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-Project Gutenberg's Recuerdos de Italia (parte 1 de 2), by Emilio Castelar
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most
-other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
-whatsoever. You may copy it, give it away or re-use it under the terms of
-the Project Gutenberg License included with this eBook or online at
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-
-
-
-Title: Recuerdos de Italia (parte 1 de 2)
-
-Author: Emilio Castelar
-
-Release Date: December 15, 2016 [EBook #53741]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 1 DE 2) ***
-
-
-
-
-Produced by Carlo Traverso, Ramon Pajares Box and the
-Distributed Proofreading team at DP-test Italia.
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-
-NOTA DE TRANSCRIPCIÓN
-
- * En el texto las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las
- versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS.
-
- * Se ha respetado la ortografía original, que difiere de la utilizada
- actualmente.
-
- * Las inconsistencias ortográficas se han normalizado a la grafía de
- mayor frecuencia.
-
- * Se ha completado el emparejamiento de los puntos de admiración y de
- interrogación.
-
- * Los errores obvios de imprenta han sido corregidos sin avisar.
-
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-
-
-RECUERDOS DE ITALIA.
-
-
-
-
- RECUERDOS
- DE ITALIA
-
- POR
- EMILIO CASTELAR.
-
-
- Tercera edicion.
-
-
- MADRID.
- A. DE CÁRLOS É HIJO, EDITORES.
- CALLE DE CARRETAS, 12, PRINCIPAL.
- MDCCCLXXXIII.
-
-
-
-
- Esta obra es propiedad de los Editores.
-
-
- Est. Tipográfico de los Sucesores de Rivadeneyra, Paseo de San
- Vicente, 20.
-
-
-
-
-AL QUE LEYERE.
-
-
-Este libro reune las emociones más vivas despertadas en mi ánimo por
-los maravillosos espectáculos de Italia. No es en realidad un libro
-de viajes. Yo no he intentado añadir una obra más á las excelentes
-que tenemos en castellano sobre la nacion artística y que andan entre
-las manos de todos. Cuando un pueblo, un monumento, un paisaje, han
-producido honda impresion en mi ánimo, he tomado la pluma y he puesto
-empeño en comunicar á mis lectores con toda fidelidad esta impresion.
-No sigo, pues, órden alguno ni itinerario regular en mi libro. Pongo
-mis cuadros donde mejor me parece, por lo mismo que no tienen unos
-relacion con otros. Vuelvo á ciudades de donde parecia haber salido,
-y creo que cada capítulo forma un librito aparte.
-
-Poco se encontrará en estas páginas de la vida corriente y de las
-costumbres actuales de Italia. En esta nacion, más que se vive,
-se recuerda. Es necesario mirarla histórica y estéticamente. Es
-necesario relacionar sus grandes monumentos con el tiempo en que
-nacieron, con las generaciones que los levantaron. Es necesario,
-delante de cada paisaje ó de cada ruina, evocar las sombras augustas
-que los realzan y recoger las ideas vivas que de su fecundo seno
-destilan. De otra manera, no se viaja, no, por Italia.
-
-En su historia hay crísis que no son crísis nacionales, sino crísis
-humanas, como el paso del mundo antiguo al mundo moderno, como el
-paso de la Edad Media al Renacimiento. Por aquellos edificios tan
-vistosos, por aquellas estatuas tan serenas, han atravesado todas
-las tempestades del espíritu humano. Las ideas les han abierto
-hondas heridas. Y al verlos, se siente en el corazon y en el cerebro
-el esfuerzo inmenso que ha costado á los siglos crear el espíritu
-moderno, en que nosotros respiramos y vivimos. Por eso un viaje á
-Italia es un viaje á todos los tiempos de la historia. Por eso un
-escrito sobre Italia, más que descripcion, debe ser, en mi concepto,
-resurreccion. Yo he intentado colocarme siempre en la idea sobre que
-estas grandes obras de arte, de arqueología, de historia se alzan.
-Feliz, completamente feliz, si alguna vez lográra sentir á una con
-mis lectores los pensamientos que, digámoslo así, evaporan las obras
-artísticas y los recuerdos históricos de la inmortal Italia.
-
- EMILIO CASTELAR.
-
-
-
-
-LLEGADA A ROMA.
-
-
-Estamos en Civita-Vecchia. Cuando el bote se aproxima rápidamente á
-tierra, el corazon os salta en el pecho de entusiasmo. Los edificios
-que os rodean os hablan de la antigüedad. Por poco aficionados á
-los estudios clásicos que seais, sentís tentaciones de recitar los
-versos que Virgilio puso en boca de los compañeros de Enéas. La vista
-de Italia deja en vuestro pensamiento una estela más profunda que
-la quilla de la barca en el mar. Cuando atracais, os falta tiempo
-para saltar en tierra. Si nuestro siglo no estuviera reñido con la
-manifestacion aparatosa de los grandes sentimientos, postraríame
-de hinojos sobre el suelo para besarlo. _Italiam, Italiam; primus
-conclamat Achates._ Pero habíame olvidado en mi entusiasmo de que
-esta Italia es la Italia pontificia. Un aduanero os detiene y os pide
-el precio de la entrada como en vil teatro. Una nube de mendigos, en
-cuyos rostros estatuarios ha impreso la miseria sus tristes huellas,
-se reparten á gritos vuestro equipaje como rico botin. La policía
-sale á reclamaros los pasaportes, en toda la Europa civilizada ya
-abolidos. Allí os los visan exigiéndoos otra gabela, á pesar de
-venir visados con gabela de la nunciatura de París ó del consulado
-de Marsella. En seguida el equipaje entra en sórdido almacen, oscuro
-ademas como un calabozo de la Inquisicion; oscuridad incompresible
-en esta tierra del cielo espléndido y de la luz deslumbradora, que
-dan á los ojos con un festin de colores una embriaguez de poesía.
-Por efectos usados ó adscritos á vuestro uso, os exigen derechos
-de aduanas. Cuando, pagados estos derechos, ya os contais libres,
-veis todos los bultos arrojados á un carreton, del cual tiran varios
-jóvenes haraposos, sin camisa, que os gritan: Á la aduana. ¿Pero otra
-vez? La tasa, el arancel prohibitivo, la incomunicación con el mundo,
-¿serán tambien de derecho divino? ¿El Papa necesitará, para ejercer
-su autoridad sobre las conciencias, apoyarse fuertemente en los
-errores económicos de la prohibicion y en los errores políticos del
-absolutismo?
-
-Yo comparaba esta entrada en los Estados Pontificios con mi entrada
-en los Cantones Suizos. Sentimientos no ménos sublimes ciertamente
-os poseen al contemplar aquellos montes por pirámides de eternas
-nieves terminados; aquellos bosques verde-oscuros, á cuyos piés se
-extienden praderas de un verde-claro, tachonadas por toda suerte
-de flores; aquellos lagos azules perezosamente dormidos al pié de
-colinas graciosísimas, puestas en sus bordes como para contrastar
-con los nevados picos hundidos en la profundidad de los cielos;
-aquellos rios impetuosos, cuyas claras aguas se despeñan con solemne
-rumor; aquellas blancas aldeas habitadas por una fortísima raza,
-que ha logrado realizar el mayor bien posible en las sociedades
-humanas: la alianza de la democracia con la libertad. Nadie os
-perturba en la contemplacion de estas grandezas. Ningun aduanero os
-registra el equipaje; ningun esbirro os pregunta vuestro nombre. La
-libertad ha abierto al universo aquellas montañas que parecen muros
-impenetrables. Pero en las playas romanas, en estas playas que os
-llaman como sirenas, el absolutismo ha puesto una nube de alcabaleros
-y de espías para cerrarlas, cuando las ha abierto naturaleza, como
-todos los vientos, á todas las ideas.
-
-Nada más incómodo que el registro de los equipajes, nada más
-minucioso. Caen los aduaneros sobre los libros con recelo
-inquisitorial. Y despues que lo han removido todo y lo han ojeado
-todo, entregan cada bulto á un empleado que lo conduce á la estacion,
-pidiéndoos de nuevo derechos, cuyo importe monta tanto como la
-primera contribucion de la primer aduana. ¿Hay paciencia para sufrir
-una administracion como ésta? ¿Es posible que, en medio de Europa,
-exista un territorio privilegiado y en él una porcion, la más augusta
-por sus glorias de la familia humana, en perpétua ruinosa tutela? El
-Espíritu Santo, que derrama sobre la cátedra de San Pedro torrentes
-de verdades religiosas, ¿no querrá por misericordia concederle ni
-un átomo siquiera de las verdades políticas y económicas que son la
-honra y la riqueza de los pueblos modernos? Así es que el ánimo se
-aparta del lado económico y administrativo de aquella tierra, para
-fijarse en el lado pintoresco. El cielo es de espléndido azul-claro;
-el mar como el cielo; el aire tibio y aromático; las guijas de la
-costa parecen doradas y bruñidas por la luz; en los árboles asoman
-las tiernas hojas que Abril hace brotar con sus primaverales besos;
-y entre corros de alegres chiquillos medio desnudos, pasan de vez en
-cuando algunos frailes, los cuales, con su túnica blanca y su manto
-de parda estameña, me parecen evocaciones de otras edades, ruinas
-vivientes, paseándose, como los fuegos fatuos por los cementerios,
-sobre las ruinas de piedra.
-
-Suena la hora de partir á Roma. El tren silba. Civita-Vecchia es
-el puerto de los Estados Romanos. Pero ni un carro, ni un fardo,
-ni un trabajador, ni un barril; nada que indique la existencia del
-comercio, como no sea el aduanero puesto allí para impedirlo. Mucho
-habia oido hablar de la tristeza del campo romano, pero nunca creí
-que llegase á tanto. Es la desolacion de las desolaciones. Parece que
-la muerte se ha tragado hasta las ruinas. Los buitres y los cuervos
-se han comido hasta los huesos de este gran cadáver. Once estaciones
-hay entre el mar y la Ciudad Eterna. En ninguna de ellas se ve un
-pueblo. Los empleados pronuncian nombres sonoros como Rio Fiume ó
-Magliana; nombres que se pierden, vanos ecos, en la inmensidad del
-desierto. Extraña mucho, muchísimo, ver que un tren se para en la
-soledad, sin que nadie baje ni suba, sin que nadie mire, sin que se
-cargue ni se descargue un bulto. Á veces alguna cabaña circular,
-terminada por una cruz de palo, es todo cuanto se decora con el
-pomposo nombre de estacion. Diríais que son tumbas de salvajes. El
-tren marcha proporcionalmente como una carreta. Esta lentitud os
-permite descubrir el inmenso horizonte; el campo desolado, pantanoso;
-algunas yeguadas que corren, ó búfalos que se paran como para
-contemplaros; ó rarísimos pastores á caballo en jacos matalones; ó
-un carro sobre el cual anda tendida alguna familia devorada por la
-fiebre, y que parece resto de razas nómadas, muriendo sobre aquel
-desierto, donde yacen tantas antiguas majestades caidas y enterradas.
-
-Los errores económicos trascienden á muchos siglos, á muchas
-civilizaciones. Los campos romanos, en los primeros tiempos de la
-República, cuando los cultivaba Cincinato, podian llamarse los Campos
-Elíseos en el mundo; un semillero de riquezas, un lugar de felicidad
-y de abundancia. El vino, el trigo, el aceite, la miel, la leche,
-eran por el trabajo agrícola producidos de tal manera, que Roma
-se bastaba á sí misma. Pero, poco á poco, las grandes familias se
-fueron apoderando de aquellos campos ántes repartidos entre muchos
-y por muchos trabajados. Á fin de evitarse jornales, convirtieron
-las tierras de labor en tierras de pasto. Un esclavo les bastaba
-para guardar el ganado. Los riegos se suspendieron. Los canales se
-cegaron. Perdiéronse las acequias. Las aguas se estancaron en los
-lugares bajos. Aquellas aguas, que cuando corrian para el riego
-llevaban en sus corrientes la vida, comenzaron con emanaciones
-pútridas á esparcir la muerte. Conquistado el mundo conocido, el
-pueblo romano ya no tenía la ocupacion de la guerra, y habia olvidado
-la ocupacion del trabajo. De aquí el cesarismo para que lo alimentára
-y lo divirtiera. Del cesarismo, la muerte moral que está en la
-tiranía, como la muerte material en las lagunas pontinas. Con razon
-decia Plinio: _Latifundia Italiam perdidere_.
-
-Por fin, al caer la tarde, cuando las sombras se desprendian
-sobre Roma, llegamos á la Ciudad Eterna; á la que nos ha dado la
-jurisprudencia con sus pretores, los municipios con sus procónsules,
-la libertad con sus tribunos, la autoridad con sus césares, la
-religion con sus pontífices; piedra miliaria donde están escritos los
-anales del género humano; tumba de la antigüedad; arco de triunfo
-por el cual entraron las edades modernas de la vida; templo á que
-han venido por espacio de quince siglos las generaciones católicas
-á recibir la luz de su espíritu; academia en que todavía aprenden
-los artistas, delante de cincuenta mil estatuas y de millones de
-columnas, los secretos de la forma plástica; campo de batalla donde
-yacen enterrados los dioses todos de las teogonías antiguas, al
-panteon traidos en los carros de triunfo; desde cualquier lado que se
-la mire, la ciudad más augusta y más colosal de cuantas han vivido
-sobre la tierra; la que todavía dirige la conciencia de una parte del
-género humano con el prestigio de sus recuerdos, con los misterios
-que se levantan de sus gigantescas ruinas.
-
-Yo no puedo preservarme de un gran sentimiento de veneracion hácia
-esta ciudad, única en el mundo. Babilonia, Tiro, Jerusalen, Aténas,
-Alejandría, han reinado en la historia antigua, en cierto período de
-tiempo y en limitado espacio, realizando cada una su idea, despues de
-lo cual han desaparecido en el polvo de sus ruinas, sin dejar más que
-los recuerdos de su vida en la historia, ó los huesos de un cadáver
-en la tierra. París, Lóndres, Nueva-York, reinarán en la historia
-moderna. Pero esta Roma, que los antiguos llamaron la Ciudad Eterna,
-abraza los dos hemisferios del tiempo, el mundo antiguo y el mundo
-cristiano.
-
-¡Qué serie de emociones reserva Roma al viajero! Por muy católico
-que seais, por muy vivas que en vuestra alma estén las ideas
-aprendidas en la primera educacion; á la vista de las estatuas del
-mundo antiguo, de estos faunos que sonrien con una sonrisa inmortal,
-de estas diosas por cuyas carnes de mármol parece que circula
-el calor de la vida y la sangre de una eterna juventud; delante
-del coro de las divinidades griegas en su inmóvil reposo, en su
-olímpica serenidad, en su armonía perfecta entre la forma y la idea
-resplandeciente de hermosura que irradian sus ojos, que se desprende
-de sus labios casi vibrantes aún con el himno de la poesía clásica;
-delante de estos muertos de piedra, más vivos y más inteligentes
-que los hombres de carne que hoy los guardan, sentís dolor infinito
-por la muerte de la religion del arte, y os dan tentaciones de
-pedir que se levanten de nuevo los antiguos templos y continúen
-los interrumpidos sacrificios para oir los cánticos de los coros,
-las páginas elocuentísimas de Platon ó los acentos de libertad de
-Demóstenes, en medio de aquel mundo y bajo el númen de aquellos
-genios, que derramaron de sus copas de ámbar sobre la tierra el licor
-de una eterna alegría. Goethe sintió esta profunda emocion clásica en
-el Museo del Vaticano, residencia de los pontífices católicos, por un
-milagro del arte convertida en olimpo de los dioses paganos.
-
-Así os sucede con el mundo cristiano. Las grandes basílicas, á
-pesar de su colosal majestad, os dejan frios. Aquellos monumentos
-de mármol, de bronce, relucientes de oro y de pedrería, inundados
-de luz, riquísimos de mosaicos y de bajos relieves, os deslumbran,
-pero no os conmueven. La frialdad del mármol llega hasta el alma.
-Pero cuando entrais, por ejemplo, en las catacumbas de San Clemente;
-cuando veis la tierra húmeda donde estuvo guardada cuatro siglos la
-semilla de la idea cristiana; cuando, al resplandor de una antorcha,
-descubrís en el subterráneo la inscripcion trazada por el mártir, la
-pintura al fresco que parece, todavía teñida de sangre, los símbolos
-de la esperanza en medio de los terrores de la persecucion, creeis
-oir el himno de los catecúmenos entonado bajo los festines mismos
-de los césares, á la puerta del circo donde rugian las fieras que
-iban á devorarlos; y el sentimiento de amor inspirado por todos los
-grandes sacrificios viene á sobrecogeros con su misticismo sublime,
-inspirándoos deseos de quedaros allí á contemplar de rodillas los
-misterios de la eternidad y á dormir el sueño de la muerte en el
-sepulcro de los primeros cristianos, sepulcro iluminado por la fe.
-
-¡Pero cómo se borran estas emociones así que veis la córte
-pontificia! No puedo resistir á la tentacion de recordar un cuento
-del más gracioso de los escritores italianos, de Boccacio. «Érase un
-cristiano viejo, florentino, muy dado á ganar almas para el cielo,
-mérito á que libraba su eterna bienandanza, cuando dió con un no
-recuerdo si moro, si judío, y puso empeño en abrir los ojos de su
-alma á la eterna luz; pero con tal traza, que en breves dias habia
-logrado tenerle ya punto ménos que convertido; cuando se le ocurrió
-al infiel, llevado de su naciente celo, la idea de ir á Roma; idea
-que desconcertó á su misionero, porque temió que las liviandades de
-aquella córte serian bastantes á reducir á cenizas la portentosa
-obra; mas ¡cuál no fué su extrañeza, cuando vió volver al catecúmeno
-hecho de hieles contra su antigua religion y de miel para la nueva,
-exclamando: ¡Padre mio! me convierto; porque si á pesar de las
-liviandades del clero de este siglo la Iglesia existe, crece y se
-fortifica, es sin duda porque, depositaria de la verdad, merece la
-directa proteccion del Cielo!»
-
-Yo no acusaré á la córte que rodea á Pío IX de liviana. Jamas
-acostumbro á acusar sin pruebas, y siempre me inclino á creer el
-bien y á no injuriar á la naturaleza humana. Yo creo á Pío IX un
-respetable anciano perfectamente moral. Yo supongo que el ejemplo de
-su moralidad trasciende á toda su córte. Pero yo digo que ni él ni
-cuantos le rodean comprenden el espíritu de este siglo razonador,
-independiente, libre, quizá demasiado positivista, que desea un
-culto espiritual y desinteresado para oponerlo al desenfreno del
-mercantilismo, y que no encontrará nunca la satisfaccion de este
-deseo en el pomposo y vano lujo con que la córte de Roma adorna las
-ceremonias religiosas convirtiéndolas en el culto de los sentidos.
-¿Por qué lado peca nuestro siglo? Por el lado industrial, por el
-lado mercantil. Las maravillas de la industria le han hecho olvidar
-las maravillas de las ideas que se ocultan en el cielo del alma.
-Esta tendencia sobrado exclusiva de su carácter puede traer una de
-esas reacciones idealistas que equilibran la naturaleza humana, como
-la accion demasiado sensual del imperio romano sobre la conciencia
-trajo la reaccion demasiado espiritualista del cristianismo, que
-convirtió un mundo de epicúreos en otro mundo de monjes. Podia muy
-bien la antigua religion del espíritu aprovechar un momento de crísis
-en la conciencia para reivindicar alguna parte del influjo moral que
-ha perdido. Pero con ese sistema de lujo desenfrenado, de comparsas
-churriguerescas, de cortesanos vestidos caprichosamente, de pajes
-cargados de oro, de cardenales con púrpura y armiño, de obispos con
-mitras orientales, de suizos arlequinados, de guardias nobles que
-llevan el manto de terciopelo negro sobre los hombros y la espada de
-plata sobre el vientre, de domésticos cubiertos con túnicas de todos
-los colores del íris, de lacayos cuyos plumajes desafian á todos los
-pintados loros del trópico, de soldados de uniformes como el célebre
-del general Boom en la _Gran Duquesa de Gerolstein_; con todo ese
-lujo oriental, la córte de Roma se aparta de Cristo y se acerca á
-Heliogábalo.
-
-Es el Domingo de Ramos. La gran Basílica de San Pedro va á presenciar
-la bendicion de las palmas. Dentro de ella el pueblo está relegado
-al término último, como si no hubiese recibido con el bautismo el
-sello de la igualdad cristiana. Del altar mayor á la gran puerta se
-extienden dos filas de soldados para impedir á la muchedumbre que
-se acerque al Papa. Aunque la concurrencia es numerosísima, apénas
-se advierte en aquellos dilatados espacios. Baste decir que en San
-Pedro caben sesenta mil almas. Las voces de mando militar resuenan
-fuertemente en el templo, donde sólo deberia resonar la voz de la
-oracion. Los fusiles, al descansar, producen grande estrépito en el
-pavimento de mármol. Los asistentes son extranjeros. El ciudadano
-romano casi ha desaparecido en la inundacion de extrañas gentes
-llamadas por el Papa en su socorro. Á la hora prefijada, la procesion
-que trae á Pío IX comienza. Es imposible que nadie pueda dar una
-idea de las diversas gentes que le acompañan, y de los diversos
-trajes que estas gentes visten. Se necesitaria una endiablada
-nomenclatura, como las nomenclaturas de Bizancio. Por fin, despues
-de un ejército de cortesanos, aparece el Papa llevado en andas
-como los santos de nuestras procesiones, sentado en silla dorada,
-con manto de terciopelo carmesí y mitra blanca, el báculo de oro
-en la mano izquierda, y la derecha ocupada en lanzar bendiciones
-á los que las piden de rodillas. San Pedro parece un teatro. Las
-tribunas, alzadas en gradería bajo los grandes arcos que sostienen
-la maravillosa rotonda de Miguel Ángel, se hallan ocupadas por las
-damas. La disposicion de estas tribunas religiosas me parece idéntica
-á la disposicion de la platea central en la Grande Ópera de París.
-Los caballeros, vestidos de rigorosa etiqueta, ocupan el pié de las
-tribunas.
-
-Durante la misa, unos hablan, otros pasean, y todos dirigen
-alternativamente sus anteojos de teatro, ya á las damas que ocupan
-las tribunas, ya á los cardenales que ocupan el ábside de San Pedro.
-Los guardias nobles, vestidos como nuestros caballeros de la córte de
-Felipe IV, con calzon corto, media de seda, ropilla de terciopelo,
-las mangas acuchilladas y adornadas por grandes elipses de raso, la
-capa á la espalda, el espadin con puño de acero delante, la gorra
-negra bajo el brazo y la golilla blanca al cuello, se mezclan á la
-conversacion general y al general paseo. Solamente los suizos se
-hallan allí inmóviles. Me dan compasion al considerar que han sido
-bastante enfermos del alma para dejar sus montañas y su libertad
-por servir ¡pobres mercenarios! á un soberano extranjero. El traje
-que llevan fué dibujado por Rafael. El gran pintor no se mostró en
-este traje gran colorista. Es una mezcla de retazos de paño negro,
-encarnado y amarillo; un casco adornado con plumero blanco les cubre
-la cabeza, y una elegante alabarda es su arma. Parecen maniquíes
-vestidos de arlequin.
-
-Despues que se ha concluido la funcion, es de ver la plaza de San
-Pedro. Inmensa multitud la ocupa; coches lujosísimos la atraviesan en
-todas direcciones; las músicas militares entonan marciales marchas;
-la decoracion es maravillosa: en el centro el obelisco, mudo trofeo
-de las victorias del pueblo romano sobre el Egipto; á su lado dos
-fuentes que lanzan á los aires dos rios en grandes surtidores; á
-la derecha é izquierda los intercolumnios abiertos en colosales
-semicírculos, dejando entrever la graciosa vegetacion meridional de
-los próximos jardines, y rematados por magnífica diadema de estatuas;
-sobre una altura el Vaticano, palacio donde guardan testimonio
-de su genio los primeros artistas del mundo; y en el fondo, al
-terminarse elegante gradería, la iglesia de San Pedro, coronada por
-la rotonda de Miguel Ángel, que se dibujaba admirablemente, como un
-templo aéreo ascendiendo á lo infinito, entre los arreboles de este
-cielo arrebatador, que extiende sobre todo, como una mágica gasa de
-incomparable hermosura, su áureo manto de luz.
-
-Pero no olvidaré hacer una observacion que me inspiró la fiesta. Esta
-ciudad no puede, á pesar de tantos esplendores, permanecer encantada
-siempre con el filtro del misticismo, ni presa siempre en las redes
-del arte. Cuando la religion tenía en sus manos la ciencia, el arte,
-la política, era natural una sociedad como ésta, dirigida por castas
-sacerdotales. Pero desde que todas las funciones sociales se han
-convertido en laicas, el gobierno teocrático es imposible. Noté,
-pues, que los coros de la Capilla Sixtina han decaido mucho. Las
-sublimes inspiraciones de Palestrina á duras penas encuentran dignos
-intérpretes. Tal decadencia se explica por la dificultad que hay en
-nuestro siglo de encontrar cantores con las condiciones exigidas
-por la córte romana. Es sabido que no permitiendo el ritual coro de
-mujeres en San Pedro, se apela para tener tiples á reducir á ciertos
-varones desde su infancia á la condicion de aquellos infelices que
-guardan los serrallos de Oriente. Alejandro Dumas refiere con mucha
-gracia en sus viajes, que vió á la puerta de una barbería romana este
-rótulo ó anuncio: «Aquí se perfeccionan muchachos.» Yo no he visto
-cosa semejante. Pero sé que los coros de tiples decaen, porque ya
-no hay familias tan despiadadas que por lucro se atrevan á inmolar
-á sus hijos. Pues bien; no podeis exigir tampoco que para existir
-una autoridad religiosa y moral en el mundo, haya una ciudad sin
-prensa, sin tribuna, sin los derechos primordiales constitutivos de
-la virilidad de los pueblos.
-
-Con sólo entrar en Roma se observa que su estado es un estado
-violento. Á tres mil suben los emigrados en una ciudad de doscientas
-mil almas. Cuatrocientos son hoy los presos por causas políticas. Y
-un sacerdote muy ilustrado, muy amigo del Papa, y hasta entusiasta
-por su poder temporal, me ha asegurado que hay más de setenta mil
-garibaldinos en Roma. Todo indica un gran terror. Así, las puertas
-de la ciudad se hallan defendidas por barricadas. Á las nueve de la
-noche quedais encerrados dentro de sus muros, hoy que las ciudades
-derriban sus puertas para dejar entrar con la luz y el aire las
-ideas de todas las ciencias, los productos de todas las zonas, los
-representantes de todas las razas.
-
-Desde el anochecer, en cada esquina encontrais dos guardas armados de
-fusiles, como si estuvierais en una plaza sitiada. Los pasaportes se
-registran con una minuciosidad indecible. Un Estado que apénas tiene
-seiscientas mil almas, sostiene veinte mil hombres de ejército.
-
-Estos veinte mil hombres son de diversas naciones y hablan diversas
-lenguas. La mayor parte no entienden el italiano. Así, no hay entre
-ellos los lazos de la sangre y del habla, aunque haya los lazos de la
-religion y de las ideas políticas. Esto es un gravísimo inconveniente
-para mandar las maniobras. Aunque se haya convenido usar el frances,
-como lengua más universalmente conocida, los soldados en su mayor
-parte no lo entienden. Luégo, para vivir en Roma bien (no habiendo en
-ella nacido), se necesita una grande elevacion de espíritu, capaz de
-comprender todo cuanto dicen sus monumentos, sus artes, sus ruinas.
-Los que no saben oir esa voz elocuentísima que despierta tantas
-inspiraciones, se fastidian en esta ciudad académica y monástica.
-Y no digo esto á humo de pajas. He notado una alta elegancia, una
-distincion de maneras en el ejército pontificio, que inútilmente
-buscariais en los demas ejércitos de Europa. Se conoce bien que si
-una gran parte es ejército mercenario, atento á las pagas, ligado
-por su enganche, la mayor parte se compone de jóvenes exaltados por
-un culto caballeresco á las viejas instituciones, románticos en su
-fantasía y en su vida, caidos muchos de sus ilusiones, desengañados
-otros, extraños todos, pidiendo al ejercicio de las armas y al ruido
-de los campos el alimento á su misticismo, que otra generacion,
-más religiosa y más tranquila, pediria al silencio del claustro y
-á las maceraciones de la penitencia. Estos soldados han venido de
-los cuatro puntos del horizonte, pues á todas las razas cristianas
-pertenecen y hablan todas las lenguas, en demostracion de que
-Roma guarda bajo los pontífices el carácter de universalidad que
-le dieron los césares. Pero esta ventaja moral es la desventaja
-material de su ejército. Como la idea del individualismo, que los
-germanos trajeron á la historia moderna, se halla tan arraigada, las
-diferencias de raza, de nacionalidad, de carácter, brotan por todas
-las filas y ocasionan innumerables conflictos. Como los oficiales
-hablan una lengua y los soldados otra, apénas pueden establecerse
-entre ellos esas relaciones del corazon, más necesarias que las
-relaciones de la disciplina en los momentos de peligro. Como los
-mismos soldados no se entienden materialmente entre sí, no hay unidad
-en este cuerpo. Y saltan con mayor rapidez tales inconvenientes,
-cuando se ven los obstáculos con que luchan los jefes para mandar
-las maniobras. La Roma católica tomó el latin pagano para que todos
-sus miembros tuvieran con un solo espíritu una sola lengua. La
-diversidad de pronunciacion ocasionó que, áun hablando todos latin,
-no se entendieran los monjes de las várias naciones entre sí, como
-en demostracion de cuán superior es siempre la naturaleza á la ley.
-La Roma política de nuestro tiempo, en su angustia, ha escogido la
-elegante y flexible lengua de Voltaire para hablar á sus soldados,
-esa lengua mortal á todos los ídolos, á todas las idolatrías. La
-aristocracia del ejército la entiende, pero no la entiende la
-muchedumbre. Así los soldados se hallan disgustadísimos; primero
-por los largos ejercicios á que les obliga la dificultad de las
-maniobras, y despues por las contínuas guardias á que les obliga el
-terror creciente de la córte.
-
-En proporcion, aquellas naciones que por su historia debieran dar más
-soldados, dan ménos. España se suicidó por salvar el catolicismo. Los
-huesos de sus hijos blanquean desde el siglo décimoquinto en todos
-los campos de batalla donde ha sido necesario defender esta religion.
-Dimos por ella toda la sangre de nuestras venas y todo el aire vital
-de nuestro espíritu. Pues bien; sólo hay treinta y ocho soldados
-españoles en el ejército pontificio. En cambio Holanda, que salvó
-con sus Oranges la reforma y que inició la libertad de pensar en el
-mundo moderno, ha enviado gran número de voluntarios. Esto prueba
-que miéntras la libertad de cultos ha mantenido viva la fe en los
-católicos de los países protestantes, la intolerancia ha extinguido
-la fe en los países donde parecia más viva y más exaltada.
-
-Pero, dejando aparte estas reflexiones y viniendo á otras más
-políticas, yo no comprendo qué se propone el Papa con este ejército
-numerosísimo, tan desproporcionado á sus medios, á sus recursos,
-á sus Estados. La sombra del Imperio frances le protege. El dia
-que esta sombra se desvaneciera, por muy valiente que el ejército
-pontificio fuese, no podria resistir á cien mil soldados italianos.
-Miéntras la proteccion de Francia dure, el ejército pontificio es
-inútil; y el dia que falte la proteccion de Francia, el ejército
-pontificio es insuficiente. Sólo sirve para una cosa este ejército;
-para consumir los recursos que pródigamente, á manos llenas, envian
-todas las naciones católicas al Pontífice. Pero estos recursos
-provienen hoy de una exaltacion de los ánimos que no puede ser
-duradera. El dia que Italia, convencida de su impotencia para luchar
-con Napoleon, ó para promover el conflicto franco-prusiano con motivo
-de la cuestion de Roma, la rodee de un profundo olvido, el celo de
-los fieles disminuirá, con el celo disminuirán los recursos, con los
-recursos disminuirá el ejército, y una sublevacion interior no sólo
-será posible, sino tambien fácil, porque hay aquí guardado mucho amor
-á la libertad.
-
-Estoy maravilladísimo de los rasgos de inteligencia y de fuerza
-que guarda en su fisonomía esta raza romana, y que revelan toda la
-indómita fiereza de aquel antiguo carácter conquistador del mundo.
-Las mujeres, altas, majestuosas, de anchos hombros, de torneados
-brazos; el color moreno mate, los labios gruesos, la nariz aguileña;
-negros y brillantes los ojos, en cuyo torno se dibujan largas
-pestañas y artísticas cejas; ancha la frente como sus estatuas,
-abovedada la cabeza como las Madonas del divino Rafael; oscuro y
-rizado el cabello, que cae en largos bucles sobre las escultóricas
-espaldas; tienen tal aire de matronas romanas, que áun pueden
-ciertamente mandar á Coriolano morir por la patria, y á Cayo Graco
-morir por el pueblo. Los jóvenes romanos han heredado la hermosura de
-sus madres combinada con todos los rasgos de la fuerza varonil. Se ve
-que el silencio impuesto por la Inquisicion y la obediencia impuesta
-por el despotismo, no han sido bastantes á extinguir el espíritu de
-este gran pueblo. Todavía parece que cae de sus labios la fórmula del
-derecho antiguo: _civis romanus sum_.
-
-Y cuenta que para descubrir esto se necesita quitar la capa de
-inmundicia bajo la cual fallece Roma. Junto al lujo oriental de los
-cardenales, los harapos de un pueblo hambriento; junto á las carrozas
-doradas, nubes de mendigos descalzos; en torno de los soberbios
-palacios de mármol, una horrible greca donde están confundidos toda
-suerte de mal olientes excrementos. Y sin embargo, esta ciudad es la
-capital de Italia. Cuando al caer la tarde, en las horas sagradas de
-la poesía, bajo un cielo clarísimo, iluminado por los últimos rayos
-del sol poniente, que da á los edificios algo de fantástico, mirais
-desde las alturas del Pincio esta ciudad con sus once obeliscos
-egipcios, sus trescientas cúpulas, sus bosques de columnas, sus
-miriadas de estatuas, y descubrís las Siete Colinas, donde han nacido
-los senadores, los cónsules, los tribunos, el derecho político y
-civil de la antigüedad, que todavía es la base de vuestro derecho;
-y contemplais al frente San Pedro, y sobre las majestuosas líneas
-de la gran Basílica la rotonda adivinada por Bramante y concluida
-por Miguel Ángel; no léjos de San Pedro, el titánico mausoleo de
-Adriano, sobre el cual abre sus alas el serafin de bronce; allá, á
-la izquierda, el mundo de la historia, los muros donde se grabaron
-mil victorias; la Vía Sacra, por do entraban los triunfadores; el
-Foro, en que se congregaba el pueblo; los arcos bajo los cuales han
-pasado veinte siglos sin desgastarlos; las termas regaladas, en
-cuyos dibujos todavía se han ceñido su corona las artes modernas;
-el Coliseo, que es una montaña esculpida por gigantescos cinceles;
-el Quirinal, donde se alzan las mayores estatuas salvadas de las
-catástrofes de Grecia; el Capitolio, cabeza, cerebro de la tierra;
-y á la vista de tantas maravillas, al recuerdo de tantas grandezas,
-á la contemplacion de tantos monumentos engarzados en bosques de
-cipreses, que parecen una corona fúnebre sobre la ciudad, colocada
-por un genio invisible; cuando las campanas que tocan á la oracion
-os envian sus tañidos melancólicos, que os parecen la voz de los
-mártires saliendo de las catacumbas, y las sombras de la noche
-colgándose tristemente de las ruinas, como que dibujan las almas de
-los héroes, el corazon, por tantas emociones henchido, proclama á
-Roma, no solamente la capital de Italia, sino la eterna capital del
-mundo.
-
-Se necesita ser de Italia, sentir la sangre meridional en las venas,
-haberse educado en el recuerdo de esta gloriosa historia, bajo las
-pintadas alas de la poesía clásica, para comprender todo el prestigio
-que Roma ejerce sobre los italianos. Los que han querido constituir
-Italia en monarquía, y luégo le han negado á Italia su capitalidad
-natural, han hecho un cuerpo sin cabeza. Se concibe que si Italia
-fuera una federacion republicana, la cuestion de capital pasára á
-la categoría de una cuestion secundaria. Se concibe más: se concibe
-que siendo un Estado junto á otros Estados republicanos, aunque las
-leyes fueran análogas á las del resto de Italia, conservára Roma, por
-respeto á sus pontífices, costumbres monásticas, religiosas, como las
-conserva Friburgo, á pesar de hallarse enclavada entre dos cantones
-tan protestantes y tan liberales como el canton de Vaud y el canton
-de Berna. Pero constituida Italia en monarquía por el temor natural
-de todos los potentados europeos á la República, Roma es de Italia,
-é Italia de Roma, que se hallan tan ligadas como los satélites á sus
-planetas, y los planetas al sol. Y en esta ciudad, hoy compuesta
-de iglesias, de conventos, donde no se ve ni una huella de la vida
-política y civil, donde por toda autoridad láica se descubren unos
-cuantos senadores en carrozas pintarrachadas, seguidos por unos
-cuantos lacayos colorados, inmunda parodia de los antiguos senadores;
-en esta Roma teocrática, monástica, de rodillas eternamente sobre
-sus ruinas de mármol, se ha de levantar la tribuna en el Foro, ha
-de hablar la prensa, ha de resonar la antigua elocuencia, se han
-de discutir todos los problemas, han de brotar todas las escuelas,
-porque no podeis arrojar el espíritu político de las sagradas
-regiones donde el espíritu político tuvo su nacimiento.
-
-Miéntras no suceda esto, Roma es una ciudad muerta. Yo he seguido con
-cierta curiosidad arqueológica las ceremonias de Semana Santa. Unas
-me han parecido, por lo lujosas, orientales; otras me han parecido,
-por lo refinadas, bizantinas; otras, por lo baladíes, pueriles;
-todas absolutamente extrañas á nuestro siglo, y bajo el aspecto
-religioso, inferiores á la majestuosa solemnidad del culto en España.
-Ningun español ó americano, acostumbrado á la severidad de nuestras
-ciudades en Semana Santa, á esa severidad que no consiente ni una
-puerta abierta en las tiendas, ni un coche en las calles, comprenderá
-que el Juéves y Viérnes Santo se trabaje en esta ciudad como todos
-los dias, se hallen abiertos todos los establecimientos, y se vea
-más gente en las salchicherías contemplando los jamones adornados de
-flores y de laureles, que en las iglesias visitando los sagrarios.
-Nadie comprenderá que los doce pobres á quienes el Papa sirve la
-comida en conmemoracion de la cena del Salvador, se rian como si
-estuvieran en el teatro, y se arrojen á la cara anises y confites
-como si estuvieran reunidos para una francachela ó una comida de
-campo. Nadie creerá que el Juéves por la tarde, á las cinco, entre un
-cardenal penitenciario en la gran Basílica, se siente á la izquierda
-del sepulcro de San Pedro, y perdone los pecados con sólo manejar una
-caña y tocar con ella la cabeza de los penitentes como si estuviera
-pescando en seco. Yo he visto damas muy piadosas reirse de todas
-estas puerilidades.
-
-Pero hay una ceremonia y un momento sublime: el Miserere en San
-Pedro. La música es de una inspiracion inagotable, de un efecto
-sorprendente. Roma vió en el siglo XVI que el protestantismo la
-aventajaba en música, cuando tanto aventajaba ella al protestantismo
-en pintura, en escultura y en arquitectura. Naturalmente, buscó un
-músico para contrastar esta inferioridad, y le encontró sublime,
-encontró á Palestrina, ese Miguel Ángel del arte lírico. El Papa
-prohibió que su Miserere fuera copiado, para que sólo resonase en la
-iglesia cuyas bóvedas gigantes se hallan completamente en armonía
-con las sublimes notas. Un dia escuchaba fuera de sí el Miserere un
-niño sublime. Este niño, que debia ser el Rafael de la música, lo
-aprendió de memoria y lo divulgó por el mundo. Llamábase el niño
-Mozart. El genio germánico vino, como siempre, á robar sus secretos
-al genio latino en la guerra eterna de ambas razas. No hay pluma
-capaz de describir la solemnidad del Miserere. La noche avanza. La
-Basílica está á oscuras, sus altares desnudos. Por las ventanas de
-las bóvedas que frisan con el cielo penetra la incierta y pálida luz
-del crepúsculo, como si viniese á aumentar las sombras. La última
-vela del tenebrario se ha ocultado tras del altar. Os creeriais
-dentro de un túmulo inmenso, á traves de cuyas tablas entrára el
-resplandor lejano de lámparas funerarias. La música del Miserere
-no tiene instrumentacion. Es un coro sublime, combinado de una
-manera admirable. Ya se oye como el rumor lejano de una tempestad
-ó como la vibracion del viento sobre las ruinas y en los cipreses
-de las tumbas; ya como un lamento que se levantára del fondo de la
-tierra ó como un plañido que enviáran los ángeles del cielo, todo
-envuelto en sollozos, en una lluvia de lágrimas. Como las estatuas
-de blanco mármol son de tal manera gigantescas y brillan tanto, que
-las primeras sombras no pueden completamente ocultarlas, parecen
-evocaciones de otras edades, que, al levantarse de su sepulcro y
-desceñirse su negro sudario, entonan ese cántico de dolor y de
-horrible desesperacion. La Basílica toda se conmueve, vibra cual
-si los acentos de terror salieran de cada una de sus piedras. Esta
-lamentacion, larga, sublime; esta ola de hiel evaporada en los giros
-del aire, os hiere profundamente el corazon, porque es su tristeza
-infinita, es la voz de Roma quejándose á los cielos desde su lecho
-de cenizas, como si bajo sus cilicios se retorciera agonizante.
-Llorar así, lamentarse como los antiguos profetas bajo los sauces
-del Eufrates ó sobre las piedras esparcidas del templo; llorar en
-cadencias sublimes conviene á una ciudad como ésta, cuyo eterno
-dolor no ha ofendido todavía á su eterna hermosura. Así es la ciudad
-esclava. David sólo podria ser su poeta. Lo sublime es la nota de
-su cántico. Roma, Roma, eres grande, eres inmortal hasta en tu
-desesperacion y en tu abandono. Tendrás eternamente en el corazon
-humano un altar, aunque se pierda la fe, que ha sido tu prestigio,
-como se perdieron las conquistas, que habian sido tu fuerza. Nadie
-podrá robarte el dón de la inmortalidad, que te confiáran tus dioses,
-que te han sostenido tus pontífices, y que te confirmarán eternamente
-tus artistas.
-
-
- Abril 12 de 1868.
-
-
-
-
-LA GRAN RUINA.
-
-
-Ver la Ciudad Eterna fué uno de los ensueños de mi existencia; uno de
-los deseos de mi corazon. Niño, la religion romana me habla de Dios,
-de la inmortalidad, de la redencion, de todas las ideas que ensanchan
-hasta lo infinito los horizontes del alma. Adulto, la lengua del
-Lacio fué mi estudio exclusivo, estudio que á una imaginacion de
-suyo plástica le presentaba como en relieve, entre los dulces versos
-de Virgilio, los concisos períodos de Tácito, y los rotundos de
-Tito Livio, aquellos héroes antiguos, que sólo habian vivido para
-la libertad y para la patria. Ya en la juventud, al penetrar por
-la puerta de las Universidades, la literatura romana y el derecho
-romano habian acabado de inspirar al ánimo un anhelo vivísimo por ver
-las colinas de donde tantas ideas descendieron sobre la conciencia
-humana; los sepulcros que guardan tantos huesos ilustres, los
-cuales han servido como de abono á la planta de la civilizacion
-sobre la faz del planeta; las piedras bruñidas por el sol y por el
-tiempo, donde el cónsul y el tribuno han esculpido sus nombres, y
-el apóstol y el mártir su cruz, verdaderos fragmentos, no de la
-tierra, sino del espíritu universal, en su trabajo constante por
-adquirir la conciencia plena de sí mismo, y por realizar ese ideal
-que le desasosiega y le atormenta, pero que tambien le eleva y le
-transfigura, obligándole á ser, si soldado de una lucha sin tregua,
-agente y sacerdote de un progreso sin término.
-
-Yo, que cansado un poco de la política en Madrid, de la industria
-en Lóndres, de la vida en París, hasta de la naturaleza en Ginebra;
-disgustado un tanto de las tendencias positivistas que en nuestro
-tiempo á cada minuto, y en nuestra sociedad á cada paso descubro; me
-refugiaba en Roma para consumir algunos momentos en éxtasis ante la
-historia, ante el arte, ante la religion, ante todo lo ideal, no pude
-cierto dia desasirme de un republicano, muy mi amigo, que, seguro
-de la complicidad de mi alma con sus ideas, y de mi alejamiento
-naturalísimo del Santo Oficio, desahogaba su conciencia pecadora y su
-forzoso silencio de veinte años, pasados bajo la férula pontificia,
-en mi amistad, pintándome los abusos del absolutismo romano, que yo
-de oidas conocia y de corazon detestaba; pero cuyo relato en aquella
-hora no se compadecia bien con mis deseos de peregrinar entre las
-ruinas, ajeno á todo trabajo político, entregado al curso libre de
-mis ensueños y de mis pensamientos.
-
-—Á buena ciudad venís en busca de idealismo, decíame, frio por
-costumbre, en presencia de las maravillas que yo, transeunte,
-admiraba en Roma. Aquí todo el mundo se interesa por un número
-de la fatal lotería; nadie por una idea del humano cerebro. La
-conmemoracion del aniversario de Shakspeare se ha prohibido en esta
-ciudad del arte. Su censura es tan sábia, que como cierto escritor
-publicára un libro sobre el voltaismo, lanzólo al purgatorio del
-Índice, creyendo que se trataba del volterianismo, filosofía que no
-deja ni descansar ni digerir á nuestros monseñores. En cambio, un
-libro de cábalas y astrologías para adivinar los caprichos del bombo
-lotérico ha sido impreso y publicado con el placet pontificio, por
-no contener nada contrario á la religion, ni á la moral, ni á los
-derechos de la soberanía.
-
-—Sé todo eso, decíale yo. Lo he leido cien veces en Dumesnil, en
-Kauffman, en Sthendal, en Edmundo About.
-
-—Pues sabiéndolo, ¿buscais aquí ideas? Rabelais conocia esta ciudad,
-Rabelais. Al llegar, en vez de escribir una disertacion sobre sus
-dogmas, la escribió sobre sus lechugas, única cosa que hay buena
-y fresca en este maldito calabozo. Y cura y todo como era, cura
-del siglo décimosexto, más religioso que el nuestro, tenía una
-correspondencia larga y tendida con el piadoso obispo de Maillerais,
-sobre los hijos del Papa; porque el reverendo le habia encargado muy
-especialmente averiguar si el caballero Pedro Luis Farnesio era hijo
-legítimo ó bastardo de su Santidad. Creedme; Rabelais conocia á Roma.
-
-En esto dimos vuelta á una encrucijada, y nos encontramos en
-modestísima plazuela. Un balcon de la casa que más descollaba en
-aquel sitio aparecia colgado con rico tapiz de damasco carmesí.
-Fuertemente ajustado al balcon brillaba un globo de cristal con
-filetes dorados, á uno de cuyos extremos veíase áureo manubrio.
-Frente á la casa, inmensa multitud desarrapada, miserable, se
-apiñaba. En todos los ojos, convertidos al balcon, veíase algo de
-extraño; en las manos papeles, santos, escapularios; un silencio
-sepulcral reinaba; silencio incomprensible en los locuaces pueblos
-del Mediodía; silencio del que deduje haber topado con una ceremonia
-religiosa. Mi deduccion se confirmó cuando un monago salió al balcon,
-y tras el monago algunos eclesiásticos de rubicunda cara y obesa
-respetable figura, y tras los eclesiásticos todo un príncipe de la
-Sacra Romana Iglesia, vestido de crujiente seda morada, adornado
-con su roquete de blanco encaje, y cubierto con un solideo, morado
-tambien, sobre el cual flotaba al cefirillo, como roja flor de
-granado, lustrosísima borla. Rompióse el silencio de la multitud en
-espantoso alarido. Unos de aquellos campesinos, que todavía conservan
-reflejos de la antigua belleza escultórica en su frente despejada, en
-su nariz aguileña, en sus labios gruesos, se postraban de hinojos,
-plegadas las manos, extática la mirada, profiriendo oraciones
-que parecian conjuros. Otros sacaban las estampas de sus santos
-protectores, casi todas mugrientas, y las besuqueaban con verdaderos
-transportes. Algunos daban saltos, tendian los brazos, pronunciaban
-frases incoherentes. Era sábado, sábado de sortilegios. El mediodía
-se acercaba. Un cañonazo suena en el punto que las campanas dan las
-doce. Al cañonazo sigue en la multitud otro alarido increible. El
-cardenal coge el manubrio y da vueltas al globo cristalino. El monago
-mete la mano y saca un número. Era la lotería oficial, la lotería
-pontificia. Huyamos. Tenía razon el garibaldino. ¿Esta es la ciudad
-del espíritu?
-
-Sumerjámonos en los antiguos tiempos, como un buzo en el mar. Nuestra
-vida es tan corta, nuestro sér tan pequeño, que para tocar esa idea
-de lo infinito, á la cual estamos como unidos por lazos invisibles;
-para entrar en esta inmortalidad con que soñamos siempre, tenemos
-necesidad de poner, como tras el limitado horizonte sensible,
-el ilimitado horizonte racional; tras cada momento de la vida,
-perspectivas inacabables, léjos inmensos, celajes que matizan de
-belleza las notas escapadas de unas cuerdas vibrantes, los colores
-descompuestos en mágicas paletas, las inspiraciones desprendidas de
-la celeste poesía, los recuerdos por nuestra evocacion alzados del
-polvo de los siglos y de los abismos de la historia.
-
-¿Es verdad que tenemos aquí en la frente una luz pálida, trémula,
-casi imperceptible, como la luz de la luciérnaga, una luz que se
-llama la idea? ¿Es verdad que en esta luz podemos abrasar al mundo
-material, disiparlo, ofrecérselo al espíritu como el humo de un
-sacrificio? Indudable. La naturaleza aparece á nuestros ojos mil
-veces, cual una imágen multiforme de la conciencia. La luz no
-es más que el velo de oro tras el cual se oculta el pensamiento
-infinito que agrupa en escalas de música armoniosa los planetas y
-sus soles. El universo, ese universo que nos abruma con su grandeza,
-es el poema de nuestras ideas, el apocalípsis misterioso que hemos
-escrito con palabras de estrellas, con líneas de constelaciones
-en esa inmensidad, de cuya existencia real no estamos seguros,
-en esa inmensidad sin orillas y sin fondo que se llama espacio.
-Dejadme, dejadme, pues, soñar; que así como á los piés del hombre han
-caido muertos los dioses paganos, los dioses inmortales, creados y
-destruidos por el espíritu, los dioses inmortales, cuyos esqueletos
-amontonados descubro en esta inmensa necrópolis de la campiña romana,
-así pueden caer en ruinas los mundos, y quedar entre sus cenizas
-frias, como un rescoldo, el calor de nuestro espíritu.
-
-Cuando protestaba yo con estas orgullosas reflexiones contra las
-miserias humanas, sin darme de ello casi cuenta, habia llegado solo,
-absorto, frente á frente del Coliseo Romano. La primera impresion
-que me produjo fué de asombro. Si yo no naciera á las orillas del
-mar, y no me connaturalizára con su infinita superficie desde niño,
-tal impresion me hubiera causado, viéndolo por vez primera en edad
-madura. Mi memoria un tanto viva y cambiante me trasladó súbita á mi
-cátedra de latin, donde traduciamos los epigramas de Marcial, y me
-trajo á los labios estos dos versos, que suelen repetir los eruditos
-itinerarios publicados por los arqueólogos romanos:
-
- Barbara Piramidum sileant miracula Memphis
- . . . . . . . . . . . . . . . . .
- Omnis Cæsareo cedat labor Amphiteatro.
-
-Eran éstos los jardines de Neron. Por aquí andaba vestido de púrpura,
-calzado de borceguíes celestes, la sien coronada de laureles, los
-ojos fijos en el cielo, las manos en la cítara, henchidos los labios
-de antiguos versos griegos, y el corazon de pasiones contrarias,
-como un demonio que se esforzára por ser Dios, y se acogiera
-momentáneamente al cielo del arte, para tornar á caer en los abismos.
-Él era cónsul, tribuno, dictador, césar, pontífice máximo; todos
-le bendecian, todos le adoraban; y no le estimaba ¡oh dolor! su
-propia conciencia. La posteridad no ha sido para él tan despiadada
-como para los demas césares, porque Neron fué siempre un tirano con
-remordimiento. ¡Ha habido tantos en quienes se borró por completo la
-conciencia! ¡Ha habido tantos que, al matar, al quemar, al destruir
-ciudades enteras, han creido obrar meritoriamente á los ojos de
-Dios! Hoy mismo un césar del Norte, por coger entre sus garras el
-cetro de Alemania, se ha cebado en la infeliz Francia, y al eco de
-las bombas, al estridor de las ruinas y del incendio, al gemido de
-los moribundos, ha invocado el nombre de Dios como cómplice de sus
-crímenes. ¡Ah! Neron mataba á su madre; pero sentia en las orillas
-del mar los dolores de Oréstes y los ronquidos de las Euménides.
-Neron oprimia al género humano; pero en su última hora proclamaba
-muy alto que debia haber sido artista, y no césar. ¡La religion
-pagana conservará más viva la conciencia y su jurisdiccion sobre la
-vida que el pietismo protestante!
-
-He mentado á Neron, porque su nombre está unido al nombre del
-Coliseo. En el sitio que hoy ocupa, se extendia el estanque de los
-jardines neronianos; y al frente del estanque elevábase una estatua
-colosal, magnífica, del divino emperador, con los atributos de
-Apolo, el dios de la armonía y de la luz, que llevaba en sus manos
-la cítara, á cuyos acordes danzaban las musas, y en sus sienes el
-verde laurel de Dafne. La familia de Vespasiano, en ódio al hijo de
-Agripina, habia soterrado su áurea casa, llena de obras inmortales;
-arrancado tambien el Coloso, y construido en su lugar el Anfiteatro;
-pero no pudo arrancar ni el nombre ni el recuerdo de la apolina
-estatua de Neron; y ese nombre degenerado, corrompido, Coliseo, lleva
-todavía este colosal monumento.
-
-No parece, á la verdad, obra de los hombres, sino obra de la
-naturaleza. Esas gigantescas proporciones, esas moles inmensas no
-han podido ser creadas por nuestras fuerzas, sino por las fuerzas
-del gran arquitecto, del grande artista que ha levantado las eternas
-pirámides de los Alpes, y que ha cincelado el maravilloso cono del
-Vesubio, por las fuerzas del fuego creador, cuyas reverberaciones
-guarda todavía en sus cristales el granito. Sólo cuando se ven las
-armonías de sus arcos, la igualdad de sus columnas, el ritmo de
-aquella arquitectura que asciende á los cielos como un cántico,
-nótase que el pensamiento humano ha distribuido las enormes moles del
-Anfiteatro, y las ha sellado con el sello divino de sus leyes.
-
-Hoy es en parte una ruina. Cuando estaba todo de pié, dos gradas
-lo sostenian como fuertes zócalos. Cuatro cuerpos sobrepuestos lo
-formaban. Ochenta airosos arcos, que eran otras ochenta puertas,
-circundaban todo el primer cuerpo. Á los lados de los arcos alzábanse
-medias columnas empotradas en la pared y pertenecientes al severo
-órden dórico. Sobre este primer cuerpo se extendia una cornisa, y
-sobre la cornisa otros ochenta arcos, á cuyos lados se elevaban
-medias columnas del más gracioso y más ligero órden jónico. Otra
-cornisa, idéntica á la anterior, remataba este segundo cuerpo y
-servia de base al tercero, cortado en arcos tambien, ornado tambien
-de columnas, pero del florido y rico órden corintio. Remataba todo
-el monumento un airoso atrio, semejante á cincelada diadema, ligero,
-ornado de pilastras y abierto por ventanas, á traves de las cuales
-parece que brilla con más esplendor el cielo. Este inmenso edificio,
-tiene cincuenta y dos metros de altura. Para definirlo en pocas
-palabras, yo le llamaria una montaña circular, levantada, esculpida,
-cincelada por el trabajo del hombre. El lado que mira al Nordeste
-es el que mejor se conserva. Sólo en sus muros puede estudiarse la
-sucesion de los arcos, la armoniosa escala formada por las columnas,
-el órden y la gracia de las cornisas, la severa majestad del primer
-cuerpo y la ligereza del ático que lo corona todo y que da á mole tan
-grandiosa el primor y la ligereza de una joya.
-
-En estos monumentos resplandecen las ideas y los caractéres de la
-arquitectura romana. La gracia, la belleza griega, se han reemplazado
-con la grandeza, y con la grandeza colosal. Es el Coliseo monumento
-digno de un pueblo-rey, de un pueblo conquistador, de un pueblo
-titánico, de un pueblo que cuenta ejércitos de esclavos, ejércitos
-de trabajadores, sobre cuyas espaldas solamente hubieran podido
-ascender las inmensas moles á tan vertiginosas alturas. El pueblo que
-ha fabricado el Coliseo acaba de ver el Oriente y sus monstruosos
-edificios, sobre los cuales ha querido tender los órdenes del arte
-griego como una guirnalda. La arquitectura romana ya no es aquella
-hermosa arquitectura de Aténas y de Corinto, que ha tomado por tipo
-el bellísimo organismo de la mujer griega, de esa diosa, de esa
-musa de todas las artes. Flota sobre los monumentos romanos algo
-ménos bello, pero más grandioso, el océano invisible de un espíritu
-universal, asimilador, que tiene de Grecia la armonía, de Asia la
-magnitud, rebosando realmente en la tierra y en la historia, sin
-tocar á un ideal, que irá más tarde á perderse entre los misterios y
-los arreboles del cielo, medio luz, medio sombra. Luégo los edificios
-romanos, inspirados en ese espíritu colosal, tenderán necesariamente
-á fines útiles, prácticos, inmediatos, como toda su cultura. El dios
-Eros, el dios del amor griego, ha sido reemplazado en Roma con el
-dios Sterquilinius, con el dios del estiércol, de esa sustancia que
-abriga y fecunda los campos, como la metafísica helénica ha sido
-reemplazada con la moral y el derecho, con principios y ciencias que
-tocan más inmediatamente á la sociedad y á la vida.
-
-El Coliseo tiene todos los caractéres de la arquitectura romana.
-Podeis aprenderla mejor en ese grande ejemplar perdonado
-milagrosamente por la inundacion de los siglos, que en las páginas
-de Vitrubio, quizas rehechas é interpoladas por los eruditos del
-Renacimiento. Mirad esa argamasa que parece forjada como la materia
-granítica en las incandescentes entrañas del planeta. Mirad las
-bóvedas desconocidas de los griegos y admirablemente edificadas en
-esta tierra del imperio y de la fuerza. Mirad los arcos que el
-mundo helénico nunca construyó, y que parecen á mis ojos las puertas
-triunfales por donde penetra en la historia con un nuevo espíritu
-una nueva vida. Mirad cómo el romano ha puesto un plinto para que
-descanse la columna dórica que el griego arrancaba del seno mismo
-de la tierra como el tronco de un árbol. Mirad esos tres órdenes
-separados siempre en la arquitectura griega y reunidos aquí en escala
-ascendente, primero el más sencillo y más sobrio, el dórico, en la
-base; despues el más elegante y más ligero, el jónico, en el medio;
-y luégo el más florido, el más ornado, el corintio, coronando la
-cima, como la diadema de todo el monumento. El espíritu del pueblo
-constructor brilla por todas partes en esa fábrica. Ha reunido el
-romano los tres órdenes de arquitectura en sus edificios, como ha
-reunido los dioses griegos en el panteon. Su cultura es el gran
-epílogo de la cultura antigua. Roma tomó á Grecia su metafísica y su
-religion, á Sabinia sus mujeres, á España sus espadas, al Oriente sus
-bóvedas y á Etruria sus arcos. Así puede decirse que Grecia es la
-flor y Roma el fruto de toda la antigua historia. Monumentos como el
-Coliseo no son más en el fondo que huesos milagrosamente conservados
-del inmenso organismo que componia la Ciudad Eterna.
-
-¡Y pensar que este edificio, capaz de vencer á veinte siglos con
-todas sus catástrofes, se fabricó en tres años escasos! Levantáronlo,
-como ya hemos dicho, aquellos emperadores de la familia flavia, bajo
-cuya dominacion pudo consagrarse Tácito á maldecir el despotismo y
-llorar la república. Tito, á quien la adulacion universal llamara
-delicia del género humano, incendió Jerusalen; sobre las piedras
-calcinadas inmoló millon y medio de judíos, destinando el resto á
-degollarse entre sí como gladiadores en las ciudades de Siria, á ser
-trofeos de la entrada triunfal del vencedor por la Vía Sacra, y á
-levantar en las espaldas, amoratadas por el látigo, las moles de este
-Anfiteatro, para morir entre las quijadas y las garras de las fieras
-hambrientas.
-
-Tito, despues de haber amado á Berenice como Antonio á Cleopatra;
-despues de haberse oido llamar Mesías por sus propias víctimas,
-y Dios por aquellos egipcios á quienes les nacian dioses en las
-huertas; despues de haber consagrado á la sombra de las pirámides
-nuevos bueyes al dios Apis; despues de haberse formado una córte de
-sátrapas en Oriente, y corrido un dia entero los molestos honores
-del triunfo bajo los arcos de la Ciudad Eterna, demolió la áurea
-casa de Neron; trocó en estatua de Sol la estatua del César adorado
-por la plebe; desecó el lago que se extendia entre el monte Celio
-y el monte Esquilino; arrancó los bosques y taló las praderas de
-las poéticas orillas, y en el fondo levantó el anfiteatro mayor que
-han visto los siglos, consagrando su inauguracion en cien dias de
-increibles fiestas, en que hubo combates de gamos, de elefantes, de
-tigres, de leones, de hombres; combates gigantescos que salpicaron
-con sangre hirviente el rostro del César y el rostro de su pueblo.
-Nueve mil alimañas murieron durante aquella orgía de sangre sobre la
-arena. La historia, que ha conservado el número de fieras muertas, no
-ha conservado el número de personas, sin duda porque á los césares
-les interesaban ménos los esclavos que las bestias.
-
-Tito buscó en el trono algo con que apagar la sed insaciable de su
-ambicion, y no pudo encontrarlo. Ya no era dado desear más despues
-de tener bajo su mano el mundo; sobre sus espaldas, el manto de los
-césares; en torno de su autoridad, sumisas, como rebaños, las razas;
-silencioso y subyugado el planeta. Mas en el punto de llegar al
-logro de sus ambiciones, el corazon de Tito se quebró en pedazos, ó
-por no tener cosa alguna que desear, ó por deseos vagos, infinitos,
-que en nubes de ensueños fantásticos se disipaban, disipando con
-ellos toda su existencia. Lo cierto es que, al pisar el trono, una
-inmensa tristeza se apoderó de él; una especie de tísis interior
-le enflaqueció el ánimo; su aliento estaba cargado de suspiros,
-su corazon de dolores, sus ojos de lágrimas, su vida de ilusiones,
-su sueño de pesadillas, su pasado de remordimientos, su porvenir
-de miedo, hasta que un dia, errante por la envenenada campiña de
-Roma, en pos de un sitio donde adormecer su hastío, espiró, mirando
-el cielo con los ojos enardecidos por la fiebre de infinitos y no
-satisfechos deseos. Cuando yo recordaba la vida y la muerte de Tito,
-parecíame el Circo la aglomeracion de montañas sobrepuestas por
-las ambiciones desapoderadas de un césar para poseer el cielo como
-poseia la tierra, sin lograr otra cosa que tener bajo sus plantas el
-hervidero de todos los crímenes, y sobre sus sienes las maldiciones
-de todos los hombres.
-
-Embargado por estos recuerdos y estas ideas, habia yo recorrido
-todo el monumento. Lo registré, lo estudié como puede estudiar el
-naturalista una montaña; entré por todos los vomitorios, las puertas
-que abrian paso al pueblo con tal desahogo, que, sin atropellarse,
-ingresaban y salian rápidamente cien mil espectadores. Subí á sus
-gradas más altas, desde las cuales pude contemplar el campo romano,
-y á mi frente las lejanas lagunas; á mi derecha los arcos de Tito
-y Constantino, la pirámide de Sextio y la basílica de San Pablo; á
-mi izquierda las catacumbas de San Sebastian, la Vía Apia con sus
-dos hileras de sepulcros; á mi espalda el Palatino, el Foro, la Vía
-Sacra, el arco de Septimio Severo, el Capitolio; por do quier los
-lugares en que circulan como rica savia las ideas, los lugares llenos
-de recuerdos, los lugares, verdadero ocaso del espíritu antiguo,
-verdadero oriente del espíritu moderno.
-
-Estaba tan absorto, que la noche vino sobre mí como si hubiera venido
-de improviso. Las campanas de Roma tocaban á la oracion; los buhos y
-otras aves nocturnas ensayaban sus primeros gritos; oíase el agudo
-y monótono cántico del sapo y la rana en las apartadas lagunas,
-al par que el Miserere de una procesion al entrar en la próxima
-iglesia; mezcla de voces del espíritu con voces de la naturaleza,
-que sumergian aún mi conciencia en meditaciones más silenciosas y
-más vagas, como si el alma se escapára de mi sér para implantarse, á
-la manera de las plantas parietarias, en el polvo de las inmortales
-ruinas.
-
-La luna llena se levantó en el horizonte sereno, tranquilo, y vino á
-dar con su melancólica luz nuevos toques de poesía á los arcos, á las
-columnas, á las bóvedas, á las piedras esparcidas, á la desolacion
-de aquel lugar, á la cruz erigida en su centro como una eterna
-venganza que han tomado los gladiadores, obligando al pueblo romano
-á bendecir, á adorar lo más abyecto, el infame patíbulo de los
-esclavos, transformado en el lábaro de la civilizacion moderna.
-
-Al resplandor de la luna que surgia, al eco de las campanas, que
-espiraba entre las dudosas sombras, parecíame ver despertarse del
-polvo las almas de las generaciones muertas, y venir en vuelo tan
-callado como el vuelo de los murciélagos, á recorrer, á visitar
-aquellos sitios, consagrados por sus recuerdos, y queridos hasta en
-las regiones de las tumbas. Yo hubiera deseado detener las sombras
-y contarles ¡ay! lo que pasa en nuestro mundo. Si sois almas de
-tribunos, de senadores, de césares, sabed que todo cuanto vosotros
-adorabais ha muerto, y que ya los siglos han gastado hasta las gradas
-de los altares, herederos de vuestros altares, á fuerza de besarlas.
-Todos aquellos dioses que vosotros creiais inmortales, han muerto, y
-las ideas que los animaban ruedan por los abismos de la historia como
-hojas secas desprendidas de las renovaciones contínuas del humano
-espíritu. Ya las nereidas no palpitan suavemente en la espuma de las
-ondas; ya las ninfas de marmórea blancura no suspiran, no, en el
-susurrante arroyuelo. El dios Pan ha dejado caer su caramillo, que
-llenaba de melodías los bosques. Á la embriaguez de las bacantes han
-sucedido la maceracion, la penitencia, el horror á la naturaleza. Un
-nazareno, un hijo de los judíos, de los esclavos, de aquella raza
-que levantó con la cadena al pié y el látigo en el rostro las moles
-del Coliseo, ha vencido y ha enterrado los dioses que inspiraron á
-Horacio y á Virgilio, que sostuvieron á Escipion en las llanuras
-de Cartago, y á Mario en los Campos pútridos, que engendraron el
-arte y sometieron á su poder la victoria. En vano Tácito miró con
-menosprecio á los sectarios de ese jóven oscuro, pobre carpintero
-de Judea; en vano Apuleyo lo ridiculizó en sus apólogos y sus
-fábulas. Ni siquiera la inmortal risa de Luciano pudo cosa alguna
-contra el aliento que exhalaban aquellos labios, contra las ideas
-que exhalaba aquella conciencia. Los dioses han muerto, y sobre
-sus cadáveres ha caido muerta Roma. El Foro es un campo en que las
-vacas se apacientan. El Coliseo es un monton de ruinas, donde adoran
-los romanos el patíbulo de sus antiguos esclavos. La Vía Sacra se
-ha hundido. En el Capitolio celebran sus ceremonias los nazarenos.
-Éstos, que vosotros creiais perturbadores de la paz pública, tienen
-altares y sacrificios donde ántes los tenian los dioses de Camilo y
-de Caton. Pueblos bárbaros venidos del Norte ahogaron los oráculos,
-interrumpieron las ceremonias sagradas, entregando, como si fuera
-su despojo, la conciencia humana á turbas de cenobitas escapadas
-de las cloacas y de las catacumbas. Y cuando la nueva creencia
-se habia apoderado de todas las almas, cuando habia puesto sus
-altares en lugar de los antiguos altares, como si el espíritu humano
-estuviera condenado á tejer y destejer perpértuamente la misma trama
-de ideas, nuevos combatientes, nuevos tribunos, nuevos apóstoles,
-nuevos mártires, surgieron á matar la fe que sus predecesores
-engendráran. Y pasa por nuevas fases la conciencia humana, por nuevas
-angustias nuestro corazon, por nuevos estremecimientos de dolor esta
-ensangrentada tierra.
-
-Yo creí oir agudos gemidos sin número á medida que mis labios
-murmuraban estas incoherentes ideas sin forma. Sería el eco del
-viento en los cipreses y en los pinos. Sería el rumor último de la
-campiña al entregarse en brazos de la noche. Sería el eco de la gran
-ciudad, de su oracion, de sus lamentaciones. Pero asemejóse á un
-quejido de profundísimos dolores.
-
- _Sunt lacrimæ rerum....._
-
-Yo, para distraerme, empecé á fingirme allá en la mente una fiesta
-del Anfiteatro. No era la inmensa mole este inmenso cadáver. Aquí se
-levantaba una estatua, allá un trofeo, acullá un monolito traido del
-Asia ó de Egipto. El pueblo-rey entraba por los vomitorios despues de
-haberse bañado y perfumado en las inmensas termas, subiendo hasta la
-cima para desde allí repartirse en las respectivas graderías que de
-antemano le estaban señaladas. Á un lado se veia la puerta sanitaria
-por donde vienen los combatientes; á otro la puerta mortuoria por
-donde sacan á los muertos. Los gritos de la muchedumbre, los agudos
-sonidos de las trompetas se mezclan con el aullar y el rugir de las
-fieras. Miéntras llegan los senadores y el césar, algunos empleados
-de baja esfera municipal reparten entre el pueblo garbanzos tostados,
-que llevan, como nuestros feriantes, en esportillas. El suelo reluce
-con polvos de oro, de carmin, de minio, para disimular el color de la
-sangre, miéntras templan la luz grandes toldos de oriental púrpura,
-que entonan todo el espectáculo con sus encendidos reflejos.
-
-Los senadores van ocupando las gradas más bajas. Tras de ellos
-colócanse los caballeros. Más arriba los padres de familia que han
-dado al Imperio cierto número de hijos. En las gradas superiores,
-el pueblo. Y por último, coronándolo todo, las matronas romanas,
-vestidas de ligeras gasas, cargadas de riquísimas joyas, embalsamando
-los aires con esencias que vierten de pomos de oro, y enardeciendo
-los corazones con sus palabras de amor y sus voluptuosas miradas.
-
-Miéntras los espectadores aguardan al césar, que debe dar la señal
-del comienzo de la fiesta, entréganse á toda suerte de murmuraciones.
-Mira aquel gloton. Ayer se le quemaron los jardines de Pompeyo, y es
-tan rico, que no sabía fuesen suyos. Lolia Paulina lleva sobre el
-cuerpo en esmeraldas sesenta millones de sextercios, pequeña suma
-en comparacion de las infinitas robadas por su abuelo á las opresas
-provincias. Aquel que acompaña siempre al césar hurtó en cierta cena
-de Claudio una copa de oro. Estos calaveras saludan al orador Régulo,
-porque temen el veneno destilado de su viperina lengua. Él tiene
-honores, miéntras generales que han vencido á los bárbaros y han
-muerto en defensa de Roma están hace diez años insepultos. El médico
-Eudemio llega; no tardarán ciertamente en aparecer sus pupilas de
-corrupcion y de amancebamientos. Mira aquella niña; tiene ocho años y
-no es vírgen. Su ilustre madre, con pertenecer á una de las familias
-romanas más nobles, se ha borrado de la lista de las matronas y se ha
-inscrito en la lista de las prostitutas.
-
-Pero viene el césar y el pueblo lo aclama, siempre agradecido á
-las fiestas, y sobre todo á las matanzas. Los sacerdotes y las
-vestales consagran sacrificios á los dioses protectores de Roma. La
-sangre corre, las entrañas de las víctimas se consumen y se disipan
-prontamente en el fuego sagrado, suenan los coros y la música,
-vocifera nuevamente la muchedumbre; á una seña imperiosa aparecen los
-gladiadores, que saludan á todos con la sonrisa en los labios, como
-si les aguardára festin sabrosísimo, en vez de la implacable muerte.
-
-Divídense estos infelices en várias categorías. Los esedarios guian
-carros pintados de verde. Los mirmillones se ocultan tras redondos
-escudos de hierro, por uno de cuyos lados muestran afiladísimos
-cuchillos. Los requiarios tiran al aire y recogen con grande
-habilidad sus tridentes. El traje de éstos vistosísimo es: túnica
-roja, borceguíes celestes, casco dorado que remata un luciente pez.
-Los ecuestres recorren con gran agilidad en sus caballos el circo.
-La luz se refleja en los petos de acero y en los collares y en los
-brazaletes. Sus túnicas son multicolores y recuerdan los trajes
-orientales. Los bestiarios vienen los últimos, todos escogidos entre
-los más hermosos; todos desnudos, todos imitando en sus actitudes
-artísticas posiciones de clásicas estatuas; todos saludados con mayor
-frenesí por el pueblo, porque son los más fuertes y los más expuestos
-y los más valientes.
-
-Han nacido en las montañas, en los desiertos, entre las caricias de
-la naturaleza, respirando el aire puro de los campos y la sagrada
-libertad. La guerra, y solamente la guerra, ha podido arrancarlos á
-su patria. Ya en Roma, los han cebado para que tuvieran sangre, sí,
-sangre que ofrecer en holocausto á la majestad del pueblo romano.
-Allá en la ergástula, quizá muchos de los que ahora van á herirse
-ó matarse entre sí han contraido estrechísimas amistades. Quizá
-muchos son hermanos por la naturaleza, hermanos por el sentimiento, y
-habrán de herirse, habrán de inmolarse, cuando, unidos en los mismos
-afectos, podrian hundir las espadas en las entrañas del césar, y
-vengar á su gente y á su raza.
-
-Pero ya se acechan, ya se buscan, ya se amenazan, ya se enredan y se
-empeñan bárbaramente en cruentísima pelea. Si alguno, movido de miedo
-por sí, ó de compasion por su contrario, retrocede, el maestro del
-circo le clava un boton de hierro candente en las desnudas carnes.
-La roja sangre cae y humea por todas partes. Uno se ha resbalado
-en ella. El pueblo grita creyéndole muerto, y le silba cuando se
-levanta vivo. Éste se desmaya despues de esfuerzos gigantescos para
-sostenerse de pié. Aquél cae desplomado de una sola herida sobre su
-escudo. El otro se retuerce en dolores infinitos, y tiene el estertor
-de una agonía epiléptica. Dos se han herido mortalmente entre sí;
-pero al caer, soltando sus espadas, se han abrazado para sostenerse
-y auxiliarse en la muerte. Miembros mutilados, tripas rotas,
-sollozos de agonía, estertores de moribundos, rostros contraidos de
-muertos, últimos suspiros mezclados con quejidos, gritos de rabia
-y desesperacion; todo esto es grandioso espectáculo para el pueblo
-romano, que grita, palmotea, se embriaga, se enfurece, sigue con
-nerviosa atencion el combate, saltándole los ojos de las órbitas como
-para ver más la matanza, abriendo las narices y el pecho para recoger
-los vapores de la sangre.
-
-La cólera, sí, la cólera flotaba como única pasion sobre toda aquella
-carnicería. La escultura antigua, generalmente de una severidad
-tan olímpica, nos ha dejado la imágen viva de esta cólera en la
-escultura del gladiador combatiendo. Dilátanse sus ojos, sobre los
-cuales como que extienden tempestuosa nube las fruncidas cejas. Sus
-miembros robustísimos adquieren una infinita tension. La cabeza se
-avanza hácia adelante, inclinada sobre el pecho, á fin de parar los
-golpes. Su cuerpo está en actitud de lanzarse á la pelea, sostenido
-sólo por el pié derecho. El brazo izquierdo amenaza; en tanto que
-el puño derecho, fuertemente contraido, se apercibe á dar un golpe
-mortal. Aquella estatua es la imágen viva del ódio. Y el ódio
-contínuo ha engendrado en torno de Roma espesísima nube de cólera,
-de maldiciones, que tuvieron su satisfaccion terrible en la noche
-apocalíptica de las venganzas eternas, en la noche de las victorias
-de Alarico y de las orgías de los bárbaros, los hijos de los esclavos
-y de los gladiadores.
-
-¿Quién, quién puede extrañar los castigos de Roma? Toda su fuerza,
-toda su majestad, toda su grandeza han sido destruidas por una idea.
-Allá en las catacumbas se ocultan oscuros sectarios, que quieren
-oponer al sensualismo antiguo el espíritu, á la religion pagana y al
-Imperio dogmas que Roma no podia admitir sin perecer. Esos sectarios
-huyen de la luz del dia y se encierran temerosos en las catacumbas.
-Allí pintan el Buen Pastor que les guía á la eternidad, la paloma
-que les anuncia el término del gran diluvio de lágrimas en que se
-ahoga nuestra vida. Allí entonan himnos á un tribuno oscuro, pobre,
-débil, que no ha sabido matar como los conquistadores, sino morir
-humildemente en ignominiosa cruz. De allí han salido estos confesores
-de la nueva fe, para sellarla con su sangre sobre las arenas de
-este mismo circo. El anciano, el jóven, la tierna doncella han oido
-sin estremecerse el maullar del tigre asiático, el rugir del leon
-africano. Las fieras hambrientas han salido de las grandes jaulas que
-todavía en los cimientos del circo se ven, y han clavado sus garras y
-sus dientes sobre los cuerpos indefensos de los mártires. Miéntras
-se repartian las panteras, las hienas, los tigres, los leones sus
-restos palpitantes; miéntras bebian con furor insaciable la sangre,
-los romanos aclamaban al césar creyendo que con aquellos miembros
-devoraban las fieras una supersticion, y con aquella sangre se bebian
-las fieras una idea. Y los césares han muerto, y los pretorianos se
-han dispersado, y las piedras del Coliseo han caido, y una nueva
-idea ha reemplazado á las antiguas ideas, que, convirtiéndose
-de perseguida en perseguidora, ha intentado á su vez destruir
-nuevas sectas, ahogar nuevas creencias, no pudiendo llegar con sus
-excomuniones, ni con su inquisicion, ni con sus tormentos, al disco
-inmortal del espíritu humano, que brilla eternamente entre las ruinas
-y entre los dioses, entre los pueblos que mueren y los pueblos que
-empiezan, entre las creencias y los dogmas, como el sol perenne entre
-los coros de los mundos.
-
-
-
-
-LOS SUBTERRANEOS DE ROMA.
-
-
-En Roma suspende y maravilla la ciudad que sobre la tierra se eleva;
-pero suspende y maravilla tambien la ciudad que en las entrañas de la
-tierra se esconde. Sobre aquellos muros mece el viento la hiedra y el
-jaramago; descubre la conciencia el ideal y la fe de otros siglos.
-Bajo aquellos muros, donde las sombras se espesan, donde la frialdad
-y la humedad de la noche se eternizan; por las cuevas y las grutas
-abiertas en las profundidades del suelo podrán correr ahora solamente
-los fuegos fatuos, producto de tantos huesos como allí amontonaron
-los tiempos; más han corrido en otros dias, solemnes para el espíritu
-humano, las ideas que vivificaron la conciencia de la humanidad y que
-esclarecieron y realzaron sus altares. Yo me dirigia con religioso
-respeto á los sitios consagrados por la veneracion de tantas
-generaciones; yo me dirigia con el espíritu henchido por multitud de
-ideas. Las campiñas romanas invitan á meditar sobre la fragililidad
-de los poderes más fuertes y sobre la inania de las mayores y más
-respetadas majestades terrestres.
-
-De aquel pueblo, que llenaba el mundo, no se encuentra ni la sombra.
-De aquellas instituciones, que sostuvieron sobre sí el peso de tantos
-siglos, no se ven ni los restos. Algunos muros, algunos arcos,
-algunas columnas, inscripciones borrosas, sepulcros destrozados,
-mutiladas estatuas semejan los restos de un gran naufragio, los
-despojos de una inmensa tempestad. Yo comprendo allí, entre tantos
-destrozos, el misticismo que de algunas almas se apodera; el
-desprecio de este frágil mundo, en que todo se pierde, y se gasta, y
-se consume; la aspiracion al descanso de la muerte; la impaciencia
-generosa por la posesion de lo infinito en otro mundo ménos incierto
-y más duradero.
-
-Yo mismo, que tengo las ideas de mi tiempo, que creo en la perennidad
-del Universo, que miro la muerte, no como el aniquilamiento,
-sino como la renovacion; yo mismo sentíame inclinado á ciertas
-melancólicas reflexiones, y me imaginaba oir, ya la trompeta del
-juicio sonando sobre los orbes desquiciados, ya las lamentaciones de
-los profetas gimiendo sobre las destrozadas ciudades.
-
-Yo veia en los montes Apeninos, sembrados de ruinas, en las
-cordilleras de sepulcros diseminados por todas partes, en los
-arcos interrumpidos de los gigantescos acueductos, en las torres
-medio destrozadas como si las hubiera un rayo profundamente
-herido y desquiciado, en todos aquellos fragmentos de obras medio
-pulverizadas, algo de las grandes visiones apocalípticas, los restos
-de planetas esparcidos por las espaldas de los ángeles exterminadores
-en la soledad del espacio. La figura del tierno apóstol, que las
-artes plásticas han idealizado en las edades modernas; eternamente
-jóven como los dioses antiguos; elocuentísimo como los oradores
-helenos; semita que hablaba el lenguaje de Platon, y ponia el Verbo
-engendrado á la sombra del Pireo, entre los dogmas fundamentales
-del cristianismo; esta figura, que el Renacimiento ha realzado en
-sus cuadros y en sus estatuas, yo la veia allá, en Pátmos, entre el
-coro de las islas griegas, cuyos horizontes sonrien como la mirada
-de las sirenas; á la vista del azul Mediterráneo, henchido siempre
-de espíritu pagano y entonando en sus ondas, sembradas de corales,
-el antiguo himno clásico; yo veia esa figura ideal, mística como
-la oracion, dulce como la esperanza; yo la veia en el momento de
-recoger todas las iras de su raza proscripta, y trazar en el último
-apocalípsis el castigo de la prostituta Babilonia, miéntras los
-ángeles buenos y los ángeles malos combatian rudamente en los aires,
-y las piedras chocaban con las piedras en los planetas, y los muertos
-andaban buscando, roto el sudario y entreabierta la sepultura, sus
-carnes en las ruinas amontonadas, en el barro amasado con lágrimas y
-sangre, para presentarse al último juicio que ha de escuchar en el
-momento supremo de la boca de su Eterno Juez todo el Universo.
-
-Íbamos á las Catacumbas, é íbamos entre montones de ruinas. La
-desolacion del paisaje no era, sin embargo, tan grande como la
-tristeza del alma. Desterrados, errantes, sin patria, nuestro
-pensamiento y nuestro corazon tenian tambien, guardaban tambien
-ruinas como aquel inmenso y volcánico suelo de las grandes
-desolaciones. Todo recordaba la muerte. Hubiéramos creido hallarnos
-en esferas, más que terrestres, infernales, si la naturaleza, con
-el rocío matinal que descendiera de los aires, con la verde hierba
-que se levantaba entre las junturas de las piedras, con las flores
-primaverales que coronaban la hierba, con las mariposas que se mecian
-sobre las flores, con las hojas tiernas recien brotadas de las yemas,
-con los nidos cincelados ya entre el follaje, no hubiera querido
-recordarnos en tibia mañana de Abril la perennidad de la vida y la
-eterna alegría de sus espléndidos festines.
-
-¡Oh naturaleza! Inmóvil en medio del movimiento, una en medio de la
-variedad; empapada en el éter que la penetra por todos sus poros,
-y que forma como su atmósfera, como su espíritu; bajo la sucesion
-contínua de seres orgánicos que cambian y se trasforman, permanente
-é inmodificable; sujeta á la muerte y eterna; sujeta al límite
-é infinita; difundida en la inmensidad del espacio y concretada
-en seres orgánicos; desde los astros que irradian su luz por las
-esferas, á las flores que empapan con sus aromas los aires; desde los
-gases impalpables que se desvanecen, á las sólidas cordilleras que
-mezclan con sus ventisqueros, donde la nieve blanquea, sus volcanes,
-donde reluce el fuego central; desde la nebulosa que lleva en gérmen
-orbes infinitos, á los grandes y gigantescos mundos, ya cansados
-de bogar por los espacios; desde el grano de arena que la onda
-remueve, á las últimas estrellas de la Vía Láctea, cuyo resplandor
-tarda veinte mil siglos en llegar hasta nosotros, pobres desterrados
-adheridos á este pequeño planeta; en todo ese círculo, cuyo centro
-se halla, como dice la sabiduría moderna, en todas partes, y cuya
-circunferencia en ninguna, ¡ah! no sucede el aniquilamiento total
-ni de una sola molécula; no existe, no, la nada; sombra de nuestro
-pensamiento, aprension de nuestra poquedad, fantasma de nuestros
-sentidos, idea sin realidad, que las tristes limitaciones de
-nuestra lógica y la incurable imperfeccion de nuestro lenguaje nos
-ha obligado á poner en el eterno océano de la vida. Es verdad que
-algunos astros se han apagado en nuestro sistema solar, como faunas
-y flores enteras han desaparecido en nuestra corteza terrestre; pero
-ni se ha extinguido el calor de la vida universal, ni ha cesado el
-crecimiento y el progreso de más perfectos organismos. Entremos,
-pues, en estas cavernas de ruinas, con el pensamiento puesto en
-la idea de lo infinito y el corazon puesto en la esperanza de la
-inmortalidad.
-
-La más visitada de las catacumbas es la catacumba de San Sebastian;
-y la más digna de estudio detenido es la catacumba de San Calixto.
-Á unas cuatro millas hácia el Oriente de Roma, entre la Vía Apia y
-la Vía Ardeatina, bajo montones de escombros donde se encuentran
-toda clase de restos despedazados, junto á bosquecillos de cipreses
-que aumentan la tristeza y la solemnidad del paisaje, enciérrase la
-más vasta y la más bella de las necrópolis cristianas, refugio de
-los perseguidos, vivero de los mártires, descanso de los muertos,
-templo de los vivos, asamblea de aquellos audaces innovadores, que
-traian una nueva luz á la historia y un nuevo ideal á la vida. Yo
-aconsejo á todos cuantos me leyeren que no vayan á contemplar estos
-sitios, sagrados por tantos conceptos, sin llevarse los libros,
-y sobre todo los planos, del célebre arqueólogo católico Rossi.
-Así como el explorador de los bosques de América, de la tierra del
-porvenir, penetra, de su cortante hacha armado, en aquellas selvas
-inexploradas, y derriba los árboles, y ahuyenta los reptiles, y
-arranca las enredaderas, y crea habitacion á la familia, espacio
-al trabajo, este arqueólogo, explorador de un mundo subterráneo,
-se sumerge en las sombras, en el asilo de las aves nocturnas, bajo
-vacilantes bóvedas, entre laberintos de grutas, expuesto á ser
-aplastado por un desplome de las frágiles paredes, á perderse para
-siempre en cualquier recodo de aquellas ciudades de tumbas, en aquel
-infierno de palpables tinieblas, confundiendo su esqueleto con los
-muertos que ha intentado arrancar al silencio de triste é ingratísimo
-olvido.
-
-¡Cuántas veces la esponjosa toba llovia su menuda lluvia de arena
-sobre la frente de aquel hombre! ¡Cuántas veces un alud de piedras,
-de ladrillos, rodaba hasta sus plantas y le envolvia en espesas nubes
-de polvo, que embargaban toda respiracion á sus fatigados pulmones!
-¡Cuántas veces perdia el derrotero en aquel inmenso laberinto, el
-norte en aquel océano de tinieblas, y se imaginaba haber perdido
-tambien toda salida, y haber topado con segura muerte por sed, por
-hambre! Pero á la incierta luz de mortecina lámpara, minero audaz del
-espíritu humano, buzo de los abismos del tiempo, leia la inscripcion
-trazada quince siglos ántes por uno de aquellos sectarios, que
-acababan de recoger en el Circo Máximo los despojos humanos, y
-confiarlos á la tierra, entre oraciones, cuyos ecos áun se oyen
-allí; entre lágrimas, cuyos vapores todavía no se han desvanecido en
-aquella atmósfera bendita.
-
-Lo primero que pasma, cuando á los subterráneos se desciende, es
-el gigantesco trabajo empleado por los que abrieron, sin tener
-los medios mecánicos y químicos de nuestra civilizacion, aquellas
-ciudades subterráneas. Aunque se haya dicho que las catacumbas
-fueron abiertas en las canteras, su carácter especial, sus galerías
-sobrepuestas, pues hay hasta cinco pisos de tumbas; su disposicion,
-que tiene cierta regularidad, revelan un plan, perfectamente
-concebido y madurado, al cual se sometia y subordinaba la edificacion
-de estas celdillas, donde los grandes elaboradores del nuevo dogma
-depositaban la miel de sus ideas, que habia de alimentar á tantas
-generaciones. Hasta la naturaleza del suelo se estudiaba con
-detenimiento y con verdadera ciencia. Evitábanse las arcillas y
-gredas, las marismas, todo terreno que conservára fácilmente las
-aguas, y se cavaban los templos y los sepulcros en la toba granular,
-volcánica, más fuerte, más consistente, ménos accesible á la humedad,
-forjada por el fuego creador, y apta á todo género de construcciones
-duraderas. Mas era necesario preservar aquellos asilos, no solamente
-de los ataques de la naturaleza, sino tambien de las cóleras de los
-hombres.
-
-Para conseguir este fin, buscaban los cristianos la sombra de las
-leyes. Y la ley romana protegia sobre todo y ántes que todo en el
-mundo los lugares consagrados á las sepulturas. El suelo que era
-propiedad de la muerte no tenía el movimiento de la vida. Vendida,
-legada, donada una propiedad, una finca, ni venta, ni testamento, ni
-donacion alcanzaban al sepulcro, siempre exceptuado, siempre en poder
-de las familias que allí guardaban las cenizas de sus deudos. Así
-podian abrir fosas profundísimas en el suelo, elevar monumentos á las
-alturas, y con el nombre de áreas adyacentes, unir muchos terrenos
-anejos al sepulcro, y como el sepulcro, sagrados. Los cristianos
-aprovechábanse para sus cementerios de estas garantías de las leyes,
-y señalaban un terreno cualquiera, y abrian galerías subterráneas,
-y depositaban allí los vasos de su culto, los muertos de su secta
-y de su familia. Una serie de áreas romanas constituia el núcleo
-verdadero de las catacumbas. Así, por el respeto supersticioso de
-las leyes á la propiedad infiltrábase la oracion libre y el culto á
-los muertos. Los mismos emperadores que perseguian á los cristianos
-como creyentes, respetaban á los cristianos como propietarios. La
-propiedad colectiva, que era la propiedad cristiana de los primeros
-tiempos, tenía existencia legal en los códigos y amparo eficaz en los
-tribunales. Si hay confiscaciones como en los reinados de Valeriano
-y de Diocleciano, son confiscaciones pasajeras, excepcionales,
-interrumpidas, borradas pronto por una restitucion, que prueba la
-perennidad del derecho, como la restitucion de Galieno y de Magencio.
-Y sin embargo, el Imperio persigue las asociaciones ilícitas, y
-declara asociaciones ilícitas las asociaciones religiosas, que
-amenazan á la integridad de su vida amenazando á la integridad de
-sus dogmas. Y Roma, que reconociéndose epílogo y síntesis del mundo
-antiguo, admite en sus templos todas las divinidades nacidas en el
-seno de los pueblos asiáticos, Roma rechaza el Dios de los judíos, el
-Dios de los cristianos, sin duda porque los demas dioses son, como
-los suyos, dioses de la naturaleza, en tanto que el Dios cristiano y
-judío es el Dios del espíritu, que viene á sustituir á la verdadera
-y poderosísima diosa de la tierra, á la diosa Roma. No obstante
-este ódio, comprobado por tantas persecuciones, respetábase toda
-asociacion benéfica que tuviese por objeto enterrar á los muertos,
-orar por los muertos: no se le preguntaba por su dogma religioso
-cuando se la veia reunirse para prestar culto á la inmortalidad. Bajo
-tal respeto á la muerte se anidaban los cementerios y los templos.
-
-Y cuenta que el cementerio cristiano exigia verdadera amplitud.
-Los romanos quemaban sus muertos, y recogian las cenizas en vasos
-de mármol ó de pórfido; miéntras los cristianos, que creian, no
-sólo en la inmortalidad del alma, sino en la resurreccion de la
-carne tambien, guardaban los cadáveres íntegros en el fondo de las
-sepulturas. Así las ciudades de los muertos alcanzaban proporciones
-tan colosales como las ciudades de los vivos. Así bajo los arcos de
-triunfo, bajo los circos llenos de magnificencia, bajo los templos
-donde se congregaban los dioses que se creian eternos, bajo los
-palacios donde reinaban los césares, que se creian omnipotentes; á
-los cuatro puntos del horizonte, extendíanse verdaderas ciudades de
-sepulcros, con sus calles, con sus encrucijadas, con sus plazas;
-ciudades de la muerte, que, sin embargo, avivaban en sus sepulturas
-un nuevo espíritu, el cual habia de matar á la antigua Roma, y animar
-sobre sus restos otra civilizacion.
-
-Nótase una diferencia entre las catacumbas del siglo I y las
-catacumbas de los otros siglos; del siglo III por ejemplo. Aquéllas
-eran más hermosas y estaban más ornamentadas. Empleábanse en el siglo
-I los mármoles con frecuencia; los estucos brillantes, los colores
-vivos, los relieves artísticos, los frescos dignos de figurar junto
-á los frescos de Pompeya, las inscripciones clásicas con retumbantes
-y nobiliarios nombres de familias aristocráticas, los sarcófagos
-monumentales, todo construido, todo hermoseado por aquellos artistas,
-un poco paganos, es verdad, que llevaban todavía en sus pinceles y en
-su cincel artísticos todos los jugos de las inspiraciones clásicas;
-pero que representaban el tránsito de un término á otro término de
-las ideas, y de una época á otra época de la historia. Así es la
-vida. Las revoluciones más trascendentales se apartan tímidamente de
-su orígen y se agarran á las instituciones mismas que van á destruir.
-La Iglesia, aunque nace bajo la maldicion de la sinagoga, recoge y
-consagra los libros, usa y difunde el lenguaje de la sinagoga. El
-cristianismo, aunque crece entre las persecuciones de los paganos,
-copia sus símbolos y santifica sus artes. La filosofía, aunque huye
-y se aparta de las ciencias teológicas, consagra muchos de sus
-apotegmas y encierra las fórmulas racionalistas en la terminología
-de las antiguas escuelas. Los pintores místicos de la Edad Media
-tienen su progenie en los pintores de las catacumbas. Aquí está la
-brillantísima genealogía de Cimabue y de Fra Angellico. Aquí la
-paloma, que servia en la antigua pintura para acompañar á Vénus,
-sirve para anunciar, con su ramo de olivo en el pico, la promesa de
-la resurreccion. Quizá no esté tan bien dibujada, tan bien cincelada
-como la serena paloma griega que ha construido su nido entre los
-mirtos, los lentiscos, y que ha acompañado con sus arrullos los
-himnos de los templos helenos; pero en cambio ha pasado bajo las
-blancas alas de la paloma cristiana, por todo su cuerpo demacrado,
-el relampaguear sublime de nuevo espiritualismo. Así es el alma
-humana. Cree el sentido comun que se ha transformado, que ha crecido
-por súbitas y milagrosas revelaciones, cuando se ha transformado,
-cuando ha crecido por un trabajo interior, perseverante, eterno, que
-ha elaborado lentamente las nuevas creencias, los nuevos dogmas;
-alimento de tantas generaciones, atribuido en los arrebatos del
-corazon y de la fantasía á milagros de los profetas, de los ángeles,
-de los reveladores, no de otra suerte que el artista, el poeta,
-atribuye á la sonrisa de la casta Musa, escondida en los pliegues del
-aire, en los arreboles del cielo, la inspiracion que á raudales brota
-de su propia alma.
-
-Pero, como las catacumbas de los tiempos apostólicos son más bellas y
-más ricas que las catacumbas de los tiempos posteriores, cuando ya se
-habia difundido el cristianismo, yo no puedo atribuirlo á lo que lo
-atribuye el Conde de Richemont en su erudito libro sobre la primitiva
-arqueología cristiana; yo no lo atribuyo á que las clases más nobles
-pertenecieran á la religion más nueva. No. La historia desmiente
-este aserto. La fuerza misma de la asociacion cristiana obró las
-maravillas de las primeras catacumbas. Los artistas, que pertenecen
-siempre á lo pasado por la poesía de los recuerdos, á lo porvenir
-por la poesía de las esperanzas, fueron tocados en el corazon por
-la nueva fe, y expresaron sus sentimientos en la soledad de las
-catacumbas. La misma insignificancia de la secta perseguida sirvióle
-de incontrastable escudo contra los perseguidores. Los primeros
-césares temian á los estoicos, cuyo sentido humanitario contrastaba
-la idea fundamental romana, la idea de la superioridad incontestable
-de la gran ciudad; pero no temian á los cristianos, confundidos con
-aquellos judíos que trajeran cautivos de la toma de Jerusalen, y
-que arrojaban con menosprecio á las fiestas del Circo, para que sus
-combates, sus agonías, sus estertores, su muerte, sirviesen de solaz
-al hastiado pueblo.
-
-Cuando el cristianismo creció, como en el siglo III; cuando el número
-de sus iglesias aterró á los que veian arruinarse en la soledad y
-en el abandono los paganos templos; cuando coincidieron con estas
-tendencias de los espíritus á separarse de la antigua fe, tendencias
-de los pueblos á separarse tambien del antiguo Imperio; cuando entre
-tantas ruinas morales y materiales se dibujaban como bandadas de
-cuervos, viniendo á lanzarse hambrientos sobre un cadáver insepulto,
-las irrupciones de los bárbaros, que ponian espanto con los aullidos
-de sus gargantas, y la vibracion de sus armas, y la ferocidad de
-sus instintos; los últimos romanos atribuyeron sus desgracias á los
-primeros cristianos, los cuales, perseguidos, acosados, como una
-nueva fuerza más que como una nueva idea, se refugiaron en catacumbas
-abiertas de prisa, enlazadas con las viejas canteras, sin pinturas ni
-relieves, porque no eran, no, templos de religiosos, sino madrigueras
-de fugitivos.
-
-Habiamos ido desde las catacumbas de San Sebastian á las catacumbas
-de San Calixto. En las primeras nos condujo rápidamente un fraile,
-guiándonos, vela en mano y largo recitado en labio, por aquellas
-cavernas. En las segundas nos acompañó un guía laico, mucho más
-instruido y mucho ménos presuroso, cuyas noticias parecian más bien
-aprendidas en experiencia propia que en ajenas recitaciones. La
-oscuridad era grande, completo el silencio. Pareciamos descendidos
-de las tempestades superiores de la vida á las espesas sombras de la
-muerte. Nos internábamos, y nos internábamos mucho. Si la luz que nos
-guiaba se hubiera extinguido, ¡cómo saliéramos nosotros del abismo!
-Y sin embargo, ¡qué reposo! ¡Qué especie de tranquilidad en aquella
-region de la muerte! Los fugitivos que allí se escondieron dominaron
-al mundo. Las ideas que allí se plantáran cubrieron con su benéfica
-sombra, por espacio de muchos siglos, los altares, los templos;
-alimentaron con su calor las conciencias; sostuvieron el corazon
-humano con sus esperanzas.
-
-¡Quién, al ver las dos sociedades, no hubiera dicho que la
-subterránea estaba destinada á desaparecer, y la superior, la que al
-aire y á la luz se esperezaba en el placer y en el vicio, destinada,
-por su falso brillo, por su poder aparente, por la fuerza que fingia,
-por los cortesanos que la cercaban, á durar siglos de siglos! Arriba
-los césares, el Senado ceñido de laureles, el ejército, en cuyas
-armaduras relumbraba el sol de las batallas; los sacerdotes, que eran
-oráculo de lo pasado y nuncios de lo porvenir; los cortesanos en
-legiones innumerables, los esclavos en la ergástula, los gladiadores
-en el circo, los arcos de triunfo, los monumentos colosales, los
-obeliscos, testigos de tantos siglos y despojos de tantas batallas;
-miéntras que abajo sólo habia sectarios oscuros, débiles, soñando con
-una redencion moral en medio del envenenamiento de las costumbres,
-teniendo por toda fuerza sus oraciones, por toda victoria sus
-martirios. Arriba los templos eran magníficos, rodeados de prados
-y jardines, donde cantaban en pajareras várias aves innumerables;
-precedidos de vestíbulos de mármol; ornados de maravillosas estatuas,
-debidas al cincel que trasmitiera á las inertes frias piedras todo el
-calor, toda la vida del alma; convertidos en museos de antigüedades
-por la conservacion de las espadas que esgrimieran los primeros
-héroes, y de los trofeos que encontráran, así en las ciudades como
-en los campos, los primeros conquistadores; miéntras que abajo,
-en las sombras, junto á estos milagros del arte, junto á estas
-maravillas de la historia, el sombrío templo cristiano, abierto como
-las madrigueras de las alimañas salvajes, ornado sólo por algunas
-humildes figuras, que simbolizan el dolor, amenazado por la crueldad
-del despotismo, avivada y recrudecida en las embriagueces de la orgía.
-
-¡Quién hubiera dicho que habian de triunfar estos humildes sectarios!
-Asombra ver cómo se burlaban de ellos los más aplaudidos escritores
-de la antigüedad. Luciano ha dejado entre sus inmortales escritos
-la carta burlesca sobre un mártir cristiano llamado Peregrino. Este
-desdichado se figuraba que era inmortal, y que, por ende, habia
-de vivir perpétuamente. Despreciaba, en consecuencia de esta fe,
-los tormentos y pedia la muerte. Como el sofista crucificado habia
-persuadido á los suyos de que todos los hombres deben tenerse por
-hermanos, ponian sus bienes en comun, y, víctimas de la ignorancia,
-caian en manos de los más codiciosos ó de los más hábiles. Coronaban
-todas sus insensateces con la magna insensatez de morir en las
-llamas. De tan acerba manera juzgaba á los renovadores del mundo un
-escritor de talento, un filósofo de elevadas ideas, un satírico de
-primer órden. Y eso que sentia el hielo de la muerte discurrir por
-las venas de la antigüedad. Y eso que los dioses del pagano culto y
-los filósofos de la griega ciencia merecian todas sus despiadadas
-burlas. Y eso que debia sentir en el fondo de su alma conturbada la
-necesidad de la renovacion.
-
-Pues aquellos fanáticos en creencias, supersticiosos por
-temperamento, recluidos en tinieblas, creyentes en el sofista
-crucificado; los predicadores insensatos, los sectarios apasionados,
-los débiles, los pobres, los ignorantes, eran, despues de todo, los
-llamados á despertar, esparciendo la llama viva del espiritualismo
-sobre su frente, al mundo ébrio y corrupto, que emponzoñaba con sus
-orgías y con sus vicios, no solamente la conciencia humana, sino la
-misma naturaleza material.
-
-¿Qué fuerza tenian, qué fuerza? ¿Armas? Su palabra. ¿Riquezas? Su
-fe. ¿Poder? El de su resignacion al sufrimiento. ¿Legiones? Las
-legiones de los mártires. ¿Propiedad? La de sus tumbas. Lo que tenian
-realmente, era una fuerza que es incontrastable, un arma que no se
-mella nunca, una riqueza que no se pierde, una propiedad que no se
-acaba: la misteriosa luz sin noche y sin ocaso, el vívido fuego que
-vivifica y no quema, el alma inmortal de la naturaleza, el motor de
-la sociedad, el aire en que perpétuamente respiran las almas; la
-idea, uniendo á ella el sentimiento, que ha recibido de los cielos el
-dón de los milagros; la fe viva, profunda, en esa idea. Los vencidos
-vencieron, los proscriptos reinaron, los muertos fueron dispensadores
-de la vida, los débiles domaron con sus manos, traspasadas por los
-clavos de la cruz, la salvaje fiereza de los bárbaros, y su ideal
-maldecido se transformó en el sagrado lábaro de una nueva vida.
-
-Imposible que estas reflexiones no asalten y no posean con
-fuerza á cuantos vayan por aquel inmenso laberinto de calles
-subterráneas. Son los surcos donde se plantaron los gérmenes de las
-ideas cristianas. Allí estuvieron largo tiempo, guardados de la
-persecucion, como la semilla del trigo bajo los hielos del invierno.
-Allí brotaron á la luz. Los mártires de una idea progresiva resucitan
-siempre. La obra que construyen no se interrumpe, aunque lo parezca
-á nuestra mezquina vista, incapaz de abrazar en su conjunto, como el
-Universo material, el Universo moral. Nosotros, ajenos á toda enemiga
-contra ninguna de las ideas que han contribuido á la educacion de la
-humanidad, hijos de este siglo eminentemente sintético, mirábamos y
-admirábamos enternecidos el lugar donde se fraguó la gran revolucion
-moral contra los excesos del sensualismo antiguo. Los signos
-epigráficos, las figuras medio borradas, los jeroglíficos esculpidos
-en las piedras tumulares, las imágenes sagradas de aquellos tiempos
-nos trasportaban á su tempestuoso seno. Parecíanos oir la salmodia
-religiosa medio reprimida por el terror; ver la llegada de los que
-traian los restos de los mártires recien cogidos en el espoliario
-del Circo, para depositarlos en las urnas, y alzar al pié de estas
-urnas el pequeño altar donde ardia la mística lámpara. Ya pintados
-al fresco, ya esculpidos en las piedras, veiamos el pescado
-milagroso, que representaba al Salvador; las áncoras, símbolos
-de la esperanza; el cayado y el odre del buen pastor; el cordero
-resignado al holocausto; la nave de la Iglesia desafiando todas
-las tempestades; la viña mística, cuyos racimos y cuyos sarmientos
-llenaban la tierra; la mujer divina deslizándose sobre las aguas
-del mar con su niño entre los brazos y la estrella sobre la frente;
-la cena en que se repartia el pan eucarístico entre los primitivos
-cristianos, cena frugal, alimento del alma, protesta viva contra las
-orgías del Imperio; la resurreccion de Lázaro, saliendo rejuvenecido,
-hermoseado, de su sepulcro, merced al Verbo divino, que cayera
-sobre sus huesos y lo despertára á la nueva vida, como la doctrina
-evangélica al Viejo Mundo.
-
-No puedo yo entrar en las controversias artísticas que han suscitado
-los eruditos fundadores de la arqueología cristiana. No puedo decir
-si, como quiere M. Raul Rochette, estas pinturas se han inspirado
-en el arte antiguo, ó si han espontáneamente nacido de la nueva fe,
-como quieren el caballero Rossi y su erudito comentador frances,
-que en otro lugar he citado. Hame sucedido como á éste; no he visto
-el cielo que veia Ozanan en los ojos de las orantes. No he visto
-ni siquiera la expresion espiritual de las tablas de la Edad Media
-en los frescos de las catacumbas. He visto que los rostros tienen
-algo de la impasibilidad inconmovible de la pintura antigua. Pero
-se observa que el arte no está en la serenidad clásica, en aquella
-compenetracion de la forma y del fondo, que le daba un carácter
-olímpico. Algunas gotas de plomo derretido han abrasado aquellas
-carnes. Algunos relámpagos de un ideal infinito han pasado por
-aquellos ojos. Las formas se retuercen de dolor, y los labios
-suspiran de nostalgia. Son las larvas misteriosas de donde saldrán,
-en la sucesion de los siglos, los ángeles de Fiessole, los mártires
-de Fra Bartolomeo, las Concepciones de Murillo, las Vírgenes de
-Rafael. Así el pintor que contempla estas figuras simbólicas, puede
-ver en ellas, extasiado, los primeros blasones de la genealogía del
-arte moderno, de ese arte pictórico en que hemos superado á los
-antiguos.
-
-Pero ¡ah! cristianos ó filósofos, adictos á lo pasado ó adictos á lo
-porvenir, hombres de fe ó de ciencia, cuando penetrais en aquellos
-abismos, cuando caeis en aquellas tinieblas, cuando columbrais los
-borrosos frescos ó palpais los sacros relieves, sentís discurrir por
-vuestras venas un estremecimiento de terror, como el que produce
-siempre la contemplacion de lo sublime. En mí confieso que todos
-los sentimientos y todos los recuerdos de la infancia se levantaban
-como en tropel y me poseian, como si la primera fe áun estuviese
-viva. Recordaba yo la humilde iglesia de mi lugar con sus fiestas
-religiosas; la Vírgen-Madre entre nubes de incienso y acentos del
-órgano; las procesiones que salian á bendecir los campos en las
-mañanas de Mayo, cuando las amapolas alzaban sus corolas entre los
-trigos, y las zarzas se cubrian de rosillas; el cántico de las
-letanías, repetido por innumerables voces; los acentos de la campana,
-difundidos en los aires, llamando á la oracion, miéntras los últimos
-resplandores del dia espiraban sobre las crestas de los montes, y
-las primeras estrellas de la tarde nacian en la inmensidad de los
-desiertos cielos.
-
-Mas cuando estos sentimientos del corazon dejaban espacio á las
-ideas, yo veia el poder de una nueva creencia, que aparece en
-momentos propicios, en el momento de una muerte irremisible de la
-antigua fe. Este sentimiento no os deja ni un momento cuando vagais
-por aquellos subterráneos, cuando á vuestros mismos ojos pareceis
-cadáveres ambulantes en aquellos inmensos panteones. La oscuridad, la
-lobreguez, el silencio, si por mucho tiempo se prolongan, os fatigan,
-os hielan, os petrifican. Necesitais el aire tibio, la luz, la luz
-sobre todo. Así, cuando salimos de las catacumbas, y respiramos en la
-atmósfera de la campiña latina, y contemplamos el sol centelleando
-en las nieves del Apenino, y olimos el aroma de las hierbas
-humedecidas, de las flores recien brotadas, y escuchamos el piar de
-los pajarillos que abrian sus gargantas en los nidos al alimento y á
-las caricias maternales, miéntras las golondrinas subian á los cielos
-y el ruiseñor gorjeaba en las vecinas enramadas, no pudimos ménos de
-bendecir á la Naturaleza, que ofrece un teatro eterno á todas las
-tragedias, y páginas infinitas á todas las epopeyas de la historia.
-
-
-
-
-LA CAPILLA SIXTINA.
-
-
-Roma es la ciudad de las tristezas eternas. Sus cipreses murmuran
-una elegía. Sus fuentes lloran la muerte de algun dios. La luna, al
-reflejarse en sus mármoles, evoca legiones de blancas sombras. Por
-doquier muestra amontonadas las ruinas con sus coronas de ortigas.
-Un ejército de Titanes ha sido precipitado en el polvo de esta
-ciudad, asentada sobre urnas funerarias. Las piedras gigantescas, los
-muros ciclópeos, las columnas colosales son los huesos de esa raza
-vencida por los rayos del cielo, aniquilada por las maldiciones de
-Dios. Jamas un volcan extinguido por el frio de los siglos fué tan
-majestuoso en la estéril soledad de su cráter, como esta Roma muerta.
-Jamas los huesos de los fósiles, incrustados en las montañas por
-el diluvio, enseñaron tanto como esos ladrillos diseminados en las
-cenizas, como estas piedras con sus inscripciones borrosas.
-
-Todo es desolacion. Vagais entre sepulcros vacíos. La muerte no
-ha perdonado ni las cenizas de los muertos. La naturaleza, en su
-voracidad insaciable, ha metamorfoseado los huesos caidos sobre sus
-profundos senos. Y los átomos de César, de Sila, de Cincinato, de
-Camilo, quizá ruedan en el polvo barrido por el aire, quizá matizan
-ténuamente las frágiles alas de una mariposa, ó se dilatan por las
-fibras de la hierba que siega con su afilado diente la salvaje cabra.
-
-Y sin embargo, cuando estaban agrupados sobre un esqueleto, cuando la
-sangre hirviente los regaba, cuando las entrañas, como otros tantos
-hornillos, mantenian el calor de la vida, esos átomos soportaban
-el peso del cielo, regulaban á su placer el mundo, y dirigian la
-humanidad con una frágil espada, hoy enmohecida, al cumplimiento de
-sus destinos.
-
-Pero ¿qué resta de todo esto? Unas cuantas capas de polvo amontonadas
-sobre otras capas de polvo, donde se han perdido y se han borrado los
-césares y los tribunos, los vencedores y los vencidos, los romanos
-y los bárbaros, los señores y los esclavos; sin que pesen más en la
-balanza del universo y en la gravitacion del globo unas que otras
-cenizas.
-
-Despues de haber andado largo tiempo entre tantas ruinas, echais
-de ménos los habitantes, pero habitantes á la altura del coloso.
-Nada importa el ave nocturna que se esconde en el hueco de un
-sepulcro; nada el murciélago que sale de una catacumba; nada el
-buho ó el cuclillo que cantan en la soledad de la noche sobre las
-piedras del Coliseo. Quereis, repito, ver habitantes á la altura del
-coloso. Inútil buscarlos en una raza degenerada y sierva. Los dignos
-habitantes de Roma son los hombres de mármol tallados por el cincel
-en piedras inmortales. Son las figuras dibujadas en los muros por el
-genio. Y entre estas figuras, las que tienen todavía el fuego sagrado
-en la frente; las que guardan la fuerza del heroísmo en los músculos
-y en los nervios crispados por las chispas del pensamiento; las que
-respiran la tempestad en la ancha fragua de sus colosales pulmones;
-las que pueden sostener el cielo con su frente, y dejar bajo sus piés
-una huella indeleble en la tierra, son las figuras de Miguel Ángel.
-
-Parece que despues de haber estado caido en el polvo mil años el
-genio del Capitolio, arrullado por los Misereres de la Edad Media,
-ha sacudido su pesado sueño un dia, se ha levantado arrojando las
-montañas de ruinas amontonadas sobre sus espaldas, y ha ido á buscar
-ese Titan del arte, ese Miguel Ángel siniestro, solitario, tétrico,
-sublime, para comunicarle el soplo de su espíritu, y pedirle en
-cambio que dejára grabadas sobre los muros de la Roma católica las
-sombras colosales de la Roma antigua. Así debian ser de fuertes,
-de fornidos, de hercúleos, los héroes romanos; ese pecho fortísimo
-necesitaban para infundir con su aliento un espíritu á la humanidad;
-esos brazos nervudos para manejar el caballo de guerra y llevarlo
-vencedor desde las orillas del Tígris á las orillas del Bétis; sobre
-esos anchos hombros descansaba la tierra como sobre otras tantas
-cariátides; esa actitud forzada y casi imposible debian tener cuando
-asaltaban Jerusalen y Alejandría; sus manos parecen vibrar aquella
-lanza, con la cual abrieron las venas de los pueblos y los ingertaron
-fuertemente en su derecho; y las espaldas gigantescas se encorvan un
-poco, cual si trajeran todavía al pomerium la enorme carga de los
-dioses vencidos en toda la tierra.
-
-Esta fué la idea que en mí despertó la Capilla Sixtina, cuando la
-visité de vuelta de la Vía Apia, de la Vía de los Sepulcros. Al
-pronto, en aquel templo del arte, ahumado por los cirios y por el
-incienso, no descubrís más que las figuras colosales, y no os dais
-cuenta ni de la idea ni de los personajes que representan. Yo de mí
-sé decir que fuertemente conmovido por la larga carrera entre dos ó
-tres leguas de sepulcros, imaginaba ver en los Alcídes de la bóveda
-y en los varios grupos del Juicio Final, las almas escondidas en
-las ruinas; esas almas que flotan sobre las piedras, sobre los arcos
-ruinosos; esas almas errantes por la tierra del Foro, revistiendo
-formas humanas, colosales, violentas, como si el huracan del último
-dia del mundo las sacudiera, pero formas en debida proporcion y
-armonía con su histórica grandeza. Las figuras de Miguel Ángel son
-los héroes antiguos que han crecido en su sepulcro.
-
-La Capilla Sixtina toma su nombre de Sixto IV. El pontificado de
-éste fué agitadísimo. Maquiavelo aprendió parte de su política en
-la conducta de Sixto. Fué el primero que mostró cuán grande era el
-poder político de los Papas, y armando guerras contra los magnates
-de Italia, mereció ser atendido de todos y alabado por el autor del
-_Príncipe_. En su tiempo, y á sus instigaciones, murió asesinado
-Julian de Médicis en Santa María dei Fiori de Florencia, á la hora
-misma de alzar á Dios en la misa Mayor. Los Médicis, en cambio,
-colgaron de una ventana al Obispo nombrado por el Pontífice para
-Pisa. Las riquezas de Sixto IV montaban mucho, porque provenian de la
-venta de beneficios. Pedro Riario era cardenal á los veintiseis años,
-Patriarca de Constantinopla, Arzobispo de Florencia, y murió exhausto
-de oro, de sangre, á manos del placer, como Baltasar ó Sardanápalo.
-Las facciones combatian á la puerta del Vaticano y manchaban de
-sangre hasta las gradas de los altares de San Pedro. Pero la córte
-romana se enriquecia, y con estas riquezas levantaba capillas. Era
-este el tiempo en que por dinero se concedian permisos de robar
-á los bandidos, y en que un camarero decia á Inocencio VIII, que
-habia comprado la silla pontificia con simonías, y que habia vendido
-salvoconductos á los ladrones: «Procede bien V. S., porque Dios no
-quiere la muerte del pecador, sino que pague y viva.»
-
-Pero si la Capilla debe su nombre á Sixto IV, debe la maravillosa
-decoracion de la bóveda á Julio II. Este tiempo es el tiempo clásico
-de los horrores de Italia. Si, como dice Alfieri, la planta-hombre
-nace más robusta en la Península italiana que en el resto del mundo,
-y se conoce su robustez en sus crímenes, jamas ningun país los
-presenció tan grandes. Pisa espiraba en sus lagunas, despues de una
-resistencia que tenía algo de la furiosa locura del suicidio. Un
-Dux de Génova, alzado desde el movible seno de las clases plebeyas
-á la suprema dignidad, era asesinado, descuartizado; sus miembros,
-repartidos entre los enemigos, puestos como trofeos en los muros.
-Tres mil ciudadanos caian degollados sobre el suelo de Prato, al
-par que eran violadas las innumerables monjas de sus conventos.
-La nobleza veneciana moria tostada en una cueva de Verona, cuyos
-bosques ardian horriblemente. Ni siquiera fueron perdonados los niños
-de pecho. Era tan espantoso aquel tiempo, que hasta las mujeres
-se volvian crueles. Una campesina toscana descabezaba al soldado
-español que la habia robado á su hogar, y huia para presentarle á
-su marido, en desagravio de su honra, la lívida cabeza. Los suizos
-talaban el Milanesado, los alemanes Venecia, los franceses Ravéna,
-los españoles el resto de Italia. Allí Gaston de Foix se complacia
-en mostrar su camisa, roja de sangre italiana. Allí Bayardo ejercia
-las crueldades caballerescas de los tiempos feudales. Allí saltaban
-las minas inventadas por Pedro Navarro. Allí el Gran Capitan ganaba
-sus victorias á costa de cruentísimas luchas. Italia era un campo
-de matanzas. Hileras de insepultos cadáveres la cubrian desde los
-desfiladeros de los Abruzos hasta los desfiladeros de los Alpes. Pero
-en medio de todas estas catástrofes, el genio que truena, la voz
-que impera, es el genio y la voz de Julio II, austero en su vida,
-italiano en el fondo de su corazon, forjado para las batallas en el
-bronce del heroísmo; hábil hasta añadir ó sustraer á sus cálculos,
-como cifras aritméticas, los reyes y los emperadores y los pueblos;
-pagado de su autoridad religiosa, porque le sirve para afirmar su
-autoridad política, implacable en sus castigos como un sacerdote
-del antiguo Testamento, veloz como un condottiero para emprender
-correrías y asaltar ciudades hasta en los rigores del invierno; en la
-una mano los rayos espirituales para vibrarlos fuertemente y expulsar
-los herejes de la Iglesia; en la otra mano la mecha para encender los
-cañones y expulsar los bárbaros de Italia.
-
-Indudablemente hay una relacion de temperamento entre el papa Julio
-II y el artista Miguel Ángel. Aquél quiere extraer del fondo de las
-invasiones una raza de héroes que sirvan para sostener la patria, y
-éste del seno de las canteras otra raza de titanes que sirvan para
-excitar á la gloria. Así le propone á Julio II su sepulcro: una
-montaña de bronces y mármoles; ancha la base y elevada la cúspide;
-una gradería entre ellas de cornisas caprichosamente cinceladas;
-diversos genios en esas actitudes viriles, violentas, pero armónicas,
-cuyo secreto sólo él posee, teniendo sobre su cerebro mantenidas
-las cornisas y bajo sus piés encadenadas las naciones: las Virtudes
-y las Artes, por hermosísimas mujeres representadas, llorando y
-retorciéndose de dolor; sobre las cuatro esquinas de la primera
-cornisa, la Vida activa y la Vida contemplativa, San Pablo, cuya
-palabra es una espada, y ese Moisés que todavía nos aterra con su
-mirar, relampagueante como el Sinaí; arriba, sobre trofeos, tributos
-de la naturaleza y recuerdos de la historia, Cibéles, la tierra,
-sosteniendo una mortaja con la actitud de una Madre Dolorosa que
-abraza al Crucificado exánime en su amante seno, y mirando á Urano,
-el cielo, que todo lo remata sonriente, y que engarza el genio del
-Papa, como una estrella más, en el coro de sus bienaventuradas almas.
-Era aquella tumba un poema cíclico.
-
-Miguel Ángel corria á las montañas á buscar el mejor mármol. Llenaba
-de grandes piedras Roma. Luégo cogia su martillo, su cincel, y
-comenzaba á romper, á desbastar el mármol, buscando anhelante,
-sudoroso, con esfuerzos supremos, entre una nube de piedras que
-saltaban á sus golpes, la imágen tal como la descubria en su propia
-conciencia. Pero cuando estaba en el hercúleo trabajo empeñado,
-la envidia le mordió en el talon. Bramante, uno de los genios de
-aquella edad sobrenatural, quiso perderlo. Arquitecto principalmente
-el uno, escultor principalmente el otro, léjos de excluirse, debian
-completarse.
