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-The Project Gutenberg EBook of Autobiografía, by Rubén Darío
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
-almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
-re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
-with this eBook or online at www.gutenberg.org/license
-
-
-Title: Autobiografía
- Obras Completas Vol. XV
-
-Author: Rubén Darío
-
-Release Date: May 11, 2016 [EBook #52050]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK AUTOBIOGRAFÍA ***
-
-
-
-
-Produced by Josep Cols Canals, Chuck Greif and the Online
-Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This
-file was produced from images generously made available
-by The Internet Archive/Canadian Libraries)
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-
-AUTOBIOGRAFÍA
-
-[imagen]
-
-[imagen: Yo me apartaba frecuentemente de los regocijos, y me iba
-solitario con mi carácter ya triste y meditabundo desde entonces a mirar
-cosas en el cielo, en el mar...
-
-_RUBÉN_
-]
-
-
-
-
-[imagen: RUBEN DARIO
-
-AUTOBIOGRAFÍA]
-
-[imagen: ES PROPIEDAD]
-
-[imagen: Autobiografia]
-
-[imagen: Rubén Darío.]
-
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-
-
-RUBEN DARIO
-
-AUTOBIOGRAFÍA
-
-[imagen]
-
-VOLUMEN XV
-DE LAS OBRAS COMPLETAS
-ADMINISTRACIÓN
-EDITORIAL «MUNDO LATINO»
-MADRID
-
-
-
-
-[imagen]
-
- Tuttí gli uomini d’ogni sorte, che hanno fatto qualque cosa che sia
- virtuosa, o si veramente che le virtu somigli, dovrebbero, essendo
- veritieri e da bene, di lor propria mano descrivere la lora vita;
- ma non si dovrebbe comincíare una tal bella impresa prima que
- passato l’etá de quarant’anni.
-
-(LA VITA DE BENVENUTO DE
-M.º CELLINI, FLORENTINO).
-
-
-
-
-
-
-I
-
-
-Tengo más años, desde hace cuatro, que los que exige Benvenuto para la
-empresa. Así doy comienzo a estos apuntamientos que más tarde han de
-desenvolverse mayor y más detalladamente.
-
-En la catedral de León, de Nicaragua, en la América Central, se
-encuentra la fe de bautismo de Félix Rubén, hijo legítimo de Manuel
-García y Rosa Sarmiento. En realidad, mi nombre debía ser Félix Rubén
-García Sarmiento. ¿Cómo llegó a usarse en mi familia el apellido Darío?
-Según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han
-referido, un mi tatarabuelo tenía por nombre Darío. En la pequeña
-población conocíale todo el mundo por Don Darío; a sus hijos e hijas por
-los Daríos, las Daríos. Fué así desapareciendo el primer apellido, a
-punto de que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío; y ello,
-convertido en patronímico llegó a adquirir valor legal, pues mi padre,
-que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de
-Manuel Darío, y en la catedral a que me he referido, en los cuadros
-donados por mi tía Doña Rita Darío de Alvarado, se ve escrito su nombre
-de tal manera.
-
-El matrimonio de Manuel García--diré mejor de Manuel Darío--y Rosa
-Sarmiento, fué un matrimonio de conveniencia, hecho por la familia. Así
-no es de extrañar que a los ocho meses más o menos de esa unión forzada
-y sin afecto, viniese la separación. Un mes después nacía yo en un
-pueblecito, o más bien aldea, de la provincia, o, como allá se dice,
-departamento, de la Nueva Segovia, llamado antaño Chocoyos y hoy
-Metapa.
-
-
-
-
-II
-
-
-Mi primer recuerdo--debo haber sido a la sazón muy niño, pues se me
-cargaba a horcajadas, en los cuadriles, como se usa por aquellas
-tierras--es el de un país montañoso: un villorrio llamado San Marcos de
-Colón, en tierras de Honduras, por la frontera nicaragüense; una señora
-delgada, de vivos y brillantes ojos negros--¿negros?... no lo puedo
-afirmar seguramente..., mas así los veo ahora en mi vago y como ensoñado
-recuerdo--blanca, de tupidos cabellos obscuros, alerta, risueña, bella.
-Esa era mi madre. La acompañaba una criada india, y le enviaba de su
-quinta legumbres y frutas, un viejo compadre gordo, que era nombrado «el
-compadre Guillén». La casa era primitiva, pobre, sin ladrillos, en pleno
-campo. Un día yo me perdí. Se me buscó por todas partes; hasta el
-compadre Guillén montó en su mula. Se me encontró, por fin, lejos de la
-casa, tras unos matorrales, debajo de las ubres de una vaca, entre mucho
-granado que mascaba el jugo del yogol, fruto mucilaginoso y pegajoso que
-da una palmera y del cual se saca aceite en molinos de piedra como los
-de España. Dan a las vacas el fruto, cuyo hueso dejan limpio y seco, y
-así producen leche que se distingue por su exquisito sabor. Se me sacó
-de mi bucólico refugio, se me dió unas cuantas nalgadas y aquí mi
-recuerdo de esa edad desaparece como una vista de cinematógrafo.
-
-Mi segundo recuerdo de edad verdaderamente infantil es el de unos fuegos
-artificiales, en la plaza de la iglesia del Calvario, en León. Me
-cargaba en sus brazos una fiel y excelente mulata, la Serapia. Yo estaba
-ya en poder de mi tía abuela materna, doña Bernarda Sarmiento de
-Ramírez, cuyo marido había ido a buscarme a Honduras. Era él un militar
-bravo y patriota, de los unionistas de Centro-América, con el famoso
-caudillo general Máximo Jerez, y de quien habla en sus _Memorias_ el
-filibustero yanqui William Walker. Le recuerdo: hombre alto, buen
-jinete, algo moreno, de barbas muy negras. Le llamaban «el bocón»,
-seguramente por su gran boca. Por él aprendí pocos años más tarde a
-andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos pintados para niños, las
-manzanas de California y el champaña de Francia. Dios le haya dado un
-buen sitio en alguno de sus paraísos. Yo me criaba como hijo del
-coronel Ramírez y de su esposa doña Bernarda. Cuando tuve uso de razón,
-no sabía otra cosa. La imagen de mi madre se había borrado por completo
-de mi memoria. En mis libros de primeras letras, alguno de los cuales he
-podido encontrar en mi último viaje a Nicaragua, se leía la conocida
-inscripción:
-
- Si este libro se perdiese,
- como suele suceder,
- suplico al que me lo hallase
- me lo sepa devolver.
- y si no sabe mi nombre
- aquí se lo voy a poner:
- FÉLIX RUBÉN RAMÍREZ
-
-El coronel se llamaba Félix, y me dieron su nombre en el bautismo. Fué
-mi padrino el citado general Jerez, célebre como hombre político y
-militar, que murió de ministro en Washington, y cuya estatua se
-encuentra en el parque de León.
-
-Fuí algo niño prodigio. A los tres años sabía leer, según se me ha
-contado. El coronel Ramírez murió y mi educación quedó únicamente a
-cargo de mi tía abuela. Fué mermando el bienestar de la viuda y llegó la
-escasez, si no la pobreza. La casa era una vieja construcción, a la
-manera colonial: cuartos seguidos, un largo corredor, un patio con su
-pozo, árboles. Rememoro un gran «jícaro», bajo cuyas ramas leía; y un
-granado que aun existe; y otra árbol que da unas flores de un perfume
-que yo llamaría oriental si no fuese de aquel pródigo trópico y que se
-llaman «mapolas».
-
-La casa era para mí temerosa por las noches. Anidaban lechuzas en los
-aleros. Me contaban cuentos de ánimas en pena y aparecidos, los dos
-únicos sirvientes: la Serapia y el indio Goyo. Vivía aún la madre de mi
-tía abuela, una anciana, toda blanca por los años, y atacada de un
-temblor continuo. Ella también me infundía miedos, me hablaba de un
-fraile sin cabeza, de una mano peluda, que perseguía, como una araña...
-Se me mostraba, no lejos de mi casa, la ventana por donde, a la Juana
-Catina, mujer muy pecadora y loca de su cuerpo, se la habían llevado los
-demonios. Una noche, la mujer gritó desusadamente; los vecinos se
-asomaron atemorizados, y alcanzaron a ver a la Juana Catina, por el
-aire, llevada por los diablos, que hacían un gran ruido y dejaban un
-hedor a azufre.
-
-Oía contar la aparición del difunto obispo García, al obispo Viteri. Se
-trataba de un documento perdido en un ya antiguo proceso de la curia.
-Una noche, el obispo Viteri hizo despertar a sus pajes, se dirigió a la
-catedral, hizo abrir la sala del capítulo, se encerró en ella, dejó
-fuera a sus familiares, pero éstos vieron, por el ojo de la llave, que
-su ilustrísima estaba en conversación con su finado antecesor. Cuando
-salió, «mandó tocar vacante»; todos creían en la ciudad que hubiese
-fallecido. La sorpresa que hubo al otro día fué que el documento perdido
-se había encontrado. Y así se me nutría el espíritu con otras cuantas
-tradiciones y consejas y sucedidos semejantes. De allí mi horror a las
-tinieblas nocturnas, y el tormento de ciertas pesadillas inenarrables.
-
-Quedaba mi casa cerca de la iglesia de San Francisco, donde había
-existido un antiguo convento. Allí iba mi tía abuela a misa primera,
-cuando apenas aparecía el primer resplandor del alba, al canto de los
-gallos. Cuando en el barrio había un moribundo, tocaban en las campanas
-de esa iglesia el pausado toque de agonía, que llenaba mi pueril alma de
-terrores.
-
-Los domingos llegaban a casa a jugar el fusilico viejos amigos, entre
-ellos un platero y un cura. Pasaba el tiempo. Yo crecía. Por las noches
-había tertulia en la puerta de la calle, una calle mal empedrada de
-redondos y puntiagudos cantos. Llegaban hombres de política y se hablaba
-de revoluciones. La señora me acariciaba en su regazo. La conversación y
-la noche cerraban mis párpados. Pasaba el «vendedor de arena»... Me iba
-deslizando. Quedaba dormido, sobre el ruedo de la maternal falda, como
-un gozquejo. En esa época aparecieron en mí fenómenos posiblemente
-congestivos. Cuando se me había llevado a la cama, despertaba y volvía a
-dormirme. Alrededor del lecho mil círculos coloreados y concéntricos,
-kaleidoscópicos, enlazados y con movimientos centrífugos y centrípetos,
-como los que forma la linterna mágica, creaban una visión extraña y
-para mí dolorosa. El central punto rojo se hundía, hasta incalculables
-hípnicas distancias, y volvía a acercarse; y su ir y venir era para mí
-como un martirio inexplicable. Hasta que, de repente, desaparecía la
-decoración de colores, se hundía el punto rojo y se apagaba, al ruido de
-una seca y para mí saludable explosión. Sentía una gran calma, un gran
-alivio, el sueño seguía tranquilo. Por las mañanas, mi almohada estaba
-llena de sangre, de una copiosa hemorragia nasal.
-
-
-
-
-III
-
-
-Se me hacía ir a una escuela pública. Aun vive el buen maestro, que era
-entonces bastante joven, con fama de poeta, el licenciado Felipe Ibarra.
-Usaba, naturalmente, conforme con la pedagogía singular de entonces, la
-palmeta, y, en casos especiales, la flagelación en las desnudas
-posaderas. Allí se enseñaba la cartilla, el Catón cristiano, las «cuatro
-reglas», otras primarias nociones. Después tuve otro maestro, que me
-inculcaba vagas nociones de aritmética, geografía, cosas de gramática,
-religión. Pero quien primeramente me enseñó el alfabeto, mi primer
-maestro, fué una mujer, doña Jacoba Tellería, quien estimulaba mi
-aplicación con sabrosos pestiños, bizcotelas y alfajores que ella misma
-hacía, con muy buen gusto de golosinas y con manos de monja. La maestra
-no me castigó sino una vez, en que me encontrara, ¡a esa edad. Dios mío!
-en compañía de una precoz chicuela, iniciando, indoctos e imposibles
-Dafnis y Cloe, y, según el verso de Góngora, «las bellaquerías, detrás
-de la puerta.»
-
-
-
-
-IV
-
-
-En un viejo armario encontré los primeros libros que leyera. Eran un
-_Quijote_, las obras de Moratín, _Las Mil y una noches_, la Biblia, los
-_Oficios_, de Cicerón, la _Corina_, de Madame Staël, un tomo de comedias
-clásicas españolas, y una novela terrorífica, de ya no recuerdo qué
-autor, _La Caverna de Strossi_. Extraña y ardua mezcla de cosas para la
-cabeza de un niño.
-
-
-
-
-V
-
-
-¿A qué edad escribí mis primeros versos? No lo recuerdo precisamente,
-pero ello fué harto temprano. Por la puerta de mi casa--en las Cuatro
-Esquinas--pasaban las procesiones de la Semana Santa, una Semana Santa
-famosa: «Semana Santa en León y Corpus en Guatemala»--; y las calles se
-adornaban con arcos de ramas verdes, palmas de cocotero, flores de
-corozo, matas de plátanos o bananos, disecadas aves de colores, papel de
-China picado con mucha labor; y sobre el suelo se dibujaban alfombras
-que se coloreaban, expresamente, con serrín de rojo brasil o cedro, o
-amarillo «mora»; con trigo reventado, con hojas, con flores, con
-desgranada flor de «coyol». Del centro de uno de los arcos, en la
-esquina de mi casa, pendía una granada dorada. Cuando pasaba la
-procesión del Señor del Triunfo, el Domingo de Ramos, la granada se
-abría y caía una lluvia de versos. Yo era el autor de ellos. No he
-podido recordar ninguno... pero si sé que eran versos, versos brotados
-instintivamente. Yo nunca aprendí a hacer versos. Ello fué en mi
-orgánico, natural, nacido. Acontecía que se usaba entonces--y creo que
-aun persiste--la costumbre de imprimir y repartir, en los entierros,
-«epitafios», en que los deudos lamentan los fallecimientos, en verso por
-lo general. Los que sabían mi rítmico don, llegaban a encargarme pusiese
-su duelo en estrofas.
-
-A todo esto, el recuerdo de mi madre había desaparecido. Mi madre era
-aquella señora que me había acogido. Mi «padre» había muerto, el coronel
-Ramírez. A tal sazón llegó a vivir con nosotros, y a criarse junto
-conmigo, una lejana prima, rubia, bastante bella, de quien he hablado en
-mi cuento _Palomas blancas y garzas morenas_. Ella fué quien despertara
-en mí los primeros deseos sensuales. Por cierto que, muchos años
-después, madre y posiblemente abuela, me hizo cargos: «¿Por qué has dado
-a entender que llegamos a cosas de amor, si eso no es verdad?»--«¡Ay! le
-contesté, ¡es cierto! Eso no es verdad, ¡y lo siento! ¿No hubiera sido
-mejor que fuera verdad y que ambos nos hubiéramos encontrado en el mejor
-de los despertamientos, en la más ardiente de las adolescencias y en las
-primaveras del más encendido de los trópicos?...»
-
-Mi familia se componía entonces de mi tía doña Rita Darío de Alvarado,
-a quien su hermano Manuel García, esto es Manuel Darío, único que tenía
-en tal ocasión dinero, había hecho donación de sus bienes ¡ah, malhaya!
-para que se casase con el cónsul de Costa Rica; mi tía Josefa, vivaz,
-parlera, muy amante de la crinolina, medio tocada, quien una vez--el día
-de la muerte de su madre--apareció calzada con zapatos rojos, y a las
-observaciones y reproches que se le hicieron, contestó que «Las perdices
-y las palomitas de Castilla...» ¡Cuando digo que era medio tocada! Mi
-tía Sara, casada con un norteamericano, muy hermosa, y cuya hija mayor
-¡oh, Eros! un día, por sorpresa, en un aposento a donde yo entrara
-descuidado, me dió la ilusión de una Anadiómena... Y «mi tío Manuel».
-Porque don Manuel Darío figuraba como mi tío. Y mi verdadero padre, para
-mí, y tal como se me había enseñado, era el otro, el que me había criado
-desde los primeros años, el que había muerto, el coronel Ramírez. No sé
-por qué, siempre tuve un desapego, una vaga inquietud separadora con mi
-«tío Manuel». La voz de la sangre... ¡qué flácida patraña romántica! La
-paternidad única es la costumbre del cariño y del cuidado. El que sufre,
-lucha y se desvela por un niño, aunque no lo haya engendrado, ese es su
-padre.
-
-Mi tía Rita era la adinerada de la familia. Mi padre, que, como he
-dicho, pasaba como mi tío, vivía en casa de su hermana, la cual era
-propietaria de haciendas de ganado y de ingenios de caña de azúcar. La
-vida en casa de mi tía Rita me ha dejado un recuerdo verdaderamente
-singular e imborrable. Esta señora, que era muy religiosa, casada con
-don Pedro Alvarado, cónsul de Costa Rica, tenía, como los antiguos
-reyes, dos bufones, enanos, arrugados, feos, velazquescos, hombre y
-mujer. El se llamaba el capitán Vilches, y la mujer era su madre; pero
-eran iguales, completamente, en tamaño, en fealdad, y me inspiraban
-miedo e inquietud. Hacían retratos de cera, monicacos deformes, y el
-«capitán», que decía ser también sacerdote, pronunciaba sermones que
-hacían reir, pero que yo oía con gran malestar, como si fuesen cosas de
-brujos.
-
-Los domingos se daban bailes de niños, y aunque mi primo Pedro, señor de
-la casa, era el más rico y un excelente pianista en tan corta edad, ya,
-con mi pobreza y todo, solía ganarme las mejores sonrisas de las
-muchachas, por el asunto de los versos. ¡Fidelina, Rafaela, Julia,
-Mercedes, Narcisa, María, Victoria, Gertrudis! recuerdos, recuerdos
-suaves.
-
-A veces los tíos disponían viajes al campo, a la hacienda. Ibamos en
-pesadas carretas, tiradas por bueyes, cubiertas con toldo de cuero
-crudo. En el viaje se cantaban canciones. Y en amontonamiento inocente,
-íbamos a bañarnos al río de la hacienda, que estaba a poca distancia,
-todos, muchachos y muchachas, cubiertos con toscos camisones. Otras
-veces eran los viajes a la orilla del mar, en la costa de Poneloya, en
-donde estaba la fabulosa peña del Tigre. Ibamos en las mismas carretas
-de ruedas rechinantes, los hombres mayores a caballo; y al pasar un río,
-en pleno bosque, se hacía alto, se encendía fuego, se sacaban los pollos
-asados, los huevos duros, el aguardiente de caña y la bebida nacional,
-llamada «tiste», hecha de cacao y maíz, y se batía en jícaras con
-molinillo de madera. Los hombres se alegraban, cantaban al son de la
-guitarra y disparaban los tiros al aire y daban los gritos usuales,
-estentóreos y alternativos, muy diferentes del chivateo araucano. Se
-llegaba al punto terminal y se vivía por algunos días bajo enramadas
-hechas con hojas, juncos y cañas verdes, para resguardarse del tórrido
-sol. Iban las mujeres por un lado, los hombres por el otro, a bañarse en
-el mar, y era corriente el encontrar de súbito, por un recodo el
-espectáculo de cien Venus Anadiómenas en las ondas. Las familias se
-juntaban por las noches y se pasaba el tiempo bajo aquellos cielos
-profundos, llenos de estrellas prodigiosas, jugando juegos de prendas,
-corriendo tras los cangrejos, o persiguiendo a las grandes tortugas
-llamadas _paslamas_, cuyos huevos se sacan cavando en los nidos que
-dejan en la arena.
-
-Yo me apartaba frecuentemente de los regocijos, y me iba, solitario, con
-mi carácter ya triste y meditabundo desde entonces, a mirar cosas, en el
-cielo, en el mar. Una vez vi una escena horrible, que me quedó grabada
-en la memoria. Cerca de una yunta de bueyes, a orillas de un pantano,
-dos carreteros que se peleaban echaron mano al machete, pesado y filoso,
-arma que sirve para partir la caña de azúcar, y comenzaron a esgrimirlo;
-y de pronto vi algo que saltó por el aire. Eran, juntos, el machete y la
-mano de uno de ellos.
-
-Por las tardes y las noches paseaban, a caballo o a pie, vociferando,
-hombres borrachos. Los soldados, descalzos y vestidos de azul, se los
-llevaban presos. Cuando la luna iba menguando, retornaban las familias a
-la ciudad.
-
-
-
-
-VI
-
-
-Por influencia de mi tía Rita, comencé a frecuentar la casa de los
-Padres Jesuítas, en la iglesia de la Recolección. Debo decir que desde
-niño se me infundió una gran religiosidad que llegaba a veces hasta la
-superstición. Cuando tronaba la tormenta y se ponía el cielo negro, en
-aquellas tempestades únicas, como no he visto en parte alguna, sacaba mi
-tía abuela palmas benditas y hacía coronas para todos los de la casa; y
-todos coronados de palmas rezábamos en coro el trisagio y otras
-oraciones. Señaladas devociones eran para mí temerosas. Por ejemplo, al
-acercarse la fiesta de la Santa Cruz. Porque ¡oh, Dios de los dioses!
-martirio como aquél, para mis pocos años, no os lo podéis imaginar.
-Llegado ese día, todos nos poníamos delante de las imágenes; y la buena
-abuela dirigía el rezo, un rezo que concluía después de varias
-jaculatorias, con estas palabras:
-
- «Vete de aquí, Satanás,
- que en mí parte no tendrás,
- porque el día de la Cruz
- dije mil veces: Jesús.»
-
-Pues el caso es que teníamos en efecto que decir mil veces la palabra
-Jesús, y aquello era inacabable. «¡Jesús!, ¡Jesús!, ¡Jesús!» hasta mil;
-y a veces se perdía la cuenta y había que volver a empezar.
-
-Los jesuítas me halagaron; pero nunca me sugestionaron para entrar en la
-Compañía, seguramente, viendo que yo no tenía vocación para ello. Había
-entre ellos hombres eminentes: un padre Koenig, austriaco, famoso como
-astrónomo, un padre Arubla, bello e insinuante orador; un padre
-Valenzuela, célebre en Colombia como poeta, y otros cuantos. Entré en lo
-que se llamaba la Congregación de Jesús, y usé en las ceremonias la
-cinta azul y la medalla de los congregantes. Por aquel entonces hubo un
-grave escándalo. Los jesuítas ponían en el altar mayor de la iglesia, en
-la fiesta de San Luis Gonzaga, un buzón, en el cual podían echar sus
-cartas todos los que quisieran pedir algo o tener correspondencia con
-San Luis y con la Virgen Santísima. Sacaban las cartas y las quemaban
-delante del público; pero se decía que no sin haberlas visto antes. Así
-eran dueños de muchos secretos de familia, y aumentaban su influjo por
-estas y otras razones. El gobierno decretó su expulsión, no sin que
-antes hubiese yo asistido con ellos a los ejercicios de San Ignacio de
-Loyola, ejercicios que me encantaban y que por mí hubieran podido
-prolongarse indefinidamente por las sabrosas vituallas y el exquisito
-chocolate que los reverendos nos daban.
-
-
-
-
-VII
-
-
-Florida estaba mi adolescencia. Ya tenía yo escritos muchos versos de
-amor y ya había sufrido, apasionado precoz, más de un dolor y una
-desilusión a causa de nuestra inevitable y divina enemiga: pero nunca
-había sentido una erótica llama igual a la que despertó en mis sentidos
-e imaginación de niño, una apenas púber saltimbanqui norteamericana, que
-daba saltos prodigiosos en un circo ambulante. No he olvidado su nombre:
-Hortensia Buislay.
-
-Como no siempre conseguía lo necesario para penetrar en el circo, me
-hice amigo de los músicos y entraba a veces, ya con un gran rollo de
-papeles, ya con la caja de un violín; pero mi gloria mayor fué conocer
-el payaso, a quien hice repetidos ruegos para ser admitido en la
-farándula. Mi inutilidad fué reconocida. Así, pues, tuve que resignarme
-a ver partir a la tentadora, que me había presentado la más hermosa
-visión de inocente voluptuosidad en mis tiempos de fogosa primavera.
-
-Ya iba a cumplir mis trece años y habían aparecido mis primeros versos
-en un diario titulado «El Termómetro», que publicaba en la ciudad de
-Rivas el historiador y hombre político José Dolores Gómez. No he
-olvidado la primera estrofa de estos versos de primerizo, rimados en
-ocasión de la muerte del padre de un amigo. Ellos serían ruborizantes si
-no los amparase la intención de la inocencia:
-
- «Murió tu padre, es verdad,
- lo lloras, tienes razón,
- pero ten resignación,
- que existe una eternidad
- do no hay penas...
- y en un trozo de azucena
- moran los justos cantando...»
-
-No, no continuaré. Otros versos míos se publicaron y se me llamó en mi
-república, y en las cuatro de Centro América, «el poeta niño». Como era
-de razón, comencé a usar larga cabellera, a divagar más de lo preciso, a
-descuidar mis estudios de colegial, y en mi desastroso examen de
-matemáticas fuí reprobado con innegable justicia.
-
-Como se ve, era la iniciación de un nacido aeda. Y la alarma familiar
-entró en mi casa. Entonces, la excelente anciana protectora quería que
-aprendiese a sastre, o a cualquier otro oficio práctico y útil, pero mis
-románticos éxitos con las mozas eran indiscutibles, lo cual me valía,
-por mi contextura endeble y mis escasas condiciones de agresividad, ser
-la víctima de fuertes zopencos rivales míos, que tenían brazos robustos
-y estaban exentos de iniciación apolínea.
-
-
-
-
-VIII
-
-
-Un día, una vecina me llamó a su casa. Estaba allí una señora vestida de
-negro, que me abrazó y me besó llorando, sin decirme una sola palabra.
-La vecina me dijo: «Esta es tu verdadera madre, se llama Rosa, y ha
-venido a verte, desde muy lejos». No comprendí de pronto, como tampoco
-me dí exacta cuenta de las mil palabras de ternura y consejos que me
-prodigara en la despedida que oía de aquella dama para mí extraña. Me
-dejó unos dulces, unos regalitos. Fué para mí rara visión. Desapareció
-de nuevo. No debía volver a verla hasta más de veinte años después.
-
-Algunas veces llegué a visitar a D. Manuel Darío, en su tienda de ropa.
-Era un hombre no muy alto de cuerpo, algo jovial, muy aficionado a los
-galanteos, gustador de cerveza negra de Inglaterra. Hablaba mucho de
-política y esto le ocasionó en cierto tiempo varios desvaríos. Desde
-luego, aunque se mantuvo cariñoso, no con extremada amabilidad, nada me
-daba a entender que fuese mi padre. La verdad es que no vine a saber
-sino mucho más tarde que yo era hijo suyo.
-
-
-
-
-IX
-
-
-Por ese tiempo, algo que ha dejado en mi espíritu una impresión
-indeleble, me aconteció. Fué mi primer pesadilla. La cuento, porque,
-hasta en estos mismos momentos, me impresiona. Estaba yo, en el sueño,
-leyendo cerca de una mesa, en la salita de la casa, alumbrada por una
-lámpara de petróleo. En la puerta de la calle, no lejos de mí, estaba la
-gente de la tertulia habitual. A mi derecha había una puerta que daba al
-dormitorio; la puerta estaba abierta y vi en el fondo obscuro que daba
-al interior, que comenzaba como a formarse un espectro; y con temor miré
-hacia este cuadrado de obscuridad y no vi nada; pero, como volviese a
-sentirme inquieto, miré de nuevo y vi que se destacaba en el fondo negro
-una figura blanquecina, como la de un cuerpo humano envuelto en lienzos;
-me llené de terror, porque vi aquella figura que, aunque no andaba, iba
-avanzando hacia donde yo me encontraba. Las visitas continuaban en su
-conversación, y, a pesar de que pedí socorro, no me oyeron. Volví a
-gritar y siguieron indiferentes. Indefenso, al sentir la aproximación de
-«la cosa», quise huir y no pude, y aquella sepulcral materialización
-siguió acercándose a mí, paralizándome y dándome una impresión de horror
-inexpresable. Aquello no tenía cara y era, sin embargo, un cuerpo
-humano. Aquello no tenía brazos y yo sentía que me iba a estrechar.
-Aquello no tenía pies y ya estaba cerca de mí. Lo más espantoso fué que
-sentí inmediatamente el tremendo olor de la cadaverina, cuando me tocó
-algo como un brazo, que causaba en mí algo semejante a una conmoción
-eléctrica. De súbito, para defenderme, mordí «aquello» y sentí
-exactamente como si hubiera clavado mis dientes en un cirio de cera
-oleosa. Desperté con sudores de angustia.
-
-De la familia materna no conocía casi a nadie. Como mis padres eran
-primos, los parientes maternos llevaban también con el suyo el apellido
-Darío, así oía yo la historia novelesca de dos hermanos de mi madre,
-Antonio, llamado «el indio Darío», que por cierto era, según decires, un
-hombre guapo, rubio y de ojos azules y que murió asesinado cruelmente en
-una revolución en la ciudad de Granada, en donde, después de ultimarle,
-le ataron a la cola de un caballo y fué arrastrado por las calles; e
-Ignacio, muerto a traición de un escopetazo; unos dicen que por asuntos
-de amores y otros que por robarle, después de haber salido de una casa
-de juego. Había también dos primos de mi madre, que habitaban en el
-puerto de Corinto, y se dedicaban al negocio de exportación de maderas,
-especialmente de mora y de palo de campeche.
-
-Cuántas veces me despertaron ansias desconocidas y misteriosos ensueños
-las fragatas y bergantines que se iban con las velas desplegadas por el
-golfo azul, con rumbo a la fabulosa Europa. En muchas ocasiones fuí al
-puerto, en pequeñas barcas, por los esteros y manglares, poblados de
-grandes almejas y cangrejos, y me iba a admirar al cónsul inglés,
-Miller, que perseguía a balazos, con su winchester, a los tiburones.
-
-
-
-
-X
-
-
-Se publicaba en León un periódico político titulado _La Verdad_. Se me
-llamó a la redacción--tenía a la sazón cerca de catorce años--, se me
-hizo escribir artículos de combate que yo redactaba a la manera de un
-escritor ecuatoriano, famoso, violento, castizo e ilustre, llamado Juan
-Montalvo, que ha dejado excelentes volúmenes de tratados, conminaciones
-y catilinarias. Como el periódico _La Verdad_ era de la oposición, mis
-estilados denuestos iban contra el gobierno, y el gobierno se escamó. Un
-día fuí requerido por la policía. Se me acusaba como vago, y me libré de
-las oficiales iras porque un doctor pedagogo, liberal y de buen querer,
-declaró que no podía ser vago quien como yo era profesor en el colegio
-que él dirigía. En efecto: desde hacía algún tiempo, enseñaba yo
-gramática en tal establecimiento.
-
-Cayó en mis manos un libro de masonería, y me dió por ser masón, y
-llegaron a serme familiares Hiram, el Templo, los caballeros Kadosh, el
-mandil, la escuadra, el compás, las baterías y toda la endiablada y
-simbólica liturgía de esos terribles ingenuos.
-
-Con esto adquirí cierto prestigio entre mis jóvenes amigos. En cuanto a
-mi imaginación y mi sentido poético, se encantaban en casa con la visión
-de las turgentes formas de mi prima, que aun usaba el traje corto; con
-la cigarrera Manuela, que manipulando sus tabacos me contaba los cuentos
-del príncipe Kamaralzaman y de la princesa Badura, del Caballo Volante,
-de los genios orientales, de las invenciones maravillosas de las Mil y
-Una Noches.
-
-Brillaba el fuego de los tizones en la cocina, se oía el ruido de las
-salvas que sirven para desgranar las mazorcas de maíz. Un perro,
-_Laberinto_, estaba a mi lado con el hocico entre las patas. Vageaba en
-el silencio la cálida noche. Yo escuchaba atento las lindas fábulas.
-
-Mas la vida pasaba. La pubertad transformaba mi cuerpo y mi espíritu. Se
-acentuaban mis melancolías sin justas causas. Ciertamente, yo sentía
-como una invisible mano que me empujaba a lo desconocido. Se despertaron
-los vibrantes, divinos e irresistibles deseos. Brotó en mí el amor
-triunfante y fuí un muchacho con ojeras, con sueños y que se iba a
-confesar todos los sábados.
-
-Por este tiempo llegaron a León unos hombres políticos, senadores,
-diputados, que sabían de la fama del «poeta niño». Me conocieron. Me
-hicieron recitar versos. Me dijeron que era preciso que fuera a la
-capital. La mamá Bernarda me echó la bendición, y partí para Managua.
-
-Managua, creada capital para evitar los celos entre León y Granada, es
-una linda ciudad situada entra sierras fértiles y pintorescas, en donde
-se cultiva profusamente el café; y el lago, poblado de islas y en uno de
-cuyos extremos se levanta el volcán de Momotombo, inmortalizado
-líricamente por Víctor Hugo, en la «Leyenda de los siglos».
-
-Mi renombre departamental se generalizó muy pronto, y al poco tiempo yo
-era señalado como un ser raro. Demás decir que era buscado para la
-incontenible manía de versos para álbumes y abanicos.
-
-A la sazón, estaba reunido el Congreso.
-
-Era presidente de él un anciano granadino, calvo, conservador, rico y
-religioso, llamado don Pedro Joaquín Chamorro. Yo estaba protegida por
-miembros del Congreso pertenecientes al partido liberal, y es claro que
-en mis poesías y versos ardía el más violento, desenfadado y crudo
-liberalismo. Entre otras cosas se publicó cierto malhadado soneto que
-acababa así, si la memoria me es fiel:
-
- «El Papa rompe con furor su tiara
- sobre el trono del regio Vaticano».
-
-Presentaron los diputados amigos una moción al Congreso para que yo
-fuese enviado a Europa a educarme por cuenta de la nación. El decreto,
-con algunas enmiendas, fué sometido a la aprobación del presidente. En
-esos días se dió una fiesta en el palacio presidencial, a la cual fuí
-invitado, como un número curioso, para alegrar con mis versos los oídos
-de los asistentes. Llegó y, tras las músicas de la banda militar, se me
-pide que recite. Extraje de mi bolsillo una larga serie de décimas,
-todas ellas rojas de radicalismo anti-religioso, detonantes,
-posiblemente ateas, y que causaron un efecto de todos los diablos. Al
-concluir, entre escasos aplausos de mis amigos, oí los murmullos de los
-graves senadores, y vi moverse desoladamente la cabeza del presidente
-Chamorro. Este me llamó, y, poniéndome la mano en un hombro, me dijo,
-más o menos:--«Hijo mío, si así escribes ahora contra la religión de tus
-padres y de tu patria, ¿qué será si te vas a Europa a aprender cosas
-peores?» Y así, la disposición del Congreso no fué cumplida. El
-presidente dispuso que se me enviase al Colegio de Granada; pero yo era
-de León. Existía una antigua rivalidad entre ambas ciudades, desde
-tiempo de la Colonia. Se me aconsejó que no aceptase tal cosa, pues ello
-era opuesto a lo resuelto por los congresales, y porque ello humillaba a
-mi vecindario leonés; y decididamente renuncié el favor.
-
-En Managua conocí a un historiador ilustre de Guatemala, el doctor
-Lorenzo Montúfar, quien me cobró mucho cariño; al célebre orador cubano
-Antonio Zambrana, que fué para mí intelectualmente paternal, y al doctor
-José Leonard y Bertholet, que fué después mi profesor en el Instituto
-Leonés de Occidente y que tuvo una vida novelesca y curiosa. Era polaco
-de origen; había sido ayudante del general Kruck en la última
-insurrección; había pasado a Alemania, a Francia, a España. En Madrid
-aprendió maravillosamente el español, se mezcló en política, fué íntimo
-de los prohombres de la república y de hombres de letras, escritores y
-poetas, entre ellos D. Ventura Ruiz de Aguilera, que habla de él en uno
-de sus libros, y D. Antonio de Trueba. Llegó a tal la simpatía que
-tuvieron por él sus amigos españoles que logró ser Leonard hasta
-redactor de la _Gaceta de Madrid_.
-
-Así, pues, mis frecuentaciones en la capital de mi patria eran con gente
-de intelecto, de saber y de experiencia, y por ellos conseguí que se me
-diese un empleo en la Biblioteca Nacional. Allí pasé largos meses
-leyendo todo lo posible y entre todas las cosas que leí _¡horrendo
-referens!_ fueron todas las introducciones de la Biblioteca de Autores
-Españoles de Rivadeneira, y las principales obras de casi todos los
-clásicos de nuestra lengua. De allí viene que, cosa que sorprendiera a
-muchos de los que conscientemente me han atacado, el que yo sea en
-verdad un buen conocedor de letras castizas, como cualquiera puede
-verlo en mis primeras producciones publicadas, en un tomo de poesías,
-hoy inencontrable, que se titula «Primeras Notas», como ya lo hizo notar
-don Juan Valera, cuando escribió sobre el libro «Azul». Ha sido
-deliberadamente que después, con el deseo de rejuvenecer, flexibilizar
-el idioma, he empleado maneras y construcciones de otras lenguas, giros
-y vocablos exóticos y no puramente españoles.
-
-Era director de la Biblioteca Nacional un viejo poeta llamado Antonio
-Aragón, que había sido en Guatemala íntimo amigo de un gran poeta
-español, hoy bastante desconocido, pero a quien debieron mucho los
-poetas hispanoamericanos en el tiempo en que recorrió este continente.
-Me refiero a D. Fernando Velarde, originario de Santander, a quien ha
-hecho felizmente justicia en uno de sus libros el grande y memorable D.
-Marcelino Menéndez y Pelayo. D. Antonio Aragón era un varón excelente,
-nutrido de letras universales, sobre todo de clásicos, griegos y
-latinos. Me enseñó mucho y él fué el que me contó algo que figura en las
-famosas Memorias de Garibaldi. Garibaldi estuvo en Nicaragua. No puedo
-precisar en qué fecha, pues no tengo a la vista un libro publicado por
-Dumas, y D. Antonio le conoció mucho. Estableció la primera fábrica de
-velas que haya habido en el país. Habitó en León en la casa de D. Rafael
-Salinas. Se dedicaba a la caza. Muy frecuentemente salía con su fusil,
-se internaba por los montes cercanos a la ciudad y volvía casi siempre
-con un venado al hombro y una red llena de pavos monteses, conejos y
-otras alimañas. Un día, alguien le reprendió porque al pasar el viático,
-y estando en la puerta de la casa, no se quitó el sombrero, y él dijo
-estas frases, que me repitiera D. Antonio muchas veces: «¿Cree usted que
-Dios va a venir a envolverse en harina para que le metan en un saco de
-m...?»
-
-
-
-
-XI
-
-
-Vivía yo en casa del Licenciado Modesto Barrios, y este licenciado
-gentil me llevaba a visitas y tertulias. Una noche oí cantar a una niña.
-
-Era una adolescente de ojos verdes, de cabello castaño, de tez levemente
-acanelada, con esa suave palidez que tienen las mujeres de Oriente y de
-los trópicos. Un cuerpo flexible y delicadamente voluptuoso, que traía
-al andar ilusiones de canéfora. Era alegre, risueña, llena de frescura y
-deliciosamente parlera, y cantaba con una voz encantadora. Me enamoré
-desde luego; fué «el rayo», como dicen los franceses. Nos amamos. Jamás
-escribiera tantos versos de amor como entonces. Versos unos que no
-recuerdo y otros que aparecieron en periódicos y que se encuentran en
-algunos de mis libros. Todo aquel que haya amado en su aurora sabe de
-esas íntimas delicias que no pueden decirse completamente con palabras,
-aunque sea Hugo el que las diga. Esas exquisitas cosas de los amores
-primeros que nos perfuman la vida, dulce, inefable y misteriosamente.
-Iba a comer algunas veces en la casa de esta niña, en compañía de
-escritores y hombres públicos. En la comida se hablaba de letras, de
-arte, de impresiones varias; pero, naturalmente, yo me pasaba las horas
-mirando los ojos de la exquisita muchacha que era mi verdadera musa en
-esos días dichosos. Una fatal timidez, que todavía me dura, hizo que yo
-no fuese al comienzo completamente explícito con ella, en mis deseos, en
-mi modo de ser, en mis expresiones. Pasaban deliciosas escenas de una
-castidad casi legendaria, en que un roce de mano era la mayor de las
-conquistas. Pero para el que haya experimentado tales cosas, todo ello
-es hechicero, justo, precioso. Nos poníamos, por ejemplo, a mirar una
-estrella, por la tarde, una grande estrella de oro en unos crepúsculos
-azules o sonrosados, cerca del lago y nuestro silencio estaba lleno de
-maravillas y de inocencia. El beso llegó a su tiempo y luego llegaron a
-su tiempo los besos. ¡Cuán divino y criollo Cantar de los cantares! Allí
-comprendí por primera vez en su profundidad: «Mel et lac sub lingua
-tua». Hay que saber lo que son aquellas tardes de las amorosas tierras
-cálidas. Están llenas como de una dulce angustia. Se diría a veces que
-no hay aire. Las flores y los árboles se estilizan en la inmovilidad. La
-pereza y la sensualidad se unen en la vaguedad de los deseos. Suena el
-lejano arrullo de una paloma. Una mariposa azul va por el jardín. Los
-viejos duermen en la hamaca. Entonces, en la hora tibia, dos manos se
-juntan, dos cabezas se van acercando, se hablan con voz queda, se
-compenetran mutuas voliciones; no se quiere pensar, no se quiere saber
-si se existe, y una voluptuosidad miliunanochesca perfuma de esencias
-tropicales el triunfo de la atracción y del instinto.
-
-Aconteció que un amigo mío estaba moribundo, y, como es por allí
-costumbre, las familias amigas iban a velar al enfermo. Iba así la joven
-que yo amaba, y alguien me insinuó que ella había tenido amores con el
-doliente. No recuerdo haber sentido nunca celos tan purpúreos y
-trágicos, delante del hombre pálido que estaba yéndose de la vida, y a
-quien mi amada daba a veces las medicinas. Juro que nunca, durante toda
-mi existencia, a no ser en instantes de violencia o provocada ira, he
-deseado mal o daño a nadie; pero en aquellos momentos se diría que casi
-ponía oídos deseosos, para escuchar si sonaba cerca de la cabecera el
-ruido de la hoz de la muerte. Esto lo he dicho concentradamente en unos
-cortos versos de mi hoy raro libro publicado en Chile, «Abrojos». Amor
-sensual, amor de tierra caliente, amor de primera juventud, amor de
-poeta y de hiperestésico, de imaginativo. Pero es el caso que había en
-él una estupenda castidad de actos. Todo se iba en ver las garzas del
-lago, los pájaros de las islas, las nocturnas constelaciones, y en
-medias palabras y en profundas miradas y en deseos contenidos y en esa
-profusión de cosas iniciales que constituyen el silabario que todos
-sabéis deletrear.
-
-Un día dije a mis amigos:--«Me caso». La carcajada fué homérica. Tenía
-apenas catorce años cumplidos. Como mis buenos queredores viesen una
-resolución definitiva en mi voluntad, me juntaron unos cuantos pesos, me
-arreglaron un baúl y me condujeron al puerto de Corinto, donde estaba
-anclado un vapor que me llevó en seguida a la república de El Salvador.
-
-
-
-
-XII
-
-
-Gobernaba este país entonces el doctor Rafael Zaldívar, hombre culto,
-hábil, tiránico para unos, bienhechor para otros, y a quien, habiendo
-sido mi benefactor y no siendo yo juez de historia, en este mundo, no
-debo sino alabanzas y agradecimientos. Llegar yo al puerto de La
-Libertad y poner un telegrama a su excelencia todo fué uno.
-Inmediatamente recibí una contestación halagadora del presidente, que se
-encontraba en una hacienda, en el cual telegrama era muy gentil conmigo
-y me anunciaba una audiencia en la capital. Llegué a la capital. Al
-cochero que me preguntó a qué hotel iba, le contesté sencillamente: «Al
-mejor». El mejor, de cuyo nombre no puedo acordarme aunque quiero, lo
-tenía un barítono italiano, de apellido Petrilli, y era famoso por sus
-macarroni y su moscato espumante y las bellas artistas que llegaban a
-cantar ópera y a recoger el pañuelo de un galante, generoso,
-infatigable sultán presidencial. A los pocos días recibí aviso de que el
-presidente me esperaba en la casa de gobierno. Mozo flaco y de larga
-cabellera, pretérita indumentaria y exhaustos bolsillos, me presenté
-ante el gobernante. Pasé entre los guardias y me encontré tímido y
-apocado delante del jefe de la República, que recibía, de espaldas a la
-luz, para poder examinar bien a sus visitantes. Mi temor era grande y no
-encontraba palabras que decir. El presidente fué gentilísimo y me habló
-de mis versos y me ofreció su protección; mas cuando me preguntó qué era
-lo que yo deseaba, contesté, ¡oh, inefable Jerome Paturot!, con estas
-exactas e inolvidables palabras, que hicieron sonreír al varón de
-poder:--«Quiero tener una buena posición social. ¿Qué entendería yo por
-tener una posición social? Lo sospecho. El doctor Zaldívar, siempre
-sonriendo, me contestó bondadosamente:--«Eso depende de usted...» Me
-despedí. Cuando llegué al hotel, al poco rato, me dijeron que el
-director de policía deseaba verme. Noté en él y en el dueño del hotel un
-desusado cariño. Se me entregaron quinientos pesos plata, obsequio del
-presidente. ¡Quinientos pesos plata! Macarroni, moscato espumante,
-artistas bellas... Era aquello, en la imaginación del ardiente muchacho
-flaco y de cabellos largos, ensoñador y lleno de deseos, un buen
-comienzo para tener una buena posición social...
-
-Al día siguiente, por la mañana, estaba yo rodeado improbables poetas
-adolescentes, escritores en en ciernes y aficionados a las musas.
-Ejercía de nabab. Los invité a almozar. Macarroni-moscato espumante. El
-esplendor continuó hasta la tarde, y llegó la noche.
-
-¿Qué pícaro Belcebú hizo en las altas horas que me levantase y fuese a
-tocar la puerta de la bella diva que recibía altos favores y que
-habitaba en el mismo hotel que yo? Nocturno efecto sensacional, desvarío
-y locura. Al día siguiente, estaba yo todo mohino y lleno de
-remordimientos. La cara del hostelero me indicaba cosas graves, y aunque
-yo hablara de mi amistad presidencial, es el caso que mis méritos
-estaban en baja. A los pocos días, los quinientos pesos se habían
-esfumado y recibí la visita del mismo director de Policía que me los
-había traído. Dije yo:--«Viene con otros quinientos pesos».--«Joven--me
-dijo con un aire serio y conminatorio--, aliste sus maletas y, de orden
-del señor presidente, sígame». Le seguí como un corderito.
-
-Me llevó a un colegio que dirigía cierto célebre escritor, el doctor
-Reyes. Oí que el terrible funcionario decía al director: «Que no deje
-usted salir a este joven, que lo emplee en el colegio y que sea severo
-con él». Dije para mí: «Estoy perdido». Pero el director era un hombre
-suave, insinuante, con habilidad indígena, culto y malicioso, y
-comprendió qué clase de soñador le llevaban. «Amiguito--me dijo--, no
-encontrará usted en mí severidad sino amistad; pórtese bien, dará usted
-una clase de gramática. Eso sí, no saldrá usted a la calle, porque es
-orden estricta del señor presidente». En efecto, comencé a hacer mi vida
-escolar, no sin causar desde luego en el establecimiento inusitadas
-revoluciones. Por ejemplo, me hice magnetizador entre los muchachos.
-Hacía misteriosos pases y decía palabras sibilinas, y lo peor del caso
-es que un día uno de los chicos se me durmió de veras y no lo podía
-despertar, hasta que a alguien se le ocurrió echarle un vaso de agua
-fría en la cabeza. El director me llamó y me dijo palabras reprensivas.
-No insistí, pero enseñé a recitar versos a todos los alumnos y era
-consultado para declaraciones y cartas de amor. En tal prisión estuve
-largos meses, hasta que un día, también por orden presidencial, fuí
-sacado para algo que señaló en mi vida una fecha inolvidable: el estreno
-de mi primer frac y primera comunicación con el público.
-
-El presidente había resuelto que fuese yo--la verdad es que ello era
-honroso y satisfactorio para mis pocos años--el que abriese oficialmente
-la velada que se dió en celebración del Centenario de Bolívar. Escribí
-una oda que, según lo que vagamente recuerdo, era bella, clásica,
-correcta, muy distinta naturalmente, a toda mi producción en tiempos
-posteriores.
-
-Aquí se produce en mi memoria una bruma que me impide todo recuerdo.
-Solo sé que perdí el apoyo gubernamental. Que anduve a la diabla con
-mis amigos bohemios y que me enamoré ligera y líricamente de una
-muchacha que se llamaba Refugio, a la cual escribí, en cierta ocasión,
-esta inefable cuarteta, que tuvo desde luego alguna romántica
-recompensa:
-
- Las que se llaman Fidelias
- Deben tener mucha fe;
- Tú, que le llamas Refugio,
- Refugio, refugiamé.
-
-Era una chica de catorce años, tímida y sonriente, gordita y sonrosada
-como una fruta. El caso fué simplemente poético y sin trascendencias.
-Poco tiempo después volví a mi tierra.
-
-
-
-
-XIII
-
-
-De nuevo en Nicaragua, reanudé mis amoríos con la que una vez llamé
-«garza morena». Era presidente de la República el general Joaquín
-Zabala, granadino, conservador, gentilhombre, excelente sujeto para el
-gobierno y de seguros prestigios. Se me consiguió un empleo en la
-secretaría presidencial. Escribí en periódicos semioficiales versos y
-cuentos y uno que otro artículo político. Siempre lleno de ilusiones
-amorosas, mi encanto era irme a la orilla del lago por las noches llenas
-de insinuante tibieza. Me acostaba en el muelle de madera. Miraba las
-estrellas prodigiosas, oía el chapoteo de las aguas agitadas. Pensaba.
-Soñaba. ¡Oh, sueños dulces de la juventud primaveral! Revelaciones
-súbitas de algo que está en el misterio de los corazones y en la
-reconditez de nuestras mentes; conversación con las cosas en un
-lenguaje sin fórmula, vibraciones inesperadas de nuestras íntimas fibras
-y ese reconcentrar por voluntad, por instinto, por influencia divina en
-la mujer, en esa misteriosa encarnación que es la mujer, todo el cielo y
-toda la tierra. Naturalmente, en aquellas mis solitarias horas brotaban
-prosas y versos y la erótica hoguera iba en aumento. Hacía viajes a
-veces a Momotombo, el puerto del lago. Admiraba los pájaros de las
-islas. En ocasiones cazaba cocodrilos con Whinchester, en compañía de un
-rico y elegante amigo llamado Lisímaco Lacayo. Mi trabajo en la
-secretaría del presidente, bajo la dirección de un íntimo amigo,
-escritor, que tuvo después un trágico fin en Costa Rica--Pedro Ortiz--me
-daba lo suficiente para vivir con cierta comodidad.
-
-A causa de la mayor desilusión que pueda sentir un hombre enamorado,
-resolví salir de mi país. ¿Para dónde? Para cualquier parte. Mi idea era
-irme a los Estados Unidos. ¿Por qué el país escogido fué Chile? Estaba
-entonces en Managua un general y poeta salvadoreño, llamado D. Juan
-Cañas, hombre noble y fino, de aventuras y conquistas, minero en
-California, militar en Nicaragua cuando la invasión del yankee Walker.
-Hombre de verdadero talento, de completa distinción, y bondad
-inagotable. Chilenófilo decidido desde que en Chile fué diplomático allá
-por el año de la Exposición Universal. «Vete a Chile--me dijo--. Es el
-país a donde debes ir»--. «¿Pero, D. Juan--le contesté--, cómo me voy a
-ir a Chile si no tengo los recursos necesarios?--«Vete a nado--me
-dijo--aunque te ahogues en el camino». Y el caso es que entre él y otros
-amigos me arreglaron mi viaje a Chile. Llevaba como único dinero unos
-pocos paquetes de soles peruanos y como única esperanza dos cartas que
-me diera el general Cañas--una para un joven que había sido íntimo amigo
-suyo y que residía en Valparaíso, Eduardo Poirier, y otra para un alto
-personaje de Santiago.
-
-En ese tiempo vino la guerra que por la unión de las cinco repúblicas de
-Centro América declarara el presidente de Guatemala, Rufino Barrios. En
-Nicaragua había subido al poder, después de Zabala, el doctor Cárdenas.
-Y anduve entre proclamas, discursos y fusilerías. Vino un gran
-terremoto. Estando yo de visita en una casa, oí un gran ruido y sentí
-palpitar la tierra bajo mis pies; instintivamente tomé en brazos a una
-niñita que estaba cerca de mí, hija del dueño de casa, y salí a la
-calle; segundos después la pared caía sobre el lugar en que estábamos.
-Retumbaba el enorme volcán huguesco, llovía cenizas. Se obscureció el
-sol, de modo que a las dos de la tarde se andaba por las calles con
-linternas. Las gentes rezaban, había un temor y una impresión
-medioevales. Así me fuí al puerto como entre una bruma. Tomé el vapor,
-un vapor alemán de la compañía _Kosmos_, que se llamaba Uarda. Entré a
-mi camarote, me dormí. Era yo el único pasajero. Desperté horas después
-y fuí sobre cubierta. A lo lejos quedaban las costas de mi tierra. Se
-veía sobre el país una nube negra. Me entró una gran tristeza. Quise
-comunicarme con las gentes de a bordo, con mi precario inglés, y no pude
-hacerme entender. Así empezaron largos días de navegación entre alemanes
-que no hablaban más lengua que la suya. El capitán me tomó cariño, me
-obsequiaba en la comida con buenos vinos del Rhin, cervezas teutónicas y
-refinados alcoholes. Y por el juego del dominó aprendí a contar en
-alemán: eins, zwei, drei, vier, fünf... Visité todos los puertos del
-Pacífico, entre los cuales aquellos donde no hay árboles, ni agua, y los
-hoteleros, para distracción de sus huéspedes, tienen en tablas, que
-colocan como biombos, pintados árboles verdes y aun llenos de flores y
-frutas.
-
-
-
-
-XIV
-
-
-Por fin, el vapor llega a Valparaíso. Compro un periódico. Veo que ha
-muerto Vicuña Mackenna. En veinte minutos, antes de desembarcar, escribo
-un artículo. Desembarco. La misma cosa que en el Salvador: ¿qué hotel?
-El mejor.
-
-No fué el mejor, sino un hotel de segunda clase en donde se hospedaba un
-pianista francés llamado el capitán Yoyer. Hice buscar a Eduardo
-Poirier, y al poco rato este hombre generoso, correcto y eficaz estaba
-conmigo, dándome la ilusión de un Chile espléndido y realizable para mis
-aspiraciones. “El Mercurio”, de Valparaíso, publicó mi artículo sobre
-Vicuña Mackenna y me lo pagó largamente. Poirier fué entonces, después y
-siempre, como un hermano mío. Pero había que ir inmediatamente a
-Santiago, a la capital. Poirier me pidió la carta que traía yo para
-aquel personaje eminente en la ciudad directiva y la envió al
-destinatario.
-
-Mi artículo en «El Mercurio», mi renombre anterior... Contestó aquel
-personaje que tenía en el Hotel de France ya listas las habitaciones
-para el señor Darío y que me esperaría en la estación. Tomé el tren para
-Santiago.
-
-Por el camino no fueron sino rápidas visiones para ojos de poeta, y he
-aquí la capital chilena.
-
-Ruido de tren que llega, agitación de familias, abrazos y salutaciones,
-mozos, empleados de hotel, todo el trajín de una estación metropolitana.
-Pero a todo esto las gentes se van, los coches de los hoteles se llenan
-y desfilan y la estación va quedando desierta. Mi valijita y yo quedamos
-a un lado, y ya no había nadie casi en aquel largo recinto, cuando
-diviso dos cosas: un carruaje espléndido con dos soberbios caballos,
-cochero estirado y _valet_, y un señor todo envuelto en pieles, tipo de
-financiero o de diplomático, que andaba por la estación buscando algo.
-Yo, a mi vez, buscaba. De pronto, como ya no había nada que buscar, nos
-dirigimos el personaje a mí y yo al personaje. Con un tono entre dudoso,
-asombrado y despectivo me preguntó:--¿«Sería usted acaso el señor Rubén
-Darío?». Con un tono entre asombrado, miedoso y esperanzado
-pregunté:--«¿Sería usted acaso el señor C. A.»? Entonces vi desplomarse
-toda una Jericó de ilusiones. Me envolvió en una mirada. En aquella
-mirada abarcaba mi pobre cuerpo de muchacho flaco, mi cabellera larga,
-mis ojeras, mi jacquecito de Nicaragua, unos pantaloncitos estrechos que
-yo creía elegantísimos, mis problemáticos zapatos, y sobre todo mi
-valija. Una valija indescriptible actualmente, en donde, por no sé qué
-prodigio de comprensión, cabían dos o tres camisas, otro pantalón, otras
-cuantas cosas de indumentaria, muy pocas, y una cantidad inimaginable de
-rollos de papel, periódicos, que luchaban apretados por caber en aquel
-reducidísimo espacio. El personaje miró hacia su coche. Había allí un
-secretario. Lo llamó. Se dirigió a mí.--«Tengo--me dijo--mucho placer en
-conocerle. Le había hecho preparar habitación en un hotel de que le
-hablé a su amigo Poirier. No le conviene».
-
-Y en un instante aquella equivocación tomó ante mí el aspecto de la
-fatalidad y ya no existía, por los justos y tristes detalles de la vida
-práctica, la ilusión que aquel político opulento tenía respecto al poeta
-que llegaba de Centro América. Y no había, en resumidas cuentas, más que
-el inexperto adolescente que se encontraba allí a caza de sueños y
-sintiendo los rumores de las abejas de esperanza que se prendían a su
-larga cabellera.
-
-
-
-
-XV
-
-
-Por recomendación de aquel distinguido caballero entré inmediatamente en
-la redacción de «La Época», que dirigía el señor Eduardo Mac-Clure, y
-desde ese momento me incorporé a la joven intelectualidad de Santiago.
-Se puede decir que la «élite» juvenil santiaguina se reunía en aquella
-redacción, por donde pasaban graves y directivos personajes. Allí conocí
-a D. Pedro Montt; a D. Agustín Edwards, cuñado del director del diario;
-a D. Augusto Orrego Luco; al doctor Federico Puga Borne, actual ministro
-de Chile en Francia, y a tantos otros que pertenecían a la alta política
-de entonces.
-
-La falange nueva la componía un grupo de muchachos brillantes que han
-tenido figuración, y algunos la tienen, no solamente en las letras,
-sino también en puesto de gobierno. Eran habituales a nuestras
-reuniones Luis Orrego Luco; el hijo del presidente de la República,
-Pedro Balmaceda; Manuel Rodríguez Mendoza; Jorge Huneeis Gana; su
-hermano Roberto; Alfredo y Galo Irarrázabal; Narciso Tondreau; el pobre
-Alberto Blest, ido tan pronto; Carlos Luis Hübner y otros que animaban
-nuestros entusiasmos con la autoridad que ya tenían; por ejemplo: el
-sutil ingenio de Vicente Grez o la romántica y caballeresca figura de
-Pedro Nolasco Préndez.
-
-Luis Orrego Luco hacía presentir ya al escritor de emoción e imaginación
-que había de triunfar con el tiempo en la novela. Rodríguez Mendoza era
-entendedor de artísticas disciplinas y escritor político que fué muy
-apreciado. A él dediqué mi colección de poesías «Abrojos». Jorge Huneeis
-Gana se apasionaba por lo clásico. Hoy mismo, que la diplomacia le ha
-atraído por completo, no olvida sus ganados lauros de prosista y publica
-libros serios, correctos e interesantes. Su hermano Roberto era un poeta
-sutil y delicado; hoy ocupa una alta posición en Santiago. Galo
-Irarrázabal murió, no hace mucho tiempo, de diplomático, y su hermano
-Alfredo, que en aquella época tenía el cetro sonoro de la poesía alegre
-y satírica, es ahora ministro plenipotenciario en el Japón. Tondreau
-hacía versos gallardos y traducía a Horacio. Ha sido intendente de una
-provincia. Todos los demás han desaparecido; muy recientemente el
-cordial y perspicaz Hübner.
-
-Mac-Clure solía aparecer a avivar nuestras discusiones con su rostro
-sonriente y su inseparable habano. Era lo que en España se llama un
-hidalgo y en Inglaterra un «gentleman».
-
-La impresión que guardo de Santiago, en aquel tiempo, se reduciría a lo
-siguiente: vivir de arenques y cerveza en una casa alemana para poder
-vestirme elegantemente, como correspondía a mis amistades
-aristocráticas. Terror del cólera que se presentó en la capital. Tardes
-maravillosas en el cerro de Santa Lucía. Crepúsculos inolvidables en el
-lago del parque Cousiño. Horas nocturnas con Alfredo Irarrázabal, con
-Luis Orrego Luco o en el silencio del Palacio de la Moneda, en compañía
-de Pedro Balmaceda y del joven conde Fabio Sanminatelli, hijo del
-ministro de Italia.
-
-Debo contar que una tarde, en un «lunch», que allí llaman hacer «once»,
-conocí al presidente Balmaceda. Después debía tratarle más detenidamente
-en Viña del Mar. Fuí invitado a almorzar por él. Me colocó a su derecha,
-lo cual, para aquel hombre lleno de justo orgullo, era la suprema
-distinción. Era un almuerzo familiar. Asistía el canónigo doctor
-Florencio Fontecilla, que fué más tarde obispo de La Serena y el general
-Orozimbo Barboza, a la sazón ministro de la Guerra.
-
-Era Balmaceda, a mi entender, el tipo del romántico-político y selló con
-su fin su historia. Era alto, garboso, de ojos vivaces, cabellera
-espesa, gesto señorial, palabra insinuante--al mismo tiempo autoritaria
-y melíflua. Había nacido para príncipe y para actor. Fué el rey de un
-instante, de su patria; y concluyó como un héroe de Shakespeare. ¿Qué
-más recuerdos de Santiago que me sean intelectualmente simpáticos?: La
-capa de D. Diego Barros Arana; la tradicional figura de los Amunátegui;
-D. Luis Montt en su biblioteca.
-
-Voy a referir algo que se relaciona con mi actuación en la redacción de
-_La Epoca_. Una noche apareció nuestro director en la tertulia y nos
-dijo lo siguiente:
-
-«Vamos a dedicar un número a Campoamor, que nos acaba de enviar una
-colaboración. Doscientos pesos al que escriba la mejor cosa sobre
-Campoamor». Todos nos pusimos a la obra. Hubo notas muy lindas; pero por
-suerte, o por concentración de pensamiento, ninguna de las poesías
-resumía la personalidad del gran poeta como esta décima mía:
-
- «Este del cabello cano
- como la piel del armiño,
- juntó su candor de niño
- con su experiencia de anciano.
- Cuando se tiene en la mano
- un libro de tal varón,
- abeja es cada expresión,
- que volando del papel
- deja en los labios la miel
- y pica en el corazón».
-
-Debo confesar, sin vanidad ninguna, que todos los compañeros aprobaron
-la disposición del director que me adjudicaba el ofrecido premio.
-
-Y ahora quiero evocar al triste, malogrado y prodigioso Pedro Balmaceda.
-No ha tenido Chile poeta más poeta que él. A nadie se le podría aplicar
-mejor el adjetivo de Hamlet: «Dulce príncipe». Tenía una cabeza
-apolínea, sobre un cuerpo deforme. Su palabra era insinuante,
-conquistadora, áurea. Se veía también en él la nobleza que le venía por
-linaje. Se diría que su juventud estaba llena de experiencia. Para sus
-pocos años tenía una sapiente erudición. Poseía idiomas. Sin haber ido a
-Europa sabía detalles de bibliotecas y museos. ¿Quién escribía en ese
-tiempo sobre arte, sino él? ¿Y, quién daba en ese instante una vibración
-de novedad de estilo como él? Estoy seguro de que todos mis compañeros
-de aquel entonces acuerdan conmigo la palma de la prosa a nuestro Pedro,
-lamentado y querido.
-
-Y, ¿cómo no evocar ahora que él fué quien publicara mi libro «Abrojos»,
-respecto al cual escribiera una página artística y cordial?
-
-
-
-
-XVI
-
-
-Por Pedro pasé a Valparaíso, en donde--¡anomalía!--iba a ocupar un
-puesto en la Aduana.
-
-Valparaíso, para mí, fué ciudad de alegría y de tristeza, de comedia y
-de drama y hasta de aventuras extraordinarias. Estas quedarán para
-después.
-
-Pero no dejaré de narrar mi permanencia y mi salida de la redacción de
-_El Heraldo_. Lo dirigía a la sazón Enrique Valdés Vergara. Era un
-diario completamente comercial y político. Había sido yo nombrado
-redactor por influencia de don Eduardo de la Barra, noble poeta y
-excelente amigo mío. Debo agregar para esto la amistad de un hombre muy
-querido y muy desgraciado en Chile: Carlos Toribio Robinet.
-
-Se me encargó una crónica semanal. Escribí la primera sobre _sports_. A
-la cuarta me llamó el director y me dijo: «Usted escribe muy bien...
-Nuestro periódico necesita otra cosa... Así es que le ruego no
-pertenecer más a nuestra redacción...» Y, por escribir muy bien, me
-quedé sin puesto.
-
-¡Que no olvide yo estos tres nombres protectores: Poirier, Galleguillos
-Lorca y Sotomayor!
-
-Mi vida en Valparaíso se concentra en ya improbables o ya hondos
-amoríos; en vagares a la orilla del mar, sobre todo por Playa Ancha;
-invitaciones a bordo de los barcos, por marinos amigos y literarios;
-horas nocturnas, ensueños matinales, y lo que era entonces mi vibrante y
-ansiosa juventud.
-
-Por circunstancias especiales e inquerida bohemia, llegaron para mí
-momentos de tristeza y escasez. No había sino partir. Partir gracias a
-don Eduardo de la Barra, Carlos Toribio Robinet, Eduardo Poirier y otros
-amigos.
-
-Antes de embarcar a Nicaragua aconteció que yo tuviese la honra de
-conocer al gran chileno D. José Victorino Lastarria. Y fué de esta
-manera: Yo tenía, desde hacía mucho tiempo, como una viva aspiración el
-ser corresponsal de _La Nación_ de Buenos Aires. He de manifestar que es
-en ese periódico donde comprendí a mi manera el manejo del estilo y que
-en ese momento fueron mis maestros de prosa dos hombres muy diferentes:
-Paul Groussac y Santiago Estrada, además de José Martí. Seguramente en
-uno y otro existía espíritu de Francia. Pero de un modo decidido,
-Groussac fué para mí el verdadero conductor intelectual.
-
-Me dijo D. Eduardo de la Barra: Vamos a ver a mi suegro, que es íntimo
-amigo del general Mitre, y estoy seguro de que él tendrá un gran placer
-en darle una carta de recomendación para que logremos nuestro objeto, y
-también estoy seguro de que el general Mitre aceptará inmediatamente la
-recomendación. En efecto, a vuelta de correo, venía la carta del
-general, con palabras generosas para mí, y diciéndome que se me
-autorizaba para pertenecer desde ese momento a _La Nación_.
-
-Quiso, pues, mi buena suerte que fuesen un Lastarria y un Mitre quienes
-iniciasen mi colaboración en ese gran diario.
-
-Estaba Lastarria sentado en una silla Voltaire. No podía moverse por su
-enfermedad. Era venerable su ancianidad ilustre. Fluía de él autoridad y
-majestad.
-
-Había mucha gloria chilena en aquel prócer. Gran bondad emanaba de su
-virtud y nunca he sentido en América como entonces la majestad de una
-presencia sino cuando conocí al general Mitre en la Argentina y al
-doctor Rafael Núñez en Colombia.
