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You may copy it, give it away or -re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included -with this eBook or online at www.gutenberg.org/license - - -Title: Autobiografía - Obras Completas Vol. XV - -Author: Rubén Darío - -Release Date: May 11, 2016 [EBook #52050] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK AUTOBIOGRAFÍA *** - - - - -Produced by Josep Cols Canals, Chuck Greif and the Online -Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This -file was produced from images generously made available -by The Internet Archive/Canadian Libraries) - - - - - - - - - - -AUTOBIOGRAFÍA - -[imagen] - -[imagen: Yo me apartaba frecuentemente de los regocijos, y me iba -solitario con mi carácter ya triste y meditabundo desde entonces a mirar -cosas en el cielo, en el mar... - -_RUBÉN_ -] - - - - -[imagen: RUBEN DARIO - -AUTOBIOGRAFÍA] - -[imagen: ES PROPIEDAD] - -[imagen: Autobiografia] - -[imagen: Rubén Darío.] - - - - -RUBEN DARIO - -AUTOBIOGRAFÍA - -[imagen] - -VOLUMEN XV -DE LAS OBRAS COMPLETAS -ADMINISTRACIÓN -EDITORIAL «MUNDO LATINO» -MADRID - - - - -[imagen] - - Tuttí gli uomini d’ogni sorte, che hanno fatto qualque cosa che sia - virtuosa, o si veramente che le virtu somigli, dovrebbero, essendo - veritieri e da bene, di lor propria mano descrivere la lora vita; - ma non si dovrebbe comincíare una tal bella impresa prima que - passato l’etá de quarant’anni. - -(LA VITA DE BENVENUTO DE -M.º CELLINI, FLORENTINO). - - - - - - -I - - -Tengo más años, desde hace cuatro, que los que exige Benvenuto para la -empresa. Así doy comienzo a estos apuntamientos que más tarde han de -desenvolverse mayor y más detalladamente. - -En la catedral de León, de Nicaragua, en la América Central, se -encuentra la fe de bautismo de Félix Rubén, hijo legítimo de Manuel -García y Rosa Sarmiento. En realidad, mi nombre debía ser Félix Rubén -García Sarmiento. ¿Cómo llegó a usarse en mi familia el apellido Darío? -Según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han -referido, un mi tatarabuelo tenía por nombre Darío. En la pequeña -población conocíale todo el mundo por Don Darío; a sus hijos e hijas por -los Daríos, las Daríos. Fué así desapareciendo el primer apellido, a -punto de que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío; y ello, -convertido en patronímico llegó a adquirir valor legal, pues mi padre, -que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de -Manuel Darío, y en la catedral a que me he referido, en los cuadros -donados por mi tía Doña Rita Darío de Alvarado, se ve escrito su nombre -de tal manera. - -El matrimonio de Manuel García--diré mejor de Manuel Darío--y Rosa -Sarmiento, fué un matrimonio de conveniencia, hecho por la familia. Así -no es de extrañar que a los ocho meses más o menos de esa unión forzada -y sin afecto, viniese la separación. Un mes después nacía yo en un -pueblecito, o más bien aldea, de la provincia, o, como allá se dice, -departamento, de la Nueva Segovia, llamado antaño Chocoyos y hoy -Metapa. - - - - -II - - -Mi primer recuerdo--debo haber sido a la sazón muy niño, pues se me -cargaba a horcajadas, en los cuadriles, como se usa por aquellas -tierras--es el de un país montañoso: un villorrio llamado San Marcos de -Colón, en tierras de Honduras, por la frontera nicaragüense; una señora -delgada, de vivos y brillantes ojos negros--¿negros?... no lo puedo -afirmar seguramente..., mas así los veo ahora en mi vago y como ensoñado -recuerdo--blanca, de tupidos cabellos obscuros, alerta, risueña, bella. -Esa era mi madre. La acompañaba una criada india, y le enviaba de su -quinta legumbres y frutas, un viejo compadre gordo, que era nombrado «el -compadre Guillén». La casa era primitiva, pobre, sin ladrillos, en pleno -campo. Un día yo me perdí. Se me buscó por todas partes; hasta el -compadre Guillén montó en su mula. Se me encontró, por fin, lejos de la -casa, tras unos matorrales, debajo de las ubres de una vaca, entre mucho -granado que mascaba el jugo del yogol, fruto mucilaginoso y pegajoso que -da una palmera y del cual se saca aceite en molinos de piedra como los -de España. Dan a las vacas el fruto, cuyo hueso dejan limpio y seco, y -así producen leche que se distingue por su exquisito sabor. Se me sacó -de mi bucólico refugio, se me dió unas cuantas nalgadas y aquí mi -recuerdo de esa edad desaparece como una vista de cinematógrafo. - -Mi segundo recuerdo de edad verdaderamente infantil es el de unos fuegos -artificiales, en la plaza de la iglesia del Calvario, en León. Me -cargaba en sus brazos una fiel y excelente mulata, la Serapia. Yo estaba -ya en poder de mi tía abuela materna, doña Bernarda Sarmiento de -Ramírez, cuyo marido había ido a buscarme a Honduras. Era él un militar -bravo y patriota, de los unionistas de Centro-América, con el famoso -caudillo general Máximo Jerez, y de quien habla en sus _Memorias_ el -filibustero yanqui William Walker. Le recuerdo: hombre alto, buen -jinete, algo moreno, de barbas muy negras. Le llamaban «el bocón», -seguramente por su gran boca. Por él aprendí pocos años más tarde a -andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos pintados para niños, las -manzanas de California y el champaña de Francia. Dios le haya dado un -buen sitio en alguno de sus paraísos. Yo me criaba como hijo del -coronel Ramírez y de su esposa doña Bernarda. Cuando tuve uso de razón, -no sabía otra cosa. La imagen de mi madre se había borrado por completo -de mi memoria. En mis libros de primeras letras, alguno de los cuales he -podido encontrar en mi último viaje a Nicaragua, se leía la conocida -inscripción: - - Si este libro se perdiese, - como suele suceder, - suplico al que me lo hallase - me lo sepa devolver. - y si no sabe mi nombre - aquí se lo voy a poner: - FÉLIX RUBÉN RAMÍREZ - -El coronel se llamaba Félix, y me dieron su nombre en el bautismo. Fué -mi padrino el citado general Jerez, célebre como hombre político y -militar, que murió de ministro en Washington, y cuya estatua se -encuentra en el parque de León. - -Fuí algo niño prodigio. A los tres años sabía leer, según se me ha -contado. El coronel Ramírez murió y mi educación quedó únicamente a -cargo de mi tía abuela. Fué mermando el bienestar de la viuda y llegó la -escasez, si no la pobreza. La casa era una vieja construcción, a la -manera colonial: cuartos seguidos, un largo corredor, un patio con su -pozo, árboles. Rememoro un gran «jícaro», bajo cuyas ramas leía; y un -granado que aun existe; y otra árbol que da unas flores de un perfume -que yo llamaría oriental si no fuese de aquel pródigo trópico y que se -llaman «mapolas». - -La casa era para mí temerosa por las noches. Anidaban lechuzas en los -aleros. Me contaban cuentos de ánimas en pena y aparecidos, los dos -únicos sirvientes: la Serapia y el indio Goyo. Vivía aún la madre de mi -tía abuela, una anciana, toda blanca por los años, y atacada de un -temblor continuo. Ella también me infundía miedos, me hablaba de un -fraile sin cabeza, de una mano peluda, que perseguía, como una araña... -Se me mostraba, no lejos de mi casa, la ventana por donde, a la Juana -Catina, mujer muy pecadora y loca de su cuerpo, se la habían llevado los -demonios. Una noche, la mujer gritó desusadamente; los vecinos se -asomaron atemorizados, y alcanzaron a ver a la Juana Catina, por el -aire, llevada por los diablos, que hacían un gran ruido y dejaban un -hedor a azufre. - -Oía contar la aparición del difunto obispo García, al obispo Viteri. Se -trataba de un documento perdido en un ya antiguo proceso de la curia. -Una noche, el obispo Viteri hizo despertar a sus pajes, se dirigió a la -catedral, hizo abrir la sala del capítulo, se encerró en ella, dejó -fuera a sus familiares, pero éstos vieron, por el ojo de la llave, que -su ilustrísima estaba en conversación con su finado antecesor. Cuando -salió, «mandó tocar vacante»; todos creían en la ciudad que hubiese -fallecido. La sorpresa que hubo al otro día fué que el documento perdido -se había encontrado. Y así se me nutría el espíritu con otras cuantas -tradiciones y consejas y sucedidos semejantes. De allí mi horror a las -tinieblas nocturnas, y el tormento de ciertas pesadillas inenarrables. - -Quedaba mi casa cerca de la iglesia de San Francisco, donde había -existido un antiguo convento. Allí iba mi tía abuela a misa primera, -cuando apenas aparecía el primer resplandor del alba, al canto de los -gallos. Cuando en el barrio había un moribundo, tocaban en las campanas -de esa iglesia el pausado toque de agonía, que llenaba mi pueril alma de -terrores. - -Los domingos llegaban a casa a jugar el fusilico viejos amigos, entre -ellos un platero y un cura. Pasaba el tiempo. Yo crecía. Por las noches -había tertulia en la puerta de la calle, una calle mal empedrada de -redondos y puntiagudos cantos. Llegaban hombres de política y se hablaba -de revoluciones. La señora me acariciaba en su regazo. La conversación y -la noche cerraban mis párpados. Pasaba el «vendedor de arena»... Me iba -deslizando. Quedaba dormido, sobre el ruedo de la maternal falda, como -un gozquejo. En esa época aparecieron en mí fenómenos posiblemente -congestivos. Cuando se me había llevado a la cama, despertaba y volvía a -dormirme. Alrededor del lecho mil círculos coloreados y concéntricos, -kaleidoscópicos, enlazados y con movimientos centrífugos y centrípetos, -como los que forma la linterna mágica, creaban una visión extraña y -para mí dolorosa. El central punto rojo se hundía, hasta incalculables -hípnicas distancias, y volvía a acercarse; y su ir y venir era para mí -como un martirio inexplicable. Hasta que, de repente, desaparecía la -decoración de colores, se hundía el punto rojo y se apagaba, al ruido de -una seca y para mí saludable explosión. Sentía una gran calma, un gran -alivio, el sueño seguía tranquilo. Por las mañanas, mi almohada estaba -llena de sangre, de una copiosa hemorragia nasal. - - - - -III - - -Se me hacía ir a una escuela pública. Aun vive el buen maestro, que era -entonces bastante joven, con fama de poeta, el licenciado Felipe Ibarra. -Usaba, naturalmente, conforme con la pedagogía singular de entonces, la -palmeta, y, en casos especiales, la flagelación en las desnudas -posaderas. Allí se enseñaba la cartilla, el Catón cristiano, las «cuatro -reglas», otras primarias nociones. Después tuve otro maestro, que me -inculcaba vagas nociones de aritmética, geografía, cosas de gramática, -religión. Pero quien primeramente me enseñó el alfabeto, mi primer -maestro, fué una mujer, doña Jacoba Tellería, quien estimulaba mi -aplicación con sabrosos pestiños, bizcotelas y alfajores que ella misma -hacía, con muy buen gusto de golosinas y con manos de monja. La maestra -no me castigó sino una vez, en que me encontrara, ¡a esa edad. Dios mío! -en compañía de una precoz chicuela, iniciando, indoctos e imposibles -Dafnis y Cloe, y, según el verso de Góngora, «las bellaquerías, detrás -de la puerta.» - - - - -IV - - -En un viejo armario encontré los primeros libros que leyera. Eran un -_Quijote_, las obras de Moratín, _Las Mil y una noches_, la Biblia, los -_Oficios_, de Cicerón, la _Corina_, de Madame Staël, un tomo de comedias -clásicas españolas, y una novela terrorífica, de ya no recuerdo qué -autor, _La Caverna de Strossi_. Extraña y ardua mezcla de cosas para la -cabeza de un niño. - - - - -V - - -¿A qué edad escribí mis primeros versos? No lo recuerdo precisamente, -pero ello fué harto temprano. Por la puerta de mi casa--en las Cuatro -Esquinas--pasaban las procesiones de la Semana Santa, una Semana Santa -famosa: «Semana Santa en León y Corpus en Guatemala»--; y las calles se -adornaban con arcos de ramas verdes, palmas de cocotero, flores de -corozo, matas de plátanos o bananos, disecadas aves de colores, papel de -China picado con mucha labor; y sobre el suelo se dibujaban alfombras -que se coloreaban, expresamente, con serrín de rojo brasil o cedro, o -amarillo «mora»; con trigo reventado, con hojas, con flores, con -desgranada flor de «coyol». Del centro de uno de los arcos, en la -esquina de mi casa, pendía una granada dorada. Cuando pasaba la -procesión del Señor del Triunfo, el Domingo de Ramos, la granada se -abría y caía una lluvia de versos. Yo era el autor de ellos. No he -podido recordar ninguno... pero si sé que eran versos, versos brotados -instintivamente. Yo nunca aprendí a hacer versos. Ello fué en mi -orgánico, natural, nacido. Acontecía que se usaba entonces--y creo que -aun persiste--la costumbre de imprimir y repartir, en los entierros, -«epitafios», en que los deudos lamentan los fallecimientos, en verso por -lo general. Los que sabían mi rítmico don, llegaban a encargarme pusiese -su duelo en estrofas. - -A todo esto, el recuerdo de mi madre había desaparecido. Mi madre era -aquella señora que me había acogido. Mi «padre» había muerto, el coronel -Ramírez. A tal sazón llegó a vivir con nosotros, y a criarse junto -conmigo, una lejana prima, rubia, bastante bella, de quien he hablado en -mi cuento _Palomas blancas y garzas morenas_. Ella fué quien despertara -en mí los primeros deseos sensuales. Por cierto que, muchos años -después, madre y posiblemente abuela, me hizo cargos: «¿Por qué has dado -a entender que llegamos a cosas de amor, si eso no es verdad?»--«¡Ay! le -contesté, ¡es cierto! Eso no es verdad, ¡y lo siento! ¿No hubiera sido -mejor que fuera verdad y que ambos nos hubiéramos encontrado en el mejor -de los despertamientos, en la más ardiente de las adolescencias y en las -primaveras del más encendido de los trópicos?...» - -Mi familia se componía entonces de mi tía doña Rita Darío de Alvarado, -a quien su hermano Manuel García, esto es Manuel Darío, único que tenía -en tal ocasión dinero, había hecho donación de sus bienes ¡ah, malhaya! -para que se casase con el cónsul de Costa Rica; mi tía Josefa, vivaz, -parlera, muy amante de la crinolina, medio tocada, quien una vez--el día -de la muerte de su madre--apareció calzada con zapatos rojos, y a las -observaciones y reproches que se le hicieron, contestó que «Las perdices -y las palomitas de Castilla...» ¡Cuando digo que era medio tocada! Mi -tía Sara, casada con un norteamericano, muy hermosa, y cuya hija mayor -¡oh, Eros! un día, por sorpresa, en un aposento a donde yo entrara -descuidado, me dió la ilusión de una Anadiómena... Y «mi tío Manuel». -Porque don Manuel Darío figuraba como mi tío. Y mi verdadero padre, para -mí, y tal como se me había enseñado, era el otro, el que me había criado -desde los primeros años, el que había muerto, el coronel Ramírez. No sé -por qué, siempre tuve un desapego, una vaga inquietud separadora con mi -«tío Manuel». La voz de la sangre... ¡qué flácida patraña romántica! La -paternidad única es la costumbre del cariño y del cuidado. El que sufre, -lucha y se desvela por un niño, aunque no lo haya engendrado, ese es su -padre. - -Mi tía Rita era la adinerada de la familia. Mi padre, que, como he -dicho, pasaba como mi tío, vivía en casa de su hermana, la cual era -propietaria de haciendas de ganado y de ingenios de caña de azúcar. La -vida en casa de mi tía Rita me ha dejado un recuerdo verdaderamente -singular e imborrable. Esta señora, que era muy religiosa, casada con -don Pedro Alvarado, cónsul de Costa Rica, tenía, como los antiguos -reyes, dos bufones, enanos, arrugados, feos, velazquescos, hombre y -mujer. El se llamaba el capitán Vilches, y la mujer era su madre; pero -eran iguales, completamente, en tamaño, en fealdad, y me inspiraban -miedo e inquietud. Hacían retratos de cera, monicacos deformes, y el -«capitán», que decía ser también sacerdote, pronunciaba sermones que -hacían reir, pero que yo oía con gran malestar, como si fuesen cosas de -brujos. - -Los domingos se daban bailes de niños, y aunque mi primo Pedro, señor de -la casa, era el más rico y un excelente pianista en tan corta edad, ya, -con mi pobreza y todo, solía ganarme las mejores sonrisas de las -muchachas, por el asunto de los versos. ¡Fidelina, Rafaela, Julia, -Mercedes, Narcisa, María, Victoria, Gertrudis! recuerdos, recuerdos -suaves. - -A veces los tíos disponían viajes al campo, a la hacienda. Ibamos en -pesadas carretas, tiradas por bueyes, cubiertas con toldo de cuero -crudo. En el viaje se cantaban canciones. Y en amontonamiento inocente, -íbamos a bañarnos al río de la hacienda, que estaba a poca distancia, -todos, muchachos y muchachas, cubiertos con toscos camisones. Otras -veces eran los viajes a la orilla del mar, en la costa de Poneloya, en -donde estaba la fabulosa peña del Tigre. Ibamos en las mismas carretas -de ruedas rechinantes, los hombres mayores a caballo; y al pasar un río, -en pleno bosque, se hacía alto, se encendía fuego, se sacaban los pollos -asados, los huevos duros, el aguardiente de caña y la bebida nacional, -llamada «tiste», hecha de cacao y maíz, y se batía en jícaras con -molinillo de madera. Los hombres se alegraban, cantaban al son de la -guitarra y disparaban los tiros al aire y daban los gritos usuales, -estentóreos y alternativos, muy diferentes del chivateo araucano. Se -llegaba al punto terminal y se vivía por algunos días bajo enramadas -hechas con hojas, juncos y cañas verdes, para resguardarse del tórrido -sol. Iban las mujeres por un lado, los hombres por el otro, a bañarse en -el mar, y era corriente el encontrar de súbito, por un recodo el -espectáculo de cien Venus Anadiómenas en las ondas. Las familias se -juntaban por las noches y se pasaba el tiempo bajo aquellos cielos -profundos, llenos de estrellas prodigiosas, jugando juegos de prendas, -corriendo tras los cangrejos, o persiguiendo a las grandes tortugas -llamadas _paslamas_, cuyos huevos se sacan cavando en los nidos que -dejan en la arena. - -Yo me apartaba frecuentemente de los regocijos, y me iba, solitario, con -mi carácter ya triste y meditabundo desde entonces, a mirar cosas, en el -cielo, en el mar. Una vez vi una escena horrible, que me quedó grabada -en la memoria. Cerca de una yunta de bueyes, a orillas de un pantano, -dos carreteros que se peleaban echaron mano al machete, pesado y filoso, -arma que sirve para partir la caña de azúcar, y comenzaron a esgrimirlo; -y de pronto vi algo que saltó por el aire. Eran, juntos, el machete y la -mano de uno de ellos. - -Por las tardes y las noches paseaban, a caballo o a pie, vociferando, -hombres borrachos. Los soldados, descalzos y vestidos de azul, se los -llevaban presos. Cuando la luna iba menguando, retornaban las familias a -la ciudad. - - - - -VI - - -Por influencia de mi tía Rita, comencé a frecuentar la casa de los -Padres Jesuítas, en la iglesia de la Recolección. Debo decir que desde -niño se me infundió una gran religiosidad que llegaba a veces hasta la -superstición. Cuando tronaba la tormenta y se ponía el cielo negro, en -aquellas tempestades únicas, como no he visto en parte alguna, sacaba mi -tía abuela palmas benditas y hacía coronas para todos los de la casa; y -todos coronados de palmas rezábamos en coro el trisagio y otras -oraciones. Señaladas devociones eran para mí temerosas. Por ejemplo, al -acercarse la fiesta de la Santa Cruz. Porque ¡oh, Dios de los dioses! -martirio como aquél, para mis pocos años, no os lo podéis imaginar. -Llegado ese día, todos nos poníamos delante de las imágenes; y la buena -abuela dirigía el rezo, un rezo que concluía después de varias -jaculatorias, con estas palabras: - - «Vete de aquí, Satanás, - que en mí parte no tendrás, - porque el día de la Cruz - dije mil veces: Jesús.» - -Pues el caso es que teníamos en efecto que decir mil veces la palabra -Jesús, y aquello era inacabable. «¡Jesús!, ¡Jesús!, ¡Jesús!» hasta mil; -y a veces se perdía la cuenta y había que volver a empezar. - -Los jesuítas me halagaron; pero nunca me sugestionaron para entrar en la -Compañía, seguramente, viendo que yo no tenía vocación para ello. Había -entre ellos hombres eminentes: un padre Koenig, austriaco, famoso como -astrónomo, un padre Arubla, bello e insinuante orador; un padre -Valenzuela, célebre en Colombia como poeta, y otros cuantos. Entré en lo -que se llamaba la Congregación de Jesús, y usé en las ceremonias la -cinta azul y la medalla de los congregantes. Por aquel entonces hubo un -grave escándalo. Los jesuítas ponían en el altar mayor de la iglesia, en -la fiesta de San Luis Gonzaga, un buzón, en el cual podían echar sus -cartas todos los que quisieran pedir algo o tener correspondencia con -San Luis y con la Virgen Santísima. Sacaban las cartas y las quemaban -delante del público; pero se decía que no sin haberlas visto antes. Así -eran dueños de muchos secretos de familia, y aumentaban su influjo por -estas y otras razones. El gobierno decretó su expulsión, no sin que -antes hubiese yo asistido con ellos a los ejercicios de San Ignacio de -Loyola, ejercicios que me encantaban y que por mí hubieran podido -prolongarse indefinidamente por las sabrosas vituallas y el exquisito -chocolate que los reverendos nos daban. - - - - -VII - - -Florida estaba mi adolescencia. Ya tenía yo escritos muchos versos de -amor y ya había sufrido, apasionado precoz, más de un dolor y una -desilusión a causa de nuestra inevitable y divina enemiga: pero nunca -había sentido una erótica llama igual a la que despertó en mis sentidos -e imaginación de niño, una apenas púber saltimbanqui norteamericana, que -daba saltos prodigiosos en un circo ambulante. No he olvidado su nombre: -Hortensia Buislay. - -Como no siempre conseguía lo necesario para penetrar en el circo, me -hice amigo de los músicos y entraba a veces, ya con un gran rollo de -papeles, ya con la caja de un violín; pero mi gloria mayor fué conocer -el payaso, a quien hice repetidos ruegos para ser admitido en la -farándula. Mi inutilidad fué reconocida. Así, pues, tuve que resignarme -a ver partir a la tentadora, que me había presentado la más hermosa -visión de inocente voluptuosidad en mis tiempos de fogosa primavera. - -Ya iba a cumplir mis trece años y habían aparecido mis primeros versos -en un diario titulado «El Termómetro», que publicaba en la ciudad de -Rivas el historiador y hombre político José Dolores Gómez. No he -olvidado la primera estrofa de estos versos de primerizo, rimados en -ocasión de la muerte del padre de un amigo. Ellos serían ruborizantes si -no los amparase la intención de la inocencia: - - «Murió tu padre, es verdad, - lo lloras, tienes razón, - pero ten resignación, - que existe una eternidad - do no hay penas... - y en un trozo de azucena - moran los justos cantando...» - -No, no continuaré. Otros versos míos se publicaron y se me llamó en mi -república, y en las cuatro de Centro América, «el poeta niño». Como era -de razón, comencé a usar larga cabellera, a divagar más de lo preciso, a -descuidar mis estudios de colegial, y en mi desastroso examen de -matemáticas fuí reprobado con innegable justicia. - -Como se ve, era la iniciación de un nacido aeda. Y la alarma familiar -entró en mi casa. Entonces, la excelente anciana protectora quería que -aprendiese a sastre, o a cualquier otro oficio práctico y útil, pero mis -románticos éxitos con las mozas eran indiscutibles, lo cual me valía, -por mi contextura endeble y mis escasas condiciones de agresividad, ser -la víctima de fuertes zopencos rivales míos, que tenían brazos robustos -y estaban exentos de iniciación apolínea. - - - - -VIII - - -Un día, una vecina me llamó a su casa. Estaba allí una señora vestida de -negro, que me abrazó y me besó llorando, sin decirme una sola palabra. -La vecina me dijo: «Esta es tu verdadera madre, se llama Rosa, y ha -venido a verte, desde muy lejos». No comprendí de pronto, como tampoco -me dí exacta cuenta de las mil palabras de ternura y consejos que me -prodigara en la despedida que oía de aquella dama para mí extraña. Me -dejó unos dulces, unos regalitos. Fué para mí rara visión. Desapareció -de nuevo. No debía volver a verla hasta más de veinte años después. - -Algunas veces llegué a visitar a D. Manuel Darío, en su tienda de ropa. -Era un hombre no muy alto de cuerpo, algo jovial, muy aficionado a los -galanteos, gustador de cerveza negra de Inglaterra. Hablaba mucho de -política y esto le ocasionó en cierto tiempo varios desvaríos. Desde -luego, aunque se mantuvo cariñoso, no con extremada amabilidad, nada me -daba a entender que fuese mi padre. La verdad es que no vine a saber -sino mucho más tarde que yo era hijo suyo. - - - - -IX - - -Por ese tiempo, algo que ha dejado en mi espíritu una impresión -indeleble, me aconteció. Fué mi primer pesadilla. La cuento, porque, -hasta en estos mismos momentos, me impresiona. Estaba yo, en el sueño, -leyendo cerca de una mesa, en la salita de la casa, alumbrada por una -lámpara de petróleo. En la puerta de la calle, no lejos de mí, estaba la -gente de la tertulia habitual. A mi derecha había una puerta que daba al -dormitorio; la puerta estaba abierta y vi en el fondo obscuro que daba -al interior, que comenzaba como a formarse un espectro; y con temor miré -hacia este cuadrado de obscuridad y no vi nada; pero, como volviese a -sentirme inquieto, miré de nuevo y vi que se destacaba en el fondo negro -una figura blanquecina, como la de un cuerpo humano envuelto en lienzos; -me llené de terror, porque vi aquella figura que, aunque no andaba, iba -avanzando hacia donde yo me encontraba. Las visitas continuaban en su -conversación, y, a pesar de que pedí socorro, no me oyeron. Volví a -gritar y siguieron indiferentes. Indefenso, al sentir la aproximación de -«la cosa», quise huir y no pude, y aquella sepulcral materialización -siguió acercándose a mí, paralizándome y dándome una impresión de horror -inexpresable. Aquello no tenía cara y era, sin embargo, un cuerpo -humano. Aquello no tenía brazos y yo sentía que me iba a estrechar. -Aquello no tenía pies y ya estaba cerca de mí. Lo más espantoso fué que -sentí inmediatamente el tremendo olor de la cadaverina, cuando me tocó -algo como un brazo, que causaba en mí algo semejante a una conmoción -eléctrica. De súbito, para defenderme, mordí «aquello» y sentí -exactamente como si hubiera clavado mis dientes en un cirio de cera -oleosa. Desperté con sudores de angustia. - -De la familia materna no conocía casi a nadie. Como mis padres eran -primos, los parientes maternos llevaban también con el suyo el apellido -Darío, así oía yo la historia novelesca de dos hermanos de mi madre, -Antonio, llamado «el indio Darío», que por cierto era, según decires, un -hombre guapo, rubio y de ojos azules y que murió asesinado cruelmente en -una revolución en la ciudad de Granada, en donde, después de ultimarle, -le ataron a la cola de un caballo y fué arrastrado por las calles; e -Ignacio, muerto a traición de un escopetazo; unos dicen que por asuntos -de amores y otros que por robarle, después de haber salido de una casa -de juego. Había también dos primos de mi madre, que habitaban en el -puerto de Corinto, y se dedicaban al negocio de exportación de maderas, -especialmente de mora y de palo de campeche. - -Cuántas veces me despertaron ansias desconocidas y misteriosos ensueños -las fragatas y bergantines que se iban con las velas desplegadas por el -golfo azul, con rumbo a la fabulosa Europa. En muchas ocasiones fuí al -puerto, en pequeñas barcas, por los esteros y manglares, poblados de -grandes almejas y cangrejos, y me iba a admirar al cónsul inglés, -Miller, que perseguía a balazos, con su winchester, a los tiburones. - - - - -X - - -Se publicaba en León un periódico político titulado _La Verdad_. Se me -llamó a la redacción--tenía a la sazón cerca de catorce años--, se me -hizo escribir artículos de combate que yo redactaba a la manera de un -escritor ecuatoriano, famoso, violento, castizo e ilustre, llamado Juan -Montalvo, que ha dejado excelentes volúmenes de tratados, conminaciones -y catilinarias. Como el periódico _La Verdad_ era de la oposición, mis -estilados denuestos iban contra el gobierno, y el gobierno se escamó. Un -día fuí requerido por la policía. Se me acusaba como vago, y me libré de -las oficiales iras porque un doctor pedagogo, liberal y de buen querer, -declaró que no podía ser vago quien como yo era profesor en el colegio -que él dirigía. En efecto: desde hacía algún tiempo, enseñaba yo -gramática en tal establecimiento. - -Cayó en mis manos un libro de masonería, y me dió por ser masón, y -llegaron a serme familiares Hiram, el Templo, los caballeros Kadosh, el -mandil, la escuadra, el compás, las baterías y toda la endiablada y -simbólica liturgía de esos terribles ingenuos. - -Con esto adquirí cierto prestigio entre mis jóvenes amigos. En cuanto a -mi imaginación y mi sentido poético, se encantaban en casa con la visión -de las turgentes formas de mi prima, que aun usaba el traje corto; con -la cigarrera Manuela, que manipulando sus tabacos me contaba los cuentos -del príncipe Kamaralzaman y de la princesa Badura, del Caballo Volante, -de los genios orientales, de las invenciones maravillosas de las Mil y -Una Noches. - -Brillaba el fuego de los tizones en la cocina, se oía el ruido de las -salvas que sirven para desgranar las mazorcas de maíz. Un perro, -_Laberinto_, estaba a mi lado con el hocico entre las patas. Vageaba en -el silencio la cálida noche. Yo escuchaba atento las lindas fábulas. - -Mas la vida pasaba. La pubertad transformaba mi cuerpo y mi espíritu. Se -acentuaban mis melancolías sin justas causas. Ciertamente, yo sentía -como una invisible mano que me empujaba a lo desconocido. Se despertaron -los vibrantes, divinos e irresistibles deseos. Brotó en mí el amor -triunfante y fuí un muchacho con ojeras, con sueños y que se iba a -confesar todos los sábados. - -Por este tiempo llegaron a León unos hombres políticos, senadores, -diputados, que sabían de la fama del «poeta niño». Me conocieron. Me -hicieron recitar versos. Me dijeron que era preciso que fuera a la -capital. La mamá Bernarda me echó la bendición, y partí para Managua. - -Managua, creada capital para evitar los celos entre León y Granada, es -una linda ciudad situada entra sierras fértiles y pintorescas, en donde -se cultiva profusamente el café; y el lago, poblado de islas y en uno de -cuyos extremos se levanta el volcán de Momotombo, inmortalizado -líricamente por Víctor Hugo, en la «Leyenda de los siglos». - -Mi renombre departamental se generalizó muy pronto, y al poco tiempo yo -era señalado como un ser raro. Demás decir que era buscado para la -incontenible manía de versos para álbumes y abanicos. - -A la sazón, estaba reunido el Congreso. - -Era presidente de él un anciano granadino, calvo, conservador, rico y -religioso, llamado don Pedro Joaquín Chamorro. Yo estaba protegida por -miembros del Congreso pertenecientes al partido liberal, y es claro que -en mis poesías y versos ardía el más violento, desenfadado y crudo -liberalismo. Entre otras cosas se publicó cierto malhadado soneto que -acababa así, si la memoria me es fiel: - - «El Papa rompe con furor su tiara - sobre el trono del regio Vaticano». - -Presentaron los diputados amigos una moción al Congreso para que yo -fuese enviado a Europa a educarme por cuenta de la nación. El decreto, -con algunas enmiendas, fué sometido a la aprobación del presidente. En -esos días se dió una fiesta en el palacio presidencial, a la cual fuí -invitado, como un número curioso, para alegrar con mis versos los oídos -de los asistentes. Llegó y, tras las músicas de la banda militar, se me -pide que recite. Extraje de mi bolsillo una larga serie de décimas, -todas ellas rojas de radicalismo anti-religioso, detonantes, -posiblemente ateas, y que causaron un efecto de todos los diablos. Al -concluir, entre escasos aplausos de mis amigos, oí los murmullos de los -graves senadores, y vi moverse desoladamente la cabeza del presidente -Chamorro. Este me llamó, y, poniéndome la mano en un hombro, me dijo, -más o menos:--«Hijo mío, si así escribes ahora contra la religión de tus -padres y de tu patria, ¿qué será si te vas a Europa a aprender cosas -peores?» Y así, la disposición del Congreso no fué cumplida. El -presidente dispuso que se me enviase al Colegio de Granada; pero yo era -de León. Existía una antigua rivalidad entre ambas ciudades, desde -tiempo de la Colonia. Se me aconsejó que no aceptase tal cosa, pues ello -era opuesto a lo resuelto por los congresales, y porque ello humillaba a -mi vecindario leonés; y decididamente renuncié el favor. - -En Managua conocí a un historiador ilustre de Guatemala, el doctor -Lorenzo Montúfar, quien me cobró mucho cariño; al célebre orador cubano -Antonio Zambrana, que fué para mí intelectualmente paternal, y al doctor -José Leonard y Bertholet, que fué después mi profesor en el Instituto -Leonés de Occidente y que tuvo una vida novelesca y curiosa. Era polaco -de origen; había sido ayudante del general Kruck en la última -insurrección; había pasado a Alemania, a Francia, a España. En Madrid -aprendió maravillosamente el español, se mezcló en política, fué íntimo -de los prohombres de la república y de hombres de letras, escritores y -poetas, entre ellos D. Ventura Ruiz de Aguilera, que habla de él en uno -de sus libros, y D. Antonio de Trueba. Llegó a tal la simpatía que -tuvieron por él sus amigos españoles que logró ser Leonard hasta -redactor de la _Gaceta de Madrid_. - -Así, pues, mis frecuentaciones en la capital de mi patria eran con gente -de intelecto, de saber y de experiencia, y por ellos conseguí que se me -diese un empleo en la Biblioteca Nacional. Allí pasé largos meses -leyendo todo lo posible y entre todas las cosas que leí _¡horrendo -referens!_ fueron todas las introducciones de la Biblioteca de Autores -Españoles de Rivadeneira, y las principales obras de casi todos los -clásicos de nuestra lengua. De allí viene que, cosa que sorprendiera a -muchos de los que conscientemente me han atacado, el que yo sea en -verdad un buen conocedor de letras castizas, como cualquiera puede -verlo en mis primeras producciones publicadas, en un tomo de poesías, -hoy inencontrable, que se titula «Primeras Notas», como ya lo hizo notar -don Juan Valera, cuando escribió sobre el libro «Azul». Ha sido -deliberadamente que después, con el deseo de rejuvenecer, flexibilizar -el idioma, he empleado maneras y construcciones de otras lenguas, giros -y vocablos exóticos y no puramente españoles. - -Era director de la Biblioteca Nacional un viejo poeta llamado Antonio -Aragón, que había sido en Guatemala íntimo amigo de un gran poeta -español, hoy bastante desconocido, pero a quien debieron mucho los -poetas hispanoamericanos en el tiempo en que recorrió este continente. -Me refiero a D. Fernando Velarde, originario de Santander, a quien ha -hecho felizmente justicia en uno de sus libros el grande y memorable D. -Marcelino Menéndez y Pelayo. D. Antonio Aragón era un varón excelente, -nutrido de letras universales, sobre todo de clásicos, griegos y -latinos. Me enseñó mucho y él fué el que me contó algo que figura en las -famosas Memorias de Garibaldi. Garibaldi estuvo en Nicaragua. No puedo -precisar en qué fecha, pues no tengo a la vista un libro publicado por -Dumas, y D. Antonio le conoció mucho. Estableció la primera fábrica de -velas que haya habido en el país. Habitó en León en la casa de D. Rafael -Salinas. Se dedicaba a la caza. Muy frecuentemente salía con su fusil, -se internaba por los montes cercanos a la ciudad y volvía casi siempre -con un venado al hombro y una red llena de pavos monteses, conejos y -otras alimañas. Un día, alguien le reprendió porque al pasar el viático, -y estando en la puerta de la casa, no se quitó el sombrero, y él dijo -estas frases, que me repitiera D. Antonio muchas veces: «¿Cree usted que -Dios va a venir a envolverse en harina para que le metan en un saco de -m...?» - - - - -XI - - -Vivía yo en casa del Licenciado Modesto Barrios, y este licenciado -gentil me llevaba a visitas y tertulias. Una noche oí cantar a una niña. - -Era una adolescente de ojos verdes, de cabello castaño, de tez levemente -acanelada, con esa suave palidez que tienen las mujeres de Oriente y de -los trópicos. Un cuerpo flexible y delicadamente voluptuoso, que traía -al andar ilusiones de canéfora. Era alegre, risueña, llena de frescura y -deliciosamente parlera, y cantaba con una voz encantadora. Me enamoré -desde luego; fué «el rayo», como dicen los franceses. Nos amamos. Jamás -escribiera tantos versos de amor como entonces. Versos unos que no -recuerdo y otros que aparecieron en periódicos y que se encuentran en -algunos de mis libros. Todo aquel que haya amado en su aurora sabe de -esas íntimas delicias que no pueden decirse completamente con palabras, -aunque sea Hugo el que las diga. Esas exquisitas cosas de los amores -primeros que nos perfuman la vida, dulce, inefable y misteriosamente. -Iba a comer algunas veces en la casa de esta niña, en compañía de -escritores y hombres públicos. En la comida se hablaba de letras, de -arte, de impresiones varias; pero, naturalmente, yo me pasaba las horas -mirando los ojos de la exquisita muchacha que era mi verdadera musa en -esos días dichosos. Una fatal timidez, que todavía me dura, hizo que yo -no fuese al comienzo completamente explícito con ella, en mis deseos, en -mi modo de ser, en mis expresiones. Pasaban deliciosas escenas de una -castidad casi legendaria, en que un roce de mano era la mayor de las -conquistas. Pero para el que haya experimentado tales cosas, todo ello -es hechicero, justo, precioso. Nos poníamos, por ejemplo, a mirar una -estrella, por la tarde, una grande estrella de oro en unos crepúsculos -azules o sonrosados, cerca del lago y nuestro silencio estaba lleno de -maravillas y de inocencia. El beso llegó a su tiempo y luego llegaron a -su tiempo los besos. ¡Cuán divino y criollo Cantar de los cantares! Allí -comprendí por primera vez en su profundidad: «Mel et lac sub lingua -tua». Hay que saber lo que son aquellas tardes de las amorosas tierras -cálidas. Están llenas como de una dulce angustia. Se diría a veces que -no hay aire. Las flores y los árboles se estilizan en la inmovilidad. La -pereza y la sensualidad se unen en la vaguedad de los deseos. Suena el -lejano arrullo de una paloma. Una mariposa azul va por el jardín. Los -viejos duermen en la hamaca. Entonces, en la hora tibia, dos manos se -juntan, dos cabezas se van acercando, se hablan con voz queda, se -compenetran mutuas voliciones; no se quiere pensar, no se quiere saber -si se existe, y una voluptuosidad miliunanochesca perfuma de esencias -tropicales el triunfo de la atracción y del instinto. - -Aconteció que un amigo mío estaba moribundo, y, como es por allí -costumbre, las familias amigas iban a velar al enfermo. Iba así la joven -que yo amaba, y alguien me insinuó que ella había tenido amores con el -doliente. No recuerdo haber sentido nunca celos tan purpúreos y -trágicos, delante del hombre pálido que estaba yéndose de la vida, y a -quien mi amada daba a veces las medicinas. Juro que nunca, durante toda -mi existencia, a no ser en instantes de violencia o provocada ira, he -deseado mal o daño a nadie; pero en aquellos momentos se diría que casi -ponía oídos deseosos, para escuchar si sonaba cerca de la cabecera el -ruido de la hoz de la muerte. Esto lo he dicho concentradamente en unos -cortos versos de mi hoy raro libro publicado en Chile, «Abrojos». Amor -sensual, amor de tierra caliente, amor de primera juventud, amor de -poeta y de hiperestésico, de imaginativo. Pero es el caso que había en -él una estupenda castidad de actos. Todo se iba en ver las garzas del -lago, los pájaros de las islas, las nocturnas constelaciones, y en -medias palabras y en profundas miradas y en deseos contenidos y en esa -profusión de cosas iniciales que constituyen el silabario que todos -sabéis deletrear. - -Un día dije a mis amigos:--«Me caso». La carcajada fué homérica. Tenía -apenas catorce años cumplidos. Como mis buenos queredores viesen una -resolución definitiva en mi voluntad, me juntaron unos cuantos pesos, me -arreglaron un baúl y me condujeron al puerto de Corinto, donde estaba -anclado un vapor que me llevó en seguida a la república de El Salvador. - - - - -XII - - -Gobernaba este país entonces el doctor Rafael Zaldívar, hombre culto, -hábil, tiránico para unos, bienhechor para otros, y a quien, habiendo -sido mi benefactor y no siendo yo juez de historia, en este mundo, no -debo sino alabanzas y agradecimientos. Llegar yo al puerto de La -Libertad y poner un telegrama a su excelencia todo fué uno. -Inmediatamente recibí una contestación halagadora del presidente, que se -encontraba en una hacienda, en el cual telegrama era muy gentil conmigo -y me anunciaba una audiencia en la capital. Llegué a la capital. Al -cochero que me preguntó a qué hotel iba, le contesté sencillamente: «Al -mejor». El mejor, de cuyo nombre no puedo acordarme aunque quiero, lo -tenía un barítono italiano, de apellido Petrilli, y era famoso por sus -macarroni y su moscato espumante y las bellas artistas que llegaban a -cantar ópera y a recoger el pañuelo de un galante, generoso, -infatigable sultán presidencial. A los pocos días recibí aviso de que el -presidente me esperaba en la casa de gobierno. Mozo flaco y de larga -cabellera, pretérita indumentaria y exhaustos bolsillos, me presenté -ante el gobernante. Pasé entre los guardias y me encontré tímido y -apocado delante del jefe de la República, que recibía, de espaldas a la -luz, para poder examinar bien a sus visitantes. Mi temor era grande y no -encontraba palabras que decir. El presidente fué gentilísimo y me habló -de mis versos y me ofreció su protección; mas cuando me preguntó qué era -lo que yo deseaba, contesté, ¡oh, inefable Jerome Paturot!, con estas -exactas e inolvidables palabras, que hicieron sonreír al varón de -poder:--«Quiero tener una buena posición social. ¿Qué entendería yo por -tener una posición social? Lo sospecho. El doctor Zaldívar, siempre -sonriendo, me contestó bondadosamente:--«Eso depende de usted...» Me -despedí. Cuando llegué al hotel, al poco rato, me dijeron que el -director de policía deseaba verme. Noté en él y en el dueño del hotel un -desusado cariño. Se me entregaron quinientos pesos plata, obsequio del -presidente. ¡Quinientos pesos plata! Macarroni, moscato espumante, -artistas bellas... Era aquello, en la imaginación del ardiente muchacho -flaco y de cabellos largos, ensoñador y lleno de deseos, un buen -comienzo para tener una buena posición social... - -Al día siguiente, por la mañana, estaba yo rodeado improbables poetas -adolescentes, escritores en en ciernes y aficionados a las musas. -Ejercía de nabab. Los invité a almozar. Macarroni-moscato espumante. El -esplendor continuó hasta la tarde, y llegó la noche. - -¿Qué pícaro Belcebú hizo en las altas horas que me levantase y fuese a -tocar la puerta de la bella diva que recibía altos favores y que -habitaba en el mismo hotel que yo? Nocturno efecto sensacional, desvarío -y locura. Al día siguiente, estaba yo todo mohino y lleno de -remordimientos. La cara del hostelero me indicaba cosas graves, y aunque -yo hablara de mi amistad presidencial, es el caso que mis méritos -estaban en baja. A los pocos días, los quinientos pesos se habían -esfumado y recibí la visita del mismo director de Policía que me los -había traído. Dije yo:--«Viene con otros quinientos pesos».--«Joven--me -dijo con un aire serio y conminatorio--, aliste sus maletas y, de orden -del señor presidente, sígame». Le seguí como un corderito. - -Me llevó a un colegio que dirigía cierto célebre escritor, el doctor -Reyes. Oí que el terrible funcionario decía al director: «Que no deje -usted salir a este joven, que lo emplee en el colegio y que sea severo -con él». Dije para mí: «Estoy perdido». Pero el director era un hombre -suave, insinuante, con habilidad indígena, culto y malicioso, y -comprendió qué clase de soñador le llevaban. «Amiguito--me dijo--, no -encontrará usted en mí severidad sino amistad; pórtese bien, dará usted -una clase de gramática. Eso sí, no saldrá usted a la calle, porque es -orden estricta del señor presidente». En efecto, comencé a hacer mi vida -escolar, no sin causar desde luego en el establecimiento inusitadas -revoluciones. Por ejemplo, me hice magnetizador entre los muchachos. -Hacía misteriosos pases y decía palabras sibilinas, y lo peor del caso -es que un día uno de los chicos se me durmió de veras y no lo podía -despertar, hasta que a alguien se le ocurrió echarle un vaso de agua -fría en la cabeza. El director me llamó y me dijo palabras reprensivas. -No insistí, pero enseñé a recitar versos a todos los alumnos y era -consultado para declaraciones y cartas de amor. En tal prisión estuve -largos meses, hasta que un día, también por orden presidencial, fuí -sacado para algo que señaló en mi vida una fecha inolvidable: el estreno -de mi primer frac y primera comunicación con el público. - -El presidente había resuelto que fuese yo--la verdad es que ello era -honroso y satisfactorio para mis pocos años--el que abriese oficialmente -la velada que se dió en celebración del Centenario de Bolívar. Escribí -una oda que, según lo que vagamente recuerdo, era bella, clásica, -correcta, muy distinta naturalmente, a toda mi producción en tiempos -posteriores. - -Aquí se produce en mi memoria una bruma que me impide todo recuerdo. -Solo sé que perdí el apoyo gubernamental. Que anduve a la diabla con -mis amigos bohemios y que me enamoré ligera y líricamente de una -muchacha que se llamaba Refugio, a la cual escribí, en cierta ocasión, -esta inefable cuarteta, que tuvo desde luego alguna romántica -recompensa: - - Las que se llaman Fidelias - Deben tener mucha fe; - Tú, que le llamas Refugio, - Refugio, refugiamé. - -Era una chica de catorce años, tímida y sonriente, gordita y sonrosada -como una fruta. El caso fué simplemente poético y sin trascendencias. -Poco tiempo después volví a mi tierra. - - - - -XIII - - -De nuevo en Nicaragua, reanudé mis amoríos con la que una vez llamé -«garza morena». Era presidente de la República el general Joaquín -Zabala, granadino, conservador, gentilhombre, excelente sujeto para el -gobierno y de seguros prestigios. Se me consiguió un empleo en la -secretaría presidencial. Escribí en periódicos semioficiales versos y -cuentos y uno que otro artículo político. Siempre lleno de ilusiones -amorosas, mi encanto era irme a la orilla del lago por las noches llenas -de insinuante tibieza. Me acostaba en el muelle de madera. Miraba las -estrellas prodigiosas, oía el chapoteo de las aguas agitadas. Pensaba. -Soñaba. ¡Oh, sueños dulces de la juventud primaveral! Revelaciones -súbitas de algo que está en el misterio de los corazones y en la -reconditez de nuestras mentes; conversación con las cosas en un -lenguaje sin fórmula, vibraciones inesperadas de nuestras íntimas fibras -y ese reconcentrar por voluntad, por instinto, por influencia divina en -la mujer, en esa misteriosa encarnación que es la mujer, todo el cielo y -toda la tierra. Naturalmente, en aquellas mis solitarias horas brotaban -prosas y versos y la erótica hoguera iba en aumento. Hacía viajes a -veces a Momotombo, el puerto del lago. Admiraba los pájaros de las -islas. En ocasiones cazaba cocodrilos con Whinchester, en compañía de un -rico y elegante amigo llamado Lisímaco Lacayo. Mi trabajo en la -secretaría del presidente, bajo la dirección de un íntimo amigo, -escritor, que tuvo después un trágico fin en Costa Rica--Pedro Ortiz--me -daba lo suficiente para vivir con cierta comodidad. - -A causa de la mayor desilusión que pueda sentir un hombre enamorado, -resolví salir de mi país. ¿Para dónde? Para cualquier parte. Mi idea era -irme a los Estados Unidos. ¿Por qué el país escogido fué Chile? Estaba -entonces en Managua un general y poeta salvadoreño, llamado D. Juan -Cañas, hombre noble y fino, de aventuras y conquistas, minero en -California, militar en Nicaragua cuando la invasión del yankee Walker. -Hombre de verdadero talento, de completa distinción, y bondad -inagotable. Chilenófilo decidido desde que en Chile fué diplomático allá -por el año de la Exposición Universal. «Vete a Chile--me dijo--. Es el -país a donde debes ir»--. «¿Pero, D. Juan--le contesté--, cómo me voy a -ir a Chile si no tengo los recursos necesarios?--«Vete a nado--me -dijo--aunque te ahogues en el camino». Y el caso es que entre él y otros -amigos me arreglaron mi viaje a Chile. Llevaba como único dinero unos -pocos paquetes de soles peruanos y como única esperanza dos cartas que -me diera el general Cañas--una para un joven que había sido íntimo amigo -suyo y que residía en Valparaíso, Eduardo Poirier, y otra para un alto -personaje de Santiago. - -En ese tiempo vino la guerra que por la unión de las cinco repúblicas de -Centro América declarara el presidente de Guatemala, Rufino Barrios. En -Nicaragua había subido al poder, después de Zabala, el doctor Cárdenas. -Y anduve entre proclamas, discursos y fusilerías. Vino un gran -terremoto. Estando yo de visita en una casa, oí un gran ruido y sentí -palpitar la tierra bajo mis pies; instintivamente tomé en brazos a una -niñita que estaba cerca de mí, hija del dueño de casa, y salí a la -calle; segundos después la pared caía sobre el lugar en que estábamos. -Retumbaba el enorme volcán huguesco, llovía cenizas. Se obscureció el -sol, de modo que a las dos de la tarde se andaba por las calles con -linternas. Las gentes rezaban, había un temor y una impresión -medioevales. Así me fuí al puerto como entre una bruma. Tomé el vapor, -un vapor alemán de la compañía _Kosmos_, que se llamaba Uarda. Entré a -mi camarote, me dormí. Era yo el único pasajero. Desperté horas después -y fuí sobre cubierta. A lo lejos quedaban las costas de mi tierra. Se -veía sobre el país una nube negra. Me entró una gran tristeza. Quise -comunicarme con las gentes de a bordo, con mi precario inglés, y no pude -hacerme entender. Así empezaron largos días de navegación entre alemanes -que no hablaban más lengua que la suya. El capitán me tomó cariño, me -obsequiaba en la comida con buenos vinos del Rhin, cervezas teutónicas y -refinados alcoholes. Y por el juego del dominó aprendí a contar en -alemán: eins, zwei, drei, vier, fünf... Visité todos los puertos del -Pacífico, entre los cuales aquellos donde no hay árboles, ni agua, y los -hoteleros, para distracción de sus huéspedes, tienen en tablas, que -colocan como biombos, pintados árboles verdes y aun llenos de flores y -frutas. - - - - -XIV - - -Por fin, el vapor llega a Valparaíso. Compro un periódico. Veo que ha -muerto Vicuña Mackenna. En veinte minutos, antes de desembarcar, escribo -un artículo. Desembarco. La misma cosa que en el Salvador: ¿qué hotel? -El mejor. - -No fué el mejor, sino un hotel de segunda clase en donde se hospedaba un -pianista francés llamado el capitán Yoyer. Hice buscar a Eduardo -Poirier, y al poco rato este hombre generoso, correcto y eficaz estaba -conmigo, dándome la ilusión de un Chile espléndido y realizable para mis -aspiraciones. “El Mercurio”, de Valparaíso, publicó mi artículo sobre -Vicuña Mackenna y me lo pagó largamente. Poirier fué entonces, después y -siempre, como un hermano mío. Pero había que ir inmediatamente a -Santiago, a la capital. Poirier me pidió la carta que traía yo para -aquel personaje eminente en la ciudad directiva y la envió al -destinatario. - -Mi artículo en «El Mercurio», mi renombre anterior... Contestó aquel -personaje que tenía en el Hotel de France ya listas las habitaciones -para el señor Darío y que me esperaría en la estación. Tomé el tren para -Santiago. - -Por el camino no fueron sino rápidas visiones para ojos de poeta, y he -aquí la capital chilena. - -Ruido de tren que llega, agitación de familias, abrazos y salutaciones, -mozos, empleados de hotel, todo el trajín de una estación metropolitana. -Pero a todo esto las gentes se van, los coches de los hoteles se llenan -y desfilan y la estación va quedando desierta. Mi valijita y yo quedamos -a un lado, y ya no había nadie casi en aquel largo recinto, cuando -diviso dos cosas: un carruaje espléndido con dos soberbios caballos, -cochero estirado y _valet_, y un señor todo envuelto en pieles, tipo de -financiero o de diplomático, que andaba por la estación buscando algo. -Yo, a mi vez, buscaba. De pronto, como ya no había nada que buscar, nos -dirigimos el personaje a mí y yo al personaje. Con un tono entre dudoso, -asombrado y despectivo me preguntó:--¿«Sería usted acaso el señor Rubén -Darío?». Con un tono entre asombrado, miedoso y esperanzado -pregunté:--«¿Sería usted acaso el señor C. A.»? Entonces vi desplomarse -toda una Jericó de ilusiones. Me envolvió en una mirada. En aquella -mirada abarcaba mi pobre cuerpo de muchacho flaco, mi cabellera larga, -mis ojeras, mi jacquecito de Nicaragua, unos pantaloncitos estrechos que -yo creía elegantísimos, mis problemáticos zapatos, y sobre todo mi -valija. Una valija indescriptible actualmente, en donde, por no sé qué -prodigio de comprensión, cabían dos o tres camisas, otro pantalón, otras -cuantas cosas de indumentaria, muy pocas, y una cantidad inimaginable de -rollos de papel, periódicos, que luchaban apretados por caber en aquel -reducidísimo espacio. El personaje miró hacia su coche. Había allí un -secretario. Lo llamó. Se dirigió a mí.--«Tengo--me dijo--mucho placer en -conocerle. Le había hecho preparar habitación en un hotel de que le -hablé a su amigo Poirier. No le conviene». - -Y en un instante aquella equivocación tomó ante mí el aspecto de la -fatalidad y ya no existía, por los justos y tristes detalles de la vida -práctica, la ilusión que aquel político opulento tenía respecto al poeta -que llegaba de Centro América. Y no había, en resumidas cuentas, más que -el inexperto adolescente que se encontraba allí a caza de sueños y -sintiendo los rumores de las abejas de esperanza que se prendían a su -larga cabellera. - - - - -XV - - -Por recomendación de aquel distinguido caballero entré inmediatamente en -la redacción de «La Época», que dirigía el señor Eduardo Mac-Clure, y -desde ese momento me incorporé a la joven intelectualidad de Santiago. -Se puede decir que la «élite» juvenil santiaguina se reunía en aquella -redacción, por donde pasaban graves y directivos personajes. Allí conocí -a D. Pedro Montt; a D. Agustín Edwards, cuñado del director del diario; -a D. Augusto Orrego Luco; al doctor Federico Puga Borne, actual ministro -de Chile en Francia, y a tantos otros que pertenecían a la alta política -de entonces. - -La falange nueva la componía un grupo de muchachos brillantes que han -tenido figuración, y algunos la tienen, no solamente en las letras, -sino también en puesto de gobierno. Eran habituales a nuestras -reuniones Luis Orrego Luco; el hijo del presidente de la República, -Pedro Balmaceda; Manuel Rodríguez Mendoza; Jorge Huneeis Gana; su -hermano Roberto; Alfredo y Galo Irarrázabal; Narciso Tondreau; el pobre -Alberto Blest, ido tan pronto; Carlos Luis Hübner y otros que animaban -nuestros entusiasmos con la autoridad que ya tenían; por ejemplo: el -sutil ingenio de Vicente Grez o la romántica y caballeresca figura de -Pedro Nolasco Préndez. - -Luis Orrego Luco hacía presentir ya al escritor de emoción e imaginación -que había de triunfar con el tiempo en la novela. Rodríguez Mendoza era -entendedor de artísticas disciplinas y escritor político que fué muy -apreciado. A él dediqué mi colección de poesías «Abrojos». Jorge Huneeis -Gana se apasionaba por lo clásico. Hoy mismo, que la diplomacia le ha -atraído por completo, no olvida sus ganados lauros de prosista y publica -libros serios, correctos e interesantes. Su hermano Roberto era un poeta -sutil y delicado; hoy ocupa una alta posición en Santiago. Galo -Irarrázabal murió, no hace mucho tiempo, de diplomático, y su hermano -Alfredo, que en aquella época tenía el cetro sonoro de la poesía alegre -y satírica, es ahora ministro plenipotenciario en el Japón. Tondreau -hacía versos gallardos y traducía a Horacio. Ha sido intendente de una -provincia. Todos los demás han desaparecido; muy recientemente el -cordial y perspicaz Hübner. - -Mac-Clure solía aparecer a avivar nuestras discusiones con su rostro -sonriente y su inseparable habano. Era lo que en España se llama un -hidalgo y en Inglaterra un «gentleman». - -La impresión que guardo de Santiago, en aquel tiempo, se reduciría a lo -siguiente: vivir de arenques y cerveza en una casa alemana para poder -vestirme elegantemente, como correspondía a mis amistades -aristocráticas. Terror del cólera que se presentó en la capital. Tardes -maravillosas en el cerro de Santa Lucía. Crepúsculos inolvidables en el -lago del parque Cousiño. Horas nocturnas con Alfredo Irarrázabal, con -Luis Orrego Luco o en el silencio del Palacio de la Moneda, en compañía -de Pedro Balmaceda y del joven conde Fabio Sanminatelli, hijo del -ministro de Italia. - -Debo contar que una tarde, en un «lunch», que allí llaman hacer «once», -conocí al presidente Balmaceda. Después debía tratarle más detenidamente -en Viña del Mar. Fuí invitado a almorzar por él. Me colocó a su derecha, -lo cual, para aquel hombre lleno de justo orgullo, era la suprema -distinción. Era un almuerzo familiar. Asistía el canónigo doctor -Florencio Fontecilla, que fué más tarde obispo de La Serena y el general -Orozimbo Barboza, a la sazón ministro de la Guerra. - -Era Balmaceda, a mi entender, el tipo del romántico-político y selló con -su fin su historia. Era alto, garboso, de ojos vivaces, cabellera -espesa, gesto señorial, palabra insinuante--al mismo tiempo autoritaria -y melíflua. Había nacido para príncipe y para actor. Fué el rey de un -instante, de su patria; y concluyó como un héroe de Shakespeare. ¿Qué -más recuerdos de Santiago que me sean intelectualmente simpáticos?: La -capa de D. Diego Barros Arana; la tradicional figura de los Amunátegui; -D. Luis Montt en su biblioteca. - -Voy a referir algo que se relaciona con mi actuación en la redacción de -_La Epoca_. Una noche apareció nuestro director en la tertulia y nos -dijo lo siguiente: - -«Vamos a dedicar un número a Campoamor, que nos acaba de enviar una -colaboración. Doscientos pesos al que escriba la mejor cosa sobre -Campoamor». Todos nos pusimos a la obra. Hubo notas muy lindas; pero por -suerte, o por concentración de pensamiento, ninguna de las poesías -resumía la personalidad del gran poeta como esta décima mía: - - «Este del cabello cano - como la piel del armiño, - juntó su candor de niño - con su experiencia de anciano. - Cuando se tiene en la mano - un libro de tal varón, - abeja es cada expresión, - que volando del papel - deja en los labios la miel - y pica en el corazón». - -Debo confesar, sin vanidad ninguna, que todos los compañeros aprobaron -la disposición del director que me adjudicaba el ofrecido premio. - -Y ahora quiero evocar al triste, malogrado y prodigioso Pedro Balmaceda. -No ha tenido Chile poeta más poeta que él. A nadie se le podría aplicar -mejor el adjetivo de Hamlet: «Dulce príncipe». Tenía una cabeza -apolínea, sobre un cuerpo deforme. Su palabra era insinuante, -conquistadora, áurea. Se veía también en él la nobleza que le venía por -linaje. Se diría que su juventud estaba llena de experiencia. Para sus -pocos años tenía una sapiente erudición. Poseía idiomas. Sin haber ido a -Europa sabía detalles de bibliotecas y museos. ¿Quién escribía en ese -tiempo sobre arte, sino él? ¿Y, quién daba en ese instante una vibración -de novedad de estilo como él? Estoy seguro de que todos mis compañeros -de aquel entonces acuerdan conmigo la palma de la prosa a nuestro Pedro, -lamentado y querido. - -Y, ¿cómo no evocar ahora que él fué quien publicara mi libro «Abrojos», -respecto al cual escribiera una página artística y cordial? - - - - -XVI - - -Por Pedro pasé a Valparaíso, en donde--¡anomalía!--iba a ocupar un -puesto en la Aduana. - -Valparaíso, para mí, fué ciudad de alegría y de tristeza, de comedia y -de drama y hasta de aventuras extraordinarias. Estas quedarán para -después. - -Pero no dejaré de narrar mi permanencia y mi salida de la redacción de -_El Heraldo_. Lo dirigía a la sazón Enrique Valdés Vergara. Era un -diario completamente comercial y político. Había sido yo nombrado -redactor por influencia de don Eduardo de la Barra, noble poeta y -excelente amigo mío. Debo agregar para esto la amistad de un hombre muy -querido y muy desgraciado en Chile: Carlos Toribio Robinet. - -Se me encargó una crónica semanal. Escribí la primera sobre _sports_. A -la cuarta me llamó el director y me dijo: «Usted escribe muy bien... -Nuestro periódico necesita otra cosa... Así es que le ruego no -pertenecer más a nuestra redacción...» Y, por escribir muy bien, me -quedé sin puesto. - -¡Que no olvide yo estos tres nombres protectores: Poirier, Galleguillos -Lorca y Sotomayor! - -Mi vida en Valparaíso se concentra en ya improbables o ya hondos -amoríos; en vagares a la orilla del mar, sobre todo por Playa Ancha; -invitaciones a bordo de los barcos, por marinos amigos y literarios; -horas nocturnas, ensueños matinales, y lo que era entonces mi vibrante y -ansiosa juventud. - -Por circunstancias especiales e inquerida bohemia, llegaron para mí -momentos de tristeza y escasez. No había sino partir. Partir gracias a -don Eduardo de la Barra, Carlos Toribio Robinet, Eduardo Poirier y otros -amigos. - -Antes de embarcar a Nicaragua aconteció que yo tuviese la honra de -conocer al gran chileno D. José Victorino Lastarria. Y fué de esta -manera: Yo tenía, desde hacía mucho tiempo, como una viva aspiración el -ser corresponsal de _La Nación_ de Buenos Aires. He de manifestar que es -en ese periódico donde comprendí a mi manera el manejo del estilo y que -en ese momento fueron mis maestros de prosa dos hombres muy diferentes: -Paul Groussac y Santiago Estrada, además de José Martí. Seguramente en -uno y otro existía espíritu de Francia. Pero de un modo decidido, -Groussac fué para mí el verdadero conductor intelectual. - -Me dijo D. Eduardo de la Barra: Vamos a ver a mi suegro, que es íntimo -amigo del general Mitre, y estoy seguro de que él tendrá un gran placer -en darle una carta de recomendación para que logremos nuestro objeto, y -también estoy seguro de que el general Mitre aceptará inmediatamente la -recomendación. En efecto, a vuelta de correo, venía la carta del -general, con palabras generosas para mí, y diciéndome que se me -autorizaba para pertenecer desde ese momento a _La Nación_. - -Quiso, pues, mi buena suerte que fuesen un Lastarria y un Mitre quienes -iniciasen mi colaboración en ese gran diario. - -Estaba Lastarria sentado en una silla Voltaire. No podía moverse por su -enfermedad. Era venerable su ancianidad ilustre. Fluía de él autoridad y -majestad. - -Había mucha gloria chilena en aquel prócer. Gran bondad emanaba de su -virtud y nunca he sentido en América como entonces la majestad de una -presencia sino cuando conocí al general Mitre en la Argentina y al -doctor Rafael Núñez en Colombia. - -Con mi cargo de corresponsal de _La Nación_ me fuí para mi tierra, no -sin haber escrito mi primera correspondencia fechada el 3 de Febrero de -1889, sobre la llegada del crucero brasileño _Almirante Barroso_ a -Valparaíso, a cuyo bordo iba un príncipe, nieto de D. Pedro. - -En todo este viaje no recuerdo ningún incidente, sino la visión de la -«débâcle» de Panamá: Carros cargados de negros africanos que aullaban -porque, según creo, no se les habían pagado sus emolumentos. Y aquellos -hombres desnudos y con los brazos al cielo, pedían justicia. - - - - -XVII - - -Al llegar a este punto de mis recuerdos, advierto que bien puedo -equivocarme, de cuando en cuando, en asuntos de fecha, y anteponer o -posponer la prosecución de sucesos. No importa. Quizás ponga algo que -aconteció después en momentos que no le corresponde y viceversa. Es -fácil, puesto que no cuento con más guía que el esfuerzo de mi memoria. -Así, por ejemplo, pienso en algo importante que olvidé cuando he tratado -de mi primera permanencia en San Salvador. - -Un día, en momentos en que estaba pasando horas tristes, sin apoyo de -ninguna clase, viviendo a veces en casa de amigos y sufriendo lo -indecible, me sentí mal en la calle. En la ciudad había una epidemia -terrible de viruela. Yo creí que lo que me pasaba sería un malestar -causado por el desvelo, pero resultó que desgraciadamente era el temido -morbo. Me condujeron a un hospital con el comienzo de la fiebre. Pero en -el hospital protestaron, puesto que no era aquello un lazareto; y -entonces, unos amigos, entre los cuales recuerdo el nombre de Alejandro -Salinas, que fué el más eficaz, me llevaron a una población cercana, de -clima más benigno, que se llamaba Santa Tecla. Allí se me aisló en una -habitación especial y fuí atendido, verdaderamente, como si hubiese sido -un miembro de su familia, por unas señoritas de apellido Cáceres -Buitrago. Me cuidaron, como he dicho, con cariño y solicitud, y sin -temor al contagio de la peste espantosa. Yo perdí el conocimiento, viví -algún tiempo en el delirio de la fiebre, sufrí todo lo cruento de los -dolores y de las molestias de la enfermedad; pero fuí tan bien servido, -que no quedaron en mí, una vez que se había triunfado del mal, las feas -cicatrices que señalan el paso de la viruela. - -En lo referente a mi permanencia en Chile, olvidé también un episodio -que juzgo bastante interesante. Cuando habitaba en Valparaíso, tuve la -protección de un hombre excelente y de origen humilde: el doctor -Galleguillos Lorca, muy popular y muy mezclado entonces en política, -siendo una especie de «leader» entre los obreros. Era médico homeópata. -Había comenzado de minero, trabajando como un peón; pero dotado de -singulares energías, resistentes y de buen humor, logró instruirse -relativamente y llegó a ser lo que era cuando yo le conocí. Llegaban a -su consultorio tipos raros, a quienes daba muchas veces no sólo las -medicinas, sino también dinero. La hampa de Valparaíso tenía en él a su -galeno. Le gustaba tocar la guitarra, cantar romances, e invitaba a sus -visitantes, casi siempre gente obrera, a tomar unos «ponches» compuestos -de agua, azúcar y aguardiente, el aguardiente que llamaban en Chile -«guachacay». Era ateo y excelente sujeto. Tenía un hijo a quien -inculcaba sus ideas en discursos burlones, de un volterianismo ingenuo y -un poco rudo. El resultado fué que el pobre muchacho, según supe -después, a los veintitantos años se pegó un tiro. - -Una ocasión me dijo el doctor Galleguillos: «¿Quiere usted acompañarme -esta noche a una visita que tengo que hacer por los cerros?». Los cerros -de Valparaíso tenían fama de peligrosos en horas nocturnas, mas yendo -con el doctor Galleguillos me creía salvo de cualquier ataque y acepté -su invitación. Tomó él su pequeño botiquín y partimos. La noche era -obscura, y cuando estuvimos a la entrada de la estribación de la -serranía, el comienzo era bastante difícil, lleno de barrancos y -hondonadas. Llegaba a nuestros oídos, de cuando en cuando, algún tiro -más o menos lejano. Al entrar a cierto punto, un farolito surgió detrás -de unas piedras. El doctor silbó de un modo especial, y el hombre que -llevaba el farolito se adelantó a nosotros.