-
-Las grandiosas estatuas de Miguel Ángel parecen hechas para lucir
-bajo los atrevidos arcos de Bramante. Allí, entre aquellas largas
-líneas, bajo aquellas curvas prodigiosas, teniendo por decoracion uno
-de esos patios ó uno de esos templos cuyas perspectivas nunca se
-acaban, podian las estatuas de Miguel Ángel desplegar sus trágicas
-actitudes, sus titánicos miembros, que parecen sacudidos por los
-rayos de las ideas, y violentados por el esfuerzo supremo para subir
-desde la tierra al cielo. Se aborrecian Bramante y Miguel Ángel; pero
-se completaban. Así es la naturaleza humana. Aquellos dos hombres
-no sabian que eran los trabajadores de una misma obra. Por eso la
-historia no empieza á tener conciencia de sí misma, sino cuando
-la muerte ha pasado sobre sus héroes. Tales ejércitos, que se han
-combatido hasta aniquilarse sobre un campo de batalla; tales hombres,
-que se han odiado hasta herirse con la calumnia; tales genios, que se
-han perseguido mútuamente hasta querer borrarse de la tierra, como
-si no hubiera aire para todos, no saben, cegados por sus pasiones ú
-oscurecidos por el polvo de los hechos diarios, que mañana han de
-confundirse en una misma gloria, han de representar á los ojos de
-la posteridad una misma idea, han de tener en las hondas huellas
-dejadas por las obras de arte sobre el mundo los mismos adoradores y
-los mismos enemigos: que toda grande personalidad es un trabajador
-empleado en levantar esa serie inmensa de arcos triunfales llamados
-siglos, y todo espíritu individual es una faceta del prisma llamado
-espíritu humano, que descompone en mil matices la luz divina en la
-cual va bogando el Universo.
-
-La sociedad es como la naturaleza. El mal está en lo particular, en
-lo contingente, en los límites de las cosas; pero el mal desaparece
-en el conjunto, en lo universal, en lo eterno. Así os sucede que en
-ciertos siglos todos los individuos parecen perversos, todos los
-pueblos ciegos, todas las acciones malas; aquí un monstruo, allá una
-matanza, acullá una supersticion; y luégo, cuando la idea del siglo
-se desprende de aquel todo, resulta como benéfica nube henchida de
-consolador rocío que refresca los aires y empapa en vida nueva la
-tierra. En el Universo acontece lo mismo. El veneno, el rayo, la
-peste, las catástrofes, son accidentes que jamas llegan á perturbar
-la serenidad del conjunto, la vida que se desprende como una mansa
-cascada de los pechos de la naturaleza, la eterna luz del Cósmos. La
-víbora pica al hombre; pero no puede picar á la humanidad. La muerte
-siega al individuo; pero no siega á la especie. Me he sublevado
-siempre contra la idea maldita de la eternidad del mal. Por eso he
-combatido la otra idea, no ménos maldita, de la muerte completa y
-del completo aniquilamiento de la conciencia. Resolvemos todas las
-antinomias, todas las contradicciones por medio de la muerte. Mirad
-cómo Bramante y Miguel Ángel, que se han combatido en la vida, se
-han reconciliado en la inmortalidad.
-
-Pero prosigamos la historia de la Capilla Sixtina. Bramante inspira
-á Julio II la idea de encargar á Miguel Ángel los frescos de la
-bóveda. Pero el grande escultor ni siquiera conoce los procedimientos
-de la pintura al fresco, y así lo dice al Papa. Éste no admitia
-contradiccion, no toleraba que se le diera á la desobediencia ni
-siquiera la razon de las razones, la imposibilidad.
-
-El golpe iba asestado al corazon de Miguel Ángel, porque pintaba
-entónces á cuatro pasos de la Capilla Sixtina, en su inmortal
-serenidad y con toda suerte de prodigiosas venturas, Rafael, las
-estancias. El primer escultor de su siglo corria el peligro de
-quedar siendo el segundo pintor. Esta idea atormentaba su orgullo,
-pero no le descorazonaba. Viendo la imposibilidad de resistirse sin
-perderse, llama de Florencia á los pintores más hábiles en trazar
-frescos, aprende de ellos la parte de oficio que hay en todo arte,
-los despide. Y se encierra solo en la Capilla, contemplando aquella
-inmensa bóveda, alta, oscura, desnuda, vacía, semejante al espacio
-desierto ántes de la Creacion. Pero él va á poblarlo. Cuando mirais
-con atencion aquellas figuras, un extraño espejismo os hace creer
-que han sido pintadas en un relámpago. Se ve que han salido de los
-rayos de una tempestad y de las cóleras de un gigante. Sus labios
-están dibujados para exhalar una lamentacion de Jeremías, un terceto
-del Dante, una de las maldiciones del Prometeo de Esquilo. El alma
-de Rafael ha producido sus figuras, como diz que parió la Vírgen,
-sin dolor. Cada una de ellas parece nacida como Citerea, de las
-espumas del mar, en la concha de nácar, con la sonrisa en los labios,
-los rayos de la aurora en la frente y el cielo en los ojos. Una
-ola de aquella alma serena las ha depositado en las áridas riberas
-de la realidad. Las figuras de Miguel Ángel luchan, padecen, se
-retuercen, van montadas en las ráfagas de un huracan, tienen por luz
-un incendio, expresan la virilidad y la potencia del dolor, son los
-hijos gigantes de los estremecimientos desesperados de su genio en
-delirio, ansioso de marcar la realidad con el sello de lo infinito.
-Por eso parece que todas llevan en las carnes el hierro candente de
-la idea de aquel hombre, y gritan desesperadas desde la realidad por
-otro mundo infinito, como el náufrago por la tierra.
-
-Es necesario comprender todos los dolores que atenaceaban el corazon
-de Miguel Ángel cuando componia su obra. Rafael está siempre
-sostenido por su amada que le idolatra; por sus discípulos que le
-obedecen; rodeado de un coro de ángeles: el gran escultor está solo,
-separado del mundo, reducido á un coloquio perpétuo con sus ideas,
-sin amor y sin amistad, aislado como las grandes eminencias del
-globo, con la tempestad sobre su frente. Despues de haber aprendido
-los primeros procedimientos, ensaya el comienzo de su gigantesco
-poema. Sus colores se descomponen, las pinturas se caen á pedazos.
-Inmediatamente corre á ver á Julio II para pedirle que le libre
-de su compromiso. El Papa insiste: San Gallo, pintor, le da un
-medio sencillo de evitar la dificultad. Luégo el tablado que le ha
-construido Bramante se halla suspenso del techo por medio de cuerdas.
-Á cada estremecimiento de su pincel, que parece un manojo de rayos,
-el tablado se balancea. Miguel Ángel construye otro completamente
-fijo y completamente seguro. Por fin traza el cielo que contendrá
-sus figuras. Pero inmediatamente que tiene el espacio, le asalta la
-desesperacion, nacida del temor de no llenarlo. Cierra la Capilla con
-llave, y se lanza á todo correr solo, como un loco, por la campiña
-romana. Los arcos destrozados, los acueductos parecidos á gigantes
-esqueletos, las ruinas sobre cuya mole se asienta el pastor y por
-cuyos costados sube la cabra; los Apeninos tachonados de nieve en
-su cima y de cadáveres de pueblos en sus faldas; los cipreses, los
-sauces, los pinos, que dan á todo el paisaje aspectos del más vasto
-cementerio que han visto los hombres; las lagunas cubiertas de
-juncos y atravesadas por los salvajes búfalos y por tristes barcos
-donde van acostados seres semejantes á muertos reaparecidos en la
-tierra; los sepulcros dorados por el sol como fragmentos de planetas
-destruidos sobre aquella desolacion; las nubes fantásticas que
-parecen evaporaciones de las cenizas, volcanes flotantes entre los
-espejismos del desierto más poblado de ideas que hay en el globo;
-todo aquel espectáculo debia fortalecer el alma del titan y obligarle
-á producir lo que es superior á las fuerzas humanas: una obra sublime.
-
-Pero necesitaba hallarse abandonado á su soledad y á su inspiracion.
-El tiempo es el grande auxiliar de las obras de arte. Contra su
-inspiracion, contra su soledad, contra su tiempo, se habia conjurado
-la impaciencia del Papa. Era viejo y deseaba ver la obra ántes de
-su muerte. Tres maravillas debia hacer ó inventar Miguel Ángel para
-Julio II: su sepulcro, su estatua, la bóveda de la Sixtina. El
-sepulcro se interrumpió por difícil y costoso. La estatua de bronce,
-levantada en una plaza de Bolonia, fué convertida por los boloneses
-en pieza de artillería. Llamábanla Juliana, y la disparaban contra el
-Papa. Solamente le quedaba para su gloria la Capilla Sixtina. Apoyado
-en su báculo, el Papa entraba á interrumpir, impacientar, apresurar
-al artista. Miguel Ángel dejaba caer un tablon á sus piés.—«¿Sabes
-que si llega á darme en la cabeza me mata?»—gritó el Pontífice.—«Todo
-lo evitára Vuestra Santidad con no venir á distraerme»—le
-contestaba el pintor. Julio II aprende la leccion y se va. Pero á
-los pocos dias, cuando más entregado está Miguel Ángel á su furia
-creadora, aparece el Papa.—«¿Cuándo acabarás?»—le pregunta.—«Cuando
-podré»—contesta Miguel Ángel, encubriendo sus figuras con espeso velo
-negro que envolvia toda la bóveda.
-
-Otra vez se empeña Julio II en ver las figuras, agitado de
-impaciencia. Miguel Ángel se opone. Sube el Papa á duras penas la
-escala del tablado. Miguel Ángel se coloca entre las pinturas y
-el Papa. Hay algunos autores que dicen haber en tal ocasion y con
-tal motivo dejado caer su báculo sobre las costillas del pintor.
-Indudable es que un dia apaleó á su camarero por haber dicho que
-Miguel Ángel era, como todos los artistas, medio loco. En este
-conflicto descendió el pintor de su tablado, arrojó los pinceles,
-fuése á su casa, ensilló su caballo y partióse de Roma. Pero
-enamorado perdidamente de su obra, que comenzaba á salir del cáos,
-se volvió para concluirla. Bien es verdad que el Papa lo hubiera
-preso en el camino, ó hubiera declarado la guerra á la ciudad que
-lo retuviera sin su consentimiento soberano, como en otro tiempo
-estuvo á punto de declarársela á Florencia, en la cual, huyendo de su
-cólera, se habia el artista refugiado.
-
-Por fin apareció, sí, apareció aquella obra-siglo, aquella
-obra-humanidad. El Renacimiento habia encontrado su símbolo. Es la
-Edad del gran crecimiento del hombre. Por la brújula ha crecido en el
-mar, por la imprenta ha crecido en el tiempo, por el descubrimiento
-de América ha crecido en el planeta, por la filosofía ha crecido en
-el espíritu, por la reaparicion de las artes clásicas ha crecido en
-la historia, por el telescopio va á crecer en el cielo, por todo en
-el seno de Dios. ¿Quereis ver cuánto ha crecido? ¿Quereis tener la
-medida de su nueva estatura? Pues comparad las figuras tétricas,
-rígidas, estrechas de pecho, flacas, desmayadas, que ha dejado Fra
-Angellico en Florencia como el testamento de la Edad Media, con las
-figuras atrevidas, atléticas, gigantescas, hercúleas, que ha dejado
-Miguel Ángel en la Capilla Sextina, glorificacion del Renacimiento.
-
-Imaginaos un grande trecho plano, iluminado por doce ventanas, y
-dividido de las paredes colaterales por una cornisa. El tiempo, la
-humareda del incienso, de los cirios, le han dado un tono crepuscular
-que aumenta sus misterios. No parecen pinturas: segun la fuerza de
-encarnacion, segun lo saliente del dibujo, segun el relieve de
-las formas, parecen esculturas. Es la apoteósis del cuerpo humano
-regenerado. Por los frisos de la cornisa, y sobre las ventanas, ya
-tendidos, ya de pié, ya en actitudes y en posiciones inverosímiles,
-aquellos atletas vigorosos, desnudos, de nervios vibrantes como
-las cuerdas de un arpa, y de fibras endurecidas por los ejercicios
-de la gimnasia; jóvenes hermosísimos, que han combatido por Roma
-en los campos de batalla ó que han dado la vuelta al circo guiando
-la cuadriga en los juegos olímpicos de Grecia; renacidos al calor
-de esta nueva primavera del espíritu, á la evocacion de este genio
-extraordinario de Miguel Ángel, que convierte las piedras en hombres;
-y escalando audaces las cimas de la Roma católica, cual si fuera su
-antiguo Olimpo, á fin de celebrar, con la embriaguez de su nueva y
-no esperada vida, la propia resurreccion y la resurreccion de sus
-dioses, de sus filósofos, de sus poetas, de su patria en los cielos
-del arte.
-
-Pero aquí se acaban las reminiscencias clásicas. El resto de aquel
-techo no ha tenido precedente, no ha tenido consiguiente. Queda
-ahí como los primeros versículos de la Biblia, en la conciencia
-humana; como las aisladas cimas del Sinaí, del Calvario, del
-Capitolio, en las llanuras de la Historia. Son las sibilas y los
-profetas. Venidas las sibilas de Délfos, de Cúmas, de Eritrea, de
-Libia, despues de haber recogido en las encinas de Dodona, en las
-orillas del Egeo y del Tirreno, por las grutas del Pausilipo, ó por
-los golfos de Corinto y de Bayas, las profecías, las esperanzas,
-las promesas de redencion que los poetas han dejado caer de sus
-versos, y de sus discursos los filósofos; venidos los profetas del
-desierto, del Carmelo, de las grutas de Jerusalen, de los bosques
-primitivos del Líbano, despues de haber recogido las esperanzas
-consoladoras de aquella raza de sacerdotes; se juntan en la Capilla
-Sixtina como dos coros titánicos, para con sus fuerzas sostener el
-techo donde resaltan maravillosamente en cuadros, únicos por su
-grandeza, todas las alegorías y todas las tragedias de la Biblia;
-el cáos sumergido en sus sombras; la primera luz amaneciendo pura
-sobre las aguas serenas; Adan dormido aún completamente en el sueño
-de la materia; Eva recien creada, despertándose ya en el éxtasis
-del amor, encantada por el florecimiento de la vida que respira y
-absorbe delirante de alegría; el primer pecado que se desliza en la
-tierra, desposeida del paraíso, y el primer dolor que se desliza en
-el pecho desposeido de la inocencia; el diluvio, arremolinando sus
-verdosas aguas de hiel atravesadas por el relámpago y henchidas por
-el huracan sobre las cimas donde los últimos hombres se agarran para
-salvarse en el estertor de la desesperacion; el sacrificio de Noé
-sobre las montañas, en señal de la perpetuidad de la naturaleza y de
-la salvacion de la especie; todo agrupado, todo reunido, titanes,
-sibilas, profetas, tempestades, huracanes, diluvios, en torno de
-aquella gigantesca, sublime figura del Eterno, que irradia el
-pensamiento de su frente, la accion de sus manos, dominando aquellas
-criaturas con su mirada centelleante, en señal de que las anima y las
-vivifica á todas con su creador aliento.
-
-Pero despues de examinado el conjunto, descended á las
-particularidades. ¡Qué sobrenaturales son cada una de aquellas
-figuras! No se comprende cómo las frágiles fuerzas del hombre
-han llegado á tanto. He visto en muda contemplacion á muchos
-artistas, dejar caer los brazos con desaliento, menear la cabeza
-con desesperacion, como diciendo: jamas repetirémos esto. Las ideas
-madres que Goethe veia en las cavernas tejiendo las fibras de la
-vida, y las vestiduras de las formas para todos los seres, no son
-tan sublimes como esas sibilas. Los gigantes de la Biblia y de la
-poesía clásica no son tan altos como esos profetas. Isaías está
-leyendo el libro de los destinos del mundo. Su cerebro parece la
-curva de una esfera celeste, una urna de ideas, como las cimas de
-las altas montañas son las urnas de cristal de donde bajan los
-grandes rios. El Ángel lo llama y vuelve lentamente la cabeza al
-cielo sin abandonar el libro, como suspenso entre dos infinitos.
-Jeremías viste el sayal del penitente, cual conviene al profeta
-perdido en las cercanías de Jerusalen. Sus labios vibran á la manera
-que la trompeta de los conquistadores. Su barba desciende enroscada
-sobre el pecho como una tromba. La cabeza está inclinada como la
-copa de un cedro herido por el rayo. En sus ojos entornados braman
-océanos de lágrimas. Las manos aparecen fuertes, pero hinchadas de
-sostener las piedras vacilantes del santuario. Se ve que le rodean
-las quejas y las elegías de los hijos de Israel, cautivos á la orilla
-del extranjero rio, el lamento prolongadísimo de la señora de las
-naciones, solitaria y desolada como viuda. Ezequiel está furioso. Su
-espíritu lo posee. Habla con sus visiones como si fuera presa de un
-delirio divino. Monstruos invisibles deben agitar las potentes alas
-en su oido, y producir, segun escucha, un bramar tempestuoso como
-el ruido del oleaje oceánico. El viento marino hincha su manto como
-si fuera una vela. Daniel está completa, absolutamente absorbido en
-escribir, como que tiene que contar al mundo los castigos de los
-tiranos y las esperanzas de los buenos; los castigos de Nabucodonosor
-convertido de dios en bestia; los castigos de Baltasar, asaltado por
-la muerte en medio del festin donde ofrece á sus concubinas el vino
-orgiástico en las copas robadas al santo templo; los castigos de los
-cortesanos de Darío devorados en la fosa por los hambrientos leones;
-tras cuyos castigos pasarán setenta semanas de años, al cabo de las
-cuales, segun anuncio de Gabriel, vendrá un humilde varon, vestido de
-blanco lino, el cual despertará con su palabra los muertos acostados
-en el polvo de los siglos, y hará brillar con nuevos resplandores
-el firmamento. Jonás está espantado, como saliendo del seno del
-mar para ir al seno del desierto, á ver morir la grande ciudad de
-Nínive. Zacarías es el más viejo de todos. Parece que se cae, como
-si bajo sus piés se desgajára el suelo al sacudimiento del terromoto
-anunciado en la última de sus profecías.
-
-Lo más admirable de aquellas figuras colosales que nunca os cansais
-de admirar, es que no solamente son decoraciones de una sala, adornos
-de una capilla, sino hombres, sí, hombres que han padecido nuestros
-dolores; que se han clavado las espinas de la tierra; que tienen la
-frente surcada por las arrugas de la duda y el corazon traspasado por
-el frio del desengaño; que han asistido á los combates donde mueren
-los pueblos y á las tragedias donde se consumen tantas generaciones;
-que ven caer sobre sus cabezas la niebla de la muerte y quisieran
-preparar con sus manos una nueva sociedad; que tienen los ojos
-gastados, casi ciegos, de mirar contínuamente el movible y cambiante
-espejismo de los tiempos, y las carnes quemadas por el fuego de las
-ideas; que llevan sobre sus crispados nervios el peso de sus almas
-grandiosas, y sobre sus almas el peso, todavía más grave, de sus
-aspiraciones irrealizables, de sus ensueños imposibles, de sus luchas
-sin victorias, de sus deseos por lo infinito sin ninguna satisfaccion
-sobre la tierra.
-
-Yo quisiera definir estas figuras. Por lo que más en ellas se acerca
-á la humanidad, por la forma, por el organismo, son verdaderamente
-sobrehumanas. Todos esos seres gigantescos y extraordinarios que las
-várias cosmogonías han creido ver salir de la primera feracidad del
-planeta recien creado en la expansion de su vida, habian de tener
-esa colosal estatura. Pero por lo que hay en ellas de espiritual,
-de permanente, todas son humanas, todas hijas de esos dos elementos
-de nuestra vida, que tantas grandezas han producido: la aspiracion
-á lo infinito y el dolor de la realidad, contra la cual se estrella
-el alma, al querer esparcirse en lo invisible, en lo inmenso, en lo
-misterioso, volviendo á caer sobre su reducido lecho de barro con un
-horrible estremecimiento y un prolongado gemido.
-
-Pero donde veo el espíritu humanitario, reconciliador, universal, del
-siglo décimosexto, es en esas sibilas del paganismo alzadas al nivel
-de los profetas, puestas ahí á su lado, repitiendo la misma idea,
-anunciando la misma verdad, como dos coros apartados, cuyas voces y
-cuyos cánticos se encuentran confundidos en el cielo.
-
-No de otra suerte, en el laboratorio de los aires, se confunden la
-electricidad venida de diferentes montañas, los vapores exhalados por
-lejanos mares.
-
-¡Cuán apartados nos hallamos de aquellos primeros iconoclastas, que
-destrozaban las bellas estatuas de los dioses, creyéndolas efigies
-del demonio! ¡Cuán léjos de aquel espíritu estrecho que condenaba la
-antigua historia, por creerla podrida! Las sibilas son los oráculos
-del paganismo. Cuando el dia espira, cuando las pléyades salen del
-mar, cuando las olas recamadas de fosforescentes resplandores mueren
-tranquilas en la arena; bajo el árbol lleno de misterios, sobre la
-piedra dorada por los siglos; vestidas con una túnica tan blanca como
-las nubes benéficas, coronadas de verbena; el ara encendida delante,
-el ídolo alzado á su espalda, el pueblo inmóvil á su alrededor, las
-cítaras de las vírgenes sonando en sus oidos, los ojos en el cielo
-y la mano en el corazon, delirante el alma, agitados los nervios;
-las sibilas dicen sus oráculos secretos en versos misteriosos,
-recogidos sobre hojas fugaces, confiados á veces á merced del viento,
-y descubren así los misterios del porvenir, y arrancan así por fuerza
-el feto del hecho venidero á las entrañas de las edades futuras,
-todavía dormidas en el abismo de la eternidad.
-
-San Agustin ha leido los libros misteriosos de estas mujeres. En
-su entusiasmo, hace lo que Miguel Ángel ha hecho; las coloca en la
-ciudad de Dios. Ellas han predicho la venida de Cristo. _Pertinent ad
-civitatem Dei_, exclama. Son aquellas mismas que delante del César,
-segun una leyenda piadosa, se arrancaron la corona de la frente
-y descendieron mudas del marmóreo altar, porque habia nacido el
-esperado por las naciones y se habian cumplido las promesas de los
-siglos. Virgilio mereció que San Jerónimo, despues de haber saludado
-la cuna de Cristo en Belen, saludára su sepulcro en el Pausilipo.
-
-Mereció más; mereció que San Agustin lo citára entre los testigos de
-mayor excepcion á favor del Cristianismo, entre los genios que han
-ahuyentado sus dudas y han fortalecido su fe.
-
-«No creeria tan fácilmente esto, si ántes no lo hubiera anunciado un
-poeta nobilísimo en lengua romana.» Mereció más; que el mayor poeta
-de la Edad Media exclamára, invocándolo:
-
- Per te poeta fuí, per te cristiano.
-
-Y todo por haber repetido Virgilio el oráculo de la sibila de Cúmas:
-la venida de un niño misterioso, por cuya presencia se cambiaria el
-órden de los siglos y perderia la naturaleza sus males, el leon su
-fiereza, la serpiente su veneno, los campos sus espinas, el trabajo
-su fatiga; y sin necesidad de ser por el sudor regados, henchiríanse
-de vida los campos, producirian las vides sus racimos, los trigos
-sus espigas, los árboles sus frutas, coronándose de lirios las
-colinas, tiñéndose de los matices del íris los vellones de los
-corderos, embotándose el aguijon de las abejas, que depositarian
-espontáneamente su miel en los labios, como las vacas destilarian su
-leche en los odres; y el Universo, á manera de un árbol mecido por
-una brisa celeste, entonaria un cántico sublime que pusiera en olvido
-la música de Lino, la flauta de Pan y las melodías de Orfeo, por ser
-el himno incomunicable de la nueva edad de justicia.
-
-La verdad es que la historia, en su moderna universalidad, ha
-destruido muchos odios. Los romanos y bárbaros, que peleaban como
-enemigos eternos, con furor, en el fin de las edades antiguas, eran
-hermanos, hijos de una misma raza. Y esos profetas de Jerusalen,
-esos incansables lectores del porvenir, esos invencibles enemigos de
-los tiranos, lo mismo que esas sibilas misteriosas, vagando por las
-arenas de la Libia, por las ruinas de Persia, por los mares de Jonia,
-por las grutas de Cúmas, apareciendo en las cimas del Archipiélago
-griego y en el cabo Miseno como almas sin cuerpo para decir ideas sin
-forma; los filósofos que desde la gran Grecia han pasado el Pireo y
-desde el Pireo han corrido á Alejandría, sembrando entre el Oriente y
-el Occidente una estela de ideas que ha sido un semillero de mundos,
-lo mismo que los sublimes y oscuros misioneros no comprendidos de la
-Roma imperial, que han pasado de las catacumbas á los circos, dejando
-con la sangre de sus venas el reguero inmortal que ha fecundado
-la fe; todos, durante muchos siglos enemigos, todos mútuamente
-desconocidos, todos apartados por abismos y por odios, todos se han
-unido en lo infinito, y han formado nuestro espíritu, y encendido
-nuestra conciencia religiosa.
-
-¡Qué sublimes son esas sibilas de la Sixtina! El pensamiento y
-la mirada vuelan de una en otra sin acertar á fijarse. Paréceme
-que son las madres de las ideas, las formas de las cosas eternas.
-Cualquiera diria que tienen atravesado entre sus dedos el hilo de
-la vida universal, y que están tejiendo la trama de la naturaleza.
-Son la Pérsica, la Eritrea, la Délfica, la Líbica, la de Cúmas. Si
-buscais sus genealogías, encontraréis el Dante, encontraréis Platon,
-encontraréis Isaías, encontraréis Esquilo; son de esa raza. Si
-buscais sus parientes por el mundo moderno, los tendréis en algunos
-personajes de Shakspeare, en algunos pensamientos de Calderon, en
-algunas escenas de Corneille. Son de ese temple.
-
-Leed todos los tratados de lo sublime, y á duras penas acertaréis á
-comprender ese concepto. Es difícil de explicar un escalofrío que
-sólo se siente dos ó tres veces en la vida; una idea que sólo tiene
-media docena de ejemplos en la historia. Pero levantad los ojos á la
-bóveda de la Sixtina: ahí está lo sublime, ahí la desproporcion entre
-nuestro débil sér y las fuerzas infinitas de una idea que nos agobia,
-que nos anonada bajo su inconmensurable grandeza. Eso es lo sublime;
-un goce en una pena.
-
-Tú, Pérsica, en la vejez que te agobia, se conoce cómo el mundo en su
-cuna te ha confiado sus secretos y te ha dicho sus vagidos, y cómo
-ántes de morir te inclinas, abrumada por el trabajo y por los años,
-á escribir un poema cíclico en las hojas de tu libro de bronce. Tú,
-Líbica, vienes corriendo, como si la arena del desierto encendido
-te quemára los piés, á traernos una idea recogida en el espacio
-donde todas las ideas se han tranformado como larvas misteriosas.
-Tú, Eritrea, eres jóven como Grecia, bella como una de las sirenas
-de tu archipiélago, cantora como la tierra de los poetas, ondulante
-como los mares de que nacieron los dioses, y amiga de la luz, atizas
-la inmortal lámpara que está á tu lado, y á cuyo resplandor vendrá
-como una mariposa la conciencia humana. Tú, Délfica, eres vírgen
-como Ifigenia inmolada por los reyes; tú llevas el beso de Apolo en
-los labios, la sombra del laurel en la frente, la inmortalidad del
-genio en el pecho alzado, como para entonar un cántico armonioso, que
-se oirá hasta el fin de los siglos. Tú, Sibila de Cúmas, dejas tu
-caverna, y allí donde las montañas se cincelan más escultóricamente,
-donde los aires se cargan de aroma, donde el mar Tirreno más se
-embellece, en el golfo de Bayas, mirando la griega Parténope
-hermosísima y ébria como una bacante reclinada sobre su mullido cojin
-de pámpanos, modulas dulcemente la melodía de la esperanza. ¿Sois de
-carne, sois mujeres, habeis sentido la voluptuosidad, el amor, ó sois
-los arquetipos de las cosas, las ideales del arte, las sombras de
-esas musas que todos los poetas invocan y que ninguno ha visto sino á
-traves de sueños irrealizables, las formas várias de la eterna Eva,
-que ya se llama Safo, ya Beatrice, ya Laura, ya Victoria Colonna, ya
-Eloisa, y que está de pié en la cuna y en el sepulcro de todas las
-edades, sonriéndonos con la esperanza, despertándonos al deseo, y
-huyendo á nuestros brazos como una ilusion que se desvanece en lo
-infinito?
-
-Este techo de la Capilla Sixtina inspirará eternamente ensueños
-poéticos. Uno de los mayores literatos de Europa dice que ha empleado
-treinta años en estudiarlo. Cuando Miguel Ángel acababa de pintarlo,
-no podia mirar hácia abajo sin que inmediatamente se le oscurecieran
-los ojos. Tenía necesidad de llevar alzada la cabeza siempre y mirar
-hácia arriba. El objeto de su vista se encontraba en el cielo.
-Hácia allá, hácia el cielo tambien se dirigia su alma, henchida de
-inspiraciones infinitas, y por lo mismo de infinitos dolores.
-
-Y este hombre, con una sensibilidad tan viva, con un carácter tan
-áspero, con un pensamiento tan extraordinario y tempestuoso, ha
-vivido en el tiempo de los cambios más bruscos, de los contrastes
-más fuertes, en que el espíritu humano pasa de tristes desmayos á
-vida exuberante, de sombríos eclipses á súbitas iluminaciones, de la
-penitencia á la orgía, del sensualismo á la fe; inclinándose ya de un
-lado ya de otro, como si estuviera ébrio.
-
-Imaginaos un cuerpo trasladado súbitamente de la zona tórrida al
-polo, del abismo al cielo, de la cima de una montaña al abismo, de la
-mar tempestuosa á un lecho mullido; y quizas no tendréis idea de los
-saltos que ha dado el alma de Miguel Ángel por las contradicciones de
-su tiempo. El Luzbel de la Biblia, pasando de la naturaleza angélica
-á la naturaleza diabólica, y el Luzbel de Orígenes, volviendo de la
-naturaleza diabólica á la naturaleza angélica, podrian dar una idea
-lejana de las trasformaciones súbitas por que pasaron aquel siglo y
-aquel hombre empapado en los torrentes de su siglo.
-
-No es una division arbitraria ésta de las edades. La historia es
-como el calendario del espíritu; en cien años varían las ideas
-radicalmente, cambian de esencia y de aspecto las sociedades. En cien
-años se renuevan los átomos de un pueblo con la renovacion de las
-generaciones. Cada siglo es una grande personalidad cincelada por los
-siglos anteriores. La espada es muchas veces un cincel que obedece á
-una conciencia, á un espíritu desconocido. Todos los siglos tienen
-una fisonomía y una idea. Pero el siglo que llena Miguel Ángel con su
-larga vida es el más contradictorio de todos los siglos. Si á cada
-minuto amaneciera y anocheciera, acaso tendríamos en la naturaleza
-una imágen del tiempo de Miguel Ángel, es decir, del tiempo en que
-acaba la Edad Media y empieza la Edad Moderna.
-
-Cae Constantinopla, pero la hereda Venecia engrandecida y en todo
-su apogeo, nave empavesada que arroja un cable en el Adriático
-para tener unida Europa al Oriente. Renacen los antiguos dioses,
-revelando en sus cuerpos de mármol todos los secretos del arte, y
-arden las obras de los artistas en hogueras atizadas por un pueblo
-de monjes sobre la plaza de Florencia. El Perugino conserva todavía
-los penitentes macerados en los claustros, y el Hércules Farnesio
-se eleva en el suelo romano para mostrar toda la pujanza de la vida
-antigua. Escribe su sensual obra Ariosto, en que los héroes danzan
-como en brillante carnaval, y sueñan los platónicos de Florencia
-con las ideas puras, con las esencias misteriosas, con el cielo
-oculto tras del sepulcro, y el Dios oculto tras del mundo. Invoca
-Savonarola, ese Francisco de Asís de la política, los santos y los
-ángeles; recomienda el ayuno y la penitencia, restaura la imitacion
-de Jesucristo; é invoca Maquiavelo el demonio, llama á los traidores,
-recomienda el dolo, el crímen, el asesinato, restaura la imitacion
-de los césares. Toma el pueblo florentino por jefe al Crucificado,
-miéntras el pueblo romano toma á César Borgia, hermoso como el vicio,
-pero infame, traidor, manchado con la sangre de su hermano y de su
-cuñado, que salta á su frente y á la frente del Papa, perdido en
-neronianas cenas, reproduciendo los delitos eróticos de Heliogábalo
-unidos á las matanzas y á los envenenamientos de Tiberio. Parece que
-los partidos se van como sombras, y vienen los franceses por el Norte
-á sostener á los güelfos, y los españoles por el Mediodía á sostener
-á los gibelinos. Parece que el poder político de los papas y el poder
-político de los emperadores se acaba, y el Pontificado renace más
-fuerte con Julio II, y el Imperio renace más brillante con Cárlos V.
-Vuelve á restaurarse la autoridad espiritual de la Edad Media por
-las artes y los artistas, que sostienen sobre sus alas el Vaticano,
-convertido por Leon X en Olimpo, cuando se oye la voz de Lutero, que
-hiela súbitamente la sangre en las venas de Roma. Por todas partes
-se sublevan los plebeyos para salvar las repúblicas ó renovarlas, y
-por todas partes se restauran las monarquías. Las artes que Miguel
-Ángel queria unir á la libertad son el anillo funesto, el brillante
-talisman con que los tiranos adormecen á los pueblos. Los patriotas
-buscan un Bruto, y encuentran apénas un Lorencino.
-
-Por eso Miguel Ángel no ha querido concluir su busto del defensor de
-la república romana en la indigna Florencia, entregada á los Médicis.
-Es aquella edad el Filipos de los municipios que van cayendo en el
-polvo con su propio puñal en el pecho. La desgracia de Queronea se
-repite cien veces, y mueren cien Aténas sobre la tierra italiana
-empapada de sangre. Ancona entrega sus fortalezas para que la
-liberten de las amenazas de los turcos, y cae bajo la tiranía de los
-frailes. Los papas se convierten todos en gibelinos, desmintiendo su
-historia. La España, que ha arrojado á los judíos y á los moriscos
-por servir á Roma, saquea á Roma. Las siete mil revoluciones que ha
-habido en Italia desde el siglo décimo al décimosexto; los catorce
-millones de cadáveres caidos en los campos de batalla, producen el
-cáos.—¿Comprendeis ahora por qué el Moisés de Miguel Ángel mira su
-tiempo con tanto desden?—¿Comprendeis por qué en la Sixtina se queja
-con tan desgarradores lamentos su colosal Jeremías?
-
-La catástrofe de las catástrofes se aproximaba despues que Miguel
-Ángel habia concluido la bóveda de la Capilla; se aproximaba el saco
-de Roma por los españoles y los alemanes al mando del condestable
-Borbon. El hambre se cebaba en los españoles, desposeidos de sus
-pagas; la furia religiosa en los alemanes, enemigos del Papa. El
-general de éstos llevaba al cuello una cadena para colgar la cabeza
-del Sumo Sacerdote católico el dia que entrára en la ciudad que él
-llamaba sacrílega Babilonia. El Condestable deseaba dar una terrible
-leccion á Clemente VII, enemigo de su nuevo amo el emperador Cárlos
-V. Roma, restaurada por ochenta años de trabajos artísticos,
-revestida de mármoles, pintada por Rafael y sus discípulos, cubierta
-de estatuas que surgian como por encanto de las ruinas, enriquecida
-por Leon X con todas las preseas del Renacimiento; hartada por los
-pueblos que iban como peregrinos á besar sus sandalias de bronce, á
-orar en sus religiosos sepulcros, en sus admirables templos; llena
-de palacios construidos por una aristocracia poderosa, reconquistaba
-su antigua grandeza y brillaba entre los tributos del espíritu con
-la misma gloria con que brilló en otro tiempo entre los despojos del
-mundo. Esta riqueza tentaba así á los españoles como á los alemanes,
-todos guerreros de profesion, y por consiguiente amigos todos del
-saqueo, que era entónces la gran cosecha de la espada.
-
-Así en vano se pactó una tregua. Aquellos veinticinco mil hombres,
-italianos aventureros, españoles por profesion soldados, alemanes
-protestantes, se dirigian á Roma como el hambre voraz de las legiones
-de Atila, de esos cuervos lanzados por el polo sobre el cadáver de
-la Roma antigua. Era una mañana de Mayo de 1527. El Condestable
-pide paso para Nápoles; el Papa lo niega. Á esta negativa sucede el
-asalto. Los españoles vacilan, pero su generalísimo el Condestable
-arrima con sus propias manos la escala terrible al muro de la Ciudad
-Santa. Un arcabuzazo lo mata. Él, en la agonía, se cubre el cuerpo
-con una capa española para que no lo conozcan sus soldados y no
-desmayen un punto en la empresa. Los españoles entran por los muros
-que avecinan á San Pedro, los alemanes por la puerta del Santo
-Espíritu, los italianos por la puerta de San Pancracio, como tres
-torrentes que van á confundirse en el mismo lecho. El Papa apénas
-tiene tiempo de ir del Vaticano á San Angelo entre una lluvia de
-balas, y Pablo Jovio le arroja su muceta violácea para que las
-albas vestiduras pontificales no sirvan de blanco á los arcabuces
-enemigos. Parecia que se levantaban sobre la ciudad Genserico y
-Alarico, los godos y los vándalos. Aquí la pelea cuerpo á cuerpo;
-allá el incendio; en todas partes la matanza y el saqueo. Los unos
-cortaban los dedos de los vencidos para arrancarles los anillos; los
-otros violaban sobre el altar las vírgenes consagradas al Señor.
-Algunos abrian heridas en los vientres de las romanas para saciar
-de aquella original y sangrienta manera sus inmundos apetitos.
-Muchas doncellas se arrojaban avergonzadas en brazos de sus padres
-y de sus hermanos, pidiéndoles á gritos la muerte para libertarse
-de tanta vergüenza. La noche exacerbaba la sangrienta bacanal. Al
-resplandor de las antorchas los saqueadores descolgaban los cuadros;
-arrojaban en los sacos las alhajas; profanaban los santuarios
-buscando sus ricas pedrerías; celebraban la victoria bebiendo vino
-en los cálices; abofeteaban y escupian á los cardenales; remataban
-sus cascos guerreros con las mitras; envolvian á sus cantineras
-en el manto de las Vírgenes; pronunciaban sermones ridículos,
-alzándose erguidos sobre montañas de muertos y heridos, muchos de
-los cuales áun palpitaban; hacian procesiones fantásticas, colgando
-cabezas al cuello, y poniendo orejas cortadas á los burros en las
-caras acribilladas de los sacerdotes, y echando á los piés de las
-imágenes corazones y entrañas humeantes; carnaval espantoso, cuyo
-horror aumentaban la granizada de los mosquetes, el crujido de las
-ruinas, el chisporroteo del incendio, el suspiro de los voluptuosos,
-la carcajada de los ébrios, las maldiciones de los vencedores, las
-súplicas de los vencidos, el siniestro alentar de los fugitivos, el
-estertor de los moribundos y el silencio de los muertos, desnudos
-sobre las piedras ahumadas y sangrientas, como si aquella noche fuera
-la última noche de Roma, como si aquellas negras horas fueran las
-siniestras horas de los ángeles exterminadores del mundo.
-
-La desolacion de Roma no tiene igual. Clemente VII comió en su
-prision carne de caballo y de asno. Los cadáveres se vengaron de
-sus inmoladores sembrando la peste. Cuando todavía no estaba Roma
-repuesta de este siniestro terror, que llenó casi toda la segunda
-mitad del siglo, entraba por sus puertas Miguel Ángel á concluir su
-trabajo, á llenar con otra obra maestra la Capilla Sixtina, á dejar
-sobre el muro del centro el _Juicio Universal_. Todo le inspiraba
-esta gran tragedia; la muerte de la libertad en su patria, la nueva
-ruina de Roma, los triunfos de la reforma sobre una parte del género
-humano, los triunfos del tiempo sobre su vida, de la vejez sobre sus
-fuerzas, del dolor sobre su alma. Cuando estaba trazando su gigante
-obra, mil veces creyó morir. Como cayera del andamio, abriéndose una
-herida en la pierna, se encerró en su casa resuelto á no salir sino
-para el sepulcro. Uno de sus amigos, médico, fué á verle; llamó,
-y como no le contestára, asaltó la casa como un ladron, y logró
-arrancarlo á su melancolía.
-
-La suerte de Italia es una de las heridas que lleva en el corazon,
-y por consiguiente una de las inspiraciones de su conciencia. La
-lectura del Dante le anima y le sostiene, esa lectura apocalíptica.
-Posee un ejemplar de ancho márgen, y en él dibuja las visiones
-esculturales inspiradas por las visiones poéticas. Al traves de tres
-siglos el poema del Dante aviva el Juicio Universal de Miguel Ángel,
-como el poema de Homero avivó las tragedias de Esquilo. El cuerpo
-humano, el organismo, ántes de él desconocido y poco estudiado, es
-el principal elemento de sus inspiraciones plásticas.
-
-No ve en el Universo sino el hombre. Su antropomorfismo no es
-armonioso como el griego; es un antropomorfismo gigantesco. Sus
-hombres han crecido tanto como las ideas. De aquí cierto menosprecio
-por la hermosura en su serenidad inmortal, y cierto desenfreno por lo
-sublime. Cuando jóven, cambiaba sus figuras por cadáveres. Doce años
-vivió estudiando, analizando los muertos. Una vez se inficionó de la
-podredumbre, y estuvo á punto de morir en este trabajo de arrancar lo
-sublime al esqueleto arrojado como cosa inútil en el mundo.
-
-Sus profundos estudios en la forma humana se ven ahí, en ese cuadro,
-en ese poema. Todos los dolores han sacudido esos cuerpos crispados,
-agitadísimos. Y todos los cuerpos están desnudos. Miguel Ángel se
-atreve á tanto en la Capilla Sixtina, cuando comenzaba la reaccion
-contra el Renacimiento, cuando la hipocresía iba á recoger el
-sudario de la Edad Media para amortajar de nuevo á la Naturaleza.
-No puede imaginarse el escándalo que este atrevimiento produjo
-en aquel mundo ya alejado de los semipaganos dias de Leon X. El
-Aretino, que no vacilaba en mostrar al desnudo todas las inmundicias
-morales, se indigna contra aquella casta desnudez del arte. Biagio,
-maestro de ceremonias de Paulo III, conjura al pintor de parte del
-Pontífice para que encubra sus figuras, y no muestre tan real y tan
-completamente la naturaleza humana.—Decidle al Papa, le responde
-Miguel Ángel, que en cuanto corrija Su Santidad el mundo, será cosa
-de pocos minutos corregir las pinturas. Y en castigo pinta á su
-interlocutor con orejas de asno en lo más profundo del Infierno.
-Biagio corre á quejarse á Paulo III de la afrenta infligida á su
-respetable persona.—Me ha puesto en el cuadro, dice, llorando como
-un niño, trémulo como un viejo. Pido á Vuestra Santidad que me saque
-de allí.—Pero ¿dónde te ha puesto?—En el Infierno, Señor, en el
-Infierno, exclama compungido.—Si estuvieras en el Purgatorio, le
-contesta el Papa, te sacára; pero yo no tengo poder alguno en el
-Infierno.
-
-Es imposible resumir cuanto se ha dicho sobre este fresco. La escuela
-académica reinante en el siglo pasado, y tan parecida al clasicismo
-híbrido y enojoso de muchos críticos literarios que se asustan de
-toda grandeza porque aplasta su irremediable pequeñez, lo ha tratado
-como un mamarracho. Escritor hay que llama á esta grande obra una
-coleccion de ranas. Trescientas figuras desnudas, medio vestidas
-algunas más tarde por Volterra, á quien le valió esa profanacion
-artística el nombre de Braghetone; trescientas figuras desnudas
-se elevan en un cuadro mural de cincuenta piés de alto y cuarenta
-de ancho. Al pronto cuesta gran trabajo comprenderlo. Se necesita
-mirarlo con la misma atencion con que se necesita oir una sinfonía
-de Beethoven. El profano al arte concluirá al cabo de algun tiempo
-indudablemente por sentir y admirar, y absorberse en la contemplacion
-profunda de aquella maravilla del genio. El artista no debe imitarlo,
-porque hay ciertas personalidades en la historia, hay ciertos estilos
-en la literatura y en el arte, cuya individualidad es tan poderosa,
-cuya estatura es tan alta, cuyo centro de gravedad tan lejano de la
-esfera de gravitacion general, que seguirlos produce vértigos, é
-imitarlos expone á peligrosas caidas. Entrad en San Pedro despues
-de haber visitado las figuras de Miguel Ángel, y encontraréis en la
-estatuaria colosal, violenta, hinchada, de mal gusto, los estragos
-que en las medianías ha hecho la imitacion del genio único y cuasi
-sobrehumano de Miguel Ángel, que debe permanecer para asombro de los
-siglos como el Dante, como Shakspeare, como Calderon, allá en su
-inaccesible soledad.
-
-La Naturaleza no entra para nada en el cuadro; Miguel Ángel solamente
-la ha tomado el aire y la luz. No se ven los mundos rodando como
-pavesas por los espacios, ni el sol tiñéndose de color sanguíneo,
-ni los montes desgajándose, ni el mar airado evaporándose en las
-trompas de una tempestad infinita, no; en el aire azul, en el aire
-pasa la terrible escena ocupada sólo por cuerpos humanos y por nubes
-celestes, y sobre unas y sobre otros la cólera de Dios.
-
-Sí, todo parece airado, todo espantoso en aquel cuadro, como si nadie
-se salvára; de tal manera domina el terror á los demas sentimientos.
-En primer término la barca de Caronte sobre un rio plomizo, y á la
-izquierda el resplandor siniestro del Purgatorio. Encima los muertos
-que se despiertan al són de la trompeta, rompen las losas de sus
-tumbas, rasgan sus sudarios, sacuden el polvo de sus esqueletos casi
-desnudos y el sueño de sus ojos casi vacíos. De la esfera de los
-muertos se levantan muchos que ya han cobrado el movimiento, y que lo
-ejercen con violencia para dirigirse, agitados por la incertidumbre,
-á escuchar el fallo inapelable, llevando sobre las espaldas el peso
-más ó ménos grave de sus obras. Entre aquellos veloces caminantes
-hay unos que ya se desesperan, hay otros que ruegan, hay algunos que
-confian, hay varios que mútuamente se sostienen y se socorren. Á la
-derecha de Cristo brilla un grupo de mujeres ya salvas, que todas
-entonan un coro, y entre las cuales hay una sublime, una madre
-que acaba de oir la sentencia de su hija, y la estrecha extática
-en sus brazos, deteniéndola, asegurándola en la salud eterna, cual
-si no diera crédito á su dicha. Junto á las mujeres pasan grupos
-de ángeles que parecen recibir, segun lo tristes, en sus caras una
-lluvia de lágrimas, arrastrada por el viento. Bajo los ángeles, los
-bienaventurados, muchos de los cuales se reconocen, despues de tantos
-siglos, y se abrazan sobre las cimas de la ciudad eterna. En el
-centro, Jesus irritado, que maldice, que condena, que castiga, sin
-escuchar los ruegos de su madre, separándose de los condenados, y sin
-querer ni siquiera mirarlos, por no iluminar con sus ojos el eterno
-suplicio. Adan está á su lado en su vejez sublime para resumir la
-humanidad como Cristo resume el cielo. Pero donde se muestra el genio
-de Miguel Ángel en toda su grandeza, es en aquella inmensa catarata
-de condenados, que caen heridos por la terrible sentencia, tristes
-unos como hojas secas, desesperados otros y retorciéndose cual si
-contra su eterna suerte pudieran rebelarse, ya mordiéndose los puños,
-ya arrancándose el cabello, ya aterrados á la vista de las llamas
-que los aguardan, ya presa de un delirio; todos en los más atroces
-dolores físicos y morales; titanes llenos de vida y de carne y de
-sangre, como para ofrecer abundante pasto á los tormentos; titanes
-que roncan y maldicen y denuestan y escupen horrores de sus bocas,
-y luchan con las serpientes enroscadas en sus cuerpos, y buscan en
-el aire una nube donde reposar, y caen produciendo un escalofrío
-terrible, como si oyerais el primer contacto de sus carnes con el
-plomo derretido en las llamas eternas.
-
-No se puede sostener mucho tiempo la atencion concentrada en lo
-sublime. Cuando se siente de véras una idea grande, os sacude los
-nervios y os surca el cerebro como una chispa eléctrica. Yo sentia
-latir fuertemente las sienes, como si fueran á reventar las venas
-hinchadas por el torrente de pensamientos gigantescos desprendidos
-de aquella Capilla que abraza, desde la Creacion hasta el Juicio
-Universal, toda la vida humana. Necesitaba aire, y salí á respirarlo
-al campo romano, sobre cuyas ruinas tendia á la sazon admirablemente
-Abril su verdor alegre como una esperanza. Pero cuando volví la
-cabeza, en el azul de los cielos se dibujaba todavía una obra
-magnífica, sobre la cual extiende tambien sus alas el alma de Miguel
-Ángel; se dibujaba la rotonda de San Pedro, que parecia, dorada
-por los últimos rayos del sol poniente, un templo elevándose á lo
-infinito, para decir á Dios que la eternidad prometida á Roma por
-los dioses antiguos habia sido realizada en la Edad Antigua por sus
-tribunos y por sus héroes, fortalecida en la Edad Media por sus
-pontífices y sus doctores, y salvada en la Edad Moderna por el genio,
-que levantó allí aquella cúpula como la cima de la historia, como la
-corona del espíritu, como la tiara del mundo.
-
-
-
-
-EL CEMENTERIO DE PISA.
-
-
-Jamas creí que hubiera en el mundo una ciudad tan muerta como Toledo.
-Pero no habia visto á Pisa. La diferencia entre estas dos magníficas
-poblaciones, sin embargo, es grande. En Toledo, junto á edificios
-maravillosamente conservados, como la Catedral, hay edificios casi
-destruidos, como San Juan de los Reyes y el Palacio de Cárlos V. Las
-ruinas, en su desolacion, justifican la soledad. Pero en Pisa todos
-los monumentos se hallan de pié, todos cuidadosamente conservados,
-algunos enlucidos y resucitados por restauraciones modernas, los
-más pintados de vivísimos colores. Y sin embargo, la soledad es
-indescriptible. Diríais que aquellos palacios aguardan sus habitantes
-y se hallan preparados á recibirlos; pero que los habitantes no
-vienen. Yo me paré el dia mismo de mi llegada, por el mes de Mayo,
-en el puente central del Lungarno, á las dos de la tarde; y puedo
-asegurar que estaba solo, completamente solo, casi tentado á creer
-la inmensa ciudad destinada únicamente á mi persona. Magnífico
-sitio para un egoista. Era triste, tristísimo, ver aquellas dos
-largas hileras de edificios preciosos, de casas elegantísimas;
-aquellos varios puentes, aquellas magníficas aceras, aquella limpieza
-exquisita, el rio en el fondo, el cielo sonriente; por uno de los
-extremos copudos árboles mecidos al soplo de las frescas brisas
-marinas; y nadie, absolutamente nadie, más que yo, en aquella hora y
-en aquel delicioso sitio, para contemplar tanta hermosura. Tentado
-estuve á gritar, seguro de que solamente me responderia el eco. Un
-extranjero apostó á que, dando la vuelta á caballo por los muros de
-Pisa, no encontraria un alma, y ganó la apuesta. Los rusos y los
-ingleses, á quienes la frialdad del Norte ha roto los pulmones,
-se refugian, para vivir algunos dias, en Pisa, donde se hallan
-abrigados, por las montañas, de los vientos del Norte, y por la
-soledad, de las grandes emociones. Así, de vez en cuando, encontrais
-jóvenes muy bellas, con ese color arrebatado y ese brillo en los ojos
-propios de la tísis, acompañadas de algunas personas de su familia,
-tristes, sombrías, que parecen seguir un duelo y llorar ya el golpe
-irremediable de la muerte. Todas estas particularidades conspiran de
-contínuo á la tristeza general de la ciudad llamada con razon _Pisa
-morta_.
-
-Y sin embargo, hubo un tiempo en que sus libertades asombraron á
-Italia, su comercio al mundo; un tiempo en que el mar llevaba hasta
-sus puertas los tributos de Córcega y Cerdeña; en que sus naves
-trasportaban los cruzados al Asia y traian del Asia el oro, la
-púrpura, el marfil; un tiempo en que sus guerreros auxiliaban á los
-emperadores de Alemania contra los papas de Roma, y á los condes de
-Barcelona contra los moros de Mallorca; en que los piratas temian
-su poder, los sarracenos temblaban hasta en las costas de África al
-brillo de sus lanzas, y en que las columnas y los mármoles aportados
-por Pisa de lejanas expediciones formaban como el trofeo de la
-primer victoria de las artes. Entónces los últimos maestros mosaitas
-de Constantinopla llenaban con piedras brillantísimas de mosaicos
-los arcos de sus monumentos; entónces los primeros pintores que
-adivinaron las artes del dibujo, animaban sus muros y sus claustros
-con místicas figuras; entónces los judíos la colmaban de riquezas,
-guarecidos á la sombra de sus tolerantes leyes; entónces Nicolas y
-Juan de Pisa, inspirados genios de la Edad Media, desbastaban el
-mármol y producian esas blancas figuras que parecen los primeros
-ensueños de una nueva edad de inspiraciones; y despertábanse los
-penitentes místicos al resplandor de la nueva idea ántes que
-apareciese, como esas aves que anuncian desde el fondo de las
-tinieblas la venida del dia. Su libertad engendró su comercio, el
-comercio su riqueza, la riqueza el arte y la ciencia. Las máquinas
-de Buschetto levantaban en el siglo undécimo pesos enormes, cuya
-gravedad sólo podria vencer la mecánica moderna. Las ligeras naves,
-con sus graciosas velas latinas, traian en el siglo décimo las telas
-de seda crujientes, que podrian llamarse, por su color, por su brillo
-y por su orígen, radiosas apariciones de la antigua India, en medio
-de las tinieblas de la Edad Media. Las serpientes de bronce del
-Egipto se enroscaban á sus columnas de granito, y los hipogrifos de
-Grecia tendian sus alas junto á las rotondas bizantinas. Miles de
-trabajadores llenaban sus muelles, cuando los principios de libertad
-llenaban sus códigos. La República murió. Y Pisa es un cadáver. Por
-eso sin duda su primer monumento es un cementerio. En el zénit de
-su esplendor, Pisa presintió su porvenir y se fabricó el edificio
-que más debia convenir á su triste futura historia; se fabricó el
-Campo Santo. Con el alma entristecida por las sombras de la muerte,
-en medio de aquella ciudad solitaria, donde sólo se oia la vibracion
-de las brisas marinas, dirigíme á visitar este magnífico monumento,
-que me tenía reservadas tantas emociones y tantas enseñanzas. El
-sitio donde se halla el Campo Santo es el sitio más desierto de esta
-ciudad. En vano los montes de Pisa levantan sus cúspides azules en el
-éter de un espléndido cielo; en vano la vegetacion de la primavera,
-cargada de flores, de mariposas, de nidos, cubre con su lujo hasta
-las desnudas piedras de los altos torreones de las murallas; en
-vano ese magnífico baptisterio, al Campo Santo muy próximo, y que
-parece la alta rotonda de un templo subterráneo, dibuja sus calados
-botareles; en vano la blanca torre inclinada, semejante á una columna
-gigantesca, lanza allí cerca los agudos sonidos de sus campanas;
-y la Catedral, ornada de infinitas joyas, entona las salmodias
-de sus cantos; todo en vano quiere despertar la idea de la vida:
-las ortigas, que brotan por doquier en aquel inmenso desierto, os
-recuerdan y os inspiran la triste idea de la muerte.
-
-El Campo Santo es un edificio grande, severo, de altos muros, de
-estrechas puertas; un ataud de mármol para todo un pueblo. Los
-faraones de Egipto, los césares de Roma, los sátrapas de Oriente,
-han levantado pirámides, fortalezas, montañas, para enterrarse,
-para ocultar los gusanos que roian su púrpura y sus huesos; pero
-ninguno de esos monumentos soberbios, donde los déspotas perpetúan
-en la muerte el soberbio aislamiento de su vida, puede compararse
-en gracia y en hermosura con este cementerio de ciudadanos que se
-abrazan y se confunden allá en la eternidad, y cuyos huesos frios y
-mondados por la afilada guadaña, irradian el mismo calor, el mismo
-entusiasmo, que en vida irradiaban sus libres corazones. El exterior
-es sencillísimo. Parece un ataud inmenso tallado en una sola piedra.
-Las perspectivas de la muerte dan extraordinaria solemnidad á todos
-los objetos de la vida. Siempre que el hombre ha querido expresar la
-muerte, ha expresado la inmortalidad. En vano ha pintado su último
-trance como el dolor de los dolores; en vano su último asilo como la
-sombra de las sombras; allá, en el fondo del sepulcro vacío, en el
-seno del abismo insondable, se extiende siempre la luz misteriosa
-de una nueva vida. Sabemos todos que el hombre, este resúmen de la
-Creacion, este mineral sujeto á las leyes de la gravedad y á los
-límites de la extension; este vegetal que necesita del aire y del
-agua y de la luz; este animal que nace y se nutre á la manera de los
-demas mamíferos; este microcosmo, cuya cabeza esférica reproduce la
-esfera de los cielos, y cuyos ojos centellantes reflejan la luz de
-las estrellas; este ángel que se levanta más allá de los tiempos y de
-los espacios á contemplar en su pureza las ideas arquetípicas, de las
-cuales son sombras las cosas; el gran músico de los mundos, el gran
-sacerdote y el gran poeta entre todos los seres; el que saca de los
-hechos particulares las leyes universales, y de la tosca materia la
-esencia impalpable del espíritu; el que anota en su mente el cántico
-universal de las esferas; el que logra dar con su pensamiento como
-la conciencia de sí misma á la naturaleza, no podria enterrarse todo
-entero bajo unas cuantas paletadas de arcilla, sin soterrar consigo
-al mismo tiempo toda la creacion.
-
-Y sin embargo, no hay monumento que exprese la nada como este
-paralelógramo, irregular á la manera del eterno contrasentido de
-la muerte. Todos llevamos un oscuro abismo bajo nuestras plantas,
-que absorbe, como el desierto las gotas de la lluvia, los instantes
-de nuestra vida. Todos habitamos un cementerio. Esa desnudez del
-exterior del Campo Santo, esa monotonía, esa uniformidad, son la
-desnudez, la monotonía, la uniformidad de la muerte. Cuando la puerta
-se abre, creeis que se abre la puerta de la eternidad. El frio de
-aquellas bóvedas como que os petrifica; el silencio de aquel lugar
-como que os priva del habla. Yo estaba enteramente solo como un
-muerto abandonado á su ataud. Yo, errante, sin patria, sin hogar, me
-preguntaba si aquel viaje no era el símbolo de mi último viaje; si
-aquella entrada de un momento en el Cementerio no era la pintura
-anticipada del dia en que los hombres tendrán á bien recogerme y
-lanzarme á un hoyo para que no envenene con mis pútridos miasmas
-el aire que ellos respiren. El sepulturero, de pié á la puerta, me
-invitaba á entrar. Las ideas más tristes batallaban en mi cerebro, y
-se dejaban caer como gotas corrosivas sobre mi corazon. El ruido de
-un azadon que cavaba las huecas sepulturas, y el ruido de las llaves
-que el sepulturero agitaba, se mezclaron siniestramente en mi oido.
-Pero entré, entré pensando que la muerte es tan natural como la vida,
-que el ataud es la cuna de la eternidad. Y la gran puerta se cerró á
-mis espaldas.
-
-Si, como yo creo y como yo espero, al pasar de la vida á la muerte
-pasamos de este á otro mundo mejor, dificulto mucho que pueda
-ofrecerme tanta novedad el brusco cambio como el interior del
-Cementerio de Pisa. Yo contemplaba extasiado las altas bóvedas
-cubiertas de maderas preciosas; los largos muros realzados por todas
-las combinaciones posibles del color; las ventanas ojivales de una
-desmesurada altura, con sus ligeras columnillas y los elegantes
-rosetones del remate; los cipreses, los rosales, la hiedra, la
-madreselva, que á traves de las ojivas mecian blandamente en el
-patio central sus ramajes poblados de vida y de poéticos rumores;
-los toscos sepulcros de los tiempos monásticos guarecidos por la
-cruz, junto á los bellos sepulcros de los tiempos clásicos poblados
-de ninfas y de faunos; el vaso báquico de mármol de Páros, donde
-brillan los sacerdotes de la embriaguez de la vida, al lado de la
-Madre Dolorosa con su Hijo entre los brazos, embriagándose con las
-lágrimas de la agonía y con la contemplacion de la muerte; los
-trofeos de las cruzadas unidos á los ex-votos de los romanos; los
-frisos de los templos de la gran Grecia mezclados con los arquitrabes
-de los altares del siglo décimo; los bustos de los tribunos de Roma,
-como Bruto bajo las blancas alas de los ángeles de mármol nacidos
-del cincel cristiano; las estatuas yacentes que se extienden sobre
-las losas como rindiéndose al eterno sueño, y las estatuas erguidas
-que sobre su pedestal de huesos humanos se lanzan, coronadas por una
-idea, como á entrar vencedoras en la inmortalidad; las vírgenes,
-los santos, los patriarcas, los doctores, los serafines, los
-querubines, los coros de bienaventurados, los demonios, los gnomos,
-los vestiglos, nadando en la atmósfera multicolor de los gigantescos
-frescos que cubren todas las paredes; cáos indescifrable en aquellas
-cuatro galerías góticas; cáos sobre el cual se deslizaba en aquel
-momento el sonido de la campana, que parecia la trompeta del ángel
-y el ruido del azadon, que parecia la respuesta de los muertos,
-abriendo al llamamiento sus tumbas; cáos donde todos los siglos,
-todas las civilizaciones, todas las artes se hallan en desórden sobre
-los fragmentos de un mundo en ruinas; imágen del Valle de Josafat á
-la hora suprema del Juicio Universal.
-
-Y sin embargo, nada más regular que aquel cáos en cuanto volveis de
-vuestra primera sensacion. Cuatro muros, cuatro galerías, cuatro
-series de ventanas ojivales; un patio en el centro; al frente de la
-puerta principal una capilla, y al medio de la pequeña galería de
-la derecha una iglesia; en la tierra del gran patio, la vegetacion
-que brota hojas y flores con prodigiosa fecundidad; á los extremos
-cuatro grandes, copudos y verdinegros cipreses, que parecen alzarse
-allí para elevar al cielo las oraciones de sus hermanas, las plantas
-agradecidas, á la Providencia por el nutritivo alimento que les
-procuran los muertos. Hay pocos edificios góticos en Italia, muy
-pocos. Esta arquitectura de la Edad Media no ha podido desarraigar
-el eterno paganismo encerrado en la tierra de las artes. Parece que
-cuando los arquitectos se proponian levantar la católica ojiva,
-que concluye en punta, como el Universo en la unidad de Dios, las
-diosas gemian desde el fondo de los arroyos ó desde la corteza de
-los árboles para obligarles á continuar las antiguas columnas
-coronadas de guirnalda, como sus sienes inmortales. Parece que esta
-arquitectura gótica es la arquitectura del pensamiento y no la
-arquitectura de la imaginacion; es el espíritu interior más que el
-genio plástico. Por consiguiente, no puede ser la arquitectura de
-Italia. El Cementerio de Pisa es gótico. Pero ¡cómo se han hermanado
-todas las artes en su seno! Importábales poco á los italianos que
-un sepulcro representase las fábulas paganas combatidas por el
-cristianismo. Con tal que fuese hermoso, lo ponian en su Cementerio
-y lo llenaban de huesos cristianos. La madre de la condesa Matilde,
-de esta mujer católica por excelencia, de esta amiga de los Papas,
-de esta heroína ortodoxa, descansa en su sarcófago, donde se halla
-esculpida Fedra. Diana besa la frente de Endimion dormido en uno
-de los mármoles del Cementerio. Los bustos paganos se elevan junto
-á las imágenes de los santos. Las lámparas que la religion atiza
-iluminan el rostro de Bruto. Junto al sarcófago donde el caballero
-de la Edad Media pliega sus manos y dobla sus rodillas, se elevan
-Augusto, Agripa, el fundador de aquel Panteon donde se refugiaron por
-última vez los antiguos dioses. Una bacante duerme el sueño de la
-embriaguez con la copa vacía al lado, bajo el fresco que representa
-las maceraciones del cenobita, junto al sepulcro en que pende la
-corona de rosas blancas consagradas á la inocencia y en que abre
-sus alas, como para ocultar un nido, el Ángel de la Guarda. El Buen
-Pastor, encerrado en las catacumbas de los mártires y esculpido
-sobre un sepulcro que los primeros cristianos han regado con sus
-lágrimas, conduce sus ovejas al redil de la Iglesia; y á pocos pasos
-hay bajo-relieve cuyos tritones fueron del cortejo de Neptuno en
-las profundidades del Océano, cuando la naturaleza no habia sido
-despojada de sus dioses. Meleagro caza no léjos del altar donde
-Enrique VII ora. Sobre un chapitel María, llena de misticismo, y
-casi á sus piés las figuras etruscas empapadas en la realidad de
-la vida. El escultor Della Robia tiene allí una madonna en tierra
-cocida que se asemeja á las vírgenes bizantinas; y sobre una columna
-en piedra de Egipto brilla á su lado una cabeza de Aquíles. Andrea
-de Pisa ha esculpido los Evangelistas y los Profetas con toda la
-rigidez católica, en medio de las bacanales, por otros bajo-relieves
-representadas, con toda la voluptuosidad griega. Aquí un emperador
-de Alemania sentado en su silla sagrada; allá un hipogrifo árabe;
-acullá una Vénus simbolizando el amor en los dominios de la muerte.
-¡Oh! Estos hombres sabian por intuicion artística, sobrenatural, que
-todas las generaciones, todas las edades se reconcilian en el seno
-de la muerte. Estos hombres sabian que los combatientes caidos á
-la luz del sol, odiándose y maldiciéndose bajo banderas enemigas en
-los campos de batalla, se unen allá en las regiones de las sombras.
-Estos hombres sabian que pueden los míseros humanos expulsarse de
-la vida, pero no pueden expulsarse de la muerte. Aunque aniquileis
-á un enemigo, aunque le quemeis dando al viento las cenizas, ¡oh!
-sus átomos están ahí en el laboratorio de la vida universal, en
-el inmenso seno de la naturaleza; y tal vez mañana los absorberán
-vuestros hijos y los llevarán sobre su corazon. Mas los odios de
-los hombres son tales que no quieren ni la paz de la muerte. Y
-sin embargo, contemplando el Cementerio de Pisa, yo pensaba, ante
-aquellos muertos de todas las generaciones y aquellos monumentos
-de todas las edades, que así como tenemos en nuestro cuerpo breves
-partículas de todos los seres, y en nuestra conciencia ideas de
-todas las generaciones, tenemos en nuestra vida parte de todos los
-siglos; y que nada hay tan estúpido y antihumano como separarnos
-de los demas hombres por sus creencias, cuando hijos de todos los
-tiempos, individuos de toda la humanidad, por esos altares que nos
-parecen más llenos de supersticiones, por el dólmen celta, por el ara
-de los dioses lares, por las pirámides egipcias, por las esfinges
-babilónicas, ha pasado el espíritu de la humanidad ántes de llegar
-á su presente plenitud, como pasan los grandes rios por lechos de
-hielo, y de piedra, y de fango, ántes de espaciarse en la inmensidad
-del Océano.
-
-Éste es el verdadero Cementerio de un pueblo, éste es el verdadero
-panteon de la Edad Media. En aquellos dias interesaba más la muerte
-que la vida. El Campo Santo era la ciudad eterna; el infierno y
-el purgatorio la epopeya; el jubileo la grande asociacion de las
-razas, y la cruzada la grande guerra. La Edad Media gravita entera
-al rededor de un sepulcro. Los más fuertes ó los más ricos entre los
-pisanos han tallado su barca, han tejido su vela, y se han marchado
-por los mares de Oriente á Constantinopla y á Siria, para desde
-allí partirse á Jerusalen; y despues de mil combates, despues de
-peligrosísimas correrías, cargados con el peso de la enorme armadura
-y la cruz al pecho, descubrir entre los espejismos del desierto,
-bajo el cielo reverberante, sobre colinas caldeadas, envuelto en las
-ráfagas de un viento que parece como voraz incendio, el sepulcro de
-Cristo; y morir á su lado, y envolverse eternamente en la tierra
-santificada por las lágrimas del Huerto y por la sangre del Calvario.
-Los ciudadanos que se quedaban en las riberas de Italia querian
-tambien participar de este bien, dormir en el seno de la tierra
-prometida, mezclar sus cenizas con las cenizas de los profetas. Y la
-igualdad republicana no podia consentir privilegios en la muerte. El
-gran comercio de la ciudad cumplió el deseo de los ciudadanos. Las
-escuadras vinieron hasta el puerto cargadas de tierra de Jerusalen.
-En esta tierra se envuelven todavía los huesos de los pisanos. Esta
-tierra era voracísima. En veinticuatro horas consumia los restos
-confiados á su seno como si fuera una tierra de fuego. La mayor parte
-de las sales que obraban este prodigio se han evaporado en alas de
-los siglos; pero áun consume, segun el erudito Valery, en cuarenta
-y ocho horas un cadáver. Yo la contemplaba extasiado. Un manto de
-aterciopelada verdura, sobre el cual parecia haber caido una lluvia
-de rosas, la ornaba; la zarzamora extendia sus espinosas ramas por
-todas partes; y nubes de mariposas blancas y puras fingian á mis
-ojos las almas de los niños, bañándose en aquellos aromas y bebiendo
-el dulce jugo de aquellas plantas que extendian los festones y las
-guirnaldas de la vida sobre la morada de los muertos. ¡Tierra, tierra
-santísima de Jerusalen, que mis piés huellan, tú has brotado la idea
-de Dios y la has tenido guardada largo tiempo en tu seno, para que
-la edad moderna reposára á su sombra; tú has recogido los huesos de
-aquellos profetas que encendieron la fe en la conciencia humana; de
-tu barro se halla amasada la cuna inmortal de nuestra civilizacion;
-y aquel Mártir divino que se sacrificó en tus montañas por salvar al
-mundo de la servidumbre y del yugo infame del destino, te ha hecho
-tan fecunda y tan sagrada como las semillas del martirio! Tierra
-de Jerusalen; filósofo ó cristiano, judío ó católico, hombre de lo
-pasado ú hombre de lo por venir, cualquiera que te huelle, ha de
-sentirse profundamente conmovido, porque tú entras, tierra inmortal,
-por grandes cantidades, en la levadura de nuestra vida.
-
-Pero salgamos del patio y vamos á ver la galería de nuevo,
-contemplando, no las tumbas, las pinturas. Los italianos son
-esencialmente artistas, y no comprenden que un arte pueda vivir
-solitario y aislado. Emplean para sus monumentos la escultura, la
-pintura; los llenan de versos y de inscripciones para que tengan
-pensamiento, y luégo de música para que tengan voz. El Cementerio de
-Pisa ha sido fabricado en el siglo décimotercio, no lo olvidemos.
-Para comprenderlo bien, precisa comprender el siglo de su nacimiento,
-porque la arquitectura no pierde nunca, y ménos en los monumentos
-religiosos, su carácter simbólico.
-
-El siglo décimotercio comienza siendo el siglo del catolicismo y
-concluye siendo el siglo de la herejía. El espíritu humano se exalta
-con la fe en los comienzos y abraza la razon en las postrimerías
-de este siglo. Lo abre Inocencio III, que mira la conciencia humana
-extendida á sus plantas, Europa postrada de hinojos en sus altares;
-y lo cierra Bonifacio VIII, que siente sobre su mejilla el bofeton
-de los laicos, y muere de rabia en su impotencia. Lo abre Fernando
-III en Castilla, que merece ser contado en el número de los santos;
-y lo cierra Alfonso X, que merece ser contado en el número de
-los filósofos. Pedro II de Aragon nace bajo la advocacion de la
-Iglesia, crece en su seno, vive para dar la batalla de las Navas
-contra los infieles, y muere en la batalla de Muret por los herejes.
-Y estos cambios bruscos son una ley general del siglo. Jaime I
-de Aragon en la primera mitad del siglo recaba tierras y tierras
-para la Iglesia, y Pedro II arranca feudos al Papa. Los santos que
-dirigian las cruzadas y sus ejércitos obran luégo milagros ante
-los muros de Gerona contra los soldados del Papa. Las guerras por
-el sepulcro de Cristo se suspenden. La ciencia árabe domina á las
-ciencias teológicas. La duda se desliza en la razon, la ironía en la
-literatura, el sentimiento de la naturaleza en el arte. La conciencia
-humana ha pasado del período de la fe al período de la razon.
-
-¿Comprendeis ahora por qué el Cementerio de Pisa ha sido tan
-tolerante? En cuanto se miran sus galerías y sus pinturas, se ven
-como dos hemisferios del tiempo. Los arcos han sido animados por una
-idea; los muros por otra. Allí está el gótico, y aquí el anuncio
-lejano del Renacimiento. No podrá nunca escribirse la historia de
-las artes sin saludar como uno de los sitios de su nacimiento este
-Cementerio. No se podrá entrar en el Cementerio sin evocar las edades
-en que se construyó. Y no se podrán evocar estas edades sin traer á
-la memoria el nombre de Nicolas de Pisa. Nacido en el seno de los
-tiempos místicos, muere en el seno de los nuevos tiempos. Entre su
-cuna y su sepultura hay dos mundos. El espíritu humano ha cambiado de
-fase miéntras ha vivido ese hombre, que contó setenta y un años. Pero
-él ha sentido ese cambio, él ha anunciado el ocaso del misticismo.
-Sus padres, sus maestros, le han hecho arrodillarse, plegar las manos
-ante las estatuas bizantinas, encorvadas bajo los terrores del Juicio
-Universal; y él, más tarde, ha ido á postrarse ante las figuras
-griegas, radiantes de hermosura, erguidas como aquella civilizacion
-esencialmente humana, amamantadas á los fecundos pechos de la
-Libertad. Nicolas nació el año siete del siglo décimotercio, y murió
-el año setenta y ocho. Si yo quisiera expresar en un solo símbolo
-esta edad, escogeria una de sus figuras, y veríase en ella que el
-pensamiento místico áun corre por sus frentes, pero que las formas
-griegas se extienden por su cuerpo como una nueva planta brotando en
-tierra empapada por rocío reciente. Juan de Pisa, el arquitecto del
-Cementerio, escultor tambien, mira con los ojos de Nicolas de Pisa.
-Comparad las obras de estos dos genios con los gigantescos mosaicos y
-con las extrañas pinturas que á dos pasos se encuentran, en el seno
-de la Catedral, obras traidas de Bizancio, ó hechas por bizantinos
-artistas. Las vírgenes, los santos, los ángeles de Bizancio tienen
-una expresion de terror sublime, pero tambien la frialdad, la rigidez
-de la muerte; las vírgenes, los santos, las estatuas de Nicolas y de
-Juan de Pisa ya aspiran á la serenidad y á la perfeccion griegas. Es
-el mundo de la naturaleza, que se abre al soplo del nuevo espíritu.
-Es la belleza humana, que deja el sudario de la belleza monástica en
-el fondo oscuro de los claustros. Esas piedras son trofeos de las
-batallas del espíritu, ó mejor dicho, trofeos de sus victorias.
-
-Miéntras Nicolas y Juan modelaban las piedras para tallar estatuas,
-para construir cementerios, un pastorcillo, guardador de escaso
-ganado, dibujaba en el barro, en el polvo ó en la arena, extrañas
-figuras. Este pastor toscano debia ser el padre de la pintura, debia
-ser el Giotto. Su gloria llena todo el siglo décimocuarto. Este
-hombre extraordinario es, respecto á la pintura, lo que Nicolas de
-Pisa respecto á la escultura. En su genio estaban ya los primeros
-delineamientos del genio de Rafael. Son los brazos de sus santos áun
-rígidos, los cuerpos angulosos y puntiagudos, los piés deformes, como
-si no pudieran todavía fijarse en la tierra; pero las cabezas están
-llenas de benevolencia, las caras llenas de gracia, de esa gracia
-á que jamas llegaron los artistas bizantinos en su desesperacion;
-de esa gracia hija de la serenidad del espíritu y hermana gemela de
-la esperanza. Vese allí que si los cuerpos dibujados por el Giotto
-pertenecen aún á la tierra de su tiempo, las cabezas tocan ya en
-el cielo de los tiempos nuevos. Aquellos rostros están acariciados
-por la brisa matinal, inundados por la luz de la aurora. El artista
-se ha sumergido en el seno de la naturaleza, encontrando en ella
-la inspiracion inmortal. Su pincel es una nueva eflorescencia del
-espíritu humano. Mirad en ese muro de la izquierda su Job. Se está
-borrando como el recuerdo de aquellos dias; se está deshaciendo como
-la fe que lo animó: descúbrese á traves de una niebla, lejano, muy
-lejano, herido por la humedad y el viento marítimo, que lo arrancan
-á pedazos de la pared, afeada, manchada por las restauraciones
-posteriores; podeis verlo á la manera que se ven figuras fantásticas,
-en las nubes recamadas por el sol del ocaso; todavía podeis verlo
-como un penitente que se queja de Dios, sin atreverse á maldecirlo,
-rodeado de sus amigos infieles, entre el diablo, terrorífico,
-dantesco, y el ángel de la derecha, dulce y bello, nadando ya en
-luminosos horizontes. No sé por qué, mas aquel fresco desgastado me
-pareció el símbolo que, sin pensarlo y sin quererlo, habia trazado
-el Giotto ó cualquier otro contemporáneo suyo del estado crítico y
-extraordinario en que se encontraba su siglo, entre el demonio del
-feudalismo, que pugnaba por vivir, y el ángel del Renacimiento, que
-salia entónces de su larva.
-
-No sé por qué este Cementerio me parece por todas partes el
-Cementerio de la Edad Media. Un discípulo de Fra Angellico, de aquel
-místico en cuya retina se pintaban los ángeles y los querubines,
-de cuyas manos jamas una Vírgen ni un Cristo salió sino entre
-oraciones y lágrimas; un discípulo de ese fraile sublime, que
-pintaba de rodillas, ha dejado una graciosa figura en los inmensos
-frescos arrojados por su mano sobre casi toda la galería occidental
-del Cementerio; una figura que sólo podria nacer en tiempos más
-sensuales, y que representa la curiosidad infinita por los secretos
-de la naturaleza. Noé está desnudo y embriagado en el suelo. Una
-muchacha se cubre el rostro con las manos; pero á traves de los
-dedos entreabiertos se goza en contemplar la desnudez. Fra Angellico
-hubiera maldecido á su discípulo Gozzolli. Pero ésa es la nueva edad,
-la edad del renacimiento de la naturaleza, maldecida hasta entónces;
-la edad del despertar de los sentidos, hasta entónces embotados;
-la edad en que el fauno va á hollar de nuevo con su pié hendido
-los campos, y á coronarse de nuevo con guirnaldas de hiedra los
-cuernos; la edad en que las ninfas van á entregarse desnudas sobre
-un lecho de rosas á toda la orgiástica alegría de vivir; la edad en
-que los arroyos van á entonar un himno de nuevas églogas; y entre el
-delirio priapesco de todos los goces y el despertamiento de todas
-las antiguas divinidades, va á salir un nuevo Prometeo, pero sin
-cadenas, que con su mano rasgue los mares y descubra un nuevo mundo,
-con su pié impulse la tierra y la obligue á rodar por los espacios
-infinitos, y coja las estrellas con su telescopio, como el cazador
-las aves con su trampa, y las fuerce á dejarse pesar en su mano, y á
-murmurar en su oido los secretos del cielo.
-
-Sí, aquel Cementerio es el testamento de la Edad Media. Creo ver en
-sus muros la despedida última y el adios últimos de estos tiempos que
-precedieron á los nuestros, como el cáos á la luz. La Edad Media, al
-morir, en todas las literaturas reproduce la Danza de los muertos.
-Ese tétrico poema no podia faltar en el Cementerio de Pisa y en el
-cielo inmortal de sus pinturas del siglo décimocuarto y el siglo
-décimoquinto. Orcagna, el grande Orcagna, lo ha pintado ahí. Miradlo,
-y acordaos de los otros monumentos que acabais de ver, y encontraréis
-toda la genealogía del arte. La tumba donde reposa la primera
-Beatriz casi es la cuna del pensamiento nuevo. En ella ha estudiado
-Nicolas de Pisa. En las obras de Nicolas de Pisa ha estudiado su
-hijo Juan de Pisa, arquitecto y escultor del Cementerio. En las
-obras de Juan ha estudiado Andres de Pisa, en las obras de Andres ha
-estudiado Orcagna. En pos de Orcagna vendrá Guiberthi, que esculpirá
-las puertas del baptisterio de Florencia, las puertas triunfales del
-Renacimiento, llamadas por Miguel Ángel las puertas del Paraíso.
-Y en esas puertas se detendrán los grandes artistas á estudiar
-el dibujo. Y el arte será despues de esta larga y gloriosísima
-creacion, y tendrá esta sublime genealogía: los mosaitas de Venecia,
-los mosaitas de Pisa, Cimabue, Nicolas de Pisa, el Giotto, Juan de
-Pisa, Orcagna, Guiberthi, Massacio, Leonardo de Vinci, Miguel Ángel,
-Rafael. Inmortal espíritu del hombre, nunca fuiste tan grande como
-despues de haber encontrado nuevamente la forma humana, la hermosura
-plástica, á costa de extraordinarios esfuerzos, tras ocho siglos de
-maceracion, de ayuno, de penitencia. El fresco de Orcagna es el
-fresco de la muerte. El dibujo es todavía incorrecto, los cuerpos
-de las figuras todavía desproporcionados; la perspectiva todavía
-está ausente; pero los rostros tienen expresion sublime, y un
-alma que irradia pensamientos se asoma por los ojos é ilumina las
-frentes. Á la izquierda una cabalgata de caballeros y señoras en
-trajes de gala se detiene ante tres reyes; recien muerto é hinchado
-el uno, descompuesto y comido por gusanos el otro, esqueleto ya
-descarnado el tercero. No puede manifestarse bien el escalofrío que
-da ver aquellos tres despojos de la muerte en medio de la turba de
-caballeros vestidos ricamente con terciopelo y armiño, de las damas
-con su lujoso tocado, de los perros y los halcones de caza, de todos
-los signos de la vida entregada al combate y al placer. En el centro
-los viejos, los enfermos, los moribundos, llaman á gritos la muerte
-con versos que el pintor ha trazado para aumentar la expresion:
-_¡O morte! medicina d’ogni pena_. Pero la muerte no los escucha;
-se aparta de los que la desean para herir á los que la olvidan;
-para entrar con su tajante guadaña en ameno bosque, á cuya sombra
-reposan dos amantes, contemplándose extasiados y oyendo la guzla del
-trovador que canta las delicias de la pasion, rodeados de flores y
-de amorcillos. Allá, en una alta montaña, los penitentes ruegan
-por todos; pero abajo, en enorme confusion, reyes, nobles, pajes,
-obispos, espiran; y sus almas son, ya recogidas por los ángeles, ya
-por los demonios de horrible rostro y alas de murciélago. Se nota que
-concluyen las edades monásticas. Las almas escogidas principalmente
-por los demonios son las almas de los frailes. Y junto á este fresco
-se hallan, como contemplándolo, el Juicio Final y el Infierno.
-
-Áun despues de haber visto la Capilla Sixtina conmueve la cólera
-de Jesus, la tierna piedad de María intercesora, el dolor de los
-réprobos, el éxtasis de los bienaventurados; Salomon, que al
-salir de su tumba y sacudir el polvo secular de sus párpados, no
-sabe si le tocan en suerte las alturas celestes ó los abismos
-infernales; el genio vengador que arrastra por los cabellos hácia
-las tinieblas eternas un fraile, el cual se habia escondido entre
-los bienaventurados, y el genio misericordioso que lleva hácia la
-bienaventuranza un jóven mundano, ya perdido entre los malditos;
-la mujer que se retuerce los brazos de desesperacion á la boca de
-la insondable eternidad, y el viejo que se arroja hácia Jesus para
-recordar sus propias obras y pedir la divina gracia; el Ángel de la
-Guarda en el centro del cuadro, triste, herido por un dolor infinito,
-mirando con sus grandes y profundos ojos, llenos de una tempestad de
-ideas, caer como una catarata de hiel en los infiernos, en los mares
-de plomo derretido, las almas que habia querido vanamente proteger en
-el mundo contra el vicio con sus alas, y que vanamente habia querido
-salvar de la justa cólera divina con sus oraciones en la hora suprema
-del juicio; terrible epopeya de horrores y desolacion, que parece,
-en verdad, sobre aquellas tumbas, en aquel asilo de la muerte,
-representado por aquellas figuras demacradas, rígidas, frias, el dia
-último del Universo.
-
-Y sin embargo, en las figuras de todos estos cuadros descúbrese que
-los tiempos místicos han pasado y que los tiempos del Renacimiento
-no han venido todavía. En ninguno de ellos, en ninguno de los
-infinitos personajes pintados en esas paredes, hay ni el idealismo
-de Fra Angellico ni el naturalismo de Buonarroti. La historia
-humana es una lucha entre el pensamiento y la realidad. En esos
-cuadros vemos que la idea se evapora, mas la naturaleza no viene
-todavía. El espíritu místico se apaga, pero no le sustituye aquella
-adoracion del organismo humano que hizo tan grandes pintores y
-tan grandes escultores á los artistas del Renacimiento. Miguel
-Ángel se alzaba sobre un cadáver con el apetito de la hiena, y lo
-recogia y lo estudiaba hasta grabar en la mente cada uno de sus
-huesos. El estudio del desnudo era su estudio preferente, como si
-quisiese volver al hombre á la inocencia del Eden. Pero la anatomía
-se hallaba prohibida en la Edad Media. Esos pobres artistas de los
-siglos décimocuarto y décimoquinto no han podido estudiar nuestro
-cuerpo. Sus figuras están encerradas dentro de sus vestidos como
-dentro de un saco ó como dentro de un sudario. El hombre tiene
-todavía demasiado presente su culpa y se asusta de su propio cuerpo,
-de esa eterna sombra del pecado. Mas á pesar de hallarse en tal
-desfallecimiento, descúbrese bien que aguarda una nueva idea. Las
-figuras del Cementerio de Pisa son figuras de crepúsculo, seres que
-se levantan inciertos en los límites de dos épocas. Despues de todo,
-si miramos la historia humana, verémos así á todos los hombres; todos
-condenados á enterrar la mitad de las ideas aprendidas y la mitad
-de las caras aspiraciones de la existencia; todos arrastrados por
-la corriente interminable de los hechos, sin saber adónde; todos
-forzados al trabajo de la renovacion, sin saber por qué; todos
-dejando las vestiduras del alma, la inocencia de la niñez, la pasion
-de la juventud, la fe de la cuna, en las encrucijadas del camino;
-todos cayendo rendidos de cansancio y de fatiga sobre un monton de
-secas ilusiones, para que sus herederos los aparten con el pié,
-los arrojen á un hoyo y continúen repitiendo los mismos hercúleos
-trabajos sin fin, y representando la misma tragedia sin desenlace.
-
-¿Creeis que la muerte es un desenlace? Yo no lo he creido nunca.
-Entónces el Universo ha sido creado para la destruccion. Dios es un
-niño que ha levantado los mundos, como un castillo de cartas, por el
-placer de derribarlos. El vegetal se come la tierra, el buey y la
-oveja al vegetal, nosotros al buey y á la oveja; seres invisibles,
-que llamamos la muerte ó la nada, se nos comen á nosotros; en la
-escala de la vida unas criaturas no sirven más que para roer á las
-otras criaturas; y el Universo es un inmenso pólipo con un estómago
-inmenso, ó si quereis una imágen más clásica, un catafalco sobre
-el cual arde el sol con una antorcha funeraria, y está levantada,
-como una estatua eterna, la fatalidad. Nacen unos pacientes porque
-tienen mucha linfa, otros héroes porque tienen mucha sangre, otros
-pensadores porque tienen mucha bílis, otros poetas porque tienen muy
-agitados los nervios; pero todos mueren de sus propias cualidades,
-y todos viven lo que duran sus entrañas, su corazon, su cerebro, su
-espina dorsal, para recostarse definitivamente todos en la nada. Lo
-que creemos virtudes ó vicios son tendencias del organismo; lo que
-creemos fe, algunas gotas de sangre ménos en las venas ó algunas
-cóleras más en el hígado, ó algunos átomos de fósforo en los huesos;
-y lo que creemos inmortalidad, una ilusion; sólo hay de real, de
-seguro, la muerte; y la historia humana es una procesion de sombras
-que pasan como los murciélagos entre el dia y la noche, para caer
-todas, unas tras otras, en ese abismo oscuro, vacío, insondable, que
-se llama la nada, atmósfera única del Universo.
-
-¡Oh! No, no. Yo no puedo creer esto. Las maldades humanas jamas
-lograrán oscurecer en mi alma las verdades divinas. Yo, como distingo
-el bien del mal, distingo la muerte de la inmortalidad. Yo creo en
-Dios y en una vision de Dios sobre otro mundo mejor. Yo me dejo
-aquí mi cuerpo, como una armadura que me fatiga, para continuar mi
-infinita ascension á las altas cimas bañadas por la luz eterna. Es
-verdad que hay muerte, pero tambien es verdad que hay alma; contra
-la realidad, que me quiere envolver en su capa de plomo, tengo el
-fuego del pensamiento; y contra el fatalismo, que quiere apresarme
-en sus cadenas, tengo la potencia de la libertad. La historia es una
-resurreccion. Los bárbaros habian enterrado las antiguas estatuas
-griegas, y hélas ahí vivas en un Cementerio, engendrando generaciones
-inmortales de artistas con besos de sus frios labios de mármol.
-Italia estaba muerta como Julietta; cada generacion arrojaba una
-paletada de tierra sobre su cadáver y ponia una flor sobre su corona
-mortuoria, é Italia ha resucitado. Hoy los tiranos cantan el _Dies
-iræ_ sobre los campos donde están separados los miembros de Polonia.
-Pero ya veréis la humanidad venir, recoger los huesos que mondan
-con sus acerados picos los buitres del Neva, y renacer Polonia como
-una estatua de la fe, con la cruz en los brazos, sobre sus antiguos
-altares. Yo he sentido siempre la inmortalidad en los cementerios. Yo
-la siento más todavía en este Cementerio de Pisa, henchido de tanta
-vida, poblado de tantos seres inmortales que destilan inspiracion,
-y por consecuencia inmortalidad, como los troncos de las seculares
-encinas, cuando los pueblan las abejas, destilan miel.
-
-Insensiblemente la noche caia sobre nosotros. El sepulturero acabó su
-trabajo y cesó en sus golpes. El guardian vino á rogarme que saliera.
-Pero yo me dí traza para conseguir que me dejára allí una hora más
-en el seno de la noche y de las sombras. Yo esperaba sumergirme en
-la tristeza de la nada, anticiparme en aquel lugar de silencio el
-descanso eterno por una contemplacion de la tierra mortuoria, donde
-duermen olvidadas tantas generaciones. Allí me quedé apoyado en una
-tumba, reposando la frente agobiada sobre el mármol de una ojiva, los
-ojos fijos en el cuadro de la muerte y en los vestiglos del Juicio
-Universal, iluminados por los últimos resplandores del crepúsculo,
-aguardando las tristezas mayores que debia traerme la oscuridad de la
-noche. Pero no; fresca brisa vino como á despertarme de mis sombríos
-ensueños; las flores de Mayo levantaron sus corolas, ántes agobiadas
-por el calor del dia; un aroma penetrante, embriagador, lleno de
-vida se esparció por los aires; las luciérnagas voladoras comenzaron
-á discurrir entre las sombras del claustro y las líneas de las
-tumbas como estrellas errantes, miéntras la luna llena salia por el
-horizonte nadando majestuosa en el éter, cubriendo con sus gasas la
-frente de las estatuas funerarias; y un riseñor, oculto en el espeso
-ramaje de los altos cipreses, entonaba su cancion de amor, como una
-serenata á los muertos y una plegaria á los cielos.
-
-
-
-
-VENECIA.
-
-
-La noche avanzaba sobre nosotros en el momento en que atravesábamos
-la campiña de Padua dirigiéndonos á Venecia. El cielo estaba nublado,
-y á intervalos, entre los nubarrones, lucian algunos pedazos serenos,
-de extraordinaria limpidez, en los cuales nadaban las primeras
-estrellas de la tarde. Pero en el borde del horizonte, hácia la
-extremidad Norte, del lado de las montañas, las nubes relampagueaban,
-miéntras en el otro borde, hácia la extremidad Sur, del lado del mar,
-franjas de púrpura formadas por los vapores del lago y los últimos
-destellos del dia daban tinte cobrizo á los objetos, fantásticas
-apariencias á la naturaleza, como si la region que íbamos á visitar
-quisiese satisfacer todos nuestros deseos y premiar todos nuestros
-amores por ella, revelándose entre los misterios del más sublime de
-los crepúsculos. Sin embargo, mi impaciencia era infinita. Observaba
-que la vegetacion se extinguia, que comenzaban canales desecados,
-llenos de lodo, sobre cuyos bordes crecian tristemente algunas
-plantas marinas; pero por más que sacaba de mi wagon la cabeza para
-mirar al punto final de nuestra carrera, no veia ni la soñada laguna
-ni la querida ciudad, como si huyeran á mi anhelo y se esquiváran á
-mi deseo. Tengo tal idea de la fragilidad de esa hermosa Venecia,
-combatida de contínuo por los vientos y las aguas, que temia pudiera
-desaparecer ántes de serme permitido verla, y se encerrára en la
-concha marina en que nació, como un milagro vivo de la historia
-humana.
-
-Siempre recordaré el dia en que por vez primera vi la Alhambra.
-Corrí á buscarla, sin guía, sin ningun compañero, deseando un
-coloquio á solas, como todos los coloquios de amor, con la maga
-del Oriente perdida en nuestras montañas. Yo atravesé una puerta
-que no recuerdo, porque apénas la advertí. Yo vi á la izquierda
-una magnífica fuente del Renacimiento, que no respondia en nada
-ni á mi deseo ni á mi idea. Yo me perdí en las soberbias alamedas
-mecidas por el viento matinal, iluminadas por el espléndido sol de
-Granada, que, deslizando á duras penas sus rayos entre el follaje,
-formaba en el suelo como un arabesco de luz y de sombras. Yo vi
-aquella magnífica puerta judiciaria, inclinada sobre una cuesta,
-y en cuya arquitectura el árabe, sin perder su gracia, ha tomado
-toda la solemnidad del gótico. Yo entré creyendo encontrar en pos de
-aquella puerta el palacio. No estaba; sólo vi una plaza de armas y
-un altar de la Edad Media ante el cual ardia una lámpara. En torno
-mio se desplegaba larga fila de torreones; en medio de la gran plaza
-un palacio del siglo décimosexto, bellísimo, pero en pugna con
-todo cuanto yo soñaba; y á lo léjos, sobre una colina sembrada de
-laureles, dibujaba sus miradores, semejantes á blancos minaretes, el
-oriental Generalife. Yo buscaba la Alhambra, el palacio, la mágica
-gruta de estalactitas empapada en los fuertes colores asiáticos,
-donde se extinguieron, como odaliscas, en el placer, á fines del
-siglo décimoquinto, los que vinieron como leones á la conquista á
-principios del siglo octavo. Pero ninguna de las numerosas puertas
-á que llamé era la puerta de la Alhambra. Temia que un genio, una
-hechicera, de las que la magia de la Edad Media ha dejado en los
-bosques, bien diferentes por cierto de las hermosísimas diosas con
-que los pobló la clásica antigüedad, hubiera robado en aquella misma
-noche la Alhambra, contínuamente amenazada de muerte, para burlarse
-de mi anhelo. Nacemos y vivimos tan desgraciados, que nos parece
-mentira el cumplimiento de un deseo, mentira la realizacion de una
-esperanza, como si tristísima experiencia nos hubiera enseñado que
-solamente es en el mundo verdad el dolor.
-
-Así, en aquel momento, yo dudaba de la proximidad de Venecia, ó
-temia que Venecia hubiera desaparecido para mí. Al fin nos paramos
-en Mestres, á las puertas de la gran laguna veneciana. El aire nos
-trasmitia el eco de sus campanas, que tocaban el _Angellus_, y que
-nos recordaban la emocion sublime de Byron, cuando una tarde creyó
-ver al conjuro de esos mismos ecos, por los bordes del horizonte,
-deslizándose sobre las aguas, como las estrellas del cielo, á la
-Madre del Verbo, calzada por la luna, y con la misteriosa blanca
-paloma sobre su frente en aquella hora sublime de la oracion y del
-amor. ¿Era verdad que iba á ver á Venecia? Cuántas veces, en las
-largas horas de las noches de invierno, para pasar la uniforme velada
-de los pueblos, mi madre, que amaba mucho las letras, me habia
-contado misteriosas historias venecianas á la usanza de principios
-de siglo: la decapitacion de Marino Faliero, el destierro del jóven
-Foscari, el heroísmo inmortal de Dandolo, la salvaje pasion de Otelo,
-el esplendor de sus banquetes inmortalizados por Pablo Veronés, los
-desposorios del Dux con las aguas de los mares en la góndola recamada
-de brocados y movida por remos de oro, la tristeza infinita del
-último de sus magistrados, cuando se desmayó al firmar el protocolo
-que entregaba su patria al austriaco, por un criminal error de
-Napoleon; todas estas sencillas narraciones, medio históricas, medio
-legendarias, en que siempre se dibujaban algunos espías ó algunos
-calabozos para inspirar el terror trágico; algunas sesiones del
-Consejo de los Diez para sostener el interes dramático; y alguna
-enseñanza moral para fortificar estas dos ideas á cuyo culto no
-renunciaré nunca: la libertad y la patria.
-
-Despues, levantándome por una de esas transiciones tan naturales á
-otros recuerdos, veia en mi mente la Venecia histórica; aquellos
-nobles hijos de la antigua civilizacion, sacerdotes de sus últimos
-lares, cortejo fúnebre de sus últimos dias, que vencieron á
-la fatalidad, salvándose, en las inhabitables lagunas, de las
-irrupciones de Atila y sus feroces hunnos, para conservar en una
-ciudad misteriosa, única, anclada como hermosa nave á las puertas
-de Grecia, sus libertades clásicas, que los llevaron á luchar con
-las olas cuando la sociedad se perdia en los claustros; á extender
-el trabajo y el comercio como una redencion cuando en los terrores
-del siglo décimo los brazos más fuertes caian desmayados aguardando
-el fin del mundo como una necesidad y el juicio universal como un
-castigo; y por último, á reunir y atesorar en sus muelles, en sus
-canales; en sus palacios cincelados por todos los prodigios de la
-escultura; en sus monumentos públicos, singulares por la majestad y
-por la belleza, decorados por una fiesta contínua de colores y de
-matices; en sus trofeos de mármoles y bronces, los restos de tres
-civilizaciones perdidas en una serie de infinitos naufragios; siendo
-así Venecia asiática y griega, romana y bizantina, nunca germánica,
-la síntesis de tres edades mayores de la historia, la piedra preciosa
-del anillo nupcial con que se desposaron el Oriente, el mundo de
-los misterios, y Europa, la tierra de la nueva vida, de la nueva
-civilizacion.
-
-Y como no es posible renunciar ni á la nacion ni á la raza á que
-pertenecemos, yo, español, sentia en aquel momento agolparse á mi
-memoria los recuerdos históricos de los servicios prestados á la
-civilizacion por Venecia y España, unidas en memorable cruzada
-marítima. Un dia la media luna llegó hasta Constantinopla. Los
-bizantinos, los griegos, cayeron unos en pos de otros bajo la
-cimitarra de los turcos, cuyo filo brillaba siniestramente sobre
-Venecia. Las islas iban á ser cautivas; sus hijos, remeros en las
-galeras del turco; el Mediterráneo, el mar de la civilizacion, un
-lago de los serrallos orientales. Pero las naves de Barcelona, de
-Valencia, de Cádiz, de las ciudades españolas, se unieron con las
-naves de Génova y de Venecia, y marcharon á detener el turco, y
-consiguieron aquella insigne victoria de Lepanto, en que las olas
-se ensangrentaron hasta enrojecerse, é hirvieron bajo el fuego de
-los cañones; pero en que el fatalismo retrocedió en su carrera
-devastadora ante la fuerza y la civilizacion de Occidente.
-
-Pero sobre todo, iba á ver la ciudad, por la cual hemos tenido tantos
-dolores, tantas tristezas en su largo cautiverio de este siglo.
-¡Cuántas veces se nos ha aparecido en sueños, rodeada de sus islas,
-como Niobe de sus hijas heridas, maldiciendo á los hombres que no
-la socorrian, y desesperando de la justicia de Dios que toleraba su
-opresion! ¡Cuántas veces hemos creido oir en los misteriosos ecos
-con que la resonancia de las playas repite el rumor de las olas del
-Mediterráneo, un largo lamento de Venecia! ¡Cuántas hemos creido
-que era posible verla en su dolor un dia arrojarse, como Ofelia, á
-sus lagunas, y desaparecer entre las aguas con su doble corona de
-mármol y de algas en la frente, y su melancólico último cántico en
-los labios! Venecia era para nosotros una Ciudad-Cristo suspendida á
-su infame suplicio por los cuatro grandes clavos del Cuadrilátero.
-Venecia habia perdido aquellas coronas de perlas, aquellas
-túnicas de terciopelo, aquellas naves de oro, aquellos leones de
-bronce con ojos de diamante, aquellos cocodrilos de esmeraldas y
-rubíes, aquellas infinitas preseas con que la ornaron los genios
-privilegiados de sus pintores, y sólo mostraba sus fragmentos
-ruinosos de mármol ennegrecido por la lluvia de sus lágrimas, como
-un mendigo enseña sus huesos cubiertos de rugosa piel á traves de
-los harapos. La historia de este martirio, el lamento de su pasada
-servidumbre, las infinitas elegías lloradas por tantos poetas,
-por tantos oradores ilustres sobre el calabozo de Venecia; todos
-estos recuerdos se entrechocaban en mi mente, aumentando la emocion
-producida en mi alma á la vista de aquellos misteriosos parajes
-ilustrados por el heroísmo y por el genio.
-
-Miéntras rodaban todas estas ideas por mi cabeza, penetraba el tren
-en la laguna de San Márcos. El cielo, como he dicho, de un lado
-claro, brillantísimo; de otro, oscuro, si bien relampagueante;
-á intervalos cubierto de nubes ú ornado de estrellas, tenía un
-aspecto de tal manera singular, que no me cansaba de contemplarlo,
-pidiéndole su luz para embeberme en aquel espectáculo, objeto de
-tantos deseos, asunto de tantos ensueños. La inmensa laguna que
-áun conservaba algo en su tranquila superficie de la claridad del
-dia, brillaba en toda la extension del vastísimo horizonte como
-un inmenso espejo atravesado por fajas, ya de ópalos allí donde se
-reflejaban las estrellas, ó ya de amatistas allí donde se reflejaban
-las nubes, encendiéndose de vez en cuando por siniestro modo al
-latigazo del relámpago. La humareda de la locomotora, el aliento de
-los lagos, las nubes sobre nuestras cabezas, las aguas bajo nuestros
-piés y en toda la inmensa extension descubierta por la vista, nos
-hacian creer que nos hallábamos fuera de la tierra, ó cruzando en el
-lomo de algun monstruo regiones ignotas de la atmósfera. Entre los
-dudosos resplandores, entre las inciertas sombras, como dibujados
-fantásticamente en oscuro espejismo, descubríanse los edificios de
-Venecia, aquí y allá iluminados por pálidas luces. Si no hubiera
-sabido que era Venecia, creyéralos, al verlos surgir como por encanto
-de las aguas, sostenerse entre la superficie líquida y el flúido del
-aire sin tocar visiblemente por ningun lado á la tierra, una ciudad
-flotante, una nómada caravana marítima, presidida por algun dios
-de las olas, y por aquel momento refugiada en el tranquilo seno de
-la celeste laguna adriática. ¡Qué armonía de colores á pesar de la
-noche! Ya tiemblan las estrellas en la ligera ondulacion; ya las
-plantas marinas dan algunos toque sombríos; ya un faro finge en su
-reflejo serpientes de topacios; ya el remo de una barca despide
-gotas de luz, produce como llamaradas de fósforo, deja estelas
-blanquísimas semejantes á la Vía Láctea; ya de un lado las sombras
-de los edificios, espesando la oscuridad, extienden festones de
-azabache, miéntras de otro lado alguna nube, perdida por el ocaso y
-que áun absorbe, como una esponja aérea, los últimos matices del sol
-ausente, los destila sobre raros puntos como una llovizna de púrpura,
-todo realzado por las gasas misteriosas y por los espléndidos
-reflejos que los vapores del aire y los cambiantes del lago dan por
-doquier á este mundo casi ideal de no soñados encantos.
-
-Por fin el tren se detiene. Las formalidades de entregar los
-billetes y recoger los equipajes molestan de una manera indecible
-en la natural impaciencia. Quisierais ser pez ó ave para llegar al
-agua y al aire de Venecia sin esas cargas de baules y sombrereras á
-que os obliga la nativa debilidad humana. Pisais aquellos muelles
-besados eternamente por las aguas. Larga fila de negras góndolas,
-ligeras, esbeltas, os aguardan. Escogeis maquinalmente la primera,
-sin curaros ni de la forma ni del precio de aquel viaje, como si
-todas las condiciones de la vida económica hubieran de perturbarse
-allí donde cambian casi todas las condiciones de la vida vulgar de
-las ciudades antiguas y modernas. Dais la direccion de vuestro
-proyectado albergue, y sentís por un movimiento casi imperceptible
-que os deslizais sobre las aguas. Apodérase del alma un gran
-sentimiento de tristeza. La góndola, mal iluminada por un pequeño
-farolito puesto en el fondo, y conducida por dos hombres, cada cual
-de pié á cada uno de sus extremos, parece ya un ataud, ya un cetáceo,
-ya un cisne negro, ya una luciérnaga fantástica, ya el cadáver de una
-de las antiguas sirenas del Adriático en sombra convertido, que os
-arrastra á las cavernas profundas de los profundos senos del Océano.
-Como venís deslumbrado por la claridad de la resplandeciente laguna,
-creeis entrar en una region de tinieblas. Las aguas tienen una
-oscuridad indefinible por lo espesas. Parecen realmente bituminosas.
-Los fuertes muros de los altos monumentos acrecientan la noche. Los
-faroles, colocados á largas distancias, sólo sirven como de ligero
-contraste para conocer mejor la negra y general oscuridad. Venecia
-tiene calles de tierra y calles de agua. Las calles de agua no están
-iluminadas. Solamente la blanquecina fosforescencia de la estela,
-ó el débil resplandor de una ventana, ó el mustio farolito de una
-muda góndola que pasa á vuestro lado, ó el reverbero de una esquina
-apartada, alumbran aquel tortuoso laberinto de piedras y de rejas
-y de puentes y de palos destinados á atar las góndolas; especie
-de grandes árboles acuáticos, pero sin ramas, sin hojas, tristes y
-secos. La ciudad parece inhabitada. De vez en cuando pasan sobre
-los arcos de los puentes algunos viandantes como sombras de las
-sombras. El silencio es sepulcral. Sólo oís el grito del gondolero
-que avisa á sus camaradas para que las góndolas no choquen. Este
-grito, por todas partes repetido, es ágrio y agudo como el grito de
-las aves marítimas. El verde limo que sale á la superficie de los
-canales flota á intervalos y lo tomais por un cadáver. La puerta de
-un palacio gira sobre sus goznes, algunas personas bajan silenciosas
-por sus escaleras de mármol y se instalan en sus góndolas. ¡Oh! Las
-tomariais por habitantes de un panteon que van á dormir sobre un
-ataud. De pronto salís al gran canal, respirais brisa más fresca
-y más libre, veis á la luz de las estrellas fustes de estriadas
-columnas, plintos y bases que salen del agua, rosetones góticos,
-ajimeces árabes, ventanas bizantinas, arcos del Renacimiento; pero la
-góndola corre de nuevo á perderse en el laberinto de los estrechos
-callejones, y aquella decoracion mágica desaparece en la realidad,
-como las horas rápidas del placer en las tristezas eternas de la vida.
-
-El camino desde la estacion á nuestro albergue era larguísimo. Los
-gondoleros continuaban de pié á cada lado de la góndola impulsándola
-con sus sendos largos remos y repitiendo sus agudos gritos. Á cada
-paso una esquina, sobre cada esquina un puente, al pié del puente y
-á las puertas de la casa las escaleras de mármol, sobre el último
-blanco escalon el agua verdinegra, y bajo los arcos del puente y
-junto á las graderías blancas, las góndolas negras cubiertas con sus
-largos paños pardos semejantes á los paños de un catafalco. El objeto
-más necesario á la vida veneciana es la góndola, y la góndola es
-tambien el objeto más triste. Imaginaos una elipse de madera negra
-con varios relieves; á uno de los extremos grande alabarda dentada,
-cuyo acero brilla siniestramente, y al otro extremo una especie
-de pequeña cola retorcida; en el centro, como antigua tartana de
-Valencia, el sitio de reposo, forrado por dentro de terciopelo negro,
-por fuera de paño negro con borlas de seda, lleno de mullidos cojines
-de tafilete, cerrado por cuatro ventanas, con cuyos cristales,
-con cuyas cortinas, con cuyas persianas podeis comunicaros ó
-incomunicaros á voluntad; todo oscuro, todo triste, todo misterioso,
-todo romántico, invitando la vida á las aventuras, la imaginacion
-á las leyendas, pues unas y otras se desprenden como consecuencia
-natural de todo cuanto os rodea, y sobre todo, de vuestra inseparable
-compañera, la silenciosa góndola. Así Roma es la ciudad sublime,
-Nápoles la ciudad placentera, Florencia la ciudad académica, Liorna
-la ciudad mercancil, Pisa la ciudad muerta, Bolonia la ciudad música,
-Milan la ciudad civil y Venecia la ciudad romántica. El Moro y el
-Mercader de Shakspeare, el Angello de Víctor Hugo, los dramas de
-Byron, han sido inspirados por estas sombras, y tienen aquí, en estas
-góndolas, sus misteriosas cunas.
-
-Hoy Venecia reune á la poesía de sus artes la poesía de sus
-recuerdos, y á la poesía de sus recuerdos la poesía de sus tristezas.
-Los palacios se caen, las estatuas bajan á pedazos de sus pedestales,
-las rientes figuras de sus cuadros se van como las mariposas al
-soplo del invierno. La herida que le causó el cambio del movimiento
-humano hácia otras regiones, por la aparicion de América en el mundo
-y el descubrimiento del Cabo de Buena Esperanza, esa herida que
-mató su comercio no ha podido ser curada por su reciente libertad,
-porque la libertad no puede destruir las fatalidades geográficas.
-Venecia se muere. Sólo que en vez de morir como una prostituta en
-los calabozos austriacos, muere como una matrona en el seno de su
-hogar y rodeada de sus hijos. Venecia cayó al pié de la cuna de
-América, como Ifigenia al pié de la cuna de Grecia. Los caminos
-de la humanidad están sembrados de víctimas, y el progreso no se
-exceptúa de esta ley necesaria. La vida se alimenta de la muerte.
-Pero no es por eso ménos triste ver morir una ciudad cuyos Dux
-tuvieron la corona imperial de Bizancio tantas veces en las manos, y
-la rechazaron por el gorro frigio de la vieja república; ver morir
-una ciudad cuya bandera ahuyentó á los turcos y despertó las fuerzas
-del comercio y del trabajo; ver morir una ciudad cuyas libertades
-son las más antiguas en la era cristiana, y que ella sola ha sido la
-Inglaterra de la Edad Media; ver morir á una ciudad que en sus copas
-de cristal, en sus banquetes báquicos, en sus voluptuosas serenatas,
-en sus sensuales cánticos, en sus guirnaldas de coral y algas trajo
-disuelto á nuestra vida el aroma inmortal del Renacimiento. ¡Cómo
-sentia en aquel viaje por las calles de Venecia no ser poeta, orador
-ni escritor de algun mérito para lamentar con elocuencia la muerte de
-esta ciudad única en el mundo! Ideas de luto y desolacion solamente
-me habian inspirado los ataudes flotantes, los palacios sombríos, las
-magníficas ventanas medio destrozadas, los monumentos medio ruinosos,
-el tortuosísimo laberinto de calles estrechas y de canales oscuros,
-las sombras que se dibujaban en los altos puentes, las separadas
-piedras de mármol lamidas por las olas, el ruido del agua, que
-parecia una lágrima cayendo sobre otra lágrima, y los gritos de los
-gondoleros que parecian un lamento repetido por otro lamento.
-
-Pero en esto llegamos al gran canal, frente á la iglesia de la Salud,
-donde íbamos á alojarnos, muy cerca de la piazzetta de San Márcos. Su
-anchura es allí la anchura de un brazo de mar. Sus aguas son claras
-como si lleváran disuelta la luz del dia. La fosforescencia que dejan
-los remos y la quilla dibujan por doquier largas cintas blanquecinas
-como rayos de luna. Al desembocar nosotros de los pequeños canales
-en aquella grande extension, várias góndolas se dirigian al Rioalto
-iluminadas por faroles venecianos, sólo comparables á guirnaldas
-de luminosas flores. Esta mágica iluminacion resaltaba en la
-oscuridad de la noche y se repetia en la trasparencia de las aguas.
-De las góndolas salia un coro armoniosísimo, solemne, acompañado
-por excelente música; acordes misteriosamente engrandecidos y
-dulcificados por la sonoridad del aire y de las lagunas. Despues de
-haber pasado aquella travesía, despues de haber hecho por la red
-infinita de canales aquel viaje, en que Venecia semejaba una de esas
-místicas ciudades pintadas por los artistas de la Edad Media en las
-paredes de los cementerios para representar el infierno, al verme en
-el gran canal, en aquella larga serie de monumentos, sobre el agua
-trasparente, bajo el cielo clarísimo, descubriendo las iglesias
-de blanco mármol iluminadas como grandes montañas de nieve por los
-rayos de los astros, contemplando las góndolas que se deslizaban
-rápidamente, festin flotante consagrado al arte, oyendo aquella
-música, aquella armonía deliciosa en alas de los vientos de la
-misteriosa laguna, creíme en la antigua Venecia, en la que traia la
-riqueza y los colores de Oriente, en la que escuchaba las serenatas
-de Leonardo de Vinci, en la que prestaba los matices del íris á la
-paleta de Ticiano, en la que se reia con la carcajada de Aretino,
-en la que llevaba, como un esclavo, el Imperio de Constantino á
-sus piés, y como una compañera á su lado, Grecia, la tierra de los
-poetas. Pero la serenata pasó, las luces se perdieron pronto en los
-recodos del canal, sumergióse la laguna en su profundo silencio, y
-las torres de las iglesias vecinas dieron el toque de Ánimas con
-elegíaco lamento.
-
-Al dia siguiente faltábame el tiempo para ver Venecia. Confieso
-que una de las artes á mis ojos más maravillosa y expresiva, es la
-arquitectura. Sus piedras, reguladas por las ideas, como las notas de
-un cántico ó como los miembros de un discurso, me inspiran siempre,
-cuando aciertan con sus armonías á expresar la belleza, un placer
-purísimo, intelectual. Las grandes líneas, los dilatados espacios,
-los ambiciosos arcos, las aéreas rotondas, las columnas con sus
-adornos, las galerías con sus léjos, los patios y los claustros,
-sumergen á la mente en profundas meditaciones y expresan siempre
-el genio del siglo con su carácter simbólico. Yo gusto mucho de
-la arquitectura griega, de su sobriedad, de su austera sencillez,
-de su gracia infinita, de la facilidad con que expresa grandes
-ideas con pocos medios y llega á la hermosura sin violentar sus
-formas, poniendo un ligero friso, cuadrado, sobre cuatro frentes de
-intercolumnios, cuyas armonías son tales, que puede decirse cantan
-como un coro. Yo admiro tambien á los romanos, que sobrepusieron
-los tres géneros de la arquitectura en sus monumentos, como
-sobrepusieron las tres edades de la historia en su civilizacion y
-en sus códigos. Yo no olvidaré nunca la rotonda del panteon donde
-espiró el paganismo; ni los arcos triunfales, puertas magníficas
-de la nueva edad del mundo. Sobre todo, lo que el arte antiguo me
-inspira siempre es un culto infinito á la sencillez de las formas
-y á la naturalidad de la expresion. Pero este entusiasmo por el
-arte antiguo no excluye la admiracion por todos los géneros bellos
-de arquitectura. No hay cosa peor que el exclusivismo en las
-artes. Los arquitectos del pasado siglo, en su ódio por el gótico,
-llegaron, áun los de más gusto, á construir unos edificios grandes,
-pero mudos; más que severos, rígidos, con toda la rigidez de la
-muerte. Hay arquitecturas que se distinguen por su sabiduría, por su
-perfecta sujecion á las leyes de la estática. Tales son la griega y
-la romana. Han pasado sobre ellas los siglos, y ese otro elemento
-más devastador todavía que los siglos, las cóleras de los hombres;
-pero se han estrellado contra su imperturbable firmeza. Hay, sin
-embargo, arquitecturas que se distinguen por su expresion. Tales son
-la oriental y la gótica. Venecia se parece á Granada, en que Venecia
-tiene una arquitectura propia, exclusiva, nacida de sus particulares
-circunstancias históricas y del ministerio único representado por
-ella entre el Oriente y el Occidente. Así como los granadinos,
-conservando siempre aquel carácter árabe que llegó á su perfeccion
-en la aljama de Córdoba, se acercaban al gótico, los venecianos,
-conservando el carácter bizantino y gótico, general en la Edad
-Media, le arrojaban encima como un velo de oro las ricas preseas del
-Oriente. Así ha creado Venecia esa serie de monumentos que son el
-prodigio de los prodigios, por su variedad y por su riqueza. Si vais
-á examinarlos con el Vitrubio en la mano, con las reglas de Vignola
-en la mente, llevando la escuadra y el compas, sometiéndolos á un
-exámen matemático, demandándoles obediencia ciega á las leyes de la
-estática, pronto á indignaros si veis que una galería está sostenida
-por un armazon de hierro, que una columna gruesa está sobrepuesta
-á una columna ligera como riéndose de los principios generales de
-la gravedad física, que una mole de mármol pesa, siendo como una
-montaña, sobre el encaje de una galería aérea y ligerísima; si ante
-todo y sobre todo poneis las matemáticas, no os pareis delante de
-esos edificios de la Edad Media, que ante todo y sobre todo ponen
-la riqueza de la expresion, riqueza grande, inverosímil, como son
-inverosímiles todas las hipérboles, pero en realidad muy bella. ¡Cómo
-influye en las artes el medio en que se desarrollan! Venecia es una
-maga que obliga á los artistas á seguirla y les imprime su beso de
-fuego en la frente. Los arquitectos del siglo décimoquinto construyen
-edificios severos en Roma, al mismo tiempo que el gótico florido abre
-sus calados rosetones en toda Europa como las primeras flores del
-Abril del Renacimiento. Y los arquitectos de Venecia, á fines del
-siglo décimosexto y principios del siglo décimoséptimo, cuando el
-arte clásico todo lo ha avasallado, sin dejar de seguir su influjo,
-coronan los frisos de sus monumentos, las cúspides de sus torres, las
-azoteas de sus palacios con joyas y cinceladuras, esmaltadas siempre
-por el oriental carácter veneciano.
-
-Salgamos, pues, á contemplar á Venecia. Nuestra góndola se desliza
-por el gran canal. Las aguas tienen un verde-esmeralda, el cielo
-un azul-turquesa, los bancos de arena un brillo de oro, las casas
-de las cercanas islas un esmalte de coral-rosa, y las iglesias de
-mármol una trasparencia tan extraordinaria que parecen iglesias
-de cristal: bruñe el sol todos los objetos con sus rayos, esos
-pinceles de la naturaleza, y la brisa cargada con los aromas de
-la primavera, con las salinas exhalaciones del mar, perfumada y
-picante, os convida con sus voluptuosos besos á la infinita alegría
-de vivir. No tenemos tiempo de mirar ese gran canal que los pintores
-venecianos, reproduciéndolo de todas maneras, desde los albores
-de la escuela con Carpacio hasta su extincion con Canalletto, han
-impreso indeleblemente en las retinas de los amadores del arte. Sólo
-es dado ver con una rápida ojeada que desde los edificios pesados
-bizantinos, hasta los edificios elegantes del siglo décimosexto, y
-desde los elegantes del siglo décimosexto hasta los abigarrados de
-la decadencia, unidos á monumentos góticos de todo género, ornados
-con guirnaldas sirias y árabes, la historia del arte se apiña en dos
-largos muros de mármol á uno y otro lado del canal, realzada por los
-reflejos del agua y por las tintas del cielo. En cada ciudad buscais
-primero un monumento, un punto. En Sevilla la catedral, en Granada la
-Alhambra, en Córdoba la mezquita, en Roma el Coliseo, en Nápoles el
-Vesubio, en Pisa el Cementerio, en Florencia la plaza de la Señoría,
-y en Venecia la plaza de San Márcos. Llegamos al pié de su magnífica
-escalera. Nos detenemos extasiados. No es posible pintar á Venecia.
-La palabra humana carece de bastantes matices para tan rico cuadro.
-Yo no lo intento siquiera. Se necesita ver, y sentir, y admirar, y
-empapar en aquellos colores los ojos, y absorber por todos los poros
-aquella vida, y luégo callarse.
-
-Nunca he deplorado tanto el compromiso contraido con mis lectores, á
-cuya inagotable bondad voy á faltar, encontrándome con este soberbio
-paisaje ante mis ojos y esta humilde pluma en las manos. En primer
-término, el lago, espléndidamente iluminado por el cielo y el sol,
-que lo borda con sus rayos; al Norte la desembocadura del gran
-canal con sus varios y ricos edificios; al extremo derecho de la
-desembocadura la mármorea iglesia de la Salud, cuyas blancas rotondas
-se dibujan maravillosamente en la nitidez del aire; ante esta
-iglesia, levantada en torre graciosa, una grande esfera de bronce
-dorado y en su polo un ángel de bronce oscuro; á la desembocadura
-izquierda, una terraza de jaspe sobre la cual ostenta sus flores
-primaverales, ameno, aunque estrecho, jardin, poblado de mariposas;
-en el centro la piazzetta, el palacio de Sansovino, cincelado como
-un escudo de Cellini y rematado por un coro de estatuas; el palacio
-de los Dux, al otro lado, descansando su mole de mármol rojo y
-blanco sobre una doble galería de arcos góticos entrelazados por un
-juego de caprichosos rosetones, y recamados en el chapitel de sus
-columnas con esculturas bizantinas, que se armonizan y se enlazan
-de una manera admirable con la diadema de agudos triángulos y los
-airosos campanarios de la cima; ante estos dos monumentos, las dos
-columnas de granito oriental, dos monolitos colosales, y encima el
-cocodrilo de San Teodoro y el leon de San Márcos, que parecen exhalar
-el huracan de sus abiertas fauces; en el fondo, al lado izquierdo,
-el Campanile, alto y airoso como nuestra Giralda, calzado por una
-tribuna maravillosamente esculpida, y coronado por un ángel que
-alza sobre su aguda aguja las alas de oro á lo infinito; al mismo
-fondo, en el lado derecho, la Basílica, oriental, gótica, griega,
-bizantina, árabe, mezcla de todas las arquitecturas, resúmen de todas
-las épocas, con sus arcos azules sembrados de estrellas, sus columnas
-de todos los jaspes, sus estatuas y sus bizarros campanarios,
-los cuatro caballos de Corinto sobre la puerta, los mosaicos de
-cristales venecianos en los huecos, de cuyo áureo cielo se destacan
-maravillosas figuras de todos colores, las rotondas en la cima,
-breves copias de las rotondas de Santa Sofía como una aparicion del
-Asia; y en las vastas proporciones de aquel paisaje, el muelle de los
-esclavones lleno de navíos, realzados por los pintorescos trajes de
-los turcos y de los griegos, por la gran multitud veneciana que en
-aquella vastísima calle desemboca; más léjos todavía las islas de San
-Jorge Mayor con su iglesia de color de rosa y blanco; la Giudecca con
-sus edificios empapados en todos los matices del íris; San Lázaro con
-su convento armenio, cuya torre oriental parece la vela rizada de un
-gran navío; el Lido poblado de bosques, que tocan las aguas con sus
-ramas y llenan los ruiseñores con sus cantares; los jardines como
-islas flotantes, como canastillos gigantescos de flores confiados al
-agua; todo atravesado por las gasas celestes de los canales, todo
-variadísimo, por el color ya dorado, ya argentado de los bancos de
-arena, todo animado por el contraste de las blancas velas latinas que
-entran y salen con las negras góndolas venecianas que por do quier
-se deslizan, todo arrullado por las ondas del Adriático; al lejano
-Occidente los Alpes, que bajan como un ejército de gigantes pirámides
-celestes, y en el lejano Oriente, como una música eterna, el viento
-que viene desde las playas de Grecia. No hay nada igual en el mundo.
