdida&mdash;dije yo.</p>
-
-<p>&mdash;No, todavía no. Nosotros lucharemos con toda
-nuestra alma. No hemos de dejar que se pierda la
-libertad que tantos esfuerzos nos ha costado conseguir.
-No. ¡Por Dios, que no!</p>
-
-<p>Volvimos a casa.</p>
-
-<p>Al día siguiente, el general don Pablo Morillo,
-conde de Cartagena, salía de Valladolid, por la mañana,
-en dirección de Galicia. Toda la tropa que había
-en la ciudad se llevó consigo. Entre ellas, un batallón
-de nacionales de las Provincias Vascongadas,
-comprometido a venir con nosotros, y la escolta que
-el Empecinado había sacado de la Corte.</p>
-
-<p>Algunos masones y comuneros intentaron influir
-la noche anterior de la salida con los oficiales de
-Morillo para que no le siguieran, pero no obtuvieron
-el menor resultado, porque casi toda la oficialidad
-del conde de Cartagena estaba formada por absolutistas.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="I_III">III.<br />
-EL CHIQUET</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Seguimos</span> el Empecinado y yo en nuestros trabajos
-de reorganización de la Milicia nacional
-de Valladolid y de los pueblos de la provincia.</p>
-
-<p>Tenía yo por entonces una novia que vivía en la
-acera de San Francisco, hija de un comerciante en
-telas, y mi asistente cortejaba a la criada. Solíamos
-ir de noche y nadie nos molestaba al pelar la pava,
-porque estaba prohibido a los paisanos salir de noche
-sin farol, y los militares se hallaban acuartelados.
-Mi asistente era un muchacho catalán de una
-gran actividad y de una gran energía; le llamábamos
-de apodo el Chiquet y solíamos celebrar su
-manera de hablar enrevesada y su acento cerrado.</p>
-
-<p>Después de 1823 lo perdí de vista, y lo volví a encontrar
-en Barcelona, al cabo de quince años, en el
-batallón de la Blusa, que estaba formado por liberales
-radicales.</p>
-
-<p>Al Chiquet le habíamos capturado el Empecinado
-y yo en el Burgo de Osma en la campaña que hicimos
-contra Bessieres, cuando íbamos de vanguardia
-con el conde de la Bisbal, porque el Chiquet había
-militado en las filas realistas.</p>
-
-<p>Un día, al acercarnos al Burgo de Osma, don Juan
-Martín mandó al comandante de sus fuerzas de caballería,
-que era el coronel Hore, hiciese alto y dejara
-descansar a la tropa y a los caballos un momento
-y siguiese después al paso. Don Juan, sin
-más compañía que la mía y la de cuatro soldados,
-quiso entrar en el pueblo de una manera sigilosa,
-con el objeto de inspeccionarlo.</p>
-
-<p>Avanzamos los seis al trote y llegamos a tiro de
-fusil de la ciudad. Pusimos los caballos al paso. Estaba
-la noche obscura, lluviosa y fría. Ibamos marchando
-sin meter ruido cuando el Empecinado advirtió
-una luz en una casa del arrabal.</p>
-
-<p>&mdash;Chico&mdash;me dijo&mdash;, ¿qué te apuestas a que en
-aquella casa hay facciosos?</p>
-
-<p>&mdash;Es posible&mdash;repliqué yo.</p>
-
-<p>&mdash;Echad todos pie a tierra&mdash;mandó él&mdash;, atad
-los caballos a estos árboles y adelante. Vamos a ver
-qué nos espera ahí.</p>
-
-<p>Nos apeamos y atamos los caballos. Cogieron los
-soldados sus carabinas y echamos a andar. Cruzando
-unas huertas entramos en una callejuela. No se
-veía un alma por aquellos andurriales; la lluvia caía
-mansamente; se oía el silbido del viento y el ladrido
-lejano de algún perro. Seguimos tras de la luz, que
-era nuestro faro, y llegamos a la casa iluminada; era
-ésta grande, vieja, con entramado de madera. La
-puerta estaba cerrada. El Empecinado tocó con suavidad
-el llamador y esperó.</p>
-
-<p>Bajó una vieja haraposa con un candil encendido
-en la mano y abrió la puerta. El Empecinado la impuso
-silencio y le dijo en voz baja que le llevara al
-primer piso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quiénes están?&mdash;preguntó luego.</p>
-
-<p>&mdash;Hay treinta catalanes que han venido con el
-general Bessieres y que están cenando.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, vamos arriba.</p>
-
-<p>El Empecinado cogió el candil de la mano de la
-vieja, que estaba temblando de miedo, y comenzó a
-subir la escalera alumbrándose con él. Los cuatro
-soldados y yo marchamos detrás. Don Juan iba embozado
-en su capa. Al llegar a la puerta de la cocina,
-grande, negra, iluminada por un velón y por las
-llamas del hogar, vimos a treinta hombres que estaban
-alrededor de la mesa.</p>
-
-<p>El Empecinado se desembozó mostrando su uniforme,
-y dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Aquí tenim al general Empecinado que ve a
-sopar am vosaltres. Tots soms espanyols; y vosotros&mdash;añadió
-en castellano dirigiéndose a los soldados
-y a mí&mdash;sentaos. Estamos entre amigos.</p>
-
-<p>El Empecinado se sentó, llenó una escudilla de
-arroz y se hizo servir por la moza un vaso de vino.</p>
-
-<p>Los catalanes estaban atónitos. Al cabo de algún
-tiempo, el Empecinado, levantando el vaso, exclamó:</p>
-
-<p>&mdash;¡Catalans, per la salut de nostre rey y per la
-felicitat de España!</p>
-
-<p>Entonces el sargento que mandaba el grupo de
-realistas llenó su vaso y respondió en castellano:</p>
-
-<p>&mdash;Por la salud del que desde hoy en adelante será
-nuestro general. ¡Viva el Empecinado!</p>
-
-<p>&mdash;¡Viva!&mdash;gritaron los demás.</p>
-
-<p>Nos dimos la mano todos en señal de fraternidad
-y se acordó que los catalanes se incorporaran a
-nuestra fuerza.</p>
-
-<p>Su asombro fué grande cuando vieron que únicamente
-los seis habíamos entrado en la casa, y que
-en la calle no había retén ni guardia alguna.</p>
-
-<p>&mdash;Es un valiente&mdash;se les oía decir a unos y a
-otros.</p>
-
-<p>El sargento preguntó a don Juan Martín cómo sabía
-el catalán, y el Empecinado dijo que lo sabía
-desde la época de la guerra del Rosellón, en donde
-había sido soldado de caballería y ordenanza del
-general Ricardos.</p>
-
-<p>Casi todos estos catalanes que capturamos en el
-Burgo de Osma habían sido sacados de sus casas
-por Jorge Bessieres en su expedición contra Madrid.
-Después algunos cambiaron de Cuerpo, y sólo tres
-o cuatro quedaron en la caballería del Empecinado,
-entre ellos el Chiquet, a quien yo tomé de ordenanza.</p>
-
-<p>El Chiquet tenía un gran espíritu de empresa, era
-muchacho ágil, listo y atrevido. Lo único que no
-pudo aprender jamás, por más esfuerzos que hizo,
-fué hablar bien el castellano. El Chiquet había sido
-amigo y compañero de Bessieres y había trabajado
-con él en una fábrica de tejidos en Ripoll. El Chiquet
-conocía la vida de Bessieres desde que éste
-había sido criado del general Duhesme hasta que se
-presentó a la regencia de Urgel. Sentía por el cabecilla
-realista y antiguo revolucionario una gran admiración
-mezclada con un gran desprecio.</p>
-
-<p>Nos contaba cómo solía ir Bessieres lleno de bordados,
-cómo solía adornarse con la primera banda
-de color que encontraba o que robaba en cualquier
-parte, muchas veces en las iglesias, y que luego decía
-que era una distinción que le había otorgado el
-rey tal o la princesa cuál. El Chiquet nos contó la
-ceremonia que se había verificado en la iglesia de
-Mequinenza bendiciendo y besando una bandera
-realista, que era una colcha de damasco, que habían
-robado entre Bessieres, Portas y él en una casa de
-Fraga.</p>
-
-<p>Bessieres, al parecer, era un reclamista formidable.
-El mismo hacía correr la voz de que era masón y de
-que era jesuíta, para hacerse el interesante.</p>
-
-<p>El Chiquet, cuando entró en nuestras filas, se hizo
-amigo íntimo de un sargento de lanceros que le llamaban
-Juan de Dios. Este Juan de Dios, por lo que
-decían, era expósito. Juan de Dios y el Chiquet eran
-rivales en lances de amor y de fortuna. Habían hecho
-los dos una porción de calaveradas, que les habían
-dado gran fama entre nuestros soldados.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="I_IV">IV.<br />
-EN EL AYUNTAMIENTO</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Con</span> la marcha de las tropas del conde de Cartagena
-la ciudad de Valladolid quedó desguarnecida
-y abandonada a su suerte; los liberales
-apocados comenzaron a esconderse y a huír, y los
-absolutistas, viendo la posibilidad de apoderarse del
-Ayuntamiento, comenzaron a reúnirse para conspirar.
-Enviamos nosotros avisos desesperados a los
-nacionales de Toro, Rueda, Medina y otros pueblos
-de la región, y a los de la Ribera del Duero, para que
-lo antes posible se concentraran en Valladolid, y
-pudimos juntar de nuevo una fuerza de mil infantes
-y de quinientos caballos. Todos los milicianos de
-los pueblos y los de la capital estaban armados,
-menos algunos a los que proporcionamos fusiles,
-sacándolos de los parques.</p>
-
-<p>Llegó en esto la noticia de que los franceses, al
-entrar en España, eran recibidos con los brazos
-abiertos por el pueblo, y esta mala nueva exaltó el
-ánimo de los paisanos contra nosotros. Al mismo
-tiempo se supo que el cura Merino, con una columna
-de cinco mil hombres alistada en sus guaridas
-de la sierra de Burgos, había entrado en Palencia.
-Fué necesario abandonar Valladolid. No podíamos
-defender una ciudad de radio tan extenso con la
-poca fuerza con que contábamos.</p>
-
-<p>Se dió la orden a la Milicia nacional para que se
-preparara y formara con todo el equipo y en traje de
-marcha en el Campo Grande.</p>
-
-<p>El jefe político vendría con nosotros, e invitó a las
-autoridades que quisieran seguir la suerte de la columna
-a que se dispusieran para el viaje.</p>
-
-<p>Los concejales del Ayuntamiento constitucional
-estaban reunidos en sesión permanente en las Casas
-Consistoriales, y el Empecinado quiso despedirse de
-ellos.</p>
-
-<p>Marchamos él y yo a caballo, de uniforme, escoltados
-por un piquete de lanceros.</p>
-
-<p>Nos apeamos a la entrada del Ayuntamiento y subimos
-al salón de sesiones. Al vernos los concejales
-rodearon al Empecinado. Estaba el general hablando
-con gran animación con unos y con otros cuando
-un portero del Ayuntamiento, a quien conocía de la
-logia masónica, me llamó y me dijo en voz baja:</p>
-
-<p>&mdash;Don Eugenio, venga usted.</p>
-
-<p>Le seguí y salimos fuera del salón.</p>
-
-<p>&mdash;El Empecinado y usted están en este momento
-en un gran peligro&mdash;me dijo.</p>
-
-<p>&mdash;Pues, ¿qué pasa?</p>
-
-<p>&mdash;Ahora mismo aquí se está fraguando una conjuración
-realista que va a estallar. En este instante,
-en una sala del piso bajo, se hallan reunidos más de
-cien absolutistas de influencia, con objeto de constituír
-un Ayuntamiento para reemplazar al constitucional.</p>
-
-<p>&mdash;¡Diablo! ¿Y es gente de armas tomar?</p>
-
-<p>&mdash;Están armados hasta los dientes; algunos han
-propuesto a la Junta matar al Empecinado, proposición
-que se ha rechazado gracias a las exhortaciones
-de un cura viejo que se halla entre los conspiradores.</p>
-
-<p>Al escuchar la confidencia del portero entré rápidamente
-en el salón de sesiones; me acerqué al Empecinado,
-le agarré de la manga, le arrastré a un rincón
-y le expliqué lo que pasaba.</p>
-
-<p>&mdash;Señores, tengo que salir un momento, vuelvo
-en seguida&mdash;dijo don Juan Martín a los concejales.</p>
-
-<p>Salimos corriendo del salón de sesiones, desenvainamos
-los sables, bajamos las escaleras a saltos
-y llegamos al zaguán. En aquel mismo momento se
-oyó una gran gritería en el edificio; un hombre intentaba
-cerrar la puerta; pero al ver que el Empecinado
-y yo nos echábamos sobre él con los sables en
-alto, la abrió y nos dejó pasar.</p>
-
-<p>Los realistas se hacían dueños del edificio, se oían
-gritos y tiros en el interior del Ayuntamiento.</p>
-
-<p>El Empecinado y yo montamos a caballo, y al galope,
-por la calle de Santiago, llegamos al Campo
-Grande. Reunimos a los oficiales y se dió la orden
-de salir inmediatamente camino de Tordesillas.</p>
-
-<p>No habríamos dado cien pasos fuera de las puertas
-de la ciudad cuando comenzaron a tocar las
-campanas de las iglesias a vuelo. Sin duda se celebraba
-el triunfo de los realistas y la aproximación
-del cura Merino, que había dejado Palencia y estaba
-a una jornada de Valladolid.</p>
-
-<p>Llegamos a Tordesillas, nos alojamos de mala
-manera, y al día siguiente nos dirigimos camino de
-Salamanca.</p>
-
-<p>La Milicia nacional de esta ciudad, mandada por
-el catedrático Barrio Ayuso, se unió a nuestra columna,
-y reunidos todos llegamos a la plaza de
-Ciudad Rodrigo, que era el punto donde habíamos
-pensado establecer el cuartel general.</p>
-
-<p>Yo, con otros oficiales, me encargué de organizar
-las fuerzas. Se nos incorporaron bastantes soldados
-del ejército regular. Se ocuparon los dos cuarteles de
-infantería y el de caballería del pueblo, y el resto de la
-fuerza tuvo que alojarse en las casas y en las iglesias.</p>
-
-<p>La infantería quedó al mando del coronel Dámaso
-Martín, hermano del Empecinado, y de un guerrillero
-de la época de la Independencia apellidado Maricuela.</p>
-
-<p>La columna de caballería, mandada por el propio
-don Juan Martín, se componía de ochocientos caballos.
-La vanguardia de esta fuerza se hallaba formada
-por cien lanceros que habían servido en la guerra
-de la Independencia a las órdenes de don Julián
-Sánchez, y por cincuenta soldados del regimiento de
-Farnesio, mandados por el capitán Lagunero.</p>
-
-<p>Los demás jinetes eran nacionales de caballería
-de Valladolid, Toro, Medina y otros pueblos.</p>
-
-<p>Comenzaron a preparar la defensa de la plaza.</p>
-
-<p>Ciudad Rodrigo no era una ciudad fácil de ser
-defendida. La antigua Miróbriga está dominada por
-el teso de San Francisco, por donde tuvo siempre
-sus acometidas en los sitios. En aquella época sus
-murallas estaban arruinadas y llenas de brechas.</p>
-
-<p>Estas brechas eran del tiempo del sitio que sufrió
-don Andrés Pérez de Herrasti en la guerra de la Independencia,
-el cual pudo resistir durante setenta y
-seis días en una plaza desmantelada, y sin auxilio de
-los ingleses, contra los numerosos ejércitos de Massena
-y de Ney.</p>
-
-<p>Preparamos también la defensa del Agueda. El
-Agueda es un río bastante caudaloso que pasa lamiendo
-las murallas de la vieja Miróbriga y que recorre
-la vega de Ciudad Rodrigo, y antes de llegar a
-Barba del Puerco recibe algunos pequeños arroyos,
-entre ellos el Azaba, que baja de un cerro próximo
-a Fuente Guinaldo y es un obstáculo para el paso
-del camino de Ciudad Rodrigo al fuerte de la Concepción
-y a Almeida.</p>
-
-<p>En los primeros días de estancia allí, el Empecinado
-y yo salíamos constantemente al campo. El
-Empecinado estaba alojado en una casa de la plaza
-del Consistorio, y yo por aquellos días vivía cerca
-de él con la familia de un pañero, de quien me hice
-gran amigo. Después tuve que establecerme en una
-finca extramuros de la ciudad.</p>
-
-<p>Ya instalados, la primera expedición que se intentó
-desde Ciudad Rodrigo fué una sorpresa contra
-Zamora, ocupada por escasas fuerzas realistas. Se
-encargó de ella un viejo coronel apellidado Ruiz,
-pero la comenzó con tan poco tacto, que no hubo
-más remedio que desistir de la aventura.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="I_V">V.<br />
-LOS VAQUEROS</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">En</span> vista del fracaso sufrido en nuestra intentona
-contra Zamora, se pensó en avanzar hasta
-Alba de Tormes. La expedición la hicimos con cuatro
-escuadrones y varias compañías de infantería. Iban
-de vanguardia los lanceros de don Julián Sánchez;
-tras ellos, los soldados de Farnesio, mandados por el
-capitán Lagunero; después, los nacionales de la orilla
-del Duero, que tenían por jefe a Hermógenes
-Martín, sobrino del Empecinado, y, por último, los
-infantes, acaudillados por don Dámaso y el coronel
-Maricuela.</p>
-
-<p>El pelotón de lanceros de don Julián Sánchez estaba
-compuesto por capitanes, oficiales y sargentos
-de la guerra de la Independencia; la mayor parte,
-soldados viejos, aguerridos y prácticos en el manejo
-de la lanza.</p>
-
-<p>Casi todos estos jinetes habían sido vaqueros antes
-que militares, y eran tan expertos y diestros caballistas
-como valientes soldados.</p>
-
-<p>Mandaba el pelotón un capitán apellidado Porras,
-que era conocido por el mote del Capitán Mala
-Sombra.</p>
-
-<p>El Capitán Mala Sombra estaba secundado por el
-teniente Gotor y por el sargento Juan de Dios, el
-amigo del Chiquet, tipo popular, atrevido, alegre y
-lleno de iniciativas.</p>
-
-<p>El pelotón de Mala Sombra, con el teniente Gotor
-y el sargento Juan de Dios, había servido de vanguardia
-exploradora durante mucho tiempo al ejército
-inglés en la guerra de la Independencia. Era esta
-guerrilla de un valor inapreciable; en aquel pelotón
-todos se esforzaban no sólo en cumplir su deber,
-sino en superarse a sí mismos.</p>
-
-<p>En la excursión que hicimos a Alba de Tormes
-tuve que verme varias veces con el Capitán Mala
-Sombra.</p>
-
-<p>Era Mala Sombra un hombre alto, de unos treinta
-y cinco a cuarenta años, fuerte, serio, moreno, melancólico,
-con el rostro correcto y grave. Se decía
-que era persona de mala suerte en amores y en negocios;
-de aquí le venía el apodo; otros afirmaban
-que su mote procedía de que a cada paso solía decir:</p>
-
-<p>&mdash;Tengo muy mala sombra.</p>
-
-<p>En las empresas guerreras no advertí yo que fuera
-desgraciado.</p>
-
-<p>Hicimos en Alba de Tormes y en sus alrededores
-una gran requisa de ganado y de grano, que cargamos
-en varias carretas.</p>
-
-<p>Estábamos acampados en las eras de esta villa
-cuando uno de nuestros confidentes vino con la noticia
-de que el enemigo, en número considerable,
-avanzaba con la intención de cortarnos la retirada y
-apoderarse de nuestro botín. Dispusimos al momento
-el paso de todo el ganado vacuno, rebaños y acémilas,
-al otro lado del Tormes; se arrastraron los carros
-y se colocaron dentro de un soto que había a
-poca distancia del puente.</p>
-
-<p>Se vaciló en defender la villa o en abandonarla.
-Alba de Tormes, a pesar de estar en un llano, tiene
-buenas condiciones para la defensa. El 28 de noviembre
-de 1809 el general don Gabriel de Mendizábal
-supo resistir allí a la terrible caballería de Kellerman,
-y, más tarde, don José Miranda Cabezón defendió
-el pueblo y el castillo durante largo tiempo.</p>
-
-<p>Después de varias deliberaciones se decidió, en
-caso de ser atacados, fortificar el puente del Tormes,
-y se dejó en la villa al Capitán Mala Sombra con sus
-vaqueros y a Lagunero con los soldados de Farnesio,
-que quedarían vigilando los alrededores y patrullando
-por las avenidas.</p>
-
-<p>Nos encontrábamos en esta situación, cuando el
-Empecinado cayó enfermo con un ataque que al
-principio nos pareció de parálisis. Había quedado
-don Juan Martín rígido, frío y sin habla; al moverle
-debía de sufrir grandes dolores, porque lanzaba
-quejidos inarticulados.</p>
-
-<p>Como no teníamos médico, ni aun siquiera cirujano,
-decidimos trasladar al general a otro pueblo.</p>
-
-<p>No podía sostenerse en el caballo, porque se caía a
-un lado y a otro. En vista de esto, buscamos una escalera
-ancha y corta, que colocamos entre dos mulas,
-a manera de litera, y sobre unos costales de paja
-pusimos al general y fuimos a paso de andadura
-camino de la villa de Tamames. Escoltando la litera
-íbamos el Chiquet y yo, con un piquete de quince
-soldados de a caballo.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="I_VI">VI.<br />
-EL CAPITÁN MALA SOMBRA</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Llegamos</span> a Tamames; fuimos a casa del alcalde,
-que era liberal; acostamos a don Juan
-Martín, le dimos una pinta de vino con azúcar y le
-abrigamos con tres mantas.</p>
-
-<p>Me quedé yo en el cuarto velándole. Pasé allí
-unas doce horas. Estaba dormitando en el cuarto
-cuando el enfermo levantó una de las manos en el
-aire y comenzó a murmurar.</p>
-
-<p>&mdash;Aviraneta&mdash;me dijo con voz débil.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hay? ¿Vas mejor?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, ya se me van suavizando los dolores. Necesito
-que vuelvas a Alba de Tormes.</p>
-
-<p>&mdash;Como quieras.</p>
-
-<p>&mdash;Vete, y diles a mi hermano Dámaso y al coronel
-Maricuela que, si se empeña alguna acción con
-el enemigo, que la mande el Capitán Mala Sombra.</p>
-
-<p>&mdash;Está bien.</p>
-
-<p>&mdash;Que le obedezcan como a mí.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno; se lo diré.</p>
-
-<p>&mdash;Vete en seguida.</p>
-
-<p>Salí del cuarto, llamé al Chiquet y le dije que
-preparara los caballos, porque teníamos que volver.
-Los preparó, montamos y nos dirigimos al galope en
-dirección de Alba de Tormes.</p>
-
-<p>Era media noche; el cielo estaba claro y estrellado.
-Al llegar al soto inmediato al camino real nos
-dieron el alto. La infantería nuestra y parte de la
-caballería estaba acampada allí. El centinela llamó
-a la guardia y yo fuí con ella a un cobertizo en
-donde estaban alojados don Dámaso Martín y el
-coronel Maricuela. Les desperté, les dije la orden
-que me había dado el general y se avinieron a
-obedecer a Mala Sombra.</p>
-
-<p>Hecha esta comisión, fuí a buscar al jefe de los
-vaqueros en su alojamiento de Alba de Tormes.</p>
-
-<p>Al llegar al puente nos detuvo una patrulla mandada
-por el sargento Juan de Dios.</p>
-
-<p>&mdash;Hola, Juan&mdash;dijo el Chiquet.</p>
-
-<p>&mdash;Hola, Chiquet, ¿eres tú?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, soy yo, que viene con el teniente Aviraneta.</p>
-
-<p>&mdash;Venimos en busca del Capitán Mala Sombra&mdash;dije
-yo&mdash;. ¿Estará?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, ahí ha quedado escribiendo tonterías&mdash;contestó
-Juan de Dios.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pues?</p>
-
-<p>&mdash;Parece mentira que los hombres sean tan estúpidos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué dice usted eso?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Ahí lo tiene usted a ese hombre, más serio, más
-bueno y más formal que nadie, escribiendo tonterías
-a una señoritilla de Ciudad Rodrigo, que no le hace
-caso y se burla de él.</p>
-
-<p>&mdash;Tengo que verle de orden del general.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos.</p>
-
-<p>Pusimos nuestros caballos al trote, y en un instante
-llegamos delante de una casa; me apeé, empujé
-la puerta y entré dentro. Subí una escalera estrecha
-y apolillada y llamé en un cuarto. Antes de que
-contestaran tardaron algún tiempo. El sargento Juan
-de Dios se había quedado hablando con el Chiquet
-en la calle y les oía charlar.</p>
-
-<p>Al cabo de unos minutos se abrió la puerta del
-cuarto y apareció Mala Sombra con un candil en la
-mano.</p>
-
-<p>&mdash;Adelante&mdash;me dijo&mdash;, ¿qué le trae a usted a
-esta hora?</p>
-
-<p>&mdash;Vengo con un encargo del general Empecinado.</p>
-
-<p>&mdash;Estoy a sus órdenes&mdash;contestó&mdash;; siéntese
-usted.</p>
-
-<p>Acerqué una silla a la mesa y me senté. Vi que
-sobre ella había papeles escritos, llenos de tachaduras,
-con renglones pequeños que me parecieron
-versos.</p>
-
-<p>Mala Sombra recogió, lo más disimuladamente
-que pudo, sus papeles y los guardó en el cajón de la
-mesa.</p>
-
-<p>&mdash;Como sabe usted&mdash;le dije&mdash;, don Juan Martín
-ha caído enfermo y ha sido trasladado a la villa de
-Tamames. Hoy, que ha podido empezar a hablar, me
-ha expresado el deseo de que en su ausencia se
-ponga usted al frente de todas nuestras fuerzas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y don Dámaso Martín y el coronel Maricuela?</p>
-
-<p>&mdash;Están conformes en ponerse a sus órdenes
-mientras duren estas circunstancias.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, bueno; si es así no tengo nada que decir!
-¿Quién ha de tomar la iniciativa en el mando?</p>
-
-<p>&mdash;Usted. El general quiere que intente usted batir
-al enemigo. Usted conoce el terreno palmo a
-palmo.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, es verdad.</p>
-
-<p>&mdash;Puede usted tomar sus iniciativas desde ahora
-mismo.</p>
-
-<p>&mdash;Está bien, voy a decir que busquen al sargento
-Juan de Dios. Es mi brazo derecho.</p>
-
-<p>&mdash;Debe estar en la calle hablando con mi asistente.</p>
-
-<p>El Capitán Mala Sombra salió a la ventana y gritó:</p>
-
-<p>&mdash;¡Eh, subid!</p>
-
-<p>Al poco rato entraron en el cuarto Juan de Dios
-y el Chiquet. Sacamos un mapa de la provincia y
-discutimos la situación. Decidimos enviar dos confidentes
-al campo enemigo, para que averiguasen sus
-intenciones. Juan de Dios los trajo a la media hora.
-Uno de los confidentes era un tratante de ganado,
-grueso, fornido y picado de viruelas; el otro, un cosario
-de un pueblo de alrededor. Les dimos instrucciones
-fijas y precisas, y, como punto de cita para
-su vuelta, señalamos el soto que estaba próximo
-al río.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora, mientrastanto, preparemos una emboscada&mdash;dijo
-Mala Sombra&mdash;. Es el fuerte de nosotros
-los guerrilleros.</p>
-
-<p>Salimos los cuatro del cuarto, bajamos la escalera,
-montamos a caballo y, atravesando el pueblo,
-llegamos al puente sobre el Tormes.</p>
-
-<p>&mdash;Juan de Dios&mdash;indicó el capitán&mdash;, haz que
-los paisanos traigan una docena de carros y los pones
-interceptando el puente, atándolos unos a otros
-con vigas y sujetándolos con piedras.</p>
-
-<p>&mdash;Bien, mi capitán.</p>
-
-<p>&mdash;Después pondrás a veinticinco pasos del puente,
-sobre este cerrillo, cinco hombres con sus carabinas
-que hagan fuego sobre los realistas si se presentan.
-Tú, con cincuenta lanceros, estarás a doscientos
-pasos de la barricada del puente. De media
-en media hora me irás dando aviso de lo que ocurra.
-Yo estaré en el soto con las demás fuerzas. ¿Estás
-enterado?</p>
-
-<p>&mdash;Perfectamente, mi capitán.</p>
-
-<p>Dejamos a Juan de Dios y salimos Mala Sombra,
-el Chiquet y yo hacia el soto, al galope, y encontramos
-alerta a la gente.</p>
-
-<p>El capitán mandó que la columna de milicianos
-avanzase por el soto en dirección contraria de Alba
-de Tormes, hasta dar vista a un extenso páramo.
-Allí mandó hacer alto y echar pie a tierra, manteniéndose
-siempre en formación. La caballería de
-Farnesio, con los lanceros de Valladolid, quedaron a
-un lado, y los vaqueros, con el teniente Gotor y las
-partidas de la ribera del Duero, al otro.</p>
-
-<p>En la salida del sotillo hacia el páramo, cerca del
-camino real de Alba, dejó Mala Sombra al coronel
-Maricuela con trescientos hombres armados con carabinas,
-para que estuviesen en observación de las
-avenidas del pueblo.</p>
-
-<p>&mdash;Probablemente&mdash;dijo Mala Sombra a Maricuela&mdash;,
-dentro de un par de horas pasarán por delante
-de usted los realistas. Cuando lo hayan hecho,
-usted se correrá con sus fuerzas hasta cerrar el paso
-del soto.</p>
-
-<p>&mdash;Está bien.</p>
-
-<p>Luego de arreglado este punto, nos encaminamos
-Mala Sombra, el Chiquet y yo hacia las riberas del
-Tormes y nos emboscamos en el lindero del sotillo.
-Eran las tres de la mañana. No había amanecido
-aún, todo estaba en el mayor silencio.</p>
-
-<p>El Chiquet, por orden nuestra, fué a ver al sargento
-Juan de Dios y volvió poco después con uno de
-nuestros confidentes: el tratante de ganado. Este
-hombre nos dijo que venían seiscientos jinetes realistas
-con buenos caballos en dirección a Alba de
-Tormes. Habían salido de su campamento por la
-noche. Despachamos al tratante y le pagamos.</p>
-
-<p>Una hora después, un poco antes de amanecer,
-llegó el otro confidente: el cosario. Nos confirmó las
-noticias anteriores, y aseguró que el enemigo estaba
-percatado de los movimientos de nuestra columna
-y de la gran requisa de granos y de reses que habíamos
-hecho para abastecer la plaza de Ciudad
-Rodrigo. Con el objeto de apoderarse de nuestro botín,
-el general don Enrique O'Donnell había destacado
-dos columnas para interceptar nuestro paso camino
-de Zamora; pero, al llegar a las inmediaciones
-de esta ciudad, había sabido el jefe realista que, a
-favor de una marcha forzada, nos dirigíamos a pasar
-el Tormes por Alba.</p>
-
-<p>El cosario añadió que una de las columnas, compuesta
-de mil infantes y ciento cincuenta caballos,
-debía de llegar a Alba en la tarde del día que estaba
-amaneciendo. Esta columna venía de Salamanca.</p>
-
-<p>Pagamos a nuestro hombre y quedamos en observación.
-Acababan de dar las cuatro cuando oímos
-las cornetas de la caballería de los realistas, y, poco
-después, comenzaron a voltear las campanas del
-pueblo en señal de regocijo.</p>
-
-<p>Mala Sombra y yo nos acercamos a Juan de Dios,
-y el capitán le dijo al sargento:</p>
-
-<p>&mdash;Aquí te quedas con tus lanceros. Si el enemigo
-pasa el puente y te ataca, te batirás en guerrilla retirándote
-hacia el soto, y luego echaréis a correr en
-fuga como a la desbandada por el páramo adelante.
-Cuando hayan entrado todos en el páramo, los envolveremos.</p>
-
-<p>Tras de dar sus instrucciones, el capitán y yo
-atravesamos el soto y nos unimos con las fuerzas
-del teniente Gotor.</p>
-
-<p>Un poco antes del amanecer, una avanzada realista
-se acercó al puente sobre el Tormes, y la guardia
-de los cinco hombres que estaba en el repecho
-hizo fuego graneado sobre ella. Se retiraron los soldados,
-pero al poco rato apareció una compañía seguida
-de un grupo numeroso de paisanos. Entre
-unos y otros desembarazaron el puente y pasaron a
-la otra orilla.</p>
-
-<p>Era el momento en que Juan de Dios tenía que
-maniobrar. El sargento era muy ducho en estas cosas
-y sabía su papel como pocos.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="I_VII">VII.<br />
-LA PRESA</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Estábamos</span> todos agazapados en el soto esperando
-el momento en que Juan de Dios y sus
-vaqueros aparecieran perseguidos por los realistas.</p>
-
-<p>El Oriente iba clareando. El sol, escondido aún,
-brillaba en algunas nubes altas y rojas. Había este
-silencio y esta inmovilidad del aire de la hora anterior
-al alba; pronto los primeros rayos solares comenzaron
-a iluminar con una luz dorada el vértice
-de la copa de los árboles; los pájaros cantaron en
-las matas. El campo tenía la juventud y la frescura
-de un amanecer claro de primavera. Todo en la Naturaleza
-parecía sonreír, todo era cándido e idílico.
-El viento hizo temblar suavemente las ramas de los
-árboles; los pájaros alborotaron más, el cielo fué
-poniéndose azul y la luz dorada del sol fué bajando
-en el follaje hasta iluminar e incendiar los hierbajos
-y los pedruscos del suelo.</p>
-
-<p>Serían las cinco y media cuando apareció Juan
-de Dios, perseguido de cerca por más de trescientos
-caballos.</p>
-
-<p>Los realistas gritaban desaforadamente:</p>
-
-<p>&mdash;¡A ellos! ¡A ellos! ¡Son nuestros!</p>
-
-<p>Al desembocar desde el sotillo al páramo los cincuenta
-jinetes de Juan de Dios, comenzaron a desparramarse,
-y los enemigos se dividieron y subdividieron,
-perdiendo el orden de formación.</p>
-
-<p>Al mismo tiempo, las tropas del coronel Maricuela
-y las de don Dámaso Martín, corriéndose rápidamente
-por el lindero del soto, cerraron su salida y
-tomaron posiciones.</p>
-
-<p>En este momento el capitán Mala Sombra dió la
-orden de ataque, y de la derecha como de la izquierda,
-a media rienda y lanza en ristre, se precipitó
-nuestra caballería contra los pelotones aislados de
-los realistas. El enemigo no tenía más defensa que
-sus sables y no se pudo defender con habilidad.</p>
-
-<p>Juan de Dios reunió sus cincuenta vaqueros dispersos,
-y volviendo grupas y en perfecta formación,
-arremetió de frente contra los absolutistas, como si
-se tratara de una torada.</p>
-
-<p>El grueso de la caballería enemiga se había detenido,
-y retrocediendo y al galope intentó atravesar el
-soto; pero al acercarse al boquete por donde había
-pasado, se encontraron los jinetes atacados por las
-tropas de don Dámaso y de Maricuela, y comenzaron
-a caer los hombres y los caballos.</p>
-
-<p>Los realistas, consternados y en la mayor perplejidad,
-volvieron de nuevo grupas buscando una salida,
-y comenzó la desbandada. Azorados al verse
-metidos en aquella trampa, la mayoría se rindió y
-los demás siguieron su ejemplo.</p>
-
-<p>Duró la acción diez minutos escasos; quedaron
-muertos en el campo a lanzadas unos veinte hombres
-y hubo próximamente cincuenta heridos.</p>
-
-<p>El escuadrón realista en pleno quedó hecho prisionero,
-a excepción de tres o cuatro oficiales que
-tenían magníficos caballos y que escaparon dando
-un gran rodeo. Estos oficiales, por lo que supimos
-después, llegaron una hora más tarde a Alba de
-Tormes, contaron lo ocurrido, salió de la villa una
-columna realista de infantería, y con los carros y maderas
-que había llevado Juan de Dios el día anterior
-parapetaron el puente y quedaron en él de guardia.</p>
-
-<p>Teníamos nosotros unos doscientos cincuenta prisioneros,
-a quienes se prohibió maltratarlos o despojarlos.
-Entre ellos había diez oficiales. De estos prisioneros
-cuarenta eran piamonteses bien equipados
-que montaban caballos muy buenos.</p>
-
-<p>Al acercarnos Mala Sombra y yo a ellos, nos decían:</p>
-
-<p>&mdash;<i>Io eser</i> cristiano católico. Mí no <i>querrer haser</i>
-mal.</p>
-
-<p>Discutimos Mala Sombra y yo lo que se haría con
-los prisioneros, y como en el caso de querer incorporarlos
-a nuestras fuerzas no podían merecernos
-confianza, decidimos entregarlos en varias remesas.</p>
-
-<p>Por la tarde, Juan de Dios y el Chiquet se presentaron
-en el puente con bandera blanca de parlamento,
-pasaron, dijeron a lo que iban, y al día siguiente,
-con una escolta de cincuenta caballos, llevaron
-cien prisioneros y los heridos.</p>
-
-<p>Los realistas los recibieron con aclamaciones y
-bravos, y Juan de Dios y el Chiquet, después de ser
-muy obsequiados, volvieron a nuestro campo radiantes
-de satisfacción.</p>
-
-<p>Nos quedaban aún cerca de noventa prisioneros.