-
-Con mi cargo de corresponsal de _La Nación_ me fuí para mi tierra, no
-sin haber escrito mi primera correspondencia fechada el 3 de Febrero de
-1889, sobre la llegada del crucero brasileño _Almirante Barroso_ a
-Valparaíso, a cuyo bordo iba un príncipe, nieto de D. Pedro.
-
-En todo este viaje no recuerdo ningún incidente, sino la visión de la
-«débâcle» de Panamá: Carros cargados de negros africanos que aullaban
-porque, según creo, no se les habían pagado sus emolumentos. Y aquellos
-hombres desnudos y con los brazos al cielo, pedían justicia.
-
-
-
-
-XVII
-
-
-Al llegar a este punto de mis recuerdos, advierto que bien puedo
-equivocarme, de cuando en cuando, en asuntos de fecha, y anteponer o
-posponer la prosecución de sucesos. No importa. Quizás ponga algo que
-aconteció después en momentos que no le corresponde y viceversa. Es
-fácil, puesto que no cuento con más guía que el esfuerzo de mi memoria.
-Así, por ejemplo, pienso en algo importante que olvidé cuando he tratado
-de mi primera permanencia en San Salvador.
-
-Un día, en momentos en que estaba pasando horas tristes, sin apoyo de
-ninguna clase, viviendo a veces en casa de amigos y sufriendo lo
-indecible, me sentí mal en la calle. En la ciudad había una epidemia
-terrible de viruela. Yo creí que lo que me pasaba sería un malestar
-causado por el desvelo, pero resultó que desgraciadamente era el temido
-morbo. Me condujeron a un hospital con el comienzo de la fiebre. Pero en
-el hospital protestaron, puesto que no era aquello un lazareto; y
-entonces, unos amigos, entre los cuales recuerdo el nombre de Alejandro
-Salinas, que fué el más eficaz, me llevaron a una población cercana, de
-clima más benigno, que se llamaba Santa Tecla. Allí se me aisló en una
-habitación especial y fuí atendido, verdaderamente, como si hubiese sido
-un miembro de su familia, por unas señoritas de apellido Cáceres
-Buitrago. Me cuidaron, como he dicho, con cariño y solicitud, y sin
-temor al contagio de la peste espantosa. Yo perdí el conocimiento, viví
-algún tiempo en el delirio de la fiebre, sufrí todo lo cruento de los
-dolores y de las molestias de la enfermedad; pero fuí tan bien servido,
-que no quedaron en mí, una vez que se había triunfado del mal, las feas
-cicatrices que señalan el paso de la viruela.
-
-En lo referente a mi permanencia en Chile, olvidé también un episodio
-que juzgo bastante interesante. Cuando habitaba en Valparaíso, tuve la
-protección de un hombre excelente y de origen humilde: el doctor
-Galleguillos Lorca, muy popular y muy mezclado entonces en política,
-siendo una especie de «leader» entre los obreros. Era médico homeópata.
-Había comenzado de minero, trabajando como un peón; pero dotado de
-singulares energías, resistentes y de buen humor, logró instruirse
-relativamente y llegó a ser lo que era cuando yo le conocí. Llegaban a
-su consultorio tipos raros, a quienes daba muchas veces no sólo las
-medicinas, sino también dinero. La hampa de Valparaíso tenía en él a su
-galeno. Le gustaba tocar la guitarra, cantar romances, e invitaba a sus
-visitantes, casi siempre gente obrera, a tomar unos «ponches» compuestos
-de agua, azúcar y aguardiente, el aguardiente que llamaban en Chile
-«guachacay». Era ateo y excelente sujeto. Tenía un hijo a quien
-inculcaba sus ideas en discursos burlones, de un volterianismo ingenuo y
-un poco rudo. El resultado fué que el pobre muchacho, según supe
-después, a los veintitantos años se pegó un tiro.
-
-Una ocasión me dijo el doctor Galleguillos: «¿Quiere usted acompañarme
-esta noche a una visita que tengo que hacer por los cerros?». Los cerros
-de Valparaíso tenían fama de peligrosos en horas nocturnas, mas yendo
-con el doctor Galleguillos me creía salvo de cualquier ataque y acepté
-su invitación. Tomó él su pequeño botiquín y partimos. La noche era
-obscura, y cuando estuvimos a la entrada de la estribación de la
-serranía, el comienzo era bastante difícil, lleno de barrancos y
-hondonadas. Llegaba a nuestros oídos, de cuando en cuando, algún tiro
-más o menos lejano. Al entrar a cierto punto, un farolito surgió detrás
-de unas piedras. El doctor silbó de un modo especial, y el hombre que
-llevaba el farolito se adelantó a nosotros.--«¿Están los
-muchachos?--preguntó Galleguillos.--«Sí, señor», contestó el rotito. Y
-sirviéndonos de guía, comenzó a caminar y nosotros tras él. Anduvimos
-largo rato, hasta llegar a una especie de choza o casa, en donde
-entramos. Al llegar hubo una especie de murmullo entre un grupo de
-hombres que causaron en mí vivas inquietudes. Todos ellos tenían traza
-de facinerosos, y en efecto lo eran. Más o menos asesinos, más o menos
-ladrones, pues pertenecían a la mala vida. Al verme me miraron con
-hostiles ojos, pero el doctor les dijo algunas palabras y ello calmó la
-agitación de aquella gente desconfiada. Había una especie de cantina, o
-de boliche, en que se amontonaban unas cuantas botellas de diferentes
-licores. Estaban bebiendo, según la costumbre popular, un «ponche»
-matador, en un vaso enorme que se denomina «potrillo» y que pasa de mano
-en mano y de boca en boca. Uno de los mal entrazados me invitó a beber;
-yo rehusé con asco instintivo; y se produjo un movimiento de protesta
-furiosa entre los asistentes.--«Beba pronto, me dijo por lo bajo el
-doctor Galleguillos, y déjese de historias». Yo comprendí lo peligroso
-de la situación y me apresuré a probar aquel ponche infernal. Con esto
-satisfice a los rotos. Luego llamaron al doctor y pasamos a un cuarto
-interior. En una cama, y rodeado de algunas mujeres, se encontraba un
-hombre herido. El doctor habló con él, le examinó y le dejó unas cuantas
-medicinas de su botiquín. Luego salimos, acompañados entonces de otros
-rotos que insistieron en custodiarnos, porque, según decían, había sus
-peligros esa noche. Así, entre las tinieblas, apenas alumbrados por un
-farolito, entramos de nuevo a la ciudad. Era ya un poco tarde y el
-doctor me invitó a cenar.--«Iremos--dijo--, a un lugar curioso, para que
-lo conozca.» En efecto, por calles extraviadas, llegamos a no recuerdo
-ya qué casa, tocó mi amigo una puerta que se entreabrió y penetramos. En
-el interior había una especie de «restaurant», en donde cenaban personas
-de diversas cataduras. Ninguna de ellas con aspecto de gente pacífica y
-honesta. El doctor llamó al dueño del establecimiento y me
-presentó.--«Pasen adentro», nos dijo éste. Seguimos más al fondo de la
-casa, no sin cruzar por un patio húmedo y lleno de hierba. «Aquí hay
-enterrados muchos», me dijo en voz baja el médico. En otro comedor se
-nos sirvió de cenar y yo oía las voces que en un cuarto cerrado daban de
-cuando en cuando algunos individuos. Aquello era una timba del peor
-carácter. Casi de madrugada salimos de allí y la aventura me impresionó
-de modo que no la he olvidado. Así no podía menos de contarla esta vez.
-
-
-
-
-XVIII
-
-
-Y ahora, continuaré el hilo de mi interrumpida narración. Me encuentro
-de vuelta de Chile, en la ciudad de León, de Nicaragua.
-
-Estoy de nuevo en la casa de mis primeros años. Otros devaneos han
-ocupado mi corazón y mi cabeza. Hay un apasionamiento súbito por cierta
-bella persona que me hace sufrir con la sabida felinidad femenina, y hay
-una amiga inteligente, graciosa, aficionada a la literatura, que hace lo
-posible por ayudarme en mi amorosa empresa; y lo hace de tal manera que
-cuando, por fin, he perdido mi última esperanza con la otra, entregada
-desdichadamente a un rival más feliz, me encuentro enloquecido por mi
-intercesora. Esta inesperada revolución amorosa se prolonga en la ciudad
-de Chinandega, en donde, ¡desventurado de mí! iba a casarse el ídolo de
-mis recientes anhelos. Y allí nuevas complicaciones sentimentales me
-aguardaban, con otra joven, casi una niña; y quién sabe en qué hubiera
-parado todo eso, si por segunda vez amigos míos, entre ellos el coronel
-Ortiz, hoy general, y que ha sido vicepresidente de la República, no me
-facturan apresuradamente para El Salvador. Lo que provocó tal medida fué
-que una fiesta dada por el novio de aquella a quien yo adoraba, y a la
-cual no sé por qué ni cómo, fuí invitado, con el aguijón de los
-excitantes del diablo, y a pedido de no sé quién, empecé a improvisar
-versos, pero versos en los cuales decía horrores del novio, de la
-familia de la novia, ¡qué sé yo de quién más! Y fuí sacado de allí más
-que de prisa. Una vez llegado a la capital salvadoreña busqué algunas de
-mis antiguas amistades, y una de ellas me presentó al general Francisco
-Menéndez, entonces presidente de la República. Era éste, al par que
-militar de mérito, conocido agricultor y hombre probo. Era uno de los
-más fervientes partidarios de la Unión centroamericana, y hubiera hecho
-seguramente el sacrificio de su alto puesto por ver realizado el ideal
-unionista que fuera sostenido por Morazán, Cabañas, Jerez, Barrios y
-tantos otros. En esos días se trataba cabalmente de dar vida a un nuevo
-movimiento unificador, y es claro que el presidente de El Salvador era
-uno de los más entusiastas en la obra.
-
-A los pocos días me mandó llamar y me dijo:--«¿Quiere usted hacerse
-cargo de la dirección de un diario que sostenga los principios de la
-Unión?».--«Desde luego, señor presidente», le conteste--. «Está bien»,
-me dijo, «daré orden para que en seguida se arregle todo lo necesario».
-En efecto, no pasó mucho sin que yo estuviera a la cabeza de un diario,
-órgano de los unionistas centroamericanos y que, naturalmente, se
-titulaba «La Unión».
-
-Estaba remunerado con liberalidad. Se me pagaban aparte los sueldos de
-los redactores. Se imprimía el periódico en la imprenta nacional y se me
-dejaba todo el producto administrativo de la empresa. El diario empezó a
-funcionar con bastante éxito. Tenía bajo mis órdenes a un escritor
-político de Costa Rica, a quien encomendé los artículos editoriales: D.
-Tranquilino Chacón; a un fulminante colombiano, famoso en Centro América
-como orador, como taquígrafo y aun como militar y como revolucionario,
-un buen diablo, Gustavo Ortega; y a cierto malogrado poeta
-costarriqueño, mozo gentil, que murió de tristeza y de miseria, aunque
-en sus últimos días tuviese el gobierno de Costa Rica la buena idea de
-hacerle ir a Barcelona para que siquiera lograse el consuelo de morir
-después de haber visto Europa; me refiero a Equileo Echeverría. Luego,
-contaba con la colaboración de las mejores inteligencias del país y del
-resto de la América Central; y el diario empezó su carrera con mucha
-suerte.
-
-Habitaba entonces en San Salvador la viuda de un famoso orador de
-Honduras, Alvaro Contreras, que, si no estoy mal informado, tiene hoy
-un monumento. Fué este hombre, vivaz y lleno de condiciones brillantes,
-un verdadero dominador de la palabra. Combatió las tiranías y sufrió
-persecuciones por ello. En tiempo de la guerra del Pacífico fundó un
-diario en Panamá en defensa de los intereses peruanos. Su viuda tenía
-dos hijas: a ambas había conocido yo en los días de mi infancia y en
-casa de mi tía Rita. Eran de aquellas compañeras que alegraban nuestras
-fiestas pueriles, de aquellas con quienes bailábamos y con quienes
-cantábamos canciones en las novenas de la Virgen, en las fiestas de
-Diciembre. Esas dos niñas eran ya dos señoritas. Una de ellas casó con
-el hijo de un poderoso banquero, a pesar de la modesta condición en que
-quedara la familia después de la muerte de su padre. Yo frecuenté la
-casa de la viuda, y al amor del recuerdo y por la inteligencia, sutileza
-y superiores dotes de la otra niña, me vi de pronto envuelto en nueva
-llama amorosa. Ello trascendió en aquella reducida sociedad
-amable:--«¿Por qué no se casa?», me dijo una vez el presidente--.
-«Señor, le conteste, es lo que pienso hacer en seguida.» Y, con el
-beneplácito de mi novia y de su madre, me puse a tomar las disposiciones
-necesarias para la realización de mi matrimonio. Entre tanto, uno de mis
-amigos principales era Francisco Gavidia, quien quizás sea de los más
-sólidos humanistas y seguramente de los primeros poetas con que hoy
-cuenta la América española. Fué con Gavidia, la primera vez que estuve
-en aquella tierra salvadoreña, con quien penetran en iniciación
-ferviente, en la armoniosa floresta de Víctor Hugo; y de la lectura
-mutua de los alejandrinos del gran francés, que Gavidia, el primero
-seguramente, ensayara en castellano a la manera francesa, surgió en mí
-la idea de renovación métrica, que debía ampliar y realizar más tarde. A
-Gavidia acontecióle un caso singularísimo, que me narrara alguna vez, y
-que dice cómo vibra en su cerebro la facultad del ensueño, de tal manera
-que llegó a exteriorizarse con tanta fuerza. Sucedió que siendo muy
-joven, recién llegado a París, iba leyendo un diario por un puente del
-Sena, en el cual diario encontró la noticia de la ejecución de un
-inocente. Entonces se impresionó de tal manera que sufrió la más
-singular de las alucinaciones. Oyó que las aguas del río, los árboles de
-la orilla, las piedras de los puentes, toda la naturaleza circundante
-gritaban:--«¡Es necesario que alguien se sacrifique para lavar esa
-injusticia!» E incontinenti se arrojó al río. Felizmente alguien le vió
-y pudo ser salvado inmediatamente. Le prodigaron los auxilios y fué
-conducido al consulado de El Salvador, cuyas señas llevaba en el
-bolsillo. Después, en su país, ha publicado bellos libros y escrito
-plausibles obras dramáticas; se ha nutrido de conocimientos diversos y
-hoy es director de la Biblioteca Nacional de la capital salvadoreña.
-
-
-
-
-XIX
-
-
-Listo, pues, todo para mi boda, quedó señalada la fecha del 22 de Junio
-de aquel año de 1890 para la ceremonia civil. En ese día debería
-efectuarse en San Salvador una gran fiesta militar, para lo cual
-vendrían las tropas acuarteladas en Santa Ana y que comandaba el general
-Carlos Ezeta, brazo derecho y diremos casi hijo mimado del presidente de
-la República. Se decía que había querido casarse con Teresa, la hija
-mayor de éste. Si no estoy equivocado había disensiones entre Ezeta y
-algunos ministros del general Menéndez, como los doctores Delgado e
-Interiano; pero no podría precisar nada al respecto.
-
-Es el caso que las tropas llegaron para la gran parada del 22. Esa noche
-debía darse un baile en la Casa Blanca, esto es, en el Palacio
-Presidencial.
-
-Se celebró en casa de mi novia la ceremonia del matrimonio civil y hubo
-un almuerzo al cual asistió el general Ezeta. Este estaba nervioso y por
-varias veces se levantó a hablar con el señor Amaya, director de
-Telégrafos y amigo suyo. Después de la fiesta, yo, fatigado, me fuí a
-acostar temprano, con la decisión de no asistir al baile de la Casa
-Blanca. Muy entrada la noche, oí, entre dormido y despierto, ruidos de
-descargas, de cañoneo y tiros aislados, y ello no me sorprendió, pues
-supuse vagamente que aquello pertenecía a la función militar. Más aún,
-sería ya la madrugada, cuando sentí ruidos de caballos que se detenían
-en la puerta de mi habitación, a la cual se llamó, pronunciando mi
-nombre varias veces.--«Levántate, me decían, está tu amigo el general
-Ezeta». Yo contesté que estaba demasiado cansado y no tenía ganas de
-pasear, suponiendo desde luego que se me invitaba para algún alegre y
-báquico desvelo. Sentí que se alejaron los caballos.
-
-Por la mañana llamaron a la puerta de nuevo; me levanté, abrí y me
-encontré con una criada de casa de mi novia, o mejor dicho, de mi
-mujer.--«Dicen las señoras, expresó, que están muy inquietas con usted,
-suponiendo que le hubiese pasado algo en lo de anoche».--«¿Pero qué ha
-ocurrido?», le pregunté.--«Que ya no es presidente el general Menéndez,
-que le han matado»--«¿Y quién es el presidente entonces?»--«El general
-Ezeta». Me vestí y partí inmediatamente a casa de mi esposa. Al pasar
-por los portales vecinos a la Casa Blanca encontré unos cuantos
-cadáveres entre charcos de sangre. Impresionado, entré al café del Hotel
-Nuevo Mundo a tomar una copa; me senté. En una mesa cercana había un
-hombre con una herida en el cuello, vendada con un pañuelo
-ensangrentado. Estaba vestido de militar y bastante ebrio. Sacó un
-revólver y tranquilamente me apuntó:--«Diga, ¡Viva el general
-Ezeta!»--«Sí, señor, le contesté, ¡viva el general Ezeta!»--«Así se
-hace», exclamó. Y guardó su revólver. Tomé mi copa y partí
-inmediatamente a buscar a mi mujer. En su casa se me narró lo que había
-sucedido. Durante la noche, mientras se estaba en lo mejor del baile
-presidencial, donde se hallaba la flor de la sociedad salvadoreña,
-quedaron todos sorprendidos por ruidos de fusilería y se notó que el
-palacio estaba rodeado de tropas. Un general, cuyo nombre no recuerdo,
-había penetrado a los salones e intimó orden de prisión a los ministros
-que allí se encontraban. El presidente, general Menéndez, se había ido a
-acostar. La confusión de las gentes fué grande; hubo gritos y desmayos.
-A todo esto se había ya avisado al general Menéndez, que se ciñó su
-espada e increpó duramente al general que llegaba a comunicarle también
-orden de prisión. Entre tanto, la guardia del Palacio se batía
-desesperadamente con las tropas sublevadas. Teresa, la hija mayor del
-presidente, gritaba en los salones:--«¡Que llamen a Carlos, él
-tranquilizará todo esto y dominará la situación!»--«Señorita, le
-contestó alguien, es el general Ezeta quien se ha sublevado». El
-presidente había abierto los balcones de la habitación y arengaba a las
-tropas. Aun se oyó un viva al general Menéndez; pero éste cayó
-instantáneamente muerto. Fué llevado el cuerpo, y los médicos
-certificaron que no tenía ninguna herida. Al darse cuenta de que Carlos
-Ezeta, a quien él quería como a un hijo y a quien había hecho toda clase
-de beneficios, a quien había enriquecido, a quien había puesto a la
-cabeza de su ejército, era quien le traicionaba de tal modo, el pobre
-presidente, que era cardíaco, según parece, sufrió un ataque mortal. El
-cadáver fué expuesto y el pueblo desfiló y se dió cuenta de la verdad
-del hecho.--«¿Qué piensas hacer?», me dijo mi esposa.--«Partir
-inmediatamente a Guatemala, puesto que hay un vapor en el puerto de la
-Libertad». Salí a dar los pasos necesarios para el arreglo rápido de mi
-viaje, y en el camino me encontré con alguien que me dijo:--«El general
-Ezeta desea que vaya dentro de una hora al Cuartel de Artillería».
-Cruzaban patrullas por las calles. Unos cuantos soldados iban cargados
-con cajas de dinero. Una hora después estaba yo en el Cuartel de
-Artillería, que se hallaba lleno de soldados, muchos de ellos heridos.
-Un tropel de jinetes. Llega el general Ezeta, rodeado de su Estado
-Mayor. Se nota que ha bebido mucho. Desde el caballo se dirige a mí y me
-dice que me entienda con no recuerdo ya quién, para asuntos de
-publicidad sobre el nuevo estado de cosas. Yo salgo y prosigo mis
-preparativos de partida; escribo una carta al nuevo presidente
-manifestándole que un asunto particular de especialísima urgencia me
-obliga a irme inmediatamente a Guatemala; que volveré a los pocos días a
-ponerme a sus órdenes. Y me dirigí al puerto de la Libertad. En el hotel
-estaba, cuando el comandante del puerto apareció y me dijo que de orden
-superior me estaba prohibida la salida del país. Entonces empecé por
-telégrafo una campaña activísima. Me dirigí a varios amigos, rogándoles
-se interesasen con Ezeta, y hasta recurrí a la buena voluntad masónica
-de mi antiguo amigo el doctor Rafael Reyes, íntimo amigo del improvisado
-presidente.
-
-El vapor estaba para zarpar, cuando por influencia de Reyes, el
-comandante recibía orden de dejar que me embarcase; pero junto conmigo
-iba ya persona que observase y que procurase conocer el fondo de mis
-impresiones y sentimientos sobre los sucesos acontecidos. Era un señor
-Mendiola Boza, cubano de origen. Natural que yo me manifesté ezetista
-convencido, y el hombre lo creyó o no lo creyó; pero cumplió con su
-misión.
-
-
-
-
-XX
-
-
-Al llegar a Guatemala supe que la guerra estaba por estallar entre este
-país y El Salvador. Menéndez había mantenido las mejores relaciones con
-el presidente guatemalteco Barillas, y éste tenía sus razones para creer
-que Ezeta le sería contrario, y aprovechara para prestigiarse de la
-antipatía tradicional entre salvadoreños y guatemaltecos. No bien hube
-llegado al hotel, cuando un oficial se presentó a decirme que el
-presidente general Barillas me esperaba inmediatamente. La capital
-estaba conmovida y se hablaba de la seguridad de la guerra. Me dirigí a
-la casa presidencial, acompañado del oficial que había ido a buscarme.
-Penetré entre los numerosos soldados de la guardia de honor y se me hizo
-pasar a un salón. Al llegar, vi que el presidente estaba rodeado de
-muchos notables de la ciudad. Se hallaba agitadísimo, y cuando yo entré
-pronunciaba estas palabras:--«Porque, señores, el que quiera comer
-pescado que se moje el...» Yo me senté tímidamente en una silla, fuera
-del círculo, pero el presidente me miró y me preguntó:--«¿Es usted el
-señor Rubén Darío?»--«Sí, señor», le contesté. Me hizo entonces avanzar
-y me señaló un asiento cercano a él--. «Vamos a ver, me dijo, ¿es usted
-también de los que andan diciendo que el general Menéndez no ha sido
-asesinado?»--«Señor presidente, le contesté, yo acabo de llegar, no he
-hablado aún con nadie, pero puedo asegurarle que el presidente Menéndez
-no ha sido asesinado». En los ojos de Barillas brilló la cólera--. «¿Y
-no sabe usted que tengo en la Penitenciaría a muchos propaladores de esa
-falsa noticia?»--«Señor, insistí, esa noticia no es falsa. El general
-Menéndez ha muerto de un ataque cardíaco al parecer; pero si no ha sido
-asesinado con bala o con puñal, le ha dado muerte la ingratitud, la
-infamia del general Ezeta, que ha cometido, se puede decir, un verdadero
-parricidio». Y me extendí sobre el particular. El presidente me escuchó
-sin inmutarse. «Está bien», me dijo, cuando hube concluído. «Vaya en
-seguida y escriba eso. Que aparezca mañana mismo. Y véase con el
-ministro de Relaciones Exteriores y con el ministro de Hacienda.» Me fuí
-rápidamente a mi hotel y escribí la narración de los sucesos del 22 de
-Junio, con el título de «Historia negra», que en ocasión oportuna
-reprodujo _La Nación_ de Buenos Aires.
-
-Mi escrito causó gran impresión, y supe después que Carlos Ezeta, así
-como su hermano Antonio, aseguraban que si alguna vez caía en sus manos
-no saldría vivo de ellas.--«Y pensar, decía algún tiempo más tarde el
-presidente Ezeta al ministro de España, don Julio de Arellano y
-Arróspide, después Marqués de Casa Arellano y cuya esposa fuera madrina
-de mi hijo, en San José de Costa Rica--¡y pensar que yo hubiera hecho
-rico a Rubén si no comete el disparate de ponerse en contra mía!» La
-verdad es que yo estaba satisfecho de mi conducta, pues Menéndez había
-sido mi benefactor, y sentía repugnancia de adherirme al circulo de los
-traidores. ¡Será ello quizás un poco romántico y poco práctico; pero qué
-le vamos a hacer!
-
-
-
-
-XXI
-
-
-De mi entrevista con el ministro de Relaciones Exteriores y con el de
-Hacienda resultó que por disposición presidencial se me hizo, como en
-San Salvador, director y propietario de un diario de carácter
-semioficial. A los pocos días, salía el primer número de _El Correo de
-la tarde_.
-
-Era el general Barilas un presidente voluntarioso y tiránico, como han
-sido casi todos los presidentes de la América Central. Se apoyaba desde
-luego en la fuerza militar, pero tenía cierta cultura y excelentes
-rasgos de generosidad y de rectitud. Uno de sus ministros era Ramón
-Salazar, literato notable, de educación alemana. La guerra se inició,
-pero concluyó felizmente al poco tiempo. El poder de los Ezetas se
-afianzó en San Salvador por el terror. En cuanto a mí, hice del diario
-semi-oficial una especie de cotidiana revista literaria. Frecuentaba a
-D. Valero Pujol, uno de los españoles de mayor valor intelectual que
-hayan venido a América y cuyo nombre, no sé por qué, quizás por el
-rincón centroamericano en que se metiera, no ha brillado como merece.
-Viejo republicano, amigo de Salmerón y de Pí y Margall, creo que fué,
-durante la república, gobernador de Zaragoza. En Guatemala era y es
-todavía el Maestro. Ha publicado valiosos libros de historia y tres
-generaciones le deben su luces. Era director de la Biblioteca Nacional
-el poeta cubano José Joaquín Palma, hombre exquisito y trovador
-zorrillesco. Es aquel autor de cierta poesía que se encontró entre los
-papeles de Olegario Andrade y que se publicó como suya, averiguándose
-después que era de Palma.
-
-Tenía varios colaboradores literarios para mi periódico, entre los
-cuales un jovencito de ojos brillantes y cara sensual, dorada de sol de
-trópico, que hizo entonces sus primeras armas. Se llamaba Enrique Gómez
-Carrillo. Otro joven, José Tible Machado, que escribía páginas a lo
-Bourget, el Bourget bueno de entonces, y que después sería un conocido
-diplomático y actualmente redactor de _Le Gaulois_ de París, y otros.
-
-Hice lo que pude de vida social e intelectual, pero ya era tiempo de que
-viniese mi mujer y acabásemos de casarnos. Y así, siete meses después de
-mi llegada, se celebró mi matrimonio religioso, siendo uno de mis
-padrinos el doctor Fernando Cruz, que falleció después de ministro en
-París.
-
-
-
-
-XXII
-
-
-En casa de Pujol intimé con un gran tipo, muy de aquellas tierras. Era
-el general Cayetano Sánchez, sostenedor del presidente Barillas, militar
-temerario, joven aficionado a los alcoholes, y a quien todo era
-permitido por su dominio y simpatía en el elemento bélico. Recuerdo una
-escena inolvidable. Una noche de luna habíamos sido invitados varios
-amigos, entre ellos mi antiguo profesor, el polaco D. José Leonard, y el
-poeta Palma, a una cena en el castillo de San José. Nos fueron servidos
-platos criollos, especialmente, uno llamado «chojín», sabroso plato, que
-por cierto, nos fué preparado por el hoy general Toledo, aspirante a la
-presidencia de la República. Sabroso plato, en verdad, ácido, picante,
-cuya base es el rábano. Los vinos abundaron como era de costumbre, y
-después se pasó al café y al coñac, del cual se bebieron copas
-innumerables. Todos estábamos más que alegres, pero al general Sánchez
-se le notaba muy exaltado en su alegría, y como nos paseásemos sobre las
-fortificaciones, viendo de frente a la luz de la luna las lejanas torres
-de la Catedral, tuvo una idea de todos los diablos. «A ver, dijo, ¿quién
-manda esta pieza de artillería?» y señaló un enorme cañón. Se presentó
-el oficial, y entonces Cayetano, como le llamábamos familiarmente, nos
-dijo: «Vean ustedes que lindo blanco. Vamos a echar abajo una de las
-torres de la Catedral. Y ordenó que preparasen el tiro. Los soldados
-obedecieron como autómatas; y como el general Sánchez era absolutamente
-capaz de todo, comprendimos que el momento era grave. Al poeta Palma se
-le ocurrió una idea excelente.--«Bien, Cayetano, le dijo: pero antes
-vamos a improvisar unos versos sobre el asunto. Haz que traigan más
-coñac». Todos comprendimos, y heroicamente nos fuimos ingurgitando
-sendos vasos de alcohol. Palma servía copiosas dosis al general Sánchez.
-El y yo recitábamos versos, y cuando la botella se había acabado, el
-general estaba ya dormido. Así se libró Guatemala de ser despertada a
-media noche a cañonazos de buen humor. Cayetano Sánchez, poco tiempo
-después, tuvo un triste y trágico fin.
-
-Por entonces aconteció un hecho que tuvo por muchos días suspensa la
-atención pública. El hijo de uno de los más íntegros y respetados
-magistrados de la capital tenía amores con una dama, casada con un
-extranjero. Como el marido oyese ruido una noche, se levantó y se
-dirigió al comedor, en donde estaba oculto el amante de su mujer. Este
-se arrojó sobre el pobre hombre y lo mató encarnizadamente con un puñal.
-La posición del joven, y sobre todo la del padre, aumentaban lo trágico
-del crimen. El asesino estuvo preso por algún tiempo, y luego creo que
-le fué facilitada la fuga. Años después, reducido a la pobreza, se le
-encontró cosido a puñaladas en el banco de un paseo, en una ciudad de
-los Estados Unidos, según se me ha contado.
-
-
-
-
-XXIII
-
-
-No puedo rememorar por cuál motivo dejó de publicarse mi diario, y tuve
-que partir a establecerme en Costa Rica. En San José pasé una vida
-grata, aunque de lucha. La madre de mi esposa era de origen
-costarriqueño y tenía allí alguna familia. San José es una ciudad
-encantadora entre las de la América Central. Sus mujeres son las más
-lindas de todas las de las cinco repúblicas. Su sociedad una de las más
-europeizadas y norteamericanizadas. Colaboré en varios periódicos, uno
-de ellos dirigido por el poeta Pío Víquez, otro por el cojo Quiroz,
-hombre temible en política, chispeante y popular; intimé allí con el
-ministro español Arellano, y cuando nació mi primogénito, como he
-referido, su esposa, Margarita Foxá, fué la madrina.
-
-Un día vi salir de un hotel, acompañado de una mujer muy blanca y de
-cuerpo fino, española, a un gran negro elegante. Era Antonio Maceo. Iba
-con él otro negro, llamado Bembeta, famoso también en la guerra cubana.
-
-Tuve amigos buenos como el hoy general Lesmes Jiménez, cuya familia era
-uno de los más fuertes sostenes de la política católica. Conocí en el
-Club principal de San José a personas como Rafael Iglesias, verboso,
-vibrante, decidido; Ricardo Jiménez y Cleto González Víquez,
-pertenecientes a lo que llamaremos nobleza costarriqueña, letrados
-doctos, hombres gentiles, intachables caballeros, ambos verdaderos
-intelectuales. Todos después han sido presidentes de la República.
-Conocí allí también a Tomás Regalado, manco como D. Ramón del Valle
-Inclán, pero maravilloso tirador de revólver con el brazo que le
-quedaba; hombre generoso, aunque desorbitado cuando le poseía el demonio
-de las botellas, y que fué años más tarde presidente también, de la
-República de El Salvador. Sobre el general Regalado cuéntanse anécdotas
-interesantes que llenarían un libro.
-
-Después del nacimiento de mi hijo la vida se me hizo bastante difícil en
-Costa Rica y partí solo, de retorno a Guatemala, para ver si encontraba
-allí manera de arreglarme una situación. En ello estaba, cuando recibí
-por telégrafo la noticia de que el gobierno de Nicaragua, a la sazón
-presidido por el doctor Roberto Sacasa, me había nombrado miembro de la
-delegación que enviaba Nicaragua a España con motivo de las fiestas del
-centenario de Colón. No había tiempo para nada; era preciso partir
-inmediatamente. Así es que escribí a mi mujer y me embarqué a juntarme
-con mi compañero de delegación, D. Fulgencio Mayorca, en Panamá. En el
-puerto de Colón tomamos pasaje en un vapor español de la compañía
-Trasatlántica, si mal no recuerdo el _León XIII_; y salimos con rumbo a
-Santander.
-
-Se me pierden en la memoria los incidentes de a bordo; pero sí tengo
-presente que iban unas señoras primas del escritor francés Edmond About;
-que iba también el delegado por el Ecuador, don Leonidas Pallarés,
-artista, poeta de discreción y amigo excelente; uno de los delegados de
-Colombia, Isaac Arias Argaez, llamado el _chato_ Arias, bogotano
-delicioso, ocurrente, buen narrador de anécdotas y cantador de pasillos,
-y que, nombrado cónsul en Málaga se quedó allí, hasta hoy, y es el
-hombre más popular y más querido en aquella encantadora ciudad andaluza.
-
-En Cuba se embarcó Texifonte Gallego, que había sido secretario de ya no
-recuerdo qué Capitán General. Texifonte, buen parlante, de grandes dotes
-para la vida, hizo carrera. ¡Ya lo creo que hizo carrera! Hacíamos la
-travesía lo más gratamente posible, con cuantas ocurrencias imaginábamos
-y al amor de los espirituosos vinos de España. Nos ocurrió un curioso
-incidente. Estábamos en pleno Océano, una mañanita, y el sirviente de
-mi camarote llegó a despertarme:--«Señorito, si quiere usted ver un
-naúfrago que hemos encontrado, levántese pronto». Me levanté. La
-cubierta estaba llena de gente, y todos miraban a un punto lejano donde
-se veía una embarcación y en ella un hombre de pie. El momento era
-emocionante. El vapor se fué acercando poco a poco para recoger al
-probable naúfrago, cuando de pronto, y ya el sol salido, se oyó que
-aquel hombre, con una gran voz, preguntó en inglés:--«¿En qué latitud y
-longitud estamos?». El capitán le contestó también en inglés, dándole
-los datos que pedía, y le preguntó quién era y qué había pasado.--«Soy,
-le dijo, el capitán Andrews, de los Estados Unidos, y voy por cuenta de
-la casa del jabón Sapolio, siguiendo en este barquichuelo el itinerario
-de Cristóbal Colón al revés. Hágame el favor de avisar cuando lleguen a
-España al cónsul de los Estados Unidos que me han encontrado
-aquí».--«¿Necesita usted algo?», le dijo el capitán de nuestro vapor.
-Por toda contestación, el yankee sacó del interior del barquichuelo dos
-latas de conservas que tiró sobre la cubierta del _León XIII_, puso su
-vela y se despidió de nosotros. Algunos días después de nuestra llegada
-a España, Mr. Andrews arribaba al puerto de Palos, en donde era recibido
-en triunfo. Luego, buen yankee, exhibió su barca, cobrando la entrada, y
-se juntó bastantes pesetas.
-
-
-
-
-XXIV
-
-
-En Madrid, me hospedé en el hotel de Las Cuatro Naciones, situado en la
-calle del Arenal y hoy transformado. Como supiese mi calidad de hombre
-de letras, el mozo Manuel me propuso:--«Señorito, ¿quiere usted conocer
-el cuarto de don Marcelino? El está ahora en Santander y yo se lo puedo
-mostrar». Se trataba de don Marcelino Menéndez y Pelayo, y yo acepté
-gustosísimo. Era un cuarto como todos los cuartos de hotel, pero lleno
-de tal manera de libros y de papeles, que no se comprende cómo allí se
-podía caminar. Las sábanas estaban manchadas de tinta. Los libros eran
-de diferentes formatos. Los papeles de grandes pliegos estaban llenos de
-cosas sabias, de cosas sabias de don Marcelino--. «Cuando está don
-Marcelino no recibe a nadie», me dijo Manuel. El caso es que la buena
-suerte quiso que cuando retornó de Santander el ilustre humanista yo
-entrara a su cuarto, por lo menos algunos minutos todas las mañanas. Y
-allí se inició nuestra larga y cordial amistad.
-
-
-
-
-XXV
-
-
-Era el alma de las delegaciones hispanoamericanas el general don Juan
-Riva Palacio, ministro de Méjico, varón activo, culto y simpático. En la
-corte española el hombre tenía todos los merecimientos; imponía su buen
-humor, y su actitud, siempre laboriosa, era por todos alabada. El
-general Riva Palacio había tenido una gran actuación en su país como
-militar y como publicista, y ya en sus últimos años fué enviado a
-Madrid, en donde vivía con esplendor, rodeado de amigos, principalmente
-funcionarios y hombres de letras. Se cuenta que algún incidente hubo en
-una fiesta de Palacio, con la reina regente doña María Cristina, pues
-ella no podía olvidar que el general Riva Palacio había sido de los
-militares que tomaron parte en el juzgamiento de su pariente, el
-emperador Maximiliano; pero todo se arregló, según parece, por la
-habilidad de Cánovas del Castillo, de quien el mejicano era íntimo
-amigo.
-
-Tenía don Vicente, en la calle de Serrano, un palacete lleno de obras de
-arte y antigüedades, en donde solía reunir a sus amigos de letras, a
-quienes encantaba con su conversación chispeante y la narración de
-interesantes anécdotas. Era muy aficionado a las zarzuelas del género
-chico y frecuentaba, envuelto en su capa clásica, los teatros en donde
-había tiples buenas mozas. Llegó a ser un hombre popular en Madrid, y,
-cuando murió, su desaparición fué muy sentida.
-
-Fuí amigo de Castelar. La primera vez que llegué a casa del gran hombre
-iba con la emoción que Heine sintió al llegar a la casa de Goethe.
-Cierto que la figura de Castelar tenía, sobre todo para nosotros los
-hispanoamericanos, proporciones gigantescas, y yo creía, al visitarle,
-entrar en la morada de un semidios. El orador ilustre me recibió muy
-sencilla y afablemente en su casa de la calle Serrano. Pocos días
-después me dió un almuerzo, al cual asistieron, entre otras personas, el
-célebre político Abarzuza y el banquero don Adolfo Calzado. Alguna vez
-he escrito detalladamente sobre este almuerzo, en el cual la
-conversación inagotable de Castelar fué un deleite para mis oídos y para
-mi espíritu. Tengo presente que me habló de diferentes cosas referentes
-a América, de la futura influencia de los Estados Unidos sobre nuestras
-Repúblicas, del general Mitre, a quien había conocido en Madrid, de _La
-Nación_, diario en donde había colaborado; y de otros tantos temas en
-que se expedía su verbo de colorido profuso y armonioso. En ese almuerzo
-nos hizo comer unas riquísimas perdices que le había enviado su amiga la
-duquesa de Medinaceli. Hay que recordar que Castelar era un «gourmet» de
-primer orden, y que sus amigos, conociéndole este flaco, le colmaban de
-presentes gratos a Meser Gaster. Después tuve ocasión de oir a Castelar
-en sus discursos. Le oí en Toledo y le oí en Madrid. En verdad era una
-voz de la naturaleza, era un fenómeno singular, como el de los grandes
-tenores, o los grandes ejecutantes. Su oratoria tenía del prodigio, del
-milagro; y creo difícil, sobre todo ahora que la apreciación sobre la
-oratoria ha cambiado tanto, que se repita dicho fenómeno, aunque hayan
-aparecido tanto en España como en la Argentina, por ejemplo en Belisario
-Roldán, casos parecidos.
-
-He recordado alguna vez, cómo en casa de doña Emilia Pardo Bazán y en un
-círculo de admiradores, Castelar nos dió a conocer la manera de perorar
-de varios oradores célebres que él había escuchado, y luego la manera
-suya, recitándonos un fragmento del famoso discurso réplica al cardenal
-Manterola. Castelar era en ese tiempo sin duda alguna, la más alta
-figura de España y su nombre estaba rodeado de la más completa gloria.
-
-
-
-
-XXVI
-
-
-Conocí a D. Gaspar Núñez de Arce, que me manifestó mucho afecto y que,
-cuando alistaba yo mi viaje de retorno a Nicaragua, hizo todo lo posible
-para que me quedase en España. Escribió una carta a Cánovas del Castillo
-pidiéndole que solicitase para mí un empleo en la compañía
-Trasatlántica. Conservaba yo hasta hace poco tiempo la contestación de
-Cánovas, que se me quedó en la redacción del _Fígaro_ de la Habana.
-Cánovas le decía que se había dirigido al marqués de Comillas; que éste
-manifestaba la mejor voluntad; pero que no había, por el momento, ningún
-puesto importante que ofrecerme. Y a vuelta de varias frases elogiosas
-para mí, «es preciso, decía, que lo naturalicemos». Nada de ello pudo
-hacerse, pues mi visita era urgente.
-
-Conocí a D. Ramón de Campoamor. Era todavía un anciano muy animado y
-ocurrente. Me llevó a su casa el doctor José Verdes Montenegro, que era
-en ese tiempo muy joven. Se quejó el poeta de las _Doloras_ y de los
-_Pequeños Poemas_, de ciertos críticos, en la conversación. «No quieren
-que los chicos me imiten», decía. Conservaba entre sus papeles, y me
-hizo que la leyera, una décima sobre él que yo había publicado en
-Santiago de Chile y que le había complacido mucho. Era un amable y
-jovial filósofo. Gozaba de bienes de fortuna; era terrateniente en su
-país de Asturias, allí donde encontrara tantos temas para sus fáciles y
-sabrosas poesías. Ese risueño moralista era en ocasiones como su gaitero
-de Gijón. Muchas veces sonríe mostrando la humedad brillante de una
-lágrima.
-
-Uno de mis mejores amigos fué D. Juan Valera, quien ya se había ocupado
-largamente en sus _Cartas Americanas_ de mi libro _Azul_, publicado en
-Chile. Ya estaba retirado de su vida diplomática; pero su casa era la
-del más selecto espíritu español de su tiempo, la del «tesorero de la
-lengua castellana», como le ha llamado el conde de las Navas, una de las
-más finas amistades que conservo desde entonces. Me invitó D. Juan a sus
-reuniones de los viernes, en donde me hice de excelentes conocimientos:
-el duque de Almenara Alta, D. Narciso Campillo y otros cuantos que ya no
-recuerdo. El duque de Almenara era un noble de letras, buen gustador de
-clásicas páginas; y por su parte, dejó algunas amenas y plausibles.
-Campillo, que era catedrático y hombre aferrado a sus tradicionales
-principios, tuvo por mí simpatías, a pesar de mis demostraciones
-revolucionarias. Era conversador de arranques y ocurrencias
-graciosísimas, y contaba con especial donaire cuentos picantes y
-verdes.
-
-
-
-
-XXVII
-
-
-La noche que me dedicara D. Juan Valera, y en la cual leí versos, me
-dijo: «Voy a presentar a usted una reliquia». Como pasaran las doce y la
-reliquia no apareciese, creí que la cosa quedaría para otra ocasión,
-tanto más, cuanto que comenzaban a retirarse los contertulios. Pero D.
-Juan me dijo que tuviese paciencia y esperase un rato más. Quedábamos ya
-pocos, cuando a eso de las dos de la mañana, sonó el timbre y a poca
-entró, envuelto en su capa, un viejecito de cuerpo pequeño, algo
-encorvado y al parecer bastante sordo. Me presentó a él el dueño de la
-casa, mas no me dijo su nombre, y el viejecito se sentó a mi lado. El
-para mí desconocido, empezó a hablarme de América, de Buenos Aires, de
-Río de Janeiro, en donde había estado por algún tiempo con cargos
-diplomáticos o comisiones del gobierno de España; y luego, tratando de
-cosas pasadas de su vida, me hablaba de «Pepe»: «Cuando Pepe estuvo en
-Londres»... «Un día me decía Pepe»... «Porque como el carácter de Pepe
-era así»... El caso me intrigaba vivamente. ¿Quién era aquel viejecito
-que estaba a mi lado? No pude dominar mi curiosidad, me levanté y me
-dirigí a D. Juan Valera. «Dígame, señor, le dije, ¿quién es el señor
-anciano a quien usted me ha presentado?»--«La reliquia», me contestó.
-«¿Y quién es la reliquia?» «_Bueno es el mundo, bueno, bueno, bueno_»...
-La reliquia era D. Miguel de los Santos Alvarez; y Pepe, naturalmente,
-era Espronceda.
-
-Salimos casi de madrugada. Campillo, y yo; con nosotros D. Miguel. Desde
-la cuesta de Santo Domingo, llegamos hasta la puerta del Sol, y luego a
-las cercanías del Casino de Madrid. Yo tenía la intención de ir a
-acompañar la reliquia a su casa, pues ya los resplandores del alba
-empezaban a iluminar al cielo. Se lo manifesté y él, con mucho gracejo,
-me contestó:--«Le agradezco mucho, pero yo no me acuesto todavía. Tengo
-que entrar al Casino, en donde me aguardan unos amigos... Ya ve usted;
-calcule los años que tengo... ¡y luego dirán que hace daño trasnochar!»
-Me desprendí muy satisfecho de haber conocido a semejante hombre de tan
-lejanos tiempos.
-
-Un día, en un hotel que daba a la Puerta del Sol, adonde había ido a
-visitar al glorioso y venerable D. Ricardo Palma, entró un viejo cuyo
-rostro no me era desconocido, por fotografías y grabados. Tenía un gran
-lobanillo o protuberancia, a un lado de la cabeza. Su indumentaria era
-modesta, pero en los ojos le relampagueaba el espíritu genial. Sin
-sentarse habló con Palma de varias cosas. Este me presentó a él; y yo me
-sentí profundamente conmovido. Era D. José Zorrilla, «el que mató a D.
-Pedro y el que salvó a don Juan...» Vivía en la pobreza, mientras sus
-editores se habían llenado de millones con sus obras. Odiaba su famoso
-_Tenorio_... Poco tiempo después, la viuda tenía que empeñar una de las
-coronas que se ofrendaran al mayor de los líricos de España... Después
-de que Castelar había pedido para él una pensión a las Cortes, pensión
-que no se consiguió a pesar de la elocuencia del Crisóstomo, que habló
-de quien era propietario del cielo azul, «en donde no hay nada que
-comer»...
-
-Conocí a D.ª Emilia Pardo Bazán. Daba fiestas frecuentes, en ese tiempo,
-en honor de las delegaciones hispano-americanas que llegaban a las
-fiestas del centenario colombino. Sabidos son el gran talento y la
-verbosidad de la infatigable escritora. Las noches de esas fiestas
-llegaban los orfeones de Galicia, a cantar alboradas bajo sus balcones.
-La señora Pardo Bazán todavía no había sido titulada por el Rey; pero
-estaba en la fuerza de su fama y de su producción. Tenía un hijo,
-entonces jovencito, D. Jaime, y dos hijas, una de ellas casada hoy con
-el renombrado y bizarro coronel Cavalcanti. Su salón era frecuentado por
-gente de la nobleza, de la política y de las letras; y no había
-extranjero de valer que no fuese invitado por ella. Por esos días vi en
-su casa a Maurice Barrés, que andaba documentándose para su libro _Du
-sang, de la volupté et de la Mort_. Por cierto que le pasó una aventura
-graciosísima en una corrida de toros.
-
-
-
-
-XXVIII
-
-
-Conocí mucho a D. Antonio Cánovas del Castillo, a quien fuí presentado
-por D. Gaspar Núñez de Arce. Hacía poco que aquel vigoroso viejo, que
-era la mayor potencia política de España, se había casado con doña
-Joaquina de Osma, bella, inteligente y voluptuosa dama, de origen
-peruano. Mucho se había hablado de ese matrimonio, por la diferencia de
-edad; pero es el caso que Cánovas estaba locamente enamorado de su
-mujer, y su mujer le correspondía con creces. Cánovas adoraba los
-hombros maravillosos de Joaquina, y por otras partes, en las estatuas de
-su _sérre_, o en las que decoraban vestíbulos y salones, se veían como
-amorosas reproducciones de aquellos hombros y aquellos senos
-incomparables, revelados por los osados escotes. La conversación de
-Cánovas, como saben todos los que le trataron de cerca, era llena de
-brío y de gracia, con su peculiar ceceo andaluz. Su mujer no le iba en
-zaga como conversadora lista y pronta para la «ripposta»; y pude
-presenciar, en una de las comidas a que asistiera en el opulento palacio
-de la Huerta, en la Guindalera, a una justa de ingenio en que tomaban
-parte Cánovas, Joaquina, Castelar y el general Riva Palacio.
-
-Cuéntase ahora en Madrid una leyenda, que si no es cierta, está bien
-inventada como un cuento de antaño o como un romántico poema. Dícese que
-cuando Cánovas fué asesinado por truculento y fanático anarquista
-italiano, se repitió en España el episodio de doña Juana la Loca. Y que,
-una vez que el cuerpo de su marido fué enterrado, después que le hubo
-acompañado hasta el lugar de su último reposo, sin derramar, como
-extática, una sola lágrima, la esposa se encerró en su palacio y no
-volvió a salir mas de él. Dícese que apenas hablaba por monosílabos con
-la servidumbre para dar sus órdenes; que recorría los salones
-solitarios, con sus tocas de viuda; que una noche de invierno se vistió
-de blanco con su traje de novia; que por la mañana, los criados la
-buscaron por todas partes sin encontrarla; hasta que la hallaron en el
-jardín, ya muerta; tendida con la cara al cielo y cubierta por la nieve.
-Ello es lindo y fabuloso; Tennyson, Bécquer o Barbey d’Aureville.
-
-
-
-
-XXIX
-
-
-Los miembros de la delegación de Nicaragua, recibimos en la sección
-correspondiente de la Exposición, y en su oportunidad, a los reyes de
-España, que iban acompañados de los de Portugal. El día de la visita fué
-la primera vez que observé testas coronadas. Me llamó la atención
-fuertemente la hermosura de la reina portuguesa, alta y gallarda como
-todas las Orleans, y fresca como una recién abierta rosa rosada. Iba
-junto a ella el obeso marido, que debía tener tan trágico fin. En la
-vecina sección de Guatemala, sucedió algo gracioso. Había preparado el
-delegado guatemalteco, doctor Fernando Cruz, dos abanicos espléndidos
-para ser obsequiados a la reina; pero uno de ellos era más espléndido
-que el otro, puesto que era el destinado para la reina regente doña
-María Cristina. Los abanicos estaban sobre una bandeja de oro. El
-ministro, antes de ofrecerlos, anunció el obsequio en cortas y
-respetuosas palabras. La reina doña Amelia de Portugal vió los dos
-abanicos y con su mirada de joven y de coqueta se dió cuenta de cuál era
-el mejor; y, sin esperar más, lo tomó para sí y dió las gracias al
-ministro.
-
-Antes de retornar a Nicaragua, fuí invitado a tomar parte en una velada
-lírico-literaria. Hablamos dos personas. Un joven orador de barba negra,
-que conquistaba a los auditorios con su palabra cálida y fluyente, D.
-José Canalejas, que fué luego presidente del Consejo de Ministros, y yo,
-que leí unos versos, creo que los titulados _A Colón_. Poco tiempo
-después tomaba el vapor para Centro-América, en el mismo puerto de
-Santander, en donde había desembarcado.
-
-No tengo en la memoria ningún incidente del viaje de retorno, solamente
-de las horas que el vapor se detuviera en el puerto de Cartagena, en
-Colombia. Cartagena de Indias, la ciudad fundada por aquel antepasado D.
-José María de Heredia, a quien el poeta cubano-francés ha cantado y
-Claudius Popelin ha retratado en cuadro memorable. No lejos de Cartagena
-está la residencia de Cabrero, en donde se encontraba entonces retirado
-el antiguo Presidente de la República y célebre publicista y poeta,
-doctor Rafael Núñez. Este hombre eminente ha sido de las más grandes
-figuras de ese foco de superiores intelectos, que es el país
-colombiano. Digan lo que quieran sus enemigos políticos, el nombre de
-Rafael Núñez ha de resplandecer más tarde en una cierta y definitiva
-gloria. Era un pensador y un formidable hombre de acción. Bajé a tierra
-a hacerle una visita. Acompañábanle, cuando penetré a su morada, su
-esposa doña Soledad y una sobrina. Me recibió con gravedad afable. Me
-dijo cosas gratas, me habló de literatura y de mi viaje a España, y
-luego me preguntó:--«¿Piensa usted quedarse en Nicaragua?»--«De ninguna
-manera, le contesté, porque el medio no me es propicio.» «Es verdad, me
-dijo. No es posible que usted permanezca allí. Su espíritu se ahogaría
-en ese ambiente. Tendría usted que dedicarse a mezquinas políticas;
-abandonaría seguramente su obra literaria y la pérdida no sería para
-usted sólo, sino para nuestras letras. ¿Querría usted ir a Europa?» Yo
-le manifesté que eso sería mi sueño deseado; y al mismo tiempo expresé
-mis ansias por conocer Buenos Aires. «Puesto que usted lo quiere,
-agregó, yo escribiré a Bogotá, al presidente señor Caro, para que se le
-nombre a usted cónsul general en Buenos Aires, pues cabalmente la
-persona que hoy ocupa ese puesto va a retirarse de la capital argentina.
-Vaya usted a su país a dar cuenta de su misión, y espere las noticias
-que se le comunicarán oportunamente.» No hay que decir que yo me llené
-de esperanzas y de alegrías.
-
-
-
-
-XXX
-
-
-A mi llegada a Nicaragua, permanecí algunos días en la ciudad de León.
-Hice todo lo posible por ver si el gobierno me pagaba allí más de medio
-año de sueldos que me adeudaba; pero, por más que hice, vi que era
-preciso que fuese yo mismo a la capital, cosa que quería evitar por más
-de un motivo.
-
-Estando en León, se celebraron funerales en memoria de un ilustre
-político que había muerto en París, D. Vicente Navas. Se me rogó que
-tomase parte en la velada que se daría en honor del personaje fallecido,
-y escribí unos versos en tal ocasión. Estaba, la noche de esa velada,
-leyendo mi poesía, cuando me fué entregado un telegrama. Venía de San
-Salvador, lugar adonde yo no podía ir a causa de los Ezetas, y en donde
-residía mi esposa en unión de su madre y de su hermana casada. El
-telegrama me anunciaba en vagos términos la gravedad de mi mujer, pero
-yo comprendí por íntimo presentimiento que había muerto; y sin acabar de
-leer los versos, me fuí precipitadamente al hotel en que me hospedaba,
-seguido de varios amigos, y allí me encerré en mi habitación, a llorar
-la pérdida de quien era para mí consolación y apoyo moral. Pocos días
-después llegaron noticias detalladas del fallecimiento. Se me enviaba un
-papel escrito con lápiz por ella, en el cual me decía que iba a hacerse
-operar--había quedado bastante delicada después del nacimiento de
-nuestro hijo--, y que si moría en la operación, lo único que me
-suplicaba era que dejase al niño en poder de su madre, mientras ésta
-viviese. Por otra parte, me escribía mi concuñado, el banquero D.
-Ricardo Trigueros, que él se encargaría gustoso de la educación de mi
-hijo, y que su mujer sería como una madre para él. Hace diez y nueve
-años que esto ha sucedido y ello ha sido así.
-
-Pasé ocho días sin saber nada de mí, pues en tal emergencia recurrí a
-las abrumadoras nepentas de las bebidas alcohólicas. Uno de esos días
-abrí los ojos y me encontré con dos señoras que me asistían; eran mi
-madre y una hermana mía, a quienes se puede decir que conocía por
-primera vez, pues mis anteriores recuerdos maternales estaban como
-borrados. Cuando me repuse, fué preciso partir para la capital para
-hablar con el presidente, doctor Sacasa, y ver si me abonaban mis
-haberes.
-
-Llegué a Managua y me instalé en un hotel de la ciudad. Me rodearon
-viejos amigos; se me ofreció que se me pagarían pronto mis sueldos, mas
-es el caso que tuve que esperar bastantes días; tantos que en ellos
-ocurrió el caso más novelesco y fatal de mi vida, pero al cual no puedo
-referirme en estas memorias por muy poderosos motivos. Es una página
-dolorosa de violencia y engaño, que ha impedido la formación de un hogar
-por más de veinte años; pero vive aún quien como yo ha sufrido las
-consecuencias de un familiar paso irreflexivo, y no quiero aumentar con
-la menor referencia una larga pena. El diplomático y escritor mejicano
-Federico Gamboa, tan conocido en Buenos Aires, tiene escrita desde hace
-muchos años esa página romántica y amarga, y la conserva inédita, porque
-yo no quise que la publicase en uno de sus libros de recuerdos. Es
-precisa, pues, aquí, esta laguna en la narración de mi vida.
-
-
-
-
-XXXI
-
-
-De este modo, encuéntreme el lector, como dos meses después, en la
-ciudad de Panamá, en donde, según carta que había recibido en Managua,
-del doctor Rafael Núñez, se me debía entregar por el gobernador del
-Istmo mi nombramiento de cónsul general de Colombia en Buenos Aires. Así
-fué, por la eficaz recomendación de aquel hombre ilustre. No solamente
-se me entregó mi nombramiento--en el cual se me decía que se me daba
-este puesto por no haber entonces ninguna vacante diplomática--y mi
-carta patente correspondiente, sino una buena suma de sueldos
-adelantados. En seguida tomé el vapor para Nueva York.
-
-Me hospedé en un hotel español, llamado el hotel América; y de allí se
-esparció en la colonia hispanoamericana de la imperial ciudad la
-noticia de mi llegada. Fué el primero en visitarme un joven cubano,
-verboso y cordial, de tupidos cabellos negros, ojos vivos y penetrantes
-y trato caballeroso y comunicativo. Se llamaba Gonzalo de Quesada, y es
-hoy ministro de Cuba en Berlín. Su larga actuación panamericana es harto
-conocida. Me dijo que la colonia cubana me preparaba un banquete que se
-verificaría en casa del famoso «restaurateur» Martín, y que el «Maestro»
-deseaba verme cuanto antes. El Maestro era José Martí, que se encontraba
-en esos momentos en lo más arduo de su labor revolucionaria. Agregó
-asimismo Gonzalo, que Martí me esperaba esa noche en Harmand Hall, en
-donde tenía que pronunciar un discurso ante una asamblea de cubanos,
-para que fuéramos a verle juntos. Yo admiraba altamente el vigor general
-de aquel escritor único, a quien había conocido por aquellas formidables
-y líricas correspondencias que enviaba a diarios hispanoamericanos como
-_La Opinión Nacional_ de Caracas, _El Partido Liberal_ de México, y,
-sobre todo, _La Nación_ de Buenos Aires. Escribía una prosa profusa,
-llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música. Se
-transparentaba el cultivo de los clásicos españoles y el conocimiento de
-todas las literaturas antiguas y modernas; y, sobre todo, el espíritu de
-un alto y maravilloso poeta. Fuí puntual a la cita, y en los comienzos
-de la noche entraba en compañía de Gonzalo de Quesada por una de las
-puertas laterales del edificio en donde debía hablar el gran
-combatiente. Pasamos por un pasadizo sombrío; y, de pronto, en un cuarto
-lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño de
-cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo tiempo, y
-que me decía esta única palabra: «¡Hijo!».
-
-Era la hora ya de aparecer ante el público, y me dijo que yo debía
-acompañarle en la mesa directiva; y cuando me di cuenta, después de una
-rápida presentación a algunas personas, me encontré con ellas y con
-Martí en un estrado, frente al numeroso público que me saludaba con un
-aplauso simpático. ¡Y yo pensaba en lo que diría el gobierno colombiano
-de su cónsul general sentado en público, en una mesa directiva
-revolucionaria antiespañola! Martí tenía esa noche que defenderse. Había
-sido acusado, no tengo presente ya si de negligencia o de precipitación,
-en no sé cuál movimiento de invasión a Cuba. Es el caso, que el núcleo
-de la colonia le era en aquellos momentos contrario; mas aquel orador
-sorprendente tenía recursos extraordinarios, y aprovechando mi
-presencia, simpática para los cubanos que conocían al poeta, hizo de mí
-una presentación ornada de las mejores galas de su estilo. Los aplausos
-vinieron entusiásticos, y él aprovechó el instante para sincerarse y
-defenderse de las sabidas acusaciones, y como ya tenía ganado al
-público, y como pronunció en aquella ocasión uno de los más hermosos
-discursos de su vida, el éxito fué completo y aquel auditorio, antes
-hostil, le aclamó vibrante y prolongadamente.
-
-Concluído el discurso, salimos a la calle. No bien habíamos andado
-algunos pasos, cuando oí que alguien le llamaba: «¡Don José! ¡Don José!»
-«Era un negro obrero que se le acercaba humilde y cariñoso». «Aquí le
-traigo este recuerdito», le dijo. Y le entregó una lapicera de
-plata.--«Vea usted, me observó Martí, el cariño de esos pobres negros
-cigarreros. Ellos se dan cuenta de lo que sufro y lucho por la libertad
-de nuestra pobre patria». Luego fuimos a tomar el té a casa de una su
-amiga, dama inteligente y afectuosa, que le ayudaba mucho en sus
-trabajos de revolucionario.
-
-Allí escuché por largo tiempo su conversación. Nunca he encontrado, ni
-en Castelar mismo, un conversador tan admirable. Era armonioso y
-familiar, dotado de una prodigiosa memoria, y ágil y pronto para la
-cita, para la reminiscencia, para el dato, para la imagen. Pasé con él
-momentos inolvidables, luego me despedí. El tenía que partir esa misma
-noche para Tampa, con objeto de arreglar no sé qué preciosas
-disposiciones de organización. No le volví a ver más.
-
-Como él no pudo presidir el banquete que debían de darme los cubanos,
-delegó su representación en el general venezolano Nicanor Bolet Peraza,
-escritor y orador diserto y elocuente. Al banquete asistieron muchos
-cubanos preeminentes, entre ellos Benjamín Guerra, Ponce de León, el
-doctor Miranda y otros. Bolet Peraza pronunció una bella arenga y
-Gonzalo de Quesada una de sus resonantes y ardorosas oraciones. Al día
-siguiente tomamos el tren Gonzalo y yo, pues mi deseo era conocer la
-catarata de Niágara, antes de partir para París y Buenos Aires. Mi
-impresión ante la maravilla confieso que fué menor de lo que hubiera
-podido imaginar. Aunque el portento se impone, la mente se representa
-con creces lo que en la realidad no tiene tan fantásticas proporciones.
-Sin embargo, me sentí conmovido ante el prodigio natural, y no dejé de
-recordar los versos de José María de Heredia, el de castellana lengua.
-
-Retornamos a Nueva York y tomé el vapor para Francia.
-
-
-
-
-XXXII
-
-
-Yo soñaba con París desde niño, a punto de que cuando hacía mis
-oraciones rogaba a Dios que no me dejase morir sin conocer París. París
-era para mí como un paraíso en donde se respirase la esencia de la
-felicidad sobre la tierra. Era la Ciudad del Arte, de la Belleza y de la
-Gloria; y, sobre todo, era la capital del Amor, el reino del Ensueño. E
-iba yo a conocer París, a realizar la mayor ansia de mi vida. Y cuando
-en la estación de Saint-Lazare pisé tierra parisiense, creí hallar suelo
-sagrado. Me hospedé en un hotel español que por cierto ya no existe. Se
-hallaba situado cerca de la Bolsa, y se llamaba pomposamente Grand Hôtel
-de la Bourse et des Ambassadeurs... Yo deposité en la caja, desde mi
-llegada, unos cuantos largos y prometedores rollos de brillantes y
-áureas águilas americanas de a veinte dólares. Desde el día siguiente
-tenía carruaje a todas horas en la puerta, y comencé mi conquista de
-París...
-
-Apenas hablaba una que otra palabra de francés. Fuí a buscar a Enrique
-Gómez Carrillo, que trabajaba entonces empleado en la casa del librero
-Garnier.
-
-Carrillo, muy contento de mi llegada, apenas pudo acompañarme, por sus
-ocupaciones; pero me presentó a un español que tenía el tipo de un
-gallardo mozo, al mismo tiempo que muy marcada semejanza de rostro con
-Alfonso Daudet. Llevaba en París la vida del país de Bohemia, y tenía
-por querida a una verdadera marquesa de España. Era escritor de gran
-talento y vivía siempre en su sueño. Como yo, usaba y abusaba de los
-alcoholes; y fué mi iniciador en las correrías nocturnas del Barrio
-Latino. Era mi pobre amigo, muerto no hace mucho tiempo, Alejandro Sawa.
-Algunas veces me acompañaba también Carrillo, y con uno y otro conocí a
-poetas y escritores de París, a quienes había amado desde lejos.
-
-Uno de mis grandes deseos era poder hablar con Verlaine. Cierta noche,
-en el cafe D’Harcourt, encontramos al Fauno, rodeado de equívocos
-acólitos.
-
-Estaba igual al simulacro en que ha perpetuado su figura el arte
-maravilloso de Carrière. Se conocía que había bebido harto. Respondía
-de cuando en cuando, a las preguntas que le hacían sus acompañantes,
-golpeando intermitentemente el mármol de la mesa. Nos acercamos con
-Sawa, me presentó: «Poeta americano, admirador, etc.» Yo murmuré en mal
-francés toda la devoción que me fué posible y concluí con la palabra
-gloria... Quién sabe qué habría pasado esta tarde al desventurado
-maestro; el caso es que, volviéndose a mí, y sin cesar de golpear la
-mesa, me dijo en voz baja y pectoral: _¡La gloire!... ¡La gloire!...
-¡M... M... encore!..._ Creí prudente retirarme y esperar para verle de
-nuevo una ocasión más propicia. Esto no lo pude lograr nunca, porque las
-noches que volví a encontrarle, se hallaba más o menos en el mismo
-estado; y aquello, en verdad, era triste, doloroso, grotesco y trágico.
-Pobre _¡Pauvre Lelian! ¡Priez pour le pauvre Gaspard!_...
-
-
-
-
-XXXIII
-
-
-Una mañana, después de pasar la noche en vela, llevó Alejandro Sawa a mi
-hotel a Charles Morice, que era entonces el crítico de los simbolistas.
-Hacía poco que había publicado su famoso libro _La littérature de tout à
-l’heure_. Encontró sobre mi mesa unos cuantos libros, entre ellos un
-Walt Whitman, que no conocía. Se puso a hojear una edición guatemalteca
-de mi _Azul_, en que, por mal de mis pecados, incluí unos versos
-franceses, entre los cuales los hay que no son versos, pues yo ignoraba
-cuando los escribí muchas nociones de poética francesa. Entre ellas,
-pongo por caso, el buen uso de la _e_ muda, que, aunque no se pronuncia
-en la conversación, o es pronunciada escasamente, según el sistema de
-algunos declamadores, cuenta como sílaba para la medida del verso.