--«¿Están los -muchachos?--preguntó Galleguillos.--«Sí, señor», contestó el rotito. Y -sirviéndonos de guía, comenzó a caminar y nosotros tras él. Anduvimos -largo rato, hasta llegar a una especie de choza o casa, en donde -entramos. Al llegar hubo una especie de murmullo entre un grupo de -hombres que causaron en mí vivas inquietudes. Todos ellos tenían traza -de facinerosos, y en efecto lo eran. Más o menos asesinos, más o menos -ladrones, pues pertenecían a la mala vida. Al verme me miraron con -hostiles ojos, pero el doctor les dijo algunas palabras y ello calmó la -agitación de aquella gente desconfiada. Había una especie de cantina, o -de boliche, en que se amontonaban unas cuantas botellas de diferentes -licores. Estaban bebiendo, según la costumbre popular, un «ponche» -matador, en un vaso enorme que se denomina «potrillo» y que pasa de mano -en mano y de boca en boca. Uno de los mal entrazados me invitó a beber; -yo rehusé con asco instintivo; y se produjo un movimiento de protesta -furiosa entre los asistentes.--«Beba pronto, me dijo por lo bajo el -doctor Galleguillos, y déjese de historias». Yo comprendí lo peligroso -de la situación y me apresuré a probar aquel ponche infernal. Con esto -satisfice a los rotos. Luego llamaron al doctor y pasamos a un cuarto -interior. En una cama, y rodeado de algunas mujeres, se encontraba un -hombre herido. El doctor habló con él, le examinó y le dejó unas cuantas -medicinas de su botiquín. Luego salimos, acompañados entonces de otros -rotos que insistieron en custodiarnos, porque, según decían, había sus -peligros esa noche. Así, entre las tinieblas, apenas alumbrados por un -farolito, entramos de nuevo a la ciudad. Era ya un poco tarde y el -doctor me invitó a cenar.--«Iremos--dijo--, a un lugar curioso, para que -lo conozca.» En efecto, por calles extraviadas, llegamos a no recuerdo -ya qué casa, tocó mi amigo una puerta que se entreabrió y penetramos. En -el interior había una especie de «restaurant», en donde cenaban personas -de diversas cataduras. Ninguna de ellas con aspecto de gente pacífica y -honesta. El doctor llamó al dueño del establecimiento y me -presentó.--«Pasen adentro», nos dijo éste. Seguimos más al fondo de la -casa, no sin cruzar por un patio húmedo y lleno de hierba. «Aquí hay -enterrados muchos», me dijo en voz baja el médico. En otro comedor se -nos sirvió de cenar y yo oía las voces que en un cuarto cerrado daban de -cuando en cuando algunos individuos. Aquello era una timba del peor -carácter. Casi de madrugada salimos de allí y la aventura me impresionó -de modo que no la he olvidado. Así no podía menos de contarla esta vez. - - - - -XVIII - - -Y ahora, continuaré el hilo de mi interrumpida narración. Me encuentro -de vuelta de Chile, en la ciudad de León, de Nicaragua. - -Estoy de nuevo en la casa de mis primeros años. Otros devaneos han -ocupado mi corazón y mi cabeza. Hay un apasionamiento súbito por cierta -bella persona que me hace sufrir con la sabida felinidad femenina, y hay -una amiga inteligente, graciosa, aficionada a la literatura, que hace lo -posible por ayudarme en mi amorosa empresa; y lo hace de tal manera que -cuando, por fin, he perdido mi última esperanza con la otra, entregada -desdichadamente a un rival más feliz, me encuentro enloquecido por mi -intercesora. Esta inesperada revolución amorosa se prolonga en la ciudad -de Chinandega, en donde, ¡desventurado de mí! iba a casarse el ídolo de -mis recientes anhelos. Y allí nuevas complicaciones sentimentales me -aguardaban, con otra joven, casi una niña; y quién sabe en qué hubiera -parado todo eso, si por segunda vez amigos míos, entre ellos el coronel -Ortiz, hoy general, y que ha sido vicepresidente de la República, no me -facturan apresuradamente para El Salvador. Lo que provocó tal medida fué -que una fiesta dada por el novio de aquella a quien yo adoraba, y a la -cual no sé por qué ni cómo, fuí invitado, con el aguijón de los -excitantes del diablo, y a pedido de no sé quién, empecé a improvisar -versos, pero versos en los cuales decía horrores del novio, de la -familia de la novia, ¡qué sé yo de quién más! Y fuí sacado de allí más -que de prisa. Una vez llegado a la capital salvadoreña busqué algunas de -mis antiguas amistades, y una de ellas me presentó al general Francisco -Menéndez, entonces presidente de la República. Era éste, al par que -militar de mérito, conocido agricultor y hombre probo. Era uno de los -más fervientes partidarios de la Unión centroamericana, y hubiera hecho -seguramente el sacrificio de su alto puesto por ver realizado el ideal -unionista que fuera sostenido por Morazán, Cabañas, Jerez, Barrios y -tantos otros. En esos días se trataba cabalmente de dar vida a un nuevo -movimiento unificador, y es claro que el presidente de El Salvador era -uno de los más entusiastas en la obra. - -A los pocos días me mandó llamar y me dijo:--«¿Quiere usted hacerse -cargo de la dirección de un diario que sostenga los principios de la -Unión?».--«Desde luego, señor presidente», le conteste--. «Está bien», -me dijo, «daré orden para que en seguida se arregle todo lo necesario». -En efecto, no pasó mucho sin que yo estuviera a la cabeza de un diario, -órgano de los unionistas centroamericanos y que, naturalmente, se -titulaba «La Unión». - -Estaba remunerado con liberalidad. Se me pagaban aparte los sueldos de -los redactores. Se imprimía el periódico en la imprenta nacional y se me -dejaba todo el producto administrativo de la empresa. El diario empezó a -funcionar con bastante éxito. Tenía bajo mis órdenes a un escritor -político de Costa Rica, a quien encomendé los artículos editoriales: D. -Tranquilino Chacón; a un fulminante colombiano, famoso en Centro América -como orador, como taquígrafo y aun como militar y como revolucionario, -un buen diablo, Gustavo Ortega; y a cierto malogrado poeta -costarriqueño, mozo gentil, que murió de tristeza y de miseria, aunque -en sus últimos días tuviese el gobierno de Costa Rica la buena idea de -hacerle ir a Barcelona para que siquiera lograse el consuelo de morir -después de haber visto Europa; me refiero a Equileo Echeverría. Luego, -contaba con la colaboración de las mejores inteligencias del país y del -resto de la América Central; y el diario empezó su carrera con mucha -suerte. - -Habitaba entonces en San Salvador la viuda de un famoso orador de -Honduras, Alvaro Contreras, que, si no estoy mal informado, tiene hoy -un monumento. Fué este hombre, vivaz y lleno de condiciones brillantes, -un verdadero dominador de la palabra. Combatió las tiranías y sufrió -persecuciones por ello. En tiempo de la guerra del Pacífico fundó un -diario en Panamá en defensa de los intereses peruanos. Su viuda tenía -dos hijas: a ambas había conocido yo en los días de mi infancia y en -casa de mi tía Rita. Eran de aquellas compañeras que alegraban nuestras -fiestas pueriles, de aquellas con quienes bailábamos y con quienes -cantábamos canciones en las novenas de la Virgen, en las fiestas de -Diciembre. Esas dos niñas eran ya dos señoritas. Una de ellas casó con -el hijo de un poderoso banquero, a pesar de la modesta condición en que -quedara la familia después de la muerte de su padre. Yo frecuenté la -casa de la viuda, y al amor del recuerdo y por la inteligencia, sutileza -y superiores dotes de la otra niña, me vi de pronto envuelto en nueva -llama amorosa. Ello trascendió en aquella reducida sociedad -amable:--«¿Por qué no se casa?», me dijo una vez el presidente--. -«Señor, le conteste, es lo que pienso hacer en seguida.» Y, con el -beneplácito de mi novia y de su madre, me puse a tomar las disposiciones -necesarias para la realización de mi matrimonio. Entre tanto, uno de mis -amigos principales era Francisco Gavidia, quien quizás sea de los más -sólidos humanistas y seguramente de los primeros poetas con que hoy -cuenta la América española. Fué con Gavidia, la primera vez que estuve -en aquella tierra salvadoreña, con quien penetran en iniciación -ferviente, en la armoniosa floresta de Víctor Hugo; y de la lectura -mutua de los alejandrinos del gran francés, que Gavidia, el primero -seguramente, ensayara en castellano a la manera francesa, surgió en mí -la idea de renovación métrica, que debía ampliar y realizar más tarde. A -Gavidia acontecióle un caso singularísimo, que me narrara alguna vez, y -que dice cómo vibra en su cerebro la facultad del ensueño, de tal manera -que llegó a exteriorizarse con tanta fuerza. Sucedió que siendo muy -joven, recién llegado a París, iba leyendo un diario por un puente del -Sena, en el cual diario encontró la noticia de la ejecución de un -inocente. Entonces se impresionó de tal manera que sufrió la más -singular de las alucinaciones. Oyó que las aguas del río, los árboles de -la orilla, las piedras de los puentes, toda la naturaleza circundante -gritaban:--«¡Es necesario que alguien se sacrifique para lavar esa -injusticia!» E incontinenti se arrojó al río. Felizmente alguien le vió -y pudo ser salvado inmediatamente. Le prodigaron los auxilios y fué -conducido al consulado de El Salvador, cuyas señas llevaba en el -bolsillo. Después, en su país, ha publicado bellos libros y escrito -plausibles obras dramáticas; se ha nutrido de conocimientos diversos y -hoy es director de la Biblioteca Nacional de la capital salvadoreña. - - - - -XIX - - -Listo, pues, todo para mi boda, quedó señalada la fecha del 22 de Junio -de aquel año de 1890 para la ceremonia civil. En ese día debería -efectuarse en San Salvador una gran fiesta militar, para lo cual -vendrían las tropas acuarteladas en Santa Ana y que comandaba el general -Carlos Ezeta, brazo derecho y diremos casi hijo mimado del presidente de -la República. Se decía que había querido casarse con Teresa, la hija -mayor de éste. Si no estoy equivocado había disensiones entre Ezeta y -algunos ministros del general Menéndez, como los doctores Delgado e -Interiano; pero no podría precisar nada al respecto. - -Es el caso que las tropas llegaron para la gran parada del 22. Esa noche -debía darse un baile en la Casa Blanca, esto es, en el Palacio -Presidencial. - -Se celebró en casa de mi novia la ceremonia del matrimonio civil y hubo -un almuerzo al cual asistió el general Ezeta. Este estaba nervioso y por -varias veces se levantó a hablar con el señor Amaya, director de -Telégrafos y amigo suyo. Después de la fiesta, yo, fatigado, me fuí a -acostar temprano, con la decisión de no asistir al baile de la Casa -Blanca. Muy entrada la noche, oí, entre dormido y despierto, ruidos de -descargas, de cañoneo y tiros aislados, y ello no me sorprendió, pues -supuse vagamente que aquello pertenecía a la función militar. Más aún, -sería ya la madrugada, cuando sentí ruidos de caballos que se detenían -en la puerta de mi habitación, a la cual se llamó, pronunciando mi -nombre varias veces.--«Levántate, me decían, está tu amigo el general -Ezeta». Yo contesté que estaba demasiado cansado y no tenía ganas de -pasear, suponiendo desde luego que se me invitaba para algún alegre y -báquico desvelo. Sentí que se alejaron los caballos. - -Por la mañana llamaron a la puerta de nuevo; me levanté, abrí y me -encontré con una criada de casa de mi novia, o mejor dicho, de mi -mujer.--«Dicen las señoras, expresó, que están muy inquietas con usted, -suponiendo que le hubiese pasado algo en lo de anoche».--«¿Pero qué ha -ocurrido?», le pregunté.--«Que ya no es presidente el general Menéndez, -que le han matado»--«¿Y quién es el presidente entonces?»--«El general -Ezeta». Me vestí y partí inmediatamente a casa de mi esposa. Al pasar -por los portales vecinos a la Casa Blanca encontré unos cuantos -cadáveres entre charcos de sangre. Impresionado, entré al café del Hotel -Nuevo Mundo a tomar una copa; me senté. En una mesa cercana había un -hombre con una herida en el cuello, vendada con un pañuelo -ensangrentado. Estaba vestido de militar y bastante ebrio. Sacó un -revólver y tranquilamente me apuntó:--«Diga, ¡Viva el general -Ezeta!»--«Sí, señor, le contesté, ¡viva el general Ezeta!»--«Así se -hace», exclamó. Y guardó su revólver. Tomé mi copa y partí -inmediatamente a buscar a mi mujer. En su casa se me narró lo que había -sucedido. Durante la noche, mientras se estaba en lo mejor del baile -presidencial, donde se hallaba la flor de la sociedad salvadoreña, -quedaron todos sorprendidos por ruidos de fusilería y se notó que el -palacio estaba rodeado de tropas. Un general, cuyo nombre no recuerdo, -había penetrado a los salones e intimó orden de prisión a los ministros -que allí se encontraban. El presidente, general Menéndez, se había ido a -acostar. La confusión de las gentes fué grande; hubo gritos y desmayos. -A todo esto se había ya avisado al general Menéndez, que se ciñó su -espada e increpó duramente al general que llegaba a comunicarle también -orden de prisión. Entre tanto, la guardia del Palacio se batía -desesperadamente con las tropas sublevadas. Teresa, la hija mayor del -presidente, gritaba en los salones:--«¡Que llamen a Carlos, él -tranquilizará todo esto y dominará la situación!»--«Señorita, le -contestó alguien, es el general Ezeta quien se ha sublevado». El -presidente había abierto los balcones de la habitación y arengaba a las -tropas. Aun se oyó un viva al general Menéndez; pero éste cayó -instantáneamente muerto. Fué llevado el cuerpo, y los médicos -certificaron que no tenía ninguna herida. Al darse cuenta de que Carlos -Ezeta, a quien él quería como a un hijo y a quien había hecho toda clase -de beneficios, a quien había enriquecido, a quien había puesto a la -cabeza de su ejército, era quien le traicionaba de tal modo, el pobre -presidente, que era cardíaco, según parece, sufrió un ataque mortal. El -cadáver fué expuesto y el pueblo desfiló y se dió cuenta de la verdad -del hecho.--«¿Qué piensas hacer?», me dijo mi esposa.--«Partir -inmediatamente a Guatemala, puesto que hay un vapor en el puerto de la -Libertad». Salí a dar los pasos necesarios para el arreglo rápido de mi -viaje, y en el camino me encontré con alguien que me dijo:--«El general -Ezeta desea que vaya dentro de una hora al Cuartel de Artillería». -Cruzaban patrullas por las calles. Unos cuantos soldados iban cargados -con cajas de dinero. Una hora después estaba yo en el Cuartel de -Artillería, que se hallaba lleno de soldados, muchos de ellos heridos. -Un tropel de jinetes. Llega el general Ezeta, rodeado de su Estado -Mayor. Se nota que ha bebido mucho. Desde el caballo se dirige a mí y me -dice que me entienda con no recuerdo ya quién, para asuntos de -publicidad sobre el nuevo estado de cosas. Yo salgo y prosigo mis -preparativos de partida; escribo una carta al nuevo presidente -manifestándole que un asunto particular de especialísima urgencia me -obliga a irme inmediatamente a Guatemala; que volveré a los pocos días a -ponerme a sus órdenes. Y me dirigí al puerto de la Libertad. En el hotel -estaba, cuando el comandante del puerto apareció y me dijo que de orden -superior me estaba prohibida la salida del país. Entonces empecé por -telégrafo una campaña activísima. Me dirigí a varios amigos, rogándoles -se interesasen con Ezeta, y hasta recurrí a la buena voluntad masónica -de mi antiguo amigo el doctor Rafael Reyes, íntimo amigo del improvisado -presidente. - -El vapor estaba para zarpar, cuando por influencia de Reyes, el -comandante recibía orden de dejar que me embarcase; pero junto conmigo -iba ya persona que observase y que procurase conocer el fondo de mis -impresiones y sentimientos sobre los sucesos acontecidos. Era un señor -Mendiola Boza, cubano de origen. Natural que yo me manifesté ezetista -convencido, y el hombre lo creyó o no lo creyó; pero cumplió con su -misión. - - - - -XX - - -Al llegar a Guatemala supe que la guerra estaba por estallar entre este -país y El Salvador. Menéndez había mantenido las mejores relaciones con -el presidente guatemalteco Barillas, y éste tenía sus razones para creer -que Ezeta le sería contrario, y aprovechara para prestigiarse de la -antipatía tradicional entre salvadoreños y guatemaltecos. No bien hube -llegado al hotel, cuando un oficial se presentó a decirme que el -presidente general Barillas me esperaba inmediatamente. La capital -estaba conmovida y se hablaba de la seguridad de la guerra. Me dirigí a -la casa presidencial, acompañado del oficial que había ido a buscarme. -Penetré entre los numerosos soldados de la guardia de honor y se me hizo -pasar a un salón. Al llegar, vi que el presidente estaba rodeado de -muchos notables de la ciudad. Se hallaba agitadísimo, y cuando yo entré -pronunciaba estas palabras:--«Porque, señores, el que quiera comer -pescado que se moje el...» Yo me senté tímidamente en una silla, fuera -del círculo, pero el presidente me miró y me preguntó:--«¿Es usted el -señor Rubén Darío?»--«Sí, señor», le contesté. Me hizo entonces avanzar -y me señaló un asiento cercano a él--. «Vamos a ver, me dijo, ¿es usted -también de los que andan diciendo que el general Menéndez no ha sido -asesinado?»--«Señor presidente, le contesté, yo acabo de llegar, no he -hablado aún con nadie, pero puedo asegurarle que el presidente Menéndez -no ha sido asesinado». En los ojos de Barillas brilló la cólera--. «¿Y -no sabe usted que tengo en la Penitenciaría a muchos propaladores de esa -falsa noticia?»--«Señor, insistí, esa noticia no es falsa. El general -Menéndez ha muerto de un ataque cardíaco al parecer; pero si no ha sido -asesinado con bala o con puñal, le ha dado muerte la ingratitud, la -infamia del general Ezeta, que ha cometido, se puede decir, un verdadero -parricidio». Y me extendí sobre el particular. El presidente me escuchó -sin inmutarse. «Está bien», me dijo, cuando hube concluído. «Vaya en -seguida y escriba eso. Que aparezca mañana mismo. Y véase con el -ministro de Relaciones Exteriores y con el ministro de Hacienda.» Me fuí -rápidamente a mi hotel y escribí la narración de los sucesos del 22 de -Junio, con el título de «Historia negra», que en ocasión oportuna -reprodujo _La Nación_ de Buenos Aires. - -Mi escrito causó gran impresión, y supe después que Carlos Ezeta, así -como su hermano Antonio, aseguraban que si alguna vez caía en sus manos -no saldría vivo de ellas.--«Y pensar, decía algún tiempo más tarde el -presidente Ezeta al ministro de España, don Julio de Arellano y -Arróspide, después Marqués de Casa Arellano y cuya esposa fuera madrina -de mi hijo, en San José de Costa Rica--¡y pensar que yo hubiera hecho -rico a Rubén si no comete el disparate de ponerse en contra mía!» La -verdad es que yo estaba satisfecho de mi conducta, pues Menéndez había -sido mi benefactor, y sentía repugnancia de adherirme al circulo de los -traidores. ¡Será ello quizás un poco romántico y poco práctico; pero qué -le vamos a hacer! - - - - -XXI - - -De mi entrevista con el ministro de Relaciones Exteriores y con el de -Hacienda resultó que por disposición presidencial se me hizo, como en -San Salvador, director y propietario de un diario de carácter -semioficial. A los pocos días, salía el primer número de _El Correo de -la tarde_. - -Era el general Barilas un presidente voluntarioso y tiránico, como han -sido casi todos los presidentes de la América Central. Se apoyaba desde -luego en la fuerza militar, pero tenía cierta cultura y excelentes -rasgos de generosidad y de rectitud. Uno de sus ministros era Ramón -Salazar, literato notable, de educación alemana. La guerra se inició, -pero concluyó felizmente al poco tiempo. El poder de los Ezetas se -afianzó en San Salvador por el terror. En cuanto a mí, hice del diario -semi-oficial una especie de cotidiana revista literaria. Frecuentaba a -D. Valero Pujol, uno de los españoles de mayor valor intelectual que -hayan venido a América y cuyo nombre, no sé por qué, quizás por el -rincón centroamericano en que se metiera, no ha brillado como merece. -Viejo republicano, amigo de Salmerón y de Pí y Margall, creo que fué, -durante la república, gobernador de Zaragoza. En Guatemala era y es -todavía el Maestro. Ha publicado valiosos libros de historia y tres -generaciones le deben su luces. Era director de la Biblioteca Nacional -el poeta cubano José Joaquín Palma, hombre exquisito y trovador -zorrillesco. Es aquel autor de cierta poesía que se encontró entre los -papeles de Olegario Andrade y que se publicó como suya, averiguándose -después que era de Palma. - -Tenía varios colaboradores literarios para mi periódico, entre los -cuales un jovencito de ojos brillantes y cara sensual, dorada de sol de -trópico, que hizo entonces sus primeras armas. Se llamaba Enrique Gómez -Carrillo. Otro joven, José Tible Machado, que escribía páginas a lo -Bourget, el Bourget bueno de entonces, y que después sería un conocido -diplomático y actualmente redactor de _Le Gaulois_ de París, y otros. - -Hice lo que pude de vida social e intelectual, pero ya era tiempo de que -viniese mi mujer y acabásemos de casarnos. Y así, siete meses después de -mi llegada, se celebró mi matrimonio religioso, siendo uno de mis -padrinos el doctor Fernando Cruz, que falleció después de ministro en -París. - - - - -XXII - - -En casa de Pujol intimé con un gran tipo, muy de aquellas tierras. Era -el general Cayetano Sánchez, sostenedor del presidente Barillas, militar -temerario, joven aficionado a los alcoholes, y a quien todo era -permitido por su dominio y simpatía en el elemento bélico. Recuerdo una -escena inolvidable. Una noche de luna habíamos sido invitados varios -amigos, entre ellos mi antiguo profesor, el polaco D. José Leonard, y el -poeta Palma, a una cena en el castillo de San José. Nos fueron servidos -platos criollos, especialmente, uno llamado «chojín», sabroso plato, que -por cierto, nos fué preparado por el hoy general Toledo, aspirante a la -presidencia de la República. Sabroso plato, en verdad, ácido, picante, -cuya base es el rábano. Los vinos abundaron como era de costumbre, y -después se pasó al café y al coñac, del cual se bebieron copas -innumerables. Todos estábamos más que alegres, pero al general Sánchez -se le notaba muy exaltado en su alegría, y como nos paseásemos sobre las -fortificaciones, viendo de frente a la luz de la luna las lejanas torres -de la Catedral, tuvo una idea de todos los diablos. «A ver, dijo, ¿quién -manda esta pieza de artillería?» y señaló un enorme cañón. Se presentó -el oficial, y entonces Cayetano, como le llamábamos familiarmente, nos -dijo: «Vean ustedes que lindo blanco. Vamos a echar abajo una de las -torres de la Catedral. Y ordenó que preparasen el tiro. Los soldados -obedecieron como autómatas; y como el general Sánchez era absolutamente -capaz de todo, comprendimos que el momento era grave. Al poeta Palma se -le ocurrió una idea excelente.--«Bien, Cayetano, le dijo: pero antes -vamos a improvisar unos versos sobre el asunto. Haz que traigan más -coñac». Todos comprendimos, y heroicamente nos fuimos ingurgitando -sendos vasos de alcohol. Palma servía copiosas dosis al general Sánchez. -El y yo recitábamos versos, y cuando la botella se había acabado, el -general estaba ya dormido. Así se libró Guatemala de ser despertada a -media noche a cañonazos de buen humor. Cayetano Sánchez, poco tiempo -después, tuvo un triste y trágico fin. - -Por entonces aconteció un hecho que tuvo por muchos días suspensa la -atención pública. El hijo de uno de los más íntegros y respetados -magistrados de la capital tenía amores con una dama, casada con un -extranjero. Como el marido oyese ruido una noche, se levantó y se -dirigió al comedor, en donde estaba oculto el amante de su mujer. Este -se arrojó sobre el pobre hombre y lo mató encarnizadamente con un puñal. -La posición del joven, y sobre todo la del padre, aumentaban lo trágico -del crimen. El asesino estuvo preso por algún tiempo, y luego creo que -le fué facilitada la fuga. Años después, reducido a la pobreza, se le -encontró cosido a puñaladas en el banco de un paseo, en una ciudad de -los Estados Unidos, según se me ha contado. - - - - -XXIII - - -No puedo rememorar por cuál motivo dejó de publicarse mi diario, y tuve -que partir a establecerme en Costa Rica. En San José pasé una vida -grata, aunque de lucha. La madre de mi esposa era de origen -costarriqueño y tenía allí alguna familia. San José es una ciudad -encantadora entre las de la América Central. Sus mujeres son las más -lindas de todas las de las cinco repúblicas. Su sociedad una de las más -europeizadas y norteamericanizadas. Colaboré en varios periódicos, uno -de ellos dirigido por el poeta Pío Víquez, otro por el cojo Quiroz, -hombre temible en política, chispeante y popular; intimé allí con el -ministro español Arellano, y cuando nació mi primogénito, como he -referido, su esposa, Margarita Foxá, fué la madrina. - -Un día vi salir de un hotel, acompañado de una mujer muy blanca y de -cuerpo fino, española, a un gran negro elegante. Era Antonio Maceo. Iba -con él otro negro, llamado Bembeta, famoso también en la guerra cubana. - -Tuve amigos buenos como el hoy general Lesmes Jiménez, cuya familia era -uno de los más fuertes sostenes de la política católica. Conocí en el -Club principal de San José a personas como Rafael Iglesias, verboso, -vibrante, decidido; Ricardo Jiménez y Cleto González Víquez, -pertenecientes a lo que llamaremos nobleza costarriqueña, letrados -doctos, hombres gentiles, intachables caballeros, ambos verdaderos -intelectuales. Todos después han sido presidentes de la República. -Conocí allí también a Tomás Regalado, manco como D. Ramón del Valle -Inclán, pero maravilloso tirador de revólver con el brazo que le -quedaba; hombre generoso, aunque desorbitado cuando le poseía el demonio -de las botellas, y que fué años más tarde presidente también, de la -República de El Salvador. Sobre el general Regalado cuéntanse anécdotas -interesantes que llenarían un libro. - -Después del nacimiento de mi hijo la vida se me hizo bastante difícil en -Costa Rica y partí solo, de retorno a Guatemala, para ver si encontraba -allí manera de arreglarme una situación. En ello estaba, cuando recibí -por telégrafo la noticia de que el gobierno de Nicaragua, a la sazón -presidido por el doctor Roberto Sacasa, me había nombrado miembro de la -delegación que enviaba Nicaragua a España con motivo de las fiestas del -centenario de Colón. No había tiempo para nada; era preciso partir -inmediatamente. Así es que escribí a mi mujer y me embarqué a juntarme -con mi compañero de delegación, D. Fulgencio Mayorca, en Panamá. En el -puerto de Colón tomamos pasaje en un vapor español de la compañía -Trasatlántica, si mal no recuerdo el _León XIII_; y salimos con rumbo a -Santander. - -Se me pierden en la memoria los incidentes de a bordo; pero sí tengo -presente que iban unas señoras primas del escritor francés Edmond About; -que iba también el delegado por el Ecuador, don Leonidas Pallarés, -artista, poeta de discreción y amigo excelente; uno de los delegados de -Colombia, Isaac Arias Argaez, llamado el _chato_ Arias, bogotano -delicioso, ocurrente, buen narrador de anécdotas y cantador de pasillos, -y que, nombrado cónsul en Málaga se quedó allí, hasta hoy, y es el -hombre más popular y más querido en aquella encantadora ciudad andaluza. - -En Cuba se embarcó Texifonte Gallego, que había sido secretario de ya no -recuerdo qué Capitán General. Texifonte, buen parlante, de grandes dotes -para la vida, hizo carrera. ¡Ya lo creo que hizo carrera! Hacíamos la -travesía lo más gratamente posible, con cuantas ocurrencias imaginábamos -y al amor de los espirituosos vinos de España. Nos ocurrió un curioso -incidente. Estábamos en pleno Océano, una mañanita, y el sirviente de -mi camarote llegó a despertarme:--«Señorito, si quiere usted ver un -naúfrago que hemos encontrado, levántese pronto». Me levanté. La -cubierta estaba llena de gente, y todos miraban a un punto lejano donde -se veía una embarcación y en ella un hombre de pie. El momento era -emocionante. El vapor se fué acercando poco a poco para recoger al -probable naúfrago, cuando de pronto, y ya el sol salido, se oyó que -aquel hombre, con una gran voz, preguntó en inglés:--«¿En qué latitud y -longitud estamos?». El capitán le contestó también en inglés, dándole -los datos que pedía, y le preguntó quién era y qué había pasado.--«Soy, -le dijo, el capitán Andrews, de los Estados Unidos, y voy por cuenta de -la casa del jabón Sapolio, siguiendo en este barquichuelo el itinerario -de Cristóbal Colón al revés. Hágame el favor de avisar cuando lleguen a -España al cónsul de los Estados Unidos que me han encontrado -aquí».--«¿Necesita usted algo?», le dijo el capitán de nuestro vapor. -Por toda contestación, el yankee sacó del interior del barquichuelo dos -latas de conservas que tiró sobre la cubierta del _León XIII_, puso su -vela y se despidió de nosotros. Algunos días después de nuestra llegada -a España, Mr. Andrews arribaba al puerto de Palos, en donde era recibido -en triunfo. Luego, buen yankee, exhibió su barca, cobrando la entrada, y -se juntó bastantes pesetas. - - - - -XXIV - - -En Madrid, me hospedé en el hotel de Las Cuatro Naciones, situado en la -calle del Arenal y hoy transformado. Como supiese mi calidad de hombre -de letras, el mozo Manuel me propuso:--«Señorito, ¿quiere usted conocer -el cuarto de don Marcelino? El está ahora en Santander y yo se lo puedo -mostrar». Se trataba de don Marcelino Menéndez y Pelayo, y yo acepté -gustosísimo. Era un cuarto como todos los cuartos de hotel, pero lleno -de tal manera de libros y de papeles, que no se comprende cómo allí se -podía caminar. Las sábanas estaban manchadas de tinta. Los libros eran -de diferentes formatos. Los papeles de grandes pliegos estaban llenos de -cosas sabias, de cosas sabias de don Marcelino--. «Cuando está don -Marcelino no recibe a nadie», me dijo Manuel. El caso es que la buena -suerte quiso que cuando retornó de Santander el ilustre humanista yo -entrara a su cuarto, por lo menos algunos minutos todas las mañanas. Y -allí se inició nuestra larga y cordial amistad. - - - - -XXV - - -Era el alma de las delegaciones hispanoamericanas el general don Juan -Riva Palacio, ministro de Méjico, varón activo, culto y simpático. En la -corte española el hombre tenía todos los merecimientos; imponía su buen -humor, y su actitud, siempre laboriosa, era por todos alabada. El -general Riva Palacio había tenido una gran actuación en su país como -militar y como publicista, y ya en sus últimos años fué enviado a -Madrid, en donde vivía con esplendor, rodeado de amigos, principalmente -funcionarios y hombres de letras. Se cuenta que algún incidente hubo en -una fiesta de Palacio, con la reina regente doña María Cristina, pues -ella no podía olvidar que el general Riva Palacio había sido de los -militares que tomaron parte en el juzgamiento de su pariente, el -emperador Maximiliano; pero todo se arregló, según parece, por la -habilidad de Cánovas del Castillo, de quien el mejicano era íntimo -amigo. - -Tenía don Vicente, en la calle de Serrano, un palacete lleno de obras de -arte y antigüedades, en donde solía reunir a sus amigos de letras, a -quienes encantaba con su conversación chispeante y la narración de -interesantes anécdotas. Era muy aficionado a las zarzuelas del género -chico y frecuentaba, envuelto en su capa clásica, los teatros en donde -había tiples buenas mozas. Llegó a ser un hombre popular en Madrid, y, -cuando murió, su desaparición fué muy sentida. - -Fuí amigo de Castelar. La primera vez que llegué a casa del gran hombre -iba con la emoción que Heine sintió al llegar a la casa de Goethe. -Cierto que la figura de Castelar tenía, sobre todo para nosotros los -hispanoamericanos, proporciones gigantescas, y yo creía, al visitarle, -entrar en la morada de un semidios. El orador ilustre me recibió muy -sencilla y afablemente en su casa de la calle Serrano. Pocos días -después me dió un almuerzo, al cual asistieron, entre otras personas, el -célebre político Abarzuza y el banquero don Adolfo Calzado. Alguna vez -he escrito detalladamente sobre este almuerzo, en el cual la -conversación inagotable de Castelar fué un deleite para mis oídos y para -mi espíritu. Tengo presente que me habló de diferentes cosas referentes -a América, de la futura influencia de los Estados Unidos sobre nuestras -Repúblicas, del general Mitre, a quien había conocido en Madrid, de _La -Nación_, diario en donde había colaborado; y de otros tantos temas en -que se expedía su verbo de colorido profuso y armonioso. En ese almuerzo -nos hizo comer unas riquísimas perdices que le había enviado su amiga la -duquesa de Medinaceli. Hay que recordar que Castelar era un «gourmet» de -primer orden, y que sus amigos, conociéndole este flaco, le colmaban de -presentes gratos a Meser Gaster. Después tuve ocasión de oir a Castelar -en sus discursos. Le oí en Toledo y le oí en Madrid. En verdad era una -voz de la naturaleza, era un fenómeno singular, como el de los grandes -tenores, o los grandes ejecutantes. Su oratoria tenía del prodigio, del -milagro; y creo difícil, sobre todo ahora que la apreciación sobre la -oratoria ha cambiado tanto, que se repita dicho fenómeno, aunque hayan -aparecido tanto en España como en la Argentina, por ejemplo en Belisario -Roldán, casos parecidos. - -He recordado alguna vez, cómo en casa de doña Emilia Pardo Bazán y en un -círculo de admiradores, Castelar nos dió a conocer la manera de perorar -de varios oradores célebres que él había escuchado, y luego la manera -suya, recitándonos un fragmento del famoso discurso réplica al cardenal -Manterola. Castelar era en ese tiempo sin duda alguna, la más alta -figura de España y su nombre estaba rodeado de la más completa gloria. - - - - -XXVI - - -Conocí a D. Gaspar Núñez de Arce, que me manifestó mucho afecto y que, -cuando alistaba yo mi viaje de retorno a Nicaragua, hizo todo lo posible -para que me quedase en España. Escribió una carta a Cánovas del Castillo -pidiéndole que solicitase para mí un empleo en la compañía -Trasatlántica. Conservaba yo hasta hace poco tiempo la contestación de -Cánovas, que se me quedó en la redacción del _Fígaro_ de la Habana. -Cánovas le decía que se había dirigido al marqués de Comillas; que éste -manifestaba la mejor voluntad; pero que no había, por el momento, ningún -puesto importante que ofrecerme. Y a vuelta de varias frases elogiosas -para mí, «es preciso, decía, que lo naturalicemos». Nada de ello pudo -hacerse, pues mi visita era urgente. - -Conocí a D. Ramón de Campoamor. Era todavía un anciano muy animado y -ocurrente. Me llevó a su casa el doctor José Verdes Montenegro, que era -en ese tiempo muy joven. Se quejó el poeta de las _Doloras_ y de los -_Pequeños Poemas_, de ciertos críticos, en la conversación. «No quieren -que los chicos me imiten», decía. Conservaba entre sus papeles, y me -hizo que la leyera, una décima sobre él que yo había publicado en -Santiago de Chile y que le había complacido mucho. Era un amable y -jovial filósofo. Gozaba de bienes de fortuna; era terrateniente en su -país de Asturias, allí donde encontrara tantos temas para sus fáciles y -sabrosas poesías. Ese risueño moralista era en ocasiones como su gaitero -de Gijón. Muchas veces sonríe mostrando la humedad brillante de una -lágrima. - -Uno de mis mejores amigos fué D. Juan Valera, quien ya se había ocupado -largamente en sus _Cartas Americanas_ de mi libro _Azul_, publicado en -Chile. Ya estaba retirado de su vida diplomática; pero su casa era la -del más selecto espíritu español de su tiempo, la del «tesorero de la -lengua castellana», como le ha llamado el conde de las Navas, una de las -más finas amistades que conservo desde entonces. Me invitó D. Juan a sus -reuniones de los viernes, en donde me hice de excelentes conocimientos: -el duque de Almenara Alta, D. Narciso Campillo y otros cuantos que ya no -recuerdo. El duque de Almenara era un noble de letras, buen gustador de -clásicas páginas; y por su parte, dejó algunas amenas y plausibles. -Campillo, que era catedrático y hombre aferrado a sus tradicionales -principios, tuvo por mí simpatías, a pesar de mis demostraciones -revolucionarias. Era conversador de arranques y ocurrencias -graciosísimas, y contaba con especial donaire cuentos picantes y -verdes. - - - - -XXVII - - -La noche que me dedicara D. Juan Valera, y en la cual leí versos, me -dijo: «Voy a presentar a usted una reliquia». Como pasaran las doce y la -reliquia no apareciese, creí que la cosa quedaría para otra ocasión, -tanto más, cuanto que comenzaban a retirarse los contertulios. Pero D. -Juan me dijo que tuviese paciencia y esperase un rato más. Quedábamos ya -pocos, cuando a eso de las dos de la mañana, sonó el timbre y a poca -entró, envuelto en su capa, un viejecito de cuerpo pequeño, algo -encorvado y al parecer bastante sordo. Me presentó a él el dueño de la -casa, mas no me dijo su nombre, y el viejecito se sentó a mi lado. El -para mí desconocido, empezó a hablarme de América, de Buenos Aires, de -Río de Janeiro, en donde había estado por algún tiempo con cargos -diplomáticos o comisiones del gobierno de España; y luego, tratando de -cosas pasadas de su vida, me hablaba de «Pepe»: «Cuando Pepe estuvo en -Londres»... «Un día me decía Pepe»... «Porque como el carácter de Pepe -era así»... El caso me intrigaba vivamente. ¿Quién era aquel viejecito -que estaba a mi lado? No pude dominar mi curiosidad, me levanté y me -dirigí a D. Juan Valera. «Dígame, señor, le dije, ¿quién es el señor -anciano a quien usted me ha presentado?»--«La reliquia», me contestó. -«¿Y quién es la reliquia?» «_Bueno es el mundo, bueno, bueno, bueno_»... -La reliquia era D. Miguel de los Santos Alvarez; y Pepe, naturalmente, -era Espronceda. - -Salimos casi de madrugada. Campillo, y yo; con nosotros D. Miguel. Desde -la cuesta de Santo Domingo, llegamos hasta la puerta del Sol, y luego a -las cercanías del Casino de Madrid. Yo tenía la intención de ir a -acompañar la reliquia a su casa, pues ya los resplandores del alba -empezaban a iluminar al cielo. Se lo manifesté y él, con mucho gracejo, -me contestó:--«Le agradezco mucho, pero yo no me acuesto todavía. Tengo -que entrar al Casino, en donde me aguardan unos amigos... Ya ve usted; -calcule los años que tengo... ¡y luego dirán que hace daño trasnochar!» -Me desprendí muy satisfecho de haber conocido a semejante hombre de tan -lejanos tiempos. - -Un día, en un hotel que daba a la Puerta del Sol, adonde había ido a -visitar al glorioso y venerable D. Ricardo Palma, entró un viejo cuyo -rostro no me era desconocido, por fotografías y grabados. Tenía un gran -lobanillo o protuberancia, a un lado de la cabeza. Su indumentaria era -modesta, pero en los ojos le relampagueaba el espíritu genial. Sin -sentarse habló con Palma de varias cosas. Este me presentó a él; y yo me -sentí profundamente conmovido. Era D. José Zorrilla, «el que mató a D. -Pedro y el que salvó a don Juan...» Vivía en la pobreza, mientras sus -editores se habían llenado de millones con sus obras. Odiaba su famoso -_Tenorio_... Poco tiempo después, la viuda tenía que empeñar una de las -coronas que se ofrendaran al mayor de los líricos de España... Después -de que Castelar había pedido para él una pensión a las Cortes, pensión -que no se consiguió a pesar de la elocuencia del Crisóstomo, que habló -de quien era propietario del cielo azul, «en donde no hay nada que -comer»... - -Conocí a D.ª Emilia Pardo Bazán. Daba fiestas frecuentes, en ese tiempo, -en honor de las delegaciones hispano-americanas que llegaban a las -fiestas del centenario colombino. Sabidos son el gran talento y la -verbosidad de la infatigable escritora. Las noches de esas fiestas -llegaban los orfeones de Galicia, a cantar alboradas bajo sus balcones. -La señora Pardo Bazán todavía no había sido titulada por el Rey; pero -estaba en la fuerza de su fama y de su producción. Tenía un hijo, -entonces jovencito, D. Jaime, y dos hijas, una de ellas casada hoy con -el renombrado y bizarro coronel Cavalcanti. Su salón era frecuentado por -gente de la nobleza, de la política y de las letras; y no había -extranjero de valer que no fuese invitado por ella. Por esos días vi en -su casa a Maurice Barrés, que andaba documentándose para su libro _Du -sang, de la volupté et de la Mort_. Por cierto que le pasó una aventura -graciosísima en una corrida de toros. - - - - -XXVIII - - -Conocí mucho a D. Antonio Cánovas del Castillo, a quien fuí presentado -por D. Gaspar Núñez de Arce. Hacía poco que aquel vigoroso viejo, que -era la mayor potencia política de España, se había casado con doña -Joaquina de Osma, bella, inteligente y voluptuosa dama, de origen -peruano. Mucho se había hablado de ese matrimonio, por la diferencia de -edad; pero es el caso que Cánovas estaba locamente enamorado de su -mujer, y su mujer le correspondía con creces. Cánovas adoraba los -hombros maravillosos de Joaquina, y por otras partes, en las estatuas de -su _sérre_, o en las que decoraban vestíbulos y salones, se veían como -amorosas reproducciones de aquellos hombros y aquellos senos -incomparables, revelados por los osados escotes. La conversación de -Cánovas, como saben todos los que le trataron de cerca, era llena de -brío y de gracia, con su peculiar ceceo andaluz. Su mujer no le iba en -zaga como conversadora lista y pronta para la «ripposta»; y pude -presenciar, en una de las comidas a que asistiera en el opulento palacio -de la Huerta, en la Guindalera, a una justa de ingenio en que tomaban -parte Cánovas, Joaquina, Castelar y el general Riva Palacio. - -Cuéntase ahora en Madrid una leyenda, que si no es cierta, está bien -inventada como un cuento de antaño o como un romántico poema. Dícese que -cuando Cánovas fué asesinado por truculento y fanático anarquista -italiano, se repitió en España el episodio de doña Juana la Loca. Y que, -una vez que el cuerpo de su marido fué enterrado, después que le hubo -acompañado hasta el lugar de su último reposo, sin derramar, como -extática, una sola lágrima, la esposa se encerró en su palacio y no -volvió a salir mas de él. Dícese que apenas hablaba por monosílabos con -la servidumbre para dar sus órdenes; que recorría los salones -solitarios, con sus tocas de viuda; que una noche de invierno se vistió -de blanco con su traje de novia; que por la mañana, los criados la -buscaron por todas partes sin encontrarla; hasta que la hallaron en el -jardín, ya muerta; tendida con la cara al cielo y cubierta por la nieve. -Ello es lindo y fabuloso; Tennyson, Bécquer o Barbey d’Aureville. - - - - -XXIX - - -Los miembros de la delegación de Nicaragua, recibimos en la sección -correspondiente de la Exposición, y en su oportunidad, a los reyes de -España, que iban acompañados de los de Portugal. El día de la visita fué -la primera vez que observé testas coronadas. Me llamó la atención -fuertemente la hermosura de la reina portuguesa, alta y gallarda como -todas las Orleans, y fresca como una recién abierta rosa rosada. Iba -junto a ella el obeso marido, que debía tener tan trágico fin. En la -vecina sección de Guatemala, sucedió algo gracioso. Había preparado el -delegado guatemalteco, doctor Fernando Cruz, dos abanicos espléndidos -para ser obsequiados a la reina; pero uno de ellos era más espléndido -que el otro, puesto que era el destinado para la reina regente doña -María Cristina. Los abanicos estaban sobre una bandeja de oro. El -ministro, antes de ofrecerlos, anunció el obsequio en cortas y -respetuosas palabras. La reina doña Amelia de Portugal vió los dos -abanicos y con su mirada de joven y de coqueta se dió cuenta de cuál era -el mejor; y, sin esperar más, lo tomó para sí y dió las gracias al -ministro. - -Antes de retornar a Nicaragua, fuí invitado a tomar parte en una velada -lírico-literaria. Hablamos dos personas. Un joven orador de barba negra, -que conquistaba a los auditorios con su palabra cálida y fluyente, D. -José Canalejas, que fué luego presidente del Consejo de Ministros, y yo, -que leí unos versos, creo que los titulados _A Colón_. Poco tiempo -después tomaba el vapor para Centro-América, en el mismo puerto de -Santander, en donde había desembarcado. - -No tengo en la memoria ningún incidente del viaje de retorno, solamente -de las horas que el vapor se detuviera en el puerto de Cartagena, en -Colombia. Cartagena de Indias, la ciudad fundada por aquel antepasado D. -José María de Heredia, a quien el poeta cubano-francés ha cantado y -Claudius Popelin ha retratado en cuadro memorable. No lejos de Cartagena -está la residencia de Cabrero, en donde se encontraba entonces retirado -el antiguo Presidente de la República y célebre publicista y poeta, -doctor Rafael Núñez. Este hombre eminente ha sido de las más grandes -figuras de ese foco de superiores intelectos, que es el país -colombiano. Digan lo que quieran sus enemigos políticos, el nombre de -Rafael Núñez ha de resplandecer más tarde en una cierta y definitiva -gloria. Era un pensador y un formidable hombre de acción. Bajé a tierra -a hacerle una visita. Acompañábanle, cuando penetré a su morada, su -esposa doña Soledad y una sobrina. Me recibió con gravedad afable. Me -dijo cosas gratas, me habló de literatura y de mi viaje a España, y -luego me preguntó:--«¿Piensa usted quedarse en Nicaragua?»--«De ninguna -manera, le contesté, porque el medio no me es propicio.» «Es verdad, me -dijo. No es posible que usted permanezca allí. Su espíritu se ahogaría -en ese ambiente. Tendría usted que dedicarse a mezquinas políticas; -abandonaría seguramente su obra literaria y la pérdida no sería para -usted sólo, sino para nuestras letras. ¿Querría usted ir a Europa?» Yo -le manifesté que eso sería mi sueño deseado; y al mismo tiempo expresé -mis ansias por conocer Buenos Aires. «Puesto que usted lo quiere, -agregó, yo escribiré a Bogotá, al presidente señor Caro, para que se le -nombre a usted cónsul general en Buenos Aires, pues cabalmente la -persona que hoy ocupa ese puesto va a retirarse de la capital argentina. -Vaya usted a su país a dar cuenta de su misión, y espere las noticias -que se le comunicarán oportunamente.» No hay que decir que yo me llené -de esperanzas y de alegrías. - - - - -XXX - - -A mi llegada a Nicaragua, permanecí algunos días en la ciudad de León. -Hice todo lo posible por ver si el gobierno me pagaba allí más de medio -año de sueldos que me adeudaba; pero, por más que hice, vi que era -preciso que fuese yo mismo a la capital, cosa que quería evitar por más -de un motivo. - -Estando en León, se celebraron funerales en memoria de un ilustre -político que había muerto en París, D. Vicente Navas. Se me rogó que -tomase parte en la velada que se daría en honor del personaje fallecido, -y escribí unos versos en tal ocasión. Estaba, la noche de esa velada, -leyendo mi poesía, cuando me fué entregado un telegrama. Venía de San -Salvador, lugar adonde yo no podía ir a causa de los Ezetas, y en donde -residía mi esposa en unión de su madre y de su hermana casada. El -telegrama me anunciaba en vagos términos la gravedad de mi mujer, pero -yo comprendí por íntimo presentimiento que había muerto; y sin acabar de -leer los versos, me fuí precipitadamente al hotel en que me hospedaba, -seguido de varios amigos, y allí me encerré en mi habitación, a llorar -la pérdida de quien era para mí consolación y apoyo moral. Pocos días -después llegaron noticias detalladas del fallecimiento. Se me enviaba un -papel escrito con lápiz por ella, en el cual me decía que iba a hacerse -operar--había quedado bastante delicada después del nacimiento de -nuestro hijo--, y que si moría en la operación, lo único que me -suplicaba era que dejase al niño en poder de su madre, mientras ésta -viviese. Por otra parte, me escribía mi concuñado, el banquero D. -Ricardo Trigueros, que él se encargaría gustoso de la educación de mi -hijo, y que su mujer sería como una madre para él. Hace diez y nueve -años que esto ha sucedido y ello ha sido así. - -Pasé ocho días sin saber nada de mí, pues en tal emergencia recurrí a -las abrumadoras nepentas de las bebidas alcohólicas. Uno de esos días -abrí los ojos y me encontré con dos señoras que me asistían; eran mi -madre y una hermana mía, a quienes se puede decir que conocía por -primera vez, pues mis anteriores recuerdos maternales estaban como -borrados. Cuando me repuse, fué preciso partir para la capital para -hablar con el presidente, doctor Sacasa, y ver si me abonaban mis -haberes. - -Llegué a Managua y me instalé en un hotel de la ciudad. Me rodearon -viejos amigos; se me ofreció que se me pagarían pronto mis sueldos, mas -es el caso que tuve que esperar bastantes días; tantos que en ellos -ocurrió el caso más novelesco y fatal de mi vida, pero al cual no puedo -referirme en estas memorias por muy poderosos motivos. Es una página -dolorosa de violencia y engaño, que ha impedido la formación de un hogar -por más de veinte años; pero vive aún quien como yo ha sufrido las -consecuencias de un familiar paso irreflexivo, y no quiero aumentar con -la menor referencia una larga pena. El diplomático y escritor mejicano -Federico Gamboa, tan conocido en Buenos Aires, tiene escrita desde hace -muchos años esa página romántica y amarga, y la conserva inédita, porque -yo no quise que la publicase en uno de sus libros de recuerdos. Es -precisa, pues, aquí, esta laguna en la narración de mi vida. - - - - -XXXI - - -De este modo, encuéntreme el lector, como dos meses después, en la -ciudad de Panamá, en donde, según carta que había recibido en Managua, -del doctor Rafael Núñez, se me debía entregar por el gobernador del -Istmo mi nombramiento de cónsul general de Colombia en Buenos Aires. Así -fué, por la eficaz recomendación de aquel hombre ilustre. No solamente -se me entregó mi nombramiento--en el cual se me decía que se me daba -este puesto por no haber entonces ninguna vacante diplomática--y mi -carta patente correspondiente, sino una buena suma de sueldos -adelantados. En seguida tomé el vapor para Nueva York. - -Me hospedé en un hotel español, llamado el hotel América; y de allí se -esparció en la colonia hispanoamericana de la imperial ciudad la -noticia de mi llegada. Fué el primero en visitarme un joven cubano, -verboso y cordial, de tupidos cabellos negros, ojos vivos y penetrantes -y trato caballeroso y comunicativo. Se llamaba Gonzalo de Quesada, y es -hoy ministro de Cuba en Berlín. Su larga actuación panamericana es harto -conocida. Me dijo que la colonia cubana me preparaba un banquete que se -verificaría en casa del famoso «restaurateur» Martín, y que el «Maestro» -deseaba verme cuanto antes. El Maestro era José Martí, que se encontraba -en esos momentos en lo más arduo de su labor revolucionaria. Agregó -asimismo Gonzalo, que Martí me esperaba esa noche en Harmand Hall, en -donde tenía que pronunciar un discurso ante una asamblea de cubanos, -para que fuéramos a verle juntos. Yo admiraba altamente el vigor general -de aquel escritor único, a quien había conocido por aquellas formidables -y líricas correspondencias que enviaba a diarios hispanoamericanos como -_La Opinión Nacional_ de Caracas, _El Partido Liberal_ de México, y, -sobre todo, _La Nación_ de Buenos Aires. Escribía una prosa profusa, -llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música. Se -transparentaba el cultivo de los clásicos españoles y el conocimiento de -todas las literaturas antiguas y modernas; y, sobre todo, el espíritu de -un alto y maravilloso poeta. Fuí puntual a la cita, y en los comienzos -de la noche entraba en compañía de Gonzalo de Quesada por una de las -puertas laterales del edificio en donde debía hablar el gran -combatiente. Pasamos por un pasadizo sombrío; y, de pronto, en un cuarto -lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño de -cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo tiempo, y -que me decía esta única palabra: «¡Hijo!». - -Era la hora ya de aparecer ante el público, y me dijo que yo debía -acompañarle en la mesa directiva; y cuando me di cuenta, después de una -rápida presentación a algunas personas, me encontré con ellas y con -Martí en un estrado, frente al numeroso público que me saludaba con un -aplauso simpático. ¡Y yo pensaba en lo que diría el gobierno colombiano -de su cónsul general sentado en público, en una mesa directiva -revolucionaria antiespañola! Martí tenía esa noche que defenderse. Había -sido acusado, no tengo presente ya si de negligencia o de precipitación, -en no sé cuál movimiento de invasión a Cuba. Es el caso, que el núcleo -de la colonia le era en aquellos momentos contrario; mas aquel orador -sorprendente tenía recursos extraordinarios, y aprovechando mi -presencia, simpática para los cubanos que conocían al poeta, hizo de mí -una presentación ornada de las mejores galas de su estilo. Los aplausos -vinieron entusiásticos, y él aprovechó el instante para sincerarse y -defenderse de las sabidas acusaciones, y como ya tenía ganado al -público, y como pronunció en aquella ocasión uno de los más hermosos -discursos de su vida, el éxito fué completo y aquel auditorio, antes -hostil, le aclamó vibrante y prolongadamente. - -Concluído el discurso, salimos a la calle. No bien habíamos andado -algunos pasos, cuando oí que alguien le llamaba: «¡Don José! ¡Don José!» -«Era un negro obrero que se le acercaba humilde y cariñoso». «Aquí le -traigo este recuerdito», le dijo. Y le entregó una lapicera de -plata.--«Vea usted, me observó Martí, el cariño de esos pobres negros -cigarreros. Ellos se dan cuenta de lo que sufro y lucho por la libertad -de nuestra pobre patria». Luego fuimos a tomar el té a casa de una su -amiga, dama inteligente y afectuosa, que le ayudaba mucho en sus -trabajos de revolucionario. - -Allí escuché por largo tiempo su conversación. Nunca he encontrado, ni -en Castelar mismo, un conversador tan admirable. Era armonioso y -familiar, dotado de una prodigiosa memoria, y ágil y pronto para la -cita, para la reminiscencia, para el dato, para la imagen. Pasé con él -momentos inolvidables, luego me despedí. El tenía que partir esa misma -noche para Tampa, con objeto de arreglar no sé qué preciosas -disposiciones de organización. No le volví a ver más. - -Como él no pudo presidir el banquete que debían de darme los cubanos, -delegó su representación en el general venezolano Nicanor Bolet Peraza, -escritor y orador diserto y elocuente. Al banquete asistieron muchos -cubanos preeminentes, entre ellos Benjamín Guerra, Ponce de León, el -doctor Miranda y otros. Bolet Peraza pronunció una bella arenga y -Gonzalo de Quesada una de sus resonantes y ardorosas oraciones. Al día -siguiente tomamos el tren Gonzalo y yo, pues mi deseo era conocer la -catarata de Niágara, antes de partir para París y Buenos Aires. Mi -impresión ante la maravilla confieso que fué menor de lo que hubiera -podido imaginar. Aunque el portento se impone, la mente se representa -con creces lo que en la realidad no tiene tan fantásticas proporciones. -Sin embargo, me sentí conmovido ante el prodigio natural, y no dejé de -recordar los versos de José María de Heredia, el de castellana lengua. - -Retornamos a Nueva York y tomé el vapor para Francia. - - - - -XXXII - - -Yo soñaba con París desde niño, a punto de que cuando hacía mis -oraciones rogaba a Dios que no me dejase morir sin conocer París. París -era para mí como un paraíso en donde se respirase la esencia de la -felicidad sobre la tierra. Era la Ciudad del Arte, de la Belleza y de la -Gloria; y, sobre todo, era la capital del Amor, el reino del Ensueño. E -iba yo a conocer París, a realizar la mayor ansia de mi vida. Y cuando -en la estación de Saint-Lazare pisé tierra parisiense, creí hallar suelo -sagrado. Me hospedé en un hotel español que por cierto ya no existe. Se -hallaba situado cerca de la Bolsa, y se llamaba pomposamente Grand Hôtel -de la Bourse et des Ambassadeurs... Yo deposité en la caja, desde mi -llegada, unos cuantos largos y prometedores rollos de brillantes y -áureas águilas americanas de a veinte dólares. Desde el día siguiente -tenía carruaje a todas horas en la puerta, y comencé mi conquista de -París... - -Apenas hablaba una que otra palabra de francés. Fuí a buscar a Enrique -Gómez Carrillo, que trabajaba entonces empleado en la casa del librero -Garnier. - -Carrillo, muy contento de mi llegada, apenas pudo acompañarme, por sus -ocupaciones; pero me presentó a un español que tenía el tipo de un -gallardo mozo, al mismo tiempo que muy marcada semejanza de rostro con -Alfonso Daudet. Llevaba en París la vida del país de Bohemia, y tenía -por querida a una verdadera marquesa de España. Era escritor de gran -talento y vivía siempre en su sueño. Como yo, usaba y abusaba de los -alcoholes; y fué mi iniciador en las correrías nocturnas del Barrio -Latino. Era mi pobre amigo, muerto no hace mucho tiempo, Alejandro Sawa. -Algunas veces me acompañaba también Carrillo, y con uno y otro conocí a -poetas y escritores de París, a quienes había amado desde lejos. - -Uno de mis grandes deseos era poder hablar con Verlaine. Cierta noche, -en el cafe D’Harcourt, encontramos al Fauno, rodeado de equívocos -acólitos. - -Estaba igual al simulacro en que ha perpetuado su figura el arte -maravilloso de Carrière. Se conocía que había bebido harto. Respondía -de cuando en cuando, a las preguntas que le hacían sus acompañantes, -golpeando intermitentemente el mármol de la mesa. Nos acercamos con -Sawa, me presentó: «Poeta americano, admirador, etc.» Yo murmuré en mal -francés toda la devoción que me fué posible y concluí con la palabra -gloria... Quién sabe qué habría pasado esta tarde al desventurado -maestro; el caso es que, volviéndose a mí, y sin cesar de golpear la -mesa, me dijo en voz baja y pectoral: _¡La gloire!... ¡La gloire!... -¡M... M... encore!..._ Creí prudente retirarme y esperar para verle de -nuevo una ocasión más propicia. Esto no lo pude lograr nunca, porque las -noches que volví a encontrarle, se hallaba más o menos en el mismo -estado; y aquello, en verdad, era triste, doloroso, grotesco y trágico. -Pobre _¡Pauvre Lelian! ¡Priez pour le pauvre Gaspard!