-De éstos, unos eran mozos recién sacados de los
-pueblos de Castilla y uniformados en Valladolid. Se
-les indujo a que se quedaran con nosotros y algunos
-aceptaron, pero la mayoría, no.</p>
-
-<p>La misma proposición se hizo a los cuarenta piamonteses,
-los cuales procedían de un regimiento que
-estaba en Valladolid, mandado por el príncipe de
-Carignan, que era miembro de la Casa de Saboya.</p>
-
-<p>El príncipe de Saboya-Carignan había entrado en
-España bajo las órdenes del duque de Angulema,
-con una tropa alistada en el Norte de Italia, y se
-distinguió después, según dijeron, en el Trocadero.</p>
-
-<p>De los piamonteses, sólo dos aceptaron el quedarse
-entre nosotros; un jovencito rubio llamado
-Emilio Pancalieri y otro muchacho alto, moreno,
-apellidado Corti. Los dos hablaban algo el castellano
-y eran sin duda gente aventurera.</p>
-
-<p>Reunimos nuestro botín de granos, ganado, caballos,
-armas y uniformes de los realistas, y nos
-apresuramos a salir para Tamames, con el objeto de
-reunimos con nuestro general.</p>
-
-<p>Llegamos por la tardecita a la villa y encontramos
-al Empecinado casi completamente restablecido.</p>
-
-<p>Le conté con detalles la acción de Alba y lo que
-se había hecho con los prisioneros, y le pareció todo
-tan bien, que dijo que propondría a Mala Sombra
-al Gobierno para que le diese la cruz de San Fernando
-y le ascendiera a comandante de escuadrón.
-Habló después familiarmente el general con los muchachos
-que se nos habían unido y con los dos piamonteses,
-y como el Empecinado tenía sencillez e
-ingenuidad efusiva, llegó a cautivarlos.</p>
-
-<p>Dispuso don Juan Martín que en Tamames descansase
-y se racionase la tropa, y envió los carros
-y el ganado requisado inmediatamente en dirección
-de Vitigudino.</p>
-
-<p>Nosotros iríamos a retaguardia después de descansar.</p>
-
-<p>A la mañana siguiente, al salir de mi alojamiento,
-encontré al Empecinado ya de pie. Estaba tan
-forrado de ropa que no podía moverse. Le ayudamos
-a montar a caballo. Se organizó la columna y
-anduvimos hasta la noche, en que descansamos en
-una aldea.</p>
-
-<p>Por todos aquellos pueblos a la redonda hicimos
-requisa de ganado vacuno, con promesa de pagar a
-los ganaderos y a los Ayuntamientos. Sólo al marqués
-de Cerralbo le llevamos más de quinientas reses.
-Es posible que esto influyera en la familia para
-hacerla reaccionaria.</p>
-
-<p>Tras de una marcha lenta de cuatro días, entró
-el convoy completo en Vitigudino, y la columna,
-tras él.</p>
-
-<p>Durante este viaje el Capitán Mala Sombra, que
-ya era para los efectos oficiales el comandante Porras,
-se hizo amigo íntimo del italiano Pancalieri.</p>
-
-<p>Al principio éste y Corti nos miraban con temor;
-debían tener mala idea de los españoles, creían seguramente
-que cada uno de nosotros era un perfecto
-bandido; pero como ambos eran perspicaces, notaron
-en seguida la clase de gente que había en la
-tropa, y se familiarizaron con ella.</p>
-
-<p>Corti nos resultó un gran administrador y se encargó
-de llevar las cuentas de los suministros de la
-división.</p>
-
-<p>Pancalieri se mostró un tanto perdido; bebía, hacía
-el amor a las chicas de los pueblos; jugaba al
-monte con nosotros y nos ganaba el dinero. A los
-dos o tres días estaba ya a sus anchas y nos tuteaba
-a todos los oficiales.</p>
-
-<p>Pancalieri era un muchacho amable, simpático
-alegre, egoísta y jovial. Por lo que contó, su familia
-gozaba de buena posición en Turín; pero descontenta
-de sus calaveradas había intentado meterle en un
-convento, y él se había alistado en la tropa del
-príncipe de Carignan por el gusto de correr aventuras.</p>
-
-<p>Era Pancalieri un muchacho fuerte, de mediana
-estatura, el pelo rubio obscuro, el bigote pequeño y
-los ojos claros. Hablaba en su lengua enrevesada
-mixta de español, de italiano y de dialecto piamontés
-con una gran libertad. Sus opiniones eran de
-una audacia extraordinaria.</p>
-
-<p>Una vez que le preguntamos si era patriota, nos
-contestó con un cándido cinismo:</p>
-
-<p>&mdash;<i>¡Ma ché!</i> No <i>io no sono</i> patriota. ¡Oh, no! Vivir,
-vivir agradablemente, <i>io non volio</i> más que eso.
-Tener unas cosas guisadas para comer, y unos trajes,
-y una casa y alguna mujercita para divertirse;
-pero ¡la Patria! ¡la Historia! ¡sacrificarse por eso! <i>¡Ma
-ché!</i> No. ¡Qué tontería!</p>
-
-<p>Pancalieri hablaba así y obraba en consonancia
-con su sistema. Su egoísmo natural y sonriente no
-llegaba a molestar. Mala Sombra, que tenía conceptos
-diametralmente opuestos, protegía al italiano;
-quizá pensaba que sus palabras las decía en broma;
-quizá habría entre los dos ese acuerdo íntimo que
-produce la amistad estrecha y efusiva.</p>
-
-<p>En unos días de conocerse, durante el camino, el
-Capitán Mala Sombra comenzó a aficionarse tanto a
-la compañía de Pancalieri, que le trataba como si
-fuera su hermano; le hizo confidencias acerca de sus
-amores, y le pidió consejo.</p>
-
-<p>Corti, mientrastanto, seguía trabajando en la administración
-militar, y todos los días yo conferenciaba
-con él.</p>
-
-<p>A los ocho días de salir de Alba de Tormes llegábamos
-a Ciudad Rodrigo. El Empecinado dió
-cuenta de su comisión al comandante de la plaza,
-anunciándole que horas después llegaría un gran
-convoy de ganado vacuno y mil fanegas de trigo.</p>
-
-<p>El comandante recibió la noticia con júbilo y la
-comunicó al Ayuntamiento, que en corporación fué a
-dar gracias al Empecinado, pues el pueblo se encontraba
-muy escaso de víveres.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="I_VIII">VIII.<br />
-LA DECISIÓN DEL CAPITÁN</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Al</span> día siguiente de llegar nosotros, entró en Ciudad
-Rodrigo el ganado vacuno requisado, que
-se llevó a la plaza pequeña del pueblo, llamada plaza
-de Béjar.</p>
-
-<p>Como entre aquellos bueyes y vacas mansas había
-algunos toros bravos de tierra de Portillo y Salamanca,
-se consideró indispensable apartar unos de
-otros para llevarlos a las dehesas próximas al
-pueblo.</p>
-
-<p>Ya separados, a un oficial se le ocurrió la idea de
-que, para celebrar la victoria obtenida en Alba de
-Tormos y el éxito de la requisa, nada estaría mejor
-como dar una corrida en la plaza de la ciudad.</p>
-
-<p>El proyecto levantó un gran entusiasmo en la
-tropa y en el pueblo; se pidió permiso al alcalde y
-al comandante militar, que lo concedieron, y se comenzaron
-a hacer preparativos.</p>
-
-<p>El Empecinado y yo salíamos por aquellos días
-constantemente al campo y volvíamos de noche. Al
-saber el proyecto el Empecinado, se incomodó y dijo
-que de ningún modo permitiría que se celebrase la
-corrida.</p>
-
-<p>Era don Juan Martín enemigo acérrimo de los toros;
-creía que este espectáculo no sólo no fomentaba
-el valor, sino que acrecentaba la indiferencia por
-los dolores ajenos y la cobardía. Entre los liberales
-las ideas de don Gaspar Melchor de Jovellanos sobre
-las corridas estaban entonces muy en auge.</p>
-
-<p>Al saber la negativa del general, una comisión
-formada por militares y paisanos fué a visitarle a su
-alojamiento. El Empecinado trató de disuadirles de
-que celebraran la corrida; les exhortó, les expuso una
-serie de argumentos, pero los paisanos y los soldados
-quedaron tan mustios y cariacontecidos, que don
-Juan Martín, mal de su grado, tuvo que acceder.</p>
-
-<p>&mdash;Bien, haced lo que queráis&mdash;terminó diciendo&mdash;;
-pero a mí no me invitéis, porque no iré de
-ningún modo, ni por ningún motivo.</p>
-
-<p>La comisión escuchó muy seria las palabras de
-don Juan Martín, lo que no fué obstáculo para que
-a la salida marcharan militares y paisanos bailando
-de alegría.</p>
-
-<p>En los días siguientes, el Ayuntamiento, el vecindario
-y los militares se dedicaron con gran entusiasmo
-a cerrar la Plaza Mayor y a construír gradas
-dentro de los soportales de la Casa del Consistorio.</p>
-
-<p>Siguiendo las costumbres de la ciudad, antes de
-celebrarse la corrida se rifaron los sitios entre las
-familias que mandaron construír los tendidos por su
-cuenta.</p>
-
-<p>Había en nuestra columna un nacional de Madrid,
-Juan López (el Ochavito), primer espada de alguna
-nombradía que había toreado en su juventud con
-Pepe-Hillo, y un aficionado llamado Isidro García, el
-Buñolero.</p>
-
-<p>Se organizó una cuadrilla completa con espadas,
-banderilleros y monosabios. Las señoritas de la ciudad
-hicieron moñas vistosas con cintas de sedas de
-colores y adornaron las banderillas con papeles rizados.</p>
-
-<p>El domingo, por la mañana, sería la corrida. Habían
-enarenado la plaza y señalado las localidades.
-Estaba acabado el programa. De los cuatro toros que
-se iban a torear, los dos últimos serían de muerte; el
-primero de éstos, un becerro de tres años, estaría a
-cargo del teniente Gotor, y, el segundo, el más fuerte
-y de más hierbas, lo mataría el Ochavito.</p>
-
-<p>Estaba así dispuesto el programa, cuando se supo
-que iba a haber un número nuevo; pues el Capitán
-Mala Sombra pensaba salir al ruedo a mancornar el
-último toro, el del Ochavito: un toro salamanquino
-de mucha alzada y potencia.</p>
-
-<p>Pregunté al Ochavito en qué consistía esto de
-mancornar.</p>
-
-<p>&mdash;El mancornar&mdash;me contestó el espada&mdash;es una
-suerte de vaqueros. Un hombre puede coger (así
-decía él) un novillo de tres años; pero a un toro es
-imposible sujetarlo. Cuando se trata de coger un
-toro, se le debe primero capear, haciéndole sufrir
-todo el destronque posible, y cuando se nota que ya
-está sin fuerzas, lo cual se consigue muy pronto en
-sabiendo bien sacarle la capa, va uno y le agarra de
-la cola; el que mancornea, al pasar el toro junto a él
-le coge el pitón derecho con la mano derecha y, con
-la izquierda, el pitón del otro lado. Entonces, a fuerza
-de pulso, se le vuelve al animal la cabeza y se le
-echa en tierra.</p>
-
-<p>Después de esta explicación pregunté a Juan de
-Dios a qué se debía esta humorada de Mala Sombra,
-y me dijo el sargento que la causa eran los celos,
-porque el teniente Gotor galanteaba a la misma muchacha.</p>
-
-<p>Mala Sombra había buscado la manera de que
-Pancalieri, el piamontés, estuviera alojado en casa
-de su amada, y Pancalieri se había hecho amigo de
-la niña y le daba recados de parte de Mala Sombra.</p>
-
-<p>Conté al Empecinado lo que ocurría, y el general
-me dijo que fuera a ver a Mala Sombra y le prohibiera
-rotundamente salir a la plaza bajo pena de
-arresto.</p>
-
-<p>Fuimos el Chiquet y yo en busca del Capitán
-Mala Sombra. Nos dijeron que vivía en la posada
-del tío Barrueco, pero allí no estaba; después tuvimos
-que preguntar casa por casa en el arrabal de
-San Francisco y en el del Río, y, al último, lo encontramos
-en un verdadero palomar escribiendo febrilmente.</p>
-
-<p>&mdash;Comandante&mdash;le dije&mdash;, el general ha sabido
-que piensa usted salir a la plaza y me envía para que
-le disuada de ese absurdo proyecto.</p>
-
-<p>&mdash;Por qué. ¿No van a salir otros oficiales y soldados?</p>
-
-<p>&mdash;Sí; pero la suerte que usted intenta ejecutar es
-más peligrosa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bah! La he hecho otras veces.</p>
-
-<p>&mdash;Dicen que quiere usted mancornar al último
-toro, el que va a matar el Ochavito.</p>
-
-<p>&mdash;Cierto.</p>
-
-<p>&mdash;Todos los que entienden de eso dicen que ese
-toro es de demasiada alzada y demasiada fuerza para
-mancornarlo. No haga usted la suerte con ese toro,
-sino con otro.</p>
-
-<p>&mdash;No, no; con ese.</p>
-
-<p>&mdash;Comandante&mdash;exclamé&mdash;, todo el mundo sabe
-que es usted un valiente: su fama de valor está bien
-cimentada desde hace mucho tiempo. Lo necesitamos
-a usted. Es usted necesario para la Patria y para
-la Libertad. ¿A qué exponer la vida estúpidamente?</p>
-
-<p>&mdash;No puede ser, no puede ser&mdash;dijo él&mdash;. He dado
-mi palabra al pueblo. No puede ser.</p>
-
-<p>Por más argumentos, por más consideraciones
-que hice, no conseguí nada.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="I_IX">IX.<br />
-CONCHITA AGUILAFUENTE</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">La</span> decisión de Mala Sombra fué durante algunos
-días el tema de todas las conversaciones
-de Ciudad Rodrigo. Su decisión romántica hacía
-mucho efecto. Las mujeres tenían gran curiosidad de
-conocer al paladín enamorado. Yo sentía curiosidad
-de ver a la dama de sus pensamientos, y me la mostraron.
-Era Conchita Aguilafuente una muchacha de
-unos diez y siete años, morena, pálida, de ojos muy
-negros y muy grandes. No tenía muy buena fama;
-se decía de ella que era muy coqueta. Debía ser un
-temperamento ardiente.</p>
-
-<p>Por lo que me dijeron, era de estas mujeres que
-tienen días en que se les ve desfallecer, que tan pronto
-están animadas, con la mirada brillante, como pálidas
-y ojerosas; mujeres en que el sexo es como una
-llama abrasadora que les consume. Yo la vi cuando
-iba a misa con una mantilla negra, que le sentaba
-maravillosamente; al pasar cerca de ella el Chiquet y
-yo le dirigimos unos piropos, y ella nos miró con
-una mirada relampagueante.</p>
-
-<p>La madre, que la acompañaba, era una mujer
-todavía joven: una jamona de buen ver que producía
-grandes entusiasmos en la calle.</p>
-
-<p>&mdash;El pobre Mala Sombra va a tener que bregar
-más con esta chica que con el toro del domingo&mdash;le
-dije yo al Chiquet.</p>
-
-<p>Mi asistente celebró la gracia, porque, como buen
-catalán, era muy torero.</p>
-
-<p>Hubiera dado cualquier cosa porque el domingo
-hubiera estado lloviendo; pero, por el contrario,
-amaneció con un sol espléndido.</p>
-
-<p>Ya muy de mañana los aldeanos de los contornos
-comenzaron a acudir al pueblo y a ocupar las gradas
-que se habían instalado en la plaza.</p>
-
-<p>Se hicieron los últimos preparativos, que los dirigió
-el Buñolero.</p>
-
-<p>Las cigüeñas, que habían llegado a su nido de la
-torre municipal días antes, miraban como preguntándose:
-¿Qué extraños preparativos serán éstos?</p>
-
-<p>Después de la misa mayor comenzaron a llenarse
-los balcones de la plaza. Había una lucida representación
-de señoras y señoritas, de caballeros de negro
-y de militares de uniforme. Estaba aquello de
-gran gala.</p>
-
-<p>El sol era espléndido y los abanicos temblaban en
-el aire. Yo no quería presenciar la corrida para hacer
-causa común con el Empecinado; pero tenía gran
-curiosidad de ver lo que hacía Mala Sombra, y
-también grande de observar la actitud de Conchita
-Aguilafuente.</p>
-
-<p>Estuve en el salón de la casa Ayuntamiento, paseándome
-arriba y abajo, mientras la gente se asomaba
-a los miradores abiertos.</p>
-
-<p>Una de las señoras que nos había oído hablar a
-un teniente y a mí de Conchita me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Ahí está Conchita con su madre y ese italiano
-que hicieron ustedes prisionero.</p>
-
-<p>Miré, y, efectivamente, estaba en un segundo piso
-de la Plaza Mayor, en la casa de un comerciante, en
-compañía de su madre y de Pancalieri.</p>
-
-<p>Como yo siempre he tenido una tendencia estratégica,
-recordé que en la casa del Ayuntamiento había
-un depósito de papeles del Archivo que tenía una
-ventana que daba muy cerca del balcón donde estaba
-Conchita.</p>
-
-<p>Le pedí al portero que me abriese la puerta de
-aquel cuarto.</p>
-
-<p>&mdash;No va usted a ver nada, don Eugenio&mdash;me dijo él.</p>
-
-<p>&mdash;No importa&mdash;le contesté&mdash;, quiero ver el público.</p>
-
-<p>El portero me abrió y yo pasé adentro.</p>
-
-<p>Me asomé a la ventana. A una corta distancia se
-veía el balcón en donde estaban Conchita, su madre
-y Pancalieri. Se veía además parte del interior de la
-habitación, que era una sala de pueblo con un espejo,
-una consola y unas sillas de damasco. La Conchita
-coqueteaba con Pancalieri de una manera disimulada.</p>
-
-<p>&mdash;¡Demonio! ¡Qué descubrimiento!&mdash;me dije&mdash;.
-Este granuja de italiano se la está pegando de una
-manera ignominiosa al pobre Mala Sombra.</p>
-
-<p>Comenzó la música, y poco después la corrida. De
-cuando en cuando sonaba un ¡ah! de emoción que
-se levantaba en el aire. Era, sin duda, en el momento
-en que algún torero estaba expuesto a ser cogido.</p>
-
-<p>Cuando terminó el primer toro fuí al salón y me
-acerqué a la gente. Algunas personas, sin duda de
-nervios fuertes, encontraban que la corrida tenía
-pocas emociones y que aquellos becerretes no valía
-la pena de torearlos.</p>
-
-<p>Al comenzar de nuevo la brega volví a mi observatorio.</p>
-
-<p>El segundo toro dió poco juego. En el tercero la expectación
-se acentuó. Iba a matar el teniente Gotor.</p>
-
-<p>Miré al balcón de Conchita. Ella estaba encendida.
-Pancalieri, con un aspecto cínico y sonriente.
-Ella aprovechaba las ocasiones de frotarse con él, y
-se estrechaban las manos sin que la madre les viera.</p>
-
-<p>A veces ella entraba en la sala y se besaban, y
-estaban largo rato con los labios unidos. El forcejeaba
-con ella, y ella se escapaba de sus brazos y volvía
-a salir al balcón encendida y con un aire compungido.</p>
-
-<p>La faena del teniente Gotor debió de ser brillante,
-a juzgar por la tempestad de aplausos y de bravos
-que estalló en la plaza.</p>
-
-<p>Concluyó el tercer toro y salí de mi cuartucho. En
-el intermedio Conchita y Pancalieri, comprendiendo
-que la curiosidad del público se desviaba de la plaza
-para explorar los balcones, se separaron uno de otro
-y tomaron un aire de indiferencia.</p>
-
-<p>Cuando comenzó el último toro, el Chiquet me
-agarró del brazo y me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Venga usted, mi teniente.</p>
-
-<p>Como tenía gran curiosidad me dejé llevar. Hubiera
-dado cualquier cosa porque la fiesta hubiese
-terminado. El último toro era grande, negro, con una
-cornamenta larga y afilada. Perseguía furioso a quien
-se ponía frente a él. El público vociferaba entusiasmado;
-los toreros apenas se atrevían a acercarse
-al animal. Únicamente el Ochavito y el Buñolero
-se plantaban delante y le daban recortes con la
-capa. A fuerza de estos lances el animal pareció
-cansarse, y en un momento que se paró el Buñolero
-le agarró de la cola.</p>
-
-<p>Entonces se vió a Mala Sombra que avanzaba
-con el Ochavito, acercándose al toro. En un momento
-se agarró con presteza a las astas, cuadrándose
-de pechos ante la fiera. El hombre y el toro quedaron
-inmóviles; el hombre empujó la cabeza del animal
-por las puntas, la bestia alzó el hocico, y entonces
-el hombre metió el hombro por debajo de la
-barba del animal, y de un empujón lo tumbó al suelo,
-le puso el pie en el hocico y lo sujetó así.</p>
-
-<p>Hubo una tempestad de aplausos. El Capitán
-Mala Sombra miró entonces al sitio donde estaba su
-amada. ¿Qué vió? No sé. Quizá comprendió rápidamente
-lo que pasaba entre Conchita y Pancalieri; el
-caso fué que el capitán soltó el pie, el toro se levantó
-de improviso, dió un topetazo con el cuerno en
-mitad del pecho al capitán y pasó por encima de él.</p>
-
-<p>Después se vió al capitán erguirse un momento
-echando sangre a borbotones por la boca, y luego
-caer desplomado.</p>
-
-<p>Hubo un momento de pánico entre los toreros.</p>
-
-<p>El público aúllaba como una mujer loca, y salía
-de él un largo y enorme alarido. Algunos querían
-escapar, pero la mayoría estaba anhelante de angustia,
-de curiosidad y de pasión.</p>
-
-<p>&mdash;¡Calma!, ¡calma!&mdash;dijo el Ochavito.</p>
-
-<p>&mdash;Esperaos, que ahora viene lo bueno&mdash;gritó el
-Buñolero, como si el espectáculo de la muerte no le
-afectase lo más mínimo.</p>
-
-<p>El Ochavito y el Buñolero metieron sus capotes y
-jugaron con el toro, mientras dos alguaciles recogían
-el muerto.</p>
-
-<p>Algunos pidieron a gritos a la presidencia que terminara
-la corrida y retiraran al toro, pero esto no
-era fácil, ni mucho menos.</p>
-
-<p>&mdash;Dejadlo&mdash;dijo el Ochavito&mdash;, yo lo mataré.</p>
-
-<p>El Ochavito y el Buñolero fueron llevando al toro
-hasta un ángulo de la plaza. El Ochavito dió unos
-pases de muleta mientras el Buñolero le ayudaba
-con el capote.</p>
-
-<p>&mdash;Échale un poco más allá&mdash;decía el Ochavito&mdash;.
-Bueno, bueno; ya está.</p>
-
-<p>Después de algunos vanos intentos, cuando le
-tuvo a su gusto el Ochavito, se cuadró, y de una estocada
-como un rayo dejó al toro muerto.</p>
-
-<p>El Buñolero se acercó con una bayoneta en la
-mano y le dió la puntilla.</p>
-
-<p>La gente, olvidada ya del capitán, comenzó a
-aplaudir y a gritar. El público fué despejando la plaza;
-marchaban las mujeres llevando lágrimas en los
-ojos.</p>
-
-<p>Conchita y Pancalieri se habían retirado del balcón.
-Me acerqué yo al sitio donde había muerto
-Mala Sombra, y en este momento vi salir a Conchita
-con su madre. Tenía una palidez de espectro, los
-ojos rojos, como de haber llorado, y la boca con un
-rictus de amargura.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="I_X">X.<br />
-PANCALIERI</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">En</span> la casa del Capitán Mala Sombra estaba expuesto
-su cadáver.</p>
-
-<p>Había llegado su madre, una vieja campesina de
-un pueblo próximo, y lloraba rodeada de las mujeres
-de la vecindad.</p>
-
-<p>Estuvimos allí todos los oficiales de la guarnición,
-comenzando por el Empecinado; se encontraban
-también los dos italianos, Corti y Pancalieri. Pancalieri
-estaba triste y cariacontecido.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué <i>folia</i>!&mdash;me dijo&mdash;. Este hombre se ha
-matado.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; mientras usted abrazaba a su novia él se ha
-matado por ella&mdash;le dije yo, en voz baja.</p>
-
-<p>&mdash;<i>¡Ma ché!</i> No. Sería demasiado idiota.</p>
-
-<p>&mdash;Pues no le quepa a usted duda. Los que le han
-visto de frente me han dicho que al levantar la mirada
-al balcón donde estaban ustedes se le demudó
-el rostro, y entonces dejó de sostener la cabeza del
-toro y se dejó matar.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah <i>povero</i>! ¿Pero usted cree que se habrá matado
-por ella?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por la <i>signorina</i> Conchita?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh, no! <i>¡Maché!</i> ¡Qué <i>folia</i>! <i>Questa signorina</i>
-está bien para pasar el rato <i>ma</i> nada más.</p>
-
-<p>&mdash;Amigo&mdash;le dije yo&mdash;, esa muchacha que para
-usted no sirve mas que para pasar el rato, para este
-pobre hombre, era toda la vida...</p>
-
-<p>Y mientras decía esto, la mirada de Mala Sombra,
-terrible y trágica, parecía confirmar mis palabras.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="I_XI">XI.<br />
-FINAL</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Había</span> concluído de hablar Aviraneta, y repantigado
-en la butaca miraba el humo de su cigarro,
-que se elevaba en volutas en el aire.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué fué de la Conchita?&mdash;dije yo.</p>
-
-<p>&mdash;Me dijeron muchos años después que se había
-casado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Con Pancalieri?</p>
-
-<p>&mdash;No.</p>
-
-<p>&mdash;Quizá con Gotor, el rival de Mala Sombra.</p>
-
-<p>&mdash;Tampoco. Se casó con un propietario rico de
-Zamora.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y no tenía nada que ver con Pancalieri?</p>
-
-<p>&mdash;No sé. El que me habló de ella aseguraba que
-el hijo primero de Conchita era el vivo retrato del
-italiano. Es posible que fuera verdad, es posible que
-no. Vete a saber...</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>&mdash;Es usted admirable, don Eugenio&mdash;le dije&mdash;todavía
-le quedan a usted historias en el zurrón.</p>
-
-<p>&mdash;Qué quieres. Los hombres de mi tiempo no
-leíamos tantas novelas como los de ahora. Buenas
-o malas, las hacíamos en la vida.</p>
-
-<p>Y Aviraneta se levantó, se frotó las manos y comenzó
-a pasearse por mi despacho, mirándolo todo
-con su aire perspicaz y agudo de fuina.</p>
-
-<p class="i2">Madrid, marzo, 1917.</p>
-<hr class="chap" />
-
-
-
-<h2 id="baza">EL NIÑO DE BAZA</h2>
-
-
-<p><span class="smcap">Otro</span> día paseábamos por el Retiro Aviraneta
-y yo, y hablábamos de los prestigios políticos
-de nuestro país, cuando don Eugenio me dijo:
-Varias veces me he asombrado yo, al leer en las
-historias que se publican de mi tiempo, cómo muchos
-hombres de talento y de energía han quedado
-obscurecidos, y cómo, en cambio, otros, vulgares
-y adocenados, han tenido el relieve de primeras
-figuras. Yo, jamás hubiera pensado, por ejemplo, que
-mi amigo don Bernardo Borja Tarrius fuera hombre
-que pasara por la vida sin dejar el menor rastro, ni
-el más pequeño recuerdo.</p>
-
-<p>Borja Tarrius era para mí, al menos, un sabio.
-Conocía seis o siete idiomas a la perfección; tenía
-una memoria prodigiosa; había viajado mucho y leído
-más. Era una enciclopedia viviente. Como muchos
-hombres del tiempo, sentía una gran inclinación
-por la economía política, y estaba afiliado a la escuela
-de Jeremías Bentham. Vivía de dar lecciones,
-porque, a pesar de su talento, no encontró nunca protección
-oficial.</p>
-
-<p>A Borja Tarrius le conocí la primera vez en Madrid,
-en una logia, antes del movimiento de Riego
-de 1820. Su inteligencia y su sensatez eran reconocidas
-por todo el mundo.</p>
-
-<p>Por esta época, Borja Tarrius y don José María de
-Larreategui, que era el comisario de Guerra de la
-división del Empecinado, me llevaron a casa del brigadier
-Palarea para ver si nos poníamos de acuerdo
-en el movimiento revolucionario.</p>
-
-<p>No llegamos a nada en esta conferencia.</p>
-
-<p>Tres o cuatro años más tarde encontré a Borja en
-Gibraltar. Llegaba yo a esta plaza huyendo de Algeciras,
-como te he contado, y me metí en una posada,
-en donde se comía mal y se dormía en el suelo,
-pues no había camas.</p>
-
-<p>En esta posada se encontraban don Bernardo
-Borja Tarrius y el diputado por Córdoba don José
-Moreno Guerra. Al verme, me acogieron los dos con
-amabilidad y formamos un grupo para comer. Era
-difícil ver juntos dos tipos tan diferentes como Borja
-y Moreno. Los dos tenían aproximadamente la misma
-edad, de cuarenta a cincuenta años. Borja Tarrius
-era un hombre grueso, rubio, pacífico, calvo y
-con patillas; Moreno Guerra, alto, huesudo, cetrino,
-con un hablar gutural; Borja Tarrius tenía el aire de
-un holandés flemático; Moreno Guerra era un moro.</p>
-
-<p>En sus ideas se notaba una parecida divergencia.
-Borja se mostraba siempre equilibrado, siempre sereno,
-como la sensatez personificada; Moreno Guerra
-se caracterizaba por sus extravagancias. Era este
-hombre de sorpresas, osado, y al mismo tiempo cobarde,
-inteligente, y al poco rato, necio, amable y sin
-transición soez. Asiduo lector de Maquiavelo, de los
-libros del famoso florentín quería sacar consejos
-para la práctica política española. Entre sus muchos
-proyectos absurdos, Moreno Guerra había tenido la
-idea de hacer de Cádiz una ciudad republicana independiente,
-a estilo de Hamburgo y Brema.</p>
-
-<p>Reunido con Moreno Guerra y Borja Tarrius, iba
-pasando mal que bien el tiempo en la posada gibraltareña,
-cuando un día, instigados por el diputado
-andaluz, que estaba enfermo del hígado, salimos él,
-Borja y yo a respirar el aire libre. Hacía un calor
-sofocante. Al cuarto de hora de nuestro paseo se
-nos presentaron tres policías y nos pidieron la boleta
-de residencia.</p>
-
-<p>No la teníamos y tuvimos que confesarlo.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, vengan ustedes&mdash;nos dijo el jefe de los
-policías. Les seguimos, nos llevaron al muelle y
-nos dejaron allí como si quisieran dedicarnos a la
-contemplación y al estudio de la bahía de Algeciras.</p>
-
-<p>Había en el muelle grupos de españoles que se
-lamentaban porque no tenían qué comer ni qué
-beber. El sol daba de plano, y el calor era insufrible.</p>
-
-<p>Los marineros de los barcos mercantes del puerto
-trajeron baldes de agua para aplacar la sed de la
-gente; pero no bastaba el agua que acarreaban para
-tantos.</p>
-
-<p>Llegó la noche y refrescó mucho. Yo no quería
-dormirme, por miedo a enfriarme, y me senté sobre
-una estera y apoyé la espalda en un cañón empotrado
-en el suelo, que servía para amarrar los cables.
-Encendí un cigarro y me puse a reflexionar mientras
-contemplaba las luces de Algeciras.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué voy a hacer?&mdash;pensé&mdash;. Mucha de esta
-gente quiere ir a Inglaterra; pero van a andar muy
-mal; aquí habrá que esperar el barco...; luego, allá,
-hasta que se pueda vivir, se tardará un tanto; la
-cuestión sería ir a un sitio próximo y esperar una
-semana o dos hasta que esto se desocupara...</p>
-
-<p>Estaba discurriendo así, cuando oí a mi lado hablar
-de Tánger en voz baja.</p>
-
-<p>&mdash;¡Tánger! Esta sería una solución&mdash;me dije a
-mí mismo, y decidí ir a la ciudad africana. Pensé
-todas las eventualidades posibles y me pareció la
-mejor la de Tánger.</p>
-
-<p>Amaneció, y vi en el muelle solos a Borja Tarrius,
-a Moreno Guerra y a dos hombres que no conocía;
-uno de ellos, el más joven, con uniforme de miliciano
-nacional.</p>
-
-<p>La demás gente se había metido en los buques
-mercantes que había en el puerto y en un barracón
-del muelle.</p>
-
-<p>Les dije a Borja Tarrius y a Moreno Guerra lo
-que había pensado.</p>
-
-<p>&mdash;¿No sería mejor ir a Marsella o a Londres?&mdash;me
-preguntó Moreno Guerra.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah, si se encontrara barco en seguida, sí!; pero
-como puede suceder muy bien que no se encuentre
-barco y haya que pasarse cinco o seis días aquí en
-el muelle, yo prefiero ir a Tánger y esperar allí.</p>
-
-<p>&mdash;Es verdad, tiene usted razón&mdash;dijo Borja Tarrius&mdash;.
-Es una idea buena.</p>
-
-<p>&mdash;Así, ¿qué les parece a ustedes la idea, aceptable?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, pues yo voy a ver si encuentro una
-lancha.</p>
-
-<p>Me entendí con un patrón inglés, que me pidió
-diez duros por el pasaje, y me volví al sitio de los
-amigos. Estos me dijeron que venían con nosotros el
-miliciano nacional y su padre, que había pasado la
-noche en el muelle a nuestro lado.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno&mdash;dije yo&mdash;. Está bien. ¿Usted les conoce?&mdash;le
-pregunté a Moreno Guerra.</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quiénes son? El viejo parece gitano.</p>
-
-<p>&mdash;Lo es. Son de Baza, padre e hijo. Al padre le
-llaman el <i>Esquilaor</i>, y al hijo, el Niño de Baza. El
-padre va convencido de que su hijo va a hacer
-mucha suerte en Africa, porque tiene una piedra
-imán la <i>bar lachí</i>, como dicen ellos. La historia de
-estos es curiosa. El <i>Esquilaor</i>, que ha sido un buen
-mozo, le hizo un chico a una muchacha de Baza, y
-ella no se quiso casar con él.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué extraño! ¡Ella!</p>
-
-<p>&mdash;Sí, ella dijo que no, que no se casaba, que él
-quería vivir a su costa, y que no. Y así está en la
-casa el <i>Esquilaor</i> como criado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y el Niño de Baza es el hijo?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, un chico mimado, voluntarioso. Ha sido estudiante
-de cura.</p>
-
-<p>Les observé con atención.</p>
-
-<p>El padre era un hombre muy flaco, muy negro,
-con los ojos verdes, obscuros; el hijo era muy parecido
-al padre, con un gran fulgor en la mirada.</p>
-
-<p>Bajamos los cinco por la escalera del muelle a la
-lancha, y nos fuimos acomodando.</p>
-
-<p>Antes de salir le dije yo a Borja Tarrius:</p>
-
-<p>&mdash;Somos seis con el patrón. Como es posible que
-nos encontremos con algún barco en el Estrecho que
-quiera detenernos, lo mejor es que en esta corta travesía
-mande uno solo. Las vacilaciones son lo peor
-en estos casos. ¿Quiere usted mandar como jefe de
-nuestra barca, Borja?</p>
-
-<p>&mdash;No, no, Aviraneta. Mande usted.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, mande usted&mdash;dijo Moreno Guerra.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno.</p>
-
-<p>Se lo advertí al patrón, y éste dijo que estaba
-bien, y añadió que la medida era muy prudente,
-porque en el mar no había que andarse con dudas
-sino decidir las cosas pronto.</p>
-
-<p>Salimos, se largó la vela, fuimos pasando por delante
-de la ciudad de Algeciras y de la isla Verde,
-hasta divisar la costa de Africa.</p>
-
-<p>El día estaba espléndido.</p>
-
-<p>El Niño de Baza, al poco rato de salir, escogió el
-mejor sitio y se tendió. Estorbaba un poco para la
-maniobra.</p>
-
-<p>&mdash;¡Eh, tú!&mdash;le dije yo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hay?</p>
-
-<p>&mdash;Estás estorbando. Aquí no se duerme.</p>
-
-<p>&mdash;Ez que mi niño, zabe uzté, ze marea...&mdash;dijo el
-padre.</p>
-
-<p>&mdash;No ha tenido tiempo de marearse; que se ponga
-como todo el mundo y esté atento, por si se le
-tiene que mandar algo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y uzté por qué me tiene que mandá a mi?&mdash;dijo
-el gitanillo.</p>
-
-<p>&mdash;Porque sí; aquí mando yo, y, si no estás conforme,
-ahora mismo tocaremos en tierra y te dejaremos
-en ella, si es que no te pego un puntapié y te
-tiro al mar.</p>
-
-<p>Hubo un fulgor en los ojos del Niño de Baza.</p>
-
-<p>El viejo gitano comenzó a hacerme reflexiones y
-a adularme, con la clásica desvergüenza de la raza.