-Charles Morice fué bondadoso y tuvimos, durante mi permanencia en París,
-buena amistad, que por cierto no hemos renovado en días anteriores. Con
-quien tuve más intimidad fué con Juan Moreas. A éste me presentó
-Carrillo en una noche barriolatinesca. Ya he contado en otra ocasión
-nuestras largas conversaciones ante animadores bebedizos. Nuestras idas
-por la madrugada a los grandes mercados, a comer almendras verdes, o
-bien salchichas en los figones cercanos, donde se surten obreros y
-trabajadores de «les Halles». Todo ello regado con vinos como el «petit
-vin bleu» y otros mostos populares. Moreas regresaba a su casa, situada
-por Montrouge, en tranvía, cuando ya el sol comenzaba a alumbrar las
-agitaciones de París despierto. Nuestras entrevistas se repetían casi
-todas las noches. Estaba el griego todavía joven; usaba su inseparable
-monóculo y se retorcía los bigotes de palíkaro, dogmatizando en sus
-cafés preferidos, sobre todo en el Vachetts, y hablando siempre de cosas
-de arte y de literatura. Como no quería escribir en los diarios, vivía
-principalmente de una pensión que le pasaba un tío suyo que era ministro
-en el gobierno del rey Jorge, en Atenas. Sabido es que su apellido no
-era Moreas, sino Papadiamantopoulos. Quien desee más detalles lea mi
-libro _Los Raros_. Me habían dicho que Moreas sabía español. No sabía ni
-una sola palabra. Ni él, ni Verlaine, aunque anunciaron ambos, en los
-primeros tiempos de la revista _La Plume_, que publicarían una
-traducción de «La Vida es Sueño» de Calderón de la Barca. Siendo así
-como Verlaine solía pronunciar, con marcadísimo acento, estos versos de
-Góngora: «A batallas de amor campo de plumas»; Moreas, con su gran voz
-sonora, exclamaba «No hay mal que por bien no venga»... O bien: en
-cuanto me veía: «¡Viva don Luis de Góngora y Argote!», y con el mismo
-tono, cuando divisaba a Carrillo gritaba: «¡Don Diego Hurtado de
-Mendoza!». Tanto Verlaine como Moreas eran popularísimos en el Quartier,
-y andaban siempre rodeados de una corte de jóvenes poetas que, con el
-Pauvre Lelian, se aumentaban de gentes de la mala bohemia, que no tenían
-que ver con el arte ni con la literatura.
-
-
-
-
-XXXIV
-
-
-Entre los verdaderos amigos de Verlaine, había uno que era un excelente
-poeta, Maurice Duplessis. Este era un muchacho gallardo, que vestía
-elegante y extravagantemente, y que con Charles Maurras, que es hoy uno
-de los principales sostenedores del partido Orleanista, y con Ernesto
-Reynaud, que es comisario de policía, formaban lo que se llama la
-escuela Romana, de que Moreas era el sumo Pontífice. A Duplessis, que
-fué desde entonces muy mi amigo, le he vuelto a ver recientemente
-pasando horas amargas y angustiosas, de las cuales le librara alguna vez
-y ocasionalmente la generosidad de un gran poeta argentino.
-
-Yendo en una ocasión por los bulevares, oí que alguien me llamaba. Me
-encontré con un antiguo amigo chileno, Julio Bañados Espinosa, que había
-sido ministro principal de Balmaceda. Se ocupaba en escribir la historia
-de la administración de aquel infortunado presidente. Nos vimos
-repetidas veces. Me invitó a comer en un círculo de Esgrima y Artes, que
-no era otra cosa, en realidad, sino una casa de juego, como son muchos
-círculos de París. Allá me presentó al famoso Aurelien Scholl, ya viejo
-y siempre monoculizado. Se decía que el juego no era perseguido en ese
-club, porque la influencia de Scholl... pero no deseo repetir aquí
-murmuraciones bulevarderas.
-
-Comía yo generalmente en el café Larue, situado enfrente de la
-Magdalena. Allí me inicié en aventuras de alta y fácil galantería. Ello
-no tiene importancia; mas he de recordar a quien me diese la primera
-ilusión de costoso amor parisién. Y vaya una grata memoria a la gallarda
-Marión Delorme, de victorhuguesco nombre de guerra, y que habitaba
-entonces en la avenida Víctor Hugo. Era la cortesana de los más bellos
-hombros. Hoy vive en su casa de campo y da de comer a sus finas aves de
-corral. Los cafés y restaurants del bosque no tuvieron secretos para mí.
-Los días que pasé en la capital de las capitales, pude muy bien no
-envidiar a ningún irreflexivo «rastaquouere». Pero los rollos de águilas
-iban mermando y era preciso disponer la partida a Buenos Aires. Así lo
-hice, no sin que mi codicioso hotelero, viendo que se le escapaba esa
-«pera», como dicen los franceses, quisiese quedarse con el resto de mis
-oros, de lo cual me libró la intervención de un cónsul, y de mi buen
-amigo Tible Machado, que residía, también con cargo consular, en el
-puerto del Havre.
-
-
-
-
-XXXV
-
-
-Me embarqué para la capital argentina, llevando como «valet» a un
-huesudo holandés que sin recomendación alguna se me presentó
-ofreciéndome sus servicios.
-
-Y héme aquí, por fin, en la ansiada ciudad de Buenos Aires, a donde
-tanto había soñado llegar desde mi permanencia en Chile. Los diarios me
-saludaron muy bondadosamente. _La Nación_ habló de su colaborador con
-términos de afecto, de simpatía y de entusiasmo, en líneas confiadas al
-talento de Julio Piquet. _La Prensa_ me dió la bienvenida, también en
-frases finas y amables, con que me favoreciera la gentileza del ya
-glorioso Joaquín V. González.
-
-Fuí muy visitado en el hotel en donde me hospedaran. Uno de los primeros
-que llegaron a saludarme fué un gran poeta a quien yo admiraba desde
-mis años juveniles, muchos de cuyos versos se recitan en mi lejano país
-original: Rafael Obligado. Otro fué D. Juan José García Velloso, aquel
-maestro sapiente y sensible, que vino de España, y que cantó y enseñó
-con inteligencia erudita y con cordial voluntad.
-
-Presenté mi Carta Patente y fuí reconocido por el gobierno argentino
-como Cónsul General de Colombia. Mi puesto no me dió ningún trabajo,
-pues no había nada que hacer, según me lo manifestara mi antecesor, el
-Sr. Samper, dado que no había casi colombianos en Buenos Aires y no
-existían transacciones ni cambios comerciales entre Colombia y la
-República Argentina.
-
-Fuí invitado a las reuniones literarias que daba en su casa don Rafael
-Obligado. Allí concurría lo más notable de la intelectualidad
-bonaerense. Se leían prosas y versos. Después se hacían observaciones y
-se discutía el valor de éstas. Allí me relacioné con el poeta y hombre
-de letras doctor Calixto Oyuela, cuya fama había llegado hacía tiempo a
-mis oídos. Conocía sus obras, muy celebradas en España. Talento de cepa
-castiza, seguía la corriente de las tradiciones clásicas, y en todas sus
-obras se encuentra la mayor corrección y el buen conocimiento del
-idioma. Me relacioné también con Alberto del Solar, chileno radicado en
-Buenos Aires, que se ha distinguido en la producción de novelas, obras
-dramáticas, ensayos y aun poesías. Con Federico Gamboa, entonces
-secretario de la Legación de México, que animaba la conversación con
-oportunas anécdotas, con chispeantes arranques y con un buen humor
-contagioso e inalterable, y que ha producido notables piezas teatrales,
-novelas y otros libros amenos y llenos de interés. Con Domingo Martinto
-y Francisco Soto y Calvo, ambos cuñados de Obligado, ambos poetas y
-personas de distinción y afabilidad. Con el doctor Ernesto Quesada,
-letrado erudito, escritor bien nutrido y abundante, de un saber
-cosmopolita y políglota; y con otros más, pertenecientes al Buenos Aires
-estudioso y literario. El dueño de casa nos regalaba con la lectura de
-sus poesías, vibrantes de sentimiento o llameantes de patriotismo. Así
-pasábamos momentos inolvidables que ha recordado Federico Gamboa, con su
-estilo ágil y lleno de sinceridad, en las páginas de su «Diario».
-
-
-
-
-XXXVI
-
-
-Naturalmente que desde mi llegada me presenté a la redacción de _La
-Nación_, donde se me recibió con largueza y cariño. Dirigía el diario el
-inolvidable Bartolito Mitre. Lo encontré en su despacho fumando su
-inseparable largo cigarro italiano. Sentí a la inmediata, después de
-conversar un rato, la verdad de su amistad transparente y eficaz que se
-conservó hasta su muerte. Me llevó a presentarme a su padre el general,
-y me dejó allí, ante aquel varón de historia y de gloria, a quien yo no
-encontraba palabra que decir, después de haber murmurado una salutación
-emocionada. Me habló el general Mitre de Centro América y de sus
-historiadores Montufar, Ayón, Fernández; recordó al poeta guatemalteco
-Batres, autor de «El Reloj», habló de otras cosas más. Me hizo algunas
-preguntas sobre el canal de Nicaragua. Estuvo suave y alentador en su
-manera seria y como triste, cual de hombre que se sabía ya dueño de la
-posteridad. Salí contentísimo.
-
-Era Administrador de _La Nación_ D. Enrique de Vedia. Alto, delgado,
-aspecto de figura de caballero del Greco. Grave y acerado, tenía una
-sólida y variada cultura y un gusto excelente. A pesar de la diferencia
-de caracteres y de edades, cultivábamos la mejor amistad, y por
-indicación suya escribí muchos de los mejores artículos que publiqué en
-ese época en _La Nación_. Era subdirector del diario _Aníbal Latino_,
-esto es, José Ceppi, hombre al parecer un tanto adusto, pero dotado de
-actividad, de resistencia y de inmejorables condiciones para el puesto
-que desempeñaba. Secretario de redacción era Julio Piquet, experto
-catador de elixires intelectuales, escritor de sutiles pensares y de
-gentilezas de estilo, y que contribuía poderosamente a la confección de
-aquellos números nutridos de brillante colaboración del gran periódico,
-que se diría tenían carácter antológico. En la casa traté a crecido
-número de redactores y colaboradores, de los cuales unos han
-desaparecido y otros se han alejado por ley del tiempo y de los cambios
-de la vida; pero ninguno fué más íntimo compañero mío que Roberto J.
-Payró, trabajador insigne, cerebro comprendedor e imaginador, que sin
-abandonar las tareas periodísticas ha podido producir obras de aliento
-en el teatro y en la novela. Fué asimismo amigo mío el autor de _La
-Bolsa_, José Miró, que firmaba con el pseudónimo de _Julián Martel_ y
-cuya única obra auguraba una rica y aquilatada producción futura. El
-pobre Miró pasó en trabajosa bohemia y en consuetudinaria escasez, los
-mejores años de su juventud, y, ¡oh, ironías de la suerte!, después que
-murió de tuberculosis, se encontró que una parienta millonaria le había
-dejado en su testamento una fortuna.
-
-
-
-
-XXXVII
-
-
-Claro es que mi mayor número de relaciones estaba entre los jóvenes de
-letras, con quienes comencé a hacer vida nocturna, en cafés y
-cervecerías. Se comprende que la sobriedad no era nuestra principal
-virtud. Frecuentaba también a otros amigos que ya no eran jóvenes, como
-ese espíritu singular, lleno de tan variadas luces y de quien emanaba
-una generosidad corriente, simpática y un contagio de vitalidad y de
-alegría, el doctor Eduardo L. Holemberg; o bien el hoy célebre
-americanista Ambrosetti, que ilustraba nuestras charlas con sus
-ilustrativas narraciones. Con Payró nos juntábamos en compañía del
-bizarro poeta, entonces casi un efebo, pero ya encendido de cosas
-libertarias, Alberto Ghiraldo; de Manuel Argerich, cariñoso _dandy_,
-que escribió para el teatro; del excelente aeda suizo Charles Soussens,
-fiel a sus principios de nocturnidad; de José Ingenieros, hoy psiquiatra
-eminente; de José Pardo, que fundara varias revistas; de Diego Fernández
-Espiro, el mosquetero de los sonantes sonetos; del encantador veterano
-Antonino Lamberti, a quien los manes de Anacreonte bendicen y a quien
-las Gracias y las Musas han sido siempre propicias y halagadoras.
-
-Otro de mis amigos, que ha sido siempre fraternal conmigo, era Charles
-E. F. Vale, un inglés criollo incomparable.
-
-Una noche, con motivo del aniversario de la reina Victoria, le dicté en
-el restaurant de «Las 14 provincias», un pequeño poema en prosa,
-dedicado a su soberana, que él escribió a falta de papel en unos cuantos
-sobres y que no ha aparecido en ninguno de mis libros. Ese poemita es el
-siguiente:
-
-_God save the Queen_
-
-To my friend C. E. F. Vale.
-
-Por ser una de las más fuertes y poderosas tierras de poesía;
-
-Por ser la madre de Shakespeare;
-
-Porque tus hombres son bizarros y bravos, en guerras y en olímpicos
-juegos;
-
-Porque en tu jardín nace la mejor flor de las primaveras, y en tu cielo
-se manifiesta el más triste sol de los inviernos;
-
-Canto a tu reina, oh grande y soberbia Britania, con el verso que
-repiten los labios de todos tus hijos:
-
-_God save the Queen_
-
-Tus mujeres tienen los cuellos de los cisnes y la blancura de las rosas
-blancas;
-
-Tus montañas están impregnadas de leyenda, tu tradición es una mina de
-oro, tu historia una mina de hierro, tu poesía una mina de diamantes;
-
-En los mares, tu bandera es conocida de todas las espumas y de todos los
-vientos, a punto de que la tempestad ha podido pedir carta de ciudadanía
-inglesa;
-
-Por tu fuerza, oh Inglaterra:
-
-_God save the Queen_
-
-Porque albergaste en una de tus islas a Víctor Hugo;
-
-Porque sobre el hervor de tus trabajadores, el tráfago de tus marinos y
-la labor incógnita de tus mineros, tienes artistas que te visten de
-sedas de amor, de oros de gloria, de perlas líricas;
-
-Porque en tu escudo está la unión de la fortaleza y del ensueño, en el
-león simbólico de los reyes y unicornio amigo de las vírgenes y hermano
-del Pegaso de los soñadores;
-
-_God save the Queen_
-
-Por tus pastores que dicen los salmos y tus padres de familia que en las
-horas tranquilas leen en alta voz el poeta favorito junto a la chimenea;
-
-Por tus princesas incomparables y tu nobleza secular;
-
-Por San Jorge, vencedor del Dragón; por el espíritu del gran Will y los
-versos de Swinburne y Tennyson;
-
-Por tus muchachas ágiles, leche y risa, frescas y tentadoras como
-manzanas;
-
-Por tus mozos fuertes que aman los ejercicios corporales; por tus
-_scholars_ familiarizados con Platón, remeros o poetas;
-
-_God save the Queen_
-
-
-Envío.
-
-Reina y emperatriz, adorada de tu inmenso pueblo, madre de reyes.
-Victoria favorecida por la influencia de Nile; solemne viuda vestida de
-negro, adoradora del príncipe amado; Señora del mar; Señora del país de
-los elefantes. Defensora de la Fe, poderosa y gloriosa anciana, el himno
-que te saluda se oiga hoy por toda la tierra: Reina buena: «¡Dios te
-salve!».
-
-
-
-
-XXXVIII
-
-
-Comencé a publicar en _La Nación_ una serie de artículos sobre los
-principales poetas y escritores que entonces me parecieron raros, o
-fuera de lo común. A algunos les había conocido personalmente, a otros
-por sus libros. La publicación de la serie de «Los raros», que después
-formó un volumen, causó en el Río de la Plata excelente impresión, sobre
-todo entre la juventud de letras, a quien se revelaban nuevas maneras de
-pensamiento y de belleza. Cierto que había en mis exposiciones, juicios
-y comentos, quizás demasiado entusiasmo; pero de ello no me arrepiento,
-porque el entusiasmo es una virtud juvenil que siempre ha sido
-productora de cosas brillantes y hermosas; mantiene la fe y aviva la
-esperanza. Uno de mis artículos me valió una carta de la célebre
-escritora francesa, Mme. Alfred Valette, que firma con el pseudónimo de
-_Rachilde_, carta interesante y llena de _esprit_, en que me invitaba a
-visitarla en la redacción de el «Mercure de France» cuando yo llegase a
-París. A los que me conocen no les extrañará que no haya hecho tal
-visita durante más de doce años de permanencia fija en la vecindad de la
-redacción del «Mercure». He sido poco aficionado a tratarme con esos
-«chermaïtre», franceses, pues algunos que he entrevisto me han parecido
-insoportables de _pose_ y terribles de ignorancia de todo lo extranjero,
-principalmente en lo referente a intelectualidad.
-
-Pasaba, pues, mi vida bonaerense escribiendo artículos para _La Nación_,
-y versos que fueron más tarde mis «Prosas Profanas», y buscando por la
-noche el peligroso encanto de los paraísos artificiales. Me quedaba
-todavía en el Banco Español del Río de la Plata algún resto de mis
-águilas americanas; pero éstas volaron pronto, por el peregrino sistema
-que yo tenía de manejar fondos. Me acompañaba un extraordinario
-secretario francés, que me encontré no sé dónde, y que me sedujo
-hablándome de sus aventuras en Indo-China. Considerad que me contaba:
-«Una vez en Saigón...» o bien: «Aquella tarde en Singapour...», o bien:
-«Entonces me contestó mi amigo el Maradjad...» ¡No solamente le hice mi
-secretario, sino que él llevaba en el bolsillo mi libro de cheques!
-Felizmente, cuando volaron todas las águilas, voló él también, con su
-larga nariz, su infaltable sombrero de copa y su largo levitón.
-
-Vino la noticia de la muerte del doctor Rafael Núñez, y pocos meses
-después recibí nota de Bogotá, en que se me anunciaba la supresión de mi
-consulado. Me quedé sujeto a lo que ganaba en _La Nación_, y luego a un
-buen sueldo que por inspiración providencial me señaló en _La Tribuna_
-su director, ese escritor de bríos y gracias que se firmaba _Juan
-Cancio_, y que no es otro que mi buen amigo Mariano de Vedia. Mi
-obligación era escribir todos los días una nota larga o corta, en prosa
-o verso, en el periódico. Después me invitó a colaborar en su diario «El
-Tiempo» el generoso y culto Carlos Vega Belgrano, que luego sufragó los
-gastos para la publicación de mi volumen de versos «Prosas Profanas».
-
-
-
-
-XXXIX
-
-
-«Prosas Profanas», cuya sencillez y poca complicación se pueden apreciar
-hoy, causaron al aparecer, primero en periódicos y después en libro,
-gran escándalo entre los seguidores de la tradición y del dogma
-académico; y no escasearon los ataques y las censuras y mucho menos las
-bravas defensas de impertérritos y decididos soldados de nuestra
-naciente reforma. Muchos de los contrarios se sorprendieron hasta del
-título del libro, olvidando las prosas latinas de la Iglesia, seguidas
-por Mallarmé en la dedicada al Des Esseint de Huysmans; y sobre todo,
-las que hizo en «roman paladino», uno de los primitivos de la castellana
-lírica. José Enrique Rodó explicó y Remy de Gourmont me había
-manifestado ya respecto a dicho título, en una carta: «C’est une
-trouvaille». De todas esas poesías ha hecho el autor de «Motivos de
-Proteo» una encantadora exégesis.
-
-Una de ellas, la titulada «Era un aire suave», fué escrita en edad de
-ilusiones y de sueños y evocada en esta ciudad práctica y activa, un
-bello tiempo pasado, ambiente del siglo XVIII francés, visión imaginaria
-traducida en nuevas verdades músicas. Ella dice la eterna ligereza cruel
-de aquella a quien un aristocrático poeta llamara _Enfant Malade_, y
-trece veces impura; la que nos da los más dulces y los más amargos
-instantes en la vida; la Eulalia simbólica que ríe, ríe, ríe, desde el
-instante en que tendió a Adán la manzana paradisíaca. Como siempre, hubo
-sus aplausos y sus críticas, en las cuales, gente que había oído hablar
-de decadentes y de simbolistas, aseguraban ser mis producciones
-ininteligibles, censura cuya causa no he podido nunca comprender. Como
-he dicho, había también quienes me seguían y me aplaudían; y tiempo
-después debían aquí repetirse por la obra de otros poetas de libertad y
-de audacia, iguales censuras, como también iguales aplausos.
-
-Mi poesía _Divagación_ fué escrita en horas de soledad y de aislamiento
-que fuí a pasar en el Tigre Hotel. ¿Tenía yo algunos amoríos? No lo
-sabré decir ahora. Es el caso que en esos versos hay una gran sed
-amorosa y en la manifestación de los deseos y en la invitación a la
-pasión, se hace algo como una especie de geografía erótica. El poema
-concluía así:
-
-... Amor, en fin, que todo diga y cante,
- Amor que encante y deje sorprendida
- A la serpiente de ojos de diamante
- Que está enroscada al árbol de la vida.
-
- Amame así, fatal, cosmopolita.
- Universal, inmensa, única, sola.
- Y todas; misteriosa y erudita;
- Amame mar y nube; espuma y ola.
-
- Sé mi reina de Saba, mi tesoro;
- Descansa en mis palacios solitarios.
- Duerme. Yo encenderé los incensarios
- Y junto a mi unicornio cuerno de oro
- Tendrán rosas y miel tus dromedarios.
-
-
-
-
-XL
-
-
-Luego vienen otras poesías que han llegado a ser de las más conocidas y
-repetidas en España y América, como la _Sonatina_, por ejemplo, que por
-sus particularidades de ejecución, yo no sé por qué no ha tentado a
-algún compositor para ponerle música. La observación no es mía. «Pienso,
-dice Rodó, que la _Sonatina_ hallaría su comentario mejor en el
-acompañamiento de una voz femenina que le prestara melodioso realce. El
-poeta mismo ha ahorrado a la crítica la tarea de clasificar esa
-composición, dándole un nombre que plenamente la caracteriza. Se cultiva
-casi exclusivamente en ella, la virtud musical de la palabra y del ritmo
-poético». En efecto, la musicalidad en este caso, sugiere o ayuda a la
-concepción de la imagen soñada.
-
-_Blasón_ es el título de otra corta poesía, que fué escrita en Madrid en
-el tiempo de las fiestas del Centenario de Colón. Tuve allí oportunidad
-de conocer a un gentil hombre, diplomático centroamericano, casado con
-una alta dama francesa, como que es, por sus primeras nupcias, la madre
-del actual jefe de la casa de Gontaut-Biron, el conde de Gontaut
-Saint-Blancard. Me refiero a la marquesa de Peralta. En el álbum de tal
-señora, celebré la nobleza y la gracia de un ave insigne; el cisne.
-Después están las alabanzas a los «ojos negros de Julia». ¿Qué Julia? Lo
-ignoro ahora. Sed benévolos ante tamaña ingratitud con la belleza.
-Porque, ciertamente, debió de ser bella la dama que inspiró las estrofas
-de que trato, en loor de los ojos negros, ojos que, al menos en aquel
-instante, eran los preferidos. Luego será un recuerdo galante en el
-escenario del siempre deseado París. Pierrot, el blanco poeta, encarna
-el amor lunar, vago y melancólico, de los líricos sensitivos. Es el
-carnaval. La alegría ruidosa de la gran ciudad se extiende en calles y
-bulevares. El poeta y su ilusión, encarnada en una fugitiva y harto
-amorosa parisién, certifica, por la fatalidad de la vida, la tristeza de
-la desilusión y el desvanecimiento de los mejores encantos. Rodó--a
-quien siempre habría que citar tratándose de «Prosas Profanas»--ha dicho
-cosas deliciosas a propósito de estos versos.
-
-Hay en el tomo de «Prosas Profanas» un pequeño poema en prosa rimada, de
-fecha muy anterior a la poesías escritas en Buenos Aires, pero que por
-la novedad de la manera llamó la atención. Está, se puede decir, calcado
-en ciertos preciosos y armoniosos juegos que Catulle Mendès publicó con
-el título de «Lieds de France». Catulle Mendès, a su vez, los había
-imitado de los poemitas maravillosos de Gaspard de la Nuit, y de
-estribillos o refranes de rondas populares. Me encontraba yo en la
-ciudad de New-York, y una señorita cubana, que era prodigiosa en el
-arpa, me pidió le escribiese algo que en aquella dura y colosal Babel le
-hiciese recordar nuestras bellas y ardientes tierras tropicales. Tal fué
-el origen de esos aconsonantados ritmos que se titulan _En el país del
-Sol_.
-
-Un soneto hay en ese libro que se puede decir ha tenido mayor suerte que
-todas mis otras composiciones, pues de los versos míos son los más
-conocidos, los que se recitan más, en tierra hispana como en nuestra
-América. Me refiero al soneto _Margarita_. Por cierto, la boga y el
-éxito se deben a la anécdota sentimental, a lo sencillo emotivo, y a que
-cada cual comprende y siente en sí el sollozo apasionado que hay en
-estos catorce versos. Entonces sí, ya había caído yo en Buenos Aires en
-nuevas redes pasionales; y fuí a ocultar mi idilio, mezclado a veces de
-tempestad, en el cercano pueblo de San Martín. ¿En dónde se encontrará,
-Dios mío, aquella que quería ser una Margarita Gauthier, a quien no es
-cierto que la muerte haya deshojado, «por ver si me quería», como dice
-el verso, y que llegara a dominar tanto mis sentidos y potencias? ¡Quién
-sabe! Pero, si llegásemos a encontrarnos, es seguro que se realizaría lo
-que expresa la tan humana redondilla de Campoamor:
-
- Pasan veinte años, vuelve él
- y al verse, exclaman él y ella:
- --¡Dios mío, y ésta es aquélla!
- --¡Santo Dios, y éste es aquél!
-
-Hay otra poesía en ese volumen, escrita en España en 1892, en la cual se
-ven ya los distintivos que han de caracterizar mi producción anterior, a
-pesar de que ese trabajo es castizo, de espíritu español puro, de
-acento, de tradición, de manera, de forma. Es en elogio de un metro
-popular, armonioso y cantante, la seguidilla. A ese tiempo también
-pertenecía el «pórtico» que escribí en Madrid para que sirviese de
-introducción a la colección de poesías que con el título de «En tropel»
-dió a luz el poeta Salvador Rueda.
-
-_La página blanca_ fué escrita en Buenos Aires, en casa del pobre
-Miguelito Ocampo. ¿Quién se acuerda de Miguelito Ocampo?... Hombre de
-corazón bueno, de natural ingenio, a quien se debe el primer ensayo de
-zarzuela cómica nacional argentina, y que hubiese quizás dejado una
-producción más copiosa e importante, si la peor de las bohemias no le
-arrebata, primero la voluntad y después la salud y la vida. En su casa
-escribí, como he dicho antes, _La página blanca_, en presencia de
-nuestro querido viejo Lamberti, a quien dediqué esos versos. Casi todas
-las composiciones de «Prosas Profanas» fueron escritas rápidamente, ya
-en la redacción de _La Nación_, ya en las mesas de los cafés, en el
-Aue’s Keller, en la antigua casa de Lucio, en la de Monti. _El coloquio
-de los centauros_ lo concluí en _La Nación_, en la misma mesa en que
-Roberto Payró escribía uno de sus artículos. Tanto éstas como otras
-poesías exigirían bastantes exégesis y largas explicaciones, que a su
-tiempo se harán.
-
-
-
-
-XLI
-
-
-Otra hospitalidad de buen humor que me acogiera por esos días fué la del
-excelente amigo Rouquad. Allí rendíamos tributo a la gula, con platos
-suculentos que solía dirigir el dueño de casa. Allí llegaban, entre
-otros compañeros ya nombrados, un joven poeta de audacia y fantasía, que
-ha producido después libros muy plausibles. Se llamaba Américo Llanos,
-era de origen uruguayo y desempeña actualmente el consulado de su país
-en San Sebastián de España, con su verdadero nombre, Armando Vasseur.
-Iba también cierto abate francés, de apellido Claude, que enseñaba su
-idioma al melodioso y elegante lírico de dorados cabellos, Eugenio Díaz
-Romero. Este abate tenía una historia de las más escabrosas y que habría
-interesado a Barbey d’Aurevilly. Era sobrino de un cardenal. Había
-venido a la Argentina muy bien recomendado, pero al hombre le gustaban
-mucho los alcoholes, en especial la demoníaca agua verde del ajenjo. En
-una de las provincias colgó los hábitos, pues se había enamorado
-locamente de la mujer con quien tuvo varios hijos. Ella, atemorizada o
-arrepentida, le abandonó para casarse con otro; y poseyó al abate la
-mayor desesperación, y la desesperación y el veneno verde le llevaron
-casi a la locura. Volvió a Buenos Aires y entonces fué cuando le conocí.
-En _La Nación_ he publicado una página en que narro cómo el general
-Mitre pudo socorrer una vez al infeliz religioso, en momentos de miseria
-y de angustia. Mucho tiempo después, se me apareció en París el
-desventurado. Iba de nuevo vestido con sus ropas talares. Lo tenía
-recluído el arzobispo en un convento. Le dejaban salir muy de tarde en
-tarde y en compañía de algún otro sacerdote; pero esa vez llegó solo. Me
-contó sus horas de oración y de arrepentimiento, mas poco á poco se fué
-exaltando.--«Vamos, me dijo, a dar una vuelta.» Yo le acompañé a la
-calle. Conversaba ya tranquilo, ya agitado, sobre todo cuando me
-recordaba a la mujer de quien siempre estaba enamorado, y a sus hijos. Y
-como pasáramos cerca de un café:--«Entremos, me dijo, tengo mucha sed,
-tomaremos algún refresco». Por más que me opuse, vi que la cosa era
-irremediable. Entramos, y con asombro de los concurrentes, el abate, en
-vez de un refresco, ya comprenderéis que pidió su veneno. Yo me despedí
-más tarde. Al día siguiente llegó a verme de nuevo en un estado
-lamentable. Me dijo que todo aquello no era sino obra del demonio; que
-él estaba arrepentido y que para cortar el mal de raíz, se iría a una
-cartuja que está en una isla cerca de Niza. Creí que todas esas promesas
-eran historias; pero el abate desapareció y a los pocos días recibía yo
-unas cuantas fotografías de la Cartuja, y una carta en que el triste me
-anunciaba su definitiva separación del mundo. No volví a saber nunca más
-de él.
-
-
-
-
-XLII
-
-
-En la redacción de _Tribuna_ me relacioné, por presentación de Mariano
-de Vedia, con el doctor Lorenzo Anadón, con el general Mansilla, y los
-poetas Carlos Roxlo y Christián Roeber. Mansilla simpatizó mucho conmigo
-y publicó a este respecto un precioso y chispeante artículo. Le visité.
-En su casa me mostró cosas curiosísimas, entre ellas el mejor retrato
-que yo haya visto de su tío D. Juan Manuel de Rozas. Alcancé a conocer
-también a su madre, doña Agustina, la belleza célebre que aun
-resplandecía en su ancianidad, y a quien, cuando murió, deshojé un
-ramillete de rosas literarias. El poeta Roxlo era de trato suave y
-delicado y no adivinaba yo en él al futuro vigoroso combatiente de las
-luchas políticas. Publicaba sus versos impregnados de perfume patrio y
-en los cuales hay sollozos de guitarra pampera, melancólicos aires
-rurales, y la revelación armoniosa de un profundo sentir. Roeber era
-tipo romántico y legendario. Su novela vital se contaba en voz baja. Se
-decía que, por drama de amores, lo que menos le había pasado era recibir
-una bala en la cabeza, en duelo, por lo cual tuvo que estar un tiempo
-encerrado en un manicomio. Es lo cierto que tenía un conocido título
-español, con el cual publicó una serie de traducciones de las novelas de
-cierto alegre y ha tiempo pasado de moda autor francés. Mansilla me dió
-una comida a la cual invitó a algunos intelectuales. Tengo presente la
-larga conversación que allí tuve con el doctor Celestino Pera, y la
-interesantísima fecundia de nuestro anfitrión, que narrara amenos
-sucesos y prodigara agudas ocurrencias, felices frases, con ese poder de
-conversador ágil y oportuno que se ha reconocido en todas partes.
-
-Fundé una revista literaria en unión de un joven poeta tan leído como
-exquisito, de origen boliviano, Ricardo Jamies Freyre, actualmente
-vecino de Tucumán. Ricardo es hijo del conocido escritor, periodista y
-catedratico que ha publicado tan curiosas y sabrosas tradiciones desde
-hace largo tiempo, en su país de Bolivia, y que en Buenos Aires hizo
-aparecer un valioso volumen sobre el antiguo y fabuloso Potosí. El y su
-hijo eran para mí excelentes amigos. Con _Brocha Gorda_, pseudónimo de
-Jaimes padre, solíamos hacer amenas excursiones teatrales, o bien por la
-isla de Maciel, pintoresca y alegre, o por las fondas y comedores
-italianos de La Boca, en donde saboreábamos pescados fritos, y pastas al
-jugo, regados con tintos chiantis y oscuros barolos. Quien haya
-conversado con Julio L. Jaimes, sabrá del señorito y del ingenio de los
-caballeros de antaño.
-
-Con Ricardo no entrábamos por simbolismos y decadencias francesas, por
-cosas d’annunzianas, por prerrafaelismos ingleses y otras novedades de
-entonces, sin olvidar nuestras ancestrales Hitas y Berceos, y demás
-castizos autores. Fundamos, pues, la «Revista de América», órgano de
-nuestra naciente revolución intelectual y que tuvo, como era de
-esperarse, vida precaria, por la escasez de nuestros fondos, la falta de
-suscripciones y, sobre todo, porque a los pocos números, un
-administrador italiano, de cuerpo bajito, de redonda cabeza calva y
-maneras untuosas, se escapó llevándose los pocos dineros que habíamos
-podido recoger. Y así acabó nuestra entusiasta tentativa. Pero Ricardo
-se desquitó, dando a luz su libro de poesías _Castalia Bárbara_, que fué
-una de las mejores y más brillantes muestras de nuestros esfuerzos de
-renovadores. Allí se revelaba un lírico potente, delicado, sabio en
-técnica y elevado en numen.
-
-
-
-
-XLIII
-
-
-Y se creó el grupo del Ateneo. Esta asociación, que produjo un
-considerable movimiento de ideas en Buenos Aires, estaba dirigida por
-reconocidos capitanes de la literatura, de la ciencia y del arte.
-Zuberbuhler, Alberto Williams, Julián Aguirre, Eduardo Schiaffino,
-Ernesto de la Cárcova, Sivori, Ballerini, de la Valle, Correa Morales y
-otros animaban el espíritu artístico; Vega Belgrano, D. Rafael Obligado,
-D. Juan José García Velloso, el doctor Oyuela, el doctor Ernesto
-Quesada, el doctor Norberto Piñero y algunos más, fomentaban las letras
-clásicas y las nacionales, y los más jóvenes alborotábamos la atmósfera
-con proclamaciones de libertad mental.
-
-Yo hacía todo el daño que me era posible al dogmatismo hispano, al
-anquilosamiento académico; a la tradición hermosillesca, a lo
-pseudo-clásico, a lo pseudo-romántico, a lo pseudo-realista y
-naturalista, y ponía a mis «raros» de Francia, de Italia, de Inglaterra,
-de Rusia, de Escandinavia, de Bélgica y aun de Holanda y de Portugal,
-sobre mi cabeza. Mis compañeros me seguían y me secundaban con denuedo.
-Exagerábamos, como era natural, la nota. Un Benjamín de la tribu, Carlos
-Alberto Becú, publicó una _plaquette_, donde por primera vez aparecían
-en castellano versos libres a la manera francesa; pues los versos libres
-de Jaimes Freyre eran combinaciones de versos normales castellanos. Becú
-hace tiempo abandonó sus inclinaciones líricas y es hoy un grave y
-sesudo internacionalista. Luis Berisso publicaba su _Pensamiento de
-América_, su traducción de _Belkis_, del portugués Eugenio de Castro, y
-trabajaba porque se relacionaran los jóvenes intelectuales argentinos
-con los del resto de Hispano-América. Leopoldo Díaz escribía sus
-elegancias parnasianas, sus poemas de esfuerzo isotérico. Angel de
-Estrada anunciaba con su producción el sutil e intenso poeta y el
-prosista artístico y sugestivo que es hoy. Con él y con Alberto Vergara
-Biedma, profundizador y elocuente, divagábamos sobre temas de belleza.
-Miguel Escalada, que abandonó a las generosas musas, burilaba o miniaba
-poemitas de singular y suave gracia. Eduardo de Ezcurra nos hablaba de
-su estética y nos citaba siempre a Campanella, uno de sus autores
-favoritos. Carlos Baires nos hacía pensar en trascendentes problemas,
-con sus iniciaciones filosóficas. Mauricio Nirenstein nos mostraba
-selecciones de las letras alemanas y nos instruía en asuntos talmúdicos.
-José Ingenieros, con su aguda voz y su agudo espíritu nos hacía vibrar
-en súbitos entusiasmos itálicos. José Pardo llevaba alguna página de
-pasión, y el bien de su sedoso carácter. José Ojeda nos ungía con el
-óleo de la música; y si hay otros que no vienen ahora a mi memoria, han
-de perdonármelo a causa del tiempo. Por esos días di en el Ateneo una
-conferencia en extremo laudatoria sobre el soñador lusitano Eugenio de
-Castro. De ese vibrante grupo del Ateneo brotaron muchos versos, muchas
-prosas; nacieron revistas de poca vida, y en nuestras modestas comidas a
-escote, creábamos alegría, salud y vitalidad para nuestras almas de
-luchadores y de _réveurs_. Un día apareció Lugones, audaz, joven, fuerte
-y fiero, como un cachorro de hecatónquero que viniera de una montaña
-sagrada. Llegaba de su Córdoba natal, con la seguridad de su triunfo y
-de su gloria. Nos leyó cosas que nos sedujeron y nos conquistaron. A
-poco estaba ya con Ingenieros redactando un periódico explosivo, en el
-cual mostraba un espíritu anárquico, intransigente y candente. Hacía
-prosas de detonación y relampagueo que iban más allá de León Bloy; y
-sonetos contra «muffles» que traspasaban los límites del más acre
-Laurent Tailhade. Vega Belgrano lo llevó a _El Tiempo_, y allí
-aparecieron lucubraciones y páginas rítmicas de toda belleza, de todo
-atrevimiento y de toda juventud. Dió al público su libro «Las montañas
-del oro», para mí el mejor de toda su obra, porque es donde se expone
-mayormente su genial potencia creadora, su gran penetración de lo
-misterioso del mundo; y porque hasta sus imperfecciones son como esos
-informes trozos de roca en donde se ve, a los brillos del sol, el rico
-metal que la veta de la mina oculta en su entraña. Yo agité palmas y
-verdes ramos en ese advenimiento; y creí en el que venía, hoy crecido y
-en la plena y luminosa marcha de su triunfante genio.
-
-
-
-
-XLIV
-
-
-Tres amigos médicos tuve, que fueron alternativamente los salvadores de
-mi salud. Fué el uno el doctor Francisco Sicardi, el novelista y poeta
-originalísimo, cuya obra extraordinaria y desigual tiene cosas tan
-grandes que pasan los límites de la simple literatura. Su «Libro
-Extraño» es de lo más inusitado y peregrino que haya producido una pluma
-en lengua castellana. El otro médico, era Martín Reibel, el fraternal e
-incomparable Hipócrates de los poetas, a quien Eduardo Talero, entre
-otros, debe la vida, y yo, más de una vez, el afianzamiento del más
-sacudido y atormentado de los organismos. El otro era Prudencio Plaza,
-con quien fuí a pasar una temporada a la isla de Martín García, cuando
-él era médico de aquel lazareto. Pasamos allí horas plácidas; nos
-perfeccionábamos en el tiro del mauser; leíamos el _Quijote_, nos
-confiábamos las ilusiones de nuestros mutuos porvenires. Pero no
-olvidaré jamás la llegada de los cadáveres de enfermos sospechosos de
-alguna contagiosa enfermedad; ni una autopsia que vi hacer desde lejos,
-del cuerpo largo y bronceado de un hindú, pues era la primera vez, la
-primera y la única, que he visto ejecutar el horrible y sabio
-descuartizamiento. De Martín García envié a _La Nación_ algunas
-correspondencias informativas firmadas con un pseudónimo.
-
-Hice después un viaje a Bahía Blanca, en compañía del amigo Rouquaud. No
-era por cierto Bahía Blanca el emporio que es ahora; sin embargo, ya se
-hablaba mucho del futuro colosal que debería llegar para esa espléndida
-región argentina.
-
-De Bahía Blanca partí para una estancia del doctor Argerich, y allí fué
-mi primera visita a la Pampa inmensa y poética. Poética, sí, para quien
-sepa comprender el vaho de arte que flota sobre ese inconmesurable
-océano de tierra, sobre todo en los crepúsculos vespertinos y en los
-amaneceres. Allí supe lo que era el mate matinal, junto al fogón, en
-compañía de los gauchos, rudos y primitivos, pero también poéticos. Allí
-nemrodicé, con excelente puntería, contra martinetas, avestruces, tordos
-y pechirrojos, y aun fáciles y poco avisadas vizcachas. Allí atisbé, con
-las botas dentro del agua, bandadas de patos, y perseguí a ese espía
-escandaloso del aire que se llama el «teru-teru»; allí anduve a caballo
-varios días, desde los amaneceres hasta los atardeceres; allí adquirí
-fuerzas, y renové mi sangre, y fortifiqué mis nervios, y pasé quizás,
-entre gentes sencillas y nada literarias, los más tranquilos días de mi
-existencia.
-
-
-
-
-XLV
-
-
-Retorné a Buenos Aires, y como el producto de mi labor periodística y
-literaria no me fuese suficiente para vivir, avino que el doctor Carlos
-Carlés, que era Director general de Correos y Telégrafos, me nombró su
-secretario particular. Yo cumplía cronométricamente con mis
-obligaciones, las cuales eran contestar una cantidad innumerable de
-cartas de recomendación que llegaban de todas partes de la República, y
-luego recibir a un ejército de solicitantes de empleos, que llevaban en
-persona sus cartas favorables. En las primeras no me faltaba el «Con el
-mayor gusto...» y «en la primera oportunidad...» o: «En cuanto haya
-alguna vacante...» Y a los que llegaban, siempre les daba esperanzas:
-«vuelva usted otro día... Hablaré con el director... Lo tendré muy
-presente... Creo que usted conseguirá su puesto...» Y así la gente se
-iba contenta.
-
-En la oficina tuve muy gratos amigos, como el activísimo y animado Juan
-Migoni y el no menos activo aunque algo grave de intelectualidad y de
-estudio, Patricio Piñeiro Sorondo, con quien me extendía en largas
-pláticas, en los momentos de reposo, sobre asuntos teosóficos y otras
-filosofías. Cuando Leopoldo Lugones llegó, también de empleado, a esa
-repartición, formamos, lo digo con cierta modestia, un interesante trío.
-Cuando no contestaba yo cartas, escribía versos o artículos. En las
-quemantes horas del verano nos regocijaba en la secretaría la presencia
-de un alegre y moreno portero que nos llevaba refrigerantes y riquísimas
-horchatas. Delante de mí pasaban las personas que iban a visitar al
-director; y recuerdo haber visto allí, por la primera vez, la noble
-figura del doctor Sáenz Peña, actual Presidente de la República.
-
-
-
-
-XLVI
-
-
-Como dejo escrito, con Lugones y Piñeiro Sorondo hablaba mucho sobre
-ciencias ocultas. Me había dado desde hacía largo tiempo a esta clase de
-estudios, y los abandoné a causa de mi extremada nerviosidad y por
-consejo de médicos amigos. Yo había desde muy joven tenido ocasión, si
-bien raras veces, de observar la presencia y la acción de las fuerzas
-misteriosas y extrañas, que aun no han llegado al conocimiento y dominio
-de la ciencia oficial. En _Caras y Caretas_ ha aparecido una página mía,
-en que narro cómo en la plaza de la catedral de León, en Nicaragua, una
-madrugada vi y toqué una larva, una horrible materialización sepulcral,
-estando en mi sano y completo juicio. También en _La Nación_, de Buenos
-Aires, he contado cómo en la ciudad de Guatemala tuve el anuncio
-psico-físico del fallecimiento de mi amigo el diplomático costarriqueño
-Jorge Castro Fernández, en los mismos momentos en que él moría en la
-ciudad de Panamá; y la pavorosa visión nocturna que tuvimos en San
-Salvador el escritor político Tranquilino Chacón, incrédulo y ateo;
-visión que nos llenó más que de asombro de espanto.
-
-He contado también los casos de ese género, acontecidos a gentes de mi
-conocimiento. En París, con Leopoldo Lugones, hemos observado en el
-doctor Encausse, esto es, el célebre _Papus_, cosas interesantísimas;
-pero según lo dejo expresado, no he seguido en esa clase de
-investigaciones por temor justo a alguna perturbación cerebral.
-
-
-
-
-XLVII
-
-
-No he de dejar en el tintero mis buenas relaciones con un _clown_ inglés
-que ha divertido a tres generaciones de argentinos. Ya se comprenderá
-que trato de Frank Brown. Los que le conocen fuera de la pista saben que
-ese payaso es un _gentleman_; y que un artista, o un hombre de letras,
-tiene mucho que conversar con él. Sabe su Shakespeare mejor que muchos
-hombres que escriben. Es grave y casi melancólico, como todos aquellos
-que tienen por misión hacer reir. Hay que tener en cuenta que el arte
-del _clown_ confina, en lo grotesco y en lo funambulesco, con lo trágico
-del delirio, con el ensueño y con las vaguedades y explosiones
-hilarantes de la alienación. Para manejar todo esto, se precisan una
-fuerte salud física y una vigorosa resistencia moral. Con Frank Brown
-hemos pasado repetidas horas, agradables y provechosas, y más de una vez
-ha aparecido su nombre en mis prosas y versos. Por ejemplo, en aquellos
-que empiezan:
-
- «Frank Brown como los Hanlon Lee
- sabe lo trágico de un paso
- de payaso y es para mí
- un buen jinete de Pegaso.
-
- Salta del circo al cielo raso;
- Banville le hubiera amado así;
- Frank Brown, como los Hanlon Lee,
- sabe lo trágico de un paso...»
-
-O en la siguiente medalla:
-
-
-Anverso.
-
-«En el fondo de oro de la fiesta, en traje rojo u oro, oro o rojo
-saeteado de estrellas, o recamado de una flora de seda, el rostro
-inaudito, máscara de risa cuasi por lo fijo y violento dolorosa,
-descendiente de los Hanlon Lee, alado, elástico, Frank Brown, _clown_,
-aparece.
-
-La contracción gelásmica se acompaña de súbitos gritos y gestos, siendo
-el conjunto demostración de cómo la risa, en lo bufo inglés, como en las
-marionetas macabras niponas, se constituyese rayana, en su fondo, en lo
-trágico. El tono denota, en aflautados finales, o monólogo coloreado
-fuertemente, de acentos de tirolesa, rayados de erres, mientras,
-saltante, avanza, batracio o acracio, magistral en su arte extraño, la
-figura que el ojo de Bebé agranda, principal, miliunanochesca,
-deslumbrante, en única, múltiple empero, apoteósis.
-
-Las palabras sálenle en hipos: acaso el esfuerzo verbal continuando
-dolorosa meditación: Fuego de artificios cortado a veces de ausas,
-_lazzi_ y gedeonería transcendente. Intimo con caballos, leones, perros,
-monos, cebras, hércules, _ecuyères_ y _tonys_; Brown, con un gesto
-dominador, explícito, rige.
-
-_¡Music!_ ya se escucha: Tiempos de Buislay y Bell, ¡lejanos! Hoy,
-tiempo de Footit, tiempo de Frank Brown. ¿Qué hace, risueño risible,
-este _clown_, a las veces filosófico? Parodia a Shakespeare, Hamlet, no
-risueño, risible: «doloroso».
-
-
-Reverso.
-
-«Este es el caballero Frank Brown», que tiene cara de Byron. Hombre
-triste y serio, piensa. Su sonrisa, melancolía. (¿Acaso él no conoce a
-Durero?) Y como su mano ha acariciado tanto los animales, y los ojos de
-los seres inocentes y profundos le han contemplado tanto, su corazón se
-ha llenado de íntima bondad.
-
-Es un hombre natural; su imperio, la fuerza y la dignidad. Es inglés,
-sabe de poetas.
-
-Es inglés; tiene el culto del hogar, celoso de hembra y cachorro.
-
-Obra con sana y firme voluntad. Su alma de payaso no se ha pintado nunca
-la cara. Si queréis verle de cerca, si queréis conversar de Shakespeare
-y de la bravura y de la vida justa y sencilla, de la naturaleza sagrada,
-y de Dios y de los buenos hombres, id a casa de Luzio, después de la
-función del «San Martín», y veréis junto a una mesa, rodeado de amigos,
-al «hombre». Le reconoceréis por la cara de Byron.
-
-Es inglés; toma _whisky_ con soda.»
-
-Yo iba siempre a ver trabajar a mi amigo _clown_ en su pista del teatro
-«San Martín». Una noche vi allí la demostración del talento especial del
-«payo» Roqué, para ganarse amistades y hacerse simpático con sus
-habilidades y maneras, a toda clase de gentes. Había leído, por la
-tarde, la llegada en su _yacht_ de un potentado inglés, el conde de
-Carnarvon, Lord Dudley, a quien acompañaba un príncipe indio, Duhlcep
-Sing. En el intermedio de la función del «San Martín» noté en un palco a
-un joven de tipo británico, acompañado de otro hombre moreno, que tenía
-en su mano derecha un anillo con estupendo brillante negro. Estaba con
-ellos uno al parecer secretario. Me encontré con el «payo» y le dije:
-«¿Ha visto usted al Lord de Inglaterra y al Príncipe de la India?» y se
-lo señalé en el palco. Cuál no fué mi sorpresa, cuando al continuar la
-función vi a Roqué sentado en el palco, en risueña conversación con los
-dos exóticos personajes. Más tarde llegué a casa de Luzio, y como viese,
-muy pasada la media noche, movimiento de mozos que subían a los altos
-con pavos trufados y botellas de champagne, pregunté qué fiesta había
-arriba, y un camarero me contestó: «Son unos príncipes que están de
-farra con el «payo» y unas artistas».
-
-Cierto día llegué a la redacción de _La Nación_, a cuyo personal yo
-pertenecía como algo a manera de _croque-mort_, esto es, enterrador de
-celebridades, pues no moría un personaje europeo, principalmente poeta o
-escritor, sin que D. Enrique de Vedia no me encargase el artículo
-necrológico. Por cierto que Mark Twain me jugó una de sus pesadas
-bromas. Nos encontrábamos, mis compañeros de café y yo, sin un céntimo,
-al comenzar la noche, en casa de Monti; y aunque el bravo suizo nos
-hacía crédito, la situación era ardua. En esto, se me llamó por teléfono
-de _La Nación_. Fuí inmediatamente y el administrador me mostró un
-cablegrama en que se anunciaba que el escritor norteamericano, famoso
-por su humorismo, Mark Twain, se encontraba en la agonía. «Es preciso,
-me dijo el Sr. de Vedia, que escriba usted un artículo extenso en
-seguida para que aparezca mañana con el retrato, pues seguramente esta
-noche llegará la noticia del fallecimiento». De más decir que yo puse
-manos a la obra con gran entusiasmo y con gran satisfacción y
-aprovechando ciertas apuntaciones que sobre el humorista yankee tenía
-desde hacía mucho tiempo. Volví, es evidente, a dar la buena nueva a
-los amigos que me esperaban en casa de Monti. La muerte de Mark Twain
-haría que tuviésemos dinero al día siguiente...
-
-Cuando entregué mi trabajo les fuí a buscar, para que cenáramos juntos
-y, por supuesto, pedimos una cena opípara y convenientemente humedecida.
-Las libaciones continuaron hasta el amanecer, entre nuestras habituales,
-literarias y anecdóticas charlas; y Charles Soussens, nuestro dionisiaco
-lírico helvético, se ofreció para ir a buscar al nacer el día, un número
-de _La Nación_ a la imprenta. Así fué. Al poco rato le vimos aparecer
-desde lejos, por la abierta puerta del restaurant. Traía un número del
-diario, pero alzaba los brazos y nos hacía gestos de desolación. Cuando
-llegó, con una faz triste, nos dijo: «¡No viene el artículo!» Nos
-pusimos serios. Desdoblé el periódico y me di cuenta de la penosa
-verdad. Un cablegrama anunciaba la agonía de Mark Twain, pero en otro se
-decía que los médicos concebían esperanzas... En otro, que se esperaba
-una pronta reacción y en otro, que el enfermo estaba salvado y entraba
-en una franca mejoría... Y la salvación del escritor fué para nosotros
-un golpe rudo y un rasgo de humor muy propio del yankee, y del peor
-género... Felizmente, a propósito de la enfermedad, pude arreglar el
-artículo de otro modo y conseguir que pasara, algunos días después.
-
-
-
-
-XLVIII
-
-
-Fuí, como queda dicho, cierto día, a la redacción del diario. Acababa de
-pasar la terrible guerra de España con los Estados Unidos. Conversando,
-Julio Piquet me informó de que _La Nación_ deseaba enviar un redactor a
-España para que escribiese sobre la situación en que había quedado la
-madre patria. «Estamos pensando en quién puede ir», me dijo. Le contesté
-inmediatamente: «¡Yo!». Fuimos juntos a hablar con el señor de Vedia y
-con el director. Se arregló todo en seguida. «¿Cuándo quiere usted
-partir?» me dijo el administrador. «¿Cuándo sale el primer vapor?»
-«Pasado mañana». «¡Pues me embarcaré pasado mañana!».
-
-Dos días después iba yo navegando con rumbo a Europa. Era el 3 de
-Diciembre de 1898. En esta travesía no aconteció nada de particular,
-solamente algo que me da motivo para una rectificación. Recorriendo mi
-libro «España Contemporánea» veo que el episodio del capitán Andrews
-aconteció en este viaje y no anteriormente, como por explicable
-confusión de fecha--repito que no me valgo para estos recuerdos sino de
-mi memoria--lo he hecho aparecer.
-
-
-
-
-XLIX
-
-
-Llegué a Barcelona y mi impresión fué lo más optimista posible. Celebré
-la vitalidad, el trabajo, lo bullicioso y pintoresco, el orgullo de las
-gentes de empresa y conquista, la energía del alma catalana, tanto en el
-soñador que siempre es un poco práctico, como en el menestral que
-siempre es un poco soñador. Noté lo arraigado del regionalismo
-intransigente y la sorda agitación del movimiento social, que más tarde
-habría de estallar en rojas explosiones. Hablé de las fábricas y de las
-artes; de los ricos burgueses y de los intelectuales, del leonardismo de
-Santiago Rusiñol y de la fuerza de Ángel Guimerá, de ciertos rincones
-montmartrescos; de las alegres ramblas y de las voluptuosas mujeres.
-
-Llegué a Madrid, que ya conocía, y hablé de su sabrosa pereza, de sus
-capas y de sus cafés. Escribía: «He buscado en el horizonte español las
-cimas que dejara no hace mucho tiempo, en todas las manifestaciones del
-alma nacional; Cánovas muerto; Ruiz Zorrilla muerto; Castelar
-desilusionado y enfermo; Valera ciego; Campoamor mudo; Menéndez y
-Pelayo... No está, por cierto, España para literaturas, amputada,
-doliente, vencida; pero los políticos del día parece que para nada se
-diesen cuenta del menoscabo sufrido, y agotan sus energías en chicanas
-interiores, en batallas de grupos aislados, en asuntos parciales de
-partidos, sin preocuparse de la suerte común, sin buscar el remedio del
-daño general, de las heridas en carne de la nación. No se sabe lo que
-puede venir. La hermana Ana no divisa nada desde la torre». Envié mis
-juicios al periódico, que formaron después un volumen.
-
-Frecuenté la legación argentina, cuyo jefe era entonces un escritor
-eminente, el doctor Vicente G. Quesada. Intimé con el pintor Moreno
-Carbonero, con periodistas como el marqués de Valdeiglesias, Moya, López
-Ballesteros, Ricardo Fuente, Castrovido, mi compañero en _La Nación_
-Ladevese, Mariano de Cávia, y tantos otros. Volví a ver a Castelar,
-enfermo, decaído, entristecido, una ruina, en vísperas de su muerte...
-Me juntaba siempre con antiguos camaradas como Alejandro Sawa, y con
-otros nuevos, como el _charmeur_ Jacinto Benavente, el robusto vasco
-Baroja, otro vasco fuerte, Ramiro de Maeztu, Ruiz Contreras, Matheu y
-otros cuantos más; y un núcleo de jóvenes que debían adquirir más tarde
-un brillante nombre, los hermanos Machado, Antonio Palomero, renombrado
-como poeta humorístico bajo el nombre de _Gil Parrado_, los hermanos
-González Blanco, Cristóbal de Castro, Candamo, dos líricos admirables,
-cada cual según su manera: Francisco Villaespesa y Juan R. Jiménez,
-_Caramanchel_, Nilo Fabra, sutil poeta de sentimiento y de arte, el hoy
-triunfador Marquina y tantos más.
-
-Iba algunas noches al camarín de los llamados, por antonomasia, Fernando
-y María, esto es, los señores Díaz de Mendoza, condes de Balazote,
-grandes de España y príncipes del teatro, a quienes escribí sonoros
-alejandrinos cuando pusieron en escena el _Cyrano_ de Rostand.
-
-
-
-
-L
-
-
-En la librería de Fernando Fe, lugar de reunión vespertina de algunos
-hombres de letras, solía conversar con Eugenio Sellés, hoy marqués de
-Gerona, con Manuel del Palacio, poeta amable de ojos azules, que
-recordaba siempre con cariño sus días pasados en el Río de la Plata; con
-Manuel Bueno, ilustrado y combativo, célebre como crítico teatral y hoy
-diputado a Cortes; con Llanas de Aguilaniedo, autor de interesantes
-novelas y de un libro sobre ciencia penal. A D. José Echegaray me
-presentó una noche Fernando Díaz de Mendoza. «Ustedes los americanos, me
-dijo, tienen instinto poético...» La frase me supo agridulce... Pero
-¡vaya si lo teníamos...! Tiempos después firmaba yo con los escritores y
-poetas de la famosa protesta contra el homenaje nacional a Echegaray.
-Mi inquina era excesiva... _Juventud, divino tesoro..._
-
-Visité de nuevo a Campoamor, a quien encontré en la más absoluta
-decadencia. Estaba, anotaba yo, «caduco, amargado de tiempo a su pesar,
-reducido a la inacción después de haber sido un hombre activo y jovial,
-casi imposibilitado de pies y manos, la facie penosa, el ojo sin
-elocuencia, la palabra poca y difícil, y cuando le dais la mano y os
-reconoce, se echa a llorar, y os habla escasamente de su tierra
-dolorida, de la vida que se va, de su impotencia, de su espera en la
-antesala de la muerte... os digo que es para salir de su presencia con
-el espíritu apretado de melancolía». En realidad, aquello era lamentable
-y doloroso. El poeta glorioso, el filósofo de humor y hondura, era un
-viejo infeliz a quien tenían que darle de comer como a los niños, un sér
-concluído en víspera de entrar a la tumba.
-
-Doña Emilia Pardo Bazán continuaba dando sus escogidas reuniones. Allí
-solía aparecer, ya ciego, pero siempre lleno de distinción, anciano
-impoluto y aristocrático, el autor de _Pepita Jiménez_. Allí me
-relacioné con el novelista y diplomático argentino Ocantos, con el
-doctor Tolosa Latour, con los cronistas mundanos _Montecristo_ y
-_Kasabal_, con el político Romero Robledo, con el popular Luis Taboada,
-y con algunas damas de la nobleza que no se ocupaban únicamente en
-modas, murmuraciones y asuntos cortesanos, sino que gustaban de departir
-con poetas y escritores: la condesa de Pino Hermoso y la marquesa de la
-Laguna, cuya hija Gloria tuviera celebridad más tarde por sus singulares
-encantos y su valentía de espíritu. Era yo también muy amigo de José
-Lázaro y Galdeano, director de la _España Moderna_ y que tenía un
-verdadero museo de obras de arte, entre las cuales un pretendido
-Leonardo de Vinci.
-
-Con Joaquín Dicenta fuimos compañeros de gran intimidad, apolíneos y
-nocturnos. Fuera de mis desvelos y expansiones de noctámbulo, presencié
-fiestas religiosas palatinas; fuí a los toros y alcancé a ver a grandes
-toreros, como el Guerra. Teníamos inenarrables tenidas culinarias, de
-ambrosías y sobre todo de néctares, con el gran D. Ramón María del Valle
-Inclán, Palomero, Bueno y nuestro querido ministro de Bolivia, Moisés
-Ascarrunz. Me presentaron una tarde, como a un sér raro,--«es genial y
-no usa corbata», me decían--a D. Miguel de Unamuno, a quien no le
-agradaba, ya en aquel tiempo, que le llamaran el sabio profesor de la
-Universidad de Salamanca... Cultivaba su sostenido tema de
-antifrancesismo. Y era indudablemente un notable vasco original. El
-señor de Unamuno no conocía entonces a Sarmiento, y hablaba con cierto
-desdén, basado en pocas noticias, y en su particular humor, de las
-letras argentinas. Yo recuerdo que, a propósito de un artículo suyo,
-escribí otro, que concluía con el siguiente párrafo:
-
-«Decadentismos literarios no pueden ser plaga entre nosotros; pero con
-París, que tanto preocupa al señor de Unamuno, tenemos las más
-frecuentes y mejores relaciones. Buena parte de nuestros diarios es
-escrita por franceses. Las últimas obras de Daudet y de Zola han sido
-publicadas por _La Nación_ al mismo tiempo que aparecían en París; la
-mejor clientela de Worth es la de Buenos Aires; en la escalera de
-nuestro Jockey-Club, donde _Pini_ es el profesor de esgrima, la _Diana_
-de Falguière perpetúa la blanca desnudez de una parisiense. Como somos
-fáciles para el viaje y podemos viajar, París recibe nuestras frecuentes
-visitas y nos quita el dinero encantadoramente. Y así, siendo como somos
-un pueblo industrioso, bien puede haber quien, en minúsculo grupo,
-procure en el centro de tal pueblo adorar la belleza a través de los
-cristales de su capricho: _¡Whim!_ diría Emerson. Crea el señor de
-Unamuno que mis «_Prosas Profanas_», pongo por caso, no hacen ningún
-daño a la literatura científica de Ramos Mejíal de Coni o a la
-producción regional de J. V. González; ni las maravillosas _Montañas de
-oro_, de nuestro gran Leopoldo Lugones, perturban la interesante labor
-criolla de Leguizamón y otros aficionados a este ramo que ya ha entrado
-en verdad en dependencia folk-lórica. Que habrá luego una literatura de
-cimiento criollo, no lo dudo; buena muestra dan el hermoso y vigoroso
-libro de Roberto Payró _La Australia Argentina_ y las otras obras del
-popularísimo e interesante _Fray Mocho_».
-
-
-
-
-LI
-
-
-Volví a ver al rey niño, más crecido y supe de intimidades de palacio;
-por ejemplo, que su pequeña majestad llamaba a sus hermanitas, las dos
-infantas hoy yacentes en sus sepulcros del Escorial, a la una _Pitusa_ y
-a la otra _Gorriona_. Busqué por todas partes el comunicarme con el alma
-de España. Frecuenté a pintores y escultores. Asistí al entierro de
-Castelar, escribí sobre el periodismo español, sobre el teatro, sobre
-libreros y editores, sobre novelas y novelistas, sobre los académicos,
-entre los cuales tenía admiradores y abominadores; escribí de poetas y
-de políticos, recogí las últimas impresiones desilusionadas de Núñez de
-Arce. Traté al maestro Galdós, tan bueno y tan egregio, estudié la
-enseñanza, renové mis coloquios con Menéndez y Pelayo. Hablé de las
-flamantes inteligencias que brotaban. Relaté mi amistad con la princesa
-Bonaparte, madame Rattazzi. Di mis opiniones sobre la crítica, sobre la
-joven aristocracia, sobre las relaciones ibero-americanas, celebré a la
-mujer española; y sobre todo, ¡gracias sean dadas a Dios! esparcí entre
-la juventud los principios de libertad intelectual y de personalismo
-artístico que habían sido la base de nuestra vida nueva en el
-pensamiento y el arte de escribir hispano-americanos, y que causaron
-allá espanto y enojo entre los intransigentes. La juventud vibrante me
-siguió, y hoy muchos de aquellos jóvenes llevan los primeros nombres de
-la España literaria. Imposible me sería narrar aquí todas mis peripecias
-y aventuras de esa época pasada en la coronada villa; ocuparían todo un
-volumen.
-
-
-
-
-LII
-
-
-La Exposición de París de 1900 estaba para abrirse. Recibí orden de _La
-Nación_ de trasladarme en seguida a la capital francesa. Partí.
-
-En París me esperaba Gómez Carrillo y me fuí a vivir con él, al número
-29 de la calle Faubourg Montmartre. Carrillo era ya gran conocedor de la
-vida parisiense. Aunque era menor que yo, le pedí consejos. «¿Con cuánto
-cuenta usted mensualmente?»--me preguntó.--«Con esto», le contesté,
-poniendo en una mesa un puñado de oros de mi remesa de _La Nación_.
-Carrillo contó y dividió aquella riqueza en dos partes; una pequeña y
-una grande. «Esta me dijo, apartando la pequeña, es para vivir:
-guárdela. Y esta otra es para que la gaste toda.» Y yo seguí con placer
-aquellas agradables indicaciones, y esa misma noche estaba en
-Montmartre, en una _boîte_ llamada _Cyrano_, con joviales colegas y
-trasnochadoras estetas, danzarinas, o simples peripatéticas.
-
-Poco después, Carrillo tuvo que dejar su casa, y yo me quedé con ella; y
-como Carrillo me llevó a mí, yo me llevé al poeta mexicano Amado Nervo,
-en la actualidad cumplido diplomático en España y que ha escrito lindos
-recuerdos sobre nuestros días parisienses, en artículos sueltos y en su
-precioso libro «El éxodo y las flores del camino». A Nervo y a mí nos
-pasaron cosas inauditas, sobre todo, cuando llegó, a hacernos compañía
-un pintor de excepción, famoso por sus excentridades y por su
-desorbitado talento: he señalado al belga Henri de Groux. Algún día he
-de detallar tamaños sucedidos, pero no puedo menos que acordarme en este
-relato de los sustos que me diera el fantástico artista de larga
-cabellera y de ojos de tocado, afeitado rostro y aire lleno de
-inquietudes, cuando en noches en que yo sufría tormentosas nerviosidades
-e invencibles insomnios, se me aparecía de pronto, al lado de mi cama,
-envuelto en un rojo ropón dantesco, con capuchón y todo, que había
-dejado olvidado en el cuarto no sé cuál de las amigas de Gómez
-Carrillo... Creo que la llamada Sonia.
-
-
-
-
-LIII
-
-
-Yo hacía mis obligatorias visitas a la Exposición. Fué para mí un
-deslumbramiento miliunanochesco, y me sentí más de una vez en una pieza,
-Simbad y Marco Polo, Aladino y Salomón, mandarín y daimio, siamés y
-cow-boy, gitano y mujick; y en ciertas noches, contemplaba en las
-cercanías de la torre Eiffel, con mis ojos despiertos, panoramas que
-sólo había visto en las misteriosas regiones de los sueños.
-
-Había un _bar_ en los grandes bulevares que se llamaba _Calisaya_.
-Carrillo y su amigo Ernesto Lejeunesse, me presentaron allí a un
-caballero un tanto robusto, afeitado, con algo de abacial, muy fino de
-trato y que hablaba el francés con marcado acento de ultramancha. Era el
-gran poeta desgraciado Oscar Wilde. Rara vez he encontrado una
-distinción mayor, una cultura más elegante y una urbanidad más gentil.
-Hacía poco que había salido de la prisión. Sus viejos amigos franceses
-que le habían adulado y mimado en tiempo de riqueza y de triunfo, no le
-hacían caso. Le quedaban apenas dos o tres fieles, de segundo orden. El
-había cambiado hasta de nombre en el hotel donde vivía. Se llamaba con
-un nombre balzaciano, Sebastián Menmolth. En Inglaterra le habían
-embargado todas sus obras. Vivía de la ayuda de algunos amigos de
-Londres. Por razones de salud, necesitó hacer un viaje a Italia, y con
-todo respeto, le ofreció el dinero necesario un _barman_ de nombre John,
-que es una de las curiosidades que yo enseño cuando voy con algún amigo
-a la «Bodega», que está en la calle de Rivoli, esquina a la de
-Castiglione. Unos cuantos meses después moría el pobre Wilde, y yo no
-pude ir a su entierro, porque cuando lo supe, ya estaba el desventurado
-bajo la tierra. Y ahora, en Inglaterra y en todas partes, recomienza su
-gloria...