-
-¡Cuántas hermosas ciudades hemos recorrido en Italia! Cada una tiene
-su maravilla, y cada maravilla su carácter. Cuando vais de Roma á
-Nápoles, no os parece hallaros en otra tierra, sino en otro planeta.
-El cementerio de Pisa y el cementerio de Bolonia son magníficos;
-pero hay entre ellos tanta distancia como entre el panteon de Agripa
-y la catedral de Milan. De Florencia á Pisa vais en dos horas, de
-Pisa á Liorna en media; y cada una tiene abismos de diferencia en
-sus calles, en sus monumentos. La magnífica torre inclinada de Pisa
-parece hecha á millares de leguas del lugar donde se alza la divina
-rotonda de Santa María dei Fiori de Florencia. Cada una de estas
-ciudades ostenta su escuela especial de pintura y su especialísimo
-carácter de arquitectura. Cada una de ellas engendra un genio que
-le devuelve, en cambio del regalo de la vida, el regalo de la
-inmortalidad. Pisa tiene á Nicolas, que ha adornado con dos siglos
-de anticipacion el Renacimiento, haciendo florecer bajo su cincel
-los mármoles; Bolonia tiene á Juan, que detiene un momento la
-decadencia de la escultura; Fiezzolli tiene á Fra Angellico, que
-pinta los ángeles con la misma facilidad con que Platon describe
-las ideas puras, y de rodillas ante las Vírgenes salidas de su
-pincel, entre los límites de dos siglos, como el décimocuarto y el
-décimoquinto, que son los límites de dos mundos, simboliza el fin de
-las edades místicas; Venecia es la madre del Ticiano, Verona de Pablo
-Cagriari, Florencia de Miguel Ángel, y Roma puede llamarse, por las
-loggias, las estancias, la transfiguracion, las Sibilas, la Galatea
-de la Farnesina, la Madona de Foligno y el Isaías, la capital de
-Rafael.—¿De dónde proviene esta grandeza?—De la descentralizacion de
-sus gobiernos, de la libertad de sus repúblicas, de la independencia
-municipal. Sólo hay en la historia una época superior á su época,
-un pueblo más ilustre que sus pueblos, Grecia. Pero el secreto de
-su grandeza está en la misma causa que el secreto de la grandeza de
-Italia. Miguel Ángel es uno de esos titanes que llevan en sus piés
-las heridas de las moles calcinadas, puestas unas sobre otras para
-escalar al cielo, y en sus frentes las heridas de las tempestades que
-han atravesado, buscando solitarios por las regiones superiores de la
-atmósfera lo infinito. Pues bien; Miguel Ángel, cuando vió morir la
-libertad en su patria, cinceló una figura hermosísima pero triste,
-le puso la perfeccion griega en las formas, el dolor cristiano en la
-frente, le cerró los ojos, le extendió sobre un sepulcro y le llamó
-la noche. La ausencia de la libertad fué la muerte de Venecia, la
-muerte de Milan, la muerte de Pisa, la noche de Italia. Por todas
-partes se encuentra en la geología de la sociedad á la libertad, como
-en la geología del planeta á Dios.
-
-
-
-
-EN LAS LAGUNAS.....
-
-
-Al fin tenemos luz, ese flúido sólo comparable al pensamiento, en
-que esclarece y vivifica. Aquí me baño en el éter desprendido de un
-cielo sin nubes y reflejado por un lago sin sombras. Yo quisiera ver
-mi interior, mi espíritu, con el plástico relieve que toman á esta
-luz oriental todas las cosas. Nosotros mismos somos lo más oscuro y
-lo más incomprensible que existe en la creacion. ¿Por qué no habia de
-ser mi razon tan clara como el sol? Despues de todo, la luz del gran
-astro se perderia, como música no oida, si no iluminase la humana
-frente. ¿Por qué no habia de ser mi espíritu tan diáfano como estas
-aguas celestes, en cuyos espejos se repiten con todas sus asiáticas
-cresterías, con todos sus adornos ó todas sus grecas los edificios
-de Venecia? Despues de todo, el Universo sería como un libro cerrado
-y en blanco, si no llenase sus páginas de ideas el humano espíritu.
-¿Por qué los horizontes de mi pensamiento no habian de tener el
-mismo esplendor de estos horizontes? Sombras de sombras serian
-todas las cosas si no las animasen de un alma las ideas. Quitad el
-espíritu del planeta, y decidme despues para quién cantarian las
-aves que ahora gorjean en los árboles cuyas ramas tocan las aguas,
-y para quién exhalarian su incienso esas flores que ahora beben la
-savia embriagadora de la primavera. Las cosas serian, sin las ideas,
-jeroglíficos sin lectores ni intérpretes. El Universo sin espíritu
-sería, cuando ménos, un teatro sin actores. Pero el espíritu, ¿qué
-luz interior tiene?
-
-Yo no conozco en la historia ninguna época de tanta angustia moral
-como nuestra época. Las creencias que cinco siglos de fe y de
-martirio habian levantado, se han caido en tres siglos de análisis.
-El antiguo dia de las almas se avecina á su ocaso, y no estamos
-seguros de que amanezca otro nuevo dia. La campana que ahora toca la
-oracion, el órgano que ahora acompaña el cántico de los monjes, la
-imágen que ahora veneran los marineros del Adriático, van pasando á
-ser como los himnos griegos, como los bajo-relieves del Parthenon,
-objetos de culto artístico, pero no objetos de culto religioso.
-Aquí tambien se oye alzarse de las aguas un lamento elegíaco, sólo
-comparable al lamento lanzado por las antiguas sirenas cuando oyeron
-de labios de los nazarenos que el mundo era llamado á una nueva fe
-en la maceracion y la penitencia. El Dios-espíritu ve condensarse
-contra su poder y contra su Verbo nubes de ideas tan amenazadoras
-como las que destronaron y destruyeron al Dios-naturaleza. ¿Qué luz
-interior tiene el espíritu en esta suprema crísis?
-
-Tales ideas me asaltaban una tarde de Mayo de 1868, al borde
-espléndido de la maravillosa laguna de San Márcos, y enfrente de la
-desembocadura del gran canal de Venecia, sobre la isla de San Lázaro,
-á la puerta del convento de los armenios. El sol, que se habia
-ocultado tras la Giudecca, doraba con sus últimos rayos las cúpulas
-de las iglesias y las rotondas orientales de la gran Basílica; las
-góndolas negras, que resaltaban sobre las aguas azules, corrian
-rápidas en todas direcciones como fantásticos seres; al frente
-agrupábanse los maravillosos palacios venecianos esmaltados por
-todas las artes; á la espalda se dibujaba el Lido, como un jardin
-flotante lleno de vegetacion, de flores, de gorjeos; y en todas
-direcciones surgian las islas, en que los árboles se balanceaban
-cual si tuvieran sus raíces en las aguas, y entre los árboles
-resplandecian maravillosos edificios, como anclados en aquel mar de
-indelebles recuerdos y de eterna poesía. Se necesita para comprender
-la hermosura sentir desde allí cómo espira el dia en las lagunas;
-cómo se iluminan de estelas fosforescentes las aguas; cómo brotan las
-primeras estrellas en el cielo y las primeras luces en las ventanas y
-en las calles de la ciudad; cómo estas luces tiemblan al reflejarse
-en los canales; cómo suenan los últimos toques de la campana de la
-oracion mezclados con los cantares voluptuosos de los gondoleros y
-las salmodias de los conventos; cómo se encuentran unísonas en el
-cielo voces del espíritu con voces del Universo.
-
-Espectáculo tan maravilloso no distraia mi alma del pensamiento,
-ni el pensamiento de la contemplacion de esta crísis suprema del
-humano espíritu. Cuando más absorto estaba, dirigióse á mí un monje
-para decirme oficiosamente la hora en que el convento cerraba á los
-curiosos sus puertas. Aunque aquel aviso pareciera urbana despedida,
-sentia yo deseo invencible de permanecer allí, puesto que la hora
-de clausura no era todavía; y mi góndola estaba pronta á conducirme
-á la ciudad, que dista de la isla de San Lázaro tres kilómetros.
-Los monjes armenios venden maravillosas obras orientales; yo no soy
-ajeno al estudio de las lenguas semíticas, y valíme de la treta de
-una conversacion sobre tema tan socorrido para prolongar mi visita á
-sitio tan delicioso.
-
-Inmediatamente se olvidó el monje de su consigna, y comenzó á
-departir conmigo de estudios y letras. Poco á poco la conversacion
-llegó á las materias religiosas. Yo he sentido siempre incontrastable
-ímpetu á difundir mis ideas entre las muchedumbres; pero jamas
-caigo en la tentacion de convencer ni persuadir en conversaciones
-particulares á mis interlocutores. Así como trazo una línea divisoria
-entre el lenguaje vulgar y el lenguaje oratorio, trazo otra línea
-divisoria entre los oyentes numerosos y el oyente singular con
-quien trabo ó mantengo un diálogo. He notado que si yo nunca me
-decido á convencer ni persuadir en la vida ordinaria, muchos de mis
-interlocutores caen, bien al reves, en la manía de convencerme y
-persuadirme á mí.
-
-El sacerdote con quien yo departia á la sazon, era un jóven, turco
-de nacimiento, católico de religion, armenio de rito, monje de
-entusiasmo, oriental en su lenguaje sembrado de imágenes, veneciano
-por su finura y su hospitalidad; en el fondo de la conciencia
-místico, cual un sectario asiático, pero en el comercio con sus
-semejantes, de una tolerancia en perfecta armonía con el carácter
-de nuestro siglo. Estaba enfermo, muy enfermo, y tenía seguridad
-de muerte próxima. Esta melancólica evidencia daba á sus ideas,
-severas como la moral, solemnes como el culto, poéticas como
-la tierra donde habia nacido y la tierra donde iba á morir, las
-infinitas perspectivas de la eternidad. Hoy, pasados cuatro años,
-todavía recuerdo con viveza aquella conversacion de la cual quiero
-trasmitiros un fragmento, porque muchas de sus ideas me fortalecen
-todavía en mis combates interiores, y todavía me alientan en mi
-esperanza de una renovacion moral análoga á las renovaciones
-sociales. La contradiccion que entre nosotros surgió vino á
-desvanecer muchas de las dudas que, relámpagos de sombras, pasaban
-por mi alma.
-
-—¿Creeis, me decia, que nuestro estado moral ha de continuar? ¿Creeis
-que podemos llevar tanto tiempo una fe muerta en la conciencia? Toda
-idea muerta mata el espíritu que en sí la lleva, como el feto muerto
-gangrena las entrañas que lo encierran.
-
-—Os lo he repetido ya várias veces en el curso de nuestra
-conversacion, le dije. Yo no creo que pueda mantenerse viva la
-conciencia en el seno de una fe completamente muerta. El espíritu
-tiene analogías con la naturaleza. Y la naturaleza no aniquila,
-transforma; no mata, renueva. Es necesario renovar el espíritu en la
-renovacion de la sociedad.
-
-—¡Renovarlo! me dijo. ¿Y cómo vais á crear una religion nueva?
-¿De dónde sacaréis los apóstoles que prediquen, los mártires que
-mueran, las ideas necesarias, los sacrificios indispensables á una
-transformacion religiosa? El árbol de la fe se riega con sangre.
-La humanidad en nuestro tiempo tiene vocacion al trabajo; no tiene
-vocacion al martirio, como la tenía en la época del Redentor.
-Derramará hasta extenuarse todo el sudor que pueda destilar sobre
-las máquinas del trabajo; no derramará ¡ay! ni una gota de sangre
-ante las aras de la fe. Los pueblos me parecen hoy atletas llenos de
-energía física, pero faltos de alma.
-
-—No obráran las maravillas que obran si no sintieran dentro de sí el
-vapor de grandes ideas. Han subido á los cielos y les han arrancado
-el rayo, porque tenian estatura moral bastante á tocar con su frente
-en las nubes. Las épocas de decadencia ni crean, ni inventan, ni
-trabajan. El desaliento y la decrepitud se sienten á una en todas las
-esferas de la actividad y en todas las manifestaciones de la vida.
-
-—Pero creo haberos oido decir que los pueblos no creen si no tienen
-ideal.
-
-—Es verdad. Mas creo que el ideal no debe brotar sólo del
-sentimiento, sólo de la fantasía, sino de la razon. Vuestro ideal
-es todo entero para la imaginacion. Y en las épocas reflexivas, los
-ideales que sólo son hijos de la fantasía y sólo á la fantasía se
-enderezan, mueren como en la estacion de los frutos mueren las flores.
-
-—Vosotros no creeis en el milagro.
-
-—No hablemos de nuestras opiniones individuales, porque entónces
-nuestros debates serán disputas, contestéle yo. Hablemos de algo
-más alto, hablemos de la crísis que atraviesa el espíritu humano en
-nuestro tiempo. Vuestras ideas propias valen ménos en comparacion del
-alma infinita de la humanidad, que las gotas destiladas de ese remo
-en comparacion de los caudales del mar.
-
-—Pues bien; me rectifico, y digo: nuestro siglo no cree en el milagro.
-
-—Teneis razon. Su conocimiento de las leyes naturales hale llevado
-á proclamar que estas leyes no se interrumpen ni por un minuto. Mas
-hé aquí la base de mi tésis: no forjeis, ni mantengais un ideal
-religioso en oposicion absoluta con la ciencia. Las más inferiores de
-nuestras facultades, la sensibilidad, la fantasía, se conmoverán al
-tañido de las campanas, á la vista de las sagradas imágenes, al eco
-del órgano que eleva un himno á los cielos, á la aparicion de esas
-basílicas milagrosas, como la basílica de San Márcos, tachonada de
-mosaicos, donde el color agota sus matices, y poblada de obras donde
-el arte agota sus inspiraciones, monumentos en cuyas bóvedas se ven
-vagar las plegarias de diez siglos, y en cuyos pavimentos dormir los
-huesos de innumerables generaciones; pero por poeta que seais, por
-conmovido que esteis, en cuanto la razon penetre en tantas armonías
-y ensueños, los desvanecerá con sus glaciales pero incontestables
-afirmaciones, dejándoos en lucha perpétua entre la sensibilidad y el
-entendimiento, lucha que conviene terminar, si hemos de ser soberanos
-de la naturaleza, sólo sometida á la verdad y á la ciencia.
-
-—Esa lucha ¡oh! esa lucha será terminada por la fe.
-
-—Pero la fe no puede contrariar verdades probadas ó evidentes. Los
-dioses antiguos sonreian en la cima de las colinas sembradas de
-mirtos y de templos, á las orillas de mares que parecian dormirse
-bajo su amparo, entre coros de poetas que divulgaban sus nombres,
-sobre pueblos artistas y creyentes; pero un dia la ciencia demostró
-que aquellas divinidades repugnaban á la razon, y á pesar de tener
-en su defensa pueblos heroicos, invencibles, como el pueblo romano,
-murieron todas juntas al soplo de una idea.
-
-—Pero con aquellas divinidades murieron las sociedades que
-personificaban.
-
-—No murieron, se trasformaron. ¿Murió el derecho romano? ¿Murió
-aquella literatura clásica, modelo todavía en nuestras escuelas?
-¿Murieron aquellas artes plásticas que copiamos y repetimos?
-¿Murieron ni siquiera aquellas lenguas á cuyas sábias combinaciones
-debemos toda nuestra nomenclatura científica? Lo único que pereció
-fué lo único que se creia imperecedero, el Dios ó los dioses de aquel
-mundo.
-
-—¡Y cuántas lágrimas, cuánta sangre costó fundar la nueva creencia!
-me contestó el sacerdote. El mundo se encenagó en las orgías. Aquella
-Roma tan fuerte dejó caer la espada del combate para empuñar la copa
-del festin. Las venas de la humanidad se hincharon con el canceroso
-vino de todas las concupiscencias. Fué preciso para curar tanto mal,
-nada ménos que la irrupcion de los bárbaros y el destronamiento de
-Roma.
-
-—Ved adónde os lleva la implacable lógica de vuestras deducciones: á
-llorar la muerte del paganismo, vos, sacerdote católico. Seguramente
-en ningun lugar de la tierra se apena tanto el ánimo del artista, al
-sentir la desaparicion de aquellos hermosos seres, imaginados por los
-poetas, y en el mármol encarnados por los escultores, como aquí, en
-su patria, al rumor de las olas del Adriático, bajo este cielo que
-todavía refleja sus miradas. Pero si al estado químico-físico del
-planeta corresponden los organismos, al estado moral del espíritu
-corresponden las religiones. El mundo sigue su vida independiente
-de nuestras concepciones abstractas de esa vida. Y Dios existe
-independientemente de la relacion que con su sér incomunicable
-establezca nuestro espíritu. Hoy no comprendemos el mundo como lo
-comprendian nuestros padres. Para ellos estaba inmóvil, para nosotros
-se mueve. Para ellos el sol rodaba en torno de nuestra tierra, para
-nosotros la tierra rueda en torno del sol. ¿Ha cambiado la naturaleza
-porque cambie nuestra concepcion de la naturaleza? Pues tampoco
-cambia Dios porque cambie nuestra concepcion de Dios. Lo bueno, lo
-verdadero, lo hermoso, existen por sí, é independientemente de todos
-los juicios que acerca de ellos se formen. Para acercarnos al ideal,
-no hay sino aprender la verdad en la ciencia como en la conciencia,
-y realizar con desinteres absoluto en toda la vida el bien. Las
-religiones han servido para educar progresivamente á la humanidad.
-Sus esperanzas infinitas, sus terrores saludables, despertaron al
-hombre del seno de la naturaleza en que dormia para alzarle á una
-vida interior mucho más pura y mucho más elevada. El frágil espíritu
-humano obtuvo así la idea de lo infinito, y sintió así el soplo de lo
-divino como creándole de nuevo y en cierto sentido redimiéndole. Pero
-no hay que dudarlo; si la religion de la naturaleza fué un progreso
-respecto al fetichismo, y la religion del espíritu un progreso
-respecto á la religion de la naturaleza, ¿por qué, por qué imaginar,
-por qué creer que se ha parado ó que ha retrocedido esta permanente
-revelacion?
-
-—¿Imaginais que puede llegar más allá alguna revelacion? Dios, por
-un acto de su voluntad, por un soplo de su aliento, crea el mundo
-sin mal, y sobre el mundo al hombre sin pecado; la culpa cae del
-espíritu hecho libre sobre la naturaleza hecha su esclava, deslustra
-la creacion y rebaja á la humanidad; nacen los hijos de los hombres
-sujetos al pecado, y el pecado al castigo que crea generaciones
-de generaciones enfermas, cuyos cuerpos se pierden tristemente en
-el placer, cuyas almas se desvanecen como sombras de sombras en
-los abismos; hasta que el mismo Dios conocido sólo de un pueblo,
-desciende así á rescatar las culpas de todos los hombres, como á
-revelarse á todos los hombres; y desde entónces los aires están
-llenos de ángeles custodios, los altares de santos próvidos, la
-naturaleza regenerada por la pureza de la Vírgen Madre, el espíritu
-iluminado por el Verbo divino, y las esperanzas de la inmortalidad
-resplandeciendo más allá del sepulcro, para fortalecernos con la
-energía de una vida llamada á dilatarse en la eternidad.
-
-—Líbreme Dios de contradecir ningun dogma. Los respeto profundamente
-todos. Mas yo niego que pueda sostenerlos una autoridad externa,
-fuerte, coercitiva en estos tiempos de razon y de libertad. Es
-necesario que la fe brote espontáneamente de las almas. Es necesario
-que impulse á la conciencia, y la conciencia á la voluntad. Así la
-idea se encarnará en el espíritu, y el espíritu se encarnará en la
-vida, y la vida será verdaderamente religiosa, y la religion norma é
-ideal viviente.
-
-—¿Y no veis realizado esto en ninguna parte?
-
-—No. Veo, al contrario, que miéntras la civilizacion más se inclina
-á la libertad, se inclinan más las sectas religiosas á la autoridad.
-Veo que miéntras las ideas de igualdad democrática más profundamente
-se arraigan en la esfera social, más en la esfera dogmática se
-pretende divinizar absurdos privilegios, opuestos á cuanto hay de
-fundamental en nuestra naturaleza. Veo, bien al reves de los tiempos
-cristianos en que Dios se humillaba hasta revestir la naturaleza del
-hombre, los hombres, llamándose infalibles, que aspiran á exaltarse
-hasta revestir la naturaleza de Dios. Lo veo invadido todo por el
-egoismo y el sentido utilitario, cuando tanto necesitamos de que
-el lado ideal de nuestra naturaleza, el que á los cielos mira, se
-despierte y se avive. Las ideas religiosas, que debian ser puramente
-espirituales, van volviéndose fuerzas mecánicas; y los sacerdotes,
-que debian tener en sus manos y reflejar sobre nuestras frentes la
-luz de lo ideal, simples funcionarios del Estado. Veo todo esto con
-dolor, porque yo quisiera que en la aridez y desolacion de nuestra
-vida pudiéramos libar algunas gotas de rocío celeste que refrigerase
-la sequedad de nuestros labios, abrasados de sed por lo infinito.
-
-—Mas la creencia necesita una definicion que la contenga y la
-formule; la definicion, una autoridad que la imponga y la divulgue;
-la autoridad, una personificacion que la represente. La fe no sería
-sino el dogma; el dogma no se mantendria sin la definicion; la
-definicion, sin la Iglesia; la Iglesia, sin el Papa; el Papa, sin el
-Espíritu divino, que debe comunicarle su propia infalibilidad.
-
-—¿Creeis que Dios ha escogido una persona aparte, privilegiada, para
-comunicarle la verdad? Yo soy más creyente. Yo creo que así como
-ha extendido la luz por todos los orbes, ha extendido la razon por
-todos los espíritus. Yo creo que así como nos ha dado la propia vista
-para el mundo externo, y la propia vista no puede ser por ninguna
-autoridad, ni reemplazada ni sustituida, nos ha dado la conciencia
-para comunicarnos con el mundo interior, y la conciencia no puede
-ser tampoco por ninguna autoridad sustituida ni reemplazada. Yo creo
-que todos vemos la luz, que todos la confesamos; y los tenebrosos
-de alma son tan raros y tan excepcionales, como los ciegos de
-nacimiento. Los seres se bañan en la vida universal; los planetas
-y los soles, en el éter; las almas, en Dios. Creo más: creo que la
-revelacion es eterna, inmanente, progresiva, de todos los siglos;
-teniendo por sus órganos á los filósofos, á los poetas, que han
-revelado una verdad, y á los mártires que por la verdad han muerto.
-Sólo así la historia se ilumina, la vida se eleva á lo infinito, la
-conciencia se enrojece en la absoluta verdad, como el hierro en el
-fuego. Sólo así nos sentimos unos en todas las generaciones y nos
-elevamos á la comprehension de todas las ideas; sólo así traemos á
-nuestra alma el espíritu humano, y en el espíritu humano diluimos
-nuestra alma. Sólo así nos elevamos á Dios, y Dios se comunica
-íntimamente con nosotros. Sólo así podemos ser habitantes verdaderos
-del Universo, verdaderos hijos de Dios, y unos é idénticos en toda
-la sucesion de los siglos con el desarrollo progresivo del humano
-espíritu.
-
-—Yo de ninguna suerte puedo conformarme con vuestras ideas. Parécenme
-contrarias á todas las verdades y justificativas de todos los
-errores. Yo creo que un solo pueblo ha conocido á Dios en el mundo
-antiguo, el pueblo judío; y que una sola sociedad conserva y difunde
-esta vida en el mundo moderno, la Iglesia católica. Fuera de estas
-dos grandes ráfagas de luz tendidas por el tiempo como la Vía Láctea
-por el espacio, sólo descubro tinieblas y tinieblas, que ciegan y
-asfixian.
-
-—¿Y el resto del trabajo humano se ha perdido? ¿Y del resto de
-la conciencia humana se ha Dios ausentado? ¿Qué creeriais de mi
-razon si yo os dijese: este jilguero ó esta rosa deben su vida al
-Creador; pero no se la deben ni este helecho ni ese murciélago? Si
-dividimos las cosas en divinas y no divinas, entregamos el mundo al
-maniqueismo; y el diablo disputa con derecho á Dios una parte en la
-creacion.—Si dividimos los pueblos en elegidos y réprobos, entregamos
-la sociedad á un poder arbitrario más temible que el destino antiguo.
-El ázoe, el oxígeno, el carbono, que separados matan, forman juntos
-el aire vital. No separeis tampoco las várias revelaciones de la
-verdad y del bien, porque todas juntas forman la atmósfera del humano
-espíritu. Los profetas no han escrito solamente en Judea, no han
-bebido solamente las aguas del Jordan y del Eufrates; han escrito
-en la India tambien, y han bebido las aguas del Gánges. Á formar
-las ideas judías ha contribuido tanto el sacerdote egipcio como el
-mago de Babilonia y el dualista de Persia. La idea es como la savia,
-como la sangre, como la luz, como la electricidad, como los jugos
-de la tierra, como los gases de la atmósfera, como los flúidos del
-planeta. La idea no reconoce ni naciones, ni sectas, ni iglesias;
-pasa de la Pagoda á la Pirámide, y de la Pirámide á la Sinagoga, y
-de la Sinagoga á la Basílica, y de la Basílica á la Catedral, y de
-la Catedral á la Universidad, y de la Universidad al Parlamento,
-con la celeridad del rayo que truena, ilumina, quema y purifica. El
-cristianismo ha sido preparado lo mismo en las estancias de Isaías
-que en los diálogos de Platon. Á la revelacion universal ha llevado
-cada raza humana su contingente. El pueblo griego creia su vida
-completamente original, aparte de toda otra vida humana, sus dioses
-puramente nacionales y domésticos, y su casta Diana habia tenido
-templos en el Asia Menor, y su Baco, que representa la exaltacion,
-el delirio de la vida en el Universo, venía ébrio del néctar
-destilado por los bosques indios. Cuando el judío se aislaba al pié
-de sus altares y allí creia conservar su Dios alejado de todas las
-tentaciones paganas, iba Alejandro á perturbar aquel monólogo triste
-de un pueblo, y á llevar tras su carro de guerra las divinidades
-griegas, tocando el címbalo y la flauta frigia, despertadores de la
-alegría helénica en el seno de la triste, inmóvil y panteista Asia.
-El mesianismo no era una esperanza hebráica, era una esperanza
-universal. La sibila de Cúmas lo concebia en su gruta, á las orillas
-del sensual Tirreno, en los mismos dias en que Daniel contaba con
-los dedos las semanas de años que faltaban para su cumplimiento. Y
-en el Pausilipo, á la sombra de los altos olmos festoneados por las
-vides, á la vista de las ondas recamadas de espumas en que cantaban
-las sirenas griegas, entre las danzas báquicas, oyendo el caramillo
-del dios Pan y los coros de las vírgenes que trenzaban guirnaldas
-de flores sobre las aras humeantes de mirra, Virgilio anunciaba la
-redencion universal casi al mismo tiempo que el Bautista la pedia,
-vestido de sayal, macerado por el cilicio, en el desolado seno del
-desierto. Aténas con sus artes, Roma con su derecho, Alejandría con
-su ciencia, han contribuido tanto á la revelacion cristiana, como
-Jerusalen con su Dios. No olvideis, no, estas verdades evidentes,
-confirmadas por toda la historia. No seais como el judío que se
-encierra en las oraciones de su Biblia, y cree que despues el género
-humano ni una sola verdad religiosa ha podido añadir á las ideas
-judaicas. El cristianismo, más humano y más divino al mismo tiempo,
-ha tomado toda la Biblia y le ha añadido el Evangelio. ¿Por qué
-nosotros no añadirémos al Evangelio el Renacimiento, la Filosofía, la
-Revolucion, que ha llevado á la esfera social estas tres palabras
-cristianas: Libertad, Igualdad, Fraternidad? Leonardo de Vinci trazó
-Baco y trazó el Bautista en sus cuadros, que representan la primavera
-del espíritu moderno. Rafael encerró en las líneas de las diosas
-griegas el alma efusiva y santa de las Vírgenes cristianas. Miguel
-Ángel puso los dos coros de las sibilas y de los profetas en las
-bóvedas de la Sixtina. El espíritu humano es uno como el Universo,
-uno como Dios; y Dios, la naturaleza, el espíritu, son la eterna
-trinidad que ilumina las páginas de la historia. No nos separemos, ni
-del espíritu, ni de la naturaleza, ni de Dios.
-
-Estas palabras, si no arrastraron, comovieron á mi interlocutor. Yo
-mismo habíame exaltado extraordinariamente al calor de mis propias
-palabras. Así es que cogí la mano que el jóven sacerdote me tendia,
-la apreté, y dejéle entregado á sus pensamientos. La noche era
-serena, tranquila; brillaban las estrellas en el cielo y el fósforo
-en las aguas; un aliento primaveral refrescaba el ambiente y traia
-los ecos de la ciudad y del campo á los espacios celestes de la
-laguna, que convidaba á meditar sobre esta verdad evidente: como
-permanece inmóvil, serena, luminosa la naturaleza sobre las disputas
-y las discordias de los hombres.
-
-
-
-
-EL DIOS DEL VATICANO.
-
-
-¿Creeis que en realidad ha sido roto y deshecho el paganismo en esta
-tierra de Roma? Cerca de mi alojamiento se eleva el Panteon de todos
-los dioses. El genio católico no se ha contentado con alzarlo á las
-alturas y ceñirlo, como diadema, á la Basílica madre de todas las
-Basílicas cristianas, sino que lo ha convertido en el templo de todos
-los santos. La oracion se apaga allí en los labios. Entra demasiada
-luz por el círculo que corona la Rotonda para que pueda entregarse el
-ánimo á la meditacion y al recogimiento. Bautizado, lleno de altares,
-convertido en iglesia como la gran aljama de Córdoba, protesta contra
-los innovadores, y suspira calladamente por su antiguo culto.
-
-Así es todo en Roma. El paganismo se ha transformado, no se ha
-destruido. Los meses del año y los dias de la semana llevan los
-nombres de las antiguas divinidades, de los antiguos césares, de la
-antigua numeracion romana, y no hemos osado tomar el calendario
-de la República francesa que parece concebido en las entrañas de
-la creacion. Los dos solsticios de invierno y de verano todavía
-los celebramos con fiestas análogas á las fiestas clásicas. Adónis
-nace, muere, resucita, cuando el trigo se siembra y brota y espiga.
-Las fiestas de la Candelaria, como las fiestas lupercales, hállanse
-consagradas á la luz. El romano agita las antorchas bajo el dominio
-de los papas, como las agitaba ántes bajo el dominio de los césares,
-y entona á la luz himnos que han cambiado en su forma, pero que
-no han cambiado en su esencia. Cuando el Papa aparece conducido
-en hombros, puesto sobre altísima silla, envuelto el cuerpo en
-crujientes brocados, coronada la cabeza por áurea tiara que reluce,
-en las manos el preciado báculo, á los piés aquellas legiones de
-mitrados con sus capas de mil colores, cree el ánimo hallarse en los
-dias en que el lujo oriental y las costumbres orientales invadieron
-con los césares venidos de Siria la Ciudad Eterna.
-
-No trato yo ciertamente con esto de combatir ni negar las virtudes
-del espíritu católico. De lo que trato es de negar esa originalidad
-que le atribuyen todos cuantos desconocen cómo obró el espíritu
-antiguo en el cristianismo, que fué al cabo su continuacion y
-hasta cierto punto su purificacion. El verbo es un concepto
-platónico-alejandrino, y es el concepto fundamental de la fe
-cristiana. La apoteósis de los héroes se ha reemplazado con la
-canonizacion de los santos. Cualquiera creeria oir un poeta católico
-cuando oye á Lucano decir ante la tumba de Pompeyo, cómo irán á orar
-sobre su losa los fieles que rehusan ofrecer incienso á los dioses
-del Capitolio. Es el infierno creacion pagana, como son los demonios
-creacion mágica. Satanás ha pasado por el mazdeismo ántes de pasar
-por el cristianismo. Las esperanzas mesiánicas no son exclusivas de
-la raza judía en el siglo del advenimiento de Cristo; son esperanzas
-universales. Cuando San Juan escribia el Apocalípsis, lo escribian
-tambien los estoicos, y palabras de desesperacion se pronunciaban
-por dos coros á un mismo tiempo, y se unian en los cielos paganos
-como en los cielos cristianos, el espanto religioso por la próxima
-conclusion del mundo. Nos extrañamos del número de dioses que tenian
-los antiguos. Los dioses hanse convertido en ángeles, dice el mismo
-San Agustin: _deos quos nos familiarios angeles dicimus_. ¿Por qué,
-pues, tanto ódio al mundo antiguo, á las ideas que vienen á ser como
-el blason de nuestra nobleza y la genealogía de nuestras propias
-ideas?
-
-Pues qué, ¿no recibimos tambien el agua lustral? ¿No colgamos de
-las capillas los ex-votos? ¿No tenemos procesiones como tenian los
-griegos teorías? ¿No encendemos la noche de San Juan hogueras como
-las encendian los rhodios, los corinthios, los grandes fundadores
-de las colonias helénicas? Nuestra personalidad no ha venido de
-súbito á la creacion; es, como el planeta que habitamos, obra lenta
-de los siglos, obra á su vez de las generaciones. Así, cuando yo
-veia pasar bajo los arcos triunfales de mármol, cuya sucesion
-compone el Vaticano, la figura majestuosísima del Papa, entre tantas
-aclamaciones, entre tanto lujo, no podia ménos de decir para mis
-adentros que aquella autoridad tan universal, tan grande, es una
-autoridad que no proviene tanto del espíritu cristiano, democrático,
-sobre todo en los primeros tiempos, como de la superioridad que tuvo
-Roma por sus derechos y por sus conquistas sobre todas las ciudades
-del mundo.
-
-¿Qué Imperio habrá como el Imperio de Pío IX? Ya no se extiende
-sobre la tierra; la revolucion le ha quitado sus dominios, y lo
-ha reducido primero á Roma, despues al Vaticano. Pero nadie puede
-quitarle, nadie, que en la exaltacion de su propia fe pueda creerse
-con dominio eminente sobre la conciencia humana, y autoridad bastante
-á interpretar sobre la tierra el pensamiento y la voluntad de los
-cielos.
-
-Ningun Papa ha sido osado, ninguno, á prescindir de la Iglesia
-universal, del concilio ecuménico solemnemente convocado, para
-proclamar un dogma de fe y un dogma de tanta trascendencia como el
-dogma de la Purísima Concepcion de María, que, ademas de exceptuar
-á una criatura de las leyes generales humanas, sobrepone al
-cristianismo, que veló un tanto la pura idea deista de la Biblia,
-otra religion en la que se exalta á una criatura hasta las alturas
-donde sólo puede brillar el Creador.
-
-Pío IX ha reinado mucho tiempo. Su predecesor, el viejo Gregorio
-XVI, á pesar de todo su poder divino sobre las conciencias, no tenía
-igual poder sobre la naturaleza, y en una fiesta de la Ascension
-cogió agudo constipado que rápidamente le llevó al sepulcro. Rossi
-creyó definir á este Papa en tres palabras, diciendo: es un Patriarca
-austriaco. Para la eleccion de un Pontífice parece natural que se
-muevan los labios á murmurar oraciones, que se rodeen los altares de
-nubes de incienso y se pida á Dios de todas maneras su luz divina,
-indispensable á una acertada eleccion; y sin embargo, moviéronse
-para la eleccion de Pío IX regimientos de artillería en las Marcas,
-y naves de la imperial marina austriaca por las aguas de Ancona. Si
-los ejércitos marítimos y terrestres se movieron como si fueran los
-ángeles de la córte celestial, no se movieron ménos los embajadores,
-cuyo carácter de doblez y disimulo, si les da grande aptitud
-para entenderse con los reyes, no debe darles grande aptitud para
-entenderse con los cielos. Entre los embajadores, eran de excepcional
-influjo el embajador de la córte de Francia y el embajador de la
-córte de Austria; éste demasiado tímido, aquél demasiado atrevido. El
-conde Broglia hablaba en los siguientes términos al Gobierno sardo
-del representante de Luis Felipe en los dias del cónclave: «Emplea el
-conde Rossi una actividad febril, y se adjudica á sí mismo casi casi
-el poder del Espíritu Santo.» El embajador frances oponia su veto á
-todos los cardenales tachados de apego á los jesuitas y al Austria,
-en tanto que el embajador austriaco oponia su veto á todos los
-cardenales tildados de apego á Francia y al espíritu moderno. En el
-número de los que Austria ponia en verdadero entredicho, contábase al
-entónces cardenal Mastai, hoy Pío IX. Si el príncipe de la Iglesia,
-encargado de formular este veto, llega al cónclave á tiempo, no
-hubiera sido, no, Mastai Papa.
-
-El 14 de Junio de 1846 dirigíanse los cardenales al Quirinal.
-Gregorio XVI habia sido enterrado pocos dias ántes, y su cadáver
-insultado, y su memoria denostada por el pueblo. El cónclave prefirió
-los salones del Quirinal á los salones del Vaticano, porque si
-esperaba las inspiraciones del Espíritu Santo en todas partes,
-temia que en el palacio por excelencia pontificio no bastáran estas
-inspiraciones divinas á contrastar los efluvios de la fiebre.
-
-En la procesion, desde la iglesia, donde el cónclave se reunió, al
-Quirinal, donde el cónclave se encerró, faltaron los cardenales á
-todo el respeto que se debian á sí mismos; y como cayeran cuatro
-gotas, entraron en el palacio, sin órden y sin ninguna compostura.
-Por fin la hora de la votacion llegó. El cónclave estaba dividido.
-Fueron varios escrutinios indispensables. En ninguno de ellos
-resultaba el número de treinta y siete votantes que un Papa necesita
-para subir al sólio, y desde allí interpretar la voluntad del cielo.
-El escrutinio último fué impuesto despues de largas dilaciones.
-Pío IX era escrutador, y debia leer en voz alta los nombres de
-los votados. Conforme sacaba papeletas y las desdoblaba y leia,
-sus fuerzas flaqueaban, su voz balbuceaba, lágrimas amarguísimas
-caian de sus ojos, sollozos profundos anudaban su garganta, hasta
-que, al fin, temeroso de desmayarse, entregó á otro cardenal el
-escrutinio, y yéndose á un sitio apartado, cubrióse con ambas manos
-el rostro. Al término obtuvo los treinta y siete votos indispensables
-á su proclamacion. Ántes de que oficialmente se viera proclamado,
-dirigióse uno á uno á los cardenales, y les pidió, les rogó, les
-instó á que apartasen de sus labios aquel cáliz. Parecia anunciarle
-secreto presentimiento que él habia de ser último rey en el trono
-temporal de San Pedro. El cónclave no quiso oirle, y le confirmó en
-su altísima dignidad. Pío IX aceptó, y despues de haber aceptado,
-postróse de hinojos ante un altar, y salmodió entre dientes várias
-fervorosas oraciones por espacio de media hora, despues se volvió
-al Sacro Colegio, y el Espíritu Santo vino á posarse sobre aquella
-cabeza como su nido en la tierra.
-
-Busca el poder siempre en épocas de decadencia á los caractéres de
-escaso temple, á los indecisos, y sobre todo á los que han pasado su
-vida en una especie de crepúsculo, sin determinarse por ninguna de
-las ideas en guerra. Inocencio III en época favorable al Pontificado,
-á su poder y á su autoridad, dominará con imperio sobre el mundo;
-pero en época desfavorable á este mismo poder, la fuerza, el carácter
-de Inocencio, reproducido en Bonifacio VIII, solamente servirá
-para atraer sobre la mejilla del Pontificado el ruidoso bofeton de
-Nogaret. Débil, oscuro, su debilidad, su oscuridad sirvieron á Mastai
-como su apartamiento de los grandes combates que habian dividido en
-mil ocasiones el Sacro Colegio y el cónclave. Su vida habia sido
-muy vária. De la milicia armada pasó á la milicia espiritual. Su
-estancia en Chile fué digna de un profeta, digna de un mártir. Pero
-sus ideas habian quedado siempre en la incertidumbre del crepúsculo.
-Si se examinaba su conducta en Espoleto, Pío IX era un jesuita;
-pero si se examinaba su conducta en Imola, Pío IX era un liberal.
-Esta contradiccion de ideas y de carácter le sirvió admirablemente
-para obtener los sufragios de sus colegas y elevarse á la más alta
-autoridad religiosa que puede en nuestro tiempo ejercerse, y que, á
-pesar de tanta decadencia, todavía conserva señales de su antiquísimo
-esplendor.
-
-El cardenal Mastai, si deseó la tiara, no la pidió á sus colegas. Ni
-una súplica que no fuera para eximirse, ni una palabra que no fuera
-de renuncia y de alejamiento. Así no es mucho que algunos hayan
-comparado á Pío IX con Sixto V. Relaciones hay entre los predecesores
-de ambos Papas: rivalidades en Roma, y rivalidades temibles del
-embajador de Francia con el embajador de España; emulacion dentro del
-Sacro Colegio, y emulacion casi guerrera entre la familia Médicis y
-la familia Farnesio; inquietud é inquietud pavorosa en toda Italia;
-particularidades que, si tienen coincidencias y analogías con las
-particularidades de la eleccion del Papa reinante, no llegarán nunca
-á confundir dos caractéres verdaderamente contradictorios y opuestos,
-porque es el uno imperioso hasta constituir un cesarismo pontificio,
-y el otro humilde hasta ser dócil instrumento, quizá contra su
-voluntad, de todos modos contra su conciencia, del siniestro
-jesuiticismo.
-
-Sixto V subió al trono cuando espiraba el Renacimiento y venía la
-gran reaccion católica; Pío IX cuando espiraba la reaccion de la
-Santa Alianza y volvia el mundo á las ideas revolucionarias. En
-la eleccion de Pío IX, como en la eleccion de Sixto V, triunfó el
-cardenal que ménos probabilidades tenía de triunfar. Ninguno de sus
-colegas habia pensado en ellos al entrar; y aunque Pío fué elegido
-por simple mayoría y Sixto por unanimidad y adoracion, ambos vinieron
-á pacificar guerras del cónclave romano y rivalidades de la política
-europea. Pero aquí concluyen las analogías.
-
-Sixto V se habia educado en las montañas y Pío IX en la córte; Sixto
-era hijo de un jardinero y Pío hijo de un noble; Sixto habia tomado
-en su mocedad, casi al salir de la infancia, el hábito de monje, y
-Pío el uniforme de soldado; la juventud del uno corrió en el retiro
-y en el claustro, la juventud del otro en la sociedad y en el mundo;
-era el antiguo Papa de una familia puramente eslava, que se refugió
-en las costas del Adriático huyendo de los turcos; es el Papa actual
-de una familia puramente italiana, que desde el modesto oficio del
-comercio al por menor se elevó hasta la dignidad nobiliaria, por
-enlaces, por ardides políticos y hasta por empresas guerreras;
-predicador Sixto V, su elocuencia tenía el temple de su carácter,
-abundante pero viril y ruda; predicador Pío IX, su elocuencia es
-tambien abundante, pero melodiosa y melíflua; la idea de autoridad
-embargó el ánimo del gran Papa antiguo, y el hábito de la servidumbre
-es el carácter esencialísimo del Papa reinante, implacable ante todos
-los poderes, intransigente con todos los reyes cuando á sus ideas se
-oponen, y sometido por completo hoy, despues de algunas veleidades
-liberales, á las camarillas de los reaccionarios y de los jesuitas.
-
-Su madre dió una educacion distinguida al jóven Mastai. Pero
-enfermedad terrible, la epilepsia, impidió que esta educacion
-rindiera todos sus frutos. Eran los tiempos de las guerras
-de Napoleon y de sus victorias, cuando Mastai entraba en la
-adolescencia, y abrazó la carrera militar. Pero en la carrera militar
-gustó más de las aventuras que de las batallas, y curó más del color
-de su uniforme que del brillo de su hoja de servicios. La poesía le
-gustaba hasta el punto de tomarle todo su tiempo, y en poesía es
-seguro, dado su carácter, que prefirió Metastasio al Dante. Por fin
-entró en la Iglesia y se dió al oficio de predicador. Su atractiva
-figura, su majestuoso aire, sus facciones prominentes, dulcificadas
-por sonrisa de pura bondad; su complexion impresionable y nerviosa,
-la sensibilidad un poco enfermiza del temperamento, la viveza de la
-imaginacion poética, el timbre de voz, la más sonora y la más pastosa
-que he oido, así cuando entona la misa en San Pedro como la bendicion
-en el Vaticano; todas estas cualidades le dieron privilegios
-indudables para orador escuchado y querido de las muchedumbres.
-Algunos recuerdan todavía sus sermones nocturnos en la plaza pública,
-medio iluminada por las antorchas, con gran crucifijo á la espalda;
-sucia calavera sobre la cual se consumia amarilla vela, delante; en
-las manos, ya las bendiciones, ya la maldicion de la Iglesia, con
-ademanes verdaderamente trágicos; y en los labios una elocuencia,
-arrebatadora para el pueblo italiano por su sentimiento y su poesía.
-Con estas dotes debió brillar extraordinariamente en Chile, donde fué
-agregado á una legacion apostólica. Pero en Chile no podia su palabra
-mover los ánimos como en Italia, á causa de faltarle el conocimiento
-profundo de nuestra lengua y la armonía de nuestro acento. Sin
-embargo, áun habla el español, y á los oidos españoles suena su
-acento cómo si fuera puro acento americano. Yo solamente le he oido
-hablar en latin. Dos grandes diócesis regentó, y en las dos observó
-diversa conducta. En la primera diócesis desenterró el cadáver de
-un liberal, con lo que se atrajo el ódio de aquellas comarcas, y
-tuvo que huir á la primera revolucion que estallára por el año 30 ó
-31; pero en la segunda diócesis, tal vez cediendo al influjo de su
-familia, toda liberal, fué con los liberales tolerante y benévolo.
-Tales son los rasgos principales de la vida del Pontífice ántes de
-subir al Pontificado.
-
-Pío IX conserva aún la vaga poesía de sus primeros años. Le gusta
-el arte como á casi todos los príncipes que se han sentado en el
-trono de San Pedro. Hay en su conversacion mucha gracia, su en
-fisonomía mucha dulzura, en su carácter mucha bondad, en su voz
-mucha música. Pero son de temer sus arrebatos, que le arrastran
-á resoluciones rápidas, irreflexivas, como la fuga, en 1848, del
-Vaticano. Algunas veces reconoce que su impetuosidad le ha perdido;
-pero no se arrepiente, creyendo, con razon, que á nada conducen los
-arrepentimientos tardíos. En tal trance castígase á sí mismo con
-dardos de amarga ironía que caen de sus labios sobre su corazon
-apenado. La ironía, la burla, sobresalen extraordinariamente en la
-conversacion de Pío, y llegan finamente hasta los objetos religiosos.
-Un embajador español pretendia en cierta ocasion que le canonizase
-un santo de su tierra; y para persuadirle hablábale de los muchos
-milagros que habia el santo obrado. El Papa, por toda respuesta, le
-dirigió una pregunta: ¿Puso la cabeza sobre los hombros de algun
-descabezado y le forzó á hablar y á andar de nuevo?—No, Santo Padre,
-no llegó á tanto.—Pues hé ahí el único milagro que me parece á mí
-verdaderamente grande, y debo deciros que todavía no he podido verlo.
-
-Como todos los artistas, Pío IX gusta de las grandes emociones. La
-popularidad y sus triunfos le enajenan. Yo lo he visto radiante
-de satisfaccion y alegría recoger los homenajes de los católicos
-enviados por todas las naciones con el extraordinario anhelo con
-que recogen los pulmones, salidos de atmósfera asfixiante, el
-aire oxigenado y fresco. Tambien la pompa, el lujo, las tiaras
-sembradas de brillantes, las capas pluviales llovidas de perlas, las
-cruces riquísimas, todas estas preseas de su altísimo ministerio
-le encantan, como á una dama de la alta sociedad sus joyas y sus
-vestidos. No exageraré yo esta cualidad como la ha exagerado
-Petruccelli en su retrato de Pío IX; pero sí diré que le he notado
-feliz cuando las muchedumbres se agolpan á su paso, y las preseas
-del Pontificado lucen sobre su majestuosa persona. Bien es verdad
-que las cabezas más firmes se desvanecerian al sentir tantas nubes
-de incienso, tantas serviles alabanzas, las legiones de obispos que
-le rodean, la córte oriental que le realza, los coros que cantan sus
-loores, las infinitas músicas que llenan los aires en su elogio de
-armonías, los peregrinos venidos de las más apartadas regiones para
-recibir el eco de una palabra, el gesto de una bendicion, el dibujo
-fugaz de una sonrisa, los infinitos homenajes que hacen del solitario
-viejo del Vaticano, más que un mortal privilegiado y aparte, un Dios
-vivo sobre la faz de la tierra.
-
-Herir al mundo con grandes atrevimientos en la esfera religiosa y
-política, fué siempre su anhelo; dejar un nombre ilustre entre los
-nombres ilustres del Pontificado, su ambicion. Mayor empresa que
-reconciliar el Evangelio con la libertad no la habia, no. Tornaba
-á ser Cristo el tribuno de los pueblos, el consuelo y la esperanza
-de los oprimidos. Los clavos de su cruz, las espinas de su corona,
-la hiel de su cáliz, dejaban de ser blason de los poderosos para
-convertirse en verdadera enseña de los humildes. La democracia
-recibia en su frente el bautismo cristiano, y el cristianismo tomaba
-el carácter de gran proemio al movimiento democrático de este siglo.
-Estremecimientos de alegría pasaron á un tiempo, así por el corazon
-de las gentes piadosas, como por el corazon de las gentes liberales.
-Para aquéllas, imposible dudar de la perennidad de una creencia
-compatible con todas las transformaciones de las ideas y con todo
-el desarrollo del espíritu moderno. Para éstas, la libertad, que
-necesita frenos morales ántes que frenos materiales, tenía un seguro
-rigorosísimo en el espíritu evangélico, un contrapeso espiritual á
-los peligros que podrian engendrar sus excesos. El pensamiento de
-reconciliar el Evangelio con la libertad era un gran pensamiento. Mas
-si Pío IX concibe los grandes pensamientos con facilidad, tambien
-los abandona al primer obstáculo; y en cuanto encontró á la libertad
-obstáculos, cedió en sus trabajos por la libertad; ¡grande error!
-Renunciar á la libertad porque la libertad puede engendrar excesos,
-¡ah! sería como renunciar al aire porque el aire engendra vientos y
-huracanes.
-
-Los obstáculos que temia Pío IX eran principalmente los obstáculos
-suscitados en su córte y en sus cortesanos. Así es que para sus
-ensayos liberales no halló á su alrededor nada más que dificultades,
-y para sus ensayos de reaccion religiosa, facilidad y auxilio. Los
-jesuitas, que le juráran guerra á muerte, se pusieron á sus órdenes
-y rodearon su trono. La reaccion europea, que no le perdonó la gran
-política de 1847 y 1848, le entregó la direccion de su pensamiento
-y de su conciencia. El Papa se elevó á ser el capellan mayor de la
-Santa Alianza. Pero sus ambiciones eran mayores. Sus ambiciones eran
-fundar nuevos dogmas, traer mayor suma de ideas divinas á la Iglesia,
-y de piedad exaltada á los fieles; contrastar con negaciones rotundas
-el espíritu democrático y progresivo; reunir concilios ecuménicos
-á manera de los tiempos piadosos; crear una autoridad en la cima
-de la Iglesia, y un absolutismo sobre las conciencias que no haya
-tenido precedente en los siglos pasados, ni tenga igual en los siglos
-futuros. Hé ahí el pensamiento de Pío IX.
-
-Se comprende que intentára compensar la derrota sufrida en la esfera
-política con una victoria alcanzada en la esfera religiosa. Mas para
-alcanzar esta victoria necesitaba reforzar las ideas religiosas en
-el espíritu del siglo, porque fuera del espíritu de este nuestro
-siglo no pueden vivir, no, las ideas. Una ilustre escuela teológica
-habia existido en Italia, que trataba de armonizar la religion con
-la razon, la providencia con la libertad, la democracia moderna con
-el antiguo pontificado, la ley natural con la ley revelada, en una
-palabra, el catolicismo con el progreso. Un sacerdote ilustre, de
-talento quizá tan profundo como Santo Tomás y de igual entusiasmo
-por una sociedad teocrática, en que la direccion del mundo estuviera
-confiada á fuerzas morales y á ideas teológicas, contó con lágrimas
-en los ojos y sollozos en la voz todas las llagas de la Iglesia.
-Esa separacion entre el pueblo y el clero, á causa de la lengua
-muerta que el clero habla; ese aislamiento de la sociedad religiosa,
-que florecia cuando el sufragio popular y la libre asociacion la
-sustentaban; esa servidumbre á los poderes civiles que han convertido
-el puro espíritu cristiano en dócil instrumento de tiranía arriba,
-de vasallaje abajo; esa tenacidad de los clérigos en cerrar su
-conciencia á la luz de las nuevas ideas y su ánimo á la consideracion
-de las nuevas transformaciones sociales; todo este profundo malestar
-de la Iglesia fué admirablemente concebido, dicho; y llegó hasta la
-córte pontificia, siempre cerrada á la voz del espíritu moderno.
-
-Otro sacerdote, no ménos grande, aunque más político, habia querido
-sacar á la Iglesia del estado de secta para elevarla al ideal
-verdadero de la humanidad. Segun este sacerdote, la razon y la
-revelacion vienen á ser idénticas; el catolicismo, universal, no sólo
-por lo que tiene de divino, mas tambien por lo que tiene de humano;
-la palabra evangélica y la idea moderna, unas en esencia; la causa
-del divorcio entre la Iglesia y el siglo, la mala inteligencia traida
-ántes por la conducta del clero que por las trastornadas ideas de
-la revolucion. Para este sacerdote elocuentísimo habia que oponer á
-los males de la Iglesia enérgicos remedios: al poder temporal, la
-separacion de la vida civil y la vida eclesiástica; á la educacion
-reaccionaria del clero, una educacion científica; al jesuitismo,
-que tiene larga serie de resortes mecánicos y utilitarios para
-mover al hombre, la pura conciencia moral que le dirige hácia la
-perfeccion absoluta; á la predicacion por los principios antiguos, la
-predicacion verdaderamente evangélica, en los oidos de la muchedumbre
-y en el seno de la naturaleza, tomando las ideas en la fuente viva de
-la conciencia moral, y esparciéndolas como rocío vivificador sobre
-todos los espíritus, para llevarlos á una transformacion religiosa,
-análoga á la que produjo en el mundo la primera aparicion del
-cristianismo.
-
-Como algunos hombres imbuidos de racionalismo contestáran que
-la reconciliacion era imposible, á causa de la incompatibilidad
-entre la ciencia moderna y el milagro de la Edad Media, entre la
-razon y la revelacion sobrenatural, respondia el filósofo que tal
-sentir dimanaba de una falsa concepcion del milagro y la profecía,
-de considerarlos como hechos reales, sucedidos, históricos,
-cuando vienen á ser símbolos de sistemas por venir, de períodos
-palingenésicos en la vida sucesiva del espíritu y del planeta. Y
-lo que en realidad quieren decir los milagros y las profecías,
-es la llegada de una época, en que la revelacion natural y la
-revelacion religiosa se confundan, como se confundirán la rápida y
-casi milagrosa intuicion con la madura y profunda reflexion; como
-se confundirán lo sensible con lo inteligible, siendo cada una de
-nuestras sensaciones un pensamiento; como se confundirán por lo
-perfecto del lenguaje la idea con la palabra, á la manera que en el
-Verbo, por su encarnacion en nuestro sér, se confundió la naturaleza
-divina con la humana naturaleza.
-
-Cuando una religion se divorcia de su tiempo y de los progresos de
-su tiempo ¡ay! perece. Es imposible que se armonicen siglo liberal y
-religion autoritaria; siglo democrático y religion absolutista; siglo
-que se inspira en la conciencia viva y religion que se inspira en
-las tradiciones muertas; siglo de derechos y religion de jerarquías;
-siglo que se abre á todas las ciencias y religion que se cierra
-á cuanto no sea teológico: en tal estado, en crísis tan pavorosa
-y suprema, ó los pueblos se petrifican, como se ha petrificado
-el pueblo árabe por no modificar su fatalismo, ó las religiones
-desaparecen, como desapareció la religion pagana cuando no pudo
-extinguir, á causa de su carácter sensual, la sed espiritualista
-despertada en el alma humana, ya por tristes desgracias y desengaños,
-ya por las ideas sublimes de su inmortal filosofía.
-
-¡Qué grande hubiera sido Pío IX, si al sentir que su ministerio
-religioso era incompatible con toda autoridad política, con todo
-poder político, abdica esta autoridad, abdica este poder, cambia la
-púrpura de los césares por la toga de los tribunos; renueva en el
-más exaltado idealismo la fe de su tiempo; organiza evangélicamente
-la Iglesia de Cristo; reune los pueblos en asambleas religiosas;
-vibra sus rayos sobre el poder de los déspotas y el orgullo de
-los aristócratas y la avaricia de los ricos; llama el esclavo al
-derecho, el oprimido á la libertad, el desheredado á la vida; evoca
-la resurreccion de Italia, la resurreccion de Polonia; envia los
-misioneros del espíritu contra la nueva sensualidad pagana, contra
-el empedernido egoismo de las clases gobernantes; y sostiene con
-profunda conviccion que la libertad, la igualdad, la fraternidad,
-no han de ser solamente fórmulas evangélicas, sino tambien verdades
-sociales, capaces de engendrar una nueva tierra y extender sobre
-ella nuevos cielos de luz bendita y perenne! Entónces sí que hubiera
-podido celebrar la pascua del espíritu moderno; entónces sí que
-hubiera podido levantar su voz con acento de himno triunfal; entónces
-sí que hubiera podido ver á las puertas de las iglesias de la Edad
-Media el ángel vestido de blanco y resplandeciente de hermosura, que
-las santas mujeres vieron al borde del sepulcro, anunciando que
-Cristo no estaba allí, que Cristo habia verdaderamente resucitado:
-_Resurrexit, non est hic._
-
-La prueba de cuanto hubiera podido hacer con estos grandes medios se
-encuentra en lo que hizo con medios pobres, con reformas tímidas,
-con ligeros, ligerísimos paliativos. Una amnistía que reclamaba
-la fórmula servil de prévio juramento; una comision nombrada para
-estudiar las reformas indispensables; una cámara consultiva que se
-componia de un representante por cada provincia, á propuesta en terna
-del legado y eleccion del Pontífice; un consejo de cien miembros
-que deberian dar un senado de nueve: todos estos tímidos anuncios
-de renovacion social despiertan á Italia; imponen códigos liberales
-á príncipes reaccionarios como el de Módena y el de Parma; abren á
-Sicilia las puertas de su calabozo; derraman aliento de libertad
-por los emponzoñados aires de Nápoles; obligan á los extranjeros á
-retirarse de Ferrara ante una protesta pontificia; arman el brazo de
-Cárlos Alberto por la causa de la independencia; derriban á Guizot en
-París y á Metternich en Viena; producen los cinco dias de Milan, que
-son cinco dias de redentor martirio; levantan entre los espejismos de
-las deslumbradoras lagunas el alma muerta de Venecia; transforman con
-la nueva fe los corazones más cerrados á todo sentimiento religioso;
-infunden su antiguo valor á los italianos, y en pocos dias, de los
-cien mil austriacos enviados á oprimir su patria, cuatro mil son
-cadáveres, veintisiete mil heridos ó inútiles, los demas dispersos:
-que vagas palabras de libertad proferidas desde las alturas del
-Vaticano habian como derramado nueva sangre por las venas, nueva idea
-por la conciencia de la ántes aletargada Europa. Las campanas que
-tocáran á la oracion, sabian tambien tocar á rebato contra la tiranía.
-
-Pero en este momento supremo. Pío IX se acordó de que era Papa, y
-Papa á la antigua usanza. En una guerra entre los austriacos y los
-italianos, aunque todo el derecho estaba de parte de éstos y toda la
-sinrazon de parte de aquéllos, el Papa sintió que unos y otros eran
-católicos. Al mismo tiempo que el rey de Nápoles abandonaba la causa
-italiana por tristes competencias territoriales, por el logro de un
-botin pendiente aún del empeño de las armas. Pío IX helaba la sangre
-en las venas de su nacion, negándose á mandar refuerzos y á bendecir
-los combatientes por la más santa de las causas, por la causa de
-Italia. Y luégo convocó las potencias católicas, les pidió su
-auxilio, les señaló el camino de Roma, las vió impasible destruir los
-grandes monumentos, inmolar los piadosos católicos; y entre ruinas y
-cadáveres volvió á sentarse en el trono terrenal, mantenido por las
-bayonetas de las legiones extranjeras.
-
-Desde el dia en que volviera Pío IX de la proscripcion á Roma, en
-hombros de extranjeras legiones, no podia representar el espíritu
-evangélico de los primeros cristianos, sino el espíritu teocrático
-de los antiguos pontífices asiáticos. Y todavía no saben los que
-profesan con fe y sinceridad la religion cristiana, cuánto podrian
-conmover al mundo aliándola con la libertad. En la historia moderna
-ha sucedido que los católicos puros detestáran la libertad, miéntras
-los llamados liberales católicos cayeran en la herejía, sin haber
-logrado ni unos ni otros reconciliar el espíritu de nuestro siglo con
-la religion de nuestros padres. Y el antiguo y el nuevo Testamento
-guardan tradiciones republicanas.
-
-Sabido es que en la organizacion de la tribu ilustre de Judá
-representaban los reyes la confusion de las tradiciones mosáicas
-con las ideas y los ritos de los demas pueblos, en tanto que el
-profeta representaba con el austero vigor republicano, la idea pura
-de Israel. Lo repito; puede la moderna elocuencia tribunicia sacar
-acentos republicanos de las Sagradas Escrituras, como los sacaron
-aquellos fundadores de la democracia americana, cuyo renombre, á
-manera de todas las glorias sólidas, se aumenta con los siglos.
-
-El pueblo de Israel pidió rey, y Dios quiso negárselo. Una y otra
-advertencia les dirigió á los suyos el Dios de Abraham por boca de
-Samuel. Un rey sólo servirá para oprimiros y para deshonraros; para
-haceros sus soldados, sus palafreneros y sus lacayos; para escupir su
-saliva á vuestra frente y mezclar su hiel en la levadura de vuestro
-pan; para convertir los hijos de Israel en sus bestias de carga,
-á fin de que le forjen así los instrumentos de guerra, como los
-instrumentos de labranza, y cultiven sin descanso en provecho regio,
-con sudor los campos de trigo, con sangre los campos de batalla. Él
-se llevará vuestras hijas para que le diviertan, y le perfumen, y le
-embriaguen con sus besos y le hechicen con sus cánticos; vosotros
-sembraréis, y él segará; vosotros plantaréis, y él cosechará;
-vosotros trabajaréis, y él gozará; vuestros campos le servirán para
-granjearse á sus cortesanos, y vuestras vendimias para emborrachar á
-sus eunucos. Vuestros ganados le pertenecerán, y vosotros mismos no
-pasaréis jamas de ser, bajo su cetro, un rebaño de siervos.
-
-La emocion que una voluntariedad liberal de Pío IX ha producido en
-el mundo, prueba hasta qué punto las ideas progresivas descenderian
-sobre las conciencias de las muchedumbres si las difundiese la
-Iglesia. Pero ¡ah! el corazon se entristece cuando siente que si
-el Papa elevára su voz contra los reyes, la elevaria en nombre de
-principios más reaccionarios que los principios monárquicos, en
-nombre de aquella teocracia, cuya tutela rompió Europa en cuanto
-comenzára á dibujarse la vida civil y á madurar la razon humana.
-Esas monarquías son hoy odiosas, porque no corresponden al estado
-de nuestra civilizacion y cultura, á la esencia misteriosa del
-espíritu moderno; pero una de las causas de la supervivencia de esas
-instituciones, una de las causas primeras es el ataque tremendo que
-dieran á la teocracia, al predominio político del elemento sacerdotal
-sobre las sociedades humanas. Miéntras la monarquía creaba estos
-principios civiles, parapetábase la teocracia tras sus privilegios
-religiosos, y persistia en tener esclavizada la inteligencia. Por eso
-los reyes viven, porque lucharon con los Papas, porque disolvieron
-los templarios, porque expulsaron los jesuitas, porque opusieron á la
-vida teocrática la vida civil. La voz del Pontífice cuando combate
-la libertad de los pueblos modernos, la independencia de Italia,
-la secularizacion de las sociedades europeas, ¡ah! es una voz de
-las tumbas, que se pierde en el espíritu independiente del siglo
-décimonono, cuya conciencia jamas, jamas transigirá con la teocracia,
-con ese espectro de la Edad Media.
-
-El hombre, capaz de soñar la con restauracion pontificia, así
-en contra de los reyes como en contra de los pueblos, ¡ah! es el
-cardenal Antonelli, á quien yo por vez primera vi el Domingo de
-Ramos de 1866 en la Basílica de San Pedro. Á un guardia noble, que
-á mi lado se encontraba, preguntéle por el cardenal, y le dije que
-me lo mostrára al pasar. Trasladóme con amabilidad, cuyo recuerdo
-áun obliga mi gratitud, de un lado á otro, para colocarme entre la
-fila de soldados, delante de la cual forzosamente habia de detenerse
-el vicario del vicario de Cristo. Cierto frances, que cerca de mí
-estaba, acompañado de finísima é inteligente señora, asocióse á mi
-deseo de escudriñar la fisonomía del cardenal, desde aquel sitio
-adonde le llevára ó la casualidad ó el instinto. Era muy comunicativo
-el frances, y hacía sobre todo miles de observaciones, graciosas
-unas, impertinentes otras, excesivas todas, que moderaba la señora,
-su compañera, con grande oportunidad. Aquel charlatan tenía un ídolo
-en literatura, Enrique Heine, y un ódio en política, el cardenal
-Antonelli.
-
-El dia era caluroso, á pesar de ser uno de los primeros de Abril,
-y mi interlocutor, que acababa de atravesar jadeante la gran plaza
-de San Pedro, decia, limpiándose el sudor: «¡Qué calor fuera, y qué
-fresco dentro de la Basílica! Tiene razon Heine; cuando en dias
-estivales y sofocantes como éste acertais á entrar en una catedral,
-no podeis ménos de decir: ¡qué bella religion de verano es el
-Catolicismo! Al venir hácia aquí, me encontré un campesino apaleando
-á bíblico asno, y le dije al pobre animal, acordándome de Heine:
-padece, padece, que por eso comieron tus padres cebada prohibida
-en el paraíso. Y eso que Roma no puede compararse con el paraíso
-descrito por el gran poeta, donde los girasoles dan pasteles, y las
-aves van á buscaros ya asadas y aderezadas con la salsera en el pico.»
-
-Yo, al oir toda aquella garrulería, dicha con los ojos puestos en mí,
-contrastada sólo por los tirones de manga que la señora propinaba al
-impío, traté de mudar la conversacion, y le dije:
-
-—¿Conocéis personalmente al cardenal Antonelli?
-
-—No le conozco personalmente, pero me lo figuro. Moralmente lo sé de
-memoria, por haber leido á Liverani.
-
-—No conozco ese autor.
-
-—Es un canónigo de Santa María la Mayor, verdadero sacerdote; por
-su conciencia todo un hombre piadoso; por su vida todo un austero
-anacoreta; por su orígen un campesino convertido al sacerdocio. La
-agricultura es propicia á los prelados y dignatarios de la Iglesia.
-Sixto V no sólo fué pastor, sino hijo de jardinero. Y la escuela
-católica es de tal suerte pueril, que ha elevado á cuestion de
-primer órden probar que guardó cabras, en vez de guardar cerdos, y
-que los animales puestos bajo su cayado eran, no de ajeno dueño, sino
-de su padre.
-
-—¡Qué empeño tienes, Enrique, dijo la señora, en denigrar el
-Catolicismo en su misma capital y en su gran Basílica!
-
-Yo, por apoyar á la señora en sus observaciones, le dije:
-
-—Es necesario ver estos grandes monumentos con la inteligencia llena
-de las ideas que despiden de cada una de sus piedras. Para ver la
-aljama de Córdoba hay que inspirarse en el espíritu semítico, y para
-ver el Parthenon de Aténas, en el espíritu pagano.
-
-Comprendió el frances toda la trascendencia de mi observacion, y se
-amostazó un tanto.
-
-—Si algo me demuestra con demostracion irrefragable la decadencia
-del Catolicismo, es la nimiedad con que suele darse carácter
-anti-católico á toda observacion más ó ménos justa sobre el
-pontificado y su córte. ¿Tendrá algo que ver con los dogmas la
-naturaleza del ganado que guardára Sixto V? ¿Será más ortodoxo y
-eclesiástico el ganado de lana que el ganado de cerda?
-
-Yo, conviniendo en la justicia y hasta en la gracia de semejante
-afirmacion, volví la hoja y pregunté por el libro de Liverani.
-
-—Está dedicado al señor conde de Montalembert, que quiere la
-restauracion, es decir, Milan; Venecia bajo las espuelas de los
-croatas; el cuadrilátero puesto como una herradura austriaca sobre
-las armas de Italia, y todos los patriotas dispersos y errantes por
-el mundo.
-
-—No estarémos mucho tiempo en Roma, dijo la señora; tus imprudencias
-nos expulsarán pronto.
-
-—No temas. Hablamos en frances y no nos entienden. Un amigo que
-acaba de departir con el cardenal Antonelli me ha dicho que habla
-detestablemente el frances. Y si el cardenal Antonelli habla
-detestablemente el frances, figuraos cómo lo hablará y cómo lo
-entenderá la gente menuda.
-
-—Hablad, hablad, le dijo yo.
-
-—Nada de extraño tiene que así Antonelli se exprese en el idioma
-de la revolucion, cuando se expresa igualmente mal en el idioma de
-la teología. En los maitines de Navidad, por 1859, cuenta el Padre
-Liverani haberle oido cantar _erútus de potestate tenebrarum_,
-poniendo el acento en la segunda sílaba, cuando debió cantar _érutus
-de potestate tenebrarum_, poniendo el acento en la primera sílaba.
-
-El latin pronunciado por los franceses resulta á nuestros oidos una
-lengua casi ininteligible, y así es que no pude ménos de reírme al
-oir criticar en tan pésima pronunciacion aquella falta de gramática.
-
-—Lo que Antonelli sabe profundamente es economía doméstica. Sonnino,
-su villa natal, se ha convertido en la metrópoli burocrática de
-los Estados Romanos. Aquello es un plantel de empleados. Giacomo
-Antonelli, secretario de Estado y prefecto de los santos palacios
-apostólicos, natural de Sonnino; el conde Fillippo Antonelli,
-consejero de Hacienda, natural de Sonnino; el conde Luigi Antonelli,
-conservador de Roma, natural de Sonnino. Podia escribirse una letanía
-de Antonellis. Como Diocleciano era césar, Diocleciano pontífice,
-Diocleciano tribuno, Diocleciano cónsul; Antonelli es administrador,
-Antonelli hacendista, Antonelli diplomático, Antonelli militar,
-Antonelli cardenal, Antonelli enemigo de la civilizacion moderna,
-Antonelli monopolizador del Espíritu Santo, Antonelli Papa del Papa.
-
-Yo comprendí que la gárrula conversacion del frances me comprometia,
-y como empujado por grande oleada de gentes, apartéme de aquel sitio,
-cuando un rumor me advirtió que venía el Santo Padre. Pasó á mi lado,
-deteniéndose por algunos minutos ante mí el cardenal Antonelli,
-juntamente con la procesion de cardenales y obispos, que en parte
-precede al Papa y en parte rodea sus andas. Parecióme Antonelli alto,
-fuerte, cazador y no cardenal, montañes y no cortesano. Los ojos
-de ave nocturna, la nariz prominente, los labios gruesos, el color
-cetrino, la fisonomía ruda, el carácter atrevido, la complexion
-vigorosa, y los ademanes y el gesto, quizá por aprension mia,
-acusando el hombre acostumbrado de antiguo á mandar con imperio y á
-ser obedecido sin resistencia. Pero debo tambien decirlo: parecióme
-un hombre de gran vulgaridad.
-
-Yo recordaba mis lecturas históricas; recordaba la serie de aquellos
-cardenales ilustres, de aquellos ministros pontificios, descritos en
-la admirable historia de los Papas durante los siglos décimosexto y
-décimoséptimo, por Ranke, obra que tantos elogios ha merecido á los
-católicos más ardientes. Recordaba Gallio de Como, que dirigiera con
-habilidad la política en dos pontificados consecutivos; Rusticucci,
-tan severo en su conciencia como en su vida; Santorio, tenaz en
-las ideas, puro en las costumbres, enérgico para sus parientes,
-inflexible con los extraños, superior en su elevada soledad á
-todas las pasiones humanas; Madruzz, el Caton del Sacro Colegio;
-Sirlet, tan sabio en todas las ciencias, y especialmente en las
-ciencias filológicas, que departia con los doctores y con los
-niños, que compraba á los pastorcitos sus haces de leña, con la
-condicion de enseñarles la doctrina cristiana; Cárlos Borromeo,
-un santo, cuya memoria jamas se borrará del Milanesado y de las
-montañas que avecinan al Lago Mayor; Torres, que concluyó la Liga
-contra los turcos, cuya victoria se llama la victoria de Lepanto;
-Belarmino, el primero de los controversistas y de los gramáticos;
-Maffei, el historiador de la conquista de las Indias portuguesas
-por el Cristianismo; Felipe de Neri, el fundador de la Órden de los
-preclaros oradores, que parecian llamados á restaurar la religion en
-la conciencia de Europa, cuando el gran constructor Sixto V regaba
-con el agua _felice_ las colinas romanas, y las hacía florecer á
-un tiempo con bellos jardines y grandes monumentos; cuando Fontana
-erigia el obelisco ante San Pedro y lo remataba con la cruz de
-Cristo; cuando Patrizi armonizaba la teología católica con las
-tradiciones filosóficas, y Moisés con Hermes; cuando Torcuato Tasso
-emitia los últimos acentos de la Musa católica, y el Dominiquino y
-Guido Reni destellaban los últimos resplandores de la pintura; y al
-eco de la sublime música de Palestrina, el espíritu eclesiástico se
-reanimaba y revivia, como llamarada próxima á extinguirse.
-
-Grün compara el cardenal Antonelli al prelado de Benevento, que
-Montesquieu juzgó con extrema dureza, y que, miéntras el papa
-Benedicto XIII rezaba ante la efigie de San Vicente Ferrer, corria
-de monasterio en monasterio, besaba las manos de los frailes, hacía
-extremas penitencias, despreciando todos los placeres y todas las
-pompas terrestres, dábase él á las ambiciones, á los lucros y á las
-locuras del mundo. El carácter del Papa es la contradiccion radical,
-radicalísima, con el carácter del cardenal de Sonnino, como el
-carácter de Benedicto XIII era la contradiccion radicalísima con el
-carácter del cardenal de Benevento.
-
-Pío IX, á quien eligiera un milagro, juzgóse llamado por Dios á
-hechos milagrosos, extraordinarios; y desde el primer dia de su
-pontificado tuvo la ambicion del bien. Extremadamente sensible de
-alma, epiléptico de cuerpo, incapaz de exaltados odios, inocente en
-sus pasiones, puro en sus costumbres, de fantasía pronta, de lenguaje
-abundoso, de voz clarísima y sonora, fácil y hasta elocuente en
-sus improvisaciones, plácido en sus gestos, dulce y bondadoso en
-su mirada, místico hasta el éxtasis en sus oraciones y plegarias,
-majestuoso sobre el trono, artista al pié del ara, minuciosísimo en
-las ceremonias religiosas, amador de las humanas pompas, devoto á
-sus destinos históricos y á su elevado ministerio, cree, en sus más
-grandes equivocaciones y errores, que Dios le inspira, que le guía
-Dios, y que interpreta su pensamiento y expresa su voluntad sobre la
-faz de la tierra.
-
-Él no enriquece á sus parientes, no atesora dinero, no pone tasa á
-la limosna, no niega audiencia por importuna que sea, no echa ningun
-cerrojo á su corazon siempre abierto, ni mordaza ninguna á sus
-labios, vibrando siempre, en toda ocasion, la idea que vaga por los
-espacios más recónditos de su conciencia. Conoce de los hombres más
-las apariencias que la naturaleza; de las ideas más la forma que el
-fondo; de su poder más el aparato que el prestigio; de su autoridad
-más el brillo que la fuerza, y acostumbrado á vivir en regiones donde
-parece un Dios, gústale oirse llamar todos los dias: santo, santo,
-santo, y aspirar el humo del incienso. Pero en esas alturas, cuando
-declara dogmas de fe, cuando reune concilios ecuménicos, cuando la
-Iglesia entera le llama superior á los errores humanos, cuando su
-pensamiento es divino como el Verbo, y sus labios sagrados como los
-oráculos; ¡ah! la nube que pasa, la electricidad de la atmósfera,
-los cambios bruscos de temperatura, en Roma frecuentísimos, influyen
-sobre sus nervios, sus nervios sobre su carácter, y su carácter le
-arrastra á ímpetus de mal humor, á genialidades bruscas, que desdicen
-de su bondad, y que prueban cómo ese demiurgos, ese sér sobrenatural,
-se halla sujeto, cual todos los mortales, á los errores y á las
-debilidades que nacen de los límites de nuestra naturaleza, y á las
-leyes que rigen todo el Universo.
-
-Y bajo el dominio de este Papa que aspiraba á evangelizar el mundo, á
-cristianizar la democracia, hase convertido la autoridad pontificia
-á un absolutismo que fuera imposible bajo el imperio de los monarcas
-absolutos. Se estremece el ánimo considerando cómo ha caminado
-nuestra Iglesia á la inversa de nuestra civilizacion. Una institucion
-de la altísima jerarquía que ha pretendido, del ministerio altísimo
-que ha desempeñado la Iglesia, debia ser la luz y el calor de las
-almas, como es el sol la luz y el calor de los cuerpos.
-
-Y para ser la luz y el calor de las almas debia desplegar sobre la
-frente del hombre, sellada con el sello de eleccion divina, las
-etéreas alas de un ideal espiritualista, celeste, verdaderamente
-sobrehumano. De esta misteriosa suerte venció al mundo latino
-y sojuzgó á los bárbaros. De esta misteriosa suerte, por sus
-tendencias á lo ideal, congregó aquellos concilios, como el Concilio
-de Jerusalen, donde se reconciliaron los judíos y los paganos,
-separados por toda la historia, y donde el Cristianismo se dilató
-hasta ser la conciencia de la humanidad. Por esta misteriosísima
-manera formuló aquella primera teología griega que difundiera al
-soplo creador de lo divino en la mente humana. Por esta misteriosa
-manera alzó los esclavos á la dignidad de seres religiosos, y puso
-los césares á servicio de los nazarenos. Elevar al hombre, educarlo
-en puro idealismo, hacer de su conciencia como una hostia consagrada
-á la divinidad en los altares del Universo, ministerio era digno,
-dignísimo de una religion que triunfára por su radical oposicion
-al sensualismo pagano y á su cancerosa podredumbre. La Iglesia en
-los tres primeros siglos fué una federacion democrática. La Iglesia
-desde el pacto de Carlo-Magno ha sido un imperio, sí, un imperio á
-la manera romana, miéntras comenzaba Europa á ser una federacion por
-el individualismo de los bárbaros. Los obispos de Roma quisieron ser
-césares más que pontífices; quisieron continuar bajo el amparo de
-la Cruz en la dominacion del Universo. Al pié de los nuevos altares
-como al pié de los antiguos, Roma sólo de su propia autoridad se
-acordaba y de encerrar los nuevos bárbaros en sus Basílicas, como
-habia encerrado los bárbaros antiguos en su Capitolio. Para este
-fin hubo ejércitos que en vez de armas llevaban plegarias, y en vez
-de escudos sayales; tuvo á los monjes. Tuvo sus jurisconsultos, los
-canonistas. Tuvo su código, las falsas decretales. Tuvo hasta un
-título cesarista, la donacion de Constantino. Y tuvo su emperador, el
-Papa. Mas no siempre el Papa ostentó este carácter; durante algunos
-siglos sirvió á las democracias.
-
-Los movimientos religiosos de Roma se explican siempre por sus
-intereses políticos. Roma es entre las ciudades antiguas la más
-fiel á la religion pagana, por creer que la religion pagana es la
-más propicia á su poder y á su grandeza. Roma, en el diluvio de la
-invasion, donde mueren ahogados sus dioses, abrázase fuertemente al
-Catolicismo, no por ser la religion más verdadera, sino por ser la
-religion más opuesta á la religion de sus conquistadores, que es
-el arrianismo. Así Roma subleva á los italianos y al mundo contra
-el imperio bárbaro, apoyándose en dos ideas capitalísimas, en el
-catolicismo y en la república. Á la unidad longabarda se opone la
-democracia romana. La ciudad no sólo entrega su alma á los papas,
-sino que pide á voces el auxilio de Bizancio; y por medio de la
-virtud divina de las ideas, por medio de la fatalidad geográfica de
-la península, reune en las islas del Tirreno, en las lagunas del
-Adriático, tras los Apeninos, en los desfiladeros de los Abruzos,
-todos los náufragos que han conservado el antiguo ideal y la antigua
-cultura itálica.
-
-Imposible comprender cómo los papas se han apoderado del mundo
-sin comprender cómo se encuentra Italia en los siglos sexto y
-sétimo. La unidad bizantina, que es una sombra, en Rávena; la
-unidad longobarda, que es un cetro y una espada, en Pavía; la
-unidad federal, que es una religion y una democracia, en Roma. La
-ciudad Eterna no se defiende, no defiende la República, encontrada
-despues de quinientos años de imperio y de cinco invasiones bárbaras
-entre las ruinas de sus templos y las pavesas de sus ideas; no la
-defiende por los dictadores, por los cónsules, por los césares, por
-los magistrados antiguos, sino por los obispos, á causa de que los
-obispos son los defensores de las ciudades, los jefes de la plebe,
-los nuevos tribunos de la democracia, los únicos que tienen palabras
-de entusiasmo y de fe, bastantes á crear ejércitos de plebeyos, y
-mover estos ejércitos de plebeyos, donde se reclutan las legiones
-de los mártires, al combate y á la muerte. Pero se engañaria quien
-atribuyera la fuerza de los papas en esta crísis suprema solamente
-á milagros de la fe. Son fuertes porque tienen á su devocion el
-pueblo guerrero por excelencia, el pueblo franco. Los francos vienen
-á ser los soldados del Catolicismo. Cuanto nosotros hicimos por el
-Catolicismo en su edad de vejez y decadencia, hiciéronlo tambien
-los francos en la edad en que el Catolicismo tenía juventud y
-robustez. No hay como servir una idea progresiva. Ellos, los francos,
-crecieron, y nosotros menguamos sirviendo el mismo principio. Pero
-ellos lo sirvieron cuando la Iglesia educaba á la humanidad, cuando
-la Iglesia era un ideal religioso y una federacion republicana,
-miéntras lo servimos en Europa, despues que acabamos nuestras
-guerras con los árabes, nosotros que desde el siglo décimotercio
-representáramos por la casa de Aragon el principio civil opuesto
-al principio teocrático; lo servimos en Europa cuando la Iglesia
-se oponia en Alemania, en Holanda, en Inglaterra á la educacion
-de la humanidad. Los patriarcas de Constantinopla aspiraban á ser
-por los exarcas de Rávena los directores de la cruzada contra los
-longobardos. Pero los obispos de Roma mostraban la federacion de
-obispos á cuyo frente ellos se veian; las muchedumbres agitadas y
-encrespadas por las ideas católicas; y las lanzas milagrosas vibrando
-en manos de los francos, invencibles por su valor, dispuestos á
-pasar los Alpes y los Pireneos, el Rhin y el Ebro, para defender la
-nueva religion y sus pontífices. Hé aquí el camino verdaderamente
-misterioso por donde llegó el pontificado á ser el centro y la cabeza
-del mundo.
-
-Luégo las crísis de la sociedad, los movimientos del espíritu humano
-conspiran en los primeros siglos de la Edad Media á reforzar esta
-primacía. Los longobardos se convierten al catolicismo, abrazan la
-religion de los vencidos en Italia, un siglo despues de que los godos
-abrazáran la misma religion en nuestra España. Desde este momento
-el Papa, que ya no ha menester de los emperadores de Bizancio, se
-vuelve contra Bizancio, combate su monoteismo, sus iconoclastas,
-sus exarcas, sus legados que quieren prenderle; niégase á recibir
-toda sancion de la autoridad pontificia, todo cesarismo sobre su
-poder religioso, y subleva la conciencia católica contra el sentido
-heterodoxo de Constantinopla; y el patriotismo italiano, y la
-federacion italiana contra las reapariciones del antiguo imperio,
-asentado en una ciudad rival y enemiga de la ciudad eterna.
-
-Pero en cuanto se ha separado de Bizancio, y ha alcanzado la
-independencia moral, tiene que destruir á Pavía y alcanzar la
-independencia material. No importa que los longobardos se hayan hecho
-católicos; no se han hecho republicanos, y el Papa es á un tiempo el
-pontífice del catolicismo y el jefe de la federacion. Los pueblos de
-Italia en esta edad, en el siglo octavo, aborrecen la monarquía, y
-prefieren á la monarquía la teocracia. Todas las ciudades marítimas
-piden al Papa que las liberte en lo civil de la tutela del rey, como
-las ha libertado en lo moral y religioso de la tutela del emperador.
-El Papa no puede por sí solo alcanzar tan grande fin; pero puede,
-si cuenta con su pueblo fiel y escogido, con el pueblo franco. San
-Leon no detuviera la cólera de Atila, si ántes no desarmaran al gran
-exterminador los francos en los campos cataláunicos. Para desarmar á
-los longobardos se necesita la repeticion monótona, uniforme de la
-misma historia; que los francos hieran, maten, y el Papa entierre.
-En vano los mayores patriotas italianos maldicen este momento de la
-historia en que cae la unidad civil y monárquica de su patria para
-ser sustituida por la unidad teocrática del mundo. Tal vez si el
-reino longobardo vence y domina, fuera Italia pueblo más guerrero,
-nacionalidad más una y más fuerte; pero no sería, no, la nacion de
-la teocracia, que nutrió y educó por tantos siglos á Europa; no
-sería la nacion primera en la cultura moderna; no sería la patria de
-tantos municipios libres y de tantas ciudades republicanas; no sería,
-no, aquella escuela universal de música, de pintura, de escultura,
-donde el espíritu ha educado su sentido estético, para guarecerse
-en la adversidad, consolarse en el dolor, tener siempre un ideal
-vivo y luminoso; y como el aroma de las flores, como el cántico
-de las aves, como el rumor de las selvas, como el incienso de los
-campos, espaciarse en la celeste inmensidad, mereciendo á la Europa
-cristiana el nombre ilustre que llevára y el envidiable ministerio
-que ejerciera la inmortal Grecia en la antigua Europa.
-
-En el año 800, Europa se levanta sobre la idea primera del
-Pontificado, sobre el pacto con Carlo-Magno. El Papa entrega á los
-francos el viejo reino longobardo, y los francos entregan al Papa el
-nuevo patrimonio de San Pedro. Alzado en esta tierra feudal, puede
-ya el Papa, despues de haber concluido con sus enemigos, despues de
-haber separado su ciudad de Constantinopla, de Pavía, de Rávena,
-que la eclipsaban, entregarse á toda su ambicion espiritual, á toda
-su soberanía en las almas: ser demiurgos, casi Dios; dictar sus
-leyes morales superiores á todas las leyes escritas; extender su
-autoridad sobre un dominio que no conoce límites, sobre el dominio
-de la conciencia humana; poner su código moral más alto que todos
-los códigos, su Iglesia más elevada que todas las sociedades, su
-voz donde no osaron los antiguos oráculos, su persona donde no
-estuvieron los antiguos dioses; destruir las castas por el sacerdocio
-concedido á cuantos lo demandan, é imposibilitar al sacerdocio por el
-celibato para erigirse en dignidad hereditaria; oponer fuerza moral
-á tantas fuerzas materiales, la unidad religiosa al fraccionamiento
-del feudalismo; la democracia educada en los monasterios y en
-las Universidades á la aristocracia militar, que anidaba en los
-castillos; transformar el mundo, la tierra, como se transforma
-siempre la realidad, por una anterior y superior transfiguracion de
-las ideas.
-
-Importará poco, muy poco, que los Papas, ora caigan en el cieno
-del vicio, ora se alcen á la demencia de la soberbia y pasen de la
-tutela de los cortesanos á los brazos de las Marozias, su fuerza no
-está en sus costumbres, sino en sus ideas; y hechizarán al mundo por
-el bebedizo de su doctrina, por el sortilegio de sus reliquias, por
-los milagros de sus leyendas, por la muchedumbre de sus peregrinos,
-por el poder de sus obispos, casi todos afincados en territorios
-feudales; por los comentarios de sus jurisconsultos, que inventarán
-miles de leyes y falsearán miles de códices; por la necesidad, sobre
-todo, que tiene el mundo en su niñez, el espíritu en su inocencia,
-de una teocracia su nodriza, su maestra, la cual le aterra con
-fábulas como la próxima destruccion del mundo en el año 1000, y le
-tiene por estas fábulas sometido y sujeto. Lo esencial de la Edad
-Media subsistirá: el pacto de Carlo-Magno, un Papa sancionado por el
-emperador en el centro de Italia, un emperador coronado por el Papa
-en el centro de Alemania, y legiones de obispos feudatarios en torno
-de los dos grandes astros de la Edad Media, en torno del Pontificado
-y del Imperio.
-
-Los obispos, influyendo tan soberanamente, gozarán una supremacía que
-papas y emperadores querrán someter á su respectiva dominacion. De
-aquí una lucha entre el elemento italiano y el elemento aleman dentro
-de la Iglesia; de aquí el célebre litigio de las Investiduras. Los
-emperadores de Alemania llegarán á tener papas alemanes en Roma, y
-los papas alemanes llegarán á ser casi todos en Roma inmolados. Por
-fin sube al trono el César de los Papas, Gregorio VII. Él aspirará
-á la libre eleccion de los pontífices, á la independencia de los
-obispos, á reunir y administrar todos los bienes eclesiásticos, á
-hacer de la Iglesia una sociedad superior al mundo y aparte del
-mundo, á recabar por todos los medios el sepulcro de Cristo en una
-guerra cuyo símbolo sea la cruz, con un ejército cuyo general sea
-el Papa; y para emanciparse completamente del germanismo imperial,
-inventará la fábula de que el patrimonio de San Pedro es donacion
-de Constantino, y obligará á los emperadores, vestidos de sayal y
-de cilicio, á que aguarden de rodillas, temblando, una palabra de
-aquellos labios pontificales que sublevan ó domeñan á los pueblos,
-una bendicion de aquellas manos que apaciguan ó irritan á los cielos.
-
-Si el Papa hubiera desaparecido, Europa no se educa para la
-civilizacion en la Edad Media. Si el espíritu se hubiera sometido
-por completo al Papa, Europa sería hoy un imperio inmóvil, un
-imperio asiático, religioso, con su gran Lama en la Ciudad Eterna.
-Afortunadamente el principio de contradiccion está ahí para evitar
-estas tristes absorciones de toda la naturaleza humana por uno
-solo de sus elementos. Grande oposicion se abrió contra el Papa,
-recordádole su dependencia de la tutela civil, y el orígen reciente
-de la donacion que sólo debia á los emperadores occidentales. Ni
-la guerra, ni la paz de las investiduras aclaran nada; á pesar
-de las humillaciones de Enrique IV y de los proyectos de Pascual
-II, la naturaleza quiere que este combate se prolongue, que esta
-incertidumbre continúe, para que ninguno de los dos principios en
-lucha predomine y se sobreponga á su contrario. Así la Iglesia
-conserva su carácter moral, su carácter teológico, avivando el
-elemento idealista en el alma; y el Imperio conserva su carácter
-político, civil, impidiendo que la autoridad teocrática esclavice
-todo nuestro sér. Por esta lucha el mundo occidental constituye
-la unidad en la variedad; la quietud en medio de la guerra; el
-equilibrio entre fuerzas discordes y contrarias. Todas las armonías
-de la Edad Media provienen de esta enemiga entre el Pontificado y el
-Imperio. Sin aquél hubiera sido Europa un campamento; sin éste Europa
-hubiera sido un monasterio. Su mutua oposicion salvó por completo la
-cultura humana.
-
-Y el espíritu rebosa en Europa, y el Oriente surge cual mágico
-encanto para contenerlo, y los monjes predican, y los pueblos se
-mueven, sintiendo nueva vida despertarse en su seno, y se llenan de
-cruzados los caminos, y las muchedumbres no saben ni de dónde vienen
-ni adónde van; pero saben que algun misterio las envuelve y las
-sostiene, y creen que cada ciudad es Jerusalen, que cada monumento
-es el sepulcro, que cada estepa es el desierto; hasta que una gran
-parte de la ignorancia antigua se desvanece, y una gran parte de
-la igualdad moderna viene por la comun lucha y las penas comunes,
-reveladoras de la identidad y de la unidad de la naturaleza en cada
-hombre y en todos los hombres, que se van siervos de la teocracia,
-del feudalismo, y vuelven apercibidos á penetrar libres en los
-municipios; se van de Europa creyentes, y vuelven del desierto
-con la duda de Job en el alma, dispuestos á entrar en otra fase
-más progresiva y más humana de la civilizacion. El Papa ha creido
-conservar la fe agitando á Europa, y al agitarla ha despertado en
-Europa la razon.
-
-El comercio es una fuerza nueva de civilizacion y cultura. Como toda
-fuerza social, engendra organismos políticos. Al comercio se une el
-trabajo. Al comercio y al trabajo, el comienzo de emancipacion de
-los pecheros. Nacen los consulados en Italia, los municipios en
-España, los comunes en Francia. El Papa siente que esta evocacion de
-la naturaleza desvanecerá el hechizo de la fe religiosa; que estas
-invasiones de la democracia destruirán las aristocracias teocráticas.
-Como el Universo, deja de ser fuente de mal para convertirse en
-fuente de vida; el trabajo deja de ser maldito para convertirse en
-continuador de la creacion; el comercio acaba con el aislamiento
-de cada hombre, de cada pueblo, que engendraba la penitencia, la
-oracion, y comunica entre sí á católicos é infieles; el sayal, el
-cilicio, el saco, se truecan en gasas, en brocados, en crujientes
-sedas; esta aparicion de la naturaleza con todos sus hechizos en
-medio del mundo, presa de todos los terrores religiosos, parécele
-á la Iglesia obra del Antecristo, y lanza sus rayos contra la
-transfiguracion de la conciencia y de la vida.
-
-Pero Abelardo ha pensado. Y el pensamiento se hace verbo en la
-historia. Y el verbo se hace hombre. Y el hombre donde se encarnó
-el pensamiento de Abelardo fué Arnaldo de Brescia, monje y soldado,
-tribuno y asceta, filósofo y místico, predicador elocuentísimo y
-consumado político, radiosa aparicion de la democracia ante los
-altares teocráticos, capaz de suspender por un momento la autoridad
-política de los Papas en Roma, como para demostrar que nada podrán
-las excomuniones contra la razon que se emancipa, contra la herejía
-que toma carta de naturaleza, contra el trabajo que redime, contra el
-comercio que liga á los pueblos y aisla á la Iglesia. El Papa triunfa
-en definitiva, pero la idea de Arnaldo queda en el suelo de Europa.
-Ella retoñará.
-
-La herida está abierta en el corazon de la Iglesia. Piérdese el
-prestigio de las cruzadas; luchan entre sí los ejércitos cristianos,
-miéntras la cimitarra cautiva de nuevo el Santo Sepulcro y la
-verdadera cruz; van los cruzados á Jerusalen, y se detienen en el
-camino para depredar, saquear las ciudades cristianas, como Palermo
-y Constantinopla; quiere Federico II renovar las hazañas del rey
-Godofredo, y en Tierra Santa, léjos de recibir las bendiciones,
-recibe los anatemas del Papa: la herejía domina, los territorios
-en donde brotára la cultura moderna, el Langüedoc, La Provenza, y
-engendra una guerra nacional; pelean los reyes de Aragon, que poco
-ántes dejaban sus dominios á la Iglesia, en favor de los albigenses;
-una democracia desenfrenada, semidemagógica, compuesta de mendigos
-que se declaran enemigos de toda jerarquía y de toda propiedad,
-entra con los franciscanos en la Iglesia que, cercada de dolores,
-en aquella insurreccion de los reyes contra su poder, en aquellas
-invasiones contínuas de la herejía, apela á la inquisicion y enciende
-las hogueras para difundir, como con los franciscanos el terror
-sobre los aristócratas y sobre los reyes, con los dominicos el terror
-sobre los herejes y sobre los pueblos.
-
-De todos estos movimientos del espíritu humano, ¿cómo ha salido el
-Papa? Era jefe de la cristiandad, y es jefe de un partido, jefe de
-los güelfos. Era legislador por sus cánones, y tiene que ver mezclada
-la legislacion eclesiástica con la legislacion imperial y romana.
-Era maestro por los conventos, y compartirá el magisterio con los
-reyes. Las Universidades se llamarán pontificias y reales para educar
-una clase, la clase de los jurisconsultos, que trasladará la diadema
-del derecho divino de la frente de los Pontífices á la frente de
-los reyes. Transigirá la Iglesia con la escolástica; pero en la
-escolástica habrá más de Aristóteles, más de Averroes, más de los
-filósofos griegos y de los comentadores árabes, que de los padres y
-los apologistas cristianos.
-
-Al acabar el siglo décimotercio comienza realmente la decadencia
-del Pontificado. Y no consiste esta decadencia, como escritores
-superficiales han supuesto, en el carácter de los Papas; consiste
-en el cambio de las ideas y de los sentimientos. Inocencio III, que
-representa la mayor pujanza de la Iglesia, es ántes de los Papas de
-decadencia, como Marco Aurelio ántes de Commodo, un gran carácter
-que sostiene y eleva por su propia fuerza altísima institucion,
-herida de muerte. Ni valor, ni inteligencia, ni virtud bastan á
-robustecer instituciones que se debilitan, á salvar instituciones que
-perecen. ¿Pudo Probo sostener con sus virtudes el Imperio romano, ya
-en la agonía? Pocos hombres habrá en la historia de la elevacion de
-miras y de la fuerza de carácter que ostenta Bonifacio VIII. No le
-gana en valor San Leon, en actividad San Gregorio, en ideas atrevidas
-Hildebrando, en carácter Inocencio III. Él asedia en Roma la familia
-feudal y gibelina de los Colonnas, que durante siglos se opone al
-Pontificado y sirve á todos los enemigos del Pontificado; la persigue
-á sangre y fuego por los campos y por los montes; la acorrala en
-Palestrina; y allí la castiga con castigos cruentos, sin dejar una
-piedra en su madriguera, en la ciudad que guardaba recuerdos más
-preciosos de lo antiguo y obras de arte más bellas del genio moderno,
-ciudad cuya destruccion llorarán eternamente de consuno las musas
-latinas y las cristianas musas. Pero Bonifacio VIII no se detiene
-ante ningun respeto humano. Reivindica Polonia, Hungría; manda
-sobre Italia sin curarse ni del Emperador ni del Imperio; promulga
-jubileos que enriquecen con legiones innumerables de peregrinos la
-Ciudad Eterna; excomulga y depone magistraturas civiles, como si el
-cesarismo hubiera renacido bajo la tiara; desafia á Francia, conspira
-contra Alemania; pero sus enemigos se congregan en bandas armadas, lo
-buscan, lo encuentran, violan su ciudad, asaltan su palacio, matan
-sus servidores, se acercan á él, que los aguarda en el trono, con
-la serenidad y la inmovilidad de un Dios fiado en su omnipotencia,
-la tiara en la cabeza, el manto en los hombros, el báculo en las
-manos; y le imprimen, con el feudal guantelete de hierro, horrible
-bofeton en la mejilla, despues de cuya afrenta réstale sólo al
-Papa huir, esconderse, entregarse á otra familia señorial, á los
-Orsinos; y entre epilépticos sacudimientos y feroces maldiciones,
-morir siniestra muerte, al frenético dolor que le causáran su rabia
-y su impotencia. La vida y la muerte de Bonifacio VIII corroboran el
-dicho agudísimo y exacto del pueblo romano: «alcanzó la tiara como un
-zorro, dominó como un leon, murió como un perro.»
-
-Pero su pontificado señalará eternamente la decadencia de la
-teocracia, que fué tutora de Europa. Divídense los partidarios del
-Papa, los güelfos, en blancos y negros; los teólogos, en escotistas
-y thomistas, en nominalistas y realistas; los Papas mismos en Papas
-de Avignon y Papas de Roma; las naciones católicas en naciones
-cismáticas; las ciencias en sectas y herejías; los concilios en
-asambleas revolucionarias; los poetas en satíricos que turban la paz
-del alma con sus dudas y persiguen la fe con su finísima ironía,
-obligando á la conciencia humana á buscar en otras ideas más vivas
-que las ideas católicas su indispensable alimento. La Órden de los
-templarios, que naciera en los tiempos felices del Pontificado, que
-luchára por la Iglesia en Oriente sin descanso, soberana de Chypre,
-defensora de Jerusalen, sumisa á los Papas, es disuelta por el gran
-esclavo de Avignon, por el Pontífice frances, sometido á los reyes
-de Francia, y sus bienes confiscados, y sus fortalezas derruidas
-ú ocupadas por tropas reales, y sus caballeros quemados á fuego
-lento en los claustros y en los campos, testigos del poder y de la
-gloria de tan ilustre ejército. Hasta el gran poema inspirado en la
-teología, templo viviente del espíritu católico, consagrado, no á los
-combates pasajeros de los héroes, sino al viaje de las almas á la
-eternidad, al reino insondable de los muertos, allá en sus últimos
-círculos de fuego inextinguible y de perdurables penas, en lo más
-profundo de su infierno, casi en la boca de Satanás, pone á los Papas
-por enemigos de la grandeza y de la independencia de Italia.
-
-¡Qué espectáculos! El hijo de pobre lavandera y oscuro tabernero,
-Rienzi, por interpretar las inscripciones romanas, por traer á la
-memoria con verdadera elocuencia los recuerdos antiguos, se ve
-aclamado y divinizado entre muchedumbres que le llevan homenajes
-de patricios, de cardenales, de reyes, de emperadores, de Papas, y
-personifica por algunos dias el genio de la Ciudad Eterna, hasta
-que su cabeza, llena de vértigos, cae rodando desde las cimas del
-Capitolio al mostrador de un carnicero. Y el mundo ve que mascaradas
-de tribunos llenan los palacios pontificios; que sangrientos cismas
-desgarran las naciones; que genios como Petrarca se vuelven con dolor
-á la antigüedad pagana para pedirle su inspiracion y su valor; que
-hay un Pontífice en Francia, otro en Italia, otro en Aragon sobre la
-triste Peñíscola; que el emperador Segismundo se arroga la facultad
-eclesiástica de convocar la Iglesia universal; que la jefatura del
-mundo católico pasa de un Papa simoniaco á un pirata, de un pirata á
-un loco, de un loco á un epicúreo, cual sucede en la decadencia de
-los Imperios; que los Concilios sólo aciertan á encender los ánimos,
-á subvertir los pueblos, á desencadenar las guerras; que las hogueras
-consumen á genios henchidos de fe como Juan Hus y Jerónimo de Praga;
-que se desentierra á Wiclef para arrojarlo á un rio por haber
-pedido la pureza del cristianismo; que los soldados de la igualdad,
-precedidos primero de un general ciego, llamados al redoble de
-tambores hechos de pieles humanas, derraman el incendio, la matanza,
-tan sólo por comulgar como los sacerdotes en las dos especies de pan
-y de vino; que la reconciliacion de la Iglesia latina y la Iglesia
-griega, obra de un momento, se rompe en otro momento; que los reyes
-se sobreponen á los obispos, y la Iglesia se declara superior al
-Papa; que el diablo huye de las leyendas, y la naturaleza recobra
-sus derechos, y la antigüedad su prestigio, y la conciencia su voz,
-miéntras el mundo pierde la antigua fe, y los césares-pontífices su
-dominacion sobre la humana conciencia.
-
-Por fin, este movimiento del espíritu humano llega á tener su idea
-concreta en la Reforma. Así como el cristianismo no ha sido aparicion
-súbita y milagrosa, obra de un momento, idea de un hombre, singular
-inspiracion, sino resultado de toda la antigüedad, tampoco ha sido
-la Reforma el ímpetu ó la corazonada de un fraile; el grito de un
-rebelde alzado en armas espirituales contra la Iglesia; la intuicion
-de una sola alma en parte movida por pasiones de su pecho, y en
-parte por odios históricos de su raza, sino el corolario preciso de
-las dudas sembradas por los poetas, de las ideas esparcidas por los
-filósofos, de la política impuesta por los reyes, de las pretensiones
-aducidas en los concilios, de todo el impulso que al espíritu
-humano habian dado las fuerzas vivas de la sociedad y los progresos
-incontrastables que á cada paso nos testifica la historia.
-
-Cada hombre aspira á ser sacerdote de sí mismo; cada generacion á
-interpretar como idea que se mueve y se trasforma el dogma tenido
-ántes por definitivo é inmóvil; la revelacion pasa á iluminar todas
-las frentes, á ser el patrimonio de todas las almas; el libro cae
-en las manos del pueblo; desaparece la casta sacerdotal é invaden
-las democracias el santuario; las órdenes monásticas dedicadas á
-la maceracion, las reliquias, el exorcismo y la indulgencia dejan
-paso al dogma severo que apaga el purgatorio, exalta el infierno,
-y atribuye la salud del hombre á la Divina gracia. Desde este
-dia, el predominio del Pontificado en Europa ha verdaderamente
-desaparecido, ese predominio que tanto contribuyó á nuestra educacion
-y á nuestra cultura. Es verdad que el protestantismo será repulsivo
-á la naturaleza de nuestra raza y al carácter de nuestra historia;
-que si pierde el Papa la mitad de Europa, nace á sus plantas para
-recibir su bautismo y dilatar su nombre toda la América, descubierta
-y conquistada por los héroes, eternamente católicos, que acababan en
-España su cruzada contra los moros y emprendian allende el Atlántico
-su cruzada contra los indios, yéndose en esquifes para volver,
-trayendo inmensos continentes, arrojándolos como un holocausto ante
-las aras de la Iglesia.
-
-Verdad tambien que la Iglesia obra sus mayores milagros, hace sus
-mayores maravillas cuando se ve circuida de mayores asechanzas y
-peligros. Nadie se cansará jamas de admirarla durante el siglo XVI.
-En la persona de Julio II restaura los Papas autoritarios y guerreros
-de la Edad Media, tan dispuestos á someter las almas con su palabra
-como las fortalezas con su espada. En el pontificado de Leon X
-despierta la antigüedad; dobla la historia; enseña la genealogía
-clásica de las ideas cristianas; sorprende el secreto de la belleza
-plástica en los monumentos antiguos; evoca las estatuas que vibran
-el cántico heleno en sus labios; resucita el alma de Platon sobre el
-sensualismo aristotélico; restaura la divina lengua hablada en los
-rostros; anima los bronces y los mármoles con sus inspiraciones; abre
-los cielos del arte; engendra en su seno los titanes de Miguel Ángel,
-y las vírgenes de Rafael que vienen á hermosear el planeta; devuelve
-á la naturaleza exhausta y macerada su vida y alegría; funda el
-Renacimiento, que compite con las edades más bellas de la humanidad,
-é inspira esas legiones de artistas, que quitan sus espinas á la
-realidad y reconcilian al hombre por la magia del genio, con la cual
-arrojan áurea gasa de ilusiones sobre el Universo, hasta con los
-acerbos dolores y las amargas tristezas de la vida.
-
-Católico era el mago maravilloso que volvió á llenar de seres
-fantásticos y hermosísimos, como en los dias de los dioses, la
-naturaleza y el espíritu, animados por los cánticos de su poema;
-católico el pensador eminente que trazó las leyes de las revoluciones
-y de las reacciones, que mostró el abismo insondable de odios y de
-crímenes encerrado en la perversion del sentimiento humano; católico
-el dulce poeta español que devolviera su voz á los bosques, su
-melodía á las auras y á los arroyos, su incienso á las flores, sus
-églogas vivientes á los campos; católico el jóven pintor, único en
-los anales humanos, que supo evocar la hermosura griega y redimir de
-la penitencia y de la flagelacion en sus cuadros, trasfigurándolo
-y embelleciéndolo, el organismo humano; católico el arquitecto, el
-escultor, el dibujante milagroso que coronó con la rotonda de San
-Pedro las sienes del Renacimiento; católica la música inmortal, que
-parecia haber encontrado en los abismos de las edades pasadas los
-acentos de David, los trenos de Jeremías; católico todo cuanto hay en
-el siglo décimosexto de verdaderamente bello y artístico.
-
-Y la fuerza del catolicismo es tan grande que produce en el siglo
-décimoséptimo una verdadera reaccion. Los jesuitas se disciplinan
-como ejército, y se entregan á someter almas al Pontificado; los
-soldados católicos inundan toda Alemania, pidiendo, como dice un
-grande escritor, las tierras de los vivos para los muertos; Guillermo
-de Orange cae al plomo de exaltado católico por el crímen de haber
-fundado la república holandesa; Cárlos Borromeo establece piadosa
-liga en los cantones de la Suiza católica para contrastar la Suiza
-protestante; Cárlos y Jacobo de Estuardo creen haber llegado á
-desterrar el protestantismo de Inglaterra; la revocacion del Edicto
-de Nántes lleva á Francia la larga serie de reacciones contra el
-humanitario tratado de Westfalia; al imperio español se le caen
-de las manos los pinceles de Velazquez y de la mente los sueños
-fantásticos de Calderon, hundiéndose en abismos más profundos y
-más oscuros que sus tumbas del Escorial, cayendo en los hechizos
-de Cárlos II; Roma se soprepone á todas las ciudades europeas con
-sus construcciones religiosas, con sus epopeyas como las epopeyas
-del Tasso, que celebran un sepulcro, y un sepulcro en manos de los
-infieles; y cualquiera diria que vuelve el mundo, que vuelve el
-espíritu á los templos y á los altares de la Edad Media.
-
-Pero ninguna de estas reacciones pudo restaurar el pontificado. Tras
-de aquella reaccion vino el espíritu filosófico del siglo XVIII,
-que negó hasta las excelencias del cristianismo, que se ensañó
-hasta en los grandes cadáveres de la historia. Y el espíritu de
-este siglo produjo la enciclopedia, que llevó las ideas filosóficas
-al sentido comun del género humano. Y estas ideas filosóficas,
-no sólo descendieron al sentido de las muchedumbres, sino que se
-elevaron á los tronos de los reyes. Los jesuitas, que habian sido,
-como los templarios, soldados de la Iglesia, ejército permanente
-del catolicismo, fueron disueltos por los reyes de Europa y por los
-pontífices de Roma. La nueva filosofía se apoderó de Austria, que
-habia sido como el eje de toda la reaccion europea, y de España, que
-habia sostenido el catolicismo en todas las crísis humanas, y le
-habia dado un Nuevo Mundo en compensacion del antiguo. ¿Qué más? La
-idea filosófica sube hasta el trono de San Pedro, se extiende por
-él como nueva savia por viejo tronco. Las ideas filosóficas llenan
-las conciencias, las conciencias engendran nuevas instituciones, las
-instituciones cambian la sociedad; el derecho, que parecia vincularse
-en familias aparte, en castas privilegiadas, se difunde entre
-todos los hombres; las democracias reemplazan á las aristocracias,
-la revolucion á la inmovilidad; y los Papas, que en vano habian
-suplicado de rodillas á los emperadores de Alemania detuvieran la
-revolucion regalista, huyen de Roma, y pactan concordatos con la
-revolucion francesa y ungen la frente del soldado de fortuna erigido
-en césar. El pontificado se representa, pues, en el mundo como una
-de esas instituciones, ántes grandiosas, despues desorganizadas por
-las fuerzas vivas de la sociedad. Y cuando uno de estos organismos
-se descompone y deshace, no puede recomponerlo ningun nuevo
-elemento social, ninguno. Lo han destruido las fuerzas mismas que
-lo engendráran. Lo ha devorado el espíritu mismo que lo produjera.
-El mundo pierde en él su confianza y su fe por una de esas íntimas
-convicciones que ni se combaten ni se contrastan; como que vienen
-á ser trabajo del pensamiento reflexionando sobre sí mismo. Cuatro
-siglos, desde la muerte de Marco Aurelio, empleó el espíritu humano
-en descomponer el mundo antiguo. ¿Quién lo ha recompuesto? Cuando
-vinieron los bárbaros se encontraron solamente con el gran cadáver.
-El alma habia huido á otra institucion. Y la institucion, heredera
-del antiguo espíritu, es en el mundo moderno el pontificado. Al
-pontificado se debe la altísima autoridad, primera fuerza de
-cohesion empleada en reunir las sociedades modernas. Al pontificado
-toda nuestra más antigua disciplina social. Mas desde el siglo
-décimotercio el pontificado cae en la triste irremediable decadencia,
-que lo han traido á los extremos presentes. Hoy el pacto de
-Carlo-Magno se ha roto. La donacion de Pipino se ha desvanecido. El
-dogma de la infalibilidad ha aumentado los enemigos de Roma. Interna
-lucha desgarra la Iglesia, que no produce cismas por faltarle fuerzas
-hasta para sostenerlos. Y Europa aprende en tan grande descomposicion
-como mueren y por qué mueren las instituciones más arraigadas, más
-poderosas, cuando cumplen el ministerio para que los engendrára la
-sociedad, la cual vive de contínuo produciendo y devorando organismos.
-
-Mas Pío IX ha creido que le tocaba á él restaurarlo, restaurar el
-pontificado. Pues qué, ¿no le han dado vida nueva, sangre nueva
-muchos papas? ¿No lo han restaurado, hasta cierto punto, Julio
-II por la fuerza, Leon X por el arte, Sixto V por la tradicion y
-la disciplina? ¿Y no podria él restaurarlo tambien ¡él! elegido
-y exaltado por un milagro? Pero ¿qué camino escoger? Habia dos
-igualmente abiertos á su pensamiento, á su vista. Ó bien tomaba el
-uno, ó bien el otro; ambos sembrados de escollos. El uno iba á la
-idea predicada por Rosmini, á la reanimacion del antiguo espíritu
-evangélico en la Iglesia; y al resultado presentido por Gioberti, á
-la primacía intelectual y moral de Italia por medio del pontificado
-sobre todas las naciones. El otro camino iba al jesuitismo. El Papa
-creyó, y creyó con razon, que el primer camino se le habia cerrado
-despues de sus desgracias de 1848. El Papa creyó que solamente le
-quedaba el camino de oposicion radical á las sociedades modernas y
-de restablecimiento inmediato de las ideas antiguas. Por eso elevó á
-símbolo de la fe en nuestro tiempo todo aquello que nuestro tiempo ha
-desechado y destruido. Por eso continuó proclamando un dogma de fe
-sin asistencia del Concilio. Por eso acabó arrojando en medio de la
-Iglesia atribulada el principio de su propia infabilidad, es decir,
-el gérmen de cuasi-divinidad para él, y de eterna servidumbre para
-los creyentes.
-
-Así, negar á Dios, desconocer su ley, desoir su voz en la conciencia,
-desacatar su moral en el mundo, ponerlo fuera del Universo y fuera
-de la historia, es error tan grande para nuestra córte romana como
-negar al Papa, como desconocer su infalibilidad, como desoir la
-voz de los oráculos eclesiásticos, hasta en aquellos puntos que no
-tocan á la fe. Aquellas apoteósis, aquellas divinaciones, á que los
-antiguos elevaban sus césares henchidos de orgullo, parécense mucho
-á las blasfemias dichas por un escritor católico que ha sostenido la
-siguiente tésis: tres seres hay adorables para el verdadero creyente,
-Dios en el cielo, Cristo en la hostia y el Papa en el Vaticano. Á
-estos extremos lleva el dogma de la infalibilidad.
-
-Jamas nos cansarémos de repetir que los dogmas en nuestro tiempo
-promulgados y el espíritu que á ellos ha presidido, convierten al
-catolicismo de religion en secta, y al Papa, por consiguiente, en
-jefe de sectarios. Aquel antiguo sentido humano, por cuya virtud
-se asimilaba toda la filosofía y toda la historia, halo perdido
-últimamente. En presencia de nuestra filosofía, en presencia de
-nuestra revolucion, sólo ha sabido, ó retroceder ó maldecir. Y es
-propiedad de las ideas casi extintas, de los sistemas en decadencia,
-cerrarse á todas las emanaciones del espíritu humano, á todos los
-progresos de la sociedad; á ideas, á progresos, que en tiempos
-mejores los nutrieran y los acrecentáran. El catolicismo se asimiló
-á filósofos paganos como Aristóteles y á filósofos musulmanes como
-Averroes. En esta fuerza de asimilacion estribaba su progreso. Y
-el mahometismo, que no tuvo fuerzas para esas asimilaciones, que
-tradujo á Aristóteles y engendró á Averroes, sin poder apropiarlos
-á sus dogmas fatalistas y monoteistas, poco á poco quedó siendo el
-credo de una sola familia humana, la religion de una raza, el alma
-de imperios militares, tan rápidamente engendrados como muertos. No
-protegerá Dios aquellas religiones, aquellas doctrinas, capaces de
-perder en su madurez el sentido humano, el sentido universal que
-tuvieran en su juventud. Cada movimiento del tiempo se creerá á sí
-mismo divino; cada revelacion de la conciencia se creerá á sí misma
-sobrenatural. Y no levantándose á mirar espíritu y naturaleza en
-su conjunto, perderá con el conocimiento de la vida el sentido de
-la historia. Cada secta se encierra en sí y hace más que ignorar
-la historia de sus opuestas; hace más que esto, las calumnia, las
-deshonra, las maldice, creyendo realizar un bien, y bien eterno.
-Imaginad lo que será la historia del cristianismo contada por un
-judío. Imaginad la historia del judaismo moderno qué será contada por
-un feroz inquisidor. El católico apénas comprende el desarrollo de
-los pueblos protestantes. El protestante llama Antecristo al Papa.
-Leed á un griego ortodoxo, y él os demostrará que ese bizantinismo,
-tenido por nosotros como el extremo de la decadencia moral, hubiera
-salvado al mundo con su metafísica, si el mundo no cayera en poder
-de los leguleyos, es decir, de los canonistas romanos. ¡Cómo ciega
-el espíritu de secta! Nosotros nos detenemos extasiados ante la
-Vénus de Milo. Su hermosura severísima; su majestuoso continente; la
-pureza y armonía de aquellas líneas; la gracia y serenidad de aquel
-rostro; la perfecta posesion de sí mismo, que indica aquel espíritu,
-asomado á los inmóviles ojos, dueños por completo de todos sus
-pensamientos y de todas sus pasiones; la serenidad de aquel perfecto
-tipo, bello ideal de las artes plásticas, nos extasían hasta el
-punto de absorbernos en misteriosa adoracion, miéntras que á un
-cristiano de los primeros tiempos, exaltado por su recien nacida fe,
-parecíale fealdad tanta belleza y vislumbraba en ella la siniestra
-y deforme efigie del demonio. No hay cosa en el mundo como el sol,
-que vivifique como el aire, que perfume como las flores, que regale
-como los frutos, que recree como los rumores y los aromas del campo,
-que absorba como las olas del mar, que eleve como las estrellas del
-cielo; y, sin embargo, el misticismo ha llegado hasta engendrar en el
-hombre desamor, ódio al Universo.
-
-¿Qué mucho, si encerrado cada individuo en su egoismo, cada secta en
-su tradicion, cada tradicion en su dogma, cada dogma en su Iglesia,
-cada Iglesia en su intolerancia y cada género de intolerancia en
-su crueldad, no llega jamas á comprenderse cómo el espíritu humano
-rebosa en todas las obras humanas, vário, multiforme, contradictorio
-á veces, sin perder nunca su fundamental unidad? Y los que miran la
-vida por un lado, el tiempo por una edad, la ciencia por un solo
-sistema, el arte por una sola escuela, el ideal por una religion, la
-sociedad por un partido, la historia por una fase, la humanidad por
-un pueblo, jamas comprenderán el espíritu humano, que como no puede
-separarse aquí, en este planeta, de su primer organismo, del cuerpo
-en que se encarna, tampoco puede separarse, ni del hogar, ni del
-templo, ni del arte, ni de la ciencia, ni de la sociedad, que serán
-momentos de su vida, organismos de su sér, revelaciones inmanentes y
-perpétuas de su esencia, grados de su desarrollo, lo que se quiera;
-pero en cuya totalidad estamos virtualmente cada uno de nosotros, y
-en cuyo desarrollo está el desarrollo de nuestra propia vida. Hemos
-sido con los que fueron; serémos en los que vendrán. No creamos,
-pues, á una sola Iglesia depositaria de la verdad absoluta, ni á un
-solo pueblo representante del espíritu humano.
-
-Ved por qué yo arguyo de sectarios á los católicos, porque no
-comprenden sino una parte de la vida, nuestra vida histórica. Cuentan
-solamente con lo que fuimos, no cuentan con lo que somos, no cuentan
-con lo que serémos. Cuando la fisiología revela cada dia un secreto
-de este organismo humano, abreviado Universo; cuando la química
-llega á tener la fuerza de descomposicion y recomposicion de la
-naturaleza; cuando la astronomía nos comunica directamente con lo
-infinito; cuando prodigiosos descubrimientos nos entregan el rayo
-para que lo vibremos en nuestras manos, cual lo vibraban los antiguos
-dioses; cuando la tierra en que vivimos nos ha contado su ancianidad
-por medio de sus evoluciones geológicas, y el cielo que nos
-envuelve ha revelado en el espectro solar la fundamental unidad del
-Cósmos: en este crecimiento de la naturaleza humana y del espíritu
-humano, junto á un derecho que nos dice á todas horas la igualdad
-fundamental de los hombres en la sociedad, y junto á una ciencia
-que nos dice la igualdad fundamental de los seres en el Cósmos,
-¿creeis puede satisfacernos una religion cuyos dos últimos dogmas,
-en vez de espiritualizar la vida, de idealizar la fe, nos enseña el
-privilegio y la excepcion de dos criaturas humanas; privilegio y
-excepcion incomprensibles para la inteligencia, é inverosímiles en la
-universalidad de la naturaleza?
-
-Así la sociedad, la ciencia, la vida andan por un camino; y por otro
-completamente opuesto el catolicismo. La córte pontificia sólo se
-alimenta de la tradicion. La ciencia católica es la arqueología.