-Moreno Guerra celebraba sus frases y le contestaba
-algo en caló.</p>
-
-<p>En cinco horas llegamos frente a Tánger y se detuvo
-la lancha. Unas cuantas barcas y botecillos se
-nos acercaron con moros y cristianos, vestidos con
-harapos de colores, y se puso toda aquella gente a
-hablar y a chillar en una algarabía infernal. En esto
-nos atracó una lancha, con dos remeros negros y
-tres moros limpios, y uno de ellos nos preguntó en
-chapurrado:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué son ustedes?</p>
-
-<p>&mdash;Españoles.</p>
-
-<p>&mdash;¿De dónde vienen?</p>
-
-<p>&mdash;De Gibraltar.</p>
-
-<p>&mdash;¿Traen ustedes pasaporte?</p>
-
-<p>&mdash;No.</p>
-
-<p>&mdash;Pues no pueden ustedes entrar.</p>
-
-<p>&mdash;¿No se podría avisar al cónsul de España?</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué quiere usted avisarle?</p>
-
-<p>&mdash;Que aquí hay un diputado español, que viene
-fugitivo, que quisiera entrar en Tánger, y un médico.</p>
-
-<p>&mdash;¡Tebib! ¡Tebib!&mdash;dijeron los moros.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno. Esperen ustedes. Le avisaré al vicecónsul.
-El capitán del puerto y este moro del rey&mdash;y
-nos mostró uno de sus dos compañeros&mdash;les
-vigilarán.</p>
-
-<p>Estuvimos una hora con un sol de fuego, hasta
-que apareció un europeo, el vicecónsul, en compañía
-de tres moros fastuosos, vestidos de blanco. El
-vicecónsul preguntó por el diputado; se destacó Moreno
-Guerra y hablaron los dos. El vicecónsul era
-un siciliano, y los moros, empleados subalternos
-del gobernador de la plaza.</p>
-
-<p>Como Moreno Guerra era tan moro como los
-otros, con sus ademanes y sus gestos les convenció
-y se decidió que fuéramos todos a tierra. Les dijo
-que Borja Tarrius era un gran médico.</p>
-
-<p>Nos acercamos a la playa, y después nos agarró
-a cada uno un negrazo de aquellos, y, atravesando
-el fango del arenal, nos dejó en tierra firme.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos a casa del gobernador&mdash;nos dijo el vicecónsul.</p>
-
-<p>El gitano y su hijo se escabulleron sin saludarnos.</p>
-
-<p>Marchamos por una callejuela, tropezando a cada
-paso con burros cargados y seguidos por moros,
-que gritaban: ¡Balac! ¡Balac! Atravesamos el zoco, y
-llegamos a un viejo caserón destartalado; pasamos
-dos patios, y, en una sala que daba a un hermoso
-huerto, vimos al gobernador, o caid, sentado
-en el suelo y apoyado en unos almohadones. Era
-un viejo de aire respetable; le saludamos, nos invitó
-a sentarnos y nos trajeron unas tazas pequeñas
-de café sin azúcar, dulces y bollos.</p>
-
-<p>Habló Moreno Guerra con su aire de santón, y el
-caid inclinó varias veces la cabeza, como diciendo
-que estaba conforme.</p>
-
-<p>Salimos de nuevo a la calle, le dimos las gracias
-al vicecónsul y le preguntamos dónde podríamos
-alojarnos.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí no hay fondas ni posadas&mdash;nos dijo&mdash;donde
-se esté bien. Algunos franceses e italianos
-tienen huéspedes, pero los explotan. Los contrabandistas
-españoles suelen meterse en sus rincones,
-donde no se puede vivir. Aquí tendrán ustedes que
-dirigirse a los judíos.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, pero nosotros no conocemos a nadie...</p>
-
-<p>&mdash;Bien, yo preguntaré.</p>
-
-<p>El vicecónsul fué a ver al rabino Samuel Silva, le
-explicó el asunto, y el rabino le encaminó a casa de
-la señora de Toledano, viuda de un comerciante, que
-vivía con cuatro hijas y dos criadas.</p>
-
-<p>Fuimos a ver a la viuda de Toledano, y nos encontramos
-con que hablaba muy bien el español.</p>
-
-<p>Se llamaba esta mujer Mesoda Ben Asayag y era
-viuda de un comerciante al por menor, también
-judío.</p>
-
-<p>El vicecónsul le indicó lo que pretendíamos, y la
-viuda aceptó; dijo que tenía en la casa la planta baja
-desocupada, con cuatro cuartos bastante grandes,
-y que viéramos si nos acomodaba.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos allá&mdash;dije yo.</p>
-
-<p>Nos enseñó las habitaciones, anchas y limpias.</p>
-
-<p>&mdash;Esto está muy bien&mdash;le dijimos&mdash;. Pónganos
-usted una cama en cada cuarto, y en el otro una
-mesa y unas cuantas sillas.</p>
-
-<p>Dijo que lo arreglaría en seguida, nos explicó qué
-comida nos iba a dar, y añadió que nos llevaría dos
-pesetas por cada uno.</p>
-
-<p>Dimos las gracias más efusivas al vicecónsul, por
-habernos llevado allá, y el hombre nos indicó que
-contáramos con él para lo que necesitáramos y que,
-después de comer, fuéramos a su casa a pasar
-el rato.</p>
-
-<p>A las cinco de la tarde una criada nos avisó para
-que subiéramos a comer. Subimos y encontramos la
-mesa puesta; el mantel limpio, platos de loza de color
-y cubiertos de madera. En vez de sillas, había
-bancos. Entró la señora de Toledano con sus cuatro
-hijas, de muy modesto porte y muy bonitas.
-Hablaban todas el castellano con un acento medio
-andaluz, pronunciando las eses como zedas, un
-acento que no dejaba de tener gracia.</p>
-
-<p>La mayor tendría unos veinte años, y la menor,
-unos catorce. Todas eran morenas, menos la segunda,
-Sara, que era rubia, casi pelirroja. Las saludamos
-amablemente. La madre se sentó con dos de sus hijas
-a un lado y dos al otro, y nosotros en lo restante
-de la mesa.</p>
-
-<p>Después de comer fuimos a ver al vicecónsul,
-hombre abierto de genio, que tenía una familia numerosa
-muy simpática, y nos dió una porción de
-indicaciones concernientes a las costumbres que
-había que seguir allí. Le pedimos un poco de papel,
-nos lo dió y volvimos a casa. Conferenciamos con
-la señora de Toledano acerca de la manera de tener
-luz; nos trajo un velón de cuatro mecheros, enviamos
-a la criada por aceite, encendimos el velón, lo
-pusimos encima de la mesa y nos sentamos alrededor.</p>
-
-<p>Borja Tarrius estaba contento.</p>
-
-<p>&mdash;Creo que en Tánger podemos pasarlo bien y
-muy barato&mdash;dijo&mdash;, y habrá cosas curiosas que ver.</p>
-
-<p>Moreno Guerra estaba taciturno.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué le pasa a usted?&mdash;le dije.</p>
-
-<p>&mdash;Esto es una cartuja&mdash;exclamó él&mdash;; aquí no va
-a haber con quién hablar. ¡Luego estas calles sucias,
-con estos moros asquerosos!</p>
-
-<p>Me indignó tan importuna queja y no dije nada.</p>
-
-<p>A las nueve nos volvieron a llamar para comer, y
-tomamos té con hierbabuena, pan y manteca.</p>
-
-<p>Le pregunté a la dueña cuándo se podría escribir
-a Gibraltar, y me dijo que tuviera la carta preparada
-para las diez de la mañana del día siguiente.</p>
-
-<p>Escribí a la posada de Gibraltar en donde habíamos
-estado Borja Tarrius, Moreno Guerra y yo, pidiendo
-al amo que nos mandara la cuenta, diciéndole
-que yo había dejado allí una maleta y una
-manta, y que si se recibía una carta para mí, la enviara
-a Tánger.</p>
-
-<p>Al día siguiente, por la mañana, le di la carta a la
-dueña y fuí a llamar a Borja Tarrius y a Moreno
-Guerra; ninguno de los dos había dormido, preocupados,
-sin duda, con el porvenir.</p>
-
-<p>Por la tarde anduve yo por la ciudad; vi el Zoco,
-la Alcazaba, y salí por las afueras a pasear por el
-Marshan. Al volver me encontré con Borja y Moreno,
-que charlaban en el cuarto, y, por la noche, la
-dueña me trajo contestación a mi carta de Gibraltar.
-Según decía el posadero seguía allí la aglomeración,
-y no se sabía qué hacer con los emigrados.</p>
-
-<p>Fuimos a cenar. Moreno Guerra estaba tan alicaído
-que la dueña le preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Está usted malo?</p>
-
-<p>&mdash;Sí. Más malo de espíritu que de cuerpo. Me
-falta la vida, las amistades, la sociedad... No sé si
-me podré acostumbrar al trato de estos moros.</p>
-
-<p>&mdash;¡Y qué diría usted&mdash;dijo la viuda de Toledano&mdash;si
-viviese bajo la condición que vivimos nosotros
-los hebreos! Nos insultan, nos apedrean, nos
-tiran lodo a la cara, y, como no tenemos autoridades
-ni cónsules, nos callamos.</p>
-
-<p>Moreno Guerra se encogió de hombros. Parecía
-mentira que un hombre tan grandón, que tenía fama
-en España de valiente y atrevido, fuera tan pusilánime
-y tan blando.</p>
-
-<p>&mdash;No hay que acobardarse&mdash;repuso la señora de
-Toledano&mdash;. Si se mete usted en esa habitación de
-abajo, en la obscuridad, sin ver a nadie, le entrará a
-usted la melancolía. Suba usted al cuarto donde trabajamos
-mis hijas y yo, y allí hablaremos.</p>
-
-<p>&mdash;Tiene usted razón, señora&mdash;dijo Borja Tarrius&mdash;;
-no hay que apocarse. En Tánger hemos sido
-recibidos con una caridad y un afecto que agradecemos
-en el fondo del alma; estamos perfectamente
-hospedados y mantenidos: no podemos desear más.
-Ahora, a mi amigo Moreno Guerra le sucede que ha
-vivido en esta última época en un ajetreo constante
-y en una constante inquietud, y al venir aquí a esta
-soledad queda aplastado.</p>
-
-<p>&mdash;Si lo comprendo&mdash;dijo Mesoda&mdash;; por eso le
-digo que suba al taller donde trabajamos nosotras,
-para entretenerse; suele venir el rabino de Tánger a
-visitarnos, y como es un hombre culto hablará con
-ustedes.</p>
-
-<p>Fuimos al taller y charlamos, mientras las chicas
-y la madre y dos o tres aprendizas trabajan en bordar
-con sedas de oro y plata babuchas, bolsas para
-dinero, cinturones, arneses de caballo, etc.</p>
-
-<p>Borja Tarrius, curioso por todo cuanto fuera industria,
-hizo a Mesoda y a sus hijas una serie de
-preguntas acerca de cómo trabajaban y dónde vendían
-sus productos.</p>
-
-<p>&mdash;En general se venden en Gibraltar, y los llevan
-a Túnez, a Trípoli, a Fez, y pasan por bordados hechos
-por moras&mdash;contestó la señora Toledano.</p>
-
-<p>Borja Tarrius que sabía mucho, examinó los bordados
-y dijo primero que el dibujo era un tanto defectuoso,
-y después indicó a Mesoda y a sus hijas
-que perdían mucho tiempo haciendo cada una todas
-las labores que exigía un bolso, o una babucha; que
-debían hacer la división del trabajo: una cortar,
-otra coser, otra bordar, etc., etc.</p>
-
-<p>Para demostrar su tesis, explicó con toda clase
-de detalles cómo se fabricaban los alfileres en las
-fábricas de Europa.</p>
-
-<p>Como hablaba con tanta persuasión, las convenció.</p>
-
-<p>Al día siguiente se hizo la prueba de la división
-del trabajo, y, efectivamente, se produjo casi el
-doble.</p>
-
-<p>La señora de Toledano estaba maravillada.</p>
-
-<p>Mientras trabajaban las bordadoras, Borja Tarrius
-les habló de la historia de Tánger y de Cartago,
-y del pueblo judío, y nos tuvo a todos entretenidos.</p>
-
-<p>Al cuarto día de estar en Tánger apareció en casa
-el Niño de Baza. Venía bien vestido, limpio y perfilado.
-Era un muchacho guapo. Tenía el tipo del andaluz
-bonito, una cara de medalla romana y los
-ojos de gitano. Me dijo con mucha zalamería que le
-perdonara si había estado grosero en la barca, pero
-era que se encontraba entonces cansado, enfermo,
-sin dormir. Se había quedado solo en Tánger; su
-padre había marchado a España, y él andaba buscando
-un sitio donde trabajar.</p>
-
-<p>Las chicas de casa le vieron al entrar y salir.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quién es ese muchacho?&mdash;me preguntaron
-Sara y Rebeca.</p>
-
-<p>Yo le dije a Mesoda:</p>
-
-<p>&mdash;No he querido traer a ese joven aquí, donde hay
-tantas muchachas. No vaya a ser un gavilán entre
-palomas.</p>
-
-<p>&mdash;Pues ¿qué ha hecho?</p>
-
-<p>Le dije que me parecía un muchacho violento,
-vengativo, que su padre era gitano...</p>
-
-<p>Nada de esto le parecía muy grave a Mesoda.</p>
-
-<p>&mdash;Si a usted no le importa, por mí puede venir
-a casa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! Pues que venga.</p>
-
-<p>Al día siguiente volvió a presentarse el Niño de
-Baza.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno&mdash;le dije yo&mdash;, con estas chicas, nada.</p>
-
-<p>&mdash;No tenga usted cuidado.</p>
-
-<p>&mdash;Ya sabemos que eres irresistible.</p>
-
-<p>&mdash;No tanto, don Eugenio.</p>
-
-<p>El Niño de Baza no comprendía la ironía, afortunadamente
-para él.</p>
-
-<p>Este mismo día apareció el rabino de Tánger, el
-señor Samuel Silva, en casa de Mesoda, y hablaron
-él y Borja Tarrius. El rabino llevó la conversación a
-cuestiones de historia bíblica, donde se consideraba,
-sin duda, fuerte; pero Borja Tarrius sabía de esto
-mucho y le hizo unas observaciones al rabino sobre
-el libro de Esdras y el de Job, y el <i>Eclesiastés</i>, que
-quedó el hombre asombrado. Yo, como no he leído la
-Biblia, porque, la verdad, me ha aburrido desde el comienzo,
-no seguí la discusión en todos sus detalles.</p>
-
-<p>Mientrastanto, el Niño de Baza cambiaba unas
-miradas incendiarias con las chicas, que se reían y
-coqueteaban con él. Sobre todo, Sara, la roja, era
-una mujer de cuidado.</p>
-
-<p>Los días siguientes, desde la mañana hasta la
-noche, los pasamos en el taller de Mesoda, Moreno
-Guerra, Borja, el Niño de Baza y yo; ayudábamos
-a las muchachas a cortar el cuero de tafilete, a preparar
-las agujas, los hilos de seda de oro y plata y a
-pulimentarlos con colmillos de jabalí.</p>
-
-<p>Borja Tarrius pidió al vicecónsul un diccionario
-viejo de antigüedades, con un atlas, que había visto
-en su casa. El vicecónsul se lo prestó y Borja estuvo
-tomando notas e hizo una porción de modelos con
-nuevos adornos y nuevas grecas. Dibujó hasta diez
-modelos. Se hicieron éstos, unos más complicados,
-otros menos, y se enviaron a Gibraltar con sus precios
-respectivos.</p>
-
-<p>En cada bolsillo se venía a sacar tres pesetas de
-beneficio, según el cálculo de Borja Tarrius.</p>
-
-<p>Días después, el hijo de Mesoda envió cuarenta
-duros; había vendido los diez bolsillos inmediatamente
-a un comerciante de Argel, que le encargó
-veinte docenas más de la misma clase en dos remesas.
-Los que se le enviaron los vendió a cinco duros.
-En cada uno se ganaron trece pesetas.</p>
-
-<p>Mesoda y sus hijas estaban locas de contento.
-Las chicas llamaban papá a Borja Tarrius, y pensaban
-en arreglar la casa y en hacer viajes.</p>
-
-<p>Cuando se mitigó la alegría, Mesoda dijo a Tarrius:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hacemos? Usted disponga.</p>
-
-<p>&mdash;¿Usted tiene dinero?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos a hacer el presupuesto para los doscientos
-cuarenta bolsos.</p>
-
-<p>Borja Tarrius tomó un papel e hizo una porción
-de números.</p>
-
-<p>&mdash;Se necesitan unos cincuenta duros de material&mdash;dijo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Nada más?</p>
-
-<p>&mdash;¿Le parece a usted poco? ¿Los tiene usted?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿No habrá dificultad en adquirirlo?</p>
-
-<p>&mdash;Ninguna.</p>
-
-<p>&mdash;Después, lo que se necesita son cuatro o cinco
-obreras. ¿Habrá aquí buenas bordadoras?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, pero cobran mucho.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pues, cuánto cobran?</p>
-
-<p>&mdash;Seis y siete reales al día.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bah! Eso no es nada. Se puede pagar el doble.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y si se enteran y copian los dibujos de los
-bordados?</p>
-
-<p>&mdash;No; no tienen tiempo. Usted les dice que es un
-encargo que ustedes tienen y les da los bolsillos ya
-dibujados.</p>
-
-<p>Al día siguiente se compró el material y comenzó
-a cortarse el tafilete. Tarrius tenía la alta dirección.
-Moreno Guerra y yo calcábamos los dibujos,
-los agujereábamos con un alfiler y, después,
-con una muñequita llena con polvo de carbón,
-estampábamos y perfeccionábamos los dibujos con
-lápiz.</p>
-
-<p>Al día siguiente Mesoda trajo cinco obreras judías,
-que las llevó a la sala del piso bajo, que antes
-ocupábamos nosotros.</p>
-
-<p>Moreno Guerra y yo seguimos dibujando; el Niño
-de Baza cortaba; Agar y Raquel, la hija mayor y la
-pequeña, cosían, y Sara y Esther quedaron al frente
-del bordado. Las nuevas obreras eran mejores trabajadoras
-que las de casa.</p>
-
-<p>Se envió la primera remesa a Gibraltar y llegó el
-dinero en seguida. Cerca de quinientos duros. La
-viuda de Toledano quedó loca de contenta. Quería
-dar dinero a Tarrius, pero le dolía desprenderse de
-él. Le hacía continuas zalamerías. ¡Era tan bueno!
-Sus hijas y ella no se olvidarían nunca de lo que
-había hecho en su obsequio.</p>
-
-<p>Mesoda tenía la angustia de ganar, y no se preocupaba
-de nada más.</p>
-
-<p>Yo veía al Niño de Baza que intimaba mucho con
-Sara la roja, pero también lo veía la madre y parecía
-que no daba importancia a la cosa. A Borja Tarrius
-le llegaban enfermos que iban a consultarle.
-Borja se limitaba a recomendar prácticas higiénicas.</p>
-
-<p>Llevábamos veinte días en Tánger, cuando recibí
-una carta de un señor Gargollo, representante de mi
-tío Ibargoyen, el mejicano. A este Gargollo le había
-escrito yo al llegar a Gibraltar. Me decía que había
-girado a mi nombre a esta plaza cinco mil pesetas a
-la casa de Banca de Benolié y Compañía, y que al
-mismo tiempo me recomendaba a este banquero. Le
-escribí al señor Benolié diciéndole dónde estaba, y
-a los dos o tres días apareció en mi casa un judío
-viejo, con un aire muy venerable, a ofrecerme de parte
-de Benolié lo que necesitara. Se llamaba este judío
-Samuel Lione.</p>
-
-<p>La patrona mía se quedó maravillada; dijo que
-Samuel era el hombre más rico de Tánger, y que
-cuando iba a Fez visitaba al Sultán.</p>
-
-<p>Debíamos ser nosotros gente de una gran importancia
-cuando Samuel Lione venía a nuestra casa.</p>
-
-<p>Pregunté qué era, y la señora de Toledano dijo
-que era banquero y tratante de esclavos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y gana mucho con esto?</p>
-
-<p>&mdash;Muchísimo. Todos los años manda una o dos
-caravanas a Tumbuctu, en las que ganará muchos
-miles de duros.</p>
-
-<p>El Niño de Baza oyó esto con los ojos brillantes.</p>
-
-<p>Al día siguiente me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Oiga usted, don Eugenio.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hay?</p>
-
-<p>&mdash;No va usted a visitar a ese viejo judío Samuel?</p>
-
-<p>&mdash;Pues, ¿por qué?</p>
-
-<p>&mdash;Porque si va usted, yo quisiera acompañarle.</p>
-
-<p>&mdash;¿Para qué?</p>
-
-<p>&mdash;Para ir en una caravana a comprar esclavos.</p>
-
-<p>Me quedé asombrado.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, bueno. Ven mañana por la mañana y le
-visitaremos.</p>
-
-<p>Al día siguiente se presentó el Niño de Baza muy
-elegante y atildado; yo me vestí, y con un chico de
-la vecindad fuimos a casa de Samuel.</p>
-
-<p>La casa era de aspecto más humilde que la de
-Mesoda. Nos recibió el señor Samuel en un despacho
-muy mísero de la planta baja, con grandes saludos
-y zalemas, y nos hizo sentarnos. Este Shylock
-hablaba de una manera balbuceante y lacrimosa.
-Nuestra santa nación, nuestra tribu, el patriarca
-Abraham estaban a cada momento en su boca. Durante
-su charla se interrumpía para dar una indicación
-a dos escribientes que tenía, los dos, sin duda,
-judíos, de cara atormentada y labios gruesos.</p>
-
-<p>Le avisaron para almorzar, y yo me levanté con
-intención de marcharme; pero Samuel me agarró de
-la mano.</p>
-
-<p>&mdash;No, no; venid&mdash;me dijo&mdash;; que venga con vos
-este joven cristiano; comeréis conmigo, la miseria
-que uno tiene.</p>
-
-<p>Subimos una escalera estrecha y llegamos a un
-comedorcito pequeño que daba a un patio, con una
-puerta, lleno de macetas con flores. Estaban en el
-comedor la mujer y una hermana de Samuel, dos
-hijas de unos cincuenta años, un hijo y una porción
-de nietos, entre los cuales había una muchachita de
-unos diez y siete o diez y ocho años, muy bonita.</p>
-
-<p>Entre todas estas caras judaicas había el tipo correcto
-y muy perfilado y el tipo un poco repulsivo
-del judío narigudo, con los labios gruesos y abultados
-y los ojos pequeños.</p>
-
-<p>Había en toda la casa un olor a cerrado y al mismo
-tiempo a estoraque, o alguna otra cosa aromática,
-que no me hizo ninguna gracia.</p>
-
-<p>Sirvieron el almuerzo, que consistió en té con
-leche, tostadas con manteca, miel y un líquido
-dulce, con gusto a naranja. En lugar de pan, nos
-dieron unas tortas redondas y muy delgadas,
-sin sal.</p>
-
-<p>El Niño de Baza estuvo de conquistador con la
-nieta de Samuel. Sabía que la chica era rica, y preparó
-en seguida sus baterías.</p>
-
-<p>Después de almorzar volvimos de nuevo al despacho
-y hablamos.</p>
-
-<p>&mdash;No creáis que tengo una fortuna grande...&mdash;nos
-dijo Samuel Lione&mdash;. No, no..., una pequeñez, un
-mediano pasar. No hagáis caso de lo que os digan
-en Tánger acerca de mí. No, no. ¡Por el patriarca
-Abraham! ¡Qué más quisiera yo!</p>
-
-<p>Le dije que no me habían hablado de él en Tánger,
-y que había ido a verle para saludarle y para
-presentarle aquel joven español que, habiendo oído
-hablar de que él organizaba caravanas al centro de
-Africa, quería ir en una de ellas.</p>
-
-<p>Samuel Lione sonrió al Niño de Baza y le alabó
-su afición al comercio. Después nos explicó sus negocios.
-Se dedicaba principalmente a la trata de
-esclavos, que compraba en Tumbuctu, y a veces en
-el Sudán.</p>
-
-<p>En Fez, en Mezquínez y en Marrakech tenía depósitos
-de esclavos. Nos dijo que él proveía al sultán
-y a los principales magnates del imperio de esclavas
-negras para los harenes, que hacía venir del interior
-de Africa; negras que eran de una raza especial muy
-fea para nuestra vista por sus morros salientes y su
-nariz chata, pero que a los moros les parecían huríes
-de Mahoma.</p>
-
-<p>Añadió que recibía remesas de cuando en cuando
-de veinte o treinta niñas, de diez a doce años, en Tafilete,
-donde tenía un gran depósito, y, a manera de
-hospital, que allí apartaba las que tenían lepra, les
-curaba a las otras la sarna, las demás enfermedades
-y los parásitos; luego, con baños, purgas y frotaciones
-y mucho alimento, las engordaba y las ponía lucidas
-como los cristianos engordan esos animales,
-que son la abominación de Jehová y que se llaman,
-con perdón, cochinos.</p>
-
-<p>Mudaban enteramente de piel y de pelo las negras,
-y se ponían relucientes como espejos.</p>
-
-<p>A los catorce años las llevaban al mercado, y acudían
-los corredores a comprarlas, procediendo a un
-reconocimiento escrupuloso antes de cerrar el trato.</p>
-
-<p>Los compradores las conducían con mucho cuidado
-a su destino, en una especie de jaulas, que colocaban
-en camellos, y muy cubiertas con toldos
-para que no les diese el sol, ni las viesen los curiosos.</p>
-
-<p>Este comercio era el más productivo para él; ¡pero
-había tanto gasto! En Tumbuctu tenía una factoría
-exclusivamente destinada para sus compras.</p>
-
-<p>Era el único comerciante dedicado a este honrado
-tráfico.</p>
-
-<p>También recibía de Tumbuctu oro en polvo, marfil
-y plumas de avestruz, y enviaba, a cambio, telas
-que compraba a poco precio en las almonedas de
-Gibraltar.</p>
-
-<p>Lione me dijo que a los veinticinco años había
-hecho dos viajes a Tumbuctu, la lejana ciudad
-de Africa, atravesando el gran Desierto. Entonces
-era Tumbuctu tan misteriosa que algunos dudaban
-de su existencia.</p>
-
-<p>Samuel Lione con esa rápida efusión que suelen
-tener a veces las gentes que viven aisladas, nos contó
-sus viajes a Tumbuctu con cierto énfasis. Nos
-habló con entusiasmo del Desierto, de las caravanas
-de cientos de camellos, que apenas dejan huella en
-la arena dura; de la forma del terreno arenoso, siempre
-igual y siempre distinto, como el mar; de las angustias
-al no encontrar los oasis con agua; del tener
-que beber a veces la sangre de los camellos... Todas
-estas dificultades y penas estaban compensadas,
-porque en dos o tres viajes se podía uno enriquecer.</p>
-
-<p>Mientras hablaba Samuel se veía la mezcla del
-miedo con el deseo de la ganancia.</p>
-
-<p>Unía cierta elocuencia florida al acento llorón y
-sibilante.</p>
-
-<p>En medio de toda su blandenguería se notaba que
-el buen Samuel era un águila para el comercio y
-que hubiera vendido hasta a su padre. Luego Lione
-nos habló de sus antepasados, que eran españoles,
-que habían vivido en Medina del Campo y habían
-sido expulsados de Castilla en tiempo de Felipe III.
-Su apellido verdadero era León, o de León, y al refugiarse
-en Francia lo afrancesaron y lo convirtieron
-en Lione. Tenía todos los papeles y títulos de pertenencia
-de la familia y hasta la llave de la casa
-de Medina.</p>
-
-<p>Respecto a la pretensión del Niño de Baza, dijo
-que fuera por allí, y que ya vería.</p>
-
-<p>Después de cuatro horas de charla me volví a
-casa de Mesoda.</p>
-
-<p>Al día siguiente pasé de nuevo por el despacho
-de Samuel Lione, que me prestó cien duros. Le dije
-a Borja Tarrius y a Moreno Guerra que me marchaba
-a Gibraltar y que les escribiría. Borja Tarrius me
-indicó que le habían encargado aquel mismo día de
-la educación de los hijos de varios cónsules europeos
-de Tánger; que ya tenía medios fáciles de vida,
-y que preferiría un país templado como aquél que
-un país frío como Inglaterra, y que se quedaba definitivamente
-allá.</p>
-
-<p>Moreno Guerra me dijo que le avisara adónde iba
-y lo que hacía.</p>
-
-<p>Comimos, charlamos mucho, me despedí de la familia
-judía, me acompañaron Borja y Moreno hasta
-la lancha, y me fuí a Gibraltar.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Después de bastantes años, le vi a Borja Tarrius;
-me dijo que el Niño de Baza se había casado
-con la nieta de Lione y había tenido un hijo con la
-Sara. El Niño de Baza, hecho un completo bandido,
-llegó a ser hombre de fama en el país, y en una de
-las expediciones al centro de Africa le mataron en
-el Desierto.</p>
-
-<p>Respecto a Sara la roja, se escapó con un inglés
-rico, y vivía por entonces en Inglaterra hecha una
-princesa. Moreno Guerra murió misteriosamente,
-poco después de ir a Tánger. Según algunos le envenenaron
-en el viaje de Gibraltar a Londres.</p>
-<hr class="chap" />
-
-
-
-<h2>ROSA DE ALEJANDRÍA</h2>
-
-
-
-
-<h3 id="III_I">I.<br />
-EL VIAJE A EGIPTO</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Puesto</span> que deseas que siga la narración de mi
-vida, amigo Pello, dijo Aviraneta, la seguiré.</p>
-
-<p>A mediados de noviembre de 1823 salí de Tánger
-y llegué a Gibraltar, donde me esperaban en el
-muelle el hijo de la señora Toledano y el dependiente
-principal de Benolié, el banquero.</p>
-
-<p>Me llevaron a casa de un judío que me cedió un
-gabinete muy bonito, y me dieron una carta de residencia
-del Estado Mayor de la plaza.</p>
-
-<p>El señor Benolié era hombre rico, banquero de
-mucha influencia, y vivía muy en grande en una
-casa a la inglesa. Me presenté a él, me trató muy
-amablemente y me dijo que fuera a su casa cuando
-me pareciera.</p>
-
-<p>Fuí una vez por cumplir y no volví. Me cansé en
-seguida de Gibraltar. Ya no tenía allí amigos. Los
-liberales españoles se habían marchado. Aquello me
-parecía un sitio estrecho, de lo más antipático del
-mundo.</p>
-
-<p>Un día que estaba en mi gabinete, tendido en el
-sofá divagando, apareció el señor Benolié.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué le pasa a usted?&mdash;me dijo&mdash;. ¿Está usted
-enfermo?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, algo enfermo debo estar, pero principalmente
-estoy aburrido; yo no puedo vivir así. Me he
-acostumbrado a otra vida.</p>
-
-<p>El señor Benolié quizá creyó que le quería decir
-que tenía hábitos más fastuosos, y sonrió suponiendo
-que era una fanfarronada de español.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pues cómo ha vivido usted?&mdash;me dijo con ironía
-judaica.</p>
-
-<p>Yo le conté brevemente mis andanzas de guerrillero
-y de conspirador, y como vi que le interesaban
-di detalles y más detalles. El señor Benolié se quedó
-tan asombrado, que creo que si le hubiera dicho que
-yo no era un hombre, sino un trasgo o un gnomo,
-no hubiera tenido tanto asombro.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pero usted ha vivido de esa manera!&mdash;exclamó
-varias veces.</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;Es extraordinario. Yo tenía otra idea de los
-guerrilleros. ¿Y para qué ha vivido usted así? ¿Ha ganado
-usted mucho con eso?</p>
-
-<p>&mdash;Nada. El poco dinero que tenía lo he perdido.</p>
-
-<p>A Benolié no le cabía esto en la cabeza.</p>
-
-<p>&mdash;Con la actividad y la energía que ha desplegado
-usted inútilmente, puesta en el comercio se hubiera
-usted hecho millonario.</p>
-
-<p>Esta observación de judío le parecía a él un argumento
-irrebatible.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, es posible&mdash;contesté yo&mdash;; pero en el comercio
-no hubiera puesto tanta energía. Ser rico no
-me interesa. Yo no necesito mas que el dinero imprescindible
-para comer y tener un rincón donde
-dormir. Esto se me cae encima. Yo necesito campo,
-peligros, intrigas para estar bien.</p>
-
-<p>Benolié y yo nos miramos como podrían mirarse
-un lobo y un castor.</p>
-
-<p>&mdash;Sin embargo, ¿usted piensa marcharse a Méjico
-a ser comerciante, según me ha dicho?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, si no encuentro otra cosa mejor.</p>
-
-<p>&mdash;No hay nada mejor que el comercio, señor Aviraneta&mdash;replicó
-él sonriendo&mdash;. Yo creo que usted
-no se ha dado cuenta de ello. Yo quisiera que usted
-probara a trabajar en mi casa.</p>
-
-<p>&mdash;Probaré.</p>
-
-<p>&mdash;Yo le daré a usted el máximum de sueldo y el
-máximum de comisión.</p>
-
-<p>&mdash;Pues nada, empezaré.</p>
-
-<p>Comencé a acudir al escritorio, y fuí tan puntual
-y ordenado como pudiera serlo el primero.</p>
-
-<p>Al cabo de un mes, Benolié me llamó a su despacho.</p>
-
-<p>&mdash;Indudablemente, señor Aviraneta&mdash;me dijo&mdash;,
-no sirve usted para la vida sedentaria. No come usted,
-no bebe usted, no habla usted, y se va usted
-poniendo más amarillo que un limón.</p>
-
-<p>&mdash;Sí. Es cierto.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué ha pensado usted hacer?</p>
-
-<p>&mdash;Yo había pensado ir a Grecia y hacer la campaña
-contra los turcos; pero como todo el mundo me
-habla aquí mal de los griegos, he decidido ir a Egipto
-y ofrecerme al gobierno del virrey como oficial.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, bueno, como usted quiera. Si trata usted
-de ir a Egipto, yo le proporcionaré a usted
-barco.</p>
-
-<p>El señor Benolié se mostró muy generoso, me entregó
-cincuenta libras esterlinas, entre sueldo y comisión,
-por el trabajo que había hecho durante un
-mes en su casa. Al pensar en ir a Egipto, se me
-ocurrió llevar una mercancía a vender por allí, e hice
-mi ancheta y la metí en un gran cajón.</p>
-
-<p>El día seis de diciembre apareció un bergantín en
-el puerto de Gibraltar, que marchaba a Alejandría.
-Era un bergantín nuevo, sin nombre. Iba tripulado
-por la marina de guerra inglesa; lo llevaban para entregarlo
-al virrey de Egipto.</p>
-
-<p>Bajaron el capitán sir John y dos oficiales, y fueron
-a visitar a Benolié. Benolié les habló de mí, y el
-capitán sir John le dijo que con mucho gusto me
-llevaría en su barco hasta Alejandría, puesto que
-era liberal y amigo suyo.</p>
-
-<p>Al día siguiente se condujo al barco mi cajón de
-mercancías, al que le pusieron precintos de plomo y
-una etiqueta con el escudo de Inglaterra.</p>
-
-<p>El capitán sir John dijo que, para ir a bordo,
-debía marchar vestido de guardia marina.</p>
-
-<p>Benolié me envió a su sastre, para que me hiciera
-un traje completo de guardia marina, que se componía
-de chaqueta y pantalón azul, chaleco de grana
-y polainas. Me trajeron también a casa un kepis, un
-sombrero redondo de hule y un capote de goma.</p>
-
-<p>Benolié me entregó la víspera de mi partida dos
-cartas de recomendación: una para el general Boyer
-y la otra para un comerciante judío de Alejandría,
-corresponsal suyo, que se llamaba Isaac Bonaffús.</p>
-
-<p>A las seis de la mañana del día diez de diciembre,
-en un lanchón de Benolié, me dirigí al bergantín, en
-compañía de Toledano. El bergantín había levado
-anclas y extendido algunas velas.</p>
-
-<p>Estreché la mano de mi amigo, quien volvió en
-una lancha, y me dirigí, acompañado de un mozo, a
-mi camarote.</p>
-
-<p>A las seis y media zarpó el bergantín, con viento
-fresco, y dejamos al poco rato de ver Gibraltar y las
-costas de Africa.</p>
-
-<p>Al mediodía el viento se hizo más fuerte, y, al comienzo
-de la tarde, se desarrolló un ventarrón furioso.
-Se recogieron las velas y casi a palo seco fuimos
-marchando por el mar, sin rumbo.</p>
-
-<p>Yo llevaba días sin dormir bien, y no sé si por el
-medio mareo que tenía o porque bebí un poco de
-vino, el caso fué que me eché en la cama y no desperté
-hasta el día siguiente a las once. Al salir vestido
-a cubierta, sir John, el capitán, comenzó a reír
-al verme y me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Usted es un lobo de mar.</p>
-
-<p>&mdash;Pues, ¿por qué?</p>
-
-<p>&mdash;Porque ha podido usted dormir cuando todo el
-equipaje andaba mareado. Hemos tenido un huracán
-terrible.</p>
-
-<p>Pasé con sir John a la cámara de oficiales, donde
-vi que había dos tenientes, echados de bruces sobre
-la mesa, estudiando un gran mapa.</p>
-
-<p>Aunque yo no los entendía, porque hablaban inglés,
-comprendí que estaban buscando la posición y
-el derrotero del barco.</p>
-
-<p>Sir John, a quien le gustaba hablar francés conmigo,
-me dijo que íbamos a tener mal tiempo, porque
-el barómetro seguía bajando.</p>
-
-<p>No sé a punto fijo hacia dónde navegamos; yo no
-me atrevía a preguntárselo a nadie, pero sí sé que
-por la tarde del tercer día se nos presentó el viento
-de proa y empezamos a dar bordadas.</p>
-
-<p>A eso de las once de la noche comenzó una tormenta
-espantosa: una de rayos, de truenos, de granizo,
-que no paraba un momento.</p>
-
-<p>El capitán y los oficiales estaban de observación
-en la cámara; los marineros esperaban órdenes en el
-puente.</p>
-
-<p>Yo no podía hacer allí nada más que estorbar.