_... - - - - -XXXIII - - -Una mañana, después de pasar la noche en vela, llevó Alejandro Sawa a mi -hotel a Charles Morice, que era entonces el crítico de los simbolistas. -Hacía poco que había publicado su famoso libro _La littérature de tout à -l’heure_. Encontró sobre mi mesa unos cuantos libros, entre ellos un -Walt Whitman, que no conocía. Se puso a hojear una edición guatemalteca -de mi _Azul_, en que, por mal de mis pecados, incluí unos versos -franceses, entre los cuales los hay que no son versos, pues yo ignoraba -cuando los escribí muchas nociones de poética francesa. Entre ellas, -pongo por caso, el buen uso de la _e_ muda, que, aunque no se pronuncia -en la conversación, o es pronunciada escasamente, según el sistema de -algunos declamadores, cuenta como sílaba para la medida del verso. -Charles Morice fué bondadoso y tuvimos, durante mi permanencia en París, -buena amistad, que por cierto no hemos renovado en días anteriores. Con -quien tuve más intimidad fué con Juan Moreas. A éste me presentó -Carrillo en una noche barriolatinesca. Ya he contado en otra ocasión -nuestras largas conversaciones ante animadores bebedizos. Nuestras idas -por la madrugada a los grandes mercados, a comer almendras verdes, o -bien salchichas en los figones cercanos, donde se surten obreros y -trabajadores de «les Halles». Todo ello regado con vinos como el «petit -vin bleu» y otros mostos populares. Moreas regresaba a su casa, situada -por Montrouge, en tranvía, cuando ya el sol comenzaba a alumbrar las -agitaciones de París despierto. Nuestras entrevistas se repetían casi -todas las noches. Estaba el griego todavía joven; usaba su inseparable -monóculo y se retorcía los bigotes de palíkaro, dogmatizando en sus -cafés preferidos, sobre todo en el Vachetts, y hablando siempre de cosas -de arte y de literatura. Como no quería escribir en los diarios, vivía -principalmente de una pensión que le pasaba un tío suyo que era ministro -en el gobierno del rey Jorge, en Atenas. Sabido es que su apellido no -era Moreas, sino Papadiamantopoulos. Quien desee más detalles lea mi -libro _Los Raros_. Me habían dicho que Moreas sabía español. No sabía ni -una sola palabra. Ni él, ni Verlaine, aunque anunciaron ambos, en los -primeros tiempos de la revista _La Plume_, que publicarían una -traducción de «La Vida es Sueño» de Calderón de la Barca. Siendo así -como Verlaine solía pronunciar, con marcadísimo acento, estos versos de -Góngora: «A batallas de amor campo de plumas»; Moreas, con su gran voz -sonora, exclamaba «No hay mal que por bien no venga»... O bien: en -cuanto me veía: «¡Viva don Luis de Góngora y Argote!», y con el mismo -tono, cuando divisaba a Carrillo gritaba: «¡Don Diego Hurtado de -Mendoza!». Tanto Verlaine como Moreas eran popularísimos en el Quartier, -y andaban siempre rodeados de una corte de jóvenes poetas que, con el -Pauvre Lelian, se aumentaban de gentes de la mala bohemia, que no tenían -que ver con el arte ni con la literatura. - - - - -XXXIV - - -Entre los verdaderos amigos de Verlaine, había uno que era un excelente -poeta, Maurice Duplessis. Este era un muchacho gallardo, que vestía -elegante y extravagantemente, y que con Charles Maurras, que es hoy uno -de los principales sostenedores del partido Orleanista, y con Ernesto -Reynaud, que es comisario de policía, formaban lo que se llama la -escuela Romana, de que Moreas era el sumo Pontífice. A Duplessis, que -fué desde entonces muy mi amigo, le he vuelto a ver recientemente -pasando horas amargas y angustiosas, de las cuales le librara alguna vez -y ocasionalmente la generosidad de un gran poeta argentino. - -Yendo en una ocasión por los bulevares, oí que alguien me llamaba. Me -encontré con un antiguo amigo chileno, Julio Bañados Espinosa, que había -sido ministro principal de Balmaceda. Se ocupaba en escribir la historia -de la administración de aquel infortunado presidente. Nos vimos -repetidas veces. Me invitó a comer en un círculo de Esgrima y Artes, que -no era otra cosa, en realidad, sino una casa de juego, como son muchos -círculos de París. Allá me presentó al famoso Aurelien Scholl, ya viejo -y siempre monoculizado. Se decía que el juego no era perseguido en ese -club, porque la influencia de Scholl... pero no deseo repetir aquí -murmuraciones bulevarderas. - -Comía yo generalmente en el café Larue, situado enfrente de la -Magdalena. Allí me inicié en aventuras de alta y fácil galantería. Ello -no tiene importancia; mas he de recordar a quien me diese la primera -ilusión de costoso amor parisién. Y vaya una grata memoria a la gallarda -Marión Delorme, de victorhuguesco nombre de guerra, y que habitaba -entonces en la avenida Víctor Hugo. Era la cortesana de los más bellos -hombros. Hoy vive en su casa de campo y da de comer a sus finas aves de -corral. Los cafés y restaurants del bosque no tuvieron secretos para mí. -Los días que pasé en la capital de las capitales, pude muy bien no -envidiar a ningún irreflexivo «rastaquouere». Pero los rollos de águilas -iban mermando y era preciso disponer la partida a Buenos Aires. Así lo -hice, no sin que mi codicioso hotelero, viendo que se le escapaba esa -«pera», como dicen los franceses, quisiese quedarse con el resto de mis -oros, de lo cual me libró la intervención de un cónsul, y de mi buen -amigo Tible Machado, que residía, también con cargo consular, en el -puerto del Havre. - - - - -XXXV - - -Me embarqué para la capital argentina, llevando como «valet» a un -huesudo holandés que sin recomendación alguna se me presentó -ofreciéndome sus servicios. - -Y héme aquí, por fin, en la ansiada ciudad de Buenos Aires, a donde -tanto había soñado llegar desde mi permanencia en Chile. Los diarios me -saludaron muy bondadosamente. _La Nación_ habló de su colaborador con -términos de afecto, de simpatía y de entusiasmo, en líneas confiadas al -talento de Julio Piquet. _La Prensa_ me dió la bienvenida, también en -frases finas y amables, con que me favoreciera la gentileza del ya -glorioso Joaquín V. González. - -Fuí muy visitado en el hotel en donde me hospedaran. Uno de los primeros -que llegaron a saludarme fué un gran poeta a quien yo admiraba desde -mis años juveniles, muchos de cuyos versos se recitan en mi lejano país -original: Rafael Obligado. Otro fué D. Juan José García Velloso, aquel -maestro sapiente y sensible, que vino de España, y que cantó y enseñó -con inteligencia erudita y con cordial voluntad. - -Presenté mi Carta Patente y fuí reconocido por el gobierno argentino -como Cónsul General de Colombia. Mi puesto no me dió ningún trabajo, -pues no había nada que hacer, según me lo manifestara mi antecesor, el -Sr. Samper, dado que no había casi colombianos en Buenos Aires y no -existían transacciones ni cambios comerciales entre Colombia y la -República Argentina. - -Fuí invitado a las reuniones literarias que daba en su casa don Rafael -Obligado. Allí concurría lo más notable de la intelectualidad -bonaerense. Se leían prosas y versos. Después se hacían observaciones y -se discutía el valor de éstas. Allí me relacioné con el poeta y hombre -de letras doctor Calixto Oyuela, cuya fama había llegado hacía tiempo a -mis oídos. Conocía sus obras, muy celebradas en España. Talento de cepa -castiza, seguía la corriente de las tradiciones clásicas, y en todas sus -obras se encuentra la mayor corrección y el buen conocimiento del -idioma. Me relacioné también con Alberto del Solar, chileno radicado en -Buenos Aires, que se ha distinguido en la producción de novelas, obras -dramáticas, ensayos y aun poesías. Con Federico Gamboa, entonces -secretario de la Legación de México, que animaba la conversación con -oportunas anécdotas, con chispeantes arranques y con un buen humor -contagioso e inalterable, y que ha producido notables piezas teatrales, -novelas y otros libros amenos y llenos de interés. Con Domingo Martinto -y Francisco Soto y Calvo, ambos cuñados de Obligado, ambos poetas y -personas de distinción y afabilidad. Con el doctor Ernesto Quesada, -letrado erudito, escritor bien nutrido y abundante, de un saber -cosmopolita y políglota; y con otros más, pertenecientes al Buenos Aires -estudioso y literario. El dueño de casa nos regalaba con la lectura de -sus poesías, vibrantes de sentimiento o llameantes de patriotismo. Así -pasábamos momentos inolvidables que ha recordado Federico Gamboa, con su -estilo ágil y lleno de sinceridad, en las páginas de su «Diario». - - - - -XXXVI - - -Naturalmente que desde mi llegada me presenté a la redacción de _La -Nación_, donde se me recibió con largueza y cariño. Dirigía el diario el -inolvidable Bartolito Mitre. Lo encontré en su despacho fumando su -inseparable largo cigarro italiano. Sentí a la inmediata, después de -conversar un rato, la verdad de su amistad transparente y eficaz que se -conservó hasta su muerte. Me llevó a presentarme a su padre el general, -y me dejó allí, ante aquel varón de historia y de gloria, a quien yo no -encontraba palabra que decir, después de haber murmurado una salutación -emocionada. Me habló el general Mitre de Centro América y de sus -historiadores Montufar, Ayón, Fernández; recordó al poeta guatemalteco -Batres, autor de «El Reloj», habló de otras cosas más. Me hizo algunas -preguntas sobre el canal de Nicaragua. Estuvo suave y alentador en su -manera seria y como triste, cual de hombre que se sabía ya dueño de la -posteridad. Salí contentísimo. - -Era Administrador de _La Nación_ D. Enrique de Vedia. Alto, delgado, -aspecto de figura de caballero del Greco. Grave y acerado, tenía una -sólida y variada cultura y un gusto excelente. A pesar de la diferencia -de caracteres y de edades, cultivábamos la mejor amistad, y por -indicación suya escribí muchos de los mejores artículos que publiqué en -ese época en _La Nación_. Era subdirector del diario _Aníbal Latino_, -esto es, José Ceppi, hombre al parecer un tanto adusto, pero dotado de -actividad, de resistencia y de inmejorables condiciones para el puesto -que desempeñaba. Secretario de redacción era Julio Piquet, experto -catador de elixires intelectuales, escritor de sutiles pensares y de -gentilezas de estilo, y que contribuía poderosamente a la confección de -aquellos números nutridos de brillante colaboración del gran periódico, -que se diría tenían carácter antológico. En la casa traté a crecido -número de redactores y colaboradores, de los cuales unos han -desaparecido y otros se han alejado por ley del tiempo y de los cambios -de la vida; pero ninguno fué más íntimo compañero mío que Roberto J. -Payró, trabajador insigne, cerebro comprendedor e imaginador, que sin -abandonar las tareas periodísticas ha podido producir obras de aliento -en el teatro y en la novela. Fué asimismo amigo mío el autor de _La -Bolsa_, José Miró, que firmaba con el pseudónimo de _Julián Martel_ y -cuya única obra auguraba una rica y aquilatada producción futura. El -pobre Miró pasó en trabajosa bohemia y en consuetudinaria escasez, los -mejores años de su juventud, y, ¡oh, ironías de la suerte!, después que -murió de tuberculosis, se encontró que una parienta millonaria le había -dejado en su testamento una fortuna. - - - - -XXXVII - - -Claro es que mi mayor número de relaciones estaba entre los jóvenes de -letras, con quienes comencé a hacer vida nocturna, en cafés y -cervecerías. Se comprende que la sobriedad no era nuestra principal -virtud. Frecuentaba también a otros amigos que ya no eran jóvenes, como -ese espíritu singular, lleno de tan variadas luces y de quien emanaba -una generosidad corriente, simpática y un contagio de vitalidad y de -alegría, el doctor Eduardo L. Holemberg; o bien el hoy célebre -americanista Ambrosetti, que ilustraba nuestras charlas con sus -ilustrativas narraciones. Con Payró nos juntábamos en compañía del -bizarro poeta, entonces casi un efebo, pero ya encendido de cosas -libertarias, Alberto Ghiraldo; de Manuel Argerich, cariñoso _dandy_, -que escribió para el teatro; del excelente aeda suizo Charles Soussens, -fiel a sus principios de nocturnidad; de José Ingenieros, hoy psiquiatra -eminente; de José Pardo, que fundara varias revistas; de Diego Fernández -Espiro, el mosquetero de los sonantes sonetos; del encantador veterano -Antonino Lamberti, a quien los manes de Anacreonte bendicen y a quien -las Gracias y las Musas han sido siempre propicias y halagadoras. - -Otro de mis amigos, que ha sido siempre fraternal conmigo, era Charles -E. F. Vale, un inglés criollo incomparable. - -Una noche, con motivo del aniversario de la reina Victoria, le dicté en -el restaurant de «Las 14 provincias», un pequeño poema en prosa, -dedicado a su soberana, que él escribió a falta de papel en unos cuantos -sobres y que no ha aparecido en ninguno de mis libros. Ese poemita es el -siguiente: - -_God save the Queen_ - -To my friend C. E. F. Vale. - -Por ser una de las más fuertes y poderosas tierras de poesía; - -Por ser la madre de Shakespeare; - -Porque tus hombres son bizarros y bravos, en guerras y en olímpicos -juegos; - -Porque en tu jardín nace la mejor flor de las primaveras, y en tu cielo -se manifiesta el más triste sol de los inviernos; - -Canto a tu reina, oh grande y soberbia Britania, con el verso que -repiten los labios de todos tus hijos: - -_God save the Queen_ - -Tus mujeres tienen los cuellos de los cisnes y la blancura de las rosas -blancas; - -Tus montañas están impregnadas de leyenda, tu tradición es una mina de -oro, tu historia una mina de hierro, tu poesía una mina de diamantes; - -En los mares, tu bandera es conocida de todas las espumas y de todos los -vientos, a punto de que la tempestad ha podido pedir carta de ciudadanía -inglesa; - -Por tu fuerza, oh Inglaterra: - -_God save the Queen_ - -Porque albergaste en una de tus islas a Víctor Hugo; - -Porque sobre el hervor de tus trabajadores, el tráfago de tus marinos y -la labor incógnita de tus mineros, tienes artistas que te visten de -sedas de amor, de oros de gloria, de perlas líricas; - -Porque en tu escudo está la unión de la fortaleza y del ensueño, en el -león simbólico de los reyes y unicornio amigo de las vírgenes y hermano -del Pegaso de los soñadores; - -_God save the Queen_ - -Por tus pastores que dicen los salmos y tus padres de familia que en las -horas tranquilas leen en alta voz el poeta favorito junto a la chimenea; - -Por tus princesas incomparables y tu nobleza secular; - -Por San Jorge, vencedor del Dragón; por el espíritu del gran Will y los -versos de Swinburne y Tennyson; - -Por tus muchachas ágiles, leche y risa, frescas y tentadoras como -manzanas; - -Por tus mozos fuertes que aman los ejercicios corporales; por tus -_scholars_ familiarizados con Platón, remeros o poetas; - -_God save the Queen_ - - -Envío. - -Reina y emperatriz, adorada de tu inmenso pueblo, madre de reyes. -Victoria favorecida por la influencia de Nile; solemne viuda vestida de -negro, adoradora del príncipe amado; Señora del mar; Señora del país de -los elefantes. Defensora de la Fe, poderosa y gloriosa anciana, el himno -que te saluda se oiga hoy por toda la tierra: Reina buena: «¡Dios te -salve!». - - - - -XXXVIII - - -Comencé a publicar en _La Nación_ una serie de artículos sobre los -principales poetas y escritores que entonces me parecieron raros, o -fuera de lo común. A algunos les había conocido personalmente, a otros -por sus libros. La publicación de la serie de «Los raros», que después -formó un volumen, causó en el Río de la Plata excelente impresión, sobre -todo entre la juventud de letras, a quien se revelaban nuevas maneras de -pensamiento y de belleza. Cierto que había en mis exposiciones, juicios -y comentos, quizás demasiado entusiasmo; pero de ello no me arrepiento, -porque el entusiasmo es una virtud juvenil que siempre ha sido -productora de cosas brillantes y hermosas; mantiene la fe y aviva la -esperanza. Uno de mis artículos me valió una carta de la célebre -escritora francesa, Mme. Alfred Valette, que firma con el pseudónimo de -_Rachilde_, carta interesante y llena de _esprit_, en que me invitaba a -visitarla en la redacción de el «Mercure de France» cuando yo llegase a -París. A los que me conocen no les extrañará que no haya hecho tal -visita durante más de doce años de permanencia fija en la vecindad de la -redacción del «Mercure». He sido poco aficionado a tratarme con esos -«chermaïtre», franceses, pues algunos que he entrevisto me han parecido -insoportables de _pose_ y terribles de ignorancia de todo lo extranjero, -principalmente en lo referente a intelectualidad. - -Pasaba, pues, mi vida bonaerense escribiendo artículos para _La Nación_, -y versos que fueron más tarde mis «Prosas Profanas», y buscando por la -noche el peligroso encanto de los paraísos artificiales. Me quedaba -todavía en el Banco Español del Río de la Plata algún resto de mis -águilas americanas; pero éstas volaron pronto, por el peregrino sistema -que yo tenía de manejar fondos. Me acompañaba un extraordinario -secretario francés, que me encontré no sé dónde, y que me sedujo -hablándome de sus aventuras en Indo-China. Considerad que me contaba: -«Una vez en Saigón...» o bien: «Aquella tarde en Singapour...», o bien: -«Entonces me contestó mi amigo el Maradjad...» ¡No solamente le hice mi -secretario, sino que él llevaba en el bolsillo mi libro de cheques! -Felizmente, cuando volaron todas las águilas, voló él también, con su -larga nariz, su infaltable sombrero de copa y su largo levitón. - -Vino la noticia de la muerte del doctor Rafael Núñez, y pocos meses -después recibí nota de Bogotá, en que se me anunciaba la supresión de mi -consulado. Me quedé sujeto a lo que ganaba en _La Nación_, y luego a un -buen sueldo que por inspiración providencial me señaló en _La Tribuna_ -su director, ese escritor de bríos y gracias que se firmaba _Juan -Cancio_, y que no es otro que mi buen amigo Mariano de Vedia. Mi -obligación era escribir todos los días una nota larga o corta, en prosa -o verso, en el periódico. Después me invitó a colaborar en su diario «El -Tiempo» el generoso y culto Carlos Vega Belgrano, que luego sufragó los -gastos para la publicación de mi volumen de versos «Prosas Profanas». - - - - -XXXIX - - -«Prosas Profanas», cuya sencillez y poca complicación se pueden apreciar -hoy, causaron al aparecer, primero en periódicos y después en libro, -gran escándalo entre los seguidores de la tradición y del dogma -académico; y no escasearon los ataques y las censuras y mucho menos las -bravas defensas de impertérritos y decididos soldados de nuestra -naciente reforma. Muchos de los contrarios se sorprendieron hasta del -título del libro, olvidando las prosas latinas de la Iglesia, seguidas -por Mallarmé en la dedicada al Des Esseint de Huysmans; y sobre todo, -las que hizo en «roman paladino», uno de los primitivos de la castellana -lírica. José Enrique Rodó explicó y Remy de Gourmont me había -manifestado ya respecto a dicho título, en una carta: «C’est une -trouvaille». De todas esas poesías ha hecho el autor de «Motivos de -Proteo» una encantadora exégesis. - -Una de ellas, la titulada «Era un aire suave», fué escrita en edad de -ilusiones y de sueños y evocada en esta ciudad práctica y activa, un -bello tiempo pasado, ambiente del siglo XVIII francés, visión imaginaria -traducida en nuevas verdades músicas. Ella dice la eterna ligereza cruel -de aquella a quien un aristocrático poeta llamara _Enfant Malade_, y -trece veces impura; la que nos da los más dulces y los más amargos -instantes en la vida; la Eulalia simbólica que ríe, ríe, ríe, desde el -instante en que tendió a Adán la manzana paradisíaca. Como siempre, hubo -sus aplausos y sus críticas, en las cuales, gente que había oído hablar -de decadentes y de simbolistas, aseguraban ser mis producciones -ininteligibles, censura cuya causa no he podido nunca comprender. Como -he dicho, había también quienes me seguían y me aplaudían; y tiempo -después debían aquí repetirse por la obra de otros poetas de libertad y -de audacia, iguales censuras, como también iguales aplausos. - -Mi poesía _Divagación_ fué escrita en horas de soledad y de aislamiento -que fuí a pasar en el Tigre Hotel. ¿Tenía yo algunos amoríos? No lo -sabré decir ahora. Es el caso que en esos versos hay una gran sed -amorosa y en la manifestación de los deseos y en la invitación a la -pasión, se hace algo como una especie de geografía erótica. El poema -concluía así: - -... Amor, en fin, que todo diga y cante, - Amor que encante y deje sorprendida - A la serpiente de ojos de diamante - Que está enroscada al árbol de la vida. - - Amame así, fatal, cosmopolita. - Universal, inmensa, única, sola. - Y todas; misteriosa y erudita; - Amame mar y nube; espuma y ola. - - Sé mi reina de Saba, mi tesoro; - Descansa en mis palacios solitarios. - Duerme. Yo encenderé los incensarios - Y junto a mi unicornio cuerno de oro - Tendrán rosas y miel tus dromedarios. - - - - -XL - - -Luego vienen otras poesías que han llegado a ser de las más conocidas y -repetidas en España y América, como la _Sonatina_, por ejemplo, que por -sus particularidades de ejecución, yo no sé por qué no ha tentado a -algún compositor para ponerle música. La observación no es mía. «Pienso, -dice Rodó, que la _Sonatina_ hallaría su comentario mejor en el -acompañamiento de una voz femenina que le prestara melodioso realce. El -poeta mismo ha ahorrado a la crítica la tarea de clasificar esa -composición, dándole un nombre que plenamente la caracteriza. Se cultiva -casi exclusivamente en ella, la virtud musical de la palabra y del ritmo -poético». En efecto, la musicalidad en este caso, sugiere o ayuda a la -concepción de la imagen soñada. - -_Blasón_ es el título de otra corta poesía, que fué escrita en Madrid en -el tiempo de las fiestas del Centenario de Colón. Tuve allí oportunidad -de conocer a un gentil hombre, diplomático centroamericano, casado con -una alta dama francesa, como que es, por sus primeras nupcias, la madre -del actual jefe de la casa de Gontaut-Biron, el conde de Gontaut -Saint-Blancard. Me refiero a la marquesa de Peralta. En el álbum de tal -señora, celebré la nobleza y la gracia de un ave insigne; el cisne. -Después están las alabanzas a los «ojos negros de Julia». ¿Qué Julia? Lo -ignoro ahora. Sed benévolos ante tamaña ingratitud con la belleza. -Porque, ciertamente, debió de ser bella la dama que inspiró las estrofas -de que trato, en loor de los ojos negros, ojos que, al menos en aquel -instante, eran los preferidos. Luego será un recuerdo galante en el -escenario del siempre deseado París. Pierrot, el blanco poeta, encarna -el amor lunar, vago y melancólico, de los líricos sensitivos. Es el -carnaval. La alegría ruidosa de la gran ciudad se extiende en calles y -bulevares. El poeta y su ilusión, encarnada en una fugitiva y harto -amorosa parisién, certifica, por la fatalidad de la vida, la tristeza de -la desilusión y el desvanecimiento de los mejores encantos. Rodó--a -quien siempre habría que citar tratándose de «Prosas Profanas»--ha dicho -cosas deliciosas a propósito de estos versos. - -Hay en el tomo de «Prosas Profanas» un pequeño poema en prosa rimada, de -fecha muy anterior a la poesías escritas en Buenos Aires, pero que por -la novedad de la manera llamó la atención. Está, se puede decir, calcado -en ciertos preciosos y armoniosos juegos que Catulle Mendès publicó con -el título de «Lieds de France». Catulle Mendès, a su vez, los había -imitado de los poemitas maravillosos de Gaspard de la Nuit, y de -estribillos o refranes de rondas populares. Me encontraba yo en la -ciudad de New-York, y una señorita cubana, que era prodigiosa en el -arpa, me pidió le escribiese algo que en aquella dura y colosal Babel le -hiciese recordar nuestras bellas y ardientes tierras tropicales. Tal fué -el origen de esos aconsonantados ritmos que se titulan _En el país del -Sol_. - -Un soneto hay en ese libro que se puede decir ha tenido mayor suerte que -todas mis otras composiciones, pues de los versos míos son los más -conocidos, los que se recitan más, en tierra hispana como en nuestra -América. Me refiero al soneto _Margarita_. Por cierto, la boga y el -éxito se deben a la anécdota sentimental, a lo sencillo emotivo, y a que -cada cual comprende y siente en sí el sollozo apasionado que hay en -estos catorce versos. Entonces sí, ya había caído yo en Buenos Aires en -nuevas redes pasionales; y fuí a ocultar mi idilio, mezclado a veces de -tempestad, en el cercano pueblo de San Martín. ¿En dónde se encontrará, -Dios mío, aquella que quería ser una Margarita Gauthier, a quien no es -cierto que la muerte haya deshojado, «por ver si me quería», como dice -el verso, y que llegara a dominar tanto mis sentidos y potencias? ¡Quién -sabe! Pero, si llegásemos a encontrarnos, es seguro que se realizaría lo -que expresa la tan humana redondilla de Campoamor: - - Pasan veinte años, vuelve él - y al verse, exclaman él y ella: - --¡Dios mío, y ésta es aquélla! - --¡Santo Dios, y éste es aquél! - -Hay otra poesía en ese volumen, escrita en España en 1892, en la cual se -ven ya los distintivos que han de caracterizar mi producción anterior, a -pesar de que ese trabajo es castizo, de espíritu español puro, de -acento, de tradición, de manera, de forma. Es en elogio de un metro -popular, armonioso y cantante, la seguidilla. A ese tiempo también -pertenecía el «pórtico» que escribí en Madrid para que sirviese de -introducción a la colección de poesías que con el título de «En tropel» -dió a luz el poeta Salvador Rueda. - -_La página blanca_ fué escrita en Buenos Aires, en casa del pobre -Miguelito Ocampo. ¿Quién se acuerda de Miguelito Ocampo?... Hombre de -corazón bueno, de natural ingenio, a quien se debe el primer ensayo de -zarzuela cómica nacional argentina, y que hubiese quizás dejado una -producción más copiosa e importante, si la peor de las bohemias no le -arrebata, primero la voluntad y después la salud y la vida. En su casa -escribí, como he dicho antes, _La página blanca_, en presencia de -nuestro querido viejo Lamberti, a quien dediqué esos versos. Casi todas -las composiciones de «Prosas Profanas» fueron escritas rápidamente, ya -en la redacción de _La Nación_, ya en las mesas de los cafés, en el -Aue’s Keller, en la antigua casa de Lucio, en la de Monti. _El coloquio -de los centauros_ lo concluí en _La Nación_, en la misma mesa en que -Roberto Payró escribía uno de sus artículos. Tanto éstas como otras -poesías exigirían bastantes exégesis y largas explicaciones, que a su -tiempo se harán. - - - - -XLI - - -Otra hospitalidad de buen humor que me acogiera por esos días fué la del -excelente amigo Rouquad. Allí rendíamos tributo a la gula, con platos -suculentos que solía dirigir el dueño de casa. Allí llegaban, entre -otros compañeros ya nombrados, un joven poeta de audacia y fantasía, que -ha producido después libros muy plausibles. Se llamaba Américo Llanos, -era de origen uruguayo y desempeña actualmente el consulado de su país -en San Sebastián de España, con su verdadero nombre, Armando Vasseur. -Iba también cierto abate francés, de apellido Claude, que enseñaba su -idioma al melodioso y elegante lírico de dorados cabellos, Eugenio Díaz -Romero. Este abate tenía una historia de las más escabrosas y que habría -interesado a Barbey d’Aurevilly. Era sobrino de un cardenal. Había -venido a la Argentina muy bien recomendado, pero al hombre le gustaban -mucho los alcoholes, en especial la demoníaca agua verde del ajenjo. En -una de las provincias colgó los hábitos, pues se había enamorado -locamente de la mujer con quien tuvo varios hijos. Ella, atemorizada o -arrepentida, le abandonó para casarse con otro; y poseyó al abate la -mayor desesperación, y la desesperación y el veneno verde le llevaron -casi a la locura. Volvió a Buenos Aires y entonces fué cuando le conocí. -En _La Nación_ he publicado una página en que narro cómo el general -Mitre pudo socorrer una vez al infeliz religioso, en momentos de miseria -y de angustia. Mucho tiempo después, se me apareció en París el -desventurado. Iba de nuevo vestido con sus ropas talares. Lo tenía -recluído el arzobispo en un convento. Le dejaban salir muy de tarde en -tarde y en compañía de algún otro sacerdote; pero esa vez llegó solo. Me -contó sus horas de oración y de arrepentimiento, mas poco á poco se fué -exaltando.--«Vamos, me dijo, a dar una vuelta.» Yo le acompañé a la -calle. Conversaba ya tranquilo, ya agitado, sobre todo cuando me -recordaba a la mujer de quien siempre estaba enamorado, y a sus hijos. Y -como pasáramos cerca de un café:--«Entremos, me dijo, tengo mucha sed, -tomaremos algún refresco». Por más que me opuse, vi que la cosa era -irremediable. Entramos, y con asombro de los concurrentes, el abate, en -vez de un refresco, ya comprenderéis que pidió su veneno. Yo me despedí -más tarde. Al día siguiente llegó a verme de nuevo en un estado -lamentable. Me dijo que todo aquello no era sino obra del demonio; que -él estaba arrepentido y que para cortar el mal de raíz, se iría a una -cartuja que está en una isla cerca de Niza. Creí que todas esas promesas -eran historias; pero el abate desapareció y a los pocos días recibía yo -unas cuantas fotografías de la Cartuja, y una carta en que el triste me -anunciaba su definitiva separación del mundo. No volví a saber nunca más -de él. - - - - -XLII - - -En la redacción de _Tribuna_ me relacioné, por presentación de Mariano -de Vedia, con el doctor Lorenzo Anadón, con el general Mansilla, y los -poetas Carlos Roxlo y Christián Roeber. Mansilla simpatizó mucho conmigo -y publicó a este respecto un precioso y chispeante artículo. Le visité. -En su casa me mostró cosas curiosísimas, entre ellas el mejor retrato -que yo haya visto de su tío D. Juan Manuel de Rozas. Alcancé a conocer -también a su madre, doña Agustina, la belleza célebre que aun -resplandecía en su ancianidad, y a quien, cuando murió, deshojé un -ramillete de rosas literarias. El poeta Roxlo era de trato suave y -delicado y no adivinaba yo en él al futuro vigoroso combatiente de las -luchas políticas. Publicaba sus versos impregnados de perfume patrio y -en los cuales hay sollozos de guitarra pampera, melancólicos aires -rurales, y la revelación armoniosa de un profundo sentir. Roeber era -tipo romántico y legendario. Su novela vital se contaba en voz baja. Se -decía que, por drama de amores, lo que menos le había pasado era recibir -una bala en la cabeza, en duelo, por lo cual tuvo que estar un tiempo -encerrado en un manicomio. Es lo cierto que tenía un conocido título -español, con el cual publicó una serie de traducciones de las novelas de -cierto alegre y ha tiempo pasado de moda autor francés. Mansilla me dió -una comida a la cual invitó a algunos intelectuales. Tengo presente la -larga conversación que allí tuve con el doctor Celestino Pera, y la -interesantísima fecundia de nuestro anfitrión, que narrara amenos -sucesos y prodigara agudas ocurrencias, felices frases, con ese poder de -conversador ágil y oportuno que se ha reconocido en todas partes. - -Fundé una revista literaria en unión de un joven poeta tan leído como -exquisito, de origen boliviano, Ricardo Jamies Freyre, actualmente -vecino de Tucumán. Ricardo es hijo del conocido escritor, periodista y -catedratico que ha publicado tan curiosas y sabrosas tradiciones desde -hace largo tiempo, en su país de Bolivia, y que en Buenos Aires hizo -aparecer un valioso volumen sobre el antiguo y fabuloso Potosí. El y su -hijo eran para mí excelentes amigos. Con _Brocha Gorda_, pseudónimo de -Jaimes padre, solíamos hacer amenas excursiones teatrales, o bien por la -isla de Maciel, pintoresca y alegre, o por las fondas y comedores -italianos de La Boca, en donde saboreábamos pescados fritos, y pastas al -jugo, regados con tintos chiantis y oscuros barolos. Quien haya -conversado con Julio L. Jaimes, sabrá del señorito y del ingenio de los -caballeros de antaño. - -Con Ricardo no entrábamos por simbolismos y decadencias francesas, por -cosas d’annunzianas, por prerrafaelismos ingleses y otras novedades de -entonces, sin olvidar nuestras ancestrales Hitas y Berceos, y demás -castizos autores. Fundamos, pues, la «Revista de América», órgano de -nuestra naciente revolución intelectual y que tuvo, como era de -esperarse, vida precaria, por la escasez de nuestros fondos, la falta de -suscripciones y, sobre todo, porque a los pocos números, un -administrador italiano, de cuerpo bajito, de redonda cabeza calva y -maneras untuosas, se escapó llevándose los pocos dineros que habíamos -podido recoger. Y así acabó nuestra entusiasta tentativa. Pero Ricardo -se desquitó, dando a luz su libro de poesías _Castalia Bárbara_, que fué -una de las mejores y más brillantes muestras de nuestros esfuerzos de -renovadores. Allí se revelaba un lírico potente, delicado, sabio en -técnica y elevado en numen. - - - - -XLIII - - -Y se creó el grupo del Ateneo. Esta asociación, que produjo un -considerable movimiento de ideas en Buenos Aires, estaba dirigida por -reconocidos capitanes de la literatura, de la ciencia y del arte. -Zuberbuhler, Alberto Williams, Julián Aguirre, Eduardo Schiaffino, -Ernesto de la Cárcova, Sivori, Ballerini, de la Valle, Correa Morales y -otros animaban el espíritu artístico; Vega Belgrano, D. Rafael Obligado, -D. Juan José García Velloso, el doctor Oyuela, el doctor Ernesto -Quesada, el doctor Norberto Piñero y algunos más, fomentaban las letras -clásicas y las nacionales, y los más jóvenes alborotábamos la atmósfera -con proclamaciones de libertad mental. - -Yo hacía todo el daño que me era posible al dogmatismo hispano, al -anquilosamiento académico; a la tradición hermosillesca, a lo -pseudo-clásico, a lo pseudo-romántico, a lo pseudo-realista y -naturalista, y ponía a mis «raros» de Francia, de Italia, de Inglaterra, -de Rusia, de Escandinavia, de Bélgica y aun de Holanda y de Portugal, -sobre mi cabeza. Mis compañeros me seguían y me secundaban con denuedo. -Exagerábamos, como era natural, la nota. Un Benjamín de la tribu, Carlos -Alberto Becú, publicó una _plaquette_, donde por primera vez aparecían -en castellano versos libres a la manera francesa; pues los versos libres -de Jaimes Freyre eran combinaciones de versos normales castellanos. Becú -hace tiempo abandonó sus inclinaciones líricas y es hoy un grave y -sesudo internacionalista. Luis Berisso publicaba su _Pensamiento de -América_, su traducción de _Belkis_, del portugués Eugenio de Castro, y -trabajaba porque se relacionaran los jóvenes intelectuales argentinos -con los del resto de Hispano-América. Leopoldo Díaz escribía sus -elegancias parnasianas, sus poemas de esfuerzo isotérico. Angel de -Estrada anunciaba con su producción el sutil e intenso poeta y el -prosista artístico y sugestivo que es hoy. Con él y con Alberto Vergara -Biedma, profundizador y elocuente, divagábamos sobre temas de belleza. -Miguel Escalada, que abandonó a las generosas musas, burilaba o miniaba -poemitas de singular y suave gracia. Eduardo de Ezcurra nos hablaba de -su estética y nos citaba siempre a Campanella, uno de sus autores -favoritos. Carlos Baires nos hacía pensar en trascendentes problemas, -con sus iniciaciones filosóficas. Mauricio Nirenstein nos mostraba -selecciones de las letras alemanas y nos instruía en asuntos talmúdicos. -José Ingenieros, con su aguda voz y su agudo espíritu nos hacía vibrar -en súbitos entusiasmos itálicos. José Pardo llevaba alguna página de -pasión, y el bien de su sedoso carácter. José Ojeda nos ungía con el -óleo de la música; y si hay otros que no vienen ahora a mi memoria, han -de perdonármelo a causa del tiempo. Por esos días di en el Ateneo una -conferencia en extremo laudatoria sobre el soñador lusitano Eugenio de -Castro. De ese vibrante grupo del Ateneo brotaron muchos versos, muchas -prosas; nacieron revistas de poca vida, y en nuestras modestas comidas a -escote, creábamos alegría, salud y vitalidad para nuestras almas de -luchadores y de _réveurs_. Un día apareció Lugones, audaz, joven, fuerte -y fiero, como un cachorro de hecatónquero que viniera de una montaña -sagrada. Llegaba de su Córdoba natal, con la seguridad de su triunfo y -de su gloria. Nos leyó cosas que nos sedujeron y nos conquistaron. A -poco estaba ya con Ingenieros redactando un periódico explosivo, en el -cual mostraba un espíritu anárquico, intransigente y candente. Hacía -prosas de detonación y relampagueo que iban más allá de León Bloy; y -sonetos contra «muffles» que traspasaban los límites del más acre -Laurent Tailhade. Vega Belgrano lo llevó a _El Tiempo_, y allí -aparecieron lucubraciones y páginas rítmicas de toda belleza, de todo -atrevimiento y de toda juventud. Dió al público su libro «Las montañas -del oro», para mí el mejor de toda su obra, porque es donde se expone -mayormente su genial potencia creadora, su gran penetración de lo -misterioso del mundo; y porque hasta sus imperfecciones son como esos -informes trozos de roca en donde se ve, a los brillos del sol, el rico -metal que la veta de la mina oculta en su entraña. Yo agité palmas y -verdes ramos en ese advenimiento; y creí en el que venía, hoy crecido y -en la plena y luminosa marcha de su triunfante genio. - - - - -XLIV - - -Tres amigos médicos tuve, que fueron alternativamente los salvadores de -mi salud. Fué el uno el doctor Francisco Sicardi, el novelista y poeta -originalísimo, cuya obra extraordinaria y desigual tiene cosas tan -grandes que pasan los límites de la simple literatura. Su «Libro -Extraño» es de lo más inusitado y peregrino que haya producido una pluma -en lengua castellana. El otro médico, era Martín Reibel, el fraternal e -incomparable Hipócrates de los poetas, a quien Eduardo Talero, entre -otros, debe la vida, y yo, más de una vez, el afianzamiento del más -sacudido y atormentado de los organismos. El otro era Prudencio Plaza, -con quien fuí a pasar una temporada a la isla de Martín García, cuando -él era médico de aquel lazareto. Pasamos allí horas plácidas; nos -perfeccionábamos en el tiro del mauser; leíamos el _Quijote_, nos -confiábamos las ilusiones de nuestros mutuos porvenires. Pero no -olvidaré jamás la llegada de los cadáveres de enfermos sospechosos de -alguna contagiosa enfermedad; ni una autopsia que vi hacer desde lejos, -del cuerpo largo y bronceado de un hindú, pues era la primera vez, la -primera y la única, que he visto ejecutar el horrible y sabio -descuartizamiento. De Martín García envié a _La Nación_ algunas -correspondencias informativas firmadas con un pseudónimo. - -Hice después un viaje a Bahía Blanca, en compañía del amigo Rouquaud. No -era por cierto Bahía Blanca el emporio que es ahora; sin embargo, ya se -hablaba mucho del futuro colosal que debería llegar para esa espléndida -región argentina. - -De Bahía Blanca partí para una estancia del doctor Argerich, y allí fué -mi primera visita a la Pampa inmensa y poética. Poética, sí, para quien -sepa comprender el vaho de arte que flota sobre ese inconmesurable -océano de tierra, sobre todo en los crepúsculos vespertinos y en los -amaneceres. Allí supe lo que era el mate matinal, junto al fogón, en -compañía de los gauchos, rudos y primitivos, pero también poéticos. Allí -nemrodicé, con excelente puntería, contra martinetas, avestruces, tordos -y pechirrojos, y aun fáciles y poco avisadas vizcachas. Allí atisbé, con -las botas dentro del agua, bandadas de patos, y perseguí a ese espía -escandaloso del aire que se llama el «teru-teru»; allí anduve a caballo -varios días, desde los amaneceres hasta los atardeceres; allí adquirí -fuerzas, y renové mi sangre, y fortifiqué mis nervios, y pasé quizás, -entre gentes sencillas y nada literarias, los más tranquilos días de mi -existencia. - - - - -XLV - - -Retorné a Buenos Aires, y como el producto de mi labor periodística y -literaria no me fuese suficiente para vivir, avino que el doctor Carlos -Carlés, que era Director general de Correos y Telégrafos, me nombró su -secretario particular. Yo cumplía cronométricamente con mis -obligaciones, las cuales eran contestar una cantidad innumerable de -cartas de recomendación que llegaban de todas partes de la República, y -luego recibir a un ejército de solicitantes de empleos, que llevaban en -persona sus cartas favorables. En las primeras no me faltaba el «Con el -mayor gusto...» y «en la primera oportunidad...» o: «En cuanto haya -alguna vacante...» Y a los que llegaban, siempre les daba esperanzas: -«vuelva usted otro día... Hablaré con el director... Lo tendré muy -presente... Creo que usted conseguirá su puesto...» Y así la gente se -iba contenta. - -En la oficina tuve muy gratos amigos, como el activísimo y animado Juan -Migoni y el no menos activo aunque algo grave de intelectualidad y de -estudio, Patricio Piñeiro Sorondo, con quien me extendía en largas -pláticas, en los momentos de reposo, sobre asuntos teosóficos y otras -filosofías. Cuando Leopoldo Lugones llegó, también de empleado, a esa -repartición, formamos, lo digo con cierta modestia, un interesante trío. -Cuando no contestaba yo cartas, escribía versos o artículos. En las -quemantes horas del verano nos regocijaba en la secretaría la presencia -de un alegre y moreno portero que nos llevaba refrigerantes y riquísimas -horchatas. Delante de mí pasaban las personas que iban a visitar al -director; y recuerdo haber visto allí, por la primera vez, la noble -figura del doctor Sáenz Peña, actual Presidente de la República. - - - - -XLVI - - -Como dejo escrito, con Lugones y Piñeiro Sorondo hablaba mucho sobre -ciencias ocultas. Me había dado desde hacía largo tiempo a esta clase de -estudios, y los abandoné a causa de mi extremada nerviosidad y por -consejo de médicos amigos. Yo había desde muy joven tenido ocasión, si -bien raras veces, de observar la presencia y la acción de las fuerzas -misteriosas y extrañas, que aun no han llegado al conocimiento y dominio -de la ciencia oficial. En _Caras y Caretas_ ha aparecido una página mía, -en que narro cómo en la plaza de la catedral de León, en Nicaragua, una -madrugada vi y toqué una larva, una horrible materialización sepulcral, -estando en mi sano y completo juicio. También en _La Nación_, de Buenos -Aires, he contado cómo en la ciudad de Guatemala tuve el anuncio -psico-físico del fallecimiento de mi amigo el diplomático costarriqueño -Jorge Castro Fernández, en los mismos momentos en que él moría en la -ciudad de Panamá; y la pavorosa visión nocturna que tuvimos en San -Salvador el escritor político Tranquilino Chacón, incrédulo y ateo; -visión que nos llenó más que de asombro de espanto. - -He contado también los casos de ese género, acontecidos a gentes de mi -conocimiento. En París, con Leopoldo Lugones, hemos observado en el -doctor Encausse, esto es, el célebre _Papus_, cosas interesantísimas; -pero según lo dejo expresado, no he seguido en esa clase de -investigaciones por temor justo a alguna perturbación cerebral. - - - - -XLVII - - -No he de dejar en el tintero mis buenas relaciones con un _clown_ inglés -que ha divertido a tres generaciones de argentinos. Ya se comprenderá -que trato de Frank Brown. Los que le conocen fuera de la pista saben que -ese payaso es un _gentleman_; y que un artista, o un hombre de letras, -tiene mucho que conversar con él. Sabe su Shakespeare mejor que muchos -hombres que escriben. Es grave y casi melancólico, como todos aquellos -que tienen por misión hacer reir. Hay que tener en cuenta que el arte -del _clown_ confina, en lo grotesco y en lo funambulesco, con lo trágico -del delirio, con el ensueño y con las vaguedades y explosiones -hilarantes de la alienación. Para manejar todo esto, se precisan una -fuerte salud física y una vigorosa resistencia moral. Con Frank Brown -hemos pasado repetidas horas, agradables y provechosas, y más de una vez -ha aparecido su nombre en mis prosas y versos. Por ejemplo, en aquellos -que empiezan: - - «Frank Brown como los Hanlon Lee - sabe lo trágico de un paso - de payaso y es para mí - un buen jinete de Pegaso. - - Salta del circo al cielo raso; - Banville le hubiera amado así; - Frank Brown, como los Hanlon Lee, - sabe lo trágico de un paso...» - -O en la siguiente medalla: - - -Anverso. - -«En el fondo de oro de la fiesta, en traje rojo u oro, oro o rojo -saeteado de estrellas, o recamado de una flora de seda, el rostro -inaudito, máscara de risa cuasi por lo fijo y violento dolorosa, -descendiente de los Hanlon Lee, alado, elástico, Frank Brown, _clown_, -aparece. - -La contracción gelásmica se acompaña de súbitos gritos y gestos, siendo -el conjunto demostración de cómo la risa, en lo bufo inglés, como en las -marionetas macabras niponas, se constituyese rayana, en su fondo, en lo -trágico. El tono denota, en aflautados finales, o monólogo coloreado -fuertemente, de acentos de tirolesa, rayados de erres, mientras, -saltante, avanza, batracio o acracio, magistral en su arte extraño, la -figura que el ojo de Bebé agranda, principal, miliunanochesca, -deslumbrante, en única, múltiple empero, apoteósis. - -Las palabras sálenle en hipos: acaso el esfuerzo verbal continuando -dolorosa meditación: Fuego de artificios cortado a veces de ausas, -_lazzi_ y gedeonería transcendente. Intimo con caballos, leones, perros, -monos, cebras, hércules, _ecuyères_ y _tonys_; Brown, con un gesto -dominador, explícito, rige. - -_¡Music!_ ya se escucha: Tiempos de Buislay y Bell, ¡lejanos! Hoy, -tiempo de Footit, tiempo de Frank Brown. ¿Qué hace, risueño risible, -este _clown_, a las veces filosófico? Parodia a Shakespeare, Hamlet, no -risueño, risible: «doloroso». - - -Reverso. - -«Este es el caballero Frank Brown», que tiene cara de Byron. Hombre -triste y serio, piensa. Su sonrisa, melancolía. (¿Acaso él no conoce a -Durero?) Y como su mano ha acariciado tanto los animales, y los ojos de -los seres inocentes y profundos le han contemplado tanto, su corazón se -ha llenado de íntima bondad. - -Es un hombre natural; su imperio, la fuerza y la dignidad. Es inglés, -sabe de poetas. - -Es inglés; tiene el culto del hogar, celoso de hembra y cachorro. - -Obra con sana y firme voluntad. Su alma de payaso no se ha pintado nunca -la cara. Si queréis verle de cerca, si queréis conversar de Shakespeare -y de la bravura y de la vida justa y sencilla, de la naturaleza sagrada, -y de Dios y de los buenos hombres, id a casa de Luzio, después de la -función del «San Martín», y veréis junto a una mesa, rodeado de amigos, -al «hombre». Le reconoceréis por la cara de Byron. - -Es inglés; toma _whisky_ con soda.» - -Yo iba siempre a ver trabajar a mi amigo _clown_ en su pista del teatro -«San Martín». Una noche vi allí la demostración del talento especial del -«payo» Roqué, para ganarse amistades y hacerse simpático con sus -habilidades y maneras, a toda clase de gentes. Había leído, por la -tarde, la llegada en su _yacht_ de un potentado inglés, el conde de -Carnarvon, Lord Dudley, a quien acompañaba un príncipe indio, Duhlcep -Sing. En el intermedio de la función del «San Martín» noté en un palco a -un joven de tipo británico, acompañado de otro hombre moreno, que tenía -en su mano derecha un anillo con estupendo brillante negro. Estaba con -ellos uno al parecer secretario. Me encontré con el «payo» y le dije: -«¿Ha visto usted al Lord de Inglaterra y al Príncipe de la India?» y se -lo señalé en el palco. Cuál no fué mi sorpresa, cuando al continuar la -función vi a Roqué sentado en el palco, en risueña conversación con los -dos exóticos personajes. Más tarde llegué a casa de Luzio, y como viese, -muy pasada la media noche, movimiento de mozos que subían a los altos -con pavos trufados y botellas de champagne, pregunté qué fiesta había -arriba, y un camarero me contestó: «Son unos príncipes que están de -farra con el «payo» y unas artistas». - -Cierto día llegué a la redacción de _La Nación_, a cuyo personal yo -pertenecía como algo a manera de _croque-mort_, esto es, enterrador de -celebridades, pues no moría un personaje europeo, principalmente poeta o -escritor, sin que D. Enrique de Vedia no me encargase el artículo -necrológico. Por cierto que Mark Twain me jugó una de sus pesadas -bromas. Nos encontrábamos, mis compañeros de café y yo, sin un céntimo, -al comenzar la noche, en casa de Monti; y aunque el bravo suizo nos -hacía crédito, la situación era ardua. En esto, se me llamó por teléfono -de _La Nación_. Fuí inmediatamente y el administrador me mostró un -cablegrama en que se anunciaba que el escritor norteamericano, famoso -por su humorismo, Mark Twain, se encontraba en la agonía. «Es preciso, -me dijo el Sr. de Vedia, que escriba usted un artículo extenso en -seguida para que aparezca mañana con el retrato, pues seguramente esta -noche llegará la noticia del fallecimiento». De más decir que yo puse -manos a la obra con gran entusiasmo y con gran satisfacción y -aprovechando ciertas apuntaciones que sobre el humorista yankee tenía -desde hacía mucho tiempo. Volví, es evidente, a dar la buena nueva a -los amigos que me esperaban en casa de Monti. La muerte de Mark Twain -haría que tuviésemos dinero al día siguiente... - -Cuando entregué mi trabajo les fuí a buscar, para que cenáramos juntos -y, por supuesto, pedimos una cena opípara y convenientemente humedecida. -Las libaciones continuaron hasta el amanecer, entre nuestras habituales, -literarias y anecdóticas charlas; y Charles Soussens, nuestro dionisiaco -lírico helvético, se ofreció para ir a buscar al nacer el día, un número -de _La Nación_ a la imprenta. Así fué. Al poco rato le vimos aparecer -desde lejos, por la abierta puerta del restaurant. Traía un número del -diario, pero alzaba los brazos y nos hacía gestos de desolación. Cuando -llegó, con una faz triste, nos dijo: «¡No viene el artículo!» Nos -pusimos serios. Desdoblé el periódico y me di cuenta de la penosa -verdad. Un cablegrama anunciaba la agonía de Mark Twain, pero en otro se -decía que los médicos concebían esperanzas... En otro, que se esperaba -una pronta reacción y en otro, que el enfermo estaba salvado y entraba -en una franca mejoría... Y la salvación del escritor fué para nosotros -un golpe rudo y un rasgo de humor muy propio del yankee, y del peor -género... Felizmente, a propósito de la enfermedad, pude arreglar el -artículo de otro modo y conseguir que pasara, algunos días después. - - - - -XLVIII - - -Fuí, como queda dicho, cierto día, a la redacción del diario. Acababa de -pasar la terrible guerra de España con los Estados Unidos. Conversando, -Julio Piquet me informó de que _La Nación_ deseaba enviar un redactor a -España para que escribiese sobre la situación en que había quedado la -madre patria. «Estamos pensando en quién puede ir», me dijo. Le contesté -inmediatamente: «¡Yo!». Fuimos juntos a hablar con el señor de Vedia y -con el director. Se arregló todo en seguida. «¿Cuándo quiere usted -partir?» me dijo el administrador. «¿Cuándo sale el primer vapor?» -«Pasado mañana». «¡Pues me embarcaré pasado mañana!». - -Dos días después iba yo navegando con rumbo a Europa. Era el 3 de -Diciembre de 1898. En esta travesía no aconteció nada de particular, -solamente algo que me da motivo para una rectificación. Recorriendo mi -libro «España Contemporánea» veo que el episodio del capitán Andrews -aconteció en este viaje y no anteriormente, como por explicable -confusión de fecha--repito que no me valgo para estos recuerdos sino de -mi memoria--lo he hecho aparecer. - - - - -XLIX - - -Llegué a Barcelona y mi impresión fué lo más optimista posible. Celebré -la vitalidad, el trabajo, lo bullicioso y pintoresco, el orgullo de las -gentes de empresa y conquista, la energía del alma catalana, tanto en el -soñador que siempre es un poco práctico, como en el menestral que -siempre es un poco soñador. Noté lo arraigado del regionalismo -intransigente y la sorda agitación del movimiento social, que más tarde -habría de estallar en rojas explosiones. Hablé de las fábricas y de las -artes; de los ricos burgueses y de los intelectuales, del leonardismo de -Santiago Rusiñol y de la fuerza de Ángel Guimerá, de ciertos rincones -montmartrescos; de las alegres ramblas y de las voluptuosas mujeres. - -Llegué a Madrid, que ya conocía, y hablé de su sabrosa pereza, de sus -capas y de sus cafés. Escribía: «He buscado en el horizonte español las -cimas que dejara no hace mucho tiempo, en todas las manifestaciones del -alma nacional; Cánovas muerto; Ruiz Zorrilla muerto; Castelar -desilusionado y enfermo; Valera ciego; Campoamor mudo; Menéndez y -Pelayo... No está, por cierto, España para literaturas, amputada, -doliente, vencida; pero los políticos del día parece que para nada se -diesen cuenta del menoscabo sufrido, y agotan sus energías en chicanas -interiores, en batallas de grupos aislados, en asuntos parciales de -partidos, sin preocuparse de la suerte común, sin buscar el remedio del -daño general, de las heridas en carne de la nación. No se sabe lo que -puede venir. La hermana Ana no divisa nada desde la torre». Envié mis -juicios al periódico, que formaron después un volumen. - -Frecuenté la legación argentina, cuyo jefe era entonces un escritor -eminente, el doctor Vicente G. Quesada. Intimé con el pintor Moreno -Carbonero, con periodistas como el marqués de Valdeiglesias, Moya, López -Ballesteros, Ricardo Fuente, Castrovido, mi compañero en _La Nación_ -Ladevese, Mariano de Cávia, y tantos otros. Volví a ver a Castelar, -enfermo, decaído, entristecido, una ruina, en vísperas de su muerte... -Me juntaba siempre con antiguos camaradas como Alejandro Sawa, y con -otros nuevos, como el _charmeur_ Jacinto Benavente, el robusto vasco -Baroja, otro vasco fuerte, Ramiro de Maeztu, Ruiz Contreras, Matheu y -otros cuantos más; y un núcleo de jóvenes que debían adquirir más tarde -un brillante nombre, los hermanos Machado, Antonio Palomero, renombrado -como poeta humorístico bajo el nombre de _Gil Parrado_, los hermanos -González Blanco, Cristóbal de Castro, Candamo, dos líricos admirables, -cada cual según su manera: Francisco Villaespesa y Juan R. Jiménez, -_Caramanchel_, Nilo Fabra, sutil poeta de sentimiento y de arte, el hoy -triunfador Marquina y tantos más. - -Iba algunas noches al camarín de los llamados, por antonomasia, Fernando -y María, esto es, los señores Díaz de Mendoza, condes de Balazote, -grandes de España y príncipes del teatro, a quienes escribí sonoros -alejandrinos cuando pusieron en escena el _Cyrano_ de Rostand. - - - - -L - - -En la librería de Fernando Fe, lugar de reunión vespertina de algunos -hombres de letras, solía conversar con Eugenio Sellés, hoy marqués de -Gerona, con Manuel del Palacio, poeta amable de ojos azules, que -recordaba siempre con cariño sus días pasados en el Río de la Plata; con -Manuel Bueno, ilustrado y combativo, célebre como crítico teatral y hoy -diputado a Cortes; con Llanas de Aguilaniedo, autor de interesantes -novelas y de un libro sobre ciencia penal. A D. José Echegaray me -presentó una noche Fernando Díaz de Mendoza. «Ustedes los americanos, me -dijo, tienen instinto poético...» La frase me supo agridulce... Pero -¡vaya si lo teníamos...! Tiempos después firmaba yo con los escritores y -poetas de la famosa protesta contra el homenaje nacional a Echegaray. -Mi inquina era excesiva... _Juventud, divino tesoro..._ - -Visité de nuevo a Campoamor, a quien encontré en la más absoluta -decadencia. Estaba, anotaba yo, «caduco, amargado de tiempo a su pesar, -reducido a la inacción después de haber sido un hombre activo y jovial, -casi imposibilitado de pies y manos, la facie penosa, el ojo sin -elocuencia, la palabra poca y difícil, y cuando le dais la mano y os -reconoce, se echa a llorar, y os habla escasamente de su tierra -dolorida, de la vida que se va, de su impotencia, de su espera en la -antesala de la muerte... os digo que es para salir de su presencia con -el espíritu apretado de melancolía». En realidad, aquello era lamentable -y doloroso. El poeta glorioso, el filósofo de humor y hondura, era un -viejo infeliz a quien tenían que darle de comer como a los niños, un sér -concluído en víspera de entrar a la tumba. - -Doña Emilia Pardo Bazán continuaba dando sus escogidas reuniones. Allí -solía aparecer, ya ciego, pero siempre lleno de distinción, anciano -impoluto y aristocrático, el autor de _Pepita Jiménez_. Allí me -relacioné con el novelista y diplomático argentino Ocantos, con el -doctor Tolosa Latour, con los cronistas mundanos _Montecristo_ y -_Kasabal_, con el político Romero Robledo, con el popular Luis Taboada, -y con algunas damas de la nobleza que no se ocupaban únicamente en -modas, murmuraciones y asuntos cortesanos, sino que gustaban de departir -con poetas y escritores: la condesa de Pino Hermoso y la marquesa de la -Laguna, cuya hija Gloria tuviera celebridad más tarde por sus singulares -encantos y su valentía de espíritu. Era yo también muy amigo de José -Lázaro y Galdeano, director de la _España Moderna_ y que tenía un -verdadero museo de obras de arte, entre las cuales un pretendido -Leonardo de Vinci. - -Con Joaquín Dicenta fuimos compañeros de gran intimidad, apolíneos y -nocturnos. Fuera de mis desvelos y expansiones de noctámbulo, presencié -fiestas religiosas palatinas; fuí a los toros y alcancé a ver a grandes -toreros, como el Guerra. Teníamos inenarrables tenidas culinarias, de -ambrosías y sobre todo de néctares, con el gran D. Ramón María del Valle -Inclán, Palomero, Bueno y nuestro querido ministro de Bolivia, Moisés -Ascarrunz. Me presentaron una tarde, como a un sér raro,--«es genial y -no usa corbata», me decían--a D. Miguel de Unamuno, a quien no le -agradaba, ya en aquel tiempo, que le llamaran el sabio profesor de la -Universidad de Salamanca... Cultivaba su sostenido tema de -antifrancesismo. Y era indudablemente un notable vasco original. El -señor de Unamuno no conocía entonces a Sarmiento, y hablaba con cierto -desdén, basado en pocas noticias, y en su particular humor, de las -letras argentinas. Yo recuerdo que, a propósito de un artículo suyo, -escribí otro, que concluía con el siguiente párrafo: - -«Decadentismos literarios no pueden ser plaga entre nosotros; pero con -París, que tanto preocupa al señor de Unamuno, tenemos las más -frecuentes y mejores relaciones. Buena parte de nuestros diarios es -escrita por franceses. Las últimas obras de Daudet y de Zola han sido -publicadas por _La Nación_ al mismo tiempo que aparecían en París; la -mejor clientela de Worth es la de Buenos Aires; en la escalera de -nuestro Jockey-Club, donde _Pini_ es el profesor de esgrima, la _Diana_ -de Falguière perpetúa la blanca desnudez de una parisiense. Como somos -fáciles para el viaje y podemos viajar, París recibe nuestras frecuentes -visitas y nos quita el dinero encantadoramente. Y así, siendo como somos -un pueblo industrioso, bien puede haber quien, en minúsculo grupo, -procure en el centro de tal pueblo adorar la belleza a través de los -cristales de su capricho: _¡Whim!_ diría Emerson. Crea el señor de -Unamuno que mis «_Prosas Profanas_», pongo por caso, no hacen ningún -daño a la literatura científica de Ramos Mejíal de Coni o a la -producción regional de J. V. González; ni las maravillosas _Montañas de -oro_, de nuestro gran Leopoldo Lugones, perturban la interesante labor -criolla de Leguizamón y otros aficionados a este ramo que ya ha entrado -en verdad en dependencia folk-lórica. Que habrá luego una literatura de -cimiento criollo, no lo dudo; buena muestra dan el hermoso y vigoroso -libro de Roberto Payró _La Australia Argentina_ y las otras obras del -popularísimo e interesante _Fray Mocho_». - - - - -LI - - -Volví a ver al rey niño, más crecido y supe de intimidades de palacio; -por ejemplo, que su pequeña majestad llamaba a sus hermanitas, las dos -infantas hoy yacentes en sus sepulcros del Escorial, a la una _Pitusa_ y -a la otra _Gorriona_. Busqué por todas partes el comunicarme con el alma -de España. Frecuenté a pintores y escultores. Asistí al entierro de -Castelar, escribí sobre el periodismo español, sobre el teatro, sobre -libreros y editores, sobre novelas y novelistas, sobre los académicos, -entre los cuales tenía admiradores y abominadores; escribí de poetas y -de políticos, recogí las últimas impresiones desilusionadas de Núñez de -Arce. Traté al maestro Galdós, tan bueno y tan egregio, estudié la -enseñanza, renové mis coloquios con Menéndez y Pelayo. Hablé de las -flamantes inteligencias que brotaban. Relaté mi amistad con la princesa -Bonaparte, madame Rattazzi. Di mis opiniones sobre la crítica, sobre la -joven aristocracia, sobre las relaciones ibero-americanas, celebré a la -mujer española; y sobre todo, ¡gracias sean dadas a Dios! esparcí entre -la juventud los principios de libertad intelectual y de personalismo -artístico que habían sido la base de nuestra vida nueva en el -pensamiento y el arte de escribir hispano-americanos, y que causaron -allá espanto y enojo entre los intransigentes. La juventud vibrante me -siguió, y hoy muchos de aquellos jóvenes llevan los primeros nombres de -la España literaria. Imposible me sería narrar aquí todas mis peripecias -y aventuras de esa época pasada en la coronada villa; ocuparían todo un -volumen. - - - - -LII - - -La Exposición de París de 1900 estaba para abrirse. Recibí orden de _La -Nación_ de trasladarme en seguida a la capital francesa. Partí. - -En París me esperaba Gómez Carrillo y me fuí a vivir con él, al número -29 de la calle Faubourg Montmartre. Carrillo era ya gran conocedor de la -vida parisiense. Aunque era menor que yo, le pedí consejos. «¿Con cuánto -cuenta usted mensualmente?»--me preguntó.