-En Roma, en la Roma pontificia, se oye por todas partes un rumor
-elegíaco. Sobre las ruinas materiales álzanse la ortiga, el
-jaramago; sobre el jaramago y la ortiga las ruinas morales. El
-Viérnes Santo parece el dia eterno de esta ciudad singular, el dia
-en que el corazon está desolado, el santuario desierto, los cirios
-extintos, las aras desnudas, los altares velados, y el cántico de
-Jeremías resonando á la contínua por aquellos templos henchidos de
-evaporaciones de lágrimas. Yo recuerdo que aquel dia, despues de
-haber asistido por la mañana á la Capilla Sixtina, fuí por la tarde á
-la Vía Apia, á la vía de los antiguos sepulcros. Un momento me detuve
-á contemplar la entrada de las catacumbas y á recoger las benditas
-inspiraciones de sus cenizas. Parecíame que las almas de los mártires
-renacian al conjuro de mi evocacion y me acompañaban por aquel camino
-de tristezas y desolaciones. Alguna vez involuntariamente volvíanse
-los ojos á la ciudad, donde se dibujaban sobre las formidables
-ruinas paganas las aéreas rotondas católicas. Roma á la espalda, la
-cordillera sabina al frente, el desierto en derredor, los acueductos
-interrumpidos por todas direcciones, el camino de los siglos bajo
-las plantas, el cielo de las contínuas plegarias sobre la cabeza,
-cuatro leguas de sepulcros abiertos á la contemplacion; el pastor ó
-el fraile interrumpiendo con su pintoresca presencia ó su religioso
-saludo el viaje, os hacen creer que descendeis realmente á la region
-de las sombras, á los abismos de la historia. Esperais el dantesco
-guía que ha de conduciros. Á la derecha las catacumbas de San
-Sebastian, donde duermen los mártires, y á la izquierda el Circo
-Máximo, donde los mártires fueron inmolados. Unos pasos más adelante
-el sepulcro de Cecilia Metella, que recuerda los últimos dias de la
-República, sepulcro formidable, especie de fortaleza sobre la cual
-han levantado nuevas fortalezas otros tiempos, como nuevas leyes
-se han erigido sobre aquellas leyes y nuevas instituciones sobre
-aquellas instituciones. Las piedras agrupadas en ese monumento,
-bruñidas por el ardiente sol del Lacio, han resistido á la corriente
-de los siglos, á las pasiones de los hombres, como la República
-á todos los movimientos políticos de la historia. Á un lado y á
-otro piedras desprendidas de grandiosos monumentos, bajos relieves
-hermosísimos, restos de templos, restos de tumbas, cadáveres de
-pasadas civilizaciones, como si aquel campo fuera el campo de
-batalla, donde en lejanos tiempos peleáran, no ejércitos de hombres,
-sino ejércitos de mundos y planetas. Andais un tanto y veis el
-sepulcro de Séneca. La tiranía no quiso oir las quejas de su víctima,
-y el arte se ha burlado de la tiranía dejando en el bajo-relieve una
-protesta que los siglos repiten, contra la crueldad de los tiranos.
-Yo, que acababa de hollar el polvo de las catacumbas, no pude ménos
-de poner mi mano sobre las piedras de aquel sepulcro. ¿Cuántas ideas
-de los antiguos estoicos y cuántas ideas de los primitivos cristianos
-formarán la urdimbre de nuestra fe, de nuestra moral? ¿Qué arma habrá
-engendrado la ley á cuyo imperio me hallo sometido? ¿Qué apóstol ó
-qué mártir habrá levantado el altar de mis creencias? Inútil empeño.
-No le pregunteis á la nube de dónde se ha evaporado, ni al rayo
-de dónde se ha encendido, ni á las moléculas que recorren vuestro
-organismo dónde se han formado; el Universo es el laboratorio de la
-vida, y la conciencia universal es el laboratorio de la idea. Así,
-unos las engendran, otras las expresan, éstos las predican, aquéllos
-mueren por ellas; y los mismos que las contrarían y las combaten, las
-sirven sin quererlo, hasta que pasan á ser el sentido comun de la
-sociedad.
-
-Los sepulcros, sobre todo aquellos sepulcros de edades apartadísimas,
-podrán guardar huesos frios; pero guardan tambien ideas vivas.
-En la milla quinta de la Vía Apia, _regina viarum_, no léjos de
-antiguo túmulo circular, rematado por torrecillas de la Edad Media,
-se extienden las fosas de Cluilio, donde la tradicion, despues
-confirmada por Dionisio de Halicarnaso, pone el campo de batalla
-entre Alba y Roma, la tumba, por consiguiente, de los Horacios y de
-los Curiacios. Pueblos primitivos del Lacio, al ver tantas ruinas,
-que parecen como vuestros esqueletos, no puedo ménos de recordar los
-bellísimos dias de las ferias latinas, cuando os congregabais sobre
-las montañas de Albano para ofrecer sacrificios, y de allí ibais á
-la selva albanea para escuchar los cantares de los faunos; y de la
-selva á la gruta de Tívoli para interrogar á la fatídica Sibila; y
-miéntras, vuestras mujeres celebraban en primavera, cuando el cielo
-sonrie y la naturaleza resucita, las fiestas palilias en honor al
-Dios de los apriscos, ceñidas de follajes, coronadas de guirnaldas,
-bebiendo entre cánticos religiosos la leche áun caliente en copas
-recien talladas de las seculares encinas; vosotros sólo os acordabais
-de la naturaleza que os rodeaba, como si más allá de la naturaleza no
-hubiera otra vida ni otros seres.
-
-Mas acaso las creencias que han sustituido á vuestras creencias no
-se acuerdan bastante de que existe la naturaleza vivida, inmortal.
-Hoy la nave griega, trayendo mercancías é ideas, no ancla en vuestros
-puertos; los dioses rientes y cantores no corren por vuestras
-campiñas; el desierto se ha tragado hogares y templos; las batallas
-han esparcido hasta los mudos é inmóviles habitantes de las tumbas.
-
-El Viérnes Santo, consagrado á la muerte; la Vía Apia, camino
-de sepulcros; Roma, la gran necrópolis; todo, todo me habla
-contínuamente de los muertos, y todo me convida á pensar en este
-gran misterio. Nos imaginamos en la naturaleza monarcas absolutos,
-y vivimos bajo leyes que no conocemos apénas. ¿Por qué esta
-interrupcion de la muerte? ¿Por qué esta oscura piedra del sepulcro
-rodada de abismos insondables al borde oscuro de otros insondables
-abismos? Consolémonos. La dinámica natural no se interrumpe. Cuando
-nosotros dejamos el cadáver en la tumba y nos volvemos doloridos á
-pensar en la muerte de aquel sér, la corrupcion del cadáver es nueva
-forma de existencia, nueva funcion de vida, nuevo gérmen de seres.
-¿Falta de jugos nutritivos en el estómago, falta de sangre en las
-venas, falta de oxígeno destruirán al hombre que se proclama dueño
-de la inmortalidad? Cada organismo humano es un pequeño universo
-en medio de la totalidad del universo material y moral. Por la
-nutricion, por la respiracion, por el cambio contínuo de moléculas,
-absorbemos la vida de la naturaleza; como por la síntesis, por
-la generalizacion, dilatamos nuestra alma concreta é individual
-en el espíritu humano. Como la luz y el calor se identifican en
-el Universo; como el tono grave y el tono agudo se combinan en
-la armonía; como las exhalaciones carbónicas de la respiracion
-animal y las exhalaciones oxígenas de la respiracion vegetal en la
-atmósfera, combínanse la vida y la muerte en nuestro sér. De estos
-contrasentidos resultan los mayores goces de la vida. El deseo
-no satisfecho es una pena. El amor es deseo no satisfecho, deseo
-inextinguible, y el amor es una felicidad. En el momento en que el
-deseo se acabára, acabárase tambien el amor. Y el deseo satisfecho
-deja de ser deseo. Hay, pues, que conservar el deseo para conservar
-el amor; hay que conservar la pena para conservar la felicidad. Hay
-que conservar la muerte para conservar la vida. La muerte es una
-resurreccion.
-
-Comprendo cuán sublime es el simbolismo de la Iglesia al celebrar
-la Pascua de Resurreccion. Dia de universal regocijo este dia. Cae
-en la estacion de las resurrecciones. El calor vivificante renace
-y abriga á la aterida tierra. Las nieves se derriten y envian sus
-claras aguas á los rios. El campo se cubre de verdura, la verdura
-de flores, las flores de mariposas. Los almendros, los manzanos,
-los limoneros y naranjos semejan otros tantos ramilletes. Las aves
-se entregan á sus cánticos y á sus amores. Hínchanse las yemas de
-savia, y las larvas se trasforman en pintados insectos. Sale de su
-agujero la hormiga, y la abeja de su panal. Las torres, que durante
-tres dias estuvieron mudas, echan al vuelo sus campanas. Vístense los
-campesinos de fiesta. La Vírgen-Madre, ántes llorosísima, se ciñe
-de guirnaldas para salir al encuentro del hijo de sus entrañas. En
-la procesion de la mañana de Pascua, por nuestros campos y nuestras
-aldeas todos á una entonábamos el cántico de la resurreccion:
-_aleluya, aleluya_. Parecíanos ver el Crucificado erguirse sobre
-su lecho de mármol, rasgar el sudario, quebrar la losa, volver á
-la vida, resplandeciendo de alegría. Las amapolas eran más rojas,
-las flores del almendro más sonrosadas, el aroma del azahar más
-penetrante, el cántico de las aves más sonoro en este dia á nuestros
-sentidos perfumados por la miel de santo misticismo. Yo declaro que
-veia la naturaleza más hermosa. No me extraña esta interior vision
-del mundo externo. Me han asegurado piadosos viajeros haber oido,
-atravesando las cordilleras de los Andes, palabras místicas á esas
-aves que remedan las articulaciones de la voz humana. Convertimos el
-Universo en verbo de nuestro pensamiento, y sus rumores en eco de las
-palabras murmuradas por la conciencia á nuestro oido. ¡Santa alegría
-de la mañana de Pascua, bendita, bendita seas!
-
-Comprendo que el doctor de la epopeya alemana, despues de haber
-sentido todos los dolores y miserias de la humanidad; despues de
-haber tocado todos los desengaños de la ciencia; al ver su frente
-coronada de dudas y su corazon coronado de espinas, pensase en apurar
-el tósigo, y sólo apartára la funesta copa de los labios al eco de
-las campanas que anunciaban la resurreccion; de las aleluyas que
-anunciaban la Pascua; de los cánticos sagrados cuya virtud puede
-reconciliar á la desesperacion con la naturaleza y con la vida.
-
-El dia de Pascua en Roma seguí yo todas las ceremonias religiosas.
-Escuché al amanecer el alegre repique de sus innumerables campanas;
-fuí á la basílica de San Pedro; atravesé la gran columnata del
-Bernino; oí el rumor de las dos fuentes que envian á las alturas sus
-aguas en surtidores, verdaderos arroyos; contemplé el obelisco de
-Calígula traido á Italia por la mayor nave de toda la antigüedad;
-subí la majestuosa escalinata que conduce al templo, y penetré en su
-interior con el espíritu regocijado por el recuerdo de mis antiguos
-afectos é ilusiones en el dia de Pascua. No me asaltó la comezon
-de crítica que suele asaltar á todos los visitantes de la basílica
-Vaticana. Como en ella se han empleado tan fabulosas riquezas, como
-han contribuido á ella los primeros arquitectos del mundo, no hay
-quien resista la tentacion de criticarla. Irrealizable idea, dicen
-unos, la idea de Bramante, que propuso una cúpula mayor aún que
-esta cúpula. Grande lástima, exclaman otros, no se realizára el
-pensamiento de Rafael, la cruz griega, que permitiera ver la rotonda
-desde la entrada en el templo. Variedad, riqueza le quitó Miguel
-Ángel, observan algunos, oponiéndose al plan de San Galo, porque
-tendia en sus pirámides y sus cúpulas al gótico, abominado en la
-pagana Roma; miéntras todos observan que la ilusion óptica contraría
-el efecto de la iglesia; que su grandeza no puede comprenderse á
-la primera ojeada; que la inmensidad de sus dimensiones daña á la
-hermosura artística; que el fondo se ve desde la puerta envuelto en
-una especie de engañoso vapor; que se necesita andar los doscientos
-pasos en torno de las colosales pilastras, sustentáculos de la
-inmensa linterna, para conocer en virtud del análisis toda la
-magnitud de esta iglesia única; que la riqueza de mármoles y bronces
-pasma, pero no extasía; que las violentas estatuas señalan época ya
-de triste decadencia, y época de triste decadencia tambien señala
-el altar mayor con sus columnas salomónicas, y la santa sede romana
-con los colosos en bronce dorado, representando cuatro Padres de la
-Iglesia, cuyos mantos henchidos deben estar por huracanes, segun se
-agitan, y el Espíritu Santo resaltando en trasparentes cristales de
-color amarillo, que parece paloma caida en gigantesca fuente de bien
-batidos huevos.
-
-No busquemos en la iglesia vaticana el misticismo que se exhala de
-nuestras catedrales góticas: la piedad retratada en el rostro de
-las estatuas y de las efigies que nacieran de espíritus puramente
-católicos; el misterio de aquellos rayos de luz cernidos por los
-vidrios de colores y quebrados en las agudas ojivas, no; el genio
-clásico, el espíritu clásico alzó el templo romano en ideas apartadas
-del ferviente espíritu católico, en ideas paganas; y la grandeza de
-los arcos semejantes á los antiguos arcos triunfales; y la elevacion
-de las áureas bóvedas; y las dimensiones de la maravillosa rotonda; y
-la riqueza de los mármoles cuyos matices tiran desde el blanco perla
-al ópalo, desde el ópalo al rosa, desde el rosa al lila, desde el
-lila al amatista; y el relumbrar de los bronces brillantes como el
-oro nativo; y la riqueza de los mosaicos que en piedra representan
-con vivísimos colores los más preciados cuadros; y los altares en su
-lujo, y las estatuas en sus gigantes nichos, y los ángeles abriendo
-por doquier las alas, y los papas tendidos sobre sepulcros de tan
-diversas formas y de tan contrarios siglos, forman realmente, si no
-un templo católico, uno de los monumentos mayores que sobrelleva la
-tierra.
-
-El Papa bajó á la Basílica. El aparato que le rodeaba el Domingo
-de Ramos habíase agrandado en el Domingo de Pascua. El número de
-obispos y arzobispos era mucho mayor. Llevaba Pío IX una capa blanca,
-recamada de riquísima pedrería, y coronaba su cabeza con la tiara
-de oro, en la cual iban sobrepuestas tres coronas de brillantes.
-Conducido á su sede, entonó la misa mayor con voz melodiosa; y
-despues de la misa, adoró las santas reliquias con extraordinario
-arrobamiento. Cumplida esta práctica, subiéronle á la ventana mayor
-de San Pedro, mostráronle á la gran plaza, henchida de gentes. Sus
-brazos se abrieron como si quisiera abrazarnos á todos, su voz tomó
-extraordinaria intensidad, y Roma y el orbe entero fueron bendecidos
-por su palabra y por sus manos. Yo, en medio de las exclamaciones
-de aquella muchedumbre, del sonoro repique de las campanas, del
-estampido de los cañones, del himno exhalado por tantas músicas,
-de la alegría pintada en tantos semblantes, pensaba cómo realmente
-aquella bendicion podia dirigirse al orbe entero; cómo alcanzaba
-desde las regiones boreales hasta las regiones del trópico, y cómo
-entraba en todos los pueblos, hasta en aquellos que más emancipados
-se creen de la Iglesia católica: en Inglaterra, por los irlandeses;
-en Rusia, por los polacos; en la América sajona, por los Estados del
-Sur; en Alemania, por los bávaros; en todo el mundo por las antiguas
-colonias portuguesas y españolas, que han sembrado de iglesias el
-África, el Asia, la América, y han enseñado el símbolo de Nicea, así
-á los indios del viejo como á los indios del nuevo continente.
-
-Si con todas estas ceremonias quieren mostrar que Roma conserva su
-predominio antiguo sobre el mundo, á maravilla lo consiguen. Ninguna
-ciudad tiene este poder. Ninguna envia sus bendiciones desde los
-palacios de París hasta las cabañas de Patagonia. Ninguna muestra su
-primer magistrado bendecido en todas las lenguas, adorado en todas
-las regiones, puesto á la altura de verdadero Dios. Ninguna puede
-decir que sus leyes son el código moral de una parte considerable del
-mundo; que su rey reina en las conciencias de pueblos diseminados
-por todo el orbe. Los obispos son verdaderos prefectos encargados
-de sostener la superioridad moral de Roma sobre todas las naciones.
-Tributarios somos, tributarios como las antiguas provincias romanas,
-tributarios del césar espiritual que nos bendice ó nos maldice á
-su grado, desde su inmenso santuario del Vaticano. Ántes oponíanle
-las várias Iglesias, las várias nacionalidades, sosteniendo la rica
-variedad de la vida bajo la unidad pontificia, algun freno. Hoy no
-tiene freno alguno. Hoy, declarada la infalibilidad, el Papa es
-toda la Iglesia. En vano los obispos reunidos en Fulda advirtieron
-el enorme riesgo que corria la unidad del catolicismo; en vano el
-Prelado de Orleans, tan entusiasta del Papa, calificó de peligrosa
-novedad los nuevos dogmas; en vano el elocuentísimo Strossmayer,
-que tan enérgicamente protestára contra la ruptura del concordato
-austriaco, hizo vibrar su gran palabra en los oidos del episcopado
-para separarle de vergonzosa abdicacion; en vano Döellinger apeló
-á toda su ciencia en demostracion de que diez y ocho siglos no
-vieron apuntar tamaña monstruosidad, sino por los concilios de
-Letran, verdaderas antecámaras del rey de Roma; en vano el Padre
-Gratry probó que el Papa Honorio habia sido condenado en el sexto
-concilio ecuménico por tender á la herejía de los que negaban las dos
-naturalezas en la persona de Cristo; en vano el cardenal Schwarzenbeg
-recordó que tras las pretensiones de Bonifacio VIII al dominio
-absoluto de la conciencia y del mundo, vinieron disentimientos,
-guerras religiosas, cismas, servidumbre para el Pontificado; todo
-en vano: una Asamblea cohibida por servil reglamento, impulsada por
-contínuas proclamas del Papa, puesta bajo el influjo de invasor
-jesuitismo, incapacitada de tener la unanimidad moral indispensable
-en la proclamacion de los dogmas, pues ciento cuarenta obispos,
-los más elocuentes, los más autorizados, los de mejores diócesis,
-se oponian; una Asamblea en tales condiciones llegó, entre grandes
-protestas, despues del retraimiento de los conciliares más célebres
-y más ilustres, en tarde tempestuosa, que semejaba prematura noche,
-á la divinizacion de Pío IX, superior desde entónces ¡él solo en la
-tierra! como Dios extraviado por nuestras bajas regiones, superior
-á los errores y á las debilidades propias de nuestra limitada y
-fragilísima naturaleza.
-
-La antigüedad tenía tambien sus apoteósis. El hombre, que habia
-llegado á césar, no se contentaba con ser césar, y aspiraba á Dios.
-El Senado se reunia y decretaba la divinidad á sus tiranos. Cónsules,
-sacerdotes, vestales, corrian en torno del césar, le coronaban,
-le ponian sobre un altar, le trenzaban guirnaldas, le degollaban
-víctimas, le ofrecian cánticos sagrados y olorosa mirra, celebraban
-su nacimiento y su inmortalidad con innumerables fiestas. Pero la
-igualdad de la vida, la igualdad de la muerte, la implacable igualdad
-que nos muestra á todos, hijos de la tierra, sujetos á idénticas
-leyes, decian que esas apoteósis, léjos de elevar á un hombre sobre
-el nivel de los demas hombres, le empequeñecian hasta ponerlo muy
-por bajo de nuestra naturaleza. El dolor y el esfuerzo, la pena y el
-error, están en la condicionalidad, en las limitaciones humanas. Y
-por consiguiente, los hombres-dioses caen pronto, muy pronto, como
-cayeron los Faraones y los Nabucodonosores. Casualmente las edades
-de las apoteósis fueron las edades mortales al paganismo. Despues
-de haber entrado los hombres en el cielo, salieron los dioses.
-Los pueblos dejaron de ir al templo de Délfos, donde se veian las
-cimas del Parnaso, donde se escuchaban los rumores de la fuente
-Castalia, donde hablaba la Pitonisa en versos que contenian los
-secretos del porvenir, donde se celebraban los juegos píthicos y las
-asambleas anfictiónicas, donde Apolo derramaba luz sobre la frente,
-é inspiracion sobre el alma de la madre Grecia. Inútilmente un
-sabio, filósofo, orador, poeta, guerrero, héroe y artista, Juliano,
-quiso restaurarlo, idealizarlo, rejuveneciendo el viejo dogma con
-la nueva metafísica; los sacrificios se interrumpieron, las aras se
-destrozaron, el paganismo se extinguió, porque habiendo comenzado
-por la divinizacion de las fuerzas naturales que rigen el Universo,
-concluyó por la divinizacion de los césares y de los pontífices.
-
-¡Dia de Pascua en Roma! Despues de haber asistido á la misa católica,
-á las bendiciones pontificias, preguntéme á mí mismo si en realidad
-algo ha resucitado en estos últimos tiempos sobre aquella tierra,
-sobre la tierra de la resurreccion en el siglo décimosexto, sobre
-la tierra del Renacimiento. Aquí está Galatea, allá Psíquis, acullá
-las musas danzando en torno del antiguo Parnaso, en una parte las
-escuelas de Aténas más vivientes y más bellas que lo fueran jamas en
-la misma realidad; en otra parte las sibilas alzadas á las cimas de
-lo sublime para promulgar los oráculos; en un museo Diana, con la
-media luna sobre la frente, el arco entre las manos, seguida de sus
-ninfas, y saludada por las selvas; en otro museo la aurora abriendo
-las puertas eternales al dia; por doquier, en los arcos triunfales
-y en las serenas estatuas, renaciente, resucitada la plástica
-antigüedad en toda su serena perfeccion.
-
-Pero la Edad Media no ha resucitado. Por más que se haya sostenido
-la supremacía política de la Santa Sede; el predominio del clero
-sobre las demas clases sociales; la direccion de la política europea
-en los papas; el carácter religioso y feudal del antiguo patrimonio
-de San Pedro, la inquisicion para la conciencia, la censura para
-el pensamiento, la mezcla de la autoridad temporal y la autoridad
-espiritual en una sola persona; el anatema inapelable sobre el Estado
-independiente, sobre la escuela láica, sobre el matrimonio civil,
-sobre la libertad religiosa y de imprenta; la Edad Media no ha
-resucitado, no ha podido resucitar en Roma ¡Oh pontífices! Los dioses
-que quisisteis aniquilar se han levantado, sino en el cielo de la
-religion, en otro cielo hermosísimo, en el cielo del arte; miéntras
-el espíritu de la Edad Media, que intentais de resucitar, se hunde
-cada dia más en lo pasado. Renace todo cuanto maldecisteis, muere
-todo cuanto vivificasteis. ¿No dice esto nada al Papa infalible, al
-Dios del Vaticano?
-
-Mas no seré yo quien peque de exclusivo é intolerante. El siglo
-décimoctavo, en su obra de destruccion, pudo, mirando la vida por
-uno solo de sus aspectos, creer en la necesidad de destruir toda la
-Edad Media. El siglo décimonono, en su trabajo de reconstruccion, de
-reconciliacion, no puede, no, decir que diez siglos, mil años, han
-sido inútiles al progreso humano, y no han dejado nada en el fondo
-de nuestra civilizacion y cultura. Aquella tendencia espiritualista,
-aquella tendencia idealista de los siglos medios debe renacer en
-nuestro siglo, sin su carácter exclusivo, reconciliándose con la
-naturaleza y con la ciencia. Necesitamos, para que esta nuestra
-civilizacion sea perfecta, encender en su cima la clara luz y el
-fuego purificador de verdadero idealismo. Los milagros se repiten
-todos los dias en las ciencias naturales, en las ciencias exactas, en
-las ciencias físicas, en todo aquello que tiene por objeto lo natural
-y lo sensible. Sabemos observar, sabemos calcular como ningun otro
-siglo. ¿Pero sabemos con igual perfeccion sentir, sabemos pensar?
-Conocemos el sol, estamos seguros de que su volúmen es un millon
-cuatrocientas mil veces mayor que el volúmen de la tierra; y que
-andando sesenta kilómetros por hora, tardariamos doscientos setenta
-años en llegar á su ardiente superficie; y que puesto el grande astro
-en el platillo de una balanza, habria necesidad de poner para su
-equilibrio trescientos cincuenta mil globos terráqueos en el otro
-platillo; sabemos todo esto del sol, que á tan larga distancia se
-halla de nosotros; y apénas sabemos nada de la conciencia, de ese sol
-interior, que en nosotros mismos llevamos y tenemos eternamente.
-
-Estas maravillas de las ciencias físicas no se interrumpen. Ora
-descubrimos en la Vía Láctea fenómenos que casi escapan al dominio
-de nuestra dinámica; ora sabemos los cambios que en veinte años ha
-tenido la nebulosa de Orion. Conocemos el curso de las edades en el
-planeta; la aparicion de las primeras especies; el despertamiento
-de los infusorios en los bancos marinos formados durante la época
-oceánica; las causas de la milagrosa vegetacion, reveladas por los
-terrenos carboníferos. Miéntras la astronomía nos relaciona con
-el Universo y la geología evoca recuerdos del mundo histórico, la
-química revela secretos de la vida. Priestley descubre el oxígeno.
-Lavoissier descompone el aire y halla en su seno el gas que favorece
-y el gas que contraría nuestra existencia. El encuentro de virtudes,
-ocultas ántes, en los minerales impulsa la agricultura, como el
-encuentro de un gran número de alcalóides, ántes desconocidos, da
-nuevos recursos á la medicina. La electricidad viene á colaborar en
-estos prodigios. Desde los misterios de Cagliostro vamos á las claras
-experiencias de Galvani, que presta movimiento con sus centellas
-eléctricas á miembros de animales muertos; desde las experiencias
-rudimentarias de Galvani al conocimiento de la electricidad y de
-sus leyes, merced á haber puesto Volta maquinalmente un pedazo de
-periódico humedecido en sus labios entre las planchas de zinc y las
-planchas de cobre, descubriendo su maravillosa pila, hasta que,
-perfeccionados todos estos descubrimientos, encontrada la gran fuente
-de electricidad por los progresos conseguidos en la pila de Volta,
-Morse, un hombre perteneciente á la raza de Franklin, el primero á
-quien la naturaleza creyera digno de recibir en sus manos el rayo,
-ántes reservado á los dioses; Morse inventa el telégrafo, y pone el
-flúido electro-magnético, alma de las pavorosas tempestades, bajo la
-mano del hombre.
-
-Al pensamiento humano, á pesar de su infinita intensidad, le faltan
-fuerzas para seguir todos los adelantos seguidos por el vapor, y el
-magnetismo, y la electricidad, y el descubrimiento de nuevos gases,
-y la composicion de sustancias químicas, y las exploraciones de
-los telescopios en el cielo, y las exploraciones de los viajeros
-en la tierra, y la ascension á la atmósfera, y el descenso, así
-á los abismos de las minas como á los abismos de los mares, y
-las clasificaciones de las especies muertas como de las especies
-vivientes, y el progreso de la fisiología que estudia nuestro
-cuerpo, y el progreso de la cosmología que estudia el Universo.
-
-Pero ¿puede gloriarse de igual grandeza moral, de igual grandeza
-espiritual? ¿No peca, sin duda alguna, por exceso de materialismo
-como el antiguo mundo clásico? ¿No peca por olvidarse del alma
-que lleva dentro de sí mismo y del Dios que anima el Universo? Es
-necesario, indispensable, elevar á los ojos de esta civilizacion
-materialista un grande ideal. Yo conozco cuánto se oponen á ello
-las vocaciones exclusivas. Así como hay oidos que no perciben
-las armonías de la música, ojos que no ven las bellezas de los
-cuadros, hay almas que no sienten necesidad de la religion. Pero las
-sociedades humanas ¡ah! no pueden ser exclusivas, las sociedades
-humanas contendrán siempre como el derecho, como el arte, como
-la ciencia, como el trabajo, ese otro término de la misteriosa
-serie de su vida, la religion. Pero á medida que los progresos
-materiales son mayores, el espíritu religioso, como la inspiracion
-artística, deben tender más vivamente al idealismo. Y el Dios del
-Vaticano, especie de ídolo material, vestido de brocados, coronado
-de diamantes, envuelto en nubes de incienso, embriagado por palabras
-que saben á las antiguas apoteósis cesaristas, no responde á las
-necesidades de nuestra época, ni apaga con sus ideas teocráticas
-la sed inextinguible de nuestro espíritu. En Roma, á la sombra de
-tantos templos, entre aquel laberinto de altares, á la vista de
-las innumerables cúpulas por donde han subido como por su escala
-misteriosa innumerables oraciones al cielo; sobre las ruinas
-amontonadas en aquellos campos sacratísimos por los devastadores
-siglos; el pensamiento deja rodar en desórden al viento de todas las
-ideas los dioses muertos, y se eleva á considerar el Dios vivo, uno,
-absoluto, eterno; sér, esencia, verdad, bien, hermosura; el Dios de
-la naturaleza y del espíritu, que se alza sobre todos los cambios,
-sobre todas las trasformaciones de la historia, y comunica á nuestra
-alma la esperanza inefable en la inmortalidad.
-
-Esta grande idea crece con el crecimiento de las conciencias, y se
-purifica con su purificacion. Las revelaciones no han concluido,
-no, por más que algunos crean agotada su fuente. Los tiempos de la
-razon ahora comienzan, y no sabemos cuánta luz y cuánto calor la
-razon tendrá en su seno. El Zeus indio, nacido al pié de aquellas
-altas montañas, perfumado por el aroma de aquellas espesas selvas,
-no se detuvo en su cuna de palmas, sino que yendo de gente en
-gente, trasfigurándose de nacion en nacion, llegó á la cima del
-olimpo griego. Y un dia, en los pueblos educados por su sagrado
-númen, brotó la revelacion de la unidad de la conciencia humana,
-complemento necesario á la unidad de la naturaleza divina, que se
-revelára entre los relámpagos del Sinaí. Y estas dos ideas altísimas
-fueron creciendo, espiritualizándose en los diálogos de la Academia,
-al influjo mágico de la elocuencia platónica, como una infusion de
-la divinidad por las venas del hombre. Y cuando el pensamiento,
-extendiéndose, dilatándose, bajó de la metafísica á la moral, y de la
-moral pasó al derecho, fué necesario universalizarlo en la mente de
-las muchedumbres, dárselo en comunion á los pueblos para que tanto
-trabajo no se perdiera, para que tantas revelaciones no quedáran
-como ideas sin realidad y sin forma en las vagas abstracciones de
-las escuelas ¡Ah! La idea en su generalidad, en su pura abstraccion,
-parece espíritu sin cuerpo: no agita los ánimos, no alarma los
-intereses. Pero la idea, predicada al aire libre, dicha en los oidos
-de los pueblos, rompe con el sentido general de su tiempo y provoca
-las iras de la supersticion y de la ignorancia. Por eso el Redentor
-es necesario, el Redentor que ha nacido para divulgar la idea, que
-la lleva viva en el corazon, que la modula como plegaria incesante
-en sus elocuentísimos labios, que la reparte entre los pueblos, que
-enciende las iras de los viejos ídolos y de las inmóviles castas, que
-da su vida en afrentoso suplicio por los débiles, por los humildes,
-por los oprimidos, por los desheredados del mundo. Y la religion del
-Redentor se encarna en una Iglesia, que al pronto cree ser órgano de
-un solo pueblo, de una sola casta; pero luégo se abre á la invasion
-de todas las razas, al influjo de todas las ideas, por medio de
-un genio, que tiene la virtud de los innovadores, la elevacion
-de los filósofos, la elocuencia de los apóstoles, el heroísmo de
-los mártires. Y la revelacion no se interrumpe. Unos le llevan el
-espíritu judío y semita; otros el espíritu heleno-latino; otros el
-espíritu alejandrino. Las cuatro misteriosas ciudades, que tenian
-en sus manos la trama de la civilizacion europea, Jerusalen, Roma,
-Aténas, Alejandría, hablaron, y sus palabras fueron recogidas, y
-elevadas al cielo por el divino Verbo. Y no se interrumpió la serie
-infinita de las revelaciones; porque vino la revelacion del arte en
-el Renacimiento, la revelacion de la ciencia en la filosofía, la
-revelacion del derecho en las grandes revoluciones, cuya electricidad
-ha creado de nuevo al hombre y traido en lenguas de fuego un espíritu
-divino sobre su conciencia. ¡Ay de las sectas, de las magistraturas,
-de las iglesias que creen su ideal exclusivo, su doctrina estrecha,
-su sentido egoista, el espíritu y la doctrina y el sentido de la
-humanidad, de ese sér inmortal, cuya conciencia es como el espacio
-donde todos los grandes principios se contienen; cuya idea es como
-la luz que todos los mundos esclarece; cuyo espíritu es como el
-aire que todo lo vivifica! Las ruinas son esqueletos amontonados
-por los siglos. La idea se levanta de unos altares, y corre á otros
-altares sin detenerse, renaciendo á cada instante de sus cenizas,
-trasformándose en una serie de trasformaciones infinitas, como
-contínua renovacion de la tierra y contínuo holocausto que envia
-eterna nube de incienso hácia los cielos.
-
-
-
-
-EL GUETO.
-
-
-Despues de las altas cimas gusta ver los profundos abismos; despues
-del Vaticano el Gueto. Denomínase Gueto al barrio que habitan los
-judíos en Roma. Una poblacion dentro de otra poblacion es cosa para
-maravillar á otros, no á los españoles. Cerca de cuatrocientos años
-hace que expulsamos nuestros judíos, reservándonos el derecho de
-quemar á todos cuantos los imitáran ó siguieran, á los judaizantes;
-y áun quedan por nuestras ciudades, señalados y distinguidos, los
-barrios donde no entraba tocino, la judería. Recordad Toledo. Por San
-Juan de los Reyes, en las colinas que avecina la puerta del Cambron
-y el puente de San Martin; así la mudejar iglesia del Tránsito con
-sus ajimeces, sus alicatados, sus bóvedas de cedro incrustadas en
-oro y en marfil, sus salmos escritos por las paredes en caractéres
-hebráicos, sin ningun género de signos masoréticos; como la iglesia
-de Santa María la Blanca con sus columnas ochavadas, sus chapiteles
-sirios, sus arcos de herradura, una y otra seculares sinagogas,
-enseñan que allí habitaron los hijos de Israel, los tenaces
-adoradores del puro Dios semita, los perseguidos de los godos que
-en Guadalete vengáran sus afrentas, los comerciantes riquísimos,
-los trabajadores incansables, los que esparcieron las ideas de las
-escuelas árabes de Córdoba, de Sevilla, de Toledo, por el Mediodía de
-Francia y por todas las regiones de Italia; los que demostraron á Don
-Alfonso VI no haber tenido parte alguna en la muerte del Salvador;
-los que colaboraron en las obras de Don Alonso el Sabio; los
-acuchillados por la espada de Enrique de Trastamara; los escupidos y
-abofeteados por la elocuencia de San Vicente Ferrer; los expulsados
-por la piedad de Doña Isabel la Católica; los judíos toledanos.
-
-Raza verdaderamente extraña esta raza. Nosotros hemos devorado
-jerarquías innumerables de dioses. Las divinidades de los fenicios,
-de los griegos, de los romanos, unidas á las divinidades aborígenes,
-han caido en los abismos de nuestra conciencia, y de nuestra
-conciencia se han evaporado. Hoy mismo la gran teología católica,
-que fuera como la esencia de nuestro espíritu, se desvanece y se
-disipa. Nuestra alma es cambiante por lo mismo que es progresiva. En
-los pueblos occidentales, aquellos que piensan, ni creen ni rezan;
-aquellos que creen y rezan, no piensan. Pasamos la segunda mitad
-de la vida destruyendo con el raciocinio las creencias inspiradas
-por la educacion y por la fe de la primera mitad. No somos, no,
-raza religiosa. Y esos judíos hablan como hablaba Abraham, cantan
-los mismos salmos que cantaba David, guardan la idea de Dios
-recogida como el maná de las almas en el desierto, obedecen la ley
-descendida del Sinaí, resisten al cautiverio de Babilonia, á los
-halagos inmortales de Alejandro, al cetro incontrastable de Roma, á
-la dispersion impuesta por Tito, á las maldiciones de los papas, á
-los rescriptos de los reyes, á la cólera de los pueblos, al fuego
-de la Inquisicion, á la intolerancia de todas las sectas; y entre
-las corrientes de las ideas que sin punto de reposo se mueven y
-trasforman, ellos, cual si estuviesen fuera del tiempo, reedifican en
-su pensamiento el templo derruido, donde conservan inalterables la
-antigua fe y sus consoladoras esperanzas.
-
-Guiado de un doble sentimiento de compasion y de curiosidad, fuí á
-visitar el barrio de los judíos en Roma. La limpieza no es grande
-en la Ciudad Eterna. Montones de inmundicia os cierran á cada
-encrucijada el paso. Los claros rios, que en gigantescos acueductos
-vienen, y por fuentes monumentales se derraman, así en las cimas de
-las colinas como en las profundidades de los valles, no limpian, no
-lavan, como si bajo tierra se perdieran. El Tíber es verdaderamente
-el rio de las cloacas. Sus amarillentas aguas le dan aspecto de
-gigantesco vómito de hiel. La Ciudad Eterna es una ciudad sucia. Se
-necesita, á decir verdad, taparse mucho las narices para aspirar
-aquellos aromas espirituales que embriagaban el alma piadosísima de
-Luis Veuillot. Y en esta ciudad pasma, por su inmundicia, el barrio
-de los judíos. Húndense los piés en aquella mullida alfombra de
-excrementos, que parecen lechos de cerdos ó de hipopótamos. Niños
-medio desnudos, devorados por costras de porquería, que semejan
-costras de cancerosa lepra, juguetean en todas direcciones. Algunas
-viejas, de tez rugosa y amarilla, pelo cano, ojos vidriosos, aspecto
-macilento, sonrisa siniestra, guardan las puertas de las viviendas,
-que parecen sucias ratoneras. Cada uno de aquellos antros exhala
-insufrible hedor. Con la raza judía se confunden allí familias
-gitanas caidas de la misma grandeza y encorvadas bajo la misma
-maldicion. Algunas de sus pobres mujeres, que la Inquisicion hubiera
-quemado por untarse y volar, sobre todo en sábado, os detienen
-para convidaros, en dialecto ininteligible, gutural, á ver lo por
-venir en sus combinaciones de cartas. Sobre sucias piedras juegan
-muchos grupos á juegos que tienen algun parecido con nuestro mus,
-con nuestra peregila, con todas las combinaciones de cartas usadas
-en el Mediodía de España. Cuando hallan alguna dificultad, trampas
-ó trabacuentas, arman algazara que se difunde por todo el barrio.
-Éste rechina los dientes, aquél crispa los puños, el de más allá
-profiere palabras amenazadoras, todos manotean como si estuvieran á
-punto de romper en campal batalla. Los niños se mezclan al ruido y
-gritan en torno del corro. Las mujeres se asoman por los tragaluces,
-y participan del ardor general y se mezclan en la general disputa,
-guiándose, no por la razon y la verdad, sino por el sentimiento, que
-les dice ser mejor derecho el de sus más próximos parientes. Oidles y
-guardaos bien de mezclaros en sus contiendas, porque correis peligro
-de veros asaltados, heridos, magullados por la ira de todos aquellos
-furiosos. En el Gueto debeis limitaros á observar las sucias piedras,
-las inmundas calles, las feas madrigueras, los amarillentos y
-miserables habitadores, los harapos que penden de las ventanas, y la
-espesa atmósfera de pestilentes vapores que envuelve aquel infierno,
-donde se purga por los representantes de tenacísima raza la virtud
-más querida de los papas, la creencia en principios increibles.
-
-Y la condicion de esta tribu ha mejorado mucho en el presente
-pontificado. Las férreas cadenas que los separaban del resto de la
-poblacion y los tenian como prisioneros, han caido, merced á la
-generosidad de Pío IX. Ya no tienen necesidad de sepultarse desde
-el anochecer en sus pocilgas, y pueden andar á su arbitrio toda la
-ciudad. Aquel tributo de sangre, que repartido entre todos tocaba
-á cincuenta céntimos anuales por cabeza, no se paga desde 1848. El
-privilegio mismo de vivir en toda la ciudad es un privilegio que no
-aprovechan, á causa de serles difícil hallar alojamientos tan baratos
-como los alojamientos de su barrio, cuyos alquileres han sido tasados
-misericordiosamente por antiguos rescriptos pontificios.
-
-Pero ¡cuánto han padecido los judíos! Hacíalos ya Tácito objeto
-de sus aceradas invectivas, y Luciano de sus graciosas burlas.
-Castigábanlos muchas veces los emperadores echándolos como pasto á
-las fieras del circo. Confundíanlos en las persecuciones cristianas,
-á ellos, que abominaban de las novedades traidas por el cristianismo
-á sus creencias. Cebábanse en sus personas los bárbaros recien
-convertidos á la fe cristiana. Aislábanlos del mundo los papas..... Y
-sin embargo, hay naciones donde la persecucion ha sido más implacable
-aún contra tal raza que en la misma Roma; naciones donde sólo han
-quedado de ella recuerdos en la historia. Admiremos su fe. Por
-uno que de esa fe reniega, innumerables la sostienen. Hasta los
-más profundos de sus pensadores creen que el género humano se ha
-extraviado por haber admitido con el cristianismo las ideas de la
-metafísica griega en el dogma teológico de la unidad de Dios y en el
-severo y sublime decálogo de Moisés. Ellos creen que el pueblo judío
-renunciará á su primacía de pueblo sacerdote, de pueblo levita, el
-dia que sus hermanos, los sectarios del cristianismo, renuncien á las
-ideas antropomórficas de Grecia. Y la humanidad, unida en el mismo
-espíritu, del cual se derivará un solo derecho, podrá purificar su
-conciencia en el humano principio de la unidad divina, y su voluntad
-en los severos preceptos del Decálogo. Estas ideas no circularán por
-la mente de aquellos pobres judíos del Gueto, á quienes recelosa
-autoridad ha sumido en espesísima ignorancia, pero el cimiento de
-sólida fe queda en sus almas.
-
-No puedo comprender cómo algunos escritores religiosos se extrañan de
-la inmovilidad judía. Pues qué, ¿en Roma no participa toda la vida
-de esa misma inmovilidad? ¿Hay region alguna en la tierra donde esté
-la historia tan viva? Todavía se oye la ninfa Egeria en la caverna
-de Numa; todavía las sombras de los Tribunos andan errantes por las
-cimas del Aventino. Cuando descendeis á las catacumbas, os imaginais
-asistir á las perseguidas agapas cristianas; y cuando volveis de
-la Vía Apia, despues de haber visitado aquellos sepulcros, creeis
-volver de un romano entierro. La desolacion que los errores patricios
-sembráran en las majestuosas campiñas exhala hoy mismo vapores de
-muerte. Los Césares-Pontífices áun habitan los jardines de Neron.
-La antigua arquitectura romana áun se impone al espíritu católico.
-Tiene su aristocracia aquella debilidad contraida en los tiempos
-del Imperio, cuando los dictadores perpétuos que sucedieron á César
-le quitaron las armas para quitarle con ellas toda dignidad. Su
-clero cierra los ojos á la voz de la razon, se resiste al progreso,
-se opone á las reformas, de la misma suerte que los sacerdotes
-paganos, cuando agitaban su tirso de oro y se ceñian su corona de
-verbena sobre las legiones invasoras de los godos, y á pesar de la
-proclamacion del cristianismo como religion del Imperio por el Senado
-de Teodosio. Y si examinais con detenimiento el bajo pueblo, veréis
-las señales de lo antiguo, no solamente en su perfil griego y en su
-musculatura verdaderamente romana, sino en su mezcla de indolencia y
-de soberbia, como pueblo habituado á que le mantenga el patrono y lo
-diviertan todos los demas pueblos de la tierra.
-
-La tenacidad de los judíos está en su conciencia, en su religion.
-Y contra esta tenacidad, ¡cuántos y cuán crueles combates! ¡Qué
-porfiada enemiga! En Roma hay contra ellos la misma repugnancia
-que en Mallorca contra los chuetas. En este tiempo de tolerancia
-religiosa, de instituciones democráticas, hemos visto expulsados de
-público baile mallorquin dos ciudadanos por pertenecer á la raza de
-los chuetas, es decir, por descender de los judíos. El catolicismo
-de estas gentes, llevado á la más extrema exaltacion, no les ha
-exentado de su culpa original. Hay pueblos en la isla que tienen á
-gloria no haber consentido jamas en su recinto un chueta. Y algunos
-de estos chuetas firmaron el año cincuenta y cuatro exposiciones
-contra la libertad religiosa, cuando todavía está caliente casi el
-quemadero donde ardieran los huesos de sus padres. ¿Tendrá algo que
-ver con la raza maldita de Mallorca el rito catalan observado en
-una de las cuatro sinagogas hoy existentes en el Gueto? No pude de
-esto enterarme. Yo jamas he visto amor patrio como el amor de los
-judíos españoles. Tantas injusticias no han sido parte á inspirarles
-desvío á esta madre España, convertida para ellos en madrastra.
-Conocí en Florencia un matrimonio judío que viajaba por Europa y
-venía de Damasco. La mujer era hermosísimo tipo oriental. Su pálida
-tez, entonada por la lumbre de ojos negros y profundas, circuidos
-de larguísimas y umbrosas pestañas, resaltaba entre los rizos de
-largos cabellos, como la seda de finos y relucientes. Era su nariz
-griega, como la nariz de la Vénus de Milo, y sus labios rojos como
-el encendido carmin de la flor del granado. Llamóme la atencion
-tanta belleza, como á ella le llamó la atencion el idioma patrio
-que hablaba yo con varios españoles y americanos. Inmediatamente
-dirigióse á su marido y le dijo algunas palabras en español. La
-lengua nacional, hablada en tierra extraña, vibrando en los oidos
-del emigrado, transporta, enajena, como la más armoniosa música. No
-pude contenerme y le dije:—Señora, ¿es usted española? Entónces me
-refirió que era judía, que naciera en Liorna, que se casára con un
-griego, que habitaba Damasco, que aprendió el español en su sinagoga
-patria, y que lo hablaba con sus correligionarios de Oriente, entre
-los cuales muchos lo han conservado como piadoso recuerdo de su
-orígen, como glorioso timbre de su estirpe. Los afectos más vivos
-siempre son los afectos más contrariados. Mi amor patrio, con ser
-tan intenso, parecióme tibio al compararlo con el amor á España de
-esa raza, que perseguida como manada de fieras, injuriada por toda
-clase de afrentas, desarraigada del suelo nacional, en la dispersion,
-en el destierro de cuatro siglos, áun vuelve los ojos con amor á
-las tierras donde el sol se pone, y áun habla la lengua de sus
-perseguidores, á la manera que los antiguos israelitas entonaban
-los cánticos de sus profetas, en las orillas del Eufrates bajo los
-llorosos sauces de Babilonia.
-
-Al pensar esto, al sentir esto, vi como en vision magnética el
-movimiento político que habia de romper la cadena de las tradiciones
-antiguas en mi patria, y juré, si alguna vez obtenia la confianza
-de mis conciudadanos para el magisterio altísimo de legislador,
-combatir sin descanso hasta alcanzar que no fuéramos en el mundo
-moderno monstruosa excepcion por nuestra intolerancia, y abriéramos
-las puertas de la patria á todas las ideas como á todas las sectas,
-y consagráramos aquel derecho, sin el cual todos los demas derechos
-son como si no fueran, el derecho de abrir la conciencia á la luz, y
-adorar en público como en secreto el Dios que vive en la conciencia.
-
-¡Y cuánto no influyó en el cumplimiento de esta promesa dada por mi
-corazon y mi inteligencia el recuerdo de aquella pálida y tristísima
-tribu judía del Gueto, consumida en la ignorancia y en la miseria!
-Y así como al entrar en los Estados Pontificios no pude ménos de
-comparar sus prohibitivas aduanas con el libre comercio de la
-república Suiza, al recorrer el barrio inmundo de los judíos en Roma,
-no pude ménos de recordar la libertad religiosa de Ginebra, el ámplio
-derecho de que allí gozan todos los cultos, las plegarias dirigidas
-por los hijos de Israel en la lengua republicana de los antiguos
-profetas para que Dios conserve á Suiza en sus libres instituciones,
-donde brillan las conciencias como las estrellas en la inmensidad de
-los cielos.
-
-Verdaderamente es de admirar que la raza judía se haya conservado en
-la córte de los jefes del catolicismo, cuando las naciones católicas
-ó han perseguido á los judíos, ó los han atormentado, ó los han
-proscripto. Pero si esto prueba de un lado la tolerancia de los
-Papas, tambien prueba de otro lado la tenacidad de los judíos. Se
-han conservado, es verdad; pero se han conservado en la miseria. La
-prohibicion de adquirir bienes inmuebles los condenaba eternamente
-al comercio. Y el comercio es infructuoso sin el ahorro; y el ahorro
-improductivo si no se trasforma en propiedad. Así que el judío romano
-ha logrado reunir algunas monedas, corre en busca de leyes más suaves
-que las leyes de su pocilga. Por esto en los abismos del Gueto sólo
-quedan los judíos miserables, los judíos hambrientos, que comercian
-con chismes viejos, y que apénas ganan para mantener su incierta vida
-y encender alguna que otra vez su oscuro y triste hogar.
-
-No es posible negar que Pío IX ha mejorado mucho la condicion de los
-judíos. Pero los judíos sienten el peso de las preocupaciones y el
-látigo de las teocracias. Para comprenderlo así no hay que guiarse
-exclusivamente por los autores racionalistas y revolucionarios.
-Es necesario leer á los autores católicos. Á primera vista parece
-difícil deducir la verdad del juicio contradictorio que sobre Roma
-emiten dos escuelas irreconciliables, la escuela católica y la
-escuela racionalista. Pasaron los tiempos en que clérigos como el
-Arcipreste de Hita, católicos como Hurtado de Mendoza flagelaban
-á Roma. Hoy para muchos el catolicismo no es una religion, es un
-partido. Y por consecuencia, sus doctrinas no se hallan tanto en
-estado de dogma que demande apologías, como en estado de polémica,
-que demanda datos, argumentos. Al reves, para muchos otros, el
-catolicismo es una dominacion que conviene destruir á todo trance,
-como conviene al forzado destruir su cadena. Los primeros sólo ven
-allá en la ciudad del catolicismo virtud; los segundos sólo ven
-abominaciones. Difícil es deducir la verdad de semejantes antinomias,
-que imperan hasta en los asuntos más baladíes. Un periódico liberal
-os dirá que en la Roma pontificia existen 2.000 mujeres consagradas
-al peligroso oficio de modelos; y un periódico religioso os dirá
-que en dos ceros se ha equivocado la perfidia de sus enemigos. El
-_Diario de los Debates_ contará la siguiente atrocidad: «Están de
-tal suerte embrutecidos los romanos, y son tan sanguinarios, que
-suelen encerrarse en vasto salon, y allí, despues de haber extinguido
-todas las luces, sacian su sed de sangre hiriéndose mútuamente al
-azar y á puñaladas. Á esta espantosa carnicería le dan el nombre de
-_cicciata_.» Un católico, protonotario apostólico, doctor en cánones,
-pone el hecho en su punto, y lo refiere de la siguiente suerte, que
-al pié de la letra copio: «El padre Caravita fundó, no un salon,
-como dice el periódico volteriano, fundó un oratorio. Este padre
-Caravita era un jesuita de la antigua Compañía. Congregaba, pues,
-en el oratorio que lleva su nombre, gentes de buena voluntad para
-pedir en comun al cielo la conversion de los pecadores. Esta sociedad
-piadosa tomó bien pronto denominaciones diversas, y se extendió por
-todo el orbe cristiano. Ábrese alternativamente á los hombres durante
-la noche y á las mujeres de dia. Desde el comienzo de la ceremonia
-cinco ó seis confesores se instalan en sus confesonarios y reciben
-la confesion de las faltas cometidas, y perdonan en nombre de Dios.
-Cuéntanse por año cincuenta mil absoluciones de hijos pródigos que,
-venciendo los escrúpulos humanos á favor de las tinieblas, van á
-purificar la conciencia y á encontrar reposo. No pára aquí esto.
-Miéntras unos se confiesan ó se preparan á la confesion, otros,
-de rodillas sobre el pavimento, recitan el oficio de la Vírgen y
-cantan salmos en coro. Concluida la oracion, un cofrade se separa del
-altar mayor y distribuye á cuantos las piden cuerdas bien flexibles
-con cabos bien apretados. Despues, extintas todas las luces, y en
-medio de la mayor oscuridad, un religioso, alzando la voz, exhorta
-á la penitencia y á la contricion. Á su palabra conmovedora todo el
-mundo se prosterna y en cuanto ha concluido de hablar, hiérense las
-espaldas á disciplinazos redoblados durante todo el tiempo que se
-canta la letanía y el _Nunc dimittis_, hasta que á la frase _lumen ad
-revelationem_, reaparecen los cirios.»
-
-De esta suerte, poniendo en parangon unos y otros relatos, puede
-fácilmente deducirse la verdad perfecta. Yo leí en autor digno
-del Índice, que los papas imponian á los judíos la obligacion de
-ir todas las semanas, una vez por lo ménos, á un sermon católico
-expresamente pronunciado contra ellos y contra sus doctrinas, á fin
-de tocarles en el corazon y atraerles á la verdadera fe. No creí tal
-enormidad. ¿Puede darse mayor desacato á la inviolabilidad de la
-conciencia humana? ¡Cómo! Yo creo que tal templo es sombra en vez
-de luz; que tal ceremonia es supersticion en vez de sagrado rito;
-que tal doctrina es error en vez de verdad; ¿y me arrastraréis por
-fuerza á entrar en esos templos, á presenciar esas ceremonias,
-á oir esas doctrinas, atormentando con tormentos miserables mi
-alma y sus creencias? Y no sólo haréis esto, que es ya una tiranía
-insufrible como todas las tiranías impuestas al pensamiento,
-sino que ofenderéis, sin permitirme ni observaciones ni réplica,
-con argumentos más ó ménos rebuscados, con injurias más ó ménos
-ofensivas, aquello que constituye el alma de mi alma, la sangre de
-mi corazon, la esencia de mis ideas, esa fe íntima bajo cuyo amparo
-vivo y pienso morir, la fe religiosa, que es mi ley nacional, el lazo
-que me ata á la vida, mi esperanza para la eternidad. Yo ni siquiera
-puedo por esfuerzos del pensamiento imaginar lo que hubieran padecido
-personas piadosísimas, de mí conocidas y estimadas, si las forzaran
-á ir todas las semanas á un templo donde se maldijera de Cristo y
-su madre, donde se denigrára esa escritura que renueva sus fuerzas,
-porque alimenta sus almas. Paréceme tal proceder desconocimiento
-completo de aquella máxima evangélica que nos obliga á desear para
-los demas lo mismo que para nosotros deseamos: la paz del hogar como
-la paz del alma, la inviolabilidad de la conciencia como la honra de
-la vida.
-
-Imposible comprender que se tiranizase así á los judíos, imposible.
-Hasta la polémica entre ellos y el cristianismo es difícil. Nosotros
-creemos todos los principales dogmas judíos. Su Dios es nuestro Dios,
-su ley es nuestra ley, su libro nuestro libro. Hémosle añadido á
-la Biblia el Evangelio, al Dios monotheista del desierto semítico,
-el Verbo y el Espíritu de la metafísica griega. Esta diferencia
-proviene de que nosotros creemos el Mesías ya venido, y ellos creen
-el Mesías áun esperado. Para nosotros la redencion se ha consumado;
-para ellos todavía no ha venido. Ellos no pueden comprender que se
-hayan cumplido las profecías cuando las profecías tenian un sentido
-nacional, é Israel todavía está disperso, y el templo de Dios
-todavía en ruinas. Id á persuadirles, si no les persuade su propia
-inspiracion, de que el pobre nazareno, en humilde establo nacido, sin
-más ejército que sus apóstoles, reclutados en el lago Tiberiades,
-sin más armas que la palabra confiada á los aires, sin más trono que
-la cruz, sin más título que su patíbulo y su muerte, es el Mesías
-poderosísimo venido á rescatar de la servidumbre á su pueblo. Les
-ofenderéis, pero no les persuadiréis; y saldrán del templo ántes
-heridos que edificados de vuestra palabra. Y recrudecida su fe, la
-blasfemia contra nuestra fe será casi una necesidad de su alma.
-
-Y sin embargo, imposible dudar de esta costumbre antigua, cuando el
-protonotario apostólico Mr. Gaissiat, en su libro de _Roma vengada_,
-no solamente la refiere, sino que la enaltece. Recréase en narrar
-como el predicador glosaba y comentaba los salmos leidos ó cantados
-por el rabino durante la semana. Asevera que jamas se oyeron en
-aquellas pláticas palabras malsonantes en labios de los judíos, lo
-cual, si no prueba temor, prueba prudencia no compartida por sus
-señores. Y añade que, al concluir la oracion, iban los judíos á dar
-la enhorabuena al predicador, sin duda maravillados del acerbo ataque
-á sus más arraigadas creencias. Dicho sea en honor de Pío IX, bajo
-su pontificado abolióse esta costumbre, que no daria seguramente
-las conversiones encarecidas por creyentes más realistas que el
-rey, más papistas que el papa. Y si esta costumbre, tan opuesta al
-espíritu religioso del Evangelio, ha existido, no podemos dudar de
-la existencia de otras costumbres, como la de entregar una Biblia
-al Papa recien exaltado, junto al arco de Tito, que recuerda la
-destruccion de Jerusalen, como la abolida desde 1848 de entregar
-el tributo de sangre, el tributo de extranjería, todos los años en
-vísperas de Carnaval á los senadores romanos, recibiendo en cambio
-alguna fórmula depresiva é injuriosa.
-
-Digámoslo guiados por verdadera imparcialidad. La prueba de que la
-legislacion de los papas todavía tiene incomprensibles crueldades,
-se encuentra en el ejemplo del célebre niño judío bautizado á
-hurtadillas por la oficiosidad de fanática criada, arrancado á la
-autoridad divina, á la tutela natural é irreemplazable de su padre,
-de su madre; y recluido en convento que no puede jamas sustituir al
-hogar para recibir educacion que, por contraria á las prescripciones
-del derecho natural, no puede ser bendecida de Dios. Cuando ese niño
-llegue á la mayor edad, si tiene madre, si la encuentra, si en su
-corazon siente hácia ella los afectos naturales de hijo, y la oye
-referir cuánto ha padecido viéndose apartada del santo objeto de sus
-amores, del pedazo inseparable de sus entrañas, del ángel de sus
-consuelos, ¿no temeis oirle maldecir y renegar de una religion que
-tanto ha hecho llorar á su madre?
-
-Yo, despues de este ejemplo, no tengo escrúpulo en creer otros hechos
-referidos por los escritores revolucionarios, y que prueban cómo,
-convirtiéndose al catolicismo los judíos de Roma, á manera de los
-antiguos moriscos de España, pueden romper á su arbitrio con las
-autoridades más naturales, como la autoridad del padre, y con los
-deberes más estrechos, como los deberes de familia, no sólo en la
-esfera civil, sino en la esfera moral, en aquella esfera donde debia
-ser escrupulosísimo el ministerio del Pontificado.
-
-Es necesario que acabe toda persecucion contra las ideas. Yo condeno
-el gobierno de Roma cuando oprime á los judíos, y al gobierno de
-Prusia cuando proscribe á los jesuitas. Yo proclamo que perseguir
-ideas es como perseguir luz, aire, electricidad, flúidos magnéticos,
-porque las ideas se escapan á toda persecucion, se sobreponen á
-todo poder. Si no puedo concebir que se persigan las ideas, ménos
-puedo concebir aún que se persigan las asociaciones, cuando tienen
-por objeto definir, divulgar un principio, un sistema de religion
-ó de gobierno. Las ideas se organizan por su propia virtud en
-asociaciones. La idea y su organismo están de tal suerte en perfecta
-union como alma y cuerpo, como luz y calor. Pero si no concibo que
-se persigan ideas, ni asociaciones que tengan por objeto definirlas
-y divulgarlas, concibo mucho ménos que se persiga á razas enteras,
-á familias humanas, con el pretexto de que un hecho histórico de
-esas razas las ha condenado, en toda la sucesion de los tiempos,
-á ser razas malditas. Sé todos los defectos de la raza judía, sé
-todo su desenfrenado amor al lucro y todo su egoismo. Pero mayores
-que sus defectos son sus desgracias. Y sobre todo es inmerecida la
-pena que ha pesado tantos siglos sobre su conciencia y su vida por
-haber castigado de muerte á un reformador religioso. El Redentor no
-es uno solo. En la historia humana los redentores son muchos. Éste
-ha redimido la conciencia, aquél ha redimido la razon, el otro ha
-redimido el trabajo. Y casi todos los redentores han muerto al pié
-de su obra, inmolados legal ó ilegalmente por las castas tiránicas,
-por las iglesias intolerantes, por las instituciones bárbaras,
-contra las cuales se han levantado su idea y su palabra. ¿Qué raza
-no lleva sobre sí algun crímen semejante al crímen de los judíos?
-¿Qué grande hombre no ha sido víctima de las leyes ó víctima de las
-ingratitudes humanas? Los griegos sacrificaron al revelador de la
-conciencia humana; los romanos al tribuno de la reforma social; los
-florentinos al precursor de las revoluciones modernas; los britanos
-al profeta de la tolerancia religiosa; los franceses al gigante de
-las ideas democráticas; los españoles al descubridor, al creador casi
-de un Nuevo Mundo en la inmensidad del Océano. Pues bien; los judíos
-sacrificaron á Cristo. Pero decidme, ¿á cuántos profetas, á cuántos
-innovadores no han sacrificado los cristianos cuando han predicado
-contra la Iglesia, como Cristo predicó contra la Sinagoga, cuando han
-tratado de reformar ó completar la ley de Cristo, como Cristo trató
-de reformar y completar la ley de Moisés? Por eso el Huerto de las
-Olivas, donde el Salvador sudó sangre, el falso beso de Júdas, la
-infame prision, el interrogatorio en los tribunales, las angustias
-en el pretorio, los bofetones impresos en sus mejillas y las injurias
-escupidas á su nombre, la larga calle de Amargura donde cayó tres
-veces, los clavos que hirieron sus manos, las espinas que taladraron
-sus sienes, la hiel y vinagre que empaparon sus labios, la aguda
-lanza que traspasó su costado, la agonía en la cruz, las palabras,
-ora amargas, ora tristes de esta penosa agonía, el clamor de muerte á
-cuyo eco se partieron de pena hasta las piedras, deben ser la eterna
-epopeya de la libertad religiosa.
-
-Que no haya más razas malditas en la tierra. Que todas puedan
-mostrar su conciencia y comunicarse libremente con su Dios. Que el
-pensamiento no se corrija sino con la contradiccion del pensamiento.
-Que el error sea una enfermedad y no un crímen. Que convengamos en
-reconocer cómo las ideas se imponen, con independencia completa de
-nuestra voluntad, á la mente. Que seamos justos para ver hasta qué
-punto cada raza ha contribuido á la universal educacion del género
-humano. Esos judíos, de quienes las legislaciones cristianas han
-maldecido, son los que nos han dado la idea de la unidad de Dios,
-los que nos han traido el Decálogo impreso en el corazon de nuestras
-familias y en el santuario de nuestros hogares; los hijos de los
-antiguos profetas, los descendientes de David, cuyos salmos cantamos
-todavía bajo las bóvedas de nuestras iglesias, los súbditos de
-Salomon, cuyos proverbios constituyen la base de nuestras creencias
-vulgares, los redimidos de la esclavitud de Egipto por Moisés, á
-quien nosotros contamos entre nuestros héroes; los educados por
-Isaías, por Jeremías, que nosotros ponemos entre nuestros profetas;
-los que más han contribuido á formar la esencia de nuestras ideas y
-la levadura de nuestra vida. ¡Cuánto no ganaria el catolicismo en
-esta crísis suprema, decia yo al pisar las inmundicias del Gueto y
-al ver en el rostro de sus habitantes las señales de su enfermedad
-religiosa y moral, si la conciencia humana pesase los servicios
-prestados á la educacion de la humanidad por todas las instituciones
-y todas las razas!
-
-
-
-
-LA GRAN CIUDAD.
-
-
-Sin duda es Nápoles hoy la primera entre las ciudades de Italia por
-su numerosa poblacion, por sus grandes dimensiones, y una de las
-primeras entre las ciudades de Europa. Cuando se la mira desde alguna
-altura, cuando apénas se advierte el espacio que la separa de los
-pueblos circunvecinos, la creeis por su extension una ciudad como
-Lóndres. Los ojos se engañan tanto, que comparado el recuerdo de
-París mirado desde el Panteon y la vista de Nápoles mirada desde el
-Pausilipo, Nápoles parecíame mayor, mucho mayor, que París, por una
-de esas ilusiones ópticas á que tanto contribuyen la luz y el cielo
-del Mediodía.
-
-Siempre recordaré mi llegada á la hermosísima capital de las
-antiguas Dos Sicilias. En la emigracion el menor contratiempo os
-apesadumbra y os irrita. El disgusto se convierte en pena, la pena
-se acrecienta con la nostalgia. Os parece que todo el género humano
-debe aborreceros, puesto que os aborrece vuestra patria; que toda
-sociedad debe rechazaros, puesto que os rechaza la sociedad donde
-habeis nacido. Cuando veis un ciudadano que habla de los asuntos de
-su nacion en medio de los suyos; un padre ó un hijo que entran en el
-hogar y departen con su familia, os creeis el más desgraciado de los
-mortales y os imaginais que vuestros huesos van á quedar solitarios
-y olvidados en extraña tierra. Sobre todo, si el gobierno, si la
-policía de la nacion, donde esperais asilo, os molestan, lo sentís
-doblemente y os preguntais á vosotros mismos reconviniéndoos con
-acritud: «si de todas maneras habia de ser perseguido, ¿por qué, por
-qué abandoné la patria?»
-
-Yo me encontraba en Roma completamente consagrado á la meditacion
-y al estudio. Para mí en aquella ciudad sólo eran las ruinas
-interesantes y las obras de arte que entre las ruinas se levantan.
-Evité toda sociedad casi por completo, y consumí el tiempo en los
-museos, en las iglesias, en las catacumbas, en el mundo de lo
-pasado. Cada dia encontraba algo nuevo de puro viejo, y enlazaba
-estos descubrimientos con mis leyes históricas, á la manera que
-el naturalista corrobora sus clasificaciones y sus series con el
-descubrimiento, ya de nuevos, ya de repetidos ejemplares. Hallábame
-tranquilo en la ciudad donde todo gran dolor puede tener refugio por
-lo mismo que puede tener consuelo. La desolacion de su campiña se
-armonizaba con la desolacion de mi alma. El olvido que el espectáculo
-de tantas ruinas procuraba al corazon lacerado, no podia encontrarse,
-no se encontraba realmente en ninguna otra ciudad del mundo.
-
-Cuántas veces pensé desasirme de los lazos que pudieran atar mi
-vida á París, el centro de mi destierro, y quedarme allí en muda
-contemplacion de los monumentos, en comercio con las artes, en
-estudio incesante de la historia. Es verdad que mis ideas filosóficas
-y mis ideas políticas no podian ser aceptas al gobierno á la sazon
-imperante; mas ¿qué podia contra este gobierno un desgraciado, sin
-patria, sin hogar, sin familia, sin relaciones en aquella sociedad,
-decidido á oponer á los propios dolores el olvido, y consagrado á
-estudiar las instituciones muertas, enterradas en la tumba de aquella
-necrópolis tan triste como mi propio corazon?
-
-Asaltado me hallaba por estos pensamientos una mañana de primavera,
-cuando entra en mi modesta habitacion, despavorido, un camarero de la
-fonda de Minerva, y á boca de jarro y sin darme los buenos dias me
-dirige esta pregunta:
-
-—¿Por qué me ha ocultado usted su valer?
-
-—¿Mi valer? Nada tenía que ocultar, porque nada valgo en el mundo.
-
-—¿Su importancia?
-
-—No importo nada.
-
-—Usted es un hombre célebre.
-
-—¡Yo célebre! ¡Bah! ¿Tiene usted ganas de mofarse de mí? le pregunté.
-
-—He impedido que la policía llegára hasta su cuarto.
-
-—¡La policía!
-
-—Sí, la policía se hubiera ya encarado con usted si yo no le digo que
-le comunicaria á usted sus órdenes.
-
-—¿Qué órdenes?
-
-—La órden de dejar inmediatamente Roma.
-
-—¿Por qué causa?
-
-—Han dado muchas.
-
-—Pero ¿no puedo saber cuáles?
-
-—Dicen que los libros escritos y publicados por usted se hallan en el
-Índice.
-
-—Es verdad; pero si todos los autores cuyos libros se hallan en el
-Índice no pueden habitar esta literaria Roma, en verdad os digo que
-seréis visitados por pocos literatos contemporáneos.
-
-—Dicen que usted es amigo de Garibaldi, de Mazzini.
-
-—Es verdad.
-
-—Tiene usted mucho valor.
-
-—¿Por qué?
-
-—Por venir á Roma con tales antecedentes.
-
-—Pero debo aseguraros que ninguna idea política me ha traido á Roma.
-Usted pudo observar que ni he recibido ni he hecho ninguna visita.
-
-—Pues áun dicen más.
-
-—¿Qué dicen?
-
-—Que está usted condenado á muerte.
-
-—Y en garrote vil.
-
-—Por revolucionario.
-
-—Por liberal, por demócrata.
-
-—Ya sabe usted, me dijo con misterio, las relaciones cordialísimas
-que hay entre el gobierno de los cardenales de Roma y el gobierno de
-los Borbones de España. Es de temer que estando usted condenado á
-muerte en España, esta policía romana le coja, le aprese, le lleve
-á Civita-Vecchia, y le entregue á la fragata militar anclada en el
-puerto. Y lo ahorcarán á usted.
-
-—¡Qué idea tiene usted de este cristiano gobierno! le dije con
-extrañeza. Es bien imaginario ese peligro.
-
-—Pero el peligro real, efectivo, es el que usted corre de dar con su
-cuerpo en la cárcel si no sale de Roma por el primer tren.
-
-—¡La cárcel! Todavía la hubiera sufrido con resignacion en mi patria.
-La idea de que estaba entre los mios, la idea de que la merecia como
-conspirador, acaso dulcificáran mis dolores. Pero la cárcel aquí me
-aterra. ¿Á qué hora sale el primer tren?
-
-—Á las diez.
-
-—¿Qué hora es?
-
-—Las nueve y media.
-
-—¿Para dónde sale?
-
-—Para el Mediodía.
-
-—No estoy apercibido ni preparado; pero no importa.
-
-Llamé á mis compañeros de viaje, un propietario mejicano y dos
-jóvenes españoles que estudiaban en el colegio de Bolonia, y que
-recorrian durante las vacaciones de Pascuas Italia, encarguéles mi
-equipaje, partíme en uno de aquellos cochecillos que no corren, sino
-vuelan, á la estacion; tomé un billete, y me empaqueté en mi wagon
-con la guía del viajero en una mano y el periódico de Roma en la otra.
-
-Al partir el tren bordeamos la Vía Apia y descubrimos el sepulcro
-de Cecilia Metella. Estos grandes monumentos me inspiraron tristes
-reflexiones. Un desterrado, un condenado á muerte por el crímen de
-profesar ciertas ideas políticas, ¿no es una ruina más entre tantas
-ruinas, no es una sombra más entre tantas sombras, no es un muerto
-más entre tantos muertos? Ninguna inquietud debia engendrar en este
-poder inmenso, cuyo nombre invocan millones de seres todos los dias
-al pié de los altares en toda la redondez del planeta. Me arrojan,
-no sólo de mi patria, sino de aquella ciudad que parece tener el
-eterno derecho de asilo. Á un cadáver no se le niegan en el mundo,
-no, cuatro pasos de tierra, y se le niegan á un vivo. Para distraerme
-de estas melancólicas reflexiones convertí los ojos al periódico,
-y encontré la siguiente noticia: «El Papa ha ofrecido Roma al Rey
-de Hannover, destronado y proscripto, porque Roma es un asilo, un
-refugio eterno para todos los desgraciados.» Una sardónica sonrisa
-corrió por mis labios, y mi saliva tomó toda la amargura de la
-hiel. Con estos tristes pensamientos dejé la ciudad de las eternas
-tristezas.
-
-¡Qué contraste entre la campiña de Nápoles y la campiña de Roma!
-Ésta es la unidad y aquélla la variedad; ésta lo sublime y aquélla
-lo bello; ésta la majestad y aquélla la gracia; en Roma se oye el
-cántico unísono de un lamento parecido al uniforme salmo de los
-profetas bíblicos, y en Nápoles el coro de las antiguas divinidades
-griegas. Pero si el contraste entre campiña y campiña es grande, es
-mayor aún el contraste entre ciudad y ciudad. Digan lo que quieran
-todos los enemigos jurados de la Roma pontificia, parecióme, en
-comparacion de Nápoles, una ciudad austera, austerísima. Por lo ménos
-reinan en Roma la tristeza y el silencio. Sus habitantes visten
-colores oscuros. Sus rostros tienen cierta solemne tristeza, como
-cuadra á una raza reina y destronada. Los innumerables conventos,
-la muchedumbre de frailes, las capillas que por todas partes se
-levantan, las imágenes que ornan las esquinas, denotan que el pueblo
-romano es un pueblo sometido á la teocracia; miéntras que los
-gritos de las calles de Nápoles, las vociferaciones contínuas, la
-infinidad de corrillos, la alegría universal, los bailes en un lado,
-los conciertos al aire libre en otro, la inmensa concurrencia á los
-aguaduchos y á los cafés, denotan que estais en ciudad civil, donde
-la vida es como contínua fiesta. Ya no hay la multitud de estampas
-religiosas que en otro tiempo. Á la imágen del Señor han sustituido
-la imágen de Garibaldi. Adorar es la necesidad de Nápoles, adorar
-fervientemente, y sea cualquiera el objeto de sus adoraciones; adorar
-á gritos, á manotadas, en medio de la algazara y del estrépito,
-con la exaltacion propia de los temperamentos nerviosos, y con el
-fanatismo que acompaña á las pasiones meridionales encendidas por
-el calor intensísimo del clima. Hay algo del Vesubio, algo de sus
-ardores, algo de sus erupciones, algo tambien de sus veleidades en la
-movible y ardiente naturaleza de los napolitanos, de estos griegos
-degenerados, que viven con la sonrisa en los labios, al borde
-siempre de la muerte; amenazados por el volcan de rigores iguales á
-los rigores que enterraron á Herculano y Pompeya.
-
-Muchas veces, cuando yo discurria por las calles de las grandes
-poblaciones del Norte y observaba su recogimiento y su silencio,
-pensaba lo que sería una poblacion como Lóndres, como París, situada
-en las regiones meridionales de Europa. ¡Qué mar embravecido, tanta
-gente bajo nuestro cielo! ¡Qué rumor se levantaria de las calles!
-Una ciudad del Mediodía es una selva del trópico. En su seno late
-vida tal y tanta, que en vano buscariais entre las brumas de Lóndres
-y de París. Yo nunca he oido desde las alturas de Montmartre ó del
-cementerio de Lachaise, al anochecer, los rumores que he oido desde
-las alturas del Retiro á la misma hora. Cualquiera diria que Madrid
-es una ciudad mayor que París. Pues en comparacion de Valencia, en
-comparacion de Sevilla, Madrid es una ciudad silenciosa. ¡Qué noches
-las noches de Sevilla! ¡Los niños juegan y gritan, los mozos cantan
-y puntean la guitarra, las familias acomodadas oyen el piano al
-fresco del patio, entre macetas de aromáticas plantas y surtidores
-de murmuradoras aguas! ¡Qué dias los dias de fiesta en Valencia,
-sobre todo por la estacion de verano! ¡Las campanas al vuelo, las
-músicas discurriendo por las calles, los tamboriles y las dulzainas
-dando el compas á las danzas, el morterete que estalla en estruendos
-semejantes á cañonazos; la _traca_, una hilera interminable de
-petardos por los suelos, y los cohetes voladores á manojos por los
-aires!
-
-Pues bien, yo os digo que Sevilla y Valencia son ciudades silenciosas
-en comparacion de Nápoles. Bien es verdad que Nápoles tiene
-seiscientos mil habitantes. Mas no consiste la diferencia en la mayor
-poblacion, no. Nuestro temperamento meridional está refrenado por
-nuestra gravedad española. Hay hasta en los pueblos más meridionales
-de España algo del recogimiento y de la silenciosa religiosidad
-árabe. Ni los andaluces ni los valencianos manotean, accionan,
-gritan como las gentes de Nápoles. Son nuestros campesinos, en medio
-de sus fiestas y de sus bromas, graves como españoles; son los
-napolitanos locuaces como griegos. ¡Qué baraunda de ciudad! Cuánto
-más se apropiaba al estado de mi ánimo Roma con todas sus grandes
-sublimidades; el Miserere de Pallestrina; los paseos por la Vía Apia
-bordada de sepulcros; las contemplaciones contínuas de las campiñas
-desoladas; la meditacion filosófica sobre las piedras desnudas, entre
-las ruinas del Coliseo, bajo los brazos de la Cruz.
-
-Aquellos que gusten del estruendo, corran, corran á Nápoles. Las
-aceras están llenas de trastos, de tiendas y de talleres ambulantes,
-de gentes durmiendo que parecen, por lo inertes, muertas. Mil
-organillos, arpas, violines, os atruenan los oidos. Nubes de
-titiriteros, funámbulos, prestidigitadores con sus correspondientes
-coros de extáticos curiosos, embarazan á cada instante el paso. Los
-trabajadores cantan ó disputan á voces. Los ociosos, cuando no tienen
-con quien hablar, hablan solos y á gritos. Los cocheros ó carreteros
-que pasan, vociferan como energúmenos, chasquean el látigo en todas
-direcciones, levantan huracanes de polvo y de ruido. Cada mula lleva
-centenares de cascabeles y de campanillas. Los carruajes crujen
-como si de intento los construyeran crujientes. Los vendedores de
-periódicos, y en general todos los vendedores ambulantes, vocean
-de la más descompasada manera. Cada mercader, á la puerta de su
-tienda, al frente de su puesto, os hace pomposo programa oral de sus
-ricas mercancías, y se proponen todos que las tomeis por fuerza.
-El vendedor de escapularios, sin pararse en vuestra religion ni
-en vuestro orígen, os arroja su amuleto al cuello, miéntras el
-limpia-botas, importándole poco que esté vuestro calzado sucio ó
-luciente, lo embadurna con su betun, bien ó mal de vuestro grado. El
-ramilletero, que lleva manojos de rosas y de flores de azahar, os
-adorna el sombrero, los ojales, los bolsillos, sin pediros ni vénia
-ni permiso. El horchatero sale con su vaso rebosante á la acera y
-os lo arrima á los labios. Aún no habeis logrado libertaros de sus
-importunidades, cuando viene otro importuno con su fruta de sarten
-calentita y chorreando aceite, á pediros que comais por fuerza. Los
-niños, acostumbrados á la mendicidad, aunque su gordura y su placidez
-indiquen el mayor bienestar, se os agarran á las rodillas y no os
-dejan dar un paso como no les deis una moneda. El pescador se acerca
-con traje color de alga, descalzo, arremangado el pantalon, cubierta
-la cabeza de su gorro catalan, la camisa azul desabrochada, abriendo
-las ostras, los mariscos, y presentándolos cual si le hubierais
-dado ese encargo. El cicerone se echa á andar delante de vosotros y
-desplega su elocuencia esmaltada de innumerables palabras de todas
-las lenguas, y llena de anacronismos y despropósitos históricos
-y artísticos. Si le rechazáis, si le decís que son inútiles sus
-servicios, apercibíos á oir las infinitas sirtes donde correis
-peligro de perder la bolsa ó la vida por no haber escuchado sus
-consejos ni atendido á su pasmosa ciencia. No creais que os eximís de
-todos estos importunos yendo en coche. Yo no he visto jamas gente más
-lista para saltar á los carruajes, colgarse á las portezuelas, seguir
-como agarrados á la trasera, al pescante, á cualquier parte, por más
-que intenteis desviarlos. Pues no digo nada si teneis aire de viajero
-recien llegado, y se empeñan los cocheros de plaza en que habeis de
-adoptar su vehículo. En medio segundo os veis rodeados de coches que
-andan en torno vuestro como culebras, áun á riesgo de aplastaros, y
-cuyos automedontes, hablando todos á un tiempo en coro desconcertado
-é infernal, os ofrecen llevaros al Pausilipo, á Bayas, á Puzzoli, á
-Castellamare, á Sorrento, á Cúmas, al fin del mundo.
-
-Los domingos son dias de verdadero vértigo. Parece que se han vuelto
-los habitantes de la ciudad, todos sin excepcion alguna, dementes.
-Yo no he visto andar en ninguna parte tan de prisa. Yo no he oido un
-campaneo tan ruidoso. Yo no pienso volver á encontrarme en medio de
-un aquelarre tan continuado. Proporcionalmente, ninguna ciudad de
-Europa, ninguna, tiene el número de carruajes que Nápoles. Suelen dar
-las carretelas de lujo una vuelta al pié de las hermosas colinas de
-las afueras y entrar por el Pausilipo á Chiaja. Imposible concebir
-mayor riqueza ni mayor número de elegantísimos trenes. Á los muchos
-de la aristocracia napolitana se unen los muchos que gastan los
-viajeros riquísimos, habituados á visitar la ciudad y á permanecer en
-ella durante la primavera y el invierno. Pero el carruaje que tiene
-que ver y áun que oir es el carruaje del pueblo en domingo. Es la
-antigua calesa madrileña, todavía más ligera. Los caballos, bastante
-flacos de suyo, van enjaezados vistosamente. Cintas, lazos, flores,
-bandera tricolor, campanillas resonantes, cascabeles innumerables,
-arreos bordados de lanas ó sedas vistosísimas, hasta grandes pañuelos
-de gasa los envuelven. El cochero no es nunca uno solo. Van dos ó
-tres haciendo gestos, dando saltos como acróbatas por el circo. En
-el carruaje, en el pescante, en la trasera, caballeros sobre el
-jaco matalon, colgados del estribo, tendidos por el respaldo, en
-equilibrios inverosímiles, en posiciones atrevidas y peligrosas van
-más de veinte hacinados, y todos gritan, y todos se mueven cual si
-todos bailáran. Despues de haber visto pasar seguidos unos cuantos,
-repletos, henchidos, acompañados de aquel ruido infernal, teneis
-vértigos, de atronados los oidos, de mareada la cabeza, como si
-hubierais rodado, á manera de peonza, en vals infernal.
-
-Guardaos bien de caer por gusto en aquellos carruajes. Aunque los
-hayais alquilado para vosotros solos, los que van de un punto á
-otro con alguna prisa, los cansados y fatigados, los que quieren
-correr en piés ajenos, como si la calesa fuera propiedad comun,
-la asaltarán, la poseerán como en pleno derecho, os acompañarán,
-pasando y repasando en ejercicios gimnásticos á vuestro lado, sin
-haceros ningun daño ni inferiros ningun agravio, ántes diciéndoos
-mil gentilezas, resueltos á ser vuestros compañeros, como si toda
-la vida os hubieran conocido. La subida al Vesubio es temible por
-estas gentes. Si no llevais guía, contad con sus dicterios, con
-sus emboscadas, con sus silbidos é injurias, imposibilitados de
-hallar quien os señale una senda, quien os saque de un mal paso.
-Siempre me acordaré del pobre inglés sin guía que encontré cerca
-del cráter. Parecia un Ecce-Homo. Pero si usais guías, ya podréis
-creeros un maniquí verdadero. Os entregan un jaco que no podeis ni
-arrear ni parar á vuestro arbitrio. Llegados á cierto sitio, cuatro
-ó cinco se apoderan de cada uno de vosotros. Éste os echa una cuerda
-á la cintura, el otro os coge el brazo derecho, el de más allá
-el izquierdo; empléanse en fingir que quitan piedras del camino,
-en tirar de vuestro cuerpo como de un fardo, en desriñonaros con
-apariencia de sosteneros, hasta que llegados á la cima, despues de
-haberos consentido escaso reposo, pintándoos los riesgos de morir
-como Plinio, os arrojan en carrera vertiginosa desde el cráter,
-por una ladera toda cubierta de cenizas, como alma que se lleva el
-demonio á los profundísimos infiernos.
-
-Y cuenta que, despues de haberse establecido el régimen
-constitucional, despues de haber penetrado las ideas y con las ideas
-las costumbres modernas, han desaparecido aquellos tradicionales
-lazzaronis que vivian casi desnudos sobre la arena, al sol,
-sustentándose de la corta pesca y de la larga limosna. La idea de que
-el pueblo no sea trabajador en Nápoles paréceme una idea falsísima.
-Gritan, cantan, gesticulan, vociferan, disputan, pero trabajan y
-trabajan con afan. Lo que hay, en medio de tanta luz, al influjo de
-aquella hechicera naturaleza, educados por la hermosura de los varios
-paisajes, sostenidos por la atencion de sus conciudadanos, como
-hijos naturales de la griega Parthenope, muchos poetas sin cultura
-que improvisan versos espontáneos cual la flora de los bosques y
-las selvas, muchos oradores que hablan con inimitable elocuencia
-del sentimiento y de la pasion. Las fuerzas no se agotan en esta
-eterna primavera. La sensibilidad no se gasta jamas en esta vida
-de emociones. Son sobrios como los antiguos griegos. Un puñado de
-higos, unas rebanadas de melon, pepinos, tomates y pimientos crudos,
-mariscos salados, forman la base de su alimento. Ignoro si serán
-ciertas las observaciones de un escritor inglés, el cual se queja
-mucho de que la patata ha disminuido la inteligencia de los pueblos
-meridionales haciéndolos linfáticos. Yo recuerdo en mi familia una
-vieja criada que murió hace tiempo en nuestro hogar, á los noventa
-años, y que no quiso nunca comer patatas. Nuestro inglés le hubiera
-dado un premio, pues dice que esa fécula no es como los guisantes,
-como las habas, alimentos cargados de fósforo y aptos por ende al
-desarrollo de la vida cerebral, y que debe ser restaurado como en
-tiempo de Pitágoras, el cual encarecia las habas y las recomendaba
-como alimento casi religioso. Yo puedo decir que el pueblo de Nápoles
-tiene una gran sobriedad, y no es dado en ninguna manera ni al vino
-ni á los licores. Si un dia faltára la nieve ó el agua fresca, habria
-en Nápoles una verdadera revolucion. Parécense en esto á sus padres
-los antiguos griegos. Una de las más hermosas odas pindáricas tiene
-bellísima y lírica introduccion consagrada al agua.
-
-Otra de las analogías que tiene el napolitano con el griego es la
-vida al aire libre. La perla no está unida á su concha, el espíritu
-á su organismo, la idea artística á su forma, como el napolitano á
-su ciudad. Apénas emigra. Necesita, para vivir, de aquella bahía,
-de aquellos muelles, de la sonrisa de aquel cielo, de la música
-de aquellos mares, hasta de las amenazas del Vesubio. El dia que
-volviese el volcan á encontrarse como se encontraba en tiempos de
-la República romana, extinto, creeria Nápoles que le faltaba algo
-para la vida, el sordo mugir en los oidos, la contínua erupcion en
-los ojos, la nube blanquecina de humo en los cielos, el reflejo de
-la gigantesca antorcha en las tranquilas aguas. Así la naturaleza y
-el hombre se abrazan y en sus abrazos se confunden. Mucha miseria
-hay en Nápoles y muchos pobres. Pero no causa la miseria en Nápoles
-el pesar que causa la miseria en Lóndres. Un pobre de Lóndres lleva
-raidas, remendadas, mugrientas las vestiduras desechadas por las
-altas clases; un pobre de Nápoles, si apénas lleva vestido, tampoco
-lo necesita, abrigado por aquel aire tibio, bruñido por aquel sol
-vivificador. Un pobre de Lóndres necesita bebidas espirituosas, carne
-abundante, carbon para calentar su vivienda. Un pobre de Nápoles
-vive de los frutos que da el campo, de los peces que guarda el mar,
-vida fácil y sóbria. Al uno le están cerrados todos los grandiosos
-espectáculos de la ciudad, el club aristocrático, el teatro, los
-saraos de la nobleza, las expansiones contínuas donde se entra por
-altas cantidades, miéntras que al otro nadie puede quitarle la
-fiesta por excelencia de su tierra, la vista de los Apeninos, la
-erupcion contínua del Vesubio, el collar de colinas volcánicas que
-rodea como un aderezo de diamantes negros su ciudad, la florida y
-espesísima vegetacion, el mar celeste, el cielo cargado con su rocío
-de estrellas, la música de la onda en la playa, las islas que sacan
-su cabeza entre los esmaltes y los celajes del divino Mediterráneo.
-
-Otra cosa he notado en Lóndres y en Nápoles. No hay pueblo donde la
-libertad haya echado tantas raíces como en el pueblo inglés, y no hay
-pueblo donde las clases sociales sean tan diversas y estén por tan
-profundos abismos separadas. Cuando veis uno de aquellos conductores
-de ómnibus, asentado con tanta solemnidad sobre su pescante, os
-parece ver en la majestad del continente, en la gravedad del aire,
-el primero de los lores sobre su saco de lana, presidiendo aquella
-cámara alta, que sólo ha tenido su igual ó su semejante en el antiguo
-Senado Romano. Y sin embargo, si la fisiología, si la naturaleza no
-señalan diferencias entre los aristócratas y los plebeyos, ¡cuántas,
-cuán grandes señalan las leyes! En cambio el plebeyo napolitano es
-plebeyo en toda la extension de la palabra; plebeyo por su orígen,
-plebeyo por su naturaleza, plebeyo por sus costumbres; y sin embargo,
-impone su voluntad, su opinion á los aristócratas, con los cuales
-se confunde por una mezcla felicísima de ligereza, de gracia y de
-dignidad personal, nacida del sentimiento íntimo de que en aquella
-naturaleza un hombre, por poco que trabaje, se basta siempre á sí
-mismo.
-
-¿Conocéis algun pueblo moderno que haya sostenido por sí solo un
-teatro? Aquella intuicion estética de los pueblos en el siglo
-décimoquinto y décimosexto que creaba por sí misma un teatro y le
-infundia sus ideas, sus sentimientos, no existe ya en Europa. El
-teatro español nació, como el teatro griego, en una carreta, que
-iba de feria en feria, de fiesta en fiesta, seguida del pueblo;
-carreta sagrada como la de Théspis, sobre la cual flotaba el númen
-del pueblo. Poco á poco, desde que murió Lope, desde que se apagaron
-las centellas sobrenaturales del genio de Calderon y del genio de
-Shakspeare, el teatro dejó de ser el Auto religioso, dejó de ser el
-drama popular, para pasar á ser engendro de leyes académicas, sabroso
-pasto de aristocracias literarias. Hasta la guerra de los clásicos
-y de los románticos, en que éstos fingian representar el espíritu
-del pueblo, aquel espíritu que engendró los poemas homéricos y el
-romancero, no conmovió al pueblo, no llegó jamas á pasar de los
-folletines, de las revistas, de los bastidores y de las butacas.
-Pero Nápoles tiene su teatro, su teatro donde se ha ejercido en todo
-tiempo, hasta en los tiempos más nefastos, acre censura sobre las
-costumbres, y á veces sobre la política.
-
-Es verdad que este teatro no puede tener carácter alguno literario,
-como escrito y representado en el dialecto local. Dialectos han
-sido las lenguas neo-latinas, dialectos del latin. Pero un trabajo
-de seis siglos llevado á término por genios de primer órden, sin
-darles la perfeccion absoluta del latin, les ha dado gran sabor
-literario, les ha convertido en lenguas clásicas. Este pobre dialecto
-napolitano ¡ah! jamas podrá aspirar á tanto. El protagonista de su
-teatro será siempre el pobre polichinela, primo hermano del Pasquino
-de Roma. Pero en su modestia, en su humildad indicará que hay amor
-á la literatura, amor á la vida y á la accion dramática en el
-pueblo que lo sostiene, y que gusta de sus salpimentadas alusiones,
-algunas veces verdaderamente aristofanescas. Cuando yo asistí á sus
-representaciones criticaban amargamente esos patriotas, que toman á
-Roma en el café, de silla á silla, entre sorbo y sorbo de granita,
-pero nada hacen por Roma y por Italia, ni en los comicios electorales
-ni en los campos de batalla. Aparte la política, sólo sostenida por
-alusiones, el drama versaba sobre costumbres populares y relacion de
-estas costumbres con la pasion de las pasiones, con el amor. De todos
-modos, era de ver cómo aquel pueblo seguia anheloso, extático, su
-propia imágen reflejada en la escena.
-
-Tanto allí como en el gran teatro de San Cárlos, uno de los mayores
-y más hermosos del mundo, noté la parte que toma aquel público en
-los espectáculos. Su temperamento nervioso estalla á cada instante
-en manifestaciones tumultuosas, así de censura como de aplauso. El
-público es allí un actor, un verdadero actor. Su voz, y si no su voz
-su acento, su murmullo, acompaña á los actores como las olas del
-Pireo acompañaban al coro de la tragedia griega. Al mismo á quien
-ha aplaudido arriba con delirio, lo silba dos notas ó dos versos
-más abajo, sin piedad, con verdadero encarnecimiento. Una actriz
-sentiríase allí desairada si no atruenan sus oidos tempestades de
-aplausos, si no amenazan aplastarla lluvias de flores. Durante la
-representacion entera, la curiosidad del pueblo está viva y atenta.
-Con su indiferencia no conteis, no. Es un pueblo que ama ó aborrece.
-El crepúsculo de la crítica daña á su franca naturaleza de artista.
-Por eso ha sentido tanto. Y como ha sentido tanto, por eso ha cantado
-á su vez tanto y tan bien. Creedlo, cuando alguna vez os lleguen
-hasta el corazon tal romanza de Bellini, tal preludio de Cimarosa,
-tal aire de Passiello, hay en esas cadencias algun eco de la cancion
-griega, que el marinero entona en la isla de Capri, en el promontorio
-de Sorrento, al pié del Vesubio; como en las serenatas de Schubert y
-de Mozart hay algo de la cancion andaluza, y en la cancion andaluza
-algo del acento de la sublime cantata árabe, acompañada por el viento
-del desierto.
-
-Y sin embargo, en mis observaciones de la ciudad que los griegos
-llamaron sirena, algo hay que me disgusta: el exceso de alegría
-ruidosa en su conversacion, el exceso de movimiento en sus gestos,
-el exceso de vértigo en sus bailes, el exceso de acompañamiento de
-los más discordes instrumentos en sus canciones y en sus tarantelas.
-Y muchas veces fatigado me subia á la cartuja á ver el cielo y
-el Mediterráneo, y á pensar en cómo se pierden y se desvanecen
-necesariamente las variedades de pueblos y de razas en la inmensidad
-de lo infinito.
-
-
-
-
-PARTHENOPE.
-
-
-Una ciudad meridional no puede tener para nosotros, españoles, y
-españoles del Mediodía, la novedad que tiene para franceses, para
-alemanes, sobre todo para franceses y alemanes del Norte. Nosotros
-poseemos ciudades que en claridad de cielo, en abundancia de luz,
-en hermosura de contornos y campiñas, en ingenio de sus ciudadanos,
-en belleza de sus mujeres, en arte de sus monumentos y en aires
-aromatizados y bien olientes, compiten con las más hermosas y más
-ricas ciudades italianas. ¿Quién puede olvidar aquella Valencia,
-ceñida de torres árabes y góticas; muellemente reclinada á orillas
-del claro rio que por todos sus alrededores derrama abundancia;
-circuida de la huerta feracísima que entrelaza con las ramas de sus
-brillantes moreras las ramas de sus oscuros granados, y que al pié
-de la gallarda palma, dulcemente mecida por las brisas marinas,
-ostenta inacabables naranjales, deleitando la vista con los matices
-de su dorado fruto y el olfato con los aromas de su blanca flora?
-¿Quién dejará de admirar la oriental Córdoba, con su aljama, única
-en Europa, donde se oyen los ecos de la poesía árabe, al pié de
-aquella Sierra Morena, esmaltada por selvas de rosales? No hay en
-la tierra otra Sevilla, cuando la primavera acaricia, su abundante
-suelo. Es de ver la ciudad en Abril, levantando sobre inmenso
-océano de claro verdor sus agujas, sus botareles, sus ajimeces,
-sus ojivas, sus cresterías, bajo el cielo resplandeciente de luz,
-y entre los giros del aire cargado con los ecos de las orientales
-canciones y las esencias del embriagador azahar. No se cansa la
-vista de mirar y admirar á Cádiz; sus blancos edificios, esmaltados
-por verdes balcones y ventanas-perlas y cristalinos cierros, donde
-flotan cortinas de todos colores; rematados por azoteas llenas de
-caprichosas torres y de floridas macetas; erigidos entre escollos
-donde las olas se quiebran en cataratas de espuma; rodeados por
-bandadas de naves, que ya dejan en los claros aires nubes de
-vapor, ya se gallardean con sus henchidas velas y sus pintorescas
-banderolas; asentados dentro de aquella sólida y oscurísima
-muralla, en torno de la cual aparece á un lado la bahía con sus
-blancas poblaciones, sus caños, cortados por pirámides de sal
-resplandecientes á la esplendentísima luz, sus lejanas cordilleras
-envueltas en vapores, ya violados, ya rosáceos, segun las horas del
-dia y los arreboles del ambiente, miéntras del otro lado el mar azul
-se dilata, retratando en sus claras aguas todos los matices del cielo
-y componiendo con sus vientos, su oleaje, sus brisas, sus corrientes,
-sus tempestades y sus tormentas, contínuo himno á lo infinito.
-
-Yo de mí sé decir que en medio de las ciudades más rientes de Italia
-he recordado siempre nuestra sin par Granada: la sierra con su cima
-de cristal; los apagados volcanes con sus pirámides de frias lavas;
-la ancha vega, toda cubierta de copudos árboles, alfombrada de verde
-grama, y limitada allá léjos por las celestes montañas de Loja; el
-blanco Albaicin en lo profundo, rodeado de áloes y de nopales, como
-si aguardára todavía á los hijos del Asia y del África, y todavía
-repitiera la cancion melancólica inspirada por los desiertos; el
-monte sacro rematado de pinos; la confluencia del Darro y del Genil,
-que vienen lamiendo los cármenes entre selvas de almendros, de
-avellanos y de gigantescos cáctus; en el centro la Alhambra, con sus
-torres doradas por la luz y por los siglos; sobre aquel cerrillo
-poblado de bosques y de jardines, á cuyos piés duerme Granada, y en
-cuya cima se dibujan con toda la poesía del Oriente los minaretes
-y los ajimeces y las bermejas torres, el Generalife, escondido en
-grutas de sonantes cascadas, de olientes jazmines, de melancólicos
-cipreses, de graciosas florestas, cuyos susurros, cuyos aromas,
-convidan de consuno á la vida árabe, toda consagrada, despues de las
-zambras y las guerras, al sueño, á la poesía y al amor.
-
-Nosotros tenemos adelfas para coronar á los poetas; bosques de
-mirtos dignos de ser habitados por los antiguos dioses; palmerales
-bajo cuyas anchas palmas parece vagar el genio del Asia; costas de
-áureas arenas y de celestes aguas; promontorios y cabos que el sol
-poniente dora con esmaltes dignos de las riberas de Grecia; el aroma
-del azahar y del jazmin en los aires, higos tan dulces como los higos
-de Aténas, en nuestras higueras; pasas tan azucaradas como las pasas
-de Corinto, en nuestras cepas; dias calurosos henchidos por el canto
-unísono del coro de cigarras que ensalzaron los antiguos poetas;
-noches tranquilas y luminosas como las noches de Oriente; serenatas
-en cuyas largas y tristes cadencias se oye resonar aún el acento
-inmortal de las canciones árabes con todo su intenso amor y toda su
-profunda melancolía.
-
-Á pesar de esto, áun extraña, aún maravilla la campiña de Nápoles.
-Conoceréis algo más agreste, más abrupto, más sublime en la tierra;
-no conoceréis nada tan clásico, tan digno de la égloga antigua, tan
-propio para que el ánimo repose y la naturaleza tome los tintes y
-las inspiraciones de nuestra alma. Así como la escultura es el arte
-pagano por excelencia, el arte que armoniza la idea y la forma en
-suave reposo, la Campania es la tierra de las églogas, la tierra de
-las geórgicas, la tierra por excelencia pastoril, donde los montes
-repiten el eco inmortal de las dulcísimas zampoñas de Virgilio, y los
-animales y las plantas se trasforman á los ojos del pensamiento con
-las metamórfosis cantadas por Ovidio.
-
-Dios mio, ¡qué riqueza de colores, de matices, de tonos! ¡Qué
-gradaciones desde el azul claro de la bahía hasta el violeta y
-amatista oscuro del Vesubio! Como la cordillera del Oriente,
-tachonada á intervalos de ventisqueros, que relucen cual diamantes
-entre turquesas y esmeraldas, contrasta con el matiz rosa claro,
-tomado al anochecer por los montes del Ocaso, por el cabo Miseno y
-por los contornos de la isla de Nisida, semejantes á promontorios
-de bruñidos jaspes. Mirad ese horizonte puro, purísimo, por el
-cual se desvanecen las columnas de blanco humo que despide el
-volcan; ese mar tan sensible á los cambios del horizonte, que
-puede llamarse su repeticion ó su espejo, ese suelo, que, donde lo
-permite la vegetacion, lujuriosa, viciosísima, enseña las lavas
-negras y lucientes como el azabache. Yo en ninguna parte he visto
-la luz quebrarse en refracciones tan várias ni dar á los contrastes
-apariencias de oposicion tan brusca. Por lo que respecta á la luz,
-diríase á esta tierra gigantesco prisma de múltiples colores. Por lo
-que respecta al contraste, enseñadme en ningun otro punto montañas
-más abruptas descendiendo en playas más suaves, bosques más agrestes
-junto á jardines más cultivados, ciudades más pobladas y ruinas más
-solitarias, suelo más amenazado de muerte por las bocas volcánicas,
-por las solfataras ardientes, por los terremotos repentinos, por
-las erupciones violentas, ni vida más múltiple, más alegre, que
-se espacie así en el cántico, en la danza, en los juegos, en los
-placeres; refinamientos de civilizacion mezclados á delicias del
-campo; recuerdos antiguos vagando sobre el indolente olvido moderno;
-la columna de fuego que el volcan agita como gigantesca antorcha
-frente á los picachos rematados de diamantinas nieves.
-
-Aquí veo las hayas y los robledales virgilianos; las cabras,
-irguiéndose á clavar el agudo diente en los arbustos; las ovejas con
-el vellon cargado de lana y las ubres cargadas de leche, rodeadas,
-seguidas de tiernos y baladores recentales; por las laderas,
-las zarzas, con cuyas moras se teñian las cejas y las mejillas
-los rabadanes para entonar sus bucólicos versos; en la orilla
-del torrente, las cañas con que formára el dios Pan sus canoros
-caramillos; de erguido olmo en erguido olmo, los festones de las
-parras, entre cuyo follaje se posa la paloma y arrulla la tórtola;
-en el fondo, los floridos cantuesos; en las colinas, el tomillo y
-el espliego; á la entrada de la caverna, por el tronco de la encina
-que sobre ella se avanza, el panal destilando miel y rodeado de
-zumbadoras abejas, cuyo aguijon trae los jugos de las flores; dentro
-de la caverna, el sileno, ébrio de vida y de vino, con su guirnalda
-en las sienes y su ánfora en las manos; por las corrientes de los
-arroyos, la blanca náyade que teje coronas; por las majadas y los
-oteros, el pastorcillo, juntando la amapola con el narciso y la
-blanca azucena con la madreselva, para ofrecérselas á su amada; en
-el ancho mar, rizado por los soplos de la brisa y herido por los
-cambiantes de la luz, la sirena antigua que palpita de amor en las
-ondas y canta eternamente con seductora cadencia la inmortal epopeya
-de la naturaleza.
-
-Junto á tales églogas, ¡qué terribles tragedias ofrece esta
-atormentada tierra! Hicieron los antiguos bien llamándola sirena
-que atrae, sirena que mata. Con frecuencia erupciones terribles
-destruyen, abrasan, entierran aldeas y ciudades enteras. El terremoto
-sacude con estremecimientos espantosos toda aquella region. Los
-edificios se balancean como las naves al oleaje del vendaval, y
-vienen columnas, trombas de acres vapores, lluvias, diluvios de
-cenizas, granizadas de brasas, tempestades de lavas. El mar hierve,
-el cielo reverbera fuego siniestro, como si las benéficas pluviosas
-nubes hubiéranse tornado ardientes hornos. Respira el volcan como
-ciclópea titánica fragua, ó relampaguean, truenan sus erupciones
-como legion de tempestades. Por doquier bancos de lavas candentes,
-océanos de negras cenizas, torbellinos y espirales de piedras,
-rocas fundidas, mugidos espantables de la montaña, estremecimientos
-dolorosísimos del valle, vapores sulfurosos, exhalaciones de ácido
-carbónico, nubes grises ruidosísimas atravesadas por reflejos
-siniestros y henchidas de menudos enrojecidos aerolitos, franjas
-de escorias por el suelo y manantiales de aguas hirvientes, el
-infierno confundido con el paraíso en la tierra, como la pena con
-la alegría en el alma, como el error con la verdad en la mente,
-copia fiel de las tragedias de nuestra existencia y los contrastes
-de nuestro sér. La encendida montaña es un gigante laboratorio de
-donde sale con igual fuerza la muerte y la vida, como la naturaleza
-es un conjunto de fuerzas que componen, descomponen y recomponen.
-De sus estremecimientos, de sus convulsiones puede quejarse el
-antiguo habitante de Pompeya y Estabia, incrustado en las frias
-seculares lavas; el moderno campesino de Resina y de Torre de Greco,
-que en trágica noche ve desaparecer bajo bituminosas encendidas
-materias sus viñas henchidas del dulce lácrima, tan celebrado en
-el mundo; pero el químico, el físico, encuentran en sus fecundas
-exhalaciones, sodas, potasio y diversas sales marinas, testimonio
-de su comunicacion con el Mediterráneo; depósitos de cloruro de
-hierro con todos los colores de las piedras preciosas y de las flores
-silvestres; manantiales de ácido clorhídrico y ácido sulfúrico;
-sustancias amoniacas y agujas de azufre tendidas en largos manojos
-sobre las oscuras escorias; depósitos de aguas termales que curan
-muchas de las enfermedades, y exhalacion contínua del gas ázoe y del
-carbónico, tan funestos para la vida y tan preciosos para la ciencia.
-
-Imposible formarse una idea, sin haberlo visto, del contraste
-profundísimo entre la serenidad riente del campo y el siniestro
-aspecto del volcan. Cuando los sentidos yerran por aquellas florestas
-y aquellas playas; cuando pasan de la colina al valle, del valle al
-bosque, de los bosques donde se entrelazan el olivo con el limonero
-al mar celeste, donde se rizan tantas velas latinas que parecen
-bandadas de blancas aves, creen ver y oir en la realidad los pastores
-de Virgilio, los marineros de Teócrito, cantando los unos entre redes
-y vergas, y los otros entre apriscos y praderas, dobles versos que
-han de repetir las auras y las brisas; pero si luégo se convierten
-al volcan y le ven relampaguear, llover fuego, y le oyen mugir,
-tronar, creen que sus cimas dibujan entre nubes de humo las legiones
-que ya pisaron aquellas altas cimas, las legiones del eterno víctima,
-del eterno paria, de Espartaco, el tracio defensor de los esclavos,
-cuya sombra ensangrentada y trágica vaga sobre todas estas églogas
-como la infame esclavitud sobre todas las bellezas y todas las
-armonías del antiguo mundo.
-
-¡Qué exceso de cultura en la vida y de originalidad primitiva en la
-naturaleza! Aquí están sobrepuestas cuatro ó cinco civilizaciones
-distintas; desde la pelágica hasta la cristiana; y el suelo volcánico
-en sus estremecimientos, en sus convulsiones, en sus vapores,
-parece pertenecer á los tiempos en que todavía era el planeta
-materia incandescente, henchida de intensísimo calor y de tonante
-electricidad. Yo me figuro estar en las cavernas donde las ideas
-arquetípicas, las ideas madres, como Goethe las llama, tejen los
-hilos de la vida, ó donde los gigantes fabulosos en yunques colosales
-forjan las inconmovibles bases graníticas de la tierra. Esto es
-eternamente pagano. El agua bendita, cayendo quince siglos sobre los
-campos, no los ha bautizado todavía. Los dioses no quieren irse. En
-vano la vieja sibila de Cúmas, con la vista gastada de mirar á lo
-porvenir, con la túnica rasgada por las tormentas, desde el elevado
-promontorio donde se consume, ha dicho á los chicuelos de Nápoles
-cuando la apedrean, y le preguntan:—¿qué quieres?—Quiero morir.—En
-vano las sirenas se han reunido en torno del Cabo Miseno para
-quejarse de la muerte del dios Pan. Aquí están todas las divinidades,
-lo mismo Céres coronada de espigas, y Baco ceñido de pámpanos, y
-Minerva con sus ramas de olivo, y Sileno apoyado en su cipres, que
-Neptuno arrancando con el agudo tridente el espumoso caballo á la
-tierra, y Vulcano enrojeciendo el hierro en el fondo caliginoso de
-sus fraguas eternas. No se han ido, no. Están ahí, en el suelo, en
-los córtes escultóricos de los cabos, en los intercolumnios de las
-colinas, en los relieves de las costas, en la luz vivísima que no
-consiente ningun misterio, que todo lo recama de áureas aristas, para
-celebrar las nupcias eternas del espíritu con la naturaleza, como en
-el antiguo paganismo.
-
-Estas tierras tan bellas, tan graciosas, atraen eternamente á todas
-las razas; son las tierras de la comunicacion perpétua entre todos
-los hombres. Quédense para los agrestes montañeses conservar tras
-los desfiladeros de sus cordilleras, en el seno de las cavernas,
-velados de impenetrables bosques, sobre picachos sólo accesibles á
-las águilas, teniendo por defensa el risco, el pedrusco desprendido
-al menor esfuerzo de la altura al valle; quédense para ellos las
-guerras por la independencia, el culto fiero á las antiguas leyes y
-á los antiguos usos: que aquí, entre estas ondas sonoras, donde al
-reflejarse el sol finge de luz esplendorosa lagos y rios, cada una de
-cuyas gotas es una estrella; donde el fósforo, de matiz blanquecino
-como los rayos de la luna, deja en las tranquilas noches fajas
-lucientes, parecidas á las fajas de la vía láctea en el cielo; aquí
-donde las playas seducen como el seno de casta vírgen; donde cada
-árbol exhala nubes de aroma, y cada giro del aire repite suspiros de
-amor; sobre la hierba ó sobre las algas, entre las flores del campo
-y las conchas de la arena, á la sombra, ya del mirto, ya del olivo,
-ya de la vela crujiente, vendrán los dioses de todos los templos, los
-pilotos de todas las razas, los conquistadores de todos los pueblos
-á vivir, aunque sea un momento, ébrios de orgullo y de placer, en
-brazos de esta seductora y voluptuosa naturaleza.
-
-Lo mismo sucede entre nosotros. El cántabro verá estrellarse cien
-veces en su escudo de cuero la invasion romana; el asthur, sin tener
-la cultura de Bruto ó de Caton, sin aspirar á que Plutarco cuente y
-Lucano cante sus hazañas, preferirá la muerte á la servidumbre; el
-navarro desde las altas montañas, conjurará todas las conquistas y
-hará morder el polvo en su constancia á los soldados de Carlo-Magno;
-el vasco guardará, á traves de tantas revoluciones y de tantos
-siglos, leyes y usos que tienen caractéres patriarcales, antigua
-lengua que tiene puro carácter primitivo, al paso que las playas
-del Mediodía, serenas y risueñas, accesibles á todos los pueblos,
-abordables á todas las naves; con sus ondas celestes y sus espumas
-argentinas y sus áureas arenas y sus colinas graciosas y sus olivos
-y sus mirtos y sus laureles; teñidas por aquella luz deslumbradora,
-cuyos reflejos dan á las cordilleras toques metálicos, y á los
-orientes y á los ocasos de su sol arreboles indescriptibles, y á
-las estrellas y á las estelas de sus noches seductor centelleo; de
-contínuo embalsamadas por los aromas de flores que embriagan, como
-otros tantos misteriosos pebeteros; verán venir á su seno gentes de
-todas las regiones, naves de todos los puertos, y tendrán que abrirse
-y entregarse de grado ó por fuerza, ya al hierro, ya al halago.
-
-Así es que en la historia de la península ibérica, como en la
-historia de la península itálica, los pueblos del Norte fundarán
-la nacionalidad y la ilustrarán los pueblos del Mediodía. Las
-montañas del Norte serán las regiones históricas, las regiones, si
-es permitido hablar así, conservadoras; y las playas del Mediodía
-serán las regiones comunicativas, las regiones, si es permitido
-hablar así, humanitarias. Las unas darán al pueblo su carácter
-peculiar y propio, las otras comunicarán este pueblo autóctono con
-los demas pueblos de la tierra. El alobrogo se sostendrá en el Norte
-de Italia, fuerte y rudo, para realizar el sueño de quince siglos, la
-independencia y la unidad italiana, como el montañes de Covadonga,
-de San Juan de la Peña, del riscoso Sobrarbe descenderá al llano
-con el ímpetu de sus rios á formar la nacionalidad ibérica. Y así
-como por Rosas, por Sagunto, por Dénia, por Tarragona, por Calpe,
-por Algeciras, por Cádiz, vienen los griegos, los fenicios, los
-cartagineses, los romanos, los árabes, por las playas meridionales
-de Italia van casi todos los invasores, desde los que fundaron la
-Magna Grecia en el estrecho de Mesina y en el golfo de Tarento, hasta
-los que fundaron la monarquía española en las faldas del Etna y del
-Vesubio.
-
-Así en Nápoles todo cuanto hay de vida moderna recuerda España,
-nuestra España, hasta el punto de creeros en Barcelona, en Valencia,
-en Madrid mismo, cuando veis las celosías y los balcones y las
-casas pintadas de mil matices y los monumentos al gusto de Alfonso
-V y de Cárlos III, en tanto que toda la vida antigua os recuerda
-más, mucho más que la Italia civilizada por el arma de Roma, la
-Italia civilizada por la palabra de Grecia. Parthenope es griega,
-completa, absolutamente griega. Allí jamas se romperá, jamas, la
-eterna armonía entre el alma del hombre y el Universo que la rodea,
-verdadero secreto de la excelencia de la vida helénica no repetida
-en la historia. Parece que nadais en el éter cantado por Eurípides
-y henchido con los coros de las musas y las melodías de Apolo;
-que las aguas han llevado sobre su luciente superficie las áureas
-naves, donde iban las procesiones ó teorías griegas celebradas en el
-Banquete de Platon; que las islas guardan en sus frentes de mármol,
-como la antigua Cytheres, el beso de la diosa recien nacida en las
-blandas espumas de las ondas; que aquellas costas dibujadas como á
-compas y aquellas montañas en proporciones armónicas con todo cuanto
-las rodea, tienen el ritmo y la geometría de Euclídes y de Pitágoras;
-que el Mediterráneo se tranquiliza, se adormece allí, no sólo para
-repetir los matices todos del luminoso cielo, sino para juguetear
-con las ninfas, con las sirenas, con las divinidades, cuyas sienes
-coronadas de algas, de perlas, de corales, se ven á cada instante en
-el culebreo de los rayos del sol por las jaspeadas arenas, dentro de
-las trasparentes orillas marinas; que el hombre se encuentra sobre
-aquella tierra, bajo aquel cielo, como el dios antiguo sobre el
-ara de su altar y bajo la techumbre de su templo; que la naturaleza
-es clara, trasparente, de relieve, como aquella antigua conciencia
-clásica, como aquella lengua helénica, la más distinta, la más
-precisa, la más armoniosa y rica de las lenguas humanas; que todo
-convida allí á entregarse á la vida universal, todo á los cantares
-en coros, á las danzas por muchedumbres, á las carreras délficas, á
-los juegos píthicos, á los ejercicios atléticos y gimnásticos, á la
-vida griega, serena como su arte, regida por la geometría y por la
-música, consagrada á hacer de cada cuerpo una perfecta escultura, de
-cada alma un cielo trasparente; vida en paz completa y eterna con la
-naturaleza, que se cincela, se pule, se esculpe, se pinta á sí misma,
-para someterse al espíritu y á la idea y á las fuerzas del hombre.
-
-Yo no las he visto, pero he oido alabar y encarecer á cuantos las
-han visto, las bellezas del trópico. Yo tenía un amigo, viajero
-incansable, que á la contínua me hablaba de Cuba, de Haiti, del
-Brasil, y sobre todo de la isla de Java, de ese manojo de volcanes.
-Debe ser bello, terriblemente bello todo eso. Nuestros árboles
-parecerán femeniles ramilletes al lado de esos árboles gigantes
-que se hunden allá en la inmensidad de los cielos. Nuestros rios
-deben ser arroyos en comparacion de esos rios de la India y del
-Perú. Nuestra flora, raquítica, miserable, parangonada con la flora
-tropical, rebosante de savia y de aromas. Yo me he fingido mil veces
-en la mente, leyendo las relaciones de los grandes viajeros, esa
-isla de Java con sus fundamentos de granito, con sus montañas de
-basalto, con sus haces de volcanes; cubierto el suelo de madréporas
-y pólipos; cortado el paso por selvas, primitivas é inexplorables;
-desaguando de las raíces de sus montañas de fuego rios hirvientes
-en la inmensidad del Océano; los dias todos con tempestades, cuyos
-relámpagos son incendios, cuyos truenos desquiciamientos del cielo,
-cuyas lluvias electricidad; las noches iluminadas, no sólo por las
-estrellas y constelaciones, sino por las grandes aladas luciérnagas
-que en todas direcciones vuelan como nubes de animados aerolitos;
-los cocoteros saliendo de las aguas, á veces de las ondas, y
-elevándose á las alturas cargados de frutos, junto á las palmas
-resonantes; los bambúes al pié de los plátanos, árboles gigantescos,
-por cuyos troncos fluye el ámbar líquido; las hojas y las ramas de
-la vegetacion lujuriosísima entrelazándose hasta formar tinieblas
-perpétuas por donde vagan tigres negros de ojos verdes y murciélagos
-monstruosos con alas inmensas; el campo cubierto de plantaciones de
-tabacos, de té, de café, de especias, que con sus jugos, con sus
-esencias, con su humo nos embriagan; el aire embalsamado de aromas
-que perturban; la tierra entera, produciendo y devorando seres en
-contínua y desordenada exaltacion, como si aquella extraña naturaleza
-fuese la demencia, el delirio, el frenesí de la vida.
-
-Bella debe ser, bellísima; pero con toda su hermosura vence y anonada
-al hombre. Qué diferencia de los mares serenos, cuyas olas parece que
-esculpen las islas; de las costas armoniosísimas que se abren sin
-recelo á los vientos y á las aguas; de los olmos, graciosas columnas,
-entre las cuales se mantienen las parras con sus flexibles sarmientos
-y sus recortados pámpanos; de la flora artística de las orillas del
-Mediterráneo, flora llena de bálsamos, el jazmin entrelazado con
-la pasionaria, la verbena al pié del mirto, en el hondo valle el
-olivo, el granado, la higuera, el limonero, la viña; al borde del
-torrente la adelfa; en la montaña la salvia, el tomillo, el romero,
-la manzanilla, el árnica, todas llenas de remedios y de consuelos;
-sobre las flores las mariposas en su inocente jugueteo, la abeja en
-su trabajo, y por los aires dulces, suaves, templados al sol en los
-inviernos, templados á las brisas en los veranos, el coro eterno
-de nuestras pintadas, nerviosas é inocentes avecillas. El género
-humano amará eternamente esta naturaleza graciosa, bellísima, que le
-sostiene con su calor suave, que le alimenta con sus sabrosos frutos,
-que le regala con sus aromas, que le refresca con sus brisas, que
-le bruñe y le sana con su sol, que le recrea con los cambiantes de
-sus mares, y el tono rosado de sus altas montañas, y los cuadros de
-sus horizontes, y la arquitectura de sus cordilleras; naturaleza en
-la cual vive como el fauno en su gruta de hiedra y se baña como el
-silencio en la linfa de sus fuentes.
-
-Nosotros nos sentimos todos parte integrante del universo. Conocemos
-el estrecho parentesco que existe entre la naturaleza y el alma. Los
-minerales nos dan la base de nuestro esqueleto. El hierro penetra
-en las venas, colora y enciende la sangre. Con sólo mirar el cuerpo
-humano se ven sus relaciones y sus armonías con las plantas. La
-relacion es mayor en las esferas superiores de la vida. Todas las
-especies animadas tienen afinidades físicas, químicas, fisiológicas
-con este cuerpo humano, que las resume, las corona y las completa.
-Por todas partes nos sentimos unidos con el universo, y en relacion,
-así con la estrella lejana, perdida en los abismos del cielo, como
-con la humilde florecilla hollada por nuestros piés. Somos unos con
-todos los seres. ¿Y no reconocerémos el estrecho lazo que nos liga á
-nuestra propia especie? ¿Será más fácil y más grato sentirse unos con
-el mineral, con el vegetal, con los animales inferiores que con el
-resto de los humanos, en cuyas frentes centellea el espíritu? Y si
-nos reconocemos unidos á los demas hombres por identidad fundamental
-de la naturaleza, ¿cómo explicarémos, cómo, la guerra y la
-esclavitud? ¿Cómo la sed de corromper, de esclavizar, de combatir, de
-exterminar, que aqueja á tantos seres humanos, en detrimento, en ódio
-á aquellos que son de todo en todo sus iguales? Y en esta sonriente
-tierra de Nápoles nos recuerda la historia el orgullo de unos, la
-tiranía engendrada por este orgullo; y de otros la esclavitud, la
-degradacion, la miseria moral y material. Pues qué, ¿no veo á mi
-espalda el golfo de Bayas, donde Neron en su crueldad asesinó á su
-madre, donde Calígula en su demencia llamó á la luna á compartir su
-lecho, y veo á mi frente el cono del Vesubio, donde Espartaco citó
-á los gladiadores para que, en vez de volver las espadas contra sus
-propios corazones, las esgrimieran en el corazon de sus tiranos?
-
-Pero entreguémonos á la contemplacion de este bellísimo cuadro, de
-la campiña, de la ciudad. Parece que lo estoy viendo ahora mismo.
-Son los últimos dias del mes de Abril. Las hojas verdes y tiernas
-cubren las ramas. Los cielos sonrien y sonrien los mares. En el
-Este, dibujando sus crestas coronadas de nieve en claro cielo
-esmaltado de azul, los montes Apeninos, que á los toques del
-éter se pierden, se desvanecen; adelantándose hácia las playas,
-al Nordeste, la pirámide truncada que forma el Vesubio, y en
-cuyas laderas compuestas de lavas, de riscos casi metálicos, de
-oscuras cristalizaciones, la luz se rompe en matices violáceos,
-celestes, lilas, que son verdaderamente mágicos; desde el Vesubio
-al cabo Campanella, sobre colinas bellísimas, al borde del mar,
-entre bosques de olivos y limoneros, de robles y de higueras, de
-laureles y mirtos, Castellamare, Sorrento, blancas como palomas;
-hácia la curva central de este grande anfiteatro, primero las ruinas
-solitarias de Pompeya, los barrios luégo henchidos de vivientes,
-como Portici, como Torre del Greco, rodeados todos de maravillosas
-quintas y de floridos jardines por leguas de leguas; más hácia el
-Oeste Nápoles, entre aquellos muelles del comercio, donde las naves
-se agrupan á centenares, las barcas á miles, y este otro muelle de
-la contemplacion, del arte, llamado Chiaja, y lleno de alamedas, de
-estatuas maravillosas, de templos marmóreos, bordado de larga fila
-de palacios grandemente pintorescos por sus azoteas y sus balcones;
-tras todos estos palacios, quintas, villas, ciudades, un collar de
-pequeños conos volcánicos, que forman como graciosas ondulaciones,
-como series de colinas sobre cuya cúspide brillan iglesias,
-monasterios, castillos, monumentos de diversas clases, y á cuyos
-piés se extienden florestas contínuas en armoniosa gradería; hácia
-el Oeste la gruta de Pausilipo remata por la tumba de Virgilio,
-genio que reposa en aquella region como en su nido; más al Oeste
-aún el cabo Miseno, cantado por los poetas, eternamente querido de
-los artistas; todo el conjunto inundado de aquellos arreboles que
-dan aspecto fantástico, así á las nieves de los Apeninos como á las
-humaredas del Vesubio, y entonando por aquel mar de un celeste casi
-indescriptible, segun lo claro y lo bello, en el cual se bañan las
-islas de córtes verdaderamente arquitectónicos, y que parecen alzarse
-allí como sirenas para velar, para arrullar, para hermosear á la
-diosa de las sirenas, á la divina Parthenope.
