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If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - - - -Title: Recuerdos de Italia (parte 1 de 2) - -Author: Emilio Castelar - -Release Date: December 15, 2016 [EBook #53741] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 1 DE 2) *** - - - - -Produced by Carlo Traverso, Ramon Pajares Box and the -Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - - - - - -NOTA DE TRANSCRIPCIÓN - - * En el texto las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las - versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS. - - * Se ha respetado la ortografía original, que difiere de la utilizada - actualmente. - - * Las inconsistencias ortográficas se han normalizado a la grafía de - mayor frecuencia. - - * Se ha completado el emparejamiento de los puntos de admiración y de - interrogación. - - * Los errores obvios de imprenta han sido corregidos sin avisar. - - - - -RECUERDOS DE ITALIA. - - - - - RECUERDOS - DE ITALIA - - POR - EMILIO CASTELAR. - - - Tercera edicion. - - - MADRID. - A. DE CÁRLOS É HIJO, EDITORES. - CALLE DE CARRETAS, 12, PRINCIPAL. - MDCCCLXXXIII. - - - - - Esta obra es propiedad de los Editores. - - - Est. Tipográfico de los Sucesores de Rivadeneyra, Paseo de San - Vicente, 20. - - - - -AL QUE LEYERE. - - -Este libro reune las emociones más vivas despertadas en mi ánimo por -los maravillosos espectáculos de Italia. No es en realidad un libro -de viajes. Yo no he intentado añadir una obra más á las excelentes -que tenemos en castellano sobre la nacion artística y que andan entre -las manos de todos. Cuando un pueblo, un monumento, un paisaje, han -producido honda impresion en mi ánimo, he tomado la pluma y he puesto -empeño en comunicar á mis lectores con toda fidelidad esta impresion. -No sigo, pues, órden alguno ni itinerario regular en mi libro. Pongo -mis cuadros donde mejor me parece, por lo mismo que no tienen unos -relacion con otros. Vuelvo á ciudades de donde parecia haber salido, -y creo que cada capítulo forma un librito aparte. - -Poco se encontrará en estas páginas de la vida corriente y de las -costumbres actuales de Italia. En esta nacion, más que se vive, -se recuerda. Es necesario mirarla histórica y estéticamente. Es -necesario relacionar sus grandes monumentos con el tiempo en que -nacieron, con las generaciones que los levantaron. Es necesario, -delante de cada paisaje ó de cada ruina, evocar las sombras augustas -que los realzan y recoger las ideas vivas que de su fecundo seno -destilan. De otra manera, no se viaja, no, por Italia. - -En su historia hay crísis que no son crísis nacionales, sino crísis -humanas, como el paso del mundo antiguo al mundo moderno, como el -paso de la Edad Media al Renacimiento. Por aquellos edificios tan -vistosos, por aquellas estatuas tan serenas, han atravesado todas -las tempestades del espíritu humano. Las ideas les han abierto -hondas heridas. Y al verlos, se siente en el corazon y en el cerebro -el esfuerzo inmenso que ha costado á los siglos crear el espíritu -moderno, en que nosotros respiramos y vivimos. Por eso un viaje á -Italia es un viaje á todos los tiempos de la historia. Por eso un -escrito sobre Italia, más que descripcion, debe ser, en mi concepto, -resurreccion. Yo he intentado colocarme siempre en la idea sobre que -estas grandes obras de arte, de arqueología, de historia se alzan. -Feliz, completamente feliz, si alguna vez lográra sentir á una con -mis lectores los pensamientos que, digámoslo así, evaporan las obras -artísticas y los recuerdos históricos de la inmortal Italia. - - EMILIO CASTELAR. - - - - -LLEGADA A ROMA. - - -Estamos en Civita-Vecchia. Cuando el bote se aproxima rápidamente á -tierra, el corazon os salta en el pecho de entusiasmo. Los edificios -que os rodean os hablan de la antigüedad. Por poco aficionados á -los estudios clásicos que seais, sentís tentaciones de recitar los -versos que Virgilio puso en boca de los compañeros de Enéas. La vista -de Italia deja en vuestro pensamiento una estela más profunda que -la quilla de la barca en el mar. Cuando atracais, os falta tiempo -para saltar en tierra. Si nuestro siglo no estuviera reñido con la -manifestacion aparatosa de los grandes sentimientos, postraríame -de hinojos sobre el suelo para besarlo. _Italiam, Italiam; primus -conclamat Achates._ Pero habíame olvidado en mi entusiasmo de que -esta Italia es la Italia pontificia. Un aduanero os detiene y os pide -el precio de la entrada como en vil teatro. Una nube de mendigos, en -cuyos rostros estatuarios ha impreso la miseria sus tristes huellas, -se reparten á gritos vuestro equipaje como rico botin. La policía -sale á reclamaros los pasaportes, en toda la Europa civilizada ya -abolidos. Allí os los visan exigiéndoos otra gabela, á pesar de -venir visados con gabela de la nunciatura de París ó del consulado -de Marsella. En seguida el equipaje entra en sórdido almacen, oscuro -ademas como un calabozo de la Inquisicion; oscuridad incompresible -en esta tierra del cielo espléndido y de la luz deslumbradora, que -dan á los ojos con un festin de colores una embriaguez de poesía. -Por efectos usados ó adscritos á vuestro uso, os exigen derechos -de aduanas. Cuando, pagados estos derechos, ya os contais libres, -veis todos los bultos arrojados á un carreton, del cual tiran varios -jóvenes haraposos, sin camisa, que os gritan: Á la aduana. ¿Pero otra -vez? La tasa, el arancel prohibitivo, la incomunicación con el mundo, -¿serán tambien de derecho divino? ¿El Papa necesitará, para ejercer -su autoridad sobre las conciencias, apoyarse fuertemente en los -errores económicos de la prohibicion y en los errores políticos del -absolutismo? - -Yo comparaba esta entrada en los Estados Pontificios con mi entrada -en los Cantones Suizos. Sentimientos no ménos sublimes ciertamente -os poseen al contemplar aquellos montes por pirámides de eternas -nieves terminados; aquellos bosques verde-oscuros, á cuyos piés se -extienden praderas de un verde-claro, tachonadas por toda suerte -de flores; aquellos lagos azules perezosamente dormidos al pié de -colinas graciosísimas, puestas en sus bordes como para contrastar -con los nevados picos hundidos en la profundidad de los cielos; -aquellos rios impetuosos, cuyas claras aguas se despeñan con solemne -rumor; aquellas blancas aldeas habitadas por una fortísima raza, -que ha logrado realizar el mayor bien posible en las sociedades -humanas: la alianza de la democracia con la libertad. Nadie os -perturba en la contemplacion de estas grandezas. Ningun aduanero os -registra el equipaje; ningun esbirro os pregunta vuestro nombre. La -libertad ha abierto al universo aquellas montañas que parecen muros -impenetrables. Pero en las playas romanas, en estas playas que os -llaman como sirenas, el absolutismo ha puesto una nube de alcabaleros -y de espías para cerrarlas, cuando las ha abierto naturaleza, como -todos los vientos, á todas las ideas. - -Nada más incómodo que el registro de los equipajes, nada más -minucioso. Caen los aduaneros sobre los libros con recelo -inquisitorial. Y despues que lo han removido todo y lo han ojeado -todo, entregan cada bulto á un empleado que lo conduce á la estacion, -pidiéndoos de nuevo derechos, cuyo importe monta tanto como la -primera contribucion de la primer aduana. ¿Hay paciencia para sufrir -una administracion como ésta? ¿Es posible que, en medio de Europa, -exista un territorio privilegiado y en él una porcion, la más augusta -por sus glorias de la familia humana, en perpétua ruinosa tutela? El -Espíritu Santo, que derrama sobre la cátedra de San Pedro torrentes -de verdades religiosas, ¿no querrá por misericordia concederle ni -un átomo siquiera de las verdades políticas y económicas que son la -honra y la riqueza de los pueblos modernos? Así es que el ánimo se -aparta del lado económico y administrativo de aquella tierra, para -fijarse en el lado pintoresco. El cielo es de espléndido azul-claro; -el mar como el cielo; el aire tibio y aromático; las guijas de la -costa parecen doradas y bruñidas por la luz; en los árboles asoman -las tiernas hojas que Abril hace brotar con sus primaverales besos; -y entre corros de alegres chiquillos medio desnudos, pasan de vez en -cuando algunos frailes, los cuales, con su túnica blanca y su manto -de parda estameña, me parecen evocaciones de otras edades, ruinas -vivientes, paseándose, como los fuegos fatuos por los cementerios, -sobre las ruinas de piedra. - -Suena la hora de partir á Roma. El tren silba. Civita-Vecchia es -el puerto de los Estados Romanos. Pero ni un carro, ni un fardo, -ni un trabajador, ni un barril; nada que indique la existencia del -comercio, como no sea el aduanero puesto allí para impedirlo. Mucho -habia oido hablar de la tristeza del campo romano, pero nunca creí -que llegase á tanto. Es la desolacion de las desolaciones. Parece que -la muerte se ha tragado hasta las ruinas. Los buitres y los cuervos -se han comido hasta los huesos de este gran cadáver. Once estaciones -hay entre el mar y la Ciudad Eterna. En ninguna de ellas se ve un -pueblo. Los empleados pronuncian nombres sonoros como Rio Fiume ó -Magliana; nombres que se pierden, vanos ecos, en la inmensidad del -desierto. Extraña mucho, muchísimo, ver que un tren se para en la -soledad, sin que nadie baje ni suba, sin que nadie mire, sin que se -cargue ni se descargue un bulto. Á veces alguna cabaña circular, -terminada por una cruz de palo, es todo cuanto se decora con el -pomposo nombre de estacion. Diríais que son tumbas de salvajes. El -tren marcha proporcionalmente como una carreta. Esta lentitud os -permite descubrir el inmenso horizonte; el campo desolado, pantanoso; -algunas yeguadas que corren, ó búfalos que se paran como para -contemplaros; ó rarísimos pastores á caballo en jacos matalones; ó -un carro sobre el cual anda tendida alguna familia devorada por la -fiebre, y que parece resto de razas nómadas, muriendo sobre aquel -desierto, donde yacen tantas antiguas majestades caidas y enterradas. - -Los errores económicos trascienden á muchos siglos, á muchas -civilizaciones. Los campos romanos, en los primeros tiempos de la -República, cuando los cultivaba Cincinato, podian llamarse los Campos -Elíseos en el mundo; un semillero de riquezas, un lugar de felicidad -y de abundancia. El vino, el trigo, el aceite, la miel, la leche, -eran por el trabajo agrícola producidos de tal manera, que Roma -se bastaba á sí misma. Pero, poco á poco, las grandes familias se -fueron apoderando de aquellos campos ántes repartidos entre muchos -y por muchos trabajados. Á fin de evitarse jornales, convirtieron -las tierras de labor en tierras de pasto. Un esclavo les bastaba -para guardar el ganado. Los riegos se suspendieron. Los canales se -cegaron. Perdiéronse las acequias. Las aguas se estancaron en los -lugares bajos. Aquellas aguas, que cuando corrian para el riego -llevaban en sus corrientes la vida, comenzaron con emanaciones -pútridas á esparcir la muerte. Conquistado el mundo conocido, el -pueblo romano ya no tenía la ocupacion de la guerra, y habia olvidado -la ocupacion del trabajo. De aquí el cesarismo para que lo alimentára -y lo divirtiera. Del cesarismo, la muerte moral que está en la -tiranía, como la muerte material en las lagunas pontinas. Con razon -decia Plinio: _Latifundia Italiam perdidere_. - -Por fin, al caer la tarde, cuando las sombras se desprendian -sobre Roma, llegamos á la Ciudad Eterna; á la que nos ha dado la -jurisprudencia con sus pretores, los municipios con sus procónsules, -la libertad con sus tribunos, la autoridad con sus césares, la -religion con sus pontífices; piedra miliaria donde están escritos los -anales del género humano; tumba de la antigüedad; arco de triunfo -por el cual entraron las edades modernas de la vida; templo á que -han venido por espacio de quince siglos las generaciones católicas -á recibir la luz de su espíritu; academia en que todavía aprenden -los artistas, delante de cincuenta mil estatuas y de millones de -columnas, los secretos de la forma plástica; campo de batalla donde -yacen enterrados los dioses todos de las teogonías antiguas, al -panteon traidos en los carros de triunfo; desde cualquier lado que se -la mire, la ciudad más augusta y más colosal de cuantas han vivido -sobre la tierra; la que todavía dirige la conciencia de una parte del -género humano con el prestigio de sus recuerdos, con los misterios -que se levantan de sus gigantescas ruinas. - -Yo no puedo preservarme de un gran sentimiento de veneracion hácia -esta ciudad, única en el mundo. Babilonia, Tiro, Jerusalen, Aténas, -Alejandría, han reinado en la historia antigua, en cierto período de -tiempo y en limitado espacio, realizando cada una su idea, despues de -lo cual han desaparecido en el polvo de sus ruinas, sin dejar más que -los recuerdos de su vida en la historia, ó los huesos de un cadáver -en la tierra. París, Lóndres, Nueva-York, reinarán en la historia -moderna. Pero esta Roma, que los antiguos llamaron la Ciudad Eterna, -abraza los dos hemisferios del tiempo, el mundo antiguo y el mundo -cristiano. - -¡Qué serie de emociones reserva Roma al viajero! Por muy católico -que seais, por muy vivas que en vuestra alma estén las ideas -aprendidas en la primera educacion; á la vista de las estatuas del -mundo antiguo, de estos faunos que sonrien con una sonrisa inmortal, -de estas diosas por cuyas carnes de mármol parece que circula -el calor de la vida y la sangre de una eterna juventud; delante -del coro de las divinidades griegas en su inmóvil reposo, en su -olímpica serenidad, en su armonía perfecta entre la forma y la idea -resplandeciente de hermosura que irradian sus ojos, que se desprende -de sus labios casi vibrantes aún con el himno de la poesía clásica; -delante de estos muertos de piedra, más vivos y más inteligentes -que los hombres de carne que hoy los guardan, sentís dolor infinito -por la muerte de la religion del arte, y os dan tentaciones de -pedir que se levanten de nuevo los antiguos templos y continúen -los interrumpidos sacrificios para oir los cánticos de los coros, -las páginas elocuentísimas de Platon ó los acentos de libertad de -Demóstenes, en medio de aquel mundo y bajo el númen de aquellos -genios, que derramaron de sus copas de ámbar sobre la tierra el licor -de una eterna alegría. Goethe sintió esta profunda emocion clásica en -el Museo del Vaticano, residencia de los pontífices católicos, por un -milagro del arte convertida en olimpo de los dioses paganos. - -Así os sucede con el mundo cristiano. Las grandes basílicas, á -pesar de su colosal majestad, os dejan frios. Aquellos monumentos -de mármol, de bronce, relucientes de oro y de pedrería, inundados -de luz, riquísimos de mosaicos y de bajos relieves, os deslumbran, -pero no os conmueven. La frialdad del mármol llega hasta el alma. -Pero cuando entrais, por ejemplo, en las catacumbas de San Clemente; -cuando veis la tierra húmeda donde estuvo guardada cuatro siglos la -semilla de la idea cristiana; cuando, al resplandor de una antorcha, -descubrís en el subterráneo la inscripcion trazada por el mártir, la -pintura al fresco que parece, todavía teñida de sangre, los símbolos -de la esperanza en medio de los terrores de la persecucion, creeis -oir el himno de los catecúmenos entonado bajo los festines mismos -de los césares, á la puerta del circo donde rugian las fieras que -iban á devorarlos; y el sentimiento de amor inspirado por todos los -grandes sacrificios viene á sobrecogeros con su misticismo sublime, -inspirándoos deseos de quedaros allí á contemplar de rodillas los -misterios de la eternidad y á dormir el sueño de la muerte en el -sepulcro de los primeros cristianos, sepulcro iluminado por la fe. - -¡Pero cómo se borran estas emociones así que veis la córte -pontificia! No puedo resistir á la tentacion de recordar un cuento -del más gracioso de los escritores italianos, de Boccacio. «Érase un -cristiano viejo, florentino, muy dado á ganar almas para el cielo, -mérito á que libraba su eterna bienandanza, cuando dió con un no -recuerdo si moro, si judío, y puso empeño en abrir los ojos de su -alma á la eterna luz; pero con tal traza, que en breves dias habia -logrado tenerle ya punto ménos que convertido; cuando se le ocurrió -al infiel, llevado de su naciente celo, la idea de ir á Roma; idea -que desconcertó á su misionero, porque temió que las liviandades de -aquella córte serian bastantes á reducir á cenizas la portentosa -obra; mas ¡cuál no fué su extrañeza, cuando vió volver al catecúmeno -hecho de hieles contra su antigua religion y de miel para la nueva, -exclamando: ¡Padre mio! me convierto; porque si á pesar de las -liviandades del clero de este siglo la Iglesia existe, crece y se -fortifica, es sin duda porque, depositaria de la verdad, merece la -directa proteccion del Cielo!» - -Yo no acusaré á la córte que rodea á Pío IX de liviana. Jamas -acostumbro á acusar sin pruebas, y siempre me inclino á creer el -bien y á no injuriar á la naturaleza humana. Yo creo á Pío IX un -respetable anciano perfectamente moral. Yo supongo que el ejemplo de -su moralidad trasciende á toda su córte. Pero yo digo que ni él ni -cuantos le rodean comprenden el espíritu de este siglo razonador, -independiente, libre, quizá demasiado positivista, que desea un -culto espiritual y desinteresado para oponerlo al desenfreno del -mercantilismo, y que no encontrará nunca la satisfaccion de este -deseo en el pomposo y vano lujo con que la córte de Roma adorna las -ceremonias religiosas convirtiéndolas en el culto de los sentidos. -¿Por qué lado peca nuestro siglo? Por el lado industrial, por el -lado mercantil. Las maravillas de la industria le han hecho olvidar -las maravillas de las ideas que se ocultan en el cielo del alma. -Esta tendencia sobrado exclusiva de su carácter puede traer una de -esas reacciones idealistas que equilibran la naturaleza humana, como -la accion demasiado sensual del imperio romano sobre la conciencia -trajo la reaccion demasiado espiritualista del cristianismo, que -convirtió un mundo de epicúreos en otro mundo de monjes. Podia muy -bien la antigua religion del espíritu aprovechar un momento de crísis -en la conciencia para reivindicar alguna parte del influjo moral que -ha perdido. Pero con ese sistema de lujo desenfrenado, de comparsas -churriguerescas, de cortesanos vestidos caprichosamente, de pajes -cargados de oro, de cardenales con púrpura y armiño, de obispos con -mitras orientales, de suizos arlequinados, de guardias nobles que -llevan el manto de terciopelo negro sobre los hombros y la espada de -plata sobre el vientre, de domésticos cubiertos con túnicas de todos -los colores del íris, de lacayos cuyos plumajes desafian á todos los -pintados loros del trópico, de soldados de uniformes como el célebre -del general Boom en la _Gran Duquesa de Gerolstein_; con todo ese -lujo oriental, la córte de Roma se aparta de Cristo y se acerca á -Heliogábalo. - -Es el Domingo de Ramos. La gran Basílica de San Pedro va á presenciar -la bendicion de las palmas. Dentro de ella el pueblo está relegado -al término último, como si no hubiese recibido con el bautismo el -sello de la igualdad cristiana. Del altar mayor á la gran puerta se -extienden dos filas de soldados para impedir á la muchedumbre que -se acerque al Papa. Aunque la concurrencia es numerosísima, apénas -se advierte en aquellos dilatados espacios. Baste decir que en San -Pedro caben sesenta mil almas. Las voces de mando militar resuenan -fuertemente en el templo, donde sólo deberia resonar la voz de la -oracion. Los fusiles, al descansar, producen grande estrépito en el -pavimento de mármol. Los asistentes son extranjeros. El ciudadano -romano casi ha desaparecido en la inundacion de extrañas gentes -llamadas por el Papa en su socorro. Á la hora prefijada, la procesion -que trae á Pío IX comienza. Es imposible que nadie pueda dar una -idea de las diversas gentes que le acompañan, y de los diversos -trajes que estas gentes visten. Se necesitaria una endiablada -nomenclatura, como las nomenclaturas de Bizancio. Por fin, despues -de un ejército de cortesanos, aparece el Papa llevado en andas -como los santos de nuestras procesiones, sentado en silla dorada, -con manto de terciopelo carmesí y mitra blanca, el báculo de oro -en la mano izquierda, y la derecha ocupada en lanzar bendiciones -á los que las piden de rodillas. San Pedro parece un teatro. Las -tribunas, alzadas en gradería bajo los grandes arcos que sostienen -la maravillosa rotonda de Miguel Ángel, se hallan ocupadas por las -damas. La disposicion de estas tribunas religiosas me parece idéntica -á la disposicion de la platea central en la Grande Ópera de París. -Los caballeros, vestidos de rigorosa etiqueta, ocupan el pié de las -tribunas. - -Durante la misa, unos hablan, otros pasean, y todos dirigen -alternativamente sus anteojos de teatro, ya á las damas que ocupan -las tribunas, ya á los cardenales que ocupan el ábside de San Pedro. -Los guardias nobles, vestidos como nuestros caballeros de la córte de -Felipe IV, con calzon corto, media de seda, ropilla de terciopelo, -las mangas acuchilladas y adornadas por grandes elipses de raso, la -capa á la espalda, el espadin con puño de acero delante, la gorra -negra bajo el brazo y la golilla blanca al cuello, se mezclan á la -conversacion general y al general paseo. Solamente los suizos se -hallan allí inmóviles. Me dan compasion al considerar que han sido -bastante enfermos del alma para dejar sus montañas y su libertad -por servir ¡pobres mercenarios! á un soberano extranjero. El traje -que llevan fué dibujado por Rafael. El gran pintor no se mostró en -este traje gran colorista. Es una mezcla de retazos de paño negro, -encarnado y amarillo; un casco adornado con plumero blanco les cubre -la cabeza, y una elegante alabarda es su arma. Parecen maniquíes -vestidos de arlequin. - -Despues que se ha concluido la funcion, es de ver la plaza de San -Pedro. Inmensa multitud la ocupa; coches lujosísimos la atraviesan en -todas direcciones; las músicas militares entonan marciales marchas; -la decoracion es maravillosa: en el centro el obelisco, mudo trofeo -de las victorias del pueblo romano sobre el Egipto; á su lado dos -fuentes que lanzan á los aires dos rios en grandes surtidores; á -la derecha é izquierda los intercolumnios abiertos en colosales -semicírculos, dejando entrever la graciosa vegetacion meridional de -los próximos jardines, y rematados por magnífica diadema de estatuas; -sobre una altura el Vaticano, palacio donde guardan testimonio -de su genio los primeros artistas del mundo; y en el fondo, al -terminarse elegante gradería, la iglesia de San Pedro, coronada por -la rotonda de Miguel Ángel, que se dibujaba admirablemente, como un -templo aéreo ascendiendo á lo infinito, entre los arreboles de este -cielo arrebatador, que extiende sobre todo, como una mágica gasa de -incomparable hermosura, su áureo manto de luz. - -Pero no olvidaré hacer una observacion que me inspiró la fiesta. Esta -ciudad no puede, á pesar de tantos esplendores, permanecer encantada -siempre con el filtro del misticismo, ni presa siempre en las redes -del arte. Cuando la religion tenía en sus manos la ciencia, el arte, -la política, era natural una sociedad como ésta, dirigida por castas -sacerdotales. Pero desde que todas las funciones sociales se han -convertido en laicas, el gobierno teocrático es imposible. Noté, -pues, que los coros de la Capilla Sixtina han decaido mucho. Las -sublimes inspiraciones de Palestrina á duras penas encuentran dignos -intérpretes. Tal decadencia se explica por la dificultad que hay en -nuestro siglo de encontrar cantores con las condiciones exigidas -por la córte romana. Es sabido que no permitiendo el ritual coro de -mujeres en San Pedro, se apela para tener tiples á reducir á ciertos -varones desde su infancia á la condicion de aquellos infelices que -guardan los serrallos de Oriente. Alejandro Dumas refiere con mucha -gracia en sus viajes, que vió á la puerta de una barbería romana este -rótulo ó anuncio: «Aquí se perfeccionan muchachos.» Yo no he visto -cosa semejante. Pero sé que los coros de tiples decaen, porque ya -no hay familias tan despiadadas que por lucro se atrevan á inmolar -á sus hijos. Pues bien; no podeis exigir tampoco que para existir -una autoridad religiosa y moral en el mundo, haya una ciudad sin -prensa, sin tribuna, sin los derechos primordiales constitutivos de -la virilidad de los pueblos. - -Con sólo entrar en Roma se observa que su estado es un estado -violento. Á tres mil suben los emigrados en una ciudad de doscientas -mil almas. Cuatrocientos son hoy los presos por causas políticas. Y -un sacerdote muy ilustrado, muy amigo del Papa, y hasta entusiasta -por su poder temporal, me ha asegurado que hay más de setenta mil -garibaldinos en Roma. Todo indica un gran terror. Así, las puertas -de la ciudad se hallan defendidas por barricadas. Á las nueve de la -noche quedais encerrados dentro de sus muros, hoy que las ciudades -derriban sus puertas para dejar entrar con la luz y el aire las -ideas de todas las ciencias, los productos de todas las zonas, los -representantes de todas las razas. - -Desde el anochecer, en cada esquina encontrais dos guardas armados de -fusiles, como si estuvierais en una plaza sitiada. Los pasaportes se -registran con una minuciosidad indecible. Un Estado que apénas tiene -seiscientas mil almas, sostiene veinte mil hombres de ejército. - -Estos veinte mil hombres son de diversas naciones y hablan diversas -lenguas. La mayor parte no entienden el italiano. Así, no hay entre -ellos los lazos de la sangre y del habla, aunque haya los lazos de la -religion y de las ideas políticas. Esto es un gravísimo inconveniente -para mandar las maniobras. Aunque se haya convenido usar el frances, -como lengua más universalmente conocida, los soldados en su mayor -parte no lo entienden. Luégo, para vivir en Roma bien (no habiendo en -ella nacido), se necesita una grande elevacion de espíritu, capaz de -comprender todo cuanto dicen sus monumentos, sus artes, sus ruinas. -Los que no saben oir esa voz elocuentísima que despierta tantas -inspiraciones, se fastidian en esta ciudad académica y monástica. -Y no digo esto á humo de pajas. He notado una alta elegancia, una -distincion de maneras en el ejército pontificio, que inútilmente -buscariais en los demas ejércitos de Europa. Se conoce bien que si -una gran parte es ejército mercenario, atento á las pagas, ligado -por su enganche, la mayor parte se compone de jóvenes exaltados por -un culto caballeresco á las viejas instituciones, románticos en su -fantasía y en su vida, caidos muchos de sus ilusiones, desengañados -otros, extraños todos, pidiendo al ejercicio de las armas y al ruido -de los campos el alimento á su misticismo, que otra generacion, -más religiosa y más tranquila, pediria al silencio del claustro y -á las maceraciones de la penitencia. Estos soldados han venido de -los cuatro puntos del horizonte, pues á todas las razas cristianas -pertenecen y hablan todas las lenguas, en demostracion de que -Roma guarda bajo los pontífices el carácter de universalidad que -le dieron los césares. Pero esta ventaja moral es la desventaja -material de su ejército. Como la idea del individualismo, que los -germanos trajeron á la historia moderna, se halla tan arraigada, las -diferencias de raza, de nacionalidad, de carácter, brotan por todas -las filas y ocasionan innumerables conflictos. Como los oficiales -hablan una lengua y los soldados otra, apénas pueden establecerse -entre ellos esas relaciones del corazon, más necesarias que las -relaciones de la disciplina en los momentos de peligro. Como los -mismos soldados no se entienden materialmente entre sí, no hay unidad -en este cuerpo. Y saltan con mayor rapidez tales inconvenientes, -cuando se ven los obstáculos con que luchan los jefes para mandar -las maniobras. La Roma católica tomó el latin pagano para que todos -sus miembros tuvieran con un solo espíritu una sola lengua. La -diversidad de pronunciacion ocasionó que, áun hablando todos latin, -no se entendieran los monjes de las várias naciones entre sí, como -en demostracion de cuán superior es siempre la naturaleza á la ley. -La Roma política de nuestro tiempo, en su angustia, ha escogido la -elegante y flexible lengua de Voltaire para hablar á sus soldados, -esa lengua mortal á todos los ídolos, á todas las idolatrías. La -aristocracia del ejército la entiende, pero no la entiende la -muchedumbre. Así los soldados se hallan disgustadísimos; primero -por los largos ejercicios á que les obliga la dificultad de las -maniobras, y despues por las contínuas guardias á que les obliga el -terror creciente de la córte. - -En proporcion, aquellas naciones que por su historia debieran dar más -soldados, dan ménos. España se suicidó por salvar el catolicismo. Los -huesos de sus hijos blanquean desde el siglo décimoquinto en todos -los campos de batalla donde ha sido necesario defender esta religion. -Dimos por ella toda la sangre de nuestras venas y todo el aire vital -de nuestro espíritu. Pues bien; sólo hay treinta y ocho soldados -españoles en el ejército pontificio. En cambio Holanda, que salvó -con sus Oranges la reforma y que inició la libertad de pensar en el -mundo moderno, ha enviado gran número de voluntarios. Esto prueba -que miéntras la libertad de cultos ha mantenido viva la fe en los -católicos de los países protestantes, la intolerancia ha extinguido -la fe en los países donde parecia más viva y más exaltada. - -Pero, dejando aparte estas reflexiones y viniendo á otras más -políticas, yo no comprendo qué se propone el Papa con este ejército -numerosísimo, tan desproporcionado á sus medios, á sus recursos, -á sus Estados. La sombra del Imperio frances le protege. El dia -que esta sombra se desvaneciera, por muy valiente que el ejército -pontificio fuese, no podria resistir á cien mil soldados italianos. -Miéntras la proteccion de Francia dure, el ejército pontificio es -inútil; y el dia que falte la proteccion de Francia, el ejército -pontificio es insuficiente. Sólo sirve para una cosa este ejército; -para consumir los recursos que pródigamente, á manos llenas, envian -todas las naciones católicas al Pontífice. Pero estos recursos -provienen hoy de una exaltacion de los ánimos que no puede ser -duradera. El dia que Italia, convencida de su impotencia para luchar -con Napoleon, ó para promover el conflicto franco-prusiano con motivo -de la cuestion de Roma, la rodee de un profundo olvido, el celo de -los fieles disminuirá, con el celo disminuirán los recursos, con los -recursos disminuirá el ejército, y una sublevacion interior no sólo -será posible, sino tambien fácil, porque hay aquí guardado mucho amor -á la libertad. - -Estoy maravilladísimo de los rasgos de inteligencia y de fuerza -que guarda en su fisonomía esta raza romana, y que revelan toda la -indómita fiereza de aquel antiguo carácter conquistador del mundo. -Las mujeres, altas, majestuosas, de anchos hombros, de torneados -brazos; el color moreno mate, los labios gruesos, la nariz aguileña; -negros y brillantes los ojos, en cuyo torno se dibujan largas -pestañas y artísticas cejas; ancha la frente como sus estatuas, -abovedada la cabeza como las Madonas del divino Rafael; oscuro y -rizado el cabello, que cae en largos bucles sobre las escultóricas -espaldas; tienen tal aire de matronas romanas, que áun pueden -ciertamente mandar á Coriolano morir por la patria, y á Cayo Graco -morir por el pueblo. Los jóvenes romanos han heredado la hermosura de -sus madres combinada con todos los rasgos de la fuerza varonil. Se ve -que el silencio impuesto por la Inquisicion y la obediencia impuesta -por el despotismo, no han sido bastantes á extinguir el espíritu de -este gran pueblo. Todavía parece que cae de sus labios la fórmula del -derecho antiguo: _civis romanus sum_. - -Y cuenta que para descubrir esto se necesita quitar la capa de -inmundicia bajo la cual fallece Roma. Junto al lujo oriental de los -cardenales, los harapos de un pueblo hambriento; junto á las carrozas -doradas, nubes de mendigos descalzos; en torno de los soberbios -palacios de mármol, una horrible greca donde están confundidos toda -suerte de mal olientes excrementos. Y sin embargo, esta ciudad es la -capital de Italia. Cuando al caer la tarde, en las horas sagradas de -la poesía, bajo un cielo clarísimo, iluminado por los últimos rayos -del sol poniente, que da á los edificios algo de fantástico, mirais -desde las alturas del Pincio esta ciudad con sus once obeliscos -egipcios, sus trescientas cúpulas, sus bosques de columnas, sus -miriadas de estatuas, y descubrís las Siete Colinas, donde han nacido -los senadores, los cónsules, los tribunos, el derecho político y -civil de la antigüedad, que todavía es la base de vuestro derecho; -y contemplais al frente San Pedro, y sobre las majestuosas líneas -de la gran Basílica la rotonda adivinada por Bramante y concluida -por Miguel Ángel; no léjos de San Pedro, el titánico mausoleo de -Adriano, sobre el cual abre sus alas el serafin de bronce; allá, á -la izquierda, el mundo de la historia, los muros donde se grabaron -mil victorias; la Vía Sacra, por do entraban los triunfadores; el -Foro, en que se congregaba el pueblo; los arcos bajo los cuales han -pasado veinte siglos sin desgastarlos; las termas regaladas, en -cuyos dibujos todavía se han ceñido su corona las artes modernas; -el Coliseo, que es una montaña esculpida por gigantescos cinceles; -el Quirinal, donde se alzan las mayores estatuas salvadas de las -catástrofes de Grecia; el Capitolio, cabeza, cerebro de la tierra; -y á la vista de tantas maravillas, al recuerdo de tantas grandezas, -á la contemplacion de tantos monumentos engarzados en bosques de -cipreses, que parecen una corona fúnebre sobre la ciudad, colocada -por un genio invisible; cuando las campanas que tocan á la oracion -os envian sus tañidos melancólicos, que os parecen la voz de los -mártires saliendo de las catacumbas, y las sombras de la noche -colgándose tristemente de las ruinas, como que dibujan las almas de -los héroes, el corazon, por tantas emociones henchido, proclama á -Roma, no solamente la capital de Italia, sino la eterna capital del -mundo. - -Se necesita ser de Italia, sentir la sangre meridional en las venas, -haberse educado en el recuerdo de esta gloriosa historia, bajo las -pintadas alas de la poesía clásica, para comprender todo el prestigio -que Roma ejerce sobre los italianos. Los que han querido constituir -Italia en monarquía, y luégo le han negado á Italia su capitalidad -natural, han hecho un cuerpo sin cabeza. Se concibe que si Italia -fuera una federacion republicana, la cuestion de capital pasára á -la categoría de una cuestion secundaria. Se concibe más: se concibe -que siendo un Estado junto á otros Estados republicanos, aunque las -leyes fueran análogas á las del resto de Italia, conservára Roma, por -respeto á sus pontífices, costumbres monásticas, religiosas, como las -conserva Friburgo, á pesar de hallarse enclavada entre dos cantones -tan protestantes y tan liberales como el canton de Vaud y el canton -de Berna. Pero constituida Italia en monarquía por el temor natural -de todos los potentados europeos á la República, Roma es de Italia, -é Italia de Roma, que se hallan tan ligadas como los satélites á sus -planetas, y los planetas al sol. Y en esta ciudad, hoy compuesta -de iglesias, de conventos, donde no se ve ni una huella de la vida -política y civil, donde por toda autoridad láica se descubren unos -cuantos senadores en carrozas pintarrachadas, seguidos por unos -cuantos lacayos colorados, inmunda parodia de los antiguos senadores; -en esta Roma teocrática, monástica, de rodillas eternamente sobre -sus ruinas de mármol, se ha de levantar la tribuna en el Foro, ha -de hablar la prensa, ha de resonar la antigua elocuencia, se han -de discutir todos los problemas, han de brotar todas las escuelas, -porque no podeis arrojar el espíritu político de las sagradas -regiones donde el espíritu político tuvo su nacimiento. - -Miéntras no suceda esto, Roma es una ciudad muerta. Yo he seguido con -cierta curiosidad arqueológica las ceremonias de Semana Santa. Unas -me han parecido, por lo lujosas, orientales; otras me han parecido, -por lo refinadas, bizantinas; otras, por lo baladíes, pueriles; -todas absolutamente extrañas á nuestro siglo, y bajo el aspecto -religioso, inferiores á la majestuosa solemnidad del culto en España. -Ningun español ó americano, acostumbrado á la severidad de nuestras -ciudades en Semana Santa, á esa severidad que no consiente ni una -puerta abierta en las tiendas, ni un coche en las calles, comprenderá -que el Juéves y Viérnes Santo se trabaje en esta ciudad como todos -los dias, se hallen abiertos todos los establecimientos, y se vea -más gente en las salchicherías contemplando los jamones adornados de -flores y de laureles, que en las iglesias visitando los sagrarios. -Nadie comprenderá que los doce pobres á quienes el Papa sirve la -comida en conmemoracion de la cena del Salvador, se rian como si -estuvieran en el teatro, y se arrojen á la cara anises y confites -como si estuvieran reunidos para una francachela ó una comida de -campo. Nadie creerá que el Juéves por la tarde, á las cinco, entre un -cardenal penitenciario en la gran Basílica, se siente á la izquierda -del sepulcro de San Pedro, y perdone los pecados con sólo manejar una -caña y tocar con ella la cabeza de los penitentes como si estuviera -pescando en seco. Yo he visto damas muy piadosas reirse de todas -estas puerilidades. - -Pero hay una ceremonia y un momento sublime: el Miserere en San -Pedro. La música es de una inspiracion inagotable, de un efecto -sorprendente. Roma vió en el siglo XVI que el protestantismo la -aventajaba en música, cuando tanto aventajaba ella al protestantismo -en pintura, en escultura y en arquitectura. Naturalmente, buscó un -músico para contrastar esta inferioridad, y le encontró sublime, -encontró á Palestrina, ese Miguel Ángel del arte lírico. El Papa -prohibió que su Miserere fuera copiado, para que sólo resonase en la -iglesia cuyas bóvedas gigantes se hallan completamente en armonía -con las sublimes notas. Un dia escuchaba fuera de sí el Miserere un -niño sublime. Este niño, que debia ser el Rafael de la música, lo -aprendió de memoria y lo divulgó por el mundo. Llamábase el niño -Mozart. El genio germánico vino, como siempre, á robar sus secretos -al genio latino en la guerra eterna de ambas razas. No hay pluma -capaz de describir la solemnidad del Miserere. La noche avanza. La -Basílica está á oscuras, sus altares desnudos. Por las ventanas de -las bóvedas que frisan con el cielo penetra la incierta y pálida luz -del crepúsculo, como si viniese á aumentar las sombras. La última -vela del tenebrario se ha ocultado tras del altar. Os creeriais -dentro de un túmulo inmenso, á traves de cuyas tablas entrára el -resplandor lejano de lámparas funerarias. La música del Miserere -no tiene instrumentacion. Es un coro sublime, combinado de una -manera admirable. Ya se oye como el rumor lejano de una tempestad -ó como la vibracion del viento sobre las ruinas y en los cipreses -de las tumbas; ya como un lamento que se levantára del fondo de la -tierra ó como un plañido que enviáran los ángeles del cielo, todo -envuelto en sollozos, en una lluvia de lágrimas. Como las estatuas -de blanco mármol son de tal manera gigantescas y brillan tanto, que -las primeras sombras no pueden completamente ocultarlas, parecen -evocaciones de otras edades, que, al levantarse de su sepulcro y -desceñirse su negro sudario, entonan ese cántico de dolor y de -horrible desesperacion. La Basílica toda se conmueve, vibra cual -si los acentos de terror salieran de cada una de sus piedras. Esta -lamentacion, larga, sublime; esta ola de hiel evaporada en los giros -del aire, os hiere profundamente el corazon, porque es su tristeza -infinita, es la voz de Roma quejándose á los cielos desde su lecho -de cenizas, como si bajo sus cilicios se retorciera agonizante. -Llorar así, lamentarse como los antiguos profetas bajo los sauces -del Eufrates ó sobre las piedras esparcidas del templo; llorar en -cadencias sublimes conviene á una ciudad como ésta, cuyo eterno -dolor no ha ofendido todavía á su eterna hermosura. Así es la ciudad -esclava. David sólo podria ser su poeta. Lo sublime es la nota de -su cántico. Roma, Roma, eres grande, eres inmortal hasta en tu -desesperacion y en tu abandono. Tendrás eternamente en el corazon -humano un altar, aunque se pierda la fe, que ha sido tu prestigio, -como se perdieron las conquistas, que habian sido tu fuerza. Nadie -podrá robarte el dón de la inmortalidad, que te confiáran tus dioses, -que te han sostenido tus pontífices, y que te confirmarán eternamente -tus artistas. - - - Abril 12 de 1868. - - - - -LA GRAN RUINA. - - -Ver la Ciudad Eterna fué uno de los ensueños de mi existencia; uno de -los deseos de mi corazon. Niño, la religion romana me habla de Dios, -de la inmortalidad, de la redencion, de todas las ideas que ensanchan -hasta lo infinito los horizontes del alma. Adulto, la lengua del -Lacio fué mi estudio exclusivo, estudio que á una imaginacion de -suyo plástica le presentaba como en relieve, entre los dulces versos -de Virgilio, los concisos períodos de Tácito, y los rotundos de -Tito Livio, aquellos héroes antiguos, que sólo habian vivido para -la libertad y para la patria. Ya en la juventud, al penetrar por -la puerta de las Universidades, la literatura romana y el derecho -romano habian acabado de inspirar al ánimo un anhelo vivísimo por ver -las colinas de donde tantas ideas descendieron sobre la conciencia -humana; los sepulcros que guardan tantos huesos ilustres, los -cuales han servido como de abono á la planta de la civilizacion -sobre la faz del planeta; las piedras bruñidas por el sol y por el -tiempo, donde el cónsul y el tribuno han esculpido sus nombres, y -el apóstol y el mártir su cruz, verdaderos fragmentos, no de la -tierra, sino del espíritu universal, en su trabajo constante por -adquirir la conciencia plena de sí mismo, y por realizar ese ideal -que le desasosiega y le atormenta, pero que tambien le eleva y le -transfigura, obligándole á ser, si soldado de una lucha sin tregua, -agente y sacerdote de un progreso sin término. - -Yo, que cansado un poco de la política en Madrid, de la industria -en Lóndres, de la vida en París, hasta de la naturaleza en Ginebra; -disgustado un tanto de las tendencias positivistas que en nuestro -tiempo á cada minuto, y en nuestra sociedad á cada paso descubro; me -refugiaba en Roma para consumir algunos momentos en éxtasis ante la -historia, ante el arte, ante la religion, ante todo lo ideal, no pude -cierto dia desasirme de un republicano, muy mi amigo, que, seguro -de la complicidad de mi alma con sus ideas, y de mi alejamiento -naturalísimo del Santo Oficio, desahogaba su conciencia pecadora y su -forzoso silencio de veinte años, pasados bajo la férula pontificia, -en mi amistad, pintándome los abusos del absolutismo romano, que yo -de oidas conocia y de corazon detestaba; pero cuyo relato en aquella -hora no se compadecia bien con mis deseos de peregrinar entre las -ruinas, ajeno á todo trabajo político, entregado al curso libre de -mis ensueños y de mis pensamientos. - -—Á buena ciudad venís en busca de idealismo, decíame, frio por -costumbre, en presencia de las maravillas que yo, transeunte, -admiraba en Roma. Aquí todo el mundo se interesa por un número -de la fatal lotería; nadie por una idea del humano cerebro. La -conmemoracion del aniversario de Shakspeare se ha prohibido en esta -ciudad del arte. Su censura es tan sábia, que como cierto escritor -publicára un libro sobre el voltaismo, lanzólo al purgatorio del -Índice, creyendo que se trataba del volterianismo, filosofía que no -deja ni descansar ni digerir á nuestros monseñores. En cambio, un -libro de cábalas y astrologías para adivinar los caprichos del bombo -lotérico ha sido impreso y publicado con el placet pontificio, por -no contener nada contrario á la religion, ni á la moral, ni á los -derechos de la soberanía. - -—Sé todo eso, decíale yo. Lo he leido cien veces en Dumesnil, en -Kauffman, en Sthendal, en Edmundo About. - -—Pues sabiéndolo, ¿buscais aquí ideas? Rabelais conocia esta ciudad, -Rabelais. Al llegar, en vez de escribir una disertacion sobre sus -dogmas, la escribió sobre sus lechugas, única cosa que hay buena -y fresca en este maldito calabozo. Y cura y todo como era, cura -del siglo décimosexto, más religioso que el nuestro, tenía una -correspondencia larga y tendida con el piadoso obispo de Maillerais, -sobre los hijos del Papa; porque el reverendo le habia encargado muy -especialmente averiguar si el caballero Pedro Luis Farnesio era hijo -legítimo ó bastardo de su Santidad. Creedme; Rabelais conocia á Roma. - -En esto dimos vuelta á una encrucijada, y nos encontramos en -modestísima plazuela. Un balcon de la casa que más descollaba en -aquel sitio aparecia colgado con rico tapiz de damasco carmesí. -Fuertemente ajustado al balcon brillaba un globo de cristal con -filetes dorados, á uno de cuyos extremos veíase áureo manubrio. -Frente á la casa, inmensa multitud desarrapada, miserable, se -apiñaba. En todos los ojos, convertidos al balcon, veíase algo de -extraño; en las manos papeles, santos, escapularios; un silencio -sepulcral reinaba; silencio incomprensible en los locuaces pueblos -del Mediodía; silencio del que deduje haber topado con una ceremonia -religiosa. Mi deduccion se confirmó cuando un monago salió al balcon, -y tras el monago algunos eclesiásticos de rubicunda cara y obesa -respetable figura, y tras los eclesiásticos todo un príncipe de la -Sacra Romana Iglesia, vestido de crujiente seda morada, adornado -con su roquete de blanco encaje, y cubierto con un solideo, morado -tambien, sobre el cual flotaba al cefirillo, como roja flor de -granado, lustrosísima borla. Rompióse el silencio de la multitud en -espantoso alarido. Unos de aquellos campesinos, que todavía conservan -reflejos de la antigua belleza escultórica en su frente despejada, en -su nariz aguileña, en sus labios gruesos, se postraban de hinojos, -plegadas las manos, extática la mirada, profiriendo oraciones -que parecian conjuros. Otros sacaban las estampas de sus santos -protectores, casi todas mugrientas, y las besuqueaban con verdaderos -transportes. Algunos daban saltos, tendian los brazos, pronunciaban -frases incoherentes. Era sábado, sábado de sortilegios. El mediodía -se acercaba. Un cañonazo suena en el punto que las campanas dan las -doce. Al cañonazo sigue en la multitud otro alarido increible. El -cardenal coge el manubrio y da vueltas al globo cristalino. El monago -mete la mano y saca un número. Era la lotería oficial, la lotería -pontificia. Huyamos. Tenía razon el garibaldino. ¿Esta es la ciudad -del espíritu? - -Sumerjámonos en los antiguos tiempos, como un buzo en el mar. Nuestra -vida es tan corta, nuestro sér tan pequeño, que para tocar esa idea -de lo infinito, á la cual estamos como unidos por lazos invisibles; -para entrar en esta inmortalidad con que soñamos siempre, tenemos -necesidad de poner, como tras el limitado horizonte sensible, -el ilimitado horizonte racional; tras cada momento de la vida, -perspectivas inacabables, léjos inmensos, celajes que matizan de -belleza las notas escapadas de unas cuerdas vibrantes, los colores -descompuestos en mágicas paletas, las inspiraciones desprendidas de -la celeste poesía, los recuerdos por nuestra evocacion alzados del -polvo de los siglos y de los abismos de la historia. - -¿Es verdad que tenemos aquí en la frente una luz pálida, trémula, -casi imperceptible, como la luz de la luciérnaga, una luz que se -llama la idea? ¿Es verdad que en esta luz podemos abrasar al mundo -material, disiparlo, ofrecérselo al espíritu como el humo de un -sacrificio? Indudable. La naturaleza aparece á nuestros ojos mil -veces, cual una imágen multiforme de la conciencia. La luz no -es más que el velo de oro tras el cual se oculta el pensamiento -infinito que agrupa en escalas de música armoniosa los planetas y -sus soles. El universo, ese universo que nos abruma con su grandeza, -es el poema de nuestras ideas, el apocalípsis misterioso que hemos -escrito con palabras de estrellas, con líneas de constelaciones -en esa inmensidad, de cuya existencia real no estamos seguros, -en esa inmensidad sin orillas y sin fondo que se llama espacio. -Dejadme, dejadme, pues, soñar; que así como á los piés del hombre han -caido muertos los dioses paganos, los dioses inmortales, creados y -destruidos por el espíritu, los dioses inmortales, cuyos esqueletos -amontonados descubro en esta inmensa necrópolis de la campiña romana, -así pueden caer en ruinas los mundos, y quedar entre sus cenizas -frias, como un rescoldo, el calor de nuestro espíritu. - -Cuando protestaba yo con estas orgullosas reflexiones contra las -miserias humanas, sin darme de ello casi cuenta, habia llegado solo, -absorto, frente á frente del Coliseo Romano. La primera impresion -que me produjo fué de asombro. Si yo no naciera á las orillas del -mar, y no me connaturalizára con su infinita superficie desde niño, -tal impresion me hubiera causado, viéndolo por vez primera en edad -madura. Mi memoria un tanto viva y cambiante me trasladó súbita á mi -cátedra de latin, donde traduciamos los epigramas de Marcial, y me -trajo á los labios estos dos versos, que suelen repetir los eruditos -itinerarios publicados por los arqueólogos romanos: - - Barbara Piramidum sileant miracula Memphis - . . . . . . . . . . . . . . . . . - Omnis Cæsareo cedat labor Amphiteatro. - -Eran éstos los jardines de Neron. Por aquí andaba vestido de púrpura, -calzado de borceguíes celestes, la sien coronada de laureles, los -ojos fijos en el cielo, las manos en la cítara, henchidos los labios -de antiguos versos griegos, y el corazon de pasiones contrarias, -como un demonio que se esforzára por ser Dios, y se acogiera -momentáneamente al cielo del arte, para tornar á caer en los abismos. -Él era cónsul, tribuno, dictador, césar, pontífice máximo; todos -le bendecian, todos le adoraban; y no le estimaba ¡oh dolor! su -propia conciencia. La posteridad no ha sido para él tan despiadada -como para los demas césares, porque Neron fué siempre un tirano con -remordimiento. ¡Ha habido tantos en quienes se borró por completo la -conciencia! ¡Ha habido tantos que, al matar, al quemar, al destruir -ciudades enteras, han creido obrar meritoriamente á los ojos de -Dios! Hoy mismo un césar del Norte, por coger entre sus garras el -cetro de Alemania, se ha cebado en la infeliz Francia, y al eco de -las bombas, al estridor de las ruinas y del incendio, al gemido de -los moribundos, ha invocado el nombre de Dios como cómplice de sus -crímenes. ¡Ah! Neron mataba á su madre; pero sentia en las orillas -del mar los dolores de Oréstes y los ronquidos de las Euménides. -Neron oprimia al género humano; pero en su última hora proclamaba -muy alto que debia haber sido artista, y no césar. ¡La religion -pagana conservará más viva la conciencia y su jurisdiccion sobre la -vida que el pietismo protestante! - -He mentado á Neron, porque su nombre está unido al nombre del -Coliseo. En el sitio que hoy ocupa, se extendia el estanque de los -jardines neronianos; y al frente del estanque elevábase una estatua -colosal, magnífica, del divino emperador, con los atributos de -Apolo, el dios de la armonía y de la luz, que llevaba en sus manos -la cítara, á cuyos acordes danzaban las musas, y en sus sienes el -verde laurel de Dafne. La familia de Vespasiano, en ódio al hijo de -Agripina, habia soterrado su áurea casa, llena de obras inmortales; -arrancado tambien el Coloso, y construido en su lugar el Anfiteatro; -pero no pudo arrancar ni el nombre ni el recuerdo de la apolina -estatua de Neron; y ese nombre degenerado, corrompido, Coliseo, lleva -todavía este colosal monumento. - -No parece, á la verdad, obra de los hombres, sino obra de la -naturaleza. Esas gigantescas proporciones, esas moles inmensas no -han podido ser creadas por nuestras fuerzas, sino por las fuerzas -del gran arquitecto, del grande artista que ha levantado las eternas -pirámides de los Alpes, y que ha cincelado el maravilloso cono del -Vesubio, por las fuerzas del fuego creador, cuyas reverberaciones -guarda todavía en sus cristales el granito. Sólo cuando se ven las -armonías de sus arcos, la igualdad de sus columnas, el ritmo de -aquella arquitectura que asciende á los cielos como un cántico, -nótase que el pensamiento humano ha distribuido las enormes moles del -Anfiteatro, y las ha sellado con el sello divino de sus leyes. - -Hoy es en parte una ruina. Cuando estaba todo de pié, dos gradas -lo sostenian como fuertes zócalos. Cuatro cuerpos sobrepuestos lo -formaban. Ochenta airosos arcos, que eran otras ochenta puertas, -circundaban todo el primer cuerpo. Á los lados de los arcos alzábanse -medias columnas empotradas en la pared y pertenecientes al severo -órden dórico. Sobre este primer cuerpo se extendia una cornisa, y -sobre la cornisa otros ochenta arcos, á cuyos lados se elevaban -medias columnas del más gracioso y más ligero órden jónico. Otra -cornisa, idéntica á la anterior, remataba este segundo cuerpo y -servia de base al tercero, cortado en arcos tambien, ornado tambien -de columnas, pero del florido y rico órden corintio. Remataba todo -el monumento un airoso atrio, semejante á cincelada diadema, ligero, -ornado de pilastras y abierto por ventanas, á traves de las cuales -parece que brilla con más esplendor el cielo. Este inmenso edificio, -tiene cincuenta y dos metros de altura. Para definirlo en pocas -palabras, yo le llamaria una montaña circular, levantada, esculpida, -cincelada por el trabajo del hombre. El lado que mira al Nordeste -es el que mejor se conserva. Sólo en sus muros puede estudiarse la -sucesion de los arcos, la armoniosa escala formada por las columnas, -el órden y la gracia de las cornisas, la severa majestad del primer -cuerpo y la ligereza del ático que lo corona todo y que da á mole tan -grandiosa el primor y la ligereza de una joya. - -En estos monumentos resplandecen las ideas y los caractéres de la -arquitectura romana. La gracia, la belleza griega, se han reemplazado -con la grandeza, y con la grandeza colosal. Es el Coliseo monumento -digno de un pueblo-rey, de un pueblo conquistador, de un pueblo -titánico, de un pueblo que cuenta ejércitos de esclavos, ejércitos -de trabajadores, sobre cuyas espaldas solamente hubieran podido -ascender las inmensas moles á tan vertiginosas alturas. El pueblo que -ha fabricado el Coliseo acaba de ver el Oriente y sus monstruosos -edificios, sobre los cuales ha querido tender los órdenes del arte -griego como una guirnalda. La arquitectura romana ya no es aquella -hermosa arquitectura de Aténas y de Corinto, que ha tomado por tipo -el bellísimo organismo de la mujer griega, de esa diosa, de esa -musa de todas las artes. Flota sobre los monumentos romanos algo -ménos bello, pero más grandioso, el océano invisible de un espíritu -universal, asimilador, que tiene de Grecia la armonía, de Asia la -magnitud, rebosando realmente en la tierra y en la historia, sin -tocar á un ideal, que irá más tarde á perderse entre los misterios y -los arreboles del cielo, medio luz, medio sombra. Luégo los edificios -romanos, inspirados en ese espíritu colosal, tenderán necesariamente -á fines útiles, prácticos, inmediatos, como toda su cultura. El dios -Eros, el dios del amor griego, ha sido reemplazado en Roma con el -dios Sterquilinius, con el dios del estiércol, de esa sustancia que -abriga y fecunda los campos, como la metafísica helénica ha sido -reemplazada con la moral y el derecho, con principios y ciencias que -tocan más inmediatamente á la sociedad y á la vida. - -El Coliseo tiene todos los caractéres de la arquitectura romana. -Podeis aprenderla mejor en ese grande ejemplar perdonado -milagrosamente por la inundacion de los siglos, que en las páginas -de Vitrubio, quizas rehechas é interpoladas por los eruditos del -Renacimiento. Mirad esa argamasa que parece forjada como la materia -granítica en las incandescentes entrañas del planeta. Mirad las -bóvedas desconocidas de los griegos y admirablemente edificadas en -esta tierra del imperio y de la fuerza. Mirad los arcos que el -mundo helénico nunca construyó, y que parecen á mis ojos las puertas -triunfales por donde penetra en la historia con un nuevo espíritu -una nueva vida. Mirad cómo el romano ha puesto un plinto para que -descanse la columna dórica que el griego arrancaba del seno mismo -de la tierra como el tronco de un árbol. Mirad esos tres órdenes -separados siempre en la arquitectura griega y reunidos aquí en escala -ascendente, primero el más sencillo y más sobrio, el dórico, en la -base; despues el más elegante y más ligero, el jónico, en el medio; -y luégo el más florido, el más ornado, el corintio, coronando la -cima, como la diadema de todo el monumento. El espíritu del pueblo -constructor brilla por todas partes en esa fábrica. Ha reunido el -romano los tres órdenes de arquitectura en sus edificios, como ha -reunido los dioses griegos en el panteon. Su cultura es el gran -epílogo de la cultura antigua. Roma tomó á Grecia su metafísica y su -religion, á Sabinia sus mujeres, á España sus espadas, al Oriente sus -bóvedas y á Etruria sus arcos. Así puede decirse que Grecia es la -flor y Roma el fruto de toda la antigua historia. Monumentos como el -Coliseo no son más en el fondo que huesos milagrosamente conservados -del inmenso organismo que componia la Ciudad Eterna. - -¡Y pensar que este edificio, capaz de vencer á veinte siglos con -todas sus catástrofes, se fabricó en tres años escasos! Levantáronlo, -como ya hemos dicho, aquellos emperadores de la familia flavia, bajo -cuya dominacion pudo consagrarse Tácito á maldecir el despotismo y -llorar la república. Tito, á quien la adulacion universal llamara -delicia del género humano, incendió Jerusalen; sobre las piedras -calcinadas inmoló millon y medio de judíos, destinando el resto á -degollarse entre sí como gladiadores en las ciudades de Siria, á ser -trofeos de la entrada triunfal del vencedor por la Vía Sacra, y á -levantar en las espaldas, amoratadas por el látigo, las moles de este -Anfiteatro, para morir entre las quijadas y las garras de las fieras -hambrientas. - -Tito, despues de haber amado á Berenice como Antonio á Cleopatra; -despues de haberse oido llamar Mesías por sus propias víctimas, -y Dios por aquellos egipcios á quienes les nacian dioses en las -huertas; despues de haber consagrado á la sombra de las pirámides -nuevos bueyes al dios Apis; despues de haberse formado una córte de -sátrapas en Oriente, y corrido un dia entero los molestos honores -del triunfo bajo los arcos de la Ciudad Eterna, demolió la áurea -casa de Neron; trocó en estatua de Sol la estatua del César adorado -por la plebe; desecó el lago que se extendia entre el monte Celio -y el monte Esquilino; arrancó los bosques y taló las praderas de -las poéticas orillas, y en el fondo levantó el anfiteatro mayor que -han visto los siglos, consagrando su inauguracion en cien dias de -increibles fiestas, en que hubo combates de gamos, de elefantes, de -tigres, de leones, de hombres; combates gigantescos que salpicaron -con sangre hirviente el rostro del César y el rostro de su pueblo. -Nueve mil alimañas murieron durante aquella orgía de sangre sobre la -arena. La historia, que ha conservado el número de fieras muertas, no -ha conservado el número de personas, sin duda porque á los césares -les interesaban ménos los esclavos que las bestias. - -Tito buscó en el trono algo con que apagar la sed insaciable de su -ambicion, y no pudo encontrarlo. Ya no era dado desear más despues -de tener bajo su mano el mundo; sobre sus espaldas, el manto de los -césares; en torno de su autoridad, sumisas, como rebaños, las razas; -silencioso y subyugado el planeta. Mas en el punto de llegar al -logro de sus ambiciones, el corazon de Tito se quebró en pedazos, ó -por no tener cosa alguna que desear, ó por deseos vagos, infinitos, -que en nubes de ensueños fantásticos se disipaban, disipando con -ellos toda su existencia. Lo cierto es que, al pisar el trono, una -inmensa tristeza se apoderó de él; una especie de tísis interior -le enflaqueció el ánimo; su aliento estaba cargado de suspiros, -su corazon de dolores, sus ojos de lágrimas, su vida de ilusiones, -su sueño de pesadillas, su pasado de remordimientos, su porvenir -de miedo, hasta que un dia, errante por la envenenada campiña de -Roma, en pos de un sitio donde adormecer su hastío, espiró, mirando -el cielo con los ojos enardecidos por la fiebre de infinitos y no -satisfechos deseos. Cuando yo recordaba la vida y la muerte de Tito, -parecíame el Circo la aglomeracion de montañas sobrepuestas por -las ambiciones desapoderadas de un césar para poseer el cielo como -poseia la tierra, sin lograr otra cosa que tener bajo sus plantas el -hervidero de todos los crímenes, y sobre sus sienes las maldiciones -de todos los hombres. - -Embargado por estos recuerdos y estas ideas, habia yo recorrido -todo el monumento. Lo registré, lo estudié como puede estudiar el -naturalista una montaña; entré por todos los vomitorios, las puertas -que abrian paso al pueblo con tal desahogo, que, sin atropellarse, -ingresaban y salian rápidamente cien mil espectadores. Subí á sus -gradas más altas, desde las cuales pude contemplar el campo romano, -y á mi frente las lejanas lagunas; á mi derecha los arcos de Tito -y Constantino, la pirámide de Sextio y la basílica de San Pablo; á -mi izquierda las catacumbas de San Sebastian, la Vía Apia con sus -dos hileras de sepulcros; á mi espalda el Palatino, el Foro, la Vía -Sacra, el arco de Septimio Severo, el Capitolio; por do quier los -lugares en que circulan como rica savia las ideas, los lugares llenos -de recuerdos, los lugares, verdadero ocaso del espíritu antiguo, -verdadero oriente del espíritu moderno. - -Estaba tan absorto, que la noche vino sobre mí como si hubiera venido -de improviso. Las campanas de Roma tocaban á la oracion; los buhos y -otras aves nocturnas ensayaban sus primeros gritos; oíase el agudo -y monótono cántico del sapo y la rana en las apartadas lagunas, -al par que el Miserere de una procesion al entrar en la próxima -iglesia; mezcla de voces del espíritu con voces de la naturaleza, -que sumergian aún mi conciencia en meditaciones más silenciosas y -más vagas, como si el alma se escapára de mi sér para implantarse, á -la manera de las plantas parietarias, en el polvo de las inmortales -ruinas. - -La luna llena se levantó en el horizonte sereno, tranquilo, y vino á -dar con su melancólica luz nuevos toques de poesía á los arcos, á las -columnas, á las bóvedas, á las piedras esparcidas, á la desolacion -de aquel lugar, á la cruz erigida en su centro como una eterna -venganza que han tomado los gladiadores, obligando al pueblo romano -á bendecir, á adorar lo más abyecto, el infame patíbulo de los -esclavos, transformado en el lábaro de la civilizacion moderna. - -Al resplandor de la luna que surgia, al eco de las campanas, que -espiraba entre las dudosas sombras, parecíame ver despertarse del -polvo las almas de las generaciones muertas, y venir en vuelo tan -callado como el vuelo de los murciélagos, á recorrer, á visitar -aquellos sitios, consagrados por sus recuerdos, y queridos hasta en -las regiones de las tumbas. Yo hubiera deseado detener las sombras -y contarles ¡ay! lo que pasa en nuestro mundo. Si sois almas de -tribunos, de senadores, de césares, sabed que todo cuanto vosotros -adorabais ha muerto, y que ya los siglos han gastado hasta las gradas -de los altares, herederos de vuestros altares, á fuerza de besarlas. -Todos aquellos dioses que vosotros creiais inmortales, han muerto, y -las ideas que los animaban ruedan por los abismos de la historia como -hojas secas desprendidas de las renovaciones contínuas del humano -espíritu. Ya las nereidas no palpitan suavemente en la espuma de las -ondas; ya las ninfas de marmórea blancura no suspiran, no, en el -susurrante arroyuelo. El dios Pan ha dejado caer su caramillo, que -llenaba de melodías los bosques. Á la embriaguez de las bacantes han -sucedido la maceracion, la penitencia, el horror á la naturaleza. Un -nazareno, un hijo de los judíos, de los esclavos, de aquella raza -que levantó con la cadena al pié y el látigo en el rostro las moles -del Coliseo, ha vencido y ha enterrado los dioses que inspiraron á -Horacio y á Virgilio, que sostuvieron á Escipion en las llanuras -de Cartago, y á Mario en los Campos pútridos, que engendraron el -arte y sometieron á su poder la victoria. En vano Tácito miró con -menosprecio á los sectarios de ese jóven oscuro, pobre carpintero -de Judea; en vano Apuleyo lo ridiculizó en sus apólogos y sus -fábulas. Ni siquiera la inmortal risa de Luciano pudo cosa alguna -contra el aliento que exhalaban aquellos labios, contra las ideas -que exhalaba aquella conciencia. Los dioses han muerto, y sobre -sus cadáveres ha caido muerta Roma. El Foro es un campo en que las -vacas se apacientan. El Coliseo es un monton de ruinas, donde adoran -los romanos el patíbulo de sus antiguos esclavos. La Vía Sacra se -ha hundido. En el Capitolio celebran sus ceremonias los nazarenos. -Éstos, que vosotros creiais perturbadores de la paz pública, tienen -altares y sacrificios donde ántes los tenian los dioses de Camilo y -de Caton. Pueblos bárbaros venidos del Norte ahogaron los oráculos, -interrumpieron las ceremonias sagradas, entregando, como si fuera -su despojo, la conciencia humana á turbas de cenobitas escapadas -de las cloacas y de las catacumbas. Y cuando la nueva creencia -se habia apoderado de todas las almas, cuando habia puesto sus -altares en lugar de los antiguos altares, como si el espíritu humano -estuviera condenado á tejer y destejer perpértuamente la misma trama -de ideas, nuevos combatientes, nuevos tribunos, nuevos apóstoles, -nuevos mártires, surgieron á matar la fe que sus predecesores -engendráran. Y pasa por nuevas fases la conciencia humana, por nuevas -angustias nuestro corazon, por nuevos estremecimientos de dolor esta -ensangrentada tierra. - -Yo creí oir agudos gemidos sin número á medida que mis labios -murmuraban estas incoherentes ideas sin forma. Sería el eco del -viento en los cipreses y en los pinos. Sería el rumor último de la -campiña al entregarse en brazos de la noche. Sería el eco de la gran -ciudad, de su oracion, de sus lamentaciones. Pero asemejóse á un -quejido de profundísimos dolores. - - _Sunt lacrimæ rerum....._ - -Yo, para distraerme, empecé á fingirme allá en la mente una fiesta -del Anfiteatro. No era la inmensa mole este inmenso cadáver. Aquí se -levantaba una estatua, allá un trofeo, acullá un monolito traido del -Asia ó de Egipto. El pueblo-rey entraba por los vomitorios despues de -haberse bañado y perfumado en las inmensas termas, subiendo hasta la -cima para desde allí repartirse en las respectivas graderías que de -antemano le estaban señaladas. Á un lado se veia la puerta sanitaria -por donde vienen los combatientes; á otro la puerta mortuoria por -donde sacan á los muertos. Los gritos de la muchedumbre, los agudos -sonidos de las trompetas se mezclan con el aullar y el rugir de las -fieras. Miéntras llegan los senadores y el césar, algunos empleados -de baja esfera municipal reparten entre el pueblo garbanzos tostados, -que llevan, como nuestros feriantes, en esportillas. El suelo reluce -con polvos de oro, de carmin, de minio, para disimular el color de la -sangre, miéntras templan la luz grandes toldos de oriental púrpura, -que entonan todo el espectáculo con sus encendidos reflejos. - -Los senadores van ocupando las gradas más bajas. Tras de ellos -colócanse los caballeros. Más arriba los padres de familia que han -dado al Imperio cierto número de hijos. En las gradas superiores, -el pueblo. Y por último, coronándolo todo, las matronas romanas, -vestidas de ligeras gasas, cargadas de riquísimas joyas, embalsamando -los aires con esencias que vierten de pomos de oro, y enardeciendo -los corazones con sus palabras de amor y sus voluptuosas miradas. - -Miéntras los espectadores aguardan al césar, que debe dar la señal -del comienzo de la fiesta, entréganse á toda suerte de murmuraciones. -Mira aquel gloton. Ayer se le quemaron los jardines de Pompeyo, y es -tan rico, que no sabía fuesen suyos. Lolia Paulina lleva sobre el -cuerpo en esmeraldas sesenta millones de sextercios, pequeña suma -en comparacion de las infinitas robadas por su abuelo á las opresas -provincias. Aquel que acompaña siempre al césar hurtó en cierta cena -de Claudio una copa de oro. Estos calaveras saludan al orador Régulo, -porque temen el veneno destilado de su viperina lengua. Él tiene -honores, miéntras generales que han vencido á los bárbaros y han -muerto en defensa de Roma están hace diez años insepultos. El médico -Eudemio llega; no tardarán ciertamente en aparecer sus pupilas de -corrupcion y de amancebamientos. Mira aquella niña; tiene ocho años y -no es vírgen. Su ilustre madre, con pertenecer á una de las familias -romanas más nobles, se ha borrado de la lista de las matronas y se ha -inscrito en la lista de las prostitutas. - -Pero viene el césar y el pueblo lo aclama, siempre agradecido á -las fiestas, y sobre todo á las matanzas. Los sacerdotes y las -vestales consagran sacrificios á los dioses protectores de Roma. La -sangre corre, las entrañas de las víctimas se consumen y se disipan -prontamente en el fuego sagrado, suenan los coros y la música, -vocifera nuevamente la muchedumbre; á una seña imperiosa aparecen los -gladiadores, que saludan á todos con la sonrisa en los labios, como -si les aguardára festin sabrosísimo, en vez de la implacable muerte. - -Divídense estos infelices en várias categorías. Los esedarios guian -carros pintados de verde. Los mirmillones se ocultan tras redondos -escudos de hierro, por uno de cuyos lados muestran afiladísimos -cuchillos. Los requiarios tiran al aire y recogen con grande -habilidad sus tridentes. El traje de éstos vistosísimo es: túnica -roja, borceguíes celestes, casco dorado que remata un luciente pez. -Los ecuestres recorren con gran agilidad en sus caballos el circo. -La luz se refleja en los petos de acero y en los collares y en los -brazaletes. Sus túnicas son multicolores y recuerdan los trajes -orientales. Los bestiarios vienen los últimos, todos escogidos entre -los más hermosos; todos desnudos, todos imitando en sus actitudes -artísticas posiciones de clásicas estatuas; todos saludados con mayor -frenesí por el pueblo, porque son los más fuertes y los más expuestos -y los más valientes. - -Han nacido en las montañas, en los desiertos, entre las caricias de -la naturaleza, respirando el aire puro de los campos y la sagrada -libertad. La guerra, y solamente la guerra, ha podido arrancarlos á -su patria. Ya en Roma, los han cebado para que tuvieran sangre, sí, -sangre que ofrecer en holocausto á la majestad del pueblo romano. -Allá en la ergástula, quizá muchos de los que ahora van á herirse -ó matarse entre sí han contraido estrechísimas amistades. Quizá -muchos son hermanos por la naturaleza, hermanos por el sentimiento, y -habrán de herirse, habrán de inmolarse, cuando, unidos en los mismos -afectos, podrian hundir las espadas en las entrañas del césar, y -vengar á su gente y á su raza. - -Pero ya se acechan, ya se buscan, ya se amenazan, ya se enredan y se -empeñan bárbaramente en cruentísima pelea. Si alguno, movido de miedo -por sí, ó de compasion por su contrario, retrocede, el maestro del -circo le clava un boton de hierro candente en las desnudas carnes. -La roja sangre cae y humea por todas partes. Uno se ha resbalado -en ella. El pueblo grita creyéndole muerto, y le silba cuando se -levanta vivo. Éste se desmaya despues de esfuerzos gigantescos para -sostenerse de pié. Aquél cae desplomado de una sola herida sobre su -escudo. El otro se retuerce en dolores infinitos, y tiene el estertor -de una agonía epiléptica. Dos se han herido mortalmente entre sí; -pero al caer, soltando sus espadas, se han abrazado para sostenerse -y auxiliarse en la muerte. Miembros mutilados, tripas rotas, -sollozos de agonía, estertores de moribundos, rostros contraidos de -muertos, últimos suspiros mezclados con quejidos, gritos de rabia -y desesperacion; todo esto es grandioso espectáculo para el pueblo -romano, que grita, palmotea, se embriaga, se enfurece, sigue con -nerviosa atencion el combate, saltándole los ojos de las órbitas como -para ver más la matanza, abriendo las narices y el pecho para recoger -los vapores de la sangre. - -La cólera, sí, la cólera flotaba como única pasion sobre toda aquella -carnicería. La escultura antigua, generalmente de una severidad -tan olímpica, nos ha dejado la imágen viva de esta cólera en la -escultura del gladiador combatiendo. Dilátanse sus ojos, sobre los -cuales como que extienden tempestuosa nube las fruncidas cejas. Sus -miembros robustísimos adquieren una infinita tension. La cabeza se -avanza hácia adelante, inclinada sobre el pecho, á fin de parar los -golpes. Su cuerpo está en actitud de lanzarse á la pelea, sostenido -sólo por el pié derecho. El brazo izquierdo amenaza; en tanto que -el puño derecho, fuertemente contraido, se apercibe á dar un golpe -mortal. Aquella estatua es la imágen viva del ódio. Y el ódio -contínuo ha engendrado en torno de Roma espesísima nube de cólera, -de maldiciones, que tuvieron su satisfaccion terrible en la noche -apocalíptica de las venganzas eternas, en la noche de las victorias -de Alarico y de las orgías de los bárbaros, los hijos de los esclavos -y de los gladiadores. - -¿Quién, quién puede extrañar los castigos de Roma? Toda su fuerza, -toda su majestad, toda su grandeza han sido destruidas por una idea. -Allá en las catacumbas se ocultan oscuros sectarios, que quieren -oponer al sensualismo antiguo el espíritu, á la religion pagana y al -Imperio dogmas que Roma no podia admitir sin perecer. Esos sectarios -huyen de la luz del dia y se encierran temerosos en las catacumbas. -Allí pintan el Buen Pastor que les guía á la eternidad, la paloma -que les anuncia el término del gran diluvio de lágrimas en que se -ahoga nuestra vida. Allí entonan himnos á un tribuno oscuro, pobre, -débil, que no ha sabido matar como los conquistadores, sino morir -humildemente en ignominiosa cruz. De allí han salido estos confesores -de la nueva fe, para sellarla con su sangre sobre las arenas de -este mismo circo. El anciano, el jóven, la tierna doncella han oido -sin estremecerse el maullar del tigre asiático, el rugir del leon -africano. Las fieras hambrientas han salido de las grandes jaulas que -todavía en los cimientos del circo se ven, y han clavado sus garras y -sus dientes sobre los cuerpos indefensos de los mártires. Miéntras -se repartian las panteras, las hienas, los tigres, los leones sus -restos palpitantes; miéntras bebian con furor insaciable la sangre, -los romanos aclamaban al césar creyendo que con aquellos miembros -devoraban las fieras una supersticion, y con aquella sangre se bebian -las fieras una idea. Y los césares han muerto, y los pretorianos se -han dispersado, y las piedras del Coliseo han caido, y una nueva -idea ha reemplazado á las antiguas ideas, que, convirtiéndose -de perseguida en perseguidora, ha intentado á su vez destruir -nuevas sectas, ahogar nuevas creencias, no pudiendo llegar con sus -excomuniones, ni con su inquisicion, ni con sus tormentos, al disco -inmortal del espíritu humano, que brilla eternamente entre las ruinas -y entre los dioses, entre los pueblos que mueren y los pueblos que -empiezan, entre las creencias y los dogmas, como el sol perenne entre -los coros de los mundos. - - - - -LOS SUBTERRANEOS DE ROMA. - - -En Roma suspende y maravilla la ciudad que sobre la tierra se eleva; -pero suspende y maravilla tambien la ciudad que en las entrañas de la -tierra se esconde. Sobre aquellos muros mece el viento la hiedra y el -jaramago; descubre la conciencia el ideal y la fe de otros siglos. -Bajo aquellos muros, donde las sombras se espesan, donde la frialdad -y la humedad de la noche se eternizan; por las cuevas y las grutas -abiertas en las profundidades del suelo podrán correr ahora solamente -los fuegos fatuos, producto de tantos huesos como allí amontonaron -los tiempos; más han corrido en otros dias, solemnes para el espíritu -humano, las ideas que vivificaron la conciencia de la humanidad y que -esclarecieron y realzaron sus altares. Yo me dirigia con religioso -respeto á los sitios consagrados por la veneracion de tantas -generaciones; yo me dirigia con el espíritu henchido por multitud de -ideas. Las campiñas romanas invitan á meditar sobre la fragililidad -de los poderes más fuertes y sobre la inania de las mayores y más -respetadas majestades terrestres. - -De aquel pueblo, que llenaba el mundo, no se encuentra ni la sombra. -De aquellas instituciones, que sostuvieron sobre sí el peso de tantos -siglos, no se ven ni los restos. Algunos muros, algunos arcos, -algunas columnas, inscripciones borrosas, sepulcros destrozados, -mutiladas estatuas semejan los restos de un gran naufragio, los -despojos de una inmensa tempestad. Yo comprendo allí, entre tantos -destrozos, el misticismo que de algunas almas se apodera; el -desprecio de este frágil mundo, en que todo se pierde, y se gasta, y -se consume; la aspiracion al descanso de la muerte; la impaciencia -generosa por la posesion de lo infinito en otro mundo ménos incierto -y más duradero. - -Yo mismo, que tengo las ideas de mi tiempo, que creo en la perennidad -del Universo, que miro la muerte, no como el aniquilamiento, -sino como la renovacion; yo mismo sentíame inclinado á ciertas -melancólicas reflexiones, y me imaginaba oir, ya la trompeta del -juicio sonando sobre los orbes desquiciados, ya las lamentaciones de -los profetas gimiendo sobre las destrozadas ciudades. - -Yo veia en los montes Apeninos, sembrados de ruinas, en las -cordilleras de sepulcros diseminados por todas partes, en los -arcos interrumpidos de los gigantescos acueductos, en las torres -medio destrozadas como si las hubiera un rayo profundamente -herido y desquiciado, en todos aquellos fragmentos de obras medio -pulverizadas, algo de las grandes visiones apocalípticas, los restos -de planetas esparcidos por las espaldas de los ángeles exterminadores -en la soledad del espacio. La figura del tierno apóstol, que las -artes plásticas han idealizado en las edades modernas; eternamente -jóven como los dioses antiguos; elocuentísimo como los oradores -helenos; semita que hablaba el lenguaje de Platon, y ponia el Verbo -engendrado á la sombra del Pireo, entre los dogmas fundamentales -del cristianismo; esta figura, que el Renacimiento ha realzado en -sus cuadros y en sus estatuas, yo la veia allá, en Pátmos, entre el -coro de las islas griegas, cuyos horizontes sonrien como la mirada -de las sirenas; á la vista del azul Mediterráneo, henchido siempre -de espíritu pagano y entonando en sus ondas, sembradas de corales, -el antiguo himno clásico; yo veia esa figura ideal, mística como -la oracion, dulce como la esperanza; yo la veia en el momento de -recoger todas las iras de su raza proscripta, y trazar en el último -apocalípsis el castigo de la prostituta Babilonia, miéntras los -ángeles buenos y los ángeles malos combatian rudamente en los aires, -y las piedras chocaban con las piedras en los planetas, y los muertos -andaban buscando, roto el sudario y entreabierta la sepultura, sus -carnes en las ruinas amontonadas, en el barro amasado con lágrimas y -sangre, para presentarse al último juicio que ha de escuchar en el -momento supremo de la boca de su Eterno Juez todo el Universo. - -Íbamos á las Catacumbas, é íbamos entre montones de ruinas. La -desolacion del paisaje no era, sin embargo, tan grande como la -tristeza del alma. Desterrados, errantes, sin patria, nuestro -pensamiento y nuestro corazon tenian tambien, guardaban tambien -ruinas como aquel inmenso y volcánico suelo de las grandes -desolaciones. Todo recordaba la muerte. Hubiéramos creido hallarnos -en esferas, más que terrestres, infernales, si la naturaleza, con -el rocío matinal que descendiera de los aires, con la verde hierba -que se levantaba entre las junturas de las piedras, con las flores -primaverales que coronaban la hierba, con las mariposas que se mecian -sobre las flores, con las hojas tiernas recien brotadas de las yemas, -con los nidos cincelados ya entre el follaje, no hubiera querido -recordarnos en tibia mañana de Abril la perennidad de la vida y la -eterna alegría de sus espléndidos festines. - -¡Oh naturaleza! Inmóvil en medio del movimiento, una en medio de la -variedad; empapada en el éter que la penetra por todos sus poros, -y que forma como su atmósfera, como su espíritu; bajo la sucesion -contínua de seres orgánicos que cambian y se trasforman, permanente -é inmodificable; sujeta á la muerte y eterna; sujeta al límite -é infinita; difundida en la inmensidad del espacio y concretada -en seres orgánicos; desde los astros que irradian su luz por las -esferas, á las flores que empapan con sus aromas los aires; desde los -gases impalpables que se desvanecen, á las sólidas cordilleras que -mezclan con sus ventisqueros, donde la nieve blanquea, sus volcanes, -donde reluce el fuego central; desde la nebulosa que lleva en gérmen -orbes infinitos, á los grandes y gigantescos mundos, ya cansados -de bogar por los espacios; desde el grano de arena que la onda -remueve, á las últimas estrellas de la Vía Láctea, cuyo resplandor -tarda veinte mil siglos en llegar hasta nosotros, pobres desterrados -adheridos á este pequeño planeta; en todo ese círculo, cuyo centro -se halla, como dice la sabiduría moderna, en todas partes, y cuya -circunferencia en ninguna, ¡ah! no sucede el aniquilamiento total -ni de una sola molécula; no existe, no, la nada; sombra de nuestro -pensamiento, aprension de nuestra poquedad, fantasma de nuestros -sentidos, idea sin realidad, que las tristes limitaciones de -nuestra lógica y la incurable imperfeccion de nuestro lenguaje nos -ha obligado á poner en el eterno océano de la vida. Es verdad que -algunos astros se han apagado en nuestro sistema solar, como faunas -y flores enteras han desaparecido en nuestra corteza terrestre; pero -ni se ha extinguido el calor de la vida universal, ni ha cesado el -crecimiento y el progreso de más perfectos organismos. Entremos, -pues, en estas cavernas de ruinas, con el pensamiento puesto en -la idea de lo infinito y el corazon puesto en la esperanza de la -inmortalidad. - -La más visitada de las catacumbas es la catacumba de San Sebastian; -y la más digna de estudio detenido es la catacumba de San Calixto. -Á unas cuatro millas hácia el Oriente de Roma, entre la Vía Apia y -la Vía Ardeatina, bajo montones de escombros donde se encuentran -toda clase de restos despedazados, junto á bosquecillos de cipreses -que aumentan la tristeza y la solemnidad del paisaje, enciérrase la -más vasta y la más bella de las necrópolis cristianas, refugio de -los perseguidos, vivero de los mártires, descanso de los muertos, -templo de los vivos, asamblea de aquellos audaces innovadores, que -traian una nueva luz á la historia y un nuevo ideal á la vida. Yo -aconsejo á todos cuantos me leyeren que no vayan á contemplar estos -sitios, sagrados por tantos conceptos, sin llevarse los libros, -y sobre todo los planos, del célebre arqueólogo católico Rossi. -Así como el explorador de los bosques de América, de la tierra del -porvenir, penetra, de su cortante hacha armado, en aquellas selvas -inexploradas, y derriba los árboles, y ahuyenta los reptiles, y -arranca las enredaderas, y crea habitacion á la familia, espacio -al trabajo, este arqueólogo, explorador de un mundo subterráneo, -se sumerge en las sombras, en el asilo de las aves nocturnas, bajo -vacilantes bóvedas, entre laberintos de grutas, expuesto á ser -aplastado por un desplome de las frágiles paredes, á perderse para -siempre en cualquier recodo de aquellas ciudades de tumbas, en aquel -infierno de palpables tinieblas, confundiendo su esqueleto con los -muertos que ha intentado arrancar al silencio de triste é ingratísimo -olvido. - -¡Cuántas veces la esponjosa toba llovia su menuda lluvia de arena -sobre la frente de aquel hombre! ¡Cuántas veces un alud de piedras, -de ladrillos, rodaba hasta sus plantas y le envolvia en espesas nubes -de polvo, que embargaban toda respiracion á sus fatigados pulmones! -¡Cuántas veces perdia el derrotero en aquel inmenso laberinto, el -norte en aquel océano de tinieblas, y se imaginaba haber perdido -tambien toda salida, y haber topado con segura muerte por sed, por -hambre! Pero á la incierta luz de mortecina lámpara, minero audaz del -espíritu humano, buzo de los abismos del tiempo, leia la inscripcion -trazada quince siglos ántes por uno de aquellos sectarios, que -acababan de recoger en el Circo Máximo los despojos humanos, y -confiarlos á la tierra, entre oraciones, cuyos ecos áun se oyen -allí; entre lágrimas, cuyos vapores todavía no se han desvanecido en -aquella atmósfera bendita. - -Lo primero que pasma, cuando á los subterráneos se desciende, es -el gigantesco trabajo empleado por los que abrieron, sin tener -los medios mecánicos y químicos de nuestra civilizacion, aquellas -ciudades subterráneas. Aunque se haya dicho que las catacumbas -fueron abiertas en las canteras, su carácter especial, sus galerías -sobrepuestas, pues hay hasta cinco pisos de tumbas; su disposicion, -que tiene cierta regularidad, revelan un plan, perfectamente -concebido y madurado, al cual se sometia y subordinaba la edificacion -de estas celdillas, donde los grandes elaboradores del nuevo dogma -depositaban la miel de sus ideas, que habia de alimentar á tantas -generaciones. Hasta la naturaleza del suelo se estudiaba con -detenimiento y con verdadera ciencia. Evitábanse las arcillas y -gredas, las marismas, todo terreno que conservára fácilmente las -aguas, y se cavaban los templos y los sepulcros en la toba granular, -volcánica, más fuerte, más consistente, ménos accesible á la humedad, -forjada por el fuego creador, y apta á todo género de construcciones -duraderas. Mas era necesario preservar aquellos asilos, no solamente -de los ataques de la naturaleza, sino tambien de las cóleras de los -hombres. - -Para conseguir este fin, buscaban los cristianos la sombra de las -leyes. Y la ley romana protegia sobre todo y ántes que todo en el -mundo los lugares consagrados á las sepulturas. El suelo que era -propiedad de la muerte no tenía el movimiento de la vida. Vendida, -legada, donada una propiedad, una finca, ni venta, ni testamento, ni -donacion alcanzaban al sepulcro, siempre exceptuado, siempre en poder -de las familias que allí guardaban las cenizas de sus deudos. Así -podian abrir fosas profundísimas en el suelo, elevar monumentos á las -alturas, y con el nombre de áreas adyacentes, unir muchos terrenos -anejos al sepulcro, y como el sepulcro, sagrados. Los cristianos -aprovechábanse para sus cementerios de estas garantías de las leyes, -y señalaban un terreno cualquiera, y abrian galerías subterráneas, -y depositaban allí los vasos de su culto, los muertos de su secta -y de su familia. Una serie de áreas romanas constituia el núcleo -verdadero de las catacumbas. Así, por el respeto supersticioso de -las leyes á la propiedad infiltrábase la oracion libre y el culto á -los muertos. Los mismos emperadores que perseguian á los cristianos -como creyentes, respetaban á los cristianos como propietarios. La -propiedad colectiva, que era la propiedad cristiana de los primeros -tiempos, tenía existencia legal en los códigos y amparo eficaz en los -tribunales. Si hay confiscaciones como en los reinados de Valeriano -y de Diocleciano, son confiscaciones pasajeras, excepcionales, -interrumpidas, borradas pronto por una restitucion, que prueba la -perennidad del derecho, como la restitucion de Galieno y de Magencio. -Y sin embargo, el Imperio persigue las asociaciones ilícitas, y -declara asociaciones ilícitas las asociaciones religiosas, que -amenazan á la integridad de su vida amenazando á la integridad de -sus dogmas. Y Roma, que reconociéndose epílogo y síntesis del mundo -antiguo, admite en sus templos todas las divinidades nacidas en el -seno de los pueblos asiáticos, Roma rechaza el Dios de los judíos, el -Dios de los cristianos, sin duda porque los demas dioses son, como -los suyos, dioses de la naturaleza, en tanto que el Dios cristiano y -judío es el Dios del espíritu, que viene á sustituir á la verdadera -y poderosísima diosa de la tierra, á la diosa Roma. No obstante -este ódio, comprobado por tantas persecuciones, respetábase toda -asociacion benéfica que tuviese por objeto enterrar á los muertos, -orar por los muertos: no se le preguntaba por su dogma religioso -cuando se la veia reunirse para prestar culto á la inmortalidad. Bajo -tal respeto á la muerte se anidaban los cementerios y los templos. - -Y cuenta que el cementerio cristiano exigia verdadera amplitud. -Los romanos quemaban sus muertos, y recogian las cenizas en vasos -de mármol ó de pórfido; miéntras los cristianos, que creian, no -sólo en la inmortalidad del alma, sino en la resurreccion de la -carne tambien, guardaban los cadáveres íntegros en el fondo de las -sepulturas. Así las ciudades de los muertos alcanzaban proporciones -tan colosales como las ciudades de los vivos. Así bajo los arcos de -triunfo, bajo los circos llenos de magnificencia, bajo los templos -donde se congregaban los dioses que se creian eternos, bajo los -palacios donde reinaban los césares, que se creian omnipotentes; á -los cuatro puntos del horizonte, extendíanse verdaderas ciudades de -sepulcros, con sus calles, con sus encrucijadas, con sus plazas; -ciudades de la muerte, que, sin embargo, avivaban en sus sepulturas -un nuevo espíritu, el cual habia de matar á la antigua Roma, y animar -sobre sus restos otra civilizacion. - -Nótase una diferencia entre las catacumbas del siglo I y las -catacumbas de los otros siglos; del siglo III por ejemplo. Aquéllas -eran más hermosas y estaban más ornamentadas. Empleábanse en el siglo -I los mármoles con frecuencia; los estucos brillantes, los colores -vivos, los relieves artísticos, los frescos dignos de figurar junto -á los frescos de Pompeya, las inscripciones clásicas con retumbantes -y nobiliarios nombres de familias aristocráticas, los sarcófagos -monumentales, todo construido, todo hermoseado por aquellos artistas, -un poco paganos, es verdad, que llevaban todavía en sus pinceles y en -su cincel artísticos todos los jugos de las inspiraciones clásicas; -pero que representaban el tránsito de un término á otro término de -las ideas, y de una época á otra época de la historia. Así es la -vida. Las revoluciones más trascendentales se apartan tímidamente de -su orígen y se agarran á las instituciones mismas que van á destruir. -La Iglesia, aunque nace bajo la maldicion de la sinagoga, recoge y -consagra los libros, usa y difunde el lenguaje de la sinagoga. El -cristianismo, aunque crece entre las persecuciones de los paganos, -copia sus símbolos y santifica sus artes. La filosofía, aunque huye -y se aparta de las ciencias teológicas, consagra muchos de sus -apotegmas y encierra las fórmulas racionalistas en la terminología -de las antiguas escuelas. Los pintores místicos de la Edad Media -tienen su progenie en los pintores de las catacumbas. Aquí está la -brillantísima genealogía de Cimabue y de Fra Angellico. Aquí la -paloma, que servia en la antigua pintura para acompañar á Vénus, -sirve para anunciar, con su ramo de olivo en el pico, la promesa de -la resurreccion. Quizá no esté tan bien dibujada, tan bien cincelada -como la serena paloma griega que ha construido su nido entre los -mirtos, los lentiscos, y que ha acompañado con sus arrullos los -himnos de los templos helenos; pero en cambio ha pasado bajo las -blancas alas de la paloma cristiana, por todo su cuerpo demacrado, -el relampaguear sublime de nuevo espiritualismo. Así es el alma -humana. Cree el sentido comun que se ha transformado, que ha crecido -por súbitas y milagrosas revelaciones, cuando se ha transformado, -cuando ha crecido por un trabajo interior, perseverante, eterno, que -ha elaborado lentamente las nuevas creencias, los nuevos dogmas; -alimento de tantas generaciones, atribuido en los arrebatos del -corazon y de la fantasía á milagros de los profetas, de los ángeles, -de los reveladores, no de otra suerte que el artista, el poeta, -atribuye á la sonrisa de la casta Musa, escondida en los pliegues del -aire, en los arreboles del cielo, la inspiracion que á raudales brota -de su propia alma. - -Pero, como las catacumbas de los tiempos apostólicos son más bellas y -más ricas que las catacumbas de los tiempos posteriores, cuando ya se -habia difundido el cristianismo, yo no puedo atribuirlo á lo que lo -atribuye el Conde de Richemont en su erudito libro sobre la primitiva -arqueología cristiana; yo no lo atribuyo á que las clases más nobles -pertenecieran á la religion más nueva. No. La historia desmiente -este aserto. La fuerza misma de la asociacion cristiana obró las -maravillas de las primeras catacumbas. Los artistas, que pertenecen -siempre á lo pasado por la poesía de los recuerdos, á lo porvenir -por la poesía de las esperanzas, fueron tocados en el corazon por -la nueva fe, y expresaron sus sentimientos en la soledad de las -catacumbas. La misma insignificancia de la secta perseguida sirvióle -de incontrastable escudo contra los perseguidores. Los primeros -césares temian á los estoicos, cuyo sentido humanitario contrastaba -la idea fundamental romana, la idea de la superioridad incontestable -de la gran ciudad; pero no temian á los cristianos, confundidos con -aquellos judíos que trajeran cautivos de la toma de Jerusalen, y -que arrojaban con menosprecio á las fiestas del Circo, para que sus -combates, sus agonías, sus estertores, su muerte, sirviesen de solaz -al hastiado pueblo. - -Cuando el cristianismo creció, como en el siglo III; cuando el número -de sus iglesias aterró á los que veian arruinarse en la soledad y -en el abandono los paganos templos; cuando coincidieron con estas -tendencias de los espíritus á separarse de la antigua fe, tendencias -de los pueblos á separarse tambien del antiguo Imperio; cuando entre -tantas ruinas morales y materiales se dibujaban como bandadas de -cuervos, viniendo á lanzarse hambrientos sobre un cadáver insepulto, -las irrupciones de los bárbaros, que ponian espanto con los aullidos -de sus gargantas, y la vibracion de sus armas, y la ferocidad de -sus instintos; los últimos romanos atribuyeron sus desgracias á los -primeros cristianos, los cuales, perseguidos, acosados, como una -nueva fuerza más que como una nueva idea, se refugiaron en catacumbas -abiertas de prisa, enlazadas con las viejas canteras, sin pinturas ni -relieves, porque no eran, no, templos de religiosos, sino madrigueras -de fugitivos. - -Habiamos ido desde las catacumbas de San Sebastian á las catacumbas -de San Calixto. En las primeras nos condujo rápidamente un fraile, -guiándonos, vela en mano y largo recitado en labio, por aquellas -cavernas. En las segundas nos acompañó un guía laico, mucho más -instruido y mucho ménos presuroso, cuyas noticias parecian más bien -aprendidas en experiencia propia que en ajenas recitaciones. La -oscuridad era grande, completo el silencio. Pareciamos descendidos -de las tempestades superiores de la vida á las espesas sombras de la -muerte. Nos internábamos, y nos internábamos mucho. Si la luz que nos -guiaba se hubiera extinguido, ¡cómo saliéramos nosotros del abismo! -Y sin embargo, ¡qué reposo! ¡Qué especie de tranquilidad en aquella -region de la muerte! Los fugitivos que allí se escondieron dominaron -al mundo. Las ideas que allí se plantáran cubrieron con su benéfica -sombra, por espacio de muchos siglos, los altares, los templos; -alimentaron con su calor las conciencias; sostuvieron el corazon -humano con sus esperanzas. - -¡Quién, al ver las dos sociedades, no hubiera dicho que la -subterránea estaba destinada á desaparecer, y la superior, la que al -aire y á la luz se esperezaba en el placer y en el vicio, destinada, -por su falso brillo, por su poder aparente, por la fuerza que fingia, -por los cortesanos que la cercaban, á durar siglos de siglos! Arriba -los césares, el Senado ceñido de laureles, el ejército, en cuyas -armaduras relumbraba el sol de las batallas; los sacerdotes, que eran -oráculo de lo pasado y nuncios de lo porvenir; los cortesanos en -legiones innumerables, los esclavos en la ergástula, los gladiadores -en el circo, los arcos de triunfo, los monumentos colosales, los -obeliscos, testigos de tantos siglos y despojos de tantas batallas; -miéntras que abajo sólo habia sectarios oscuros, débiles, soñando con -una redencion moral en medio del envenenamiento de las costumbres, -teniendo por toda fuerza sus oraciones, por toda victoria sus -martirios. Arriba los templos eran magníficos, rodeados de prados -y jardines, donde cantaban en pajareras várias aves innumerables; -precedidos de vestíbulos de mármol; ornados de maravillosas estatuas, -debidas al cincel que trasmitiera á las inertes frias piedras todo el -calor, toda la vida del alma; convertidos en museos de antigüedades -por la conservacion de las espadas que esgrimieran los primeros -héroes, y de los trofeos que encontráran, así en las ciudades como -en los campos, los primeros conquistadores; miéntras que abajo, -en las sombras, junto á estos milagros del arte, junto á estas -maravillas de la historia, el sombrío templo cristiano, abierto como -las madrigueras de las alimañas salvajes, ornado sólo por algunas -humildes figuras, que simbolizan el dolor, amenazado por la crueldad -del despotismo, avivada y recrudecida en las embriagueces de la orgía. - -¡Quién hubiera dicho que habian de triunfar estos humildes sectarios! -Asombra ver cómo se burlaban de ellos los más aplaudidos escritores -de la antigüedad. Luciano ha dejado entre sus inmortales escritos -la carta burlesca sobre un mártir cristiano llamado Peregrino. Este -desdichado se figuraba que era inmortal, y que, por ende, habia -de vivir perpétuamente. Despreciaba, en consecuencia de esta fe, -los tormentos y pedia la muerte. Como el sofista crucificado habia -persuadido á los suyos de que todos los hombres deben tenerse por -hermanos, ponian sus bienes en comun, y, víctimas de la ignorancia, -caian en manos de los más codiciosos ó de los más hábiles. Coronaban -todas sus insensateces con la magna insensatez de morir en las -llamas. De tan acerba manera juzgaba á los renovadores del mundo un -escritor de talento, un filósofo de elevadas ideas, un satírico de -primer órden. Y eso que sentia el hielo de la muerte discurrir por -las venas de la antigüedad. Y eso que los dioses del pagano culto y -los filósofos de la griega ciencia merecian todas sus despiadadas -burlas. Y eso que debia sentir en el fondo de su alma conturbada la -necesidad de la renovacion. - -Pues aquellos fanáticos en creencias, supersticiosos por -temperamento, recluidos en tinieblas, creyentes en el sofista -crucificado; los predicadores insensatos, los sectarios apasionados, -los débiles, los pobres, los ignorantes, eran, despues de todo, los -llamados á despertar, esparciendo la llama viva del espiritualismo -sobre su frente, al mundo ébrio y corrupto, que emponzoñaba con sus -orgías y con sus vicios, no solamente la conciencia humana, sino la -misma naturaleza material. - -¿Qué fuerza tenian, qué fuerza? ¿Armas? Su palabra. ¿Riquezas? Su -fe. ¿Poder? El de su resignacion al sufrimiento. ¿Legiones? Las -legiones de los mártires. ¿Propiedad? La de sus tumbas. Lo que tenian -realmente, era una fuerza que es incontrastable, un arma que no se -mella nunca, una riqueza que no se pierde, una propiedad que no se -acaba: la misteriosa luz sin noche y sin ocaso, el vívido fuego que -vivifica y no quema, el alma inmortal de la naturaleza, el motor de -la sociedad, el aire en que perpétuamente respiran las almas; la -idea, uniendo á ella el sentimiento, que ha recibido de los cielos el -dón de los milagros; la fe viva, profunda, en esa idea. Los vencidos -vencieron, los proscriptos reinaron, los muertos fueron dispensadores -de la vida, los débiles domaron con sus manos, traspasadas por los -clavos de la cruz, la salvaje fiereza de los bárbaros, y su ideal -maldecido se transformó en el sagrado lábaro de una nueva vida. - -Imposible que estas reflexiones no asalten y no posean con -fuerza á cuantos vayan por aquel inmenso laberinto de calles -subterráneas. Son los surcos donde se plantaron los gérmenes de las -ideas cristianas. Allí estuvieron largo tiempo, guardados de la -persecucion, como la semilla del trigo bajo los hielos del invierno. -Allí brotaron á la luz. Los mártires de una idea progresiva resucitan -siempre. La obra que construyen no se interrumpe, aunque lo parezca -á nuestra mezquina vista, incapaz de abrazar en su conjunto, como el -Universo material, el Universo moral. Nosotros, ajenos á toda enemiga -contra ninguna de las ideas que han contribuido á la educacion de la -humanidad, hijos de este siglo eminentemente sintético, mirábamos y -admirábamos enternecidos el lugar donde se fraguó la gran revolucion -moral contra los excesos del sensualismo antiguo. Los signos -epigráficos, las figuras medio borradas, los jeroglíficos esculpidos -en las piedras tumulares, las imágenes sagradas de aquellos tiempos -nos trasportaban á su tempestuoso seno. Parecíanos oir la salmodia -religiosa medio reprimida por el terror; ver la llegada de los que -traian los restos de los mártires recien cogidos en el espoliario -del Circo, para depositarlos en las urnas, y alzar al pié de estas -urnas el pequeño altar donde ardia la mística lámpara. Ya pintados -al fresco, ya esculpidos en las piedras, veiamos el pescado -milagroso, que representaba al Salvador; las áncoras, símbolos -de la esperanza; el cayado y el odre del buen pastor; el cordero -resignado al holocausto; la nave de la Iglesia desafiando todas -las tempestades; la viña mística, cuyos racimos y cuyos sarmientos -llenaban la tierra; la mujer divina deslizándose sobre las aguas -del mar con su niño entre los brazos y la estrella sobre la frente; -la cena en que se repartia el pan eucarístico entre los primitivos -cristianos, cena frugal, alimento del alma, protesta viva contra las -orgías del Imperio; la resurreccion de Lázaro, saliendo rejuvenecido, -hermoseado, de su sepulcro, merced al Verbo divino, que cayera -sobre sus huesos y lo despertára á la nueva vida, como la doctrina -evangélica al Viejo Mundo. - -No puedo yo entrar en las controversias artísticas que han suscitado -los eruditos fundadores de la arqueología cristiana. No puedo decir -si, como quiere M. Raul Rochette, estas pinturas se han inspirado -en el arte antiguo, ó si han espontáneamente nacido de la nueva fe, -como quieren el caballero Rossi y su erudito comentador frances, -que en otro lugar he citado. Hame sucedido como á éste; no he visto -el cielo que veia Ozanan en los ojos de las orantes. No he visto -ni siquiera la expresion espiritual de las tablas de la Edad Media -en los frescos de las catacumbas. He visto que los rostros tienen -algo de la impasibilidad inconmovible de la pintura antigua. Pero -se observa que el arte no está en la serenidad clásica, en aquella -compenetracion de la forma y del fondo, que le daba un carácter -olímpico. Algunas gotas de plomo derretido han abrasado aquellas -carnes. Algunos relámpagos de un ideal infinito han pasado por -aquellos ojos. Las formas se retuercen de dolor, y los labios -suspiran de nostalgia. Son las larvas misteriosas de donde saldrán, -en la sucesion de los siglos, los ángeles de Fiessole, los mártires -de Fra Bartolomeo, las Concepciones de Murillo, las Vírgenes de -Rafael. Así el pintor que contempla estas figuras simbólicas, puede -ver en ellas, extasiado, los primeros blasones de la genealogía del -arte moderno, de ese arte pictórico en que hemos superado á los -antiguos. - -Pero ¡ah! cristianos ó filósofos, adictos á lo pasado ó adictos á lo -porvenir, hombres de fe ó de ciencia, cuando penetrais en aquellos -abismos, cuando caeis en aquellas tinieblas, cuando columbrais los -borrosos frescos ó palpais los sacros relieves, sentís discurrir por -vuestras venas un estremecimiento de terror, como el que produce -siempre la contemplacion de lo sublime. En mí confieso que todos -los sentimientos y todos los recuerdos de la infancia se levantaban -como en tropel y me poseian, como si la primera fe áun estuviese -viva. Recordaba yo la humilde iglesia de mi lugar con sus fiestas -religiosas; la Vírgen-Madre entre nubes de incienso y acentos del -órgano; las procesiones que salian á bendecir los campos en las -mañanas de Mayo, cuando las amapolas alzaban sus corolas entre los -trigos, y las zarzas se cubrian de rosillas; el cántico de las -letanías, repetido por innumerables voces; los acentos de la campana, -difundidos en los aires, llamando á la oracion, miéntras los últimos -resplandores del dia espiraban sobre las crestas de los montes, y -las primeras estrellas de la tarde nacian en la inmensidad de los -desiertos cielos. - -Mas cuando estos sentimientos del corazon dejaban espacio á las -ideas, yo veia el poder de una nueva creencia, que aparece en -momentos propicios, en el momento de una muerte irremisible de la -antigua fe. Este sentimiento no os deja ni un momento cuando vagais -por aquellos subterráneos, cuando á vuestros mismos ojos pareceis -cadáveres ambulantes en aquellos inmensos panteones. La oscuridad, la -lobreguez, el silencio, si por mucho tiempo se prolongan, os fatigan, -os hielan, os petrifican. Necesitais el aire tibio, la luz, la luz -sobre todo. Así, cuando salimos de las catacumbas, y respiramos en la -atmósfera de la campiña latina, y contemplamos el sol centelleando -en las nieves del Apenino, y olimos el aroma de las hierbas -humedecidas, de las flores recien brotadas, y escuchamos el piar de -los pajarillos que abrian sus gargantas en los nidos al alimento y á -las caricias maternales, miéntras las golondrinas subian á los cielos -y el ruiseñor gorjeaba en las vecinas enramadas, no pudimos ménos de -bendecir á la Naturaleza, que ofrece un teatro eterno á todas las -tragedias, y páginas infinitas á todas las epopeyas de la historia. - - - - -LA CAPILLA SIXTINA. - - -Roma es la ciudad de las tristezas eternas. Sus cipreses murmuran -una elegía. Sus fuentes lloran la muerte de algun dios. La luna, al -reflejarse en sus mármoles, evoca legiones de blancas sombras. Por -doquier muestra amontonadas las ruinas con sus coronas de ortigas. -Un ejército de Titanes ha sido precipitado en el polvo de esta -ciudad, asentada sobre urnas funerarias. Las piedras gigantescas, los -muros ciclópeos, las columnas colosales son los huesos de esa raza -vencida por los rayos del cielo, aniquilada por las maldiciones de -Dios. Jamas un volcan extinguido por el frio de los siglos fué tan -majestuoso en la estéril soledad de su cráter, como esta Roma muerta. -Jamas los huesos de los fósiles, incrustados en las montañas por -el diluvio, enseñaron tanto como esos ladrillos diseminados en las -cenizas, como estas piedras con sus inscripciones borrosas. - -Todo es desolacion. Vagais entre sepulcros vacíos. La muerte no -ha perdonado ni las cenizas de los muertos. La naturaleza, en su -voracidad insaciable, ha metamorfoseado los huesos caidos sobre sus -profundos senos. Y los átomos de César, de Sila, de Cincinato, de -Camilo, quizá ruedan en el polvo barrido por el aire, quizá matizan -ténuamente las frágiles alas de una mariposa, ó se dilatan por las -fibras de la hierba que siega con su afilado diente la salvaje cabra. - -Y sin embargo, cuando estaban agrupados sobre un esqueleto, cuando la -sangre hirviente los regaba, cuando las entrañas, como otros tantos -hornillos, mantenian el calor de la vida, esos átomos soportaban -el peso del cielo, regulaban á su placer el mundo, y dirigian la -humanidad con una frágil espada, hoy enmohecida, al cumplimiento de -sus destinos. - -Pero ¿qué resta de todo esto? Unas cuantas capas de polvo amontonadas -sobre otras capas de polvo, donde se han perdido y se han borrado los -césares y los tribunos, los vencedores y los vencidos, los romanos -y los bárbaros, los señores y los esclavos; sin que pesen más en la -balanza del universo y en la gravitacion del globo unas que otras -cenizas. - -Despues de haber andado largo tiempo entre tantas ruinas, echais -de ménos los habitantes, pero habitantes á la altura del coloso. -Nada importa el ave nocturna que se esconde en el hueco de un -sepulcro; nada el murciélago que sale de una catacumba; nada el -buho ó el cuclillo que cantan en la soledad de la noche sobre las -piedras del Coliseo. Quereis, repito, ver habitantes á la altura del -coloso. Inútil buscarlos en una raza degenerada y sierva. Los dignos -habitantes de Roma son los hombres de mármol tallados por el cincel -en piedras inmortales. Son las figuras dibujadas en los muros por el -genio. Y entre estas figuras, las que tienen todavía el fuego sagrado -en la frente; las que guardan la fuerza del heroísmo en los músculos -y en los nervios crispados por las chispas del pensamiento; las que -respiran la tempestad en la ancha fragua de sus colosales pulmones; -las que pueden sostener el cielo con su frente, y dejar bajo sus piés -una huella indeleble en la tierra, son las figuras de Miguel Ángel. - -Parece que despues de haber estado caido en el polvo mil años el -genio del Capitolio, arrullado por los Misereres de la Edad Media, -ha sacudido su pesado sueño un dia, se ha levantado arrojando las -montañas de ruinas amontonadas sobre sus espaldas, y ha ido á buscar -ese Titan del arte, ese Miguel Ángel siniestro, solitario, tétrico, -sublime, para comunicarle el soplo de su espíritu, y pedirle en -cambio que dejára grabadas sobre los muros de la Roma católica las -sombras colosales de la Roma antigua. Así debian ser de fuertes, -de fornidos, de hercúleos, los héroes romanos; ese pecho fortísimo -necesitaban para infundir con su aliento un espíritu á la humanidad; -esos brazos nervudos para manejar el caballo de guerra y llevarlo -vencedor desde las orillas del Tígris á las orillas del Bétis; sobre -esos anchos hombros descansaba la tierra como sobre otras tantas -cariátides; esa actitud forzada y casi imposible debian tener cuando -asaltaban Jerusalen y Alejandría; sus manos parecen vibrar aquella -lanza, con la cual abrieron las venas de los pueblos y los ingertaron -fuertemente en su derecho; y las espaldas gigantescas se encorvan un -poco, cual si trajeran todavía al pomerium la enorme carga de los -dioses vencidos en toda la tierra. - -Esta fué la idea que en mí despertó la Capilla Sixtina, cuando la -visité de vuelta de la Vía Apia, de la Vía de los Sepulcros. Al -pronto, en aquel templo del arte, ahumado por los cirios y por el -incienso, no descubrís más que las figuras colosales, y no os dais -cuenta ni de la idea ni de los personajes que representan. Yo de mí -sé decir que fuertemente conmovido por la larga carrera entre dos ó -tres leguas de sepulcros, imaginaba ver en los Alcídes de la bóveda -y en los varios grupos del Juicio Final, las almas escondidas en -las ruinas; esas almas que flotan sobre las piedras, sobre los arcos -ruinosos; esas almas errantes por la tierra del Foro, revistiendo -formas humanas, colosales, violentas, como si el huracan del último -dia del mundo las sacudiera, pero formas en debida proporcion y -armonía con su histórica grandeza. Las figuras de Miguel Ángel son -los héroes antiguos que han crecido en su sepulcro. - -La Capilla Sixtina toma su nombre de Sixto IV. El pontificado de -éste fué agitadísimo. Maquiavelo aprendió parte de su política en -la conducta de Sixto. Fué el primero que mostró cuán grande era el -poder político de los Papas, y armando guerras contra los magnates -de Italia, mereció ser atendido de todos y alabado por el autor del -_Príncipe_. En su tiempo, y á sus instigaciones, murió asesinado -Julian de Médicis en Santa María dei Fiori de Florencia, á la hora -misma de alzar á Dios en la misa Mayor. Los Médicis, en cambio, -colgaron de una ventana al Obispo nombrado por el Pontífice para -Pisa. Las riquezas de Sixto IV montaban mucho, porque provenian de la -venta de beneficios. Pedro Riario era cardenal á los veintiseis años, -Patriarca de Constantinopla, Arzobispo de Florencia, y murió exhausto -de oro, de sangre, á manos del placer, como Baltasar ó Sardanápalo. -Las facciones combatian á la puerta del Vaticano y manchaban de -sangre hasta las gradas de los altares de San Pedro. Pero la córte -romana se enriquecia, y con estas riquezas levantaba capillas. Era -este el tiempo en que por dinero se concedian permisos de robar -á los bandidos, y en que un camarero decia á Inocencio VIII, que -habia comprado la silla pontificia con simonías, y que habia vendido -salvoconductos á los ladrones: «Procede bien V. S., porque Dios no -quiere la muerte del pecador, sino que pague y viva.» - -Pero si la Capilla debe su nombre á Sixto IV, debe la maravillosa -decoracion de la bóveda á Julio II. Este tiempo es el tiempo clásico -de los horrores de Italia. Si, como dice Alfieri, la planta-hombre -nace más robusta en la Península italiana que en el resto del mundo, -y se conoce su robustez en sus crímenes, jamas ningun país los -presenció tan grandes. Pisa espiraba en sus lagunas, despues de una -resistencia que tenía algo de la furiosa locura del suicidio. Un -Dux de Génova, alzado desde el movible seno de las clases plebeyas -á la suprema dignidad, era asesinado, descuartizado; sus miembros, -repartidos entre los enemigos, puestos como trofeos en los muros. -Tres mil ciudadanos caian degollados sobre el suelo de Prato, al -par que eran violadas las innumerables monjas de sus conventos. -La nobleza veneciana moria tostada en una cueva de Verona, cuyos -bosques ardian horriblemente. Ni siquiera fueron perdonados los niños -de pecho. Era tan espantoso aquel tiempo, que hasta las mujeres -se volvian crueles. Una campesina toscana descabezaba al soldado -español que la habia robado á su hogar, y huia para presentarle á -su marido, en desagravio de su honra, la lívida cabeza. Los suizos -talaban el Milanesado, los alemanes Venecia, los franceses Ravéna, -los españoles el resto de Italia. Allí Gaston de Foix se complacia -en mostrar su camisa, roja de sangre italiana. Allí Bayardo ejercia -las crueldades caballerescas de los tiempos feudales. Allí saltaban -las minas inventadas por Pedro Navarro. Allí el Gran Capitan ganaba -sus victorias á costa de cruentísimas luchas. Italia era un campo -de matanzas. Hileras de insepultos cadáveres la cubrian desde los -desfiladeros de los Abruzos hasta los desfiladeros de los Alpes. Pero -en medio de todas estas catástrofes, el genio que truena, la voz -que impera, es el genio y la voz de Julio II, austero en su vida, -italiano en el fondo de su corazon, forjado para las batallas en el -bronce del heroísmo; hábil hasta añadir ó sustraer á sus cálculos, -como cifras aritméticas, los reyes y los emperadores y los pueblos; -pagado de su autoridad religiosa, porque le sirve para afirmar su -autoridad política, implacable en sus castigos como un sacerdote -del antiguo Testamento, veloz como un condottiero para emprender -correrías y asaltar ciudades hasta en los rigores del invierno; en la -una mano los rayos espirituales para vibrarlos fuertemente y expulsar -los herejes de la Iglesia; en la otra mano la mecha para encender los -cañones y expulsar los bárbaros de Italia. - -Indudablemente hay una relacion de temperamento entre el papa Julio -II y el artista Miguel Ángel. Aquél quiere extraer del fondo de las -invasiones una raza de héroes que sirvan para sostener la patria, y -éste del seno de las canteras otra raza de titanes que sirvan para -excitar á la gloria. Así le propone á Julio II su sepulcro: una -montaña de bronces y mármoles; ancha la base y elevada la cúspide; -una gradería entre ellas de cornisas caprichosamente cinceladas; -diversos genios en esas actitudes viriles, violentas, pero armónicas, -cuyo secreto sólo él posee, teniendo sobre su cerebro mantenidas -las cornisas y bajo sus piés encadenadas las naciones: las Virtudes -y las Artes, por hermosísimas mujeres representadas, llorando y -retorciéndose de dolor; sobre las cuatro esquinas de la primera -cornisa, la Vida activa y la Vida contemplativa, San Pablo, cuya -palabra es una espada, y ese Moisés que todavía nos aterra con su -mirar, relampagueante como el Sinaí; arriba, sobre trofeos, tributos -de la naturaleza y recuerdos de la historia, Cibéles, la tierra, -sosteniendo una mortaja con la actitud de una Madre Dolorosa que -abraza al Crucificado exánime en su amante seno, y mirando á Urano, -el cielo, que todo lo remata sonriente, y que engarza el genio del -Papa, como una estrella más, en el coro de sus bienaventuradas almas. -Era aquella tumba un poema cíclico. - -Miguel Ángel corria á las montañas á buscar el mejor mármol. Llenaba -de grandes piedras Roma. Luégo cogia su martillo, su cincel, y -comenzaba á romper, á desbastar el mármol, buscando anhelante, -sudoroso, con esfuerzos supremos, entre una nube de piedras que -saltaban á sus golpes, la imágen tal como la descubria en su propia -conciencia. Pero cuando estaba en el hercúleo trabajo empeñado, -la envidia le mordió en el talon. Bramante, uno de los genios de -aquella edad sobrenatural, quiso perderlo. Arquitecto principalmente -el uno, escultor principalmente el otro, léjos de excluirse, debian -completarse. - -Las grandiosas estatuas de Miguel Ángel parecen hechas para lucir -bajo los atrevidos arcos de Bramante. Allí, entre aquellas largas -líneas, bajo aquellas curvas prodigiosas, teniendo por decoracion uno -de esos patios ó uno de esos templos cuyas perspectivas nunca se -acaban, podian las estatuas de Miguel Ángel desplegar sus trágicas -actitudes, sus titánicos miembros, que parecen sacudidos por los -rayos de las ideas, y violentados por el esfuerzo supremo para subir -desde la tierra al cielo. Se aborrecian Bramante y Miguel Ángel; pero -se completaban. Así es la naturaleza humana. Aquellos dos hombres -no sabian que eran los trabajadores de una misma obra. Por eso la -historia no empieza á tener conciencia de sí misma, sino cuando -la muerte ha pasado sobre sus héroes. Tales ejércitos, que se han -combatido hasta aniquilarse sobre un campo de batalla; tales hombres, -que se han odiado hasta herirse con la calumnia; tales genios, que se -han perseguido mútuamente hasta querer borrarse de la tierra, como -si no hubiera aire para todos, no saben, cegados por sus pasiones ú -oscurecidos por el polvo de los hechos diarios, que mañana han de -confundirse en una misma gloria, han de representar á los ojos de -la posteridad una misma idea, han de tener en las hondas huellas -dejadas por las obras de arte sobre el mundo los mismos adoradores y -los mismos enemigos: que toda grande personalidad es un trabajador -empleado en levantar esa serie inmensa de arcos triunfales llamados -siglos, y todo espíritu individual es una faceta del prisma llamado -espíritu humano, que descompone en mil matices la luz divina en la -cual va bogando el Universo. - -La sociedad es como la naturaleza. El mal está en lo particular, en -lo contingente, en los límites de las cosas; pero el mal desaparece -en el conjunto, en lo universal, en lo eterno. Así os sucede que en -ciertos siglos todos los individuos parecen perversos, todos los -pueblos ciegos, todas las acciones malas; aquí un monstruo, allá una -matanza, acullá una supersticion; y luégo, cuando la idea del siglo -se desprende de aquel todo, resulta como benéfica nube henchida de -consolador rocío que refresca los aires y empapa en vida nueva la -tierra. En el Universo acontece lo mismo. El veneno, el rayo, la -peste, las catástrofes, son accidentes que jamas llegan á perturbar -la serenidad del conjunto, la vida que se desprende como una mansa -cascada de los pechos de la naturaleza, la eterna luz del Cósmos. La -víbora pica al hombre; pero no puede picar á la humanidad. La muerte -siega al individuo; pero no siega á la especie. Me he sublevado -siempre contra la idea maldita de la eternidad del mal. Por eso he -combatido la otra idea, no ménos maldita, de la muerte completa y -del completo aniquilamiento de la conciencia. Resolvemos todas las -antinomias, todas las contradicciones por medio de la muerte. Mirad -cómo Bramante y Miguel Ángel, que se han combatido en la vida, se -han reconciliado en la inmortalidad. - -Pero prosigamos la historia de la Capilla Sixtina. Bramante inspira -á Julio II la idea de encargar á Miguel Ángel los frescos de la -bóveda. Pero el grande escultor ni siquiera conoce los procedimientos -de la pintura al fresco, y así lo dice al Papa. Éste no admitia -contradiccion, no toleraba que se le diera á la desobediencia ni -siquiera la razon de las razones, la imposibilidad. - -El golpe iba asestado al corazon de Miguel Ángel, porque pintaba -entónces á cuatro pasos de la Capilla Sixtina, en su inmortal -serenidad y con toda suerte de prodigiosas venturas, Rafael, las -estancias. El primer escultor de su siglo corria el peligro de -quedar siendo el segundo pintor. Esta idea atormentaba su orgullo, -pero no le descorazonaba. Viendo la imposibilidad de resistirse sin -perderse, llama de Florencia á los pintores más hábiles en trazar -frescos, aprende de ellos la parte de oficio que hay en todo arte, -los despide. Y se encierra solo en la Capilla, contemplando aquella -inmensa bóveda, alta, oscura, desnuda, vacía, semejante al espacio -desierto ántes de la Creacion. Pero él va á poblarlo. Cuando mirais -con atencion aquellas figuras, un extraño espejismo os hace creer -que han sido pintadas en un relámpago. Se ve que han salido de los -rayos de una tempestad y de las cóleras de un gigante. Sus labios -están dibujados para exhalar una lamentacion de Jeremías, un terceto -del Dante, una de las maldiciones del Prometeo de Esquilo. El alma -de Rafael ha producido sus figuras, como diz que parió la Vírgen, -sin dolor. Cada una de ellas parece nacida como Citerea, de las -espumas del mar, en la concha de nácar, con la sonrisa en los labios, -los rayos de la aurora en la frente y el cielo en los ojos. Una -ola de aquella alma serena las ha depositado en las áridas riberas -de la realidad. Las figuras de Miguel Ángel luchan, padecen, se -retuercen, van montadas en las ráfagas de un huracan, tienen por luz -un incendio, expresan la virilidad y la potencia del dolor, son los -hijos gigantes de los estremecimientos desesperados de su genio en -delirio, ansioso de marcar la realidad con el sello de lo infinito. -Por eso parece que todas llevan en las carnes el hierro candente de -la idea de aquel hombre, y gritan desesperadas desde la realidad por -otro mundo infinito, como el náufrago por la tierra. - -Es necesario comprender todos los dolores que atenaceaban el corazon -de Miguel Ángel cuando componia su obra. Rafael está siempre -sostenido por su amada que le idolatra; por sus discípulos que le -obedecen; rodeado de un coro de ángeles: el gran escultor está solo, -separado del mundo, reducido á un coloquio perpétuo con sus ideas, -sin amor y sin amistad, aislado como las grandes eminencias del -globo, con la tempestad sobre su frente. Despues de haber aprendido -los primeros procedimientos, ensaya el comienzo de su gigantesco -poema. Sus colores se descomponen, las pinturas se caen á pedazos. -Inmediatamente corre á ver á Julio II para pedirle que le libre -de su compromiso. El Papa insiste: San Gallo, pintor, le da un -medio sencillo de evitar la dificultad. Luégo el tablado que le ha -construido Bramante se halla suspenso del techo por medio de cuerdas. -Á cada estremecimiento de su pincel, que parece un manojo de rayos, -el tablado se balancea. Miguel Ángel construye otro completamente -fijo y completamente seguro. Por fin traza el cielo que contendrá -sus figuras. Pero inmediatamente que tiene el espacio, le asalta la -desesperacion, nacida del temor de no llenarlo. Cierra la Capilla con -llave, y se lanza á todo correr solo, como un loco, por la campiña -romana. Los arcos destrozados, los acueductos parecidos á gigantes -esqueletos, las ruinas sobre cuya mole se asienta el pastor y por -cuyos costados sube la cabra; los Apeninos tachonados de nieve en -su cima y de cadáveres de pueblos en sus faldas; los cipreses, los -sauces, los pinos, que dan á todo el paisaje aspectos del más vasto -cementerio que han visto los hombres; las lagunas cubiertas de -juncos y atravesadas por los salvajes búfalos y por tristes barcos -donde van acostados seres semejantes á muertos reaparecidos en la -tierra; los sepulcros dorados por el sol como fragmentos de planetas -destruidos sobre aquella desolacion; las nubes fantásticas que -parecen evaporaciones de las cenizas, volcanes flotantes entre los -espejismos del desierto más poblado de ideas que hay en el globo; -todo aquel espectáculo debia fortalecer el alma del titan y obligarle -á producir lo que es superior á las fuerzas humanas: una obra sublime. - -Pero necesitaba hallarse abandonado á su soledad y á su inspiracion. -El tiempo es el grande auxiliar de las obras de arte. Contra su -inspiracion, contra su soledad, contra su tiempo, se habia conjurado -la impaciencia del Papa. Era viejo y deseaba ver la obra ántes de -su muerte. Tres maravillas debia hacer ó inventar Miguel Ángel para -Julio II: su sepulcro, su estatua, la bóveda de la Sixtina. El -sepulcro se interrumpió por difícil y costoso. La estatua de bronce, -levantada en una plaza de Bolonia, fué convertida por los boloneses -en pieza de artillería. Llamábanla Juliana, y la disparaban contra el -Papa. Solamente le quedaba para su gloria la Capilla Sixtina. Apoyado -en su báculo, el Papa entraba á interrumpir, impacientar, apresurar -al artista. Miguel Ángel dejaba caer un tablon á sus piés.