--«Con esto», le contesté, -poniendo en una mesa un puñado de oros de mi remesa de _La Nación_. -Carrillo contó y dividió aquella riqueza en dos partes; una pequeña y -una grande. «Esta me dijo, apartando la pequeña, es para vivir: -guárdela. Y esta otra es para que la gaste toda.» Y yo seguí con placer -aquellas agradables indicaciones, y esa misma noche estaba en -Montmartre, en una _boîte_ llamada _Cyrano_, con joviales colegas y -trasnochadoras estetas, danzarinas, o simples peripatéticas. - -Poco después, Carrillo tuvo que dejar su casa, y yo me quedé con ella; y -como Carrillo me llevó a mí, yo me llevé al poeta mexicano Amado Nervo, -en la actualidad cumplido diplomático en España y que ha escrito lindos -recuerdos sobre nuestros días parisienses, en artículos sueltos y en su -precioso libro «El éxodo y las flores del camino». A Nervo y a mí nos -pasaron cosas inauditas, sobre todo, cuando llegó, a hacernos compañía -un pintor de excepción, famoso por sus excentridades y por su -desorbitado talento: he señalado al belga Henri de Groux. Algún día he -de detallar tamaños sucedidos, pero no puedo menos que acordarme en este -relato de los sustos que me diera el fantástico artista de larga -cabellera y de ojos de tocado, afeitado rostro y aire lleno de -inquietudes, cuando en noches en que yo sufría tormentosas nerviosidades -e invencibles insomnios, se me aparecía de pronto, al lado de mi cama, -envuelto en un rojo ropón dantesco, con capuchón y todo, que había -dejado olvidado en el cuarto no sé cuál de las amigas de Gómez -Carrillo... Creo que la llamada Sonia. - - - - -LIII - - -Yo hacía mis obligatorias visitas a la Exposición. Fué para mí un -deslumbramiento miliunanochesco, y me sentí más de una vez en una pieza, -Simbad y Marco Polo, Aladino y Salomón, mandarín y daimio, siamés y -cow-boy, gitano y mujick; y en ciertas noches, contemplaba en las -cercanías de la torre Eiffel, con mis ojos despiertos, panoramas que -sólo había visto en las misteriosas regiones de los sueños. - -Había un _bar_ en los grandes bulevares que se llamaba _Calisaya_. -Carrillo y su amigo Ernesto Lejeunesse, me presentaron allí a un -caballero un tanto robusto, afeitado, con algo de abacial, muy fino de -trato y que hablaba el francés con marcado acento de ultramancha. Era el -gran poeta desgraciado Oscar Wilde. Rara vez he encontrado una -distinción mayor, una cultura más elegante y una urbanidad más gentil. -Hacía poco que había salido de la prisión. Sus viejos amigos franceses -que le habían adulado y mimado en tiempo de riqueza y de triunfo, no le -hacían caso. Le quedaban apenas dos o tres fieles, de segundo orden. El -había cambiado hasta de nombre en el hotel donde vivía. Se llamaba con -un nombre balzaciano, Sebastián Menmolth. En Inglaterra le habían -embargado todas sus obras. Vivía de la ayuda de algunos amigos de -Londres. Por razones de salud, necesitó hacer un viaje a Italia, y con -todo respeto, le ofreció el dinero necesario un _barman_ de nombre John, -que es una de las curiosidades que yo enseño cuando voy con algún amigo -a la «Bodega», que está en la calle de Rivoli, esquina a la de -Castiglione. Unos cuantos meses después moría el pobre Wilde, y yo no -pude ir a su entierro, porque cuando lo supe, ya estaba el desventurado -bajo la tierra. Y ahora, en Inglaterra y en todas partes, recomienza su -gloria... - - - - -LIV - - -En lo más agitado de la Exposición de París, salí en viaje a Italia, -viaje que era para mí un deseado sueño. Bien sabido es que para todo -poeta y para todo artista, el viaje a Italia, al tradicional país del -arte, es un complemento indispensable en su vida. El mío fué una -excursión rápida de turista. Aproveché la compañía de un hombre de -negocios de Buenos Aires, y así tuve siquiera con quien conversar, ya -que no cambiar ideas. Pasé por Turín, en donde visité la Pinacoteca; -tuve ocasión de ver al duque de los Abruzzos; almorzar con el -_onorevole_ Gianolio; trabar mi primer conocimiento con la sabrosa -_fonduta_ aromada de trufas blancas; conocer la Superga y admirar desde -su altura los lejanos Alpes, luminosos bajo el sol. Estuve en Pisa y -admiré lo que hay que admirar, el Duomo, el Camposanto, la Torre -inclinada, rueca de la vieja ciudad, y el Baptisterio. Manifesté, en tal -ocasión, líricas reminiscencias. Fuí a la Cartuja, con carta de -recomendación para el prior Don Bruno; oí cantar, en el calor de la -estación y en los verdes olivos y viñas, pesadas de uvas negras, las -cigarras itálicas. Aumenté mi religiosidad en el convento, y admiré la -fe y el amor al silencio de aquellos solitarios. - -Pasé por Livorno, ciudad marítima y comerciante, vibrante de agitaciones -modernas. Fuí a Ardenza, y en el santuario de Montenero recé una -avemaría a la Virgen llegada de la isla de Negroponto, virgen milagrosa, -amada de los marinos, visitada por Byron y otras conocidas testas. Luego -fuí a Roma. Me poseyó la gran ciudad imperial y papal. Vi en una calle -pasar a D’Annunzio, en su inevitable _pose_; vi a León XIII en su -colosal retiro de piedra; y dediqué al papa blanco un largo himno en -prosa. Esa visita la hice con un numeroso grupo de peregrinos -argentinos, entre los cuales tengo presente al ilustre doctor Garro, -actual ministro de Instrucción Pública, y al señor Ignacio Orzali, mi -compañero de _La Nación_, que ostentaba sus condecoraciones pontificias. -A su Santidad blanca me presentaron como redactor del gran diario de -Buenos Aires, «el diario del general Mitre». El viejecito de color de -marfil me dijo en italiano palabras paternales, me dió a besar su mano -casi fluídica, ornada con una esmeralda enorme, y me bendijo. En mi -libro «Peregrinaciones» podréis encontrar algunas de mis impresiones -romanas, pero no encontraréis dos que voy a contaros. - -La primera es mi conocimiento con Vargas Vila, el célebre pensador, -novelista y panfletista político, que para mí no es sino, juntándolo -todo, un único e inconfundible poeta, quizás contra su propia voluntad y -autoconocimiento. Vargas Vila, que ha pasado muchos años de su vida en -Italia, país que ama sobre todos, se encontró conmigo en Roma. Fuimos -íntimos en seguida, después de una mutua presentación, y no siendo él -noctámbulo, antes bien persona metódica y arreglada, pasó conmigo toda -esa noche, en un cafetín de periodistas, hasta el amanecer; y desde -entonces, admirándole yo de todas veras, hemos sido los mejores -camaradas en Apolo y en Pan. - -La segunda impresión es mi encuentro con Enrique García Velloso, que, -aunque siempre lleno de talento, no era todavía el fecundo, rozagante, -pimpante y pactolizante autor teatral que hoy conocen las escenas -Argentinas y aun las Españolas. Yo le había conocido desde que era un -adolescente, en casa de su padre. En la urbe romana tuvimos primero -saudades de Buenos Aires, y después nos dimos a la alegría y gozos del -vivir. Y tras animados paseos nocturnos, nos fuimos una mañana, en unión -del periodista Ettore Mosca, al lugar campestre situado en las orillas -del Tíber, que se denomina «Acqua acetosa». Allí, en una rústica -_trattoria_, en donde sonreían rosadas tiberinas, nos dieron un desayuno -ideal y primitivo: pollos fritos en clásico aceite, queso de égloga, -higos y uvas que cantara Virgilio, vinos de oda horaciana. Y las aguas -del río, y la viña frondosa que nos servía de techo, vieron naturales -consecuentes locuras. - - - - -LV - - -De Roma partí para Nápoles, en donde pasé amistosos momentos en compañía -de Vittorio Pica, el célebre crítico de arte, autor de tantas exquisitas -monografías y director de _Emporium_, la artística revista de Bergamo. -Hice la indispensable visita a Pompeya y retorné a París. - -Nunca quise, a pesar de las insinuaciones de Carrillo, relacionarme con -los famosos literatos y poetas parisienses. De vista conocía muchos, y -aun oí a algunos, en el _Calisaya_ o en el café Napolitain. Al -Napolitain iba casi todos los días un grupo de nombres en _vedette_, -entre ellos Catulle Mendès y su mujer, el actor Silvain, Ernest -Lajeuneuse, Grenet, Dancourt, Georges Courteline, algunas veces Jean -Moreas y otros citaredas de menor fama. Catulle Mendès no era ya el -hermoso poeta de cabellos dorados, que antaño llamara tanto la atención -por sus gallardías y encantos físicos, sino un viejo barrigón, cabeza de -nazareno fatigado, todavía con fuertes pretensiones a las conquistas -femeninas, las cuales, en efecto, lograba en el mundo de las máscaras, -pues era crítico teatral y personaje dominante entre las gentes de -tablas y bambalinas. Una que otra vez se aparecía, con su melena negra y -sus negros bigotes, el hoy elegido príncipe de los poetas franceses, -Paul Fort, y la verdad es que allí no descollaba, pues su influjo -principal estaba del otro lado del río, en el país Latino. - - - - -LVI - - -Yo seguí habitando la misma casa de la calle Faubourg Montmartre y -cuando regresaba por las madrugadas, solía entrar a cenar a un -establecimiento situado en mi vecindad, y que se llamaba _Au filet de -Sole_. En uno de esos amaneceres llegué en compañía de un escritor -cubano, Eulogio Horta. Estábamos cenando en uno de los extremos del -salón del café. Había un nutrido grupo de hombres de aspectos e -indumentarias que yo no sabía conocer aún, alemanes en su mayor parte, y -franceses. Casi todos ostentaban sendos alfileres y anillos de -brillantes y estaban acompañados de unas cuantas hetairas de lujo. -Espumeaba con profusión el _cordon rouge_, y al son de los violines de -los tziganos, algunas parejas danzaban más que libremente. De pronto -entro una joven, casi una niña, de notable belleza; se dirigió a uno de -los hombres, rojo, rechoncho, de fosco aspecto, con tipo de carnicero, -habló con él algunas palabras... La bofetada fué tan fuerte que resonó -por todo el recinto y la pobre muchacha cayó cual larga era... A Eulogio -Horta y a mí se nos subió, sobre los vinos, lo hispanoamericano a la -cabeza, y nos levantamos en defensa de la que juzgábamos una víctima; -pero la cuadrilla de rufianes se alzó como uno solo, amenazante, -lanzándonos los más bajos insultos. Y lo peor era que quien nos -insultaba más, con la cara ensangrentada, era la moza del bofetón... No -nos pasó algo serio porque el gerente del establecimiento, que me -conocía desde Buenos Aires, salió a nuestra defensa, habló en alemán con -ellos y todo se calmó. Luego vino a nosotros y nos advirtió que nunca se -nos ocurriera salir a la defensa de tales _gourgandines_. - -Otras cuantas aventuras de este género me acontecieron, pues en esa -época yo hacía vida de café, con compañeros de existencia idéntica, y -derrochaba mi juventud, sin economizar los medios de ponerla a prueba. - - - - -LVII - - -Había vendido miserablemente varios libros a dos _ghettos_, de la -edición que en París han hecho miles y millones con el trabajo mental de -escritores españoles e hispanoamericanos, pagados harpagónicamente, y -como yo me quejase en aquel entonces, por una de mis obras, se me -mostraron las condiciones en que había vendido para la América española -una escritora ilustre su _Vida de San Francisco de Asis_. - -Don Justo Sierra, el eminente escritor y poeta, que en Méjico era -llamado «el Maestro», y que acababa de fallecer en Madrid de ministro de -su país, escribió el prólogo para uno de mis volúmenes, -«Peregrinaciones». En París tuve la oportunidad de conocer a este hombre -preclaro, que en los últimos años de la administración del presidente -Porfirio Díaz, ocupó el Ministerio de Instrucción pública. - -El gobierno de Nicaragua, que no se había acordado nunca de que yo -existía sino cuando las fiestas colombinas, o cuando se preguntó por -cable de Managua al ministro de Relaciones Exteriores argentino si era -cierta la noticia que había llegado de mi muerte, me nombró cónsul en -París. - -Y a propósito, por dos veces se ha esparcido por América esa falsa nueva -de mi ingreso en la Estigia; y no podré olvidar la poco evangélica -necrología que, la primera vez, me dedicara en _La Estrella de Panamá_ -un furioso clérigo, y que decía poco más o menos: «Gracias a Dios que ya -desapareció esta plaga de la literatura española... Con esta muerte no -se pierde absolutamente nada...» Hasta dónde puede llevar el fanatismo y -la ignorancia en todo. - - - - -LVIII - - -Me instruí en mis funciones consulares y tenía como canciller a un rubio -y calvo mexicano, limpio de espíritu y de corazón, y a quien -convencimos, en horas risueñas, algunos hispanoamericanos, de que, dado -su tipo completamente igual al de los Hapsburgos y la fecha de su -nacimiento, debía de ser hijo del emperador Maximiliano; y el «rico -tipo», con poco cariño por su papá y poco respeto por su señora mamá, -llegó a aceptar, entre veras y bromas, la posibilidad de su austriaco -parentesco... - -Entre mis tareas consulares y mi servicio en _La Nación_, pasaba mi -existencia parisiense. Era ministro nicaragüense en Francia D. Crisanto -Medina, antiguo diplomático de pocas luces, pero de mucho mundo y -práctica en los asuntos de su incumbencia. A pesar de nuestras -excelentes relaciones, había algo entre ellas que impedían una completa -cordialidad. Me refiero a un antiguo drama de familia, relacionado con -el asesinato de mi abuelo materno. - -D. Crisanto, de quien ha hecho Luis Bonafoux, en una de sus crónicas, -bien pimentada _charge_, era un hombre tan feliz y tan ecuánime a su -manera, que no tenía la menor idea de la literatura.., Había conocido, -desde los tiempos de Thiers, a Víctor Hugo, a Dumas, a otras cuantas -celebridades; pero de Víctor Hugo no me contaba sino que en un banquete, -en la inauguración del Hôtel de Ville, le libró de un resfriado -levantándose de la mesa y yéndose a poner su gabán, a causa de una -corriente de aire, cosa que D. Crisanto imitó;... y de Dumas, que una -vez, al salir de una reunión, el famoso autor no encontraba su coche, y -D. Crisanto le fué a dejar en su casa en el suyo... Al ecuatoriano Juan -Montalvo le llamaba «aquel Montalvo que escribía»... Tenía gran -admiración por Gómez Carrillo, no porque hubiera leído su obra de -escritor, sino porque Carrillo le servía a veces de secretario, y le -contestaba las notas con frases pocos usuales, notas que unas veces eran -para Nicaragua, otras para Guatemala, porque D. Crisanto había tenido el -talento de conseguir la representación, alternativamente y a veces al -mismo tiempo, de casi todas las cinco repúblicas centroamericanas. Tible -Machado, ministro de Guatemala en Londres y Bruselas, era su pesadilla; -y en la conferencia de La Haya... la cosa acabó en un duelo. Una noche, -en París, la víspera del encuentro en el terreno, me dijo mi ministro: -«Mañana mato a Tible». No lo mató. Cierto es que D. Crisanto había -tenido otro duelo célebre, en tiempos casi prehistóricos, con el -nombrado colombiano, Torres Caicedo, que sacó su herida de la -emergencia. - -Contemporáneo de Medina fué el marqués de Rojas, tío de Luis Bonafoux y -que había sido diplomático de Guzmán Blanco, con quien tuvo sus -polémicas y desagrados. Fué aquel marqués pontificio, a quien traté en -su postrimería, muy aficionado a las mujeres y a la buena vida; hombre -rico, tuvo una vejez solitaria y murió entre criadas y criados en su -_garçonnière_. Esos dos ancianos de que he hablado, y que ha tiempo en -paz descansan, eran asiduos al mentidero del Gran Hotel, en donde se -reunían españoles e hispanoamericanos a ejercer la parlería y la -murmuración nacional y de raza. - - - - -LIX - - -Los ardientes veranos iba yo a pasarlos a Asturias, a Dieppe, y alguna -vez a Bretaña. En Dieppe pasé alguna temporada en compañía del notable -escritor argentino que ha encontrado su vía en la propaganda del -hispanoamericanismo frente al peligro yankee, Manuel Ugarte. En Bretaña -pasé con el poeta Ricardo Rojas horas de intelectualidad y de -cordialidad en una «villa» llamada _La Pagode_, donde nos hospedaba un -conde ocultista y endemoniado, que tenía la cara de Mefistófeles. -Ricardo Rojas y yo hemos escrito sobre esos días extraordinarios, sobre -nuestra visita al Manoir de Boultous, morada del maestro de las imágenes -y príncipe de los tropos, de las analogías y de las armonías verbales, -Saint-Pol-Roux, antes llamado el Magnífico. - -Entre toda esta última parte de mi narración se mezclan largos días que -pertenecen a lo estrictamente privado de mi vida personal. - -Emprendí otro viaje por Bélgica, Alemania, Austria-Hungría, Italia, -Inglaterra. De todo ello me ocupo en algunos de mis libros con bastantes -detalles. Mas no he contado algunos incidentes, por ejemplo, uno en que -escapamos en perder la vida mi compañero de viaje, el mexicano Felipe -López, y yo. Fué en la ciudad de Budapest, por cierto región -encantadora, si las hay. Andábamos recorriendo las calles. Ni López ni -yo hablábamos alemán y nos desolábamos, en los restaurants, de no poder -entender la lista del «menú», porque los húngaros, en lo general, por -odio al austriaco, no quieren emplear al alemán en nada, y así todo está -en su lenguaje para nosotros lleno de escabrosidades. Yendo por una gran -vía, leímos en letras doradas en un establecimiento: _American Bar_; y -encontrando la ocasión de emplear bien nuestro inglés, entramos. Pedimos -sendos cocktails, y nos pusimos a escribir cartas. En esto se nos acercó -un elegante joven, y en un francés cojo pero melifluo, nos dijo, más o -menos, tendiéndonos su tarjeta: que era hijo de un fabricante de -bicicletas; que había estado en Francia donde le habían atendido con -toda gentileza y que desde entonces se había prometido ofrecer sus -servicios, ser útil en todo lo que pudiera y pilotear y atender a cuanto -extranjero de condición llegase a tierra húngara. Nosotros, un tanto -desconfiados por aquel abordaje sin presentación, dimos las gracias con -frialdad, pero el guapo mozo continuó en la carga con tan buenas maneras -y con tanta insistencia que nos vimos obligados a aceptar un champagne -de bienvenida. Y el joven se convirtió en nuestro cicerone. - -Nos llevó al Os Buda Vara, al barrio de los magnates, casi todo -construído según la manera de la Secesión; a un jardín público, donde -debía celebrarse un fiesta esa tarde, y al cual debía asistir un -príncipe imperial; nos hizo comer no sé qué mezcla magyar de queso -fresco, cebolla picada, sal y paprika, mojada con una incomparable -cerveza Pilsen, como de nieve y seda. Sin saber cómo ni cuándo se -apareció un hombre con tipo de obrero, que llevaba en la diestra maciza -un anillo de gran brillante. Habló en húngaro con nuestro joven, éste -nos lo presentó como un rico industrial y nos dijo, que, encantado de -que fuésemos extranjeros, nos invitaba esa tarde a una comida compuesta -exclusivamente de platos nacionales. Llevado de mi entusiasmo por las -cocinas exóticas, dije que aceptábamos con gusto, y quedamos en que -nuestro cicerone nos llevaría al punto de reunión. Se nos dijo que el -restaurant elegido quedaba cerca. - -Muy entrada la tarde nos dirigimos a la cita. Ibamos a pie, y después de -andar un buen trecho entre villas y quintas, observé que habíamos salido -de la población. Se lo hice notar a mi amigo, pero el húngaro nos -señaló una casa cercana, aislada, y nos dijo que era allí el lugar de la -comida. Advertí a López que la cosa me parecía sospechosa, mas como -viésemos que la casa tenía un jardín y en él había mesitas donde comían -otras gentes, nos parecieron vanas nuestras sospechas. Entramos. Desde -el momento vimos que aquello era un cafetín popular. Apareció el -industrial. Nos hicieron entrar a un cuarto lateral, pidieron cuatro -copas de no recuerdo qué licor. Dije en español a López que no -bebiéramos, pero él bebió con los dos desconocidos. Querían que yo -tomara con ellos, pero dije que no me sentía bien. A poco, el mexicano -se puso pálido y me dijo que le venía un sueño irresistible y que -seguramente nos habían servido un narcótico. Hice que saliéramos para -que tomase un poco de aire, y así se le quitó algo la pesadez de la -cabeza. El hostelero nos dijo que la comida estaba servida. En efecto, -bajo una parra había una mesa para cuatro personas. La cuarta apareció y -nos fué presentada como un señor conde de nombre enrevesado. Era un -coloso mal trajeado y con manos de boyero. Nos sentamos a la mesa y -comimos un _papricak hun_, plato especial del país y otros más de éstos. -Cuando concluímos se nos invitó a pasar al lado del figón, a una cancha -de bochas, o juego de bolos, perteneciente a un club, del cual se nos -dijo que el conde era director. Aquello estaba solitario, daba a un -largo patio, o más bien dilatada extensión de terreno. No lejos, corría -el Danubio. Nos invitaron a tomar un vino tokay, que nos inspiró -confianza, pues la botella vino cerrada. No era el común vino tokay que -se encuentra en todas partes y que sirve para postres, sino un néctar -delicioso, de caldo color dorado, y que apuramos en grandes vasos. -Confieso no haber tomado nunca un vino tan exquisito. Después se nos -insinuó que era preciso, pues de uso corriente y nacional, que jugásemos -a un juego de cartas llamado «el reloj». Como por encanto apareció allí -una baraja y después de algunas indicaciones empezó la partida. - -A pocos momentos, tanto el mexicano como yo, habíamos ganado importante -número de florines; pero la partida continuó, y cuando nos percatamos, -tanto él como yo, habíamos perdido todo lo ganado y bastante dinero más. -De común acuerdo resolvimos irnos en seguida, mas cuando manifestamos -nuestra intención, fué como si hubiésemos encendido un reguero de -pólvora. Los hombres se sulfuraron y se pusieron ante nosotros en -actitud amenazante. El joven intérprete nos explicó que se creían -ofendidos. Nosotros estábamos sin armas y no había sino que emplear -alguna treta oportuna. Yo le dije que había en todo una equivocación; -que estábamos dispuestos a continuar el juego al día siguiente, pero que -en ese momento teníamos que ir a la ciudad a recoger un dinero. El conde -habló con sus compañeros y el joven nos dijo que se nos invitaba al día -siguiente para ir a una _pushta_ o estancia húngara para que -conociésemos la vida rural del país. Me apresuré a decir que con -muchísimo gusto, y en los ojos de los bandidos se vió una gran -satisfacción. ¿A qué horas pasará el conde en su automóvil por ustedes? -«Tiene que ser antes de las ocho».--«A las siete y media en punto», le -contesté. Así nos dejaron partir. Cuando llegamos al hotel, el dueño del -establecimiento nos dijo:--«De buena se han librado ustedes. Esos pillos -deben pertenecer a una banda que ha robado y hecho desaparecer a varios -extranjeros, cuyos cuerpos apuñalados se han encontrado en las aguas del -Danubio». Tomamos el tren para Viena a las cinco de la mañana. - - - - -LX - - -Una vez vuelto de ese largo viaje, me tomé algún tiempo de reposo en -París. Inesperadamente recibí cablegrama del Ministerio de Relaciones -Exteriores de Nicaragua, en que se me comunicaba mi nombramiento de -Secretario de la Delegación nicaragüense a la conferencia Panamericana -del Río de Janeiro. Debería reunirme en Francia con el jefe de la -Delegación, señor Luis F. Corea, que era Ministro en Washington. Una -semana después salimos para el Brasil. Ya he narrado en un diario las -circunstancias, anécdotas y peripecias de este viaje y mis impresiones -brasileñas y de la conferencia, a raíz de este acontecimiento. Vine de -Río de Janeiro, por motivos de salud, a Buenos Aires. Mis impresiones de -entonces quizás las conozcáis en verso, en versos de los dirigidos a la -señora de Lugones, en cierta mentada epístola: - -... En fin, convaleciente, llegué a nuestra ciudad - de Buenos Aires, no sin haber escuchado - a mister Root, a bordo del _Charleston_ sagrado; - mas mi convalecencia duró poco. ¿Qué digo? - mi emoción, mi entusiasmo y mi recuerdo amigo, - y el banquete de _La Nación_ que fué estupendo, - y mis viejas siringas con su pánico estruendo, - y ese fervor porteño, ese perpetuo arder, - y el milagro de gracia que brota en la mujer - argentina, y mis ansias de gozar de esa tierra - me pusieron de nuevo con mis nervios en guerra. - Y me volví a París. Me volví al enemigo - terrible, centro de la neurosis, ombligo - de la locura, foco de todos _surmenage_, - donde hago buenamente mi papel de _sauvage_ - encerrado en mi celda de la rue Marivaux, - confiando sólo en mí y resguardando el yo. - ¡Y sí lo resguardara, señora, si no fuera - lo que llaman los parisienses una _pera_! - A mi rincón me llegan a buscar las intrigas, - las pequeñas miserias, las traiciones amigas, - y las ingratitudes. Mi maldita visión - sentimental del mundo me aprieta el corazón, - y así cualquier tunante me explotará a su gusto. - Soy así. Se me puede burlar con calma. Es justo. - Por eso los astutos, los listos dicen que - no conozco el valor del dinero. ¡Lo sé! - Que ando, nefelibata, por las nubes... ¡Entiendo! - Sí, lo confieso, soy inútil. No trabajo - por arrancar a otro su pitanza; no bajo - a hacer la vida sórdida de ciertos previsores. - Yo no ahorro, ni en seda, ni en champaña, ni en flores. - No combino sutiles pequeñeces, ni quiero - quitarle de la boca su pan al compañero. - Me complace en los cuellos blancos ver los diamantes. - Gusto de gentes de maneras elegantes - y de finas palabras y de nobles ideas. - Las gentes sin higiene ni urbanidad, de feas - trazas, avaros, torpes, o malignos y rudos, - mantienen, lo confieso, mis entusiasmos mudos. - No conozco el valor del oro... ¿saben esos - que tal dicen, lo amargo del jugo de mis sesos, - del sudor de mi alma, de mi sangre y mi tinta, - del pensamiento en obra y de la idea encinta? - ¿He nacido yo acaso hijo de millonario? - ¿He tenido yo Cirineo en mi Calvario?... - -De vuelta a París fuí a pasar un invierno a la Isla de Oro, la -encantadora Palma de Mallorca. Visité las poblaciones interiores; conocí -la casa del archiduque Luis Salvador, en alturas llenas de vegetación de -paraíso, ante un mar homérico; pasé frente a la cueva en que oró -Raymundo Lulio, el ermitaño y caballero que llevaba en su espíritu la -suma del Universo. Encontré las huellas de dos peregrinos del amor, -llamémosles así: Chopin y George Sand, y hallé documentos curiosos sobre -la vida de la inspirada y cálida hembra de letras y su nocturno y tísico -amante. Vi el piano que hacía llorar íntima y quejumbrosamente el más -lunático y melancólico de los pianistas, y recordé las páginas de -_Spiridion_. - - - - -LXI - - -El gobierno nicaragüense nombró a Vargas Vila y a mí--Vargas Vila era -Cónsul general de Nicaragua en Madrid--miembros de la Comisión de -límites con Honduras, que Nicaragua envió a España, siendo el rey Don -Alfonso el árbitro que debía resolver definitivamente en el asunto en -cuestión. El ministro Medina era el jefe de la Comisión; pero nunca nos -presentó oficialmente ni contaba, ni quería contar con nosotros para -nada. Vargas Vila tiene sobre esto una documentación inédita que algún -día ha de publicarse. El fallo del rey de España, no contentó, como casi -siempre sucede, a ninguna de las partes litigantes, y eso que Nicaragua -tenía como abogado nada menos que a D. Antonio Maura. La poca avenencia -del ministro Medina conmigo hizo que yo me resolviese a hacer un viaje -a Nicaragua. - -Hacía cerca de diez y ocho años que yo no había ido a mi país natal. -Como para hacerme olvidar antiguas ignorancias e indiferencias, fuí -recibido como ningún profeta lo ha sido en su tierra... El entusiasmo -popular fué muy grande. Estuve como huésped de honor del Gobierno -durante toda mi permanencia. Volví a ver, en León, en mi casa vieja, a -mi tía abuela, casi centenaria; y el Presidente Zelaya, en Managua, se -mostró amable y afectuoso. Zelaya mantenía en un puño aquella tierra -difícil. Diez y siete años estuvo en el poder y no pudo levantar cabeza -la revolución conservadora, dominada, pero siempre piafante. El -Presidente era hombre de fortuna, militar y agricultor, mas no se crea -que fué ese la reproducción de tanto tirano y tiranuelo de machete como -ha producido la América española. Zelaya fué enviado por su padre, desde -muy joven, a Europa; se educó en Inglaterra y Francia; sus principales -estudios los hizo en el colegio Höche, de Versalles; peleó en las filas -de Rufino Barrios, cuando este Presidente de Guatemala intentó realizar -la unión de Centro América por la fuerza, tentativa que le costó la -vida. - -Durante su presidencia, Zelaya hizo progresar el país, no hay duda -alguna. Se rodeó de hombres inteligentes, pero que, como sucede en -muchas partes de nuestro continente, hacían demasiada política y muy -poca administración; los principales eran hombres hábiles, que -procuraban influir para los intereses de su círculo en el ánimo del -gobernante. Esos hombres se enriquecieron, o aumentaron sus caudales, en -el tiempo de su actuación política. Otros adláteres hicieron lo mismo; -la situación económica en el país se agravó, y las malquerencias y -desprestigios de los que rodeaban al jefe del Estado recayeron también -contra él. Esto lo observé a mi paso. El descontento había llegado a tal -punto en Occidente, cuando se creyó, con motivo del matrimonio de una de -las señoritas Zelaya, que el Presidente entraba en connivencias con los -conservadores de Granada, que había preparada en León, para una próxima -visita presidencial, una conjuración contra la vida del general Zelaya. - -Amigos míos, entre ellos, principalmente, el doctor Luis Debayle y D. -Francisco Castro, ministro de Hacienda, y el mismo ministro de -Relaciones Exteriores, Sr. Gámez, pidieron al presidente la legación de -España para mí. La unánime aprobación popular, el pedido de sus amigos, -y su innegable buena voluntad, hicieron que el general Zelaya me -nombrase ministro en Madrid, pero no sin que tuviese que luchar con -intrigas palaciegas y pequeñeces no palaciegas, que hacían su sordo -trabajo en contra, y esto a pesar de que la legación tenía un pobre y -casi desdoroso presupuesto, que fué todavía mermado a la salida del Sr. -Castro del Ministerio de Hacienda. - - - - -LXII - - -Partí, pues, de Nicaragua con la creencia de que no había de volver -nunca más; pero había visto florecer antiguos rosales y contemplado -largamente, en las noches del trópico, las constelaciones de mi -infancia. La familia Darío estaba ya casi concluída. Una juventud -ansiosa y llena de talento se desalentaba, por lo desfavorable del -medio. Y se sentía soplar un viento de peligro que venía del lado del -Norte. - -Cuando llegué a París, la contrariedad del ministro Medina al saber que -iba yo a sustituirle en su puesto diplomático de España--pues él era -representante de Nicaragua en cuatro o cinco países de Europa--se -exteriorizó con tal despecho, que me juró aquel provecto caballero no -volver a poner los pies en España. Me dirigí a Madrid con objeto de -presentar mis credenciales. Me hospedé en el Hotel de París, y procuré -que aquella Legación, con información de pobreza, tuviese una -exterioridad, ya que no lujosa, decorosa. La prensa me había saludado -con toda la cordialidad que inspiraba un reconocido amigo y queredor de -España. - -Recibí la visita del primer Introductor de Embajadores, Conde de Pie de -Concha, noble gentilísimo, y me anunció que el Rey me recibiría en -seguida, pues tenía que partir no recuerdo para qué punto. A los tres -días debía verificarse la ceremonia de la entrega de mis credenciales; y -todavía un día antes andaba yo en apuros, porque no había recibido de -París mi flamante y dorado uniforme. Felizmente me sacó del paso mi buen -amigo el doctor Manrique, ministro de Colombia; él hizo que me probara -el suyo y me quedó a las mil maravillas; y he allí cómo el antiguo -Cónsul general de Colombia en Buenos Aires, fué recibido por el rey de -España, como ministro de Nicaragua, con uniforme colombiano. - -Su Majestad el Rey estuvo conmigo de una especial amabilidad, aunque en -este caso todos los diplomáticos dicen lo mismo. Me habló de mi obra -literaria. Conversó de asuntos nicaragüenses y centroamericanos, -demostrando bien informado conocimiento del asunto, y dejó en mi ánimo -la mejor impresión. Cada vez que hablé con él, en el curso de mi misión, -me convencí de que no es solamente el rey _sportman_ de los periódicos -e ilustraciones, sino un joven bien pertrechado de los más diversos -conocimientos, y hecho a toda suerte de disciplinas. Una vez concluída -mi conversación con el monarca, pasé a presentar mis respetos a las -reinas. La reina Victoria apareció ante mi vista como una figura de -arte. Por su rosada belleza, la pompa rica de su elegancia ornamental, y -hasta por la manera como estaba dada la luz en el estrecho recinto donde -me recibió de pie y me tendió la mano para el beso usual. ¡Cuán hermosa -y rubia reina de cuentos de hadas! Hablé con ella en francés; todavía no -se expresaba con facilidad en español. Y tras cumplimientos y preguntas -y respuestas casi protocolares, fuí a saludar a la reina madre doña -María Cristina, delgada y recta, con la particular distinción y aire -imperial que reveló siempre la archiduquesa austriaca que había en la -soberana española. Se mostró conmigo afable y de excelente memoria. Así, -después del acostumbrado diálogo diplomático, me dijo que recordaba la -ocasión en que, en una de las ceremonias de las fiestas colombianas, le -había sido presentado por su primer ministro, D. Antonio Cánovas del -Castillo. - -Después hice mi visita a las infantas: doña Isabel, acompañada de su -inseparable marquesa de Nájera, hoy fallecida. El excelente carácter de -doña Isabel, su cultura y su llaneza, bien conocidos de los argentinos, -no ocultan el genio artístico que hay en ella; y cuyo amor al arte supe -en esa oportunidad y en otras posteriores, por su conversación y por su -museo. La infanta doña Luisa, una linda Orleáns, casada con el viudo D. -Carlos, delicada y fina aunque _sportswoman_ airosa y vigorosa que va de -cuando en cuando a bañar su beldad de sol a Sevilla. Y la desventurada -infanta María Teresa, desventurada como su pobre hermana, y tan -desventurada como sencilla y bondadosa, cuya muerte acaba de llorar toda -España. Me recibió en compañía de su marido el príncipe D. Fernando de -Baviera, hijo de su tía la infanta doña Paz. Doña María Teresa, -ingenuamente, sufrió conmigo una equivocación, lamentable para mí, -_¡hélas!_ pues, acostumbrada a representantes hispanoamericanos como los -Wilde, los Iturbe, los Candamo, los Beiztegui, me confundió con esos -millonarios, y me habló de mi automóvil... ¡Pobrecita infanta María -Teresa! A la infanta doña Eulalia no la pude saludar, pues ya se sabe -que es una parisiense y que reside en París. - - - - -LXIII - - -En el cuerpo diplomático, no sabiendo jugar al _bridge_ y con el sueldo -que tiene un secretario de legación de cualquier país presentable, y con -lo de la literatura y los versos, hacía yo, entre los de la carrera, un -papel suficientemente medianejo... Entre los embajadores, disfruté la -grata cortesía del fastuoso britano Sir Maurice Bunsen, y la acogida -siempre simpática y afectuosa del Nuncio, monseñor Vico, hoy cardenal. -Mi único amigo verdadero era el embajador de Francia, porque era también -amigo de las musas; íntimo de Mistral, y autor de páginas muy -agradables, lo cual, señores positivos, no obsta para que actualmente -sea director de la Banque Otomane en Constantinopla. - -A todo esto, el gobierno de Nicaragua, preocupado con sus políticas, se -acordaba tanto de su legación en España como un calamar de una máquina -de escribir... Y ahí mis apuros... No, no he de callar esto... Después -de haber agotado escasas remesas de mis escasos sueldos, que según me ha -dicho el general Zelaya, tuvo que poner de su propio peculio, y cuando -ya se me debía el pago de muchos meses, _La Nación_ de Buenos Aires, o -mejor dicho, mis pobres sesos, tuvieron que sostener, mala, pésimamente, -pero, en fin, sostener, la legación de mi patria nativa, la República de -Nicaragua, ante su Majestad el rey de España... En fin, para no tener -que hacer las de cierto ministro turco, a quien los acreedores sitiaban -en su casa de la Villa y Corte, trasladé mi residencia a París, en donde -ni tenía que aparentar, ni gastar nada, diplomáticamente. - - - - -LXIV - - -La traición de Estrada inició la caída de Zelaya. Este quiso evitar la -intervención yankee, y entregó el poder al doctor Madriz, quien pudo -deshacer la revolución, en un momento dado, a no haber tomado parte los -Estados Unidos, que desembarcaron tropas de sus barcos de guerra para -ayudar a los revolucionarios. - -Madriz me nombró Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, en -misión especial, en México, con motivo de las fiestas del Centenario. No -había tiempo que perder, y partí inmediatamente. En el mismo vapor que -yo iban miembros de la familia del presidente de la República, general -Porfirio Díaz, un íntimo amigo suyo, diputado, D. Antonio Pliego, el -ministro de Bélgica en México y el conde de Chambrun, de la legación de -Francia en Washington. En la Habana se embarcó también la delegación de -Cuba que iba a las fiestas mexicanas. - -Aunque en La Coruña, por un periódico de la ciudad, supe yo que la -revolución había triunfado en Nicaragua, y que el presidente Madriz se -había salvado por milagro, no diera mucho crédito a la noticia. En la -Habana la encontré confirmada. Envié un cablegrama pidiendo -instrucciones al nuevo gobierno y no obtuve contestación alguna. A mi -paso por la capital de Cuba, el Ministro de Relaciones Exteriores, señor -Sanguily, me atendió y obsequió muy amablemente. Durante el viaje a -Veracruz conversé con los diplomáticos que iban a bordo, y fué opinión -de ellos que mi misión ante el gobierno mexicano era simplemente de -cortesía internacional, y mi nombre, que algo es para la tierra en que -me tocó nacer, estaba fuera de las pasiones políticas que agitaban en -ese momento a Nicaragua. No conocían el ambiente del país y la especial -incultura de los hombres que acababan de apoderarse del gobierno. - -Resumiré. Al llegar a Veracruz, el introductor de diplomáticos, Sr. -Nervo, me comunicaba que no sería recibido oficialmente, a causa de los -recientes acontecimientos, pero que el gobierno mexicano me declaraba -huésped de honor de la nación. Al mismo tiempo se me dijo que no fuese a -la capital, y que esperase la llegada de un enviado del ministerio de -Instrucción Pública. Entre tanto, una gran muchedumbre de veracruzanos, -en la bahía, en barcos empavesados y por las calles de la población, -daban vivas a Rubén Darío y a Nicaragua, y mueras a los Estados Unidos. -El enviado del Ministerio de Instrucción Pública llegó con una carta del -ministro, mi buen amigo D. Justo Sierra, en que en nombre del presidente -de la República y de mis amigos del gabinete, me rogaban que pospusiese -mi viaje a la capital. Y me ocurría algo bizantino. El gobernador civil, -me decía que podía permanecer en territorio mexicano unos cuantos días, -esperando que partiese la delegación de los Estados Unidos para su país, -y que entonces yo podría ir a la capital; y el gobernador militar, a -quien yo tenía mis razones para creer más, me daba a entender que -aprobaba la idea mía de retornar en el mismo vapor para la Habana... -Hice esto último. Pero antes visité la ciudad de Jalapa, que -generosamente me recibió en triunfo. Y el pueblo de Teccelo, donde las -niñas criollas e indígenas, regaban flores y decían ingenuas y -compensadoras salutaciones. Hubo vítores y músicas. La municipalidad dió -mi nombre a la mejor calle. Yo guardo, en lo preferido de mis recuerdos -afectuosos, el nombre de ese pueblo querido. Cuando partía en el tren, -una indirecta me ofreció un ramo de lirios y un puro azteca: «Señor, yo -no tengo que ofrecerle más que esto»; y me dió una gran piña perfumada y -dorada. En Veracruz se celebró en mi honor una velada, en donde hablaron -fogosos oradores y se cantaron himnos. Y mientras esto sucedía, en la -capital, al saber que no se me dejaba llegar a la gran ciudad, los -estudiantes en masa, e hirviente suma de pueblo, recorrían las calles en -manifestación imponente contra los Estados Unidos. Por la primera vez, -después de treinta y tres años de dominio absoluto, se apedreó la casa -del viejo Cesáreo que había imperado. Y allí se vió, se puede decir, el -primer relámpago de la revolución que trajera el destronamiento. - -Me volví a la Habana acompañado de mi secretario, Sr. Torres Perona, -inteligente joven filipino, y del enviado que el Ministro de Instrucción -Pública habíale nombrado para que me acompañase. Las manifestaciones -simpáticas de la ida no se repitieron a la vuelta. No tuve ni una sola -tarjeta de mis amigos oficiales... Se concluyeron, en aquella ciudad -carísima, los pocos fondos que me quedaban y los que llevaba el enviado -del ministro Sierra. Y después de saber, prácticamente, por propia -experiencia, lo que es un ciclón político, y lo que es un ciclón de -huracanes y de lluvia en la isla de Cuba, pude después de dos meses de -ardua permanencia, pagar crecidos gastos y volverme a París, gracias al -apoyo pecuniario del diputado mexicano Pliego, del ingeniero Enrique -Fernández, y, sobre todo, a mis cordiales amigos Fontaura Xavier, -ministro del Brasil, y general Bernardo Reyes, que me envió por cable, -de París, un giro suficiente. - - - - -LXV - - -El nuevo gobierno nicaragüense, que suprimió por decreto mi misión en -México, no me envió nunca, por más que cablegrafié, mis recredenciales -para retirarme de la legación de España; de modo que, si a estas horas -no las ha mandado directamente al gobierno español, yo continúo siendo -el representante de Nicaragua ante su majestad católica. - -Y aquí pongo término a estas comprimidas memorias que, como dejo -escrito, he de ampliar más tarde. En mi propicia ciudad de París, sin -dejar mi ensueño innato, he entrado por la senda de la vida práctica... -Llamado por el artista Leo Merelo para la fundación de la revista -_Mundial_, entré luego en arreglos con los distinguidos negociantes -Sres. Guido, y he consagrado mi nombre y parte de mi trabajo a esa -empresa, confiando en la buena fe de esos activos hombres de capital. - -En lo íntimo de mi casa parisiense, me sonríe infantilmente un rapaz que -se me parece, y a quien yo llamo _Güicho_... - -Y en esta parte de mi existencia, que Dios alargue cuanto le sea -posible, telón. - -Buenos Aires, 11 de Septiembre.--5 de Octubre de 1912. - -[imagen: - -ACABÓSE -DE IMPRIMIR -ESTE LIBRO EN -MADRID, EN LA -TIPOGRAFÍA YAGÜES -EL DÍA XXX -DE SEPTIEMBRE -DEL AÑO -MCMXVIII] - - * * * * * - -EDITORIAL “MUNDO LATINO” - -APARTADO 502.--MADRID - - -CATALOGO PROVISIONAL - -(EXTRACTO DEL CATÁLOGO GENERAL) - - Pesetas - - -OBRAS COMPLETAS - -DE RICARDO DE LEÓN - -(de la Real Academia Española) - -Edición del Banco de España. Ocho volúmenes en 4.º, -encuadernados en tela, con alegorías de Coullaut -Valera y retrato del autor, por Vacqué 50,00 - -A plazos (5 pesetas mensuales) 60,00 - - -DE FRANCISCO VILLAESPESA - -I.--Intimidades.--Flores de Almendro 3,00 - -II.--Luchas.--Confidencias 3,00 - -III.--La copa del Rey de Thule.--La musa enferma 3,00 - -IV.--El alto de los Bohemios.--Rapsodias 3,00 - -V.--Las horas que pasan. (Veladas de amor) 3,00 - -VI.--Las joyas de Margarita: Breviario de amor.--La -tela de Penélope.--El milagro del vaso de agua 3,00 - -VII--Doña María de Padilla.--La cena de los cardenales 3,00 - -VIII.--El milagro de las rosas.--Resurrección.--Amigas -viejas 3,00 - -IX.--Las granadas de rubíes.--Las pupilas de Almotadid.--Las -garras de la pantera.--El último Abderramán 3,00 - -X.--Tristitiæ rerum 3,00 - -XI.--La leona de Castilla.--En el desierto 3,00 - -XII.--El rey Galaor.--El triunfo del amor 3,00 - - -DE RUBÉN DARÍO - -(Ilustraciones de Ochoa) - -Tomos publicados: - -I.--La caravana pasa 3,50 - -II.--Prosas profanas 3,50 - -III.--Tierras solares 3,50 - -IV.--Azul 3,50 - -V.--Parisiana 3,50 - -VI.--Los raros 3,50 - -VII--Cantos de vida y esperanza 3,50 - -VIII.--Letras 3,50 - -IX.--Canto a la Argentina 3,50 - -X.--Opiniones 3,50 - -XI.--Poema del otoño y otros poemas 3,50 - -XII.--Peregrinaciones 3,50 - -Ediciones especiales de lujo. - -HENRIK IBSEN - -TEATRO COMPLETO - -I.--Catilina. La tumba del guerrero. La castellana de -Ostrat 3,50 - -II.--La fiesta de Solhaug. Olaf Liliekrans. Los guerreros -en Helgeland 3,50 - -III.--Los pretendientes a la corona y La comedia del -amor 3,50 - -IV.--Brand 3,50 - -V.--Peer Gynt 3,50 - -VI.--La unión de la juventud. Las columnas de la sociedad. - La casa de una muñeca 3,50 - -VII.--Emperador y Galileo 3,50 - -VIII.--Espectros. Un enemigo del pueblo. El pato silvestre 3,50 - -IX.--La casa de Rosmer. La dama del mar. Hedda Gabler 3,50 - -X.--El constructor Solness. El niño Eyolf. Al despertar - de nuestra muerte 3,50 - - -JOSÉ FRANCÉS - -El año artístico 19,15 6,00 - » » » tela 8,00 - -El año artístico 19,16 (con 2,50 grabados) 10,00 - » » » » » tela 12,00 - -El año artístico 19,17 (con 2,50 grabados) 11,50 - » » » » » tela 13,00 - - -COLECCIÓN DE AUTORES ESPAÑOLES - -NOVELAS - -_Edmundo González Blanco._--Jesús de Nazareth 3,00 - -_José Francés._--La estatua de carne 3,00 - ----- El alma viajera 3,50 - -_López de Saá._--Los indianos vuelven 3,50 - ----- Bruja de amor 3,50 - -_W. Fernández Flórez._--La procesión de los días 3,00 - -_Elías Cerdá._--Don Quijote en la guerra 2,00 - -_V. García Martí._--Don Severo Carvallo 2,50 - -_María Luisa Latil._--Según labremos 3,00 - ----- Genoveva 2,50 - -_Eugenio Noel._--El allegretto de la Sinfonía VII 3,00 - ----- Cuentos 3,50 - -_Rafael Cansinos-Assens._--Las cuatro gracias 3,50 - -_Francisco Delicado._--La lozana andaluza 3,00 - -_J. de Lucas Acevedo._--La Caja de Pandora 3,00 - -_Martín de la Cámara._--Vidas llameantes 3,00 - - -ESTUDIOS Y CRÓNICAS - -_Emiliano Ramírez Angel._--Bombilla-Sol-Ventas 3,00 - -_J. M. Carretero._--Lo que sé por mí (dos series) 3,00 - -_J. Costa._--Alemania contra España 3,00 - -_Pedro Pellicena._--Los Cosacos 3,50 - -_Margarita de la Torre._--Jardín de damas curiosas 3,50 - -_Fola Igurbide._--El Actor 3,50 - -_Alberto Ghiraldo._--Los nuevos caminos 3,50 - -_Enciso._--El soneto en España 3,00 - - -POESÍAS - -_José Montero._--Yelmo florido (con ilustraciones) 4,00 - -_Zurita._--Pícaros y donosos 3,00 - -_Mauricio Bacarisse._--El esfuerzo 3,00 - -_Eliodoro Puche._--Libro de los elogios galantes y de los - crepúsculos de otoño 2,50 - ----- Corazón de la noche 2,50 - -_Emilio Carrere._--El retablo de los poetas. (Antología) 3,50 - - -TEATRO - -_Muñoz Seca y López Núñez._--El Rayo 3,00 - -_H. Ibsen._--Dramas líricos 2,00 - ----- La castellana de Ostrat 2,00 - -LAS GRANDES FIGURAS DE LA GUERRA EUROPEA - -Biografías de los generales: =Alberto I de Bélgica.--Joffre.--Sir -John French.--Lord Kitchener.= Con -preciosas fototipias, a 3,00 - - -COLECCION DE AUTORES EXTRANJEROS - -Traducidas por _Felipe Trigo, Rafael Cansinos -y Pedro de Répide_. - -_Victoriano de Saussay._--La ciencia del beso 3,50 - -_René Emery._--Santa María Magdalena 3,50 - -_Maquiavelo._--Obras festivas: La Mandrágora.--El -P. Alberico.--La Celestina.--El archidiablo -Belfegor 3,00 - -_Claudia Lemaitre._--Juegos de Damas 3,50 - -_Procopio._--Historia secreta 3,50 - -_Anónimo._--Teatro persa 3,50 - - -CELEBRIDADES ESPAÑOLAS - -I.--Bécquer (encuadernados en tela) 3,50 - -II.--Zorrilla (ídem) 3,50 - -III.--Espronceda (ídem) 3,50 - - -COLECCION SELECTA - -_Tomás de Quincey._--Los últimos días de Kant 1,00 - -_Kalidasa._--El reconocimiento de Sakuntala 1,00 - -_Rousseau._--Discurso sobre las artes y las ciencias 1,00 - ----- Origen de la desigualdad entre los hombres 1,00 - -_Luciano de Samosata._--La diosa de Siria 1,00 - -_L. Sterne._--Viaje sentimental de un inglés a Francia 1,00 - -_F. Alvarado._--El filósofo rancio. (Cartas) 1,50 - -COLECCION CIENCIA Y ARTE - -_Ricardo Yesares._--¿Qué quieres aprender? Electricidad. - Encuadernado en tela 3,50 - ----- ¿Qué quieres ser? Automovilista. Encuadernado en tela 3,50 - - -OBRAS VARIAS - -_Stendhal._--Del amor 6,00 - -_E. M. Segovia_ (Oficial del Banco de España).--Los documentos - de crédito 5,00 - -_Rivero._--Legislación de clases pasivas. Volumen de 5,00 páginas, - encuadernado en tela 10,00 - -_R. Yesares._--Ayuda memoria del mecánico electricista. Un volumen, - encuadernado en tela 1,50 - - -LIBROS DE CARTAS - -El arte de escribir cartas 1,00 - -Manual epistolar (encuadernado en tela) 2,00 - -Cartas amorosas 0,60 - -Epistolario de amor (encuadernado) 2,00 - -[imagen] - - - - - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Autobiografía, by Rubén Darío - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK AUTOBIOGRAFÍA *** - -***** This file should be named 52050-0.txt or 52050-0.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/2/0/5/52050/ - -Produced by Josep Cols Canals, Chuck Greif and the Online -Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This -file was produced from images generously made available -by The Internet Archive/Canadian Libraries) - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions -will be renamed. - -Creating the works from public domain print editions means that no -one owns a United States copyright in these works, so the Foundation -(and you!) can copy and distribute it in the United States without -permission and without paying copyright royalties. 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Information about the Project Gutenberg Literary Archive -Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at -http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent -permitted by U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. -Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered -throughout numerous locations. Its business office is located at -809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email -business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact -information can be found at the Foundation's web site and official -page at http://pglaf.org - -For additional contact information: - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To -SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any -particular state visit http://pglaf.org - -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. - -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. - -Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation -methods and addresses. 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Thus, we do not necessarily -keep eBooks in compliance with any particular paper edition. - - -Most people start at our Web site which has the main PG search facility: - - http://www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. diff --git a/old/52050-0.zip b/old/52050-0.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index f908fb0..0000000 --- a/old/52050-0.zip +++ /dev/null diff --git a/old/52050-h.zip b/old/52050-h.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 269f37b..0000000 --- a/old/52050-h.zip +++ /dev/null diff --git a/old/52050-h/52050-h.htm b/old/52050-h/52050-h.htm deleted file mode 100644 index 04b2df8..0000000 --- a/old/52050-h/52050-h.htm +++ /dev/null @@ -1,4787 +0,0 @@ -<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" -"http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> - -<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" lang="es" xml:lang="es"> - <head> <link rel="coverpage" href="images/cover.jpg" /> -<meta http-equiv="Content-Type" content="text/html;charset=utf-8" /> -<title> - The Project Gutenberg eBook of Autobiografía, por Rubén Darío. -</title> -<style type="text/css"> - p {margin-top:.2em;text-align:justify;margin-bottom:.2em;text-indent:4%;} - -.c {text-align:center;text-indent:0%;} - -.courr {text-align:center;text-indent:0%;font-weight:bold; -font-family:courier, serif;} - -.cb {text-align:center;text-indent:0%;font-weight:bold;} - -.ditto {margin:auto 1em auto 1em;} - -.letra {font-size:250%;float:left;margin-top:-1%;} - @media print, handheld - { .letra - {font-size:150%;} - } - -.nind {text-indent:0%;} - -.r {text-align:right;margin-right: 5%;} -.rt {text-align:right;} - -small {font-size: 70%;} - -big {font-size: 130%;} - - h1 {margin-top:5%;text-align:center;clear:both; -letter-spacing:.15em;font-size:300%;} - - h2 {margin-top:4%;margin-bottom:2%;text-align:center;clear:both; - font-size:120%;} - - hr {width:90%;margin:2em auto 2em auto;clear:both;color:black;} - - hr.full {width: 50%;margin:5% auto 5% auto;border:4px double gray;} - - table {margin-top:2%;margin-bottom:2%;margin-left:auto;margin-right:auto;border:none;} - - body{margin-left:4%;margin-right:6%;background:#ffffff;color:black;font-family:"Times New Roman", serif;font-size:medium;} - -a:link {background-color:#ffffff;color:blue;text-decoration:none;} - - link {background-color:#ffffff;color:blue;text-decoration:none;} - -a:visited {background-color:#ffffff;color:purple;text-decoration:none;} - -a:hover {background-color:#ffffff;color:#FF0000;text-decoration:underline;} - -.smcap {font-variant:small-caps;font-size:100%;} - - img {border:none;} - -.blockquot {margin:2% 5% 2% 60%;font-size:95%;} - -.bbox {border:solid 2px black; -margin:auto auto;max-width:22em;padding:.5em;} - - sup {font-size:75%;vertical-align:top;} - -.caption {font-weight:bold;} - -.figcenter {margin-top:3%;margin-bottom:3%;clear:both; -margin-left:auto;margin-right:auto;text-align:center;text-indent:0%;} - @media print, handheld - {.figcenter - {page-break-before: avoid;} - } - -.figleft {float:left;clear:left;margin-left:0;margin-bottom:1em;margin-top:1em;margin-right:1em;padding:0;text-align:center;} - -div.poetry {text-align:center;} -div.poem {font-size:90%;margin:auto auto;text-indent:0%; -display: inline-block; text-align: left;} -.poem .stanza {margin-top: 1em;margin-bottom:1em;} -.poem span.i0 {display: block; margin-left: 0em; padding-left: 3em; text-indent: -3em;} -.poem span.i2 {display: block; margin-left: 1em; padding-left: 3em; text-indent: -3em;} -.poem span.i5 {display: block; margin-left: 4em; padding-left: 3em; text-indent: -3em;} - -.pagenum {font-style:normal;position:absolute; -left:95%;font-size:55%;text-align:right;color:gray; -background-color:#ffffff;font-variant:normal;font-style:normal;font-weight:normal;text-decoration:none;text-indent:0em;} -@media print, handheld -{.pagenum - {display: none;} - } - -</style> - </head> -<body> - - -<pre> - -The Project Gutenberg EBook of Autobiografía, by Rubén Darío - -This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with -almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or -re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included -with this eBook or online at www.gutenberg.org/license - - -Title: Autobiografía - Obras Completas Vol. XV - -Author: Rubén Darío - -Release Date: May 11, 2016 [EBook #52050] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK AUTOBIOGRAFÍA *** - - - - -Produced by Josep Cols Canals, Chuck Greif and the Online -Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This -file was produced from images generously made available -by The Internet Archive/Canadian Libraries) - - - - - - -</pre> - -<hr class="full" /> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/cover.jpg" width="319" height="500" alt="" title="" /> -</div> - -<p class="cb"><big><big>AUTOBIOGRAFÍA</big></big></p> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/illus-a001.png" width="155" height="153" alt="" title="" /> -</div> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/illus-a002.png" width="347" height="500" alt="Yo me apartaba frecuentemente de los regocijos, y me iba -solitario con mi carácter ya triste y meditabundo desde entonces a mirar -cosas en el cielo, en el mar... -RUBÉN" title="" /> -<br /> -<div class="poetry"><div class="poem"> - Yo me apartaba frecuentemente de los regocijos, y me iba<br /> -solitario con mi carácter ya triste y meditabundo desde entonces a mirar<br /> -cosas en el cielo, en el mar... - -<p class="rt">RUBÉN</p> -</div></div> -</div> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/illus-a003.jpg" width="320" height="500" alt="RUBEN DARIO - -AUTOBIOGRAFÍA" title="" /> -</div> - -<div class="figleft"> -<img src="images/illus-a004.png" width="25" height="34" alt="ES PROPIEDAD" title="" /> -<br /> -<span class="caption">ES PROPIEDAD</span> -</div> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/illus-a005.jpg" width="321" height="500" alt="Autobiografia" title="" /> -</div> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/illus-a006.jpg" width="346" height="500" alt="Rubén Darío." title="" /> -<br /> -<span class="caption">Rubén Darío.</span> -</div> - -<div class="bbox"> -<p class="cb"><big><big><span class="smcap">Ruben Dario</span></big></big></p> - -<h1>AUTOBIO-<br />GRAFÍA</h1> - -<p class="courr"><img src="images/illus-a007a.jpg" -width="90" -height="" -alt="" -/><br /> -<br /> -VOLUMEN XV<br /> -DE LAS OBRAS COMPLETAS<br /> -ADMINISTRACIÓN<br /> -EDITORIAL «MUNDO LATINO»<br /> -MADRID<br /> -</p> -</div> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/illus-b001.png" width="75" height="101" alt="" title="" /> -</div> - -<div class="blockquot"><p>Tuttí gli uomini d’ogni sorte, che hanno fatto qualque cosa che sia -virtuosa, o si veramente che le virtu somigli, dovrebbero, essendo -veritieri e da bene, di lor propria mano descrivere la lora vita; -ma non si dovrebbe comincíare una tal bella impresa prima que -passato l’etá de quarant’anni.</p> - -<p class="r"> -(<span class="smcap">La vita de Benvenuto de<br /> -M.º Cellini, Florentino</span>).<br /> -</p></div> - -<h2><a name="I" id="I"></a>I</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">T</span><small>ENGO</small> más años, desde hace cuatro, que los que exige Benvenuto para la -empresa. Así doy comienzo a estos apuntamientos que más tarde han de -desenvolverse mayor y más detalladamente.</p> - -<p>En la catedral de León, de Nicaragua, en la América Central, se -encuentra la fe de bautismo de Félix Rubén, hijo legítimo de Manuel -García y<span class="pagenum"><a name="page_002" id="page_002"></a>{2}</span> Rosa Sarmiento. En realidad, mi nombre debía ser Félix Rubén -García Sarmiento. ¿Cómo llegó a usarse en mi familia el apellido Darío? -Según lo que algunos ancianos de aquella ciudad de mi infancia me han -referido, un mi tatarabuelo tenía por nombre Darío. En la pequeña -población conocíale todo el mundo por Don Darío; a sus hijos e hijas por -los Daríos, las Daríos. Fué así desapareciendo el primer apellido, a -punto de que mi bisabuela paterna firmaba ya Rita Darío; y ello, -convertido en patronímico llegó a adquirir valor legal, pues mi padre, -que era comerciante, realizó todos sus negocios ya con el nombre de -Manuel Darío, y en la catedral a que me he referido, en los cuadros -donados por mi tía Doña Rita Darío de Alvarado, se ve escrito su nombre -de tal manera.</p> - -<p>El matrimonio de Manuel García—diré mejor de Manuel Darío—y Rosa -Sarmiento, fué un matrimonio de conveniencia, hecho por la familia. Así -no es de extrañar que a los ocho meses más o menos de esa unión forzada -y sin afecto, viniese la separación. Un mes después nacía yo en un -pueblecito, o más bien aldea, de la provincia, o, como allá se dice, -departamento, de la Nueva Segovia, llamado antaño Chocoyos y hoy -Metapa.<span class="pagenum"><a name="page_003" id="page_003"></a>{3}</span></p> - -<h2><a name="II" id="II"></a>II</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">M</span><small>I</small> primer recuerdo—debo haber sido a la sazón muy niño, pues se me -cargaba a horcajadas, en los cuadriles, como se usa por aquellas -tierras—es el de un país montañoso: un villorrio llamado San Marcos de -Colón, en tierras de Honduras, por la frontera nicaragüense; una señora -delgada, de vivos y brillantes ojos negros—¿negros?... no lo puedo -afirmar seguramente..., mas así los veo ahora en mi vago y como ensoñado -recuerdo—blanca, de tupidos cabellos obscuros, alerta, risueña, bella. -Esa era mi madre. La acompañaba una criada india, y le enviaba de su -quinta legumbres y frutas, un viejo compadre gordo, que era nombrado «el -compadre Guillén». La casa era primitiva, pobre, sin ladrillos, en pleno -campo. Un día yo me perdí. Se me buscó por todas partes; hasta el -compadre Guillén montó en su<span class="pagenum"><a name="page_004" id="page_004"></a>{4}</span> mula. Se me encontró, por fin, lejos de la -casa, tras unos matorrales, debajo de las ubres de una vaca, entre mucho -granado que mascaba el jugo del yogol, fruto mucilaginoso y pegajoso que -da una palmera y del cual se saca aceite en molinos de piedra como los -de España. Dan a las vacas el fruto, cuyo hueso dejan limpio y seco, y -así producen leche que se distingue por su exquisito sabor. Se me sacó -de mi bucólico refugio, se me dió unas cuantas nalgadas y aquí mi -recuerdo de esa edad desaparece como una vista de cinematógrafo.</p> - -<p>Mi segundo recuerdo de edad verdaderamente infantil es el de unos fuegos -artificiales, en la plaza de la iglesia del Calvario, en León. Me -cargaba en sus brazos una fiel y excelente mulata, la Serapia. Yo estaba -ya en poder de mi tía abuela materna, doña Bernarda Sarmiento de -Ramírez, cuyo marido había ido a buscarme a Honduras. Era él un militar -bravo y patriota, de los unionistas de Centro-América, con el famoso -caudillo general Máximo Jerez, y de quien habla en sus <i>Memorias</i> el -filibustero yanqui William Walker. Le recuerdo: hombre alto, buen -jinete, algo moreno, de barbas muy negras. Le llamaban «el bocón», -seguramente por su gran boca. Por él aprendí pocos años más tarde a -andar a caballo, conocí el hielo, los cuentos pintados para niños, las -manzanas de California y el champaña de Francia. Dios le haya dado un -buen sitio en alguno de sus paraísos. Yo me criaba como hijo del -coronel<span class="pagenum"><a name="page_005" id="page_005"></a>{5}</span> Ramírez y de su esposa doña Bernarda. Cuando tuve uso de razón, -no sabía otra cosa. La imagen de mi madre se había borrado por completo -de mi memoria. En mis libros de primeras letras, alguno de los cuales he -podido encontrar en mi último viaje a Nicaragua, se leía la conocida -inscripción:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">Si este libro se perdiese,<br /></span> -<span class="i0">como suele suceder,<br /></span> -<span class="i0">suplico al que me lo hallase<br /></span> -<span class="i0">me lo sepa devolver.<br /></span> -<span class="i0">y si no sabe mi nombre<br /></span> -<span class="i0">aquí se lo voy a poner:<br /></span> -<span class="i0"><br /></span> -<span class="i5"><span class="smcap">Félix Rubén Ramírez</span><br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>El coronel se llamaba Félix, y me dieron su nombre en el bautismo. Fué -mi padrino el citado general Jerez, célebre como hombre político y -militar, que murió de ministro en Washington, y cuya estatua se -encuentra en el parque de León.</p> - -<p>Fuí algo niño prodigio. A los tres años sabía leer, según se me ha -contado. El coronel Ramírez murió y mi educación quedó únicamente a -cargo de mi tía abuela. Fué mermando el bienestar de la viuda y llegó la -escasez, si no la pobreza. La casa era una vieja construcción, a la -manera colonial: cuartos seguidos, un largo corredor, un patio con su -pozo, árboles. Rememoro un gran «jícaro», bajo cuyas ramas leía; y un -granado<span class="pagenum"><a name="page_006" id="page_006"></a>{6}</span> que aun existe; y otra árbol que da unas flores de un perfume -que yo llamaría oriental si no fuese de aquel pródigo trópico y que se -llaman «mapolas».</p> - -<p>La casa era para mí temerosa por las noches. Anidaban lechuzas en los -aleros. Me contaban cuentos de ánimas en pena y aparecidos, los dos -únicos sirvientes: la Serapia y el indio Goyo. Vivía aún la madre de mi -tía abuela, una anciana, toda blanca por los años, y atacada de un -temblor continuo. Ella también me infundía miedos, me hablaba de un -fraile sin cabeza, de una mano peluda, que perseguía, como una araña... -Se me mostraba, no lejos de mi casa, la ventana por donde, a la Juana -Catina, mujer muy pecadora y loca de su cuerpo, se la habían llevado los -demonios. Una noche, la mujer gritó desusadamente; los vecinos se -asomaron atemorizados, y alcanzaron a ver a la Juana Catina, por el -aire, llevada por los diablos, que hacían un gran ruido y dejaban un -hedor a azufre.</p> - -<p>Oía contar la aparición del difunto obispo García, al obispo Viteri. Se -trataba de un documento perdido en un ya antiguo proceso de la curia. -Una noche, el obispo Viteri hizo despertar a sus pajes, se dirigió a la -catedral, hizo abrir la sala del capítulo, se encerró en ella, dejó -fuera a sus familiares, pero éstos vieron, por el ojo de la llave, que -su ilustrísima estaba en conversación con su finado antecesor. Cuando -salió, «mandó tocar vacante»; todos creían en la ciudad que hubiese<span class="pagenum"><a name="page_007" id="page_007"></a>{7}</span> -fallecido. La sorpresa que hubo al otro día fué que el documento perdido -se había encontrado. Y así se me nutría el espíritu con otras cuantas -tradiciones y consejas y sucedidos semejantes. De allí mi horror a las -tinieblas nocturnas, y el tormento de ciertas pesadillas inenarrables.</p> - -<p>Quedaba mi casa cerca de la iglesia de San Francisco, donde había -existido un antiguo convento. Allí iba mi tía abuela a misa primera, -cuando apenas aparecía el primer resplandor del alba, al canto de los -gallos. Cuando en el barrio había un moribundo, tocaban en las campanas -de esa iglesia el pausado toque de agonía, que llenaba mi pueril alma de -terrores.</p> - -<p>Los domingos llegaban a casa a jugar el fusilico viejos amigos, entre -ellos un platero y un cura. Pasaba el tiempo. Yo crecía. Por las noches -había tertulia en la puerta de la calle, una calle mal empedrada de -redondos y puntiagudos cantos. Llegaban hombres de política y se hablaba -de revoluciones. La señora me acariciaba en su regazo. La conversación y -la noche cerraban mis párpados. Pasaba el «vendedor de arena»... Me iba -deslizando. Quedaba dormido, sobre el ruedo de la maternal falda, como -un gozquejo. En esa época aparecieron en mí fenómenos posiblemente -congestivos. Cuando se me había llevado a la cama, despertaba y volvía a -dormirme. Alrededor del lecho mil círculos coloreados y concéntricos, -kaleidoscópicos, enlazados y con movimientos centrífugos y centrípetos, -como los que forma<span class="pagenum"><a name="page_008" id="page_008"></a>{8}</span> la linterna mágica, creaban una visión extraña y -para mí dolorosa. El central punto rojo se hundía, hasta incalculables -hípnicas distancias, y volvía a acercarse; y su ir y venir era para mí -como un martirio inexplicable. Hasta que, de repente, desaparecía la -decoración de colores, se hundía el punto rojo y se apagaba, al ruido de -una seca y para mí saludable explosión. Sentía una gran calma, un gran -alivio, el sueño seguía tranquilo. Por las mañanas, mi almohada estaba -llena de sangre, de una copiosa hemorragia nasal.<span class="pagenum"><a name="page_009" id="page_009"></a>{9}</span></p> - -<h2><a name="III" id="III"></a>III</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">S</span><small>E</small> me hacía ir a una escuela pública. Aun vive el buen maestro, que era -entonces bastante joven, con fama de poeta, el licenciado Felipe Ibarra. -Usaba, naturalmente, conforme con la pedagogía singular de entonces, la -palmeta, y, en casos especiales, la flagelación en las desnudas -posaderas. Allí se enseñaba la cartilla, el Catón cristiano, las «cuatro -reglas», otras primarias nociones. Después tuve otro maestro, que me -inculcaba vagas nociones de aritmética, geografía, cosas de gramática, -religión. Pero quien primeramente me enseñó el alfabeto, mi primer -maestro, fué una mujer, doña Jacoba Tellería, quien estimulaba mi -aplicación con sabrosos pestiños, bizcotelas y alfajores que ella misma -hacía, con muy<span class="pagenum"><a name="page_010" id="page_010"></a>{10}</span> buen gusto de golosinas y con manos de monja. La maestra -no me castigó sino una vez, en que me encontrara, ¡a esa edad. Dios mío! -en compañía de una precoz chicuela, iniciando, indoctos e imposibles -Dafnis y Cloe, y, según el verso de Góngora, «las bellaquerías, detrás -de la puerta.»<span class="pagenum"><a name="page_011" id="page_011"></a>{11}</span></p> - -<h2><a name="IV" id="IV"></a>IV</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> un viejo armario encontré los primeros libros que leyera. Eran un -<i>Quijote</i>, las obras de Moratín, <i>Las Mil y una noches</i>, la Biblia, los -<i>Oficios</i>, de Cicerón, la <i>Corina</i>, de Madame Staël, un tomo de comedias -clásicas españolas, y una novela terrorífica, de ya no recuerdo qué -autor, <i>La Caverna de Strossi</i>. Extraña y ardua mezcla de cosas para la -cabeza de un niño.<span class="pagenum"><a name="page_012" id="page_012"></a>{12}</span></p> - -<h2><a name="V" id="V"></a>V</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">A</span> qué edad escribí mis primeros versos? No lo recuerdo precisamente, -pero ello fué harto temprano. Por la puerta de mi casa—en las Cuatro -Esquinas—pasaban las procesiones de la Semana Santa, una Semana Santa -famosa: «Semana Santa en León y Corpus en Guatemala»—; y las calles se -adornaban con arcos de ramas verdes, palmas de cocotero, flores de -corozo, matas de plátanos o bananos, disecadas aves de colores, papel de -China picado con mucha labor; y sobre el suelo se dibujaban alfombras -que se coloreaban, expresamente, con serrín de rojo brasil o cedro, o -amarillo «mora»; con trigo reventado, con hojas, con flores, con -desgranada flor de «coyol». Del centro de uno de los arcos, en la -esquina de mi casa, pendía una granada dorada. Cuando pasaba la -procesión del Señor del Triunfo, el<span class="pagenum"><a name="page_013" id="page_013"></a>{13}</span> Domingo de Ramos, la granada se -abría y caía una lluvia de versos. Yo era el autor de ellos. No he -podido recordar ninguno... pero si sé que eran versos, versos brotados -instintivamente. Yo nunca aprendí a hacer versos. Ello fué en mi -orgánico, natural, nacido. Acontecía que se usaba entonces—y creo que -aun persiste—la costumbre de imprimir y repartir, en los entierros, -«epitafios», en que los deudos lamentan los fallecimientos, en verso por -lo general. Los que sabían mi rítmico don, llegaban a encargarme pusiese -su duelo en estrofas.</p> - -<p>A todo esto, el recuerdo de mi madre había desaparecido. Mi madre era -aquella señora que me había acogido. Mi «padre» había muerto, el coronel -Ramírez. A tal sazón llegó a vivir con nosotros, y a criarse junto -conmigo, una lejana prima, rubia, bastante bella, de quien he hablado en -mi cuento <i>Palomas blancas y garzas morenas</i>. Ella fué quien despertara -en mí los primeros deseos sensuales. Por cierto que, muchos años -después, madre y posiblemente abuela, me hizo cargos: «¿Por qué has dado -a entender que llegamos a cosas de amor, si eso no es verdad?»—«¡Ay! le -contesté, ¡es cierto! Eso no es verdad, ¡y lo siento! ¿No hubiera sido -mejor que fuera verdad y que ambos nos hubiéramos encontrado en el mejor -de los despertamientos, en la más ardiente de las adolescencias y en las -primaveras del más encendido de los trópicos?...»</p> - -<p>Mi familia se componía entonces de mi tía doña<span class="pagenum"><a name="page_014" id="page_014"></a>{14}</span> Rita Darío de Alvarado, -a quien su hermano Manuel García, esto es Manuel Darío, único que tenía -en tal ocasión dinero, había hecho donación de sus bienes ¡ah, malhaya! -para que se casase con el cónsul de Costa Rica; mi tía Josefa, vivaz, -parlera, muy amante de la crinolina, medio tocada, quien una vez—el día -de la muerte de su madre—apareció calzada con zapatos rojos, y a las -observaciones y reproches que se le hicieron, contestó que «Las perdices -y las palomitas de Castilla...» ¡Cuando digo que era medio tocada! Mi -tía Sara, casada con un norteamericano, muy hermosa, y cuya hija mayor -¡oh, Eros! un día, por sorpresa, en un aposento a donde yo entrara -descuidado, me dió la ilusión de una Anadiómena... Y «mi tío Manuel». -Porque don Manuel Darío figuraba como mi tío. Y mi verdadero padre, para -mí, y tal como se me había enseñado, era el otro, el que me había criado -desde los primeros años, el que había muerto, el coronel Ramírez. No sé -por qué, siempre tuve un desapego, una vaga inquietud separadora con mi -«tío Manuel». La voz de la sangre... ¡qué flácida patraña romántica! La -paternidad única es la costumbre del cariño y del cuidado. El que sufre, -lucha y se desvela por un niño, aunque no lo haya engendrado, ese es su -padre.