-Antes de meterme en la cama, agarrándome a lo que
-pude, llegué a la cocina y le compré al cocinero víveres.
-Desde nuestra salida de Gibraltar no se había
-encendido la cocina. El cocinero me puso en un talego
-una docena de galletas, medio queso, dos tarros
-de mermelada, dos botellas de vino de Jerez y un
-frasco de aguardiente. Llegué a tientas a mi camarote,
-cerré la puerta, porque entraba agua, y me
-dije:</p>
-
-<p>&mdash;Hay que entregarse al destino.</p>
-
-<p>Comí un trozo de queso y unas galletas con dulce,
-bebí un vaso grande de Jerez, luego una copa
-de aguardiente, encendí un cigarro y a la media
-hora estaba dormido. Nunca he tenido sueños más
-raros.</p>
-
-<p>A la mañana siguiente me desperté. Había agua
-en el suelo del camarote. Cuando abrí el ventanillo
-y miré al mar me dió el vértigo con aquel resplandor
-y aquella blancura de la espuma.</p>
-
-<p>Me pareció que el mar se hallaba más agitado,
-pero el aire más tranquilo, y supuse que esto era
-buena señal. No salí del camarote; estuve haciendo
-gimnasia, y al anochecer tomé mi trozo de queso,
-mis galletas con dulce y dos vasos grandes de Jerez,
-y dos copas de aguardiente.</p>
-
-<p>Tardé en dormirme, pero me dormí. Al día siguiente,
-al despertar con la cabeza un poco pesada, vi
-que había amainado el temporal. Abrí el ventanillo
-y vi el mar mas tranquilo, y me volví a tender en la
-cama. Estaba dormitando cuando entraron en el
-camarote el capitán y el cirujano del barco.</p>
-
-<p>&mdash;No he visto otro parecido&mdash;dijo el cirujano
-señalándome a mí&mdash;. Este es un hombre grande. ¡Y
-luego hablan de la flema inglesa!</p>
-
-<p>El capitán sir John se reía.</p>
-
-<p>&mdash;Levántese usted&mdash;me dijo&mdash;, porque tienen
-que limpiar todo esto.</p>
-
-<p>&mdash;¿En dónde nos encontramos?&mdash;le pregunté yo.</p>
-
-<p>&mdash;Nos estamos acercando a la costa francesa, a
-las islas de Hyeres.</p>
-
-<p>Me levanté, me vestí y salí a cubierta, con la cabeza
-un tanto pesada.</p>
-
-<p>Antes del mediodía llegamos a la isla de Porquerolles,
-donde anclamos. Examinaron los oficiales y
-el contramaestre el casco del barco, que tenía alguna
-avería insignificante; lo limpiaron los marineros por
-dentro y por fuera, secaron el velamen y a las veinticuatro
-horas estaba el bergantín tal como había
-salido de Gibraltar.</p>
-
-<p>Se compraron víveres, se encendió la cocina, y
-comimos por primera vez caliente y de una manera
-espléndida.</p>
-
-<p>La marinería tuvo también un gran banquete, con
-carne fresca y pan del día, y el capitán regaló a
-los marineros una pipa de vino.</p>
-
-<p>A media noche nos hicimos a la vela con un
-tiempo hermoso, y a los doce días de dejar las
-costas de Francia estábamos a la vista de Alejandría.</p>
-
-<p>En todo el trayecto, el capitán sir John tuvo para
-mí muchas consideraciones, sentándome a su mesa
-en unión de los oficiales y del médico.</p>
-
-<p>Tenía sir John algunos libros, y me prestaba los
-que le pedía. Me dejó el libro de Volney, sobre
-Egipto y Siria, y los viajes de Ali Bey.</p>
-
-<p>Al llegar a la vista del puerto de Alejandría
-la organización y la etiqueta del barco variaron. El
-capitán dejó su familiaridad y se convirtió en un jefe
-frío y desdeñoso. Su cámara quedó convertida en
-el palacio de un sátrapa con su correspondiente
-guardia.</p>
-
-<p>La etiqueta era más rigurosa que en China. Yo
-tuve que salir de mi hermoso camarote y marchar a
-la cámara de los pilotos. Uno de ellos, que tenía un
-álbum de vistas grabadas, sacó una del faro de Alejandría
-y me mostró una torre asentada sobre una
-roca, con un brasero humeante en la punta.</p>
-
-<p>Aquel era el antiguo faro, que se consideraba
-como una de las siete maravillas del mundo, dibujado
-conforme a las descripciones de los antiguos, porque
-ya no existía, y, en su lugar, estaba el castillo
-que hizo construír el sultán Solim en el siglo <span class="smcap">XVI</span>.</p>
-
-<p>Por la mañana, al amanecer, me levanté de la
-cama y me asomé a la borda. No se veía mas que
-la costa baja, amarillenta, iluminada por el sol; la
-ciudad, vagamente, y la columna de Pompeyo, que
-se destacaba con claridad.</p>
-
-<p>Estuvimos mucho tiempo parados delante de Alejandría.
-Yo sentía impaciencia y un gran deseo de
-bajar a tierra; pero como allí, en el barco, todo se
-hacía siguiendo el protocolo, tuve que esperar. Al día
-siguiente nos acercamos al puerto al amanecer; por
-la mañana llegó el cónsul inglés de Alejandría, fué a
-visitar a sir John y tuvo con él una larga conferencia.</p>
-
-<p>Pudimos contemplar la ciudad iluminada por el
-sol, que me pareció un montón de ruinas; las
-fortalezas, el faro, las torres y los mástiles de los
-barcos.</p>
-
-<p>Después de la entrevista el capitán me avisó que
-si quería saltar a tierra podía entrar en Alejandría,
-en compañía del cónsul, como súbdito inglés, sin
-que en la Aduana me molestasen.</p>
-
-<p>Fuí a dar las gracias a sir John, que me escuchó
-impasible, y me hizo un saludo militar como si no
-me conociera, y bajé a la lancha del cónsul. Pasamos
-por delante del faro actual; una bastilla, con una
-torre para señales, y alrededor de la fortaleza una
-muralla con sus cubos, que rodean la isla. Entramos
-en el puerto de Eunostos y desembarcamos cerca de
-la Aduana. Yo subí en un coche que esperaba al
-cónsul y fuí con él hasta su casa.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="III_II">II.<br />
-LA CASA DE CHIARAMONTE, EL MALTÉS</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Me</span> invitó el cónsul a desayunar en su casa.
-Tomé una taza de café con leche y un poco
-de dulce, y fumamos un cigarro.</p>
-
-<p>&mdash;Dígame usted ahora qué piensa hacer. Yo voy
-a trabajar&mdash;me dijo.</p>
-
-<p>&mdash;Quisiera que me indicaran las señas de un
-judío, Isaac Bonaffús, a quien estoy recomendado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Bonaffús? Lo conozco&mdash;me dijo el cónsul&mdash;.
-Un criado mío le acompañará a usted a su tienda.
-Deje usted la maleta aquí, y luego pueden venir
-a buscarla.</p>
-
-<p>Me despedí del cónsul, y con el criado bajé al
-portal. Salimos. Atravesamos unas callejuelas y llegamos
-a una calle hermosa y recta, con aceras, la
-calle de los Francos, y, como a la mitad, nos paramos
-en una casa de un piso, que tenía una tienda
-pintada de rojo, que cogía toda la fachada. Entramos
-en ella. Un dependiente nos advirtió que el principal
-no estaba en aquel momento en casa.</p>
-
-<p>El criado del consulado dijo, con el despotismo
-del inglés, que era asunto del cónsul de Su Majestad
-británica, y que lo llamaran.</p>
-
-<p>Al cuarto de hora apareció el señor Isaac Bonaffús,
-un hombre rechoncho, de barba negra, de mechones
-muy blancos, con una cara del color de una
-vejiga de manteca, vestido con una túnica azul y
-gorro griego.</p>
-
-<p>El señor Bonaffús me preguntó secamente en qué
-podría servirme; pero cuando le dijo el criado que
-era asunto del cónsul inglés se deshizo en cortesías.</p>
-
-<p>Le di una propina al criado del cónsul, que la
-tomó, a pesar de su aire de caballero de la Tabla Redonda,
-y me quedé en la tienda de Bonaffús.</p>
-
-<p>Saqué mi cartera, y de ella la carta de Benolié. La
-leyó éste, la examinó y me dijo.</p>
-
-<p>&mdash;Yo estoy obligadísimo a Benolié, y usted me
-manda. ¿Qué quiere usted hacer?</p>
-
-<p>&mdash;Primero quisiera tomar un cuarto en un fonda
-o donde sea.</p>
-
-<p>&mdash;Hombre, aquí fonda buena para estar mucho
-tiempo, no hay.</p>
-
-<p>&mdash;Entonces, ¿será mejor una casa de huéspedes?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, yo creo que sería mejor. Casa de huéspedes...
-Casa de huéspedes... Ya tengo una. Es
-de un maltés que ha vivido en Gibraltar, hombre
-rico, que sabe el español. Si quiere usted, yo le
-acompaño.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno. Vamos.</p>
-
-<p>Recorrimos la calle de los Francos y fuimos por
-una callejuela de casas blancas, con puertas y ventanas
-herméticamente cerradas. Antes de llegar al
-barrio árabe nos detuvimos en una casa baja y muy
-larga, con celosías pintadas de verde. Llamamos
-varias veces con el aldabón, y apareció en una ventana
-un tipo de bandido italiano con la cara tostada
-por el sol, tuerto, y con una cicatriz que le cogía
-media cara.</p>
-
-<p>&mdash;Buon giorno, amico Chiaramonte&mdash;dijo Bonaffús.</p>
-
-<p>&mdash;¡Buon giorno! ¡Ah! ¿Dove andate, amico Bonaffús?</p>
-
-<p>&mdash;A casa vostra.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! Bene. Bene.</p>
-
-<p>&mdash;E la signora Cayetana, ¿come sta?</p>
-
-<p>&mdash;Bene. Bene. Andate ad aprir la porta&mdash;gritó
-Chiaramonte a alguno.</p>
-
-<p>Un criado abrió la puerta y pasamos adentro. Subimos
-por una escalera pequeña donde estaba Chiaramonte,
-y entre el judío y el maltés se entabló una
-conversación chapurrada en la lengua de los francos
-de Alejandría; una jerga mixta de turco y de
-griego.</p>
-
-<p>&mdash;Este señor es español&mdash;dijo Bonaffús.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! ¿Es español?</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;repuso Isaac Bonaffús&mdash;, es un español
-recomendado por Benolié, el banquero de Gibraltar,
-y por el cónsul inglés de aquí. Quiere quedarse en
-Alejandría algún tiempo, y yo le he indicado la
-casa de usted, por si ustedes le pudieran tomar de
-huésped.</p>
-
-<p>&mdash;En este asunto mi mujer y mis hijas son las
-que deciden; yo no me ocupo mas que de mis caballos&mdash;dijo
-el maltés.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno; pues llame usted a la señora Cayetana
-y a sus hijas.</p>
-
-<p>El maltés llamó a su mujer y a sus dos hijas. La
-madre era una mujerona con aire un poco africano,
-el pelo negro ensortijado, los ojos grandes y los labios
-rojos. Las hijas eran muy bonitas.</p>
-
-<p>La patrona puso dificultades sobre la asistencia, y
-únicamente se avino a tomarme de huésped a condición
-de que yo comiera con toda la familia y a las
-horas en que ellos acostumbraban.</p>
-
-<p>&mdash;Estoy conforme&mdash;le dije yo&mdash;; únicamente me
-gustaría ver el cuarto.</p>
-
-<p>Me enseñaron una sala grande, con una alcoba
-blanqueada, que tenía ventanas cerradas con celosías
-que daban a la calle.</p>
-
-<p>&mdash;Por el precio no reñiremos&mdash;me dijo la patrona&mdash;;
-tengo otro español, y a él le llevo dos pesetas
-al día, porque por ahora gana poco, y tiene un cuarto
-pequeño. A usted le llevaré tres pesetas.</p>
-
-<p>&mdash;Muy bien.</p>
-
-<p>Cerramos el trato, y el maltés mandó a un mozo
-suyo a que recogiera mi maleta en el consulado inglés,
-y yo salí con Bonaffús.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué clase de pájaro es este Chiaramonte?&mdash;le
-pregunté en la calle.</p>
-
-<p>&mdash;Es buena persona. Se puede usted fiar de él. Es
-tratante de caballos y hace contrabando. Las chicas
-son un <i>bocato di cardinale</i>, y tendrán sus doscientos
-mil francos cada una de dote. Ahora que, como
-son católicas, aquí no encontrarán novios de su religión.
-Nosotros, los hebreos, no queremos bodas
-mixtas. Pero para usted que es católico, si no es ya
-casado...</p>
-
-<p>&mdash;No, no estoy casado.</p>
-
-<p>&mdash;Entonces no le digo a usted más.</p>
-
-<p>Al llegar a la tienda del señor Isaac, le consulté
-acerca de mi ancheta y le enseñé la factura. El comerciante
-la estudió artículo por artículo, y me dijo
-que, como no había pagado flete, ni pagaría aduanas,
-ganaría el doble de su precio.</p>
-
-<p>&mdash;Mas no creo que haya usted venido en un barco
-de guerra sólo para traer un cajón de sedería o
-cosas por el estilo&mdash;añadió Bonaffús.</p>
-
-<p>&mdash;No; mi objeto es entrar al servicio del virrey de
-Egipto, que va a organizar un ejército a la europea.</p>
-
-<p>&mdash;Ya sabe usted que hay un general francés que
-lo dirige todo.</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Trae usted alguna carta de recomendación
-para él?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>Se la enseñé, la leyó, y me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Yo le puedo servir a usted de algo. Viene a mi
-casa un capitán francés, Lasalle, que es de Auch y
-se dice sobrino del general Lasalle. Este Lasalle está
-en Alejandría y parece que es un comisionado del
-virrey para recibir a los militares europeos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué clase de hombre es?</p>
-
-<p>&mdash;Pues, como todos los franceses, es muy patriota.
-Lasalle hace lo posible para favorecer a sus paisanos
-y poner toda clase de dificultades a los que
-no lo son. Hace tiempo vinieron aquí muchos jefes
-y oficiales que habían servido con Murat; luego han
-venido otros italianos de los constitucionales del
-general Pepé y no han podido entrar aquí, y se han
-marchado a servir a los griegos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Así que esto no está bien?</p>
-
-<p>&mdash;No está nada bien. Al que no le quieren, aunque
-tenga buenas recomendaciones, le aceptan y le
-ponen en una sección de disponibilidad; luego le
-envían a cualquier rincón del alto Egipto o de Siria,
-y allí tiene que vivir, con un sueldo de un franco
-cincuenta, o dos francos al día.</p>
-
-<p>&mdash;Entonces me parece que me he equivocado al
-dirigirme a esta tierra.</p>
-
-<p>Me despedí de Isaac Bonaffús, que quiso acompañarme.
-Encontramos a Chiaramonte a la puerta
-de su casa, y él y Bonaffús se embromaron el uno
-al otro sobre sus respectivos negocios.</p>
-
-<p>&mdash;Nostro amigo Chiaramonte&mdash;me dijo Bonaffús&mdash;es
-molto rico. ¡El contrabando!</p>
-
-<p>&mdash;¡Bah! ¡Bah!&mdash;repuso Chiaramonte&mdash;. ¿E voi?
-Sempre esta facendo denaro&mdash;me dijo&mdash;. Questos
-judíos son maravigliosos. ¡Oh! ¡Che canaglia!</p>
-
-<p>&mdash;E lei es molto mas rico que yo&mdash;exclamó Bonaffús.</p>
-
-<p>No me interesaban mucho estas gracias de comerciantes,
-y subí al piso principal.</p>
-
-<p>Salió la Cayetana, la mujer de Chiaramonte, y me
-pasó a una salita en donde se hallaba ella en compañía
-de sus dos hijas, que estaban haciendo labores.
-Este saloncito era muy bonito; tenía un gran
-mirador colgado sobre la calle, con muchas flores, el
-clásico diván, con sus almohadones bordados a estilo
-oriental, unas cuantas sillas de Damasco, un
-piano y varios grabados antiguos. Alrededor del salón
-había un estante y en él se veían libros de Chateaubriand,
-Walter Scott y la <i>Historia de los caballeros
-hospitalarios de San Juan de Jerusalén</i>,
-por el abate Vertot, en una edición de lujo. Las dos
-muchachas me parecieron verdaderamente encantadoras
-en la intimidad. Sobre todo Rosa era muy
-bonita. Hablaban muy bien el castellano y sabían el
-italiano y el inglés. Habían sido educadas en una
-pensión de Gibraltar.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="III_III">III.<br />
-NUESTRO AMIGO MENDI</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Estábamos</span> hablando de la vida y de las costumbres
-de Alejandría, cuando se oyeron pasos
-en la escalera y después en el corredor.</p>
-
-<p>La señora Cayetana se levantó, y en su lengua
-chapurreada dijo al que llegaba:</p>
-
-<p>&mdash;Señor Mendi. Aquí hay otro <i>spagnuolo</i> que va
-a vivir con nosotros.</p>
-
-<p>Entró el español; yo me levanté para saludarle.</p>
-
-<p>Era alto, fuerte, guapo.</p>
-
-<p>No hice más que verle y oír su voz y le dije:</p>
-
-<p>&mdash;¿Usted es vascongado?</p>
-
-<p>&mdash;Sí. ¿Y usted?</p>
-
-<p>&mdash;Yo también.</p>
-
-<p>&mdash;¿De dónde es usted?</p>
-
-<p>&mdash;De Tolosa.</p>
-
-<p>Nos dimos la mano efusivamente y hablamos en
-vascuence, produciendo la sorpresa de la familia
-Chiaramonte, que nunca había oído esta lengua.</p>
-
-<p>Me contó mi paisano que hacía tres meses que
-estaba en Alejandría, adonde había llegado en un
-barco de Marsella. Era Mendi nacional de caballería;
-había servido en Navarra y en la Rioja, como sargento,
-en la partida de un tal Mantilla, hasta la dispersión
-de la partida, a la entrada de los franceses de
-Angulema, en que había tenido que emigrar a
-Francia.</p>
-
-<p>Me dijo que se apellidaba Basterrica, pero, como
-al escaparse de España había comenzado a llamarse
-por su segundo o tercer apellido, Mendi, todo el
-mundo le conocía por Mendi, y como era más
-corto y más fácil para los extranjeros, lo había
-adoptado.</p>
-
-<p>Era Mendi hombre de unos veinticinco años, de
-gallarda figura. Se expresaba siempre con un aire
-atento y expresivo, y decía las mayores impertinencias
-con una impertérrita frescura. Hablaba el castellano
-bien, pero de una manera afectada; y esta
-afectación se elevaba de punto cuando se expresaba
-en francés. Entonces cambiaba de voz y de gestos.
-Sólo hablando el vascuence parecía natural en la
-voz y en los ademanes. Como era temprano y no
-se cenaba hasta las ocho y media, me propuso
-Mendi dar un paseo; hacía una hermosa noche
-de luna.</p>
-
-<p>Cogimos nuestros sombreros y marchamos por entre
-callejuelas. El pueblo estaba a obscuras. No había
-alumbrado en Alejandría, y donde no entraba la luz
-de la luna se iba tropezando y metiéndose en basuras.</p>
-
-<p>&mdash;Erri ziquiña au&mdash;(Este pueblo es muy sucio)&mdash;me
-decía de cuando en cuando Mendi, en vascuence,
-con su voz ronca.</p>
-
-<p>Salimos a un arenal que estaba lleno de ruinas, y
-fuimos a sentarnos en un monolito grande, que estaba
-medio sepultado al lado de otro enhiesto. Debían
-ser las agujas de Cleopatra. Cerca se levantaba una
-gran torre. Aquel paisaje, aquella ruina a la luz de
-la luna, parecía algo de ensueño. No hacía calor: una
-brisa fresca y húmeda venía del mar, que murmuraba
-a pocos pasos.</p>
-
-<p>Mendi se sentó en la piedra y me contó sus vicisitudes
-en aquel pueblo, donde, según él, no había elementos.
-Esta era su muletilla. Se había puesto a dar
-lecciones de música y de piano. ¡Música a aquellos
-bárbaros! ¡Cosa inútil! No tenía mas que pocas lecciones
-a tres duros: dos señoras, un fraile y unos
-<i>zarpajuelos</i> de judíos, como decía él.</p>
-
-<p>De pronto Mendi dejaba su voz afectada, y decía
-en vascuence, con su voz fuerte.</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo, que vivía allí en Tolosa tan bien, que me
-llevaban a la cama todos los días un tazón de leche
-caliente con azúcar! ¡Yo en este país asqueroso donde
-no hay elementos! Paisano, ¡qué final!</p>
-
-<p>Había oído decir que había chacales en los alrededores
-de Alejandría.</p>
-
-<p>Se oían aúllidos de perros o chacales en el arenal.
-No me hacía gracia estar allá.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos a casa&mdash;indiqué yo&mdash;. Dicen que hay
-por aquí chacales.</p>
-
-<p>&mdash;Chacales&mdash;exclamó Mendi, con su voz gruesa&mdash;.
-¡Qué ha de haber aquí! ¡Unos perros que suelen
-andar entre las ruinas! Se les pega una patada y
-echan a correr. Aquí no hay nada.</p>
-
-<p>Mendi me pareció un hombre simpático, pero terco
-y, sobre todo, ignorante y sin curiosidad ninguna.
-Apartándole de la música y de otras dos o tres
-cosas, en lo demás era negado.</p>
-
-<p>Volvimos a casa sin encontrar más alma viviente
-que algún perro, que nos persiguió con sus ladridos,
-y nos presentamos a la mesa de Chiaramonte. Pronto
-comprendí que el amigo Mendi se había hecho el
-amo de la casa del maltés. Todo el mundo le contemplaba
-con admiración. Mendi empleaba en su
-conversación una variedad de tonos: hablando en
-francés, era redicho y afectado; en castellano, tenía
-la tendencia a imitar a los andaluces.</p>
-
-<p>A cada paso me decía:</p>
-
-<p>&mdash;Eugenio. ¡Eh! ¡Aquella sidra de nuestro país!
-¡Aquellos <i>perrachicus</i>! Aquí no hay elementos.</p>
-
-<p>Después de cenar, Mendi pasó a una salita, con un
-piano, y fuimos todos tras él.</p>
-
-<p>Se puso a tocar, y las niñas Rosa y Margarita
-cantaron. Las pobres muchachas temblaban, porque
-el maestro era tan severo, que no les perdonaba la
-menor falta.</p>
-
-<p>&mdash;No, no. Así no es&mdash;decía Mendi&mdash;; hay que
-empezar de nuevo.</p>
-
-<p>&mdash;No sea usted pesado&mdash;le dije yo&mdash;; lo hacen
-muy bien.</p>
-
-<p>&mdash;No, paisano, no. Esto hay que hacerlo completamente
-bien, o no hacerlo.</p>
-
-<p>&mdash;Tiene razón&mdash;dijeron las chicas&mdash;; debe corregirnos
-mientras no lo hagamos tal como es.</p>
-
-<p>Chiaramonte y su mujer creían lo mismo.</p>
-
-<p>Terminamos nuestra reunión y nos fuimos a
-la cama.</p>
-
-<p>Cuando iba a entrar en mi cuarto, me gritó Mendi:</p>
-
-<p>&mdash;Eugenio, ¡eh!; aquellas sardinas que se comen
-en nuestra tierra no las encontrará usted aquí. No
-hay elementos, ya se convencerá usted.</p>
-
-<p>Me acosté, me dormí, y a la mañana siguiente fuí
-al consulado inglés y, después, a casa de Isaac Bonaffús.</p>
-
-<p>Le dije a éste que mi fardo lo habían desembarcado,
-y que, si quería, lo llevaría a su tienda. Me contestó
-que sí, pero que no lo abriría sin estar yo delante.</p>
-
-<p>Volví a mi casa y me encontré en la puerta con
-Chiaramonte.</p>
-
-<p>El maltés era un hombre de unos cincuenta
-años, tostado por el sol. Tenía, indudablemente,
-sangre de hombre del Norte; el ojo que le quedaba,
-azul como de porcelana, y el pelo, más claro que
-la tez.</p>
-
-<p>Me enseñó Chiaramonte su casa, que era grande;
-tenía hermosas cuadras y grandes almacenes de paja
-y cebada. Hablamos de caballos, y yo le solté todos
-los datos que había leído en el libro de Volney
-sobre los potros del Yemen.</p>
-
-<p>Estando hablando se presentaron las dos hijas,
-Rosa y Margarita, acompañadas de un criado; volvían
-de oír misa en el convento de franciscanos. Las
-saludé, y las dije que la noche anterior no las había
-visto bien. Eran mucho más bonitas de lo que yo me
-había supuesto.</p>
-
-<p>Rosa era rubia, con un color tan fino, tan delicado,
-que maravillaba.</p>
-
-<p>Margarita era un tipo más meridional.</p>
-
-<p>Rosa, al oír mi galantería, se puso un poco encendida,
-y Margarita se sonrió.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah el <i>espagnuolo</i>! ¡Siempre galante!&mdash;dijo el
-padre, riendo, dándome una palmada en la espalda&mdash;.
-Bueno, bueno; vaya usted a almorzar, que no
-habrá usted almorzado.</p>
-
-<p>Subí al comedor, me sirvieron el desayuno y charlé
-un rato con las dos hermanas. Me dió tristeza verlas
-a las dos solas, sin amigas, viviendo casi siempre
-encerradas.</p>
-
-<p>Hablamos de Mendi, y vi que Rosa se animaba
-mucho con esta conversación.</p>
-
-<p>Después de la charla volví a casa de Isaac Bonaffús,
-quien me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Ha estado aquí el capitán francés Lasalle y le
-he hablado de usted. Le he dado sus señas y me ha
-dicho que irá a verle.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno. Está bien ¿Arreglamos el negocio de mis
-mercancías?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, cuando usted quiera.</p>
-
-<p>Examinamos el género, que venía intacto; lo tasó
-Isaac, y yo separé un paquete grande de sedería que
-no estaba en la factura.</p>
-
-<p>Isaac me abrió una cuenta corriente en su libro de
-nueve mil y tantas pesetas, y me volví a casa.</p>
-
-<p>Al llegar me dijeron que había venido un capitán
-francés a preguntar por mí, y que volvería a la hora
-de cenar.</p>
-
-<p>&mdash;Tengo que hacerles un regalo&mdash;les dije a las
-chicas del maltés&mdash;. He traído un paquete de sedería,
-y de él he sacado tres pañolones bordados que están
-en mi cuarto. Primero elegirá Rosa; después,
-Margarita, y el que quede será para su madre.</p>
-
-<p>Se hizo la elección, y quedaron todas encantadas.</p>
-
-<p>Cuando entró Chiaramonte le llevaron a ver los
-pañolones.</p>
-
-<p>&mdash;No, no; esto no es posible&mdash;dijo el maltés tuerto&mdash;,
-esto vale mucho; yo no puedo aceptar un regalo
-así.</p>
-
-<p>Le dije que no fuera tonto, que a mí me habían
-costado poco, y que no molestara a su mujer y a sus
-hijas con tonterías.</p>
-
-<p>Chiaramonte me dió la mano.</p>
-
-<p>&mdash;¡El <i>espagnuolo</i>! ¡Siempre es así! Loco, loco.</p>
-
-<p>Llegó Mendi, que venía de visitar el convento de
-franciscanos españoles, donde tenía una lección, y
-nos sentamos a la mesa.</p>
-
-<p>Estábamos a la mitad de la cena cuando se presentó
-el capitán Lasalle. Le pregunté a Chiaramonte
-si quería que lo pasara al comedor, y me contestó
-que sí. Entró el capitán, le convidamos a cenar y dijo
-que acababa de hacerlo, y que tomaría una taza de
-café y una copa de licor.</p>
-
-<p>El tal capitán era un mocetón de unos treinta a
-treinta y cinco años, con el pecho muy abombado,
-bigote y patillas negras y grandes tufos encima de
-las orejas.</p>
-
-<p>Hablaba un francés muy gascón, y a cada paso
-decía. ¡Pardi! ¡Sacre bleu! Me pareció un hombre
-muy ordinario. Me dijo que era sobrino segundo del
-general Lasalle. Yo le conté que, en 1809, le había
-visto pasar a su tío por Burgos.</p>
-
-<p>Lasalle dijo que estaba muy contento en Alejandría;
-que en tres años había ascendido de sargento
-a capitán.</p>
-
-<p>Después de cenar tomamos café y pasamos al saloncillo,
-donde Mendi se puso al piano. Cantaron
-Rosa y Margarita. Lasalle, en una postura académica,
-las elogió, retorciéndose el bigote, con aire de
-conquistador.</p>
-
-<p>Después quiso cantar él, pero no se pudo poner
-de acuerdo con Mendi. Este, con su serenidad habitual,
-le dijo con su francés perfilado:</p>
-
-<p>&mdash;Para cantar, como para todo, amigo mío, hay
-que saber, y usted no sabe.</p>
-
-<p>El capitán se marchó muy amoscado con Mendi,
-echándole una mirada furiosa.</p>
-
-<p>Yo le dije a Mendi que para qué hablaba el francés
-así.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo así?&mdash;preguntó él.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, ¿por qué no habla usted más sencillamente,
-sin exclamaciones y sin gestos? Si no la gente cree
-que se burla usted.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pero así se habla el francés!&mdash;exclamó él&mdash;. Si
-le quita a usted al francés todo eso de: <i>¡Ah non mon
-ami! ¡Par exemple! ¡Patatí patata!</i>, no queda nada.</p>
-
-<p>No le pude convencer de que el francés así pronunciado
-tomaba un aire de caricatura cómica.</p>
-
-<p>&mdash;Ya ve usted, el capitán Lasalle se ha incomodado.</p>
-
-<p>&mdash;Que se incomode.</p>
-
-<p>&mdash;Hombre. Eso no está bien.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y para qué ha venido ese fanfarrón aquí?&mdash;preguntó
-Mendi.</p>
-
-<p>&mdash;Ha venido a buscarme.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pues qué tiene usted que hablar con él?</p>
-
-<p>&mdash;Yo quiero ver si entro en el ejército egipcio de
-comandante de escuadrón.</p>
-
-<p>&mdash;¡Usted quiere ser soldado!&mdash;exclamó Mendi&mdash;.
-¡Usted quiere andar con esas tropas de turcos sarnosos,
-asquerosos! ¡Vestido de mamarracho! No lo
-hubiera creído en un paisano mío.</p>
-
-<p>Me quedé un poco asombrado y confuso.</p>
-
-<p>&mdash;Todavía no sé si me aceptarán&mdash;dije.</p>
-
-<p>&mdash;No quiera usted ser soldado&mdash;saltó Margarita&mdash;.
-Se hará usted borracho, malo... ¿Para qué
-quiere usted ser militar?</p>
-
-<p>La madre, la Cayetana, dijo que ella tenía amor
-por el ejército, y que si no hubiera visto a su marido
-de uniforme cuando era joven y no era tuerto aún,
-no se hubiera enamorado de él. Mendi aseguró que
-a él le tendrían que prometer que le iban hacer capitán
-general, bajá de tres colas y casarle además
-con la hija del virrey para decidirle a que entrase
-en el ejército egipcio. Se discutió la cosa largamente
-y nos fuimos a la cama.</p>
-
-<p>Al día siguiente, al levantarme y asomarme a la
-ventana, le vi a Chiaramonte.</p>
-
-<p>&mdash;¡Eh! señor <i>espagnuolo</i>&mdash;me dijo&mdash;. ¿Quiere usted
-beber un vaso de leche de camella?</p>
-
-<p>&mdash;¿De camella?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí.</p>
-
-<p>Me alargó un vaso grande y la bebí toda. Era
-muy buena.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ahora qué va usted hacer?&mdash;me dijo el tuerto.</p>
-
-<p>&mdash;Voy a ir a visitarle a ese capitán francés que
-vino ayer noche.</p>
-
-<p>&mdash;¿Tiene usted sus señas?</p>
-
-<p>&mdash;Sí. Aquí las tengo escritas.</p>
-
-<p>&mdash;Bien. Yo le acompañaré a usted.</p>
-
-<p>Nos encaminamos por entre callejuelas estrechas
-y sin empedrar, con las casas bajas, sin alineación,
-con rejas y celosías y miradores que casi se tocaban
-los de una pared con los de enfrente. Algunos
-camellos disformes cargados de odres con agua, y
-adornados con collares con cuentas de cristales de
-colores, marchaban despacio, y los árabes flacos, morenos,
-como si fueran de barro cocido, con una camisa
-corta, iban de prisa, unos a pie, otros montados
-en borriquillos, llevando frutas y panes redondos
-y chatos.</p>
-
-<p>Llegamos hasta un extremo de la ciudad, cerca
-de una puerta de la muralla, donde había un mercado
-sucio, de puestos hechos con cañas y esteras,
-y nos detuvimos en un caserón antiguo y
-arruinado.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí es&mdash;me dijo Chiaramonte&mdash;. Hasta luego&mdash;,
-y se marchó.</p>
-
-<p>En el portal me encontré a un soldado, en mangas
-de camisa y con gorra de cuartel, limpiando dos
-caballos.</p>
-
-<p>Le pregunté por el capitán Lasalle.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quiere usted ver al capitán Lasalle?&mdash;me dijo,
-cantando con acento parisiense.</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;Está bien. Venga usted.</p>
-
-<p>Entramos en un patio, lo cruzamos, salimos a
-un jardín muy bien cuidado, y en un ángulo vi un
-pabellón de ladrillo, de construcción moderna, con
-una escalera de palomar.</p>
-
-<p>Subimos y apareció otro soldado, a quien el primero
-dijo que yo venía a ver al capitán Lasalle.</p>
-
-<p>Contestó que esperase un momento, y al poco
-tiempo apareció el capitán con una bata de percal
-con florones, un fez en la cabeza y una pipa en
-la boca.</p>
-
-<p>Hablamos primeramente de mi asunto, y Lasalle
-me dijo que no tuviera muchas esperanzas. Me contó
-que el general Boyer, encargado de formar el
-ejército, en aquel momento en el Cairo, estaba dominado
-por los ingleses, y que el pachá de Alejandría,
-aunque buena persona, era un antiguo mameluco.
-Me habló mucho de Ibrahim pachá y de sus favoritos.
-Ibrahim pachá, el hijo del virrey, era el que disponía
-en el ejército. Entre su séquito estaban el coronel
-francés Anthelme Seve, que había renegado y
-se llamaba Soliman Bey, y era general egipcio. Soliman
-Bey había sido protegido por un mecánico
-francés, Gonon, que le presentó a Mehemet Aly y
-había sido el primer instructor europeo de las tropas.
-Soliman vivía en aquel momento en el Cairo,
-donde tenía su harén. Me habló también de Khurschid
-pachá, que, como todos los mamelucos, era
-hombre cruel e invertido, y de un capitán corso apellidado
-Mari, que se hacía llamar Bekir Aga. Estas
-eran las personas más influyentes en la corte, sobre
-todo en cuestión de asuntos militares. Me indicó
-que si pretendía entrar en el ejército egipcio no dijera
-que era emigrado constitucional; que no me relacionase
-con los franceses e italianos que andaban
-por Alejandría, porque la mayoría eran estafadores
-y ladrones huídos de Europa, que se hacían pasar
-por emigrados políticos. Los egipcios que se les reunían
-eran mamelucos expulsados que los tenían
-lejos del Cairo para que no conspiraran.</p>
-
-<p>Después se me puso a hablar de mis patronas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Es una familia italiana o española, esa con la
-que usted vive?&mdash;me preguntó.</p>
-
-<p>&mdash;Es maltesa.</p>
-
-<p>&mdash;¿El tuerto es el amo de la casa?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¿El padre de las chicas?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué muchachas más preciosas!</p>
-
-<p>&mdash;Sí, son muy bonitas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y aquel chusco que estaba tocando el piano?,
-¿quién es?</p>
-
-<p>&mdash;Es un huésped.</p>
-
-<p>Después de charlar largo rato, Lasalle se levantó
-y me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Le voy a enseñar mi casa y mi familia; estoy
-hecho un musulmán: he tomado una querida y vivo
-con ella y con su hermana.</p>
-
-<p>Me presentó a su querida, que era una mulata muy
-fornida, de unos veinticuatro años, alta, morena, un
-poco bigotuda, que tenía un hijo de un año. Su hermana,
-un poco más joven, era por el estilo. Me presentó
-Lasalle a un escribiente o secretario, que era
-un sargento francés al servicio del Gobierno egipcio.</p>
-
-<p>La casa era muy mala, con unos cuartos con todos
-los tabiques torcidos y los suelos inclinados;
-tenía ventanas con celosías, que caían al jardín; los
-muebles eran primitivos, y por todas partes había
-divanes llenos de hierba con mosquiteros encima.</p>
-
-<p>El capitán me invitó a comer con él, y acepté. Nos
-sentamos a la mesa las dos mujeres, Lasalle, su escribiente
-y yo.</p>
-
-<p>Las mujeres, que hablaban sólo la jerga de los
-francos de Alejandría, se pusieron a hacerme preguntas,
-y como no las entendía no las podía contestar.