—«¿Sabes -que si llega á darme en la cabeza me mata?»—gritó el Pontífice.—«Todo -lo evitára Vuestra Santidad con no venir á distraerme»—le -contestaba el pintor. Julio II aprende la leccion y se va. Pero á -los pocos dias, cuando más entregado está Miguel Ángel á su furia -creadora, aparece el Papa.—«¿Cuándo acabarás?»—le pregunta.—«Cuando -podré»—contesta Miguel Ángel, encubriendo sus figuras con espeso velo -negro que envolvia toda la bóveda. - -Otra vez se empeña Julio II en ver las figuras, agitado de -impaciencia. Miguel Ángel se opone. Sube el Papa á duras penas la -escala del tablado. Miguel Ángel se coloca entre las pinturas y -el Papa. Hay algunos autores que dicen haber en tal ocasion y con -tal motivo dejado caer su báculo sobre las costillas del pintor. -Indudable es que un dia apaleó á su camarero por haber dicho que -Miguel Ángel era, como todos los artistas, medio loco. En este -conflicto descendió el pintor de su tablado, arrojó los pinceles, -fuése á su casa, ensilló su caballo y partióse de Roma. Pero -enamorado perdidamente de su obra, que comenzaba á salir del cáos, -se volvió para concluirla. Bien es verdad que el Papa lo hubiera -preso en el camino, ó hubiera declarado la guerra á la ciudad que -lo retuviera sin su consentimiento soberano, como en otro tiempo -estuvo á punto de declarársela á Florencia, en la cual, huyendo de su -cólera, se habia el artista refugiado. - -Por fin apareció, sí, apareció aquella obra-siglo, aquella -obra-humanidad. El Renacimiento habia encontrado su símbolo. Es la -Edad del gran crecimiento del hombre. Por la brújula ha crecido en el -mar, por la imprenta ha crecido en el tiempo, por el descubrimiento -de América ha crecido en el planeta, por la filosofía ha crecido en -el espíritu, por la reaparicion de las artes clásicas ha crecido en -la historia, por el telescopio va á crecer en el cielo, por todo en -el seno de Dios. ¿Quereis ver cuánto ha crecido? ¿Quereis tener la -medida de su nueva estatura? Pues comparad las figuras tétricas, -rígidas, estrechas de pecho, flacas, desmayadas, que ha dejado Fra -Angellico en Florencia como el testamento de la Edad Media, con las -figuras atrevidas, atléticas, gigantescas, hercúleas, que ha dejado -Miguel Ángel en la Capilla Sextina, glorificacion del Renacimiento. - -Imaginaos un grande trecho plano, iluminado por doce ventanas, y -dividido de las paredes colaterales por una cornisa. El tiempo, la -humareda del incienso, de los cirios, le han dado un tono crepuscular -que aumenta sus misterios. No parecen pinturas: segun la fuerza de -encarnacion, segun lo saliente del dibujo, segun el relieve de -las formas, parecen esculturas. Es la apoteósis del cuerpo humano -regenerado. Por los frisos de la cornisa, y sobre las ventanas, ya -tendidos, ya de pié, ya en actitudes y en posiciones inverosímiles, -aquellos atletas vigorosos, desnudos, de nervios vibrantes como -las cuerdas de un arpa, y de fibras endurecidas por los ejercicios -de la gimnasia; jóvenes hermosísimos, que han combatido por Roma -en los campos de batalla ó que han dado la vuelta al circo guiando -la cuadriga en los juegos olímpicos de Grecia; renacidos al calor -de esta nueva primavera del espíritu, á la evocacion de este genio -extraordinario de Miguel Ángel, que convierte las piedras en hombres; -y escalando audaces las cimas de la Roma católica, cual si fuera su -antiguo Olimpo, á fin de celebrar, con la embriaguez de su nueva y -no esperada vida, la propia resurreccion y la resurreccion de sus -dioses, de sus filósofos, de sus poetas, de su patria en los cielos -del arte. - -Pero aquí se acaban las reminiscencias clásicas. El resto de aquel -techo no ha tenido precedente, no ha tenido consiguiente. Queda -ahí como los primeros versículos de la Biblia, en la conciencia -humana; como las aisladas cimas del Sinaí, del Calvario, del -Capitolio, en las llanuras de la Historia. Son las sibilas y los -profetas. Venidas las sibilas de Délfos, de Cúmas, de Eritrea, de -Libia, despues de haber recogido en las encinas de Dodona, en las -orillas del Egeo y del Tirreno, por las grutas del Pausilipo, ó por -los golfos de Corinto y de Bayas, las profecías, las esperanzas, -las promesas de redencion que los poetas han dejado caer de sus -versos, y de sus discursos los filósofos; venidos los profetas del -desierto, del Carmelo, de las grutas de Jerusalen, de los bosques -primitivos del Líbano, despues de haber recogido las esperanzas -consoladoras de aquella raza de sacerdotes; se juntan en la Capilla -Sixtina como dos coros titánicos, para con sus fuerzas sostener el -techo donde resaltan maravillosamente en cuadros, únicos por su -grandeza, todas las alegorías y todas las tragedias de la Biblia; -el cáos sumergido en sus sombras; la primera luz amaneciendo pura -sobre las aguas serenas; Adan dormido aún completamente en el sueño -de la materia; Eva recien creada, despertándose ya en el éxtasis -del amor, encantada por el florecimiento de la vida que respira y -absorbe delirante de alegría; el primer pecado que se desliza en la -tierra, desposeida del paraíso, y el primer dolor que se desliza en -el pecho desposeido de la inocencia; el diluvio, arremolinando sus -verdosas aguas de hiel atravesadas por el relámpago y henchidas por -el huracan sobre las cimas donde los últimos hombres se agarran para -salvarse en el estertor de la desesperacion; el sacrificio de Noé -sobre las montañas, en señal de la perpetuidad de la naturaleza y de -la salvacion de la especie; todo agrupado, todo reunido, titanes, -sibilas, profetas, tempestades, huracanes, diluvios, en torno de -aquella gigantesca, sublime figura del Eterno, que irradia el -pensamiento de su frente, la accion de sus manos, dominando aquellas -criaturas con su mirada centelleante, en señal de que las anima y las -vivifica á todas con su creador aliento. - -Pero despues de examinado el conjunto, descended á las -particularidades. ¡Qué sobrenaturales son cada una de aquellas -figuras! No se comprende cómo las frágiles fuerzas del hombre -han llegado á tanto. He visto en muda contemplacion á muchos -artistas, dejar caer los brazos con desaliento, menear la cabeza -con desesperacion, como diciendo: jamas repetirémos esto. Las ideas -madres que Goethe veia en las cavernas tejiendo las fibras de la -vida, y las vestiduras de las formas para todos los seres, no son -tan sublimes como esas sibilas. Los gigantes de la Biblia y de la -poesía clásica no son tan altos como esos profetas. Isaías está -leyendo el libro de los destinos del mundo. Su cerebro parece la -curva de una esfera celeste, una urna de ideas, como las cimas de -las altas montañas son las urnas de cristal de donde bajan los -grandes rios. El Ángel lo llama y vuelve lentamente la cabeza al -cielo sin abandonar el libro, como suspenso entre dos infinitos. -Jeremías viste el sayal del penitente, cual conviene al profeta -perdido en las cercanías de Jerusalen. Sus labios vibran á la manera -que la trompeta de los conquistadores. Su barba desciende enroscada -sobre el pecho como una tromba. La cabeza está inclinada como la -copa de un cedro herido por el rayo. En sus ojos entornados braman -océanos de lágrimas. Las manos aparecen fuertes, pero hinchadas de -sostener las piedras vacilantes del santuario. Se ve que le rodean -las quejas y las elegías de los hijos de Israel, cautivos á la orilla -del extranjero rio, el lamento prolongadísimo de la señora de las -naciones, solitaria y desolada como viuda. Ezequiel está furioso. Su -espíritu lo posee. Habla con sus visiones como si fuera presa de un -delirio divino. Monstruos invisibles deben agitar las potentes alas -en su oido, y producir, segun escucha, un bramar tempestuoso como -el ruido del oleaje oceánico. El viento marino hincha su manto como -si fuera una vela. Daniel está completa, absolutamente absorbido en -escribir, como que tiene que contar al mundo los castigos de los -tiranos y las esperanzas de los buenos; los castigos de Nabucodonosor -convertido de dios en bestia; los castigos de Baltasar, asaltado por -la muerte en medio del festin donde ofrece á sus concubinas el vino -orgiástico en las copas robadas al santo templo; los castigos de los -cortesanos de Darío devorados en la fosa por los hambrientos leones; -tras cuyos castigos pasarán setenta semanas de años, al cabo de las -cuales, segun anuncio de Gabriel, vendrá un humilde varon, vestido de -blanco lino, el cual despertará con su palabra los muertos acostados -en el polvo de los siglos, y hará brillar con nuevos resplandores -el firmamento. Jonás está espantado, como saliendo del seno del -mar para ir al seno del desierto, á ver morir la grande ciudad de -Nínive. Zacarías es el más viejo de todos. Parece que se cae, como -si bajo sus piés se desgajára el suelo al sacudimiento del terromoto -anunciado en la última de sus profecías. - -Lo más admirable de aquellas figuras colosales que nunca os cansais -de admirar, es que no solamente son decoraciones de una sala, adornos -de una capilla, sino hombres, sí, hombres que han padecido nuestros -dolores; que se han clavado las espinas de la tierra; que tienen la -frente surcada por las arrugas de la duda y el corazon traspasado por -el frio del desengaño; que han asistido á los combates donde mueren -los pueblos y á las tragedias donde se consumen tantas generaciones; -que ven caer sobre sus cabezas la niebla de la muerte y quisieran -preparar con sus manos una nueva sociedad; que tienen los ojos -gastados, casi ciegos, de mirar contínuamente el movible y cambiante -espejismo de los tiempos, y las carnes quemadas por el fuego de las -ideas; que llevan sobre sus crispados nervios el peso de sus almas -grandiosas, y sobre sus almas el peso, todavía más grave, de sus -aspiraciones irrealizables, de sus ensueños imposibles, de sus luchas -sin victorias, de sus deseos por lo infinito sin ninguna satisfaccion -sobre la tierra. - -Yo quisiera definir estas figuras. Por lo que más en ellas se acerca -á la humanidad, por la forma, por el organismo, son verdaderamente -sobrehumanas. Todos esos seres gigantescos y extraordinarios que las -várias cosmogonías han creido ver salir de la primera feracidad del -planeta recien creado en la expansion de su vida, habian de tener -esa colosal estatura. Pero por lo que hay en ellas de espiritual, -de permanente, todas son humanas, todas hijas de esos dos elementos -de nuestra vida, que tantas grandezas han producido: la aspiracion -á lo infinito y el dolor de la realidad, contra la cual se estrella -el alma, al querer esparcirse en lo invisible, en lo inmenso, en lo -misterioso, volviendo á caer sobre su reducido lecho de barro con un -horrible estremecimiento y un prolongado gemido. - -Pero donde veo el espíritu humanitario, reconciliador, universal, del -siglo décimosexto, es en esas sibilas del paganismo alzadas al nivel -de los profetas, puestas ahí á su lado, repitiendo la misma idea, -anunciando la misma verdad, como dos coros apartados, cuyas voces y -cuyos cánticos se encuentran confundidos en el cielo. - -No de otra suerte, en el laboratorio de los aires, se confunden la -electricidad venida de diferentes montañas, los vapores exhalados por -lejanos mares. - -¡Cuán apartados nos hallamos de aquellos primeros iconoclastas, que -destrozaban las bellas estatuas de los dioses, creyéndolas efigies -del demonio! ¡Cuán léjos de aquel espíritu estrecho que condenaba la -antigua historia, por creerla podrida! Las sibilas son los oráculos -del paganismo. Cuando el dia espira, cuando las pléyades salen del -mar, cuando las olas recamadas de fosforescentes resplandores mueren -tranquilas en la arena; bajo el árbol lleno de misterios, sobre la -piedra dorada por los siglos; vestidas con una túnica tan blanca como -las nubes benéficas, coronadas de verbena; el ara encendida delante, -el ídolo alzado á su espalda, el pueblo inmóvil á su alrededor, las -cítaras de las vírgenes sonando en sus oidos, los ojos en el cielo -y la mano en el corazon, delirante el alma, agitados los nervios; -las sibilas dicen sus oráculos secretos en versos misteriosos, -recogidos sobre hojas fugaces, confiados á veces á merced del viento, -y descubren así los misterios del porvenir, y arrancan así por fuerza -el feto del hecho venidero á las entrañas de las edades futuras, -todavía dormidas en el abismo de la eternidad. - -San Agustin ha leido los libros misteriosos de estas mujeres. En -su entusiasmo, hace lo que Miguel Ángel ha hecho; las coloca en la -ciudad de Dios. Ellas han predicho la venida de Cristo. _Pertinent ad -civitatem Dei_, exclama. Son aquellas mismas que delante del César, -segun una leyenda piadosa, se arrancaron la corona de la frente -y descendieron mudas del marmóreo altar, porque habia nacido el -esperado por las naciones y se habian cumplido las promesas de los -siglos. Virgilio mereció que San Jerónimo, despues de haber saludado -la cuna de Cristo en Belen, saludára su sepulcro en el Pausilipo. - -Mereció más; mereció que San Agustin lo citára entre los testigos de -mayor excepcion á favor del Cristianismo, entre los genios que han -ahuyentado sus dudas y han fortalecido su fe. - -«No creeria tan fácilmente esto, si ántes no lo hubiera anunciado un -poeta nobilísimo en lengua romana.» Mereció más; que el mayor poeta -de la Edad Media exclamára, invocándolo: - - Per te poeta fuí, per te cristiano. - -Y todo por haber repetido Virgilio el oráculo de la sibila de Cúmas: -la venida de un niño misterioso, por cuya presencia se cambiaria el -órden de los siglos y perderia la naturaleza sus males, el leon su -fiereza, la serpiente su veneno, los campos sus espinas, el trabajo -su fatiga; y sin necesidad de ser por el sudor regados, henchiríanse -de vida los campos, producirian las vides sus racimos, los trigos -sus espigas, los árboles sus frutas, coronándose de lirios las -colinas, tiñéndose de los matices del íris los vellones de los -corderos, embotándose el aguijon de las abejas, que depositarian -espontáneamente su miel en los labios, como las vacas destilarian su -leche en los odres; y el Universo, á manera de un árbol mecido por -una brisa celeste, entonaria un cántico sublime que pusiera en olvido -la música de Lino, la flauta de Pan y las melodías de Orfeo, por ser -el himno incomunicable de la nueva edad de justicia. - -La verdad es que la historia, en su moderna universalidad, ha -destruido muchos odios. Los romanos y bárbaros, que peleaban como -enemigos eternos, con furor, en el fin de las edades antiguas, eran -hermanos, hijos de una misma raza. Y esos profetas de Jerusalen, -esos incansables lectores del porvenir, esos invencibles enemigos de -los tiranos, lo mismo que esas sibilas misteriosas, vagando por las -arenas de la Libia, por las ruinas de Persia, por los mares de Jonia, -por las grutas de Cúmas, apareciendo en las cimas del Archipiélago -griego y en el cabo Miseno como almas sin cuerpo para decir ideas sin -forma; los filósofos que desde la gran Grecia han pasado el Pireo y -desde el Pireo han corrido á Alejandría, sembrando entre el Oriente y -el Occidente una estela de ideas que ha sido un semillero de mundos, -lo mismo que los sublimes y oscuros misioneros no comprendidos de la -Roma imperial, que han pasado de las catacumbas á los circos, dejando -con la sangre de sus venas el reguero inmortal que ha fecundado -la fe; todos, durante muchos siglos enemigos, todos mútuamente -desconocidos, todos apartados por abismos y por odios, todos se han -unido en lo infinito, y han formado nuestro espíritu, y encendido -nuestra conciencia religiosa. - -¡Qué sublimes son esas sibilas de la Sixtina! El pensamiento y -la mirada vuelan de una en otra sin acertar á fijarse. Paréceme -que son las madres de las ideas, las formas de las cosas eternas. -Cualquiera diria que tienen atravesado entre sus dedos el hilo de -la vida universal, y que están tejiendo la trama de la naturaleza. -Son la Pérsica, la Eritrea, la Délfica, la Líbica, la de Cúmas. Si -buscais sus genealogías, encontraréis el Dante, encontraréis Platon, -encontraréis Isaías, encontraréis Esquilo; son de esa raza. Si -buscais sus parientes por el mundo moderno, los tendréis en algunos -personajes de Shakspeare, en algunos pensamientos de Calderon, en -algunas escenas de Corneille. Son de ese temple. - -Leed todos los tratados de lo sublime, y á duras penas acertaréis á -comprender ese concepto. Es difícil de explicar un escalofrío que -sólo se siente dos ó tres veces en la vida; una idea que sólo tiene -media docena de ejemplos en la historia. Pero levantad los ojos á la -bóveda de la Sixtina: ahí está lo sublime, ahí la desproporcion entre -nuestro débil sér y las fuerzas infinitas de una idea que nos agobia, -que nos anonada bajo su inconmensurable grandeza. Eso es lo sublime; -un goce en una pena. - -Tú, Pérsica, en la vejez que te agobia, se conoce cómo el mundo en su -cuna te ha confiado sus secretos y te ha dicho sus vagidos, y cómo -ántes de morir te inclinas, abrumada por el trabajo y por los años, -á escribir un poema cíclico en las hojas de tu libro de bronce. Tú, -Líbica, vienes corriendo, como si la arena del desierto encendido -te quemára los piés, á traernos una idea recogida en el espacio -donde todas las ideas se han tranformado como larvas misteriosas. -Tú, Eritrea, eres jóven como Grecia, bella como una de las sirenas -de tu archipiélago, cantora como la tierra de los poetas, ondulante -como los mares de que nacieron los dioses, y amiga de la luz, atizas -la inmortal lámpara que está á tu lado, y á cuyo resplandor vendrá -como una mariposa la conciencia humana. Tú, Délfica, eres vírgen -como Ifigenia inmolada por los reyes; tú llevas el beso de Apolo en -los labios, la sombra del laurel en la frente, la inmortalidad del -genio en el pecho alzado, como para entonar un cántico armonioso, que -se oirá hasta el fin de los siglos. Tú, Sibila de Cúmas, dejas tu -caverna, y allí donde las montañas se cincelan más escultóricamente, -donde los aires se cargan de aroma, donde el mar Tirreno más se -embellece, en el golfo de Bayas, mirando la griega Parténope -hermosísima y ébria como una bacante reclinada sobre su mullido cojin -de pámpanos, modulas dulcemente la melodía de la esperanza. ¿Sois de -carne, sois mujeres, habeis sentido la voluptuosidad, el amor, ó sois -los arquetipos de las cosas, las ideales del arte, las sombras de -esas musas que todos los poetas invocan y que ninguno ha visto sino á -traves de sueños irrealizables, las formas várias de la eterna Eva, -que ya se llama Safo, ya Beatrice, ya Laura, ya Victoria Colonna, ya -Eloisa, y que está de pié en la cuna y en el sepulcro de todas las -edades, sonriéndonos con la esperanza, despertándonos al deseo, y -huyendo á nuestros brazos como una ilusion que se desvanece en lo -infinito? - -Este techo de la Capilla Sixtina inspirará eternamente ensueños -poéticos. Uno de los mayores literatos de Europa dice que ha empleado -treinta años en estudiarlo. Cuando Miguel Ángel acababa de pintarlo, -no podia mirar hácia abajo sin que inmediatamente se le oscurecieran -los ojos. Tenía necesidad de llevar alzada la cabeza siempre y mirar -hácia arriba. El objeto de su vista se encontraba en el cielo. -Hácia allá, hácia el cielo tambien se dirigia su alma, henchida de -inspiraciones infinitas, y por lo mismo de infinitos dolores. - -Y este hombre, con una sensibilidad tan viva, con un carácter tan -áspero, con un pensamiento tan extraordinario y tempestuoso, ha -vivido en el tiempo de los cambios más bruscos, de los contrastes -más fuertes, en que el espíritu humano pasa de tristes desmayos á -vida exuberante, de sombríos eclipses á súbitas iluminaciones, de la -penitencia á la orgía, del sensualismo á la fe; inclinándose ya de un -lado ya de otro, como si estuviera ébrio. - -Imaginaos un cuerpo trasladado súbitamente de la zona tórrida al -polo, del abismo al cielo, de la cima de una montaña al abismo, de la -mar tempestuosa á un lecho mullido; y quizas no tendréis idea de los -saltos que ha dado el alma de Miguel Ángel por las contradicciones de -su tiempo. El Luzbel de la Biblia, pasando de la naturaleza angélica -á la naturaleza diabólica, y el Luzbel de Orígenes, volviendo de la -naturaleza diabólica á la naturaleza angélica, podrian dar una idea -lejana de las trasformaciones súbitas por que pasaron aquel siglo y -aquel hombre empapado en los torrentes de su siglo. - -No es una division arbitraria ésta de las edades. La historia es -como el calendario del espíritu; en cien años varían las ideas -radicalmente, cambian de esencia y de aspecto las sociedades. En cien -años se renuevan los átomos de un pueblo con la renovacion de las -generaciones. Cada siglo es una grande personalidad cincelada por los -siglos anteriores. La espada es muchas veces un cincel que obedece á -una conciencia, á un espíritu desconocido. Todos los siglos tienen -una fisonomía y una idea. Pero el siglo que llena Miguel Ángel con su -larga vida es el más contradictorio de todos los siglos. Si á cada -minuto amaneciera y anocheciera, acaso tendríamos en la naturaleza -una imágen del tiempo de Miguel Ángel, es decir, del tiempo en que -acaba la Edad Media y empieza la Edad Moderna. - -Cae Constantinopla, pero la hereda Venecia engrandecida y en todo -su apogeo, nave empavesada que arroja un cable en el Adriático -para tener unida Europa al Oriente. Renacen los antiguos dioses, -revelando en sus cuerpos de mármol todos los secretos del arte, y -arden las obras de los artistas en hogueras atizadas por un pueblo -de monjes sobre la plaza de Florencia. El Perugino conserva todavía -los penitentes macerados en los claustros, y el Hércules Farnesio -se eleva en el suelo romano para mostrar toda la pujanza de la vida -antigua. Escribe su sensual obra Ariosto, en que los héroes danzan -como en brillante carnaval, y sueñan los platónicos de Florencia -con las ideas puras, con las esencias misteriosas, con el cielo -oculto tras del sepulcro, y el Dios oculto tras del mundo. Invoca -Savonarola, ese Francisco de Asís de la política, los santos y los -ángeles; recomienda el ayuno y la penitencia, restaura la imitacion -de Jesucristo; é invoca Maquiavelo el demonio, llama á los traidores, -recomienda el dolo, el crímen, el asesinato, restaura la imitacion -de los césares. Toma el pueblo florentino por jefe al Crucificado, -miéntras el pueblo romano toma á César Borgia, hermoso como el vicio, -pero infame, traidor, manchado con la sangre de su hermano y de su -cuñado, que salta á su frente y á la frente del Papa, perdido en -neronianas cenas, reproduciendo los delitos eróticos de Heliogábalo -unidos á las matanzas y á los envenenamientos de Tiberio. Parece que -los partidos se van como sombras, y vienen los franceses por el Norte -á sostener á los güelfos, y los españoles por el Mediodía á sostener -á los gibelinos. Parece que el poder político de los papas y el poder -político de los emperadores se acaba, y el Pontificado renace más -fuerte con Julio II, y el Imperio renace más brillante con Cárlos V. -Vuelve á restaurarse la autoridad espiritual de la Edad Media por -las artes y los artistas, que sostienen sobre sus alas el Vaticano, -convertido por Leon X en Olimpo, cuando se oye la voz de Lutero, que -hiela súbitamente la sangre en las venas de Roma. Por todas partes -se sublevan los plebeyos para salvar las repúblicas ó renovarlas, y -por todas partes se restauran las monarquías. Las artes que Miguel -Ángel queria unir á la libertad son el anillo funesto, el brillante -talisman con que los tiranos adormecen á los pueblos. Los patriotas -buscan un Bruto, y encuentran apénas un Lorencino. - -Por eso Miguel Ángel no ha querido concluir su busto del defensor de -la república romana en la indigna Florencia, entregada á los Médicis. -Es aquella edad el Filipos de los municipios que van cayendo en el -polvo con su propio puñal en el pecho. La desgracia de Queronea se -repite cien veces, y mueren cien Aténas sobre la tierra italiana -empapada de sangre. Ancona entrega sus fortalezas para que la -liberten de las amenazas de los turcos, y cae bajo la tiranía de los -frailes. Los papas se convierten todos en gibelinos, desmintiendo su -historia. La España, que ha arrojado á los judíos y á los moriscos -por servir á Roma, saquea á Roma. Las siete mil revoluciones que ha -habido en Italia desde el siglo décimo al décimosexto; los catorce -millones de cadáveres caidos en los campos de batalla, producen el -cáos.—¿Comprendeis ahora por qué el Moisés de Miguel Ángel mira su -tiempo con tanto desden?—¿Comprendeis por qué en la Sixtina se queja -con tan desgarradores lamentos su colosal Jeremías? - -La catástrofe de las catástrofes se aproximaba despues que Miguel -Ángel habia concluido la bóveda de la Capilla; se aproximaba el saco -de Roma por los españoles y los alemanes al mando del condestable -Borbon. El hambre se cebaba en los españoles, desposeidos de sus -pagas; la furia religiosa en los alemanes, enemigos del Papa. El -general de éstos llevaba al cuello una cadena para colgar la cabeza -del Sumo Sacerdote católico el dia que entrára en la ciudad que él -llamaba sacrílega Babilonia. El Condestable deseaba dar una terrible -leccion á Clemente VII, enemigo de su nuevo amo el emperador Cárlos -V. Roma, restaurada por ochenta años de trabajos artísticos, -revestida de mármoles, pintada por Rafael y sus discípulos, cubierta -de estatuas que surgian como por encanto de las ruinas, enriquecida -por Leon X con todas las preseas del Renacimiento; hartada por los -pueblos que iban como peregrinos á besar sus sandalias de bronce, á -orar en sus religiosos sepulcros, en sus admirables templos; llena -de palacios construidos por una aristocracia poderosa, reconquistaba -su antigua grandeza y brillaba entre los tributos del espíritu con -la misma gloria con que brilló en otro tiempo entre los despojos del -mundo. Esta riqueza tentaba así á los españoles como á los alemanes, -todos guerreros de profesion, y por consiguiente amigos todos del -saqueo, que era entónces la gran cosecha de la espada. - -Así en vano se pactó una tregua. Aquellos veinticinco mil hombres, -italianos aventureros, españoles por profesion soldados, alemanes -protestantes, se dirigian á Roma como el hambre voraz de las legiones -de Atila, de esos cuervos lanzados por el polo sobre el cadáver de -la Roma antigua. Era una mañana de Mayo de 1527. El Condestable -pide paso para Nápoles; el Papa lo niega. Á esta negativa sucede el -asalto. Los españoles vacilan, pero su generalísimo el Condestable -arrima con sus propias manos la escala terrible al muro de la Ciudad -Santa. Un arcabuzazo lo mata. Él, en la agonía, se cubre el cuerpo -con una capa española para que no lo conozcan sus soldados y no -desmayen un punto en la empresa. Los españoles entran por los muros -que avecinan á San Pedro, los alemanes por la puerta del Santo -Espíritu, los italianos por la puerta de San Pancracio, como tres -torrentes que van á confundirse en el mismo lecho. El Papa apénas -tiene tiempo de ir del Vaticano á San Angelo entre una lluvia de -balas, y Pablo Jovio le arroja su muceta violácea para que las -albas vestiduras pontificales no sirvan de blanco á los arcabuces -enemigos. Parecia que se levantaban sobre la ciudad Genserico y -Alarico, los godos y los vándalos. Aquí la pelea cuerpo á cuerpo; -allá el incendio; en todas partes la matanza y el saqueo. Los unos -cortaban los dedos de los vencidos para arrancarles los anillos; los -otros violaban sobre el altar las vírgenes consagradas al Señor. -Algunos abrian heridas en los vientres de las romanas para saciar -de aquella original y sangrienta manera sus inmundos apetitos. -Muchas doncellas se arrojaban avergonzadas en brazos de sus padres -y de sus hermanos, pidiéndoles á gritos la muerte para libertarse -de tanta vergüenza. La noche exacerbaba la sangrienta bacanal. Al -resplandor de las antorchas los saqueadores descolgaban los cuadros; -arrojaban en los sacos las alhajas; profanaban los santuarios -buscando sus ricas pedrerías; celebraban la victoria bebiendo vino -en los cálices; abofeteaban y escupian á los cardenales; remataban -sus cascos guerreros con las mitras; envolvian á sus cantineras -en el manto de las Vírgenes; pronunciaban sermones ridículos, -alzándose erguidos sobre montañas de muertos y heridos, muchos de -los cuales áun palpitaban; hacian procesiones fantásticas, colgando -cabezas al cuello, y poniendo orejas cortadas á los burros en las -caras acribilladas de los sacerdotes, y echando á los piés de las -imágenes corazones y entrañas humeantes; carnaval espantoso, cuyo -horror aumentaban la granizada de los mosquetes, el crujido de las -ruinas, el chisporroteo del incendio, el suspiro de los voluptuosos, -la carcajada de los ébrios, las maldiciones de los vencedores, las -súplicas de los vencidos, el siniestro alentar de los fugitivos, el -estertor de los moribundos y el silencio de los muertos, desnudos -sobre las piedras ahumadas y sangrientas, como si aquella noche fuera -la última noche de Roma, como si aquellas negras horas fueran las -siniestras horas de los ángeles exterminadores del mundo. - -La desolacion de Roma no tiene igual. Clemente VII comió en su -prision carne de caballo y de asno. Los cadáveres se vengaron de -sus inmoladores sembrando la peste. Cuando todavía no estaba Roma -repuesta de este siniestro terror, que llenó casi toda la segunda -mitad del siglo, entraba por sus puertas Miguel Ángel á concluir su -trabajo, á llenar con otra obra maestra la Capilla Sixtina, á dejar -sobre el muro del centro el _Juicio Universal_. Todo le inspiraba -esta gran tragedia; la muerte de la libertad en su patria, la nueva -ruina de Roma, los triunfos de la reforma sobre una parte del género -humano, los triunfos del tiempo sobre su vida, de la vejez sobre sus -fuerzas, del dolor sobre su alma. Cuando estaba trazando su gigante -obra, mil veces creyó morir. Como cayera del andamio, abriéndose una -herida en la pierna, se encerró en su casa resuelto á no salir sino -para el sepulcro. Uno de sus amigos, médico, fué á verle; llamó, -y como no le contestára, asaltó la casa como un ladron, y logró -arrancarlo á su melancolía. - -La suerte de Italia es una de las heridas que lleva en el corazon, -y por consiguiente una de las inspiraciones de su conciencia. La -lectura del Dante le anima y le sostiene, esa lectura apocalíptica. -Posee un ejemplar de ancho márgen, y en él dibuja las visiones -esculturales inspiradas por las visiones poéticas. Al traves de tres -siglos el poema del Dante aviva el Juicio Universal de Miguel Ángel, -como el poema de Homero avivó las tragedias de Esquilo. El cuerpo -humano, el organismo, ántes de él desconocido y poco estudiado, es -el principal elemento de sus inspiraciones plásticas. - -No ve en el Universo sino el hombre. Su antropomorfismo no es -armonioso como el griego; es un antropomorfismo gigantesco. Sus -hombres han crecido tanto como las ideas. De aquí cierto menosprecio -por la hermosura en su serenidad inmortal, y cierto desenfreno por lo -sublime. Cuando jóven, cambiaba sus figuras por cadáveres. Doce años -vivió estudiando, analizando los muertos. Una vez se inficionó de la -podredumbre, y estuvo á punto de morir en este trabajo de arrancar lo -sublime al esqueleto arrojado como cosa inútil en el mundo. - -Sus profundos estudios en la forma humana se ven ahí, en ese cuadro, -en ese poema. Todos los dolores han sacudido esos cuerpos crispados, -agitadísimos. Y todos los cuerpos están desnudos. Miguel Ángel se -atreve á tanto en la Capilla Sixtina, cuando comenzaba la reaccion -contra el Renacimiento, cuando la hipocresía iba á recoger el -sudario de la Edad Media para amortajar de nuevo á la Naturaleza. -No puede imaginarse el escándalo que este atrevimiento produjo -en aquel mundo ya alejado de los semipaganos dias de Leon X. El -Aretino, que no vacilaba en mostrar al desnudo todas las inmundicias -morales, se indigna contra aquella casta desnudez del arte. Biagio, -maestro de ceremonias de Paulo III, conjura al pintor de parte del -Pontífice para que encubra sus figuras, y no muestre tan real y tan -completamente la naturaleza humana.—Decidle al Papa, le responde -Miguel Ángel, que en cuanto corrija Su Santidad el mundo, será cosa -de pocos minutos corregir las pinturas. Y en castigo pinta á su -interlocutor con orejas de asno en lo más profundo del Infierno. -Biagio corre á quejarse á Paulo III de la afrenta infligida á su -respetable persona.—Me ha puesto en el cuadro, dice, llorando como -un niño, trémulo como un viejo. Pido á Vuestra Santidad que me saque -de allí.—Pero ¿dónde te ha puesto?—En el Infierno, Señor, en el -Infierno, exclama compungido.—Si estuvieras en el Purgatorio, le -contesta el Papa, te sacára; pero yo no tengo poder alguno en el -Infierno. - -Es imposible resumir cuanto se ha dicho sobre este fresco. La escuela -académica reinante en el siglo pasado, y tan parecida al clasicismo -híbrido y enojoso de muchos críticos literarios que se asustan de -toda grandeza porque aplasta su irremediable pequeñez, lo ha tratado -como un mamarracho. Escritor hay que llama á esta grande obra una -coleccion de ranas. Trescientas figuras desnudas, medio vestidas -algunas más tarde por Volterra, á quien le valió esa profanacion -artística el nombre de Braghetone; trescientas figuras desnudas -se elevan en un cuadro mural de cincuenta piés de alto y cuarenta -de ancho. Al pronto cuesta gran trabajo comprenderlo. Se necesita -mirarlo con la misma atencion con que se necesita oir una sinfonía -de Beethoven. El profano al arte concluirá al cabo de algun tiempo -indudablemente por sentir y admirar, y absorberse en la contemplacion -profunda de aquella maravilla del genio. El artista no debe imitarlo, -porque hay ciertas personalidades en la historia, hay ciertos estilos -en la literatura y en el arte, cuya individualidad es tan poderosa, -cuya estatura es tan alta, cuyo centro de gravedad tan lejano de la -esfera de gravitacion general, que seguirlos produce vértigos, é -imitarlos expone á peligrosas caidas. Entrad en San Pedro despues -de haber visitado las figuras de Miguel Ángel, y encontraréis en la -estatuaria colosal, violenta, hinchada, de mal gusto, los estragos -que en las medianías ha hecho la imitacion del genio único y cuasi -sobrehumano de Miguel Ángel, que debe permanecer para asombro de los -siglos como el Dante, como Shakspeare, como Calderon, allá en su -inaccesible soledad. - -La Naturaleza no entra para nada en el cuadro; Miguel Ángel solamente -la ha tomado el aire y la luz. No se ven los mundos rodando como -pavesas por los espacios, ni el sol tiñéndose de color sanguíneo, -ni los montes desgajándose, ni el mar airado evaporándose en las -trompas de una tempestad infinita, no; en el aire azul, en el aire -pasa la terrible escena ocupada sólo por cuerpos humanos y por nubes -celestes, y sobre unas y sobre otros la cólera de Dios. - -Sí, todo parece airado, todo espantoso en aquel cuadro, como si nadie -se salvára; de tal manera domina el terror á los demas sentimientos. -En primer término la barca de Caronte sobre un rio plomizo, y á la -izquierda el resplandor siniestro del Purgatorio. Encima los muertos -que se despiertan al són de la trompeta, rompen las losas de sus -tumbas, rasgan sus sudarios, sacuden el polvo de sus esqueletos casi -desnudos y el sueño de sus ojos casi vacíos. De la esfera de los -muertos se levantan muchos que ya han cobrado el movimiento, y que lo -ejercen con violencia para dirigirse, agitados por la incertidumbre, -á escuchar el fallo inapelable, llevando sobre las espaldas el peso -más ó ménos grave de sus obras. Entre aquellos veloces caminantes -hay unos que ya se desesperan, hay otros que ruegan, hay algunos que -confian, hay varios que mútuamente se sostienen y se socorren. Á la -derecha de Cristo brilla un grupo de mujeres ya salvas, que todas -entonan un coro, y entre las cuales hay una sublime, una madre -que acaba de oir la sentencia de su hija, y la estrecha extática -en sus brazos, deteniéndola, asegurándola en la salud eterna, cual -si no diera crédito á su dicha. Junto á las mujeres pasan grupos -de ángeles que parecen recibir, segun lo tristes, en sus caras una -lluvia de lágrimas, arrastrada por el viento. Bajo los ángeles, los -bienaventurados, muchos de los cuales se reconocen, despues de tantos -siglos, y se abrazan sobre las cimas de la ciudad eterna. En el -centro, Jesus irritado, que maldice, que condena, que castiga, sin -escuchar los ruegos de su madre, separándose de los condenados, y sin -querer ni siquiera mirarlos, por no iluminar con sus ojos el eterno -suplicio. Adan está á su lado en su vejez sublime para resumir la -humanidad como Cristo resume el cielo. Pero donde se muestra el genio -de Miguel Ángel en toda su grandeza, es en aquella inmensa catarata -de condenados, que caen heridos por la terrible sentencia, tristes -unos como hojas secas, desesperados otros y retorciéndose cual si -contra su eterna suerte pudieran rebelarse, ya mordiéndose los puños, -ya arrancándose el cabello, ya aterrados á la vista de las llamas -que los aguardan, ya presa de un delirio; todos en los más atroces -dolores físicos y morales; titanes llenos de vida y de carne y de -sangre, como para ofrecer abundante pasto á los tormentos; titanes -que roncan y maldicen y denuestan y escupen horrores de sus bocas, -y luchan con las serpientes enroscadas en sus cuerpos, y buscan en -el aire una nube donde reposar, y caen produciendo un escalofrío -terrible, como si oyerais el primer contacto de sus carnes con el -plomo derretido en las llamas eternas. - -No se puede sostener mucho tiempo la atencion concentrada en lo -sublime. Cuando se siente de véras una idea grande, os sacude los -nervios y os surca el cerebro como una chispa eléctrica. Yo sentia -latir fuertemente las sienes, como si fueran á reventar las venas -hinchadas por el torrente de pensamientos gigantescos desprendidos -de aquella Capilla que abraza, desde la Creacion hasta el Juicio -Universal, toda la vida humana. Necesitaba aire, y salí á respirarlo -al campo romano, sobre cuyas ruinas tendia á la sazon admirablemente -Abril su verdor alegre como una esperanza. Pero cuando volví la -cabeza, en el azul de los cielos se dibujaba todavía una obra -magnífica, sobre la cual extiende tambien sus alas el alma de Miguel -Ángel; se dibujaba la rotonda de San Pedro, que parecia, dorada -por los últimos rayos del sol poniente, un templo elevándose á lo -infinito, para decir á Dios que la eternidad prometida á Roma por -los dioses antiguos habia sido realizada en la Edad Antigua por sus -tribunos y por sus héroes, fortalecida en la Edad Media por sus -pontífices y sus doctores, y salvada en la Edad Moderna por el genio, -que levantó allí aquella cúpula como la cima de la historia, como la -corona del espíritu, como la tiara del mundo. - - - - -EL CEMENTERIO DE PISA. - - -Jamas creí que hubiera en el mundo una ciudad tan muerta como Toledo. -Pero no habia visto á Pisa. La diferencia entre estas dos magníficas -poblaciones, sin embargo, es grande. En Toledo, junto á edificios -maravillosamente conservados, como la Catedral, hay edificios casi -destruidos, como San Juan de los Reyes y el Palacio de Cárlos V. Las -ruinas, en su desolacion, justifican la soledad. Pero en Pisa todos -los monumentos se hallan de pié, todos cuidadosamente conservados, -algunos enlucidos y resucitados por restauraciones modernas, los -más pintados de vivísimos colores. Y sin embargo, la soledad es -indescriptible. Diríais que aquellos palacios aguardan sus habitantes -y se hallan preparados á recibirlos; pero que los habitantes no -vienen. Yo me paré el dia mismo de mi llegada, por el mes de Mayo, -en el puente central del Lungarno, á las dos de la tarde; y puedo -asegurar que estaba solo, completamente solo, casi tentado á creer -la inmensa ciudad destinada únicamente á mi persona. Magnífico -sitio para un egoista. Era triste, tristísimo, ver aquellas dos -largas hileras de edificios preciosos, de casas elegantísimas; -aquellos varios puentes, aquellas magníficas aceras, aquella limpieza -exquisita, el rio en el fondo, el cielo sonriente; por uno de los -extremos copudos árboles mecidos al soplo de las frescas brisas -marinas; y nadie, absolutamente nadie, más que yo, en aquella hora y -en aquel delicioso sitio, para contemplar tanta hermosura. Tentado -estuve á gritar, seguro de que solamente me responderia el eco. Un -extranjero apostó á que, dando la vuelta á caballo por los muros de -Pisa, no encontraria un alma, y ganó la apuesta. Los rusos y los -ingleses, á quienes la frialdad del Norte ha roto los pulmones, -se refugian, para vivir algunos dias, en Pisa, donde se hallan -abrigados, por las montañas, de los vientos del Norte, y por la -soledad, de las grandes emociones. Así, de vez en cuando, encontrais -jóvenes muy bellas, con ese color arrebatado y ese brillo en los ojos -propios de la tísis, acompañadas de algunas personas de su familia, -tristes, sombrías, que parecen seguir un duelo y llorar ya el golpe -irremediable de la muerte. Todas estas particularidades conspiran de -contínuo á la tristeza general de la ciudad llamada con razon _Pisa -morta_. - -Y sin embargo, hubo un tiempo en que sus libertades asombraron á -Italia, su comercio al mundo; un tiempo en que el mar llevaba hasta -sus puertas los tributos de Córcega y Cerdeña; en que sus naves -trasportaban los cruzados al Asia y traian del Asia el oro, la -púrpura, el marfil; un tiempo en que sus guerreros auxiliaban á los -emperadores de Alemania contra los papas de Roma, y á los condes de -Barcelona contra los moros de Mallorca; en que los piratas temian -su poder, los sarracenos temblaban hasta en las costas de África al -brillo de sus lanzas, y en que las columnas y los mármoles aportados -por Pisa de lejanas expediciones formaban como el trofeo de la -primer victoria de las artes. Entónces los últimos maestros mosaitas -de Constantinopla llenaban con piedras brillantísimas de mosaicos -los arcos de sus monumentos; entónces los primeros pintores que -adivinaron las artes del dibujo, animaban sus muros y sus claustros -con místicas figuras; entónces los judíos la colmaban de riquezas, -guarecidos á la sombra de sus tolerantes leyes; entónces Nicolas y -Juan de Pisa, inspirados genios de la Edad Media, desbastaban el -mármol y producian esas blancas figuras que parecen los primeros -ensueños de una nueva edad de inspiraciones; y despertábanse los -penitentes místicos al resplandor de la nueva idea ántes que -apareciese, como esas aves que anuncian desde el fondo de las -tinieblas la venida del dia. Su libertad engendró su comercio, el -comercio su riqueza, la riqueza el arte y la ciencia. Las máquinas -de Buschetto levantaban en el siglo undécimo pesos enormes, cuya -gravedad sólo podria vencer la mecánica moderna. Las ligeras naves, -con sus graciosas velas latinas, traian en el siglo décimo las telas -de seda crujientes, que podrian llamarse, por su color, por su brillo -y por su orígen, radiosas apariciones de la antigua India, en medio -de las tinieblas de la Edad Media. Las serpientes de bronce del -Egipto se enroscaban á sus columnas de granito, y los hipogrifos de -Grecia tendian sus alas junto á las rotondas bizantinas. Miles de -trabajadores llenaban sus muelles, cuando los principios de libertad -llenaban sus códigos. La República murió. Y Pisa es un cadáver. Por -eso sin duda su primer monumento es un cementerio. En el zénit de -su esplendor, Pisa presintió su porvenir y se fabricó el edificio -que más debia convenir á su triste futura historia; se fabricó el -Campo Santo. Con el alma entristecida por las sombras de la muerte, -en medio de aquella ciudad solitaria, donde sólo se oia la vibracion -de las brisas marinas, dirigíme á visitar este magnífico monumento, -que me tenía reservadas tantas emociones y tantas enseñanzas. El -sitio donde se halla el Campo Santo es el sitio más desierto de esta -ciudad. En vano los montes de Pisa levantan sus cúspides azules en el -éter de un espléndido cielo; en vano la vegetacion de la primavera, -cargada de flores, de mariposas, de nidos, cubre con su lujo hasta -las desnudas piedras de los altos torreones de las murallas; en -vano ese magnífico baptisterio, al Campo Santo muy próximo, y que -parece la alta rotonda de un templo subterráneo, dibuja sus calados -botareles; en vano la blanca torre inclinada, semejante á una columna -gigantesca, lanza allí cerca los agudos sonidos de sus campanas; -y la Catedral, ornada de infinitas joyas, entona las salmodias -de sus cantos; todo en vano quiere despertar la idea de la vida: -las ortigas, que brotan por doquier en aquel inmenso desierto, os -recuerdan y os inspiran la triste idea de la muerte. - -El Campo Santo es un edificio grande, severo, de altos muros, de -estrechas puertas; un ataud de mármol para todo un pueblo. Los -faraones de Egipto, los césares de Roma, los sátrapas de Oriente, -han levantado pirámides, fortalezas, montañas, para enterrarse, -para ocultar los gusanos que roian su púrpura y sus huesos; pero -ninguno de esos monumentos soberbios, donde los déspotas perpetúan -en la muerte el soberbio aislamiento de su vida, puede compararse -en gracia y en hermosura con este cementerio de ciudadanos que se -abrazan y se confunden allá en la eternidad, y cuyos huesos frios y -mondados por la afilada guadaña, irradian el mismo calor, el mismo -entusiasmo, que en vida irradiaban sus libres corazones. El exterior -es sencillísimo. Parece un ataud inmenso tallado en una sola piedra. -Las perspectivas de la muerte dan extraordinaria solemnidad á todos -los objetos de la vida. Siempre que el hombre ha querido expresar la -muerte, ha expresado la inmortalidad. En vano ha pintado su último -trance como el dolor de los dolores; en vano su último asilo como la -sombra de las sombras; allá, en el fondo del sepulcro vacío, en el -seno del abismo insondable, se extiende siempre la luz misteriosa -de una nueva vida. Sabemos todos que el hombre, este resúmen de la -Creacion, este mineral sujeto á las leyes de la gravedad y á los -límites de la extension; este vegetal que necesita del aire y del -agua y de la luz; este animal que nace y se nutre á la manera de los -demas mamíferos; este microcosmo, cuya cabeza esférica reproduce la -esfera de los cielos, y cuyos ojos centellantes reflejan la luz de -las estrellas; este ángel que se levanta más allá de los tiempos y de -los espacios á contemplar en su pureza las ideas arquetípicas, de las -cuales son sombras las cosas; el gran músico de los mundos, el gran -sacerdote y el gran poeta entre todos los seres; el que saca de los -hechos particulares las leyes universales, y de la tosca materia la -esencia impalpable del espíritu; el que anota en su mente el cántico -universal de las esferas; el que logra dar con su pensamiento como -la conciencia de sí misma á la naturaleza, no podria enterrarse todo -entero bajo unas cuantas paletadas de arcilla, sin soterrar consigo -al mismo tiempo toda la creacion. - -Y sin embargo, no hay monumento que exprese la nada como este -paralelógramo, irregular á la manera del eterno contrasentido de -la muerte. Todos llevamos un oscuro abismo bajo nuestras plantas, -que absorbe, como el desierto las gotas de la lluvia, los instantes -de nuestra vida. Todos habitamos un cementerio. Esa desnudez del -exterior del Campo Santo, esa monotonía, esa uniformidad, son la -desnudez, la monotonía, la uniformidad de la muerte. Cuando la puerta -se abre, creeis que se abre la puerta de la eternidad. El frio de -aquellas bóvedas como que os petrifica; el silencio de aquel lugar -como que os priva del habla. Yo estaba enteramente solo como un -muerto abandonado á su ataud. Yo, errante, sin patria, sin hogar, me -preguntaba si aquel viaje no era el símbolo de mi último viaje; si -aquella entrada de un momento en el Cementerio no era la pintura -anticipada del dia en que los hombres tendrán á bien recogerme y -lanzarme á un hoyo para que no envenene con mis pútridos miasmas -el aire que ellos respiren. El sepulturero, de pié á la puerta, me -invitaba á entrar. Las ideas más tristes batallaban en mi cerebro, y -se dejaban caer como gotas corrosivas sobre mi corazon. El ruido de -un azadon que cavaba las huecas sepulturas, y el ruido de las llaves -que el sepulturero agitaba, se mezclaron siniestramente en mi oido. -Pero entré, entré pensando que la muerte es tan natural como la vida, -que el ataud es la cuna de la eternidad. Y la gran puerta se cerró á -mis espaldas. - -Si, como yo creo y como yo espero, al pasar de la vida á la muerte -pasamos de este á otro mundo mejor, dificulto mucho que pueda -ofrecerme tanta novedad el brusco cambio como el interior del -Cementerio de Pisa. Yo contemplaba extasiado las altas bóvedas -cubiertas de maderas preciosas; los largos muros realzados por todas -las combinaciones posibles del color; las ventanas ojivales de una -desmesurada altura, con sus ligeras columnillas y los elegantes -rosetones del remate; los cipreses, los rosales, la hiedra, la -madreselva, que á traves de las ojivas mecian blandamente en el -patio central sus ramajes poblados de vida y de poéticos rumores; -los toscos sepulcros de los tiempos monásticos guarecidos por la -cruz, junto á los bellos sepulcros de los tiempos clásicos poblados -de ninfas y de faunos; el vaso báquico de mármol de Páros, donde -brillan los sacerdotes de la embriaguez de la vida, al lado de la -Madre Dolorosa con su Hijo entre los brazos, embriagándose con las -lágrimas de la agonía y con la contemplacion de la muerte; los -trofeos de las cruzadas unidos á los ex-votos de los romanos; los -frisos de los templos de la gran Grecia mezclados con los arquitrabes -de los altares del siglo décimo; los bustos de los tribunos de Roma, -como Bruto bajo las blancas alas de los ángeles de mármol nacidos -del cincel cristiano; las estatuas yacentes que se extienden sobre -las losas como rindiéndose al eterno sueño, y las estatuas erguidas -que sobre su pedestal de huesos humanos se lanzan, coronadas por una -idea, como á entrar vencedoras en la inmortalidad; las vírgenes, -los santos, los patriarcas, los doctores, los serafines, los -querubines, los coros de bienaventurados, los demonios, los gnomos, -los vestiglos, nadando en la atmósfera multicolor de los gigantescos -frescos que cubren todas las paredes; cáos indescifrable en aquellas -cuatro galerías góticas; cáos sobre el cual se deslizaba en aquel -momento el sonido de la campana, que parecia la trompeta del ángel -y el ruido del azadon, que parecia la respuesta de los muertos, -abriendo al llamamiento sus tumbas; cáos donde todos los siglos, -todas las civilizaciones, todas las artes se hallan en desórden sobre -los fragmentos de un mundo en ruinas; imágen del Valle de Josafat á -la hora suprema del Juicio Universal. - -Y sin embargo, nada más regular que aquel cáos en cuanto volveis de -vuestra primera sensacion. Cuatro muros, cuatro galerías, cuatro -series de ventanas ojivales; un patio en el centro; al frente de la -puerta principal una capilla, y al medio de la pequeña galería de -la derecha una iglesia; en la tierra del gran patio, la vegetacion -que brota hojas y flores con prodigiosa fecundidad; á los extremos -cuatro grandes, copudos y verdinegros cipreses, que parecen alzarse -allí para elevar al cielo las oraciones de sus hermanas, las plantas -agradecidas, á la Providencia por el nutritivo alimento que les -procuran los muertos. Hay pocos edificios góticos en Italia, muy -pocos. Esta arquitectura de la Edad Media no ha podido desarraigar -el eterno paganismo encerrado en la tierra de las artes. Parece que -cuando los arquitectos se proponian levantar la católica ojiva, -que concluye en punta, como el Universo en la unidad de Dios, las -diosas gemian desde el fondo de los arroyos ó desde la corteza de -los árboles para obligarles á continuar las antiguas columnas -coronadas de guirnalda, como sus sienes inmortales. Parece que esta -arquitectura gótica es la arquitectura del pensamiento y no la -arquitectura de la imaginacion; es el espíritu interior más que el -genio plástico. Por consiguiente, no puede ser la arquitectura de -Italia. El Cementerio de Pisa es gótico. Pero ¡cómo se han hermanado -todas las artes en su seno! Importábales poco á los italianos que -un sepulcro representase las fábulas paganas combatidas por el -cristianismo. Con tal que fuese hermoso, lo ponian en su Cementerio -y lo llenaban de huesos cristianos. La madre de la condesa Matilde, -de esta mujer católica por excelencia, de esta amiga de los Papas, -de esta heroína ortodoxa, descansa en su sarcófago, donde se halla -esculpida Fedra. Diana besa la frente de Endimion dormido en uno -de los mármoles del Cementerio. Los bustos paganos se elevan junto -á las imágenes de los santos. Las lámparas que la religion atiza -iluminan el rostro de Bruto. Junto al sarcófago donde el caballero -de la Edad Media pliega sus manos y dobla sus rodillas, se elevan -Augusto, Agripa, el fundador de aquel Panteon donde se refugiaron por -última vez los antiguos dioses. Una bacante duerme el sueño de la -embriaguez con la copa vacía al lado, bajo el fresco que representa -las maceraciones del cenobita, junto al sepulcro en que pende la -corona de rosas blancas consagradas á la inocencia y en que abre -sus alas, como para ocultar un nido, el Ángel de la Guarda. El Buen -Pastor, encerrado en las catacumbas de los mártires y esculpido -sobre un sepulcro que los primeros cristianos han regado con sus -lágrimas, conduce sus ovejas al redil de la Iglesia; y á pocos pasos -hay bajo-relieve cuyos tritones fueron del cortejo de Neptuno en -las profundidades del Océano, cuando la naturaleza no habia sido -despojada de sus dioses. Meleagro caza no léjos del altar donde -Enrique VII ora. Sobre un chapitel María, llena de misticismo, y -casi á sus piés las figuras etruscas empapadas en la realidad de -la vida. El escultor Della Robia tiene allí una madonna en tierra -cocida que se asemeja á las vírgenes bizantinas; y sobre una columna -en piedra de Egipto brilla á su lado una cabeza de Aquíles. Andrea -de Pisa ha esculpido los Evangelistas y los Profetas con toda la -rigidez católica, en medio de las bacanales, por otros bajo-relieves -representadas, con toda la voluptuosidad griega. Aquí un emperador -de Alemania sentado en su silla sagrada; allá un hipogrifo árabe; -acullá una Vénus simbolizando el amor en los dominios de la muerte. -¡Oh! Estos hombres sabian por intuicion artística, sobrenatural, que -todas las generaciones, todas las edades se reconcilian en el seno -de la muerte. Estos hombres sabian que los combatientes caidos á -la luz del sol, odiándose y maldiciéndose bajo banderas enemigas en -los campos de batalla, se unen allá en las regiones de las sombras. -Estos hombres sabian que pueden los míseros humanos expulsarse de -la vida, pero no pueden expulsarse de la muerte. Aunque aniquileis -á un enemigo, aunque le quemeis dando al viento las cenizas, ¡oh! -sus átomos están ahí en el laboratorio de la vida universal, en -el inmenso seno de la naturaleza; y tal vez mañana los absorberán -vuestros hijos y los llevarán sobre su corazon. Mas los odios de -los hombres son tales que no quieren ni la paz de la muerte. Y -sin embargo, contemplando el Cementerio de Pisa, yo pensaba, ante -aquellos muertos de todas las generaciones y aquellos monumentos -de todas las edades, que así como tenemos en nuestro cuerpo breves -partículas de todos los seres, y en nuestra conciencia ideas de -todas las generaciones, tenemos en nuestra vida parte de todos los -siglos; y que nada hay tan estúpido y antihumano como separarnos -de los demas hombres por sus creencias, cuando hijos de todos los -tiempos, individuos de toda la humanidad, por esos altares que nos -parecen más llenos de supersticiones, por el dólmen celta, por el ara -de los dioses lares, por las pirámides egipcias, por las esfinges -babilónicas, ha pasado el espíritu de la humanidad ántes de llegar -á su presente plenitud, como pasan los grandes rios por lechos de -hielo, y de piedra, y de fango, ántes de espaciarse en la inmensidad -del Océano. - -Éste es el verdadero Cementerio de un pueblo, éste es el verdadero -panteon de la Edad Media. En aquellos dias interesaba más la muerte -que la vida. El Campo Santo era la ciudad eterna; el infierno y -el purgatorio la epopeya; el jubileo la grande asociacion de las -razas, y la cruzada la grande guerra. La Edad Media gravita entera -al rededor de un sepulcro. Los más fuertes ó los más ricos entre los -pisanos han tallado su barca, han tejido su vela, y se han marchado -por los mares de Oriente á Constantinopla y á Siria, para desde -allí partirse á Jerusalen; y despues de mil combates, despues de -peligrosísimas correrías, cargados con el peso de la enorme armadura -y la cruz al pecho, descubrir entre los espejismos del desierto, -bajo el cielo reverberante, sobre colinas caldeadas, envuelto en las -ráfagas de un viento que parece como voraz incendio, el sepulcro de -Cristo; y morir á su lado, y envolverse eternamente en la tierra -santificada por las lágrimas del Huerto y por la sangre del Calvario. -Los ciudadanos que se quedaban en las riberas de Italia querian -tambien participar de este bien, dormir en el seno de la tierra -prometida, mezclar sus cenizas con las cenizas de los profetas. Y la -igualdad republicana no podia consentir privilegios en la muerte. El -gran comercio de la ciudad cumplió el deseo de los ciudadanos. Las -escuadras vinieron hasta el puerto cargadas de tierra de Jerusalen. -En esta tierra se envuelven todavía los huesos de los pisanos. Esta -tierra era voracísima. En veinticuatro horas consumia los restos -confiados á su seno como si fuera una tierra de fuego. La mayor parte -de las sales que obraban este prodigio se han evaporado en alas de -los siglos; pero áun consume, segun el erudito Valery, en cuarenta -y ocho horas un cadáver. Yo la contemplaba extasiado. Un manto de -aterciopelada verdura, sobre el cual parecia haber caido una lluvia -de rosas, la ornaba; la zarzamora extendia sus espinosas ramas por -todas partes; y nubes de mariposas blancas y puras fingian á mis -ojos las almas de los niños, bañándose en aquellos aromas y bebiendo -el dulce jugo de aquellas plantas que extendian los festones y las -guirnaldas de la vida sobre la morada de los muertos. ¡Tierra, tierra -santísima de Jerusalen, que mis piés huellan, tú has brotado la idea -de Dios y la has tenido guardada largo tiempo en tu seno, para que -la edad moderna reposára á su sombra; tú has recogido los huesos de -aquellos profetas que encendieron la fe en la conciencia humana; de -tu barro se halla amasada la cuna inmortal de nuestra civilizacion; -y aquel Mártir divino que se sacrificó en tus montañas por salvar al -mundo de la servidumbre y del yugo infame del destino, te ha hecho -tan fecunda y tan sagrada como las semillas del martirio! Tierra -de Jerusalen; filósofo ó cristiano, judío ó católico, hombre de lo -pasado ú hombre de lo por venir, cualquiera que te huelle, ha de -sentirse profundamente conmovido, porque tú entras, tierra inmortal, -por grandes cantidades, en la levadura de nuestra vida. - -Pero salgamos del patio y vamos á ver la galería de nuevo, -contemplando, no las tumbas, las pinturas. Los italianos son -esencialmente artistas, y no comprenden que un arte pueda vivir -solitario y aislado. Emplean para sus monumentos la escultura, la -pintura; los llenan de versos y de inscripciones para que tengan -pensamiento, y luégo de música para que tengan voz. El Cementerio de -Pisa ha sido fabricado en el siglo décimotercio, no lo olvidemos. -Para comprenderlo bien, precisa comprender el siglo de su nacimiento, -porque la arquitectura no pierde nunca, y ménos en los monumentos -religiosos, su carácter simbólico. - -El siglo décimotercio comienza siendo el siglo del catolicismo y -concluye siendo el siglo de la herejía. El espíritu humano se exalta -con la fe en los comienzos y abraza la razon en las postrimerías -de este siglo. Lo abre Inocencio III, que mira la conciencia humana -extendida á sus plantas, Europa postrada de hinojos en sus altares; -y lo cierra Bonifacio VIII, que siente sobre su mejilla el bofeton -de los laicos, y muere de rabia en su impotencia. Lo abre Fernando -III en Castilla, que merece ser contado en el número de los santos; -y lo cierra Alfonso X, que merece ser contado en el número de -los filósofos. Pedro II de Aragon nace bajo la advocacion de la -Iglesia, crece en su seno, vive para dar la batalla de las Navas -contra los infieles, y muere en la batalla de Muret por los herejes. -Y estos cambios bruscos son una ley general del siglo. Jaime I -de Aragon en la primera mitad del siglo recaba tierras y tierras -para la Iglesia, y Pedro II arranca feudos al Papa. Los santos que -dirigian las cruzadas y sus ejércitos obran luégo milagros ante -los muros de Gerona contra los soldados del Papa. Las guerras por -el sepulcro de Cristo se suspenden. La ciencia árabe domina á las -ciencias teológicas. La duda se desliza en la razon, la ironía en la -literatura, el sentimiento de la naturaleza en el arte. La conciencia -humana ha pasado del período de la fe al período de la razon. - -¿Comprendeis ahora por qué el Cementerio de Pisa ha sido tan -tolerante? En cuanto se miran sus galerías y sus pinturas, se ven -como dos hemisferios del tiempo. Los arcos han sido animados por una -idea; los muros por otra. Allí está el gótico, y aquí el anuncio -lejano del Renacimiento. No podrá nunca escribirse la historia de -las artes sin saludar como uno de los sitios de su nacimiento este -Cementerio. No se podrá entrar en el Cementerio sin evocar las edades -en que se construyó. Y no se podrán evocar estas edades sin traer á -la memoria el nombre de Nicolas de Pisa. Nacido en el seno de los -tiempos místicos, muere en el seno de los nuevos tiempos. Entre su -cuna y su sepultura hay dos mundos. El espíritu humano ha cambiado de -fase miéntras ha vivido ese hombre, que contó setenta y un años. Pero -él ha sentido ese cambio, él ha anunciado el ocaso del misticismo. -Sus padres, sus maestros, le han hecho arrodillarse, plegar las manos -ante las estatuas bizantinas, encorvadas bajo los terrores del Juicio -Universal; y él, más tarde, ha ido á postrarse ante las figuras -griegas, radiantes de hermosura, erguidas como aquella civilizacion -esencialmente humana, amamantadas á los fecundos pechos de la -Libertad. Nicolas nació el año siete del siglo décimotercio, y murió -el año setenta y ocho. Si yo quisiera expresar en un solo símbolo -esta edad, escogeria una de sus figuras, y veríase en ella que el -pensamiento místico áun corre por sus frentes, pero que las formas -griegas se extienden por su cuerpo como una nueva planta brotando en -tierra empapada por rocío reciente. Juan de Pisa, el arquitecto del -Cementerio, escultor tambien, mira con los ojos de Nicolas de Pisa. -Comparad las obras de estos dos genios con los gigantescos mosaicos y -con las extrañas pinturas que á dos pasos se encuentran, en el seno -de la Catedral, obras traidas de Bizancio, ó hechas por bizantinos -artistas. Las vírgenes, los santos, los ángeles de Bizancio tienen -una expresion de terror sublime, pero tambien la frialdad, la rigidez -de la muerte; las vírgenes, los santos, las estatuas de Nicolas y de -Juan de Pisa ya aspiran á la serenidad y á la perfeccion griegas. Es -el mundo de la naturaleza, que se abre al soplo del nuevo espíritu. -Es la belleza humana, que deja el sudario de la belleza monástica en -el fondo oscuro de los claustros. Esas piedras son trofeos de las -batallas del espíritu, ó mejor dicho, trofeos de sus victorias. - -Miéntras Nicolas y Juan modelaban las piedras para tallar estatuas, -para construir cementerios, un pastorcillo, guardador de escaso -ganado, dibujaba en el barro, en el polvo ó en la arena, extrañas -figuras. Este pastor toscano debia ser el padre de la pintura, debia -ser el Giotto. Su gloria llena todo el siglo décimocuarto. Este -hombre extraordinario es, respecto á la pintura, lo que Nicolas de -Pisa respecto á la escultura. En su genio estaban ya los primeros -delineamientos del genio de Rafael. Son los brazos de sus santos áun -rígidos, los cuerpos angulosos y puntiagudos, los piés deformes, como -si no pudieran todavía fijarse en la tierra; pero las cabezas están -llenas de benevolencia, las caras llenas de gracia, de esa gracia -á que jamas llegaron los artistas bizantinos en su desesperacion; -de esa gracia hija de la serenidad del espíritu y hermana gemela de -la esperanza. Vese allí que si los cuerpos dibujados por el Giotto -pertenecen aún á la tierra de su tiempo, las cabezas tocan ya en -el cielo de los tiempos nuevos. Aquellos rostros están acariciados -por la brisa matinal, inundados por la luz de la aurora. El artista -se ha sumergido en el seno de la naturaleza, encontrando en ella -la inspiracion inmortal. Su pincel es una nueva eflorescencia del -espíritu humano. Mirad en ese muro de la izquierda su Job. Se está -borrando como el recuerdo de aquellos dias; se está deshaciendo como -la fe que lo animó: descúbrese á traves de una niebla, lejano, muy -lejano, herido por la humedad y el viento marítimo, que lo arrancan -á pedazos de la pared, afeada, manchada por las restauraciones -posteriores; podeis verlo á la manera que se ven figuras fantásticas, -en las nubes recamadas por el sol del ocaso; todavía podeis verlo -como un penitente que se queja de Dios, sin atreverse á maldecirlo, -rodeado de sus amigos infieles, entre el diablo, terrorífico, -dantesco, y el ángel de la derecha, dulce y bello, nadando ya en -luminosos horizontes. No sé por qué, mas aquel fresco desgastado me -pareció el símbolo que, sin pensarlo y sin quererlo, habia trazado -el Giotto ó cualquier otro contemporáneo suyo del estado crítico y -extraordinario en que se encontraba su siglo, entre el demonio del -feudalismo, que pugnaba por vivir, y el ángel del Renacimiento, que -salia entónces de su larva. - -No sé por qué este Cementerio me parece por todas partes el -Cementerio de la Edad Media. Un discípulo de Fra Angellico, de aquel -místico en cuya retina se pintaban los ángeles y los querubines, -de cuyas manos jamas una Vírgen ni un Cristo salió sino entre -oraciones y lágrimas; un discípulo de ese fraile sublime, que -pintaba de rodillas, ha dejado una graciosa figura en los inmensos -frescos arrojados por su mano sobre casi toda la galería occidental -del Cementerio; una figura que sólo podria nacer en tiempos más -sensuales, y que representa la curiosidad infinita por los secretos -de la naturaleza. Noé está desnudo y embriagado en el suelo. Una -muchacha se cubre el rostro con las manos; pero á traves de los -dedos entreabiertos se goza en contemplar la desnudez. Fra Angellico -hubiera maldecido á su discípulo Gozzolli. Pero ésa es la nueva edad, -la edad del renacimiento de la naturaleza, maldecida hasta entónces; -la edad del despertar de los sentidos, hasta entónces embotados; -la edad en que el fauno va á hollar de nuevo con su pié hendido -los campos, y á coronarse de nuevo con guirnaldas de hiedra los -cuernos; la edad en que las ninfas van á entregarse desnudas sobre -un lecho de rosas á toda la orgiástica alegría de vivir; la edad en -que los arroyos van á entonar un himno de nuevas églogas; y entre el -delirio priapesco de todos los goces y el despertamiento de todas -las antiguas divinidades, va á salir un nuevo Prometeo, pero sin -cadenas, que con su mano rasgue los mares y descubra un nuevo mundo, -con su pié impulse la tierra y la obligue á rodar por los espacios -infinitos, y coja las estrellas con su telescopio, como el cazador -las aves con su trampa, y las fuerce á dejarse pesar en su mano, y á -murmurar en su oido los secretos del cielo. - -Sí, aquel Cementerio es el testamento de la Edad Media. Creo ver en -sus muros la despedida última y el adios últimos de estos tiempos que -precedieron á los nuestros, como el cáos á la luz. La Edad Media, al -morir, en todas las literaturas reproduce la Danza de los muertos. -Ese tétrico poema no podia faltar en el Cementerio de Pisa y en el -cielo inmortal de sus pinturas del siglo décimocuarto y el siglo -décimoquinto. Orcagna, el grande Orcagna, lo ha pintado ahí. Miradlo, -y acordaos de los otros monumentos que acabais de ver, y encontraréis -toda la genealogía del arte. La tumba donde reposa la primera -Beatriz casi es la cuna del pensamiento nuevo. En ella ha estudiado -Nicolas de Pisa. En las obras de Nicolas de Pisa ha estudiado su -hijo Juan de Pisa, arquitecto y escultor del Cementerio. En las -obras de Juan ha estudiado Andres de Pisa, en las obras de Andres ha -estudiado Orcagna. En pos de Orcagna vendrá Guiberthi, que esculpirá -las puertas del baptisterio de Florencia, las puertas triunfales del -Renacimiento, llamadas por Miguel Ángel las puertas del Paraíso. -Y en esas puertas se detendrán los grandes artistas á estudiar -el dibujo. Y el arte será despues de esta larga y gloriosísima -creacion, y tendrá esta sublime genealogía: los mosaitas de Venecia, -los mosaitas de Pisa, Cimabue, Nicolas de Pisa, el Giotto, Juan de -Pisa, Orcagna, Guiberthi, Massacio, Leonardo de Vinci, Miguel Ángel, -Rafael. Inmortal espíritu del hombre, nunca fuiste tan grande como -despues de haber encontrado nuevamente la forma humana, la hermosura -plástica, á costa de extraordinarios esfuerzos, tras ocho siglos de -maceracion, de ayuno, de penitencia. El fresco de Orcagna es el -fresco de la muerte. El dibujo es todavía incorrecto, los cuerpos -de las figuras todavía desproporcionados; la perspectiva todavía -está ausente; pero los rostros tienen expresion sublime, y un -alma que irradia pensamientos se asoma por los ojos é ilumina las -frentes. Á la izquierda una cabalgata de caballeros y señoras en -trajes de gala se detiene ante tres reyes; recien muerto é hinchado -el uno, descompuesto y comido por gusanos el otro, esqueleto ya -descarnado el tercero. No puede manifestarse bien el escalofrío que -da ver aquellos tres despojos de la muerte en medio de la turba de -caballeros vestidos ricamente con terciopelo y armiño, de las damas -con su lujoso tocado, de los perros y los halcones de caza, de todos -los signos de la vida entregada al combate y al placer. En el centro -los viejos, los enfermos, los moribundos, llaman á gritos la muerte -con versos que el pintor ha trazado para aumentar la expresion: -_¡O morte! medicina d’ogni pena_. Pero la muerte no los escucha; -se aparta de los que la desean para herir á los que la olvidan; -para entrar con su tajante guadaña en ameno bosque, á cuya sombra -reposan dos amantes, contemplándose extasiados y oyendo la guzla del -trovador que canta las delicias de la pasion, rodeados de flores y -de amorcillos. Allá, en una alta montaña, los penitentes ruegan -por todos; pero abajo, en enorme confusion, reyes, nobles, pajes, -obispos, espiran; y sus almas son, ya recogidas por los ángeles, ya -por los demonios de horrible rostro y alas de murciélago. Se nota que -concluyen las edades monásticas. Las almas escogidas principalmente -por los demonios son las almas de los frailes. Y junto á este fresco -se hallan, como contemplándolo, el Juicio Final y el Infierno. - -Áun despues de haber visto la Capilla Sixtina conmueve la cólera -de Jesus, la tierna piedad de María intercesora, el dolor de los -réprobos, el éxtasis de los bienaventurados; Salomon, que al -salir de su tumba y sacudir el polvo secular de sus párpados, no -sabe si le tocan en suerte las alturas celestes ó los abismos -infernales; el genio vengador que arrastra por los cabellos hácia -las tinieblas eternas un fraile, el cual se habia escondido entre -los bienaventurados, y el genio misericordioso que lleva hácia la -bienaventuranza un jóven mundano, ya perdido entre los malditos; -la mujer que se retuerce los brazos de desesperacion á la boca de -la insondable eternidad, y el viejo que se arroja hácia Jesus para -recordar sus propias obras y pedir la divina gracia; el Ángel de la -Guarda en el centro del cuadro, triste, herido por un dolor infinito, -mirando con sus grandes y profundos ojos, llenos de una tempestad de -ideas, caer como una catarata de hiel en los infiernos, en los mares -de plomo derretido, las almas que habia querido vanamente proteger en -el mundo contra el vicio con sus alas, y que vanamente habia querido -salvar de la justa cólera divina con sus oraciones en la hora suprema -del juicio; terrible epopeya de horrores y desolacion, que parece, -en verdad, sobre aquellas tumbas, en aquel asilo de la muerte, -representado por aquellas figuras demacradas, rígidas, frias, el dia -último del Universo. - -Y sin embargo, en las figuras de todos estos cuadros descúbrese que -los tiempos místicos han pasado y que los tiempos del Renacimiento -no han venido todavía. En ninguno de ellos, en ninguno de los -infinitos personajes pintados en esas paredes, hay ni el idealismo -de Fra Angellico ni el naturalismo de Buonarroti. La historia -humana es una lucha entre el pensamiento y la realidad. En esos -cuadros vemos que la idea se evapora, mas la naturaleza no viene -todavía. El espíritu místico se apaga, pero no le sustituye aquella -adoracion del organismo humano que hizo tan grandes pintores y -tan grandes escultores á los artistas del Renacimiento. Miguel -Ángel se alzaba sobre un cadáver con el apetito de la hiena, y lo -recogia y lo estudiaba hasta grabar en la mente cada uno de sus -huesos. El estudio del desnudo era su estudio preferente, como si -quisiese volver al hombre á la inocencia del Eden. Pero la anatomía -se hallaba prohibida en la Edad Media. Esos pobres artistas de los -siglos décimocuarto y décimoquinto no han podido estudiar nuestro -cuerpo. Sus figuras están encerradas dentro de sus vestidos como -dentro de un saco ó como dentro de un sudario. El hombre tiene -todavía demasiado presente su culpa y se asusta de su propio cuerpo, -de esa eterna sombra del pecado. Mas á pesar de hallarse en tal -desfallecimiento, descúbrese bien que aguarda una nueva idea. Las -figuras del Cementerio de Pisa son figuras de crepúsculo, seres que -se levantan inciertos en los límites de dos épocas. Despues de todo, -si miramos la historia humana, verémos así á todos los hombres; todos -condenados á enterrar la mitad de las ideas aprendidas y la mitad -de las caras aspiraciones de la existencia; todos arrastrados por -la corriente interminable de los hechos, sin saber adónde; todos -forzados al trabajo de la renovacion, sin saber por qué; todos -dejando las vestiduras del alma, la inocencia de la niñez, la pasion -de la juventud, la fe de la cuna, en las encrucijadas del camino; -todos cayendo rendidos de cansancio y de fatiga sobre un monton de -secas ilusiones, para que sus herederos los aparten con el pié, -los arrojen á un hoyo y continúen repitiendo los mismos hercúleos -trabajos sin fin, y representando la misma tragedia sin desenlace. - -¿Creeis que la muerte es un desenlace? Yo no lo he creido nunca. -Entónces el Universo ha sido creado para la destruccion. Dios es un -niño que ha levantado los mundos, como un castillo de cartas, por el -placer de derribarlos. El vegetal se come la tierra, el buey y la -oveja al vegetal, nosotros al buey y á la oveja; seres invisibles, -que llamamos la muerte ó la nada, se nos comen á nosotros; en la -escala de la vida unas criaturas no sirven más que para roer á las -otras criaturas; y el Universo es un inmenso pólipo con un estómago -inmenso, ó si quereis una imágen más clásica, un catafalco sobre -el cual arde el sol con una antorcha funeraria, y está levantada, -como una estatua eterna, la fatalidad. Nacen unos pacientes porque -tienen mucha linfa, otros héroes porque tienen mucha sangre, otros -pensadores porque tienen mucha bílis, otros poetas porque tienen muy -agitados los nervios; pero todos mueren de sus propias cualidades, -y todos viven lo que duran sus entrañas, su corazon, su cerebro, su -espina dorsal, para recostarse definitivamente todos en la nada. Lo -que creemos virtudes ó vicios son tendencias del organismo; lo que -creemos fe, algunas gotas de sangre ménos en las venas ó algunas -cóleras más en el hígado, ó algunos átomos de fósforo en los huesos; -y lo que creemos inmortalidad, una ilusion; sólo hay de real, de -seguro, la muerte; y la historia humana es una procesion de sombras -que pasan como los murciélagos entre el dia y la noche, para caer -todas, unas tras otras, en ese abismo oscuro, vacío, insondable, que -se llama la nada, atmósfera única del Universo. - -¡Oh! No, no. Yo no puedo creer esto. Las maldades humanas jamas -lograrán oscurecer en mi alma las verdades divinas. Yo, como distingo -el bien del mal, distingo la muerte de la inmortalidad. Yo creo en -Dios y en una vision de Dios sobre otro mundo mejor. Yo me dejo -aquí mi cuerpo, como una armadura que me fatiga, para continuar mi -infinita ascension á las altas cimas bañadas por la luz eterna. Es -verdad que hay muerte, pero tambien es verdad que hay alma; contra -la realidad, que me quiere envolver en su capa de plomo, tengo el -fuego del pensamiento; y contra el fatalismo, que quiere apresarme -en sus cadenas, tengo la potencia de la libertad. La historia es una -resurreccion. Los bárbaros habian enterrado las antiguas estatuas -griegas, y hélas ahí vivas en un Cementerio, engendrando generaciones -inmortales de artistas con besos de sus frios labios de mármol. -Italia estaba muerta como Julietta; cada generacion arrojaba una -paletada de tierra sobre su cadáver y ponia una flor sobre su corona -mortuoria, é Italia ha resucitado. Hoy los tiranos cantan el _Dies -iræ_ sobre los campos donde están separados los miembros de Polonia. -Pero ya veréis la humanidad venir, recoger los huesos que mondan -con sus acerados picos los buitres del Neva, y renacer Polonia como -una estatua de la fe, con la cruz en los brazos, sobre sus antiguos -altares. Yo he sentido siempre la inmortalidad en los cementerios. Yo -la siento más todavía en este Cementerio de Pisa, henchido de tanta -vida, poblado de tantos seres inmortales que destilan inspiracion, -y por consecuencia inmortalidad, como los troncos de las seculares -encinas, cuando los pueblan las abejas, destilan miel. - -Insensiblemente la noche caia sobre nosotros. El sepulturero acabó su -trabajo y cesó en sus golpes. El guardian vino á rogarme que saliera. -Pero yo me dí traza para conseguir que me dejára allí una hora más -en el seno de la noche y de las sombras. Yo esperaba sumergirme en -la tristeza de la nada, anticiparme en aquel lugar de silencio el -descanso eterno por una contemplacion de la tierra mortuoria, donde -duermen olvidadas tantas generaciones. Allí me quedé apoyado en una -tumba, reposando la frente agobiada sobre el mármol de una ojiva, los -ojos fijos en el cuadro de la muerte y en los vestiglos del Juicio -Universal, iluminados por los últimos resplandores del crepúsculo, -aguardando las tristezas mayores que debia traerme la oscuridad de la -noche. Pero no; fresca brisa vino como á despertarme de mis sombríos -ensueños; las flores de Mayo levantaron sus corolas, ántes agobiadas -por el calor del dia; un aroma penetrante, embriagador, lleno de -vida se esparció por los aires; las luciérnagas voladoras comenzaron -á discurrir entre las sombras del claustro y las líneas de las -tumbas como estrellas errantes, miéntras la luna llena salia por el -horizonte nadando majestuosa en el éter, cubriendo con sus gasas la -frente de las estatuas funerarias; y un riseñor, oculto en el espeso -ramaje de los altos cipreses, entonaba su cancion de amor, como una -serenata á los muertos y una plegaria á los cielos. - - - - -VENECIA. - - -La noche avanzaba sobre nosotros en el momento en que atravesábamos -la campiña de Padua dirigiéndonos á Venecia. El cielo estaba nublado, -y á intervalos, entre los nubarrones, lucian algunos pedazos serenos, -de extraordinaria limpidez, en los cuales nadaban las primeras -estrellas de la tarde. Pero en el borde del horizonte, hácia la -extremidad Norte, del lado de las montañas, las nubes relampagueaban, -miéntras en el otro borde, hácia la extremidad Sur, del lado del mar, -franjas de púrpura formadas por los vapores del lago y los últimos -destellos del dia daban tinte cobrizo á los objetos, fantásticas -apariencias á la naturaleza, como si la region que íbamos á visitar -quisiese satisfacer todos nuestros deseos y premiar todos nuestros -amores por ella, revelándose entre los misterios del más sublime de -los crepúsculos. Sin embargo, mi impaciencia era infinita. Observaba -que la vegetacion se extinguia, que comenzaban canales desecados, -llenos de lodo, sobre cuyos bordes crecian tristemente algunas -plantas marinas; pero por más que sacaba de mi wagon la cabeza para -mirar al punto final de nuestra carrera, no veia ni la soñada laguna -ni la querida ciudad, como si huyeran á mi anhelo y se esquiváran á -mi deseo. Tengo tal idea de la fragilidad de esa hermosa Venecia, -combatida de contínuo por los vientos y las aguas, que temia pudiera -desaparecer ántes de serme permitido verla, y se encerrára en la -concha marina en que nació, como un milagro vivo de la historia -humana. - -Siempre recordaré el dia en que por vez primera vi la Alhambra. -Corrí á buscarla, sin guía, sin ningun compañero, deseando un -coloquio á solas, como todos los coloquios de amor, con la maga -del Oriente perdida en nuestras montañas. Yo atravesé una puerta -que no recuerdo, porque apénas la advertí. Yo vi á la izquierda -una magnífica fuente del Renacimiento, que no respondia en nada -ni á mi deseo ni á mi idea. Yo me perdí en las soberbias alamedas -mecidas por el viento matinal, iluminadas por el espléndido sol de -Granada, que, deslizando á duras penas sus rayos entre el follaje, -formaba en el suelo como un arabesco de luz y de sombras. Yo vi -aquella magnífica puerta judiciaria, inclinada sobre una cuesta, -y en cuya arquitectura el árabe, sin perder su gracia, ha tomado -toda la solemnidad del gótico. Yo entré creyendo encontrar en pos de -aquella puerta el palacio. No estaba; sólo vi una plaza de armas y -un altar de la Edad Media ante el cual ardia una lámpara. En torno -mio se desplegaba larga fila de torreones; en medio de la gran plaza -un palacio del siglo décimosexto, bellísimo, pero en pugna con -todo cuanto yo soñaba; y á lo léjos, sobre una colina sembrada de -laureles, dibujaba sus miradores, semejantes á blancos minaretes, el -oriental Generalife. Yo buscaba la Alhambra, el palacio, la mágica -gruta de estalactitas empapada en los fuertes colores asiáticos, -donde se extinguieron, como odaliscas, en el placer, á fines del -siglo décimoquinto, los que vinieron como leones á la conquista á -principios del siglo octavo. Pero ninguna de las numerosas puertas -á que llamé era la puerta de la Alhambra. Temia que un genio, una -hechicera, de las que la magia de la Edad Media ha dejado en los -bosques, bien diferentes por cierto de las hermosísimas diosas con -que los pobló la clásica antigüedad, hubiera robado en aquella misma -noche la Alhambra, contínuamente amenazada de muerte, para burlarse -de mi anhelo. Nacemos y vivimos tan desgraciados, que nos parece -mentira el cumplimiento de un deseo, mentira la realizacion de una -esperanza, como si tristísima experiencia nos hubiera enseñado que -solamente es en el mundo verdad el dolor. - -Así, en aquel momento, yo dudaba de la proximidad de Venecia, ó -temia que Venecia hubiera desaparecido para mí. Al fin nos paramos -en Mestres, á las puertas de la gran laguna veneciana. El aire nos -trasmitia el eco de sus campanas, que tocaban el _Angellus_, y que -nos recordaban la emocion sublime de Byron, cuando una tarde creyó -ver al conjuro de esos mismos ecos, por los bordes del horizonte, -deslizándose sobre las aguas, como las estrellas del cielo, á la -Madre del Verbo, calzada por la luna, y con la misteriosa blanca -paloma sobre su frente en aquella hora sublime de la oracion y del -amor. ¿Era verdad que iba á ver á Venecia? Cuántas veces, en las -largas horas de las noches de invierno, para pasar la uniforme velada -de los pueblos, mi madre, que amaba mucho las letras, me habia -contado misteriosas historias venecianas á la usanza de principios -de siglo: la decapitacion de Marino Faliero, el destierro del jóven -Foscari, el heroísmo inmortal de Dandolo, la salvaje pasion de Otelo, -el esplendor de sus banquetes inmortalizados por Pablo Veronés, los -desposorios del Dux con las aguas de los mares en la góndola recamada -de brocados y movida por remos de oro, la tristeza infinita del -último de sus magistrados, cuando se desmayó al firmar el protocolo -que entregaba su patria al austriaco, por un criminal error de -Napoleon; todas estas sencillas narraciones, medio históricas, medio -legendarias, en que siempre se dibujaban algunos espías ó algunos -calabozos para inspirar el terror trágico; algunas sesiones del -Consejo de los Diez para sostener el interes dramático; y alguna -enseñanza moral para fortificar estas dos ideas á cuyo culto no -renunciaré nunca: la libertad y la patria. - -Despues, levantándome por una de esas transiciones tan naturales á -otros recuerdos, veia en mi mente la Venecia histórica; aquellos -nobles hijos de la antigua civilizacion, sacerdotes de sus últimos -lares, cortejo fúnebre de sus últimos dias, que vencieron á -la fatalidad, salvándose, en las inhabitables lagunas, de las -irrupciones de Atila y sus feroces hunnos, para conservar en una -ciudad misteriosa, única, anclada como hermosa nave á las puertas -de Grecia, sus libertades clásicas, que los llevaron á luchar con -las olas cuando la sociedad se perdia en los claustros; á extender -el trabajo y el comercio como una redencion cuando en los terrores -del siglo décimo los brazos más fuertes caian desmayados aguardando -el fin del mundo como una necesidad y el juicio universal como un -castigo; y por último, á reunir y atesorar en sus muelles, en sus -canales; en sus palacios cincelados por todos los prodigios de la -escultura; en sus monumentos públicos, singulares por la majestad y -por la belleza, decorados por una fiesta contínua de colores y de -matices; en sus trofeos de mármoles y bronces, los restos de tres -civilizaciones perdidas en una serie de infinitos naufragios; siendo -así Venecia asiática y griega, romana y bizantina, nunca germánica, -la síntesis de tres edades mayores de la historia, la piedra preciosa -del anillo nupcial con que se desposaron el Oriente, el mundo de -los misterios, y Europa, la tierra de la nueva vida, de la nueva -civilizacion. - -Y como no es posible renunciar ni á la nacion ni á la raza á que -pertenecemos, yo, español, sentia en aquel momento agolparse á mi -memoria los recuerdos históricos de los servicios prestados á la -civilizacion por Venecia y España, unidas en memorable cruzada -marítima. Un dia la media luna llegó hasta Constantinopla. Los -bizantinos, los griegos, cayeron unos en pos de otros bajo la -cimitarra de los turcos, cuyo filo brillaba siniestramente sobre -Venecia. Las islas iban á ser cautivas; sus hijos, remeros en las -galeras del turco; el Mediterráneo, el mar de la civilizacion, un -lago de los serrallos orientales. Pero las naves de Barcelona, de -Valencia, de Cádiz, de las ciudades españolas, se unieron con las -naves de Génova y de Venecia, y marcharon á detener el turco, y -consiguieron aquella insigne victoria de Lepanto, en que las olas -se ensangrentaron hasta enrojecerse, é hirvieron bajo el fuego de -los cañones; pero en que el fatalismo retrocedió en su carrera -devastadora ante la fuerza y la civilizacion de Occidente. - -Pero sobre todo, iba á ver la ciudad, por la cual hemos tenido tantos -dolores, tantas tristezas en su largo cautiverio de este siglo. -¡Cuántas veces se nos ha aparecido en sueños, rodeada de sus islas, -como Niobe de sus hijas heridas, maldiciendo á los hombres que no -la socorrian, y desesperando de la justicia de Dios que toleraba su -opresion! ¡Cuántas veces hemos creido oir en los misteriosos ecos -con que la resonancia de las playas repite el rumor de las olas del -Mediterráneo, un largo lamento de Venecia! ¡Cuántas hemos creido -que era posible verla en su dolor un dia arrojarse, como Ofelia, á -sus lagunas, y desaparecer entre las aguas con su doble corona de -mármol y de algas en la frente, y su melancólico último cántico en -los labios! Venecia era para nosotros una Ciudad-Cristo suspendida á -su infame suplicio por los cuatro grandes clavos del Cuadrilátero. -Venecia habia perdido aquellas coronas de perlas, aquellas -túnicas de terciopelo, aquellas naves de oro, aquellos leones de -bronce con ojos de diamante, aquellos cocodrilos de esmeraldas y -rubíes, aquellas infinitas preseas con que la ornaron los genios -privilegiados de sus pintores, y sólo mostraba sus fragmentos -ruinosos de mármol ennegrecido por la lluvia de sus lágrimas, como -un mendigo enseña sus huesos cubiertos de rugosa piel á traves de -los harapos. La historia de este martirio, el lamento de su pasada -servidumbre, las infinitas elegías lloradas por tantos poetas, -por tantos oradores ilustres sobre el calabozo de Venecia; todos -estos recuerdos se entrechocaban en mi mente, aumentando la emocion -producida en mi alma á la vista de aquellos misteriosos parajes -ilustrados por el heroísmo y por el genio. - -Miéntras rodaban todas estas ideas por mi cabeza, penetraba el tren -en la laguna de San Márcos. El cielo, como he dicho, de un lado -claro, brillantísimo; de otro, oscuro, si bien relampagueante; -á intervalos cubierto de nubes ú ornado de estrellas, tenía un -aspecto de tal manera singular, que no me cansaba de contemplarlo, -pidiéndole su luz para embeberme en aquel espectáculo, objeto de -tantos deseos, asunto de tantos ensueños. La inmensa laguna que -áun conservaba algo en su tranquila superficie de la claridad del -dia, brillaba en toda la extension del vastísimo horizonte como -un inmenso espejo atravesado por fajas, ya de ópalos allí donde se -reflejaban las estrellas, ó ya de amatistas allí donde se reflejaban -las nubes, encendiéndose de vez en cuando por siniestro modo al -latigazo del relámpago. La humareda de la locomotora, el aliento de -los lagos, las nubes sobre nuestras cabezas, las aguas bajo nuestros -piés y en toda la inmensa extension descubierta por la vista, nos -hacian creer que nos hallábamos fuera de la tierra, ó cruzando en el -lomo de algun monstruo regiones ignotas de la atmósfera. Entre los -dudosos resplandores, entre las inciertas sombras, como dibujados -fantásticamente en oscuro espejismo, descubríanse los edificios de -Venecia, aquí y allá iluminados por pálidas luces. Si no hubiera -sabido que era Venecia, creyéralos, al verlos surgir como por encanto -de las aguas, sostenerse entre la superficie líquida y el flúido del -aire sin tocar visiblemente por ningun lado á la tierra, una ciudad -flotante, una nómada caravana marítima, presidida por algun dios -de las olas, y por aquel momento refugiada en el tranquilo seno de -la celeste laguna adriática. ¡Qué armonía de colores á pesar de la -noche! Ya tiemblan las estrellas en la ligera ondulacion; ya las -plantas marinas dan algunos toque sombríos; ya un faro finge en su -reflejo serpientes de topacios; ya el remo de una barca despide -gotas de luz, produce como llamaradas de fósforo, deja estelas -blanquísimas semejantes á la Vía Láctea; ya de un lado las sombras -de los edificios, espesando la oscuridad, extienden festones de -azabache, miéntras de otro lado alguna nube, perdida por el ocaso y -que áun absorbe, como una esponja aérea, los últimos matices del sol -ausente, los destila sobre raros puntos como una llovizna de púrpura, -todo realzado por las gasas misteriosas y por los espléndidos -reflejos que los vapores del aire y los cambiantes del lago dan por -doquier á este mundo casi ideal de no soñados encantos. - -Por fin el tren se detiene. Las formalidades de entregar los -billetes y recoger los equipajes molestan de una manera indecible -en la natural impaciencia. Quisierais ser pez ó ave para llegar al -agua y al aire de Venecia sin esas cargas de baules y sombrereras á -que os obliga la nativa debilidad humana. Pisais aquellos muelles -besados eternamente por las aguas. Larga fila de negras góndolas, -ligeras, esbeltas, os aguardan. Escogeis maquinalmente la primera, -sin curaros ni de la forma ni del precio de aquel viaje, como si -todas las condiciones de la vida económica hubieran de perturbarse -allí donde cambian casi todas las condiciones de la vida vulgar de -las ciudades antiguas y modernas. Dais la direccion de vuestro -proyectado albergue, y sentís por un movimiento casi imperceptible -que os deslizais sobre las aguas. Apodérase del alma un gran -sentimiento de tristeza. La góndola, mal iluminada por un pequeño -farolito puesto en el fondo, y conducida por dos hombres, cada cual -de pié á cada uno de sus extremos, parece ya un ataud, ya un cetáceo, -ya un cisne negro, ya una luciérnaga fantástica, ya el cadáver de una -de las antiguas sirenas del Adriático en sombra convertido, que os -arrastra á las cavernas profundas de los profundos senos del Océano. -Como venís deslumbrado por la claridad de la resplandeciente laguna, -creeis entrar en una region de tinieblas. Las aguas tienen una -oscuridad indefinible por lo espesas. Parecen realmente bituminosas. -Los fuertes muros de los altos monumentos acrecientan la noche. Los -faroles, colocados á largas distancias, sólo sirven como de ligero -contraste para conocer mejor la negra y general oscuridad. Venecia -tiene calles de tierra y calles de agua. Las calles de agua no están -iluminadas. Solamente la blanquecina fosforescencia de la estela, -ó el débil resplandor de una ventana, ó el mustio farolito de una -muda góndola que pasa á vuestro lado, ó el reverbero de una esquina -apartada, alumbran aquel tortuoso laberinto de piedras y de rejas -y de puentes y de palos destinados á atar las góndolas; especie -de grandes árboles acuáticos, pero sin ramas, sin hojas, tristes y -secos. La ciudad parece inhabitada. De vez en cuando pasan sobre -los arcos de los puentes algunos viandantes como sombras de las -sombras. El silencio es sepulcral. Sólo oís el grito del gondolero -que avisa á sus camaradas para que las góndolas no choquen. Este -grito, por todas partes repetido, es ágrio y agudo como el grito de -las aves marítimas. El verde limo que sale á la superficie de los -canales flota á intervalos y lo tomais por un cadáver. La puerta de -un palacio gira sobre sus goznes, algunas personas bajan silenciosas -por sus escaleras de mármol y se instalan en sus góndolas. ¡Oh! Las -tomariais por habitantes de un panteon que van á dormir sobre un -ataud. De pronto salís al gran canal, respirais brisa más fresca -y más libre, veis á la luz de las estrellas fustes de estriadas -columnas, plintos y bases que salen del agua, rosetones góticos, -ajimeces árabes, ventanas bizantinas, arcos del Renacimiento; pero la -góndola corre de nuevo á perderse en el laberinto de los estrechos -callejones, y aquella decoracion mágica desaparece en la realidad, -como las horas rápidas del placer en las tristezas eternas de la vida. - -El camino desde la estacion á nuestro albergue era larguísimo. Los -gondoleros continuaban de pié á cada lado de la góndola impulsándola -con sus sendos largos remos y repitiendo sus agudos gritos. Á cada -paso una esquina, sobre cada esquina un puente, al pié del puente y -á las puertas de la casa las escaleras de mármol, sobre el último -blanco escalon el agua verdinegra, y bajo los arcos del puente y -junto á las graderías blancas, las góndolas negras cubiertas con sus -largos paños pardos semejantes á los paños de un catafalco. El objeto -más necesario á la vida veneciana es la góndola, y la góndola es -tambien el objeto más triste. Imaginaos una elipse de madera negra -con varios relieves; á uno de los extremos grande alabarda dentada, -cuyo acero brilla siniestramente, y al otro extremo una especie -de pequeña cola retorcida; en el centro, como antigua tartana de -Valencia, el sitio de reposo, forrado por dentro de terciopelo negro, -por fuera de paño negro con borlas de seda, lleno de mullidos cojines -de tafilete, cerrado por cuatro ventanas, con cuyos cristales, -con cuyas cortinas, con cuyas persianas podeis comunicaros ó -incomunicaros á voluntad; todo oscuro, todo triste, todo misterioso, -todo romántico, invitando la vida á las aventuras, la imaginacion -á las leyendas, pues unas y otras se desprenden como consecuencia -natural de todo cuanto os rodea, y sobre todo, de vuestra inseparable -compañera, la silenciosa góndola. Así Roma es la ciudad sublime, -Nápoles la ciudad placentera, Florencia la ciudad académica, Liorna -la ciudad mercancil, Pisa la ciudad muerta, Bolonia la ciudad música, -Milan la ciudad civil y Venecia la ciudad romántica. El Moro y el -Mercader de Shakspeare, el Angello de Víctor Hugo, los dramas de -Byron, han sido inspirados por estas sombras, y tienen aquí, en estas -góndolas, sus misteriosas cunas. - -Hoy Venecia reune á la poesía de sus artes la poesía de sus -recuerdos, y á la poesía de sus recuerdos la poesía de sus tristezas. -Los palacios se caen, las estatuas bajan á pedazos de sus pedestales, -las rientes figuras de sus cuadros se van como las mariposas al -soplo del invierno. La herida que le causó el cambio del movimiento -humano hácia otras regiones, por la aparicion de América en el mundo -y el descubrimiento del Cabo de Buena Esperanza, esa herida que -mató su comercio no ha podido ser curada por su reciente libertad, -porque la libertad no puede destruir las fatalidades geográficas. -Venecia se muere. Sólo que en vez de morir como una prostituta en -los calabozos austriacos, muere como una matrona en el seno de su -hogar y rodeada de sus hijos. Venecia cayó al pié de la cuna de -América, como Ifigenia al pié de la cuna de Grecia. Los caminos -de la humanidad están sembrados de víctimas, y el progreso no se -exceptúa de esta ley necesaria. La vida se alimenta de la muerte. -Pero no es por eso ménos triste ver morir una ciudad cuyos Dux -tuvieron la corona imperial de Bizancio tantas veces en las manos, y -la rechazaron por el gorro frigio de la vieja república; ver morir -una ciudad cuya bandera ahuyentó á los turcos y despertó las fuerzas -del comercio y del trabajo; ver morir una ciudad cuyas libertades -son las más antiguas en la era cristiana, y que ella sola ha sido la -Inglaterra de la Edad Media; ver morir á una ciudad que en sus copas -de cristal, en sus banquetes báquicos, en sus voluptuosas serenatas, -en sus sensuales cánticos, en sus guirnaldas de coral y algas trajo -disuelto á nuestra vida el aroma inmortal del Renacimiento. ¡Cómo -sentia en aquel viaje por las calles de Venecia no ser poeta, orador -ni escritor de algun mérito para lamentar con elocuencia la muerte de -esta ciudad única en el mundo! Ideas de luto y desolacion solamente -me habian inspirado los ataudes flotantes, los palacios sombríos, las -magníficas ventanas medio destrozadas, los monumentos medio ruinosos, -el tortuosísimo laberinto de calles estrechas y de canales oscuros, -las sombras que se dibujaban en los altos puentes, las separadas -piedras de mármol lamidas por las olas, el ruido del agua, que -parecia una lágrima cayendo sobre otra lágrima, y los gritos de los -gondoleros que parecian un lamento repetido por otro lamento. - -Pero en esto llegamos al gran canal, frente á la iglesia de la Salud, -donde íbamos á alojarnos, muy cerca de la piazzetta de San Márcos. Su -anchura es allí la anchura de un brazo de mar. Sus aguas son claras -como si lleváran disuelta la luz del dia. La fosforescencia que dejan -los remos y la quilla dibujan por doquier largas cintas blanquecinas -como rayos de luna. Al desembocar nosotros de los pequeños canales -en aquella grande extension, várias góndolas se dirigian al Rioalto -iluminadas por faroles venecianos, sólo comparables á guirnaldas -de luminosas flores. Esta mágica iluminacion resaltaba en la -oscuridad de la noche y se repetia en la trasparencia de las aguas. -De las góndolas salia un coro armoniosísimo, solemne, acompañado -por excelente música; acordes misteriosamente engrandecidos y -dulcificados por la sonoridad del aire y de las lagunas. Despues de -haber pasado aquella travesía, despues de haber hecho por la red -infinita de canales aquel viaje, en que Venecia semejaba una de esas -místicas ciudades pintadas por los artistas de la Edad Media en las -paredes de los cementerios para representar el infierno, al verme en -el gran canal, en aquella larga serie de monumentos, sobre el agua -trasparente, bajo el cielo clarísimo, descubriendo las iglesias -de blanco mármol iluminadas como grandes montañas de nieve por los -rayos de los astros, contemplando las góndolas que se deslizaban -rápidamente, festin flotante consagrado al arte, oyendo aquella -música, aquella armonía deliciosa en alas de los vientos de la -misteriosa laguna, creíme en la antigua Venecia, en la que traia la -riqueza y los colores de Oriente, en la que escuchaba las serenatas -de Leonardo de Vinci, en la que prestaba los matices del íris á la -paleta de Ticiano, en la que se reia con la carcajada de Aretino, -en la que llevaba, como un esclavo, el Imperio de Constantino á -sus piés, y como una compañera á su lado, Grecia, la tierra de los -poetas. Pero la serenata pasó, las luces se perdieron pronto en los -recodos del canal, sumergióse la laguna en su profundo silencio, y -las torres de las iglesias vecinas dieron el toque de Ánimas con -elegíaco lamento. - -Al dia siguiente faltábame el tiempo para ver Venecia. Confieso -que una de las artes á mis ojos más maravillosa y expresiva, es la -arquitectura. Sus piedras, reguladas por las ideas, como las notas de -un cántico ó como los miembros de un discurso, me inspiran siempre, -cuando aciertan con sus armonías á expresar la belleza, un placer -purísimo, intelectual. Las grandes líneas, los dilatados espacios, -los ambiciosos arcos, las aéreas rotondas, las columnas con sus -adornos, las galerías con sus léjos, los patios y los claustros, -sumergen á la mente en profundas meditaciones y expresan siempre -el genio del siglo con su carácter simbólico. Yo gusto mucho de -la arquitectura griega, de su sobriedad, de su austera sencillez, -de su gracia infinita, de la facilidad con que expresa grandes -ideas con pocos medios y llega á la hermosura sin violentar sus -formas, poniendo un ligero friso, cuadrado, sobre cuatro frentes de -intercolumnios, cuyas armonías son tales, que puede decirse cantan -como un coro. Yo admiro tambien á los romanos, que sobrepusieron -los tres géneros de la arquitectura en sus monumentos, como -sobrepusieron las tres edades de la historia en su civilizacion y -en sus códigos. Yo no olvidaré nunca la rotonda del panteon donde -espiró el paganismo; ni los arcos triunfales, puertas magníficas -de la nueva edad del mundo. Sobre todo, lo que el arte antiguo me -inspira siempre es un culto infinito á la sencillez de las formas -y á la naturalidad de la expresion. Pero este entusiasmo por el -arte antiguo no excluye la admiracion por todos los géneros bellos -de arquitectura. No hay cosa peor que el exclusivismo en las -artes. Los arquitectos del pasado siglo, en su ódio por el gótico, -llegaron, áun los de más gusto, á construir unos edificios grandes, -pero mudos; más que severos, rígidos, con toda la rigidez de la -muerte. Hay arquitecturas que se distinguen por su sabiduría, por su -perfecta sujecion á las leyes de la estática. Tales son la griega y -la romana. Han pasado sobre ellas los siglos, y ese otro elemento -más devastador todavía que los siglos, las cóleras de los hombres; -pero se han estrellado contra su imperturbable firmeza. Hay, sin -embargo, arquitecturas que se distinguen por su expresion. Tales son -la oriental y la gótica. Venecia se parece á Granada, en que Venecia -tiene una arquitectura propia, exclusiva, nacida de sus particulares -circunstancias históricas y del ministerio único representado por -ella entre el Oriente y el Occidente. Así como los granadinos, -conservando siempre aquel carácter árabe que llegó á su perfeccion -en la aljama de Córdoba, se acercaban al gótico, los venecianos, -conservando el carácter bizantino y gótico, general en la Edad -Media, le arrojaban encima como un velo de oro las ricas preseas del -Oriente. Así ha creado Venecia esa serie de monumentos que son el -prodigio de los prodigios, por su variedad y por su riqueza. Si vais -á examinarlos con el Vitrubio en la mano, con las reglas de Vignola -en la mente, llevando la escuadra y el compas, sometiéndolos á un -exámen matemático, demandándoles obediencia ciega á las leyes de la -estática, pronto á indignaros si veis que una galería está sostenida -por un armazon de hierro, que una columna gruesa está sobrepuesta -á una columna ligera como riéndose de los principios generales de -la gravedad física, que una mole de mármol pesa, siendo como una -montaña, sobre el encaje de una galería aérea y ligerísima; si ante -todo y sobre todo poneis las matemáticas, no os pareis delante de -esos edificios de la Edad Media, que ante todo y sobre todo ponen -la riqueza de la expresion, riqueza grande, inverosímil, como son -inverosímiles todas las hipérboles, pero en realidad muy bella. ¡Cómo -influye en las artes el medio en que se desarrollan! Venecia es una -maga que obliga á los artistas á seguirla y les imprime su beso de -fuego en la frente. Los arquitectos del siglo décimoquinto construyen -edificios severos en Roma, al mismo tiempo que el gótico florido abre -sus calados rosetones en toda Europa como las primeras flores del -Abril del Renacimiento. Y los arquitectos de Venecia, á fines del -siglo décimosexto y principios del siglo décimoséptimo, cuando el -arte clásico todo lo ha avasallado, sin dejar de seguir su influjo, -coronan los frisos de sus monumentos, las cúspides de sus torres, las -azoteas de sus palacios con joyas y cinceladuras, esmaltadas siempre -por el oriental carácter veneciano. - -Salgamos, pues, á contemplar á Venecia. Nuestra góndola se desliza -por el gran canal. Las aguas tienen un verde-esmeralda, el cielo -un azul-turquesa, los bancos de arena un brillo de oro, las casas -de las cercanas islas un esmalte de coral-rosa, y las iglesias de -mármol una trasparencia tan extraordinaria que parecen iglesias -de cristal: bruñe el sol todos los objetos con sus rayos, esos -pinceles de la naturaleza, y la brisa cargada con los aromas de -la primavera, con las salinas exhalaciones del mar, perfumada y -picante, os convida con sus voluptuosos besos á la infinita alegría -de vivir. No tenemos tiempo de mirar ese gran canal que los pintores -venecianos, reproduciéndolo de todas maneras, desde los albores -de la escuela con Carpacio hasta su extincion con Canalletto, han -impreso indeleblemente en las retinas de los amadores del arte. Sólo -es dado ver con una rápida ojeada que desde los edificios pesados -bizantinos, hasta los edificios elegantes del siglo décimosexto, y -desde los elegantes del siglo décimosexto hasta los abigarrados de -la decadencia, unidos á monumentos góticos de todo género, ornados -con guirnaldas sirias y árabes, la historia del arte se apiña en dos -largos muros de mármol á uno y otro lado del canal, realzada por los -reflejos del agua y por las tintas del cielo. En cada ciudad buscais -primero un monumento, un punto. En Sevilla la catedral, en Granada la -Alhambra, en Córdoba la mezquita, en Roma el Coliseo, en Nápoles el -Vesubio, en Pisa el Cementerio, en Florencia la plaza de la Señoría, -y en Venecia la plaza de San Márcos. Llegamos al pié de su magnífica -escalera. Nos detenemos extasiados. No es posible pintar á Venecia. -La palabra humana carece de bastantes matices para tan rico cuadro. -Yo no lo intento siquiera. Se necesita ver, y sentir, y admirar, y -empapar en aquellos colores los ojos, y absorber por todos los poros -aquella vida, y luégo callarse. - -Nunca he deplorado tanto el compromiso contraido con mis lectores, á -cuya inagotable bondad voy á faltar, encontrándome con este soberbio -paisaje ante mis ojos y esta humilde pluma en las manos. En primer -término, el lago, espléndidamente iluminado por el cielo y el sol, -que lo borda con sus rayos; al Norte la desembocadura del gran -canal con sus varios y ricos edificios; al extremo derecho de la -desembocadura la mármorea iglesia de la Salud, cuyas blancas rotondas -se dibujan maravillosamente en la nitidez del aire; ante esta -iglesia, levantada en torre graciosa, una grande esfera de bronce -dorado y en su polo un ángel de bronce oscuro; á la desembocadura -izquierda, una terraza de jaspe sobre la cual ostenta sus flores -primaverales, ameno, aunque estrecho, jardin, poblado de mariposas; -en el centro la piazzetta, el palacio de Sansovino, cincelado como -un escudo de Cellini y rematado por un coro de estatuas; el palacio -de los Dux, al otro lado, descansando su mole de mármol rojo y -blanco sobre una doble galería de arcos góticos entrelazados por un -juego de caprichosos rosetones, y recamados en el chapitel de sus -columnas con esculturas bizantinas, que se armonizan y se enlazan -de una manera admirable con la diadema de agudos triángulos y los -airosos campanarios de la cima; ante estos dos monumentos, las dos -columnas de granito oriental, dos monolitos colosales, y encima el -cocodrilo de San Teodoro y el leon de San Márcos, que parecen exhalar -el huracan de sus abiertas fauces; en el fondo, al lado izquierdo, -el Campanile, alto y airoso como nuestra Giralda, calzado por una -tribuna maravillosamente esculpida, y coronado por un ángel que -alza sobre su aguda aguja las alas de oro á lo infinito; al mismo -fondo, en el lado derecho, la Basílica, oriental, gótica, griega, -bizantina, árabe, mezcla de todas las arquitecturas, resúmen de todas -las épocas, con sus arcos azules sembrados de estrellas, sus columnas -de todos los jaspes, sus estatuas y sus bizarros campanarios, -los cuatro caballos de Corinto sobre la puerta, los mosaicos de -cristales venecianos en los huecos, de cuyo áureo cielo se destacan -maravillosas figuras de todos colores, las rotondas en la cima, -breves copias de las rotondas de Santa Sofía como una aparicion del -Asia; y en las vastas proporciones de aquel paisaje, el muelle de los -esclavones lleno de navíos, realzados por los pintorescos trajes de -los turcos y de los griegos, por la gran multitud veneciana que en -aquella vastísima calle desemboca; más léjos todavía las islas de San -Jorge Mayor con su iglesia de color de rosa y blanco; la Giudecca con -sus edificios empapados en todos los matices del íris; San Lázaro con -su convento armenio, cuya torre oriental parece la vela rizada de un -gran navío; el Lido poblado de bosques, que tocan las aguas con sus -ramas y llenan los ruiseñores con sus cantares; los jardines como -islas flotantes, como canastillos gigantescos de flores confiados al -agua; todo atravesado por las gasas celestes de los canales, todo -variadísimo, por el color ya dorado, ya argentado de los bancos de -arena, todo animado por el contraste de las blancas velas latinas que -entran y salen con las negras góndolas venecianas que por do quier -se deslizan, todo arrullado por las ondas del Adriático; al lejano -Occidente los Alpes, que bajan como un ejército de gigantes pirámides -celestes, y en el lejano Oriente, como una música eterna, el viento -que viene desde las playas de Grecia. No hay nada igual en el mundo. - -¡Cuántas hermosas ciudades hemos recorrido en Italia! Cada una tiene -su maravilla, y cada maravilla su carácter. Cuando vais de Roma á -Nápoles, no os parece hallaros en otra tierra, sino en otro planeta. -El cementerio de Pisa y el cementerio de Bolonia son magníficos; -pero hay entre ellos tanta distancia como entre el panteon de Agripa -y la catedral de Milan. De Florencia á Pisa vais en dos horas, de -Pisa á Liorna en media; y cada una tiene abismos de diferencia en -sus calles, en sus monumentos. La magnífica torre inclinada de Pisa -parece hecha á millares de leguas del lugar donde se alza la divina -rotonda de Santa María dei Fiori de Florencia. Cada una de estas -ciudades ostenta su escuela especial de pintura y su especialísimo -carácter de arquitectura. Cada una de ellas engendra un genio que -le devuelve, en cambio del regalo de la vida, el regalo de la -inmortalidad. Pisa tiene á Nicolas, que ha adornado con dos siglos -de anticipacion el Renacimiento, haciendo florecer bajo su cincel -los mármoles; Bolonia tiene á Juan, que detiene un momento la -decadencia de la escultura; Fiezzolli tiene á Fra Angellico, que -pinta los ángeles con la misma facilidad con que Platon describe -las ideas puras, y de rodillas ante las Vírgenes salidas de su -pincel, entre los límites de dos siglos, como el décimocuarto y el -décimoquinto, que son los límites de dos mundos, simboliza el fin de -las edades místicas; Venecia es la madre del Ticiano, Verona de Pablo -Cagriari, Florencia de Miguel Ángel, y Roma puede llamarse, por las -loggias, las estancias, la transfiguracion, las Sibilas, la Galatea -de la Farnesina, la Madona de Foligno y el Isaías, la capital de -Rafael.—¿De dónde proviene esta grandeza?