-
-
-FIN.
-
-
-
-
-ÍNDICE.
-
-
- _Páginas._
-
- Al que leyere v
-
- Llegada á Roma 1
-
- La gran ruina 33
-
- Los subterráneos de Roma 63
-
- La capilla Sixtina 89
-
- El Cementerio de Pisa 137
-
- Venecia 171
-
- En las lagunas 201
-
- El Dios del Vaticano 223
-
- El Gueto 317
-
- La gran ciudad 343
-
- Parthenope 369
-
-
-
-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Recuerdos de Italia (parte 1 de 2), by
-Emilio Castelar
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 1 DE 2) ***
-
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-For additional contact information:
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- Recuerdos de Italia (1 de 2), by Emilio Castelar&mdash;A Project Gutenberg eBook
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- <body>
-
-
-<pre>
-
-Project Gutenberg's Recuerdos de Italia (parte 1 de 2), by Emilio Castelar
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere in the United States and most
-other parts of the world at no cost and with almost no restrictions
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-
-
-
-Title: Recuerdos de Italia (parte 1 de 2)
-
-Author: Emilio Castelar
-
-Release Date: December 15, 2016 [EBook #53741]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 1 DE 2) ***
-
-
-
-
-Produced by Carlo Traverso, Ramon Pajares Box and the
-Distributed Proofreading team at DP-test Italia.
-
-
-
-
-
-
-</pre>
-
-
-<div class="front">
- <hr class="full" />
- <p><a href="#tnote">Nota de transcripción</a></p>
- <p><a href="#ToC">Índice</a></p>
-</div>
-
-<div class="screenonly">
- <hr class="chap" />
- <div class="figcenter">
- <img src="images/cover.jpg"
- alt="Cubierta del libro" />
- </div>
-</div>
-
-<div class="aftit pt6">
- <p><span class="pagenum" id="Page_i">[p. i]</span></p>
- <hr class="chap" />
- <h1>RECUERDOS DE ITALIA.</h1>
- <hr class="chap" />
-</div>
-
-
-<div class="tit pt3">
- <p><span class="pagenum" id="Page_iii">[p. iii]</span></p>
- <p class="xl">RECUERDOS</p>
- <p class="fs300 g1 mt05">DE ITALIA</p>
- <p class="xs mt3">POR</p>
- <p class="xl g1 mt1">EMILIO CASTELAR.</p>
-
- <div class="mt3">
- <hr class="fil" />
- <p class="edicion">Tercera edicion.</p>
- <hr class="fil" />
- </div>
-
- <div class="mt3">
- <p class="large g1">MADRID.</p>
- <p class="small g2">A. DE CÁRLOS É HIJO, EDITORES.</p>
- <p class="xs">CALLE DE CARRETAS, 12, PRINCIPAL.</p>
- <hr class="sep" />
- <p class="xs">MDCCCLXXXIII.</p>
- </div>
-</div>
-
-
-<div class="aftit pt6">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_iv">[p. iv]</span></p>
- <hr class="dobl" />
- <p class="edicion">Esta obra es propiedad de los Editores.</p>
- <hr class="dobl" />
- <p class="over mt6">Est. Tipográfico de los Sucesores de Rivadeneyra, Paseo de San Vicente, 20.</p>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-
-<div class="chapter pt3" id="Ch_0">
- <p><span class="pagenum" id="Page_v">[p. v]</span></p>
- <h2 class="nobreak">AL QUE LEYERE.</h2>
- <hr class="sep2" />
-</div>
-
-<p>Este libro reune las emociones más vivas despertadas en mi ánimo
-por los maravillosos espectáculos de Italia. No es en realidad
-un libro de viajes. Yo no he intentado añadir una obra más á las
-excelentes que tenemos en castellano sobre la nacion artística y
-que andan entre las manos de todos. Cuando un pueblo, un monumento,
-un paisaje, han producido honda impresion en mi ánimo, he tomado
-la pluma y he puesto empeño en comunicar á mis lectores con toda
-fidelidad esta impresion. No sigo, pues, órden alguno ni itinerario
-regular en mi libro. Pongo mis cuadros donde mejor me parece, por lo
-mismo que no tienen unos relacion con otros. Vuelvo á ciudades de
-donde parecia haber salido, y creo que cada capítulo forma un librito
-aparte.</p>
-
-<p>Poco se encontrará en estas páginas de la vida<span
-class="pagenum" id="Page_vi">[p. vi]</span> corriente y de las
-costumbres actuales de Italia. En esta nacion, más que se vive,
-se recuerda. Es necesario mirarla histórica y estéticamente. Es
-necesario relacionar sus grandes monumentos con el tiempo en que
-nacieron, con las generaciones que los levantaron. Es necesario,
-delante de cada paisaje ó de cada ruina, evocar las sombras augustas
-que los realzan y recoger las ideas vivas que de su fecundo seno
-destilan. De otra manera, no se viaja, no, por Italia.</p>
-
-<p>En su historia hay crísis que no son crísis nacionales, sino
-crísis humanas, como el paso del mundo antiguo al mundo moderno, como
-el paso de la Edad Media al Renacimiento. Por aquellos edificios
-tan vistosos, por aquellas estatuas tan serenas, han atravesado
-todas las tempestades del espíritu humano. Las ideas les han
-abierto hondas heridas. Y al verlos, se siente en el corazon y en
-el cerebro el esfuerzo inmenso que ha costado á los siglos crear
-el espíritu moderno, en que nosotros respiramos y vivimos. Por eso
-un viaje á Italia es un viaje á todos los tiempos de la historia.
-Por eso un escrito sobre Italia, más que descripcion, debe ser, en
-mi concepto, resurreccion. Yo he intentado colocarme siempre en la
-idea so<span class="pagenum" id="Page_vii">[p. vii]</span>bre que
-estas grandes obras de arte, de arqueología, de historia se alzan.
-Feliz, completamente feliz, si alguna vez lográra sentir á una con
-mis lectores los pensamientos que, digámoslo así, evaporan las obras
-artísticas y los recuerdos históricos de la inmortal Italia.</p>
-
-<p class="firma"><span class="smcap">Emilio Castelar.</span></p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_1">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_1">[p. 1]</span></p>
- <h2 class="nobreak">LLEGADA A ROMA.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_3">[p.
-3]</span>Estamos en Civita-Vecchia. Cuando el bote se aproxima
-rápidamente á tierra, el corazon os salta en el pecho de entusiasmo.
-Los edificios que os rodean os hablan de la antigüedad. Por poco
-aficionados á los estudios clásicos que seais, sentís tentaciones
-de recitar los versos que Virgilio puso en boca de los compañeros
-de Enéas. La vista de Italia deja en vuestro pensamiento una estela
-más profunda que la quilla de la barca en el mar. Cuando atracais,
-os falta tiempo para saltar en tierra. Si nuestro siglo no estuviera
-reñido con la manifestacion aparatosa de los grandes sentimientos,
-postraríame de hinojos sobre el suelo para besarlo. <i>Italiam,
-Italiam; primus conclamat Achates.</i> Pero habíame olvidado en mi
-entusiasmo de que esta Italia es la Italia pontificia. Un aduanero
-os detiene y os pide el precio de la entrada como en vil teatro. Una
-nube de mendi<span class="pagenum" id="Page_4">[p. 4]</span>gos, en
-cuyos rostros estatuarios ha impreso la miseria sus tristes huellas,
-se reparten á gritos vuestro equipaje como rico botin. La policía
-sale á reclamaros los pasaportes, en toda la Europa civilizada ya
-abolidos. Allí os los visan exigiéndoos otra gabela, á pesar de
-venir visados con gabela de la nunciatura de París ó del consulado
-de Marsella. En seguida el equipaje entra en sórdido almacen, oscuro
-ademas como un calabozo de la Inquisicion; oscuridad incompresible
-en esta tierra del cielo espléndido y de la luz deslumbradora, que
-dan á los ojos con un festin de colores una embriaguez de poesía.
-Por efectos usados ó adscritos á vuestro uso, os exigen derechos
-de aduanas. Cuando, pagados estos derechos, ya os contais libres,
-veis todos los bultos arrojados á un carreton, del cual tiran varios
-jóvenes haraposos, sin camisa, que os gritan: Á la aduana. ¿Pero otra
-vez? La tasa, el arancel prohibitivo, la incomunicación con el mundo,
-¿serán tambien de derecho divino? ¿El Papa necesitará, para ejercer
-su autoridad sobre las conciencias, apoyarse fuertemente en los
-errores económicos de la prohibicion y en los errores políticos del
-absolutismo?</p>
-
-<p>Yo comparaba esta entrada en los Estados Pontificios con mi
-entrada en los Cantones Suizos. Sentimientos no ménos sublimes
-ciertamente os poseen al contemplar aquellos montes por pirámi<span
-class="pagenum" id="Page_5">[p. 5]</span>des de eternas nieves
-terminados; aquellos bosques verde-oscuros, á cuyos piés se
-extienden praderas de un verde-claro, tachonadas por toda suerte
-de flores; aquellos lagos azules perezosamente dormidos al pié de
-colinas graciosísimas, puestas en sus bordes como para contrastar
-con los nevados picos hundidos en la profundidad de los cielos;
-aquellos rios impetuosos, cuyas claras aguas se despeñan con solemne
-rumor; aquellas blancas aldeas habitadas por una fortísima raza,
-que ha logrado realizar el mayor bien posible en las sociedades
-humanas: la alianza de la democracia con la libertad. Nadie os
-perturba en la contemplacion de estas grandezas. Ningun aduanero os
-registra el equipaje; ningun esbirro os pregunta vuestro nombre. La
-libertad ha abierto al universo aquellas montañas que parecen muros
-impenetrables. Pero en las playas romanas, en estas playas que os
-llaman como sirenas, el absolutismo ha puesto una nube de alcabaleros
-y de espías para cerrarlas, cuando las ha abierto naturaleza, como
-todos los vientos, á todas las ideas.</p>
-
-<p>Nada más incómodo que el registro de los equipajes, nada
-más minucioso. Caen los aduaneros sobre los libros con recelo
-inquisitorial. Y despues que lo han removido todo y lo han ojeado
-todo, entregan cada bulto á un empleado que lo conduce á la estacion,
-pidiéndoos de nuevo de<span class="pagenum" id="Page_6">[p.
-6]</span>rechos, cuyo importe monta tanto como la primera
-contribucion de la primer aduana. ¿Hay paciencia para sufrir una
-administracion como ésta? ¿Es posible que, en medio de Europa, exista
-un territorio privilegiado y en él una porcion, la más augusta por
-sus glorias de la familia humana, en perpétua ruinosa tutela? El
-Espíritu Santo, que derrama sobre la cátedra de San Pedro torrentes
-de verdades religiosas, ¿no querrá por misericordia concederle ni
-un átomo siquiera de las verdades políticas y económicas que son la
-honra y la riqueza de los pueblos modernos? Así es que el ánimo se
-aparta del lado económico y administrativo de aquella tierra, para
-fijarse en el lado pintoresco. El cielo es de espléndido azul-claro;
-el mar como el cielo; el aire tibio y aromático; las guijas de la
-costa parecen doradas y bruñidas por la luz; en los árboles asoman
-las tiernas hojas que Abril hace brotar con sus primaverales besos;
-y entre corros de alegres chiquillos medio desnudos, pasan de vez en
-cuando algunos frailes, los cuales, con su túnica blanca y su manto
-de parda estameña, me parecen evocaciones de otras edades, ruinas
-vivientes, paseándose, como los fuegos fatuos por los cementerios,
-sobre las ruinas de piedra.</p>
-
-<p>Suena la hora de partir á Roma. El tren silba. Civita-Vecchia es
-el puerto de los Estados Roma<span class="pagenum" id="Page_7">[p.
-7]</span>nos. Pero ni un carro, ni un fardo, ni un trabajador, ni un
-barril; nada que indique la existencia del comercio, como no sea el
-aduanero puesto allí para impedirlo. Mucho habia oido hablar de la
-tristeza del campo romano, pero nunca creí que llegase á tanto. Es la
-desolacion de las desolaciones. Parece que la muerte se ha tragado
-hasta las ruinas. Los buitres y los cuervos se han comido hasta los
-huesos de este gran cadáver. Once estaciones hay entre el mar y la
-Ciudad Eterna. En ninguna de ellas se ve un pueblo. Los empleados
-pronuncian nombres sonoros como Rio Fiume ó Magliana; nombres que se
-pierden, vanos ecos, en la inmensidad del desierto. Extraña mucho,
-muchísimo, ver que un tren se para en la soledad, sin que nadie baje
-ni suba, sin que nadie mire, sin que se cargue ni se descargue un
-bulto. Á veces alguna cabaña circular, terminada por una cruz de
-palo, es todo cuanto se decora con el pomposo nombre de estacion.
-Diríais que son tumbas de salvajes. El tren marcha proporcionalmente
-como una carreta. Esta lentitud os permite descubrir el inmenso
-horizonte; el campo desolado, pantanoso; algunas yeguadas que corren,
-ó búfalos que se paran como para contemplaros; ó rarísimos pastores
-á caballo en jacos matalones; ó un carro sobre el cual anda tendida
-alguna familia devorada por la fiebre, y que pa<span class="pagenum"
-id="Page_8">[p. 8]</span>rece resto de razas nómadas, muriendo sobre
-aquel desierto, donde yacen tantas antiguas majestades caidas y
-enterradas.</p>
-
-<p>Los errores económicos trascienden á muchos siglos, á muchas
-civilizaciones. Los campos romanos, en los primeros tiempos de la
-República, cuando los cultivaba Cincinato, podian llamarse los Campos
-Elíseos en el mundo; un semillero de riquezas, un lugar de felicidad
-y de abundancia. El vino, el trigo, el aceite, la miel, la leche,
-eran por el trabajo agrícola producidos de tal manera, que Roma
-se bastaba á sí misma. Pero, poco á poco, las grandes familias se
-fueron apoderando de aquellos campos ántes repartidos entre muchos
-y por muchos trabajados. Á fin de evitarse jornales, convirtieron
-las tierras de labor en tierras de pasto. Un esclavo les bastaba
-para guardar el ganado. Los riegos se suspendieron. Los canales se
-cegaron. Perdiéronse las acequias. Las aguas se estancaron en los
-lugares bajos. Aquellas aguas, que cuando corrian para el riego
-llevaban en sus corrientes la vida, comenzaron con emanaciones
-pútridas á esparcir la muerte. Conquistado el mundo conocido, el
-pueblo romano ya no tenía la ocupacion de la guerra, y habia olvidado
-la ocupacion del trabajo. De aquí el cesarismo para que lo alimentára
-y lo divirtiera. Del cesarismo, la muerte moral que está en<span
-class="pagenum" id="Page_9">[p. 9]</span> la tiranía, como la muerte
-material en las lagunas pontinas. Con razon decia Plinio: <i>Latifundia
-Italiam perdidere</i>.</p>
-
-<p>Por fin, al caer la tarde, cuando las sombras se desprendian
-sobre Roma, llegamos á la Ciudad Eterna; á la que nos ha dado la
-jurisprudencia con sus pretores, los municipios con sus procónsules,
-la libertad con sus tribunos, la autoridad con sus césares, la
-religion con sus pontífices; piedra miliaria donde están escritos los
-anales del género humano; tumba de la antigüedad; arco de triunfo
-por el cual entraron las edades modernas de la vida; templo á que
-han venido por espacio de quince siglos las generaciones católicas
-á recibir la luz de su espíritu; academia en que todavía aprenden
-los artistas, delante de cincuenta mil estatuas y de millones de
-columnas, los secretos de la forma plástica; campo de batalla donde
-yacen enterrados los dioses todos de las teogonías antiguas, al
-panteon traidos en los carros de triunfo; desde cualquier lado que se
-la mire, la ciudad más augusta y más colosal de cuantas han vivido
-sobre la tierra; la que todavía dirige la conciencia de una parte del
-género humano con el prestigio de sus recuerdos, con los misterios
-que se levantan de sus gigantescas ruinas.</p>
-
-<p>Yo no puedo preservarme de un gran senti<span class="pagenum"
-id="Page_10">[p. 10]</span>miento de veneracion hácia esta ciudad,
-única en el mundo. Babilonia, Tiro, Jerusalen, Aténas, Alejandría,
-han reinado en la historia antigua, en cierto período de tiempo y
-en limitado espacio, realizando cada una su idea, despues de lo
-cual han desaparecido en el polvo de sus ruinas, sin dejar más que
-los recuerdos de su vida en la historia, ó los huesos de un cadáver
-en la tierra. París, Lóndres, Nueva-York, reinarán en la historia
-moderna. Pero esta Roma, que los antiguos llamaron la Ciudad Eterna,
-abraza los dos hemisferios del tiempo, el mundo antiguo y el mundo
-cristiano.</p>
-
-<p>¡Qué serie de emociones reserva Roma al viajero! Por muy católico
-que seais, por muy vivas que en vuestra alma estén las ideas
-aprendidas en la primera educacion; á la vista de las estatuas del
-mundo antiguo, de estos faunos que sonrien con una sonrisa inmortal,
-de estas diosas por cuyas carnes de mármol parece que circula
-el calor de la vida y la sangre de una eterna juventud; delante
-del coro de las divinidades griegas en su inmóvil reposo, en su
-olímpica serenidad, en su armonía perfecta entre la forma y la idea
-resplandeciente de hermosura que irradian sus ojos, que se desprende
-de sus labios casi vibrantes aún con el himno de la poesía clásica;
-delante de estos muertos de piedra, más vivos y<span class="pagenum"
-id="Page_11">[p. 11]</span> más inteligentes que los hombres de
-carne que hoy los guardan, sentís dolor infinito por la muerte de la
-religion del arte, y os dan tentaciones de pedir que se levanten de
-nuevo los antiguos templos y continúen los interrumpidos sacrificios
-para oir los cánticos de los coros, las páginas elocuentísimas de
-Platon ó los acentos de libertad de Demóstenes, en medio de aquel
-mundo y bajo el númen de aquellos genios, que derramaron de sus copas
-de ámbar sobre la tierra el licor de una eterna alegría. Goethe
-sintió esta profunda emocion clásica en el Museo del Vaticano,
-residencia de los pontífices católicos, por un milagro del arte
-convertida en olimpo de los dioses paganos.</p>
-
-<p>Así os sucede con el mundo cristiano. Las grandes basílicas, á
-pesar de su colosal majestad, os dejan frios. Aquellos monumentos
-de mármol, de bronce, relucientes de oro y de pedrería, inundados
-de luz, riquísimos de mosaicos y de bajos relieves, os deslumbran,
-pero no os conmueven. La frialdad del mármol llega hasta el alma.
-Pero cuando entrais, por ejemplo, en las catacumbas de San Clemente;
-cuando veis la tierra húmeda donde estuvo guardada cuatro siglos la
-semilla de la idea cristiana; cuando, al resplandor de una antorcha,
-descubrís en el subterráneo la inscripcion trazada por<span
-class="pagenum" id="Page_12">[p. 12]</span> el mártir, la pintura
-al fresco que parece, todavía teñida de sangre, los símbolos de
-la esperanza en medio de los terrores de la persecucion, creeis
-oir el himno de los catecúmenos entonado bajo los festines mismos
-de los césares, á la puerta del circo donde rugian las fieras que
-iban á devorarlos; y el sentimiento de amor inspirado por todos los
-grandes sacrificios viene á sobrecogeros con su misticismo sublime,
-inspirándoos deseos de quedaros allí á contemplar de rodillas los
-misterios de la eternidad y á dormir el sueño de la muerte en el
-sepulcro de los primeros cristianos, sepulcro iluminado por la fe.</p>
-
-<p>¡Pero cómo se borran estas emociones así que veis la córte
-pontificia! No puedo resistir á la tentacion de recordar un cuento
-del más gracioso de los escritores italianos, de Boccacio. «Érase un
-cristiano viejo, florentino, muy dado á ganar almas para el cielo,
-mérito á que libraba su eterna bienandanza, cuando dió con un no
-recuerdo si moro, si judío, y puso empeño en abrir los ojos de su
-alma á la eterna luz; pero con tal traza, que en breves dias habia
-logrado tenerle ya punto ménos que convertido; cuando se le ocurrió
-al infiel, llevado de su naciente celo, la idea de ir á Roma; idea
-que desconcertó á su misionero, porque temió que las liviandades de
-aquella córte serian bastantes á reducir á ceni<span class="pagenum"
-id="Page_13">[p. 13]</span>zas la portentosa obra; mas ¡cuál no fué
-su extrañeza, cuando vió volver al catecúmeno hecho de hieles contra
-su antigua religion y de miel para la nueva, exclamando: ¡Padre mio!
-me convierto; porque si á pesar de las liviandades del clero de este
-siglo la Iglesia existe, crece y se fortifica, es sin duda porque,
-depositaria de la verdad, merece la directa proteccion del Cielo!»</p>
-
-<p>Yo no acusaré á la córte que rodea á Pío IX de liviana. Jamas
-acostumbro á acusar sin pruebas, y siempre me inclino á creer el
-bien y á no injuriar á la naturaleza humana. Yo creo á Pío IX un
-respetable anciano perfectamente moral. Yo supongo que el ejemplo de
-su moralidad trasciende á toda su córte. Pero yo digo que ni él ni
-cuantos le rodean comprenden el espíritu de este siglo razonador,
-independiente, libre, quizá demasiado positivista, que desea un
-culto espiritual y desinteresado para oponerlo al desenfreno del
-mercantilismo, y que no encontrará nunca la satisfaccion de este
-deseo en el pomposo y vano lujo con que la córte de Roma adorna las
-ceremonias religiosas convirtiéndolas en el culto de los sentidos.
-¿Por qué lado peca nuestro siglo? Por el lado industrial, por el lado
-mercantil. Las maravillas de la industria le han hecho olvidar las
-maravillas de las ideas que se ocultan en el cielo del alma. Esta
-tendencia sobrado exclusiva<span class="pagenum" id="Page_14">[p.
-14]</span> de su carácter puede traer una de esas reacciones
-idealistas que equilibran la naturaleza humana, como la accion
-demasiado sensual del imperio romano sobre la conciencia trajo la
-reaccion demasiado espiritualista del cristianismo, que convirtió
-un mundo de epicúreos en otro mundo de monjes. Podia muy bien la
-antigua religion del espíritu aprovechar un momento de crísis en la
-conciencia para reivindicar alguna parte del influjo moral que ha
-perdido. Pero con ese sistema de lujo desenfrenado, de comparsas
-churriguerescas, de cortesanos vestidos caprichosamente, de pajes
-cargados de oro, de cardenales con púrpura y armiño, de obispos con
-mitras orientales, de suizos arlequinados, de guardias nobles que
-llevan el manto de terciopelo negro sobre los hombros y la espada de
-plata sobre el vientre, de domésticos cubiertos con túnicas de todos
-los colores del íris, de lacayos cuyos plumajes desafian á todos los
-pintados loros del trópico, de soldados de uniformes como el célebre
-del general Boom en la <i>Gran Duquesa de Gerolstein</i>; con todo ese
-lujo oriental, la córte de Roma se aparta de Cristo y se acerca á
-Heliogábalo.</p>
-
-<p>Es el Domingo de Ramos. La gran Basílica de San Pedro va á
-presenciar la bendicion de las palmas. Dentro de ella el pueblo está
-relegado al término último, como si no hubiese recibido con<span
-class="pagenum" id="Page_15">[p. 15]</span> el bautismo el sello de
-la igualdad cristiana. Del altar mayor á la gran puerta se extienden
-dos filas de soldados para impedir á la muchedumbre que se acerque
-al Papa. Aunque la concurrencia es numerosísima, apénas se advierte
-en aquellos dilatados espacios. Baste decir que en San Pedro caben
-sesenta mil almas. Las voces de mando militar resuenan fuertemente
-en el templo, donde sólo deberia resonar la voz de la oracion. Los
-fusiles, al descansar, producen grande estrépito en el pavimento de
-mármol. Los asistentes son extranjeros. El ciudadano romano casi
-ha desaparecido en la inundacion de extrañas gentes llamadas por
-el Papa en su socorro. Á la hora prefijada, la procesion que trae
-á Pío IX comienza. Es imposible que nadie pueda dar una idea de
-las diversas gentes que le acompañan, y de los diversos trajes que
-estas gentes visten. Se necesitaria una endiablada nomenclatura,
-como las nomenclaturas de Bizancio. Por fin, despues de un ejército
-de cortesanos, aparece el Papa llevado en andas como los santos
-de nuestras procesiones, sentado en silla dorada, con manto de
-terciopelo carmesí y mitra blanca, el báculo de oro en la mano
-izquierda, y la derecha ocupada en lanzar bendiciones á los que
-las piden de rodillas. San Pedro parece un teatro. Las tribunas,
-alzadas en gradería bajo los grandes arcos que<span class="pagenum"
-id="Page_16">[p. 16]</span> sostienen la maravillosa rotonda de
-Miguel Ángel, se hallan ocupadas por las damas. La disposicion de
-estas tribunas religiosas me parece idéntica á la disposicion de la
-platea central en la Grande Ópera de París. Los caballeros, vestidos
-de rigorosa etiqueta, ocupan el pié de las tribunas.</p>
-
-<p>Durante la misa, unos hablan, otros pasean, y todos dirigen
-alternativamente sus anteojos de teatro, ya á las damas que ocupan
-las tribunas, ya á los cardenales que ocupan el ábside de San Pedro.
-Los guardias nobles, vestidos como nuestros caballeros de la córte de
-Felipe IV, con calzon corto, media de seda, ropilla de terciopelo,
-las mangas acuchilladas y adornadas por grandes elipses de raso, la
-capa á la espalda, el espadin con puño de acero delante, la gorra
-negra bajo el brazo y la golilla blanca al cuello, se mezclan á la
-conversacion general y al general paseo. Solamente los suizos se
-hallan allí inmóviles. Me dan compasion al considerar que han sido
-bastante enfermos del alma para dejar sus montañas y su libertad
-por servir ¡pobres mercenarios! á un soberano extranjero. El traje
-que llevan fué dibujado por Rafael. El gran pintor no se mostró en
-este traje gran colorista. Es una mezcla de retazos de paño negro,
-encarnado y amarillo; un casco adornado con plumero blanco les
-cubre la cabeza,<span class="pagenum" id="Page_17">[p. 17]</span>
-y una elegante alabarda es su arma. Parecen maniquíes vestidos de
-arlequin.</p>
-
-<p>Despues que se ha concluido la funcion, es de ver la plaza de San
-Pedro. Inmensa multitud la ocupa; coches lujosísimos la atraviesan en
-todas direcciones; las músicas militares entonan marciales marchas;
-la decoracion es maravillosa: en el centro el obelisco, mudo trofeo
-de las victorias del pueblo romano sobre el Egipto; á su lado dos
-fuentes que lanzan á los aires dos rios en grandes surtidores; á
-la derecha é izquierda los intercolumnios abiertos en colosales
-semicírculos, dejando entrever la graciosa vegetacion meridional de
-los próximos jardines, y rematados por magnífica diadema de estatuas;
-sobre una altura el Vaticano, palacio donde guardan testimonio
-de su genio los primeros artistas del mundo; y en el fondo, al
-terminarse elegante gradería, la iglesia de San Pedro, coronada por
-la rotonda de Miguel Ángel, que se dibujaba admirablemente, como un
-templo aéreo ascendiendo á lo infinito, entre los arreboles de este
-cielo arrebatador, que extiende sobre todo, como una mágica gasa de
-incomparable hermosura, su áureo manto de luz.</p>
-
-<p>Pero no olvidaré hacer una observacion que me inspiró la
-fiesta. Esta ciudad no puede, á pesar de tantos esplendores,
-permanecer encantada siempre con el filtro del misticismo, ni presa
-siempre<span class="pagenum" id="Page_18">[p. 18]</span> en las
-redes del arte. Cuando la religion tenía en sus manos la ciencia, el
-arte, la política, era natural una sociedad como ésta, dirigida por
-castas sacerdotales. Pero desde que todas las funciones sociales se
-han convertido en laicas, el gobierno teocrático es imposible. Noté,
-pues, que los coros de la Capilla Sixtina han decaido mucho. Las
-sublimes inspiraciones de Palestrina á duras penas encuentran dignos
-intérpretes. Tal decadencia se explica por la dificultad que hay en
-nuestro siglo de encontrar cantores con las condiciones exigidas
-por la córte romana. Es sabido que no permitiendo el ritual coro de
-mujeres en San Pedro, se apela para tener tiples á reducir á ciertos
-varones desde su infancia á la condicion de aquellos infelices que
-guardan los serrallos de Oriente. Alejandro Dumas refiere con mucha
-gracia en sus viajes, que vió á la puerta de una barbería romana este
-rótulo ó anuncio: «Aquí se perfeccionan muchachos.» Yo no he visto
-cosa semejante. Pero sé que los coros de tiples decaen, porque ya
-no hay familias tan despiadadas que por lucro se atrevan á inmolar
-á sus hijos. Pues bien; no podeis exigir tampoco que para existir
-una autoridad religiosa y moral en el mundo, haya una ciudad sin
-prensa, sin tribuna, sin los derechos primordiales constitutivos de
-la virilidad de los pueblos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_19">[p. 19]</span></p>
-
-<p>Con sólo entrar en Roma se observa que su estado es un estado
-violento. Á tres mil suben los emigrados en una ciudad de doscientas
-mil almas. Cuatrocientos son hoy los presos por causas políticas. Y
-un sacerdote muy ilustrado, muy amigo del Papa, y hasta entusiasta
-por su poder temporal, me ha asegurado que hay más de setenta mil
-garibaldinos en Roma. Todo indica un gran terror. Así, las puertas
-de la ciudad se hallan defendidas por barricadas. Á las nueve de la
-noche quedais encerrados dentro de sus muros, hoy que las ciudades
-derriban sus puertas para dejar entrar con la luz y el aire las
-ideas de todas las ciencias, los productos de todas las zonas, los
-representantes de todas las razas.</p>
-
-<p>Desde el anochecer, en cada esquina encontrais dos guardas
-armados de fusiles, como si estuvierais en una plaza sitiada. Los
-pasaportes se registran con una minuciosidad indecible. Un Estado que
-apénas tiene seiscientas mil almas, sostiene veinte mil hombres de
-ejército.</p>
-
-<p>Estos veinte mil hombres son de diversas naciones y hablan
-diversas lenguas. La mayor parte no entienden el italiano. Así, no
-hay entre ellos los lazos de la sangre y del habla, aunque haya los
-lazos de la religion y de las ideas políticas. Esto es un gravísimo
-inconveniente para mandar las maniobras. Aunque se haya conveni<span
-class="pagenum" id="Page_20">[p. 20]</span>do usar el frances, como
-lengua más universalmente conocida, los soldados en su mayor parte
-no lo entienden. Luégo, para vivir en Roma bien (no habiendo en ella
-nacido), se necesita una grande elevacion de espíritu, capaz de
-comprender todo cuanto dicen sus monumentos, sus artes, sus ruinas.
-Los que no saben oir esa voz elocuentísima que despierta tantas
-inspiraciones, se fastidian en esta ciudad académica y monástica.
-Y no digo esto á humo de pajas. He notado una alta elegancia, una
-distincion de maneras en el ejército pontificio, que inútilmente
-buscariais en los demas ejércitos de Europa. Se conoce bien que si
-una gran parte es ejército mercenario, atento á las pagas, ligado
-por su enganche, la mayor parte se compone de jóvenes exaltados por
-un culto caballeresco á las viejas instituciones, románticos en su
-fantasía y en su vida, caidos muchos de sus ilusiones, desengañados
-otros, extraños todos, pidiendo al ejercicio de las armas y al ruido
-de los campos el alimento á su misticismo, que otra generacion,
-más religiosa y más tranquila, pediria al silencio del claustro y
-á las maceraciones de la penitencia. Estos soldados han venido de
-los cuatro puntos del horizonte, pues á todas las razas cristianas
-pertenecen y hablan todas las lenguas, en demostracion de que Roma
-guarda bajo los pontífices el carácter de uni<span class="pagenum"
-id="Page_21">[p. 21]</span>versalidad que le dieron los césares.
-Pero esta ventaja moral es la desventaja material de su ejército.
-Como la idea del individualismo, que los germanos trajeron á la
-historia moderna, se halla tan arraigada, las diferencias de raza,
-de nacionalidad, de carácter, brotan por todas las filas y ocasionan
-innumerables conflictos. Como los oficiales hablan una lengua y los
-soldados otra, apénas pueden establecerse entre ellos esas relaciones
-del corazon, más necesarias que las relaciones de la disciplina en
-los momentos de peligro. Como los mismos soldados no se entienden
-materialmente entre sí, no hay unidad en este cuerpo. Y saltan con
-mayor rapidez tales inconvenientes, cuando se ven los obstáculos con
-que luchan los jefes para mandar las maniobras. La Roma católica tomó
-el latin pagano para que todos sus miembros tuvieran con un solo
-espíritu una sola lengua. La diversidad de pronunciacion ocasionó
-que, áun hablando todos latin, no se entendieran los monjes de las
-várias naciones entre sí, como en demostracion de cuán superior es
-siempre la naturaleza á la ley. La Roma política de nuestro tiempo,
-en su angustia, ha escogido la elegante y flexible lengua de Voltaire
-para hablar á sus soldados, esa lengua mortal á todos los ídolos, á
-todas las idolatrías. La aristocracia del ejército la entiende, pero
-no la entiende la muchedumbre.<span class="pagenum" id="Page_22">[p.
-22]</span> Así los soldados se hallan disgustadísimos; primero
-por los largos ejercicios á que les obliga la dificultad de las
-maniobras, y despues por las contínuas guardias á que les obliga el
-terror creciente de la córte.</p>
-
-<p>En proporcion, aquellas naciones que por su historia debieran dar
-más soldados, dan ménos. España se suicidó por salvar el catolicismo.
-Los huesos de sus hijos blanquean desde el siglo décimoquinto en
-todos los campos de batalla donde ha sido necesario defender esta
-religion. Dimos por ella toda la sangre de nuestras venas y todo el
-aire vital de nuestro espíritu. Pues bien; sólo hay treinta y ocho
-soldados españoles en el ejército pontificio. En cambio Holanda,
-que salvó con sus Oranges la reforma y que inició la libertad de
-pensar en el mundo moderno, ha enviado gran número de voluntarios.
-Esto prueba que miéntras la libertad de cultos ha mantenido viva
-la fe en los católicos de los países protestantes, la intolerancia
-ha extinguido la fe en los países donde parecia más viva y más
-exaltada.</p>
-
-<p>Pero, dejando aparte estas reflexiones y viniendo á otras más
-políticas, yo no comprendo qué se propone el Papa con este ejército
-numerosísimo, tan desproporcionado á sus medios, á sus recursos,
-á sus Estados. La sombra del Imperio frances le protege. El dia
-que esta sombra se des<span class="pagenum" id="Page_23">[p.
-23]</span>vaneciera, por muy valiente que el ejército pontificio
-fuese, no podria resistir á cien mil soldados italianos. Miéntras la
-proteccion de Francia dure, el ejército pontificio es inútil; y el
-dia que falte la proteccion de Francia, el ejército pontificio es
-insuficiente. Sólo sirve para una cosa este ejército; para consumir
-los recursos que pródigamente, á manos llenas, envian todas las
-naciones católicas al Pontífice. Pero estos recursos provienen hoy
-de una exaltacion de los ánimos que no puede ser duradera. El dia
-que Italia, convencida de su impotencia para luchar con Napoleon, ó
-para promover el conflicto franco-prusiano con motivo de la cuestion
-de Roma, la rodee de un profundo olvido, el celo de los fieles
-disminuirá, con el celo disminuirán los recursos, con los recursos
-disminuirá el ejército, y una sublevacion interior no sólo será
-posible, sino tambien fácil, porque hay aquí guardado mucho amor á la
-libertad.</p>
-
-<p>Estoy maravilladísimo de los rasgos de inteligencia y de fuerza
-que guarda en su fisonomía esta raza romana, y que revelan toda
-la indómita fiereza de aquel antiguo carácter conquistador del
-mundo. Las mujeres, altas, majestuosas, de anchos hombros, de
-torneados brazos; el color moreno mate, los labios gruesos, la nariz
-aguileña; negros y brillantes los ojos, en cuyo torno se di<span
-class="pagenum" id="Page_24">[p. 24]</span>bujan largas pestañas
-y artísticas cejas; ancha la frente como sus estatuas, abovedada
-la cabeza como las Madonas del divino Rafael; oscuro y rizado el
-cabello, que cae en largos bucles sobre las escultóricas espaldas;
-tienen tal aire de matronas romanas, que áun pueden ciertamente
-mandar á Coriolano morir por la patria, y á Cayo Graco morir por el
-pueblo. Los jóvenes romanos han heredado la hermosura de sus madres
-combinada con todos los rasgos de la fuerza varonil. Se ve que el
-silencio impuesto por la Inquisicion y la obediencia impuesta por el
-despotismo, no han sido bastantes á extinguir el espíritu de este
-gran pueblo. Todavía parece que cae de sus labios la fórmula del
-derecho antiguo: <i>civis romanus sum</i>.</p>
-
-<p>Y cuenta que para descubrir esto se necesita quitar la capa de
-inmundicia bajo la cual fallece Roma. Junto al lujo oriental de los
-cardenales, los harapos de un pueblo hambriento; junto á las carrozas
-doradas, nubes de mendigos descalzos; en torno de los soberbios
-palacios de mármol, una horrible greca donde están confundidos toda
-suerte de mal olientes excrementos. Y sin embargo, esta ciudad es la
-capital de Italia. Cuando al caer la tarde, en las horas sagradas
-de la poesía, bajo un cielo clarísimo, iluminado por los últimos
-rayos del sol poniente, que da á los edificios algo de fantástico,
-mirais desde las alturas<span class="pagenum" id="Page_25">[p.
-25]</span> del Pincio esta ciudad con sus once obeliscos egipcios,
-sus trescientas cúpulas, sus bosques de columnas, sus miriadas
-de estatuas, y descubrís las Siete Colinas, donde han nacido los
-senadores, los cónsules, los tribunos, el derecho político y civil
-de la antigüedad, que todavía es la base de vuestro derecho; y
-contemplais al frente San Pedro, y sobre las majestuosas líneas
-de la gran Basílica la rotonda adivinada por Bramante y concluida
-por Miguel Ángel; no léjos de San Pedro, el titánico mausoleo de
-Adriano, sobre el cual abre sus alas el serafin de bronce; allá, á
-la izquierda, el mundo de la historia, los muros donde se grabaron
-mil victorias; la Vía Sacra, por do entraban los triunfadores; el
-Foro, en que se congregaba el pueblo; los arcos bajo los cuales han
-pasado veinte siglos sin desgastarlos; las termas regaladas, en
-cuyos dibujos todavía se han ceñido su corona las artes modernas;
-el Coliseo, que es una montaña esculpida por gigantescos cinceles;
-el Quirinal, donde se alzan las mayores estatuas salvadas de las
-catástrofes de Grecia; el Capitolio, cabeza, cerebro de la tierra;
-y á la vista de tantas maravillas, al recuerdo de tantas grandezas,
-á la contemplacion de tantos monumentos engarzados en bosques de
-cipreses, que parecen una corona fúnebre sobre la ciudad, colocada
-por un genio invisible; cuando las campanas que tocan á<span
-class="pagenum" id="Page_26">[p. 26]</span> la oracion os envian sus
-tañidos melancólicos, que os parecen la voz de los mártires saliendo
-de las catacumbas, y las sombras de la noche colgándose tristemente
-de las ruinas, como que dibujan las almas de los héroes, el corazon,
-por tantas emociones henchido, proclama á Roma, no solamente la
-capital de Italia, sino la eterna capital del mundo.</p>
-
-<p>Se necesita ser de Italia, sentir la sangre meridional en las
-venas, haberse educado en el recuerdo de esta gloriosa historia,
-bajo las pintadas alas de la poesía clásica, para comprender todo el
-prestigio que Roma ejerce sobre los italianos. Los que han querido
-constituir Italia en monarquía, y luégo le han negado á Italia su
-capitalidad natural, han hecho un cuerpo sin cabeza. Se concibe que
-si Italia fuera una federacion republicana, la cuestion de capital
-pasára á la categoría de una cuestion secundaria. Se concibe más:
-se concibe que siendo un Estado junto á otros Estados republicanos,
-aunque las leyes fueran análogas á las del resto de Italia,
-conservára Roma, por respeto á sus pontífices, costumbres monásticas,
-religiosas, como las conserva Friburgo, á pesar de hallarse enclavada
-entre dos cantones tan protestantes y tan liberales como el canton
-de Vaud y el canton de Berna. Pero constituida Italia en monarquía
-por el temor natural de to<span class="pagenum" id="Page_27">[p.
-27]</span>dos los potentados europeos á la República, Roma es
-de Italia, é Italia de Roma, que se hallan tan ligadas como los
-satélites á sus planetas, y los planetas al sol. Y en esta ciudad,
-hoy compuesta de iglesias, de conventos, donde no se ve ni una
-huella de la vida política y civil, donde por toda autoridad láica
-se descubren unos cuantos senadores en carrozas pintarrachadas,
-seguidos por unos cuantos lacayos colorados, inmunda parodia de
-los antiguos senadores; en esta Roma teocrática, monástica, de
-rodillas eternamente sobre sus ruinas de mármol, se ha de levantar
-la tribuna en el Foro, ha de hablar la prensa, ha de resonar la
-antigua elocuencia, se han de discutir todos los problemas, han de
-brotar todas las escuelas, porque no podeis arrojar el espíritu
-político de las sagradas regiones donde el espíritu político tuvo su
-nacimiento.</p>
-
-<p>Miéntras no suceda esto, Roma es una ciudad muerta. Yo he seguido
-con cierta curiosidad arqueológica las ceremonias de Semana Santa.
-Unas me han parecido, por lo lujosas, orientales; otras me han
-parecido, por lo refinadas, bizantinas; otras, por lo baladíes,
-pueriles; todas absolutamente extrañas á nuestro siglo, y bajo el
-aspecto religioso, inferiores á la majestuosa solemnidad del culto en
-España. Ningun español ó americano, acostumbrado á la severidad de
-nues<span class="pagenum" id="Page_28">[p. 28]</span>tras ciudades
-en Semana Santa, á esa severidad que no consiente ni una puerta
-abierta en las tiendas, ni un coche en las calles, comprenderá que
-el Juéves y Viérnes Santo se trabaje en esta ciudad como todos los
-dias, se hallen abiertos todos los establecimientos, y se vea más
-gente en las salchicherías contemplando los jamones adornados de
-flores y de laureles, que en las iglesias visitando los sagrarios.
-Nadie comprenderá que los doce pobres á quienes el Papa sirve la
-comida en conmemoracion de la cena del Salvador, se rian como si
-estuvieran en el teatro, y se arrojen á la cara anises y confites
-como si estuvieran reunidos para una francachela ó una comida de
-campo. Nadie creerá que el Juéves por la tarde, á las cinco, entre un
-cardenal penitenciario en la gran Basílica, se siente á la izquierda
-del sepulcro de San Pedro, y perdone los pecados con sólo manejar una
-caña y tocar con ella la cabeza de los penitentes como si estuviera
-pescando en seco. Yo he visto damas muy piadosas reirse de todas
-estas puerilidades.</p>
-
-<p>Pero hay una ceremonia y un momento sublime: el Miserere en San
-Pedro. La música es de una inspiracion inagotable, de un efecto
-sorprendente. Roma vió en el siglo <small>XVI</small> que el
-protestantismo la aventajaba en música, cuando tanto aventajaba
-ella al protestantismo en pintura, en<span class="pagenum"
-id="Page_29">[p. 29]</span> escultura y en arquitectura.
-Naturalmente, buscó un músico para contrastar esta inferioridad, y le
-encontró sublime, encontró á Palestrina, ese Miguel Ángel del arte
-lírico. El Papa prohibió que su Miserere fuera copiado, para que sólo
-resonase en la iglesia cuyas bóvedas gigantes se hallan completamente
-en armonía con las sublimes notas. Un dia escuchaba fuera de sí el
-Miserere un niño sublime. Este niño, que debia ser el Rafael de la
-música, lo aprendió de memoria y lo divulgó por el mundo. Llamábase
-el niño Mozart. El genio germánico vino, como siempre, á robar sus
-secretos al genio latino en la guerra eterna de ambas razas. No hay
-pluma capaz de describir la solemnidad del Miserere. La noche avanza.
-La Basílica está á oscuras, sus altares desnudos. Por las ventanas
-de las bóvedas que frisan con el cielo penetra la incierta y pálida
-luz del crepúsculo, como si viniese á aumentar las sombras. La última
-vela del tenebrario se ha ocultado tras del altar. Os creeriais
-dentro de un túmulo inmenso, á traves de cuyas tablas entrára el
-resplandor lejano de lámparas funerarias. La música del Miserere no
-tiene instrumentacion. Es un coro sublime, combinado de una manera
-admirable. Ya se oye como el rumor lejano de una tempestad ó como
-la vibracion del viento sobre las ruinas y en los cipreses de las
-tumbas; ya co<span class="pagenum" id="Page_30">[p. 30]</span>mo un
-lamento que se levantára del fondo de la tierra ó como un plañido
-que enviáran los ángeles del cielo, todo envuelto en sollozos, en
-una lluvia de lágrimas. Como las estatuas de blanco mármol son de
-tal manera gigantescas y brillan tanto, que las primeras sombras no
-pueden completamente ocultarlas, parecen evocaciones de otras edades,
-que, al levantarse de su sepulcro y desceñirse su negro sudario,
-entonan ese cántico de dolor y de horrible desesperacion. La Basílica
-toda se conmueve, vibra cual si los acentos de terror salieran de
-cada una de sus piedras. Esta lamentacion, larga, sublime; esta ola
-de hiel evaporada en los giros del aire, os hiere profundamente el
-corazon, porque es su tristeza infinita, es la voz de Roma quejándose
-á los cielos desde su lecho de cenizas, como si bajo sus cilicios
-se retorciera agonizante. Llorar así, lamentarse como los antiguos
-profetas bajo los sauces del Eufrates ó sobre las piedras esparcidas
-del templo; llorar en cadencias sublimes conviene á una ciudad como
-ésta, cuyo eterno dolor no ha ofendido todavía á su eterna hermosura.
-Así es la ciudad esclava. David sólo podria ser su poeta. Lo sublime
-es la nota de su cántico. Roma, Roma, eres grande, eres inmortal
-hasta en tu desesperacion y en tu abandono. Tendrás eternamente en el
-corazon humano un altar, aunque se pierda la<span class="pagenum"
-id="Page_31">[p. 31]</span> fe, que ha sido tu prestigio, como se
-perdieron las conquistas, que habian sido tu fuerza. Nadie podrá
-robarte el dón de la inmortalidad, que te confiáran tus dioses, que
-te han sostenido tus pontífices, y que te confirmarán eternamente tus
-artistas.</p>
-
-<p class="mt2"><small>Abril 12 de 1868.</small></p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_2">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_33">[p. 33]</span></p>
- <h2 class="nobreak">LA GRAN RUINA.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_35">[p.
-35]</span>Ver la Ciudad Eterna fué uno de los ensueños de mi
-existencia; uno de los deseos de mi corazon. Niño, la religion romana
-me habla de Dios, de la inmortalidad, de la redencion, de todas
-las ideas que ensanchan hasta lo infinito los horizontes del alma.
-Adulto, la lengua del Lacio fué mi estudio exclusivo, estudio que
-á una imaginacion de suyo plástica le presentaba como en relieve,
-entre los dulces versos de Virgilio, los concisos períodos de Tácito,
-y los rotundos de Tito Livio, aquellos héroes antiguos, que sólo
-habian vivido para la libertad y para la patria. Ya en la juventud,
-al penetrar por la puerta de las Universidades, la literatura romana
-y el derecho romano habian acabado de inspirar al ánimo un anhelo
-vivísimo por ver las colinas de donde tantas ideas descendieron
-sobre la conciencia humana; los sepulcros que guardan tantos huesos
-ilustres, los cuales han servido como de abono á la planta de<span
-class="pagenum" id="Page_36">[p. 36]</span> la civilizacion sobre
-la faz del planeta; las piedras bruñidas por el sol y por el
-tiempo, donde el cónsul y el tribuno han esculpido sus nombres, y
-el apóstol y el mártir su cruz, verdaderos fragmentos, no de la
-tierra, sino del espíritu universal, en su trabajo constante por
-adquirir la conciencia plena de sí mismo, y por realizar ese ideal
-que le desasosiega y le atormenta, pero que tambien le eleva y le
-transfigura, obligándole á ser, si soldado de una lucha sin tregua,
-agente y sacerdote de un progreso sin término.</p>
-
-<p>Yo, que cansado un poco de la política en Madrid, de la industria
-en Lóndres, de la vida en París, hasta de la naturaleza en Ginebra;
-disgustado un tanto de las tendencias positivistas que en nuestro
-tiempo á cada minuto, y en nuestra sociedad á cada paso descubro; me
-refugiaba en Roma para consumir algunos momentos en éxtasis ante la
-historia, ante el arte, ante la religion, ante todo lo ideal, no pude
-cierto dia desasirme de un republicano, muy mi amigo, que, seguro
-de la complicidad de mi alma con sus ideas, y de mi alejamiento
-naturalísimo del Santo Oficio, desahogaba su conciencia pecadora y su
-forzoso silencio de veinte años, pasados bajo la férula pontificia,
-en mi amistad, pintándome los abusos del absolutismo romano, que
-yo de oidas conocia y de corazon detestaba; pero cuyo relato<span
-class="pagenum" id="Page_37">[p. 37]</span> en aquella hora no se
-compadecia bien con mis deseos de peregrinar entre las ruinas, ajeno
-á todo trabajo político, entregado al curso libre de mis ensueños y
-de mis pensamientos.</p>
-
-<p>—Á buena ciudad venís en busca de idealismo, decíame, frio por
-costumbre, en presencia de las maravillas que yo, transeunte,
-admiraba en Roma. Aquí todo el mundo se interesa por un número
-de la fatal lotería; nadie por una idea del humano cerebro. La
-conmemoracion del aniversario de Shakspeare se ha prohibido en esta
-ciudad del arte. Su censura es tan sábia, que como cierto escritor
-publicára un libro sobre el voltaismo, lanzólo al purgatorio del
-Índice, creyendo que se trataba del volterianismo, filosofía que no
-deja ni descansar ni digerir á nuestros monseñores. En cambio, un
-libro de cábalas y astrologías para adivinar los caprichos del bombo
-lotérico ha sido impreso y publicado con el placet pontificio, por
-no contener nada contrario á la religion, ni á la moral, ni á los
-derechos de la soberanía.</p>
-
-<p>—Sé todo eso, decíale yo. Lo he leido cien veces en Dumesnil, en
-Kauffman, en Sthendal, en Edmundo About.</p>
-
-<p>—Pues sabiéndolo, ¿buscais aquí ideas? Rabelais conocia esta
-ciudad, Rabelais. Al llegar, en vez de escribir una disertacion
-sobre sus dog<span class="pagenum" id="Page_38">[p. 38]</span>mas,
-la escribió sobre sus lechugas, única cosa que hay buena y fresca
-en este maldito calabozo. Y cura y todo como era, cura del siglo
-décimosexto, más religioso que el nuestro, tenía una correspondencia
-larga y tendida con el piadoso obispo de Maillerais, sobre los hijos
-del Papa; porque el reverendo le habia encargado muy especialmente
-averiguar si el caballero Pedro Luis Farnesio era hijo legítimo ó
-bastardo de su Santidad. Creedme; Rabelais conocia á Roma.</p>
-
-<p>En esto dimos vuelta á una encrucijada, y nos encontramos en
-modestísima plazuela. Un balcon de la casa que más descollaba en
-aquel sitio aparecia colgado con rico tapiz de damasco carmesí.
-Fuertemente ajustado al balcon brillaba un globo de cristal con
-filetes dorados, á uno de cuyos extremos veíase áureo manubrio.
-Frente á la casa, inmensa multitud desarrapada, miserable, se
-apiñaba. En todos los ojos, convertidos al balcon, veíase algo de
-extraño; en las manos papeles, santos, escapularios; un silencio
-sepulcral reinaba; silencio incomprensible en los locuaces pueblos
-del Mediodía; silencio del que deduje haber topado con una ceremonia
-religiosa. Mi deduccion se confirmó cuando un monago salió al balcon,
-y tras el monago algunos eclesiásticos de rubicunda cara y obesa
-respetable figura, y tras los eclesiásticos todo un príncipe de
-la Sacra Ro<span class="pagenum" id="Page_39">[p. 39]</span>mana
-Iglesia, vestido de crujiente seda morada, adornado con su roquete de
-blanco encaje, y cubierto con un solideo, morado tambien, sobre el
-cual flotaba al cefirillo, como roja flor de granado, lustrosísima
-borla. Rompióse el silencio de la multitud en espantoso alarido.
-Unos de aquellos campesinos, que todavía conservan reflejos de la
-antigua belleza escultórica en su frente despejada, en su nariz
-aguileña, en sus labios gruesos, se postraban de hinojos, plegadas
-las manos, extática la mirada, profiriendo oraciones que parecian
-conjuros. Otros sacaban las estampas de sus santos protectores, casi
-todas mugrientas, y las besuqueaban con verdaderos transportes.
-Algunos daban saltos, tendian los brazos, pronunciaban frases
-incoherentes. Era sábado, sábado de sortilegios. El mediodía se
-acercaba. Un cañonazo suena en el punto que las campanas dan las
-doce. Al cañonazo sigue en la multitud otro alarido increible. El
-cardenal coge el manubrio y da vueltas al globo cristalino. El monago
-mete la mano y saca un número. Era la lotería oficial, la lotería
-pontificia. Huyamos. Tenía razon el garibaldino. ¿Esta es la ciudad
-del espíritu?</p>
-
-<p>Sumerjámonos en los antiguos tiempos, como un buzo en el mar.
-Nuestra vida es tan corta, nuestro sér tan pequeño, que para tocar
-esa idea de lo infinito, á la cual estamos como unidos por<span
-class="pagenum" id="Page_40">[p. 40]</span> lazos invisibles;
-para entrar en esta inmortalidad con que soñamos siempre, tenemos
-necesidad de poner, como tras el limitado horizonte sensible,
-el ilimitado horizonte racional; tras cada momento de la vida,
-perspectivas inacabables, léjos inmensos, celajes que matizan de
-belleza las notas escapadas de unas cuerdas vibrantes, los colores
-descompuestos en mágicas paletas, las inspiraciones desprendidas de
-la celeste poesía, los recuerdos por nuestra evocacion alzados del
-polvo de los siglos y de los abismos de la historia.</p>
-
-<p>¿Es verdad que tenemos aquí en la frente una luz pálida, trémula,
-casi imperceptible, como la luz de la luciérnaga, una luz que se
-llama la idea? ¿Es verdad que en esta luz podemos abrasar al mundo
-material, disiparlo, ofrecérselo al espíritu como el humo de un
-sacrificio? Indudable. La naturaleza aparece á nuestros ojos mil
-veces, cual una imágen multiforme de la conciencia. La luz no es más
-que el velo de oro tras el cual se oculta el pensamiento infinito
-que agrupa en escalas de música armoniosa los planetas y sus soles.
-El universo, ese universo que nos abruma con su grandeza, es el
-poema de nuestras ideas, el apocalípsis misterioso que hemos escrito
-con palabras de estrellas, con líneas de constelaciones en esa
-inmensidad, de cuya<span class="pagenum" id="Page_41">[p. 41]</span>
-existencia real no estamos seguros, en esa inmensidad sin orillas y
-sin fondo que se llama espacio. Dejadme, dejadme, pues, soñar; que
-así como á los piés del hombre han caido muertos los dioses paganos,
-los dioses inmortales, creados y destruidos por el espíritu, los
-dioses inmortales, cuyos esqueletos amontonados descubro en esta
-inmensa necrópolis de la campiña romana, así pueden caer en ruinas
-los mundos, y quedar entre sus cenizas frias, como un rescoldo, el
-calor de nuestro espíritu.</p>
-
-<p>Cuando protestaba yo con estas orgullosas reflexiones contra las
-miserias humanas, sin darme de ello casi cuenta, habia llegado solo,
-absorto, frente á frente del Coliseo Romano. La primera impresion
-que me produjo fué de asombro. Si yo no naciera á las orillas del
-mar, y no me connaturalizára con su infinita superficie desde niño,
-tal impresion me hubiera causado, viéndolo por vez primera en edad
-madura. Mi memoria un tanto viva y cambiante me trasladó súbita á mi
-cátedra de latin, donde traduciamos los epigramas de Marcial, y me
-trajo á los labios estos dos versos, que suelen repetir los eruditos
-itinerarios publicados por los arqueólogos romanos:</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i0">Barbara Piramidum sileant miracula Memphis</p>
-<p class="g4">. . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-<p class="i0">Omnis Cæsareo cedat labor Amphiteatro.</p>
-</div></div>
-
-<p>Eran éstos los jardines de Neron. Por aquí andaba vestido
-de púrpura, calzado de borceguíes celestes, la sien coronada de
-laureles, los ojos fijos en el cielo, las manos en la cítara,
-henchidos los labios de antiguos versos griegos, y el corazon de
-pasiones contrarias, como un demonio que se esforzára por ser Dios,
-y se acogiera momentáneamente al cielo del arte, para tornar á caer
-en los abismos. Él era cónsul, tribuno, dictador, césar, pontífice
-máximo; todos le bendecian, todos le adoraban; y no le estimaba ¡oh
-dolor! su propia conciencia. La posteridad no ha sido para él tan
-despiadada como para los demas césares, porque Neron fué siempre un
-tirano con remordimiento. ¡Ha habido tantos en quienes se borró por
-completo la conciencia! ¡Ha habido tantos que, al matar, al quemar,
-al destruir ciudades enteras, han creido obrar meritoriamente á los
-ojos de Dios! Hoy mismo un césar del Norte, por coger entre sus
-garras el cetro de Alemania, se ha cebado en la infeliz Francia,
-y al eco de las bombas, al estridor de las ruinas y del incendio,
-al gemido de los moribundos, ha invocado el nombre de Dios como
-cómplice de sus crímenes. ¡Ah! Neron mataba á su madre; pero sentia
-en las orillas del mar los dolores de Oréstes y los ronquidos de
-las Euménides. Neron oprimia al género humano; pero en su última
-hora<span class="pagenum" id="Page_43">[p. 43]</span> proclamaba muy
-alto que debia haber sido artista, y no césar. ¡La religion pagana
-conservará más viva la conciencia y su jurisdiccion sobre la vida que
-el pietismo protestante!</p>
-
-<p>He mentado á Neron, porque su nombre está unido al nombre del
-Coliseo. En el sitio que hoy ocupa, se extendia el estanque de los
-jardines neronianos; y al frente del estanque elevábase una estatua
-colosal, magnífica, del divino emperador, con los atributos de
-Apolo, el dios de la armonía y de la luz, que llevaba en sus manos
-la cítara, á cuyos acordes danzaban las musas, y en sus sienes el
-verde laurel de Dafne. La familia de Vespasiano, en ódio al hijo de
-Agripina, habia soterrado su áurea casa, llena de obras inmortales;
-arrancado tambien el Coloso, y construido en su lugar el Anfiteatro;
-pero no pudo arrancar ni el nombre ni el recuerdo de la apolina
-estatua de Neron; y ese nombre degenerado, corrompido, Coliseo, lleva
-todavía este colosal monumento.</p>
-
-<p>No parece, á la verdad, obra de los hombres, sino obra de la
-naturaleza. Esas gigantescas proporciones, esas moles inmensas no
-han podido ser creadas por nuestras fuerzas, sino por las fuerzas
-del gran arquitecto, del grande artista que ha levantado las
-eternas pirámides de los Alpes, y que ha cincelado el maravilloso
-cono del Vesubio, por las fuerzas del fuego creador, cuyas<span
-class="pagenum" id="Page_44">[p. 44]</span> reverberaciones guarda
-todavía en sus cristales el granito. Sólo cuando se ven las armonías
-de sus arcos, la igualdad de sus columnas, el ritmo de aquella
-arquitectura que asciende á los cielos como un cántico, nótase que el
-pensamiento humano ha distribuido las enormes moles del Anfiteatro, y
-las ha sellado con el sello divino de sus leyes.</p>
-
-<p>Hoy es en parte una ruina. Cuando estaba todo de pié, dos gradas
-lo sostenian como fuertes zócalos. Cuatro cuerpos sobrepuestos lo
-formaban. Ochenta airosos arcos, que eran otras ochenta puertas,
-circundaban todo el primer cuerpo. Á los lados de los arcos alzábanse
-medias columnas empotradas en la pared y pertenecientes al severo
-órden dórico. Sobre este primer cuerpo se extendia una cornisa, y
-sobre la cornisa otros ochenta arcos, á cuyos lados se elevaban
-medias columnas del más gracioso y más ligero órden jónico. Otra
-cornisa, idéntica á la anterior, remataba este segundo cuerpo y
-servia de base al tercero, cortado en arcos tambien, ornado tambien
-de columnas, pero del florido y rico órden corintio. Remataba todo
-el monumento un airoso atrio, semejante á cincelada diadema, ligero,
-ornado de pilastras y abierto por ventanas, á traves de las cuales
-parece que brilla con más esplendor el cielo. Este inmenso edificio,
-tiene cin<span class="pagenum" id="Page_45">[p. 45]</span>cuenta
-y dos metros de altura. Para definirlo en pocas palabras, yo le
-llamaria una montaña circular, levantada, esculpida, cincelada por
-el trabajo del hombre. El lado que mira al Nordeste es el que mejor
-se conserva. Sólo en sus muros puede estudiarse la sucesion de los
-arcos, la armoniosa escala formada por las columnas, el órden y la
-gracia de las cornisas, la severa majestad del primer cuerpo y la
-ligereza del ático que lo corona todo y que da á mole tan grandiosa
-el primor y la ligereza de una joya.</p>
-
-<p>En estos monumentos resplandecen las ideas y los caractéres de la
-arquitectura romana. La gracia, la belleza griega, se han reemplazado
-con la grandeza, y con la grandeza colosal. Es el Coliseo monumento
-digno de un pueblo-rey, de un pueblo conquistador, de un pueblo
-titánico, de un pueblo que cuenta ejércitos de esclavos, ejércitos
-de trabajadores, sobre cuyas espaldas solamente hubieran podido
-ascender las inmensas moles á tan vertiginosas alturas. El pueblo que
-ha fabricado el Coliseo acaba de ver el Oriente y sus monstruosos
-edificios, sobre los cuales ha querido tender los órdenes del arte
-griego como una guirnalda. La arquitectura romana ya no es aquella
-hermosa arquitectura de Aténas y de Corinto, que ha tomado por tipo
-el bellísimo organismo de la mujer griega, de esa diosa, de esa
-musa de todas<span class="pagenum" id="Page_46">[p. 46]</span> las
-artes. Flota sobre los monumentos romanos algo ménos bello, pero más
-grandioso, el océano invisible de un espíritu universal, asimilador,
-que tiene de Grecia la armonía, de Asia la magnitud, rebosando
-realmente en la tierra y en la historia, sin tocar á un ideal,
-que irá más tarde á perderse entre los misterios y los arreboles
-del cielo, medio luz, medio sombra. Luégo los edificios romanos,
-inspirados en ese espíritu colosal, tenderán necesariamente á fines
-útiles, prácticos, inmediatos, como toda su cultura. El dios Eros,
-el dios del amor griego, ha sido reemplazado en Roma con el dios
-Sterquilinius, con el dios del estiércol, de esa sustancia que abriga
-y fecunda los campos, como la metafísica helénica ha sido reemplazada
-con la moral y el derecho, con principios y ciencias que tocan más
-inmediatamente á la sociedad y á la vida.</p>
-
-<p>El Coliseo tiene todos los caractéres de la arquitectura
-romana. Podeis aprenderla mejor en ese grande ejemplar perdonado
-milagrosamente por la inundacion de los siglos, que en las páginas
-de Vitrubio, quizas rehechas é interpoladas por los eruditos del
-Renacimiento. Mirad esa argamasa que parece forjada como la materia
-granítica en las incandescentes entrañas del planeta. Mirad las
-bóvedas desconocidas de los griegos y admirablemente edificadas
-en esta tierra del im<span class="pagenum" id="Page_47">[p.
-47]</span>perio y de la fuerza. Mirad los arcos que el mundo helénico
-nunca construyó, y que parecen á mis ojos las puertas triunfales por
-donde penetra en la historia con un nuevo espíritu una nueva vida.
-Mirad cómo el romano ha puesto un plinto para que descanse la columna
-dórica que el griego arrancaba del seno mismo de la tierra como el
-tronco de un árbol. Mirad esos tres órdenes separados siempre en la
-arquitectura griega y reunidos aquí en escala ascendente, primero
-el más sencillo y más sobrio, el dórico, en la base; despues el
-más elegante y más ligero, el jónico, en el medio; y luégo el más
-florido, el más ornado, el corintio, coronando la cima, como la
-diadema de todo el monumento. El espíritu del pueblo constructor
-brilla por todas partes en esa fábrica. Ha reunido el romano los tres
-órdenes de arquitectura en sus edificios, como ha reunido los dioses
-griegos en el panteon. Su cultura es el gran epílogo de la cultura
-antigua. Roma tomó á Grecia su metafísica y su religion, á Sabinia
-sus mujeres, á España sus espadas, al Oriente sus bóvedas y á Etruria
-sus arcos. Así puede decirse que Grecia es la flor y Roma el fruto de
-toda la antigua historia. Monumentos como el Coliseo no son más en el
-fondo que huesos milagrosamente conservados del inmenso organismo que
-componia la Ciudad Eterna.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_48">[p. 48]</span></p>
-
-<p>¡Y pensar que este edificio, capaz de vencer á veinte siglos con
-todas sus catástrofes, se fabricó en tres años escasos! Levantáronlo,
-como ya hemos dicho, aquellos emperadores de la familia flavia, bajo
-cuya dominacion pudo consagrarse Tácito á maldecir el despotismo y
-llorar la república. Tito, á quien la adulacion universal llamara
-delicia del género humano, incendió Jerusalen; sobre las piedras
-calcinadas inmoló millon y medio de judíos, destinando el resto á
-degollarse entre sí como gladiadores en las ciudades de Siria, á ser
-trofeos de la entrada triunfal del vencedor por la Vía Sacra, y á
-levantar en las espaldas, amoratadas por el látigo, las moles de este
-Anfiteatro, para morir entre las quijadas y las garras de las fieras
-hambrientas.</p>
-
-<p>Tito, despues de haber amado á Berenice como Antonio á Cleopatra;
-despues de haberse oido llamar Mesías por sus propias víctimas,
-y Dios por aquellos egipcios á quienes les nacian dioses en las
-huertas; despues de haber consagrado á la sombra de las pirámides
-nuevos bueyes al dios Apis; despues de haberse formado una córte de
-sátrapas en Oriente, y corrido un dia entero los molestos honores
-del triunfo bajo los arcos de la Ciudad Eterna, demolió la áurea
-casa de Neron; trocó en estatua de Sol la estatua del César adorado
-por la plebe; desecó el lago que se extendia<span class="pagenum"
-id="Page_49">[p. 49]</span> entre el monte Celio y el monte
-Esquilino; arrancó los bosques y taló las praderas de las poéticas
-orillas, y en el fondo levantó el anfiteatro mayor que han visto
-los siglos, consagrando su inauguracion en cien dias de increibles
-fiestas, en que hubo combates de gamos, de elefantes, de tigres, de
-leones, de hombres; combates gigantescos que salpicaron con sangre
-hirviente el rostro del César y el rostro de su pueblo. Nueve mil
-alimañas murieron durante aquella orgía de sangre sobre la arena.
-La historia, que ha conservado el número de fieras muertas, no ha
-conservado el número de personas, sin duda porque á los césares les
-interesaban ménos los esclavos que las bestias.</p>
-
-<p>Tito buscó en el trono algo con que apagar la sed insaciable de su
-ambicion, y no pudo encontrarlo. Ya no era dado desear más despues
-de tener bajo su mano el mundo; sobre sus espaldas, el manto de los
-césares; en torno de su autoridad, sumisas, como rebaños, las razas;
-silencioso y subyugado el planeta. Mas en el punto de llegar al logro
-de sus ambiciones, el corazon de Tito se quebró en pedazos, ó por
-no tener cosa alguna que desear, ó por deseos vagos, infinitos, que
-en nubes de ensueños fantásticos se disipaban, disipando con ellos
-toda su existencia. Lo cierto es que, al pisar el trono, una inmensa
-tristeza se apoderó de él; una especie de tísis interior le en<span
-class="pagenum" id="Page_50">[p. 50]</span>flaqueció el ánimo; su
-aliento estaba cargado de suspiros, su corazon de dolores, sus ojos
-de lágrimas, su vida de ilusiones, su sueño de pesadillas, su pasado
-de remordimientos, su porvenir de miedo, hasta que un dia, errante
-por la envenenada campiña de Roma, en pos de un sitio donde adormecer
-su hastío, espiró, mirando el cielo con los ojos enardecidos por la
-fiebre de infinitos y no satisfechos deseos. Cuando yo recordaba
-la vida y la muerte de Tito, parecíame el Circo la aglomeracion de
-montañas sobrepuestas por las ambiciones desapoderadas de un césar
-para poseer el cielo como poseia la tierra, sin lograr otra cosa que
-tener bajo sus plantas el hervidero de todos los crímenes, y sobre
-sus sienes las maldiciones de todos los hombres.</p>
-
-<p>Embargado por estos recuerdos y estas ideas, habia yo recorrido
-todo el monumento. Lo registré, lo estudié como puede estudiar el
-naturalista una montaña; entré por todos los vomitorios, las puertas
-que abrian paso al pueblo con tal desahogo, que, sin atropellarse,
-ingresaban y salian rápidamente cien mil espectadores. Subí á sus
-gradas más altas, desde las cuales pude contemplar el campo romano,
-y á mi frente las lejanas lagunas; á mi derecha los arcos de Tito y
-Constantino, la pirámide de Sextio y la basílica de San Pablo; á mi
-izquierda las catacumbas de San Sebastian, la<span class="pagenum"
-id="Page_51">[p. 51]</span> Vía Apia con sus dos hileras de
-sepulcros; á mi espalda el Palatino, el Foro, la Vía Sacra, el arco
-de Septimio Severo, el Capitolio; por do quier los lugares en que
-circulan como rica savia las ideas, los lugares llenos de recuerdos,
-los lugares, verdadero ocaso del espíritu antiguo, verdadero oriente
-del espíritu moderno.</p>
-
-<p>Estaba tan absorto, que la noche vino sobre mí como si hubiera
-venido de improviso. Las campanas de Roma tocaban á la oracion; los
-buhos y otras aves nocturnas ensayaban sus primeros gritos; oíase el
-agudo y monótono cántico del sapo y la rana en las apartadas lagunas,
-al par que el Miserere de una procesion al entrar en la próxima
-iglesia; mezcla de voces del espíritu con voces de la naturaleza,
-que sumergian aún mi conciencia en meditaciones más silenciosas y
-más vagas, como si el alma se escapára de mi sér para implantarse, á
-la manera de las plantas parietarias, en el polvo de las inmortales
-ruinas.</p>
-
-<p>La luna llena se levantó en el horizonte sereno, tranquilo, y
-vino á dar con su melancólica luz nuevos toques de poesía á los
-arcos, á las columnas, á las bóvedas, á las piedras esparcidas, á la
-desolacion de aquel lugar, á la cruz erigida en su centro como una
-eterna venganza que han tomado los gladiadores, obligando al pueblo
-romano á bendecir, á adorar lo más abyecto, el infame patí<span
-class="pagenum" id="Page_52">[p. 52]</span>bulo de los esclavos,
-transformado en el lábaro de la civilizacion moderna.</p>
-
-<p>Al resplandor de la luna que surgia, al eco de las campanas, que
-espiraba entre las dudosas sombras, parecíame ver despertarse del
-polvo las almas de las generaciones muertas, y venir en vuelo tan
-callado como el vuelo de los murciélagos, á recorrer, á visitar
-aquellos sitios, consagrados por sus recuerdos, y queridos hasta en
-las regiones de las tumbas. Yo hubiera deseado detener las sombras
-y contarles ¡ay! lo que pasa en nuestro mundo. Si sois almas de
-tribunos, de senadores, de césares, sabed que todo cuanto vosotros
-adorabais ha muerto, y que ya los siglos han gastado hasta las
-gradas de los altares, herederos de vuestros altares, á fuerza de
-besarlas. Todos aquellos dioses que vosotros creiais inmortales, han
-muerto, y las ideas que los animaban ruedan por los abismos de la
-historia como hojas secas desprendidas de las renovaciones contínuas
-del humano espíritu. Ya las nereidas no palpitan suavemente en la
-espuma de las ondas; ya las ninfas de marmórea blancura no suspiran,
-no, en el susurrante arroyuelo. El dios Pan ha dejado caer su
-caramillo, que llenaba de melodías los bosques. Á la embriaguez de
-las bacantes han sucedido la maceracion, la penitencia, el horror á
-la naturaleza. Un nazareno, un hijo de los judíos, de los esclavos,
-de<span class="pagenum" id="Page_53">[p. 53]</span> aquella raza
-que levantó con la cadena al pié y el látigo en el rostro las moles
-del Coliseo, ha vencido y ha enterrado los dioses que inspiraron á
-Horacio y á Virgilio, que sostuvieron á Escipion en las llanuras
-de Cartago, y á Mario en los Campos pútridos, que engendraron el
-arte y sometieron á su poder la victoria. En vano Tácito miró con
-menosprecio á los sectarios de ese jóven oscuro, pobre carpintero
-de Judea; en vano Apuleyo lo ridiculizó en sus apólogos y sus
-fábulas. Ni siquiera la inmortal risa de Luciano pudo cosa alguna
-contra el aliento que exhalaban aquellos labios, contra las ideas
-que exhalaba aquella conciencia. Los dioses han muerto, y sobre
-sus cadáveres ha caido muerta Roma. El Foro es un campo en que las
-vacas se apacientan. El Coliseo es un monton de ruinas, donde adoran
-los romanos el patíbulo de sus antiguos esclavos. La Vía Sacra se
-ha hundido. En el Capitolio celebran sus ceremonias los nazarenos.
-Éstos, que vosotros creiais perturbadores de la paz pública, tienen
-altares y sacrificios donde ántes los tenian los dioses de Camilo y
-de Caton. Pueblos bárbaros venidos del Norte ahogaron los oráculos,
-interrumpieron las ceremonias sagradas, entregando, como si fuera
-su despojo, la conciencia humana á turbas de cenobitas escapadas de
-las cloacas y de las catacumbas. Y cuando la nueva creencia se<span
-class="pagenum" id="Page_54">[p. 54]</span> habia apoderado de todas
-las almas, cuando habia puesto sus altares en lugar de los antiguos
-altares, como si el espíritu humano estuviera condenado á tejer y
-destejer perpértuamente la misma trama de ideas, nuevos combatientes,
-nuevos tribunos, nuevos apóstoles, nuevos mártires, surgieron á matar
-la fe que sus predecesores engendráran. Y pasa por nuevas fases la
-conciencia humana, por nuevas angustias nuestro corazon, por nuevos
-estremecimientos de dolor esta ensangrentada tierra.</p>
-
-<p>Yo creí oir agudos gemidos sin número á medida que mis labios
-murmuraban estas incoherentes ideas sin forma. Sería el eco del
-viento en los cipreses y en los pinos. Sería el rumor último de la
-campiña al entregarse en brazos de la noche. Sería el eco de la gran
-ciudad, de su oracion, de sus lamentaciones. Pero asemejóse á un
-quejido de profundísimos dolores.</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i0"><i>Sunt lacrimæ rerum.....</i></p>
-</div></div>
-
-<p>Yo, para distraerme, empecé á fingirme allá en la mente una fiesta
-del Anfiteatro. No era la inmensa mole este inmenso cadáver. Aquí se
-levantaba una estatua, allá un trofeo, acullá un monolito traido del
-Asia ó de Egipto. El pueblo-rey entraba por los vomitorios despues de
-haber<span class="pagenum" id="Page_55">[p. 55]</span>se bañado y
-perfumado en las inmensas termas, subiendo hasta la cima para desde
-allí repartirse en las respectivas graderías que de antemano le
-estaban señaladas. Á un lado se veia la puerta sanitaria por donde
-vienen los combatientes; á otro la puerta mortuoria por donde sacan á
-los muertos. Los gritos de la muchedumbre, los agudos sonidos de las
-trompetas se mezclan con el aullar y el rugir de las fieras. Miéntras
-llegan los senadores y el césar, algunos empleados de baja esfera
-municipal reparten entre el pueblo garbanzos tostados, que llevan,
-como nuestros feriantes, en esportillas. El suelo reluce con polvos
-de oro, de carmin, de minio, para disimular el color de la sangre,
-miéntras templan la luz grandes toldos de oriental púrpura, que
-entonan todo el espectáculo con sus encendidos reflejos.</p>
-
-<p>Los senadores van ocupando las gradas más bajas. Tras de ellos
-colócanse los caballeros. Más arriba los padres de familia que han
-dado al Imperio cierto número de hijos. En las gradas superiores,
-el pueblo. Y por último, coronándolo todo, las matronas romanas,
-vestidas de ligeras gasas, cargadas de riquísimas joyas, embalsamando
-los aires con esencias que vierten de pomos de oro, y enardeciendo
-los corazones con sus palabras de amor y sus voluptuosas miradas.</p>
-
-<p>Miéntras los espectadores aguardan al césar,<span class="pagenum"
-id="Page_56">[p. 56]</span> que debe dar la señal del comienzo de la
-fiesta, entréganse á toda suerte de murmuraciones. Mira aquel gloton.
-Ayer se le quemaron los jardines de Pompeyo, y es tan rico, que no
-sabía fuesen suyos. Lolia Paulina lleva sobre el cuerpo en esmeraldas
-sesenta millones de sextercios, pequeña suma en comparacion de las
-infinitas robadas por su abuelo á las opresas provincias. Aquel que
-acompaña siempre al césar hurtó en cierta cena de Claudio una copa
-de oro. Estos calaveras saludan al orador Régulo, porque temen el
-veneno destilado de su viperina lengua. Él tiene honores, miéntras
-generales que han vencido á los bárbaros y han muerto en defensa
-de Roma están hace diez años insepultos. El médico Eudemio llega;
-no tardarán ciertamente en aparecer sus pupilas de corrupcion y de
-amancebamientos. Mira aquella niña; tiene ocho años y no es vírgen.
-Su ilustre madre, con pertenecer á una de las familias romanas más
-nobles, se ha borrado de la lista de las matronas y se ha inscrito en
-la lista de las prostitutas.</p>
-
-<p>Pero viene el césar y el pueblo lo aclama, siempre agradecido
-á las fiestas, y sobre todo á las matanzas. Los sacerdotes y las
-vestales consagran sacrificios á los dioses protectores de Roma. La
-sangre corre, las entrañas de las víctimas se consumen y se disipan
-prontamente en el fuego<span class="pagenum" id="Page_57">[p.
-57]</span> sagrado, suenan los coros y la música, vocifera nuevamente
-la muchedumbre; á una seña imperiosa aparecen los gladiadores, que
-saludan á todos con la sonrisa en los labios, como si les aguardára
-festin sabrosísimo, en vez de la implacable muerte.</p>
-
-<p>Divídense estos infelices en várias categorías. Los esedarios
-guian carros pintados de verde. Los mirmillones se ocultan tras
-redondos escudos de hierro, por uno de cuyos lados muestran
-afiladísimos cuchillos. Los requiarios tiran al aire y recogen con
-grande habilidad sus tridentes. El traje de éstos vistosísimo es:
-túnica roja, borceguíes celestes, casco dorado que remata un luciente
-pez. Los ecuestres recorren con gran agilidad en sus caballos el
-circo. La luz se refleja en los petos de acero y en los collares y en
-los brazaletes. Sus túnicas son multicolores y recuerdan los trajes
-orientales. Los bestiarios vienen los últimos, todos escogidos entre
-los más hermosos; todos desnudos, todos imitando en sus actitudes
-artísticas posiciones de clásicas estatuas; todos saludados con mayor
-frenesí por el pueblo, porque son los más fuertes y los más expuestos
-y los más valientes.</p>
-
-<p>Han nacido en las montañas, en los desiertos, entre las caricias
-de la naturaleza, respirando el aire puro de los campos y la sagrada
-libertad. La<span class="pagenum" id="Page_58">[p. 58]</span>
-guerra, y solamente la guerra, ha podido arrancarlos á su patria.
-Ya en Roma, los han cebado para que tuvieran sangre, sí, sangre que
-ofrecer en holocausto á la majestad del pueblo romano. Allá en la
-ergástula, quizá muchos de los que ahora van á herirse ó matarse
-entre sí han contraido estrechísimas amistades. Quizá muchos son
-hermanos por la naturaleza, hermanos por el sentimiento, y habrán de
-herirse, habrán de inmolarse, cuando, unidos en los mismos afectos,
-podrian hundir las espadas en las entrañas del césar, y vengar á su
-gente y á su raza.</p>
-
-<p>Pero ya se acechan, ya se buscan, ya se amenazan, ya se enredan
-y se empeñan bárbaramente en cruentísima pelea. Si alguno, movido
-de miedo por sí, ó de compasion por su contrario, retrocede, el
-maestro del circo le clava un boton de hierro candente en las
-desnudas carnes. La roja sangre cae y humea por todas partes.
-Uno se ha resbalado en ella. El pueblo grita creyéndole muerto,
-y le silba cuando se levanta vivo. Éste se desmaya despues de
-esfuerzos gigantescos para sostenerse de pié. Aquél cae desplomado
-de una sola herida sobre su escudo. El otro se retuerce en dolores
-infinitos, y tiene el estertor de una agonía epiléptica. Dos se han
-herido mortalmente entre sí; pero al caer, soltando sus espadas,
-se han abrazado para sostenerse y auxi<span class="pagenum"
-id="Page_59">[p. 59]</span>liarse en la muerte. Miembros mutilados,
-tripas rotas, sollozos de agonía, estertores de moribundos, rostros
-contraidos de muertos, últimos suspiros mezclados con quejidos,
-gritos de rabia y desesperacion; todo esto es grandioso espectáculo
-para el pueblo romano, que grita, palmotea, se embriaga, se enfurece,
-sigue con nerviosa atencion el combate, saltándole los ojos de las
-órbitas como para ver más la matanza, abriendo las narices y el pecho
-para recoger los vapores de la sangre.</p>
-
-<p>La cólera, sí, la cólera flotaba como única pasion sobre toda
-aquella carnicería. La escultura antigua, generalmente de una
-severidad tan olímpica, nos ha dejado la imágen viva de esta cólera
-en la escultura del gladiador combatiendo. Dilátanse sus ojos,
-sobre los cuales como que extienden tempestuosa nube las fruncidas
-cejas. Sus miembros robustísimos adquieren una infinita tension. La
-cabeza se avanza hácia adelante, inclinada sobre el pecho, á fin de
-parar los golpes. Su cuerpo está en actitud de lanzarse á la pelea,
-sostenido sólo por el pié derecho. El brazo izquierdo amenaza; en
-tanto que el puño derecho, fuertemente contraido, se apercibe á
-dar un golpe mortal. Aquella estatua es la imágen viva del ódio. Y
-el ódio contínuo ha engendrado en torno de Roma espesísima nube de
-cólera, de maldiciones, que<span class="pagenum" id="Page_60">[p.
-60]</span> tuvieron su satisfaccion terrible en la noche apocalíptica
-de las venganzas eternas, en la noche de las victorias de Alarico y
-de las orgías de los bárbaros, los hijos de los esclavos y de los
-gladiadores.</p>
-
-<p>¿Quién, quién puede extrañar los castigos de Roma? Toda su fuerza,
-toda su majestad, toda su grandeza han sido destruidas por una idea.
-Allá en las catacumbas se ocultan oscuros sectarios, que quieren
-oponer al sensualismo antiguo el espíritu, á la religion pagana y al
-Imperio dogmas que Roma no podia admitir sin perecer. Esos sectarios
-huyen de la luz del dia y se encierran temerosos en las catacumbas.
-Allí pintan el Buen Pastor que les guía á la eternidad, la paloma
-que les anuncia el término del gran diluvio de lágrimas en que se
-ahoga nuestra vida. Allí entonan himnos á un tribuno oscuro, pobre,
-débil, que no ha sabido matar como los conquistadores, sino morir
-humildemente en ignominiosa cruz. De allí han salido estos confesores
-de la nueva fe, para sellarla con su sangre sobre las arenas de
-este mismo circo. El anciano, el jóven, la tierna doncella han oido
-sin estremecerse el maullar del tigre asiático, el rugir del leon
-africano. Las fieras hambrientas han salido de las grandes jaulas que
-todavía en los cimientos del circo se ven, y han clavado sus garras
-y sus dientes sobre los cuer<span class="pagenum" id="Page_61">[p.
-61]</span>pos indefensos de los mártires. Miéntras se repartian las
-panteras, las hienas, los tigres, los leones sus restos palpitantes;
-miéntras bebian con furor insaciable la sangre, los romanos aclamaban
-al césar creyendo que con aquellos miembros devoraban las fieras una
-supersticion, y con aquella sangre se bebian las fieras una idea. Y
-los césares han muerto, y los pretorianos se han dispersado, y las
-piedras del Coliseo han caido, y una nueva idea ha reemplazado á las
-antiguas ideas, que, convirtiéndose de perseguida en perseguidora, ha
-intentado á su vez destruir nuevas sectas, ahogar nuevas creencias,
-no pudiendo llegar con sus excomuniones, ni con su inquisicion, ni
-con sus tormentos, al disco inmortal del espíritu humano, que brilla
-eternamente entre las ruinas y entre los dioses, entre los pueblos
-que mueren y los pueblos que empiezan, entre las creencias y los
-dogmas, como el sol perenne entre los coros de los mundos.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_3">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_63">[p. 63]</span></p>
- <h2 class="nobreak">LOS SUBTERRANEOS DE ROMA.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_65">[p.
-65]</span>En Roma suspende y maravilla la ciudad que sobre la
-tierra se eleva; pero suspende y maravilla tambien la ciudad que
-en las entrañas de la tierra se esconde. Sobre aquellos muros mece
-el viento la hiedra y el jaramago; descubre la conciencia el ideal
-y la fe de otros siglos. Bajo aquellos muros, donde las sombras se
-espesan, donde la frialdad y la humedad de la noche se eternizan;
-por las cuevas y las grutas abiertas en las profundidades del suelo
-podrán correr ahora solamente los fuegos fatuos, producto de tantos
-huesos como allí amontonaron los tiempos; más han corrido en otros
-dias, solemnes para el espíritu humano, las ideas que vivificaron
-la conciencia de la humanidad y que esclarecieron y realzaron sus
-altares. Yo me dirigia con religioso respeto á los sitios consagrados
-por la veneracion de tantas generaciones; yo me dirigia con el
-espíritu henchido por multitud de ideas. Las campiñas romanas invitan
-á meditar sobre la fragili<span class="pagenum" id="Page_66">[p.
-66]</span>lidad de los poderes más fuertes y sobre la inania de las
-mayores y más respetadas majestades terrestres.</p>
-
-<p>De aquel pueblo, que llenaba el mundo, no se encuentra ni la
-sombra. De aquellas instituciones, que sostuvieron sobre sí el
-peso de tantos siglos, no se ven ni los restos. Algunos muros,
-algunos arcos, algunas columnas, inscripciones borrosas, sepulcros
-destrozados, mutiladas estatuas semejan los restos de un gran
-naufragio, los despojos de una inmensa tempestad. Yo comprendo
-allí, entre tantos destrozos, el misticismo que de algunas almas se
-apodera; el desprecio de este frágil mundo, en que todo se pierde, y
-se gasta, y se consume; la aspiracion al descanso de la muerte; la
-impaciencia generosa por la posesion de lo infinito en otro mundo
-ménos incierto y más duradero.</p>
-
-<p>Yo mismo, que tengo las ideas de mi tiempo, que creo en
-la perennidad del Universo, que miro la muerte, no como el
-aniquilamiento, sino como la renovacion; yo mismo sentíame inclinado
-á ciertas melancólicas reflexiones, y me imaginaba oir, ya la
-trompeta del juicio sonando sobre los orbes desquiciados, ya las
-lamentaciones de los profetas gimiendo sobre las destrozadas
-ciudades.</p>
-
-<p>Yo veia en los montes Apeninos, sembrados de ruinas, en
-las cordilleras de sepulcros disemina<span class="pagenum"
-id="Page_67">[p. 67]</span>dos por todas partes, en los arcos
-interrumpidos de los gigantescos acueductos, en las torres medio
-destrozadas como si las hubiera un rayo profundamente herido
-y desquiciado, en todos aquellos fragmentos de obras medio
-pulverizadas, algo de las grandes visiones apocalípticas, los restos
-de planetas esparcidos por las espaldas de los ángeles exterminadores
-en la soledad del espacio. La figura del tierno apóstol, que las
-artes plásticas han idealizado en las edades modernas; eternamente
-jóven como los dioses antiguos; elocuentísimo como los oradores
-helenos; semita que hablaba el lenguaje de Platon, y ponia el Verbo
-engendrado á la sombra del Pireo, entre los dogmas fundamentales
-del cristianismo; esta figura, que el Renacimiento ha realzado en
-sus cuadros y en sus estatuas, yo la veia allá, en Pátmos, entre el
-coro de las islas griegas, cuyos horizontes sonrien como la mirada
-de las sirenas; á la vista del azul Mediterráneo, henchido siempre
-de espíritu pagano y entonando en sus ondas, sembradas de corales,
-el antiguo himno clásico; yo veia esa figura ideal, mística como
-la oracion, dulce como la esperanza; yo la veia en el momento de
-recoger todas las iras de su raza proscripta, y trazar en el último
-apocalípsis el castigo de la prostituta Babilonia, miéntras los
-ángeles buenos y los ángeles malos combatian rudamente en los<span
-class="pagenum" id="Page_68">[p. 68]</span> aires, y las piedras
-chocaban con las piedras en los planetas, y los muertos andaban
-buscando, roto el sudario y entreabierta la sepultura, sus carnes en
-las ruinas amontonadas, en el barro amasado con lágrimas y sangre,
-para presentarse al último juicio que ha de escuchar en el momento
-supremo de la boca de su Eterno Juez todo el Universo.</p>
-
-<p>Íbamos á las Catacumbas, é íbamos entre montones de ruinas.
-La desolacion del paisaje no era, sin embargo, tan grande como
-la tristeza del alma. Desterrados, errantes, sin patria, nuestro
-pensamiento y nuestro corazon tenian tambien, guardaban tambien
-ruinas como aquel inmenso y volcánico suelo de las grandes
-desolaciones. Todo recordaba la muerte. Hubiéramos creido hallarnos
-en esferas, más que terrestres, infernales, si la naturaleza, con
-el rocío matinal que descendiera de los aires, con la verde hierba
-que se levantaba entre las junturas de las piedras, con las flores
-primaverales que coronaban la hierba, con las mariposas que se mecian
-sobre las flores, con las hojas tiernas recien brotadas de las yemas,
-con los nidos cincelados ya entre el follaje, no hubiera querido
-recordarnos en tibia mañana de Abril la perennidad de la vida y la
-eterna alegría de sus espléndidos festines.</p>
-
-<p>¡Oh naturaleza! Inmóvil en medio del movi<span class="pagenum"
-id="Page_69">[p. 69]</span>miento, una en medio de la variedad;
-empapada en el éter que la penetra por todos sus poros, y que forma
-como su atmósfera, como su espíritu; bajo la sucesion contínua
-de seres orgánicos que cambian y se trasforman, permanente é
-inmodificable; sujeta á la muerte y eterna; sujeta al límite é
-infinita; difundida en la inmensidad del espacio y concretada en
-seres orgánicos; desde los astros que irradian su luz por las
-esferas, á las flores que empapan con sus aromas los aires; desde los
-gases impalpables que se desvanecen, á las sólidas cordilleras que
-mezclan con sus ventisqueros, donde la nieve blanquea, sus volcanes,
-donde reluce el fuego central; desde la nebulosa que lleva en gérmen
-orbes infinitos, á los grandes y gigantescos mundos, ya cansados
-de bogar por los espacios; desde el grano de arena que la onda
-remueve, á las últimas estrellas de la Vía Láctea, cuyo resplandor
-tarda veinte mil siglos en llegar hasta nosotros, pobres desterrados
-adheridos á este pequeño planeta; en todo ese círculo, cuyo centro
-se halla, como dice la sabiduría moderna, en todas partes, y cuya
-circunferencia en ninguna, ¡ah! no sucede el aniquilamiento total
-ni de una sola molécula; no existe, no, la nada; sombra de nuestro
-pensamiento, aprension de nuestra poquedad, fantasma de nuestros
-sentidos, idea sin realidad, que las tristes limitaciones de
-nuestra<span class="pagenum" id="Page_70">[p. 70]</span> lógica y la
-incurable imperfeccion de nuestro lenguaje nos ha obligado á poner
-en el eterno océano de la vida. Es verdad que algunos astros se han
-apagado en nuestro sistema solar, como faunas y flores enteras han
-desaparecido en nuestra corteza terrestre; pero ni se ha extinguido
-el calor de la vida universal, ni ha cesado el crecimiento y el
-progreso de más perfectos organismos. Entremos, pues, en estas
-cavernas de ruinas, con el pensamiento puesto en la idea de lo
-infinito y el corazon puesto en la esperanza de la inmortalidad.</p>
-
-<p>La más visitada de las catacumbas es la catacumba de San
-Sebastian; y la más digna de estudio detenido es la catacumba de
-San Calixto. Á unas cuatro millas hácia el Oriente de Roma, entre
-la Vía Apia y la Vía Ardeatina, bajo montones de escombros donde se
-encuentran toda clase de restos despedazados, junto á bosquecillos
-de cipreses que aumentan la tristeza y la solemnidad del paisaje,
-enciérrase la más vasta y la más bella de las necrópolis cristianas,
-refugio de los perseguidos, vivero de los mártires, descanso de
-los muertos, templo de los vivos, asamblea de aquellos audaces
-innovadores, que traian una nueva luz á la historia y un nuevo
-ideal á la vida. Yo aconsejo á todos cuantos me leyeren que no
-vayan á contemplar estos sitios, sagrados por<span class="pagenum"
-id="Page_71">[p. 71]</span> tantos conceptos, sin llevarse los
-libros, y sobre todo los planos, del célebre arqueólogo católico
-Rossi. Así como el explorador de los bosques de América, de la tierra
-del porvenir, penetra, de su cortante hacha armado, en aquellas
-selvas inexploradas, y derriba los árboles, y ahuyenta los reptiles,
-y arranca las enredaderas, y crea habitacion á la familia, espacio
-al trabajo, este arqueólogo, explorador de un mundo subterráneo,
-se sumerge en las sombras, en el asilo de las aves nocturnas, bajo
-vacilantes bóvedas, entre laberintos de grutas, expuesto á ser
-aplastado por un desplome de las frágiles paredes, á perderse para
-siempre en cualquier recodo de aquellas ciudades de tumbas, en aquel
-infierno de palpables tinieblas, confundiendo su esqueleto con los
-muertos que ha intentado arrancar al silencio de triste é ingratísimo
-olvido.</p>
-
-<p>¡Cuántas veces la esponjosa toba llovia su menuda lluvia de arena
-sobre la frente de aquel hombre! ¡Cuántas veces un alud de piedras,
-de ladrillos, rodaba hasta sus plantas y le envolvia en espesas nubes
-de polvo, que embargaban toda respiracion á sus fatigados pulmones!
-¡Cuántas veces perdia el derrotero en aquel inmenso laberinto, el
-norte en aquel océano de tinieblas, y se imaginaba haber perdido
-tambien toda salida, y haber topado con segura muerte por sed,
-por<span class="pagenum" id="Page_72">[p. 72]</span> hambre! Pero
-á la incierta luz de mortecina lámpara, minero audaz del espíritu
-humano, buzo de los abismos del tiempo, leia la inscripcion trazada
-quince siglos ántes por uno de aquellos sectarios, que acababan de
-recoger en el Circo Máximo los despojos humanos, y confiarlos á la
-tierra, entre oraciones, cuyos ecos áun se oyen allí; entre lágrimas,
-cuyos vapores todavía no se han desvanecido en aquella atmósfera
-bendita.</p>
-
-<p>Lo primero que pasma, cuando á los subterráneos se desciende,
-es el gigantesco trabajo empleado por los que abrieron, sin
-tener los medios mecánicos y químicos de nuestra civilizacion,
-aquellas ciudades subterráneas. Aunque se haya dicho que las
-catacumbas fueron abiertas en las canteras, su carácter especial,
-sus galerías sobrepuestas, pues hay hasta cinco pisos de tumbas;
-su disposicion, que tiene cierta regularidad, revelan un plan,
-perfectamente concebido y madurado, al cual se sometia y subordinaba
-la edificacion de estas celdillas, donde los grandes elaboradores
-del nuevo dogma depositaban la miel de sus ideas, que habia de
-alimentar á tantas generaciones. Hasta la naturaleza del suelo se
-estudiaba con detenimiento y con verdadera ciencia. Evitábanse
-las arcillas y gredas, las marismas, todo terreno que conservára
-fácilmente las aguas, y se cavaban los templos y los sepulcros en
-la<span class="pagenum" id="Page_73">[p. 73]</span> toba granular,
-volcánica, más fuerte, más consistente, ménos accesible á la humedad,
-forjada por el fuego creador, y apta á todo género de construcciones
-duraderas. Mas era necesario preservar aquellos asilos, no solamente
-de los ataques de la naturaleza, sino tambien de las cóleras de los
-hombres.</p>
-
-<p>Para conseguir este fin, buscaban los cristianos la sombra de
-las leyes. Y la ley romana protegia sobre todo y ántes que todo en
-el mundo los lugares consagrados á las sepulturas. El suelo que era
-propiedad de la muerte no tenía el movimiento de la vida. Vendida,
-legada, donada una propiedad, una finca, ni venta, ni testamento,
-ni donacion alcanzaban al sepulcro, siempre exceptuado, siempre en
-poder de las familias que allí guardaban las cenizas de sus deudos.
-Así podian abrir fosas profundísimas en el suelo, elevar monumentos
-á las alturas, y con el nombre de áreas adyacentes, unir muchos
-terrenos anejos al sepulcro, y como el sepulcro, sagrados. Los
-cristianos aprovechábanse para sus cementerios de estas garantías
-de las leyes, y señalaban un terreno cualquiera, y abrian galerías
-subterráneas, y depositaban allí los vasos de su culto, los muertos
-de su secta y de su familia. Una serie de áreas romanas constituia el
-núcleo verdadero de las catacumbas. Así, por el respeto supersticioso
-de las<span class="pagenum" id="Page_74">[p. 74]</span> leyes
-á la propiedad infiltrábase la oracion libre y el culto á los
-muertos. Los mismos emperadores que perseguian á los cristianos
-como creyentes, respetaban á los cristianos como propietarios. La
-propiedad colectiva, que era la propiedad cristiana de los primeros
-tiempos, tenía existencia legal en los códigos y amparo eficaz en los
-tribunales. Si hay confiscaciones como en los reinados de Valeriano
-y de Diocleciano, son confiscaciones pasajeras, excepcionales,
-interrumpidas, borradas pronto por una restitucion, que prueba la
-perennidad del derecho, como la restitucion de Galieno y de Magencio.
-Y sin embargo, el Imperio persigue las asociaciones ilícitas, y
-declara asociaciones ilícitas las asociaciones religiosas, que
-amenazan á la integridad de su vida amenazando á la integridad de
-sus dogmas. Y Roma, que reconociéndose epílogo y síntesis del mundo
-antiguo, admite en sus templos todas las divinidades nacidas en el
-seno de los pueblos asiáticos, Roma rechaza el Dios de los judíos, el
-Dios de los cristianos, sin duda porque los demas dioses son, como
-los suyos, dioses de la naturaleza, en tanto que el Dios cristiano y
-judío es el Dios del espíritu, que viene á sustituir á la verdadera
-y poderosísima diosa de la tierra, á la diosa Roma. No obstante
-este ódio, comprobado por tantas persecuciones, respetábase toda
-asociacion<span class="pagenum" id="Page_75">[p. 75]</span> benéfica
-que tuviese por objeto enterrar á los muertos, orar por los muertos:
-no se le preguntaba por su dogma religioso cuando se la veia reunirse
-para prestar culto á la inmortalidad. Bajo tal respeto á la muerte se
-anidaban los cementerios y los templos.</p>
-
-<p>Y cuenta que el cementerio cristiano exigia verdadera amplitud.
-Los romanos quemaban sus muertos, y recogian las cenizas en vasos
-de mármol ó de pórfido; miéntras los cristianos, que creian, no
-sólo en la inmortalidad del alma, sino en la resurreccion de la
-carne tambien, guardaban los cadáveres íntegros en el fondo de las
-sepulturas. Así las ciudades de los muertos alcanzaban proporciones
-tan colosales como las ciudades de los vivos. Así bajo los arcos de
-triunfo, bajo los circos llenos de magnificencia, bajo los templos
-donde se congregaban los dioses que se creian eternos, bajo los
-palacios donde reinaban los césares, que se creian omnipotentes; á
-los cuatro puntos del horizonte, extendíanse verdaderas ciudades de
-sepulcros, con sus calles, con sus encrucijadas, con sus plazas;
-ciudades de la muerte, que, sin embargo, avivaban en sus sepulturas
-un nuevo espíritu, el cual habia de matar á la antigua Roma, y animar
-sobre sus restos otra civilizacion.</p>
-
-<p>Nótase una diferencia entre las catacumbas<span class="pagenum"
-id="Page_76">[p. 76]</span> del siglo <small>I</small> y las
-catacumbas de los otros siglos; del siglo <small>III</small> por
-ejemplo. Aquéllas eran más hermosas y estaban más ornamentadas.
-Empleábanse en el siglo <small>I</small> los mármoles con frecuencia;
-los estucos brillantes, los colores vivos, los relieves artísticos,
-los frescos dignos de figurar junto á los frescos de Pompeya,
-las inscripciones clásicas con retumbantes y nobiliarios nombres
-de familias aristocráticas, los sarcófagos monumentales, todo
-construido, todo hermoseado por aquellos artistas, un poco paganos,
-es verdad, que llevaban todavía en sus pinceles y en su cincel
-artísticos todos los jugos de las inspiraciones clásicas; pero
-que representaban el tránsito de un término á otro término de las
-ideas, y de una época á otra época de la historia. Así es la vida.
-Las revoluciones más trascendentales se apartan tímidamente de su
-orígen y se agarran á las instituciones mismas que van á destruir.
-La Iglesia, aunque nace bajo la maldicion de la sinagoga, recoge y
-consagra los libros, usa y difunde el lenguaje de la sinagoga. El
-cristianismo, aunque crece entre las persecuciones de los paganos,
-copia sus símbolos y santifica sus artes. La filosofía, aunque huye
-y se aparta de las ciencias teológicas, consagra muchos de sus
-apotegmas y encierra las fórmulas racionalistas en la terminología de
-las antiguas escuelas. Los pintores místicos de<span class="pagenum"
-id="Page_77">[p. 77]</span> la Edad Media tienen su progenie en los
-pintores de las catacumbas. Aquí está la brillantísima genealogía
-de Cimabue y de Fra Angellico. Aquí la paloma, que servia en la
-antigua pintura para acompañar á Vénus, sirve para anunciar, con su
-ramo de olivo en el pico, la promesa de la resurreccion. Quizá no
-esté tan bien dibujada, tan bien cincelada como la serena paloma
-griega que ha construido su nido entre los mirtos, los lentiscos,
-y que ha acompañado con sus arrullos los himnos de los templos
-helenos; pero en cambio ha pasado bajo las blancas alas de la paloma
-cristiana, por todo su cuerpo demacrado, el relampaguear sublime de
-nuevo espiritualismo. Así es el alma humana. Cree el sentido comun
-que se ha transformado, que ha crecido por súbitas y milagrosas
-revelaciones, cuando se ha transformado, cuando ha crecido por un
-trabajo interior, perseverante, eterno, que ha elaborado lentamente
-las nuevas creencias, los nuevos dogmas; alimento de tantas
-generaciones, atribuido en los arrebatos del corazon y de la fantasía
-á milagros de los profetas, de los ángeles, de los reveladores, no
-de otra suerte que el artista, el poeta, atribuye á la sonrisa de la
-casta Musa, escondida en los pliegues del aire, en los arreboles del
-cielo, la inspiracion que á raudales brota de su propia alma.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_78">[p. 78]</span></p>
-
-<p>Pero, como las catacumbas de los tiempos apostólicos son más
-bellas y más ricas que las catacumbas de los tiempos posteriores,
-cuando ya se habia difundido el cristianismo, yo no puedo atribuirlo
-á lo que lo atribuye el Conde de Richemont en su erudito libro
-sobre la primitiva arqueología cristiana; yo no lo atribuyo á que
-las clases más nobles pertenecieran á la religion más nueva. No. La
-historia desmiente este aserto. La fuerza misma de la asociacion
-cristiana obró las maravillas de las primeras catacumbas. Los
-artistas, que pertenecen siempre á lo pasado por la poesía de los
-recuerdos, á lo porvenir por la poesía de las esperanzas, fueron
-tocados en el corazon por la nueva fe, y expresaron sus sentimientos
-en la soledad de las catacumbas. La misma insignificancia de la
-secta perseguida sirvióle de incontrastable escudo contra los
-perseguidores. Los primeros césares temian á los estoicos, cuyo
-sentido humanitario contrastaba la idea fundamental romana, la idea
-de la superioridad incontestable de la gran ciudad; pero no temian
-á los cristianos, confundidos con aquellos judíos que trajeran
-cautivos de la toma de Jerusalen, y que arrojaban con menosprecio
-á las fiestas del Circo, para que sus combates, sus agonías, sus
-estertores, su muerte, sirviesen de solaz al hastiado pueblo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_79">[p. 79]</span></p>
-
-<p>Cuando el cristianismo creció, como en el siglo
-<small>III</small>; cuando el número de sus iglesias aterró á los que
-veian arruinarse en la soledad y en el abandono los paganos templos;
-cuando coincidieron con estas tendencias de los espíritus á separarse
-de la antigua fe, tendencias de los pueblos á separarse tambien del
-antiguo Imperio; cuando entre tantas ruinas morales y materiales se
-dibujaban como bandadas de cuervos, viniendo á lanzarse hambrientos
-sobre un cadáver insepulto, las irrupciones de los bárbaros, que
-ponian espanto con los aullidos de sus gargantas, y la vibracion
-de sus armas, y la ferocidad de sus instintos; los últimos romanos
-atribuyeron sus desgracias á los primeros cristianos, los cuales,
-perseguidos, acosados, como una nueva fuerza más que como una nueva
-idea, se refugiaron en catacumbas abiertas de prisa, enlazadas con
-las viejas canteras, sin pinturas ni relieves, porque no eran, no,
-templos de religiosos, sino madrigueras de fugitivos.</p>
-
-<p>Habiamos ido desde las catacumbas de San Sebastian á las
-catacumbas de San Calixto. En las primeras nos condujo rápidamente
-un fraile, guiándonos, vela en mano y largo recitado en labio, por
-aquellas cavernas. En las segundas nos acompañó un guía laico, mucho
-más instruido y mucho ménos presuroso, cuyas noticias parecian<span
-class="pagenum" id="Page_80">[p. 80]</span> más bien aprendidas
-en experiencia propia que en ajenas recitaciones. La oscuridad
-era grande, completo el silencio. Pareciamos descendidos de las
-tempestades superiores de la vida á las espesas sombras de la muerte.
-Nos internábamos, y nos internábamos mucho. Si la luz que nos guiaba
-se hubiera extinguido, ¡cómo saliéramos nosotros del abismo! Y sin
-embargo, ¡qué reposo! ¡Qué especie de tranquilidad en aquella region
-de la muerte! Los fugitivos que allí se escondieron dominaron al
-mundo. Las ideas que allí se plantáran cubrieron con su benéfica
-sombra, por espacio de muchos siglos, los altares, los templos;
-alimentaron con su calor las conciencias; sostuvieron el corazon
-humano con sus esperanzas.</p>
-
-<p>¡Quién, al ver las dos sociedades, no hubiera dicho que la
-subterránea estaba destinada á desaparecer, y la superior, la que al
-aire y á la luz se esperezaba en el placer y en el vicio, destinada,
-por su falso brillo, por su poder aparente, por la fuerza que fingia,
-por los cortesanos que la cercaban, á durar siglos de siglos! Arriba
-los césares, el Senado ceñido de laureles, el ejército, en cuyas
-armaduras relumbraba el sol de las batallas; los sacerdotes, que
-eran oráculo de lo pasado y nuncios de lo porvenir; los cortesanos
-en legiones innumerables, los esclavos en la ergástu<span
-class="pagenum" id="Page_81">[p. 81]</span>la, los gladiadores
-en el circo, los arcos de triunfo, los monumentos colosales, los
-obeliscos, testigos de tantos siglos y despojos de tantas batallas;
-miéntras que abajo sólo habia sectarios oscuros, débiles, soñando con
-una redencion moral en medio del envenenamiento de las costumbres,
-teniendo por toda fuerza sus oraciones, por toda victoria sus
-martirios. Arriba los templos eran magníficos, rodeados de prados
-y jardines, donde cantaban en pajareras várias aves innumerables;
-precedidos de vestíbulos de mármol; ornados de maravillosas estatuas,
-debidas al cincel que trasmitiera á las inertes frias piedras todo el
-calor, toda la vida del alma; convertidos en museos de antigüedades
-por la conservacion de las espadas que esgrimieran los primeros
-héroes, y de los trofeos que encontráran, así en las ciudades como
-en los campos, los primeros conquistadores; miéntras que abajo,
-en las sombras, junto á estos milagros del arte, junto á estas
-maravillas de la historia, el sombrío templo cristiano, abierto como
-las madrigueras de las alimañas salvajes, ornado sólo por algunas
-humildes figuras, que simbolizan el dolor, amenazado por la crueldad
-del despotismo, avivada y recrudecida en las embriagueces de la
-orgía.</p>
-
-<p>¡Quién hubiera dicho que habian de triunfar estos humildes
-sectarios! Asombra ver cómo se<span class="pagenum" id="Page_82">[p.
-82]</span> burlaban de ellos los más aplaudidos escritores de la
-antigüedad. Luciano ha dejado entre sus inmortales escritos la carta
-burlesca sobre un mártir cristiano llamado Peregrino. Este desdichado
-se figuraba que era inmortal, y que, por ende, habia de vivir
-perpétuamente. Despreciaba, en consecuencia de esta fe, los tormentos
-y pedia la muerte. Como el sofista crucificado habia persuadido
-á los suyos de que todos los hombres deben tenerse por hermanos,
-ponian sus bienes en comun, y, víctimas de la ignorancia, caian en
-manos de los más codiciosos ó de los más hábiles. Coronaban todas
-sus insensateces con la magna insensatez de morir en las llamas. De
-tan acerba manera juzgaba á los renovadores del mundo un escritor de
-talento, un filósofo de elevadas ideas, un satírico de primer órden.
-Y eso que sentia el hielo de la muerte discurrir por las venas de la
-antigüedad. Y eso que los dioses del pagano culto y los filósofos de
-la griega ciencia merecian todas sus despiadadas burlas. Y eso que
-debia sentir en el fondo de su alma conturbada la necesidad de la
-renovacion.</p>
-
-<p>Pues aquellos fanáticos en creencias, supersticiosos por
-temperamento, recluidos en tinieblas, creyentes en el sofista
-crucificado; los predicadores insensatos, los sectarios apasionados,
-los débiles, los pobres, los ignorantes, eran, despues<span
-class="pagenum" id="Page_83">[p. 83]</span> de todo, los llamados
-á despertar, esparciendo la llama viva del espiritualismo sobre su
-frente, al mundo ébrio y corrupto, que emponzoñaba con sus orgías
-y con sus vicios, no solamente la conciencia humana, sino la misma
-naturaleza material.</p>
-
-<p>¿Qué fuerza tenian, qué fuerza? ¿Armas? Su palabra. ¿Riquezas?
-Su fe. ¿Poder? El de su resignacion al sufrimiento. ¿Legiones? Las
-legiones de los mártires. ¿Propiedad? La de sus tumbas. Lo que tenian
-realmente, era una fuerza que es incontrastable, un arma que no se
-mella nunca, una riqueza que no se pierde, una propiedad que no se
-acaba: la misteriosa luz sin noche y sin ocaso, el vívido fuego que
-vivifica y no quema, el alma inmortal de la naturaleza, el motor de
-la sociedad, el aire en que perpétuamente respiran las almas; la
-idea, uniendo á ella el sentimiento, que ha recibido de los cielos el
-dón de los milagros; la fe viva, profunda, en esa idea. Los vencidos
-vencieron, los proscriptos reinaron, los muertos fueron dispensadores
-de la vida, los débiles domaron con sus manos, traspasadas por los
-clavos de la cruz, la salvaje fiereza de los bárbaros, y su ideal
-maldecido se transformó en el sagrado lábaro de una nueva vida.</p>
-
-<p>Imposible que estas reflexiones no asalten y no posean con fuerza
-á cuantos vayan por aquel in<span class="pagenum" id="Page_84">[p.
-84]</span>menso laberinto de calles subterráneas. Son los surcos
-donde se plantaron los gérmenes de las ideas cristianas. Allí
-estuvieron largo tiempo, guardados de la persecucion, como la semilla
-del trigo bajo los hielos del invierno. Allí brotaron á la luz.
-Los mártires de una idea progresiva resucitan siempre. La obra que
-construyen no se interrumpe, aunque lo parezca á nuestra mezquina
-vista, incapaz de abrazar en su conjunto, como el Universo material,
-el Universo moral. Nosotros, ajenos á toda enemiga contra ninguna
-de las ideas que han contribuido á la educacion de la humanidad,
-hijos de este siglo eminentemente sintético, mirábamos y admirábamos
-enternecidos el lugar donde se fraguó la gran revolucion moral contra
-los excesos del sensualismo antiguo. Los signos epigráficos, las
-figuras medio borradas, los jeroglíficos esculpidos en las piedras
-tumulares, las imágenes sagradas de aquellos tiempos nos trasportaban
-á su tempestuoso seno. Parecíanos oir la salmodia religiosa medio
-reprimida por el terror; ver la llegada de los que traian los
-restos de los mártires recien cogidos en el espoliario del Circo,
-para depositarlos en las urnas, y alzar al pié de estas urnas el
-pequeño altar donde ardia la mística lámpara. Ya pintados al fresco,
-ya esculpidos en las piedras, veiamos el pescado milagroso, que
-representaba al<span class="pagenum" id="Page_85">[p. 85]</span>
-Salvador; las áncoras, símbolos de la esperanza; el cayado y el
-odre del buen pastor; el cordero resignado al holocausto; la nave
-de la Iglesia desafiando todas las tempestades; la viña mística,
-cuyos racimos y cuyos sarmientos llenaban la tierra; la mujer
-divina deslizándose sobre las aguas del mar con su niño entre los
-brazos y la estrella sobre la frente; la cena en que se repartia
-el pan eucarístico entre los primitivos cristianos, cena frugal,
-alimento del alma, protesta viva contra las orgías del Imperio; la
-resurreccion de Lázaro, saliendo rejuvenecido, hermoseado, de su
-sepulcro, merced al Verbo divino, que cayera sobre sus huesos y lo
-despertára á la nueva vida, como la doctrina evangélica al Viejo
-Mundo.</p>
-
-<p>No puedo yo entrar en las controversias artísticas que han
-suscitado los eruditos fundadores de la arqueología cristiana. No
-puedo decir si, como quiere M. Raul Rochette, estas pinturas se han
-inspirado en el arte antiguo, ó si han espontáneamente nacido de la
-nueva fe, como quieren el caballero Rossi y su erudito comentador
-frances, que en otro lugar he citado. Hame sucedido como á éste;
-no he visto el cielo que veia Ozanan en los ojos de las orantes.
-No he visto ni siquiera la expresion espiritual de las tablas de
-la Edad Media en los frescos de las catacumbas. He visto que los
-rostros tienen algo de la impasibilidad<span class="pagenum"
-id="Page_86">[p. 86]</span> inconmovible de la pintura antigua.
-Pero se observa que el arte no está en la serenidad clásica, en
-aquella compenetracion de la forma y del fondo, que le daba un
-carácter olímpico. Algunas gotas de plomo derretido han abrasado
-aquellas carnes. Algunos relámpagos de un ideal infinito han pasado
-por aquellos ojos. Las formas se retuercen de dolor, y los labios
-suspiran de nostalgia. Son las larvas misteriosas de donde saldrán,
-en la sucesion de los siglos, los ángeles de Fiessole, los mártires
-de Fra Bartolomeo, las Concepciones de Murillo, las Vírgenes de
-Rafael. Así el pintor que contempla estas figuras simbólicas, puede
-ver en ellas, extasiado, los primeros blasones de la genealogía del
-arte moderno, de ese arte pictórico en que hemos superado á los
-antiguos.</p>
-
-<p>Pero ¡ah! cristianos ó filósofos, adictos á lo pasado ó adictos á
-lo porvenir, hombres de fe ó de ciencia, cuando penetrais en aquellos
-abismos, cuando caeis en aquellas tinieblas, cuando columbrais los
-borrosos frescos ó palpais los sacros relieves, sentís discurrir por
-vuestras venas un estremecimiento de terror, como el que produce
-siempre la contemplacion de lo sublime. En mí confieso que todos
-los sentimientos y todos los recuerdos de la infancia se levantaban
-como en tropel y me poseian, como si la primera fe áun estuviese
-viva. Recordaba yo la humilde iglesia de<span class="pagenum"
-id="Page_87">[p. 87]</span> mi lugar con sus fiestas religiosas;
-la Vírgen-Madre entre nubes de incienso y acentos del órgano; las
-procesiones que salian á bendecir los campos en las mañanas de Mayo,
-cuando las amapolas alzaban sus corolas entre los trigos, y las
-zarzas se cubrian de rosillas; el cántico de las letanías, repetido
-por innumerables voces; los acentos de la campana, difundidos en
-los aires, llamando á la oracion, miéntras los últimos resplandores
-del dia espiraban sobre las crestas de los montes, y las primeras
-estrellas de la tarde nacian en la inmensidad de los desiertos
-cielos.</p>
-
-<p>Mas cuando estos sentimientos del corazon dejaban espacio á
-las ideas, yo veia el poder de una nueva creencia, que aparece en
-momentos propicios, en el momento de una muerte irremisible de la
-antigua fe. Este sentimiento no os deja ni un momento cuando vagais
-por aquellos subterráneos, cuando á vuestros mismos ojos pareceis
-cadáveres ambulantes en aquellos inmensos panteones. La oscuridad, la
-lobreguez, el silencio, si por mucho tiempo se prolongan, os fatigan,
-os hielan, os petrifican. Necesitais el aire tibio, la luz, la luz
-sobre todo. Así, cuando salimos de las catacumbas, y respiramos en la
-atmósfera de la campiña latina, y contemplamos el sol centelleando en
-las nieves del Apenino, y olimos el aroma de las hierbas humedecidas,
-de las flores<span class="pagenum" id="Page_88">[p. 88]</span>
-recien brotadas, y escuchamos el piar de los pajarillos que abrian
-sus gargantas en los nidos al alimento y á las caricias maternales,
-miéntras las golondrinas subian á los cielos y el ruiseñor gorjeaba
-en las vecinas enramadas, no pudimos ménos de bendecir á la
-Naturaleza, que ofrece un teatro eterno á todas las tragedias, y
-páginas infinitas á todas las epopeyas de la historia.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_4">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_89">[p. 89]</span></p>
- <h2 class="nobreak">LA CAPILLA SIXTINA.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_91">[p.
-91]</span>Roma es la ciudad de las tristezas eternas. Sus cipreses
-murmuran una elegía. Sus fuentes lloran la muerte de algun dios.
-La luna, al reflejarse en sus mármoles, evoca legiones de blancas
-sombras. Por doquier muestra amontonadas las ruinas con sus coronas
-de ortigas. Un ejército de Titanes ha sido precipitado en el polvo
-de esta ciudad, asentada sobre urnas funerarias. Las piedras
-gigantescas, los muros ciclópeos, las columnas colosales son los
-huesos de esa raza vencida por los rayos del cielo, aniquilada por
-las maldiciones de Dios. Jamas un volcan extinguido por el frio de
-los siglos fué tan majestuoso en la estéril soledad de su cráter,
-como esta Roma muerta. Jamas los huesos de los fósiles, incrustados
-en las montañas por el diluvio, enseñaron tanto como esos ladrillos
-diseminados en las cenizas, como estas piedras con sus inscripciones
-borrosas.</p>
-
-<p>Todo es desolacion. Vagais entre sepulcros va<span
-class="pagenum" id="Page_92">[p. 92]</span>cíos. La muerte no ha
-perdonado ni las cenizas de los muertos. La naturaleza, en su
-voracidad insaciable, ha metamorfoseado los huesos caidos sobre sus
-profundos senos. Y los átomos de César, de Sila, de Cincinato, de
-Camilo, quizá ruedan en el polvo barrido por el aire, quizá matizan
-ténuamente las frágiles alas de una mariposa, ó se dilatan por las
-fibras de la hierba que siega con su afilado diente la salvaje
-cabra.</p>
-
-<p>Y sin embargo, cuando estaban agrupados sobre un esqueleto,
-cuando la sangre hirviente los regaba, cuando las entrañas, como
-otros tantos hornillos, mantenian el calor de la vida, esos átomos
-soportaban el peso del cielo, regulaban á su placer el mundo, y
-dirigian la humanidad con una frágil espada, hoy enmohecida, al
-cumplimiento de sus destinos.</p>
-
-<p>Pero ¿qué resta de todo esto? Unas cuantas capas de polvo
-amontonadas sobre otras capas de polvo, donde se han perdido y se han
-borrado los césares y los tribunos, los vencedores y los vencidos,
-los romanos y los bárbaros, los señores y los esclavos; sin que pesen
-más en la balanza del universo y en la gravitacion del globo unas que
-otras cenizas.</p>
-
-<p>Despues de haber andado largo tiempo entre tantas ruinas, echais
-de ménos los habitantes, pero habitantes á la altura del coloso.
-Nada im<span class="pagenum" id="Page_93">[p. 93]</span>porta el
-ave nocturna que se esconde en el hueco de un sepulcro; nada el
-murciélago que sale de una catacumba; nada el buho ó el cuclillo
-que cantan en la soledad de la noche sobre las piedras del Coliseo.
-Quereis, repito, ver habitantes á la altura del coloso. Inútil
-buscarlos en una raza degenerada y sierva. Los dignos habitantes de
-Roma son los hombres de mármol tallados por el cincel en piedras
-inmortales. Son las figuras dibujadas en los muros por el genio. Y
-entre estas figuras, las que tienen todavía el fuego sagrado en la
-frente; las que guardan la fuerza del heroísmo en los músculos y
-en los nervios crispados por las chispas del pensamiento; las que
-respiran la tempestad en la ancha fragua de sus colosales pulmones;
-las que pueden sostener el cielo con su frente, y dejar bajo sus
-piés una huella indeleble en la tierra, son las figuras de Miguel
-Ángel.</p>
-
-<p>Parece que despues de haber estado caido en el polvo mil años el
-genio del Capitolio, arrullado por los Misereres de la Edad Media,
-ha sacudido su pesado sueño un dia, se ha levantado arrojando las
-montañas de ruinas amontonadas sobre sus espaldas, y ha ido á buscar
-ese Titan del arte, ese Miguel Ángel siniestro, solitario, tétrico,
-sublime, para comunicarle el soplo de su espíritu, y pedirle en
-cambio que dejára grabadas so<span class="pagenum" id="Page_94">[p.