</p> - -<p>Mi tía Rita era la adinerada de la familia. Mi padre, que, como he -dicho, pasaba como mi tío, vivía en casa de su hermana, la cual era -propietaria de haciendas de ganado y de ingenios de<span class="pagenum"><a name="page_015" id="page_015"></a>{15}</span> caña de azúcar. La -vida en casa de mi tía Rita me ha dejado un recuerdo verdaderamente -singular e imborrable. Esta señora, que era muy religiosa, casada con -don Pedro Alvarado, cónsul de Costa Rica, tenía, como los antiguos -reyes, dos bufones, enanos, arrugados, feos, velazquescos, hombre y -mujer. El se llamaba el capitán Vilches, y la mujer era su madre; pero -eran iguales, completamente, en tamaño, en fealdad, y me inspiraban -miedo e inquietud. Hacían retratos de cera, monicacos deformes, y el -«capitán», que decía ser también sacerdote, pronunciaba sermones que -hacían reir, pero que yo oía con gran malestar, como si fuesen cosas de -brujos.</p> - -<p>Los domingos se daban bailes de niños, y aunque mi primo Pedro, señor de -la casa, era el más rico y un excelente pianista en tan corta edad, ya, -con mi pobreza y todo, solía ganarme las mejores sonrisas de las -muchachas, por el asunto de los versos. ¡Fidelina, Rafaela, Julia, -Mercedes, Narcisa, María, Victoria, Gertrudis! recuerdos, recuerdos -suaves.</p> - -<p>A veces los tíos disponían viajes al campo, a la hacienda. Ibamos en -pesadas carretas, tiradas por bueyes, cubiertas con toldo de cuero -crudo. En el viaje se cantaban canciones. Y en amontonamiento inocente, -íbamos a bañarnos al río de la hacienda, que estaba a poca distancia, -todos, muchachos y muchachas, cubiertos con toscos camisones. Otras -veces eran los viajes a la orilla del mar, en la costa de Poneloya, en -donde estaba<span class="pagenum"><a name="page_016" id="page_016"></a>{16}</span> la fabulosa peña del Tigre. Ibamos en las mismas carretas -de ruedas rechinantes, los hombres mayores a caballo; y al pasar un río, -en pleno bosque, se hacía alto, se encendía fuego, se sacaban los pollos -asados, los huevos duros, el aguardiente de caña y la bebida nacional, -llamada «tiste», hecha de cacao y maíz, y se batía en jícaras con -molinillo de madera. Los hombres se alegraban, cantaban al son de la -guitarra y disparaban los tiros al aire y daban los gritos usuales, -estentóreos y alternativos, muy diferentes del chivateo araucano. Se -llegaba al punto terminal y se vivía por algunos días bajo enramadas -hechas con hojas, juncos y cañas verdes, para resguardarse del tórrido -sol. Iban las mujeres por un lado, los hombres por el otro, a bañarse en -el mar, y era corriente el encontrar de súbito, por un recodo el -espectáculo de cien Venus Anadiómenas en las ondas. Las familias se -juntaban por las noches y se pasaba el tiempo bajo aquellos cielos -profundos, llenos de estrellas prodigiosas, jugando juegos de prendas, -corriendo tras los cangrejos, o persiguiendo a las grandes tortugas -llamadas <i>paslamas</i>, cuyos huevos se sacan cavando en los nidos que -dejan en la arena.</p> - -<p>Yo me apartaba frecuentemente de los regocijos, y me iba, solitario, con -mi carácter ya triste y meditabundo desde entonces, a mirar cosas, en el -cielo, en el mar. Una vez vi una escena horrible, que me quedó grabada -en la memoria. Cerca de una yunta de bueyes, a orillas de un pantano,<span class="pagenum"><a name="page_017" id="page_017"></a>{17}</span> -dos carreteros que se peleaban echaron mano al machete, pesado y filoso, -arma que sirve para partir la caña de azúcar, y comenzaron a esgrimirlo; -y de pronto vi algo que saltó por el aire. Eran, juntos, el machete y la -mano de uno de ellos.</p> - -<p>Por las tardes y las noches paseaban, a caballo o a pie, vociferando, -hombres borrachos. Los soldados, descalzos y vestidos de azul, se los -llevaban presos. Cuando la luna iba menguando, retornaban las familias a -la ciudad.<span class="pagenum"><a name="page_018" id="page_018"></a>{18}</span></p> - -<h2><a name="VI" id="VI"></a>VI</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">P</span><small>OR</small> influencia de mi tía Rita, comencé a frecuentar la casa de los -Padres Jesuítas, en la iglesia de la Recolección. Debo decir que desde -niño se me infundió una gran religiosidad que llegaba a veces hasta la -superstición. Cuando tronaba la tormenta y se ponía el cielo negro, en -aquellas tempestades únicas, como no he visto en parte alguna, sacaba mi -tía abuela palmas benditas y hacía coronas para todos los de la casa; y -todos coronados de palmas rezábamos en coro el trisagio y otras -oraciones. Señaladas devociones eran para mí temerosas. Por ejemplo, al -acercarse la fiesta de la Santa Cruz. Porque ¡oh, Dios de los dioses! -martirio como aquél, para mis pocos años, no os lo podéis imaginar. -Llegado ese día, todos nos poníamos delante de las imágenes; y la buena -abuela dirigía el rezo, un rezo que<span class="pagenum"><a name="page_019" id="page_019"></a>{19}</span> concluía después de varias -jaculatorias, con estas palabras:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">«Vete de aquí, Satanás,<br /></span> -<span class="i0">que en mí parte no tendrás,<br /></span> -<span class="i0">porque el día de la Cruz<br /></span> -<span class="i0">dije mil veces: Jesús.»<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Pues el caso es que teníamos en efecto que decir mil veces la palabra -Jesús, y aquello era inacabable. «¡Jesús!, ¡Jesús!, ¡Jesús!» hasta mil; -y a veces se perdía la cuenta y había que volver a empezar.</p> - -<p>Los jesuítas me halagaron; pero nunca me sugestionaron para entrar en la -Compañía, seguramente, viendo que yo no tenía vocación para ello. Había -entre ellos hombres eminentes: un padre Koenig, austriaco, famoso como -astrónomo, un padre Arubla, bello e insinuante orador; un padre -Valenzuela, célebre en Colombia como poeta, y otros cuantos. Entré en lo -que se llamaba la Congregación de Jesús, y usé en las ceremonias la -cinta azul y la medalla de los congregantes. Por aquel entonces hubo un -grave escándalo. Los jesuítas ponían en el altar mayor de la iglesia, en -la fiesta de San Luis Gonzaga, un buzón, en el cual podían echar sus -cartas todos los que quisieran pedir algo o tener correspondencia con -San Luis y con la Virgen Santísima. Sacaban las cartas y las quemaban -delante del público; pero se decía que no sin haberlas visto antes.<span class="pagenum"><a name="page_020" id="page_020"></a>{20}</span> Así -eran dueños de muchos secretos de familia, y aumentaban su influjo por -estas y otras razones. El gobierno decretó su expulsión, no sin que -antes hubiese yo asistido con ellos a los ejercicios de San Ignacio de -Loyola, ejercicios que me encantaban y que por mí hubieran podido -prolongarse indefinidamente por las sabrosas vituallas y el exquisito -chocolate que los reverendos nos daban.<span class="pagenum"><a name="page_021" id="page_021"></a>{21}</span></p> - -<h2><a name="VII" id="VII"></a>VII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">F</span><small>LORIDA</small> estaba mi adolescencia. Ya tenía yo escritos muchos versos de -amor y ya había sufrido, apasionado precoz, más de un dolor y una -desilusión a causa de nuestra inevitable y divina enemiga: pero nunca -había sentido una erótica llama igual a la que despertó en mis sentidos -e imaginación de niño, una apenas púber saltimbanqui norteamericana, que -daba saltos prodigiosos en un circo ambulante. No he olvidado su nombre: -Hortensia Buislay.</p> - -<p>Como no siempre conseguía lo necesario para penetrar en el circo, me -hice amigo de los músicos y entraba a veces, ya con un gran rollo de -papeles, ya con la caja de un violín; pero mi gloria mayor fué conocer -el payaso, a quien hice repetidos ruegos para ser admitido en la -farándula. Mi inutilidad fué reconocida. Así, pues, tuve que resignarme -a ver partir a la tentadora, que me<span class="pagenum"><a name="page_022" id="page_022"></a>{22}</span> había presentado la más hermosa -visión de inocente voluptuosidad en mis tiempos de fogosa primavera.</p> - -<p>Ya iba a cumplir mis trece años y habían aparecido mis primeros versos -en un diario titulado «El Termómetro», que publicaba en la ciudad de -Rivas el historiador y hombre político José Dolores Gómez. No he -olvidado la primera estrofa de estos versos de primerizo, rimados en -ocasión de la muerte del padre de un amigo. Ellos serían ruborizantes si -no los amparase la intención de la inocencia:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">«Murió tu padre, es verdad,<br /></span> -<span class="i0">lo lloras, tienes razón,<br /></span> -<span class="i0">pero ten resignación,<br /></span> -<span class="i0">que existe una eternidad<br /></span> -<span class="i0">do no hay penas...<br /></span> -<span class="i0">y en un trozo de azucena<br /></span> -<span class="i0">moran los justos cantando...»<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>No, no continuaré. Otros versos míos se publicaron y se me llamó en mi -república, y en las cuatro de Centro América, «el poeta niño». Como era -de razón, comencé a usar larga cabellera, a divagar más de lo preciso, a -descuidar mis estudios de colegial, y en mi desastroso examen de -matemáticas fuí reprobado con innegable justicia.</p> - -<p>Como se ve, era la iniciación de un nacido aeda. Y la alarma familiar -entró en mi casa. Entonces, la excelente anciana protectora quería<span class="pagenum"><a name="page_023" id="page_023"></a>{23}</span> que -aprendiese a sastre, o a cualquier otro oficio práctico y útil, pero mis -románticos éxitos con las mozas eran indiscutibles, lo cual me valía, -por mi contextura endeble y mis escasas condiciones de agresividad, ser -la víctima de fuertes zopencos rivales míos, que tenían brazos robustos -y estaban exentos de iniciación apolínea.<span class="pagenum"><a name="page_024" id="page_024"></a>{24}</span></p> - -<h2><a name="VIII" id="VIII"></a>VIII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">U</span><small>N</small> día, una vecina me llamó a su casa. Estaba allí una señora vestida de -negro, que me abrazó y me besó llorando, sin decirme una sola palabra. -La vecina me dijo: «Esta es tu verdadera madre, se llama Rosa, y ha -venido a verte, desde muy lejos». No comprendí de pronto, como tampoco -me dí exacta cuenta de las mil palabras de ternura y consejos que me -prodigara en la despedida que oía de aquella dama para mí extraña. Me -dejó unos dulces, unos regalitos. Fué para mí rara visión. Desapareció -de nuevo. No debía volver a verla hasta más de veinte años después.</p> - -<p>Algunas veces llegué a visitar a D. Manuel Darío, en su tienda de ropa. -Era un hombre no muy alto de cuerpo, algo jovial, muy aficionado a los -galanteos, gustador de cerveza negra de<span class="pagenum"><a name="page_025" id="page_025"></a>{25}</span> Inglaterra. Hablaba mucho de -política y esto le ocasionó en cierto tiempo varios desvaríos. Desde -luego, aunque se mantuvo cariñoso, no con extremada amabilidad, nada me -daba a entender que fuese mi padre. La verdad es que no vine a saber -sino mucho más tarde que yo era hijo suyo.<span class="pagenum"><a name="page_026" id="page_026"></a>{26}</span></p> - -<h2><a name="IX" id="IX"></a>IX</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">P</span><small>OR</small> ese tiempo, algo que ha dejado en mi espíritu una impresión -indeleble, me aconteció. Fué mi primer pesadilla. La cuento, porque, -hasta en estos mismos momentos, me impresiona. Estaba yo, en el sueño, -leyendo cerca de una mesa, en la salita de la casa, alumbrada por una -lámpara de petróleo. En la puerta de la calle, no lejos de mí, estaba la -gente de la tertulia habitual. A mi derecha había una puerta que daba al -dormitorio; la puerta estaba abierta y vi en el fondo obscuro que daba -al interior, que comenzaba como a formarse un espectro; y con temor miré -hacia este cuadrado de obscuridad y no vi nada; pero, como volviese a -sentirme inquieto, miré de nuevo y vi que se destacaba en el fondo negro -una figura blanquecina, como la de un cuerpo humano envuelto en lienzos; -me llené de terror, porque vi aquella figura que, aunque no<span class="pagenum"><a name="page_027" id="page_027"></a>{27}</span> andaba, iba -avanzando hacia donde yo me encontraba. Las visitas continuaban en su -conversación, y, a pesar de que pedí socorro, no me oyeron. Volví a -gritar y siguieron indiferentes. Indefenso, al sentir la aproximación de -«la cosa», quise huir y no pude, y aquella sepulcral materialización -siguió acercándose a mí, paralizándome y dándome una impresión de horror -inexpresable. Aquello no tenía cara y era, sin embargo, un cuerpo -humano. Aquello no tenía brazos y yo sentía que me iba a estrechar. -Aquello no tenía pies y ya estaba cerca de mí. Lo más espantoso fué que -sentí inmediatamente el tremendo olor de la cadaverina, cuando me tocó -algo como un brazo, que causaba en mí algo semejante a una conmoción -eléctrica. De súbito, para defenderme, mordí «aquello» y sentí -exactamente como si hubiera clavado mis dientes en un cirio de cera -oleosa. Desperté con sudores de angustia.</p> - -<p>De la familia materna no conocía casi a nadie. Como mis padres eran -primos, los parientes maternos llevaban también con el suyo el apellido -Darío, así oía yo la historia novelesca de dos hermanos de mi madre, -Antonio, llamado «el indio Darío», que por cierto era, según decires, un -hombre guapo, rubio y de ojos azules y que murió asesinado cruelmente en -una revolución en la ciudad de Granada, en donde, después de ultimarle, -le ataron a la cola de un caballo y fué arrastrado por las calles; e -Ignacio, muerto a traición de un escopetazo; unos dicen que por<span class="pagenum"><a name="page_028" id="page_028"></a>{28}</span> asuntos -de amores y otros que por robarle, después de haber salido de una casa -de juego. Había también dos primos de mi madre, que habitaban en el -puerto de Corinto, y se dedicaban al negocio de exportación de maderas, -especialmente de mora y de palo de campeche.</p> - -<p>Cuántas veces me despertaron ansias desconocidas y misteriosos ensueños -las fragatas y bergantines que se iban con las velas desplegadas por el -golfo azul, con rumbo a la fabulosa Europa. En muchas ocasiones fuí al -puerto, en pequeñas barcas, por los esteros y manglares, poblados de -grandes almejas y cangrejos, y me iba a admirar al cónsul inglés, -Miller, que perseguía a balazos, con su winchester, a los tiburones.<span class="pagenum"><a name="page_029" id="page_029"></a>{29}</span></p> - -<h2><a name="X" id="X"></a>X</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">S</span><small>E</small> publicaba en León un periódico político titulado <i>La Verdad</i>. Se me -llamó a la redacción—tenía a la sazón cerca de catorce años—, se me -hizo escribir artículos de combate que yo redactaba a la manera de un -escritor ecuatoriano, famoso, violento, castizo e ilustre, llamado Juan -Montalvo, que ha dejado excelentes volúmenes de tratados, conminaciones -y catilinarias. Como el periódico <i>La Verdad</i> era de la oposición, mis -estilados denuestos iban contra el gobierno, y el gobierno se escamó. Un -día fuí requerido por la policía. Se me acusaba como vago, y me libré de -las oficiales iras porque un doctor pedagogo, liberal y de buen querer, -declaró que no podía ser vago quien como yo era profesor en el colegio -que él dirigía. En efecto: desde hacía algún tiempo, enseñaba yo -gramática en tal establecimiento.<span class="pagenum"><a name="page_030" id="page_030"></a>{30}</span></p> - -<p>Cayó en mis manos un libro de masonería, y me dió por ser masón, y -llegaron a serme familiares Hiram, el Templo, los caballeros Kadosh, el -mandil, la escuadra, el compás, las baterías y toda la endiablada y -simbólica liturgía de esos terribles ingenuos.</p> - -<p>Con esto adquirí cierto prestigio entre mis jóvenes amigos. En cuanto a -mi imaginación y mi sentido poético, se encantaban en casa con la visión -de las turgentes formas de mi prima, que aun usaba el traje corto; con -la cigarrera Manuela, que manipulando sus tabacos me contaba los cuentos -del príncipe Kamaralzaman y de la princesa Badura, del Caballo Volante, -de los genios orientales, de las invenciones maravillosas de las Mil y -Una Noches.</p> - -<p>Brillaba el fuego de los tizones en la cocina, se oía el ruido de las -salvas que sirven para desgranar las mazorcas de maíz. Un perro, -<i>Laberinto</i>, estaba a mi lado con el hocico entre las patas. Vageaba en -el silencio la cálida noche. Yo escuchaba atento las lindas fábulas.</p> - -<p>Mas la vida pasaba. La pubertad transformaba mi cuerpo y mi espíritu. Se -acentuaban mis melancolías sin justas causas. Ciertamente, yo sentía -como una invisible mano que me empujaba a lo desconocido. Se despertaron -los vibrantes, divinos e irresistibles deseos. Brotó en mí el amor -triunfante y fuí un muchacho con ojeras, con sueños y que se iba a -confesar todos los sábados.<span class="pagenum"><a name="page_031" id="page_031"></a>{31}</span></p> - -<p>Por este tiempo llegaron a León unos hombres políticos, senadores, -diputados, que sabían de la fama del «poeta niño». Me conocieron. Me -hicieron recitar versos. Me dijeron que era preciso que fuera a la -capital. La mamá Bernarda me echó la bendición, y partí para Managua.</p> - -<p>Managua, creada capital para evitar los celos entre León y Granada, es -una linda ciudad situada entra sierras fértiles y pintorescas, en donde -se cultiva profusamente el café; y el lago, poblado de islas y en uno de -cuyos extremos se levanta el volcán de Momotombo, inmortalizado -líricamente por Víctor Hugo, en la «Leyenda de los siglos».</p> - -<p>Mi renombre departamental se generalizó muy pronto, y al poco tiempo yo -era señalado como un ser raro. Demás decir que era buscado para la -incontenible manía de versos para álbumes y abanicos.</p> - -<p>A la sazón, estaba reunido el Congreso.</p> - -<p>Era presidente de él un anciano granadino, calvo, conservador, rico y -religioso, llamado don Pedro Joaquín Chamorro. Yo estaba protegida por -miembros del Congreso pertenecientes al partido liberal, y es claro que -en mis poesías y versos ardía el más violento, desenfadado y crudo -liberalismo. Entre otras cosas se publicó cierto malhadado soneto que -acababa así, si la memoria me es fiel:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">«El Papa rompe con furor su tiara<br /></span> -<span class="i0">sobre el trono del regio Vaticano».<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_032" id="page_032"></a>{32}</span></p> - -<p>Presentaron los diputados amigos una moción al Congreso para que yo -fuese enviado a Europa a educarme por cuenta de la nación. El decreto, -con algunas enmiendas, fué sometido a la aprobación del presidente. En -esos días se dió una fiesta en el palacio presidencial, a la cual fuí -invitado, como un número curioso, para alegrar con mis versos los oídos -de los asistentes. Llegó y, tras las músicas de la banda militar, se me -pide que recite. Extraje de mi bolsillo una larga serie de décimas, -todas ellas rojas de radicalismo anti-religioso, detonantes, -posiblemente ateas, y que causaron un efecto de todos los diablos. Al -concluir, entre escasos aplausos de mis amigos, oí los murmullos de los -graves senadores, y vi moverse desoladamente la cabeza del presidente -Chamorro. Este me llamó, y, poniéndome la mano en un hombro, me dijo, -más o menos:—«Hijo mío, si así escribes ahora contra la religión de tus -padres y de tu patria, ¿qué será si te vas a Europa a aprender cosas -peores?» Y así, la disposición del Congreso no fué cumplida. El -presidente dispuso que se me enviase al Colegio de Granada; pero yo era -de León. Existía una antigua rivalidad entre ambas ciudades, desde -tiempo de la Colonia. Se me aconsejó que no aceptase tal cosa, pues ello -era opuesto a lo resuelto por los congresales, y porque ello humillaba a -mi vecindario leonés; y decididamente renuncié el favor.</p> - -<p>En Managua conocí a un historiador ilustre de<span class="pagenum"><a name="page_033" id="page_033"></a>{33}</span> Guatemala, el doctor -Lorenzo Montúfar, quien me cobró mucho cariño; al célebre orador cubano -Antonio Zambrana, que fué para mí intelectualmente paternal, y al doctor -José Leonard y Bertholet, que fué después mi profesor en el Instituto -Leonés de Occidente y que tuvo una vida novelesca y curiosa. Era polaco -de origen; había sido ayudante del general Kruck en la última -insurrección; había pasado a Alemania, a Francia, a España. En Madrid -aprendió maravillosamente el español, se mezcló en política, fué íntimo -de los prohombres de la república y de hombres de letras, escritores y -poetas, entre ellos D. Ventura Ruiz de Aguilera, que habla de él en uno -de sus libros, y D. Antonio de Trueba. Llegó a tal la simpatía que -tuvieron por él sus amigos españoles que logró ser Leonard hasta -redactor de la <i>Gaceta de Madrid</i>.</p> - -<p>Así, pues, mis frecuentaciones en la capital de mi patria eran con gente -de intelecto, de saber y de experiencia, y por ellos conseguí que se me -diese un empleo en la Biblioteca Nacional. Allí pasé largos meses -leyendo todo lo posible y entre todas las cosas que leí <i>¡horrendo -referens!</i> fueron todas las introducciones de la Biblioteca de Autores -Españoles de Rivadeneira, y las principales obras de casi todos los -clásicos de nuestra lengua. De allí viene que, cosa que sorprendiera a -muchos de los que conscientemente me han atacado, el que yo sea en -verdad un buen conocedor de letras castizas, como cualquiera puede -verlo<span class="pagenum"><a name="page_034" id="page_034"></a>{34}</span> en mis primeras producciones publicadas, en un tomo de poesías, -hoy inencontrable, que se titula «Primeras Notas», como ya lo hizo notar -don Juan Valera, cuando escribió sobre el libro «Azul». Ha sido -deliberadamente que después, con el deseo de rejuvenecer, flexibilizar -el idioma, he empleado maneras y construcciones de otras lenguas, giros -y vocablos exóticos y no puramente españoles.</p> - -<p>Era director de la Biblioteca Nacional un viejo poeta llamado Antonio -Aragón, que había sido en Guatemala íntimo amigo de un gran poeta -español, hoy bastante desconocido, pero a quien debieron mucho los -poetas hispanoamericanos en el tiempo en que recorrió este continente. -Me refiero a D. Fernando Velarde, originario de Santander, a quien ha -hecho felizmente justicia en uno de sus libros el grande y memorable D. -Marcelino Menéndez y Pelayo. D. Antonio Aragón era un varón excelente, -nutrido de letras universales, sobre todo de clásicos, griegos y -latinos. Me enseñó mucho y él fué el que me contó algo que figura en las -famosas Memorias de Garibaldi. Garibaldi estuvo en Nicaragua. No puedo -precisar en qué fecha, pues no tengo a la vista un libro publicado por -Dumas, y D. Antonio le conoció mucho. Estableció la primera fábrica de -velas que haya habido en el país. Habitó en León en la casa de D. Rafael -Salinas. Se dedicaba a la caza. Muy frecuentemente salía con su fusil, -se internaba por los montes cercanos a la ciudad y volvía<span class="pagenum"><a name="page_035" id="page_035"></a>{35}</span> casi siempre -con un venado al hombro y una red llena de pavos monteses, conejos y -otras alimañas. Un día, alguien le reprendió porque al pasar el viático, -y estando en la puerta de la casa, no se quitó el sombrero, y él dijo -estas frases, que me repitiera D. Antonio muchas veces: «¿Cree usted que -Dios va a venir a envolverse en harina para que le metan en un saco de -m...?»<span class="pagenum"><a name="page_036" id="page_036"></a>{36}</span></p> - -<h2><a name="XI" id="XI"></a>XI</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">V</span><small>IVÍA</small> yo en casa del Licenciado Modesto Barrios, y este licenciado -gentil me llevaba a visitas y tertulias. Una noche oí cantar a una niña.</p> - -<p>Era una adolescente de ojos verdes, de cabello castaño, de tez levemente -acanelada, con esa suave palidez que tienen las mujeres de Oriente y de -los trópicos. Un cuerpo flexible y delicadamente voluptuoso, que traía -al andar ilusiones de canéfora. Era alegre, risueña, llena de frescura y -deliciosamente parlera, y cantaba con una voz encantadora. Me enamoré -desde luego; fué «el rayo», como dicen los franceses. Nos amamos. Jamás -escribiera tantos versos de amor como entonces. Versos unos que no -recuerdo y otros que aparecieron en periódicos y que se encuentran en -algunos de mis libros. Todo aquel que haya amado en su aurora sabe de -esas íntimas delicias que<span class="pagenum"><a name="page_037" id="page_037"></a>{37}</span> no pueden decirse completamente con palabras, -aunque sea Hugo el que las diga. Esas exquisitas cosas de los amores -primeros que nos perfuman la vida, dulce, inefable y misteriosamente. -Iba a comer algunas veces en la casa de esta niña, en compañía de -escritores y hombres públicos. En la comida se hablaba de letras, de -arte, de impresiones varias; pero, naturalmente, yo me pasaba las horas -mirando los ojos de la exquisita muchacha que era mi verdadera musa en -esos días dichosos. Una fatal timidez, que todavía me dura, hizo que yo -no fuese al comienzo completamente explícito con ella, en mis deseos, en -mi modo de ser, en mis expresiones. Pasaban deliciosas escenas de una -castidad casi legendaria, en que un roce de mano era la mayor de las -conquistas. Pero para el que haya experimentado tales cosas, todo ello -es hechicero, justo, precioso. Nos poníamos, por ejemplo, a mirar una -estrella, por la tarde, una grande estrella de oro en unos crepúsculos -azules o sonrosados, cerca del lago y nuestro silencio estaba lleno de -maravillas y de inocencia. El beso llegó a su tiempo y luego llegaron a -su tiempo los besos. ¡Cuán divino y criollo Cantar de los cantares! Allí -comprendí por primera vez en su profundidad: «Mel et lac sub lingua -tua». Hay que saber lo que son aquellas tardes de las amorosas tierras -cálidas. Están llenas como de una dulce angustia. Se diría a veces que -no hay aire. Las flores y los árboles se estilizan en la inmovilidad. La -pereza y la sensualidad<span class="pagenum"><a name="page_038" id="page_038"></a>{38}</span> se unen en la vaguedad de los deseos. Suena el -lejano arrullo de una paloma. Una mariposa azul va por el jardín. Los -viejos duermen en la hamaca. Entonces, en la hora tibia, dos manos se -juntan, dos cabezas se van acercando, se hablan con voz queda, se -compenetran mutuas voliciones; no se quiere pensar, no se quiere saber -si se existe, y una voluptuosidad miliunanochesca perfuma de esencias -tropicales el triunfo de la atracción y del instinto.</p> - -<p>Aconteció que un amigo mío estaba moribundo, y, como es por allí -costumbre, las familias amigas iban a velar al enfermo. Iba así la joven -que yo amaba, y alguien me insinuó que ella había tenido amores con el -doliente. No recuerdo haber sentido nunca celos tan purpúreos y -trágicos, delante del hombre pálido que estaba yéndose de la vida, y a -quien mi amada daba a veces las medicinas. Juro que nunca, durante toda -mi existencia, a no ser en instantes de violencia o provocada ira, he -deseado mal o daño a nadie; pero en aquellos momentos se diría que casi -ponía oídos deseosos, para escuchar si sonaba cerca de la cabecera el -ruido de la hoz de la muerte. Esto lo he dicho concentradamente en unos -cortos versos de mi hoy raro libro publicado en Chile, «Abrojos». Amor -sensual, amor de tierra caliente, amor de primera juventud, amor de -poeta y de hiperestésico, de imaginativo. Pero es el caso que había en -él una estupenda castidad de actos. Todo se iba en ver las garzas del -lago, los<span class="pagenum"><a name="page_039" id="page_039"></a>{39}</span> pájaros de las islas, las nocturnas constelaciones, y en -medias palabras y en profundas miradas y en deseos contenidos y en esa -profusión de cosas iniciales que constituyen el silabario que todos -sabéis deletrear.</p> - -<p>Un día dije a mis amigos:—«Me caso». La carcajada fué homérica. Tenía -apenas catorce años cumplidos. Como mis buenos queredores viesen una -resolución definitiva en mi voluntad, me juntaron unos cuantos pesos, me -arreglaron un baúl y me condujeron al puerto de Corinto, donde estaba -anclado un vapor que me llevó en seguida a la república de El Salvador.<span class="pagenum"><a name="page_040" id="page_040"></a>{40}</span></p> - -<h2><a name="XII" id="XII"></a>XII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">G</span><small>OBERNABA</small> este país entonces el doctor Rafael Zaldívar, hombre culto, -hábil, tiránico para unos, bienhechor para otros, y a quien, habiendo -sido mi benefactor y no siendo yo juez de historia, en este mundo, no -debo sino alabanzas y agradecimientos. Llegar yo al puerto de La -Libertad y poner un telegrama a su excelencia todo fué uno. -Inmediatamente recibí una contestación halagadora del presidente, que se -encontraba en una hacienda, en el cual telegrama era muy gentil conmigo -y me anunciaba una audiencia en la capital. Llegué a la capital. Al -cochero que me preguntó a qué hotel iba, le contesté sencillamente: «Al -mejor». El mejor, de cuyo nombre no puedo acordarme aunque quiero, lo -tenía un barítono italiano, de apellido Petrilli, y era famoso por sus -macarroni y su moscato espumante y las bellas artistas que llegaban a -cantar ópera y a<span class="pagenum"><a name="page_041" id="page_041"></a>{41}</span> recoger el pañuelo de un galante, generoso, -infatigable sultán presidencial. A los pocos días recibí aviso de que el -presidente me esperaba en la casa de gobierno. Mozo flaco y de larga -cabellera, pretérita indumentaria y exhaustos bolsillos, me presenté -ante el gobernante. Pasé entre los guardias y me encontré tímido y -apocado delante del jefe de la República, que recibía, de espaldas a la -luz, para poder examinar bien a sus visitantes. Mi temor era grande y no -encontraba palabras que decir. El presidente fué gentilísimo y me habló -de mis versos y me ofreció su protección; mas cuando me preguntó qué era -lo que yo deseaba, contesté, ¡oh, inefable Jerome Paturot!, con estas -exactas e inolvidables palabras, que hicieron sonreír al varón de -poder:—«Quiero tener una buena posición social. ¿Qué entendería yo por -tener una posición social? Lo sospecho. El doctor Zaldívar, siempre -sonriendo, me contestó bondadosamente:—«Eso depende de usted...» Me -despedí. Cuando llegué al hotel, al poco rato, me dijeron que el -director de policía deseaba verme. Noté en él y en el dueño del hotel un -desusado cariño. Se me entregaron quinientos pesos plata, obsequio del -presidente. ¡Quinientos pesos plata! Macarroni, moscato espumante, -artistas bellas... Era aquello, en la imaginación del ardiente muchacho -flaco y de cabellos largos, ensoñador y lleno de deseos, un buen -comienzo para tener una buena posición social...</p> - -<p>Al día siguiente, por la mañana, estaba yo rodeado<span class="pagenum"><a name="page_042" id="page_042"></a>{42}</span> improbables poetas -adolescentes, escritores en en ciernes y aficionados a las musas. -Ejercía de nabab. Los invité a almozar. Macarroni-moscato espumante. El -esplendor continuó hasta la tarde, y llegó la noche.</p> - -<p>¿Qué pícaro Belcebú hizo en las altas horas que me levantase y fuese a -tocar la puerta de la bella diva que recibía altos favores y que -habitaba en el mismo hotel que yo? Nocturno efecto sensacional, desvarío -y locura. Al día siguiente, estaba yo todo mohino y lleno de -remordimientos. La cara del hostelero me indicaba cosas graves, y aunque -yo hablara de mi amistad presidencial, es el caso que mis méritos -estaban en baja. A los pocos días, los quinientos pesos se habían -esfumado y recibí la visita del mismo director de Policía que me los -había traído. Dije yo:—«Viene con otros quinientos pesos».—«Joven—me -dijo con un aire serio y conminatorio—, aliste sus maletas y, de orden -del señor presidente, sígame». Le seguí como un corderito.</p> - -<p>Me llevó a un colegio que dirigía cierto célebre escritor, el doctor -Reyes. Oí que el terrible funcionario decía al director: «Que no deje -usted salir a este joven, que lo emplee en el colegio y que sea severo -con él». Dije para mí: «Estoy perdido». Pero el director era un hombre -suave, insinuante, con habilidad indígena, culto y malicioso, y -comprendió qué clase de soñador le llevaban. «Amiguito—me dijo—, no -encontrará usted en mí severidad sino amistad; pórtese bien, dará<span class="pagenum"><a name="page_043" id="page_043"></a>{43}</span> usted -una clase de gramática. Eso sí, no saldrá usted a la calle, porque es -orden estricta del señor presidente». En efecto, comencé a hacer mi vida -escolar, no sin causar desde luego en el establecimiento inusitadas -revoluciones. Por ejemplo, me hice magnetizador entre los muchachos. -Hacía misteriosos pases y decía palabras sibilinas, y lo peor del caso -es que un día uno de los chicos se me durmió de veras y no lo podía -despertar, hasta que a alguien se le ocurrió echarle un vaso de agua -fría en la cabeza. El director me llamó y me dijo palabras reprensivas. -No insistí, pero enseñé a recitar versos a todos los alumnos y era -consultado para declaraciones y cartas de amor. En tal prisión estuve -largos meses, hasta que un día, también por orden presidencial, fuí -sacado para algo que señaló en mi vida una fecha inolvidable: el estreno -de mi primer frac y primera comunicación con el público.</p> - -<p>El presidente había resuelto que fuese yo—la verdad es que ello era -honroso y satisfactorio para mis pocos años—el que abriese oficialmente -la velada que se dió en celebración del Centenario de Bolívar. Escribí -una oda que, según lo que vagamente recuerdo, era bella, clásica, -correcta, muy distinta naturalmente, a toda mi producción en tiempos -posteriores.</p> - -<p>Aquí se produce en mi memoria una bruma que me impide todo recuerdo. -Solo sé que perdí el apoyo gubernamental. Que anduve a la diabla<span class="pagenum"><a name="page_044" id="page_044"></a>{44}</span> con -mis amigos bohemios y que me enamoré ligera y líricamente de una -muchacha que se llamaba Refugio, a la cual escribí, en cierta ocasión, -esta inefable cuarteta, que tuvo desde luego alguna romántica -recompensa:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">Las que se llaman Fidelias<br /></span> -<span class="i0">Deben tener mucha fe;<br /></span> -<span class="i0">Tú, que le llamas Refugio,<br /></span> -<span class="i0">Refugio, refugiamé.<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Era una chica de catorce años, tímida y sonriente, gordita y sonrosada -como una fruta. El caso fué simplemente poético y sin trascendencias. -Poco tiempo después volví a mi tierra.<span class="pagenum"><a name="page_045" id="page_045"></a>{45}</span></p> - -<h2><a name="XIII" id="XIII"></a>XIII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">D</span><small>E</small> nuevo en Nicaragua, reanudé mis amoríos con la que una vez llamé -«garza morena». Era presidente de la República el general Joaquín -Zabala, granadino, conservador, gentilhombre, excelente sujeto para el -gobierno y de seguros prestigios. Se me consiguió un empleo en la -secretaría presidencial. Escribí en periódicos semioficiales versos y -cuentos y uno que otro artículo político. Siempre lleno de ilusiones -amorosas, mi encanto era irme a la orilla del lago por las noches llenas -de insinuante tibieza. Me acostaba en el muelle de madera. Miraba las -estrellas prodigiosas, oía el chapoteo de las aguas agitadas. Pensaba. -Soñaba. ¡Oh, sueños dulces de la juventud primaveral! Revelaciones -súbitas de algo que está en el misterio de los corazones y en la -reconditez de nuestras mentes; conversación con las<span class="pagenum"><a name="page_046" id="page_046"></a>{46}</span> cosas en un -lenguaje sin fórmula, vibraciones inesperadas de nuestras íntimas fibras -y ese reconcentrar por voluntad, por instinto, por influencia divina en -la mujer, en esa misteriosa encarnación que es la mujer, todo el cielo y -toda la tierra. Naturalmente, en aquellas mis solitarias horas brotaban -prosas y versos y la erótica hoguera iba en aumento. Hacía viajes a -veces a Momotombo, el puerto del lago. Admiraba los pájaros de las -islas. En ocasiones cazaba cocodrilos con Whinchester, en compañía de un -rico y elegante amigo llamado Lisímaco Lacayo. Mi trabajo en la -secretaría del presidente, bajo la dirección de un íntimo amigo, -escritor, que tuvo después un trágico fin en Costa Rica—Pedro Ortiz—me -daba lo suficiente para vivir con cierta comodidad.</p> - -<p>A causa de la mayor desilusión que pueda sentir un hombre enamorado, -resolví salir de mi país. ¿Para dónde? Para cualquier parte. Mi idea era -irme a los Estados Unidos. ¿Por qué el país escogido fué Chile? Estaba -entonces en Managua un general y poeta salvadoreño, llamado D. Juan -Cañas, hombre noble y fino, de aventuras y conquistas, minero en -California, militar en Nicaragua cuando la invasión del yankee Walker. -Hombre de verdadero talento, de completa distinción, y bondad -inagotable. Chilenófilo decidido desde que en Chile fué diplomático allá -por el año de la Exposición Universal. «Vete a Chile—me dijo—. Es el -país a donde debes ir»—. «¿Pero,<span class="pagenum"><a name="page_047" id="page_047"></a>{47}</span> D. Juan—le contesté—, cómo me voy a -ir a Chile si no tengo los recursos necesarios?—«Vete a nado—me -dijo—aunque te ahogues en el camino». Y el caso es que entre él y otros -amigos me arreglaron mi viaje a Chile. Llevaba como único dinero unos -pocos paquetes de soles peruanos y como única esperanza dos cartas que -me diera el general Cañas—una para un joven que había sido íntimo amigo -suyo y que residía en Valparaíso, Eduardo Poirier, y otra para un alto -personaje de Santiago.</p> - -<p>En ese tiempo vino la guerra que por la unión de las cinco repúblicas de -Centro América declarara el presidente de Guatemala, Rufino Barrios. En -Nicaragua había subido al poder, después de Zabala, el doctor Cárdenas. -Y anduve entre proclamas, discursos y fusilerías. Vino un gran -terremoto. Estando yo de visita en una casa, oí un gran ruido y sentí -palpitar la tierra bajo mis pies; instintivamente tomé en brazos a una -niñita que estaba cerca de mí, hija del dueño de casa, y salí a la -calle; segundos después la pared caía sobre el lugar en que estábamos. -Retumbaba el enorme volcán huguesco, llovía cenizas. Se obscureció el -sol, de modo que a las dos de la tarde se andaba por las calles con -linternas. Las gentes rezaban, había un temor y una impresión -medioevales. Así me fuí al puerto como entre una bruma. Tomé el vapor, -un vapor alemán de la compañía <i>Kosmos</i>, que se llamaba Uarda. Entré a -mi camarote, me dormí. Era yo el único pasajero. Desperté<span class="pagenum"><a name="page_048" id="page_048"></a>{48}</span> horas después -y fuí sobre cubierta. A lo lejos quedaban las costas de mi tierra. Se -veía sobre el país una nube negra. Me entró una gran tristeza. Quise -comunicarme con las gentes de a bordo, con mi precario inglés, y no pude -hacerme entender. Así empezaron largos días de navegación entre alemanes -que no hablaban más lengua que la suya. El capitán me tomó cariño, me -obsequiaba en la comida con buenos vinos del Rhin, cervezas teutónicas y -refinados alcoholes. Y por el juego del dominó aprendí a contar en -alemán: eins, zwei, drei, vier, fünf... Visité todos los puertos del -Pacífico, entre los cuales aquellos donde no hay árboles, ni agua, y los -hoteleros, para distracción de sus huéspedes, tienen en tablas, que -colocan como biombos, pintados árboles verdes y aun llenos de flores y -frutas.<span class="pagenum"><a name="page_049" id="page_049"></a>{49}</span></p> - -<h2><a name="XIV" id="XIV"></a>XIV</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">P</span><small>OR</small> fin, el vapor llega a Valparaíso. Compro un periódico. Veo que ha -muerto Vicuña Mackenna. En veinte minutos, antes de desembarcar, escribo -un artículo. Desembarco. La misma cosa que en el Salvador: ¿qué hotel? -El mejor.</p> - -<p>No fué el mejor, sino un hotel de segunda clase en donde se hospedaba un -pianista francés llamado el capitán Yoyer. Hice buscar a Eduardo -Poirier, y al poco rato este hombre generoso, correcto y eficaz estaba -conmigo, dándome la ilusión de un Chile espléndido y realizable para mis -aspiraciones. “El Mercurio”, de Valparaíso, publicó mi artículo sobre -Vicuña Mackenna y me lo pagó largamente. Poirier fué entonces, después y -siempre, como un hermano mío. Pero había que ir inmediatamente a -Santiago, a la capital. Poirier me<span class="pagenum"><a name="page_050" id="page_050"></a>{50}</span> pidió la carta que traía yo para -aquel personaje eminente en la ciudad directiva y la envió al -destinatario.</p> - -<p>Mi artículo en «El Mercurio», mi renombre anterior... Contestó aquel -personaje que tenía en el Hotel de France ya listas las habitaciones -para el señor Darío y que me esperaría en la estación. Tomé el tren para -Santiago.</p> - -<p>Por el camino no fueron sino rápidas visiones para ojos de poeta, y he -aquí la capital chilena.</p> - -<p>Ruido de tren que llega, agitación de familias, abrazos y salutaciones, -mozos, empleados de hotel, todo el trajín de una estación metropolitana. -Pero a todo esto las gentes se van, los coches de los hoteles se llenan -y desfilan y la estación va quedando desierta. Mi valijita y yo quedamos -a un lado, y ya no había nadie casi en aquel largo recinto, cuando -diviso dos cosas: un carruaje espléndido con dos soberbios caballos, -cochero estirado y <i>valet</i>, y un señor todo envuelto en pieles, tipo de -financiero o de diplomático, que andaba por la estación buscando algo. -Yo, a mi vez, buscaba. De pronto, como ya no había nada que buscar, nos -dirigimos el personaje a mí y yo al personaje. Con un tono entre dudoso, -asombrado y despectivo me preguntó:—¿«Sería usted acaso el señor Rubén -Darío?». Con un tono entre asombrado, miedoso y esperanzado -pregunté:—«¿Sería usted acaso el señor C. A.»? Entonces vi desplomarse -toda una Jericó de ilusiones. Me envolvió en una mirada. En aquella -mirada abarcaba mi<span class="pagenum"><a name="page_051" id="page_051"></a>{51}</span> pobre cuerpo de muchacho flaco, mi cabellera larga, -mis ojeras, mi jacquecito de Nicaragua, unos pantaloncitos estrechos que -yo creía elegantísimos, mis problemáticos zapatos, y sobre todo mi -valija. Una valija indescriptible actualmente, en donde, por no sé qué -prodigio de comprensión, cabían dos o tres camisas, otro pantalón, otras -cuantas cosas de indumentaria, muy pocas, y una cantidad inimaginable de -rollos de papel, periódicos, que luchaban apretados por caber en aquel -reducidísimo espacio. El personaje miró hacia su coche. Había allí un -secretario. Lo llamó. Se dirigió a mí.—«Tengo—me dijo—mucho placer en -conocerle. Le había hecho preparar habitación en un hotel de que le -hablé a su amigo Poirier. No le conviene».</p> - -<p>Y en un instante aquella equivocación tomó ante mí el aspecto de la -fatalidad y ya no existía, por los justos y tristes detalles de la vida -práctica, la ilusión que aquel político opulento tenía respecto al poeta -que llegaba de Centro América. Y no había, en resumidas cuentas, más que -el inexperto adolescente que se encontraba allí a caza de sueños y -sintiendo los rumores de las abejas de esperanza que se prendían a su -larga cabellera.<span class="pagenum"><a name="page_052" id="page_052"></a>{52}</span></p> - -<h2><a name="XV" id="XV"></a>XV</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">P</span><small>OR</small> recomendación de aquel distinguido caballero entré inmediatamente en -la redacción de «La Época», que dirigía el señor Eduardo Mac-Clure, y -desde ese momento me incorporé a la joven intelectualidad de Santiago. -Se puede decir que la «élite» juvenil santiaguina se reunía en aquella -redacción, por donde pasaban graves y directivos personajes. Allí conocí -a D. Pedro Montt; a D. Agustín Edwards, cuñado del director del diario; -a D. Augusto Orrego Luco; al doctor Federico Puga Borne, actual ministro -de Chile en Francia, y a tantos otros que pertenecían a la alta política -de entonces.</p> - -<p>La falange nueva la componía un grupo de muchachos brillantes que han -tenido figuración, y algunos la tienen, no solamente en las letras, -sino<span class="pagenum"><a name="page_053" id="page_053"></a>{53}</span> también en puesto de gobierno. Eran habituales a nuestras -reuniones Luis Orrego Luco; el hijo del presidente de la República, -Pedro Balmaceda; Manuel Rodríguez Mendoza; Jorge Huneeis Gana; su -hermano Roberto; Alfredo y Galo Irarrázabal; Narciso Tondreau; el pobre -Alberto Blest, ido tan pronto; Carlos Luis Hübner y otros que animaban -nuestros entusiasmos con la autoridad que ya tenían; por ejemplo: el -sutil ingenio de Vicente Grez o la romántica y caballeresca figura de -Pedro Nolasco Préndez.</p> - -<p>Luis Orrego Luco hacía presentir ya al escritor de emoción e imaginación -que había de triunfar con el tiempo en la novela. Rodríguez Mendoza era -entendedor de artísticas disciplinas y escritor político que fué muy -apreciado. A él dediqué mi colección de poesías «Abrojos». Jorge Huneeis -Gana se apasionaba por lo clásico. Hoy mismo, que la diplomacia le ha -atraído por completo, no olvida sus ganados lauros de prosista y publica -libros serios, correctos e interesantes. Su hermano Roberto era un poeta -sutil y delicado; hoy ocupa una alta posición en Santiago. Galo -Irarrázabal murió, no hace mucho tiempo, de diplomático, y su hermano -Alfredo, que en aquella época tenía el cetro sonoro de la poesía alegre -y satírica, es ahora ministro plenipotenciario en el Japón. Tondreau -hacía versos gallardos y traducía a Horacio. Ha sido intendente de una -provincia. Todos los demás han desaparecido; muy recientemente el -cordial y perspicaz Hübner.<span class="pagenum"><a name="page_054" id="page_054"></a>{54}</span></p> - -<p>Mac-Clure solía aparecer a avivar nuestras discusiones con su rostro -sonriente y su inseparable habano. Era lo que en España se llama un -hidalgo y en Inglaterra un «gentleman».</p> - -<p>La impresión que guardo de Santiago, en aquel tiempo, se reduciría a lo -siguiente: vivir de arenques y cerveza en una casa alemana para poder -vestirme elegantemente, como correspondía a mis amistades -aristocráticas. Terror del cólera que se presentó en la capital. Tardes -maravillosas en el cerro de Santa Lucía. Crepúsculos inolvidables en el -lago del parque Cousiño. Horas nocturnas con Alfredo Irarrázabal, con -Luis Orrego Luco o en el silencio del Palacio de la Moneda, en compañía -de Pedro Balmaceda y del joven conde Fabio Sanminatelli, hijo del -ministro de Italia.</p> - -<p>Debo contar que una tarde, en un «lunch», que allí llaman hacer «once», -conocí al presidente Balmaceda. Después debía tratarle más detenidamente -en Viña del Mar. Fuí invitado a almorzar por él. Me colocó a su derecha, -lo cual, para aquel hombre lleno de justo orgullo, era la suprema -distinción. Era un almuerzo familiar. Asistía el canónigo doctor -Florencio Fontecilla, que fué más tarde obispo de La Serena y el general -Orozimbo Barboza, a la sazón ministro de la Guerra.</p> - -<p>Era Balmaceda, a mi entender, el tipo del romántico-político y selló con -su fin su historia. Era alto, garboso, de ojos vivaces, cabellera -espesa, gesto señorial, palabra insinuante—al mismo<span class="pagenum"><a name="page_055" id="page_055"></a>{55}</span> tiempo autoritaria -y melíflua. Había nacido para príncipe y para actor. Fué el rey de un -instante, de su patria; y concluyó como un héroe de Shakespeare. ¿Qué -más recuerdos de Santiago que me sean intelectualmente simpáticos?: La -capa de D. Diego Barros Arana; la tradicional figura de los Amunátegui; -D. Luis Montt en su biblioteca.</p> - -<p>Voy a referir algo que se relaciona con mi actuación en la redacción de -<i>La Epoca</i>. Una noche apareció nuestro director en la tertulia y nos -dijo lo siguiente:</p> - -<p>«Vamos a dedicar un número a Campoamor, que nos acaba de enviar una -colaboración. Doscientos pesos al que escriba la mejor cosa sobre -Campoamor». Todos nos pusimos a la obra. Hubo notas muy lindas; pero por -suerte, o por concentración de pensamiento, ninguna de las poesías -resumía la personalidad del gran poeta como esta décima mía:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">«Este del cabello cano<br /></span> -<span class="i0">como la piel del armiño,<br /></span> -<span class="i0">juntó su candor de niño<br /></span> -<span class="i0">con su experiencia de anciano.<br /></span> -<span class="i0">Cuando se tiene en la mano<br /></span> -<span class="i0">un libro de tal varón,<br /></span> -<span class="i0">abeja es cada expresión,<br /></span> -<span class="i0">que volando del papel<br /></span> -<span class="i0">deja en los labios la miel<br /></span> -<span class="i0">y pica en el corazón».<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_056" id="page_056"></a>{56}</span></p> - -<p>Debo confesar, sin vanidad ninguna, que todos los compañeros aprobaron -la disposición del director que me adjudicaba el ofrecido premio.</p> - -<p>Y ahora quiero evocar al triste, malogrado y prodigioso Pedro Balmaceda. -No ha tenido Chile poeta más poeta que él. A nadie se le podría aplicar -mejor el adjetivo de Hamlet: «Dulce príncipe». Tenía una cabeza -apolínea, sobre un cuerpo deforme. Su palabra era insinuante, -conquistadora, áurea. Se veía también en él la nobleza que le venía por -linaje. Se diría que su juventud estaba llena de experiencia. Para sus -pocos años tenía una sapiente erudición. Poseía idiomas. Sin haber ido a -Europa sabía detalles de bibliotecas y museos. ¿Quién escribía en ese -tiempo sobre arte, sino él? ¿Y, quién daba en ese instante una vibración -de novedad de estilo como él? Estoy seguro de que todos mis compañeros -de aquel entonces acuerdan conmigo la palma de la prosa a nuestro Pedro, -lamentado y querido.</p> - -<p>Y, ¿cómo no evocar ahora que él fué quien publicara mi libro «Abrojos», -respecto al cual escribiera una página artística y cordial?<span class="pagenum"><a name="page_057" id="page_057"></a>{57}</span></p> - -<h2><a name="XVI" id="XVI"></a>XVI</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">P</span><small>OR</small> Pedro pasé a Valparaíso, en donde—¡anomalía!—iba a ocupar un -puesto en la Aduana.</p> - -<p>Valparaíso, para mí, fué ciudad de alegría y de tristeza, de comedia y -de drama y hasta de aventuras extraordinarias. Estas quedarán para -después.</p> - -<p>Pero no dejaré de narrar mi permanencia y mi salida de la redacción de -<i>El Heraldo</i>. Lo dirigía a la sazón Enrique Valdés Vergara. Era un -diario completamente comercial y político. Había sido yo nombrado -redactor por influencia de don Eduardo de la Barra, noble poeta y -excelente amigo mío. Debo agregar para esto la amistad de un hombre muy -querido y muy desgraciado en Chile: Carlos Toribio Robinet.</p> - -<p>Se me encargó una crónica semanal. Escribí la<span class="pagenum"><a name="page_058" id="page_058"></a>{58}</span> primera sobre <i>sports</i>. A -la cuarta me llamó el director y me dijo: «Usted escribe muy bien... -Nuestro periódico necesita otra cosa... Así es que le ruego no -pertenecer más a nuestra redacción...» Y, por escribir muy bien, me -quedé sin puesto.</p> - -<p>¡Que no olvide yo estos tres nombres protectores: Poirier, Galleguillos -Lorca y Sotomayor!</p> - -<p>Mi vida en Valparaíso se concentra en ya improbables o ya hondos -amoríos; en vagares a la orilla del mar, sobre todo por Playa Ancha; -invitaciones a bordo de los barcos, por marinos amigos y literarios; -horas nocturnas, ensueños matinales, y lo que era entonces mi vibrante y -ansiosa juventud.</p> - -<p>Por circunstancias especiales e inquerida bohemia, llegaron para mí -momentos de tristeza y escasez. No había sino partir. Partir gracias a -don Eduardo de la Barra, Carlos Toribio Robinet, Eduardo Poirier y otros -amigos.</p> - -<p>Antes de embarcar a Nicaragua aconteció que yo tuviese la honra de -conocer al gran chileno D. José Victorino Lastarria. Y fué de esta -manera: Yo tenía, desde hacía mucho tiempo, como una viva aspiración el -ser corresponsal de <i>La Nación</i> de Buenos Aires. He de manifestar que es -en ese periódico donde comprendí a mi manera el manejo del estilo y que -en ese momento fueron mis maestros de prosa dos hombres muy diferentes: -Paul Groussac y Santiago Estrada, además de José Martí. Seguramente en -uno y otro existía espíritu de Francia. Pero de un modo decidido,<span class="pagenum"><a name="page_059" id="page_059"></a>{59}</span> -Groussac fué para mí el verdadero conductor intelectual.</p> - -<p>Me dijo D. Eduardo de la Barra: Vamos a ver a mi suegro, que es íntimo -amigo del general Mitre, y estoy seguro de que él tendrá un gran placer -en darle una carta de recomendación para que logremos nuestro objeto, y -también estoy seguro de que el general Mitre aceptará inmediatamente la -recomendación. En efecto, a vuelta de correo, venía la carta del -general, con palabras generosas para mí, y diciéndome que se me -autorizaba para pertenecer desde ese momento a <i>La Nación</i>.</p> - -<p>Quiso, pues, mi buena suerte que fuesen un Lastarria y un Mitre quienes -iniciasen mi colaboración en ese gran diario.</p> - -<p>Estaba Lastarria sentado en una silla Voltaire. No podía moverse por su -enfermedad. Era venerable su ancianidad ilustre. Fluía de él autoridad y -majestad.</p> - -<p>Había mucha gloria chilena en aquel prócer. Gran bondad emanaba de su -virtud y nunca he sentido en América como entonces la majestad de una -presencia sino cuando conocí al general Mitre en la Argentina y al -doctor Rafael Núñez en Colombia.</p> - -<p>Con mi cargo de corresponsal de <i>La Nación</i> me fuí para mi tierra, no -sin haber escrito mi primera correspondencia fechada el 3 de Febrero de -1889, sobre la llegada del crucero brasileño <i>Almirante Barroso</i> a -Valparaíso, a cuyo bordo iba un príncipe, nieto de D. Pedro.<span class="pagenum"><a name="page_060" id="page_060"></a>{60}</span></p> - -<p>En todo este viaje no recuerdo ningún incidente, sino la visión de la -«débâcle» de Panamá: Carros cargados de negros africanos que aullaban -porque, según creo, no se les habían pagado sus emolumentos. Y aquellos -hombres desnudos y con los brazos al cielo, pedían justicia.<span class="pagenum"><a name="page_061" id="page_061"></a>{61}</span></p> - -<h2><a name="XVII" id="XVII"></a>XVII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">A</span><small>L</small> llegar a este punto de mis recuerdos, advierto que bien puedo -equivocarme, de cuando en cuando, en asuntos de fecha, y anteponer o -posponer la prosecución de sucesos. No importa. Quizás ponga algo que -aconteció después en momentos que no le corresponde y viceversa. Es -fácil, puesto que no cuento con más guía que el esfuerzo de mi memoria. -Así, por ejemplo, pienso en algo importante que olvidé cuando he tratado -de mi primera permanencia en San Salvador.</p> - -<p>Un día, en momentos en que estaba pasando horas tristes, sin apoyo de -ninguna clase, viviendo a veces en casa de amigos y sufriendo lo -indecible, me sentí mal en la calle. En la ciudad había una epidemia -terrible de viruela. Yo creí que<span class="pagenum"><a name="page_062" id="page_062"></a>{62}</span> lo que me pasaba sería un malestar -causado por el desvelo, pero resultó que desgraciadamente era el temido -morbo. Me condujeron a un hospital con el comienzo de la fiebre. Pero en -el hospital protestaron, puesto que no era aquello un lazareto; y -entonces, unos amigos, entre los cuales recuerdo el nombre de Alejandro -Salinas, que fué el más eficaz, me llevaron a una población cercana, de -clima más benigno, que se llamaba Santa Tecla. Allí se me aisló en una -habitación especial y fuí atendido, verdaderamente, como si hubiese sido -un miembro de su familia, por unas señoritas de apellido Cáceres -Buitrago. Me cuidaron, como he dicho, con cariño y solicitud, y sin -temor al contagio de la peste espantosa. Yo perdí el conocimiento, viví -algún tiempo en el delirio de la fiebre, sufrí todo lo cruento de los -dolores y de las molestias de la enfermedad; pero fuí tan bien servido, -que no quedaron en mí, una vez que se había triunfado del mal, las feas -cicatrices que señalan el paso de la viruela.</p> - -<p>En lo referente a mi permanencia en Chile, olvidé también un episodio -que juzgo bastante interesante. Cuando habitaba en Valparaíso, tuve la -protección de un hombre excelente y de origen humilde: el doctor -Galleguillos Lorca, muy popular y muy mezclado entonces en política, -siendo una especie de «leader» entre los obreros. Era médico homeópata. -Había comenzado de minero, trabajando como un peón; pero dotado de -singulares energías, resistentes y de buen humor,<span class="pagenum"><a name="page_063" id="page_063"></a>{63}</span> logró instruirse -relativamente y llegó a ser lo que era cuando yo le conocí. Llegaban a -su consultorio tipos raros, a quienes daba muchas veces no sólo las -medicinas, sino también dinero. La hampa de Valparaíso tenía en él a su -galeno. Le gustaba tocar la guitarra, cantar romances, e invitaba a sus -visitantes, casi siempre gente obrera, a tomar unos «ponches» compuestos -de agua, azúcar y aguardiente, el aguardiente que llamaban en Chile -«guachacay». Era ateo y excelente sujeto. Tenía un hijo a quien -inculcaba sus ideas en discursos burlones, de un volterianismo ingenuo y -un poco rudo. El resultado fué que el pobre muchacho, según supe -después, a los veintitantos años se pegó un tiro.</p> - -<p>Una ocasión me dijo el doctor Galleguillos: «¿Quiere usted acompañarme -esta noche a una visita que tengo que hacer por los cerros?». Los cerros -de Valparaíso tenían fama de peligrosos en horas nocturnas, mas yendo -con el doctor Galleguillos me creía salvo de cualquier ataque y acepté -su invitación. Tomó él su pequeño botiquín y partimos. La noche era -obscura, y cuando estuvimos a la entrada de la estribación de la -serranía, el comienzo era bastante difícil, lleno de barrancos y -hondonadas. Llegaba a nuestros oídos, de cuando en cuando, algún tiro -más o menos lejano. Al entrar a cierto punto, un farolito surgió detrás -de unas piedras. El doctor silbó de un modo especial, y el hombre que -llevaba el farolito se adelantó a nosotros.—«¿Están los -<span class="pagenum"><a name="page_064" id="page_064"></a>{64}</span>muchachos?—preguntó Galleguillos.—«Sí, señor», contestó el rotito. Y -sirviéndonos de guía, comenzó a caminar y nosotros tras él. Anduvimos -largo rato, hasta llegar a una especie de choza o casa, en donde -entramos. Al llegar hubo una especie de murmullo entre un grupo de -hombres que causaron en mí vivas inquietudes. Todos ellos tenían traza -de facinerosos, y en efecto lo eran. Más o menos asesinos, más o menos -ladrones, pues pertenecían a la mala vida. Al verme me miraron con -hostiles ojos, pero el doctor les dijo algunas palabras y ello calmó la -agitación de aquella gente desconfiada. Había una especie de cantina, o -de boliche, en que se amontonaban unas cuantas botellas de diferentes -licores. Estaban bebiendo, según la costumbre popular, un «ponche» -matador, en un vaso enorme que se denomina «potrillo» y que pasa de mano -en mano y de boca en boca. Uno de los mal entrazados me invitó a beber; -yo rehusé con asco instintivo; y se produjo un movimiento de protesta -furiosa entre los asistentes.—«Beba pronto, me dijo por lo bajo el -doctor Galleguillos, y déjese de historias». Yo comprendí lo peligroso -de la situación y me apresuré a probar aquel ponche infernal. Con esto -satisfice a los rotos. Luego llamaron al doctor y pasamos a un cuarto -interior. En una cama, y rodeado de algunas mujeres, se encontraba un -hombre herido. El doctor habló con él, le examinó y le dejó unas cuantas -medicinas de su botiquín. Luego salimos, acompañados entonces<span class="pagenum"><a name="page_065" id="page_065"></a>{65}</span> de otros -rotos que insistieron en custodiarnos, porque, según decían, había sus -peligros esa noche. Así, entre las tinieblas, apenas alumbrados por un -farolito, entramos de nuevo a la ciudad. Era ya un poco tarde y el -doctor me invitó a cenar.—«Iremos—dijo—, a un lugar curioso, para que -lo conozca.» En efecto, por calles extraviadas, llegamos a no recuerdo -ya qué casa, tocó mi amigo una puerta que se entreabrió y penetramos. En -el interior había una especie de «restaurant», en donde cenaban personas -de diversas cataduras. Ninguna de ellas con aspecto de gente pacífica y -honesta. El doctor llamó al dueño del establecimiento y me -presentó.—«Pasen adentro», nos dijo éste. Seguimos más al fondo de la -casa, no sin cruzar por un patio húmedo y lleno de hierba. «Aquí hay -enterrados muchos», me dijo en voz baja el médico. En otro comedor se -nos sirvió de cenar y yo oía las voces que en un cuarto cerrado daban de -cuando en cuando algunos individuos. Aquello era una timba del peor -carácter. Casi de madrugada salimos de allí y la aventura me impresionó -de modo que no la he olvidado. Así no podía menos de contarla esta vez.<span class="pagenum"><a name="page_066" id="page_066"></a>{66}</span></p> - -<h2><a name="XVIII" id="XVIII"></a>XVIII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">Y</span> ahora, continuaré el hilo de mi interrumpida narración. Me encuentro -de vuelta de Chile, en la ciudad de León, de Nicaragua.</p> - -<p>Estoy de nuevo en la casa de mis primeros años. Otros devaneos han -ocupado mi corazón y mi cabeza. Hay un apasionamiento súbito por cierta -bella persona que me hace sufrir con la sabida felinidad femenina, y hay -una amiga inteligente, graciosa, aficionada a la literatura, que hace lo -posible por ayudarme en mi amorosa empresa; y lo hace de tal manera que -cuando, por fin, he perdido mi última esperanza con la otra, entregada -desdichadamente a un rival más feliz, me encuentro enloquecido por mi -intercesora. Esta inesperada revolución amorosa se prolonga en la ciudad -de Chinandega, en donde, ¡desventurado de<span class="pagenum"><a name="page_067" id="page_067"></a>{67}</span> mí! iba a casarse el ídolo de -mis recientes anhelos. Y allí nuevas complicaciones sentimentales me -aguardaban, con otra joven, casi una niña; y quién sabe en qué hubiera -parado todo eso, si por segunda vez amigos míos, entre ellos el coronel -Ortiz, hoy general, y que ha sido vicepresidente de la República, no me -facturan apresuradamente para El Salvador. Lo que provocó tal medida fué -que una fiesta dada por el novio de aquella a quien yo adoraba, y a la -cual no sé por qué ni cómo, fuí invitado, con el aguijón de los -excitantes del diablo, y a pedido de no sé quién, empecé a improvisar -versos, pero versos en los cuales decía horrores del novio, de la -familia de la novia, ¡qué sé yo de quién más! Y fuí sacado de allí más -que de prisa. Una vez llegado a la capital salvadoreña busqué algunas de -mis antiguas amistades, y una de ellas me presentó al general Francisco -Menéndez, entonces presidente de la República. Era éste, al par que -militar de mérito, conocido agricultor y hombre probo. Era uno de los -más fervientes partidarios de la Unión centroamericana, y hubiera hecho -seguramente el sacrificio de su alto puesto por ver realizado el ideal -unionista que fuera sostenido por Morazán, Cabañas, Jerez, Barrios y -tantos otros. En esos días se trataba cabalmente de dar vida a un nuevo -movimiento unificador, y es claro que el presidente de El Salvador era -uno de los más entusiastas en la obra.</p> - -<p>A los pocos días me mandó llamar y me dijo:—«¿Quiere usted hacerse -cargo de la dirección de<span class="pagenum"><a name="page_068" id="page_068"></a>{68}</span> un diario que sostenga los principios de la -Unión?».—«Desde luego, señor presidente», le conteste—. «Está bien», -me dijo, «daré orden para que en seguida se arregle todo lo necesario». -En efecto, no pasó mucho sin que yo estuviera a la cabeza de un diario, -órgano de los unionistas centroamericanos y que, naturalmente, se -titulaba «La Unión».