—De la descentralizacion de -sus gobiernos, de la libertad de sus repúblicas, de la independencia -municipal. Sólo hay en la historia una época superior á su época, -un pueblo más ilustre que sus pueblos, Grecia. Pero el secreto de -su grandeza está en la misma causa que el secreto de la grandeza de -Italia. Miguel Ángel es uno de esos titanes que llevan en sus piés -las heridas de las moles calcinadas, puestas unas sobre otras para -escalar al cielo, y en sus frentes las heridas de las tempestades que -han atravesado, buscando solitarios por las regiones superiores de la -atmósfera lo infinito. Pues bien; Miguel Ángel, cuando vió morir la -libertad en su patria, cinceló una figura hermosísima pero triste, -le puso la perfeccion griega en las formas, el dolor cristiano en la -frente, le cerró los ojos, le extendió sobre un sepulcro y le llamó -la noche. La ausencia de la libertad fué la muerte de Venecia, la -muerte de Milan, la muerte de Pisa, la noche de Italia. Por todas -partes se encuentra en la geología de la sociedad á la libertad, como -en la geología del planeta á Dios. - - - - -EN LAS LAGUNAS..... - - -Al fin tenemos luz, ese flúido sólo comparable al pensamiento, en -que esclarece y vivifica. Aquí me baño en el éter desprendido de un -cielo sin nubes y reflejado por un lago sin sombras. Yo quisiera ver -mi interior, mi espíritu, con el plástico relieve que toman á esta -luz oriental todas las cosas. Nosotros mismos somos lo más oscuro y -lo más incomprensible que existe en la creacion. ¿Por qué no habia de -ser mi razon tan clara como el sol? Despues de todo, la luz del gran -astro se perderia, como música no oida, si no iluminase la humana -frente. ¿Por qué no habia de ser mi espíritu tan diáfano como estas -aguas celestes, en cuyos espejos se repiten con todas sus asiáticas -cresterías, con todos sus adornos ó todas sus grecas los edificios -de Venecia? Despues de todo, el Universo sería como un libro cerrado -y en blanco, si no llenase sus páginas de ideas el humano espíritu. -¿Por qué los horizontes de mi pensamiento no habian de tener el -mismo esplendor de estos horizontes? Sombras de sombras serian -todas las cosas si no las animasen de un alma las ideas. Quitad el -espíritu del planeta, y decidme despues para quién cantarian las -aves que ahora gorjean en los árboles cuyas ramas tocan las aguas, -y para quién exhalarian su incienso esas flores que ahora beben la -savia embriagadora de la primavera. Las cosas serian, sin las ideas, -jeroglíficos sin lectores ni intérpretes. El Universo sin espíritu -sería, cuando ménos, un teatro sin actores. Pero el espíritu, ¿qué -luz interior tiene? - -Yo no conozco en la historia ninguna época de tanta angustia moral -como nuestra época. Las creencias que cinco siglos de fe y de -martirio habian levantado, se han caido en tres siglos de análisis. -El antiguo dia de las almas se avecina á su ocaso, y no estamos -seguros de que amanezca otro nuevo dia. La campana que ahora toca la -oracion, el órgano que ahora acompaña el cántico de los monjes, la -imágen que ahora veneran los marineros del Adriático, van pasando á -ser como los himnos griegos, como los bajo-relieves del Parthenon, -objetos de culto artístico, pero no objetos de culto religioso. -Aquí tambien se oye alzarse de las aguas un lamento elegíaco, sólo -comparable al lamento lanzado por las antiguas sirenas cuando oyeron -de labios de los nazarenos que el mundo era llamado á una nueva fe -en la maceracion y la penitencia. El Dios-espíritu ve condensarse -contra su poder y contra su Verbo nubes de ideas tan amenazadoras -como las que destronaron y destruyeron al Dios-naturaleza. ¿Qué luz -interior tiene el espíritu en esta suprema crísis? - -Tales ideas me asaltaban una tarde de Mayo de 1868, al borde -espléndido de la maravillosa laguna de San Márcos, y enfrente de la -desembocadura del gran canal de Venecia, sobre la isla de San Lázaro, -á la puerta del convento de los armenios. El sol, que se habia -ocultado tras la Giudecca, doraba con sus últimos rayos las cúpulas -de las iglesias y las rotondas orientales de la gran Basílica; las -góndolas negras, que resaltaban sobre las aguas azules, corrian -rápidas en todas direcciones como fantásticos seres; al frente -agrupábanse los maravillosos palacios venecianos esmaltados por -todas las artes; á la espalda se dibujaba el Lido, como un jardin -flotante lleno de vegetacion, de flores, de gorjeos; y en todas -direcciones surgian las islas, en que los árboles se balanceaban -cual si tuvieran sus raíces en las aguas, y entre los árboles -resplandecian maravillosos edificios, como anclados en aquel mar de -indelebles recuerdos y de eterna poesía. Se necesita para comprender -la hermosura sentir desde allí cómo espira el dia en las lagunas; -cómo se iluminan de estelas fosforescentes las aguas; cómo brotan las -primeras estrellas en el cielo y las primeras luces en las ventanas y -en las calles de la ciudad; cómo estas luces tiemblan al reflejarse -en los canales; cómo suenan los últimos toques de la campana de la -oracion mezclados con los cantares voluptuosos de los gondoleros y -las salmodias de los conventos; cómo se encuentran unísonas en el -cielo voces del espíritu con voces del Universo. - -Espectáculo tan maravilloso no distraia mi alma del pensamiento, -ni el pensamiento de la contemplacion de esta crísis suprema del -humano espíritu. Cuando más absorto estaba, dirigióse á mí un monje -para decirme oficiosamente la hora en que el convento cerraba á los -curiosos sus puertas. Aunque aquel aviso pareciera urbana despedida, -sentia yo deseo invencible de permanecer allí, puesto que la hora -de clausura no era todavía; y mi góndola estaba pronta á conducirme -á la ciudad, que dista de la isla de San Lázaro tres kilómetros. -Los monjes armenios venden maravillosas obras orientales; yo no soy -ajeno al estudio de las lenguas semíticas, y valíme de la treta de -una conversacion sobre tema tan socorrido para prolongar mi visita á -sitio tan delicioso. - -Inmediatamente se olvidó el monje de su consigna, y comenzó á -departir conmigo de estudios y letras. Poco á poco la conversacion -llegó á las materias religiosas. Yo he sentido siempre incontrastable -ímpetu á difundir mis ideas entre las muchedumbres; pero jamas -caigo en la tentacion de convencer ni persuadir en conversaciones -particulares á mis interlocutores. Así como trazo una línea divisoria -entre el lenguaje vulgar y el lenguaje oratorio, trazo otra línea -divisoria entre los oyentes numerosos y el oyente singular con -quien trabo ó mantengo un diálogo. He notado que si yo nunca me -decido á convencer ni persuadir en la vida ordinaria, muchos de mis -interlocutores caen, bien al reves, en la manía de convencerme y -persuadirme á mí. - -El sacerdote con quien yo departia á la sazon, era un jóven, turco -de nacimiento, católico de religion, armenio de rito, monje de -entusiasmo, oriental en su lenguaje sembrado de imágenes, veneciano -por su finura y su hospitalidad; en el fondo de la conciencia -místico, cual un sectario asiático, pero en el comercio con sus -semejantes, de una tolerancia en perfecta armonía con el carácter -de nuestro siglo. Estaba enfermo, muy enfermo, y tenía seguridad -de muerte próxima. Esta melancólica evidencia daba á sus ideas, -severas como la moral, solemnes como el culto, poéticas como -la tierra donde habia nacido y la tierra donde iba á morir, las -infinitas perspectivas de la eternidad. Hoy, pasados cuatro años, -todavía recuerdo con viveza aquella conversacion de la cual quiero -trasmitiros un fragmento, porque muchas de sus ideas me fortalecen -todavía en mis combates interiores, y todavía me alientan en mi -esperanza de una renovacion moral análoga á las renovaciones -sociales. La contradiccion que entre nosotros surgió vino á -desvanecer muchas de las dudas que, relámpagos de sombras, pasaban -por mi alma. - -—¿Creeis, me decia, que nuestro estado moral ha de continuar? ¿Creeis -que podemos llevar tanto tiempo una fe muerta en la conciencia? Toda -idea muerta mata el espíritu que en sí la lleva, como el feto muerto -gangrena las entrañas que lo encierran. - -—Os lo he repetido ya várias veces en el curso de nuestra -conversacion, le dije. Yo no creo que pueda mantenerse viva la -conciencia en el seno de una fe completamente muerta. El espíritu -tiene analogías con la naturaleza. Y la naturaleza no aniquila, -transforma; no mata, renueva. Es necesario renovar el espíritu en la -renovacion de la sociedad. - -—¡Renovarlo! me dijo. ¿Y cómo vais á crear una religion nueva? -¿De dónde sacaréis los apóstoles que prediquen, los mártires que -mueran, las ideas necesarias, los sacrificios indispensables á una -transformacion religiosa? El árbol de la fe se riega con sangre. -La humanidad en nuestro tiempo tiene vocacion al trabajo; no tiene -vocacion al martirio, como la tenía en la época del Redentor. -Derramará hasta extenuarse todo el sudor que pueda destilar sobre -las máquinas del trabajo; no derramará ¡ay! ni una gota de sangre -ante las aras de la fe. Los pueblos me parecen hoy atletas llenos de -energía física, pero faltos de alma. - -—No obráran las maravillas que obran si no sintieran dentro de sí el -vapor de grandes ideas. Han subido á los cielos y les han arrancado -el rayo, porque tenian estatura moral bastante á tocar con su frente -en las nubes. Las épocas de decadencia ni crean, ni inventan, ni -trabajan. El desaliento y la decrepitud se sienten á una en todas las -esferas de la actividad y en todas las manifestaciones de la vida. - -—Pero creo haberos oido decir que los pueblos no creen si no tienen -ideal. - -—Es verdad. Mas creo que el ideal no debe brotar sólo del -sentimiento, sólo de la fantasía, sino de la razon. Vuestro ideal -es todo entero para la imaginacion. Y en las épocas reflexivas, los -ideales que sólo son hijos de la fantasía y sólo á la fantasía se -enderezan, mueren como en la estacion de los frutos mueren las flores. - -—Vosotros no creeis en el milagro. - -—No hablemos de nuestras opiniones individuales, porque entónces -nuestros debates serán disputas, contestéle yo. Hablemos de algo -más alto, hablemos de la crísis que atraviesa el espíritu humano en -nuestro tiempo. Vuestras ideas propias valen ménos en comparacion del -alma infinita de la humanidad, que las gotas destiladas de ese remo -en comparacion de los caudales del mar. - -—Pues bien; me rectifico, y digo: nuestro siglo no cree en el milagro. - -—Teneis razon. Su conocimiento de las leyes naturales hale llevado -á proclamar que estas leyes no se interrumpen ni por un minuto. Mas -hé aquí la base de mi tésis: no forjeis, ni mantengais un ideal -religioso en oposicion absoluta con la ciencia. Las más inferiores de -nuestras facultades, la sensibilidad, la fantasía, se conmoverán al -tañido de las campanas, á la vista de las sagradas imágenes, al eco -del órgano que eleva un himno á los cielos, á la aparicion de esas -basílicas milagrosas, como la basílica de San Márcos, tachonada de -mosaicos, donde el color agota sus matices, y poblada de obras donde -el arte agota sus inspiraciones, monumentos en cuyas bóvedas se ven -vagar las plegarias de diez siglos, y en cuyos pavimentos dormir los -huesos de innumerables generaciones; pero por poeta que seais, por -conmovido que esteis, en cuanto la razon penetre en tantas armonías -y ensueños, los desvanecerá con sus glaciales pero incontestables -afirmaciones, dejándoos en lucha perpétua entre la sensibilidad y el -entendimiento, lucha que conviene terminar, si hemos de ser soberanos -de la naturaleza, sólo sometida á la verdad y á la ciencia. - -—Esa lucha ¡oh! esa lucha será terminada por la fe. - -—Pero la fe no puede contrariar verdades probadas ó evidentes. Los -dioses antiguos sonreian en la cima de las colinas sembradas de -mirtos y de templos, á las orillas de mares que parecian dormirse -bajo su amparo, entre coros de poetas que divulgaban sus nombres, -sobre pueblos artistas y creyentes; pero un dia la ciencia demostró -que aquellas divinidades repugnaban á la razon, y á pesar de tener -en su defensa pueblos heroicos, invencibles, como el pueblo romano, -murieron todas juntas al soplo de una idea. - -—Pero con aquellas divinidades murieron las sociedades que -personificaban. - -—No murieron, se trasformaron. ¿Murió el derecho romano? ¿Murió -aquella literatura clásica, modelo todavía en nuestras escuelas? -¿Murieron aquellas artes plásticas que copiamos y repetimos? -¿Murieron ni siquiera aquellas lenguas á cuyas sábias combinaciones -debemos toda nuestra nomenclatura científica? Lo único que pereció -fué lo único que se creia imperecedero, el Dios ó los dioses de aquel -mundo. - -—¡Y cuántas lágrimas, cuánta sangre costó fundar la nueva creencia! -me contestó el sacerdote. El mundo se encenagó en las orgías. Aquella -Roma tan fuerte dejó caer la espada del combate para empuñar la copa -del festin. Las venas de la humanidad se hincharon con el canceroso -vino de todas las concupiscencias. Fué preciso para curar tanto mal, -nada ménos que la irrupcion de los bárbaros y el destronamiento de -Roma. - -—Ved adónde os lleva la implacable lógica de vuestras deducciones: á -llorar la muerte del paganismo, vos, sacerdote católico. Seguramente -en ningun lugar de la tierra se apena tanto el ánimo del artista, al -sentir la desaparicion de aquellos hermosos seres, imaginados por los -poetas, y en el mármol encarnados por los escultores, como aquí, en -su patria, al rumor de las olas del Adriático, bajo este cielo que -todavía refleja sus miradas. Pero si al estado químico-físico del -planeta corresponden los organismos, al estado moral del espíritu -corresponden las religiones. El mundo sigue su vida independiente -de nuestras concepciones abstractas de esa vida. Y Dios existe -independientemente de la relacion que con su sér incomunicable -establezca nuestro espíritu. Hoy no comprendemos el mundo como lo -comprendian nuestros padres. Para ellos estaba inmóvil, para nosotros -se mueve. Para ellos el sol rodaba en torno de nuestra tierra, para -nosotros la tierra rueda en torno del sol. ¿Ha cambiado la naturaleza -porque cambie nuestra concepcion de la naturaleza? Pues tampoco -cambia Dios porque cambie nuestra concepcion de Dios. Lo bueno, lo -verdadero, lo hermoso, existen por sí, é independientemente de todos -los juicios que acerca de ellos se formen. Para acercarnos al ideal, -no hay sino aprender la verdad en la ciencia como en la conciencia, -y realizar con desinteres absoluto en toda la vida el bien. Las -religiones han servido para educar progresivamente á la humanidad. -Sus esperanzas infinitas, sus terrores saludables, despertaron al -hombre del seno de la naturaleza en que dormia para alzarle á una -vida interior mucho más pura y mucho más elevada. El frágil espíritu -humano obtuvo así la idea de lo infinito, y sintió así el soplo de lo -divino como creándole de nuevo y en cierto sentido redimiéndole. Pero -no hay que dudarlo; si la religion de la naturaleza fué un progreso -respecto al fetichismo, y la religion del espíritu un progreso -respecto á la religion de la naturaleza, ¿por qué, por qué imaginar, -por qué creer que se ha parado ó que ha retrocedido esta permanente -revelacion? - -—¿Imaginais que puede llegar más allá alguna revelacion? Dios, por -un acto de su voluntad, por un soplo de su aliento, crea el mundo -sin mal, y sobre el mundo al hombre sin pecado; la culpa cae del -espíritu hecho libre sobre la naturaleza hecha su esclava, deslustra -la creacion y rebaja á la humanidad; nacen los hijos de los hombres -sujetos al pecado, y el pecado al castigo que crea generaciones -de generaciones enfermas, cuyos cuerpos se pierden tristemente en -el placer, cuyas almas se desvanecen como sombras de sombras en -los abismos; hasta que el mismo Dios conocido sólo de un pueblo, -desciende así á rescatar las culpas de todos los hombres, como á -revelarse á todos los hombres; y desde entónces los aires están -llenos de ángeles custodios, los altares de santos próvidos, la -naturaleza regenerada por la pureza de la Vírgen Madre, el espíritu -iluminado por el Verbo divino, y las esperanzas de la inmortalidad -resplandeciendo más allá del sepulcro, para fortalecernos con la -energía de una vida llamada á dilatarse en la eternidad. - -—Líbreme Dios de contradecir ningun dogma. Los respeto profundamente -todos. Mas yo niego que pueda sostenerlos una autoridad externa, -fuerte, coercitiva en estos tiempos de razon y de libertad. Es -necesario que la fe brote espontáneamente de las almas. Es necesario -que impulse á la conciencia, y la conciencia á la voluntad. Así la -idea se encarnará en el espíritu, y el espíritu se encarnará en la -vida, y la vida será verdaderamente religiosa, y la religion norma é -ideal viviente. - -—¿Y no veis realizado esto en ninguna parte? - -—No. Veo, al contrario, que miéntras la civilizacion más se inclina -á la libertad, se inclinan más las sectas religiosas á la autoridad. -Veo que miéntras las ideas de igualdad democrática más profundamente -se arraigan en la esfera social, más en la esfera dogmática se -pretende divinizar absurdos privilegios, opuestos á cuanto hay de -fundamental en nuestra naturaleza. Veo, bien al reves de los tiempos -cristianos en que Dios se humillaba hasta revestir la naturaleza del -hombre, los hombres, llamándose infalibles, que aspiran á exaltarse -hasta revestir la naturaleza de Dios. Lo veo invadido todo por el -egoismo y el sentido utilitario, cuando tanto necesitamos de que -el lado ideal de nuestra naturaleza, el que á los cielos mira, se -despierte y se avive. Las ideas religiosas, que debian ser puramente -espirituales, van volviéndose fuerzas mecánicas; y los sacerdotes, -que debian tener en sus manos y reflejar sobre nuestras frentes la -luz de lo ideal, simples funcionarios del Estado. Veo todo esto con -dolor, porque yo quisiera que en la aridez y desolacion de nuestra -vida pudiéramos libar algunas gotas de rocío celeste que refrigerase -la sequedad de nuestros labios, abrasados de sed por lo infinito. - -—Mas la creencia necesita una definicion que la contenga y la -formule; la definicion, una autoridad que la imponga y la divulgue; -la autoridad, una personificacion que la represente. La fe no sería -sino el dogma; el dogma no se mantendria sin la definicion; la -definicion, sin la Iglesia; la Iglesia, sin el Papa; el Papa, sin el -Espíritu divino, que debe comunicarle su propia infalibilidad. - -—¿Creeis que Dios ha escogido una persona aparte, privilegiada, para -comunicarle la verdad? Yo soy más creyente. Yo creo que así como -ha extendido la luz por todos los orbes, ha extendido la razon por -todos los espíritus. Yo creo que así como nos ha dado la propia vista -para el mundo externo, y la propia vista no puede ser por ninguna -autoridad, ni reemplazada ni sustituida, nos ha dado la conciencia -para comunicarnos con el mundo interior, y la conciencia no puede -ser tampoco por ninguna autoridad sustituida ni reemplazada. Yo creo -que todos vemos la luz, que todos la confesamos; y los tenebrosos -de alma son tan raros y tan excepcionales, como los ciegos de -nacimiento. Los seres se bañan en la vida universal; los planetas -y los soles, en el éter; las almas, en Dios. Creo más: creo que la -revelacion es eterna, inmanente, progresiva, de todos los siglos; -teniendo por sus órganos á los filósofos, á los poetas, que han -revelado una verdad, y á los mártires que por la verdad han muerto. -Sólo así la historia se ilumina, la vida se eleva á lo infinito, la -conciencia se enrojece en la absoluta verdad, como el hierro en el -fuego. Sólo así nos sentimos unos en todas las generaciones y nos -elevamos á la comprehension de todas las ideas; sólo así traemos á -nuestra alma el espíritu humano, y en el espíritu humano diluimos -nuestra alma. Sólo así nos elevamos á Dios, y Dios se comunica -íntimamente con nosotros. Sólo así podemos ser habitantes verdaderos -del Universo, verdaderos hijos de Dios, y unos é idénticos en toda -la sucesion de los siglos con el desarrollo progresivo del humano -espíritu. - -—Yo de ninguna suerte puedo conformarme con vuestras ideas. Parécenme -contrarias á todas las verdades y justificativas de todos los -errores. Yo creo que un solo pueblo ha conocido á Dios en el mundo -antiguo, el pueblo judío; y que una sola sociedad conserva y difunde -esta vida en el mundo moderno, la Iglesia católica. Fuera de estas -dos grandes ráfagas de luz tendidas por el tiempo como la Vía Láctea -por el espacio, sólo descubro tinieblas y tinieblas, que ciegan y -asfixian. - -—¿Y el resto del trabajo humano se ha perdido? ¿Y del resto de -la conciencia humana se ha Dios ausentado? ¿Qué creeriais de mi -razon si yo os dijese: este jilguero ó esta rosa deben su vida al -Creador; pero no se la deben ni este helecho ni ese murciélago? Si -dividimos las cosas en divinas y no divinas, entregamos el mundo al -maniqueismo; y el diablo disputa con derecho á Dios una parte en la -creacion.—Si dividimos los pueblos en elegidos y réprobos, entregamos -la sociedad á un poder arbitrario más temible que el destino antiguo. -El ázoe, el oxígeno, el carbono, que separados matan, forman juntos -el aire vital. No separeis tampoco las várias revelaciones de la -verdad y del bien, porque todas juntas forman la atmósfera del humano -espíritu. Los profetas no han escrito solamente en Judea, no han -bebido solamente las aguas del Jordan y del Eufrates; han escrito -en la India tambien, y han bebido las aguas del Gánges. Á formar -las ideas judías ha contribuido tanto el sacerdote egipcio como el -mago de Babilonia y el dualista de Persia. La idea es como la savia, -como la sangre, como la luz, como la electricidad, como los jugos -de la tierra, como los gases de la atmósfera, como los flúidos del -planeta. La idea no reconoce ni naciones, ni sectas, ni iglesias; -pasa de la Pagoda á la Pirámide, y de la Pirámide á la Sinagoga, y -de la Sinagoga á la Basílica, y de la Basílica á la Catedral, y de -la Catedral á la Universidad, y de la Universidad al Parlamento, -con la celeridad del rayo que truena, ilumina, quema y purifica. El -cristianismo ha sido preparado lo mismo en las estancias de Isaías -que en los diálogos de Platon. Á la revelacion universal ha llevado -cada raza humana su contingente. El pueblo griego creia su vida -completamente original, aparte de toda otra vida humana, sus dioses -puramente nacionales y domésticos, y su casta Diana habia tenido -templos en el Asia Menor, y su Baco, que representa la exaltacion, -el delirio de la vida en el Universo, venía ébrio del néctar -destilado por los bosques indios. Cuando el judío se aislaba al pié -de sus altares y allí creia conservar su Dios alejado de todas las -tentaciones paganas, iba Alejandro á perturbar aquel monólogo triste -de un pueblo, y á llevar tras su carro de guerra las divinidades -griegas, tocando el címbalo y la flauta frigia, despertadores de la -alegría helénica en el seno de la triste, inmóvil y panteista Asia. -El mesianismo no era una esperanza hebráica, era una esperanza -universal. La sibila de Cúmas lo concebia en su gruta, á las orillas -del sensual Tirreno, en los mismos dias en que Daniel contaba con -los dedos las semanas de años que faltaban para su cumplimiento. Y -en el Pausilipo, á la sombra de los altos olmos festoneados por las -vides, á la vista de las ondas recamadas de espumas en que cantaban -las sirenas griegas, entre las danzas báquicas, oyendo el caramillo -del dios Pan y los coros de las vírgenes que trenzaban guirnaldas -de flores sobre las aras humeantes de mirra, Virgilio anunciaba la -redencion universal casi al mismo tiempo que el Bautista la pedia, -vestido de sayal, macerado por el cilicio, en el desolado seno del -desierto. Aténas con sus artes, Roma con su derecho, Alejandría con -su ciencia, han contribuido tanto á la revelacion cristiana, como -Jerusalen con su Dios. No olvideis, no, estas verdades evidentes, -confirmadas por toda la historia. No seais como el judío que se -encierra en las oraciones de su Biblia, y cree que despues el género -humano ni una sola verdad religiosa ha podido añadir á las ideas -judaicas. El cristianismo, más humano y más divino al mismo tiempo, -ha tomado toda la Biblia y le ha añadido el Evangelio. ¿Por qué -nosotros no añadirémos al Evangelio el Renacimiento, la Filosofía, la -Revolucion, que ha llevado á la esfera social estas tres palabras -cristianas: Libertad, Igualdad, Fraternidad? Leonardo de Vinci trazó -Baco y trazó el Bautista en sus cuadros, que representan la primavera -del espíritu moderno. Rafael encerró en las líneas de las diosas -griegas el alma efusiva y santa de las Vírgenes cristianas. Miguel -Ángel puso los dos coros de las sibilas y de los profetas en las -bóvedas de la Sixtina. El espíritu humano es uno como el Universo, -uno como Dios; y Dios, la naturaleza, el espíritu, son la eterna -trinidad que ilumina las páginas de la historia. No nos separemos, ni -del espíritu, ni de la naturaleza, ni de Dios. - -Estas palabras, si no arrastraron, comovieron á mi interlocutor. Yo -mismo habíame exaltado extraordinariamente al calor de mis propias -palabras. Así es que cogí la mano que el jóven sacerdote me tendia, -la apreté, y dejéle entregado á sus pensamientos. La noche era -serena, tranquila; brillaban las estrellas en el cielo y el fósforo -en las aguas; un aliento primaveral refrescaba el ambiente y traia -los ecos de la ciudad y del campo á los espacios celestes de la -laguna, que convidaba á meditar sobre esta verdad evidente: como -permanece inmóvil, serena, luminosa la naturaleza sobre las disputas -y las discordias de los hombres. - - - - -EL DIOS DEL VATICANO. - - -¿Creeis que en realidad ha sido roto y deshecho el paganismo en esta -tierra de Roma? Cerca de mi alojamiento se eleva el Panteon de todos -los dioses. El genio católico no se ha contentado con alzarlo á las -alturas y ceñirlo, como diadema, á la Basílica madre de todas las -Basílicas cristianas, sino que lo ha convertido en el templo de todos -los santos. La oracion se apaga allí en los labios. Entra demasiada -luz por el círculo que corona la Rotonda para que pueda entregarse el -ánimo á la meditacion y al recogimiento. Bautizado, lleno de altares, -convertido en iglesia como la gran aljama de Córdoba, protesta contra -los innovadores, y suspira calladamente por su antiguo culto. - -Así es todo en Roma. El paganismo se ha transformado, no se ha -destruido. Los meses del año y los dias de la semana llevan los -nombres de las antiguas divinidades, de los antiguos césares, de la -antigua numeracion romana, y no hemos osado tomar el calendario -de la República francesa que parece concebido en las entrañas de -la creacion. Los dos solsticios de invierno y de verano todavía -los celebramos con fiestas análogas á las fiestas clásicas. Adónis -nace, muere, resucita, cuando el trigo se siembra y brota y espiga. -Las fiestas de la Candelaria, como las fiestas lupercales, hállanse -consagradas á la luz. El romano agita las antorchas bajo el dominio -de los papas, como las agitaba ántes bajo el dominio de los césares, -y entona á la luz himnos que han cambiado en su forma, pero que -no han cambiado en su esencia. Cuando el Papa aparece conducido -en hombros, puesto sobre altísima silla, envuelto el cuerpo en -crujientes brocados, coronada la cabeza por áurea tiara que reluce, -en las manos el preciado báculo, á los piés aquellas legiones de -mitrados con sus capas de mil colores, cree el ánimo hallarse en los -dias en que el lujo oriental y las costumbres orientales invadieron -con los césares venidos de Siria la Ciudad Eterna. - -No trato yo ciertamente con esto de combatir ni negar las virtudes -del espíritu católico. De lo que trato es de negar esa originalidad -que le atribuyen todos cuantos desconocen cómo obró el espíritu -antiguo en el cristianismo, que fué al cabo su continuacion y -hasta cierto punto su purificacion. El verbo es un concepto -platónico-alejandrino, y es el concepto fundamental de la fe -cristiana. La apoteósis de los héroes se ha reemplazado con la -canonizacion de los santos. Cualquiera creeria oir un poeta católico -cuando oye á Lucano decir ante la tumba de Pompeyo, cómo irán á orar -sobre su losa los fieles que rehusan ofrecer incienso á los dioses -del Capitolio. Es el infierno creacion pagana, como son los demonios -creacion mágica. Satanás ha pasado por el mazdeismo ántes de pasar -por el cristianismo. Las esperanzas mesiánicas no son exclusivas de -la raza judía en el siglo del advenimiento de Cristo; son esperanzas -universales. Cuando San Juan escribia el Apocalípsis, lo escribian -tambien los estoicos, y palabras de desesperacion se pronunciaban -por dos coros á un mismo tiempo, y se unian en los cielos paganos -como en los cielos cristianos, el espanto religioso por la próxima -conclusion del mundo. Nos extrañamos del número de dioses que tenian -los antiguos. Los dioses hanse convertido en ángeles, dice el mismo -San Agustin: _deos quos nos familiarios angeles dicimus_. ¿Por qué, -pues, tanto ódio al mundo antiguo, á las ideas que vienen á ser como -el blason de nuestra nobleza y la genealogía de nuestras propias -ideas? - -Pues qué, ¿no recibimos tambien el agua lustral? ¿No colgamos de -las capillas los ex-votos? ¿No tenemos procesiones como tenian los -griegos teorías? ¿No encendemos la noche de San Juan hogueras como -las encendian los rhodios, los corinthios, los grandes fundadores -de las colonias helénicas? Nuestra personalidad no ha venido de -súbito á la creacion; es, como el planeta que habitamos, obra lenta -de los siglos, obra á su vez de las generaciones. Así, cuando yo -veia pasar bajo los arcos triunfales de mármol, cuya sucesion -compone el Vaticano, la figura majestuosísima del Papa, entre tantas -aclamaciones, entre tanto lujo, no podia ménos de decir para mis -adentros que aquella autoridad tan universal, tan grande, es una -autoridad que no proviene tanto del espíritu cristiano, democrático, -sobre todo en los primeros tiempos, como de la superioridad que tuvo -Roma por sus derechos y por sus conquistas sobre todas las ciudades -del mundo. - -¿Qué Imperio habrá como el Imperio de Pío IX? Ya no se extiende -sobre la tierra; la revolucion le ha quitado sus dominios, y lo -ha reducido primero á Roma, despues al Vaticano. Pero nadie puede -quitarle, nadie, que en la exaltacion de su propia fe pueda creerse -con dominio eminente sobre la conciencia humana, y autoridad bastante -á interpretar sobre la tierra el pensamiento y la voluntad de los -cielos. - -Ningun Papa ha sido osado, ninguno, á prescindir de la Iglesia -universal, del concilio ecuménico solemnemente convocado, para -proclamar un dogma de fe y un dogma de tanta trascendencia como el -dogma de la Purísima Concepcion de María, que, ademas de exceptuar -á una criatura de las leyes generales humanas, sobrepone al -cristianismo, que veló un tanto la pura idea deista de la Biblia, -otra religion en la que se exalta á una criatura hasta las alturas -donde sólo puede brillar el Creador. - -Pío IX ha reinado mucho tiempo. Su predecesor, el viejo Gregorio -XVI, á pesar de todo su poder divino sobre las conciencias, no tenía -igual poder sobre la naturaleza, y en una fiesta de la Ascension -cogió agudo constipado que rápidamente le llevó al sepulcro. Rossi -creyó definir á este Papa en tres palabras, diciendo: es un Patriarca -austriaco. Para la eleccion de un Pontífice parece natural que se -muevan los labios á murmurar oraciones, que se rodeen los altares de -nubes de incienso y se pida á Dios de todas maneras su luz divina, -indispensable á una acertada eleccion; y sin embargo, moviéronse -para la eleccion de Pío IX regimientos de artillería en las Marcas, -y naves de la imperial marina austriaca por las aguas de Ancona. Si -los ejércitos marítimos y terrestres se movieron como si fueran los -ángeles de la córte celestial, no se movieron ménos los embajadores, -cuyo carácter de doblez y disimulo, si les da grande aptitud -para entenderse con los reyes, no debe darles grande aptitud para -entenderse con los cielos. Entre los embajadores, eran de excepcional -influjo el embajador de la córte de Francia y el embajador de la -córte de Austria; éste demasiado tímido, aquél demasiado atrevido. El -conde Broglia hablaba en los siguientes términos al Gobierno sardo -del representante de Luis Felipe en los dias del cónclave: «Emplea el -conde Rossi una actividad febril, y se adjudica á sí mismo casi casi -el poder del Espíritu Santo.» El embajador frances oponia su veto á -todos los cardenales tachados de apego á los jesuitas y al Austria, -en tanto que el embajador austriaco oponia su veto á todos los -cardenales tildados de apego á Francia y al espíritu moderno. En el -número de los que Austria ponia en verdadero entredicho, contábase al -entónces cardenal Mastai, hoy Pío IX. Si el príncipe de la Iglesia, -encargado de formular este veto, llega al cónclave á tiempo, no -hubiera sido, no, Mastai Papa. - -El 14 de Junio de 1846 dirigíanse los cardenales al Quirinal. -Gregorio XVI habia sido enterrado pocos dias ántes, y su cadáver -insultado, y su memoria denostada por el pueblo. El cónclave prefirió -los salones del Quirinal á los salones del Vaticano, porque si -esperaba las inspiraciones del Espíritu Santo en todas partes, -temia que en el palacio por excelencia pontificio no bastáran estas -inspiraciones divinas á contrastar los efluvios de la fiebre. - -En la procesion, desde la iglesia, donde el cónclave se reunió, al -Quirinal, donde el cónclave se encerró, faltaron los cardenales á -todo el respeto que se debian á sí mismos; y como cayeran cuatro -gotas, entraron en el palacio, sin órden y sin ninguna compostura. -Por fin la hora de la votacion llegó. El cónclave estaba dividido. -Fueron varios escrutinios indispensables. En ninguno de ellos -resultaba el número de treinta y siete votantes que un Papa necesita -para subir al sólio, y desde allí interpretar la voluntad del cielo. -El escrutinio último fué impuesto despues de largas dilaciones. -Pío IX era escrutador, y debia leer en voz alta los nombres de -los votados. Conforme sacaba papeletas y las desdoblaba y leia, -sus fuerzas flaqueaban, su voz balbuceaba, lágrimas amarguísimas -caian de sus ojos, sollozos profundos anudaban su garganta, hasta -que, al fin, temeroso de desmayarse, entregó á otro cardenal el -escrutinio, y yéndose á un sitio apartado, cubrióse con ambas manos -el rostro. Al término obtuvo los treinta y siete votos indispensables -á su proclamacion. Ántes de que oficialmente se viera proclamado, -dirigióse uno á uno á los cardenales, y les pidió, les rogó, les -instó á que apartasen de sus labios aquel cáliz. Parecia anunciarle -secreto presentimiento que él habia de ser último rey en el trono -temporal de San Pedro. El cónclave no quiso oirle, y le confirmó en -su altísima dignidad. Pío IX aceptó, y despues de haber aceptado, -postróse de hinojos ante un altar, y salmodió entre dientes várias -fervorosas oraciones por espacio de media hora, despues se volvió -al Sacro Colegio, y el Espíritu Santo vino á posarse sobre aquella -cabeza como su nido en la tierra. - -Busca el poder siempre en épocas de decadencia á los caractéres de -escaso temple, á los indecisos, y sobre todo á los que han pasado su -vida en una especie de crepúsculo, sin determinarse por ninguna de -las ideas en guerra. Inocencio III en época favorable al Pontificado, -á su poder y á su autoridad, dominará con imperio sobre el mundo; -pero en época desfavorable á este mismo poder, la fuerza, el carácter -de Inocencio, reproducido en Bonifacio VIII, solamente servirá -para atraer sobre la mejilla del Pontificado el ruidoso bofeton de -Nogaret. Débil, oscuro, su debilidad, su oscuridad sirvieron á Mastai -como su apartamiento de los grandes combates que habian dividido en -mil ocasiones el Sacro Colegio y el cónclave. Su vida habia sido -muy vária. De la milicia armada pasó á la milicia espiritual. Su -estancia en Chile fué digna de un profeta, digna de un mártir. Pero -sus ideas habian quedado siempre en la incertidumbre del crepúsculo. -Si se examinaba su conducta en Espoleto, Pío IX era un jesuita; -pero si se examinaba su conducta en Imola, Pío IX era un liberal. -Esta contradiccion de ideas y de carácter le sirvió admirablemente -para obtener los sufragios de sus colegas y elevarse á la más alta -autoridad religiosa que puede en nuestro tiempo ejercerse, y que, á -pesar de tanta decadencia, todavía conserva señales de su antiquísimo -esplendor. - -El cardenal Mastai, si deseó la tiara, no la pidió á sus colegas. Ni -una súplica que no fuera para eximirse, ni una palabra que no fuera -de renuncia y de alejamiento. Así no es mucho que algunos hayan -comparado á Pío IX con Sixto V. Relaciones hay entre los predecesores -de ambos Papas: rivalidades en Roma, y rivalidades temibles del -embajador de Francia con el embajador de España; emulacion dentro del -Sacro Colegio, y emulacion casi guerrera entre la familia Médicis y -la familia Farnesio; inquietud é inquietud pavorosa en toda Italia; -particularidades que, si tienen coincidencias y analogías con las -particularidades de la eleccion del Papa reinante, no llegarán nunca -á confundir dos caractéres verdaderamente contradictorios y opuestos, -porque es el uno imperioso hasta constituir un cesarismo pontificio, -y el otro humilde hasta ser dócil instrumento, quizá contra su -voluntad, de todos modos contra su conciencia, del siniestro -jesuiticismo. - -Sixto V subió al trono cuando espiraba el Renacimiento y venía la -gran reaccion católica; Pío IX cuando espiraba la reaccion de la -Santa Alianza y volvia el mundo á las ideas revolucionarias. En -la eleccion de Pío IX, como en la eleccion de Sixto V, triunfó el -cardenal que ménos probabilidades tenía de triunfar. Ninguno de sus -colegas habia pensado en ellos al entrar; y aunque Pío fué elegido -por simple mayoría y Sixto por unanimidad y adoracion, ambos vinieron -á pacificar guerras del cónclave romano y rivalidades de la política -europea. Pero aquí concluyen las analogías. - -Sixto V se habia educado en las montañas y Pío IX en la córte; Sixto -era hijo de un jardinero y Pío hijo de un noble; Sixto habia tomado -en su mocedad, casi al salir de la infancia, el hábito de monje, y -Pío el uniforme de soldado; la juventud del uno corrió en el retiro -y en el claustro, la juventud del otro en la sociedad y en el mundo; -era el antiguo Papa de una familia puramente eslava, que se refugió -en las costas del Adriático huyendo de los turcos; es el Papa actual -de una familia puramente italiana, que desde el modesto oficio del -comercio al por menor se elevó hasta la dignidad nobiliaria, por -enlaces, por ardides políticos y hasta por empresas guerreras; -predicador Sixto V, su elocuencia tenía el temple de su carácter, -abundante pero viril y ruda; predicador Pío IX, su elocuencia es -tambien abundante, pero melodiosa y melíflua; la idea de autoridad -embargó el ánimo del gran Papa antiguo, y el hábito de la servidumbre -es el carácter esencialísimo del Papa reinante, implacable ante todos -los poderes, intransigente con todos los reyes cuando á sus ideas se -oponen, y sometido por completo hoy, despues de algunas veleidades -liberales, á las camarillas de los reaccionarios y de los jesuitas. - -Su madre dió una educacion distinguida al jóven Mastai. Pero -enfermedad terrible, la epilepsia, impidió que esta educacion -rindiera todos sus frutos. Eran los tiempos de las guerras -de Napoleon y de sus victorias, cuando Mastai entraba en la -adolescencia, y abrazó la carrera militar. Pero en la carrera militar -gustó más de las aventuras que de las batallas, y curó más del color -de su uniforme que del brillo de su hoja de servicios. La poesía le -gustaba hasta el punto de tomarle todo su tiempo, y en poesía es -seguro, dado su carácter, que prefirió Metastasio al Dante. Por fin -entró en la Iglesia y se dió al oficio de predicador. Su atractiva -figura, su majestuoso aire, sus facciones prominentes, dulcificadas -por sonrisa de pura bondad; su complexion impresionable y nerviosa, -la sensibilidad un poco enfermiza del temperamento, la viveza de la -imaginacion poética, el timbre de voz, la más sonora y la más pastosa -que he oido, así cuando entona la misa en San Pedro como la bendicion -en el Vaticano; todas estas cualidades le dieron privilegios -indudables para orador escuchado y querido de las muchedumbres. -Algunos recuerdan todavía sus sermones nocturnos en la plaza pública, -medio iluminada por las antorchas, con gran crucifijo á la espalda; -sucia calavera sobre la cual se consumia amarilla vela, delante; en -las manos, ya las bendiciones, ya la maldicion de la Iglesia, con -ademanes verdaderamente trágicos; y en los labios una elocuencia, -arrebatadora para el pueblo italiano por su sentimiento y su poesía. -Con estas dotes debió brillar extraordinariamente en Chile, donde fué -agregado á una legacion apostólica. Pero en Chile no podia su palabra -mover los ánimos como en Italia, á causa de faltarle el conocimiento -profundo de nuestra lengua y la armonía de nuestro acento. Sin -embargo, áun habla el español, y á los oidos españoles suena su -acento cómo si fuera puro acento americano. Yo solamente le he oido -hablar en latin. Dos grandes diócesis regentó, y en las dos observó -diversa conducta. En la primera diócesis desenterró el cadáver de -un liberal, con lo que se atrajo el ódio de aquellas comarcas, y -tuvo que huir á la primera revolucion que estallára por el año 30 ó -31; pero en la segunda diócesis, tal vez cediendo al influjo de su -familia, toda liberal, fué con los liberales tolerante y benévolo. -Tales son los rasgos principales de la vida del Pontífice ántes de -subir al Pontificado. - -Pío IX conserva aún la vaga poesía de sus primeros años. Le gusta -el arte como á casi todos los príncipes que se han sentado en el -trono de San Pedro. Hay en su conversacion mucha gracia, su en -fisonomía mucha dulzura, en su carácter mucha bondad, en su voz -mucha música. Pero son de temer sus arrebatos, que le arrastran -á resoluciones rápidas, irreflexivas, como la fuga, en 1848, del -Vaticano. Algunas veces reconoce que su impetuosidad le ha perdido; -pero no se arrepiente, creyendo, con razon, que á nada conducen los -arrepentimientos tardíos. En tal trance castígase á sí mismo con -dardos de amarga ironía que caen de sus labios sobre su corazon -apenado. La ironía, la burla, sobresalen extraordinariamente en la -conversacion de Pío, y llegan finamente hasta los objetos religiosos. -Un embajador español pretendia en cierta ocasion que le canonizase -un santo de su tierra; y para persuadirle hablábale de los muchos -milagros que habia el santo obrado. El Papa, por toda respuesta, le -dirigió una pregunta: ¿Puso la cabeza sobre los hombros de algun -descabezado y le forzó á hablar y á andar de nuevo?—No, Santo Padre, -no llegó á tanto.—Pues hé ahí el único milagro que me parece á mí -verdaderamente grande, y debo deciros que todavía no he podido verlo. - -Como todos los artistas, Pío IX gusta de las grandes emociones. La -popularidad y sus triunfos le enajenan. Yo lo he visto radiante -de satisfaccion y alegría recoger los homenajes de los católicos -enviados por todas las naciones con el extraordinario anhelo con -que recogen los pulmones, salidos de atmósfera asfixiante, el -aire oxigenado y fresco. Tambien la pompa, el lujo, las tiaras -sembradas de brillantes, las capas pluviales llovidas de perlas, las -cruces riquísimas, todas estas preseas de su altísimo ministerio -le encantan, como á una dama de la alta sociedad sus joyas y sus -vestidos. No exageraré yo esta cualidad como la ha exagerado -Petruccelli en su retrato de Pío IX; pero sí diré que le he notado -feliz cuando las muchedumbres se agolpan á su paso, y las preseas -del Pontificado lucen sobre su majestuosa persona. Bien es verdad -que las cabezas más firmes se desvanecerian al sentir tantas nubes -de incienso, tantas serviles alabanzas, las legiones de obispos que -le rodean, la córte oriental que le realza, los coros que cantan sus -loores, las infinitas músicas que llenan los aires en su elogio de -armonías, los peregrinos venidos de las más apartadas regiones para -recibir el eco de una palabra, el gesto de una bendicion, el dibujo -fugaz de una sonrisa, los infinitos homenajes que hacen del solitario -viejo del Vaticano, más que un mortal privilegiado y aparte, un Dios -vivo sobre la faz de la tierra. - -Herir al mundo con grandes atrevimientos en la esfera religiosa y -política, fué siempre su anhelo; dejar un nombre ilustre entre los -nombres ilustres del Pontificado, su ambicion. Mayor empresa que -reconciliar el Evangelio con la libertad no la habia, no. Tornaba -á ser Cristo el tribuno de los pueblos, el consuelo y la esperanza -de los oprimidos. Los clavos de su cruz, las espinas de su corona, -la hiel de su cáliz, dejaban de ser blason de los poderosos para -convertirse en verdadera enseña de los humildes. La democracia -recibia en su frente el bautismo cristiano, y el cristianismo tomaba -el carácter de gran proemio al movimiento democrático de este siglo. -Estremecimientos de alegría pasaron á un tiempo, así por el corazon -de las gentes piadosas, como por el corazon de las gentes liberales. -Para aquéllas, imposible dudar de la perennidad de una creencia -compatible con todas las transformaciones de las ideas y con todo -el desarrollo del espíritu moderno. Para éstas, la libertad, que -necesita frenos morales ántes que frenos materiales, tenía un seguro -rigorosísimo en el espíritu evangélico, un contrapeso espiritual á -los peligros que podrian engendrar sus excesos. El pensamiento de -reconciliar el Evangelio con la libertad era un gran pensamiento. Mas -si Pío IX concibe los grandes pensamientos con facilidad, tambien -los abandona al primer obstáculo; y en cuanto encontró á la libertad -obstáculos, cedió en sus trabajos por la libertad; ¡grande error! -Renunciar á la libertad porque la libertad puede engendrar excesos, -¡ah! sería como renunciar al aire porque el aire engendra vientos y -huracanes. - -Los obstáculos que temia Pío IX eran principalmente los obstáculos -suscitados en su córte y en sus cortesanos. Así es que para sus -ensayos liberales no halló á su alrededor nada más que dificultades, -y para sus ensayos de reaccion religiosa, facilidad y auxilio. Los -jesuitas, que le juráran guerra á muerte, se pusieron á sus órdenes -y rodearon su trono. La reaccion europea, que no le perdonó la gran -política de 1847 y 1848, le entregó la direccion de su pensamiento -y de su conciencia. El Papa se elevó á ser el capellan mayor de la -Santa Alianza. Pero sus ambiciones eran mayores. Sus ambiciones eran -fundar nuevos dogmas, traer mayor suma de ideas divinas á la Iglesia, -y de piedad exaltada á los fieles; contrastar con negaciones rotundas -el espíritu democrático y progresivo; reunir concilios ecuménicos -á manera de los tiempos piadosos; crear una autoridad en la cima -de la Iglesia, y un absolutismo sobre las conciencias que no haya -tenido precedente en los siglos pasados, ni tenga igual en los siglos -futuros. Hé ahí el pensamiento de Pío IX. - -Se comprende que intentára compensar la derrota sufrida en la esfera -política con una victoria alcanzada en la esfera religiosa. Mas para -alcanzar esta victoria necesitaba reforzar las ideas religiosas en -el espíritu del siglo, porque fuera del espíritu de este nuestro -siglo no pueden vivir, no, las ideas. Una ilustre escuela teológica -habia existido en Italia, que trataba de armonizar la religion con -la razon, la providencia con la libertad, la democracia moderna con -el antiguo pontificado, la ley natural con la ley revelada, en una -palabra, el catolicismo con el progreso. Un sacerdote ilustre, de -talento quizá tan profundo como Santo Tomás y de igual entusiasmo -por una sociedad teocrática, en que la direccion del mundo estuviera -confiada á fuerzas morales y á ideas teológicas, contó con lágrimas -en los ojos y sollozos en la voz todas las llagas de la Iglesia. -Esa separacion entre el pueblo y el clero, á causa de la lengua -muerta que el clero habla; ese aislamiento de la sociedad religiosa, -que florecia cuando el sufragio popular y la libre asociacion la -sustentaban; esa servidumbre á los poderes civiles que han convertido -el puro espíritu cristiano en dócil instrumento de tiranía arriba, -de vasallaje abajo; esa tenacidad de los clérigos en cerrar su -conciencia á la luz de las nuevas ideas y su ánimo á la consideracion -de las nuevas transformaciones sociales; todo este profundo malestar -de la Iglesia fué admirablemente concebido, dicho; y llegó hasta la -córte pontificia, siempre cerrada á la voz del espíritu moderno. - -Otro sacerdote, no ménos grande, aunque más político, habia querido -sacar á la Iglesia del estado de secta para elevarla al ideal -verdadero de la humanidad. Segun este sacerdote, la razon y la -revelacion vienen á ser idénticas; el catolicismo, universal, no sólo -por lo que tiene de divino, mas tambien por lo que tiene de humano; -la palabra evangélica y la idea moderna, unas en esencia; la causa -del divorcio entre la Iglesia y el siglo, la mala inteligencia traida -ántes por la conducta del clero que por las trastornadas ideas de -la revolucion. Para este sacerdote elocuentísimo habia que oponer á -los males de la Iglesia enérgicos remedios: al poder temporal, la -separacion de la vida civil y la vida eclesiástica; á la educacion -reaccionaria del clero, una educacion científica; al jesuitismo, -que tiene larga serie de resortes mecánicos y utilitarios para -mover al hombre, la pura conciencia moral que le dirige hácia la -perfeccion absoluta; á la predicacion por los principios antiguos, la -predicacion verdaderamente evangélica, en los oidos de la muchedumbre -y en el seno de la naturaleza, tomando las ideas en la fuente viva de -la conciencia moral, y esparciéndolas como rocío vivificador sobre -todos los espíritus, para llevarlos á una transformacion religiosa, -análoga á la que produjo en el mundo la primera aparicion del -cristianismo. - -Como algunos hombres imbuidos de racionalismo contestáran que -la reconciliacion era imposible, á causa de la incompatibilidad -entre la ciencia moderna y el milagro de la Edad Media, entre la -razon y la revelacion sobrenatural, respondia el filósofo que tal -sentir dimanaba de una falsa concepcion del milagro y la profecía, -de considerarlos como hechos reales, sucedidos, históricos, -cuando vienen á ser símbolos de sistemas por venir, de períodos -palingenésicos en la vida sucesiva del espíritu y del planeta. Y -lo que en realidad quieren decir los milagros y las profecías, -es la llegada de una época, en que la revelacion natural y la -revelacion religiosa se confundan, como se confundirán la rápida y -casi milagrosa intuicion con la madura y profunda reflexion; como -se confundirán lo sensible con lo inteligible, siendo cada una de -nuestras sensaciones un pensamiento; como se confundirán por lo -perfecto del lenguaje la idea con la palabra, á la manera que en el -Verbo, por su encarnacion en nuestro sér, se confundió la naturaleza -divina con la humana naturaleza. - -Cuando una religion se divorcia de su tiempo y de los progresos de -su tiempo ¡ay! perece. Es imposible que se armonicen siglo liberal y -religion autoritaria; siglo democrático y religion absolutista; siglo -que se inspira en la conciencia viva y religion que se inspira en -las tradiciones muertas; siglo de derechos y religion de jerarquías; -siglo que se abre á todas las ciencias y religion que se cierra -á cuanto no sea teológico: en tal estado, en crísis tan pavorosa -y suprema, ó los pueblos se petrifican, como se ha petrificado -el pueblo árabe por no modificar su fatalismo, ó las religiones -desaparecen, como desapareció la religion pagana cuando no pudo -extinguir, á causa de su carácter sensual, la sed espiritualista -despertada en el alma humana, ya por tristes desgracias y desengaños, -ya por las ideas sublimes de su inmortal filosofía. - -¡Qué grande hubiera sido Pío IX, si al sentir que su ministerio -religioso era incompatible con toda autoridad política, con todo -poder político, abdica esta autoridad, abdica este poder, cambia la -púrpura de los césares por la toga de los tribunos; renueva en el -más exaltado idealismo la fe de su tiempo; organiza evangélicamente -la Iglesia de Cristo; reune los pueblos en asambleas religiosas; -vibra sus rayos sobre el poder de los déspotas y el orgullo de -los aristócratas y la avaricia de los ricos; llama el esclavo al -derecho, el oprimido á la libertad, el desheredado á la vida; evoca -la resurreccion de Italia, la resurreccion de Polonia; envia los -misioneros del espíritu contra la nueva sensualidad pagana, contra -el empedernido egoismo de las clases gobernantes; y sostiene con -profunda conviccion que la libertad, la igualdad, la fraternidad, -no han de ser solamente fórmulas evangélicas, sino tambien verdades -sociales, capaces de engendrar una nueva tierra y extender sobre -ella nuevos cielos de luz bendita y perenne! Entónces sí que hubiera -podido celebrar la pascua del espíritu moderno; entónces sí que -hubiera podido levantar su voz con acento de himno triunfal; entónces -sí que hubiera podido ver á las puertas de las iglesias de la Edad -Media el ángel vestido de blanco y resplandeciente de hermosura, que -las santas mujeres vieron al borde del sepulcro, anunciando que -Cristo no estaba allí, que Cristo habia verdaderamente resucitado: -_Resurrexit, non est hic._ - -La prueba de cuanto hubiera podido hacer con estos grandes medios se -encuentra en lo que hizo con medios pobres, con reformas tímidas, -con ligeros, ligerísimos paliativos. Una amnistía que reclamaba -la fórmula servil de prévio juramento; una comision nombrada para -estudiar las reformas indispensables; una cámara consultiva que se -componia de un representante por cada provincia, á propuesta en terna -del legado y eleccion del Pontífice; un consejo de cien miembros -que deberian dar un senado de nueve: todos estos tímidos anuncios -de renovacion social despiertan á Italia; imponen códigos liberales -á príncipes reaccionarios como el de Módena y el de Parma; abren á -Sicilia las puertas de su calabozo; derraman aliento de libertad -por los emponzoñados aires de Nápoles; obligan á los extranjeros á -retirarse de Ferrara ante una protesta pontificia; arman el brazo de -Cárlos Alberto por la causa de la independencia; derriban á Guizot en -París y á Metternich en Viena; producen los cinco dias de Milan, que -son cinco dias de redentor martirio; levantan entre los espejismos de -las deslumbradoras lagunas el alma muerta de Venecia; transforman con -la nueva fe los corazones más cerrados á todo sentimiento religioso; -infunden su antiguo valor á los italianos, y en pocos dias, de los -cien mil austriacos enviados á oprimir su patria, cuatro mil son -cadáveres, veintisiete mil heridos ó inútiles, los demas dispersos: -que vagas palabras de libertad proferidas desde las alturas del -Vaticano habian como derramado nueva sangre por las venas, nueva idea -por la conciencia de la ántes aletargada Europa. Las campanas que -tocáran á la oracion, sabian tambien tocar á rebato contra la tiranía. - -Pero en este momento supremo. Pío IX se acordó de que era Papa, y -Papa á la antigua usanza. En una guerra entre los austriacos y los -italianos, aunque todo el derecho estaba de parte de éstos y toda la -sinrazon de parte de aquéllos, el Papa sintió que unos y otros eran -católicos. Al mismo tiempo que el rey de Nápoles abandonaba la causa -italiana por tristes competencias territoriales, por el logro de un -botin pendiente aún del empeño de las armas. Pío IX helaba la sangre -en las venas de su nacion, negándose á mandar refuerzos y á bendecir -los combatientes por la más santa de las causas, por la causa de -Italia. Y luégo convocó las potencias católicas, les pidió su -auxilio, les señaló el camino de Roma, las vió impasible destruir los -grandes monumentos, inmolar los piadosos católicos; y entre ruinas y -cadáveres volvió á sentarse en el trono terrenal, mantenido por las -bayonetas de las legiones extranjeras. - -Desde el dia en que volviera Pío IX de la proscripcion á Roma, en -hombros de extranjeras legiones, no podia representar el espíritu -evangélico de los primeros cristianos, sino el espíritu teocrático -de los antiguos pontífices asiáticos. Y todavía no saben los que -profesan con fe y sinceridad la religion cristiana, cuánto podrian -conmover al mundo aliándola con la libertad. En la historia moderna -ha sucedido que los católicos puros detestáran la libertad, miéntras -los llamados liberales católicos cayeran en la herejía, sin haber -logrado ni unos ni otros reconciliar el espíritu de nuestro siglo con -la religion de nuestros padres. Y el antiguo y el nuevo Testamento -guardan tradiciones republicanas. - -Sabido es que en la organizacion de la tribu ilustre de Judá -representaban los reyes la confusion de las tradiciones mosáicas -con las ideas y los ritos de los demas pueblos, en tanto que el -profeta representaba con el austero vigor republicano, la idea pura -de Israel. Lo repito; puede la moderna elocuencia tribunicia sacar -acentos republicanos de las Sagradas Escrituras, como los sacaron -aquellos fundadores de la democracia americana, cuyo renombre, á -manera de todas las glorias sólidas, se aumenta con los siglos. - -El pueblo de Israel pidió rey, y Dios quiso negárselo. Una y otra -advertencia les dirigió á los suyos el Dios de Abraham por boca de -Samuel. Un rey sólo servirá para oprimiros y para deshonraros; para -haceros sus soldados, sus palafreneros y sus lacayos; para escupir su -saliva á vuestra frente y mezclar su hiel en la levadura de vuestro -pan; para convertir los hijos de Israel en sus bestias de carga, -á fin de que le forjen así los instrumentos de guerra, como los -instrumentos de labranza, y cultiven sin descanso en provecho regio, -con sudor los campos de trigo, con sangre los campos de batalla. Él -se llevará vuestras hijas para que le diviertan, y le perfumen, y le -embriaguen con sus besos y le hechicen con sus cánticos; vosotros -sembraréis, y él segará; vosotros plantaréis, y él cosechará; -vosotros trabajaréis, y él gozará; vuestros campos le servirán para -granjearse á sus cortesanos, y vuestras vendimias para emborrachar á -sus eunucos. Vuestros ganados le pertenecerán, y vosotros mismos no -pasaréis jamas de ser, bajo su cetro, un rebaño de siervos. - -La emocion que una voluntariedad liberal de Pío IX ha producido en -el mundo, prueba hasta qué punto las ideas progresivas descenderian -sobre las conciencias de las muchedumbres si las difundiese la -Iglesia. Pero ¡ah! el corazon se entristece cuando siente que si -el Papa elevára su voz contra los reyes, la elevaria en nombre de -principios más reaccionarios que los principios monárquicos, en -nombre de aquella teocracia, cuya tutela rompió Europa en cuanto -comenzára á dibujarse la vida civil y á madurar la razon humana. -Esas monarquías son hoy odiosas, porque no corresponden al estado -de nuestra civilizacion y cultura, á la esencia misteriosa del -espíritu moderno; pero una de las causas de la supervivencia de esas -instituciones, una de las causas primeras es el ataque tremendo que -dieran á la teocracia, al predominio político del elemento sacerdotal -sobre las sociedades humanas. Miéntras la monarquía creaba estos -principios civiles, parapetábase la teocracia tras sus privilegios -religiosos, y persistia en tener esclavizada la inteligencia. Por eso -los reyes viven, porque lucharon con los Papas, porque disolvieron -los templarios, porque expulsaron los jesuitas, porque opusieron á la -vida teocrática la vida civil. La voz del Pontífice cuando combate -la libertad de los pueblos modernos, la independencia de Italia, -la secularizacion de las sociedades europeas, ¡ah! es una voz de -las tumbas, que se pierde en el espíritu independiente del siglo -décimonono, cuya conciencia jamas, jamas transigirá con la teocracia, -con ese espectro de la Edad Media. - -El hombre, capaz de soñar la con restauracion pontificia, así -en contra de los reyes como en contra de los pueblos, ¡ah! es el -cardenal Antonelli, á quien yo por vez primera vi el Domingo de -Ramos de 1866 en la Basílica de San Pedro. Á un guardia noble, que -á mi lado se encontraba, preguntéle por el cardenal, y le dije que -me lo mostrára al pasar. Trasladóme con amabilidad, cuyo recuerdo -áun obliga mi gratitud, de un lado á otro, para colocarme entre la -fila de soldados, delante de la cual forzosamente habia de detenerse -el vicario del vicario de Cristo. Cierto frances, que cerca de mí -estaba, acompañado de finísima é inteligente señora, asocióse á mi -deseo de escudriñar la fisonomía del cardenal, desde aquel sitio -adonde le llevára ó la casualidad ó el instinto. Era muy comunicativo -el frances, y hacía sobre todo miles de observaciones, graciosas -unas, impertinentes otras, excesivas todas, que moderaba la señora, -su compañera, con grande oportunidad. Aquel charlatan tenía un ídolo -en literatura, Enrique Heine, y un ódio en política, el cardenal -Antonelli. - -El dia era caluroso, á pesar de ser uno de los primeros de Abril, -y mi interlocutor, que acababa de atravesar jadeante la gran plaza -de San Pedro, decia, limpiándose el sudor: «¡Qué calor fuera, y qué -fresco dentro de la Basílica! Tiene razon Heine; cuando en dias -estivales y sofocantes como éste acertais á entrar en una catedral, -no podeis ménos de decir: ¡qué bella religion de verano es el -Catolicismo! Al venir hácia aquí, me encontré un campesino apaleando -á bíblico asno, y le dije al pobre animal, acordándome de Heine: -padece, padece, que por eso comieron tus padres cebada prohibida -en el paraíso. Y eso que Roma no puede compararse con el paraíso -descrito por el gran poeta, donde los girasoles dan pasteles, y las -aves van á buscaros ya asadas y aderezadas con la salsera en el pico.» - -Yo, al oir toda aquella garrulería, dicha con los ojos puestos en mí, -contrastada sólo por los tirones de manga que la señora propinaba al -impío, traté de mudar la conversacion, y le dije: - -—¿Conocéis personalmente al cardenal Antonelli? - -—No le conozco personalmente, pero me lo figuro. Moralmente lo sé de -memoria, por haber leido á Liverani. - -—No conozco ese autor. - -—Es un canónigo de Santa María la Mayor, verdadero sacerdote; por -su conciencia todo un hombre piadoso; por su vida todo un austero -anacoreta; por su orígen un campesino convertido al sacerdocio. La -agricultura es propicia á los prelados y dignatarios de la Iglesia. -Sixto V no sólo fué pastor, sino hijo de jardinero. Y la escuela -católica es de tal suerte pueril, que ha elevado á cuestion de -primer órden probar que guardó cabras, en vez de guardar cerdos, y -que los animales puestos bajo su cayado eran, no de ajeno dueño, sino -de su padre. - -—¡Qué empeño tienes, Enrique, dijo la señora, en denigrar el -Catolicismo en su misma capital y en su gran Basílica! - -Yo, por apoyar á la señora en sus observaciones, le dije: - -—Es necesario ver estos grandes monumentos con la inteligencia llena -de las ideas que despiden de cada una de sus piedras. Para ver la -aljama de Córdoba hay que inspirarse en el espíritu semítico, y para -ver el Parthenon de Aténas, en el espíritu pagano. - -Comprendió el frances toda la trascendencia de mi observacion, y se -amostazó un tanto. - -—Si algo me demuestra con demostracion irrefragable la decadencia -del Catolicismo, es la nimiedad con que suele darse carácter -anti-católico á toda observacion más ó ménos justa sobre el -pontificado y su córte. ¿Tendrá algo que ver con los dogmas la -naturaleza del ganado que guardára Sixto V? ¿Será más ortodoxo y -eclesiástico el ganado de lana que el ganado de cerda? - -Yo, conviniendo en la justicia y hasta en la gracia de semejante -afirmacion, volví la hoja y pregunté por el libro de Liverani. - -—Está dedicado al señor conde de Montalembert, que quiere la -restauracion, es decir, Milan; Venecia bajo las espuelas de los -croatas; el cuadrilátero puesto como una herradura austriaca sobre -las armas de Italia, y todos los patriotas dispersos y errantes por -el mundo. - -—No estarémos mucho tiempo en Roma, dijo la señora; tus imprudencias -nos expulsarán pronto. - -—No temas. Hablamos en frances y no nos entienden. Un amigo que -acaba de departir con el cardenal Antonelli me ha dicho que habla -detestablemente el frances. Y si el cardenal Antonelli habla -detestablemente el frances, figuraos cómo lo hablará y cómo lo -entenderá la gente menuda. - -—Hablad, hablad, le dijo yo. - -—Nada de extraño tiene que así Antonelli se exprese en el idioma -de la revolucion, cuando se expresa igualmente mal en el idioma de -la teología. En los maitines de Navidad, por 1859, cuenta el Padre -Liverani haberle oido cantar _erútus de potestate tenebrarum_, -poniendo el acento en la segunda sílaba, cuando debió cantar _érutus -de potestate tenebrarum_, poniendo el acento en la primera sílaba. - -El latin pronunciado por los franceses resulta á nuestros oidos una -lengua casi ininteligible, y así es que no pude ménos de reírme al -oir criticar en tan pésima pronunciacion aquella falta de gramática. - -—Lo que Antonelli sabe profundamente es economía doméstica. Sonnino, -su villa natal, se ha convertido en la metrópoli burocrática de -los Estados Romanos. Aquello es un plantel de empleados. Giacomo -Antonelli, secretario de Estado y prefecto de los santos palacios -apostólicos, natural de Sonnino; el conde Fillippo Antonelli, -consejero de Hacienda, natural de Sonnino; el conde Luigi Antonelli, -conservador de Roma, natural de Sonnino. Podia escribirse una letanía -de Antonellis. Como Diocleciano era césar, Diocleciano pontífice, -Diocleciano tribuno, Diocleciano cónsul; Antonelli es administrador, -Antonelli hacendista, Antonelli diplomático, Antonelli militar, -Antonelli cardenal, Antonelli enemigo de la civilizacion moderna, -Antonelli monopolizador del Espíritu Santo, Antonelli Papa del Papa. - -Yo comprendí que la gárrula conversacion del frances me comprometia, -y como empujado por grande oleada de gentes, apartéme de aquel sitio, -cuando un rumor me advirtió que venía el Santo Padre. Pasó á mi lado, -deteniéndose por algunos minutos ante mí el cardenal Antonelli, -juntamente con la procesion de cardenales y obispos, que en parte -precede al Papa y en parte rodea sus andas. Parecióme Antonelli alto, -fuerte, cazador y no cardenal, montañes y no cortesano. Los ojos -de ave nocturna, la nariz prominente, los labios gruesos, el color -cetrino, la fisonomía ruda, el carácter atrevido, la complexion -vigorosa, y los ademanes y el gesto, quizá por aprension mia, -acusando el hombre acostumbrado de antiguo á mandar con imperio y á -ser obedecido sin resistencia. Pero debo tambien decirlo: parecióme -un hombre de gran vulgaridad. - -Yo recordaba mis lecturas históricas; recordaba la serie de aquellos -cardenales ilustres, de aquellos ministros pontificios, descritos en -la admirable historia de los Papas durante los siglos décimosexto y -décimoséptimo, por Ranke, obra que tantos elogios ha merecido á los -católicos más ardientes. Recordaba Gallio de Como, que dirigiera con -habilidad la política en dos pontificados consecutivos; Rusticucci, -tan severo en su conciencia como en su vida; Santorio, tenaz en -las ideas, puro en las costumbres, enérgico para sus parientes, -inflexible con los extraños, superior en su elevada soledad á -todas las pasiones humanas; Madruzz, el Caton del Sacro Colegio; -Sirlet, tan sabio en todas las ciencias, y especialmente en las -ciencias filológicas, que departia con los doctores y con los -niños, que compraba á los pastorcitos sus haces de leña, con la -condicion de enseñarles la doctrina cristiana; Cárlos Borromeo, -un santo, cuya memoria jamas se borrará del Milanesado y de las -montañas que avecinan al Lago Mayor; Torres, que concluyó la Liga -contra los turcos, cuya victoria se llama la victoria de Lepanto; -Belarmino, el primero de los controversistas y de los gramáticos; -Maffei, el historiador de la conquista de las Indias portuguesas -por el Cristianismo; Felipe de Neri, el fundador de la Órden de los -preclaros oradores, que parecian llamados á restaurar la religion en -la conciencia de Europa, cuando el gran constructor Sixto V regaba -con el agua _felice_ las colinas romanas, y las hacía florecer á -un tiempo con bellos jardines y grandes monumentos; cuando Fontana -erigia el obelisco ante San Pedro y lo remataba con la cruz de -Cristo; cuando Patrizi armonizaba la teología católica con las -tradiciones filosóficas, y Moisés con Hermes; cuando Torcuato Tasso -emitia los últimos acentos de la Musa católica, y el Dominiquino y -Guido Reni destellaban los últimos resplandores de la pintura; y al -eco de la sublime música de Palestrina, el espíritu eclesiástico se -reanimaba y revivia, como llamarada próxima á extinguirse. - -Grün compara el cardenal Antonelli al prelado de Benevento, que -Montesquieu juzgó con extrema dureza, y que, miéntras el papa -Benedicto XIII rezaba ante la efigie de San Vicente Ferrer, corria -de monasterio en monasterio, besaba las manos de los frailes, hacía -extremas penitencias, despreciando todos los placeres y todas las -pompas terrestres, dábase él á las ambiciones, á los lucros y á las -locuras del mundo. El carácter del Papa es la contradiccion radical, -radicalísima, con el carácter del cardenal de Sonnino, como el -carácter de Benedicto XIII era la contradiccion radicalísima con el -carácter del cardenal de Benevento. - -Pío IX, á quien eligiera un milagro, juzgóse llamado por Dios á -hechos milagrosos, extraordinarios; y desde el primer dia de su -pontificado tuvo la ambicion del bien. Extremadamente sensible de -alma, epiléptico de cuerpo, incapaz de exaltados odios, inocente en -sus pasiones, puro en sus costumbres, de fantasía pronta, de lenguaje -abundoso, de voz clarísima y sonora, fácil y hasta elocuente en -sus improvisaciones, plácido en sus gestos, dulce y bondadoso en -su mirada, místico hasta el éxtasis en sus oraciones y plegarias, -majestuoso sobre el trono, artista al pié del ara, minuciosísimo en -las ceremonias religiosas, amador de las humanas pompas, devoto á -sus destinos históricos y á su elevado ministerio, cree, en sus más -grandes equivocaciones y errores, que Dios le inspira, que le guía -Dios, y que interpreta su pensamiento y expresa su voluntad sobre la -faz de la tierra. - -Él no enriquece á sus parientes, no atesora dinero, no pone tasa á -la limosna, no niega audiencia por importuna que sea, no echa ningun -cerrojo á su corazon siempre abierto, ni mordaza ninguna á sus -labios, vibrando siempre, en toda ocasion, la idea que vaga por los -espacios más recónditos de su conciencia. Conoce de los hombres más -las apariencias que la naturaleza; de las ideas más la forma que el -fondo; de su poder más el aparato que el prestigio; de su autoridad -más el brillo que la fuerza, y acostumbrado á vivir en regiones donde -parece un Dios, gústale oirse llamar todos los dias: santo, santo, -santo, y aspirar el humo del incienso. Pero en esas alturas, cuando -declara dogmas de fe, cuando reune concilios ecuménicos, cuando la -Iglesia entera le llama superior á los errores humanos, cuando su -pensamiento es divino como el Verbo, y sus labios sagrados como los -oráculos; ¡ah! la nube que pasa, la electricidad de la atmósfera, -los cambios bruscos de temperatura, en Roma frecuentísimos, influyen -sobre sus nervios, sus nervios sobre su carácter, y su carácter le -arrastra á ímpetus de mal humor, á genialidades bruscas, que desdicen -de su bondad, y que prueban cómo ese demiurgos, ese sér sobrenatural, -se halla sujeto, cual todos los mortales, á los errores y á las -debilidades que nacen de los límites de nuestra naturaleza, y á las -leyes que rigen todo el Universo. - -Y bajo el dominio de este Papa que aspiraba á evangelizar el mundo, á -cristianizar la democracia, hase convertido la autoridad pontificia -á un absolutismo que fuera imposible bajo el imperio de los monarcas -absolutos. Se estremece el ánimo considerando cómo ha caminado -nuestra Iglesia á la inversa de nuestra civilizacion. Una institucion -de la altísima jerarquía que ha pretendido, del ministerio altísimo -que ha desempeñado la Iglesia, debia ser la luz y el calor de las -almas, como es el sol la luz y el calor de los cuerpos. - -Y para ser la luz y el calor de las almas debia desplegar sobre la -frente del hombre, sellada con el sello de eleccion divina, las -etéreas alas de un ideal espiritualista, celeste, verdaderamente -sobrehumano. De esta misteriosa suerte venció al mundo latino -y sojuzgó á los bárbaros. De esta misteriosa suerte, por sus -tendencias á lo ideal, congregó aquellos concilios, como el Concilio -de Jerusalen, donde se reconciliaron los judíos y los paganos, -separados por toda la historia, y donde el Cristianismo se dilató -hasta ser la conciencia de la humanidad. Por esta misteriosísima -manera formuló aquella primera teología griega que difundiera al -soplo creador de lo divino en la mente humana. Por esta misteriosa -manera alzó los esclavos á la dignidad de seres religiosos, y puso -los césares á servicio de los nazarenos. Elevar al hombre, educarlo -en puro idealismo, hacer de su conciencia como una hostia consagrada -á la divinidad en los altares del Universo, ministerio era digno, -dignísimo de una religion que triunfára por su radical oposicion -al sensualismo pagano y á su cancerosa podredumbre. La Iglesia en -los tres primeros siglos fué una federacion democrática. La Iglesia -desde el pacto de Carlo-Magno ha sido un imperio, sí, un imperio á -la manera romana, miéntras comenzaba Europa á ser una federacion por -el individualismo de los bárbaros. Los obispos de Roma quisieron ser -césares más que pontífices; quisieron continuar bajo el amparo de -la Cruz en la dominacion del Universo. Al pié de los nuevos altares -como al pié de los antiguos, Roma sólo de su propia autoridad se -acordaba y de encerrar los nuevos bárbaros en sus Basílicas, como -habia encerrado los bárbaros antiguos en su Capitolio. Para este -fin hubo ejércitos que en vez de armas llevaban plegarias, y en vez -de escudos sayales; tuvo á los monjes. Tuvo sus jurisconsultos, los -canonistas. Tuvo su código, las falsas decretales. Tuvo hasta un -título cesarista, la donacion de Constantino. Y tuvo su emperador, el -Papa. Mas no siempre el Papa ostentó este carácter; durante algunos -siglos sirvió á las democracias. - -Los movimientos religiosos de Roma se explican siempre por sus -intereses políticos. Roma es entre las ciudades antiguas la más -fiel á la religion pagana, por creer que la religion pagana es la -más propicia á su poder y á su grandeza. Roma, en el diluvio de la -invasion, donde mueren ahogados sus dioses, abrázase fuertemente al -Catolicismo, no por ser la religion más verdadera, sino por ser la -religion más opuesta á la religion de sus conquistadores, que es -el arrianismo. Así Roma subleva á los italianos y al mundo contra -el imperio bárbaro, apoyándose en dos ideas capitalísimas, en el -catolicismo y en la república. Á la unidad longabarda se opone la -democracia romana. La ciudad no sólo entrega su alma á los papas, -sino que pide á voces el auxilio de Bizancio; y por medio de la -virtud divina de las ideas, por medio de la fatalidad geográfica de -la península, reune en las islas del Tirreno, en las lagunas del -Adriático, tras los Apeninos, en los desfiladeros de los Abruzos, -todos los náufragos que han conservado el antiguo ideal y la antigua -cultura itálica. - -Imposible comprender cómo los papas se han apoderado del mundo -sin comprender cómo se encuentra Italia en los siglos sexto y -sétimo. La unidad bizantina, que es una sombra, en Rávena; la -unidad longobarda, que es un cetro y una espada, en Pavía; la -unidad federal, que es una religion y una democracia, en Roma. La -ciudad Eterna no se defiende, no defiende la República, encontrada -despues de quinientos años de imperio y de cinco invasiones bárbaras -entre las ruinas de sus templos y las pavesas de sus ideas; no la -defiende por los dictadores, por los cónsules, por los césares, por -los magistrados antiguos, sino por los obispos, á causa de que los -obispos son los defensores de las ciudades, los jefes de la plebe, -los nuevos tribunos de la democracia, los únicos que tienen palabras -de entusiasmo y de fe, bastantes á crear ejércitos de plebeyos, y -mover estos ejércitos de plebeyos, donde se reclutan las legiones -de los mártires, al combate y á la muerte. Pero se engañaria quien -atribuyera la fuerza de los papas en esta crísis suprema solamente -á milagros de la fe. Son fuertes porque tienen á su devocion el -pueblo guerrero por excelencia, el pueblo franco. Los francos vienen -á ser los soldados del Catolicismo. Cuanto nosotros hicimos por el -Catolicismo en su edad de vejez y decadencia, hiciéronlo tambien -los francos en la edad en que el Catolicismo tenía juventud y -robustez. No hay como servir una idea progresiva. Ellos, los francos, -crecieron, y nosotros menguamos sirviendo el mismo principio. Pero -ellos lo sirvieron cuando la Iglesia educaba á la humanidad, cuando -la Iglesia era un ideal religioso y una federacion republicana, -miéntras lo servimos en Europa, despues que acabamos nuestras -guerras con los árabes, nosotros que desde el siglo décimotercio -representáramos por la casa de Aragon el principio civil opuesto -al principio teocrático; lo servimos en Europa cuando la Iglesia -se oponia en Alemania, en Holanda, en Inglaterra á la educacion -de la humanidad. Los patriarcas de Constantinopla aspiraban á ser -por los exarcas de Rávena los directores de la cruzada contra los -longobardos. Pero los obispos de Roma mostraban la federacion de -obispos á cuyo frente ellos se veian; las muchedumbres agitadas y -encrespadas por las ideas católicas; y las lanzas milagrosas vibrando -en manos de los francos, invencibles por su valor, dispuestos á -pasar los Alpes y los Pireneos, el Rhin y el Ebro, para defender la -nueva religion y sus pontífices. Hé aquí el camino verdaderamente -misterioso por donde llegó el pontificado á ser el centro y la cabeza -del mundo. - -Luégo las crísis de la sociedad, los movimientos del espíritu humano -conspiran en los primeros siglos de la Edad Media á reforzar esta -primacía. Los longobardos se convierten al catolicismo, abrazan la -religion de los vencidos en Italia, un siglo despues de que los godos -abrazáran la misma religion en nuestra España. Desde este momento -el Papa, que ya no ha menester de los emperadores de Bizancio, se -vuelve contra Bizancio, combate su monoteismo, sus iconoclastas, -sus exarcas, sus legados que quieren prenderle; niégase á recibir -toda sancion de la autoridad pontificia, todo cesarismo sobre su -poder religioso, y subleva la conciencia católica contra el sentido -heterodoxo de Constantinopla; y el patriotismo italiano, y la -federacion italiana contra las reapariciones del antiguo imperio, -asentado en una ciudad rival y enemiga de la ciudad eterna. - -Pero en cuanto se ha separado de Bizancio, y ha alcanzado la -independencia moral, tiene que destruir á Pavía y alcanzar la -independencia material. No importa que los longobardos se hayan hecho -católicos; no se han hecho republicanos, y el Papa es á un tiempo el -pontífice del catolicismo y el jefe de la federacion. Los pueblos de -Italia en esta edad, en el siglo octavo, aborrecen la monarquía, y -prefieren á la monarquía la teocracia. Todas las ciudades marítimas -piden al Papa que las liberte en lo civil de la tutela del rey, como -las ha libertado en lo moral y religioso de la tutela del emperador. -El Papa no puede por sí solo alcanzar tan grande fin; pero puede, -si cuenta con su pueblo fiel y escogido, con el pueblo franco. San -Leon no detuviera la cólera de Atila, si ántes no desarmaran al gran -exterminador los francos en los campos cataláunicos. Para desarmar á -los longobardos se necesita la repeticion monótona, uniforme de la -misma historia; que los francos hieran, maten, y el Papa entierre. -En vano los mayores patriotas italianos maldicen este momento de la -historia en que cae la unidad civil y monárquica de su patria para -ser sustituida por la unidad teocrática del mundo. Tal vez si el -reino longobardo vence y domina, fuera Italia pueblo más guerrero, -nacionalidad más una y más fuerte; pero no sería, no, la nacion de -la teocracia, que nutrió y educó por tantos siglos á Europa; no -sería la nacion primera en la cultura moderna; no sería la patria de -tantos municipios libres y de tantas ciudades republicanas; no sería, -no, aquella escuela universal de música, de pintura, de escultura, -donde el espíritu ha educado su sentido estético, para guarecerse -en la adversidad, consolarse en el dolor, tener siempre un ideal -vivo y luminoso; y como el aroma de las flores, como el cántico -de las aves, como el rumor de las selvas, como el incienso de los -campos, espaciarse en la celeste inmensidad, mereciendo á la Europa -cristiana el nombre ilustre que llevára y el envidiable ministerio -que ejerciera la inmortal Grecia en la antigua Europa. - -En el año 800, Europa se levanta sobre la idea primera del -Pontificado, sobre el pacto con Carlo-Magno. El Papa entrega á los -francos el viejo reino longobardo, y los francos entregan al Papa el -nuevo patrimonio de San Pedro. Alzado en esta tierra feudal, puede -ya el Papa, despues de haber concluido con sus enemigos, despues de -haber separado su ciudad de Constantinopla, de Pavía, de Rávena, -que la eclipsaban, entregarse á toda su ambicion espiritual, á toda -su soberanía en las almas: ser demiurgos, casi Dios; dictar sus -leyes morales superiores á todas las leyes escritas; extender su -autoridad sobre un dominio que no conoce límites, sobre el dominio -de la conciencia humana; poner su código moral más alto que todos -los códigos, su Iglesia más elevada que todas las sociedades, su -voz donde no osaron los antiguos oráculos, su persona donde no -estuvieron los antiguos dioses; destruir las castas por el sacerdocio -concedido á cuantos lo demandan, é imposibilitar al sacerdocio por el -celibato para erigirse en dignidad hereditaria; oponer fuerza moral -á tantas fuerzas materiales, la unidad religiosa al fraccionamiento -del feudalismo; la democracia educada en los monasterios y en -las Universidades á la aristocracia militar, que anidaba en los -castillos; transformar el mundo, la tierra, como se transforma -siempre la realidad, por una anterior y superior transfiguracion de -las ideas. - -Importará poco, muy poco, que los Papas, ora caigan en el cieno -del vicio, ora se alcen á la demencia de la soberbia y pasen de la -tutela de los cortesanos á los brazos de las Marozias, su fuerza no -está en sus costumbres, sino en sus ideas; y hechizarán al mundo por -el bebedizo de su doctrina, por el sortilegio de sus reliquias, por -los milagros de sus leyendas, por la muchedumbre de sus peregrinos, -por el poder de sus obispos, casi todos afincados en territorios -feudales; por los comentarios de sus jurisconsultos, que inventarán -miles de leyes y falsearán miles de códices; por la necesidad, sobre -todo, que tiene el mundo en su niñez, el espíritu en su inocencia, -de una teocracia su nodriza, su maestra, la cual le aterra con -fábulas como la próxima destruccion del mundo en el año 1000, y le -tiene por estas fábulas sometido y sujeto. Lo esencial de la Edad -Media subsistirá: el pacto de Carlo-Magno, un Papa sancionado por el -emperador en el centro de Italia, un emperador coronado por el Papa -en el centro de Alemania, y legiones de obispos feudatarios en torno -de los dos grandes astros de la Edad Media, en torno del Pontificado -y del Imperio. - -Los obispos, influyendo tan soberanamente, gozarán una supremacía que -papas y emperadores querrán someter á su respectiva dominacion. De -aquí una lucha entre el elemento italiano y el elemento aleman dentro -de la Iglesia; de aquí el célebre litigio de las Investiduras. Los -emperadores de Alemania llegarán á tener papas alemanes en Roma, y -los papas alemanes llegarán á ser casi todos en Roma inmolados. Por -fin sube al trono el César de los Papas, Gregorio VII. Él aspirará -á la libre eleccion de los pontífices, á la independencia de los -obispos, á reunir y administrar todos los bienes eclesiásticos, á -hacer de la Iglesia una sociedad superior al mundo y aparte del -mundo, á recabar por todos los medios el sepulcro de Cristo en una -guerra cuyo símbolo sea la cruz, con un ejército cuyo general sea -el Papa; y para emanciparse completamente del germanismo imperial, -inventará la fábula de que el patrimonio de San Pedro es donacion -de Constantino, y obligará á los emperadores, vestidos de sayal y -de cilicio, á que aguarden de rodillas, temblando, una palabra de -aquellos labios pontificales que sublevan ó domeñan á los pueblos, -una bendicion de aquellas manos que apaciguan ó irritan á los cielos. - -Si el Papa hubiera desaparecido, Europa no se educa para la -civilizacion en la Edad Media. Si el espíritu se hubiera sometido -por completo al Papa, Europa sería hoy un imperio inmóvil, un -imperio asiático, religioso, con su gran Lama en la Ciudad Eterna. -Afortunadamente el principio de contradiccion está ahí para evitar -estas tristes absorciones de toda la naturaleza humana por uno -solo de sus elementos. Grande oposicion se abrió contra el Papa, -recordádole su dependencia de la tutela civil, y el orígen reciente -de la donacion que sólo debia á los emperadores occidentales. Ni -la guerra, ni la paz de las investiduras aclaran nada; á pesar -de las humillaciones de Enrique IV y de los proyectos de Pascual -II, la naturaleza quiere que este combate se prolongue, que esta -incertidumbre continúe, para que ninguno de los dos principios en -lucha predomine y se sobreponga á su contrario. Así la Iglesia -conserva su carácter moral, su carácter teológico, avivando el -elemento idealista en el alma; y el Imperio conserva su carácter -político, civil, impidiendo que la autoridad teocrática esclavice -todo nuestro sér. Por esta lucha el mundo occidental constituye -la unidad en la variedad; la quietud en medio de la guerra; el -equilibrio entre fuerzas discordes y contrarias. Todas las armonías -de la Edad Media provienen de esta enemiga entre el Pontificado y el -Imperio. Sin aquél hubiera sido Europa un campamento; sin éste Europa -hubiera sido un monasterio. Su mutua oposicion salvó por completo la -cultura humana. - -Y el espíritu rebosa en Europa, y el Oriente surge cual mágico -encanto para contenerlo, y los monjes predican, y los pueblos se -mueven, sintiendo nueva vida despertarse en su seno, y se llenan de -cruzados los caminos, y las muchedumbres no saben ni de dónde vienen -ni adónde van; pero saben que algun misterio las envuelve y las -sostiene, y creen que cada ciudad es Jerusalen, que cada monumento -es el sepulcro, que cada estepa es el desierto; hasta que una gran -parte de la ignorancia antigua se desvanece, y una gran parte de -la igualdad moderna viene por la comun lucha y las penas comunes, -reveladoras de la identidad y de la unidad de la naturaleza en cada -hombre y en todos los hombres, que se van siervos de la teocracia, -del feudalismo, y vuelven apercibidos á penetrar libres en los -municipios; se van de Europa creyentes, y vuelven del desierto -con la duda de Job en el alma, dispuestos á entrar en otra fase -más progresiva y más humana de la civilizacion. El Papa ha creido -conservar la fe agitando á Europa, y al agitarla ha despertado en -Europa la razon. - -El comercio es una fuerza nueva de civilizacion y cultura. Como toda -fuerza social, engendra organismos políticos. Al comercio se une el -trabajo. Al comercio y al trabajo, el comienzo de emancipacion de -los pecheros. Nacen los consulados en Italia, los municipios en -España, los comunes en Francia. El Papa siente que esta evocacion de -la naturaleza desvanecerá el hechizo de la fe religiosa; que estas -invasiones de la democracia destruirán las aristocracias teocráticas. -Como el Universo, deja de ser fuente de mal para convertirse en -fuente de vida; el trabajo deja de ser maldito para convertirse en -continuador de la creacion; el comercio acaba con el aislamiento -de cada hombre, de cada pueblo, que engendraba la penitencia, la -oracion, y comunica entre sí á católicos é infieles; el sayal, el -cilicio, el saco, se truecan en gasas, en brocados, en crujientes -sedas; esta aparicion de la naturaleza con todos sus hechizos en -medio del mundo, presa de todos los terrores religiosos, parécele -á la Iglesia obra del Antecristo, y lanza sus rayos contra la -transfiguracion de la conciencia y de la vida. - -Pero Abelardo ha pensado. Y el pensamiento se hace verbo en la -historia. Y el verbo se hace hombre. Y el hombre donde se encarnó -el pensamiento de Abelardo fué Arnaldo de Brescia, monje y soldado, -tribuno y asceta, filósofo y místico, predicador elocuentísimo y -consumado político, radiosa aparicion de la democracia ante los -altares teocráticos, capaz de suspender por un momento la autoridad -política de los Papas en Roma, como para demostrar que nada podrán -las excomuniones contra la razon que se emancipa, contra la herejía -que toma carta de naturaleza, contra el trabajo que redime, contra el -comercio que liga á los pueblos y aisla á la Iglesia. El Papa triunfa -en definitiva, pero la idea de Arnaldo queda en el suelo de Europa. -Ella retoñará. - -La herida está abierta en el corazon de la Iglesia. Piérdese el -prestigio de las cruzadas; luchan entre sí los ejércitos cristianos, -miéntras la cimitarra cautiva de nuevo el Santo Sepulcro y la -verdadera cruz; van los cruzados á Jerusalen, y se detienen en el -camino para depredar, saquear las ciudades cristianas, como Palermo -y Constantinopla; quiere Federico II renovar las hazañas del rey -Godofredo, y en Tierra Santa, léjos de recibir las bendiciones, -recibe los anatemas del Papa: la herejía domina, los territorios -en donde brotára la cultura moderna, el Langüedoc, La Provenza, y -engendra una guerra nacional; pelean los reyes de Aragon, que poco -ántes dejaban sus dominios á la Iglesia, en favor de los albigenses; -una democracia desenfrenada, semidemagógica, compuesta de mendigos -que se declaran enemigos de toda jerarquía y de toda propiedad, -entra con los franciscanos en la Iglesia que, cercada de dolores, -en aquella insurreccion de los reyes contra su poder, en aquellas -invasiones contínuas de la herejía, apela á la inquisicion y enciende -las hogueras para difundir, como con los franciscanos el terror -sobre los aristócratas y sobre los reyes, con los dominicos el terror -sobre los herejes y sobre los pueblos. - -De todos estos movimientos del espíritu humano, ¿cómo ha salido el -Papa? Era jefe de la cristiandad, y es jefe de un partido, jefe de -los güelfos. Era legislador por sus cánones, y tiene que ver mezclada -la legislacion eclesiástica con la legislacion imperial y romana. -Era maestro por los conventos, y compartirá el magisterio con los -reyes. Las Universidades se llamarán pontificias y reales para educar -una clase, la clase de los jurisconsultos, que trasladará la diadema -del derecho divino de la frente de los Pontífices á la frente de -los reyes. Transigirá la Iglesia con la escolástica; pero en la -escolástica habrá más de Aristóteles, más de Averroes, más de los -filósofos griegos y de los comentadores árabes, que de los padres y -los apologistas cristianos. - -Al acabar el siglo décimotercio comienza realmente la decadencia -del Pontificado. Y no consiste esta decadencia, como escritores -superficiales han supuesto, en el carácter de los Papas; consiste -en el cambio de las ideas y de los sentimientos. Inocencio III, que -representa la mayor pujanza de la Iglesia, es ántes de los Papas de -decadencia, como Marco Aurelio ántes de Commodo, un gran carácter -que sostiene y eleva por su propia fuerza altísima institucion, -herida de muerte. Ni valor, ni inteligencia, ni virtud bastan á -robustecer instituciones que se debilitan, á salvar instituciones que -perecen. ¿Pudo Probo sostener con sus virtudes el Imperio romano, ya -en la agonía? Pocos hombres habrá en la historia de la elevacion de -miras y de la fuerza de carácter que ostenta Bonifacio VIII. No le -gana en valor San Leon, en actividad San Gregorio, en ideas atrevidas -Hildebrando, en carácter Inocencio III. Él asedia en Roma la familia -feudal y gibelina de los Colonnas, que durante siglos se opone al -Pontificado y sirve á todos los enemigos del Pontificado; la persigue -á sangre y fuego por los campos y por los montes; la acorrala en -Palestrina; y allí la castiga con castigos cruentos, sin dejar una -piedra en su madriguera, en la ciudad que guardaba recuerdos más -preciosos de lo antiguo y obras de arte más bellas del genio moderno, -ciudad cuya destruccion llorarán eternamente de consuno las musas -latinas y las cristianas musas. Pero Bonifacio VIII no se detiene -ante ningun respeto humano. Reivindica Polonia, Hungría; manda -sobre Italia sin curarse ni del Emperador ni del Imperio; promulga -jubileos que enriquecen con legiones innumerables de peregrinos la -Ciudad Eterna; excomulga y depone magistraturas civiles, como si el -cesarismo hubiera renacido bajo la tiara; desafia á Francia, conspira -contra Alemania; pero sus enemigos se congregan en bandas armadas, lo -buscan, lo encuentran, violan su ciudad, asaltan su palacio, matan -sus servidores, se acercan á él, que los aguarda en el trono, con -la serenidad y la inmovilidad de un Dios fiado en su omnipotencia, -la tiara en la cabeza, el manto en los hombros, el báculo en las -manos; y le imprimen, con el feudal guantelete de hierro, horrible -bofeton en la mejilla, despues de cuya afrenta réstale sólo al -Papa huir, esconderse, entregarse á otra familia señorial, á los -Orsinos; y entre epilépticos sacudimientos y feroces maldiciones, -morir siniestra muerte, al frenético dolor que le causáran su rabia -y su impotencia. La vida y la muerte de Bonifacio VIII corroboran el -dicho agudísimo y exacto del pueblo romano: «alcanzó la tiara como un -zorro, dominó como un leon, murió como un perro.» - -Pero su pontificado señalará eternamente la decadencia de la -teocracia, que fué tutora de Europa. Divídense los partidarios del -Papa, los güelfos, en blancos y negros; los teólogos, en escotistas -y thomistas, en nominalistas y realistas; los Papas mismos en Papas -de Avignon y Papas de Roma; las naciones católicas en naciones -cismáticas; las ciencias en sectas y herejías; los concilios en -asambleas revolucionarias; los poetas en satíricos que turban la paz -del alma con sus dudas y persiguen la fe con su finísima ironía, -obligando á la conciencia humana á buscar en otras ideas más vivas -que las ideas católicas su indispensable alimento. La Órden de los -templarios, que naciera en los tiempos felices del Pontificado, que -luchára por la Iglesia en Oriente sin descanso, soberana de Chypre, -defensora de Jerusalen, sumisa á los Papas, es disuelta por el gran -esclavo de Avignon, por el Pontífice frances, sometido á los reyes -de Francia, y sus bienes confiscados, y sus fortalezas derruidas -ú ocupadas por tropas reales, y sus caballeros quemados á fuego -lento en los claustros y en los campos, testigos del poder y de la -gloria de tan ilustre ejército. Hasta el gran poema inspirado en la -teología, templo viviente del espíritu católico, consagrado, no á los -combates pasajeros de los héroes, sino al viaje de las almas á la -eternidad, al reino insondable de los muertos, allá en sus últimos -círculos de fuego inextinguible y de perdurables penas, en lo más -profundo de su infierno, casi en la boca de Satanás, pone á los Papas -por enemigos de la grandeza y de la independencia de Italia. - -¡Qué espectáculos! El hijo de pobre lavandera y oscuro tabernero, -Rienzi, por interpretar las inscripciones romanas, por traer á la -memoria con verdadera elocuencia los recuerdos antiguos, se ve -aclamado y divinizado entre muchedumbres que le llevan homenajes -de patricios, de cardenales, de reyes, de emperadores, de Papas, y -personifica por algunos dias el genio de la Ciudad Eterna, hasta -que su cabeza, llena de vértigos, cae rodando desde las cimas del -Capitolio al mostrador de un carnicero. Y el mundo ve que mascaradas -de tribunos llenan los palacios pontificios; que sangrientos cismas -desgarran las naciones; que genios como Petrarca se vuelven con dolor -á la antigüedad pagana para pedirle su inspiracion y su valor; que -hay un Pontífice en Francia, otro en Italia, otro en Aragon sobre la -triste Peñíscola; que el emperador Segismundo se arroga la facultad -eclesiástica de convocar la Iglesia universal; que la jefatura del -mundo católico pasa de un Papa simoniaco á un pirata, de un pirata á -un loco, de un loco á un epicúreo, cual sucede en la decadencia de -los Imperios; que los Concilios sólo aciertan á encender los ánimos, -á subvertir los pueblos, á desencadenar las guerras; que las hogueras -consumen á genios henchidos de fe como Juan Hus y Jerónimo de Praga; -que se desentierra á Wiclef para arrojarlo á un rio por haber -pedido la pureza del cristianismo; que los soldados de la igualdad, -precedidos primero de un general ciego, llamados al redoble de -tambores hechos de pieles humanas, derraman el incendio, la matanza, -tan sólo por comulgar como los sacerdotes en las dos especies de pan -y de vino; que la reconciliacion de la Iglesia latina y la Iglesia -griega, obra de un momento, se rompe en otro momento; que los reyes -se sobreponen á los obispos, y la Iglesia se declara superior al -Papa; que el diablo huye de las leyendas, y la naturaleza recobra -sus derechos, y la antigüedad su prestigio, y la conciencia su voz, -miéntras el mundo pierde la antigua fe, y los césares-pontífices su -dominacion sobre la humana conciencia. - -Por fin, este movimiento del espíritu humano llega á tener su idea -concreta en la Reforma. Así como el cristianismo no ha sido aparicion -súbita y milagrosa, obra de un momento, idea de un hombre, singular -inspiracion, sino resultado de toda la antigüedad, tampoco ha sido -la Reforma el ímpetu ó la corazonada de un fraile; el grito de un -rebelde alzado en armas espirituales contra la Iglesia; la intuicion -de una sola alma en parte movida por pasiones de su pecho, y en -parte por odios históricos de su raza, sino el corolario preciso de -las dudas sembradas por los poetas, de las ideas esparcidas por los -filósofos, de la política impuesta por los reyes, de las pretensiones -aducidas en los concilios, de todo el impulso que al espíritu -humano habian dado las fuerzas vivas de la sociedad y los progresos -incontrastables que á cada paso nos testifica la historia. - -Cada hombre aspira á ser sacerdote de sí mismo; cada generacion á -interpretar como idea que se mueve y se trasforma el dogma tenido -ántes por definitivo é inmóvil; la revelacion pasa á iluminar todas -las frentes, á ser el patrimonio de todas las almas; el libro cae -en las manos del pueblo; desaparece la casta sacerdotal é invaden -las democracias el santuario; las órdenes monásticas dedicadas á -la maceracion, las reliquias, el exorcismo y la indulgencia dejan -paso al dogma severo que apaga el purgatorio, exalta el infierno, -y atribuye la salud del hombre á la Divina gracia. Desde este -dia, el predominio del Pontificado en Europa ha verdaderamente -desaparecido, ese predominio que tanto contribuyó á nuestra educacion -y á nuestra cultura. Es verdad que el protestantismo será repulsivo -á la naturaleza de nuestra raza y al carácter de nuestra historia; -que si pierde el Papa la mitad de Europa, nace á sus plantas para -recibir su bautismo y dilatar su nombre toda la América, descubierta -y conquistada por los héroes, eternamente católicos, que acababan en -España su cruzada contra los moros y emprendian allende el Atlántico -su cruzada contra los indios, yéndose en esquifes para volver, -trayendo inmensos continentes, arrojándolos como un holocausto ante -las aras de la Iglesia. - -Verdad tambien que la Iglesia obra sus mayores milagros, hace sus -mayores maravillas cuando se ve circuida de mayores asechanzas y -peligros. Nadie se cansará jamas de admirarla durante el siglo XVI. -En la persona de Julio II restaura los Papas autoritarios y guerreros -de la Edad Media, tan dispuestos á someter las almas con su palabra -como las fortalezas con su espada. En el pontificado de Leon X -despierta la antigüedad; dobla la historia; enseña la genealogía -clásica de las ideas cristianas; sorprende el secreto de la belleza -plástica en los monumentos antiguos; evoca las estatuas que vibran -el cántico heleno en sus labios; resucita el alma de Platon sobre el -sensualismo aristotélico; restaura la divina lengua hablada en los -rostros; anima los bronces y los mármoles con sus inspiraciones; abre -los cielos del arte; engendra en su seno los titanes de Miguel Ángel, -y las vírgenes de Rafael que vienen á hermosear el planeta; devuelve -á la naturaleza exhausta y macerada su vida y alegría; funda el -Renacimiento, que compite con las edades más bellas de la humanidad, -é inspira esas legiones de artistas, que quitan sus espinas á la -realidad y reconcilian al hombre por la magia del genio, con la cual -arrojan áurea gasa de ilusiones sobre el Universo, hasta con los -acerbos dolores y las amargas tristezas de la vida. - -Católico era el mago maravilloso que volvió á llenar de seres -fantásticos y hermosísimos, como en los dias de los dioses, la -naturaleza y el espíritu, animados por los cánticos de su poema; -católico el pensador eminente que trazó las leyes de las revoluciones -y de las reacciones, que mostró el abismo insondable de odios y de -crímenes encerrado en la perversion del sentimiento humano; católico -el dulce poeta español que devolviera su voz á los bosques, su -melodía á las auras y á los arroyos, su incienso á las flores, sus -églogas vivientes á los campos; católico el jóven pintor, único en -los anales humanos, que supo evocar la hermosura griega y redimir de -la penitencia y de la flagelacion en sus cuadros, trasfigurándolo -y embelleciéndolo, el organismo humano; católico el arquitecto, el -escultor, el dibujante milagroso que coronó con la rotonda de San -Pedro las sienes del Renacimiento; católica la música inmortal, que -parecia haber encontrado en los abismos de las edades pasadas los -acentos de David, los trenos de Jeremías; católico todo cuanto hay en -el siglo décimosexto de verdaderamente bello y artístico. - -Y la fuerza del catolicismo es tan grande que produce en el siglo -décimoséptimo una verdadera reaccion. Los jesuitas se disciplinan -como ejército, y se entregan á someter almas al Pontificado; los -soldados católicos inundan toda Alemania, pidiendo, como dice un -grande escritor, las tierras de los vivos para los muertos; Guillermo -de Orange cae al plomo de exaltado católico por el crímen de haber -fundado la república holandesa; Cárlos Borromeo establece piadosa -liga en los cantones de la Suiza católica para contrastar la Suiza -protestante; Cárlos y Jacobo de Estuardo creen haber llegado á -desterrar el protestantismo de Inglaterra; la revocacion del Edicto -de Nántes lleva á Francia la larga serie de reacciones contra el -humanitario tratado de Westfalia; al imperio español se le caen -de las manos los pinceles de Velazquez y de la mente los sueños -fantásticos de Calderon, hundiéndose en abismos más profundos y -más oscuros que sus tumbas del Escorial, cayendo en los hechizos -de Cárlos II; Roma se soprepone á todas las ciudades europeas con -sus construcciones religiosas, con sus epopeyas como las epopeyas -del Tasso, que celebran un sepulcro, y un sepulcro en manos de los -infieles; y cualquiera diria que vuelve el mundo, que vuelve el -espíritu á los templos y á los altares de la Edad Media. - -Pero ninguna de estas reacciones pudo restaurar el pontificado. Tras -de aquella reaccion vino el espíritu filosófico del siglo XVIII, -que negó hasta las excelencias del cristianismo, que se ensañó -hasta en los grandes cadáveres de la historia. Y el espíritu de -este siglo produjo la enciclopedia, que llevó las ideas filosóficas -al sentido comun del género humano. Y estas ideas filosóficas, -no sólo descendieron al sentido de las muchedumbres, sino que se -elevaron á los tronos de los reyes. Los jesuitas, que habian sido, -como los templarios, soldados de la Iglesia, ejército permanente -del catolicismo, fueron disueltos por los reyes de Europa y por los -pontífices de Roma. La nueva filosofía se apoderó de Austria, que -habia sido como el eje de toda la reaccion europea, y de España, que -habia sostenido el catolicismo en todas las crísis humanas, y le -habia dado un Nuevo Mundo en compensacion del antiguo. ¿Qué más? La -idea filosófica sube hasta el trono de San Pedro, se extiende por -él como nueva savia por viejo tronco. Las ideas filosóficas llenan -las conciencias, las conciencias engendran nuevas instituciones, las -instituciones cambian la sociedad; el derecho, que parecia vincularse -en familias aparte, en castas privilegiadas, se difunde entre -todos los hombres; las democracias reemplazan á las aristocracias, -la revolucion á la inmovilidad; y los Papas, que en vano habian -suplicado de rodillas á los emperadores de Alemania detuvieran la -revolucion regalista, huyen de Roma, y pactan concordatos con la -revolucion francesa y ungen la frente del soldado de fortuna erigido -en césar. El pontificado se representa, pues, en el mundo como una -de esas instituciones, ántes grandiosas, despues desorganizadas por -las fuerzas vivas de la sociedad. Y cuando uno de estos organismos -se descompone y deshace, no puede recomponerlo ningun nuevo -elemento social, ninguno. Lo han destruido las fuerzas mismas que -lo engendráran. Lo ha devorado el espíritu mismo que lo produjera. -El mundo pierde en él su confianza y su fe por una de esas íntimas -convicciones que ni se combaten ni se contrastan; como que vienen -á ser trabajo del pensamiento reflexionando sobre sí mismo. Cuatro -siglos, desde la muerte de Marco Aurelio, empleó el espíritu humano -en descomponer el mundo antiguo. ¿Quién lo ha recompuesto? Cuando -vinieron los bárbaros se encontraron solamente con el gran cadáver. -El alma habia huido á otra institucion. Y la institucion, heredera -del antiguo espíritu, es en el mundo moderno el pontificado. Al -pontificado se debe la altísima autoridad, primera fuerza de -cohesion empleada en reunir las sociedades modernas. Al pontificado -toda nuestra más antigua disciplina social. Mas desde el siglo -décimotercio el pontificado cae en la triste irremediable decadencia, -que lo han traido á los extremos presentes. Hoy el pacto de -Carlo-Magno se ha roto. La donacion de Pipino se ha desvanecido. El -dogma de la infalibilidad ha aumentado los enemigos de Roma. Interna -lucha desgarra la Iglesia, que no produce cismas por faltarle fuerzas -hasta para sostenerlos. Y Europa aprende en tan grande descomposicion -como mueren y por qué mueren las instituciones más arraigadas, más -poderosas, cuando cumplen el ministerio para que los engendrára la -sociedad, la cual vive de contínuo produciendo y devorando organismos. - -Mas Pío IX ha creido que le tocaba á él restaurarlo, restaurar el -pontificado. Pues qué, ¿no le han dado vida nueva, sangre nueva -muchos papas? ¿No lo han restaurado, hasta cierto punto, Julio -II por la fuerza, Leon X por el arte, Sixto V por la tradicion y -la disciplina? ¿Y no podria él restaurarlo tambien ¡él! elegido -y exaltado por un milagro? Pero ¿qué camino escoger? Habia dos -igualmente abiertos á su pensamiento, á su vista. Ó bien tomaba el -uno, ó bien el otro; ambos sembrados de escollos. El uno iba á la -idea predicada por Rosmini, á la reanimacion del antiguo espíritu -evangélico en la Iglesia; y al resultado presentido por Gioberti, á -la primacía intelectual y moral de Italia por medio del pontificado -sobre todas las naciones. El otro camino iba al jesuitismo. El Papa -creyó, y creyó con razon, que el primer camino se le habia cerrado -despues de sus desgracias de 1848. El Papa creyó que solamente le -quedaba el camino de oposicion radical á las sociedades modernas y -de restablecimiento inmediato de las ideas antiguas. Por eso elevó á -símbolo de la fe en nuestro tiempo todo aquello que nuestro tiempo ha -desechado y destruido. Por eso continuó proclamando un dogma de fe -sin asistencia del Concilio. Por eso acabó arrojando en medio de la -Iglesia atribulada el principio de su propia infabilidad, es decir, -el gérmen de cuasi-divinidad para él, y de eterna servidumbre para -los creyentes. - -Así, negar á Dios, desconocer su ley, desoir su voz en la conciencia, -desacatar su moral en el mundo, ponerlo fuera del Universo y fuera -de la historia, es error tan grande para nuestra córte romana como -negar al Papa, como desconocer su infalibilidad, como desoir la -voz de los oráculos eclesiásticos, hasta en aquellos puntos que no -tocan á la fe. Aquellas apoteósis, aquellas divinaciones, á que los -antiguos elevaban sus césares henchidos de orgullo, parécense mucho -á las blasfemias dichas por un escritor católico que ha sostenido la -siguiente tésis: tres seres hay adorables para el verdadero creyente, -Dios en el cielo, Cristo en la hostia y el Papa en el Vaticano. Á -estos extremos lleva el dogma de la infalibilidad. - -Jamas nos cansarémos de repetir que los dogmas en nuestro tiempo -promulgados y el espíritu que á ellos ha presidido, convierten al -catolicismo de religion en secta, y al Papa, por consiguiente, en -jefe de sectarios. Aquel antiguo sentido humano, por cuya virtud -se asimilaba toda la filosofía y toda la historia, halo perdido -últimamente. En presencia de nuestra filosofía, en presencia de -nuestra revolucion, sólo ha sabido, ó retroceder ó maldecir. Y es -propiedad de las ideas casi extintas, de los sistemas en decadencia, -cerrarse á todas las emanaciones del espíritu humano, á todos los -progresos de la sociedad; á ideas, á progresos, que en tiempos -mejores los nutrieran y los acrecentáran. El catolicismo se asimiló -á filósofos paganos como Aristóteles y á filósofos musulmanes como -Averroes. En esta fuerza de asimilacion estribaba su progreso. Y -el mahometismo, que no tuvo fuerzas para esas asimilaciones, que -tradujo á Aristóteles y engendró á Averroes, sin poder apropiarlos -á sus dogmas fatalistas y monoteistas, poco á poco quedó siendo el -credo de una sola familia humana, la religion de una raza, el alma -de imperios militares, tan rápidamente engendrados como muertos. No -protegerá Dios aquellas religiones, aquellas doctrinas, capaces de -perder en su madurez el sentido humano, el sentido universal que -tuvieran en su juventud. Cada movimiento del tiempo se creerá á sí -mismo divino; cada revelacion de la conciencia se creerá á sí misma -sobrenatural. Y no levantándose á mirar espíritu y naturaleza en -su conjunto, perderá con el conocimiento de la vida el sentido de -la historia. Cada secta se encierra en sí y hace más que ignorar -la historia de sus opuestas; hace más que esto, las calumnia, las -deshonra, las maldice, creyendo realizar un bien, y bien eterno. -Imaginad lo que será la historia del cristianismo contada por un -judío. Imaginad la historia del judaismo moderno qué será contada por -un feroz inquisidor. El católico apénas comprende el desarrollo de -los pueblos protestantes. El protestante llama Antecristo al Papa. -Leed á un griego ortodoxo, y él os demostrará que ese bizantinismo, -tenido por nosotros como el extremo de la decadencia moral, hubiera -salvado al mundo con su metafísica, si el mundo no cayera en poder -de los leguleyos, es decir, de los canonistas romanos. ¡Cómo ciega -el espíritu de secta! Nosotros nos detenemos extasiados ante la -Vénus de Milo. Su hermosura severísima; su majestuoso continente; la -pureza y armonía de aquellas líneas; la gracia y serenidad de aquel -rostro; la perfecta posesion de sí mismo, que indica aquel espíritu, -asomado á los inmóviles ojos, dueños por completo de todos sus -pensamientos y de todas sus pasiones; la serenidad de aquel perfecto -tipo, bello ideal de las artes plásticas, nos extasían hasta el -punto de absorbernos en misteriosa adoracion, miéntras que á un -cristiano de los primeros tiempos, exaltado por su recien nacida fe, -parecíale fealdad tanta belleza y vislumbraba en ella la siniestra -y deforme efigie del demonio. No hay cosa en el mundo como el sol, -que vivifique como el aire, que perfume como las flores, que regale -como los frutos, que recree como los rumores y los aromas del campo, -que absorba como las olas del mar, que eleve como las estrellas del -cielo; y, sin embargo, el misticismo ha llegado hasta engendrar en el -hombre desamor, ódio al Universo. - -¿Qué mucho, si encerrado cada individuo en su egoismo, cada secta en -su tradicion, cada tradicion en su dogma, cada dogma en su Iglesia, -cada Iglesia en su intolerancia y cada género de intolerancia en -su crueldad, no llega jamas á comprenderse cómo el espíritu humano -rebosa en todas las obras humanas, vário, multiforme, contradictorio -á veces, sin perder nunca su fundamental unidad? Y los que miran la -vida por un lado, el tiempo por una edad, la ciencia por un solo -sistema, el arte por una sola escuela, el ideal por una religion, la -sociedad por un partido, la historia por una fase, la humanidad por -un pueblo, jamas comprenderán el espíritu humano, que como no puede -separarse aquí, en este planeta, de su primer organismo, del cuerpo -en que se encarna, tampoco puede separarse, ni del hogar, ni del -templo, ni del arte, ni de la ciencia, ni de la sociedad, que serán -momentos de su vida, organismos de su sér, revelaciones inmanentes y -perpétuas de su esencia, grados de su desarrollo, lo que se quiera; -pero en cuya totalidad estamos virtualmente cada uno de nosotros, y -en cuyo desarrollo está el desarrollo de nuestra propia vida. Hemos -sido con los que fueron; serémos en los que vendrán. No creamos, -pues, á una sola Iglesia depositaria de la verdad absoluta, ni á un -solo pueblo representante del espíritu humano. - -Ved por qué yo arguyo de sectarios á los católicos, porque no -comprenden sino una parte de la vida, nuestra vida histórica. Cuentan -solamente con lo que fuimos, no cuentan con lo que somos, no cuentan -con lo que serémos. Cuando la fisiología revela cada dia un secreto -de este organismo humano, abreviado Universo; cuando la química -llega á tener la fuerza de descomposicion y recomposicion de la -naturaleza; cuando la astronomía nos comunica directamente con lo -infinito; cuando prodigiosos descubrimientos nos entregan el rayo -para que lo vibremos en nuestras manos, cual lo vibraban los antiguos -dioses; cuando la tierra en que vivimos nos ha contado su ancianidad -por medio de sus evoluciones geológicas, y el cielo que nos -envuelve ha revelado en el espectro solar la fundamental unidad del -Cósmos: en este crecimiento de la naturaleza humana y del espíritu -humano, junto á un derecho que nos dice á todas horas la igualdad -fundamental de los hombres en la sociedad, y junto á una ciencia -que nos dice la igualdad fundamental de los seres en el Cósmos, -¿creeis puede satisfacernos una religion cuyos dos últimos dogmas, -en vez de espiritualizar la vida, de idealizar la fe, nos enseña el -privilegio y la excepcion de dos criaturas humanas; privilegio y -excepcion incomprensibles para la inteligencia, é inverosímiles en la -universalidad de la naturaleza? - -Así la sociedad, la ciencia, la vida andan por un camino; y por otro -completamente opuesto el catolicismo. La córte pontificia sólo se -alimenta de la tradicion. La ciencia católica es la arqueología. -En Roma, en la Roma pontificia, se oye por todas partes un rumor -elegíaco. Sobre las ruinas materiales álzanse la ortiga, el -jaramago; sobre el jaramago y la ortiga las ruinas morales. El -Viérnes Santo parece el dia eterno de esta ciudad singular, el dia -en que el corazon está desolado, el santuario desierto, los cirios -extintos, las aras desnudas, los altares velados, y el cántico de -Jeremías resonando á la contínua por aquellos templos henchidos de -evaporaciones de lágrimas. Yo recuerdo que aquel dia, despues de -haber asistido por la mañana á la Capilla Sixtina, fuí por la tarde á -la Vía Apia, á la vía de los antiguos sepulcros. Un momento me detuve -á contemplar la entrada de las catacumbas y á recoger las benditas -inspiraciones de sus cenizas. Parecíame que las almas de los mártires -renacian al conjuro de mi evocacion y me acompañaban por aquel camino -de tristezas y desolaciones. Alguna vez involuntariamente volvíanse -los ojos á la ciudad, donde se dibujaban sobre las formidables -ruinas paganas las aéreas rotondas católicas. Roma á la espalda, la -cordillera sabina al frente, el desierto en derredor, los acueductos -interrumpidos por todas direcciones, el camino de los siglos bajo -las plantas, el cielo de las contínuas plegarias sobre la cabeza, -cuatro leguas de sepulcros abiertos á la contemplacion; el pastor ó -el fraile interrumpiendo con su pintoresca presencia ó su religioso -saludo el viaje, os hacen creer que descendeis realmente á la region -de las sombras, á los abismos de la historia. Esperais el dantesco -guía que ha de conduciros. Á la derecha las catacumbas de San -Sebastian, donde duermen los mártires, y á la izquierda el Circo -Máximo, donde los mártires fueron inmolados. Unos pasos más adelante -el sepulcro de Cecilia Metella, que recuerda los últimos dias de la -República, sepulcro formidable, especie de fortaleza sobre la cual -han levantado nuevas fortalezas otros tiempos, como nuevas leyes -se han erigido sobre aquellas leyes y nuevas instituciones sobre -aquellas instituciones. Las piedras agrupadas en ese monumento, -bruñidas por el ardiente sol del Lacio, han resistido á la corriente -de los siglos, á las pasiones de los hombres, como la República -á todos los movimientos políticos de la historia. Á un lado y á -otro piedras desprendidas de grandiosos monumentos, bajos relieves -hermosísimos, restos de templos, restos de tumbas, cadáveres de -pasadas civilizaciones, como si aquel campo fuera el campo de -batalla, donde en lejanos tiempos peleáran, no ejércitos de hombres, -sino ejércitos de mundos y planetas. Andais un tanto y veis el -sepulcro de Séneca. La tiranía no quiso oir las quejas de su víctima, -y el arte se ha burlado de la tiranía dejando en el bajo-relieve una -protesta que los siglos repiten, contra la crueldad de los tiranos. -Yo, que acababa de hollar el polvo de las catacumbas, no pude ménos -de poner mi mano sobre las piedras de aquel sepulcro. ¿Cuántas ideas -de los antiguos estoicos y cuántas ideas de los primitivos cristianos -formarán la urdimbre de nuestra fe, de nuestra moral? ¿Qué arma habrá -engendrado la ley á cuyo imperio me hallo sometido? ¿Qué apóstol ó -qué mártir habrá levantado el altar de mis creencias? Inútil empeño. -No le pregunteis á la nube de dónde se ha evaporado, ni al rayo -de dónde se ha encendido, ni á las moléculas que recorren vuestro -organismo dónde se han formado; el Universo es el laboratorio de la -vida, y la conciencia universal es el laboratorio de la idea. Así, -unos las engendran, otras las expresan, éstos las predican, aquéllos -mueren por ellas; y los mismos que las contrarían y las combaten, las -sirven sin quererlo, hasta que pasan á ser el sentido comun de la -sociedad. - -Los sepulcros, sobre todo aquellos sepulcros de edades apartadísimas, -podrán guardar huesos frios; pero guardan tambien ideas vivas. -En la milla quinta de la Vía Apia, _regina viarum_, no léjos de -antiguo túmulo circular, rematado por torrecillas de la Edad Media, -se extienden las fosas de Cluilio, donde la tradicion, despues -confirmada por Dionisio de Halicarnaso, pone el campo de batalla -entre Alba y Roma, la tumba, por consiguiente, de los Horacios y de -los Curiacios. Pueblos primitivos del Lacio, al ver tantas ruinas, -que parecen como vuestros esqueletos, no puedo ménos de recordar los -bellísimos dias de las ferias latinas, cuando os congregabais sobre -las montañas de Albano para ofrecer sacrificios, y de allí ibais á -la selva albanea para escuchar los cantares de los faunos; y de la -selva á la gruta de Tívoli para interrogar á la fatídica Sibila; y -miéntras, vuestras mujeres celebraban en primavera, cuando el cielo -sonrie y la naturaleza resucita, las fiestas palilias en honor al -Dios de los apriscos, ceñidas de follajes, coronadas de guirnaldas, -bebiendo entre cánticos religiosos la leche áun caliente en copas -recien talladas de las seculares encinas; vosotros sólo os acordabais -de la naturaleza que os rodeaba, como si más allá de la naturaleza no -hubiera otra vida ni otros seres. - -Mas acaso las creencias que han sustituido á vuestras creencias no -se acuerdan bastante de que existe la naturaleza vivida, inmortal. -Hoy la nave griega, trayendo mercancías é ideas, no ancla en vuestros -puertos; los dioses rientes y cantores no corren por vuestras -campiñas; el desierto se ha tragado hogares y templos; las batallas -han esparcido hasta los mudos é inmóviles habitantes de las tumbas. - -El Viérnes Santo, consagrado á la muerte; la Vía Apia, camino -de sepulcros; Roma, la gran necrópolis; todo, todo me habla -contínuamente de los muertos, y todo me convida á pensar en este -gran misterio. Nos imaginamos en la naturaleza monarcas absolutos, -y vivimos bajo leyes que no conocemos apénas. ¿Por qué esta -interrupcion de la muerte? ¿Por qué esta oscura piedra del sepulcro -rodada de abismos insondables al borde oscuro de otros insondables -abismos? Consolémonos. La dinámica natural no se interrumpe. Cuando -nosotros dejamos el cadáver en la tumba y nos volvemos doloridos á -pensar en la muerte de aquel sér, la corrupcion del cadáver es nueva -forma de existencia, nueva funcion de vida, nuevo gérmen de seres. -¿Falta de jugos nutritivos en el estómago, falta de sangre en las -venas, falta de oxígeno destruirán al hombre que se proclama dueño -de la inmortalidad? Cada organismo humano es un pequeño universo -en medio de la totalidad del universo material y moral. Por la -nutricion, por la respiracion, por el cambio contínuo de moléculas, -absorbemos la vida de la naturaleza; como por la síntesis, por -la generalizacion, dilatamos nuestra alma concreta é individual -en el espíritu humano. Como la luz y el calor se identifican en -el Universo; como el tono grave y el tono agudo se combinan en -la armonía; como las exhalaciones carbónicas de la respiracion -animal y las exhalaciones oxígenas de la respiracion vegetal en la -atmósfera, combínanse la vida y la muerte en nuestro sér. De estos -contrasentidos resultan los mayores goces de la vida. El deseo -no satisfecho es una pena. El amor es deseo no satisfecho, deseo -inextinguible, y el amor es una felicidad. En el momento en que el -deseo se acabára, acabárase tambien el amor. Y el deseo satisfecho -deja de ser deseo. Hay, pues, que conservar el deseo para conservar -el amor; hay que conservar la pena para conservar la felicidad. Hay -que conservar la muerte para conservar la vida. La muerte es una -resurreccion. - -Comprendo cuán sublime es el simbolismo de la Iglesia al celebrar -la Pascua de Resurreccion. Dia de universal regocijo este dia. Cae -en la estacion de las resurrecciones. El calor vivificante renace -y abriga á la aterida tierra. Las nieves se derriten y envian sus -claras aguas á los rios. El campo se cubre de verdura, la verdura -de flores, las flores de mariposas. Los almendros, los manzanos, -los limoneros y naranjos semejan otros tantos ramilletes. Las aves -se entregan á sus cánticos y á sus amores. Hínchanse las yemas de -savia, y las larvas se trasforman en pintados insectos. Sale de su -agujero la hormiga, y la abeja de su panal. Las torres, que durante -tres dias estuvieron mudas, echan al vuelo sus campanas. Vístense los -campesinos de fiesta. La Vírgen-Madre, ántes llorosísima, se ciñe -de guirnaldas para salir al encuentro del hijo de sus entrañas. En -la procesion de la mañana de Pascua, por nuestros campos y nuestras -aldeas todos á una entonábamos el cántico de la resurreccion: -_aleluya, aleluya_. Parecíanos ver el Crucificado erguirse sobre -su lecho de mármol, rasgar el sudario, quebrar la losa, volver á -la vida, resplandeciendo de alegría. Las amapolas eran más rojas, -las flores del almendro más sonrosadas, el aroma del azahar más -penetrante, el cántico de las aves más sonoro en este dia á nuestros -sentidos perfumados por la miel de santo misticismo. Yo declaro que -veia la naturaleza más hermosa. No me extraña esta interior vision -del mundo externo. Me han asegurado piadosos viajeros haber oido, -atravesando las cordilleras de los Andes, palabras místicas á esas -aves que remedan las articulaciones de la voz humana. Convertimos el -Universo en verbo de nuestro pensamiento, y sus rumores en eco de las -palabras murmuradas por la conciencia á nuestro oido. ¡Santa alegría -de la mañana de Pascua, bendita, bendita seas! - -Comprendo que el doctor de la epopeya alemana, despues de haber -sentido todos los dolores y miserias de la humanidad; despues de -haber tocado todos los desengaños de la ciencia; al ver su frente -coronada de dudas y su corazon coronado de espinas, pensase en apurar -el tósigo, y sólo apartára la funesta copa de los labios al eco de -las campanas que anunciaban la resurreccion; de las aleluyas que -anunciaban la Pascua; de los cánticos sagrados cuya virtud puede -reconciliar á la desesperacion con la naturaleza y con la vida. - -El dia de Pascua en Roma seguí yo todas las ceremonias religiosas. -Escuché al amanecer el alegre repique de sus innumerables campanas; -fuí á la basílica de San Pedro; atravesé la gran columnata del -Bernino; oí el rumor de las dos fuentes que envian á las alturas sus -aguas en surtidores, verdaderos arroyos; contemplé el obelisco de -Calígula traido á Italia por la mayor nave de toda la antigüedad; -subí la majestuosa escalinata que conduce al templo, y penetré en su -interior con el espíritu regocijado por el recuerdo de mis antiguos -afectos é ilusiones en el dia de Pascua. No me asaltó la comezon -de crítica que suele asaltar á todos los visitantes de la basílica -Vaticana. Como en ella se han empleado tan fabulosas riquezas, como -han contribuido á ella los primeros arquitectos del mundo, no hay -quien resista la tentacion de criticarla. Irrealizable idea, dicen -unos, la idea de Bramante, que propuso una cúpula mayor aún que -esta cúpula. Grande lástima, exclaman otros, no se realizára el -pensamiento de Rafael, la cruz griega, que permitiera ver la rotonda -desde la entrada en el templo. Variedad, riqueza le quitó Miguel -Ángel, observan algunos, oponiéndose al plan de San Galo, porque -tendia en sus pirámides y sus cúpulas al gótico, abominado en la -pagana Roma; miéntras todos observan que la ilusion óptica contraría -el efecto de la iglesia; que su grandeza no puede comprenderse á -la primera ojeada; que la inmensidad de sus dimensiones daña á la -hermosura artística; que el fondo se ve desde la puerta envuelto en -una especie de engañoso vapor; que se necesita andar los doscientos -pasos en torno de las colosales pilastras, sustentáculos de la -inmensa linterna, para conocer en virtud del análisis toda la -magnitud de esta iglesia única; que la riqueza de mármoles y bronces -pasma, pero no extasía; que las violentas estatuas señalan época ya -de triste decadencia, y época de triste decadencia tambien señala -el altar mayor con sus columnas salomónicas, y la santa sede romana -con los colosos en bronce dorado, representando cuatro Padres de la -Iglesia, cuyos mantos henchidos deben estar por huracanes, segun se -agitan, y el Espíritu Santo resaltando en trasparentes cristales de -color amarillo, que parece paloma caida en gigantesca fuente de bien -batidos huevos. - -No busquemos en la iglesia vaticana el misticismo que se exhala de -nuestras catedrales góticas: la piedad retratada en el rostro de -las estatuas y de las efigies que nacieran de espíritus puramente -católicos; el misterio de aquellos rayos de luz cernidos por los -vidrios de colores y quebrados en las agudas ojivas, no; el genio -clásico, el espíritu clásico alzó el templo romano en ideas apartadas -del ferviente espíritu católico, en ideas paganas; y la grandeza de -los arcos semejantes á los antiguos arcos triunfales; y la elevacion -de las áureas bóvedas; y las dimensiones de la maravillosa rotonda; y -la riqueza de los mármoles cuyos matices tiran desde el blanco perla -al ópalo, desde el ópalo al rosa, desde el rosa al lila, desde el -lila al amatista; y el relumbrar de los bronces brillantes como el -oro nativo; y la riqueza de los mosaicos que en piedra representan -con vivísimos colores los más preciados cuadros; y los