-No se dieron por vencidas, y me agarraban del
-brazo y, al último, de la cara y del pelo.</p>
-
-<p>Yo le miraba a Lasalle como diciendo: Bueno, ¿yo
-qué hago?; pero él no se daba por aludido y bebía a
-grandes vasos el vino de Chipre, que era delicioso.</p>
-
-<p>Se acabó el almuerzo; se fueron las mujeres a su
-cuarto, manoteando y hablando a gritos, y el escribiente
-se levantó y se fué. Lasalle mandó al criado
-que le trajera licores y tabaco, y se tendió en el diván
-y se puso a fumar y a beber.</p>
-
-<p>&mdash;¿Usted no bebe?&mdash;me dijo.</p>
-
-<p>&mdash;No.</p>
-
-<p>&mdash;Hace usted mal; por eso está usted tan flaco y
-tan descolorido. Míreme usted a mí.</p>
-
-<p>Le vi beberse ocho o nueve copas, y me dijo que
-tenía que dormir la modorra.</p>
-
-<p>&mdash;Usted puede tenderse donde quiera.</p>
-
-<p>&mdash;Me voy a ir a casa&mdash;le advertí.</p>
-
-<p>&mdash;¡Usted está loco!&mdash;gritó incorporándose&mdash;. Espere
-usted que venga el asistente y le ensillará el
-caballo.</p>
-
-<p>&mdash;No hay necesidad. Iré a pie.</p>
-
-<p>Me despedí de Lasalle, saqué unos anteojos azules
-que había comprado en Gibraltar por consejo de
-un judío, y fuí marchando despacio a casa. Verdaderamente
-hacía calor; el viento traía nubes de arena
-que quemaban.</p>
-
-<p>No había apenas gente en la calle, mas que algunos
-árabes andrajosos, a quienes parecía no les
-hacía efecto el sol.</p>
-
-<p>Llegué a mi casa, me mudé y fuí al saloncito
-donde trabajaban Rosa y Margarita. Les conté que
-había venido de casa del capitán a pie, y me aseguraron
-que yo estaba loco, que no volviera a hacer
-aquello, por que si no iba a pescar una insolación.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ustedes no andan nunca de día?&mdash;las pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, por la mañana temprano o por la tarde. Vamos
-al Faro, donde corre una brisa muy fresca.</p>
-
-<p>Me preguntaron qué noticias me había dado el
-capitán sobre mis pretensiones.</p>
-
-<p>&mdash;Malas, muy malas. Voy a tener que renunciar a
-mi proyecto.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué va usted a hacer?&mdash;me preguntaron
-Rosa y Margarita.</p>
-
-<p>&mdash;Me volveré a Europa o iré a Grecia a servir la
-causa de la libertad.</p>
-
-<p>Entró la Cayetana y habló del capitán Lasalle. Me
-preguntó cómo vivía, aunque ella lo sabía tan bien
-como yo, y hasta sabía quiénes eran sus mujeres, y
-que habían venido del Cairo.</p>
-
-<p>Quise bromear con Rosa, y le dije que había
-hecho un gran efecto en el capitán, pero ella palideció
-e hizo un gesto de repulsión.</p>
-
-<p>A las siete vino Mendi y habló de lo que había
-hecho con su ingenuidad natural, y después se puso
-al piano.</p>
-
-<p>Cantó canciones vascongadas, pero tan bien y con
-tanta gracia que a mí me parecieron no haberlas oído
-nunca. Cantó Iru Damacho, Barazaco picuac. Yo me
-reí a carcajadas. Las chicas me preguntaban:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué dice la letra?</p>
-
-<p>&mdash;Nada, o casi nada.</p>
-
-<p>Y ellas mismas acabaron por reírse.</p>
-
-<p>Noté que Rosa, que estaba siempre melancólica, se
-animó, como si le dieran nueva vida al venir Mendi.
-Este parecía rudo con ella, pero no lo era.</p>
-
-<p>Después de Mendi cantó Rosa; mientras cantaba
-llegó un médico armenio, que se llamaba Efren Syrox,
-hombre muy amable, que había estudiado en
-Bolonia y en Montpellier. Chiaramonte me dijo que
-Lasalle era un muchacho aficionado al vino y a las
-mujeres, pero bueno.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora, que debe usted desconfiar de él, porque
-si nota que tiene usted dinero le pedirá prestado y
-no se lo devolverá.</p>
-
-<p>El médico armenio y yo estuvimos hablando largo
-rato. Era este armenio masón, del rito escocés, y nos
-reconocimos. El doctor Efren era hombre joven, pequeño,
-de barba negra, larga, y con unos ojos muy
-inteligentes. Parecía un mago. Estaba casado con
-una judía muy bonita, y soñaba con que algún día
-la Armenia se separase de Turquía. En tanto trabajaba
-a favor de los griegos. El doctor Efren era un
-sabio y conocía la historia de Alejandría al dedillo.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="III_IV">IV.<br />
-LA FAMILIA CHIARAMONTE</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Mi</span> patrón Chiaramonte era de Siracusa. Había
-ido en su juventud con el ejército inglés
-como herrador, a Malta, donde se había casado con
-Cayetana Gozone, que estaba de criada en una posada.
-De Malta se trasladó a Gibraltar. En Gibraltar
-dejó el ejército y comenzó su comercio de caballos.
-Ganaba ya allí bastante, y, como quería que sus
-hijos adquirieran buena educación, puso al mayor en
-una escuela de náutica, y después a sus dos niñas,
-Rosa y Margarita, en un colegio. Más tarde, la posibilidad
-de hacer negocios de caballos le llevó a
-Alejandría. Chiaramonte y la maltesa tenían tres
-hijos. El mayor, Demetrio, de veintidós años, era marino,
-y navegaba en un transporte que hacía el recorrido
-del Mediterráneo.</p>
-
-<p>En la familia, los tres hijos habían cambiado a
-consecuencia de su educación. Demetrio era un marino
-culto y un hombre fino, que estaba para casarse
-con una señorita rica inglesa; Rosa y Margarita eran
-dos muchachas que hubieran podido vivir en un
-ambiente aristocrático. La madre y el padre, Chiaramonte
-y la Cayetana, seguían como en los tiempos en
-que él era soldado y ella moza en una taberna.</p>
-
-<p>Chiaramonte era hombre rudo, bueno; pero ya incapaz
-de cambiar. Tenía un afán de ganar de judío.</p>
-
-<p>Guardaba en el Banco de Alejandría doscientas
-mil pesetas en valores, y tenía otro tanto en negocios,
-pero esto no le bastaba.</p>
-
-<p>&mdash;¿Para qué quiere usted más?&mdash;le decían los
-amigos&mdash;. Aquí no va usted a poder casar sus hijas,
-a no ser que las quiera usted casar con turcos o con
-judíos.</p>
-
-<p>Chiaramonte no cedía.</p>
-
-<p>Su mujer, Cayetana, estaba joven; no había cumplido
-aún los cuarenta años. Se había casado a los
-quince.</p>
-
-<p>Las maltesas tienen fama de mujeres de vida muy
-libre. La Cayetana se permitía, a veces, alguna expresión
-cínica delante de las hijas; pero ellas la miraban
-fríamente.</p>
-
-<p>La Cayetana estaba incomodada porque no se
-había divertido en su juventud. En Malta, según
-ella, las mujeres la corrían bien. Ella había estado
-siempre con aquel tuerto avaro que le hacía trabajar
-como a una mula y no la dejaba respirar.</p>
-
-<p>&mdash;He vivido con Chiaramonte, que no piensa mas
-que en ganar dinero&mdash;me decía&mdash;. Ahora me tengo
-que divertir.</p>
-
-<p>La Cayetana hablaba con entusiasmo de los enredos
-del pueblo, de la querida de Fulano y del amante
-de la Zutana. Estos líos la encantaban.</p>
-
-<p>Chiaramonte no le daba a su mujer mas que lo
-necesario para la vida. En cambio, daba dinero a las
-hijas.</p>
-
-<p>La divergencia de gustos y de inclinaciones de la
-familia producía muchas veces riñas y choques. El
-padre tenía una admiración y un entusiasmo por sus
-hijas grande; en cambio, sentía indiferencia y desvío
-por su mujer. La Cayetana se veía preterida, lo que la
-ofendía profundamente. Estaba, además, celosa de su
-hija mayor, de Rosa, y a veces se ponía contra ella.</p>
-
-<p>Rosa lo notaba y sufría, pero el cariño de su padre
-y de su hermana la consolaba.</p>
-
-<p>Rosa era más inteligente que Margarita y, sobre
-todo, más romántica. Le gustaba la naturaleza, el
-mar.</p>
-
-<p>Rosa me contó el viaje que había hecho con su
-hermano a Nápoles, a Malta y a la isla de Gozzo.</p>
-
-<p>Había conocido a sus abuelos, los padres de su
-madre, que eran de esta isla, de una aldea llamada
-en el país Sannat, y por los italianos, Zannata.</p>
-
-<p>Rosa decía que su madre descendía del caballero
-de Malta Diosdado de Gozon, que mató un monstruo
-que vivía en una caverna próxima a un pantano,
-en la isla de Rodas.</p>
-
-<p>Según Rosa, la vida en Gozzo era patriarcal; no se
-conocía el lujo de la isla de Malta. Allí todos eran
-pescadores, y los chicos se divertían descolgándose
-hasta el mar, con cuerdas, desde los más altos acantilados,
-para cazar palomas.</p>
-
-<p>Para Rosa la isla de Gozzo era admirable.</p>
-
-<p>&mdash;Si muero&mdash;decía&mdash;, quisiera morir allí.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por qué ha de morir usted?&mdash;le preguntaba yo.</p>
-
-<p>Ella sonreía. Era ésta su preocupación.</p>
-
-<p>Charlábamos mucho. Mendi tocaba el piano, y lo
-hacía muy bien. Rosa y Margarita estudiaban con él
-la <i>Vestal</i>, de Spontini, y las <i>Bodas de Fígaro</i>, de
-Mozart.</p>
-
-<p>Yo les contaba a las dos muchachas mi vida de
-guerrillero, las acciones y las conspiraciones en que
-había tomado parte. Me oían con una gran admiración.
-Yo exageraba un poco mis narraciones.</p>
-
-<p>&mdash;El castellano es hombre de <i>molto coraggio</i>&mdash;decía
-Chiaramonte, en su español macarrónico.</p>
-
-<p>El buen Chiaramonte estaba contento si sus hijas
-lo estaban también.</p>
-
-<p>No le gustaba que le hablaran de volver a Italia o
-a Gibraltar.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="III_V">V.<br />
-LOS CONFLICTOS DE MENDI</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Yo</span> ya había notado algo anormal en las relaciones
-de la Cayetana con Mendi. Se olfateaba
-el contubernio. A mí ella me parecía una mujer capaz
-de cualquier cosa. Estaba, además, ofendida y
-despechada. Varias veces le dije a Mendi:</p>
-
-<p>&mdash;A mí no me la da usted. Usted tiene algo que
-ver con la patrona.</p>
-
-<p>&mdash;¡Yo! ¡Ca, hombre! ¡Qué barbaridad!</p>
-
-<p>Al fin, Mendi, un día, me confesó que estaba enredado
-con la Cayetana.</p>
-
-<p>&mdash;Pero, ¿cómo ha hecho usted esta tontería, Mendi?&mdash;le
-dije.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué quiere usted! No siempre es fácil obrar con
-buen sentido. Sobre todo, lo difícil es ser previsor.
-Yo, cuando vine aquí, me fuí a vivir a un fonducho
-próximo al puerto, que tenía una vieja maltesa. Estaba
-allí muy mal. Sin elementos de ninguna clase.
-Un día apareció en la fonda la Cayetana y hablamos.
-Yo la tomé por una mujer entretenida y la traté así.
-Unos días después me ofrece ir a vivir a su casa. Yo
-acepté, porque peor que en el fonducho del puerto
-no iba a estar, y me encuentro sorprendido con esta
-casa de gentes honradas. ¿Ya qué iba a hacer? Al
-poco tiempo, aparece Rosa de vuelta de un viaje que
-había hecho con su hermano a Malta y a la isla de
-Gozzo.</p>
-
-<p>Yo hubiera querido romper inmediatamente con la
-madre, pero ella se opuso y prometió armar un escándalo.
-En este caso yo no he tenido más remedio
-que ceder, y no sé cómo podré desembarazarme de
-este lío. Hablamos Mendi y yo de las soluciones que
-se podían dar a su asunto. Yo le dije que me parecía
-lo mejor que, si estaba dispuesto a casarse con la
-chica, se casara con ella y se fuera de Alejandría.</p>
-
-<p>Siete u ocho días después de mi visita al capitán
-Lasalle, se presentó éste en mi casa. Dijo que había
-hablado de mí al pachá, y que le había preguntado si
-yo tenía papeles, y que no había contestado, porque
-no lo sabía.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, tengo papeles&mdash;le dije&mdash;; no todos, porque
-soy un oficial de un gobierno constitucional extinguido.</p>
-
-<p>Saqué mi despacho de capitán de caballería del
-general Empecinado, y se lo enseñé.</p>
-
-<p>&mdash;Tradúzcalo usted al francés&mdash;dijo Lasalle.</p>
-
-<p>Lo traduje y, al día siguiente, se lo envié. Por la
-tarde vino a mi casa.</p>
-
-<p>&mdash;Creo que está todo arreglado&mdash;me dijo&mdash;. El
-coronel ha leído su despacho y ha mandado al dragomán
-que lo traduzca al árabe, y me ha dicho que
-venga usted conmigo.</p>
-
-<p>Fuimos a una hermosa casa de la calle de los
-Francos; entramos en ella y saludamos al coronel
-Frossard, que sustituía en aquel momento al general.
-El coronel me hizo pasar a una salita.</p>
-
-<p>&mdash;Aquí está usted entre amigos, entre <i>hermanos</i>&mdash;e
-hizo la señal masónica de reconocimiento
-como masón del rito escocés.</p>
-
-<p>Yo le respondí con el de la inteligencia, y nos dimos
-la mano.</p>
-
-<p>&mdash;Yo haré todo lo que pueda por usted&mdash;me dijo
-luego&mdash;; pero creo que en principio es un error de
-usted el querer ser oficial egipcio. Sin embargo, hablaré
-hoy al pachá. Si necesita usted dinero, yo se
-lo daré.</p>
-
-<p>Me despedí del coronel un poco triste.</p>
-
-<p>Me preguntaron en casa qué me habían dicho, y
-conté lo pasado. Rosa y Margarita me aseguraron
-que hacía una verdadera tontería en querer ser militar,
-y Mendi afirmó de nuevo que únicamente si le
-hicieran capitán general o bajá de tres colas y le casaran
-con la hija del virrey aceptaría entrar en el
-ejército egipcio.</p>
-
-<p>Como Lasalle se había portado amablemente conmigo,
-saqué mi paquete de sederías, escogí dos pañuelos
-de seda, bordados, grandes, con colores muy
-chillones, y se los envié en mi nombre.</p>
-
-<p>Lasalle vino el mismo día a darme las gracias y
-a invitarme a almorzar.</p>
-
-<p>Fuí a su casa, entré en el salón, y estaba en el
-diván sentado cuando se echaron sobre mí las dos
-mulatas a saludarme, a darme las gracias. Los pañuelos
-les habían entusiasmado, y me lo decían en
-su algarabía chillona.</p>
-
-<p>No se contentaron con esto, sino que me abrazaron
-y me besaron.</p>
-
-<p>&mdash;Como ve usted&mdash;le dije a Lasalle&mdash;, yo no tengo
-la culpa.</p>
-
-<p>&mdash;No haga usted caso, aquí es costumbre.</p>
-
-<p>Después de comer, por no quedarme a dormir la
-siesta, monté en un borriquillo, me puse los anteojos,
-abrí una sombrilla, y me fuí a casa. Al entrar me
-encontré sobre la cama un papel escrito por Mendi,
-en donde me decía que fuera inmediatamente a su
-cuarto.</p>
-
-<p>El hombre estaba en la cama. Había tenido una
-explicación con la Cayetana, muy violenta, y había
-salido a la calle de prisa y sin sombrilla, y le había
-dado una insolación. Tenía la cara inyectada. Le
-tomé el pulso, y vi que lo tenía muy tenso.</p>
-
-<p>&mdash;¿Sabe usted sangrar?&mdash;me dijo&mdash;. Sángreme
-usted.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero no sería mejor traer un médico?</p>
-
-<p>&mdash;No, tardará mucho. Ahora mismo.</p>
-
-<p>Le puse una ligadura en el brazo, y con un cortaplumas
-le hice una sangría copiosa.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora pida usted que me traigan agua con limón,
-y a Rosa le dice usted que estoy indispuesto.</p>
-
-<p>Lo hice así, y a la mañana siguiente Mendi estaba
-mejor. Me propuso que le hiciera otra sangría en
-el otro brazo, y le dije que no.</p>
-
-<p>Por la noche del segundo día vino el médico armenio,
-el doctor Efren, y Rosa le indicó que debía verle
-a Mendi.</p>
-
-<p>Entró el doctor en el cuarto, examinó al enfermo,
-y yo le dije lo que había pasado y lo que había
-hecho.</p>
-
-<p>&mdash;Ha hecho usted bien&mdash;contestó&mdash;. No ha sido
-ningún disparate. Que esté unos días en la cama,
-que sude, que no tome más que un poco de leche, y
-pronto estará bueno.</p>
-
-<p>Mendi había perdido su buen humor, y su situación
-le tenía preocupado.</p>
-
-<p>&mdash;Tranquilícese usted&mdash;le dije&mdash;. He hablado al
-coronel de Estado Mayor de usted, como hombre
-que sabe matemáticas y dibujo, y me ha dicho que
-si usted quiere le nombrará profesor en una escuela
-militar que van a crear en el Cairo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bah!</p>
-
-<p>&mdash;Sí, hombre. Anímese usted; dentro de quince
-días le destinan a usted allá con un buen sueldo y
-se casa usted con Rosa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Es verdad eso, paisano?</p>
-
-<p>&mdash;Es verdad.</p>
-
-<p>No había tal cosa; pero como el proyecto era hacedero,
-decidí hablarle al coronel.</p>
-
-<p>Rosa me preocupaba; decirle la verdad de las relaciones
-de su madre con Mendi era una brutalidad;
-yo no sabía qué hacer.</p>
-
-<p>Le hablé al doctor Efren y le expliqué lo que pasaba.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sería mejor que se marchara Mendi y luego
-se casara con Rosita&mdash;dijo él.</p>
-
-<p>&mdash;¿A la muchacha no se le puede decir nada,
-claro es, del fondo del asunto?&mdash;le pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;No, no. Imposible. Llegaría a enfermar si lo supiera.
-¡Tiene una sensibilidad! Es una mujer encantadora.</p>
-
-<p>Fuí a ver al coronel y le expliqué el caso de
-Mendi, diciéndole que era un profesor de dibujo
-y matemáticas, que el andar al sol, al dar sus lecciones,
-le enfermaba, y le hablé de si se le podría
-nombrar profesor para la escuela del Cairo.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, me dijo él. Precisamente hace pocos días me
-han escrito que un teniente coronel que está en el
-Cairo ha sido comisionado por el virrey para que
-busque un edificio grande y lo habilite para escuela
-militar. En la carta me decía que había pensado escribir
-a Francia; pero que el Gobierno egipcio había
-asignado para los profesores unos sueldos tan mezquinos,
-tres mil, tres mil quinientos francos al año,
-que no se decidía a escribir pensando que no se expondría
-nadie a hacer un viaje largo por tan corto
-sueldo. Así habían quedado de acuerdo en nombrar
-profesores entre los oficiales que estaban ya en
-Egipto.</p>
-
-<p>&mdash;¿Así, que mi amigo Mendi podría encajar muy
-bien?</p>
-
-<p>&mdash;Muy bien. Podría ir de profesor de matemáticas
-con tres mil francos y el grado de comandante.
-Consúltelo usted. Si quiere escribiré al Cairo en seguida.</p>
-
-<p>Fuí a casa, le hablé a Mendi, y le conté lo que
-pasaba; le pareció muy bien.</p>
-
-<p>&mdash;Dígale usted a Rosita a ver qué opina ella.</p>
-
-<p>Se lo dije a la muchacha y no pareció muy entusiasmada
-con la idea; pero aceptó.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="III_VI">VI.<br />
-LA SUERTE</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Al</span> día siguiente, el coronel Frossard me dijo que
-íbamos a ir a visitar al pachá de Alejandría.
-Fuimos con una escolta de cuatro hombres, llegamos
-al palacio y esperamos a que saliera el pachá, que
-era un antiguo mameluco seco, cetrino, mal encarado
-y de aspecto desagradable.</p>
-
-<p>Estuvo conmigo muy displicente y muy áspero.</p>
-
-<p>Al salir del palacio nos encontramos con el capitán
-Lasalle, que nos saludó, y me dijo que al día siguiente,
-por la mañana, iría a buscarme a casa con
-unos cuantos oficiales, a caballo, para invitarme a
-una cabalgata. Se lo dije a Chiaramonte y le pedí que
-me dejara una preciosa jaca árabe que tenía.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, ya lo creo. Le pondré la mejor silla y
-arneses, y yo iré también con un caballo muy
-bonito.</p>
-
-<p>A la mañana siguiente, cuando se presentaron
-siete u ocho jinetes delante de casa, todos con magníficos
-caballos, la calle entera se conmovió, y de las
-ventanas y de las puertas comenzaron a aparecer
-cabezas.</p>
-
-<p>Había gente de categoría, un caim-macam (teniente
-coronel), un bimbachi (comandante) y un sakolagassi
-o ayudante mayor. Los demás eran de menos
-importancia.</p>
-
-<p>Salimos Chiaramonte y yo; yo con el uniforme de
-guardia marina inglés, y allí, delante de la casa, hice
-dar a la jaca una porción de cabriolas y de saltos de
-carnero.</p>
-
-<p>Rosa y Margarita me aplaudieron desde el mirador,
-y Mendi me gritó:</p>
-
-<p>&mdash;Eugenio. Beti aurrera (siempre adelante).</p>
-
-<p>Pasamos por la calle de los Francos haciendo
-cada uno alarde de su caballo, y volvimos a casa.</p>
-
-<p>Al día siguiente se habló en Alejandría de la jaca
-árabe, montada por un oficial de marina inglesa,
-como de una cosa admirable.</p>
-
-<p>Quince días después de esto nos llamó el coronel
-Frossard a Mendi y a mí. Le habían enviado pliegos
-para nosotros del Estado Mayor General. En uno de
-ellos aprobaban la propuesta de profesor de matemáticas
-para la Escuela Militar del Cairo, con el
-grado de comandante y de profesor interino de dibujo,
-con tres mil quinientas pesetas por el primer
-cargo y mil quinientas por el segundo, al señor Ignacio
-Basterrica, teniendo además servidumbre, alojamiento
-y mesa en el palacio escuela.</p>
-
-<p>En el otro pliego nombraba al señor Eugenio de
-Aviraneta jefe de escuadrón en disponibilidad con la
-tercera parte del suelo hasta que hubiera una vacante.</p>
-
-<p>Salimos Mendi y yo de casa del coronel.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué le parece a usted?&mdash;me preguntó Mendi.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué quiere usted? Es la suerte. Yo no tengo
-suerte.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué va usted a hacer?</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué he de hacer! Marcharme a Europa antes
-que se me acabe el dinero, y luego a América. ¿Qué
-voy a hacer de oficial de reserva con setecientos
-cincuenta francos al año?</p>
-
-<p>&mdash;Venga usted conmigo al Cairo. ¡Eh, Eugenio!
-Viviremos como hermanos.</p>
-
-<p>&mdash;No, no, cada cual su suerte.</p>
-
-<p>Mendi se despidió de Rosa con grandes protestas
-de amor, y quedaron de acuerdo en que cuando tuviese
-el profesor una casa en el Cairo iría a buscar
-a su novia y se casaría con ella.</p>
-
-<p>Desde que se marchó Mendi no me pasó cosa
-buena en Alejandría; reñí con el capitán Lasalle,
-porque averigué que había dado malos informes de
-mí al pachá, pintándome como un intrigante, y le
-insulté de mala manera; no quise tampoco visitar al
-coronel Frossard.</p>
-
-<p>Aburrido, me quedaba en casa y leía los libros
-que me dejaban las hijas de Chiaramonte.</p>
-
-<p>La casa del maltés tenía una azotea y encima de
-la azotea otra más pequeña en alto, como un minarete.
-Allí solía subir algunos días a contemplar el pueblo,
-cosa triste para mí, que no tengo nada de contemplativo.
-Veía este gran conjunto de tejados planos,
-de azoteas y de ruinas; alrededor, en un semicírculo,
-el mar, y en otro el desierto. A veces, en
-aquellos días turbios de invierno se confundían el
-desierto y el mar. Cuando el cielo estaba limpio los
-<i>mihrabs</i> de las mezquitas se destacaban esbeltos en
-el aire, y el castillo del Faro, con sus murallas, tenía
-un aire sombrío y amenazador.</p>
-
-<p>Cuando venía el doctor Efren me solía hablar de
-la antigua Alejandría con sus jardines y sus cuatro
-mil palacios. Me explicaba cómo era la Biblioteca
-del Broquion fundada por Ptolomeo Soter, que tenía
-cuatrocientos mil volúmenes, y la del Serapeum, con
-trescientos mil. Y me daba otros muchos detalles
-de la vida fastuosa de la ciudad de Cleopatra.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="III_VII">VII.<br />
-EL CABO YUSUF</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Un</span> día, influido por las disertaciones eruditas
-del doctor Efren, tuve la mala ocurrencia de
-ir a ver la columna de Pompeyo, las ruinas del Serapeum
-y las Catacumbas. Alquilé dos borriquillos
-y un criado o <i>zami</i>: fuimos al barrio árabe y pasamos
-por la puerta de la Columna. La columna estaba
-en un arenal; había por allí grupos de casas
-míseras, chozas de esteras, y en el fondo se veía alguna
-que otra palmera.</p>
-
-<p>La columna verdaderamente producía impresión,
-por el tamaño de aquel bloque enorme de granito de
-color de rosa, con un basamento cuadrado de piedra
-silícea, terminado en un capitel.</p>
-
-<p>El doctor Efren me había explicado las diversas
-suposiciones que se habían hecho acerca del objeto
-de esta columna, cómo muchos suponían que estaba
-construída para hacer observaciones astronómicas, y
-cómo otros creían que había sido pensada para colocarla
-en el gran recinto cuadrado del Serapeum
-con una estatua de Diocleciano.</p>
-
-<p>El criado que me acompañaba me dijo que algunas
-veces las tripulaciones de los barcos ingleses que
-estaban en el puerto consiguieron poner una especie
-de escala de cuerda en la columna. Se las arreglaban,
-según decía, pasando un cordel por encima, con una
-cometa, e izando luego una cuerda gruesa con el cordel
-y poniéndola arriba, de manera que pudiese correr.
-En el extremo ataban una tabla, y al que quería
-lo subían. Solían tener la cuerda tres o cuatro días y
-a todo el que quería subir le hacían pagar un tanto.
-La cosa me parecía un poco difícil, porque, según se
-decía en Alejandría, la columna tiene cerca de noventa
-y seis pies de alto.</p>
-
-<p>Cuando llegamos nosotros no había nadie. Aquella
-inmensa mole de piedra en la soledad infundía verdaderamente
-respeto.</p>
-
-<p>Me había apeado, para ver si divisaba la inscripción
-sobre Diocleciano, en letras griegas, que tiene la
-columna, y después avancé por aquel arenal.</p>
-
-<p>La vegetación era miserable. Algunos perros famélicos
-o chacales corrían husmeando y revolviendo
-los esqueletos de los caballos y de los dromedarios.
-Me recordó los arenales de Veracruz. En esto el
-criado me avisó que venían los árabes. Miré hacia
-donde me indicaba, y vi que llegaban a toda brida
-unos cuantos jinetes que parecían frailes, dando gritos;
-monté inmediatamente en el borriquillo y eché a
-correr hacia la ciudad; me alcanzaron a poco trecho,
-y el que hacía de jefe me dió con el asta de la lanza
-y me derribó al suelo. Allí me golpeó, me escupió y
-comenzó a desnudarme. Estaba despojándome cuando
-llegó un sargento con un pelotón de soldados y
-comenzó a sablazos con mis agresores. Después se
-apeó del caballo, me levantó del suelo y me preguntó
-quién era. Le dije que estaba alistado como jefe de
-escuadrón de Egipto. Me ayudó a sentarme en la
-misma columna de Pompeyo y me dió un poco de
-agua con aguardiente.</p>
-
-<p>Al poco rato llegó un oficial con veinticinco caballos,
-y mandó atar desnudos a mis agresores.</p>
-
-<p>&mdash;Yo le suplicaría a usted que no dé parte del
-hecho a las autoridades militares&mdash;me dijo en francés.</p>
-
-<p>&mdash;Bueno, no daré.</p>
-
-<p>&mdash;Con estos hombres se hará lo que usted quiera.</p>
-
-<p>&mdash;Bien; deme usted el látigo.</p>
-
-<p>Me dió el látigo, me acerqué al cabo y, sacando
-fuerzas de flaqueza, le di poco más o menos tantos
-golpes como me había dado él. El hombre aúllaba;
-era un tipo horrible, con unos ojos legañosos, unas
-barbas negras, y unos dientes de fiera; después le
-escupí en la cara, como me había escupido él; me
-monté en un caballo que me prestó el oficial, y llegué
-a casa sin poder tenerme.</p>
-
-<p>Le conté a Chiaramonte lo que había ocurrido, y
-al terminar me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Ha hecho usted muy bien. Si no llega usted a
-contestar a la paliza así, se hubieran reído de usted
-hasta los chicos. Ahora voy a buscar al médico.</p>
-
-<p>Vino el doctor Efren, me reconoció, me sangró y
-me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Dentro de un par de días ya está usted bien.</p>
-
-<p>Aquella noche la pasé con calentura; pero las siguientes
-ya empecé a estar mejor. Rosa y Margarita
-me cuidaron como si fuera un hermano suyo, y el
-doctor Efren venía a hablar conmigo. Me hablaba de
-la historia científica de Alejandría, y de las lecciones
-de Euclides, Eratóstenes, Hipparco, etc.</p>
-
-<p>Otras veces charlábamos de la política de Europa.
-Me preguntó qué iba a hacer, y le dije que ya, en
-cuanto me pusiera completamente bueno, me marcharía.
-Me volvió a preguntar que adónde, y yo le
-dije que me gustaría ir a Grecia.</p>
-
-<p>Entonces el doctor Efren me dijo que él formaba
-parte del Comité filoheleno de Alejandría; que estaba
-encargado de reclutar soldados en el país, Esmirna,
-Alepo, etc., y que habían enviado también oficiales
-a Grecia, de los que llegaban de Francia y de
-Italia, en místicos griegos con bandera inglesa. El
-doctor Efren me dijo que si yo quería escribiría al Comité
-de Misolonghi, advirtiéndome que la contestación
-de la carta tardaría mucho.</p>
-
-<p>Vacilé, porque en Gibraltar me habían hablado
-muy mal de los griegos, pintándomelos como la
-gente más vil y de menos fe que podía haber en
-Oriente, y decidí, para no dar otro paso en falso,
-marchar a Grecia y ver por mí mismo qué clase de
-gente era la de aquel país y cómo estaban organizadas
-las tropas. El doctor aprobó mi resolución, y me
-dijo que me daría una carta para el Comité de Misolonghi
-que me recomendara y no me comprometiese
-a nada.</p>
-
-<p>Le pregunté si había barcos para Grecia, y me
-dijo que sí; que con mucha frecuencia partían místicos
-y otras pequeñas embarcaciones con bandera
-inglesa.</p>
-
-<p>Cuando salí de casa, una de las primeras visitas
-que hice fué a Bonaffús. Me dijo éste que había sabido
-lo que me había ocurrido en la columna de
-Pompeyo con los soldados árabes, y que anduviera
-con cuidado; al cabo Yusuf se le conocía por el de
-la paliza, y le debía ser la vida muy difícil entre los
-soldados, después de haber sido azotado por un paisano.
-Dada la manera de ser de aquella gente, no
-descansaría hasta vengarse de mí.</p>
-
-<p>Decidí no salir solo de noche y andar siempre armado.
-Una vez le vi al cabo Yusuf, que me siguió
-hasta casa de lejos.</p>
-
-<p>Le dije lo que me pasaba a Chiaramonte, y éste
-creyó que debía avisar a la policía. Yo le indiqué
-que no, que me parecía mejor que durante unas
-cuantas noches tuviese alguno de sus mozos de cuadra
-en guardia.</p>
-
-<p>No confié tampoco gran cosa en esto. La calle era
-silenciosa y desierta. Un guardián solo no podía
-impedir que un hombre decidido entrara de noche y
-saltara las tapias del corral.</p>
-
-<p>Estudié las condiciones de mi habitación. La
-puerta era fuerte, tenía una llave que no cerraba
-bien, y yo, con pretexto de que se me abría de noche
-y había corrientes de aire, le puse un pestillo
-sólido.</p>
-
-<p>Mi cuarto tenía dos ventanas a bastante altura del
-suelo. Si se cerraban las dos de noche hacía mucho
-calor. Decidí, al acostarme, dejar una cerrada con la
-contraventana y la otra con la celosía. Ponía la celosía
-bien sujeta, y después le ataba, por las noches,
-tres o cuatro cascabeles de caballo, de estos que
-suenan mucho. Me acostaba, con la pistola cargada,
-debajo de la almohada.</p>
-
-<p>Una noche muy obscura, me desperté a la hora
-antes del alba. Estaba pensando en mis cosas, cuando
-oí que se agitaba la celosía y empezaban a sonar
-los cascabeles.</p>
-
-<p>Inmediatamente salté de la cama, amartillé la pistola
-y abrí la puerta de mi cuarto.</p>
-
-<p>Esperé sin hacer el menor movimiento, y, de pronto,
-la celosía se movió y los cascabeles armaron un
-terrible estrépito.</p>
-
-<p>Encendí una pajuela, y, con ella en la mano izquierda
-y la pistola en la derecha, avancé hacia la
-ventana. Abrí la celosía. Vi un momento la cara horrible
-de Yusuf con un cuchillo en la boca, un momento
-nada más, porque el hombre sin duda, lleno
-de terror ante mi presencia, se dejó caer a la calle,
-y lo recogieron poco después con un tobillo dislocado,
-y lo llevaron a la cárcel. Dos o tres días después
-de este acontecimiento recibí una carta de Mendi.
-Me decía que había sido muy bien recibido en El
-Cairo, que era un pueblo mucho más agradable que
-Alejandría, con más elementos, y que fuera allí. Le
-habían presentado al virrey Mehemet Ali, que, según
-él, era un señor amable, pequeño, picado de viruelas,
-con los ojos vivos; a su hijo, el célebre guerrero
-Ibrahim pachá, y a toda la familia real. Ibrahim pachá,
-que era un buen muchacho, gordo y pesado, un
-arlote, según Mendi le había hecho la gracia de
-dispararle dos tiros por encima de la cabeza, en el
-jardín del Palacio, y Mendi había contestado a esta
-atención rompiéndole de un tiro la pipa que fumaba
-el príncipe. Desde entonces, Ibrahim y él se habían
-hecho amigos. Me decía que fuera, que simpatizaría
-con Ibrahim pachá y que me harían coronel en seguida.</p>
-
-<p>Añadía que estaba concluyendo de arreglar la
-casa y que le enviara su piano en una barca por el
-canal y el Nilo.</p>
-
-<p>Le dije a Rosa lo que pasaba. La muchacha estaba
-muy melancólica. Aquellas amistades con príncipes,
-de que hablaba Mendi, no la hacían mucha
-gracia.</p>
-
-<p>Cuando vinieron a llevarse el piano se echó a
-llorar.</p>
-
-<p>Le dije que debía estar contenta, porque ya pronto
-Mendi vendría por ella; pero la muchacha tenía el
-presentimiento de que no iba a ser así.</p>
-
-<p>Fuí a verle a Bonaffús, a decirle que necesitaba el
-dinero, y me dijo que me lo entregaría en seguida, en
-oro.</p>
-
-<p>De allí marché al consulado inglés. El cónsul
-sabía lo que me había pasado en la columna de
-Pompeyo, y me felicitó por mi decisión. Me preguntó
-qué iba a hacer; le hablé de mi proyecto de ir a
-Grecia y me dijo que me daría una carta de recomendación
-para lord Byron.</p>
-
-<p>Del consulado marché a despedirme del coronel
-francés Frossard, con quien estaba resentido, porque
-creía que no había tomado con interés mi asunto.</p>
-
-<p>El coronel estuvo conmigo muy afable, y al despedirse
-de mí me dió una bolsa que contenía cinco
-mil francos, que me regalaban los hermanos de la
-logia de Alejandría. Yo me opuse con todas mis
-fuerzas a tomar el regalo, pero no tuve más remedio
-que aceptar.</p>
-
-<p>Al día siguiente el cónsul inglés me envió la carta
-para lord Byron, y me avisó que había tomado pasaje
-para mí en una goleta griega, y me envió un pasaporte
-inglés hasta Marsella, como súbdito de la
-Gran Bretaña.</p>
-
-<p>Mientras venía la goleta griega pasé unos malos
-días en casa del patrón. Me entristecía ver a Rosa
-siempre pálida, ensimismada, llorando a hurtadillas.</p>
-
-<p>&mdash;Esta pobre muchacha enamorada de ese bárbaro.