-94]</span>bre los muros de la Roma católica las sombras colosales
-de la Roma antigua. Así debian ser de fuertes, de fornidos, de
-hercúleos, los héroes romanos; ese pecho fortísimo necesitaban para
-infundir con su aliento un espíritu á la humanidad; esos brazos
-nervudos para manejar el caballo de guerra y llevarlo vencedor desde
-las orillas del Tígris á las orillas del Bétis; sobre esos anchos
-hombros descansaba la tierra como sobre otras tantas cariátides;
-esa actitud forzada y casi imposible debian tener cuando asaltaban
-Jerusalen y Alejandría; sus manos parecen vibrar aquella lanza,
-con la cual abrieron las venas de los pueblos y los ingertaron
-fuertemente en su derecho; y las espaldas gigantescas se encorvan un
-poco, cual si trajeran todavía al pomerium la enorme carga de los
-dioses vencidos en toda la tierra.</p>
-
-<p>Esta fué la idea que en mí despertó la Capilla Sixtina, cuando
-la visité de vuelta de la Vía Apia, de la Vía de los Sepulcros. Al
-pronto, en aquel templo del arte, ahumado por los cirios y por el
-incienso, no descubrís más que las figuras colosales, y no os dais
-cuenta ni de la idea ni de los personajes que representan. Yo de mí
-sé decir que fuertemente conmovido por la larga carrera entre dos ó
-tres leguas de sepulcros, imaginaba ver en los Alcídes de la bóveda
-y en los varios<span class="pagenum" id="Page_95">[p. 95]</span>
-grupos del Juicio Final, las almas escondidas en las ruinas; esas
-almas que flotan sobre las piedras, sobre los arcos ruinosos; esas
-almas errantes por la tierra del Foro, revistiendo formas humanas,
-colosales, violentas, como si el huracan del último dia del mundo
-las sacudiera, pero formas en debida proporcion y armonía con su
-histórica grandeza. Las figuras de Miguel Ángel son los héroes
-antiguos que han crecido en su sepulcro.</p>
-
-<p>La Capilla Sixtina toma su nombre de Sixto IV. El pontificado de
-éste fué agitadísimo. Maquiavelo aprendió parte de su política en
-la conducta de Sixto. Fué el primero que mostró cuán grande era el
-poder político de los Papas, y armando guerras contra los magnates
-de Italia, mereció ser atendido de todos y alabado por el autor del
-<i>Príncipe</i>. En su tiempo, y á sus instigaciones, murió asesinado
-Julian de Médicis en Santa María dei Fiori de Florencia, á la hora
-misma de alzar á Dios en la misa Mayor. Los Médicis, en cambio,
-colgaron de una ventana al Obispo nombrado por el Pontífice para
-Pisa. Las riquezas de Sixto IV montaban mucho, porque provenian de
-la venta de beneficios. Pedro Riario era cardenal á los veintiseis
-años, Patriarca de Constantinopla, Arzobispo de Florencia, y murió
-exhausto de oro, de sangre, á manos del placer,<span class="pagenum"
-id="Page_96">[p. 96]</span> como Baltasar ó Sardanápalo. Las
-facciones combatian á la puerta del Vaticano y manchaban de sangre
-hasta las gradas de los altares de San Pedro. Pero la córte romana
-se enriquecia, y con estas riquezas levantaba capillas. Era este
-el tiempo en que por dinero se concedian permisos de robar á los
-bandidos, y en que un camarero decia á Inocencio VIII, que habia
-comprado la silla pontificia con simonías, y que habia vendido
-salvoconductos á los ladrones: «Procede bien V. S., porque Dios no
-quiere la muerte del pecador, sino que pague y viva.»</p>
-
-<p>Pero si la Capilla debe su nombre á Sixto IV, debe la maravillosa
-decoracion de la bóveda á Julio II. Este tiempo es el tiempo clásico
-de los horrores de Italia. Si, como dice Alfieri, la planta-hombre
-nace más robusta en la Península italiana que en el resto del mundo,
-y se conoce su robustez en sus crímenes, jamas ningun país los
-presenció tan grandes. Pisa espiraba en sus lagunas, despues de una
-resistencia que tenía algo de la furiosa locura del suicidio. Un
-Dux de Génova, alzado desde el movible seno de las clases plebeyas
-á la suprema dignidad, era asesinado, descuartizado; sus miembros,
-repartidos entre los enemigos, puestos como trofeos en los muros.
-Tres mil ciudadanos caian degollados sobre el suelo de Prato, al
-par que eran violadas las in<span class="pagenum" id="Page_97">[p.
-97]</span>numerables monjas de sus conventos. La nobleza veneciana
-moria tostada en una cueva de Verona, cuyos bosques ardian
-horriblemente. Ni siquiera fueron perdonados los niños de pecho. Era
-tan espantoso aquel tiempo, que hasta las mujeres se volvian crueles.
-Una campesina toscana descabezaba al soldado español que la habia
-robado á su hogar, y huia para presentarle á su marido, en desagravio
-de su honra, la lívida cabeza. Los suizos talaban el Milanesado, los
-alemanes Venecia, los franceses Ravéna, los españoles el resto de
-Italia. Allí Gaston de Foix se complacia en mostrar su camisa, roja
-de sangre italiana. Allí Bayardo ejercia las crueldades caballerescas
-de los tiempos feudales. Allí saltaban las minas inventadas por
-Pedro Navarro. Allí el Gran Capitan ganaba sus victorias á costa de
-cruentísimas luchas. Italia era un campo de matanzas. Hileras de
-insepultos cadáveres la cubrian desde los desfiladeros de los Abruzos
-hasta los desfiladeros de los Alpes. Pero en medio de todas estas
-catástrofes, el genio que truena, la voz que impera, es el genio y
-la voz de Julio II, austero en su vida, italiano en el fondo de su
-corazon, forjado para las batallas en el bronce del heroísmo; hábil
-hasta añadir ó sustraer á sus cálculos, como cifras aritméticas,
-los reyes y los emperadores y los pueblos; pagado de su autoridad
-re<span class="pagenum" id="Page_98">[p. 98]</span>ligiosa, porque
-le sirve para afirmar su autoridad política, implacable en sus
-castigos como un sacerdote del antiguo Testamento, veloz como un
-condottiero para emprender correrías y asaltar ciudades hasta en los
-rigores del invierno; en la una mano los rayos espirituales para
-vibrarlos fuertemente y expulsar los herejes de la Iglesia; en la
-otra mano la mecha para encender los cañones y expulsar los bárbaros
-de Italia.</p>
-
-<p>Indudablemente hay una relacion de temperamento entre el papa
-Julio II y el artista Miguel Ángel. Aquél quiere extraer del fondo
-de las invasiones una raza de héroes que sirvan para sostener la
-patria, y éste del seno de las canteras otra raza de titanes que
-sirvan para excitar á la gloria. Así le propone á Julio II su
-sepulcro: una montaña de bronces y mármoles; ancha la base y elevada
-la cúspide; una gradería entre ellas de cornisas caprichosamente
-cinceladas; diversos genios en esas actitudes viriles, violentas,
-pero armónicas, cuyo secreto sólo él posee, teniendo sobre su cerebro
-mantenidas las cornisas y bajo sus piés encadenadas las naciones:
-las Virtudes y las Artes, por hermosísimas mujeres representadas,
-llorando y retorciéndose de dolor; sobre las cuatro esquinas de la
-primera cornisa, la Vida activa y la Vida contemplativa, San Pablo,
-cuya palabra es una espada, y ese Moisés que todavía nos<span
-class="pagenum" id="Page_99">[p. 99]</span> aterra con su mirar,
-relampagueante como el Sinaí; arriba, sobre trofeos, tributos de
-la naturaleza y recuerdos de la historia, Cibéles, la tierra,
-sosteniendo una mortaja con la actitud de una Madre Dolorosa que
-abraza al Crucificado exánime en su amante seno, y mirando á Urano,
-el cielo, que todo lo remata sonriente, y que engarza el genio del
-Papa, como una estrella más, en el coro de sus bienaventuradas almas.
-Era aquella tumba un poema cíclico.</p>
-
-<p>Miguel Ángel corria á las montañas á buscar el mejor mármol.
-Llenaba de grandes piedras Roma. Luégo cogia su martillo, su cincel,
-y comenzaba á romper, á desbastar el mármol, buscando anhelante,
-sudoroso, con esfuerzos supremos, entre una nube de piedras que
-saltaban á sus golpes, la imágen tal como la descubria en su propia
-conciencia. Pero cuando estaba en el hercúleo trabajo empeñado,
-la envidia le mordió en el talon. Bramante, uno de los genios de
-aquella edad sobrenatural, quiso perderlo. Arquitecto principalmente
-el uno, escultor principalmente el otro, léjos de excluirse, debian
-completarse.</p>
-
-<p>Las grandiosas estatuas de Miguel Ángel parecen hechas para
-lucir bajo los atrevidos arcos de Bramante. Allí, entre aquellas
-largas líneas, bajo aquellas curvas prodigiosas, teniendo por
-decoracion uno de esos patios ó uno de esos tem<span class="pagenum"
-id="Page_100">[p. 100]</span>plos cuyas perspectivas nunca se
-acaban, podian las estatuas de Miguel Ángel desplegar sus trágicas
-actitudes, sus titánicos miembros, que parecen sacudidos por los
-rayos de las ideas, y violentados por el esfuerzo supremo para
-subir desde la tierra al cielo. Se aborrecian Bramante y Miguel
-Ángel; pero se completaban. Así es la naturaleza humana. Aquellos
-dos hombres no sabian que eran los trabajadores de una misma obra.
-Por eso la historia no empieza á tener conciencia de sí misma, sino
-cuando la muerte ha pasado sobre sus héroes. Tales ejércitos, que
-se han combatido hasta aniquilarse sobre un campo de batalla; tales
-hombres, que se han odiado hasta herirse con la calumnia; tales
-genios, que se han perseguido mútuamente hasta querer borrarse de la
-tierra, como si no hubiera aire para todos, no saben, cegados por
-sus pasiones ú oscurecidos por el polvo de los hechos diarios, que
-mañana han de confundirse en una misma gloria, han de representar á
-los ojos de la posteridad una misma idea, han de tener en las hondas
-huellas dejadas por las obras de arte sobre el mundo los mismos
-adoradores y los mismos enemigos: que toda grande personalidad es un
-trabajador empleado en levantar esa serie inmensa de arcos triunfales
-llamados siglos, y todo espíritu individual es una faceta del prisma
-llamado espíritu humano, que<span class="pagenum" id="Page_101">[p.
-101]</span> descompone en mil matices la luz divina en la cual va
-bogando el Universo.</p>
-
-<p>La sociedad es como la naturaleza. El mal está en lo particular,
-en lo contingente, en los límites de las cosas; pero el mal
-desaparece en el conjunto, en lo universal, en lo eterno. Así os
-sucede que en ciertos siglos todos los individuos parecen perversos,
-todos los pueblos ciegos, todas las acciones malas; aquí un monstruo,
-allá una matanza, acullá una supersticion; y luégo, cuando la idea
-del siglo se desprende de aquel todo, resulta como benéfica nube
-henchida de consolador rocío que refresca los aires y empapa en
-vida nueva la tierra. En el Universo acontece lo mismo. El veneno,
-el rayo, la peste, las catástrofes, son accidentes que jamas llegan
-á perturbar la serenidad del conjunto, la vida que se desprende
-como una mansa cascada de los pechos de la naturaleza, la eterna
-luz del Cósmos. La víbora pica al hombre; pero no puede picar á la
-humanidad. La muerte siega al individuo; pero no siega á la especie.
-Me he sublevado siempre contra la idea maldita de la eternidad del
-mal. Por eso he combatido la otra idea, no ménos maldita, de la
-muerte completa y del completo aniquilamiento de la conciencia.
-Resolvemos todas las antinomias, todas las contradicciones por medio
-de la muerte. Mirad cómo Bramante y Miguel Án<span class="pagenum"
-id="Page_102">[p. 102]</span>gel, que se han combatido en la vida, se
-han reconciliado en la inmortalidad.</p>
-
-<p>Pero prosigamos la historia de la Capilla Sixtina. Bramante
-inspira á Julio II la idea de encargar á Miguel Ángel los frescos
-de la bóveda. Pero el grande escultor ni siquiera conoce los
-procedimientos de la pintura al fresco, y así lo dice al Papa.
-Éste no admitia contradiccion, no toleraba que se le diera
-á la desobediencia ni siquiera la razon de las razones, la
-imposibilidad.</p>
-
-<p>El golpe iba asestado al corazon de Miguel Ángel, porque pintaba
-entónces á cuatro pasos de la Capilla Sixtina, en su inmortal
-serenidad y con toda suerte de prodigiosas venturas, Rafael, las
-estancias. El primer escultor de su siglo corria el peligro de
-quedar siendo el segundo pintor. Esta idea atormentaba su orgullo,
-pero no le descorazonaba. Viendo la imposibilidad de resistirse sin
-perderse, llama de Florencia á los pintores más hábiles en trazar
-frescos, aprende de ellos la parte de oficio que hay en todo arte,
-los despide. Y se encierra solo en la Capilla, contemplando aquella
-inmensa bóveda, alta, oscura, desnuda, vacía, semejante al espacio
-desierto ántes de la Creacion. Pero él va á poblarlo. Cuando mirais
-con atencion aquellas figuras, un extraño espejismo os hace creer
-que han sido pintadas en un relámpago. Se ve que han salido de los
-rayos de una<span class="pagenum" id="Page_103">[p. 103]</span>
-tempestad y de las cóleras de un gigante. Sus labios están dibujados
-para exhalar una lamentacion de Jeremías, un terceto del Dante, una
-de las maldiciones del Prometeo de Esquilo. El alma de Rafael ha
-producido sus figuras, como diz que parió la Vírgen, sin dolor. Cada
-una de ellas parece nacida como Citerea, de las espumas del mar, en
-la concha de nácar, con la sonrisa en los labios, los rayos de la
-aurora en la frente y el cielo en los ojos. Una ola de aquella alma
-serena las ha depositado en las áridas riberas de la realidad. Las
-figuras de Miguel Ángel luchan, padecen, se retuercen, van montadas
-en las ráfagas de un huracan, tienen por luz un incendio, expresan
-la virilidad y la potencia del dolor, son los hijos gigantes de los
-estremecimientos desesperados de su genio en delirio, ansioso de
-marcar la realidad con el sello de lo infinito. Por eso parece que
-todas llevan en las carnes el hierro candente de la idea de aquel
-hombre, y gritan desesperadas desde la realidad por otro mundo
-infinito, como el náufrago por la tierra.</p>
-
-<p>Es necesario comprender todos los dolores que atenaceaban el
-corazon de Miguel Ángel cuando componia su obra. Rafael está siempre
-sostenido por su amada que le idolatra; por sus discípulos que le
-obedecen; rodeado de un coro de ángeles: el gran escultor está
-solo, separado del mundo,<span class="pagenum" id="Page_104">[p.
-104]</span> reducido á un coloquio perpétuo con sus ideas, sin
-amor y sin amistad, aislado como las grandes eminencias del globo,
-con la tempestad sobre su frente. Despues de haber aprendido los
-primeros procedimientos, ensaya el comienzo de su gigantesco
-poema. Sus colores se descomponen, las pinturas se caen á pedazos.
-Inmediatamente corre á ver á Julio II para pedirle que le libre
-de su compromiso. El Papa insiste: San Gallo, pintor, le da un
-medio sencillo de evitar la dificultad. Luégo el tablado que le ha
-construido Bramante se halla suspenso del techo por medio de cuerdas.
-Á cada estremecimiento de su pincel, que parece un manojo de rayos,
-el tablado se balancea. Miguel Ángel construye otro completamente
-fijo y completamente seguro. Por fin traza el cielo que contendrá
-sus figuras. Pero inmediatamente que tiene el espacio, le asalta la
-desesperacion, nacida del temor de no llenarlo. Cierra la Capilla con
-llave, y se lanza á todo correr solo, como un loco, por la campiña
-romana. Los arcos destrozados, los acueductos parecidos á gigantes
-esqueletos, las ruinas sobre cuya mole se asienta el pastor y por
-cuyos costados sube la cabra; los Apeninos tachonados de nieve en
-su cima y de cadáveres de pueblos en sus faldas; los cipreses,
-los sauces, los pinos, que dan á todo el paisaje aspectos del más
-vasto cementerio que han visto los hombres;<span class="pagenum"
-id="Page_105">[p. 105]</span> las lagunas cubiertas de juncos y
-atravesadas por los salvajes búfalos y por tristes barcos donde van
-acostados seres semejantes á muertos reaparecidos en la tierra; los
-sepulcros dorados por el sol como fragmentos de planetas destruidos
-sobre aquella desolacion; las nubes fantásticas que parecen
-evaporaciones de las cenizas, volcanes flotantes entre los espejismos
-del desierto más poblado de ideas que hay en el globo; todo aquel
-espectáculo debia fortalecer el alma del titan y obligarle á producir
-lo que es superior á las fuerzas humanas: una obra sublime.</p>
-
-<p>Pero necesitaba hallarse abandonado á su soledad y á su
-inspiracion. El tiempo es el grande auxiliar de las obras de arte.
-Contra su inspiracion, contra su soledad, contra su tiempo, se
-habia conjurado la impaciencia del Papa. Era viejo y deseaba ver
-la obra ántes de su muerte. Tres maravillas debia hacer ó inventar
-Miguel Ángel para Julio II: su sepulcro, su estatua, la bóveda de
-la Sixtina. El sepulcro se interrumpió por difícil y costoso. La
-estatua de bronce, levantada en una plaza de Bolonia, fué convertida
-por los boloneses en pieza de artillería. Llamábanla Juliana, y
-la disparaban contra el Papa. Solamente le quedaba para su gloria
-la Capilla Sixtina. Apoyado en su báculo, el Papa entraba á
-interrumpir, impacientar, apresurar al artista. Miguel Ángel de<span
-class="pagenum" id="Page_106">[p. 106]</span>jaba caer un tablon á
-sus piés.—«¿Sabes que si llega á darme en la cabeza me mata?»—gritó
-el Pontífice.—«Todo lo evitára Vuestra Santidad con no venir á
-distraerme»—le contestaba el pintor. Julio II aprende la leccion
-y se va. Pero á los pocos dias, cuando más entregado está Miguel
-Ángel á su furia creadora, aparece el Papa.—«¿Cuándo acabarás?»—le
-pregunta.—«Cuando podré»—contesta Miguel Ángel, encubriendo sus
-figuras con espeso velo negro que envolvia toda la bóveda.</p>
-
-<p>Otra vez se empeña Julio II en ver las figuras, agitado de
-impaciencia. Miguel Ángel se opone. Sube el Papa á duras penas la
-escala del tablado. Miguel Ángel se coloca entre las pinturas y
-el Papa. Hay algunos autores que dicen haber en tal ocasion y con
-tal motivo dejado caer su báculo sobre las costillas del pintor.
-Indudable es que un dia apaleó á su camarero por haber dicho que
-Miguel Ángel era, como todos los artistas, medio loco. En este
-conflicto descendió el pintor de su tablado, arrojó los pinceles,
-fuése á su casa, ensilló su caballo y partióse de Roma. Pero
-enamorado perdidamente de su obra, que comenzaba á salir del cáos,
-se volvió para concluirla. Bien es verdad que el Papa lo hubiera
-preso en el camino, ó hubiera declarado la guerra á la ciudad que lo
-retuviera sin su consentimiento soberano, co<span class="pagenum"
-id="Page_107">[p. 107]</span>mo en otro tiempo estuvo á punto de
-declarársela á Florencia, en la cual, huyendo de su cólera, se habia
-el artista refugiado.</p>
-
-<p>Por fin apareció, sí, apareció aquella obra-siglo, aquella
-obra-humanidad. El Renacimiento habia encontrado su símbolo. Es la
-Edad del gran crecimiento del hombre. Por la brújula ha crecido en el
-mar, por la imprenta ha crecido en el tiempo, por el descubrimiento
-de América ha crecido en el planeta, por la filosofía ha crecido en
-el espíritu, por la reaparicion de las artes clásicas ha crecido en
-la historia, por el telescopio va á crecer en el cielo, por todo en
-el seno de Dios. ¿Quereis ver cuánto ha crecido? ¿Quereis tener la
-medida de su nueva estatura? Pues comparad las figuras tétricas,
-rígidas, estrechas de pecho, flacas, desmayadas, que ha dejado
-Fra Angellico en Florencia como el testamento de la Edad Media,
-con las figuras atrevidas, atléticas, gigantescas, hercúleas, que
-ha dejado Miguel Ángel en la Capilla Sextina, glorificacion del
-Renacimiento.</p>
-
-<p>Imaginaos un grande trecho plano, iluminado por doce ventanas,
-y dividido de las paredes colaterales por una cornisa. El tiempo,
-la humareda del incienso, de los cirios, le han dado un tono
-crepuscular que aumenta sus misterios. No parecen pinturas: segun la
-fuerza de encarnacion, se<span class="pagenum" id="Page_108">[p.
-108]</span>gun lo saliente del dibujo, segun el relieve de las
-formas, parecen esculturas. Es la apoteósis del cuerpo humano
-regenerado. Por los frisos de la cornisa, y sobre las ventanas, ya
-tendidos, ya de pié, ya en actitudes y en posiciones inverosímiles,
-aquellos atletas vigorosos, desnudos, de nervios vibrantes como
-las cuerdas de un arpa, y de fibras endurecidas por los ejercicios
-de la gimnasia; jóvenes hermosísimos, que han combatido por Roma
-en los campos de batalla ó que han dado la vuelta al circo guiando
-la cuadriga en los juegos olímpicos de Grecia; renacidos al calor
-de esta nueva primavera del espíritu, á la evocacion de este genio
-extraordinario de Miguel Ángel, que convierte las piedras en hombres;
-y escalando audaces las cimas de la Roma católica, cual si fuera su
-antiguo Olimpo, á fin de celebrar, con la embriaguez de su nueva y
-no esperada vida, la propia resurreccion y la resurreccion de sus
-dioses, de sus filósofos, de sus poetas, de su patria en los cielos
-del arte.</p>
-
-<p>Pero aquí se acaban las reminiscencias clásicas. El resto de aquel
-techo no ha tenido precedente, no ha tenido consiguiente. Queda ahí
-como los primeros versículos de la Biblia, en la conciencia humana;
-como las aisladas cimas del Sinaí, del Calvario, del Capitolio,
-en las llanuras de la Historia. Son las sibilas y los profetas.
-Ve<span class="pagenum" id="Page_109">[p. 109]</span>nidas las
-sibilas de Délfos, de Cúmas, de Eritrea, de Libia, despues de
-haber recogido en las encinas de Dodona, en las orillas del Egeo
-y del Tirreno, por las grutas del Pausilipo, ó por los golfos de
-Corinto y de Bayas, las profecías, las esperanzas, las promesas de
-redencion que los poetas han dejado caer de sus versos, y de sus
-discursos los filósofos; venidos los profetas del desierto, del
-Carmelo, de las grutas de Jerusalen, de los bosques primitivos del
-Líbano, despues de haber recogido las esperanzas consoladoras de
-aquella raza de sacerdotes; se juntan en la Capilla Sixtina como
-dos coros titánicos, para con sus fuerzas sostener el techo donde
-resaltan maravillosamente en cuadros, únicos por su grandeza, todas
-las alegorías y todas las tragedias de la Biblia; el cáos sumergido
-en sus sombras; la primera luz amaneciendo pura sobre las aguas
-serenas; Adan dormido aún completamente en el sueño de la materia;
-Eva recien creada, despertándose ya en el éxtasis del amor, encantada
-por el florecimiento de la vida que respira y absorbe delirante de
-alegría; el primer pecado que se desliza en la tierra, desposeida
-del paraíso, y el primer dolor que se desliza en el pecho desposeido
-de la inocencia; el diluvio, arremolinando sus verdosas aguas de
-hiel atravesadas por el relámpago y henchidas por el huracan sobre
-las cimas<span class="pagenum" id="Page_110">[p. 110]</span> donde
-los últimos hombres se agarran para salvarse en el estertor de la
-desesperacion; el sacrificio de Noé sobre las montañas, en señal de
-la perpetuidad de la naturaleza y de la salvacion de la especie; todo
-agrupado, todo reunido, titanes, sibilas, profetas, tempestades,
-huracanes, diluvios, en torno de aquella gigantesca, sublime figura
-del Eterno, que irradia el pensamiento de su frente, la accion de
-sus manos, dominando aquellas criaturas con su mirada centelleante,
-en señal de que las anima y las vivifica á todas con su creador
-aliento.</p>
-
-<p>Pero despues de examinado el conjunto, descended á las
-particularidades. ¡Qué sobrenaturales son cada una de aquellas
-figuras! No se comprende cómo las frágiles fuerzas del hombre
-han llegado á tanto. He visto en muda contemplacion á muchos
-artistas, dejar caer los brazos con desaliento, menear la cabeza
-con desesperacion, como diciendo: jamas repetirémos esto. Las ideas
-madres que Goethe veia en las cavernas tejiendo las fibras de la
-vida, y las vestiduras de las formas para todos los seres, no son tan
-sublimes como esas sibilas. Los gigantes de la Biblia y de la poesía
-clásica no son tan altos como esos profetas. Isaías está leyendo
-el libro de los destinos del mundo. Su cerebro parece la curva de
-una esfera celeste, una urna de ideas, como las cimas de las<span
-class="pagenum" id="Page_111">[p. 111]</span> altas montañas son
-las urnas de cristal de donde bajan los grandes rios. El Ángel
-lo llama y vuelve lentamente la cabeza al cielo sin abandonar el
-libro, como suspenso entre dos infinitos. Jeremías viste el sayal
-del penitente, cual conviene al profeta perdido en las cercanías
-de Jerusalen. Sus labios vibran á la manera que la trompeta de los
-conquistadores. Su barba desciende enroscada sobre el pecho como una
-tromba. La cabeza está inclinada como la copa de un cedro herido por
-el rayo. En sus ojos entornados braman océanos de lágrimas. Las manos
-aparecen fuertes, pero hinchadas de sostener las piedras vacilantes
-del santuario. Se ve que le rodean las quejas y las elegías de
-los hijos de Israel, cautivos á la orilla del extranjero rio, el
-lamento prolongadísimo de la señora de las naciones, solitaria y
-desolada como viuda. Ezequiel está furioso. Su espíritu lo posee.
-Habla con sus visiones como si fuera presa de un delirio divino.
-Monstruos invisibles deben agitar las potentes alas en su oido, y
-producir, segun escucha, un bramar tempestuoso como el ruido del
-oleaje oceánico. El viento marino hincha su manto como si fuera una
-vela. Daniel está completa, absolutamente absorbido en escribir,
-como que tiene que contar al mundo los castigos de los tiranos y las
-esperanzas de los buenos; los castigos de Nabucodonosor convertido de
-dios en<span class="pagenum" id="Page_112">[p. 112]</span> bestia;
-los castigos de Baltasar, asaltado por la muerte en medio del festin
-donde ofrece á sus concubinas el vino orgiástico en las copas robadas
-al santo templo; los castigos de los cortesanos de Darío devorados
-en la fosa por los hambrientos leones; tras cuyos castigos pasarán
-setenta semanas de años, al cabo de las cuales, segun anuncio de
-Gabriel, vendrá un humilde varon, vestido de blanco lino, el cual
-despertará con su palabra los muertos acostados en el polvo de los
-siglos, y hará brillar con nuevos resplandores el firmamento. Jonás
-está espantado, como saliendo del seno del mar para ir al seno del
-desierto, á ver morir la grande ciudad de Nínive. Zacarías es el más
-viejo de todos. Parece que se cae, como si bajo sus piés se desgajára
-el suelo al sacudimiento del terromoto anunciado en la última de sus
-profecías.</p>
-
-<p>Lo más admirable de aquellas figuras colosales que nunca os
-cansais de admirar, es que no solamente son decoraciones de una
-sala, adornos de una capilla, sino hombres, sí, hombres que han
-padecido nuestros dolores; que se han clavado las espinas de la
-tierra; que tienen la frente surcada por las arrugas de la duda y el
-corazon traspasado por el frio del desengaño; que han asistido á los
-combates donde mueren los pueblos y á las tragedias donde se consumen
-tantas generaciones; que ven caer sobre sus cabezas la niebla<span
-class="pagenum" id="Page_113">[p. 113]</span> de la muerte y
-quisieran preparar con sus manos una nueva sociedad; que tienen
-los ojos gastados, casi ciegos, de mirar contínuamente el movible
-y cambiante espejismo de los tiempos, y las carnes quemadas por el
-fuego de las ideas; que llevan sobre sus crispados nervios el peso de
-sus almas grandiosas, y sobre sus almas el peso, todavía más grave,
-de sus aspiraciones irrealizables, de sus ensueños imposibles, de
-sus luchas sin victorias, de sus deseos por lo infinito sin ninguna
-satisfaccion sobre la tierra.</p>
-
-<p>Yo quisiera definir estas figuras. Por lo que más en ellas
-se acerca á la humanidad, por la forma, por el organismo, son
-verdaderamente sobrehumanas. Todos esos seres gigantescos y
-extraordinarios que las várias cosmogonías han creido ver salir de
-la primera feracidad del planeta recien creado en la expansion de su
-vida, habian de tener esa colosal estatura. Pero por lo que hay en
-ellas de espiritual, de permanente, todas son humanas, todas hijas
-de esos dos elementos de nuestra vida, que tantas grandezas han
-producido: la aspiracion á lo infinito y el dolor de la realidad,
-contra la cual se estrella el alma, al querer esparcirse en lo
-invisible, en lo inmenso, en lo misterioso, volviendo á caer sobre
-su reducido lecho de barro con un horrible estremecimiento y un
-prolongado gemido.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_114">[p. 114]</span></p>
-
-<p>Pero donde veo el espíritu humanitario, reconciliador, universal,
-del siglo décimosexto, es en esas sibilas del paganismo alzadas al
-nivel de los profetas, puestas ahí á su lado, repitiendo la misma
-idea, anunciando la misma verdad, como dos coros apartados, cuyas
-voces y cuyos cánticos se encuentran confundidos en el cielo.</p>
-
-<p>No de otra suerte, en el laboratorio de los aires, se confunden la
-electricidad venida de diferentes montañas, los vapores exhalados por
-lejanos mares.</p>
-
-<p>¡Cuán apartados nos hallamos de aquellos primeros iconoclastas,
-que destrozaban las bellas estatuas de los dioses, creyéndolas
-efigies del demonio! ¡Cuán léjos de aquel espíritu estrecho que
-condenaba la antigua historia, por creerla podrida! Las sibilas
-son los oráculos del paganismo. Cuando el dia espira, cuando las
-pléyades salen del mar, cuando las olas recamadas de fosforescentes
-resplandores mueren tranquilas en la arena; bajo el árbol lleno de
-misterios, sobre la piedra dorada por los siglos; vestidas con una
-túnica tan blanca como las nubes benéficas, coronadas de verbena;
-el ara encendida delante, el ídolo alzado á su espalda, el pueblo
-inmóvil á su alrededor, las cítaras de las vírgenes sonando en sus
-oidos, los ojos en el cielo y la mano en el corazon, delirante el
-alma, agitados los nervios; las sibilas dicen sus oráculos secretos
-en versos misteriosos,<span class="pagenum" id="Page_115">[p.
-115]</span> recogidos sobre hojas fugaces, confiados á veces á merced
-del viento, y descubren así los misterios del porvenir, y arrancan
-así por fuerza el feto del hecho venidero á las entrañas de las
-edades futuras, todavía dormidas en el abismo de la eternidad.</p>
-
-<p>San Agustin ha leido los libros misteriosos de estas mujeres. En
-su entusiasmo, hace lo que Miguel Ángel ha hecho; las coloca en la
-ciudad de Dios. Ellas han predicho la venida de Cristo. <i>Pertinent ad
-civitatem Dei</i>, exclama. Son aquellas mismas que delante del César,
-segun una leyenda piadosa, se arrancaron la corona de la frente
-y descendieron mudas del marmóreo altar, porque habia nacido el
-esperado por las naciones y se habian cumplido las promesas de los
-siglos. Virgilio mereció que San Jerónimo, despues de haber saludado
-la cuna de Cristo en Belen, saludára su sepulcro en el Pausilipo.</p>
-
-<p>Mereció más; mereció que San Agustin lo citára entre los testigos
-de mayor excepcion á favor del Cristianismo, entre los genios que han
-ahuyentado sus dudas y han fortalecido su fe.</p>
-
-<p>«No creeria tan fácilmente esto, si ántes no lo hubiera anunciado
-un poeta nobilísimo en lengua romana.» Mereció más; que el mayor
-poeta de la Edad Media exclamára, invocándolo:</p>
-
-<div class="poem"><div class="stanza">
-<p class="i0">Per te poeta fuí, per te cristiano.</p>
-</div></div>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_116">[p. 116]</span>Y todo por
-haber repetido Virgilio el oráculo de la sibila de Cúmas: la venida
-de un niño misterioso, por cuya presencia se cambiaria el órden de
-los siglos y perderia la naturaleza sus males, el leon su fiereza, la
-serpiente su veneno, los campos sus espinas, el trabajo su fatiga; y
-sin necesidad de ser por el sudor regados, henchiríanse de vida los
-campos, producirian las vides sus racimos, los trigos sus espigas,
-los árboles sus frutas, coronándose de lirios las colinas, tiñéndose
-de los matices del íris los vellones de los corderos, embotándose
-el aguijon de las abejas, que depositarian espontáneamente su miel
-en los labios, como las vacas destilarian su leche en los odres;
-y el Universo, á manera de un árbol mecido por una brisa celeste,
-entonaria un cántico sublime que pusiera en olvido la música de
-Lino, la flauta de Pan y las melodías de Orfeo, por ser el himno
-incomunicable de la nueva edad de justicia.</p>
-
-<p>La verdad es que la historia, en su moderna universalidad, ha
-destruido muchos odios. Los romanos y bárbaros, que peleaban como
-enemigos eternos, con furor, en el fin de las edades antiguas, eran
-hermanos, hijos de una misma raza. Y esos profetas de Jerusalen,
-esos incansables lectores del porvenir, esos invencibles enemigos de
-los tiranos, lo mismo que esas sibilas miste<span class="pagenum"
-id="Page_117">[p. 117]</span>riosas, vagando por las arenas de la
-Libia, por las ruinas de Persia, por los mares de Jonia, por las
-grutas de Cúmas, apareciendo en las cimas del Archipiélago griego y
-en el cabo Miseno como almas sin cuerpo para decir ideas sin forma;
-los filósofos que desde la gran Grecia han pasado el Pireo y desde
-el Pireo han corrido á Alejandría, sembrando entre el Oriente y el
-Occidente una estela de ideas que ha sido un semillero de mundos, lo
-mismo que los sublimes y oscuros misioneros no comprendidos de la
-Roma imperial, que han pasado de las catacumbas á los circos, dejando
-con la sangre de sus venas el reguero inmortal que ha fecundado
-la fe; todos, durante muchos siglos enemigos, todos mútuamente
-desconocidos, todos apartados por abismos y por odios, todos se han
-unido en lo infinito, y han formado nuestro espíritu, y encendido
-nuestra conciencia religiosa.</p>
-
-<p>¡Qué sublimes son esas sibilas de la Sixtina! El pensamiento y
-la mirada vuelan de una en otra sin acertar á fijarse. Paréceme
-que son las madres de las ideas, las formas de las cosas eternas.
-Cualquiera diria que tienen atravesado entre sus dedos el hilo de
-la vida universal, y que están tejiendo la trama de la naturaleza.
-Son la Pérsica, la Eritrea, la Délfica, la Líbica, la de Cúmas. Si
-buscais sus genealogías, encontraréis el Dante,<span class="pagenum"
-id="Page_118">[p. 118]</span> encontraréis Platon, encontraréis
-Isaías, encontraréis Esquilo; son de esa raza. Si buscais sus
-parientes por el mundo moderno, los tendréis en algunos personajes de
-Shakspeare, en algunos pensamientos de Calderon, en algunas escenas
-de Corneille. Son de ese temple.</p>
-
-<p>Leed todos los tratados de lo sublime, y á duras penas acertaréis
-á comprender ese concepto. Es difícil de explicar un escalofrío que
-sólo se siente dos ó tres veces en la vida; una idea que sólo tiene
-media docena de ejemplos en la historia. Pero levantad los ojos á la
-bóveda de la Sixtina: ahí está lo sublime, ahí la desproporcion entre
-nuestro débil sér y las fuerzas infinitas de una idea que nos agobia,
-que nos anonada bajo su inconmensurable grandeza. Eso es lo sublime;
-un goce en una pena.</p>
-
-<p>Tú, Pérsica, en la vejez que te agobia, se conoce cómo el mundo en
-su cuna te ha confiado sus secretos y te ha dicho sus vagidos, y cómo
-ántes de morir te inclinas, abrumada por el trabajo y por los años,
-á escribir un poema cíclico en las hojas de tu libro de bronce. Tú,
-Líbica, vienes corriendo, como si la arena del desierto encendido te
-quemára los piés, á traernos una idea recogida en el espacio donde
-todas las ideas se han tranformado como larvas misteriosas. Tú,
-Eritrea, eres jóven como Grecia, bella como una<span class="pagenum"
-id="Page_119">[p. 119]</span> de las sirenas de tu archipiélago,
-cantora como la tierra de los poetas, ondulante como los mares de
-que nacieron los dioses, y amiga de la luz, atizas la inmortal
-lámpara que está á tu lado, y á cuyo resplandor vendrá como una
-mariposa la conciencia humana. Tú, Délfica, eres vírgen como Ifigenia
-inmolada por los reyes; tú llevas el beso de Apolo en los labios,
-la sombra del laurel en la frente, la inmortalidad del genio en el
-pecho alzado, como para entonar un cántico armonioso, que se oirá
-hasta el fin de los siglos. Tú, Sibila de Cúmas, dejas tu caverna,
-y allí donde las montañas se cincelan más escultóricamente, donde
-los aires se cargan de aroma, donde el mar Tirreno más se embellece,
-en el golfo de Bayas, mirando la griega Parténope hermosísima y
-ébria como una bacante reclinada sobre su mullido cojin de pámpanos,
-modulas dulcemente la melodía de la esperanza. ¿Sois de carne,
-sois mujeres, habeis sentido la voluptuosidad, el amor, ó sois los
-arquetipos de las cosas, las ideales del arte, las sombras de esas
-musas que todos los poetas invocan y que ninguno ha visto sino á
-traves de sueños irrealizables, las formas várias de la eterna Eva,
-que ya se llama Safo, ya Beatrice, ya Laura, ya Victoria Colonna,
-ya Eloisa, y que está de pié en la cuna y en el sepulcro de todas
-las edades, sonriéndonos con la esperanza, despertándonos al<span
-class="pagenum" id="Page_120">[p. 120]</span> deseo, y huyendo á
-nuestros brazos como una ilusion que se desvanece en lo infinito?</p>
-
-<p>Este techo de la Capilla Sixtina inspirará eternamente ensueños
-poéticos. Uno de los mayores literatos de Europa dice que ha empleado
-treinta años en estudiarlo. Cuando Miguel Ángel acababa de pintarlo,
-no podia mirar hácia abajo sin que inmediatamente se le oscurecieran
-los ojos. Tenía necesidad de llevar alzada la cabeza siempre y mirar
-hácia arriba. El objeto de su vista se encontraba en el cielo.
-Hácia allá, hácia el cielo tambien se dirigia su alma, henchida de
-inspiraciones infinitas, y por lo mismo de infinitos dolores.</p>
-
-<p>Y este hombre, con una sensibilidad tan viva, con un carácter
-tan áspero, con un pensamiento tan extraordinario y tempestuoso, ha
-vivido en el tiempo de los cambios más bruscos, de los contrastes
-más fuertes, en que el espíritu humano pasa de tristes desmayos á
-vida exuberante, de sombríos eclipses á súbitas iluminaciones, de la
-penitencia á la orgía, del sensualismo á la fe; inclinándose ya de un
-lado ya de otro, como si estuviera ébrio.</p>
-
-<p>Imaginaos un cuerpo trasladado súbitamente de la zona tórrida
-al polo, del abismo al cielo, de la cima de una montaña al abismo,
-de la mar tempestuosa á un lecho mullido; y quizas no ten<span
-class="pagenum" id="Page_121">[p. 121]</span>dréis idea de los saltos
-que ha dado el alma de Miguel Ángel por las contradicciones de su
-tiempo. El Luzbel de la Biblia, pasando de la naturaleza angélica á
-la naturaleza diabólica, y el Luzbel de Orígenes, volviendo de la
-naturaleza diabólica á la naturaleza angélica, podrian dar una idea
-lejana de las trasformaciones súbitas por que pasaron aquel siglo y
-aquel hombre empapado en los torrentes de su siglo.</p>
-
-<p>No es una division arbitraria ésta de las edades. La historia
-es como el calendario del espíritu; en cien años varían las ideas
-radicalmente, cambian de esencia y de aspecto las sociedades. En cien
-años se renuevan los átomos de un pueblo con la renovacion de las
-generaciones. Cada siglo es una grande personalidad cincelada por los
-siglos anteriores. La espada es muchas veces un cincel que obedece á
-una conciencia, á un espíritu desconocido. Todos los siglos tienen
-una fisonomía y una idea. Pero el siglo que llena Miguel Ángel con su
-larga vida es el más contradictorio de todos los siglos. Si á cada
-minuto amaneciera y anocheciera, acaso tendríamos en la naturaleza
-una imágen del tiempo de Miguel Ángel, es decir, del tiempo en que
-acaba la Edad Media y empieza la Edad Moderna.</p>
-
-<p>Cae Constantinopla, pero la hereda Venecia engrandecida y en
-todo su apogeo, nave empa<span class="pagenum" id="Page_122">[p.
-122]</span>vesada que arroja un cable en el Adriático para tener
-unida Europa al Oriente. Renacen los antiguos dioses, revelando en
-sus cuerpos de mármol todos los secretos del arte, y arden las obras
-de los artistas en hogueras atizadas por un pueblo de monjes sobre
-la plaza de Florencia. El Perugino conserva todavía los penitentes
-macerados en los claustros, y el Hércules Farnesio se eleva en el
-suelo romano para mostrar toda la pujanza de la vida antigua. Escribe
-su sensual obra Ariosto, en que los héroes danzan como en brillante
-carnaval, y sueñan los platónicos de Florencia con las ideas puras,
-con las esencias misteriosas, con el cielo oculto tras del sepulcro,
-y el Dios oculto tras del mundo. Invoca Savonarola, ese Francisco
-de Asís de la política, los santos y los ángeles; recomienda el
-ayuno y la penitencia, restaura la imitacion de Jesucristo; é invoca
-Maquiavelo el demonio, llama á los traidores, recomienda el dolo,
-el crímen, el asesinato, restaura la imitacion de los césares. Toma
-el pueblo florentino por jefe al Crucificado, miéntras el pueblo
-romano toma á César Borgia, hermoso como el vicio, pero infame,
-traidor, manchado con la sangre de su hermano y de su cuñado, que
-salta á su frente y á la frente del Papa, perdido en neronianas
-cenas, reproduciendo los delitos eróticos de Heliogábalo unidos á las
-matanzas y á los envenena<span class="pagenum" id="Page_123">[p.
-123]</span>mientos de Tiberio. Parece que los partidos se van como
-sombras, y vienen los franceses por el Norte á sostener á los
-güelfos, y los españoles por el Mediodía á sostener á los gibelinos.
-Parece que el poder político de los papas y el poder político de
-los emperadores se acaba, y el Pontificado renace más fuerte con
-Julio II, y el Imperio renace más brillante con Cárlos V. Vuelve á
-restaurarse la autoridad espiritual de la Edad Media por las artes y
-los artistas, que sostienen sobre sus alas el Vaticano, convertido
-por Leon X en Olimpo, cuando se oye la voz de Lutero, que hiela
-súbitamente la sangre en las venas de Roma. Por todas partes se
-sublevan los plebeyos para salvar las repúblicas ó renovarlas, y
-por todas partes se restauran las monarquías. Las artes que Miguel
-Ángel queria unir á la libertad son el anillo funesto, el brillante
-talisman con que los tiranos adormecen á los pueblos. Los patriotas
-buscan un Bruto, y encuentran apénas un Lorencino.</p>
-
-<p>Por eso Miguel Ángel no ha querido concluir su busto del defensor
-de la república romana en la indigna Florencia, entregada á los
-Médicis. Es aquella edad el Filipos de los municipios que van
-cayendo en el polvo con su propio puñal en el pecho. La desgracia
-de Queronea se repite cien veces, y mueren cien Aténas sobre la
-tierra ita<span class="pagenum" id="Page_124">[p. 124]</span>liana
-empapada de sangre. Ancona entrega sus fortalezas para que la
-liberten de las amenazas de los turcos, y cae bajo la tiranía de los
-frailes. Los papas se convierten todos en gibelinos, desmintiendo su
-historia. La España, que ha arrojado á los judíos y á los moriscos
-por servir á Roma, saquea á Roma. Las siete mil revoluciones que ha
-habido en Italia desde el siglo décimo al décimosexto; los catorce
-millones de cadáveres caidos en los campos de batalla, producen el
-cáos.—¿Comprendeis ahora por qué el Moisés de Miguel Ángel mira su
-tiempo con tanto desden?—¿Comprendeis por qué en la Sixtina se queja
-con tan desgarradores lamentos su colosal Jeremías?</p>
-
-<p>La catástrofe de las catástrofes se aproximaba despues que Miguel
-Ángel habia concluido la bóveda de la Capilla; se aproximaba el saco
-de Roma por los españoles y los alemanes al mando del condestable
-Borbon. El hambre se cebaba en los españoles, desposeidos de sus
-pagas; la furia religiosa en los alemanes, enemigos del Papa. El
-general de éstos llevaba al cuello una cadena para colgar la cabeza
-del Sumo Sacerdote católico el dia que entrára en la ciudad que él
-llamaba sacrílega Babilonia. El Condestable deseaba dar una terrible
-leccion á Clemente VII, enemigo de su nuevo amo el emperador Cárlos
-V. Roma, restaurada por ochenta años de trabajos artísticos,<span
-class="pagenum" id="Page_125">[p. 125]</span> revestida de mármoles,
-pintada por Rafael y sus discípulos, cubierta de estatuas que surgian
-como por encanto de las ruinas, enriquecida por Leon X con todas
-las preseas del Renacimiento; hartada por los pueblos que iban como
-peregrinos á besar sus sandalias de bronce, á orar en sus religiosos
-sepulcros, en sus admirables templos; llena de palacios construidos
-por una aristocracia poderosa, reconquistaba su antigua grandeza y
-brillaba entre los tributos del espíritu con la misma gloria con que
-brilló en otro tiempo entre los despojos del mundo. Esta riqueza
-tentaba así á los españoles como á los alemanes, todos guerreros
-de profesion, y por consiguiente amigos todos del saqueo, que era
-entónces la gran cosecha de la espada.</p>
-
-<p>Así en vano se pactó una tregua. Aquellos veinticinco mil
-hombres, italianos aventureros, españoles por profesion soldados,
-alemanes protestantes, se dirigian á Roma como el hambre voraz de
-las legiones de Atila, de esos cuervos lanzados por el polo sobre
-el cadáver de la Roma antigua. Era una mañana de Mayo de 1527. El
-Condestable pide paso para Nápoles; el Papa lo niega. Á esta negativa
-sucede el asalto. Los españoles vacilan, pero su generalísimo el
-Condestable arrima con sus propias manos la escala terrible al muro
-de la Ciudad Santa. Un arcabuzazo lo mata.<span class="pagenum"
-id="Page_126">[p. 126]</span> Él, en la agonía, se cubre el cuerpo
-con una capa española para que no lo conozcan sus soldados y no
-desmayen un punto en la empresa. Los españoles entran por los muros
-que avecinan á San Pedro, los alemanes por la puerta del Santo
-Espíritu, los italianos por la puerta de San Pancracio, como tres
-torrentes que van á confundirse en el mismo lecho. El Papa apénas
-tiene tiempo de ir del Vaticano á San Angelo entre una lluvia de
-balas, y Pablo Jovio le arroja su muceta violácea para que las
-albas vestiduras pontificales no sirvan de blanco á los arcabuces
-enemigos. Parecia que se levantaban sobre la ciudad Genserico y
-Alarico, los godos y los vándalos. Aquí la pelea cuerpo á cuerpo;
-allá el incendio; en todas partes la matanza y el saqueo. Los unos
-cortaban los dedos de los vencidos para arrancarles los anillos; los
-otros violaban sobre el altar las vírgenes consagradas al Señor.
-Algunos abrian heridas en los vientres de las romanas para saciar de
-aquella original y sangrienta manera sus inmundos apetitos. Muchas
-doncellas se arrojaban avergonzadas en brazos de sus padres y de sus
-hermanos, pidiéndoles á gritos la muerte para libertarse de tanta
-vergüenza. La noche exacerbaba la sangrienta bacanal. Al resplandor
-de las antorchas los saqueadores descolgaban los cuadros; arrojaban
-en los sacos las alhajas; profanaban los san<span class="pagenum"
-id="Page_127">[p. 127]</span>tuarios buscando sus ricas pedrerías;
-celebraban la victoria bebiendo vino en los cálices; abofeteaban y
-escupian á los cardenales; remataban sus cascos guerreros con las
-mitras; envolvian á sus cantineras en el manto de las Vírgenes;
-pronunciaban sermones ridículos, alzándose erguidos sobre montañas
-de muertos y heridos, muchos de los cuales áun palpitaban; hacian
-procesiones fantásticas, colgando cabezas al cuello, y poniendo
-orejas cortadas á los burros en las caras acribilladas de los
-sacerdotes, y echando á los piés de las imágenes corazones y entrañas
-humeantes; carnaval espantoso, cuyo horror aumentaban la granizada
-de los mosquetes, el crujido de las ruinas, el chisporroteo del
-incendio, el suspiro de los voluptuosos, la carcajada de los ébrios,
-las maldiciones de los vencedores, las súplicas de los vencidos, el
-siniestro alentar de los fugitivos, el estertor de los moribundos y
-el silencio de los muertos, desnudos sobre las piedras ahumadas y
-sangrientas, como si aquella noche fuera la última noche de Roma,
-como si aquellas negras horas fueran las siniestras horas de los
-ángeles exterminadores del mundo.</p>
-
-<p>La desolacion de Roma no tiene igual. Clemente VII comió en su
-prision carne de caballo y de asno. Los cadáveres se vengaron de
-sus inmoladores sembrando la peste. Cuando todavía no es<span
-class="pagenum" id="Page_128">[p. 128]</span>taba Roma repuesta de
-este siniestro terror, que llenó casi toda la segunda mitad del
-siglo, entraba por sus puertas Miguel Ángel á concluir su trabajo,
-á llenar con otra obra maestra la Capilla Sixtina, á dejar sobre el
-muro del centro el <i>Juicio Universal</i>. Todo le inspiraba esta gran
-tragedia; la muerte de la libertad en su patria, la nueva ruina de
-Roma, los triunfos de la reforma sobre una parte del género humano,
-los triunfos del tiempo sobre su vida, de la vejez sobre sus fuerzas,
-del dolor sobre su alma. Cuando estaba trazando su gigante obra, mil
-veces creyó morir. Como cayera del andamio, abriéndose una herida en
-la pierna, se encerró en su casa resuelto á no salir sino para el
-sepulcro. Uno de sus amigos, médico, fué á verle; llamó, y como no le
-contestára, asaltó la casa como un ladron, y logró arrancarlo á su
-melancolía.</p>
-
-<p>La suerte de Italia es una de las heridas que lleva en el corazon,
-y por consiguiente una de las inspiraciones de su conciencia. La
-lectura del Dante le anima y le sostiene, esa lectura apocalíptica.
-Posee un ejemplar de ancho márgen, y en él dibuja las visiones
-esculturales inspiradas por las visiones poéticas. Al traves de
-tres siglos el poema del Dante aviva el Juicio Universal de Miguel
-Ángel, como el poema de Homero avivó las tragedias de Esquilo. El
-cuerpo humano, el organismo,<span class="pagenum" id="Page_129">[p.
-129]</span> ántes de él desconocido y poco estudiado, es el principal
-elemento de sus inspiraciones plásticas.</p>
-
-<p>No ve en el Universo sino el hombre. Su antropomorfismo no es
-armonioso como el griego; es un antropomorfismo gigantesco. Sus
-hombres han crecido tanto como las ideas. De aquí cierto menosprecio
-por la hermosura en su serenidad inmortal, y cierto desenfreno por lo
-sublime. Cuando jóven, cambiaba sus figuras por cadáveres. Doce años
-vivió estudiando, analizando los muertos. Una vez se inficionó de la
-podredumbre, y estuvo á punto de morir en este trabajo de arrancar lo
-sublime al esqueleto arrojado como cosa inútil en el mundo.</p>
-
-<p>Sus profundos estudios en la forma humana se ven ahí, en ese
-cuadro, en ese poema. Todos los dolores han sacudido esos cuerpos
-crispados, agitadísimos. Y todos los cuerpos están desnudos. Miguel
-Ángel se atreve á tanto en la Capilla Sixtina, cuando comenzaba
-la reaccion contra el Renacimiento, cuando la hipocresía iba á
-recoger el sudario de la Edad Media para amortajar de nuevo á la
-Naturaleza. No puede imaginarse el escándalo que este atrevimiento
-produjo en aquel mundo ya alejado de los semipaganos dias de Leon
-X. El Aretino, que no vacilaba en mostrar al desnudo todas las
-inmundicias morales, se indigna contra aquella casta desnudez del
-arte.<span class="pagenum" id="Page_130">[p. 130]</span> Biagio,
-maestro de ceremonias de Paulo III, conjura al pintor de parte del
-Pontífice para que encubra sus figuras, y no muestre tan real y tan
-completamente la naturaleza humana.—Decidle al Papa, le responde
-Miguel Ángel, que en cuanto corrija Su Santidad el mundo, será cosa
-de pocos minutos corregir las pinturas. Y en castigo pinta á su
-interlocutor con orejas de asno en lo más profundo del Infierno.
-Biagio corre á quejarse á Paulo III de la afrenta infligida á su
-respetable persona.—Me ha puesto en el cuadro, dice, llorando como
-un niño, trémulo como un viejo. Pido á Vuestra Santidad que me saque
-de allí.—Pero ¿dónde te ha puesto?—En el Infierno, Señor, en el
-Infierno, exclama compungido.—Si estuvieras en el Purgatorio, le
-contesta el Papa, te sacára; pero yo no tengo poder alguno en el
-Infierno.</p>
-
-<p>Es imposible resumir cuanto se ha dicho sobre este fresco. La
-escuela académica reinante en el siglo pasado, y tan parecida al
-clasicismo híbrido y enojoso de muchos críticos literarios que se
-asustan de toda grandeza porque aplasta su irremediable pequeñez,
-lo ha tratado como un mamarracho. Escritor hay que llama á esta
-grande obra una coleccion de ranas. Trescientas figuras desnudas,
-medio vestidas algunas más tarde por Volterra, á quien le valió
-esa profanacion artís<span class="pagenum" id="Page_131">[p.
-131]</span>tica el nombre de Braghetone; trescientas figuras desnudas
-se elevan en un cuadro mural de cincuenta piés de alto y cuarenta
-de ancho. Al pronto cuesta gran trabajo comprenderlo. Se necesita
-mirarlo con la misma atencion con que se necesita oir una sinfonía
-de Beethoven. El profano al arte concluirá al cabo de algun tiempo
-indudablemente por sentir y admirar, y absorberse en la contemplacion
-profunda de aquella maravilla del genio. El artista no debe imitarlo,
-porque hay ciertas personalidades en la historia, hay ciertos estilos
-en la literatura y en el arte, cuya individualidad es tan poderosa,
-cuya estatura es tan alta, cuyo centro de gravedad tan lejano de la
-esfera de gravitacion general, que seguirlos produce vértigos, é
-imitarlos expone á peligrosas caidas. Entrad en San Pedro despues
-de haber visitado las figuras de Miguel Ángel, y encontraréis en la
-estatuaria colosal, violenta, hinchada, de mal gusto, los estragos
-que en las medianías ha hecho la imitacion del genio único y cuasi
-sobrehumano de Miguel Ángel, que debe permanecer para asombro de los
-siglos como el Dante, como Shakspeare, como Calderon, allá en su
-inaccesible soledad.</p>
-
-<p>La Naturaleza no entra para nada en el cuadro; Miguel Ángel
-solamente la ha tomado el aire y la luz. No se ven los mundos rodando
-como pa<span class="pagenum" id="Page_132">[p. 132]</span>vesas por
-los espacios, ni el sol tiñéndose de color sanguíneo, ni los montes
-desgajándose, ni el mar airado evaporándose en las trompas de una
-tempestad infinita, no; en el aire azul, en el aire pasa la terrible
-escena ocupada sólo por cuerpos humanos y por nubes celestes, y sobre
-unas y sobre otros la cólera de Dios.</p>
-
-<p>Sí, todo parece airado, todo espantoso en aquel cuadro, como
-si nadie se salvára; de tal manera domina el terror á los demas
-sentimientos. En primer término la barca de Caronte sobre un rio
-plomizo, y á la izquierda el resplandor siniestro del Purgatorio.
-Encima los muertos que se despiertan al són de la trompeta, rompen
-las losas de sus tumbas, rasgan sus sudarios, sacuden el polvo de
-sus esqueletos casi desnudos y el sueño de sus ojos casi vacíos. De
-la esfera de los muertos se levantan muchos que ya han cobrado el
-movimiento, y que lo ejercen con violencia para dirigirse, agitados
-por la incertidumbre, á escuchar el fallo inapelable, llevando
-sobre las espaldas el peso más ó ménos grave de sus obras. Entre
-aquellos veloces caminantes hay unos que ya se desesperan, hay otros
-que ruegan, hay algunos que confian, hay varios que mútuamente se
-sostienen y se socorren. Á la derecha de Cristo brilla un grupo de
-mujeres ya salvas, que todas entonan un coro, y entre las cuales hay
-una sublime, una<span class="pagenum" id="Page_133">[p. 133]</span>
-madre que acaba de oir la sentencia de su hija, y la estrecha
-extática en sus brazos, deteniéndola, asegurándola en la salud
-eterna, cual si no diera crédito á su dicha. Junto á las mujeres
-pasan grupos de ángeles que parecen recibir, segun lo tristes, en
-sus caras una lluvia de lágrimas, arrastrada por el viento. Bajo los
-ángeles, los bienaventurados, muchos de los cuales se reconocen,
-despues de tantos siglos, y se abrazan sobre las cimas de la ciudad
-eterna. En el centro, Jesus irritado, que maldice, que condena,
-que castiga, sin escuchar los ruegos de su madre, separándose de
-los condenados, y sin querer ni siquiera mirarlos, por no iluminar
-con sus ojos el eterno suplicio. Adan está á su lado en su vejez
-sublime para resumir la humanidad como Cristo resume el cielo. Pero
-donde se muestra el genio de Miguel Ángel en toda su grandeza, es
-en aquella inmensa catarata de condenados, que caen heridos por la
-terrible sentencia, tristes unos como hojas secas, desesperados otros
-y retorciéndose cual si contra su eterna suerte pudieran rebelarse,
-ya mordiéndose los puños, ya arrancándose el cabello, ya aterrados
-á la vista de las llamas que los aguardan, ya presa de un delirio;
-todos en los más atroces dolores físicos y morales; titanes llenos
-de vida y de carne y de sangre, como para ofrecer abundante pasto
-á los tormentos; titanes<span class="pagenum" id="Page_134">[p.
-134]</span> que roncan y maldicen y denuestan y escupen horrores de
-sus bocas, y luchan con las serpientes enroscadas en sus cuerpos,
-y buscan en el aire una nube donde reposar, y caen produciendo un
-escalofrío terrible, como si oyerais el primer contacto de sus carnes
-con el plomo derretido en las llamas eternas.</p>
-
-<p>No se puede sostener mucho tiempo la atencion concentrada en lo
-sublime. Cuando se siente de véras una idea grande, os sacude los
-nervios y os surca el cerebro como una chispa eléctrica. Yo sentia
-latir fuertemente las sienes, como si fueran á reventar las venas
-hinchadas por el torrente de pensamientos gigantescos desprendidos
-de aquella Capilla que abraza, desde la Creacion hasta el Juicio
-Universal, toda la vida humana. Necesitaba aire, y salí á respirarlo
-al campo romano, sobre cuyas ruinas tendia á la sazon admirablemente
-Abril su verdor alegre como una esperanza. Pero cuando volví la
-cabeza, en el azul de los cielos se dibujaba todavía una obra
-magnífica, sobre la cual extiende tambien sus alas el alma de Miguel
-Ángel; se dibujaba la rotonda de San Pedro, que parecia, dorada
-por los últimos rayos del sol poniente, un templo elevándose á lo
-infinito, para decir á Dios que la eternidad prometida á Roma por
-los dioses antiguos habia sido realizada en la Edad Antigua por sus
-tribunos y<span class="pagenum" id="Page_135">[p. 135]</span> por
-sus héroes, fortalecida en la Edad Media por sus pontífices y sus
-doctores, y salvada en la Edad Moderna por el genio, que levantó
-allí aquella cúpula como la cima de la historia, como la corona del
-espíritu, como la tiara del mundo.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_5">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_137">[p. 137]</span></p>
- <h2 class="nobreak">EL CEMENTERIO DE PISA.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_139">[p.
-139]</span>Jamas creí que hubiera en el mundo una ciudad tan muerta
-como Toledo. Pero no habia visto á Pisa. La diferencia entre estas
-dos magníficas poblaciones, sin embargo, es grande. En Toledo, junto
-á edificios maravillosamente conservados, como la Catedral, hay
-edificios casi destruidos, como San Juan de los Reyes y el Palacio de
-Cárlos V. Las ruinas, en su desolacion, justifican la soledad. Pero
-en Pisa todos los monumentos se hallan de pié, todos cuidadosamente
-conservados, algunos enlucidos y resucitados por restauraciones
-modernas, los más pintados de vivísimos colores. Y sin embargo, la
-soledad es indescriptible. Diríais que aquellos palacios aguardan
-sus habitantes y se hallan preparados á recibirlos; pero que los
-habitantes no vienen. Yo me paré el dia mismo de mi llegada, por
-el mes de Mayo, en el puente central del Lungarno, á las dos de la
-tarde; y puedo asegurar que estaba solo, completamente solo, casi
-tentado á creer la inmensa<span class="pagenum" id="Page_140">[p.
-140]</span> ciudad destinada únicamente á mi persona. Magnífico
-sitio para un egoista. Era triste, tristísimo, ver aquellas dos
-largas hileras de edificios preciosos, de casas elegantísimas;
-aquellos varios puentes, aquellas magníficas aceras, aquella limpieza
-exquisita, el rio en el fondo, el cielo sonriente; por uno de los
-extremos copudos árboles mecidos al soplo de las frescas brisas
-marinas; y nadie, absolutamente nadie, más que yo, en aquella hora y
-en aquel delicioso sitio, para contemplar tanta hermosura. Tentado
-estuve á gritar, seguro de que solamente me responderia el eco. Un
-extranjero apostó á que, dando la vuelta á caballo por los muros de
-Pisa, no encontraria un alma, y ganó la apuesta. Los rusos y los
-ingleses, á quienes la frialdad del Norte ha roto los pulmones,
-se refugian, para vivir algunos dias, en Pisa, donde se hallan
-abrigados, por las montañas, de los vientos del Norte, y por la
-soledad, de las grandes emociones. Así, de vez en cuando, encontrais
-jóvenes muy bellas, con ese color arrebatado y ese brillo en los ojos
-propios de la tísis, acompañadas de algunas personas de su familia,
-tristes, sombrías, que parecen seguir un duelo y llorar ya el golpe
-irremediable de la muerte. Todas estas particularidades conspiran de
-contínuo á la tristeza general de la ciudad llamada con razon <i>Pisa
-morta</i>.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_141">[p. 141]</span></p>
-
-<p>Y sin embargo, hubo un tiempo en que sus libertades asombraron
-á Italia, su comercio al mundo; un tiempo en que el mar llevaba
-hasta sus puertas los tributos de Córcega y Cerdeña; en que sus
-naves trasportaban los cruzados al Asia y traian del Asia el oro, la
-púrpura, el marfil; un tiempo en que sus guerreros auxiliaban á los
-emperadores de Alemania contra los papas de Roma, y á los condes de
-Barcelona contra los moros de Mallorca; en que los piratas temian
-su poder, los sarracenos temblaban hasta en las costas de África al
-brillo de sus lanzas, y en que las columnas y los mármoles aportados
-por Pisa de lejanas expediciones formaban como el trofeo de la
-primer victoria de las artes. Entónces los últimos maestros mosaitas
-de Constantinopla llenaban con piedras brillantísimas de mosaicos
-los arcos de sus monumentos; entónces los primeros pintores que
-adivinaron las artes del dibujo, animaban sus muros y sus claustros
-con místicas figuras; entónces los judíos la colmaban de riquezas,
-guarecidos á la sombra de sus tolerantes leyes; entónces Nicolas y
-Juan de Pisa, inspirados genios de la Edad Media, desbastaban el
-mármol y producian esas blancas figuras que parecen los primeros
-ensueños de una nueva edad de inspiraciones; y despertábanse los
-penitentes místicos al resplandor de la nueva idea ántes que
-apa<span class="pagenum" id="Page_142">[p. 142]</span>reciese, como
-esas aves que anuncian desde el fondo de las tinieblas la venida del
-dia. Su libertad engendró su comercio, el comercio su riqueza, la
-riqueza el arte y la ciencia. Las máquinas de Buschetto levantaban
-en el siglo undécimo pesos enormes, cuya gravedad sólo podria vencer
-la mecánica moderna. Las ligeras naves, con sus graciosas velas
-latinas, traian en el siglo décimo las telas de seda crujientes,
-que podrian llamarse, por su color, por su brillo y por su orígen,
-radiosas apariciones de la antigua India, en medio de las tinieblas
-de la Edad Media. Las serpientes de bronce del Egipto se enroscaban
-á sus columnas de granito, y los hipogrifos de Grecia tendian sus
-alas junto á las rotondas bizantinas. Miles de trabajadores llenaban
-sus muelles, cuando los principios de libertad llenaban sus códigos.
-La República murió. Y Pisa es un cadáver. Por eso sin duda su primer
-monumento es un cementerio. En el zénit de su esplendor, Pisa
-presintió su porvenir y se fabricó el edificio que más debia convenir
-á su triste futura historia; se fabricó el Campo Santo. Con el alma
-entristecida por las sombras de la muerte, en medio de aquella ciudad
-solitaria, donde sólo se oia la vibracion de las brisas marinas,
-dirigíme á visitar este magnífico monumento, que me tenía reservadas
-tantas emociones y tantas enseñanzas. El sitio<span class="pagenum"
-id="Page_143">[p. 143]</span> donde se halla el Campo Santo es
-el sitio más desierto de esta ciudad. En vano los montes de Pisa
-levantan sus cúspides azules en el éter de un espléndido cielo; en
-vano la vegetacion de la primavera, cargada de flores, de mariposas,
-de nidos, cubre con su lujo hasta las desnudas piedras de los altos
-torreones de las murallas; en vano ese magnífico baptisterio, al
-Campo Santo muy próximo, y que parece la alta rotonda de un templo
-subterráneo, dibuja sus calados botareles; en vano la blanca torre
-inclinada, semejante á una columna gigantesca, lanza allí cerca los
-agudos sonidos de sus campanas; y la Catedral, ornada de infinitas
-joyas, entona las salmodias de sus cantos; todo en vano quiere
-despertar la idea de la vida: las ortigas, que brotan por doquier en
-aquel inmenso desierto, os recuerdan y os inspiran la triste idea de
-la muerte.</p>
-
-<p>El Campo Santo es un edificio grande, severo, de altos muros,
-de estrechas puertas; un ataud de mármol para todo un pueblo. Los
-faraones de Egipto, los césares de Roma, los sátrapas de Oriente,
-han levantado pirámides, fortalezas, montañas, para enterrarse,
-para ocultar los gusanos que roian su púrpura y sus huesos; pero
-ninguno de esos monumentos soberbios, donde los déspotas perpetúan
-en la muerte el soberbio aislamiento de su vida, puede compararse
-en gra<span class="pagenum" id="Page_144">[p. 144]</span>cia y en
-hermosura con este cementerio de ciudadanos que se abrazan y se
-confunden allá en la eternidad, y cuyos huesos frios y mondados por
-la afilada guadaña, irradian el mismo calor, el mismo entusiasmo, que
-en vida irradiaban sus libres corazones. El exterior es sencillísimo.
-Parece un ataud inmenso tallado en una sola piedra. Las perspectivas
-de la muerte dan extraordinaria solemnidad á todos los objetos de
-la vida. Siempre que el hombre ha querido expresar la muerte, ha
-expresado la inmortalidad. En vano ha pintado su último trance como
-el dolor de los dolores; en vano su último asilo como la sombra
-de las sombras; allá, en el fondo del sepulcro vacío, en el seno
-del abismo insondable, se extiende siempre la luz misteriosa de
-una nueva vida. Sabemos todos que el hombre, este resúmen de la
-Creacion, este mineral sujeto á las leyes de la gravedad y á los
-límites de la extension; este vegetal que necesita del aire y del
-agua y de la luz; este animal que nace y se nutre á la manera de los
-demas mamíferos; este microcosmo, cuya cabeza esférica reproduce la
-esfera de los cielos, y cuyos ojos centellantes reflejan la luz de
-las estrellas; este ángel que se levanta más allá de los tiempos y
-de los espacios á contemplar en su pureza las ideas arquetípicas,
-de las cuales son sombras las cosas; el gran músico de los mundos,
-el<span class="pagenum" id="Page_145">[p. 145]</span> gran sacerdote
-y el gran poeta entre todos los seres; el que saca de los hechos
-particulares las leyes universales, y de la tosca materia la esencia
-impalpable del espíritu; el que anota en su mente el cántico
-universal de las esferas; el que logra dar con su pensamiento como
-la conciencia de sí misma á la naturaleza, no podria enterrarse todo
-entero bajo unas cuantas paletadas de arcilla, sin soterrar consigo
-al mismo tiempo toda la creacion.</p>
-
-<p>Y sin embargo, no hay monumento que exprese la nada como este
-paralelógramo, irregular á la manera del eterno contrasentido de
-la muerte. Todos llevamos un oscuro abismo bajo nuestras plantas,
-que absorbe, como el desierto las gotas de la lluvia, los instantes
-de nuestra vida. Todos habitamos un cementerio. Esa desnudez del
-exterior del Campo Santo, esa monotonía, esa uniformidad, son la
-desnudez, la monotonía, la uniformidad de la muerte. Cuando la puerta
-se abre, creeis que se abre la puerta de la eternidad. El frio de
-aquellas bóvedas como que os petrifica; el silencio de aquel lugar
-como que os priva del habla. Yo estaba enteramente solo como un
-muerto abandonado á su ataud. Yo, errante, sin patria, sin hogar, me
-preguntaba si aquel viaje no era el símbolo de mi último viaje; si
-aquella entrada de un momento en el Cementerio<span class="pagenum"
-id="Page_146">[p. 146]</span> no era la pintura anticipada del dia en
-que los hombres tendrán á bien recogerme y lanzarme á un hoyo para
-que no envenene con mis pútridos miasmas el aire que ellos respiren.
-El sepulturero, de pié á la puerta, me invitaba á entrar. Las ideas
-más tristes batallaban en mi cerebro, y se dejaban caer como gotas
-corrosivas sobre mi corazon. El ruido de un azadon que cavaba las
-huecas sepulturas, y el ruido de las llaves que el sepulturero
-agitaba, se mezclaron siniestramente en mi oido. Pero entré, entré
-pensando que la muerte es tan natural como la vida, que el ataud es
-la cuna de la eternidad. Y la gran puerta se cerró á mis espaldas.</p>
-
-<p>Si, como yo creo y como yo espero, al pasar de la vida á la
-muerte pasamos de este á otro mundo mejor, dificulto mucho que
-pueda ofrecerme tanta novedad el brusco cambio como el interior
-del Cementerio de Pisa. Yo contemplaba extasiado las altas bóvedas
-cubiertas de maderas preciosas; los largos muros realzados por todas
-las combinaciones posibles del color; las ventanas ojivales de una
-desmesurada altura, con sus ligeras columnillas y los elegantes
-rosetones del remate; los cipreses, los rosales, la hiedra, la
-madreselva, que á traves de las ojivas mecian blandamente en el patio
-central sus ramajes poblados de vida y de poéticos rumores; los
-toscos sepul<span class="pagenum" id="Page_147">[p. 147]</span>cros
-de los tiempos monásticos guarecidos por la cruz, junto á los bellos
-sepulcros de los tiempos clásicos poblados de ninfas y de faunos;
-el vaso báquico de mármol de Páros, donde brillan los sacerdotes
-de la embriaguez de la vida, al lado de la Madre Dolorosa con su
-Hijo entre los brazos, embriagándose con las lágrimas de la agonía
-y con la contemplacion de la muerte; los trofeos de las cruzadas
-unidos á los ex-votos de los romanos; los frisos de los templos
-de la gran Grecia mezclados con los arquitrabes de los altares
-del siglo décimo; los bustos de los tribunos de Roma, como Bruto
-bajo las blancas alas de los ángeles de mármol nacidos del cincel
-cristiano; las estatuas yacentes que se extienden sobre las losas
-como rindiéndose al eterno sueño, y las estatuas erguidas que sobre
-su pedestal de huesos humanos se lanzan, coronadas por una idea, como
-á entrar vencedoras en la inmortalidad; las vírgenes, los santos, los
-patriarcas, los doctores, los serafines, los querubines, los coros de
-bienaventurados, los demonios, los gnomos, los vestiglos, nadando en
-la atmósfera multicolor de los gigantescos frescos que cubren todas
-las paredes; cáos indescifrable en aquellas cuatro galerías góticas;
-cáos sobre el cual se deslizaba en aquel momento el sonido de la
-campana, que parecia la trompeta del ángel y el ruido del azadon,
-que parecia la<span class="pagenum" id="Page_148">[p. 148]</span>
-respuesta de los muertos, abriendo al llamamiento sus tumbas; cáos
-donde todos los siglos, todas las civilizaciones, todas las artes se
-hallan en desórden sobre los fragmentos de un mundo en ruinas; imágen
-del Valle de Josafat á la hora suprema del Juicio Universal.</p>
-
-<p>Y sin embargo, nada más regular que aquel cáos en cuanto volveis
-de vuestra primera sensacion. Cuatro muros, cuatro galerías, cuatro
-series de ventanas ojivales; un patio en el centro; al frente de la
-puerta principal una capilla, y al medio de la pequeña galería de
-la derecha una iglesia; en la tierra del gran patio, la vegetacion
-que brota hojas y flores con prodigiosa fecundidad; á los extremos
-cuatro grandes, copudos y verdinegros cipreses, que parecen alzarse
-allí para elevar al cielo las oraciones de sus hermanas, las plantas
-agradecidas, á la Providencia por el nutritivo alimento que les
-procuran los muertos. Hay pocos edificios góticos en Italia, muy
-pocos. Esta arquitectura de la Edad Media no ha podido desarraigar
-el eterno paganismo encerrado en la tierra de las artes. Parece
-que cuando los arquitectos se proponian levantar la católica
-ojiva, que concluye en punta, como el Universo en la unidad de
-Dios, las diosas gemian desde el fondo de los arroyos ó desde la
-corteza de los árboles para obligarles á continuar las antiguas
-columnas<span class="pagenum" id="Page_149">[p. 149]</span>
-coronadas de guirnalda, como sus sienes inmortales. Parece que esta
-arquitectura gótica es la arquitectura del pensamiento y no la
-arquitectura de la imaginacion; es el espíritu interior más que el
-genio plástico. Por consiguiente, no puede ser la arquitectura de
-Italia. El Cementerio de Pisa es gótico. Pero ¡cómo se han hermanado
-todas las artes en su seno! Importábales poco á los italianos que
-un sepulcro representase las fábulas paganas combatidas por el
-cristianismo. Con tal que fuese hermoso, lo ponian en su Cementerio
-y lo llenaban de huesos cristianos. La madre de la condesa Matilde,
-de esta mujer católica por excelencia, de esta amiga de los Papas,
-de esta heroína ortodoxa, descansa en su sarcófago, donde se halla
-esculpida Fedra. Diana besa la frente de Endimion dormido en uno
-de los mármoles del Cementerio. Los bustos paganos se elevan junto
-á las imágenes de los santos. Las lámparas que la religion atiza
-iluminan el rostro de Bruto. Junto al sarcófago donde el caballero
-de la Edad Media pliega sus manos y dobla sus rodillas, se elevan
-Augusto, Agripa, el fundador de aquel Panteon donde se refugiaron por
-última vez los antiguos dioses. Una bacante duerme el sueño de la
-embriaguez con la copa vacía al lado, bajo el fresco que representa
-las maceraciones del cenobita, junto al sepulcro en que pende la
-corona de<span class="pagenum" id="Page_150">[p. 150]</span> rosas
-blancas consagradas á la inocencia y en que abre sus alas, como para
-ocultar un nido, el Ángel de la Guarda. El Buen Pastor, encerrado
-en las catacumbas de los mártires y esculpido sobre un sepulcro que
-los primeros cristianos han regado con sus lágrimas, conduce sus
-ovejas al redil de la Iglesia; y á pocos pasos hay bajo-relieve cuyos
-tritones fueron del cortejo de Neptuno en las profundidades del
-Océano, cuando la naturaleza no habia sido despojada de sus dioses.
-Meleagro caza no léjos del altar donde Enrique VII ora. Sobre un
-chapitel María, llena de misticismo, y casi á sus piés las figuras
-etruscas empapadas en la realidad de la vida. El escultor Della
-Robia tiene allí una madonna en tierra cocida que se asemeja á las
-vírgenes bizantinas; y sobre una columna en piedra de Egipto brilla
-á su lado una cabeza de Aquíles. Andrea de Pisa ha esculpido los
-Evangelistas y los Profetas con toda la rigidez católica, en medio
-de las bacanales, por otros bajo-relieves representadas, con toda la
-voluptuosidad griega. Aquí un emperador de Alemania sentado en su
-silla sagrada; allá un hipogrifo árabe; acullá una Vénus simbolizando
-el amor en los dominios de la muerte. ¡Oh! Estos hombres sabian
-por intuicion artística, sobrenatural, que todas las generaciones,
-todas las edades se reconcilian en el seno de la muerte. Estos<span
-class="pagenum" id="Page_151">[p. 151]</span> hombres sabian que
-los combatientes caidos á la luz del sol, odiándose y maldiciéndose
-bajo banderas enemigas en los campos de batalla, se unen allá en
-las regiones de las sombras. Estos hombres sabian que pueden los
-míseros humanos expulsarse de la vida, pero no pueden expulsarse de
-la muerte. Aunque aniquileis á un enemigo, aunque le quemeis dando
-al viento las cenizas, ¡oh! sus átomos están ahí en el laboratorio
-de la vida universal, en el inmenso seno de la naturaleza; y tal vez
-mañana los absorberán vuestros hijos y los llevarán sobre su corazon.
-Mas los odios de los hombres son tales que no quieren ni la paz de
-la muerte. Y sin embargo, contemplando el Cementerio de Pisa, yo
-pensaba, ante aquellos muertos de todas las generaciones y aquellos
-monumentos de todas las edades, que así como tenemos en nuestro
-cuerpo breves partículas de todos los seres, y en nuestra conciencia
-ideas de todas las generaciones, tenemos en nuestra vida parte de
-todos los siglos; y que nada hay tan estúpido y antihumano como
-separarnos de los demas hombres por sus creencias, cuando hijos de
-todos los tiempos, individuos de toda la humanidad, por esos altares
-que nos parecen más llenos de supersticiones, por el dólmen celta,
-por el ara de los dioses lares, por las pirámides egipcias, por las
-esfinges babilónicas, ha pasado el espíritu de<span class="pagenum"
-id="Page_152">[p. 152]</span> la humanidad ántes de llegar á su
-presente plenitud, como pasan los grandes rios por lechos de hielo,
-y de piedra, y de fango, ántes de espaciarse en la inmensidad del
-Océano.</p>
-
-<p>Éste es el verdadero Cementerio de un pueblo, éste es el verdadero
-panteon de la Edad Media. En aquellos dias interesaba más la muerte
-que la vida. El Campo Santo era la ciudad eterna; el infierno y
-el purgatorio la epopeya; el jubileo la grande asociacion de las
-razas, y la cruzada la grande guerra. La Edad Media gravita entera
-al rededor de un sepulcro. Los más fuertes ó los más ricos entre los
-pisanos han tallado su barca, han tejido su vela, y se han marchado
-por los mares de Oriente á Constantinopla y á Siria, para desde
-allí partirse á Jerusalen; y despues de mil combates, despues de
-peligrosísimas correrías, cargados con el peso de la enorme armadura
-y la cruz al pecho, descubrir entre los espejismos del desierto,
-bajo el cielo reverberante, sobre colinas caldeadas, envuelto en las
-ráfagas de un viento que parece como voraz incendio, el sepulcro de
-Cristo; y morir á su lado, y envolverse eternamente en la tierra
-santificada por las lágrimas del Huerto y por la sangre del Calvario.
-Los ciudadanos que se quedaban en las riberas de Italia querian
-tambien participar de este bien, dormir en el seno de la tierra
-prometida, mezclar sus ce<span class="pagenum" id="Page_153">[p.
-153]</span>nizas con las cenizas de los profetas. Y la igualdad
-republicana no podia consentir privilegios en la muerte. El gran
-comercio de la ciudad cumplió el deseo de los ciudadanos. Las
-escuadras vinieron hasta el puerto cargadas de tierra de Jerusalen.
-En esta tierra se envuelven todavía los huesos de los pisanos. Esta
-tierra era voracísima. En veinticuatro horas consumia los restos
-confiados á su seno como si fuera una tierra de fuego. La mayor parte
-de las sales que obraban este prodigio se han evaporado en alas de
-los siglos; pero áun consume, segun el erudito Valery, en cuarenta
-y ocho horas un cadáver. Yo la contemplaba extasiado. Un manto de
-aterciopelada verdura, sobre el cual parecia haber caido una lluvia
-de rosas, la ornaba; la zarzamora extendia sus espinosas ramas por
-todas partes; y nubes de mariposas blancas y puras fingian á mis
-ojos las almas de los niños, bañándose en aquellos aromas y bebiendo
-el dulce jugo de aquellas plantas que extendian los festones y las
-guirnaldas de la vida sobre la morada de los muertos. ¡Tierra,
-tierra santísima de Jerusalen, que mis piés huellan, tú has brotado
-la idea de Dios y la has tenido guardada largo tiempo en tu seno,
-para que la edad moderna reposára á su sombra; tú has recogido los
-huesos de aquellos profetas que encendieron la fe en la conciencia
-humana; de tu barro se ha<span class="pagenum" id="Page_154">[p.
-154]</span>lla amasada la cuna inmortal de nuestra civilizacion; y
-aquel Mártir divino que se sacrificó en tus montañas por salvar al
-mundo de la servidumbre y del yugo infame del destino, te ha hecho
-tan fecunda y tan sagrada como las semillas del martirio! Tierra
-de Jerusalen; filósofo ó cristiano, judío ó católico, hombre de lo
-pasado ú hombre de lo por venir, cualquiera que te huelle, ha de
-sentirse profundamente conmovido, porque tú entras, tierra inmortal,
-por grandes cantidades, en la levadura de nuestra vida.</p>
-
-<p>Pero salgamos del patio y vamos á ver la galería de nuevo,
-contemplando, no las tumbas, las pinturas. Los italianos son
-esencialmente artistas, y no comprenden que un arte pueda vivir
-solitario y aislado. Emplean para sus monumentos la escultura, la
-pintura; los llenan de versos y de inscripciones para que tengan
-pensamiento, y luégo de música para que tengan voz. El Cementerio de
-Pisa ha sido fabricado en el siglo décimotercio, no lo olvidemos.
-Para comprenderlo bien, precisa comprender el siglo de su nacimiento,
-porque la arquitectura no pierde nunca, y ménos en los monumentos
-religiosos, su carácter simbólico.</p>
-
-<p>El siglo décimotercio comienza siendo el siglo del catolicismo y
-concluye siendo el siglo de la herejía. El espíritu humano se exalta
-con la fe<span class="pagenum" id="Page_155">[p. 155]</span> en
-los comienzos y abraza la razon en las postrimerías de este siglo.
-Lo abre Inocencio III, que mira la conciencia humana extendida á
-sus plantas, Europa postrada de hinojos en sus altares; y lo cierra
-Bonifacio VIII, que siente sobre su mejilla el bofeton de los laicos,
-y muere de rabia en su impotencia. Lo abre Fernando III en Castilla,
-que merece ser contado en el número de los santos; y lo cierra
-Alfonso X, que merece ser contado en el número de los filósofos.
-Pedro II de Aragon nace bajo la advocacion de la Iglesia, crece en su
-seno, vive para dar la batalla de las Navas contra los infieles, y
-muere en la batalla de Muret por los herejes. Y estos cambios bruscos
-son una ley general del siglo. Jaime I de Aragon en la primera
-mitad del siglo recaba tierras y tierras para la Iglesia, y Pedro
-II arranca feudos al Papa. Los santos que dirigian las cruzadas y
-sus ejércitos obran luégo milagros ante los muros de Gerona contra
-los soldados del Papa. Las guerras por el sepulcro de Cristo se
-suspenden. La ciencia árabe domina á las ciencias teológicas. La duda
-se desliza en la razon, la ironía en la literatura, el sentimiento de
-la naturaleza en el arte. La conciencia humana ha pasado del período
-de la fe al período de la razon.</p>
-
-<p>¿Comprendeis ahora por qué el Cementerio de Pisa ha sido tan
-tolerante? En cuanto se miran<span class="pagenum" id="Page_156">[p.
-156]</span> sus galerías y sus pinturas, se ven como dos hemisferios
-del tiempo. Los arcos han sido animados por una idea; los muros por
-otra. Allí está el gótico, y aquí el anuncio lejano del Renacimiento.
-No podrá nunca escribirse la historia de las artes sin saludar como
-uno de los sitios de su nacimiento este Cementerio. No se podrá
-entrar en el Cementerio sin evocar las edades en que se construyó. Y
-no se podrán evocar estas edades sin traer á la memoria el nombre de
-Nicolas de Pisa. Nacido en el seno de los tiempos místicos, muere en
-el seno de los nuevos tiempos. Entre su cuna y su sepultura hay dos
-mundos. El espíritu humano ha cambiado de fase miéntras ha vivido ese
-hombre, que contó setenta y un años. Pero él ha sentido ese cambio,
-él ha anunciado el ocaso del misticismo. Sus padres, sus maestros,
-le han hecho arrodillarse, plegar las manos ante las estatuas
-bizantinas, encorvadas bajo los terrores del Juicio Universal; y él,
-más tarde, ha ido á postrarse ante las figuras griegas, radiantes de
-hermosura, erguidas como aquella civilizacion esencialmente humana,
-amamantadas á los fecundos pechos de la Libertad. Nicolas nació el
-año siete del siglo décimotercio, y murió el año setenta y ocho. Si
-yo quisiera expresar en un solo símbolo esta edad, escogeria una de
-sus figuras, y veríase en ella que el pensamiento místico áun<span
-class="pagenum" id="Page_157">[p. 157]</span> corre por sus frentes,
-pero que las formas griegas se extienden por su cuerpo como una nueva
-planta brotando en tierra empapada por rocío reciente. Juan de Pisa,
-el arquitecto del Cementerio, escultor tambien, mira con los ojos
-de Nicolas de Pisa. Comparad las obras de estos dos genios con los
-gigantescos mosaicos y con las extrañas pinturas que á dos pasos se
-encuentran, en el seno de la Catedral, obras traidas de Bizancio, ó
-hechas por bizantinos artistas. Las vírgenes, los santos, los ángeles
-de Bizancio tienen una expresion de terror sublime, pero tambien la
-frialdad, la rigidez de la muerte; las vírgenes, los santos, las
-estatuas de Nicolas y de Juan de Pisa ya aspiran á la serenidad y á
-la perfeccion griegas. Es el mundo de la naturaleza, que se abre al
-soplo del nuevo espíritu. Es la belleza humana, que deja el sudario
-de la belleza monástica en el fondo oscuro de los claustros. Esas
-piedras son trofeos de las batallas del espíritu, ó mejor dicho,
-trofeos de sus victorias.</p>
-
-<p>Miéntras Nicolas y Juan modelaban las piedras para tallar
-estatuas, para construir cementerios, un pastorcillo, guardador
-de escaso ganado, dibujaba en el barro, en el polvo ó en la
-arena, extrañas figuras. Este pastor toscano debia ser el padre
-de la pintura, debia ser el Giotto. Su gloria llena todo el siglo
-décimocuarto. Este hombre<span class="pagenum" id="Page_158">[p.
-158]</span> extraordinario es, respecto á la pintura, lo que Nicolas
-de Pisa respecto á la escultura. En su genio estaban ya los primeros
-delineamientos del genio de Rafael. Son los brazos de sus santos áun
-rígidos, los cuerpos angulosos y puntiagudos, los piés deformes, como
-si no pudieran todavía fijarse en la tierra; pero las cabezas están
-llenas de benevolencia, las caras llenas de gracia, de esa gracia
-á que jamas llegaron los artistas bizantinos en su desesperacion;
-de esa gracia hija de la serenidad del espíritu y hermana gemela de
-la esperanza. Vese allí que si los cuerpos dibujados por el Giotto
-pertenecen aún á la tierra de su tiempo, las cabezas tocan ya en
-el cielo de los tiempos nuevos. Aquellos rostros están acariciados
-por la brisa matinal, inundados por la luz de la aurora. El artista
-se ha sumergido en el seno de la naturaleza, encontrando en ella
-la inspiracion inmortal. Su pincel es una nueva eflorescencia del
-espíritu humano. Mirad en ese muro de la izquierda su Job. Se está
-borrando como el recuerdo de aquellos dias; se está deshaciendo como
-la fe que lo animó: descúbrese á traves de una niebla, lejano, muy
-lejano, herido por la humedad y el viento marítimo, que lo arrancan
-á pedazos de la pared, afeada, manchada por las restauraciones
-posteriores; podeis verlo á la manera que se ven figuras
-fantásticas, en las nubes re<span class="pagenum" id="Page_159">[p.
-159]</span>camadas por el sol del ocaso; todavía podeis verlo como un
-penitente que se queja de Dios, sin atreverse á maldecirlo, rodeado
-de sus amigos infieles, entre el diablo, terrorífico, dantesco,
-y el ángel de la derecha, dulce y bello, nadando ya en luminosos
-horizontes. No sé por qué, mas aquel fresco desgastado me pareció el
-símbolo que, sin pensarlo y sin quererlo, habia trazado el Giotto ó
-cualquier otro contemporáneo suyo del estado crítico y extraordinario
-en que se encontraba su siglo, entre el demonio del feudalismo, que
-pugnaba por vivir, y el ángel del Renacimiento, que salia entónces de
-su larva.</p>
-
-<p>No sé por qué este Cementerio me parece por todas partes el
-Cementerio de la Edad Media. Un discípulo de Fra Angellico,
-de aquel místico en cuya retina se pintaban los ángeles y los
-querubines, de cuyas manos jamas una Vírgen ni un Cristo salió sino
-entre oraciones y lágrimas; un discípulo de ese fraile sublime,
-que pintaba de rodillas, ha dejado una graciosa figura en los
-inmensos frescos arrojados por su mano sobre casi toda la galería
-occidental del Cementerio; una figura que sólo podria nacer en
-tiempos más sensuales, y que representa la curiosidad infinita por
-los secretos de la naturaleza. Noé está desnudo y embriagado en el
-suelo. Una muchacha se cubre el rostro con las manos; pero á traves
-de los dedos<span class="pagenum" id="Page_160">[p. 160]</span>
-entreabiertos se goza en contemplar la desnudez. Fra Angellico
-hubiera maldecido á su discípulo Gozzolli. Pero ésa es la nueva edad,
-la edad del renacimiento de la naturaleza, maldecida hasta entónces;
-la edad del despertar de los sentidos, hasta entónces embotados;
-la edad en que el fauno va á hollar de nuevo con su pié hendido
-los campos, y á coronarse de nuevo con guirnaldas de hiedra los
-cuernos; la edad en que las ninfas van á entregarse desnudas sobre
-un lecho de rosas á toda la orgiástica alegría de vivir; la edad en
-que los arroyos van á entonar un himno de nuevas églogas; y entre el
-delirio priapesco de todos los goces y el despertamiento de todas
-las antiguas divinidades, va á salir un nuevo Prometeo, pero sin
-cadenas, que con su mano rasgue los mares y descubra un nuevo mundo,
-con su pié impulse la tierra y la obligue á rodar por los espacios
-infinitos, y coja las estrellas con su telescopio, como el cazador
-las aves con su trampa, y las fuerce á dejarse pesar en su mano, y á
-murmurar en su oido los secretos del cielo.</p>
-
-<p>Sí, aquel Cementerio es el testamento de la Edad Media. Creo ver
-en sus muros la despedida última y el adios últimos de estos tiempos
-que precedieron á los nuestros, como el cáos á la luz. La Edad Media,
-al morir, en todas las literaturas reproduce la Danza de los muertos.
-Ese té<span class="pagenum" id="Page_161">[p. 161]</span>trico poema
-no podia faltar en el Cementerio de Pisa y en el cielo inmortal
-de sus pinturas del siglo décimocuarto y el siglo décimoquinto.
-Orcagna, el grande Orcagna, lo ha pintado ahí. Miradlo, y acordaos
-de los otros monumentos que acabais de ver, y encontraréis toda la
-genealogía del arte. La tumba donde reposa la primera Beatriz casi
-es la cuna del pensamiento nuevo. En ella ha estudiado Nicolas de
-Pisa. En las obras de Nicolas de Pisa ha estudiado su hijo Juan de
-Pisa, arquitecto y escultor del Cementerio. En las obras de Juan
-ha estudiado Andres de Pisa, en las obras de Andres ha estudiado
-Orcagna. En pos de Orcagna vendrá Guiberthi, que esculpirá las
-puertas del baptisterio de Florencia, las puertas triunfales del
-Renacimiento, llamadas por Miguel Ángel las puertas del Paraíso.
-Y en esas puertas se detendrán los grandes artistas á estudiar
-el dibujo. Y el arte será despues de esta larga y gloriosísima
-creacion, y tendrá esta sublime genealogía: los mosaitas de Venecia,
-los mosaitas de Pisa, Cimabue, Nicolas de Pisa, el Giotto, Juan de
-Pisa, Orcagna, Guiberthi, Massacio, Leonardo de Vinci, Miguel Ángel,
-Rafael. Inmortal espíritu del hombre, nunca fuiste tan grande como
-despues de haber encontrado nuevamente la forma humana, la hermosura
-plástica, á costa de extraordinarios esfuerzos, tras ocho siglos de
-mace<span class="pagenum" id="Page_162">[p. 162]</span>racion, de
-ayuno, de penitencia. El fresco de Orcagna es el fresco de la muerte.
-El dibujo es todavía incorrecto, los cuerpos de las figuras todavía
-desproporcionados; la perspectiva todavía está ausente; pero los
-rostros tienen expresion sublime, y un alma que irradia pensamientos
-se asoma por los ojos é ilumina las frentes. Á la izquierda una
-cabalgata de caballeros y señoras en trajes de gala se detiene ante
-tres reyes; recien muerto é hinchado el uno, descompuesto y comido
-por gusanos el otro, esqueleto ya descarnado el tercero. No puede
-manifestarse bien el escalofrío que da ver aquellos tres despojos de
-la muerte en medio de la turba de caballeros vestidos ricamente con
-terciopelo y armiño, de las damas con su lujoso tocado, de los perros
-y los halcones de caza, de todos los signos de la vida entregada
-al combate y al placer. En el centro los viejos, los enfermos, los
-moribundos, llaman á gritos la muerte con versos que el pintor ha
-trazado para aumentar la expresion: <i>¡O morte! medicina d’ogni pena</i>.
-Pero la muerte no los escucha; se aparta de los que la desean para
-herir á los que la olvidan; para entrar con su tajante guadaña en
-ameno bosque, á cuya sombra reposan dos amantes, contemplándose
-extasiados y oyendo la guzla del trovador que canta las delicias
-de la pasion, rodeados de flores y de amor<span class="pagenum"
-id="Page_163">[p. 163]</span>cillos. Allá, en una alta montaña,
-los penitentes ruegan por todos; pero abajo, en enorme confusion,
-reyes, nobles, pajes, obispos, espiran; y sus almas son, ya recogidas
-por los ángeles, ya por los demonios de horrible rostro y alas de
-murciélago. Se nota que concluyen las edades monásticas. Las almas
-escogidas principalmente por los demonios son las almas de los
-frailes. Y junto á este fresco se hallan, como contemplándolo, el
-Juicio Final y el Infierno.</p>
-
-<p>Áun despues de haber visto la Capilla Sixtina conmueve la
-cólera de Jesus, la tierna piedad de María intercesora, el dolor
-de los réprobos, el éxtasis de los bienaventurados; Salomon, que
-al salir de su tumba y sacudir el polvo secular de sus párpados,
-no sabe si le tocan en suerte las alturas celestes ó los abismos
-infernales; el genio vengador que arrastra por los cabellos hácia
-las tinieblas eternas un fraile, el cual se habia escondido entre
-los bienaventurados, y el genio misericordioso que lleva hácia la
-bienaventuranza un jóven mundano, ya perdido entre los malditos;
-la mujer que se retuerce los brazos de desesperacion á la boca de
-la insondable eternidad, y el viejo que se arroja hácia Jesus para
-recordar sus propias obras y pedir la divina gracia; el Ángel de la
-Guarda en el centro del cuadro, triste, herido por un dolor infinito,
-mirando con sus<span class="pagenum" id="Page_164">[p. 164]</span>
-grandes y profundos ojos, llenos de una tempestad de ideas, caer
-como una catarata de hiel en los infiernos, en los mares de plomo
-derretido, las almas que habia querido vanamente proteger en el
-mundo contra el vicio con sus alas, y que vanamente habia querido
-salvar de la justa cólera divina con sus oraciones en la hora suprema
-del juicio; terrible epopeya de horrores y desolacion, que parece,
-en verdad, sobre aquellas tumbas, en aquel asilo de la muerte,
-representado por aquellas figuras demacradas, rígidas, frias, el dia
-último del Universo.</p>
-
-<p>Y sin embargo, en las figuras de todos estos cuadros descúbrese
-que los tiempos místicos han pasado y que los tiempos del
-Renacimiento no han venido todavía. En ninguno de ellos, en ninguno
-de los infinitos personajes pintados en esas paredes, hay ni el
-idealismo de Fra Angellico ni el naturalismo de Buonarroti. La
-historia humana es una lucha entre el pensamiento y la realidad. En
-esos cuadros vemos que la idea se evapora, mas la naturaleza no viene
-todavía. El espíritu místico se apaga, pero no le sustituye aquella
-adoracion del organismo humano que hizo tan grandes pintores y tan
-grandes escultores á los artistas del Renacimiento. Miguel Ángel se
-alzaba sobre un cadáver con el apetito de la hiena, y lo recogia y
-lo estudiaba hasta grabar<span class="pagenum" id="Page_165">[p.
-165]</span> en la mente cada uno de sus huesos. El estudio del
-desnudo era su estudio preferente, como si quisiese volver al hombre
-á la inocencia del Eden. Pero la anatomía se hallaba prohibida en
-la Edad Media. Esos pobres artistas de los siglos décimocuarto y
-décimoquinto no han podido estudiar nuestro cuerpo. Sus figuras están
-encerradas dentro de sus vestidos como dentro de un saco ó como
-dentro de un sudario. El hombre tiene todavía demasiado presente
-su culpa y se asusta de su propio cuerpo, de esa eterna sombra del
-pecado. Mas á pesar de hallarse en tal desfallecimiento, descúbrese
-bien que aguarda una nueva idea. Las figuras del Cementerio de
-Pisa son figuras de crepúsculo, seres que se levantan inciertos en
-los límites de dos épocas. Despues de todo, si miramos la historia
-humana, verémos así á todos los hombres; todos condenados á enterrar
-la mitad de las ideas aprendidas y la mitad de las caras aspiraciones
-de la existencia; todos arrastrados por la corriente interminable
-de los hechos, sin saber adónde; todos forzados al trabajo de la
-renovacion, sin saber por qué; todos dejando las vestiduras del alma,
-la inocencia de la niñez, la pasion de la juventud, la fe de la cuna,
-en las encrucijadas del camino; todos cayendo rendidos de cansancio
-y de fatiga sobre un monton de secas ilusiones, para que sus
-herederos los aparten con el<span class="pagenum" id="Page_166">[p.
-166]</span> pié, los arrojen á un hoyo y continúen repitiendo los
-mismos hercúleos trabajos sin fin, y representando la misma tragedia
-sin desenlace.</p>
-
-<p>¿Creeis que la muerte es un desenlace? Yo no lo he creido nunca.
-Entónces el Universo ha sido creado para la destruccion. Dios es un
-niño que ha levantado los mundos, como un castillo de cartas, por el
-placer de derribarlos. El vegetal se come la tierra, el buey y la
-oveja al vegetal, nosotros al buey y á la oveja; seres invisibles,
-que llamamos la muerte ó la nada, se nos comen á nosotros; en la
-escala de la vida unas criaturas no sirven más que para roer á las
-otras criaturas; y el Universo es un inmenso pólipo con un estómago
-inmenso, ó si quereis una imágen más clásica, un catafalco sobre
-el cual arde el sol con una antorcha funeraria, y está levantada,
-como una estatua eterna, la fatalidad. Nacen unos pacientes porque
-tienen mucha linfa, otros héroes porque tienen mucha sangre, otros
-pensadores porque tienen mucha bílis, otros poetas porque tienen muy
-agitados los nervios; pero todos mueren de sus propias cualidades,
-y todos viven lo que duran sus entrañas, su corazon, su cerebro, su
-espina dorsal, para recostarse definitivamente todos en la nada.
-Lo que creemos virtudes ó vicios son tendencias del organismo; lo
-que creemos fe, algunas gotas de sangre ménos<span class="pagenum"
-id="Page_167">[p. 167]</span> en las venas ó algunas cóleras más
-en el hígado, ó algunos átomos de fósforo en los huesos; y lo que
-creemos inmortalidad, una ilusion; sólo hay de real, de seguro, la
-muerte; y la historia humana es una procesion de sombras que pasan
-como los murciélagos entre el dia y la noche, para caer todas, unas
-tras otras, en ese abismo oscuro, vacío, insondable, que se llama la
-nada, atmósfera única del Universo.</p>
-
-<p>¡Oh! No, no. Yo no puedo creer esto. Las maldades humanas jamas
-lograrán oscurecer en mi alma las verdades divinas. Yo, como distingo
-el bien del mal, distingo la muerte de la inmortalidad. Yo creo en
-Dios y en una vision de Dios sobre otro mundo mejor. Yo me dejo
-aquí mi cuerpo, como una armadura que me fatiga, para continuar mi
-infinita ascension á las altas cimas bañadas por la luz eterna. Es
-verdad que hay muerte, pero tambien es verdad que hay alma; contra
-la realidad, que me quiere envolver en su capa de plomo, tengo el
-fuego del pensamiento; y contra el fatalismo, que quiere apresarme
-en sus cadenas, tengo la potencia de la libertad. La historia
-es una resurreccion. Los bárbaros habian enterrado las antiguas
-estatuas griegas, y hélas ahí vivas en un Cementerio, engendrando
-generaciones inmortales de artistas con besos de sus frios labios de
-mármol. Italia estaba muerta<span class="pagenum" id="Page_168">[p.
-168]</span> como Julietta; cada generacion arrojaba una paletada de
-tierra sobre su cadáver y ponia una flor sobre su corona mortuoria, é
-Italia ha resucitado. Hoy los tiranos cantan el <i>Dies iræ</i> sobre los
-campos donde están separados los miembros de Polonia. Pero ya veréis
-la humanidad venir, recoger los huesos que mondan con sus acerados
-picos los buitres del Neva, y renacer Polonia como una estatua de
-la fe, con la cruz en los brazos, sobre sus antiguos altares. Yo he
-sentido siempre la inmortalidad en los cementerios. Yo la siento
-más todavía en este Cementerio de Pisa, henchido de tanta vida,
-poblado de tantos seres inmortales que destilan inspiracion, y por
-consecuencia inmortalidad, como los troncos de las seculares encinas,
-cuando los pueblan las abejas, destilan miel.</p>
-
-<p>Insensiblemente la noche caia sobre nosotros. El sepulturero
-acabó su trabajo y cesó en sus golpes. El guardian vino á rogarme
-que saliera. Pero yo me dí traza para conseguir que me dejára allí
-una hora más en el seno de la noche y de las sombras. Yo esperaba
-sumergirme en la tristeza de la nada, anticiparme en aquel lugar
-de silencio el descanso eterno por una contemplacion de la tierra
-mortuoria, donde duermen olvidadas tantas generaciones. Allí me
-quedé apoyado en una tumba, reposando la frente agobiada sobre el
-mármol de una ojiva, los ojos fijos en el<span class="pagenum"
-id="Page_169">[p. 169]</span> cuadro de la muerte y en los vestiglos
-del Juicio Universal, iluminados por los últimos resplandores del
-crepúsculo, aguardando las tristezas mayores que debia traerme la
-oscuridad de la noche. Pero no; fresca brisa vino como á despertarme
-de mis sombríos ensueños; las flores de Mayo levantaron sus
-corolas, ántes agobiadas por el calor del dia; un aroma penetrante,
-embriagador, lleno de vida se esparció por los aires; las luciérnagas
-voladoras comenzaron á discurrir entre las sombras del claustro y
-las líneas de las tumbas como estrellas errantes, miéntras la luna
-llena salia por el horizonte nadando majestuosa en el éter, cubriendo
-con sus gasas la frente de las estatuas funerarias; y un riseñor,
-oculto en el espeso ramaje de los altos cipreses, entonaba su cancion
-de amor, como una serenata á los muertos y una plegaria á los
-cielos.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_6">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_171">[p. 171]</span></p>
- <h2 class="nobreak">VENECIA.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_173">[p.
-173]</span>La noche avanzaba sobre nosotros en el momento en
-que atravesábamos la campiña de Padua dirigiéndonos á Venecia. El
-cielo estaba nublado, y á intervalos, entre los nubarrones, lucian
-algunos pedazos serenos, de extraordinaria limpidez, en los cuales
-nadaban las primeras estrellas de la tarde. Pero en el borde del
-horizonte, hácia la extremidad Norte, del lado de las montañas, las
-nubes relampagueaban, miéntras en el otro borde, hácia la extremidad
-Sur, del lado del mar, franjas de púrpura formadas por los vapores
-del lago y los últimos destellos del dia daban tinte cobrizo á
-los objetos, fantásticas apariencias á la naturaleza, como si la
-region que íbamos á visitar quisiese satisfacer todos nuestros
-deseos y premiar todos nuestros amores por ella, revelándose entre
-los misterios del más sublime de los crepúsculos. Sin embargo, mi
-impaciencia era infinita. Observaba que la vegetacion se extinguia,
-que comenzaban canales desecados, llenos<span class="pagenum"
-id="Page_174">[p. 174]</span> de lodo, sobre cuyos bordes crecian
-tristemente algunas plantas marinas; pero por más que sacaba de mi
-wagon la cabeza para mirar al punto final de nuestra carrera, no veia
-ni la soñada laguna ni la querida ciudad, como si huyeran á mi anhelo
-y se esquiváran á mi deseo. Tengo tal idea de la fragilidad de esa
-hermosa Venecia, combatida de contínuo por los vientos y las aguas,
-que temia pudiera desaparecer ántes de serme permitido verla, y se
-encerrára en la concha marina en que nació, como un milagro vivo de
-la historia humana.</p>
-
-<p>Siempre recordaré el dia en que por vez primera vi la Alhambra.
-Corrí á buscarla, sin guía, sin ningun compañero, deseando un
-coloquio á solas, como todos los coloquios de amor, con la maga del
-Oriente perdida en nuestras montañas. Yo atravesé una puerta que
-no recuerdo, porque apénas la advertí. Yo vi á la izquierda una
-magnífica fuente del Renacimiento, que no respondia en nada ni á mi
-deseo ni á mi idea. Yo me perdí en las soberbias alamedas mecidas por
-el viento matinal, iluminadas por el espléndido sol de Granada, que,
-deslizando á duras penas sus rayos entre el follaje, formaba en el
-suelo como un arabesco de luz y de sombras. Yo vi aquella magnífica
-puerta judiciaria, inclinada sobre una cuesta, y en cuya arquitectura
-el árabe, sin perder<span class="pagenum" id="Page_175">[p.
-175]</span> su gracia, ha tomado toda la solemnidad del gótico.
-Yo entré creyendo encontrar en pos de aquella puerta el palacio.
-No estaba; sólo vi una plaza de armas y un altar de la Edad Media
-ante el cual ardia una lámpara. En torno mio se desplegaba larga
-fila de torreones; en medio de la gran plaza un palacio del siglo
-décimosexto, bellísimo, pero en pugna con todo cuanto yo soñaba;
-y á lo léjos, sobre una colina sembrada de laureles, dibujaba sus
-miradores, semejantes á blancos minaretes, el oriental Generalife.
-Yo buscaba la Alhambra, el palacio, la mágica gruta de estalactitas
-empapada en los fuertes colores asiáticos, donde se extinguieron,
-como odaliscas, en el placer, á fines del siglo décimoquinto, los que
-vinieron como leones á la conquista á principios del siglo octavo.
-Pero ninguna de las numerosas puertas á que llamé era la puerta de la
-Alhambra. Temia que un genio, una hechicera, de las que la magia de
-la Edad Media ha dejado en los bosques, bien diferentes por cierto
-de las hermosísimas diosas con que los pobló la clásica antigüedad,
-hubiera robado en aquella misma noche la Alhambra, contínuamente
-amenazada de muerte, para burlarse de mi anhelo. Nacemos y vivimos
-tan desgraciados, que nos parece mentira el cumplimiento de un
-deseo, mentira la realizacion de una esperanza, como si tristísima
-experiencia<span class="pagenum" id="Page_176">[p. 176]</span> nos
-hubiera enseñado que solamente es en el mundo verdad el dolor.</p>
-
-<p>Así, en aquel momento, yo dudaba de la proximidad de Venecia, ó
-temia que Venecia hubiera desaparecido para mí. Al fin nos paramos
-en Mestres, á las puertas de la gran laguna veneciana. El aire nos
-trasmitia el eco de sus campanas, que tocaban el <i>Angellus</i>, y que
-nos recordaban la emocion sublime de Byron, cuando una tarde creyó
-ver al conjuro de esos mismos ecos, por los bordes del horizonte,
-deslizándose sobre las aguas, como las estrellas del cielo, á la
-Madre del Verbo, calzada por la luna, y con la misteriosa blanca
-paloma sobre su frente en aquella hora sublime de la oracion y del
-amor. ¿Era verdad que iba á ver á Venecia? Cuántas veces, en las
-largas horas de las noches de invierno, para pasar la uniforme velada
-de los pueblos, mi madre, que amaba mucho las letras, me habia
-contado misteriosas historias venecianas á la usanza de principios
-de siglo: la decapitacion de Marino Faliero, el destierro del jóven
-Foscari, el heroísmo inmortal de Dandolo, la salvaje pasion de Otelo,
-el esplendor de sus banquetes inmortalizados por Pablo Veronés, los
-desposorios del Dux con las aguas de los mares en la góndola recamada
-de brocados y movida por remos de oro, la tristeza infinita del
-último de sus<span class="pagenum" id="Page_177">[p. 177]</span>
-magistrados, cuando se desmayó al firmar el protocolo que entregaba
-su patria al austriaco, por un criminal error de Napoleon; todas
-estas sencillas narraciones, medio históricas, medio legendarias,
-en que siempre se dibujaban algunos espías ó algunos calabozos para
-inspirar el terror trágico; algunas sesiones del Consejo de los Diez
-para sostener el interes dramático; y alguna enseñanza moral para
-fortificar estas dos ideas á cuyo culto no renunciaré nunca: la
-libertad y la patria.</p>
-
-<p>Despues, levantándome por una de esas transiciones tan naturales
-á otros recuerdos, veia en mi mente la Venecia histórica; aquellos
-nobles hijos de la antigua civilizacion, sacerdotes de sus últimos
-lares, cortejo fúnebre de sus últimos dias, que vencieron á
-la fatalidad, salvándose, en las inhabitables lagunas, de las
-irrupciones de Atila y sus feroces hunnos, para conservar en una
-ciudad misteriosa, única, anclada como hermosa nave á las puertas
-de Grecia, sus libertades clásicas, que los llevaron á luchar
-con las olas cuando la sociedad se perdia en los claustros; á
-extender el trabajo y el comercio como una redencion cuando en los
-terrores del siglo décimo los brazos más fuertes caian desmayados
-aguardando el fin del mundo como una necesidad y el juicio universal
-como un castigo; y por último, á reunir<span class="pagenum"
-id="Page_178">[p. 178]</span> y atesorar en sus muelles, en sus
-canales; en sus palacios cincelados por todos los prodigios de la
-escultura; en sus monumentos públicos, singulares por la majestad y
-por la belleza, decorados por una fiesta contínua de colores y de
-matices; en sus trofeos de mármoles y bronces, los restos de tres
-civilizaciones perdidas en una serie de infinitos naufragios; siendo
-así Venecia asiática y griega, romana y bizantina, nunca germánica,
-la síntesis de tres edades mayores de la historia, la piedra preciosa
-del anillo nupcial con que se desposaron el Oriente, el mundo de
-los misterios, y Europa, la tierra de la nueva vida, de la nueva
-civilizacion.</p>
-
-<p>Y como no es posible renunciar ni á la nacion ni á la raza á
-que pertenecemos, yo, español, sentia en aquel momento agolparse á
-mi memoria los recuerdos históricos de los servicios prestados á
-la civilizacion por Venecia y España, unidas en memorable cruzada
-marítima. Un dia la media luna llegó hasta Constantinopla. Los
-bizantinos, los griegos, cayeron unos en pos de otros bajo la
-cimitarra de los turcos, cuyo filo brillaba siniestramente sobre
-Venecia. Las islas iban á ser cautivas; sus hijos, remeros en las
-galeras del turco; el Mediterráneo, el mar de la civilizacion, un
-lago de los serrallos orientales. Pero las naves de Barcelona,
-de Valencia, de Cádiz,<span class="pagenum" id="Page_179">[p.
-179]</span> de las ciudades españolas, se unieron con las naves
-de Génova y de Venecia, y marcharon á detener el turco, y
-consiguieron aquella insigne victoria de Lepanto, en que las olas
-se ensangrentaron hasta enrojecerse, é hirvieron bajo el fuego de
-los cañones; pero en que el fatalismo retrocedió en su carrera
-devastadora ante la fuerza y la civilizacion de Occidente.</p>
-
-<p>Pero sobre todo, iba á ver la ciudad, por la cual hemos tenido
-tantos dolores, tantas tristezas en su largo cautiverio de este
-siglo. ¡Cuántas veces se nos ha aparecido en sueños, rodeada de sus
-islas, como Niobe de sus hijas heridas, maldiciendo á los hombres que
-no la socorrian, y desesperando de la justicia de Dios que toleraba
-su opresion! ¡Cuántas veces hemos creido oir en los misteriosos ecos
-con que la resonancia de las playas repite el rumor de las olas del
-Mediterráneo, un largo lamento de Venecia! ¡Cuántas hemos creido
-que era posible verla en su dolor un dia arrojarse, como Ofelia, á
-sus lagunas, y desaparecer entre las aguas con su doble corona de
-mármol y de algas en la frente, y su melancólico último cántico en
-los labios! Venecia era para nosotros una Ciudad-Cristo suspendida á
-su infame suplicio por los cuatro grandes clavos del Cuadrilátero.
-Venecia habia perdido aquellas coronas de perlas, aquellas túnicas
-de terciopelo, aquellas<span class="pagenum" id="Page_180">[p.
-180]</span> naves de oro, aquellos leones de bronce con ojos de
-diamante, aquellos cocodrilos de esmeraldas y rubíes, aquellas
-infinitas preseas con que la ornaron los genios privilegiados de
-sus pintores, y sólo mostraba sus fragmentos ruinosos de mármol
-ennegrecido por la lluvia de sus lágrimas, como un mendigo enseña sus
-huesos cubiertos de rugosa piel á traves de los harapos. La historia
-de este martirio, el lamento de su pasada servidumbre, las infinitas
-elegías lloradas por tantos poetas, por tantos oradores ilustres
-sobre el calabozo de Venecia; todos estos recuerdos se entrechocaban
-en mi mente, aumentando la emocion producida en mi alma á la vista
-de aquellos misteriosos parajes ilustrados por el heroísmo y por el
-genio.</p>
-
-<p>Miéntras rodaban todas estas ideas por mi cabeza, penetraba el
-tren en la laguna de San Márcos. El cielo, como he dicho, de un lado
-claro, brillantísimo; de otro, oscuro, si bien relampagueante; á
-intervalos cubierto de nubes ú ornado de estrellas, tenía un aspecto
-de tal manera singular, que no me cansaba de contemplarlo, pidiéndole
-su luz para embeberme en aquel espectáculo, objeto de tantos deseos,
-asunto de tantos ensueños. La inmensa laguna que áun conservaba
-algo en su tranquila superficie de la claridad del dia, brillaba en
-toda la extension del vastí<span class="pagenum" id="Page_181">[p.
-181]</span>simo horizonte como un inmenso espejo atravesado por
-fajas, ya de ópalos allí donde se reflejaban las estrellas, ó ya de
-amatistas allí donde se reflejaban las nubes, encendiéndose de vez
-en cuando por siniestro modo al latigazo del relámpago. La humareda
-de la locomotora, el aliento de los lagos, las nubes sobre nuestras
-cabezas, las aguas bajo nuestros piés y en toda la inmensa extension
-descubierta por la vista, nos hacian creer que nos hallábamos
-fuera de la tierra, ó cruzando en el lomo de algun monstruo
-regiones ignotas de la atmósfera. Entre los dudosos resplandores,
-entre las inciertas sombras, como dibujados fantásticamente en
-oscuro espejismo, descubríanse los edificios de Venecia, aquí y
-allá iluminados por pálidas luces. Si no hubiera sabido que era
-Venecia, creyéralos, al verlos surgir como por encanto de las aguas,
-sostenerse entre la superficie líquida y el flúido del aire sin tocar
-visiblemente por ningun lado á la tierra, una ciudad flotante, una
-nómada caravana marítima, presidida por algun dios de las olas, y por
-aquel momento refugiada en el tranquilo seno de la celeste laguna
-adriática. ¡Qué armonía de colores á pesar de la noche! Ya tiemblan
-las estrellas en la ligera ondulacion; ya las plantas marinas dan
-algunos toque sombríos; ya un faro finge en su reflejo serpientes de
-topacios; ya el remo de una<span class="pagenum" id="Page_182">[p.
-182]</span> barca despide gotas de luz, produce como llamaradas de
-fósforo, deja estelas blanquísimas semejantes á la Vía Láctea; ya
-de un lado las sombras de los edificios, espesando la oscuridad,
-extienden festones de azabache, miéntras de otro lado alguna nube,
-perdida por el ocaso y que áun absorbe, como una esponja aérea, los
-últimos matices del sol ausente, los destila sobre raros puntos como
-una llovizna de púrpura, todo realzado por las gasas misteriosas
-y por los espléndidos reflejos que los vapores del aire y los
-cambiantes del lago dan por doquier á este mundo casi ideal de no
-soñados encantos.</p>
-
-<p>Por fin el tren se detiene. Las formalidades de entregar los
-billetes y recoger los equipajes molestan de una manera indecible en
-la natural impaciencia. Quisierais ser pez ó ave para llegar al agua
-y al aire de Venecia sin esas cargas de baules y sombrereras á que os
-obliga la nativa debilidad humana. Pisais aquellos muelles besados
-eternamente por las aguas. Larga fila de negras góndolas, ligeras,
-esbeltas, os aguardan. Escogeis maquinalmente la primera, sin
-curaros ni de la forma ni del precio de aquel viaje, como si todas
-las condiciones de la vida económica hubieran de perturbarse allí
-donde cambian casi todas las condiciones de la vida vulgar de las
-ciudades antiguas y modernas. Dais la direccion<span class="pagenum"
-id="Page_183">[p. 183]</span> de vuestro proyectado albergue, y
-sentís por un movimiento casi imperceptible que os deslizais sobre
-las aguas. Apodérase del alma un gran sentimiento de tristeza. La
-góndola, mal iluminada por un pequeño farolito puesto en el fondo,
-y conducida por dos hombres, cada cual de pié á cada uno de sus
-extremos, parece ya un ataud, ya un cetáceo, ya un cisne negro, ya
-una luciérnaga fantástica, ya el cadáver de una de las antiguas
-sirenas del Adriático en sombra convertido, que os arrastra á las
-cavernas profundas de los profundos senos del Océano. Como venís
-deslumbrado por la claridad de la resplandeciente laguna, creeis
-entrar en una region de tinieblas. Las aguas tienen una oscuridad
-indefinible por lo espesas. Parecen realmente bituminosas. Los
-fuertes muros de los altos monumentos acrecientan la noche. Los
-faroles, colocados á largas distancias, sólo sirven como de ligero
-contraste para conocer mejor la negra y general oscuridad. Venecia
-tiene calles de tierra y calles de agua. Las calles de agua no están
-iluminadas. Solamente la blanquecina fosforescencia de la estela,
-ó el débil resplandor de una ventana, ó el mustio farolito de una
-muda góndola que pasa á vuestro lado, ó el reverbero de una esquina
-apartada, alumbran aquel tortuoso laberinto de piedras y de rejas
-y de puentes y de palos destinados á atar<span class="pagenum"
-id="Page_184">[p. 184]</span> las góndolas; especie de grandes
-árboles acuáticos, pero sin ramas, sin hojas, tristes y secos. La
-ciudad parece inhabitada. De vez en cuando pasan sobre los arcos
-de los puentes algunos viandantes como sombras de las sombras. El
-silencio es sepulcral. Sólo oís el grito del gondolero que avisa
-á sus camaradas para que las góndolas no choquen. Este grito, por
-todas partes repetido, es ágrio y agudo como el grito de las aves
-marítimas. El verde limo que sale á la superficie de los canales
-flota á intervalos y lo tomais por un cadáver. La puerta de un
-palacio gira sobre sus goznes, algunas personas bajan silenciosas
-por sus escaleras de mármol y se instalan en sus góndolas. ¡Oh! Las
-tomariais por habitantes de un panteon que van á dormir sobre un
-ataud. De pronto salís al gran canal, respirais brisa más fresca
-y más libre, veis á la luz de las estrellas fustes de estriadas
-columnas, plintos y bases que salen del agua, rosetones góticos,
-ajimeces árabes, ventanas bizantinas, arcos del Renacimiento; pero la
-góndola corre de nuevo á perderse en el laberinto de los estrechos
-callejones, y aquella decoracion mágica desaparece en la realidad,
-como las horas rápidas del placer en las tristezas eternas de la
-vida.</p>
-
-<p>El camino desde la estacion á nuestro albergue era larguísimo. Los
-gondoleros continuaban de<span class="pagenum" id="Page_185">[p.