altares en su -lujo, y las estatuas en sus gigantes nichos, y los ángeles abriendo -por doquier las alas, y los papas tendidos sobre sepulcros de tan -diversas formas y de tan contrarios siglos, forman realmente, si no -un templo católico, uno de los monumentos mayores que sobrelleva la -tierra. - -El Papa bajó á la Basílica. El aparato que le rodeaba el Domingo -de Ramos habíase agrandado en el Domingo de Pascua. El número de -obispos y arzobispos era mucho mayor. Llevaba Pío IX una capa blanca, -recamada de riquísima pedrería, y coronaba su cabeza con la tiara -de oro, en la cual iban sobrepuestas tres coronas de brillantes. -Conducido á su sede, entonó la misa mayor con voz melodiosa; y -despues de la misa, adoró las santas reliquias con extraordinario -arrobamiento. Cumplida esta práctica, subiéronle á la ventana mayor -de San Pedro, mostráronle á la gran plaza, henchida de gentes. Sus -brazos se abrieron como si quisiera abrazarnos á todos, su voz tomó -extraordinaria intensidad, y Roma y el orbe entero fueron bendecidos -por su palabra y por sus manos. Yo, en medio de las exclamaciones -de aquella muchedumbre, del sonoro repique de las campanas, del -estampido de los cañones, del himno exhalado por tantas músicas, -de la alegría pintada en tantos semblantes, pensaba cómo realmente -aquella bendicion podia dirigirse al orbe entero; cómo alcanzaba -desde las regiones boreales hasta las regiones del trópico, y cómo -entraba en todos los pueblos, hasta en aquellos que más emancipados -se creen de la Iglesia católica: en Inglaterra, por los irlandeses; -en Rusia, por los polacos; en la América sajona, por los Estados del -Sur; en Alemania, por los bávaros; en todo el mundo por las antiguas -colonias portuguesas y españolas, que han sembrado de iglesias el -África, el Asia, la América, y han enseñado el símbolo de Nicea, así -á los indios del viejo como á los indios del nuevo continente. - -Si con todas estas ceremonias quieren mostrar que Roma conserva su -predominio antiguo sobre el mundo, á maravilla lo consiguen. Ninguna -ciudad tiene este poder. Ninguna envia sus bendiciones desde los -palacios de París hasta las cabañas de Patagonia. Ninguna muestra su -primer magistrado bendecido en todas las lenguas, adorado en todas -las regiones, puesto á la altura de verdadero Dios. Ninguna puede -decir que sus leyes son el código moral de una parte considerable del -mundo; que su rey reina en las conciencias de pueblos diseminados -por todo el orbe. Los obispos son verdaderos prefectos encargados -de sostener la superioridad moral de Roma sobre todas las naciones. -Tributarios somos, tributarios como las antiguas provincias romanas, -tributarios del césar espiritual que nos bendice ó nos maldice á -su grado, desde su inmenso santuario del Vaticano. Ántes oponíanle -las várias Iglesias, las várias nacionalidades, sosteniendo la rica -variedad de la vida bajo la unidad pontificia, algun freno. Hoy no -tiene freno alguno. Hoy, declarada la infalibilidad, el Papa es -toda la Iglesia. En vano los obispos reunidos en Fulda advirtieron -el enorme riesgo que corria la unidad del catolicismo; en vano el -Prelado de Orleans, tan entusiasta del Papa, calificó de peligrosa -novedad los nuevos dogmas; en vano el elocuentísimo Strossmayer, -que tan enérgicamente protestára contra la ruptura del concordato -austriaco, hizo vibrar su gran palabra en los oidos del episcopado -para separarle de vergonzosa abdicacion; en vano Döellinger apeló -á toda su ciencia en demostracion de que diez y ocho siglos no -vieron apuntar tamaña monstruosidad, sino por los concilios de -Letran, verdaderas antecámaras del rey de Roma; en vano el Padre -Gratry probó que el Papa Honorio habia sido condenado en el sexto -concilio ecuménico por tender á la herejía de los que negaban las dos -naturalezas en la persona de Cristo; en vano el cardenal Schwarzenbeg -recordó que tras las pretensiones de Bonifacio VIII al dominio -absoluto de la conciencia y del mundo, vinieron disentimientos, -guerras religiosas, cismas, servidumbre para el Pontificado; todo -en vano: una Asamblea cohibida por servil reglamento, impulsada por -contínuas proclamas del Papa, puesta bajo el influjo de invasor -jesuitismo, incapacitada de tener la unanimidad moral indispensable -en la proclamacion de los dogmas, pues ciento cuarenta obispos, -los más elocuentes, los más autorizados, los de mejores diócesis, -se oponian; una Asamblea en tales condiciones llegó, entre grandes -protestas, despues del retraimiento de los conciliares más célebres -y más ilustres, en tarde tempestuosa, que semejaba prematura noche, -á la divinizacion de Pío IX, superior desde entónces ¡él solo en la -tierra! como Dios extraviado por nuestras bajas regiones, superior -á los errores y á las debilidades propias de nuestra limitada y -fragilísima naturaleza. - -La antigüedad tenía tambien sus apoteósis. El hombre, que habia -llegado á césar, no se contentaba con ser césar, y aspiraba á Dios. -El Senado se reunia y decretaba la divinidad á sus tiranos. Cónsules, -sacerdotes, vestales, corrian en torno del césar, le coronaban, -le ponian sobre un altar, le trenzaban guirnaldas, le degollaban -víctimas, le ofrecian cánticos sagrados y olorosa mirra, celebraban -su nacimiento y su inmortalidad con innumerables fiestas. Pero la -igualdad de la vida, la igualdad de la muerte, la implacable igualdad -que nos muestra á todos, hijos de la tierra, sujetos á idénticas -leyes, decian que esas apoteósis, léjos de elevar á un hombre sobre -el nivel de los demas hombres, le empequeñecian hasta ponerlo muy -por bajo de nuestra naturaleza. El dolor y el esfuerzo, la pena y el -error, están en la condicionalidad, en las limitaciones humanas. Y -por consiguiente, los hombres-dioses caen pronto, muy pronto, como -cayeron los Faraones y los Nabucodonosores. Casualmente las edades -de las apoteósis fueron las edades mortales al paganismo. Despues -de haber entrado los hombres en el cielo, salieron los dioses. -Los pueblos dejaron de ir al templo de Délfos, donde se veian las -cimas del Parnaso, donde se escuchaban los rumores de la fuente -Castalia, donde hablaba la Pitonisa en versos que contenian los -secretos del porvenir, donde se celebraban los juegos píthicos y las -asambleas anfictiónicas, donde Apolo derramaba luz sobre la frente, -é inspiracion sobre el alma de la madre Grecia. Inútilmente un -sabio, filósofo, orador, poeta, guerrero, héroe y artista, Juliano, -quiso restaurarlo, idealizarlo, rejuveneciendo el viejo dogma con -la nueva metafísica; los sacrificios se interrumpieron, las aras se -destrozaron, el paganismo se extinguió, porque habiendo comenzado -por la divinizacion de las fuerzas naturales que rigen el Universo, -concluyó por la divinizacion de los césares y de los pontífices. - -¡Dia de Pascua en Roma! Despues de haber asistido á la misa católica, -á las bendiciones pontificias, preguntéme á mí mismo si en realidad -algo ha resucitado en estos últimos tiempos sobre aquella tierra, -sobre la tierra de la resurreccion en el siglo décimosexto, sobre -la tierra del Renacimiento. Aquí está Galatea, allá Psíquis, acullá -las musas danzando en torno del antiguo Parnaso, en una parte las -escuelas de Aténas más vivientes y más bellas que lo fueran jamas en -la misma realidad; en otra parte las sibilas alzadas á las cimas de -lo sublime para promulgar los oráculos; en un museo Diana, con la -media luna sobre la frente, el arco entre las manos, seguida de sus -ninfas, y saludada por las selvas; en otro museo la aurora abriendo -las puertas eternales al dia; por doquier, en los arcos triunfales -y en las serenas estatuas, renaciente, resucitada la plástica -antigüedad en toda su serena perfeccion. - -Pero la Edad Media no ha resucitado. Por más que se haya sostenido -la supremacía política de la Santa Sede; el predominio del clero -sobre las demas clases sociales; la direccion de la política europea -en los papas; el carácter religioso y feudal del antiguo patrimonio -de San Pedro, la inquisicion para la conciencia, la censura para -el pensamiento, la mezcla de la autoridad temporal y la autoridad -espiritual en una sola persona; el anatema inapelable sobre el Estado -independiente, sobre la escuela láica, sobre el matrimonio civil, -sobre la libertad religiosa y de imprenta; la Edad Media no ha -resucitado, no ha podido resucitar en Roma ¡Oh pontífices! Los dioses -que quisisteis aniquilar se han levantado, sino en el cielo de la -religion, en otro cielo hermosísimo, en el cielo del arte; miéntras -el espíritu de la Edad Media, que intentais de resucitar, se hunde -cada dia más en lo pasado. Renace todo cuanto maldecisteis, muere -todo cuanto vivificasteis. ¿No dice esto nada al Papa infalible, al -Dios del Vaticano? - -Mas no seré yo quien peque de exclusivo é intolerante. El siglo -décimoctavo, en su obra de destruccion, pudo, mirando la vida por -uno solo de sus aspectos, creer en la necesidad de destruir toda la -Edad Media. El siglo décimonono, en su trabajo de reconstruccion, de -reconciliacion, no puede, no, decir que diez siglos, mil años, han -sido inútiles al progreso humano, y no han dejado nada en el fondo -de nuestra civilizacion y cultura. Aquella tendencia espiritualista, -aquella tendencia idealista de los siglos medios debe renacer en -nuestro siglo, sin su carácter exclusivo, reconciliándose con la -naturaleza y con la ciencia. Necesitamos, para que esta nuestra -civilizacion sea perfecta, encender en su cima la clara luz y el -fuego purificador de verdadero idealismo. Los milagros se repiten -todos los dias en las ciencias naturales, en las ciencias exactas, en -las ciencias físicas, en todo aquello que tiene por objeto lo natural -y lo sensible. Sabemos observar, sabemos calcular como ningun otro -siglo. ¿Pero sabemos con igual perfeccion sentir, sabemos pensar? -Conocemos el sol, estamos seguros de que su volúmen es un millon -cuatrocientas mil veces mayor que el volúmen de la tierra; y que -andando sesenta kilómetros por hora, tardariamos doscientos setenta -años en llegar á su ardiente superficie; y que puesto el grande astro -en el platillo de una balanza, habria necesidad de poner para su -equilibrio trescientos cincuenta mil globos terráqueos en el otro -platillo; sabemos todo esto del sol, que á tan larga distancia se -halla de nosotros; y apénas sabemos nada de la conciencia, de ese sol -interior, que en nosotros mismos llevamos y tenemos eternamente. - -Estas maravillas de las ciencias físicas no se interrumpen. Ora -descubrimos en la Vía Láctea fenómenos que casi escapan al dominio -de nuestra dinámica; ora sabemos los cambios que en veinte años ha -tenido la nebulosa de Orion. Conocemos el curso de las edades en el -planeta; la aparicion de las primeras especies; el despertamiento -de los infusorios en los bancos marinos formados durante la época -oceánica; las causas de la milagrosa vegetacion, reveladas por los -terrenos carboníferos. Miéntras la astronomía nos relaciona con -el Universo y la geología evoca recuerdos del mundo histórico, la -química revela secretos de la vida. Priestley descubre el oxígeno. -Lavoissier descompone el aire y halla en su seno el gas que favorece -y el gas que contraría nuestra existencia. El encuentro de virtudes, -ocultas ántes, en los minerales impulsa la agricultura, como el -encuentro de un gran número de alcalóides, ántes desconocidos, da -nuevos recursos á la medicina. La electricidad viene á colaborar en -estos prodigios. Desde los misterios de Cagliostro vamos á las claras -experiencias de Galvani, que presta movimiento con sus centellas -eléctricas á miembros de animales muertos; desde las experiencias -rudimentarias de Galvani al conocimiento de la electricidad y de -sus leyes, merced á haber puesto Volta maquinalmente un pedazo de -periódico humedecido en sus labios entre las planchas de zinc y las -planchas de cobre, descubriendo su maravillosa pila, hasta que, -perfeccionados todos estos descubrimientos, encontrada la gran fuente -de electricidad por los progresos conseguidos en la pila de Volta, -Morse, un hombre perteneciente á la raza de Franklin, el primero á -quien la naturaleza creyera digno de recibir en sus manos el rayo, -ántes reservado á los dioses; Morse inventa el telégrafo, y pone el -flúido electro-magnético, alma de las pavorosas tempestades, bajo la -mano del hombre. - -Al pensamiento humano, á pesar de su infinita intensidad, le faltan -fuerzas para seguir todos los adelantos seguidos por el vapor, y el -magnetismo, y la electricidad, y el descubrimiento de nuevos gases, -y la composicion de sustancias químicas, y las exploraciones de -los telescopios en el cielo, y las exploraciones de los viajeros -en la tierra, y la ascension á la atmósfera, y el descenso, así -á los abismos de las minas como á los abismos de los mares, y -las clasificaciones de las especies muertas como de las especies -vivientes, y el progreso de la fisiología que estudia nuestro -cuerpo, y el progreso de la cosmología que estudia el Universo. - -Pero ¿puede gloriarse de igual grandeza moral, de igual grandeza -espiritual? ¿No peca, sin duda alguna, por exceso de materialismo -como el antiguo mundo clásico? ¿No peca por olvidarse del alma -que lleva dentro de sí mismo y del Dios que anima el Universo? Es -necesario, indispensable, elevar á los ojos de esta civilizacion -materialista un grande ideal. Yo conozco cuánto se oponen á ello -las vocaciones exclusivas. Así como hay oidos que no perciben -las armonías de la música, ojos que no ven las bellezas de los -cuadros, hay almas que no sienten necesidad de la religion. Pero las -sociedades humanas ¡ah! no pueden ser exclusivas, las sociedades -humanas contendrán siempre como el derecho, como el arte, como -la ciencia, como el trabajo, ese otro término de la misteriosa -serie de su vida, la religion. Pero á medida que los progresos -materiales son mayores, el espíritu religioso, como la inspiracion -artística, deben tender más vivamente al idealismo. Y el Dios del -Vaticano, especie de ídolo material, vestido de brocados, coronado -de diamantes, envuelto en nubes de incienso, embriagado por palabras -que saben á las antiguas apoteósis cesaristas, no responde á las -necesidades de nuestra época, ni apaga con sus ideas teocráticas -la sed inextinguible de nuestro espíritu. En Roma, á la sombra de -tantos templos, entre aquel laberinto de altares, á la vista de -las innumerables cúpulas por donde han subido como por su escala -misteriosa innumerables oraciones al cielo; sobre las ruinas -amontonadas en aquellos campos sacratísimos por los devastadores -siglos; el pensamiento deja rodar en desórden al viento de todas las -ideas los dioses muertos, y se eleva á considerar el Dios vivo, uno, -absoluto, eterno; sér, esencia, verdad, bien, hermosura; el Dios de -la naturaleza y del espíritu, que se alza sobre todos los cambios, -sobre todas las trasformaciones de la historia, y comunica á nuestra -alma la esperanza inefable en la inmortalidad. - -Esta grande idea crece con el crecimiento de las conciencias, y se -purifica con su purificacion. Las revelaciones no han concluido, -no, por más que algunos crean agotada su fuente. Los tiempos de la -razon ahora comienzan, y no sabemos cuánta luz y cuánto calor la -razon tendrá en su seno. El Zeus indio, nacido al pié de aquellas -altas montañas, perfumado por el aroma de aquellas espesas selvas, -no se detuvo en su cuna de palmas, sino que yendo de gente en -gente, trasfigurándose de nacion en nacion, llegó á la cima del -olimpo griego. Y un dia, en los pueblos educados por su sagrado -númen, brotó la revelacion de la unidad de la conciencia humana, -complemento necesario á la unidad de la naturaleza divina, que se -revelára entre los relámpagos del Sinaí. Y estas dos ideas altísimas -fueron creciendo, espiritualizándose en los diálogos de la Academia, -al influjo mágico de la elocuencia platónica, como una infusion de -la divinidad por las venas del hombre. Y cuando el pensamiento, -extendiéndose, dilatándose, bajó de la metafísica á la moral, y de la -moral pasó al derecho, fué necesario universalizarlo en la mente de -las muchedumbres, dárselo en comunion á los pueblos para que tanto -trabajo no se perdiera, para que tantas revelaciones no quedáran -como ideas sin realidad y sin forma en las vagas abstracciones de -las escuelas ¡Ah! La idea en su generalidad, en su pura abstraccion, -parece espíritu sin cuerpo: no agita los ánimos, no alarma los -intereses. Pero la idea, predicada al aire libre, dicha en los oidos -de los pueblos, rompe con el sentido general de su tiempo y provoca -las iras de la supersticion y de la ignorancia. Por eso el Redentor -es necesario, el Redentor que ha nacido para divulgar la idea, que -la lleva viva en el corazon, que la modula como plegaria incesante -en sus elocuentísimos labios, que la reparte entre los pueblos, que -enciende las iras de los viejos ídolos y de las inmóviles castas, que -da su vida en afrentoso suplicio por los débiles, por los humildes, -por los oprimidos, por los desheredados del mundo. Y la religion del -Redentor se encarna en una Iglesia, que al pronto cree ser órgano de -un solo pueblo, de una sola casta; pero luégo se abre á la invasion -de todas las razas, al influjo de todas las ideas, por medio de -un genio, que tiene la virtud de los innovadores, la elevacion -de los filósofos, la elocuencia de los apóstoles, el heroísmo de -los mártires. Y la revelacion no se interrumpe. Unos le llevan el -espíritu judío y semita; otros el espíritu heleno-latino; otros el -espíritu alejandrino. Las cuatro misteriosas ciudades, que tenian -en sus manos la trama de la civilizacion europea, Jerusalen, Roma, -Aténas, Alejandría, hablaron, y sus palabras fueron recogidas, y -elevadas al cielo por el divino Verbo. Y no se interrumpió la serie -infinita de las revelaciones; porque vino la revelacion del arte en -el Renacimiento, la revelacion de la ciencia en la filosofía, la -revelacion del derecho en las grandes revoluciones, cuya electricidad -ha creado de nuevo al hombre y traido en lenguas de fuego un espíritu -divino sobre su conciencia. ¡Ay de las sectas, de las magistraturas, -de las iglesias que creen su ideal exclusivo, su doctrina estrecha, -su sentido egoista, el espíritu y la doctrina y el sentido de la -humanidad, de ese sér inmortal, cuya conciencia es como el espacio -donde todos los grandes principios se contienen; cuya idea es como -la luz que todos los mundos esclarece; cuyo espíritu es como el -aire que todo lo vivifica! Las ruinas son esqueletos amontonados -por los siglos. La idea se levanta de unos altares, y corre á otros -altares sin detenerse, renaciendo á cada instante de sus cenizas, -trasformándose en una serie de trasformaciones infinitas, como -contínua renovacion de la tierra y contínuo holocausto que envia -eterna nube de incienso hácia los cielos. - - - - -EL GUETO. - - -Despues de las altas cimas gusta ver los profundos abismos; despues -del Vaticano el Gueto. Denomínase Gueto al barrio que habitan los -judíos en Roma. Una poblacion dentro de otra poblacion es cosa para -maravillar á otros, no á los españoles. Cerca de cuatrocientos años -hace que expulsamos nuestros judíos, reservándonos el derecho de -quemar á todos cuantos los imitáran ó siguieran, á los judaizantes; -y áun quedan por nuestras ciudades, señalados y distinguidos, los -barrios donde no entraba tocino, la judería. Recordad Toledo. Por San -Juan de los Reyes, en las colinas que avecina la puerta del Cambron -y el puente de San Martin; así la mudejar iglesia del Tránsito con -sus ajimeces, sus alicatados, sus bóvedas de cedro incrustadas en -oro y en marfil, sus salmos escritos por las paredes en caractéres -hebráicos, sin ningun género de signos masoréticos; como la iglesia -de Santa María la Blanca con sus columnas ochavadas, sus chapiteles -sirios, sus arcos de herradura, una y otra seculares sinagogas, -enseñan que allí habitaron los hijos de Israel, los tenaces -adoradores del puro Dios semita, los perseguidos de los godos que -en Guadalete vengáran sus afrentas, los comerciantes riquísimos, -los trabajadores incansables, los que esparcieron las ideas de las -escuelas árabes de Córdoba, de Sevilla, de Toledo, por el Mediodía de -Francia y por todas las regiones de Italia; los que demostraron á Don -Alfonso VI no haber tenido parte alguna en la muerte del Salvador; -los que colaboraron en las obras de Don Alonso el Sabio; los -acuchillados por la espada de Enrique de Trastamara; los escupidos y -abofeteados por la elocuencia de San Vicente Ferrer; los expulsados -por la piedad de Doña Isabel la Católica; los judíos toledanos. - -Raza verdaderamente extraña esta raza. Nosotros hemos devorado -jerarquías innumerables de dioses. Las divinidades de los fenicios, -de los griegos, de los romanos, unidas á las divinidades aborígenes, -han caido en los abismos de nuestra conciencia, y de nuestra -conciencia se han evaporado. Hoy mismo la gran teología católica, -que fuera como la esencia de nuestro espíritu, se desvanece y se -disipa. Nuestra alma es cambiante por lo mismo que es progresiva. En -los pueblos occidentales, aquellos que piensan, ni creen ni rezan; -aquellos que creen y rezan, no piensan. Pasamos la segunda mitad -de la vida destruyendo con el raciocinio las creencias inspiradas -por la educacion y por la fe de la primera mitad. No somos, no, -raza religiosa. Y esos judíos hablan como hablaba Abraham, cantan -los mismos salmos que cantaba David, guardan la idea de Dios -recogida como el maná de las almas en el desierto, obedecen la ley -descendida del Sinaí, resisten al cautiverio de Babilonia, á los -halagos inmortales de Alejandro, al cetro incontrastable de Roma, á -la dispersion impuesta por Tito, á las maldiciones de los papas, á -los rescriptos de los reyes, á la cólera de los pueblos, al fuego -de la Inquisicion, á la intolerancia de todas las sectas; y entre -las corrientes de las ideas que sin punto de reposo se mueven y -trasforman, ellos, cual si estuviesen fuera del tiempo, reedifican en -su pensamiento el templo derruido, donde conservan inalterables la -antigua fe y sus consoladoras esperanzas. - -Guiado de un doble sentimiento de compasion y de curiosidad, fuí á -visitar el barrio de los judíos en Roma. La limpieza no es grande -en la Ciudad Eterna. Montones de inmundicia os cierran á cada -encrucijada el paso. Los claros rios, que en gigantescos acueductos -vienen, y por fuentes monumentales se derraman, así en las cimas de -las colinas como en las profundidades de los valles, no limpian, no -lavan, como si bajo tierra se perdieran. El Tíber es verdaderamente -el rio de las cloacas. Sus amarillentas aguas le dan aspecto de -gigantesco vómito de hiel. La Ciudad Eterna es una ciudad sucia. Se -necesita, á decir verdad, taparse mucho las narices para aspirar -aquellos aromas espirituales que embriagaban el alma piadosísima de -Luis Veuillot. Y en esta ciudad pasma, por su inmundicia, el barrio -de los judíos. Húndense los piés en aquella mullida alfombra de -excrementos, que parecen lechos de cerdos ó de hipopótamos. Niños -medio desnudos, devorados por costras de porquería, que semejan -costras de cancerosa lepra, juguetean en todas direcciones. Algunas -viejas, de tez rugosa y amarilla, pelo cano, ojos vidriosos, aspecto -macilento, sonrisa siniestra, guardan las puertas de las viviendas, -que parecen sucias ratoneras. Cada uno de aquellos antros exhala -insufrible hedor. Con la raza judía se confunden allí familias -gitanas caidas de la misma grandeza y encorvadas bajo la misma -maldicion. Algunas de sus pobres mujeres, que la Inquisicion hubiera -quemado por untarse y volar, sobre todo en sábado, os detienen -para convidaros, en dialecto ininteligible, gutural, á ver lo por -venir en sus combinaciones de cartas. Sobre sucias piedras juegan -muchos grupos á juegos que tienen algun parecido con nuestro mus, -con nuestra peregila, con todas las combinaciones de cartas usadas -en el Mediodía de España. Cuando hallan alguna dificultad, trampas -ó trabacuentas, arman algazara que se difunde por todo el barrio. -Éste rechina los dientes, aquél crispa los puños, el de más allá -profiere palabras amenazadoras, todos manotean como si estuvieran á -punto de romper en campal batalla. Los niños se mezclan al ruido y -gritan en torno del corro. Las mujeres se asoman por los tragaluces, -y participan del ardor general y se mezclan en la general disputa, -guiándose, no por la razon y la verdad, sino por el sentimiento, que -les dice ser mejor derecho el de sus más próximos parientes. Oidles y -guardaos bien de mezclaros en sus contiendas, porque correis peligro -de veros asaltados, heridos, magullados por la ira de todos aquellos -furiosos. En el Gueto debeis limitaros á observar las sucias piedras, -las inmundas calles, las feas madrigueras, los amarillentos y -miserables habitadores, los harapos que penden de las ventanas, y la -espesa atmósfera de pestilentes vapores que envuelve aquel infierno, -donde se purga por los representantes de tenacísima raza la virtud -más querida de los papas, la creencia en principios increibles. - -Y la condicion de esta tribu ha mejorado mucho en el presente -pontificado. Las férreas cadenas que los separaban del resto de la -poblacion y los tenian como prisioneros, han caido, merced á la -generosidad de Pío IX. Ya no tienen necesidad de sepultarse desde -el anochecer en sus pocilgas, y pueden andar á su arbitrio toda la -ciudad. Aquel tributo de sangre, que repartido entre todos tocaba -á cincuenta céntimos anuales por cabeza, no se paga desde 1848. El -privilegio mismo de vivir en toda la ciudad es un privilegio que no -aprovechan, á causa de serles difícil hallar alojamientos tan baratos -como los alojamientos de su barrio, cuyos alquileres han sido tasados -misericordiosamente por antiguos rescriptos pontificios. - -Pero ¡cuánto han padecido los judíos! Hacíalos ya Tácito objeto -de sus aceradas invectivas, y Luciano de sus graciosas burlas. -Castigábanlos muchas veces los emperadores echándolos como pasto á -las fieras del circo. Confundíanlos en las persecuciones cristianas, -á ellos, que abominaban de las novedades traidas por el cristianismo -á sus creencias. Cebábanse en sus personas los bárbaros recien -convertidos á la fe cristiana. Aislábanlos del mundo los papas..... Y -sin embargo, hay naciones donde la persecucion ha sido más implacable -aún contra tal raza que en la misma Roma; naciones donde sólo han -quedado de ella recuerdos en la historia. Admiremos su fe. Por -uno que de esa fe reniega, innumerables la sostienen. Hasta los -más profundos de sus pensadores creen que el género humano se ha -extraviado por haber admitido con el cristianismo las ideas de la -metafísica griega en el dogma teológico de la unidad de Dios y en el -severo y sublime decálogo de Moisés. Ellos creen que el pueblo judío -renunciará á su primacía de pueblo sacerdote, de pueblo levita, el -dia que sus hermanos, los sectarios del cristianismo, renuncien á las -ideas antropomórficas de Grecia. Y la humanidad, unida en el mismo -espíritu, del cual se derivará un solo derecho, podrá purificar su -conciencia en el humano principio de la unidad divina, y su voluntad -en los severos preceptos del Decálogo. Estas ideas no circularán por -la mente de aquellos pobres judíos del Gueto, á quienes recelosa -autoridad ha sumido en espesísima ignorancia, pero el cimiento de -sólida fe queda en sus almas. - -No puedo comprender cómo algunos escritores religiosos se extrañan de -la inmovilidad judía. Pues qué, ¿en Roma no participa toda la vida -de esa misma inmovilidad? ¿Hay region alguna en la tierra donde esté -la historia tan viva? Todavía se oye la ninfa Egeria en la caverna -de Numa; todavía las sombras de los Tribunos andan errantes por las -cimas del Aventino. Cuando descendeis á las catacumbas, os imaginais -asistir á las perseguidas agapas cristianas; y cuando volveis de -la Vía Apia, despues de haber visitado aquellos sepulcros, creeis -volver de un romano entierro. La desolacion que los errores patricios -sembráran en las majestuosas campiñas exhala hoy mismo vapores de -muerte. Los Césares-Pontífices áun habitan los jardines de Neron. -La antigua arquitectura romana áun se impone al espíritu católico. -Tiene su aristocracia aquella debilidad contraida en los tiempos -del Imperio, cuando los dictadores perpétuos que sucedieron á César -le quitaron las armas para quitarle con ellas toda dignidad. Su -clero cierra los ojos á la voz de la razon, se resiste al progreso, -se opone á las reformas, de la misma suerte que los sacerdotes -paganos, cuando agitaban su tirso de oro y se ceñian su corona de -verbena sobre las legiones invasoras de los godos, y á pesar de la -proclamacion del cristianismo como religion del Imperio por el Senado -de Teodosio. Y si examinais con detenimiento el bajo pueblo, veréis -las señales de lo antiguo, no solamente en su perfil griego y en su -musculatura verdaderamente romana, sino en su mezcla de indolencia y -de soberbia, como pueblo habituado á que le mantenga el patrono y lo -diviertan todos los demas pueblos de la tierra. - -La tenacidad de los judíos está en su conciencia, en su religion. -Y contra esta tenacidad, ¡cuántos y cuán crueles combates! ¡Qué -porfiada enemiga! En Roma hay contra ellos la misma repugnancia -que en Mallorca contra los chuetas. En este tiempo de tolerancia -religiosa, de instituciones democráticas, hemos visto expulsados de -público baile mallorquin dos ciudadanos por pertenecer á la raza de -los chuetas, es decir, por descender de los judíos. El catolicismo -de estas gentes, llevado á la más extrema exaltacion, no les ha -exentado de su culpa original. Hay pueblos en la isla que tienen á -gloria no haber consentido jamas en su recinto un chueta. Y algunos -de estos chuetas firmaron el año cincuenta y cuatro exposiciones -contra la libertad religiosa, cuando todavía está caliente casi el -quemadero donde ardieran los huesos de sus padres. ¿Tendrá algo que -ver con la raza maldita de Mallorca el rito catalan observado en -una de las cuatro sinagogas hoy existentes en el Gueto? No pude de -esto enterarme. Yo jamas he visto amor patrio como el amor de los -judíos españoles. Tantas injusticias no han sido parte á inspirarles -desvío á esta madre España, convertida para ellos en madrastra. -Conocí en Florencia un matrimonio judío que viajaba por Europa y -venía de Damasco. La mujer era hermosísimo tipo oriental. Su pálida -tez, entonada por la lumbre de ojos negros y profundas, circuidos -de larguísimas y umbrosas pestañas, resaltaba entre los rizos de -largos cabellos, como la seda de finos y relucientes. Era su nariz -griega, como la nariz de la Vénus de Milo, y sus labios rojos como -el encendido carmin de la flor del granado. Llamóme la atencion -tanta belleza, como á ella le llamó la atencion el idioma patrio -que hablaba yo con varios españoles y americanos. Inmediatamente -dirigióse á su marido y le dijo algunas palabras en español. La -lengua nacional, hablada en tierra extraña, vibrando en los oidos -del emigrado, transporta, enajena, como la más armoniosa música. No -pude contenerme y le dije:—Señora, ¿es usted española? Entónces me -refirió que era judía, que naciera en Liorna, que se casára con un -griego, que habitaba Damasco, que aprendió el español en su sinagoga -patria, y que lo hablaba con sus correligionarios de Oriente, entre -los cuales muchos lo han conservado como piadoso recuerdo de su -orígen, como glorioso timbre de su estirpe. Los afectos más vivos -siempre son los afectos más contrariados. Mi amor patrio, con ser -tan intenso, parecióme tibio al compararlo con el amor á España de -esa raza, que perseguida como manada de fieras, injuriada por toda -clase de afrentas, desarraigada del suelo nacional, en la dispersion, -en el destierro de cuatro siglos, áun vuelve los ojos con amor á -las tierras donde el sol se pone, y áun habla la lengua de sus -perseguidores, á la manera que los antiguos israelitas entonaban -los cánticos de sus profetas, en las orillas del Eufrates bajo los -llorosos sauces de Babilonia. - -Al pensar esto, al sentir esto, vi como en vision magnética el -movimiento político que habia de romper la cadena de las tradiciones -antiguas en mi patria, y juré, si alguna vez obtenia la confianza -de mis conciudadanos para el magisterio altísimo de legislador, -combatir sin descanso hasta alcanzar que no fuéramos en el mundo -moderno monstruosa excepcion por nuestra intolerancia, y abriéramos -las puertas de la patria á todas las ideas como á todas las sectas, -y consagráramos aquel derecho, sin el cual todos los demas derechos -son como si no fueran, el derecho de abrir la conciencia á la luz, y -adorar en público como en secreto el Dios que vive en la conciencia. - -¡Y cuánto no influyó en el cumplimiento de esta promesa dada por mi -corazon y mi inteligencia el recuerdo de aquella pálida y tristísima -tribu judía del Gueto, consumida en la ignorancia y en la miseria! -Y así como al entrar en los Estados Pontificios no pude ménos de -comparar sus prohibitivas aduanas con el libre comercio de la -república Suiza, al recorrer el barrio inmundo de los judíos en Roma, -no pude ménos de recordar la libertad religiosa de Ginebra, el ámplio -derecho de que allí gozan todos los cultos, las plegarias dirigidas -por los hijos de Israel en la lengua republicana de los antiguos -profetas para que Dios conserve á Suiza en sus libres instituciones, -donde brillan las conciencias como las estrellas en la inmensidad de -los cielos. - -Verdaderamente es de admirar que la raza judía se haya conservado en -la córte de los jefes del catolicismo, cuando las naciones católicas -ó han perseguido á los judíos, ó los han atormentado, ó los han -proscripto. Pero si esto prueba de un lado la tolerancia de los -Papas, tambien prueba de otro lado la tenacidad de los judíos. Se -han conservado, es verdad; pero se han conservado en la miseria. La -prohibicion de adquirir bienes inmuebles los condenaba eternamente -al comercio. Y el comercio es infructuoso sin el ahorro; y el ahorro -improductivo si no se trasforma en propiedad. Así que el judío romano -ha logrado reunir algunas monedas, corre en busca de leyes más suaves -que las leyes de su pocilga. Por esto en los abismos del Gueto sólo -quedan los judíos miserables, los judíos hambrientos, que comercian -con chismes viejos, y que apénas ganan para mantener su incierta vida -y encender alguna que otra vez su oscuro y triste hogar. - -No es posible negar que Pío IX ha mejorado mucho la condicion de los -judíos. Pero los judíos sienten el peso de las preocupaciones y el -látigo de las teocracias. Para comprenderlo así no hay que guiarse -exclusivamente por los autores racionalistas y revolucionarios. -Es necesario leer á los autores católicos. Á primera vista parece -difícil deducir la verdad del juicio contradictorio que sobre Roma -emiten dos escuelas irreconciliables, la escuela católica y la -escuela racionalista. Pasaron los tiempos en que clérigos como el -Arcipreste de Hita, católicos como Hurtado de Mendoza flagelaban -á Roma. Hoy para muchos el catolicismo no es una religion, es un -partido. Y por consecuencia, sus doctrinas no se hallan tanto en -estado de dogma que demande apologías, como en estado de polémica, -que demanda datos, argumentos. Al reves, para muchos otros, el -catolicismo es una dominacion que conviene destruir á todo trance, -como conviene al forzado destruir su cadena. Los primeros sólo ven -allá en la ciudad del catolicismo virtud; los segundos sólo ven -abominaciones. Difícil es deducir la verdad de semejantes antinomias, -que imperan hasta en los asuntos más baladíes. Un periódico liberal -os dirá que en la Roma pontificia existen 2.000 mujeres consagradas -al peligroso oficio de modelos; y un periódico religioso os dirá -que en dos ceros se ha equivocado la perfidia de sus enemigos. El -_Diario de los Debates_ contará la siguiente atrocidad: «Están de -tal suerte embrutecidos los romanos, y son tan sanguinarios, que -suelen encerrarse en vasto salon, y allí, despues de haber extinguido -todas las luces, sacian su sed de sangre hiriéndose mútuamente al -azar y á puñaladas. Á esta espantosa carnicería le dan el nombre de -_cicciata_.» Un católico, protonotario apostólico, doctor en cánones, -pone el hecho en su punto, y lo refiere de la siguiente suerte, que -al pié de la letra copio: «El padre Caravita fundó, no un salon, -como dice el periódico volteriano, fundó un oratorio. Este padre -Caravita era un jesuita de la antigua Compañía. Congregaba, pues, -en el oratorio que lleva su nombre, gentes de buena voluntad para -pedir en comun al cielo la conversion de los pecadores. Esta sociedad -piadosa tomó bien pronto denominaciones diversas, y se extendió por -todo el orbe cristiano. Ábrese alternativamente á los hombres durante -la noche y á las mujeres de dia. Desde el comienzo de la ceremonia -cinco ó seis confesores se instalan en sus confesonarios y reciben -la confesion de las faltas cometidas, y perdonan en nombre de Dios. -Cuéntanse por año cincuenta mil absoluciones de hijos pródigos que, -venciendo los escrúpulos humanos á favor de las tinieblas, van á -purificar la conciencia y á encontrar reposo. No pára aquí esto. -Miéntras unos se confiesan ó se preparan á la confesion, otros, -de rodillas sobre el pavimento, recitan el oficio de la Vírgen y -cantan salmos en coro. Concluida la oracion, un cofrade se separa del -altar mayor y distribuye á cuantos las piden cuerdas bien flexibles -con cabos bien apretados. Despues, extintas todas las luces, y en -medio de la mayor oscuridad, un religioso, alzando la voz, exhorta -á la penitencia y á la contricion. Á su palabra conmovedora todo el -mundo se prosterna y en cuanto ha concluido de hablar, hiérense las -espaldas á disciplinazos redoblados durante todo el tiempo que se -canta la letanía y el _Nunc dimittis_, hasta que á la frase _lumen ad -revelationem_, reaparecen los cirios.» - -De esta suerte, poniendo en parangon unos y otros relatos, puede -fácilmente deducirse la verdad perfecta. Yo leí en autor digno -del Índice, que los papas imponian á los judíos la obligacion de -ir todas las semanas, una vez por lo ménos, á un sermon católico -expresamente pronunciado contra ellos y contra sus doctrinas, á fin -de tocarles en el corazon y atraerles á la verdadera fe. No creí tal -enormidad. ¿Puede darse mayor desacato á la inviolabilidad de la -conciencia humana? ¡Cómo! Yo creo que tal templo es sombra en vez -de luz; que tal ceremonia es supersticion en vez de sagrado rito; -que tal doctrina es error en vez de verdad; ¿y me arrastraréis por -fuerza á entrar en esos templos, á presenciar esas ceremonias, -á oir esas doctrinas, atormentando con tormentos miserables mi -alma y sus creencias? Y no sólo haréis esto, que es ya una tiranía -insufrible como todas las tiranías impuestas al pensamiento, -sino que ofenderéis, sin permitirme ni observaciones ni réplica, -con argumentos más ó ménos rebuscados, con injurias más ó ménos -ofensivas, aquello que constituye el alma de mi alma, la sangre de -mi corazon, la esencia de mis ideas, esa fe íntima bajo cuyo amparo -vivo y pienso morir, la fe religiosa, que es mi ley nacional, el lazo -que me ata á la vida, mi esperanza para la eternidad. Yo ni siquiera -puedo por esfuerzos del pensamiento imaginar lo que hubieran padecido -personas piadosísimas, de mí conocidas y estimadas, si las forzaran -á ir todas las semanas á un templo donde se maldijera de Cristo y -su madre, donde se denigrára esa escritura que renueva sus fuerzas, -porque alimenta sus almas. Paréceme tal proceder desconocimiento -completo de aquella máxima evangélica que nos obliga á desear para -los demas lo mismo que para nosotros deseamos: la paz del hogar como -la paz del alma, la inviolabilidad de la conciencia como la honra de -la vida. - -Imposible comprender que se tiranizase así á los judíos, imposible. -Hasta la polémica entre ellos y el cristianismo es difícil. Nosotros -creemos todos los principales dogmas judíos. Su Dios es nuestro Dios, -su ley es nuestra ley, su libro nuestro libro. Hémosle añadido á -la Biblia el Evangelio, al Dios monotheista del desierto semítico, -el Verbo y el Espíritu de la metafísica griega. Esta diferencia -proviene de que nosotros creemos el Mesías ya venido, y ellos creen -el Mesías áun esperado. Para nosotros la redencion se ha consumado; -para ellos todavía no ha venido. Ellos no pueden comprender que se -hayan cumplido las profecías cuando las profecías tenian un sentido -nacional, é Israel todavía está disperso, y el templo de Dios -todavía en ruinas. Id á persuadirles, si no les persuade su propia -inspiracion, de que el pobre nazareno, en humilde establo nacido, sin -más ejército que sus apóstoles, reclutados en el lago Tiberiades, -sin más armas que la palabra confiada á los aires, sin más trono que -la cruz, sin más título que su patíbulo y su muerte, es el Mesías -poderosísimo venido á rescatar de la servidumbre á su pueblo. Les -ofenderéis, pero no les persuadiréis; y saldrán del templo ántes -heridos que edificados de vuestra palabra. Y recrudecida su fe, la -blasfemia contra nuestra fe será casi una necesidad de su alma. - -Y sin embargo, imposible dudar de esta costumbre antigua, cuando el -protonotario apostólico Mr. Gaissiat, en su libro de _Roma vengada_, -no solamente la refiere, sino que la enaltece. Recréase en narrar -como el predicador glosaba y comentaba los salmos leidos ó cantados -por el rabino durante la semana. Asevera que jamas se oyeron en -aquellas pláticas palabras malsonantes en labios de los judíos, lo -cual, si no prueba temor, prueba prudencia no compartida por sus -señores. Y añade que, al concluir la oracion, iban los judíos á dar -la enhorabuena al predicador, sin duda maravillados del acerbo ataque -á sus más arraigadas creencias. Dicho sea en honor de Pío IX, bajo -su pontificado abolióse esta costumbre, que no daria seguramente -las conversiones encarecidas por creyentes más realistas que el -rey, más papistas que el papa. Y si esta costumbre, tan opuesta al -espíritu religioso del Evangelio, ha existido, no podemos dudar de -la existencia de otras costumbres, como la de entregar una Biblia -al Papa recien exaltado, junto al arco de Tito, que recuerda la -destruccion de Jerusalen, como la abolida desde 1848 de entregar -el tributo de sangre, el tributo de extranjería, todos los años en -vísperas de Carnaval á los senadores romanos, recibiendo en cambio -alguna fórmula depresiva é injuriosa. - -Digámoslo guiados por verdadera imparcialidad. La prueba de que la -legislacion de los papas todavía tiene incomprensibles crueldades, -se encuentra en el ejemplo del célebre niño judío bautizado á -hurtadillas por la oficiosidad de fanática criada, arrancado á la -autoridad divina, á la tutela natural é irreemplazable de su padre, -de su madre; y recluido en convento que no puede jamas sustituir al -hogar para recibir educacion que, por contraria á las prescripciones -del derecho natural, no puede ser bendecida de Dios. Cuando ese niño -llegue á la mayor edad, si tiene madre, si la encuentra, si en su -corazon siente hácia ella los afectos naturales de hijo, y la oye -referir cuánto ha padecido viéndose apartada del santo objeto de sus -amores, del pedazo inseparable de sus entrañas, del ángel de sus -consuelos, ¿no temeis oirle maldecir y renegar de una religion que -tanto ha hecho llorar á su madre? - -Yo, despues de este ejemplo, no tengo escrúpulo en creer otros hechos -referidos por los escritores revolucionarios, y que prueban cómo, -convirtiéndose al catolicismo los judíos de Roma, á manera de los -antiguos moriscos de España, pueden romper á su arbitrio con las -autoridades más naturales, como la autoridad del padre, y con los -deberes más estrechos, como los deberes de familia, no sólo en la -esfera civil, sino en la esfera moral, en aquella esfera donde debia -ser escrupulosísimo el ministerio del Pontificado. - -Es necesario que acabe toda persecucion contra las ideas. Yo condeno -el gobierno de Roma cuando oprime á los judíos, y al gobierno de -Prusia cuando proscribe á los jesuitas. Yo proclamo que perseguir -ideas es como perseguir luz, aire, electricidad, flúidos magnéticos, -porque las ideas se escapan á toda persecucion, se sobreponen á -todo poder. Si no puedo concebir que se persigan las ideas, ménos -puedo concebir aún que se persigan las asociaciones, cuando tienen -por objeto definir, divulgar un principio, un sistema de religion -ó de gobierno. Las ideas se organizan por su propia virtud en -asociaciones. La idea y su organismo están de tal suerte en perfecta -union como alma y cuerpo, como luz y calor. Pero si no concibo que -se persigan ideas, ni asociaciones que tengan por objeto definirlas -y divulgarlas, concibo mucho ménos que se persiga á razas enteras, -á familias humanas, con el pretexto de que un hecho histórico de -esas razas las ha condenado, en toda la sucesion de los tiempos, -á ser razas malditas. Sé todos los defectos de la raza judía, sé -todo su desenfrenado amor al lucro y todo su egoismo. Pero mayores -que sus defectos son sus desgracias. Y sobre todo es inmerecida la -pena que ha pesado tantos siglos sobre su conciencia y su vida por -haber castigado de muerte á un reformador religioso. El Redentor no -es uno solo. En la historia humana los redentores son muchos. Éste -ha redimido la conciencia, aquél ha redimido la razon, el otro ha -redimido el trabajo. Y casi todos los redentores han muerto al pié -de su obra, inmolados legal ó ilegalmente por las castas tiránicas, -por las iglesias intolerantes, por las instituciones bárbaras, -contra las cuales se han levantado su idea y su palabra. ¿Qué raza -no lleva sobre sí algun crímen semejante al crímen de los judíos? -¿Qué grande hombre no ha sido víctima de las leyes ó víctima de las -ingratitudes humanas? Los griegos sacrificaron al revelador de la -conciencia humana; los romanos al tribuno de la reforma social; los -florentinos al precursor de las revoluciones modernas; los britanos -al profeta de la tolerancia religiosa; los franceses al gigante de -las ideas democráticas; los españoles al descubridor, al creador casi -de un Nuevo Mundo en la inmensidad del Océano. Pues bien; los judíos -sacrificaron á Cristo. Pero decidme, ¿á cuántos profetas, á cuántos -innovadores no han sacrificado los cristianos cuando han predicado -contra la Iglesia, como Cristo predicó contra la Sinagoga, cuando han -tratado de reformar ó completar la ley de Cristo, como Cristo trató -de reformar y completar la ley de Moisés? Por eso el Huerto de las -Olivas, donde el Salvador sudó sangre, el falso beso de Júdas, la -infame prision, el interrogatorio en los tribunales, las angustias -en el pretorio, los bofetones impresos en sus mejillas y las injurias -escupidas á su nombre, la larga calle de Amargura donde cayó tres -veces, los clavos que hirieron sus manos, las espinas que taladraron -sus sienes, la hiel y vinagre que empaparon sus labios, la aguda -lanza que traspasó su costado, la agonía en la cruz, las palabras, -ora amargas, ora tristes de esta penosa agonía, el clamor de muerte á -cuyo eco se partieron de pena hasta las piedras, deben ser la eterna -epopeya de la libertad religiosa. - -Que no haya más razas malditas en la tierra. Que todas puedan -mostrar su conciencia y comunicarse libremente con su Dios. Que el -pensamiento no se corrija sino con la contradiccion del pensamiento. -Que el error sea una enfermedad y no un crímen. Que convengamos en -reconocer cómo las ideas se imponen, con independencia completa de -nuestra voluntad, á la mente. Que seamos justos para ver hasta qué -punto cada raza ha contribuido á la universal educacion del género -humano. Esos judíos, de quienes las legislaciones cristianas han -maldecido, son los que nos han dado la idea de la unidad de Dios, -los que nos han traido el Decálogo impreso en el corazon de nuestras -familias y en el santuario de nuestros hogares; los hijos de los -antiguos profetas, los descendientes de David, cuyos salmos cantamos -todavía bajo las bóvedas de nuestras iglesias, los súbditos de -Salomon, cuyos proverbios constituyen la base de nuestras creencias -vulgares, los redimidos de la esclavitud de Egipto por Moisés, á -quien nosotros contamos entre nuestros héroes; los educados por -Isaías, por Jeremías, que nosotros ponemos entre nuestros profetas; -los que más han contribuido á formar la esencia de nuestras ideas y -la levadura de nuestra vida. ¡Cuánto no ganaria el catolicismo en -esta crísis suprema, decia yo al pisar las inmundicias del Gueto y -al ver en el rostro de sus habitantes las señales de su enfermedad -religiosa y moral, si la conciencia humana pesase los servicios -prestados á la educacion de la humanidad por todas las instituciones -y todas las razas! - - - - -LA GRAN CIUDAD. - - -Sin duda es Nápoles hoy la primera entre las ciudades de Italia por -su numerosa poblacion, por sus grandes dimensiones, y una de las -primeras entre las ciudades de Europa. Cuando se la mira desde alguna -altura, cuando apénas se advierte el espacio que la separa de los -pueblos circunvecinos, la creeis por su extension una ciudad como -Lóndres. Los ojos se engañan tanto, que comparado el recuerdo de -París mirado desde el Panteon y la vista de Nápoles mirada desde el -Pausilipo, Nápoles parecíame mayor, mucho mayor, que París, por una -de esas ilusiones ópticas á que tanto contribuyen la luz y el cielo -del Mediodía. - -Siempre recordaré mi llegada á la hermosísima capital de las -antiguas Dos Sicilias. En la emigracion el menor contratiempo os -apesadumbra y os irrita. El disgusto se convierte en pena, la pena -se acrecienta con la nostalgia. Os parece que todo el género humano -debe aborreceros, puesto que os aborrece vuestra patria; que toda -sociedad debe rechazaros, puesto que os rechaza la sociedad donde -habeis nacido. Cuando veis un ciudadano que habla de los asuntos de -su nacion en medio de los suyos; un padre ó un hijo que entran en el -hogar y departen con su familia, os creeis el más desgraciado de los -mortales y os imaginais que vuestros huesos van á quedar solitarios -y olvidados en extraña tierra. Sobre todo, si el gobierno, si la -policía de la nacion, donde esperais asilo, os molestan, lo sentís -doblemente y os preguntais á vosotros mismos reconviniéndoos con -acritud: «si de todas maneras habia de ser perseguido, ¿por qué, por -qué abandoné la patria?» - -Yo me encontraba en Roma completamente consagrado á la meditacion -y al estudio. Para mí en aquella ciudad sólo eran las ruinas -interesantes y las obras de arte que entre las ruinas se levantan. -Evité toda sociedad casi por completo, y consumí el tiempo en los -museos, en las iglesias, en las catacumbas, en el mundo de lo -pasado. Cada dia encontraba algo nuevo de puro viejo, y enlazaba -estos descubrimientos con mis leyes históricas, á la manera que -el naturalista corrobora sus clasificaciones y sus series con el -descubrimiento, ya de nuevos, ya de repetidos ejemplares. Hallábame -tranquilo en la ciudad donde todo gran dolor puede tener refugio por -lo mismo que puede tener consuelo. La desolacion de su campiña se -armonizaba con la desolacion de mi alma. El olvido que el espectáculo -de tantas ruinas procuraba al corazon lacerado, no podia encontrarse, -no se encontraba realmente en ninguna otra ciudad del mundo. - -Cuántas veces pensé desasirme de los lazos que pudieran atar mi -vida á París, el centro de mi destierro, y quedarme allí en muda -contemplacion de los monumentos, en comercio con las artes, en -estudio incesante de la historia. Es verdad que mis ideas filosóficas -y mis ideas políticas no podian ser aceptas al gobierno á la sazon -imperante; mas ¿qué podia contra este gobierno un desgraciado, sin -patria, sin hogar, sin familia, sin relaciones en aquella sociedad, -decidido á oponer á los propios dolores el olvido, y consagrado á -estudiar las instituciones muertas, enterradas en la tumba de aquella -necrópolis tan triste como mi propio corazon? - -Asaltado me hallaba por estos pensamientos una mañana de primavera, -cuando entra en mi modesta habitacion, despavorido, un camarero de la -fonda de Minerva, y á boca de jarro y sin darme los buenos dias me -dirige esta pregunta: - -—¿Por qué me ha ocultado usted su valer? - -—¿Mi valer? Nada tenía que ocultar, porque nada valgo en el mundo. - -—¿Su importancia? - -—No importo nada. - -—Usted es un hombre célebre. - -—¡Yo célebre! ¡Bah! ¿Tiene usted ganas de mofarse de mí? le pregunté. - -—He impedido que la policía llegára hasta su cuarto. - -—¡La policía! - -—Sí, la policía se hubiera ya encarado con usted si yo no le digo que -le comunicaria á usted sus órdenes. - -—¿Qué órdenes? - -—La órden de dejar inmediatamente Roma. - -—¿Por qué causa? - -—Han dado muchas. - -—Pero ¿no puedo saber cuáles? - -—Dicen que los libros escritos y publicados por usted se hallan en el -Índice. - -—Es verdad; pero si todos los autores cuyos libros se hallan en el -Índice no pueden habitar esta literaria Roma, en verdad os digo que -seréis visitados por pocos literatos contemporáneos. - -—Dicen que usted es amigo de Garibaldi, de Mazzini. - -—Es verdad. - -—Tiene usted mucho valor. - -—¿Por qué? - -—Por venir á Roma con tales antecedentes. - -—Pero debo aseguraros que ninguna idea política me ha traido á Roma. -Usted pudo observar que ni he recibido ni he hecho ninguna visita. - -—Pues áun dicen más. - -—¿Qué dicen? - -—Que está usted condenado á muerte. - -—Y en garrote vil. - -—Por revolucionario. - -—Por liberal, por demócrata. - -—Ya sabe usted, me dijo con misterio, las relaciones cordialísimas -que hay entre el gobierno de los cardenales de Roma y el gobierno de -los Borbones de España. Es de temer que estando usted condenado á -muerte en España, esta policía romana le coja, le aprese, le lleve -á Civita-Vecchia, y le entregue á la fragata militar anclada en el -puerto. Y lo ahorcarán á usted. - -—¡Qué idea tiene usted de este cristiano gobierno! le dije con -extrañeza. Es bien imaginario ese peligro. - -—Pero el peligro real, efectivo, es el que usted corre de dar con su -cuerpo en la cárcel si no sale de Roma por el primer tren. - -—¡La cárcel! Todavía la hubiera sufrido con resignacion en mi patria. -La idea de que estaba entre los mios, la idea de que la merecia como -conspirador, acaso dulcificáran mis dolores. Pero la cárcel aquí me -aterra. ¿Á qué hora sale el primer tren? - -—Á las diez. - -—¿Qué hora es? - -—Las nueve y media. - -—¿Para dónde sale? - -—Para el Mediodía. - -—No estoy apercibido ni preparado; pero no importa. - -Llamé á mis compañeros de viaje, un propietario mejicano y dos -jóvenes españoles que estudiaban en el colegio de Bolonia, y que -recorrian durante las vacaciones de Pascuas Italia, encarguéles mi -equipaje, partíme en uno de aquellos cochecillos que no corren, sino -vuelan, á la estacion; tomé un billete, y me empaqueté en mi wagon -con la guía del viajero en una mano y el periódico de Roma en la otra. - -Al partir el tren bordeamos la Vía Apia y descubrimos el sepulcro -de Cecilia Metella. Estos grandes monumentos me inspiraron tristes -reflexiones. Un desterrado, un condenado á muerte por el crímen de -profesar ciertas ideas políticas, ¿no es una ruina más entre tantas -ruinas, no es una sombra más entre tantas sombras, no es un muerto -más entre tantos muertos? Ninguna inquietud debia engendrar en este -poder inmenso, cuyo nombre invocan millones de seres todos los dias -al pié de los altares en toda la redondez del planeta. Me arrojan, -no sólo de mi patria, sino de aquella ciudad que parece tener el -eterno derecho de asilo. Á un cadáver no se le niegan en el mundo, -no, cuatro pasos de tierra, y se le niegan á un vivo. Para distraerme -de estas melancólicas reflexiones convertí los ojos al periódico, -y encontré la siguiente noticia: «El Papa ha ofrecido Roma al Rey -de Hannover, destronado y proscripto, porque Roma es un asilo, un -refugio eterno para todos los desgraciados.» Una sardónica sonrisa -corrió por mis labios, y mi saliva tomó toda la amargura de la -hiel. Con estos tristes pensamientos dejé la ciudad de las eternas -tristezas. - -¡Qué contraste entre la campiña de Nápoles y la campiña de Roma! -Ésta es la unidad y aquélla la variedad; ésta lo sublime y aquélla -lo bello; ésta la majestad y aquélla la gracia; en Roma se oye el -cántico unísono de un lamento parecido al uniforme salmo de los -profetas bíblicos, y en Nápoles el coro de las antiguas divinidades -griegas. Pero si el contraste entre campiña y campiña es grande, es -mayor aún el contraste entre ciudad y ciudad. Digan lo que quieran -todos los enemigos jurados de la Roma pontificia, parecióme, en -comparacion de Nápoles, una ciudad austera, austerísima. Por lo ménos -reinan en Roma la tristeza y el silencio. Sus habitantes visten -colores oscuros. Sus rostros tienen cierta solemne tristeza, como -cuadra á una raza reina y destronada. Los innumerables conventos, -la muchedumbre de frailes, las capillas que por todas partes se -levantan, las imágenes que ornan las esquinas, denotan que el pueblo -romano es un pueblo sometido á la teocracia; miéntras que los -gritos de las calles de Nápoles, las vociferaciones contínuas, la -infinidad de corrillos, la alegría universal, los bailes en un lado, -los conciertos al aire libre en otro, la inmensa concurrencia á los -aguaduchos y á los cafés, denotan que estais en ciudad civil, donde -la vida es como contínua fiesta. Ya no hay la multitud de estampas -religiosas que en otro tiempo. Á la imágen del Señor han sustituido -la imágen de Garibaldi. Adorar es la necesidad de Nápoles, adorar -fervientemente, y sea cualquiera el objeto de sus adoraciones; adorar -á gritos, á manotadas, en medio de la algazara y del estrépito, -con la exaltacion propia de los temperamentos nerviosos, y con el -fanatismo que acompaña á las pasiones meridionales encendidas por -el calor intensísimo del clima. Hay algo del Vesubio, algo de sus -ardores, algo de sus erupciones, algo tambien de sus veleidades en la -movible y ardiente naturaleza de los napolitanos, de estos griegos -degenerados, que viven con la sonrisa en los labios, al borde -siempre de la muerte; amenazados por el volcan de rigores iguales á -los rigores que enterraron á Herculano y Pompeya. - -Muchas veces, cuando yo discurria por las calles de las grandes -poblaciones del Norte y observaba su recogimiento y su silencio, -pensaba lo que sería una poblacion como Lóndres, como París, situada -en las regiones meridionales de Europa. ¡Qué mar embravecido, tanta -gente bajo nuestro cielo! ¡Qué rumor se levantaria de las calles! -Una ciudad del Mediodía es una selva del trópico. En su seno late -vida tal y tanta, que en vano buscariais entre las brumas de Lóndres -y de París. Yo nunca he oido desde las alturas de Montmartre ó del -cementerio de Lachaise, al anochecer, los rumores que he oido desde -las alturas del Retiro á la misma hora. Cualquiera diria que Madrid -es una ciudad mayor que París. Pues en comparacion de Valencia, en -comparacion de Sevilla, Madrid es una ciudad silenciosa. ¡Qué noches -las noches de Sevilla! ¡Los niños juegan y gritan, los mozos cantan -y puntean la guitarra, las familias acomodadas oyen el piano al -fresco del patio, entre macetas de aromáticas plantas y surtidores -de murmuradoras aguas! ¡Qué dias los dias de fiesta en Valencia, -sobre todo por la estacion de verano! ¡Las campanas al vuelo, las -músicas discurriendo por las calles, los tamboriles y las dulzainas -dando el compas á las danzas, el morterete que estalla en estruendos -semejantes á cañonazos; la _traca_, una hilera interminable de -petardos por los suelos, y los cohetes voladores á manojos por los -aires! - -Pues bien, yo os digo que Sevilla y Valencia son ciudades silenciosas -en comparacion de Nápoles. Bien es verdad que Nápoles tiene -seiscientos mil habitantes. Mas no consiste la diferencia en la mayor -poblacion, no. Nuestro temperamento meridional está refrenado por -nuestra gravedad española. Hay hasta en los pueblos más meridionales -de España algo del recogimiento y de la silenciosa religiosidad -árabe. Ni los andaluces ni los valencianos manotean, accionan, -gritan como las gentes de Nápoles. Son nuestros campesinos, en medio -de sus fiestas y de sus bromas, graves como españoles; son los -napolitanos locuaces como griegos. ¡Qué baraunda de ciudad! Cuánto -más se apropiaba al estado de mi ánimo Roma con todas sus grandes -sublimidades; el Miserere de Pallestrina; los paseos por la Vía Apia -bordada de sepulcros; las contemplaciones contínuas de las campiñas -desoladas; la meditacion filosófica sobre las piedras desnudas, entre -las ruinas del Coliseo, bajo los brazos de la Cruz. - -Aquellos que gusten del estruendo, corran, corran á Nápoles. Las -aceras están llenas de trastos, de tiendas y de talleres ambulantes, -de gentes durmiendo que parecen, por lo inertes, muertas. Mil -organillos, arpas, violines, os atruenan los oidos. Nubes de -titiriteros, funámbulos, prestidigitadores con sus correspondientes -coros de extáticos curiosos, embarazan á cada instante el paso. Los -trabajadores cantan ó disputan á voces. Los ociosos, cuando no tienen -con quien hablar, hablan solos y á gritos. Los cocheros ó carreteros -que pasan, vociferan como energúmenos, chasquean el látigo en todas -direcciones, levantan huracanes de polvo y de ruido. Cada mula lleva -centenares de cascabeles y de campanillas. Los carruajes crujen -como si de intento los construyeran crujientes. Los vendedores de -periódicos, y en general todos los vendedores ambulantes, vocean -de la más descompasada manera. Cada mercader, á la puerta de su -tienda, al frente de su puesto, os hace pomposo programa oral de sus -ricas mercancías, y se proponen todos que las tomeis por fuerza. -El vendedor de escapularios, sin pararse en vuestra religion ni -en vuestro orígen, os arroja su amuleto al cuello, miéntras el -limpia-botas, importándole poco que esté vuestro calzado sucio ó -luciente, lo embadurna con su betun, bien ó mal de vuestro grado. El -ramilletero, que lleva manojos de rosas y de flores de azahar, os -adorna el sombrero, los ojales, los bolsillos, sin pediros ni vénia -ni permiso. El horchatero sale con su vaso rebosante á la acera y -os lo arrima á los labios. Aún no habeis logrado libertaros de sus -importunidades, cuando viene otro importuno con su fruta de sarten -calentita y chorreando aceite, á pediros que comais por fuerza. Los -niños, acostumbrados á la mendicidad, aunque su gordura y su placidez -indiquen el mayor bienestar, se os agarran á las rodillas y no os -dejan dar un paso como no les deis una moneda. El pescador se acerca -con traje color de alga, descalzo, arremangado el pantalon, cubierta -la cabeza de su gorro catalan, la camisa azul desabrochada, abriendo -las ostras, los mariscos, y presentándolos cual si le hubierais -dado ese encargo. El cicerone se echa á andar delante de vosotros y -desplega su elocuencia esmaltada de innumerables palabras de todas -las lenguas, y llena de anacronismos y despropósitos históricos -y artísticos. Si le rechazáis, si le decís que son inútiles sus -servicios, apercibíos á oir las infinitas sirtes donde correis -peligro de perder la bolsa ó la vida por no haber escuchado sus -consejos ni atendido á su pasmosa ciencia. No creais que os eximís de -todos estos importunos yendo en coche. Yo no he visto jamas gente más -lista para saltar á los carruajes, colgarse á las portezuelas, seguir -como agarrados á la trasera, al pescante, á cualquier parte, por más -que intenteis desviarlos. Pues no digo nada si teneis aire de viajero -recien llegado, y se empeñan los cocheros de plaza en que habeis de -adoptar su vehículo. En medio segundo os veis rodeados de coches que -andan en torno vuestro como culebras, áun á riesgo de aplastaros, y -cuyos automedontes, hablando todos á un tiempo en coro desconcertado -é infernal, os ofrecen llevaros al Pausilipo, á Bayas, á Puzzoli, á -Castellamare, á Sorrento, á Cúmas, al fin del mundo. - -Los domingos son dias de verdadero vértigo. Parece que se han vuelto -los habitantes de la ciudad, todos sin excepcion alguna, dementes. -Yo no he visto andar en ninguna parte tan de prisa. Yo no he oido un -campaneo tan ruidoso. Yo no pienso volver á encontrarme en medio de -un aquelarre tan continuado. Proporcionalmente, ninguna ciudad de -Europa, ninguna, tiene el número de carruajes que Nápoles. Suelen dar -las carretelas de lujo una vuelta al pié de las hermosas colinas de -las afueras y entrar por el Pausilipo á Chiaja. Imposible concebir -mayor riqueza ni mayor número de elegantísimos trenes. Á los muchos -de la aristocracia napolitana se unen los muchos que gastan los -viajeros riquísimos, habituados á visitar la ciudad y á permanecer en -ella durante la primavera y el invierno. Pero el carruaje que tiene -que ver y áun que oir es el carruaje del pueblo en domingo. Es la -antigua calesa madrileña, todavía más ligera. Los caballos, bastante -flacos de suyo, van enjaezados vistosamente. Cintas, lazos, flores, -bandera tricolor, campanillas resonantes, cascabeles innumerables, -arreos bordados de lanas ó sedas vistosísimas, hasta grandes pañuelos -de gasa los envuelven. El cochero no es nunca uno solo. Van dos ó -tres haciendo gestos, dando saltos como acróbatas por el circo. En -el carruaje, en el pescante, en la trasera, caballeros sobre el -jaco matalon, colgados del estribo, tendidos por el respaldo, en -equilibrios inverosímiles, en posiciones atrevidas y peligrosas van -más de veinte hacinados, y todos gritan, y todos se mueven cual si -todos bailáran. Despues de haber visto pasar seguidos unos cuantos, -repletos, henchidos, acompañados de aquel ruido infernal, teneis -vértigos, de atronados los oidos, de mareada la cabeza, como si -hubierais rodado, á manera de peonza, en vals infernal. - -Guardaos bien de caer por gusto en aquellos carruajes. Aunque los -hayais alquilado para vosotros solos, los que van de un punto á -otro con alguna prisa, los cansados y fatigados, los que quieren -correr en piés ajenos, como si la calesa fuera propiedad comun, -la asaltarán, la poseerán como en pleno derecho, os acompañarán, -pasando y repasando en ejercicios gimnásticos á vuestro lado, sin -haceros ningun daño ni inferiros ningun agravio, ántes diciéndoos -mil gentilezas, resueltos á ser vuestros compañeros, como si toda -la vida os hubieran conocido. La subida al Vesubio es temible por -estas gentes. Si no llevais guía, contad con sus dicterios, con -sus emboscadas, con sus silbidos é injurias, imposibilitados de -hallar quien os señale una senda, quien os saque de un mal paso. -Siempre me acordaré del pobre inglés sin guía que encontré cerca -del cráter. Parecia un Ecce-Homo. Pero si usais guías, ya podréis -creeros un maniquí verdadero. Os entregan un jaco que no podeis ni -arrear ni parar á vuestro arbitrio. Llegados á cierto sitio, cuatro -ó cinco se apoderan de cada uno de vosotros. Éste os echa una cuerda -á la cintura, el otro os coge el brazo derecho, el de más allá -el izquierdo; empléanse en fingir que quitan piedras del camino, -en tirar de vuestro cuerpo como de un fardo, en desriñonaros con -apariencia de sosteneros, hasta que llegados á la cima, despues de -haberos consentido escaso reposo, pintándoos los riesgos de morir -como Plinio, os arrojan en carrera vertiginosa desde el cráter, -por una ladera toda cubierta de cenizas, como alma que se lleva el -demonio á los profundísimos infiernos. - -Y cuenta que, despues de haberse establecido el régimen -constitucional, despues de haber penetrado las ideas y con las ideas -las costumbres modernas, han desaparecido aquellos tradicionales -lazzaronis que vivian casi desnudos sobre la arena, al sol, -sustentándose de la corta pesca y de la larga limosna. La idea de que -el pueblo no sea trabajador en Nápoles paréceme una idea falsísima. -Gritan, cantan, gesticulan, vociferan, disputan, pero trabajan y -trabajan con afan. Lo que hay, en medio de tanta luz, al influjo de -aquella hechicera naturaleza, educados por la hermosura de los varios -paisajes, sostenidos por la atencion de sus conciudadanos, como -hijos naturales de la griega Parthenope, muchos poetas sin cultura -que improvisan versos espontáneos cual la flora de los bosques y -las selvas, muchos oradores que hablan con inimitable elocuencia -del sentimiento y de la pasion. Las fuerzas no se agotan en esta -eterna primavera. La sensibilidad no se gasta jamas en esta vida -de emociones. Son sobrios como los antiguos griegos. Un puñado de -higos, unas rebanadas de melon, pepinos, tomates y pimientos crudos, -mariscos salados, forman la base de su alimento. Ignoro si serán -ciertas las observaciones de un escritor inglés, el cual se queja -mucho de que la patata ha disminuido la inteligencia de los pueblos -meridionales haciéndolos linfáticos. Yo recuerdo en mi familia una -vieja criada que murió hace tiempo en nuestro hogar, á los noventa -años, y que no quiso nunca comer patatas. Nuestro inglés le hubiera -dado un premio, pues dice que esa fécula no es como los guisantes, -como las habas, alimentos cargados de fósforo y aptos por ende al -desarrollo de la vida cerebral, y que debe ser restaurado como en -tiempo de Pitágoras, el cual encarecia las habas y las recomendaba -como alimento casi religioso. Yo puedo decir que el pueblo de Nápoles -tiene una gran sobriedad, y no es dado en ninguna manera ni al vino -ni á los licores. Si un dia faltára la nieve ó el agua fresca, habria -en Nápoles una verdadera revolucion. Parécense en esto á sus padres -los antiguos griegos. Una de las más hermosas odas pindáricas tiene -bellísima y lírica introduccion consagrada al agua. - -Otra de las analogías que tiene el napolitano con el griego es la -vida al aire libre. La perla no está unida á su concha, el espíritu -á su organismo, la idea artística á su forma, como el napolitano á -su ciudad. Apénas emigra. Necesita, para vivir, de aquella bahía, -de aquellos muelles, de la sonrisa de aquel cielo, de la música -de aquellos mares, hasta de las amenazas del Vesubio. El dia que -volviese el volcan á encontrarse como se encontraba en tiempos de -la República romana, extinto, creeria Nápoles que le faltaba algo -para la vida, el sordo mugir en los oidos, la contínua erupcion en -los ojos, la nube blanquecina de humo en los cielos, el reflejo de -la gigantesca antorcha en las tranquilas aguas. Así la naturaleza y -el hombre se abrazan y en sus abrazos se confunden. Mucha miseria -hay en Nápoles y muchos pobres. Pero no causa la miseria en Nápoles -el pesar que causa la miseria en Lóndres. Un pobre de Lóndres lleva -raidas, remendadas, mugrientas las vestiduras desechadas por las -altas clases; un pobre de Nápoles, si apénas lleva vestido, tampoco -lo necesita, abrigado por aquel aire tibio, bruñido por aquel sol -vivificador. Un pobre de Lóndres necesita bebidas espirituosas, carne -abundante, carbon para calentar su vivienda. Un pobre de Nápoles -vive de los frutos que da el campo, de los peces que guarda el mar, -vida fácil y sóbria. Al uno le están cerrados todos los grandiosos -espectáculos de la ciudad, el club aristocrático, el teatro, los -saraos de la nobleza, las expansiones contínuas donde se entra por -altas cantidades, miéntras que al otro nadie puede quitarle la -fiesta por excelencia de su tierra, la vista de los Apeninos, la -erupcion contínua del Vesubio, el collar de colinas volcánicas que -rodea como un aderezo de diamantes negros su ciudad, la florida y -espesísima vegetacion, el mar celeste, el cielo cargado con su rocío -de estrellas, la música de la onda en la playa, las islas que sacan -su cabeza entre los esmaltes y los celajes del divino Mediterráneo. - -Otra cosa he notado en Lóndres y en Nápoles. No hay pueblo donde la -libertad haya echado tantas raíces como en el pueblo inglés, y no hay -pueblo donde las clases sociales sean tan diversas y estén por tan -profundos abismos separadas. Cuando veis uno de aquellos conductores -de ómnibus, asentado con tanta solemnidad sobre su pescante, os -parece ver en la majestad del continente, en la gravedad del aire, -el primero de los lores sobre su saco de lana, presidiendo aquella -cámara alta, que sólo ha tenido su igual ó su semejante en el antiguo -Senado Romano. Y sin embargo, si la fisiología, si la naturaleza no -señalan diferencias entre los aristócratas y los plebeyos, ¡cuántas, -cuán grandes señalan las leyes! En cambio el plebeyo napolitano es -plebeyo en toda la extension de la palabra; plebeyo por su orígen, -plebeyo por su naturaleza, plebeyo por sus costumbres; y sin embargo, -impone su voluntad, su opinion á los aristócratas, con los cuales -se confunde por una mezcla felicísima de ligereza, de gracia y de -dignidad personal, nacida del sentimiento íntimo de que en aquella -naturaleza un hombre, por poco que trabaje, se basta siempre á sí -mismo. - -¿Conocéis algun pueblo moderno que haya sostenido por sí solo un -teatro? Aquella intuicion estética de los pueblos en el siglo -décimoquinto y décimosexto que creaba por sí misma un teatro y le -infundia sus ideas, sus sentimientos, no existe ya en Europa. El -teatro español nació, como el teatro griego, en una carreta, que -iba de feria en feria, de fiesta en fiesta, seguida del pueblo; -carreta sagrada como la de Théspis, sobre la cual flotaba el númen -del pueblo. Poco á poco, desde que murió Lope, desde que se apagaron -las centellas sobrenaturales del genio de Calderon y del genio de -Shakspeare, el teatro dejó de ser el Auto religioso, dejó de ser el -drama popular, para pasar á ser engendro de leyes académicas, sabroso -pasto de aristocracias literarias. Hasta la guerra de los clásicos -y de los románticos, en que éstos fingian representar el espíritu -del pueblo, aquel espíritu que engendró los poemas homéricos y el -romancero, no conmovió al pueblo, no llegó jamas á pasar de los -folletines, de las revistas, de los bastidores y de las butacas. -Pero Nápoles tiene su teatro, su teatro donde se ha ejercido en todo -tiempo, hasta en los tiempos más nefastos, acre censura sobre las -costumbres, y á veces sobre la política. - -Es verdad que este teatro no puede tener carácter alguno literario, -como escrito y representado en el dialecto local. Dialectos han -sido las lenguas neo-latinas, dialectos del latin. Pero un trabajo -de seis siglos llevado á término por genios de primer órden, sin -darles la perfeccion absoluta del latin, les ha dado gran sabor -literario, les ha convertido en lenguas clásicas. Este pobre dialecto -napolitano ¡ah! jamas podrá aspirar á tanto. El protagonista de su -teatro será siempre el pobre polichinela, primo hermano del Pasquino -de Roma. Pero en su modestia, en su humildad indicará que hay amor -á la literatura, amor á la vida y á la accion dramática en el -pueblo que lo sostiene, y que gusta de sus salpimentadas alusiones, -algunas veces verdaderamente aristofanescas. Cuando yo asistí á sus -representaciones criticaban amargamente esos patriotas, que toman á -Roma en el café, de silla á silla, entre sorbo y sorbo de granita, -pero nada hacen por Roma y por Italia, ni en los comicios electorales -ni en los campos de batalla. Aparte la política, sólo sostenida por -alusiones, el drama versaba sobre costumbres populares y relacion de -estas costumbres con la pasion de las pasiones, con el amor. De todos -modos, era de ver cómo aquel pueblo seguia anheloso, extático, su -propia imágen reflejada en la escena. - -Tanto allí como en el gran teatro de San Cárlos, uno de los mayores -y más hermosos del mundo, noté la parte que toma aquel público en -los espectáculos. Su temperamento nervioso estalla á cada instante -en manifestaciones tumultuosas, así de censura como de aplauso. El -público es allí un actor, un verdadero actor. Su voz, y si no su voz -su acento, su murmullo, acompaña á los actores como las olas del -Pireo acompañaban al coro de la tragedia griega. Al mismo á quien -ha aplaudido arriba con delirio, lo silba dos notas ó dos versos -más abajo, sin piedad, con verdadero encarnecimiento. Una actriz -sentiríase allí desairada si no atruenan sus oidos tempestades de -aplausos, si no amenazan aplastarla lluvias de flores. Durante la -representacion entera, la curiosidad del pueblo está viva y atenta. -Con su indiferencia no conteis, no. Es un pueblo que ama ó aborrece. -El crepúsculo de la crítica daña á su franca naturaleza de artista. -Por eso ha sentido tanto. Y como ha sentido tanto, por eso ha cantado -á su vez tanto y tan bien. Creedlo, cuando alguna vez os lleguen -hasta el corazon tal romanza de Bellini, tal preludio de Cimarosa, -tal aire de Passiello, hay en esas cadencias algun eco de la cancion -griega, que el marinero entona en la isla de Capri, en el promontorio -de Sorrento, al pié del Vesubio; como en las serenatas de Schubert y -de Mozart hay algo de la cancion andaluza, y en la cancion andaluza -algo del acento de la sublime cantata árabe, acompañada por el viento -del desierto. - -Y sin embargo, en mis observaciones de la ciudad que los griegos -llamaron sirena, algo hay que me disgusta: el exceso de alegría -ruidosa en su conversacion, el exceso de movimiento en sus gestos, -el exceso de vértigo en sus bailes, el exceso de acompañamiento de -los más discordes instrumentos en sus canciones y en sus tarantelas. -Y muchas veces fatigado me subia á la cartuja á ver el cielo y -el Mediterráneo, y á pensar en cómo se pierden y se desvanecen -necesariamente las variedades de pueblos y de razas en la inmensidad -de lo infinito. - - - - -PARTHENOPE. - - -Una ciudad meridional no puede tener para nosotros, españoles, y -españoles del Mediodía, la novedad que tiene para franceses, para -alemanes, sobre todo para franceses y alemanes del Norte. Nosotros -poseemos ciudades que en claridad de cielo, en abundancia de luz, -en hermosura de contornos y campiñas, en ingenio de sus ciudadanos, -en belleza de sus mujeres, en arte de sus monumentos y en aires -aromatizados y bien olientes, compiten con las más hermosas y más -ricas ciudades italianas. ¿Quién puede olvidar aquella Valencia, -ceñida de torres árabes y góticas; muellemente reclinada á orillas -del claro rio que por todos sus alrededores derrama abundancia; -circuida de la huerta feracísima que entrelaza con las ramas de sus -brillantes moreras las ramas de sus oscuros granados, y que al pié -de la gallarda palma, dulcemente mecida por las brisas marinas, -ostenta inacabables naranjales, deleitando la vista con los matices -de su dorado fruto y el olfato con los aromas de su blanca flora? -¿Quién dejará de admirar la oriental Córdoba, con su aljama, única -en Europa, donde se oyen los ecos de la poesía árabe, al pié de -aquella Sierra Morena, esmaltada por selvas de rosales? No hay en -la tierra otra Sevilla, cuando la primavera acaricia, su abundante -suelo. Es de ver la ciudad en Abril, levantando sobre inmenso -océano de claro verdor sus agujas, sus botareles, sus ajimeces, -sus ojivas, sus cresterías, bajo el cielo resplandeciente de luz, -y entre los giros del aire cargado con los ecos de las orientales -canciones y las esencias del embriagador azahar. No se cansa la -vista de mirar y admirar á Cádiz; sus blancos edificios, esmaltados -por verdes balcones y ventanas-perlas y cristalinos cierros, donde -flotan cortinas de todos colores; rematados por azoteas llenas de -caprichosas torres y de floridas macetas; erigidos entre escollos -donde las olas se quiebran en cataratas de espuma; rodeados por -bandadas de naves, que ya dejan en los claros aires nubes de -vapor, ya se gallardean con sus henchidas velas y sus pintorescas -banderolas; asentados dentro de aquella sólida y oscurísima -muralla, en torno de la cual aparece á un lado la bahía con sus -blancas poblaciones, sus caños, cortados por pirámides de sal -resplandecientes á la esplendentísima luz, sus lejanas cordilleras -envueltas en vapores, ya violados, ya rosáceos, segun las horas del -dia y los arreboles del ambiente, miéntras del otro lado el mar azul -se dilata, retratando en sus claras aguas todos los matices del cielo -y componiendo con sus vientos, su oleaje, sus brisas, sus corrientes, -sus tempestades y sus tormentas, contínuo himno á lo infinito. - -Yo de mí sé decir que en medio de las ciudades más rientes de Italia -he recordado siempre nuestra sin par Granada: la sierra con su cima -de cristal; los apagados volcanes con sus pirámides de frias lavas; -la ancha vega, toda cubierta de copudos árboles, alfombrada de verde -grama, y limitada allá léjos por las celestes montañas de Loja; el -blanco Albaicin en lo profundo, rodeado de áloes y de nopales, como -si aguardára todavía á los hijos del Asia y del África, y todavía -repitiera la cancion melancólica inspirada por los desiertos; el -monte sacro rematado de pinos; la confluencia del Darro y del Genil, -que vienen lamiendo los cármenes entre selvas de almendros, de -avellanos y de gigantescos cáctus; en el centro la Alhambra, con sus -torres doradas por la luz y por los siglos; sobre aquel cerrillo -poblado de bosques y de jardines, á cuyos piés duerme Granada, y en -cuya cima se dibujan con toda la poesía del Oriente los minaretes -y los ajimeces y las bermejas torres, el Generalife, escondido en -grutas de sonantes cascadas, de olientes jazmines, de melancólicos -cipreses, de graciosas florestas, cuyos susurros, cuyos aromas, -convidan de consuno á la vida árabe, toda consagrada, despues de las -zambras y las guerras, al sueño, á la poesía y al amor. - -Nosotros tenemos adelfas para coronar á los poetas; bosques de -mirtos dignos de ser habitados por los antiguos dioses; palmerales -bajo cuyas anchas palmas parece vagar el genio del Asia; costas de -áureas arenas y de celestes aguas; promontorios y cabos que el sol -poniente dora con esmaltes dignos de las riberas de Grecia; el aroma -del azahar y del jazmin en los aires, higos tan dulces como los higos -de Aténas, en nuestras higueras; pasas tan azucaradas como las pasas -de Corinto, en nuestras cepas; dias calurosos henchidos por el canto -unísono del coro de cigarras que ensalzaron los antiguos poetas; -noches tranquilas y luminosas como las noches de Oriente; serenatas -en cuyas largas y tristes cadencias se oye resonar aún el acento -inmortal de las canciones árabes con todo su intenso amor y toda su -profunda melancolía. - -Á pesar de esto, áun extraña, aún maravilla la campiña de Nápoles. -Conoceréis algo más agreste, más abrupto, más sublime en la tierra; -no conoceréis nada tan clásico, tan digno de la égloga antigua, tan -propio para que el ánimo repose y la naturaleza tome los tintes y -las inspiraciones de nuestra alma. Así como la escultura es el arte -pagano por excelencia, el arte que armoniza la idea y la forma en -suave reposo, la Campania es la tierra de las églogas, la tierra de -las geórgicas, la tierra por excelencia pastoril, donde los montes -repiten el eco inmortal de las dulcísimas zampoñas de Virgilio, y los -animales y las plantas se trasforman á los ojos del pensamiento con -las metamórfosis cantadas por Ovidio. - -Dios mio, ¡qué riqueza de colores, de matices, de tonos! ¡Qué -gradaciones desde el azul claro de la bahía hasta el violeta y -amatista oscuro del Vesubio! Como la cordillera del Oriente, -tachonada á intervalos de ventisqueros, que relucen cual diamantes -entre turquesas y esmeraldas, contrasta con el matiz rosa claro, -tomado al anochecer por los montes del Ocaso, por el cabo Miseno y -por los contornos de la isla de Nisida, semejantes á promontorios -de bruñidos jaspes. Mirad ese horizonte puro, purísimo, por el -cual se desvanecen las columnas de blanco humo que despide el -volcan; ese mar tan sensible á los cambios del horizonte, que -puede llamarse su repeticion ó su espejo, ese suelo, que, donde lo -permite la vegetacion, lujuriosa, viciosísima, enseña las lavas -negras y lucientes como el azabache. Yo en ninguna parte he visto -la luz quebrarse en refracciones tan várias ni dar á los contrastes -apariencias de oposicion tan brusca. Por lo que respecta á la luz, -diríase á esta tierra gigantesco prisma de múltiples colores. Por lo -que respecta al contraste, enseñadme en ningun otro punto montañas -más abruptas descendiendo en playas más suaves, bosques más agrestes -junto á jardines más cultivados, ciudades más pobladas y ruinas más -solitarias, suelo más amenazado de muerte por las bocas volcánicas, -por las solfataras ardientes, por los terremotos repentinos, por -las erupciones violentas, ni vida más múltiple, más alegre, que -se espacie así en el cántico, en la danza, en los juegos, en los -placeres; refinamientos de civilizacion mezclados á delicias del -campo; recuerdos antiguos vagando sobre el indolente olvido moderno; -la columna de fuego que el volcan agita como gigantesca antorcha -frente á los picachos rematados de diamantinas nieves. - -Aquí veo las hayas y los robledales virgilianos; las cabras, -irguiéndose á clavar el agudo diente en los arbustos; las ovejas con -el vellon cargado de lana y las ubres cargadas de leche, rodeadas, -seguidas de tiernos y baladores recentales; por las laderas, -las zarzas, con cuyas moras se teñian las cejas y las mejillas -los rabadanes para entonar sus bucólicos versos; en la orilla -del torrente, las cañas con que formára el dios Pan sus canoros -caramillos; de erguido olmo en erguido olmo, los festones de las -parras, entre cuyo follaje se posa la paloma y arrulla la tórtola; -en el fondo, los floridos cantuesos; en las colinas, el tomillo y -el espliego; á la entrada de la caverna, por el tronco de la encina -que sobre ella se avanza, el panal destilando miel y rodeado de -zumbadoras abejas, cuyo aguijon trae los jugos de las flores; dentro -de la caverna, el sileno, ébrio de vida y de vino, con su guirnalda -en las sienes y su ánfora en las manos; por las corrientes de los -arroyos, la blanca náyade que teje coronas; por las majadas y los -oteros, el pastorcillo, juntando la amapola con el narciso y la -blanca azucena con la madreselva, para ofrecérselas á su amada; en -el ancho mar, rizado por los soplos de la brisa y herido por los -cambiantes de la luz, la sirena antigua que palpita de amor en las -ondas y canta eternamente con seductora cadencia la inmortal epopeya -de la naturaleza. - -Junto á tales églogas, ¡qué terribles tragedias ofrece esta -atormentada tierra! Hicieron los antiguos bien llamándola sirena -que atrae, sirena que mata. Con frecuencia erupciones terribles -destruyen, abrasan, entierran aldeas y ciudades enteras. El terremoto -sacude con estremecimientos espantosos toda aquella region. Los -edificios se balancean como las naves al oleaje del vendaval, y -vienen columnas, trombas de acres vapores, lluvias, diluvios de -cenizas, granizadas de brasas, tempestades de lavas. El mar hierve, -el cielo reverbera fuego siniestro, como si las benéficas pluviosas -nubes hubiéranse tornado ardientes hornos. Respira el volcan como -ciclópea titánica fragua, ó relampaguean, truenan sus erupciones -como legion de tempestades. Por doquier bancos de lavas candentes, -océanos de negras cenizas, torbellinos y espirales de piedras, -rocas fundidas, mugidos espantables de la montaña, estremecimientos -dolorosísimos del valle, vapores sulfurosos, exhalaciones de ácido -carbónico, nubes grises ruidosísimas atravesadas por reflejos -siniestros y henchidas de menudos enrojecidos aerolitos, franjas -de escorias por el suelo y manantiales de aguas hirvientes, el -infierno confundido con el paraíso en la tierra, como la pena con -la alegría en el alma, como el error con la verdad en la mente, -copia fiel de las tragedias de nuestra existencia y los contrastes -de nuestro sér. La encendida montaña es un gigante laboratorio de -donde sale con igual fuerza la muerte y la vida, como la naturaleza -es un conjunto de fuerzas que componen, descomponen y recomponen. -De sus estremecimientos, de sus convulsiones puede quejarse el -antiguo habitante de Pompeya y Estabia, incrustado en las frias -seculares lavas; el moderno campesino de Resina y de Torre de Greco, -que en trágica noche ve desaparecer bajo bituminosas encendidas -materias sus viñas henchidas del dulce lácrima, tan celebrado en -el mundo; pero el químico, el físico, encuentran en sus fecundas -exhalaciones, sodas, potasio y diversas sales marinas, testimonio -de su comunicacion con el Mediterráneo; depósitos de cloruro de -hierro con todos los colores de las piedras preciosas y de las flores -silvestres; manantiales de ácido clorhídrico y ácido sulfúrico; -sustancias amoniacas y agujas de azufre tendidas en largos manojos -sobre las oscuras escorias; depósitos de aguas termales que curan -muchas de las enfermedades, y exhalacion contínua del gas ázoe y del -carbónico, tan funestos para la vida y tan preciosos para la ciencia. - -Imposible formarse una idea, sin haberlo visto, del contraste -profundísimo entre la serenidad riente del campo y el siniestro -aspecto del volcan. Cuando los sentidos yerran por aquellas florestas -y aquellas playas; cuando pasan de la colina al valle, del valle al -bosque, de los bosques donde se entrelazan el olivo con el limonero -al mar celeste, donde se rizan tantas velas latinas que parecen -bandadas de blancas aves, creen ver y oir en la realidad los pastores -de Virgilio, los marineros de Teócrito, cantando los unos entre redes -y vergas, y los otros entre apriscos y praderas, dobles versos que -han de repetir las auras y las brisas; pero si luégo se convierten -al volcan y le ven relampaguear, llover fuego, y le oyen mugir, -tronar, creen que sus cimas dibujan entre nubes de humo las legiones -que ya pisaron aquellas altas cimas, las legiones del eterno víctima, -del eterno paria, de Espartaco, el tracio defensor de los esclavos, -cuya sombra ensangrentada y trágica vaga sobre todas estas églogas -como la infame esclavitud sobre todas las bellezas y todas las -armonías del antiguo mundo. - -¡Qué exceso de cultura en la vida y de originalidad primitiva en la -naturaleza! Aquí están sobrepuestas cuatro ó cinco civilizaciones -distintas; desde la pelágica hasta la cristiana; y el suelo volcánico -en sus estremecimientos, en sus convulsiones, en sus vapores, -parece pertenecer á los tiempos en que todavía era el planeta -materia incandescente, henchida de intensísimo calor y de tonante -electricidad. Yo me figuro estar en las cavernas donde las ideas -arquetípicas, las ideas madres, como Goethe las llama, tejen los -hilos de la vida, ó donde los gigantes fabulosos en yunques colosales -forjan las inconmovibles bases graníticas de la tierra. Esto es -eternamente pagano. El agua bendita, cayendo quince siglos sobre los -campos, no los ha bautizado todavía. Los dioses no quieren irse. En -vano la vieja sibila de Cúmas, con la vista gastada de mirar á lo -porvenir, con la túnica rasgada por las tormentas, desde el elevado -promontorio donde se consume, ha dicho á los chicuelos de Nápoles -cuando la apedrean, y le preguntan:—¿qué quieres?—Quiero morir.—En -vano las sirenas se han reunido en torno del Cabo Miseno para -quejarse de la muerte del dios Pan. Aquí están todas las divinidades, -lo mismo Céres coronada de espigas, y Baco ceñido de pámpanos, y -Minerva con sus ramas de olivo, y Sileno apoyado en su cipres, que -Neptuno arrancando con el agudo tridente el espumoso caballo á la -tierra, y Vulcano enrojeciendo el hierro en el fondo caliginoso de -sus fraguas eternas. No se han ido, no. Están ahí, en el suelo, en -los córtes escultóricos de los cabos, en los intercolumnios de las -colinas, en los relieves de las costas, en la luz vivísima que no -consiente ningun misterio, que todo lo recama de áureas aristas, para -celebrar las nupcias eternas del espíritu con la naturaleza, como en -el antiguo paganismo. - -Estas tierras tan bellas, tan graciosas, atraen eternamente á todas -las razas; son las tierras de la comunicacion perpétua entre todos -los hombres. Quédense para los agrestes montañeses conservar tras -los desfiladeros de sus cordilleras, en el seno de las cavernas, -velados de impenetrables bosques, sobre picachos sólo accesibles á -las águilas, teniendo por defensa el risco, el pedrusco desprendido -al menor esfuerzo de la altura al valle; quédense para ellos las -guerras por la independencia, el culto fiero á las antiguas leyes y -á los antiguos usos: que aquí, entre estas ondas sonoras, donde al -reflejarse el sol finge de luz esplendorosa lagos y rios, cada una de -cuyas gotas es una estrella; donde el fósforo, de matiz blanquecino -como los rayos de la luna, deja en las tranquilas noches fajas -lucientes, parecidas á las fajas de la vía láctea en el cielo; aquí -donde las playas seducen como el seno de casta vírgen; donde cada -árbol exhala nubes de aroma, y cada giro del aire repite suspiros de -amor; sobre la hierba ó sobre las algas, entre las flores del campo -y las conchas de la arena, á la sombra, ya del mirto, ya del olivo, -ya de la vela crujiente, vendrán los dioses de todos los templos, los -pilotos de todas las razas, los conquistadores de todos los pueblos -á vivir, aunque sea un momento, ébrios de orgullo y de placer, en -brazos de esta seductora y voluptuosa naturaleza. - -Lo mismo sucede entre nosotros. El cántabro verá estrellarse cien -veces en su escudo de cuero la invasion romana; el asthur, sin tener -la cultura de Bruto ó de Caton, sin aspirar á que Plutarco cuente y -Lucano cante sus hazañas, preferirá la muerte á la servidumbre; el -navarro desde las altas montañas, conjurará todas las conquistas y -hará morder el polvo en su constancia á los soldados de Carlo-Magno; -el vasco guardará, á traves de tantas revoluciones y de tantos -siglos, leyes y usos que tienen caractéres patriarcales, antigua -lengua que tiene puro carácter primitivo, al paso que las playas -del Mediodía, serenas y risueñas, accesibles á todos los pueblos, -abordables á todas las naves; con sus ondas celestes y sus espumas -argentinas y sus áureas arenas y sus colinas graciosas y sus olivos -y sus mirtos y sus laureles; teñidas por aquella luz deslumbradora, -cuyos reflejos dan á las cordilleras toques metálicos, y á los -orientes y á los ocasos de su sol arreboles indescriptibles, y á -las estrellas y á las estelas de sus noches seductor centelleo; de -contínuo embalsamadas por los aromas de flores que embriagan, como -otros tantos misteriosos pebeteros; verán venir á su seno gentes de -todas las regiones, naves de todos los puertos, y tendrán que abrirse -y entregarse de grado ó por fuerza, ya al hierro, ya al halago. - -Así es que en la historia de la península ibérica, como en la -historia de la península itálica, los pueblos del Norte fundarán -la nacionalidad y la ilustrarán los pueblos del Mediodía. Las -montañas del Norte serán las regiones históricas, las regiones, si -es permitido hablar así, conservadoras; y las playas del Mediodía -serán las regiones comunicativas, las regiones, si es permitido -hablar así, humanitarias. Las unas darán al pueblo su carácter -peculiar y propio, las otras comunicarán este pueblo autóctono con -los demas pueblos de la tierra. El alobrogo se sostendrá en el Norte -de Italia, fuerte y rudo, para realizar el sueño de quince siglos, la -independencia y la unidad italiana, como el montañes de Covadonga, -de San Juan de la Peña, del riscoso Sobrarbe descenderá al llano -con el ímpetu de sus rios á formar la nacionalidad ibérica. Y así -como por Rosas, por Sagunto, por Dénia, por Tarragona, por Calpe, -por Algeciras, por Cádiz, vienen los griegos, los fenicios, los -cartagineses, los romanos, los árabes, por las playas meridionales -de Italia van casi todos los invasores, desde los que fundaron la -Magna Grecia en el estrecho de Mesina y en el golfo de Tarento, hasta -los que fundaron la monarquía española en las faldas del Etna y del -Vesubio. - -Así en Nápoles todo cuanto hay de vida moderna recuerda España, -nuestra España, hasta el punto de creeros en Barcelona, en Valencia, -en Madrid mismo, cuando veis las celosías y los balcones y las -casas pintadas de mil matices y los monumentos al gusto de Alfonso -V y de Cárlos III, en tanto que toda la vida antigua os recuerda -más, mucho más que la Italia civilizada por el arma de Roma, la -Italia civilizada por la palabra de Grecia. Parthenope es griega, -completa, absolutamente griega. Allí jamas se romperá, jamas, la -eterna armonía entre el alma del hombre y el Universo que la rodea, -verdadero secreto de la excelencia de la vida helénica no repetida -en la historia. Parece que nadais en el éter cantado por Eurípides -y henchido con los coros de las musas y las melodías de Apolo; -que las aguas han llevado sobre su luciente superficie las áureas -naves, donde iban las procesiones ó teorías griegas celebradas en el -Banquete de Platon; que las islas guardan en sus frentes de mármol, -como la antigua Cytheres, el beso de la diosa recien nacida en las -blandas espumas de las ondas; que aquellas costas dibujadas como á -compas y aquellas montañas en proporciones armónicas con todo cuanto -las rodea, tienen el ritmo y la geometría de Euclídes y de Pitágoras; -que el Mediterráneo se tranquiliza, se adormece allí, no sólo para -repetir los matices todos del luminoso cielo, sino para juguetear -con las ninfas, con las sirenas, con las divinidades, cuyas sienes -coronadas de algas, de perlas, de corales, se ven á cada instante en -el culebreo de los rayos del sol por las jaspeadas arenas, dentro de -las trasparentes orillas marinas; que el hombre se encuentra sobre -aquella tierra, bajo aquel cielo, como el dios antiguo sobre el -ara de su altar y bajo la techumbre de su templo; que la naturaleza -es clara, trasparente, de relieve, como aquella antigua conciencia -clásica, como aquella lengua helénica, la más distinta, la más -precisa, la más armoniosa y rica de las lenguas humanas; que todo -convida allí á entregarse á la vida universal, todo á los cantares -en coros, á las danzas por muchedumbres, á las carreras délficas, á -los juegos píthicos, á los ejercicios atléticos y gimnásticos, á la -vida griega, serena como su arte, regida por la geometría y por la -música, consagrada á hacer de cada cuerpo una perfecta escultura, de -cada alma un cielo trasparente; vida en paz completa y eterna con la -naturaleza, que se cincela, se pule, se esculpe, se pinta á sí misma, -para someterse al espíritu y á la idea y á las fuerzas del hombre. - -Yo no las he visto, pero he oido alabar y encarecer á cuantos las -han visto, las bellezas del trópico. Yo tenía un amigo, viajero -incansable, que á la contínua me hablaba de Cuba, de Haiti, del -Brasil, y sobre todo de la isla de Java, de ese manojo de volcanes. -Debe ser bello, terriblemente bello todo eso. Nuestros árboles -parecerán femeniles ramilletes al lado de esos árboles gigantes -que se hunden allá en la inmensidad de los cielos. Nuestros rios -deben ser arroyos en comparacion de esos rios de la India y del -Perú. Nuestra flora, raquítica, miserable, parangonada con la flora -tropical, rebosante de savia y de aromas. Yo me he fingido mil veces -en la mente, leyendo las relaciones de los grandes viajeros, esa -isla de Java con sus fundamentos de granito, con sus montañas de -basalto, con sus haces de volcanes; cubierto el suelo de madréporas -y pólipos; cortado el paso por selvas, primitivas é inexplorables; -desaguando de las raíces de sus montañas de fuego rios hirvientes -en la inmensidad del Océano; los dias todos con tempestades, cuyos -relámpagos son incendios, cuyos truenos desquiciamientos del cielo, -cuyas lluvias electricidad; las noches iluminadas, no sólo por las -estrellas y constelaciones, sino por las grandes aladas luciérnagas -que en todas direcciones vuelan como nubes de animados aerolitos; -los cocoteros saliendo de las aguas, á veces de las ondas, y -elevándose á las alturas cargados de frutos, junto á las palmas -resonantes; los bambúes al pié de los plátanos, árboles gigantescos, -por cuyos troncos fluye el ámbar líquido; las hojas y las ramas de -la vegetacion lujuriosísima entrelazándose hasta formar tinieblas -perpétuas por donde vagan tigres negros de ojos verdes y murciélagos -monstruosos con alas inmensas; el campo cubierto de plantaciones de -tabacos, de té, de café, de especias, que con sus jugos, con sus -esencias, con su humo nos embriagan; el aire embalsamado de aromas -que perturban; la tierra entera, produciendo y devorando seres en -contínua y desordenada exaltacion, como si aquella extraña naturaleza -fuese la demencia, el delirio, el frenesí de la vida. - -Bella debe ser, bellísima; pero con toda su hermosura vence y anonada -al hombre. Qué diferencia de los mares serenos, cuyas olas parece que -esculpen las islas; de las costas armoniosísimas que se abren sin -recelo á los vientos y á las aguas; de los olmos, graciosas columnas, -entre las cuales se mantienen las parras con sus flexibles sarmientos -y sus recortados pámpanos; de la flora artística de las orillas del -Mediterráneo, flora llena de bálsamos, el jazmin entrelazado con -la pasionaria, la verbena al pié del mirto, en el hondo valle el -olivo, el granado, la higuera, el limonero, la viña; al borde del -torrente la adelfa; en la montaña la salvia, el tomillo, el romero, -la manzanilla, el árnica, todas llenas de remedios y de consuelos; -sobre las flores las mariposas en su inocente jugueteo, la abeja en -su trabajo, y por los aires dulces, suaves, templados al sol en los -inviernos, templados á las brisas en los veranos, el coro eterno -de nuestras pintadas, nerviosas é inocentes avecillas. El género -humano amará eternamente esta naturaleza graciosa, bellísima, que le -sostiene con su calor suave, que le alimenta con sus sabrosos frutos, -que le regala con sus aromas, que le refresca con sus brisas, que -le bruñe y le sana con su sol, que le recrea con los cambiantes de -sus mares, y el tono rosado de sus altas montañas, y los cuadros de -sus horizontes, y la arquitectura de sus cordilleras; naturaleza en -la cual vive como el fauno en su gruta de hiedra y se baña como el -silencio en la linfa de sus fuentes. - -Nosotros nos sentimos todos parte integrante del universo. Conocemos -el estrecho parentesco que existe entre la naturaleza y el alma. Los -minerales nos dan la base de nuestro esqueleto. El hierro penetra -en las venas, colora y enciende la sangre. Con sólo mirar el cuerpo -humano se ven sus relaciones y sus armonías con las plantas. La -relacion es mayor en las esferas superiores de la vida. Todas las -especies animadas tienen afinidades físicas, químicas, fisiológicas -con este cuerpo humano, que las resume, las corona y las completa. -Por todas partes nos sentimos unidos con el universo, y en relacion, -así con la estrella lejana, perdida en los abismos del cielo, como -con la humilde florecilla hollada por nuestros piés. Somos unos con -todos los seres. ¿Y no reconocerémos el estrecho lazo que nos liga á -nuestra propia especie? ¿Será más fácil y más grato sentirse unos con -el mineral, con el vegetal, con los animales inferiores que con el -resto de los humanos, en cuyas frentes centellea el espíritu? Y si -nos reconocemos unidos á los demas hombres por identidad fundamental -de la naturaleza, ¿cómo explicarémos, cómo, la guerra y la -esclavitud? ¿Cómo la sed de corromper, de esclavizar, de combatir, de -exterminar, que aqueja á tantos seres humanos, en detrimento, en ódio -á aquellos que son de todo en todo sus iguales? Y en esta sonriente -tierra de Nápoles nos recuerda la historia el orgullo de unos, la -tiranía engendrada por este orgullo; y de otros la esclavitud, la -degradacion, la miseria moral y material. Pues qué, ¿no veo á mi -espalda el golfo de Bayas, donde Neron en su crueldad asesinó á su -madre, donde Calígula en su demencia llamó á la luna á compartir su -lecho, y veo á mi frente el cono del Vesubio, donde Espartaco citó -á los gladiadores para que, en vez de volver las espadas contra sus -propios corazones, las esgrimieran en el corazon de sus tiranos? - -Pero entreguémonos á la contemplacion de este bellísimo cuadro, de -la campiña, de la ciudad. Parece que lo estoy viendo ahora mismo. -Son los últimos dias del mes de Abril. Las hojas verdes y tiernas -cubren las ramas. Los cielos sonrien y sonrien los mares. En el -Este, dibujando sus crestas coronadas de nieve en claro cielo -esmaltado de azul, los montes Apeninos, que á los toques del -éter se pierden, se desvanecen; adelantándose hácia las playas, -al Nordeste, la pirámide truncada que forma el Vesubio, y en -cuyas laderas compuestas de lavas, de riscos casi metálicos, de -oscuras cristalizaciones, la luz se rompe en matices violáceos, -celestes, lilas, que son verdaderamente mágicos; desde el Vesubio -al cabo Campanella, sobre colinas bellísimas, al borde del mar, -entre bosques de olivos y limoneros, de robles y de higueras, de -laureles y mirtos, Castellamare, Sorrento, blancas como palomas; -hácia la curva central de este grande anfiteatro, primero las ruinas -solitarias de Pompeya, los barrios luégo henchidos de vivientes, -como Portici, como Torre del Greco, rodeados todos de maravillosas -quintas y de floridos jardines por leguas de leguas; más hácia el -Oeste Nápoles, entre aquellos muelles del comercio, donde las naves -se agrupan á centenares, las barcas á miles, y este otro muelle de -la contemplacion, del arte, llamado Chiaja, y lleno de alamedas, de -estatuas maravillosas, de templos marmóreos, bordado de larga fila -de palacios grandemente pintorescos por sus azoteas y sus balcones; -tras todos estos palacios, quintas, villas, ciudades, un collar de -pequeños conos volcánicos, que forman como graciosas ondulaciones, -como series de colinas sobre cuya cúspide brillan iglesias, -monasterios, castillos, monumentos de diversas clases, y á cuyos -piés se extienden florestas contínuas en armoniosa gradería; hácia -el Oeste la gruta de Pausilipo remata por la tumba de Virgilio, -genio que reposa en aquella region como en su nido; más al Oeste -aún el cabo Miseno, cantado por los poetas, eternamente querido de -los artistas; todo el conjunto inundado de aquellos arreboles que -dan aspecto fantástico, así á las nieves de los Apeninos como á las -humaredas del Vesubio, y entonando por aquel mar de un celeste casi -indescriptible, segun lo claro y lo bello, en el cual se bañan las -islas de córtes verdaderamente arquitectónicos, y que parecen alzarse -allí como sirenas para velar, para arrullar, para hermosear á la -diosa de las sirenas, á la divina Parthenope. - - -FIN. - - - - -ÍNDICE. - - - _Páginas._ - - Al que leyere v - - Llegada á Roma 1 - - La gran ruina 33 - - Los subterráneos de Roma 63 - - La capilla Sixtina 89 - - El Cementerio de Pisa 137 - - Venecia 171 - - En las lagunas 201 - - El Dios del Vaticano 223 - - El Gueto 317 - - La gran ciudad 343 - - Parthenope 369 - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Recuerdos de Italia (parte 1 de 2), by -Emilio Castelar - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 1 DE 2) *** - -***** This file should be named 53741-0.txt or 53741-0.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/3/7/4/53741/ - -Produced by Carlo Traverso, Ramon Pajares Box and the -Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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Redistribution is subject to the -trademark license, especially commercial redistribution. - -START: FULL LICENSE - -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK - -To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full -Project Gutenberg-tm License available with this file or online at -www.gutenberg.org/license. - -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project -Gutenberg-tm electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. 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It -exists because of the efforts of hundreds of volunteers and donations -from people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future -generations. To learn more about the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation and how your efforts and donations can help, see -Sections 3 and 4 and the Foundation information page at -www.gutenberg.org Section 3. Information about the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the -mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its -volunteers and employees are scattered throughout numerous -locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt -Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to -date contact information can be found at the Foundation's web site and -official page at www.gutenberg.org/contact - -For additional contact information: - - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. 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Thus, we do not -necessarily keep eBooks in compliance with any particular paper -edition. - -Most people start at our Web site which has the main PG search -facility: www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - diff --git a/old/53741-0.zip b/old/53741-0.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 2d20c72..0000000 --- a/old/53741-0.zip +++ /dev/null diff --git a/old/53741-h.zip b/old/53741-h.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 11530e8..0000000 --- a/old/53741-h.zip +++ /dev/null diff --git a/old/53741-h/53741-h.htm b/old/53741-h/53741-h.htm deleted file mode 100644 index 9996142..0000000 --- a/old/53741-h/53741-h.htm +++ /dev/null @@ -1,8753 +0,0 @@ -<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" - "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> -<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" xml:lang="es" lang="es"> - <head> - <meta http-equiv="Content-Type" content="text/html; 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You may copy it, give it away or re-use it under the terms of -the Project Gutenberg License included with this eBook or online at -www.gutenberg.org. If you are not located in the United States, you'll have -to check the laws of the country where you are located before using this ebook. - - - -Title: Recuerdos de Italia (parte 1 de 2) - -Author: Emilio Castelar - -Release Date: December 15, 2016 [EBook #53741] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 1 DE 2) *** - - - - -Produced by Carlo Traverso, Ramon Pajares Box and the -Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - - - - - -</pre> - - -<div class="front"> - <hr class="full" /> - <p><a href="#tnote">Nota de transcripción</a></p> - <p><a href="#ToC">Índice</a></p> -</div> - -<div class="screenonly"> - <hr class="chap" /> - <div class="figcenter"> - <img src="images/cover.jpg" - alt="Cubierta del libro" /> - </div> -</div> - -<div class="aftit pt6"> - <p><span class="pagenum" id="Page_i">[p. i]</span></p> - <hr class="chap" /> - <h1>RECUERDOS DE ITALIA.</h1> - <hr class="chap" /> -</div> - - -<div class="tit pt3"> - <p><span class="pagenum" id="Page_iii">[p. iii]</span></p> - <p class="xl">RECUERDOS</p> - <p class="fs300 g1 mt05">DE ITALIA</p> - <p class="xs mt3">POR</p> - <p class="xl g1 mt1">EMILIO CASTELAR.</p> - - <div class="mt3"> - <hr class="fil" /> - <p class="edicion">Tercera edicion.</p> - <hr class="fil" /> - </div> - - <div class="mt3"> - <p class="large g1">MADRID.</p> - <p class="small g2">A. DE CÁRLOS É HIJO, EDITORES.</p> - <p class="xs">CALLE DE CARRETAS, 12, PRINCIPAL.</p> - <hr class="sep" /> - <p class="xs">MDCCCLXXXIII.</p> - </div> -</div> - - -<div class="aftit pt6"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_iv">[p. iv]</span></p> - <hr class="dobl" /> - <p class="edicion">Esta obra es propiedad de los Editores.</p> - <hr class="dobl" /> - <p class="over mt6">Est. Tipográfico de los Sucesores de Rivadeneyra, Paseo de San Vicente, 20.</p> - <hr class="chap0" /> -</div> - - -<div class="chapter pt3" id="Ch_0"> - <p><span class="pagenum" id="Page_v">[p. v]</span></p> - <h2 class="nobreak">AL QUE LEYERE.</h2> - <hr class="sep2" /> -</div> - -<p>Este libro reune las emociones más vivas despertadas en mi ánimo -por los maravillosos espectáculos de Italia. No es en realidad -un libro de viajes. Yo no he intentado añadir una obra más á las -excelentes que tenemos en castellano sobre la nacion artística y -que andan entre las manos de todos. Cuando un pueblo, un monumento, -un paisaje, han producido honda impresion en mi ánimo, he tomado -la pluma y he puesto empeño en comunicar á mis lectores con toda -fidelidad esta impresion. No sigo, pues, órden alguno ni itinerario -regular en mi libro. Pongo mis cuadros donde mejor me parece, por lo -mismo que no tienen unos relacion con otros. Vuelvo á ciudades de -donde parecia haber salido, y creo que cada capítulo forma un librito -aparte.</p> - -<p>Poco se encontrará en estas páginas de la vida<span -class="pagenum" id="Page_vi">[p. vi]</span> corriente y de las -costumbres actuales de Italia. En esta nacion, más que se vive, -se recuerda. Es necesario mirarla histórica y estéticamente. Es -necesario relacionar sus grandes monumentos con el tiempo en que -nacieron, con las generaciones que los levantaron. Es necesario, -delante de cada paisaje ó de cada ruina, evocar las sombras augustas -que los realzan y recoger las ideas vivas que de su fecundo seno -destilan. De otra manera, no se viaja, no, por Italia.</p> - -<p>En su historia hay crísis que no son crísis nacionales, sino -crísis humanas, como el paso del mundo antiguo al mundo moderno, como -el paso de la Edad Media al Renacimiento. Por aquellos edificios -tan vistosos, por aquellas estatuas tan serenas, han atravesado -todas las tempestades del espíritu humano. Las ideas les han -abierto hondas heridas. Y al verlos, se siente en el corazon y en -el cerebro el esfuerzo inmenso que ha costado á los siglos crear -el espíritu moderno, en que nosotros respiramos y vivimos. Por eso -un viaje á Italia es un viaje á todos los tiempos de la historia. -Por eso un escrito sobre Italia, más que descripcion, debe ser, en -mi concepto, resurreccion. Yo he intentado colocarme siempre en la -idea so<span class="pagenum" id="Page_vii">[p. vii]</span>bre que -estas grandes obras de arte, de arqueología, de historia se alzan. -Feliz, completamente feliz, si alguna vez lográra sentir á una con -mis lectores los pensamientos que, digámoslo así, evaporan las obras -artísticas y los recuerdos históricos de la inmortal Italia.</p> - -<p class="firma"><span class="smcap">Emilio Castelar.</span></p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_1"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_1">[p. 1]</span></p> - <h2 class="nobreak">LLEGADA A ROMA.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_3">[p. -3]</span>Estamos en Civita-Vecchia. Cuando el bote se aproxima -rápidamente á tierra, el corazon os salta en el pecho de entusiasmo. -Los edificios que os rodean os hablan de la antigüedad. Por poco -aficionados á los estudios clásicos que seais, sentís tentaciones -de recitar los versos que Virgilio puso en boca de los compañeros -de Enéas. La vista de Italia deja en vuestro pensamiento una estela -más profunda que la quilla de la barca en el mar. Cuando atracais, -os falta tiempo para saltar en tierra. Si nuestro siglo no estuviera -reñido con la manifestacion aparatosa de los grandes sentimientos, -postraríame de hinojos sobre el suelo para besarlo. <i>Italiam, -Italiam; primus conclamat Achates.</i> Pero habíame olvidado en mi -entusiasmo de que esta Italia es la Italia pontificia. Un aduanero -os detiene y os pide el precio de la entrada como en vil teatro. Una -nube de mendi<span class="pagenum" id="Page_4">[p. 4]</span>gos, en -cuyos rostros estatuarios ha impreso la miseria sus tristes huellas, -se reparten á gritos vuestro equipaje como rico botin. La policía -sale á reclamaros los pasaportes, en toda la Europa civilizada ya -abolidos. Allí os los visan exigiéndoos otra gabela, á pesar de -venir visados con gabela de la nunciatura de París ó del consulado -de Marsella. En seguida el equipaje entra en sórdido almacen, oscuro -ademas como un calabozo de la Inquisicion; oscuridad incompresible -en esta tierra del cielo espléndido y de la luz deslumbradora, que -dan á los ojos con un festin de colores una embriaguez de poesía. -Por efectos usados ó adscritos á vuestro uso, os exigen derechos -de aduanas. Cuando, pagados estos derechos, ya os contais libres, -veis todos los bultos arrojados á un carreton, del cual tiran varios -jóvenes haraposos, sin camisa, que os gritan: Á la aduana. ¿Pero otra -vez? La tasa, el arancel prohibitivo, la incomunicación con el mundo, -¿serán tambien de derecho divino? ¿El Papa necesitará, para ejercer -su autoridad sobre las conciencias, apoyarse fuertemente en los -errores económicos de la prohibicion y en los errores políticos del -absolutismo?</p> - -<p>Yo comparaba esta entrada en los Estados Pontificios con mi -entrada en los Cantones Suizos. Sentimientos no ménos sublimes -ciertamente os poseen al contemplar aquellos montes por pirámi<span -class="pagenum" id="Page_5">[p. 5]</span>des de eternas nieves -terminados; aquellos bosques verde-oscuros, á cuyos piés se -extienden praderas de un verde-claro, tachonadas por toda suerte -de flores; aquellos lagos azules perezosamente dormidos al pié de -colinas graciosísimas, puestas en sus bordes como para contrastar -con los nevados picos hundidos en la profundidad de los cielos; -aquellos rios impetuosos, cuyas claras aguas se despeñan con solemne -rumor; aquellas blancas aldeas habitadas por una fortísima raza, -que ha logrado realizar el mayor bien posible en las sociedades -humanas: la alianza de la democracia con la libertad. Nadie os -perturba en la contemplacion de estas grandezas. Ningun aduanero os -registra el equipaje; ningun esbirro os pregunta vuestro nombre. La -libertad ha abierto al universo aquellas montañas que parecen muros -impenetrables. Pero en las playas romanas, en estas playas que os -llaman como sirenas, el absolutismo ha puesto una nube de alcabaleros -y de espías para cerrarlas, cuando las ha abierto naturaleza, como -todos los vientos, á todas las ideas.</p> - -<p>Nada más incómodo que el registro de los equipajes, nada -más minucioso. Caen los aduaneros sobre los libros con recelo -inquisitorial. Y despues que lo han removido todo y lo han ojeado -todo, entregan cada bulto á un empleado que lo conduce á la estacion, -pidiéndoos de nuevo de<span class="pagenum" id="Page_6">[p. -6]</span>rechos, cuyo importe monta tanto como la primera -contribucion de la primer aduana. ¿Hay paciencia para sufrir una -administracion como ésta? ¿Es posible que, en medio de Europa, exista -un territorio privilegiado y en él una porcion, la más augusta por -sus glorias de la familia humana, en perpétua ruinosa tutela? El -Espíritu Santo, que derrama sobre la cátedra de San Pedro torrentes -de verdades religiosas, ¿no querrá por misericordia concederle ni -un átomo siquiera de las verdades políticas y económicas que son la -honra y la riqueza de los pueblos modernos? Así es que el ánimo se -aparta del lado económico y administrativo de aquella tierra, para -fijarse en el lado pintoresco. El cielo es de espléndido azul-claro; -el mar como el cielo; el aire tibio y aromático; las guijas de la -costa parecen doradas y bruñidas por la luz; en los árboles asoman -las tiernas hojas que Abril hace brotar con sus primaverales besos; -y entre corros de alegres chiquillos medio desnudos, pasan de vez en -cuando algunos frailes, los cuales, con su túnica blanca y su manto -de parda estameña, me parecen evocaciones de otras edades, ruinas -vivientes, paseándose, como los fuegos fatuos por los cementerios, -sobre las ruinas de piedra.</p> - -<p>Suena la hora de partir á Roma. El tren silba. Civita-Vecchia es -el puerto de los Estados Roma<span class="pagenum" id="Page_7">[p. -7]</span>nos. Pero ni un carro, ni un fardo, ni un trabajador, ni un -barril; nada que indique la existencia del comercio, como no sea el -aduanero puesto allí para impedirlo. Mucho habia oido hablar de la -tristeza del campo romano, pero nunca creí que llegase á tanto. Es la -desolacion de las desolaciones. Parece que la muerte se ha tragado -hasta las ruinas. Los buitres y los cuervos se han comido hasta los -huesos de este gran cadáver. Once estaciones hay entre el mar y la -Ciudad Eterna. En ninguna de ellas se ve un pueblo. Los empleados -pronuncian nombres sonoros como Rio Fiume ó Magliana; nombres que se -pierden, vanos ecos, en la inmensidad del desierto. Extraña mucho, -muchísimo, ver que un tren se para en la soledad, sin que nadie baje -ni suba, sin que nadie mire, sin que se cargue ni se descargue un -bulto. Á veces alguna cabaña circular, terminada por una cruz de -palo, es todo cuanto se decora con el pomposo nombre de estacion. -Diríais que son tumbas de salvajes. El tren marcha proporcionalmente -como una carreta. Esta lentitud os permite descubrir el inmenso -horizonte; el campo desolado, pantanoso; algunas yeguadas que corren, -ó búfalos que se paran como para contemplaros; ó rarísimos pastores -á caballo en jacos matalones; ó un carro sobre el cual anda tendida -alguna familia devorada por la fiebre, y que pa<span class="pagenum" -id="Page_8">[p. 8]</span>rece resto de razas nómadas, muriendo sobre -aquel desierto, donde yacen tantas antiguas majestades caidas y -enterradas.</p> - -<p>Los errores económicos trascienden á muchos siglos, á muchas -civilizaciones. Los campos romanos, en los primeros tiempos de la -República, cuando los cultivaba Cincinato, podian llamarse los Campos -Elíseos en el mundo; un semillero de riquezas, un lugar de felicidad -y de abundancia. El vino, el trigo, el aceite, la miel, la leche, -eran por el trabajo agrícola producidos de tal manera, que Roma -se bastaba á sí misma. Pero, poco á poco, las grandes familias se -fueron apoderando de aquellos campos ántes repartidos entre muchos -y por muchos trabajados. Á fin de evitarse jornales, convirtieron -las tierras de labor en tierras de pasto. Un esclavo les bastaba -para guardar el ganado. Los riegos se suspendieron. Los canales se -cegaron. Perdiéronse las acequias. Las aguas se estancaron en los -lugares bajos. Aquellas aguas, que cuando corrian para el riego -llevaban en sus corrientes la vida, comenzaron con emanaciones -pútridas á esparcir la muerte. Conquistado el mundo conocido, el -pueblo romano ya no tenía la ocupacion de la guerra, y habia olvidado -la ocupacion del trabajo. De aquí el cesarismo para que lo alimentára -y lo divirtiera. Del cesarismo, la muerte moral que está en<span -class="pagenum" id="Page_9">[p. 9]</span> la tiranía, como la muerte -material en las lagunas pontinas. Con razon decia Plinio: <i>Latifundia -Italiam perdidere</i>.