</p> - -<p>Estaba remunerado con liberalidad. Se me pagaban aparte los sueldos de -los redactores. Se imprimía el periódico en la imprenta nacional y se me -dejaba todo el producto administrativo de la empresa. El diario empezó a -funcionar con bastante éxito. Tenía bajo mis órdenes a un escritor -político de Costa Rica, a quien encomendé los artículos editoriales: D. -Tranquilino Chacón; a un fulminante colombiano, famoso en Centro América -como orador, como taquígrafo y aun como militar y como revolucionario, -un buen diablo, Gustavo Ortega; y a cierto malogrado poeta -costarriqueño, mozo gentil, que murió de tristeza y de miseria, aunque -en sus últimos días tuviese el gobierno de Costa Rica la buena idea de -hacerle ir a Barcelona para que siquiera lograse el consuelo de morir -después de haber visto Europa; me refiero a Equileo Echeverría. Luego, -contaba con la colaboración de las mejores inteligencias del país y del -resto de la América Central; y el diario empezó su carrera con mucha -suerte.</p> - -<p>Habitaba entonces en San Salvador la viuda de un famoso orador de -Honduras, Alvaro Contreras,<span class="pagenum"><a name="page_069" id="page_069"></a>{69}</span> que, si no estoy mal informado, tiene hoy -un monumento. Fué este hombre, vivaz y lleno de condiciones brillantes, -un verdadero dominador de la palabra. Combatió las tiranías y sufrió -persecuciones por ello. En tiempo de la guerra del Pacífico fundó un -diario en Panamá en defensa de los intereses peruanos. Su viuda tenía -dos hijas: a ambas había conocido yo en los días de mi infancia y en -casa de mi tía Rita. Eran de aquellas compañeras que alegraban nuestras -fiestas pueriles, de aquellas con quienes bailábamos y con quienes -cantábamos canciones en las novenas de la Virgen, en las fiestas de -Diciembre. Esas dos niñas eran ya dos señoritas. Una de ellas casó con -el hijo de un poderoso banquero, a pesar de la modesta condición en que -quedara la familia después de la muerte de su padre. Yo frecuenté la -casa de la viuda, y al amor del recuerdo y por la inteligencia, sutileza -y superiores dotes de la otra niña, me vi de pronto envuelto en nueva -llama amorosa. Ello trascendió en aquella reducida sociedad -amable:—«¿Por qué no se casa?», me dijo una vez el presidente—. -«Señor, le conteste, es lo que pienso hacer en seguida.» Y, con el -beneplácito de mi novia y de su madre, me puse a tomar las disposiciones -necesarias para la realización de mi matrimonio. Entre tanto, uno de mis -amigos principales era Francisco Gavidia, quien quizás sea de los más -sólidos humanistas y seguramente de los primeros poetas con que hoy -cuenta la América española. Fué con Gavidia, la<span class="pagenum"><a name="page_070" id="page_070"></a>{70}</span> primera vez que estuve -en aquella tierra salvadoreña, con quien penetran en iniciación -ferviente, en la armoniosa floresta de Víctor Hugo; y de la lectura -mutua de los alejandrinos del gran francés, que Gavidia, el primero -seguramente, ensayara en castellano a la manera francesa, surgió en mí -la idea de renovación métrica, que debía ampliar y realizar más tarde. A -Gavidia acontecióle un caso singularísimo, que me narrara alguna vez, y -que dice cómo vibra en su cerebro la facultad del ensueño, de tal manera -que llegó a exteriorizarse con tanta fuerza. Sucedió que siendo muy -joven, recién llegado a París, iba leyendo un diario por un puente del -Sena, en el cual diario encontró la noticia de la ejecución de un -inocente. Entonces se impresionó de tal manera que sufrió la más -singular de las alucinaciones. Oyó que las aguas del río, los árboles de -la orilla, las piedras de los puentes, toda la naturaleza circundante -gritaban:—«¡Es necesario que alguien se sacrifique para lavar esa -injusticia!» E incontinenti se arrojó al río. Felizmente alguien le vió -y pudo ser salvado inmediatamente. Le prodigaron los auxilios y fué -conducido al consulado de El Salvador, cuyas señas llevaba en el -bolsillo. Después, en su país, ha publicado bellos libros y escrito -plausibles obras dramáticas; se ha nutrido de conocimientos diversos y -hoy es director de la Biblioteca Nacional de la capital salvadoreña.<span class="pagenum"><a name="page_071" id="page_071"></a>{71}</span></p> - -<h2><a name="XIX" id="XIX"></a>XIX</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>ISTO</small>, pues, todo para mi boda, quedó señalada la fecha del 22 de Junio -de aquel año de 1890 para la ceremonia civil. En ese día debería -efectuarse en San Salvador una gran fiesta militar, para lo cual -vendrían las tropas acuarteladas en Santa Ana y que comandaba el general -Carlos Ezeta, brazo derecho y diremos casi hijo mimado del presidente de -la República. Se decía que había querido casarse con Teresa, la hija -mayor de éste. Si no estoy equivocado había disensiones entre Ezeta y -algunos ministros del general Menéndez, como los doctores Delgado e -Interiano; pero no podría precisar nada al respecto.</p> - -<p>Es el caso que las tropas llegaron para la gran parada del 22. Esa noche -debía darse un baile en la Casa Blanca, esto es, en el Palacio -Presidencial.<span class="pagenum"><a name="page_072" id="page_072"></a>{72}</span></p> - -<p>Se celebró en casa de mi novia la ceremonia del matrimonio civil y hubo -un almuerzo al cual asistió el general Ezeta. Este estaba nervioso y por -varias veces se levantó a hablar con el señor Amaya, director de -Telégrafos y amigo suyo. Después de la fiesta, yo, fatigado, me fuí a -acostar temprano, con la decisión de no asistir al baile de la Casa -Blanca. Muy entrada la noche, oí, entre dormido y despierto, ruidos de -descargas, de cañoneo y tiros aislados, y ello no me sorprendió, pues -supuse vagamente que aquello pertenecía a la función militar. Más aún, -sería ya la madrugada, cuando sentí ruidos de caballos que se detenían -en la puerta de mi habitación, a la cual se llamó, pronunciando mi -nombre varias veces.—«Levántate, me decían, está tu amigo el general -Ezeta». Yo contesté que estaba demasiado cansado y no tenía ganas de -pasear, suponiendo desde luego que se me invitaba para algún alegre y -báquico desvelo. Sentí que se alejaron los caballos.</p> - -<p>Por la mañana llamaron a la puerta de nuevo; me levanté, abrí y me -encontré con una criada de casa de mi novia, o mejor dicho, de mi -mujer.—«Dicen las señoras, expresó, que están muy inquietas con usted, -suponiendo que le hubiese pasado algo en lo de anoche».—«¿Pero qué ha -ocurrido?», le pregunté.—«Que ya no es presidente el general Menéndez, -que le han matado»—«¿Y quién es el presidente entonces?»—«El general -Ezeta». Me vestí y partí inmediatamente a casa<span class="pagenum"><a name="page_073" id="page_073"></a>{73}</span> de mi esposa. Al pasar -por los portales vecinos a la Casa Blanca encontré unos cuantos -cadáveres entre charcos de sangre. Impresionado, entré al café del Hotel -Nuevo Mundo a tomar una copa; me senté. En una mesa cercana había un -hombre con una herida en el cuello, vendada con un pañuelo -ensangrentado. Estaba vestido de militar y bastante ebrio. Sacó un -revólver y tranquilamente me apuntó:—«Diga, ¡Viva el general -Ezeta!»—«Sí, señor, le contesté, ¡viva el general Ezeta!»—«Así se -hace», exclamó. Y guardó su revólver. Tomé mi copa y partí -inmediatamente a buscar a mi mujer. En su casa se me narró lo que había -sucedido. Durante la noche, mientras se estaba en lo mejor del baile -presidencial, donde se hallaba la flor de la sociedad salvadoreña, -quedaron todos sorprendidos por ruidos de fusilería y se notó que el -palacio estaba rodeado de tropas. Un general, cuyo nombre no recuerdo, -había penetrado a los salones e intimó orden de prisión a los ministros -que allí se encontraban. El presidente, general Menéndez, se había ido a -acostar. La confusión de las gentes fué grande; hubo gritos y desmayos. -A todo esto se había ya avisado al general Menéndez, que se ciñó su -espada e increpó duramente al general que llegaba a comunicarle también -orden de prisión. Entre tanto, la guardia del Palacio se batía -desesperadamente con las tropas sublevadas. Teresa, la hija mayor del -presidente, gritaba en los salones:—«¡Que llamen a Carlos, él -tranquilizará todo<span class="pagenum"><a name="page_074" id="page_074"></a>{74}</span> esto y dominará la situación!»—«Señorita, le -contestó alguien, es el general Ezeta quien se ha sublevado». El -presidente había abierto los balcones de la habitación y arengaba a las -tropas. Aun se oyó un viva al general Menéndez; pero éste cayó -instantáneamente muerto. Fué llevado el cuerpo, y los médicos -certificaron que no tenía ninguna herida. Al darse cuenta de que Carlos -Ezeta, a quien él quería como a un hijo y a quien había hecho toda clase -de beneficios, a quien había enriquecido, a quien había puesto a la -cabeza de su ejército, era quien le traicionaba de tal modo, el pobre -presidente, que era cardíaco, según parece, sufrió un ataque mortal. El -cadáver fué expuesto y el pueblo desfiló y se dió cuenta de la verdad -del hecho.—«¿Qué piensas hacer?», me dijo mi esposa.—«Partir -inmediatamente a Guatemala, puesto que hay un vapor en el puerto de la -Libertad». Salí a dar los pasos necesarios para el arreglo rápido de mi -viaje, y en el camino me encontré con alguien que me dijo:—«El general -Ezeta desea que vaya dentro de una hora al Cuartel de Artillería». -Cruzaban patrullas por las calles. Unos cuantos soldados iban cargados -con cajas de dinero. Una hora después estaba yo en el Cuartel de -Artillería, que se hallaba lleno de soldados, muchos de ellos heridos. -Un tropel de jinetes. Llega el general Ezeta, rodeado de su Estado -Mayor. Se nota que ha bebido mucho. Desde el caballo se dirige a mí y me -dice que me entienda con no recuerdo ya quién, para asuntos<span class="pagenum"><a name="page_075" id="page_075"></a>{75}</span> de -publicidad sobre el nuevo estado de cosas. Yo salgo y prosigo mis -preparativos de partida; escribo una carta al nuevo presidente -manifestándole que un asunto particular de especialísima urgencia me -obliga a irme inmediatamente a Guatemala; que volveré a los pocos días a -ponerme a sus órdenes. Y me dirigí al puerto de la Libertad. En el hotel -estaba, cuando el comandante del puerto apareció y me dijo que de orden -superior me estaba prohibida la salida del país. Entonces empecé por -telégrafo una campaña activísima. Me dirigí a varios amigos, rogándoles -se interesasen con Ezeta, y hasta recurrí a la buena voluntad masónica -de mi antiguo amigo el doctor Rafael Reyes, íntimo amigo del improvisado -presidente.</p> - -<p>El vapor estaba para zarpar, cuando por influencia de Reyes, el -comandante recibía orden de dejar que me embarcase; pero junto conmigo -iba ya persona que observase y que procurase conocer el fondo de mis -impresiones y sentimientos sobre los sucesos acontecidos. Era un señor -Mendiola Boza, cubano de origen. Natural que yo me manifesté ezetista -convencido, y el hombre lo creyó o no lo creyó; pero cumplió con su -misión.<span class="pagenum"><a name="page_076" id="page_076"></a>{76}</span></p> - -<h2><a name="XX" id="XX"></a>XX</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">A</span><small>L</small> llegar a Guatemala supe que la guerra estaba por estallar entre este -país y El Salvador. Menéndez había mantenido las mejores relaciones con -el presidente guatemalteco Barillas, y éste tenía sus razones para creer -que Ezeta le sería contrario, y aprovechara para prestigiarse de la -antipatía tradicional entre salvadoreños y guatemaltecos. No bien hube -llegado al hotel, cuando un oficial se presentó a decirme que el -presidente general Barillas me esperaba inmediatamente. La capital -estaba conmovida y se hablaba de la seguridad de la guerra. Me dirigí a -la casa presidencial, acompañado del oficial que había ido a buscarme. -Penetré entre los numerosos soldados de la guardia de honor y se me hizo -pasar a un salón. Al llegar, vi que el presidente estaba rodeado de -muchos notables de la ciudad. Se hallaba<span class="pagenum"><a name="page_077" id="page_077"></a>{77}</span> agitadísimo, y cuando yo entré -pronunciaba estas palabras:—«Porque, señores, el que quiera comer -pescado que se moje el...» Yo me senté tímidamente en una silla, fuera -del círculo, pero el presidente me miró y me preguntó:—«¿Es usted el -señor Rubén Darío?»—«Sí, señor», le contesté. Me hizo entonces avanzar -y me señaló un asiento cercano a él—. «Vamos a ver, me dijo, ¿es usted -también de los que andan diciendo que el general Menéndez no ha sido -asesinado?»—«Señor presidente, le contesté, yo acabo de llegar, no he -hablado aún con nadie, pero puedo asegurarle que el presidente Menéndez -no ha sido asesinado». En los ojos de Barillas brilló la cólera—. «¿Y -no sabe usted que tengo en la Penitenciaría a muchos propaladores de esa -falsa noticia?»—«Señor, insistí, esa noticia no es falsa. El general -Menéndez ha muerto de un ataque cardíaco al parecer; pero si no ha sido -asesinado con bala o con puñal, le ha dado muerte la ingratitud, la -infamia del general Ezeta, que ha cometido, se puede decir, un verdadero -parricidio». Y me extendí sobre el particular. El presidente me escuchó -sin inmutarse. «Está bien», me dijo, cuando hube concluído. «Vaya en -seguida y escriba eso. Que aparezca mañana mismo. Y véase con el -ministro de Relaciones Exteriores y con el ministro de Hacienda.» Me fuí -rápidamente a mi hotel y escribí la narración de los sucesos del 22 de -Junio, con el título de «Historia negra», que en ocasión oportuna -reprodujo <i>La Nación</i> de Buenos Aires.<span class="pagenum"><a name="page_078" id="page_078"></a>{78}</span></p> - -<p>Mi escrito causó gran impresión, y supe después que Carlos Ezeta, así -como su hermano Antonio, aseguraban que si alguna vez caía en sus manos -no saldría vivo de ellas.—«Y pensar, decía algún tiempo más tarde el -presidente Ezeta al ministro de España, don Julio de Arellano y -Arróspide, después Marqués de Casa Arellano y cuya esposa fuera madrina -de mi hijo, en San José de Costa Rica—¡y pensar que yo hubiera hecho -rico a Rubén si no comete el disparate de ponerse en contra mía!» La -verdad es que yo estaba satisfecho de mi conducta, pues Menéndez había -sido mi benefactor, y sentía repugnancia de adherirme al circulo de los -traidores. ¡Será ello quizás un poco romántico y poco práctico; pero qué -le vamos a hacer!<span class="pagenum"><a name="page_079" id="page_079"></a>{79}</span></p> - -<h2><a name="XXI" id="XXI"></a>XXI</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">D</span><small>E</small> mi entrevista con el ministro de Relaciones Exteriores y con el de -Hacienda resultó que por disposición presidencial se me hizo, como en -San Salvador, director y propietario de un diario de carácter -semioficial. A los pocos días, salía el primer número de <i>El Correo de -la tarde</i>.</p> - -<p>Era el general Barilas un presidente voluntarioso y tiránico, como han -sido casi todos los presidentes de la América Central. Se apoyaba desde -luego en la fuerza militar, pero tenía cierta cultura y excelentes -rasgos de generosidad y de rectitud. Uno de sus ministros era Ramón -Salazar, literato notable, de educación alemana. La guerra se inició, -pero concluyó felizmente al poco tiempo. El poder de los Ezetas se -afianzó en San Salvador por el terror. En cuanto a mí, hice del diario -semi-oficial una especie de cotidiana revista literaria. Frecuentaba a -D. Valero Pujol,<span class="pagenum"><a name="page_080" id="page_080"></a>{80}</span> uno de los españoles de mayor valor intelectual que -hayan venido a América y cuyo nombre, no sé por qué, quizás por el -rincón centroamericano en que se metiera, no ha brillado como merece. -Viejo republicano, amigo de Salmerón y de Pí y Margall, creo que fué, -durante la república, gobernador de Zaragoza. En Guatemala era y es -todavía el Maestro. Ha publicado valiosos libros de historia y tres -generaciones le deben su luces. Era director de la Biblioteca Nacional -el poeta cubano José Joaquín Palma, hombre exquisito y trovador -zorrillesco. Es aquel autor de cierta poesía que se encontró entre los -papeles de Olegario Andrade y que se publicó como suya, averiguándose -después que era de Palma.</p> - -<p>Tenía varios colaboradores literarios para mi periódico, entre los -cuales un jovencito de ojos brillantes y cara sensual, dorada de sol de -trópico, que hizo entonces sus primeras armas. Se llamaba Enrique Gómez -Carrillo. Otro joven, José Tible Machado, que escribía páginas a lo -Bourget, el Bourget bueno de entonces, y que después sería un conocido -diplomático y actualmente redactor de <i>Le Gaulois</i> de París, y otros.</p> - -<p>Hice lo que pude de vida social e intelectual, pero ya era tiempo de que -viniese mi mujer y acabásemos de casarnos. Y así, siete meses después de -mi llegada, se celebró mi matrimonio religioso, siendo uno de mis -padrinos el doctor Fernando Cruz, que falleció después de ministro en -París.<span class="pagenum"><a name="page_081" id="page_081"></a>{81}</span></p> - -<h2><a name="XXII" id="XXII"></a>XXII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> casa de Pujol intimé con un gran tipo, muy de aquellas tierras. Era -el general Cayetano Sánchez, sostenedor del presidente Barillas, militar -temerario, joven aficionado a los alcoholes, y a quien todo era -permitido por su dominio y simpatía en el elemento bélico. Recuerdo una -escena inolvidable. Una noche de luna habíamos sido invitados varios -amigos, entre ellos mi antiguo profesor, el polaco D. José Leonard, y el -poeta Palma, a una cena en el castillo de San José. Nos fueron servidos -platos criollos, especialmente, uno llamado «chojín», sabroso plato, que -por cierto, nos fué preparado por el hoy general Toledo, aspirante a la -presidencia de la República. Sabroso plato, en verdad, ácido, picante, -cuya base es el rábano. Los vinos abundaron como era<span class="pagenum"><a name="page_082" id="page_082"></a>{82}</span> de costumbre, y -después se pasó al café y al coñac, del cual se bebieron copas -innumerables. Todos estábamos más que alegres, pero al general Sánchez -se le notaba muy exaltado en su alegría, y como nos paseásemos sobre las -fortificaciones, viendo de frente a la luz de la luna las lejanas torres -de la Catedral, tuvo una idea de todos los diablos. «A ver, dijo, ¿quién -manda esta pieza de artillería?» y señaló un enorme cañón. Se presentó -el oficial, y entonces Cayetano, como le llamábamos familiarmente, nos -dijo: «Vean ustedes que lindo blanco. Vamos a echar abajo una de las -torres de la Catedral. Y ordenó que preparasen el tiro. Los soldados -obedecieron como autómatas; y como el general Sánchez era absolutamente -capaz de todo, comprendimos que el momento era grave. Al poeta Palma se -le ocurrió una idea excelente.—«Bien, Cayetano, le dijo: pero antes -vamos a improvisar unos versos sobre el asunto. Haz que traigan más -coñac». Todos comprendimos, y heroicamente nos fuimos ingurgitando -sendos vasos de alcohol. Palma servía copiosas dosis al general Sánchez. -El y yo recitábamos versos, y cuando la botella se había acabado, el -general estaba ya dormido. Así se libró Guatemala de ser despertada a -media noche a cañonazos de buen humor. Cayetano Sánchez, poco tiempo -después, tuvo un triste y trágico fin.</p> - -<p>Por entonces aconteció un hecho que tuvo por muchos días suspensa la -atención pública. El hijo de uno de los más íntegros y respetados -magistrados<span class="pagenum"><a name="page_083" id="page_083"></a>{83}</span> de la capital tenía amores con una dama, casada con un -extranjero. Como el marido oyese ruido una noche, se levantó y se -dirigió al comedor, en donde estaba oculto el amante de su mujer. Este -se arrojó sobre el pobre hombre y lo mató encarnizadamente con un puñal. -La posición del joven, y sobre todo la del padre, aumentaban lo trágico -del crimen. El asesino estuvo preso por algún tiempo, y luego creo que -le fué facilitada la fuga. Años después, reducido a la pobreza, se le -encontró cosido a puñaladas en el banco de un paseo, en una ciudad de -los Estados Unidos, según se me ha contado.<span class="pagenum"><a name="page_084" id="page_084"></a>{84}</span></p> - -<h2><a name="XXIII" id="XXIII"></a>XXIII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">N</span><small>O</small> puedo rememorar por cuál motivo dejó de publicarse mi diario, y tuve -que partir a establecerme en Costa Rica. En San José pasé una vida -grata, aunque de lucha. La madre de mi esposa era de origen -costarriqueño y tenía allí alguna familia. San José es una ciudad -encantadora entre las de la América Central. Sus mujeres son las más -lindas de todas las de las cinco repúblicas. Su sociedad una de las más -europeizadas y norteamericanizadas. Colaboré en varios periódicos, uno -de ellos dirigido por el poeta Pío Víquez, otro por el cojo Quiroz, -hombre temible en política, chispeante y popular; intimé allí con el -ministro español Arellano, y cuando nació mi primogénito, como he -referido, su esposa, Margarita Foxá, fué la madrina.<span class="pagenum"><a name="page_085" id="page_085"></a>{85}</span></p> - -<p>Un día vi salir de un hotel, acompañado de una mujer muy blanca y de -cuerpo fino, española, a un gran negro elegante. Era Antonio Maceo. Iba -con él otro negro, llamado Bembeta, famoso también en la guerra cubana.</p> - -<p>Tuve amigos buenos como el hoy general Lesmes Jiménez, cuya familia era -uno de los más fuertes sostenes de la política católica. Conocí en el -Club principal de San José a personas como Rafael Iglesias, verboso, -vibrante, decidido; Ricardo Jiménez y Cleto González Víquez, -pertenecientes a lo que llamaremos nobleza costarriqueña, letrados -doctos, hombres gentiles, intachables caballeros, ambos verdaderos -intelectuales. Todos después han sido presidentes de la República. -Conocí allí también a Tomás Regalado, manco como D. Ramón del Valle -Inclán, pero maravilloso tirador de revólver con el brazo que le -quedaba; hombre generoso, aunque desorbitado cuando le poseía el demonio -de las botellas, y que fué años más tarde presidente también, de la -República de El Salvador. Sobre el general Regalado cuéntanse anécdotas -interesantes que llenarían un libro.</p> - -<p>Después del nacimiento de mi hijo la vida se me hizo bastante difícil en -Costa Rica y partí solo, de retorno a Guatemala, para ver si encontraba -allí manera de arreglarme una situación. En ello estaba, cuando recibí -por telégrafo la noticia de que el gobierno de Nicaragua, a la sazón -presidido por el doctor Roberto Sacasa, me había<span class="pagenum"><a name="page_086" id="page_086"></a>{86}</span> nombrado miembro de la -delegación que enviaba Nicaragua a España con motivo de las fiestas del -centenario de Colón. No había tiempo para nada; era preciso partir -inmediatamente. Así es que escribí a mi mujer y me embarqué a juntarme -con mi compañero de delegación, D. Fulgencio Mayorca, en Panamá. En el -puerto de Colón tomamos pasaje en un vapor español de la compañía -Trasatlántica, si mal no recuerdo el <i>León XIII</i>; y salimos con rumbo a -Santander.</p> - -<p>Se me pierden en la memoria los incidentes de a bordo; pero sí tengo -presente que iban unas señoras primas del escritor francés Edmond About; -que iba también el delegado por el Ecuador, don Leonidas Pallarés, -artista, poeta de discreción y amigo excelente; uno de los delegados de -Colombia, Isaac Arias Argaez, llamado el <i>chato</i> Arias, bogotano -delicioso, ocurrente, buen narrador de anécdotas y cantador de pasillos, -y que, nombrado cónsul en Málaga se quedó allí, hasta hoy, y es el -hombre más popular y más querido en aquella encantadora ciudad andaluza.</p> - -<p>En Cuba se embarcó Texifonte Gallego, que había sido secretario de ya no -recuerdo qué Capitán General. Texifonte, buen parlante, de grandes dotes -para la vida, hizo carrera. ¡Ya lo creo que hizo carrera! Hacíamos la -travesía lo más gratamente posible, con cuantas ocurrencias imaginábamos -y al amor de los espirituosos vinos de España. Nos ocurrió un curioso -incidente. Estábamos en pleno Océano, una mañanita, y el sirviente<span class="pagenum"><a name="page_087" id="page_087"></a>{87}</span> de -mi camarote llegó a despertarme:—«Señorito, si quiere usted ver un -naúfrago que hemos encontrado, levántese pronto». Me levanté. La -cubierta estaba llena de gente, y todos miraban a un punto lejano donde -se veía una embarcación y en ella un hombre de pie. El momento era -emocionante. El vapor se fué acercando poco a poco para recoger al -probable naúfrago, cuando de pronto, y ya el sol salido, se oyó que -aquel hombre, con una gran voz, preguntó en inglés:—«¿En qué latitud y -longitud estamos?». El capitán le contestó también en inglés, dándole -los datos que pedía, y le preguntó quién era y qué había pasado.—«Soy, -le dijo, el capitán Andrews, de los Estados Unidos, y voy por cuenta de -la casa del jabón Sapolio, siguiendo en este barquichuelo el itinerario -de Cristóbal Colón al revés. Hágame el favor de avisar cuando lleguen a -España al cónsul de los Estados Unidos que me han encontrado -aquí».—«¿Necesita usted algo?», le dijo el capitán de nuestro vapor. -Por toda contestación, el yankee sacó del interior del barquichuelo dos -latas de conservas que tiró sobre la cubierta del <i>León XIII</i>, puso su -vela y se despidió de nosotros. Algunos días después de nuestra llegada -a España, Mr. Andrews arribaba al puerto de Palos, en donde era recibido -en triunfo. Luego, buen yankee, exhibió su barca, cobrando la entrada, y -se juntó bastantes pesetas.<span class="pagenum"><a name="page_088" id="page_088"></a>{88}</span></p> - -<h2><a name="XXIV" id="XXIV"></a>XXIV</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> Madrid, me hospedé en el hotel de Las Cuatro Naciones, situado en la -calle del Arenal y hoy transformado. Como supiese mi calidad de hombre -de letras, el mozo Manuel me propuso:—«Señorito, ¿quiere usted conocer -el cuarto de don Marcelino? El está ahora en Santander y yo se lo puedo -mostrar». Se trataba de don Marcelino Menéndez y Pelayo, y yo acepté -gustosísimo. Era un cuarto como todos los cuartos de hotel, pero lleno -de tal manera de libros y de papeles, que no se comprende cómo allí se -podía caminar. Las sábanas estaban manchadas de tinta. Los libros eran -de diferentes formatos. Los papeles de grandes pliegos estaban llenos de -cosas sabias, de cosas sabias de don Marcelino—. «Cuando está don -Marcelino no recibe a nadie», me dijo Manuel. El caso es que la buena -suerte quiso que cuando retornó de Santander el ilustre humanista yo -entrara a su cuarto, por lo menos algunos minutos todas las mañanas. Y -allí se inició nuestra larga y cordial amistad.<span class="pagenum"><a name="page_089" id="page_089"></a>{89}</span></p> - -<h2><a name="XXV" id="XXV"></a>XXV</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>RA</small> el alma de las delegaciones hispanoamericanas el general don Juan -Riva Palacio, ministro de Méjico, varón activo, culto y simpático. En la -corte española el hombre tenía todos los merecimientos; imponía su buen -humor, y su actitud, siempre laboriosa, era por todos alabada. El -general Riva Palacio había tenido una gran actuación en su país como -militar y como publicista, y ya en sus últimos años fué enviado a -Madrid, en donde vivía con esplendor, rodeado de amigos, principalmente -funcionarios y hombres de letras. Se cuenta que algún incidente hubo en -una fiesta de Palacio, con la reina regente doña María Cristina, pues -ella no podía olvidar que el general Riva Palacio había sido de los -militares que tomaron parte en el juzgamiento de su pariente,<span class="pagenum"><a name="page_090" id="page_090"></a>{90}</span> el -emperador Maximiliano; pero todo se arregló, según parece, por la -habilidad de Cánovas del Castillo, de quien el mejicano era íntimo -amigo.</p> - -<p>Tenía don Vicente, en la calle de Serrano, un palacete lleno de obras de -arte y antigüedades, en donde solía reunir a sus amigos de letras, a -quienes encantaba con su conversación chispeante y la narración de -interesantes anécdotas. Era muy aficionado a las zarzuelas del género -chico y frecuentaba, envuelto en su capa clásica, los teatros en donde -había tiples buenas mozas. Llegó a ser un hombre popular en Madrid, y, -cuando murió, su desaparición fué muy sentida.</p> - -<p>Fuí amigo de Castelar. La primera vez que llegué a casa del gran hombre -iba con la emoción que Heine sintió al llegar a la casa de Goethe. -Cierto que la figura de Castelar tenía, sobre todo para nosotros los -hispanoamericanos, proporciones gigantescas, y yo creía, al visitarle, -entrar en la morada de un semidios. El orador ilustre me recibió muy -sencilla y afablemente en su casa de la calle Serrano. Pocos días -después me dió un almuerzo, al cual asistieron, entre otras personas, el -célebre político Abarzuza y el banquero don Adolfo Calzado. Alguna vez -he escrito detalladamente sobre este almuerzo, en el cual la -conversación inagotable de Castelar fué un deleite para mis oídos y para -mi espíritu. Tengo presente que me habló de diferentes cosas referentes -a América, de la futura influencia de los Estados<span class="pagenum"><a name="page_091" id="page_091"></a>{91}</span> Unidos sobre nuestras -Repúblicas, del general Mitre, a quien había conocido en Madrid, de <i>La -Nación</i>, diario en donde había colaborado; y de otros tantos temas en -que se expedía su verbo de colorido profuso y armonioso. En ese almuerzo -nos hizo comer unas riquísimas perdices que le había enviado su amiga la -duquesa de Medinaceli. Hay que recordar que Castelar era un «gourmet» de -primer orden, y que sus amigos, conociéndole este flaco, le colmaban de -presentes gratos a Meser Gaster. Después tuve ocasión de oir a Castelar -en sus discursos. Le oí en Toledo y le oí en Madrid. En verdad era una -voz de la naturaleza, era un fenómeno singular, como el de los grandes -tenores, o los grandes ejecutantes. Su oratoria tenía del prodigio, del -milagro; y creo difícil, sobre todo ahora que la apreciación sobre la -oratoria ha cambiado tanto, que se repita dicho fenómeno, aunque hayan -aparecido tanto en España como en la Argentina, por ejemplo en Belisario -Roldán, casos parecidos.</p> - -<p>He recordado alguna vez, cómo en casa de doña Emilia Pardo Bazán y en un -círculo de admiradores, Castelar nos dió a conocer la manera de perorar -de varios oradores célebres que él había escuchado, y luego la manera -suya, recitándonos un fragmento del famoso discurso réplica al cardenal -Manterola. Castelar era en ese tiempo sin duda alguna, la más alta -figura de España y su nombre estaba rodeado de la más completa gloria.<span class="pagenum"><a name="page_092" id="page_092"></a>{92}</span></p> - -<h2><a name="XXVI" id="XXVI"></a>XXVI</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">C</span><small>ONOCÍ</small> a D. Gaspar Núñez de Arce, que me manifestó mucho afecto y que, -cuando alistaba yo mi viaje de retorno a Nicaragua, hizo todo lo posible -para que me quedase en España. Escribió una carta a Cánovas del Castillo -pidiéndole que solicitase para mí un empleo en la compañía -Trasatlántica. Conservaba yo hasta hace poco tiempo la contestación de -Cánovas, que se me quedó en la redacción del <i>Fígaro</i> de la Habana. -Cánovas le decía que se había dirigido al marqués de Comillas; que éste -manifestaba la mejor voluntad; pero que no había, por el momento, ningún -puesto importante que ofrecerme. Y a vuelta de varias frases elogiosas -para mí, «es preciso, decía, que lo naturalicemos». Nada de ello pudo -hacerse, pues mi visita era urgente.<span class="pagenum"><a name="page_093" id="page_093"></a>{93}</span></p> - -<p>Conocí a D. Ramón de Campoamor. Era todavía un anciano muy animado y -ocurrente. Me llevó a su casa el doctor José Verdes Montenegro, que era -en ese tiempo muy joven. Se quejó el poeta de las <i>Doloras</i> y de los -<i>Pequeños Poemas</i>, de ciertos críticos, en la conversación. «No quieren -que los chicos me imiten», decía. Conservaba entre sus papeles, y me -hizo que la leyera, una décima sobre él que yo había publicado en -Santiago de Chile y que le había complacido mucho. Era un amable y -jovial filósofo. Gozaba de bienes de fortuna; era terrateniente en su -país de Asturias, allí donde encontrara tantos temas para sus fáciles y -sabrosas poesías. Ese risueño moralista era en ocasiones como su gaitero -de Gijón. Muchas veces sonríe mostrando la humedad brillante de una -lágrima.</p> - -<p>Uno de mis mejores amigos fué D. Juan Valera, quien ya se había ocupado -largamente en sus <i>Cartas Americanas</i> de mi libro <i>Azul</i>, publicado en -Chile. Ya estaba retirado de su vida diplomática; pero su casa era la -del más selecto espíritu español de su tiempo, la del «tesorero de la -lengua castellana», como le ha llamado el conde de las Navas, una de las -más finas amistades que conservo desde entonces. Me invitó D. Juan a sus -reuniones de los viernes, en donde me hice de excelentes conocimientos: -el duque de Almenara Alta, D. Narciso Campillo y otros cuantos que ya no -recuerdo. El duque de Almenara era un noble de letras, buen gustador de -clásicas páginas; y<span class="pagenum"><a name="page_094" id="page_094"></a>{94}</span> por su parte, dejó algunas amenas y plausibles. -Campillo, que era catedrático y hombre aferrado a sus tradicionales -principios, tuvo por mí simpatías, a pesar de mis demostraciones -revolucionarias. Era conversador de arranques y ocurrencias -graciosísimas, y contaba con especial donaire cuentos picantes y -verdes.<span class="pagenum"><a name="page_095" id="page_095"></a>{95}</span></p> - -<h2><a name="XXVII" id="XXVII"></a>XXVII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>A</small> noche que me dedicara D. Juan Valera, y en la cual leí versos, me -dijo: «Voy a presentar a usted una reliquia». Como pasaran las doce y la -reliquia no apareciese, creí que la cosa quedaría para otra ocasión, -tanto más, cuanto que comenzaban a retirarse los contertulios. Pero D. -Juan me dijo que tuviese paciencia y esperase un rato más. Quedábamos ya -pocos, cuando a eso de las dos de la mañana, sonó el timbre y a poca -entró, envuelto en su capa, un viejecito de cuerpo pequeño, algo -encorvado y al parecer bastante sordo. Me presentó a él el dueño de la -casa, mas no me dijo su nombre, y el viejecito se sentó a mi lado. El -para mí desconocido, empezó a hablarme de América, de Buenos Aires, de -Río de Janeiro, en donde había estado por algún tiempo<span class="pagenum"><a name="page_096" id="page_096"></a>{96}</span> con cargos -diplomáticos o comisiones del gobierno de España; y luego, tratando de -cosas pasadas de su vida, me hablaba de «Pepe»: «Cuando Pepe estuvo en -Londres»... «Un día me decía Pepe»... «Porque como el carácter de Pepe -era así»... El caso me intrigaba vivamente. ¿Quién era aquel viejecito -que estaba a mi lado? No pude dominar mi curiosidad, me levanté y me -dirigí a D. Juan Valera. «Dígame, señor, le dije, ¿quién es el señor -anciano a quien usted me ha presentado?»—«La reliquia», me contestó. -«¿Y quién es la reliquia?» «<i>Bueno es el mundo, bueno, bueno, bueno</i>»... -La reliquia era D. Miguel de los Santos Alvarez; y Pepe, naturalmente, -era Espronceda.</p> - -<p>Salimos casi de madrugada. Campillo, y yo; con nosotros D. Miguel. Desde -la cuesta de Santo Domingo, llegamos hasta la puerta del Sol, y luego a -las cercanías del Casino de Madrid. Yo tenía la intención de ir a -acompañar la reliquia a su casa, pues ya los resplandores del alba -empezaban a iluminar al cielo. Se lo manifesté y él, con mucho gracejo, -me contestó:—«Le agradezco mucho, pero yo no me acuesto todavía. Tengo -que entrar al Casino, en donde me aguardan unos amigos... Ya ve usted; -calcule los años que tengo... ¡y luego dirán que hace daño trasnochar!» -Me desprendí muy satisfecho de haber conocido a semejante hombre de tan -lejanos tiempos.</p> - -<p>Un día, en un hotel que daba a la Puerta del Sol, adonde había ido a -visitar al glorioso y venerable<span class="pagenum"><a name="page_097" id="page_097"></a>{97}</span> D. Ricardo Palma, entró un viejo cuyo -rostro no me era desconocido, por fotografías y grabados. Tenía un gran -lobanillo o protuberancia, a un lado de la cabeza. Su indumentaria era -modesta, pero en los ojos le relampagueaba el espíritu genial. Sin -sentarse habló con Palma de varias cosas. Este me presentó a él; y yo me -sentí profundamente conmovido. Era D. José Zorrilla, «el que mató a D. -Pedro y el que salvó a don Juan...» Vivía en la pobreza, mientras sus -editores se habían llenado de millones con sus obras. Odiaba su famoso -<i>Tenorio</i>... Poco tiempo después, la viuda tenía que empeñar una de las -coronas que se ofrendaran al mayor de los líricos de España... Después -de que Castelar había pedido para él una pensión a las Cortes, pensión -que no se consiguió a pesar de la elocuencia del Crisóstomo, que habló -de quien era propietario del cielo azul, «en donde no hay nada que -comer»...</p> - -<p>Conocí a D.ª Emilia Pardo Bazán. Daba fiestas frecuentes, en ese tiempo, -en honor de las delegaciones hispano-americanas que llegaban a las -fiestas del centenario colombino. Sabidos son el gran talento y la -verbosidad de la infatigable escritora. Las noches de esas fiestas -llegaban los orfeones de Galicia, a cantar alboradas bajo sus balcones. -La señora Pardo Bazán todavía no había sido titulada por el Rey; pero -estaba en la fuerza de su fama y de su producción. Tenía un hijo, -entonces jovencito, D. Jaime, y dos hijas,<span class="pagenum"><a name="page_098" id="page_098"></a>{98}</span> una de ellas casada hoy con -el renombrado y bizarro coronel Cavalcanti. Su salón era frecuentado por -gente de la nobleza, de la política y de las letras; y no había -extranjero de valer que no fuese invitado por ella. Por esos días vi en -su casa a Maurice Barrés, que andaba documentándose para su libro <i>Du -sang, de la volupté et de la Mort</i>. Por cierto que le pasó una aventura -graciosísima en una corrida de toros.<span class="pagenum"><a name="page_099" id="page_099"></a>{99}</span></p> - -<h2><a name="XXVIII" id="XXVIII"></a>XXVIII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">C</span><small>ONOCÍ</small> mucho a D. Antonio Cánovas del Castillo, a quien fuí presentado -por D. Gaspar Núñez de Arce. Hacía poco que aquel vigoroso viejo, que -era la mayor potencia política de España, se había casado con doña -Joaquina de Osma, bella, inteligente y voluptuosa dama, de origen -peruano. Mucho se había hablado de ese matrimonio, por la diferencia de -edad; pero es el caso que Cánovas estaba locamente enamorado de su -mujer, y su mujer le correspondía con creces. Cánovas adoraba los -hombros maravillosos de Joaquina, y por otras partes, en las estatuas de -su <i>sérre</i>, o en las que decoraban vestíbulos y salones, se veían como -amorosas reproducciones de aquellos hombros y aquellos senos -incomparables, revelados por los osados escotes. La conversación<span class="pagenum"><a name="page_100" id="page_100"></a>{100}</span> de -Cánovas, como saben todos los que le trataron de cerca, era llena de -brío y de gracia, con su peculiar ceceo andaluz. Su mujer no le iba en -zaga como conversadora lista y pronta para la «ripposta»; y pude -presenciar, en una de las comidas a que asistiera en el opulento palacio -de la Huerta, en la Guindalera, a una justa de ingenio en que tomaban -parte Cánovas, Joaquina, Castelar y el general Riva Palacio.</p> - -<p>Cuéntase ahora en Madrid una leyenda, que si no es cierta, está bien -inventada como un cuento de antaño o como un romántico poema. Dícese que -cuando Cánovas fué asesinado por truculento y fanático anarquista -italiano, se repitió en España el episodio de doña Juana la Loca. Y que, -una vez que el cuerpo de su marido fué enterrado, después que le hubo -acompañado hasta el lugar de su último reposo, sin derramar, como -extática, una sola lágrima, la esposa se encerró en su palacio y no -volvió a salir mas de él. Dícese que apenas hablaba por monosílabos con -la servidumbre para dar sus órdenes; que recorría los salones -solitarios, con sus tocas de viuda; que una noche de invierno se vistió -de blanco con su traje de novia; que por la mañana, los criados la -buscaron por todas partes sin encontrarla; hasta que la hallaron en el -jardín, ya muerta; tendida con la cara al cielo y cubierta por la nieve. -Ello es lindo y fabuloso; Tennyson, Bécquer o Barbey d’Aureville.<span class="pagenum"><a name="page_101" id="page_101"></a>{101}</span></p> - -<h2><a name="XXIX" id="XXIX"></a>XXIX</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>OS</small> miembros de la delegación de Nicaragua, recibimos en la sección -correspondiente de la Exposición, y en su oportunidad, a los reyes de -España, que iban acompañados de los de Portugal. El día de la visita fué -la primera vez que observé testas coronadas. Me llamó la atención -fuertemente la hermosura de la reina portuguesa, alta y gallarda como -todas las Orleans, y fresca como una recién abierta rosa rosada. Iba -junto a ella el obeso marido, que debía tener tan trágico fin. En la -vecina sección de Guatemala, sucedió algo gracioso. Había preparado el -delegado guatemalteco, doctor Fernando Cruz, dos abanicos espléndidos -para ser obsequiados a la reina; pero uno de ellos era más espléndido -que el otro, puesto que era el destinado para la reina regente doña<span class="pagenum"><a name="page_102" id="page_102"></a>{102}</span> -María Cristina. Los abanicos estaban sobre una bandeja de oro. El -ministro, antes de ofrecerlos, anunció el obsequio en cortas y -respetuosas palabras. La reina doña Amelia de Portugal vió los dos -abanicos y con su mirada de joven y de coqueta se dió cuenta de cuál era -el mejor; y, sin esperar más, lo tomó para sí y dió las gracias al -ministro.</p> - -<p>Antes de retornar a Nicaragua, fuí invitado a tomar parte en una velada -lírico-literaria. Hablamos dos personas. Un joven orador de barba negra, -que conquistaba a los auditorios con su palabra cálida y fluyente, D. -José Canalejas, que fué luego presidente del Consejo de Ministros, y yo, -que leí unos versos, creo que los titulados <i>A Colón</i>. Poco tiempo -después tomaba el vapor para Centro-América, en el mismo puerto de -Santander, en donde había desembarcado.</p> - -<p>No tengo en la memoria ningún incidente del viaje de retorno, solamente -de las horas que el vapor se detuviera en el puerto de Cartagena, en -Colombia. Cartagena de Indias, la ciudad fundada por aquel antepasado D. -José María de Heredia, a quien el poeta cubano-francés ha cantado y -Claudius Popelin ha retratado en cuadro memorable. No lejos de Cartagena -está la residencia de Cabrero, en donde se encontraba entonces retirado -el antiguo Presidente de la República y célebre publicista y poeta, -doctor Rafael Núñez. Este hombre eminente ha sido de las más grandes -figuras de ese foco de superiores intelectos,<span class="pagenum"><a name="page_103" id="page_103"></a>{103}</span> que es el país -colombiano. Digan lo que quieran sus enemigos políticos, el nombre de -Rafael Núñez ha de resplandecer más tarde en una cierta y definitiva -gloria. Era un pensador y un formidable hombre de acción. Bajé a tierra -a hacerle una visita. Acompañábanle, cuando penetré a su morada, su -esposa doña Soledad y una sobrina. Me recibió con gravedad afable. Me -dijo cosas gratas, me habló de literatura y de mi viaje a España, y -luego me preguntó:—«¿Piensa usted quedarse en Nicaragua?»—«De ninguna -manera, le contesté, porque el medio no me es propicio.» «Es verdad, me -dijo. No es posible que usted permanezca allí. Su espíritu se ahogaría -en ese ambiente. Tendría usted que dedicarse a mezquinas políticas; -abandonaría seguramente su obra literaria y la pérdida no sería para -usted sólo, sino para nuestras letras. ¿Querría usted ir a Europa?» Yo -le manifesté que eso sería mi sueño deseado; y al mismo tiempo expresé -mis ansias por conocer Buenos Aires. «Puesto que usted lo quiere, -agregó, yo escribiré a Bogotá, al presidente señor Caro, para que se le -nombre a usted cónsul general en Buenos Aires, pues cabalmente la -persona que hoy ocupa ese puesto va a retirarse de la capital argentina. -Vaya usted a su país a dar cuenta de su misión, y espere las noticias -que se le comunicarán oportunamente.» No hay que decir que yo me llené -de esperanzas y de alegrías.<span class="pagenum"><a name="page_104" id="page_104"></a>{104}</span></p> - -<h2><a name="XXX" id="XXX"></a>XXX</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">A</span> mi llegada a Nicaragua, permanecí algunos días en la ciudad de León. -Hice todo lo posible por ver si el gobierno me pagaba allí más de medio -año de sueldos que me adeudaba; pero, por más que hice, vi que era -preciso que fuese yo mismo a la capital, cosa que quería evitar por más -de un motivo.</p> - -<p>Estando en León, se celebraron funerales en memoria de un ilustre -político que había muerto en París, D. Vicente Navas. Se me rogó que -tomase parte en la velada que se daría en honor del personaje fallecido, -y escribí unos versos en tal ocasión. Estaba, la noche de esa velada, -leyendo mi poesía, cuando me fué entregado un telegrama. Venía de San -Salvador, lugar adonde yo no podía ir a causa de los Ezetas, y en donde -residía<span class="pagenum"><a name="page_105" id="page_105"></a>{105}</span> mi esposa en unión de su madre y de su hermana casada. El -telegrama me anunciaba en vagos términos la gravedad de mi mujer, pero -yo comprendí por íntimo presentimiento que había muerto; y sin acabar de -leer los versos, me fuí precipitadamente al hotel en que me hospedaba, -seguido de varios amigos, y allí me encerré en mi habitación, a llorar -la pérdida de quien era para mí consolación y apoyo moral. Pocos días -después llegaron noticias detalladas del fallecimiento. Se me enviaba un -papel escrito con lápiz por ella, en el cual me decía que iba a hacerse -operar—había quedado bastante delicada después del nacimiento de -nuestro hijo—, y que si moría en la operación, lo único que me -suplicaba era que dejase al niño en poder de su madre, mientras ésta -viviese. Por otra parte, me escribía mi concuñado, el banquero D. -Ricardo Trigueros, que él se encargaría gustoso de la educación de mi -hijo, y que su mujer sería como una madre para él. Hace diez y nueve -años que esto ha sucedido y ello ha sido así.</p> - -<p>Pasé ocho días sin saber nada de mí, pues en tal emergencia recurrí a -las abrumadoras nepentas de las bebidas alcohólicas. Uno de esos días -abrí los ojos y me encontré con dos señoras que me asistían; eran mi -madre y una hermana mía, a quienes se puede decir que conocía por -primera vez, pues mis anteriores recuerdos maternales estaban como -borrados. Cuando me repuse, fué preciso partir para la capital para -hablar con el<span class="pagenum"><a name="page_106" id="page_106"></a>{106}</span> presidente, doctor Sacasa, y ver si me abonaban mis -haberes.</p> - -<p>Llegué a Managua y me instalé en un hotel de la ciudad. Me rodearon -viejos amigos; se me ofreció que se me pagarían pronto mis sueldos, mas -es el caso que tuve que esperar bastantes días; tantos que en ellos -ocurrió el caso más novelesco y fatal de mi vida, pero al cual no puedo -referirme en estas memorias por muy poderosos motivos. Es una página -dolorosa de violencia y engaño, que ha impedido la formación de un hogar -por más de veinte años; pero vive aún quien como yo ha sufrido las -consecuencias de un familiar paso irreflexivo, y no quiero aumentar con -la menor referencia una larga pena. El diplomático y escritor mejicano -Federico Gamboa, tan conocido en Buenos Aires, tiene escrita desde hace -muchos años esa página romántica y amarga, y la conserva inédita, porque -yo no quise que la publicase en uno de sus libros de recuerdos. Es -precisa, pues, aquí, esta laguna en la narración de mi vida.<span class="pagenum"><a name="page_107" id="page_107"></a>{107}</span></p> - -<h2><a name="XXXI" id="XXXI"></a>XXXI</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">D</span><small>E</small> este modo, encuéntreme el lector, como dos meses después, en la -ciudad de Panamá, en donde, según carta que había recibido en Managua, -del doctor Rafael Núñez, se me debía entregar por el gobernador del -Istmo mi nombramiento de cónsul general de Colombia en Buenos Aires. Así -fué, por la eficaz recomendación de aquel hombre ilustre. No solamente -se me entregó mi nombramiento—en el cual se me decía que se me daba -este puesto por no haber entonces ninguna vacante diplomática—y mi -carta patente correspondiente, sino una buena suma de sueldos -adelantados. En seguida tomé el vapor para Nueva York.</p> - -<p>Me hospedé en un hotel español, llamado el hotel América; y de allí se -esparció en la colonia<span class="pagenum"><a name="page_108" id="page_108"></a>{108}</span> hispanoamericana de la imperial ciudad la -noticia de mi llegada. Fué el primero en visitarme un joven cubano, -verboso y cordial, de tupidos cabellos negros, ojos vivos y penetrantes -y trato caballeroso y comunicativo. Se llamaba Gonzalo de Quesada, y es -hoy ministro de Cuba en Berlín. Su larga actuación panamericana es harto -conocida. Me dijo que la colonia cubana me preparaba un banquete que se -verificaría en casa del famoso «restaurateur» Martín, y que el «Maestro» -deseaba verme cuanto antes. El Maestro era José Martí, que se encontraba -en esos momentos en lo más arduo de su labor revolucionaria. Agregó -asimismo Gonzalo, que Martí me esperaba esa noche en Harmand Hall, en -donde tenía que pronunciar un discurso ante una asamblea de cubanos, -para que fuéramos a verle juntos. Yo admiraba altamente el vigor general -de aquel escritor único, a quien había conocido por aquellas formidables -y líricas correspondencias que enviaba a diarios hispanoamericanos como -<i>La Opinión Nacional</i> de Caracas, <i>El Partido Liberal</i> de México, y, -sobre todo, <i>La Nación</i> de Buenos Aires. Escribía una prosa profusa, -llena de vitalidad y de color, de plasticidad y de música. Se -transparentaba el cultivo de los clásicos españoles y el conocimiento de -todas las literaturas antiguas y modernas; y, sobre todo, el espíritu de -un alto y maravilloso poeta. Fuí puntual a la cita, y en los comienzos -de la noche entraba en compañía de Gonzalo de Quesada por una de las -puertas laterales<span class="pagenum"><a name="page_109" id="page_109"></a>{109}</span> del edificio en donde debía hablar el gran -combatiente. Pasamos por un pasadizo sombrío; y, de pronto, en un cuarto -lleno de luz, me encontré entre los brazos de un hombre pequeño de -cuerpo, rostro de iluminado, voz dulce y dominadora al mismo tiempo, y -que me decía esta única palabra: «¡Hijo!».</p> - -<p>Era la hora ya de aparecer ante el público, y me dijo que yo debía -acompañarle en la mesa directiva; y cuando me di cuenta, después de una -rápida presentación a algunas personas, me encontré con ellas y con -Martí en un estrado, frente al numeroso público que me saludaba con un -aplauso simpático. ¡Y yo pensaba en lo que diría el gobierno colombiano -de su cónsul general sentado en público, en una mesa directiva -revolucionaria antiespañola! Martí tenía esa noche que defenderse. Había -sido acusado, no tengo presente ya si de negligencia o de precipitación, -en no sé cuál movimiento de invasión a Cuba. Es el caso, que el núcleo -de la colonia le era en aquellos momentos contrario; mas aquel orador -sorprendente tenía recursos extraordinarios, y aprovechando mi -presencia, simpática para los cubanos que conocían al poeta, hizo de mí -una presentación ornada de las mejores galas de su estilo. Los aplausos -vinieron entusiásticos, y él aprovechó el instante para sincerarse y -defenderse de las sabidas acusaciones, y como ya tenía ganado al -público, y como pronunció en aquella ocasión uno de los más hermosos -discursos de su vida, el<span class="pagenum"><a name="page_110" id="page_110"></a>{110}</span> éxito fué completo y aquel auditorio, antes -hostil, le aclamó vibrante y prolongadamente.</p> - -<p>Concluído el discurso, salimos a la calle. No bien habíamos andado -algunos pasos, cuando oí que alguien le llamaba: «¡Don José! ¡Don José!» -«Era un negro obrero que se le acercaba humilde y cariñoso». «Aquí le -traigo este recuerdito», le dijo. Y le entregó una lapicera de -plata.—«Vea usted, me observó Martí, el cariño de esos pobres negros -cigarreros. Ellos se dan cuenta de lo que sufro y lucho por la libertad -de nuestra pobre patria». Luego fuimos a tomar el té a casa de una su -amiga, dama inteligente y afectuosa, que le ayudaba mucho en sus -trabajos de revolucionario.</p> - -<p>Allí escuché por largo tiempo su conversación. Nunca he encontrado, ni -en Castelar mismo, un conversador tan admirable. Era armonioso y -familiar, dotado de una prodigiosa memoria, y ágil y pronto para la -cita, para la reminiscencia, para el dato, para la imagen. Pasé con él -momentos inolvidables, luego me despedí. El tenía que partir esa misma -noche para Tampa, con objeto de arreglar no sé qué preciosas -disposiciones de organización. No le volví a ver más.</p> - -<p>Como él no pudo presidir el banquete que debían de darme los cubanos, -delegó su representación en el general venezolano Nicanor Bolet Peraza, -escritor y orador diserto y elocuente. Al banquete asistieron muchos -cubanos preeminentes, entre ellos Benjamín Guerra, Ponce de León,<span class="pagenum"><a name="page_111" id="page_111"></a>{111}</span> el -doctor Miranda y otros. Bolet Peraza pronunció una bella arenga y -Gonzalo de Quesada una de sus resonantes y ardorosas oraciones. Al día -siguiente tomamos el tren Gonzalo y yo, pues mi deseo era conocer la -catarata de Niágara, antes de partir para París y Buenos Aires. Mi -impresión ante la maravilla confieso que fué menor de lo que hubiera -podido imaginar. Aunque el portento se impone, la mente se representa -con creces lo que en la realidad no tiene tan fantásticas proporciones. -Sin embargo, me sentí conmovido ante el prodigio natural, y no dejé de -recordar los versos de José María de Heredia, el de castellana lengua.</p> - -<p>Retornamos a Nueva York y tomé el vapor para Francia.<span class="pagenum"><a name="page_112" id="page_112"></a>{112}</span></p> - -<h2><a name="XXXII" id="XXXII"></a>XXXII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">Y</span><small>O</small> soñaba con París desde niño, a punto de que cuando hacía mis -oraciones rogaba a Dios que no me dejase morir sin conocer París. París -era para mí como un paraíso en donde se respirase la esencia de la -felicidad sobre la tierra. Era la Ciudad del Arte, de la Belleza y de la -Gloria; y, sobre todo, era la capital del Amor, el reino del Ensueño. E -iba yo a conocer París, a realizar la mayor ansia de mi vida. Y cuando -en la estación de Saint-Lazare pisé tierra parisiense, creí hallar suelo -sagrado. Me hospedé en un hotel español que por cierto ya no existe. Se -hallaba situado cerca de la Bolsa, y se llamaba pomposamente Grand Hôtel -de la Bourse et des Ambassadeurs... Yo deposité en la caja, desde mi -llegada, unos cuantos largos y prometedores rollos<span class="pagenum"><a name="page_113" id="page_113"></a>{113}</span> de brillantes y -áureas águilas americanas de a veinte dólares. Desde el día siguiente -tenía carruaje a todas horas en la puerta, y comencé mi conquista de -París...</p> - -<p>Apenas hablaba una que otra palabra de francés. Fuí a buscar a Enrique -Gómez Carrillo, que trabajaba entonces empleado en la casa del librero -Garnier.</p> - -<p>Carrillo, muy contento de mi llegada, apenas pudo acompañarme, por sus -ocupaciones; pero me presentó a un español que tenía el tipo de un -gallardo mozo, al mismo tiempo que muy marcada semejanza de rostro con -Alfonso Daudet. Llevaba en París la vida del país de Bohemia, y tenía -por querida a una verdadera marquesa de España. Era escritor de gran -talento y vivía siempre en su sueño. Como yo, usaba y abusaba de los -alcoholes; y fué mi iniciador en las correrías nocturnas del Barrio -Latino. Era mi pobre amigo, muerto no hace mucho tiempo, Alejandro Sawa. -Algunas veces me acompañaba también Carrillo, y con uno y otro conocí a -poetas y escritores de París, a quienes había amado desde lejos.</p> - -<p>Uno de mis grandes deseos era poder hablar con Verlaine. Cierta noche, -en el cafe D’Harcourt, encontramos al Fauno, rodeado de equívocos -acólitos.</p> - -<p>Estaba igual al simulacro en que ha perpetuado su figura el arte -maravilloso de Carrière. Se conocía que había bebido harto. Respondía -de<span class="pagenum"><a name="page_114" id="page_114"></a>{114}</span> cuando en cuando, a las preguntas que le hacían sus acompañantes, -golpeando intermitentemente el mármol de la mesa. Nos acercamos con -Sawa, me presentó: «Poeta americano, admirador, etc.» Yo murmuré en mal -francés toda la devoción que me fué posible y concluí con la palabra -gloria... Quién sabe qué habría pasado esta tarde al desventurado -maestro; el caso es que, volviéndose a mí, y sin cesar de golpear la -mesa, me dijo en voz baja y pectoral: <i>¡La gloire!... ¡La gloire!... -¡M... M... encore!...</i> Creí prudente retirarme y esperar para verle de -nuevo una ocasión más propicia. Esto no lo pude lograr nunca, porque las -noches que volví a encontrarle, se hallaba más o menos en el mismo -estado; y aquello, en verdad, era triste, doloroso, grotesco y trágico. -Pobre <i>¡Pauvre Lelian! ¡Priez pour le pauvre Gaspard!</i>...<span class="pagenum"><a name="page_115" id="page_115"></a>{115}</span></p> - -<h2><a name="XXXIII" id="XXXIII"></a>XXXIII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">U</span><small>NA</small> mañana, después de pasar la noche en vela, llevó Alejandro Sawa a mi -hotel a Charles Morice, que era entonces el crítico de los simbolistas. -Hacía poco que había publicado su famoso libro <i>La littérature de tout à -l’heure</i>. Encontró sobre mi mesa unos cuantos libros, entre ellos un -Walt Whitman, que no conocía. Se puso a hojear una edición guatemalteca -de mi <i>Azul</i>, en que, por mal de mis pecados, incluí unos versos -franceses, entre los cuales los hay que no son versos, pues yo ignoraba -cuando los escribí muchas nociones de poética francesa. Entre ellas, -pongo por caso, el buen uso de la <i>e</i> muda, que, aunque no se pronuncia -en la conversación, o es pronunciada escasamente, según el sistema de -algunos declamadores, cuenta como sílaba para la medida<span class="pagenum"><a name="page_116" id="page_116"></a>{116}</span> del verso. -Charles Morice fué bondadoso y tuvimos, durante mi permanencia en París, -buena amistad, que por cierto no hemos renovado en días anteriores. Con -quien tuve más intimidad fué con Juan Moreas. A éste me presentó -Carrillo en una noche barriolatinesca. Ya he contado en otra ocasión -nuestras largas conversaciones ante animadores bebedizos. Nuestras idas -por la madrugada a los grandes mercados, a comer almendras verdes, o -bien salchichas en los figones cercanos, donde se surten obreros y -trabajadores de «les Halles». Todo ello regado con vinos como el «petit -vin bleu» y otros mostos populares. Moreas regresaba a su casa, situada -por Montrouge, en tranvía, cuando ya el sol comenzaba a alumbrar las -agitaciones de París despierto. Nuestras entrevistas se repetían casi -todas las noches. Estaba el griego todavía joven; usaba su inseparable -monóculo y se retorcía los bigotes de palíkaro, dogmatizando en sus -cafés preferidos, sobre todo en el Vachetts, y hablando siempre de cosas -de arte y de literatura. Como no quería escribir en los diarios, vivía -principalmente de una pensión que le pasaba un tío suyo que era ministro -en el gobierno del rey Jorge, en Atenas. Sabido es que su apellido no -era Moreas, sino Papadiamantopoulos. Quien desee más detalles lea mi -libro <i>Los Raros</i>. Me habían dicho que Moreas sabía español. No sabía ni -una sola palabra. Ni él, ni Verlaine, aunque anunciaron ambos, en los -primeros tiempos de la revista <i>La Plume</i>, que publicarían<span class="pagenum"><a name="page_117" id="page_117"></a>{117}</span> una -traducción de «La Vida es Sueño» de Calderón de la Barca. Siendo así -como Verlaine solía pronunciar, con marcadísimo acento, estos versos de -Góngora: «A batallas de amor campo de plumas»; Moreas, con su gran voz -sonora, exclamaba «No hay mal que por bien no venga»... O bien: en -cuanto me veía: «¡Viva don Luis de Góngora y Argote!», y con el mismo -tono, cuando divisaba a Carrillo gritaba: «¡Don Diego Hurtado de -Mendoza!». Tanto Verlaine como Moreas eran popularísimos en el Quartier, -y andaban siempre rodeados de una corte de jóvenes poetas que, con el -Pauvre Lelian, se aumentaban de gentes de la mala bohemia, que no tenían -que ver con el arte ni con la literatura.<span class="pagenum"><a name="page_118" id="page_118"></a>{118}</span></p> - -<h2><a name="XXXIV" id="XXXIV"></a>XXXIV</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>NTRE</small> los verdaderos amigos de Verlaine, había uno que era un excelente -poeta, Maurice Duplessis. Este era un muchacho gallardo, que vestía -elegante y extravagantemente, y que con Charles Maurras, que es hoy uno -de los principales sostenedores del partido Orleanista, y con Ernesto -Reynaud, que es comisario de policía, formaban lo que se llama la -escuela Romana, de que Moreas era el sumo Pontífice. A Duplessis, que -fué desde entonces muy mi amigo, le he vuelto a ver recientemente -pasando horas amargas y angustiosas, de las cuales le librara alguna vez -y ocasionalmente la generosidad de un gran poeta argentino.</p> - -<p>Yendo en una ocasión por los bulevares, oí que<span class="pagenum"><a name="page_119" id="page_119"></a>{119}</span> alguien me llamaba. Me -encontré con un antiguo amigo chileno, Julio Bañados Espinosa, que había -sido ministro principal de Balmaceda. Se ocupaba en escribir la historia -de la administración de aquel infortunado presidente. Nos vimos -repetidas veces. Me invitó a comer en un círculo de Esgrima y Artes, que -no era otra cosa, en realidad, sino una casa de juego, como son muchos -círculos de París. Allá me presentó al famoso Aurelien Scholl, ya viejo -y siempre monoculizado. Se decía que el juego no era perseguido en ese -club, porque la influencia de Scholl... pero no deseo repetir aquí -murmuraciones bulevarderas.</p> - -<p>Comía yo generalmente en el café Larue, situado enfrente de la -Magdalena. Allí me inicié en aventuras de alta y fácil galantería. Ello -no tiene importancia; mas he de recordar a quien me diese la primera -ilusión de costoso amor parisién. Y vaya una grata memoria a la gallarda -Marión Delorme, de victorhuguesco nombre de guerra, y que habitaba -entonces en la avenida Víctor Hugo. Era la cortesana de los más bellos -hombros. Hoy vive en su casa de campo y da de comer a sus finas aves de -corral. Los cafés y restaurants del bosque no tuvieron secretos para mí. -Los días que pasé en la capital de las capitales, pude muy bien no -envidiar a ningún irreflexivo «rastaquouere». Pero los rollos de águilas -iban mermando y era preciso disponer la partida a Buenos Aires. Así lo -hice, no sin que mi codicioso hotelero, viendo que se le escapaba esa -«pera», como dicen los<span class="pagenum"><a name="page_120" id="page_120"></a>{120}</span> franceses, quisiese quedarse con el resto de mis -oros, de lo cual me libró la intervención de un cónsul, y de mi buen -amigo Tible Machado, que residía, también con cargo consular, en el -puerto del Havre.<span class="pagenum"><a name="page_121" id="page_121"></a>{121}</span></p> - -<h2><a name="XXXV" id="XXXV"></a>XXXV</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">M</span><small>E</small> embarqué para la capital argentina, llevando como «valet» a un -huesudo holandés que sin recomendación alguna se me presentó -ofreciéndome sus servicios.</p> - -<p>Y héme aquí, por fin, en la ansiada ciudad de Buenos Aires, a donde -tanto había soñado llegar desde mi permanencia en Chile. Los diarios me -saludaron muy bondadosamente. <i>La Nación</i> habló de su colaborador con -términos de afecto, de simpatía y de entusiasmo, en líneas confiadas al -talento de Julio Piquet. <i>La Prensa</i> me dió la bienvenida, también en -frases finas y amables, con que me favoreciera la gentileza del ya -glorioso Joaquín V. González.