-
-
-
-
-LIV
-
-
-En lo más agitado de la Exposición de París, salí en viaje a Italia,
-viaje que era para mí un deseado sueño. Bien sabido es que para todo
-poeta y para todo artista, el viaje a Italia, al tradicional país del
-arte, es un complemento indispensable en su vida. El mío fué una
-excursión rápida de turista. Aproveché la compañía de un hombre de
-negocios de Buenos Aires, y así tuve siquiera con quien conversar, ya
-que no cambiar ideas. Pasé por Turín, en donde visité la Pinacoteca;
-tuve ocasión de ver al duque de los Abruzzos; almorzar con el
-_onorevole_ Gianolio; trabar mi primer conocimiento con la sabrosa
-_fonduta_ aromada de trufas blancas; conocer la Superga y admirar desde
-su altura los lejanos Alpes, luminosos bajo el sol. Estuve en Pisa y
-admiré lo que hay que admirar, el Duomo, el Camposanto, la Torre
-inclinada, rueca de la vieja ciudad, y el Baptisterio. Manifesté, en tal
-ocasión, líricas reminiscencias. Fuí a la Cartuja, con carta de
-recomendación para el prior Don Bruno; oí cantar, en el calor de la
-estación y en los verdes olivos y viñas, pesadas de uvas negras, las
-cigarras itálicas. Aumenté mi religiosidad en el convento, y admiré la
-fe y el amor al silencio de aquellos solitarios.
-
-Pasé por Livorno, ciudad marítima y comerciante, vibrante de agitaciones
-modernas. Fuí a Ardenza, y en el santuario de Montenero recé una
-avemaría a la Virgen llegada de la isla de Negroponto, virgen milagrosa,
-amada de los marinos, visitada por Byron y otras conocidas testas. Luego
-fuí a Roma. Me poseyó la gran ciudad imperial y papal. Vi en una calle
-pasar a D’Annunzio, en su inevitable _pose_; vi a León XIII en su
-colosal retiro de piedra; y dediqué al papa blanco un largo himno en
-prosa. Esa visita la hice con un numeroso grupo de peregrinos
-argentinos, entre los cuales tengo presente al ilustre doctor Garro,
-actual ministro de Instrucción Pública, y al señor Ignacio Orzali, mi
-compañero de _La Nación_, que ostentaba sus condecoraciones pontificias.
-A su Santidad blanca me presentaron como redactor del gran diario de
-Buenos Aires, «el diario del general Mitre». El viejecito de color de
-marfil me dijo en italiano palabras paternales, me dió a besar su mano
-casi fluídica, ornada con una esmeralda enorme, y me bendijo. En mi
-libro «Peregrinaciones» podréis encontrar algunas de mis impresiones
-romanas, pero no encontraréis dos que voy a contaros.
-
-La primera es mi conocimiento con Vargas Vila, el célebre pensador,
-novelista y panfletista político, que para mí no es sino, juntándolo
-todo, un único e inconfundible poeta, quizás contra su propia voluntad y
-autoconocimiento. Vargas Vila, que ha pasado muchos años de su vida en
-Italia, país que ama sobre todos, se encontró conmigo en Roma. Fuimos
-íntimos en seguida, después de una mutua presentación, y no siendo él
-noctámbulo, antes bien persona metódica y arreglada, pasó conmigo toda
-esa noche, en un cafetín de periodistas, hasta el amanecer; y desde
-entonces, admirándole yo de todas veras, hemos sido los mejores
-camaradas en Apolo y en Pan.
-
-La segunda impresión es mi encuentro con Enrique García Velloso, que,
-aunque siempre lleno de talento, no era todavía el fecundo, rozagante,
-pimpante y pactolizante autor teatral que hoy conocen las escenas
-Argentinas y aun las Españolas. Yo le había conocido desde que era un
-adolescente, en casa de su padre. En la urbe romana tuvimos primero
-saudades de Buenos Aires, y después nos dimos a la alegría y gozos del
-vivir. Y tras animados paseos nocturnos, nos fuimos una mañana, en unión
-del periodista Ettore Mosca, al lugar campestre situado en las orillas
-del Tíber, que se denomina «Acqua acetosa». Allí, en una rústica
-_trattoria_, en donde sonreían rosadas tiberinas, nos dieron un desayuno
-ideal y primitivo: pollos fritos en clásico aceite, queso de égloga,
-higos y uvas que cantara Virgilio, vinos de oda horaciana. Y las aguas
-del río, y la viña frondosa que nos servía de techo, vieron naturales
-consecuentes locuras.
-
-
-
-
-LV
-
-
-De Roma partí para Nápoles, en donde pasé amistosos momentos en compañía
-de Vittorio Pica, el célebre crítico de arte, autor de tantas exquisitas
-monografías y director de _Emporium_, la artística revista de Bergamo.
-Hice la indispensable visita a Pompeya y retorné a París.
-
-Nunca quise, a pesar de las insinuaciones de Carrillo, relacionarme con
-los famosos literatos y poetas parisienses. De vista conocía muchos, y
-aun oí a algunos, en el _Calisaya_ o en el café Napolitain. Al
-Napolitain iba casi todos los días un grupo de nombres en _vedette_,
-entre ellos Catulle Mendès y su mujer, el actor Silvain, Ernest
-Lajeuneuse, Grenet, Dancourt, Georges Courteline, algunas veces Jean
-Moreas y otros citaredas de menor fama. Catulle Mendès no era ya el
-hermoso poeta de cabellos dorados, que antaño llamara tanto la atención
-por sus gallardías y encantos físicos, sino un viejo barrigón, cabeza de
-nazareno fatigado, todavía con fuertes pretensiones a las conquistas
-femeninas, las cuales, en efecto, lograba en el mundo de las máscaras,
-pues era crítico teatral y personaje dominante entre las gentes de
-tablas y bambalinas. Una que otra vez se aparecía, con su melena negra y
-sus negros bigotes, el hoy elegido príncipe de los poetas franceses,
-Paul Fort, y la verdad es que allí no descollaba, pues su influjo
-principal estaba del otro lado del río, en el país Latino.
-
-
-
-
-LVI
-
-
-Yo seguí habitando la misma casa de la calle Faubourg Montmartre y
-cuando regresaba por las madrugadas, solía entrar a cenar a un
-establecimiento situado en mi vecindad, y que se llamaba _Au filet de
-Sole_. En uno de esos amaneceres llegué en compañía de un escritor
-cubano, Eulogio Horta. Estábamos cenando en uno de los extremos del
-salón del café. Había un nutrido grupo de hombres de aspectos e
-indumentarias que yo no sabía conocer aún, alemanes en su mayor parte, y
-franceses. Casi todos ostentaban sendos alfileres y anillos de
-brillantes y estaban acompañados de unas cuantas hetairas de lujo.
-Espumeaba con profusión el _cordon rouge_, y al son de los violines de
-los tziganos, algunas parejas danzaban más que libremente. De pronto
-entro una joven, casi una niña, de notable belleza; se dirigió a uno de
-los hombres, rojo, rechoncho, de fosco aspecto, con tipo de carnicero,
-habló con él algunas palabras... La bofetada fué tan fuerte que resonó
-por todo el recinto y la pobre muchacha cayó cual larga era... A Eulogio
-Horta y a mí se nos subió, sobre los vinos, lo hispanoamericano a la
-cabeza, y nos levantamos en defensa de la que juzgábamos una víctima;
-pero la cuadrilla de rufianes se alzó como uno solo, amenazante,
-lanzándonos los más bajos insultos. Y lo peor era que quien nos
-insultaba más, con la cara ensangrentada, era la moza del bofetón... No
-nos pasó algo serio porque el gerente del establecimiento, que me
-conocía desde Buenos Aires, salió a nuestra defensa, habló en alemán con
-ellos y todo se calmó. Luego vino a nosotros y nos advirtió que nunca se
-nos ocurriera salir a la defensa de tales _gourgandines_.
-
-Otras cuantas aventuras de este género me acontecieron, pues en esa
-época yo hacía vida de café, con compañeros de existencia idéntica, y
-derrochaba mi juventud, sin economizar los medios de ponerla a prueba.
-
-
-
-
-LVII
-
-
-Había vendido miserablemente varios libros a dos _ghettos_, de la
-edición que en París han hecho miles y millones con el trabajo mental de
-escritores españoles e hispanoamericanos, pagados harpagónicamente, y
-como yo me quejase en aquel entonces, por una de mis obras, se me
-mostraron las condiciones en que había vendido para la América española
-una escritora ilustre su _Vida de San Francisco de Asis_.
-
-Don Justo Sierra, el eminente escritor y poeta, que en Méjico era
-llamado «el Maestro», y que acababa de fallecer en Madrid de ministro de
-su país, escribió el prólogo para uno de mis volúmenes,
-«Peregrinaciones». En París tuve la oportunidad de conocer a este hombre
-preclaro, que en los últimos años de la administración del presidente
-Porfirio Díaz, ocupó el Ministerio de Instrucción pública.
-
-El gobierno de Nicaragua, que no se había acordado nunca de que yo
-existía sino cuando las fiestas colombinas, o cuando se preguntó por
-cable de Managua al ministro de Relaciones Exteriores argentino si era
-cierta la noticia que había llegado de mi muerte, me nombró cónsul en
-París.
-
-Y a propósito, por dos veces se ha esparcido por América esa falsa nueva
-de mi ingreso en la Estigia; y no podré olvidar la poco evangélica
-necrología que, la primera vez, me dedicara en _La Estrella de Panamá_
-un furioso clérigo, y que decía poco más o menos: «Gracias a Dios que ya
-desapareció esta plaga de la literatura española... Con esta muerte no
-se pierde absolutamente nada...» Hasta dónde puede llevar el fanatismo y
-la ignorancia en todo.
-
-
-
-
-LVIII
-
-
-Me instruí en mis funciones consulares y tenía como canciller a un rubio
-y calvo mexicano, limpio de espíritu y de corazón, y a quien
-convencimos, en horas risueñas, algunos hispanoamericanos, de que, dado
-su tipo completamente igual al de los Hapsburgos y la fecha de su
-nacimiento, debía de ser hijo del emperador Maximiliano; y el «rico
-tipo», con poco cariño por su papá y poco respeto por su señora mamá,
-llegó a aceptar, entre veras y bromas, la posibilidad de su austriaco
-parentesco...
-
-Entre mis tareas consulares y mi servicio en _La Nación_, pasaba mi
-existencia parisiense. Era ministro nicaragüense en Francia D. Crisanto
-Medina, antiguo diplomático de pocas luces, pero de mucho mundo y
-práctica en los asuntos de su incumbencia. A pesar de nuestras
-excelentes relaciones, había algo entre ellas que impedían una completa
-cordialidad. Me refiero a un antiguo drama de familia, relacionado con
-el asesinato de mi abuelo materno.
-
-D. Crisanto, de quien ha hecho Luis Bonafoux, en una de sus crónicas,
-bien pimentada _charge_, era un hombre tan feliz y tan ecuánime a su
-manera, que no tenía la menor idea de la literatura.., Había conocido,
-desde los tiempos de Thiers, a Víctor Hugo, a Dumas, a otras cuantas
-celebridades; pero de Víctor Hugo no me contaba sino que en un banquete,
-en la inauguración del Hôtel de Ville, le libró de un resfriado
-levantándose de la mesa y yéndose a poner su gabán, a causa de una
-corriente de aire, cosa que D. Crisanto imitó;... y de Dumas, que una
-vez, al salir de una reunión, el famoso autor no encontraba su coche, y
-D. Crisanto le fué a dejar en su casa en el suyo... Al ecuatoriano Juan
-Montalvo le llamaba «aquel Montalvo que escribía»... Tenía gran
-admiración por Gómez Carrillo, no porque hubiera leído su obra de
-escritor, sino porque Carrillo le servía a veces de secretario, y le
-contestaba las notas con frases pocos usuales, notas que unas veces eran
-para Nicaragua, otras para Guatemala, porque D. Crisanto había tenido el
-talento de conseguir la representación, alternativamente y a veces al
-mismo tiempo, de casi todas las cinco repúblicas centroamericanas. Tible
-Machado, ministro de Guatemala en Londres y Bruselas, era su pesadilla;
-y en la conferencia de La Haya... la cosa acabó en un duelo. Una noche,
-en París, la víspera del encuentro en el terreno, me dijo mi ministro:
-«Mañana mato a Tible». No lo mató. Cierto es que D. Crisanto había
-tenido otro duelo célebre, en tiempos casi prehistóricos, con el
-nombrado colombiano, Torres Caicedo, que sacó su herida de la
-emergencia.
-
-Contemporáneo de Medina fué el marqués de Rojas, tío de Luis Bonafoux y
-que había sido diplomático de Guzmán Blanco, con quien tuvo sus
-polémicas y desagrados. Fué aquel marqués pontificio, a quien traté en
-su postrimería, muy aficionado a las mujeres y a la buena vida; hombre
-rico, tuvo una vejez solitaria y murió entre criadas y criados en su
-_garçonnière_. Esos dos ancianos de que he hablado, y que ha tiempo en
-paz descansan, eran asiduos al mentidero del Gran Hotel, en donde se
-reunían españoles e hispanoamericanos a ejercer la parlería y la
-murmuración nacional y de raza.
-
-
-
-
-LIX
-
-
-Los ardientes veranos iba yo a pasarlos a Asturias, a Dieppe, y alguna
-vez a Bretaña. En Dieppe pasé alguna temporada en compañía del notable
-escritor argentino que ha encontrado su vía en la propaganda del
-hispanoamericanismo frente al peligro yankee, Manuel Ugarte. En Bretaña
-pasé con el poeta Ricardo Rojas horas de intelectualidad y de
-cordialidad en una «villa» llamada _La Pagode_, donde nos hospedaba un
-conde ocultista y endemoniado, que tenía la cara de Mefistófeles.
-Ricardo Rojas y yo hemos escrito sobre esos días extraordinarios, sobre
-nuestra visita al Manoir de Boultous, morada del maestro de las imágenes
-y príncipe de los tropos, de las analogías y de las armonías verbales,
-Saint-Pol-Roux, antes llamado el Magnífico.
-
-Entre toda esta última parte de mi narración se mezclan largos días que
-pertenecen a lo estrictamente privado de mi vida personal.
-
-Emprendí otro viaje por Bélgica, Alemania, Austria-Hungría, Italia,
-Inglaterra. De todo ello me ocupo en algunos de mis libros con bastantes
-detalles. Mas no he contado algunos incidentes, por ejemplo, uno en que
-escapamos en perder la vida mi compañero de viaje, el mexicano Felipe
-López, y yo. Fué en la ciudad de Budapest, por cierto región
-encantadora, si las hay. Andábamos recorriendo las calles. Ni López ni
-yo hablábamos alemán y nos desolábamos, en los restaurants, de no poder
-entender la lista del «menú», porque los húngaros, en lo general, por
-odio al austriaco, no quieren emplear al alemán en nada, y así todo está
-en su lenguaje para nosotros lleno de escabrosidades. Yendo por una gran
-vía, leímos en letras doradas en un establecimiento: _American Bar_; y
-encontrando la ocasión de emplear bien nuestro inglés, entramos. Pedimos
-sendos cocktails, y nos pusimos a escribir cartas. En esto se nos acercó
-un elegante joven, y en un francés cojo pero melifluo, nos dijo, más o
-menos, tendiéndonos su tarjeta: que era hijo de un fabricante de
-bicicletas; que había estado en Francia donde le habían atendido con
-toda gentileza y que desde entonces se había prometido ofrecer sus
-servicios, ser útil en todo lo que pudiera y pilotear y atender a cuanto
-extranjero de condición llegase a tierra húngara. Nosotros, un tanto
-desconfiados por aquel abordaje sin presentación, dimos las gracias con
-frialdad, pero el guapo mozo continuó en la carga con tan buenas maneras
-y con tanta insistencia que nos vimos obligados a aceptar un champagne
-de bienvenida. Y el joven se convirtió en nuestro cicerone.
-
-Nos llevó al Os Buda Vara, al barrio de los magnates, casi todo
-construído según la manera de la Secesión; a un jardín público, donde
-debía celebrarse un fiesta esa tarde, y al cual debía asistir un
-príncipe imperial; nos hizo comer no sé qué mezcla magyar de queso
-fresco, cebolla picada, sal y paprika, mojada con una incomparable
-cerveza Pilsen, como de nieve y seda. Sin saber cómo ni cuándo se
-apareció un hombre con tipo de obrero, que llevaba en la diestra maciza
-un anillo de gran brillante. Habló en húngaro con nuestro joven, éste
-nos lo presentó como un rico industrial y nos dijo, que, encantado de
-que fuésemos extranjeros, nos invitaba esa tarde a una comida compuesta
-exclusivamente de platos nacionales. Llevado de mi entusiasmo por las
-cocinas exóticas, dije que aceptábamos con gusto, y quedamos en que
-nuestro cicerone nos llevaría al punto de reunión. Se nos dijo que el
-restaurant elegido quedaba cerca.
-
-Muy entrada la tarde nos dirigimos a la cita. Ibamos a pie, y después de
-andar un buen trecho entre villas y quintas, observé que habíamos salido
-de la población. Se lo hice notar a mi amigo, pero el húngaro nos
-señaló una casa cercana, aislada, y nos dijo que era allí el lugar de la
-comida. Advertí a López que la cosa me parecía sospechosa, mas como
-viésemos que la casa tenía un jardín y en él había mesitas donde comían
-otras gentes, nos parecieron vanas nuestras sospechas. Entramos. Desde
-el momento vimos que aquello era un cafetín popular. Apareció el
-industrial. Nos hicieron entrar a un cuarto lateral, pidieron cuatro
-copas de no recuerdo qué licor. Dije en español a López que no
-bebiéramos, pero él bebió con los dos desconocidos. Querían que yo
-tomara con ellos, pero dije que no me sentía bien. A poco, el mexicano
-se puso pálido y me dijo que le venía un sueño irresistible y que
-seguramente nos habían servido un narcótico. Hice que saliéramos para
-que tomase un poco de aire, y así se le quitó algo la pesadez de la
-cabeza. El hostelero nos dijo que la comida estaba servida. En efecto,
-bajo una parra había una mesa para cuatro personas. La cuarta apareció y
-nos fué presentada como un señor conde de nombre enrevesado. Era un
-coloso mal trajeado y con manos de boyero. Nos sentamos a la mesa y
-comimos un _papricak hun_, plato especial del país y otros más de éstos.
-Cuando concluímos se nos invitó a pasar al lado del figón, a una cancha
-de bochas, o juego de bolos, perteneciente a un club, del cual se nos
-dijo que el conde era director. Aquello estaba solitario, daba a un
-largo patio, o más bien dilatada extensión de terreno. No lejos, corría
-el Danubio. Nos invitaron a tomar un vino tokay, que nos inspiró
-confianza, pues la botella vino cerrada. No era el común vino tokay que
-se encuentra en todas partes y que sirve para postres, sino un néctar
-delicioso, de caldo color dorado, y que apuramos en grandes vasos.
-Confieso no haber tomado nunca un vino tan exquisito. Después se nos
-insinuó que era preciso, pues de uso corriente y nacional, que jugásemos
-a un juego de cartas llamado «el reloj». Como por encanto apareció allí
-una baraja y después de algunas indicaciones empezó la partida.
-
-A pocos momentos, tanto el mexicano como yo, habíamos ganado importante
-número de florines; pero la partida continuó, y cuando nos percatamos,
-tanto él como yo, habíamos perdido todo lo ganado y bastante dinero más.
-De común acuerdo resolvimos irnos en seguida, mas cuando manifestamos
-nuestra intención, fué como si hubiésemos encendido un reguero de
-pólvora. Los hombres se sulfuraron y se pusieron ante nosotros en
-actitud amenazante. El joven intérprete nos explicó que se creían
-ofendidos. Nosotros estábamos sin armas y no había sino que emplear
-alguna treta oportuna. Yo le dije que había en todo una equivocación;
-que estábamos dispuestos a continuar el juego al día siguiente, pero que
-en ese momento teníamos que ir a la ciudad a recoger un dinero. El conde
-habló con sus compañeros y el joven nos dijo que se nos invitaba al día
-siguiente para ir a una _pushta_ o estancia húngara para que
-conociésemos la vida rural del país. Me apresuré a decir que con
-muchísimo gusto, y en los ojos de los bandidos se vió una gran
-satisfacción. ¿A qué horas pasará el conde en su automóvil por ustedes?
-«Tiene que ser antes de las ocho».--«A las siete y media en punto», le
-contesté. Así nos dejaron partir. Cuando llegamos al hotel, el dueño del
-establecimiento nos dijo:--«De buena se han librado ustedes. Esos pillos
-deben pertenecer a una banda que ha robado y hecho desaparecer a varios
-extranjeros, cuyos cuerpos apuñalados se han encontrado en las aguas del
-Danubio». Tomamos el tren para Viena a las cinco de la mañana.
-
-
-
-
-LX
-
-
-Una vez vuelto de ese largo viaje, me tomé algún tiempo de reposo en
-París. Inesperadamente recibí cablegrama del Ministerio de Relaciones
-Exteriores de Nicaragua, en que se me comunicaba mi nombramiento de
-Secretario de la Delegación nicaragüense a la conferencia Panamericana
-del Río de Janeiro. Debería reunirme en Francia con el jefe de la
-Delegación, señor Luis F. Corea, que era Ministro en Washington. Una
-semana después salimos para el Brasil. Ya he narrado en un diario las
-circunstancias, anécdotas y peripecias de este viaje y mis impresiones
-brasileñas y de la conferencia, a raíz de este acontecimiento. Vine de
-Río de Janeiro, por motivos de salud, a Buenos Aires. Mis impresiones de
-entonces quizás las conozcáis en verso, en versos de los dirigidos a la
-señora de Lugones, en cierta mentada epístola:
-
-... En fin, convaleciente, llegué a nuestra ciudad
- de Buenos Aires, no sin haber escuchado
- a mister Root, a bordo del _Charleston_ sagrado;
- mas mi convalecencia duró poco. ¿Qué digo?
- mi emoción, mi entusiasmo y mi recuerdo amigo,
- y el banquete de _La Nación_ que fué estupendo,
- y mis viejas siringas con su pánico estruendo,
- y ese fervor porteño, ese perpetuo arder,
- y el milagro de gracia que brota en la mujer
- argentina, y mis ansias de gozar de esa tierra
- me pusieron de nuevo con mis nervios en guerra.
- Y me volví a París. Me volví al enemigo
- terrible, centro de la neurosis, ombligo
- de la locura, foco de todos _surmenage_,
- donde hago buenamente mi papel de _sauvage_
- encerrado en mi celda de la rue Marivaux,
- confiando sólo en mí y resguardando el yo.
- ¡Y sí lo resguardara, señora, si no fuera
- lo que llaman los parisienses una _pera_!
- A mi rincón me llegan a buscar las intrigas,
- las pequeñas miserias, las traiciones amigas,
- y las ingratitudes. Mi maldita visión
- sentimental del mundo me aprieta el corazón,
- y así cualquier tunante me explotará a su gusto.
- Soy así. Se me puede burlar con calma. Es justo.
- Por eso los astutos, los listos dicen que
- no conozco el valor del dinero. ¡Lo sé!
- Que ando, nefelibata, por las nubes... ¡Entiendo!
- Sí, lo confieso, soy inútil. No trabajo
- por arrancar a otro su pitanza; no bajo
- a hacer la vida sórdida de ciertos previsores.
- Yo no ahorro, ni en seda, ni en champaña, ni en flores.
- No combino sutiles pequeñeces, ni quiero
- quitarle de la boca su pan al compañero.
- Me complace en los cuellos blancos ver los diamantes.
- Gusto de gentes de maneras elegantes
- y de finas palabras y de nobles ideas.
- Las gentes sin higiene ni urbanidad, de feas
- trazas, avaros, torpes, o malignos y rudos,
- mantienen, lo confieso, mis entusiasmos mudos.
- No conozco el valor del oro... ¿saben esos
- que tal dicen, lo amargo del jugo de mis sesos,
- del sudor de mi alma, de mi sangre y mi tinta,
- del pensamiento en obra y de la idea encinta?
- ¿He nacido yo acaso hijo de millonario?
- ¿He tenido yo Cirineo en mi Calvario?...
-
-De vuelta a París fuí a pasar un invierno a la Isla de Oro, la
-encantadora Palma de Mallorca. Visité las poblaciones interiores; conocí
-la casa del archiduque Luis Salvador, en alturas llenas de vegetación de
-paraíso, ante un mar homérico; pasé frente a la cueva en que oró
-Raymundo Lulio, el ermitaño y caballero que llevaba en su espíritu la
-suma del Universo. Encontré las huellas de dos peregrinos del amor,
-llamémosles así: Chopin y George Sand, y hallé documentos curiosos sobre
-la vida de la inspirada y cálida hembra de letras y su nocturno y tísico
-amante. Vi el piano que hacía llorar íntima y quejumbrosamente el más
-lunático y melancólico de los pianistas, y recordé las páginas de
-_Spiridion_.
-
-
-
-
-LXI
-
-
-El gobierno nicaragüense nombró a Vargas Vila y a mí--Vargas Vila era
-Cónsul general de Nicaragua en Madrid--miembros de la Comisión de
-límites con Honduras, que Nicaragua envió a España, siendo el rey Don
-Alfonso el árbitro que debía resolver definitivamente en el asunto en
-cuestión. El ministro Medina era el jefe de la Comisión; pero nunca nos
-presentó oficialmente ni contaba, ni quería contar con nosotros para
-nada. Vargas Vila tiene sobre esto una documentación inédita que algún
-día ha de publicarse. El fallo del rey de España, no contentó, como casi
-siempre sucede, a ninguna de las partes litigantes, y eso que Nicaragua
-tenía como abogado nada menos que a D. Antonio Maura. La poca avenencia
-del ministro Medina conmigo hizo que yo me resolviese a hacer un viaje
-a Nicaragua.
-
-Hacía cerca de diez y ocho años que yo no había ido a mi país natal.
-Como para hacerme olvidar antiguas ignorancias e indiferencias, fuí
-recibido como ningún profeta lo ha sido en su tierra... El entusiasmo
-popular fué muy grande. Estuve como huésped de honor del Gobierno
-durante toda mi permanencia. Volví a ver, en León, en mi casa vieja, a
-mi tía abuela, casi centenaria; y el Presidente Zelaya, en Managua, se
-mostró amable y afectuoso. Zelaya mantenía en un puño aquella tierra
-difícil. Diez y siete años estuvo en el poder y no pudo levantar cabeza
-la revolución conservadora, dominada, pero siempre piafante. El
-Presidente era hombre de fortuna, militar y agricultor, mas no se crea
-que fué ese la reproducción de tanto tirano y tiranuelo de machete como
-ha producido la América española. Zelaya fué enviado por su padre, desde
-muy joven, a Europa; se educó en Inglaterra y Francia; sus principales
-estudios los hizo en el colegio Höche, de Versalles; peleó en las filas
-de Rufino Barrios, cuando este Presidente de Guatemala intentó realizar
-la unión de Centro América por la fuerza, tentativa que le costó la
-vida.
-
-Durante su presidencia, Zelaya hizo progresar el país, no hay duda
-alguna. Se rodeó de hombres inteligentes, pero que, como sucede en
-muchas partes de nuestro continente, hacían demasiada política y muy
-poca administración; los principales eran hombres hábiles, que
-procuraban influir para los intereses de su círculo en el ánimo del
-gobernante. Esos hombres se enriquecieron, o aumentaron sus caudales, en
-el tiempo de su actuación política. Otros adláteres hicieron lo mismo;
-la situación económica en el país se agravó, y las malquerencias y
-desprestigios de los que rodeaban al jefe del Estado recayeron también
-contra él. Esto lo observé a mi paso. El descontento había llegado a tal
-punto en Occidente, cuando se creyó, con motivo del matrimonio de una de
-las señoritas Zelaya, que el Presidente entraba en connivencias con los
-conservadores de Granada, que había preparada en León, para una próxima
-visita presidencial, una conjuración contra la vida del general Zelaya.
-
-Amigos míos, entre ellos, principalmente, el doctor Luis Debayle y D.
-Francisco Castro, ministro de Hacienda, y el mismo ministro de
-Relaciones Exteriores, Sr. Gámez, pidieron al presidente la legación de
-España para mí. La unánime aprobación popular, el pedido de sus amigos,
-y su innegable buena voluntad, hicieron que el general Zelaya me
-nombrase ministro en Madrid, pero no sin que tuviese que luchar con
-intrigas palaciegas y pequeñeces no palaciegas, que hacían su sordo
-trabajo en contra, y esto a pesar de que la legación tenía un pobre y
-casi desdoroso presupuesto, que fué todavía mermado a la salida del Sr.
-Castro del Ministerio de Hacienda.
-
-
-
-
-LXII
-
-
-Partí, pues, de Nicaragua con la creencia de que no había de volver
-nunca más; pero había visto florecer antiguos rosales y contemplado
-largamente, en las noches del trópico, las constelaciones de mi
-infancia. La familia Darío estaba ya casi concluída. Una juventud
-ansiosa y llena de talento se desalentaba, por lo desfavorable del
-medio. Y se sentía soplar un viento de peligro que venía del lado del
-Norte.
-
-Cuando llegué a París, la contrariedad del ministro Medina al saber que
-iba yo a sustituirle en su puesto diplomático de España--pues él era
-representante de Nicaragua en cuatro o cinco países de Europa--se
-exteriorizó con tal despecho, que me juró aquel provecto caballero no
-volver a poner los pies en España. Me dirigí a Madrid con objeto de
-presentar mis credenciales. Me hospedé en el Hotel de París, y procuré
-que aquella Legación, con información de pobreza, tuviese una
-exterioridad, ya que no lujosa, decorosa. La prensa me había saludado
-con toda la cordialidad que inspiraba un reconocido amigo y queredor de
-España.
-
-Recibí la visita del primer Introductor de Embajadores, Conde de Pie de
-Concha, noble gentilísimo, y me anunció que el Rey me recibiría en
-seguida, pues tenía que partir no recuerdo para qué punto. A los tres
-días debía verificarse la ceremonia de la entrega de mis credenciales; y
-todavía un día antes andaba yo en apuros, porque no había recibido de
-París mi flamante y dorado uniforme. Felizmente me sacó del paso mi buen
-amigo el doctor Manrique, ministro de Colombia; él hizo que me probara
-el suyo y me quedó a las mil maravillas; y he allí cómo el antiguo
-Cónsul general de Colombia en Buenos Aires, fué recibido por el rey de
-España, como ministro de Nicaragua, con uniforme colombiano.
-
-Su Majestad el Rey estuvo conmigo de una especial amabilidad, aunque en
-este caso todos los diplomáticos dicen lo mismo. Me habló de mi obra
-literaria. Conversó de asuntos nicaragüenses y centroamericanos,
-demostrando bien informado conocimiento del asunto, y dejó en mi ánimo
-la mejor impresión. Cada vez que hablé con él, en el curso de mi misión,
-me convencí de que no es solamente el rey _sportman_ de los periódicos
-e ilustraciones, sino un joven bien pertrechado de los más diversos
-conocimientos, y hecho a toda suerte de disciplinas. Una vez concluída
-mi conversación con el monarca, pasé a presentar mis respetos a las
-reinas. La reina Victoria apareció ante mi vista como una figura de
-arte. Por su rosada belleza, la pompa rica de su elegancia ornamental, y
-hasta por la manera como estaba dada la luz en el estrecho recinto donde
-me recibió de pie y me tendió la mano para el beso usual. ¡Cuán hermosa
-y rubia reina de cuentos de hadas! Hablé con ella en francés; todavía no
-se expresaba con facilidad en español. Y tras cumplimientos y preguntas
-y respuestas casi protocolares, fuí a saludar a la reina madre doña
-María Cristina, delgada y recta, con la particular distinción y aire
-imperial que reveló siempre la archiduquesa austriaca que había en la
-soberana española. Se mostró conmigo afable y de excelente memoria. Así,
-después del acostumbrado diálogo diplomático, me dijo que recordaba la
-ocasión en que, en una de las ceremonias de las fiestas colombianas, le
-había sido presentado por su primer ministro, D. Antonio Cánovas del
-Castillo.
-
-Después hice mi visita a las infantas: doña Isabel, acompañada de su
-inseparable marquesa de Nájera, hoy fallecida. El excelente carácter de
-doña Isabel, su cultura y su llaneza, bien conocidos de los argentinos,
-no ocultan el genio artístico que hay en ella; y cuyo amor al arte supe
-en esa oportunidad y en otras posteriores, por su conversación y por su
-museo. La infanta doña Luisa, una linda Orleáns, casada con el viudo D.
-Carlos, delicada y fina aunque _sportswoman_ airosa y vigorosa que va de
-cuando en cuando a bañar su beldad de sol a Sevilla. Y la desventurada
-infanta María Teresa, desventurada como su pobre hermana, y tan
-desventurada como sencilla y bondadosa, cuya muerte acaba de llorar toda
-España. Me recibió en compañía de su marido el príncipe D. Fernando de
-Baviera, hijo de su tía la infanta doña Paz. Doña María Teresa,
-ingenuamente, sufrió conmigo una equivocación, lamentable para mí,
-_¡hélas!_ pues, acostumbrada a representantes hispanoamericanos como los
-Wilde, los Iturbe, los Candamo, los Beiztegui, me confundió con esos
-millonarios, y me habló de mi automóvil... ¡Pobrecita infanta María
-Teresa! A la infanta doña Eulalia no la pude saludar, pues ya se sabe
-que es una parisiense y que reside en París.
-
-
-
-
-LXIII
-
-
-En el cuerpo diplomático, no sabiendo jugar al _bridge_ y con el sueldo
-que tiene un secretario de legación de cualquier país presentable, y con
-lo de la literatura y los versos, hacía yo, entre los de la carrera, un
-papel suficientemente medianejo... Entre los embajadores, disfruté la
-grata cortesía del fastuoso britano Sir Maurice Bunsen, y la acogida
-siempre simpática y afectuosa del Nuncio, monseñor Vico, hoy cardenal.
-Mi único amigo verdadero era el embajador de Francia, porque era también
-amigo de las musas; íntimo de Mistral, y autor de páginas muy
-agradables, lo cual, señores positivos, no obsta para que actualmente
-sea director de la Banque Otomane en Constantinopla.
-
-A todo esto, el gobierno de Nicaragua, preocupado con sus políticas, se
-acordaba tanto de su legación en España como un calamar de una máquina
-de escribir... Y ahí mis apuros... No, no he de callar esto... Después
-de haber agotado escasas remesas de mis escasos sueldos, que según me ha
-dicho el general Zelaya, tuvo que poner de su propio peculio, y cuando
-ya se me debía el pago de muchos meses, _La Nación_ de Buenos Aires, o
-mejor dicho, mis pobres sesos, tuvieron que sostener, mala, pésimamente,
-pero, en fin, sostener, la legación de mi patria nativa, la República de
-Nicaragua, ante su Majestad el rey de España... En fin, para no tener
-que hacer las de cierto ministro turco, a quien los acreedores sitiaban
-en su casa de la Villa y Corte, trasladé mi residencia a París, en donde
-ni tenía que aparentar, ni gastar nada, diplomáticamente.
-
-
-
-
-LXIV
-
-
-La traición de Estrada inició la caída de Zelaya. Este quiso evitar la
-intervención yankee, y entregó el poder al doctor Madriz, quien pudo
-deshacer la revolución, en un momento dado, a no haber tomado parte los
-Estados Unidos, que desembarcaron tropas de sus barcos de guerra para
-ayudar a los revolucionarios.
-
-Madriz me nombró Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, en
-misión especial, en México, con motivo de las fiestas del Centenario. No
-había tiempo que perder, y partí inmediatamente. En el mismo vapor que
-yo iban miembros de la familia del presidente de la República, general
-Porfirio Díaz, un íntimo amigo suyo, diputado, D. Antonio Pliego, el
-ministro de Bélgica en México y el conde de Chambrun, de la legación de
-Francia en Washington. En la Habana se embarcó también la delegación de
-Cuba que iba a las fiestas mexicanas.
-
-Aunque en La Coruña, por un periódico de la ciudad, supe yo que la
-revolución había triunfado en Nicaragua, y que el presidente Madriz se
-había salvado por milagro, no diera mucho crédito a la noticia. En la
-Habana la encontré confirmada. Envié un cablegrama pidiendo
-instrucciones al nuevo gobierno y no obtuve contestación alguna. A mi
-paso por la capital de Cuba, el Ministro de Relaciones Exteriores, señor
-Sanguily, me atendió y obsequió muy amablemente. Durante el viaje a
-Veracruz conversé con los diplomáticos que iban a bordo, y fué opinión
-de ellos que mi misión ante el gobierno mexicano era simplemente de
-cortesía internacional, y mi nombre, que algo es para la tierra en que
-me tocó nacer, estaba fuera de las pasiones políticas que agitaban en
-ese momento a Nicaragua. No conocían el ambiente del país y la especial
-incultura de los hombres que acababan de apoderarse del gobierno.
-
-Resumiré. Al llegar a Veracruz, el introductor de diplomáticos, Sr.
-Nervo, me comunicaba que no sería recibido oficialmente, a causa de los
-recientes acontecimientos, pero que el gobierno mexicano me declaraba
-huésped de honor de la nación. Al mismo tiempo se me dijo que no fuese a
-la capital, y que esperase la llegada de un enviado del ministerio de
-Instrucción Pública. Entre tanto, una gran muchedumbre de veracruzanos,
-en la bahía, en barcos empavesados y por las calles de la población,
-daban vivas a Rubén Darío y a Nicaragua, y mueras a los Estados Unidos.
-El enviado del Ministerio de Instrucción Pública llegó con una carta del
-ministro, mi buen amigo D. Justo Sierra, en que en nombre del presidente
-de la República y de mis amigos del gabinete, me rogaban que pospusiese
-mi viaje a la capital. Y me ocurría algo bizantino. El gobernador civil,
-me decía que podía permanecer en territorio mexicano unos cuantos días,
-esperando que partiese la delegación de los Estados Unidos para su país,
-y que entonces yo podría ir a la capital; y el gobernador militar, a
-quien yo tenía mis razones para creer más, me daba a entender que
-aprobaba la idea mía de retornar en el mismo vapor para la Habana...
-Hice esto último. Pero antes visité la ciudad de Jalapa, que
-generosamente me recibió en triunfo. Y el pueblo de Teccelo, donde las
-niñas criollas e indígenas, regaban flores y decían ingenuas y
-compensadoras salutaciones. Hubo vítores y músicas. La municipalidad dió
-mi nombre a la mejor calle. Yo guardo, en lo preferido de mis recuerdos
-afectuosos, el nombre de ese pueblo querido. Cuando partía en el tren,
-una indirecta me ofreció un ramo de lirios y un puro azteca: «Señor, yo
-no tengo que ofrecerle más que esto»; y me dió una gran piña perfumada y
-dorada. En Veracruz se celebró en mi honor una velada, en donde hablaron
-fogosos oradores y se cantaron himnos. Y mientras esto sucedía, en la
-capital, al saber que no se me dejaba llegar a la gran ciudad, los
-estudiantes en masa, e hirviente suma de pueblo, recorrían las calles en
-manifestación imponente contra los Estados Unidos. Por la primera vez,
-después de treinta y tres años de dominio absoluto, se apedreó la casa
-del viejo Cesáreo que había imperado. Y allí se vió, se puede decir, el
-primer relámpago de la revolución que trajera el destronamiento.
-
-Me volví a la Habana acompañado de mi secretario, Sr. Torres Perona,
-inteligente joven filipino, y del enviado que el Ministro de Instrucción
-Pública habíale nombrado para que me acompañase. Las manifestaciones
-simpáticas de la ida no se repitieron a la vuelta. No tuve ni una sola
-tarjeta de mis amigos oficiales... Se concluyeron, en aquella ciudad
-carísima, los pocos fondos que me quedaban y los que llevaba el enviado
-del ministro Sierra. Y después de saber, prácticamente, por propia
-experiencia, lo que es un ciclón político, y lo que es un ciclón de
-huracanes y de lluvia en la isla de Cuba, pude después de dos meses de
-ardua permanencia, pagar crecidos gastos y volverme a París, gracias al
-apoyo pecuniario del diputado mexicano Pliego, del ingeniero Enrique
-Fernández, y, sobre todo, a mis cordiales amigos Fontaura Xavier,
-ministro del Brasil, y general Bernardo Reyes, que me envió por cable,
-de París, un giro suficiente.
-
-
-
-
-LXV
-
-
-El nuevo gobierno nicaragüense, que suprimió por decreto mi misión en
-México, no me envió nunca, por más que cablegrafié, mis recredenciales
-para retirarme de la legación de España; de modo que, si a estas horas
-no las ha mandado directamente al gobierno español, yo continúo siendo
-el representante de Nicaragua ante su majestad católica.
-
-Y aquí pongo término a estas comprimidas memorias que, como dejo
-escrito, he de ampliar más tarde. En mi propicia ciudad de París, sin
-dejar mi ensueño innato, he entrado por la senda de la vida práctica...
-Llamado por el artista Leo Merelo para la fundación de la revista
-_Mundial_, entré luego en arreglos con los distinguidos negociantes
-Sres. Guido, y he consagrado mi nombre y parte de mi trabajo a esa
-empresa, confiando en la buena fe de esos activos hombres de capital.
-
-En lo íntimo de mi casa parisiense, me sonríe infantilmente un rapaz que
-se me parece, y a quien yo llamo _Güicho_...
-
-Y en esta parte de mi existencia, que Dios alargue cuanto le sea
-posible, telón.
-
-Buenos Aires, 11 de Septiembre.--5 de Octubre de 1912.
-
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-
-ACABÓSE
-DE IMPRIMIR
-ESTE LIBRO EN
-MADRID, EN LA
-TIPOGRAFÍA YAGÜES
-EL DÍA XXX
-DE SEPTIEMBRE
-DEL AÑO
-MCMXVIII]
-
- * * * * *
-
-EDITORIAL “MUNDO LATINO”
-
-APARTADO 502.--MADRID
-
-
-CATALOGO PROVISIONAL
-
-(EXTRACTO DEL CATÁLOGO GENERAL)
-
- Pesetas
-
-
-OBRAS COMPLETAS
-
-DE RICARDO DE LEÓN
-
-(de la Real Academia Española)
-
-Edición del Banco de España. Ocho volúmenes en 4.º,
-encuadernados en tela, con alegorías de Coullaut
-Valera y retrato del autor, por Vacqué 50,00
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-A plazos (5 pesetas mensuales) 60,00
-
-
-DE FRANCISCO VILLAESPESA
-
-I.--Intimidades.--Flores de Almendro 3,00
-
-II.--Luchas.--Confidencias 3,00
-
-III.--La copa del Rey de Thule.--La musa enferma 3,00
-
-IV.--El alto de los Bohemios.--Rapsodias 3,00
-
-V.--Las horas que pasan. (Veladas de amor) 3,00
-
-VI.--Las joyas de Margarita: Breviario de amor.--La
-tela de Penélope.--El milagro del vaso de agua 3,00
-
-VII--Doña María de Padilla.--La cena de los cardenales 3,00
-
-VIII.--El milagro de las rosas.--Resurrección.--Amigas
-viejas 3,00
-
-IX.--Las granadas de rubíes.--Las pupilas de Almotadid.--Las
-garras de la pantera.--El último Abderramán 3,00
-
-X.--Tristitiæ rerum 3,00
-
-XI.--La leona de Castilla.--En el desierto 3,00
-
-XII.--El rey Galaor.--El triunfo del amor 3,00
-
-
-DE RUBÉN DARÍO
-
-(Ilustraciones de Ochoa)
-
-Tomos publicados:
-
-I.--La caravana pasa 3,50
-
-II.--Prosas profanas 3,50
-
-III.--Tierras solares 3,50
-
-IV.--Azul 3,50
-
-V.--Parisiana 3,50
-
-VI.--Los raros 3,50
-
-VII--Cantos de vida y esperanza 3,50
-
-VIII.--Letras 3,50
-
-IX.--Canto a la Argentina 3,50
-
-X.--Opiniones 3,50
-
-XI.--Poema del otoño y otros poemas 3,50
-
-XII.--Peregrinaciones 3,50
-
-Ediciones especiales de lujo.
-
-HENRIK IBSEN
-
-TEATRO COMPLETO
-
-I.--Catilina. La tumba del guerrero. La castellana de
-Ostrat 3,50
-
-II.--La fiesta de Solhaug. Olaf Liliekrans. Los guerreros
-en Helgeland 3,50
-
-III.--Los pretendientes a la corona y La comedia del
-amor 3,50
-
-IV.--Brand 3,50
-
-V.--Peer Gynt 3,50
-
-VI.--La unión de la juventud. Las columnas de la sociedad.
- La casa de una muñeca 3,50
-
-VII.--Emperador y Galileo 3,50
-
-VIII.--Espectros. Un enemigo del pueblo. El pato silvestre 3,50
-
-IX.--La casa de Rosmer. La dama del mar. Hedda Gabler 3,50
-
-X.--El constructor Solness. El niño Eyolf. Al despertar
- de nuestra muerte 3,50
-
-
-JOSÉ FRANCÉS
-
-El año artístico 19,15 6,00
- » » » tela 8,00
-
-El año artístico 19,16 (con 2,50 grabados) 10,00
- » » » » » tela 12,00
-
-El año artístico 19,17 (con 2,50 grabados) 11,50
- » » » » » tela 13,00
-
-
-COLECCIÓN DE AUTORES ESPAÑOLES
-
-NOVELAS
-
-_Edmundo González Blanco._--Jesús de Nazareth 3,00
-
-_José Francés._--La estatua de carne 3,00
-
----- El alma viajera 3,50
-
-_López de Saá._--Los indianos vuelven 3,50
-
----- Bruja de amor 3,50
-
-_W. Fernández Flórez._--La procesión de los días 3,00
-
-_Elías Cerdá._--Don Quijote en la guerra 2,00
-
-_V. García Martí._--Don Severo Carvallo 2,50
-
-_María Luisa Latil._--Según labremos 3,00
-
----- Genoveva 2,50
-
-_Eugenio Noel._--El allegretto de la Sinfonía VII 3,00
-
----- Cuentos 3,50
-
-_Rafael Cansinos-Assens._--Las cuatro gracias 3,50
-
-_Francisco Delicado._--La lozana andaluza 3,00
-
-_J. de Lucas Acevedo._--La Caja de Pandora 3,00
-
-_Martín de la Cámara._--Vidas llameantes 3,00
-
-
-ESTUDIOS Y CRÓNICAS
-
-_Emiliano Ramírez Angel._--Bombilla-Sol-Ventas 3,00
-
-_J. M. Carretero._--Lo que sé por mí (dos series) 3,00
-
-_J. Costa._--Alemania contra España 3,00
-
-_Pedro Pellicena._--Los Cosacos 3,50
-
-_Margarita de la Torre._--Jardín de damas curiosas 3,50
-
-_Fola Igurbide._--El Actor 3,50
-
-_Alberto Ghiraldo._--Los nuevos caminos 3,50
-
-_Enciso._--El soneto en España 3,00
-
-
-POESÍAS
-
-_José Montero._--Yelmo florido (con ilustraciones) 4,00
-
-_Zurita._--Pícaros y donosos 3,00
-
-_Mauricio Bacarisse._--El esfuerzo 3,00
-
-_Eliodoro Puche._--Libro de los elogios galantes y de los
- crepúsculos de otoño 2,50
-
----- Corazón de la noche 2,50
-
-_Emilio Carrere._--El retablo de los poetas. (Antología) 3,50
-
-
-TEATRO
-
-_Muñoz Seca y López Núñez._--El Rayo 3,00
-
-_H. Ibsen._--Dramas líricos 2,00
-
----- La castellana de Ostrat 2,00
-
-LAS GRANDES FIGURAS DE LA GUERRA EUROPEA
-
-Biografías de los generales: =Alberto I de Bélgica.--Joffre.--Sir
-John French.--Lord Kitchener.= Con
-preciosas fototipias, a 3,00
-
-
-COLECCION DE AUTORES EXTRANJEROS
-
-Traducidas por _Felipe Trigo, Rafael Cansinos
-y Pedro de Répide_.
-
-_Victoriano de Saussay._--La ciencia del beso 3,50
-
-_René Emery._--Santa María Magdalena 3,50
-
-_Maquiavelo._--Obras festivas: La Mandrágora.--El
-P. Alberico.--La Celestina.--El archidiablo
-Belfegor 3,00
-
-_Claudia Lemaitre._--Juegos de Damas 3,50
-
-_Procopio._--Historia secreta 3,50
-
-_Anónimo._--Teatro persa 3,50
-
-
-CELEBRIDADES ESPAÑOLAS
-
-I.--Bécquer (encuadernados en tela) 3,50
-
-II.--Zorrilla (ídem) 3,50
-
-III.--Espronceda (ídem) 3,50
-
-
-COLECCION SELECTA
-
-_Tomás de Quincey._--Los últimos días de Kant 1,00
-
-_Kalidasa._--El reconocimiento de Sakuntala 1,00
-
-_Rousseau._--Discurso sobre las artes y las ciencias 1,00
-
----- Origen de la desigualdad entre los hombres 1,00
-
-_Luciano de Samosata._--La diosa de Siria 1,00
-
-_L. Sterne._--Viaje sentimental de un inglés a Francia 1,00
-
-_F. Alvarado._--El filósofo rancio. (Cartas) 1,50
-
-COLECCION CIENCIA Y ARTE
-
-_Ricardo Yesares._--¿Qué quieres aprender? Electricidad.
- Encuadernado en tela 3,50
-
----- ¿Qué quieres ser? Automovilista. Encuadernado en tela 3,50
-
-
-OBRAS VARIAS
-
-_Stendhal._--Del amor 6,00
-
-_E. M. Segovia_ (Oficial del Banco de España).--Los documentos
- de crédito 5,00
-
-_Rivero._--Legislación de clases pasivas. Volumen de 5,00 páginas,
- encuadernado en tela 10,00
-
-_R. Yesares._--Ayuda memoria del mecánico electricista. Un volumen,
- encuadernado en tela 1,50
-
-
-LIBROS DE CARTAS
-
-El arte de escribir cartas 1,00
-
-Manual epistolar (encuadernado en tela) 2,00
-
-Cartas amorosas 0,60
-
-Epistolario de amor (encuadernado) 2,00
-
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- The Project Gutenberg eBook of Autobiografía, por Rubén Darío.
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-<pre>
-
-The Project Gutenberg EBook of Autobiografía, by Rubén Darío
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
-almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
-re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
-with this eBook or online at www.gutenberg.org/license
-
-
-Title: Autobiografía
- Obras Completas Vol. XV
-
-Author: Rubén Darío
-
-Release Date: May 11, 2016 [EBook #52050]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK AUTOBIOGRAFÍA ***
-
-
-
-
-Produced by Josep Cols Canals, Chuck Greif and the Online
-Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This
-file was produced from images generously made available
-by The Internet Archive/Canadian Libraries)
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-<p class="cb"><big><big>AUTOBIOGRAFÍA</big></big></p>
-
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-
-<div class="figcenter">
-<img src="images/illus-a002.png" width="347" height="500" alt="Yo me apartaba frecuentemente de los regocijos, y me iba
-solitario con mi carácter ya triste y meditabundo desde entonces a mirar
-cosas en el cielo, en el mar...
-RUBÉN" title="" />
-<br />
-<div class="poetry"><div class="poem">
-&nbsp; &nbsp; Yo me apartaba frecuentemente de los regocijos, y me iba<br />
-solitario con mi carácter ya triste y meditabundo desde entonces a mirar<br />
-cosas en el cielo, en el mar...
-
-<p class="rt">RUBÉN</p>
-</div></div>
-</div>
-
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-
-AUTOBIOGRAFÍA" title="" />
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-
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-<img src="images/illus-a004.png" width="25" height="34" alt="ES PROPIEDAD" title="" />
-<br />
-<span class="caption">ES PROPIEDAD</span>
-</div>
-
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-
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-<br />
-<span class="caption">Rubén Darío.</span>
-</div>
-
-<div class="bbox">
-<p class="cb"><big><big><span class="smcap">Ruben Dario</span></big></big></p>
-
-<h1>AUTOBIO-<br />GRAFÍA</h1>
-
-<p class="courr"><img src="images/illus-a007a.jpg"
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-alt=""
-/><br />
-<br />
-VOLUMEN XV<br />
-DE LAS OBRAS COMPLETAS<br />
-ADMINISTRACIÓN<br />
-EDITORIAL «MUNDO LATINO»<br />
-MADRID<br />
-</p>
-</div>
-
-<div class="figcenter">
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-</div>
-
-<div class="blockquot"><p>Tuttí gli uomini d’ogni sorte, che hanno fatto qualque cosa che sia
-virtuosa, o si veramente che le virtu somigli, dovrebbero, essendo
-veritieri e da bene, di lor propria mano descrivere la lora vita;
-ma non si dovrebbe comincíare una tal bella impresa prima que
-passato l’etá de quarant’anni.</p>
-
-<p class="r">
-(<span class="smcap">La vita de Benvenuto de<br />
-M.º Cellini, Florentino</span>).<br />
-</p></div>
-
-<h2><a name="I" id="I"></a>I</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">T</span><small>ENGO</small> más años, desde hace cuatro, que los que exige Benvenuto para la
-empresa. Así doy comienzo a estos apuntamientos que más tarde han de
-desenvolverse mayor y más detalladamente.</p>
-
-<p>En la catedral de León, de Nicaragua, en la América Central, se
-encuentra la fe de bautismo de Félix Rubén, hijo legítimo de Manuel
-García y<span class="pagenum"><a name="page_002" id="page_002"></a>{2}</span> Rosa Sarmiento. En realidad, mi nombre debía ser Félix Rubén
-García Sarmiento. ¿Cómo llegó a usarse en mi familia el apellido Darío?
-Según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han
-referido, un mi tatarabuelo tenía por nombre Darío. En la pequeña
-población conocíale todo el mundo por Don Darío; a sus hijos e hijas por
-los Daríos, las Daríos. Fué así desapareciendo el primer apellido, a
-punto de que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío; y ello,
-convertido en patronímico llegó a adquirir valor legal, pues mi padre,
-que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de
-Manuel Darío, y en la catedral a que me he referido, en los cuadros
-donados por mi tía Doña Rita Darío de Alvarado, se ve escrito su nombre
-de tal manera.</p>
-
-<p>El matrimonio de Manuel García&mdash;diré mejor de Manuel Darío&mdash;y Rosa
-Sarmiento, fué un matrimonio de conveniencia, hecho por la familia. Así
-no es de extrañar que a los ocho meses más o menos de esa unión forzada
-y sin afecto, viniese la separación. Un mes después nacía yo en un
-pueblecito, o más bien aldea, de la provincia, o, como allá se dice,
-departamento, de la Nueva Segovia, llamado antaño Chocoyos y hoy
-Metapa.<span class="pagenum"><a name="page_003" id="page_003"></a>{3}</span></p>
-
-<h2><a name="II" id="II"></a>II</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">M</span><small>I</small> primer recuerdo&mdash;debo haber sido a la sazón muy niño, pues se me
-cargaba a horcajadas, en los cuadriles, como se usa por aquellas
-tierras&mdash;es el de un país montañoso: un villorrio llamado San Marcos de
-Colón, en tierras de Honduras, por la frontera nicaragüense; una señora
-delgada, de vivos y brillantes ojos negros&mdash;¿negros?... no lo puedo
-afirmar seguramente..., mas así los veo ahora en mi vago y como ensoñado
-recuerdo&mdash;blanca, de tupidos cabellos obscuros, alerta, risueña, bella.
-Esa era mi madre. La acompañaba una criada india, y le enviaba de su
-quinta legumbres y frutas, un viejo compadre gordo, que era nombrado «el
-compadre Guillén». La casa era primitiva, pobre, sin ladrillos, en pleno
-campo. Un día yo me perdí. Se me buscó por todas partes; hasta el
-compadre Guillén montó en su<span class="pagenum"><a name="page_004" id="page_004"></a>{4}</span> mula. Se me encontró, por fin, lejos de la
-casa, tras unos matorrales, debajo de las ubres de una vaca, entre mucho
-granado que mascaba el jugo del yogol, fruto mucilaginoso y pegajoso que
-da una palmera y del cual se saca aceite en molinos de piedra como los
-de España. Dan a las vacas el fruto, cuyo hueso dejan limpio y seco, y
-así producen leche que se distingue por su exquisito sabor. Se me sacó
-de mi bucólico refugio, se me dió unas cuantas nalgadas y aquí mi
-recuerdo de esa edad desaparece como una vista de cinematógrafo.</p>
-
-<p>Mi segundo recuerdo de edad verdaderamente infantil es el de unos fuegos
-artificiales, en la plaza de la iglesia del Calvario, en León. Me
-cargaba en sus brazos una fiel y excelente mulata, la Serapia. Yo estaba
-ya en poder de mi tía abuela materna, doña Bernarda Sarmiento de
-Ramírez, cuyo marido había ido a buscarme a Honduras. Era él un militar
-bravo y patriota, de los unionistas de Centro-América, con el famoso
-caudillo general Máximo Jerez, y de quien habla en sus <i>Memorias</i> el
-filibustero yanqui William Walker. Le recuerdo: hombre alto, buen
-jinete, algo moreno, de barbas muy negras. Le llamaban «el bocón»,
-seguramente por su gran boca. Por él aprendí pocos años más tarde a
-andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos pintados para niños, las
-manzanas de California y el champaña de Francia. Dios le haya dado un
-buen sitio en alguno de sus paraísos. Yo me criaba como hijo del
-coronel<span class="pagenum"><a name="page_005" id="page_005"></a>{5}</span> Ramírez y de su esposa doña Bernarda. Cuando tuve uso de razón,
-no sabía otra cosa. La imagen de mi madre se había borrado por completo
-de mi memoria. En mis libros de primeras letras, alguno de los cuales he
-podido encontrar en mi último viaje a Nicaragua, se leía la conocida
-inscripción:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">Si este libro se perdiese,<br /></span>
-<span class="i0">como suele suceder,<br /></span>
-<span class="i0">suplico al que me lo hallase<br /></span>
-<span class="i0">me lo sepa devolver.<br /></span>
-<span class="i0">y si no sabe mi nombre<br /></span>
-<span class="i0">aquí se lo voy a poner:<br /></span>
-<span class="i0"><br /></span>
-<span class="i5"><span class="smcap">Félix Rubén Ramírez</span><br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>El coronel se llamaba Félix, y me dieron su nombre en el bautismo. Fué
-mi padrino el citado general Jerez, célebre como hombre político y
-militar, que murió de ministro en Washington, y cuya estatua se
-encuentra en el parque de León.</p>
-
-<p>Fuí algo niño prodigio. A los tres años sabía leer, según se me ha
-contado. El coronel Ramírez murió y mi educación quedó únicamente a
-cargo de mi tía abuela. Fué mermando el bienestar de la viuda y llegó la
-escasez, si no la pobreza. La casa era una vieja construcción, a la
-manera colonial: cuartos seguidos, un largo corredor, un patio con su
-pozo, árboles. Rememoro un gran «jícaro», bajo cuyas ramas leía; y un
-granado<span class="pagenum"><a name="page_006" id="page_006"></a>{6}</span> que aun existe; y otra árbol que da unas flores de un perfume
-que yo llamaría oriental si no fuese de aquel pródigo trópico y que se
-llaman «mapolas».</p>
-
-<p>La casa era para mí temerosa por las noches. Anidaban lechuzas en los
-aleros. Me contaban cuentos de ánimas en pena y aparecidos, los dos
-únicos sirvientes: la Serapia y el indio Goyo. Vivía aún la madre de mi
-tía abuela, una anciana, toda blanca por los años, y atacada de un
-temblor continuo. Ella también me infundía miedos, me hablaba de un
-fraile sin cabeza, de una mano peluda, que perseguía, como una araña...
-Se me mostraba, no lejos de mi casa, la ventana por donde, a la Juana
-Catina, mujer muy pecadora y loca de su cuerpo, se la habían llevado los
-demonios. Una noche, la mujer gritó desusadamente; los vecinos se
-asomaron atemorizados, y alcanzaron a ver a la Juana Catina, por el
-aire, llevada por los diablos, que hacían un gran ruido y dejaban un
-hedor a azufre.</p>
-
-<p>Oía contar la aparición del difunto obispo García, al obispo Viteri. Se
-trataba de un documento perdido en un ya antiguo proceso de la curia.
-Una noche, el obispo Viteri hizo despertar a sus pajes, se dirigió a la
-catedral, hizo abrir la sala del capítulo, se encerró en ella, dejó
-fuera a sus familiares, pero éstos vieron, por el ojo de la llave, que
-su ilustrísima estaba en conversación con su finado antecesor. Cuando
-salió, «mandó tocar vacante»; todos creían en la ciudad que hubiese<span class="pagenum"><a name="page_007" id="page_007"></a>{7}</span>
-fallecido. La sorpresa que hubo al otro día fué que el documento perdido
-se había encontrado. Y así se me nutría el espíritu con otras cuantas
-tradiciones y consejas y sucedidos semejantes. De allí mi horror a las
-tinieblas nocturnas, y el tormento de ciertas pesadillas inenarrables.</p>
-
-<p>Quedaba mi casa cerca de la iglesia de San Francisco, donde había
-existido un antiguo convento. Allí iba mi tía abuela a misa primera,
-cuando apenas aparecía el primer resplandor del alba, al canto de los
-gallos. Cuando en el barrio había un moribundo, tocaban en las campanas
-de esa iglesia el pausado toque de agonía, que llenaba mi pueril alma de
-terrores.</p>
-
-<p>Los domingos llegaban a casa a jugar el fusilico viejos amigos, entre
-ellos un platero y un cura. Pasaba el tiempo. Yo crecía. Por las noches
-había tertulia en la puerta de la calle, una calle mal empedrada de
-redondos y puntiagudos cantos. Llegaban hombres de política y se hablaba
-de revoluciones. La señora me acariciaba en su regazo. La conversación y
-la noche cerraban mis párpados. Pasaba el «vendedor de arena»... Me iba
-deslizando. Quedaba dormido, sobre el ruedo de la maternal falda, como
-un gozquejo. En esa época aparecieron en mí fenómenos posiblemente
-congestivos. Cuando se me había llevado a la cama, despertaba y volvía a
-dormirme. Alrededor del lecho mil círculos coloreados y concéntricos,
-kaleidoscópicos, enlazados y con movimientos centrífugos y centrípetos,
-como los que forma<span class="pagenum"><a name="page_008" id="page_008"></a>{8}</span> la linterna mágica, creaban una visión extraña y
-para mí dolorosa. El central punto rojo se hundía, hasta incalculables
-hípnicas distancias, y volvía a acercarse; y su ir y venir era para mí
-como un martirio inexplicable. Hasta que, de repente, desaparecía la
-decoración de colores, se hundía el punto rojo y se apagaba, al ruido de
-una seca y para mí saludable explosión. Sentía una gran calma, un gran
-alivio, el sueño seguía tranquilo. Por las mañanas, mi almohada estaba
-llena de sangre, de una copiosa hemorragia nasal.<span class="pagenum"><a name="page_009" id="page_009"></a>{9}</span></p>
-
-<h2><a name="III" id="III"></a>III</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">S</span><small>E</small> me hacía ir a una escuela pública. Aun vive el buen maestro, que era
-entonces bastante joven, con fama de poeta, el licenciado Felipe Ibarra.
-Usaba, naturalmente, conforme con la pedagogía singular de entonces, la
-palmeta, y, en casos especiales, la flagelación en las desnudas
-posaderas. Allí se enseñaba la cartilla, el Catón cristiano, las «cuatro
-reglas», otras primarias nociones. Después tuve otro maestro, que me
-inculcaba vagas nociones de aritmética, geografía, cosas de gramática,
-religión. Pero quien primeramente me enseñó el alfabeto, mi primer
-maestro, fué una mujer, doña Jacoba Tellería, quien estimulaba mi
-aplicación con sabrosos pestiños, bizcotelas y alfajores que ella misma
-hacía, con muy<span class="pagenum"><a name="page_010" id="page_010"></a>{10}</span> buen gusto de golosinas y con manos de monja. La maestra
-no me castigó sino una vez, en que me encontrara, ¡a esa edad. Dios mío!
-en compañía de una precoz chicuela, iniciando, indoctos e imposibles
-Dafnis y Cloe, y, según el verso de Góngora, «las bellaquerías, detrás
-de la puerta.»<span class="pagenum"><a name="page_011" id="page_011"></a>{11}</span></p>
-
-<h2><a name="IV" id="IV"></a>IV</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> un viejo armario encontré los primeros libros que leyera. Eran un
-<i>Quijote</i>, las obras de Moratín, <i>Las Mil y una noches</i>, la Biblia, los
-<i>Oficios</i>, de Cicerón, la <i>Corina</i>, de Madame Staël, un tomo de comedias
-clásicas españolas, y una novela terrorífica, de ya no recuerdo qué
-autor, <i>La Caverna de Strossi</i>. Extraña y ardua mezcla de cosas para la
-cabeza de un niño.<span class="pagenum"><a name="page_012" id="page_012"></a>{12}</span></p>
-
-<h2><a name="V" id="V"></a>V</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">A</span> qué edad escribí mis primeros versos? No lo recuerdo precisamente,
-pero ello fué harto temprano. Por la puerta de mi casa&mdash;en las Cuatro
-Esquinas&mdash;pasaban las procesiones de la Semana Santa, una Semana Santa
-famosa: «Semana Santa en León y Corpus en Guatemala»&mdash;; y las calles se
-adornaban con arcos de ramas verdes, palmas de cocotero, flores de
-corozo, matas de plátanos o bananos, disecadas aves de colores, papel de
-China picado con mucha labor; y sobre el suelo se dibujaban alfombras
-que se coloreaban, expresamente, con serrín de rojo brasil o cedro, o
-amarillo «mora»; con trigo reventado, con hojas, con flores, con
-desgranada flor de «coyol». Del centro de uno de los arcos, en la
-esquina de mi casa, pendía una granada dorada. Cuando pasaba la
-procesión del Señor del Triunfo, el<span class="pagenum"><a name="page_013" id="page_013"></a>{13}</span> Domingo de Ramos, la granada se
-abría y caía una lluvia de versos. Yo era el autor de ellos. No he
-podido recordar ninguno... pero si sé que eran versos, versos brotados
-instintivamente. Yo nunca aprendí a hacer versos. Ello fué en mi
-orgánico, natural, nacido. Acontecía que se usaba entonces&mdash;y creo que
-aun persiste&mdash;la costumbre de imprimir y repartir, en los entierros,
-«epitafios», en que los deudos lamentan los fallecimientos, en verso por
-lo general. Los que sabían mi rítmico don, llegaban a encargarme pusiese
-su duelo en estrofas.</p>
-
-<p>A todo esto, el recuerdo de mi madre había desaparecido. Mi madre era
-aquella señora que me había acogido. Mi «padre» había muerto, el coronel
-Ramírez. A tal sazón llegó a vivir con nosotros, y a criarse junto
-conmigo, una lejana prima, rubia, bastante bella, de quien he hablado en
-mi cuento <i>Palomas blancas y garzas morenas</i>. Ella fué quien despertara
-en mí los primeros deseos sensuales. Por cierto que, muchos años
-después, madre y posiblemente abuela, me hizo cargos: «¿Por qué has dado
-a entender que llegamos a cosas de amor, si eso no es verdad?»&mdash;«¡Ay! le
-contesté, ¡es cierto! Eso no es verdad, ¡y lo siento! ¿No hubiera sido
-mejor que fuera verdad y que ambos nos hubiéramos encontrado en el mejor
-de los despertamientos, en la más ardiente de las adolescencias y en las
-primaveras del más encendido de los trópicos?...»</p>
-
-<p>Mi familia se componía entonces de mi tía doña<span class="pagenum"><a name="page_014" id="page_014"></a>{14}</span> Rita Darío de Alvarado,
-a quien su hermano Manuel García, esto es Manuel Darío, único que tenía
-en tal ocasión dinero, había hecho donación de sus bienes ¡ah, malhaya!