</p> - -<p>Por fin, al caer la tarde, cuando las sombras se desprendian -sobre Roma, llegamos á la Ciudad Eterna; á la que nos ha dado la -jurisprudencia con sus pretores, los municipios con sus procónsules, -la libertad con sus tribunos, la autoridad con sus césares, la -religion con sus pontífices; piedra miliaria donde están escritos los -anales del género humano; tumba de la antigüedad; arco de triunfo -por el cual entraron las edades modernas de la vida; templo á que -han venido por espacio de quince siglos las generaciones católicas -á recibir la luz de su espíritu; academia en que todavía aprenden -los artistas, delante de cincuenta mil estatuas y de millones de -columnas, los secretos de la forma plástica; campo de batalla donde -yacen enterrados los dioses todos de las teogonías antiguas, al -panteon traidos en los carros de triunfo; desde cualquier lado que se -la mire, la ciudad más augusta y más colosal de cuantas han vivido -sobre la tierra; la que todavía dirige la conciencia de una parte del -género humano con el prestigio de sus recuerdos, con los misterios -que se levantan de sus gigantescas ruinas.</p> - -<p>Yo no puedo preservarme de un gran senti<span class="pagenum" -id="Page_10">[p. 10]</span>miento de veneracion hácia esta ciudad, -única en el mundo. Babilonia, Tiro, Jerusalen, Aténas, Alejandría, -han reinado en la historia antigua, en cierto período de tiempo y -en limitado espacio, realizando cada una su idea, despues de lo -cual han desaparecido en el polvo de sus ruinas, sin dejar más que -los recuerdos de su vida en la historia, ó los huesos de un cadáver -en la tierra. París, Lóndres, Nueva-York, reinarán en la historia -moderna. Pero esta Roma, que los antiguos llamaron la Ciudad Eterna, -abraza los dos hemisferios del tiempo, el mundo antiguo y el mundo -cristiano.</p> - -<p>¡Qué serie de emociones reserva Roma al viajero! Por muy católico -que seais, por muy vivas que en vuestra alma estén las ideas -aprendidas en la primera educacion; á la vista de las estatuas del -mundo antiguo, de estos faunos que sonrien con una sonrisa inmortal, -de estas diosas por cuyas carnes de mármol parece que circula -el calor de la vida y la sangre de una eterna juventud; delante -del coro de las divinidades griegas en su inmóvil reposo, en su -olímpica serenidad, en su armonía perfecta entre la forma y la idea -resplandeciente de hermosura que irradian sus ojos, que se desprende -de sus labios casi vibrantes aún con el himno de la poesía clásica; -delante de estos muertos de piedra, más vivos y<span class="pagenum" -id="Page_11">[p. 11]</span> más inteligentes que los hombres de -carne que hoy los guardan, sentís dolor infinito por la muerte de la -religion del arte, y os dan tentaciones de pedir que se levanten de -nuevo los antiguos templos y continúen los interrumpidos sacrificios -para oir los cánticos de los coros, las páginas elocuentísimas de -Platon ó los acentos de libertad de Demóstenes, en medio de aquel -mundo y bajo el númen de aquellos genios, que derramaron de sus copas -de ámbar sobre la tierra el licor de una eterna alegría. Goethe -sintió esta profunda emocion clásica en el Museo del Vaticano, -residencia de los pontífices católicos, por un milagro del arte -convertida en olimpo de los dioses paganos.</p> - -<p>Así os sucede con el mundo cristiano. Las grandes basílicas, á -pesar de su colosal majestad, os dejan frios. Aquellos monumentos -de mármol, de bronce, relucientes de oro y de pedrería, inundados -de luz, riquísimos de mosaicos y de bajos relieves, os deslumbran, -pero no os conmueven. La frialdad del mármol llega hasta el alma. -Pero cuando entrais, por ejemplo, en las catacumbas de San Clemente; -cuando veis la tierra húmeda donde estuvo guardada cuatro siglos la -semilla de la idea cristiana; cuando, al resplandor de una antorcha, -descubrís en el subterráneo la inscripcion trazada por<span -class="pagenum" id="Page_12">[p. 12]</span> el mártir, la pintura -al fresco que parece, todavía teñida de sangre, los símbolos de -la esperanza en medio de los terrores de la persecucion, creeis -oir el himno de los catecúmenos entonado bajo los festines mismos -de los césares, á la puerta del circo donde rugian las fieras que -iban á devorarlos; y el sentimiento de amor inspirado por todos los -grandes sacrificios viene á sobrecogeros con su misticismo sublime, -inspirándoos deseos de quedaros allí á contemplar de rodillas los -misterios de la eternidad y á dormir el sueño de la muerte en el -sepulcro de los primeros cristianos, sepulcro iluminado por la fe.</p> - -<p>¡Pero cómo se borran estas emociones así que veis la córte -pontificia! No puedo resistir á la tentacion de recordar un cuento -del más gracioso de los escritores italianos, de Boccacio. «Érase un -cristiano viejo, florentino, muy dado á ganar almas para el cielo, -mérito á que libraba su eterna bienandanza, cuando dió con un no -recuerdo si moro, si judío, y puso empeño en abrir los ojos de su -alma á la eterna luz; pero con tal traza, que en breves dias habia -logrado tenerle ya punto ménos que convertido; cuando se le ocurrió -al infiel, llevado de su naciente celo, la idea de ir á Roma; idea -que desconcertó á su misionero, porque temió que las liviandades de -aquella córte serian bastantes á reducir á ceni<span class="pagenum" -id="Page_13">[p. 13]</span>zas la portentosa obra; mas ¡cuál no fué -su extrañeza, cuando vió volver al catecúmeno hecho de hieles contra -su antigua religion y de miel para la nueva, exclamando: ¡Padre mio! -me convierto; porque si á pesar de las liviandades del clero de este -siglo la Iglesia existe, crece y se fortifica, es sin duda porque, -depositaria de la verdad, merece la directa proteccion del Cielo!»</p> - -<p>Yo no acusaré á la córte que rodea á Pío IX de liviana. Jamas -acostumbro á acusar sin pruebas, y siempre me inclino á creer el -bien y á no injuriar á la naturaleza humana. Yo creo á Pío IX un -respetable anciano perfectamente moral. Yo supongo que el ejemplo de -su moralidad trasciende á toda su córte. Pero yo digo que ni él ni -cuantos le rodean comprenden el espíritu de este siglo razonador, -independiente, libre, quizá demasiado positivista, que desea un -culto espiritual y desinteresado para oponerlo al desenfreno del -mercantilismo, y que no encontrará nunca la satisfaccion de este -deseo en el pomposo y vano lujo con que la córte de Roma adorna las -ceremonias religiosas convirtiéndolas en el culto de los sentidos. -¿Por qué lado peca nuestro siglo? Por el lado industrial, por el lado -mercantil. Las maravillas de la industria le han hecho olvidar las -maravillas de las ideas que se ocultan en el cielo del alma. Esta -tendencia sobrado exclusiva<span class="pagenum" id="Page_14">[p. -14]</span> de su carácter puede traer una de esas reacciones -idealistas que equilibran la naturaleza humana, como la accion -demasiado sensual del imperio romano sobre la conciencia trajo la -reaccion demasiado espiritualista del cristianismo, que convirtió -un mundo de epicúreos en otro mundo de monjes. Podia muy bien la -antigua religion del espíritu aprovechar un momento de crísis en la -conciencia para reivindicar alguna parte del influjo moral que ha -perdido. Pero con ese sistema de lujo desenfrenado, de comparsas -churriguerescas, de cortesanos vestidos caprichosamente, de pajes -cargados de oro, de cardenales con púrpura y armiño, de obispos con -mitras orientales, de suizos arlequinados, de guardias nobles que -llevan el manto de terciopelo negro sobre los hombros y la espada de -plata sobre el vientre, de domésticos cubiertos con túnicas de todos -los colores del íris, de lacayos cuyos plumajes desafian á todos los -pintados loros del trópico, de soldados de uniformes como el célebre -del general Boom en la <i>Gran Duquesa de Gerolstein</i>; con todo ese -lujo oriental, la córte de Roma se aparta de Cristo y se acerca á -Heliogábalo.</p> - -<p>Es el Domingo de Ramos. La gran Basílica de San Pedro va á -presenciar la bendicion de las palmas. Dentro de ella el pueblo está -relegado al término último, como si no hubiese recibido con<span -class="pagenum" id="Page_15">[p. 15]</span> el bautismo el sello de -la igualdad cristiana. Del altar mayor á la gran puerta se extienden -dos filas de soldados para impedir á la muchedumbre que se acerque -al Papa. Aunque la concurrencia es numerosísima, apénas se advierte -en aquellos dilatados espacios. Baste decir que en San Pedro caben -sesenta mil almas. Las voces de mando militar resuenan fuertemente -en el templo, donde sólo deberia resonar la voz de la oracion. Los -fusiles, al descansar, producen grande estrépito en el pavimento de -mármol. Los asistentes son extranjeros. El ciudadano romano casi -ha desaparecido en la inundacion de extrañas gentes llamadas por -el Papa en su socorro. Á la hora prefijada, la procesion que trae -á Pío IX comienza. Es imposible que nadie pueda dar una idea de -las diversas gentes que le acompañan, y de los diversos trajes que -estas gentes visten. Se necesitaria una endiablada nomenclatura, -como las nomenclaturas de Bizancio. Por fin, despues de un ejército -de cortesanos, aparece el Papa llevado en andas como los santos -de nuestras procesiones, sentado en silla dorada, con manto de -terciopelo carmesí y mitra blanca, el báculo de oro en la mano -izquierda, y la derecha ocupada en lanzar bendiciones á los que -las piden de rodillas. San Pedro parece un teatro. Las tribunas, -alzadas en gradería bajo los grandes arcos que<span class="pagenum" -id="Page_16">[p. 16]</span> sostienen la maravillosa rotonda de -Miguel Ángel, se hallan ocupadas por las damas. La disposicion de -estas tribunas religiosas me parece idéntica á la disposicion de la -platea central en la Grande Ópera de París. Los caballeros, vestidos -de rigorosa etiqueta, ocupan el pié de las tribunas.</p> - -<p>Durante la misa, unos hablan, otros pasean, y todos dirigen -alternativamente sus anteojos de teatro, ya á las damas que ocupan -las tribunas, ya á los cardenales que ocupan el ábside de San Pedro. -Los guardias nobles, vestidos como nuestros caballeros de la córte de -Felipe IV, con calzon corto, media de seda, ropilla de terciopelo, -las mangas acuchilladas y adornadas por grandes elipses de raso, la -capa á la espalda, el espadin con puño de acero delante, la gorra -negra bajo el brazo y la golilla blanca al cuello, se mezclan á la -conversacion general y al general paseo. Solamente los suizos se -hallan allí inmóviles. Me dan compasion al considerar que han sido -bastante enfermos del alma para dejar sus montañas y su libertad -por servir ¡pobres mercenarios! á un soberano extranjero. El traje -que llevan fué dibujado por Rafael. El gran pintor no se mostró en -este traje gran colorista. Es una mezcla de retazos de paño negro, -encarnado y amarillo; un casco adornado con plumero blanco les -cubre la cabeza,<span class="pagenum" id="Page_17">[p. 17]</span> -y una elegante alabarda es su arma. Parecen maniquíes vestidos de -arlequin.</p> - -<p>Despues que se ha concluido la funcion, es de ver la plaza de San -Pedro. Inmensa multitud la ocupa; coches lujosísimos la atraviesan en -todas direcciones; las músicas militares entonan marciales marchas; -la decoracion es maravillosa: en el centro el obelisco, mudo trofeo -de las victorias del pueblo romano sobre el Egipto; á su lado dos -fuentes que lanzan á los aires dos rios en grandes surtidores; á -la derecha é izquierda los intercolumnios abiertos en colosales -semicírculos, dejando entrever la graciosa vegetacion meridional de -los próximos jardines, y rematados por magnífica diadema de estatuas; -sobre una altura el Vaticano, palacio donde guardan testimonio -de su genio los primeros artistas del mundo; y en el fondo, al -terminarse elegante gradería, la iglesia de San Pedro, coronada por -la rotonda de Miguel Ángel, que se dibujaba admirablemente, como un -templo aéreo ascendiendo á lo infinito, entre los arreboles de este -cielo arrebatador, que extiende sobre todo, como una mágica gasa de -incomparable hermosura, su áureo manto de luz.</p> - -<p>Pero no olvidaré hacer una observacion que me inspiró la -fiesta. Esta ciudad no puede, á pesar de tantos esplendores, -permanecer encantada siempre con el filtro del misticismo, ni presa -siempre<span class="pagenum" id="Page_18">[p. 18]</span> en las -redes del arte. Cuando la religion tenía en sus manos la ciencia, el -arte, la política, era natural una sociedad como ésta, dirigida por -castas sacerdotales. Pero desde que todas las funciones sociales se -han convertido en laicas, el gobierno teocrático es imposible. Noté, -pues, que los coros de la Capilla Sixtina han decaido mucho. Las -sublimes inspiraciones de Palestrina á duras penas encuentran dignos -intérpretes. Tal decadencia se explica por la dificultad que hay en -nuestro siglo de encontrar cantores con las condiciones exigidas -por la córte romana. Es sabido que no permitiendo el ritual coro de -mujeres en San Pedro, se apela para tener tiples á reducir á ciertos -varones desde su infancia á la condicion de aquellos infelices que -guardan los serrallos de Oriente. Alejandro Dumas refiere con mucha -gracia en sus viajes, que vió á la puerta de una barbería romana este -rótulo ó anuncio: «Aquí se perfeccionan muchachos.» Yo no he visto -cosa semejante. Pero sé que los coros de tiples decaen, porque ya -no hay familias tan despiadadas que por lucro se atrevan á inmolar -á sus hijos. Pues bien; no podeis exigir tampoco que para existir -una autoridad religiosa y moral en el mundo, haya una ciudad sin -prensa, sin tribuna, sin los derechos primordiales constitutivos de -la virilidad de los pueblos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_19">[p. 19]</span></p> - -<p>Con sólo entrar en Roma se observa que su estado es un estado -violento. Á tres mil suben los emigrados en una ciudad de doscientas -mil almas. Cuatrocientos son hoy los presos por causas políticas. Y -un sacerdote muy ilustrado, muy amigo del Papa, y hasta entusiasta -por su poder temporal, me ha asegurado que hay más de setenta mil -garibaldinos en Roma. Todo indica un gran terror. Así, las puertas -de la ciudad se hallan defendidas por barricadas. Á las nueve de la -noche quedais encerrados dentro de sus muros, hoy que las ciudades -derriban sus puertas para dejar entrar con la luz y el aire las -ideas de todas las ciencias, los productos de todas las zonas, los -representantes de todas las razas.</p> - -<p>Desde el anochecer, en cada esquina encontrais dos guardas -armados de fusiles, como si estuvierais en una plaza sitiada. Los -pasaportes se registran con una minuciosidad indecible. Un Estado que -apénas tiene seiscientas mil almas, sostiene veinte mil hombres de -ejército.</p> - -<p>Estos veinte mil hombres son de diversas naciones y hablan -diversas lenguas. La mayor parte no entienden el italiano. Así, no -hay entre ellos los lazos de la sangre y del habla, aunque haya los -lazos de la religion y de las ideas políticas. Esto es un gravísimo -inconveniente para mandar las maniobras. Aunque se haya conveni<span -class="pagenum" id="Page_20">[p. 20]</span>do usar el frances, como -lengua más universalmente conocida, los soldados en su mayor parte -no lo entienden. Luégo, para vivir en Roma bien (no habiendo en ella -nacido), se necesita una grande elevacion de espíritu, capaz de -comprender todo cuanto dicen sus monumentos, sus artes, sus ruinas. -Los que no saben oir esa voz elocuentísima que despierta tantas -inspiraciones, se fastidian en esta ciudad académica y monástica. -Y no digo esto á humo de pajas. He notado una alta elegancia, una -distincion de maneras en el ejército pontificio, que inútilmente -buscariais en los demas ejércitos de Europa. Se conoce bien que si -una gran parte es ejército mercenario, atento á las pagas, ligado -por su enganche, la mayor parte se compone de jóvenes exaltados por -un culto caballeresco á las viejas instituciones, románticos en su -fantasía y en su vida, caidos muchos de sus ilusiones, desengañados -otros, extraños todos, pidiendo al ejercicio de las armas y al ruido -de los campos el alimento á su misticismo, que otra generacion, -más religiosa y más tranquila, pediria al silencio del claustro y -á las maceraciones de la penitencia. Estos soldados han venido de -los cuatro puntos del horizonte, pues á todas las razas cristianas -pertenecen y hablan todas las lenguas, en demostracion de que Roma -guarda bajo los pontífices el carácter de uni<span class="pagenum" -id="Page_21">[p. 21]</span>versalidad que le dieron los césares. -Pero esta ventaja moral es la desventaja material de su ejército. -Como la idea del individualismo, que los germanos trajeron á la -historia moderna, se halla tan arraigada, las diferencias de raza, -de nacionalidad, de carácter, brotan por todas las filas y ocasionan -innumerables conflictos. Como los oficiales hablan una lengua y los -soldados otra, apénas pueden establecerse entre ellos esas relaciones -del corazon, más necesarias que las relaciones de la disciplina en -los momentos de peligro. Como los mismos soldados no se entienden -materialmente entre sí, no hay unidad en este cuerpo. Y saltan con -mayor rapidez tales inconvenientes, cuando se ven los obstáculos con -que luchan los jefes para mandar las maniobras. La Roma católica tomó -el latin pagano para que todos sus miembros tuvieran con un solo -espíritu una sola lengua. La diversidad de pronunciacion ocasionó -que, áun hablando todos latin, no se entendieran los monjes de las -várias naciones entre sí, como en demostracion de cuán superior es -siempre la naturaleza á la ley. La Roma política de nuestro tiempo, -en su angustia, ha escogido la elegante y flexible lengua de Voltaire -para hablar á sus soldados, esa lengua mortal á todos los ídolos, á -todas las idolatrías. La aristocracia del ejército la entiende, pero -no la entiende la muchedumbre.<span class="pagenum" id="Page_22">[p. -22]</span> Así los soldados se hallan disgustadísimos; primero -por los largos ejercicios á que les obliga la dificultad de las -maniobras, y despues por las contínuas guardias á que les obliga el -terror creciente de la córte.</p> - -<p>En proporcion, aquellas naciones que por su historia debieran dar -más soldados, dan ménos. España se suicidó por salvar el catolicismo. -Los huesos de sus hijos blanquean desde el siglo décimoquinto en -todos los campos de batalla donde ha sido necesario defender esta -religion. Dimos por ella toda la sangre de nuestras venas y todo el -aire vital de nuestro espíritu. Pues bien; sólo hay treinta y ocho -soldados españoles en el ejército pontificio. En cambio Holanda, -que salvó con sus Oranges la reforma y que inició la libertad de -pensar en el mundo moderno, ha enviado gran número de voluntarios. -Esto prueba que miéntras la libertad de cultos ha mantenido viva -la fe en los católicos de los países protestantes, la intolerancia -ha extinguido la fe en los países donde parecia más viva y más -exaltada.</p> - -<p>Pero, dejando aparte estas reflexiones y viniendo á otras más -políticas, yo no comprendo qué se propone el Papa con este ejército -numerosísimo, tan desproporcionado á sus medios, á sus recursos, -á sus Estados. La sombra del Imperio frances le protege. El dia -que esta sombra se des<span class="pagenum" id="Page_23">[p. -23]</span>vaneciera, por muy valiente que el ejército pontificio -fuese, no podria resistir á cien mil soldados italianos. Miéntras la -proteccion de Francia dure, el ejército pontificio es inútil; y el -dia que falte la proteccion de Francia, el ejército pontificio es -insuficiente. Sólo sirve para una cosa este ejército; para consumir -los recursos que pródigamente, á manos llenas, envian todas las -naciones católicas al Pontífice. Pero estos recursos provienen hoy -de una exaltacion de los ánimos que no puede ser duradera. El dia -que Italia, convencida de su impotencia para luchar con Napoleon, ó -para promover el conflicto franco-prusiano con motivo de la cuestion -de Roma, la rodee de un profundo olvido, el celo de los fieles -disminuirá, con el celo disminuirán los recursos, con los recursos -disminuirá el ejército, y una sublevacion interior no sólo será -posible, sino tambien fácil, porque hay aquí guardado mucho amor á la -libertad.</p> - -<p>Estoy maravilladísimo de los rasgos de inteligencia y de fuerza -que guarda en su fisonomía esta raza romana, y que revelan toda -la indómita fiereza de aquel antiguo carácter conquistador del -mundo. Las mujeres, altas, majestuosas, de anchos hombros, de -torneados brazos; el color moreno mate, los labios gruesos, la nariz -aguileña; negros y brillantes los ojos, en cuyo torno se di<span -class="pagenum" id="Page_24">[p. 24]</span>bujan largas pestañas -y artísticas cejas; ancha la frente como sus estatuas, abovedada -la cabeza como las Madonas del divino Rafael; oscuro y rizado el -cabello, que cae en largos bucles sobre las escultóricas espaldas; -tienen tal aire de matronas romanas, que áun pueden ciertamente -mandar á Coriolano morir por la patria, y á Cayo Graco morir por el -pueblo. Los jóvenes romanos han heredado la hermosura de sus madres -combinada con todos los rasgos de la fuerza varonil. Se ve que el -silencio impuesto por la Inquisicion y la obediencia impuesta por el -despotismo, no han sido bastantes á extinguir el espíritu de este -gran pueblo. Todavía parece que cae de sus labios la fórmula del -derecho antiguo: <i>civis romanus sum</i>.</p> - -<p>Y cuenta que para descubrir esto se necesita quitar la capa de -inmundicia bajo la cual fallece Roma. Junto al lujo oriental de los -cardenales, los harapos de un pueblo hambriento; junto á las carrozas -doradas, nubes de mendigos descalzos; en torno de los soberbios -palacios de mármol, una horrible greca donde están confundidos toda -suerte de mal olientes excrementos. Y sin embargo, esta ciudad es la -capital de Italia. Cuando al caer la tarde, en las horas sagradas -de la poesía, bajo un cielo clarísimo, iluminado por los últimos -rayos del sol poniente, que da á los edificios algo de fantástico, -mirais desde las alturas<span class="pagenum" id="Page_25">[p. -25]</span> del Pincio esta ciudad con sus once obeliscos egipcios, -sus trescientas cúpulas, sus bosques de columnas, sus miriadas -de estatuas, y descubrís las Siete Colinas, donde han nacido los -senadores, los cónsules, los tribunos, el derecho político y civil -de la antigüedad, que todavía es la base de vuestro derecho; y -contemplais al frente San Pedro, y sobre las majestuosas líneas -de la gran Basílica la rotonda adivinada por Bramante y concluida -por Miguel Ángel; no léjos de San Pedro, el titánico mausoleo de -Adriano, sobre el cual abre sus alas el serafin de bronce; allá, á -la izquierda, el mundo de la historia, los muros donde se grabaron -mil victorias; la Vía Sacra, por do entraban los triunfadores; el -Foro, en que se congregaba el pueblo; los arcos bajo los cuales han -pasado veinte siglos sin desgastarlos; las termas regaladas, en -cuyos dibujos todavía se han ceñido su corona las artes modernas; -el Coliseo, que es una montaña esculpida por gigantescos cinceles; -el Quirinal, donde se alzan las mayores estatuas salvadas de las -catástrofes de Grecia; el Capitolio, cabeza, cerebro de la tierra; -y á la vista de tantas maravillas, al recuerdo de tantas grandezas, -á la contemplacion de tantos monumentos engarzados en bosques de -cipreses, que parecen una corona fúnebre sobre la ciudad, colocada -por un genio invisible; cuando las campanas que tocan á<span -class="pagenum" id="Page_26">[p. 26]</span> la oracion os envian sus -tañidos melancólicos, que os parecen la voz de los mártires saliendo -de las catacumbas, y las sombras de la noche colgándose tristemente -de las ruinas, como que dibujan las almas de los héroes, el corazon, -por tantas emociones henchido, proclama á Roma, no solamente la -capital de Italia, sino la eterna capital del mundo.</p> - -<p>Se necesita ser de Italia, sentir la sangre meridional en las -venas, haberse educado en el recuerdo de esta gloriosa historia, -bajo las pintadas alas de la poesía clásica, para comprender todo el -prestigio que Roma ejerce sobre los italianos. Los que han querido -constituir Italia en monarquía, y luégo le han negado á Italia su -capitalidad natural, han hecho un cuerpo sin cabeza. Se concibe que -si Italia fuera una federacion republicana, la cuestion de capital -pasára á la categoría de una cuestion secundaria. Se concibe más: -se concibe que siendo un Estado junto á otros Estados republicanos, -aunque las leyes fueran análogas á las del resto de Italia, -conservára Roma, por respeto á sus pontífices, costumbres monásticas, -religiosas, como las conserva Friburgo, á pesar de hallarse enclavada -entre dos cantones tan protestantes y tan liberales como el canton -de Vaud y el canton de Berna. Pero constituida Italia en monarquía -por el temor natural de to<span class="pagenum" id="Page_27">[p. -27]</span>dos los potentados europeos á la República, Roma es -de Italia, é Italia de Roma, que se hallan tan ligadas como los -satélites á sus planetas, y los planetas al sol. Y en esta ciudad, -hoy compuesta de iglesias, de conventos, donde no se ve ni una -huella de la vida política y civil, donde por toda autoridad láica -se descubren unos cuantos senadores en carrozas pintarrachadas, -seguidos por unos cuantos lacayos colorados, inmunda parodia de -los antiguos senadores; en esta Roma teocrática, monástica, de -rodillas eternamente sobre sus ruinas de mármol, se ha de levantar -la tribuna en el Foro, ha de hablar la prensa, ha de resonar la -antigua elocuencia, se han de discutir todos los problemas, han de -brotar todas las escuelas, porque no podeis arrojar el espíritu -político de las sagradas regiones donde el espíritu político tuvo su -nacimiento.</p> - -<p>Miéntras no suceda esto, Roma es una ciudad muerta. Yo he seguido -con cierta curiosidad arqueológica las ceremonias de Semana Santa. -Unas me han parecido, por lo lujosas, orientales; otras me han -parecido, por lo refinadas, bizantinas; otras, por lo baladíes, -pueriles; todas absolutamente extrañas á nuestro siglo, y bajo el -aspecto religioso, inferiores á la majestuosa solemnidad del culto en -España. Ningun español ó americano, acostumbrado á la severidad de -nues<span class="pagenum" id="Page_28">[p. 28]</span>tras ciudades -en Semana Santa, á esa severidad que no consiente ni una puerta -abierta en las tiendas, ni un coche en las calles, comprenderá que -el Juéves y Viérnes Santo se trabaje en esta ciudad como todos los -dias, se hallen abiertos todos los establecimientos, y se vea más -gente en las salchicherías contemplando los jamones adornados de -flores y de laureles, que en las iglesias visitando los sagrarios. -Nadie comprenderá que los doce pobres á quienes el Papa sirve la -comida en conmemoracion de la cena del Salvador, se rian como si -estuvieran en el teatro, y se arrojen á la cara anises y confites -como si estuvieran reunidos para una francachela ó una comida de -campo. Nadie creerá que el Juéves por la tarde, á las cinco, entre un -cardenal penitenciario en la gran Basílica, se siente á la izquierda -del sepulcro de San Pedro, y perdone los pecados con sólo manejar una -caña y tocar con ella la cabeza de los penitentes como si estuviera -pescando en seco. Yo he visto damas muy piadosas reirse de todas -estas puerilidades.</p> - -<p>Pero hay una ceremonia y un momento sublime: el Miserere en San -Pedro. La música es de una inspiracion inagotable, de un efecto -sorprendente. Roma vió en el siglo <small>XVI</small> que el -protestantismo la aventajaba en música, cuando tanto aventajaba -ella al protestantismo en pintura, en<span class="pagenum" -id="Page_29">[p. 29]</span> escultura y en arquitectura. -Naturalmente, buscó un músico para contrastar esta inferioridad, y le -encontró sublime, encontró á Palestrina, ese Miguel Ángel del arte -lírico. El Papa prohibió que su Miserere fuera copiado, para que sólo -resonase en la iglesia cuyas bóvedas gigantes se hallan completamente -en armonía con las sublimes notas. Un dia escuchaba fuera de sí el -Miserere un niño sublime. Este niño, que debia ser el Rafael de la -música, lo aprendió de memoria y lo divulgó por el mundo. Llamábase -el niño Mozart. El genio germánico vino, como siempre, á robar sus -secretos al genio latino en la guerra eterna de ambas razas. No hay -pluma capaz de describir la solemnidad del Miserere. La noche avanza. -La Basílica está á oscuras, sus altares desnudos. Por las ventanas -de las bóvedas que frisan con el cielo penetra la incierta y pálida -luz del crepúsculo, como si viniese á aumentar las sombras. La última -vela del tenebrario se ha ocultado tras del altar. Os creeriais -dentro de un túmulo inmenso, á traves de cuyas tablas entrára el -resplandor lejano de lámparas funerarias. La música del Miserere no -tiene instrumentacion. Es un coro sublime, combinado de una manera -admirable. Ya se oye como el rumor lejano de una tempestad ó como -la vibracion del viento sobre las ruinas y en los cipreses de las -tumbas; ya co<span class="pagenum" id="Page_30">[p. 30]</span>mo un -lamento que se levantára del fondo de la tierra ó como un plañido -que enviáran los ángeles del cielo, todo envuelto en sollozos, en -una lluvia de lágrimas. Como las estatuas de blanco mármol son de -tal manera gigantescas y brillan tanto, que las primeras sombras no -pueden completamente ocultarlas, parecen evocaciones de otras edades, -que, al levantarse de su sepulcro y desceñirse su negro sudario, -entonan ese cántico de dolor y de horrible desesperacion. La Basílica -toda se conmueve, vibra cual si los acentos de terror salieran de -cada una de sus piedras. Esta lamentacion, larga, sublime; esta ola -de hiel evaporada en los giros del aire, os hiere profundamente el -corazon, porque es su tristeza infinita, es la voz de Roma quejándose -á los cielos desde su lecho de cenizas, como si bajo sus cilicios -se retorciera agonizante. Llorar así, lamentarse como los antiguos -profetas bajo los sauces del Eufrates ó sobre las piedras esparcidas -del templo; llorar en cadencias sublimes conviene á una ciudad como -ésta, cuyo eterno dolor no ha ofendido todavía á su eterna hermosura. -Así es la ciudad esclava. David sólo podria ser su poeta. Lo sublime -es la nota de su cántico. Roma, Roma, eres grande, eres inmortal -hasta en tu desesperacion y en tu abandono. Tendrás eternamente en el -corazon humano un altar, aunque se pierda la<span class="pagenum" -id="Page_31">[p. 31]</span> fe, que ha sido tu prestigio, como se -perdieron las conquistas, que habian sido tu fuerza. Nadie podrá -robarte el dón de la inmortalidad, que te confiáran tus dioses, que -te han sostenido tus pontífices, y que te confirmarán eternamente tus -artistas.</p> - -<p class="mt2"><small>Abril 12 de 1868.</small></p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_2"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_33">[p. 33]</span></p> - <h2 class="nobreak">LA GRAN RUINA.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_35">[p. -35]</span>Ver la Ciudad Eterna fué uno de los ensueños de mi -existencia; uno de los deseos de mi corazon. Niño, la religion romana -me habla de Dios, de la inmortalidad, de la redencion, de todas -las ideas que ensanchan hasta lo infinito los horizontes del alma. -Adulto, la lengua del Lacio fué mi estudio exclusivo, estudio que -á una imaginacion de suyo plástica le presentaba como en relieve, -entre los dulces versos de Virgilio, los concisos períodos de Tácito, -y los rotundos de Tito Livio, aquellos héroes antiguos, que sólo -habian vivido para la libertad y para la patria. Ya en la juventud, -al penetrar por la puerta de las Universidades, la literatura romana -y el derecho romano habian acabado de inspirar al ánimo un anhelo -vivísimo por ver las colinas de donde tantas ideas descendieron -sobre la conciencia humana; los sepulcros que guardan tantos huesos -ilustres, los cuales han servido como de abono á la planta de<span -class="pagenum" id="Page_36">[p. 36]</span> la civilizacion sobre -la faz del planeta; las piedras bruñidas por el sol y por el -tiempo, donde el cónsul y el tribuno han esculpido sus nombres, y -el apóstol y el mártir su cruz, verdaderos fragmentos, no de la -tierra, sino del espíritu universal, en su trabajo constante por -adquirir la conciencia plena de sí mismo, y por realizar ese ideal -que le desasosiega y le atormenta, pero que tambien le eleva y le -transfigura, obligándole á ser, si soldado de una lucha sin tregua, -agente y sacerdote de un progreso sin término.</p> - -<p>Yo, que cansado un poco de la política en Madrid, de la industria -en Lóndres, de la vida en París, hasta de la naturaleza en Ginebra; -disgustado un tanto de las tendencias positivistas que en nuestro -tiempo á cada minuto, y en nuestra sociedad á cada paso descubro; me -refugiaba en Roma para consumir algunos momentos en éxtasis ante la -historia, ante el arte, ante la religion, ante todo lo ideal, no pude -cierto dia desasirme de un republicano, muy mi amigo, que, seguro -de la complicidad de mi alma con sus ideas, y de mi alejamiento -naturalísimo del Santo Oficio, desahogaba su conciencia pecadora y su -forzoso silencio de veinte años, pasados bajo la férula pontificia, -en mi amistad, pintándome los abusos del absolutismo romano, que -yo de oidas conocia y de corazon detestaba; pero cuyo relato<span -class="pagenum" id="Page_37">[p. 37]</span> en aquella hora no se -compadecia bien con mis deseos de peregrinar entre las ruinas, ajeno -á todo trabajo político, entregado al curso libre de mis ensueños y -de mis pensamientos.</p> - -<p>—Á buena ciudad venís en busca de idealismo, decíame, frio por -costumbre, en presencia de las maravillas que yo, transeunte, -admiraba en Roma. Aquí todo el mundo se interesa por un número -de la fatal lotería; nadie por una idea del humano cerebro. La -conmemoracion del aniversario de Shakspeare se ha prohibido en esta -ciudad del arte. Su censura es tan sábia, que como cierto escritor -publicára un libro sobre el voltaismo, lanzólo al purgatorio del -Índice, creyendo que se trataba del volterianismo, filosofía que no -deja ni descansar ni digerir á nuestros monseñores. En cambio, un -libro de cábalas y astrologías para adivinar los caprichos del bombo -lotérico ha sido impreso y publicado con el placet pontificio, por -no contener nada contrario á la religion, ni á la moral, ni á los -derechos de la soberanía.</p> - -<p>—Sé todo eso, decíale yo. Lo he leido cien veces en Dumesnil, en -Kauffman, en Sthendal, en Edmundo About.</p> - -<p>—Pues sabiéndolo, ¿buscais aquí ideas? Rabelais conocia esta -ciudad, Rabelais. Al llegar, en vez de escribir una disertacion -sobre sus dog<span class="pagenum" id="Page_38">[p. 38]</span>mas, -la escribió sobre sus lechugas, única cosa que hay buena y fresca -en este maldito calabozo. Y cura y todo como era, cura del siglo -décimosexto, más religioso que el nuestro, tenía una correspondencia -larga y tendida con el piadoso obispo de Maillerais, sobre los hijos -del Papa; porque el reverendo le habia encargado muy especialmente -averiguar si el caballero Pedro Luis Farnesio era hijo legítimo ó -bastardo de su Santidad. Creedme; Rabelais conocia á Roma.</p> - -<p>En esto dimos vuelta á una encrucijada, y nos encontramos en -modestísima plazuela. Un balcon de la casa que más descollaba en -aquel sitio aparecia colgado con rico tapiz de damasco carmesí. -Fuertemente ajustado al balcon brillaba un globo de cristal con -filetes dorados, á uno de cuyos extremos veíase áureo manubrio. -Frente á la casa, inmensa multitud desarrapada, miserable, se -apiñaba. En todos los ojos, convertidos al balcon, veíase algo de -extraño; en las manos papeles, santos, escapularios; un silencio -sepulcral reinaba; silencio incomprensible en los locuaces pueblos -del Mediodía; silencio del que deduje haber topado con una ceremonia -religiosa. Mi deduccion se confirmó cuando un monago salió al balcon, -y tras el monago algunos eclesiásticos de rubicunda cara y obesa -respetable figura, y tras los eclesiásticos todo un príncipe de -la Sacra Ro<span class="pagenum" id="Page_39">[p. 39]</span>mana -Iglesia, vestido de crujiente seda morada, adornado con su roquete de -blanco encaje, y cubierto con un solideo, morado tambien, sobre el -cual flotaba al cefirillo, como roja flor de granado, lustrosísima -borla. Rompióse el silencio de la multitud en espantoso alarido. -Unos de aquellos campesinos, que todavía conservan reflejos de la -antigua belleza escultórica en su frente despejada, en su nariz -aguileña, en sus labios gruesos, se postraban de hinojos, plegadas -las manos, extática la mirada, profiriendo oraciones que parecian -conjuros. Otros sacaban las estampas de sus santos protectores, casi -todas mugrientas, y las besuqueaban con verdaderos transportes. -Algunos daban saltos, tendian los brazos, pronunciaban frases -incoherentes. Era sábado, sábado de sortilegios. El mediodía se -acercaba. Un cañonazo suena en el punto que las campanas dan las -doce. Al cañonazo sigue en la multitud otro alarido increible. El -cardenal coge el manubrio y da vueltas al globo cristalino. El monago -mete la mano y saca un número. Era la lotería oficial, la lotería -pontificia. Huyamos. Tenía razon el garibaldino. ¿Esta es la ciudad -del espíritu?</p> - -<p>Sumerjámonos en los antiguos tiempos, como un buzo en el mar. -Nuestra vida es tan corta, nuestro sér tan pequeño, que para tocar -esa idea de lo infinito, á la cual estamos como unidos por<span -class="pagenum" id="Page_40">[p. 40]</span> lazos invisibles; -para entrar en esta inmortalidad con que soñamos siempre, tenemos -necesidad de poner, como tras el limitado horizonte sensible, -el ilimitado horizonte racional; tras cada momento de la vida, -perspectivas inacabables, léjos inmensos, celajes que matizan de -belleza las notas escapadas de unas cuerdas vibrantes, los colores -descompuestos en mágicas paletas, las inspiraciones desprendidas de -la celeste poesía, los recuerdos por nuestra evocacion alzados del -polvo de los siglos y de los abismos de la historia.</p> - -<p>¿Es verdad que tenemos aquí en la frente una luz pálida, trémula, -casi imperceptible, como la luz de la luciérnaga, una luz que se -llama la idea? ¿Es verdad que en esta luz podemos abrasar al mundo -material, disiparlo, ofrecérselo al espíritu como el humo de un -sacrificio? Indudable. La naturaleza aparece á nuestros ojos mil -veces, cual una imágen multiforme de la conciencia. La luz no es más -que el velo de oro tras el cual se oculta el pensamiento infinito -que agrupa en escalas de música armoniosa los planetas y sus soles. -El universo, ese universo que nos abruma con su grandeza, es el -poema de nuestras ideas, el apocalípsis misterioso que hemos escrito -con palabras de estrellas, con líneas de constelaciones en esa -inmensidad, de cuya<span class="pagenum" id="Page_41">[p. 41]</span> -existencia real no estamos seguros, en esa inmensidad sin orillas y -sin fondo que se llama espacio. Dejadme, dejadme, pues, soñar; que -así como á los piés del hombre han caido muertos los dioses paganos, -los dioses inmortales, creados y destruidos por el espíritu, los -dioses inmortales, cuyos esqueletos amontonados descubro en esta -inmensa necrópolis de la campiña romana, así pueden caer en ruinas -los mundos, y quedar entre sus cenizas frias, como un rescoldo, el -calor de nuestro espíritu.</p> - -<p>Cuando protestaba yo con estas orgullosas reflexiones contra las -miserias humanas, sin darme de ello casi cuenta, habia llegado solo, -absorto, frente á frente del Coliseo Romano. La primera impresion -que me produjo fué de asombro. Si yo no naciera á las orillas del -mar, y no me connaturalizára con su infinita superficie desde niño, -tal impresion me hubiera causado, viéndolo por vez primera en edad -madura. Mi memoria un tanto viva y cambiante me trasladó súbita á mi -cátedra de latin, donde traduciamos los epigramas de Marcial, y me -trajo á los labios estos dos versos, que suelen repetir los eruditos -itinerarios publicados por los arqueólogos romanos:</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i0">Barbara Piramidum sileant miracula Memphis</p> -<p class="g4">. . . . . . . . . . . . . . . . .</p> -<p class="i0">Omnis Cæsareo cedat labor Amphiteatro.</p> -</div></div> - -<p>Eran éstos los jardines de Neron. Por aquí andaba vestido -de púrpura, calzado de borceguíes celestes, la sien coronada de -laureles, los ojos fijos en el cielo, las manos en la cítara, -henchidos los labios de antiguos versos griegos, y el corazon de -pasiones contrarias, como un demonio que se esforzára por ser Dios, -y se acogiera momentáneamente al cielo del arte, para tornar á caer -en los abismos. Él era cónsul, tribuno, dictador, césar, pontífice -máximo; todos le bendecian, todos le adoraban; y no le estimaba ¡oh -dolor! su propia conciencia. La posteridad no ha sido para él tan -despiadada como para los demas césares, porque Neron fué siempre un -tirano con remordimiento. ¡Ha habido tantos en quienes se borró por -completo la conciencia! ¡Ha habido tantos que, al matar, al quemar, -al destruir ciudades enteras, han creido obrar meritoriamente á los -ojos de Dios! Hoy mismo un césar del Norte, por coger entre sus -garras el cetro de Alemania, se ha cebado en la infeliz Francia, -y al eco de las bombas, al estridor de las ruinas y del incendio, -al gemido de los moribundos, ha invocado el nombre de Dios como -cómplice de sus crímenes. ¡Ah! Neron mataba á su madre; pero sentia -en las orillas del mar los dolores de Oréstes y los ronquidos de -las Euménides. Neron oprimia al género humano; pero en su última -hora<span class="pagenum" id="Page_43">[p. 43]</span> proclamaba muy -alto que debia haber sido artista, y no césar. ¡La religion pagana -conservará más viva la conciencia y su jurisdiccion sobre la vida que -el pietismo protestante!</p> - -<p>He mentado á Neron, porque su nombre está unido al nombre del -Coliseo. En el sitio que hoy ocupa, se extendia el estanque de los -jardines neronianos; y al frente del estanque elevábase una estatua -colosal, magnífica, del divino emperador, con los atributos de -Apolo, el dios de la armonía y de la luz, que llevaba en sus manos -la cítara, á cuyos acordes danzaban las musas, y en sus sienes el -verde laurel de Dafne. La familia de Vespasiano, en ódio al hijo de -Agripina, habia soterrado su áurea casa, llena de obras inmortales; -arrancado tambien el Coloso, y construido en su lugar el Anfiteatro; -pero no pudo arrancar ni el nombre ni el recuerdo de la apolina -estatua de Neron; y ese nombre degenerado, corrompido, Coliseo, lleva -todavía este colosal monumento.</p> - -<p>No parece, á la verdad, obra de los hombres, sino obra de la -naturaleza. Esas gigantescas proporciones, esas moles inmensas no -han podido ser creadas por nuestras fuerzas, sino por las fuerzas -del gran arquitecto, del grande artista que ha levantado las -eternas pirámides de los Alpes, y que ha cincelado el maravilloso -cono del Vesubio, por las fuerzas del fuego creador, cuyas<span -class="pagenum" id="Page_44">[p. 44]</span> reverberaciones guarda -todavía en sus cristales el granito. Sólo cuando se ven las armonías -de sus arcos, la igualdad de sus columnas, el ritmo de aquella -arquitectura que asciende á los cielos como un cántico, nótase que el -pensamiento humano ha distribuido las enormes moles del Anfiteatro, y -las ha sellado con el sello divino de sus leyes.</p> - -<p>Hoy es en parte una ruina. Cuando estaba todo de pié, dos gradas -lo sostenian como fuertes zócalos. Cuatro cuerpos sobrepuestos lo -formaban. Ochenta airosos arcos, que eran otras ochenta puertas, -circundaban todo el primer cuerpo. Á los lados de los arcos alzábanse -medias columnas empotradas en la pared y pertenecientes al severo -órden dórico. Sobre este primer cuerpo se extendia una cornisa, y -sobre la cornisa otros ochenta arcos, á cuyos lados se elevaban -medias columnas del más gracioso y más ligero órden jónico. Otra -cornisa, idéntica á la anterior, remataba este segundo cuerpo y -servia de base al tercero, cortado en arcos tambien, ornado tambien -de columnas, pero del florido y rico órden corintio. Remataba todo -el monumento un airoso atrio, semejante á cincelada diadema, ligero, -ornado de pilastras y abierto por ventanas, á traves de las cuales -parece que brilla con más esplendor el cielo. Este inmenso edificio, -tiene cin<span class="pagenum" id="Page_45">[p. 45]</span>cuenta -y dos metros de altura. Para definirlo en pocas palabras, yo le -llamaria una montaña circular, levantada, esculpida, cincelada por -el trabajo del hombre. El lado que mira al Nordeste es el que mejor -se conserva. Sólo en sus muros puede estudiarse la sucesion de los -arcos, la armoniosa escala formada por las columnas, el órden y la -gracia de las cornisas, la severa majestad del primer cuerpo y la -ligereza del ático que lo corona todo y que da á mole tan grandiosa -el primor y la ligereza de una joya.</p> - -<p>En estos monumentos resplandecen las ideas y los caractéres de la -arquitectura romana. La gracia, la belleza griega, se han reemplazado -con la grandeza, y con la grandeza colosal. Es el Coliseo monumento -digno de un pueblo-rey, de un pueblo conquistador, de un pueblo -titánico, de un pueblo que cuenta ejércitos de esclavos, ejércitos -de trabajadores, sobre cuyas espaldas solamente hubieran podido -ascender las inmensas moles á tan vertiginosas alturas. El pueblo que -ha fabricado el Coliseo acaba de ver el Oriente y sus monstruosos -edificios, sobre los cuales ha querido tender los órdenes del arte -griego como una guirnalda. La arquitectura romana ya no es aquella -hermosa arquitectura de Aténas y de Corinto, que ha tomado por tipo -el bellísimo organismo de la mujer griega, de esa diosa, de esa -musa de todas<span class="pagenum" id="Page_46">[p. 46]</span> las -artes. Flota sobre los monumentos romanos algo ménos bello, pero más -grandioso, el océano invisible de un espíritu universal, asimilador, -que tiene de Grecia la armonía, de Asia la magnitud, rebosando -realmente en la tierra y en la historia, sin tocar á un ideal, -que irá más tarde á perderse entre los misterios y los arreboles -del cielo, medio luz, medio sombra. Luégo los edificios romanos, -inspirados en ese espíritu colosal, tenderán necesariamente á fines -útiles, prácticos, inmediatos, como toda su cultura. El dios Eros, -el dios del amor griego, ha sido reemplazado en Roma con el dios -Sterquilinius, con el dios del estiércol, de esa sustancia que abriga -y fecunda los campos, como la metafísica helénica ha sido reemplazada -con la moral y el derecho, con principios y ciencias que tocan más -inmediatamente á la sociedad y á la vida.</p> - -<p>El Coliseo tiene todos los caractéres de la arquitectura -romana. Podeis aprenderla mejor en ese grande ejemplar perdonado -milagrosamente por la inundacion de los siglos, que en las páginas -de Vitrubio, quizas rehechas é interpoladas por los eruditos del -Renacimiento. Mirad esa argamasa que parece forjada como la materia -granítica en las incandescentes entrañas del planeta. Mirad las -bóvedas desconocidas de los griegos y admirablemente edificadas -en esta tierra del im<span class="pagenum" id="Page_47">[p. -47]</span>perio y de la fuerza. Mirad los arcos que el mundo helénico -nunca construyó, y que parecen á mis ojos las puertas triunfales por -donde penetra en la historia con un nuevo espíritu una nueva vida. -Mirad cómo el romano ha puesto un plinto para que descanse la columna -dórica que el griego arrancaba del seno mismo de la tierra como el -tronco de un árbol. Mirad esos tres órdenes separados siempre en la -arquitectura griega y reunidos aquí en escala ascendente, primero -el más sencillo y más sobrio, el dórico, en la base; despues el -más elegante y más ligero, el jónico, en el medio; y luégo el más -florido, el más ornado, el corintio, coronando la cima, como la -diadema de todo el monumento. El espíritu del pueblo constructor -brilla por todas partes en esa fábrica. Ha reunido el romano los tres -órdenes de arquitectura en sus edificios, como ha reunido los dioses -griegos en el panteon. Su cultura es el gran epílogo de la cultura -antigua. Roma tomó á Grecia su metafísica y su religion, á Sabinia -sus mujeres, á España sus espadas, al Oriente sus bóvedas y á Etruria -sus arcos. Así puede decirse que Grecia es la flor y Roma el fruto de -toda la antigua historia. Monumentos como el Coliseo no son más en el -fondo que huesos milagrosamente conservados del inmenso organismo que -componia la Ciudad Eterna.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_48">[p. 48]</span></p> - -<p>¡Y pensar que este edificio, capaz de vencer á veinte siglos con -todas sus catástrofes, se fabricó en tres años escasos! Levantáronlo, -como ya hemos dicho, aquellos emperadores de la familia flavia, bajo -cuya dominacion pudo consagrarse Tácito á maldecir el despotismo y -llorar la república. Tito, á quien la adulacion universal llamara -delicia del género humano, incendió Jerusalen; sobre las piedras -calcinadas inmoló millon y medio de judíos, destinando el resto á -degollarse entre sí como gladiadores en las ciudades de Siria, á ser -trofeos de la entrada triunfal del vencedor por la Vía Sacra, y á -levantar en las espaldas, amoratadas por el látigo, las moles de este -Anfiteatro, para morir entre las quijadas y las garras de las fieras -hambrientas.</p> - -<p>Tito, despues de haber amado á Berenice como Antonio á Cleopatra; -despues de haberse oido llamar Mesías por sus propias víctimas, -y Dios por aquellos egipcios á quienes les nacian dioses en las -huertas; despues de haber consagrado á la sombra de las pirámides -nuevos bueyes al dios Apis; despues de haberse formado una córte de -sátrapas en Oriente, y corrido un dia entero los molestos honores -del triunfo bajo los arcos de la Ciudad Eterna, demolió la áurea -casa de Neron; trocó en estatua de Sol la estatua del César adorado -por la plebe; desecó el lago que se extendia<span class="pagenum" -id="Page_49">[p. 49]</span> entre el monte Celio y el monte -Esquilino; arrancó los bosques y taló las praderas de las poéticas -orillas, y en el fondo levantó el anfiteatro mayor que han visto -los siglos, consagrando su inauguracion en cien dias de increibles -fiestas, en que hubo combates de gamos, de elefantes, de tigres, de -leones, de hombres; combates gigantescos que salpicaron con sangre -hirviente el rostro del César y el rostro de su pueblo. Nueve mil -alimañas murieron durante aquella orgía de sangre sobre la arena. -La historia, que ha conservado el número de fieras muertas, no ha -conservado el número de personas, sin duda porque á los césares les -interesaban ménos los esclavos que las bestias.</p> - -<p>Tito buscó en el trono algo con que apagar la sed insaciable de su -ambicion, y no pudo encontrarlo. Ya no era dado desear más despues -de tener bajo su mano el mundo; sobre sus espaldas, el manto de los -césares; en torno de su autoridad, sumisas, como rebaños, las razas; -silencioso y subyugado el planeta. Mas en el punto de llegar al logro -de sus ambiciones, el corazon de Tito se quebró en pedazos, ó por -no tener cosa alguna que desear, ó por deseos vagos, infinitos, que -en nubes de ensueños fantásticos se disipaban, disipando con ellos -toda su existencia. Lo cierto es que, al pisar el trono, una inmensa -tristeza se apoderó de él; una especie de tísis interior le en<span -class="pagenum" id="Page_50">[p. 50]</span>flaqueció el ánimo; su -aliento estaba cargado de suspiros, su corazon de dolores, sus ojos -de lágrimas, su vida de ilusiones, su sueño de pesadillas, su pasado -de remordimientos, su porvenir de miedo, hasta que un dia, errante -por la envenenada campiña de Roma, en pos de un sitio donde adormecer -su hastío, espiró, mirando el cielo con los ojos enardecidos por la -fiebre de infinitos y no satisfechos deseos. Cuando yo recordaba -la vida y la muerte de Tito, parecíame el Circo la aglomeracion de -montañas sobrepuestas por las ambiciones desapoderadas de un césar -para poseer el cielo como poseia la tierra, sin lograr otra cosa que -tener bajo sus plantas el hervidero de todos los crímenes, y sobre -sus sienes las maldiciones de todos los hombres.</p> - -<p>Embargado por estos recuerdos y estas ideas, habia yo recorrido -todo el monumento. Lo registré, lo estudié como puede estudiar el -naturalista una montaña; entré por todos los vomitorios, las puertas -que abrian paso al pueblo con tal desahogo, que, sin atropellarse, -ingresaban y salian rápidamente cien mil espectadores. Subí á sus -gradas más altas, desde las cuales pude contemplar el campo romano, -y á mi frente las lejanas lagunas; á mi derecha los arcos de Tito y -Constantino, la pirámide de Sextio y la basílica de San Pablo; á mi -izquierda las catacumbas de San Sebastian, la<span class="pagenum" -id="Page_51">[p. 51]</span> Vía Apia con sus dos hileras de -sepulcros; á mi espalda el Palatino, el Foro, la Vía Sacra, el arco -de Septimio Severo, el Capitolio; por do quier los lugares en que -circulan como rica savia las ideas, los lugares llenos de recuerdos, -los lugares, verdadero ocaso del espíritu antiguo, verdadero oriente -del espíritu moderno.</p> - -<p>Estaba tan absorto, que la noche vino sobre mí como si hubiera -venido de improviso. Las campanas de Roma tocaban á la oracion; los -buhos y otras aves nocturnas ensayaban sus primeros gritos; oíase el -agudo y monótono cántico del sapo y la rana en las apartadas lagunas, -al par que el Miserere de una procesion al entrar en la próxima -iglesia; mezcla de voces del espíritu con voces de la naturaleza, -que sumergian aún mi conciencia en meditaciones más silenciosas y -más vagas, como si el alma se escapára de mi sér para implantarse, á -la manera de las plantas parietarias, en el polvo de las inmortales -ruinas.</p> - -<p>La luna llena se levantó en el horizonte sereno, tranquilo, y -vino á dar con su melancólica luz nuevos toques de poesía á los -arcos, á las columnas, á las bóvedas, á las piedras esparcidas, á la -desolacion de aquel lugar, á la cruz erigida en su centro como una -eterna venganza que han tomado los gladiadores, obligando al pueblo -romano á bendecir, á adorar lo más abyecto, el infame patí<span -class="pagenum" id="Page_52">[p. 52]</span>bulo de los esclavos, -transformado en el lábaro de la civilizacion moderna.</p> - -<p>Al resplandor de la luna que surgia, al eco de las campanas, que -espiraba entre las dudosas sombras, parecíame ver despertarse del -polvo las almas de las generaciones muertas, y venir en vuelo tan -callado como el vuelo de los murciélagos, á recorrer, á visitar -aquellos sitios, consagrados por sus recuerdos, y queridos hasta en -las regiones de las tumbas. Yo hubiera deseado detener las sombras -y contarles ¡ay! lo que pasa en nuestro mundo. Si sois almas de -tribunos, de senadores, de césares, sabed que todo cuanto vosotros -adorabais ha muerto, y que ya los siglos han gastado hasta las -gradas de los altares, herederos de vuestros altares, á fuerza de -besarlas. Todos aquellos dioses que vosotros creiais inmortales, han -muerto, y las ideas que los animaban ruedan por los abismos de la -historia como hojas secas desprendidas de las renovaciones contínuas -del humano espíritu. Ya las nereidas no palpitan suavemente en la -espuma de las ondas; ya las ninfas de marmórea blancura no suspiran, -no, en el susurrante arroyuelo. El dios Pan ha dejado caer su -caramillo, que llenaba de melodías los bosques. Á la embriaguez de -las bacantes han sucedido la maceracion, la penitencia, el horror á -la naturaleza. Un nazareno, un hijo de los judíos, de los esclavos, -de<span class="pagenum" id="Page_53">[p. 53]</span> aquella raza -que levantó con la cadena al pié y el látigo en el rostro las moles -del Coliseo, ha vencido y ha enterrado los dioses que inspiraron á -Horacio y á Virgilio, que sostuvieron á Escipion en las llanuras -de Cartago, y á Mario en los Campos pútridos, que engendraron el -arte y sometieron á su poder la victoria. En vano Tácito miró con -menosprecio á los sectarios de ese jóven oscuro, pobre carpintero -de Judea; en vano Apuleyo lo ridiculizó en sus apólogos y sus -fábulas. Ni siquiera la inmortal risa de Luciano pudo cosa alguna -contra el aliento que exhalaban aquellos labios, contra las ideas -que exhalaba aquella conciencia. Los dioses han muerto, y sobre -sus cadáveres ha caido muerta Roma. El Foro es un campo en que las -vacas se apacientan. El Coliseo es un monton de ruinas, donde adoran -los romanos el patíbulo de sus antiguos esclavos. La Vía Sacra se -ha hundido. En el Capitolio celebran sus ceremonias los nazarenos. -Éstos, que vosotros creiais perturbadores de la paz pública, tienen -altares y sacrificios donde ántes los tenian los dioses de Camilo y -de Caton. Pueblos bárbaros venidos del Norte ahogaron los oráculos, -interrumpieron las ceremonias sagradas, entregando, como si fuera -su despojo, la conciencia humana á turbas de cenobitas escapadas de -las cloacas y de las catacumbas. Y cuando la nueva creencia se<span -class="pagenum" id="Page_54">[p. 54]</span> habia apoderado de todas -las almas, cuando habia puesto sus altares en lugar de los antiguos -altares, como si el espíritu humano estuviera condenado á tejer y -destejer perpértuamente la misma trama de ideas, nuevos combatientes, -nuevos tribunos, nuevos apóstoles, nuevos mártires, surgieron á matar -la fe que sus predecesores engendráran. Y pasa por nuevas fases la -conciencia humana, por nuevas angustias nuestro corazon, por nuevos -estremecimientos de dolor esta ensangrentada tierra.</p> - -<p>Yo creí oir agudos gemidos sin número á medida que mis labios -murmuraban estas incoherentes ideas sin forma. Sería el eco del -viento en los cipreses y en los pinos. Sería el rumor último de la -campiña al entregarse en brazos de la noche. Sería el eco de la gran -ciudad, de su oracion, de sus lamentaciones. Pero asemejóse á un -quejido de profundísimos dolores.</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i0"><i>Sunt lacrimæ rerum.....</i></p> -</div></div> - -<p>Yo, para distraerme, empecé á fingirme allá en la mente una fiesta -del Anfiteatro. No era la inmensa mole este inmenso cadáver. Aquí se -levantaba una estatua, allá un trofeo, acullá un monolito traido del -Asia ó de Egipto. El pueblo-rey entraba por los vomitorios despues de -haber<span class="pagenum" id="Page_55">[p. 55]</span>se bañado y -perfumado en las inmensas termas, subiendo hasta la cima para desde -allí repartirse en las respectivas graderías que de antemano le -estaban señaladas. Á un lado se veia la puerta sanitaria por donde -vienen los combatientes; á otro la puerta mortuoria por donde sacan á -los muertos. Los gritos de la muchedumbre, los agudos sonidos de las -trompetas se mezclan con el aullar y el rugir de las fieras. Miéntras -llegan los senadores y el césar, algunos empleados de baja esfera -municipal reparten entre el pueblo garbanzos tostados, que llevan, -como nuestros feriantes, en esportillas. El suelo reluce con polvos -de oro, de carmin, de minio, para disimular el color de la sangre, -miéntras templan la luz grandes toldos de oriental púrpura, que -entonan todo el espectáculo con sus encendidos reflejos.</p> - -<p>Los senadores van ocupando las gradas más bajas. Tras de ellos -colócanse los caballeros. Más arriba los padres de familia que han -dado al Imperio cierto número de hijos. En las gradas superiores, -el pueblo. Y por último, coronándolo todo, las matronas romanas, -vestidas de ligeras gasas, cargadas de riquísimas joyas, embalsamando -los aires con esencias que vierten de pomos de oro, y enardeciendo -los corazones con sus palabras de amor y sus voluptuosas miradas.</p> - -<p>Miéntras los espectadores aguardan al césar,<span class="pagenum" -id="Page_56">[p. 56]</span> que debe dar la señal del comienzo de la -fiesta, entréganse á toda suerte de murmuraciones. Mira aquel gloton. -Ayer se le quemaron los jardines de Pompeyo, y es tan rico, que no -sabía fuesen suyos. Lolia Paulina lleva sobre el cuerpo en esmeraldas -sesenta millones de sextercios, pequeña suma en comparacion de las -infinitas robadas por su abuelo á las opresas provincias. Aquel que -acompaña siempre al césar hurtó en cierta cena de Claudio una copa -de oro. Estos calaveras saludan al orador Régulo, porque temen el -veneno destilado de su viperina lengua. Él tiene honores, miéntras -generales que han vencido á los bárbaros y han muerto en defensa -de Roma están hace diez años insepultos. El médico Eudemio llega; -no tardarán ciertamente en aparecer sus pupilas de corrupcion y de -amancebamientos. Mira aquella niña; tiene ocho años y no es vírgen. -Su ilustre madre, con pertenecer á una de las familias romanas más -nobles, se ha borrado de la lista de las matronas y se ha inscrito en -la lista de las prostitutas.</p> - -<p>Pero viene el césar y el pueblo lo aclama, siempre agradecido -á las fiestas, y sobre todo á las matanzas. Los sacerdotes y las -vestales consagran sacrificios á los dioses protectores de Roma. La -sangre corre, las entrañas de las víctimas se consumen y se disipan -prontamente en el fuego<span class="pagenum" id="Page_57">[p. -57]</span> sagrado, suenan los coros y la música, vocifera nuevamente -la muchedumbre; á una seña imperiosa aparecen los gladiadores, que -saludan á todos con la sonrisa en los labios, como si les aguardára -festin sabrosísimo, en vez de la implacable muerte.</p> - -<p>Divídense estos infelices en várias categorías. Los esedarios -guian carros pintados de verde. Los mirmillones se ocultan tras -redondos escudos de hierro, por uno de cuyos lados muestran -afiladísimos cuchillos. Los requiarios tiran al aire y recogen con -grande habilidad sus tridentes. El traje de éstos vistosísimo es: -túnica roja, borceguíes celestes, casco dorado que remata un luciente -pez. Los ecuestres recorren con gran agilidad en sus caballos el -circo. La luz se refleja en los petos de acero y en los collares y en -los brazaletes. Sus túnicas son multicolores y recuerdan los trajes -orientales. Los bestiarios vienen los últimos, todos escogidos entre -los más hermosos; todos desnudos, todos imitando en sus actitudes -artísticas posiciones de clásicas estatuas; todos saludados con mayor -frenesí por el pueblo, porque son los más fuertes y los más expuestos -y los más valientes.</p> - -<p>Han nacido en las montañas, en los desiertos, entre las caricias -de la naturaleza, respirando el aire puro de los campos y la sagrada -libertad. La<span class="pagenum" id="Page_58">[p. 58]</span> -guerra, y solamente la guerra, ha podido arrancarlos á su patria. -Ya en Roma, los han cebado para que tuvieran sangre, sí, sangre que -ofrecer en holocausto á la majestad del pueblo romano. Allá en la -ergástula, quizá muchos de los que ahora van á herirse ó matarse -entre sí han contraido estrechísimas amistades. Quizá muchos son -hermanos por la naturaleza, hermanos por el sentimiento, y habrán de -herirse, habrán de inmolarse, cuando, unidos en los mismos afectos, -podrian hundir las espadas en las entrañas del césar, y vengar á su -gente y á su raza.</p> - -<p>Pero ya se acechan, ya se buscan, ya se amenazan, ya se enredan -y se empeñan bárbaramente en cruentísima pelea. Si alguno, movido -de miedo por sí, ó de compasion por su contrario, retrocede, el -maestro del circo le clava un boton de hierro candente en las -desnudas carnes. La roja sangre cae y humea por todas partes. -Uno se ha resbalado en ella. El pueblo grita creyéndole muerto, -y le silba cuando se levanta vivo. Éste se desmaya despues de -esfuerzos gigantescos para sostenerse de pié. Aquél cae desplomado -de una sola herida sobre su escudo. El otro se retuerce en dolores -infinitos, y tiene el estertor de una agonía epiléptica. Dos se han -herido mortalmente entre sí; pero al caer, soltando sus espadas, -se han abrazado para sostenerse y auxi<span class="pagenum" -id="Page_59">[p. 59]</span>liarse en la muerte. Miembros mutilados, -tripas rotas, sollozos de agonía, estertores de moribundos, rostros -contraidos de muertos, últimos suspiros mezclados con quejidos, -gritos de rabia y desesperacion; todo esto es grandioso espectáculo -para el pueblo romano, que grita, palmotea, se embriaga, se enfurece, -sigue con nerviosa atencion el combate, saltándole los ojos de las -órbitas como para ver más la matanza, abriendo las narices y el pecho -para recoger los vapores de la sangre.</p> - -<p>La cólera, sí, la cólera flotaba como única pasion sobre toda -aquella carnicería. La escultura antigua, generalmente de una -severidad tan olímpica, nos ha dejado la imágen viva de esta cólera -en la escultura del gladiador combatiendo. Dilátanse sus ojos, -sobre los cuales como que extienden tempestuosa nube las fruncidas -cejas. Sus miembros robustísimos adquieren una infinita tension. La -cabeza se avanza hácia adelante, inclinada sobre el pecho, á fin de -parar los golpes. Su cuerpo está en actitud de lanzarse á la pelea, -sostenido sólo por el pié derecho. El brazo izquierdo amenaza; en -tanto que el puño derecho, fuertemente contraido, se apercibe á -dar un golpe mortal. Aquella estatua es la imágen viva del ódio. Y -el ódio contínuo ha engendrado en torno de Roma espesísima nube de -cólera, de maldiciones, que<span class="pagenum" id="Page_60">[p. -60]</span> tuvieron su satisfaccion terrible en la noche apocalíptica -de las venganzas eternas, en la noche de las victorias de Alarico y -de las orgías de los bárbaros, los hijos de los esclavos y de los -gladiadores.</p> - -<p>¿Quién, quién puede extrañar los castigos de Roma? Toda su fuerza, -toda su majestad, toda su grandeza han sido destruidas por una idea. -Allá en las catacumbas se ocultan oscuros sectarios, que quieren -oponer al sensualismo antiguo el espíritu, á la religion pagana y al -Imperio dogmas que Roma no podia admitir sin perecer. Esos sectarios -huyen de la luz del dia y se encierran temerosos en las catacumbas. -Allí pintan el Buen Pastor que les guía á la eternidad, la paloma -que les anuncia el término del gran diluvio de lágrimas en que se -ahoga nuestra vida. Allí entonan himnos á un tribuno oscuro, pobre, -débil, que no ha sabido matar como los conquistadores, sino morir -humildemente en ignominiosa cruz. De allí han salido estos confesores -de la nueva fe, para sellarla con su sangre sobre las arenas de -este mismo circo. El anciano, el jóven, la tierna doncella han oido -sin estremecerse el maullar del tigre asiático, el rugir del leon -africano. Las fieras hambrientas han salido de las grandes jaulas que -todavía en los cimientos del circo se ven, y han clavado sus garras -y sus dientes sobre los cuer<span class="pagenum" id="Page_61">[p. -61]</span>pos indefensos de los mártires. Miéntras se repartian las -panteras, las hienas, los tigres, los leones sus restos palpitantes; -miéntras bebian con furor insaciable la sangre, los romanos aclamaban -al césar creyendo que con aquellos miembros devoraban las fieras una -supersticion, y con aquella sangre se bebian las fieras una idea. Y -los césares han muerto, y los pretorianos se han dispersado, y las -piedras del Coliseo han caido, y una nueva idea ha reemplazado á las -antiguas ideas, que, convirtiéndose de perseguida en perseguidora, ha -intentado á su vez destruir nuevas sectas, ahogar nuevas creencias, -no pudiendo llegar con sus excomuniones, ni con su inquisicion, ni -con sus tormentos, al disco inmortal del espíritu humano, que brilla -eternamente entre las ruinas y entre los dioses, entre los pueblos -que mueren y los pueblos que empiezan, entre las creencias y los -dogmas, como el sol perenne entre los coros de los mundos.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_3"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_63">[p. 63]</span></p> - <h2 class="nobreak">LOS SUBTERRANEOS DE ROMA.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_65">[p. -65]</span>En Roma suspende y maravilla la ciudad que sobre la -tierra se eleva; pero suspende y maravilla tambien la ciudad que -en las entrañas de la tierra se esconde. Sobre aquellos muros mece -el viento la hiedra y el jaramago; descubre la conciencia el ideal -y la fe de otros siglos. Bajo aquellos muros, donde las sombras se -espesan, donde la frialdad y la humedad de la noche se eternizan; -por las cuevas y las grutas abiertas en las profundidades del suelo -podrán correr ahora solamente los fuegos fatuos, producto de tantos -huesos como allí amontonaron los tiempos; más han corrido en otros -dias, solemnes para el espíritu humano, las ideas que vivificaron -la conciencia de la humanidad y que esclarecieron y realzaron sus -altares. Yo me dirigia con religioso respeto á los sitios consagrados -por la veneracion de tantas generaciones; yo me dirigia con el -espíritu henchido por multitud de ideas. Las campiñas romanas invitan -á meditar sobre la fragili<span class="pagenum" id="Page_66">[p. -66]</span>lidad de los poderes más fuertes y sobre la inania de las -mayores y más respetadas majestades terrestres.</p> - -<p>De aquel pueblo, que llenaba el mundo, no se encuentra ni la -sombra. De aquellas instituciones, que sostuvieron sobre sí el -peso de tantos siglos, no se ven ni los restos. Algunos muros, -algunos arcos, algunas columnas, inscripciones borrosas, sepulcros -destrozados, mutiladas estatuas semejan los restos de un gran -naufragio, los despojos de una inmensa tempestad. Yo comprendo -allí, entre tantos destrozos, el misticismo que de algunas almas se -apodera; el desprecio de este frágil mundo, en que todo se pierde, y -se gasta, y se consume; la aspiracion al descanso de la muerte; la -impaciencia generosa por la posesion de lo infinito en otro mundo -ménos incierto y más duradero.</p> - -<p>Yo mismo, que tengo las ideas de mi tiempo, que creo en -la perennidad del Universo, que miro la muerte, no como el -aniquilamiento, sino como la renovacion; yo mismo sentíame inclinado -á ciertas melancólicas reflexiones, y me imaginaba oir, ya la -trompeta del juicio sonando sobre los orbes desquiciados, ya las -lamentaciones de los profetas gimiendo sobre las destrozadas -ciudades.</p> - -<p>Yo veia en los montes Apeninos, sembrados de ruinas, en -las cordilleras de sepulcros disemina<span class="pagenum" -id="Page_67">[p. 67]</span>dos por todas partes, en los arcos -interrumpidos de los gigantescos acueductos, en las torres medio -destrozadas como si las hubiera un rayo profundamente herido -y desquiciado, en todos aquellos fragmentos de obras medio -pulverizadas, algo de las grandes visiones apocalípticas, los restos -de planetas esparcidos por las espaldas de los ángeles exterminadores -en la soledad del espacio. La figura del tierno apóstol, que las -artes plásticas han idealizado en las edades modernas; eternamente -jóven como los dioses antiguos; elocuentísimo como los oradores -helenos; semita que hablaba el lenguaje de Platon, y ponia el Verbo -engendrado á la sombra del Pireo, entre los dogmas fundamentales -del cristianismo; esta figura, que el Renacimiento ha realzado en -sus cuadros y en sus estatuas, yo la veia allá, en Pátmos, entre el -coro de las islas griegas, cuyos horizontes sonrien como la mirada -de las sirenas; á la vista del azul Mediterráneo, henchido siempre -de espíritu pagano y entonando en sus ondas, sembradas de corales, -el antiguo himno clásico; yo veia esa figura ideal, mística como -la oracion, dulce como la esperanza; yo la veia en el momento de -recoger todas las iras de su raza proscripta, y trazar en el último -apocalípsis el castigo de la prostituta Babilonia, miéntras los -ángeles buenos y los ángeles malos combatian rudamente en los<span -class="pagenum" id="Page_68">[p. 68]</span> aires, y las piedras -chocaban con las piedras en los planetas, y los muertos andaban -buscando, roto el sudario y entreabierta la sepultura, sus carnes en -las ruinas amontonadas, en el barro amasado con lágrimas y sangre, -para presentarse al último juicio que ha de escuchar en el momento -supremo de la boca de su Eterno Juez todo el Universo.</p> - -<p>Íbamos á las Catacumbas, é íbamos entre montones de ruinas. -La desolacion del paisaje no era, sin embargo, tan grande como -la tristeza del alma. Desterrados, errantes, sin patria, nuestro -pensamiento y nuestro corazon tenian tambien, guardaban tambien -ruinas como aquel inmenso y volcánico suelo de las grandes -desolaciones. Todo recordaba la muerte. Hubiéramos creido hallarnos -en esferas, más que terrestres, infernales, si la naturaleza, con -el rocío matinal que descendiera de los aires, con la verde hierba -que se levantaba entre las junturas de las piedras, con las flores -primaverales que coronaban la hierba, con las mariposas que se mecian -sobre las flores, con las hojas tiernas recien brotadas de las yemas, -con los nidos cincelados ya entre el follaje, no hubiera querido -recordarnos en tibia mañana de Abril la perennidad de la vida y la -eterna alegría de sus espléndidos festines.</p> - -<p>¡Oh naturaleza! Inmóvil en medio del movi<span class="pagenum" -id="Page_69">[p. 69]</span>miento, una en medio de la variedad; -empapada en el éter que la penetra por todos sus poros, y que forma -como su atmósfera, como su espíritu; bajo la sucesion contínua -de seres orgánicos que cambian y se trasforman, permanente é -inmodificable; sujeta á la muerte y eterna; sujeta al límite é -infinita; difundida en la inmensidad del espacio y concretada en -seres orgánicos; desde los astros que irradian su luz por las -esferas, á las flores que empapan con sus aromas los aires; desde los -gases impalpables que se desvanecen, á las sólidas cordilleras que -mezclan con sus ventisqueros, donde la nieve blanquea, sus volcanes, -donde reluce el fuego central; desde la nebulosa que lleva en gérmen -orbes infinitos, á los grandes y gigantescos mundos, ya cansados -de bogar por los espacios; desde el grano de arena que la onda -remueve, á las últimas estrellas de la Vía Láctea, cuyo resplandor -tarda veinte mil siglos en llegar hasta nosotros, pobres desterrados -adheridos á este pequeño planeta; en todo ese círculo, cuyo centro -se halla, como dice la sabiduría moderna, en todas partes, y cuya -circunferencia en ninguna, ¡ah! no sucede el aniquilamiento total -ni de una sola molécula; no existe, no, la nada; sombra de nuestro -pensamiento, aprension de nuestra poquedad, fantasma de nuestros -sentidos, idea sin realidad, que las tristes limitaciones de -nuestra<span class="pagenum" id="Page_70">[p. 70]</span> lógica y la -incurable imperfeccion de nuestro lenguaje nos ha obligado á poner -en el eterno océano de la vida. Es verdad que algunos astros se han -apagado en nuestro sistema solar, como faunas y flores enteras han -desaparecido en nuestra corteza terrestre; pero ni se ha extinguido -el calor de la vida universal, ni ha cesado el crecimiento y el -progreso de más perfectos organismos. Entremos, pues, en estas -cavernas de ruinas, con el pensamiento puesto en la idea de lo -infinito y el corazon puesto en la esperanza de la inmortalidad.</p> - -<p>La más visitada de las catacumbas es la catacumba de San -Sebastian; y la más digna de estudio detenido es la catacumba de -San Calixto. Á unas cuatro millas hácia el Oriente de Roma, entre -la Vía Apia y la Vía Ardeatina, bajo montones de escombros donde se -encuentran toda clase de restos despedazados, junto á bosquecillos -de cipreses que aumentan la tristeza y la solemnidad del paisaje, -enciérrase la más vasta y la más bella de las necrópolis cristianas, -refugio de los perseguidos, vivero de los mártires, descanso de -los muertos, templo de los vivos, asamblea de aquellos audaces -innovadores, que traian una nueva luz á la historia y un nuevo -ideal á la vida. Yo aconsejo á todos cuantos me leyeren que no -vayan á contemplar estos sitios, sagrados por<span class="pagenum" -id="Page_71">[p. 71]</span> tantos conceptos, sin llevarse los -libros, y sobre todo los planos, del célebre arqueólogo católico -Rossi. Así como el explorador de los bosques de América, de la tierra -del porvenir, penetra, de su cortante hacha armado, en aquellas -selvas inexploradas, y derriba los árboles, y ahuyenta los reptiles, -y arranca las enredaderas, y crea habitacion á la familia, espacio -al trabajo, este arqueólogo, explorador de un mundo subterráneo, -se sumerge en las sombras, en el asilo de las aves nocturnas, bajo -vacilantes bóvedas, entre laberintos de grutas, expuesto á ser -aplastado por un desplome de las frágiles paredes, á perderse para -siempre en cualquier recodo de aquellas ciudades de tumbas, en aquel -infierno de palpables tinieblas, confundiendo su esqueleto con los -muertos que ha intentado arrancar al silencio de triste é ingratísimo -olvido.</p> - -<p>¡Cuántas veces la esponjosa toba llovia su menuda lluvia de arena -sobre la frente de aquel hombre! ¡Cuántas veces un alud de piedras, -de ladrillos, rodaba hasta sus plantas y le envolvia en espesas nubes -de polvo, que embargaban toda respiracion á sus fatigados pulmones! -¡Cuántas veces perdia el derrotero en aquel inmenso laberinto, el -norte en aquel océano de tinieblas, y se imaginaba haber perdido -tambien toda salida, y haber topado con segura muerte por sed, -por<span class="pagenum" id="Page_72">[p. 72]</span> hambre! Pero -á la incierta luz de mortecina lámpara, minero audaz del espíritu -humano, buzo de los abismos del tiempo, leia la inscripcion trazada -quince siglos ántes por uno de aquellos sectarios, que acababan de -recoger en el Circo Máximo los despojos humanos, y confiarlos á la -tierra, entre oraciones, cuyos ecos áun se oyen allí; entre lágrimas, -cuyos vapores todavía no se han desvanecido en aquella atmósfera -bendita.</p> - -<p>Lo primero que pasma, cuando á los subterráneos se desciende, -es el gigantesco trabajo empleado por los que abrieron, sin -tener los medios mecánicos y químicos de nuestra civilizacion, -aquellas ciudades subterráneas. Aunque se haya dicho que las -catacumbas fueron abiertas en las canteras, su carácter especial, -sus galerías sobrepuestas, pues hay hasta cinco pisos de tumbas; -su disposicion, que tiene cierta regularidad, revelan un plan, -perfectamente concebido y madurado, al cual se sometia y subordinaba -la edificacion de estas celdillas, donde los grandes elaboradores -del nuevo dogma depositaban la miel de sus ideas, que habia de -alimentar á tantas generaciones. Hasta la naturaleza del suelo se -estudiaba con detenimiento y con verdadera ciencia. Evitábanse -las arcillas y gredas, las marismas, todo terreno que conservára -fácilmente las aguas, y se cavaban los templos y los sepulcros en -la<span class="pagenum" id="Page_73">[p. 73]</span> toba granular, -volcánica, más fuerte, más consistente, ménos accesible á la humedad, -forjada por el fuego creador, y apta á todo género de construcciones -duraderas. Mas era necesario preservar aquellos asilos, no solamente -de los ataques de la naturaleza, sino tambien de las cóleras de los -hombres.</p> - -<p>Para conseguir este fin, buscaban los cristianos la sombra de -las leyes. Y la ley romana protegia sobre todo y ántes que todo en -el mundo los lugares consagrados á las sepulturas. El suelo que era -propiedad de la muerte no tenía el movimiento de la vida. Vendida, -legada, donada una propiedad, una finca, ni venta, ni testamento, -ni donacion alcanzaban al sepulcro, siempre exceptuado, siempre en -poder de las familias que allí guardaban las cenizas de sus deudos. -Así podian abrir fosas profundísimas en el suelo, elevar monumentos -á las alturas, y con el nombre de áreas adyacentes, unir muchos -terrenos anejos al sepulcro, y como el sepulcro, sagrados. Los -cristianos aprovechábanse para sus cementerios de estas garantías -de las leyes, y señalaban un terreno cualquiera, y abrian galerías -subterráneas, y depositaban allí los vasos de su culto, los muertos -de su secta y de su familia. Una serie de áreas romanas constituia el -núcleo verdadero de las catacumbas. Así, por el respeto supersticioso -de las<span class="pagenum" id="Page_74">[p. 74]</span> leyes -á la propiedad infiltrábase la oracion libre y el culto á los -muertos. Los mismos emperadores que perseguian á los cristianos -como creyentes, respetaban á los cristianos como propietarios. La -propiedad colectiva, que era la propiedad cristiana de los primeros -tiempos, tenía existencia legal en los códigos y amparo eficaz en los -tribunales. Si hay confiscaciones como en los reinados de Valeriano -y de Diocleciano, son confiscaciones pasajeras, excepcionales, -interrumpidas, borradas pronto por una restitucion, que prueba la -perennidad del derecho, como la restitucion de Galieno y de Magencio. -Y sin embargo, el Imperio persigue las asociaciones ilícitas, y -declara asociaciones ilícitas las asociaciones religiosas, que -amenazan á la integridad de su vida amenazando á la integridad de -sus dogmas. Y Roma, que reconociéndose epílogo y síntesis del mundo -antiguo, admite en sus templos todas las divinidades nacidas en el -seno de los pueblos asiáticos, Roma rechaza el Dios de los judíos, el -Dios de los cristianos, sin duda porque los demas dioses son, como -los suyos, dioses de la naturaleza, en tanto que el Dios cristiano y -judío es el Dios del espíritu, que viene á sustituir á la verdadera -y poderosísima diosa de la tierra, á la diosa Roma. No obstante -este ódio, comprobado por tantas persecuciones, respetábase toda -asociacion<span class="pagenum" id="Page_75">[p. 75]</span> benéfica -que tuviese por objeto enterrar á los muertos, orar por los muertos: -no se le preguntaba por su dogma religioso cuando se la veia reunirse -para prestar culto á la inmortalidad. Bajo tal respeto á la muerte se -anidaban los cementerios y los templos.</p> - -<p>Y cuenta que el cementerio cristiano exigia verdadera amplitud. -Los romanos quemaban sus muertos, y recogian las cenizas en vasos -de mármol ó de pórfido; miéntras los cristianos, que creian, no -sólo en la inmortalidad del alma, sino en la resurreccion de la -carne tambien, guardaban los cadáveres íntegros en el fondo de las -sepulturas. Así las ciudades de los muertos alcanzaban proporciones -tan colosales como las ciudades de los vivos. Así bajo los arcos de -triunfo, bajo los circos llenos de magnificencia, bajo los templos -donde se congregaban los dioses que se creian eternos, bajo los -palacios donde reinaban los césares, que se creian omnipotentes; á -los cuatro puntos del horizonte, extendíanse verdaderas ciudades de -sepulcros, con sus calles, con sus encrucijadas, con sus plazas; -ciudades de la muerte, que, sin embargo, avivaban en sus sepulturas -un nuevo espíritu, el cual habia de matar á la antigua Roma, y animar -sobre sus restos otra civilizacion.</p> - -<p>Nótase una diferencia entre las catacumbas<span class="pagenum" -id="Page_76">[p. 76]</span> del siglo <small>I</small> y las -catacumbas de los otros siglos; del siglo <small>III</small> por -ejemplo. Aquéllas eran más hermosas y estaban más ornamentadas. -Empleábanse en el siglo <small>I</small> los mármoles con frecuencia; -los estucos brillantes, los colores vivos, los relieves artísticos, -los frescos dignos de figurar junto á los frescos de Pompeya, -las inscripciones clásicas con retumbantes y nobiliarios nombres -de familias aristocráticas, los sarcófagos monumentales, todo -construido, todo hermoseado por aquellos artistas, un poco paganos, -es verdad, que llevaban todavía en sus pinceles y en su cincel -artísticos todos los jugos de las inspiraciones clásicas; pero -que representaban el tránsito de un término á otro término de las -ideas, y de una época á otra época de la historia. Así es la vida. -Las revoluciones más trascendentales se apartan tímidamente de su -orígen y se agarran á las instituciones mismas que van á destruir. -La Iglesia, aunque nace bajo la maldicion de la sinagoga, recoge y -consagra los libros, usa y difunde el lenguaje de la sinagoga. El -cristianismo, aunque crece entre las persecuciones de los paganos, -copia sus símbolos y santifica sus artes. La filosofía, aunque huye -y se aparta de las ciencias teológicas, consagra muchos de sus -apotegmas y encierra las fórmulas racionalistas en la terminología de -las antiguas escuelas. Los pintores místicos de<span class="pagenum" -id="Page_77">[p. 77]</span> la Edad Media tienen su progenie en los -pintores de las catacumbas. Aquí está la brillantísima genealogía -de Cimabue y de Fra Angellico. Aquí la paloma, que servia en la -antigua pintura para acompañar á Vénus, sirve para anunciar, con su -ramo de olivo en el pico, la promesa de la resurreccion. Quizá no -esté tan bien dibujada, tan bien cincelada como la serena paloma -griega que ha construido su nido entre los mirtos, los lentiscos, -y que ha acompañado con sus arrullos los himnos de los templos -helenos; pero en cambio ha pasado bajo las blancas alas de la paloma -cristiana, por todo su cuerpo demacrado, el relampaguear sublime de -nuevo espiritualismo. Así es el alma humana. Cree el sentido comun -que se ha transformado, que ha crecido por súbitas y milagrosas -revelaciones, cuando se ha transformado, cuando ha crecido por un -trabajo interior, perseverante, eterno, que ha elaborado lentamente -las nuevas creencias, los nuevos dogmas; alimento de tantas -generaciones, atribuido en los arrebatos del corazon y de la fantasía -á milagros de los profetas, de los ángeles, de los reveladores, no -de otra suerte que el artista, el poeta, atribuye á la sonrisa de la -casta Musa, escondida en los pliegues del aire, en los arreboles del -cielo, la inspiracion que á raudales brota de su propia alma.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_78">[p. 78]</span></p> - -<p>Pero, como las catacumbas de los tiempos apostólicos son más -bellas y más ricas que las catacumbas de los tiempos posteriores, -cuando ya se habia difundido el cristianismo, yo no puedo atribuirlo -á lo que lo atribuye el Conde de Richemont en su erudito libro -sobre la primitiva arqueología cristiana; yo no lo atribuyo á que -las clases más nobles pertenecieran á la religion más nueva. No. La -historia desmiente este aserto. La fuerza misma de la asociacion -cristiana obró las maravillas de las primeras catacumbas. Los -artistas, que pertenecen siempre á lo pasado por la poesía de los -recuerdos, á lo porvenir por la poesía de las esperanzas, fueron -tocados en el corazon por la nueva fe, y expresaron sus sentimientos -en la soledad de las catacumbas. La misma insignificancia de la -secta perseguida sirvióle de incontrastable escudo contra los -perseguidores. Los primeros césares temian á los estoicos, cuyo -sentido humanitario contrastaba la idea fundamental romana, la idea -de la superioridad incontestable de la gran ciudad; pero no temian -á los cristianos, confundidos con aquellos judíos que trajeran -cautivos de la toma de Jerusalen, y que arrojaban con menosprecio -á las fiestas del Circo, para que sus combates, sus agonías, sus -estertores, su muerte, sirviesen de solaz al hastiado pueblo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_79">[p. 79]</span></p> - -<p>Cuando el cristianismo creció, como en el siglo -<small>III</small>; cuando el número de sus iglesias aterró á los que -veian arruinarse en la soledad y en el abandono los paganos templos; -cuando coincidieron con estas tendencias de los espíritus á separarse -de la antigua fe, tendencias de los pueblos á separarse tambien del -antiguo Imperio; cuando entre tantas ruinas morales y materiales se -dibujaban como bandadas de cuervos, viniendo á lanzarse hambrientos -sobre un cadáver insepulto, las irrupciones de los bárbaros, que -ponian espanto con los aullidos de sus gargantas, y la vibracion -de sus armas, y la ferocidad de sus instintos; los últimos romanos -atribuyeron sus desgracias á los primeros cristianos, los cuales, -perseguidos, acosados, como una nueva fuerza más que como una nueva -idea, se refugiaron en catacumbas abiertas de prisa, enlazadas con -las viejas canteras, sin pinturas ni relieves, porque no eran, no, -templos de religiosos, sino madrigueras de fugitivos.</p> - -<p>Habiamos ido desde las catacumbas de San Sebastian á las -catacumbas de San Calixto. En las primeras nos condujo rápidamente -un fraile, guiándonos, vela en mano y largo recitado en labio, por -aquellas cavernas. En las segundas nos acompañó un guía laico, mucho -más instruido y mucho ménos presuroso, cuyas noticias parecian<span -class="pagenum" id="Page_80">[p. 80]</span> más bien aprendidas -en experiencia propia que en ajenas recitaciones. La oscuridad -era grande, completo el silencio. Pareciamos descendidos de las -tempestades superiores de la vida á las espesas sombras de la muerte. -Nos internábamos, y nos internábamos mucho. Si la luz que nos guiaba -se hubiera extinguido, ¡cómo saliéramos nosotros del abismo! Y sin -embargo, ¡qué reposo! ¡Qué especie de tranquilidad en aquella region -de la muerte! Los fugitivos que allí se escondieron dominaron al -mundo. Las ideas que allí se plantáran cubrieron con su benéfica -sombra, por espacio de muchos siglos, los altares, los templos; -alimentaron con su calor las conciencias; sostuvieron el corazon -humano con sus esperanzas.</p> - -<p>¡Quién, al ver las dos sociedades, no hubiera dicho que la -subterránea estaba destinada á desaparecer, y la superior, la que al -aire y á la luz se esperezaba en el placer y en el vicio, destinada, -por su falso brillo, por su poder aparente, por la fuerza que fingia, -por los cortesanos que la cercaban, á durar siglos de siglos! Arriba -los césares, el Senado ceñido de laureles, el ejército, en cuyas -armaduras relumbraba el sol de las batallas; los sacerdotes, que -eran oráculo de lo pasado y nuncios de lo porvenir; los cortesanos -en legiones innumerables, los esclavos en la ergástu<span -class="pagenum" id="Page_81">[p. 81]</span>la, los gladiadores -en el circo, los arcos de triunfo, los monumentos colosales, los -obeliscos, testigos de tantos siglos y despojos de tantas batallas; -miéntras que abajo sólo habia sectarios oscuros, débiles, soñando con -una redencion moral en medio del envenenamiento de las costumbres, -teniendo por toda fuerza sus oraciones, por toda victoria sus -martirios. Arriba los templos eran magníficos, rodeados de prados -y jardines, donde cantaban en pajareras várias aves innumerables; -precedidos de vestíbulos de mármol; ornados de maravillosas estatuas, -debidas al cincel que trasmitiera á las inertes frias piedras todo el -calor, toda la vida del alma; convertidos en museos de antigüedades -por la conservacion de las espadas que esgrimieran los primeros -héroes, y de los trofeos que encontráran, así en las ciudades como -en los campos, los primeros conquistadores; miéntras que abajo, -en las sombras, junto á estos milagros del arte, junto á estas -maravillas de la historia, el sombrío templo cristiano, abierto como -las madrigueras de las alimañas salvajes, ornado sólo por algunas -humildes figuras, que simbolizan el dolor, amenazado por la crueldad -del despotismo, avivada y recrudecida en las embriagueces de la -orgía.</p> - -<p>¡Quién hubiera dicho que habian de triunfar estos humildes -sectarios! Asombra ver cómo se<span class="pagenum" id="Page_82">[p. -82]</span> burlaban de ellos los más aplaudidos escritores de la -antigüedad. Luciano ha dejado entre sus inmortales escritos la carta -burlesca sobre un mártir cristiano llamado Peregrino. Este desdichado -se figuraba que era inmortal, y que, por ende, habia de vivir -perpétuamente. Despreciaba, en consecuencia de esta fe, los tormentos -y pedia la muerte. Como el sofista crucificado habia persuadido -á los suyos de que todos los hombres deben tenerse por hermanos, -ponian sus bienes en comun, y, víctimas de la ignorancia, caian en -manos de los más codiciosos ó de los más hábiles. Coronaban todas -sus insensateces con la magna insensatez de morir en las llamas. De -tan acerba manera juzgaba á los renovadores del mundo un escritor de -talento, un filósofo de elevadas ideas, un satírico de primer órden. -Y eso que sentia el hielo de la muerte discurrir por las venas de la -antigüedad. Y eso que los dioses del pagano culto y los filósofos de -la griega ciencia merecian todas sus despiadadas burlas. Y eso que -debia sentir en el fondo de su alma conturbada la necesidad de la -renovacion.</p> - -<p>Pues aquellos fanáticos en creencias, supersticiosos por -temperamento, recluidos en tinieblas, creyentes en el sofista -crucificado; los predicadores insensatos, los sectarios apasionados, -los débiles, los pobres, los ignorantes, eran, despues<span -class="pagenum" id="Page_83">[p. 83]</span> de todo, los llamados -á despertar, esparciendo la llama viva del espiritualismo sobre su -frente, al mundo ébrio y corrupto, que emponzoñaba con sus orgías -y con sus vicios, no solamente la conciencia humana, sino la misma -naturaleza material.</p> - -<p>¿Qué fuerza tenian, qué fuerza? ¿Armas? Su palabra. ¿Riquezas? -Su fe. ¿Poder? El de su resignacion al sufrimiento. ¿Legiones? Las -legiones de los mártires. ¿Propiedad? La de sus tumbas. Lo que tenian -realmente, era una fuerza que es incontrastable, un arma que no se -mella nunca, una riqueza que no se pierde, una propiedad que no se -acaba: la misteriosa luz sin noche y sin ocaso, el vívido fuego que -vivifica y no quema, el alma inmortal de la naturaleza, el motor de -la sociedad, el aire en que perpétuamente respiran las almas; la -idea, uniendo á ella el sentimiento, que ha recibido de los cielos el -dón de los milagros; la fe viva, profunda, en esa idea. Los vencidos -vencieron, los proscriptos reinaron, los muertos fueron dispensadores -de la vida, los débiles domaron con sus manos, traspasadas por los -clavos de la cruz, la salvaje fiereza de los bárbaros, y su ideal -maldecido se transformó en el sagrado lábaro de una nueva vida.</p> - -<p>Imposible que estas reflexiones no asalten y no posean con fuerza -á cuantos vayan por aquel in<span class="pagenum" id="Page_84">[p. -84]</span>menso laberinto de calles subterráneas. Son los surcos -donde se plantaron los gérmenes de las ideas cristianas. Allí -estuvieron largo tiempo, guardados de la persecucion, como la semilla -del trigo bajo los hielos del invierno. Allí brotaron á la luz. -Los mártires de una idea progresiva resucitan siempre. La obra que -construyen no se interrumpe, aunque lo parezca á nuestra mezquina -vista, incapaz de abrazar en su conjunto, como el Universo material, -el Universo moral. Nosotros, ajenos á toda enemiga contra ninguna -de las ideas que han contribuido á la educacion de la humanidad, -hijos de este siglo eminentemente sintético, mirábamos y admirábamos -enternecidos el lugar donde se fraguó la gran revolucion moral contra -los excesos del sensualismo antiguo. Los signos epigráficos, las -figuras medio borradas, los jeroglíficos esculpidos en las piedras -tumulares, las imágenes sagradas de aquellos tiempos nos trasportaban -á su tempestuoso seno. Parecíanos oir la salmodia religiosa medio -reprimida por el terror; ver la llegada de los que traian los -restos de los mártires recien cogidos en el espoliario del Circo, -para depositarlos en las urnas, y alzar al pié de estas urnas el -pequeño altar donde ardia la mística lámpara. Ya pintados al fresco, -ya esculpidos en las piedras, veiamos el pescado milagroso, que -representaba al<span class="pagenum" id="Page_85">[p. 85]</span> -Salvador; las áncoras, símbolos de la esperanza; el cayado y el -odre del buen pastor; el cordero resignado al holocausto; la nave -de la Iglesia desafiando todas las tempestades; la viña mística, -cuyos racimos y cuyos sarmientos llenaban la tierra; la mujer -divina deslizándose sobre las aguas del mar con su niño entre los -brazos y la estrella sobre la frente; la cena en que se repartia -el pan eucarístico entre los primitivos cristianos, cena frugal, -alimento del alma, protesta viva contra las orgías del Imperio; la -resurreccion de Lázaro, saliendo rejuvenecido, hermoseado, de su -sepulcro, merced al Verbo divino, que cayera sobre sus huesos y lo -despertára á la nueva vida, como la doctrina evangélica al Viejo -Mundo.</p> - -<p>No puedo yo entrar en las controversias artísticas que han -suscitado los eruditos fundadores de la arqueología cristiana. No -puedo decir si, como quiere M. Raul Rochette, estas pinturas se han -inspirado en el arte antiguo, ó si han espontáneamente nacido de la -nueva fe, como quieren el caballero Rossi y su erudito comentador -frances, que en otro lugar he citado. Hame sucedido como á éste; -no he visto el cielo que veia Ozanan en los ojos de las orantes. -No he visto ni siquiera la expresion espiritual de las tablas de -la Edad Media en los frescos de las catacumbas. He visto que los -rostros tienen algo de la impasibilidad<span class="pagenum" -id="Page_86">[p. 86]</span> inconmovible de la pintura antigua. -Pero se observa que el arte no está en la serenidad clásica, en -aquella compenetracion de la forma y del fondo, que le daba un -carácter olímpico. Algunas gotas de plomo derretido han abrasado -aquellas carnes. Algunos relámpagos de un ideal infinito han pasado -por aquellos ojos. Las formas se retuercen de dolor, y los labios -suspiran de nostalgia. Son las larvas misteriosas de donde saldrán, -en la sucesion de los siglos, los ángeles de Fiessole, los mártires -de Fra Bartolomeo, las Concepciones de Murillo, las Vírgenes de -Rafael. Así el pintor que contempla estas figuras simbólicas, puede -ver en ellas, extasiado, los primeros blasones de la genealogía del -arte moderno, de ese arte pictórico en que hemos superado á los -antiguos.</p> - -<p>Pero ¡ah! cristianos ó filósofos, adictos á lo pasado ó adictos á -lo porvenir, hombres de fe ó de ciencia, cuando penetrais en aquellos -abismos, cuando caeis en aquellas tinieblas, cuando columbrais los -borrosos frescos ó palpais los sacros relieves, sentís discurrir por -vuestras venas un estremecimiento de terror, como el que produce -siempre la contemplacion de lo sublime. En mí confieso que todos -los sentimientos y todos los recuerdos de la infancia se levantaban -como en tropel y me poseian, como si la primera fe áun estuviese -viva. Recordaba yo la humilde iglesia de<span class="pagenum" -id="Page_87">[p. 87]</span> mi lugar con sus fiestas religiosas; -la Vírgen-Madre entre nubes de incienso y acentos del órgano; las -procesiones que salian á bendecir los campos en las mañanas de Mayo, -cuando las amapolas alzaban sus corolas entre los trigos, y las -zarzas se cubrian de rosillas; el cántico de las letanías, repetido -por innumerables voces; los acentos de la campana, difundidos en -los aires, llamando á la oracion, miéntras los últimos resplandores -del dia espiraban sobre las crestas de los montes, y las primeras -estrellas de la tarde nacian en la inmensidad de los desiertos -cielos.</p> - -<p>Mas cuando estos sentimientos del corazon dejaban espacio á -las ideas, yo veia el poder de una nueva creencia, que aparece en -momentos propicios, en el momento de una muerte irremisible de la -antigua fe. Este sentimiento no os deja ni un momento cuando vagais -por aquellos subterráneos, cuando á vuestros mismos ojos pareceis -cadáveres ambulantes en aquellos inmensos panteones. La oscuridad, la -lobreguez, el silencio, si por mucho tiempo se prolongan, os fatigan, -os hielan, os petrifican. Necesitais el aire tibio, la luz, la luz -sobre todo. Así, cuando salimos de las catacumbas, y respiramos en la -atmósfera de la campiña latina, y contemplamos el sol centelleando en -las nieves del Apenino, y olimos el aroma de las hierbas humedecidas, -de las flores<span class="pagenum" id="Page_88">[p. 88]</span> -recien brotadas, y escuchamos el piar de los pajarillos que abrian -sus gargantas en los nidos al alimento y á las caricias maternales, -miéntras las golondrinas subian á los cielos y el ruiseñor gorjeaba -en las vecinas enramadas, no pudimos ménos de bendecir á la -Naturaleza, que ofrece un teatro eterno á todas las tragedias, y -páginas infinitas á todas las epopeyas de la historia.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_4"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_89">[p. 89]</span></p> - <h2 class="nobreak">LA CAPILLA SIXTINA.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_91">[p. -91]</span>Roma es la ciudad de las tristezas eternas. Sus cipreses -murmuran una elegía. Sus fuentes lloran la muerte de algun dios. -La luna, al reflejarse en sus mármoles, evoca legiones de blancas -sombras. Por doquier muestra amontonadas las ruinas con sus coronas -de ortigas. Un ejército de Titanes ha sido precipitado en el polvo -de esta ciudad, asentada sobre urnas funerarias. Las piedras -gigantescas, los muros ciclópeos, las columnas colosales son los -huesos de esa raza vencida por los rayos del cielo, aniquilada por -las maldiciones de Dios. Jamas un volcan extinguido por el frio de -los siglos fué tan majestuoso en la estéril soledad de su cráter, -como esta Roma muerta. Jamas los huesos de los fósiles, incrustados -en las montañas por el diluvio, enseñaron tanto como esos ladrillos -diseminados en las cenizas, como estas piedras con sus inscripciones -borrosas.</p> - -<p>Todo es desolacion. Vagais entre sepulcros va<span -class="pagenum" id="Page_92">[p. 92]</span>cíos. La muerte no ha -perdonado ni las cenizas de los muertos. La naturaleza, en su -voracidad insaciable, ha metamorfoseado los huesos caidos sobre sus -profundos senos. Y los átomos de César, de Sila, de Cincinato, de -Camilo, quizá ruedan en el polvo barrido por el aire, quizá matizan -ténuamente las frágiles alas de una mariposa, ó se dilatan por las -fibras de la hierba que siega con su afilado diente la salvaje -cabra.</p> - -<p>Y sin embargo, cuando estaban agrupados sobre un esqueleto, -cuando la sangre hirviente los regaba, cuando las entrañas, como -otros tantos hornillos, mantenian el calor de la vida, esos átomos -soportaban el peso del cielo, regulaban á su placer el mundo, y -dirigian la humanidad con una frágil espada, hoy enmohecida, al -cumplimiento de sus destinos.</p> - -<p>Pero ¿qué resta de todo esto? Unas cuantas capas de polvo -amontonadas sobre otras capas de polvo, donde se han perdido y se han -borrado los césares y los tribunos, los vencedores y los vencidos, -los romanos y los bárbaros, los señores y los esclavos; sin que pesen -más en la balanza del universo y en la gravitacion del globo unas que -otras cenizas.</p> - -<p>Despues de haber andado largo tiempo entre tantas ruinas, echais -de ménos los habitantes, pero habitantes á la altura del coloso. -Nada im<span class="pagenum" id="Page_93">[p. 93]</span>porta el -ave nocturna que se esconde en el hueco de un sepulcro; nada el -murciélago que sale de una catacumba; nada el buho ó el cuclillo -que cantan en la soledad de la noche sobre las piedras del Coliseo. -Quereis, repito, ver habitantes á la altura del coloso. Inútil -buscarlos en una raza degenerada y sierva. Los dignos habitantes de -Roma son los hombres de mármol tallados por el cincel en piedras -inmortales. Son las figuras dibujadas en los muros por el genio. Y -entre estas figuras, las que tienen todavía el fuego sagrado en la -frente; las que guardan la fuerza del heroísmo en los músculos y -en los nervios crispados por las chispas del pensamiento; las que -respiran la tempestad en la ancha fragua de sus colosales pulmones; -las que pueden sostener el cielo con su frente, y dejar bajo sus -piés una huella indeleble en la tierra, son las figuras de Miguel -Ángel.</p> - -<p>Parece que despues de haber estado caido en el polvo mil años el -genio del Capitolio, arrullado por los Misereres de la Edad Media, -ha sacudido su pesado sueño un dia, se ha levantado arrojando las -montañas de ruinas amontonadas sobre sus espaldas, y ha ido á buscar -ese Titan del arte, ese Miguel Ángel siniestro, solitario, tétrico, -sublime, para comunicarle el soplo de su espíritu, y pedirle en -cambio que dejára grabadas so<span class="pagenum" id="Page_94">[p. -94]</span>bre los muros de la Roma católica las sombras colosales -de la Roma antigua. Así debian ser de fuertes, de fornidos, de -hercúleos, los héroes romanos; ese pecho fortísimo necesitaban para -infundir con su aliento un espíritu á la humanidad; esos brazos -nervudos para manejar el caballo de guerra y llevarlo vencedor desde -las orillas del Tígris á las orillas del Bétis; sobre esos anchos -hombros descansaba la tierra como sobre otras tantas cariátides; -esa actitud forzada y casi imposible debian tener cuando asaltaban -Jerusalen y Alejandría; sus manos parecen vibrar aquella lanza, -con la cual abrieron las venas de los pueblos y los ingertaron -fuertemente en su derecho; y las espaldas gigantescas se encorvan un -poco, cual si trajeran todavía al pomerium la enorme carga de los -dioses vencidos en toda la tierra.</p> - -<p>Esta fué la idea que en mí despertó la Capilla Sixtina, cuando -la visité de vuelta de la Vía Apia, de la Vía de los Sepulcros. Al -pronto, en aquel templo del arte, ahumado por los cirios y por el -incienso, no descubrís más que las figuras colosales, y no os dais -cuenta ni de la idea ni de los personajes que representan. Yo de mí -sé decir que fuertemente conmovido por la larga carrera entre dos ó -tres leguas de sepulcros, imaginaba ver en los Alcídes de la bóveda -y en los varios<span class="pagenum" id="Page_95">[p. 95]</span> -grupos del Juicio Final, las almas escondidas en las ruinas; esas -almas que flotan sobre las piedras, sobre los arcos ruinosos; esas -almas errantes por la tierra del Foro, revistiendo formas humanas, -colosales, violentas, como si el huracan del último dia del mundo -las sacudiera, pero formas en debida proporcion y armonía con su -histórica grandeza. Las figuras de Miguel Ángel son los héroes -antiguos que han crecido en su sepulcro.</p> - -<p>La Capilla Sixtina toma su nombre de Sixto IV. El pontificado de -éste fué agitadísimo. Maquiavelo aprendió parte de su política en -la conducta de Sixto. Fué el primero que mostró cuán grande era el -poder político de los Papas, y armando guerras contra los magnates -de Italia, mereció ser atendido de todos y alabado por el autor del -<i>Príncipe</i>. En su tiempo, y á sus instigaciones, murió asesinado -Julian de Médicis en Santa María dei Fiori de Florencia, á la hora -misma de alzar á Dios en la misa Mayor. Los Médicis, en cambio, -colgaron de una ventana al Obispo nombrado por el Pontífice para -Pisa. Las riquezas de Sixto IV montaban mucho, porque provenian de -la venta de beneficios. Pedro Riario era cardenal á los veintiseis -años, Patriarca de Constantinopla, Arzobispo de Florencia, y murió -exhausto de oro, de sangre, á manos del placer,<span class="pagenum" -id="Page_96">[p. 96]</span> como Baltasar ó Sardanápalo. Las -facciones combatian á la puerta del Vaticano y manchaban de sangre -hasta las gradas de los altares de San Pedro. Pero la córte romana -se enriquecia, y con estas riquezas levantaba capillas. Era este -el tiempo en que por dinero se concedian permisos de robar á los -bandidos, y en que un camarero decia á Inocencio VIII, que habia -comprado la silla pontificia con simonías, y que habia vendido -salvoconductos á los ladrones: «Procede bien V. S., porque Dios no -quiere la muerte del pecador, sino que pague y viva.»</p> - -<p>Pero si la Capilla debe su nombre á Sixto IV, debe la maravillosa -decoracion de la bóveda á Julio II. Este tiempo es el tiempo clásico -de los horrores de Italia. Si, como dice Alfieri, la planta-hombre -nace más robusta en la Península italiana que en el resto del mundo, -y se conoce su robustez en sus crímenes, jamas ningun país los -presenció tan grandes. Pisa espiraba en sus lagunas, despues de una -resistencia que tenía algo de la furiosa locura del suicidio. Un -Dux de Génova, alzado desde el movible seno de las clases plebeyas -á la suprema dignidad, era asesinado, descuartizado; sus miembros, -repartidos entre los enemigos, puestos como trofeos en los muros. -Tres mil ciudadanos caian degollados sobre el suelo de Prato, al -par que eran violadas las in<span class="pagenum" id="Page_97">[p. -97]</span>numerables monjas de sus conventos. La nobleza veneciana -moria tostada en una cueva de Verona, cuyos bosques ardian -horriblemente. Ni siquiera fueron perdonados los niños de pecho. Era -tan espantoso aquel tiempo, que hasta las mujeres se volvian crueles. -Una campesina toscana descabezaba al soldado español que la habia -robado á su hogar, y huia para presentarle á su marido, en desagravio -de su honra, la lívida cabeza. Los suizos talaban el Milanesado, los -alemanes Venecia, los franceses Ravéna, los españoles el resto de -Italia. Allí Gaston de Foix se complacia en mostrar su camisa, roja -de sangre italiana. Allí Bayardo ejercia las crueldades caballerescas -de los tiempos feudales. Allí saltaban las minas inventadas por -Pedro Navarro. Allí el Gran Capitan ganaba sus victorias á costa de -cruentísimas luchas. Italia era un campo de matanzas. Hileras de -insepultos cadáveres la cubrian desde los desfiladeros de los Abruzos -hasta los desfiladeros de los Alpes. Pero en medio de todas estas -catástrofes, el genio que truena, la voz que impera, es el genio y -la voz de Julio II, austero en su vida, italiano en el fondo de su -corazon, forjado para las batallas en el bronce del heroísmo; hábil -hasta añadir ó sustraer á sus cálculos, como cifras aritméticas, -los reyes y los emperadores y los pueblos; pagado de su autoridad -re<span class="pagenum" id="Page_98">[p. 98]</span>ligiosa, porque -le sirve para afirmar su autoridad política, implacable en sus -castigos como un sacerdote del antiguo Testamento, veloz como un -condottiero para emprender correrías y asaltar ciudades hasta en los -rigores del invierno; en la una mano los rayos espirituales para -vibrarlos fuertemente y expulsar los herejes de la Iglesia; en la -otra mano la mecha para encender los cañones y expulsar los bárbaros -de Italia.</p> - -<p>Indudablemente hay una relacion de temperamento entre el papa -Julio II y el artista Miguel Ángel. Aquél quiere extraer del fondo -de las invasiones una raza de héroes que sirvan para sostener la -patria, y éste del seno de las canteras otra raza de titanes que -sirvan para excitar á la gloria. Así le propone á Julio II su -sepulcro: una montaña de bronces y mármoles; ancha la base y elevada -la cúspide; una gradería entre ellas de cornisas caprichosamente -cinceladas; diversos genios en esas actitudes viriles, violentas, -pero armónicas, cuyo secreto sólo él posee, teniendo sobre su cerebro -mantenidas las cornisas y bajo sus piés encadenadas las naciones: -las Virtudes y las Artes, por hermosísimas mujeres representadas, -llorando y retorciéndose de dolor; sobre las cuatro esquinas de la -primera cornisa, la Vida activa y la Vida contemplativa, San Pablo, -cuya palabra es una espada, y ese Moisés que todavía nos<span -class="pagenum" id="Page_99">[p. 99]</span> aterra con su mirar, -relampagueante como el Sinaí; arriba, sobre trofeos, tributos de -la naturaleza y recuerdos de la historia, Cibéles, la tierra, -sosteniendo una mortaja con la actitud de una Madre Dolorosa que -abraza al Crucificado exánime en su amante seno, y mirando á Urano, -el cielo, que todo lo remata sonriente, y que engarza el genio del -Papa, como una estrella más, en el coro de sus bienaventuradas almas. -Era aquella tumba un poema cíclico.</p> - -<p>Miguel Ángel corria á las montañas á buscar el mejor mármol. -Llenaba de grandes piedras Roma. Luégo cogia su martillo, su cincel, -y comenzaba á romper, á desbastar el mármol, buscando anhelante, -sudoroso, con esfuerzos supremos, entre una nube de piedras que -saltaban á sus golpes, la imágen tal como la descubria en su propia -conciencia. Pero cuando estaba en el hercúleo trabajo empeñado, -la envidia le mordió en el talon. Bramante, uno de los genios de -aquella edad sobrenatural, quiso perderlo. Arquitecto principalmente -el uno, escultor principalmente el otro, léjos de excluirse, debian -completarse.</p> - -<p>Las grandiosas estatuas de Miguel Ángel parecen hechas para -lucir bajo los atrevidos arcos de Bramante. Allí, entre aquellas -largas líneas, bajo aquellas curvas prodigiosas, teniendo por -decoracion uno de esos patios ó uno de esos tem<span class="pagenum" -id="Page_100">[p. 100]</span>plos cuyas perspectivas nunca se -acaban, podian las estatuas de Miguel Ángel desplegar sus trágicas -actitudes, sus titánicos miembros, que parecen sacudidos por los -rayos de las ideas, y violentados por el esfuerzo supremo para -subir desde la tierra al cielo. Se aborrecian Bramante y Miguel -Ángel; pero se completaban. Así es la naturaleza humana. Aquellos -dos hombres no sabian que eran los trabajadores de una misma obra. -Por eso la historia no empieza á tener conciencia de sí misma, sino -cuando la muerte ha pasado sobre sus héroes. Tales ejércitos, que -se han combatido hasta aniquilarse sobre un campo de batalla; tales -hombres, que se han odiado hasta herirse con la calumnia; tales -genios, que se han perseguido mútuamente hasta querer borrarse de la -tierra, como si no hubiera aire para todos, no saben, cegados por -sus pasiones ú oscurecidos por el polvo de los hechos diarios, que -mañana han de confundirse en una misma gloria, han de representar á -los ojos de la posteridad una misma idea, han de tener en las hondas -huellas dejadas por las obras de arte sobre el mundo los mismos -adoradores y los mismos enemigos: que toda grande personalidad es un -trabajador empleado en levantar esa serie inmensa de arcos triunfales -llamados siglos, y todo espíritu individual es una faceta del prisma -llamado espíritu humano, que<span class="pagenum" id="Page_101">[p. -101]</span> descompone en mil matices la luz divina en la cual va -bogando el Universo.</p> - -<p>La sociedad es como la naturaleza. El mal está en lo particular, -en lo contingente, en los límites de las cosas; pero el mal -desaparece en el conjunto, en lo universal, en lo eterno. Así os -sucede que en ciertos siglos todos los individuos parecen perversos, -todos los pueblos ciegos, todas las acciones malas; aquí un monstruo, -allá una matanza, acullá una supersticion; y luégo, cuando la idea -del siglo se desprende de aquel todo, resulta como benéfica nube -henchida de consolador rocío que refresca los aires y empapa en -vida nueva la tierra. En el Universo acontece lo mismo. El veneno, -el rayo, la peste, las catástrofes, son accidentes que jamas llegan -á perturbar la serenidad del conjunto, la vida que se desprende -como una mansa cascada de los pechos de la naturaleza, la eterna -luz del Cósmos. La víbora pica al hombre; pero no puede picar á la -humanidad. La muerte siega al individuo; pero no siega á la especie. -Me he sublevado siempre contra la idea maldita de la eternidad del -mal. Por eso he combatido la otra idea, no ménos maldita, de la -muerte completa y del completo aniquilamiento de la conciencia. -Resolvemos todas las antinomias, todas las contradicciones por medio -de la muerte. Mirad cómo Bramante y Miguel Án<span class="pagenum" -id="Page_102">[p. 102]</span>gel, que se han combatido en la vida, se -han reconciliado en la inmortalidad.</p> - -<p>Pero prosigamos la historia de la Capilla Sixtina. Bramante -inspira á Julio II la idea de encargar á Miguel Ángel los frescos -de la bóveda. Pero el grande escultor ni siquiera conoce los -procedimientos de la pintura al fresco, y así lo dice al Papa. -Éste no admitia contradiccion, no toleraba que se le diera -á la desobediencia ni siquiera la razon de las razones, la -imposibilidad.</p> - -<p>El golpe iba asestado al corazon de Miguel Ángel, porque pintaba -entónces á cuatro pasos de la Capilla Sixtina, en su inmortal -serenidad y con toda suerte de prodigiosas venturas, Rafael, las -estancias. El primer escultor de su siglo corria el peligro de -quedar siendo el segundo pintor. Esta idea atormentaba su orgullo, -pero no le descorazonaba. Viendo la imposibilidad de resistirse sin -perderse, llama de Florencia á los pintores más hábiles en trazar -frescos, aprende de ellos la parte de oficio que hay en todo arte, -los despide. Y se encierra solo en la Capilla, contemplando aquella -inmensa bóveda, alta, oscura, desnuda, vacía, semejante al espacio -desierto ántes de la Creacion. Pero él va á poblarlo. Cuando mirais -con atencion aquellas figuras, un extraño espejismo os hace creer -que han sido pintadas en un relámpago. Se ve que han salido de los -rayos de una<span class="pagenum" id="Page_103">[p. 103]</span> -tempestad y de las cóleras de un gigante. Sus labios están dibujados -para exhalar una lamentacion de Jeremías, un terceto del Dante, una -de las maldiciones del Prometeo de Esquilo. El alma de Rafael ha -producido sus figuras, como diz que parió la Vírgen, sin dolor. Cada -una de ellas parece nacida como Citerea, de las espumas del mar, en -la concha de nácar, con la sonrisa en los labios, los rayos de la -aurora en la frente y el cielo en los ojos. Una ola de aquella alma -serena las ha depositado en las áridas riberas de la realidad. Las -figuras de Miguel Ángel luchan, padecen, se retuercen, van montadas -en las ráfagas de un huracan, tienen por luz un incendio, expresan -la virilidad y la potencia del dolor, son los hijos gigantes de los -estremecimientos desesperados de su genio en delirio, ansioso de -marcar la realidad con el sello de lo infinito. Por eso parece que -todas llevan en las carnes el hierro candente de la idea de aquel -hombre, y gritan desesperadas desde la realidad por otro mundo -infinito, como el náufrago por la tierra.</p> - -<p>Es necesario comprender todos los dolores que atenaceaban el -corazon de Miguel Ángel cuando componia su obra. Rafael está siempre -sostenido por su amada que le idolatra; por sus discípulos que le -obedecen; rodeado de un coro de ángeles: el gran escultor está -solo, separado del mundo,<span class="pagenum" id="Page_104">[p. -104]</span> reducido á un coloquio perpétuo con sus ideas, sin -amor y sin amistad, aislado como las grandes eminencias del globo, -con la tempestad sobre su frente. Despues de haber aprendido los -primeros procedimientos, ensaya el comienzo de su gigantesco -poema. Sus colores se descomponen, las pinturas se caen á pedazos. -Inmediatamente corre á ver á Julio II para pedirle que le libre -de su compromiso. El Papa insiste: San Gallo, pintor, le da un -medio sencillo de evitar la dificultad. Luégo el tablado que le ha -construido Bramante se halla suspenso del techo por medio de cuerdas. -Á cada estremecimiento de su pincel, que parece un manojo de rayos, -el tablado se balancea. Miguel Ángel construye otro completamente -fijo y completamente seguro. Por fin traza el cielo que contendrá -sus figuras. Pero inmediatamente que tiene el espacio, le asalta la -desesperacion, nacida del temor de no llenarlo. Cierra la Capilla con -llave, y se lanza á todo correr solo, como un loco, por la campiña -romana. Los arcos destrozados, los acueductos parecidos á gigantes -esqueletos, las ruinas sobre cuya mole se asienta el pastor y por -cuyos costados sube la cabra; los Apeninos tachonados de nieve en -su cima y de cadáveres de pueblos en sus faldas; los cipreses, -los sauces, los pinos, que dan á todo el paisaje aspectos del más -vasto cementerio que han visto los hombres;<span class="pagenum" -id="Page_105">[p. 105]</span> las lagunas cubiertas de juncos y -atravesadas por los salvajes búfalos y por tristes barcos donde van -acostados seres semejantes á muertos reaparecidos en la tierra; los -sepulcros dorados por el sol como fragmentos de planetas destruidos -sobre aquella desolacion; las nubes fantásticas que parecen -evaporaciones de las cenizas, volcanes flotantes entre los espejismos -del desierto más poblado de ideas que hay en el globo; todo aquel -espectáculo debia fortalecer el alma del titan y obligarle á producir -lo que es superior á las fuerzas humanas: una obra sublime.</p> - -<p>Pero necesitaba hallarse abandonado á su soledad y á su -inspiracion. El tiempo es el grande auxiliar de las obras de arte. -Contra su inspiracion, contra su soledad, contra su tiempo, se -habia conjurado la impaciencia del Papa. Era viejo y deseaba ver -la obra ántes de su muerte. Tres maravillas debia hacer ó inventar -Miguel Ángel para Julio II: su sepulcro, su estatua, la bóveda de -la Sixtina. El sepulcro se interrumpió por difícil y costoso. La -estatua de bronce, levantada en una plaza de Bolonia, fué convertida -por los boloneses en pieza de artillería. Llamábanla Juliana, y -la disparaban contra el Papa. Solamente le quedaba para su gloria -la Capilla Sixtina. Apoyado en su báculo, el Papa entraba á -interrumpir, impacientar, apresurar al artista. Miguel Ángel de<span -class="pagenum" id="Page_106">[p. 106]</span>jaba caer un tablon á -sus piés.—«¿Sabes que si llega á darme en la cabeza me mata?»—gritó -el Pontífice.—«Todo lo evitára Vuestra Santidad con no venir á -distraerme»—le contestaba el pintor. Julio II aprende la leccion -y se va. Pero á los pocos dias, cuando más entregado está Miguel -Ángel á su furia creadora, aparece el Papa.—«¿Cuándo acabarás?»—le -pregunta.—«Cuando podré»—contesta Miguel Ángel, encubriendo sus -figuras con espeso velo negro que envolvia toda la bóveda.</p> - -<p>Otra vez se empeña Julio II en ver las figuras, agitado de -impaciencia. Miguel Ángel se opone. Sube el Papa á duras penas la -escala del tablado. Miguel Ángel se coloca entre las pinturas y -el Papa. Hay algunos autores que dicen haber en tal ocasion y con -tal motivo dejado caer su báculo sobre las costillas del pintor. -Indudable es que un dia apaleó á su camarero por haber dicho que -Miguel Ángel era, como todos los artistas, medio loco. En este -conflicto descendió el pintor de su tablado, arrojó los pinceles, -fuése á su casa, ensilló su caballo y partióse de Roma. Pero -enamorado perdidamente de su obra, que comenzaba á salir del cáos, -se volvió para concluirla. Bien es verdad que el Papa lo hubiera -preso en el camino, ó hubiera declarado la guerra á la ciudad que lo -retuviera sin su consentimiento soberano, co<span class="pagenum" -id="Page_107">[p. 107]</span>mo en otro tiempo estuvo á punto de -declarársela á Florencia, en la cual, huyendo de su cólera, se habia -el artista refugiado.</p> - -<p>Por fin apareció, sí, apareció aquella obra-siglo, aquella -obra-humanidad. El Renacimiento habia encontrado su símbolo. Es la -Edad del gran crecimiento del hombre. Por la brújula ha crecido en el -mar, por la imprenta ha crecido en el tiempo, por el descubrimiento -de América ha crecido en el planeta, por la filosofía ha crecido en -el espíritu, por la reaparicion de las artes clásicas ha crecido en -la historia, por el telescopio va á crecer en el cielo, por todo en -el seno de Dios. ¿Quereis ver cuánto ha crecido? ¿Quereis tener la -medida de su nueva estatura? Pues comparad las figuras tétricas, -rígidas, estrechas de pecho, flacas, desmayadas, que ha dejado -Fra Angellico en Florencia como el testamento de la Edad Media, -con las figuras atrevidas, atléticas, gigantescas, hercúleas, que -ha dejado Miguel Ángel en la Capilla Sextina, glorificacion del -Renacimiento.