</p> - -<p>Fuí muy visitado en el hotel en donde me hospedaran. Uno de los primeros -que llegaron a saludarme<span class="pagenum"><a name="page_122" id="page_122"></a>{122}</span> fué un gran poeta a quien yo admiraba desde -mis años juveniles, muchos de cuyos versos se recitan en mi lejano país -original: Rafael Obligado. Otro fué D. Juan José García Velloso, aquel -maestro sapiente y sensible, que vino de España, y que cantó y enseñó -con inteligencia erudita y con cordial voluntad.</p> - -<p>Presenté mi Carta Patente y fuí reconocido por el gobierno argentino -como Cónsul General de Colombia. Mi puesto no me dió ningún trabajo, -pues no había nada que hacer, según me lo manifestara mi antecesor, el -Sr. Samper, dado que no había casi colombianos en Buenos Aires y no -existían transacciones ni cambios comerciales entre Colombia y la -República Argentina.</p> - -<p>Fuí invitado a las reuniones literarias que daba en su casa don Rafael -Obligado. Allí concurría lo más notable de la intelectualidad -bonaerense. Se leían prosas y versos. Después se hacían observaciones y -se discutía el valor de éstas. Allí me relacioné con el poeta y hombre -de letras doctor Calixto Oyuela, cuya fama había llegado hacía tiempo a -mis oídos. Conocía sus obras, muy celebradas en España. Talento de cepa -castiza, seguía la corriente de las tradiciones clásicas, y en todas sus -obras se encuentra la mayor corrección y el buen conocimiento del -idioma. Me relacioné también con Alberto del Solar, chileno radicado en -Buenos Aires, que se ha distinguido en la producción de novelas, obras -dramáticas, ensayos y aun poesías. Con Federico Gamboa, entonces -secretario<span class="pagenum"><a name="page_123" id="page_123"></a>{123}</span> de la Legación de México, que animaba la conversación con -oportunas anécdotas, con chispeantes arranques y con un buen humor -contagioso e inalterable, y que ha producido notables piezas teatrales, -novelas y otros libros amenos y llenos de interés. Con Domingo Martinto -y Francisco Soto y Calvo, ambos cuñados de Obligado, ambos poetas y -personas de distinción y afabilidad. Con el doctor Ernesto Quesada, -letrado erudito, escritor bien nutrido y abundante, de un saber -cosmopolita y políglota; y con otros más, pertenecientes al Buenos Aires -estudioso y literario. El dueño de casa nos regalaba con la lectura de -sus poesías, vibrantes de sentimiento o llameantes de patriotismo. Así -pasábamos momentos inolvidables que ha recordado Federico Gamboa, con su -estilo ágil y lleno de sinceridad, en las páginas de su «Diario».<span class="pagenum"><a name="page_124" id="page_124"></a>{124}</span></p> - -<h2><a name="XXXVI" id="XXXVI"></a>XXXVI</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">N</span><small>ATURALMENTE</small> que desde mi llegada me presenté a la redacción de <i>La -Nación</i>, donde se me recibió con largueza y cariño. Dirigía el diario el -inolvidable Bartolito Mitre. Lo encontré en su despacho fumando su -inseparable largo cigarro italiano. Sentí a la inmediata, después de -conversar un rato, la verdad de su amistad transparente y eficaz que se -conservó hasta su muerte. Me llevó a presentarme a su padre el general, -y me dejó allí, ante aquel varón de historia y de gloria, a quien yo no -encontraba palabra que decir, después de haber murmurado una salutación -emocionada. Me habló el general Mitre de Centro América y de sus -historiadores Montufar, Ayón, Fernández; recordó al poeta guatemalteco -Batres, autor de «El Reloj», habló de otras cosas más. Me<span class="pagenum"><a name="page_125" id="page_125"></a>{125}</span> hizo algunas -preguntas sobre el canal de Nicaragua. Estuvo suave y alentador en su -manera seria y como triste, cual de hombre que se sabía ya dueño de la -posteridad. Salí contentísimo.</p> - -<p>Era Administrador de <i>La Nación</i> D. Enrique de Vedia. Alto, delgado, -aspecto de figura de caballero del Greco. Grave y acerado, tenía una -sólida y variada cultura y un gusto excelente. A pesar de la diferencia -de caracteres y de edades, cultivábamos la mejor amistad, y por -indicación suya escribí muchos de los mejores artículos que publiqué en -ese época en <i>La Nación</i>. Era subdirector del diario <i>Aníbal Latino</i>, -esto es, José Ceppi, hombre al parecer un tanto adusto, pero dotado de -actividad, de resistencia y de inmejorables condiciones para el puesto -que desempeñaba. Secretario de redacción era Julio Piquet, experto -catador de elixires intelectuales, escritor de sutiles pensares y de -gentilezas de estilo, y que contribuía poderosamente a la confección de -aquellos números nutridos de brillante colaboración del gran periódico, -que se diría tenían carácter antológico. En la casa traté a crecido -número de redactores y colaboradores, de los cuales unos han -desaparecido y otros se han alejado por ley del tiempo y de los cambios -de la vida; pero ninguno fué más íntimo compañero mío que Roberto J. -Payró, trabajador insigne, cerebro comprendedor e imaginador, que sin -abandonar las tareas periodísticas ha podido producir obras de aliento -en el teatro y en la novela. Fué asimismo amigo<span class="pagenum"><a name="page_126" id="page_126"></a>{126}</span> mío el autor de <i>La -Bolsa</i>, José Miró, que firmaba con el pseudónimo de <i>Julián Martel</i> y -cuya única obra auguraba una rica y aquilatada producción futura. El -pobre Miró pasó en trabajosa bohemia y en consuetudinaria escasez, los -mejores años de su juventud, y, ¡oh, ironías de la suerte!, después que -murió de tuberculosis, se encontró que una parienta millonaria le había -dejado en su testamento una fortuna.<span class="pagenum"><a name="page_127" id="page_127"></a>{127}</span></p> - -<h2><a name="XXXVII" id="XXXVII"></a>XXXVII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">C</span><small>LARO</small> es que mi mayor número de relaciones estaba entre los jóvenes de -letras, con quienes comencé a hacer vida nocturna, en cafés y -cervecerías. Se comprende que la sobriedad no era nuestra principal -virtud. Frecuentaba también a otros amigos que ya no eran jóvenes, como -ese espíritu singular, lleno de tan variadas luces y de quien emanaba -una generosidad corriente, simpática y un contagio de vitalidad y de -alegría, el doctor Eduardo L. Holemberg; o bien el hoy célebre -americanista Ambrosetti, que ilustraba nuestras charlas con sus -ilustrativas narraciones. Con Payró nos juntábamos en compañía del -bizarro poeta, entonces casi un efebo, pero ya encendido de cosas -libertarias, Alberto Ghiraldo; de Manuel Argerich, cariñoso <i>dandy</i>,<span class="pagenum"><a name="page_128" id="page_128"></a>{128}</span> -que escribió para el teatro; del excelente aeda suizo Charles Soussens, -fiel a sus principios de nocturnidad; de José Ingenieros, hoy psiquiatra -eminente; de José Pardo, que fundara varias revistas; de Diego Fernández -Espiro, el mosquetero de los sonantes sonetos; del encantador veterano -Antonino Lamberti, a quien los manes de Anacreonte bendicen y a quien -las Gracias y las Musas han sido siempre propicias y halagadoras.</p> - -<p>Otro de mis amigos, que ha sido siempre fraternal conmigo, era Charles -E. F. Vale, un inglés criollo incomparable.</p> - -<p>Una noche, con motivo del aniversario de la reina Victoria, le dicté en -el restaurant de «Las 14 provincias», un pequeño poema en prosa, -dedicado a su soberana, que él escribió a falta de papel en unos cuantos -sobres y que no ha aparecido en ninguno de mis libros. Ese poemita es el -siguiente:</p> - -<p class="c"> -<i>God save the Queen</i><br /> -</p> - -<p class="r"> -To my friend C. E. F. Vale.<br /> -</p> - -<p>Por ser una de las más fuertes y poderosas tierras de poesía;</p> - -<p>Por ser la madre de Shakespeare;</p> - -<p>Porque tus hombres son bizarros y bravos, en guerras y en olímpicos -juegos;</p> - -<p>Porque en tu jardín nace la mejor flor de las<span class="pagenum"><a name="page_129" id="page_129"></a>{129}</span> primaveras, y en tu cielo -se manifiesta el más triste sol de los inviernos;</p> - -<p>Canto a tu reina, oh grande y soberbia Britania, con el verso que -repiten los labios de todos tus hijos:</p> - -<p class="c"> -<i>God save the Queen</i><br /> -</p> - -<p>Tus mujeres tienen los cuellos de los cisnes y la blancura de las rosas -blancas;</p> - -<p>Tus montañas están impregnadas de leyenda, tu tradición es una mina de -oro, tu historia una mina de hierro, tu poesía una mina de diamantes;</p> - -<p>En los mares, tu bandera es conocida de todas las espumas y de todos los -vientos, a punto de que la tempestad ha podido pedir carta de ciudadanía -inglesa;</p> - -<p>Por tu fuerza, oh Inglaterra:</p> - -<p class="c"> -<i>God save the Queen</i><br /> -</p> - -<p>Porque albergaste en una de tus islas a Víctor Hugo;</p> - -<p>Porque sobre el hervor de tus trabajadores, el tráfago de tus marinos y -la labor incógnita de tus mineros, tienes artistas que te visten de -sedas de amor, de oros de gloria, de perlas líricas;</p> - -<p>Porque en tu escudo está la unión de la fortaleza<span class="pagenum"><a name="page_130" id="page_130"></a>{130}</span> y del ensueño, en el -león simbólico de los reyes y unicornio amigo de las vírgenes y hermano -del Pegaso de los soñadores;</p> - -<p class="c"> -<i>God save the Queen</i><br /> -</p> - -<p>Por tus pastores que dicen los salmos y tus padres de familia que en las -horas tranquilas leen en alta voz el poeta favorito junto a la chimenea;</p> - -<p>Por tus princesas incomparables y tu nobleza secular;</p> - -<p>Por San Jorge, vencedor del Dragón; por el espíritu del gran Will y los -versos de Swinburne y Tennyson;</p> - -<p>Por tus muchachas ágiles, leche y risa, frescas y tentadoras como -manzanas;</p> - -<p>Por tus mozos fuertes que aman los ejercicios corporales; por tus -<i>scholars</i> familiarizados con Platón, remeros o poetas;</p> - -<p class="c"> -<i>God save the Queen</i><br /> -</p> - -<p>Envío.</p> - -<p>Reina y emperatriz, adorada de tu inmenso pueblo, madre de reyes. -Victoria favorecida por la influencia de Nile; solemne viuda vestida de<span class="pagenum"><a name="page_131" id="page_131"></a>{131}</span> -negro, adoradora del príncipe amado; Señora del mar; Señora del país de -los elefantes. Defensora de la Fe, poderosa y gloriosa anciana, el himno -que te saluda se oiga hoy por toda la tierra: Reina buena: «¡Dios te -salve!».<span class="pagenum"><a name="page_132" id="page_132"></a>{132}</span></p> - -<h2><a name="XXXVIII" id="XXXVIII"></a>XXXVIII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">C</span><small>OMENCÉ</small> a publicar en <i>La Nación</i> una serie de artículos sobre los -principales poetas y escritores que entonces me parecieron raros, o -fuera de lo común. A algunos les había conocido personalmente, a otros -por sus libros. La publicación de la serie de «Los raros», que después -formó un volumen, causó en el Río de la Plata excelente impresión, sobre -todo entre la juventud de letras, a quien se revelaban nuevas maneras de -pensamiento y de belleza. Cierto que había en mis exposiciones, juicios -y comentos, quizás demasiado entusiasmo; pero de ello no me arrepiento, -porque el entusiasmo es una virtud juvenil que siempre ha sido -productora de cosas brillantes y hermosas; mantiene la fe y aviva la -esperanza. Uno de mis artículos me valió una<span class="pagenum"><a name="page_133" id="page_133"></a>{133}</span> carta de la célebre -escritora francesa, Mme. Alfred Valette, que firma con el pseudónimo de -<i>Rachilde</i>, carta interesante y llena de <i>esprit</i>, en que me invitaba a -visitarla en la redacción de el «Mercure de France» cuando yo llegase a -París. A los que me conocen no les extrañará que no haya hecho tal -visita durante más de doce años de permanencia fija en la vecindad de la -redacción del «Mercure». He sido poco aficionado a tratarme con esos -«chermaïtre», franceses, pues algunos que he entrevisto me han parecido -insoportables de <i>pose</i> y terribles de ignorancia de todo lo extranjero, -principalmente en lo referente a intelectualidad.</p> - -<p>Pasaba, pues, mi vida bonaerense escribiendo artículos para <i>La Nación</i>, -y versos que fueron más tarde mis «Prosas Profanas», y buscando por la -noche el peligroso encanto de los paraísos artificiales. Me quedaba -todavía en el Banco Español del Río de la Plata algún resto de mis -águilas americanas; pero éstas volaron pronto, por el peregrino sistema -que yo tenía de manejar fondos. Me acompañaba un extraordinario -secretario francés, que me encontré no sé dónde, y que me sedujo -hablándome de sus aventuras en Indo-China. Considerad que me contaba: -«Una vez en Saigón...» o bien: «Aquella tarde en Singapour...», o bien: -«Entonces me contestó mi amigo el Maradjad...» ¡No solamente le hice mi -secretario, sino que él llevaba en el bolsillo mi libro de cheques! -Felizmente, cuando volaron todas<span class="pagenum"><a name="page_134" id="page_134"></a>{134}</span> las águilas, voló él también, con su -larga nariz, su infaltable sombrero de copa y su largo levitón.</p> - -<p>Vino la noticia de la muerte del doctor Rafael Núñez, y pocos meses -después recibí nota de Bogotá, en que se me anunciaba la supresión de mi -consulado. Me quedé sujeto a lo que ganaba en <i>La Nación</i>, y luego a un -buen sueldo que por inspiración providencial me señaló en <i>La Tribuna</i> -su director, ese escritor de bríos y gracias que se firmaba <i>Juan -Cancio</i>, y que no es otro que mi buen amigo Mariano de Vedia. Mi -obligación era escribir todos los días una nota larga o corta, en prosa -o verso, en el periódico. Después me invitó a colaborar en su diario «El -Tiempo» el generoso y culto Carlos Vega Belgrano, que luego sufragó los -gastos para la publicación de mi volumen de versos «Prosas Profanas».<span class="pagenum"><a name="page_135" id="page_135"></a>{135}</span></p> - -<h2><a name="XXXIX" id="XXXIX"></a>XXXIX</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">P</span>ROSAS Profanas», cuya sencillez y poca complicación se pueden apreciar -hoy, causaron al aparecer, primero en periódicos y después en libro, -gran escándalo entre los seguidores de la tradición y del dogma -académico; y no escasearon los ataques y las censuras y mucho menos las -bravas defensas de impertérritos y decididos soldados de nuestra -naciente reforma. Muchos de los contrarios se sorprendieron hasta del -título del libro, olvidando las prosas latinas de la Iglesia, seguidas -por Mallarmé en la dedicada al Des Esseint de Huysmans; y sobre todo, -las que hizo en «roman paladino», uno de los primitivos de la castellana -lírica. José Enrique Rodó explicó y Remy de Gourmont me había -manifestado ya respecto<span class="pagenum"><a name="page_136" id="page_136"></a>{136}</span> a dicho título, en una carta: «C’est une -trouvaille». De todas esas poesías ha hecho el autor de «Motivos de -Proteo» una encantadora exégesis.</p> - -<p>Una de ellas, la titulada «Era un aire suave», fué escrita en edad de -ilusiones y de sueños y evocada en esta ciudad práctica y activa, un -bello tiempo pasado, ambiente del siglo XVIII francés, visión imaginaria -traducida en nuevas verdades músicas. Ella dice la eterna ligereza cruel -de aquella a quien un aristocrático poeta llamara <i>Enfant Malade</i>, y -trece veces impura; la que nos da los más dulces y los más amargos -instantes en la vida; la Eulalia simbólica que ríe, ríe, ríe, desde el -instante en que tendió a Adán la manzana paradisíaca. Como siempre, hubo -sus aplausos y sus críticas, en las cuales, gente que había oído hablar -de decadentes y de simbolistas, aseguraban ser mis producciones -ininteligibles, censura cuya causa no he podido nunca comprender. Como -he dicho, había también quienes me seguían y me aplaudían; y tiempo -después debían aquí repetirse por la obra de otros poetas de libertad y -de audacia, iguales censuras, como también iguales aplausos.</p> - -<p>Mi poesía <i>Divagación</i> fué escrita en horas de soledad y de aislamiento -que fuí a pasar en el Tigre Hotel. ¿Tenía yo algunos amoríos? No lo -sabré decir ahora. Es el caso que en esos versos hay una gran sed -amorosa y en la manifestación de los deseos y en la invitación a la -pasión, se<span class="pagenum"><a name="page_137" id="page_137"></a>{137}</span> hace algo como una especie de geografía erótica. El poema -concluía así:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i0">... Amor, en fin, que todo diga y cante,<br /></span> -<span class="i0">Amor que encante y deje sorprendida<br /></span> -<span class="i0">A la serpiente de ojos de diamante<br /></span> -<span class="i0">Que está enroscada al árbol de la vida.<br /></span> -</div><div class="stanza"> -<span class="i2">Amame así, fatal, cosmopolita.<br /></span> -<span class="i0">Universal, inmensa, única, sola.<br /></span> -<span class="i0">Y todas; misteriosa y erudita;<br /></span> -<span class="i0">Amame mar y nube; espuma y ola.<br /></span> -</div><div class="stanza"> -<span class="i2">Sé mi reina de Saba, mi tesoro;<br /></span> -<span class="i0">Descansa en mis palacios solitarios.<br /></span> -<span class="i0">Duerme. Yo encenderé los incensarios<br /></span> -<span class="i0">Y junto a mi unicornio cuerno de oro<br /></span> -<span class="i0">Tendrán rosas y miel tus dromedarios.<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_138" id="page_138"></a>{138}</span></p> - -<h2><a name="XL" id="XL"></a>XL</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>UEGO</small> vienen otras poesías que han llegado a ser de las más conocidas y -repetidas en España y América, como la <i>Sonatina</i>, por ejemplo, que por -sus particularidades de ejecución, yo no sé por qué no ha tentado a -algún compositor para ponerle música. La observación no es mía. «Pienso, -dice Rodó, que la <i>Sonatina</i> hallaría su comentario mejor en el -acompañamiento de una voz femenina que le prestara melodioso realce. El -poeta mismo ha ahorrado a la crítica la tarea de clasificar esa -composición, dándole un nombre que plenamente la caracteriza. Se cultiva -casi exclusivamente en ella, la virtud musical de la palabra y del ritmo -poético». En efecto, la musicalidad en este caso, sugiere o ayuda a la -concepción de la imagen soñada.<span class="pagenum"><a name="page_139" id="page_139"></a>{139}</span></p> - -<p><i>Blasón</i> es el título de otra corta poesía, que fué escrita en Madrid en -el tiempo de las fiestas del Centenario de Colón. Tuve allí oportunidad -de conocer a un gentil hombre, diplomático centroamericano, casado con -una alta dama francesa, como que es, por sus primeras nupcias, la madre -del actual jefe de la casa de Gontaut-Biron, el conde de Gontaut -Saint-Blancard. Me refiero a la marquesa de Peralta. En el álbum de tal -señora, celebré la nobleza y la gracia de un ave insigne; el cisne. -Después están las alabanzas a los «ojos negros de Julia». ¿Qué Julia? Lo -ignoro ahora. Sed benévolos ante tamaña ingratitud con la belleza. -Porque, ciertamente, debió de ser bella la dama que inspiró las estrofas -de que trato, en loor de los ojos negros, ojos que, al menos en aquel -instante, eran los preferidos. Luego será un recuerdo galante en el -escenario del siempre deseado París. Pierrot, el blanco poeta, encarna -el amor lunar, vago y melancólico, de los líricos sensitivos. Es el -carnaval. La alegría ruidosa de la gran ciudad se extiende en calles y -bulevares. El poeta y su ilusión, encarnada en una fugitiva y harto -amorosa parisién, certifica, por la fatalidad de la vida, la tristeza de -la desilusión y el desvanecimiento de los mejores encantos. Rodó—a -quien siempre habría que citar tratándose de «Prosas Profanas»—ha dicho -cosas deliciosas a propósito de estos versos.</p> - -<p>Hay en el tomo de «Prosas Profanas» un pequeño poema en prosa rimada, de -fecha muy anterior<span class="pagenum"><a name="page_140" id="page_140"></a>{140}</span> a la poesías escritas en Buenos Aires, pero que por -la novedad de la manera llamó la atención. Está, se puede decir, calcado -en ciertos preciosos y armoniosos juegos que Catulle Mendès publicó con -el título de «Lieds de France». Catulle Mendès, a su vez, los había -imitado de los poemitas maravillosos de Gaspard de la Nuit, y de -estribillos o refranes de rondas populares. Me encontraba yo en la -ciudad de New-York, y una señorita cubana, que era prodigiosa en el -arpa, me pidió le escribiese algo que en aquella dura y colosal Babel le -hiciese recordar nuestras bellas y ardientes tierras tropicales. Tal fué -el origen de esos aconsonantados ritmos que se titulan <i>En el país del -Sol</i>.</p> - -<p>Un soneto hay en ese libro que se puede decir ha tenido mayor suerte que -todas mis otras composiciones, pues de los versos míos son los más -conocidos, los que se recitan más, en tierra hispana como en nuestra -América. Me refiero al soneto <i>Margarita</i>. Por cierto, la boga y el -éxito se deben a la anécdota sentimental, a lo sencillo emotivo, y a que -cada cual comprende y siente en sí el sollozo apasionado que hay en -estos catorce versos. Entonces sí, ya había caído yo en Buenos Aires en -nuevas redes pasionales; y fuí a ocultar mi idilio, mezclado a veces de -tempestad, en el cercano pueblo de San Martín. ¿En dónde se encontrará, -Dios mío, aquella que quería ser una Margarita Gauthier, a quien no es -cierto que la muerte haya deshojado, «por ver si me quería»,<span class="pagenum"><a name="page_141" id="page_141"></a>{141}</span> como dice -el verso, y que llegara a dominar tanto mis sentidos y potencias? ¡Quién -sabe! Pero, si llegásemos a encontrarnos, es seguro que se realizaría lo -que expresa la tan humana redondilla de Campoamor:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">Pasan veinte años, vuelve él<br /></span> -<span class="i0">y al verse, exclaman él y ella:<br /></span> -<span class="i0">—¡Dios mío, y ésta es aquélla!<br /></span> -<span class="i0">—¡Santo Dios, y éste es aquél!<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>Hay otra poesía en ese volumen, escrita en España en 1892, en la cual se -ven ya los distintivos que han de caracterizar mi producción anterior, a -pesar de que ese trabajo es castizo, de espíritu español puro, de -acento, de tradición, de manera, de forma. Es en elogio de un metro -popular, armonioso y cantante, la seguidilla. A ese tiempo también -pertenecía el «pórtico» que escribí en Madrid para que sirviese de -introducción a la colección de poesías que con el título de «En tropel» -dió a luz el poeta Salvador Rueda.</p> - -<p><i>La página blanca</i> fué escrita en Buenos Aires, en casa del pobre -Miguelito Ocampo. ¿Quién se acuerda de Miguelito Ocampo?... Hombre de -corazón bueno, de natural ingenio, a quien se debe el primer ensayo de -zarzuela cómica nacional argentina, y que hubiese quizás dejado una -producción más copiosa e importante, si la peor de las bohemias no le -arrebata, primero la voluntad y después la salud y la vida. En su casa -escribí,<span class="pagenum"><a name="page_142" id="page_142"></a>{142}</span> como he dicho antes, <i>La página blanca</i>, en presencia de -nuestro querido viejo Lamberti, a quien dediqué esos versos. Casi todas -las composiciones de «Prosas Profanas» fueron escritas rápidamente, ya -en la redacción de <i>La Nación</i>, ya en las mesas de los cafés, en el -Aue’s Keller, en la antigua casa de Lucio, en la de Monti. <i>El coloquio -de los centauros</i> lo concluí en <i>La Nación</i>, en la misma mesa en que -Roberto Payró escribía uno de sus artículos. Tanto éstas como otras -poesías exigirían bastantes exégesis y largas explicaciones, que a su -tiempo se harán.<span class="pagenum"><a name="page_143" id="page_143"></a>{143}</span></p> - -<h2><a name="XLI" id="XLI"></a>XLI</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">O</span><small>TRA</small> hospitalidad de buen humor que me acogiera por esos días fué la del -excelente amigo Rouquad. Allí rendíamos tributo a la gula, con platos -suculentos que solía dirigir el dueño de casa. Allí llegaban, entre -otros compañeros ya nombrados, un joven poeta de audacia y fantasía, que -ha producido después libros muy plausibles. Se llamaba Américo Llanos, -era de origen uruguayo y desempeña actualmente el consulado de su país -en San Sebastián de España, con su verdadero nombre, Armando Vasseur. -Iba también cierto abate francés, de apellido Claude, que enseñaba su -idioma al melodioso y elegante lírico de dorados cabellos, Eugenio Díaz -Romero. Este abate tenía una historia de las más escabrosas y que habría -interesado a Barbey d’Aurevilly.<span class="pagenum"><a name="page_144" id="page_144"></a>{144}</span> Era sobrino de un cardenal. Había -venido a la Argentina muy bien recomendado, pero al hombre le gustaban -mucho los alcoholes, en especial la demoníaca agua verde del ajenjo. En -una de las provincias colgó los hábitos, pues se había enamorado -locamente de la mujer con quien tuvo varios hijos. Ella, atemorizada o -arrepentida, le abandonó para casarse con otro; y poseyó al abate la -mayor desesperación, y la desesperación y el veneno verde le llevaron -casi a la locura. Volvió a Buenos Aires y entonces fué cuando le conocí. -En <i>La Nación</i> he publicado una página en que narro cómo el general -Mitre pudo socorrer una vez al infeliz religioso, en momentos de miseria -y de angustia. Mucho tiempo después, se me apareció en París el -desventurado. Iba de nuevo vestido con sus ropas talares. Lo tenía -recluído el arzobispo en un convento. Le dejaban salir muy de tarde en -tarde y en compañía de algún otro sacerdote; pero esa vez llegó solo. Me -contó sus horas de oración y de arrepentimiento, mas poco á poco se fué -exaltando.—«Vamos, me dijo, a dar una vuelta.» Yo le acompañé a la -calle. Conversaba ya tranquilo, ya agitado, sobre todo cuando me -recordaba a la mujer de quien siempre estaba enamorado, y a sus hijos. Y -como pasáramos cerca de un café:—«Entremos, me dijo, tengo mucha sed, -tomaremos algún refresco». Por más que me opuse, vi que la cosa era -irremediable. Entramos, y con asombro de los concurrentes, el abate, en -vez de un refresco,<span class="pagenum"><a name="page_145" id="page_145"></a>{145}</span> ya comprenderéis que pidió su veneno. Yo me despedí -más tarde. Al día siguiente llegó a verme de nuevo en un estado -lamentable. Me dijo que todo aquello no era sino obra del demonio; que -él estaba arrepentido y que para cortar el mal de raíz, se iría a una -cartuja que está en una isla cerca de Niza. Creí que todas esas promesas -eran historias; pero el abate desapareció y a los pocos días recibía yo -unas cuantas fotografías de la Cartuja, y una carta en que el triste me -anunciaba su definitiva separación del mundo. No volví a saber nunca más -de él.<span class="pagenum"><a name="page_146" id="page_146"></a>{146}</span></p> - -<h2><a name="XLII" id="XLII"></a>XLII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> la redacción de <i>Tribuna</i> me relacioné, por presentación de Mariano -de Vedia, con el doctor Lorenzo Anadón, con el general Mansilla, y los -poetas Carlos Roxlo y Christián Roeber. Mansilla simpatizó mucho conmigo -y publicó a este respecto un precioso y chispeante artículo. Le visité. -En su casa me mostró cosas curiosísimas, entre ellas el mejor retrato -que yo haya visto de su tío D. Juan Manuel de Rozas. Alcancé a conocer -también a su madre, doña Agustina, la belleza célebre que aun -resplandecía en su ancianidad, y a quien, cuando murió, deshojé un -ramillete de rosas literarias. El poeta Roxlo era de trato suave y -delicado y no adivinaba yo en él al futuro vigoroso combatiente de las -luchas políticas. Publicaba sus versos impregnados de perfume<span class="pagenum"><a name="page_147" id="page_147"></a>{147}</span> patrio y -en los cuales hay sollozos de guitarra pampera, melancólicos aires -rurales, y la revelación armoniosa de un profundo sentir. Roeber era -tipo romántico y legendario. Su novela vital se contaba en voz baja. Se -decía que, por drama de amores, lo que menos le había pasado era recibir -una bala en la cabeza, en duelo, por lo cual tuvo que estar un tiempo -encerrado en un manicomio. Es lo cierto que tenía un conocido título -español, con el cual publicó una serie de traducciones de las novelas de -cierto alegre y ha tiempo pasado de moda autor francés. Mansilla me dió -una comida a la cual invitó a algunos intelectuales. Tengo presente la -larga conversación que allí tuve con el doctor Celestino Pera, y la -interesantísima fecundia de nuestro anfitrión, que narrara amenos -sucesos y prodigara agudas ocurrencias, felices frases, con ese poder de -conversador ágil y oportuno que se ha reconocido en todas partes.</p> - -<p>Fundé una revista literaria en unión de un joven poeta tan leído como -exquisito, de origen boliviano, Ricardo Jamies Freyre, actualmente -vecino de Tucumán. Ricardo es hijo del conocido escritor, periodista y -catedratico que ha publicado tan curiosas y sabrosas tradiciones desde -hace largo tiempo, en su país de Bolivia, y que en Buenos Aires hizo -aparecer un valioso volumen sobre el antiguo y fabuloso Potosí. El y su -hijo eran para mí excelentes amigos. Con <i>Brocha Gorda</i>, pseudónimo de -Jaimes padre, solíamos hacer amenas excursiones teatrales, o bien por la -isla de<span class="pagenum"><a name="page_148" id="page_148"></a>{148}</span> Maciel, pintoresca y alegre, o por las fondas y comedores -italianos de La Boca, en donde saboreábamos pescados fritos, y pastas al -jugo, regados con tintos chiantis y oscuros barolos. Quien haya -conversado con Julio L. Jaimes, sabrá del señorito y del ingenio de los -caballeros de antaño.</p> - -<p>Con Ricardo no entrábamos por simbolismos y decadencias francesas, por -cosas d’annunzianas, por prerrafaelismos ingleses y otras novedades de -entonces, sin olvidar nuestras ancestrales Hitas y Berceos, y demás -castizos autores. Fundamos, pues, la «Revista de América», órgano de -nuestra naciente revolución intelectual y que tuvo, como era de -esperarse, vida precaria, por la escasez de nuestros fondos, la falta de -suscripciones y, sobre todo, porque a los pocos números, un -administrador italiano, de cuerpo bajito, de redonda cabeza calva y -maneras untuosas, se escapó llevándose los pocos dineros que habíamos -podido recoger. Y así acabó nuestra entusiasta tentativa. Pero Ricardo -se desquitó, dando a luz su libro de poesías <i>Castalia Bárbara</i>, que fué -una de las mejores y más brillantes muestras de nuestros esfuerzos de -renovadores. Allí se revelaba un lírico potente, delicado, sabio en -técnica y elevado en numen.<span class="pagenum"><a name="page_149" id="page_149"></a>{149}</span></p> - -<h2><a name="XLIII" id="XLIII"></a>XLIII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">Y</span> se creó el grupo del Ateneo. Esta asociación, que produjo un -considerable movimiento de ideas en Buenos Aires, estaba dirigida por -reconocidos capitanes de la literatura, de la ciencia y del arte. -Zuberbuhler, Alberto Williams, Julián Aguirre, Eduardo Schiaffino, -Ernesto de la Cárcova, Sivori, Ballerini, de la Valle, Correa Morales y -otros animaban el espíritu artístico; Vega Belgrano, D. Rafael Obligado, -D. Juan José García Velloso, el doctor Oyuela, el doctor Ernesto -Quesada, el doctor Norberto Piñero y algunos más, fomentaban las letras -clásicas y las nacionales, y los más jóvenes alborotábamos la atmósfera -con proclamaciones de libertad mental.</p> - -<p>Yo hacía todo el daño que me era posible al dogmatismo hispano, al -anquilosamiento académico;<span class="pagenum"><a name="page_150" id="page_150"></a>{150}</span> a la tradición hermosillesca, a lo -pseudo-clásico, a lo pseudo-romántico, a lo pseudo-realista y -naturalista, y ponía a mis «raros» de Francia, de Italia, de Inglaterra, -de Rusia, de Escandinavia, de Bélgica y aun de Holanda y de Portugal, -sobre mi cabeza. Mis compañeros me seguían y me secundaban con denuedo. -Exagerábamos, como era natural, la nota. Un Benjamín de la tribu, Carlos -Alberto Becú, publicó una <i>plaquette</i>, donde por primera vez aparecían -en castellano versos libres a la manera francesa; pues los versos libres -de Jaimes Freyre eran combinaciones de versos normales castellanos. Becú -hace tiempo abandonó sus inclinaciones líricas y es hoy un grave y -sesudo internacionalista. Luis Berisso publicaba su <i>Pensamiento de -América</i>, su traducción de <i>Belkis</i>, del portugués Eugenio de Castro, y -trabajaba porque se relacionaran los jóvenes intelectuales argentinos -con los del resto de Hispano-América. Leopoldo Díaz escribía sus -elegancias parnasianas, sus poemas de esfuerzo isotérico. Angel de -Estrada anunciaba con su producción el sutil e intenso poeta y el -prosista artístico y sugestivo que es hoy. Con él y con Alberto Vergara -Biedma, profundizador y elocuente, divagábamos sobre temas de belleza. -Miguel Escalada, que abandonó a las generosas musas, burilaba o miniaba -poemitas de singular y suave gracia. Eduardo de Ezcurra nos hablaba de -su estética y nos citaba siempre a Campanella, uno de sus autores -favoritos. Carlos Baires nos hacía<span class="pagenum"><a name="page_151" id="page_151"></a>{151}</span> pensar en trascendentes problemas, -con sus iniciaciones filosóficas. Mauricio Nirenstein nos mostraba -selecciones de las letras alemanas y nos instruía en asuntos talmúdicos. -José Ingenieros, con su aguda voz y su agudo espíritu nos hacía vibrar -en súbitos entusiasmos itálicos. José Pardo llevaba alguna página de -pasión, y el bien de su sedoso carácter. José Ojeda nos ungía con el -óleo de la música; y si hay otros que no vienen ahora a mi memoria, han -de perdonármelo a causa del tiempo. Por esos días di en el Ateneo una -conferencia en extremo laudatoria sobre el soñador lusitano Eugenio de -Castro. De ese vibrante grupo del Ateneo brotaron muchos versos, muchas -prosas; nacieron revistas de poca vida, y en nuestras modestas comidas a -escote, creábamos alegría, salud y vitalidad para nuestras almas de -luchadores y de <i>réveurs</i>. Un día apareció Lugones, audaz, joven, fuerte -y fiero, como un cachorro de hecatónquero que viniera de una montaña -sagrada. Llegaba de su Córdoba natal, con la seguridad de su triunfo y -de su gloria. Nos leyó cosas que nos sedujeron y nos conquistaron. A -poco estaba ya con Ingenieros redactando un periódico explosivo, en el -cual mostraba un espíritu anárquico, intransigente y candente. Hacía -prosas de detonación y relampagueo que iban más allá de León Bloy; y -sonetos contra «muffles» que traspasaban los límites del más acre -Laurent Tailhade. Vega Belgrano lo llevó a <i>El Tiempo</i>, y allí -aparecieron lucubraciones y páginas rítmicas<span class="pagenum"><a name="page_152" id="page_152"></a>{152}</span> de toda belleza, de todo -atrevimiento y de toda juventud. Dió al público su libro «Las montañas -del oro», para mí el mejor de toda su obra, porque es donde se expone -mayormente su genial potencia creadora, su gran penetración de lo -misterioso del mundo; y porque hasta sus imperfecciones son como esos -informes trozos de roca en donde se ve, a los brillos del sol, el rico -metal que la veta de la mina oculta en su entraña. Yo agité palmas y -verdes ramos en ese advenimiento; y creí en el que venía, hoy crecido y -en la plena y luminosa marcha de su triunfante genio.<span class="pagenum"><a name="page_153" id="page_153"></a>{153}</span></p> - -<h2><a name="XLIV" id="XLIV"></a>XLIV</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">T</span><small>RES</small> amigos médicos tuve, que fueron alternativamente los salvadores de -mi salud. Fué el uno el doctor Francisco Sicardi, el novelista y poeta -originalísimo, cuya obra extraordinaria y desigual tiene cosas tan -grandes que pasan los límites de la simple literatura. Su «Libro -Extraño» es de lo más inusitado y peregrino que haya producido una pluma -en lengua castellana. El otro médico, era Martín Reibel, el fraternal e -incomparable Hipócrates de los poetas, a quien Eduardo Talero, entre -otros, debe la vida, y yo, más de una vez, el afianzamiento del más -sacudido y atormentado de los organismos. El otro era Prudencio Plaza, -con quien fuí a pasar una temporada a la isla de Martín García, cuando -él era médico de aquel lazareto. Pasamos allí horas<span class="pagenum"><a name="page_154" id="page_154"></a>{154}</span> plácidas; nos -perfeccionábamos en el tiro del mauser; leíamos el <i>Quijote</i>, nos -confiábamos las ilusiones de nuestros mutuos porvenires. Pero no -olvidaré jamás la llegada de los cadáveres de enfermos sospechosos de -alguna contagiosa enfermedad; ni una autopsia que vi hacer desde lejos, -del cuerpo largo y bronceado de un hindú, pues era la primera vez, la -primera y la única, que he visto ejecutar el horrible y sabio -descuartizamiento. De Martín García envié a <i>La Nación</i> algunas -correspondencias informativas firmadas con un pseudónimo.</p> - -<p>Hice después un viaje a Bahía Blanca, en compañía del amigo Rouquaud. No -era por cierto Bahía Blanca el emporio que es ahora; sin embargo, ya se -hablaba mucho del futuro colosal que debería llegar para esa espléndida -región argentina.</p> - -<p>De Bahía Blanca partí para una estancia del doctor Argerich, y allí fué -mi primera visita a la Pampa inmensa y poética. Poética, sí, para quien -sepa comprender el vaho de arte que flota sobre ese inconmesurable -océano de tierra, sobre todo en los crepúsculos vespertinos y en los -amaneceres. Allí supe lo que era el mate matinal, junto al fogón, en -compañía de los gauchos, rudos y primitivos, pero también poéticos. Allí -nemrodicé, con excelente puntería, contra martinetas, avestruces, tordos -y pechirrojos, y aun fáciles y poco avisadas vizcachas. Allí atisbé, con -las botas dentro del agua, bandadas de patos, y perseguí a ese espía -escandaloso del aire que se llama el<span class="pagenum"><a name="page_155" id="page_155"></a>{155}</span> «teru-teru»; allí anduve a caballo -varios días, desde los amaneceres hasta los atardeceres; allí adquirí -fuerzas, y renové mi sangre, y fortifiqué mis nervios, y pasé quizás, -entre gentes sencillas y nada literarias, los más tranquilos días de mi -existencia.<span class="pagenum"><a name="page_156" id="page_156"></a>{156}</span></p> - -<h2><a name="XLV" id="XLV"></a>XLV</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">R</span><small>ETORNÉ</small> a Buenos Aires, y como el producto de mi labor periodística y -literaria no me fuese suficiente para vivir, avino que el doctor Carlos -Carlés, que era Director general de Correos y Telégrafos, me nombró su -secretario particular. Yo cumplía cronométricamente con mis -obligaciones, las cuales eran contestar una cantidad innumerable de -cartas de recomendación que llegaban de todas partes de la República, y -luego recibir a un ejército de solicitantes de empleos, que llevaban en -persona sus cartas favorables. En las primeras no me faltaba el «Con el -mayor gusto...» y «en la primera oportunidad...» o: «En cuanto haya -alguna vacante...» Y a los que llegaban, siempre les daba esperanzas: -«vuelva usted otro día... Hablaré con el director... Lo<span class="pagenum"><a name="page_157" id="page_157"></a>{157}</span> tendré muy -presente... Creo que usted conseguirá su puesto...» Y así la gente se -iba contenta.</p> - -<p>En la oficina tuve muy gratos amigos, como el activísimo y animado Juan -Migoni y el no menos activo aunque algo grave de intelectualidad y de -estudio, Patricio Piñeiro Sorondo, con quien me extendía en largas -pláticas, en los momentos de reposo, sobre asuntos teosóficos y otras -filosofías. Cuando Leopoldo Lugones llegó, también de empleado, a esa -repartición, formamos, lo digo con cierta modestia, un interesante trío. -Cuando no contestaba yo cartas, escribía versos o artículos. En las -quemantes horas del verano nos regocijaba en la secretaría la presencia -de un alegre y moreno portero que nos llevaba refrigerantes y riquísimas -horchatas. Delante de mí pasaban las personas que iban a visitar al -director; y recuerdo haber visto allí, por la primera vez, la noble -figura del doctor Sáenz Peña, actual Presidente de la República.<span class="pagenum"><a name="page_158" id="page_158"></a>{158}</span></p> - -<h2><a name="XLVI" id="XLVI"></a>XLVI</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">C</span><small>OMO</small> dejo escrito, con Lugones y Piñeiro Sorondo hablaba mucho sobre -ciencias ocultas. Me había dado desde hacía largo tiempo a esta clase de -estudios, y los abandoné a causa de mi extremada nerviosidad y por -consejo de médicos amigos. Yo había desde muy joven tenido ocasión, si -bien raras veces, de observar la presencia y la acción de las fuerzas -misteriosas y extrañas, que aun no han llegado al conocimiento y dominio -de la ciencia oficial. En <i>Caras y Caretas</i> ha aparecido una página mía, -en que narro cómo en la plaza de la catedral de León, en Nicaragua, una -madrugada vi y toqué una larva, una horrible materialización sepulcral, -estando en mi sano y completo juicio. También en <i>La Nación</i>, de Buenos -Aires, he contado cómo en la ciudad de<span class="pagenum"><a name="page_159" id="page_159"></a>{159}</span> Guatemala tuve el anuncio -psico-físico del fallecimiento de mi amigo el diplomático costarriqueño -Jorge Castro Fernández, en los mismos momentos en que él moría en la -ciudad de Panamá; y la pavorosa visión nocturna que tuvimos en San -Salvador el escritor político Tranquilino Chacón, incrédulo y ateo; -visión que nos llenó más que de asombro de espanto.</p> - -<p>He contado también los casos de ese género, acontecidos a gentes de mi -conocimiento. En París, con Leopoldo Lugones, hemos observado en el -doctor Encausse, esto es, el célebre <i>Papus</i>, cosas interesantísimas; -pero según lo dejo expresado, no he seguido en esa clase de -investigaciones por temor justo a alguna perturbación cerebral.<span class="pagenum"><a name="page_160" id="page_160"></a>{160}</span></p> - -<h2><a name="XLVII" id="XLVII"></a>XLVII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">N</span><small>O</small> he de dejar en el tintero mis buenas relaciones con un <i>clown</i> inglés -que ha divertido a tres generaciones de argentinos. Ya se comprenderá -que trato de Frank Brown. Los que le conocen fuera de la pista saben que -ese payaso es un <i>gentleman</i>; y que un artista, o un hombre de letras, -tiene mucho que conversar con él. Sabe su Shakespeare mejor que muchos -hombres que escriben. Es grave y casi melancólico, como todos aquellos -que tienen por misión hacer reir. Hay que tener en cuenta que el arte -del <i>clown</i> confina, en lo grotesco y en lo funambulesco, con lo trágico -del delirio, con el ensueño y con las vaguedades y explosiones -hilarantes de la alienación. Para manejar todo esto, se precisan una -fuerte salud física y una vigorosa resistencia moral.<span class="pagenum"><a name="page_161" id="page_161"></a>{161}</span> Con Frank Brown -hemos pasado repetidas horas, agradables y provechosas, y más de una vez -ha aparecido su nombre en mis prosas y versos. Por ejemplo, en aquellos -que empiezan:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i2">«Frank Brown como los Hanlon Lee<br /></span> -<span class="i0">sabe lo trágico de un paso<br /></span> -<span class="i0">de payaso y es para mí<br /></span> -<span class="i0">un buen jinete de Pegaso.<br /></span> -</div><div class="stanza"> -<span class="i2">Salta del circo al cielo raso;<br /></span> -<span class="i0">Banville le hubiera amado así;<br /></span> -<span class="i0">Frank Brown, como los Hanlon Lee,<br /></span> -<span class="i0">sabe lo trágico de un paso...»<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>O en la siguiente medalla:</p> - -<p>Anverso.</p> - -<p>«En el fondo de oro de la fiesta, en traje rojo u oro, oro o rojo -saeteado de estrellas, o recamado de una flora de seda, el rostro -inaudito, máscara de risa cuasi por lo fijo y violento dolorosa, -descendiente de los Hanlon Lee, alado, elástico, Frank Brown, <i>clown</i>, -aparece.</p> - -<p>La contracción gelásmica se acompaña de súbitos gritos y gestos, siendo -el conjunto demostración de cómo la risa, en lo bufo inglés, como en las -marionetas macabras niponas, se constituyese rayana, en su fondo, en lo -trágico. El tono denota, en aflautados finales, o monólogo coloreado<span class="pagenum"><a name="page_162" id="page_162"></a>{162}</span> -fuertemente, de acentos de tirolesa, rayados de erres, mientras, -saltante, avanza, batracio o acracio, magistral en su arte extraño, la -figura que el ojo de Bebé agranda, principal, miliunanochesca, -deslumbrante, en única, múltiple empero, apoteósis.</p> - -<p>Las palabras sálenle en hipos: acaso el esfuerzo verbal continuando -dolorosa meditación: Fuego de artificios cortado a veces de ausas, -<i>lazzi</i> y gedeonería transcendente. Intimo con caballos, leones, perros, -monos, cebras, hércules, <i>ecuyères</i> y <i>tonys</i>; Brown, con un gesto -dominador, explícito, rige.</p> - -<p><i>¡Music!</i> ya se escucha: Tiempos de Buislay y Bell, ¡lejanos! Hoy, -tiempo de Footit, tiempo de Frank Brown. ¿Qué hace, risueño risible, -este <i>clown</i>, a las veces filosófico? Parodia a Shakespeare, Hamlet, no -risueño, risible: «doloroso».</p> - -<p>Reverso.</p> - -<p>«Este es el caballero Frank Brown», que tiene cara de Byron. Hombre -triste y serio, piensa. Su sonrisa, melancolía. (¿Acaso él no conoce a -Durero?) Y como su mano ha acariciado tanto los animales, y los ojos de -los seres inocentes y profundos le han contemplado tanto, su corazón se -ha llenado de íntima bondad.</p> - -<p>Es un hombre natural; su imperio, la fuerza y la dignidad. Es inglés, -sabe de poetas.<span class="pagenum"><a name="page_163" id="page_163"></a>{163}</span></p> - -<p>Es inglés; tiene el culto del hogar, celoso de hembra y cachorro.</p> - -<p>Obra con sana y firme voluntad. Su alma de payaso no se ha pintado nunca -la cara. Si queréis verle de cerca, si queréis conversar de Shakespeare -y de la bravura y de la vida justa y sencilla, de la naturaleza sagrada, -y de Dios y de los buenos hombres, id a casa de Luzio, después de la -función del «San Martín», y veréis junto a una mesa, rodeado de amigos, -al «hombre». Le reconoceréis por la cara de Byron.</p> - -<p>Es inglés; toma <i>whisky</i> con soda.»</p> - -<p>Yo iba siempre a ver trabajar a mi amigo <i>clown</i> en su pista del teatro -«San Martín». Una noche vi allí la demostración del talento especial del -«payo» Roqué, para ganarse amistades y hacerse simpático con sus -habilidades y maneras, a toda clase de gentes. Había leído, por la -tarde, la llegada en su <i>yacht</i> de un potentado inglés, el conde de -Carnarvon, Lord Dudley, a quien acompañaba un príncipe indio, Duhlcep -Sing. En el intermedio de la función del «San Martín» noté en un palco a -un joven de tipo británico, acompañado de otro hombre moreno, que tenía -en su mano derecha un anillo con estupendo brillante negro. Estaba con -ellos uno al parecer secretario. Me encontré con el «payo» y le dije: -«¿Ha visto usted al Lord de Inglaterra y al Príncipe de la India?» y se -lo señalé en el palco. Cuál no fué mi sorpresa, cuando al continuar la -función vi a Roqué sentado en el palco, en risueña conversación con<span class="pagenum"><a name="page_164" id="page_164"></a>{164}</span> los -dos exóticos personajes. Más tarde llegué a casa de Luzio, y como viese, -muy pasada la media noche, movimiento de mozos que subían a los altos -con pavos trufados y botellas de champagne, pregunté qué fiesta había -arriba, y un camarero me contestó: «Son unos príncipes que están de -farra con el «payo» y unas artistas».</p> - -<p>Cierto día llegué a la redacción de <i>La Nación</i>, a cuyo personal yo -pertenecía como algo a manera de <i>croque-mort</i>, esto es, enterrador de -celebridades, pues no moría un personaje europeo, principalmente poeta o -escritor, sin que D. Enrique de Vedia no me encargase el artículo -necrológico. Por cierto que Mark Twain me jugó una de sus pesadas -bromas. Nos encontrábamos, mis compañeros de café y yo, sin un céntimo, -al comenzar la noche, en casa de Monti; y aunque el bravo suizo nos -hacía crédito, la situación era ardua. En esto, se me llamó por teléfono -de <i>La Nación</i>. Fuí inmediatamente y el administrador me mostró un -cablegrama en que se anunciaba que el escritor norteamericano, famoso -por su humorismo, Mark Twain, se encontraba en la agonía. «Es preciso, -me dijo el Sr. de Vedia, que escriba usted un artículo extenso en -seguida para que aparezca mañana con el retrato, pues seguramente esta -noche llegará la noticia del fallecimiento». De más decir que yo puse -manos a la obra con gran entusiasmo y con gran satisfacción y -aprovechando ciertas apuntaciones que sobre el humorista yankee tenía -desde hacía mucho<span class="pagenum"><a name="page_165" id="page_165"></a>{165}</span> tiempo. Volví, es evidente, a dar la buena nueva a -los amigos que me esperaban en casa de Monti. La muerte de Mark Twain -haría que tuviésemos dinero al día siguiente...</p> - -<p>Cuando entregué mi trabajo les fuí a buscar, para que cenáramos juntos -y, por supuesto, pedimos una cena opípara y convenientemente humedecida. -Las libaciones continuaron hasta el amanecer, entre nuestras habituales, -literarias y anecdóticas charlas; y Charles Soussens, nuestro dionisiaco -lírico helvético, se ofreció para ir a buscar al nacer el día, un número -de <i>La Nación</i> a la imprenta. Así fué. Al poco rato le vimos aparecer -desde lejos, por la abierta puerta del restaurant. Traía un número del -diario, pero alzaba los brazos y nos hacía gestos de desolación. Cuando -llegó, con una faz triste, nos dijo: «¡No viene el artículo!» Nos -pusimos serios. Desdoblé el periódico y me di cuenta de la penosa -verdad. Un cablegrama anunciaba la agonía de Mark Twain, pero en otro se -decía que los médicos concebían esperanzas... En otro, que se esperaba -una pronta reacción y en otro, que el enfermo estaba salvado y entraba -en una franca mejoría... Y la salvación del escritor fué para nosotros -un golpe rudo y un rasgo de humor muy propio del yankee, y del peor -género... Felizmente, a propósito de la enfermedad, pude arreglar el -artículo de otro modo y conseguir que pasara, algunos días después.<span class="pagenum"><a name="page_166" id="page_166"></a>{166}</span></p> - -<h2><a name="XLVIII" id="XLVIII"></a>XLVIII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">F</span><small>UÍ</small>, como queda dicho, cierto día, a la redacción del diario. Acababa de -pasar la terrible guerra de España con los Estados Unidos. Conversando, -Julio Piquet me informó de que <i>La Nación</i> deseaba enviar un redactor a -España para que escribiese sobre la situación en que había quedado la -madre patria. «Estamos pensando en quién puede ir», me dijo. Le contesté -inmediatamente: «¡Yo!». Fuimos juntos a hablar con el señor de Vedia y -con el director. Se arregló todo en seguida. «¿Cuándo quiere usted -partir?» me dijo el administrador. «¿Cuándo sale el primer vapor?» -«Pasado mañana». «¡Pues me embarcaré pasado mañana!».</p> - -<p>Dos días después iba yo navegando con rumbo a Europa. Era el 3 de -Diciembre de 1898. En esta<span class="pagenum"><a name="page_167" id="page_167"></a>{167}</span> travesía no aconteció nada de particular, -solamente algo que me da motivo para una rectificación. Recorriendo mi -libro «España Contemporánea» veo que el episodio del capitán Andrews -aconteció en este viaje y no anteriormente, como por explicable -confusión de fecha—repito que no me valgo para estos recuerdos sino de -mi memoria—lo he hecho aparecer.<span class="pagenum"><a name="page_168" id="page_168"></a>{168}</span></p> - -<h2><a name="XLIX" id="XLIX"></a>XLIX</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>LEGUÉ</small> a Barcelona y mi impresión fué lo más optimista posible. Celebré -la vitalidad, el trabajo, lo bullicioso y pintoresco, el orgullo de las -gentes de empresa y conquista, la energía del alma catalana, tanto en el -soñador que siempre es un poco práctico, como en el menestral que -siempre es un poco soñador. Noté lo arraigado del regionalismo -intransigente y la sorda agitación del movimiento social, que más tarde -habría de estallar en rojas explosiones. Hablé de las fábricas y de las -artes; de los ricos burgueses y de los intelectuales, del leonardismo de -Santiago Rusiñol y de la fuerza de Ángel Guimerá, de ciertos rincones -montmartrescos; de las alegres ramblas y de las voluptuosas mujeres.</p> - -<p>Llegué a Madrid, que ya conocía, y hablé de<span class="pagenum"><a name="page_169" id="page_169"></a>{169}</span> su sabrosa pereza, de sus -capas y de sus cafés. Escribía: «He buscado en el horizonte español las -cimas que dejara no hace mucho tiempo, en todas las manifestaciones del -alma nacional; Cánovas muerto; Ruiz Zorrilla muerto; Castelar -desilusionado y enfermo; Valera ciego; Campoamor mudo; Menéndez y -Pelayo... No está, por cierto, España para literaturas, amputada, -doliente, vencida; pero los políticos del día parece que para nada se -diesen cuenta del menoscabo sufrido, y agotan sus energías en chicanas -interiores, en batallas de grupos aislados, en asuntos parciales de -partidos, sin preocuparse de la suerte común, sin buscar el remedio del -daño general, de las heridas en carne de la nación. No se sabe lo que -puede venir. La hermana Ana no divisa nada desde la torre». Envié mis -juicios al periódico, que formaron después un volumen.</p> - -<p>Frecuenté la legación argentina, cuyo jefe era entonces un escritor -eminente, el doctor Vicente G. Quesada. Intimé con el pintor Moreno -Carbonero, con periodistas como el marqués de Valdeiglesias, Moya, López -Ballesteros, Ricardo Fuente, Castrovido, mi compañero en <i>La Nación</i> -Ladevese, Mariano de Cávia, y tantos otros. Volví a ver a Castelar, -enfermo, decaído, entristecido, una ruina, en vísperas de su muerte... -Me juntaba siempre con antiguos camaradas como Alejandro Sawa, y con -otros nuevos, como el <i>charmeur</i> Jacinto Benavente, el robusto vasco -Baroja, otro vasco fuerte, Ramiro de Maeztu, Ruiz Contreras,<span class="pagenum"><a name="page_170" id="page_170"></a>{170}</span> Matheu y -otros cuantos más; y un núcleo de jóvenes que debían adquirir más tarde -un brillante nombre, los hermanos Machado, Antonio Palomero, renombrado -como poeta humorístico bajo el nombre de <i>Gil Parrado</i>, los hermanos -González Blanco, Cristóbal de Castro, Candamo, dos líricos admirables, -cada cual según su manera: Francisco Villaespesa y Juan R. Jiménez, -<i>Caramanchel</i>, Nilo Fabra, sutil poeta de sentimiento y de arte, el hoy -triunfador Marquina y tantos más.</p> - -<p>Iba algunas noches al camarín de los llamados, por antonomasia, Fernando -y María, esto es, los señores Díaz de Mendoza, condes de Balazote, -grandes de España y príncipes del teatro, a quienes escribí sonoros -alejandrinos cuando pusieron en escena el <i>Cyrano</i> de Rostand.<span class="pagenum"><a name="page_171" id="page_171"></a>{171}</span></p> - -<h2><a name="L" id="L"></a>L</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> la librería de Fernando Fe, lugar de reunión vespertina de algunos -hombres de letras, solía conversar con Eugenio Sellés, hoy marqués de -Gerona, con Manuel del Palacio, poeta amable de ojos azules, que -recordaba siempre con cariño sus días pasados en el Río de la Plata; con -Manuel Bueno, ilustrado y combativo, célebre como crítico teatral y hoy -diputado a Cortes; con Llanas de Aguilaniedo, autor de interesantes -novelas y de un libro sobre ciencia penal. A D. José Echegaray me -presentó una noche Fernando Díaz de Mendoza. «Ustedes los americanos, me -dijo, tienen instinto poético...» La frase me supo agridulce... Pero -¡vaya si lo teníamos...! Tiempos después firmaba yo con los escritores y -poetas de la famosa protesta contra el homenaje nacional a<span class="pagenum"><a name="page_172" id="page_172"></a>{172}</span> Echegaray. -Mi inquina era excesiva... <i>Juventud, divino tesoro...</i></p> - -<p>Visité de nuevo a Campoamor, a quien encontré en la más absoluta -decadencia. Estaba, anotaba yo, «caduco, amargado de tiempo a su pesar, -reducido a la inacción después de haber sido un hombre activo y jovial, -casi imposibilitado de pies y manos, la facie penosa, el ojo sin -elocuencia, la palabra poca y difícil, y cuando le dais la mano y os -reconoce, se echa a llorar, y os habla escasamente de su tierra -dolorida, de la vida que se va, de su impotencia, de su espera en la -antesala de la muerte... os digo que es para salir de su presencia con -el espíritu apretado de melancolía». En realidad, aquello era lamentable -y doloroso. El poeta glorioso, el filósofo de humor y hondura, era un -viejo infeliz a quien tenían que darle de comer como a los niños, un sér -concluído en víspera de entrar a la tumba.</p> - -<p>Doña Emilia Pardo Bazán continuaba dando sus escogidas reuniones. Allí -solía aparecer, ya ciego, pero siempre lleno de distinción, anciano -impoluto y aristocrático, el autor de <i>Pepita Jiménez</i>. Allí me -relacioné con el novelista y diplomático argentino Ocantos, con el -doctor Tolosa Latour, con los cronistas mundanos <i>Montecristo</i> y -<i>Kasabal</i>, con el político Romero Robledo, con el popular Luis Taboada, -y con algunas damas de la nobleza que no se ocupaban únicamente en -modas, murmuraciones y asuntos cortesanos, sino que gustaban de departir -con poetas y escritores:<span class="pagenum"><a name="page_173" id="page_173"></a>{173}</span> la condesa de Pino Hermoso y la marquesa de la -Laguna, cuya hija Gloria tuviera celebridad más tarde por sus singulares -encantos y su valentía de espíritu. Era yo también muy amigo de José -Lázaro y Galdeano, director de la <i>España Moderna</i> y que tenía un -verdadero museo de obras de arte, entre las cuales un pretendido -Leonardo de Vinci.</p> - -<p>Con Joaquín Dicenta fuimos compañeros de gran intimidad, apolíneos y -nocturnos. Fuera de mis desvelos y expansiones de noctámbulo, presencié -fiestas religiosas palatinas; fuí a los toros y alcancé a ver a grandes -toreros, como el Guerra. Teníamos inenarrables tenidas culinarias, de -ambrosías y sobre todo de néctares, con el gran D. Ramón María del Valle -Inclán, Palomero, Bueno y nuestro querido ministro de Bolivia, Moisés -Ascarrunz. Me presentaron una tarde, como a un sér raro,—«es genial y -no usa corbata», me decían—a D. Miguel de Unamuno, a quien no le -agradaba, ya en aquel tiempo, que le llamaran el sabio profesor de la -Universidad de Salamanca... Cultivaba su sostenido tema de -antifrancesismo. Y era indudablemente un notable vasco original. El -señor de Unamuno no conocía entonces a Sarmiento, y hablaba con cierto -desdén, basado en pocas noticias, y en su particular humor, de las -letras argentinas. Yo recuerdo que, a propósito de un artículo suyo, -escribí otro, que concluía con el siguiente párrafo:</p> - -<p>«Decadentismos literarios no pueden ser plaga<span class="pagenum"><a name="page_174" id="page_174"></a>{174}</span> entre nosotros; pero con -París, que tanto preocupa al señor de Unamuno, tenemos las más -frecuentes y mejores relaciones. Buena parte de nuestros diarios es -escrita por franceses. Las últimas obras de Daudet y de Zola han sido -publicadas por <i>La Nación</i> al mismo tiempo que aparecían en París; la -mejor clientela de Worth es la de Buenos Aires; en la escalera de -nuestro Jockey-Club, donde <i>Pini</i> es el profesor de esgrima, la <i>Diana</i> -de Falguière perpetúa la blanca desnudez de una parisiense. Como somos -fáciles para el viaje y podemos viajar, París recibe nuestras frecuentes -visitas y nos quita el dinero encantadoramente. Y así, siendo como somos -un pueblo industrioso, bien puede haber quien, en minúsculo grupo, -procure en el centro de tal pueblo adorar la belleza a través de los -cristales de su capricho: <i>¡Whim!</i> diría Emerson. Crea el señor de -Unamuno que mis «<i>Prosas Profanas</i>», pongo por caso, no hacen ningún -daño a la literatura científica de Ramos Mejíal de Coni o a la -producción regional de J. V. González; ni las maravillosas <i>Montañas de -oro</i>, de nuestro gran Leopoldo Lugones, perturban la interesante labor -criolla de Leguizamón y otros aficionados a este ramo que ya ha entrado -en verdad en dependencia folk-lórica. Que habrá luego una literatura de -cimiento criollo, no lo dudo; buena muestra dan el hermoso y vigoroso -libro de Roberto Payró <i>La Australia Argentina</i> y las otras obras del -popularísimo e interesante <i>Fray Mocho</i>».<span class="pagenum"><a name="page_175" id="page_175"></a>{175}</span></p> - -<h2><a name="LI" id="LI"></a>LI</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">V</span><small>OLVÍ</small> a ver al rey niño, más crecido y supe de intimidades de palacio; -por ejemplo, que su pequeña majestad llamaba a sus hermanitas, las dos -infantas hoy yacentes en sus sepulcros del Escorial, a la una <i>Pitusa</i> y -a la otra <i>Gorriona</i>. Busqué por todas partes el comunicarme con el alma -de España. Frecuenté a pintores y escultores. Asistí al entierro de -Castelar, escribí sobre el periodismo español, sobre el teatro, sobre -libreros y editores, sobre novelas y novelistas, sobre los académicos, -entre los cuales tenía admiradores y abominadores; escribí de poetas y -de políticos, recogí las últimas impresiones desilusionadas de Núñez de -Arce. Traté al maestro Galdós, tan bueno y tan egregio, estudié la -enseñanza, renové mis coloquios con Menéndez y Pelayo.<span class="pagenum"><a name="page_176" id="page_176"></a>{176}</span> Hablé de las -flamantes inteligencias que brotaban. Relaté mi amistad con la princesa -Bonaparte, madame Rattazzi. Di mis opiniones sobre la crítica, sobre la -joven aristocracia, sobre las relaciones ibero-americanas, celebré a la -mujer española; y sobre todo, ¡gracias sean dadas a Dios! esparcí entre -la juventud los principios de libertad intelectual y de personalismo -artístico que habían sido la base de nuestra vida nueva en el -pensamiento y el arte de escribir hispano-americanos, y que causaron -allá espanto y enojo entre los intransigentes. La juventud vibrante me -siguió, y hoy muchos de aquellos jóvenes llevan los primeros nombres de -la España literaria. Imposible me sería narrar aquí todas mis peripecias -y aventuras de esa época pasada en la coronada villa; ocuparían todo un -volumen.<span class="pagenum"><a name="page_177" id="page_177"></a>{177}</span></p> - -<h2><a name="LII" id="LII"></a>LII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>A</small> Exposición de París de 1900 estaba para abrirse. Recibí orden de <i>La -Nación</i> de trasladarme en seguida a la capital francesa. Partí.</p> - -<p>En París me esperaba Gómez Carrillo y me fuí a vivir con él, al número -29 de la calle Faubourg Montmartre. Carrillo era ya gran conocedor de la -vida parisiense. Aunque era menor que yo, le pedí consejos. «¿Con cuánto -cuenta usted mensualmente?»—me preguntó.—«Con esto», le contesté, -poniendo en una mesa un puñado de oros de mi remesa de <i>La Nación</i>. -Carrillo contó y dividió aquella riqueza en dos partes; una pequeña y -una grande. «Esta me dijo, apartando la pequeña, es para vivir: -guárdela. Y esta otra es para que la gaste toda.» Y yo seguí con placer -aquellas agradables indicaciones, y esa misma noche<span class="pagenum"><a name="page_178" id="page_178"></a>{178}</span> estaba en -Montmartre, en una <i>boîte</i> llamada <i>Cyrano</i>, con joviales colegas y -trasnochadoras estetas, danzarinas, o simples peripatéticas.</p> - -<p>Poco después, Carrillo tuvo que dejar su casa, y yo me quedé con ella; y -como Carrillo me llevó a mí, yo me llevé al poeta mexicano Amado Nervo, -en la actualidad cumplido diplomático en España y que ha escrito lindos -recuerdos sobre nuestros días parisienses, en artículos sueltos y en su -precioso libro «El éxodo y las flores del camino». A Nervo y a mí nos -pasaron cosas inauditas, sobre todo, cuando llegó, a hacernos compañía -un pintor de excepción, famoso por sus excentridades y por su -desorbitado talento: he señalado al belga Henri de Groux. Algún día he -de detallar tamaños sucedidos, pero no puedo menos que acordarme en este -relato de los sustos que me diera el fantástico artista de larga -cabellera y de ojos de tocado, afeitado rostro y aire lleno de -inquietudes, cuando en noches en que yo sufría tormentosas nerviosidades -e invencibles insomnios, se me aparecía de pronto, al lado de mi cama, -envuelto en un rojo ropón dantesco, con capuchón y todo, que había -dejado olvidado en el cuarto no sé cuál de las amigas de Gómez -Carrillo... Creo que la llamada Sonia.