-para que se casase con el cónsul de Costa Rica; mi tía Josefa, vivaz,
-parlera, muy amante de la crinolina, medio tocada, quien una vez&mdash;el día
-de la muerte de su madre&mdash;apareció calzada con zapatos rojos, y a las
-observaciones y reproches que se le hicieron, contestó que «Las perdices
-y las palomitas de Castilla...» ¡Cuando digo que era medio tocada! Mi
-tía Sara, casada con un norteamericano, muy hermosa, y cuya hija mayor
-¡oh, Eros! un día, por sorpresa, en un aposento a donde yo entrara
-descuidado, me dió la ilusión de una Anadiómena... Y «mi tío Manuel».
-Porque don Manuel Darío figuraba como mi tío. Y mi verdadero padre, para
-mí, y tal como se me había enseñado, era el otro, el que me había criado
-desde los primeros años, el que había muerto, el coronel Ramírez. No sé
-por qué, siempre tuve un desapego, una vaga inquietud separadora con mi
-«tío Manuel». La voz de la sangre... ¡qué flácida patraña romántica! La
-paternidad única es la costumbre del cariño y del cuidado. El que sufre,
-lucha y se desvela por un niño, aunque no lo haya engendrado, ese es su
-padre.</p>
-
-<p>Mi tía Rita era la adinerada de la familia. Mi padre, que, como he
-dicho, pasaba como mi tío, vivía en casa de su hermana, la cual era
-propietaria de haciendas de ganado y de ingenios de<span class="pagenum"><a name="page_015" id="page_015"></a>{15}</span> caña de azúcar. La
-vida en casa de mi tía Rita me ha dejado un recuerdo verdaderamente
-singular e imborrable. Esta señora, que era muy religiosa, casada con
-don Pedro Alvarado, cónsul de Costa Rica, tenía, como los antiguos
-reyes, dos bufones, enanos, arrugados, feos, velazquescos, hombre y
-mujer. El se llamaba el capitán Vilches, y la mujer era su madre; pero
-eran iguales, completamente, en tamaño, en fealdad, y me inspiraban
-miedo e inquietud. Hacían retratos de cera, monicacos deformes, y el
-«capitán», que decía ser también sacerdote, pronunciaba sermones que
-hacían reir, pero que yo oía con gran malestar, como si fuesen cosas de
-brujos.</p>
-
-<p>Los domingos se daban bailes de niños, y aunque mi primo Pedro, señor de
-la casa, era el más rico y un excelente pianista en tan corta edad, ya,
-con mi pobreza y todo, solía ganarme las mejores sonrisas de las
-muchachas, por el asunto de los versos. ¡Fidelina, Rafaela, Julia,
-Mercedes, Narcisa, María, Victoria, Gertrudis! recuerdos, recuerdos
-suaves.</p>
-
-<p>A veces los tíos disponían viajes al campo, a la hacienda. Ibamos en
-pesadas carretas, tiradas por bueyes, cubiertas con toldo de cuero
-crudo. En el viaje se cantaban canciones. Y en amontonamiento inocente,
-íbamos a bañarnos al río de la hacienda, que estaba a poca distancia,
-todos, muchachos y muchachas, cubiertos con toscos camisones. Otras
-veces eran los viajes a la orilla del mar, en la costa de Poneloya, en
-donde estaba<span class="pagenum"><a name="page_016" id="page_016"></a>{16}</span> la fabulosa peña del Tigre. Ibamos en las mismas carretas
-de ruedas rechinantes, los hombres mayores a caballo; y al pasar un río,
-en pleno bosque, se hacía alto, se encendía fuego, se sacaban los pollos
-asados, los huevos duros, el aguardiente de caña y la bebida nacional,
-llamada «tiste», hecha de cacao y maíz, y se batía en jícaras con
-molinillo de madera. Los hombres se alegraban, cantaban al son de la
-guitarra y disparaban los tiros al aire y daban los gritos usuales,
-estentóreos y alternativos, muy diferentes del chivateo araucano. Se
-llegaba al punto terminal y se vivía por algunos días bajo enramadas
-hechas con hojas, juncos y cañas verdes, para resguardarse del tórrido
-sol. Iban las mujeres por un lado, los hombres por el otro, a bañarse en
-el mar, y era corriente el encontrar de súbito, por un recodo el
-espectáculo de cien Venus Anadiómenas en las ondas. Las familias se
-juntaban por las noches y se pasaba el tiempo bajo aquellos cielos
-profundos, llenos de estrellas prodigiosas, jugando juegos de prendas,
-corriendo tras los cangrejos, o persiguiendo a las grandes tortugas
-llamadas <i>paslamas</i>, cuyos huevos se sacan cavando en los nidos que
-dejan en la arena.</p>
-
-<p>Yo me apartaba frecuentemente de los regocijos, y me iba, solitario, con
-mi carácter ya triste y meditabundo desde entonces, a mirar cosas, en el
-cielo, en el mar. Una vez vi una escena horrible, que me quedó grabada
-en la memoria. Cerca de una yunta de bueyes, a orillas de un pantano,<span class="pagenum"><a name="page_017" id="page_017"></a>{17}</span>
-dos carreteros que se peleaban echaron mano al machete, pesado y filoso,
-arma que sirve para partir la caña de azúcar, y comenzaron a esgrimirlo;
-y de pronto vi algo que saltó por el aire. Eran, juntos, el machete y la
-mano de uno de ellos.</p>
-
-<p>Por las tardes y las noches paseaban, a caballo o a pie, vociferando,
-hombres borrachos. Los soldados, descalzos y vestidos de azul, se los
-llevaban presos. Cuando la luna iba menguando, retornaban las familias a
-la ciudad.<span class="pagenum"><a name="page_018" id="page_018"></a>{18}</span></p>
-
-<h2><a name="VI" id="VI"></a>VI</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">P</span><small>OR</small> influencia de mi tía Rita, comencé a frecuentar la casa de los
-Padres Jesuítas, en la iglesia de la Recolección. Debo decir que desde
-niño se me infundió una gran religiosidad que llegaba a veces hasta la
-superstición. Cuando tronaba la tormenta y se ponía el cielo negro, en
-aquellas tempestades únicas, como no he visto en parte alguna, sacaba mi
-tía abuela palmas benditas y hacía coronas para todos los de la casa; y
-todos coronados de palmas rezábamos en coro el trisagio y otras
-oraciones. Señaladas devociones eran para mí temerosas. Por ejemplo, al
-acercarse la fiesta de la Santa Cruz. Porque ¡oh, Dios de los dioses!
-martirio como aquél, para mis pocos años, no os lo podéis imaginar.
-Llegado ese día, todos nos poníamos delante de las imágenes; y la buena
-abuela dirigía el rezo, un rezo que<span class="pagenum"><a name="page_019" id="page_019"></a>{19}</span> concluía después de varias
-jaculatorias, con estas palabras:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">«Vete de aquí, Satanás,<br /></span>
-<span class="i0">que en mí parte no tendrás,<br /></span>
-<span class="i0">porque el día de la Cruz<br /></span>
-<span class="i0">dije mil veces: Jesús.»<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Pues el caso es que teníamos en efecto que decir mil veces la palabra
-Jesús, y aquello era inacabable. «¡Jesús!, ¡Jesús!, ¡Jesús!» hasta mil;
-y a veces se perdía la cuenta y había que volver a empezar.</p>
-
-<p>Los jesuítas me halagaron; pero nunca me sugestionaron para entrar en la
-Compañía, seguramente, viendo que yo no tenía vocación para ello. Había
-entre ellos hombres eminentes: un padre Koenig, austriaco, famoso como
-astrónomo, un padre Arubla, bello e insinuante orador; un padre
-Valenzuela, célebre en Colombia como poeta, y otros cuantos. Entré en lo
-que se llamaba la Congregación de Jesús, y usé en las ceremonias la
-cinta azul y la medalla de los congregantes. Por aquel entonces hubo un
-grave escándalo. Los jesuítas ponían en el altar mayor de la iglesia, en
-la fiesta de San Luis Gonzaga, un buzón, en el cual podían echar sus
-cartas todos los que quisieran pedir algo o tener correspondencia con
-San Luis y con la Virgen Santísima. Sacaban las cartas y las quemaban
-delante del público; pero se decía que no sin haberlas visto antes.<span class="pagenum"><a name="page_020" id="page_020"></a>{20}</span> Así
-eran dueños de muchos secretos de familia, y aumentaban su influjo por
-estas y otras razones. El gobierno decretó su expulsión, no sin que
-antes hubiese yo asistido con ellos a los ejercicios de San Ignacio de
-Loyola, ejercicios que me encantaban y que por mí hubieran podido
-prolongarse indefinidamente por las sabrosas vituallas y el exquisito
-chocolate que los reverendos nos daban.<span class="pagenum"><a name="page_021" id="page_021"></a>{21}</span></p>
-
-<h2><a name="VII" id="VII"></a>VII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">F</span><small>LORIDA</small> estaba mi adolescencia. Ya tenía yo escritos muchos versos de
-amor y ya había sufrido, apasionado precoz, más de un dolor y una
-desilusión a causa de nuestra inevitable y divina enemiga: pero nunca
-había sentido una erótica llama igual a la que despertó en mis sentidos
-e imaginación de niño, una apenas púber saltimbanqui norteamericana, que
-daba saltos prodigiosos en un circo ambulante. No he olvidado su nombre:
-Hortensia Buislay.</p>
-
-<p>Como no siempre conseguía lo necesario para penetrar en el circo, me
-hice amigo de los músicos y entraba a veces, ya con un gran rollo de
-papeles, ya con la caja de un violín; pero mi gloria mayor fué conocer
-el payaso, a quien hice repetidos ruegos para ser admitido en la
-farándula. Mi inutilidad fué reconocida. Así, pues, tuve que resignarme
-a ver partir a la tentadora, que me<span class="pagenum"><a name="page_022" id="page_022"></a>{22}</span> había presentado la más hermosa
-visión de inocente voluptuosidad en mis tiempos de fogosa primavera.</p>
-
-<p>Ya iba a cumplir mis trece años y habían aparecido mis primeros versos
-en un diario titulado «El Termómetro», que publicaba en la ciudad de
-Rivas el historiador y hombre político José Dolores Gómez. No he
-olvidado la primera estrofa de estos versos de primerizo, rimados en
-ocasión de la muerte del padre de un amigo. Ellos serían ruborizantes si
-no los amparase la intención de la inocencia:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">«Murió tu padre, es verdad,<br /></span>
-<span class="i0">lo lloras, tienes razón,<br /></span>
-<span class="i0">pero ten resignación,<br /></span>
-<span class="i0">que existe una eternidad<br /></span>
-<span class="i0">do no hay penas...<br /></span>
-<span class="i0">y en un trozo de azucena<br /></span>
-<span class="i0">moran los justos cantando...»<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>No, no continuaré. Otros versos míos se publicaron y se me llamó en mi
-república, y en las cuatro de Centro América, «el poeta niño». Como era
-de razón, comencé a usar larga cabellera, a divagar más de lo preciso, a
-descuidar mis estudios de colegial, y en mi desastroso examen de
-matemáticas fuí reprobado con innegable justicia.</p>
-
-<p>Como se ve, era la iniciación de un nacido aeda. Y la alarma familiar
-entró en mi casa. Entonces, la excelente anciana protectora quería<span class="pagenum"><a name="page_023" id="page_023"></a>{23}</span> que
-aprendiese a sastre, o a cualquier otro oficio práctico y útil, pero mis
-románticos éxitos con las mozas eran indiscutibles, lo cual me valía,
-por mi contextura endeble y mis escasas condiciones de agresividad, ser
-la víctima de fuertes zopencos rivales míos, que tenían brazos robustos
-y estaban exentos de iniciación apolínea.<span class="pagenum"><a name="page_024" id="page_024"></a>{24}</span></p>
-
-<h2><a name="VIII" id="VIII"></a>VIII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">U</span><small>N</small> día, una vecina me llamó a su casa. Estaba allí una señora vestida de
-negro, que me abrazó y me besó llorando, sin decirme una sola palabra.
-La vecina me dijo: «Esta es tu verdadera madre, se llama Rosa, y ha
-venido a verte, desde muy lejos». No comprendí de pronto, como tampoco
-me dí exacta cuenta de las mil palabras de ternura y consejos que me
-prodigara en la despedida que oía de aquella dama para mí extraña. Me
-dejó unos dulces, unos regalitos. Fué para mí rara visión. Desapareció
-de nuevo. No debía volver a verla hasta más de veinte años después.</p>
-
-<p>Algunas veces llegué a visitar a D. Manuel Darío, en su tienda de ropa.
-Era un hombre no muy alto de cuerpo, algo jovial, muy aficionado a los
-galanteos, gustador de cerveza negra de<span class="pagenum"><a name="page_025" id="page_025"></a>{25}</span> Inglaterra. Hablaba mucho de
-política y esto le ocasionó en cierto tiempo varios desvaríos. Desde
-luego, aunque se mantuvo cariñoso, no con extremada amabilidad, nada me
-daba a entender que fuese mi padre. La verdad es que no vine a saber
-sino mucho más tarde que yo era hijo suyo.<span class="pagenum"><a name="page_026" id="page_026"></a>{26}</span></p>
-
-<h2><a name="IX" id="IX"></a>IX</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">P</span><small>OR</small> ese tiempo, algo que ha dejado en mi espíritu una impresión
-indeleble, me aconteció. Fué mi primer pesadilla. La cuento, porque,
-hasta en estos mismos momentos, me impresiona. Estaba yo, en el sueño,
-leyendo cerca de una mesa, en la salita de la casa, alumbrada por una
-lámpara de petróleo. En la puerta de la calle, no lejos de mí, estaba la
-gente de la tertulia habitual. A mi derecha había una puerta que daba al
-dormitorio; la puerta estaba abierta y vi en el fondo obscuro que daba
-al interior, que comenzaba como a formarse un espectro; y con temor miré
-hacia este cuadrado de obscuridad y no vi nada; pero, como volviese a
-sentirme inquieto, miré de nuevo y vi que se destacaba en el fondo negro
-una figura blanquecina, como la de un cuerpo humano envuelto en lienzos;
-me llené de terror, porque vi aquella figura que, aunque no<span class="pagenum"><a name="page_027" id="page_027"></a>{27}</span> andaba, iba
-avanzando hacia donde yo me encontraba. Las visitas continuaban en su
-conversación, y, a pesar de que pedí socorro, no me oyeron. Volví a
-gritar y siguieron indiferentes. Indefenso, al sentir la aproximación de
-«la cosa», quise huir y no pude, y aquella sepulcral materialización
-siguió acercándose a mí, paralizándome y dándome una impresión de horror
-inexpresable. Aquello no tenía cara y era, sin embargo, un cuerpo
-humano. Aquello no tenía brazos y yo sentía que me iba a estrechar.
-Aquello no tenía pies y ya estaba cerca de mí. Lo más espantoso fué que
-sentí inmediatamente el tremendo olor de la cadaverina, cuando me tocó
-algo como un brazo, que causaba en mí algo semejante a una conmoción
-eléctrica. De súbito, para defenderme, mordí «aquello» y sentí
-exactamente como si hubiera clavado mis dientes en un cirio de cera
-oleosa. Desperté con sudores de angustia.</p>
-
-<p>De la familia materna no conocía casi a nadie. Como mis padres eran
-primos, los parientes maternos llevaban también con el suyo el apellido
-Darío, así oía yo la historia novelesca de dos hermanos de mi madre,
-Antonio, llamado «el indio Darío», que por cierto era, según decires, un
-hombre guapo, rubio y de ojos azules y que murió asesinado cruelmente en
-una revolución en la ciudad de Granada, en donde, después de ultimarle,
-le ataron a la cola de un caballo y fué arrastrado por las calles; e
-Ignacio, muerto a traición de un escopetazo; unos dicen que por<span class="pagenum"><a name="page_028" id="page_028"></a>{28}</span> asuntos
-de amores y otros que por robarle, después de haber salido de una casa
-de juego. Había también dos primos de mi madre, que habitaban en el
-puerto de Corinto, y se dedicaban al negocio de exportación de maderas,
-especialmente de mora y de palo de campeche.</p>
-
-<p>Cuántas veces me despertaron ansias desconocidas y misteriosos ensueños
-las fragatas y bergantines que se iban con las velas desplegadas por el
-golfo azul, con rumbo a la fabulosa Europa. En muchas ocasiones fuí al
-puerto, en pequeñas barcas, por los esteros y manglares, poblados de
-grandes almejas y cangrejos, y me iba a admirar al cónsul inglés,
-Miller, que perseguía a balazos, con su winchester, a los tiburones.<span class="pagenum"><a name="page_029" id="page_029"></a>{29}</span></p>
-
-<h2><a name="X" id="X"></a>X</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">S</span><small>E</small> publicaba en León un periódico político titulado <i>La Verdad</i>. Se me
-llamó a la redacción&mdash;tenía a la sazón cerca de catorce años&mdash;, se me
-hizo escribir artículos de combate que yo redactaba a la manera de un
-escritor ecuatoriano, famoso, violento, castizo e ilustre, llamado Juan
-Montalvo, que ha dejado excelentes volúmenes de tratados, conminaciones
-y catilinarias. Como el periódico <i>La Verdad</i> era de la oposición, mis
-estilados denuestos iban contra el gobierno, y el gobierno se escamó. Un
-día fuí requerido por la policía. Se me acusaba como vago, y me libré de
-las oficiales iras porque un doctor pedagogo, liberal y de buen querer,
-declaró que no podía ser vago quien como yo era profesor en el colegio
-que él dirigía. En efecto: desde hacía algún tiempo, enseñaba yo
-gramática en tal establecimiento.<span class="pagenum"><a name="page_030" id="page_030"></a>{30}</span></p>
-
-<p>Cayó en mis manos un libro de masonería, y me dió por ser masón, y
-llegaron a serme familiares Hiram, el Templo, los caballeros Kadosh, el
-mandil, la escuadra, el compás, las baterías y toda la endiablada y
-simbólica liturgía de esos terribles ingenuos.</p>
-
-<p>Con esto adquirí cierto prestigio entre mis jóvenes amigos. En cuanto a
-mi imaginación y mi sentido poético, se encantaban en casa con la visión
-de las turgentes formas de mi prima, que aun usaba el traje corto; con
-la cigarrera Manuela, que manipulando sus tabacos me contaba los cuentos
-del príncipe Kamaralzaman y de la princesa Badura, del Caballo Volante,
-de los genios orientales, de las invenciones maravillosas de las Mil y
-Una Noches.</p>
-
-<p>Brillaba el fuego de los tizones en la cocina, se oía el ruido de las
-salvas que sirven para desgranar las mazorcas de maíz. Un perro,
-<i>Laberinto</i>, estaba a mi lado con el hocico entre las patas. Vageaba en
-el silencio la cálida noche. Yo escuchaba atento las lindas fábulas.</p>
-
-<p>Mas la vida pasaba. La pubertad transformaba mi cuerpo y mi espíritu. Se
-acentuaban mis melancolías sin justas causas. Ciertamente, yo sentía
-como una invisible mano que me empujaba a lo desconocido. Se despertaron
-los vibrantes, divinos e irresistibles deseos. Brotó en mí el amor
-triunfante y fuí un muchacho con ojeras, con sueños y que se iba a
-confesar todos los sábados.<span class="pagenum"><a name="page_031" id="page_031"></a>{31}</span></p>
-
-<p>Por este tiempo llegaron a León unos hombres políticos, senadores,
-diputados, que sabían de la fama del «poeta niño». Me conocieron. Me
-hicieron recitar versos. Me dijeron que era preciso que fuera a la
-capital. La mamá Bernarda me echó la bendición, y partí para Managua.</p>
-
-<p>Managua, creada capital para evitar los celos entre León y Granada, es
-una linda ciudad situada entra sierras fértiles y pintorescas, en donde
-se cultiva profusamente el café; y el lago, poblado de islas y en uno de
-cuyos extremos se levanta el volcán de Momotombo, inmortalizado
-líricamente por Víctor Hugo, en la «Leyenda de los siglos».</p>
-
-<p>Mi renombre departamental se generalizó muy pronto, y al poco tiempo yo
-era señalado como un ser raro. Demás decir que era buscado para la
-incontenible manía de versos para álbumes y abanicos.</p>
-
-<p>A la sazón, estaba reunido el Congreso.</p>
-
-<p>Era presidente de él un anciano granadino, calvo, conservador, rico y
-religioso, llamado don Pedro Joaquín Chamorro. Yo estaba protegida por
-miembros del Congreso pertenecientes al partido liberal, y es claro que
-en mis poesías y versos ardía el más violento, desenfadado y crudo
-liberalismo. Entre otras cosas se publicó cierto malhadado soneto que
-acababa así, si la memoria me es fiel:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">«El Papa rompe con furor su tiara<br /></span>
-<span class="i0">sobre el trono del regio Vaticano».<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_032" id="page_032"></a>{32}</span></p>
-
-<p>Presentaron los diputados amigos una moción al Congreso para que yo
-fuese enviado a Europa a educarme por cuenta de la nación. El decreto,
-con algunas enmiendas, fué sometido a la aprobación del presidente. En
-esos días se dió una fiesta en el palacio presidencial, a la cual fuí
-invitado, como un número curioso, para alegrar con mis versos los oídos
-de los asistentes. Llegó y, tras las músicas de la banda militar, se me
-pide que recite. Extraje de mi bolsillo una larga serie de décimas,
-todas ellas rojas de radicalismo anti-religioso, detonantes,
-posiblemente ateas, y que causaron un efecto de todos los diablos. Al
-concluir, entre escasos aplausos de mis amigos, oí los murmullos de los
-graves senadores, y vi moverse desoladamente la cabeza del presidente
-Chamorro. Este me llamó, y, poniéndome la mano en un hombro, me dijo,
-más o menos:&mdash;«Hijo mío, si así escribes ahora contra la religión de tus
-padres y de tu patria, ¿qué será si te vas a Europa a aprender cosas
-peores?» Y así, la disposición del Congreso no fué cumplida. El
-presidente dispuso que se me enviase al Colegio de Granada; pero yo era
-de León. Existía una antigua rivalidad entre ambas ciudades, desde
-tiempo de la Colonia. Se me aconsejó que no aceptase tal cosa, pues ello
-era opuesto a lo resuelto por los congresales, y porque ello humillaba a
-mi vecindario leonés; y decididamente renuncié el favor.</p>
-
-<p>En Managua conocí a un historiador ilustre de<span class="pagenum"><a name="page_033" id="page_033"></a>{33}</span> Guatemala, el doctor
-Lorenzo Montúfar, quien me cobró mucho cariño; al célebre orador cubano
-Antonio Zambrana, que fué para mí intelectualmente paternal, y al doctor
-José Leonard y Bertholet, que fué después mi profesor en el Instituto
-Leonés de Occidente y que tuvo una vida novelesca y curiosa. Era polaco
-de origen; había sido ayudante del general Kruck en la última
-insurrección; había pasado a Alemania, a Francia, a España. En Madrid
-aprendió maravillosamente el español, se mezcló en política, fué íntimo
-de los prohombres de la república y de hombres de letras, escritores y
-poetas, entre ellos D. Ventura Ruiz de Aguilera, que habla de él en uno
-de sus libros, y D. Antonio de Trueba. Llegó a tal la simpatía que
-tuvieron por él sus amigos españoles que logró ser Leonard hasta
-redactor de la <i>Gaceta de Madrid</i>.</p>
-
-<p>Así, pues, mis frecuentaciones en la capital de mi patria eran con gente
-de intelecto, de saber y de experiencia, y por ellos conseguí que se me
-diese un empleo en la Biblioteca Nacional. Allí pasé largos meses
-leyendo todo lo posible y entre todas las cosas que leí <i>¡horrendo
-referens!</i> fueron todas las introducciones de la Biblioteca de Autores
-Españoles de Rivadeneira, y las principales obras de casi todos los
-clásicos de nuestra lengua. De allí viene que, cosa que sorprendiera a
-muchos de los que conscientemente me han atacado, el que yo sea en
-verdad un buen conocedor de letras castizas, como cualquiera puede
-verlo<span class="pagenum"><a name="page_034" id="page_034"></a>{34}</span> en mis primeras producciones publicadas, en un tomo de poesías,
-hoy inencontrable, que se titula «Primeras Notas», como ya lo hizo notar
-don Juan Valera, cuando escribió sobre el libro «Azul». Ha sido
-deliberadamente que después, con el deseo de rejuvenecer, flexibilizar
-el idioma, he empleado maneras y construcciones de otras lenguas, giros
-y vocablos exóticos y no puramente españoles.</p>
-
-<p>Era director de la Biblioteca Nacional un viejo poeta llamado Antonio
-Aragón, que había sido en Guatemala íntimo amigo de un gran poeta
-español, hoy bastante desconocido, pero a quien debieron mucho los
-poetas hispanoamericanos en el tiempo en que recorrió este continente.
-Me refiero a D. Fernando Velarde, originario de Santander, a quien ha
-hecho felizmente justicia en uno de sus libros el grande y memorable D.
-Marcelino Menéndez y Pelayo. D. Antonio Aragón era un varón excelente,
-nutrido de letras universales, sobre todo de clásicos, griegos y
-latinos. Me enseñó mucho y él fué el que me contó algo que figura en las
-famosas Memorias de Garibaldi. Garibaldi estuvo en Nicaragua. No puedo
-precisar en qué fecha, pues no tengo a la vista un libro publicado por
-Dumas, y D. Antonio le conoció mucho. Estableció la primera fábrica de
-velas que haya habido en el país. Habitó en León en la casa de D. Rafael
-Salinas. Se dedicaba a la caza. Muy frecuentemente salía con su fusil,
-se internaba por los montes cercanos a la ciudad y volvía<span class="pagenum"><a name="page_035" id="page_035"></a>{35}</span> casi siempre
-con un venado al hombro y una red llena de pavos monteses, conejos y
-otras alimañas. Un día, alguien le reprendió porque al pasar el viático,
-y estando en la puerta de la casa, no se quitó el sombrero, y él dijo
-estas frases, que me repitiera D. Antonio muchas veces: «¿Cree usted que
-Dios va a venir a envolverse en harina para que le metan en un saco de
-m...?»<span class="pagenum"><a name="page_036" id="page_036"></a>{36}</span></p>
-
-<h2><a name="XI" id="XI"></a>XI</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">V</span><small>IVÍA</small> yo en casa del Licenciado Modesto Barrios, y este licenciado
-gentil me llevaba a visitas y tertulias. Una noche oí cantar a una niña.</p>
-
-<p>Era una adolescente de ojos verdes, de cabello castaño, de tez levemente
-acanelada, con esa suave palidez que tienen las mujeres de Oriente y de
-los trópicos. Un cuerpo flexible y delicadamente voluptuoso, que traía
-al andar ilusiones de canéfora. Era alegre, risueña, llena de frescura y
-deliciosamente parlera, y cantaba con una voz encantadora. Me enamoré
-desde luego; fué «el rayo», como dicen los franceses. Nos amamos. Jamás
-escribiera tantos versos de amor como entonces. Versos unos que no
-recuerdo y otros que aparecieron en periódicos y que se encuentran en
-algunos de mis libros. Todo aquel que haya amado en su aurora sabe de
-esas íntimas delicias que<span class="pagenum"><a name="page_037" id="page_037"></a>{37}</span> no pueden decirse completamente con palabras,
-aunque sea Hugo el que las diga. Esas exquisitas cosas de los amores
-primeros que nos perfuman la vida, dulce, inefable y misteriosamente.
-Iba a comer algunas veces en la casa de esta niña, en compañía de
-escritores y hombres públicos. En la comida se hablaba de letras, de
-arte, de impresiones varias; pero, naturalmente, yo me pasaba las horas
-mirando los ojos de la exquisita muchacha que era mi verdadera musa en
-esos días dichosos. Una fatal timidez, que todavía me dura, hizo que yo
-no fuese al comienzo completamente explícito con ella, en mis deseos, en
-mi modo de ser, en mis expresiones. Pasaban deliciosas escenas de una
-castidad casi legendaria, en que un roce de mano era la mayor de las
-conquistas. Pero para el que haya experimentado tales cosas, todo ello
-es hechicero, justo, precioso. Nos poníamos, por ejemplo, a mirar una
-estrella, por la tarde, una grande estrella de oro en unos crepúsculos
-azules o sonrosados, cerca del lago y nuestro silencio estaba lleno de
-maravillas y de inocencia. El beso llegó a su tiempo y luego llegaron a
-su tiempo los besos. ¡Cuán divino y criollo Cantar de los cantares! Allí
-comprendí por primera vez en su profundidad: «Mel et lac sub lingua
-tua». Hay que saber lo que son aquellas tardes de las amorosas tierras
-cálidas. Están llenas como de una dulce angustia. Se diría a veces que
-no hay aire. Las flores y los árboles se estilizan en la inmovilidad. La
-pereza y la sensualidad<span class="pagenum"><a name="page_038" id="page_038"></a>{38}</span> se unen en la vaguedad de los deseos. Suena el
-lejano arrullo de una paloma. Una mariposa azul va por el jardín. Los
-viejos duermen en la hamaca. Entonces, en la hora tibia, dos manos se
-juntan, dos cabezas se van acercando, se hablan con voz queda, se
-compenetran mutuas voliciones; no se quiere pensar, no se quiere saber
-si se existe, y una voluptuosidad miliunanochesca perfuma de esencias
-tropicales el triunfo de la atracción y del instinto.</p>
-
-<p>Aconteció que un amigo mío estaba moribundo, y, como es por allí
-costumbre, las familias amigas iban a velar al enfermo. Iba así la joven
-que yo amaba, y alguien me insinuó que ella había tenido amores con el
-doliente. No recuerdo haber sentido nunca celos tan purpúreos y
-trágicos, delante del hombre pálido que estaba yéndose de la vida, y a
-quien mi amada daba a veces las medicinas. Juro que nunca, durante toda
-mi existencia, a no ser en instantes de violencia o provocada ira, he
-deseado mal o daño a nadie; pero en aquellos momentos se diría que casi
-ponía oídos deseosos, para escuchar si sonaba cerca de la cabecera el
-ruido de la hoz de la muerte. Esto lo he dicho concentradamente en unos
-cortos versos de mi hoy raro libro publicado en Chile, «Abrojos». Amor
-sensual, amor de tierra caliente, amor de primera juventud, amor de
-poeta y de hiperestésico, de imaginativo. Pero es el caso que había en
-él una estupenda castidad de actos. Todo se iba en ver las garzas del
-lago, los<span class="pagenum"><a name="page_039" id="page_039"></a>{39}</span> pájaros de las islas, las nocturnas constelaciones, y en
-medias palabras y en profundas miradas y en deseos contenidos y en esa
-profusión de cosas iniciales que constituyen el silabario que todos
-sabéis deletrear.</p>
-
-<p>Un día dije a mis amigos:&mdash;«Me caso». La carcajada fué homérica. Tenía
-apenas catorce años cumplidos. Como mis buenos queredores viesen una
-resolución definitiva en mi voluntad, me juntaron unos cuantos pesos, me
-arreglaron un baúl y me condujeron al puerto de Corinto, donde estaba
-anclado un vapor que me llevó en seguida a la república de El Salvador.<span class="pagenum"><a name="page_040" id="page_040"></a>{40}</span></p>
-
-<h2><a name="XII" id="XII"></a>XII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">G</span><small>OBERNABA</small> este país entonces el doctor Rafael Zaldívar, hombre culto,
-hábil, tiránico para unos, bienhechor para otros, y a quien, habiendo
-sido mi benefactor y no siendo yo juez de historia, en este mundo, no
-debo sino alabanzas y agradecimientos. Llegar yo al puerto de La
-Libertad y poner un telegrama a su excelencia todo fué uno.
-Inmediatamente recibí una contestación halagadora del presidente, que se
-encontraba en una hacienda, en el cual telegrama era muy gentil conmigo
-y me anunciaba una audiencia en la capital. Llegué a la capital. Al
-cochero que me preguntó a qué hotel iba, le contesté sencillamente: «Al
-mejor». El mejor, de cuyo nombre no puedo acordarme aunque quiero, lo
-tenía un barítono italiano, de apellido Petrilli, y era famoso por sus
-macarroni y su moscato espumante y las bellas artistas que llegaban a
-cantar ópera y a<span class="pagenum"><a name="page_041" id="page_041"></a>{41}</span> recoger el pañuelo de un galante, generoso,
-infatigable sultán presidencial. A los pocos días recibí aviso de que el
-presidente me esperaba en la casa de gobierno. Mozo flaco y de larga
-cabellera, pretérita indumentaria y exhaustos bolsillos, me presenté
-ante el gobernante. Pasé entre los guardias y me encontré tímido y
-apocado delante del jefe de la República, que recibía, de espaldas a la
-luz, para poder examinar bien a sus visitantes. Mi temor era grande y no
-encontraba palabras que decir. El presidente fué gentilísimo y me habló
-de mis versos y me ofreció su protección; mas cuando me preguntó qué era
-lo que yo deseaba, contesté, ¡oh, inefable Jerome Paturot!, con estas
-exactas e inolvidables palabras, que hicieron sonreír al varón de
-poder:&mdash;«Quiero tener una buena posición social. ¿Qué entendería yo por
-tener una posición social? Lo sospecho. El doctor Zaldívar, siempre
-sonriendo, me contestó bondadosamente:&mdash;«Eso depende de usted...» Me
-despedí. Cuando llegué al hotel, al poco rato, me dijeron que el
-director de policía deseaba verme. Noté en él y en el dueño del hotel un
-desusado cariño. Se me entregaron quinientos pesos plata, obsequio del
-presidente. ¡Quinientos pesos plata! Macarroni, moscato espumante,
-artistas bellas... Era aquello, en la imaginación del ardiente muchacho
-flaco y de cabellos largos, ensoñador y lleno de deseos, un buen
-comienzo para tener una buena posición social...</p>
-
-<p>Al día siguiente, por la mañana, estaba yo rodeado<span class="pagenum"><a name="page_042" id="page_042"></a>{42}</span> improbables poetas
-adolescentes, escritores en en ciernes y aficionados a las musas.
-Ejercía de nabab. Los invité a almozar. Macarroni-moscato espumante. El
-esplendor continuó hasta la tarde, y llegó la noche.</p>
-
-<p>¿Qué pícaro Belcebú hizo en las altas horas que me levantase y fuese a
-tocar la puerta de la bella diva que recibía altos favores y que
-habitaba en el mismo hotel que yo? Nocturno efecto sensacional, desvarío
-y locura. Al día siguiente, estaba yo todo mohino y lleno de
-remordimientos. La cara del hostelero me indicaba cosas graves, y aunque
-yo hablara de mi amistad presidencial, es el caso que mis méritos
-estaban en baja. A los pocos días, los quinientos pesos se habían
-esfumado y recibí la visita del mismo director de Policía que me los
-había traído. Dije yo:&mdash;«Viene con otros quinientos pesos».&mdash;«Joven&mdash;me
-dijo con un aire serio y conminatorio&mdash;, aliste sus maletas y, de orden
-del señor presidente, sígame». Le seguí como un corderito.</p>
-
-<p>Me llevó a un colegio que dirigía cierto célebre escritor, el doctor
-Reyes. Oí que el terrible funcionario decía al director: «Que no deje
-usted salir a este joven, que lo emplee en el colegio y que sea severo
-con él». Dije para mí: «Estoy perdido». Pero el director era un hombre
-suave, insinuante, con habilidad indígena, culto y malicioso, y
-comprendió qué clase de soñador le llevaban. «Amiguito&mdash;me dijo&mdash;, no
-encontrará usted en mí severidad sino amistad; pórtese bien, dará<span class="pagenum"><a name="page_043" id="page_043"></a>{43}</span> usted
-una clase de gramática. Eso sí, no saldrá usted a la calle, porque es
-orden estricta del señor presidente». En efecto, comencé a hacer mi vida
-escolar, no sin causar desde luego en el establecimiento inusitadas
-revoluciones. Por ejemplo, me hice magnetizador entre los muchachos.
-Hacía misteriosos pases y decía palabras sibilinas, y lo peor del caso
-es que un día uno de los chicos se me durmió de veras y no lo podía
-despertar, hasta que a alguien se le ocurrió echarle un vaso de agua
-fría en la cabeza. El director me llamó y me dijo palabras reprensivas.
-No insistí, pero enseñé a recitar versos a todos los alumnos y era
-consultado para declaraciones y cartas de amor. En tal prisión estuve
-largos meses, hasta que un día, también por orden presidencial, fuí
-sacado para algo que señaló en mi vida una fecha inolvidable: el estreno
-de mi primer frac y primera comunicación con el público.</p>
-
-<p>El presidente había resuelto que fuese yo&mdash;la verdad es que ello era
-honroso y satisfactorio para mis pocos años&mdash;el que abriese oficialmente
-la velada que se dió en celebración del Centenario de Bolívar. Escribí
-una oda que, según lo que vagamente recuerdo, era bella, clásica,
-correcta, muy distinta naturalmente, a toda mi producción en tiempos
-posteriores.</p>
-
-<p>Aquí se produce en mi memoria una bruma que me impide todo recuerdo.
-Solo sé que perdí el apoyo gubernamental. Que anduve a la diabla<span class="pagenum"><a name="page_044" id="page_044"></a>{44}</span> con
-mis amigos bohemios y que me enamoré ligera y líricamente de una
-muchacha que se llamaba Refugio, a la cual escribí, en cierta ocasión,
-esta inefable cuarteta, que tuvo desde luego alguna romántica
-recompensa:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">Las que se llaman Fidelias<br /></span>
-<span class="i0">Deben tener mucha fe;<br /></span>
-<span class="i0">Tú, que le llamas Refugio,<br /></span>
-<span class="i0">Refugio, refugiamé.<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Era una chica de catorce años, tímida y sonriente, gordita y sonrosada
-como una fruta. El caso fué simplemente poético y sin trascendencias.
-Poco tiempo después volví a mi tierra.<span class="pagenum"><a name="page_045" id="page_045"></a>{45}</span></p>
-
-<h2><a name="XIII" id="XIII"></a>XIII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">D</span><small>E</small> nuevo en Nicaragua, reanudé mis amoríos con la que una vez llamé
-«garza morena». Era presidente de la República el general Joaquín
-Zabala, granadino, conservador, gentilhombre, excelente sujeto para el
-gobierno y de seguros prestigios. Se me consiguió un empleo en la
-secretaría presidencial. Escribí en periódicos semioficiales versos y
-cuentos y uno que otro artículo político. Siempre lleno de ilusiones
-amorosas, mi encanto era irme a la orilla del lago por las noches llenas
-de insinuante tibieza. Me acostaba en el muelle de madera. Miraba las
-estrellas prodigiosas, oía el chapoteo de las aguas agitadas. Pensaba.
-Soñaba. ¡Oh, sueños dulces de la juventud primaveral! Revelaciones
-súbitas de algo que está en el misterio de los corazones y en la
-reconditez de nuestras mentes; conversación con las<span class="pagenum"><a name="page_046" id="page_046"></a>{46}</span> cosas en un
-lenguaje sin fórmula, vibraciones inesperadas de nuestras íntimas fibras
-y ese reconcentrar por voluntad, por instinto, por influencia divina en
-la mujer, en esa misteriosa encarnación que es la mujer, todo el cielo y
-toda la tierra. Naturalmente, en aquellas mis solitarias horas brotaban
-prosas y versos y la erótica hoguera iba en aumento. Hacía viajes a
-veces a Momotombo, el puerto del lago. Admiraba los pájaros de las
-islas. En ocasiones cazaba cocodrilos con Whinchester, en compañía de un
-rico y elegante amigo llamado Lisímaco Lacayo. Mi trabajo en la
-secretaría del presidente, bajo la dirección de un íntimo amigo,
-escritor, que tuvo después un trágico fin en Costa Rica&mdash;Pedro Ortiz&mdash;me
-daba lo suficiente para vivir con cierta comodidad.</p>
-
-<p>A causa de la mayor desilusión que pueda sentir un hombre enamorado,
-resolví salir de mi país. ¿Para dónde? Para cualquier parte. Mi idea era
-irme a los Estados Unidos. ¿Por qué el país escogido fué Chile? Estaba
-entonces en Managua un general y poeta salvadoreño, llamado D. Juan
-Cañas, hombre noble y fino, de aventuras y conquistas, minero en
-California, militar en Nicaragua cuando la invasión del yankee Walker.
-Hombre de verdadero talento, de completa distinción, y bondad
-inagotable. Chilenófilo decidido desde que en Chile fué diplomático allá
-por el año de la Exposición Universal. «Vete a Chile&mdash;me dijo&mdash;. Es el
-país a donde debes ir»&mdash;. «¿Pero,<span class="pagenum"><a name="page_047" id="page_047"></a>{47}</span> D. Juan&mdash;le contesté&mdash;, cómo me voy a
-ir a Chile si no tengo los recursos necesarios?&mdash;«Vete a nado&mdash;me
-dijo&mdash;aunque te ahogues en el camino». Y el caso es que entre él y otros
-amigos me arreglaron mi viaje a Chile. Llevaba como único dinero unos
-pocos paquetes de soles peruanos y como única esperanza dos cartas que
-me diera el general Cañas&mdash;una para un joven que había sido íntimo amigo
-suyo y que residía en Valparaíso, Eduardo Poirier, y otra para un alto
-personaje de Santiago.</p>
-
-<p>En ese tiempo vino la guerra que por la unión de las cinco repúblicas de
-Centro América declarara el presidente de Guatemala, Rufino Barrios. En
-Nicaragua había subido al poder, después de Zabala, el doctor Cárdenas.
-Y anduve entre proclamas, discursos y fusilerías. Vino un gran
-terremoto. Estando yo de visita en una casa, oí un gran ruido y sentí
-palpitar la tierra bajo mis pies; instintivamente tomé en brazos a una
-niñita que estaba cerca de mí, hija del dueño de casa, y salí a la
-calle; segundos después la pared caía sobre el lugar en que estábamos.
-Retumbaba el enorme volcán huguesco, llovía cenizas. Se obscureció el
-sol, de modo que a las dos de la tarde se andaba por las calles con
-linternas. Las gentes rezaban, había un temor y una impresión
-medioevales. Así me fuí al puerto como entre una bruma. Tomé el vapor,
-un vapor alemán de la compañía <i>Kosmos</i>, que se llamaba Uarda. Entré a
-mi camarote, me dormí. Era yo el único pasajero. Desperté<span class="pagenum"><a name="page_048" id="page_048"></a>{48}</span> horas después
-y fuí sobre cubierta. A lo lejos quedaban las costas de mi tierra. Se
-veía sobre el país una nube negra. Me entró una gran tristeza. Quise
-comunicarme con las gentes de a bordo, con mi precario inglés, y no pude
-hacerme entender. Así empezaron largos días de navegación entre alemanes
-que no hablaban más lengua que la suya. El capitán me tomó cariño, me
-obsequiaba en la comida con buenos vinos del Rhin, cervezas teutónicas y
-refinados alcoholes. Y por el juego del dominó aprendí a contar en
-alemán: eins, zwei, drei, vier, fünf... Visité todos los puertos del
-Pacífico, entre los cuales aquellos donde no hay árboles, ni agua, y los
-hoteleros, para distracción de sus huéspedes, tienen en tablas, que
-colocan como biombos, pintados árboles verdes y aun llenos de flores y
-frutas.<span class="pagenum"><a name="page_049" id="page_049"></a>{49}</span></p>
-
-<h2><a name="XIV" id="XIV"></a>XIV</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">P</span><small>OR</small> fin, el vapor llega a Valparaíso. Compro un periódico. Veo que ha
-muerto Vicuña Mackenna. En veinte minutos, antes de desembarcar, escribo
-un artículo. Desembarco. La misma cosa que en el Salvador: ¿qué hotel?
-El mejor.</p>
-
-<p>No fué el mejor, sino un hotel de segunda clase en donde se hospedaba un
-pianista francés llamado el capitán Yoyer. Hice buscar a Eduardo
-Poirier, y al poco rato este hombre generoso, correcto y eficaz estaba
-conmigo, dándome la ilusión de un Chile espléndido y realizable para mis
-aspiraciones. “El Mercurio”, de Valparaíso, publicó mi artículo sobre
-Vicuña Mackenna y me lo pagó largamente. Poirier fué entonces, después y
-siempre, como un hermano mío. Pero había que ir inmediatamente a
-Santiago, a la capital. Poirier me<span class="pagenum"><a name="page_050" id="page_050"></a>{50}</span> pidió la carta que traía yo para
-aquel personaje eminente en la ciudad directiva y la envió al
-destinatario.</p>
-
-<p>Mi artículo en «El Mercurio», mi renombre anterior... Contestó aquel
-personaje que tenía en el Hotel de France ya listas las habitaciones
-para el señor Darío y que me esperaría en la estación. Tomé el tren para
-Santiago.</p>
-
-<p>Por el camino no fueron sino rápidas visiones para ojos de poeta, y he
-aquí la capital chilena.</p>
-
-<p>Ruido de tren que llega, agitación de familias, abrazos y salutaciones,
-mozos, empleados de hotel, todo el trajín de una estación metropolitana.
-Pero a todo esto las gentes se van, los coches de los hoteles se llenan
-y desfilan y la estación va quedando desierta. Mi valijita y yo quedamos
-a un lado, y ya no había nadie casi en aquel largo recinto, cuando
-diviso dos cosas: un carruaje espléndido con dos soberbios caballos,
-cochero estirado y <i>valet</i>, y un señor todo envuelto en pieles, tipo de
-financiero o de diplomático, que andaba por la estación buscando algo.
-Yo, a mi vez, buscaba. De pronto, como ya no había nada que buscar, nos
-dirigimos el personaje a mí y yo al personaje. Con un tono entre dudoso,
-asombrado y despectivo me preguntó:&mdash;¿«Sería usted acaso el señor Rubén
-Darío?». Con un tono entre asombrado, miedoso y esperanzado
-pregunté:&mdash;«¿Sería usted acaso el señor C. A.»? Entonces vi desplomarse
-toda una Jericó de ilusiones. Me envolvió en una mirada. En aquella
-mirada abarcaba mi<span class="pagenum"><a name="page_051" id="page_051"></a>{51}</span> pobre cuerpo de muchacho flaco, mi cabellera larga,
-mis ojeras, mi jacquecito de Nicaragua, unos pantaloncitos estrechos que
-yo creía elegantísimos, mis problemáticos zapatos, y sobre todo mi
-valija. Una valija indescriptible actualmente, en donde, por no sé qué
-prodigio de comprensión, cabían dos o tres camisas, otro pantalón, otras
-cuantas cosas de indumentaria, muy pocas, y una cantidad inimaginable de
-rollos de papel, periódicos, que luchaban apretados por caber en aquel
-reducidísimo espacio. El personaje miró hacia su coche. Había allí un
-secretario. Lo llamó. Se dirigió a mí.&mdash;«Tengo&mdash;me dijo&mdash;mucho placer en
-conocerle. Le había hecho preparar habitación en un hotel de que le
-hablé a su amigo Poirier. No le conviene».</p>
-
-<p>Y en un instante aquella equivocación tomó ante mí el aspecto de la
-fatalidad y ya no existía, por los justos y tristes detalles de la vida
-práctica, la ilusión que aquel político opulento tenía respecto al poeta
-que llegaba de Centro América. Y no había, en resumidas cuentas, más que
-el inexperto adolescente que se encontraba allí a caza de sueños y
-sintiendo los rumores de las abejas de esperanza que se prendían a su
-larga cabellera.<span class="pagenum"><a name="page_052" id="page_052"></a>{52}</span></p>
-
-<h2><a name="XV" id="XV"></a>XV</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">P</span><small>OR</small> recomendación de aquel distinguido caballero entré inmediatamente en
-la redacción de «La Época», que dirigía el señor Eduardo Mac-Clure, y
-desde ese momento me incorporé a la joven intelectualidad de Santiago.
-Se puede decir que la «élite» juvenil santiaguina se reunía en aquella
-redacción, por donde pasaban graves y directivos personajes. Allí conocí
-a D. Pedro Montt; a D. Agustín Edwards, cuñado del director del diario;
-a D. Augusto Orrego Luco; al doctor Federico Puga Borne, actual ministro
-de Chile en Francia, y a tantos otros que pertenecían a la alta política
-de entonces.</p>
-
-<p>La falange nueva la componía un grupo de muchachos brillantes que han
-tenido figuración, y algunos la tienen, no solamente en las letras,
-sino<span class="pagenum"><a name="page_053" id="page_053"></a>{53}</span> también en puesto de gobierno. Eran habituales a nuestras
-reuniones Luis Orrego Luco; el hijo del presidente de la República,
-Pedro Balmaceda; Manuel Rodríguez Mendoza; Jorge Huneeis Gana; su
-hermano Roberto; Alfredo y Galo Irarrázabal; Narciso Tondreau; el pobre
-Alberto Blest, ido tan pronto; Carlos Luis Hübner y otros que animaban
-nuestros entusiasmos con la autoridad que ya tenían; por ejemplo: el
-sutil ingenio de Vicente Grez o la romántica y caballeresca figura de
-Pedro Nolasco Préndez.</p>
-
-<p>Luis Orrego Luco hacía presentir ya al escritor de emoción e imaginación
-que había de triunfar con el tiempo en la novela. Rodríguez Mendoza era
-entendedor de artísticas disciplinas y escritor político que fué muy
-apreciado. A él dediqué mi colección de poesías «Abrojos». Jorge Huneeis
-Gana se apasionaba por lo clásico. Hoy mismo, que la diplomacia le ha
-atraído por completo, no olvida sus ganados lauros de prosista y publica
-libros serios, correctos e interesantes. Su hermano Roberto era un poeta
-sutil y delicado; hoy ocupa una alta posición en Santiago. Galo
-Irarrázabal murió, no hace mucho tiempo, de diplomático, y su hermano
-Alfredo, que en aquella época tenía el cetro sonoro de la poesía alegre
-y satírica, es ahora ministro plenipotenciario en el Japón. Tondreau
-hacía versos gallardos y traducía a Horacio. Ha sido intendente de una
-provincia. Todos los demás han desaparecido; muy recientemente el
-cordial y perspicaz Hübner.<span class="pagenum"><a name="page_054" id="page_054"></a>{54}</span></p>
-
-<p>Mac-Clure solía aparecer a avivar nuestras discusiones con su rostro
-sonriente y su inseparable habano. Era lo que en España se llama un
-hidalgo y en Inglaterra un «gentleman».</p>
-
-<p>La impresión que guardo de Santiago, en aquel tiempo, se reduciría a lo
-siguiente: vivir de arenques y cerveza en una casa alemana para poder
-vestirme elegantemente, como correspondía a mis amistades
-aristocráticas. Terror del cólera que se presentó en la capital. Tardes
-maravillosas en el cerro de Santa Lucía. Crepúsculos inolvidables en el
-lago del parque Cousiño. Horas nocturnas con Alfredo Irarrázabal, con
-Luis Orrego Luco o en el silencio del Palacio de la Moneda, en compañía
-de Pedro Balmaceda y del joven conde Fabio Sanminatelli, hijo del
-ministro de Italia.</p>
-
-<p>Debo contar que una tarde, en un «lunch», que allí llaman hacer «once»,
-conocí al presidente Balmaceda. Después debía tratarle más detenidamente
-en Viña del Mar. Fuí invitado a almorzar por él. Me colocó a su derecha,
-lo cual, para aquel hombre lleno de justo orgullo, era la suprema
-distinción. Era un almuerzo familiar. Asistía el canónigo doctor
-Florencio Fontecilla, que fué más tarde obispo de La Serena y el general
-Orozimbo Barboza, a la sazón ministro de la Guerra.</p>
-
-<p>Era Balmaceda, a mi entender, el tipo del romántico-político y selló con
-su fin su historia. Era alto, garboso, de ojos vivaces, cabellera
-espesa, gesto señorial, palabra insinuante&mdash;al mismo<span class="pagenum"><a name="page_055" id="page_055"></a>{55}</span> tiempo autoritaria
-y melíflua. Había nacido para príncipe y para actor. Fué el rey de un
-instante, de su patria; y concluyó como un héroe de Shakespeare. ¿Qué
-más recuerdos de Santiago que me sean intelectualmente simpáticos?: La
-capa de D. Diego Barros Arana; la tradicional figura de los Amunátegui;
-D. Luis Montt en su biblioteca.</p>
-
-<p>Voy a referir algo que se relaciona con mi actuación en la redacción de
-<i>La Epoca</i>. Una noche apareció nuestro director en la tertulia y nos
-dijo lo siguiente:</p>
-
-<p>«Vamos a dedicar un número a Campoamor, que nos acaba de enviar una
-colaboración. Doscientos pesos al que escriba la mejor cosa sobre
-Campoamor». Todos nos pusimos a la obra. Hubo notas muy lindas; pero por
-suerte, o por concentración de pensamiento, ninguna de las poesías
-resumía la personalidad del gran poeta como esta décima mía:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">«Este del cabello cano<br /></span>
-<span class="i0">como la piel del armiño,<br /></span>
-<span class="i0">juntó su candor de niño<br /></span>
-<span class="i0">con su experiencia de anciano.<br /></span>
-<span class="i0">Cuando se tiene en la mano<br /></span>
-<span class="i0">un libro de tal varón,<br /></span>
-<span class="i0">abeja es cada expresión,<br /></span>
-<span class="i0">que volando del papel<br /></span>
-<span class="i0">deja en los labios la miel<br /></span>
-<span class="i0">y pica en el corazón».<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_056" id="page_056"></a>{56}</span></p>
-
-<p>Debo confesar, sin vanidad ninguna, que todos los compañeros aprobaron
-la disposición del director que me adjudicaba el ofrecido premio.</p>
-
-<p>Y ahora quiero evocar al triste, malogrado y prodigioso Pedro Balmaceda.
-No ha tenido Chile poeta más poeta que él. A nadie se le podría aplicar
-mejor el adjetivo de Hamlet: «Dulce príncipe». Tenía una cabeza
-apolínea, sobre un cuerpo deforme. Su palabra era insinuante,
-conquistadora, áurea. Se veía también en él la nobleza que le venía por
-linaje. Se diría que su juventud estaba llena de experiencia. Para sus
-pocos años tenía una sapiente erudición. Poseía idiomas. Sin haber ido a
-Europa sabía detalles de bibliotecas y museos. ¿Quién escribía en ese
-tiempo sobre arte, sino él? ¿Y, quién daba en ese instante una vibración
-de novedad de estilo como él? Estoy seguro de que todos mis compañeros
-de aquel entonces acuerdan conmigo la palma de la prosa a nuestro Pedro,
-lamentado y querido.</p>
-
-<p>Y, ¿cómo no evocar ahora que él fué quien publicara mi libro «Abrojos»,
-respecto al cual escribiera una página artística y cordial?<span class="pagenum"><a name="page_057" id="page_057"></a>{57}</span></p>
-
-<h2><a name="XVI" id="XVI"></a>XVI</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">P</span><small>OR</small> Pedro pasé a Valparaíso, en donde&mdash;¡anomalía!&mdash;iba a ocupar un
-puesto en la Aduana.</p>
-
-<p>Valparaíso, para mí, fué ciudad de alegría y de tristeza, de comedia y
-de drama y hasta de aventuras extraordinarias. Estas quedarán para
-después.</p>
-
-<p>Pero no dejaré de narrar mi permanencia y mi salida de la redacción de
-<i>El Heraldo</i>. Lo dirigía a la sazón Enrique Valdés Vergara. Era un
-diario completamente comercial y político. Había sido yo nombrado
-redactor por influencia de don Eduardo de la Barra, noble poeta y
-excelente amigo mío. Debo agregar para esto la amistad de un hombre muy
-querido y muy desgraciado en Chile: Carlos Toribio Robinet.</p>
-
-<p>Se me encargó una crónica semanal. Escribí la<span class="pagenum"><a name="page_058" id="page_058"></a>{58}</span> primera sobre <i>sports</i>. A
-la cuarta me llamó el director y me dijo: «Usted escribe muy bien...
-Nuestro periódico necesita otra cosa... Así es que le ruego no
-pertenecer más a nuestra redacción...» Y, por escribir muy bien, me
-quedé sin puesto.</p>
-
-<p>¡Que no olvide yo estos tres nombres protectores: Poirier, Galleguillos
-Lorca y Sotomayor!</p>
-
-<p>Mi vida en Valparaíso se concentra en ya improbables o ya hondos
-amoríos; en vagares a la orilla del mar, sobre todo por Playa Ancha;
-invitaciones a bordo de los barcos, por marinos amigos y literarios;
-horas nocturnas, ensueños matinales, y lo que era entonces mi vibrante y
-ansiosa juventud.</p>
-
-<p>Por circunstancias especiales e inquerida bohemia, llegaron para mí
-momentos de tristeza y escasez. No había sino partir. Partir gracias a
-don Eduardo de la Barra, Carlos Toribio Robinet, Eduardo Poirier y otros
-amigos.</p>
-
-<p>Antes de embarcar a Nicaragua aconteció que yo tuviese la honra de
-conocer al gran chileno D. José Victorino Lastarria. Y fué de esta
-manera: Yo tenía, desde hacía mucho tiempo, como una viva aspiración el
-ser corresponsal de <i>La Nación</i> de Buenos Aires. He de manifestar que es
-en ese periódico donde comprendí a mi manera el manejo del estilo y que
-en ese momento fueron mis maestros de prosa dos hombres muy diferentes:
-Paul Groussac y Santiago Estrada, además de José Martí. Seguramente en
-uno y otro existía espíritu de Francia. Pero de un modo decidido,<span class="pagenum"><a name="page_059" id="page_059"></a>{59}</span>
-Groussac fué para mí el verdadero conductor intelectual.</p>
-
-<p>Me dijo D. Eduardo de la Barra: Vamos a ver a mi suegro, que es íntimo
-amigo del general Mitre, y estoy seguro de que él tendrá un gran placer
-en darle una carta de recomendación para que logremos nuestro objeto, y
-también estoy seguro de que el general Mitre aceptará inmediatamente la
-recomendación. En efecto, a vuelta de correo, venía la carta del
-general, con palabras generosas para mí, y diciéndome que se me
-autorizaba para pertenecer desde ese momento a <i>La Nación</i>.</p>
-
-<p>Quiso, pues, mi buena suerte que fuesen un Lastarria y un Mitre quienes
-iniciasen mi colaboración en ese gran diario.</p>
-
-<p>Estaba Lastarria sentado en una silla Voltaire. No podía moverse por su
-enfermedad. Era venerable su ancianidad ilustre. Fluía de él autoridad y
-majestad.</p>
-
-<p>Había mucha gloria chilena en aquel prócer. Gran bondad emanaba de su
-virtud y nunca he sentido en América como entonces la majestad de una
-presencia sino cuando conocí al general Mitre en la Argentina y al
-doctor Rafael Núñez en Colombia.</p>
-
-<p>Con mi cargo de corresponsal de <i>La Nación</i> me fuí para mi tierra, no
-sin haber escrito mi primera correspondencia fechada el 3 de Febrero de
-1889, sobre la llegada del crucero brasileño <i>Almirante Barroso</i> a
-Valparaíso, a cuyo bordo iba un príncipe, nieto de D. Pedro.<span class="pagenum"><a name="page_060" id="page_060"></a>{60}</span></p>
-
-<p>En todo este viaje no recuerdo ningún incidente, sino la visión de la
-«débâcle» de Panamá: Carros cargados de negros africanos que aullaban
-porque, según creo, no se les habían pagado sus emolumentos. Y aquellos
-hombres desnudos y con los brazos al cielo, pedían justicia.<span class="pagenum"><a name="page_061" id="page_061"></a>{61}</span></p>
-
-<h2><a name="XVII" id="XVII"></a>XVII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">A</span><small>L</small> llegar a este punto de mis recuerdos, advierto que bien puedo
-equivocarme, de cuando en cuando, en asuntos de fecha, y anteponer o
-posponer la prosecución de sucesos. No importa. Quizás ponga algo que
-aconteció después en momentos que no le corresponde y viceversa. Es
-fácil, puesto que no cuento con más guía que el esfuerzo de mi memoria.
-Así, por ejemplo, pienso en algo importante que olvidé cuando he tratado
-de mi primera permanencia en San Salvador.</p>
-
-<p>Un día, en momentos en que estaba pasando horas tristes, sin apoyo de
-ninguna clase, viviendo a veces en casa de amigos y sufriendo lo
-indecible, me sentí mal en la calle. En la ciudad había una epidemia
-terrible de viruela. Yo creí que<span class="pagenum"><a name="page_062" id="page_062"></a>{62}</span> lo que me pasaba sería un malestar
-causado por el desvelo, pero resultó que desgraciadamente era el temido
-morbo. Me condujeron a un hospital con el comienzo de la fiebre. Pero en
-el hospital protestaron, puesto que no era aquello un lazareto; y
-entonces, unos amigos, entre los cuales recuerdo el nombre de Alejandro
-Salinas, que fué el más eficaz, me llevaron a una población cercana, de
-clima más benigno, que se llamaba Santa Tecla. Allí se me aisló en una
-habitación especial y fuí atendido, verdaderamente, como si hubiese sido
-un miembro de su familia, por unas señoritas de apellido Cáceres
-Buitrago. Me cuidaron, como he dicho, con cariño y solicitud, y sin
-temor al contagio de la peste espantosa. Yo perdí el conocimiento, viví
-algún tiempo en el delirio de la fiebre, sufrí todo lo cruento de los
-dolores y de las molestias de la enfermedad; pero fuí tan bien servido,
-que no quedaron en mí, una vez que se había triunfado del mal, las feas
-cicatrices que señalan el paso de la viruela.</p>
-
-<p>En lo referente a mi permanencia en Chile, olvidé también un episodio
-que juzgo bastante interesante. Cuando habitaba en Valparaíso, tuve la
-protección de un hombre excelente y de origen humilde: el doctor
-Galleguillos Lorca, muy popular y muy mezclado entonces en política,
-siendo una especie de «leader» entre los obreros. Era médico homeópata.
-Había comenzado de minero, trabajando como un peón; pero dotado de
-singulares energías, resistentes y de buen humor,<span class="pagenum"><a name="page_063" id="page_063"></a>{63}</span> logró instruirse
-relativamente y llegó a ser lo que era cuando yo le conocí. Llegaban a
-su consultorio tipos raros, a quienes daba muchas veces no sólo las
-medicinas, sino también dinero. La hampa de Valparaíso tenía en él a su
-galeno. Le gustaba tocar la guitarra, cantar romances, e invitaba a sus
-visitantes, casi siempre gente obrera, a tomar unos «ponches» compuestos
-de agua, azúcar y aguardiente, el aguardiente que llamaban en Chile
-«guachacay». Era ateo y excelente sujeto. Tenía un hijo a quien
-inculcaba sus ideas en discursos burlones, de un volterianismo ingenuo y
-un poco rudo. El resultado fué que el pobre muchacho, según supe
-después, a los veintitantos años se pegó un tiro.</p>
-
-<p>Una ocasión me dijo el doctor Galleguillos: «¿Quiere usted acompañarme
-esta noche a una visita que tengo que hacer por los cerros?». Los cerros
-de Valparaíso tenían fama de peligrosos en horas nocturnas, mas yendo
-con el doctor Galleguillos me creía salvo de cualquier ataque y acepté
-su invitación. Tomó él su pequeño botiquín y partimos. La noche era
-obscura, y cuando estuvimos a la entrada de la estribación de la
-serranía, el comienzo era bastante difícil, lleno de barrancos y
-hondonadas. Llegaba a nuestros oídos, de cuando en cuando, algún tiro
-más o menos lejano. Al entrar a cierto punto, un farolito surgió detrás
-de unas piedras. El doctor silbó de un modo especial, y el hombre que
-llevaba el farolito se adelantó a nosotros.&mdash;«¿Están los
-<span class="pagenum"><a name="page_064" id="page_064"></a>{64}</span>muchachos?&mdash;preguntó Galleguillos.&mdash;«Sí, señor», contestó el rotito. Y
-sirviéndonos de guía, comenzó a caminar y nosotros tras él. Anduvimos
-largo rato, hasta llegar a una especie de choza o casa, en donde
-entramos. Al llegar hubo una especie de murmullo entre un grupo de
-hombres que causaron en mí vivas inquietudes. Todos ellos tenían traza
-de facinerosos, y en efecto lo eran. Más o menos asesinos, más o menos
-ladrones, pues pertenecían a la mala vida. Al verme me miraron con
-hostiles ojos, pero el doctor les dijo algunas palabras y ello calmó la
-agitación de aquella gente desconfiada. Había una especie de cantina, o
-de boliche, en que se amontonaban unas cuantas botellas de diferentes
-licores. Estaban bebiendo, según la costumbre popular, un «ponche»
-matador, en un vaso enorme que se denomina «potrillo» y que pasa de mano
-en mano y de boca en boca. Uno de los mal entrazados me invitó a beber;
-yo rehusé con asco instintivo; y se produjo un movimiento de protesta
-furiosa entre los asistentes.&mdash;«Beba pronto, me dijo por lo bajo el
-doctor Galleguillos, y déjese de historias». Yo comprendí lo peligroso
-de la situación y me apresuré a probar aquel ponche infernal. Con esto
-satisfice a los rotos. Luego llamaron al doctor y pasamos a un cuarto
-interior. En una cama, y rodeado de algunas mujeres, se encontraba un
-hombre herido. El doctor habló con él, le examinó y le dejó unas cuantas
-medicinas de su botiquín. Luego salimos, acompañados entonces<span class="pagenum"><a name="page_065" id="page_065"></a>{65}</span> de otros
-rotos que insistieron en custodiarnos, porque, según decían, había sus
-peligros esa noche. Así, entre las tinieblas, apenas alumbrados por un
-farolito, entramos de nuevo a la ciudad. Era ya un poco tarde y el
-doctor me invitó a cenar.&mdash;«Iremos&mdash;dijo&mdash;, a un lugar curioso, para que
-lo conozca.» En efecto, por calles extraviadas, llegamos a no recuerdo
-ya qué casa, tocó mi amigo una puerta que se entreabrió y penetramos. En
-el interior había una especie de «restaurant», en donde cenaban personas
-de diversas cataduras. Ninguna de ellas con aspecto de gente pacífica y
-honesta. El doctor llamó al dueño del establecimiento y me
-presentó.&mdash;«Pasen adentro», nos dijo éste. Seguimos más al fondo de la
-casa, no sin cruzar por un patio húmedo y lleno de hierba. «Aquí hay
-enterrados muchos», me dijo en voz baja el médico. En otro comedor se
-nos sirvió de cenar y yo oía las voces que en un cuarto cerrado daban de
-cuando en cuando algunos individuos. Aquello era una timba del peor
-carácter. Casi de madrugada salimos de allí y la aventura me impresionó
-de modo que no la he olvidado. Así no podía menos de contarla esta vez.<span class="pagenum"><a name="page_066" id="page_066"></a>{66}</span></p>
-
-<h2><a name="XVIII" id="XVIII"></a>XVIII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">Y</span> ahora, continuaré el hilo de mi interrumpida narración. Me encuentro
-de vuelta de Chile, en la ciudad de León, de Nicaragua.</p>
-
-<p>Estoy de nuevo en la casa de mis primeros años. Otros devaneos han
-ocupado mi corazón y mi cabeza. Hay un apasionamiento súbito por cierta
-bella persona que me hace sufrir con la sabida felinidad femenina, y hay
-una amiga inteligente, graciosa, aficionada a la literatura, que hace lo
-posible por ayudarme en mi amorosa empresa; y lo hace de tal manera que
-cuando, por fin, he perdido mi última esperanza con la otra, entregada
-desdichadamente a un rival más feliz, me encuentro enloquecido por mi
-intercesora. Esta inesperada revolución amorosa se prolonga en la ciudad
-de Chinandega, en donde, ¡desventurado de<span class="pagenum"><a name="page_067" id="page_067"></a>{67}</span> mí! iba a casarse el ídolo de
-mis recientes anhelos. Y allí nuevas complicaciones sentimentales me
-aguardaban, con otra joven, casi una niña; y quién sabe en qué hubiera
-parado todo eso, si por segunda vez amigos míos, entre ellos el coronel
-Ortiz, hoy general, y que ha sido vicepresidente de la República, no me
-facturan apresuradamente para El Salvador. Lo que provocó tal medida fué
-que una fiesta dada por el novio de aquella a quien yo adoraba, y a la
-cual no sé por qué ni cómo, fuí invitado, con el aguijón de los
-excitantes del diablo, y a pedido de no sé quién, empecé a improvisar
-versos, pero versos en los cuales decía horrores del novio, de la
-familia de la novia, ¡qué sé yo de quién más! Y fuí sacado de allí más
-que de prisa. Una vez llegado a la capital salvadoreña busqué algunas de
-mis antiguas amistades, y una de ellas me presentó al general Francisco
-Menéndez, entonces presidente de la República. Era éste, al par que
-militar de mérito, conocido agricultor y hombre probo. Era uno de los
-más fervientes partidarios de la Unión centroamericana, y hubiera hecho
-seguramente el sacrificio de su alto puesto por ver realizado el ideal
-unionista que fuera sostenido por Morazán, Cabañas, Jerez, Barrios y
-tantos otros. En esos días se trataba cabalmente de dar vida a un nuevo
-movimiento unificador, y es claro que el presidente de El Salvador era
-uno de los más entusiastas en la obra.</p>
-
-<p>A los pocos días me mandó llamar y me dijo:&mdash;«¿Quiere usted hacerse
-cargo de la dirección de<span class="pagenum"><a name="page_068" id="page_068"></a>{68}</span> un diario que sostenga los principios de la
-Unión?».&mdash;«Desde luego, señor presidente», le conteste&mdash;. «Está bien»,
-me dijo, «daré orden para que en seguida se arregle todo lo necesario».