</p> - -<p>Imaginaos un grande trecho plano, iluminado por doce ventanas, -y dividido de las paredes colaterales por una cornisa. El tiempo, -la humareda del incienso, de los cirios, le han dado un tono -crepuscular que aumenta sus misterios. No parecen pinturas: segun la -fuerza de encarnacion, se<span class="pagenum" id="Page_108">[p. -108]</span>gun lo saliente del dibujo, segun el relieve de las -formas, parecen esculturas. Es la apoteósis del cuerpo humano -regenerado. Por los frisos de la cornisa, y sobre las ventanas, ya -tendidos, ya de pié, ya en actitudes y en posiciones inverosímiles, -aquellos atletas vigorosos, desnudos, de nervios vibrantes como -las cuerdas de un arpa, y de fibras endurecidas por los ejercicios -de la gimnasia; jóvenes hermosísimos, que han combatido por Roma -en los campos de batalla ó que han dado la vuelta al circo guiando -la cuadriga en los juegos olímpicos de Grecia; renacidos al calor -de esta nueva primavera del espíritu, á la evocacion de este genio -extraordinario de Miguel Ángel, que convierte las piedras en hombres; -y escalando audaces las cimas de la Roma católica, cual si fuera su -antiguo Olimpo, á fin de celebrar, con la embriaguez de su nueva y -no esperada vida, la propia resurreccion y la resurreccion de sus -dioses, de sus filósofos, de sus poetas, de su patria en los cielos -del arte.</p> - -<p>Pero aquí se acaban las reminiscencias clásicas. El resto de aquel -techo no ha tenido precedente, no ha tenido consiguiente. Queda ahí -como los primeros versículos de la Biblia, en la conciencia humana; -como las aisladas cimas del Sinaí, del Calvario, del Capitolio, -en las llanuras de la Historia. Son las sibilas y los profetas. -Ve<span class="pagenum" id="Page_109">[p. 109]</span>nidas las -sibilas de Délfos, de Cúmas, de Eritrea, de Libia, despues de -haber recogido en las encinas de Dodona, en las orillas del Egeo -y del Tirreno, por las grutas del Pausilipo, ó por los golfos de -Corinto y de Bayas, las profecías, las esperanzas, las promesas de -redencion que los poetas han dejado caer de sus versos, y de sus -discursos los filósofos; venidos los profetas del desierto, del -Carmelo, de las grutas de Jerusalen, de los bosques primitivos del -Líbano, despues de haber recogido las esperanzas consoladoras de -aquella raza de sacerdotes; se juntan en la Capilla Sixtina como -dos coros titánicos, para con sus fuerzas sostener el techo donde -resaltan maravillosamente en cuadros, únicos por su grandeza, todas -las alegorías y todas las tragedias de la Biblia; el cáos sumergido -en sus sombras; la primera luz amaneciendo pura sobre las aguas -serenas; Adan dormido aún completamente en el sueño de la materia; -Eva recien creada, despertándose ya en el éxtasis del amor, encantada -por el florecimiento de la vida que respira y absorbe delirante de -alegría; el primer pecado que se desliza en la tierra, desposeida -del paraíso, y el primer dolor que se desliza en el pecho desposeido -de la inocencia; el diluvio, arremolinando sus verdosas aguas de -hiel atravesadas por el relámpago y henchidas por el huracan sobre -las cimas<span class="pagenum" id="Page_110">[p. 110]</span> donde -los últimos hombres se agarran para salvarse en el estertor de la -desesperacion; el sacrificio de Noé sobre las montañas, en señal de -la perpetuidad de la naturaleza y de la salvacion de la especie; todo -agrupado, todo reunido, titanes, sibilas, profetas, tempestades, -huracanes, diluvios, en torno de aquella gigantesca, sublime figura -del Eterno, que irradia el pensamiento de su frente, la accion de -sus manos, dominando aquellas criaturas con su mirada centelleante, -en señal de que las anima y las vivifica á todas con su creador -aliento.</p> - -<p>Pero despues de examinado el conjunto, descended á las -particularidades. ¡Qué sobrenaturales son cada una de aquellas -figuras! No se comprende cómo las frágiles fuerzas del hombre -han llegado á tanto. He visto en muda contemplacion á muchos -artistas, dejar caer los brazos con desaliento, menear la cabeza -con desesperacion, como diciendo: jamas repetirémos esto. Las ideas -madres que Goethe veia en las cavernas tejiendo las fibras de la -vida, y las vestiduras de las formas para todos los seres, no son tan -sublimes como esas sibilas. Los gigantes de la Biblia y de la poesía -clásica no son tan altos como esos profetas. Isaías está leyendo -el libro de los destinos del mundo. Su cerebro parece la curva de -una esfera celeste, una urna de ideas, como las cimas de las<span -class="pagenum" id="Page_111">[p. 111]</span> altas montañas son -las urnas de cristal de donde bajan los grandes rios. El Ángel -lo llama y vuelve lentamente la cabeza al cielo sin abandonar el -libro, como suspenso entre dos infinitos. Jeremías viste el sayal -del penitente, cual conviene al profeta perdido en las cercanías -de Jerusalen. Sus labios vibran á la manera que la trompeta de los -conquistadores. Su barba desciende enroscada sobre el pecho como una -tromba. La cabeza está inclinada como la copa de un cedro herido por -el rayo. En sus ojos entornados braman océanos de lágrimas. Las manos -aparecen fuertes, pero hinchadas de sostener las piedras vacilantes -del santuario. Se ve que le rodean las quejas y las elegías de -los hijos de Israel, cautivos á la orilla del extranjero rio, el -lamento prolongadísimo de la señora de las naciones, solitaria y -desolada como viuda. Ezequiel está furioso. Su espíritu lo posee. -Habla con sus visiones como si fuera presa de un delirio divino. -Monstruos invisibles deben agitar las potentes alas en su oido, y -producir, segun escucha, un bramar tempestuoso como el ruido del -oleaje oceánico. El viento marino hincha su manto como si fuera una -vela. Daniel está completa, absolutamente absorbido en escribir, -como que tiene que contar al mundo los castigos de los tiranos y las -esperanzas de los buenos; los castigos de Nabucodonosor convertido de -dios en<span class="pagenum" id="Page_112">[p. 112]</span> bestia; -los castigos de Baltasar, asaltado por la muerte en medio del festin -donde ofrece á sus concubinas el vino orgiástico en las copas robadas -al santo templo; los castigos de los cortesanos de Darío devorados -en la fosa por los hambrientos leones; tras cuyos castigos pasarán -setenta semanas de años, al cabo de las cuales, segun anuncio de -Gabriel, vendrá un humilde varon, vestido de blanco lino, el cual -despertará con su palabra los muertos acostados en el polvo de los -siglos, y hará brillar con nuevos resplandores el firmamento. Jonás -está espantado, como saliendo del seno del mar para ir al seno del -desierto, á ver morir la grande ciudad de Nínive. Zacarías es el más -viejo de todos. Parece que se cae, como si bajo sus piés se desgajára -el suelo al sacudimiento del terromoto anunciado en la última de sus -profecías.</p> - -<p>Lo más admirable de aquellas figuras colosales que nunca os -cansais de admirar, es que no solamente son decoraciones de una -sala, adornos de una capilla, sino hombres, sí, hombres que han -padecido nuestros dolores; que se han clavado las espinas de la -tierra; que tienen la frente surcada por las arrugas de la duda y el -corazon traspasado por el frio del desengaño; que han asistido á los -combates donde mueren los pueblos y á las tragedias donde se consumen -tantas generaciones; que ven caer sobre sus cabezas la niebla<span -class="pagenum" id="Page_113">[p. 113]</span> de la muerte y -quisieran preparar con sus manos una nueva sociedad; que tienen -los ojos gastados, casi ciegos, de mirar contínuamente el movible -y cambiante espejismo de los tiempos, y las carnes quemadas por el -fuego de las ideas; que llevan sobre sus crispados nervios el peso de -sus almas grandiosas, y sobre sus almas el peso, todavía más grave, -de sus aspiraciones irrealizables, de sus ensueños imposibles, de -sus luchas sin victorias, de sus deseos por lo infinito sin ninguna -satisfaccion sobre la tierra.</p> - -<p>Yo quisiera definir estas figuras. Por lo que más en ellas -se acerca á la humanidad, por la forma, por el organismo, son -verdaderamente sobrehumanas. Todos esos seres gigantescos y -extraordinarios que las várias cosmogonías han creido ver salir de -la primera feracidad del planeta recien creado en la expansion de su -vida, habian de tener esa colosal estatura. Pero por lo que hay en -ellas de espiritual, de permanente, todas son humanas, todas hijas -de esos dos elementos de nuestra vida, que tantas grandezas han -producido: la aspiracion á lo infinito y el dolor de la realidad, -contra la cual se estrella el alma, al querer esparcirse en lo -invisible, en lo inmenso, en lo misterioso, volviendo á caer sobre -su reducido lecho de barro con un horrible estremecimiento y un -prolongado gemido.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_114">[p. 114]</span></p> - -<p>Pero donde veo el espíritu humanitario, reconciliador, universal, -del siglo décimosexto, es en esas sibilas del paganismo alzadas al -nivel de los profetas, puestas ahí á su lado, repitiendo la misma -idea, anunciando la misma verdad, como dos coros apartados, cuyas -voces y cuyos cánticos se encuentran confundidos en el cielo.</p> - -<p>No de otra suerte, en el laboratorio de los aires, se confunden la -electricidad venida de diferentes montañas, los vapores exhalados por -lejanos mares.</p> - -<p>¡Cuán apartados nos hallamos de aquellos primeros iconoclastas, -que destrozaban las bellas estatuas de los dioses, creyéndolas -efigies del demonio! ¡Cuán léjos de aquel espíritu estrecho que -condenaba la antigua historia, por creerla podrida! Las sibilas -son los oráculos del paganismo. Cuando el dia espira, cuando las -pléyades salen del mar, cuando las olas recamadas de fosforescentes -resplandores mueren tranquilas en la arena; bajo el árbol lleno de -misterios, sobre la piedra dorada por los siglos; vestidas con una -túnica tan blanca como las nubes benéficas, coronadas de verbena; -el ara encendida delante, el ídolo alzado á su espalda, el pueblo -inmóvil á su alrededor, las cítaras de las vírgenes sonando en sus -oidos, los ojos en el cielo y la mano en el corazon, delirante el -alma, agitados los nervios; las sibilas dicen sus oráculos secretos -en versos misteriosos,<span class="pagenum" id="Page_115">[p. -115]</span> recogidos sobre hojas fugaces, confiados á veces á merced -del viento, y descubren así los misterios del porvenir, y arrancan -así por fuerza el feto del hecho venidero á las entrañas de las -edades futuras, todavía dormidas en el abismo de la eternidad.</p> - -<p>San Agustin ha leido los libros misteriosos de estas mujeres. En -su entusiasmo, hace lo que Miguel Ángel ha hecho; las coloca en la -ciudad de Dios. Ellas han predicho la venida de Cristo. <i>Pertinent ad -civitatem Dei</i>, exclama. Son aquellas mismas que delante del César, -segun una leyenda piadosa, se arrancaron la corona de la frente -y descendieron mudas del marmóreo altar, porque habia nacido el -esperado por las naciones y se habian cumplido las promesas de los -siglos. Virgilio mereció que San Jerónimo, despues de haber saludado -la cuna de Cristo en Belen, saludára su sepulcro en el Pausilipo.</p> - -<p>Mereció más; mereció que San Agustin lo citára entre los testigos -de mayor excepcion á favor del Cristianismo, entre los genios que han -ahuyentado sus dudas y han fortalecido su fe.</p> - -<p>«No creeria tan fácilmente esto, si ántes no lo hubiera anunciado -un poeta nobilísimo en lengua romana.» Mereció más; que el mayor -poeta de la Edad Media exclamára, invocándolo:</p> - -<div class="poem"><div class="stanza"> -<p class="i0">Per te poeta fuí, per te cristiano.</p> -</div></div> - -<p><span class="pagenum" id="Page_116">[p. 116]</span>Y todo por -haber repetido Virgilio el oráculo de la sibila de Cúmas: la venida -de un niño misterioso, por cuya presencia se cambiaria el órden de -los siglos y perderia la naturaleza sus males, el leon su fiereza, la -serpiente su veneno, los campos sus espinas, el trabajo su fatiga; y -sin necesidad de ser por el sudor regados, henchiríanse de vida los -campos, producirian las vides sus racimos, los trigos sus espigas, -los árboles sus frutas, coronándose de lirios las colinas, tiñéndose -de los matices del íris los vellones de los corderos, embotándose -el aguijon de las abejas, que depositarian espontáneamente su miel -en los labios, como las vacas destilarian su leche en los odres; -y el Universo, á manera de un árbol mecido por una brisa celeste, -entonaria un cántico sublime que pusiera en olvido la música de -Lino, la flauta de Pan y las melodías de Orfeo, por ser el himno -incomunicable de la nueva edad de justicia.</p> - -<p>La verdad es que la historia, en su moderna universalidad, ha -destruido muchos odios. Los romanos y bárbaros, que peleaban como -enemigos eternos, con furor, en el fin de las edades antiguas, eran -hermanos, hijos de una misma raza. Y esos profetas de Jerusalen, -esos incansables lectores del porvenir, esos invencibles enemigos de -los tiranos, lo mismo que esas sibilas miste<span class="pagenum" -id="Page_117">[p. 117]</span>riosas, vagando por las arenas de la -Libia, por las ruinas de Persia, por los mares de Jonia, por las -grutas de Cúmas, apareciendo en las cimas del Archipiélago griego y -en el cabo Miseno como almas sin cuerpo para decir ideas sin forma; -los filósofos que desde la gran Grecia han pasado el Pireo y desde -el Pireo han corrido á Alejandría, sembrando entre el Oriente y el -Occidente una estela de ideas que ha sido un semillero de mundos, lo -mismo que los sublimes y oscuros misioneros no comprendidos de la -Roma imperial, que han pasado de las catacumbas á los circos, dejando -con la sangre de sus venas el reguero inmortal que ha fecundado -la fe; todos, durante muchos siglos enemigos, todos mútuamente -desconocidos, todos apartados por abismos y por odios, todos se han -unido en lo infinito, y han formado nuestro espíritu, y encendido -nuestra conciencia religiosa.</p> - -<p>¡Qué sublimes son esas sibilas de la Sixtina! El pensamiento y -la mirada vuelan de una en otra sin acertar á fijarse. Paréceme -que son las madres de las ideas, las formas de las cosas eternas. -Cualquiera diria que tienen atravesado entre sus dedos el hilo de -la vida universal, y que están tejiendo la trama de la naturaleza. -Son la Pérsica, la Eritrea, la Délfica, la Líbica, la de Cúmas. Si -buscais sus genealogías, encontraréis el Dante,<span class="pagenum" -id="Page_118">[p. 118]</span> encontraréis Platon, encontraréis -Isaías, encontraréis Esquilo; son de esa raza. Si buscais sus -parientes por el mundo moderno, los tendréis en algunos personajes de -Shakspeare, en algunos pensamientos de Calderon, en algunas escenas -de Corneille. Son de ese temple.</p> - -<p>Leed todos los tratados de lo sublime, y á duras penas acertaréis -á comprender ese concepto. Es difícil de explicar un escalofrío que -sólo se siente dos ó tres veces en la vida; una idea que sólo tiene -media docena de ejemplos en la historia. Pero levantad los ojos á la -bóveda de la Sixtina: ahí está lo sublime, ahí la desproporcion entre -nuestro débil sér y las fuerzas infinitas de una idea que nos agobia, -que nos anonada bajo su inconmensurable grandeza. Eso es lo sublime; -un goce en una pena.</p> - -<p>Tú, Pérsica, en la vejez que te agobia, se conoce cómo el mundo en -su cuna te ha confiado sus secretos y te ha dicho sus vagidos, y cómo -ántes de morir te inclinas, abrumada por el trabajo y por los años, -á escribir un poema cíclico en las hojas de tu libro de bronce. Tú, -Líbica, vienes corriendo, como si la arena del desierto encendido te -quemára los piés, á traernos una idea recogida en el espacio donde -todas las ideas se han tranformado como larvas misteriosas. Tú, -Eritrea, eres jóven como Grecia, bella como una<span class="pagenum" -id="Page_119">[p. 119]</span> de las sirenas de tu archipiélago, -cantora como la tierra de los poetas, ondulante como los mares de -que nacieron los dioses, y amiga de la luz, atizas la inmortal -lámpara que está á tu lado, y á cuyo resplandor vendrá como una -mariposa la conciencia humana. Tú, Délfica, eres vírgen como Ifigenia -inmolada por los reyes; tú llevas el beso de Apolo en los labios, -la sombra del laurel en la frente, la inmortalidad del genio en el -pecho alzado, como para entonar un cántico armonioso, que se oirá -hasta el fin de los siglos. Tú, Sibila de Cúmas, dejas tu caverna, -y allí donde las montañas se cincelan más escultóricamente, donde -los aires se cargan de aroma, donde el mar Tirreno más se embellece, -en el golfo de Bayas, mirando la griega Parténope hermosísima y -ébria como una bacante reclinada sobre su mullido cojin de pámpanos, -modulas dulcemente la melodía de la esperanza. ¿Sois de carne, -sois mujeres, habeis sentido la voluptuosidad, el amor, ó sois los -arquetipos de las cosas, las ideales del arte, las sombras de esas -musas que todos los poetas invocan y que ninguno ha visto sino á -traves de sueños irrealizables, las formas várias de la eterna Eva, -que ya se llama Safo, ya Beatrice, ya Laura, ya Victoria Colonna, -ya Eloisa, y que está de pié en la cuna y en el sepulcro de todas -las edades, sonriéndonos con la esperanza, despertándonos al<span -class="pagenum" id="Page_120">[p. 120]</span> deseo, y huyendo á -nuestros brazos como una ilusion que se desvanece en lo infinito?</p> - -<p>Este techo de la Capilla Sixtina inspirará eternamente ensueños -poéticos. Uno de los mayores literatos de Europa dice que ha empleado -treinta años en estudiarlo. Cuando Miguel Ángel acababa de pintarlo, -no podia mirar hácia abajo sin que inmediatamente se le oscurecieran -los ojos. Tenía necesidad de llevar alzada la cabeza siempre y mirar -hácia arriba. El objeto de su vista se encontraba en el cielo. -Hácia allá, hácia el cielo tambien se dirigia su alma, henchida de -inspiraciones infinitas, y por lo mismo de infinitos dolores.</p> - -<p>Y este hombre, con una sensibilidad tan viva, con un carácter -tan áspero, con un pensamiento tan extraordinario y tempestuoso, ha -vivido en el tiempo de los cambios más bruscos, de los contrastes -más fuertes, en que el espíritu humano pasa de tristes desmayos á -vida exuberante, de sombríos eclipses á súbitas iluminaciones, de la -penitencia á la orgía, del sensualismo á la fe; inclinándose ya de un -lado ya de otro, como si estuviera ébrio.</p> - -<p>Imaginaos un cuerpo trasladado súbitamente de la zona tórrida -al polo, del abismo al cielo, de la cima de una montaña al abismo, -de la mar tempestuosa á un lecho mullido; y quizas no ten<span -class="pagenum" id="Page_121">[p. 121]</span>dréis idea de los saltos -que ha dado el alma de Miguel Ángel por las contradicciones de su -tiempo. El Luzbel de la Biblia, pasando de la naturaleza angélica á -la naturaleza diabólica, y el Luzbel de Orígenes, volviendo de la -naturaleza diabólica á la naturaleza angélica, podrian dar una idea -lejana de las trasformaciones súbitas por que pasaron aquel siglo y -aquel hombre empapado en los torrentes de su siglo.</p> - -<p>No es una division arbitraria ésta de las edades. La historia -es como el calendario del espíritu; en cien años varían las ideas -radicalmente, cambian de esencia y de aspecto las sociedades. En cien -años se renuevan los átomos de un pueblo con la renovacion de las -generaciones. Cada siglo es una grande personalidad cincelada por los -siglos anteriores. La espada es muchas veces un cincel que obedece á -una conciencia, á un espíritu desconocido. Todos los siglos tienen -una fisonomía y una idea. Pero el siglo que llena Miguel Ángel con su -larga vida es el más contradictorio de todos los siglos. Si á cada -minuto amaneciera y anocheciera, acaso tendríamos en la naturaleza -una imágen del tiempo de Miguel Ángel, es decir, del tiempo en que -acaba la Edad Media y empieza la Edad Moderna.</p> - -<p>Cae Constantinopla, pero la hereda Venecia engrandecida y en -todo su apogeo, nave empa<span class="pagenum" id="Page_122">[p. -122]</span>vesada que arroja un cable en el Adriático para tener -unida Europa al Oriente. Renacen los antiguos dioses, revelando en -sus cuerpos de mármol todos los secretos del arte, y arden las obras -de los artistas en hogueras atizadas por un pueblo de monjes sobre -la plaza de Florencia. El Perugino conserva todavía los penitentes -macerados en los claustros, y el Hércules Farnesio se eleva en el -suelo romano para mostrar toda la pujanza de la vida antigua. Escribe -su sensual obra Ariosto, en que los héroes danzan como en brillante -carnaval, y sueñan los platónicos de Florencia con las ideas puras, -con las esencias misteriosas, con el cielo oculto tras del sepulcro, -y el Dios oculto tras del mundo. Invoca Savonarola, ese Francisco -de Asís de la política, los santos y los ángeles; recomienda el -ayuno y la penitencia, restaura la imitacion de Jesucristo; é invoca -Maquiavelo el demonio, llama á los traidores, recomienda el dolo, -el crímen, el asesinato, restaura la imitacion de los césares. Toma -el pueblo florentino por jefe al Crucificado, miéntras el pueblo -romano toma á César Borgia, hermoso como el vicio, pero infame, -traidor, manchado con la sangre de su hermano y de su cuñado, que -salta á su frente y á la frente del Papa, perdido en neronianas -cenas, reproduciendo los delitos eróticos de Heliogábalo unidos á las -matanzas y á los envenena<span class="pagenum" id="Page_123">[p. -123]</span>mientos de Tiberio. Parece que los partidos se van como -sombras, y vienen los franceses por el Norte á sostener á los -güelfos, y los españoles por el Mediodía á sostener á los gibelinos. -Parece que el poder político de los papas y el poder político de -los emperadores se acaba, y el Pontificado renace más fuerte con -Julio II, y el Imperio renace más brillante con Cárlos V. Vuelve á -restaurarse la autoridad espiritual de la Edad Media por las artes y -los artistas, que sostienen sobre sus alas el Vaticano, convertido -por Leon X en Olimpo, cuando se oye la voz de Lutero, que hiela -súbitamente la sangre en las venas de Roma. Por todas partes se -sublevan los plebeyos para salvar las repúblicas ó renovarlas, y -por todas partes se restauran las monarquías. Las artes que Miguel -Ángel queria unir á la libertad son el anillo funesto, el brillante -talisman con que los tiranos adormecen á los pueblos. Los patriotas -buscan un Bruto, y encuentran apénas un Lorencino.</p> - -<p>Por eso Miguel Ángel no ha querido concluir su busto del defensor -de la república romana en la indigna Florencia, entregada á los -Médicis. Es aquella edad el Filipos de los municipios que van -cayendo en el polvo con su propio puñal en el pecho. La desgracia -de Queronea se repite cien veces, y mueren cien Aténas sobre la -tierra ita<span class="pagenum" id="Page_124">[p. 124]</span>liana -empapada de sangre. Ancona entrega sus fortalezas para que la -liberten de las amenazas de los turcos, y cae bajo la tiranía de los -frailes. Los papas se convierten todos en gibelinos, desmintiendo su -historia. La España, que ha arrojado á los judíos y á los moriscos -por servir á Roma, saquea á Roma. Las siete mil revoluciones que ha -habido en Italia desde el siglo décimo al décimosexto; los catorce -millones de cadáveres caidos en los campos de batalla, producen el -cáos.—¿Comprendeis ahora por qué el Moisés de Miguel Ángel mira su -tiempo con tanto desden?—¿Comprendeis por qué en la Sixtina se queja -con tan desgarradores lamentos su colosal Jeremías?</p> - -<p>La catástrofe de las catástrofes se aproximaba despues que Miguel -Ángel habia concluido la bóveda de la Capilla; se aproximaba el saco -de Roma por los españoles y los alemanes al mando del condestable -Borbon. El hambre se cebaba en los españoles, desposeidos de sus -pagas; la furia religiosa en los alemanes, enemigos del Papa. El -general de éstos llevaba al cuello una cadena para colgar la cabeza -del Sumo Sacerdote católico el dia que entrára en la ciudad que él -llamaba sacrílega Babilonia. El Condestable deseaba dar una terrible -leccion á Clemente VII, enemigo de su nuevo amo el emperador Cárlos -V. Roma, restaurada por ochenta años de trabajos artísticos,<span -class="pagenum" id="Page_125">[p. 125]</span> revestida de mármoles, -pintada por Rafael y sus discípulos, cubierta de estatuas que surgian -como por encanto de las ruinas, enriquecida por Leon X con todas -las preseas del Renacimiento; hartada por los pueblos que iban como -peregrinos á besar sus sandalias de bronce, á orar en sus religiosos -sepulcros, en sus admirables templos; llena de palacios construidos -por una aristocracia poderosa, reconquistaba su antigua grandeza y -brillaba entre los tributos del espíritu con la misma gloria con que -brilló en otro tiempo entre los despojos del mundo. Esta riqueza -tentaba así á los españoles como á los alemanes, todos guerreros -de profesion, y por consiguiente amigos todos del saqueo, que era -entónces la gran cosecha de la espada.</p> - -<p>Así en vano se pactó una tregua. Aquellos veinticinco mil -hombres, italianos aventureros, españoles por profesion soldados, -alemanes protestantes, se dirigian á Roma como el hambre voraz de -las legiones de Atila, de esos cuervos lanzados por el polo sobre -el cadáver de la Roma antigua. Era una mañana de Mayo de 1527. El -Condestable pide paso para Nápoles; el Papa lo niega. Á esta negativa -sucede el asalto. Los españoles vacilan, pero su generalísimo el -Condestable arrima con sus propias manos la escala terrible al muro -de la Ciudad Santa. Un arcabuzazo lo mata.<span class="pagenum" -id="Page_126">[p. 126]</span> Él, en la agonía, se cubre el cuerpo -con una capa española para que no lo conozcan sus soldados y no -desmayen un punto en la empresa. Los españoles entran por los muros -que avecinan á San Pedro, los alemanes por la puerta del Santo -Espíritu, los italianos por la puerta de San Pancracio, como tres -torrentes que van á confundirse en el mismo lecho. El Papa apénas -tiene tiempo de ir del Vaticano á San Angelo entre una lluvia de -balas, y Pablo Jovio le arroja su muceta violácea para que las -albas vestiduras pontificales no sirvan de blanco á los arcabuces -enemigos. Parecia que se levantaban sobre la ciudad Genserico y -Alarico, los godos y los vándalos. Aquí la pelea cuerpo á cuerpo; -allá el incendio; en todas partes la matanza y el saqueo. Los unos -cortaban los dedos de los vencidos para arrancarles los anillos; los -otros violaban sobre el altar las vírgenes consagradas al Señor. -Algunos abrian heridas en los vientres de las romanas para saciar de -aquella original y sangrienta manera sus inmundos apetitos. Muchas -doncellas se arrojaban avergonzadas en brazos de sus padres y de sus -hermanos, pidiéndoles á gritos la muerte para libertarse de tanta -vergüenza. La noche exacerbaba la sangrienta bacanal. Al resplandor -de las antorchas los saqueadores descolgaban los cuadros; arrojaban -en los sacos las alhajas; profanaban los san<span class="pagenum" -id="Page_127">[p. 127]</span>tuarios buscando sus ricas pedrerías; -celebraban la victoria bebiendo vino en los cálices; abofeteaban y -escupian á los cardenales; remataban sus cascos guerreros con las -mitras; envolvian á sus cantineras en el manto de las Vírgenes; -pronunciaban sermones ridículos, alzándose erguidos sobre montañas -de muertos y heridos, muchos de los cuales áun palpitaban; hacian -procesiones fantásticas, colgando cabezas al cuello, y poniendo -orejas cortadas á los burros en las caras acribilladas de los -sacerdotes, y echando á los piés de las imágenes corazones y entrañas -humeantes; carnaval espantoso, cuyo horror aumentaban la granizada -de los mosquetes, el crujido de las ruinas, el chisporroteo del -incendio, el suspiro de los voluptuosos, la carcajada de los ébrios, -las maldiciones de los vencedores, las súplicas de los vencidos, el -siniestro alentar de los fugitivos, el estertor de los moribundos y -el silencio de los muertos, desnudos sobre las piedras ahumadas y -sangrientas, como si aquella noche fuera la última noche de Roma, -como si aquellas negras horas fueran las siniestras horas de los -ángeles exterminadores del mundo.</p> - -<p>La desolacion de Roma no tiene igual. Clemente VII comió en su -prision carne de caballo y de asno. Los cadáveres se vengaron de -sus inmoladores sembrando la peste. Cuando todavía no es<span -class="pagenum" id="Page_128">[p. 128]</span>taba Roma repuesta de -este siniestro terror, que llenó casi toda la segunda mitad del -siglo, entraba por sus puertas Miguel Ángel á concluir su trabajo, -á llenar con otra obra maestra la Capilla Sixtina, á dejar sobre el -muro del centro el <i>Juicio Universal</i>. Todo le inspiraba esta gran -tragedia; la muerte de la libertad en su patria, la nueva ruina de -Roma, los triunfos de la reforma sobre una parte del género humano, -los triunfos del tiempo sobre su vida, de la vejez sobre sus fuerzas, -del dolor sobre su alma. Cuando estaba trazando su gigante obra, mil -veces creyó morir. Como cayera del andamio, abriéndose una herida en -la pierna, se encerró en su casa resuelto á no salir sino para el -sepulcro. Uno de sus amigos, médico, fué á verle; llamó, y como no le -contestára, asaltó la casa como un ladron, y logró arrancarlo á su -melancolía.</p> - -<p>La suerte de Italia es una de las heridas que lleva en el corazon, -y por consiguiente una de las inspiraciones de su conciencia. La -lectura del Dante le anima y le sostiene, esa lectura apocalíptica. -Posee un ejemplar de ancho márgen, y en él dibuja las visiones -esculturales inspiradas por las visiones poéticas. Al traves de -tres siglos el poema del Dante aviva el Juicio Universal de Miguel -Ángel, como el poema de Homero avivó las tragedias de Esquilo. El -cuerpo humano, el organismo,<span class="pagenum" id="Page_129">[p. -129]</span> ántes de él desconocido y poco estudiado, es el principal -elemento de sus inspiraciones plásticas.</p> - -<p>No ve en el Universo sino el hombre. Su antropomorfismo no es -armonioso como el griego; es un antropomorfismo gigantesco. Sus -hombres han crecido tanto como las ideas. De aquí cierto menosprecio -por la hermosura en su serenidad inmortal, y cierto desenfreno por lo -sublime. Cuando jóven, cambiaba sus figuras por cadáveres. Doce años -vivió estudiando, analizando los muertos. Una vez se inficionó de la -podredumbre, y estuvo á punto de morir en este trabajo de arrancar lo -sublime al esqueleto arrojado como cosa inútil en el mundo.</p> - -<p>Sus profundos estudios en la forma humana se ven ahí, en ese -cuadro, en ese poema. Todos los dolores han sacudido esos cuerpos -crispados, agitadísimos. Y todos los cuerpos están desnudos. Miguel -Ángel se atreve á tanto en la Capilla Sixtina, cuando comenzaba -la reaccion contra el Renacimiento, cuando la hipocresía iba á -recoger el sudario de la Edad Media para amortajar de nuevo á la -Naturaleza. No puede imaginarse el escándalo que este atrevimiento -produjo en aquel mundo ya alejado de los semipaganos dias de Leon -X. El Aretino, que no vacilaba en mostrar al desnudo todas las -inmundicias morales, se indigna contra aquella casta desnudez del -arte.<span class="pagenum" id="Page_130">[p. 130]</span> Biagio, -maestro de ceremonias de Paulo III, conjura al pintor de parte del -Pontífice para que encubra sus figuras, y no muestre tan real y tan -completamente la naturaleza humana.—Decidle al Papa, le responde -Miguel Ángel, que en cuanto corrija Su Santidad el mundo, será cosa -de pocos minutos corregir las pinturas. Y en castigo pinta á su -interlocutor con orejas de asno en lo más profundo del Infierno. -Biagio corre á quejarse á Paulo III de la afrenta infligida á su -respetable persona.—Me ha puesto en el cuadro, dice, llorando como -un niño, trémulo como un viejo. Pido á Vuestra Santidad que me saque -de allí.—Pero ¿dónde te ha puesto?—En el Infierno, Señor, en el -Infierno, exclama compungido.—Si estuvieras en el Purgatorio, le -contesta el Papa, te sacára; pero yo no tengo poder alguno en el -Infierno.</p> - -<p>Es imposible resumir cuanto se ha dicho sobre este fresco. La -escuela académica reinante en el siglo pasado, y tan parecida al -clasicismo híbrido y enojoso de muchos críticos literarios que se -asustan de toda grandeza porque aplasta su irremediable pequeñez, -lo ha tratado como un mamarracho. Escritor hay que llama á esta -grande obra una coleccion de ranas. Trescientas figuras desnudas, -medio vestidas algunas más tarde por Volterra, á quien le valió -esa profanacion artís<span class="pagenum" id="Page_131">[p. -131]</span>tica el nombre de Braghetone; trescientas figuras desnudas -se elevan en un cuadro mural de cincuenta piés de alto y cuarenta -de ancho. Al pronto cuesta gran trabajo comprenderlo. Se necesita -mirarlo con la misma atencion con que se necesita oir una sinfonía -de Beethoven. El profano al arte concluirá al cabo de algun tiempo -indudablemente por sentir y admirar, y absorberse en la contemplacion -profunda de aquella maravilla del genio. El artista no debe imitarlo, -porque hay ciertas personalidades en la historia, hay ciertos estilos -en la literatura y en el arte, cuya individualidad es tan poderosa, -cuya estatura es tan alta, cuyo centro de gravedad tan lejano de la -esfera de gravitacion general, que seguirlos produce vértigos, é -imitarlos expone á peligrosas caidas. Entrad en San Pedro despues -de haber visitado las figuras de Miguel Ángel, y encontraréis en la -estatuaria colosal, violenta, hinchada, de mal gusto, los estragos -que en las medianías ha hecho la imitacion del genio único y cuasi -sobrehumano de Miguel Ángel, que debe permanecer para asombro de los -siglos como el Dante, como Shakspeare, como Calderon, allá en su -inaccesible soledad.</p> - -<p>La Naturaleza no entra para nada en el cuadro; Miguel Ángel -solamente la ha tomado el aire y la luz. No se ven los mundos rodando -como pa<span class="pagenum" id="Page_132">[p. 132]</span>vesas por -los espacios, ni el sol tiñéndose de color sanguíneo, ni los montes -desgajándose, ni el mar airado evaporándose en las trompas de una -tempestad infinita, no; en el aire azul, en el aire pasa la terrible -escena ocupada sólo por cuerpos humanos y por nubes celestes, y sobre -unas y sobre otros la cólera de Dios.</p> - -<p>Sí, todo parece airado, todo espantoso en aquel cuadro, como -si nadie se salvára; de tal manera domina el terror á los demas -sentimientos. En primer término la barca de Caronte sobre un rio -plomizo, y á la izquierda el resplandor siniestro del Purgatorio. -Encima los muertos que se despiertan al són de la trompeta, rompen -las losas de sus tumbas, rasgan sus sudarios, sacuden el polvo de -sus esqueletos casi desnudos y el sueño de sus ojos casi vacíos. De -la esfera de los muertos se levantan muchos que ya han cobrado el -movimiento, y que lo ejercen con violencia para dirigirse, agitados -por la incertidumbre, á escuchar el fallo inapelable, llevando -sobre las espaldas el peso más ó ménos grave de sus obras. Entre -aquellos veloces caminantes hay unos que ya se desesperan, hay otros -que ruegan, hay algunos que confian, hay varios que mútuamente se -sostienen y se socorren. Á la derecha de Cristo brilla un grupo de -mujeres ya salvas, que todas entonan un coro, y entre las cuales hay -una sublime, una<span class="pagenum" id="Page_133">[p. 133]</span> -madre que acaba de oir la sentencia de su hija, y la estrecha -extática en sus brazos, deteniéndola, asegurándola en la salud -eterna, cual si no diera crédito á su dicha. Junto á las mujeres -pasan grupos de ángeles que parecen recibir, segun lo tristes, en -sus caras una lluvia de lágrimas, arrastrada por el viento. Bajo los -ángeles, los bienaventurados, muchos de los cuales se reconocen, -despues de tantos siglos, y se abrazan sobre las cimas de la ciudad -eterna. En el centro, Jesus irritado, que maldice, que condena, -que castiga, sin escuchar los ruegos de su madre, separándose de -los condenados, y sin querer ni siquiera mirarlos, por no iluminar -con sus ojos el eterno suplicio. Adan está á su lado en su vejez -sublime para resumir la humanidad como Cristo resume el cielo. Pero -donde se muestra el genio de Miguel Ángel en toda su grandeza, es -en aquella inmensa catarata de condenados, que caen heridos por la -terrible sentencia, tristes unos como hojas secas, desesperados otros -y retorciéndose cual si contra su eterna suerte pudieran rebelarse, -ya mordiéndose los puños, ya arrancándose el cabello, ya aterrados -á la vista de las llamas que los aguardan, ya presa de un delirio; -todos en los más atroces dolores físicos y morales; titanes llenos -de vida y de carne y de sangre, como para ofrecer abundante pasto -á los tormentos; titanes<span class="pagenum" id="Page_134">[p. -134]</span> que roncan y maldicen y denuestan y escupen horrores de -sus bocas, y luchan con las serpientes enroscadas en sus cuerpos, -y buscan en el aire una nube donde reposar, y caen produciendo un -escalofrío terrible, como si oyerais el primer contacto de sus carnes -con el plomo derretido en las llamas eternas.</p> - -<p>No se puede sostener mucho tiempo la atencion concentrada en lo -sublime. Cuando se siente de véras una idea grande, os sacude los -nervios y os surca el cerebro como una chispa eléctrica. Yo sentia -latir fuertemente las sienes, como si fueran á reventar las venas -hinchadas por el torrente de pensamientos gigantescos desprendidos -de aquella Capilla que abraza, desde la Creacion hasta el Juicio -Universal, toda la vida humana. Necesitaba aire, y salí á respirarlo -al campo romano, sobre cuyas ruinas tendia á la sazon admirablemente -Abril su verdor alegre como una esperanza. Pero cuando volví la -cabeza, en el azul de los cielos se dibujaba todavía una obra -magnífica, sobre la cual extiende tambien sus alas el alma de Miguel -Ángel; se dibujaba la rotonda de San Pedro, que parecia, dorada -por los últimos rayos del sol poniente, un templo elevándose á lo -infinito, para decir á Dios que la eternidad prometida á Roma por -los dioses antiguos habia sido realizada en la Edad Antigua por sus -tribunos y<span class="pagenum" id="Page_135">[p. 135]</span> por -sus héroes, fortalecida en la Edad Media por sus pontífices y sus -doctores, y salvada en la Edad Moderna por el genio, que levantó -allí aquella cúpula como la cima de la historia, como la corona del -espíritu, como la tiara del mundo.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_5"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_137">[p. 137]</span></p> - <h2 class="nobreak">EL CEMENTERIO DE PISA.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_139">[p. -139]</span>Jamas creí que hubiera en el mundo una ciudad tan muerta -como Toledo. Pero no habia visto á Pisa. La diferencia entre estas -dos magníficas poblaciones, sin embargo, es grande. En Toledo, junto -á edificios maravillosamente conservados, como la Catedral, hay -edificios casi destruidos, como San Juan de los Reyes y el Palacio de -Cárlos V. Las ruinas, en su desolacion, justifican la soledad. Pero -en Pisa todos los monumentos se hallan de pié, todos cuidadosamente -conservados, algunos enlucidos y resucitados por restauraciones -modernas, los más pintados de vivísimos colores. Y sin embargo, la -soledad es indescriptible. Diríais que aquellos palacios aguardan -sus habitantes y se hallan preparados á recibirlos; pero que los -habitantes no vienen. Yo me paré el dia mismo de mi llegada, por -el mes de Mayo, en el puente central del Lungarno, á las dos de la -tarde; y puedo asegurar que estaba solo, completamente solo, casi -tentado á creer la inmensa<span class="pagenum" id="Page_140">[p. -140]</span> ciudad destinada únicamente á mi persona. Magnífico -sitio para un egoista. Era triste, tristísimo, ver aquellas dos -largas hileras de edificios preciosos, de casas elegantísimas; -aquellos varios puentes, aquellas magníficas aceras, aquella limpieza -exquisita, el rio en el fondo, el cielo sonriente; por uno de los -extremos copudos árboles mecidos al soplo de las frescas brisas -marinas; y nadie, absolutamente nadie, más que yo, en aquella hora y -en aquel delicioso sitio, para contemplar tanta hermosura. Tentado -estuve á gritar, seguro de que solamente me responderia el eco. Un -extranjero apostó á que, dando la vuelta á caballo por los muros de -Pisa, no encontraria un alma, y ganó la apuesta. Los rusos y los -ingleses, á quienes la frialdad del Norte ha roto los pulmones, -se refugian, para vivir algunos dias, en Pisa, donde se hallan -abrigados, por las montañas, de los vientos del Norte, y por la -soledad, de las grandes emociones. Así, de vez en cuando, encontrais -jóvenes muy bellas, con ese color arrebatado y ese brillo en los ojos -propios de la tísis, acompañadas de algunas personas de su familia, -tristes, sombrías, que parecen seguir un duelo y llorar ya el golpe -irremediable de la muerte. Todas estas particularidades conspiran de -contínuo á la tristeza general de la ciudad llamada con razon <i>Pisa -morta</i>.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_141">[p. 141]</span></p> - -<p>Y sin embargo, hubo un tiempo en que sus libertades asombraron -á Italia, su comercio al mundo; un tiempo en que el mar llevaba -hasta sus puertas los tributos de Córcega y Cerdeña; en que sus -naves trasportaban los cruzados al Asia y traian del Asia el oro, la -púrpura, el marfil; un tiempo en que sus guerreros auxiliaban á los -emperadores de Alemania contra los papas de Roma, y á los condes de -Barcelona contra los moros de Mallorca; en que los piratas temian -su poder, los sarracenos temblaban hasta en las costas de África al -brillo de sus lanzas, y en que las columnas y los mármoles aportados -por Pisa de lejanas expediciones formaban como el trofeo de la -primer victoria de las artes. Entónces los últimos maestros mosaitas -de Constantinopla llenaban con piedras brillantísimas de mosaicos -los arcos de sus monumentos; entónces los primeros pintores que -adivinaron las artes del dibujo, animaban sus muros y sus claustros -con místicas figuras; entónces los judíos la colmaban de riquezas, -guarecidos á la sombra de sus tolerantes leyes; entónces Nicolas y -Juan de Pisa, inspirados genios de la Edad Media, desbastaban el -mármol y producian esas blancas figuras que parecen los primeros -ensueños de una nueva edad de inspiraciones; y despertábanse los -penitentes místicos al resplandor de la nueva idea ántes que -apa<span class="pagenum" id="Page_142">[p. 142]</span>reciese, como -esas aves que anuncian desde el fondo de las tinieblas la venida del -dia. Su libertad engendró su comercio, el comercio su riqueza, la -riqueza el arte y la ciencia. Las máquinas de Buschetto levantaban -en el siglo undécimo pesos enormes, cuya gravedad sólo podria vencer -la mecánica moderna. Las ligeras naves, con sus graciosas velas -latinas, traian en el siglo décimo las telas de seda crujientes, -que podrian llamarse, por su color, por su brillo y por su orígen, -radiosas apariciones de la antigua India, en medio de las tinieblas -de la Edad Media. Las serpientes de bronce del Egipto se enroscaban -á sus columnas de granito, y los hipogrifos de Grecia tendian sus -alas junto á las rotondas bizantinas. Miles de trabajadores llenaban -sus muelles, cuando los principios de libertad llenaban sus códigos. -La República murió. Y Pisa es un cadáver. Por eso sin duda su primer -monumento es un cementerio. En el zénit de su esplendor, Pisa -presintió su porvenir y se fabricó el edificio que más debia convenir -á su triste futura historia; se fabricó el Campo Santo. Con el alma -entristecida por las sombras de la muerte, en medio de aquella ciudad -solitaria, donde sólo se oia la vibracion de las brisas marinas, -dirigíme á visitar este magnífico monumento, que me tenía reservadas -tantas emociones y tantas enseñanzas. El sitio<span class="pagenum" -id="Page_143">[p. 143]</span> donde se halla el Campo Santo es -el sitio más desierto de esta ciudad. En vano los montes de Pisa -levantan sus cúspides azules en el éter de un espléndido cielo; en -vano la vegetacion de la primavera, cargada de flores, de mariposas, -de nidos, cubre con su lujo hasta las desnudas piedras de los altos -torreones de las murallas; en vano ese magnífico baptisterio, al -Campo Santo muy próximo, y que parece la alta rotonda de un templo -subterráneo, dibuja sus calados botareles; en vano la blanca torre -inclinada, semejante á una columna gigantesca, lanza allí cerca los -agudos sonidos de sus campanas; y la Catedral, ornada de infinitas -joyas, entona las salmodias de sus cantos; todo en vano quiere -despertar la idea de la vida: las ortigas, que brotan por doquier en -aquel inmenso desierto, os recuerdan y os inspiran la triste idea de -la muerte.</p> - -<p>El Campo Santo es un edificio grande, severo, de altos muros, -de estrechas puertas; un ataud de mármol para todo un pueblo. Los -faraones de Egipto, los césares de Roma, los sátrapas de Oriente, -han levantado pirámides, fortalezas, montañas, para enterrarse, -para ocultar los gusanos que roian su púrpura y sus huesos; pero -ninguno de esos monumentos soberbios, donde los déspotas perpetúan -en la muerte el soberbio aislamiento de su vida, puede compararse -en gra<span class="pagenum" id="Page_144">[p. 144]</span>cia y en -hermosura con este cementerio de ciudadanos que se abrazan y se -confunden allá en la eternidad, y cuyos huesos frios y mondados por -la afilada guadaña, irradian el mismo calor, el mismo entusiasmo, que -en vida irradiaban sus libres corazones. El exterior es sencillísimo. -Parece un ataud inmenso tallado en una sola piedra. Las perspectivas -de la muerte dan extraordinaria solemnidad á todos los objetos de -la vida. Siempre que el hombre ha querido expresar la muerte, ha -expresado la inmortalidad. En vano ha pintado su último trance como -el dolor de los dolores; en vano su último asilo como la sombra -de las sombras; allá, en el fondo del sepulcro vacío, en el seno -del abismo insondable, se extiende siempre la luz misteriosa de -una nueva vida. Sabemos todos que el hombre, este resúmen de la -Creacion, este mineral sujeto á las leyes de la gravedad y á los -límites de la extension; este vegetal que necesita del aire y del -agua y de la luz; este animal que nace y se nutre á la manera de los -demas mamíferos; este microcosmo, cuya cabeza esférica reproduce la -esfera de los cielos, y cuyos ojos centellantes reflejan la luz de -las estrellas; este ángel que se levanta más allá de los tiempos y -de los espacios á contemplar en su pureza las ideas arquetípicas, -de las cuales son sombras las cosas; el gran músico de los mundos, -el<span class="pagenum" id="Page_145">[p. 145]</span> gran sacerdote -y el gran poeta entre todos los seres; el que saca de los hechos -particulares las leyes universales, y de la tosca materia la esencia -impalpable del espíritu; el que anota en su mente el cántico -universal de las esferas; el que logra dar con su pensamiento como -la conciencia de sí misma á la naturaleza, no podria enterrarse todo -entero bajo unas cuantas paletadas de arcilla, sin soterrar consigo -al mismo tiempo toda la creacion.</p> - -<p>Y sin embargo, no hay monumento que exprese la nada como este -paralelógramo, irregular á la manera del eterno contrasentido de -la muerte. Todos llevamos un oscuro abismo bajo nuestras plantas, -que absorbe, como el desierto las gotas de la lluvia, los instantes -de nuestra vida. Todos habitamos un cementerio. Esa desnudez del -exterior del Campo Santo, esa monotonía, esa uniformidad, son la -desnudez, la monotonía, la uniformidad de la muerte. Cuando la puerta -se abre, creeis que se abre la puerta de la eternidad. El frio de -aquellas bóvedas como que os petrifica; el silencio de aquel lugar -como que os priva del habla. Yo estaba enteramente solo como un -muerto abandonado á su ataud. Yo, errante, sin patria, sin hogar, me -preguntaba si aquel viaje no era el símbolo de mi último viaje; si -aquella entrada de un momento en el Cementerio<span class="pagenum" -id="Page_146">[p. 146]</span> no era la pintura anticipada del dia en -que los hombres tendrán á bien recogerme y lanzarme á un hoyo para -que no envenene con mis pútridos miasmas el aire que ellos respiren. -El sepulturero, de pié á la puerta, me invitaba á entrar. Las ideas -más tristes batallaban en mi cerebro, y se dejaban caer como gotas -corrosivas sobre mi corazon. El ruido de un azadon que cavaba las -huecas sepulturas, y el ruido de las llaves que el sepulturero -agitaba, se mezclaron siniestramente en mi oido. Pero entré, entré -pensando que la muerte es tan natural como la vida, que el ataud es -la cuna de la eternidad. Y la gran puerta se cerró á mis espaldas.</p> - -<p>Si, como yo creo y como yo espero, al pasar de la vida á la -muerte pasamos de este á otro mundo mejor, dificulto mucho que -pueda ofrecerme tanta novedad el brusco cambio como el interior -del Cementerio de Pisa. Yo contemplaba extasiado las altas bóvedas -cubiertas de maderas preciosas; los largos muros realzados por todas -las combinaciones posibles del color; las ventanas ojivales de una -desmesurada altura, con sus ligeras columnillas y los elegantes -rosetones del remate; los cipreses, los rosales, la hiedra, la -madreselva, que á traves de las ojivas mecian blandamente en el patio -central sus ramajes poblados de vida y de poéticos rumores; los -toscos sepul<span class="pagenum" id="Page_147">[p. 147]</span>cros -de los tiempos monásticos guarecidos por la cruz, junto á los bellos -sepulcros de los tiempos clásicos poblados de ninfas y de faunos; -el vaso báquico de mármol de Páros, donde brillan los sacerdotes -de la embriaguez de la vida, al lado de la Madre Dolorosa con su -Hijo entre los brazos, embriagándose con las lágrimas de la agonía -y con la contemplacion de la muerte; los trofeos de las cruzadas -unidos á los ex-votos de los romanos; los frisos de los templos -de la gran Grecia mezclados con los arquitrabes de los altares -del siglo décimo; los bustos de los tribunos de Roma, como Bruto -bajo las blancas alas de los ángeles de mármol nacidos del cincel -cristiano; las estatuas yacentes que se extienden sobre las losas -como rindiéndose al eterno sueño, y las estatuas erguidas que sobre -su pedestal de huesos humanos se lanzan, coronadas por una idea, como -á entrar vencedoras en la inmortalidad; las vírgenes, los santos, los -patriarcas, los doctores, los serafines, los querubines, los coros de -bienaventurados, los demonios, los gnomos, los vestiglos, nadando en -la atmósfera multicolor de los gigantescos frescos que cubren todas -las paredes; cáos indescifrable en aquellas cuatro galerías góticas; -cáos sobre el cual se deslizaba en aquel momento el sonido de la -campana, que parecia la trompeta del ángel y el ruido del azadon, -que parecia la<span class="pagenum" id="Page_148">[p. 148]</span> -respuesta de los muertos, abriendo al llamamiento sus tumbas; cáos -donde todos los siglos, todas las civilizaciones, todas las artes se -hallan en desórden sobre los fragmentos de un mundo en ruinas; imágen -del Valle de Josafat á la hora suprema del Juicio Universal.</p> - -<p>Y sin embargo, nada más regular que aquel cáos en cuanto volveis -de vuestra primera sensacion. Cuatro muros, cuatro galerías, cuatro -series de ventanas ojivales; un patio en el centro; al frente de la -puerta principal una capilla, y al medio de la pequeña galería de -la derecha una iglesia; en la tierra del gran patio, la vegetacion -que brota hojas y flores con prodigiosa fecundidad; á los extremos -cuatro grandes, copudos y verdinegros cipreses, que parecen alzarse -allí para elevar al cielo las oraciones de sus hermanas, las plantas -agradecidas, á la Providencia por el nutritivo alimento que les -procuran los muertos. Hay pocos edificios góticos en Italia, muy -pocos. Esta arquitectura de la Edad Media no ha podido desarraigar -el eterno paganismo encerrado en la tierra de las artes. Parece -que cuando los arquitectos se proponian levantar la católica -ojiva, que concluye en punta, como el Universo en la unidad de -Dios, las diosas gemian desde el fondo de los arroyos ó desde la -corteza de los árboles para obligarles á continuar las antiguas -columnas<span class="pagenum" id="Page_149">[p. 149]</span> -coronadas de guirnalda, como sus sienes inmortales. Parece que esta -arquitectura gótica es la arquitectura del pensamiento y no la -arquitectura de la imaginacion; es el espíritu interior más que el -genio plástico. Por consiguiente, no puede ser la arquitectura de -Italia. El Cementerio de Pisa es gótico. Pero ¡cómo se han hermanado -todas las artes en su seno! Importábales poco á los italianos que -un sepulcro representase las fábulas paganas combatidas por el -cristianismo. Con tal que fuese hermoso, lo ponian en su Cementerio -y lo llenaban de huesos cristianos. La madre de la condesa Matilde, -de esta mujer católica por excelencia, de esta amiga de los Papas, -de esta heroína ortodoxa, descansa en su sarcófago, donde se halla -esculpida Fedra. Diana besa la frente de Endimion dormido en uno -de los mármoles del Cementerio. Los bustos paganos se elevan junto -á las imágenes de los santos. Las lámparas que la religion atiza -iluminan el rostro de Bruto. Junto al sarcófago donde el caballero -de la Edad Media pliega sus manos y dobla sus rodillas, se elevan -Augusto, Agripa, el fundador de aquel Panteon donde se refugiaron por -última vez los antiguos dioses. Una bacante duerme el sueño de la -embriaguez con la copa vacía al lado, bajo el fresco que representa -las maceraciones del cenobita, junto al sepulcro en que pende la -corona de<span class="pagenum" id="Page_150">[p. 150]</span> rosas -blancas consagradas á la inocencia y en que abre sus alas, como para -ocultar un nido, el Ángel de la Guarda. El Buen Pastor, encerrado -en las catacumbas de los mártires y esculpido sobre un sepulcro que -los primeros cristianos han regado con sus lágrimas, conduce sus -ovejas al redil de la Iglesia; y á pocos pasos hay bajo-relieve cuyos -tritones fueron del cortejo de Neptuno en las profundidades del -Océano, cuando la naturaleza no habia sido despojada de sus dioses. -Meleagro caza no léjos del altar donde Enrique VII ora. Sobre un -chapitel María, llena de misticismo, y casi á sus piés las figuras -etruscas empapadas en la realidad de la vida. El escultor Della -Robia tiene allí una madonna en tierra cocida que se asemeja á las -vírgenes bizantinas; y sobre una columna en piedra de Egipto brilla -á su lado una cabeza de Aquíles. Andrea de Pisa ha esculpido los -Evangelistas y los Profetas con toda la rigidez católica, en medio -de las bacanales, por otros bajo-relieves representadas, con toda la -voluptuosidad griega. Aquí un emperador de Alemania sentado en su -silla sagrada; allá un hipogrifo árabe; acullá una Vénus simbolizando -el amor en los dominios de la muerte. ¡Oh! Estos hombres sabian -por intuicion artística, sobrenatural, que todas las generaciones, -todas las edades se reconcilian en el seno de la muerte. Estos<span -class="pagenum" id="Page_151">[p. 151]</span> hombres sabian que -los combatientes caidos á la luz del sol, odiándose y maldiciéndose -bajo banderas enemigas en los campos de batalla, se unen allá en -las regiones de las sombras. Estos hombres sabian que pueden los -míseros humanos expulsarse de la vida, pero no pueden expulsarse de -la muerte. Aunque aniquileis á un enemigo, aunque le quemeis dando -al viento las cenizas, ¡oh! sus átomos están ahí en el laboratorio -de la vida universal, en el inmenso seno de la naturaleza; y tal vez -mañana los absorberán vuestros hijos y los llevarán sobre su corazon. -Mas los odios de los hombres son tales que no quieren ni la paz de -la muerte. Y sin embargo, contemplando el Cementerio de Pisa, yo -pensaba, ante aquellos muertos de todas las generaciones y aquellos -monumentos de todas las edades, que así como tenemos en nuestro -cuerpo breves partículas de todos los seres, y en nuestra conciencia -ideas de todas las generaciones, tenemos en nuestra vida parte de -todos los siglos; y que nada hay tan estúpido y antihumano como -separarnos de los demas hombres por sus creencias, cuando hijos de -todos los tiempos, individuos de toda la humanidad, por esos altares -que nos parecen más llenos de supersticiones, por el dólmen celta, -por el ara de los dioses lares, por las pirámides egipcias, por las -esfinges babilónicas, ha pasado el espíritu de<span class="pagenum" -id="Page_152">[p. 152]</span> la humanidad ántes de llegar á su -presente plenitud, como pasan los grandes rios por lechos de hielo, -y de piedra, y de fango, ántes de espaciarse en la inmensidad del -Océano.</p> - -<p>Éste es el verdadero Cementerio de un pueblo, éste es el verdadero -panteon de la Edad Media. En aquellos dias interesaba más la muerte -que la vida. El Campo Santo era la ciudad eterna; el infierno y -el purgatorio la epopeya; el jubileo la grande asociacion de las -razas, y la cruzada la grande guerra. La Edad Media gravita entera -al rededor de un sepulcro. Los más fuertes ó los más ricos entre los -pisanos han tallado su barca, han tejido su vela, y se han marchado -por los mares de Oriente á Constantinopla y á Siria, para desde -allí partirse á Jerusalen; y despues de mil combates, despues de -peligrosísimas correrías, cargados con el peso de la enorme armadura -y la cruz al pecho, descubrir entre los espejismos del desierto, -bajo el cielo reverberante, sobre colinas caldeadas, envuelto en las -ráfagas de un viento que parece como voraz incendio, el sepulcro de -Cristo; y morir á su lado, y envolverse eternamente en la tierra -santificada por las lágrimas del Huerto y por la sangre del Calvario. -Los ciudadanos que se quedaban en las riberas de Italia querian -tambien participar de este bien, dormir en el seno de la tierra -prometida, mezclar sus ce<span class="pagenum" id="Page_153">[p. -153]</span>nizas con las cenizas de los profetas. Y la igualdad -republicana no podia consentir privilegios en la muerte. El gran -comercio de la ciudad cumplió el deseo de los ciudadanos. Las -escuadras vinieron hasta el puerto cargadas de tierra de Jerusalen. -En esta tierra se envuelven todavía los huesos de los pisanos. Esta -tierra era voracísima. En veinticuatro horas consumia los restos -confiados á su seno como si fuera una tierra de fuego. La mayor parte -de las sales que obraban este prodigio se han evaporado en alas de -los siglos; pero áun consume, segun el erudito Valery, en cuarenta -y ocho horas un cadáver. Yo la contemplaba extasiado. Un manto de -aterciopelada verdura, sobre el cual parecia haber caido una lluvia -de rosas, la ornaba; la zarzamora extendia sus espinosas ramas por -todas partes; y nubes de mariposas blancas y puras fingian á mis -ojos las almas de los niños, bañándose en aquellos aromas y bebiendo -el dulce jugo de aquellas plantas que extendian los festones y las -guirnaldas de la vida sobre la morada de los muertos. ¡Tierra, -tierra santísima de Jerusalen, que mis piés huellan, tú has brotado -la idea de Dios y la has tenido guardada largo tiempo en tu seno, -para que la edad moderna reposára á su sombra; tú has recogido los -huesos de aquellos profetas que encendieron la fe en la conciencia -humana; de tu barro se ha<span class="pagenum" id="Page_154">[p. -154]</span>lla amasada la cuna inmortal de nuestra civilizacion; y -aquel Mártir divino que se sacrificó en tus montañas por salvar al -mundo de la servidumbre y del yugo infame del destino, te ha hecho -tan fecunda y tan sagrada como las semillas del martirio! Tierra -de Jerusalen; filósofo ó cristiano, judío ó católico, hombre de lo -pasado ú hombre de lo por venir, cualquiera que te huelle, ha de -sentirse profundamente conmovido, porque tú entras, tierra inmortal, -por grandes cantidades, en la levadura de nuestra vida.</p> - -<p>Pero salgamos del patio y vamos á ver la galería de nuevo, -contemplando, no las tumbas, las pinturas. Los italianos son -esencialmente artistas, y no comprenden que un arte pueda vivir -solitario y aislado. Emplean para sus monumentos la escultura, la -pintura; los llenan de versos y de inscripciones para que tengan -pensamiento, y luégo de música para que tengan voz. El Cementerio de -Pisa ha sido fabricado en el siglo décimotercio, no lo olvidemos. -Para comprenderlo bien, precisa comprender el siglo de su nacimiento, -porque la arquitectura no pierde nunca, y ménos en los monumentos -religiosos, su carácter simbólico.</p> - -<p>El siglo décimotercio comienza siendo el siglo del catolicismo y -concluye siendo el siglo de la herejía. El espíritu humano se exalta -con la fe<span class="pagenum" id="Page_155">[p. 155]</span> en -los comienzos y abraza la razon en las postrimerías de este siglo. -Lo abre Inocencio III, que mira la conciencia humana extendida á -sus plantas, Europa postrada de hinojos en sus altares; y lo cierra -Bonifacio VIII, que siente sobre su mejilla el bofeton de los laicos, -y muere de rabia en su impotencia. Lo abre Fernando III en Castilla, -que merece ser contado en el número de los santos; y lo cierra -Alfonso X, que merece ser contado en el número de los filósofos. -Pedro II de Aragon nace bajo la advocacion de la Iglesia, crece en su -seno, vive para dar la batalla de las Navas contra los infieles, y -muere en la batalla de Muret por los herejes. Y estos cambios bruscos -son una ley general del siglo. Jaime I de Aragon en la primera -mitad del siglo recaba tierras y tierras para la Iglesia, y Pedro -II arranca feudos al Papa. Los santos que dirigian las cruzadas y -sus ejércitos obran luégo milagros ante los muros de Gerona contra -los soldados del Papa. Las guerras por el sepulcro de Cristo se -suspenden. La ciencia árabe domina á las ciencias teológicas. La duda -se desliza en la razon, la ironía en la literatura, el sentimiento de -la naturaleza en el arte. La conciencia humana ha pasado del período -de la fe al período de la razon.</p> - -<p>¿Comprendeis ahora por qué el Cementerio de Pisa ha sido tan -tolerante? En cuanto se miran<span class="pagenum" id="Page_156">[p. -156]</span> sus galerías y sus pinturas, se ven como dos hemisferios -del tiempo. Los arcos han sido animados por una idea; los muros por -otra. Allí está el gótico, y aquí el anuncio lejano del Renacimiento. -No podrá nunca escribirse la historia de las artes sin saludar como -uno de los sitios de su nacimiento este Cementerio. No se podrá -entrar en el Cementerio sin evocar las edades en que se construyó. Y -no se podrán evocar estas edades sin traer á la memoria el nombre de -Nicolas de Pisa. Nacido en el seno de los tiempos místicos, muere en -el seno de los nuevos tiempos. Entre su cuna y su sepultura hay dos -mundos. El espíritu humano ha cambiado de fase miéntras ha vivido ese -hombre, que contó setenta y un años. Pero él ha sentido ese cambio, -él ha anunciado el ocaso del misticismo. Sus padres, sus maestros, -le han hecho arrodillarse, plegar las manos ante las estatuas -bizantinas, encorvadas bajo los terrores del Juicio Universal; y él, -más tarde, ha ido á postrarse ante las figuras griegas, radiantes de -hermosura, erguidas como aquella civilizacion esencialmente humana, -amamantadas á los fecundos pechos de la Libertad. Nicolas nació el -año siete del siglo décimotercio, y murió el año setenta y ocho. Si -yo quisiera expresar en un solo símbolo esta edad, escogeria una de -sus figuras, y veríase en ella que el pensamiento místico áun<span -class="pagenum" id="Page_157">[p. 157]</span> corre por sus frentes, -pero que las formas griegas se extienden por su cuerpo como una nueva -planta brotando en tierra empapada por rocío reciente. Juan de Pisa, -el arquitecto del Cementerio, escultor tambien, mira con los ojos -de Nicolas de Pisa. Comparad las obras de estos dos genios con los -gigantescos mosaicos y con las extrañas pinturas que á dos pasos se -encuentran, en el seno de la Catedral, obras traidas de Bizancio, ó -hechas por bizantinos artistas. Las vírgenes, los santos, los ángeles -de Bizancio tienen una expresion de terror sublime, pero tambien la -frialdad, la rigidez de la muerte; las vírgenes, los santos, las -estatuas de Nicolas y de Juan de Pisa ya aspiran á la serenidad y á -la perfeccion griegas. Es el mundo de la naturaleza, que se abre al -soplo del nuevo espíritu. Es la belleza humana, que deja el sudario -de la belleza monástica en el fondo oscuro de los claustros. Esas -piedras son trofeos de las batallas del espíritu, ó mejor dicho, -trofeos de sus victorias.</p> - -<p>Miéntras Nicolas y Juan modelaban las piedras para tallar -estatuas, para construir cementerios, un pastorcillo, guardador -de escaso ganado, dibujaba en el barro, en el polvo ó en la -arena, extrañas figuras. Este pastor toscano debia ser el padre -de la pintura, debia ser el Giotto. Su gloria llena todo el siglo -décimocuarto. Este hombre<span class="pagenum" id="Page_158">[p. -158]</span> extraordinario es, respecto á la pintura, lo que Nicolas -de Pisa respecto á la escultura. En su genio estaban ya los primeros -delineamientos del genio de Rafael. Son los brazos de sus santos áun -rígidos, los cuerpos angulosos y puntiagudos, los piés deformes, como -si no pudieran todavía fijarse en la tierra; pero las cabezas están -llenas de benevolencia, las caras llenas de gracia, de esa gracia -á que jamas llegaron los artistas bizantinos en su desesperacion; -de esa gracia hija de la serenidad del espíritu y hermana gemela de -la esperanza. Vese allí que si los cuerpos dibujados por el Giotto -pertenecen aún á la tierra de su tiempo, las cabezas tocan ya en -el cielo de los tiempos nuevos. Aquellos rostros están acariciados -por la brisa matinal, inundados por la luz de la aurora. El artista -se ha sumergido en el seno de la naturaleza, encontrando en ella -la inspiracion inmortal. Su pincel es una nueva eflorescencia del -espíritu humano. Mirad en ese muro de la izquierda su Job. Se está -borrando como el recuerdo de aquellos dias; se está deshaciendo como -la fe que lo animó: descúbrese á traves de una niebla, lejano, muy -lejano, herido por la humedad y el viento marítimo, que lo arrancan -á pedazos de la pared, afeada, manchada por las restauraciones -posteriores; podeis verlo á la manera que se ven figuras -fantásticas, en las nubes re<span class="pagenum" id="Page_159">[p. -159]</span>camadas por el sol del ocaso; todavía podeis verlo como un -penitente que se queja de Dios, sin atreverse á maldecirlo, rodeado -de sus amigos infieles, entre el diablo, terrorífico, dantesco, -y el ángel de la derecha, dulce y bello, nadando ya en luminosos -horizontes. No sé por qué, mas aquel fresco desgastado me pareció el -símbolo que, sin pensarlo y sin quererlo, habia trazado el Giotto ó -cualquier otro contemporáneo suyo del estado crítico y extraordinario -en que se encontraba su siglo, entre el demonio del feudalismo, que -pugnaba por vivir, y el ángel del Renacimiento, que salia entónces de -su larva.</p> - -<p>No sé por qué este Cementerio me parece por todas partes el -Cementerio de la Edad Media. Un discípulo de Fra Angellico, -de aquel místico en cuya retina se pintaban los ángeles y los -querubines, de cuyas manos jamas una Vírgen ni un Cristo salió sino -entre oraciones y lágrimas; un discípulo de ese fraile sublime, -que pintaba de rodillas, ha dejado una graciosa figura en los -inmensos frescos arrojados por su mano sobre casi toda la galería -occidental del Cementerio; una figura que sólo podria nacer en -tiempos más sensuales, y que representa la curiosidad infinita por -los secretos de la naturaleza. Noé está desnudo y embriagado en el -suelo. Una muchacha se cubre el rostro con las manos; pero á traves -de los dedos<span class="pagenum" id="Page_160">[p. 160]</span> -entreabiertos se goza en contemplar la desnudez. Fra Angellico -hubiera maldecido á su discípulo Gozzolli. Pero ésa es la nueva edad, -la edad del renacimiento de la naturaleza, maldecida hasta entónces; -la edad del despertar de los sentidos, hasta entónces embotados; -la edad en que el fauno va á hollar de nuevo con su pié hendido -los campos, y á coronarse de nuevo con guirnaldas de hiedra los -cuernos; la edad en que las ninfas van á entregarse desnudas sobre -un lecho de rosas á toda la orgiástica alegría de vivir; la edad en -que los arroyos van á entonar un himno de nuevas églogas; y entre el -delirio priapesco de todos los goces y el despertamiento de todas -las antiguas divinidades, va á salir un nuevo Prometeo, pero sin -cadenas, que con su mano rasgue los mares y descubra un nuevo mundo, -con su pié impulse la tierra y la obligue á rodar por los espacios -infinitos, y coja las estrellas con su telescopio, como el cazador -las aves con su trampa, y las fuerce á dejarse pesar en su mano, y á -murmurar en su oido los secretos del cielo.</p> - -<p>Sí, aquel Cementerio es el testamento de la Edad Media. Creo ver -en sus muros la despedida última y el adios últimos de estos tiempos -que precedieron á los nuestros, como el cáos á la luz. La Edad Media, -al morir, en todas las literaturas reproduce la Danza de los muertos. -Ese té<span class="pagenum" id="Page_161">[p. 161]</span>trico poema -no podia faltar en el Cementerio de Pisa y en el cielo inmortal -de sus pinturas del siglo décimocuarto y el siglo décimoquinto. -Orcagna, el grande Orcagna, lo ha pintado ahí. Miradlo, y acordaos -de los otros monumentos que acabais de ver, y encontraréis toda la -genealogía del arte. La tumba donde reposa la primera Beatriz casi -es la cuna del pensamiento nuevo. En ella ha estudiado Nicolas de -Pisa. En las obras de Nicolas de Pisa ha estudiado su hijo Juan de -Pisa, arquitecto y escultor del Cementerio. En las obras de Juan -ha estudiado Andres de Pisa, en las obras de Andres ha estudiado -Orcagna. En pos de Orcagna vendrá Guiberthi, que esculpirá las -puertas del baptisterio de Florencia, las puertas triunfales del -Renacimiento, llamadas por Miguel Ángel las puertas del Paraíso. -Y en esas puertas se detendrán los grandes artistas á estudiar -el dibujo. Y el arte será despues de esta larga y gloriosísima -creacion, y tendrá esta sublime genealogía: los mosaitas de Venecia, -los mosaitas de Pisa, Cimabue, Nicolas de Pisa, el Giotto, Juan de -Pisa, Orcagna, Guiberthi, Massacio, Leonardo de Vinci, Miguel Ángel, -Rafael. Inmortal espíritu del hombre, nunca fuiste tan grande como -despues de haber encontrado nuevamente la forma humana, la hermosura -plástica, á costa de extraordinarios esfuerzos, tras ocho siglos de -mace<span class="pagenum" id="Page_162">[p. 162]</span>racion, de -ayuno, de penitencia. El fresco de Orcagna es el fresco de la muerte. -El dibujo es todavía incorrecto, los cuerpos de las figuras todavía -desproporcionados; la perspectiva todavía está ausente; pero los -rostros tienen expresion sublime, y un alma que irradia pensamientos -se asoma por los ojos é ilumina las frentes. Á la izquierda una -cabalgata de caballeros y señoras en trajes de gala se detiene ante -tres reyes; recien muerto é hinchado el uno, descompuesto y comido -por gusanos el otro, esqueleto ya descarnado el tercero. No puede -manifestarse bien el escalofrío que da ver aquellos tres despojos de -la muerte en medio de la turba de caballeros vestidos ricamente con -terciopelo y armiño, de las damas con su lujoso tocado, de los perros -y los halcones de caza, de todos los signos de la vida entregada -al combate y al placer. En el centro los viejos, los enfermos, los -moribundos, llaman á gritos la muerte con versos que el pintor ha -trazado para aumentar la expresion: <i>¡O morte! medicina d’ogni pena</i>. -Pero la muerte no los escucha; se aparta de los que la desean para -herir á los que la olvidan; para entrar con su tajante guadaña en -ameno bosque, á cuya sombra reposan dos amantes, contemplándose -extasiados y oyendo la guzla del trovador que canta las delicias -de la pasion, rodeados de flores y de amor<span class="pagenum" -id="Page_163">[p. 163]</span>cillos. Allá, en una alta montaña, -los penitentes ruegan por todos; pero abajo, en enorme confusion, -reyes, nobles, pajes, obispos, espiran; y sus almas son, ya recogidas -por los ángeles, ya por los demonios de horrible rostro y alas de -murciélago. Se nota que concluyen las edades monásticas. Las almas -escogidas principalmente por los demonios son las almas de los -frailes. Y junto á este fresco se hallan, como contemplándolo, el -Juicio Final y el Infierno.</p> - -<p>Áun despues de haber visto la Capilla Sixtina conmueve la -cólera de Jesus, la tierna piedad de María intercesora, el dolor -de los réprobos, el éxtasis de los bienaventurados; Salomon, que -al salir de su tumba y sacudir el polvo secular de sus párpados, -no sabe si le tocan en suerte las alturas celestes ó los abismos -infernales; el genio vengador que arrastra por los cabellos hácia -las tinieblas eternas un fraile, el cual se habia escondido entre -los bienaventurados, y el genio misericordioso que lleva hácia la -bienaventuranza un jóven mundano, ya perdido entre los malditos; -la mujer que se retuerce los brazos de desesperacion á la boca de -la insondable eternidad, y el viejo que se arroja hácia Jesus para -recordar sus propias obras y pedir la divina gracia; el Ángel de la -Guarda en el centro del cuadro, triste, herido por un dolor infinito, -mirando con sus<span class="pagenum" id="Page_164">[p. 164]</span> -grandes y profundos ojos, llenos de una tempestad de ideas, caer -como una catarata de hiel en los infiernos, en los mares de plomo -derretido, las almas que habia querido vanamente proteger en el -mundo contra el vicio con sus alas, y que vanamente habia querido -salvar de la justa cólera divina con sus oraciones en la hora suprema -del juicio; terrible epopeya de horrores y desolacion, que parece, -en verdad, sobre aquellas tumbas, en aquel asilo de la muerte, -representado por aquellas figuras demacradas, rígidas, frias, el dia -último del Universo.</p> - -<p>Y sin embargo, en las figuras de todos estos cuadros descúbrese -que los tiempos místicos han pasado y que los tiempos del -Renacimiento no han venido todavía. En ninguno de ellos, en ninguno -de los infinitos personajes pintados en esas paredes, hay ni el -idealismo de Fra Angellico ni el naturalismo de Buonarroti. La -historia humana es una lucha entre el pensamiento y la realidad. En -esos cuadros vemos que la idea se evapora, mas la naturaleza no viene -todavía. El espíritu místico se apaga, pero no le sustituye aquella -adoracion del organismo humano que hizo tan grandes pintores y tan -grandes escultores á los artistas del Renacimiento. Miguel Ángel se -alzaba sobre un cadáver con el apetito de la hiena, y lo recogia y -lo estudiaba hasta grabar<span class="pagenum" id="Page_165">[p. -165]</span> en la mente cada uno de sus huesos. El estudio del -desnudo era su estudio preferente, como si quisiese volver al hombre -á la inocencia del Eden. Pero la anatomía se hallaba prohibida en -la Edad Media. Esos pobres artistas de los siglos décimocuarto y -décimoquinto no han podido estudiar nuestro cuerpo. Sus figuras están -encerradas dentro de sus vestidos como dentro de un saco ó como -dentro de un sudario. El hombre tiene todavía demasiado presente -su culpa y se asusta de su propio cuerpo, de esa eterna sombra del -pecado. Mas á pesar de hallarse en tal desfallecimiento, descúbrese -bien que aguarda una nueva idea. Las figuras del Cementerio de -Pisa son figuras de crepúsculo, seres que se levantan inciertos en -los límites de dos épocas. Despues de todo, si miramos la historia -humana, verémos así á todos los hombres; todos condenados á enterrar -la mitad de las ideas aprendidas y la mitad de las caras aspiraciones -de la existencia; todos arrastrados por la corriente interminable -de los hechos, sin saber adónde; todos forzados al trabajo de la -renovacion, sin saber por qué; todos dejando las vestiduras del alma, -la inocencia de la niñez, la pasion de la juventud, la fe de la cuna, -en las encrucijadas del camino; todos cayendo rendidos de cansancio -y de fatiga sobre un monton de secas ilusiones, para que sus -herederos los aparten con el<span class="pagenum" id="Page_166">[p. -166]</span> pié, los arrojen á un hoyo y continúen repitiendo los -mismos hercúleos trabajos sin fin, y representando la misma tragedia -sin desenlace.</p> - -<p>¿Creeis que la muerte es un desenlace? Yo no lo he creido nunca. -Entónces el Universo ha sido creado para la destruccion. Dios es un -niño que ha levantado los mundos, como un castillo de cartas, por el -placer de derribarlos. El vegetal se come la tierra, el buey y la -oveja al vegetal, nosotros al buey y á la oveja; seres invisibles, -que llamamos la muerte ó la nada, se nos comen á nosotros; en la -escala de la vida unas criaturas no sirven más que para roer á las -otras criaturas; y el Universo es un inmenso pólipo con un estómago -inmenso, ó si quereis una imágen más clásica, un catafalco sobre -el cual arde el sol con una antorcha funeraria, y está levantada, -como una estatua eterna, la fatalidad. Nacen unos pacientes porque -tienen mucha linfa, otros héroes porque tienen mucha sangre, otros -pensadores porque tienen mucha bílis, otros poetas porque tienen muy -agitados los nervios; pero todos mueren de sus propias cualidades, -y todos viven lo que duran sus entrañas, su corazon, su cerebro, su -espina dorsal, para recostarse definitivamente todos en la nada. -Lo que creemos virtudes ó vicios son tendencias del organismo; lo -que creemos fe, algunas gotas de sangre ménos<span class="pagenum" -id="Page_167">[p. 167]</span> en las venas ó algunas cóleras más -en el hígado, ó algunos átomos de fósforo en los huesos; y lo que -creemos inmortalidad, una ilusion; sólo hay de real, de seguro, la -muerte; y la historia humana es una procesion de sombras que pasan -como los murciélagos entre el dia y la noche, para caer todas, unas -tras otras, en ese abismo oscuro, vacío, insondable, que se llama la -nada, atmósfera única del Universo.</p> - -<p>¡Oh! No, no. Yo no puedo creer esto. Las maldades humanas jamas -lograrán oscurecer en mi alma las verdades divinas. Yo, como distingo -el bien del mal, distingo la muerte de la inmortalidad. Yo creo en -Dios y en una vision de Dios sobre otro mundo mejor. Yo me dejo -aquí mi cuerpo, como una armadura que me fatiga, para continuar mi -infinita ascension á las altas cimas bañadas por la luz eterna. Es -verdad que hay muerte, pero tambien es verdad que hay alma; contra -la realidad, que me quiere envolver en su capa de plomo, tengo el -fuego del pensamiento; y contra el fatalismo, que quiere apresarme -en sus cadenas, tengo la potencia de la libertad. La historia -es una resurreccion. Los bárbaros habian enterrado las antiguas -estatuas griegas, y hélas ahí vivas en un Cementerio, engendrando -generaciones inmortales de artistas con besos de sus frios labios de -mármol. Italia estaba muerta<span class="pagenum" id="Page_168">[p. -168]</span> como Julietta; cada generacion arrojaba una paletada de -tierra sobre su cadáver y ponia una flor sobre su corona mortuoria, é -Italia ha resucitado. Hoy los tiranos cantan el <i>Dies iræ</i> sobre los -campos donde están separados los miembros de Polonia. Pero ya veréis -la humanidad venir, recoger los huesos que mondan con sus acerados -picos los buitres del Neva, y renacer Polonia como una estatua de -la fe, con la cruz en los brazos, sobre sus antiguos altares. Yo he -sentido siempre la inmortalidad en los cementerios. Yo la siento -más todavía en este Cementerio de Pisa, henchido de tanta vida, -poblado de tantos seres inmortales que destilan inspiracion, y por -consecuencia inmortalidad, como los troncos de las seculares encinas, -cuando los pueblan las abejas, destilan miel.</p> - -<p>Insensiblemente la noche caia sobre nosotros. El sepulturero -acabó su trabajo y cesó en sus golpes. El guardian vino á rogarme -que saliera. Pero yo me dí traza para conseguir que me dejára allí -una hora más en el seno de la noche y de las sombras. Yo esperaba -sumergirme en la tristeza de la nada, anticiparme en aquel lugar -de silencio el descanso eterno por una contemplacion de la tierra -mortuoria, donde duermen olvidadas tantas generaciones. Allí me -quedé apoyado en una tumba, reposando la frente agobiada sobre el -mármol de una ojiva, los ojos fijos en el<span class="pagenum" -id="Page_169">[p. 169]</span> cuadro de la muerte y en los vestiglos -del Juicio Universal, iluminados por los últimos resplandores del -crepúsculo, aguardando las tristezas mayores que debia traerme la -oscuridad de la noche. Pero no; fresca brisa vino como á despertarme -de mis sombríos ensueños; las flores de Mayo levantaron sus -corolas, ántes agobiadas por el calor del dia; un aroma penetrante, -embriagador, lleno de vida se esparció por los aires; las luciérnagas -voladoras comenzaron á discurrir entre las sombras del claustro y -las líneas de las tumbas como estrellas errantes, miéntras la luna -llena salia por el horizonte nadando majestuosa en el éter, cubriendo -con sus gasas la frente de las estatuas funerarias; y un riseñor, -oculto en el espeso ramaje de los altos cipreses, entonaba su cancion -de amor, como una serenata á los muertos y una plegaria á los -cielos.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_6"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_171">[p. 171]</span></p> - <h2 class="nobreak">VENECIA.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_173">[p. -173]</span>La noche avanzaba sobre nosotros en el momento en -que atravesábamos la campiña de Padua dirigiéndonos á Venecia. El -cielo estaba nublado, y á intervalos, entre los nubarrones, lucian -algunos pedazos serenos, de extraordinaria limpidez, en los cuales -nadaban las primeras estrellas de la tarde. Pero en el borde del -horizonte, hácia la extremidad Norte, del lado de las montañas, las -nubes relampagueaban, miéntras en el otro borde, hácia la extremidad -Sur, del lado del mar, franjas de púrpura formadas por los vapores -del lago y los últimos destellos del dia daban tinte cobrizo á -los objetos, fantásticas apariencias á la naturaleza, como si la -region que íbamos á visitar quisiese satisfacer todos nuestros -deseos y premiar todos nuestros amores por ella, revelándose entre -los misterios del más sublime de los crepúsculos. Sin embargo, mi -impaciencia era infinita. Observaba que la vegetacion se extinguia, -que comenzaban canales desecados, llenos<span class="pagenum" -id="Page_174">[p. 174]</span> de lodo, sobre cuyos bordes crecian -tristemente algunas plantas marinas; pero por más que sacaba de mi -wagon la cabeza para mirar al punto final de nuestra carrera, no veia -ni la soñada laguna ni la querida ciudad, como si huyeran á mi anhelo -y se esquiváran á mi deseo. Tengo tal idea de la fragilidad de esa -hermosa Venecia, combatida de contínuo por los vientos y las aguas, -que temia pudiera desaparecer ántes de serme permitido verla, y se -encerrára en la concha marina en que nació, como un milagro vivo de -la historia humana.</p> - -<p>Siempre recordaré el dia en que por vez primera vi la Alhambra. -Corrí á buscarla, sin guía, sin ningun compañero, deseando un -coloquio á solas, como todos los coloquios de amor, con la maga del -Oriente perdida en nuestras montañas. Yo atravesé una puerta que -no recuerdo, porque apénas la advertí. Yo vi á la izquierda una -magnífica fuente del Renacimiento, que no respondia en nada ni á mi -deseo ni á mi idea. Yo me perdí en las soberbias alamedas mecidas por -el viento matinal, iluminadas por el espléndido sol de Granada, que, -deslizando á duras penas sus rayos entre el follaje, formaba en el -suelo como un arabesco de luz y de sombras. Yo vi aquella magnífica -puerta judiciaria, inclinada sobre una cuesta, y en cuya arquitectura -el árabe, sin perder<span class="pagenum" id="Page_175">[p. -175]</span> su gracia, ha tomado toda la solemnidad del gótico. -Yo entré creyendo encontrar en pos de aquella puerta el palacio. -No estaba; sólo vi una plaza de armas y un altar de la Edad Media -ante el cual ardia una lámpara. En torno mio se desplegaba larga -fila de torreones; en medio de la gran plaza un palacio del siglo -décimosexto, bellísimo, pero en pugna con todo cuanto yo soñaba; -y á lo léjos, sobre una colina sembrada de laureles, dibujaba sus -miradores, semejantes á blancos minaretes, el oriental Generalife. -Yo buscaba la Alhambra, el palacio, la mágica gruta de estalactitas -empapada en los fuertes colores asiáticos, donde se extinguieron, -como odaliscas, en el placer, á fines del siglo décimoquinto, los que -vinieron como leones á la conquista á principios del siglo octavo. -Pero ninguna de las numerosas puertas á que llamé era la puerta de la -Alhambra. Temia que un genio, una hechicera, de las que la magia de -la Edad Media ha dejado en los bosques, bien diferentes por cierto -de las hermosísimas diosas con que los pobló la clásica antigüedad, -hubiera robado en aquella misma noche la Alhambra, contínuamente -amenazada de muerte, para burlarse de mi anhelo. Nacemos y vivimos -tan desgraciados, que nos parece mentira el cumplimiento de un -deseo, mentira la realizacion de una esperanza, como si tristísima -experiencia<span class="pagenum" id="Page_176">[p. 176]</span> nos -hubiera enseñado que solamente es en el mundo verdad el dolor.</p> - -<p>Así, en aquel momento, yo dudaba de la proximidad de Venecia, ó -temia que Venecia hubiera desaparecido para mí. Al fin nos paramos -en Mestres, á las puertas de la gran laguna veneciana. El aire nos -trasmitia el eco de sus campanas, que tocaban el <i>Angellus</i>, y que -nos recordaban la emocion sublime de Byron, cuando una tarde creyó -ver al conjuro de esos mismos ecos, por los bordes del horizonte, -deslizándose sobre las aguas, como las estrellas del cielo, á la -Madre del Verbo, calzada por la luna, y con la misteriosa blanca -paloma sobre su frente en aquella hora sublime de la oracion y del -amor. ¿Era verdad que iba á ver á Venecia? Cuántas veces, en las -largas horas de las noches de invierno, para pasar la uniforme velada -de los pueblos, mi madre, que amaba mucho las letras, me habia -contado misteriosas historias venecianas á la usanza de principios -de siglo: la decapitacion de Marino Faliero, el destierro del jóven -Foscari, el heroísmo inmortal de Dandolo, la salvaje pasion de Otelo, -el esplendor de sus banquetes inmortalizados por Pablo Veronés, los -desposorios del Dux con las aguas de los mares en la góndola recamada -de brocados y movida por remos de oro, la tristeza infinita del -último de sus<span class="pagenum" id="Page_177">[p. 177]</span> -magistrados, cuando se desmayó al firmar el protocolo que entregaba -su patria al austriaco, por un criminal error de Napoleon; todas -estas sencillas narraciones, medio históricas, medio legendarias, -en que siempre se dibujaban algunos espías ó algunos calabozos para -inspirar el terror trágico; algunas sesiones del Consejo de los Diez -para sostener el interes dramático; y alguna enseñanza moral para -fortificar estas dos ideas á cuyo culto no renunciaré nunca: la -libertad y la patria.</p> - -<p>Despues, levantándome por una de esas transiciones tan naturales -á otros recuerdos, veia en mi mente la Venecia histórica; aquellos -nobles hijos de la antigua civilizacion, sacerdotes de sus últimos -lares, cortejo fúnebre de sus últimos dias, que vencieron á -la fatalidad, salvándose, en las inhabitables lagunas, de las -irrupciones de Atila y sus feroces hunnos, para conservar en una -ciudad misteriosa, única, anclada como hermosa nave á las puertas -de Grecia, sus libertades clásicas, que los llevaron á luchar -con las olas cuando la sociedad se perdia en los claustros; á -extender el trabajo y el comercio como una redencion cuando en los -terrores del siglo décimo los brazos más fuertes caian desmayados -aguardando el fin del mundo como una necesidad y el juicio universal -como un castigo; y por último, á reunir<span class="pagenum" -id="Page_178">[p. 178]</span> y atesorar en sus muelles, en sus -canales; en sus palacios cincelados por todos los prodigios de la -escultura; en sus monumentos públicos, singulares por la majestad y -por la belleza, decorados por una fiesta contínua de colores y de -matices; en sus trofeos de mármoles y bronces, los restos de tres -civilizaciones perdidas en una serie de infinitos naufragios; siendo -así Venecia asiática y griega, romana y bizantina, nunca germánica, -la síntesis de tres edades mayores de la historia, la piedra preciosa -del anillo nupcial con que se desposaron el Oriente, el mundo de -los misterios, y Europa, la tierra de la nueva vida, de la nueva -civilizacion.</p> - -<p>Y como no es posible renunciar ni á la nacion ni á la raza á -que pertenecemos, yo, español, sentia en aquel momento agolparse á -mi memoria los recuerdos históricos de los servicios prestados á -la civilizacion por Venecia y España, unidas en memorable cruzada -marítima. Un dia la media luna llegó hasta Constantinopla. Los -bizantinos, los griegos, cayeron unos en pos de otros bajo la -cimitarra de los turcos, cuyo filo brillaba siniestramente sobre -Venecia. Las islas iban á ser cautivas; sus hijos, remeros en las -galeras del turco; el Mediterráneo, el mar de la civilizacion, un -lago de los serrallos orientales. Pero las naves de Barcelona, -de Valencia, de Cádiz,<span class="pagenum" id="Page_179">[p. -179]</span> de las ciudades españolas, se unieron con las naves -de Génova y de Venecia, y marcharon á detener el turco, y -consiguieron aquella insigne victoria de Lepanto, en que las olas -se ensangrentaron hasta enrojecerse, é hirvieron bajo el fuego de -los cañones; pero en que el fatalismo retrocedió en su carrera -devastadora ante la fuerza y la civilizacion de Occidente.</p> - -<p>Pero sobre todo, iba á ver la ciudad, por la cual hemos tenido -tantos dolores, tantas tristezas en su largo cautiverio de este -siglo. ¡Cuántas veces se nos ha aparecido en sueños, rodeada de sus -islas, como Niobe de sus hijas heridas, maldiciendo á los hombres que -no la socorrian, y desesperando de la justicia de Dios que toleraba -su opresion! ¡Cuántas veces hemos creido oir en los misteriosos ecos -con que la resonancia de las playas repite el rumor de las olas del -Mediterráneo, un largo lamento de Venecia! ¡Cuántas hemos creido -que era posible verla en su dolor un dia arrojarse, como Ofelia, á -sus lagunas, y desaparecer entre las aguas con su doble corona de -mármol y de algas en la frente, y su melancólico último cántico en -los labios! Venecia era para nosotros una Ciudad-Cristo suspendida á -su infame suplicio por los cuatro grandes clavos del Cuadrilátero. -Venecia habia perdido aquellas coronas de perlas, aquellas túnicas -de terciopelo, aquellas<span class="pagenum" id="Page_180">[p. -180]</span> naves de oro, aquellos leones de bronce con ojos de -diamante, aquellos cocodrilos de esmeraldas y rubíes, aquellas -infinitas preseas con que la ornaron los genios privilegiados de -sus pintores, y sólo mostraba sus fragmentos ruinosos de mármol -ennegrecido por la lluvia de sus lágrimas, como un mendigo enseña sus -huesos cubiertos de rugosa piel á traves de los harapos. La historia -de este martirio, el lamento de su pasada servidumbre, las infinitas -elegías lloradas por tantos poetas, por tantos oradores ilustres -sobre el calabozo de Venecia; todos estos recuerdos se entrechocaban -en mi mente, aumentando la emocion producida en mi alma á la vista -de aquellos misteriosos parajes ilustrados por el heroísmo y por el -genio.</p> - -<p>Miéntras rodaban todas estas ideas por mi cabeza, penetraba el -tren en la laguna de San Márcos. El cielo, como he dicho, de un lado -claro, brillantísimo; de otro, oscuro, si bien relampagueante; á -intervalos cubierto de nubes ú ornado de estrellas, tenía un aspecto -de tal manera singular, que no me cansaba de contemplarlo, pidiéndole -su luz para embeberme en aquel espectáculo, objeto de tantos deseos, -asunto de tantos ensueños. La inmensa laguna que áun conservaba -algo en su tranquila superficie de la claridad del dia, brillaba en -toda la extension del vastí<span class="pagenum" id="Page_181">[p. -181]</span>simo horizonte como un inmenso espejo atravesado por -fajas, ya de ópalos allí donde se reflejaban las estrellas, ó ya de -amatistas allí donde se reflejaban las nubes, encendiéndose de vez -en cuando por siniestro modo al latigazo del relámpago. La humareda -de la locomotora, el aliento de los lagos, las nubes sobre nuestras -cabezas, las aguas bajo nuestros piés y en toda la inmensa extension -descubierta por la vista, nos hacian creer que nos hallábamos -fuera de la tierra, ó cruzando en el lomo de algun monstruo -regiones ignotas de la atmósfera. Entre los dudosos resplandores, -entre las inciertas sombras, como dibujados fantásticamente en -oscuro espejismo, descubríanse los edificios de Venecia, aquí y -allá iluminados por pálidas luces. Si no hubiera sabido que era -Venecia, creyéralos, al verlos surgir como por encanto de las aguas, -sostenerse entre la superficie líquida y el flúido del aire sin tocar -visiblemente por ningun lado á la tierra, una ciudad flotante, una -nómada caravana marítima, presidida por algun dios de las olas, y por -aquel momento refugiada en el tranquilo seno de la celeste laguna -adriática. ¡Qué armonía de colores á pesar de la noche! Ya tiemblan -las estrellas en la ligera ondulacion; ya las plantas marinas dan -algunos toque sombríos; ya un faro finge en su reflejo serpientes de -topacios; ya el remo de una<span class="pagenum" id="Page_182">[p. -182]</span> barca despide gotas de luz, produce como llamaradas de -fósforo, deja estelas blanquísimas semejantes á la Vía Láctea; ya -de un lado las sombras de los edificios, espesando la oscuridad, -extienden festones de azabache, miéntras de otro lado alguna nube, -perdida por el ocaso y que áun absorbe, como una esponja aérea, los -últimos matices del sol ausente, los destila sobre raros puntos como -una llovizna de púrpura, todo realzado por las gasas misteriosas -y por los espléndidos reflejos que los vapores del aire y los -cambiantes del lago dan por doquier á este mundo casi ideal de no -soñados encantos.</p> - -<p>Por fin el tren se detiene. Las formalidades de entregar los -billetes y recoger los equipajes molestan de una manera indecible en -la natural impaciencia. Quisierais ser pez ó ave para llegar al agua -y al aire de Venecia sin esas cargas de baules y sombrereras á que os -obliga la nativa debilidad humana. Pisais aquellos muelles besados -eternamente por las aguas. Larga fila de negras góndolas, ligeras, -esbeltas, os aguardan. Escogeis maquinalmente la primera, sin -curaros ni de la forma ni del precio de aquel viaje, como si todas -las condiciones de la vida económica hubieran de perturbarse allí -donde cambian casi todas las condiciones de la vida vulgar de las -ciudades antiguas y modernas. Dais la direccion<span class="pagenum" -id="Page_183">[p. 183]</span> de vuestro proyectado albergue, y -sentís por un movimiento casi imperceptible que os deslizais sobre -las aguas. Apodérase del alma un gran sentimiento de tristeza. La -góndola, mal iluminada por un pequeño farolito puesto en el fondo, -y conducida por dos hombres, cada cual de pié á cada uno de sus -extremos, parece ya un ataud, ya un cetáceo, ya un cisne negro, ya -una luciérnaga fantástica, ya el cadáver de una de las antiguas -sirenas del Adriático en sombra convertido, que os arrastra á las -cavernas profundas de los profundos senos del Océano. Como venís -deslumbrado por la claridad de la resplandeciente laguna, creeis -entrar en una region de tinieblas. Las aguas tienen una oscuridad -indefinible por lo espesas. Parecen realmente bituminosas. Los -fuertes muros de los altos monumentos acrecientan la noche. Los -faroles, colocados á largas distancias, sólo sirven como de ligero -contraste para conocer mejor la negra y general oscuridad. Venecia -tiene calles de tierra y calles de agua. Las calles de agua no están -iluminadas. Solamente la blanquecina fosforescencia de la estela, -ó el débil resplandor de una ventana, ó el mustio farolito de una -muda góndola que pasa á vuestro lado, ó el reverbero de una esquina -apartada, alumbran aquel tortuoso laberinto de piedras y de rejas -y de puentes y de palos destinados á atar<span class="pagenum" -id="Page_184">[p. 184]</span> las góndolas; especie de grandes -árboles acuáticos, pero sin ramas, sin hojas, tristes y secos. La -ciudad parece inhabitada. De vez en cuando pasan sobre los arcos -de los puentes algunos viandantes como sombras de las sombras. El -silencio es sepulcral. Sólo oís el grito del gondolero que avisa -á sus camaradas para que las góndolas no choquen. Este grito, por -todas partes repetido, es ágrio y agudo como el grito de las aves -marítimas. El verde limo que sale á la superficie de los canales -flota á intervalos y lo tomais por un cadáver. La puerta de un -palacio gira sobre sus goznes, algunas personas bajan silenciosas -por sus escaleras de mármol y se instalan en sus góndolas. ¡Oh! Las -tomariais por habitantes de un panteon que van á dormir sobre un -ataud. De pronto salís al gran canal, respirais brisa más fresca -y más libre, veis á la luz de las estrellas fustes de estriadas -columnas, plintos y bases que salen del agua, rosetones góticos, -ajimeces árabes, ventanas bizantinas, arcos del Renacimiento; pero la -góndola corre de nuevo á perderse en el laberinto de los estrechos -callejones, y aquella decoracion mágica desaparece en la realidad, -como las horas rápidas del placer en las tristezas eternas de la -vida.</p> - -<p>El camino desde la estacion á nuestro albergue era larguísimo. Los -gondoleros continuaban de<span class="pagenum" id="Page_185">[p. -185]</span> pié á cada lado de la góndola impulsándola con sus -sendos largos remos y repitiendo sus agudos gritos. Á cada paso una -esquina, sobre cada esquina un puente, al pié del puente y á las -puertas de la casa las escaleras de mármol, sobre el último blanco -escalon el agua verdinegra, y bajo los arcos del puente y junto á -las graderías blancas, las góndolas negras cubiertas con sus largos -paños pardos semejantes á los paños de un catafalco. El objeto más -necesario á la vida veneciana es la góndola, y la góndola es tambien -el objeto más triste. Imaginaos una elipse de madera negra con varios -relieves; á uno de los extremos grande alabarda dentada, cuyo acero -brilla siniestramente, y al otro extremo una especie de pequeña -cola retorcida; en el centro, como antigua tartana de Valencia, el -sitio de reposo, forrado por dentro de terciopelo negro, por fuera -de paño negro con borlas de seda, lleno de mullidos cojines de -tafilete, cerrado por cuatro ventanas, con cuyos cristales, con cuyas -cortinas, con cuyas persianas podeis comunicaros ó incomunicaros á -voluntad; todo oscuro, todo triste, todo misterioso, todo romántico, -invitando la vida á las aventuras, la imaginacion á las leyendas, -pues unas y otras se desprenden como consecuencia natural de todo -cuanto os rodea, y sobre todo, de vuestra inseparable compañera, -la silenciosa<span class="pagenum" id="Page_186">[p. 186]</span> -góndola. Así Roma es la ciudad sublime, Nápoles la ciudad placentera, -Florencia la ciudad académica, Liorna la ciudad mercancil, Pisa la -ciudad muerta, Bolonia la ciudad música, Milan la ciudad civil y -Venecia la ciudad romántica. El Moro y el Mercader de Shakspeare, -el Angello de Víctor Hugo, los dramas de Byron, han sido inspirados -por estas sombras, y tienen aquí, en estas góndolas, sus misteriosas -cunas.</p> - -<p>Hoy Venecia reune á la poesía de sus artes la poesía de sus -recuerdos, y á la poesía de sus recuerdos la poesía de sus tristezas. -Los palacios se caen, las estatuas bajan á pedazos de sus pedestales, -las rientes figuras de sus cuadros se van como las mariposas al soplo -del invierno. La herida que le causó el cambio del movimiento humano -hácia otras regiones, por la aparicion de América en el mundo y el -descubrimiento del Cabo de Buena Esperanza, esa herida que mató su -comercio no ha podido ser curada por su reciente libertad, porque la -libertad no puede destruir las fatalidades geográficas. Venecia se -muere. Sólo que en vez de morir como una prostituta en los calabozos -austriacos, muere como una matrona en el seno de su hogar y rodeada -de sus hijos. Venecia cayó al pié de la cuna de América, como -Ifigenia al pié de la cuna de Grecia. Los caminos de la humanidad -están sembrados de víc<span class="pagenum" id="Page_187">[p. -187]</span>timas, y el progreso no se exceptúa de esta ley necesaria. -La vida se alimenta de la muerte. Pero no es por eso ménos triste ver -morir una ciudad cuyos Dux tuvieron la corona imperial de Bizancio -tantas veces en las manos, y la rechazaron por el gorro frigio de -la vieja república; ver morir una ciudad cuya bandera ahuyentó á -los turcos y despertó las fuerzas del comercio y del trabajo; ver -morir una ciudad cuyas libertades son las más antiguas en la era -cristiana, y que ella sola ha sido la Inglaterra de la Edad Media; -ver morir á una ciudad que en sus copas de cristal, en sus banquetes -báquicos, en sus voluptuosas serenatas, en sus sensuales cánticos, -en sus guirnaldas de coral y algas trajo disuelto á nuestra vida el -aroma inmortal del Renacimiento. ¡Cómo sentia en aquel viaje por las -calles de Venecia no ser poeta, orador ni escritor de algun mérito -para lamentar con elocuencia la muerte de esta ciudad única en el -mundo! Ideas de luto y desolacion solamente me habian inspirado los -ataudes flotantes, los palacios sombríos, las magníficas ventanas -medio destrozadas, los monumentos medio ruinosos, el tortuosísimo -laberinto de calles estrechas y de canales oscuros, las sombras que -se dibujaban en los altos puentes, las separadas piedras de mármol -lamidas por las olas, el ruido del agua, que parecia una lágrima -cayendo sobre<span class="pagenum" id="Page_188">[p. 188]</span> -otra lágrima, y los gritos de los gondoleros que parecian un lamento -repetido por otro lamento.</p> - -<p>Pero en esto llegamos al gran canal, frente á la iglesia de -la Salud, donde íbamos á alojarnos, muy cerca de la piazzetta de -San Márcos. Su anchura es allí la anchura de un brazo de mar. Sus -aguas son claras como si lleváran disuelta la luz del dia. La -fosforescencia que dejan los remos y la quilla dibujan por doquier -largas cintas blanquecinas como rayos de luna. Al desembocar -nosotros de los pequeños canales en aquella grande extension, várias -góndolas se dirigian al Rioalto iluminadas por faroles venecianos, -sólo comparables á guirnaldas de luminosas flores. Esta mágica -iluminacion resaltaba en la oscuridad de la noche y se repetia -en la trasparencia de las aguas. De las góndolas salia un coro -armoniosísimo, solemne, acompañado por excelente música; acordes -misteriosamente engrandecidos y dulcificados por la sonoridad del -aire y de las lagunas. Despues de haber pasado aquella travesía, -despues de haber hecho por la red infinita de canales aquel viaje, -en que Venecia semejaba una de esas místicas ciudades pintadas por -los artistas de la Edad Media en las paredes de los cementerios -para representar el infierno, al verme en el gran canal, en aquella -larga serie de monumentos, sobre el agua trasparente, bajo el cielo -clarísimo,<span class="pagenum" id="Page_189">[p. 189]</span> -descubriendo las iglesias de blanco mármol iluminadas como grandes -montañas de nieve por los rayos de los astros, contemplando las -góndolas que se deslizaban rápidamente, festin flotante consagrado -al arte, oyendo aquella música, aquella armonía deliciosa en alas de -los vientos de la misteriosa laguna, creíme en la antigua Venecia, -en la que traia la riqueza y los colores de Oriente, en la que -escuchaba las serenatas de Leonardo de Vinci, en la que prestaba los -matices del íris á la paleta de Ticiano, en la que se reia con la -carcajada de Aretino, en la que llevaba, como un esclavo, el Imperio -de Constantino á sus piés, y como una compañera á su lado, Grecia, la -tierra de los poetas. Pero la serenata pasó, las luces se perdieron -pronto en los recodos del canal, sumergióse la laguna en su profundo -silencio, y las torres de las iglesias vecinas dieron el toque de -Ánimas con elegíaco lamento.</p> - -<p>Al dia siguiente faltábame el tiempo para ver Venecia. Confieso -que una de las artes á mis ojos más maravillosa y expresiva, es -la arquitectura. Sus piedras, reguladas por las ideas, como las -notas de un cántico ó como los miembros de un discurso, me inspiran -siempre, cuando aciertan con sus armonías á expresar la belleza, -un placer purísimo, intelectual. Las grandes líneas, los dilatados -espacios, los ambiciosos arcos, las aéreas<span class="pagenum" -id="Page_190">[p. 190]</span> rotondas, las columnas con sus adornos, -las galerías con sus léjos, los patios y los claustros, sumergen á -la mente en profundas meditaciones y expresan siempre el genio del -siglo con su carácter simbólico. Yo gusto mucho de la arquitectura -griega, de su sobriedad, de su austera sencillez, de su gracia -infinita, de la facilidad con que expresa grandes ideas con pocos -medios y llega á la hermosura sin violentar sus formas, poniendo -un ligero friso, cuadrado, sobre cuatro frentes de intercolumnios, -cuyas armonías son tales, que puede decirse cantan como un coro. Yo -admiro tambien á los romanos, que sobrepusieron los tres géneros de -la arquitectura en sus monumentos, como sobrepusieron las tres edades -de la historia en su civilizacion y en sus códigos. Yo no olvidaré -nunca la rotonda del panteon donde espiró el paganismo; ni los arcos -triunfales, puertas magníficas de la nueva edad del mundo. Sobre -todo, lo que el arte antiguo me inspira siempre es un culto infinito -á la sencillez de las formas y á la naturalidad de la expresion. -Pero este entusiasmo por el arte antiguo no excluye la admiracion -por todos los géneros bellos de arquitectura. No hay cosa peor que -el exclusivismo en las artes. Los arquitectos del pasado siglo, en -su ódio por el gótico, llegaron, áun los de más gusto, á construir -unos edificios grandes, pero mudos; más<span class="pagenum" -id="Page_191">[p. 191]</span> que severos, rígidos, con toda la -rigidez de la muerte. Hay arquitecturas que se distinguen por su -sabiduría, por su perfecta sujecion á las leyes de la estática. Tales -son la griega y la romana. Han pasado sobre ellas los siglos, y ese -otro elemento más devastador todavía que los siglos, las cóleras de -los hombres; pero se han estrellado contra su imperturbable firmeza. -Hay, sin embargo, arquitecturas que se distinguen por su expresion. -Tales son la oriental y la gótica. Venecia se parece á Granada, en -que Venecia tiene una arquitectura propia, exclusiva, nacida de -sus particulares circunstancias históricas y del ministerio único -representado por ella entre el Oriente y el Occidente. Así como los -granadinos, conservando siempre aquel carácter árabe que llegó á -su perfeccion en la aljama de Córdoba, se acercaban al gótico, los -venecianos, conservando el carácter bizantino y gótico, general en la -Edad Media, le arrojaban encima como un velo de oro las ricas preseas -del Oriente. Así ha creado Venecia esa serie de monumentos que son -el prodigio de los prodigios, por su variedad y por su riqueza. Si -vais á examinarlos con el Vitrubio en la mano, con las reglas de -Vignola en la mente, llevando la escuadra y el compas, sometiéndolos -á un exámen matemático, demandándoles obediencia ciega á las leyes -de la estática, pronto á in<span class="pagenum" id="Page_192">[p. -192]</span>dignaros si veis que una galería está sostenida por -un armazon de hierro, que una columna gruesa está sobrepuesta á -una columna ligera como riéndose de los principios generales de -la gravedad física, que una mole de mármol pesa, siendo como una -montaña, sobre el encaje de una galería aérea y ligerísima; si ante -todo y sobre todo poneis las matemáticas, no os pareis delante de -esos edificios de la Edad Media, que ante todo y sobre todo ponen -la riqueza de la expresion, riqueza grande, inverosímil, como son -inverosímiles todas las hipérboles, pero en realidad muy bella. ¡Cómo -influye en las artes el medio en que se desarrollan! Venecia es una -maga que obliga á los artistas á seguirla y les imprime su beso de -fuego en la frente. Los arquitectos del siglo décimoquinto construyen -edificios severos en Roma, al mismo tiempo que el gótico florido abre -sus calados rosetones en toda Europa como las primeras flores del -Abril del Renacimiento. Y los arquitectos de Venecia, á fines del -siglo décimosexto y principios del siglo décimoséptimo, cuando el -arte clásico todo lo ha avasallado, sin dejar de seguir su influjo, -coronan los frisos de sus monumentos, las cúspides de sus torres, las -azoteas de sus palacios con joyas y cinceladuras, esmaltadas siempre -por el oriental carácter veneciano.</p> - -<p>Salgamos, pues, á contemplar á Venecia. Nues<span class="pagenum" -id="Page_193">[p. 193]</span>tra góndola se desliza por el -gran canal. Las aguas tienen un verde-esmeralda, el cielo un -azul-turquesa, los bancos de arena un brillo de oro, las casas de -las cercanas islas un esmalte de coral-rosa, y las iglesias de -mármol una trasparencia tan extraordinaria que parecen iglesias -de cristal: bruñe el sol todos los objetos con sus rayos, esos -pinceles de la naturaleza, y la brisa cargada con los aromas de -la primavera, con las salinas exhalaciones del mar, perfumada y -picante, os convida con sus voluptuosos besos á la infinita alegría -de vivir. No tenemos tiempo de mirar ese gran canal que los pintores -venecianos, reproduciéndolo de todas maneras, desde los albores -de la escuela con Carpacio hasta su extincion con Canalletto, han -impreso indeleblemente en las retinas de los amadores del arte. Sólo -es dado ver con una rápida ojeada que desde los edificios pesados -bizantinos, hasta los edificios elegantes del siglo décimosexto, y -desde los elegantes del siglo décimosexto hasta los abigarrados de -la decadencia, unidos á monumentos góticos de todo género, ornados -con guirnaldas sirias y árabes, la historia del arte se apiña en dos -largos muros de mármol á uno y otro lado del canal, realzada por los -reflejos del agua y por las tintas del cielo. En cada ciudad buscais -primero un monumento, un punto. En Sevilla la catedral, en Granada -la Al<span class="pagenum" id="Page_194">[p. 194]</span>hambra, en -Córdoba la mezquita, en Roma el Coliseo, en Nápoles el Vesubio, en -Pisa el Cementerio, en Florencia la plaza de la Señoría, y en Venecia -la plaza de San Márcos. Llegamos al pié de su magnífica escalera. -Nos detenemos extasiados. No es posible pintar á Venecia. La palabra -humana carece de bastantes matices para tan rico cuadro. Yo no lo -intento siquiera. Se necesita ver, y sentir, y admirar, y empapar en -aquellos colores los ojos, y absorber por todos los poros aquella -vida, y luégo callarse.</p> - -<p>Nunca he deplorado tanto el compromiso contraido con mis lectores, -á cuya inagotable bondad voy á faltar, encontrándome con este -soberbio paisaje ante mis ojos y esta humilde pluma en las manos. -En primer término, el lago, espléndidamente iluminado por el cielo -y el sol, que lo borda con sus rayos; al Norte la desembocadura del -gran canal con sus varios y ricos edificios; al extremo derecho de -la desembocadura la mármorea iglesia de la Salud, cuyas blancas -rotondas se dibujan maravillosamente en la nitidez del aire; ante -esta iglesia, levantada en torre graciosa, una grande esfera -de bronce dorado y en su polo un ángel de bronce oscuro; á la -desembocadura izquierda, una terraza de jaspe sobre la cual ostenta -sus flores primaverales, ameno, aunque estrecho, jardin, poblado -de mariposas; en el centro<span class="pagenum" id="Page_195">[p. -195]</span> la piazzetta, el palacio de Sansovino, cincelado como -un escudo de Cellini y rematado por un coro de estatuas; el palacio -de los Dux, al otro lado, descansando su mole de mármol rojo y -blanco sobre una doble galería de arcos góticos entrelazados por un -juego de caprichosos rosetones, y recamados en el chapitel de sus -columnas con esculturas bizantinas, que se armonizan y se enlazan -de una manera admirable con la diadema de agudos triángulos y los -airosos campanarios de la cima; ante estos dos monumentos, las dos -columnas de granito oriental, dos monolitos colosales, y encima el -cocodrilo de San Teodoro y el leon de San Márcos, que parecen exhalar -el huracan de sus abiertas fauces; en el fondo, al lado izquierdo, -el Campanile, alto y airoso como nuestra Giralda, calzado por una -tribuna maravillosamente esculpida, y coronado por un ángel que -alza sobre su aguda aguja las alas de oro á lo infinito; al mismo -fondo, en el lado derecho, la Basílica, oriental, gótica, griega, -bizantina, árabe, mezcla de todas las arquitecturas, resúmen de todas -las épocas, con sus arcos azules sembrados de estrellas, sus columnas -de todos los jaspes, sus estatuas y sus bizarros campanarios, -los cuatro caballos de Corinto sobre la puerta, los mosaicos de -cristales venecianos en los huecos, de cuyo áureo cielo se destacan -maravillosas figuras de<span class="pagenum" id="Page_196">[p. -196]</span> todos colores, las rotondas en la cima, breves copias de -las rotondas de Santa Sofía como una aparicion del Asia; y en las -vastas proporciones de aquel paisaje, el muelle de los esclavones -lleno de navíos, realzados por los pintorescos trajes de los turcos -y de los griegos, por la gran multitud veneciana que en aquella -vastísima calle desemboca; más léjos todavía las islas de San Jorge -Mayor con su iglesia de color de rosa y blanco; la Giudecca con sus -edificios empapados en todos los matices del íris; San Lázaro con su -convento armenio, cuya torre oriental parece la vela rizada de un -gran navío; el Lido poblado de bosques, que tocan las aguas con sus -ramas y llenan los ruiseñores con sus cantares; los jardines como -islas flotantes, como canastillos gigantescos de flores confiados al -agua; todo atravesado por las gasas celestes de los canales, todo -variadísimo, por el color ya dorado, ya argentado de los bancos de -arena, todo animado por el contraste de las blancas velas latinas -que entran y salen con las negras góndolas venecianas que por do -quier se deslizan, todo arrullado por las ondas del Adriático; al -lejano Occidente los Alpes, que bajan como un ejército de gigantes -pirámides celestes, y en el lejano Oriente, como una música eterna, -el viento que viene desde las playas de Grecia. No hay nada igual en -el mundo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_197">[p. 197]</span></p> - -<p>¡Cuántas hermosas ciudades hemos recorrido en Italia! Cada una -tiene su maravilla, y cada maravilla su carácter. Cuando vais de -Roma á Nápoles, no os parece hallaros en otra tierra, sino en otro -planeta. El cementerio de Pisa y el cementerio de Bolonia son -magníficos; pero hay entre ellos tanta distancia como entre el -panteon de Agripa y la catedral de Milan. De Florencia á Pisa vais -en dos horas, de Pisa á Liorna en media; y cada una tiene abismos -de diferencia en sus calles, en sus monumentos. La magnífica torre -inclinada de Pisa parece hecha á millares de leguas del lugar donde -se alza la divina rotonda de Santa María dei Fiori de Florencia. -Cada una de estas ciudades ostenta su escuela especial de pintura -y su especialísimo carácter de arquitectura. Cada una de ellas -engendra un genio que le devuelve, en cambio del regalo de la vida, -el regalo de la inmortalidad. Pisa tiene á Nicolas, que ha adornado -con dos siglos de anticipacion el Renacimiento, haciendo florecer -bajo su cincel los mármoles; Bolonia tiene á Juan, que detiene -un momento la decadencia de la escultura; Fiezzolli tiene á Fra -Angellico, que pinta los ángeles con la misma facilidad con que -Platon describe las ideas puras, y de rodillas ante las Vírgenes -salidas de su pincel, entre los límites de<span class="pagenum" -id="Page_198">[p. 198]</span> dos siglos, como el décimocuarto y el -décimoquinto, que son los límites de dos mundos, simboliza el fin de -las edades místicas; Venecia es la madre del Ticiano, Verona de Pablo -Cagriari, Florencia de Miguel Ángel, y Roma puede llamarse, por las -loggias, las estancias, la transfiguracion, las Sibilas, la Galatea -de la Farnesina, la Madona de Foligno y el Isaías, la capital de -Rafael.—¿De dónde proviene esta grandeza?—De la descentralizacion de -sus gobiernos, de la libertad de sus repúblicas, de la independencia -municipal. Sólo hay en la historia una época superior á su época, -un pueblo más ilustre que sus pueblos, Grecia. Pero el secreto de -su grandeza está en la misma causa que el secreto de la grandeza de -Italia. Miguel Ángel es uno de esos titanes que llevan en sus piés -las heridas de las moles calcinadas, puestas unas sobre otras para -escalar al cielo, y en sus frentes las heridas de las tempestades que -han atravesado, buscando solitarios por las regiones superiores de la -atmósfera lo infinito. Pues bien; Miguel Ángel, cuando vió morir la -libertad en su patria, cinceló una figura hermosísima pero triste, -le puso la perfeccion griega en las formas, el dolor cristiano en -la frente, le cerró los ojos, le extendió sobre un sepulcro y le -llamó la noche. La ausencia de la libertad<span class="pagenum" -id="Page_199">[p. 199]</span> fué la muerte de Venecia, la muerte de -Milan, la muerte de Pisa, la noche de Italia. Por todas partes se -encuentra en la geología de la sociedad á la libertad, como en la -geología del planeta á Dios.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_7"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_201">[p. 201]</span></p> - <h2 class="nobreak">EN LAS LAGUNAS.....</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_203">[p. -203]</span>Al fin tenemos luz, ese flúido sólo comparable al -pensamiento, en que esclarece y vivifica. Aquí me baño en el éter -desprendido de un cielo sin nubes y reflejado por un lago sin -sombras. Yo quisiera ver mi interior, mi espíritu, con el plástico -relieve que toman á esta luz oriental todas las cosas. Nosotros -mismos somos lo más oscuro y lo más incomprensible que existe en la -creacion. ¿Por qué no habia de ser mi razon tan clara como el sol? -Despues de todo, la luz del gran astro se perderia, como música no -oida, si no iluminase la humana frente. ¿Por qué no habia de ser mi -espíritu tan diáfano como estas aguas celestes, en cuyos espejos se -repiten con todas sus asiáticas cresterías, con todos sus adornos -ó todas sus grecas los edificios de Venecia? Despues de todo, el -Universo sería como un libro cerrado y en blanco, si no llenase sus -páginas de ideas el humano espíritu. ¿Por qué los horizontes de mi -pensamiento no habian de tener el mismo esplen<span class="pagenum" -id="Page_204">[p. 204]</span>dor de estos horizontes? Sombras de -sombras serian todas las cosas si no las animasen de un alma las -ideas. Quitad el espíritu del planeta, y decidme despues para quién -cantarian las aves que ahora gorjean en los árboles cuyas ramas tocan -las aguas, y para quién exhalarian su incienso esas flores que ahora -beben la savia embriagadora de la primavera. Las cosas serian, sin -las ideas, jeroglíficos sin lectores ni intérpretes. El Universo -sin espíritu sería, cuando ménos, un teatro sin actores. Pero el -espíritu, ¿qué luz interior tiene?</p> - -<p>Yo no conozco en la historia ninguna época de tanta angustia -moral como nuestra época. Las creencias que cinco siglos de fe -y de martirio habian levantado, se han caido en tres siglos de -análisis. El antiguo dia de las almas se avecina á su ocaso, y no -estamos seguros de que amanezca otro nuevo dia. La campana que ahora -toca la oracion, el órgano que ahora acompaña el cántico de los -monjes, la imágen que ahora veneran los marineros del Adriático, -van pasando á ser como los himnos griegos, como los bajo-relieves -del Parthenon, objetos de culto artístico, pero no objetos de culto -religioso. Aquí tambien se oye alzarse de las aguas un lamento -elegíaco, sólo comparable al lamento lanzado por las antiguas sirenas -cuando oyeron de labios de los nazarenos que<span class="pagenum" -id="Page_205">[p. 205]</span> el mundo era llamado á una nueva fe en -la maceracion y la penitencia. El Dios-espíritu ve condensarse contra -su poder y contra su Verbo nubes de ideas tan amenazadoras como las -que destronaron y destruyeron al Dios-naturaleza. ¿Qué luz interior -tiene el espíritu en esta suprema crísis?</p> - -<p>Tales ideas me asaltaban una tarde de Mayo de 1868, al borde -espléndido de la maravillosa laguna de San Márcos, y enfrente de la -desembocadura del gran canal de Venecia, sobre la isla de San Lázaro, -á la puerta del convento de los armenios. El sol, que se habia -ocultado tras la Giudecca, doraba con sus últimos rayos las cúpulas -de las iglesias y las rotondas orientales de la gran Basílica; las -góndolas negras, que resaltaban sobre las aguas azules, corrian -rápidas en todas direcciones como fantásticos seres; al frente -agrupábanse los maravillosos palacios venecianos esmaltados por -todas las artes; á la espalda se dibujaba el Lido, como un jardin -flotante lleno de vegetacion, de flores, de gorjeos; y en todas -direcciones surgian las islas, en que los árboles se balanceaban -cual si tuvieran sus raíces en las aguas, y entre los árboles -resplandecian maravillosos edificios, como anclados en aquel mar de -indelebles recuerdos y de eterna poesía. Se necesita para comprender -la hermosura sentir desde<span class="pagenum" id="Page_206">[p. -206]</span> allí cómo espira el dia en las lagunas; cómo se iluminan -de estelas fosforescentes las aguas; cómo brotan las primeras -estrellas en el cielo y las primeras luces en las ventanas y en las -calles de la ciudad; cómo estas luces tiemblan al reflejarse en los -canales; cómo suenan los últimos toques de la campana de la oracion -mezclados con los cantares voluptuosos de los gondoleros y las -salmodias de los conventos; cómo se encuentran unísonas en el cielo -voces del espíritu con voces del Universo.</p> - -<p>Espectáculo tan maravilloso no distraia mi alma del pensamiento, -ni el pensamiento de la contemplacion de esta crísis suprema del -humano espíritu. Cuando más absorto estaba, dirigióse á mí un monje -para decirme oficiosamente la hora en que el convento cerraba á los -curiosos sus puertas. Aunque aquel aviso pareciera urbana despedida, -sentia yo deseo invencible de permanecer allí, puesto que la hora -de clausura no era todavía; y mi góndola estaba pronta á conducirme -á la ciudad, que dista de la isla de San Lázaro tres kilómetros. -Los monjes armenios venden maravillosas obras orientales; yo no soy -ajeno al estudio de las lenguas semíticas, y valíme de la treta de -una conversacion sobre tema tan socorrido para prolongar mi visita á -sitio tan delicioso.