<span class="pagenum"><a name="page_179" id="page_179"></a>{179}</span></p> - -<h2><a name="LIII" id="LIII"></a>LIII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">Y</span><small>O</small> hacía mis obligatorias visitas a la Exposición. Fué para mí un -deslumbramiento miliunanochesco, y me sentí más de una vez en una pieza, -Simbad y Marco Polo, Aladino y Salomón, mandarín y daimio, siamés y -cow-boy, gitano y mujick; y en ciertas noches, contemplaba en las -cercanías de la torre Eiffel, con mis ojos despiertos, panoramas que -sólo había visto en las misteriosas regiones de los sueños.</p> - -<p>Había un <i>bar</i> en los grandes bulevares que se llamaba <i>Calisaya</i>. -Carrillo y su amigo Ernesto Lejeunesse, me presentaron allí a un -caballero un tanto robusto, afeitado, con algo de abacial, muy fino de -trato y que hablaba el francés con marcado acento de ultramancha. Era el -gran poeta desgraciado Oscar Wilde. Rara vez he encontrado<span class="pagenum"><a name="page_180" id="page_180"></a>{180}</span> una -distinción mayor, una cultura más elegante y una urbanidad más gentil. -Hacía poco que había salido de la prisión. Sus viejos amigos franceses -que le habían adulado y mimado en tiempo de riqueza y de triunfo, no le -hacían caso. Le quedaban apenas dos o tres fieles, de segundo orden. El -había cambiado hasta de nombre en el hotel donde vivía. Se llamaba con -un nombre balzaciano, Sebastián Menmolth. En Inglaterra le habían -embargado todas sus obras. Vivía de la ayuda de algunos amigos de -Londres. Por razones de salud, necesitó hacer un viaje a Italia, y con -todo respeto, le ofreció el dinero necesario un <i>barman</i> de nombre John, -que es una de las curiosidades que yo enseño cuando voy con algún amigo -a la «Bodega», que está en la calle de Rivoli, esquina a la de -Castiglione. Unos cuantos meses después moría el pobre Wilde, y yo no -pude ir a su entierro, porque cuando lo supe, ya estaba el desventurado -bajo la tierra. Y ahora, en Inglaterra y en todas partes, recomienza su -gloria...<span class="pagenum"><a name="page_181" id="page_181"></a>{181}</span></p> - -<h2><a name="LIV" id="LIV"></a>LIV</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> lo más agitado de la Exposición de París, salí en viaje a Italia, -viaje que era para mí un deseado sueño. Bien sabido es que para todo -poeta y para todo artista, el viaje a Italia, al tradicional país del -arte, es un complemento indispensable en su vida. El mío fué una -excursión rápida de turista. Aproveché la compañía de un hombre de -negocios de Buenos Aires, y así tuve siquiera con quien conversar, ya -que no cambiar ideas. Pasé por Turín, en donde visité la Pinacoteca; -tuve ocasión de ver al duque de los Abruzzos; almorzar con el -<i>onorevole</i> Gianolio; trabar mi primer conocimiento con la sabrosa -<i>fonduta</i> aromada de trufas blancas; conocer la Superga y admirar desde -su altura los lejanos Alpes, luminosos bajo el sol. Estuve en Pisa y -admiré lo que<span class="pagenum"><a name="page_182" id="page_182"></a>{182}</span> hay que admirar, el Duomo, el Camposanto, la Torre -inclinada, rueca de la vieja ciudad, y el Baptisterio. Manifesté, en tal -ocasión, líricas reminiscencias. Fuí a la Cartuja, con carta de -recomendación para el prior Don Bruno; oí cantar, en el calor de la -estación y en los verdes olivos y viñas, pesadas de uvas negras, las -cigarras itálicas. Aumenté mi religiosidad en el convento, y admiré la -fe y el amor al silencio de aquellos solitarios.</p> - -<p>Pasé por Livorno, ciudad marítima y comerciante, vibrante de agitaciones -modernas. Fuí a Ardenza, y en el santuario de Montenero recé una -avemaría a la Virgen llegada de la isla de Negroponto, virgen milagrosa, -amada de los marinos, visitada por Byron y otras conocidas testas. Luego -fuí a Roma. Me poseyó la gran ciudad imperial y papal. Vi en una calle -pasar a D’Annunzio, en su inevitable <i>pose</i>; vi a León XIII en su -colosal retiro de piedra; y dediqué al papa blanco un largo himno en -prosa. Esa visita la hice con un numeroso grupo de peregrinos -argentinos, entre los cuales tengo presente al ilustre doctor Garro, -actual ministro de Instrucción Pública, y al señor Ignacio Orzali, mi -compañero de <i>La Nación</i>, que ostentaba sus condecoraciones pontificias. -A su Santidad blanca me presentaron como redactor del gran diario de -Buenos Aires, «el diario del general Mitre». El viejecito de color de -marfil me dijo en italiano palabras paternales, me dió a besar su mano -casi<span class="pagenum"><a name="page_183" id="page_183"></a>{183}</span> fluídica, ornada con una esmeralda enorme, y me bendijo. En mi -libro «Peregrinaciones» podréis encontrar algunas de mis impresiones -romanas, pero no encontraréis dos que voy a contaros.</p> - -<p>La primera es mi conocimiento con Vargas Vila, el célebre pensador, -novelista y panfletista político, que para mí no es sino, juntándolo -todo, un único e inconfundible poeta, quizás contra su propia voluntad y -autoconocimiento. Vargas Vila, que ha pasado muchos años de su vida en -Italia, país que ama sobre todos, se encontró conmigo en Roma. Fuimos -íntimos en seguida, después de una mutua presentación, y no siendo él -noctámbulo, antes bien persona metódica y arreglada, pasó conmigo toda -esa noche, en un cafetín de periodistas, hasta el amanecer; y desde -entonces, admirándole yo de todas veras, hemos sido los mejores -camaradas en Apolo y en Pan.</p> - -<p>La segunda impresión es mi encuentro con Enrique García Velloso, que, -aunque siempre lleno de talento, no era todavía el fecundo, rozagante, -pimpante y pactolizante autor teatral que hoy conocen las escenas -Argentinas y aun las Españolas. Yo le había conocido desde que era un -adolescente, en casa de su padre. En la urbe romana tuvimos primero -saudades de Buenos Aires, y después nos dimos a la alegría y gozos del -vivir. Y tras animados paseos nocturnos, nos fuimos una mañana, en unión -del periodista Ettore Mosca, al lugar campestre situado en las orillas -del Tíber, que se denomina «Acqua acetosa». Allí, en<span class="pagenum"><a name="page_184" id="page_184"></a>{184}</span> una rústica -<i>trattoria</i>, en donde sonreían rosadas tiberinas, nos dieron un desayuno -ideal y primitivo: pollos fritos en clásico aceite, queso de égloga, -higos y uvas que cantara Virgilio, vinos de oda horaciana. Y las aguas -del río, y la viña frondosa que nos servía de techo, vieron naturales -consecuentes locuras.<span class="pagenum"><a name="page_185" id="page_185"></a>{185}</span></p> - -<h2><a name="LV" id="LV"></a>LV</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">D</span><small>E</small> Roma partí para Nápoles, en donde pasé amistosos momentos en compañía -de Vittorio Pica, el célebre crítico de arte, autor de tantas exquisitas -monografías y director de <i>Emporium</i>, la artística revista de Bergamo. -Hice la indispensable visita a Pompeya y retorné a París.</p> - -<p>Nunca quise, a pesar de las insinuaciones de Carrillo, relacionarme con -los famosos literatos y poetas parisienses. De vista conocía muchos, y -aun oí a algunos, en el <i>Calisaya</i> o en el café Napolitain. Al -Napolitain iba casi todos los días un grupo de nombres en <i>vedette</i>, -entre ellos Catulle Mendès y su mujer, el actor Silvain, Ernest -Lajeuneuse, Grenet, Dancourt, Georges Courteline, algunas veces Jean -Moreas y otros citaredas de menor<span class="pagenum"><a name="page_186" id="page_186"></a>{186}</span> fama. Catulle Mendès no era ya el -hermoso poeta de cabellos dorados, que antaño llamara tanto la atención -por sus gallardías y encantos físicos, sino un viejo barrigón, cabeza de -nazareno fatigado, todavía con fuertes pretensiones a las conquistas -femeninas, las cuales, en efecto, lograba en el mundo de las máscaras, -pues era crítico teatral y personaje dominante entre las gentes de -tablas y bambalinas. Una que otra vez se aparecía, con su melena negra y -sus negros bigotes, el hoy elegido príncipe de los poetas franceses, -Paul Fort, y la verdad es que allí no descollaba, pues su influjo -principal estaba del otro lado del río, en el país Latino.<span class="pagenum"><a name="page_187" id="page_187"></a>{187}</span></p> - -<h2><a name="LVI" id="LVI"></a>LVI</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">Y</span><small>O</small> seguí habitando la misma casa de la calle Faubourg Montmartre y -cuando regresaba por las madrugadas, solía entrar a cenar a un -establecimiento situado en mi vecindad, y que se llamaba <i>Au filet de -Sole</i>. En uno de esos amaneceres llegué en compañía de un escritor -cubano, Eulogio Horta. Estábamos cenando en uno de los extremos del -salón del café. Había un nutrido grupo de hombres de aspectos e -indumentarias que yo no sabía conocer aún, alemanes en su mayor parte, y -franceses. Casi todos ostentaban sendos alfileres y anillos de -brillantes y estaban acompañados de unas cuantas hetairas de lujo. -Espumeaba con profusión el <i>cordon rouge</i>, y al son de los violines de -los tziganos, algunas parejas danzaban más que libremente. De pronto -entro<span class="pagenum"><a name="page_188" id="page_188"></a>{188}</span> una joven, casi una niña, de notable belleza; se dirigió a uno de -los hombres, rojo, rechoncho, de fosco aspecto, con tipo de carnicero, -habló con él algunas palabras... La bofetada fué tan fuerte que resonó -por todo el recinto y la pobre muchacha cayó cual larga era... A Eulogio -Horta y a mí se nos subió, sobre los vinos, lo hispanoamericano a la -cabeza, y nos levantamos en defensa de la que juzgábamos una víctima; -pero la cuadrilla de rufianes se alzó como uno solo, amenazante, -lanzándonos los más bajos insultos. Y lo peor era que quien nos -insultaba más, con la cara ensangrentada, era la moza del bofetón... No -nos pasó algo serio porque el gerente del establecimiento, que me -conocía desde Buenos Aires, salió a nuestra defensa, habló en alemán con -ellos y todo se calmó. Luego vino a nosotros y nos advirtió que nunca se -nos ocurriera salir a la defensa de tales <i>gourgandines</i>.</p> - -<p>Otras cuantas aventuras de este género me acontecieron, pues en esa -época yo hacía vida de café, con compañeros de existencia idéntica, y -derrochaba mi juventud, sin economizar los medios de ponerla a prueba.<span class="pagenum"><a name="page_189" id="page_189"></a>{189}</span></p> - -<h2><a name="LVII" id="LVII"></a>LVII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">H</span><small>ABÍA</small> vendido miserablemente varios libros a dos <i>ghettos</i>, de la -edición que en París han hecho miles y millones con el trabajo mental de -escritores españoles e hispanoamericanos, pagados harpagónicamente, y -como yo me quejase en aquel entonces, por una de mis obras, se me -mostraron las condiciones en que había vendido para la América española -una escritora ilustre su <i>Vida de San Francisco de Asis</i>.</p> - -<p>Don Justo Sierra, el eminente escritor y poeta, que en Méjico era -llamado «el Maestro», y que acababa de fallecer en Madrid de ministro de -su país, escribió el prólogo para uno de mis volúmenes, -«Peregrinaciones». En París tuve la oportunidad de conocer a este hombre -preclaro, que en los últimos años de la administración del presidente<span class="pagenum"><a name="page_190" id="page_190"></a>{190}</span> -Porfirio Díaz, ocupó el Ministerio de Instrucción pública.</p> - -<p>El gobierno de Nicaragua, que no se había acordado nunca de que yo -existía sino cuando las fiestas colombinas, o cuando se preguntó por -cable de Managua al ministro de Relaciones Exteriores argentino si era -cierta la noticia que había llegado de mi muerte, me nombró cónsul en -París.</p> - -<p>Y a propósito, por dos veces se ha esparcido por América esa falsa nueva -de mi ingreso en la Estigia; y no podré olvidar la poco evangélica -necrología que, la primera vez, me dedicara en <i>La Estrella de Panamá</i> -un furioso clérigo, y que decía poco más o menos: «Gracias a Dios que ya -desapareció esta plaga de la literatura española... Con esta muerte no -se pierde absolutamente nada...» Hasta dónde puede llevar el fanatismo y -la ignorancia en todo.<span class="pagenum"><a name="page_191" id="page_191"></a>{191}</span></p> - -<h2><a name="LVIII" id="LVIII"></a>LVIII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">M</span><small>E</small> instruí en mis funciones consulares y tenía como canciller a un rubio -y calvo mexicano, limpio de espíritu y de corazón, y a quien -convencimos, en horas risueñas, algunos hispanoamericanos, de que, dado -su tipo completamente igual al de los Hapsburgos y la fecha de su -nacimiento, debía de ser hijo del emperador Maximiliano; y el «rico -tipo», con poco cariño por su papá y poco respeto por su señora mamá, -llegó a aceptar, entre veras y bromas, la posibilidad de su austriaco -parentesco...</p> - -<p>Entre mis tareas consulares y mi servicio en <i>La Nación</i>, pasaba mi -existencia parisiense. Era ministro nicaragüense en Francia D. Crisanto -Medina, antiguo diplomático de pocas luces, pero de mucho mundo y -práctica en los asuntos de su<span class="pagenum"><a name="page_192" id="page_192"></a>{192}</span> incumbencia. A pesar de nuestras -excelentes relaciones, había algo entre ellas que impedían una completa -cordialidad. Me refiero a un antiguo drama de familia, relacionado con -el asesinato de mi abuelo materno.</p> - -<p>D. Crisanto, de quien ha hecho Luis Bonafoux, en una de sus crónicas, -bien pimentada <i>charge</i>, era un hombre tan feliz y tan ecuánime a su -manera, que no tenía la menor idea de la literatura.., Había conocido, -desde los tiempos de Thiers, a Víctor Hugo, a Dumas, a otras cuantas -celebridades; pero de Víctor Hugo no me contaba sino que en un banquete, -en la inauguración del Hôtel de Ville, le libró de un resfriado -levantándose de la mesa y yéndose a poner su gabán, a causa de una -corriente de aire, cosa que D. Crisanto imitó;... y de Dumas, que una -vez, al salir de una reunión, el famoso autor no encontraba su coche, y -D. Crisanto le fué a dejar en su casa en el suyo... Al ecuatoriano Juan -Montalvo le llamaba «aquel Montalvo que escribía»... Tenía gran -admiración por Gómez Carrillo, no porque hubiera leído su obra de -escritor, sino porque Carrillo le servía a veces de secretario, y le -contestaba las notas con frases pocos usuales, notas que unas veces eran -para Nicaragua, otras para Guatemala, porque D. Crisanto había tenido el -talento de conseguir la representación, alternativamente y a veces al -mismo tiempo, de casi todas las cinco repúblicas centroamericanas. Tible -Machado, ministro de Guatemala en Londres y Bruselas, era<span class="pagenum"><a name="page_193" id="page_193"></a>{193}</span> su pesadilla; -y en la conferencia de La Haya... la cosa acabó en un duelo. Una noche, -en París, la víspera del encuentro en el terreno, me dijo mi ministro: -«Mañana mato a Tible». No lo mató. Cierto es que D. Crisanto había -tenido otro duelo célebre, en tiempos casi prehistóricos, con el -nombrado colombiano, Torres Caicedo, que sacó su herida de la -emergencia.</p> - -<p>Contemporáneo de Medina fué el marqués de Rojas, tío de Luis Bonafoux y -que había sido diplomático de Guzmán Blanco, con quien tuvo sus -polémicas y desagrados. Fué aquel marqués pontificio, a quien traté en -su postrimería, muy aficionado a las mujeres y a la buena vida; hombre -rico, tuvo una vejez solitaria y murió entre criadas y criados en su -<i>garçonnière</i>. Esos dos ancianos de que he hablado, y que ha tiempo en -paz descansan, eran asiduos al mentidero del Gran Hotel, en donde se -reunían españoles e hispanoamericanos a ejercer la parlería y la -murmuración nacional y de raza.<span class="pagenum"><a name="page_194" id="page_194"></a>{194}</span></p> - -<h2><a name="LIX" id="LIX"></a>LIX</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>OS</small> ardientes veranos iba yo a pasarlos a Asturias, a Dieppe, y alguna -vez a Bretaña. En Dieppe pasé alguna temporada en compañía del notable -escritor argentino que ha encontrado su vía en la propaganda del -hispanoamericanismo frente al peligro yankee, Manuel Ugarte. En Bretaña -pasé con el poeta Ricardo Rojas horas de intelectualidad y de -cordialidad en una «villa» llamada <i>La Pagode</i>, donde nos hospedaba un -conde ocultista y endemoniado, que tenía la cara de Mefistófeles. -Ricardo Rojas y yo hemos escrito sobre esos días extraordinarios, sobre -nuestra visita al Manoir de Boultous, morada del maestro de las imágenes -y príncipe de los tropos, de las analogías y de las armonías verbales, -Saint-Pol-Roux, antes llamado el Magnífico.<span class="pagenum"><a name="page_195" id="page_195"></a>{195}</span></p> - -<p>Entre toda esta última parte de mi narración se mezclan largos días que -pertenecen a lo estrictamente privado de mi vida personal.</p> - -<p>Emprendí otro viaje por Bélgica, Alemania, Austria-Hungría, Italia, -Inglaterra. De todo ello me ocupo en algunos de mis libros con bastantes -detalles. Mas no he contado algunos incidentes, por ejemplo, uno en que -escapamos en perder la vida mi compañero de viaje, el mexicano Felipe -López, y yo. Fué en la ciudad de Budapest, por cierto región -encantadora, si las hay. Andábamos recorriendo las calles. Ni López ni -yo hablábamos alemán y nos desolábamos, en los restaurants, de no poder -entender la lista del «menú», porque los húngaros, en lo general, por -odio al austriaco, no quieren emplear al alemán en nada, y así todo está -en su lenguaje para nosotros lleno de escabrosidades. Yendo por una gran -vía, leímos en letras doradas en un establecimiento: <i>American Bar</i>; y -encontrando la ocasión de emplear bien nuestro inglés, entramos. Pedimos -sendos cocktails, y nos pusimos a escribir cartas. En esto se nos acercó -un elegante joven, y en un francés cojo pero melifluo, nos dijo, más o -menos, tendiéndonos su tarjeta: que era hijo de un fabricante de -bicicletas; que había estado en Francia donde le habían atendido con -toda gentileza y que desde entonces se había prometido ofrecer sus -servicios, ser útil en todo lo que pudiera y pilotear y atender a cuanto -extranjero de condición llegase a tierra húngara. Nosotros,<span class="pagenum"><a name="page_196" id="page_196"></a>{196}</span> un tanto -desconfiados por aquel abordaje sin presentación, dimos las gracias con -frialdad, pero el guapo mozo continuó en la carga con tan buenas maneras -y con tanta insistencia que nos vimos obligados a aceptar un champagne -de bienvenida. Y el joven se convirtió en nuestro cicerone.</p> - -<p>Nos llevó al Os Buda Vara, al barrio de los magnates, casi todo -construído según la manera de la Secesión; a un jardín público, donde -debía celebrarse un fiesta esa tarde, y al cual debía asistir un -príncipe imperial; nos hizo comer no sé qué mezcla magyar de queso -fresco, cebolla picada, sal y paprika, mojada con una incomparable -cerveza Pilsen, como de nieve y seda. Sin saber cómo ni cuándo se -apareció un hombre con tipo de obrero, que llevaba en la diestra maciza -un anillo de gran brillante. Habló en húngaro con nuestro joven, éste -nos lo presentó como un rico industrial y nos dijo, que, encantado de -que fuésemos extranjeros, nos invitaba esa tarde a una comida compuesta -exclusivamente de platos nacionales. Llevado de mi entusiasmo por las -cocinas exóticas, dije que aceptábamos con gusto, y quedamos en que -nuestro cicerone nos llevaría al punto de reunión. Se nos dijo que el -restaurant elegido quedaba cerca.</p> - -<p>Muy entrada la tarde nos dirigimos a la cita. Ibamos a pie, y después de -andar un buen trecho entre villas y quintas, observé que habíamos salido -de la población. Se lo hice notar a mi amigo,<span class="pagenum"><a name="page_197" id="page_197"></a>{197}</span> pero el húngaro nos -señaló una casa cercana, aislada, y nos dijo que era allí el lugar de la -comida. Advertí a López que la cosa me parecía sospechosa, mas como -viésemos que la casa tenía un jardín y en él había mesitas donde comían -otras gentes, nos parecieron vanas nuestras sospechas. Entramos. Desde -el momento vimos que aquello era un cafetín popular. Apareció el -industrial. Nos hicieron entrar a un cuarto lateral, pidieron cuatro -copas de no recuerdo qué licor. Dije en español a López que no -bebiéramos, pero él bebió con los dos desconocidos. Querían que yo -tomara con ellos, pero dije que no me sentía bien. A poco, el mexicano -se puso pálido y me dijo que le venía un sueño irresistible y que -seguramente nos habían servido un narcótico. Hice que saliéramos para -que tomase un poco de aire, y así se le quitó algo la pesadez de la -cabeza. El hostelero nos dijo que la comida estaba servida. En efecto, -bajo una parra había una mesa para cuatro personas. La cuarta apareció y -nos fué presentada como un señor conde de nombre enrevesado. Era un -coloso mal trajeado y con manos de boyero. Nos sentamos a la mesa y -comimos un <i>papricak hun</i>, plato especial del país y otros más de éstos. -Cuando concluímos se nos invitó a pasar al lado del figón, a una cancha -de bochas, o juego de bolos, perteneciente a un club, del cual se nos -dijo que el conde era director. Aquello estaba solitario, daba a un -largo patio, o más bien dilatada extensión de terreno. No lejos, corría -el Danubio.<span class="pagenum"><a name="page_198" id="page_198"></a>{198}</span> Nos invitaron a tomar un vino tokay, que nos inspiró -confianza, pues la botella vino cerrada. No era el común vino tokay que -se encuentra en todas partes y que sirve para postres, sino un néctar -delicioso, de caldo color dorado, y que apuramos en grandes vasos. -Confieso no haber tomado nunca un vino tan exquisito. Después se nos -insinuó que era preciso, pues de uso corriente y nacional, que jugásemos -a un juego de cartas llamado «el reloj». Como por encanto apareció allí -una baraja y después de algunas indicaciones empezó la partida.</p> - -<p>A pocos momentos, tanto el mexicano como yo, habíamos ganado importante -número de florines; pero la partida continuó, y cuando nos percatamos, -tanto él como yo, habíamos perdido todo lo ganado y bastante dinero más. -De común acuerdo resolvimos irnos en seguida, mas cuando manifestamos -nuestra intención, fué como si hubiésemos encendido un reguero de -pólvora. Los hombres se sulfuraron y se pusieron ante nosotros en -actitud amenazante. El joven intérprete nos explicó que se creían -ofendidos. Nosotros estábamos sin armas y no había sino que emplear -alguna treta oportuna. Yo le dije que había en todo una equivocación; -que estábamos dispuestos a continuar el juego al día siguiente, pero que -en ese momento teníamos que ir a la ciudad a recoger un dinero. El conde -habló con sus compañeros y el joven nos dijo que se nos invitaba al día -siguiente para ir a una <i>pushta</i> o estancia húngara<span class="pagenum"><a name="page_199" id="page_199"></a>{199}</span> para que -conociésemos la vida rural del país. Me apresuré a decir que con -muchísimo gusto, y en los ojos de los bandidos se vió una gran -satisfacción. ¿A qué horas pasará el conde en su automóvil por ustedes? -«Tiene que ser antes de las ocho».—«A las siete y media en punto», le -contesté. Así nos dejaron partir. Cuando llegamos al hotel, el dueño del -establecimiento nos dijo:—«De buena se han librado ustedes. Esos pillos -deben pertenecer a una banda que ha robado y hecho desaparecer a varios -extranjeros, cuyos cuerpos apuñalados se han encontrado en las aguas del -Danubio». Tomamos el tren para Viena a las cinco de la mañana.<span class="pagenum"><a name="page_200" id="page_200"></a>{200}</span></p> - -<h2><a name="LX" id="LX"></a>LX</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">U</span><small>NA</small> vez vuelto de ese largo viaje, me tomé algún tiempo de reposo en -París. Inesperadamente recibí cablegrama del Ministerio de Relaciones -Exteriores de Nicaragua, en que se me comunicaba mi nombramiento de -Secretario de la Delegación nicaragüense a la conferencia Panamericana -del Río de Janeiro. Debería reunirme en Francia con el jefe de la -Delegación, señor Luis F. Corea, que era Ministro en Washington. Una -semana después salimos para el Brasil. Ya he narrado en un diario las -circunstancias, anécdotas y peripecias de este viaje y mis impresiones -brasileñas y de la conferencia, a raíz de este acontecimiento. Vine de -Río de Janeiro, por motivos de salud, a Buenos Aires. Mis impresiones de -entonces quizás las conozcáis en verso, en versos<span class="pagenum"><a name="page_201" id="page_201"></a>{201}</span> de los dirigidos a la -señora de Lugones, en cierta mentada epístola:</p> - -<div class="poetry"> -<div class="poem"><div class="stanza"> -<span class="i0">... En fin, convaleciente, llegué a nuestra ciudad<br /></span> -<span class="i0">de Buenos Aires, no sin haber escuchado<br /></span> -<span class="i0">a mister Root, a bordo del <i>Charleston</i> sagrado;<br /></span> -<span class="i0">mas mi convalecencia duró poco. ¿Qué digo?<br /></span> -<span class="i0">mi emoción, mi entusiasmo y mi recuerdo amigo,<br /></span> -<span class="i0">y el banquete de <i>La Nación</i> que fué estupendo,<br /></span> -<span class="i0">y mis viejas siringas con su pánico estruendo,<br /></span> -<span class="i0">y ese fervor porteño, ese perpetuo arder,<br /></span> -<span class="i0">y el milagro de gracia que brota en la mujer<br /></span> -<span class="i0">argentina, y mis ansias de gozar de esa tierra<br /></span> -<span class="i0">me pusieron de nuevo con mis nervios en guerra.<br /></span> -<span class="i0">Y me volví a París. Me volví al enemigo<br /></span> -<span class="i0">terrible, centro de la neurosis, ombligo<br /></span> -<span class="i0">de la locura, foco de todos <i>surmenage</i>,<br /></span> -<span class="i0">donde hago buenamente mi papel de <i>sauvage</i><br /></span> -<span class="i0">encerrado en mi celda de la rue Marivaux,<br /></span> -<span class="i0">confiando sólo en mí y resguardando el yo.<br /></span> -<span class="i0">¡Y sí lo resguardara, señora, si no fuera<br /></span> -<span class="i0">lo que llaman los parisienses una <i>pera</i>!<br /></span> -<span class="i0">A mi rincón me llegan a buscar las intrigas,<br /></span> -<span class="i0">las pequeñas miserias, las traiciones amigas,<br /></span> -<span class="i0">y las ingratitudes. Mi maldita visión<br /></span> -<span class="i0">sentimental del mundo me aprieta el corazón,<br /></span> -<span class="i0">y así cualquier tunante me explotará a su gusto.<br /></span> -<span class="i0">Soy así. Se me puede burlar con calma. Es justo.<br /></span> -<span class="i0">Por eso los astutos, los listos dicen que<br /></span> -<span class="i0">no conozco el valor del dinero. ¡Lo sé!<br /></span> -<span class="i0">Que ando, nefelibata, por las nubes... ¡Entiendo!<br /></span> -<span class="i0">Sí, lo confieso, soy inútil. No trabajo<br /></span> -<span class="i0">por arrancar a otro su pitanza; no bajo<br /></span> -<span class="i0">a hacer la vida sórdida de ciertos previsores.<span class="pagenum"><a name="page_202" id="page_202"></a>{202}</span><br /></span> -<span class="i0">Yo no ahorro, ni en seda, ni en champaña, ni en flores.<br /></span> -<span class="i0">No combino sutiles pequeñeces, ni quiero<br /></span> -<span class="i0">quitarle de la boca su pan al compañero.<br /></span> -<span class="i2">Me complace en los cuellos blancos ver los diamantes.<br /></span> -<span class="i0">Gusto de gentes de maneras elegantes<br /></span> -<span class="i0">y de finas palabras y de nobles ideas.<br /></span> -<span class="i0">Las gentes sin higiene ni urbanidad, de feas<br /></span> -<span class="i0">trazas, avaros, torpes, o malignos y rudos,<br /></span> -<span class="i0">mantienen, lo confieso, mis entusiasmos mudos.<br /></span> -<span class="i0">No conozco el valor del oro... ¿saben esos<br /></span> -<span class="i0">que tal dicen, lo amargo del jugo de mis sesos,<br /></span> -<span class="i0">del sudor de mi alma, de mi sangre y mi tinta,<br /></span> -<span class="i0">del pensamiento en obra y de la idea encinta?<br /></span> -<span class="i0">¿He nacido yo acaso hijo de millonario?<br /></span> -<span class="i0">¿He tenido yo Cirineo en mi Calvario?...<br /></span> -</div></div> -</div> - -<p>De vuelta a París fuí a pasar un invierno a la Isla de Oro, la -encantadora Palma de Mallorca. Visité las poblaciones interiores; conocí -la casa del archiduque Luis Salvador, en alturas llenas de vegetación de -paraíso, ante un mar homérico; pasé frente a la cueva en que oró -Raymundo Lulio, el ermitaño y caballero que llevaba en su espíritu la -suma del Universo. Encontré las huellas de dos peregrinos del amor, -llamémosles así: Chopin y George Sand, y hallé documentos curiosos sobre -la vida de la inspirada y cálida hembra de letras y su nocturno y tísico -amante. Vi el piano que hacía llorar íntima y quejumbrosamente el más -lunático y melancólico de los pianistas, y recordé las páginas de -<i>Spiridion</i>.<span class="pagenum"><a name="page_203" id="page_203"></a>{203}</span></p> - -<h2><a name="LXI" id="LXI"></a>LXI</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>L</small> gobierno nicaragüense nombró a Vargas Vila y a mí—Vargas Vila era -Cónsul general de Nicaragua en Madrid—miembros de la Comisión de -límites con Honduras, que Nicaragua envió a España, siendo el rey Don -Alfonso el árbitro que debía resolver definitivamente en el asunto en -cuestión. El ministro Medina era el jefe de la Comisión; pero nunca nos -presentó oficialmente ni contaba, ni quería contar con nosotros para -nada. Vargas Vila tiene sobre esto una documentación inédita que algún -día ha de publicarse. El fallo del rey de España, no contentó, como casi -siempre sucede, a ninguna de las partes litigantes, y eso que Nicaragua -tenía como abogado nada menos que a D. Antonio Maura. La poca avenencia -del ministro Medina conmigo<span class="pagenum"><a name="page_204" id="page_204"></a>{204}</span> hizo que yo me resolviese a hacer un viaje -a Nicaragua.</p> - -<p>Hacía cerca de diez y ocho años que yo no había ido a mi país natal. -Como para hacerme olvidar antiguas ignorancias e indiferencias, fuí -recibido como ningún profeta lo ha sido en su tierra... El entusiasmo -popular fué muy grande. Estuve como huésped de honor del Gobierno -durante toda mi permanencia. Volví a ver, en León, en mi casa vieja, a -mi tía abuela, casi centenaria; y el Presidente Zelaya, en Managua, se -mostró amable y afectuoso. Zelaya mantenía en un puño aquella tierra -difícil. Diez y siete años estuvo en el poder y no pudo levantar cabeza -la revolución conservadora, dominada, pero siempre piafante. El -Presidente era hombre de fortuna, militar y agricultor, mas no se crea -que fué ese la reproducción de tanto tirano y tiranuelo de machete como -ha producido la América española. Zelaya fué enviado por su padre, desde -muy joven, a Europa; se educó en Inglaterra y Francia; sus principales -estudios los hizo en el colegio Höche, de Versalles; peleó en las filas -de Rufino Barrios, cuando este Presidente de Guatemala intentó realizar -la unión de Centro América por la fuerza, tentativa que le costó la -vida.</p> - -<p>Durante su presidencia, Zelaya hizo progresar el país, no hay duda -alguna. Se rodeó de hombres inteligentes, pero que, como sucede en -muchas partes de nuestro continente, hacían demasiada política y muy -poca administración; los<span class="pagenum"><a name="page_205" id="page_205"></a>{205}</span> principales eran hombres hábiles, que -procuraban influir para los intereses de su círculo en el ánimo del -gobernante. Esos hombres se enriquecieron, o aumentaron sus caudales, en -el tiempo de su actuación política. Otros adláteres hicieron lo mismo; -la situación económica en el país se agravó, y las malquerencias y -desprestigios de los que rodeaban al jefe del Estado recayeron también -contra él. Esto lo observé a mi paso. El descontento había llegado a tal -punto en Occidente, cuando se creyó, con motivo del matrimonio de una de -las señoritas Zelaya, que el Presidente entraba en connivencias con los -conservadores de Granada, que había preparada en León, para una próxima -visita presidencial, una conjuración contra la vida del general Zelaya.</p> - -<p>Amigos míos, entre ellos, principalmente, el doctor Luis Debayle y D. -Francisco Castro, ministro de Hacienda, y el mismo ministro de -Relaciones Exteriores, Sr. Gámez, pidieron al presidente la legación de -España para mí. La unánime aprobación popular, el pedido de sus amigos, -y su innegable buena voluntad, hicieron que el general Zelaya me -nombrase ministro en Madrid, pero no sin que tuviese que luchar con -intrigas palaciegas y pequeñeces no palaciegas, que hacían su sordo -trabajo en contra, y esto a pesar de que la legación tenía un pobre y -casi desdoroso presupuesto, que fué todavía mermado a la salida del Sr. -Castro del Ministerio de Hacienda.<span class="pagenum"><a name="page_206" id="page_206"></a>{206}</span></p> - -<h2><a name="LXII" id="LXII"></a>LXII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">P</span><small>ARTÍ</small>, pues, de Nicaragua con la creencia de que no había de volver -nunca más; pero había visto florecer antiguos rosales y contemplado -largamente, en las noches del trópico, las constelaciones de mi -infancia. La familia Darío estaba ya casi concluída. Una juventud -ansiosa y llena de talento se desalentaba, por lo desfavorable del -medio. Y se sentía soplar un viento de peligro que venía del lado del -Norte.</p> - -<p>Cuando llegué a París, la contrariedad del ministro Medina al saber que -iba yo a sustituirle en su puesto diplomático de España—pues él era -representante de Nicaragua en cuatro o cinco países de Europa—se -exteriorizó con tal despecho, que me juró aquel provecto caballero no -volver a poner los pies en España. Me dirigí a<span class="pagenum"><a name="page_207" id="page_207"></a>{207}</span> Madrid con objeto de -presentar mis credenciales. Me hospedé en el Hotel de París, y procuré -que aquella Legación, con información de pobreza, tuviese una -exterioridad, ya que no lujosa, decorosa. La prensa me había saludado -con toda la cordialidad que inspiraba un reconocido amigo y queredor de -España.</p> - -<p>Recibí la visita del primer Introductor de Embajadores, Conde de Pie de -Concha, noble gentilísimo, y me anunció que el Rey me recibiría en -seguida, pues tenía que partir no recuerdo para qué punto. A los tres -días debía verificarse la ceremonia de la entrega de mis credenciales; y -todavía un día antes andaba yo en apuros, porque no había recibido de -París mi flamante y dorado uniforme. Felizmente me sacó del paso mi buen -amigo el doctor Manrique, ministro de Colombia; él hizo que me probara -el suyo y me quedó a las mil maravillas; y he allí cómo el antiguo -Cónsul general de Colombia en Buenos Aires, fué recibido por el rey de -España, como ministro de Nicaragua, con uniforme colombiano.</p> - -<p>Su Majestad el Rey estuvo conmigo de una especial amabilidad, aunque en -este caso todos los diplomáticos dicen lo mismo. Me habló de mi obra -literaria. Conversó de asuntos nicaragüenses y centroamericanos, -demostrando bien informado conocimiento del asunto, y dejó en mi ánimo -la mejor impresión. Cada vez que hablé con él, en el curso de mi misión, -me convencí de que no es solamente el rey <i>sportman</i> de los periódicos<span class="pagenum"><a name="page_208" id="page_208"></a>{208}</span> -e ilustraciones, sino un joven bien pertrechado de los más diversos -conocimientos, y hecho a toda suerte de disciplinas. Una vez concluída -mi conversación con el monarca, pasé a presentar mis respetos a las -reinas. La reina Victoria apareció ante mi vista como una figura de -arte. Por su rosada belleza, la pompa rica de su elegancia ornamental, y -hasta por la manera como estaba dada la luz en el estrecho recinto donde -me recibió de pie y me tendió la mano para el beso usual. ¡Cuán hermosa -y rubia reina de cuentos de hadas! Hablé con ella en francés; todavía no -se expresaba con facilidad en español. Y tras cumplimientos y preguntas -y respuestas casi protocolares, fuí a saludar a la reina madre doña -María Cristina, delgada y recta, con la particular distinción y aire -imperial que reveló siempre la archiduquesa austriaca que había en la -soberana española. Se mostró conmigo afable y de excelente memoria. Así, -después del acostumbrado diálogo diplomático, me dijo que recordaba la -ocasión en que, en una de las ceremonias de las fiestas colombianas, le -había sido presentado por su primer ministro, D. Antonio Cánovas del -Castillo.</p> - -<p>Después hice mi visita a las infantas: doña Isabel, acompañada de su -inseparable marquesa de Nájera, hoy fallecida. El excelente carácter de -doña Isabel, su cultura y su llaneza, bien conocidos de los argentinos, -no ocultan el genio artístico que hay en ella; y cuyo amor al arte supe -en<span class="pagenum"><a name="page_209" id="page_209"></a>{209}</span> esa oportunidad y en otras posteriores, por su conversación y por su -museo. La infanta doña Luisa, una linda Orleáns, casada con el viudo D. -Carlos, delicada y fina aunque <i>sportswoman</i> airosa y vigorosa que va de -cuando en cuando a bañar su beldad de sol a Sevilla. Y la desventurada -infanta María Teresa, desventurada como su pobre hermana, y tan -desventurada como sencilla y bondadosa, cuya muerte acaba de llorar toda -España. Me recibió en compañía de su marido el príncipe D. Fernando de -Baviera, hijo de su tía la infanta doña Paz. Doña María Teresa, -ingenuamente, sufrió conmigo una equivocación, lamentable para mí, -<i>¡hélas!</i> pues, acostumbrada a representantes hispanoamericanos como los -Wilde, los Iturbe, los Candamo, los Beiztegui, me confundió con esos -millonarios, y me habló de mi automóvil... ¡Pobrecita infanta María -Teresa! A la infanta doña Eulalia no la pude saludar, pues ya se sabe -que es una parisiense y que reside en París.<span class="pagenum"><a name="page_210" id="page_210"></a>{210}</span></p> - -<h2><a name="LXIII" id="LXIII"></a>LXIII</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>N</small> el cuerpo diplomático, no sabiendo jugar al <i>bridge</i> y con el sueldo -que tiene un secretario de legación de cualquier país presentable, y con -lo de la literatura y los versos, hacía yo, entre los de la carrera, un -papel suficientemente medianejo... Entre los embajadores, disfruté la -grata cortesía del fastuoso britano Sir Maurice Bunsen, y la acogida -siempre simpática y afectuosa del Nuncio, monseñor Vico, hoy cardenal. -Mi único amigo verdadero era el embajador de Francia, porque era también -amigo de las musas; íntimo de Mistral, y autor de páginas muy -agradables, lo cual, señores positivos, no obsta para que actualmente -sea director de la Banque Otomane en Constantinopla.</p> - -<p>A todo esto, el gobierno de Nicaragua, preocupado<span class="pagenum"><a name="page_211" id="page_211"></a>{211}</span> con sus políticas, se -acordaba tanto de su legación en España como un calamar de una máquina -de escribir... Y ahí mis apuros... No, no he de callar esto... Después -de haber agotado escasas remesas de mis escasos sueldos, que según me ha -dicho el general Zelaya, tuvo que poner de su propio peculio, y cuando -ya se me debía el pago de muchos meses, <i>La Nación</i> de Buenos Aires, o -mejor dicho, mis pobres sesos, tuvieron que sostener, mala, pésimamente, -pero, en fin, sostener, la legación de mi patria nativa, la República de -Nicaragua, ante su Majestad el rey de España... En fin, para no tener -que hacer las de cierto ministro turco, a quien los acreedores sitiaban -en su casa de la Villa y Corte, trasladé mi residencia a París, en donde -ni tenía que aparentar, ni gastar nada, diplomáticamente.<span class="pagenum"><a name="page_212" id="page_212"></a>{212}</span></p> - -<h2><a name="LXIV" id="LXIV"></a>LXIV</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">L</span><small>A</small> traición de Estrada inició la caída de Zelaya. Este quiso evitar la -intervención yankee, y entregó el poder al doctor Madriz, quien pudo -deshacer la revolución, en un momento dado, a no haber tomado parte los -Estados Unidos, que desembarcaron tropas de sus barcos de guerra para -ayudar a los revolucionarios.</p> - -<p>Madriz me nombró Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario, en -misión especial, en México, con motivo de las fiestas del Centenario. No -había tiempo que perder, y partí inmediatamente. En el mismo vapor que -yo iban miembros de la familia del presidente de la República, general -Porfirio Díaz, un íntimo amigo suyo, diputado, D. Antonio Pliego, el -ministro de Bélgica en México y el conde de Chambrun, de la legación<span class="pagenum"><a name="page_213" id="page_213"></a>{213}</span> de -Francia en Washington. En la Habana se embarcó también la delegación de -Cuba que iba a las fiestas mexicanas.</p> - -<p>Aunque en La Coruña, por un periódico de la ciudad, supe yo que la -revolución había triunfado en Nicaragua, y que el presidente Madriz se -había salvado por milagro, no diera mucho crédito a la noticia. En la -Habana la encontré confirmada. Envié un cablegrama pidiendo -instrucciones al nuevo gobierno y no obtuve contestación alguna. A mi -paso por la capital de Cuba, el Ministro de Relaciones Exteriores, señor -Sanguily, me atendió y obsequió muy amablemente. Durante el viaje a -Veracruz conversé con los diplomáticos que iban a bordo, y fué opinión -de ellos que mi misión ante el gobierno mexicano era simplemente de -cortesía internacional, y mi nombre, que algo es para la tierra en que -me tocó nacer, estaba fuera de las pasiones políticas que agitaban en -ese momento a Nicaragua. No conocían el ambiente del país y la especial -incultura de los hombres que acababan de apoderarse del gobierno.</p> - -<p>Resumiré. Al llegar a Veracruz, el introductor de diplomáticos, Sr. -Nervo, me comunicaba que no sería recibido oficialmente, a causa de los -recientes acontecimientos, pero que el gobierno mexicano me declaraba -huésped de honor de la nación. Al mismo tiempo se me dijo que no fuese a -la capital, y que esperase la llegada de un enviado del ministerio de -Instrucción Pública. Entre tanto, una gran muchedumbre de veracruzanos,<span class="pagenum"><a name="page_214" id="page_214"></a>{214}</span> -en la bahía, en barcos empavesados y por las calles de la población, -daban vivas a Rubén Darío y a Nicaragua, y mueras a los Estados Unidos. -El enviado del Ministerio de Instrucción Pública llegó con una carta del -ministro, mi buen amigo D. Justo Sierra, en que en nombre del presidente -de la República y de mis amigos del gabinete, me rogaban que pospusiese -mi viaje a la capital. Y me ocurría algo bizantino. El gobernador civil, -me decía que podía permanecer en territorio mexicano unos cuantos días, -esperando que partiese la delegación de los Estados Unidos para su país, -y que entonces yo podría ir a la capital; y el gobernador militar, a -quien yo tenía mis razones para creer más, me daba a entender que -aprobaba la idea mía de retornar en el mismo vapor para la Habana... -Hice esto último. Pero antes visité la ciudad de Jalapa, que -generosamente me recibió en triunfo. Y el pueblo de Teccelo, donde las -niñas criollas e indígenas, regaban flores y decían ingenuas y -compensadoras salutaciones. Hubo vítores y músicas. La municipalidad dió -mi nombre a la mejor calle. Yo guardo, en lo preferido de mis recuerdos -afectuosos, el nombre de ese pueblo querido. Cuando partía en el tren, -una indirecta me ofreció un ramo de lirios y un puro azteca: «Señor, yo -no tengo que ofrecerle más que esto»; y me dió una gran piña perfumada y -dorada. En Veracruz se celebró en mi honor una velada, en donde hablaron -fogosos oradores y se cantaron himnos. Y mientras esto sucedía,<span class="pagenum"><a name="page_215" id="page_215"></a>{215}</span> en la -capital, al saber que no se me dejaba llegar a la gran ciudad, los -estudiantes en masa, e hirviente suma de pueblo, recorrían las calles en -manifestación imponente contra los Estados Unidos. Por la primera vez, -después de treinta y tres años de dominio absoluto, se apedreó la casa -del viejo Cesáreo que había imperado. Y allí se vió, se puede decir, el -primer relámpago de la revolución que trajera el destronamiento.</p> - -<p>Me volví a la Habana acompañado de mi secretario, Sr. Torres Perona, -inteligente joven filipino, y del enviado que el Ministro de Instrucción -Pública habíale nombrado para que me acompañase. Las manifestaciones -simpáticas de la ida no se repitieron a la vuelta. No tuve ni una sola -tarjeta de mis amigos oficiales... Se concluyeron, en aquella ciudad -carísima, los pocos fondos que me quedaban y los que llevaba el enviado -del ministro Sierra. Y después de saber, prácticamente, por propia -experiencia, lo que es un ciclón político, y lo que es un ciclón de -huracanes y de lluvia en la isla de Cuba, pude después de dos meses de -ardua permanencia, pagar crecidos gastos y volverme a París, gracias al -apoyo pecuniario del diputado mexicano Pliego, del ingeniero Enrique -Fernández, y, sobre todo, a mis cordiales amigos Fontaura Xavier, -ministro del Brasil, y general Bernardo Reyes, que me envió por cable, -de París, un giro suficiente.<span class="pagenum"><a name="page_216" id="page_216"></a>{216}</span></p> - -<h2><a name="LXV" id="LXV"></a>LXV</h2> - -<p class="nind"><span class="letra">E</span><small>L</small> nuevo gobierno nicaragüense, que suprimió por decreto mi misión en -México, no me envió nunca, por más que cablegrafié, mis recredenciales -para retirarme de la legación de España; de modo que, si a estas horas -no las ha mandado directamente al gobierno español, yo continúo siendo -el representante de Nicaragua ante su majestad católica.</p> - -<p>Y aquí pongo término a estas comprimidas memorias que, como dejo -escrito, he de ampliar más tarde. En mi propicia ciudad de París, sin -dejar mi ensueño innato, he entrado por la senda de la vida práctica... -Llamado por el artista Leo Merelo para la fundación de la revista -<i>Mundial</i>, entré luego en arreglos con los distinguidos negociantes -Sres. Guido, y he consagrado mi nombre<span class="pagenum"><a name="page_217" id="page_217"></a>{217}</span> y parte de mi trabajo a esa -empresa, confiando en la buena fe de esos activos hombres de capital.</p> - -<p>En lo íntimo de mi casa parisiense, me sonríe infantilmente un rapaz que -se me parece, y a quien yo llamo <i>Güicho</i>...</p> - -<p>Y en esta parte de mi existencia, que Dios alargue cuanto le sea -posible, telón.</p> - -<p class="c"> -Buenos Aires, 11 de Septiembre.—5 de Octubre de 1912.<br /> -</p> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/illus-b218.png" width="320" height="500" alt="Acabóse -de imprimir -este libro en -Madrid, en la -TIPOGRAFÍA YAGÜES -el día xxx -de Septiembre -del año -mcmxviii" title="" /> -</div> - -<hr /> - -<p class="c">EDITORIAL “MUNDO LATINO”</p> - -<p class="c">APARTADO 502.—MADRID</p> - -<p class="c">CATALOGO PROVISIONAL</p> - -<p class="c">(EXTRACTO DEL CATÁLOGO GENERAL)</p> - -<table border="0" cellpadding="0" cellspacing="0" summary="" -style="margin:auto auto;max-width:65%;"> - -<tr><td> </td><td>Pesetas</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">OBRAS COMPLETAS</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">DE RICARDO DE LEÓN</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">(de la Real Academia Española)</td></tr> - -<tr><td>Edición del Banco de España. - Ocho volúmenes en 4.º,<br /> - encuadernados en tela, con alegorías de Coullaut<br /> - Valera y retrato del autor, por Vacqué</td><td class="rt">50,00</td></tr> - -<tr><td>A plazos (5 pesetas mensuales)</td><td class="rt">60,00</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">DE FRANCISCO VILLAESPESA</td></tr> - -<tr><td>I.—Intimidades.—Flores de Almendro</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td>II.—Luchas.—Confidencias</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td>III.—La copa del Rey de Thule.—La musa enferma</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td>IV.—El alto de los Bohemios.—Rapsodias</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td>V.—Las horas que pasan. (Veladas de amor)</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td>VI.—Las joyas de Margarita: Breviario de amor.—La tela de Penélope.—El milagro del vaso de agua</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td>VII—Doña María de Padilla.—La cena de los cardenales</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td>VIII.—El milagro de las rosas.—Resurrección.—Amigas viejas</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td>IX.—Las granadas de rubíes.—Las pupilas de Almotadid.—Las garras de la pantera.—El último Abderramán</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td>X.—Tristitiæ rerum</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td>XI.—La leona de Castilla.—En el desierto</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td>XII.—El rey Galaor.—El triunfo del amor</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">DE RUBÉN DARÍO</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">(Ilustraciones de Ochoa)</td></tr> - -<tr><td>Tomos publicados:</td></tr> - -<tr><td>I.—La caravana pasa</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>II.—Prosas profanas</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>III.—Tierras solares</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>IV.—Azul</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>V.—Parisiana</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>VI.—Los raros</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>VII—Cantos de vida y esperanza</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>VIII.—Letras</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>IX.—Canto a la Argentina</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>X.—Opiniones</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>XI.—Poema del otoño y otros poemas</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>XII.—Peregrinaciones</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>Ediciones especiales de lujo.</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">HENRIK IBSEN</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">TEATRO COMPLETO</td></tr> - -<tr><td>I.—Catilina. La tumba del guerrero. La castellana de Ostrat</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>II.—La fiesta de Solhaug. Olaf Liliekrans. Los guerreros en Helgeland</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>III.—Los pretendientes a la corona y La comedia del amor</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>IV.—Brand</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>V.—Peer Gynt</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>VI.—La unión de la juventud. Las columnas de la sociedad. La casa de una muñeca</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>VII.—Emperador y Galileo</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>VIII.—Espectros. Un enemigo del pueblo. El pato silvestre</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>IX.—La casa de Rosmer. La dama del mar. Hedda Gabler</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>X.—El constructor Solness. El niño Eyolf. Al despertar de nuestra muerte</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">JOSÉ FRANCÉS</td></tr> - -<tr><td>El año artístico 1915</td><td class="rt">6,00</td></tr> -<tr><td><span class="ditto">»</span> -<span class="ditto">»</span> -<span class="ditto">»</span> tela</td><td class="rt">8,00</td></tr> - -<tr><td>El año artístico 1916 (con 250 grabados)</td><td class="rt">10,00</td></tr> -<tr><td><span class="ditto">»</span><span class="ditto">»</span> -<span class="ditto">»</span> tela</td><td class="rt"> 12,00</td></tr> - -<tr><td>El año artístico 1917 (con 250 grabados)</td><td class="rt">11,50</td></tr> -<tr><td><span class="ditto">»</span><span class="ditto">»</span> -<span class="ditto">»</span> tela</td><td class="rt">13,00</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">COLECCIÓN DE AUTORES ESPAÑOLES</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">NOVELAS</td></tr> - -<tr><td><i>Edmundo González Blanco.</i>—Jesús de Nazareth</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><i>José Francés.</i>—La estatua de carne</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><span class="ditto">——</span> El alma viajera</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td><i>López de Saá.</i>—Los indianos vuelven</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td><span class="ditto">——</span> Bruja de amor</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td><i>W. Fernández Flórez.</i>—La procesión de los días</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><i>Elías Cerdá.</i>—Don Quijote en la guerra</td><td class="rt">2,00</td></tr> - -<tr><td><i>V. García Martí.</i>—Don Severo Carvallo</td><td class="rt">2,50</td></tr> - -<tr><td><i>María Luisa Latil.</i>—Según labremos</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><span class="ditto">——</span> Genoveva</td><td class="rt">2,50</td></tr> - -<tr><td><i>Eugenio Noel.</i>—El allegretto de la Sinfonía VII</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><span class="ditto">——</span> Cuentos</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td><i>Rafael Cansinos-Assens.</i>—Las cuatro gracias</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td><i>Francisco Delicado.</i>—La lozana andaluza</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><i>J. de Lucas Acevedo.</i>—La Caja de Pandora</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><i>Martín de la Cámara.</i>—Vidas llameantes</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">ESTUDIOS Y CRÓNICAS</td></tr> - -<tr><td><i>Emiliano Ramírez Angel.</i>—Bombilla-Sol-Ventas</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><i>J. M. Carretero.</i>—Lo que sé por mí (dos series)</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><i>J. Costa.</i>—Alemania contra España</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><i>Pedro Pellicena.</i>—Los Cosacos</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td><i>Margarita de la Torre.</i>—Jardín de damas curiosas 3,50</td></tr> - -<tr><td><i>Fola Igurbide.</i>—El Actor</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td><i>Alberto Ghiraldo.</i>—Los nuevos caminos</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td><i>Enciso.</i>—El soneto en España</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">POESÍAS</td></tr> - -<tr><td><i>José Montero.</i>—Yelmo florido (con ilustraciones)</td><td class="rt">4,00</td></tr> - -<tr><td><i>Zurita.</i>—Pícaros y donosos</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><i>Mauricio Bacarisse.</i>—El esfuerzo</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><i>Eliodoro Puche.</i>—Libro de los elogios galantes y de los crepúsculos de otoño</td><td class="rt">2,50</td></tr> - -<tr><td><span class="ditto">——</span> Corazón de la noche</td><td class="rt">2,50</td></tr> - -<tr><td><i>Emilio Carrere.</i>—El retablo de los poetas. (Antología)</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">TEATRO</td></tr> - -<tr><td><i>Muñoz Seca y López Núñez.</i>—El Rayo</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><i>H. Ibsen.</i>—Dramas líricos</td><td class="rt">2,00</td></tr> - -<tr><td><span class="ditto">——</span> La castellana de Ostrat</td><td class="rt">2,00</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">LAS GRANDES FIGURAS DE LA GUERRA EUROPEA</td></tr> - -<tr><td>Biografías de los generales: Alberto I de Bélgica.—Joffre.—Sir</td></tr> -<tr><td>John French.—Lord Kitchener. Con</td></tr> -<tr><td>preciosas fototipias, a</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">COLECCION DE AUTORES EXTRANJEROS</td></tr> - -<tr><td>Traducidas por <i>Felipe Trigo, Rafael Cansinos -y Pedro de Répide</i>.</td></tr> - -<tr><td><i>Victoriano de Saussay.</i>—La ciencia del beso</td> -<td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td><i>René Emery.</i>—Santa María Magdalena</td> -<td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td><i>Maquiavelo.</i>—Obras festivas: La Mandrágora.—El</td></tr> -<tr><td>P. Alberico.—La Celestina.—El archidiablo</td></tr> -<tr><td>Belfegor</td><td class="rt">3,00</td></tr> - -<tr><td><i>Claudia Lemaitre.</i>—Juegos de Damas</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td><i>Procopio.</i>—Historia secreta</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td><i>Anónimo.</i>—Teatro persa</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">CELEBRIDADES ESPAÑOLAS</td></tr> - -<tr><td>I.—Bécquer <span class="ditto">(encuadernados en tela)</span></td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>II.—Zorrilla <span class="ditto">(ídem)</span></td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td>III.—Espronceda <span class="ditto">(ídem)</span></td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">COLECCION SELECTA</td></tr> - -<tr><td><i>Tomás de Quincey.</i>—Los últimos días de Kant</td><td class="rt">1,00</td></tr> - -<tr><td><i>Kalidasa.</i>—El reconocimiento de Sakuntala</td><td class="rt">1,00</td></tr> - -<tr><td><i>Rousseau.</i>—Discurso sobre las artes y las ciencias</td><td class="rt">1,00</td></tr> - -<tr><td><span class="ditto">——</span> Origen de la desigualdad entre los hombres</td><td class="rt">1,00</td></tr> - -<tr><td><i>Luciano de Samosata.</i>—La diosa de Siria</td><td class="rt">1,00</td></tr> - -<tr><td><i>L. Sterne.</i>—Viaje sentimental de un inglés a Francia</td><td class="rt">1,00</td></tr> - -<tr><td><i>F. Alvarado.</i>—El filósofo rancio. (Cartas)</td><td class="rt">1,50</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">COLECCION CIENCIA Y ARTE</td></tr> - -<tr><td><i>Ricardo Yesares.</i>—¿Qué quieres aprender? Electricidad. Encuadernado en tela</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td><span class="ditto">——</span> ¿Qué quieres ser? Automovilista. Encuadernado en tela</td><td class="rt">3,50</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">OBRAS VARIAS</td></tr> - -<tr><td><i>Stendhal.</i>—Del amor</td><td class="rt">6,00</td></tr> - -<tr><td><i>E. M. Segovia</i> (Oficial del Banco de España).—Los documentos de crédito</td><td class="rt">5,00</td></tr> - -<tr><td><i>Rivero.</i>—Legislación de clases pasivas. Volumen de 500 páginas, encuadernado en tela</td><td class="rt">10,00</td></tr> - -<tr><td><i>R. Yesares.</i>—Ayuda memoria del mecánico electricista. Un volumen, encuadernado en tela</td><td class="rt">1,50</td></tr> - -<tr><td colspan="2" class="c">LIBROS DE CARTAS</td></tr> - -<tr><td>El arte de escribir cartas</td><td class="rt">1,00</td></tr> - -<tr><td>Manual epistolar (encuadernado en tela)</td><td class="rt">2,00</td></tr> - -<tr><td>Cartas amorosas</td><td class="rt">0,60</td></tr> - -<tr><td>Epistolario de amor (encuadernado)</td><td class="rt">2,00</td></tr> - -</table> - -<div class="figcenter"> -<img src="images/illus-c006.png" width="125" height="50" alt="" title="" /> -</div> - -<hr class="full" /> - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Autobiografía, by Rubén Darío - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK AUTOBIOGRAFÍA *** - -***** This file should be named 52050-h.htm or 52050-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/2/0/5/52050/ - -Produced by Josep Cols Canals, Chuck Greif and the Online -Distributed Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This -file was produced from images generously made available -by The Internet Archive/Canadian Libraries) - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions -will be renamed. - -Creating the works from public domain print editions means that no -one owns a United States copyright in these works, so the Foundation -(and you!) can copy and distribute it in the United States without -permission and without paying copyright royalties. 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Redistribution is -subject to the trademark license, especially commercial -redistribution. - - - -*** START: FULL LICENSE *** - -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK - -To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full Project -Gutenberg-tm License (available with this file or online at -http://gutenberg.org/license). - - -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg-tm -electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. 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It exists -because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from -people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. -To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 -and the Foundation web page at http://www.pglaf.org. - - -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive -Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at -http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent -permitted by U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. -Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered -throughout numerous locations. Its business office is located at -809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email -business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact -information can be found at the Foundation's web site and official -page at http://pglaf.org - -For additional contact information: - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. 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Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. -To donate, please visit: http://pglaf.org/donate - - -Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic -works. - -Professor Michael S. Hart is the originator of the Project Gutenberg-tm -concept of a library of electronic works that could be freely shared -with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project -Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support. - - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S. -unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily -keep eBooks in compliance with any particular paper edition. - - -Most people start at our Web site which has the main PG search facility: - - http://www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - - -</pre> - -</body> -</html> diff --git a/old/52050-h/images/cover.jpg b/old/52050-h/images/cover.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index cc58152..0000000 --- a/old/52050-h/images/cover.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/52050-h/images/illus-a001.png b/old/52050-h/images/illus-a001.png Binary files differdeleted file mode 100644 index c5a757e..0000000 --- a/old/52050-h/images/illus-a001.png +++ /dev/null diff --git a/old/52050-h/images/illus-a002.png b/old/52050-h/images/illus-a002.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 8befbcb..0000000 --- a/old/52050-h/images/illus-a002.png +++ /dev/null diff --git a/old/52050-h/images/illus-a003.jpg b/old/52050-h/images/illus-a003.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 2121d3d..0000000 --- a/old/52050-h/images/illus-a003.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/52050-h/images/illus-a004.png b/old/52050-h/images/illus-a004.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 9b1e740..0000000 --- a/old/52050-h/images/illus-a004.png +++ /dev/null diff --git a/old/52050-h/images/illus-a005.jpg b/old/52050-h/images/illus-a005.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 5c678b0..0000000 --- a/old/52050-h/images/illus-a005.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/52050-h/images/illus-a006.jpg b/old/52050-h/images/illus-a006.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index d2c710a..0000000 --- a/old/52050-h/images/illus-a006.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/52050-h/images/illus-a007a.jpg b/old/52050-h/images/illus-a007a.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index ae61906..0000000 --- a/old/52050-h/images/illus-a007a.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/52050-h/images/illus-b001.png b/old/52050-h/images/illus-b001.png Binary files differdeleted file mode 100644 index d49df8a..0000000 --- a/old/52050-h/images/illus-b001.png +++ /dev/null diff --git a/old/52050-h/images/illus-b218.png b/old/52050-h/images/illus-b218.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 536fdc5..0000000 --- a/old/52050-h/images/illus-b218.png +++ /dev/null diff --git a/old/52050-h/images/illus-c006.png b/old/52050-h/images/illus-c006.png Binary files differdeleted file mode 100644 index 2441296..0000000 --- a/old/52050-h/images/illus-c006.png +++ /dev/null |