-Es una pena&mdash;decía yo.</p>
-
-<p>Yo la consolaba diciéndola mentiras, afirmando
-que Mendi me había dicho que no quería pasar un
-mes en el Cairo sin volver a Alejandría a casarse.
-Como yo le conocía más a Mendi que los otros, Rosa
-quería estar siempre hablando de él conmigo.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="III_VIII">VIII.<br />
-DESPEDIDA</h3>
-
-
-<p><span class="smcap">Una</span> mañana se presentó el doctor Efren a decirme
-que la goleta Chipriota acababa de
-llegar; había salido un día antes de lo convenido de
-Gibraltar y había tenido vientos favorables y se
-había adelantado.</p>
-
-<p>Fuimos el doctor y yo al puerto nuevo, entramos
-en la goleta y hablamos con el capitán Spiro Sarompas,
-que era un muchacho de Chipre, muy abierto y
-que hablaba perfectamente el francés. Me enseñó la
-única cámara que tenía a popa, que era la que me
-destinaba a mí. Me dijo el capitán Spiro que el cónsul
-inglés le había recomendado mi persona. Añadió
-que fuera al barco después de cenar, porque a la
-media noche nos haríamos a la vela.</p>
-
-<p>Salimos de la Chipriota y volvimos a casa. Estaba
-el puerto lleno con embarcaciones de Marsella,
-Liorna, Ragusa, Nápoles, Smyrna y Constantinopla.</p>
-
-<p>&mdash;Irá usted muy bien&mdash;me dijo el doctor&mdash;.
-Este muchacho es muy inteligente y muy buen
-marino.</p>
-
-<p>&mdash;¿Ha ajustado usted el pasaje?</p>
-
-<p>&mdash;Sí, ya está pagado. No se ocupe usted de eso.</p>
-
-<p>A la mañana siguiente, la Cayetana me dijo que
-tendríamos un banquete de despedida; que había invitado
-al doctor Efren y a su señora, a Isaac Bonaffús
-y a su hijo, y que vendría, además, el oficial francés
-y el sargento que me habían salvado de los soldados
-árabes cerca de la columna de Pompeyo, y el
-sakolagassi que fué conmigo en la cabalgata.</p>
-
-<p>La comida hubiera sido alegre si no hubiera sido
-por la actitud de Rosa, que me entristecía; no comía,
-no escuchaba, se la veía viviendo su sueño interior.</p>
-
-<p>&mdash;¡Mientrastanto el bárbaro de Mendi estará tan
-tranquilo!&mdash;pensaba yo.</p>
-
-<p>Bebí un poco de vino de Chipre para alegrarme; se
-animaron los convidados y brindaron por mi salud
-y por mi viaje. El oficial francés contó cómo le devolví
-la paliza al cabo Yussuf delante de la columna
-de Pompeyo, lo que se celebró muchísimo.</p>
-
-<p>Concluímos de tomar café. Eran las siete de la
-tarde. Me levanté y abracé a mi patrona y di la
-mano a Margarita y a Rosa.</p>
-
-<p>&mdash;Adiós&mdash;me dijo ésta&mdash;, si le escribe usted...&mdash;y
-antes de concluír su frase se echó a llorar.</p>
-
-<p>Bajamos al portal. Un criado de Chiaramonte
-cogió mi equipaje, y otro un gran farol para alumbrarnos,
-porque la noche estaba obscura.</p>
-
-<p>En aquel momento se oyó el cañón que anunciaba
-la retreta.</p>
-
-<p>Echamos a andar todos juntos hacia el muelle. Le
-dije al doctor Efren que le escribiría y que hiciera el
-favor de contestarme. Al llegar a la goleta abracé a
-todos y subí a bordo.</p>
-
-<p>&mdash;Adiós. Adiós.</p>
-
-<p>&mdash;¡Addio! ¡Adddio!</p>
-
-<p>&mdash;¡Adieu! ¡Adieu!</p>
-
-<p>Hecha la última despedida, saludé al capitán de la
-goleta y me senté en un banco de la cubierta.</p>
-
-
-
-
-<h3 id="III_IX">IX.<br />
-NOTICIAS DE EGIPTO</h3>
-
-<p><span class="smcap">Estaba</span> en Veracruz cuando recibí una carta del
-doctor Efren con noticias muy extrañas y
-muy tristes. Me decía en ella que se aseguraba que
-Mendi se había casado en el Cairo con la hija del
-virrey de Egipto; que en Alejandría no se hablaba
-mas que de esto, y que Rosa, al saberlo, se había
-marchado con su hermano el marino a la isla de
-Gozzo, donde había muerto.</p>
-
-<p>Chiaramonte dejaba a Alejandría con su familia e
-iba a vivir a Italia; me parecía tan extraño el casamiento
-de Mendi que dudé de que fuera verdad.</p>
-
-<p>Un año o dos después de la carta leí en la <i>Abeja</i>,
-de Nueva Orleans, periódico redactado en francés,
-varias anécdotas referentes al español Ignacio Basterrica
-en el Cairo. Se decía que siendo este español
-profesor de música le entró deseos al virrey de Egipto,
-Mehemet Ali, de que dicho profesor enseñase
-música a una de sus hijas. Basterrica comenzó a
-darle lecciones, y la discípula se enamoró locamente
-de él, y a los pocos meses hubo que casarlos antes
-de que sus amores tuvieran fruto. Basterrica abjuró
-de su religión y abrazó la de Mahoma. Mehemet Ali
-no era nada exigente en esta cuestión; le bastaba
-con que se hiciera una comedia de conversión al
-mahometismo.</p>
-
-<p>Ya casado, Basterrica fué nombrado príncipe de la
-familia real, y <i>Utch tuglu bascha</i> (bajá de tres colas),
-y general en jefe de la caballería. Después supe
-que estuvo en Grecia y asistió a la toma de Missolonghi,
-y que en 1832 decidió la batalla de Konieh
-contra los turcos, al frente de treinta escuadrones de
-caballería egipcia. Más tarde, en otro periódico francés,
-leí que no reinaba la mejor armonía entre el español
-Basterrica pachá e Ibrahim pachá su cuñado.</p>
-
-<p>&mdash;¡La suerte! ¡Qué cosa más extraña! Solo si me
-hicieran bajá de tres colas y capitán general y me casaran
-con la hija del virrey aceptaría entrar en el
-ejército egipcio&mdash;decía Mendi.</p>
-
-<p>Y le hicieron bajá de tres colas y capitán general
-y le casaron con la hija del virrey de Egipto.</p>
-
-<p>A veces la realidad tiene sorpresas tan grandes
-como lo imaginado.</p>
-
-<hr class="chap" />
-
-
-<h2 id="missolonghi">LA AVENTURA DE MISSOLONGHI</h2>
-
-
-
-
-<h3>(<span class="smcap">De las memorias de J. H. Thompson</span>)<a name="FNanchor_1" id="FNanchor_1" href="#Footnote_1" class="fnanchor">[1]</a>.</h3>
-
-
-
-
-<p class="p2"><span class="smcap">Estábamos</span> en Tarifa esperando nuestro barco
-cuando el día primero de diciembre de mil
-ochocientos veinte y tres lo vimos cerca de la punta
-de las Palomas. Marchamos a él; Mac Clair y yo
-subimos a cubierta y avisamos al capitán para que
-saliesen a recoger el cargamento de fusiles. Era el
-Fénix, un brik-barca de unas trescientas o cuatrocientas
-toneladas, sucio, negro y grasiento.</p>
-
-<p>En aquel momento, de sus grandes palos caían
-sus velas, llenas de remiendos, como harapos puestos
-a secar. Hacía mal tiempo, llovía y la temperatura
-estaba baja.</p>
-
-<p>El capitán Willian Clark, un albino malhumorado,
-y el contramaestre John Porter, un lobo de mar, de
-nariz fundida al rojo cereza por el alcohol, hombre
-que arrastraba la pierna e iba acompañado de un
-perro de lanas tan sarnoso como el barco, y los
-marineros dieron orden para que el bote, con unos
-remeros, se acercara a la costa y fuesen trayendo
-los fusiles.</p>
-
-<p>El Fénix, por sus trazas y por su tripulación
-parecía un barco pirata. Los hombres reclutados por
-la Sociedad Filohelena, de Londres, no tenían un
-aspecto completamente distinguido.</p>
-
-<p>No hubieran podido formar parte del club Watier
-londinense, ni figurar al lado del <i>dandy</i> Jorge Brummel.
-Iban todos muy derrotados, con trajes harapientos,
-y llevaban muchos gorro griego. Era en lo único
-que se les conocía su filohenismo.</p>
-
-<p>Vi entre ellos a mi amigo Flinders, el gran literato.
-Este había abandonado su baúl de obras maestras,
-y después de arruinarse definitivamente iba a
-Grecia a probar fortuna.</p>
-
-<p>Le saludé, hablamos y me dijo pestes de Will Tick,
-a quien acusaba de haberle engañado miserablemente.</p>
-
-<p>No era muy cómoda la estancia en el Fénix, no
-había sitio, y el coronel Mac Clair y yo nos tuvimos
-que acomodar de mala manera en el sollado.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>A las pocas horas de estar en el barco, supimos
-que iba con nosotros una dama inglesa de gran posición,
-miss Elisabeth Barnett.</p>
-
-<p>Esta señora era una solterona que viajaba con
-una criada y un criado. Miss Elisabeth tenía el mejor
-camarote del barco y monopolizaba la toldilla
-de popa.</p>
-
-<p>Esta dama, según se decía, era sobrina de lady
-Esther Stanhope, la reina de Tadmor, la pitonisa del
-Líbano, de esta mujer extraordinaria que fué hace
-unos años a vivir a la Siria, donde intentó fundar un
-reino y vivir como una emperatriz antigua, dominando
-a los hombres con la violencia y haciendo el
-papel de adivina.</p>
-
-<p>Nuestra inglesa quería hacer algo parecido.</p>
-
-<p>Sin duda, el caso de lord Byron y el de lady
-Stanhope iba trastornando el juicio a las mujeres de
-Inglaterra.</p>
-
-<p>No sé si miss Elisabeth Barnett pretendía emular
-las glorias de lady Esther. Miss Elisabeth no tenía
-condiciones para ello; esta solterona era una cómica
-y una cómica mala. Algunas veces, vestida con una
-túnica blanca, se presentó entre nosotros y nos lanzó
-una alocución hablando de la Grecia inmortal,
-pero lo hizo de una manera tan afectada y con unos
-gestos tan poco naturales, que produjo la risa en lugar
-del entusiasmo.</p>
-
-<p>La única popularidad que consiguió en el Fénix
-fué debida a que repartió algún dinero entre los voluntarios
-que iban a Grecia.</p>
-
-<p>Uno de los filohelenos, Flinders, le dedicó una
-poesía titulada «Al hada del Fénix». Y en broma la
-llamábamos todos así: el hada del Fénix.</p>
-
-<p>La criada de miss Barnett era una francesa guapetona,
-una mujer de unos treinta años, rubia, de
-cara ancha y juanetuda, un tanto chata, que tenía
-mucha gracia y mucho desparpajo.</p>
-
-<p>Los filohelenos andaban tras ella a todas horas, y
-se produjeron entre los nuestros riñas tremendas.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Seríamos sesenta o setenta los pasajeros del Fénix,
-la mayoría ingleses, escoceses e irlandeses; algunos
-alemanes y franceses y unos cuantos italianos.</p>
-
-<p>Como era natural, Mac Clair y yo nos reunimos
-al grupo de los ingleses. Se desarrolló en seguida
-una rivalidad y un odio entre los diversos grupos
-nacionales, incomprensible. Dentro de todos ellos
-reinaba la cizaña. Flinders contó en el grupo inglés
-que mi padre y yo éramos disecadores, y con este
-motivo se hicieron mil chistes y se acostumbraron a
-llamarme Vientre de paja. Como abusaron un tanto
-de la gracia, tuve que administrar unos cuantos puñetazos
-a un estúpido paisano mío, serio y de ojos
-de rana, que desde entonces cesó en el empleo abusivo
-de este chiste.</p>
-
-<p>A Mac Clair le comenzaron a llamar el Sepulturero
-y a decir que daba la mala suerte al barco.</p>
-
-<p>Afortunadamente, no pasó nada en la travesía,
-porque sino Mac Clair hubiera estado muy en peligro
-de ser echado al mar.</p>
-
-<p>Nuestro grupo de ingleses era alborotado, pero no
-lo era menos el de los escoceses, irlandeses, alemanes,
-franceses e italianos. Los escoceses e irlandeses
-se emborrachaban, tocaban la gaita y bailaban, y
-gritaban como salvajes.</p>
-
-<p>&mdash;Allá tendremos que batirnos&mdash;decían&mdash;; mientras
-que podamos, bebamos y divertámonos.</p>
-
-<p>Los franceses e italianos, que eran en conjunto
-siete u ocho, jugaban a las cartas. Un gascón, que
-parecía hombre ilustrado, se dedicaba a insultar a
-todos los pasajeros.</p>
-
-<p>Les llamaba viejos caimanes, carroña, montón de
-cerdos. Les decía que no comprendían la misión
-que llevaban a Grecia, que no tenían idea de la
-grandeza de este país, de la Hélade, y adornaba sus
-discursos con sus <i>¡Te! ¡Pardi y Sacredieu!</i></p>
-
-<p>La verdad es que entre aquellos filohelenos, al
-menos de nombre, no había ninguno que tuviese una
-idea aproximada de Grecia, ni de su historia.</p>
-
-<p>Ninguno de nosotros sabía gran cosa de la antigüedad
-clásica, y absolutamente nada de la historia
-griega moderna. Unos se habían enganchado
-por miseria y por desesperación, otros, por espíritu
-de aventura.</p>
-
-<p>Cada cual se formaba una idea distinta de Grecia;
-unos soñaban en los tesoros, otros en las mujeres,
-algunos aspiraban a ser generales. Muchos tenían
-la preocupación constante de ser empalados
-por los turcos, preocupación que llegó a borrarse a
-fuerza de bromas. Muchas veces se discutía en el
-barco acerca de turcos y griegos; cosa extraña, todo
-el mundo tenía más simpatía por los turcos que por
-los griegos. Para la mayoría, los turcos eran hombres
-fuertes, robustos, gente valiente, con unas barbas
-grandes, unos pantalones anchos y unas cimitarras
-corvas.</p>
-
-<p>De los griegos no se tenía tan buena idea. Se suponía
-que eran como los tipos de las estampas que
-corrían por Europa; unos hombres delgados, de bigotes
-finos, con unos trajes llenos de lentejuelas.</p>
-
-<p>Acerca de lord Byron corrían extraños rumores.
-Para muchos era un misántropo y un anglófobo;
-para otros, una especie de Manfredo desesperado,
-altanero, que vivía fuera de la sociedad, que mandaba
-matar al que le disgustaba; algunos lo tenían
-como un Don Juan terrible, un pirata, que conquistaba
-mujeres y bebía el vino en una calavera; para
-los más cultos era principalmente un revolucionario.
-La verdad es que no sabíamos lo que nos esperaba.
-No conocíamos ni Grecia, ni el jefe que nos iba a
-mandar.</p>
-
-<p>Lo único que yo veía cierto era que la tropa que
-marchaba de Europa era bastante mala, y que a no
-ser de que hubiera una organización casi perfecta en
-Missolonghi, con el elemento aquel no haríamos
-gran cosa de provecho.</p>
-
-<p>Así fué esta expedición una de las más célebres
-del siglo diez y nueve, principalmente por la intención,
-porque por lo demás apenas hicimos nada.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>A los dos días de navegar por el Mediterráneo el
-tiempo empezó a mejorar, y de repente comenzaron
-unos días espléndidos. Este mar y este cielo tan
-azul, al principio me producían cansancio; me parecía
-su belleza una belleza monótona. Los días de
-viento había únicamente un poco de cabrilleo en las
-olas.</p>
-
-<p>De noche teníamos luna llena. ¡Qué cosa más
-extraordinaria! La luna, redonda, con su luz de plata,
-iluminaba una gran faja del mar, que parecía un ancho
-camino blanco, en el cual se agitaran ondinas y
-tritones.</p>
-
-<p>Algunas veces las nubes avanzaban por el cielo, y
-la luna, oculta, filtraba los rayos por algún agujero
-de los nubarrones y dejaba un vago cabrilleo misterioso
-sobre las olas a larga distancia.</p>
-
-<p>A medida que la luna fué menguando el blanco
-camino de plata por donde se paseaban, sin duda
-alguna, las sirenas y los tritones fué estrechándose
-hasta desaparecer por completo.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>He pasado los días mirando el Mediterráneo, intentando
-ver si se me ocurre algo nuevo en la contemplación
-de un mar tan bello. Sólo cuando se van
-articulando los lugares comunes en la cabeza es
-cuando se empieza a discurrir, vulgarmente, cierto,
-pero únicamente entonces.</p>
-
-<p>Antes de esa articulación de lugares comunes por
-el solo ímpetu del espíritu no hay ideas. ¡Es lástima!
-He escrito unas cuantas frases en mi cuaderno, pero
-no tienen ninguna originalidad.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Cuando se entra en el Mediterráneo, desde el
-Océano, parece que se pasa de un mundo a otro, de
-un mundo de actividad y movimiento a un mundo
-más suntuoso, más inmóvil y más muerto.</p>
-
-<p>En el Mediterráneo hay la belleza de la proporción
-y de la línea; en el Océano el vago encanto de lo ilimitado;
-el Mediterráneo tiene islas de mármol; el
-Océano, islas de esmeralda; en el Mediterráneo, sobre
-la onda azul, se destacan las costas blancas y amarillas,
-los montes plutónicos, la lava, los olivos, los
-cipreses y los naranjos; en el Océano, sobre la linfa
-verde, apenas se marcan las pálidas dunas, las
-abras y los acantilados sin color y sin dibujo. En el
-Mediterráneo las cosas brotan duras, cuajadas, sobre
-el agua espeja y salina, bajo la atmósfera limpia y
-transparente; en el Océano, los paisajes están hechos
-de niebla, de humedad, de formas confusas y vagas.</p>
-
-<p>En el Mediterráneo todo parece tradición e historia;
-en el Atlántico, todo parece improvisación y novedad;
-en el uno todo está constituído, en el otro
-todo por constituír. Esas puntas amarillas que avanzan
-en el mar bajo la extensión azul del mar latino
-parecen huesos, fuertes destruídos, puentes rotos,
-conventos, ciudades en anfiteatro suntuosas, fastuosas,
-siempre algo del pasado.</p>
-
-<p>En el Mediterráneo no hay marea, y el agua alcanza
-siempre en la costa casi el mismo nivel; en el
-Océano las mareas son grandes.</p>
-
-<p>El Mediterráneo no respira apenas, y su ola no
-tiene pulsación; el Atlántico respira con una fuerza
-salvaje, se hincha y se deshincha, mostrando en el
-reflujo sus fondos de roca y en los ríos el légamo
-negruzco, sobre el que se tienden las barcas de los
-pescadores.</p>
-
-<p>El Mediterráneo es paz y armonía; el Atlántico
-lucha y contradicción.</p>
-
-<p>El Atlántico tiene una mitología hórrida, resto de
-la época en que el mar era un gran peligro: el pulpo
-del Maelstrom, las arañas de los Kraken, la isla del
-Fuego con sus piratas; el Mediterráneo tiene una
-mitología más clara y más solemne, sirenas, ninfas,
-delfines, y otros seres fantásticos dirigidos por el
-tridente de Poseidon.</p>
-
-<p>El Mediterráneo es Oriente, Eneas y Palinuro, la
-leyenda del vellocino y el gorro colorado; el Atlántico
-es el caos, los vascos pescadores de ballenas, los
-wikings, los normandos conquistadores, y, al mismo
-tiempo, la Atlántida y el Jardín de las Hespérides; el
-Atlántico es la alta piratería, los grandes naufragios,
-el bergantín negrero, el marino con un anillo en la
-oreja y una cacatúa en el hombro.</p>
-
-<p>El Mediterráneo es un mar clásico y, al mismo
-tiempo, realista; el Atlántico es un mar romántico y
-turbulento.</p>
-
-<p>El Mediterráneo es más constante, más parecido a
-sí mismo; el Atlántico es la eterna variación, el eterno
-cambio. El Mediterráneo es, y sobre todo ha
-sido estética, y socialmente ha llegado a su devenir;
-el Atlántico está siendo, está todavía en su iniciación.</p>
-
-<p>El hombre del Mediterráneo es la expresión correcta,
-las fórmulas hechas; el hombre del Atlántico
-es el ímpetu, aun sin moldearse.</p>
-
-<p>El Mediterráneo sugiere la idea de la tarde y la
-del crepúsculo; el Atlántico, la de la mañana.</p>
-
-<p>Si cada mar tuviese que tener sus reyes, el Mediterráneo
-tendría que dividirse en dos reinos: el Mediterráneo
-oriental para Homero, el Mediterráneo occidental
-para Virgilio; hacia Troya, Ulises; hacia Cartago,
-Eneas.</p>
-
-<p>En el Atlántico los poetas genuinos son los bardos,
-el sentimiento antes de la ciencia y del arte.</p>
-
-<p>A Shakespeare y a Byron les correspondería el
-estrecho de Gibraltar; allí donde se mezcla el brío del
-Océano con la armonía clásica del Mediterráneo.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Estuvimos en Nápoles un día, que aprovechamos
-el coronel Mac Clair y yo en recorrer la ciudad en
-un <i>calessíno</i> desvencijado. El cochero nos dijo si
-queríamos conocer unas muchachas. Mac Clair contestó
-sacando la Biblia y poniéndose a leer. Luego
-aseguró que Nápoles es una ciudad aburrida y monótona.</p>
-
-<p>&mdash;Hombre, no&mdash;le dije yo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo quiere usted comparar esto con Edimburgo?</p>
-
-<p>Mac Clair no es mas que un occidental, y para
-comprender los pueblos hay que ser occidental unas
-veces, y oriental otras, y tener el alma con muelles
-como los coches de doble suspensión.</p>
-
-<p>En lo único que quedamos conformes Mac Clair y
-yo fué en que esa frase de <i>Vedi Napoli e poi mori</i>
-no era nuestro ideal. No sentimos ni él ni yo el menor
-deseo de morirnos después de ver Nápoles.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Salimos de Nápoles con buen tiempo, pasamos al
-amanecer por el estrecho de Mesina, y vimos la
-ciudad respaldada en una alta sierra.</p>
-
-<p>Todo el mar estaba lleno de velas latinas de las
-barcas de los pescadores.</p>
-
-<p>Cruzado el Estrecho seguimos adelante, y la niebla
-se nos echó encima entre los escollos de Scila y
-Caribdis.</p>
-
-<p>Mac Clair tampoco creía gran cosa en Scila y en
-Caribdis.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Nuestra barca llevaba cartas para lord Byron, y
-pensando que el poeta se encontraba en Argostoli,
-nos fuimos acercando a la isla de Cefalonia.</p>
-
-<p>Entramos en el puerto de Argostoli y nos dijeron
-que hacía ya tres días que el lord había salido para
-Missolonghi.</p>
-
-<p>Me hubiera gustado echar una ojeada a la isla,
-pero no había tiempo. Me contenté con mirar con el
-anteojo de Mac Clair una montaña, en parte cubierta
-de pinos, y en parte de maleza, y las casas bajas de
-Argostoli como dados blancos con pequeñas ventanas.
-La tierra, por los alrededores, era blanca, resquebrajada,
-con aspecto de lava, con algunos matorrales
-obscuros por donde triscaban rebaños de
-cabras.</p>
-
-<p>Por todas partes la costa era de piedras secas que
-parecían ruinas.</p>
-
-<p>Nos hicimos a la mar, y de noche, con gran cuidado,
-nos fuimos acercando al golfo de Patras. El cielo
-estaba muy estrellado. Los marineros iban cantando
-canciones patrióticas. Nos cruzamos con una fragata
-turca, apagamos el farol y arriamos las velas; todo
-el mundo calló y la fragata pasó sin vernos. Al amanecer
-cruzamos con algunos místicos griegos, que al
-ver nuestra bandera inglesa aplaudieron con gran
-entusiasmo y algazara.</p>
-
-<p>Por la mañana estábamos delante de Missolonghi.
-El mar tenía un brillo de cristal, y algunas nubes
-rojizas, que al principio tomé por montes, se dibujaban
-en el cielo.</p>
-
-<p>Esperamos Mac Clair y yo con ansia a que comenzara
-el día.</p>
-
-<p>Eran los comienzos del mes de enero; el sol tardó
-en salir.</p>
-
-<p>Apareció entre brumas, como un disco rojo, por
-encima de las altas rocas de un monte pedregoso y
-estéril, el monte Aracinto, y fué iluminado un paisaje
-de tierras blancas, calcáreas, sin vegetación. Al
-pie de la sierra, a orillas de un lago muy azul, vimos
-una aldea. Era Missolonghi.</p>
-
-<p>Cerca de Missolonghi había varios barcos griegos,
-y, entre ellos, el <i>Cefaloniota</i>, el místico de lord
-Byron. El capitán nuestro fué a ver a lord Byron en
-el bote y volvió al poco rato con dos oficiales de
-marina.</p>
-
-<p>No parecía si no que éramos deportados por lo
-mal que nos recibieron.</p>
-
-<p>Al mediodía nos dieron la orden de bajar a tierra.
-El sol apretaba de firme. El cielo estaba azul y el
-mar tan azul como el cielo.</p>
-
-<p>Mac Clair y yo experimentamos una gran decepción
-al saltar a Missolonghi. Aquello era una aldea
-miserable. El paisaje de los alrededores no podía ser
-más triste. Montes calcinados, atormentados, sin
-árboles, arenales, un pueblecillo polvoriento, sin
-jardines, sin nada verde, quemado por el sol.</p>
-
-<p>Yo mismo quedé defraudado. A pesar de que me
-había dicho repetidas veces que no debía entusiasmarme,
-llevaba en la imaginación la idea de una
-ciudad formada por pequeños Partenones.</p>
-
-<p>Era el espejismo de los nombres sonoros. Bajamos
-en Missolonghi y fuimos todos formados a una
-barraca donde había dos oficiales ingleses de la brigada
-del coronel Stanhope, que nos tomaron la
-filiación.</p>
-
-<p>Luego nos hicieron una serie de recomendaciones
-y nos dijeron que no intentáramos tener relaciones
-con el elemento civil, porque estaba prohibido.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Missolonghi, entonces pequeña ciudad, sin abolengo
-y sin historia, contaría unos cuatro o cinco
-mil habitantes, de los cuales unas ochocientas familias
-eran griegas.</p>
-
-<p>Missolonghi, fundado por pescadores, estaba asentado
-sobre un terreno pantanoso; en algunas partes,
-más bajo que el mar.</p>
-
-<p>La situación de Missolonghi, al borde de una
-laguna, hacía que algunos griegos entusiastas la
-compararan con Venecia.</p>
-
-<p>Esta laguna, a medias pantano de agua dulce, y
-a medias marisma, ocupaba una gran extensión y
-aumentaba de tamaño desde hacía tiempo a expensas
-de las tierras de labor.</p>
-
-<p>Limitando la laguna de Missolonghi por el lado
-del mar había un cordón de islas, roto aquí y allá:
-los Procopanistos. Las olas batían constantemente
-esta línea de peñascos que separaban la albufera
-missolonghiota del mar Jónico.</p>
-
-<p>Entre los arrecifes de los Procopanistos había algunos
-islotes grandes, como el de Basilades, Aisosti,
-Scilla y Cleisovo. En estos islotes, ya de algún
-tamaño, se levantaban torres y alrededor estacadas
-para defender las entradas de la laguna.</p>
-
-<p>En la isla de Basilades había un fuerte de piedra,
-y en la de Aisosti una capilla aspillerada que servía
-de defensa.</p>
-
-<p>La laguna de Missolonghi se extendía bordeando
-el monte Aracinto y tenía, a medida que avanzaba
-en la tierra, un seno más estrecho.</p>
-
-<p>Al comienzo de este seno, en que se hacía más
-angosta la laguna, se hallaba un pueblo colocado en
-una isleta, llamado Anatólico.</p>
-
-<p>Anatólico parecía un barco encallado en las rompientes.</p>
-
-<p>Las orillas de la albufera de Missolonghi eran
-áridas, cubiertas de algas y musgos verdes, que se
-corrompían en las mareas bajas, produciendo emanaciones
-pestilentes.</p>
-
-<p>Afortunadamente, el viento del mar soplaba con
-fuerza y purificaba el aire; si no, no se hubiera podido
-vivir en las inmediaciones.</p>
-
-<p>Mirando desde el mar al monte Aracinto, se veía
-una mole seca, pedregosa, terrenos plutónicos, con
-ruinas de murallas y de pueblos.</p>
-
-<p>Al pie del monte y al borde de la laguna había un
-mal camino, que tenía a la orilla algunas miserables
-cabañas de pescadores, camino que, con la lluvia, se
-convertía en un arroyo pantanoso.</p>
-
-<p>Varias veces recorrí este camino con el caballo
-hundido hasta los ijares, mientras los patos salvajes
-pasaban revoloteando por encima de mi cabeza.</p>
-
-<p>A un lado de Missolonghi, ya fuera de la laguna,
-en las estribaciones del Aracinto que daban hacia el
-mar, había una planicie que se llamaba la llanura
-Lelante o Anachaida, que estaba cruzada por un
-río, el río Fidaris o Ebenus, seco si no llovía y torrencial
-cuando caían unos cuantos chaparrones.</p>
-
-<p>Este río tenía dos afluentes: el de Galata, que pasaba
-por un pueblo en ruinas del mismo nombre, y
-el de Hypochori.</p>
-
-<p>Al borde del río Ebenus se veía un pueblo en ruinas,
-con restos de castillo y murallas, a quien los
-naturales llamaban Plevrone, porque había una segunda
-Plevrone, también en ruinas, en la parte del
-Aracinto, que daba a la laguna, entre Missolonghi
-y Anatólico.</p>
-
-<p>A poca distancia de la llanura Lelante, en una pequeña
-bahía, estaba Barasova, pueblecillo con una
-vieja torre ruinosa.</p>
-
-<p>Estos lugares próximos a Missolonghi fueron el
-teatro de nuestra acción, que, ciertamente, no tuvo
-nada de extraordinaria ni de heroica.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Después de ser alistados e identificados, Mac Clair
-quedó en la brigada de Stanhope como oficial de ingenieros,
-y yo como ayudante suyo.</p>
-
-<p>No estaba la legión extranjera de Missolonghi tan
-disciplinada como nosotros pensábamos; había una
-porción de oficiales y jefes franceses, ingleses, alemanes
-e italianos en disponibilidad, porque no tenían
-tropas que mandar. Los ingenieros y artilleros
-eran los más solicitados y los que más pronto encontraban
-plaza vacante. Los que venían de la Europa
-occidental con sus documentos de haber servido
-como oficiales de caballería, no encontraban puesto,
-porque los griegos no los querían.</p>
-
-<p>Había entre nosotros tres mandos diferentes: el de
-los comités griegos, el del coronel Stanhope y el de
-lord Byron.</p>
-
-<p>Stanhope estaba en completo desacuerdo con lord
-Byron. El coronel reprochaba al lord, que quería hacer
-una guerra literaria, lo que le parecía una ridiculez.
-En parte, el militar estaba en lo justo, porque
-la guerra parece que debe tener una técnica;
-pero el poeta tenía su razón también, porque, gracias
-a su prestigio literario, había conseguido que Europa
-entera se preocupara de su expedición y se dispusiera
-a ayudar a los griegos.</p>
-
-<p>El coronel, por lo que nos dijo, pretendía que Byron
-no interviniera para nada en detalles de cuestiones
-militares, pero el poeta se creía omnisciente y
-pretendía entender de milicia tanto como de poesía.</p>
-
-<p>Desde su desembarco, el cinco de enero, el lord estaba
-trabajando sin descanso en contratar un empréstito
-en Inglaterra, quería reformar la sociedad inglesa
-de los Filohelenos y estudiaba, al mismo tiempo, los
-medios de humanizar la guerra entre turcos y griegos,
-pensamiento noble, pero, por entonces, perfectamente
-irrealizable.</p>
-
-<p>Su plan militar consistía en fortificar Missolonghi
-y en organizar un pequeño ejército de ataque.
-Este ejército estaría formado por dos mil quinientos
-griegos al mando de sus jefes, por las legiones extranjeras
-a las órdenes del coronel Stanhope, que no
-se sabía a punto fijo con qué número de soldados
-contaría, y por un batallón de suliotas, que quería
-mandar el mismo lord en persona.</p>
-
-<p>Con estas fuerzas pensaba Byron atacar el castillo
-de Lepanto.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>La hada del Fénix, miss Barnett, tuvo mal éxito en
-su empresa. Lord Byron se empeñó en no verla, y,
-por más cartas, avisos y recados que le envió, el
-poeta no quiso acceder a hablar con ella. El coronel
-Stanhope la recibió muy fríamente. Un hombre como
-el coronel, que tenía a Byron por poco práctico, naturalmente,
-tenía que mirar con desdén la fraseología
-poética de segunda mano de miss Barnett.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>El elemento militar griego con que se contaba era
-muy malo. Estaba formado por montañeses, algunos
-verdaderos bandidos, y pescadores.</p>
-
-<p>A los montañeses, a unos llamaban palikaros y a
-otros suliotas. Los palikaros eran los de la parte de
-Morea, y los suliotas de Suli.</p>
-
-<p>Unos y otros despreciaban profundamente a los
-griegos, sobre todo a los griegos cultos, a los que
-llamaban phanariotas. Los palikaros y los suliotas
-tenían costumbres parecidas a los turcos. Unos y
-otros eran pésimos soldados, insubordinados y rebeldes.
-Al morir Marcos Botzari en el Epiro, recomendó
-a lord Byron un pelotón de suliotas. Byron
-quiso aceptarlo como su guardia, y le asignó mil
-duros al mes; pero eran los cuarenta suliotas tan
-turbulentos, tan mentirosos, tan enredadores, que
-Byron los despachó, los incorporó al resto del ejército
-y les siguió dando su asignación.</p>
-
-<p>El gobernador de Missolonghi pensó que dar tanto
-dinero a los suliotas era un absurdo, e intentó
-emplearlo en otros fines, pero los suliotas se le sublevaron.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Mac Clair y yo fuimos destinados a la fortificación
-de Missolonghi.</p>
-
-<p>Missolonghi era una aldea pobre y sin ningún
-atractivo. Mac Clair y yo pensamos en ir a vivir al
-pueblo, suponiendo lógicamente que los habitantes
-tendrían entusiasmo por los extranjeros llegados
-allá para defender el país, y nos encontramos con
-todo lo contrario.</p>
-
-<p>Los griegos nos odiaban.</p>
-
-<p>En vista de esto, y con el consentimiento del coronel
-Stanhope, nos instalamos en una barraca de
-madera, que llegamos a convertir en una habitación
-confortable.</p>
-
-<p>A los pocos días comenzamos a trabajar en los
-planos de la fortificación de la ciudad.</p>
-
-<p>Se había pensado en rodear Missolonghi de murallas
-y de baluartes.</p>
-
-<p>Desde el comienzo de la guerra de la Independencia
-griega, Missolonghi había sido atacada varias
-veces por los turcos con poca fortuna.</p>
-
-<p>La situación de la plaza era muy buena para el
-defensor y mala para el agresor. Además de esto, los
-turcos habían tenido la desgracia en el último sitio
-de ser diezmados por la peste.</p>
-
-<p>Cuando comenzó este último sitio, los griegos no
-habían hecho mas que comenzar a fortificar la ciudad
-y a guarnecer las murallas de tierra, con torres
-y baluartes. Estando en esta labor se les presentó a
-atacarles Omar Vrione, capitaneando un ejército numeroso,
-y se colocó en la falda del monte Aracinto.</p>
-
-<p>La guarnición de Missolonghi se encontraba con
-muy pocos medios de resistencia. El caudillo griego
-Marcos Botzari, en quien se tenían grandes esperanzas,
-acababa de morir en el Epiro.</p>
-
-<p>Su hermano Constantino entró en Missolonghi
-con su gente y se aprestó a la defensa. Al cabo de
-dos meses de sitio, cuando la resistencia de Missolonghi
-comenzaba a desfallecer, fué cuando se declaró
-la peste en el ejército otomano, pero de una manera
-tan fuerte que Ornar Vrione tuvo que abandonar
-inmediatamente los alrededores de Missolonghi.</p>
-
-<p>Al mismo tiempo, otro caudillo griego, Maurocordato,
-entraba en la laguna de Missolonghi con algunos
-barcos hydriotas, y la ciudad quedaba libre por
-tierra y por mar.</p>
-
-<p>Entonces se pensó que Missolonghi podía ser el
-baluarte de la independencia griega, y se la quiso
-poner en condiciones de sostener un sitio en regla.</p>
-
-<p>Los oficiales de artillería y los ingenieros, entre
-ellos Mac Clair, hicieron los planos de las nuevas
-fortificaciones y se comenzó a trabajar.</p>
-
-<p>Primeramente se restauró la muralla por la parte
-de tierra y por la del mar, revistiendo los sitios débiles
-con piedras y argamasa.</p>
-
-<p>Durante más de dos semanas tuve yo que ir al
-monte Aracinto con los trabajadores griegos a unas
-canteras a sacar piedra.</p>
-
-<p>Un italiano del Piamonte, Josué Magnani, que
-llevaba algún tiempo allí, y un joven alemán, Werner,
-iban conmigo de intérpretes.</p>
-
-<p>El trabajo se prolongaba mucho, porque los missolonghiotas
-no eran partidarios de un esfuerzo asiduo
-y constante. Los franceses, alemanes e ingleses,
-que hubieran sido buenos obreros, no querían hacer
-estos trabajos pesados.</p>
-
-<p>Hermann Werner, el alemán que me acompañaba,
-era un muchacho muy instruído. Sabía el griego antiguo
-y estaba aprendiendo el moderno, y tomaba
-notas de todo cuanto veía.</p>
-
-<p>Werner me explicaba las ideas y las preocupaciones
-de los griegos.</p>
-
-<p>Me dijo que éstos consideraban el monte Aracinto
-como un lugar misterioso, poblado por seres imaginarios,
-faunos, panes, egipanes y tityros. Comentando
-las hazañas de estos monstruos u oyendo cantar
-a los tordos los griegos pasaban demasiado tiempo
-sin hacer nada.</p>
-
-<p>En el monte Aracinto había una ermita sobre una
-roca, dedicada al profeta Elías. A esta ermita se subía
-por una escalera pendiente, cuya pared de roca
-estaba llena de ex votos. Cerca de esta ermita, en un
-grupo de árboles, solíamos almorzar Magnani, Werner
-y yo. Muchas veces oíamos a los zagales que
-tocaban una flauta de caña rodeados de sus cabras.</p>
-
-<p>Nos contó Magnani que un viejo ladrón de Anatólico
-fué un día a la ermita con un saco y se llevó
-todos los objetos de oro, de plata y de pedrería que
-había allí.</p>
-
-<p>El ladrón anatolicense decía:</p>
-
-<p>&mdash;Virgen soberana, permite que te despoje de esta
-corona que te ofreció un canalla, ladrón y usurero;
-deja que me lleve esta alhaja, regalo de un asesino,
-manchado con mil crímenes. ¡Malditos sean!</p>
-
-<p>El ladrón anatolicense llenó su saco y se fué;
-pero al ir a vender las alhajas fué preso, y el gran
-visir le mandó ahorcar.</p>
-
-<p>El alemán se reía al oír esto a carcajadas.</p>
-
-<p>Magnani, Werner y yo recorrimos el Aracinto
-a caballo, y llegamos, en nuestras excursiones, a una
-sierra de montañas, llamada Rachi, y pasamos el
-desfiladero de Cleisura.</p>
-
-<p>Werner solía leernos un trozo de la <i>Ilíada</i> en
-griego y luego nos lo traducía.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>En vista del terrible fracaso de miss Barnett, decidió
-marcharse de Missolonghi a Siria a buscar a su
-tía lady Stanhope. La criada Susana no quiso seguirla.