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_207">[p. 207]</span></p> - -<p>Inmediatamente se olvidó el monje de su consigna, y comenzó á -departir conmigo de estudios y letras. Poco á poco la conversacion -llegó á las materias religiosas. Yo he sentido siempre incontrastable -ímpetu á difundir mis ideas entre las muchedumbres; pero jamas -caigo en la tentacion de convencer ni persuadir en conversaciones -particulares á mis interlocutores. Así como trazo una línea divisoria -entre el lenguaje vulgar y el lenguaje oratorio, trazo otra línea -divisoria entre los oyentes numerosos y el oyente singular con -quien trabo ó mantengo un diálogo. He notado que si yo nunca me -decido á convencer ni persuadir en la vida ordinaria, muchos de mis -interlocutores caen, bien al reves, en la manía de convencerme y -persuadirme á mí.</p> - -<p>El sacerdote con quien yo departia á la sazon, era un jóven, -turco de nacimiento, católico de religion, armenio de rito, monje de -entusiasmo, oriental en su lenguaje sembrado de imágenes, veneciano -por su finura y su hospitalidad; en el fondo de la conciencia -místico, cual un sectario asiático, pero en el comercio con sus -semejantes, de una tolerancia en perfecta armonía con el carácter -de nuestro siglo. Estaba enfermo, muy enfermo, y tenía seguridad -de muerte próxima. Esta melancólica evidencia daba á sus ideas, -severas como la moral, solemnes como el culto,<span class="pagenum" -id="Page_208">[p. 208]</span> poéticas como la tierra donde habia -nacido y la tierra donde iba á morir, las infinitas perspectivas de -la eternidad. Hoy, pasados cuatro años, todavía recuerdo con viveza -aquella conversacion de la cual quiero trasmitiros un fragmento, -porque muchas de sus ideas me fortalecen todavía en mis combates -interiores, y todavía me alientan en mi esperanza de una renovacion -moral análoga á las renovaciones sociales. La contradiccion que entre -nosotros surgió vino á desvanecer muchas de las dudas que, relámpagos -de sombras, pasaban por mi alma.</p> - -<p>—¿Creeis, me decia, que nuestro estado moral ha de continuar? -¿Creeis que podemos llevar tanto tiempo una fe muerta en la -conciencia? Toda idea muerta mata el espíritu que en sí la lleva, -como el feto muerto gangrena las entrañas que lo encierran.</p> - -<p>—Os lo he repetido ya várias veces en el curso de nuestra -conversacion, le dije. Yo no creo que pueda mantenerse viva la -conciencia en el seno de una fe completamente muerta. El espíritu -tiene analogías con la naturaleza. Y la naturaleza no aniquila, -transforma; no mata, renueva. Es necesario renovar el espíritu en la -renovacion de la sociedad.</p> - -<p>—¡Renovarlo! me dijo. ¿Y cómo vais á crear una religion nueva? -¿De dónde sacaréis los após<span class="pagenum" id="Page_209">[p. -209]</span>toles que prediquen, los mártires que mueran, las ideas -necesarias, los sacrificios indispensables á una transformacion -religiosa? El árbol de la fe se riega con sangre. La humanidad en -nuestro tiempo tiene vocacion al trabajo; no tiene vocacion al -martirio, como la tenía en la época del Redentor. Derramará hasta -extenuarse todo el sudor que pueda destilar sobre las máquinas del -trabajo; no derramará ¡ay! ni una gota de sangre ante las aras de la -fe. Los pueblos me parecen hoy atletas llenos de energía física, pero -faltos de alma.</p> - -<p>—No obráran las maravillas que obran si no sintieran dentro de -sí el vapor de grandes ideas. Han subido á los cielos y les han -arrancado el rayo, porque tenian estatura moral bastante á tocar -con su frente en las nubes. Las épocas de decadencia ni crean, ni -inventan, ni trabajan. El desaliento y la decrepitud se sienten á una -en todas las esferas de la actividad y en todas las manifestaciones -de la vida.</p> - -<p>—Pero creo haberos oido decir que los pueblos no creen si no -tienen ideal.</p> - -<p>—Es verdad. Mas creo que el ideal no debe brotar sólo del -sentimiento, sólo de la fantasía, sino de la razon. Vuestro ideal -es todo entero para la imaginacion. Y en las épocas reflexivas, -los ideales que sólo son hijos de la fantasía y sólo á<span -class="pagenum" id="Page_210">[p. 210]</span> la fantasía se -enderezan, mueren como en la estacion de los frutos mueren las -flores.</p> - -<p>—Vosotros no creeis en el milagro.</p> - -<p>—No hablemos de nuestras opiniones individuales, porque entónces -nuestros debates serán disputas, contestéle yo. Hablemos de algo -más alto, hablemos de la crísis que atraviesa el espíritu humano en -nuestro tiempo. Vuestras ideas propias valen ménos en comparacion del -alma infinita de la humanidad, que las gotas destiladas de ese remo -en comparacion de los caudales del mar.</p> - -<p>—Pues bien; me rectifico, y digo: nuestro siglo no cree en el -milagro.</p> - -<p>—Teneis razon. Su conocimiento de las leyes naturales hale llevado -á proclamar que estas leyes no se interrumpen ni por un minuto. Mas -hé aquí la base de mi tésis: no forjeis, ni mantengais un ideal -religioso en oposicion absoluta con la ciencia. Las más inferiores de -nuestras facultades, la sensibilidad, la fantasía, se conmoverán al -tañido de las campanas, á la vista de las sagradas imágenes, al eco -del órgano que eleva un himno á los cielos, á la aparicion de esas -basílicas milagrosas, como la basílica de San Márcos, tachonada de -mosaicos, donde el color agota sus matices, y poblada de obras donde -el arte agota sus inspiraciones, monumentos en cuyas bóvedas<span -class="pagenum" id="Page_211">[p. 211]</span> se ven vagar las -plegarias de diez siglos, y en cuyos pavimentos dormir los huesos de -innumerables generaciones; pero por poeta que seais, por conmovido -que esteis, en cuanto la razon penetre en tantas armonías y ensueños, -los desvanecerá con sus glaciales pero incontestables afirmaciones, -dejándoos en lucha perpétua entre la sensibilidad y el entendimiento, -lucha que conviene terminar, si hemos de ser soberanos de la -naturaleza, sólo sometida á la verdad y á la ciencia.</p> - -<p>—Esa lucha ¡oh! esa lucha será terminada por la fe.</p> - -<p>—Pero la fe no puede contrariar verdades probadas ó evidentes. -Los dioses antiguos sonreian en la cima de las colinas sembradas de -mirtos y de templos, á las orillas de mares que parecian dormirse -bajo su amparo, entre coros de poetas que divulgaban sus nombres, -sobre pueblos artistas y creyentes; pero un dia la ciencia demostró -que aquellas divinidades repugnaban á la razon, y á pesar de tener -en su defensa pueblos heroicos, invencibles, como el pueblo romano, -murieron todas juntas al soplo de una idea.</p> - -<p>—Pero con aquellas divinidades murieron las sociedades que -personificaban.</p> - -<p>—No murieron, se trasformaron. ¿Murió el derecho romano? ¿Murió -aquella literatura clásica, modelo todavía en nuestras escuelas? -¿Mu<span class="pagenum" id="Page_212">[p. 212]</span>rieron -aquellas artes plásticas que copiamos y repetimos? ¿Murieron ni -siquiera aquellas lenguas á cuyas sábias combinaciones debemos toda -nuestra nomenclatura científica? Lo único que pereció fué lo único -que se creia imperecedero, el Dios ó los dioses de aquel mundo.</p> - -<p>—¡Y cuántas lágrimas, cuánta sangre costó fundar la nueva -creencia! me contestó el sacerdote. El mundo se encenagó en las -orgías. Aquella Roma tan fuerte dejó caer la espada del combate para -empuñar la copa del festin. Las venas de la humanidad se hincharon -con el canceroso vino de todas las concupiscencias. Fué preciso para -curar tanto mal, nada ménos que la irrupcion de los bárbaros y el -destronamiento de Roma.</p> - -<p>—Ved adónde os lleva la implacable lógica de vuestras deducciones: -á llorar la muerte del paganismo, vos, sacerdote católico. -Seguramente en ningun lugar de la tierra se apena tanto el ánimo -del artista, al sentir la desaparicion de aquellos hermosos -seres, imaginados por los poetas, y en el mármol encarnados por -los escultores, como aquí, en su patria, al rumor de las olas del -Adriático, bajo este cielo que todavía refleja sus miradas. Pero si -al estado químico-físico del planeta corresponden los organismos, al -estado moral del espíritu corresponden las religiones. El mundo sigue -su vida independiente de nues<span class="pagenum" id="Page_213">[p. -213]</span>tras concepciones abstractas de esa vida. Y Dios existe -independientemente de la relacion que con su sér incomunicable -establezca nuestro espíritu. Hoy no comprendemos el mundo como lo -comprendian nuestros padres. Para ellos estaba inmóvil, para nosotros -se mueve. Para ellos el sol rodaba en torno de nuestra tierra, para -nosotros la tierra rueda en torno del sol. ¿Ha cambiado la naturaleza -porque cambie nuestra concepcion de la naturaleza? Pues tampoco -cambia Dios porque cambie nuestra concepcion de Dios. Lo bueno, lo -verdadero, lo hermoso, existen por sí, é independientemente de todos -los juicios que acerca de ellos se formen. Para acercarnos al ideal, -no hay sino aprender la verdad en la ciencia como en la conciencia, -y realizar con desinteres absoluto en toda la vida el bien. Las -religiones han servido para educar progresivamente á la humanidad. -Sus esperanzas infinitas, sus terrores saludables, despertaron al -hombre del seno de la naturaleza en que dormia para alzarle á una -vida interior mucho más pura y mucho más elevada. El frágil espíritu -humano obtuvo así la idea de lo infinito, y sintió así el soplo de -lo divino como creándole de nuevo y en cierto sentido redimiéndole. -Pero no hay que dudarlo; si la religion de la naturaleza fué un -progreso respecto al fetichismo, y la religion del espíritu un -progreso respecto á la re<span class="pagenum" id="Page_214">[p. -214]</span>ligion de la naturaleza, ¿por qué, por qué imaginar, por -qué creer que se ha parado ó que ha retrocedido esta permanente -revelacion?</p> - -<p>—¿Imaginais que puede llegar más allá alguna revelacion? Dios, por -un acto de su voluntad, por un soplo de su aliento, crea el mundo -sin mal, y sobre el mundo al hombre sin pecado; la culpa cae del -espíritu hecho libre sobre la naturaleza hecha su esclava, deslustra -la creacion y rebaja á la humanidad; nacen los hijos de los hombres -sujetos al pecado, y el pecado al castigo que crea generaciones -de generaciones enfermas, cuyos cuerpos se pierden tristemente en -el placer, cuyas almas se desvanecen como sombras de sombras en -los abismos; hasta que el mismo Dios conocido sólo de un pueblo, -desciende así á rescatar las culpas de todos los hombres, como á -revelarse á todos los hombres; y desde entónces los aires están -llenos de ángeles custodios, los altares de santos próvidos, la -naturaleza regenerada por la pureza de la Vírgen Madre, el espíritu -iluminado por el Verbo divino, y las esperanzas de la inmortalidad -resplandeciendo más allá del sepulcro, para fortalecernos con la -energía de una vida llamada á dilatarse en la eternidad.</p> - -<p>—Líbreme Dios de contradecir ningun dogma. Los respeto -profundamente todos. Mas yo niego que pueda sostenerlos una autoridad -externa,<span class="pagenum" id="Page_215">[p. 215]</span> fuerte, -coercitiva en estos tiempos de razon y de libertad. Es necesario que -la fe brote espontáneamente de las almas. Es necesario que impulse -á la conciencia, y la conciencia á la voluntad. Así la idea se -encarnará en el espíritu, y el espíritu se encarnará en la vida, y -la vida será verdaderamente religiosa, y la religion norma é ideal -viviente.</p> - -<p>—¿Y no veis realizado esto en ninguna parte?</p> - -<p>—No. Veo, al contrario, que miéntras la civilizacion más se -inclina á la libertad, se inclinan más las sectas religiosas á la -autoridad. Veo que miéntras las ideas de igualdad democrática más -profundamente se arraigan en la esfera social, más en la esfera -dogmática se pretende divinizar absurdos privilegios, opuestos á -cuanto hay de fundamental en nuestra naturaleza. Veo, bien al reves -de los tiempos cristianos en que Dios se humillaba hasta revestir -la naturaleza del hombre, los hombres, llamándose infalibles, que -aspiran á exaltarse hasta revestir la naturaleza de Dios. Lo veo -invadido todo por el egoismo y el sentido utilitario, cuando tanto -necesitamos de que el lado ideal de nuestra naturaleza, el que á -los cielos mira, se despierte y se avive. Las ideas religiosas, que -debian ser puramente espirituales, van volviéndose fuerzas mecánicas; -y los sacerdotes, que debian tener en sus manos y reflejar<span -class="pagenum" id="Page_216">[p. 216]</span> sobre nuestras frentes -la luz de lo ideal, simples funcionarios del Estado. Veo todo esto -con dolor, porque yo quisiera que en la aridez y desolacion de -nuestra vida pudiéramos libar algunas gotas de rocío celeste que -refrigerase la sequedad de nuestros labios, abrasados de sed por lo -infinito.</p> - -<p>—Mas la creencia necesita una definicion que la contenga y la -formule; la definicion, una autoridad que la imponga y la divulgue; -la autoridad, una personificacion que la represente. La fe no sería -sino el dogma; el dogma no se mantendria sin la definicion; la -definicion, sin la Iglesia; la Iglesia, sin el Papa; el Papa, sin el -Espíritu divino, que debe comunicarle su propia infalibilidad.</p> - -<p>—¿Creeis que Dios ha escogido una persona aparte, privilegiada, -para comunicarle la verdad? Yo soy más creyente. Yo creo que así como -ha extendido la luz por todos los orbes, ha extendido la razon por -todos los espíritus. Yo creo que así como nos ha dado la propia vista -para el mundo externo, y la propia vista no puede ser por ninguna -autoridad, ni reemplazada ni sustituida, nos ha dado la conciencia -para comunicarnos con el mundo interior, y la conciencia no puede -ser tampoco por ninguna autoridad sustituida ni reemplazada. Yo creo -que todos vemos<span class="pagenum" id="Page_217">[p. 217]</span> -la luz, que todos la confesamos; y los tenebrosos de alma son tan -raros y tan excepcionales, como los ciegos de nacimiento. Los seres -se bañan en la vida universal; los planetas y los soles, en el éter; -las almas, en Dios. Creo más: creo que la revelacion es eterna, -inmanente, progresiva, de todos los siglos; teniendo por sus órganos -á los filósofos, á los poetas, que han revelado una verdad, y á -los mártires que por la verdad han muerto. Sólo así la historia se -ilumina, la vida se eleva á lo infinito, la conciencia se enrojece en -la absoluta verdad, como el hierro en el fuego. Sólo así nos sentimos -unos en todas las generaciones y nos elevamos á la comprehension de -todas las ideas; sólo así traemos á nuestra alma el espíritu humano, -y en el espíritu humano diluimos nuestra alma. Sólo así nos elevamos -á Dios, y Dios se comunica íntimamente con nosotros. Sólo así podemos -ser habitantes verdaderos del Universo, verdaderos hijos de Dios, y -unos é idénticos en toda la sucesion de los siglos con el desarrollo -progresivo del humano espíritu.</p> - -<p>—Yo de ninguna suerte puedo conformarme con vuestras ideas. -Parécenme contrarias á todas las verdades y justificativas de todos -los errores. Yo creo que un solo pueblo ha conocido á Dios en el -mundo antiguo, el pueblo judío; y que una sola sociedad conserva -y difunde esta vida en el<span class="pagenum" id="Page_218">[p. -218]</span> mundo moderno, la Iglesia católica. Fuera de estas dos -grandes ráfagas de luz tendidas por el tiempo como la Vía Láctea -por el espacio, sólo descubro tinieblas y tinieblas, que ciegan y -asfixian.</p> - -<p>—¿Y el resto del trabajo humano se ha perdido? ¿Y del resto de -la conciencia humana se ha Dios ausentado? ¿Qué creeriais de mi -razon si yo os dijese: este jilguero ó esta rosa deben su vida al -Creador; pero no se la deben ni este helecho ni ese murciélago? Si -dividimos las cosas en divinas y no divinas, entregamos el mundo al -maniqueismo; y el diablo disputa con derecho á Dios una parte en la -creacion.—Si dividimos los pueblos en elegidos y réprobos, entregamos -la sociedad á un poder arbitrario más temible que el destino antiguo. -El ázoe, el oxígeno, el carbono, que separados matan, forman juntos -el aire vital. No separeis tampoco las várias revelaciones de la -verdad y del bien, porque todas juntas forman la atmósfera del humano -espíritu. Los profetas no han escrito solamente en Judea, no han -bebido solamente las aguas del Jordan y del Eufrates; han escrito -en la India tambien, y han bebido las aguas del Gánges. Á formar -las ideas judías ha contribuido tanto el sacerdote egipcio como el -mago de Babilonia y el dualista de Persia. La idea es como la savia, -como la sangre,<span class="pagenum" id="Page_219">[p. 219]</span> -como la luz, como la electricidad, como los jugos de la tierra, como -los gases de la atmósfera, como los flúidos del planeta. La idea -no reconoce ni naciones, ni sectas, ni iglesias; pasa de la Pagoda -á la Pirámide, y de la Pirámide á la Sinagoga, y de la Sinagoga á -la Basílica, y de la Basílica á la Catedral, y de la Catedral á la -Universidad, y de la Universidad al Parlamento, con la celeridad del -rayo que truena, ilumina, quema y purifica. El cristianismo ha sido -preparado lo mismo en las estancias de Isaías que en los diálogos -de Platon. Á la revelacion universal ha llevado cada raza humana su -contingente. El pueblo griego creia su vida completamente original, -aparte de toda otra vida humana, sus dioses puramente nacionales y -domésticos, y su casta Diana habia tenido templos en el Asia Menor, -y su Baco, que representa la exaltacion, el delirio de la vida -en el Universo, venía ébrio del néctar destilado por los bosques -indios. Cuando el judío se aislaba al pié de sus altares y allí -creia conservar su Dios alejado de todas las tentaciones paganas, -iba Alejandro á perturbar aquel monólogo triste de un pueblo, y á -llevar tras su carro de guerra las divinidades griegas, tocando el -címbalo y la flauta frigia, despertadores de la alegría helénica en -el seno de la triste, inmóvil y panteista Asia. El mesianismo no era -una esperanza hebráica, era<span class="pagenum" id="Page_220">[p. -220]</span> una esperanza universal. La sibila de Cúmas lo concebia -en su gruta, á las orillas del sensual Tirreno, en los mismos dias -en que Daniel contaba con los dedos las semanas de años que faltaban -para su cumplimiento. Y en el Pausilipo, á la sombra de los altos -olmos festoneados por las vides, á la vista de las ondas recamadas -de espumas en que cantaban las sirenas griegas, entre las danzas -báquicas, oyendo el caramillo del dios Pan y los coros de las -vírgenes que trenzaban guirnaldas de flores sobre las aras humeantes -de mirra, Virgilio anunciaba la redencion universal casi al mismo -tiempo que el Bautista la pedia, vestido de sayal, macerado por el -cilicio, en el desolado seno del desierto. Aténas con sus artes, Roma -con su derecho, Alejandría con su ciencia, han contribuido tanto á -la revelacion cristiana, como Jerusalen con su Dios. No olvideis, -no, estas verdades evidentes, confirmadas por toda la historia. No -seais como el judío que se encierra en las oraciones de su Biblia, -y cree que despues el género humano ni una sola verdad religiosa -ha podido añadir á las ideas judaicas. El cristianismo, más humano -y más divino al mismo tiempo, ha tomado toda la Biblia y le ha -añadido el Evangelio. ¿Por qué nosotros no añadirémos al Evangelio el -Renacimiento, la Filosofía, la Revolucion, que ha llevado á la esfera -social estas tres palabras<span class="pagenum" id="Page_221">[p. -221]</span> cristianas: Libertad, Igualdad, Fraternidad? Leonardo de -Vinci trazó Baco y trazó el Bautista en sus cuadros, que representan -la primavera del espíritu moderno. Rafael encerró en las líneas -de las diosas griegas el alma efusiva y santa de las Vírgenes -cristianas. Miguel Ángel puso los dos coros de las sibilas y de los -profetas en las bóvedas de la Sixtina. El espíritu humano es uno como -el Universo, uno como Dios; y Dios, la naturaleza, el espíritu, son -la eterna trinidad que ilumina las páginas de la historia. No nos -separemos, ni del espíritu, ni de la naturaleza, ni de Dios.</p> - -<p>Estas palabras, si no arrastraron, comovieron á mi interlocutor. -Yo mismo habíame exaltado extraordinariamente al calor de mis propias -palabras. Así es que cogí la mano que el jóven sacerdote me tendia, -la apreté, y dejéle entregado á sus pensamientos. La noche era -serena, tranquila; brillaban las estrellas en el cielo y el fósforo -en las aguas; un aliento primaveral refrescaba el ambiente y traia -los ecos de la ciudad y del campo á los espacios celestes de la -laguna, que convidaba á meditar sobre esta verdad evidente: como -permanece inmóvil, serena, luminosa la naturaleza sobre las disputas -y las discordias de los hombres.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_8"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_223">[p. 223]</span></p> - <h2 class="nobreak">EL DIOS DEL VATICANO.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_225">[p. -225]</span>¿Creeis que en realidad ha sido roto y deshecho el -paganismo en esta tierra de Roma? Cerca de mi alojamiento se eleva el -Panteon de todos los dioses. El genio católico no se ha contentado -con alzarlo á las alturas y ceñirlo, como diadema, á la Basílica -madre de todas las Basílicas cristianas, sino que lo ha convertido -en el templo de todos los santos. La oracion se apaga allí en los -labios. Entra demasiada luz por el círculo que corona la Rotonda para -que pueda entregarse el ánimo á la meditacion y al recogimiento. -Bautizado, lleno de altares, convertido en iglesia como la gran -aljama de Córdoba, protesta contra los innovadores, y suspira -calladamente por su antiguo culto.</p> - -<p>Así es todo en Roma. El paganismo se ha transformado, no se ha -destruido. Los meses del año y los dias de la semana llevan los -nombres de las antiguas divinidades, de los antiguos césares, de la -antigua numeracion romana, y no hemos osado<span class="pagenum" -id="Page_226">[p. 226]</span> tomar el calendario de la República -francesa que parece concebido en las entrañas de la creacion. Los dos -solsticios de invierno y de verano todavía los celebramos con fiestas -análogas á las fiestas clásicas. Adónis nace, muere, resucita, cuando -el trigo se siembra y brota y espiga. Las fiestas de la Candelaria, -como las fiestas lupercales, hállanse consagradas á la luz. El romano -agita las antorchas bajo el dominio de los papas, como las agitaba -ántes bajo el dominio de los césares, y entona á la luz himnos que -han cambiado en su forma, pero que no han cambiado en su esencia. -Cuando el Papa aparece conducido en hombros, puesto sobre altísima -silla, envuelto el cuerpo en crujientes brocados, coronada la cabeza -por áurea tiara que reluce, en las manos el preciado báculo, á los -piés aquellas legiones de mitrados con sus capas de mil colores, -cree el ánimo hallarse en los dias en que el lujo oriental y las -costumbres orientales invadieron con los césares venidos de Siria la -Ciudad Eterna.</p> - -<p>No trato yo ciertamente con esto de combatir ni negar las -virtudes del espíritu católico. De lo que trato es de negar esa -originalidad que le atribuyen todos cuantos desconocen cómo -obró el espíritu antiguo en el cristianismo, que fué al cabo su -continuacion y hasta cierto punto su purificacion. El verbo es un -concepto platónico-alejan<span class="pagenum" id="Page_227">[p. -227]</span>drino, y es el concepto fundamental de la fe cristiana. -La apoteósis de los héroes se ha reemplazado con la canonizacion -de los santos. Cualquiera creeria oir un poeta católico cuando oye -á Lucano decir ante la tumba de Pompeyo, cómo irán á orar sobre -su losa los fieles que rehusan ofrecer incienso á los dioses del -Capitolio. Es el infierno creacion pagana, como son los demonios -creacion mágica. Satanás ha pasado por el mazdeismo ántes de pasar -por el cristianismo. Las esperanzas mesiánicas no son exclusivas de -la raza judía en el siglo del advenimiento de Cristo; son esperanzas -universales. Cuando San Juan escribia el Apocalípsis, lo escribian -tambien los estoicos, y palabras de desesperacion se pronunciaban -por dos coros á un mismo tiempo, y se unian en los cielos paganos -como en los cielos cristianos, el espanto religioso por la próxima -conclusion del mundo. Nos extrañamos del número de dioses que tenian -los antiguos. Los dioses hanse convertido en ángeles, dice el mismo -San Agustin: <i>deos quos nos familiarios angeles dicimus</i>. ¿Por qué, -pues, tanto ódio al mundo antiguo, á las ideas que vienen á ser como -el blason de nuestra nobleza y la genealogía de nuestras propias -ideas?</p> - -<p>Pues qué, ¿no recibimos tambien el agua lustral? ¿No colgamos de -las capillas los ex-votos? ¿No tenemos procesiones como tenian los -griegos<span class="pagenum" id="Page_228">[p. 228]</span> teorías? -¿No encendemos la noche de San Juan hogueras como las encendian los -rhodios, los corinthios, los grandes fundadores de las colonias -helénicas? Nuestra personalidad no ha venido de súbito á la creacion; -es, como el planeta que habitamos, obra lenta de los siglos, obra á -su vez de las generaciones. Así, cuando yo veia pasar bajo los arcos -triunfales de mármol, cuya sucesion compone el Vaticano, la figura -majestuosísima del Papa, entre tantas aclamaciones, entre tanto lujo, -no podia ménos de decir para mis adentros que aquella autoridad tan -universal, tan grande, es una autoridad que no proviene tanto del -espíritu cristiano, democrático, sobre todo en los primeros tiempos, -como de la superioridad que tuvo Roma por sus derechos y por sus -conquistas sobre todas las ciudades del mundo.</p> - -<p>¿Qué Imperio habrá como el Imperio de Pío IX? Ya no se extiende -sobre la tierra; la revolucion le ha quitado sus dominios, y lo -ha reducido primero á Roma, despues al Vaticano. Pero nadie puede -quitarle, nadie, que en la exaltacion de su propia fe pueda creerse -con dominio eminente sobre la conciencia humana, y autoridad bastante -á interpretar sobre la tierra el pensamiento y la voluntad de los -cielos.</p> - -<p>Ningun Papa ha sido osado, ninguno, á prescindir de la Iglesia -universal, del concilio ecu<span class="pagenum" id="Page_229">[p. -229]</span>ménico solemnemente convocado, para proclamar un dogma de -fe y un dogma de tanta trascendencia como el dogma de la Purísima -Concepcion de María, que, ademas de exceptuar á una criatura de las -leyes generales humanas, sobrepone al cristianismo, que veló un -tanto la pura idea deista de la Biblia, otra religion en la que se -exalta á una criatura hasta las alturas donde sólo puede brillar el -Creador.</p> - -<p>Pío IX ha reinado mucho tiempo. Su predecesor, el viejo Gregorio -XVI, á pesar de todo su poder divino sobre las conciencias, no tenía -igual poder sobre la naturaleza, y en una fiesta de la Ascension -cogió agudo constipado que rápidamente le llevó al sepulcro. -Rossi creyó definir á este Papa en tres palabras, diciendo: es un -Patriarca austriaco. Para la eleccion de un Pontífice parece natural -que se muevan los labios á murmurar oraciones, que se rodeen los -altares de nubes de incienso y se pida á Dios de todas maneras su -luz divina, indispensable á una acertada eleccion; y sin embargo, -moviéronse para la eleccion de Pío IX regimientos de artillería en -las Marcas, y naves de la imperial marina austriaca por las aguas de -Ancona. Si los ejércitos marítimos y terrestres se movieron como si -fueran los ángeles de la córte celestial, no se movieron ménos los -embajadores, cuyo carácter de doblez y disi<span class="pagenum" -id="Page_230">[p. 230]</span>mulo, si les da grande aptitud para -entenderse con los reyes, no debe darles grande aptitud para -entenderse con los cielos. Entre los embajadores, eran de excepcional -influjo el embajador de la córte de Francia y el embajador de la -córte de Austria; éste demasiado tímido, aquél demasiado atrevido. El -conde Broglia hablaba en los siguientes términos al Gobierno sardo -del representante de Luis Felipe en los dias del cónclave: «Emplea el -conde Rossi una actividad febril, y se adjudica á sí mismo casi casi -el poder del Espíritu Santo.» El embajador frances oponia su veto á -todos los cardenales tachados de apego á los jesuitas y al Austria, -en tanto que el embajador austriaco oponia su veto á todos los -cardenales tildados de apego á Francia y al espíritu moderno. En el -número de los que Austria ponia en verdadero entredicho, contábase al -entónces cardenal Mastai, hoy Pío IX. Si el príncipe de la Iglesia, -encargado de formular este veto, llega al cónclave á tiempo, no -hubiera sido, no, Mastai Papa.</p> - -<p>El 14 de Junio de 1846 dirigíanse los cardenales al Quirinal. -Gregorio XVI habia sido enterrado pocos dias ántes, y su cadáver -insultado, y su memoria denostada por el pueblo. El cónclave prefirió -los salones del Quirinal á los salones del Vaticano, porque si -esperaba las inspiraciones del Espíritu Santo en todas partes, -temia<span class="pagenum" id="Page_231">[p. 231]</span> que en el -palacio por excelencia pontificio no bastáran estas inspiraciones -divinas á contrastar los efluvios de la fiebre.</p> - -<p>En la procesion, desde la iglesia, donde el cónclave se reunió, -al Quirinal, donde el cónclave se encerró, faltaron los cardenales -á todo el respeto que se debian á sí mismos; y como cayeran cuatro -gotas, entraron en el palacio, sin órden y sin ninguna compostura. -Por fin la hora de la votacion llegó. El cónclave estaba dividido. -Fueron varios escrutinios indispensables. En ninguno de ellos -resultaba el número de treinta y siete votantes que un Papa necesita -para subir al sólio, y desde allí interpretar la voluntad del cielo. -El escrutinio último fué impuesto despues de largas dilaciones. -Pío IX era escrutador, y debia leer en voz alta los nombres de -los votados. Conforme sacaba papeletas y las desdoblaba y leia, -sus fuerzas flaqueaban, su voz balbuceaba, lágrimas amarguísimas -caian de sus ojos, sollozos profundos anudaban su garganta, hasta -que, al fin, temeroso de desmayarse, entregó á otro cardenal el -escrutinio, y yéndose á un sitio apartado, cubrióse con ambas manos -el rostro. Al término obtuvo los treinta y siete votos indispensables -á su proclamacion. Ántes de que oficialmente se viera proclamado, -dirigióse uno á uno á los cardenales, y les pidió, les rogó, -les instó á que aparta<span class="pagenum" id="Page_232">[p. -232]</span>sen de sus labios aquel cáliz. Parecia anunciarle secreto -presentimiento que él habia de ser último rey en el trono temporal de -San Pedro. El cónclave no quiso oirle, y le confirmó en su altísima -dignidad. Pío IX aceptó, y despues de haber aceptado, postróse de -hinojos ante un altar, y salmodió entre dientes várias fervorosas -oraciones por espacio de media hora, despues se volvió al Sacro -Colegio, y el Espíritu Santo vino á posarse sobre aquella cabeza como -su nido en la tierra.</p> - -<p>Busca el poder siempre en épocas de decadencia á los caractéres -de escaso temple, á los indecisos, y sobre todo á los que han -pasado su vida en una especie de crepúsculo, sin determinarse por -ninguna de las ideas en guerra. Inocencio III en época favorable -al Pontificado, á su poder y á su autoridad, dominará con imperio -sobre el mundo; pero en época desfavorable á este mismo poder, la -fuerza, el carácter de Inocencio, reproducido en Bonifacio VIII, -solamente servirá para atraer sobre la mejilla del Pontificado el -ruidoso bofeton de Nogaret. Débil, oscuro, su debilidad, su oscuridad -sirvieron á Mastai como su apartamiento de los grandes combates que -habian dividido en mil ocasiones el Sacro Colegio y el cónclave. Su -vida habia sido muy vária. De la milicia armada pasó á la milicia -espiritual. Su estancia en Chile fué digna de un profeta, digna de -un már<span class="pagenum" id="Page_233">[p. 233]</span>tir. Pero -sus ideas habian quedado siempre en la incertidumbre del crepúsculo. -Si se examinaba su conducta en Espoleto, Pío IX era un jesuita; -pero si se examinaba su conducta en Imola, Pío IX era un liberal. -Esta contradiccion de ideas y de carácter le sirvió admirablemente -para obtener los sufragios de sus colegas y elevarse á la más alta -autoridad religiosa que puede en nuestro tiempo ejercerse, y que, á -pesar de tanta decadencia, todavía conserva señales de su antiquísimo -esplendor.</p> - -<p>El cardenal Mastai, si deseó la tiara, no la pidió á sus colegas. -Ni una súplica que no fuera para eximirse, ni una palabra que no -fuera de renuncia y de alejamiento. Así no es mucho que algunos hayan -comparado á Pío IX con Sixto V. Relaciones hay entre los predecesores -de ambos Papas: rivalidades en Roma, y rivalidades temibles del -embajador de Francia con el embajador de España; emulacion dentro del -Sacro Colegio, y emulacion casi guerrera entre la familia Médicis y -la familia Farnesio; inquietud é inquietud pavorosa en toda Italia; -particularidades que, si tienen coincidencias y analogías con las -particularidades de la eleccion del Papa reinante, no llegarán nunca -á confundir dos caractéres verdaderamente contradictorios y opuestos, -porque es el uno imperioso hasta constituir un cesarismo pon<span -class="pagenum" id="Page_234">[p. 234]</span>tificio, y el otro -humilde hasta ser dócil instrumento, quizá contra su voluntad, de -todos modos contra su conciencia, del siniestro jesuiticismo.</p> - -<p>Sixto V subió al trono cuando espiraba el Renacimiento y venía -la gran reaccion católica; Pío IX cuando espiraba la reaccion de -la Santa Alianza y volvia el mundo á las ideas revolucionarias. En -la eleccion de Pío IX, como en la eleccion de Sixto V, triunfó el -cardenal que ménos probabilidades tenía de triunfar. Ninguno de sus -colegas habia pensado en ellos al entrar; y aunque Pío fué elegido -por simple mayoría y Sixto por unanimidad y adoracion, ambos vinieron -á pacificar guerras del cónclave romano y rivalidades de la política -europea. Pero aquí concluyen las analogías.</p> - -<p>Sixto V se habia educado en las montañas y Pío IX en la córte; -Sixto era hijo de un jardinero y Pío hijo de un noble; Sixto habia -tomado en su mocedad, casi al salir de la infancia, el hábito de -monje, y Pío el uniforme de soldado; la juventud del uno corrió en el -retiro y en el claustro, la juventud del otro en la sociedad y en el -mundo; era el antiguo Papa de una familia puramente eslava, que se -refugió en las costas del Adriático huyendo de los turcos; es el Papa -actual de una familia puramente italiana, que desde el modesto oficio -del comercio al por menor se<span class="pagenum" id="Page_235">[p. -235]</span> elevó hasta la dignidad nobiliaria, por enlaces, por -ardides políticos y hasta por empresas guerreras; predicador Sixto -V, su elocuencia tenía el temple de su carácter, abundante pero -viril y ruda; predicador Pío IX, su elocuencia es tambien abundante, -pero melodiosa y melíflua; la idea de autoridad embargó el ánimo -del gran Papa antiguo, y el hábito de la servidumbre es el carácter -esencialísimo del Papa reinante, implacable ante todos los poderes, -intransigente con todos los reyes cuando á sus ideas se oponen, y -sometido por completo hoy, despues de algunas veleidades liberales, á -las camarillas de los reaccionarios y de los jesuitas.</p> - -<p>Su madre dió una educacion distinguida al jóven Mastai. Pero -enfermedad terrible, la epilepsia, impidió que esta educacion -rindiera todos sus frutos. Eran los tiempos de las guerras -de Napoleon y de sus victorias, cuando Mastai entraba en la -adolescencia, y abrazó la carrera militar. Pero en la carrera militar -gustó más de las aventuras que de las batallas, y curó más del color -de su uniforme que del brillo de su hoja de servicios. La poesía le -gustaba hasta el punto de tomarle todo su tiempo, y en poesía es -seguro, dado su carácter, que prefirió Metastasio al Dante. Por fin -entró en la Iglesia y se dió al oficio de predicador. Su atractiva -figura, su majestuoso<span class="pagenum" id="Page_236">[p. -236]</span> aire, sus facciones prominentes, dulcificadas por -sonrisa de pura bondad; su complexion impresionable y nerviosa, la -sensibilidad un poco enfermiza del temperamento, la viveza de la -imaginacion poética, el timbre de voz, la más sonora y la más pastosa -que he oido, así cuando entona la misa en San Pedro como la bendicion -en el Vaticano; todas estas cualidades le dieron privilegios -indudables para orador escuchado y querido de las muchedumbres. -Algunos recuerdan todavía sus sermones nocturnos en la plaza pública, -medio iluminada por las antorchas, con gran crucifijo á la espalda; -sucia calavera sobre la cual se consumia amarilla vela, delante; en -las manos, ya las bendiciones, ya la maldicion de la Iglesia, con -ademanes verdaderamente trágicos; y en los labios una elocuencia, -arrebatadora para el pueblo italiano por su sentimiento y su poesía. -Con estas dotes debió brillar extraordinariamente en Chile, donde -fué agregado á una legacion apostólica. Pero en Chile no podia su -palabra mover los ánimos como en Italia, á causa de faltarle el -conocimiento profundo de nuestra lengua y la armonía de nuestro -acento. Sin embargo, áun habla el español, y á los oidos españoles -suena su acento cómo si fuera puro acento americano. Yo solamente le -he oido hablar en latin. Dos grandes diócesis regentó, y en las dos -observó diversa<span class="pagenum" id="Page_237">[p. 237]</span> -conducta. En la primera diócesis desenterró el cadáver de un liberal, -con lo que se atrajo el ódio de aquellas comarcas, y tuvo que huir -á la primera revolucion que estallára por el año 30 ó 31; pero en -la segunda diócesis, tal vez cediendo al influjo de su familia, -toda liberal, fué con los liberales tolerante y benévolo. Tales son -los rasgos principales de la vida del Pontífice ántes de subir al -Pontificado.</p> - -<p>Pío IX conserva aún la vaga poesía de sus primeros años. Le -gusta el arte como á casi todos los príncipes que se han sentado -en el trono de San Pedro. Hay en su conversacion mucha gracia, su -en fisonomía mucha dulzura, en su carácter mucha bondad, en su voz -mucha música. Pero son de temer sus arrebatos, que le arrastran -á resoluciones rápidas, irreflexivas, como la fuga, en 1848, del -Vaticano. Algunas veces reconoce que su impetuosidad le ha perdido; -pero no se arrepiente, creyendo, con razon, que á nada conducen los -arrepentimientos tardíos. En tal trance castígase á sí mismo con -dardos de amarga ironía que caen de sus labios sobre su corazon -apenado. La ironía, la burla, sobresalen extraordinariamente en -la conversacion de Pío, y llegan finamente hasta los objetos -religiosos. Un embajador español pretendia en cierta ocasion que le -canonizase un santo de su tierra; y para persua<span class="pagenum" -id="Page_238">[p. 238]</span>dirle hablábale de los muchos milagros -que habia el santo obrado. El Papa, por toda respuesta, le dirigió -una pregunta: ¿Puso la cabeza sobre los hombros de algun descabezado -y le forzó á hablar y á andar de nuevo?—No, Santo Padre, no llegó á -tanto.—Pues hé ahí el único milagro que me parece á mí verdaderamente -grande, y debo deciros que todavía no he podido verlo.</p> - -<p>Como todos los artistas, Pío IX gusta de las grandes emociones. -La popularidad y sus triunfos le enajenan. Yo lo he visto radiante -de satisfaccion y alegría recoger los homenajes de los católicos -enviados por todas las naciones con el extraordinario anhelo con -que recogen los pulmones, salidos de atmósfera asfixiante, el -aire oxigenado y fresco. Tambien la pompa, el lujo, las tiaras -sembradas de brillantes, las capas pluviales llovidas de perlas, las -cruces riquísimas, todas estas preseas de su altísimo ministerio -le encantan, como á una dama de la alta sociedad sus joyas y sus -vestidos. No exageraré yo esta cualidad como la ha exagerado -Petruccelli en su retrato de Pío IX; pero sí diré que le he notado -feliz cuando las muchedumbres se agolpan á su paso, y las preseas -del Pontificado lucen sobre su majestuosa persona. Bien es verdad -que las cabezas más firmes se desvanecerian al sentir tantas nubes -de incienso, tantas serviles alabanzas, las le<span class="pagenum" -id="Page_239">[p. 239]</span>giones de obispos que le rodean, la -córte oriental que le realza, los coros que cantan sus loores, las -infinitas músicas que llenan los aires en su elogio de armonías, los -peregrinos venidos de las más apartadas regiones para recibir el eco -de una palabra, el gesto de una bendicion, el dibujo fugaz de una -sonrisa, los infinitos homenajes que hacen del solitario viejo del -Vaticano, más que un mortal privilegiado y aparte, un Dios vivo sobre -la faz de la tierra.</p> - -<p>Herir al mundo con grandes atrevimientos en la esfera religiosa y -política, fué siempre su anhelo; dejar un nombre ilustre entre los -nombres ilustres del Pontificado, su ambicion. Mayor empresa que -reconciliar el Evangelio con la libertad no la habia, no. Tornaba -á ser Cristo el tribuno de los pueblos, el consuelo y la esperanza -de los oprimidos. Los clavos de su cruz, las espinas de su corona, -la hiel de su cáliz, dejaban de ser blason de los poderosos para -convertirse en verdadera enseña de los humildes. La democracia -recibia en su frente el bautismo cristiano, y el cristianismo tomaba -el carácter de gran proemio al movimiento democrático de este siglo. -Estremecimientos de alegría pasaron á un tiempo, así por el corazon -de las gentes piadosas, como por el corazon de las gentes liberales. -Para aquéllas, imposible dudar de la perennidad de una creen<span -class="pagenum" id="Page_240">[p. 240]</span>cia compatible con -todas las transformaciones de las ideas y con todo el desarrollo -del espíritu moderno. Para éstas, la libertad, que necesita frenos -morales ántes que frenos materiales, tenía un seguro rigorosísimo -en el espíritu evangélico, un contrapeso espiritual á los peligros -que podrian engendrar sus excesos. El pensamiento de reconciliar el -Evangelio con la libertad era un gran pensamiento. Mas si Pío IX -concibe los grandes pensamientos con facilidad, tambien los abandona -al primer obstáculo; y en cuanto encontró á la libertad obstáculos, -cedió en sus trabajos por la libertad; ¡grande error! Renunciar á la -libertad porque la libertad puede engendrar excesos, ¡ah! sería como -renunciar al aire porque el aire engendra vientos y huracanes.</p> - -<p>Los obstáculos que temia Pío IX eran principalmente los obstáculos -suscitados en su córte y en sus cortesanos. Así es que para sus -ensayos liberales no halló á su alrededor nada más que dificultades, -y para sus ensayos de reaccion religiosa, facilidad y auxilio. Los -jesuitas, que le juráran guerra á muerte, se pusieron á sus órdenes -y rodearon su trono. La reaccion europea, que no le perdonó la gran -política de 1847 y 1848, le entregó la direccion de su pensamiento -y de su conciencia. El Papa se elevó á ser el capellan mayor de la -Santa Alianza. Pero sus am<span class="pagenum" id="Page_241">[p. -241]</span>biciones eran mayores. Sus ambiciones eran fundar nuevos -dogmas, traer mayor suma de ideas divinas á la Iglesia, y de piedad -exaltada á los fieles; contrastar con negaciones rotundas el espíritu -democrático y progresivo; reunir concilios ecuménicos á manera de los -tiempos piadosos; crear una autoridad en la cima de la Iglesia, y un -absolutismo sobre las conciencias que no haya tenido precedente en -los siglos pasados, ni tenga igual en los siglos futuros. Hé ahí el -pensamiento de Pío IX.</p> - -<p>Se comprende que intentára compensar la derrota sufrida en la -esfera política con una victoria alcanzada en la esfera religiosa. -Mas para alcanzar esta victoria necesitaba reforzar las ideas -religiosas en el espíritu del siglo, porque fuera del espíritu de -este nuestro siglo no pueden vivir, no, las ideas. Una ilustre -escuela teológica habia existido en Italia, que trataba de armonizar -la religion con la razon, la providencia con la libertad, la -democracia moderna con el antiguo pontificado, la ley natural con -la ley revelada, en una palabra, el catolicismo con el progreso. Un -sacerdote ilustre, de talento quizá tan profundo como Santo Tomás y -de igual entusiasmo por una sociedad teocrática, en que la direccion -del mundo estuviera confiada á fuerzas morales y á ideas teológicas, -contó con lágrimas en los ojos y sollozos<span class="pagenum" -id="Page_242">[p. 242]</span> en la voz todas las llagas de la -Iglesia. Esa separacion entre el pueblo y el clero, á causa de la -lengua muerta que el clero habla; ese aislamiento de la sociedad -religiosa, que florecia cuando el sufragio popular y la libre -asociacion la sustentaban; esa servidumbre á los poderes civiles que -han convertido el puro espíritu cristiano en dócil instrumento de -tiranía arriba, de vasallaje abajo; esa tenacidad de los clérigos -en cerrar su conciencia á la luz de las nuevas ideas y su ánimo á -la consideracion de las nuevas transformaciones sociales; todo este -profundo malestar de la Iglesia fué admirablemente concebido, dicho; -y llegó hasta la córte pontificia, siempre cerrada á la voz del -espíritu moderno.</p> - -<p>Otro sacerdote, no ménos grande, aunque más político, habia -querido sacar á la Iglesia del estado de secta para elevarla al -ideal verdadero de la humanidad. Segun este sacerdote, la razon y la -revelacion vienen á ser idénticas; el catolicismo, universal, no sólo -por lo que tiene de divino, mas tambien por lo que tiene de humano; -la palabra evangélica y la idea moderna, unas en esencia; la causa -del divorcio entre la Iglesia y el siglo, la mala inteligencia traida -ántes por la conducta del clero que por las trastornadas ideas de -la revolucion. Para este sacerdote elocuentísimo habia que oponer á -los males de la Iglesia enér<span class="pagenum" id="Page_243">[p. -243]</span>gicos remedios: al poder temporal, la separacion de la -vida civil y la vida eclesiástica; á la educacion reaccionaria del -clero, una educacion científica; al jesuitismo, que tiene larga -serie de resortes mecánicos y utilitarios para mover al hombre, la -pura conciencia moral que le dirige hácia la perfeccion absoluta; -á la predicacion por los principios antiguos, la predicacion -verdaderamente evangélica, en los oidos de la muchedumbre y en el -seno de la naturaleza, tomando las ideas en la fuente viva de la -conciencia moral, y esparciéndolas como rocío vivificador sobre -todos los espíritus, para llevarlos á una transformacion religiosa, -análoga á la que produjo en el mundo la primera aparicion del -cristianismo.</p> - -<p>Como algunos hombres imbuidos de racionalismo contestáran que -la reconciliacion era imposible, á causa de la incompatibilidad -entre la ciencia moderna y el milagro de la Edad Media, entre la -razon y la revelacion sobrenatural, respondia el filósofo que tal -sentir dimanaba de una falsa concepcion del milagro y la profecía, -de considerarlos como hechos reales, sucedidos, históricos, -cuando vienen á ser símbolos de sistemas por venir, de períodos -palingenésicos en la vida sucesiva del espíritu y del planeta. Y -lo que en realidad quieren decir los milagros y las profecías, -es la llegada de una época, en que la reve<span class="pagenum" -id="Page_244">[p. 244]</span>lacion natural y la revelacion religiosa -se confundan, como se confundirán la rápida y casi milagrosa -intuicion con la madura y profunda reflexion; como se confundirán lo -sensible con lo inteligible, siendo cada una de nuestras sensaciones -un pensamiento; como se confundirán por lo perfecto del lenguaje la -idea con la palabra, á la manera que en el Verbo, por su encarnacion -en nuestro sér, se confundió la naturaleza divina con la humana -naturaleza.</p> - -<p>Cuando una religion se divorcia de su tiempo y de los progresos de -su tiempo ¡ay! perece. Es imposible que se armonicen siglo liberal y -religion autoritaria; siglo democrático y religion absolutista; siglo -que se inspira en la conciencia viva y religion que se inspira en -las tradiciones muertas; siglo de derechos y religion de jerarquías; -siglo que se abre á todas las ciencias y religion que se cierra -á cuanto no sea teológico: en tal estado, en crísis tan pavorosa -y suprema, ó los pueblos se petrifican, como se ha petrificado -el pueblo árabe por no modificar su fatalismo, ó las religiones -desaparecen, como desapareció la religion pagana cuando no pudo -extinguir, á causa de su carácter sensual, la sed espiritualista -despertada en el alma humana, ya por tristes desgracias y desengaños, -ya por las ideas sublimes de su inmortal filosofía.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_245">[p. 245]</span></p> - -<p>¡Qué grande hubiera sido Pío IX, si al sentir que su ministerio -religioso era incompatible con toda autoridad política, con todo -poder político, abdica esta autoridad, abdica este poder, cambia la -púrpura de los césares por la toga de los tribunos; renueva en el -más exaltado idealismo la fe de su tiempo; organiza evangélicamente -la Iglesia de Cristo; reune los pueblos en asambleas religiosas; -vibra sus rayos sobre el poder de los déspotas y el orgullo de -los aristócratas y la avaricia de los ricos; llama el esclavo al -derecho, el oprimido á la libertad, el desheredado á la vida; evoca -la resurreccion de Italia, la resurreccion de Polonia; envia los -misioneros del espíritu contra la nueva sensualidad pagana, contra -el empedernido egoismo de las clases gobernantes; y sostiene con -profunda conviccion que la libertad, la igualdad, la fraternidad, -no han de ser solamente fórmulas evangélicas, sino tambien verdades -sociales, capaces de engendrar una nueva tierra y extender sobre -ella nuevos cielos de luz bendita y perenne! Entónces sí que hubiera -podido celebrar la pascua del espíritu moderno; entónces sí que -hubiera podido levantar su voz con acento de himno triunfal; entónces -sí que hubiera podido ver á las puertas de las iglesias de la Edad -Media el ángel vestido de blanco y resplandeciente de hermosura, -que las santas mujeres vie<span class="pagenum" id="Page_246">[p. -246]</span>ron al borde del sepulcro, anunciando que Cristo no estaba -allí, que Cristo habia verdaderamente resucitado: <i>Resurrexit, non -est hic.</i></p> - -<p>La prueba de cuanto hubiera podido hacer con estos grandes medios -se encuentra en lo que hizo con medios pobres, con reformas tímidas, -con ligeros, ligerísimos paliativos. Una amnistía que reclamaba -la fórmula servil de prévio juramento; una comision nombrada para -estudiar las reformas indispensables; una cámara consultiva que se -componia de un representante por cada provincia, á propuesta en terna -del legado y eleccion del Pontífice; un consejo de cien miembros -que deberian dar un senado de nueve: todos estos tímidos anuncios -de renovacion social despiertan á Italia; imponen códigos liberales -á príncipes reaccionarios como el de Módena y el de Parma; abren á -Sicilia las puertas de su calabozo; derraman aliento de libertad -por los emponzoñados aires de Nápoles; obligan á los extranjeros á -retirarse de Ferrara ante una protesta pontificia; arman el brazo de -Cárlos Alberto por la causa de la independencia; derriban á Guizot en -París y á Metternich en Viena; producen los cinco dias de Milan, que -son cinco dias de redentor martirio; levantan entre los espejismos -de las deslumbradoras lagunas el alma muerta de Venecia; transforman -con la nueva fe los corazones más cerra<span class="pagenum" -id="Page_247">[p. 247]</span>dos á todo sentimiento religioso; -infunden su antiguo valor á los italianos, y en pocos dias, de los -cien mil austriacos enviados á oprimir su patria, cuatro mil son -cadáveres, veintisiete mil heridos ó inútiles, los demas dispersos: -que vagas palabras de libertad proferidas desde las alturas del -Vaticano habian como derramado nueva sangre por las venas, nueva -idea por la conciencia de la ántes aletargada Europa. Las campanas -que tocáran á la oracion, sabian tambien tocar á rebato contra la -tiranía.</p> - -<p>Pero en este momento supremo. Pío IX se acordó de que era Papa, y -Papa á la antigua usanza. En una guerra entre los austriacos y los -italianos, aunque todo el derecho estaba de parte de éstos y toda -la sinrazon de parte de aquéllos, el Papa sintió que unos y otros -eran católicos. Al mismo tiempo que el rey de Nápoles abandonaba la -causa italiana por tristes competencias territoriales, por el logro -de un botin pendiente aún del empeño de las armas. Pío IX helaba la -sangre en las venas de su nacion, negándose á mandar refuerzos y á -bendecir los combatientes por la más santa de las causas, por la -causa de Italia. Y luégo convocó las potencias católicas, les pidió -su auxilio, les señaló el camino de Roma, las vió impasible destruir -los grandes monumentos, inmolar los piadosos católicos; y entre -ruinas y cadáveres volvió á sentarse en el trono terrenal,<span -class="pagenum" id="Page_248">[p. 248]</span> mantenido por las -bayonetas de las legiones extranjeras.</p> - -<p>Desde el dia en que volviera Pío IX de la proscripcion á Roma, en -hombros de extranjeras legiones, no podia representar el espíritu -evangélico de los primeros cristianos, sino el espíritu teocrático -de los antiguos pontífices asiáticos. Y todavía no saben los que -profesan con fe y sinceridad la religion cristiana, cuánto podrian -conmover al mundo aliándola con la libertad. En la historia moderna -ha sucedido que los católicos puros detestáran la libertad, miéntras -los llamados liberales católicos cayeran en la herejía, sin haber -logrado ni unos ni otros reconciliar el espíritu de nuestro siglo con -la religion de nuestros padres. Y el antiguo y el nuevo Testamento -guardan tradiciones republicanas.</p> - -<p>Sabido es que en la organizacion de la tribu ilustre de Judá -representaban los reyes la confusion de las tradiciones mosáicas -con las ideas y los ritos de los demas pueblos, en tanto que el -profeta representaba con el austero vigor republicano, la idea pura -de Israel. Lo repito; puede la moderna elocuencia tribunicia sacar -acentos republicanos de las Sagradas Escrituras, como los sacaron -aquellos fundadores de la democracia americana, cuyo renombre, á -manera de todas las glorias sólidas, se aumenta con los siglos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_249">[p. 249]</span></p> - -<p>El pueblo de Israel pidió rey, y Dios quiso negárselo. Una y otra -advertencia les dirigió á los suyos el Dios de Abraham por boca de -Samuel. Un rey sólo servirá para oprimiros y para deshonraros; para -haceros sus soldados, sus palafreneros y sus lacayos; para escupir su -saliva á vuestra frente y mezclar su hiel en la levadura de vuestro -pan; para convertir los hijos de Israel en sus bestias de carga, -á fin de que le forjen así los instrumentos de guerra, como los -instrumentos de labranza, y cultiven sin descanso en provecho regio, -con sudor los campos de trigo, con sangre los campos de batalla. Él -se llevará vuestras hijas para que le diviertan, y le perfumen, y le -embriaguen con sus besos y le hechicen con sus cánticos; vosotros -sembraréis, y él segará; vosotros plantaréis, y él cosechará; -vosotros trabajaréis, y él gozará; vuestros campos le servirán para -granjearse á sus cortesanos, y vuestras vendimias para emborrachar á -sus eunucos. Vuestros ganados le pertenecerán, y vosotros mismos no -pasaréis jamas de ser, bajo su cetro, un rebaño de siervos.</p> - -<p>La emocion que una voluntariedad liberal de Pío IX ha producido en -el mundo, prueba hasta qué punto las ideas progresivas descenderian -sobre las conciencias de las muchedumbres si las difundiese la -Iglesia. Pero ¡ah! el corazon se entristece cuando siente que si el -Papa elevára su<span class="pagenum" id="Page_250">[p. 250]</span> -voz contra los reyes, la elevaria en nombre de principios más -reaccionarios que los principios monárquicos, en nombre de aquella -teocracia, cuya tutela rompió Europa en cuanto comenzára á dibujarse -la vida civil y á madurar la razon humana. Esas monarquías son hoy -odiosas, porque no corresponden al estado de nuestra civilizacion -y cultura, á la esencia misteriosa del espíritu moderno; pero una -de las causas de la supervivencia de esas instituciones, una de las -causas primeras es el ataque tremendo que dieran á la teocracia, al -predominio político del elemento sacerdotal sobre las sociedades -humanas. Miéntras la monarquía creaba estos principios civiles, -parapetábase la teocracia tras sus privilegios religiosos, y -persistia en tener esclavizada la inteligencia. Por eso los reyes -viven, porque lucharon con los Papas, porque disolvieron los -templarios, porque expulsaron los jesuitas, porque opusieron á la -vida teocrática la vida civil. La voz del Pontífice cuando combate -la libertad de los pueblos modernos, la independencia de Italia, -la secularizacion de las sociedades europeas, ¡ah! es una voz de -las tumbas, que se pierde en el espíritu independiente del siglo -décimonono, cuya conciencia jamas, jamas transigirá con la teocracia, -con ese espectro de la Edad Media.</p> - -<p>El hombre, capaz de soñar la con restauracion<span -class="pagenum" id="Page_251">[p. 251]</span> pontificia, así en -contra de los reyes como en contra de los pueblos, ¡ah! es el -cardenal Antonelli, á quien yo por vez primera vi el Domingo de -Ramos de 1866 en la Basílica de San Pedro. Á un guardia noble, que -á mi lado se encontraba, preguntéle por el cardenal, y le dije que -me lo mostrára al pasar. Trasladóme con amabilidad, cuyo recuerdo -áun obliga mi gratitud, de un lado á otro, para colocarme entre la -fila de soldados, delante de la cual forzosamente habia de detenerse -el vicario del vicario de Cristo. Cierto frances, que cerca de mí -estaba, acompañado de finísima é inteligente señora, asocióse á mi -deseo de escudriñar la fisonomía del cardenal, desde aquel sitio -adonde le llevára ó la casualidad ó el instinto. Era muy comunicativo -el frances, y hacía sobre todo miles de observaciones, graciosas -unas, impertinentes otras, excesivas todas, que moderaba la señora, -su compañera, con grande oportunidad. Aquel charlatan tenía un ídolo -en literatura, Enrique Heine, y un ódio en política, el cardenal -Antonelli.</p> - -<p>El dia era caluroso, á pesar de ser uno de los primeros de Abril, -y mi interlocutor, que acababa de atravesar jadeante la gran plaza -de San Pedro, decia, limpiándose el sudor: «¡Qué calor fuera, y qué -fresco dentro de la Basílica! Tiene razon Heine; cuando en dias -estivales y sofocantes como éste acertais á entrar en una catedral, -no podeis<span class="pagenum" id="Page_252">[p. 252]</span> ménos -de decir: ¡qué bella religion de verano es el Catolicismo! Al venir -hácia aquí, me encontré un campesino apaleando á bíblico asno, y le -dije al pobre animal, acordándome de Heine: padece, padece, que por -eso comieron tus padres cebada prohibida en el paraíso. Y eso que -Roma no puede compararse con el paraíso descrito por el gran poeta, -donde los girasoles dan pasteles, y las aves van á buscaros ya asadas -y aderezadas con la salsera en el pico.»</p> - -<p>Yo, al oir toda aquella garrulería, dicha con los ojos puestos en -mí, contrastada sólo por los tirones de manga que la señora propinaba -al impío, traté de mudar la conversacion, y le dije:</p> - -<p>—¿Conocéis personalmente al cardenal Antonelli?</p> - -<p>—No le conozco personalmente, pero me lo figuro. Moralmente lo sé -de memoria, por haber leido á Liverani.</p> - -<p>—No conozco ese autor.</p> - -<p>—Es un canónigo de Santa María la Mayor, verdadero sacerdote; por -su conciencia todo un hombre piadoso; por su vida todo un austero -anacoreta; por su orígen un campesino convertido al sacerdocio. -La agricultura es propicia á los prelados y dignatarios de la -Iglesia. Sixto V no sólo fué pastor, sino hijo de jardinero. Y la -escuela católica es de tal suerte pueril, que ha elevado á<span -class="pagenum" id="Page_253">[p. 253]</span> cuestion de primer -órden probar que guardó cabras, en vez de guardar cerdos, y que los -animales puestos bajo su cayado eran, no de ajeno dueño, sino de su -padre.</p> - -<p>—¡Qué empeño tienes, Enrique, dijo la señora, en denigrar el -Catolicismo en su misma capital y en su gran Basílica!</p> - -<p>Yo, por apoyar á la señora en sus observaciones, le dije:</p> - -<p>—Es necesario ver estos grandes monumentos con la inteligencia -llena de las ideas que despiden de cada una de sus piedras. Para ver -la aljama de Córdoba hay que inspirarse en el espíritu semítico, y -para ver el Parthenon de Aténas, en el espíritu pagano.</p> - -<p>Comprendió el frances toda la trascendencia de mi observacion, y -se amostazó un tanto.</p> - -<p>—Si algo me demuestra con demostracion irrefragable la -decadencia del Catolicismo, es la nimiedad con que suele darse -carácter anti-católico á toda observacion más ó ménos justa sobre -el pontificado y su córte. ¿Tendrá algo que ver con los dogmas la -naturaleza del ganado que guardára Sixto V? ¿Será más ortodoxo y -eclesiástico el ganado de lana que el ganado de cerda?</p> - -<p>Yo, conviniendo en la justicia y hasta en la gracia de semejante -afirmacion, volví la hoja y pregunté por el libro de Liverani.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_254">[p. 254]</span></p> - -<p>—Está dedicado al señor conde de Montalembert, que quiere la -restauracion, es decir, Milan; Venecia bajo las espuelas de los -croatas; el cuadrilátero puesto como una herradura austriaca sobre -las armas de Italia, y todos los patriotas dispersos y errantes por -el mundo.</p> - -<p>—No estarémos mucho tiempo en Roma, dijo la señora; tus -imprudencias nos expulsarán pronto.</p> - -<p>—No temas. Hablamos en frances y no nos entienden. Un amigo -que acaba de departir con el cardenal Antonelli me ha dicho que -habla detestablemente el frances. Y si el cardenal Antonelli habla -detestablemente el frances, figuraos cómo lo hablará y cómo lo -entenderá la gente menuda.</p> - -<p>—Hablad, hablad, le dijo yo.</p> - -<p>—Nada de extraño tiene que así Antonelli se exprese en el idioma -de la revolucion, cuando se expresa igualmente mal en el idioma de -la teología. En los maitines de Navidad, por 1859, cuenta el Padre -Liverani haberle oido cantar <i>erútus de potestate tenebrarum</i>, -poniendo el acento en la segunda sílaba, cuando debió cantar <i>érutus -de potestate tenebrarum</i>, poniendo el acento en la primera sílaba.</p> - -<p>El latin pronunciado por los franceses resulta á nuestros oidos -una lengua casi ininteligible, y así es que no pude ménos de reírme -al oir criticar<span class="pagenum" id="Page_255">[p. 255]</span> -en tan pésima pronunciacion aquella falta de gramática.</p> - -<p>—Lo que Antonelli sabe profundamente es economía doméstica. -Sonnino, su villa natal, se ha convertido en la metrópoli burocrática -de los Estados Romanos. Aquello es un plantel de empleados. Giacomo -Antonelli, secretario de Estado y prefecto de los santos palacios -apostólicos, natural de Sonnino; el conde Fillippo Antonelli, -consejero de Hacienda, natural de Sonnino; el conde Luigi Antonelli, -conservador de Roma, natural de Sonnino. Podia escribirse una letanía -de Antonellis. Como Diocleciano era césar, Diocleciano pontífice, -Diocleciano tribuno, Diocleciano cónsul; Antonelli es administrador, -Antonelli hacendista, Antonelli diplomático, Antonelli militar, -Antonelli cardenal, Antonelli enemigo de la civilizacion moderna, -Antonelli monopolizador del Espíritu Santo, Antonelli Papa del -Papa.</p> - -<p>Yo comprendí que la gárrula conversacion del frances me -comprometia, y como empujado por grande oleada de gentes, apartéme -de aquel sitio, cuando un rumor me advirtió que venía el Santo -Padre. Pasó á mi lado, deteniéndose por algunos minutos ante mí el -cardenal Antonelli, juntamente con la procesion de cardenales y -obispos, que en parte precede al Papa y en parte rodea sus andas. -Parecióme Antonelli alto, fuerte, cazador y<span class="pagenum" -id="Page_256">[p. 256]</span> no cardenal, montañes y no cortesano. -Los ojos de ave nocturna, la nariz prominente, los labios gruesos, el -color cetrino, la fisonomía ruda, el carácter atrevido, la complexion -vigorosa, y los ademanes y el gesto, quizá por aprension mia, -acusando el hombre acostumbrado de antiguo á mandar con imperio y á -ser obedecido sin resistencia. Pero debo tambien decirlo: parecióme -un hombre de gran vulgaridad.</p> - -<p>Yo recordaba mis lecturas históricas; recordaba la serie de -aquellos cardenales ilustres, de aquellos ministros pontificios, -descritos en la admirable historia de los Papas durante los siglos -décimosexto y décimoséptimo, por Ranke, obra que tantos elogios -ha merecido á los católicos más ardientes. Recordaba Gallio de -Como, que dirigiera con habilidad la política en dos pontificados -consecutivos; Rusticucci, tan severo en su conciencia como en -su vida; Santorio, tenaz en las ideas, puro en las costumbres, -enérgico para sus parientes, inflexible con los extraños, superior -en su elevada soledad á todas las pasiones humanas; Madruzz, el -Caton del Sacro Colegio; Sirlet, tan sabio en todas las ciencias, -y especialmente en las ciencias filológicas, que departia con los -doctores y con los niños, que compraba á los pastorcitos sus haces -de leña, con la condicion de enseñarles la doctrina cristiana; -Cárlos Borromeo, un santo,<span class="pagenum" id="Page_257">[p. -257]</span> cuya memoria jamas se borrará del Milanesado y de las -montañas que avecinan al Lago Mayor; Torres, que concluyó la Liga -contra los turcos, cuya victoria se llama la victoria de Lepanto; -Belarmino, el primero de los controversistas y de los gramáticos; -Maffei, el historiador de la conquista de las Indias portuguesas -por el Cristianismo; Felipe de Neri, el fundador de la Órden de los -preclaros oradores, que parecian llamados á restaurar la religion en -la conciencia de Europa, cuando el gran constructor Sixto V regaba -con el agua <i>felice</i> las colinas romanas, y las hacía florecer á -un tiempo con bellos jardines y grandes monumentos; cuando Fontana -erigia el obelisco ante San Pedro y lo remataba con la cruz de -Cristo; cuando Patrizi armonizaba la teología católica con las -tradiciones filosóficas, y Moisés con Hermes; cuando Torcuato Tasso -emitia los últimos acentos de la Musa católica, y el Dominiquino y -Guido Reni destellaban los últimos resplandores de la pintura; y al -eco de la sublime música de Palestrina, el espíritu eclesiástico se -reanimaba y revivia, como llamarada próxima á extinguirse.</p> - -<p>Grün compara el cardenal Antonelli al prelado de Benevento, -que Montesquieu juzgó con extrema dureza, y que, miéntras el papa -Benedicto XIII rezaba ante la efigie de San Vicente Ferrer, corria de -monasterio en monasterio, be<span class="pagenum" id="Page_258">[p. -258]</span>saba las manos de los frailes, hacía extremas penitencias, -despreciando todos los placeres y todas las pompas terrestres, dábase -él á las ambiciones, á los lucros y á las locuras del mundo. El -carácter del Papa es la contradiccion radical, radicalísima, con el -carácter del cardenal de Sonnino, como el carácter de Benedicto XIII -era la contradiccion radicalísima con el carácter del cardenal de -Benevento.</p> - -<p>Pío IX, á quien eligiera un milagro, juzgóse llamado por Dios -á hechos milagrosos, extraordinarios; y desde el primer dia de su -pontificado tuvo la ambicion del bien. Extremadamente sensible de -alma, epiléptico de cuerpo, incapaz de exaltados odios, inocente en -sus pasiones, puro en sus costumbres, de fantasía pronta, de lenguaje -abundoso, de voz clarísima y sonora, fácil y hasta elocuente en -sus improvisaciones, plácido en sus gestos, dulce y bondadoso en -su mirada, místico hasta el éxtasis en sus oraciones y plegarias, -majestuoso sobre el trono, artista al pié del ara, minuciosísimo en -las ceremonias religiosas, amador de las humanas pompas, devoto á -sus destinos históricos y á su elevado ministerio, cree, en sus más -grandes equivocaciones y errores, que Dios le inspira, que le guía -Dios, y que interpreta su pensamiento y expresa su voluntad sobre la -faz de la tierra.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_259">[p. 259]</span></p> - -<p>Él no enriquece á sus parientes, no atesora dinero, no pone tasa -á la limosna, no niega audiencia por importuna que sea, no echa -ningun cerrojo á su corazon siempre abierto, ni mordaza ninguna á sus -labios, vibrando siempre, en toda ocasion, la idea que vaga por los -espacios más recónditos de su conciencia. Conoce de los hombres más -las apariencias que la naturaleza; de las ideas más la forma que el -fondo; de su poder más el aparato que el prestigio; de su autoridad -más el brillo que la fuerza, y acostumbrado á vivir en regiones donde -parece un Dios, gústale oirse llamar todos los dias: santo, santo, -santo, y aspirar el humo del incienso. Pero en esas alturas, cuando -declara dogmas de fe, cuando reune concilios ecuménicos, cuando la -Iglesia entera le llama superior á los errores humanos, cuando su -pensamiento es divino como el Verbo, y sus labios sagrados como los -oráculos; ¡ah! la nube que pasa, la electricidad de la atmósfera, -los cambios bruscos de temperatura, en Roma frecuentísimos, influyen -sobre sus nervios, sus nervios sobre su carácter, y su carácter le -arrastra á ímpetus de mal humor, á genialidades bruscas, que desdicen -de su bondad, y que prueban cómo ese demiurgos, ese sér sobrenatural, -se halla sujeto, cual todos los mortales, á los errores y á las -debilidades que nacen de los límites de nues<span class="pagenum" -id="Page_260">[p. 260]</span>tra naturaleza, y á las leyes que rigen -todo el Universo.</p> - -<p>Y bajo el dominio de este Papa que aspiraba á evangelizar el -mundo, á cristianizar la democracia, hase convertido la autoridad -pontificia á un absolutismo que fuera imposible bajo el imperio de -los monarcas absolutos. Se estremece el ánimo considerando cómo -ha caminado nuestra Iglesia á la inversa de nuestra civilizacion. -Una institucion de la altísima jerarquía que ha pretendido, del -ministerio altísimo que ha desempeñado la Iglesia, debia ser la luz -y el calor de las almas, como es el sol la luz y el calor de los -cuerpos.</p> - -<p>Y para ser la luz y el calor de las almas debia desplegar sobre -la frente del hombre, sellada con el sello de eleccion divina, las -etéreas alas de un ideal espiritualista, celeste, verdaderamente -sobrehumano. De esta misteriosa suerte venció al mundo latino y -sojuzgó á los bárbaros. De esta misteriosa suerte, por sus tendencias -á lo ideal, congregó aquellos concilios, como el Concilio de -Jerusalen, donde se reconciliaron los judíos y los paganos, separados -por toda la historia, y donde el Cristianismo se dilató hasta ser la -conciencia de la humanidad. Por esta misteriosísima manera formuló -aquella primera teología griega que difundiera al soplo creador -de lo divino en la mente humana. Por esta misteriosa manera alzó -los es<span class="pagenum" id="Page_261">[p. 261]</span>clavos -á la dignidad de seres religiosos, y puso los césares á servicio -de los nazarenos. Elevar al hombre, educarlo en puro idealismo, -hacer de su conciencia como una hostia consagrada á la divinidad -en los altares del Universo, ministerio era digno, dignísimo de -una religion que triunfára por su radical oposicion al sensualismo -pagano y á su cancerosa podredumbre. La Iglesia en los tres primeros -siglos fué una federacion democrática. La Iglesia desde el pacto de -Carlo-Magno ha sido un imperio, sí, un imperio á la manera romana, -miéntras comenzaba Europa á ser una federacion por el individualismo -de los bárbaros. Los obispos de Roma quisieron ser césares más que -pontífices; quisieron continuar bajo el amparo de la Cruz en la -dominacion del Universo. Al pié de los nuevos altares como al pié -de los antiguos, Roma sólo de su propia autoridad se acordaba y de -encerrar los nuevos bárbaros en sus Basílicas, como habia encerrado -los bárbaros antiguos en su Capitolio. Para este fin hubo ejércitos -que en vez de armas llevaban plegarias, y en vez de escudos sayales; -tuvo á los monjes. Tuvo sus jurisconsultos, los canonistas. Tuvo su -código, las falsas decretales. Tuvo hasta un título cesarista, la -donacion de Constantino. Y tuvo su emperador, el Papa. Mas no siempre -el Papa ostentó este carácter; durante algunos siglos sirvió á las -democracias.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_262">[p. 262]</span></p> - -<p>Los movimientos religiosos de Roma se explican siempre por sus -intereses políticos. Roma es entre las ciudades antiguas la más -fiel á la religion pagana, por creer que la religion pagana es la -más propicia á su poder y á su grandeza. Roma, en el diluvio de la -invasion, donde mueren ahogados sus dioses, abrázase fuertemente al -Catolicismo, no por ser la religion más verdadera, sino por ser la -religion más opuesta á la religion de sus conquistadores, que es -el arrianismo. Así Roma subleva á los italianos y al mundo contra -el imperio bárbaro, apoyándose en dos ideas capitalísimas, en el -catolicismo y en la república. Á la unidad longabarda se opone la -democracia romana. La ciudad no sólo entrega su alma á los papas, -sino que pide á voces el auxilio de Bizancio; y por medio de la -virtud divina de las ideas, por medio de la fatalidad geográfica de -la península, reune en las islas del Tirreno, en las lagunas del -Adriático, tras los Apeninos, en los desfiladeros de los Abruzos, -todos los náufragos que han conservado el antiguo ideal y la antigua -cultura itálica.</p> - -<p>Imposible comprender cómo los papas se han apoderado del mundo -sin comprender cómo se encuentra Italia en los siglos sexto y -sétimo. La unidad bizantina, que es una sombra, en Rávena; la -unidad longobarda, que es un cetro y una<span class="pagenum" -id="Page_263">[p. 263]</span> espada, en Pavía; la unidad federal, -que es una religion y una democracia, en Roma. La ciudad Eterna -no se defiende, no defiende la República, encontrada despues de -quinientos años de imperio y de cinco invasiones bárbaras entre las -ruinas de sus templos y las pavesas de sus ideas; no la defiende -por los dictadores, por los cónsules, por los césares, por los -magistrados antiguos, sino por los obispos, á causa de que los -obispos son los defensores de las ciudades, los jefes de la plebe, -los nuevos tribunos de la democracia, los únicos que tienen palabras -de entusiasmo y de fe, bastantes á crear ejércitos de plebeyos, y -mover estos ejércitos de plebeyos, donde se reclutan las legiones -de los mártires, al combate y á la muerte. Pero se engañaria quien -atribuyera la fuerza de los papas en esta crísis suprema solamente -á milagros de la fe. Son fuertes porque tienen á su devocion el -pueblo guerrero por excelencia, el pueblo franco. Los francos vienen -á ser los soldados del Catolicismo. Cuanto nosotros hicimos por el -Catolicismo en su edad de vejez y decadencia, hiciéronlo tambien -los francos en la edad en que el Catolicismo tenía juventud y -robustez. No hay como servir una idea progresiva. Ellos, los francos, -crecieron, y nosotros menguamos sirviendo el mismo principio. Pero -ellos lo sirvieron cuando la Iglesia educaba á la humanidad, cuando -la<span class="pagenum" id="Page_264">[p. 264]</span> Iglesia era un -ideal religioso y una federacion republicana, miéntras lo servimos -en Europa, despues que acabamos nuestras guerras con los árabes, -nosotros que desde el siglo décimotercio representáramos por la -casa de Aragon el principio civil opuesto al principio teocrático; -lo servimos en Europa cuando la Iglesia se oponia en Alemania, en -Holanda, en Inglaterra á la educacion de la humanidad. Los patriarcas -de Constantinopla aspiraban á ser por los exarcas de Rávena los -directores de la cruzada contra los longobardos. Pero los obispos de -Roma mostraban la federacion de obispos á cuyo frente ellos se veian; -las muchedumbres agitadas y encrespadas por las ideas católicas; y -las lanzas milagrosas vibrando en manos de los francos, invencibles -por su valor, dispuestos á pasar los Alpes y los Pireneos, el Rhin y -el Ebro, para defender la nueva religion y sus pontífices. Hé aquí el -camino verdaderamente misterioso por donde llegó el pontificado á ser -el centro y la cabeza del mundo.</p> - -<p>Luégo las crísis de la sociedad, los movimientos del espíritu -humano conspiran en los primeros siglos de la Edad Media á reforzar -esta primacía. Los longobardos se convierten al catolicismo, abrazan -la religion de los vencidos en Italia, un siglo despues de que los -godos abrazáran la misma religion en nuestra España. Desde este<span -class="pagenum" id="Page_265">[p. 265]</span> momento el Papa, que -ya no ha menester de los emperadores de Bizancio, se vuelve contra -Bizancio, combate su monoteismo, sus iconoclastas, sus exarcas, sus -legados que quieren prenderle; niégase á recibir toda sancion de -la autoridad pontificia, todo cesarismo sobre su poder religioso, -y subleva la conciencia católica contra el sentido heterodoxo de -Constantinopla; y el patriotismo italiano, y la federacion italiana -contra las reapariciones del antiguo imperio, asentado en una ciudad -rival y enemiga de la ciudad eterna.</p> - -<p>Pero en cuanto se ha separado de Bizancio, y ha alcanzado la -independencia moral, tiene que destruir á Pavía y alcanzar la -independencia material. No importa que los longobardos se hayan hecho -católicos; no se han hecho republicanos, y el Papa es á un tiempo el -pontífice del catolicismo y el jefe de la federacion. Los pueblos de -Italia en esta edad, en el siglo octavo, aborrecen la monarquía, y -prefieren á la monarquía la teocracia. Todas las ciudades marítimas -piden al Papa que las liberte en lo civil de la tutela del rey, como -las ha libertado en lo moral y religioso de la tutela del emperador. -El Papa no puede por sí solo alcanzar tan grande fin; pero puede, -si cuenta con su pueblo fiel y escogido, con el pueblo franco. San -Leon no detuviera la cólera<span class="pagenum" id="Page_266">[p. -266]</span> de Atila, si ántes no desarmaran al gran exterminador los -francos en los campos cataláunicos. Para desarmar á los longobardos -se necesita la repeticion monótona, uniforme de la misma historia; -que los francos hieran, maten, y el Papa entierre. En vano los -mayores patriotas italianos maldicen este momento de la historia en -que cae la unidad civil y monárquica de su patria para ser sustituida -por la unidad teocrática del mundo. Tal vez si el reino longobardo -vence y domina, fuera Italia pueblo más guerrero, nacionalidad más -una y más fuerte; pero no sería, no, la nacion de la teocracia, que -nutrió y educó por tantos siglos á Europa; no sería la nacion primera -en la cultura moderna; no sería la patria de tantos municipios libres -y de tantas ciudades republicanas; no sería, no, aquella escuela -universal de música, de pintura, de escultura, donde el espíritu -ha educado su sentido estético, para guarecerse en la adversidad, -consolarse en el dolor, tener siempre un ideal vivo y luminoso; y -como el aroma de las flores, como el cántico de las aves, como el -rumor de las selvas, como el incienso de los campos, espaciarse en -la celeste inmensidad, mereciendo á la Europa cristiana el nombre -ilustre que llevára y el envidiable ministerio que ejerciera la -inmortal Grecia en la antigua Europa.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_267">[p. 267]</span></p> - -<p>En el año 800, Europa se levanta sobre la idea primera del -Pontificado, sobre el pacto con Carlo-Magno. El Papa entrega á los -francos el viejo reino longobardo, y los francos entregan al Papa el -nuevo patrimonio de San Pedro. Alzado en esta tierra feudal, puede -ya el Papa, despues de haber concluido con sus enemigos, despues de -haber separado su ciudad de Constantinopla, de Pavía, de Rávena, -que la eclipsaban, entregarse á toda su ambicion espiritual, á toda -su soberanía en las almas: ser demiurgos, casi Dios; dictar sus -leyes morales superiores á todas las leyes escritas; extender su -autoridad sobre un dominio que no conoce límites, sobre el dominio -de la conciencia humana; poner su código moral más alto que todos -los códigos, su Iglesia más elevada que todas las sociedades, -su voz donde no osaron los antiguos oráculos, su persona donde -no estuvieron los antiguos dioses; destruir las castas por el -sacerdocio concedido á cuantos lo demandan, é imposibilitar al -sacerdocio por el celibato para erigirse en dignidad hereditaria; -oponer fuerza moral á tantas fuerzas materiales, la unidad religiosa -al fraccionamiento del feudalismo; la democracia educada en los -monasterios y en las Universidades á la aristocracia militar, que -anidaba en los castillos; transformar el mundo, la tierra, como se -transforma siempre la rea<span class="pagenum" id="Page_268">[p. -268]</span>lidad, por una anterior y superior transfiguracion de las -ideas.</p> - -<p>Importará poco, muy poco, que los Papas, ora caigan en el cieno -del vicio, ora se alcen á la demencia de la soberbia y pasen de la -tutela de los cortesanos á los brazos de las Marozias, su fuerza no -está en sus costumbres, sino en sus ideas; y hechizarán al mundo por -el bebedizo de su doctrina, por el sortilegio de sus reliquias, por -los milagros de sus leyendas, por la muchedumbre de sus peregrinos, -por el poder de sus obispos, casi todos afincados en territorios -feudales; por los comentarios de sus jurisconsultos, que inventarán -miles de leyes y falsearán miles de códices; por la necesidad, sobre -todo, que tiene el mundo en su niñez, el espíritu en su inocencia, -de una teocracia su nodriza, su maestra, la cual le aterra con -fábulas como la próxima destruccion del mundo en el año 1000, y le -tiene por estas fábulas sometido y sujeto. Lo esencial de la Edad -Media subsistirá: el pacto de Carlo-Magno, un Papa sancionado por el -emperador en el centro de Italia, un emperador coronado por el Papa -en el centro de Alemania, y legiones de obispos feudatarios en torno -de los dos grandes astros de la Edad Media, en torno del Pontificado -y del Imperio.</p> - -<p>Los obispos, influyendo tan soberanamente, gozarán una supremacía -que papas y emperado<span class="pagenum" id="Page_269">[p. -269]</span>res querrán someter á su respectiva dominacion. De aquí -una lucha entre el elemento italiano y el elemento aleman dentro -de la Iglesia; de aquí el célebre litigio de las Investiduras. Los -emperadores de Alemania llegarán á tener papas alemanes en Roma, y -los papas alemanes llegarán á ser casi todos en Roma inmolados. Por -fin sube al trono el César de los Papas, Gregorio VII. Él aspirará -á la libre eleccion de los pontífices, á la independencia de los -obispos, á reunir y administrar todos los bienes eclesiásticos, á -hacer de la Iglesia una sociedad superior al mundo y aparte del -mundo, á recabar por todos los medios el sepulcro de Cristo en una -guerra cuyo símbolo sea la cruz, con un ejército cuyo general sea -el Papa; y para emanciparse completamente del germanismo imperial, -inventará la fábula de que el patrimonio de San Pedro es donacion -de Constantino, y obligará á los emperadores, vestidos de sayal y -de cilicio, á que aguarden de rodillas, temblando, una palabra de -aquellos labios pontificales que sublevan ó domeñan á los pueblos, -una bendicion de aquellas manos que apaciguan ó irritan á los -cielos.</p> - -<p>Si el Papa hubiera desaparecido, Europa no se educa para la -civilizacion en la Edad Media. Si el espíritu se hubiera sometido -por completo al Papa, Europa sería hoy un imperio inmóvil, un -im<span class="pagenum" id="Page_270">[p. 270]</span>perio asiático, -religioso, con su gran Lama en la Ciudad Eterna. Afortunadamente -el principio de contradiccion está ahí para evitar estas tristes -absorciones de toda la naturaleza humana por uno solo de sus -elementos. Grande oposicion se abrió contra el Papa, recordádole su -dependencia de la tutela civil, y el orígen reciente de la donacion -que sólo debia á los emperadores occidentales. Ni la guerra, ni la -paz de las investiduras aclaran nada; á pesar de las humillaciones de -Enrique IV y de los proyectos de Pascual II, la naturaleza quiere que -este combate se prolongue, que esta incertidumbre continúe, para que -ninguno de los dos principios en lucha predomine y se sobreponga á -su contrario. Así la Iglesia conserva su carácter moral, su carácter -teológico, avivando el elemento idealista en el alma; y el Imperio -conserva su carácter político, civil, impidiendo que la autoridad -teocrática esclavice todo nuestro sér. Por esta lucha el mundo -occidental constituye la unidad en la variedad; la quietud en medio -de la guerra; el equilibrio entre fuerzas discordes y contrarias. -Todas las armonías de la Edad Media provienen de esta enemiga entre -el Pontificado y el Imperio. Sin aquél hubiera sido Europa un -campamento; sin éste Europa hubiera sido un monasterio. Su mutua -oposicion salvó por completo la cultura humana.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_271">[p. 271]</span></p> - -<p>Y el espíritu rebosa en Europa, y el Oriente surge cual mágico -encanto para contenerlo, y los monjes predican, y los pueblos se -mueven, sintiendo nueva vida despertarse en su seno, y se llenan de -cruzados los caminos, y las muchedumbres no saben ni de dónde vienen -ni adónde van; pero saben que algun misterio las envuelve y las -sostiene, y creen que cada ciudad es Jerusalen, que cada monumento -es el sepulcro, que cada estepa es el desierto; hasta que una gran -parte de la ignorancia antigua se desvanece, y una gran parte de -la igualdad moderna viene por la comun lucha y las penas comunes, -reveladoras de la identidad y de la unidad de la naturaleza en cada -hombre y en todos los hombres, que se van siervos de la teocracia, -del feudalismo, y vuelven apercibidos á penetrar libres en los -municipios; se van de Europa creyentes, y vuelven del desierto -con la duda de Job en el alma, dispuestos á entrar en otra fase -más progresiva y más humana de la civilizacion. El Papa ha creido -conservar la fe agitando á Europa, y al agitarla ha despertado en -Europa la razon.</p> - -<p>El comercio es una fuerza nueva de civilizacion y cultura. Como -toda fuerza social, engendra organismos políticos. Al comercio -se une el trabajo. Al comercio y al trabajo, el comienzo de -emancipacion de los pecheros. Nacen los consula<span class="pagenum" -id="Page_272">[p. 272]</span>dos en Italia, los municipios en España, -los comunes en Francia. El Papa siente que esta evocacion de la -naturaleza desvanecerá el hechizo de la fe religiosa; que estas -invasiones de la democracia destruirán las aristocracias teocráticas. -Como el Universo, deja de ser fuente de mal para convertirse en -fuente de vida; el trabajo deja de ser maldito para convertirse en -continuador de la creacion; el comercio acaba con el aislamiento -de cada hombre, de cada pueblo, que engendraba la penitencia, la -oracion, y comunica entre sí á católicos é infieles; el sayal, el -cilicio, el saco, se truecan en gasas, en brocados, en crujientes -sedas; esta aparicion de la naturaleza con todos sus hechizos en -medio del mundo, presa de todos los terrores religiosos, parécele -á la Iglesia obra del Antecristo, y lanza sus rayos contra la -transfiguracion de la conciencia y de la vida.</p> - -<p>Pero Abelardo ha pensado. Y el pensamiento se hace verbo en la -historia. Y el verbo se hace hombre. Y el hombre donde se encarnó -el pensamiento de Abelardo fué Arnaldo de Brescia, monje y soldado, -tribuno y asceta, filósofo y místico, predicador elocuentísimo y -consumado político, radiosa aparicion de la democracia ante los -altares teocráticos, capaz de suspender por un momento la autoridad -política de los Papas en Roma, como para demostrar que nada podrán -las excomunio<span class="pagenum" id="Page_273">[p. 273]</span>nes -contra la razon que se emancipa, contra la herejía que toma carta -de naturaleza, contra el trabajo que redime, contra el comercio -que liga á los pueblos y aisla á la Iglesia. El Papa triunfa en -definitiva, pero la idea de Arnaldo queda en el suelo de Europa. Ella -retoñará.</p> - -<p>La herida está abierta en el corazon de la Iglesia. Piérdese el -prestigio de las cruzadas; luchan entre sí los ejércitos cristianos, -miéntras la cimitarra cautiva de nuevo el Santo Sepulcro y la -verdadera cruz; van los cruzados á Jerusalen, y se detienen en el -camino para depredar, saquear las ciudades cristianas, como Palermo -y Constantinopla; quiere Federico II renovar las hazañas del rey -Godofredo, y en Tierra Santa, léjos de recibir las bendiciones, -recibe los anatemas del Papa: la herejía domina, los territorios -en donde brotára la cultura moderna, el Langüedoc, La Provenza, y -engendra una guerra nacional; pelean los reyes de Aragon, que poco -ántes dejaban sus dominios á la Iglesia, en favor de los albigenses; -una democracia desenfrenada, semidemagógica, compuesta de mendigos -que se declaran enemigos de toda jerarquía y de toda propiedad, -entra con los franciscanos en la Iglesia que, cercada de dolores, -en aquella insurreccion de los reyes contra su poder, en aquellas -invasiones contínuas de la herejía, apela á la inquisicion y enciende -las hogueras<span class="pagenum" id="Page_274">[p. 274]</span> para -difundir, como con los franciscanos el terror sobre los aristócratas -y sobre los reyes, con los dominicos el terror sobre los herejes y -sobre los pueblos.</p> - -<p>De todos estos movimientos del espíritu humano, ¿cómo ha salido -el Papa? Era jefe de la cristiandad, y es jefe de un partido, jefe -de los güelfos. Era legislador por sus cánones, y tiene que ver -mezclada la legislacion eclesiástica con la legislacion imperial y -romana. Era maestro por los conventos, y compartirá el magisterio con -los reyes. Las Universidades se llamarán pontificias y reales para -educar una clase, la clase de los jurisconsultos, que trasladará la -diadema del derecho divino de la frente de los Pontífices á la frente -de los reyes. Transigirá la Iglesia con la escolástica; pero en la -escolástica habrá más de Aristóteles, más de Averroes, más de los -filósofos griegos y de los comentadores árabes, que de los padres y -los apologistas cristianos.</p> - -<p>Al acabar el siglo décimotercio comienza realmente la decadencia -del Pontificado. Y no consiste esta decadencia, como escritores -superficiales han supuesto, en el carácter de los Papas; consiste -en el cambio de las ideas y de los sentimientos. Inocencio III, que -representa la mayor pujanza de la Iglesia, es ántes de los Papas de -decadencia, como Marco Aurelio ántes de Commo<span class="pagenum" -id="Page_275">[p. 275]</span>do, un gran carácter que sostiene y -eleva por su propia fuerza altísima institucion, herida de muerte. Ni -valor, ni inteligencia, ni virtud bastan á robustecer instituciones -que se debilitan, á salvar instituciones que perecen. ¿Pudo Probo -sostener con sus virtudes el Imperio romano, ya en la agonía? Pocos -hombres habrá en la historia de la elevacion de miras y de la fuerza -de carácter que ostenta Bonifacio VIII. No le gana en valor San -Leon, en actividad San Gregorio, en ideas atrevidas Hildebrando, -en carácter Inocencio III. Él asedia en Roma la familia feudal y -gibelina de los Colonnas, que durante siglos se opone al Pontificado -y sirve á todos los enemigos del Pontificado; la persigue á sangre -y fuego por los campos y por los montes; la acorrala en Palestrina; -y allí la castiga con castigos cruentos, sin dejar una piedra en su -madriguera, en la ciudad que guardaba recuerdos más preciosos de lo -antiguo y obras de arte más bellas del genio moderno, ciudad cuya -destruccion llorarán eternamente de consuno las musas latinas y las -cristianas musas. Pero Bonifacio VIII no se detiene ante ningun -respeto humano. Reivindica Polonia, Hungría; manda sobre Italia -sin curarse ni del Emperador ni del Imperio; promulga jubileos que -enriquecen con legiones innumerables de peregrinos la Ciudad Eterna; -excomulga y depone magistratu<span class="pagenum" id="Page_276">[p. -276]</span>ras civiles, como si el cesarismo hubiera renacido bajo la -tiara; desafia á Francia, conspira contra Alemania; pero sus enemigos -se congregan en bandas armadas, lo buscan, lo encuentran, violan su -ciudad, asaltan su palacio, matan sus servidores, se acercan á él, -que los aguarda en el trono, con la serenidad y la inmovilidad de un -Dios fiado en su omnipotencia, la tiara en la cabeza, el manto en -los hombros, el báculo en las manos; y le imprimen, con el feudal -guantelete de hierro, horrible bofeton en la mejilla, despues de cuya -afrenta réstale sólo al Papa huir, esconderse, entregarse á otra -familia señorial, á los Orsinos; y entre epilépticos sacudimientos -y feroces maldiciones, morir siniestra muerte, al frenético dolor -que le causáran su rabia y su impotencia. La vida y la muerte de -Bonifacio VIII corroboran el dicho agudísimo y exacto del pueblo -romano: «alcanzó la tiara como un zorro, dominó como un leon, murió -como un perro.»</p> - -<p>Pero su pontificado señalará eternamente la decadencia de la -teocracia, que fué tutora de Europa. Divídense los partidarios del -Papa, los güelfos, en blancos y negros; los teólogos, en escotistas -y thomistas, en nominalistas y realistas; los Papas mismos en Papas -de Avignon y Papas de Roma; las naciones católicas en naciones -cismáticas; las ciencias en sectas y herejías;<span class="pagenum" -id="Page_277">[p. 277]</span> los concilios en asambleas -revolucionarias; los poetas en satíricos que turban la paz del alma -con sus dudas y persiguen la fe con su finísima ironía, obligando á -la conciencia humana á buscar en otras ideas más vivas que las ideas -católicas su indispensable alimento. La Órden de los templarios, que -naciera en los tiempos felices del Pontificado, que luchára por la -Iglesia en Oriente sin descanso, soberana de Chypre, defensora de -Jerusalen, sumisa á los Papas, es disuelta por el gran esclavo de -Avignon, por el Pontífice frances, sometido á los reyes de Francia, -y sus bienes confiscados, y sus fortalezas derruidas ú ocupadas -por tropas reales, y sus caballeros quemados á fuego lento en los -claustros y en los campos, testigos del poder y de la gloria de tan -ilustre ejército. Hasta el gran poema inspirado en la teología, -templo viviente del espíritu católico, consagrado, no á los combates -pasajeros de los héroes, sino al viaje de las almas á la eternidad, -al reino insondable de los muertos, allá en sus últimos círculos de -fuego inextinguible y de perdurables penas, en lo más profundo de su -infierno, casi en la boca de Satanás, pone á los Papas por enemigos -de la grandeza y de la independencia de Italia.</p> - -<p>¡Qué espectáculos! El hijo de pobre lavandera y oscuro tabernero, -Rienzi, por interpretar las inscripciones romanas, por traer á -la memoria<span class="pagenum" id="Page_278">[p. 278]</span> -con verdadera elocuencia los recuerdos antiguos, se ve aclamado y -divinizado entre muchedumbres que le llevan homenajes de patricios, -de cardenales, de reyes, de emperadores, de Papas, y personifica por -algunos dias el genio de la Ciudad Eterna, hasta que su cabeza, llena -de vértigos, cae rodando desde las cimas del Capitolio al mostrador -de un carnicero. Y el mundo ve que mascaradas de tribunos llenan los -palacios pontificios; que sangrientos cismas desgarran las naciones; -que genios como Petrarca se vuelven con dolor á la antigüedad pagana -para pedirle su inspiracion y su valor; que hay un Pontífice en -Francia, otro en Italia, otro en Aragon sobre la triste Peñíscola; -que el emperador Segismundo se arroga la facultad eclesiástica de -convocar la Iglesia universal; que la jefatura del mundo católico -pasa de un Papa simoniaco á un pirata, de un pirata á un loco, de un -loco á un epicúreo, cual sucede en la decadencia de los Imperios; -que los Concilios sólo aciertan á encender los ánimos, á subvertir -los pueblos, á desencadenar las guerras; que las hogueras consumen -á genios henchidos de fe como Juan Hus y Jerónimo de Praga; que se -desentierra á Wiclef para arrojarlo á un rio por haber pedido la -pureza del cristianismo; que los soldados de la igualdad, precedidos -primero de un general ciego, llamados al redoble de tambo<span -class="pagenum" id="Page_279">[p. 279]</span>res hechos de pieles -humanas, derraman el incendio, la matanza, tan sólo por comulgar -como los sacerdotes en las dos especies de pan y de vino; que la -reconciliacion de la Iglesia latina y la Iglesia griega, obra de un -momento, se rompe en otro momento; que los reyes se sobreponen á los -obispos, y la Iglesia se declara superior al Papa; que el diablo -huye de las leyendas, y la naturaleza recobra sus derechos, y la -antigüedad su prestigio, y la conciencia su voz, miéntras el mundo -pierde la antigua fe, y los césares-pontífices su dominacion sobre la -humana conciencia.</p> - -<p>Por fin, este movimiento del espíritu humano llega á tener su idea -concreta en la Reforma. Así como el cristianismo no ha sido aparicion -súbita y milagrosa, obra de un momento, idea de un hombre, singular -inspiracion, sino resultado de toda la antigüedad, tampoco ha sido -la Reforma el ímpetu ó la corazonada de un fraile; el grito de un -rebelde alzado en armas espirituales contra la Iglesia; la intuicion -de una sola alma en parte movida por pasiones de su pecho, y en -parte por odios históricos de su raza, sino el corolario preciso de -las dudas sembradas por los poetas, de las ideas esparcidas por los -filósofos, de la política impuesta por los reyes, de las pretensiones -aducidas en los concilios, de todo el impulso que al<span -class="pagenum" id="Page_280">[p. 280]</span> espíritu humano habian -dado las fuerzas vivas de la sociedad y los progresos incontrastables -que á cada paso nos testifica la historia.</p> - -<p>Cada hombre aspira á ser sacerdote de sí mismo; cada generacion -á interpretar como idea que se mueve y se trasforma el dogma tenido -ántes por definitivo é inmóvil; la revelacion pasa á iluminar todas -las frentes, á ser el patrimonio de todas las almas; el libro cae -en las manos del pueblo; desaparece la casta sacerdotal é invaden -las democracias el santuario; las órdenes monásticas dedicadas á -la maceracion, las reliquias, el exorcismo y la indulgencia dejan -paso al dogma severo que apaga el purgatorio, exalta el infierno, -y atribuye la salud del hombre á la Divina gracia. Desde este -dia, el predominio del Pontificado en Europa ha verdaderamente -desaparecido, ese predominio que tanto contribuyó á nuestra educacion -y á nuestra cultura. Es verdad que el protestantismo será repulsivo -á la naturaleza de nuestra raza y al carácter de nuestra historia; -que si pierde el Papa la mitad de Europa, nace á sus plantas para -recibir su bautismo y dilatar su nombre toda la América, descubierta -y conquistada por los héroes, eternamente católicos, que acababan en -España su cruzada contra los moros y emprendian allende el Atlántico -su cruzada contra los indios, yéndose en esquifes para volver, -tra<span class="pagenum" id="Page_281">[p. 281]</span>yendo inmensos -continentes, arrojándolos como un holocausto ante las aras de la -Iglesia.</p> - -<p>Verdad tambien que la Iglesia obra sus mayores milagros, hace -sus mayores maravillas cuando se ve circuida de mayores asechanzas -y peligros. Nadie se cansará jamas de admirarla durante el siglo -<small>XVI</small>. En la persona de Julio II restaura los Papas -autoritarios y guerreros de la Edad Media, tan dispuestos á someter -las almas con su palabra como las fortalezas con su espada. En el -pontificado de Leon X despierta la antigüedad; dobla la historia; -enseña la genealogía clásica de las ideas cristianas; sorprende el -secreto de la belleza plástica en los monumentos antiguos; evoca las -estatuas que vibran el cántico heleno en sus labios; resucita el -alma de Platon sobre el sensualismo aristotélico; restaura la divina -lengua hablada en los rostros; anima los bronces y los mármoles con -sus inspiraciones; abre los cielos del arte; engendra en su seno -los titanes de Miguel Ángel, y las vírgenes de Rafael que vienen á -hermosear el planeta; devuelve á la naturaleza exhausta y macerada -su vida y alegría; funda el Renacimiento, que compite con las edades -más bellas de la humanidad, é inspira esas legiones de artistas, que -quitan sus espinas á la realidad y reconcilian al hombre por la magia -del genio, con la cual arrojan áurea gasa de ilusiones sobre el<span -class="pagenum" id="Page_282">[p. 282]</span> Universo, hasta con los -acerbos dolores y las amargas tristezas de la vida.</p> - -<p>Católico era el mago maravilloso que volvió á llenar de seres -fantásticos y hermosísimos, como en los dias de los dioses, la -naturaleza y el espíritu, animados por los cánticos de su poema; -católico el pensador eminente que trazó las leyes de las revoluciones -y de las reacciones, que mostró el abismo insondable de odios y de -crímenes encerrado en la perversion del sentimiento humano; católico -el dulce poeta español que devolviera su voz á los bosques, su -melodía á las auras y á los arroyos, su incienso á las flores, sus -églogas vivientes á los campos; católico el jóven pintor, único en -los anales humanos, que supo evocar la hermosura griega y redimir de -la penitencia y de la flagelacion en sus cuadros, trasfigurándolo -y embelleciéndolo, el organismo humano; católico el arquitecto, el -escultor, el dibujante milagroso que coronó con la rotonda de San -Pedro las sienes del Renacimiento; católica la música inmortal, que -parecia haber encontrado en los abismos de las edades pasadas los -acentos de David, los trenos de Jeremías; católico todo cuanto hay en -el siglo décimosexto de verdaderamente bello y artístico.</p> - -<p>Y la fuerza del catolicismo es tan grande que produce en el siglo -décimoséptimo una verdadera reaccion. Los jesuitas se disciplinan -como ejérci<span class="pagenum" id="Page_283">[p. 283]</span>to, y -se entregan á someter almas al Pontificado; los soldados católicos -inundan toda Alemania, pidiendo, como dice un grande escritor, las -tierras de los vivos para los muertos; Guillermo de Orange cae -al plomo de exaltado católico por el crímen de haber fundado la -república holandesa; Cárlos Borromeo establece piadosa liga en los -cantones de la Suiza católica para contrastar la Suiza protestante; -Cárlos y Jacobo de Estuardo creen haber llegado á desterrar el -protestantismo de Inglaterra; la revocacion del Edicto de Nántes -lleva á Francia la larga serie de reacciones contra el humanitario -tratado de Westfalia; al imperio español se le caen de las manos -los pinceles de Velazquez y de la mente los sueños fantásticos de -Calderon, hundiéndose en abismos más profundos y más oscuros que -sus tumbas del Escorial, cayendo en los hechizos de Cárlos II; Roma -se soprepone á todas las ciudades europeas con sus construcciones -religiosas, con sus epopeyas como las epopeyas del Tasso, que -celebran un sepulcro, y un sepulcro en manos de los infieles; y -cualquiera diria que vuelve el mundo, que vuelve el espíritu á los -templos y á los altares de la Edad Media.</p> - -<p>Pero ninguna de estas reacciones pudo restaurar el pontificado. -Tras de aquella reaccion vino el espíritu filosófico del siglo -<small>XVIII</small>, que negó has<span class="pagenum" -id="Page_284">[p. 284]</span>ta las excelencias del cristianismo, -que se ensañó hasta en los grandes cadáveres de la historia. Y -el espíritu de este siglo produjo la enciclopedia, que llevó las -ideas filosóficas al sentido comun del género humano. Y estas ideas -filosóficas, no sólo descendieron al sentido de las muchedumbres, -sino que se elevaron á los tronos de los reyes. Los jesuitas, que -habian sido, como los templarios, soldados de la Iglesia, ejército -permanente del catolicismo, fueron disueltos por los reyes de Europa -y por los pontífices de Roma. La nueva filosofía se apoderó de -Austria, que habia sido como el eje de toda la reaccion europea, -y de España, que habia sostenido el catolicismo en todas las -crísis humanas, y le habia dado un Nuevo Mundo en compensacion del -antiguo. ¿Qué más? La idea filosófica sube hasta el trono de San -Pedro, se extiende por él como nueva savia por viejo tronco. Las -ideas filosóficas llenan las conciencias, las conciencias engendran -nuevas instituciones, las instituciones cambian la sociedad; el -derecho, que parecia vincularse en familias aparte, en castas -privilegiadas, se difunde entre todos los hombres; las democracias -reemplazan á las aristocracias, la revolucion á la inmovilidad; y los -Papas, que en vano habian suplicado de rodillas á los emperadores -de Alemania detuvieran la revolucion regalista, huyen de Roma, -y pactan concordatos con la revolucion<span class="pagenum" -id="Page_285">[p. 285]</span> francesa y ungen la frente del soldado -de fortuna erigido en césar. El pontificado se representa, pues, en -el mundo como una de esas instituciones, ántes grandiosas, despues -desorganizadas por las fuerzas vivas de la sociedad. Y cuando uno -de estos organismos se descompone y deshace, no puede recomponerlo -ningun nuevo elemento social, ninguno. Lo han destruido las fuerzas -mismas que lo engendráran. Lo ha devorado el espíritu mismo que -lo produjera. El mundo pierde en él su confianza y su fe por una -de esas íntimas convicciones que ni se combaten ni se contrastan; -como que vienen á ser trabajo del pensamiento reflexionando sobre -sí mismo. Cuatro siglos, desde la muerte de Marco Aurelio, empleó -el espíritu humano en descomponer el mundo antiguo. ¿Quién lo ha -recompuesto? Cuando vinieron los bárbaros se encontraron solamente -con el gran cadáver. El alma habia huido á otra institucion. Y la -institucion, heredera del antiguo espíritu, es en el mundo moderno el -pontificado. Al pontificado se debe la altísima autoridad, primera -fuerza de cohesion empleada en reunir las sociedades modernas. Al -pontificado toda nuestra más antigua disciplina social. Mas desde -el siglo décimotercio el pontificado cae en la triste irremediable -decadencia, que lo han traido á los extremos presentes. Hoy el pacto -de Carlo-Magno se ha roto. La donacion de<span class="pagenum" -id="Page_286">[p. 286]</span> Pipino se ha desvanecido. El dogma de -la infalibilidad ha aumentado los enemigos de Roma. Interna lucha -desgarra la Iglesia, que no produce cismas por faltarle fuerzas hasta -para sostenerlos. Y Europa aprende en tan grande descomposicion -como mueren y por qué mueren las instituciones más arraigadas, más -poderosas, cuando cumplen el ministerio para que los engendrára -la sociedad, la cual vive de contínuo produciendo y devorando -organismos.</p> - -<p>Mas Pío IX ha creido que le tocaba á él restaurarlo, restaurar -el pontificado. Pues qué, ¿no le han dado vida nueva, sangre nueva -muchos papas? ¿No lo han restaurado, hasta cierto punto, Julio -II por la fuerza, Leon X por el arte, Sixto V por la tradicion y -la disciplina? ¿Y no podria él restaurarlo tambien ¡él! elegido -y exaltado por un milagro? Pero ¿qué camino escoger? Habia dos -igualmente abiertos á su pensamiento, á su vista. Ó bien tomaba el -uno, ó bien el otro; ambos sembrados de escollos. El uno iba á la -idea predicada por Rosmini, á la reanimacion del antiguo espíritu -evangélico en la Iglesia; y al resultado presentido por Gioberti, á -la primacía intelectual y moral de Italia por medio del pontificado -sobre todas las naciones. El otro camino iba al jesuitismo. El Papa -creyó, y creyó con razon, que el primer camino se le habia cerrado -despues de<span class="pagenum" id="Page_287">[p. 287]</span> sus -desgracias de 1848. El Papa creyó que solamente le quedaba el camino -de oposicion radical á las sociedades modernas y de restablecimiento -inmediato de las ideas antiguas. Por eso elevó á símbolo de la fe -en nuestro tiempo todo aquello que nuestro tiempo ha desechado y -destruido. Por eso continuó proclamando un dogma de fe sin asistencia -del Concilio. Por eso acabó arrojando en medio de la Iglesia -atribulada el principio de su propia infabilidad, es decir, el -gérmen de cuasi-divinidad para él, y de eterna servidumbre para los -creyentes.</p> - -<p>Así, negar á Dios, desconocer su ley, desoir su voz en la -conciencia, desacatar su moral en el mundo, ponerlo fuera del -Universo y fuera de la historia, es error tan grande para nuestra -córte romana como negar al Papa, como desconocer su infalibilidad, -como desoir la voz de los oráculos eclesiásticos, hasta en -aquellos puntos que no tocan á la fe. Aquellas apoteósis, aquellas -divinaciones, á que los antiguos elevaban sus césares henchidos de -orgullo, parécense mucho á las blasfemias dichas por un escritor -católico que ha sostenido la siguiente tésis: tres seres hay -adorables para el verdadero creyente, Dios en el cielo, Cristo en la -hostia y el Papa en el Vaticano. Á estos extremos lleva el dogma de -la infalibilidad.</p> - -<p>Jamas nos cansarémos de repetir que los dog<span class="pagenum" -id="Page_288">[p. 288]</span>mas en nuestro tiempo promulgados y -el espíritu que á ellos ha presidido, convierten al catolicismo de -religion en secta, y al Papa, por consiguiente, en jefe de sectarios. -Aquel antiguo sentido humano, por cuya virtud se asimilaba toda la -filosofía y toda la historia, halo perdido últimamente. En presencia -de nuestra filosofía, en presencia de nuestra revolucion, sólo -ha sabido, ó retroceder ó maldecir. Y es propiedad de las ideas -casi extintas, de los sistemas en decadencia, cerrarse á todas -las emanaciones del espíritu humano, á todos los progresos de la -sociedad; á ideas, á progresos, que en tiempos mejores los nutrieran -y los acrecentáran. El catolicismo se asimiló á filósofos paganos -como Aristóteles y á filósofos musulmanes como Averroes. En esta -fuerza de asimilacion estribaba su progreso. Y el mahometismo, que -no tuvo fuerzas para esas asimilaciones, que tradujo á Aristóteles y -engendró á Averroes, sin poder apropiarlos á sus dogmas fatalistas y -monoteistas, poco á poco quedó siendo el credo de una sola familia -humana, la religion de una raza, el alma de imperios militares, tan -rápidamente engendrados como muertos. No protegerá Dios aquellas -religiones, aquellas doctrinas, capaces de perder en su madurez el -sentido humano, el sentido universal que tuvieran en su juventud. -Cada movimiento del tiempo se creerá á sí mismo divino; cada<span -class="pagenum" id="Page_289">[p. 289]</span> revelacion de la -conciencia se creerá á sí misma sobrenatural. Y no levantándose -á mirar espíritu y naturaleza en su conjunto, perderá con el -conocimiento de la vida el sentido de la historia. Cada secta se -encierra en sí y hace más que ignorar la historia de sus opuestas; -hace más que esto, las calumnia, las deshonra, las maldice, creyendo -realizar un bien, y bien eterno. Imaginad lo que será la historia del -cristianismo contada por un judío. Imaginad la historia del judaismo -moderno qué será contada por un feroz inquisidor. El católico apénas -comprende el desarrollo de los pueblos protestantes. El protestante -llama Antecristo al Papa. Leed á un griego ortodoxo, y él os -demostrará que ese bizantinismo, tenido por nosotros como el extremo -de la decadencia moral, hubiera salvado al mundo con su metafísica, -si el mundo no cayera en poder de los leguleyos, es decir, de los -canonistas romanos. ¡Cómo ciega el espíritu de secta! Nosotros nos -detenemos extasiados ante la Vénus de Milo. Su hermosura severísima; -su majestuoso continente; la pureza y armonía de aquellas líneas; la -gracia y serenidad de aquel rostro; la perfecta posesion de sí mismo, -que indica aquel espíritu, asomado á los inmóviles ojos, dueños -por completo de todos sus pensamientos y de todas sus pasiones; la -serenidad de aquel perfecto tipo, bello ideal de las artes plásticas, -nos exta<span class="pagenum" id="Page_290">[p. 290]</span>sían -hasta el punto de absorbernos en misteriosa adoracion, miéntras -que á un cristiano de los primeros tiempos, exaltado por su recien -nacida fe, parecíale fealdad tanta belleza y vislumbraba en ella la -siniestra y deforme efigie del demonio. No hay cosa en el mundo como -el sol, que vivifique como el aire, que perfume como las flores, que -regale como los frutos, que recree como los rumores y los aromas -del campo, que absorba como las olas del mar, que eleve como las -estrellas del cielo; y, sin embargo, el misticismo ha llegado hasta -engendrar en el hombre desamor, ódio al Universo.</p> - -<p>¿Qué mucho, si encerrado cada individuo en su egoismo, cada -secta en su tradicion, cada tradicion en su dogma, cada dogma -en su Iglesia, cada Iglesia en su intolerancia y cada género de -intolerancia en su crueldad, no llega jamas á comprenderse cómo el -espíritu humano rebosa en todas las obras humanas, vário, multiforme, -contradictorio á veces, sin perder nunca su fundamental unidad? Y los -que miran la vida por un lado, el tiempo por una edad, la ciencia -por un solo sistema, el arte por una sola escuela, el ideal por una -religion, la sociedad por un partido, la historia por una fase, la -humanidad por un pueblo, jamas comprenderán el espíritu humano, que -como no puede separarse aquí, en este planeta,<span class="pagenum" -id="Page_291">[p. 291]</span> de su primer organismo, del cuerpo en -que se encarna, tampoco puede separarse, ni del hogar, ni del templo, -ni del arte, ni de la ciencia, ni de la sociedad, que serán momentos -de su vida, organismos de su sér, revelaciones inmanentes y perpétuas -de su esencia, grados de su desarrollo, lo que se quiera; pero en -cuya totalidad estamos virtualmente cada uno de nosotros, y en cuyo -desarrollo está el desarrollo de nuestra propia vida. Hemos sido con -los que fueron; serémos en los que vendrán. No creamos, pues, á una -sola Iglesia depositaria de la verdad absoluta, ni á un solo pueblo -representante del espíritu humano.</p> - -<p>Ved por qué yo arguyo de sectarios á los católicos, porque no -comprenden sino una parte de la vida, nuestra vida histórica. -Cuentan solamente con lo que fuimos, no cuentan con lo que somos, -no cuentan con lo que serémos. Cuando la fisiología revela cada dia -un secreto de este organismo humano, abreviado Universo; cuando la -química llega á tener la fuerza de descomposicion y recomposicion -de la naturaleza; cuando la astronomía nos comunica directamente -con lo infinito; cuando prodigiosos descubrimientos nos entregan -el rayo para que lo vibremos en nuestras manos, cual lo vibraban -los antiguos dioses; cuando la tierra en que vivimos nos ha contado -su ancianidad por medio de sus evoluciones geológicas, y el<span -class="pagenum" id="Page_292">[p. 292]</span> cielo que nos -envuelve ha revelado en el espectro solar la fundamental unidad del -Cósmos: en este crecimiento de la naturaleza humana y del espíritu -humano, junto á un derecho que nos dice á todas horas la igualdad -fundamental de los hombres en la sociedad, y junto á una ciencia -que nos dice la igualdad fundamental de los seres en el Cósmos, -¿creeis puede satisfacernos una religion cuyos dos últimos dogmas, -en vez de espiritualizar la vida, de idealizar la fe, nos enseña el -privilegio y la excepcion de dos criaturas humanas; privilegio y -excepcion incomprensibles para la inteligencia, é inverosímiles en la -universalidad de la naturaleza?</p> - -<p>Así la sociedad, la ciencia, la vida andan por un camino; y por -otro completamente opuesto el catolicismo. La córte pontificia sólo -se alimenta de la tradicion. La ciencia católica es la arqueología. -En Roma, en la Roma pontificia, se oye por todas partes un rumor -elegíaco. Sobre las ruinas materiales álzanse la ortiga, el -jaramago; sobre el jaramago y la ortiga las ruinas morales. El -Viérnes Santo parece el dia eterno de esta ciudad singular, el dia -en que el corazon está desolado, el santuario desierto, los cirios -extintos, las aras desnudas, los altares velados, y el cántico de -Jeremías resonando á la contínua por aquellos templos henchidos de -evaporaciones de lágrimas. Yo<span class="pagenum" id="Page_293">[p. -293]</span> recuerdo que aquel dia, despues de haber asistido por -la mañana á la Capilla Sixtina, fuí por la tarde á la Vía Apia, á -la vía de los antiguos sepulcros. Un momento me detuve á contemplar -la entrada de las catacumbas y á recoger las benditas inspiraciones -de sus cenizas. Parecíame que las almas de los mártires renacian -al conjuro de mi evocacion y me acompañaban por aquel camino de -tristezas y desolaciones. Alguna vez involuntariamente volvíanse -los ojos á la ciudad, donde se dibujaban sobre las formidables -ruinas paganas las aéreas rotondas católicas. Roma á la espalda, la -cordillera sabina al frente, el desierto en derredor, los acueductos -interrumpidos por todas direcciones, el camino de los siglos bajo -las plantas, el cielo de las contínuas plegarias sobre la cabeza, -cuatro leguas de sepulcros abiertos á la contemplacion; el pastor ó -el fraile interrumpiendo con su pintoresca presencia ó su religioso -saludo el viaje, os hacen creer que descendeis realmente á la -region de las sombras, á los abismos de la historia. Esperais el -dantesco guía que ha de conduciros. Á la derecha las catacumbas -de San Sebastian, donde duermen los mártires, y á la izquierda el -Circo Máximo, donde los mártires fueron inmolados. Unos pasos más -adelante el sepulcro de Cecilia Metella, que recuerda los últimos -dias de la República, sepulcro formidable,<span class="pagenum" -id="Page_294">[p. 294]</span> especie de fortaleza sobre la cual -han levantado nuevas fortalezas otros tiempos, como nuevas leyes -se han erigido sobre aquellas leyes y nuevas instituciones sobre -aquellas instituciones. Las piedras agrupadas en ese monumento, -bruñidas por el ardiente sol del Lacio, han resistido á la corriente -de los siglos, á las pasiones de los hombres, como la República -á todos los movimientos políticos de la historia. Á un lado y á -otro piedras desprendidas de grandiosos monumentos, bajos relieves -hermosísimos, restos de templos, restos de tumbas, cadáveres de -pasadas civilizaciones, como si aquel campo fuera el campo de -batalla, donde en lejanos tiempos peleáran, no ejércitos de hombres, -sino ejércitos de mundos y planetas. Andais un tanto y veis el -sepulcro de Séneca. La tiranía no quiso oir las quejas de su víctima, -y el arte se ha burlado de la tiranía dejando en el bajo-relieve una -protesta que los siglos repiten, contra la crueldad de los tiranos. -Yo, que acababa de hollar el polvo de las catacumbas, no pude ménos -de poner mi mano sobre las piedras de aquel sepulcro. ¿Cuántas -ideas de los antiguos estoicos y cuántas ideas de los primitivos -cristianos formarán la urdimbre de nuestra fe, de nuestra moral? ¿Qué -arma habrá engendrado la ley á cuyo imperio me hallo sometido? ¿Qué -apóstol ó qué mártir habrá levantado el altar de mis creen<span -class="pagenum" id="Page_295">[p. 295]</span>cias? Inútil empeño. -No le pregunteis á la nube de dónde se ha evaporado, ni al rayo -de dónde se ha encendido, ni á las moléculas que recorren vuestro -organismo dónde se han formado; el Universo es el laboratorio de la -vida, y la conciencia universal es el laboratorio de la idea. Así, -unos las engendran, otras las expresan, éstos las predican, aquéllos -mueren por ellas; y los mismos que las contrarían y las combaten, las -sirven sin quererlo, hasta que pasan á ser el sentido comun de la -sociedad.</p> - -<p>Los sepulcros, sobre todo aquellos sepulcros de edades -apartadísimas, podrán guardar huesos frios; pero guardan tambien -ideas vivas. En la milla quinta de la Vía Apia, <i>regina viarum</i>, no -léjos de antiguo túmulo circular, rematado por torrecillas de la Edad -Media, se extienden las fosas de Cluilio, donde la tradicion, despues -confirmada por Dionisio de Halicarnaso, pone el campo de batalla -entre Alba y Roma, la tumba, por consiguiente, de los Horacios y de -los Curiacios. Pueblos primitivos del Lacio, al ver tantas ruinas, -que parecen como vuestros esqueletos, no puedo ménos de recordar los -bellísimos dias de las ferias latinas, cuando os congregabais sobre -las montañas de Albano para ofrecer sacrificios, y de allí ibais -á la selva albanea para escuchar los cantares de los faunos; y de -la selva á<span class="pagenum" id="Page_296">[p. 296]</span> la -gruta de Tívoli para interrogar á la fatídica Sibila; y miéntras, -vuestras mujeres celebraban en primavera, cuando el cielo sonrie y -la naturaleza resucita, las fiestas palilias en honor al Dios de los -apriscos, ceñidas de follajes, coronadas de guirnaldas, bebiendo -entre cánticos religiosos la leche áun caliente en copas recien -talladas de las seculares encinas; vosotros sólo os acordabais de -la naturaleza que os rodeaba, como si más allá de la naturaleza no -hubiera otra vida ni otros seres.</p> - -<p>Mas acaso las creencias que han sustituido á vuestras creencias -no se acuerdan bastante de que existe la naturaleza vivida, -inmortal. Hoy la nave griega, trayendo mercancías é ideas, no ancla -en vuestros puertos; los dioses rientes y cantores no corren por -vuestras campiñas; el desierto se ha tragado hogares y templos; las -batallas han esparcido hasta los mudos é inmóviles habitantes de las -tumbas.</p> - -<p>El Viérnes Santo, consagrado á la muerte; la Vía Apia, camino -de sepulcros; Roma, la gran necrópolis; todo, todo me habla -contínuamente de los muertos, y todo me convida á pensar en este -gran misterio. Nos imaginamos en la naturaleza monarcas absolutos, -y vivimos bajo leyes que no conocemos apénas. ¿Por qué esta -interrupcion de la muerte? ¿Por qué esta oscura piedra del sepulcro -rodada de abismos insondables<span class="pagenum" id="Page_297">[p. -297]</span> al borde oscuro de otros insondables abismos? -Consolémonos. La dinámica natural no se interrumpe. Cuando nosotros -dejamos el cadáver en la tumba y nos volvemos doloridos á pensar en -la muerte de aquel sér, la corrupcion del cadáver es nueva forma de -existencia, nueva funcion de vida, nuevo gérmen de seres. ¿Falta -de jugos nutritivos en el estómago, falta de sangre en las venas, -falta de oxígeno destruirán al hombre que se proclama dueño de la -inmortalidad? Cada organismo humano es un pequeño universo en medio -de la totalidad del universo material y moral. Por la nutricion, por -la respiracion, por el cambio contínuo de moléculas, absorbemos la -vida de la naturaleza; como por la síntesis, por la generalizacion, -dilatamos nuestra alma concreta é individual en el espíritu humano. -Como la luz y el calor se identifican en el Universo; como el -tono grave y el tono agudo se combinan en la armonía; como las -exhalaciones carbónicas de la respiracion animal y las exhalaciones -oxígenas de la respiracion vegetal en la atmósfera, combínanse la -vida y la muerte en nuestro sér. De estos contrasentidos resultan -los mayores goces de la vida. El deseo no satisfecho es una pena. -El amor es deseo no satisfecho, deseo inextinguible, y el amor es -una felicidad. En el momento en que el deseo se acabára, acabárase -tambien el amor. Y el deseo<span class="pagenum" id="Page_298">[p. -298]</span> satisfecho deja de ser deseo. Hay, pues, que conservar -el deseo para conservar el amor; hay que conservar la pena para -conservar la felicidad. Hay que conservar la muerte para conservar la -vida. La muerte es una resurreccion.