-En efecto, no pasó mucho sin que yo estuviera a la cabeza de un diario,
-órgano de los unionistas centroamericanos y que, naturalmente, se
-titulaba «La Unión».</p>
-
-<p>Estaba remunerado con liberalidad. Se me pagaban aparte los sueldos de
-los redactores. Se imprimía el periódico en la imprenta nacional y se me
-dejaba todo el producto administrativo de la empresa. El diario empezó a
-funcionar con bastante éxito. Tenía bajo mis órdenes a un escritor
-político de Costa Rica, a quien encomendé los artículos editoriales: D.
-Tranquilino Chacón; a un fulminante colombiano, famoso en Centro América
-como orador, como taquígrafo y aun como militar y como revolucionario,
-un buen diablo, Gustavo Ortega; y a cierto malogrado poeta
-costarriqueño, mozo gentil, que murió de tristeza y de miseria, aunque
-en sus últimos días tuviese el gobierno de Costa Rica la buena idea de
-hacerle ir a Barcelona para que siquiera lograse el consuelo de morir
-después de haber visto Europa; me refiero a Equileo Echeverría. Luego,
-contaba con la colaboración de las mejores inteligencias del país y del
-resto de la América Central; y el diario empezó su carrera con mucha
-suerte.</p>
-
-<p>Habitaba entonces en San Salvador la viuda de un famoso orador de
-Honduras, Alvaro Contreras,<span class="pagenum"><a name="page_069" id="page_069"></a>{69}</span> que, si no estoy mal informado, tiene hoy
-un monumento. Fué este hombre, vivaz y lleno de condiciones brillantes,
-un verdadero dominador de la palabra. Combatió las tiranías y sufrió
-persecuciones por ello. En tiempo de la guerra del Pacífico fundó un
-diario en Panamá en defensa de los intereses peruanos. Su viuda tenía
-dos hijas: a ambas había conocido yo en los días de mi infancia y en
-casa de mi tía Rita. Eran de aquellas compañeras que alegraban nuestras
-fiestas pueriles, de aquellas con quienes bailábamos y con quienes
-cantábamos canciones en las novenas de la Virgen, en las fiestas de
-Diciembre. Esas dos niñas eran ya dos señoritas. Una de ellas casó con
-el hijo de un poderoso banquero, a pesar de la modesta condición en que
-quedara la familia después de la muerte de su padre. Yo frecuenté la
-casa de la viuda, y al amor del recuerdo y por la inteligencia, sutileza
-y superiores dotes de la otra niña, me vi de pronto envuelto en nueva
-llama amorosa. Ello trascendió en aquella reducida sociedad
-amable:&mdash;«¿Por qué no se casa?», me dijo una vez el presidente&mdash;.
-«Señor, le conteste, es lo que pienso hacer en seguida.» Y, con el
-beneplácito de mi novia y de su madre, me puse a tomar las disposiciones
-necesarias para la realización de mi matrimonio. Entre tanto, uno de mis
-amigos principales era Francisco Gavidia, quien quizás sea de los más
-sólidos humanistas y seguramente de los primeros poetas con que hoy
-cuenta la América española. Fué con Gavidia, la<span class="pagenum"><a name="page_070" id="page_070"></a>{70}</span> primera vez que estuve
-en aquella tierra salvadoreña, con quien penetran en iniciación
-ferviente, en la armoniosa floresta de Víctor Hugo; y de la lectura
-mutua de los alejandrinos del gran francés, que Gavidia, el primero
-seguramente, ensayara en castellano a la manera francesa, surgió en mí
-la idea de renovación métrica, que debía ampliar y realizar más tarde. A
-Gavidia acontecióle un caso singularísimo, que me narrara alguna vez, y
-que dice cómo vibra en su cerebro la facultad del ensueño, de tal manera
-que llegó a exteriorizarse con tanta fuerza. Sucedió que siendo muy
-joven, recién llegado a París, iba leyendo un diario por un puente del
-Sena, en el cual diario encontró la noticia de la ejecución de un
-inocente. Entonces se impresionó de tal manera que sufrió la más
-singular de las alucinaciones. Oyó que las aguas del río, los árboles de
-la orilla, las piedras de los puentes, toda la naturaleza circundante
-gritaban:&mdash;«¡Es necesario que alguien se sacrifique para lavar esa
-injusticia!» E incontinenti se arrojó al río. Felizmente alguien le vió
-y pudo ser salvado inmediatamente. Le prodigaron los auxilios y fué
-conducido al consulado de El Salvador, cuyas señas llevaba en el
-bolsillo. Después, en su país, ha publicado bellos libros y escrito
-plausibles obras dramáticas; se ha nutrido de conocimientos diversos y
-hoy es director de la Biblioteca Nacional de la capital salvadoreña.<span class="pagenum"><a name="page_071" id="page_071"></a>{71}</span></p>
-
-<h2><a name="XIX" id="XIX"></a>XIX</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>ISTO</small>, pues, todo para mi boda, quedó señalada la fecha del 22 de Junio
-de aquel año de 1890 para la ceremonia civil. En ese día debería
-efectuarse en San Salvador una gran fiesta militar, para lo cual
-vendrían las tropas acuarteladas en Santa Ana y que comandaba el general
-Carlos Ezeta, brazo derecho y diremos casi hijo mimado del presidente de
-la República. Se decía que había querido casarse con Teresa, la hija
-mayor de éste. Si no estoy equivocado había disensiones entre Ezeta y
-algunos ministros del general Menéndez, como los doctores Delgado e
-Interiano; pero no podría precisar nada al respecto.</p>
-
-<p>Es el caso que las tropas llegaron para la gran parada del 22. Esa noche
-debía darse un baile en la Casa Blanca, esto es, en el Palacio
-Presidencial.<span class="pagenum"><a name="page_072" id="page_072"></a>{72}</span></p>
-
-<p>Se celebró en casa de mi novia la ceremonia del matrimonio civil y hubo
-un almuerzo al cual asistió el general Ezeta. Este estaba nervioso y por
-varias veces se levantó a hablar con el señor Amaya, director de
-Telégrafos y amigo suyo. Después de la fiesta, yo, fatigado, me fuí a
-acostar temprano, con la decisión de no asistir al baile de la Casa
-Blanca. Muy entrada la noche, oí, entre dormido y despierto, ruidos de
-descargas, de cañoneo y tiros aislados, y ello no me sorprendió, pues
-supuse vagamente que aquello pertenecía a la función militar. Más aún,
-sería ya la madrugada, cuando sentí ruidos de caballos que se detenían
-en la puerta de mi habitación, a la cual se llamó, pronunciando mi
-nombre varias veces.&mdash;«Levántate, me decían, está tu amigo el general
-Ezeta». Yo contesté que estaba demasiado cansado y no tenía ganas de
-pasear, suponiendo desde luego que se me invitaba para algún alegre y
-báquico desvelo. Sentí que se alejaron los caballos.</p>
-
-<p>Por la mañana llamaron a la puerta de nuevo; me levanté, abrí y me
-encontré con una criada de casa de mi novia, o mejor dicho, de mi
-mujer.&mdash;«Dicen las señoras, expresó, que están muy inquietas con usted,
-suponiendo que le hubiese pasado algo en lo de anoche».&mdash;«¿Pero qué ha
-ocurrido?», le pregunté.&mdash;«Que ya no es presidente el general Menéndez,
-que le han matado»&mdash;«¿Y quién es el presidente entonces?»&mdash;«El general
-Ezeta». Me vestí y partí inmediatamente a casa<span class="pagenum"><a name="page_073" id="page_073"></a>{73}</span> de mi esposa. Al pasar
-por los portales vecinos a la Casa Blanca encontré unos cuantos
-cadáveres entre charcos de sangre. Impresionado, entré al café del Hotel
-Nuevo Mundo a tomar una copa; me senté. En una mesa cercana había un
-hombre con una herida en el cuello, vendada con un pañuelo
-ensangrentado. Estaba vestido de militar y bastante ebrio. Sacó un
-revólver y tranquilamente me apuntó:&mdash;«Diga, ¡Viva el general
-Ezeta!»&mdash;«Sí, señor, le contesté, ¡viva el general Ezeta!»&mdash;«Así se
-hace», exclamó. Y guardó su revólver. Tomé mi copa y partí
-inmediatamente a buscar a mi mujer. En su casa se me narró lo que había
-sucedido. Durante la noche, mientras se estaba en lo mejor del baile
-presidencial, donde se hallaba la flor de la sociedad salvadoreña,
-quedaron todos sorprendidos por ruidos de fusilería y se notó que el
-palacio estaba rodeado de tropas. Un general, cuyo nombre no recuerdo,
-había penetrado a los salones e intimó orden de prisión a los ministros
-que allí se encontraban. El presidente, general Menéndez, se había ido a
-acostar. La confusión de las gentes fué grande; hubo gritos y desmayos.
-A todo esto se había ya avisado al general Menéndez, que se ciñó su
-espada e increpó duramente al general que llegaba a comunicarle también
-orden de prisión. Entre tanto, la guardia del Palacio se batía
-desesperadamente con las tropas sublevadas. Teresa, la hija mayor del
-presidente, gritaba en los salones:&mdash;«¡Que llamen a Carlos, él
-tranquilizará todo<span class="pagenum"><a name="page_074" id="page_074"></a>{74}</span> esto y dominará la situación!»&mdash;«Señorita, le
-contestó alguien, es el general Ezeta quien se ha sublevado». El
-presidente había abierto los balcones de la habitación y arengaba a las
-tropas. Aun se oyó un viva al general Menéndez; pero éste cayó
-instantáneamente muerto. Fué llevado el cuerpo, y los médicos
-certificaron que no tenía ninguna herida. Al darse cuenta de que Carlos
-Ezeta, a quien él quería como a un hijo y a quien había hecho toda clase
-de beneficios, a quien había enriquecido, a quien había puesto a la
-cabeza de su ejército, era quien le traicionaba de tal modo, el pobre
-presidente, que era cardíaco, según parece, sufrió un ataque mortal. El
-cadáver fué expuesto y el pueblo desfiló y se dió cuenta de la verdad
-del hecho.&mdash;«¿Qué piensas hacer?», me dijo mi esposa.&mdash;«Partir
-inmediatamente a Guatemala, puesto que hay un vapor en el puerto de la
-Libertad». Salí a dar los pasos necesarios para el arreglo rápido de mi
-viaje, y en el camino me encontré con alguien que me dijo:&mdash;«El general
-Ezeta desea que vaya dentro de una hora al Cuartel de Artillería».
-Cruzaban patrullas por las calles. Unos cuantos soldados iban cargados
-con cajas de dinero. Una hora después estaba yo en el Cuartel de
-Artillería, que se hallaba lleno de soldados, muchos de ellos heridos.
-Un tropel de jinetes. Llega el general Ezeta, rodeado de su Estado
-Mayor. Se nota que ha bebido mucho. Desde el caballo se dirige a mí y me
-dice que me entienda con no recuerdo ya quién, para asuntos<span class="pagenum"><a name="page_075" id="page_075"></a>{75}</span> de
-publicidad sobre el nuevo estado de cosas. Yo salgo y prosigo mis
-preparativos de partida; escribo una carta al nuevo presidente
-manifestándole que un asunto particular de especialísima urgencia me
-obliga a irme inmediatamente a Guatemala; que volveré a los pocos días a
-ponerme a sus órdenes. Y me dirigí al puerto de la Libertad. En el hotel
-estaba, cuando el comandante del puerto apareció y me dijo que de orden
-superior me estaba prohibida la salida del país. Entonces empecé por
-telégrafo una campaña activísima. Me dirigí a varios amigos, rogándoles
-se interesasen con Ezeta, y hasta recurrí a la buena voluntad masónica
-de mi antiguo amigo el doctor Rafael Reyes, íntimo amigo del improvisado
-presidente.</p>
-
-<p>El vapor estaba para zarpar, cuando por influencia de Reyes, el
-comandante recibía orden de dejar que me embarcase; pero junto conmigo
-iba ya persona que observase y que procurase conocer el fondo de mis
-impresiones y sentimientos sobre los sucesos acontecidos. Era un señor
-Mendiola Boza, cubano de origen. Natural que yo me manifesté ezetista
-convencido, y el hombre lo creyó o no lo creyó; pero cumplió con su
-misión.<span class="pagenum"><a name="page_076" id="page_076"></a>{76}</span></p>
-
-<h2><a name="XX" id="XX"></a>XX</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">A</span><small>L</small> llegar a Guatemala supe que la guerra estaba por estallar entre este
-país y El Salvador. Menéndez había mantenido las mejores relaciones con
-el presidente guatemalteco Barillas, y éste tenía sus razones para creer
-que Ezeta le sería contrario, y aprovechara para prestigiarse de la
-antipatía tradicional entre salvadoreños y guatemaltecos. No bien hube
-llegado al hotel, cuando un oficial se presentó a decirme que el
-presidente general Barillas me esperaba inmediatamente. La capital
-estaba conmovida y se hablaba de la seguridad de la guerra. Me dirigí a
-la casa presidencial, acompañado del oficial que había ido a buscarme.
-Penetré entre los numerosos soldados de la guardia de honor y se me hizo
-pasar a un salón. Al llegar, vi que el presidente estaba rodeado de
-muchos notables de la ciudad. Se hallaba<span class="pagenum"><a name="page_077" id="page_077"></a>{77}</span> agitadísimo, y cuando yo entré
-pronunciaba estas palabras:&mdash;«Porque, señores, el que quiera comer
-pescado que se moje el...» Yo me senté tímidamente en una silla, fuera
-del círculo, pero el presidente me miró y me preguntó:&mdash;«¿Es usted el
-señor Rubén Darío?»&mdash;«Sí, señor», le contesté. Me hizo entonces avanzar
-y me señaló un asiento cercano a él&mdash;. «Vamos a ver, me dijo, ¿es usted
-también de los que andan diciendo que el general Menéndez no ha sido
-asesinado?»&mdash;«Señor presidente, le contesté, yo acabo de llegar, no he
-hablado aún con nadie, pero puedo asegurarle que el presidente Menéndez
-no ha sido asesinado». En los ojos de Barillas brilló la cólera&mdash;. «¿Y
-no sabe usted que tengo en la Penitenciaría a muchos propaladores de esa
-falsa noticia?»&mdash;«Señor, insistí, esa noticia no es falsa. El general
-Menéndez ha muerto de un ataque cardíaco al parecer; pero si no ha sido
-asesinado con bala o con puñal, le ha dado muerte la ingratitud, la
-infamia del general Ezeta, que ha cometido, se puede decir, un verdadero
-parricidio». Y me extendí sobre el particular. El presidente me escuchó
-sin inmutarse. «Está bien», me dijo, cuando hube concluído. «Vaya en
-seguida y escriba eso. Que aparezca mañana mismo. Y véase con el
-ministro de Relaciones Exteriores y con el ministro de Hacienda.» Me fuí
-rápidamente a mi hotel y escribí la narración de los sucesos del 22 de
-Junio, con el título de «Historia negra», que en ocasión oportuna
-reprodujo <i>La Nación</i> de Buenos Aires.<span class="pagenum"><a name="page_078" id="page_078"></a>{78}</span></p>
-
-<p>Mi escrito causó gran impresión, y supe después que Carlos Ezeta, así
-como su hermano Antonio, aseguraban que si alguna vez caía en sus manos
-no saldría vivo de ellas.&mdash;«Y pensar, decía algún tiempo más tarde el
-presidente Ezeta al ministro de España, don Julio de Arellano y
-Arróspide, después Marqués de Casa Arellano y cuya esposa fuera madrina
-de mi hijo, en San José de Costa Rica&mdash;¡y pensar que yo hubiera hecho
-rico a Rubén si no comete el disparate de ponerse en contra mía!» La
-verdad es que yo estaba satisfecho de mi conducta, pues Menéndez había
-sido mi benefactor, y sentía repugnancia de adherirme al circulo de los
-traidores. ¡Será ello quizás un poco romántico y poco práctico; pero qué
-le vamos a hacer!<span class="pagenum"><a name="page_079" id="page_079"></a>{79}</span></p>
-
-<h2><a name="XXI" id="XXI"></a>XXI</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">D</span><small>E</small> mi entrevista con el ministro de Relaciones Exteriores y con el de
-Hacienda resultó que por disposición presidencial se me hizo, como en
-San Salvador, director y propietario de un diario de carácter
-semioficial. A los pocos días, salía el primer número de <i>El Correo de
-la tarde</i>.</p>
-
-<p>Era el general Barilas un presidente voluntarioso y tiránico, como han
-sido casi todos los presidentes de la América Central. Se apoyaba desde
-luego en la fuerza militar, pero tenía cierta cultura y excelentes
-rasgos de generosidad y de rectitud. Uno de sus ministros era Ramón
-Salazar, literato notable, de educación alemana. La guerra se inició,
-pero concluyó felizmente al poco tiempo. El poder de los Ezetas se
-afianzó en San Salvador por el terror. En cuanto a mí, hice del diario
-semi-oficial una especie de cotidiana revista literaria. Frecuentaba a
-D. Valero Pujol,<span class="pagenum"><a name="page_080" id="page_080"></a>{80}</span> uno de los españoles de mayor valor intelectual que
-hayan venido a América y cuyo nombre, no sé por qué, quizás por el
-rincón centroamericano en que se metiera, no ha brillado como merece.
-Viejo republicano, amigo de Salmerón y de Pí y Margall, creo que fué,
-durante la república, gobernador de Zaragoza. En Guatemala era y es
-todavía el Maestro. Ha publicado valiosos libros de historia y tres
-generaciones le deben su luces. Era director de la Biblioteca Nacional
-el poeta cubano José Joaquín Palma, hombre exquisito y trovador
-zorrillesco. Es aquel autor de cierta poesía que se encontró entre los
-papeles de Olegario Andrade y que se publicó como suya, averiguándose
-después que era de Palma.</p>
-
-<p>Tenía varios colaboradores literarios para mi periódico, entre los
-cuales un jovencito de ojos brillantes y cara sensual, dorada de sol de
-trópico, que hizo entonces sus primeras armas. Se llamaba Enrique Gómez
-Carrillo. Otro joven, José Tible Machado, que escribía páginas a lo
-Bourget, el Bourget bueno de entonces, y que después sería un conocido
-diplomático y actualmente redactor de <i>Le Gaulois</i> de París, y otros.</p>
-
-<p>Hice lo que pude de vida social e intelectual, pero ya era tiempo de que
-viniese mi mujer y acabásemos de casarnos. Y así, siete meses después de
-mi llegada, se celebró mi matrimonio religioso, siendo uno de mis
-padrinos el doctor Fernando Cruz, que falleció después de ministro en
-París.<span class="pagenum"><a name="page_081" id="page_081"></a>{81}</span></p>
-
-<h2><a name="XXII" id="XXII"></a>XXII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> casa de Pujol intimé con un gran tipo, muy de aquellas tierras. Era
-el general Cayetano Sánchez, sostenedor del presidente Barillas, militar
-temerario, joven aficionado a los alcoholes, y a quien todo era
-permitido por su dominio y simpatía en el elemento bélico. Recuerdo una
-escena inolvidable. Una noche de luna habíamos sido invitados varios
-amigos, entre ellos mi antiguo profesor, el polaco D. José Leonard, y el
-poeta Palma, a una cena en el castillo de San José. Nos fueron servidos
-platos criollos, especialmente, uno llamado «chojín», sabroso plato, que
-por cierto, nos fué preparado por el hoy general Toledo, aspirante a la
-presidencia de la República. Sabroso plato, en verdad, ácido, picante,
-cuya base es el rábano. Los vinos abundaron como era<span class="pagenum"><a name="page_082" id="page_082"></a>{82}</span> de costumbre, y
-después se pasó al café y al coñac, del cual se bebieron copas
-innumerables. Todos estábamos más que alegres, pero al general Sánchez
-se le notaba muy exaltado en su alegría, y como nos paseásemos sobre las
-fortificaciones, viendo de frente a la luz de la luna las lejanas torres
-de la Catedral, tuvo una idea de todos los diablos. «A ver, dijo, ¿quién
-manda esta pieza de artillería?» y señaló un enorme cañón. Se presentó
-el oficial, y entonces Cayetano, como le llamábamos familiarmente, nos
-dijo: «Vean ustedes que lindo blanco. Vamos a echar abajo una de las
-torres de la Catedral. Y ordenó que preparasen el tiro. Los soldados
-obedecieron como autómatas; y como el general Sánchez era absolutamente
-capaz de todo, comprendimos que el momento era grave. Al poeta Palma se
-le ocurrió una idea excelente.&mdash;«Bien, Cayetano, le dijo: pero antes
-vamos a improvisar unos versos sobre el asunto. Haz que traigan más
-coñac». Todos comprendimos, y heroicamente nos fuimos ingurgitando
-sendos vasos de alcohol. Palma servía copiosas dosis al general Sánchez.
-El y yo recitábamos versos, y cuando la botella se había acabado, el
-general estaba ya dormido. Así se libró Guatemala de ser despertada a
-media noche a cañonazos de buen humor. Cayetano Sánchez, poco tiempo
-después, tuvo un triste y trágico fin.</p>
-
-<p>Por entonces aconteció un hecho que tuvo por muchos días suspensa la
-atención pública. El hijo de uno de los más íntegros y respetados
-magistrados<span class="pagenum"><a name="page_083" id="page_083"></a>{83}</span> de la capital tenía amores con una dama, casada con un
-extranjero. Como el marido oyese ruido una noche, se levantó y se
-dirigió al comedor, en donde estaba oculto el amante de su mujer. Este
-se arrojó sobre el pobre hombre y lo mató encarnizadamente con un puñal.
-La posición del joven, y sobre todo la del padre, aumentaban lo trágico
-del crimen. El asesino estuvo preso por algún tiempo, y luego creo que
-le fué facilitada la fuga. Años después, reducido a la pobreza, se le
-encontró cosido a puñaladas en el banco de un paseo, en una ciudad de
-los Estados Unidos, según se me ha contado.<span class="pagenum"><a name="page_084" id="page_084"></a>{84}</span></p>
-
-<h2><a name="XXIII" id="XXIII"></a>XXIII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">N</span><small>O</small> puedo rememorar por cuál motivo dejó de publicarse mi diario, y tuve
-que partir a establecerme en Costa Rica. En San José pasé una vida
-grata, aunque de lucha. La madre de mi esposa era de origen
-costarriqueño y tenía allí alguna familia. San José es una ciudad
-encantadora entre las de la América Central. Sus mujeres son las más
-lindas de todas las de las cinco repúblicas. Su sociedad una de las más
-europeizadas y norteamericanizadas. Colaboré en varios periódicos, uno
-de ellos dirigido por el poeta Pío Víquez, otro por el cojo Quiroz,
-hombre temible en política, chispeante y popular; intimé allí con el
-ministro español Arellano, y cuando nació mi primogénito, como he
-referido, su esposa, Margarita Foxá, fué la madrina.<span class="pagenum"><a name="page_085" id="page_085"></a>{85}</span></p>
-
-<p>Un día vi salir de un hotel, acompañado de una mujer muy blanca y de
-cuerpo fino, española, a un gran negro elegante. Era Antonio Maceo. Iba
-con él otro negro, llamado Bembeta, famoso también en la guerra cubana.</p>
-
-<p>Tuve amigos buenos como el hoy general Lesmes Jiménez, cuya familia era
-uno de los más fuertes sostenes de la política católica. Conocí en el
-Club principal de San José a personas como Rafael Iglesias, verboso,
-vibrante, decidido; Ricardo Jiménez y Cleto González Víquez,
-pertenecientes a lo que llamaremos nobleza costarriqueña, letrados
-doctos, hombres gentiles, intachables caballeros, ambos verdaderos
-intelectuales. Todos después han sido presidentes de la República.
-Conocí allí también a Tomás Regalado, manco como D. Ramón del Valle
-Inclán, pero maravilloso tirador de revólver con el brazo que le
-quedaba; hombre generoso, aunque desorbitado cuando le poseía el demonio
-de las botellas, y que fué años más tarde presidente también, de la
-República de El Salvador. Sobre el general Regalado cuéntanse anécdotas
-interesantes que llenarían un libro.</p>
-
-<p>Después del nacimiento de mi hijo la vida se me hizo bastante difícil en
-Costa Rica y partí solo, de retorno a Guatemala, para ver si encontraba
-allí manera de arreglarme una situación. En ello estaba, cuando recibí
-por telégrafo la noticia de que el gobierno de Nicaragua, a la sazón
-presidido por el doctor Roberto Sacasa, me había<span class="pagenum"><a name="page_086" id="page_086"></a>{86}</span> nombrado miembro de la
-delegación que enviaba Nicaragua a España con motivo de las fiestas del
-centenario de Colón. No había tiempo para nada; era preciso partir
-inmediatamente. Así es que escribí a mi mujer y me embarqué a juntarme
-con mi compañero de delegación, D. Fulgencio Mayorca, en Panamá. En el
-puerto de Colón tomamos pasaje en un vapor español de la compañía
-Trasatlántica, si mal no recuerdo el <i>León XIII</i>; y salimos con rumbo a
-Santander.</p>
-
-<p>Se me pierden en la memoria los incidentes de a bordo; pero sí tengo
-presente que iban unas señoras primas del escritor francés Edmond About;
-que iba también el delegado por el Ecuador, don Leonidas Pallarés,
-artista, poeta de discreción y amigo excelente; uno de los delegados de
-Colombia, Isaac Arias Argaez, llamado el <i>chato</i> Arias, bogotano
-delicioso, ocurrente, buen narrador de anécdotas y cantador de pasillos,
-y que, nombrado cónsul en Málaga se quedó allí, hasta hoy, y es el
-hombre más popular y más querido en aquella encantadora ciudad andaluza.</p>
-
-<p>En Cuba se embarcó Texifonte Gallego, que había sido secretario de ya no
-recuerdo qué Capitán General. Texifonte, buen parlante, de grandes dotes
-para la vida, hizo carrera. ¡Ya lo creo que hizo carrera! Hacíamos la
-travesía lo más gratamente posible, con cuantas ocurrencias imaginábamos
-y al amor de los espirituosos vinos de España. Nos ocurrió un curioso
-incidente. Estábamos en pleno Océano, una mañanita, y el sirviente<span class="pagenum"><a name="page_087" id="page_087"></a>{87}</span> de
-mi camarote llegó a despertarme:&mdash;«Señorito, si quiere usted ver un
-naúfrago que hemos encontrado, levántese pronto». Me levanté. La
-cubierta estaba llena de gente, y todos miraban a un punto lejano donde
-se veía una embarcación y en ella un hombre de pie. El momento era
-emocionante. El vapor se fué acercando poco a poco para recoger al
-probable naúfrago, cuando de pronto, y ya el sol salido, se oyó que
-aquel hombre, con una gran voz, preguntó en inglés:&mdash;«¿En qué latitud y
-longitud estamos?». El capitán le contestó también en inglés, dándole
-los datos que pedía, y le preguntó quién era y qué había pasado.&mdash;«Soy,
-le dijo, el capitán Andrews, de los Estados Unidos, y voy por cuenta de
-la casa del jabón Sapolio, siguiendo en este barquichuelo el itinerario
-de Cristóbal Colón al revés. Hágame el favor de avisar cuando lleguen a
-España al cónsul de los Estados Unidos que me han encontrado
-aquí».&mdash;«¿Necesita usted algo?», le dijo el capitán de nuestro vapor.
-Por toda contestación, el yankee sacó del interior del barquichuelo dos
-latas de conservas que tiró sobre la cubierta del <i>León XIII</i>, puso su
-vela y se despidió de nosotros. Algunos días después de nuestra llegada
-a España, Mr. Andrews arribaba al puerto de Palos, en donde era recibido
-en triunfo. Luego, buen yankee, exhibió su barca, cobrando la entrada, y
-se juntó bastantes pesetas.<span class="pagenum"><a name="page_088" id="page_088"></a>{88}</span></p>
-
-<h2><a name="XXIV" id="XXIV"></a>XXIV</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> Madrid, me hospedé en el hotel de Las Cuatro Naciones, situado en la
-calle del Arenal y hoy transformado. Como supiese mi calidad de hombre
-de letras, el mozo Manuel me propuso:&mdash;«Señorito, ¿quiere usted conocer
-el cuarto de don Marcelino? El está ahora en Santander y yo se lo puedo
-mostrar». Se trataba de don Marcelino Menéndez y Pelayo, y yo acepté
-gustosísimo. Era un cuarto como todos los cuartos de hotel, pero lleno
-de tal manera de libros y de papeles, que no se comprende cómo allí se
-podía caminar. Las sábanas estaban manchadas de tinta. Los libros eran
-de diferentes formatos. Los papeles de grandes pliegos estaban llenos de
-cosas sabias, de cosas sabias de don Marcelino&mdash;. «Cuando está don
-Marcelino no recibe a nadie», me dijo Manuel. El caso es que la buena
-suerte quiso que cuando retornó de Santander el ilustre humanista yo
-entrara a su cuarto, por lo menos algunos minutos todas las mañanas. Y
-allí se inició nuestra larga y cordial amistad.<span class="pagenum"><a name="page_089" id="page_089"></a>{89}</span></p>
-
-<h2><a name="XXV" id="XXV"></a>XXV</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>RA</small> el alma de las delegaciones hispanoamericanas el general don Juan
-Riva Palacio, ministro de Méjico, varón activo, culto y simpático. En la
-corte española el hombre tenía todos los merecimientos; imponía su buen
-humor, y su actitud, siempre laboriosa, era por todos alabada. El
-general Riva Palacio había tenido una gran actuación en su país como
-militar y como publicista, y ya en sus últimos años fué enviado a
-Madrid, en donde vivía con esplendor, rodeado de amigos, principalmente
-funcionarios y hombres de letras. Se cuenta que algún incidente hubo en
-una fiesta de Palacio, con la reina regente doña María Cristina, pues
-ella no podía olvidar que el general Riva Palacio había sido de los
-militares que tomaron parte en el juzgamiento de su pariente,<span class="pagenum"><a name="page_090" id="page_090"></a>{90}</span> el
-emperador Maximiliano; pero todo se arregló, según parece, por la
-habilidad de Cánovas del Castillo, de quien el mejicano era íntimo
-amigo.</p>
-
-<p>Tenía don Vicente, en la calle de Serrano, un palacete lleno de obras de
-arte y antigüedades, en donde solía reunir a sus amigos de letras, a
-quienes encantaba con su conversación chispeante y la narración de
-interesantes anécdotas. Era muy aficionado a las zarzuelas del género
-chico y frecuentaba, envuelto en su capa clásica, los teatros en donde
-había tiples buenas mozas. Llegó a ser un hombre popular en Madrid, y,
-cuando murió, su desaparición fué muy sentida.</p>
-
-<p>Fuí amigo de Castelar. La primera vez que llegué a casa del gran hombre
-iba con la emoción que Heine sintió al llegar a la casa de Goethe.
-Cierto que la figura de Castelar tenía, sobre todo para nosotros los
-hispanoamericanos, proporciones gigantescas, y yo creía, al visitarle,
-entrar en la morada de un semidios. El orador ilustre me recibió muy
-sencilla y afablemente en su casa de la calle Serrano. Pocos días
-después me dió un almuerzo, al cual asistieron, entre otras personas, el
-célebre político Abarzuza y el banquero don Adolfo Calzado. Alguna vez
-he escrito detalladamente sobre este almuerzo, en el cual la
-conversación inagotable de Castelar fué un deleite para mis oídos y para
-mi espíritu. Tengo presente que me habló de diferentes cosas referentes
-a América, de la futura influencia de los Estados<span class="pagenum"><a name="page_091" id="page_091"></a>{91}</span> Unidos sobre nuestras
-Repúblicas, del general Mitre, a quien había conocido en Madrid, de <i>La
-Nación</i>, diario en donde había colaborado; y de otros tantos temas en
-que se expedía su verbo de colorido profuso y armonioso. En ese almuerzo
-nos hizo comer unas riquísimas perdices que le había enviado su amiga la
-duquesa de Medinaceli. Hay que recordar que Castelar era un «gourmet» de
-primer orden, y que sus amigos, conociéndole este flaco, le colmaban de
-presentes gratos a Meser Gaster. Después tuve ocasión de oir a Castelar
-en sus discursos. Le oí en Toledo y le oí en Madrid. En verdad era una
-voz de la naturaleza, era un fenómeno singular, como el de los grandes
-tenores, o los grandes ejecutantes. Su oratoria tenía del prodigio, del
-milagro; y creo difícil, sobre todo ahora que la apreciación sobre la
-oratoria ha cambiado tanto, que se repita dicho fenómeno, aunque hayan
-aparecido tanto en España como en la Argentina, por ejemplo en Belisario
-Roldán, casos parecidos.</p>
-
-<p>He recordado alguna vez, cómo en casa de doña Emilia Pardo Bazán y en un
-círculo de admiradores, Castelar nos dió a conocer la manera de perorar
-de varios oradores célebres que él había escuchado, y luego la manera
-suya, recitándonos un fragmento del famoso discurso réplica al cardenal
-Manterola. Castelar era en ese tiempo sin duda alguna, la más alta
-figura de España y su nombre estaba rodeado de la más completa gloria.<span class="pagenum"><a name="page_092" id="page_092"></a>{92}</span></p>
-
-<h2><a name="XXVI" id="XXVI"></a>XXVI</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">C</span><small>ONOCÍ</small> a D. Gaspar Núñez de Arce, que me manifestó mucho afecto y que,
-cuando alistaba yo mi viaje de retorno a Nicaragua, hizo todo lo posible
-para que me quedase en España. Escribió una carta a Cánovas del Castillo
-pidiéndole que solicitase para mí un empleo en la compañía
-Trasatlántica. Conservaba yo hasta hace poco tiempo la contestación de
-Cánovas, que se me quedó en la redacción del <i>Fígaro</i> de la Habana.
-Cánovas le decía que se había dirigido al marqués de Comillas; que éste
-manifestaba la mejor voluntad; pero que no había, por el momento, ningún
-puesto importante que ofrecerme. Y a vuelta de varias frases elogiosas
-para mí, «es preciso, decía, que lo naturalicemos». Nada de ello pudo
-hacerse, pues mi visita era urgente.<span class="pagenum"><a name="page_093" id="page_093"></a>{93}</span></p>
-
-<p>Conocí a D. Ramón de Campoamor. Era todavía un anciano muy animado y
-ocurrente. Me llevó a su casa el doctor José Verdes Montenegro, que era
-en ese tiempo muy joven. Se quejó el poeta de las <i>Doloras</i> y de los
-<i>Pequeños Poemas</i>, de ciertos críticos, en la conversación. «No quieren
-que los chicos me imiten», decía. Conservaba entre sus papeles, y me
-hizo que la leyera, una décima sobre él que yo había publicado en
-Santiago de Chile y que le había complacido mucho. Era un amable y
-jovial filósofo. Gozaba de bienes de fortuna; era terrateniente en su
-país de Asturias, allí donde encontrara tantos temas para sus fáciles y
-sabrosas poesías. Ese risueño moralista era en ocasiones como su gaitero
-de Gijón. Muchas veces sonríe mostrando la humedad brillante de una
-lágrima.</p>
-
-<p>Uno de mis mejores amigos fué D. Juan Valera, quien ya se había ocupado
-largamente en sus <i>Cartas Americanas</i> de mi libro <i>Azul</i>, publicado en
-Chile. Ya estaba retirado de su vida diplomática; pero su casa era la
-del más selecto espíritu español de su tiempo, la del «tesorero de la
-lengua castellana», como le ha llamado el conde de las Navas, una de las
-más finas amistades que conservo desde entonces. Me invitó D. Juan a sus
-reuniones de los viernes, en donde me hice de excelentes conocimientos:
-el duque de Almenara Alta, D. Narciso Campillo y otros cuantos que ya no
-recuerdo. El duque de Almenara era un noble de letras, buen gustador de
-clásicas páginas; y<span class="pagenum"><a name="page_094" id="page_094"></a>{94}</span> por su parte, dejó algunas amenas y plausibles.
-Campillo, que era catedrático y hombre aferrado a sus tradicionales
-principios, tuvo por mí simpatías, a pesar de mis demostraciones
-revolucionarias. Era conversador de arranques y ocurrencias
-graciosísimas, y contaba con especial donaire cuentos picantes y
-verdes.<span class="pagenum"><a name="page_095" id="page_095"></a>{95}</span></p>
-
-<h2><a name="XXVII" id="XXVII"></a>XXVII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>A</small> noche que me dedicara D. Juan Valera, y en la cual leí versos, me
-dijo: «Voy a presentar a usted una reliquia». Como pasaran las doce y la
-reliquia no apareciese, creí que la cosa quedaría para otra ocasión,
-tanto más, cuanto que comenzaban a retirarse los contertulios. Pero D.
-Juan me dijo que tuviese paciencia y esperase un rato más. Quedábamos ya
-pocos, cuando a eso de las dos de la mañana, sonó el timbre y a poca
-entró, envuelto en su capa, un viejecito de cuerpo pequeño, algo
-encorvado y al parecer bastante sordo. Me presentó a él el dueño de la
-casa, mas no me dijo su nombre, y el viejecito se sentó a mi lado. El
-para mí desconocido, empezó a hablarme de América, de Buenos Aires, de
-Río de Janeiro, en donde había estado por algún tiempo<span class="pagenum"><a name="page_096" id="page_096"></a>{96}</span> con cargos
-diplomáticos o comisiones del gobierno de España; y luego, tratando de
-cosas pasadas de su vida, me hablaba de «Pepe»: «Cuando Pepe estuvo en
-Londres»... «Un día me decía Pepe»... «Porque como el carácter de Pepe
-era así»... El caso me intrigaba vivamente. ¿Quién era aquel viejecito
-que estaba a mi lado? No pude dominar mi curiosidad, me levanté y me
-dirigí a D. Juan Valera. «Dígame, señor, le dije, ¿quién es el señor
-anciano a quien usted me ha presentado?»&mdash;«La reliquia», me contestó.
-«¿Y quién es la reliquia?» «<i>Bueno es el mundo, bueno, bueno, bueno</i>»...
-La reliquia era D. Miguel de los Santos Alvarez; y Pepe, naturalmente,
-era Espronceda.</p>
-
-<p>Salimos casi de madrugada. Campillo, y yo; con nosotros D. Miguel. Desde
-la cuesta de Santo Domingo, llegamos hasta la puerta del Sol, y luego a
-las cercanías del Casino de Madrid. Yo tenía la intención de ir a
-acompañar la reliquia a su casa, pues ya los resplandores del alba
-empezaban a iluminar al cielo. Se lo manifesté y él, con mucho gracejo,
-me contestó:&mdash;«Le agradezco mucho, pero yo no me acuesto todavía. Tengo
-que entrar al Casino, en donde me aguardan unos amigos... Ya ve usted;
-calcule los años que tengo... ¡y luego dirán que hace daño trasnochar!»
-Me desprendí muy satisfecho de haber conocido a semejante hombre de tan
-lejanos tiempos.</p>
-
-<p>Un día, en un hotel que daba a la Puerta del Sol, adonde había ido a
-visitar al glorioso y venerable<span class="pagenum"><a name="page_097" id="page_097"></a>{97}</span> D. Ricardo Palma, entró un viejo cuyo
-rostro no me era desconocido, por fotografías y grabados. Tenía un gran
-lobanillo o protuberancia, a un lado de la cabeza. Su indumentaria era
-modesta, pero en los ojos le relampagueaba el espíritu genial. Sin
-sentarse habló con Palma de varias cosas. Este me presentó a él; y yo me
-sentí profundamente conmovido. Era D. José Zorrilla, «el que mató a D.
-Pedro y el que salvó a don Juan...» Vivía en la pobreza, mientras sus
-editores se habían llenado de millones con sus obras. Odiaba su famoso
-<i>Tenorio</i>... Poco tiempo después, la viuda tenía que empeñar una de las
-coronas que se ofrendaran al mayor de los líricos de España... Después
-de que Castelar había pedido para él una pensión a las Cortes, pensión
-que no se consiguió a pesar de la elocuencia del Crisóstomo, que habló
-de quien era propietario del cielo azul, «en donde no hay nada que
-comer»...</p>
-
-<p>Conocí a D.ª Emilia Pardo Bazán. Daba fiestas frecuentes, en ese tiempo,
-en honor de las delegaciones hispano-americanas que llegaban a las
-fiestas del centenario colombino. Sabidos son el gran talento y la
-verbosidad de la infatigable escritora. Las noches de esas fiestas
-llegaban los orfeones de Galicia, a cantar alboradas bajo sus balcones.
-La señora Pardo Bazán todavía no había sido titulada por el Rey; pero
-estaba en la fuerza de su fama y de su producción. Tenía un hijo,
-entonces jovencito, D. Jaime, y dos hijas,<span class="pagenum"><a name="page_098" id="page_098"></a>{98}</span> una de ellas casada hoy con
-el renombrado y bizarro coronel Cavalcanti. Su salón era frecuentado por
-gente de la nobleza, de la política y de las letras; y no había
-extranjero de valer que no fuese invitado por ella. Por esos días vi en
-su casa a Maurice Barrés, que andaba documentándose para su libro <i>Du
-sang, de la volupté et de la Mort</i>. Por cierto que le pasó una aventura
-graciosísima en una corrida de toros.<span class="pagenum"><a name="page_099" id="page_099"></a>{99}</span></p>
-
-<h2><a name="XXVIII" id="XXVIII"></a>XXVIII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">C</span><small>ONOCÍ</small> mucho a D. Antonio Cánovas del Castillo, a quien fuí presentado
-por D. Gaspar Núñez de Arce. Hacía poco que aquel vigoroso viejo, que
-era la mayor potencia política de España, se había casado con doña
-Joaquina de Osma, bella, inteligente y voluptuosa dama, de origen
-peruano. Mucho se había hablado de ese matrimonio, por la diferencia de
-edad; pero es el caso que Cánovas estaba locamente enamorado de su
-mujer, y su mujer le correspondía con creces. Cánovas adoraba los
-hombros maravillosos de Joaquina, y por otras partes, en las estatuas de
-su <i>sérre</i>, o en las que decoraban vestíbulos y salones, se veían como
-amorosas reproducciones de aquellos hombros y aquellos senos
-incomparables, revelados por los osados escotes. La conversación<span class="pagenum"><a name="page_100" id="page_100"></a>{100}</span> de
-Cánovas, como saben todos los que le trataron de cerca, era llena de
-brío y de gracia, con su peculiar ceceo andaluz. Su mujer no le iba en
-zaga como conversadora lista y pronta para la «ripposta»; y pude
-presenciar, en una de las comidas a que asistiera en el opulento palacio
-de la Huerta, en la Guindalera, a una justa de ingenio en que tomaban
-parte Cánovas, Joaquina, Castelar y el general Riva Palacio.</p>
-
-<p>Cuéntase ahora en Madrid una leyenda, que si no es cierta, está bien
-inventada como un cuento de antaño o como un romántico poema. Dícese que
-cuando Cánovas fué asesinado por truculento y fanático anarquista
-italiano, se repitió en España el episodio de doña Juana la Loca. Y que,
-una vez que el cuerpo de su marido fué enterrado, después que le hubo
-acompañado hasta el lugar de su último reposo, sin derramar, como
-extática, una sola lágrima, la esposa se encerró en su palacio y no
-volvió a salir mas de él. Dícese que apenas hablaba por monosílabos con
-la servidumbre para dar sus órdenes; que recorría los salones
-solitarios, con sus tocas de viuda; que una noche de invierno se vistió
-de blanco con su traje de novia; que por la mañana, los criados la
-buscaron por todas partes sin encontrarla; hasta que la hallaron en el
-jardín, ya muerta; tendida con la cara al cielo y cubierta por la nieve.
-Ello es lindo y fabuloso; Tennyson, Bécquer o Barbey d’Aureville.<span class="pagenum"><a name="page_101" id="page_101"></a>{101}</span></p>
-
-<h2><a name="XXIX" id="XXIX"></a>XXIX</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>OS</small> miembros de la delegación de Nicaragua, recibimos en la sección
-correspondiente de la Exposición, y en su oportunidad, a los reyes de
-España, que iban acompañados de los de Portugal. El día de la visita fué
-la primera vez que observé testas coronadas. Me llamó la atención
-fuertemente la hermosura de la reina portuguesa, alta y gallarda como
-todas las Orleans, y fresca como una recién abierta rosa rosada. Iba
-junto a ella el obeso marido, que debía tener tan trágico fin. En la
-vecina sección de Guatemala, sucedió algo gracioso. Había preparado el
-delegado guatemalteco, doctor Fernando Cruz, dos abanicos espléndidos
-para ser obsequiados a la reina; pero uno de ellos era más espléndido
-que el otro, puesto que era el destinado para la reina regente doña<span class="pagenum"><a name="page_102" id="page_102"></a>{102}</span>
-María Cristina. Los abanicos estaban sobre una bandeja de oro. El
-ministro, antes de ofrecerlos, anunció el obsequio en cortas y
-respetuosas palabras. La reina doña Amelia de Portugal vió los dos
-abanicos y con su mirada de joven y de coqueta se dió cuenta de cuál era
-el mejor; y, sin esperar más, lo tomó para sí y dió las gracias al
-ministro.</p>
-
-<p>Antes de retornar a Nicaragua, fuí invitado a tomar parte en una velada
-lírico-literaria. Hablamos dos personas. Un joven orador de barba negra,
-que conquistaba a los auditorios con su palabra cálida y fluyente, D.
-José Canalejas, que fué luego presidente del Consejo de Ministros, y yo,
-que leí unos versos, creo que los titulados <i>A Colón</i>. Poco tiempo
-después tomaba el vapor para Centro-América, en el mismo puerto de
-Santander, en donde había desembarcado.</p>
-
-<p>No tengo en la memoria ningún incidente del viaje de retorno, solamente
-de las horas que el vapor se detuviera en el puerto de Cartagena, en
-Colombia. Cartagena de Indias, la ciudad fundada por aquel antepasado D.
-José María de Heredia, a quien el poeta cubano-francés ha cantado y
-Claudius Popelin ha retratado en cuadro memorable. No lejos de Cartagena
-está la residencia de Cabrero, en donde se encontraba entonces retirado
-el antiguo Presidente de la República y célebre publicista y poeta,
-doctor Rafael Núñez. Este hombre eminente ha sido de las más grandes
-figuras de ese foco de superiores intelectos,<span class="pagenum"><a name="page_103" id="page_103"></a>{103}</span> que es el país
-colombiano. Digan lo que quieran sus enemigos políticos, el nombre de
-Rafael Núñez ha de resplandecer más tarde en una cierta y definitiva
-gloria. Era un pensador y un formidable hombre de acción. Bajé a tierra
-a hacerle una visita. Acompañábanle, cuando penetré a su morada, su
-esposa doña Soledad y una sobrina. Me recibió con gravedad afable. Me
-dijo cosas gratas, me habló de literatura y de mi viaje a España, y
-luego me preguntó:&mdash;«¿Piensa usted quedarse en Nicaragua?»&mdash;«De ninguna
-manera, le contesté, porque el medio no me es propicio.» «Es verdad, me
-dijo. No es posible que usted permanezca allí. Su espíritu se ahogaría
-en ese ambiente. Tendría usted que dedicarse a mezquinas políticas;
-abandonaría seguramente su obra literaria y la pérdida no sería para
-usted sólo, sino para nuestras letras. ¿Querría usted ir a Europa?» Yo
-le manifesté que eso sería mi sueño deseado; y al mismo tiempo expresé
-mis ansias por conocer Buenos Aires. «Puesto que usted lo quiere,
-agregó, yo escribiré a Bogotá, al presidente señor Caro, para que se le
-nombre a usted cónsul general en Buenos Aires, pues cabalmente la
-persona que hoy ocupa ese puesto va a retirarse de la capital argentina.
-Vaya usted a su país a dar cuenta de su misión, y espere las noticias
-que se le comunicarán oportunamente.» No hay que decir que yo me llené
-de esperanzas y de alegrías.<span class="pagenum"><a name="page_104" id="page_104"></a>{104}</span></p>
-
-<h2><a name="XXX" id="XXX"></a>XXX</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">A</span> mi llegada a Nicaragua, permanecí algunos días en la ciudad de León.
-Hice todo lo posible por ver si el gobierno me pagaba allí más de medio
-año de sueldos que me adeudaba; pero, por más que hice, vi que era
-preciso que fuese yo mismo a la capital, cosa que quería evitar por más
-de un motivo.</p>
-
-<p>Estando en León, se celebraron funerales en memoria de un ilustre
-político que había muerto en París, D. Vicente Navas. Se me rogó que
-tomase parte en la velada que se daría en honor del personaje fallecido,
-y escribí unos versos en tal ocasión. Estaba, la noche de esa velada,
-leyendo mi poesía, cuando me fué entregado un telegrama. Venía de San
-Salvador, lugar adonde yo no podía ir a causa de los Ezetas, y en donde
-residía<span class="pagenum"><a name="page_105" id="page_105"></a>{105}</span> mi esposa en unión de su madre y de su hermana casada. El
-telegrama me anunciaba en vagos términos la gravedad de mi mujer, pero
-yo comprendí por íntimo presentimiento que había muerto; y sin acabar de
-leer los versos, me fuí precipitadamente al hotel en que me hospedaba,
-seguido de varios amigos, y allí me encerré en mi habitación, a llorar
-la pérdida de quien era para mí consolación y apoyo moral. Pocos días
-después llegaron noticias detalladas del fallecimiento. Se me enviaba un
-papel escrito con lápiz por ella, en el cual me decía que iba a hacerse
-operar&mdash;había quedado bastante delicada después del nacimiento de
-nuestro hijo&mdash;, y que si moría en la operación, lo único que me
-suplicaba era que dejase al niño en poder de su madre, mientras ésta
-viviese. Por otra parte, me escribía mi concuñado, el banquero D.
-Ricardo Trigueros, que él se encargaría gustoso de la educación de mi
-hijo, y que su mujer sería como una madre para él. Hace diez y nueve
-años que esto ha sucedido y ello ha sido así.</p>
-
-<p>Pasé ocho días sin saber nada de mí, pues en tal emergencia recurrí a
-las abrumadoras nepentas de las bebidas alcohólicas. Uno de esos días
-abrí los ojos y me encontré con dos señoras que me asistían; eran mi
-madre y una hermana mía, a quienes se puede decir que conocía por
-primera vez, pues mis anteriores recuerdos maternales estaban como
-borrados. Cuando me repuse, fué preciso partir para la capital para
-hablar con el<span class="pagenum"><a name="page_106" id="page_106"></a>{106}</span> presidente, doctor Sacasa, y ver si me abonaban mis
-haberes.</p>
-
-<p>Llegué a Managua y me instalé en un hotel de la ciudad. Me rodearon
-viejos amigos; se me ofreció que se me pagarían pronto mis sueldos, mas
-es el caso que tuve que esperar bastantes días; tantos que en ellos
-ocurrió el caso más novelesco y fatal de mi vida, pero al cual no puedo
-referirme en estas memorias por muy poderosos motivos. Es una página
-dolorosa de violencia y engaño, que ha impedido la formación de un hogar
-por más de veinte años; pero vive aún quien como yo ha sufrido las
-consecuencias de un familiar paso irreflexivo, y no quiero aumentar con
-la menor referencia una larga pena. El diplomático y escritor mejicano
-Federico Gamboa, tan conocido en Buenos Aires, tiene escrita desde hace
-muchos años esa página romántica y amarga, y la conserva inédita, porque
-yo no quise que la publicase en uno de sus libros de recuerdos. Es
-precisa, pues, aquí, esta laguna en la narración de mi vida.<span class="pagenum"><a name="page_107" id="page_107"></a>{107}</span></p>
-
-<h2><a name="XXXI" id="XXXI"></a>XXXI</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">D</span><small>E</small> este modo, encuéntreme el lector, como dos meses después, en la
-ciudad de Panamá, en donde, según carta que había recibido en Managua,
-del doctor Rafael Núñez, se me debía entregar por el gobernador del
-Istmo mi nombramiento de cónsul general de Colombia en Buenos Aires. Así
-fué, por la eficaz recomendación de aquel hombre ilustre. No solamente
-se me entregó mi nombramiento&mdash;en el cual se me decía que se me daba
-este puesto por no haber entonces ninguna vacante diplomática&mdash;y mi
-carta patente correspondiente, sino una buena suma de sueldos
-adelantados. En seguida tomé el vapor para Nueva York.</p>
-
-<p>Me hospedé en un hotel español, llamado el hotel América; y de allí se
-esparció en la colonia<span class="pagenum"><a name="page_108" id="page_108"></a>{108}</span> hispanoamericana de la imperial ciudad la
-noticia de mi llegada. Fué el primero en visitarme un joven cubano,
-verboso y cordial, de tupidos cabellos negros, ojos vivos y penetrantes
-y trato caballeroso y comunicativo. Se llamaba Gonzalo de Quesada, y es
-hoy ministro de Cuba en Berlín. Su larga actuación panamericana es harto
-conocida. Me dijo que la colonia cubana me preparaba un banquete que se
-verificaría en casa del famoso «restaurateur» Martín, y que el «Maestro»
-deseaba verme cuanto antes. El Maestro era José Martí, que se encontraba
-en esos momentos en lo más arduo de su labor revolucionaria. Agregó
-asimismo Gonzalo, que Martí me esperaba esa noche en Harmand Hall, en
-donde tenía que pronunciar un discurso ante una asamblea de cubanos,
-para que fuéramos a verle juntos. Yo admiraba altamente el vigor general
-de aquel escritor único, a quien había conocido por aquellas formidables
-y líricas correspondencias que enviaba a diarios hispanoamericanos como
-<i>La Opinión Nacional</i> de Caracas, <i>El Partido Liberal</i> de México, y,
-sobre todo, <i>La Nación</i> de Buenos Aires. Escribía una prosa profusa,
-llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música. Se
-transparentaba el cultivo de los clásicos españoles y el conocimiento de
-todas las literaturas antiguas y modernas; y, sobre todo, el espíritu de
-un alto y maravilloso poeta. Fuí puntual a la cita, y en los comienzos
-de la noche entraba en compañía de Gonzalo de Quesada por una de las
-puertas laterales<span class="pagenum"><a name="page_109" id="page_109"></a>{109}</span> del edificio en donde debía hablar el gran
-combatiente. Pasamos por un pasadizo sombrío; y, de pronto, en un cuarto
-lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño de
-cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo tiempo, y
-que me decía esta única palabra: «¡Hijo!».</p>
-
-<p>Era la hora ya de aparecer ante el público, y me dijo que yo debía
-acompañarle en la mesa directiva; y cuando me di cuenta, después de una
-rápida presentación a algunas personas, me encontré con ellas y con
-Martí en un estrado, frente al numeroso público que me saludaba con un
-aplauso simpático. ¡Y yo pensaba en lo que diría el gobierno colombiano
-de su cónsul general sentado en público, en una mesa directiva
-revolucionaria antiespañola! Martí tenía esa noche que defenderse. Había
-sido acusado, no tengo presente ya si de negligencia o de precipitación,
-en no sé cuál movimiento de invasión a Cuba. Es el caso, que el núcleo
-de la colonia le era en aquellos momentos contrario; mas aquel orador
-sorprendente tenía recursos extraordinarios, y aprovechando mi
-presencia, simpática para los cubanos que conocían al poeta, hizo de mí
-una presentación ornada de las mejores galas de su estilo. Los aplausos
-vinieron entusiásticos, y él aprovechó el instante para sincerarse y
-defenderse de las sabidas acusaciones, y como ya tenía ganado al
-público, y como pronunció en aquella ocasión uno de los más hermosos
-discursos de su vida, el<span class="pagenum"><a name="page_110" id="page_110"></a>{110}</span> éxito fué completo y aquel auditorio, antes
-hostil, le aclamó vibrante y prolongadamente.</p>
-
-<p>Concluído el discurso, salimos a la calle. No bien habíamos andado
-algunos pasos, cuando oí que alguien le llamaba: «¡Don José! ¡Don José!»
-«Era un negro obrero que se le acercaba humilde y cariñoso». «Aquí le
-traigo este recuerdito», le dijo. Y le entregó una lapicera de
-plata.&mdash;«Vea usted, me observó Martí, el cariño de esos pobres negros
-cigarreros. Ellos se dan cuenta de lo que sufro y lucho por la libertad
-de nuestra pobre patria». Luego fuimos a tomar el té a casa de una su
-amiga, dama inteligente y afectuosa, que le ayudaba mucho en sus
-trabajos de revolucionario.</p>
-
-<p>Allí escuché por largo tiempo su conversación. Nunca he encontrado, ni
-en Castelar mismo, un conversador tan admirable. Era armonioso y
-familiar, dotado de una prodigiosa memoria, y ágil y pronto para la
-cita, para la reminiscencia, para el dato, para la imagen. Pasé con él
-momentos inolvidables, luego me despedí. El tenía que partir esa misma
-noche para Tampa, con objeto de arreglar no sé qué preciosas
-disposiciones de organización. No le volví a ver más.</p>
-
-<p>Como él no pudo presidir el banquete que debían de darme los cubanos,
-delegó su representación en el general venezolano Nicanor Bolet Peraza,
-escritor y orador diserto y elocuente. Al banquete asistieron muchos
-cubanos preeminentes, entre ellos Benjamín Guerra, Ponce de León,<span class="pagenum"><a name="page_111" id="page_111"></a>{111}</span> el
-doctor Miranda y otros. Bolet Peraza pronunció una bella arenga y
-Gonzalo de Quesada una de sus resonantes y ardorosas oraciones. Al día
-siguiente tomamos el tren Gonzalo y yo, pues mi deseo era conocer la
-catarata de Niágara, antes de partir para París y Buenos Aires. Mi
-impresión ante la maravilla confieso que fué menor de lo que hubiera
-podido imaginar. Aunque el portento se impone, la mente se representa
-con creces lo que en la realidad no tiene tan fantásticas proporciones.
-Sin embargo, me sentí conmovido ante el prodigio natural, y no dejé de
-recordar los versos de José María de Heredia, el de castellana lengua.</p>
-
-<p>Retornamos a Nueva York y tomé el vapor para Francia.<span class="pagenum"><a name="page_112" id="page_112"></a>{112}</span></p>
-
-<h2><a name="XXXII" id="XXXII"></a>XXXII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">Y</span><small>O</small> soñaba con París desde niño, a punto de que cuando hacía mis
-oraciones rogaba a Dios que no me dejase morir sin conocer París. París
-era para mí como un paraíso en donde se respirase la esencia de la
-felicidad sobre la tierra. Era la Ciudad del Arte, de la Belleza y de la
-Gloria; y, sobre todo, era la capital del Amor, el reino del Ensueño. E
-iba yo a conocer París, a realizar la mayor ansia de mi vida. Y cuando
-en la estación de Saint-Lazare pisé tierra parisiense, creí hallar suelo
-sagrado. Me hospedé en un hotel español que por cierto ya no existe. Se
-hallaba situado cerca de la Bolsa, y se llamaba pomposamente Grand Hôtel
-de la Bourse et des Ambassadeurs... Yo deposité en la caja, desde mi
-llegada, unos cuantos largos y prometedores rollos<span class="pagenum"><a name="page_113" id="page_113"></a>{113}</span> de brillantes y
-áureas águilas americanas de a veinte dólares. Desde el día siguiente
-tenía carruaje a todas horas en la puerta, y comencé mi conquista de
-París...</p>
-
-<p>Apenas hablaba una que otra palabra de francés. Fuí a buscar a Enrique
-Gómez Carrillo, que trabajaba entonces empleado en la casa del librero
-Garnier.</p>
-
-<p>Carrillo, muy contento de mi llegada, apenas pudo acompañarme, por sus
-ocupaciones; pero me presentó a un español que tenía el tipo de un
-gallardo mozo, al mismo tiempo que muy marcada semejanza de rostro con
-Alfonso Daudet. Llevaba en París la vida del país de Bohemia, y tenía
-por querida a una verdadera marquesa de España. Era escritor de gran
-talento y vivía siempre en su sueño. Como yo, usaba y abusaba de los
-alcoholes; y fué mi iniciador en las correrías nocturnas del Barrio
-Latino. Era mi pobre amigo, muerto no hace mucho tiempo, Alejandro Sawa.
-Algunas veces me acompañaba también Carrillo, y con uno y otro conocí a
-poetas y escritores de París, a quienes había amado desde lejos.</p>
-
-<p>Uno de mis grandes deseos era poder hablar con Verlaine. Cierta noche,
-en el cafe D’Harcourt, encontramos al Fauno, rodeado de equívocos
-acólitos.</p>
-
-<p>Estaba igual al simulacro en que ha perpetuado su figura el arte
-maravilloso de Carrière. Se conocía que había bebido harto. Respondía
-de<span class="pagenum"><a name="page_114" id="page_114"></a>{114}</span> cuando en cuando, a las preguntas que le hacían sus acompañantes,
-golpeando intermitentemente el mármol de la mesa. Nos acercamos con
-Sawa, me presentó: «Poeta americano, admirador, etc.» Yo murmuré en mal
-francés toda la devoción que me fué posible y concluí con la palabra
-gloria... Quién sabe qué habría pasado esta tarde al desventurado
-maestro; el caso es que, volviéndose a mí, y sin cesar de golpear la
-mesa, me dijo en voz baja y pectoral: <i>¡La gloire!... ¡La gloire!...
-¡M... M... encore!...</i> Creí prudente retirarme y esperar para verle de
-nuevo una ocasión más propicia. Esto no lo pude lograr nunca, porque las
-noches que volví a encontrarle, se hallaba más o menos en el mismo
-estado; y aquello, en verdad, era triste, doloroso, grotesco y trágico.
-Pobre <i>¡Pauvre Lelian! ¡Priez pour le pauvre Gaspard!</i>...<span class="pagenum"><a name="page_115" id="page_115"></a>{115}</span></p>
-
-<h2><a name="XXXIII" id="XXXIII"></a>XXXIII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">U</span><small>NA</small> mañana, después de pasar la noche en vela, llevó Alejandro Sawa a mi
-hotel a Charles Morice, que era entonces el crítico de los simbolistas.
-Hacía poco que había publicado su famoso libro <i>La littérature de tout à
-l’heure</i>. Encontró sobre mi mesa unos cuantos libros, entre ellos un
-Walt Whitman, que no conocía. Se puso a hojear una edición guatemalteca
-de mi <i>Azul</i>, en que, por mal de mis pecados, incluí unos versos
-franceses, entre los cuales los hay que no son versos, pues yo ignoraba
-cuando los escribí muchas nociones de poética francesa. Entre ellas,
-pongo por caso, el buen uso de la <i>e</i> muda, que, aunque no se pronuncia
-en la conversación, o es pronunciada escasamente, según el sistema de
-algunos declamadores, cuenta como sílaba para la medida<span class="pagenum"><a name="page_116" id="page_116"></a>{116}</span> del verso.
-Charles Morice fué bondadoso y tuvimos, durante mi permanencia en París,
-buena amistad, que por cierto no hemos renovado en días anteriores. Con
-quien tuve más intimidad fué con Juan Moreas. A éste me presentó
-Carrillo en una noche barriolatinesca. Ya he contado en otra ocasión
-nuestras largas conversaciones ante animadores bebedizos. Nuestras idas
-por la madrugada a los grandes mercados, a comer almendras verdes, o
-bien salchichas en los figones cercanos, donde se surten obreros y
-trabajadores de «les Halles». Todo ello regado con vinos como el «petit
-vin bleu» y otros mostos populares. Moreas regresaba a su casa, situada
-por Montrouge, en tranvía, cuando ya el sol comenzaba a alumbrar las
-agitaciones de París despierto. Nuestras entrevistas se repetían casi
-todas las noches. Estaba el griego todavía joven; usaba su inseparable
-monóculo y se retorcía los bigotes de palíkaro, dogmatizando en sus
-cafés preferidos, sobre todo en el Vachetts, y hablando siempre de cosas
-de arte y de literatura. Como no quería escribir en los diarios, vivía
-principalmente de una pensión que le pasaba un tío suyo que era ministro
-en el gobierno del rey Jorge, en Atenas. Sabido es que su apellido no
-era Moreas, sino Papadiamantopoulos. Quien desee más detalles lea mi
-libro <i>Los Raros</i>. Me habían dicho que Moreas sabía español. No sabía ni
-una sola palabra. Ni él, ni Verlaine, aunque anunciaron ambos, en los
-primeros tiempos de la revista <i>La Plume</i>, que publicarían<span class="pagenum"><a name="page_117" id="page_117"></a>{117}</span> una
-traducción de «La Vida es Sueño» de Calderón de la Barca. Siendo así
-como Verlaine solía pronunciar, con marcadísimo acento, estos versos de
-Góngora: «A batallas de amor campo de plumas»; Moreas, con su gran voz
-sonora, exclamaba «No hay mal que por bien no venga»... O bien: en
-cuanto me veía: «¡Viva don Luis de Góngora y Argote!», y con el mismo
-tono, cuando divisaba a Carrillo gritaba: «¡Don Diego Hurtado de
-Mendoza!». Tanto Verlaine como Moreas eran popularísimos en el Quartier,
-y andaban siempre rodeados de una corte de jóvenes poetas que, con el
-Pauvre Lelian, se aumentaban de gentes de la mala bohemia, que no tenían
-que ver con el arte ni con la literatura.<span class="pagenum"><a name="page_118" id="page_118"></a>{118}</span></p>
-
-<h2><a name="XXXIV" id="XXXIV"></a>XXXIV</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>NTRE</small> los verdaderos amigos de Verlaine, había uno que era un excelente
-poeta, Maurice Duplessis. Este era un muchacho gallardo, que vestía
-elegante y extravagantemente, y que con Charles Maurras, que es hoy uno
-de los principales sostenedores del partido Orleanista, y con Ernesto
-Reynaud, que es comisario de policía, formaban lo que se llama la
-escuela Romana, de que Moreas era el sumo Pontífice. A Duplessis, que
-fué desde entonces muy mi amigo, le he vuelto a ver recientemente
-pasando horas amargas y angustiosas, de las cuales le librara alguna vez
-y ocasionalmente la generosidad de un gran poeta argentino.</p>
-
-<p>Yendo en una ocasión por los bulevares, oí que<span class="pagenum"><a name="page_119" id="page_119"></a>{119}</span> alguien me llamaba. Me
-encontré con un antiguo amigo chileno, Julio Bañados Espinosa, que había
-sido ministro principal de Balmaceda. Se ocupaba en escribir la historia
-de la administración de aquel infortunado presidente. Nos vimos
-repetidas veces. Me invitó a comer en un círculo de Esgrima y Artes, que
-no era otra cosa, en realidad, sino una casa de juego, como son muchos
-círculos de París. Allá me presentó al famoso Aurelien Scholl, ya viejo
-y siempre monoculizado. Se decía que el juego no era perseguido en ese
-club, porque la influencia de Scholl... pero no deseo repetir aquí
-murmuraciones bulevarderas.</p>
-
-<p>Comía yo generalmente en el café Larue, situado enfrente de la
-Magdalena. Allí me inicié en aventuras de alta y fácil galantería. Ello
-no tiene importancia; mas he de recordar a quien me diese la primera
-ilusión de costoso amor parisién. Y vaya una grata memoria a la gallarda
-Marión Delorme, de victorhuguesco nombre de guerra, y que habitaba
-entonces en la avenida Víctor Hugo. Era la cortesana de los más bellos
-hombros. Hoy vive en su casa de campo y da de comer a sus finas aves de
-corral. Los cafés y restaurants del bosque no tuvieron secretos para mí.