-185]</span> pié á cada lado de la góndola impulsándola con sus
-sendos largos remos y repitiendo sus agudos gritos. Á cada paso una
-esquina, sobre cada esquina un puente, al pié del puente y á las
-puertas de la casa las escaleras de mármol, sobre el último blanco
-escalon el agua verdinegra, y bajo los arcos del puente y junto á
-las graderías blancas, las góndolas negras cubiertas con sus largos
-paños pardos semejantes á los paños de un catafalco. El objeto más
-necesario á la vida veneciana es la góndola, y la góndola es tambien
-el objeto más triste. Imaginaos una elipse de madera negra con varios
-relieves; á uno de los extremos grande alabarda dentada, cuyo acero
-brilla siniestramente, y al otro extremo una especie de pequeña
-cola retorcida; en el centro, como antigua tartana de Valencia, el
-sitio de reposo, forrado por dentro de terciopelo negro, por fuera
-de paño negro con borlas de seda, lleno de mullidos cojines de
-tafilete, cerrado por cuatro ventanas, con cuyos cristales, con cuyas
-cortinas, con cuyas persianas podeis comunicaros ó incomunicaros á
-voluntad; todo oscuro, todo triste, todo misterioso, todo romántico,
-invitando la vida á las aventuras, la imaginacion á las leyendas,
-pues unas y otras se desprenden como consecuencia natural de todo
-cuanto os rodea, y sobre todo, de vuestra inseparable compañera,
-la silenciosa<span class="pagenum" id="Page_186">[p. 186]</span>
-góndola. Así Roma es la ciudad sublime, Nápoles la ciudad placentera,
-Florencia la ciudad académica, Liorna la ciudad mercancil, Pisa la
-ciudad muerta, Bolonia la ciudad música, Milan la ciudad civil y
-Venecia la ciudad romántica. El Moro y el Mercader de Shakspeare,
-el Angello de Víctor Hugo, los dramas de Byron, han sido inspirados
-por estas sombras, y tienen aquí, en estas góndolas, sus misteriosas
-cunas.</p>
-
-<p>Hoy Venecia reune á la poesía de sus artes la poesía de sus
-recuerdos, y á la poesía de sus recuerdos la poesía de sus tristezas.
-Los palacios se caen, las estatuas bajan á pedazos de sus pedestales,
-las rientes figuras de sus cuadros se van como las mariposas al soplo
-del invierno. La herida que le causó el cambio del movimiento humano
-hácia otras regiones, por la aparicion de América en el mundo y el
-descubrimiento del Cabo de Buena Esperanza, esa herida que mató su
-comercio no ha podido ser curada por su reciente libertad, porque la
-libertad no puede destruir las fatalidades geográficas. Venecia se
-muere. Sólo que en vez de morir como una prostituta en los calabozos
-austriacos, muere como una matrona en el seno de su hogar y rodeada
-de sus hijos. Venecia cayó al pié de la cuna de América, como
-Ifigenia al pié de la cuna de Grecia. Los caminos de la humanidad
-están sembrados de víc<span class="pagenum" id="Page_187">[p.
-187]</span>timas, y el progreso no se exceptúa de esta ley necesaria.
-La vida se alimenta de la muerte. Pero no es por eso ménos triste ver
-morir una ciudad cuyos Dux tuvieron la corona imperial de Bizancio
-tantas veces en las manos, y la rechazaron por el gorro frigio de
-la vieja república; ver morir una ciudad cuya bandera ahuyentó á
-los turcos y despertó las fuerzas del comercio y del trabajo; ver
-morir una ciudad cuyas libertades son las más antiguas en la era
-cristiana, y que ella sola ha sido la Inglaterra de la Edad Media;
-ver morir á una ciudad que en sus copas de cristal, en sus banquetes
-báquicos, en sus voluptuosas serenatas, en sus sensuales cánticos,
-en sus guirnaldas de coral y algas trajo disuelto á nuestra vida el
-aroma inmortal del Renacimiento. ¡Cómo sentia en aquel viaje por las
-calles de Venecia no ser poeta, orador ni escritor de algun mérito
-para lamentar con elocuencia la muerte de esta ciudad única en el
-mundo! Ideas de luto y desolacion solamente me habian inspirado los
-ataudes flotantes, los palacios sombríos, las magníficas ventanas
-medio destrozadas, los monumentos medio ruinosos, el tortuosísimo
-laberinto de calles estrechas y de canales oscuros, las sombras que
-se dibujaban en los altos puentes, las separadas piedras de mármol
-lamidas por las olas, el ruido del agua, que parecia una lágrima
-cayendo sobre<span class="pagenum" id="Page_188">[p. 188]</span>
-otra lágrima, y los gritos de los gondoleros que parecian un lamento
-repetido por otro lamento.</p>
-
-<p>Pero en esto llegamos al gran canal, frente á la iglesia de
-la Salud, donde íbamos á alojarnos, muy cerca de la piazzetta de
-San Márcos. Su anchura es allí la anchura de un brazo de mar. Sus
-aguas son claras como si lleváran disuelta la luz del dia. La
-fosforescencia que dejan los remos y la quilla dibujan por doquier
-largas cintas blanquecinas como rayos de luna. Al desembocar
-nosotros de los pequeños canales en aquella grande extension, várias
-góndolas se dirigian al Rioalto iluminadas por faroles venecianos,
-sólo comparables á guirnaldas de luminosas flores. Esta mágica
-iluminacion resaltaba en la oscuridad de la noche y se repetia
-en la trasparencia de las aguas. De las góndolas salia un coro
-armoniosísimo, solemne, acompañado por excelente música; acordes
-misteriosamente engrandecidos y dulcificados por la sonoridad del
-aire y de las lagunas. Despues de haber pasado aquella travesía,
-despues de haber hecho por la red infinita de canales aquel viaje,
-en que Venecia semejaba una de esas místicas ciudades pintadas por
-los artistas de la Edad Media en las paredes de los cementerios
-para representar el infierno, al verme en el gran canal, en aquella
-larga serie de monumentos, sobre el agua trasparente, bajo el cielo
-clarísimo,<span class="pagenum" id="Page_189">[p. 189]</span>
-descubriendo las iglesias de blanco mármol iluminadas como grandes
-montañas de nieve por los rayos de los astros, contemplando las
-góndolas que se deslizaban rápidamente, festin flotante consagrado
-al arte, oyendo aquella música, aquella armonía deliciosa en alas de
-los vientos de la misteriosa laguna, creíme en la antigua Venecia,
-en la que traia la riqueza y los colores de Oriente, en la que
-escuchaba las serenatas de Leonardo de Vinci, en la que prestaba los
-matices del íris á la paleta de Ticiano, en la que se reia con la
-carcajada de Aretino, en la que llevaba, como un esclavo, el Imperio
-de Constantino á sus piés, y como una compañera á su lado, Grecia, la
-tierra de los poetas. Pero la serenata pasó, las luces se perdieron
-pronto en los recodos del canal, sumergióse la laguna en su profundo
-silencio, y las torres de las iglesias vecinas dieron el toque de
-Ánimas con elegíaco lamento.</p>
-
-<p>Al dia siguiente faltábame el tiempo para ver Venecia. Confieso
-que una de las artes á mis ojos más maravillosa y expresiva, es
-la arquitectura. Sus piedras, reguladas por las ideas, como las
-notas de un cántico ó como los miembros de un discurso, me inspiran
-siempre, cuando aciertan con sus armonías á expresar la belleza,
-un placer purísimo, intelectual. Las grandes líneas, los dilatados
-espacios, los ambiciosos arcos, las aéreas<span class="pagenum"
-id="Page_190">[p. 190]</span> rotondas, las columnas con sus adornos,
-las galerías con sus léjos, los patios y los claustros, sumergen á
-la mente en profundas meditaciones y expresan siempre el genio del
-siglo con su carácter simbólico. Yo gusto mucho de la arquitectura
-griega, de su sobriedad, de su austera sencillez, de su gracia
-infinita, de la facilidad con que expresa grandes ideas con pocos
-medios y llega á la hermosura sin violentar sus formas, poniendo
-un ligero friso, cuadrado, sobre cuatro frentes de intercolumnios,
-cuyas armonías son tales, que puede decirse cantan como un coro. Yo
-admiro tambien á los romanos, que sobrepusieron los tres géneros de
-la arquitectura en sus monumentos, como sobrepusieron las tres edades
-de la historia en su civilizacion y en sus códigos. Yo no olvidaré
-nunca la rotonda del panteon donde espiró el paganismo; ni los arcos
-triunfales, puertas magníficas de la nueva edad del mundo. Sobre
-todo, lo que el arte antiguo me inspira siempre es un culto infinito
-á la sencillez de las formas y á la naturalidad de la expresion.
-Pero este entusiasmo por el arte antiguo no excluye la admiracion
-por todos los géneros bellos de arquitectura. No hay cosa peor que
-el exclusivismo en las artes. Los arquitectos del pasado siglo, en
-su ódio por el gótico, llegaron, áun los de más gusto, á construir
-unos edificios grandes, pero mudos; más<span class="pagenum"
-id="Page_191">[p. 191]</span> que severos, rígidos, con toda la
-rigidez de la muerte. Hay arquitecturas que se distinguen por su
-sabiduría, por su perfecta sujecion á las leyes de la estática. Tales
-son la griega y la romana. Han pasado sobre ellas los siglos, y ese
-otro elemento más devastador todavía que los siglos, las cóleras de
-los hombres; pero se han estrellado contra su imperturbable firmeza.
-Hay, sin embargo, arquitecturas que se distinguen por su expresion.
-Tales son la oriental y la gótica. Venecia se parece á Granada, en
-que Venecia tiene una arquitectura propia, exclusiva, nacida de
-sus particulares circunstancias históricas y del ministerio único
-representado por ella entre el Oriente y el Occidente. Así como los
-granadinos, conservando siempre aquel carácter árabe que llegó á
-su perfeccion en la aljama de Córdoba, se acercaban al gótico, los
-venecianos, conservando el carácter bizantino y gótico, general en la
-Edad Media, le arrojaban encima como un velo de oro las ricas preseas
-del Oriente. Así ha creado Venecia esa serie de monumentos que son
-el prodigio de los prodigios, por su variedad y por su riqueza. Si
-vais á examinarlos con el Vitrubio en la mano, con las reglas de
-Vignola en la mente, llevando la escuadra y el compas, sometiéndolos
-á un exámen matemático, demandándoles obediencia ciega á las leyes
-de la estática, pronto á in<span class="pagenum" id="Page_192">[p.
-192]</span>dignaros si veis que una galería está sostenida por
-un armazon de hierro, que una columna gruesa está sobrepuesta á
-una columna ligera como riéndose de los principios generales de
-la gravedad física, que una mole de mármol pesa, siendo como una
-montaña, sobre el encaje de una galería aérea y ligerísima; si ante
-todo y sobre todo poneis las matemáticas, no os pareis delante de
-esos edificios de la Edad Media, que ante todo y sobre todo ponen
-la riqueza de la expresion, riqueza grande, inverosímil, como son
-inverosímiles todas las hipérboles, pero en realidad muy bella. ¡Cómo
-influye en las artes el medio en que se desarrollan! Venecia es una
-maga que obliga á los artistas á seguirla y les imprime su beso de
-fuego en la frente. Los arquitectos del siglo décimoquinto construyen
-edificios severos en Roma, al mismo tiempo que el gótico florido abre
-sus calados rosetones en toda Europa como las primeras flores del
-Abril del Renacimiento. Y los arquitectos de Venecia, á fines del
-siglo décimosexto y principios del siglo décimoséptimo, cuando el
-arte clásico todo lo ha avasallado, sin dejar de seguir su influjo,
-coronan los frisos de sus monumentos, las cúspides de sus torres, las
-azoteas de sus palacios con joyas y cinceladuras, esmaltadas siempre
-por el oriental carácter veneciano.</p>
-
-<p>Salgamos, pues, á contemplar á Venecia. Nues<span class="pagenum"
-id="Page_193">[p. 193]</span>tra góndola se desliza por el
-gran canal. Las aguas tienen un verde-esmeralda, el cielo un
-azul-turquesa, los bancos de arena un brillo de oro, las casas de
-las cercanas islas un esmalte de coral-rosa, y las iglesias de
-mármol una trasparencia tan extraordinaria que parecen iglesias
-de cristal: bruñe el sol todos los objetos con sus rayos, esos
-pinceles de la naturaleza, y la brisa cargada con los aromas de
-la primavera, con las salinas exhalaciones del mar, perfumada y
-picante, os convida con sus voluptuosos besos á la infinita alegría
-de vivir. No tenemos tiempo de mirar ese gran canal que los pintores
-venecianos, reproduciéndolo de todas maneras, desde los albores
-de la escuela con Carpacio hasta su extincion con Canalletto, han
-impreso indeleblemente en las retinas de los amadores del arte. Sólo
-es dado ver con una rápida ojeada que desde los edificios pesados
-bizantinos, hasta los edificios elegantes del siglo décimosexto, y
-desde los elegantes del siglo décimosexto hasta los abigarrados de
-la decadencia, unidos á monumentos góticos de todo género, ornados
-con guirnaldas sirias y árabes, la historia del arte se apiña en dos
-largos muros de mármol á uno y otro lado del canal, realzada por los
-reflejos del agua y por las tintas del cielo. En cada ciudad buscais
-primero un monumento, un punto. En Sevilla la catedral, en Granada
-la Al<span class="pagenum" id="Page_194">[p. 194]</span>hambra, en
-Córdoba la mezquita, en Roma el Coliseo, en Nápoles el Vesubio, en
-Pisa el Cementerio, en Florencia la plaza de la Señoría, y en Venecia
-la plaza de San Márcos. Llegamos al pié de su magnífica escalera.
-Nos detenemos extasiados. No es posible pintar á Venecia. La palabra
-humana carece de bastantes matices para tan rico cuadro. Yo no lo
-intento siquiera. Se necesita ver, y sentir, y admirar, y empapar en
-aquellos colores los ojos, y absorber por todos los poros aquella
-vida, y luégo callarse.</p>
-
-<p>Nunca he deplorado tanto el compromiso contraido con mis lectores,
-á cuya inagotable bondad voy á faltar, encontrándome con este
-soberbio paisaje ante mis ojos y esta humilde pluma en las manos.
-En primer término, el lago, espléndidamente iluminado por el cielo
-y el sol, que lo borda con sus rayos; al Norte la desembocadura del
-gran canal con sus varios y ricos edificios; al extremo derecho de
-la desembocadura la mármorea iglesia de la Salud, cuyas blancas
-rotondas se dibujan maravillosamente en la nitidez del aire; ante
-esta iglesia, levantada en torre graciosa, una grande esfera
-de bronce dorado y en su polo un ángel de bronce oscuro; á la
-desembocadura izquierda, una terraza de jaspe sobre la cual ostenta
-sus flores primaverales, ameno, aunque estrecho, jardin, poblado
-de mariposas; en el centro<span class="pagenum" id="Page_195">[p.
-195]</span> la piazzetta, el palacio de Sansovino, cincelado como
-un escudo de Cellini y rematado por un coro de estatuas; el palacio
-de los Dux, al otro lado, descansando su mole de mármol rojo y
-blanco sobre una doble galería de arcos góticos entrelazados por un
-juego de caprichosos rosetones, y recamados en el chapitel de sus
-columnas con esculturas bizantinas, que se armonizan y se enlazan
-de una manera admirable con la diadema de agudos triángulos y los
-airosos campanarios de la cima; ante estos dos monumentos, las dos
-columnas de granito oriental, dos monolitos colosales, y encima el
-cocodrilo de San Teodoro y el leon de San Márcos, que parecen exhalar
-el huracan de sus abiertas fauces; en el fondo, al lado izquierdo,
-el Campanile, alto y airoso como nuestra Giralda, calzado por una
-tribuna maravillosamente esculpida, y coronado por un ángel que
-alza sobre su aguda aguja las alas de oro á lo infinito; al mismo
-fondo, en el lado derecho, la Basílica, oriental, gótica, griega,
-bizantina, árabe, mezcla de todas las arquitecturas, resúmen de todas
-las épocas, con sus arcos azules sembrados de estrellas, sus columnas
-de todos los jaspes, sus estatuas y sus bizarros campanarios,
-los cuatro caballos de Corinto sobre la puerta, los mosaicos de
-cristales venecianos en los huecos, de cuyo áureo cielo se destacan
-maravillosas figuras de<span class="pagenum" id="Page_196">[p.
-196]</span> todos colores, las rotondas en la cima, breves copias de
-las rotondas de Santa Sofía como una aparicion del Asia; y en las
-vastas proporciones de aquel paisaje, el muelle de los esclavones
-lleno de navíos, realzados por los pintorescos trajes de los turcos
-y de los griegos, por la gran multitud veneciana que en aquella
-vastísima calle desemboca; más léjos todavía las islas de San Jorge
-Mayor con su iglesia de color de rosa y blanco; la Giudecca con sus
-edificios empapados en todos los matices del íris; San Lázaro con su
-convento armenio, cuya torre oriental parece la vela rizada de un
-gran navío; el Lido poblado de bosques, que tocan las aguas con sus
-ramas y llenan los ruiseñores con sus cantares; los jardines como
-islas flotantes, como canastillos gigantescos de flores confiados al
-agua; todo atravesado por las gasas celestes de los canales, todo
-variadísimo, por el color ya dorado, ya argentado de los bancos de
-arena, todo animado por el contraste de las blancas velas latinas
-que entran y salen con las negras góndolas venecianas que por do
-quier se deslizan, todo arrullado por las ondas del Adriático; al
-lejano Occidente los Alpes, que bajan como un ejército de gigantes
-pirámides celestes, y en el lejano Oriente, como una música eterna,
-el viento que viene desde las playas de Grecia. No hay nada igual en
-el mundo.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_197">[p. 197]</span></p>
-
-<p>¡Cuántas hermosas ciudades hemos recorrido en Italia! Cada una
-tiene su maravilla, y cada maravilla su carácter. Cuando vais de
-Roma á Nápoles, no os parece hallaros en otra tierra, sino en otro
-planeta. El cementerio de Pisa y el cementerio de Bolonia son
-magníficos; pero hay entre ellos tanta distancia como entre el
-panteon de Agripa y la catedral de Milan. De Florencia á Pisa vais
-en dos horas, de Pisa á Liorna en media; y cada una tiene abismos
-de diferencia en sus calles, en sus monumentos. La magnífica torre
-inclinada de Pisa parece hecha á millares de leguas del lugar donde
-se alza la divina rotonda de Santa María dei Fiori de Florencia.
-Cada una de estas ciudades ostenta su escuela especial de pintura
-y su especialísimo carácter de arquitectura. Cada una de ellas
-engendra un genio que le devuelve, en cambio del regalo de la vida,
-el regalo de la inmortalidad. Pisa tiene á Nicolas, que ha adornado
-con dos siglos de anticipacion el Renacimiento, haciendo florecer
-bajo su cincel los mármoles; Bolonia tiene á Juan, que detiene
-un momento la decadencia de la escultura; Fiezzolli tiene á Fra
-Angellico, que pinta los ángeles con la misma facilidad con que
-Platon describe las ideas puras, y de rodillas ante las Vírgenes
-salidas de su pincel, entre los límites de<span class="pagenum"
-id="Page_198">[p. 198]</span> dos siglos, como el décimocuarto y el
-décimoquinto, que son los límites de dos mundos, simboliza el fin de
-las edades místicas; Venecia es la madre del Ticiano, Verona de Pablo
-Cagriari, Florencia de Miguel Ángel, y Roma puede llamarse, por las
-loggias, las estancias, la transfiguracion, las Sibilas, la Galatea
-de la Farnesina, la Madona de Foligno y el Isaías, la capital de
-Rafael.—¿De dónde proviene esta grandeza?—De la descentralizacion de
-sus gobiernos, de la libertad de sus repúblicas, de la independencia
-municipal. Sólo hay en la historia una época superior á su época,
-un pueblo más ilustre que sus pueblos, Grecia. Pero el secreto de
-su grandeza está en la misma causa que el secreto de la grandeza de
-Italia. Miguel Ángel es uno de esos titanes que llevan en sus piés
-las heridas de las moles calcinadas, puestas unas sobre otras para
-escalar al cielo, y en sus frentes las heridas de las tempestades que
-han atravesado, buscando solitarios por las regiones superiores de la
-atmósfera lo infinito. Pues bien; Miguel Ángel, cuando vió morir la
-libertad en su patria, cinceló una figura hermosísima pero triste,
-le puso la perfeccion griega en las formas, el dolor cristiano en
-la frente, le cerró los ojos, le extendió sobre un sepulcro y le
-llamó la noche. La ausencia de la libertad<span class="pagenum"
-id="Page_199">[p. 199]</span> fué la muerte de Venecia, la muerte de
-Milan, la muerte de Pisa, la noche de Italia. Por todas partes se
-encuentra en la geología de la sociedad á la libertad, como en la
-geología del planeta á Dios.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_7">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_201">[p. 201]</span></p>
- <h2 class="nobreak">EN LAS LAGUNAS.....</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_203">[p.
-203]</span>Al fin tenemos luz, ese flúido sólo comparable al
-pensamiento, en que esclarece y vivifica. Aquí me baño en el éter
-desprendido de un cielo sin nubes y reflejado por un lago sin
-sombras. Yo quisiera ver mi interior, mi espíritu, con el plástico
-relieve que toman á esta luz oriental todas las cosas. Nosotros
-mismos somos lo más oscuro y lo más incomprensible que existe en la
-creacion. ¿Por qué no habia de ser mi razon tan clara como el sol?
-Despues de todo, la luz del gran astro se perderia, como música no
-oida, si no iluminase la humana frente. ¿Por qué no habia de ser mi
-espíritu tan diáfano como estas aguas celestes, en cuyos espejos se
-repiten con todas sus asiáticas cresterías, con todos sus adornos
-ó todas sus grecas los edificios de Venecia? Despues de todo, el
-Universo sería como un libro cerrado y en blanco, si no llenase sus
-páginas de ideas el humano espíritu. ¿Por qué los horizontes de mi
-pensamiento no habian de tener el mismo esplen<span class="pagenum"
-id="Page_204">[p. 204]</span>dor de estos horizontes? Sombras de
-sombras serian todas las cosas si no las animasen de un alma las
-ideas. Quitad el espíritu del planeta, y decidme despues para quién
-cantarian las aves que ahora gorjean en los árboles cuyas ramas tocan
-las aguas, y para quién exhalarian su incienso esas flores que ahora
-beben la savia embriagadora de la primavera. Las cosas serian, sin
-las ideas, jeroglíficos sin lectores ni intérpretes. El Universo
-sin espíritu sería, cuando ménos, un teatro sin actores. Pero el
-espíritu, ¿qué luz interior tiene?</p>
-
-<p>Yo no conozco en la historia ninguna época de tanta angustia
-moral como nuestra época. Las creencias que cinco siglos de fe
-y de martirio habian levantado, se han caido en tres siglos de
-análisis. El antiguo dia de las almas se avecina á su ocaso, y no
-estamos seguros de que amanezca otro nuevo dia. La campana que ahora
-toca la oracion, el órgano que ahora acompaña el cántico de los
-monjes, la imágen que ahora veneran los marineros del Adriático,
-van pasando á ser como los himnos griegos, como los bajo-relieves
-del Parthenon, objetos de culto artístico, pero no objetos de culto
-religioso. Aquí tambien se oye alzarse de las aguas un lamento
-elegíaco, sólo comparable al lamento lanzado por las antiguas sirenas
-cuando oyeron de labios de los nazarenos que<span class="pagenum"
-id="Page_205">[p. 205]</span> el mundo era llamado á una nueva fe en
-la maceracion y la penitencia. El Dios-espíritu ve condensarse contra
-su poder y contra su Verbo nubes de ideas tan amenazadoras como las
-que destronaron y destruyeron al Dios-naturaleza. ¿Qué luz interior
-tiene el espíritu en esta suprema crísis?</p>
-
-<p>Tales ideas me asaltaban una tarde de Mayo de 1868, al borde
-espléndido de la maravillosa laguna de San Márcos, y enfrente de la
-desembocadura del gran canal de Venecia, sobre la isla de San Lázaro,
-á la puerta del convento de los armenios. El sol, que se habia
-ocultado tras la Giudecca, doraba con sus últimos rayos las cúpulas
-de las iglesias y las rotondas orientales de la gran Basílica; las
-góndolas negras, que resaltaban sobre las aguas azules, corrian
-rápidas en todas direcciones como fantásticos seres; al frente
-agrupábanse los maravillosos palacios venecianos esmaltados por
-todas las artes; á la espalda se dibujaba el Lido, como un jardin
-flotante lleno de vegetacion, de flores, de gorjeos; y en todas
-direcciones surgian las islas, en que los árboles se balanceaban
-cual si tuvieran sus raíces en las aguas, y entre los árboles
-resplandecian maravillosos edificios, como anclados en aquel mar de
-indelebles recuerdos y de eterna poesía. Se necesita para comprender
-la hermosura sentir desde<span class="pagenum" id="Page_206">[p.
-206]</span> allí cómo espira el dia en las lagunas; cómo se iluminan
-de estelas fosforescentes las aguas; cómo brotan las primeras
-estrellas en el cielo y las primeras luces en las ventanas y en las
-calles de la ciudad; cómo estas luces tiemblan al reflejarse en los
-canales; cómo suenan los últimos toques de la campana de la oracion
-mezclados con los cantares voluptuosos de los gondoleros y las
-salmodias de los conventos; cómo se encuentran unísonas en el cielo
-voces del espíritu con voces del Universo.</p>
-
-<p>Espectáculo tan maravilloso no distraia mi alma del pensamiento,
-ni el pensamiento de la contemplacion de esta crísis suprema del
-humano espíritu. Cuando más absorto estaba, dirigióse á mí un monje
-para decirme oficiosamente la hora en que el convento cerraba á los
-curiosos sus puertas. Aunque aquel aviso pareciera urbana despedida,
-sentia yo deseo invencible de permanecer allí, puesto que la hora
-de clausura no era todavía; y mi góndola estaba pronta á conducirme
-á la ciudad, que dista de la isla de San Lázaro tres kilómetros.
-Los monjes armenios venden maravillosas obras orientales; yo no soy
-ajeno al estudio de las lenguas semíticas, y valíme de la treta de
-una conversacion sobre tema tan socorrido para prolongar mi visita á
-sitio tan delicioso.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_207">[p. 207]</span></p>
-
-<p>Inmediatamente se olvidó el monje de su consigna, y comenzó á
-departir conmigo de estudios y letras. Poco á poco la conversacion
-llegó á las materias religiosas. Yo he sentido siempre incontrastable
-ímpetu á difundir mis ideas entre las muchedumbres; pero jamas
-caigo en la tentacion de convencer ni persuadir en conversaciones
-particulares á mis interlocutores. Así como trazo una línea divisoria
-entre el lenguaje vulgar y el lenguaje oratorio, trazo otra línea
-divisoria entre los oyentes numerosos y el oyente singular con
-quien trabo ó mantengo un diálogo. He notado que si yo nunca me
-decido á convencer ni persuadir en la vida ordinaria, muchos de mis
-interlocutores caen, bien al reves, en la manía de convencerme y
-persuadirme á mí.</p>
-
-<p>El sacerdote con quien yo departia á la sazon, era un jóven,
-turco de nacimiento, católico de religion, armenio de rito, monje de
-entusiasmo, oriental en su lenguaje sembrado de imágenes, veneciano
-por su finura y su hospitalidad; en el fondo de la conciencia
-místico, cual un sectario asiático, pero en el comercio con sus
-semejantes, de una tolerancia en perfecta armonía con el carácter
-de nuestro siglo. Estaba enfermo, muy enfermo, y tenía seguridad
-de muerte próxima. Esta melancólica evidencia daba á sus ideas,
-severas como la moral, solemnes como el culto,<span class="pagenum"
-id="Page_208">[p. 208]</span> poéticas como la tierra donde habia
-nacido y la tierra donde iba á morir, las infinitas perspectivas de
-la eternidad. Hoy, pasados cuatro años, todavía recuerdo con viveza
-aquella conversacion de la cual quiero trasmitiros un fragmento,
-porque muchas de sus ideas me fortalecen todavía en mis combates
-interiores, y todavía me alientan en mi esperanza de una renovacion
-moral análoga á las renovaciones sociales. La contradiccion que entre
-nosotros surgió vino á desvanecer muchas de las dudas que, relámpagos
-de sombras, pasaban por mi alma.</p>
-
-<p>—¿Creeis, me decia, que nuestro estado moral ha de continuar?
-¿Creeis que podemos llevar tanto tiempo una fe muerta en la
-conciencia? Toda idea muerta mata el espíritu que en sí la lleva,
-como el feto muerto gangrena las entrañas que lo encierran.</p>
-
-<p>—Os lo he repetido ya várias veces en el curso de nuestra
-conversacion, le dije. Yo no creo que pueda mantenerse viva la
-conciencia en el seno de una fe completamente muerta. El espíritu
-tiene analogías con la naturaleza. Y la naturaleza no aniquila,
-transforma; no mata, renueva. Es necesario renovar el espíritu en la
-renovacion de la sociedad.</p>
-
-<p>—¡Renovarlo! me dijo. ¿Y cómo vais á crear una religion nueva?
-¿De dónde sacaréis los após<span class="pagenum" id="Page_209">[p.
-209]</span>toles que prediquen, los mártires que mueran, las ideas
-necesarias, los sacrificios indispensables á una transformacion
-religiosa? El árbol de la fe se riega con sangre. La humanidad en
-nuestro tiempo tiene vocacion al trabajo; no tiene vocacion al
-martirio, como la tenía en la época del Redentor. Derramará hasta
-extenuarse todo el sudor que pueda destilar sobre las máquinas del
-trabajo; no derramará ¡ay! ni una gota de sangre ante las aras de la
-fe. Los pueblos me parecen hoy atletas llenos de energía física, pero
-faltos de alma.</p>
-
-<p>—No obráran las maravillas que obran si no sintieran dentro de
-sí el vapor de grandes ideas. Han subido á los cielos y les han
-arrancado el rayo, porque tenian estatura moral bastante á tocar
-con su frente en las nubes. Las épocas de decadencia ni crean, ni
-inventan, ni trabajan. El desaliento y la decrepitud se sienten á una
-en todas las esferas de la actividad y en todas las manifestaciones
-de la vida.</p>
-
-<p>—Pero creo haberos oido decir que los pueblos no creen si no
-tienen ideal.</p>
-
-<p>—Es verdad. Mas creo que el ideal no debe brotar sólo del
-sentimiento, sólo de la fantasía, sino de la razon. Vuestro ideal
-es todo entero para la imaginacion. Y en las épocas reflexivas,
-los ideales que sólo son hijos de la fantasía y sólo á<span
-class="pagenum" id="Page_210">[p. 210]</span> la fantasía se
-enderezan, mueren como en la estacion de los frutos mueren las
-flores.</p>
-
-<p>—Vosotros no creeis en el milagro.</p>
-
-<p>—No hablemos de nuestras opiniones individuales, porque entónces
-nuestros debates serán disputas, contestéle yo. Hablemos de algo
-más alto, hablemos de la crísis que atraviesa el espíritu humano en
-nuestro tiempo. Vuestras ideas propias valen ménos en comparacion del
-alma infinita de la humanidad, que las gotas destiladas de ese remo
-en comparacion de los caudales del mar.</p>
-
-<p>—Pues bien; me rectifico, y digo: nuestro siglo no cree en el
-milagro.</p>
-
-<p>—Teneis razon. Su conocimiento de las leyes naturales hale llevado
-á proclamar que estas leyes no se interrumpen ni por un minuto. Mas
-hé aquí la base de mi tésis: no forjeis, ni mantengais un ideal
-religioso en oposicion absoluta con la ciencia. Las más inferiores de
-nuestras facultades, la sensibilidad, la fantasía, se conmoverán al
-tañido de las campanas, á la vista de las sagradas imágenes, al eco
-del órgano que eleva un himno á los cielos, á la aparicion de esas
-basílicas milagrosas, como la basílica de San Márcos, tachonada de
-mosaicos, donde el color agota sus matices, y poblada de obras donde
-el arte agota sus inspiraciones, monumentos en cuyas bóvedas<span
-class="pagenum" id="Page_211">[p. 211]</span> se ven vagar las
-plegarias de diez siglos, y en cuyos pavimentos dormir los huesos de
-innumerables generaciones; pero por poeta que seais, por conmovido
-que esteis, en cuanto la razon penetre en tantas armonías y ensueños,
-los desvanecerá con sus glaciales pero incontestables afirmaciones,
-dejándoos en lucha perpétua entre la sensibilidad y el entendimiento,
-lucha que conviene terminar, si hemos de ser soberanos de la
-naturaleza, sólo sometida á la verdad y á la ciencia.</p>
-
-<p>—Esa lucha ¡oh! esa lucha será terminada por la fe.</p>
-
-<p>—Pero la fe no puede contrariar verdades probadas ó evidentes.
-Los dioses antiguos sonreian en la cima de las colinas sembradas de
-mirtos y de templos, á las orillas de mares que parecian dormirse
-bajo su amparo, entre coros de poetas que divulgaban sus nombres,
-sobre pueblos artistas y creyentes; pero un dia la ciencia demostró
-que aquellas divinidades repugnaban á la razon, y á pesar de tener
-en su defensa pueblos heroicos, invencibles, como el pueblo romano,
-murieron todas juntas al soplo de una idea.</p>
-
-<p>—Pero con aquellas divinidades murieron las sociedades que
-personificaban.</p>
-
-<p>—No murieron, se trasformaron. ¿Murió el derecho romano? ¿Murió
-aquella literatura clásica, modelo todavía en nuestras escuelas?
-¿Mu<span class="pagenum" id="Page_212">[p. 212]</span>rieron
-aquellas artes plásticas que copiamos y repetimos? ¿Murieron ni
-siquiera aquellas lenguas á cuyas sábias combinaciones debemos toda
-nuestra nomenclatura científica? Lo único que pereció fué lo único
-que se creia imperecedero, el Dios ó los dioses de aquel mundo.</p>
-
-<p>—¡Y cuántas lágrimas, cuánta sangre costó fundar la nueva
-creencia! me contestó el sacerdote. El mundo se encenagó en las
-orgías. Aquella Roma tan fuerte dejó caer la espada del combate para
-empuñar la copa del festin. Las venas de la humanidad se hincharon
-con el canceroso vino de todas las concupiscencias. Fué preciso para
-curar tanto mal, nada ménos que la irrupcion de los bárbaros y el
-destronamiento de Roma.</p>
-
-<p>—Ved adónde os lleva la implacable lógica de vuestras deducciones:
-á llorar la muerte del paganismo, vos, sacerdote católico.
-Seguramente en ningun lugar de la tierra se apena tanto el ánimo
-del artista, al sentir la desaparicion de aquellos hermosos
-seres, imaginados por los poetas, y en el mármol encarnados por
-los escultores, como aquí, en su patria, al rumor de las olas del
-Adriático, bajo este cielo que todavía refleja sus miradas. Pero si
-al estado químico-físico del planeta corresponden los organismos, al
-estado moral del espíritu corresponden las religiones. El mundo sigue
-su vida independiente de nues<span class="pagenum" id="Page_213">[p.
-213]</span>tras concepciones abstractas de esa vida. Y Dios existe
-independientemente de la relacion que con su sér incomunicable
-establezca nuestro espíritu. Hoy no comprendemos el mundo como lo
-comprendian nuestros padres. Para ellos estaba inmóvil, para nosotros
-se mueve. Para ellos el sol rodaba en torno de nuestra tierra, para
-nosotros la tierra rueda en torno del sol. ¿Ha cambiado la naturaleza
-porque cambie nuestra concepcion de la naturaleza? Pues tampoco
-cambia Dios porque cambie nuestra concepcion de Dios. Lo bueno, lo
-verdadero, lo hermoso, existen por sí, é independientemente de todos
-los juicios que acerca de ellos se formen. Para acercarnos al ideal,
-no hay sino aprender la verdad en la ciencia como en la conciencia,
-y realizar con desinteres absoluto en toda la vida el bien. Las
-religiones han servido para educar progresivamente á la humanidad.
-Sus esperanzas infinitas, sus terrores saludables, despertaron al
-hombre del seno de la naturaleza en que dormia para alzarle á una
-vida interior mucho más pura y mucho más elevada. El frágil espíritu
-humano obtuvo así la idea de lo infinito, y sintió así el soplo de
-lo divino como creándole de nuevo y en cierto sentido redimiéndole.
-Pero no hay que dudarlo; si la religion de la naturaleza fué un
-progreso respecto al fetichismo, y la religion del espíritu un
-progreso respecto á la re<span class="pagenum" id="Page_214">[p.
-214]</span>ligion de la naturaleza, ¿por qué, por qué imaginar, por
-qué creer que se ha parado ó que ha retrocedido esta permanente
-revelacion?</p>
-
-<p>—¿Imaginais que puede llegar más allá alguna revelacion? Dios, por
-un acto de su voluntad, por un soplo de su aliento, crea el mundo
-sin mal, y sobre el mundo al hombre sin pecado; la culpa cae del
-espíritu hecho libre sobre la naturaleza hecha su esclava, deslustra
-la creacion y rebaja á la humanidad; nacen los hijos de los hombres
-sujetos al pecado, y el pecado al castigo que crea generaciones
-de generaciones enfermas, cuyos cuerpos se pierden tristemente en
-el placer, cuyas almas se desvanecen como sombras de sombras en
-los abismos; hasta que el mismo Dios conocido sólo de un pueblo,
-desciende así á rescatar las culpas de todos los hombres, como á
-revelarse á todos los hombres; y desde entónces los aires están
-llenos de ángeles custodios, los altares de santos próvidos, la
-naturaleza regenerada por la pureza de la Vírgen Madre, el espíritu
-iluminado por el Verbo divino, y las esperanzas de la inmortalidad
-resplandeciendo más allá del sepulcro, para fortalecernos con la
-energía de una vida llamada á dilatarse en la eternidad.</p>
-
-<p>—Líbreme Dios de contradecir ningun dogma. Los respeto
-profundamente todos. Mas yo niego que pueda sostenerlos una autoridad
-externa,<span class="pagenum" id="Page_215">[p. 215]</span> fuerte,
-coercitiva en estos tiempos de razon y de libertad. Es necesario que
-la fe brote espontáneamente de las almas. Es necesario que impulse
-á la conciencia, y la conciencia á la voluntad. Así la idea se
-encarnará en el espíritu, y el espíritu se encarnará en la vida, y
-la vida será verdaderamente religiosa, y la religion norma é ideal
-viviente.</p>
-
-<p>—¿Y no veis realizado esto en ninguna parte?</p>
-
-<p>—No. Veo, al contrario, que miéntras la civilizacion más se
-inclina á la libertad, se inclinan más las sectas religiosas á la
-autoridad. Veo que miéntras las ideas de igualdad democrática más
-profundamente se arraigan en la esfera social, más en la esfera
-dogmática se pretende divinizar absurdos privilegios, opuestos á
-cuanto hay de fundamental en nuestra naturaleza. Veo, bien al reves
-de los tiempos cristianos en que Dios se humillaba hasta revestir
-la naturaleza del hombre, los hombres, llamándose infalibles, que
-aspiran á exaltarse hasta revestir la naturaleza de Dios. Lo veo
-invadido todo por el egoismo y el sentido utilitario, cuando tanto
-necesitamos de que el lado ideal de nuestra naturaleza, el que á
-los cielos mira, se despierte y se avive. Las ideas religiosas, que
-debian ser puramente espirituales, van volviéndose fuerzas mecánicas;
-y los sacerdotes, que debian tener en sus manos y reflejar<span
-class="pagenum" id="Page_216">[p. 216]</span> sobre nuestras frentes
-la luz de lo ideal, simples funcionarios del Estado. Veo todo esto
-con dolor, porque yo quisiera que en la aridez y desolacion de
-nuestra vida pudiéramos libar algunas gotas de rocío celeste que
-refrigerase la sequedad de nuestros labios, abrasados de sed por lo
-infinito.</p>
-
-<p>—Mas la creencia necesita una definicion que la contenga y la
-formule; la definicion, una autoridad que la imponga y la divulgue;
-la autoridad, una personificacion que la represente. La fe no sería
-sino el dogma; el dogma no se mantendria sin la definicion; la
-definicion, sin la Iglesia; la Iglesia, sin el Papa; el Papa, sin el
-Espíritu divino, que debe comunicarle su propia infalibilidad.</p>
-
-<p>—¿Creeis que Dios ha escogido una persona aparte, privilegiada,
-para comunicarle la verdad? Yo soy más creyente. Yo creo que así como
-ha extendido la luz por todos los orbes, ha extendido la razon por
-todos los espíritus. Yo creo que así como nos ha dado la propia vista
-para el mundo externo, y la propia vista no puede ser por ninguna
-autoridad, ni reemplazada ni sustituida, nos ha dado la conciencia
-para comunicarnos con el mundo interior, y la conciencia no puede
-ser tampoco por ninguna autoridad sustituida ni reemplazada. Yo creo
-que todos vemos<span class="pagenum" id="Page_217">[p. 217]</span>
-la luz, que todos la confesamos; y los tenebrosos de alma son tan
-raros y tan excepcionales, como los ciegos de nacimiento. Los seres
-se bañan en la vida universal; los planetas y los soles, en el éter;
-las almas, en Dios. Creo más: creo que la revelacion es eterna,
-inmanente, progresiva, de todos los siglos; teniendo por sus órganos
-á los filósofos, á los poetas, que han revelado una verdad, y á
-los mártires que por la verdad han muerto. Sólo así la historia se
-ilumina, la vida se eleva á lo infinito, la conciencia se enrojece en
-la absoluta verdad, como el hierro en el fuego. Sólo así nos sentimos
-unos en todas las generaciones y nos elevamos á la comprehension de
-todas las ideas; sólo así traemos á nuestra alma el espíritu humano,
-y en el espíritu humano diluimos nuestra alma. Sólo así nos elevamos
-á Dios, y Dios se comunica íntimamente con nosotros. Sólo así podemos
-ser habitantes verdaderos del Universo, verdaderos hijos de Dios, y
-unos é idénticos en toda la sucesion de los siglos con el desarrollo
-progresivo del humano espíritu.</p>
-
-<p>—Yo de ninguna suerte puedo conformarme con vuestras ideas.
-Parécenme contrarias á todas las verdades y justificativas de todos
-los errores. Yo creo que un solo pueblo ha conocido á Dios en el
-mundo antiguo, el pueblo judío; y que una sola sociedad conserva
-y difunde esta vida en el<span class="pagenum" id="Page_218">[p.
-218]</span> mundo moderno, la Iglesia católica. Fuera de estas dos
-grandes ráfagas de luz tendidas por el tiempo como la Vía Láctea
-por el espacio, sólo descubro tinieblas y tinieblas, que ciegan y
-asfixian.</p>
-
-<p>—¿Y el resto del trabajo humano se ha perdido? ¿Y del resto de
-la conciencia humana se ha Dios ausentado? ¿Qué creeriais de mi
-razon si yo os dijese: este jilguero ó esta rosa deben su vida al
-Creador; pero no se la deben ni este helecho ni ese murciélago? Si
-dividimos las cosas en divinas y no divinas, entregamos el mundo al
-maniqueismo; y el diablo disputa con derecho á Dios una parte en la
-creacion.—Si dividimos los pueblos en elegidos y réprobos, entregamos
-la sociedad á un poder arbitrario más temible que el destino antiguo.
-El ázoe, el oxígeno, el carbono, que separados matan, forman juntos
-el aire vital. No separeis tampoco las várias revelaciones de la
-verdad y del bien, porque todas juntas forman la atmósfera del humano
-espíritu. Los profetas no han escrito solamente en Judea, no han
-bebido solamente las aguas del Jordan y del Eufrates; han escrito
-en la India tambien, y han bebido las aguas del Gánges. Á formar
-las ideas judías ha contribuido tanto el sacerdote egipcio como el
-mago de Babilonia y el dualista de Persia. La idea es como la savia,
-como la sangre,<span class="pagenum" id="Page_219">[p. 219]</span>
-como la luz, como la electricidad, como los jugos de la tierra, como
-los gases de la atmósfera, como los flúidos del planeta. La idea
-no reconoce ni naciones, ni sectas, ni iglesias; pasa de la Pagoda
-á la Pirámide, y de la Pirámide á la Sinagoga, y de la Sinagoga á
-la Basílica, y de la Basílica á la Catedral, y de la Catedral á la
-Universidad, y de la Universidad al Parlamento, con la celeridad del
-rayo que truena, ilumina, quema y purifica. El cristianismo ha sido
-preparado lo mismo en las estancias de Isaías que en los diálogos
-de Platon. Á la revelacion universal ha llevado cada raza humana su
-contingente. El pueblo griego creia su vida completamente original,
-aparte de toda otra vida humana, sus dioses puramente nacionales y
-domésticos, y su casta Diana habia tenido templos en el Asia Menor,
-y su Baco, que representa la exaltacion, el delirio de la vida
-en el Universo, venía ébrio del néctar destilado por los bosques
-indios. Cuando el judío se aislaba al pié de sus altares y allí
-creia conservar su Dios alejado de todas las tentaciones paganas,
-iba Alejandro á perturbar aquel monólogo triste de un pueblo, y á
-llevar tras su carro de guerra las divinidades griegas, tocando el
-címbalo y la flauta frigia, despertadores de la alegría helénica en
-el seno de la triste, inmóvil y panteista Asia. El mesianismo no era
-una esperanza hebráica, era<span class="pagenum" id="Page_220">[p.
-220]</span> una esperanza universal. La sibila de Cúmas lo concebia
-en su gruta, á las orillas del sensual Tirreno, en los mismos dias
-en que Daniel contaba con los dedos las semanas de años que faltaban
-para su cumplimiento. Y en el Pausilipo, á la sombra de los altos
-olmos festoneados por las vides, á la vista de las ondas recamadas
-de espumas en que cantaban las sirenas griegas, entre las danzas
-báquicas, oyendo el caramillo del dios Pan y los coros de las
-vírgenes que trenzaban guirnaldas de flores sobre las aras humeantes
-de mirra, Virgilio anunciaba la redencion universal casi al mismo
-tiempo que el Bautista la pedia, vestido de sayal, macerado por el
-cilicio, en el desolado seno del desierto. Aténas con sus artes, Roma
-con su derecho, Alejandría con su ciencia, han contribuido tanto á
-la revelacion cristiana, como Jerusalen con su Dios. No olvideis,
-no, estas verdades evidentes, confirmadas por toda la historia. No
-seais como el judío que se encierra en las oraciones de su Biblia,
-y cree que despues el género humano ni una sola verdad religiosa
-ha podido añadir á las ideas judaicas. El cristianismo, más humano
-y más divino al mismo tiempo, ha tomado toda la Biblia y le ha
-añadido el Evangelio. ¿Por qué nosotros no añadirémos al Evangelio el
-Renacimiento, la Filosofía, la Revolucion, que ha llevado á la esfera
-social estas tres palabras<span class="pagenum" id="Page_221">[p.
-221]</span> cristianas: Libertad, Igualdad, Fraternidad? Leonardo de
-Vinci trazó Baco y trazó el Bautista en sus cuadros, que representan
-la primavera del espíritu moderno. Rafael encerró en las líneas
-de las diosas griegas el alma efusiva y santa de las Vírgenes
-cristianas. Miguel Ángel puso los dos coros de las sibilas y de los
-profetas en las bóvedas de la Sixtina. El espíritu humano es uno como
-el Universo, uno como Dios; y Dios, la naturaleza, el espíritu, son
-la eterna trinidad que ilumina las páginas de la historia. No nos
-separemos, ni del espíritu, ni de la naturaleza, ni de Dios.</p>
-
-<p>Estas palabras, si no arrastraron, comovieron á mi interlocutor.
-Yo mismo habíame exaltado extraordinariamente al calor de mis propias
-palabras. Así es que cogí la mano que el jóven sacerdote me tendia,
-la apreté, y dejéle entregado á sus pensamientos. La noche era
-serena, tranquila; brillaban las estrellas en el cielo y el fósforo
-en las aguas; un aliento primaveral refrescaba el ambiente y traia
-los ecos de la ciudad y del campo á los espacios celestes de la
-laguna, que convidaba á meditar sobre esta verdad evidente: como
-permanece inmóvil, serena, luminosa la naturaleza sobre las disputas
-y las discordias de los hombres.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_8">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_223">[p. 223]</span></p>
- <h2 class="nobreak">EL DIOS DEL VATICANO.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_225">[p.
-225]</span>¿Creeis que en realidad ha sido roto y deshecho el
-paganismo en esta tierra de Roma? Cerca de mi alojamiento se eleva el
-Panteon de todos los dioses. El genio católico no se ha contentado
-con alzarlo á las alturas y ceñirlo, como diadema, á la Basílica
-madre de todas las Basílicas cristianas, sino que lo ha convertido
-en el templo de todos los santos. La oracion se apaga allí en los
-labios. Entra demasiada luz por el círculo que corona la Rotonda para
-que pueda entregarse el ánimo á la meditacion y al recogimiento.
-Bautizado, lleno de altares, convertido en iglesia como la gran
-aljama de Córdoba, protesta contra los innovadores, y suspira
-calladamente por su antiguo culto.</p>
-
-<p>Así es todo en Roma. El paganismo se ha transformado, no se ha
-destruido. Los meses del año y los dias de la semana llevan los
-nombres de las antiguas divinidades, de los antiguos césares, de la
-antigua numeracion romana, y no hemos osado<span class="pagenum"
-id="Page_226">[p. 226]</span> tomar el calendario de la República
-francesa que parece concebido en las entrañas de la creacion. Los dos
-solsticios de invierno y de verano todavía los celebramos con fiestas
-análogas á las fiestas clásicas. Adónis nace, muere, resucita, cuando
-el trigo se siembra y brota y espiga. Las fiestas de la Candelaria,
-como las fiestas lupercales, hállanse consagradas á la luz. El romano
-agita las antorchas bajo el dominio de los papas, como las agitaba
-ántes bajo el dominio de los césares, y entona á la luz himnos que
-han cambiado en su forma, pero que no han cambiado en su esencia.
-Cuando el Papa aparece conducido en hombros, puesto sobre altísima
-silla, envuelto el cuerpo en crujientes brocados, coronada la cabeza
-por áurea tiara que reluce, en las manos el preciado báculo, á los
-piés aquellas legiones de mitrados con sus capas de mil colores,
-cree el ánimo hallarse en los dias en que el lujo oriental y las
-costumbres orientales invadieron con los césares venidos de Siria la
-Ciudad Eterna.</p>
-
-<p>No trato yo ciertamente con esto de combatir ni negar las
-virtudes del espíritu católico. De lo que trato es de negar esa
-originalidad que le atribuyen todos cuantos desconocen cómo
-obró el espíritu antiguo en el cristianismo, que fué al cabo su
-continuacion y hasta cierto punto su purificacion. El verbo es un
-concepto platónico-alejan<span class="pagenum" id="Page_227">[p.
-227]</span>drino, y es el concepto fundamental de la fe cristiana.
-La apoteósis de los héroes se ha reemplazado con la canonizacion
-de los santos. Cualquiera creeria oir un poeta católico cuando oye
-á Lucano decir ante la tumba de Pompeyo, cómo irán á orar sobre
-su losa los fieles que rehusan ofrecer incienso á los dioses del
-Capitolio. Es el infierno creacion pagana, como son los demonios
-creacion mágica. Satanás ha pasado por el mazdeismo ántes de pasar
-por el cristianismo. Las esperanzas mesiánicas no son exclusivas de
-la raza judía en el siglo del advenimiento de Cristo; son esperanzas
-universales. Cuando San Juan escribia el Apocalípsis, lo escribian
-tambien los estoicos, y palabras de desesperacion se pronunciaban
-por dos coros á un mismo tiempo, y se unian en los cielos paganos
-como en los cielos cristianos, el espanto religioso por la próxima
-conclusion del mundo. Nos extrañamos del número de dioses que tenian
-los antiguos. Los dioses hanse convertido en ángeles, dice el mismo
-San Agustin: <i>deos quos nos familiarios angeles dicimus</i>. ¿Por qué,
-pues, tanto ódio al mundo antiguo, á las ideas que vienen á ser como
-el blason de nuestra nobleza y la genealogía de nuestras propias
-ideas?</p>
-
-<p>Pues qué, ¿no recibimos tambien el agua lustral? ¿No colgamos de
-las capillas los ex-votos? ¿No tenemos procesiones como tenian los
-griegos<span class="pagenum" id="Page_228">[p. 228]</span> teorías?
-¿No encendemos la noche de San Juan hogueras como las encendian los
-rhodios, los corinthios, los grandes fundadores de las colonias
-helénicas? Nuestra personalidad no ha venido de súbito á la creacion;
-es, como el planeta que habitamos, obra lenta de los siglos, obra á
-su vez de las generaciones. Así, cuando yo veia pasar bajo los arcos
-triunfales de mármol, cuya sucesion compone el Vaticano, la figura
-majestuosísima del Papa, entre tantas aclamaciones, entre tanto lujo,
-no podia ménos de decir para mis adentros que aquella autoridad tan
-universal, tan grande, es una autoridad que no proviene tanto del
-espíritu cristiano, democrático, sobre todo en los primeros tiempos,
-como de la superioridad que tuvo Roma por sus derechos y por sus
-conquistas sobre todas las ciudades del mundo.</p>
-
-<p>¿Qué Imperio habrá como el Imperio de Pío IX? Ya no se extiende
-sobre la tierra; la revolucion le ha quitado sus dominios, y lo
-ha reducido primero á Roma, despues al Vaticano. Pero nadie puede
-quitarle, nadie, que en la exaltacion de su propia fe pueda creerse
-con dominio eminente sobre la conciencia humana, y autoridad bastante
-á interpretar sobre la tierra el pensamiento y la voluntad de los
-cielos.</p>
-
-<p>Ningun Papa ha sido osado, ninguno, á prescindir de la Iglesia
-universal, del concilio ecu<span class="pagenum" id="Page_229">[p.
-229]</span>ménico solemnemente convocado, para proclamar un dogma de
-fe y un dogma de tanta trascendencia como el dogma de la Purísima
-Concepcion de María, que, ademas de exceptuar á una criatura de las
-leyes generales humanas, sobrepone al cristianismo, que veló un
-tanto la pura idea deista de la Biblia, otra religion en la que se
-exalta á una criatura hasta las alturas donde sólo puede brillar el
-Creador.</p>
-
-<p>Pío IX ha reinado mucho tiempo. Su predecesor, el viejo Gregorio
-XVI, á pesar de todo su poder divino sobre las conciencias, no tenía
-igual poder sobre la naturaleza, y en una fiesta de la Ascension
-cogió agudo constipado que rápidamente le llevó al sepulcro.
-Rossi creyó definir á este Papa en tres palabras, diciendo: es un
-Patriarca austriaco. Para la eleccion de un Pontífice parece natural
-que se muevan los labios á murmurar oraciones, que se rodeen los
-altares de nubes de incienso y se pida á Dios de todas maneras su
-luz divina, indispensable á una acertada eleccion; y sin embargo,
-moviéronse para la eleccion de Pío IX regimientos de artillería en
-las Marcas, y naves de la imperial marina austriaca por las aguas de
-Ancona. Si los ejércitos marítimos y terrestres se movieron como si
-fueran los ángeles de la córte celestial, no se movieron ménos los
-embajadores, cuyo carácter de doblez y disi<span class="pagenum"
-id="Page_230">[p. 230]</span>mulo, si les da grande aptitud para
-entenderse con los reyes, no debe darles grande aptitud para
-entenderse con los cielos. Entre los embajadores, eran de excepcional
-influjo el embajador de la córte de Francia y el embajador de la
-córte de Austria; éste demasiado tímido, aquél demasiado atrevido. El
-conde Broglia hablaba en los siguientes términos al Gobierno sardo
-del representante de Luis Felipe en los dias del cónclave: «Emplea el
-conde Rossi una actividad febril, y se adjudica á sí mismo casi casi
-el poder del Espíritu Santo.» El embajador frances oponia su veto á
-todos los cardenales tachados de apego á los jesuitas y al Austria,
-en tanto que el embajador austriaco oponia su veto á todos los
-cardenales tildados de apego á Francia y al espíritu moderno. En el
-número de los que Austria ponia en verdadero entredicho, contábase al
-entónces cardenal Mastai, hoy Pío IX. Si el príncipe de la Iglesia,
-encargado de formular este veto, llega al cónclave á tiempo, no
-hubiera sido, no, Mastai Papa.</p>
-
-<p>El 14 de Junio de 1846 dirigíanse los cardenales al Quirinal.
-Gregorio XVI habia sido enterrado pocos dias ántes, y su cadáver
-insultado, y su memoria denostada por el pueblo. El cónclave prefirió
-los salones del Quirinal á los salones del Vaticano, porque si
-esperaba las inspiraciones del Espíritu Santo en todas partes,
-temia<span class="pagenum" id="Page_231">[p. 231]</span> que en el
-palacio por excelencia pontificio no bastáran estas inspiraciones
-divinas á contrastar los efluvios de la fiebre.</p>
-
-<p>En la procesion, desde la iglesia, donde el cónclave se reunió,
-al Quirinal, donde el cónclave se encerró, faltaron los cardenales
-á todo el respeto que se debian á sí mismos; y como cayeran cuatro
-gotas, entraron en el palacio, sin órden y sin ninguna compostura.
-Por fin la hora de la votacion llegó. El cónclave estaba dividido.
-Fueron varios escrutinios indispensables. En ninguno de ellos
-resultaba el número de treinta y siete votantes que un Papa necesita
-para subir al sólio, y desde allí interpretar la voluntad del cielo.
-El escrutinio último fué impuesto despues de largas dilaciones.
-Pío IX era escrutador, y debia leer en voz alta los nombres de
-los votados. Conforme sacaba papeletas y las desdoblaba y leia,
-sus fuerzas flaqueaban, su voz balbuceaba, lágrimas amarguísimas
-caian de sus ojos, sollozos profundos anudaban su garganta, hasta
-que, al fin, temeroso de desmayarse, entregó á otro cardenal el
-escrutinio, y yéndose á un sitio apartado, cubrióse con ambas manos
-el rostro. Al término obtuvo los treinta y siete votos indispensables
-á su proclamacion. Ántes de que oficialmente se viera proclamado,
-dirigióse uno á uno á los cardenales, y les pidió, les rogó,
-les instó á que aparta<span class="pagenum" id="Page_232">[p.
-232]</span>sen de sus labios aquel cáliz. Parecia anunciarle secreto
-presentimiento que él habia de ser último rey en el trono temporal de
-San Pedro. El cónclave no quiso oirle, y le confirmó en su altísima
-dignidad. Pío IX aceptó, y despues de haber aceptado, postróse de
-hinojos ante un altar, y salmodió entre dientes várias fervorosas
-oraciones por espacio de media hora, despues se volvió al Sacro
-Colegio, y el Espíritu Santo vino á posarse sobre aquella cabeza como
-su nido en la tierra.</p>
-
-<p>Busca el poder siempre en épocas de decadencia á los caractéres
-de escaso temple, á los indecisos, y sobre todo á los que han
-pasado su vida en una especie de crepúsculo, sin determinarse por
-ninguna de las ideas en guerra. Inocencio III en época favorable
-al Pontificado, á su poder y á su autoridad, dominará con imperio
-sobre el mundo; pero en época desfavorable á este mismo poder, la
-fuerza, el carácter de Inocencio, reproducido en Bonifacio VIII,
-solamente servirá para atraer sobre la mejilla del Pontificado el
-ruidoso bofeton de Nogaret. Débil, oscuro, su debilidad, su oscuridad
-sirvieron á Mastai como su apartamiento de los grandes combates que
-habian dividido en mil ocasiones el Sacro Colegio y el cónclave. Su
-vida habia sido muy vária. De la milicia armada pasó á la milicia
-espiritual. Su estancia en Chile fué digna de un profeta, digna de
-un már<span class="pagenum" id="Page_233">[p. 233]</span>tir. Pero
-sus ideas habian quedado siempre en la incertidumbre del crepúsculo.
-Si se examinaba su conducta en Espoleto, Pío IX era un jesuita;
-pero si se examinaba su conducta en Imola, Pío IX era un liberal.
-Esta contradiccion de ideas y de carácter le sirvió admirablemente
-para obtener los sufragios de sus colegas y elevarse á la más alta
-autoridad religiosa que puede en nuestro tiempo ejercerse, y que, á
-pesar de tanta decadencia, todavía conserva señales de su antiquísimo
-esplendor.</p>
-
-<p>El cardenal Mastai, si deseó la tiara, no la pidió á sus colegas.
-Ni una súplica que no fuera para eximirse, ni una palabra que no
-fuera de renuncia y de alejamiento. Así no es mucho que algunos hayan
-comparado á Pío IX con Sixto V. Relaciones hay entre los predecesores
-de ambos Papas: rivalidades en Roma, y rivalidades temibles del
-embajador de Francia con el embajador de España; emulacion dentro del
-Sacro Colegio, y emulacion casi guerrera entre la familia Médicis y
-la familia Farnesio; inquietud é inquietud pavorosa en toda Italia;
-particularidades que, si tienen coincidencias y analogías con las
-particularidades de la eleccion del Papa reinante, no llegarán nunca
-á confundir dos caractéres verdaderamente contradictorios y opuestos,
-porque es el uno imperioso hasta constituir un cesarismo pon<span
-class="pagenum" id="Page_234">[p. 234]</span>tificio, y el otro
-humilde hasta ser dócil instrumento, quizá contra su voluntad, de
-todos modos contra su conciencia, del siniestro jesuiticismo.</p>
-
-<p>Sixto V subió al trono cuando espiraba el Renacimiento y venía
-la gran reaccion católica; Pío IX cuando espiraba la reaccion de
-la Santa Alianza y volvia el mundo á las ideas revolucionarias. En
-la eleccion de Pío IX, como en la eleccion de Sixto V, triunfó el
-cardenal que ménos probabilidades tenía de triunfar. Ninguno de sus
-colegas habia pensado en ellos al entrar; y aunque Pío fué elegido
-por simple mayoría y Sixto por unanimidad y adoracion, ambos vinieron
-á pacificar guerras del cónclave romano y rivalidades de la política
-europea. Pero aquí concluyen las analogías.</p>
-
-<p>Sixto V se habia educado en las montañas y Pío IX en la córte;
-Sixto era hijo de un jardinero y Pío hijo de un noble; Sixto habia
-tomado en su mocedad, casi al salir de la infancia, el hábito de
-monje, y Pío el uniforme de soldado; la juventud del uno corrió en el
-retiro y en el claustro, la juventud del otro en la sociedad y en el
-mundo; era el antiguo Papa de una familia puramente eslava, que se
-refugió en las costas del Adriático huyendo de los turcos; es el Papa
-actual de una familia puramente italiana, que desde el modesto oficio
-del comercio al por menor se<span class="pagenum" id="Page_235">[p.
-235]</span> elevó hasta la dignidad nobiliaria, por enlaces, por
-ardides políticos y hasta por empresas guerreras; predicador Sixto
-V, su elocuencia tenía el temple de su carácter, abundante pero
-viril y ruda; predicador Pío IX, su elocuencia es tambien abundante,
-pero melodiosa y melíflua; la idea de autoridad embargó el ánimo
-del gran Papa antiguo, y el hábito de la servidumbre es el carácter
-esencialísimo del Papa reinante, implacable ante todos los poderes,
-intransigente con todos los reyes cuando á sus ideas se oponen, y
-sometido por completo hoy, despues de algunas veleidades liberales, á
-las camarillas de los reaccionarios y de los jesuitas.</p>
-
-<p>Su madre dió una educacion distinguida al jóven Mastai. Pero
-enfermedad terrible, la epilepsia, impidió que esta educacion
-rindiera todos sus frutos. Eran los tiempos de las guerras
-de Napoleon y de sus victorias, cuando Mastai entraba en la
-adolescencia, y abrazó la carrera militar. Pero en la carrera militar
-gustó más de las aventuras que de las batallas, y curó más del color
-de su uniforme que del brillo de su hoja de servicios. La poesía le
-gustaba hasta el punto de tomarle todo su tiempo, y en poesía es
-seguro, dado su carácter, que prefirió Metastasio al Dante. Por fin
-entró en la Iglesia y se dió al oficio de predicador. Su atractiva
-figura, su majestuoso<span class="pagenum" id="Page_236">[p.
-236]</span> aire, sus facciones prominentes, dulcificadas por
-sonrisa de pura bondad; su complexion impresionable y nerviosa, la
-sensibilidad un poco enfermiza del temperamento, la viveza de la
-imaginacion poética, el timbre de voz, la más sonora y la más pastosa
-que he oido, así cuando entona la misa en San Pedro como la bendicion
-en el Vaticano; todas estas cualidades le dieron privilegios
-indudables para orador escuchado y querido de las muchedumbres.
-Algunos recuerdan todavía sus sermones nocturnos en la plaza pública,
-medio iluminada por las antorchas, con gran crucifijo á la espalda;
-sucia calavera sobre la cual se consumia amarilla vela, delante; en
-las manos, ya las bendiciones, ya la maldicion de la Iglesia, con
-ademanes verdaderamente trágicos; y en los labios una elocuencia,
-arrebatadora para el pueblo italiano por su sentimiento y su poesía.
-Con estas dotes debió brillar extraordinariamente en Chile, donde
-fué agregado á una legacion apostólica. Pero en Chile no podia su
-palabra mover los ánimos como en Italia, á causa de faltarle el
-conocimiento profundo de nuestra lengua y la armonía de nuestro
-acento. Sin embargo, áun habla el español, y á los oidos españoles
-suena su acento cómo si fuera puro acento americano. Yo solamente le
-he oido hablar en latin. Dos grandes diócesis regentó, y en las dos
-observó diversa<span class="pagenum" id="Page_237">[p. 237]</span>
-conducta. En la primera diócesis desenterró el cadáver de un liberal,
-con lo que se atrajo el ódio de aquellas comarcas, y tuvo que huir
-á la primera revolucion que estallára por el año 30 ó 31; pero en
-la segunda diócesis, tal vez cediendo al influjo de su familia,
-toda liberal, fué con los liberales tolerante y benévolo. Tales son
-los rasgos principales de la vida del Pontífice ántes de subir al
-Pontificado.</p>
-
-<p>Pío IX conserva aún la vaga poesía de sus primeros años. Le
-gusta el arte como á casi todos los príncipes que se han sentado
-en el trono de San Pedro. Hay en su conversacion mucha gracia, su
-en fisonomía mucha dulzura, en su carácter mucha bondad, en su voz
-mucha música. Pero son de temer sus arrebatos, que le arrastran
-á resoluciones rápidas, irreflexivas, como la fuga, en 1848, del
-Vaticano. Algunas veces reconoce que su impetuosidad le ha perdido;
-pero no se arrepiente, creyendo, con razon, que á nada conducen los
-arrepentimientos tardíos. En tal trance castígase á sí mismo con
-dardos de amarga ironía que caen de sus labios sobre su corazon
-apenado. La ironía, la burla, sobresalen extraordinariamente en
-la conversacion de Pío, y llegan finamente hasta los objetos
-religiosos. Un embajador español pretendia en cierta ocasion que le
-canonizase un santo de su tierra; y para persua<span class="pagenum"
-id="Page_238">[p. 238]</span>dirle hablábale de los muchos milagros
-que habia el santo obrado. El Papa, por toda respuesta, le dirigió
-una pregunta: ¿Puso la cabeza sobre los hombros de algun descabezado
-y le forzó á hablar y á andar de nuevo?—No, Santo Padre, no llegó á
-tanto.—Pues hé ahí el único milagro que me parece á mí verdaderamente
-grande, y debo deciros que todavía no he podido verlo.</p>
-
-<p>Como todos los artistas, Pío IX gusta de las grandes emociones.
-La popularidad y sus triunfos le enajenan. Yo lo he visto radiante
-de satisfaccion y alegría recoger los homenajes de los católicos
-enviados por todas las naciones con el extraordinario anhelo con
-que recogen los pulmones, salidos de atmósfera asfixiante, el
-aire oxigenado y fresco. Tambien la pompa, el lujo, las tiaras
-sembradas de brillantes, las capas pluviales llovidas de perlas, las
-cruces riquísimas, todas estas preseas de su altísimo ministerio
-le encantan, como á una dama de la alta sociedad sus joyas y sus
-vestidos. No exageraré yo esta cualidad como la ha exagerado
-Petruccelli en su retrato de Pío IX; pero sí diré que le he notado
-feliz cuando las muchedumbres se agolpan á su paso, y las preseas
-del Pontificado lucen sobre su majestuosa persona. Bien es verdad
-que las cabezas más firmes se desvanecerian al sentir tantas nubes
-de incienso, tantas serviles alabanzas, las le<span class="pagenum"
-id="Page_239">[p. 239]</span>giones de obispos que le rodean, la
-córte oriental que le realza, los coros que cantan sus loores, las
-infinitas músicas que llenan los aires en su elogio de armonías, los
-peregrinos venidos de las más apartadas regiones para recibir el eco
-de una palabra, el gesto de una bendicion, el dibujo fugaz de una
-sonrisa, los infinitos homenajes que hacen del solitario viejo del
-Vaticano, más que un mortal privilegiado y aparte, un Dios vivo sobre
-la faz de la tierra.</p>
-
-<p>Herir al mundo con grandes atrevimientos en la esfera religiosa y
-política, fué siempre su anhelo; dejar un nombre ilustre entre los
-nombres ilustres del Pontificado, su ambicion. Mayor empresa que
-reconciliar el Evangelio con la libertad no la habia, no. Tornaba
-á ser Cristo el tribuno de los pueblos, el consuelo y la esperanza
-de los oprimidos. Los clavos de su cruz, las espinas de su corona,
-la hiel de su cáliz, dejaban de ser blason de los poderosos para
-convertirse en verdadera enseña de los humildes. La democracia
-recibia en su frente el bautismo cristiano, y el cristianismo tomaba
-el carácter de gran proemio al movimiento democrático de este siglo.
-Estremecimientos de alegría pasaron á un tiempo, así por el corazon
-de las gentes piadosas, como por el corazon de las gentes liberales.
-Para aquéllas, imposible dudar de la perennidad de una creen<span
-class="pagenum" id="Page_240">[p. 240]</span>cia compatible con
-todas las transformaciones de las ideas y con todo el desarrollo
-del espíritu moderno. Para éstas, la libertad, que necesita frenos
-morales ántes que frenos materiales, tenía un seguro rigorosísimo
-en el espíritu evangélico, un contrapeso espiritual á los peligros
-que podrian engendrar sus excesos. El pensamiento de reconciliar el
-Evangelio con la libertad era un gran pensamiento. Mas si Pío IX
-concibe los grandes pensamientos con facilidad, tambien los abandona
-al primer obstáculo; y en cuanto encontró á la libertad obstáculos,
-cedió en sus trabajos por la libertad; ¡grande error! Renunciar á la
-libertad porque la libertad puede engendrar excesos, ¡ah! sería como
-renunciar al aire porque el aire engendra vientos y huracanes.</p>
-
-<p>Los obstáculos que temia Pío IX eran principalmente los obstáculos
-suscitados en su córte y en sus cortesanos. Así es que para sus
-ensayos liberales no halló á su alrededor nada más que dificultades,
-y para sus ensayos de reaccion religiosa, facilidad y auxilio. Los
-jesuitas, que le juráran guerra á muerte, se pusieron á sus órdenes
-y rodearon su trono. La reaccion europea, que no le perdonó la gran
-política de 1847 y 1848, le entregó la direccion de su pensamiento
-y de su conciencia. El Papa se elevó á ser el capellan mayor de la
-Santa Alianza. Pero sus am<span class="pagenum" id="Page_241">[p.
-241]</span>biciones eran mayores. Sus ambiciones eran fundar nuevos
-dogmas, traer mayor suma de ideas divinas á la Iglesia, y de piedad
-exaltada á los fieles; contrastar con negaciones rotundas el espíritu
-democrático y progresivo; reunir concilios ecuménicos á manera de los
-tiempos piadosos; crear una autoridad en la cima de la Iglesia, y un
-absolutismo sobre las conciencias que no haya tenido precedente en
-los siglos pasados, ni tenga igual en los siglos futuros. Hé ahí el
-pensamiento de Pío IX.</p>
-
-<p>Se comprende que intentára compensar la derrota sufrida en la
-esfera política con una victoria alcanzada en la esfera religiosa.
-Mas para alcanzar esta victoria necesitaba reforzar las ideas
-religiosas en el espíritu del siglo, porque fuera del espíritu de
-este nuestro siglo no pueden vivir, no, las ideas. Una ilustre
-escuela teológica habia existido en Italia, que trataba de armonizar
-la religion con la razon, la providencia con la libertad, la
-democracia moderna con el antiguo pontificado, la ley natural con
-la ley revelada, en una palabra, el catolicismo con el progreso. Un
-sacerdote ilustre, de talento quizá tan profundo como Santo Tomás y
-de igual entusiasmo por una sociedad teocrática, en que la direccion
-del mundo estuviera confiada á fuerzas morales y á ideas teológicas,
-contó con lágrimas en los ojos y sollozos<span class="pagenum"
-id="Page_242">[p. 242]</span> en la voz todas las llagas de la
-Iglesia. Esa separacion entre el pueblo y el clero, á causa de la
-lengua muerta que el clero habla; ese aislamiento de la sociedad
-religiosa, que florecia cuando el sufragio popular y la libre
-asociacion la sustentaban; esa servidumbre á los poderes civiles que
-han convertido el puro espíritu cristiano en dócil instrumento de
-tiranía arriba, de vasallaje abajo; esa tenacidad de los clérigos
-en cerrar su conciencia á la luz de las nuevas ideas y su ánimo á
-la consideracion de las nuevas transformaciones sociales; todo este
-profundo malestar de la Iglesia fué admirablemente concebido, dicho;
-y llegó hasta la córte pontificia, siempre cerrada á la voz del
-espíritu moderno.</p>
-
-<p>Otro sacerdote, no ménos grande, aunque más político, habia
-querido sacar á la Iglesia del estado de secta para elevarla al
-ideal verdadero de la humanidad. Segun este sacerdote, la razon y la
-revelacion vienen á ser idénticas; el catolicismo, universal, no sólo
-por lo que tiene de divino, mas tambien por lo que tiene de humano;
-la palabra evangélica y la idea moderna, unas en esencia; la causa
-del divorcio entre la Iglesia y el siglo, la mala inteligencia traida
-ántes por la conducta del clero que por las trastornadas ideas de
-la revolucion. Para este sacerdote elocuentísimo habia que oponer á
-los males de la Iglesia enér<span class="pagenum" id="Page_243">[p.
-243]</span>gicos remedios: al poder temporal, la separacion de la
-vida civil y la vida eclesiástica; á la educacion reaccionaria del
-clero, una educacion científica; al jesuitismo, que tiene larga
-serie de resortes mecánicos y utilitarios para mover al hombre, la
-pura conciencia moral que le dirige hácia la perfeccion absoluta;
-á la predicacion por los principios antiguos, la predicacion
-verdaderamente evangélica, en los oidos de la muchedumbre y en el
-seno de la naturaleza, tomando las ideas en la fuente viva de la
-conciencia moral, y esparciéndolas como rocío vivificador sobre
-todos los espíritus, para llevarlos á una transformacion religiosa,
-análoga á la que produjo en el mundo la primera aparicion del
-cristianismo.</p>
-
-<p>Como algunos hombres imbuidos de racionalismo contestáran que
-la reconciliacion era imposible, á causa de la incompatibilidad
-entre la ciencia moderna y el milagro de la Edad Media, entre la
-razon y la revelacion sobrenatural, respondia el filósofo que tal
-sentir dimanaba de una falsa concepcion del milagro y la profecía,
-de considerarlos como hechos reales, sucedidos, históricos,
-cuando vienen á ser símbolos de sistemas por venir, de períodos
-palingenésicos en la vida sucesiva del espíritu y del planeta. Y
-lo que en realidad quieren decir los milagros y las profecías,
-es la llegada de una época, en que la reve<span class="pagenum"
-id="Page_244">[p. 244]</span>lacion natural y la revelacion religiosa
-se confundan, como se confundirán la rápida y casi milagrosa
-intuicion con la madura y profunda reflexion; como se confundirán lo
-sensible con lo inteligible, siendo cada una de nuestras sensaciones
-un pensamiento; como se confundirán por lo perfecto del lenguaje la
-idea con la palabra, á la manera que en el Verbo, por su encarnacion
-en nuestro sér, se confundió la naturaleza divina con la humana
-naturaleza.</p>
-
-<p>Cuando una religion se divorcia de su tiempo y de los progresos de
-su tiempo ¡ay! perece. Es imposible que se armonicen siglo liberal y
-religion autoritaria; siglo democrático y religion absolutista; siglo
-que se inspira en la conciencia viva y religion que se inspira en
-las tradiciones muertas; siglo de derechos y religion de jerarquías;
-siglo que se abre á todas las ciencias y religion que se cierra
-á cuanto no sea teológico: en tal estado, en crísis tan pavorosa
-y suprema, ó los pueblos se petrifican, como se ha petrificado
-el pueblo árabe por no modificar su fatalismo, ó las religiones
-desaparecen, como desapareció la religion pagana cuando no pudo
-extinguir, á causa de su carácter sensual, la sed espiritualista
-despertada en el alma humana, ya por tristes desgracias y desengaños,
-ya por las ideas sublimes de su inmortal filosofía.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_245">[p. 245]</span></p>
-
-<p>¡Qué grande hubiera sido Pío IX, si al sentir que su ministerio
-religioso era incompatible con toda autoridad política, con todo
-poder político, abdica esta autoridad, abdica este poder, cambia la
-púrpura de los césares por la toga de los tribunos; renueva en el
-más exaltado idealismo la fe de su tiempo; organiza evangélicamente
-la Iglesia de Cristo; reune los pueblos en asambleas religiosas;
-vibra sus rayos sobre el poder de los déspotas y el orgullo de
-los aristócratas y la avaricia de los ricos; llama el esclavo al
-derecho, el oprimido á la libertad, el desheredado á la vida; evoca
-la resurreccion de Italia, la resurreccion de Polonia; envia los
-misioneros del espíritu contra la nueva sensualidad pagana, contra
-el empedernido egoismo de las clases gobernantes; y sostiene con
-profunda conviccion que la libertad, la igualdad, la fraternidad,
-no han de ser solamente fórmulas evangélicas, sino tambien verdades
-sociales, capaces de engendrar una nueva tierra y extender sobre
-ella nuevos cielos de luz bendita y perenne! Entónces sí que hubiera
-podido celebrar la pascua del espíritu moderno; entónces sí que
-hubiera podido levantar su voz con acento de himno triunfal; entónces
-sí que hubiera podido ver á las puertas de las iglesias de la Edad
-Media el ángel vestido de blanco y resplandeciente de hermosura,
-que las santas mujeres vie<span class="pagenum" id="Page_246">[p.
-246]</span>ron al borde del sepulcro, anunciando que Cristo no estaba
-allí, que Cristo habia verdaderamente resucitado: <i>Resurrexit, non
-est hic.</i></p>
-
-<p>La prueba de cuanto hubiera podido hacer con estos grandes medios
-se encuentra en lo que hizo con medios pobres, con reformas tímidas,
-con ligeros, ligerísimos paliativos. Una amnistía que reclamaba
-la fórmula servil de prévio juramento; una comision nombrada para
-estudiar las reformas indispensables; una cámara consultiva que se
-componia de un representante por cada provincia, á propuesta en terna
-del legado y eleccion del Pontífice; un consejo de cien miembros
-que deberian dar un senado de nueve: todos estos tímidos anuncios
-de renovacion social despiertan á Italia; imponen códigos liberales
-á príncipes reaccionarios como el de Módena y el de Parma; abren á
-Sicilia las puertas de su calabozo; derraman aliento de libertad
-por los emponzoñados aires de Nápoles; obligan á los extranjeros á
-retirarse de Ferrara ante una protesta pontificia; arman el brazo de
-Cárlos Alberto por la causa de la independencia; derriban á Guizot en
-París y á Metternich en Viena; producen los cinco dias de Milan, que
-son cinco dias de redentor martirio; levantan entre los espejismos
-de las deslumbradoras lagunas el alma muerta de Venecia; transforman
-con la nueva fe los corazones más cerra<span class="pagenum"
-id="Page_247">[p. 247]</span>dos á todo sentimiento religioso;
-infunden su antiguo valor á los italianos, y en pocos dias, de los
-cien mil austriacos enviados á oprimir su patria, cuatro mil son
-cadáveres, veintisiete mil heridos ó inútiles, los demas dispersos:
-que vagas palabras de libertad proferidas desde las alturas del
-Vaticano habian como derramado nueva sangre por las venas, nueva
-idea por la conciencia de la ántes aletargada Europa. Las campanas
-que tocáran á la oracion, sabian tambien tocar á rebato contra la
-tiranía.</p>
-
-<p>Pero en este momento supremo. Pío IX se acordó de que era Papa, y
-Papa á la antigua usanza. En una guerra entre los austriacos y los
-italianos, aunque todo el derecho estaba de parte de éstos y toda
-la sinrazon de parte de aquéllos, el Papa sintió que unos y otros
-eran católicos. Al mismo tiempo que el rey de Nápoles abandonaba la
-causa italiana por tristes competencias territoriales, por el logro
-de un botin pendiente aún del empeño de las armas. Pío IX helaba la
-sangre en las venas de su nacion, negándose á mandar refuerzos y á
-bendecir los combatientes por la más santa de las causas, por la
-causa de Italia. Y luégo convocó las potencias católicas, les pidió
-su auxilio, les señaló el camino de Roma, las vió impasible destruir
-los grandes monumentos, inmolar los piadosos católicos; y entre
-ruinas y cadáveres volvió á sentarse en el trono terrenal,<span
-class="pagenum" id="Page_248">[p. 248]</span> mantenido por las
-bayonetas de las legiones extranjeras.</p>
-
-<p>Desde el dia en que volviera Pío IX de la proscripcion á Roma, en
-hombros de extranjeras legiones, no podia representar el espíritu
-evangélico de los primeros cristianos, sino el espíritu teocrático
-de los antiguos pontífices asiáticos. Y todavía no saben los que
-profesan con fe y sinceridad la religion cristiana, cuánto podrian
-conmover al mundo aliándola con la libertad. En la historia moderna
-ha sucedido que los católicos puros detestáran la libertad, miéntras
-los llamados liberales católicos cayeran en la herejía, sin haber
-logrado ni unos ni otros reconciliar el espíritu de nuestro siglo con
-la religion de nuestros padres. Y el antiguo y el nuevo Testamento
-guardan tradiciones republicanas.</p>
-
-<p>Sabido es que en la organizacion de la tribu ilustre de Judá
-representaban los reyes la confusion de las tradiciones mosáicas
-con las ideas y los ritos de los demas pueblos, en tanto que el
-profeta representaba con el austero vigor republicano, la idea pura
-de Israel. Lo repito; puede la moderna elocuencia tribunicia sacar
-acentos republicanos de las Sagradas Escrituras, como los sacaron
-aquellos fundadores de la democracia americana, cuyo renombre, á
-manera de todas las glorias sólidas, se aumenta con los siglos.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_249">[p. 249]</span></p>
-
-<p>El pueblo de Israel pidió rey, y Dios quiso negárselo. Una y otra
-advertencia les dirigió á los suyos el Dios de Abraham por boca de
-Samuel. Un rey sólo servirá para oprimiros y para deshonraros; para
-haceros sus soldados, sus palafreneros y sus lacayos; para escupir su
-saliva á vuestra frente y mezclar su hiel en la levadura de vuestro
-pan; para convertir los hijos de Israel en sus bestias de carga,
-á fin de que le forjen así los instrumentos de guerra, como los
-instrumentos de labranza, y cultiven sin descanso en provecho regio,
-con sudor los campos de trigo, con sangre los campos de batalla. Él
-se llevará vuestras hijas para que le diviertan, y le perfumen, y le
-embriaguen con sus besos y le hechicen con sus cánticos; vosotros
-sembraréis, y él segará; vosotros plantaréis, y él cosechará;
-vosotros trabajaréis, y él gozará; vuestros campos le servirán para
-granjearse á sus cortesanos, y vuestras vendimias para emborrachar á
-sus eunucos. Vuestros ganados le pertenecerán, y vosotros mismos no
-pasaréis jamas de ser, bajo su cetro, un rebaño de siervos.</p>
-
-<p>La emocion que una voluntariedad liberal de Pío IX ha producido en
-el mundo, prueba hasta qué punto las ideas progresivas descenderian
-sobre las conciencias de las muchedumbres si las difundiese la
-Iglesia. Pero ¡ah! el corazon se entristece cuando siente que si el
-Papa elevára su<span class="pagenum" id="Page_250">[p. 250]</span>
-voz contra los reyes, la elevaria en nombre de principios más
-reaccionarios que los principios monárquicos, en nombre de aquella
-teocracia, cuya tutela rompió Europa en cuanto comenzára á dibujarse
-la vida civil y á madurar la razon humana. Esas monarquías son hoy
-odiosas, porque no corresponden al estado de nuestra civilizacion
-y cultura, á la esencia misteriosa del espíritu moderno; pero una
-de las causas de la supervivencia de esas instituciones, una de las
-causas primeras es el ataque tremendo que dieran á la teocracia, al
-predominio político del elemento sacerdotal sobre las sociedades
-humanas. Miéntras la monarquía creaba estos principios civiles,
-parapetábase la teocracia tras sus privilegios religiosos, y
-persistia en tener esclavizada la inteligencia. Por eso los reyes
-viven, porque lucharon con los Papas, porque disolvieron los
-templarios, porque expulsaron los jesuitas, porque opusieron á la
-vida teocrática la vida civil. La voz del Pontífice cuando combate
-la libertad de los pueblos modernos, la independencia de Italia,
-la secularizacion de las sociedades europeas, ¡ah! es una voz de
-las tumbas, que se pierde en el espíritu independiente del siglo
-décimonono, cuya conciencia jamas, jamas transigirá con la teocracia,
-con ese espectro de la Edad Media.</p>
-
-<p>El hombre, capaz de soñar la con restauracion<span
-class="pagenum" id="Page_251">[p. 251]</span> pontificia, así en
-contra de los reyes como en contra de los pueblos, ¡ah! es el
-cardenal Antonelli, á quien yo por vez primera vi el Domingo de
-Ramos de 1866 en la Basílica de San Pedro. Á un guardia noble, que
-á mi lado se encontraba, preguntéle por el cardenal, y le dije que
-me lo mostrára al pasar. Trasladóme con amabilidad, cuyo recuerdo
-áun obliga mi gratitud, de un lado á otro, para colocarme entre la
-fila de soldados, delante de la cual forzosamente habia de detenerse
-el vicario del vicario de Cristo. Cierto frances, que cerca de mí
-estaba, acompañado de finísima é inteligente señora, asocióse á mi
-deseo de escudriñar la fisonomía del cardenal, desde aquel sitio
-adonde le llevára ó la casualidad ó el instinto. Era muy comunicativo
-el frances, y hacía sobre todo miles de observaciones, graciosas
-unas, impertinentes otras, excesivas todas, que moderaba la señora,
-su compañera, con grande oportunidad. Aquel charlatan tenía un ídolo
-en literatura, Enrique Heine, y un ódio en política, el cardenal
-Antonelli.</p>
-
-<p>El dia era caluroso, á pesar de ser uno de los primeros de Abril,
-y mi interlocutor, que acababa de atravesar jadeante la gran plaza
-de San Pedro, decia, limpiándose el sudor: «¡Qué calor fuera, y qué
-fresco dentro de la Basílica! Tiene razon Heine; cuando en dias
-estivales y sofocantes como éste acertais á entrar en una catedral,
-no podeis<span class="pagenum" id="Page_252">[p. 252]</span> ménos
-de decir: ¡qué bella religion de verano es el Catolicismo! Al venir
-hácia aquí, me encontré un campesino apaleando á bíblico asno, y le
-dije al pobre animal, acordándome de Heine: padece, padece, que por
-eso comieron tus padres cebada prohibida en el paraíso. Y eso que
-Roma no puede compararse con el paraíso descrito por el gran poeta,
-donde los girasoles dan pasteles, y las aves van á buscaros ya asadas
-y aderezadas con la salsera en el pico.»</p>
-
-<p>Yo, al oir toda aquella garrulería, dicha con los ojos puestos en
-mí, contrastada sólo por los tirones de manga que la señora propinaba
-al impío, traté de mudar la conversacion, y le dije:</p>
-
-<p>—¿Conocéis personalmente al cardenal Antonelli?</p>
-
-<p>—No le conozco personalmente, pero me lo figuro. Moralmente lo sé
-de memoria, por haber leido á Liverani.</p>
-
-<p>—No conozco ese autor.</p>
-
-<p>—Es un canónigo de Santa María la Mayor, verdadero sacerdote; por
-su conciencia todo un hombre piadoso; por su vida todo un austero
-anacoreta; por su orígen un campesino convertido al sacerdocio.
-La agricultura es propicia á los prelados y dignatarios de la
-Iglesia. Sixto V no sólo fué pastor, sino hijo de jardinero. Y la
-escuela católica es de tal suerte pueril, que ha elevado á<span
-class="pagenum" id="Page_253">[p. 253]</span> cuestion de primer
-órden probar que guardó cabras, en vez de guardar cerdos, y que los
-animales puestos bajo su cayado eran, no de ajeno dueño, sino de su
-padre.</p>
-
-<p>—¡Qué empeño tienes, Enrique, dijo la señora, en denigrar el
-Catolicismo en su misma capital y en su gran Basílica!</p>
-
-<p>Yo, por apoyar á la señora en sus observaciones, le dije:</p>
-
-<p>—Es necesario ver estos grandes monumentos con la inteligencia
-llena de las ideas que despiden de cada una de sus piedras. Para ver
-la aljama de Córdoba hay que inspirarse en el espíritu semítico, y
-para ver el Parthenon de Aténas, en el espíritu pagano.</p>
-
-<p>Comprendió el frances toda la trascendencia de mi observacion, y
-se amostazó un tanto.</p>
-
-<p>—Si algo me demuestra con demostracion irrefragable la
-decadencia del Catolicismo, es la nimiedad con que suele darse
-carácter anti-católico á toda observacion más ó ménos justa sobre
-el pontificado y su córte. ¿Tendrá algo que ver con los dogmas la
-naturaleza del ganado que guardára Sixto V? ¿Será más ortodoxo y
-eclesiástico el ganado de lana que el ganado de cerda?</p>
-
-<p>Yo, conviniendo en la justicia y hasta en la gracia de semejante
-afirmacion, volví la hoja y pregunté por el libro de Liverani.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_254">[p. 254]</span></p>
-
-<p>—Está dedicado al señor conde de Montalembert, que quiere la
-restauracion, es decir, Milan; Venecia bajo las espuelas de los
-croatas; el cuadrilátero puesto como una herradura austriaca sobre
-las armas de Italia, y todos los patriotas dispersos y errantes por
-el mundo.</p>
-
-<p>—No estarémos mucho tiempo en Roma, dijo la señora; tus
-imprudencias nos expulsarán pronto.</p>
-
-<p>—No temas. Hablamos en frances y no nos entienden. Un amigo
-que acaba de departir con el cardenal Antonelli me ha dicho que
-habla detestablemente el frances. Y si el cardenal Antonelli habla
-detestablemente el frances, figuraos cómo lo hablará y cómo lo
-entenderá la gente menuda.</p>
-
-<p>—Hablad, hablad, le dijo yo.</p>
-
-<p>—Nada de extraño tiene que así Antonelli se exprese en el idioma
-de la revolucion, cuando se expresa igualmente mal en el idioma de
-la teología. En los maitines de Navidad, por 1859, cuenta el Padre
-Liverani haberle oido cantar <i>erútus de potestate tenebrarum</i>,
-poniendo el acento en la segunda sílaba, cuando debió cantar <i>érutus
-de potestate tenebrarum</i>, poniendo el acento en la primera sílaba.</p>
-
-<p>El latin pronunciado por los franceses resulta á nuestros oidos
-una lengua casi ininteligible, y así es que no pude ménos de reírme
-al oir criticar<span class="pagenum" id="Page_255">[p. 255]</span>
-en tan pésima pronunciacion aquella falta de gramática.</p>
-
-<p>—Lo que Antonelli sabe profundamente es economía doméstica.
-Sonnino, su villa natal, se ha convertido en la metrópoli burocrática
-de los Estados Romanos. Aquello es un plantel de empleados. Giacomo
-Antonelli, secretario de Estado y prefecto de los santos palacios
-apostólicos, natural de Sonnino; el conde Fillippo Antonelli,
-consejero de Hacienda, natural de Sonnino; el conde Luigi Antonelli,
-conservador de Roma, natural de Sonnino. Podia escribirse una letanía
-de Antonellis. Como Diocleciano era césar, Diocleciano pontífice,
-Diocleciano tribuno, Diocleciano cónsul; Antonelli es administrador,
-Antonelli hacendista, Antonelli diplomático, Antonelli militar,
-Antonelli cardenal, Antonelli enemigo de la civilizacion moderna,
-Antonelli monopolizador del Espíritu Santo, Antonelli Papa del
-Papa.</p>
-
-<p>Yo comprendí que la gárrula conversacion del frances me
-comprometia, y como empujado por grande oleada de gentes, apartéme
-de aquel sitio, cuando un rumor me advirtió que venía el Santo
-Padre. Pasó á mi lado, deteniéndose por algunos minutos ante mí el
-cardenal Antonelli, juntamente con la procesion de cardenales y
-obispos, que en parte precede al Papa y en parte rodea sus andas.
-Parecióme Antonelli alto, fuerte, cazador y<span class="pagenum"
-id="Page_256">[p. 256]</span> no cardenal, montañes y no cortesano.
-Los ojos de ave nocturna, la nariz prominente, los labios gruesos, el
-color cetrino, la fisonomía ruda, el carácter atrevido, la complexion
-vigorosa, y los ademanes y el gesto, quizá por aprension mia,
-acusando el hombre acostumbrado de antiguo á mandar con imperio y á
-ser obedecido sin resistencia. Pero debo tambien decirlo: parecióme
-un hombre de gran vulgaridad.</p>
-
-<p>Yo recordaba mis lecturas históricas; recordaba la serie de
-aquellos cardenales ilustres, de aquellos ministros pontificios,
-descritos en la admirable historia de los Papas durante los siglos
-décimosexto y décimoséptimo, por Ranke, obra que tantos elogios
-ha merecido á los católicos más ardientes. Recordaba Gallio de
-Como, que dirigiera con habilidad la política en dos pontificados
-consecutivos; Rusticucci, tan severo en su conciencia como en
-su vida; Santorio, tenaz en las ideas, puro en las costumbres,
-enérgico para sus parientes, inflexible con los extraños, superior
-en su elevada soledad á todas las pasiones humanas; Madruzz, el
-Caton del Sacro Colegio; Sirlet, tan sabio en todas las ciencias,
-y especialmente en las ciencias filológicas, que departia con los
-doctores y con los niños, que compraba á los pastorcitos sus haces
-de leña, con la condicion de enseñarles la doctrina cristiana;
-Cárlos Borromeo, un santo,<span class="pagenum" id="Page_257">[p.
-257]</span> cuya memoria jamas se borrará del Milanesado y de las
-montañas que avecinan al Lago Mayor; Torres, que concluyó la Liga
-contra los turcos, cuya victoria se llama la victoria de Lepanto;
-Belarmino, el primero de los controversistas y de los gramáticos;
-Maffei, el historiador de la conquista de las Indias portuguesas
-por el Cristianismo; Felipe de Neri, el fundador de la Órden de los
-preclaros oradores, que parecian llamados á restaurar la religion en
-la conciencia de Europa, cuando el gran constructor Sixto V regaba
-con el agua <i>felice</i> las colinas romanas, y las hacía florecer á
-un tiempo con bellos jardines y grandes monumentos; cuando Fontana
-erigia el obelisco ante San Pedro y lo remataba con la cruz de
-Cristo; cuando Patrizi armonizaba la teología católica con las
-tradiciones filosóficas, y Moisés con Hermes; cuando Torcuato Tasso
-emitia los últimos acentos de la Musa católica, y el Dominiquino y
-Guido Reni destellaban los últimos resplandores de la pintura; y al
-eco de la sublime música de Palestrina, el espíritu eclesiástico se
-reanimaba y revivia, como llamarada próxima á extinguirse.</p>
-
-<p>Grün compara el cardenal Antonelli al prelado de Benevento,
-que Montesquieu juzgó con extrema dureza, y que, miéntras el papa
-Benedicto XIII rezaba ante la efigie de San Vicente Ferrer, corria de
-monasterio en monasterio, be<span class="pagenum" id="Page_258">[p.
-258]</span>saba las manos de los frailes, hacía extremas penitencias,
-despreciando todos los placeres y todas las pompas terrestres, dábase
-él á las ambiciones, á los lucros y á las locuras del mundo. El
-carácter del Papa es la contradiccion radical, radicalísima, con el
-carácter del cardenal de Sonnino, como el carácter de Benedicto XIII
-era la contradiccion radicalísima con el carácter del cardenal de
-Benevento.</p>
-
-<p>Pío IX, á quien eligiera un milagro, juzgóse llamado por Dios
-á hechos milagrosos, extraordinarios; y desde el primer dia de su
-pontificado tuvo la ambicion del bien. Extremadamente sensible de
-alma, epiléptico de cuerpo, incapaz de exaltados odios, inocente en
-sus pasiones, puro en sus costumbres, de fantasía pronta, de lenguaje
-abundoso, de voz clarísima y sonora, fácil y hasta elocuente en
-sus improvisaciones, plácido en sus gestos, dulce y bondadoso en
-su mirada, místico hasta el éxtasis en sus oraciones y plegarias,
-majestuoso sobre el trono, artista al pié del ara, minuciosísimo en
-las ceremonias religiosas, amador de las humanas pompas, devoto á
-sus destinos históricos y á su elevado ministerio, cree, en sus más
-grandes equivocaciones y errores, que Dios le inspira, que le guía
-Dios, y que interpreta su pensamiento y expresa su voluntad sobre la
-faz de la tierra.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_259">[p. 259]</span></p>
-
-<p>Él no enriquece á sus parientes, no atesora dinero, no pone tasa
-á la limosna, no niega audiencia por importuna que sea, no echa
-ningun cerrojo á su corazon siempre abierto, ni mordaza ninguna á sus
-labios, vibrando siempre, en toda ocasion, la idea que vaga por los
-espacios más recónditos de su conciencia. Conoce de los hombres más
-las apariencias que la naturaleza; de las ideas más la forma que el
-fondo; de su poder más el aparato que el prestigio; de su autoridad
-más el brillo que la fuerza, y acostumbrado á vivir en regiones donde
-parece un Dios, gústale oirse llamar todos los dias: santo, santo,
-santo, y aspirar el humo del incienso. Pero en esas alturas, cuando
-declara dogmas de fe, cuando reune concilios ecuménicos, cuando la
-Iglesia entera le llama superior á los errores humanos, cuando su
-pensamiento es divino como el Verbo, y sus labios sagrados como los
-oráculos; ¡ah! la nube que pasa, la electricidad de la atmósfera,
-los cambios bruscos de temperatura, en Roma frecuentísimos, influyen
-sobre sus nervios, sus nervios sobre su carácter, y su carácter le
-arrastra á ímpetus de mal humor, á genialidades bruscas, que desdicen
-de su bondad, y que prueban cómo ese demiurgos, ese sér sobrenatural,
-se halla sujeto, cual todos los mortales, á los errores y á las
-debilidades que nacen de los límites de nues<span class="pagenum"
-id="Page_260">[p. 260]</span>tra naturaleza, y á las leyes que rigen
-todo el Universo.</p>
-
-<p>Y bajo el dominio de este Papa que aspiraba á evangelizar el
-mundo, á cristianizar la democracia, hase convertido la autoridad
-pontificia á un absolutismo que fuera imposible bajo el imperio de
-los monarcas absolutos. Se estremece el ánimo considerando cómo
-ha caminado nuestra Iglesia á la inversa de nuestra civilizacion.
-Una institucion de la altísima jerarquía que ha pretendido, del
-ministerio altísimo que ha desempeñado la Iglesia, debia ser la luz
-y el calor de las almas, como es el sol la luz y el calor de los
-cuerpos.</p>
-
-<p>Y para ser la luz y el calor de las almas debia desplegar sobre
-la frente del hombre, sellada con el sello de eleccion divina, las
-etéreas alas de un ideal espiritualista, celeste, verdaderamente
-sobrehumano. De esta misteriosa suerte venció al mundo latino y
-sojuzgó á los bárbaros. De esta misteriosa suerte, por sus tendencias
-á lo ideal, congregó aquellos concilios, como el Concilio de
-Jerusalen, donde se reconciliaron los judíos y los paganos, separados
-por toda la historia, y donde el Cristianismo se dilató hasta ser la
-conciencia de la humanidad. Por esta misteriosísima manera formuló
-aquella primera teología griega que difundiera al soplo creador
-de lo divino en la mente humana. Por esta misteriosa manera alzó
-los es<span class="pagenum" id="Page_261">[p. 261]</span>clavos
-á la dignidad de seres religiosos, y puso los césares á servicio
-de los nazarenos. Elevar al hombre, educarlo en puro idealismo,
-hacer de su conciencia como una hostia consagrada á la divinidad
-en los altares del Universo, ministerio era digno, dignísimo de
-una religion que triunfára por su radical oposicion al sensualismo
-pagano y á su cancerosa podredumbre. La Iglesia en los tres primeros
-siglos fué una federacion democrática. La Iglesia desde el pacto de
-Carlo-Magno ha sido un imperio, sí, un imperio á la manera romana,
-miéntras comenzaba Europa á ser una federacion por el individualismo
-de los bárbaros. Los obispos de Roma quisieron ser césares más que
-pontífices; quisieron continuar bajo el amparo de la Cruz en la
-dominacion del Universo. Al pié de los nuevos altares como al pié
-de los antiguos, Roma sólo de su propia autoridad se acordaba y de
-encerrar los nuevos bárbaros en sus Basílicas, como habia encerrado
-los bárbaros antiguos en su Capitolio. Para este fin hubo ejércitos
-que en vez de armas llevaban plegarias, y en vez de escudos sayales;
-tuvo á los monjes. Tuvo sus jurisconsultos, los canonistas. Tuvo su
-código, las falsas decretales. Tuvo hasta un título cesarista, la
-donacion de Constantino. Y tuvo su emperador, el Papa. Mas no siempre
-el Papa ostentó este carácter; durante algunos siglos sirvió á las
-democracias.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_262">[p. 262]</span></p>
-
-<p>Los movimientos religiosos de Roma se explican siempre por sus
-intereses políticos. Roma es entre las ciudades antiguas la más
-fiel á la religion pagana, por creer que la religion pagana es la
-más propicia á su poder y á su grandeza. Roma, en el diluvio de la
-invasion, donde mueren ahogados sus dioses, abrázase fuertemente al
-Catolicismo, no por ser la religion más verdadera, sino por ser la
-religion más opuesta á la religion de sus conquistadores, que es
-el arrianismo. Así Roma subleva á los italianos y al mundo contra
-el imperio bárbaro, apoyándose en dos ideas capitalísimas, en el
-catolicismo y en la república. Á la unidad longabarda se opone la
-democracia romana. La ciudad no sólo entrega su alma á los papas,
-sino que pide á voces el auxilio de Bizancio; y por medio de la
-virtud divina de las ideas, por medio de la fatalidad geográfica de
-la península, reune en las islas del Tirreno, en las lagunas del
-Adriático, tras los Apeninos, en los desfiladeros de los Abruzos,
-todos los náufragos que han conservado el antiguo ideal y la antigua
-cultura itálica.</p>
-
-<p>Imposible comprender cómo los papas se han apoderado del mundo
-sin comprender cómo se encuentra Italia en los siglos sexto y
-sétimo. La unidad bizantina, que es una sombra, en Rávena; la
-unidad longobarda, que es un cetro y una<span class="pagenum"
-id="Page_263">[p. 263]</span> espada, en Pavía; la unidad federal,
-que es una religion y una democracia, en Roma. La ciudad Eterna
-no se defiende, no defiende la República, encontrada despues de
-quinientos años de imperio y de cinco invasiones bárbaras entre las
-ruinas de sus templos y las pavesas de sus ideas; no la defiende
-por los dictadores, por los cónsules, por los césares, por los
-magistrados antiguos, sino por los obispos, á causa de que los
-obispos son los defensores de las ciudades, los jefes de la plebe,
-los nuevos tribunos de la democracia, los únicos que tienen palabras
-de entusiasmo y de fe, bastantes á crear ejércitos de plebeyos, y
-mover estos ejércitos de plebeyos, donde se reclutan las legiones
-de los mártires, al combate y á la muerte. Pero se engañaria quien
-atribuyera la fuerza de los papas en esta crísis suprema solamente
-á milagros de la fe. Son fuertes porque tienen á su devocion el
-pueblo guerrero por excelencia, el pueblo franco. Los francos vienen
-á ser los soldados del Catolicismo. Cuanto nosotros hicimos por el
-Catolicismo en su edad de vejez y decadencia, hiciéronlo tambien
-los francos en la edad en que el Catolicismo tenía juventud y
-robustez. No hay como servir una idea progresiva. Ellos, los francos,
-crecieron, y nosotros menguamos sirviendo el mismo principio. Pero
-ellos lo sirvieron cuando la Iglesia educaba á la humanidad, cuando
-la<span class="pagenum" id="Page_264">[p. 264]</span> Iglesia era un
-ideal religioso y una federacion republicana, miéntras lo servimos
-en Europa, despues que acabamos nuestras guerras con los árabes,
-nosotros que desde el siglo décimotercio representáramos por la
-casa de Aragon el principio civil opuesto al principio teocrático;
-lo servimos en Europa cuando la Iglesia se oponia en Alemania, en
-Holanda, en Inglaterra á la educacion de la humanidad. Los patriarcas
-de Constantinopla aspiraban á ser por los exarcas de Rávena los
-directores de la cruzada contra los longobardos. Pero los obispos de
-Roma mostraban la federacion de obispos á cuyo frente ellos se veian;
-las muchedumbres agitadas y encrespadas por las ideas católicas; y
-las lanzas milagrosas vibrando en manos de los francos, invencibles
-por su valor, dispuestos á pasar los Alpes y los Pireneos, el Rhin y
-el Ebro, para defender la nueva religion y sus pontífices. Hé aquí el
-camino verdaderamente misterioso por donde llegó el pontificado á ser
-el centro y la cabeza del mundo.</p>
-
-<p>Luégo las crísis de la sociedad, los movimientos del espíritu
-humano conspiran en los primeros siglos de la Edad Media á reforzar
-esta primacía. Los longobardos se convierten al catolicismo, abrazan
-la religion de los vencidos en Italia, un siglo despues de que los
-godos abrazáran la misma religion en nuestra España. Desde este<span
-class="pagenum" id="Page_265">[p. 265]</span> momento el Papa, que
-ya no ha menester de los emperadores de Bizancio, se vuelve contra
-Bizancio, combate su monoteismo, sus iconoclastas, sus exarcas, sus
-legados que quieren prenderle; niégase á recibir toda sancion de
-la autoridad pontificia, todo cesarismo sobre su poder religioso,
-y subleva la conciencia católica contra el sentido heterodoxo de
-Constantinopla; y el patriotismo italiano, y la federacion italiana
-contra las reapariciones del antiguo imperio, asentado en una ciudad
-rival y enemiga de la ciudad eterna.</p>
-
-<p>Pero en cuanto se ha separado de Bizancio, y ha alcanzado la
-independencia moral, tiene que destruir á Pavía y alcanzar la
-independencia material. No importa que los longobardos se hayan hecho
-católicos; no se han hecho republicanos, y el Papa es á un tiempo el
-pontífice del catolicismo y el jefe de la federacion. Los pueblos de
-Italia en esta edad, en el siglo octavo, aborrecen la monarquía, y
-prefieren á la monarquía la teocracia. Todas las ciudades marítimas
-piden al Papa que las liberte en lo civil de la tutela del rey, como
-las ha libertado en lo moral y religioso de la tutela del emperador.
-El Papa no puede por sí solo alcanzar tan grande fin; pero puede,
-si cuenta con su pueblo fiel y escogido, con el pueblo franco. San
-Leon no detuviera la cólera<span class="pagenum" id="Page_266">[p.
-266]</span> de Atila, si ántes no desarmaran al gran exterminador los
-francos en los campos cataláunicos. Para desarmar á los longobardos
-se necesita la repeticion monótona, uniforme de la misma historia;
-que los francos hieran, maten, y el Papa entierre. En vano los
-mayores patriotas italianos maldicen este momento de la historia en
-que cae la unidad civil y monárquica de su patria para ser sustituida
-por la unidad teocrática del mundo. Tal vez si el reino longobardo
-vence y domina, fuera Italia pueblo más guerrero, nacionalidad más
-una y más fuerte; pero no sería, no, la nacion de la teocracia, que
-nutrió y educó por tantos siglos á Europa; no sería la nacion primera
-en la cultura moderna; no sería la patria de tantos municipios libres
-y de tantas ciudades republicanas; no sería, no, aquella escuela
-universal de música, de pintura, de escultura, donde el espíritu
-ha educado su sentido estético, para guarecerse en la adversidad,
-consolarse en el dolor, tener siempre un ideal vivo y luminoso; y
-como el aroma de las flores, como el cántico de las aves, como el
-rumor de las selvas, como el incienso de los campos, espaciarse en
-la celeste inmensidad, mereciendo á la Europa cristiana el nombre
-ilustre que llevára y el envidiable ministerio que ejerciera la
-inmortal Grecia en la antigua Europa.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_267">[p. 267]</span></p>
-
-<p>En el año 800, Europa se levanta sobre la idea primera del
-Pontificado, sobre el pacto con Carlo-Magno. El Papa entrega á los
-francos el viejo reino longobardo, y los francos entregan al Papa el
-nuevo patrimonio de San Pedro. Alzado en esta tierra feudal, puede
-ya el Papa, despues de haber concluido con sus enemigos, despues de
-haber separado su ciudad de Constantinopla, de Pavía, de Rávena,
-que la eclipsaban, entregarse á toda su ambicion espiritual, á toda
-su soberanía en las almas: ser demiurgos, casi Dios; dictar sus
-leyes morales superiores á todas las leyes escritas; extender su
-autoridad sobre un dominio que no conoce límites, sobre el dominio
-de la conciencia humana; poner su código moral más alto que todos
-los códigos, su Iglesia más elevada que todas las sociedades,
-su voz donde no osaron los antiguos oráculos, su persona donde
-no estuvieron los antiguos dioses; destruir las castas por el
-sacerdocio concedido á cuantos lo demandan, é imposibilitar al
-sacerdocio por el celibato para erigirse en dignidad hereditaria;
-oponer fuerza moral á tantas fuerzas materiales, la unidad religiosa
-al fraccionamiento del feudalismo; la democracia educada en los
-monasterios y en las Universidades á la aristocracia militar, que
-anidaba en los castillos; transformar el mundo, la tierra, como se
-transforma siempre la rea<span class="pagenum" id="Page_268">[p.
-268]</span>lidad, por una anterior y superior transfiguracion de las
-ideas.</p>
-
-<p>Importará poco, muy poco, que los Papas, ora caigan en el cieno
-del vicio, ora se alcen á la demencia de la soberbia y pasen de la
-tutela de los cortesanos á los brazos de las Marozias, su fuerza no
-está en sus costumbres, sino en sus ideas; y hechizarán al mundo por
-el bebedizo de su doctrina, por el sortilegio de sus reliquias, por
-los milagros de sus leyendas, por la muchedumbre de sus peregrinos,
-por el poder de sus obispos, casi todos afincados en territorios
-feudales; por los comentarios de sus jurisconsultos, que inventarán
-miles de leyes y falsearán miles de códices; por la necesidad, sobre
-todo, que tiene el mundo en su niñez, el espíritu en su inocencia,
-de una teocracia su nodriza, su maestra, la cual le aterra con
-fábulas como la próxima destruccion del mundo en el año 1000, y le
-tiene por estas fábulas sometido y sujeto. Lo esencial de la Edad
-Media subsistirá: el pacto de Carlo-Magno, un Papa sancionado por el
-emperador en el centro de Italia, un emperador coronado por el Papa
-en el centro de Alemania, y legiones de obispos feudatarios en torno
-de los dos grandes astros de la Edad Media, en torno del Pontificado
-y del Imperio.</p>
-
-<p>Los obispos, influyendo tan soberanamente, gozarán una supremacía
-que papas y emperado<span class="pagenum" id="Page_269">[p.
-269]</span>res querrán someter á su respectiva dominacion. De aquí
-una lucha entre el elemento italiano y el elemento aleman dentro
-de la Iglesia; de aquí el célebre litigio de las Investiduras. Los
-emperadores de Alemania llegarán á tener papas alemanes en Roma, y
-los papas alemanes llegarán á ser casi todos en Roma inmolados. Por
-fin sube al trono el César de los Papas, Gregorio VII. Él aspirará
-á la libre eleccion de los pontífices, á la independencia de los
-obispos, á reunir y administrar todos los bienes eclesiásticos, á
-hacer de la Iglesia una sociedad superior al mundo y aparte del
-mundo, á recabar por todos los medios el sepulcro de Cristo en una
-guerra cuyo símbolo sea la cruz, con un ejército cuyo general sea
-el Papa; y para emanciparse completamente del germanismo imperial,
-inventará la fábula de que el patrimonio de San Pedro es donacion
-de Constantino, y obligará á los emperadores, vestidos de sayal y
-de cilicio, á que aguarden de rodillas, temblando, una palabra de
-aquellos labios pontificales que sublevan ó domeñan á los pueblos,
-una bendicion de aquellas manos que apaciguan ó irritan á los
-cielos.</p>
-
-<p>Si el Papa hubiera desaparecido, Europa no se educa para la
-civilizacion en la Edad Media. Si el espíritu se hubiera sometido
-por completo al Papa, Europa sería hoy un imperio inmóvil, un
-im<span class="pagenum" id="Page_270">[p. 270]</span>perio asiático,
-religioso, con su gran Lama en la Ciudad Eterna. Afortunadamente
-el principio de contradiccion está ahí para evitar estas tristes
-absorciones de toda la naturaleza humana por uno solo de sus
-elementos. Grande oposicion se abrió contra el Papa, recordádole su
-dependencia de la tutela civil, y el orígen reciente de la donacion
-que sólo debia á los emperadores occidentales. Ni la guerra, ni la
-paz de las investiduras aclaran nada; á pesar de las humillaciones de
-Enrique IV y de los proyectos de Pascual II, la naturaleza quiere que
-este combate se prolongue, que esta incertidumbre continúe, para que
-ninguno de los dos principios en lucha predomine y se sobreponga á
-su contrario. Así la Iglesia conserva su carácter moral, su carácter
-teológico, avivando el elemento idealista en el alma; y el Imperio
-conserva su carácter político, civil, impidiendo que la autoridad
-teocrática esclavice todo nuestro sér. Por esta lucha el mundo
-occidental constituye la unidad en la variedad; la quietud en medio
-de la guerra; el equilibrio entre fuerzas discordes y contrarias.
-Todas las armonías de la Edad Media provienen de esta enemiga entre
-el Pontificado y el Imperio. Sin aquél hubiera sido Europa un
-campamento; sin éste Europa hubiera sido un monasterio. Su mutua
-oposicion salvó por completo la cultura humana.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_271">[p. 271]</span></p>
-
-<p>Y el espíritu rebosa en Europa, y el Oriente surge cual mágico
-encanto para contenerlo, y los monjes predican, y los pueblos se
-mueven, sintiendo nueva vida despertarse en su seno, y se llenan de
-cruzados los caminos, y las muchedumbres no saben ni de dónde vienen
-ni adónde van; pero saben que algun misterio las envuelve y las
-sostiene, y creen que cada ciudad es Jerusalen, que cada monumento
-es el sepulcro, que cada estepa es el desierto; hasta que una gran
-parte de la ignorancia antigua se desvanece, y una gran parte de
-la igualdad moderna viene por la comun lucha y las penas comunes,
-reveladoras de la identidad y de la unidad de la naturaleza en cada
-hombre y en todos los hombres, que se van siervos de la teocracia,
-del feudalismo, y vuelven apercibidos á penetrar libres en los
-municipios; se van de Europa creyentes, y vuelven del desierto
-con la duda de Job en el alma, dispuestos á entrar en otra fase
-más progresiva y más humana de la civilizacion. El Papa ha creido
-conservar la fe agitando á Europa, y al agitarla ha despertado en
-Europa la razon.</p>
-
-<p>El comercio es una fuerza nueva de civilizacion y cultura. Como
-toda fuerza social, engendra organismos políticos. Al comercio
-se une el trabajo. Al comercio y al trabajo, el comienzo de
-emancipacion de los pecheros. Nacen los consula<span class="pagenum"
-id="Page_272">[p. 272]</span>dos en Italia, los municipios en España,
-los comunes en Francia. El Papa siente que esta evocacion de la
-naturaleza desvanecerá el hechizo de la fe religiosa; que estas
-invasiones de la democracia destruirán las aristocracias teocráticas.
-Como el Universo, deja de ser fuente de mal para convertirse en
-fuente de vida; el trabajo deja de ser maldito para convertirse en
-continuador de la creacion; el comercio acaba con el aislamiento
-de cada hombre, de cada pueblo, que engendraba la penitencia, la
-oracion, y comunica entre sí á católicos é infieles; el sayal, el
-cilicio, el saco, se truecan en gasas, en brocados, en crujientes
-sedas; esta aparicion de la naturaleza con todos sus hechizos en
-medio del mundo, presa de todos los terrores religiosos, parécele
-á la Iglesia obra del Antecristo, y lanza sus rayos contra la
-transfiguracion de la conciencia y de la vida.</p>
-
-<p>Pero Abelardo ha pensado. Y el pensamiento se hace verbo en la
-historia. Y el verbo se hace hombre. Y el hombre donde se encarnó
-el pensamiento de Abelardo fué Arnaldo de Brescia, monje y soldado,
-tribuno y asceta, filósofo y místico, predicador elocuentísimo y
-consumado político, radiosa aparicion de la democracia ante los
-altares teocráticos, capaz de suspender por un momento la autoridad
-política de los Papas en Roma, como para demostrar que nada podrán
-las excomunio<span class="pagenum" id="Page_273">[p. 273]</span>nes
-contra la razon que se emancipa, contra la herejía que toma carta
-de naturaleza, contra el trabajo que redime, contra el comercio
-que liga á los pueblos y aisla á la Iglesia. El Papa triunfa en
-definitiva, pero la idea de Arnaldo queda en el suelo de Europa. Ella
-retoñará.</p>
-
-<p>La herida está abierta en el corazon de la Iglesia. Piérdese el
-prestigio de las cruzadas; luchan entre sí los ejércitos cristianos,
-miéntras la cimitarra cautiva de nuevo el Santo Sepulcro y la
-verdadera cruz; van los cruzados á Jerusalen, y se detienen en el
-camino para depredar, saquear las ciudades cristianas, como Palermo
-y Constantinopla; quiere Federico II renovar las hazañas del rey
-Godofredo, y en Tierra Santa, léjos de recibir las bendiciones,
-recibe los anatemas del Papa: la herejía domina, los territorios
-en donde brotára la cultura moderna, el Langüedoc, La Provenza, y
-engendra una guerra nacional; pelean los reyes de Aragon, que poco
-ántes dejaban sus dominios á la Iglesia, en favor de los albigenses;
-una democracia desenfrenada, semidemagógica, compuesta de mendigos
-que se declaran enemigos de toda jerarquía y de toda propiedad,
-entra con los franciscanos en la Iglesia que, cercada de dolores,
-en aquella insurreccion de los reyes contra su poder, en aquellas
-invasiones contínuas de la herejía, apela á la inquisicion y enciende
-las hogueras<span class="pagenum" id="Page_274">[p. 274]</span> para
-difundir, como con los franciscanos el terror sobre los aristócratas
-y sobre los reyes, con los dominicos el terror sobre los herejes y
-sobre los pueblos.</p>
-
-<p>De todos estos movimientos del espíritu humano, ¿cómo ha salido
-el Papa? Era jefe de la cristiandad, y es jefe de un partido, jefe
-de los güelfos. Era legislador por sus cánones, y tiene que ver
-mezclada la legislacion eclesiástica con la legislacion imperial y
-romana. Era maestro por los conventos, y compartirá el magisterio con
-los reyes. Las Universidades se llamarán pontificias y reales para
-educar una clase, la clase de los jurisconsultos, que trasladará la
-diadema del derecho divino de la frente de los Pontífices á la frente
-de los reyes. Transigirá la Iglesia con la escolástica; pero en la
-escolástica habrá más de Aristóteles, más de Averroes, más de los
-filósofos griegos y de los comentadores árabes, que de los padres y
-los apologistas cristianos.</p>
-
-<p>Al acabar el siglo décimotercio comienza realmente la decadencia
-del Pontificado. Y no consiste esta decadencia, como escritores
-superficiales han supuesto, en el carácter de los Papas; consiste
-en el cambio de las ideas y de los sentimientos. Inocencio III, que
-representa la mayor pujanza de la Iglesia, es ántes de los Papas de
-decadencia, como Marco Aurelio ántes de Commo<span class="pagenum"
-id="Page_275">[p. 275]</span>do, un gran carácter que sostiene y
-eleva por su propia fuerza altísima institucion, herida de muerte. Ni
-valor, ni inteligencia, ni virtud bastan á robustecer instituciones
-que se debilitan, á salvar instituciones que perecen. ¿Pudo Probo
-sostener con sus virtudes el Imperio romano, ya en la agonía? Pocos
-hombres habrá en la historia de la elevacion de miras y de la fuerza
-de carácter que ostenta Bonifacio VIII. No le gana en valor San
-Leon, en actividad San Gregorio, en ideas atrevidas Hildebrando,
-en carácter Inocencio III. Él asedia en Roma la familia feudal y
-gibelina de los Colonnas, que durante siglos se opone al Pontificado
-y sirve á todos los enemigos del Pontificado; la persigue á sangre
-y fuego por los campos y por los montes; la acorrala en Palestrina;
-y allí la castiga con castigos cruentos, sin dejar una piedra en su
-madriguera, en la ciudad que guardaba recuerdos más preciosos de lo
-antiguo y obras de arte más bellas del genio moderno, ciudad cuya
-destruccion llorarán eternamente de consuno las musas latinas y las
-cristianas musas. Pero Bonifacio VIII no se detiene ante ningun
-respeto humano. Reivindica Polonia, Hungría; manda sobre Italia
-sin curarse ni del Emperador ni del Imperio; promulga jubileos que
-enriquecen con legiones innumerables de peregrinos la Ciudad Eterna;
-excomulga y depone magistratu<span class="pagenum" id="Page_276">[p.