</p> - -<p>Comprendo cuán sublime es el simbolismo de la Iglesia al celebrar -la Pascua de Resurreccion. Dia de universal regocijo este dia. Cae -en la estacion de las resurrecciones. El calor vivificante renace -y abriga á la aterida tierra. Las nieves se derriten y envian sus -claras aguas á los rios. El campo se cubre de verdura, la verdura -de flores, las flores de mariposas. Los almendros, los manzanos, -los limoneros y naranjos semejan otros tantos ramilletes. Las aves -se entregan á sus cánticos y á sus amores. Hínchanse las yemas de -savia, y las larvas se trasforman en pintados insectos. Sale de su -agujero la hormiga, y la abeja de su panal. Las torres, que durante -tres dias estuvieron mudas, echan al vuelo sus campanas. Vístense -los campesinos de fiesta. La Vírgen-Madre, ántes llorosísima, -se ciñe de guirnaldas para salir al encuentro del hijo de sus -entrañas. En la procesion de la mañana de Pascua, por nuestros -campos y nuestras aldeas todos á una entonábamos el cántico de la -resurreccion: <i>aleluya, aleluya</i>. Parecíanos ver el Crucificado -erguirse sobre su lecho de mármol, rasgar el sudario, quebrar<span -class="pagenum" id="Page_299">[p. 299]</span> la losa, volver á -la vida, resplandeciendo de alegría. Las amapolas eran más rojas, -las flores del almendro más sonrosadas, el aroma del azahar más -penetrante, el cántico de las aves más sonoro en este dia á nuestros -sentidos perfumados por la miel de santo misticismo. Yo declaro que -veia la naturaleza más hermosa. No me extraña esta interior vision -del mundo externo. Me han asegurado piadosos viajeros haber oido, -atravesando las cordilleras de los Andes, palabras místicas á esas -aves que remedan las articulaciones de la voz humana. Convertimos el -Universo en verbo de nuestro pensamiento, y sus rumores en eco de las -palabras murmuradas por la conciencia á nuestro oido. ¡Santa alegría -de la mañana de Pascua, bendita, bendita seas!</p> - -<p>Comprendo que el doctor de la epopeya alemana, despues de haber -sentido todos los dolores y miserias de la humanidad; despues de -haber tocado todos los desengaños de la ciencia; al ver su frente -coronada de dudas y su corazon coronado de espinas, pensase en apurar -el tósigo, y sólo apartára la funesta copa de los labios al eco de -las campanas que anunciaban la resurreccion; de las aleluyas que -anunciaban la Pascua; de los cánticos sagrados cuya virtud puede -reconciliar á la desesperacion con la naturaleza y con la vida.</p> - -<p>El dia de Pascua en Roma seguí yo todas las<span class="pagenum" -id="Page_300">[p. 300]</span> ceremonias religiosas. Escuché al -amanecer el alegre repique de sus innumerables campanas; fuí á la -basílica de San Pedro; atravesé la gran columnata del Bernino; oí -el rumor de las dos fuentes que envian á las alturas sus aguas en -surtidores, verdaderos arroyos; contemplé el obelisco de Calígula -traido á Italia por la mayor nave de toda la antigüedad; subí la -majestuosa escalinata que conduce al templo, y penetré en su interior -con el espíritu regocijado por el recuerdo de mis antiguos afectos é -ilusiones en el dia de Pascua. No me asaltó la comezon de crítica que -suele asaltar á todos los visitantes de la basílica Vaticana. Como -en ella se han empleado tan fabulosas riquezas, como han contribuido -á ella los primeros arquitectos del mundo, no hay quien resista la -tentacion de criticarla. Irrealizable idea, dicen unos, la idea de -Bramante, que propuso una cúpula mayor aún que esta cúpula. Grande -lástima, exclaman otros, no se realizára el pensamiento de Rafael, -la cruz griega, que permitiera ver la rotonda desde la entrada en el -templo. Variedad, riqueza le quitó Miguel Ángel, observan algunos, -oponiéndose al plan de San Galo, porque tendia en sus pirámides y -sus cúpulas al gótico, abominado en la pagana Roma; miéntras todos -observan que la ilusion óptica contraría el efecto de la iglesia; -que su grandeza no puede com<span class="pagenum" id="Page_301">[p. -301]</span>prenderse á la primera ojeada; que la inmensidad de sus -dimensiones daña á la hermosura artística; que el fondo se ve desde -la puerta envuelto en una especie de engañoso vapor; que se necesita -andar los doscientos pasos en torno de las colosales pilastras, -sustentáculos de la inmensa linterna, para conocer en virtud del -análisis toda la magnitud de esta iglesia única; que la riqueza de -mármoles y bronces pasma, pero no extasía; que las violentas estatuas -señalan época ya de triste decadencia, y época de triste decadencia -tambien señala el altar mayor con sus columnas salomónicas, y la -santa sede romana con los colosos en bronce dorado, representando -cuatro Padres de la Iglesia, cuyos mantos henchidos deben estar -por huracanes, segun se agitan, y el Espíritu Santo resaltando en -trasparentes cristales de color amarillo, que parece paloma caida en -gigantesca fuente de bien batidos huevos.</p> - -<p>No busquemos en la iglesia vaticana el misticismo que se exhala -de nuestras catedrales góticas: la piedad retratada en el rostro de -las estatuas y de las efigies que nacieran de espíritus puramente -católicos; el misterio de aquellos rayos de luz cernidos por los -vidrios de colores y quebrados en las agudas ojivas, no; el genio -clásico, el espíritu clásico alzó el templo romano en ideas apartadas -del ferviente espíritu católico, en ideas<span class="pagenum" -id="Page_302">[p. 302]</span> paganas; y la grandeza de los arcos -semejantes á los antiguos arcos triunfales; y la elevacion de las -áureas bóvedas; y las dimensiones de la maravillosa rotonda; y la -riqueza de los mármoles cuyos matices tiran desde el blanco perla -al ópalo, desde el ópalo al rosa, desde el rosa al lila, desde el -lila al amatista; y el relumbrar de los bronces brillantes como el -oro nativo; y la riqueza de los mosaicos que en piedra representan -con vivísimos colores los más preciados cuadros; y los altares en su -lujo, y las estatuas en sus gigantes nichos, y los ángeles abriendo -por doquier las alas, y los papas tendidos sobre sepulcros de tan -diversas formas y de tan contrarios siglos, forman realmente, si no -un templo católico, uno de los monumentos mayores que sobrelleva la -tierra.</p> - -<p>El Papa bajó á la Basílica. El aparato que le rodeaba el Domingo -de Ramos habíase agrandado en el Domingo de Pascua. El número de -obispos y arzobispos era mucho mayor. Llevaba Pío IX una capa -blanca, recamada de riquísima pedrería, y coronaba su cabeza con -la tiara de oro, en la cual iban sobrepuestas tres coronas de -brillantes. Conducido á su sede, entonó la misa mayor con voz -melodiosa; y despues de la misa, adoró las santas reliquias con -extraordinario arrobamiento. Cumplida esta práctica, subiéronle á -la ventana mayor de San Pedro, mostráronle á la gran plaza,<span -class="pagenum" id="Page_303">[p. 303]</span> henchida de gentes. Sus -brazos se abrieron como si quisiera abrazarnos á todos, su voz tomó -extraordinaria intensidad, y Roma y el orbe entero fueron bendecidos -por su palabra y por sus manos. Yo, en medio de las exclamaciones -de aquella muchedumbre, del sonoro repique de las campanas, del -estampido de los cañones, del himno exhalado por tantas músicas, -de la alegría pintada en tantos semblantes, pensaba cómo realmente -aquella bendicion podia dirigirse al orbe entero; cómo alcanzaba -desde las regiones boreales hasta las regiones del trópico, y cómo -entraba en todos los pueblos, hasta en aquellos que más emancipados -se creen de la Iglesia católica: en Inglaterra, por los irlandeses; -en Rusia, por los polacos; en la América sajona, por los Estados del -Sur; en Alemania, por los bávaros; en todo el mundo por las antiguas -colonias portuguesas y españolas, que han sembrado de iglesias el -África, el Asia, la América, y han enseñado el símbolo de Nicea, así -á los indios del viejo como á los indios del nuevo continente.</p> - -<p>Si con todas estas ceremonias quieren mostrar que Roma conserva su -predominio antiguo sobre el mundo, á maravilla lo consiguen. Ninguna -ciudad tiene este poder. Ninguna envia sus bendiciones desde los -palacios de París hasta las cabañas de Patagonia. Ninguna muestra su -primer<span class="pagenum" id="Page_304">[p. 304]</span> magistrado -bendecido en todas las lenguas, adorado en todas las regiones, -puesto á la altura de verdadero Dios. Ninguna puede decir que sus -leyes son el código moral de una parte considerable del mundo; que -su rey reina en las conciencias de pueblos diseminados por todo el -orbe. Los obispos son verdaderos prefectos encargados de sostener -la superioridad moral de Roma sobre todas las naciones. Tributarios -somos, tributarios como las antiguas provincias romanas, tributarios -del césar espiritual que nos bendice ó nos maldice á su grado, -desde su inmenso santuario del Vaticano. Ántes oponíanle las várias -Iglesias, las várias nacionalidades, sosteniendo la rica variedad de -la vida bajo la unidad pontificia, algun freno. Hoy no tiene freno -alguno. Hoy, declarada la infalibilidad, el Papa es toda la Iglesia. -En vano los obispos reunidos en Fulda advirtieron el enorme riesgo -que corria la unidad del catolicismo; en vano el Prelado de Orleans, -tan entusiasta del Papa, calificó de peligrosa novedad los nuevos -dogmas; en vano el elocuentísimo Strossmayer, que tan enérgicamente -protestára contra la ruptura del concordato austriaco, hizo vibrar -su gran palabra en los oidos del episcopado para separarle de -vergonzosa abdicacion; en vano Döellinger apeló á toda su ciencia -en demostracion de que diez y ocho siglos no vieron apuntar tamaña -mons<span class="pagenum" id="Page_305">[p. 305]</span>truosidad, -sino por los concilios de Letran, verdaderas antecámaras del rey de -Roma; en vano el Padre Gratry probó que el Papa Honorio habia sido -condenado en el sexto concilio ecuménico por tender á la herejía -de los que negaban las dos naturalezas en la persona de Cristo; en -vano el cardenal Schwarzenbeg recordó que tras las pretensiones de -Bonifacio VIII al dominio absoluto de la conciencia y del mundo, -vinieron disentimientos, guerras religiosas, cismas, servidumbre -para el Pontificado; todo en vano: una Asamblea cohibida por servil -reglamento, impulsada por contínuas proclamas del Papa, puesta bajo -el influjo de invasor jesuitismo, incapacitada de tener la unanimidad -moral indispensable en la proclamacion de los dogmas, pues ciento -cuarenta obispos, los más elocuentes, los más autorizados, los de -mejores diócesis, se oponian; una Asamblea en tales condiciones -llegó, entre grandes protestas, despues del retraimiento de los -conciliares más célebres y más ilustres, en tarde tempestuosa, que -semejaba prematura noche, á la divinizacion de Pío IX, superior desde -entónces ¡él solo en la tierra! como Dios extraviado por nuestras -bajas regiones, superior á los errores y á las debilidades propias de -nuestra limitada y fragilísima naturaleza.</p> - -<p>La antigüedad tenía tambien sus apoteósis. El<span -class="pagenum" id="Page_306">[p. 306]</span> hombre, que habia -llegado á césar, no se contentaba con ser césar, y aspiraba á Dios. -El Senado se reunia y decretaba la divinidad á sus tiranos. Cónsules, -sacerdotes, vestales, corrian en torno del césar, le coronaban, -le ponian sobre un altar, le trenzaban guirnaldas, le degollaban -víctimas, le ofrecian cánticos sagrados y olorosa mirra, celebraban -su nacimiento y su inmortalidad con innumerables fiestas. Pero la -igualdad de la vida, la igualdad de la muerte, la implacable igualdad -que nos muestra á todos, hijos de la tierra, sujetos á idénticas -leyes, decian que esas apoteósis, léjos de elevar á un hombre sobre -el nivel de los demas hombres, le empequeñecian hasta ponerlo muy -por bajo de nuestra naturaleza. El dolor y el esfuerzo, la pena y -el error, están en la condicionalidad, en las limitaciones humanas. -Y por consiguiente, los hombres-dioses caen pronto, muy pronto, -como cayeron los Faraones y los Nabucodonosores. Casualmente las -edades de las apoteósis fueron las edades mortales al paganismo. -Despues de haber entrado los hombres en el cielo, salieron los -dioses. Los pueblos dejaron de ir al templo de Délfos, donde se -veian las cimas del Parnaso, donde se escuchaban los rumores de la -fuente Castalia, donde hablaba la Pitonisa en versos que contenian -los secretos del porvenir, donde se celebraban los juegos píthicos -y<span class="pagenum" id="Page_307">[p. 307]</span> las asambleas -anfictiónicas, donde Apolo derramaba luz sobre la frente, é -inspiracion sobre el alma de la madre Grecia. Inútilmente un sabio, -filósofo, orador, poeta, guerrero, héroe y artista, Juliano, quiso -restaurarlo, idealizarlo, rejuveneciendo el viejo dogma con la -nueva metafísica; los sacrificios se interrumpieron, las aras se -destrozaron, el paganismo se extinguió, porque habiendo comenzado -por la divinizacion de las fuerzas naturales que rigen el Universo, -concluyó por la divinizacion de los césares y de los pontífices.</p> - -<p>¡Dia de Pascua en Roma! Despues de haber asistido á la misa -católica, á las bendiciones pontificias, preguntéme á mí mismo si en -realidad algo ha resucitado en estos últimos tiempos sobre aquella -tierra, sobre la tierra de la resurreccion en el siglo décimosexto, -sobre la tierra del Renacimiento. Aquí está Galatea, allá Psíquis, -acullá las musas danzando en torno del antiguo Parnaso, en una parte -las escuelas de Aténas más vivientes y más bellas que lo fueran jamas -en la misma realidad; en otra parte las sibilas alzadas á las cimas -de lo sublime para promulgar los oráculos; en un museo Diana, con la -media luna sobre la frente, el arco entre las manos, seguida de sus -ninfas, y saludada por las selvas; en otro museo la aurora abriendo -las puertas<span class="pagenum" id="Page_308">[p. 308]</span> -eternales al dia; por doquier, en los arcos triunfales y en las -serenas estatuas, renaciente, resucitada la plástica antigüedad en -toda su serena perfeccion.</p> - -<p>Pero la Edad Media no ha resucitado. Por más que se haya sostenido -la supremacía política de la Santa Sede; el predominio del clero -sobre las demas clases sociales; la direccion de la política europea -en los papas; el carácter religioso y feudal del antiguo patrimonio -de San Pedro, la inquisicion para la conciencia, la censura para -el pensamiento, la mezcla de la autoridad temporal y la autoridad -espiritual en una sola persona; el anatema inapelable sobre el Estado -independiente, sobre la escuela láica, sobre el matrimonio civil, -sobre la libertad religiosa y de imprenta; la Edad Media no ha -resucitado, no ha podido resucitar en Roma ¡Oh pontífices! Los dioses -que quisisteis aniquilar se han levantado, sino en el cielo de la -religion, en otro cielo hermosísimo, en el cielo del arte; miéntras -el espíritu de la Edad Media, que intentais de resucitar, se hunde -cada dia más en lo pasado. Renace todo cuanto maldecisteis, muere -todo cuanto vivificasteis. ¿No dice esto nada al Papa infalible, al -Dios del Vaticano?</p> - -<p>Mas no seré yo quien peque de exclusivo é intolerante. El siglo -décimoctavo, en su obra de<span class="pagenum" id="Page_309">[p. -309]</span> destruccion, pudo, mirando la vida por uno solo de sus -aspectos, creer en la necesidad de destruir toda la Edad Media. El -siglo décimonono, en su trabajo de reconstruccion, de reconciliacion, -no puede, no, decir que diez siglos, mil años, han sido inútiles -al progreso humano, y no han dejado nada en el fondo de nuestra -civilizacion y cultura. Aquella tendencia espiritualista, aquella -tendencia idealista de los siglos medios debe renacer en nuestro -siglo, sin su carácter exclusivo, reconciliándose con la naturaleza y -con la ciencia. Necesitamos, para que esta nuestra civilizacion sea -perfecta, encender en su cima la clara luz y el fuego purificador -de verdadero idealismo. Los milagros se repiten todos los dias en -las ciencias naturales, en las ciencias exactas, en las ciencias -físicas, en todo aquello que tiene por objeto lo natural y lo -sensible. Sabemos observar, sabemos calcular como ningun otro -siglo. ¿Pero sabemos con igual perfeccion sentir, sabemos pensar? -Conocemos el sol, estamos seguros de que su volúmen es un millon -cuatrocientas mil veces mayor que el volúmen de la tierra; y que -andando sesenta kilómetros por hora, tardariamos doscientos setenta -años en llegar á su ardiente superficie; y que puesto el grande astro -en el platillo de una balanza, habria necesidad de poner para su -equilibrio trescientos cincuenta mil globos ter<span class="pagenum" -id="Page_310">[p. 310]</span>ráqueos en el otro platillo; sabemos -todo esto del sol, que á tan larga distancia se halla de nosotros; -y apénas sabemos nada de la conciencia, de ese sol interior, que en -nosotros mismos llevamos y tenemos eternamente.</p> - -<p>Estas maravillas de las ciencias físicas no se interrumpen. Ora -descubrimos en la Vía Láctea fenómenos que casi escapan al dominio -de nuestra dinámica; ora sabemos los cambios que en veinte años ha -tenido la nebulosa de Orion. Conocemos el curso de las edades en el -planeta; la aparicion de las primeras especies; el despertamiento -de los infusorios en los bancos marinos formados durante la época -oceánica; las causas de la milagrosa vegetacion, reveladas por los -terrenos carboníferos. Miéntras la astronomía nos relaciona con -el Universo y la geología evoca recuerdos del mundo histórico, la -química revela secretos de la vida. Priestley descubre el oxígeno. -Lavoissier descompone el aire y halla en su seno el gas que favorece -y el gas que contraría nuestra existencia. El encuentro de virtudes, -ocultas ántes, en los minerales impulsa la agricultura, como el -encuentro de un gran número de alcalóides, ántes desconocidos, da -nuevos recursos á la medicina. La electricidad viene á colaborar -en estos prodigios. Desde los misterios de Cagliostro vamos á las -claras experiencias de Gal<span class="pagenum" id="Page_311">[p. -311]</span>vani, que presta movimiento con sus centellas eléctricas -á miembros de animales muertos; desde las experiencias rudimentarias -de Galvani al conocimiento de la electricidad y de sus leyes, merced -á haber puesto Volta maquinalmente un pedazo de periódico humedecido -en sus labios entre las planchas de zinc y las planchas de cobre, -descubriendo su maravillosa pila, hasta que, perfeccionados todos -estos descubrimientos, encontrada la gran fuente de electricidad -por los progresos conseguidos en la pila de Volta, Morse, un -hombre perteneciente á la raza de Franklin, el primero á quien la -naturaleza creyera digno de recibir en sus manos el rayo, ántes -reservado á los dioses; Morse inventa el telégrafo, y pone el flúido -electro-magnético, alma de las pavorosas tempestades, bajo la mano -del hombre.</p> - -<p>Al pensamiento humano, á pesar de su infinita intensidad, le -faltan fuerzas para seguir todos los adelantos seguidos por el -vapor, y el magnetismo, y la electricidad, y el descubrimiento -de nuevos gases, y la composicion de sustancias químicas, y las -exploraciones de los telescopios en el cielo, y las exploraciones -de los viajeros en la tierra, y la ascension á la atmósfera, y el -descenso, así á los abismos de las minas como á los abismos de -los mares, y las clasificaciones de las especies muertas como de -las especies vivientes, y el progreso de la<span class="pagenum" -id="Page_312">[p. 312]</span> fisiología que estudia nuestro cuerpo, -y el progreso de la cosmología que estudia el Universo.</p> - -<p>Pero ¿puede gloriarse de igual grandeza moral, de igual grandeza -espiritual? ¿No peca, sin duda alguna, por exceso de materialismo -como el antiguo mundo clásico? ¿No peca por olvidarse del alma -que lleva dentro de sí mismo y del Dios que anima el Universo? Es -necesario, indispensable, elevar á los ojos de esta civilizacion -materialista un grande ideal. Yo conozco cuánto se oponen á ello -las vocaciones exclusivas. Así como hay oidos que no perciben -las armonías de la música, ojos que no ven las bellezas de los -cuadros, hay almas que no sienten necesidad de la religion. Pero las -sociedades humanas ¡ah! no pueden ser exclusivas, las sociedades -humanas contendrán siempre como el derecho, como el arte, como la -ciencia, como el trabajo, ese otro término de la misteriosa serie de -su vida, la religion. Pero á medida que los progresos materiales son -mayores, el espíritu religioso, como la inspiracion artística, deben -tender más vivamente al idealismo. Y el Dios del Vaticano, especie -de ídolo material, vestido de brocados, coronado de diamantes, -envuelto en nubes de incienso, embriagado por palabras que saben á -las antiguas apoteósis cesaristas, no responde á las necesidades -de nuestra época, ni apaga con sus ideas teocráticas la sed<span -class="pagenum" id="Page_313">[p. 313]</span> inextinguible de -nuestro espíritu. En Roma, á la sombra de tantos templos, entre -aquel laberinto de altares, á la vista de las innumerables cúpulas -por donde han subido como por su escala misteriosa innumerables -oraciones al cielo; sobre las ruinas amontonadas en aquellos campos -sacratísimos por los devastadores siglos; el pensamiento deja rodar -en desórden al viento de todas las ideas los dioses muertos, y se -eleva á considerar el Dios vivo, uno, absoluto, eterno; sér, esencia, -verdad, bien, hermosura; el Dios de la naturaleza y del espíritu, que -se alza sobre todos los cambios, sobre todas las trasformaciones de -la historia, y comunica á nuestra alma la esperanza inefable en la -inmortalidad.</p> - -<p>Esta grande idea crece con el crecimiento de las conciencias, y -se purifica con su purificacion. Las revelaciones no han concluido, -no, por más que algunos crean agotada su fuente. Los tiempos de la -razon ahora comienzan, y no sabemos cuánta luz y cuánto calor la -razon tendrá en su seno. El Zeus indio, nacido al pié de aquellas -altas montañas, perfumado por el aroma de aquellas espesas selvas, -no se detuvo en su cuna de palmas, sino que yendo de gente en -gente, trasfigurándose de nacion en nacion, llegó á la cima del -olimpo griego. Y un dia, en los pueblos educados por su sagrado -númen, brotó la revelacion de la unidad de<span class="pagenum" -id="Page_314">[p. 314]</span> la conciencia humana, complemento -necesario á la unidad de la naturaleza divina, que se revelára -entre los relámpagos del Sinaí. Y estas dos ideas altísimas fueron -creciendo, espiritualizándose en los diálogos de la Academia, al -influjo mágico de la elocuencia platónica, como una infusion de -la divinidad por las venas del hombre. Y cuando el pensamiento, -extendiéndose, dilatándose, bajó de la metafísica á la moral, y de la -moral pasó al derecho, fué necesario universalizarlo en la mente de -las muchedumbres, dárselo en comunion á los pueblos para que tanto -trabajo no se perdiera, para que tantas revelaciones no quedáran -como ideas sin realidad y sin forma en las vagas abstracciones de -las escuelas ¡Ah! La idea en su generalidad, en su pura abstraccion, -parece espíritu sin cuerpo: no agita los ánimos, no alarma los -intereses. Pero la idea, predicada al aire libre, dicha en los oidos -de los pueblos, rompe con el sentido general de su tiempo y provoca -las iras de la supersticion y de la ignorancia. Por eso el Redentor -es necesario, el Redentor que ha nacido para divulgar la idea, que -la lleva viva en el corazon, que la modula como plegaria incesante -en sus elocuentísimos labios, que la reparte entre los pueblos, que -enciende las iras de los viejos ídolos y de las inmóviles castas, -que da su vida en afrentoso suplicio por los débiles, por los -humildes,<span class="pagenum" id="Page_315">[p. 315]</span> por -los oprimidos, por los desheredados del mundo. Y la religion del -Redentor se encarna en una Iglesia, que al pronto cree ser órgano de -un solo pueblo, de una sola casta; pero luégo se abre á la invasion -de todas las razas, al influjo de todas las ideas, por medio de -un genio, que tiene la virtud de los innovadores, la elevacion -de los filósofos, la elocuencia de los apóstoles, el heroísmo de -los mártires. Y la revelacion no se interrumpe. Unos le llevan el -espíritu judío y semita; otros el espíritu heleno-latino; otros el -espíritu alejandrino. Las cuatro misteriosas ciudades, que tenian -en sus manos la trama de la civilizacion europea, Jerusalen, Roma, -Aténas, Alejandría, hablaron, y sus palabras fueron recogidas, y -elevadas al cielo por el divino Verbo. Y no se interrumpió la serie -infinita de las revelaciones; porque vino la revelacion del arte -en el Renacimiento, la revelacion de la ciencia en la filosofía, -la revelacion del derecho en las grandes revoluciones, cuya -electricidad ha creado de nuevo al hombre y traido en lenguas de -fuego un espíritu divino sobre su conciencia. ¡Ay de las sectas, de -las magistraturas, de las iglesias que creen su ideal exclusivo, su -doctrina estrecha, su sentido egoista, el espíritu y la doctrina y -el sentido de la humanidad, de ese sér inmortal, cuya conciencia es -como el espacio donde todos los grandes princi<span class="pagenum" -id="Page_316">[p. 316]</span>pios se contienen; cuya idea es como -la luz que todos los mundos esclarece; cuyo espíritu es como el -aire que todo lo vivifica! Las ruinas son esqueletos amontonados -por los siglos. La idea se levanta de unos altares, y corre á otros -altares sin detenerse, renaciendo á cada instante de sus cenizas, -trasformándose en una serie de trasformaciones infinitas, como -contínua renovacion de la tierra y contínuo holocausto que envia -eterna nube de incienso hácia los cielos.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_9"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_317">[p. 317]</span></p> - <h2 class="nobreak">EL GUETO.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_319">[p. -319]</span>Despues de las altas cimas gusta ver los profundos -abismos; despues del Vaticano el Gueto. Denomínase Gueto al barrio -que habitan los judíos en Roma. Una poblacion dentro de otra -poblacion es cosa para maravillar á otros, no á los españoles. -Cerca de cuatrocientos años hace que expulsamos nuestros judíos, -reservándonos el derecho de quemar á todos cuantos los imitáran ó -siguieran, á los judaizantes; y áun quedan por nuestras ciudades, -señalados y distinguidos, los barrios donde no entraba tocino, la -judería. Recordad Toledo. Por San Juan de los Reyes, en las colinas -que avecina la puerta del Cambron y el puente de San Martin; así -la mudejar iglesia del Tránsito con sus ajimeces, sus alicatados, -sus bóvedas de cedro incrustadas en oro y en marfil, sus salmos -escritos por las paredes en caractéres hebráicos, sin ningun género -de signos masoréticos; como la iglesia de Santa María la Blanca -con sus columnas ochavadas, sus chapiteles sirios, sus<span -class="pagenum" id="Page_320">[p. 320]</span> arcos de herradura, una -y otra seculares sinagogas, enseñan que allí habitaron los hijos de -Israel, los tenaces adoradores del puro Dios semita, los perseguidos -de los godos que en Guadalete vengáran sus afrentas, los comerciantes -riquísimos, los trabajadores incansables, los que esparcieron las -ideas de las escuelas árabes de Córdoba, de Sevilla, de Toledo, por -el Mediodía de Francia y por todas las regiones de Italia; los que -demostraron á Don Alfonso VI no haber tenido parte alguna en la -muerte del Salvador; los que colaboraron en las obras de Don Alonso -el Sabio; los acuchillados por la espada de Enrique de Trastamara; -los escupidos y abofeteados por la elocuencia de San Vicente Ferrer; -los expulsados por la piedad de Doña Isabel la Católica; los judíos -toledanos.</p> - -<p>Raza verdaderamente extraña esta raza. Nosotros hemos devorado -jerarquías innumerables de dioses. Las divinidades de los fenicios, -de los griegos, de los romanos, unidas á las divinidades aborígenes, -han caido en los abismos de nuestra conciencia, y de nuestra -conciencia se han evaporado. Hoy mismo la gran teología católica, -que fuera como la esencia de nuestro espíritu, se desvanece y se -disipa. Nuestra alma es cambiante por lo mismo que es progresiva. En -los pueblos occidentales, aquellos que piensan, ni creen ni<span -class="pagenum" id="Page_321">[p. 321]</span> rezan; aquellos -que creen y rezan, no piensan. Pasamos la segunda mitad de la -vida destruyendo con el raciocinio las creencias inspiradas por -la educacion y por la fe de la primera mitad. No somos, no, raza -religiosa. Y esos judíos hablan como hablaba Abraham, cantan los -mismos salmos que cantaba David, guardan la idea de Dios recogida -como el maná de las almas en el desierto, obedecen la ley descendida -del Sinaí, resisten al cautiverio de Babilonia, á los halagos -inmortales de Alejandro, al cetro incontrastable de Roma, á la -dispersion impuesta por Tito, á las maldiciones de los papas, á -los rescriptos de los reyes, á la cólera de los pueblos, al fuego -de la Inquisicion, á la intolerancia de todas las sectas; y entre -las corrientes de las ideas que sin punto de reposo se mueven y -trasforman, ellos, cual si estuviesen fuera del tiempo, reedifican en -su pensamiento el templo derruido, donde conservan inalterables la -antigua fe y sus consoladoras esperanzas.</p> - -<p>Guiado de un doble sentimiento de compasion y de curiosidad, -fuí á visitar el barrio de los judíos en Roma. La limpieza no es -grande en la Ciudad Eterna. Montones de inmundicia os cierran á cada -encrucijada el paso. Los claros rios, que en gigantescos acueductos -vienen, y por fuentes monumentales se derraman, así en las cimas -de<span class="pagenum" id="Page_322">[p. 322]</span> las colinas -como en las profundidades de los valles, no limpian, no lavan, como -si bajo tierra se perdieran. El Tíber es verdaderamente el rio de -las cloacas. Sus amarillentas aguas le dan aspecto de gigantesco -vómito de hiel. La Ciudad Eterna es una ciudad sucia. Se necesita, á -decir verdad, taparse mucho las narices para aspirar aquellos aromas -espirituales que embriagaban el alma piadosísima de Luis Veuillot. -Y en esta ciudad pasma, por su inmundicia, el barrio de los judíos. -Húndense los piés en aquella mullida alfombra de excrementos, que -parecen lechos de cerdos ó de hipopótamos. Niños medio desnudos, -devorados por costras de porquería, que semejan costras de cancerosa -lepra, juguetean en todas direcciones. Algunas viejas, de tez rugosa -y amarilla, pelo cano, ojos vidriosos, aspecto macilento, sonrisa -siniestra, guardan las puertas de las viviendas, que parecen sucias -ratoneras. Cada uno de aquellos antros exhala insufrible hedor. -Con la raza judía se confunden allí familias gitanas caidas de la -misma grandeza y encorvadas bajo la misma maldicion. Algunas de sus -pobres mujeres, que la Inquisicion hubiera quemado por untarse y -volar, sobre todo en sábado, os detienen para convidaros, en dialecto -ininteligible, gutural, á ver lo por venir en sus combinaciones -de cartas. Sobre sucias piedras juegan muchos grupos<span -class="pagenum" id="Page_323">[p. 323]</span> á juegos que tienen -algun parecido con nuestro mus, con nuestra peregila, con todas las -combinaciones de cartas usadas en el Mediodía de España. Cuando -hallan alguna dificultad, trampas ó trabacuentas, arman algazara que -se difunde por todo el barrio. Éste rechina los dientes, aquél crispa -los puños, el de más allá profiere palabras amenazadoras, todos -manotean como si estuvieran á punto de romper en campal batalla. Los -niños se mezclan al ruido y gritan en torno del corro. Las mujeres -se asoman por los tragaluces, y participan del ardor general y se -mezclan en la general disputa, guiándose, no por la razon y la -verdad, sino por el sentimiento, que les dice ser mejor derecho el de -sus más próximos parientes. Oidles y guardaos bien de mezclaros en -sus contiendas, porque correis peligro de veros asaltados, heridos, -magullados por la ira de todos aquellos furiosos. En el Gueto debeis -limitaros á observar las sucias piedras, las inmundas calles, -las feas madrigueras, los amarillentos y miserables habitadores, -los harapos que penden de las ventanas, y la espesa atmósfera de -pestilentes vapores que envuelve aquel infierno, donde se purga por -los representantes de tenacísima raza la virtud más querida de los -papas, la creencia en principios increibles.</p> - -<p>Y la condicion de esta tribu ha mejorado mu<span class="pagenum" -id="Page_324">[p. 324]</span>cho en el presente pontificado. Las -férreas cadenas que los separaban del resto de la poblacion y los -tenian como prisioneros, han caido, merced á la generosidad de Pío -IX. Ya no tienen necesidad de sepultarse desde el anochecer en -sus pocilgas, y pueden andar á su arbitrio toda la ciudad. Aquel -tributo de sangre, que repartido entre todos tocaba á cincuenta -céntimos anuales por cabeza, no se paga desde 1848. El privilegio -mismo de vivir en toda la ciudad es un privilegio que no aprovechan, -á causa de serles difícil hallar alojamientos tan baratos como -los alojamientos de su barrio, cuyos alquileres han sido tasados -misericordiosamente por antiguos rescriptos pontificios.</p> - -<p>Pero ¡cuánto han padecido los judíos! Hacíalos ya Tácito objeto -de sus aceradas invectivas, y Luciano de sus graciosas burlas. -Castigábanlos muchas veces los emperadores echándolos como pasto á -las fieras del circo. Confundíanlos en las persecuciones cristianas, -á ellos, que abominaban de las novedades traidas por el cristianismo -á sus creencias. Cebábanse en sus personas los bárbaros recien -convertidos á la fe cristiana. Aislábanlos del mundo los papas..... Y -sin embargo, hay naciones donde la persecucion ha sido más implacable -aún contra tal raza que en la misma Roma; naciones donde sólo han -quedado de ella recuerdos en la historia. Admiremos su fe. Por uno -que<span class="pagenum" id="Page_325">[p. 325]</span> de esa fe -reniega, innumerables la sostienen. Hasta los más profundos de sus -pensadores creen que el género humano se ha extraviado por haber -admitido con el cristianismo las ideas de la metafísica griega en -el dogma teológico de la unidad de Dios y en el severo y sublime -decálogo de Moisés. Ellos creen que el pueblo judío renunciará á -su primacía de pueblo sacerdote, de pueblo levita, el dia que sus -hermanos, los sectarios del cristianismo, renuncien á las ideas -antropomórficas de Grecia. Y la humanidad, unida en el mismo -espíritu, del cual se derivará un solo derecho, podrá purificar su -conciencia en el humano principio de la unidad divina, y su voluntad -en los severos preceptos del Decálogo. Estas ideas no circularán por -la mente de aquellos pobres judíos del Gueto, á quienes recelosa -autoridad ha sumido en espesísima ignorancia, pero el cimiento de -sólida fe queda en sus almas.</p> - -<p>No puedo comprender cómo algunos escritores religiosos se extrañan -de la inmovilidad judía. Pues qué, ¿en Roma no participa toda la vida -de esa misma inmovilidad? ¿Hay region alguna en la tierra donde esté -la historia tan viva? Todavía se oye la ninfa Egeria en la caverna -de Numa; todavía las sombras de los Tribunos andan errantes por las -cimas del Aventino. Cuando descendeis á las catacumbas, os imaginais -asistir á las<span class="pagenum" id="Page_326">[p. 326]</span> -perseguidas agapas cristianas; y cuando volveis de la Vía Apia, -despues de haber visitado aquellos sepulcros, creeis volver de un -romano entierro. La desolacion que los errores patricios sembráran -en las majestuosas campiñas exhala hoy mismo vapores de muerte. Los -Césares-Pontífices áun habitan los jardines de Neron. La antigua -arquitectura romana áun se impone al espíritu católico. Tiene su -aristocracia aquella debilidad contraida en los tiempos del Imperio, -cuando los dictadores perpétuos que sucedieron á César le quitaron -las armas para quitarle con ellas toda dignidad. Su clero cierra -los ojos á la voz de la razon, se resiste al progreso, se opone á -las reformas, de la misma suerte que los sacerdotes paganos, cuando -agitaban su tirso de oro y se ceñian su corona de verbena sobre las -legiones invasoras de los godos, y á pesar de la proclamacion del -cristianismo como religion del Imperio por el Senado de Teodosio. -Y si examinais con detenimiento el bajo pueblo, veréis las señales -de lo antiguo, no solamente en su perfil griego y en su musculatura -verdaderamente romana, sino en su mezcla de indolencia y de soberbia, -como pueblo habituado á que le mantenga el patrono y lo diviertan -todos los demas pueblos de la tierra.</p> - -<p>La tenacidad de los judíos está en su conciencia, en su religion. -Y contra esta tenacidad,<span class="pagenum" id="Page_327">[p. -327]</span> ¡cuántos y cuán crueles combates! ¡Qué porfiada enemiga! -En Roma hay contra ellos la misma repugnancia que en Mallorca contra -los chuetas. En este tiempo de tolerancia religiosa, de instituciones -democráticas, hemos visto expulsados de público baile mallorquin dos -ciudadanos por pertenecer á la raza de los chuetas, es decir, por -descender de los judíos. El catolicismo de estas gentes, llevado á -la más extrema exaltacion, no les ha exentado de su culpa original. -Hay pueblos en la isla que tienen á gloria no haber consentido jamas -en su recinto un chueta. Y algunos de estos chuetas firmaron el año -cincuenta y cuatro exposiciones contra la libertad religiosa, cuando -todavía está caliente casi el quemadero donde ardieran los huesos de -sus padres. ¿Tendrá algo que ver con la raza maldita de Mallorca el -rito catalan observado en una de las cuatro sinagogas hoy existentes -en el Gueto? No pude de esto enterarme. Yo jamas he visto amor patrio -como el amor de los judíos españoles. Tantas injusticias no han sido -parte á inspirarles desvío á esta madre España, convertida para ellos -en madrastra. Conocí en Florencia un matrimonio judío que viajaba por -Europa y venía de Damasco. La mujer era hermosísimo tipo oriental. -Su pálida tez, entonada por la lumbre de ojos negros y profundas, -circuidos de larguísimas y umbrosas pestañas, resalta<span -class="pagenum" id="Page_328">[p. 328]</span>ba entre los rizos de -largos cabellos, como la seda de finos y relucientes. Era su nariz -griega, como la nariz de la Vénus de Milo, y sus labios rojos como -el encendido carmin de la flor del granado. Llamóme la atencion -tanta belleza, como á ella le llamó la atencion el idioma patrio -que hablaba yo con varios españoles y americanos. Inmediatamente -dirigióse á su marido y le dijo algunas palabras en español. La -lengua nacional, hablada en tierra extraña, vibrando en los oidos -del emigrado, transporta, enajena, como la más armoniosa música. No -pude contenerme y le dije:—Señora, ¿es usted española? Entónces me -refirió que era judía, que naciera en Liorna, que se casára con un -griego, que habitaba Damasco, que aprendió el español en su sinagoga -patria, y que lo hablaba con sus correligionarios de Oriente, entre -los cuales muchos lo han conservado como piadoso recuerdo de su -orígen, como glorioso timbre de su estirpe. Los afectos más vivos -siempre son los afectos más contrariados. Mi amor patrio, con ser tan -intenso, parecióme tibio al compararlo con el amor á España de esa -raza, que perseguida como manada de fieras, injuriada por toda clase -de afrentas, desarraigada del suelo nacional, en la dispersion, en -el destierro de cuatro siglos, áun vuelve los ojos con amor á las -tierras donde el sol se pone, y áun habla la lengua de sus per<span -class="pagenum" id="Page_329">[p. 329]</span>seguidores, á la manera -que los antiguos israelitas entonaban los cánticos de sus profetas, -en las orillas del Eufrates bajo los llorosos sauces de Babilonia.</p> - -<p>Al pensar esto, al sentir esto, vi como en vision magnética el -movimiento político que habia de romper la cadena de las tradiciones -antiguas en mi patria, y juré, si alguna vez obtenia la confianza -de mis conciudadanos para el magisterio altísimo de legislador, -combatir sin descanso hasta alcanzar que no fuéramos en el mundo -moderno monstruosa excepcion por nuestra intolerancia, y abriéramos -las puertas de la patria á todas las ideas como á todas las sectas, -y consagráramos aquel derecho, sin el cual todos los demas derechos -son como si no fueran, el derecho de abrir la conciencia á la -luz, y adorar en público como en secreto el Dios que vive en la -conciencia.</p> - -<p>¡Y cuánto no influyó en el cumplimiento de esta promesa dada -por mi corazon y mi inteligencia el recuerdo de aquella pálida y -tristísima tribu judía del Gueto, consumida en la ignorancia y en -la miseria! Y así como al entrar en los Estados Pontificios no pude -ménos de comparar sus prohibitivas aduanas con el libre comercio de -la república Suiza, al recorrer el barrio inmundo de los judíos en -Roma, no pude ménos de recordar la libertad religiosa de Ginebra, el -ámplio derecho<span class="pagenum" id="Page_330">[p. 330]</span> -de que allí gozan todos los cultos, las plegarias dirigidas por los -hijos de Israel en la lengua republicana de los antiguos profetas -para que Dios conserve á Suiza en sus libres instituciones, donde -brillan las conciencias como las estrellas en la inmensidad de los -cielos.</p> - -<p>Verdaderamente es de admirar que la raza judía se haya conservado -en la córte de los jefes del catolicismo, cuando las naciones -católicas ó han perseguido á los judíos, ó los han atormentado, ó los -han proscripto. Pero si esto prueba de un lado la tolerancia de los -Papas, tambien prueba de otro lado la tenacidad de los judíos. Se -han conservado, es verdad; pero se han conservado en la miseria. La -prohibicion de adquirir bienes inmuebles los condenaba eternamente -al comercio. Y el comercio es infructuoso sin el ahorro; y el ahorro -improductivo si no se trasforma en propiedad. Así que el judío romano -ha logrado reunir algunas monedas, corre en busca de leyes más suaves -que las leyes de su pocilga. Por esto en los abismos del Gueto sólo -quedan los judíos miserables, los judíos hambrientos, que comercian -con chismes viejos, y que apénas ganan para mantener su incierta vida -y encender alguna que otra vez su oscuro y triste hogar.</p> - -<p>No es posible negar que Pío IX ha mejorado mucho la condicion de -los judíos. Pero los judíos<span class="pagenum" id="Page_331">[p. -331]</span> sienten el peso de las preocupaciones y el látigo de las -teocracias. Para comprenderlo así no hay que guiarse exclusivamente -por los autores racionalistas y revolucionarios. Es necesario leer -á los autores católicos. Á primera vista parece difícil deducir la -verdad del juicio contradictorio que sobre Roma emiten dos escuelas -irreconciliables, la escuela católica y la escuela racionalista. -Pasaron los tiempos en que clérigos como el Arcipreste de Hita, -católicos como Hurtado de Mendoza flagelaban á Roma. Hoy para -muchos el catolicismo no es una religion, es un partido. Y por -consecuencia, sus doctrinas no se hallan tanto en estado de dogma -que demande apologías, como en estado de polémica, que demanda -datos, argumentos. Al reves, para muchos otros, el catolicismo es -una dominacion que conviene destruir á todo trance, como conviene -al forzado destruir su cadena. Los primeros sólo ven allá en la -ciudad del catolicismo virtud; los segundos sólo ven abominaciones. -Difícil es deducir la verdad de semejantes antinomias, que imperan -hasta en los asuntos más baladíes. Un periódico liberal os dirá que -en la Roma pontificia existen 2.000 mujeres consagradas al peligroso -oficio de modelos; y un periódico religioso os dirá que en dos ceros -se ha equivocado la perfidia de sus enemigos. El <i>Diario de los -Debates</i> contará la siguiente atrocidad: «Es<span class="pagenum" -id="Page_332">[p. 332]</span>tán de tal suerte embrutecidos los -romanos, y son tan sanguinarios, que suelen encerrarse en vasto -salon, y allí, despues de haber extinguido todas las luces, sacian -su sed de sangre hiriéndose mútuamente al azar y á puñaladas. Á esta -espantosa carnicería le dan el nombre de <i>cicciata</i>.» Un católico, -protonotario apostólico, doctor en cánones, pone el hecho en su -punto, y lo refiere de la siguiente suerte, que al pié de la letra -copio: «El padre Caravita fundó, no un salon, como dice el periódico -volteriano, fundó un oratorio. Este padre Caravita era un jesuita -de la antigua Compañía. Congregaba, pues, en el oratorio que lleva -su nombre, gentes de buena voluntad para pedir en comun al cielo la -conversion de los pecadores. Esta sociedad piadosa tomó bien pronto -denominaciones diversas, y se extendió por todo el orbe cristiano. -Ábrese alternativamente á los hombres durante la noche y á las -mujeres de dia. Desde el comienzo de la ceremonia cinco ó seis -confesores se instalan en sus confesonarios y reciben la confesion -de las faltas cometidas, y perdonan en nombre de Dios. Cuéntanse -por año cincuenta mil absoluciones de hijos pródigos que, venciendo -los escrúpulos humanos á favor de las tinieblas, van á purificar -la conciencia y á encontrar reposo. No pára aquí esto. Miéntras -unos se confiesan ó se preparan á la con<span class="pagenum" -id="Page_333">[p. 333]</span>fesion, otros, de rodillas sobre -el pavimento, recitan el oficio de la Vírgen y cantan salmos en -coro. Concluida la oracion, un cofrade se separa del altar mayor -y distribuye á cuantos las piden cuerdas bien flexibles con cabos -bien apretados. Despues, extintas todas las luces, y en medio de -la mayor oscuridad, un religioso, alzando la voz, exhorta á la -penitencia y á la contricion. Á su palabra conmovedora todo el -mundo se prosterna y en cuanto ha concluido de hablar, hiérense las -espaldas á disciplinazos redoblados durante todo el tiempo que se -canta la letanía y el <i>Nunc dimittis</i>, hasta que á la frase <i>lumen ad -revelationem</i>, reaparecen los cirios.»</p> - -<p>De esta suerte, poniendo en parangon unos y otros relatos, puede -fácilmente deducirse la verdad perfecta. Yo leí en autor digno -del Índice, que los papas imponian á los judíos la obligacion de -ir todas las semanas, una vez por lo ménos, á un sermon católico -expresamente pronunciado contra ellos y contra sus doctrinas, á fin -de tocarles en el corazon y atraerles á la verdadera fe. No creí tal -enormidad. ¿Puede darse mayor desacato á la inviolabilidad de la -conciencia humana? ¡Cómo! Yo creo que tal templo es sombra en vez -de luz; que tal ceremonia es supersticion en vez de sagrado rito; -que tal doctrina es error en vez de verdad; ¿y me arrastraréis por -fuerza á en<span class="pagenum" id="Page_334">[p. 334]</span>trar -en esos templos, á presenciar esas ceremonias, á oir esas doctrinas, -atormentando con tormentos miserables mi alma y sus creencias? Y -no sólo haréis esto, que es ya una tiranía insufrible como todas -las tiranías impuestas al pensamiento, sino que ofenderéis, sin -permitirme ni observaciones ni réplica, con argumentos más ó -ménos rebuscados, con injurias más ó ménos ofensivas, aquello que -constituye el alma de mi alma, la sangre de mi corazon, la esencia de -mis ideas, esa fe íntima bajo cuyo amparo vivo y pienso morir, la fe -religiosa, que es mi ley nacional, el lazo que me ata á la vida, mi -esperanza para la eternidad. Yo ni siquiera puedo por esfuerzos del -pensamiento imaginar lo que hubieran padecido personas piadosísimas, -de mí conocidas y estimadas, si las forzaran á ir todas las semanas á -un templo donde se maldijera de Cristo y su madre, donde se denigrára -esa escritura que renueva sus fuerzas, porque alimenta sus almas. -Paréceme tal proceder desconocimiento completo de aquella máxima -evangélica que nos obliga á desear para los demas lo mismo que -para nosotros deseamos: la paz del hogar como la paz del alma, la -inviolabilidad de la conciencia como la honra de la vida.</p> - -<p>Imposible comprender que se tiranizase así á los judíos, -imposible. Hasta la polémica entre<span class="pagenum" -id="Page_335">[p. 335]</span> ellos y el cristianismo es difícil. -Nosotros creemos todos los principales dogmas judíos. Su Dios es -nuestro Dios, su ley es nuestra ley, su libro nuestro libro. Hémosle -añadido á la Biblia el Evangelio, al Dios monotheista del desierto -semítico, el Verbo y el Espíritu de la metafísica griega. Esta -diferencia proviene de que nosotros creemos el Mesías ya venido, -y ellos creen el Mesías áun esperado. Para nosotros la redencion -se ha consumado; para ellos todavía no ha venido. Ellos no pueden -comprender que se hayan cumplido las profecías cuando las profecías -tenian un sentido nacional, é Israel todavía está disperso, y el -templo de Dios todavía en ruinas. Id á persuadirles, si no les -persuade su propia inspiracion, de que el pobre nazareno, en humilde -establo nacido, sin más ejército que sus apóstoles, reclutados en -el lago Tiberiades, sin más armas que la palabra confiada á los -aires, sin más trono que la cruz, sin más título que su patíbulo y su -muerte, es el Mesías poderosísimo venido á rescatar de la servidumbre -á su pueblo. Les ofenderéis, pero no les persuadiréis; y saldrán del -templo ántes heridos que edificados de vuestra palabra. Y recrudecida -su fe, la blasfemia contra nuestra fe será casi una necesidad de su -alma.</p> - -<p>Y sin embargo, imposible dudar de esta costumbre antigua, cuando -el protonotario apostó<span class="pagenum" id="Page_336">[p. -336]</span>lico Mr. Gaissiat, en su libro de <i>Roma vengada</i>, no -solamente la refiere, sino que la enaltece. Recréase en narrar como -el predicador glosaba y comentaba los salmos leidos ó cantados por -el rabino durante la semana. Asevera que jamas se oyeron en aquellas -pláticas palabras malsonantes en labios de los judíos, lo cual, si -no prueba temor, prueba prudencia no compartida por sus señores. -Y añade que, al concluir la oracion, iban los judíos á dar la -enhorabuena al predicador, sin duda maravillados del acerbo ataque -á sus más arraigadas creencias. Dicho sea en honor de Pío IX, bajo -su pontificado abolióse esta costumbre, que no daria seguramente -las conversiones encarecidas por creyentes más realistas que el -rey, más papistas que el papa. Y si esta costumbre, tan opuesta al -espíritu religioso del Evangelio, ha existido, no podemos dudar de -la existencia de otras costumbres, como la de entregar una Biblia -al Papa recien exaltado, junto al arco de Tito, que recuerda la -destruccion de Jerusalen, como la abolida desde 1848 de entregar -el tributo de sangre, el tributo de extranjería, todos los años en -vísperas de Carnaval á los senadores romanos, recibiendo en cambio -alguna fórmula depresiva é injuriosa.</p> - -<p>Digámoslo guiados por verdadera imparcialidad. La prueba de que -la legislacion de los papas<span class="pagenum" id="Page_337">[p. -337]</span> todavía tiene incomprensibles crueldades, se encuentra -en el ejemplo del célebre niño judío bautizado á hurtadillas por la -oficiosidad de fanática criada, arrancado á la autoridad divina, -á la tutela natural é irreemplazable de su padre, de su madre; y -recluido en convento que no puede jamas sustituir al hogar para -recibir educacion que, por contraria á las prescripciones del derecho -natural, no puede ser bendecida de Dios. Cuando ese niño llegue á la -mayor edad, si tiene madre, si la encuentra, si en su corazon siente -hácia ella los afectos naturales de hijo, y la oye referir cuánto ha -padecido viéndose apartada del santo objeto de sus amores, del pedazo -inseparable de sus entrañas, del ángel de sus consuelos, ¿no temeis -oirle maldecir y renegar de una religion que tanto ha hecho llorar á -su madre?</p> - -<p>Yo, despues de este ejemplo, no tengo escrúpulo en creer otros -hechos referidos por los escritores revolucionarios, y que prueban -cómo, convirtiéndose al catolicismo los judíos de Roma, á manera de -los antiguos moriscos de España, pueden romper á su arbitrio con las -autoridades más naturales, como la autoridad del padre, y con los -deberes más estrechos, como los deberes de familia, no sólo en la -esfera civil, sino en la esfera moral, en aquella esfera donde debia -ser escrupulosísimo el ministerio del Pontificado.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_338">[p. 338]</span></p> - -<p>Es necesario que acabe toda persecucion contra las ideas. Yo -condeno el gobierno de Roma cuando oprime á los judíos, y al gobierno -de Prusia cuando proscribe á los jesuitas. Yo proclamo que perseguir -ideas es como perseguir luz, aire, electricidad, flúidos magnéticos, -porque las ideas se escapan á toda persecucion, se sobreponen á -todo poder. Si no puedo concebir que se persigan las ideas, ménos -puedo concebir aún que se persigan las asociaciones, cuando tienen -por objeto definir, divulgar un principio, un sistema de religion -ó de gobierno. Las ideas se organizan por su propia virtud en -asociaciones. La idea y su organismo están de tal suerte en perfecta -union como alma y cuerpo, como luz y calor. Pero si no concibo que -se persigan ideas, ni asociaciones que tengan por objeto definirlas -y divulgarlas, concibo mucho ménos que se persiga á razas enteras, -á familias humanas, con el pretexto de que un hecho histórico de -esas razas las ha condenado, en toda la sucesion de los tiempos, -á ser razas malditas. Sé todos los defectos de la raza judía, sé -todo su desenfrenado amor al lucro y todo su egoismo. Pero mayores -que sus defectos son sus desgracias. Y sobre todo es inmerecida la -pena que ha pesado tantos siglos sobre su conciencia y su vida por -haber castigado de muerte á un reformador religioso. El Redentor no -es uno<span class="pagenum" id="Page_339">[p. 339]</span> solo. -En la historia humana los redentores son muchos. Éste ha redimido -la conciencia, aquél ha redimido la razon, el otro ha redimido el -trabajo. Y casi todos los redentores han muerto al pié de su obra, -inmolados legal ó ilegalmente por las castas tiránicas, por las -iglesias intolerantes, por las instituciones bárbaras, contra las -cuales se han levantado su idea y su palabra. ¿Qué raza no lleva -sobre sí algun crímen semejante al crímen de los judíos? ¿Qué grande -hombre no ha sido víctima de las leyes ó víctima de las ingratitudes -humanas? Los griegos sacrificaron al revelador de la conciencia -humana; los romanos al tribuno de la reforma social; los florentinos -al precursor de las revoluciones modernas; los britanos al profeta -de la tolerancia religiosa; los franceses al gigante de las ideas -democráticas; los españoles al descubridor, al creador casi de un -Nuevo Mundo en la inmensidad del Océano. Pues bien; los judíos -sacrificaron á Cristo. Pero decidme, ¿á cuántos profetas, á cuántos -innovadores no han sacrificado los cristianos cuando han predicado -contra la Iglesia, como Cristo predicó contra la Sinagoga, cuando han -tratado de reformar ó completar la ley de Cristo, como Cristo trató -de reformar y completar la ley de Moisés? Por eso el Huerto de las -Olivas, donde el Salvador sudó sangre, el falso beso de Júdas, la -infa<span class="pagenum" id="Page_340">[p. 340]</span>me prision, -el interrogatorio en los tribunales, las angustias en el pretorio, -los bofetones impresos en sus mejillas y las injurias escupidas á su -nombre, la larga calle de Amargura donde cayó tres veces, los clavos -que hirieron sus manos, las espinas que taladraron sus sienes, la -hiel y vinagre que empaparon sus labios, la aguda lanza que traspasó -su costado, la agonía en la cruz, las palabras, ora amargas, ora -tristes de esta penosa agonía, el clamor de muerte á cuyo eco se -partieron de pena hasta las piedras, deben ser la eterna epopeya de -la libertad religiosa.</p> - -<p>Que no haya más razas malditas en la tierra. Que todas puedan -mostrar su conciencia y comunicarse libremente con su Dios. Que el -pensamiento no se corrija sino con la contradiccion del pensamiento. -Que el error sea una enfermedad y no un crímen. Que convengamos en -reconocer cómo las ideas se imponen, con independencia completa -de nuestra voluntad, á la mente. Que seamos justos para ver hasta -qué punto cada raza ha contribuido á la universal educacion del -género humano. Esos judíos, de quienes las legislaciones cristianas -han maldecido, son los que nos han dado la idea de la unidad de -Dios, los que nos han traido el Decálogo impreso en el corazon de -nuestras familias y en el santuario de nuestros hogares; los hijos -de los antiguos profe<span class="pagenum" id="Page_341">[p. -341]</span>tas, los descendientes de David, cuyos salmos cantamos -todavía bajo las bóvedas de nuestras iglesias, los súbditos de -Salomon, cuyos proverbios constituyen la base de nuestras creencias -vulgares, los redimidos de la esclavitud de Egipto por Moisés, á -quien nosotros contamos entre nuestros héroes; los educados por -Isaías, por Jeremías, que nosotros ponemos entre nuestros profetas; -los que más han contribuido á formar la esencia de nuestras ideas y -la levadura de nuestra vida. ¡Cuánto no ganaria el catolicismo en -esta crísis suprema, decia yo al pisar las inmundicias del Gueto y -al ver en el rostro de sus habitantes las señales de su enfermedad -religiosa y moral, si la conciencia humana pesase los servicios -prestados á la educacion de la humanidad por todas las instituciones -y todas las razas!</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_10"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_343">[p. 343]</span></p> - <h2 class="nobreak">LA GRAN CIUDAD.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_345">[p. -345]</span>Sin duda es Nápoles hoy la primera entre las ciudades de -Italia por su numerosa poblacion, por sus grandes dimensiones, y una -de las primeras entre las ciudades de Europa. Cuando se la mira desde -alguna altura, cuando apénas se advierte el espacio que la separa -de los pueblos circunvecinos, la creeis por su extension una ciudad -como Lóndres. Los ojos se engañan tanto, que comparado el recuerdo de -París mirado desde el Panteon y la vista de Nápoles mirada desde el -Pausilipo, Nápoles parecíame mayor, mucho mayor, que París, por una -de esas ilusiones ópticas á que tanto contribuyen la luz y el cielo -del Mediodía.</p> - -<p>Siempre recordaré mi llegada á la hermosísima capital de las -antiguas Dos Sicilias. En la emigracion el menor contratiempo os -apesadumbra y os irrita. El disgusto se convierte en pena, la pena -se acrecienta con la nostalgia. Os parece que todo el género humano -debe aborreceros, puesto<span class="pagenum" id="Page_346">[p. -346]</span> que os aborrece vuestra patria; que toda sociedad debe -rechazaros, puesto que os rechaza la sociedad donde habeis nacido. -Cuando veis un ciudadano que habla de los asuntos de su nacion -en medio de los suyos; un padre ó un hijo que entran en el hogar -y departen con su familia, os creeis el más desgraciado de los -mortales y os imaginais que vuestros huesos van á quedar solitarios -y olvidados en extraña tierra. Sobre todo, si el gobierno, si la -policía de la nacion, donde esperais asilo, os molestan, lo sentís -doblemente y os preguntais á vosotros mismos reconviniéndoos con -acritud: «si de todas maneras habia de ser perseguido, ¿por qué, por -qué abandoné la patria?»</p> - -<p>Yo me encontraba en Roma completamente consagrado á la meditacion -y al estudio. Para mí en aquella ciudad sólo eran las ruinas -interesantes y las obras de arte que entre las ruinas se levantan. -Evité toda sociedad casi por completo, y consumí el tiempo en los -museos, en las iglesias, en las catacumbas, en el mundo de lo -pasado. Cada dia encontraba algo nuevo de puro viejo, y enlazaba -estos descubrimientos con mis leyes históricas, á la manera que -el naturalista corrobora sus clasificaciones y sus series con el -descubrimiento, ya de nuevos, ya de repetidos ejemplares. Hallábame -tranquilo en la ciudad<span class="pagenum" id="Page_347">[p. -347]</span> donde todo gran dolor puede tener refugio por lo mismo -que puede tener consuelo. La desolacion de su campiña se armonizaba -con la desolacion de mi alma. El olvido que el espectáculo de tantas -ruinas procuraba al corazon lacerado, no podia encontrarse, no se -encontraba realmente en ninguna otra ciudad del mundo.</p> - -<p>Cuántas veces pensé desasirme de los lazos que pudieran atar mi -vida á París, el centro de mi destierro, y quedarme allí en muda -contemplacion de los monumentos, en comercio con las artes, en -estudio incesante de la historia. Es verdad que mis ideas filosóficas -y mis ideas políticas no podian ser aceptas al gobierno á la sazon -imperante; mas ¿qué podia contra este gobierno un desgraciado, sin -patria, sin hogar, sin familia, sin relaciones en aquella sociedad, -decidido á oponer á los propios dolores el olvido, y consagrado á -estudiar las instituciones muertas, enterradas en la tumba de aquella -necrópolis tan triste como mi propio corazon?</p> - -<p>Asaltado me hallaba por estos pensamientos una mañana de -primavera, cuando entra en mi modesta habitacion, despavorido, un -camarero de la fonda de Minerva, y á boca de jarro y sin darme los -buenos dias me dirige esta pregunta:</p> - -<p>—¿Por qué me ha ocultado usted su valer?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_348">[p. 348]</span></p> - -<p>—¿Mi valer? Nada tenía que ocultar, porque nada valgo en el -mundo.</p> - -<p>—¿Su importancia?</p> - -<p>—No importo nada.</p> - -<p>—Usted es un hombre célebre.</p> - -<p>—¡Yo célebre! ¡Bah! ¿Tiene usted ganas de mofarse de mí? le -pregunté.</p> - -<p>—He impedido que la policía llegára hasta su cuarto.</p> - -<p>—¡La policía!</p> - -<p>—Sí, la policía se hubiera ya encarado con usted si yo no le digo -que le comunicaria á usted sus órdenes.</p> - -<p>—¿Qué órdenes?</p> - -<p>—La órden de dejar inmediatamente Roma.</p> - -<p>—¿Por qué causa?</p> - -<p>—Han dado muchas.</p> - -<p>—Pero ¿no puedo saber cuáles?</p> - -<p>—Dicen que los libros escritos y publicados por usted se hallan en -el Índice.</p> - -<p>—Es verdad; pero si todos los autores cuyos libros se hallan en el -Índice no pueden habitar esta literaria Roma, en verdad os digo que -seréis visitados por pocos literatos contemporáneos.</p> - -<p>—Dicen que usted es amigo de Garibaldi, de Mazzini.</p> - -<p>—Es verdad.</p> - -<p>—Tiene usted mucho valor.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_349">[p. 349]</span></p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p>—Por venir á Roma con tales antecedentes.</p> - -<p>—Pero debo aseguraros que ninguna idea política me ha traido á -Roma. Usted pudo observar que ni he recibido ni he hecho ninguna -visita.</p> - -<p>—Pues áun dicen más.</p> - -<p>—¿Qué dicen?</p> - -<p>—Que está usted condenado á muerte.</p> - -<p>—Y en garrote vil.</p> - -<p>—Por revolucionario.</p> - -<p>—Por liberal, por demócrata.</p> - -<p>—Ya sabe usted, me dijo con misterio, las relaciones cordialísimas -que hay entre el gobierno de los cardenales de Roma y el gobierno de -los Borbones de España. Es de temer que estando usted condenado á -muerte en España, esta policía romana le coja, le aprese, le lleve -á Civita-Vecchia, y le entregue á la fragata militar anclada en el -puerto. Y lo ahorcarán á usted.</p> - -<p>—¡Qué idea tiene usted de este cristiano gobierno! le dije con -extrañeza. Es bien imaginario ese peligro.</p> - -<p>—Pero el peligro real, efectivo, es el que usted corre de dar con -su cuerpo en la cárcel si no sale de Roma por el primer tren.</p> - -<p>—¡La cárcel! Todavía la hubiera sufrido con resignacion en mi -patria. La idea de que estaba entre los mios, la idea de que la -merecia como<span class="pagenum" id="Page_350">[p. 350]</span> -conspirador, acaso dulcificáran mis dolores. Pero la cárcel aquí me -aterra. ¿Á qué hora sale el primer tren?</p> - -<p>—Á las diez.</p> - -<p>—¿Qué hora es?</p> - -<p>—Las nueve y media.</p> - -<p>—¿Para dónde sale?</p> - -<p>—Para el Mediodía.</p> - -<p>—No estoy apercibido ni preparado; pero no importa.</p> - -<p>Llamé á mis compañeros de viaje, un propietario mejicano y dos -jóvenes españoles que estudiaban en el colegio de Bolonia, y que -recorrian durante las vacaciones de Pascuas Italia, encarguéles mi -equipaje, partíme en uno de aquellos cochecillos que no corren, sino -vuelan, á la estacion; tomé un billete, y me empaqueté en mi wagon -con la guía del viajero en una mano y el periódico de Roma en la -otra.</p> - -<p>Al partir el tren bordeamos la Vía Apia y descubrimos el sepulcro -de Cecilia Metella. Estos grandes monumentos me inspiraron tristes -reflexiones. Un desterrado, un condenado á muerte por el crímen de -profesar ciertas ideas políticas, ¿no es una ruina más entre tantas -ruinas, no es una sombra más entre tantas sombras, no es un muerto -más entre tantos muertos? Ninguna inquietud debia engendrar en este -poder inmenso,<span class="pagenum" id="Page_351">[p. 351]</span> -cuyo nombre invocan millones de seres todos los dias al pié de los -altares en toda la redondez del planeta. Me arrojan, no sólo de mi -patria, sino de aquella ciudad que parece tener el eterno derecho -de asilo. Á un cadáver no se le niegan en el mundo, no, cuatro -pasos de tierra, y se le niegan á un vivo. Para distraerme de estas -melancólicas reflexiones convertí los ojos al periódico, y encontré -la siguiente noticia: «El Papa ha ofrecido Roma al Rey de Hannover, -destronado y proscripto, porque Roma es un asilo, un refugio eterno -para todos los desgraciados.» Una sardónica sonrisa corrió por mis -labios, y mi saliva tomó toda la amargura de la hiel. Con estos -tristes pensamientos dejé la ciudad de las eternas tristezas.</p> - -<p>¡Qué contraste entre la campiña de Nápoles y la campiña de Roma! -Ésta es la unidad y aquélla la variedad; ésta lo sublime y aquélla -lo bello; ésta la majestad y aquélla la gracia; en Roma se oye el -cántico unísono de un lamento parecido al uniforme salmo de los -profetas bíblicos, y en Nápoles el coro de las antiguas divinidades -griegas. Pero si el contraste entre campiña y campiña es grande, es -mayor aún el contraste entre ciudad y ciudad. Digan lo que quieran -todos los enemigos jurados de la Roma pontificia, parecióme, en -comparacion de Nápoles, una ciudad austera, austerísima. Por lo ménos -reinan en Roma la tristeza y<span class="pagenum" id="Page_352">[p. -352]</span> el silencio. Sus habitantes visten colores oscuros. Sus -rostros tienen cierta solemne tristeza, como cuadra á una raza reina -y destronada. Los innumerables conventos, la muchedumbre de frailes, -las capillas que por todas partes se levantan, las imágenes que ornan -las esquinas, denotan que el pueblo romano es un pueblo sometido -á la teocracia; miéntras que los gritos de las calles de Nápoles, -las vociferaciones contínuas, la infinidad de corrillos, la alegría -universal, los bailes en un lado, los conciertos al aire libre en -otro, la inmensa concurrencia á los aguaduchos y á los cafés, denotan -que estais en ciudad civil, donde la vida es como contínua fiesta. -Ya no hay la multitud de estampas religiosas que en otro tiempo. Á -la imágen del Señor han sustituido la imágen de Garibaldi. Adorar -es la necesidad de Nápoles, adorar fervientemente, y sea cualquiera -el objeto de sus adoraciones; adorar á gritos, á manotadas, en -medio de la algazara y del estrépito, con la exaltacion propia de -los temperamentos nerviosos, y con el fanatismo que acompaña á las -pasiones meridionales encendidas por el calor intensísimo del clima. -Hay algo del Vesubio, algo de sus ardores, algo de sus erupciones, -algo tambien de sus veleidades en la movible y ardiente naturaleza -de los napolitanos, de estos griegos degenerados, que viven con -la sonrisa en los la<span class="pagenum" id="Page_353">[p. -353]</span>bios, al borde siempre de la muerte; amenazados por el -volcan de rigores iguales á los rigores que enterraron á Herculano y -Pompeya.</p> - -<p>Muchas veces, cuando yo discurria por las calles de las grandes -poblaciones del Norte y observaba su recogimiento y su silencio, -pensaba lo que sería una poblacion como Lóndres, como París, situada -en las regiones meridionales de Europa. ¡Qué mar embravecido, tanta -gente bajo nuestro cielo! ¡Qué rumor se levantaria de las calles! -Una ciudad del Mediodía es una selva del trópico. En su seno late -vida tal y tanta, que en vano buscariais entre las brumas de Lóndres -y de París. Yo nunca he oido desde las alturas de Montmartre ó del -cementerio de Lachaise, al anochecer, los rumores que he oido desde -las alturas del Retiro á la misma hora. Cualquiera diria que Madrid -es una ciudad mayor que París. Pues en comparacion de Valencia, en -comparacion de Sevilla, Madrid es una ciudad silenciosa. ¡Qué noches -las noches de Sevilla! ¡Los niños juegan y gritan, los mozos cantan -y puntean la guitarra, las familias acomodadas oyen el piano al -fresco del patio, entre macetas de aromáticas plantas y surtidores de -murmuradoras aguas! ¡Qué dias los dias de fiesta en Valencia, sobre -todo por la estacion de verano! ¡Las campanas al vuelo, las músicas -discurriendo por las calles, los tambori<span class="pagenum" -id="Page_354">[p. 354]</span>les y las dulzainas dando el compas -á las danzas, el morterete que estalla en estruendos semejantes á -cañonazos; la <i>traca</i>, una hilera interminable de petardos por los -suelos, y los cohetes voladores á manojos por los aires!</p> - -<p>Pues bien, yo os digo que Sevilla y Valencia son ciudades -silenciosas en comparacion de Nápoles. Bien es verdad que Nápoles -tiene seiscientos mil habitantes. Mas no consiste la diferencia -en la mayor poblacion, no. Nuestro temperamento meridional está -refrenado por nuestra gravedad española. Hay hasta en los pueblos -más meridionales de España algo del recogimiento y de la silenciosa -religiosidad árabe. Ni los andaluces ni los valencianos manotean, -accionan, gritan como las gentes de Nápoles. Son nuestros campesinos, -en medio de sus fiestas y de sus bromas, graves como españoles; son -los napolitanos locuaces como griegos. ¡Qué baraunda de ciudad! -Cuánto más se apropiaba al estado de mi ánimo Roma con todas sus -grandes sublimidades; el Miserere de Pallestrina; los paseos por -la Vía Apia bordada de sepulcros; las contemplaciones contínuas de -las campiñas desoladas; la meditacion filosófica sobre las piedras -desnudas, entre las ruinas del Coliseo, bajo los brazos de la -Cruz.</p> - -<p>Aquellos que gusten del estruendo, corran, corran á Nápoles. Las -aceras están llenas de tras<span class="pagenum" id="Page_355">[p. -355]</span>tos, de tiendas y de talleres ambulantes, de gentes -durmiendo que parecen, por lo inertes, muertas. Mil organillos, -arpas, violines, os atruenan los oidos. Nubes de titiriteros, -funámbulos, prestidigitadores con sus correspondientes coros -de extáticos curiosos, embarazan á cada instante el paso. Los -trabajadores cantan ó disputan á voces. Los ociosos, cuando no -tienen con quien hablar, hablan solos y á gritos. Los cocheros ó -carreteros que pasan, vociferan como energúmenos, chasquean el -látigo en todas direcciones, levantan huracanes de polvo y de ruido. -Cada mula lleva centenares de cascabeles y de campanillas. Los -carruajes crujen como si de intento los construyeran crujientes. -Los vendedores de periódicos, y en general todos los vendedores -ambulantes, vocean de la más descompasada manera. Cada mercader, -á la puerta de su tienda, al frente de su puesto, os hace pomposo -programa oral de sus ricas mercancías, y se proponen todos que -las tomeis por fuerza. El vendedor de escapularios, sin pararse -en vuestra religion ni en vuestro orígen, os arroja su amuleto al -cuello, miéntras el limpia-botas, importándole poco que esté vuestro -calzado sucio ó luciente, lo embadurna con su betun, bien ó mal de -vuestro grado. El ramilletero, que lleva manojos de rosas y de flores -de azahar, os adorna el sombrero, los ojales, los bolsillos, sin -pediros<span class="pagenum" id="Page_356">[p. 356]</span> ni vénia -ni permiso. El horchatero sale con su vaso rebosante á la acera y -os lo arrima á los labios. Aún no habeis logrado libertaros de sus -importunidades, cuando viene otro importuno con su fruta de sarten -calentita y chorreando aceite, á pediros que comais por fuerza. Los -niños, acostumbrados á la mendicidad, aunque su gordura y su placidez -indiquen el mayor bienestar, se os agarran á las rodillas y no os -dejan dar un paso como no les deis una moneda. El pescador se acerca -con traje color de alga, descalzo, arremangado el pantalon, cubierta -la cabeza de su gorro catalan, la camisa azul desabrochada, abriendo -las ostras, los mariscos, y presentándolos cual si le hubierais -dado ese encargo. El cicerone se echa á andar delante de vosotros y -desplega su elocuencia esmaltada de innumerables palabras de todas -las lenguas, y llena de anacronismos y despropósitos históricos -y artísticos. Si le rechazáis, si le decís que son inútiles sus -servicios, apercibíos á oir las infinitas sirtes donde correis -peligro de perder la bolsa ó la vida por no haber escuchado sus -consejos ni atendido á su pasmosa ciencia. No creais que os eximís -de todos estos importunos yendo en coche. Yo no he visto jamas gente -más lista para saltar á los carruajes, colgarse á las portezuelas, -seguir como agarrados á la trasera, al pescante, á cualquier parte, -por más<span class="pagenum" id="Page_357">[p. 357]</span> que -intenteis desviarlos. Pues no digo nada si teneis aire de viajero -recien llegado, y se empeñan los cocheros de plaza en que habeis de -adoptar su vehículo. En medio segundo os veis rodeados de coches que -andan en torno vuestro como culebras, áun á riesgo de aplastaros, y -cuyos automedontes, hablando todos á un tiempo en coro desconcertado -é infernal, os ofrecen llevaros al Pausilipo, á Bayas, á Puzzoli, á -Castellamare, á Sorrento, á Cúmas, al fin del mundo.</p> - -<p>Los domingos son dias de verdadero vértigo. Parece que se han -vuelto los habitantes de la ciudad, todos sin excepcion alguna, -dementes. Yo no he visto andar en ninguna parte tan de prisa. Yo no -he oido un campaneo tan ruidoso. Yo no pienso volver á encontrarme -en medio de un aquelarre tan continuado. Proporcionalmente, -ninguna ciudad de Europa, ninguna, tiene el número de carruajes -que Nápoles. Suelen dar las carretelas de lujo una vuelta al pié -de las hermosas colinas de las afueras y entrar por el Pausilipo -á Chiaja. Imposible concebir mayor riqueza ni mayor número de -elegantísimos trenes. Á los muchos de la aristocracia napolitana -se unen los muchos que gastan los viajeros riquísimos, habituados -á visitar la ciudad y á permanecer en ella durante la primavera y -el invierno. Pero el carruaje que tiene que ver y áun que oir es -el car<span class="pagenum" id="Page_358">[p. 358]</span>ruaje -del pueblo en domingo. Es la antigua calesa madrileña, todavía -más ligera. Los caballos, bastante flacos de suyo, van enjaezados -vistosamente. Cintas, lazos, flores, bandera tricolor, campanillas -resonantes, cascabeles innumerables, arreos bordados de lanas ó -sedas vistosísimas, hasta grandes pañuelos de gasa los envuelven. -El cochero no es nunca uno solo. Van dos ó tres haciendo gestos, -dando saltos como acróbatas por el circo. En el carruaje, en el -pescante, en la trasera, caballeros sobre el jaco matalon, colgados -del estribo, tendidos por el respaldo, en equilibrios inverosímiles, -en posiciones atrevidas y peligrosas van más de veinte hacinados, -y todos gritan, y todos se mueven cual si todos bailáran. Despues -de haber visto pasar seguidos unos cuantos, repletos, henchidos, -acompañados de aquel ruido infernal, teneis vértigos, de atronados -los oidos, de mareada la cabeza, como si hubierais rodado, á manera -de peonza, en vals infernal.</p> - -<p>Guardaos bien de caer por gusto en aquellos carruajes. Aunque -los hayais alquilado para vosotros solos, los que van de un punto -á otro con alguna prisa, los cansados y fatigados, los que quieren -correr en piés ajenos, como si la calesa fuera propiedad comun, la -asaltarán, la poseerán como en pleno derecho, os acompañarán, pasando -y repasando en ejercicios gimnásticos á vuestro<span class="pagenum" -id="Page_359">[p. 359]</span> lado, sin haceros ningun daño ni -inferiros ningun agravio, ántes diciéndoos mil gentilezas, resueltos -á ser vuestros compañeros, como si toda la vida os hubieran conocido. -La subida al Vesubio es temible por estas gentes. Si no llevais guía, -contad con sus dicterios, con sus emboscadas, con sus silbidos é -injurias, imposibilitados de hallar quien os señale una senda, quien -os saque de un mal paso. Siempre me acordaré del pobre inglés sin -guía que encontré cerca del cráter. Parecia un Ecce-Homo. Pero si -usais guías, ya podréis creeros un maniquí verdadero. Os entregan un -jaco que no podeis ni arrear ni parar á vuestro arbitrio. Llegados -á cierto sitio, cuatro ó cinco se apoderan de cada uno de vosotros. -Éste os echa una cuerda á la cintura, el otro os coge el brazo -derecho, el de más allá el izquierdo; empléanse en fingir que quitan -piedras del camino, en tirar de vuestro cuerpo como de un fardo, en -desriñonaros con apariencia de sosteneros, hasta que llegados á la -cima, despues de haberos consentido escaso reposo, pintándoos los -riesgos de morir como Plinio, os arrojan en carrera vertiginosa desde -el cráter, por una ladera toda cubierta de cenizas, como alma que se -lleva el demonio á los profundísimos infiernos.</p> - -<p>Y cuenta que, despues de haberse establecido el régimen -constitucional, despues de haber pe<span class="pagenum" -id="Page_360">[p. 360]</span>netrado las ideas y con las ideas -las costumbres modernas, han desaparecido aquellos tradicionales -lazzaronis que vivian casi desnudos sobre la arena, al sol, -sustentándose de la corta pesca y de la larga limosna. La idea de que -el pueblo no sea trabajador en Nápoles paréceme una idea falsísima. -Gritan, cantan, gesticulan, vociferan, disputan, pero trabajan y -trabajan con afan. Lo que hay, en medio de tanta luz, al influjo -de aquella hechicera naturaleza, educados por la hermosura de los -varios paisajes, sostenidos por la atencion de sus conciudadanos, -como hijos naturales de la griega Parthenope, muchos poetas sin -cultura que improvisan versos espontáneos cual la flora de los -bosques y las selvas, muchos oradores que hablan con inimitable -elocuencia del sentimiento y de la pasion. Las fuerzas no se agotan -en esta eterna primavera. La sensibilidad no se gasta jamas en esta -vida de emociones. Son sobrios como los antiguos griegos. Un puñado -de higos, unas rebanadas de melon, pepinos, tomates y pimientos -crudos, mariscos salados, forman la base de su alimento. Ignoro -si serán ciertas las observaciones de un escritor inglés, el cual -se queja mucho de que la patata ha disminuido la inteligencia de -los pueblos meridionales haciéndolos linfáticos. Yo recuerdo en mi -familia una vieja criada que murió hace tiempo en nuestro hogar, -á los<span class="pagenum" id="Page_361">[p. 361]</span> noventa -años, y que no quiso nunca comer patatas. Nuestro inglés le hubiera -dado un premio, pues dice que esa fécula no es como los guisantes, -como las habas, alimentos cargados de fósforo y aptos por ende al -desarrollo de la vida cerebral, y que debe ser restaurado como en -tiempo de Pitágoras, el cual encarecia las habas y las recomendaba -como alimento casi religioso. Yo puedo decir que el pueblo de Nápoles -tiene una gran sobriedad, y no es dado en ninguna manera ni al vino -ni á los licores. Si un dia faltára la nieve ó el agua fresca, habria -en Nápoles una verdadera revolucion. Parécense en esto á sus padres -los antiguos griegos. Una de las más hermosas odas pindáricas tiene -bellísima y lírica introduccion consagrada al agua.</p> - -<p>Otra de las analogías que tiene el napolitano con el griego es la -vida al aire libre. La perla no está unida á su concha, el espíritu -á su organismo, la idea artística á su forma, como el napolitano á -su ciudad. Apénas emigra. Necesita, para vivir, de aquella bahía, -de aquellos muelles, de la sonrisa de aquel cielo, de la música -de aquellos mares, hasta de las amenazas del Vesubio. El dia que -volviese el volcan á encontrarse como se encontraba en tiempos -de la República romana, extinto, creeria Nápoles que le faltaba -algo para la vida, el sordo mugir en los oidos, la contínua<span -class="pagenum" id="Page_362">[p. 362]</span> erupcion en los -ojos, la nube blanquecina de humo en los cielos, el reflejo de la -gigantesca antorcha en las tranquilas aguas. Así la naturaleza y el -hombre se abrazan y en sus abrazos se confunden. Mucha miseria hay -en Nápoles y muchos pobres. Pero no causa la miseria en Nápoles el -pesar que causa la miseria en Lóndres. Un pobre de Lóndres lleva -raidas, remendadas, mugrientas las vestiduras desechadas por las -altas clases; un pobre de Nápoles, si apénas lleva vestido, tampoco -lo necesita, abrigado por aquel aire tibio, bruñido por aquel sol -vivificador. Un pobre de Lóndres necesita bebidas espirituosas, carne -abundante, carbon para calentar su vivienda. Un pobre de Nápoles -vive de los frutos que da el campo, de los peces que guarda el mar, -vida fácil y sóbria. Al uno le están cerrados todos los grandiosos -espectáculos de la ciudad, el club aristocrático, el teatro, los -saraos de la nobleza, las expansiones contínuas donde se entra por -altas cantidades, miéntras que al otro nadie puede quitarle la fiesta -por excelencia de su tierra, la vista de los Apeninos, la erupcion -contínua del Vesubio, el collar de colinas volcánicas que rodea como -un aderezo de diamantes negros su ciudad, la florida y espesísima -vegetacion, el mar celeste, el cielo cargado con su rocío de -estrellas, la música de la onda en la playa, las islas que sacan su -cabeza entre los<span class="pagenum" id="Page_363">[p. 363]</span> -esmaltes y los celajes del divino Mediterráneo.</p> - -<p>Otra cosa he notado en Lóndres y en Nápoles. No hay pueblo donde -la libertad haya echado tantas raíces como en el pueblo inglés, y -no hay pueblo donde las clases sociales sean tan diversas y estén -por tan profundos abismos separadas. Cuando veis uno de aquellos -conductores de ómnibus, asentado con tanta solemnidad sobre su -pescante, os parece ver en la majestad del continente, en la gravedad -del aire, el primero de los lores sobre su saco de lana, presidiendo -aquella cámara alta, que sólo ha tenido su igual ó su semejante -en el antiguo Senado Romano. Y sin embargo, si la fisiología, si -la naturaleza no señalan diferencias entre los aristócratas y los -plebeyos, ¡cuántas, cuán grandes señalan las leyes! En cambio el -plebeyo napolitano es plebeyo en toda la extension de la palabra; -plebeyo por su orígen, plebeyo por su naturaleza, plebeyo por sus -costumbres; y sin embargo, impone su voluntad, su opinion á los -aristócratas, con los cuales se confunde por una mezcla felicísima de -ligereza, de gracia y de dignidad personal, nacida del sentimiento -íntimo de que en aquella naturaleza un hombre, por poco que trabaje, -se basta siempre á sí mismo.</p> - -<p>¿Conocéis algun pueblo moderno que haya sostenido por sí solo un -teatro? Aquella intuicion<span class="pagenum" id="Page_364">[p. -364]</span> estética de los pueblos en el siglo décimoquinto y -décimosexto que creaba por sí misma un teatro y le infundia sus -ideas, sus sentimientos, no existe ya en Europa. El teatro español -nació, como el teatro griego, en una carreta, que iba de feria en -feria, de fiesta en fiesta, seguida del pueblo; carreta sagrada -como la de Théspis, sobre la cual flotaba el númen del pueblo. Poco -á poco, desde que murió Lope, desde que se apagaron las centellas -sobrenaturales del genio de Calderon y del genio de Shakspeare, el -teatro dejó de ser el Auto religioso, dejó de ser el drama popular, -para pasar á ser engendro de leyes académicas, sabroso pasto de -aristocracias literarias. Hasta la guerra de los clásicos y de los -románticos, en que éstos fingian representar el espíritu del pueblo, -aquel espíritu que engendró los poemas homéricos y el romancero, no -conmovió al pueblo, no llegó jamas á pasar de los folletines, de las -revistas, de los bastidores y de las butacas. Pero Nápoles tiene su -teatro, su teatro donde se ha ejercido en todo tiempo, hasta en los -tiempos más nefastos, acre censura sobre las costumbres, y á veces -sobre la política.</p> - -<p>Es verdad que este teatro no puede tener carácter alguno -literario, como escrito y representado en el dialecto local. -Dialectos han sido las lenguas neo-latinas, dialectos del latin. -Pero un<span class="pagenum" id="Page_365">[p. 365]</span> trabajo -de seis siglos llevado á término por genios de primer órden, sin -darles la perfeccion absoluta del latin, les ha dado gran sabor -literario, les ha convertido en lenguas clásicas. Este pobre dialecto -napolitano ¡ah! jamas podrá aspirar á tanto. El protagonista de su -teatro será siempre el pobre polichinela, primo hermano del Pasquino -de Roma. Pero en su modestia, en su humildad indicará que hay amor -á la literatura, amor á la vida y á la accion dramática en el -pueblo que lo sostiene, y que gusta de sus salpimentadas alusiones, -algunas veces verdaderamente aristofanescas. Cuando yo asistí á sus -representaciones criticaban amargamente esos patriotas, que toman á -Roma en el café, de silla á silla, entre sorbo y sorbo de granita, -pero nada hacen por Roma y por Italia, ni en los comicios electorales -ni en los campos de batalla. Aparte la política, sólo sostenida por -alusiones, el drama versaba sobre costumbres populares y relacion de -estas costumbres con la pasion de las pasiones, con el amor. De todos -modos, era de ver cómo aquel pueblo seguia anheloso, extático, su -propia imágen reflejada en la escena.</p> - -<p>Tanto allí como en el gran teatro de San Cárlos, uno de los -mayores y más hermosos del mundo, noté la parte que toma aquel -público en los espectáculos. Su temperamento nervioso esta<span -class="pagenum" id="Page_366">[p. 366]</span>lla á cada instante -en manifestaciones tumultuosas, así de censura como de aplauso. El -público es allí un actor, un verdadero actor. Su voz, y si no su voz -su acento, su murmullo, acompaña á los actores como las olas del -Pireo acompañaban al coro de la tragedia griega. Al mismo á quien -ha aplaudido arriba con delirio, lo silba dos notas ó dos versos -más abajo, sin piedad, con verdadero encarnecimiento. Una actriz -sentiríase allí desairada si no atruenan sus oidos tempestades de -aplausos, si no amenazan aplastarla lluvias de flores. Durante la -representacion entera, la curiosidad del pueblo está viva y atenta. -Con su indiferencia no conteis, no. Es un pueblo que ama ó aborrece. -El crepúsculo de la crítica daña á su franca naturaleza de artista. -Por eso ha sentido tanto. Y como ha sentido tanto, por eso ha cantado -á su vez tanto y tan bien. Creedlo, cuando alguna vez os lleguen -hasta el corazon tal romanza de Bellini, tal preludio de Cimarosa, -tal aire de Passiello, hay en esas cadencias algun eco de la cancion -griega, que el marinero entona en la isla de Capri, en el promontorio -de Sorrento, al pié del Vesubio; como en las serenatas de Schubert y -de Mozart hay algo de la cancion andaluza, y en la cancion andaluza -algo del acento de la sublime cantata árabe, acompañada por el viento -del desierto.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_367">[p. 367]</span></p> - -<p>Y sin embargo, en mis observaciones de la ciudad que los griegos -llamaron sirena, algo hay que me disgusta: el exceso de alegría -ruidosa en su conversacion, el exceso de movimiento en sus gestos, -el exceso de vértigo en sus bailes, el exceso de acompañamiento de -los más discordes instrumentos en sus canciones y en sus tarantelas. -Y muchas veces fatigado me subia á la cartuja á ver el cielo y -el Mediterráneo, y á pensar en cómo se pierden y se desvanecen -necesariamente las variedades de pueblos y de razas en la inmensidad -de lo infinito.</p> - - -<div class="chapter pt6" id="Ch_11"> - <hr class="chap0" /> - <p><span class="pagenum" id="Page_369">[p. 369]</span></p> - <h2 class="nobreak">PARTHENOPE.</h2> - <hr class="chap0" /> -</div> - -<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_371">[p. -371]</span>Una ciudad meridional no puede tener para nosotros, -españoles, y españoles del Mediodía, la novedad que tiene para -franceses, para alemanes, sobre todo para franceses y alemanes -del Norte. Nosotros poseemos ciudades que en claridad de cielo, -en abundancia de luz, en hermosura de contornos y campiñas, en -ingenio de sus ciudadanos, en belleza de sus mujeres, en arte de sus -monumentos y en aires aromatizados y bien olientes, compiten con las -más hermosas y más ricas ciudades italianas. ¿Quién puede olvidar -aquella Valencia, ceñida de torres árabes y góticas; muellemente -reclinada á orillas del claro rio que por todos sus alrededores -derrama abundancia; circuida de la huerta feracísima que entrelaza -con las ramas de sus brillantes moreras las ramas de sus oscuros -granados, y que al pié de la gallarda palma, dulcemente mecida por -las brisas marinas, ostenta inacabables naranjales, deleitando -la vista con los matices de su dorado fruto y el olfato<span -class="pagenum" id="Page_372">[p. 372]</span> con los aromas de su -blanca flora? ¿Quién dejará de admirar la oriental Córdoba, con su -aljama, única en Europa, donde se oyen los ecos de la poesía árabe, -al pié de aquella Sierra Morena, esmaltada por selvas de rosales? -No hay en la tierra otra Sevilla, cuando la primavera acaricia, su -abundante suelo. Es de ver la ciudad en Abril, levantando sobre -inmenso océano de claro verdor sus agujas, sus botareles, sus -ajimeces, sus ojivas, sus cresterías, bajo el cielo resplandeciente -de luz, y entre los giros del aire cargado con los ecos de las -orientales canciones y las esencias del embriagador azahar. No se -cansa la vista de mirar y admirar á Cádiz; sus blancos edificios, -esmaltados por verdes balcones y ventanas-perlas y cristalinos -cierros, donde flotan cortinas de todos colores; rematados por -azoteas llenas de caprichosas torres y de floridas macetas; -erigidos entre escollos donde las olas se quiebran en cataratas de -espuma; rodeados por bandadas de naves, que ya dejan en los claros -aires nubes de vapor, ya se gallardean con sus henchidas velas y -sus pintorescas banderolas; asentados dentro de aquella sólida y -oscurísima muralla, en torno de la cual aparece á un lado la bahía -con sus blancas poblaciones, sus caños, cortados por pirámides de sal -resplandecientes á la esplendentísima luz, sus lejanas cordilleras -envueltas en<span class="pagenum" id="Page_373">[p. 373]</span> -vapores, ya violados, ya rosáceos, segun las horas del dia y los -arreboles del ambiente, miéntras del otro lado el mar azul se -dilata, retratando en sus claras aguas todos los matices del cielo y -componiendo con sus vientos, su oleaje, sus brisas, sus corrientes, -sus tempestades y sus tormentas, contínuo himno á lo infinito.</p> - -<p>Yo de mí sé decir que en medio de las ciudades más rientes de -Italia he recordado siempre nuestra sin par Granada: la sierra con -su cima de cristal; los apagados volcanes con sus pirámides de frias -lavas; la ancha vega, toda cubierta de copudos árboles, alfombrada de -verde grama, y limitada allá léjos por las celestes montañas de Loja; -el blanco Albaicin en lo profundo, rodeado de áloes y de nopales, -como si aguardára todavía á los hijos del Asia y del África, y -todavía repitiera la cancion melancólica inspirada por los desiertos; -el monte sacro rematado de pinos; la confluencia del Darro y del -Genil, que vienen lamiendo los cármenes entre selvas de almendros, -de avellanos y de gigantescos cáctus; en el centro la Alhambra, con -sus torres doradas por la luz y por los siglos; sobre aquel cerrillo -poblado de bosques y de jardines, á cuyos piés duerme Granada, y en -cuya cima se dibujan con toda la poesía del Oriente los minaretes -y los ajimeces y las bermejas torres, el Generalife, escondido en -grutas de sonantes cas<span class="pagenum" id="Page_374">[p. -374]</span>cadas, de olientes jazmines, de melancólicos cipreses, -de graciosas florestas, cuyos susurros, cuyos aromas, convidan de -consuno á la vida árabe, toda consagrada, despues de las zambras y -las guerras, al sueño, á la poesía y al amor.</p> - -<p>Nosotros tenemos adelfas para coronar á los poetas; bosques de -mirtos dignos de ser habitados por los antiguos dioses; palmerales -bajo cuyas anchas palmas parece vagar el genio del Asia; costas de -áureas arenas y de celestes aguas; promontorios y cabos que el sol -poniente dora con esmaltes dignos de las riberas de Grecia; el aroma -del azahar y del jazmin en los aires, higos tan dulces como los higos -de Aténas, en nuestras higueras; pasas tan azucaradas como las pasas -de Corinto, en nuestras cepas; dias calurosos henchidos por el canto -unísono del coro de cigarras que ensalzaron los antiguos poetas; -noches tranquilas y luminosas como las noches de Oriente; serenatas -en cuyas largas y tristes cadencias se oye resonar aún el acento -inmortal de las canciones árabes con todo su intenso amor y toda su -profunda melancolía.</p> - -<p>Á pesar de esto, áun extraña, aún maravilla la campiña de Nápoles. -Conoceréis algo más agreste, más abrupto, más sublime en la tierra; -no conoceréis nada tan clásico, tan digno de la égloga antigua, tan -propio para que el ánimo repose y la naturaleza tome los tintes y las -inspiraciones de<span class="pagenum" id="Page_375">[p. 375]</span> -nuestra alma. Así como la escultura es el arte pagano por excelencia, -el arte que armoniza la idea y la forma en suave reposo, la Campania -es la tierra de las églogas, la tierra de las geórgicas, la tierra -por excelencia pastoril, donde los montes repiten el eco inmortal de -las dulcísimas zampoñas de Virgilio, y los animales y las plantas se -trasforman á los ojos del pensamiento con las metamórfosis cantadas -por Ovidio.</p> - -<p>Dios mio, ¡qué riqueza de colores, de matices, de tonos! ¡Qué -gradaciones desde el azul claro de la bahía hasta el violeta y -amatista oscuro del Vesubio! Como la cordillera del Oriente, -tachonada á intervalos de ventisqueros, que relucen cual diamantes -entre turquesas y esmeraldas, contrasta con el matiz rosa claro, -tomado al anochecer por los montes del Ocaso, por el cabo Miseno y -por los contornos de la isla de Nisida, semejantes á promontorios -de bruñidos jaspes. Mirad ese horizonte puro, purísimo, por el -cual se desvanecen las columnas de blanco humo que despide el -volcan; ese mar tan sensible á los cambios del horizonte, que -puede llamarse su repeticion ó su espejo, ese suelo, que, donde lo -permite la vegetacion, lujuriosa, viciosísima, enseña las lavas -negras y lucientes como el azabache. Yo en ninguna parte he visto -la luz quebrarse en refracciones tan várias ni dar á los contrastes -apariencias de oposicion<span class="pagenum" id="Page_376">[p. -376]</span> tan brusca. Por lo que respecta á la luz, diríase á -esta tierra gigantesco prisma de múltiples colores. Por lo que -respecta al contraste, enseñadme en ningun otro punto montañas más -abruptas descendiendo en playas más suaves, bosques más agrestes -junto á jardines más cultivados, ciudades más pobladas y ruinas más -solitarias, suelo más amenazado de muerte por las bocas volcánicas, -por las solfataras ardientes, por los terremotos repentinos, por -las erupciones violentas, ni vida más múltiple, más alegre, que -se espacie así en el cántico, en la danza, en los juegos, en los -placeres; refinamientos de civilizacion mezclados á delicias del -campo; recuerdos antiguos vagando sobre el indolente olvido moderno; -la columna de fuego que el volcan agita como gigantesca antorcha -frente á los picachos rematados de diamantinas nieves.</p> - -<p>Aquí veo las hayas y los robledales virgilianos; las cabras, -irguiéndose á clavar el agudo diente en los arbustos; las ovejas -con el vellon cargado de lana y las ubres cargadas de leche, -rodeadas, seguidas de tiernos y baladores recentales; por las -laderas, las zarzas, con cuyas moras se teñian las cejas y las -mejillas los rabadanes para entonar sus bucólicos versos; en la -orilla del torrente, las cañas con que formára el dios Pan sus -canoros caramillos; de erguido olmo en erguido olmo, los festo<span -class="pagenum" id="Page_377">[p. 377]</span>nes de las parras, entre -cuyo follaje se posa la paloma y arrulla la tórtola; en el fondo, -los floridos cantuesos; en las colinas, el tomillo y el espliego; á -la entrada de la caverna, por el tronco de la encina que sobre ella -se avanza, el panal destilando miel y rodeado de zumbadoras abejas, -cuyo aguijon trae los jugos de las flores; dentro de la caverna, -el sileno, ébrio de vida y de vino, con su guirnalda en las sienes -y su ánfora en las manos; por las corrientes de los arroyos, la -blanca náyade que teje coronas; por las majadas y los oteros, el -pastorcillo, juntando la amapola con el narciso y la blanca azucena -con la madreselva, para ofrecérselas á su amada; en el ancho mar, -rizado por los soplos de la brisa y herido por los cambiantes -de la luz, la sirena antigua que palpita de amor en las ondas y -canta eternamente con seductora cadencia la inmortal epopeya de la -naturaleza.</p> - -<p>Junto á tales églogas, ¡qué terribles tragedias ofrece esta -atormentada tierra! Hicieron los antiguos bien llamándola sirena -que atrae, sirena que mata. Con frecuencia erupciones terribles -destruyen, abrasan, entierran aldeas y ciudades enteras. El terremoto -sacude con estremecimientos espantosos toda aquella region. Los -edificios se balancean como las naves al oleaje del vendaval, -y vienen columnas, trombas de acres vapores, lluvias,<span -class="pagenum" id="Page_378">[p. 378]</span> diluvios de cenizas, -granizadas de brasas, tempestades de lavas. El mar hierve, el cielo -reverbera fuego siniestro, como si las benéficas pluviosas nubes -hubiéranse tornado ardientes hornos. Respira el volcan como ciclópea -titánica fragua, ó relampaguean, truenan sus erupciones como legion -de tempestades. Por doquier bancos de lavas candentes, océanos de -negras cenizas, torbellinos y espirales de piedras, rocas fundidas, -mugidos espantables de la montaña, estremecimientos dolorosísimos del -valle, vapores sulfurosos, exhalaciones de ácido carbónico, nubes -grises ruidosísimas atravesadas por reflejos siniestros y henchidas -de menudos enrojecidos aerolitos, franjas de escorias por el suelo -y manantiales de aguas hirvientes, el infierno confundido con el -paraíso en la tierra, como la pena con la alegría en el alma, como -el error con la verdad en la mente, copia fiel de las tragedias de -nuestra existencia y los contrastes de nuestro sér. La encendida -montaña es un gigante laboratorio de donde sale con igual fuerza -la muerte y la vida, como la naturaleza es un conjunto de fuerzas -que componen, descomponen y recomponen. De sus estremecimientos, -de sus convulsiones puede quejarse el antiguo habitante de Pompeya -y Estabia, incrustado en las frias seculares lavas; el moderno -campesino de Resina y de Torre de Greco, que en trágica noche ve -des<span class="pagenum" id="Page_379">[p. 379]</span>aparecer -bajo bituminosas encendidas materias sus viñas henchidas del -dulce lácrima, tan celebrado en el mundo; pero el químico, el -físico, encuentran en sus fecundas exhalaciones, sodas, potasio -y diversas sales marinas, testimonio de su comunicacion con el -Mediterráneo; depósitos de cloruro de hierro con todos los colores -de las piedras preciosas y de las flores silvestres; manantiales de -ácido clorhídrico y ácido sulfúrico; sustancias amoniacas y agujas -de azufre tendidas en largos manojos sobre las oscuras escorias; -depósitos de aguas termales que curan muchas de las enfermedades, y -exhalacion contínua del gas ázoe y del carbónico, tan funestos para -la vida y tan preciosos para la ciencia.</p> - -<p>Imposible formarse una idea, sin haberlo visto, del contraste -profundísimo entre la serenidad riente del campo y el siniestro -aspecto del volcan. Cuando los sentidos yerran por aquellas florestas -y aquellas playas; cuando pasan de la colina al valle, del valle -al bosque, de los bosques donde se entrelazan el olivo con el -limonero al mar celeste, donde se rizan tantas velas latinas que -parecen bandadas de blancas aves, creen ver y oir en la realidad los -pastores de Virgilio, los marineros de Teócrito, cantando los unos -entre redes y vergas, y los otros entre apriscos y praderas, dobles -versos que han de repetir las auras y las<span class="pagenum" -id="Page_380">[p. 380]</span> brisas; pero si luégo se convierten al -volcan y le ven relampaguear, llover fuego, y le oyen mugir, tronar, -creen que sus cimas dibujan entre nubes de humo las legiones que ya -pisaron aquellas altas cimas, las legiones del eterno víctima, del -eterno paria, de Espartaco, el tracio defensor de los esclavos, cuya -sombra ensangrentada y trágica vaga sobre todas estas églogas como la -infame esclavitud sobre todas las bellezas y todas las armonías del -antiguo mundo.</p> - -<p>¡Qué exceso de cultura en la vida y de originalidad primitiva en -la naturaleza! Aquí están sobrepuestas cuatro ó cinco civilizaciones -distintas; desde la pelágica hasta la cristiana; y el suelo volcánico -en sus estremecimientos, en sus convulsiones, en sus vapores, -parece pertenecer á los tiempos en que todavía era el planeta -materia incandescente, henchida de intensísimo calor y de tonante -electricidad. Yo me figuro estar en las cavernas donde las ideas -arquetípicas, las ideas madres, como Goethe las llama, tejen los -hilos de la vida, ó donde los gigantes fabulosos en yunques colosales -forjan las inconmovibles bases graníticas de la tierra. Esto es -eternamente pagano. El agua bendita, cayendo quince siglos sobre los -campos, no los ha bautizado todavía. Los dioses no quieren irse. En -vano la vieja sibila de Cúmas, con la vista gastada de mirar á lo -porvenir, con<span class="pagenum" id="Page_381">[p. 381]</span> la -túnica rasgada por las tormentas, desde el elevado promontorio donde -se consume, ha dicho á los chicuelos de Nápoles cuando la apedrean, y -le preguntan:—¿qué quieres?—Quiero morir.—En vano las sirenas se han -reunido en torno del Cabo Miseno para quejarse de la muerte del dios -Pan. Aquí están todas las divinidades, lo mismo Céres coronada de -espigas, y Baco ceñido de pámpanos, y Minerva con sus ramas de olivo, -y Sileno apoyado en su cipres, que Neptuno arrancando con el agudo -tridente el espumoso caballo á la tierra, y Vulcano enrojeciendo -el hierro en el fondo caliginoso de sus fraguas eternas. No se han -ido, no. Están ahí, en el suelo, en los córtes escultóricos de los -cabos, en los intercolumnios de las colinas, en los relieves de las -costas, en la luz vivísima que no consiente ningun misterio, que todo -lo recama de áureas aristas, para celebrar las nupcias eternas del -espíritu con la naturaleza, como en el antiguo paganismo.</p> - -<p>Estas tierras tan bellas, tan graciosas, atraen eternamente á -todas las razas; son las tierras de la comunicacion perpétua entre -todos los hombres. Quédense para los agrestes montañeses conservar -tras los desfiladeros de sus cordilleras, en el seno de las cavernas, -velados de impenetrables bosques, sobre picachos sólo accesibles -á las águilas, teniendo por defensa el risco, el pedrusco<span -class="pagenum" id="Page_382">[p. 382]</span> desprendido al menor -esfuerzo de la altura al valle; quédense para ellos las guerras -por la independencia, el culto fiero á las antiguas leyes y á -los antiguos usos: que aquí, entre estas ondas sonoras, donde al -reflejarse el sol finge de luz esplendorosa lagos y rios, cada una de -cuyas gotas es una estrella; donde el fósforo, de matiz blanquecino -como los rayos de la luna, deja en las tranquilas noches fajas -lucientes, parecidas á las fajas de la vía láctea en el cielo; aquí -donde las playas seducen como el seno de casta vírgen; donde cada -árbol exhala nubes de aroma, y cada giro del aire repite suspiros de -amor; sobre la hierba ó sobre las algas, entre las flores del campo -y las conchas de la arena, á la sombra, ya del mirto, ya del olivo, -ya de la vela crujiente, vendrán los dioses de todos los templos, los -pilotos de todas las razas, los conquistadores de todos los pueblos -á vivir, aunque sea un momento, ébrios de orgullo y de placer, en -brazos de esta seductora y voluptuosa naturaleza.</p> - -<p>Lo mismo sucede entre nosotros. El cántabro verá estrellarse cien -veces en su escudo de cuero la invasion romana; el asthur, sin tener -la cultura de Bruto ó de Caton, sin aspirar á que Plutarco cuente -y Lucano cante sus hazañas, preferirá la muerte á la servidumbre; -el navarro desde las altas montañas, conjurará todas las con<span -class="pagenum" id="Page_383">[p. 383]</span>quistas y hará morder -el polvo en su constancia á los soldados de Carlo-Magno; el vasco -guardará, á traves de tantas revoluciones y de tantos siglos, leyes -y usos que tienen caractéres patriarcales, antigua lengua que tiene -puro carácter primitivo, al paso que las playas del Mediodía, serenas -y risueñas, accesibles á todos los pueblos, abordables á todas las -naves; con sus ondas celestes y sus espumas argentinas y sus áureas -arenas y sus colinas graciosas y sus olivos y sus mirtos y sus -laureles; teñidas por aquella luz deslumbradora, cuyos reflejos dan -á las cordilleras toques metálicos, y á los orientes y á los ocasos -de su sol arreboles indescriptibles, y á las estrellas y á las -estelas de sus noches seductor centelleo; de contínuo embalsamadas -por los aromas de flores que embriagan, como otros tantos misteriosos -pebeteros; verán venir á su seno gentes de todas las regiones, naves -de todos los puertos, y tendrán que abrirse y entregarse de grado ó -por fuerza, ya al hierro, ya al halago.</p> - -<p>Así es que en la historia de la península ibérica, como en la -historia de la península itálica, los pueblos del Norte fundarán -la nacionalidad y la ilustrarán los pueblos del Mediodía. Las -montañas del Norte serán las regiones históricas, las regiones, -si es permitido hablar así, conservadoras; y las playas del -Mediodía serán las regiones<span class="pagenum" id="Page_384">[p. -384]</span> comunicativas, las regiones, si es permitido hablar así, -humanitarias. Las unas darán al pueblo su carácter peculiar y propio, -las otras comunicarán este pueblo autóctono con los demas pueblos de -la tierra. El alobrogo se sostendrá en el Norte de Italia, fuerte y -rudo, para realizar el sueño de quince siglos, la independencia y -la unidad italiana, como el montañes de Covadonga, de San Juan de -la Peña, del riscoso Sobrarbe descenderá al llano con el ímpetu de -sus rios á formar la nacionalidad ibérica. Y así como por Rosas, -por Sagunto, por Dénia, por Tarragona, por Calpe, por Algeciras, -por Cádiz, vienen los griegos, los fenicios, los cartagineses, los -romanos, los árabes, por las playas meridionales de Italia van casi -todos los invasores, desde los que fundaron la Magna Grecia en el -estrecho de Mesina y en el golfo de Tarento, hasta los que fundaron -la monarquía española en las faldas del Etna y del Vesubio.</p> - -<p>Así en Nápoles todo cuanto hay de vida moderna recuerda España, -nuestra España, hasta el punto de creeros en Barcelona, en Valencia, -en Madrid mismo, cuando veis las celosías y los balcones y las casas -pintadas de mil matices y los monumentos al gusto de Alfonso V y de -Cárlos III, en tanto que toda la vida antigua os recuerda más, mucho -más que la Italia civilizada<span class="pagenum" id="Page_385">[p. -385]</span> por el arma de Roma, la Italia civilizada por la palabra -de Grecia. Parthenope es griega, completa, absolutamente griega. Allí -jamas se romperá, jamas, la eterna armonía entre el alma del hombre -y el Universo que la rodea, verdadero secreto de la excelencia de la -vida helénica no repetida en la historia. Parece que nadais en el -éter cantado por Eurípides y henchido con los coros de las musas y -las melodías de Apolo; que las aguas han llevado sobre su luciente -superficie las áureas naves, donde iban las procesiones ó teorías -griegas celebradas en el Banquete de Platon; que las islas guardan -en sus frentes de mármol, como la antigua Cytheres, el beso de la -diosa recien nacida en las blandas espumas de las ondas; que aquellas -costas dibujadas como á compas y aquellas montañas en proporciones -armónicas con todo cuanto las rodea, tienen el ritmo y la geometría -de Euclídes y de Pitágoras; que el Mediterráneo se tranquiliza, se -adormece allí, no sólo para repetir los matices todos del luminoso -cielo, sino para juguetear con las ninfas, con las sirenas, con las -divinidades, cuyas sienes coronadas de algas, de perlas, de corales, -se ven á cada instante en el culebreo de los rayos del sol por las -jaspeadas arenas, dentro de las trasparentes orillas marinas; que -el hombre se encuentra sobre aquella tierra, bajo aquel cielo, -como<span class="pagenum" id="Page_386">[p. 386]</span> el dios -antiguo sobre el ara de su altar y bajo la techumbre de su templo; -que la naturaleza es clara, trasparente, de relieve, como aquella -antigua conciencia clásica, como aquella lengua helénica, la más -distinta, la más precisa, la más armoniosa y rica de las lenguas -humanas; que todo convida allí á entregarse á la vida universal, -todo á los cantares en coros, á las danzas por muchedumbres, á las -carreras délficas, á los juegos píthicos, á los ejercicios atléticos -y gimnásticos, á la vida griega, serena como su arte, regida por la -geometría y por la música, consagrada á hacer de cada cuerpo una -perfecta escultura, de cada alma un cielo trasparente; vida en paz -completa y eterna con la naturaleza, que se cincela, se pule, se -esculpe, se pinta á sí misma, para someterse al espíritu y á la idea -y á las fuerzas del hombre.</p> - -<p>Yo no las he visto, pero he oido alabar y encarecer á cuantos -las han visto, las bellezas del trópico. Yo tenía un amigo, viajero -incansable, que á la contínua me hablaba de Cuba, de Haiti, del -Brasil, y sobre todo de la isla de Java, de ese manojo de volcanes. -Debe ser bello, terriblemente bello todo eso. Nuestros árboles -parecerán femeniles ramilletes al lado de esos árboles gigantes que -se hunden allá en la inmensidad de los cielos. Nuestros rios deben -ser arroyos en compara<span class="pagenum" id="Page_387">[p. -387]</span>cion de esos rios de la India y del Perú. Nuestra flora, -raquítica, miserable, parangonada con la flora tropical, rebosante de -savia y de aromas. Yo me he fingido mil veces en la mente, leyendo -las relaciones de los grandes viajeros, esa isla de Java con sus -fundamentos de granito, con sus montañas de basalto, con sus haces de -volcanes; cubierto el suelo de madréporas y pólipos; cortado el paso -por selvas, primitivas é inexplorables; desaguando de las raíces de -sus montañas de fuego rios hirvientes en la inmensidad del Océano; -los dias todos con tempestades, cuyos relámpagos son incendios, cuyos -truenos desquiciamientos del cielo, cuyas lluvias electricidad; -las noches iluminadas, no sólo por las estrellas y constelaciones, -sino por las grandes aladas luciérnagas que en todas direcciones -vuelan como nubes de animados aerolitos; los cocoteros saliendo -de las aguas, á veces de las ondas, y elevándose á las alturas -cargados de frutos, junto á las palmas resonantes; los bambúes al -pié de los plátanos, árboles gigantescos, por cuyos troncos fluye el -ámbar líquido; las hojas y las ramas de la vegetacion lujuriosísima -entrelazándose hasta formar tinieblas perpétuas por donde vagan -tigres negros de ojos verdes y murciélagos monstruosos con alas -inmensas; el campo cubierto de plantaciones de tabacos, de té, de -café, de especias, que con sus jugos, con sus<span class="pagenum" -id="Page_388">[p. 388]</span> esencias, con su humo nos embriagan; -el aire embalsamado de aromas que perturban; la tierra entera, -produciendo y devorando seres en contínua y desordenada exaltacion, -como si aquella extraña naturaleza fuese la demencia, el delirio, el -frenesí de la vida.</p> - -<p>Bella debe ser, bellísima; pero con toda su hermosura vence y -anonada al hombre. Qué diferencia de los mares serenos, cuyas olas -parece que esculpen las islas; de las costas armoniosísimas que se -abren sin recelo á los vientos y á las aguas; de los olmos, graciosas -columnas, entre las cuales se mantienen las parras con sus flexibles -sarmientos y sus recortados pámpanos; de la flora artística de -las orillas del Mediterráneo, flora llena de bálsamos, el jazmin -entrelazado con la pasionaria, la verbena al pié del mirto, en el -hondo valle el olivo, el granado, la higuera, el limonero, la viña; -al borde del torrente la adelfa; en la montaña la salvia, el tomillo, -el romero, la manzanilla, el árnica, todas llenas de remedios y de -consuelos; sobre las flores las mariposas en su inocente jugueteo, -la abeja en su trabajo, y por los aires dulces, suaves, templados -al sol en los inviernos, templados á las brisas en los veranos, el -coro eterno de nuestras pintadas, nerviosas é inocentes avecillas. El -género humano amará eternamente esta naturaleza graciosa, bellísima, -que<span class="pagenum" id="Page_389">[p. 389]</span> le sostiene -con su calor suave, que le alimenta con sus sabrosos frutos, que -le regala con sus aromas, que le refresca con sus brisas, que le -bruñe y le sana con su sol, que le recrea con los cambiantes de sus -mares, y el tono rosado de sus altas montañas, y los cuadros de sus -horizontes, y la arquitectura de sus cordilleras; naturaleza en la -cual vive como el fauno en su gruta de hiedra y se baña como el -silencio en la linfa de sus fuentes.</p> - -<p>Nosotros nos sentimos todos parte integrante del universo. -Conocemos el estrecho parentesco que existe entre la naturaleza y el -alma. Los minerales nos dan la base de nuestro esqueleto. El hierro -penetra en las venas, colora y enciende la sangre. Con sólo mirar el -cuerpo humano se ven sus relaciones y sus armonías con las plantas. -La relacion es mayor en las esferas superiores de la vida. Todas las -especies animadas tienen afinidades físicas, químicas, fisiológicas -con este cuerpo humano, que las resume, las corona y las completa. -Por todas partes nos sentimos unidos con el universo, y en relacion, -así con la estrella lejana, perdida en los abismos del cielo, como -con la humilde florecilla hollada por nuestros piés. Somos unos con -todos los seres. ¿Y no reconocerémos el estrecho lazo que nos liga -á nuestra propia especie? ¿Será más fácil y más grato sentirse unos -con el mineral, con el vegetal, con los ani<span class="pagenum" -id="Page_390">[p. 390]</span>males inferiores que con el resto -de los humanos, en cuyas frentes centellea el espíritu? Y si nos -reconocemos unidos á los demas hombres por identidad fundamental de -la naturaleza, ¿cómo explicarémos, cómo, la guerra y la esclavitud? -¿Cómo la sed de corromper, de esclavizar, de combatir, de exterminar, -que aqueja á tantos seres humanos, en detrimento, en ódio á -aquellos que son de todo en todo sus iguales? Y en esta sonriente -tierra de Nápoles nos recuerda la historia el orgullo de unos, la -tiranía engendrada por este orgullo; y de otros la esclavitud, la -degradacion, la miseria moral y material. Pues qué, ¿no veo á mi -espalda el golfo de Bayas, donde Neron en su crueldad asesinó á su -madre, donde Calígula en su demencia llamó á la luna á compartir su -lecho, y veo á mi frente el cono del Vesubio, donde Espartaco citó -á los gladiadores para que, en vez de volver las espadas contra sus -propios corazones, las esgrimieran en el corazon de sus tiranos?</p> - -<p>Pero entreguémonos á la contemplacion de este bellísimo cuadro, -de la campiña, de la ciudad. Parece que lo estoy viendo ahora -mismo. Son los últimos dias del mes de Abril. Las hojas verdes -y tiernas cubren las ramas. Los cielos sonrien y sonrien los -mares. En el Este, dibujando sus crestas coronadas de nieve en -claro cielo esmaltado<span class="pagenum" id="Page_391">[p. -391]</span> de azul, los montes Apeninos, que á los toques del -éter se pierden, se desvanecen; adelantándose hácia las playas, -al Nordeste, la pirámide truncada que forma el Vesubio, y en -cuyas laderas compuestas de lavas, de riscos casi metálicos, de -oscuras cristalizaciones, la luz se rompe en matices violáceos, -celestes, lilas, que son verdaderamente mágicos; desde el Vesubio -al cabo Campanella, sobre colinas bellísimas, al borde del mar, -entre bosques de olivos y limoneros, de robles y de higueras, de -laureles y mirtos, Castellamare, Sorrento, blancas como palomas; -hácia la curva central de este grande anfiteatro, primero las ruinas -solitarias de Pompeya, los barrios luégo henchidos de vivientes, -como Portici, como Torre del Greco, rodeados todos de maravillosas -quintas y de floridos jardines por leguas de leguas; más hácia el -Oeste Nápoles, entre aquellos muelles del comercio, donde las naves -se agrupan á centenares, las barcas á miles, y este otro muelle de -la contemplacion, del arte, llamado Chiaja, y lleno de alamedas, -de estatuas maravillosas, de templos marmóreos, bordado de larga -fila de palacios grandemente pintorescos por sus azoteas y sus -balcones; tras todos estos palacios, quintas, villas, ciudades, -un collar de pequeños conos volcánicos, que forman como graciosas -ondulaciones, como series de colinas sobre cuya cúspide brillan<span -class="pagenum" id="Page_392">[p. 392]</span> iglesias, monasterios, -castillos, monumentos de diversas clases, y á cuyos piés se extienden -florestas contínuas en armoniosa gradería; hácia el Oeste la gruta -de Pausilipo remata por la tumba de Virgilio, genio que reposa en -aquella region como en su nido; más al Oeste aún el cabo Miseno, -cantado por los poetas, eternamente querido de los artistas; todo el -conjunto inundado de aquellos arreboles que dan aspecto fantástico, -así á las nieves de los Apeninos como á las humaredas del Vesubio, -y entonando por aquel mar de un celeste casi indescriptible, segun -lo claro y lo bello, en el cual se bañan las islas de córtes -verdaderamente arquitectónicos, y que parecen alzarse allí como -sirenas para velar, para arrullar, para hermosear á la diosa de las -sirenas, á la divina Parthenope.</p> - - -<p class="centra mt3"><small>FIN.</small></p> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter pt3" id="ToC"> - <p><span class="pagenum" id="Page_393">[p. 393]</span></p> - <h2 class="nobreak">ÍNDICE.</h2> - <hr class="sep" /> -</div> - -<table class="mt2" summary="Índice y tabla de contenidos"> - <tr> - <td colspan="2" class="tdrp">Páginas.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_0">Al que leyere</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_0">v</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_1">Llegada á Roma</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_1">1</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_2">La gran ruina</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_2">33</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_3">Los subterráneos de Roma</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_3">63</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_4">La capilla Sixtina</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_4">89</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_5">El Cementerio de Pisa</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_5">137</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_6">Venecia</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_6">171</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_7">En las lagunas</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_7">201</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_8">El Dios del Vaticano</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_8">223</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_9">El Gueto</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_9">317</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_10">La gran ciudad</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_10">343</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl"><a href="#Ch_11">Parthenope</a></td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_11">369</a></td> - </tr> -</table> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter pt3"> -<div class="transnote" id="tnote"> - <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p> - - <ul> - <li>Se ha respetado la ortografía original, que difiere de la - utilizada actualmente.</li> - - <li>Las inconsistencias ortográficas se han normalizado a la grafía - de mayor frecuencia.</li> - - <li>Se ha completado el emparejamiento de los puntos de admiración y de - interrogación.</li> - - <li>Los errores obvios de imprenta han sido corregidos sin avisar.</li> - - <li>Las páginas en blanco han sido eliminadas.</li> - - <li>El transcriptor ha creado la imagen de la cubierta y la sitúa - en el dominio público.</li> - </ul> -</div> -</div> - -<hr class="full" /> - - - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Recuerdos de Italia (parte 1 de 2), by -Emilio Castelar - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 1 DE 2) *** - -***** This file should be named 53741-h.htm or 53741-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/3/7/4/53741/ - -Produced by Carlo Traverso, Ramon Pajares Box and the -Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions will -be renamed. - -Creating the works from print editions not protected by U.S. copyright -law means that no one owns a United States copyright in these works, -so the Foundation (and you!) can copy and distribute it in the United -States without permission and without paying copyright -royalties. 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Information about the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Contributions to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation are tax deductible to the full extent permitted by -U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is in Fairbanks, Alaska, with the -mailing address: PO Box 750175, Fairbanks, AK 99775, but its -volunteers and employees are scattered throughout numerous -locations. Its business office is located at 809 North 1500 West, Salt -Lake City, UT 84116, (801) 596-1887. Email contact links and up to -date contact information can be found at the Foundation's web site and -official page at www.gutenberg.org/contact - -For additional contact information: - - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. 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