-Los días que pasé en la capital de las capitales, pude muy bien no
-envidiar a ningún irreflexivo «rastaquouere». Pero los rollos de águilas
-iban mermando y era preciso disponer la partida a Buenos Aires. Así lo
-hice, no sin que mi codicioso hotelero, viendo que se le escapaba esa
-«pera», como dicen los<span class="pagenum"><a name="page_120" id="page_120"></a>{120}</span> franceses, quisiese quedarse con el resto de mis
-oros, de lo cual me libró la intervención de un cónsul, y de mi buen
-amigo Tible Machado, que residía, también con cargo consular, en el
-puerto del Havre.<span class="pagenum"><a name="page_121" id="page_121"></a>{121}</span></p>
-
-<h2><a name="XXXV" id="XXXV"></a>XXXV</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">M</span><small>E</small> embarqué para la capital argentina, llevando como «valet» a un
-huesudo holandés que sin recomendación alguna se me presentó
-ofreciéndome sus servicios.</p>
-
-<p>Y héme aquí, por fin, en la ansiada ciudad de Buenos Aires, a donde
-tanto había soñado llegar desde mi permanencia en Chile. Los diarios me
-saludaron muy bondadosamente. <i>La Nación</i> habló de su colaborador con
-términos de afecto, de simpatía y de entusiasmo, en líneas confiadas al
-talento de Julio Piquet. <i>La Prensa</i> me dió la bienvenida, también en
-frases finas y amables, con que me favoreciera la gentileza del ya
-glorioso Joaquín V. González.</p>
-
-<p>Fuí muy visitado en el hotel en donde me hospedaran. Uno de los primeros
-que llegaron a saludarme<span class="pagenum"><a name="page_122" id="page_122"></a>{122}</span> fué un gran poeta a quien yo admiraba desde
-mis años juveniles, muchos de cuyos versos se recitan en mi lejano país
-original: Rafael Obligado. Otro fué D. Juan José García Velloso, aquel
-maestro sapiente y sensible, que vino de España, y que cantó y enseñó
-con inteligencia erudita y con cordial voluntad.</p>
-
-<p>Presenté mi Carta Patente y fuí reconocido por el gobierno argentino
-como Cónsul General de Colombia. Mi puesto no me dió ningún trabajo,
-pues no había nada que hacer, según me lo manifestara mi antecesor, el
-Sr. Samper, dado que no había casi colombianos en Buenos Aires y no
-existían transacciones ni cambios comerciales entre Colombia y la
-República Argentina.</p>
-
-<p>Fuí invitado a las reuniones literarias que daba en su casa don Rafael
-Obligado. Allí concurría lo más notable de la intelectualidad
-bonaerense. Se leían prosas y versos. Después se hacían observaciones y
-se discutía el valor de éstas. Allí me relacioné con el poeta y hombre
-de letras doctor Calixto Oyuela, cuya fama había llegado hacía tiempo a
-mis oídos. Conocía sus obras, muy celebradas en España. Talento de cepa
-castiza, seguía la corriente de las tradiciones clásicas, y en todas sus
-obras se encuentra la mayor corrección y el buen conocimiento del
-idioma. Me relacioné también con Alberto del Solar, chileno radicado en
-Buenos Aires, que se ha distinguido en la producción de novelas, obras
-dramáticas, ensayos y aun poesías. Con Federico Gamboa, entonces
-secretario<span class="pagenum"><a name="page_123" id="page_123"></a>{123}</span> de la Legación de México, que animaba la conversación con
-oportunas anécdotas, con chispeantes arranques y con un buen humor
-contagioso e inalterable, y que ha producido notables piezas teatrales,
-novelas y otros libros amenos y llenos de interés. Con Domingo Martinto
-y Francisco Soto y Calvo, ambos cuñados de Obligado, ambos poetas y
-personas de distinción y afabilidad. Con el doctor Ernesto Quesada,
-letrado erudito, escritor bien nutrido y abundante, de un saber
-cosmopolita y políglota; y con otros más, pertenecientes al Buenos Aires
-estudioso y literario. El dueño de casa nos regalaba con la lectura de
-sus poesías, vibrantes de sentimiento o llameantes de patriotismo. Así
-pasábamos momentos inolvidables que ha recordado Federico Gamboa, con su
-estilo ágil y lleno de sinceridad, en las páginas de su «Diario».<span class="pagenum"><a name="page_124" id="page_124"></a>{124}</span></p>
-
-<h2><a name="XXXVI" id="XXXVI"></a>XXXVI</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">N</span><small>ATURALMENTE</small> que desde mi llegada me presenté a la redacción de <i>La
-Nación</i>, donde se me recibió con largueza y cariño. Dirigía el diario el
-inolvidable Bartolito Mitre. Lo encontré en su despacho fumando su
-inseparable largo cigarro italiano. Sentí a la inmediata, después de
-conversar un rato, la verdad de su amistad transparente y eficaz que se
-conservó hasta su muerte. Me llevó a presentarme a su padre el general,
-y me dejó allí, ante aquel varón de historia y de gloria, a quien yo no
-encontraba palabra que decir, después de haber murmurado una salutación
-emocionada. Me habló el general Mitre de Centro América y de sus
-historiadores Montufar, Ayón, Fernández; recordó al poeta guatemalteco
-Batres, autor de «El Reloj», habló de otras cosas más. Me<span class="pagenum"><a name="page_125" id="page_125"></a>{125}</span> hizo algunas
-preguntas sobre el canal de Nicaragua. Estuvo suave y alentador en su
-manera seria y como triste, cual de hombre que se sabía ya dueño de la
-posteridad. Salí contentísimo.</p>
-
-<p>Era Administrador de <i>La Nación</i> D. Enrique de Vedia. Alto, delgado,
-aspecto de figura de caballero del Greco. Grave y acerado, tenía una
-sólida y variada cultura y un gusto excelente. A pesar de la diferencia
-de caracteres y de edades, cultivábamos la mejor amistad, y por
-indicación suya escribí muchos de los mejores artículos que publiqué en
-ese época en <i>La Nación</i>. Era subdirector del diario <i>Aníbal Latino</i>,
-esto es, José Ceppi, hombre al parecer un tanto adusto, pero dotado de
-actividad, de resistencia y de inmejorables condiciones para el puesto
-que desempeñaba. Secretario de redacción era Julio Piquet, experto
-catador de elixires intelectuales, escritor de sutiles pensares y de
-gentilezas de estilo, y que contribuía poderosamente a la confección de
-aquellos números nutridos de brillante colaboración del gran periódico,
-que se diría tenían carácter antológico. En la casa traté a crecido
-número de redactores y colaboradores, de los cuales unos han
-desaparecido y otros se han alejado por ley del tiempo y de los cambios
-de la vida; pero ninguno fué más íntimo compañero mío que Roberto J.
-Payró, trabajador insigne, cerebro comprendedor e imaginador, que sin
-abandonar las tareas periodísticas ha podido producir obras de aliento
-en el teatro y en la novela. Fué asimismo amigo<span class="pagenum"><a name="page_126" id="page_126"></a>{126}</span> mío el autor de <i>La
-Bolsa</i>, José Miró, que firmaba con el pseudónimo de <i>Julián Martel</i> y
-cuya única obra auguraba una rica y aquilatada producción futura. El
-pobre Miró pasó en trabajosa bohemia y en consuetudinaria escasez, los
-mejores años de su juventud, y, ¡oh, ironías de la suerte!, después que
-murió de tuberculosis, se encontró que una parienta millonaria le había
-dejado en su testamento una fortuna.<span class="pagenum"><a name="page_127" id="page_127"></a>{127}</span></p>
-
-<h2><a name="XXXVII" id="XXXVII"></a>XXXVII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">C</span><small>LARO</small> es que mi mayor número de relaciones estaba entre los jóvenes de
-letras, con quienes comencé a hacer vida nocturna, en cafés y
-cervecerías. Se comprende que la sobriedad no era nuestra principal
-virtud. Frecuentaba también a otros amigos que ya no eran jóvenes, como
-ese espíritu singular, lleno de tan variadas luces y de quien emanaba
-una generosidad corriente, simpática y un contagio de vitalidad y de
-alegría, el doctor Eduardo L. Holemberg; o bien el hoy célebre
-americanista Ambrosetti, que ilustraba nuestras charlas con sus
-ilustrativas narraciones. Con Payró nos juntábamos en compañía del
-bizarro poeta, entonces casi un efebo, pero ya encendido de cosas
-libertarias, Alberto Ghiraldo; de Manuel Argerich, cariñoso <i>dandy</i>,<span class="pagenum"><a name="page_128" id="page_128"></a>{128}</span>
-que escribió para el teatro; del excelente aeda suizo Charles Soussens,
-fiel a sus principios de nocturnidad; de José Ingenieros, hoy psiquiatra
-eminente; de José Pardo, que fundara varias revistas; de Diego Fernández
-Espiro, el mosquetero de los sonantes sonetos; del encantador veterano
-Antonino Lamberti, a quien los manes de Anacreonte bendicen y a quien
-las Gracias y las Musas han sido siempre propicias y halagadoras.</p>
-
-<p>Otro de mis amigos, que ha sido siempre fraternal conmigo, era Charles
-E. F. Vale, un inglés criollo incomparable.</p>
-
-<p>Una noche, con motivo del aniversario de la reina Victoria, le dicté en
-el restaurant de «Las 14 provincias», un pequeño poema en prosa,
-dedicado a su soberana, que él escribió a falta de papel en unos cuantos
-sobres y que no ha aparecido en ninguno de mis libros. Ese poemita es el
-siguiente:</p>
-
-<p class="c">
-<i>God save the Queen</i><br />
-</p>
-
-<p class="r">
-To my friend C. E. F. Vale.<br />
-</p>
-
-<p>Por ser una de las más fuertes y poderosas tierras de poesía;</p>
-
-<p>Por ser la madre de Shakespeare;</p>
-
-<p>Porque tus hombres son bizarros y bravos, en guerras y en olímpicos
-juegos;</p>
-
-<p>Porque en tu jardín nace la mejor flor de las<span class="pagenum"><a name="page_129" id="page_129"></a>{129}</span> primaveras, y en tu cielo
-se manifiesta el más triste sol de los inviernos;</p>
-
-<p>Canto a tu reina, oh grande y soberbia Britania, con el verso que
-repiten los labios de todos tus hijos:</p>
-
-<p class="c">
-<i>God save the Queen</i><br />
-</p>
-
-<p>Tus mujeres tienen los cuellos de los cisnes y la blancura de las rosas
-blancas;</p>
-
-<p>Tus montañas están impregnadas de leyenda, tu tradición es una mina de
-oro, tu historia una mina de hierro, tu poesía una mina de diamantes;</p>
-
-<p>En los mares, tu bandera es conocida de todas las espumas y de todos los
-vientos, a punto de que la tempestad ha podido pedir carta de ciudadanía
-inglesa;</p>
-
-<p>Por tu fuerza, oh Inglaterra:</p>
-
-<p class="c">
-<i>God save the Queen</i><br />
-</p>
-
-<p>Porque albergaste en una de tus islas a Víctor Hugo;</p>
-
-<p>Porque sobre el hervor de tus trabajadores, el tráfago de tus marinos y
-la labor incógnita de tus mineros, tienes artistas que te visten de
-sedas de amor, de oros de gloria, de perlas líricas;</p>
-
-<p>Porque en tu escudo está la unión de la fortaleza<span class="pagenum"><a name="page_130" id="page_130"></a>{130}</span> y del ensueño, en el
-león simbólico de los reyes y unicornio amigo de las vírgenes y hermano
-del Pegaso de los soñadores;</p>
-
-<p class="c">
-<i>God save the Queen</i><br />
-</p>
-
-<p>Por tus pastores que dicen los salmos y tus padres de familia que en las
-horas tranquilas leen en alta voz el poeta favorito junto a la chimenea;</p>
-
-<p>Por tus princesas incomparables y tu nobleza secular;</p>
-
-<p>Por San Jorge, vencedor del Dragón; por el espíritu del gran Will y los
-versos de Swinburne y Tennyson;</p>
-
-<p>Por tus muchachas ágiles, leche y risa, frescas y tentadoras como
-manzanas;</p>
-
-<p>Por tus mozos fuertes que aman los ejercicios corporales; por tus
-<i>scholars</i> familiarizados con Platón, remeros o poetas;</p>
-
-<p class="c">
-<i>God save the Queen</i><br />
-</p>
-
-<p>Envío.</p>
-
-<p>Reina y emperatriz, adorada de tu inmenso pueblo, madre de reyes.
-Victoria favorecida por la influencia de Nile; solemne viuda vestida de<span class="pagenum"><a name="page_131" id="page_131"></a>{131}</span>
-negro, adoradora del príncipe amado; Señora del mar; Señora del país de
-los elefantes. Defensora de la Fe, poderosa y gloriosa anciana, el himno
-que te saluda se oiga hoy por toda la tierra: Reina buena: «¡Dios te
-salve!».<span class="pagenum"><a name="page_132" id="page_132"></a>{132}</span></p>
-
-<h2><a name="XXXVIII" id="XXXVIII"></a>XXXVIII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">C</span><small>OMENCÉ</small> a publicar en <i>La Nación</i> una serie de artículos sobre los
-principales poetas y escritores que entonces me parecieron raros, o
-fuera de lo común. A algunos les había conocido personalmente, a otros
-por sus libros. La publicación de la serie de «Los raros», que después
-formó un volumen, causó en el Río de la Plata excelente impresión, sobre
-todo entre la juventud de letras, a quien se revelaban nuevas maneras de
-pensamiento y de belleza. Cierto que había en mis exposiciones, juicios
-y comentos, quizás demasiado entusiasmo; pero de ello no me arrepiento,
-porque el entusiasmo es una virtud juvenil que siempre ha sido
-productora de cosas brillantes y hermosas; mantiene la fe y aviva la
-esperanza. Uno de mis artículos me valió una<span class="pagenum"><a name="page_133" id="page_133"></a>{133}</span> carta de la célebre
-escritora francesa, Mme. Alfred Valette, que firma con el pseudónimo de
-<i>Rachilde</i>, carta interesante y llena de <i>esprit</i>, en que me invitaba a
-visitarla en la redacción de el «Mercure de France» cuando yo llegase a
-París. A los que me conocen no les extrañará que no haya hecho tal
-visita durante más de doce años de permanencia fija en la vecindad de la
-redacción del «Mercure». He sido poco aficionado a tratarme con esos
-«chermaïtre», franceses, pues algunos que he entrevisto me han parecido
-insoportables de <i>pose</i> y terribles de ignorancia de todo lo extranjero,
-principalmente en lo referente a intelectualidad.</p>
-
-<p>Pasaba, pues, mi vida bonaerense escribiendo artículos para <i>La Nación</i>,
-y versos que fueron más tarde mis «Prosas Profanas», y buscando por la
-noche el peligroso encanto de los paraísos artificiales. Me quedaba
-todavía en el Banco Español del Río de la Plata algún resto de mis
-águilas americanas; pero éstas volaron pronto, por el peregrino sistema
-que yo tenía de manejar fondos. Me acompañaba un extraordinario
-secretario francés, que me encontré no sé dónde, y que me sedujo
-hablándome de sus aventuras en Indo-China. Considerad que me contaba:
-«Una vez en Saigón...» o bien: «Aquella tarde en Singapour...», o bien:
-«Entonces me contestó mi amigo el Maradjad...» ¡No solamente le hice mi
-secretario, sino que él llevaba en el bolsillo mi libro de cheques!
-Felizmente, cuando volaron todas<span class="pagenum"><a name="page_134" id="page_134"></a>{134}</span> las águilas, voló él también, con su
-larga nariz, su infaltable sombrero de copa y su largo levitón.</p>
-
-<p>Vino la noticia de la muerte del doctor Rafael Núñez, y pocos meses
-después recibí nota de Bogotá, en que se me anunciaba la supresión de mi
-consulado. Me quedé sujeto a lo que ganaba en <i>La Nación</i>, y luego a un
-buen sueldo que por inspiración providencial me señaló en <i>La Tribuna</i>
-su director, ese escritor de bríos y gracias que se firmaba <i>Juan
-Cancio</i>, y que no es otro que mi buen amigo Mariano de Vedia. Mi
-obligación era escribir todos los días una nota larga o corta, en prosa
-o verso, en el periódico. Después me invitó a colaborar en su diario «El
-Tiempo» el generoso y culto Carlos Vega Belgrano, que luego sufragó los
-gastos para la publicación de mi volumen de versos «Prosas Profanas».<span class="pagenum"><a name="page_135" id="page_135"></a>{135}</span></p>
-
-<h2><a name="XXXIX" id="XXXIX"></a>XXXIX</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">P</span>ROSAS Profanas», cuya sencillez y poca complicación se pueden apreciar
-hoy, causaron al aparecer, primero en periódicos y después en libro,
-gran escándalo entre los seguidores de la tradición y del dogma
-académico; y no escasearon los ataques y las censuras y mucho menos las
-bravas defensas de impertérritos y decididos soldados de nuestra
-naciente reforma. Muchos de los contrarios se sorprendieron hasta del
-título del libro, olvidando las prosas latinas de la Iglesia, seguidas
-por Mallarmé en la dedicada al Des Esseint de Huysmans; y sobre todo,
-las que hizo en «roman paladino», uno de los primitivos de la castellana
-lírica. José Enrique Rodó explicó y Remy de Gourmont me había
-manifestado ya respecto<span class="pagenum"><a name="page_136" id="page_136"></a>{136}</span> a dicho título, en una carta: «C’est une
-trouvaille». De todas esas poesías ha hecho el autor de «Motivos de
-Proteo» una encantadora exégesis.</p>
-
-<p>Una de ellas, la titulada «Era un aire suave», fué escrita en edad de
-ilusiones y de sueños y evocada en esta ciudad práctica y activa, un
-bello tiempo pasado, ambiente del siglo XVIII francés, visión imaginaria
-traducida en nuevas verdades músicas. Ella dice la eterna ligereza cruel
-de aquella a quien un aristocrático poeta llamara <i>Enfant Malade</i>, y
-trece veces impura; la que nos da los más dulces y los más amargos
-instantes en la vida; la Eulalia simbólica que ríe, ríe, ríe, desde el
-instante en que tendió a Adán la manzana paradisíaca. Como siempre, hubo
-sus aplausos y sus críticas, en las cuales, gente que había oído hablar
-de decadentes y de simbolistas, aseguraban ser mis producciones
-ininteligibles, censura cuya causa no he podido nunca comprender. Como
-he dicho, había también quienes me seguían y me aplaudían; y tiempo
-después debían aquí repetirse por la obra de otros poetas de libertad y
-de audacia, iguales censuras, como también iguales aplausos.</p>
-
-<p>Mi poesía <i>Divagación</i> fué escrita en horas de soledad y de aislamiento
-que fuí a pasar en el Tigre Hotel. ¿Tenía yo algunos amoríos? No lo
-sabré decir ahora. Es el caso que en esos versos hay una gran sed
-amorosa y en la manifestación de los deseos y en la invitación a la
-pasión, se<span class="pagenum"><a name="page_137" id="page_137"></a>{137}</span> hace algo como una especie de geografía erótica. El poema
-concluía así:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i0">... Amor, en fin, que todo diga y cante,<br /></span>
-<span class="i0">Amor que encante y deje sorprendida<br /></span>
-<span class="i0">A la serpiente de ojos de diamante<br /></span>
-<span class="i0">Que está enroscada al árbol de la vida.<br /></span>
-</div><div class="stanza">
-<span class="i2">Amame así, fatal, cosmopolita.<br /></span>
-<span class="i0">Universal, inmensa, única, sola.<br /></span>
-<span class="i0">Y todas; misteriosa y erudita;<br /></span>
-<span class="i0">Amame mar y nube; espuma y ola.<br /></span>
-</div><div class="stanza">
-<span class="i2">Sé mi reina de Saba, mi tesoro;<br /></span>
-<span class="i0">Descansa en mis palacios solitarios.<br /></span>
-<span class="i0">Duerme. Yo encenderé los incensarios<br /></span>
-<span class="i0">Y junto a mi unicornio cuerno de oro<br /></span>
-<span class="i0">Tendrán rosas y miel tus dromedarios.<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_138" id="page_138"></a>{138}</span></p>
-
-<h2><a name="XL" id="XL"></a>XL</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>UEGO</small> vienen otras poesías que han llegado a ser de las más conocidas y
-repetidas en España y América, como la <i>Sonatina</i>, por ejemplo, que por
-sus particularidades de ejecución, yo no sé por qué no ha tentado a
-algún compositor para ponerle música. La observación no es mía. «Pienso,
-dice Rodó, que la <i>Sonatina</i> hallaría su comentario mejor en el
-acompañamiento de una voz femenina que le prestara melodioso realce. El
-poeta mismo ha ahorrado a la crítica la tarea de clasificar esa
-composición, dándole un nombre que plenamente la caracteriza. Se cultiva
-casi exclusivamente en ella, la virtud musical de la palabra y del ritmo
-poético». En efecto, la musicalidad en este caso, sugiere o ayuda a la
-concepción de la imagen soñada.<span class="pagenum"><a name="page_139" id="page_139"></a>{139}</span></p>
-
-<p><i>Blasón</i> es el título de otra corta poesía, que fué escrita en Madrid en
-el tiempo de las fiestas del Centenario de Colón. Tuve allí oportunidad
-de conocer a un gentil hombre, diplomático centroamericano, casado con
-una alta dama francesa, como que es, por sus primeras nupcias, la madre
-del actual jefe de la casa de Gontaut-Biron, el conde de Gontaut
-Saint-Blancard. Me refiero a la marquesa de Peralta. En el álbum de tal
-señora, celebré la nobleza y la gracia de un ave insigne; el cisne.
-Después están las alabanzas a los «ojos negros de Julia». ¿Qué Julia? Lo
-ignoro ahora. Sed benévolos ante tamaña ingratitud con la belleza.
-Porque, ciertamente, debió de ser bella la dama que inspiró las estrofas
-de que trato, en loor de los ojos negros, ojos que, al menos en aquel
-instante, eran los preferidos. Luego será un recuerdo galante en el
-escenario del siempre deseado París. Pierrot, el blanco poeta, encarna
-el amor lunar, vago y melancólico, de los líricos sensitivos. Es el
-carnaval. La alegría ruidosa de la gran ciudad se extiende en calles y
-bulevares. El poeta y su ilusión, encarnada en una fugitiva y harto
-amorosa parisién, certifica, por la fatalidad de la vida, la tristeza de
-la desilusión y el desvanecimiento de los mejores encantos. Rodó&mdash;a
-quien siempre habría que citar tratándose de «Prosas Profanas»&mdash;ha dicho
-cosas deliciosas a propósito de estos versos.</p>
-
-<p>Hay en el tomo de «Prosas Profanas» un pequeño poema en prosa rimada, de
-fecha muy anterior<span class="pagenum"><a name="page_140" id="page_140"></a>{140}</span> a la poesías escritas en Buenos Aires, pero que por
-la novedad de la manera llamó la atención. Está, se puede decir, calcado
-en ciertos preciosos y armoniosos juegos que Catulle Mendès publicó con
-el título de «Lieds de France». Catulle Mendès, a su vez, los había
-imitado de los poemitas maravillosos de Gaspard de la Nuit, y de
-estribillos o refranes de rondas populares. Me encontraba yo en la
-ciudad de New-York, y una señorita cubana, que era prodigiosa en el
-arpa, me pidió le escribiese algo que en aquella dura y colosal Babel le
-hiciese recordar nuestras bellas y ardientes tierras tropicales. Tal fué
-el origen de esos aconsonantados ritmos que se titulan <i>En el país del
-Sol</i>.</p>
-
-<p>Un soneto hay en ese libro que se puede decir ha tenido mayor suerte que
-todas mis otras composiciones, pues de los versos míos son los más
-conocidos, los que se recitan más, en tierra hispana como en nuestra
-América. Me refiero al soneto <i>Margarita</i>. Por cierto, la boga y el
-éxito se deben a la anécdota sentimental, a lo sencillo emotivo, y a que
-cada cual comprende y siente en sí el sollozo apasionado que hay en
-estos catorce versos. Entonces sí, ya había caído yo en Buenos Aires en
-nuevas redes pasionales; y fuí a ocultar mi idilio, mezclado a veces de
-tempestad, en el cercano pueblo de San Martín. ¿En dónde se encontrará,
-Dios mío, aquella que quería ser una Margarita Gauthier, a quien no es
-cierto que la muerte haya deshojado, «por ver si me quería»,<span class="pagenum"><a name="page_141" id="page_141"></a>{141}</span> como dice
-el verso, y que llegara a dominar tanto mis sentidos y potencias? ¡Quién
-sabe! Pero, si llegásemos a encontrarnos, es seguro que se realizaría lo
-que expresa la tan humana redondilla de Campoamor:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">Pasan veinte años, vuelve él<br /></span>
-<span class="i0">y al verse, exclaman él y ella:<br /></span>
-<span class="i0">&mdash;¡Dios mío, y ésta es aquélla!<br /></span>
-<span class="i0">&mdash;¡Santo Dios, y éste es aquél!<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>Hay otra poesía en ese volumen, escrita en España en 1892, en la cual se
-ven ya los distintivos que han de caracterizar mi producción anterior, a
-pesar de que ese trabajo es castizo, de espíritu español puro, de
-acento, de tradición, de manera, de forma. Es en elogio de un metro
-popular, armonioso y cantante, la seguidilla. A ese tiempo también
-pertenecía el «pórtico» que escribí en Madrid para que sirviese de
-introducción a la colección de poesías que con el título de «En tropel»
-dió a luz el poeta Salvador Rueda.</p>
-
-<p><i>La página blanca</i> fué escrita en Buenos Aires, en casa del pobre
-Miguelito Ocampo. ¿Quién se acuerda de Miguelito Ocampo?... Hombre de
-corazón bueno, de natural ingenio, a quien se debe el primer ensayo de
-zarzuela cómica nacional argentina, y que hubiese quizás dejado una
-producción más copiosa e importante, si la peor de las bohemias no le
-arrebata, primero la voluntad y después la salud y la vida. En su casa
-escribí,<span class="pagenum"><a name="page_142" id="page_142"></a>{142}</span> como he dicho antes, <i>La página blanca</i>, en presencia de
-nuestro querido viejo Lamberti, a quien dediqué esos versos. Casi todas
-las composiciones de «Prosas Profanas» fueron escritas rápidamente, ya
-en la redacción de <i>La Nación</i>, ya en las mesas de los cafés, en el
-Aue’s Keller, en la antigua casa de Lucio, en la de Monti. <i>El coloquio
-de los centauros</i> lo concluí en <i>La Nación</i>, en la misma mesa en que
-Roberto Payró escribía uno de sus artículos. Tanto éstas como otras
-poesías exigirían bastantes exégesis y largas explicaciones, que a su
-tiempo se harán.<span class="pagenum"><a name="page_143" id="page_143"></a>{143}</span></p>
-
-<h2><a name="XLI" id="XLI"></a>XLI</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">O</span><small>TRA</small> hospitalidad de buen humor que me acogiera por esos días fué la del
-excelente amigo Rouquad. Allí rendíamos tributo a la gula, con platos
-suculentos que solía dirigir el dueño de casa. Allí llegaban, entre
-otros compañeros ya nombrados, un joven poeta de audacia y fantasía, que
-ha producido después libros muy plausibles. Se llamaba Américo Llanos,
-era de origen uruguayo y desempeña actualmente el consulado de su país
-en San Sebastián de España, con su verdadero nombre, Armando Vasseur.
-Iba también cierto abate francés, de apellido Claude, que enseñaba su
-idioma al melodioso y elegante lírico de dorados cabellos, Eugenio Díaz
-Romero. Este abate tenía una historia de las más escabrosas y que habría
-interesado a Barbey d’Aurevilly.<span class="pagenum"><a name="page_144" id="page_144"></a>{144}</span> Era sobrino de un cardenal. Había
-venido a la Argentina muy bien recomendado, pero al hombre le gustaban
-mucho los alcoholes, en especial la demoníaca agua verde del ajenjo. En
-una de las provincias colgó los hábitos, pues se había enamorado
-locamente de la mujer con quien tuvo varios hijos. Ella, atemorizada o
-arrepentida, le abandonó para casarse con otro; y poseyó al abate la
-mayor desesperación, y la desesperación y el veneno verde le llevaron
-casi a la locura. Volvió a Buenos Aires y entonces fué cuando le conocí.
-En <i>La Nación</i> he publicado una página en que narro cómo el general
-Mitre pudo socorrer una vez al infeliz religioso, en momentos de miseria
-y de angustia. Mucho tiempo después, se me apareció en París el
-desventurado. Iba de nuevo vestido con sus ropas talares. Lo tenía
-recluído el arzobispo en un convento. Le dejaban salir muy de tarde en
-tarde y en compañía de algún otro sacerdote; pero esa vez llegó solo. Me
-contó sus horas de oración y de arrepentimiento, mas poco á poco se fué
-exaltando.&mdash;«Vamos, me dijo, a dar una vuelta.» Yo le acompañé a la
-calle. Conversaba ya tranquilo, ya agitado, sobre todo cuando me
-recordaba a la mujer de quien siempre estaba enamorado, y a sus hijos. Y
-como pasáramos cerca de un café:&mdash;«Entremos, me dijo, tengo mucha sed,
-tomaremos algún refresco». Por más que me opuse, vi que la cosa era
-irremediable. Entramos, y con asombro de los concurrentes, el abate, en
-vez de un refresco,<span class="pagenum"><a name="page_145" id="page_145"></a>{145}</span> ya comprenderéis que pidió su veneno. Yo me despedí
-más tarde. Al día siguiente llegó a verme de nuevo en un estado
-lamentable. Me dijo que todo aquello no era sino obra del demonio; que
-él estaba arrepentido y que para cortar el mal de raíz, se iría a una
-cartuja que está en una isla cerca de Niza. Creí que todas esas promesas
-eran historias; pero el abate desapareció y a los pocos días recibía yo
-unas cuantas fotografías de la Cartuja, y una carta en que el triste me
-anunciaba su definitiva separación del mundo. No volví a saber nunca más
-de él.<span class="pagenum"><a name="page_146" id="page_146"></a>{146}</span></p>
-
-<h2><a name="XLII" id="XLII"></a>XLII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> la redacción de <i>Tribuna</i> me relacioné, por presentación de Mariano
-de Vedia, con el doctor Lorenzo Anadón, con el general Mansilla, y los
-poetas Carlos Roxlo y Christián Roeber. Mansilla simpatizó mucho conmigo
-y publicó a este respecto un precioso y chispeante artículo. Le visité.
-En su casa me mostró cosas curiosísimas, entre ellas el mejor retrato
-que yo haya visto de su tío D. Juan Manuel de Rozas. Alcancé a conocer
-también a su madre, doña Agustina, la belleza célebre que aun
-resplandecía en su ancianidad, y a quien, cuando murió, deshojé un
-ramillete de rosas literarias. El poeta Roxlo era de trato suave y
-delicado y no adivinaba yo en él al futuro vigoroso combatiente de las
-luchas políticas. Publicaba sus versos impregnados de perfume<span class="pagenum"><a name="page_147" id="page_147"></a>{147}</span> patrio y
-en los cuales hay sollozos de guitarra pampera, melancólicos aires
-rurales, y la revelación armoniosa de un profundo sentir. Roeber era
-tipo romántico y legendario. Su novela vital se contaba en voz baja. Se
-decía que, por drama de amores, lo que menos le había pasado era recibir
-una bala en la cabeza, en duelo, por lo cual tuvo que estar un tiempo
-encerrado en un manicomio. Es lo cierto que tenía un conocido título
-español, con el cual publicó una serie de traducciones de las novelas de
-cierto alegre y ha tiempo pasado de moda autor francés. Mansilla me dió
-una comida a la cual invitó a algunos intelectuales. Tengo presente la
-larga conversación que allí tuve con el doctor Celestino Pera, y la
-interesantísima fecundia de nuestro anfitrión, que narrara amenos
-sucesos y prodigara agudas ocurrencias, felices frases, con ese poder de
-conversador ágil y oportuno que se ha reconocido en todas partes.</p>
-
-<p>Fundé una revista literaria en unión de un joven poeta tan leído como
-exquisito, de origen boliviano, Ricardo Jamies Freyre, actualmente
-vecino de Tucumán. Ricardo es hijo del conocido escritor, periodista y
-catedratico que ha publicado tan curiosas y sabrosas tradiciones desde
-hace largo tiempo, en su país de Bolivia, y que en Buenos Aires hizo
-aparecer un valioso volumen sobre el antiguo y fabuloso Potosí. El y su
-hijo eran para mí excelentes amigos. Con <i>Brocha Gorda</i>, pseudónimo de
-Jaimes padre, solíamos hacer amenas excursiones teatrales, o bien por la
-isla de<span class="pagenum"><a name="page_148" id="page_148"></a>{148}</span> Maciel, pintoresca y alegre, o por las fondas y comedores
-italianos de La Boca, en donde saboreábamos pescados fritos, y pastas al
-jugo, regados con tintos chiantis y oscuros barolos. Quien haya
-conversado con Julio L. Jaimes, sabrá del señorito y del ingenio de los
-caballeros de antaño.</p>
-
-<p>Con Ricardo no entrábamos por simbolismos y decadencias francesas, por
-cosas d’annunzianas, por prerrafaelismos ingleses y otras novedades de
-entonces, sin olvidar nuestras ancestrales Hitas y Berceos, y demás
-castizos autores. Fundamos, pues, la «Revista de América», órgano de
-nuestra naciente revolución intelectual y que tuvo, como era de
-esperarse, vida precaria, por la escasez de nuestros fondos, la falta de
-suscripciones y, sobre todo, porque a los pocos números, un
-administrador italiano, de cuerpo bajito, de redonda cabeza calva y
-maneras untuosas, se escapó llevándose los pocos dineros que habíamos
-podido recoger. Y así acabó nuestra entusiasta tentativa. Pero Ricardo
-se desquitó, dando a luz su libro de poesías <i>Castalia Bárbara</i>, que fué
-una de las mejores y más brillantes muestras de nuestros esfuerzos de
-renovadores. Allí se revelaba un lírico potente, delicado, sabio en
-técnica y elevado en numen.<span class="pagenum"><a name="page_149" id="page_149"></a>{149}</span></p>
-
-<h2><a name="XLIII" id="XLIII"></a>XLIII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">Y</span> se creó el grupo del Ateneo. Esta asociación, que produjo un
-considerable movimiento de ideas en Buenos Aires, estaba dirigida por
-reconocidos capitanes de la literatura, de la ciencia y del arte.
-Zuberbuhler, Alberto Williams, Julián Aguirre, Eduardo Schiaffino,
-Ernesto de la Cárcova, Sivori, Ballerini, de la Valle, Correa Morales y
-otros animaban el espíritu artístico; Vega Belgrano, D. Rafael Obligado,
-D. Juan José García Velloso, el doctor Oyuela, el doctor Ernesto
-Quesada, el doctor Norberto Piñero y algunos más, fomentaban las letras
-clásicas y las nacionales, y los más jóvenes alborotábamos la atmósfera
-con proclamaciones de libertad mental.</p>
-
-<p>Yo hacía todo el daño que me era posible al dogmatismo hispano, al
-anquilosamiento académico;<span class="pagenum"><a name="page_150" id="page_150"></a>{150}</span> a la tradición hermosillesca, a lo
-pseudo-clásico, a lo pseudo-romántico, a lo pseudo-realista y
-naturalista, y ponía a mis «raros» de Francia, de Italia, de Inglaterra,
-de Rusia, de Escandinavia, de Bélgica y aun de Holanda y de Portugal,
-sobre mi cabeza. Mis compañeros me seguían y me secundaban con denuedo.
-Exagerábamos, como era natural, la nota. Un Benjamín de la tribu, Carlos
-Alberto Becú, publicó una <i>plaquette</i>, donde por primera vez aparecían
-en castellano versos libres a la manera francesa; pues los versos libres
-de Jaimes Freyre eran combinaciones de versos normales castellanos. Becú
-hace tiempo abandonó sus inclinaciones líricas y es hoy un grave y
-sesudo internacionalista. Luis Berisso publicaba su <i>Pensamiento de
-América</i>, su traducción de <i>Belkis</i>, del portugués Eugenio de Castro, y
-trabajaba porque se relacionaran los jóvenes intelectuales argentinos
-con los del resto de Hispano-América. Leopoldo Díaz escribía sus
-elegancias parnasianas, sus poemas de esfuerzo isotérico. Angel de
-Estrada anunciaba con su producción el sutil e intenso poeta y el
-prosista artístico y sugestivo que es hoy. Con él y con Alberto Vergara
-Biedma, profundizador y elocuente, divagábamos sobre temas de belleza.
-Miguel Escalada, que abandonó a las generosas musas, burilaba o miniaba
-poemitas de singular y suave gracia. Eduardo de Ezcurra nos hablaba de
-su estética y nos citaba siempre a Campanella, uno de sus autores
-favoritos. Carlos Baires nos hacía<span class="pagenum"><a name="page_151" id="page_151"></a>{151}</span> pensar en trascendentes problemas,
-con sus iniciaciones filosóficas. Mauricio Nirenstein nos mostraba
-selecciones de las letras alemanas y nos instruía en asuntos talmúdicos.
-José Ingenieros, con su aguda voz y su agudo espíritu nos hacía vibrar
-en súbitos entusiasmos itálicos. José Pardo llevaba alguna página de
-pasión, y el bien de su sedoso carácter. José Ojeda nos ungía con el
-óleo de la música; y si hay otros que no vienen ahora a mi memoria, han
-de perdonármelo a causa del tiempo. Por esos días di en el Ateneo una
-conferencia en extremo laudatoria sobre el soñador lusitano Eugenio de
-Castro. De ese vibrante grupo del Ateneo brotaron muchos versos, muchas
-prosas; nacieron revistas de poca vida, y en nuestras modestas comidas a
-escote, creábamos alegría, salud y vitalidad para nuestras almas de
-luchadores y de <i>réveurs</i>. Un día apareció Lugones, audaz, joven, fuerte
-y fiero, como un cachorro de hecatónquero que viniera de una montaña
-sagrada. Llegaba de su Córdoba natal, con la seguridad de su triunfo y
-de su gloria. Nos leyó cosas que nos sedujeron y nos conquistaron. A
-poco estaba ya con Ingenieros redactando un periódico explosivo, en el
-cual mostraba un espíritu anárquico, intransigente y candente. Hacía
-prosas de detonación y relampagueo que iban más allá de León Bloy; y
-sonetos contra «muffles» que traspasaban los límites del más acre
-Laurent Tailhade. Vega Belgrano lo llevó a <i>El Tiempo</i>, y allí
-aparecieron lucubraciones y páginas rítmicas<span class="pagenum"><a name="page_152" id="page_152"></a>{152}</span> de toda belleza, de todo
-atrevimiento y de toda juventud. Dió al público su libro «Las montañas
-del oro», para mí el mejor de toda su obra, porque es donde se expone
-mayormente su genial potencia creadora, su gran penetración de lo
-misterioso del mundo; y porque hasta sus imperfecciones son como esos
-informes trozos de roca en donde se ve, a los brillos del sol, el rico
-metal que la veta de la mina oculta en su entraña. Yo agité palmas y
-verdes ramos en ese advenimiento; y creí en el que venía, hoy crecido y
-en la plena y luminosa marcha de su triunfante genio.<span class="pagenum"><a name="page_153" id="page_153"></a>{153}</span></p>
-
-<h2><a name="XLIV" id="XLIV"></a>XLIV</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">T</span><small>RES</small> amigos médicos tuve, que fueron alternativamente los salvadores de
-mi salud. Fué el uno el doctor Francisco Sicardi, el novelista y poeta
-originalísimo, cuya obra extraordinaria y desigual tiene cosas tan
-grandes que pasan los límites de la simple literatura. Su «Libro
-Extraño» es de lo más inusitado y peregrino que haya producido una pluma
-en lengua castellana. El otro médico, era Martín Reibel, el fraternal e
-incomparable Hipócrates de los poetas, a quien Eduardo Talero, entre
-otros, debe la vida, y yo, más de una vez, el afianzamiento del más
-sacudido y atormentado de los organismos. El otro era Prudencio Plaza,
-con quien fuí a pasar una temporada a la isla de Martín García, cuando
-él era médico de aquel lazareto. Pasamos allí horas<span class="pagenum"><a name="page_154" id="page_154"></a>{154}</span> plácidas; nos
-perfeccionábamos en el tiro del mauser; leíamos el <i>Quijote</i>, nos
-confiábamos las ilusiones de nuestros mutuos porvenires. Pero no
-olvidaré jamás la llegada de los cadáveres de enfermos sospechosos de
-alguna contagiosa enfermedad; ni una autopsia que vi hacer desde lejos,
-del cuerpo largo y bronceado de un hindú, pues era la primera vez, la
-primera y la única, que he visto ejecutar el horrible y sabio
-descuartizamiento. De Martín García envié a <i>La Nación</i> algunas
-correspondencias informativas firmadas con un pseudónimo.</p>
-
-<p>Hice después un viaje a Bahía Blanca, en compañía del amigo Rouquaud. No
-era por cierto Bahía Blanca el emporio que es ahora; sin embargo, ya se
-hablaba mucho del futuro colosal que debería llegar para esa espléndida
-región argentina.</p>
-
-<p>De Bahía Blanca partí para una estancia del doctor Argerich, y allí fué
-mi primera visita a la Pampa inmensa y poética. Poética, sí, para quien
-sepa comprender el vaho de arte que flota sobre ese inconmesurable
-océano de tierra, sobre todo en los crepúsculos vespertinos y en los
-amaneceres. Allí supe lo que era el mate matinal, junto al fogón, en
-compañía de los gauchos, rudos y primitivos, pero también poéticos. Allí
-nemrodicé, con excelente puntería, contra martinetas, avestruces, tordos
-y pechirrojos, y aun fáciles y poco avisadas vizcachas. Allí atisbé, con
-las botas dentro del agua, bandadas de patos, y perseguí a ese espía
-escandaloso del aire que se llama el<span class="pagenum"><a name="page_155" id="page_155"></a>{155}</span> «teru-teru»; allí anduve a caballo
-varios días, desde los amaneceres hasta los atardeceres; allí adquirí
-fuerzas, y renové mi sangre, y fortifiqué mis nervios, y pasé quizás,
-entre gentes sencillas y nada literarias, los más tranquilos días de mi
-existencia.<span class="pagenum"><a name="page_156" id="page_156"></a>{156}</span></p>
-
-<h2><a name="XLV" id="XLV"></a>XLV</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">R</span><small>ETORNÉ</small> a Buenos Aires, y como el producto de mi labor periodística y
-literaria no me fuese suficiente para vivir, avino que el doctor Carlos
-Carlés, que era Director general de Correos y Telégrafos, me nombró su
-secretario particular. Yo cumplía cronométricamente con mis
-obligaciones, las cuales eran contestar una cantidad innumerable de
-cartas de recomendación que llegaban de todas partes de la República, y
-luego recibir a un ejército de solicitantes de empleos, que llevaban en
-persona sus cartas favorables. En las primeras no me faltaba el «Con el
-mayor gusto...» y «en la primera oportunidad...» o: «En cuanto haya
-alguna vacante...» Y a los que llegaban, siempre les daba esperanzas:
-«vuelva usted otro día... Hablaré con el director... Lo<span class="pagenum"><a name="page_157" id="page_157"></a>{157}</span> tendré muy
-presente... Creo que usted conseguirá su puesto...» Y así la gente se
-iba contenta.</p>
-
-<p>En la oficina tuve muy gratos amigos, como el activísimo y animado Juan
-Migoni y el no menos activo aunque algo grave de intelectualidad y de
-estudio, Patricio Piñeiro Sorondo, con quien me extendía en largas
-pláticas, en los momentos de reposo, sobre asuntos teosóficos y otras
-filosofías. Cuando Leopoldo Lugones llegó, también de empleado, a esa
-repartición, formamos, lo digo con cierta modestia, un interesante trío.
-Cuando no contestaba yo cartas, escribía versos o artículos. En las
-quemantes horas del verano nos regocijaba en la secretaría la presencia
-de un alegre y moreno portero que nos llevaba refrigerantes y riquísimas
-horchatas. Delante de mí pasaban las personas que iban a visitar al
-director; y recuerdo haber visto allí, por la primera vez, la noble
-figura del doctor Sáenz Peña, actual Presidente de la República.<span class="pagenum"><a name="page_158" id="page_158"></a>{158}</span></p>
-
-<h2><a name="XLVI" id="XLVI"></a>XLVI</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">C</span><small>OMO</small> dejo escrito, con Lugones y Piñeiro Sorondo hablaba mucho sobre
-ciencias ocultas. Me había dado desde hacía largo tiempo a esta clase de
-estudios, y los abandoné a causa de mi extremada nerviosidad y por
-consejo de médicos amigos. Yo había desde muy joven tenido ocasión, si
-bien raras veces, de observar la presencia y la acción de las fuerzas
-misteriosas y extrañas, que aun no han llegado al conocimiento y dominio
-de la ciencia oficial. En <i>Caras y Caretas</i> ha aparecido una página mía,
-en que narro cómo en la plaza de la catedral de León, en Nicaragua, una
-madrugada vi y toqué una larva, una horrible materialización sepulcral,
-estando en mi sano y completo juicio. También en <i>La Nación</i>, de Buenos
-Aires, he contado cómo en la ciudad de<span class="pagenum"><a name="page_159" id="page_159"></a>{159}</span> Guatemala tuve el anuncio
-psico-físico del fallecimiento de mi amigo el diplomático costarriqueño
-Jorge Castro Fernández, en los mismos momentos en que él moría en la
-ciudad de Panamá; y la pavorosa visión nocturna que tuvimos en San
-Salvador el escritor político Tranquilino Chacón, incrédulo y ateo;
-visión que nos llenó más que de asombro de espanto.</p>
-
-<p>He contado también los casos de ese género, acontecidos a gentes de mi
-conocimiento. En París, con Leopoldo Lugones, hemos observado en el
-doctor Encausse, esto es, el célebre <i>Papus</i>, cosas interesantísimas;
-pero según lo dejo expresado, no he seguido en esa clase de
-investigaciones por temor justo a alguna perturbación cerebral.<span class="pagenum"><a name="page_160" id="page_160"></a>{160}</span></p>
-
-<h2><a name="XLVII" id="XLVII"></a>XLVII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">N</span><small>O</small> he de dejar en el tintero mis buenas relaciones con un <i>clown</i> inglés
-que ha divertido a tres generaciones de argentinos. Ya se comprenderá
-que trato de Frank Brown. Los que le conocen fuera de la pista saben que
-ese payaso es un <i>gentleman</i>; y que un artista, o un hombre de letras,
-tiene mucho que conversar con él. Sabe su Shakespeare mejor que muchos
-hombres que escriben. Es grave y casi melancólico, como todos aquellos
-que tienen por misión hacer reir. Hay que tener en cuenta que el arte
-del <i>clown</i> confina, en lo grotesco y en lo funambulesco, con lo trágico
-del delirio, con el ensueño y con las vaguedades y explosiones
-hilarantes de la alienación. Para manejar todo esto, se precisan una
-fuerte salud física y una vigorosa resistencia moral.<span class="pagenum"><a name="page_161" id="page_161"></a>{161}</span> Con Frank Brown
-hemos pasado repetidas horas, agradables y provechosas, y más de una vez
-ha aparecido su nombre en mis prosas y versos. Por ejemplo, en aquellos
-que empiezan:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i2">«Frank Brown como los Hanlon Lee<br /></span>
-<span class="i0">sabe lo trágico de un paso<br /></span>
-<span class="i0">de payaso y es para mí<br /></span>
-<span class="i0">un buen jinete de Pegaso.<br /></span>
-</div><div class="stanza">
-<span class="i2">Salta del circo al cielo raso;<br /></span>
-<span class="i0">Banville le hubiera amado así;<br /></span>
-<span class="i0">Frank Brown, como los Hanlon Lee,<br /></span>
-<span class="i0">sabe lo trágico de un paso...»<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>O en la siguiente medalla:</p>
-
-<p>Anverso.</p>
-
-<p>«En el fondo de oro de la fiesta, en traje rojo u oro, oro o rojo
-saeteado de estrellas, o recamado de una flora de seda, el rostro
-inaudito, máscara de risa cuasi por lo fijo y violento dolorosa,
-descendiente de los Hanlon Lee, alado, elástico, Frank Brown, <i>clown</i>,
-aparece.</p>
-
-<p>La contracción gelásmica se acompaña de súbitos gritos y gestos, siendo
-el conjunto demostración de cómo la risa, en lo bufo inglés, como en las
-marionetas macabras niponas, se constituyese rayana, en su fondo, en lo
-trágico. El tono denota, en aflautados finales, o monólogo coloreado<span class="pagenum"><a name="page_162" id="page_162"></a>{162}</span>
-fuertemente, de acentos de tirolesa, rayados de erres, mientras,
-saltante, avanza, batracio o acracio, magistral en su arte extraño, la
-figura que el ojo de Bebé agranda, principal, miliunanochesca,
-deslumbrante, en única, múltiple empero, apoteósis.</p>
-
-<p>Las palabras sálenle en hipos: acaso el esfuerzo verbal continuando
-dolorosa meditación: Fuego de artificios cortado a veces de ausas,
-<i>lazzi</i> y gedeonería transcendente. Intimo con caballos, leones, perros,
-monos, cebras, hércules, <i>ecuyères</i> y <i>tonys</i>; Brown, con un gesto
-dominador, explícito, rige.</p>
-
-<p><i>¡Music!</i> ya se escucha: Tiempos de Buislay y Bell, ¡lejanos! Hoy,
-tiempo de Footit, tiempo de Frank Brown. ¿Qué hace, risueño risible,
-este <i>clown</i>, a las veces filosófico? Parodia a Shakespeare, Hamlet, no
-risueño, risible: «doloroso».</p>
-
-<p>Reverso.</p>
-
-<p>«Este es el caballero Frank Brown», que tiene cara de Byron. Hombre
-triste y serio, piensa. Su sonrisa, melancolía. (¿Acaso él no conoce a
-Durero?) Y como su mano ha acariciado tanto los animales, y los ojos de
-los seres inocentes y profundos le han contemplado tanto, su corazón se
-ha llenado de íntima bondad.</p>
-
-<p>Es un hombre natural; su imperio, la fuerza y la dignidad. Es inglés,
-sabe de poetas.<span class="pagenum"><a name="page_163" id="page_163"></a>{163}</span></p>
-
-<p>Es inglés; tiene el culto del hogar, celoso de hembra y cachorro.</p>
-
-<p>Obra con sana y firme voluntad. Su alma de payaso no se ha pintado nunca
-la cara. Si queréis verle de cerca, si queréis conversar de Shakespeare
-y de la bravura y de la vida justa y sencilla, de la naturaleza sagrada,
-y de Dios y de los buenos hombres, id a casa de Luzio, después de la
-función del «San Martín», y veréis junto a una mesa, rodeado de amigos,
-al «hombre». Le reconoceréis por la cara de Byron.</p>
-
-<p>Es inglés; toma <i>whisky</i> con soda.»</p>
-
-<p>Yo iba siempre a ver trabajar a mi amigo <i>clown</i> en su pista del teatro
-«San Martín». Una noche vi allí la demostración del talento especial del
-«payo» Roqué, para ganarse amistades y hacerse simpático con sus
-habilidades y maneras, a toda clase de gentes. Había leído, por la
-tarde, la llegada en su <i>yacht</i> de un potentado inglés, el conde de
-Carnarvon, Lord Dudley, a quien acompañaba un príncipe indio, Duhlcep
-Sing. En el intermedio de la función del «San Martín» noté en un palco a
-un joven de tipo británico, acompañado de otro hombre moreno, que tenía
-en su mano derecha un anillo con estupendo brillante negro. Estaba con
-ellos uno al parecer secretario. Me encontré con el «payo» y le dije:
-«¿Ha visto usted al Lord de Inglaterra y al Príncipe de la India?» y se
-lo señalé en el palco. Cuál no fué mi sorpresa, cuando al continuar la
-función vi a Roqué sentado en el palco, en risueña conversación con<span class="pagenum"><a name="page_164" id="page_164"></a>{164}</span> los
-dos exóticos personajes. Más tarde llegué a casa de Luzio, y como viese,
-muy pasada la media noche, movimiento de mozos que subían a los altos
-con pavos trufados y botellas de champagne, pregunté qué fiesta había
-arriba, y un camarero me contestó: «Son unos príncipes que están de
-farra con el «payo» y unas artistas».</p>
-
-<p>Cierto día llegué a la redacción de <i>La Nación</i>, a cuyo personal yo
-pertenecía como algo a manera de <i>croque-mort</i>, esto es, enterrador de
-celebridades, pues no moría un personaje europeo, principalmente poeta o
-escritor, sin que D. Enrique de Vedia no me encargase el artículo
-necrológico. Por cierto que Mark Twain me jugó una de sus pesadas
-bromas. Nos encontrábamos, mis compañeros de café y yo, sin un céntimo,
-al comenzar la noche, en casa de Monti; y aunque el bravo suizo nos
-hacía crédito, la situación era ardua. En esto, se me llamó por teléfono
-de <i>La Nación</i>. Fuí inmediatamente y el administrador me mostró un
-cablegrama en que se anunciaba que el escritor norteamericano, famoso
-por su humorismo, Mark Twain, se encontraba en la agonía. «Es preciso,
-me dijo el Sr. de Vedia, que escriba usted un artículo extenso en
-seguida para que aparezca mañana con el retrato, pues seguramente esta
-noche llegará la noticia del fallecimiento». De más decir que yo puse
-manos a la obra con gran entusiasmo y con gran satisfacción y
-aprovechando ciertas apuntaciones que sobre el humorista yankee tenía
-desde hacía mucho<span class="pagenum"><a name="page_165" id="page_165"></a>{165}</span> tiempo. Volví, es evidente, a dar la buena nueva a
-los amigos que me esperaban en casa de Monti. La muerte de Mark Twain
-haría que tuviésemos dinero al día siguiente...</p>
-
-<p>Cuando entregué mi trabajo les fuí a buscar, para que cenáramos juntos
-y, por supuesto, pedimos una cena opípara y convenientemente humedecida.
-Las libaciones continuaron hasta el amanecer, entre nuestras habituales,
-literarias y anecdóticas charlas; y Charles Soussens, nuestro dionisiaco
-lírico helvético, se ofreció para ir a buscar al nacer el día, un número
-de <i>La Nación</i> a la imprenta. Así fué. Al poco rato le vimos aparecer
-desde lejos, por la abierta puerta del restaurant. Traía un número del
-diario, pero alzaba los brazos y nos hacía gestos de desolación. Cuando
-llegó, con una faz triste, nos dijo: «¡No viene el artículo!» Nos
-pusimos serios. Desdoblé el periódico y me di cuenta de la penosa
-verdad. Un cablegrama anunciaba la agonía de Mark Twain, pero en otro se
-decía que los médicos concebían esperanzas... En otro, que se esperaba
-una pronta reacción y en otro, que el enfermo estaba salvado y entraba
-en una franca mejoría... Y la salvación del escritor fué para nosotros
-un golpe rudo y un rasgo de humor muy propio del yankee, y del peor
-género... Felizmente, a propósito de la enfermedad, pude arreglar el
-artículo de otro modo y conseguir que pasara, algunos días después.<span class="pagenum"><a name="page_166" id="page_166"></a>{166}</span></p>
-
-<h2><a name="XLVIII" id="XLVIII"></a>XLVIII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">F</span><small>UÍ</small>, como queda dicho, cierto día, a la redacción del diario. Acababa de
-pasar la terrible guerra de España con los Estados Unidos. Conversando,
-Julio Piquet me informó de que <i>La Nación</i> deseaba enviar un redactor a
-España para que escribiese sobre la situación en que había quedado la
-madre patria. «Estamos pensando en quién puede ir», me dijo. Le contesté
-inmediatamente: «¡Yo!». Fuimos juntos a hablar con el señor de Vedia y
-con el director. Se arregló todo en seguida. «¿Cuándo quiere usted
-partir?» me dijo el administrador. «¿Cuándo sale el primer vapor?»
-«Pasado mañana». «¡Pues me embarcaré pasado mañana!».</p>
-
-<p>Dos días después iba yo navegando con rumbo a Europa. Era el 3 de
-Diciembre de 1898. En esta<span class="pagenum"><a name="page_167" id="page_167"></a>{167}</span> travesía no aconteció nada de particular,
-solamente algo que me da motivo para una rectificación. Recorriendo mi
-libro «España Contemporánea» veo que el episodio del capitán Andrews
-aconteció en este viaje y no anteriormente, como por explicable
-confusión de fecha&mdash;repito que no me valgo para estos recuerdos sino de
-mi memoria&mdash;lo he hecho aparecer.<span class="pagenum"><a name="page_168" id="page_168"></a>{168}</span></p>
-
-<h2><a name="XLIX" id="XLIX"></a>XLIX</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>LEGUÉ</small> a Barcelona y mi impresión fué lo más optimista posible. Celebré
-la vitalidad, el trabajo, lo bullicioso y pintoresco, el orgullo de las
-gentes de empresa y conquista, la energía del alma catalana, tanto en el
-soñador que siempre es un poco práctico, como en el menestral que
-siempre es un poco soñador. Noté lo arraigado del regionalismo
-intransigente y la sorda agitación del movimiento social, que más tarde
-habría de estallar en rojas explosiones. Hablé de las fábricas y de las
-artes; de los ricos burgueses y de los intelectuales, del leonardismo de
-Santiago Rusiñol y de la fuerza de Ángel Guimerá, de ciertos rincones
-montmartrescos; de las alegres ramblas y de las voluptuosas mujeres.</p>
-
-<p>Llegué a Madrid, que ya conocía, y hablé de<span class="pagenum"><a name="page_169" id="page_169"></a>{169}</span> su sabrosa pereza, de sus
-capas y de sus cafés. Escribía: «He buscado en el horizonte español las
-cimas que dejara no hace mucho tiempo, en todas las manifestaciones del
-alma nacional; Cánovas muerto; Ruiz Zorrilla muerto; Castelar
-desilusionado y enfermo; Valera ciego; Campoamor mudo; Menéndez y
-Pelayo... No está, por cierto, España para literaturas, amputada,
-doliente, vencida; pero los políticos del día parece que para nada se
-diesen cuenta del menoscabo sufrido, y agotan sus energías en chicanas
-interiores, en batallas de grupos aislados, en asuntos parciales de
-partidos, sin preocuparse de la suerte común, sin buscar el remedio del
-daño general, de las heridas en carne de la nación. No se sabe lo que
-puede venir. La hermana Ana no divisa nada desde la torre». Envié mis
-juicios al periódico, que formaron después un volumen.</p>
-
-<p>Frecuenté la legación argentina, cuyo jefe era entonces un escritor
-eminente, el doctor Vicente G. Quesada. Intimé con el pintor Moreno
-Carbonero, con periodistas como el marqués de Valdeiglesias, Moya, López
-Ballesteros, Ricardo Fuente, Castrovido, mi compañero en <i>La Nación</i>
-Ladevese, Mariano de Cávia, y tantos otros. Volví a ver a Castelar,
-enfermo, decaído, entristecido, una ruina, en vísperas de su muerte...
-Me juntaba siempre con antiguos camaradas como Alejandro Sawa, y con
-otros nuevos, como el <i>charmeur</i> Jacinto Benavente, el robusto vasco
-Baroja, otro vasco fuerte, Ramiro de Maeztu, Ruiz Contreras,<span class="pagenum"><a name="page_170" id="page_170"></a>{170}</span> Matheu y
-otros cuantos más; y un núcleo de jóvenes que debían adquirir más tarde
-un brillante nombre, los hermanos Machado, Antonio Palomero, renombrado
-como poeta humorístico bajo el nombre de <i>Gil Parrado</i>, los hermanos
-González Blanco, Cristóbal de Castro, Candamo, dos líricos admirables,
-cada cual según su manera: Francisco Villaespesa y Juan R. Jiménez,
-<i>Caramanchel</i>, Nilo Fabra, sutil poeta de sentimiento y de arte, el hoy
-triunfador Marquina y tantos más.</p>
-
-<p>Iba algunas noches al camarín de los llamados, por antonomasia, Fernando
-y María, esto es, los señores Díaz de Mendoza, condes de Balazote,
-grandes de España y príncipes del teatro, a quienes escribí sonoros
-alejandrinos cuando pusieron en escena el <i>Cyrano</i> de Rostand.<span class="pagenum"><a name="page_171" id="page_171"></a>{171}</span></p>
-
-<h2><a name="L" id="L"></a>L</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> la librería de Fernando Fe, lugar de reunión vespertina de algunos
-hombres de letras, solía conversar con Eugenio Sellés, hoy marqués de
-Gerona, con Manuel del Palacio, poeta amable de ojos azules, que
-recordaba siempre con cariño sus días pasados en el Río de la Plata; con
-Manuel Bueno, ilustrado y combativo, célebre como crítico teatral y hoy
-diputado a Cortes; con Llanas de Aguilaniedo, autor de interesantes
-novelas y de un libro sobre ciencia penal. A D. José Echegaray me
-presentó una noche Fernando Díaz de Mendoza. «Ustedes los americanos, me
-dijo, tienen instinto poético...» La frase me supo agridulce... Pero
-¡vaya si lo teníamos...! Tiempos después firmaba yo con los escritores y
-poetas de la famosa protesta contra el homenaje nacional a<span class="pagenum"><a name="page_172" id="page_172"></a>{172}</span> Echegaray.
-Mi inquina era excesiva... <i>Juventud, divino tesoro...</i></p>
-
-<p>Visité de nuevo a Campoamor, a quien encontré en la más absoluta
-decadencia. Estaba, anotaba yo, «caduco, amargado de tiempo a su pesar,
-reducido a la inacción después de haber sido un hombre activo y jovial,
-casi imposibilitado de pies y manos, la facie penosa, el ojo sin
-elocuencia, la palabra poca y difícil, y cuando le dais la mano y os
-reconoce, se echa a llorar, y os habla escasamente de su tierra
-dolorida, de la vida que se va, de su impotencia, de su espera en la
-antesala de la muerte... os digo que es para salir de su presencia con
-el espíritu apretado de melancolía». En realidad, aquello era lamentable
-y doloroso. El poeta glorioso, el filósofo de humor y hondura, era un
-viejo infeliz a quien tenían que darle de comer como a los niños, un sér
-concluído en víspera de entrar a la tumba.</p>
-
-<p>Doña Emilia Pardo Bazán continuaba dando sus escogidas reuniones. Allí
-solía aparecer, ya ciego, pero siempre lleno de distinción, anciano
-impoluto y aristocrático, el autor de <i>Pepita Jiménez</i>. Allí me
-relacioné con el novelista y diplomático argentino Ocantos, con el
-doctor Tolosa Latour, con los cronistas mundanos <i>Montecristo</i> y
-<i>Kasabal</i>, con el político Romero Robledo, con el popular Luis Taboada,
-y con algunas damas de la nobleza que no se ocupaban únicamente en
-modas, murmuraciones y asuntos cortesanos, sino que gustaban de departir
-con poetas y escritores:<span class="pagenum"><a name="page_173" id="page_173"></a>{173}</span> la condesa de Pino Hermoso y la marquesa de la
-Laguna, cuya hija Gloria tuviera celebridad más tarde por sus singulares
-encantos y su valentía de espíritu. Era yo también muy amigo de José
-Lázaro y Galdeano, director de la <i>España Moderna</i> y que tenía un
-verdadero museo de obras de arte, entre las cuales un pretendido
-Leonardo de Vinci.</p>
-
-<p>Con Joaquín Dicenta fuimos compañeros de gran intimidad, apolíneos y
-nocturnos. Fuera de mis desvelos y expansiones de noctámbulo, presencié
-fiestas religiosas palatinas; fuí a los toros y alcancé a ver a grandes
-toreros, como el Guerra. Teníamos inenarrables tenidas culinarias, de
-ambrosías y sobre todo de néctares, con el gran D. Ramón María del Valle
-Inclán, Palomero, Bueno y nuestro querido ministro de Bolivia, Moisés
-Ascarrunz. Me presentaron una tarde, como a un sér raro,&mdash;«es genial y
-no usa corbata», me decían&mdash;a D. Miguel de Unamuno, a quien no le
-agradaba, ya en aquel tiempo, que le llamaran el sabio profesor de la
-Universidad de Salamanca... Cultivaba su sostenido tema de
-antifrancesismo. Y era indudablemente un notable vasco original. El
-señor de Unamuno no conocía entonces a Sarmiento, y hablaba con cierto
-desdén, basado en pocas noticias, y en su particular humor, de las
-letras argentinas. Yo recuerdo que, a propósito de un artículo suyo,
-escribí otro, que concluía con el siguiente párrafo:</p>
-
-<p>«Decadentismos literarios no pueden ser plaga<span class="pagenum"><a name="page_174" id="page_174"></a>{174}</span> entre nosotros; pero con
-París, que tanto preocupa al señor de Unamuno, tenemos las más
-frecuentes y mejores relaciones. Buena parte de nuestros diarios es
-escrita por franceses. Las últimas obras de Daudet y de Zola han sido
-publicadas por <i>La Nación</i> al mismo tiempo que aparecían en París; la
-mejor clientela de Worth es la de Buenos Aires; en la escalera de
-nuestro Jockey-Club, donde <i>Pini</i> es el profesor de esgrima, la <i>Diana</i>
-de Falguière perpetúa la blanca desnudez de una parisiense. Como somos
-fáciles para el viaje y podemos viajar, París recibe nuestras frecuentes
-visitas y nos quita el dinero encantadoramente. Y así, siendo como somos
-un pueblo industrioso, bien puede haber quien, en minúsculo grupo,
-procure en el centro de tal pueblo adorar la belleza a través de los
-cristales de su capricho: <i>¡Whim!</i> diría Emerson. Crea el señor de
-Unamuno que mis «<i>Prosas Profanas</i>», pongo por caso, no hacen ningún
-daño a la literatura científica de Ramos Mejíal de Coni o a la
-producción regional de J. V. González; ni las maravillosas <i>Montañas de
-oro</i>, de nuestro gran Leopoldo Lugones, perturban la interesante labor
-criolla de Leguizamón y otros aficionados a este ramo que ya ha entrado
-en verdad en dependencia folk-lórica. Que habrá luego una literatura de
-cimiento criollo, no lo dudo; buena muestra dan el hermoso y vigoroso
-libro de Roberto Payró <i>La Australia Argentina</i> y las otras obras del
-popularísimo e interesante <i>Fray Mocho</i>».<span class="pagenum"><a name="page_175" id="page_175"></a>{175}</span></p>
-
-<h2><a name="LI" id="LI"></a>LI</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">V</span><small>OLVÍ</small> a ver al rey niño, más crecido y supe de intimidades de palacio;
-por ejemplo, que su pequeña majestad llamaba a sus hermanitas, las dos
-infantas hoy yacentes en sus sepulcros del Escorial, a la una <i>Pitusa</i> y
-a la otra <i>Gorriona</i>. Busqué por todas partes el comunicarme con el alma
-de España. Frecuenté a pintores y escultores. Asistí al entierro de
-Castelar, escribí sobre el periodismo español, sobre el teatro, sobre
-libreros y editores, sobre novelas y novelistas, sobre los académicos,
-entre los cuales tenía admiradores y abominadores; escribí de poetas y
-de políticos, recogí las últimas impresiones desilusionadas de Núñez de
-Arce. Traté al maestro Galdós, tan bueno y tan egregio, estudié la
-enseñanza, renové mis coloquios con Menéndez y Pelayo.<span class="pagenum"><a name="page_176" id="page_176"></a>{176}</span> Hablé de las
-flamantes inteligencias que brotaban. Relaté mi amistad con la princesa
-Bonaparte, madame Rattazzi. Di mis opiniones sobre la crítica, sobre la
-joven aristocracia, sobre las relaciones ibero-americanas, celebré a la
-mujer española; y sobre todo, ¡gracias sean dadas a Dios! esparcí entre
-la juventud los principios de libertad intelectual y de personalismo
-artístico que habían sido la base de nuestra vida nueva en el
-pensamiento y el arte de escribir hispano-americanos, y que causaron
-allá espanto y enojo entre los intransigentes. La juventud vibrante me
-siguió, y hoy muchos de aquellos jóvenes llevan los primeros nombres de
-la España literaria. Imposible me sería narrar aquí todas mis peripecias
-y aventuras de esa época pasada en la coronada villa; ocuparían todo un
-volumen.<span class="pagenum"><a name="page_177" id="page_177"></a>{177}</span></p>
-
-<h2><a name="LII" id="LII"></a>LII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>A</small> Exposición de París de 1900 estaba para abrirse. Recibí orden de <i>La
-Nación</i> de trasladarme en seguida a la capital francesa. Partí.</p>
-
-<p>En París me esperaba Gómez Carrillo y me fuí a vivir con él, al número
-29 de la calle Faubourg Montmartre. Carrillo era ya gran conocedor de la
-vida parisiense. Aunque era menor que yo, le pedí consejos. «¿Con cuánto
-cuenta usted mensualmente?»&mdash;me preguntó.&mdash;«Con esto», le contesté,
-poniendo en una mesa un puñado de oros de mi remesa de <i>La Nación</i>.