-Susana decidió hacer una barraca junto a la
-nuestra y poner una cantina. A mí me pidió mi
-opinión.</p>
-
-<p>&mdash;Sí&mdash;le dije yo&mdash;. Estaría bien si esto durara
-pero yo no veo que esto vaya a durar. El mejor día
-nos tendremos que marchar todos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Por los turcos?</p>
-
-<p>&mdash;No, porque no nos pagarán.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Susana no tomó en cuenta estas razones y se decidió
-a quedarse, y consiguió que los soldados le
-hicieran un barracón de madera, cubierto de tejas,
-donde puso su cantina.</p>
-
-<p>Una mujer como aquélla, guapetona, valiente y
-que estaba dispuesta a hacerse rica, tuvo un gran
-número de pretendientes. Según la voz general,
-Werner y yo hubiéramos sido los favorecidos; pero
-Werner leía demasiado a Homero, y yo demasiado a
-Schelley y a Goethe para entusiasmarnos con la
-cantinera.</p>
-
-<p>Los tres rivales de la bella Susana eran Magnani,
-un jefe de policía de Missolonghi y un armatola o
-capitán de los palikaros, que era un hombre bruto,
-feroz, que le gustaba amenazar a las gentes. Este
-armatola andaba con unos soldados harapientos,
-todos armados hasta los dientes.</p>
-
-<p>Una noche estábamos de tertulia en la cantina de
-Susana el policía, Werner, Magnani y yo, y otros dos
-o tres, cuando fueron entrando los palikaros con sus
-fusiles y se apoderaron de la tienda. Después entró
-su armatola. Venía envuelto en una gran capa de
-lana blanca. Estaba borracho. El policía se acercó a
-él a preguntarle qué significaba aquella invasión. El
-armatola no le contestó, le dió un empujón y le escupió
-a la cara. Después, acercándose a Susana, la
-agarró de la cintura. La cantinera no se inmutó y se
-defendió sin dar importancia al ataque.</p>
-
-<p>El capitán de los palikaros se acercó a Werner y
-a mí con intenciones agresivas. Yo tenía la pistola
-cargada dentro del bolsillo. El palikaro, al ver nuestra
-impasibilidad, cambió de aspecto, se sentó en una
-mesa y pidió café. Magnani y el policía habían desaparecido.
-El jefe palikaro se puso a tomar café,
-ceñudo y sombrío; sus soldados se fueron marchando.
-Era el armatola hombre joven, moreno, vestía
-una blusa de mangas abiertas, pantalones anchos,
-polainas, un gorro rojo y un cinturón de cuero,
-donde llevaba el pañuelo, la bolsa, un puñal y una
-pistola.</p>
-
-<p>Iba Susana a cerrar la cantina y nosotros a salir
-cuando apareció de nuevo Magnani y el policía
-griego. Magnani venía con un aire torvo, con los
-dientes apretados y los ojos brillantes.</p>
-
-<p>El policía griego avanzó con aire amable, se acercó
-al palikaro, le quitó el puñal y la pistola, y, de
-pronto, le dijo algo feroz y terrible y le escupió en
-los ojos.</p>
-
-<p>El palikaro se levantó, pero Magnani le dió un
-empujón y le hizo sentarse de nuevo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ladrón! ¡Cobarde!&mdash;le gritó el griego al palikaro&mdash;,
-insultas cuando estás entre los tuyos, ¡perro!</p>
-
-<p>&mdash;Y solo también contra ti.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos ahora mismo&mdash;gritó el griego,</p>
-
-<p>&mdash;Vamos.</p>
-
-<p>Salimos todos de la cantina. Era todavía de noche.
-Una fila de luces de las barcas de los pescadores
-se veía en el mar obscuro, y se oía el ruido de
-las olas, que se estrellaban acompasadas en la costa.
-Amaneció. Werner trató de que se hiciera un
-desafío en regla, pero el griego y el palikaro no querían
-esperar.</p>
-
-<p>Se les dió a cada uno un sable y se les puso frente
-a frente.</p>
-
-<p>En aquel momento sonó un tiro, y el palikaro
-cayó muerto con la cabeza abierta.</p>
-
-<p>No nos quedó duda de que entre Magnani y el policía
-griego habían preparado la muerte del montañés.
-Al poco tiempo, Magnani desaparecía de Missolonghi.
-Susana la cantinera siguió dando esperanzas
-y buenas palabras al policía, hasta que un día traspasó
-la cantina y se marchó con un comerciante
-turco a Constantinopla.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Cuando se concluyó de sacar piedra, volvimos a
-trabajar en la muralla. Cada uno de los baluartes que
-se construiría llevaría el nombre de algún héroe o de
-algún personaje relacionado con la independencia
-griega. El primer baluarte se denominó de Marcos
-Botzari. Comenzando por éste, y dando la vuelta al
-recinto fortificado, estarían la torre de Coray, la batería
-del general Norman, la batería Miauli, el baluarte
-Franklín, la batería Tokeli, la torre de Guillermo
-Tell, la torre de Kosciusko, la batería Kiriaculi,
-la tenaza de Montalembert, la batería de Rhigas,
-la luneta de Orange y la batería Macris.</p>
-
-<p>Estos baluartes y fortines quedarían próximos uno
-de otro; por el lado de tierra habría un gran foso
-para defender la entrada de la ciudad.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Ocupados en esta obra, apenas nos enteramos de
-lo que ocurría en Missolonghi.</p>
-
-<p>Todo el mundo iba a ver a lord Byron, a hablarle
-de sus asuntos, a exponerle sus quejas; yo no quería
-molestarle, y así sucedió que no le llegué a conocer.</p>
-
-<p>El poeta, al parecer descontento, determinó bajar
-a tierra lo menos posible y recibía las visitas y las
-comisiones en su barco.</p>
-
-<p>Byron pretendió poner un poco de orden en la
-anarquía griega y dar fin a las rivalidades de los jefes.</p>
-
-<p>La cosa fué imposible; la discordia era cada vez
-mayor y estallaba a cada paso, hasta dentro de la
-misma brigada que mandaba el lord, entre los suliotas
-que le había recomendado Marcos Botzari a su
-muerte.</p>
-
-<p>Al parecer, se seguía pensando en la expedición
-contra Lepanto, pero los preparativos eran muy
-lentos.</p>
-
-<p>En esto comenzó a correr la voz de que la salud
-de Byron se hallaba muy quebrantada, por los repetidos
-ataques de fiebre y por los continuos disgustos.</p>
-
-<p>La mayoría de la gente pensaba que el poeta no
-duraría mucho. Un día de abril se dijo que había
-hecho una salida a caballo, se había mojado y que
-guardaba cama.</p>
-
-<p>Una semana después, nuestro lord moría, a consecuencia
-de una inflamación cerebral. Se le hicieron
-grandes exequias, y todos los jefes griegos aparecieron
-muy unidos... y muy contritos.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Dos días más tarde, Mac Clair, que seguía enfermo,
-me pidió que fuera a ver al coronel Stanhope,
-para preguntarle qué íbamos a hacer.</p>
-
-<p>Stanhope me dijo que, probablemente, reembarcaríamos,
-y añadió:</p>
-
-<p>&mdash;Yo me he comprometido con lord Byron a dirigir
-la campaña, porque el poeta era un inglés de
-cuya palabra se podía uno fiar; pero no me pasa lo
-mismo con los jefes griegos que hoy afirman una
-cosa y al día siguiente la contraria.</p>
-
-<p>Le pregunté si tendríamos barcos para todos y me
-contestó que era una dificultad que había que resolver
-como se pudiera.</p>
-
-<p>&mdash;¿El coronel Mac Clair y yo tenemos entonces libertad
-para marcharnos, si encontramos ocasión?&mdash;le
-pregunté.</p>
-
-<p>&mdash;Desde luego.</p>
-
-<p>&mdash;¿Quedamos desligados de nuestro compromiso?</p>
-
-<p>&mdash;En absoluto.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Como yo sabía el espíritu de contradicción y de
-suspicacia que había entre los griegos y su poca
-simpatía por los extranjeros, hice la gestión ante
-el Comité, para que nos reconocieran a Mac Clair
-y a mí nuestros grados. El Comité rechazó la petición,
-y nos encontramos libres para abandonar
-Grecia.</p>
-
-<p>Solía ir desde entonces todos los días al puerto a
-averiguar si llegaba algún barco. Un día vi bajar de
-una lancha a un caballero elegante, de frac azul, con
-botones dorados, pantalones de paño gris y chaleco
-blanco de piqué.</p>
-
-<p>Era el hombre rubio de la Sala de Cortes de Sevilla
-que me habían dicho que había sido capitán del
-Empecinado.</p>
-
-<p>&mdash;Yo le conozco a usted de Sevilla&mdash;le dije.</p>
-
-<p>&mdash;¡Es verdad! ¡Qué extraña casualidad!&mdash;exclamó
-él, al decirle dónde le había conocido.</p>
-
-<p>Nos estrechamos la mano. Le conté mi historia y
-él me contó la suya.</p>
-
-<p>Este hombre era Aviraneta. Me dijo que había ido
-a ver a un consignatario, para tomar una plaza en
-la corbeta Egina, que iba a partir, de un momento a
-otro, con rumbo a Nápoles. Pedimos pasaje Mac
-Clair y yo en ella, y nos dieron dos de tercera, porque
-ya no había otros.</p>
-
-<p>Le preguntamos a Aviraneta dónde vivía en aquel
-momento.</p>
-
-<p>Nos dijo que en una barca griega, en la que había
-venido desde Alejandría, y que estaba esperando
-órdenes para salir de Missolonghi. Le indicamos
-que hiciera gestiones para que fuéramos Mac Clair y
-yo a la barca griega. El capitán de la Chipriota, después
-de muchas dificultades, aceptó, y Mac Clair y
-yo nos trasladamos a este barco.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Si mi aventura de Missolonghi no había sido ni
-muy lucida ni muy brillante, la de Aviraneta, aunque
-con más éxito personal, no fué tampoco de gran
-interés. He aquí lo que me contó don Eugenio:</p>
-
-
-
-<p class="i2 p2">«He salido de Alejandría hará próximamente un
-mes, en la goleta Chipriota, al mando del capitán
-Spiro Sarompas. Llegamos aquí hace unos veinte
-días. El capitán Spiro traía unos pliegos para lord
-Byron, fué a verle y le dijo que venía con un oficial
-español.</p>
-
-<p class="i2">El lord le contestó que fuera yo inmediatamente
-a su barco y que no tocara en tierra.</p>
-
-<p class="i2">Me puse de gala, y en la lancha fuí al <i>Cefaloniota</i>.</p>
-
-<p class="i2">A un oficial le dije que me había mandado ir Su
-Excelencia y que tenía que darle una carta.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;Démela usted a mí.</p>
-
-<p class="i2">Se la di y esperé un cuarto de hora.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;Pase usted.</p>
-
-<p class="i2">Lord Byron me recibió y me dió la mano. Me
-chocó la impresión de la mano; llevaba guantes de
-seda de color de carne. Vestía bata y gorro griego
-rojo. Su figura era hermosa, sobre todo la cabeza,
-pero no tenía aire de serenidad ni de fuerza; parecía
-una mujer. Sus rasgos eran demasiado correctos, y
-su cuello, que llevaba desnudo, me pareció excesivamente
-redondo.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;Siéntese usted&mdash;me dijo.</p>
-
-<p class="i2">Me senté.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;¿Habla usted inglés?</p>
-
-<p class="i2">&mdash;No, sólo francés.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;¿No ha leído usted mis versos?</p>
-
-<p class="i2">&mdash;No, Excelencia.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;¿No ha perdido usted nada?&mdash;dijo él riendo.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;Creo que sí&mdash;le contesté yo&mdash;; pero mi vida ha
-sido muy activa y mi educación descuidada.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;El cónsul de Alejandría me recomienda a usted
-eficazmente. ¿Qué quiere usted de mí?</p>
-
-<p class="i2">Entonces yo me levanté, me cuadré e hice la señal
-de reconocimiento como masón del rito escocés.
-A su vez se levantó él y me correspondió.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;Cuénteme usted un poco su vida.</p>
-
-<p class="i2">Yo le conté mi vida.</p>
-
-<p class="i2">El cura Merino, el Empecinado, los carbonarios de
-París, las conspiraciones, la lucha contra Angulema,
-la escapada hasta Gibraltar, la vida en Tánger
-y en Alejandría.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;¡Y todo eso con poco dinero! Sin medios&mdash;exclamó
-el lord, y añadió en español chapurrado
-de italiano&mdash;: ¡Per Bacco! ¡Que es usted un
-hombre!</p>
-
-<p class="i2">Al hablar, el lord mezclaba juramentos de todos
-los países.</p>
-
-<p class="i2">Me preguntó si había llevado mi equipaje al <i>Cefaloniota</i>.
-Le dije que no. Me encargó que lo trajera
-inmediatamente y que no dijera a nadie que era español,
-y mucho menos emigrado constitucional, y
-que no saltara a tierra. Tocó un timbre, llamó a un
-oficial y habló con él en inglés.</p>
-
-<p class="i2">Acompañado de este oficial, bajé a un bote que
-llevaba la bandera inglesa, y me senté a popa sobre
-un tapete de seda. Llegamos a la goleta Chipriota.
-Subí. El capitán Spiro desembalaba unas cajas de
-fusiles y pistolas.</p>
-
-<p class="i2">A bordo había dos comisionados del gobierno
-griego, de grandes bigotes negros, acompañados de
-cuatro soldados con fusiles.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;Son de la policía política&mdash;me dijo el capitán
-Sarompas&mdash;, y si no fuera porque pasa usted por
-inglés y tiene usted tanta influencia con lord Byron,
-le detendrían. Las cosas están muy embrolladas en
-tierra.</p>
-
-<p class="i2">Volví al <i>Cefaloniota</i> y me llevaron el equipaje a
-un camarote. Lord Byron estaba conferenciando
-en aquel momento con unos comisionados griegos
-de Missolonghi. Concluída la conferencia, salieron
-los comisionados y el lord a cubierta. Entonces
-noté la cojera de Byron. Se acercó a mí. Estaba
-jovial.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;Ahora vamos a almorzar, señor guerrillero&mdash;me
-dijo.</p>
-
-<p class="i2">Comían a su mesa su segundo, un médico, el
-doctor Bruno y el oficial de guardia, todos de uniforme.</p>
-
-<p class="i2">El lord me habló de las cosas de España, de Sevilla
-y de Cádiz, de una corrida de toros que había
-visto, y me recitó, como un inglés puede recitar en
-español, trozos de Garcilaso de la Vega y de los romances
-del Cid.</p>
-
-<p class="i2">Me preguntó también si la clerigalla (ésta fué su
-palabra) seguía mandando en España.</p>
-
-<p class="i2">De cerca, lord Byron daba la impresión de un
-hombre raro, medio afeminado, pero no débil, ni mucho
-menos. En el almuerzo apenas comió mas que
-golosinas, unas coles en vinagre, unas sardinas, frutas
-y un pedazo de queso inglés. En cambio, bebió
-bastante vino de Asti.</p>
-
-<p class="i2">Como vió que yo no bebía vino, dijo:</p>
-
-<p class="i2">&mdash;¡Qué extraño! Estos españoles ni comen ni
-beben. Con una aceituna y un vaso de agua con
-azucarillo, ya están despachados.</p>
-
-<p class="i2">Después de almorzar nos sirvieron café, y como
-vió que yo lo tomaba a gusto, hizo el lord que me
-sirvieran más.</p>
-
-<p class="i2">Después de almorzar nos levantamos y nos hicimos
-todos grandes reverencias. Su Excelencia fué a
-despachar sus asuntos y nosotros a fumar a la Cámara
-de Oficiales.</p>
-
-<p class="i2">Me presentaron a unos y a otros, y nos saludamos
-solemnemente.</p>
-
-<p class="i2">Toda esta ceremonia inglesa me fastidiaba un
-poco.</p>
-
-<p class="i2">Después de fumar, me avisó el criado Tita que
-fuera a ver a Su Excelencia. Entré en su habitación.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;Veo, por lo que me ha contado usted&mdash;me dijo
-el lord&mdash;, lo que ha sufrido usted por la libertad.
-Usted ha andado por países civilizados, por países
-como España, donde queda una gran cultura de
-sentimientos; aquí, no; aquí no queda nada de la
-Grecia antigua. Soy de la opinión de San Pablo,
-que decía que no hay diferencia entre los judíos y
-los griegos. El carácter de los dos es igualmente vil.
-El griego actual no es sólo envidioso, malo y vengativo,
-sino que es abandonado y sucio.</p>
-
-<p class="i2">Es un degenerado. No tiene fe en nada. Allá en
-España confiaban ustedes en el compañero; aquí
-no se puede confiar en nadie. Aquí se tiende usted
-a dormir en el campamento, y al día siguiente
-le han robado el reloj o el pañuelo, si es que
-no le han cortado la cabeza. Además de esto,
-los patriotas griegos tienen una gran hostilidad contra
-el extranjero, y hasta a nosotros mismos, que
-hemos venido aquí a luchar por su libertad, nos
-odian.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;No me diga más Su Excelencia&mdash;le indiqué
-yo&mdash;; si esto es así, me voy inmediatamente.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;No&mdash;me contestó él&mdash;. Espere usted. Es usted
-el único español que ha acudido a secundar mi empresa,
-y no quiero que pueda decir que no he hecho
-por él todo cuanto esté en mi mano. Quédese usted
-aquí unos días en el barco. Supongo que le convendrá
-descansar, porque, indudablemente, está usted
-débil.</p>
-
-<p class="i2">Todo el mundo, al verme delgado y pálido, suponía
-lo mismo. En los días sucesivos ocurrió lo propio.
-Byron me hizo mil preguntas, se rió, recitó versos;
-y cuando yo le decía si había pensado algo
-para mí, me contestaba que esperase.</p>
-
-<p class="i2">Un día me preguntó claramente.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;¿Qué echa usted de menos aquí o qué le estorba?
-Dígamelo usted claramente, dígamelo usted con
-la franqueza de un nieto del Cid.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;Excelencia&mdash;le contesté yo&mdash;. Para mí hay
-aquí demasiada etiqueta.</p>
-
-<p class="i2">Lord Byron se echó a reír a carcajadas. Como vi
-que lo tomaba alegremente, añadí:</p>
-
-<p class="i2">&mdash;Tanto ponerse la corbata y cepillarse la levita a
-todas horas, y saludar al superior y al inferior, y
-dejar que pase antes por una puerta y esperar a que
-se siente, a mí, que he vivido entre campesinos, me
-cansa.</p>
-
-<p class="i2">&mdash;Es usted un hombre original, guerrillero&mdash;me
-dijo.»</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>&mdash;¿Y así ha vivido usted?</p>
-
-<p>&mdash;Así he vivido quince días en compañía de Byron,
-hasta que éste ha enfermado y ha muerto, y
-entonces me he trasladado a la Chipriota.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué suerte la de usted!</p>
-
-<p>&mdash;¿Pues?</p>
-
-<p>&mdash;Usted no tiene idea lo que es para mucha
-gente haber vivido en la intimidad de lord Byron.
-Ya ve usted, la mayoría de los ingleses que estábamos
-en Missolonghi no hemos cruzado ni una vez la
-palabra con él.</p>
-
-<p>&mdash;Pues era un hombre amable y muy asequible;
-a veces, de una gran afabilidad.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, para la gente original y extraña como usted.
-Un guerrillero español que ha guerreado a las
-órdenes de un cura no se encuentra todos los días.
-Para nosotros, paisanos suyos sin historia, no era
-tan asequible el lord, ni mucho menos.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, claro; esto se explica.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y de qué hablaban ustedes?</p>
-
-<p>&mdash;Principalmente, de España y de los guerrilleros.
-Le interesaba mucho la vida y el carácter de Merino,
-del Empecinado y de los otros cabecillas españoles,
-las ideas, la manera de guerrear, sus odios,
-sus antipatías y demás detalles.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué vida llevaban ustedes?</p>
-
-<p>&mdash;A las cinco de la mañana tocaban los pífanos y
-tiraban un cañonazo. Era la señal de levantarse todo
-el mundo. Yo me vestía de prisa, salía al instante
-del camarote, para que lo limpiaran, y luego volvía
-a vestirme de etiqueta.</p>
-
-<p>&mdash;¿A qué hora se levantaba el lord?</p>
-
-<p>&mdash;Al amanecer. Solía estar leyendo y escribiendo
-hasta las ocho en punto, en que llamaba. Lo hacía
-todo con una exactitud cronométrica.</p>
-
-<p>&mdash;¿Sí? ¡Qué extraño! ¡Con la fama de hombre irregular
-que tenía!</p>
-
-<p>&mdash;Pues era ordenadísimo. A las ocho tocaba el
-timbre; entraban Tita, el criado, y Fletcher, el ayuda
-de cámara. Estaban media hora. A las ocho y media
-tres secretarios, con sus cartapacios, pasaban
-un cuarto de hora. Luego venía el oficial de guardia,
-otro cuarto de hora. A las diez menos cuarto,
-Fletcher, con dos teteras de plata en una bandeja, y
-Tita, con otra bandeja con tazas y un azucarero de
-China. A las diez, el médico. A las diez y cuarto, los
-comisionados griegos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y todos los días lo mismo?</p>
-
-<p>&mdash;Todos los días lo mismo.</p>
-
-<p>&mdash;Es curioso que usted haya visto sólo por dentro
-lo que yo he visto sólo por fuera. ¡Qué pensaba
-Byron!</p>
-
-<p>&mdash;Byron tenía ideas de poeta. Creía que era necesario
-para Europa que Grecia se reconstituyera.
-Afirmaba que los griegos iban a ser con el tiempo
-lo que fueron en la edad antigua. Para este resultado
-quería no sólo trabajar, sino sacrificarse. ¿Qué
-importa mi vida?&mdash;me decía.</p>
-
-<p>&mdash;Y usted, ¿qué le contestaba?</p>
-
-<p>&mdash;Hombre, yo no tengo esa religiosidad ni esa
-pasión por Grecia. Yo no soy poeta. Yo me
-callaba.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y, prácticamente, qué quería hacer?</p>
-
-<p>&mdash;Quería inculcar espíritu de unión a los jefes y
-desterrar la barbarie. Por lo que me indicó, había
-muchas disidencias entre los griegos. Parece que el
-comité de Missolonghi y el gobernador de esta ciudad
-le invitaban a que fuera al Congreso de Salamis,
-y Maurocordato le excitaba para que fuera a
-Hydra. Una y otra facción le enviaban cartas, mensajes,
-e intrigaban y se denunciaban.</p>
-
-<p>&mdash;Y del coronel Stanhope, ¿qué opinaba?</p>
-
-<p>&mdash;No le he oído hablar de él nunca.</p>
-
-<p>&mdash;¿Era un incrédulo de verdad en cuestiones religiosas?</p>
-
-<p>&mdash;No sé. Algunas veces le he oído decir: soy una
-oveja descarriada, pero no tanto como cree el mundo.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Cuatro días después de mi encuentro con Aviraneta,
-se presentó a la vista de Missolonghi la corbeta
-<i>Egina</i>, que salía para Nápoles.</p>
-
-<p>Fuimos Mac Clair y yo por la mañana y entramos
-en la lancha y nos dirigimos a la corbeta. La
-mayoría de los pasajeros eran militares franceses
-muy bulliciosos.</p>
-
-<p>El capitán de la corbeta, Jorge Belisarios, fué designando
-a cada uno su camarote y entregándole
-una chapa con un número y fijando otra chapa de
-hoja de lata en las puertas de los camarotes.</p>
-
-<p>A Mac Clair y a mí nos tocaron los peores.</p>
-
-<p>Poco después de embarcar nosotros, llegó a la
-<i>Egina</i> una lancha que conducía al comisario griego
-de Missolonghi, a su señora, sus hijos y varios criados
-con una porción de bultos.</p>
-
-<p>Aviraneta me preguntó qué tal estábamos instalados,
-y le dije que mal.</p>
-
-<p>&mdash;Yo le veré al capitán&mdash;indicó&mdash;. Con la recomendación
-especial que me dió en vida lord Byron
-me atiende mucho.</p>
-
-<p>Aviraneta explicó al capitán del barco lo que ocurría;
-pero éste aseguró que tenía los demás camarotes
-ocupados y que únicamente, si el comisario griego
-quería trasladar su equipaje, se podría conseguir
-el desocupar uno.</p>
-
-<p>&mdash;Vamos a ver al comisario griego&mdash;dijo Aviraneta&mdash;;
-lo conozco por haberle visto en compañía de
-lord Byron, y supongo que nos atenderá.</p>
-
-<p>Se avisó al comisario y bajamos a la cámara del
-barco, y esperamos.</p>
-
-<p>El comisario era un hombre de unos cincuenta
-años, gordo, pesado, con la nariz de cuervo, el pelo
-negro, el bigote largo y unas ojeras de color morado
-obscuro.</p>
-
-<p>Este comisario era un phanariota. Los phanariotas,
-habitantes del barrio griego de Constantinopla
-que llaman el Phanar, no son griegos puros, sino
-mixtos de otras razas; son como los judíos, gente de
-comercio que han vivido siempre entregados a la
-usura y a los negocios.</p>
-
-<p>Aviraneta explicó en francés al comisario lo que
-ocurría. El comisario, al principio, no parecía dispuesto
-a ceder; pero Aviraneta le dijo claramente
-que no le parecía digno que a un coronel que había
-ido a defender la independencia de Grecia, enfermo
-de cuidado, se le dejara abandonado en un rincón
-infame.</p>
-
-<p>El comisario se avino a razones y dispuso que uno
-de sus criados desalojase un camarote. Como este
-camarote era pequeño, Aviraneta no quiso que
-fuera allí Mac Clair y cedió el suyo yendo él al pequeño.</p>
-
-<p>El que cedió era el mejor del barco.</p>
-
-<p>Instalé a Mac Clair en la cámara. Por la noche nos
-hicimos a la vela y comenzamos nuestra navegación.</p>
-
-<p>Cruzamos con muchos barcos, grandes y pequeños,
-y nos acompañó durante algún tiempo un corsario
-griego, el <i>Vigilante</i>. Ibamos muy cerca, y se
-les veía a los corsarios con su facha de bandidos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo no les persiguen los turcos?&mdash;le pregunté
-a un marinero.</p>
-
-<p>&mdash;Los marineros turcos son muy malos&mdash;me
-dijo&mdash;. Nombran capitanes a gente que no sabe nada
-de náutica, no se ocupan de sus barcos y creen que
-sus cañones son buenos si meten mucho ruido.</p>
-
-<p>Al día siguiente se nos acercó un bergantín mercante.
-Izamos bandera inglesa; ellos, francesa.</p>
-
-<p>&mdash;¿A dónde van?&mdash;nos preguntaron.</p>
-
-<p>&mdash;A Nápoles. ¿Y ustedes?</p>
-
-<p>&mdash;A Chipre. ¿De dónde vienen?</p>
-
-<p>&mdash;De Missolonghi.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué se sabe de lord Byron?</p>
-
-<p>&mdash;Ha muerto.</p>
-
-<p>La noticia produjo un gran efecto en el barco; la
-popularidad del lord poeta era extraordinaria.</p>
-
-<p>Tuvimos en la travesía un tiempo muy bueno.</p>
-
-<p>Yo dormía en el sollado y, la mayor parte de los
-días, sobre cubierta.</p>
-
-<p>Los franceses se reunían a almorzar y a comer en
-una mesa, debajo de un toldo, y allí bebían y charlaban
-por los codos.</p>
-
-<p>Como en esta época no había simpatía entre franceses
-e ingleses, y los oficiales franceses iban en una
-clase inferior a la del comisario griego y a la de Aviraneta,
-no nos reuníamos unos con otros.</p>
-
-<p>Yo bajé varias veces a la cámara, que se había
-convertido en gabinete de lectura. El comisario griego
-leía a Píndaro; Aviraneta, los libros de la biblioteca
-del barco.</p>
-
-<p>Aviraneta y yo hablábamos mucho de España.</p>
-
-<p>Como hacía ya mucho calor, solíamos ir por la
-tarde a la toldilla de popa y allí comenzaron a ir el
-comisario, su mujer y su cuñada.</p>
-
-<p>Estas dos damas eran hijas de un coronel francés
-del Imperio, y la casada no tenía más distracción
-que leer las memorias de los generales de Napoleón.</p>
-
-<p>Charlamos con ellas acerca de política y de literatura.</p>
-
-<p>El barco se detuvo en Nápoles. Como Mac Clair
-se ponía cada vez peor y quería volver a su patria,
-cuanto antes nos embarcamos en una polacra que
-iba a Gibraltar.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>La polacra se llamaba la <i>Santa Chiara</i>, y era su
-capitán el capitán Buonaccorsi. Eran nueve marineros,
-el contramaestre y un grumete.</p>
-
-<p>Se levaron las anclas y salimos del puerto.</p>
-
-<p>Hicimos con el capitán muy buenas amistades.
-Era un hombre amable y complaciente y cedió una
-cámara próxima a la suya a Mac Clair.</p>
-
-<p>De día solíamos charlar constantemente, porque
-el capitán era hombre instruído, y seguíamos nuestras
-conversaciones de noche, sentados en un banco,
-próximo al timón. Buonaccorsi era carbonario y
-con este motivo intimó con Aviraneta.</p>
-
-<p>Solíamos hacer unas comidas espléndidas. Aviraneta
-había hecho provisiones en Nápoles.</p>
-
-<p>Buonaccorsi levantaba una trampa de la toldilla
-de popa, y solía sacar de un arcón café molido, azúcar,
-galletas, tarros de manteca y aguardiente.</p>
-
-<p>Después de comer los marineros, comíamos nosotros
-y, a veces, teníamos verdaderos banquetes. El
-grumete Beppo nos servía la comida y solíamos
-reírnos con sus ocurrencias, porque era un chico
-listo y gracioso.</p>
-
-<p>El pobre Mac Clair era el que no participaba de
-estos banquetes.</p>
-
-<hr class="tb" />
-
-<p>Tres días después de salir de Nápoles, tuvimos
-un tiempo de calma chicha. Nos dedicamos a pescar
-desde el barco, y cogimos unas hermosas doradas.</p>
-
-<p>Buonaccorsi nos preguntó si sabíamos nadar. Yo
-le dije que sí.</p>
-
-<p>Aviraneta también. Nos desnudamos y nos echamos
-al agua. El capitán mandó a un marinero y a
-Beppo, el grumete, que estuviesen con el bote cerca.</p>
-
-<p>Nadamos durante una hora, y, al volver, nos encontramos
-con la desolación en el barco.</p>
-
-<p>Al grumete Beppo se le había ocurrido desnudarse
-y echarse a nadar; pero, fuera que se hubiese enredado
-en algunas hierbas marinas, o que algún
-pulpo se le había enganchado, el caso es que se
-hundió y no pareció.</p>
-
-<p>Al ocurrir esta desgracia, Mac Clair había salido
-del camarote y estaba en la borda mirando el mar.
-Los marineros de la <i>Santa Chiara</i> aseguraron que
-Mac Clair le había dado la <i>jettatura</i> al pobre grumete.</p>
-
-<p>Después de la calma chicha, tuvimos un temporal
-violento, que los marineros atribuyeron también al
-mal de ojo que daba Mac Clair al barco.</p>
-
-<p>El espíritu de la tripulación se fué haciendo cada
-vez más hostil a nosotros, y Buonaccorsi nos participó
-que no iba a tener más remedio que desembarcarnos
-en el primer puerto.</p>
-
-<p>Así lo hizo, y un día de mayo desembarcamos en
-Ondara.</p>
-
-
-
-
-<h2 id="empecinado">EL FINAL DEL EMPECINADO<br />
-<span class="smcap">Narración de Aviraneta</span></h2>
-
-
-<p><span class="smcap">A</span> los tres días de salir de Ondara llegamos, en la
-barca del <i>Farestac</i>, a la vista de Marsella.
-Hicimos nuestras señales, y vino, por la mañana, a
-bordo de nuestro lanchón la falúa de sanidad, con
-un médico.</p>
-
-<p>Urbina, la Clavariesa y yo embarcamos en la falúa
-y fuimos al lazareto.</p>
-
-<p>Nos introdujeron en una sala y nos examinaron y
-tomaron el pulso.</p>
-
-<p>Luego nos llevaron delante de un tribunal, y el
-presidente nos declaró libres de contagio. Nos fumigaron
-las maletas y quedamos libres.</p>
-
-<p>La Clavariesa y Urbina fueron al mejor hotel de
-Marsella, y yo a un modesto <i>garní</i> de tres francos.</p>
-
-<p>Al día siguiente me presenté en la mensajería real
-y tomé un asiento en la berlina de la diligencia de
-Burdeos. Iban conmigo dos compañeros que dormían
-como troncos. Yo, que nunca he podido dormir
-en coche, me dediqué a fumar.</p>
-
-<p>Anduvimos toda la noche; amaneció un hermoso
-día, y mis compañeros, que se despabilaron, me saludaron
-en mal francés.</p>
-
-<p>&mdash;Estos son españoles&mdash;pensé yo&mdash;, y les hablé
-en castellano.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo ha conocido usted que éramos españoles?&mdash;me
-preguntó uno de ellos.</p>
-
-<p>&mdash;En el acento y en el tipo. Hasta aseguraría que
-este señor&mdash;y señalé al de mi izquierda&mdash;es vascongado.</p>
-
-<p>&mdash;Cierto. Soy de Tolosa, y mi compañero, de la
-Rioja. Y usted, ¿de dónde es?</p>
-
-<p>&mdash;Soy nacido en Madrid, pero hijo de guipuzcoanos
-y criado en Guipúzcoa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Es usted comerciante?</p>
-
-<p>&mdash;No, emigrado.</p>
-
-<p>&mdash;¿Liberal?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;Yo también&mdash;me dijo el riojano&mdash;. He sido
-cura beneficiado de Haro, y, como me manifesté partidario
-de la Constitución, los realistas y la gente de
-iglesia me hicieron tal guerra, que me tuve que escapar
-a Francia.</p>
-
-<p>El beneficiado Pinedo&mdash;así se llamaba el cura&mdash;,
-parecía un buen hombre; el guipuzcoano, que se
-apellidaba Urmendia, era hombre de más conchas.</p>
-
-<p>Llegamos a Nimes, nos hospedamos en un buen
-hotel, y, después de descansar, el beneficiado Pinedo
-y yo recorrimos la ciudad y vimos los monumentos.