-Carrillo contó y dividió aquella riqueza en dos partes; una pequeña y
-una grande. «Esta me dijo, apartando la pequeña, es para vivir:
-guárdela. Y esta otra es para que la gaste toda.» Y yo seguí con placer
-aquellas agradables indicaciones, y esa misma noche<span class="pagenum"><a name="page_178" id="page_178"></a>{178}</span> estaba en
-Montmartre, en una <i>boîte</i> llamada <i>Cyrano</i>, con joviales colegas y
-trasnochadoras estetas, danzarinas, o simples peripatéticas.</p>
-
-<p>Poco después, Carrillo tuvo que dejar su casa, y yo me quedé con ella; y
-como Carrillo me llevó a mí, yo me llevé al poeta mexicano Amado Nervo,
-en la actualidad cumplido diplomático en España y que ha escrito lindos
-recuerdos sobre nuestros días parisienses, en artículos sueltos y en su
-precioso libro «El éxodo y las flores del camino». A Nervo y a mí nos
-pasaron cosas inauditas, sobre todo, cuando llegó, a hacernos compañía
-un pintor de excepción, famoso por sus excentridades y por su
-desorbitado talento: he señalado al belga Henri de Groux. Algún día he
-de detallar tamaños sucedidos, pero no puedo menos que acordarme en este
-relato de los sustos que me diera el fantástico artista de larga
-cabellera y de ojos de tocado, afeitado rostro y aire lleno de
-inquietudes, cuando en noches en que yo sufría tormentosas nerviosidades
-e invencibles insomnios, se me aparecía de pronto, al lado de mi cama,
-envuelto en un rojo ropón dantesco, con capuchón y todo, que había
-dejado olvidado en el cuarto no sé cuál de las amigas de Gómez
-Carrillo... Creo que la llamada Sonia.<span class="pagenum"><a name="page_179" id="page_179"></a>{179}</span></p>
-
-<h2><a name="LIII" id="LIII"></a>LIII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">Y</span><small>O</small> hacía mis obligatorias visitas a la Exposición. Fué para mí un
-deslumbramiento miliunanochesco, y me sentí más de una vez en una pieza,
-Simbad y Marco Polo, Aladino y Salomón, mandarín y daimio, siamés y
-cow-boy, gitano y mujick; y en ciertas noches, contemplaba en las
-cercanías de la torre Eiffel, con mis ojos despiertos, panoramas que
-sólo había visto en las misteriosas regiones de los sueños.</p>
-
-<p>Había un <i>bar</i> en los grandes bulevares que se llamaba <i>Calisaya</i>.
-Carrillo y su amigo Ernesto Lejeunesse, me presentaron allí a un
-caballero un tanto robusto, afeitado, con algo de abacial, muy fino de
-trato y que hablaba el francés con marcado acento de ultramancha. Era el
-gran poeta desgraciado Oscar Wilde. Rara vez he encontrado<span class="pagenum"><a name="page_180" id="page_180"></a>{180}</span> una
-distinción mayor, una cultura más elegante y una urbanidad más gentil.
-Hacía poco que había salido de la prisión. Sus viejos amigos franceses
-que le habían adulado y mimado en tiempo de riqueza y de triunfo, no le
-hacían caso. Le quedaban apenas dos o tres fieles, de segundo orden. El
-había cambiado hasta de nombre en el hotel donde vivía. Se llamaba con
-un nombre balzaciano, Sebastián Menmolth. En Inglaterra le habían
-embargado todas sus obras. Vivía de la ayuda de algunos amigos de
-Londres. Por razones de salud, necesitó hacer un viaje a Italia, y con
-todo respeto, le ofreció el dinero necesario un <i>barman</i> de nombre John,
-que es una de las curiosidades que yo enseño cuando voy con algún amigo
-a la «Bodega», que está en la calle de Rivoli, esquina a la de
-Castiglione. Unos cuantos meses después moría el pobre Wilde, y yo no
-pude ir a su entierro, porque cuando lo supe, ya estaba el desventurado
-bajo la tierra. Y ahora, en Inglaterra y en todas partes, recomienza su
-gloria...<span class="pagenum"><a name="page_181" id="page_181"></a>{181}</span></p>
-
-<h2><a name="LIV" id="LIV"></a>LIV</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> lo más agitado de la Exposición de París, salí en viaje a Italia,
-viaje que era para mí un deseado sueño. Bien sabido es que para todo
-poeta y para todo artista, el viaje a Italia, al tradicional país del
-arte, es un complemento indispensable en su vida. El mío fué una
-excursión rápida de turista. Aproveché la compañía de un hombre de
-negocios de Buenos Aires, y así tuve siquiera con quien conversar, ya
-que no cambiar ideas. Pasé por Turín, en donde visité la Pinacoteca;
-tuve ocasión de ver al duque de los Abruzzos; almorzar con el
-<i>onorevole</i> Gianolio; trabar mi primer conocimiento con la sabrosa
-<i>fonduta</i> aromada de trufas blancas; conocer la Superga y admirar desde
-su altura los lejanos Alpes, luminosos bajo el sol. Estuve en Pisa y
-admiré lo que<span class="pagenum"><a name="page_182" id="page_182"></a>{182}</span> hay que admirar, el Duomo, el Camposanto, la Torre
-inclinada, rueca de la vieja ciudad, y el Baptisterio. Manifesté, en tal
-ocasión, líricas reminiscencias. Fuí a la Cartuja, con carta de
-recomendación para el prior Don Bruno; oí cantar, en el calor de la
-estación y en los verdes olivos y viñas, pesadas de uvas negras, las
-cigarras itálicas. Aumenté mi religiosidad en el convento, y admiré la
-fe y el amor al silencio de aquellos solitarios.</p>
-
-<p>Pasé por Livorno, ciudad marítima y comerciante, vibrante de agitaciones
-modernas. Fuí a Ardenza, y en el santuario de Montenero recé una
-avemaría a la Virgen llegada de la isla de Negroponto, virgen milagrosa,
-amada de los marinos, visitada por Byron y otras conocidas testas. Luego
-fuí a Roma. Me poseyó la gran ciudad imperial y papal. Vi en una calle
-pasar a D’Annunzio, en su inevitable <i>pose</i>; vi a León XIII en su
-colosal retiro de piedra; y dediqué al papa blanco un largo himno en
-prosa. Esa visita la hice con un numeroso grupo de peregrinos
-argentinos, entre los cuales tengo presente al ilustre doctor Garro,
-actual ministro de Instrucción Pública, y al señor Ignacio Orzali, mi
-compañero de <i>La Nación</i>, que ostentaba sus condecoraciones pontificias.
-A su Santidad blanca me presentaron como redactor del gran diario de
-Buenos Aires, «el diario del general Mitre». El viejecito de color de
-marfil me dijo en italiano palabras paternales, me dió a besar su mano
-casi<span class="pagenum"><a name="page_183" id="page_183"></a>{183}</span> fluídica, ornada con una esmeralda enorme, y me bendijo. En mi
-libro «Peregrinaciones» podréis encontrar algunas de mis impresiones
-romanas, pero no encontraréis dos que voy a contaros.</p>
-
-<p>La primera es mi conocimiento con Vargas Vila, el célebre pensador,
-novelista y panfletista político, que para mí no es sino, juntándolo
-todo, un único e inconfundible poeta, quizás contra su propia voluntad y
-autoconocimiento. Vargas Vila, que ha pasado muchos años de su vida en
-Italia, país que ama sobre todos, se encontró conmigo en Roma. Fuimos
-íntimos en seguida, después de una mutua presentación, y no siendo él
-noctámbulo, antes bien persona metódica y arreglada, pasó conmigo toda
-esa noche, en un cafetín de periodistas, hasta el amanecer; y desde
-entonces, admirándole yo de todas veras, hemos sido los mejores
-camaradas en Apolo y en Pan.</p>
-
-<p>La segunda impresión es mi encuentro con Enrique García Velloso, que,
-aunque siempre lleno de talento, no era todavía el fecundo, rozagante,
-pimpante y pactolizante autor teatral que hoy conocen las escenas
-Argentinas y aun las Españolas. Yo le había conocido desde que era un
-adolescente, en casa de su padre. En la urbe romana tuvimos primero
-saudades de Buenos Aires, y después nos dimos a la alegría y gozos del
-vivir. Y tras animados paseos nocturnos, nos fuimos una mañana, en unión
-del periodista Ettore Mosca, al lugar campestre situado en las orillas
-del Tíber, que se denomina «Acqua acetosa». Allí, en<span class="pagenum"><a name="page_184" id="page_184"></a>{184}</span> una rústica
-<i>trattoria</i>, en donde sonreían rosadas tiberinas, nos dieron un desayuno
-ideal y primitivo: pollos fritos en clásico aceite, queso de égloga,
-higos y uvas que cantara Virgilio, vinos de oda horaciana. Y las aguas
-del río, y la viña frondosa que nos servía de techo, vieron naturales
-consecuentes locuras.<span class="pagenum"><a name="page_185" id="page_185"></a>{185}</span></p>
-
-<h2><a name="LV" id="LV"></a>LV</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">D</span><small>E</small> Roma partí para Nápoles, en donde pasé amistosos momentos en compañía
-de Vittorio Pica, el célebre crítico de arte, autor de tantas exquisitas
-monografías y director de <i>Emporium</i>, la artística revista de Bergamo.
-Hice la indispensable visita a Pompeya y retorné a París.</p>
-
-<p>Nunca quise, a pesar de las insinuaciones de Carrillo, relacionarme con
-los famosos literatos y poetas parisienses. De vista conocía muchos, y
-aun oí a algunos, en el <i>Calisaya</i> o en el café Napolitain. Al
-Napolitain iba casi todos los días un grupo de nombres en <i>vedette</i>,
-entre ellos Catulle Mendès y su mujer, el actor Silvain, Ernest
-Lajeuneuse, Grenet, Dancourt, Georges Courteline, algunas veces Jean
-Moreas y otros citaredas de menor<span class="pagenum"><a name="page_186" id="page_186"></a>{186}</span> fama. Catulle Mendès no era ya el
-hermoso poeta de cabellos dorados, que antaño llamara tanto la atención
-por sus gallardías y encantos físicos, sino un viejo barrigón, cabeza de
-nazareno fatigado, todavía con fuertes pretensiones a las conquistas
-femeninas, las cuales, en efecto, lograba en el mundo de las máscaras,
-pues era crítico teatral y personaje dominante entre las gentes de
-tablas y bambalinas. Una que otra vez se aparecía, con su melena negra y
-sus negros bigotes, el hoy elegido príncipe de los poetas franceses,
-Paul Fort, y la verdad es que allí no descollaba, pues su influjo
-principal estaba del otro lado del río, en el país Latino.<span class="pagenum"><a name="page_187" id="page_187"></a>{187}</span></p>
-
-<h2><a name="LVI" id="LVI"></a>LVI</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">Y</span><small>O</small> seguí habitando la misma casa de la calle Faubourg Montmartre y
-cuando regresaba por las madrugadas, solía entrar a cenar a un
-establecimiento situado en mi vecindad, y que se llamaba <i>Au filet de
-Sole</i>. En uno de esos amaneceres llegué en compañía de un escritor
-cubano, Eulogio Horta. Estábamos cenando en uno de los extremos del
-salón del café. Había un nutrido grupo de hombres de aspectos e
-indumentarias que yo no sabía conocer aún, alemanes en su mayor parte, y
-franceses. Casi todos ostentaban sendos alfileres y anillos de
-brillantes y estaban acompañados de unas cuantas hetairas de lujo.
-Espumeaba con profusión el <i>cordon rouge</i>, y al son de los violines de
-los tziganos, algunas parejas danzaban más que libremente. De pronto
-entro<span class="pagenum"><a name="page_188" id="page_188"></a>{188}</span> una joven, casi una niña, de notable belleza; se dirigió a uno de
-los hombres, rojo, rechoncho, de fosco aspecto, con tipo de carnicero,
-habló con él algunas palabras... La bofetada fué tan fuerte que resonó
-por todo el recinto y la pobre muchacha cayó cual larga era... A Eulogio
-Horta y a mí se nos subió, sobre los vinos, lo hispanoamericano a la
-cabeza, y nos levantamos en defensa de la que juzgábamos una víctima;
-pero la cuadrilla de rufianes se alzó como uno solo, amenazante,
-lanzándonos los más bajos insultos. Y lo peor era que quien nos
-insultaba más, con la cara ensangrentada, era la moza del bofetón... No
-nos pasó algo serio porque el gerente del establecimiento, que me
-conocía desde Buenos Aires, salió a nuestra defensa, habló en alemán con
-ellos y todo se calmó. Luego vino a nosotros y nos advirtió que nunca se
-nos ocurriera salir a la defensa de tales <i>gourgandines</i>.</p>
-
-<p>Otras cuantas aventuras de este género me acontecieron, pues en esa
-época yo hacía vida de café, con compañeros de existencia idéntica, y
-derrochaba mi juventud, sin economizar los medios de ponerla a prueba.<span class="pagenum"><a name="page_189" id="page_189"></a>{189}</span></p>
-
-<h2><a name="LVII" id="LVII"></a>LVII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">H</span><small>ABÍA</small> vendido miserablemente varios libros a dos <i>ghettos</i>, de la
-edición que en París han hecho miles y millones con el trabajo mental de
-escritores españoles e hispanoamericanos, pagados harpagónicamente, y
-como yo me quejase en aquel entonces, por una de mis obras, se me
-mostraron las condiciones en que había vendido para la América española
-una escritora ilustre su <i>Vida de San Francisco de Asis</i>.</p>
-
-<p>Don Justo Sierra, el eminente escritor y poeta, que en Méjico era
-llamado «el Maestro», y que acababa de fallecer en Madrid de ministro de
-su país, escribió el prólogo para uno de mis volúmenes,
-«Peregrinaciones». En París tuve la oportunidad de conocer a este hombre
-preclaro, que en los últimos años de la administración del presidente<span class="pagenum"><a name="page_190" id="page_190"></a>{190}</span>
-Porfirio Díaz, ocupó el Ministerio de Instrucción pública.</p>
-
-<p>El gobierno de Nicaragua, que no se había acordado nunca de que yo
-existía sino cuando las fiestas colombinas, o cuando se preguntó por
-cable de Managua al ministro de Relaciones Exteriores argentino si era
-cierta la noticia que había llegado de mi muerte, me nombró cónsul en
-París.</p>
-
-<p>Y a propósito, por dos veces se ha esparcido por América esa falsa nueva
-de mi ingreso en la Estigia; y no podré olvidar la poco evangélica
-necrología que, la primera vez, me dedicara en <i>La Estrella de Panamá</i>
-un furioso clérigo, y que decía poco más o menos: «Gracias a Dios que ya
-desapareció esta plaga de la literatura española... Con esta muerte no
-se pierde absolutamente nada...» Hasta dónde puede llevar el fanatismo y
-la ignorancia en todo.<span class="pagenum"><a name="page_191" id="page_191"></a>{191}</span></p>
-
-<h2><a name="LVIII" id="LVIII"></a>LVIII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">M</span><small>E</small> instruí en mis funciones consulares y tenía como canciller a un rubio
-y calvo mexicano, limpio de espíritu y de corazón, y a quien
-convencimos, en horas risueñas, algunos hispanoamericanos, de que, dado
-su tipo completamente igual al de los Hapsburgos y la fecha de su
-nacimiento, debía de ser hijo del emperador Maximiliano; y el «rico
-tipo», con poco cariño por su papá y poco respeto por su señora mamá,
-llegó a aceptar, entre veras y bromas, la posibilidad de su austriaco
-parentesco...</p>
-
-<p>Entre mis tareas consulares y mi servicio en <i>La Nación</i>, pasaba mi
-existencia parisiense. Era ministro nicaragüense en Francia D. Crisanto
-Medina, antiguo diplomático de pocas luces, pero de mucho mundo y
-práctica en los asuntos de su<span class="pagenum"><a name="page_192" id="page_192"></a>{192}</span> incumbencia. A pesar de nuestras
-excelentes relaciones, había algo entre ellas que impedían una completa
-cordialidad. Me refiero a un antiguo drama de familia, relacionado con
-el asesinato de mi abuelo materno.</p>
-
-<p>D. Crisanto, de quien ha hecho Luis Bonafoux, en una de sus crónicas,
-bien pimentada <i>charge</i>, era un hombre tan feliz y tan ecuánime a su
-manera, que no tenía la menor idea de la literatura.., Había conocido,
-desde los tiempos de Thiers, a Víctor Hugo, a Dumas, a otras cuantas
-celebridades; pero de Víctor Hugo no me contaba sino que en un banquete,
-en la inauguración del Hôtel de Ville, le libró de un resfriado
-levantándose de la mesa y yéndose a poner su gabán, a causa de una
-corriente de aire, cosa que D. Crisanto imitó;... y de Dumas, que una
-vez, al salir de una reunión, el famoso autor no encontraba su coche, y
-D. Crisanto le fué a dejar en su casa en el suyo... Al ecuatoriano Juan
-Montalvo le llamaba «aquel Montalvo que escribía»... Tenía gran
-admiración por Gómez Carrillo, no porque hubiera leído su obra de
-escritor, sino porque Carrillo le servía a veces de secretario, y le
-contestaba las notas con frases pocos usuales, notas que unas veces eran
-para Nicaragua, otras para Guatemala, porque D. Crisanto había tenido el
-talento de conseguir la representación, alternativamente y a veces al
-mismo tiempo, de casi todas las cinco repúblicas centroamericanas. Tible
-Machado, ministro de Guatemala en Londres y Bruselas, era<span class="pagenum"><a name="page_193" id="page_193"></a>{193}</span> su pesadilla;
-y en la conferencia de La Haya... la cosa acabó en un duelo. Una noche,
-en París, la víspera del encuentro en el terreno, me dijo mi ministro:
-«Mañana mato a Tible». No lo mató. Cierto es que D. Crisanto había
-tenido otro duelo célebre, en tiempos casi prehistóricos, con el
-nombrado colombiano, Torres Caicedo, que sacó su herida de la
-emergencia.</p>
-
-<p>Contemporáneo de Medina fué el marqués de Rojas, tío de Luis Bonafoux y
-que había sido diplomático de Guzmán Blanco, con quien tuvo sus
-polémicas y desagrados. Fué aquel marqués pontificio, a quien traté en
-su postrimería, muy aficionado a las mujeres y a la buena vida; hombre
-rico, tuvo una vejez solitaria y murió entre criadas y criados en su
-<i>garçonnière</i>. Esos dos ancianos de que he hablado, y que ha tiempo en
-paz descansan, eran asiduos al mentidero del Gran Hotel, en donde se
-reunían españoles e hispanoamericanos a ejercer la parlería y la
-murmuración nacional y de raza.<span class="pagenum"><a name="page_194" id="page_194"></a>{194}</span></p>
-
-<h2><a name="LIX" id="LIX"></a>LIX</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>OS</small> ardientes veranos iba yo a pasarlos a Asturias, a Dieppe, y alguna
-vez a Bretaña. En Dieppe pasé alguna temporada en compañía del notable
-escritor argentino que ha encontrado su vía en la propaganda del
-hispanoamericanismo frente al peligro yankee, Manuel Ugarte. En Bretaña
-pasé con el poeta Ricardo Rojas horas de intelectualidad y de
-cordialidad en una «villa» llamada <i>La Pagode</i>, donde nos hospedaba un
-conde ocultista y endemoniado, que tenía la cara de Mefistófeles.
-Ricardo Rojas y yo hemos escrito sobre esos días extraordinarios, sobre
-nuestra visita al Manoir de Boultous, morada del maestro de las imágenes
-y príncipe de los tropos, de las analogías y de las armonías verbales,
-Saint-Pol-Roux, antes llamado el Magnífico.<span class="pagenum"><a name="page_195" id="page_195"></a>{195}</span></p>
-
-<p>Entre toda esta última parte de mi narración se mezclan largos días que
-pertenecen a lo estrictamente privado de mi vida personal.</p>
-
-<p>Emprendí otro viaje por Bélgica, Alemania, Austria-Hungría, Italia,
-Inglaterra. De todo ello me ocupo en algunos de mis libros con bastantes
-detalles. Mas no he contado algunos incidentes, por ejemplo, uno en que
-escapamos en perder la vida mi compañero de viaje, el mexicano Felipe
-López, y yo. Fué en la ciudad de Budapest, por cierto región
-encantadora, si las hay. Andábamos recorriendo las calles. Ni López ni
-yo hablábamos alemán y nos desolábamos, en los restaurants, de no poder
-entender la lista del «menú», porque los húngaros, en lo general, por
-odio al austriaco, no quieren emplear al alemán en nada, y así todo está
-en su lenguaje para nosotros lleno de escabrosidades. Yendo por una gran
-vía, leímos en letras doradas en un establecimiento: <i>American Bar</i>; y
-encontrando la ocasión de emplear bien nuestro inglés, entramos. Pedimos
-sendos cocktails, y nos pusimos a escribir cartas. En esto se nos acercó
-un elegante joven, y en un francés cojo pero melifluo, nos dijo, más o
-menos, tendiéndonos su tarjeta: que era hijo de un fabricante de
-bicicletas; que había estado en Francia donde le habían atendido con
-toda gentileza y que desde entonces se había prometido ofrecer sus
-servicios, ser útil en todo lo que pudiera y pilotear y atender a cuanto
-extranjero de condición llegase a tierra húngara. Nosotros,<span class="pagenum"><a name="page_196" id="page_196"></a>{196}</span> un tanto
-desconfiados por aquel abordaje sin presentación, dimos las gracias con
-frialdad, pero el guapo mozo continuó en la carga con tan buenas maneras
-y con tanta insistencia que nos vimos obligados a aceptar un champagne
-de bienvenida. Y el joven se convirtió en nuestro cicerone.</p>
-
-<p>Nos llevó al Os Buda Vara, al barrio de los magnates, casi todo
-construído según la manera de la Secesión; a un jardín público, donde
-debía celebrarse un fiesta esa tarde, y al cual debía asistir un
-príncipe imperial; nos hizo comer no sé qué mezcla magyar de queso
-fresco, cebolla picada, sal y paprika, mojada con una incomparable
-cerveza Pilsen, como de nieve y seda. Sin saber cómo ni cuándo se
-apareció un hombre con tipo de obrero, que llevaba en la diestra maciza
-un anillo de gran brillante. Habló en húngaro con nuestro joven, éste
-nos lo presentó como un rico industrial y nos dijo, que, encantado de
-que fuésemos extranjeros, nos invitaba esa tarde a una comida compuesta
-exclusivamente de platos nacionales. Llevado de mi entusiasmo por las
-cocinas exóticas, dije que aceptábamos con gusto, y quedamos en que
-nuestro cicerone nos llevaría al punto de reunión. Se nos dijo que el
-restaurant elegido quedaba cerca.</p>
-
-<p>Muy entrada la tarde nos dirigimos a la cita. Ibamos a pie, y después de
-andar un buen trecho entre villas y quintas, observé que habíamos salido
-de la población. Se lo hice notar a mi amigo,<span class="pagenum"><a name="page_197" id="page_197"></a>{197}</span> pero el húngaro nos
-señaló una casa cercana, aislada, y nos dijo que era allí el lugar de la
-comida. Advertí a López que la cosa me parecía sospechosa, mas como
-viésemos que la casa tenía un jardín y en él había mesitas donde comían
-otras gentes, nos parecieron vanas nuestras sospechas. Entramos. Desde
-el momento vimos que aquello era un cafetín popular. Apareció el
-industrial. Nos hicieron entrar a un cuarto lateral, pidieron cuatro
-copas de no recuerdo qué licor. Dije en español a López que no
-bebiéramos, pero él bebió con los dos desconocidos. Querían que yo
-tomara con ellos, pero dije que no me sentía bien. A poco, el mexicano
-se puso pálido y me dijo que le venía un sueño irresistible y que
-seguramente nos habían servido un narcótico. Hice que saliéramos para
-que tomase un poco de aire, y así se le quitó algo la pesadez de la
-cabeza. El hostelero nos dijo que la comida estaba servida. En efecto,
-bajo una parra había una mesa para cuatro personas. La cuarta apareció y
-nos fué presentada como un señor conde de nombre enrevesado. Era un
-coloso mal trajeado y con manos de boyero. Nos sentamos a la mesa y
-comimos un <i>papricak hun</i>, plato especial del país y otros más de éstos.
-Cuando concluímos se nos invitó a pasar al lado del figón, a una cancha
-de bochas, o juego de bolos, perteneciente a un club, del cual se nos
-dijo que el conde era director. Aquello estaba solitario, daba a un
-largo patio, o más bien dilatada extensión de terreno. No lejos, corría
-el Danubio.<span class="pagenum"><a name="page_198" id="page_198"></a>{198}</span> Nos invitaron a tomar un vino tokay, que nos inspiró
-confianza, pues la botella vino cerrada. No era el común vino tokay que
-se encuentra en todas partes y que sirve para postres, sino un néctar
-delicioso, de caldo color dorado, y que apuramos en grandes vasos.
-Confieso no haber tomado nunca un vino tan exquisito. Después se nos
-insinuó que era preciso, pues de uso corriente y nacional, que jugásemos
-a un juego de cartas llamado «el reloj». Como por encanto apareció allí
-una baraja y después de algunas indicaciones empezó la partida.</p>
-
-<p>A pocos momentos, tanto el mexicano como yo, habíamos ganado importante
-número de florines; pero la partida continuó, y cuando nos percatamos,
-tanto él como yo, habíamos perdido todo lo ganado y bastante dinero más.
-De común acuerdo resolvimos irnos en seguida, mas cuando manifestamos
-nuestra intención, fué como si hubiésemos encendido un reguero de
-pólvora. Los hombres se sulfuraron y se pusieron ante nosotros en
-actitud amenazante. El joven intérprete nos explicó que se creían
-ofendidos. Nosotros estábamos sin armas y no había sino que emplear
-alguna treta oportuna. Yo le dije que había en todo una equivocación;
-que estábamos dispuestos a continuar el juego al día siguiente, pero que
-en ese momento teníamos que ir a la ciudad a recoger un dinero. El conde
-habló con sus compañeros y el joven nos dijo que se nos invitaba al día
-siguiente para ir a una <i>pushta</i> o estancia húngara<span class="pagenum"><a name="page_199" id="page_199"></a>{199}</span> para que
-conociésemos la vida rural del país. Me apresuré a decir que con
-muchísimo gusto, y en los ojos de los bandidos se vió una gran
-satisfacción. ¿A qué horas pasará el conde en su automóvil por ustedes?
-«Tiene que ser antes de las ocho».&mdash;«A las siete y media en punto», le
-contesté. Así nos dejaron partir. Cuando llegamos al hotel, el dueño del
-establecimiento nos dijo:&mdash;«De buena se han librado ustedes. Esos pillos
-deben pertenecer a una banda que ha robado y hecho desaparecer a varios
-extranjeros, cuyos cuerpos apuñalados se han encontrado en las aguas del
-Danubio». Tomamos el tren para Viena a las cinco de la mañana.<span class="pagenum"><a name="page_200" id="page_200"></a>{200}</span></p>
-
-<h2><a name="LX" id="LX"></a>LX</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">U</span><small>NA</small> vez vuelto de ese largo viaje, me tomé algún tiempo de reposo en
-París. Inesperadamente recibí cablegrama del Ministerio de Relaciones
-Exteriores de Nicaragua, en que se me comunicaba mi nombramiento de
-Secretario de la Delegación nicaragüense a la conferencia Panamericana
-del Río de Janeiro. Debería reunirme en Francia con el jefe de la
-Delegación, señor Luis F. Corea, que era Ministro en Washington. Una
-semana después salimos para el Brasil. Ya he narrado en un diario las
-circunstancias, anécdotas y peripecias de este viaje y mis impresiones
-brasileñas y de la conferencia, a raíz de este acontecimiento. Vine de
-Río de Janeiro, por motivos de salud, a Buenos Aires. Mis impresiones de
-entonces quizás las conozcáis en verso, en versos<span class="pagenum"><a name="page_201" id="page_201"></a>{201}</span> de los dirigidos a la
-señora de Lugones, en cierta mentada epístola:</p>
-
-<div class="poetry">
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<span class="i0">... En fin, convaleciente, llegué a nuestra ciudad<br /></span>
-<span class="i0">de Buenos Aires, no sin haber escuchado<br /></span>
-<span class="i0">a mister Root, a bordo del <i>Charleston</i> sagrado;<br /></span>
-<span class="i0">mas mi convalecencia duró poco. ¿Qué digo?<br /></span>
-<span class="i0">mi emoción, mi entusiasmo y mi recuerdo amigo,<br /></span>
-<span class="i0">y el banquete de <i>La Nación</i> que fué estupendo,<br /></span>
-<span class="i0">y mis viejas siringas con su pánico estruendo,<br /></span>
-<span class="i0">y ese fervor porteño, ese perpetuo arder,<br /></span>
-<span class="i0">y el milagro de gracia que brota en la mujer<br /></span>
-<span class="i0">argentina, y mis ansias de gozar de esa tierra<br /></span>
-<span class="i0">me pusieron de nuevo con mis nervios en guerra.<br /></span>
-<span class="i0">Y me volví a París. Me volví al enemigo<br /></span>
-<span class="i0">terrible, centro de la neurosis, ombligo<br /></span>
-<span class="i0">de la locura, foco de todos <i>surmenage</i>,<br /></span>
-<span class="i0">donde hago buenamente mi papel de <i>sauvage</i><br /></span>
-<span class="i0">encerrado en mi celda de la rue Marivaux,<br /></span>
-<span class="i0">confiando sólo en mí y resguardando el yo.<br /></span>
-<span class="i0">¡Y sí lo resguardara, señora, si no fuera<br /></span>
-<span class="i0">lo que llaman los parisienses una <i>pera</i>!<br /></span>
-<span class="i0">A mi rincón me llegan a buscar las intrigas,<br /></span>
-<span class="i0">las pequeñas miserias, las traiciones amigas,<br /></span>
-<span class="i0">y las ingratitudes. Mi maldita visión<br /></span>
-<span class="i0">sentimental del mundo me aprieta el corazón,<br /></span>
-<span class="i0">y así cualquier tunante me explotará a su gusto.<br /></span>
-<span class="i0">Soy así. Se me puede burlar con calma. Es justo.<br /></span>
-<span class="i0">Por eso los astutos, los listos dicen que<br /></span>
-<span class="i0">no conozco el valor del dinero. ¡Lo sé!<br /></span>
-<span class="i0">Que ando, nefelibata, por las nubes... ¡Entiendo!<br /></span>
-<span class="i0">Sí, lo confieso, soy inútil. No trabajo<br /></span>
-<span class="i0">por arrancar a otro su pitanza; no bajo<br /></span>
-<span class="i0">a hacer la vida sórdida de ciertos previsores.<span class="pagenum"><a name="page_202" id="page_202"></a>{202}</span><br /></span>
-<span class="i0">Yo no ahorro, ni en seda, ni en champaña, ni en flores.<br /></span>
-<span class="i0">No combino sutiles pequeñeces, ni quiero<br /></span>
-<span class="i0">quitarle de la boca su pan al compañero.<br /></span>
-<span class="i2">Me complace en los cuellos blancos ver los diamantes.<br /></span>
-<span class="i0">Gusto de gentes de maneras elegantes<br /></span>
-<span class="i0">y de finas palabras y de nobles ideas.<br /></span>
-<span class="i0">Las gentes sin higiene ni urbanidad, de feas<br /></span>
-<span class="i0">trazas, avaros, torpes, o malignos y rudos,<br /></span>
-<span class="i0">mantienen, lo confieso, mis entusiasmos mudos.<br /></span>
-<span class="i0">No conozco el valor del oro... ¿saben esos<br /></span>
-<span class="i0">que tal dicen, lo amargo del jugo de mis sesos,<br /></span>
-<span class="i0">del sudor de mi alma, de mi sangre y mi tinta,<br /></span>
-<span class="i0">del pensamiento en obra y de la idea encinta?<br /></span>
-<span class="i0">¿He nacido yo acaso hijo de millonario?<br /></span>
-<span class="i0">¿He tenido yo Cirineo en mi Calvario?...<br /></span>
-</div></div>
-</div>
-
-<p>De vuelta a París fuí a pasar un invierno a la Isla de Oro, la
-encantadora Palma de Mallorca. Visité las poblaciones interiores; conocí
-la casa del archiduque Luis Salvador, en alturas llenas de vegetación de
-paraíso, ante un mar homérico; pasé frente a la cueva en que oró
-Raymundo Lulio, el ermitaño y caballero que llevaba en su espíritu la
-suma del Universo. Encontré las huellas de dos peregrinos del amor,
-llamémosles así: Chopin y George Sand, y hallé documentos curiosos sobre
-la vida de la inspirada y cálida hembra de letras y su nocturno y tísico
-amante. Vi el piano que hacía llorar íntima y quejumbrosamente el más
-lunático y melancólico de los pianistas, y recordé las páginas de
-<i>Spiridion</i>.<span class="pagenum"><a name="page_203" id="page_203"></a>{203}</span></p>
-
-<h2><a name="LXI" id="LXI"></a>LXI</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>L</small> gobierno nicaragüense nombró a Vargas Vila y a mí&mdash;Vargas Vila era
-Cónsul general de Nicaragua en Madrid&mdash;miembros de la Comisión de
-límites con Honduras, que Nicaragua envió a España, siendo el rey Don
-Alfonso el árbitro que debía resolver definitivamente en el asunto en
-cuestión. El ministro Medina era el jefe de la Comisión; pero nunca nos
-presentó oficialmente ni contaba, ni quería contar con nosotros para
-nada. Vargas Vila tiene sobre esto una documentación inédita que algún
-día ha de publicarse. El fallo del rey de España, no contentó, como casi
-siempre sucede, a ninguna de las partes litigantes, y eso que Nicaragua
-tenía como abogado nada menos que a D. Antonio Maura. La poca avenencia
-del ministro Medina conmigo<span class="pagenum"><a name="page_204" id="page_204"></a>{204}</span> hizo que yo me resolviese a hacer un viaje
-a Nicaragua.</p>
-
-<p>Hacía cerca de diez y ocho años que yo no había ido a mi país natal.
-Como para hacerme olvidar antiguas ignorancias e indiferencias, fuí
-recibido como ningún profeta lo ha sido en su tierra... El entusiasmo
-popular fué muy grande. Estuve como huésped de honor del Gobierno
-durante toda mi permanencia. Volví a ver, en León, en mi casa vieja, a
-mi tía abuela, casi centenaria; y el Presidente Zelaya, en Managua, se
-mostró amable y afectuoso. Zelaya mantenía en un puño aquella tierra
-difícil. Diez y siete años estuvo en el poder y no pudo levantar cabeza
-la revolución conservadora, dominada, pero siempre piafante. El
-Presidente era hombre de fortuna, militar y agricultor, mas no se crea
-que fué ese la reproducción de tanto tirano y tiranuelo de machete como
-ha producido la América española. Zelaya fué enviado por su padre, desde
-muy joven, a Europa; se educó en Inglaterra y Francia; sus principales
-estudios los hizo en el colegio Höche, de Versalles; peleó en las filas
-de Rufino Barrios, cuando este Presidente de Guatemala intentó realizar
-la unión de Centro América por la fuerza, tentativa que le costó la
-vida.</p>
-
-<p>Durante su presidencia, Zelaya hizo progresar el país, no hay duda
-alguna. Se rodeó de hombres inteligentes, pero que, como sucede en
-muchas partes de nuestro continente, hacían demasiada política y muy
-poca administración; los<span class="pagenum"><a name="page_205" id="page_205"></a>{205}</span> principales eran hombres hábiles, que
-procuraban influir para los intereses de su círculo en el ánimo del
-gobernante. Esos hombres se enriquecieron, o aumentaron sus caudales, en
-el tiempo de su actuación política. Otros adláteres hicieron lo mismo;
-la situación económica en el país se agravó, y las malquerencias y
-desprestigios de los que rodeaban al jefe del Estado recayeron también
-contra él. Esto lo observé a mi paso. El descontento había llegado a tal
-punto en Occidente, cuando se creyó, con motivo del matrimonio de una de
-las señoritas Zelaya, que el Presidente entraba en connivencias con los
-conservadores de Granada, que había preparada en León, para una próxima
-visita presidencial, una conjuración contra la vida del general Zelaya.</p>
-
-<p>Amigos míos, entre ellos, principalmente, el doctor Luis Debayle y D.
-Francisco Castro, ministro de Hacienda, y el mismo ministro de
-Relaciones Exteriores, Sr. Gámez, pidieron al presidente la legación de
-España para mí. La unánime aprobación popular, el pedido de sus amigos,
-y su innegable buena voluntad, hicieron que el general Zelaya me
-nombrase ministro en Madrid, pero no sin que tuviese que luchar con
-intrigas palaciegas y pequeñeces no palaciegas, que hacían su sordo
-trabajo en contra, y esto a pesar de que la legación tenía un pobre y
-casi desdoroso presupuesto, que fué todavía mermado a la salida del Sr.
-Castro del Ministerio de Hacienda.<span class="pagenum"><a name="page_206" id="page_206"></a>{206}</span></p>
-
-<h2><a name="LXII" id="LXII"></a>LXII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">P</span><small>ARTÍ</small>, pues, de Nicaragua con la creencia de que no había de volver
-nunca más; pero había visto florecer antiguos rosales y contemplado
-largamente, en las noches del trópico, las constelaciones de mi
-infancia. La familia Darío estaba ya casi concluída. Una juventud
-ansiosa y llena de talento se desalentaba, por lo desfavorable del
-medio. Y se sentía soplar un viento de peligro que venía del lado del
-Norte.</p>
-
-<p>Cuando llegué a París, la contrariedad del ministro Medina al saber que
-iba yo a sustituirle en su puesto diplomático de España&mdash;pues él era
-representante de Nicaragua en cuatro o cinco países de Europa&mdash;se
-exteriorizó con tal despecho, que me juró aquel provecto caballero no
-volver a poner los pies en España. Me dirigí a<span class="pagenum"><a name="page_207" id="page_207"></a>{207}</span> Madrid con objeto de
-presentar mis credenciales. Me hospedé en el Hotel de París, y procuré
-que aquella Legación, con información de pobreza, tuviese una
-exterioridad, ya que no lujosa, decorosa. La prensa me había saludado
-con toda la cordialidad que inspiraba un reconocido amigo y queredor de
-España.</p>
-
-<p>Recibí la visita del primer Introductor de Embajadores, Conde de Pie de
-Concha, noble gentilísimo, y me anunció que el Rey me recibiría en
-seguida, pues tenía que partir no recuerdo para qué punto. A los tres
-días debía verificarse la ceremonia de la entrega de mis credenciales; y
-todavía un día antes andaba yo en apuros, porque no había recibido de
-París mi flamante y dorado uniforme. Felizmente me sacó del paso mi buen
-amigo el doctor Manrique, ministro de Colombia; él hizo que me probara
-el suyo y me quedó a las mil maravillas; y he allí cómo el antiguo
-Cónsul general de Colombia en Buenos Aires, fué recibido por el rey de
-España, como ministro de Nicaragua, con uniforme colombiano.</p>
-
-<p>Su Majestad el Rey estuvo conmigo de una especial amabilidad, aunque en
-este caso todos los diplomáticos dicen lo mismo. Me habló de mi obra
-literaria. Conversó de asuntos nicaragüenses y centroamericanos,
-demostrando bien informado conocimiento del asunto, y dejó en mi ánimo
-la mejor impresión. Cada vez que hablé con él, en el curso de mi misión,
-me convencí de que no es solamente el rey <i>sportman</i> de los periódicos<span class="pagenum"><a name="page_208" id="page_208"></a>{208}</span>
-e ilustraciones, sino un joven bien pertrechado de los más diversos
-conocimientos, y hecho a toda suerte de disciplinas. Una vez concluída
-mi conversación con el monarca, pasé a presentar mis respetos a las
-reinas. La reina Victoria apareció ante mi vista como una figura de
-arte. Por su rosada belleza, la pompa rica de su elegancia ornamental, y
-hasta por la manera como estaba dada la luz en el estrecho recinto donde
-me recibió de pie y me tendió la mano para el beso usual. ¡Cuán hermosa
-y rubia reina de cuentos de hadas! Hablé con ella en francés; todavía no
-se expresaba con facilidad en español. Y tras cumplimientos y preguntas
-y respuestas casi protocolares, fuí a saludar a la reina madre doña
-María Cristina, delgada y recta, con la particular distinción y aire
-imperial que reveló siempre la archiduquesa austriaca que había en la
-soberana española. Se mostró conmigo afable y de excelente memoria. Así,
-después del acostumbrado diálogo diplomático, me dijo que recordaba la
-ocasión en que, en una de las ceremonias de las fiestas colombianas, le
-había sido presentado por su primer ministro, D. Antonio Cánovas del
-Castillo.</p>
-
-<p>Después hice mi visita a las infantas: doña Isabel, acompañada de su
-inseparable marquesa de Nájera, hoy fallecida. El excelente carácter de
-doña Isabel, su cultura y su llaneza, bien conocidos de los argentinos,
-no ocultan el genio artístico que hay en ella; y cuyo amor al arte supe
-en<span class="pagenum"><a name="page_209" id="page_209"></a>{209}</span> esa oportunidad y en otras posteriores, por su conversación y por su
-museo. La infanta doña Luisa, una linda Orleáns, casada con el viudo D.
-Carlos, delicada y fina aunque <i>sportswoman</i> airosa y vigorosa que va de
-cuando en cuando a bañar su beldad de sol a Sevilla. Y la desventurada
-infanta María Teresa, desventurada como su pobre hermana, y tan
-desventurada como sencilla y bondadosa, cuya muerte acaba de llorar toda
-España. Me recibió en compañía de su marido el príncipe D. Fernando de
-Baviera, hijo de su tía la infanta doña Paz. Doña María Teresa,
-ingenuamente, sufrió conmigo una equivocación, lamentable para mí,
-<i>¡hélas!</i> pues, acostumbrada a representantes hispanoamericanos como los
-Wilde, los Iturbe, los Candamo, los Beiztegui, me confundió con esos
-millonarios, y me habló de mi automóvil... ¡Pobrecita infanta María
-Teresa! A la infanta doña Eulalia no la pude saludar, pues ya se sabe
-que es una parisiense y que reside en París.<span class="pagenum"><a name="page_210" id="page_210"></a>{210}</span></p>
-
-<h2><a name="LXIII" id="LXIII"></a>LXIII</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> el cuerpo diplomático, no sabiendo jugar al <i>bridge</i> y con el sueldo
-que tiene un secretario de legación de cualquier país presentable, y con
-lo de la literatura y los versos, hacía yo, entre los de la carrera, un
-papel suficientemente medianejo... Entre los embajadores, disfruté la
-grata cortesía del fastuoso britano Sir Maurice Bunsen, y la acogida
-siempre simpática y afectuosa del Nuncio, monseñor Vico, hoy cardenal.
-Mi único amigo verdadero era el embajador de Francia, porque era también
-amigo de las musas; íntimo de Mistral, y autor de páginas muy
-agradables, lo cual, señores positivos, no obsta para que actualmente
-sea director de la Banque Otomane en Constantinopla.</p>
-
-<p>A todo esto, el gobierno de Nicaragua, preocupado<span class="pagenum"><a name="page_211" id="page_211"></a>{211}</span> con sus políticas, se
-acordaba tanto de su legación en España como un calamar de una máquina
-de escribir... Y ahí mis apuros... No, no he de callar esto... Después
-de haber agotado escasas remesas de mis escasos sueldos, que según me ha
-dicho el general Zelaya, tuvo que poner de su propio peculio, y cuando
-ya se me debía el pago de muchos meses, <i>La Nación</i> de Buenos Aires, o
-mejor dicho, mis pobres sesos, tuvieron que sostener, mala, pésimamente,
-pero, en fin, sostener, la legación de mi patria nativa, la República de
-Nicaragua, ante su Majestad el rey de España... En fin, para no tener
-que hacer las de cierto ministro turco, a quien los acreedores sitiaban
-en su casa de la Villa y Corte, trasladé mi residencia a París, en donde
-ni tenía que aparentar, ni gastar nada, diplomáticamente.<span class="pagenum"><a name="page_212" id="page_212"></a>{212}</span></p>
-
-<h2><a name="LXIV" id="LXIV"></a>LXIV</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>A</small> traición de Estrada inició la caída de Zelaya. Este quiso evitar la
-intervención yankee, y entregó el poder al doctor Madriz, quien pudo
-deshacer la revolución, en un momento dado, a no haber tomado parte los
-Estados Unidos, que desembarcaron tropas de sus barcos de guerra para
-ayudar a los revolucionarios.</p>
-
-<p>Madriz me nombró Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, en
-misión especial, en México, con motivo de las fiestas del Centenario. No
-había tiempo que perder, y partí inmediatamente. En el mismo vapor que
-yo iban miembros de la familia del presidente de la República, general
-Porfirio Díaz, un íntimo amigo suyo, diputado, D. Antonio Pliego, el
-ministro de Bélgica en México y el conde de Chambrun, de la legación<span class="pagenum"><a name="page_213" id="page_213"></a>{213}</span> de
-Francia en Washington. En la Habana se embarcó también la delegación de
-Cuba que iba a las fiestas mexicanas.</p>
-
-<p>Aunque en La Coruña, por un periódico de la ciudad, supe yo que la
-revolución había triunfado en Nicaragua, y que el presidente Madriz se
-había salvado por milagro, no diera mucho crédito a la noticia. En la
-Habana la encontré confirmada. Envié un cablegrama pidiendo
-instrucciones al nuevo gobierno y no obtuve contestación alguna. A mi
-paso por la capital de Cuba, el Ministro de Relaciones Exteriores, señor
-Sanguily, me atendió y obsequió muy amablemente. Durante el viaje a
-Veracruz conversé con los diplomáticos que iban a bordo, y fué opinión
-de ellos que mi misión ante el gobierno mexicano era simplemente de
-cortesía internacional, y mi nombre, que algo es para la tierra en que
-me tocó nacer, estaba fuera de las pasiones políticas que agitaban en
-ese momento a Nicaragua. No conocían el ambiente del país y la especial
-incultura de los hombres que acababan de apoderarse del gobierno.</p>
-
-<p>Resumiré. Al llegar a Veracruz, el introductor de diplomáticos, Sr.
-Nervo, me comunicaba que no sería recibido oficialmente, a causa de los
-recientes acontecimientos, pero que el gobierno mexicano me declaraba
-huésped de honor de la nación. Al mismo tiempo se me dijo que no fuese a
-la capital, y que esperase la llegada de un enviado del ministerio de
-Instrucción Pública. Entre tanto, una gran muchedumbre de veracruzanos,<span class="pagenum"><a name="page_214" id="page_214"></a>{214}</span>
-en la bahía, en barcos empavesados y por las calles de la población,
-daban vivas a Rubén Darío y a Nicaragua, y mueras a los Estados Unidos.
-El enviado del Ministerio de Instrucción Pública llegó con una carta del
-ministro, mi buen amigo D. Justo Sierra, en que en nombre del presidente
-de la República y de mis amigos del gabinete, me rogaban que pospusiese
-mi viaje a la capital. Y me ocurría algo bizantino. El gobernador civil,
-me decía que podía permanecer en territorio mexicano unos cuantos días,
-esperando que partiese la delegación de los Estados Unidos para su país,
-y que entonces yo podría ir a la capital; y el gobernador militar, a
-quien yo tenía mis razones para creer más, me daba a entender que
-aprobaba la idea mía de retornar en el mismo vapor para la Habana...
-Hice esto último. Pero antes visité la ciudad de Jalapa, que
-generosamente me recibió en triunfo. Y el pueblo de Teccelo, donde las
-niñas criollas e indígenas, regaban flores y decían ingenuas y
-compensadoras salutaciones. Hubo vítores y músicas. La municipalidad dió
-mi nombre a la mejor calle. Yo guardo, en lo preferido de mis recuerdos
-afectuosos, el nombre de ese pueblo querido. Cuando partía en el tren,
-una indirecta me ofreció un ramo de lirios y un puro azteca: «Señor, yo
-no tengo que ofrecerle más que esto»; y me dió una gran piña perfumada y
-dorada. En Veracruz se celebró en mi honor una velada, en donde hablaron
-fogosos oradores y se cantaron himnos. Y mientras esto sucedía,<span class="pagenum"><a name="page_215" id="page_215"></a>{215}</span> en la
-capital, al saber que no se me dejaba llegar a la gran ciudad, los
-estudiantes en masa, e hirviente suma de pueblo, recorrían las calles en
-manifestación imponente contra los Estados Unidos. Por la primera vez,
-después de treinta y tres años de dominio absoluto, se apedreó la casa
-del viejo Cesáreo que había imperado. Y allí se vió, se puede decir, el
-primer relámpago de la revolución que trajera el destronamiento.</p>
-
-<p>Me volví a la Habana acompañado de mi secretario, Sr. Torres Perona,
-inteligente joven filipino, y del enviado que el Ministro de Instrucción
-Pública habíale nombrado para que me acompañase. Las manifestaciones
-simpáticas de la ida no se repitieron a la vuelta. No tuve ni una sola
-tarjeta de mis amigos oficiales... Se concluyeron, en aquella ciudad
-carísima, los pocos fondos que me quedaban y los que llevaba el enviado
-del ministro Sierra. Y después de saber, prácticamente, por propia
-experiencia, lo que es un ciclón político, y lo que es un ciclón de
-huracanes y de lluvia en la isla de Cuba, pude después de dos meses de
-ardua permanencia, pagar crecidos gastos y volverme a París, gracias al
-apoyo pecuniario del diputado mexicano Pliego, del ingeniero Enrique
-Fernández, y, sobre todo, a mis cordiales amigos Fontaura Xavier,
-ministro del Brasil, y general Bernardo Reyes, que me envió por cable,
-de París, un giro suficiente.<span class="pagenum"><a name="page_216" id="page_216"></a>{216}</span></p>
-
-<h2><a name="LXV" id="LXV"></a>LXV</h2>
-
-<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>L</small> nuevo gobierno nicaragüense, que suprimió por decreto mi misión en
-México, no me envió nunca, por más que cablegrafié, mis recredenciales
-para retirarme de la legación de España; de modo que, si a estas horas
-no las ha mandado directamente al gobierno español, yo continúo siendo
-el representante de Nicaragua ante su majestad católica.</p>
-
-<p>Y aquí pongo término a estas comprimidas memorias que, como dejo
-escrito, he de ampliar más tarde. En mi propicia ciudad de París, sin
-dejar mi ensueño innato, he entrado por la senda de la vida práctica...
-Llamado por el artista Leo Merelo para la fundación de la revista
-<i>Mundial</i>, entré luego en arreglos con los distinguidos negociantes
-Sres. Guido, y he consagrado mi nombre<span class="pagenum"><a name="page_217" id="page_217"></a>{217}</span> y parte de mi trabajo a esa
-empresa, confiando en la buena fe de esos activos hombres de capital.</p>
-
-<p>En lo íntimo de mi casa parisiense, me sonríe infantilmente un rapaz que
-se me parece, y a quien yo llamo <i>Güicho</i>...</p>
-
-<p>Y en esta parte de mi existencia, que Dios alargue cuanto le sea
-posible, telón.</p>
-
-<p class="c">
-Buenos Aires, 11 de Septiembre.&mdash;5 de Octubre de 1912.<br />
-</p>
-
-<div class="figcenter">
-<img src="images/illus-b218.png" width="320" height="500" alt="Acabóse
-de imprimir
-este libro en
-Madrid, en la
-TIPOGRAFÍA YAGÜES
-el día xxx
-de Septiembre
-del año
-mcmxviii" title="" />
-</div>
-
-<hr />
-
-<p class="c">EDITORIAL “MUNDO LATINO”</p>
-
-<p class="c">APARTADO 502.&mdash;MADRID</p>
-
-<p class="c">CATALOGO PROVISIONAL</p>
-
-<p class="c">(EXTRACTO DEL CATÁLOGO GENERAL)</p>
-
-<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary=""
-style="margin:auto auto;max-width:65%;">
-
-<tr><td>&nbsp;</td><td>Pesetas</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">OBRAS COMPLETAS</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">DE RICARDO DE LEÓN</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">(de la Real Academia Española)</td></tr>
-
-<tr><td>Edición del Banco de España.
- Ocho volúmenes en 4.º,<br />
- encuadernados en tela, con alegorías de Coullaut<br />
- Valera y retrato del autor, por Vacqué</td><td class="rt">50,00</td></tr>
-
-<tr><td>A plazos (5 pesetas mensuales)</td><td class="rt">60,00</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">DE FRANCISCO VILLAESPESA</td></tr>
-
-<tr><td>I.&mdash;Intimidades.&mdash;Flores de Almendro</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td>II.&mdash;Luchas.&mdash;Confidencias</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td>III.&mdash;La copa del Rey de Thule.&mdash;La musa enferma</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td>IV.&mdash;El alto de los Bohemios.&mdash;Rapsodias</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td>V.&mdash;Las horas que pasan. (Veladas de amor)</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td>VI.&mdash;Las joyas de Margarita: Breviario de amor.&mdash;La tela de Penélope.&mdash;El milagro del vaso de agua</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td>VII&mdash;Doña María de Padilla.&mdash;La cena de los cardenales</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td>VIII.&mdash;El milagro de las rosas.&mdash;Resurrección.&mdash;Amigas viejas</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td>IX.&mdash;Las granadas de rubíes.&mdash;Las pupilas de Almotadid.&mdash;Las garras de la pantera.&mdash;El último Abderramán</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td>X.&mdash;Tristitiæ rerum</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td>XI.&mdash;La leona de Castilla.&mdash;En el desierto</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td>XII.&mdash;El rey Galaor.&mdash;El triunfo del amor</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">DE RUBÉN DARÍO</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">(Ilustraciones de Ochoa)</td></tr>
-
-<tr><td>Tomos publicados:</td></tr>
-
-<tr><td>I.&mdash;La caravana pasa</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>II.&mdash;Prosas profanas</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>III.&mdash;Tierras solares</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>IV.&mdash;Azul</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>V.&mdash;Parisiana</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>VI.&mdash;Los raros</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>VII&mdash;Cantos de vida y esperanza</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>VIII.&mdash;Letras</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>IX.&mdash;Canto a la Argentina</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>X.&mdash;Opiniones</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>XI.&mdash;Poema del otoño y otros poemas</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>XII.&mdash;Peregrinaciones</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>Ediciones especiales de lujo.</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">HENRIK IBSEN</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">TEATRO COMPLETO</td></tr>
-
-<tr><td>I.&mdash;Catilina. La tumba del guerrero. La castellana de Ostrat</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>II.&mdash;La fiesta de Solhaug. Olaf Liliekrans. Los guerreros en Helgeland</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>III.&mdash;Los pretendientes a la corona y La comedia del amor</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>IV.&mdash;Brand</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>V.&mdash;Peer Gynt</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>VI.&mdash;La unión de la juventud. Las columnas de la sociedad. La casa de una muñeca</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>VII.&mdash;Emperador y Galileo</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>VIII.&mdash;Espectros. Un enemigo del pueblo. El pato silvestre</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>IX.&mdash;La casa de Rosmer. La dama del mar. Hedda Gabler</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>X.&mdash;El constructor Solness. El niño Eyolf. Al despertar de nuestra muerte</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">JOSÉ FRANCÉS</td></tr>
-
-<tr><td>El año artístico 1915</td><td class="rt">6,00</td></tr>
-<tr><td><span class="ditto">»</span>
-<span class="ditto">»</span>
-<span class="ditto">»</span> tela</td><td class="rt">8,00</td></tr>
-
-<tr><td>El año artístico 1916 (con 250 grabados)</td><td class="rt">10,00</td></tr>
-<tr><td><span class="ditto">»</span><span class="ditto">»</span>
-<span class="ditto">»</span> tela</td><td class="rt"> 12,00</td></tr>
-
-<tr><td>El año artístico 1917 (con 250 grabados)</td><td class="rt">11,50</td></tr>
-<tr><td><span class="ditto">»</span><span class="ditto">»</span>
-<span class="ditto">»</span> tela</td><td class="rt">13,00</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">COLECCIÓN DE AUTORES ESPAÑOLES</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">NOVELAS</td></tr>
-
-<tr><td><i>Edmundo González Blanco.</i>&mdash;Jesús de Nazareth</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>José Francés.</i>&mdash;La estatua de carne</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><span class="ditto">&mdash;&mdash;</span> El alma viajera</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>López de Saá.</i>&mdash;Los indianos vuelven</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td><span class="ditto">&mdash;&mdash;</span> Bruja de amor</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>W. Fernández Flórez.</i>&mdash;La procesión de los días</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>Elías Cerdá.</i>&mdash;Don Quijote en la guerra</td><td class="rt">2,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>V. García Martí.</i>&mdash;Don Severo Carvallo</td><td class="rt">2,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>María Luisa Latil.</i>&mdash;Según labremos</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><span class="ditto">&mdash;&mdash;</span> Genoveva</td><td class="rt">2,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>Eugenio Noel.</i>&mdash;El allegretto de la Sinfonía VII</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><span class="ditto">&mdash;&mdash;</span> Cuentos</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>Rafael Cansinos-Assens.</i>&mdash;Las cuatro gracias</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>Francisco Delicado.</i>&mdash;La lozana andaluza</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>J. de Lucas Acevedo.</i>&mdash;La Caja de Pandora</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>Martín de la Cámara.</i>&mdash;Vidas llameantes</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">ESTUDIOS Y CRÓNICAS</td></tr>
-
-<tr><td><i>Emiliano Ramírez Angel.</i>&mdash;Bombilla-Sol-Ventas</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>J. M. Carretero.</i>&mdash;Lo que sé por mí (dos series)</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>J. Costa.</i>&mdash;Alemania contra España</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>Pedro Pellicena.</i>&mdash;Los Cosacos</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>Margarita de la Torre.</i>&mdash;Jardín de damas curiosas 3,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>Fola Igurbide.</i>&mdash;El Actor</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>Alberto Ghiraldo.</i>&mdash;Los nuevos caminos</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>Enciso.</i>&mdash;El soneto en España</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">POESÍAS</td></tr>
-
-<tr><td><i>José Montero.</i>&mdash;Yelmo florido (con ilustraciones)</td><td class="rt">4,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>Zurita.</i>&mdash;Pícaros y donosos</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>Mauricio Bacarisse.</i>&mdash;El esfuerzo</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>Eliodoro Puche.</i>&mdash;Libro de los elogios galantes y de los crepúsculos de otoño</td><td class="rt">2,50</td></tr>
-
-<tr><td><span class="ditto">&mdash;&mdash;</span> Corazón de la noche</td><td class="rt">2,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>Emilio Carrere.</i>&mdash;El retablo de los poetas. (Antología)</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">TEATRO</td></tr>
-
-<tr><td><i>Muñoz Seca y López Núñez.</i>&mdash;El Rayo</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>H. Ibsen.</i>&mdash;Dramas líricos</td><td class="rt">2,00</td></tr>
-
-<tr><td><span class="ditto">&mdash;&mdash;</span> La castellana de Ostrat</td><td class="rt">2,00</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">LAS GRANDES FIGURAS DE LA GUERRA EUROPEA</td></tr>
-
-<tr><td>Biografías de los generales: Alberto I de Bélgica.&mdash;Joffre.&mdash;Sir</td></tr>
-<tr><td>John French.&mdash;Lord Kitchener. Con</td></tr>
-<tr><td>preciosas fototipias, a</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">COLECCION DE AUTORES EXTRANJEROS</td></tr>
-
-<tr><td>Traducidas por <i>Felipe Trigo, Rafael Cansinos
-y Pedro de Répide</i>.</td></tr>
-
-<tr><td><i>Victoriano de Saussay.</i>&mdash;La ciencia del beso</td>
-<td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>René Emery.</i>&mdash;Santa María Magdalena</td>
-<td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>Maquiavelo.</i>&mdash;Obras festivas: La Mandrágora.&mdash;El</td></tr>
-<tr><td>P. Alberico.&mdash;La Celestina.&mdash;El archidiablo</td></tr>
-<tr><td>Belfegor</td><td class="rt">3,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>Claudia Lemaitre.</i>&mdash;Juegos de Damas</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>Procopio.</i>&mdash;Historia secreta</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td><i>Anónimo.</i>&mdash;Teatro persa</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">CELEBRIDADES ESPAÑOLAS</td></tr>
-
-<tr><td>I.&mdash;Bécquer <span class="ditto">(encuadernados en tela)</span></td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>II.&mdash;Zorrilla <span class="ditto">(ídem)</span></td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td>III.&mdash;Espronceda <span class="ditto">(ídem)</span></td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">COLECCION SELECTA</td></tr>
-
-<tr><td><i>Tomás de Quincey.</i>&mdash;Los últimos días de Kant</td><td class="rt">1,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>Kalidasa.</i>&mdash;El reconocimiento de Sakuntala</td><td class="rt">1,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>Rousseau.</i>&mdash;Discurso sobre las artes y las ciencias</td><td class="rt">1,00</td></tr>
-
-<tr><td><span class="ditto">&mdash;&mdash;</span> Origen de la desigualdad entre los hombres</td><td class="rt">1,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>Luciano de Samosata.</i>&mdash;La diosa de Siria</td><td class="rt">1,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>L. Sterne.</i>&mdash;Viaje sentimental de un inglés a Francia</td><td class="rt">1,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>F. Alvarado.</i>&mdash;El filósofo rancio. (Cartas)</td><td class="rt">1,50</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">COLECCION CIENCIA Y ARTE</td></tr>
-
-<tr><td><i>Ricardo Yesares.</i>&mdash;¿Qué quieres aprender? Electricidad. Encuadernado en tela</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td><span class="ditto">&mdash;&mdash;</span> ¿Qué quieres ser? Automovilista. Encuadernado en tela</td><td class="rt">3,50</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">OBRAS VARIAS</td></tr>
-
-<tr><td><i>Stendhal.</i>&mdash;Del amor</td><td class="rt">6,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>E. M. Segovia</i> (Oficial del Banco de España).&mdash;Los documentos de crédito</td><td class="rt">5,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>Rivero.</i>&mdash;Legislación de clases pasivas. Volumen de 500 páginas, encuadernado en tela</td><td class="rt">10,00</td></tr>
-
-<tr><td><i>R. Yesares.</i>&mdash;Ayuda memoria del mecánico electricista. Un volumen, encuadernado en tela</td><td class="rt">1,50</td></tr>
-
-<tr><td colspan="2" class="c">LIBROS DE CARTAS</td></tr>
-
-<tr><td>El arte de escribir cartas</td><td class="rt">1,00</td></tr>
-
-<tr><td>Manual epistolar (encuadernado en tela)</td><td class="rt">2,00</td></tr>
-
-<tr><td>Cartas amorosas</td><td class="rt">0,60</td></tr>
-
-<tr><td>Epistolario de amor (encuadernado)</td><td class="rt">2,00</td></tr>
-
-</table>
-
-<div class="figcenter">
-<img src="images/illus-c006.png" width="125" height="50" alt="" title="" />
-</div>
-
-<hr class="full" />
-
-
-
-
-
-
-
-<pre>
-
-
-
-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Autobiografía, by Rubén Darío
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK AUTOBIOGRAFÍA ***
-
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-
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-Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm
-
-Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of
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-including obsolete, old, middle-aged and new computers. It exists
-because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from
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-Volunteers and financial support to provide volunteers with the
-assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's
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-remain freely available for generations to come. In 2001, the Project
-Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
-and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations.
-To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
-and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4
-and the Foundation web page at http://www.pglaf.org.
-
-
-Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive
-Foundation
-
-The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
-501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
-state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
-Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification
-number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at
-http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg
-Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent
-permitted by U.S. federal laws and your state's laws.
-
-The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S.
-Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered
-throughout numerous locations. Its business office is located at
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-business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact
-information can be found at the Foundation's web site and official
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-
-For additional contact information:
- Dr. Gregory B. Newby
- Chief Executive and Director
- gbnewby@pglaf.org
-
-
-Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg
-Literary Archive Foundation
-
-Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide
-spread public support and donations to carry out its mission of
-increasing the number of public domain and licensed works that can be
-freely distributed in machine readable form accessible by the widest
-array of equipment including outdated equipment. Many small donations
-($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
-status with the IRS.
-
-The Foundation is committed to complying with the laws regulating
-charities and charitable donations in all 50 states of the United
-States. Compliance requirements are not uniform and it takes a
-considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
-with these requirements. We do not solicit donations in locations
-where we have not received written confirmation of compliance. To
-SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any
-particular state visit http://pglaf.org
-
-While we cannot and do not solicit contributions from states where we
-have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
-against accepting unsolicited donations from donors in such states who
-approach us with offers to donate.
-
-International donations are gratefully accepted, but we cannot make
-any statements concerning tax treatment of donations received from
-outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff.
-
-Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation
-methods and addresses. Donations are accepted in a number of other
-ways including checks, online payments and credit card donations.
-To donate, please visit: http://pglaf.org/donate
-
-
-Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic
-works.
-
-Professor Michael S. Hart is the originator of the Project Gutenberg-tm
-concept of a library of electronic works that could be freely shared
-with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project
-Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support.
-
-
-Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed
-editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S.
-unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily
-keep eBooks in compliance with any particular paper edition.
-
-
-Most people start at our Web site which has the main PG search facility:
-
- http://www.gutenberg.org
-
-This Web site includes information about Project Gutenberg-tm,
-including how to make donations to the Project Gutenberg Literary
-Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to
-subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks.
-
-
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-
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