-Urmendia desapareció y no le vi hasta las diez de la
-mañana del día siguiente, en que tomamos la diligencia
-para Tolosa de Francia. Hablamos Urmendia
-y yo de Basterrica, a quien conocía, por ser del mismo
-pueblo, y a quien creía en América. Le dije yo
-que estaba en Alejandría de Egipto.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y cómo lo sabe usted?&mdash;me preguntó él.</p>
-
-<p>&mdash;Porque he estado con él en Alejandría.</p>
-
-<p>Conté mi viaje con todos sus accidentes, cosa que
-les interesó mucho; Urmendia me dijo que había supuesto
-si yo sería algún militar de los del ejército de
-Mina.</p>
-
-<p>Nos detuvimos en Montpellier, y el beneficiado y
-yo vimos la ciudad, la catedral, el paseo de Peyrou
-y algunas otras cosas.</p>
-
-<p>Urmendia se nos escapó; le pregunté a Pinedo qué
-hacía mi paisano, y el cura me confesó que su amigo
-era un empresario de casas de juego y que estaba
-preparando el negocio en aquellos pueblos con
-otros jugadores franceses. El beneficiado era también
-accionista de la empresa.</p>
-
-<p>Regresó Urmendia a la fonda, y me despedí de él
-y del beneficiado. Tomé la diligencia, llegué a Toulouse,
-donde no hice mas que comer, y continué
-hasta Burdeos, donde me apeé en el Hotel Richelieu.</p>
-
-<p>Escribí un billete a don Juan José Zangroniz, comerciante
-y corresponsal de Alzate e Ibargoyen, de
-Méjico, anunciándole mi llegada y el hotel en que
-me encontraba, y lo despaché con un mozo de la
-fonda. A la hora de haberlo recibido se presentaron
-en la fonda Zangroniz y mi primo Berroa, a quien
-no había visto desde que yo tenía ocho años, en
-Irún. Berroa me dijo que nuestro tío Ibargoyen llegaría
-al cabo de quince días o un mes. Como yo tenía
-pasaporte como súbdito inglés, le dije a Berroa y a
-Zangroniz que pensaba utilizarlo para ir a América.</p>
-
-<p>Berroa me dijo que no lo hiciera, que entre los comerciantes
-de Méjico un inglés era siempre mirado
-como un hereje, y que preguntase a don José Ignacio
-de la Torre de Vera Cruz, a Ibarrondo el de Guadalajara
-de Méjico, a Iñigo y a otros comerciantes
-mejicanos que estaban en aquel momento en Burdeos,
-y vería cómo me decían lo mismo.</p>
-
-<p>Efectivamente, tanto la Torre, como Ibarrondo, me
-dijeron que si iba como súbdito inglés me perjudicaría
-mucho entre los mejicanos y los españoles,
-que me mirarían como un luterano o un calvinista.</p>
-
-<p>Zangroniz se encargó de poner en regla mi pasaporte
-como español, y lo arregló pronto.</p>
-
-<p>Llegó el buque que se esperaba, y mi tío Ibargoyen
-no apareció; pero Berroa recibió una carta suya
-diciendo que no saldría hasta el otro correo, lo que
-hacía que no pudiera llegar hasta pasado mes y
-medio.</p>
-
-<p>Berroa dijo que pensaba ir en el intervalo a Irún
-a ver a sus parientes y, de allí, a San Ignacio de
-Loyola, pues había hecho la promesa de hacer ejercicios,
-durante una terrible tormenta que le cogió en
-el Pacífico.</p>
-
-<p>Berroa me instó a que yo hiciese lo mismo. Como
-mi primo era muy bruto, no quise discutir con él
-acerca de los ejercicios espirituales, y le dije que no
-me convenía entrar en España, y que, únicamente,
-si mi tío Sebastián Ignacio de Alzate me escribiera
-diciendo que no corría ningún peligro en San Sebastián,
-entraría.</p>
-
-<p>Mi primo Berroa escribió al tío Alzate, que le contestó
-y le envió una carta para mí, diciéndome que
-podía ir a San Sebastián sin ningún cuidado.</p>
-
-<p>En vista de esto, acepté, y Zangroniz se encargó
-de pedir los pasaportes para Berroa y para mí. Salimos
-de Burdeos y llegamos a Irún. El cura Errazu
-me recibió muy amablemente, y me hizo que le contara
-mis andanzas.</p>
-
-<p>Mi primo quedó en Irún y me dijo que le esperara
-diez días más tarde, en San Sebastián, para ir a
-Loyola.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí&mdash;le dije yo&mdash;, esperaré.</p>
-
-<p>De Irún marché a San Sebastián y fuí a ver a mi
-tío Alzate. Este era secretario del ayuntamiento y
-absolutista, pero no muy fanático. Creía que la política
-no tenía que ver gran cosa con la vida.</p>
-
-<p>&mdash;No tengas ningún cuidado&mdash;me dijo&mdash;; a pesar
-de ser absolutistas, estamos dando más ejemplos
-de tolerancia que vosotros. Hemos tenido constitucionales
-en el pueblo y han vivido sin que
-nadie se meta con ellos. Además, eres mi sobrino, y
-basta.</p>
-
-<p>&mdash;Necesitaré algún papel de la policía&mdash;le indiqué.</p>
-
-<p>&mdash;Te lo darán en seguida. El subdelegado es amigo
-nuestro. No sé si te acordarás de él: Carrese.</p>
-
-<p>&mdash;Sí, sí. Ya lo creo.</p>
-
-<p>&mdash;Le avisaré.</p>
-
-<p>Vino Carrese a verme.</p>
-
-<p>Este Carrese era un agente de negocios de Madrid,
-amigo de mi padre y mío. Cuando yo iba a la corte,
-por los años del 1816 al 20, y, después, en el período
-constitucional, solía acudir de tertulia a su casa,
-con un hermano del marino Churruca, y algunos
-otros. Estaba agradecido a mí, porque, en los tres
-años de Constitución, no dejamos los amigos de ir a
-visitarle, a pesar de ser él un fanático realista.</p>
-
-<p>Carrese me recibió muy amablemente y me dió
-una tarjeta de seguridad.</p>
-
-<p>Estuve seis días en San Sebastián, y, al cabo de
-este tiempo, marché a Irún a la fonda de Ramón
-Echeandia, compañero de mi niñez.</p>
-
-<p>De los amigos de la infancia muy pocos vivían ya
-en Irún.</p>
-
-<p>Todo el Aventino había desaparecido: unos habían
-muerto en la guerra de la Independencia, otros
-se habían embarcado para América.</p>
-
-<p>El pueblo, a pesar de esto, era mayor, había llegado
-mucho forastero y tenía más tiendas que en mi
-época y dos o tres cafés.</p>
-
-<p>Estaba entretenido en Irún, recordando los tiempos
-antiguos; había hecho nuevos amigos y solía
-charlar de política con completa libertad.</p>
-
-<p>Un día estaba paseándome en la plaza, cuando
-aparecieron por la cuesta de San Marcial, que sube
-al pueblo desde el barrio del Bidasoa, tres hombres
-a caballo.</p>
-
-<p>Uno de ellos se acercó a mí y me preguntó:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué hora es?</p>
-
-<p>Saqué el reloj y le dije la hora.</p>
-
-<p>&mdash;¿No me conoce usted?&mdash;me preguntó desde el
-caballo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Diablo! Usted es un cervato.</p>
-
-<p>&mdash;Sí; Bienvengas, el del Villar.</p>
-
-<p>&mdash;Es verdad. ¿Y qué hace usted aquí?</p>
-
-<p>&mdash;Voy a la fonda de Echeandia. Vaya usted. Allí
-nos veremos a la hora de comer.</p>
-
-<p>Seguí paseando con los amigos y fuí a la fonda.</p>
-
-<p>Me encontré con los tres caballistas, que me pasaron
-a su cuarto.</p>
-
-<p>Eran cervatos de Villar del Ciervo, y habían servido
-con el Empecinado.</p>
-
-<p>Los tres cervatos eran contrabandistas y se habían
-sublevado con el Empecinado y conmigo en la
-Ribera del Duero, a principio de 1820.</p>
-
-<p>Dos de los cervatos se quedaron a arreglar el ganado,
-y Bienvengas me dijo:</p>
-
-<p>&mdash;Don Eugenio, usted está dejado de la mano
-de Dios.</p>
-
-<p>&mdash;Pues, ¿por qué?</p>
-
-<p>&mdash;¡Usted en España! ¿Sabe usted lo que le ha sucedido
-al Empecinado?</p>
-
-<p>&mdash;Sí; sé que está preso en Roa.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pero cómo lo tratan! El corregidor don Domingo
-Fuentenebro lo tiene preso en un calabozo inmundo,
-y los días de fiesta lo saca y lo manda exponer
-al público, en una jaula, para que los realistas
-le insulten y le escupan.</p>
-
-<p>Yo palidecí, como si me hubieran pegado una puñalada.</p>
-
-<p>&mdash;La madre de Martín llora delante de la jaula de
-su hijo, y la querida, aquella muchacha que vivía
-con el Empecinado, se pasea delante de la jaula del
-brazo de un oficial de voluntarios realistas.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué final! Es que el Empecinado es terco. Yo
-le escribí dos veces desde Gibraltar, diciéndole que
-no se fiara de la capitulación de Extremadura, que
-fuera a reúnirse conmigo..., y no hizo caso.</p>
-
-<p>&mdash;Quizá no recibiera la carta. Y él sin usted está
-perdido.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué harán con él?</p>
-
-<p>&mdash;Matarlo; piensan darle garrote.</p>
-
-<p>&mdash;¡Si se pudiera hacer algo por ese hombre!</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué se va a hacer! Lo único que debe usted
-hacer es marcharse ahora mismo a Francia. Yo le
-acompañaré y, como conozco a los de la Aduana,
-no le dirán nada.</p>
-
-<p>&mdash;Es que tengo la maleta aquí en la fonda.</p>
-
-<p>&mdash;Yo diré que se la manden a usted; pero váyase
-usted. Hágame usted caso.</p>
-
-<p>Me trajeron uno de los caballos, y Bienvengas y
-yo fuimos camino de Behobia. Pasamos el puente
-sin dificultad y entramos en un fonducho.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora que está usted a salvo&mdash;me dijo Bienvengas&mdash;,
-le voy a decir por qué le he traído aquí
-en seguida. Es que hay entre nosotros uno que ha
-vivido en Roa y es realista, y ése es muy posible que
-le conozca a usted.</p>
-
-<p>Comimos y, durante la comida, hablamos mucho
-y me dió noticias de los amigos. La mayoría de los
-oficiales del Empecinado estaban libres. Larreategui
-vivía en Madrid; Casimiro de Gregory estaba en
-París; los hermanos del general, Juan, Antonio y
-Hermógenes, se habían escapado. De los vaqueros, el
-teniente Gotor estaba en Portugal y el sargento Juan
-de Dios en América.</p>
-
-<p>Juan de Dios, según me dijo Bienvengas, había
-estado a punto de ser fusilado, pero le salvó un soldado
-de Merino, antiguo amigo mío y compañero de
-la guerra de la Independencia, Gil de Aguilera, El
-<i>Chiquet</i> se había marchado a Cataluña.</p>
-
-<p>Mientras me hablaba, yo recordaba, como si los
-tuviera delante, a todos estos amigos; pero lo que
-más me obsesionaba era el pensamiento del Empecinado
-metido en la jaula.</p>
-
-<p>Lo estaba viendo en su casa, cuando iba a buscarle
-para ir a cazar liebres con galgos al páramo de
-Corcos. ¡Era tan ingenuo, tan bondadoso!</p>
-
-<p>El Empecinado tenía una casa de campo a orillas
-del Duero, cerca de Nava de Roa, en un sitio llamado
-el Salto de Caballo.</p>
-
-<p>Era casi un aduar de moro pobre, con las ventanas
-pequeñas y sin ninguna comodidad. Tenía un
-viñedo hermoso, que lo trabajó, y una bodega casi
-a orilla del río y del camino de Peñafiel. El vino de
-su bodega era de excelente calidad y valía siempre
-hasta dos reales más en cántara que los de los pueblos
-inmediatos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y de mí qué se dijo?&mdash;le pregunté a Bienvengas,
-para librarme del recuerdo del Empecinado en
-la jaula.</p>
-
-<p>&mdash;Entre nosotros ha corrido la noticia de que usted
-había sido fusilado en las playas de Andalucía.
-Respecto a su casa de Aranda, ya no queda en ella
-nada, porque la han saqueado los realistas.</p>
-
-<p>&mdash;Y vosotros, ¿qué habéis hecho?</p>
-
-<p>&mdash;Pues nosotros, después de la capitulación de
-Extremadura, nos dispersamos. El Empecinado se
-marchó a su tierra y nosotros a Ceclavin a hacer
-contrabando con Portugal. Así estuvimos algún
-tiempo, hasta que unos cuantos ceclavineros formamos
-una sociedad para hacer contrabando, y nos
-pusimos en relación con políticos de Madrid y con
-comerciantes de Pamplona, Valladolid y Zaragoza.
-Hacemos el contrabando con Francia y con Portugal.
-Hemos metido ahora dos cargamentos de muchos
-millones por la parte de Navarra, y vamos hacia
-la línea del Ebro, para ponernos de acuerdo con
-los jefes de carabineros que pertenecen a la asociación.
-Bueno. ¡Adiós, don Eugenio! Hasta la vista.
-La maleta se la enviaré a usted en seguida, y Bienvengas
-me abrazó y me puso una bolsa en la mano.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué me das aquí?</p>
-
-<p>&mdash;Nada, una bicoca. Usted necesitará dinero. Ahí
-tiene usted veinte onzas.</p>
-
-<p>&mdash;No, no las necesito. Si las necesitara, las tomaría,
-como si me las diera un hermano o un hijo,
-pero no las necesito. Muchas gracias.</p>
-
-<p>El cervato me volvió a abrazar, y montó a caballo
-y se fué. Por la noche recogí mi maleta.</p>
-
-<p>Salí de la posada de Behobia y encontré una muchacha
-que iba a Bayona en un caballo con <i>cacolet</i>,
-y me entendí con ella para hacer el viaje.</p>
-
-<p>A pesar de que la chica era sonriente y alegre y
-le gustaba hablar, el recuerdo de la jaula donde estaba
-metido el Empecinado, expuesto a los insultos
-de la canalla, no se me podía borrar de la imaginación.</p>
-
-<p>Hice una porción de proyectos todos inútiles y
-sobre el vacío. Llegué a Burdeos, y, para olvidarme
-de la impresión penosa de la jaula de Roa, me suscribí
-a un gabinete de lectura y me dediqué a leer.</p>
-
-<p>Le escribí al general Mina a Inglaterra, contándole
-lo que pasaba con el Empecinado, pero no recibí
-contestación.</p>
-
-<p>De allí a algunos días, se presentó de vuelta mi
-primo Berroa. Desde su llegada, observé en su semblante
-gran mudanza; sin duda, le habían dicho que
-yo era un revolucionario peligroso.</p>
-
-<p>Pocos días después me dijo Zangroniz, en confianza,
-que Berroa hablaba de mí como de un hereje
-amigo de Mina y del Empecinado.</p>
-
-<p>Dos meses después de mi llegada a Burdeos apareció
-mi tío Ibargoyen. Fuimos Zangroniz y yo a
-verle a Royán; venía en una fragata. Yo no le conocía
-a mi tío. En el tiempo en que yo estuve en Veracruz
-él se hallaba viajando.</p>
-
-<p>Mi tío Ibargoyen era un hombre de más de sesenta
-años, alto, grueso, sonrosado, jovial, franco,
-generoso y amigo de francachelas. Toda la vida la
-había pasado en el comercio de la China con Nueva
-España, habiendo comenzado su carrera de piloto
-en las Naos de Acapulco.</p>
-
-<p>En Méjico le llamaban el Chino. Había ganado
-millones y se los había gastado alegremente.</p>
-
-<p>El tío Ibargoyen se hizo muy amigo mío, le
-conté yo las vicisitudes de mi vida y le hablé
-del triste final del Empecinado, metido en una jaula
-en Roa.</p>
-
-<p>&mdash;¿Dónde está Roa?&mdash;me preguntó.</p>
-
-<p>Le enseñé en el mapa de España dónde se encontraba
-este pueblo.</p>
-
-<p>&mdash;Imposible&mdash;dijo él&mdash;; si estuviera encerrado
-en una prisión de un pueblo de la costa, yo era
-capaz de armar un barco para socorrerle; pero
-ahí, tan dentro de tierra, es completamente imposible.</p>
-
-<p>Lo comprendí yo también así, y tuve que olvidar
-la suerte lamentable de mi general y mi amigo.</p>
-
-<p>Desterrando el recuerdo de lo pasado, me dediqué
-a pensar en el porvenir.</p>
-
-<p>Mi tío determinó hacer las compras de un cargamento,
-para venderlo en el mercado de Veracruz y
-en algunos otros pueblos de la costa mejicana. Se
-encargaron de la operación Zangroniz y mi primo
-Berroa; compraron grandes partidas de sedería francesa
-y varios miles de cajas de vinos de Burdeos y
-de <i>Champagne</i>. El valor del cargamento subió cerca
-de cien mil pesos.</p>
-
-<p>Por entonces, un naviero vizcaíno, llamado Maíz,
-establecido en Burdeos, acababa de construír un
-bergantín, y se decidió hacer la expedición en él.
-El <i>San Pablo</i> era un hermoso barco. Lo mandaba
-el capitán Vander Weyer, marino holandés, y tenía
-una tripulación mixta de holandeses y franceses.
-Hecho el cargamento por Zangroniz y Berroa, el
-resto del cargamento lo realizaron Latorre, Iñigo,
-Ibarrondo y otros comerciantes amigos de mi tío,
-que tenían sus negocios en la costa mejicana. A petición
-de Zangroniz se me nombró a mí sobrecargo
-del <i>San Pablo</i>.</p>
-
-<p>Embarcado todo el cargamento y listo el buque,
-fuimos una mañana todos a la catedral de Burdeos
-a oír la misa de partida.</p>
-
-<p>Seguidamente, nos encaminamos al muelle, y, en
-una lancha grande, nos embarcamos el armador
-Maíz y los demás interesados en la expedición. En
-el bergantín estaba puesta la mesa sobre cubierta,
-porque hacía un tiempo delicioso. Ibamos de pasajeros
-un comerciante establecido en Santo Tomás,
-tres jóvenes que le acompañaban, mi primo y yo.
-Comimos, hubo sus discursos de rúbrica, se levaron
-las anclas y comenzamos a navegar por el Garona
-abajo, hasta Royán.</p>
-
-<p>Nos despedimos de todo el mundo, pasamos la
-barra y nos pusimos en franquía.</p>
-
-<p>Un año después, estando en Alvarado, en Méjico,
-con un ataque reumático en cama, leí el terrible final
-del Empecinado en un periódico francés. El guerrillero,
-al ser conducido de la prisión de Roa al cadalso,
-había roto las cuerdas que le ataban, y, arrancando
-la espada de las manos del jefe de la escolta,
-había intentado abrirse paso entre los esbirros. Los
-voluntarios realistas se habían echado sobre él y le
-habían cosido a bayonetazos. El corregidor, don Domingo
-Fuentenebro, mandó subir el cadáver al tablado
-y ordenó colgarlo por el cuello.</p>
-
-
-<p class="p4 center">FIN DE LOS CONTRASTES DE LA VIDA</p>
-
-<p class="p4 i2">Itzea, febrero, 1920.</p>
-
-<div class="footnotes"><h2>NOTA:</h2>
-<div class="footnote">
-
-<p><a name="Footnote_1" id="Footnote_1" href="#FNanchor_1"><span class="label">[1]</span></a> Este relato es continuación del «Viaje sin objeto»,
-en la «Ruta del Aventurero».</p>
-</div></div>
-
-
-
-
-<h2>ÍNDICE</h2>
-
-<table border="0" cellpadding="5" cellspacing="5" summary="indice">
-
-<tr>
- <td class="tdr" colspan="3">Págs.</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdl smcap" colspan="3">El capitán Mala Sombra:</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">I.</td>
- <td class="tdl"><a href="#I_I">Otra historia de Aviraneta.</a></td>
- <td class="tdrb">11</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">II.</td>
- <td class="tdl"><a href="#I_II">Morillo y el Empecinado.</a></td>
- <td class="tdrb">15</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">III.</td>
- <td class="tdl"><a href="#I_III">El Chiquet.</a></td>
- <td class="tdrb">23</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">IV.</td>
- <td class="tdl"><a href="#I_IV">En el Ayuntamiento.</a></td>
- <td class="tdrb">29</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">V.</td>
- <td class="tdl"><a href="#I_V">Los vaqueros.</a></td>
- <td class="tdrb">35</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">VI.</td>
- <td class="tdl"><a href="#I_VI">El capitán Mala Sombra.</a></td>
- <td class="tdrb">39</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">VII.</td>
- <td class="tdl"><a href="#I_VII">La presa.</a></td>
- <td class="tdrb">47</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">VIII.</td>
- <td class="tdl"><a href="#I_VIII">La decisión del capitán.</a></td>
- <td class="tdrb">55</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">IX.</td>
- <td class="tdl"><a href="#I_IX">Conchita Aguilafuente.</a></td>
- <td class="tdrb">61</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">X.</td>
- <td class="tdl"><a href="#I_X">Pancalieri.</a></td>
- <td class="tdrb">69</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">XI.</td>
- <td class="tdl"><a href="#I_XI">Final.</a></td>
- <td class="tdrb">71</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdl1 smcap" colspan="2"><a href="#baza">El Niño de Baza.</a></td>
- <td class="tdrb">73</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdl1 smcap" colspan="3">Rosa de Alejandría:</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">I.</td>
- <td class="tdl"><a href="#III_I">El viaje a Egipto.</a></td>
- <td class="tdrb">105</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">II.</td>
- <td class="tdl"><a href="#III_II">La casa de Chiaramonte, el Maltés.</a></td>
- <td class="tdrb">117</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">III.</td>
- <td class="tdl"><a href="#III_III">Nuestro amigo Mendi.</a></td>
- <td class="tdrb">125</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">IV.</td>
- <td class="tdl"><a href="#III_IV">La familia Chiaramonte.</a></td>
- <td class="tdrb">143</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">V.</td>
- <td class="tdl"><a href="#III_V">Los conflictos de Mendi.</a></td>
- <td class="tdrb">147</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">VI.</td>
- <td class="tdl"><a href="#III_VI">La suerte.</a></td>
- <td class="tdrb">155</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">VII.</td>
- <td class="tdl"><a href="#III_VII">El cabo Yusuf.</a></td>
- <td class="tdrb">159</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">VIII.</td>
- <td class="tdl"><a href="#III_VIII">Despedida.</a></td>
- <td class="tdrb">169</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdr">IX.</td>
- <td class="tdl"><a href="#III_IX">Noticias de Egipto.</a></td>
- <td class="tdrb">173</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdl1 smcap" colspan="2"><a href="#missolonghi">La aventura de Missolonghi.</a></td>
- <td class="tdrb">175</td>
-</tr>
-
-<tr>
- <td class="tdl1 smcap" colspan="2"><a href="#empecinado">El final del Empecinado.</a></td>
- <td class="tdrb">225</td>
-</tr>
-
-</table>
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-<pre>
-
-
-
-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Memorias de un Hombre de Acción: #7
-Los Contrastes de la Vida, by Pío Baroja
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK MEMORIAS DE UN HOMBRE DE ***
-
-***** This file should be named 51858-h.htm or 51858-h.zip *****
-This and all associated files of various formats will be found in:
- http://www.gutenberg.org/5/1/8/5/51858/
-
-Produced by Carlos Colón, University of Toronto and the
-Online Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net
-(This file was produced from images generously made
-available by The Internet Archive)
-
-Updated editions will replace the previous one--the old editions will
-be renamed.
-
-Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright
-law means that no one owns a United States copyright in these works,
-so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United
-States without permission and without paying copyright
-royalties. Special rules, set forth in the General Terms of Use part
-of this license, apply to copying and distributing Project
-Gutenberg-tm electronic works to protect the PROJECT GUTENBERG-tm
-concept and trademark. Project Gutenberg is a registered trademark,
-and may not be used if you charge for the eBooks, unless you receive
-specific permission. If you do not charge anything for copies of this
-eBook, complying with the rules is very easy. You may use this eBook
-for nearly any purpose such as creation of derivative works, reports,
-performances and research. They may be modified and printed and given
-away--you may do practically ANYTHING in the United States with eBooks
-not protected by U.S. copyright law. Redistribution is subject to the
-trademark license, especially commercial redistribution.
-
-START: FULL LICENSE
-
-THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE
-PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK
-
-To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free
-distribution of electronic works, by using or distributing this work
-(or any other work associated in any way with the phrase "Project
-Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full
-Project Gutenberg-tm License available with this file or online at
-www.gutenberg.org/license.
-
-Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project
-Gutenberg-tm electronic works
-
-1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm
-electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to
-and accept all the terms of this license and intellectual property
-(trademark/copyright) agreement. If you do not agree to abide by all
-the terms of this agreement, you must cease using and return or
-destroy all copies of Project Gutenberg-tm electronic works in your
-possession. If you paid a fee for obtaining a copy of or access to a
-Project Gutenberg-tm electronic work and you do not agree to be bound
-by the terms of this agreement, you may obtain a refund from the
-person or entity to whom you paid the fee as set forth in paragraph
-1.E.8.
-
-1.B. "Project Gutenberg" is a registered trademark. It may only be
-used on or associated in any way with an electronic work by people who
-agree to be bound by the terms of this agreement. There are a few
-things that you can do with most Project Gutenberg-tm electronic works
-even without complying with the full terms of this agreement. See
-paragraph 1.C below. There are a lot of things you can do with Project
-Gutenberg-tm electronic works if you follow the terms of this
-agreement and help preserve free future access to Project Gutenberg-tm
-electronic works. See paragraph 1.E below.
-
-1.C. The Project Gutenberg Literary Archive Foundation ("the
-Foundation" or PGLAF), owns a compilation copyright in the collection
-of Project Gutenberg-tm electronic works. Nearly all the individual
-works in the collection are in the public domain in the United
-States. If an individual work is unprotected by copyright law in the
-United States and you are located in the United States, we do not
-claim a right to prevent you from copying, distributing, performing,
-displaying or creating derivative works based on the work as long as
-all references to Project Gutenberg are removed. Of course, we hope
-that you will support the Project Gutenberg-tm mission of promoting
-free access to electronic works by freely sharing Project Gutenberg-tm
-works in compliance with the terms of this agreement for keeping the
-Project Gutenberg-tm name associated with the work. You can easily
-comply with the terms of this agreement by keeping this work in the
-same format with its attached full Project Gutenberg-tm License when
-you share it without charge with others.
-
-1.D. The copyright laws of the place where you are located also govern
-what you can do with this work. Copyright laws in most countries are
-in a constant state of change. If you are outside the United States,
-check the laws of your country in addition to the terms of this
-agreement before downloading, copying, displaying, performing,
-distributing or creating derivative works based on this work or any
-other Project Gutenberg-tm work. The Foundation makes no
-representations concerning the copyright status of any work in any
-country outside the United States.
-
-1.E. Unless you have removed all references to Project Gutenberg:
-
-1.E.1. The following sentence, with active links to, or other
-immediate access to, the full Project Gutenberg-tm License must appear
-prominently whenever any copy of a Project Gutenberg-tm work (any work
-on which the phrase "Project Gutenberg" appears, or with which the
-phrase "Project Gutenberg" is associated) is accessed, displayed,
-performed, viewed, copied or distributed:
-
- This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and
- most other parts of the world at no cost and with almost no
- restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it
- under the terms of the Project Gutenberg License included with this
- eBook or online at www.gutenberg.org. If you are not located in the
- United States, you'll have to check the laws of the country where you
- are located before using this ebook.
-
-1.E.2. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is
-derived from texts not protected by U.S. copyright law (does not
-contain a notice indicating that it is posted with permission of the
-copyright holder), the work can be copied and distributed to anyone in
-the United States without paying any fees or charges. If you are
-redistributing or providing access to a work with the phrase "Project
-Gutenberg" associated with or appearing on the work, you must comply
-either with the requirements of paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 or
-obtain permission for the use of the work and the Project Gutenberg-tm
-trademark as set forth in paragraphs 1.E.8 or 1.E.9.
-
-1.E.3. If an individual Project Gutenberg-tm electronic work is posted
-with the permission of the copyright holder, your use and distribution
-must comply with both paragraphs 1.E.1 through 1.E.7 and any
-additional terms imposed by the copyright holder. Additional terms
-will be linked to the Project Gutenberg-tm License for all works
-posted with the permission of the copyright holder found at the
-beginning of this work.
-
-1.E.4. Do not unlink or detach or remove the full Project Gutenberg-tm
-License terms from this work, or any files containing a part of this
-work or any other work associated with Project Gutenberg-tm.
-
-1.E.5. Do not copy, display, perform, distribute or redistribute this
-electronic work, or any part of this electronic work, without
-prominently displaying the sentence set forth in paragraph 1.E.1 with
-active links or immediate access to the full terms of the Project
-Gutenberg-tm License.
-
-1.E.6. You may convert to and distribute this work in any binary,
-compressed, marked up, nonproprietary or proprietary form, including
-any word processing or hypertext form. However, if you provide access
-to or distribute copies of a Project Gutenberg-tm work in a format
-other than "Plain Vanilla ASCII" or other format used in the official
-version posted on the official Project Gutenberg-tm web site
-(www.gutenberg.org), you must, at no additional cost, fee or expense
-to the user, provide a copy, a means of exporting a copy, or a means
-of obtaining a copy upon request, of the work in its original "Plain
-Vanilla ASCII" or other form. Any alternate format must include the
-full Project Gutenberg-tm License as specified in paragraph 1.E.1.
-
-1.E.7. Do not charge a fee for access to, viewing, displaying,
-performing, copying or distributing any Project Gutenberg-tm works
-unless you comply with paragraph 1.E.8 or 1.E.9.
-
-1.E.8. You may charge a reasonable fee for copies of or providing
-access to or distributing Project Gutenberg-tm electronic works
-provided that
-
-* You pay a royalty fee of 20% of the gross profits you derive from
- the use of Project Gutenberg-tm works calculated using the method
- you already use to calculate your applicable taxes. The fee is owed
- to the owner of the Project Gutenberg-tm trademark, but he has
- agreed to donate royalties under this paragraph to the Project
- Gutenberg Literary Archive Foundation. Royalty payments must be paid
- within 60 days following each date on which you prepare (or are
- legally required to prepare) your periodic tax returns. Royalty
- payments should be clearly marked as such and sent to the Project
- Gutenberg Literary Archive Foundation at the address specified in
- Section 4, "Information about donations to the Project Gutenberg
- Literary Archive Foundation."
-
-* You provide a full refund of any money paid by a user who notifies
- you in writing (or by e-mail) within 30 days of receipt that s/he
- does not agree to the terms of the full Project Gutenberg-tm
- License. You must require such a user to return or destroy all
- copies of the works possessed in a physical medium and discontinue
- all use of and all access to other copies of Project Gutenberg-tm
- works.
-
-* You provide, in accordance with paragraph 1.F.3, a full refund of
- any money paid for a work or a replacement copy, if a defect in the
- electronic work is discovered and reported to you within 90 days of
- receipt of the work.
-
-* You comply with all other terms of this agreement for free
- distribution of Project Gutenberg-tm works.
-
-1.E.9. If you wish to charge a fee or distribute a Project
-Gutenberg-tm electronic work or group of works on different terms than
-are set forth in this agreement, you must obtain permission in writing
-from both the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and The
-Project Gutenberg Trademark LLC, the owner of the Project Gutenberg-tm
-trademark. Contact the Foundation as set forth in Section 3 below.
-
-1.F.
-
-1.F.1. Project Gutenberg volunteers and employees expend considerable
-effort to identify, do copyright research on, transcribe and proofread
-works not protected by U.S. copyright law in creating the Project
-Gutenberg-tm collection. Despite these efforts, Project Gutenberg-tm
-electronic works, and the medium on which they may be stored, may
-contain "Defects," such as, but not limited to, incomplete, inaccurate
-or corrupt data, transcription errors, a copyright or other
-intellectual property infringement, a defective or damaged disk or
-other medium, a computer virus, or computer codes that damage or
-cannot be read by your equipment.
-
-1.F.2. LIMITED WARRANTY, DISCLAIMER OF DAMAGES - Except for the "Right
-of Replacement or Refund" described in paragraph 1.F.3, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation, the owner of the Project
-Gutenberg-tm trademark, and any other party distributing a Project
-Gutenberg-tm electronic work under this agreement, disclaim all
-liability to you for damages, costs and expenses, including legal
-fees. YOU AGREE THAT YOU HAVE NO REMEDIES FOR NEGLIGENCE, STRICT
-LIABILITY, BREACH OF WARRANTY OR BREACH OF CONTRACT EXCEPT THOSE
-PROVIDED IN PARAGRAPH 1.F.3. YOU AGREE THAT THE FOUNDATION, THE
-TRADEMARK OWNER, AND ANY DISTRIBUTOR UNDER THIS AGREEMENT WILL NOT BE
-LIABLE TO YOU FOR ACTUAL, DIRECT, INDIRECT, CONSEQUENTIAL, PUNITIVE OR
-INCIDENTAL DAMAGES EVEN IF YOU GIVE NOTICE OF THE POSSIBILITY OF SUCH
-DAMAGE.
-
-1.F.3. LIMITED RIGHT OF REPLACEMENT OR REFUND - If you discover a
-defect in this electronic work within 90 days of receiving it, you can
-receive a refund of the money (if any) you paid for it by sending a
-written explanation to the person you received the work from. If you
-received the work on a physical medium, you must return the medium
-with your written explanation. The person or entity that provided you
-with the defective work may elect to provide a replacement copy in
-lieu of a refund. If you received the work electronically, the person
-or entity providing it to you may choose to give you a second
-opportunity to receive the work electronically in lieu of a refund. If
-the second copy is also defective, you may demand a refund in writing
-without further opportunities to fix the problem.
-
-1.F.4. Except for the limited right of replacement or refund set forth
-in paragraph 1.F.3, this work is provided to you 'AS-IS', WITH NO
-OTHER WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT
-LIMITED TO WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE.
-
-1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied
-warranties or the exclusion or limitation of certain types of
-damages. If any disclaimer or limitation set forth in this agreement
-violates the law of the state applicable to this agreement, the
-agreement shall be interpreted to make the maximum disclaimer or
-limitation permitted by the applicable state law. The invalidity or
-unenforceability of any provision of this agreement shall not void the
-remaining provisions.
-
-1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the
-trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone
-providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in
-accordance with this agreement, and any volunteers associated with the
-production, promotion and distribution of Project Gutenberg-tm
-electronic works, harmless from all liability, costs and expenses,
-including legal fees, that arise directly or indirectly from any of
-the following which you do or cause to occur: (a) distribution of this
-or any Project Gutenberg-tm work, (b) alteration, modification, or
-additions or deletions to any Project Gutenberg-tm work, and (c) any
-Defect you cause.
-
-Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm
-
-Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of
-electronic works in formats readable by the widest variety of
-computers including obsolete, old, middle-aged and new computers. It
-exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations
-from people in all walks of life.
-
-Volunteers and financial support to provide volunteers with the
-assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg-tm's
-goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will
-remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
-and permanent future for Project Gutenberg-tm and future
-generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see
-Sections 3 and 4 and the Foundation information page at
-www.gutenberg.org
-
-
-
-Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-
-The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
-Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification
-number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by
-U.S. federal laws and your state's laws.
-
-The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the
-mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its
-volunteers and employees are scattered throughout numerous
-locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt
-Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to
-date contact information can be found at the Foundation's web site and
-official page at www.gutenberg.org/contact
-
-For additional contact information:
-
- Dr. Gregory B. Newby
- Chief Executive and Director
- gbnewby@pglaf.org
-
-Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg
-Literary Archive Foundation
-
-Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide
-spread public support and donations to carry out its mission of
-increasing the number of public domain and licensed works that can be
-freely distributed in machine readable form accessible by the widest
-array of equipment including outdated equipment. Many small donations
-($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
-status with the IRS.
-
-The Foundation is committed to complying with the laws regulating
-charities and charitable donations in all 50 states of the United
-States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
-considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
-with these requirements. We do not solicit donations in locations
-where we have not received written confirmation of compliance. To SEND
-DONATIONS or determine the status of compliance for any particular
-state visit www.gutenberg.org/donate
-
-While we cannot and do not solicit contributions from states where we
-have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
-against accepting unsolicited donations from donors in such states who
-approach us with offers to donate.
-
-International donations are gratefully accepted, but we cannot make
-any statements concerning tax treatment of donations received from
-outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
-
-Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation
-methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
-ways including checks, online payments and credit card donations. To
-donate, please visit: www.gutenberg.org/donate
-
-Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic works.
-
-Professor Michael S. Hart was the originator of the Project
-Gutenberg-tm concept of a library of electronic works that could be
-freely shared with anyone. For forty years, he produced and
-distributed Project Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of
-volunteer support.
-
-Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed
-editions, all of which are confirmed as not protected by copyright in
-the U.S. unless a copyright notice is included. Thus, we do not
-necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper
-edition.
-
-Most people start at our Web site which has the main PG search
-facility: www.gutenberg.org
-
-This Web site includes information about Project Gutenberg-tm,
-including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
-subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.
-
-
-
-</pre>
-
-</body>
-</html>
diff --git a/old/51858-h/images/cover.jpg b/old/51858-h/images/cover.jpg
deleted file mode 100644
index 98b1591..0000000
--- a/old/51858-h/images/cover.jpg
+++ /dev/null
Binary files differ
diff --git a/old/51858-h/images/page1.png b/old/51858-h/images/page1.png
deleted file mode 100644
index ca6a54b..0000000
--- a/old/51858-h/images/page1.png
+++ /dev/null
Binary files differ