-276]</span>ras civiles, como si el cesarismo hubiera renacido bajo la
-tiara; desafia á Francia, conspira contra Alemania; pero sus enemigos
-se congregan en bandas armadas, lo buscan, lo encuentran, violan su
-ciudad, asaltan su palacio, matan sus servidores, se acercan á él,
-que los aguarda en el trono, con la serenidad y la inmovilidad de un
-Dios fiado en su omnipotencia, la tiara en la cabeza, el manto en
-los hombros, el báculo en las manos; y le imprimen, con el feudal
-guantelete de hierro, horrible bofeton en la mejilla, despues de cuya
-afrenta réstale sólo al Papa huir, esconderse, entregarse á otra
-familia señorial, á los Orsinos; y entre epilépticos sacudimientos
-y feroces maldiciones, morir siniestra muerte, al frenético dolor
-que le causáran su rabia y su impotencia. La vida y la muerte de
-Bonifacio VIII corroboran el dicho agudísimo y exacto del pueblo
-romano: «alcanzó la tiara como un zorro, dominó como un leon, murió
-como un perro.»</p>
-
-<p>Pero su pontificado señalará eternamente la decadencia de la
-teocracia, que fué tutora de Europa. Divídense los partidarios del
-Papa, los güelfos, en blancos y negros; los teólogos, en escotistas
-y thomistas, en nominalistas y realistas; los Papas mismos en Papas
-de Avignon y Papas de Roma; las naciones católicas en naciones
-cismáticas; las ciencias en sectas y herejías;<span class="pagenum"
-id="Page_277">[p. 277]</span> los concilios en asambleas
-revolucionarias; los poetas en satíricos que turban la paz del alma
-con sus dudas y persiguen la fe con su finísima ironía, obligando á
-la conciencia humana á buscar en otras ideas más vivas que las ideas
-católicas su indispensable alimento. La Órden de los templarios, que
-naciera en los tiempos felices del Pontificado, que luchára por la
-Iglesia en Oriente sin descanso, soberana de Chypre, defensora de
-Jerusalen, sumisa á los Papas, es disuelta por el gran esclavo de
-Avignon, por el Pontífice frances, sometido á los reyes de Francia,
-y sus bienes confiscados, y sus fortalezas derruidas ú ocupadas
-por tropas reales, y sus caballeros quemados á fuego lento en los
-claustros y en los campos, testigos del poder y de la gloria de tan
-ilustre ejército. Hasta el gran poema inspirado en la teología,
-templo viviente del espíritu católico, consagrado, no á los combates
-pasajeros de los héroes, sino al viaje de las almas á la eternidad,
-al reino insondable de los muertos, allá en sus últimos círculos de
-fuego inextinguible y de perdurables penas, en lo más profundo de su
-infierno, casi en la boca de Satanás, pone á los Papas por enemigos
-de la grandeza y de la independencia de Italia.</p>
-
-<p>¡Qué espectáculos! El hijo de pobre lavandera y oscuro tabernero,
-Rienzi, por interpretar las inscripciones romanas, por traer á
-la memoria<span class="pagenum" id="Page_278">[p. 278]</span>
-con verdadera elocuencia los recuerdos antiguos, se ve aclamado y
-divinizado entre muchedumbres que le llevan homenajes de patricios,
-de cardenales, de reyes, de emperadores, de Papas, y personifica por
-algunos dias el genio de la Ciudad Eterna, hasta que su cabeza, llena
-de vértigos, cae rodando desde las cimas del Capitolio al mostrador
-de un carnicero. Y el mundo ve que mascaradas de tribunos llenan los
-palacios pontificios; que sangrientos cismas desgarran las naciones;
-que genios como Petrarca se vuelven con dolor á la antigüedad pagana
-para pedirle su inspiracion y su valor; que hay un Pontífice en
-Francia, otro en Italia, otro en Aragon sobre la triste Peñíscola;
-que el emperador Segismundo se arroga la facultad eclesiástica de
-convocar la Iglesia universal; que la jefatura del mundo católico
-pasa de un Papa simoniaco á un pirata, de un pirata á un loco, de un
-loco á un epicúreo, cual sucede en la decadencia de los Imperios;
-que los Concilios sólo aciertan á encender los ánimos, á subvertir
-los pueblos, á desencadenar las guerras; que las hogueras consumen
-á genios henchidos de fe como Juan Hus y Jerónimo de Praga; que se
-desentierra á Wiclef para arrojarlo á un rio por haber pedido la
-pureza del cristianismo; que los soldados de la igualdad, precedidos
-primero de un general ciego, llamados al redoble de tambo<span
-class="pagenum" id="Page_279">[p. 279]</span>res hechos de pieles
-humanas, derraman el incendio, la matanza, tan sólo por comulgar
-como los sacerdotes en las dos especies de pan y de vino; que la
-reconciliacion de la Iglesia latina y la Iglesia griega, obra de un
-momento, se rompe en otro momento; que los reyes se sobreponen á los
-obispos, y la Iglesia se declara superior al Papa; que el diablo
-huye de las leyendas, y la naturaleza recobra sus derechos, y la
-antigüedad su prestigio, y la conciencia su voz, miéntras el mundo
-pierde la antigua fe, y los césares-pontífices su dominacion sobre la
-humana conciencia.</p>
-
-<p>Por fin, este movimiento del espíritu humano llega á tener su idea
-concreta en la Reforma. Así como el cristianismo no ha sido aparicion
-súbita y milagrosa, obra de un momento, idea de un hombre, singular
-inspiracion, sino resultado de toda la antigüedad, tampoco ha sido
-la Reforma el ímpetu ó la corazonada de un fraile; el grito de un
-rebelde alzado en armas espirituales contra la Iglesia; la intuicion
-de una sola alma en parte movida por pasiones de su pecho, y en
-parte por odios históricos de su raza, sino el corolario preciso de
-las dudas sembradas por los poetas, de las ideas esparcidas por los
-filósofos, de la política impuesta por los reyes, de las pretensiones
-aducidas en los concilios, de todo el impulso que al<span
-class="pagenum" id="Page_280">[p. 280]</span> espíritu humano habian
-dado las fuerzas vivas de la sociedad y los progresos incontrastables
-que á cada paso nos testifica la historia.</p>
-
-<p>Cada hombre aspira á ser sacerdote de sí mismo; cada generacion
-á interpretar como idea que se mueve y se trasforma el dogma tenido
-ántes por definitivo é inmóvil; la revelacion pasa á iluminar todas
-las frentes, á ser el patrimonio de todas las almas; el libro cae
-en las manos del pueblo; desaparece la casta sacerdotal é invaden
-las democracias el santuario; las órdenes monásticas dedicadas á
-la maceracion, las reliquias, el exorcismo y la indulgencia dejan
-paso al dogma severo que apaga el purgatorio, exalta el infierno,
-y atribuye la salud del hombre á la Divina gracia. Desde este
-dia, el predominio del Pontificado en Europa ha verdaderamente
-desaparecido, ese predominio que tanto contribuyó á nuestra educacion
-y á nuestra cultura. Es verdad que el protestantismo será repulsivo
-á la naturaleza de nuestra raza y al carácter de nuestra historia;
-que si pierde el Papa la mitad de Europa, nace á sus plantas para
-recibir su bautismo y dilatar su nombre toda la América, descubierta
-y conquistada por los héroes, eternamente católicos, que acababan en
-España su cruzada contra los moros y emprendian allende el Atlántico
-su cruzada contra los indios, yéndose en esquifes para volver,
-tra<span class="pagenum" id="Page_281">[p. 281]</span>yendo inmensos
-continentes, arrojándolos como un holocausto ante las aras de la
-Iglesia.</p>
-
-<p>Verdad tambien que la Iglesia obra sus mayores milagros, hace
-sus mayores maravillas cuando se ve circuida de mayores asechanzas
-y peligros. Nadie se cansará jamas de admirarla durante el siglo
-<small>XVI</small>. En la persona de Julio II restaura los Papas
-autoritarios y guerreros de la Edad Media, tan dispuestos á someter
-las almas con su palabra como las fortalezas con su espada. En el
-pontificado de Leon X despierta la antigüedad; dobla la historia;
-enseña la genealogía clásica de las ideas cristianas; sorprende el
-secreto de la belleza plástica en los monumentos antiguos; evoca las
-estatuas que vibran el cántico heleno en sus labios; resucita el
-alma de Platon sobre el sensualismo aristotélico; restaura la divina
-lengua hablada en los rostros; anima los bronces y los mármoles con
-sus inspiraciones; abre los cielos del arte; engendra en su seno
-los titanes de Miguel Ángel, y las vírgenes de Rafael que vienen á
-hermosear el planeta; devuelve á la naturaleza exhausta y macerada
-su vida y alegría; funda el Renacimiento, que compite con las edades
-más bellas de la humanidad, é inspira esas legiones de artistas, que
-quitan sus espinas á la realidad y reconcilian al hombre por la magia
-del genio, con la cual arrojan áurea gasa de ilusiones sobre el<span
-class="pagenum" id="Page_282">[p. 282]</span> Universo, hasta con los
-acerbos dolores y las amargas tristezas de la vida.</p>
-
-<p>Católico era el mago maravilloso que volvió á llenar de seres
-fantásticos y hermosísimos, como en los dias de los dioses, la
-naturaleza y el espíritu, animados por los cánticos de su poema;
-católico el pensador eminente que trazó las leyes de las revoluciones
-y de las reacciones, que mostró el abismo insondable de odios y de
-crímenes encerrado en la perversion del sentimiento humano; católico
-el dulce poeta español que devolviera su voz á los bosques, su
-melodía á las auras y á los arroyos, su incienso á las flores, sus
-églogas vivientes á los campos; católico el jóven pintor, único en
-los anales humanos, que supo evocar la hermosura griega y redimir de
-la penitencia y de la flagelacion en sus cuadros, trasfigurándolo
-y embelleciéndolo, el organismo humano; católico el arquitecto, el
-escultor, el dibujante milagroso que coronó con la rotonda de San
-Pedro las sienes del Renacimiento; católica la música inmortal, que
-parecia haber encontrado en los abismos de las edades pasadas los
-acentos de David, los trenos de Jeremías; católico todo cuanto hay en
-el siglo décimosexto de verdaderamente bello y artístico.</p>
-
-<p>Y la fuerza del catolicismo es tan grande que produce en el siglo
-décimoséptimo una verdadera reaccion. Los jesuitas se disciplinan
-como ejérci<span class="pagenum" id="Page_283">[p. 283]</span>to, y
-se entregan á someter almas al Pontificado; los soldados católicos
-inundan toda Alemania, pidiendo, como dice un grande escritor, las
-tierras de los vivos para los muertos; Guillermo de Orange cae
-al plomo de exaltado católico por el crímen de haber fundado la
-república holandesa; Cárlos Borromeo establece piadosa liga en los
-cantones de la Suiza católica para contrastar la Suiza protestante;
-Cárlos y Jacobo de Estuardo creen haber llegado á desterrar el
-protestantismo de Inglaterra; la revocacion del Edicto de Nántes
-lleva á Francia la larga serie de reacciones contra el humanitario
-tratado de Westfalia; al imperio español se le caen de las manos
-los pinceles de Velazquez y de la mente los sueños fantásticos de
-Calderon, hundiéndose en abismos más profundos y más oscuros que
-sus tumbas del Escorial, cayendo en los hechizos de Cárlos II; Roma
-se soprepone á todas las ciudades europeas con sus construcciones
-religiosas, con sus epopeyas como las epopeyas del Tasso, que
-celebran un sepulcro, y un sepulcro en manos de los infieles; y
-cualquiera diria que vuelve el mundo, que vuelve el espíritu á los
-templos y á los altares de la Edad Media.</p>
-
-<p>Pero ninguna de estas reacciones pudo restaurar el pontificado.
-Tras de aquella reaccion vino el espíritu filosófico del siglo
-<small>XVIII</small>, que negó has<span class="pagenum"
-id="Page_284">[p. 284]</span>ta las excelencias del cristianismo,
-que se ensañó hasta en los grandes cadáveres de la historia. Y
-el espíritu de este siglo produjo la enciclopedia, que llevó las
-ideas filosóficas al sentido comun del género humano. Y estas ideas
-filosóficas, no sólo descendieron al sentido de las muchedumbres,
-sino que se elevaron á los tronos de los reyes. Los jesuitas, que
-habian sido, como los templarios, soldados de la Iglesia, ejército
-permanente del catolicismo, fueron disueltos por los reyes de Europa
-y por los pontífices de Roma. La nueva filosofía se apoderó de
-Austria, que habia sido como el eje de toda la reaccion europea,
-y de España, que habia sostenido el catolicismo en todas las
-crísis humanas, y le habia dado un Nuevo Mundo en compensacion del
-antiguo. ¿Qué más? La idea filosófica sube hasta el trono de San
-Pedro, se extiende por él como nueva savia por viejo tronco. Las
-ideas filosóficas llenan las conciencias, las conciencias engendran
-nuevas instituciones, las instituciones cambian la sociedad; el
-derecho, que parecia vincularse en familias aparte, en castas
-privilegiadas, se difunde entre todos los hombres; las democracias
-reemplazan á las aristocracias, la revolucion á la inmovilidad; y los
-Papas, que en vano habian suplicado de rodillas á los emperadores
-de Alemania detuvieran la revolucion regalista, huyen de Roma,
-y pactan concordatos con la revolucion<span class="pagenum"
-id="Page_285">[p. 285]</span> francesa y ungen la frente del soldado
-de fortuna erigido en césar. El pontificado se representa, pues, en
-el mundo como una de esas instituciones, ántes grandiosas, despues
-desorganizadas por las fuerzas vivas de la sociedad. Y cuando uno
-de estos organismos se descompone y deshace, no puede recomponerlo
-ningun nuevo elemento social, ninguno. Lo han destruido las fuerzas
-mismas que lo engendráran. Lo ha devorado el espíritu mismo que
-lo produjera. El mundo pierde en él su confianza y su fe por una
-de esas íntimas convicciones que ni se combaten ni se contrastan;
-como que vienen á ser trabajo del pensamiento reflexionando sobre
-sí mismo. Cuatro siglos, desde la muerte de Marco Aurelio, empleó
-el espíritu humano en descomponer el mundo antiguo. ¿Quién lo ha
-recompuesto? Cuando vinieron los bárbaros se encontraron solamente
-con el gran cadáver. El alma habia huido á otra institucion. Y la
-institucion, heredera del antiguo espíritu, es en el mundo moderno el
-pontificado. Al pontificado se debe la altísima autoridad, primera
-fuerza de cohesion empleada en reunir las sociedades modernas. Al
-pontificado toda nuestra más antigua disciplina social. Mas desde
-el siglo décimotercio el pontificado cae en la triste irremediable
-decadencia, que lo han traido á los extremos presentes. Hoy el pacto
-de Carlo-Magno se ha roto. La donacion de<span class="pagenum"
-id="Page_286">[p. 286]</span> Pipino se ha desvanecido. El dogma de
-la infalibilidad ha aumentado los enemigos de Roma. Interna lucha
-desgarra la Iglesia, que no produce cismas por faltarle fuerzas hasta
-para sostenerlos. Y Europa aprende en tan grande descomposicion
-como mueren y por qué mueren las instituciones más arraigadas, más
-poderosas, cuando cumplen el ministerio para que los engendrára
-la sociedad, la cual vive de contínuo produciendo y devorando
-organismos.</p>
-
-<p>Mas Pío IX ha creido que le tocaba á él restaurarlo, restaurar
-el pontificado. Pues qué, ¿no le han dado vida nueva, sangre nueva
-muchos papas? ¿No lo han restaurado, hasta cierto punto, Julio
-II por la fuerza, Leon X por el arte, Sixto V por la tradicion y
-la disciplina? ¿Y no podria él restaurarlo tambien ¡él! elegido
-y exaltado por un milagro? Pero ¿qué camino escoger? Habia dos
-igualmente abiertos á su pensamiento, á su vista. Ó bien tomaba el
-uno, ó bien el otro; ambos sembrados de escollos. El uno iba á la
-idea predicada por Rosmini, á la reanimacion del antiguo espíritu
-evangélico en la Iglesia; y al resultado presentido por Gioberti, á
-la primacía intelectual y moral de Italia por medio del pontificado
-sobre todas las naciones. El otro camino iba al jesuitismo. El Papa
-creyó, y creyó con razon, que el primer camino se le habia cerrado
-despues de<span class="pagenum" id="Page_287">[p. 287]</span> sus
-desgracias de 1848. El Papa creyó que solamente le quedaba el camino
-de oposicion radical á las sociedades modernas y de restablecimiento
-inmediato de las ideas antiguas. Por eso elevó á símbolo de la fe
-en nuestro tiempo todo aquello que nuestro tiempo ha desechado y
-destruido. Por eso continuó proclamando un dogma de fe sin asistencia
-del Concilio. Por eso acabó arrojando en medio de la Iglesia
-atribulada el principio de su propia infabilidad, es decir, el
-gérmen de cuasi-divinidad para él, y de eterna servidumbre para los
-creyentes.</p>
-
-<p>Así, negar á Dios, desconocer su ley, desoir su voz en la
-conciencia, desacatar su moral en el mundo, ponerlo fuera del
-Universo y fuera de la historia, es error tan grande para nuestra
-córte romana como negar al Papa, como desconocer su infalibilidad,
-como desoir la voz de los oráculos eclesiásticos, hasta en
-aquellos puntos que no tocan á la fe. Aquellas apoteósis, aquellas
-divinaciones, á que los antiguos elevaban sus césares henchidos de
-orgullo, parécense mucho á las blasfemias dichas por un escritor
-católico que ha sostenido la siguiente tésis: tres seres hay
-adorables para el verdadero creyente, Dios en el cielo, Cristo en la
-hostia y el Papa en el Vaticano. Á estos extremos lleva el dogma de
-la infalibilidad.</p>
-
-<p>Jamas nos cansarémos de repetir que los dog<span class="pagenum"
-id="Page_288">[p. 288]</span>mas en nuestro tiempo promulgados y
-el espíritu que á ellos ha presidido, convierten al catolicismo de
-religion en secta, y al Papa, por consiguiente, en jefe de sectarios.
-Aquel antiguo sentido humano, por cuya virtud se asimilaba toda la
-filosofía y toda la historia, halo perdido últimamente. En presencia
-de nuestra filosofía, en presencia de nuestra revolucion, sólo
-ha sabido, ó retroceder ó maldecir. Y es propiedad de las ideas
-casi extintas, de los sistemas en decadencia, cerrarse á todas
-las emanaciones del espíritu humano, á todos los progresos de la
-sociedad; á ideas, á progresos, que en tiempos mejores los nutrieran
-y los acrecentáran. El catolicismo se asimiló á filósofos paganos
-como Aristóteles y á filósofos musulmanes como Averroes. En esta
-fuerza de asimilacion estribaba su progreso. Y el mahometismo, que
-no tuvo fuerzas para esas asimilaciones, que tradujo á Aristóteles y
-engendró á Averroes, sin poder apropiarlos á sus dogmas fatalistas y
-monoteistas, poco á poco quedó siendo el credo de una sola familia
-humana, la religion de una raza, el alma de imperios militares, tan
-rápidamente engendrados como muertos. No protegerá Dios aquellas
-religiones, aquellas doctrinas, capaces de perder en su madurez el
-sentido humano, el sentido universal que tuvieran en su juventud.
-Cada movimiento del tiempo se creerá á sí mismo divino; cada<span
-class="pagenum" id="Page_289">[p. 289]</span> revelacion de la
-conciencia se creerá á sí misma sobrenatural. Y no levantándose
-á mirar espíritu y naturaleza en su conjunto, perderá con el
-conocimiento de la vida el sentido de la historia. Cada secta se
-encierra en sí y hace más que ignorar la historia de sus opuestas;
-hace más que esto, las calumnia, las deshonra, las maldice, creyendo
-realizar un bien, y bien eterno. Imaginad lo que será la historia del
-cristianismo contada por un judío. Imaginad la historia del judaismo
-moderno qué será contada por un feroz inquisidor. El católico apénas
-comprende el desarrollo de los pueblos protestantes. El protestante
-llama Antecristo al Papa. Leed á un griego ortodoxo, y él os
-demostrará que ese bizantinismo, tenido por nosotros como el extremo
-de la decadencia moral, hubiera salvado al mundo con su metafísica,
-si el mundo no cayera en poder de los leguleyos, es decir, de los
-canonistas romanos. ¡Cómo ciega el espíritu de secta! Nosotros nos
-detenemos extasiados ante la Vénus de Milo. Su hermosura severísima;
-su majestuoso continente; la pureza y armonía de aquellas líneas; la
-gracia y serenidad de aquel rostro; la perfecta posesion de sí mismo,
-que indica aquel espíritu, asomado á los inmóviles ojos, dueños
-por completo de todos sus pensamientos y de todas sus pasiones; la
-serenidad de aquel perfecto tipo, bello ideal de las artes plásticas,
-nos exta<span class="pagenum" id="Page_290">[p. 290]</span>sían
-hasta el punto de absorbernos en misteriosa adoracion, miéntras
-que á un cristiano de los primeros tiempos, exaltado por su recien
-nacida fe, parecíale fealdad tanta belleza y vislumbraba en ella la
-siniestra y deforme efigie del demonio. No hay cosa en el mundo como
-el sol, que vivifique como el aire, que perfume como las flores, que
-regale como los frutos, que recree como los rumores y los aromas
-del campo, que absorba como las olas del mar, que eleve como las
-estrellas del cielo; y, sin embargo, el misticismo ha llegado hasta
-engendrar en el hombre desamor, ódio al Universo.</p>
-
-<p>¿Qué mucho, si encerrado cada individuo en su egoismo, cada
-secta en su tradicion, cada tradicion en su dogma, cada dogma
-en su Iglesia, cada Iglesia en su intolerancia y cada género de
-intolerancia en su crueldad, no llega jamas á comprenderse cómo el
-espíritu humano rebosa en todas las obras humanas, vário, multiforme,
-contradictorio á veces, sin perder nunca su fundamental unidad? Y los
-que miran la vida por un lado, el tiempo por una edad, la ciencia
-por un solo sistema, el arte por una sola escuela, el ideal por una
-religion, la sociedad por un partido, la historia por una fase, la
-humanidad por un pueblo, jamas comprenderán el espíritu humano, que
-como no puede separarse aquí, en este planeta,<span class="pagenum"
-id="Page_291">[p. 291]</span> de su primer organismo, del cuerpo en
-que se encarna, tampoco puede separarse, ni del hogar, ni del templo,
-ni del arte, ni de la ciencia, ni de la sociedad, que serán momentos
-de su vida, organismos de su sér, revelaciones inmanentes y perpétuas
-de su esencia, grados de su desarrollo, lo que se quiera; pero en
-cuya totalidad estamos virtualmente cada uno de nosotros, y en cuyo
-desarrollo está el desarrollo de nuestra propia vida. Hemos sido con
-los que fueron; serémos en los que vendrán. No creamos, pues, á una
-sola Iglesia depositaria de la verdad absoluta, ni á un solo pueblo
-representante del espíritu humano.</p>
-
-<p>Ved por qué yo arguyo de sectarios á los católicos, porque no
-comprenden sino una parte de la vida, nuestra vida histórica.
-Cuentan solamente con lo que fuimos, no cuentan con lo que somos,
-no cuentan con lo que serémos. Cuando la fisiología revela cada dia
-un secreto de este organismo humano, abreviado Universo; cuando la
-química llega á tener la fuerza de descomposicion y recomposicion
-de la naturaleza; cuando la astronomía nos comunica directamente
-con lo infinito; cuando prodigiosos descubrimientos nos entregan
-el rayo para que lo vibremos en nuestras manos, cual lo vibraban
-los antiguos dioses; cuando la tierra en que vivimos nos ha contado
-su ancianidad por medio de sus evoluciones geológicas, y el<span
-class="pagenum" id="Page_292">[p. 292]</span> cielo que nos
-envuelve ha revelado en el espectro solar la fundamental unidad del
-Cósmos: en este crecimiento de la naturaleza humana y del espíritu
-humano, junto á un derecho que nos dice á todas horas la igualdad
-fundamental de los hombres en la sociedad, y junto á una ciencia
-que nos dice la igualdad fundamental de los seres en el Cósmos,
-¿creeis puede satisfacernos una religion cuyos dos últimos dogmas,
-en vez de espiritualizar la vida, de idealizar la fe, nos enseña el
-privilegio y la excepcion de dos criaturas humanas; privilegio y
-excepcion incomprensibles para la inteligencia, é inverosímiles en la
-universalidad de la naturaleza?</p>
-
-<p>Así la sociedad, la ciencia, la vida andan por un camino; y por
-otro completamente opuesto el catolicismo. La córte pontificia sólo
-se alimenta de la tradicion. La ciencia católica es la arqueología.
-En Roma, en la Roma pontificia, se oye por todas partes un rumor
-elegíaco. Sobre las ruinas materiales álzanse la ortiga, el
-jaramago; sobre el jaramago y la ortiga las ruinas morales. El
-Viérnes Santo parece el dia eterno de esta ciudad singular, el dia
-en que el corazon está desolado, el santuario desierto, los cirios
-extintos, las aras desnudas, los altares velados, y el cántico de
-Jeremías resonando á la contínua por aquellos templos henchidos de
-evaporaciones de lágrimas. Yo<span class="pagenum" id="Page_293">[p.
-293]</span> recuerdo que aquel dia, despues de haber asistido por
-la mañana á la Capilla Sixtina, fuí por la tarde á la Vía Apia, á
-la vía de los antiguos sepulcros. Un momento me detuve á contemplar
-la entrada de las catacumbas y á recoger las benditas inspiraciones
-de sus cenizas. Parecíame que las almas de los mártires renacian
-al conjuro de mi evocacion y me acompañaban por aquel camino de
-tristezas y desolaciones. Alguna vez involuntariamente volvíanse
-los ojos á la ciudad, donde se dibujaban sobre las formidables
-ruinas paganas las aéreas rotondas católicas. Roma á la espalda, la
-cordillera sabina al frente, el desierto en derredor, los acueductos
-interrumpidos por todas direcciones, el camino de los siglos bajo
-las plantas, el cielo de las contínuas plegarias sobre la cabeza,
-cuatro leguas de sepulcros abiertos á la contemplacion; el pastor ó
-el fraile interrumpiendo con su pintoresca presencia ó su religioso
-saludo el viaje, os hacen creer que descendeis realmente á la
-region de las sombras, á los abismos de la historia. Esperais el
-dantesco guía que ha de conduciros. Á la derecha las catacumbas
-de San Sebastian, donde duermen los mártires, y á la izquierda el
-Circo Máximo, donde los mártires fueron inmolados. Unos pasos más
-adelante el sepulcro de Cecilia Metella, que recuerda los últimos
-dias de la República, sepulcro formidable,<span class="pagenum"
-id="Page_294">[p. 294]</span> especie de fortaleza sobre la cual
-han levantado nuevas fortalezas otros tiempos, como nuevas leyes
-se han erigido sobre aquellas leyes y nuevas instituciones sobre
-aquellas instituciones. Las piedras agrupadas en ese monumento,
-bruñidas por el ardiente sol del Lacio, han resistido á la corriente
-de los siglos, á las pasiones de los hombres, como la República
-á todos los movimientos políticos de la historia. Á un lado y á
-otro piedras desprendidas de grandiosos monumentos, bajos relieves
-hermosísimos, restos de templos, restos de tumbas, cadáveres de
-pasadas civilizaciones, como si aquel campo fuera el campo de
-batalla, donde en lejanos tiempos peleáran, no ejércitos de hombres,
-sino ejércitos de mundos y planetas. Andais un tanto y veis el
-sepulcro de Séneca. La tiranía no quiso oir las quejas de su víctima,
-y el arte se ha burlado de la tiranía dejando en el bajo-relieve una
-protesta que los siglos repiten, contra la crueldad de los tiranos.
-Yo, que acababa de hollar el polvo de las catacumbas, no pude ménos
-de poner mi mano sobre las piedras de aquel sepulcro. ¿Cuántas
-ideas de los antiguos estoicos y cuántas ideas de los primitivos
-cristianos formarán la urdimbre de nuestra fe, de nuestra moral? ¿Qué
-arma habrá engendrado la ley á cuyo imperio me hallo sometido? ¿Qué
-apóstol ó qué mártir habrá levantado el altar de mis creen<span
-class="pagenum" id="Page_295">[p. 295]</span>cias? Inútil empeño.
-No le pregunteis á la nube de dónde se ha evaporado, ni al rayo
-de dónde se ha encendido, ni á las moléculas que recorren vuestro
-organismo dónde se han formado; el Universo es el laboratorio de la
-vida, y la conciencia universal es el laboratorio de la idea. Así,
-unos las engendran, otras las expresan, éstos las predican, aquéllos
-mueren por ellas; y los mismos que las contrarían y las combaten, las
-sirven sin quererlo, hasta que pasan á ser el sentido comun de la
-sociedad.</p>
-
-<p>Los sepulcros, sobre todo aquellos sepulcros de edades
-apartadísimas, podrán guardar huesos frios; pero guardan tambien
-ideas vivas. En la milla quinta de la Vía Apia, <i>regina viarum</i>, no
-léjos de antiguo túmulo circular, rematado por torrecillas de la Edad
-Media, se extienden las fosas de Cluilio, donde la tradicion, despues
-confirmada por Dionisio de Halicarnaso, pone el campo de batalla
-entre Alba y Roma, la tumba, por consiguiente, de los Horacios y de
-los Curiacios. Pueblos primitivos del Lacio, al ver tantas ruinas,
-que parecen como vuestros esqueletos, no puedo ménos de recordar los
-bellísimos dias de las ferias latinas, cuando os congregabais sobre
-las montañas de Albano para ofrecer sacrificios, y de allí ibais
-á la selva albanea para escuchar los cantares de los faunos; y de
-la selva á<span class="pagenum" id="Page_296">[p. 296]</span> la
-gruta de Tívoli para interrogar á la fatídica Sibila; y miéntras,
-vuestras mujeres celebraban en primavera, cuando el cielo sonrie y
-la naturaleza resucita, las fiestas palilias en honor al Dios de los
-apriscos, ceñidas de follajes, coronadas de guirnaldas, bebiendo
-entre cánticos religiosos la leche áun caliente en copas recien
-talladas de las seculares encinas; vosotros sólo os acordabais de
-la naturaleza que os rodeaba, como si más allá de la naturaleza no
-hubiera otra vida ni otros seres.</p>
-
-<p>Mas acaso las creencias que han sustituido á vuestras creencias
-no se acuerdan bastante de que existe la naturaleza vivida,
-inmortal. Hoy la nave griega, trayendo mercancías é ideas, no ancla
-en vuestros puertos; los dioses rientes y cantores no corren por
-vuestras campiñas; el desierto se ha tragado hogares y templos; las
-batallas han esparcido hasta los mudos é inmóviles habitantes de las
-tumbas.</p>
-
-<p>El Viérnes Santo, consagrado á la muerte; la Vía Apia, camino
-de sepulcros; Roma, la gran necrópolis; todo, todo me habla
-contínuamente de los muertos, y todo me convida á pensar en este
-gran misterio. Nos imaginamos en la naturaleza monarcas absolutos,
-y vivimos bajo leyes que no conocemos apénas. ¿Por qué esta
-interrupcion de la muerte? ¿Por qué esta oscura piedra del sepulcro
-rodada de abismos insondables<span class="pagenum" id="Page_297">[p.
-297]</span> al borde oscuro de otros insondables abismos?
-Consolémonos. La dinámica natural no se interrumpe. Cuando nosotros
-dejamos el cadáver en la tumba y nos volvemos doloridos á pensar en
-la muerte de aquel sér, la corrupcion del cadáver es nueva forma de
-existencia, nueva funcion de vida, nuevo gérmen de seres. ¿Falta
-de jugos nutritivos en el estómago, falta de sangre en las venas,
-falta de oxígeno destruirán al hombre que se proclama dueño de la
-inmortalidad? Cada organismo humano es un pequeño universo en medio
-de la totalidad del universo material y moral. Por la nutricion, por
-la respiracion, por el cambio contínuo de moléculas, absorbemos la
-vida de la naturaleza; como por la síntesis, por la generalizacion,
-dilatamos nuestra alma concreta é individual en el espíritu humano.
-Como la luz y el calor se identifican en el Universo; como el
-tono grave y el tono agudo se combinan en la armonía; como las
-exhalaciones carbónicas de la respiracion animal y las exhalaciones
-oxígenas de la respiracion vegetal en la atmósfera, combínanse la
-vida y la muerte en nuestro sér. De estos contrasentidos resultan
-los mayores goces de la vida. El deseo no satisfecho es una pena.
-El amor es deseo no satisfecho, deseo inextinguible, y el amor es
-una felicidad. En el momento en que el deseo se acabára, acabárase
-tambien el amor. Y el deseo<span class="pagenum" id="Page_298">[p.
-298]</span> satisfecho deja de ser deseo. Hay, pues, que conservar
-el deseo para conservar el amor; hay que conservar la pena para
-conservar la felicidad. Hay que conservar la muerte para conservar la
-vida. La muerte es una resurreccion.</p>
-
-<p>Comprendo cuán sublime es el simbolismo de la Iglesia al celebrar
-la Pascua de Resurreccion. Dia de universal regocijo este dia. Cae
-en la estacion de las resurrecciones. El calor vivificante renace
-y abriga á la aterida tierra. Las nieves se derriten y envian sus
-claras aguas á los rios. El campo se cubre de verdura, la verdura
-de flores, las flores de mariposas. Los almendros, los manzanos,
-los limoneros y naranjos semejan otros tantos ramilletes. Las aves
-se entregan á sus cánticos y á sus amores. Hínchanse las yemas de
-savia, y las larvas se trasforman en pintados insectos. Sale de su
-agujero la hormiga, y la abeja de su panal. Las torres, que durante
-tres dias estuvieron mudas, echan al vuelo sus campanas. Vístense
-los campesinos de fiesta. La Vírgen-Madre, ántes llorosísima,
-se ciñe de guirnaldas para salir al encuentro del hijo de sus
-entrañas. En la procesion de la mañana de Pascua, por nuestros
-campos y nuestras aldeas todos á una entonábamos el cántico de la
-resurreccion: <i>aleluya, aleluya</i>. Parecíanos ver el Crucificado
-erguirse sobre su lecho de mármol, rasgar el sudario, quebrar<span
-class="pagenum" id="Page_299">[p. 299]</span> la losa, volver á
-la vida, resplandeciendo de alegría. Las amapolas eran más rojas,
-las flores del almendro más sonrosadas, el aroma del azahar más
-penetrante, el cántico de las aves más sonoro en este dia á nuestros
-sentidos perfumados por la miel de santo misticismo. Yo declaro que
-veia la naturaleza más hermosa. No me extraña esta interior vision
-del mundo externo. Me han asegurado piadosos viajeros haber oido,
-atravesando las cordilleras de los Andes, palabras místicas á esas
-aves que remedan las articulaciones de la voz humana. Convertimos el
-Universo en verbo de nuestro pensamiento, y sus rumores en eco de las
-palabras murmuradas por la conciencia á nuestro oido. ¡Santa alegría
-de la mañana de Pascua, bendita, bendita seas!</p>
-
-<p>Comprendo que el doctor de la epopeya alemana, despues de haber
-sentido todos los dolores y miserias de la humanidad; despues de
-haber tocado todos los desengaños de la ciencia; al ver su frente
-coronada de dudas y su corazon coronado de espinas, pensase en apurar
-el tósigo, y sólo apartára la funesta copa de los labios al eco de
-las campanas que anunciaban la resurreccion; de las aleluyas que
-anunciaban la Pascua; de los cánticos sagrados cuya virtud puede
-reconciliar á la desesperacion con la naturaleza y con la vida.</p>
-
-<p>El dia de Pascua en Roma seguí yo todas las<span class="pagenum"
-id="Page_300">[p. 300]</span> ceremonias religiosas. Escuché al
-amanecer el alegre repique de sus innumerables campanas; fuí á la
-basílica de San Pedro; atravesé la gran columnata del Bernino; oí
-el rumor de las dos fuentes que envian á las alturas sus aguas en
-surtidores, verdaderos arroyos; contemplé el obelisco de Calígula
-traido á Italia por la mayor nave de toda la antigüedad; subí la
-majestuosa escalinata que conduce al templo, y penetré en su interior
-con el espíritu regocijado por el recuerdo de mis antiguos afectos é
-ilusiones en el dia de Pascua. No me asaltó la comezon de crítica que
-suele asaltar á todos los visitantes de la basílica Vaticana. Como
-en ella se han empleado tan fabulosas riquezas, como han contribuido
-á ella los primeros arquitectos del mundo, no hay quien resista la
-tentacion de criticarla. Irrealizable idea, dicen unos, la idea de
-Bramante, que propuso una cúpula mayor aún que esta cúpula. Grande
-lástima, exclaman otros, no se realizára el pensamiento de Rafael,
-la cruz griega, que permitiera ver la rotonda desde la entrada en el
-templo. Variedad, riqueza le quitó Miguel Ángel, observan algunos,
-oponiéndose al plan de San Galo, porque tendia en sus pirámides y
-sus cúpulas al gótico, abominado en la pagana Roma; miéntras todos
-observan que la ilusion óptica contraría el efecto de la iglesia;
-que su grandeza no puede com<span class="pagenum" id="Page_301">[p.
-301]</span>prenderse á la primera ojeada; que la inmensidad de sus
-dimensiones daña á la hermosura artística; que el fondo se ve desde
-la puerta envuelto en una especie de engañoso vapor; que se necesita
-andar los doscientos pasos en torno de las colosales pilastras,
-sustentáculos de la inmensa linterna, para conocer en virtud del
-análisis toda la magnitud de esta iglesia única; que la riqueza de
-mármoles y bronces pasma, pero no extasía; que las violentas estatuas
-señalan época ya de triste decadencia, y época de triste decadencia
-tambien señala el altar mayor con sus columnas salomónicas, y la
-santa sede romana con los colosos en bronce dorado, representando
-cuatro Padres de la Iglesia, cuyos mantos henchidos deben estar
-por huracanes, segun se agitan, y el Espíritu Santo resaltando en
-trasparentes cristales de color amarillo, que parece paloma caida en
-gigantesca fuente de bien batidos huevos.</p>
-
-<p>No busquemos en la iglesia vaticana el misticismo que se exhala
-de nuestras catedrales góticas: la piedad retratada en el rostro de
-las estatuas y de las efigies que nacieran de espíritus puramente
-católicos; el misterio de aquellos rayos de luz cernidos por los
-vidrios de colores y quebrados en las agudas ojivas, no; el genio
-clásico, el espíritu clásico alzó el templo romano en ideas apartadas
-del ferviente espíritu católico, en ideas<span class="pagenum"
-id="Page_302">[p. 302]</span> paganas; y la grandeza de los arcos
-semejantes á los antiguos arcos triunfales; y la elevacion de las
-áureas bóvedas; y las dimensiones de la maravillosa rotonda; y la
-riqueza de los mármoles cuyos matices tiran desde el blanco perla
-al ópalo, desde el ópalo al rosa, desde el rosa al lila, desde el
-lila al amatista; y el relumbrar de los bronces brillantes como el
-oro nativo; y la riqueza de los mosaicos que en piedra representan
-con vivísimos colores los más preciados cuadros; y los altares en su
-lujo, y las estatuas en sus gigantes nichos, y los ángeles abriendo
-por doquier las alas, y los papas tendidos sobre sepulcros de tan
-diversas formas y de tan contrarios siglos, forman realmente, si no
-un templo católico, uno de los monumentos mayores que sobrelleva la
-tierra.</p>
-
-<p>El Papa bajó á la Basílica. El aparato que le rodeaba el Domingo
-de Ramos habíase agrandado en el Domingo de Pascua. El número de
-obispos y arzobispos era mucho mayor. Llevaba Pío IX una capa
-blanca, recamada de riquísima pedrería, y coronaba su cabeza con
-la tiara de oro, en la cual iban sobrepuestas tres coronas de
-brillantes. Conducido á su sede, entonó la misa mayor con voz
-melodiosa; y despues de la misa, adoró las santas reliquias con
-extraordinario arrobamiento. Cumplida esta práctica, subiéronle á
-la ventana mayor de San Pedro, mostráronle á la gran plaza,<span
-class="pagenum" id="Page_303">[p. 303]</span> henchida de gentes. Sus
-brazos se abrieron como si quisiera abrazarnos á todos, su voz tomó
-extraordinaria intensidad, y Roma y el orbe entero fueron bendecidos
-por su palabra y por sus manos. Yo, en medio de las exclamaciones
-de aquella muchedumbre, del sonoro repique de las campanas, del
-estampido de los cañones, del himno exhalado por tantas músicas,
-de la alegría pintada en tantos semblantes, pensaba cómo realmente
-aquella bendicion podia dirigirse al orbe entero; cómo alcanzaba
-desde las regiones boreales hasta las regiones del trópico, y cómo
-entraba en todos los pueblos, hasta en aquellos que más emancipados
-se creen de la Iglesia católica: en Inglaterra, por los irlandeses;
-en Rusia, por los polacos; en la América sajona, por los Estados del
-Sur; en Alemania, por los bávaros; en todo el mundo por las antiguas
-colonias portuguesas y españolas, que han sembrado de iglesias el
-África, el Asia, la América, y han enseñado el símbolo de Nicea, así
-á los indios del viejo como á los indios del nuevo continente.</p>
-
-<p>Si con todas estas ceremonias quieren mostrar que Roma conserva su
-predominio antiguo sobre el mundo, á maravilla lo consiguen. Ninguna
-ciudad tiene este poder. Ninguna envia sus bendiciones desde los
-palacios de París hasta las cabañas de Patagonia. Ninguna muestra su
-primer<span class="pagenum" id="Page_304">[p. 304]</span> magistrado
-bendecido en todas las lenguas, adorado en todas las regiones,
-puesto á la altura de verdadero Dios. Ninguna puede decir que sus
-leyes son el código moral de una parte considerable del mundo; que
-su rey reina en las conciencias de pueblos diseminados por todo el
-orbe. Los obispos son verdaderos prefectos encargados de sostener
-la superioridad moral de Roma sobre todas las naciones. Tributarios
-somos, tributarios como las antiguas provincias romanas, tributarios
-del césar espiritual que nos bendice ó nos maldice á su grado,
-desde su inmenso santuario del Vaticano. Ántes oponíanle las várias
-Iglesias, las várias nacionalidades, sosteniendo la rica variedad de
-la vida bajo la unidad pontificia, algun freno. Hoy no tiene freno
-alguno. Hoy, declarada la infalibilidad, el Papa es toda la Iglesia.
-En vano los obispos reunidos en Fulda advirtieron el enorme riesgo
-que corria la unidad del catolicismo; en vano el Prelado de Orleans,
-tan entusiasta del Papa, calificó de peligrosa novedad los nuevos
-dogmas; en vano el elocuentísimo Strossmayer, que tan enérgicamente
-protestára contra la ruptura del concordato austriaco, hizo vibrar
-su gran palabra en los oidos del episcopado para separarle de
-vergonzosa abdicacion; en vano Döellinger apeló á toda su ciencia
-en demostracion de que diez y ocho siglos no vieron apuntar tamaña
-mons<span class="pagenum" id="Page_305">[p. 305]</span>truosidad,
-sino por los concilios de Letran, verdaderas antecámaras del rey de
-Roma; en vano el Padre Gratry probó que el Papa Honorio habia sido
-condenado en el sexto concilio ecuménico por tender á la herejía
-de los que negaban las dos naturalezas en la persona de Cristo; en
-vano el cardenal Schwarzenbeg recordó que tras las pretensiones de
-Bonifacio VIII al dominio absoluto de la conciencia y del mundo,
-vinieron disentimientos, guerras religiosas, cismas, servidumbre
-para el Pontificado; todo en vano: una Asamblea cohibida por servil
-reglamento, impulsada por contínuas proclamas del Papa, puesta bajo
-el influjo de invasor jesuitismo, incapacitada de tener la unanimidad
-moral indispensable en la proclamacion de los dogmas, pues ciento
-cuarenta obispos, los más elocuentes, los más autorizados, los de
-mejores diócesis, se oponian; una Asamblea en tales condiciones
-llegó, entre grandes protestas, despues del retraimiento de los
-conciliares más célebres y más ilustres, en tarde tempestuosa, que
-semejaba prematura noche, á la divinizacion de Pío IX, superior desde
-entónces ¡él solo en la tierra! como Dios extraviado por nuestras
-bajas regiones, superior á los errores y á las debilidades propias de
-nuestra limitada y fragilísima naturaleza.</p>
-
-<p>La antigüedad tenía tambien sus apoteósis. El<span
-class="pagenum" id="Page_306">[p. 306]</span> hombre, que habia
-llegado á césar, no se contentaba con ser césar, y aspiraba á Dios.
-El Senado se reunia y decretaba la divinidad á sus tiranos. Cónsules,
-sacerdotes, vestales, corrian en torno del césar, le coronaban,
-le ponian sobre un altar, le trenzaban guirnaldas, le degollaban
-víctimas, le ofrecian cánticos sagrados y olorosa mirra, celebraban
-su nacimiento y su inmortalidad con innumerables fiestas. Pero la
-igualdad de la vida, la igualdad de la muerte, la implacable igualdad
-que nos muestra á todos, hijos de la tierra, sujetos á idénticas
-leyes, decian que esas apoteósis, léjos de elevar á un hombre sobre
-el nivel de los demas hombres, le empequeñecian hasta ponerlo muy
-por bajo de nuestra naturaleza. El dolor y el esfuerzo, la pena y
-el error, están en la condicionalidad, en las limitaciones humanas.
-Y por consiguiente, los hombres-dioses caen pronto, muy pronto,
-como cayeron los Faraones y los Nabucodonosores. Casualmente las
-edades de las apoteósis fueron las edades mortales al paganismo.
-Despues de haber entrado los hombres en el cielo, salieron los
-dioses. Los pueblos dejaron de ir al templo de Délfos, donde se
-veian las cimas del Parnaso, donde se escuchaban los rumores de la
-fuente Castalia, donde hablaba la Pitonisa en versos que contenian
-los secretos del porvenir, donde se celebraban los juegos píthicos
-y<span class="pagenum" id="Page_307">[p. 307]</span> las asambleas
-anfictiónicas, donde Apolo derramaba luz sobre la frente, é
-inspiracion sobre el alma de la madre Grecia. Inútilmente un sabio,
-filósofo, orador, poeta, guerrero, héroe y artista, Juliano, quiso
-restaurarlo, idealizarlo, rejuveneciendo el viejo dogma con la
-nueva metafísica; los sacrificios se interrumpieron, las aras se
-destrozaron, el paganismo se extinguió, porque habiendo comenzado
-por la divinizacion de las fuerzas naturales que rigen el Universo,
-concluyó por la divinizacion de los césares y de los pontífices.</p>
-
-<p>¡Dia de Pascua en Roma! Despues de haber asistido á la misa
-católica, á las bendiciones pontificias, preguntéme á mí mismo si en
-realidad algo ha resucitado en estos últimos tiempos sobre aquella
-tierra, sobre la tierra de la resurreccion en el siglo décimosexto,
-sobre la tierra del Renacimiento. Aquí está Galatea, allá Psíquis,
-acullá las musas danzando en torno del antiguo Parnaso, en una parte
-las escuelas de Aténas más vivientes y más bellas que lo fueran jamas
-en la misma realidad; en otra parte las sibilas alzadas á las cimas
-de lo sublime para promulgar los oráculos; en un museo Diana, con la
-media luna sobre la frente, el arco entre las manos, seguida de sus
-ninfas, y saludada por las selvas; en otro museo la aurora abriendo
-las puertas<span class="pagenum" id="Page_308">[p. 308]</span>
-eternales al dia; por doquier, en los arcos triunfales y en las
-serenas estatuas, renaciente, resucitada la plástica antigüedad en
-toda su serena perfeccion.</p>
-
-<p>Pero la Edad Media no ha resucitado. Por más que se haya sostenido
-la supremacía política de la Santa Sede; el predominio del clero
-sobre las demas clases sociales; la direccion de la política europea
-en los papas; el carácter religioso y feudal del antiguo patrimonio
-de San Pedro, la inquisicion para la conciencia, la censura para
-el pensamiento, la mezcla de la autoridad temporal y la autoridad
-espiritual en una sola persona; el anatema inapelable sobre el Estado
-independiente, sobre la escuela láica, sobre el matrimonio civil,
-sobre la libertad religiosa y de imprenta; la Edad Media no ha
-resucitado, no ha podido resucitar en Roma ¡Oh pontífices! Los dioses
-que quisisteis aniquilar se han levantado, sino en el cielo de la
-religion, en otro cielo hermosísimo, en el cielo del arte; miéntras
-el espíritu de la Edad Media, que intentais de resucitar, se hunde
-cada dia más en lo pasado. Renace todo cuanto maldecisteis, muere
-todo cuanto vivificasteis. ¿No dice esto nada al Papa infalible, al
-Dios del Vaticano?</p>
-
-<p>Mas no seré yo quien peque de exclusivo é intolerante. El siglo
-décimoctavo, en su obra de<span class="pagenum" id="Page_309">[p.
-309]</span> destruccion, pudo, mirando la vida por uno solo de sus
-aspectos, creer en la necesidad de destruir toda la Edad Media. El
-siglo décimonono, en su trabajo de reconstruccion, de reconciliacion,
-no puede, no, decir que diez siglos, mil años, han sido inútiles
-al progreso humano, y no han dejado nada en el fondo de nuestra
-civilizacion y cultura. Aquella tendencia espiritualista, aquella
-tendencia idealista de los siglos medios debe renacer en nuestro
-siglo, sin su carácter exclusivo, reconciliándose con la naturaleza y
-con la ciencia. Necesitamos, para que esta nuestra civilizacion sea
-perfecta, encender en su cima la clara luz y el fuego purificador
-de verdadero idealismo. Los milagros se repiten todos los dias en
-las ciencias naturales, en las ciencias exactas, en las ciencias
-físicas, en todo aquello que tiene por objeto lo natural y lo
-sensible. Sabemos observar, sabemos calcular como ningun otro
-siglo. ¿Pero sabemos con igual perfeccion sentir, sabemos pensar?
-Conocemos el sol, estamos seguros de que su volúmen es un millon
-cuatrocientas mil veces mayor que el volúmen de la tierra; y que
-andando sesenta kilómetros por hora, tardariamos doscientos setenta
-años en llegar á su ardiente superficie; y que puesto el grande astro
-en el platillo de una balanza, habria necesidad de poner para su
-equilibrio trescientos cincuenta mil globos ter<span class="pagenum"
-id="Page_310">[p. 310]</span>ráqueos en el otro platillo; sabemos
-todo esto del sol, que á tan larga distancia se halla de nosotros;
-y apénas sabemos nada de la conciencia, de ese sol interior, que en
-nosotros mismos llevamos y tenemos eternamente.</p>
-
-<p>Estas maravillas de las ciencias físicas no se interrumpen. Ora
-descubrimos en la Vía Láctea fenómenos que casi escapan al dominio
-de nuestra dinámica; ora sabemos los cambios que en veinte años ha
-tenido la nebulosa de Orion. Conocemos el curso de las edades en el
-planeta; la aparicion de las primeras especies; el despertamiento
-de los infusorios en los bancos marinos formados durante la época
-oceánica; las causas de la milagrosa vegetacion, reveladas por los
-terrenos carboníferos. Miéntras la astronomía nos relaciona con
-el Universo y la geología evoca recuerdos del mundo histórico, la
-química revela secretos de la vida. Priestley descubre el oxígeno.
-Lavoissier descompone el aire y halla en su seno el gas que favorece
-y el gas que contraría nuestra existencia. El encuentro de virtudes,
-ocultas ántes, en los minerales impulsa la agricultura, como el
-encuentro de un gran número de alcalóides, ántes desconocidos, da
-nuevos recursos á la medicina. La electricidad viene á colaborar
-en estos prodigios. Desde los misterios de Cagliostro vamos á las
-claras experiencias de Gal<span class="pagenum" id="Page_311">[p.
-311]</span>vani, que presta movimiento con sus centellas eléctricas
-á miembros de animales muertos; desde las experiencias rudimentarias
-de Galvani al conocimiento de la electricidad y de sus leyes, merced
-á haber puesto Volta maquinalmente un pedazo de periódico humedecido
-en sus labios entre las planchas de zinc y las planchas de cobre,
-descubriendo su maravillosa pila, hasta que, perfeccionados todos
-estos descubrimientos, encontrada la gran fuente de electricidad
-por los progresos conseguidos en la pila de Volta, Morse, un
-hombre perteneciente á la raza de Franklin, el primero á quien la
-naturaleza creyera digno de recibir en sus manos el rayo, ántes
-reservado á los dioses; Morse inventa el telégrafo, y pone el flúido
-electro-magnético, alma de las pavorosas tempestades, bajo la mano
-del hombre.</p>
-
-<p>Al pensamiento humano, á pesar de su infinita intensidad, le
-faltan fuerzas para seguir todos los adelantos seguidos por el
-vapor, y el magnetismo, y la electricidad, y el descubrimiento
-de nuevos gases, y la composicion de sustancias químicas, y las
-exploraciones de los telescopios en el cielo, y las exploraciones
-de los viajeros en la tierra, y la ascension á la atmósfera, y el
-descenso, así á los abismos de las minas como á los abismos de
-los mares, y las clasificaciones de las especies muertas como de
-las especies vivientes, y el progreso de la<span class="pagenum"
-id="Page_312">[p. 312]</span> fisiología que estudia nuestro cuerpo,
-y el progreso de la cosmología que estudia el Universo.</p>
-
-<p>Pero ¿puede gloriarse de igual grandeza moral, de igual grandeza
-espiritual? ¿No peca, sin duda alguna, por exceso de materialismo
-como el antiguo mundo clásico? ¿No peca por olvidarse del alma
-que lleva dentro de sí mismo y del Dios que anima el Universo? Es
-necesario, indispensable, elevar á los ojos de esta civilizacion
-materialista un grande ideal. Yo conozco cuánto se oponen á ello
-las vocaciones exclusivas. Así como hay oidos que no perciben
-las armonías de la música, ojos que no ven las bellezas de los
-cuadros, hay almas que no sienten necesidad de la religion. Pero las
-sociedades humanas ¡ah! no pueden ser exclusivas, las sociedades
-humanas contendrán siempre como el derecho, como el arte, como la
-ciencia, como el trabajo, ese otro término de la misteriosa serie de
-su vida, la religion. Pero á medida que los progresos materiales son
-mayores, el espíritu religioso, como la inspiracion artística, deben
-tender más vivamente al idealismo. Y el Dios del Vaticano, especie
-de ídolo material, vestido de brocados, coronado de diamantes,
-envuelto en nubes de incienso, embriagado por palabras que saben á
-las antiguas apoteósis cesaristas, no responde á las necesidades
-de nuestra época, ni apaga con sus ideas teocráticas la sed<span
-class="pagenum" id="Page_313">[p. 313]</span> inextinguible de
-nuestro espíritu. En Roma, á la sombra de tantos templos, entre
-aquel laberinto de altares, á la vista de las innumerables cúpulas
-por donde han subido como por su escala misteriosa innumerables
-oraciones al cielo; sobre las ruinas amontonadas en aquellos campos
-sacratísimos por los devastadores siglos; el pensamiento deja rodar
-en desórden al viento de todas las ideas los dioses muertos, y se
-eleva á considerar el Dios vivo, uno, absoluto, eterno; sér, esencia,
-verdad, bien, hermosura; el Dios de la naturaleza y del espíritu, que
-se alza sobre todos los cambios, sobre todas las trasformaciones de
-la historia, y comunica á nuestra alma la esperanza inefable en la
-inmortalidad.</p>
-
-<p>Esta grande idea crece con el crecimiento de las conciencias, y
-se purifica con su purificacion. Las revelaciones no han concluido,
-no, por más que algunos crean agotada su fuente. Los tiempos de la
-razon ahora comienzan, y no sabemos cuánta luz y cuánto calor la
-razon tendrá en su seno. El Zeus indio, nacido al pié de aquellas
-altas montañas, perfumado por el aroma de aquellas espesas selvas,
-no se detuvo en su cuna de palmas, sino que yendo de gente en
-gente, trasfigurándose de nacion en nacion, llegó á la cima del
-olimpo griego. Y un dia, en los pueblos educados por su sagrado
-númen, brotó la revelacion de la unidad de<span class="pagenum"
-id="Page_314">[p. 314]</span> la conciencia humana, complemento
-necesario á la unidad de la naturaleza divina, que se revelára
-entre los relámpagos del Sinaí. Y estas dos ideas altísimas fueron
-creciendo, espiritualizándose en los diálogos de la Academia, al
-influjo mágico de la elocuencia platónica, como una infusion de
-la divinidad por las venas del hombre. Y cuando el pensamiento,
-extendiéndose, dilatándose, bajó de la metafísica á la moral, y de la
-moral pasó al derecho, fué necesario universalizarlo en la mente de
-las muchedumbres, dárselo en comunion á los pueblos para que tanto
-trabajo no se perdiera, para que tantas revelaciones no quedáran
-como ideas sin realidad y sin forma en las vagas abstracciones de
-las escuelas ¡Ah! La idea en su generalidad, en su pura abstraccion,
-parece espíritu sin cuerpo: no agita los ánimos, no alarma los
-intereses. Pero la idea, predicada al aire libre, dicha en los oidos
-de los pueblos, rompe con el sentido general de su tiempo y provoca
-las iras de la supersticion y de la ignorancia. Por eso el Redentor
-es necesario, el Redentor que ha nacido para divulgar la idea, que
-la lleva viva en el corazon, que la modula como plegaria incesante
-en sus elocuentísimos labios, que la reparte entre los pueblos, que
-enciende las iras de los viejos ídolos y de las inmóviles castas,
-que da su vida en afrentoso suplicio por los débiles, por los
-humildes,<span class="pagenum" id="Page_315">[p. 315]</span> por
-los oprimidos, por los desheredados del mundo. Y la religion del
-Redentor se encarna en una Iglesia, que al pronto cree ser órgano de
-un solo pueblo, de una sola casta; pero luégo se abre á la invasion
-de todas las razas, al influjo de todas las ideas, por medio de
-un genio, que tiene la virtud de los innovadores, la elevacion
-de los filósofos, la elocuencia de los apóstoles, el heroísmo de
-los mártires. Y la revelacion no se interrumpe. Unos le llevan el
-espíritu judío y semita; otros el espíritu heleno-latino; otros el
-espíritu alejandrino. Las cuatro misteriosas ciudades, que tenian
-en sus manos la trama de la civilizacion europea, Jerusalen, Roma,
-Aténas, Alejandría, hablaron, y sus palabras fueron recogidas, y
-elevadas al cielo por el divino Verbo. Y no se interrumpió la serie
-infinita de las revelaciones; porque vino la revelacion del arte
-en el Renacimiento, la revelacion de la ciencia en la filosofía,
-la revelacion del derecho en las grandes revoluciones, cuya
-electricidad ha creado de nuevo al hombre y traido en lenguas de
-fuego un espíritu divino sobre su conciencia. ¡Ay de las sectas, de
-las magistraturas, de las iglesias que creen su ideal exclusivo, su
-doctrina estrecha, su sentido egoista, el espíritu y la doctrina y
-el sentido de la humanidad, de ese sér inmortal, cuya conciencia es
-como el espacio donde todos los grandes princi<span class="pagenum"
-id="Page_316">[p. 316]</span>pios se contienen; cuya idea es como
-la luz que todos los mundos esclarece; cuyo espíritu es como el
-aire que todo lo vivifica! Las ruinas son esqueletos amontonados
-por los siglos. La idea se levanta de unos altares, y corre á otros
-altares sin detenerse, renaciendo á cada instante de sus cenizas,
-trasformándose en una serie de trasformaciones infinitas, como
-contínua renovacion de la tierra y contínuo holocausto que envia
-eterna nube de incienso hácia los cielos.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_9">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_317">[p. 317]</span></p>
- <h2 class="nobreak">EL GUETO.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_319">[p.
-319]</span>Despues de las altas cimas gusta ver los profundos
-abismos; despues del Vaticano el Gueto. Denomínase Gueto al barrio
-que habitan los judíos en Roma. Una poblacion dentro de otra
-poblacion es cosa para maravillar á otros, no á los españoles.
-Cerca de cuatrocientos años hace que expulsamos nuestros judíos,
-reservándonos el derecho de quemar á todos cuantos los imitáran ó
-siguieran, á los judaizantes; y áun quedan por nuestras ciudades,
-señalados y distinguidos, los barrios donde no entraba tocino, la
-judería. Recordad Toledo. Por San Juan de los Reyes, en las colinas
-que avecina la puerta del Cambron y el puente de San Martin; así
-la mudejar iglesia del Tránsito con sus ajimeces, sus alicatados,
-sus bóvedas de cedro incrustadas en oro y en marfil, sus salmos
-escritos por las paredes en caractéres hebráicos, sin ningun género
-de signos masoréticos; como la iglesia de Santa María la Blanca
-con sus columnas ochavadas, sus chapiteles sirios, sus<span
-class="pagenum" id="Page_320">[p. 320]</span> arcos de herradura, una
-y otra seculares sinagogas, enseñan que allí habitaron los hijos de
-Israel, los tenaces adoradores del puro Dios semita, los perseguidos
-de los godos que en Guadalete vengáran sus afrentas, los comerciantes
-riquísimos, los trabajadores incansables, los que esparcieron las
-ideas de las escuelas árabes de Córdoba, de Sevilla, de Toledo, por
-el Mediodía de Francia y por todas las regiones de Italia; los que
-demostraron á Don Alfonso VI no haber tenido parte alguna en la
-muerte del Salvador; los que colaboraron en las obras de Don Alonso
-el Sabio; los acuchillados por la espada de Enrique de Trastamara;
-los escupidos y abofeteados por la elocuencia de San Vicente Ferrer;
-los expulsados por la piedad de Doña Isabel la Católica; los judíos
-toledanos.</p>
-
-<p>Raza verdaderamente extraña esta raza. Nosotros hemos devorado
-jerarquías innumerables de dioses. Las divinidades de los fenicios,
-de los griegos, de los romanos, unidas á las divinidades aborígenes,
-han caido en los abismos de nuestra conciencia, y de nuestra
-conciencia se han evaporado. Hoy mismo la gran teología católica,
-que fuera como la esencia de nuestro espíritu, se desvanece y se
-disipa. Nuestra alma es cambiante por lo mismo que es progresiva. En
-los pueblos occidentales, aquellos que piensan, ni creen ni<span
-class="pagenum" id="Page_321">[p. 321]</span> rezan; aquellos
-que creen y rezan, no piensan. Pasamos la segunda mitad de la
-vida destruyendo con el raciocinio las creencias inspiradas por
-la educacion y por la fe de la primera mitad. No somos, no, raza
-religiosa. Y esos judíos hablan como hablaba Abraham, cantan los
-mismos salmos que cantaba David, guardan la idea de Dios recogida
-como el maná de las almas en el desierto, obedecen la ley descendida
-del Sinaí, resisten al cautiverio de Babilonia, á los halagos
-inmortales de Alejandro, al cetro incontrastable de Roma, á la
-dispersion impuesta por Tito, á las maldiciones de los papas, á
-los rescriptos de los reyes, á la cólera de los pueblos, al fuego
-de la Inquisicion, á la intolerancia de todas las sectas; y entre
-las corrientes de las ideas que sin punto de reposo se mueven y
-trasforman, ellos, cual si estuviesen fuera del tiempo, reedifican en
-su pensamiento el templo derruido, donde conservan inalterables la
-antigua fe y sus consoladoras esperanzas.</p>
-
-<p>Guiado de un doble sentimiento de compasion y de curiosidad,
-fuí á visitar el barrio de los judíos en Roma. La limpieza no es
-grande en la Ciudad Eterna. Montones de inmundicia os cierran á cada
-encrucijada el paso. Los claros rios, que en gigantescos acueductos
-vienen, y por fuentes monumentales se derraman, así en las cimas
-de<span class="pagenum" id="Page_322">[p. 322]</span> las colinas
-como en las profundidades de los valles, no limpian, no lavan, como
-si bajo tierra se perdieran. El Tíber es verdaderamente el rio de
-las cloacas. Sus amarillentas aguas le dan aspecto de gigantesco
-vómito de hiel. La Ciudad Eterna es una ciudad sucia. Se necesita, á
-decir verdad, taparse mucho las narices para aspirar aquellos aromas
-espirituales que embriagaban el alma piadosísima de Luis Veuillot.
-Y en esta ciudad pasma, por su inmundicia, el barrio de los judíos.
-Húndense los piés en aquella mullida alfombra de excrementos, que
-parecen lechos de cerdos ó de hipopótamos. Niños medio desnudos,
-devorados por costras de porquería, que semejan costras de cancerosa
-lepra, juguetean en todas direcciones. Algunas viejas, de tez rugosa
-y amarilla, pelo cano, ojos vidriosos, aspecto macilento, sonrisa
-siniestra, guardan las puertas de las viviendas, que parecen sucias
-ratoneras. Cada uno de aquellos antros exhala insufrible hedor.
-Con la raza judía se confunden allí familias gitanas caidas de la
-misma grandeza y encorvadas bajo la misma maldicion. Algunas de sus
-pobres mujeres, que la Inquisicion hubiera quemado por untarse y
-volar, sobre todo en sábado, os detienen para convidaros, en dialecto
-ininteligible, gutural, á ver lo por venir en sus combinaciones
-de cartas. Sobre sucias piedras juegan muchos grupos<span
-class="pagenum" id="Page_323">[p. 323]</span> á juegos que tienen
-algun parecido con nuestro mus, con nuestra peregila, con todas las
-combinaciones de cartas usadas en el Mediodía de España. Cuando
-hallan alguna dificultad, trampas ó trabacuentas, arman algazara que
-se difunde por todo el barrio. Éste rechina los dientes, aquél crispa
-los puños, el de más allá profiere palabras amenazadoras, todos
-manotean como si estuvieran á punto de romper en campal batalla. Los
-niños se mezclan al ruido y gritan en torno del corro. Las mujeres
-se asoman por los tragaluces, y participan del ardor general y se
-mezclan en la general disputa, guiándose, no por la razon y la
-verdad, sino por el sentimiento, que les dice ser mejor derecho el de
-sus más próximos parientes. Oidles y guardaos bien de mezclaros en
-sus contiendas, porque correis peligro de veros asaltados, heridos,
-magullados por la ira de todos aquellos furiosos. En el Gueto debeis
-limitaros á observar las sucias piedras, las inmundas calles,
-las feas madrigueras, los amarillentos y miserables habitadores,
-los harapos que penden de las ventanas, y la espesa atmósfera de
-pestilentes vapores que envuelve aquel infierno, donde se purga por
-los representantes de tenacísima raza la virtud más querida de los
-papas, la creencia en principios increibles.</p>
-
-<p>Y la condicion de esta tribu ha mejorado mu<span class="pagenum"
-id="Page_324">[p. 324]</span>cho en el presente pontificado. Las
-férreas cadenas que los separaban del resto de la poblacion y los
-tenian como prisioneros, han caido, merced á la generosidad de Pío
-IX. Ya no tienen necesidad de sepultarse desde el anochecer en
-sus pocilgas, y pueden andar á su arbitrio toda la ciudad. Aquel
-tributo de sangre, que repartido entre todos tocaba á cincuenta
-céntimos anuales por cabeza, no se paga desde 1848. El privilegio
-mismo de vivir en toda la ciudad es un privilegio que no aprovechan,
-á causa de serles difícil hallar alojamientos tan baratos como
-los alojamientos de su barrio, cuyos alquileres han sido tasados
-misericordiosamente por antiguos rescriptos pontificios.</p>
-
-<p>Pero ¡cuánto han padecido los judíos! Hacíalos ya Tácito objeto
-de sus aceradas invectivas, y Luciano de sus graciosas burlas.
-Castigábanlos muchas veces los emperadores echándolos como pasto á
-las fieras del circo. Confundíanlos en las persecuciones cristianas,
-á ellos, que abominaban de las novedades traidas por el cristianismo
-á sus creencias. Cebábanse en sus personas los bárbaros recien
-convertidos á la fe cristiana. Aislábanlos del mundo los papas..... Y
-sin embargo, hay naciones donde la persecucion ha sido más implacable
-aún contra tal raza que en la misma Roma; naciones donde sólo han
-quedado de ella recuerdos en la historia. Admiremos su fe. Por uno
-que<span class="pagenum" id="Page_325">[p. 325]</span> de esa fe
-reniega, innumerables la sostienen. Hasta los más profundos de sus
-pensadores creen que el género humano se ha extraviado por haber
-admitido con el cristianismo las ideas de la metafísica griega en
-el dogma teológico de la unidad de Dios y en el severo y sublime
-decálogo de Moisés. Ellos creen que el pueblo judío renunciará á
-su primacía de pueblo sacerdote, de pueblo levita, el dia que sus
-hermanos, los sectarios del cristianismo, renuncien á las ideas
-antropomórficas de Grecia. Y la humanidad, unida en el mismo
-espíritu, del cual se derivará un solo derecho, podrá purificar su
-conciencia en el humano principio de la unidad divina, y su voluntad
-en los severos preceptos del Decálogo. Estas ideas no circularán por
-la mente de aquellos pobres judíos del Gueto, á quienes recelosa
-autoridad ha sumido en espesísima ignorancia, pero el cimiento de
-sólida fe queda en sus almas.</p>
-
-<p>No puedo comprender cómo algunos escritores religiosos se extrañan
-de la inmovilidad judía. Pues qué, ¿en Roma no participa toda la vida
-de esa misma inmovilidad? ¿Hay region alguna en la tierra donde esté
-la historia tan viva? Todavía se oye la ninfa Egeria en la caverna
-de Numa; todavía las sombras de los Tribunos andan errantes por las
-cimas del Aventino. Cuando descendeis á las catacumbas, os imaginais
-asistir á las<span class="pagenum" id="Page_326">[p. 326]</span>
-perseguidas agapas cristianas; y cuando volveis de la Vía Apia,
-despues de haber visitado aquellos sepulcros, creeis volver de un
-romano entierro. La desolacion que los errores patricios sembráran
-en las majestuosas campiñas exhala hoy mismo vapores de muerte. Los
-Césares-Pontífices áun habitan los jardines de Neron. La antigua
-arquitectura romana áun se impone al espíritu católico. Tiene su
-aristocracia aquella debilidad contraida en los tiempos del Imperio,
-cuando los dictadores perpétuos que sucedieron á César le quitaron
-las armas para quitarle con ellas toda dignidad. Su clero cierra
-los ojos á la voz de la razon, se resiste al progreso, se opone á
-las reformas, de la misma suerte que los sacerdotes paganos, cuando
-agitaban su tirso de oro y se ceñian su corona de verbena sobre las
-legiones invasoras de los godos, y á pesar de la proclamacion del
-cristianismo como religion del Imperio por el Senado de Teodosio.
-Y si examinais con detenimiento el bajo pueblo, veréis las señales
-de lo antiguo, no solamente en su perfil griego y en su musculatura
-verdaderamente romana, sino en su mezcla de indolencia y de soberbia,
-como pueblo habituado á que le mantenga el patrono y lo diviertan
-todos los demas pueblos de la tierra.</p>
-
-<p>La tenacidad de los judíos está en su conciencia, en su religion.
-Y contra esta tenacidad,<span class="pagenum" id="Page_327">[p.
-327]</span> ¡cuántos y cuán crueles combates! ¡Qué porfiada enemiga!
-En Roma hay contra ellos la misma repugnancia que en Mallorca contra
-los chuetas. En este tiempo de tolerancia religiosa, de instituciones
-democráticas, hemos visto expulsados de público baile mallorquin dos
-ciudadanos por pertenecer á la raza de los chuetas, es decir, por
-descender de los judíos. El catolicismo de estas gentes, llevado á
-la más extrema exaltacion, no les ha exentado de su culpa original.
-Hay pueblos en la isla que tienen á gloria no haber consentido jamas
-en su recinto un chueta. Y algunos de estos chuetas firmaron el año
-cincuenta y cuatro exposiciones contra la libertad religiosa, cuando
-todavía está caliente casi el quemadero donde ardieran los huesos de
-sus padres. ¿Tendrá algo que ver con la raza maldita de Mallorca el
-rito catalan observado en una de las cuatro sinagogas hoy existentes
-en el Gueto? No pude de esto enterarme. Yo jamas he visto amor patrio
-como el amor de los judíos españoles. Tantas injusticias no han sido
-parte á inspirarles desvío á esta madre España, convertida para ellos
-en madrastra. Conocí en Florencia un matrimonio judío que viajaba por
-Europa y venía de Damasco. La mujer era hermosísimo tipo oriental.
-Su pálida tez, entonada por la lumbre de ojos negros y profundas,
-circuidos de larguísimas y umbrosas pestañas, resalta<span
-class="pagenum" id="Page_328">[p. 328]</span>ba entre los rizos de
-largos cabellos, como la seda de finos y relucientes. Era su nariz
-griega, como la nariz de la Vénus de Milo, y sus labios rojos como
-el encendido carmin de la flor del granado. Llamóme la atencion
-tanta belleza, como á ella le llamó la atencion el idioma patrio
-que hablaba yo con varios españoles y americanos. Inmediatamente
-dirigióse á su marido y le dijo algunas palabras en español. La
-lengua nacional, hablada en tierra extraña, vibrando en los oidos
-del emigrado, transporta, enajena, como la más armoniosa música. No
-pude contenerme y le dije:—Señora, ¿es usted española? Entónces me
-refirió que era judía, que naciera en Liorna, que se casára con un
-griego, que habitaba Damasco, que aprendió el español en su sinagoga
-patria, y que lo hablaba con sus correligionarios de Oriente, entre
-los cuales muchos lo han conservado como piadoso recuerdo de su
-orígen, como glorioso timbre de su estirpe. Los afectos más vivos
-siempre son los afectos más contrariados. Mi amor patrio, con ser tan
-intenso, parecióme tibio al compararlo con el amor á España de esa
-raza, que perseguida como manada de fieras, injuriada por toda clase
-de afrentas, desarraigada del suelo nacional, en la dispersion, en
-el destierro de cuatro siglos, áun vuelve los ojos con amor á las
-tierras donde el sol se pone, y áun habla la lengua de sus per<span
-class="pagenum" id="Page_329">[p. 329]</span>seguidores, á la manera
-que los antiguos israelitas entonaban los cánticos de sus profetas,
-en las orillas del Eufrates bajo los llorosos sauces de Babilonia.</p>
-
-<p>Al pensar esto, al sentir esto, vi como en vision magnética el
-movimiento político que habia de romper la cadena de las tradiciones
-antiguas en mi patria, y juré, si alguna vez obtenia la confianza
-de mis conciudadanos para el magisterio altísimo de legislador,
-combatir sin descanso hasta alcanzar que no fuéramos en el mundo
-moderno monstruosa excepcion por nuestra intolerancia, y abriéramos
-las puertas de la patria á todas las ideas como á todas las sectas,
-y consagráramos aquel derecho, sin el cual todos los demas derechos
-son como si no fueran, el derecho de abrir la conciencia á la
-luz, y adorar en público como en secreto el Dios que vive en la
-conciencia.</p>
-
-<p>¡Y cuánto no influyó en el cumplimiento de esta promesa dada
-por mi corazon y mi inteligencia el recuerdo de aquella pálida y
-tristísima tribu judía del Gueto, consumida en la ignorancia y en
-la miseria! Y así como al entrar en los Estados Pontificios no pude
-ménos de comparar sus prohibitivas aduanas con el libre comercio de
-la república Suiza, al recorrer el barrio inmundo de los judíos en
-Roma, no pude ménos de recordar la libertad religiosa de Ginebra, el
-ámplio derecho<span class="pagenum" id="Page_330">[p. 330]</span>
-de que allí gozan todos los cultos, las plegarias dirigidas por los
-hijos de Israel en la lengua republicana de los antiguos profetas
-para que Dios conserve á Suiza en sus libres instituciones, donde
-brillan las conciencias como las estrellas en la inmensidad de los
-cielos.</p>
-
-<p>Verdaderamente es de admirar que la raza judía se haya conservado
-en la córte de los jefes del catolicismo, cuando las naciones
-católicas ó han perseguido á los judíos, ó los han atormentado, ó los
-han proscripto. Pero si esto prueba de un lado la tolerancia de los
-Papas, tambien prueba de otro lado la tenacidad de los judíos. Se
-han conservado, es verdad; pero se han conservado en la miseria. La
-prohibicion de adquirir bienes inmuebles los condenaba eternamente
-al comercio. Y el comercio es infructuoso sin el ahorro; y el ahorro
-improductivo si no se trasforma en propiedad. Así que el judío romano
-ha logrado reunir algunas monedas, corre en busca de leyes más suaves
-que las leyes de su pocilga. Por esto en los abismos del Gueto sólo
-quedan los judíos miserables, los judíos hambrientos, que comercian
-con chismes viejos, y que apénas ganan para mantener su incierta vida
-y encender alguna que otra vez su oscuro y triste hogar.</p>
-
-<p>No es posible negar que Pío IX ha mejorado mucho la condicion de
-los judíos. Pero los judíos<span class="pagenum" id="Page_331">[p.
-331]</span> sienten el peso de las preocupaciones y el látigo de las
-teocracias. Para comprenderlo así no hay que guiarse exclusivamente
-por los autores racionalistas y revolucionarios. Es necesario leer
-á los autores católicos. Á primera vista parece difícil deducir la
-verdad del juicio contradictorio que sobre Roma emiten dos escuelas
-irreconciliables, la escuela católica y la escuela racionalista.
-Pasaron los tiempos en que clérigos como el Arcipreste de Hita,
-católicos como Hurtado de Mendoza flagelaban á Roma. Hoy para
-muchos el catolicismo no es una religion, es un partido. Y por
-consecuencia, sus doctrinas no se hallan tanto en estado de dogma
-que demande apologías, como en estado de polémica, que demanda
-datos, argumentos. Al reves, para muchos otros, el catolicismo es
-una dominacion que conviene destruir á todo trance, como conviene
-al forzado destruir su cadena. Los primeros sólo ven allá en la
-ciudad del catolicismo virtud; los segundos sólo ven abominaciones.
-Difícil es deducir la verdad de semejantes antinomias, que imperan
-hasta en los asuntos más baladíes. Un periódico liberal os dirá que
-en la Roma pontificia existen 2.000 mujeres consagradas al peligroso
-oficio de modelos; y un periódico religioso os dirá que en dos ceros
-se ha equivocado la perfidia de sus enemigos. El <i>Diario de los
-Debates</i> contará la siguiente atrocidad: «Es<span class="pagenum"
-id="Page_332">[p. 332]</span>tán de tal suerte embrutecidos los
-romanos, y son tan sanguinarios, que suelen encerrarse en vasto
-salon, y allí, despues de haber extinguido todas las luces, sacian
-su sed de sangre hiriéndose mútuamente al azar y á puñaladas. Á esta
-espantosa carnicería le dan el nombre de <i>cicciata</i>.» Un católico,
-protonotario apostólico, doctor en cánones, pone el hecho en su
-punto, y lo refiere de la siguiente suerte, que al pié de la letra
-copio: «El padre Caravita fundó, no un salon, como dice el periódico
-volteriano, fundó un oratorio. Este padre Caravita era un jesuita
-de la antigua Compañía. Congregaba, pues, en el oratorio que lleva
-su nombre, gentes de buena voluntad para pedir en comun al cielo la
-conversion de los pecadores. Esta sociedad piadosa tomó bien pronto
-denominaciones diversas, y se extendió por todo el orbe cristiano.
-Ábrese alternativamente á los hombres durante la noche y á las
-mujeres de dia. Desde el comienzo de la ceremonia cinco ó seis
-confesores se instalan en sus confesonarios y reciben la confesion
-de las faltas cometidas, y perdonan en nombre de Dios. Cuéntanse
-por año cincuenta mil absoluciones de hijos pródigos que, venciendo
-los escrúpulos humanos á favor de las tinieblas, van á purificar
-la conciencia y á encontrar reposo. No pára aquí esto. Miéntras
-unos se confiesan ó se preparan á la con<span class="pagenum"
-id="Page_333">[p. 333]</span>fesion, otros, de rodillas sobre
-el pavimento, recitan el oficio de la Vírgen y cantan salmos en
-coro. Concluida la oracion, un cofrade se separa del altar mayor
-y distribuye á cuantos las piden cuerdas bien flexibles con cabos
-bien apretados. Despues, extintas todas las luces, y en medio de
-la mayor oscuridad, un religioso, alzando la voz, exhorta á la
-penitencia y á la contricion. Á su palabra conmovedora todo el
-mundo se prosterna y en cuanto ha concluido de hablar, hiérense las
-espaldas á disciplinazos redoblados durante todo el tiempo que se
-canta la letanía y el <i>Nunc dimittis</i>, hasta que á la frase <i>lumen ad
-revelationem</i>, reaparecen los cirios.»</p>
-
-<p>De esta suerte, poniendo en parangon unos y otros relatos, puede
-fácilmente deducirse la verdad perfecta. Yo leí en autor digno
-del Índice, que los papas imponian á los judíos la obligacion de
-ir todas las semanas, una vez por lo ménos, á un sermon católico
-expresamente pronunciado contra ellos y contra sus doctrinas, á fin
-de tocarles en el corazon y atraerles á la verdadera fe. No creí tal
-enormidad. ¿Puede darse mayor desacato á la inviolabilidad de la
-conciencia humana? ¡Cómo! Yo creo que tal templo es sombra en vez
-de luz; que tal ceremonia es supersticion en vez de sagrado rito;
-que tal doctrina es error en vez de verdad; ¿y me arrastraréis por
-fuerza á en<span class="pagenum" id="Page_334">[p. 334]</span>trar
-en esos templos, á presenciar esas ceremonias, á oir esas doctrinas,
-atormentando con tormentos miserables mi alma y sus creencias? Y
-no sólo haréis esto, que es ya una tiranía insufrible como todas
-las tiranías impuestas al pensamiento, sino que ofenderéis, sin
-permitirme ni observaciones ni réplica, con argumentos más ó
-ménos rebuscados, con injurias más ó ménos ofensivas, aquello que
-constituye el alma de mi alma, la sangre de mi corazon, la esencia de
-mis ideas, esa fe íntima bajo cuyo amparo vivo y pienso morir, la fe
-religiosa, que es mi ley nacional, el lazo que me ata á la vida, mi
-esperanza para la eternidad. Yo ni siquiera puedo por esfuerzos del
-pensamiento imaginar lo que hubieran padecido personas piadosísimas,
-de mí conocidas y estimadas, si las forzaran á ir todas las semanas á
-un templo donde se maldijera de Cristo y su madre, donde se denigrára
-esa escritura que renueva sus fuerzas, porque alimenta sus almas.
-Paréceme tal proceder desconocimiento completo de aquella máxima
-evangélica que nos obliga á desear para los demas lo mismo que
-para nosotros deseamos: la paz del hogar como la paz del alma, la
-inviolabilidad de la conciencia como la honra de la vida.</p>
-
-<p>Imposible comprender que se tiranizase así á los judíos,
-imposible. Hasta la polémica entre<span class="pagenum"
-id="Page_335">[p. 335]</span> ellos y el cristianismo es difícil.
-Nosotros creemos todos los principales dogmas judíos. Su Dios es
-nuestro Dios, su ley es nuestra ley, su libro nuestro libro. Hémosle
-añadido á la Biblia el Evangelio, al Dios monotheista del desierto
-semítico, el Verbo y el Espíritu de la metafísica griega. Esta
-diferencia proviene de que nosotros creemos el Mesías ya venido,
-y ellos creen el Mesías áun esperado. Para nosotros la redencion
-se ha consumado; para ellos todavía no ha venido. Ellos no pueden
-comprender que se hayan cumplido las profecías cuando las profecías
-tenian un sentido nacional, é Israel todavía está disperso, y el
-templo de Dios todavía en ruinas. Id á persuadirles, si no les
-persuade su propia inspiracion, de que el pobre nazareno, en humilde
-establo nacido, sin más ejército que sus apóstoles, reclutados en
-el lago Tiberiades, sin más armas que la palabra confiada á los
-aires, sin más trono que la cruz, sin más título que su patíbulo y su
-muerte, es el Mesías poderosísimo venido á rescatar de la servidumbre
-á su pueblo. Les ofenderéis, pero no les persuadiréis; y saldrán del
-templo ántes heridos que edificados de vuestra palabra. Y recrudecida
-su fe, la blasfemia contra nuestra fe será casi una necesidad de su
-alma.</p>
-
-<p>Y sin embargo, imposible dudar de esta costumbre antigua, cuando
-el protonotario apostó<span class="pagenum" id="Page_336">[p.
-336]</span>lico Mr. Gaissiat, en su libro de <i>Roma vengada</i>, no
-solamente la refiere, sino que la enaltece. Recréase en narrar como
-el predicador glosaba y comentaba los salmos leidos ó cantados por
-el rabino durante la semana. Asevera que jamas se oyeron en aquellas
-pláticas palabras malsonantes en labios de los judíos, lo cual, si
-no prueba temor, prueba prudencia no compartida por sus señores.
-Y añade que, al concluir la oracion, iban los judíos á dar la
-enhorabuena al predicador, sin duda maravillados del acerbo ataque
-á sus más arraigadas creencias. Dicho sea en honor de Pío IX, bajo
-su pontificado abolióse esta costumbre, que no daria seguramente
-las conversiones encarecidas por creyentes más realistas que el
-rey, más papistas que el papa. Y si esta costumbre, tan opuesta al
-espíritu religioso del Evangelio, ha existido, no podemos dudar de
-la existencia de otras costumbres, como la de entregar una Biblia
-al Papa recien exaltado, junto al arco de Tito, que recuerda la
-destruccion de Jerusalen, como la abolida desde 1848 de entregar
-el tributo de sangre, el tributo de extranjería, todos los años en
-vísperas de Carnaval á los senadores romanos, recibiendo en cambio
-alguna fórmula depresiva é injuriosa.</p>
-
-<p>Digámoslo guiados por verdadera imparcialidad. La prueba de que
-la legislacion de los papas<span class="pagenum" id="Page_337">[p.
-337]</span> todavía tiene incomprensibles crueldades, se encuentra
-en el ejemplo del célebre niño judío bautizado á hurtadillas por la
-oficiosidad de fanática criada, arrancado á la autoridad divina,
-á la tutela natural é irreemplazable de su padre, de su madre; y
-recluido en convento que no puede jamas sustituir al hogar para
-recibir educacion que, por contraria á las prescripciones del derecho
-natural, no puede ser bendecida de Dios. Cuando ese niño llegue á la
-mayor edad, si tiene madre, si la encuentra, si en su corazon siente
-hácia ella los afectos naturales de hijo, y la oye referir cuánto ha
-padecido viéndose apartada del santo objeto de sus amores, del pedazo
-inseparable de sus entrañas, del ángel de sus consuelos, ¿no temeis
-oirle maldecir y renegar de una religion que tanto ha hecho llorar á
-su madre?</p>
-
-<p>Yo, despues de este ejemplo, no tengo escrúpulo en creer otros
-hechos referidos por los escritores revolucionarios, y que prueban
-cómo, convirtiéndose al catolicismo los judíos de Roma, á manera de
-los antiguos moriscos de España, pueden romper á su arbitrio con las
-autoridades más naturales, como la autoridad del padre, y con los
-deberes más estrechos, como los deberes de familia, no sólo en la
-esfera civil, sino en la esfera moral, en aquella esfera donde debia
-ser escrupulosísimo el ministerio del Pontificado.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_338">[p. 338]</span></p>
-
-<p>Es necesario que acabe toda persecucion contra las ideas. Yo
-condeno el gobierno de Roma cuando oprime á los judíos, y al gobierno
-de Prusia cuando proscribe á los jesuitas. Yo proclamo que perseguir
-ideas es como perseguir luz, aire, electricidad, flúidos magnéticos,
-porque las ideas se escapan á toda persecucion, se sobreponen á
-todo poder. Si no puedo concebir que se persigan las ideas, ménos
-puedo concebir aún que se persigan las asociaciones, cuando tienen
-por objeto definir, divulgar un principio, un sistema de religion
-ó de gobierno. Las ideas se organizan por su propia virtud en
-asociaciones. La idea y su organismo están de tal suerte en perfecta
-union como alma y cuerpo, como luz y calor. Pero si no concibo que
-se persigan ideas, ni asociaciones que tengan por objeto definirlas
-y divulgarlas, concibo mucho ménos que se persiga á razas enteras,
-á familias humanas, con el pretexto de que un hecho histórico de
-esas razas las ha condenado, en toda la sucesion de los tiempos,
-á ser razas malditas. Sé todos los defectos de la raza judía, sé
-todo su desenfrenado amor al lucro y todo su egoismo. Pero mayores
-que sus defectos son sus desgracias. Y sobre todo es inmerecida la
-pena que ha pesado tantos siglos sobre su conciencia y su vida por
-haber castigado de muerte á un reformador religioso. El Redentor no
-es uno<span class="pagenum" id="Page_339">[p. 339]</span> solo.
-En la historia humana los redentores son muchos. Éste ha redimido
-la conciencia, aquél ha redimido la razon, el otro ha redimido el
-trabajo. Y casi todos los redentores han muerto al pié de su obra,
-inmolados legal ó ilegalmente por las castas tiránicas, por las
-iglesias intolerantes, por las instituciones bárbaras, contra las
-cuales se han levantado su idea y su palabra. ¿Qué raza no lleva
-sobre sí algun crímen semejante al crímen de los judíos? ¿Qué grande
-hombre no ha sido víctima de las leyes ó víctima de las ingratitudes
-humanas? Los griegos sacrificaron al revelador de la conciencia
-humana; los romanos al tribuno de la reforma social; los florentinos
-al precursor de las revoluciones modernas; los britanos al profeta
-de la tolerancia religiosa; los franceses al gigante de las ideas
-democráticas; los españoles al descubridor, al creador casi de un
-Nuevo Mundo en la inmensidad del Océano. Pues bien; los judíos
-sacrificaron á Cristo. Pero decidme, ¿á cuántos profetas, á cuántos
-innovadores no han sacrificado los cristianos cuando han predicado
-contra la Iglesia, como Cristo predicó contra la Sinagoga, cuando han
-tratado de reformar ó completar la ley de Cristo, como Cristo trató
-de reformar y completar la ley de Moisés? Por eso el Huerto de las
-Olivas, donde el Salvador sudó sangre, el falso beso de Júdas, la
-infa<span class="pagenum" id="Page_340">[p. 340]</span>me prision,
-el interrogatorio en los tribunales, las angustias en el pretorio,
-los bofetones impresos en sus mejillas y las injurias escupidas á su
-nombre, la larga calle de Amargura donde cayó tres veces, los clavos
-que hirieron sus manos, las espinas que taladraron sus sienes, la
-hiel y vinagre que empaparon sus labios, la aguda lanza que traspasó
-su costado, la agonía en la cruz, las palabras, ora amargas, ora
-tristes de esta penosa agonía, el clamor de muerte á cuyo eco se
-partieron de pena hasta las piedras, deben ser la eterna epopeya de
-la libertad religiosa.</p>
-
-<p>Que no haya más razas malditas en la tierra. Que todas puedan
-mostrar su conciencia y comunicarse libremente con su Dios. Que el
-pensamiento no se corrija sino con la contradiccion del pensamiento.
-Que el error sea una enfermedad y no un crímen. Que convengamos en
-reconocer cómo las ideas se imponen, con independencia completa
-de nuestra voluntad, á la mente. Que seamos justos para ver hasta
-qué punto cada raza ha contribuido á la universal educacion del
-género humano. Esos judíos, de quienes las legislaciones cristianas
-han maldecido, son los que nos han dado la idea de la unidad de
-Dios, los que nos han traido el Decálogo impreso en el corazon de
-nuestras familias y en el santuario de nuestros hogares; los hijos
-de los antiguos profe<span class="pagenum" id="Page_341">[p.
-341]</span>tas, los descendientes de David, cuyos salmos cantamos
-todavía bajo las bóvedas de nuestras iglesias, los súbditos de
-Salomon, cuyos proverbios constituyen la base de nuestras creencias
-vulgares, los redimidos de la esclavitud de Egipto por Moisés, á
-quien nosotros contamos entre nuestros héroes; los educados por
-Isaías, por Jeremías, que nosotros ponemos entre nuestros profetas;
-los que más han contribuido á formar la esencia de nuestras ideas y
-la levadura de nuestra vida. ¡Cuánto no ganaria el catolicismo en
-esta crísis suprema, decia yo al pisar las inmundicias del Gueto y
-al ver en el rostro de sus habitantes las señales de su enfermedad
-religiosa y moral, si la conciencia humana pesase los servicios
-prestados á la educacion de la humanidad por todas las instituciones
-y todas las razas!</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_10">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_343">[p. 343]</span></p>
- <h2 class="nobreak">LA GRAN CIUDAD.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_345">[p.
-345]</span>Sin duda es Nápoles hoy la primera entre las ciudades de
-Italia por su numerosa poblacion, por sus grandes dimensiones, y una
-de las primeras entre las ciudades de Europa. Cuando se la mira desde
-alguna altura, cuando apénas se advierte el espacio que la separa
-de los pueblos circunvecinos, la creeis por su extension una ciudad
-como Lóndres. Los ojos se engañan tanto, que comparado el recuerdo de
-París mirado desde el Panteon y la vista de Nápoles mirada desde el
-Pausilipo, Nápoles parecíame mayor, mucho mayor, que París, por una
-de esas ilusiones ópticas á que tanto contribuyen la luz y el cielo
-del Mediodía.</p>
-
-<p>Siempre recordaré mi llegada á la hermosísima capital de las
-antiguas Dos Sicilias. En la emigracion el menor contratiempo os
-apesadumbra y os irrita. El disgusto se convierte en pena, la pena
-se acrecienta con la nostalgia. Os parece que todo el género humano
-debe aborreceros, puesto<span class="pagenum" id="Page_346">[p.
-346]</span> que os aborrece vuestra patria; que toda sociedad debe
-rechazaros, puesto que os rechaza la sociedad donde habeis nacido.
-Cuando veis un ciudadano que habla de los asuntos de su nacion
-en medio de los suyos; un padre ó un hijo que entran en el hogar
-y departen con su familia, os creeis el más desgraciado de los
-mortales y os imaginais que vuestros huesos van á quedar solitarios
-y olvidados en extraña tierra. Sobre todo, si el gobierno, si la
-policía de la nacion, donde esperais asilo, os molestan, lo sentís
-doblemente y os preguntais á vosotros mismos reconviniéndoos con
-acritud: «si de todas maneras habia de ser perseguido, ¿por qué, por
-qué abandoné la patria?»</p>
-
-<p>Yo me encontraba en Roma completamente consagrado á la meditacion
-y al estudio. Para mí en aquella ciudad sólo eran las ruinas
-interesantes y las obras de arte que entre las ruinas se levantan.
-Evité toda sociedad casi por completo, y consumí el tiempo en los
-museos, en las iglesias, en las catacumbas, en el mundo de lo
-pasado. Cada dia encontraba algo nuevo de puro viejo, y enlazaba
-estos descubrimientos con mis leyes históricas, á la manera que
-el naturalista corrobora sus clasificaciones y sus series con el
-descubrimiento, ya de nuevos, ya de repetidos ejemplares. Hallábame
-tranquilo en la ciudad<span class="pagenum" id="Page_347">[p.
-347]</span> donde todo gran dolor puede tener refugio por lo mismo
-que puede tener consuelo. La desolacion de su campiña se armonizaba
-con la desolacion de mi alma. El olvido que el espectáculo de tantas
-ruinas procuraba al corazon lacerado, no podia encontrarse, no se
-encontraba realmente en ninguna otra ciudad del mundo.</p>
-
-<p>Cuántas veces pensé desasirme de los lazos que pudieran atar mi
-vida á París, el centro de mi destierro, y quedarme allí en muda
-contemplacion de los monumentos, en comercio con las artes, en
-estudio incesante de la historia. Es verdad que mis ideas filosóficas
-y mis ideas políticas no podian ser aceptas al gobierno á la sazon
-imperante; mas ¿qué podia contra este gobierno un desgraciado, sin
-patria, sin hogar, sin familia, sin relaciones en aquella sociedad,
-decidido á oponer á los propios dolores el olvido, y consagrado á
-estudiar las instituciones muertas, enterradas en la tumba de aquella
-necrópolis tan triste como mi propio corazon?</p>
-
-<p>Asaltado me hallaba por estos pensamientos una mañana de
-primavera, cuando entra en mi modesta habitacion, despavorido, un
-camarero de la fonda de Minerva, y á boca de jarro y sin darme los
-buenos dias me dirige esta pregunta:</p>
-
-<p>—¿Por qué me ha ocultado usted su valer?</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_348">[p. 348]</span></p>
-
-<p>—¿Mi valer? Nada tenía que ocultar, porque nada valgo en el
-mundo.</p>
-
-<p>—¿Su importancia?</p>
-
-<p>—No importo nada.</p>
-
-<p>—Usted es un hombre célebre.</p>
-
-<p>—¡Yo célebre! ¡Bah! ¿Tiene usted ganas de mofarse de mí? le
-pregunté.</p>
-
-<p>—He impedido que la policía llegára hasta su cuarto.</p>
-
-<p>—¡La policía!</p>
-
-<p>—Sí, la policía se hubiera ya encarado con usted si yo no le digo
-que le comunicaria á usted sus órdenes.</p>
-
-<p>—¿Qué órdenes?</p>
-
-<p>—La órden de dejar inmediatamente Roma.</p>
-
-<p>—¿Por qué causa?</p>
-
-<p>—Han dado muchas.</p>
-
-<p>—Pero ¿no puedo saber cuáles?</p>
-
-<p>—Dicen que los libros escritos y publicados por usted se hallan en
-el Índice.</p>
-
-<p>—Es verdad; pero si todos los autores cuyos libros se hallan en el
-Índice no pueden habitar esta literaria Roma, en verdad os digo que
-seréis visitados por pocos literatos contemporáneos.</p>
-
-<p>—Dicen que usted es amigo de Garibaldi, de Mazzini.</p>
-
-<p>—Es verdad.</p>
-
-<p>—Tiene usted mucho valor.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_349">[p. 349]</span></p>
-
-<p>—¿Por qué?</p>
-
-<p>—Por venir á Roma con tales antecedentes.</p>
-
-<p>—Pero debo aseguraros que ninguna idea política me ha traido á
-Roma. Usted pudo observar que ni he recibido ni he hecho ninguna
-visita.</p>
-
-<p>—Pues áun dicen más.</p>
-
-<p>—¿Qué dicen?</p>
-
-<p>—Que está usted condenado á muerte.</p>
-
-<p>—Y en garrote vil.</p>
-
-<p>—Por revolucionario.</p>
-
-<p>—Por liberal, por demócrata.</p>
-
-<p>—Ya sabe usted, me dijo con misterio, las relaciones cordialísimas
-que hay entre el gobierno de los cardenales de Roma y el gobierno de
-los Borbones de España. Es de temer que estando usted condenado á
-muerte en España, esta policía romana le coja, le aprese, le lleve
-á Civita-Vecchia, y le entregue á la fragata militar anclada en el
-puerto. Y lo ahorcarán á usted.</p>
-
-<p>—¡Qué idea tiene usted de este cristiano gobierno! le dije con
-extrañeza. Es bien imaginario ese peligro.</p>
-
-<p>—Pero el peligro real, efectivo, es el que usted corre de dar con
-su cuerpo en la cárcel si no sale de Roma por el primer tren.</p>
-
-<p>—¡La cárcel! Todavía la hubiera sufrido con resignacion en mi
-patria. La idea de que estaba entre los mios, la idea de que la
-merecia como<span class="pagenum" id="Page_350">[p. 350]</span>
-conspirador, acaso dulcificáran mis dolores. Pero la cárcel aquí me
-aterra. ¿Á qué hora sale el primer tren?</p>
-
-<p>—Á las diez.</p>
-
-<p>—¿Qué hora es?</p>
-
-<p>—Las nueve y media.</p>
-
-<p>—¿Para dónde sale?</p>
-
-<p>—Para el Mediodía.</p>
-
-<p>—No estoy apercibido ni preparado; pero no importa.</p>
-
-<p>Llamé á mis compañeros de viaje, un propietario mejicano y dos
-jóvenes españoles que estudiaban en el colegio de Bolonia, y que
-recorrian durante las vacaciones de Pascuas Italia, encarguéles mi
-equipaje, partíme en uno de aquellos cochecillos que no corren, sino
-vuelan, á la estacion; tomé un billete, y me empaqueté en mi wagon
-con la guía del viajero en una mano y el periódico de Roma en la
-otra.</p>
-
-<p>Al partir el tren bordeamos la Vía Apia y descubrimos el sepulcro
-de Cecilia Metella. Estos grandes monumentos me inspiraron tristes
-reflexiones. Un desterrado, un condenado á muerte por el crímen de
-profesar ciertas ideas políticas, ¿no es una ruina más entre tantas
-ruinas, no es una sombra más entre tantas sombras, no es un muerto
-más entre tantos muertos? Ninguna inquietud debia engendrar en este
-poder inmenso,<span class="pagenum" id="Page_351">[p. 351]</span>
-cuyo nombre invocan millones de seres todos los dias al pié de los
-altares en toda la redondez del planeta. Me arrojan, no sólo de mi
-patria, sino de aquella ciudad que parece tener el eterno derecho
-de asilo. Á un cadáver no se le niegan en el mundo, no, cuatro
-pasos de tierra, y se le niegan á un vivo. Para distraerme de estas
-melancólicas reflexiones convertí los ojos al periódico, y encontré
-la siguiente noticia: «El Papa ha ofrecido Roma al Rey de Hannover,
-destronado y proscripto, porque Roma es un asilo, un refugio eterno
-para todos los desgraciados.» Una sardónica sonrisa corrió por mis
-labios, y mi saliva tomó toda la amargura de la hiel. Con estos
-tristes pensamientos dejé la ciudad de las eternas tristezas.</p>
-
-<p>¡Qué contraste entre la campiña de Nápoles y la campiña de Roma!
-Ésta es la unidad y aquélla la variedad; ésta lo sublime y aquélla
-lo bello; ésta la majestad y aquélla la gracia; en Roma se oye el
-cántico unísono de un lamento parecido al uniforme salmo de los
-profetas bíblicos, y en Nápoles el coro de las antiguas divinidades
-griegas. Pero si el contraste entre campiña y campiña es grande, es
-mayor aún el contraste entre ciudad y ciudad. Digan lo que quieran
-todos los enemigos jurados de la Roma pontificia, parecióme, en
-comparacion de Nápoles, una ciudad austera, austerísima. Por lo ménos
-reinan en Roma la tristeza y<span class="pagenum" id="Page_352">[p.
-352]</span> el silencio. Sus habitantes visten colores oscuros. Sus
-rostros tienen cierta solemne tristeza, como cuadra á una raza reina
-y destronada. Los innumerables conventos, la muchedumbre de frailes,
-las capillas que por todas partes se levantan, las imágenes que ornan
-las esquinas, denotan que el pueblo romano es un pueblo sometido
-á la teocracia; miéntras que los gritos de las calles de Nápoles,
-las vociferaciones contínuas, la infinidad de corrillos, la alegría
-universal, los bailes en un lado, los conciertos al aire libre en
-otro, la inmensa concurrencia á los aguaduchos y á los cafés, denotan
-que estais en ciudad civil, donde la vida es como contínua fiesta.
-Ya no hay la multitud de estampas religiosas que en otro tiempo. Á
-la imágen del Señor han sustituido la imágen de Garibaldi. Adorar
-es la necesidad de Nápoles, adorar fervientemente, y sea cualquiera
-el objeto de sus adoraciones; adorar á gritos, á manotadas, en
-medio de la algazara y del estrépito, con la exaltacion propia de
-los temperamentos nerviosos, y con el fanatismo que acompaña á las
-pasiones meridionales encendidas por el calor intensísimo del clima.
-Hay algo del Vesubio, algo de sus ardores, algo de sus erupciones,
-algo tambien de sus veleidades en la movible y ardiente naturaleza
-de los napolitanos, de estos griegos degenerados, que viven con
-la sonrisa en los la<span class="pagenum" id="Page_353">[p.
-353]</span>bios, al borde siempre de la muerte; amenazados por el
-volcan de rigores iguales á los rigores que enterraron á Herculano y
-Pompeya.</p>
-
-<p>Muchas veces, cuando yo discurria por las calles de las grandes
-poblaciones del Norte y observaba su recogimiento y su silencio,
-pensaba lo que sería una poblacion como Lóndres, como París, situada
-en las regiones meridionales de Europa. ¡Qué mar embravecido, tanta
-gente bajo nuestro cielo! ¡Qué rumor se levantaria de las calles!
-Una ciudad del Mediodía es una selva del trópico. En su seno late
-vida tal y tanta, que en vano buscariais entre las brumas de Lóndres
-y de París. Yo nunca he oido desde las alturas de Montmartre ó del
-cementerio de Lachaise, al anochecer, los rumores que he oido desde
-las alturas del Retiro á la misma hora. Cualquiera diria que Madrid
-es una ciudad mayor que París. Pues en comparacion de Valencia, en
-comparacion de Sevilla, Madrid es una ciudad silenciosa. ¡Qué noches
-las noches de Sevilla! ¡Los niños juegan y gritan, los mozos cantan
-y puntean la guitarra, las familias acomodadas oyen el piano al
-fresco del patio, entre macetas de aromáticas plantas y surtidores de
-murmuradoras aguas! ¡Qué dias los dias de fiesta en Valencia, sobre
-todo por la estacion de verano! ¡Las campanas al vuelo, las músicas
-discurriendo por las calles, los tambori<span class="pagenum"
-id="Page_354">[p. 354]</span>les y las dulzainas dando el compas
-á las danzas, el morterete que estalla en estruendos semejantes á
-cañonazos; la <i>traca</i>, una hilera interminable de petardos por los
-suelos, y los cohetes voladores á manojos por los aires!</p>
-
-<p>Pues bien, yo os digo que Sevilla y Valencia son ciudades
-silenciosas en comparacion de Nápoles. Bien es verdad que Nápoles
-tiene seiscientos mil habitantes. Mas no consiste la diferencia
-en la mayor poblacion, no. Nuestro temperamento meridional está
-refrenado por nuestra gravedad española. Hay hasta en los pueblos
-más meridionales de España algo del recogimiento y de la silenciosa
-religiosidad árabe. Ni los andaluces ni los valencianos manotean,
-accionan, gritan como las gentes de Nápoles. Son nuestros campesinos,
-en medio de sus fiestas y de sus bromas, graves como españoles; son
-los napolitanos locuaces como griegos. ¡Qué baraunda de ciudad!
-Cuánto más se apropiaba al estado de mi ánimo Roma con todas sus
-grandes sublimidades; el Miserere de Pallestrina; los paseos por
-la Vía Apia bordada de sepulcros; las contemplaciones contínuas de
-las campiñas desoladas; la meditacion filosófica sobre las piedras
-desnudas, entre las ruinas del Coliseo, bajo los brazos de la
-Cruz.</p>
-
-<p>Aquellos que gusten del estruendo, corran, corran á Nápoles. Las
-aceras están llenas de tras<span class="pagenum" id="Page_355">[p.
-355]</span>tos, de tiendas y de talleres ambulantes, de gentes
-durmiendo que parecen, por lo inertes, muertas. Mil organillos,
-arpas, violines, os atruenan los oidos. Nubes de titiriteros,
-funámbulos, prestidigitadores con sus correspondientes coros
-de extáticos curiosos, embarazan á cada instante el paso. Los
-trabajadores cantan ó disputan á voces. Los ociosos, cuando no
-tienen con quien hablar, hablan solos y á gritos. Los cocheros ó
-carreteros que pasan, vociferan como energúmenos, chasquean el
-látigo en todas direcciones, levantan huracanes de polvo y de ruido.
-Cada mula lleva centenares de cascabeles y de campanillas. Los
-carruajes crujen como si de intento los construyeran crujientes.
-Los vendedores de periódicos, y en general todos los vendedores
-ambulantes, vocean de la más descompasada manera. Cada mercader,
-á la puerta de su tienda, al frente de su puesto, os hace pomposo
-programa oral de sus ricas mercancías, y se proponen todos que
-las tomeis por fuerza. El vendedor de escapularios, sin pararse
-en vuestra religion ni en vuestro orígen, os arroja su amuleto al
-cuello, miéntras el limpia-botas, importándole poco que esté vuestro
-calzado sucio ó luciente, lo embadurna con su betun, bien ó mal de
-vuestro grado. El ramilletero, que lleva manojos de rosas y de flores
-de azahar, os adorna el sombrero, los ojales, los bolsillos, sin
-pediros<span class="pagenum" id="Page_356">[p. 356]</span> ni vénia
-ni permiso. El horchatero sale con su vaso rebosante á la acera y
-os lo arrima á los labios. Aún no habeis logrado libertaros de sus
-importunidades, cuando viene otro importuno con su fruta de sarten
-calentita y chorreando aceite, á pediros que comais por fuerza. Los
-niños, acostumbrados á la mendicidad, aunque su gordura y su placidez
-indiquen el mayor bienestar, se os agarran á las rodillas y no os
-dejan dar un paso como no les deis una moneda. El pescador se acerca
-con traje color de alga, descalzo, arremangado el pantalon, cubierta
-la cabeza de su gorro catalan, la camisa azul desabrochada, abriendo
-las ostras, los mariscos, y presentándolos cual si le hubierais
-dado ese encargo. El cicerone se echa á andar delante de vosotros y
-desplega su elocuencia esmaltada de innumerables palabras de todas
-las lenguas, y llena de anacronismos y despropósitos históricos
-y artísticos. Si le rechazáis, si le decís que son inútiles sus
-servicios, apercibíos á oir las infinitas sirtes donde correis
-peligro de perder la bolsa ó la vida por no haber escuchado sus
-consejos ni atendido á su pasmosa ciencia. No creais que os eximís
-de todos estos importunos yendo en coche. Yo no he visto jamas gente
-más lista para saltar á los carruajes, colgarse á las portezuelas,
-seguir como agarrados á la trasera, al pescante, á cualquier parte,
-por más<span class="pagenum" id="Page_357">[p. 357]</span> que
-intenteis desviarlos. Pues no digo nada si teneis aire de viajero
-recien llegado, y se empeñan los cocheros de plaza en que habeis de
-adoptar su vehículo. En medio segundo os veis rodeados de coches que
-andan en torno vuestro como culebras, áun á riesgo de aplastaros, y
-cuyos automedontes, hablando todos á un tiempo en coro desconcertado
-é infernal, os ofrecen llevaros al Pausilipo, á Bayas, á Puzzoli, á
-Castellamare, á Sorrento, á Cúmas, al fin del mundo.</p>
-
-<p>Los domingos son dias de verdadero vértigo. Parece que se han
-vuelto los habitantes de la ciudad, todos sin excepcion alguna,
-dementes. Yo no he visto andar en ninguna parte tan de prisa. Yo no
-he oido un campaneo tan ruidoso. Yo no pienso volver á encontrarme
-en medio de un aquelarre tan continuado. Proporcionalmente,
-ninguna ciudad de Europa, ninguna, tiene el número de carruajes
-que Nápoles. Suelen dar las carretelas de lujo una vuelta al pié
-de las hermosas colinas de las afueras y entrar por el Pausilipo
-á Chiaja. Imposible concebir mayor riqueza ni mayor número de
-elegantísimos trenes. Á los muchos de la aristocracia napolitana
-se unen los muchos que gastan los viajeros riquísimos, habituados
-á visitar la ciudad y á permanecer en ella durante la primavera y
-el invierno. Pero el carruaje que tiene que ver y áun que oir es
-el car<span class="pagenum" id="Page_358">[p. 358]</span>ruaje
-del pueblo en domingo. Es la antigua calesa madrileña, todavía
-más ligera. Los caballos, bastante flacos de suyo, van enjaezados
-vistosamente. Cintas, lazos, flores, bandera tricolor, campanillas
-resonantes, cascabeles innumerables, arreos bordados de lanas ó
-sedas vistosísimas, hasta grandes pañuelos de gasa los envuelven.
-El cochero no es nunca uno solo. Van dos ó tres haciendo gestos,
-dando saltos como acróbatas por el circo. En el carruaje, en el
-pescante, en la trasera, caballeros sobre el jaco matalon, colgados
-del estribo, tendidos por el respaldo, en equilibrios inverosímiles,
-en posiciones atrevidas y peligrosas van más de veinte hacinados,
-y todos gritan, y todos se mueven cual si todos bailáran. Despues
-de haber visto pasar seguidos unos cuantos, repletos, henchidos,
-acompañados de aquel ruido infernal, teneis vértigos, de atronados
-los oidos, de mareada la cabeza, como si hubierais rodado, á manera
-de peonza, en vals infernal.</p>
-
-<p>Guardaos bien de caer por gusto en aquellos carruajes. Aunque
-los hayais alquilado para vosotros solos, los que van de un punto
-á otro con alguna prisa, los cansados y fatigados, los que quieren
-correr en piés ajenos, como si la calesa fuera propiedad comun, la
-asaltarán, la poseerán como en pleno derecho, os acompañarán, pasando
-y repasando en ejercicios gimnásticos á vuestro<span class="pagenum"
-id="Page_359">[p. 359]</span> lado, sin haceros ningun daño ni
-inferiros ningun agravio, ántes diciéndoos mil gentilezas, resueltos
-á ser vuestros compañeros, como si toda la vida os hubieran conocido.
-La subida al Vesubio es temible por estas gentes. Si no llevais guía,
-contad con sus dicterios, con sus emboscadas, con sus silbidos é
-injurias, imposibilitados de hallar quien os señale una senda, quien
-os saque de un mal paso. Siempre me acordaré del pobre inglés sin
-guía que encontré cerca del cráter. Parecia un Ecce-Homo. Pero si
-usais guías, ya podréis creeros un maniquí verdadero. Os entregan un
-jaco que no podeis ni arrear ni parar á vuestro arbitrio. Llegados
-á cierto sitio, cuatro ó cinco se apoderan de cada uno de vosotros.
-Éste os echa una cuerda á la cintura, el otro os coge el brazo
-derecho, el de más allá el izquierdo; empléanse en fingir que quitan
-piedras del camino, en tirar de vuestro cuerpo como de un fardo, en
-desriñonaros con apariencia de sosteneros, hasta que llegados á la
-cima, despues de haberos consentido escaso reposo, pintándoos los
-riesgos de morir como Plinio, os arrojan en carrera vertiginosa desde
-el cráter, por una ladera toda cubierta de cenizas, como alma que se
-lleva el demonio á los profundísimos infiernos.</p>
-
-<p>Y cuenta que, despues de haberse establecido el régimen
-constitucional, despues de haber pe<span class="pagenum"
-id="Page_360">[p. 360]</span>netrado las ideas y con las ideas
-las costumbres modernas, han desaparecido aquellos tradicionales
-lazzaronis que vivian casi desnudos sobre la arena, al sol,
-sustentándose de la corta pesca y de la larga limosna. La idea de que
-el pueblo no sea trabajador en Nápoles paréceme una idea falsísima.
-Gritan, cantan, gesticulan, vociferan, disputan, pero trabajan y
-trabajan con afan. Lo que hay, en medio de tanta luz, al influjo
-de aquella hechicera naturaleza, educados por la hermosura de los
-varios paisajes, sostenidos por la atencion de sus conciudadanos,
-como hijos naturales de la griega Parthenope, muchos poetas sin
-cultura que improvisan versos espontáneos cual la flora de los
-bosques y las selvas, muchos oradores que hablan con inimitable
-elocuencia del sentimiento y de la pasion. Las fuerzas no se agotan
-en esta eterna primavera. La sensibilidad no se gasta jamas en esta
-vida de emociones. Son sobrios como los antiguos griegos. Un puñado
-de higos, unas rebanadas de melon, pepinos, tomates y pimientos
-crudos, mariscos salados, forman la base de su alimento. Ignoro
-si serán ciertas las observaciones de un escritor inglés, el cual
-se queja mucho de que la patata ha disminuido la inteligencia de
-los pueblos meridionales haciéndolos linfáticos. Yo recuerdo en mi
-familia una vieja criada que murió hace tiempo en nuestro hogar,
-á los<span class="pagenum" id="Page_361">[p. 361]</span> noventa
-años, y que no quiso nunca comer patatas. Nuestro inglés le hubiera
-dado un premio, pues dice que esa fécula no es como los guisantes,
-como las habas, alimentos cargados de fósforo y aptos por ende al
-desarrollo de la vida cerebral, y que debe ser restaurado como en
-tiempo de Pitágoras, el cual encarecia las habas y las recomendaba
-como alimento casi religioso. Yo puedo decir que el pueblo de Nápoles
-tiene una gran sobriedad, y no es dado en ninguna manera ni al vino
-ni á los licores. Si un dia faltára la nieve ó el agua fresca, habria
-en Nápoles una verdadera revolucion. Parécense en esto á sus padres
-los antiguos griegos. Una de las más hermosas odas pindáricas tiene
-bellísima y lírica introduccion consagrada al agua.</p>
-
-<p>Otra de las analogías que tiene el napolitano con el griego es la
-vida al aire libre. La perla no está unida á su concha, el espíritu
-á su organismo, la idea artística á su forma, como el napolitano á
-su ciudad. Apénas emigra. Necesita, para vivir, de aquella bahía,
-de aquellos muelles, de la sonrisa de aquel cielo, de la música
-de aquellos mares, hasta de las amenazas del Vesubio. El dia que
-volviese el volcan á encontrarse como se encontraba en tiempos
-de la República romana, extinto, creeria Nápoles que le faltaba
-algo para la vida, el sordo mugir en los oidos, la contínua<span
-class="pagenum" id="Page_362">[p. 362]</span> erupcion en los
-ojos, la nube blanquecina de humo en los cielos, el reflejo de la
-gigantesca antorcha en las tranquilas aguas. Así la naturaleza y el
-hombre se abrazan y en sus abrazos se confunden. Mucha miseria hay
-en Nápoles y muchos pobres. Pero no causa la miseria en Nápoles el
-pesar que causa la miseria en Lóndres. Un pobre de Lóndres lleva
-raidas, remendadas, mugrientas las vestiduras desechadas por las
-altas clases; un pobre de Nápoles, si apénas lleva vestido, tampoco
-lo necesita, abrigado por aquel aire tibio, bruñido por aquel sol
-vivificador. Un pobre de Lóndres necesita bebidas espirituosas, carne
-abundante, carbon para calentar su vivienda. Un pobre de Nápoles
-vive de los frutos que da el campo, de los peces que guarda el mar,
-vida fácil y sóbria. Al uno le están cerrados todos los grandiosos
-espectáculos de la ciudad, el club aristocrático, el teatro, los
-saraos de la nobleza, las expansiones contínuas donde se entra por
-altas cantidades, miéntras que al otro nadie puede quitarle la fiesta
-por excelencia de su tierra, la vista de los Apeninos, la erupcion
-contínua del Vesubio, el collar de colinas volcánicas que rodea como
-un aderezo de diamantes negros su ciudad, la florida y espesísima
-vegetacion, el mar celeste, el cielo cargado con su rocío de
-estrellas, la música de la onda en la playa, las islas que sacan su
-cabeza entre los<span class="pagenum" id="Page_363">[p. 363]</span>
-esmaltes y los celajes del divino Mediterráneo.</p>
-
-<p>Otra cosa he notado en Lóndres y en Nápoles. No hay pueblo donde
-la libertad haya echado tantas raíces como en el pueblo inglés, y
-no hay pueblo donde las clases sociales sean tan diversas y estén
-por tan profundos abismos separadas. Cuando veis uno de aquellos
-conductores de ómnibus, asentado con tanta solemnidad sobre su
-pescante, os parece ver en la majestad del continente, en la gravedad
-del aire, el primero de los lores sobre su saco de lana, presidiendo
-aquella cámara alta, que sólo ha tenido su igual ó su semejante
-en el antiguo Senado Romano. Y sin embargo, si la fisiología, si
-la naturaleza no señalan diferencias entre los aristócratas y los
-plebeyos, ¡cuántas, cuán grandes señalan las leyes! En cambio el
-plebeyo napolitano es plebeyo en toda la extension de la palabra;
-plebeyo por su orígen, plebeyo por su naturaleza, plebeyo por sus
-costumbres; y sin embargo, impone su voluntad, su opinion á los
-aristócratas, con los cuales se confunde por una mezcla felicísima de
-ligereza, de gracia y de dignidad personal, nacida del sentimiento
-íntimo de que en aquella naturaleza un hombre, por poco que trabaje,
-se basta siempre á sí mismo.</p>
-
-<p>¿Conocéis algun pueblo moderno que haya sostenido por sí solo un
-teatro? Aquella intuicion<span class="pagenum" id="Page_364">[p.
-364]</span> estética de los pueblos en el siglo décimoquinto y
-décimosexto que creaba por sí misma un teatro y le infundia sus
-ideas, sus sentimientos, no existe ya en Europa. El teatro español
-nació, como el teatro griego, en una carreta, que iba de feria en
-feria, de fiesta en fiesta, seguida del pueblo; carreta sagrada
-como la de Théspis, sobre la cual flotaba el númen del pueblo. Poco
-á poco, desde que murió Lope, desde que se apagaron las centellas
-sobrenaturales del genio de Calderon y del genio de Shakspeare, el
-teatro dejó de ser el Auto religioso, dejó de ser el drama popular,
-para pasar á ser engendro de leyes académicas, sabroso pasto de
-aristocracias literarias. Hasta la guerra de los clásicos y de los
-románticos, en que éstos fingian representar el espíritu del pueblo,
-aquel espíritu que engendró los poemas homéricos y el romancero, no
-conmovió al pueblo, no llegó jamas á pasar de los folletines, de las
-revistas, de los bastidores y de las butacas. Pero Nápoles tiene su
-teatro, su teatro donde se ha ejercido en todo tiempo, hasta en los
-tiempos más nefastos, acre censura sobre las costumbres, y á veces
-sobre la política.</p>
-
-<p>Es verdad que este teatro no puede tener carácter alguno
-literario, como escrito y representado en el dialecto local.
-Dialectos han sido las lenguas neo-latinas, dialectos del latin.
-Pero un<span class="pagenum" id="Page_365">[p. 365]</span> trabajo
-de seis siglos llevado á término por genios de primer órden, sin
-darles la perfeccion absoluta del latin, les ha dado gran sabor
-literario, les ha convertido en lenguas clásicas. Este pobre dialecto
-napolitano ¡ah! jamas podrá aspirar á tanto. El protagonista de su
-teatro será siempre el pobre polichinela, primo hermano del Pasquino
-de Roma. Pero en su modestia, en su humildad indicará que hay amor
-á la literatura, amor á la vida y á la accion dramática en el
-pueblo que lo sostiene, y que gusta de sus salpimentadas alusiones,
-algunas veces verdaderamente aristofanescas. Cuando yo asistí á sus
-representaciones criticaban amargamente esos patriotas, que toman á
-Roma en el café, de silla á silla, entre sorbo y sorbo de granita,
-pero nada hacen por Roma y por Italia, ni en los comicios electorales
-ni en los campos de batalla. Aparte la política, sólo sostenida por
-alusiones, el drama versaba sobre costumbres populares y relacion de
-estas costumbres con la pasion de las pasiones, con el amor. De todos
-modos, era de ver cómo aquel pueblo seguia anheloso, extático, su
-propia imágen reflejada en la escena.</p>
-
-<p>Tanto allí como en el gran teatro de San Cárlos, uno de los
-mayores y más hermosos del mundo, noté la parte que toma aquel
-público en los espectáculos. Su temperamento nervioso esta<span
-class="pagenum" id="Page_366">[p. 366]</span>lla á cada instante
-en manifestaciones tumultuosas, así de censura como de aplauso. El
-público es allí un actor, un verdadero actor. Su voz, y si no su voz
-su acento, su murmullo, acompaña á los actores como las olas del
-Pireo acompañaban al coro de la tragedia griega. Al mismo á quien
-ha aplaudido arriba con delirio, lo silba dos notas ó dos versos
-más abajo, sin piedad, con verdadero encarnecimiento. Una actriz
-sentiríase allí desairada si no atruenan sus oidos tempestades de
-aplausos, si no amenazan aplastarla lluvias de flores. Durante la
-representacion entera, la curiosidad del pueblo está viva y atenta.
-Con su indiferencia no conteis, no. Es un pueblo que ama ó aborrece.
-El crepúsculo de la crítica daña á su franca naturaleza de artista.
-Por eso ha sentido tanto. Y como ha sentido tanto, por eso ha cantado
-á su vez tanto y tan bien. Creedlo, cuando alguna vez os lleguen
-hasta el corazon tal romanza de Bellini, tal preludio de Cimarosa,
-tal aire de Passiello, hay en esas cadencias algun eco de la cancion
-griega, que el marinero entona en la isla de Capri, en el promontorio
-de Sorrento, al pié del Vesubio; como en las serenatas de Schubert y
-de Mozart hay algo de la cancion andaluza, y en la cancion andaluza
-algo del acento de la sublime cantata árabe, acompañada por el viento
-del desierto.</p>
-
-<p><span class="pagenum" id="Page_367">[p. 367]</span></p>
-
-<p>Y sin embargo, en mis observaciones de la ciudad que los griegos
-llamaron sirena, algo hay que me disgusta: el exceso de alegría
-ruidosa en su conversacion, el exceso de movimiento en sus gestos,
-el exceso de vértigo en sus bailes, el exceso de acompañamiento de
-los más discordes instrumentos en sus canciones y en sus tarantelas.
-Y muchas veces fatigado me subia á la cartuja á ver el cielo y
-el Mediterráneo, y á pensar en cómo se pierden y se desvanecen
-necesariamente las variedades de pueblos y de razas en la inmensidad
-de lo infinito.</p>
-
-
-<div class="chapter pt6" id="Ch_11">
- <hr class="chap0" />
- <p><span class="pagenum" id="Page_369">[p. 369]</span></p>
- <h2 class="nobreak">PARTHENOPE.</h2>
- <hr class="chap0" />
-</div>
-
-<p class="inicio pt6"><span class="pagenum" id="Page_371">[p.
-371]</span>Una ciudad meridional no puede tener para nosotros,
-españoles, y españoles del Mediodía, la novedad que tiene para
-franceses, para alemanes, sobre todo para franceses y alemanes
-del Norte. Nosotros poseemos ciudades que en claridad de cielo,
-en abundancia de luz, en hermosura de contornos y campiñas, en
-ingenio de sus ciudadanos, en belleza de sus mujeres, en arte de sus
-monumentos y en aires aromatizados y bien olientes, compiten con las
-más hermosas y más ricas ciudades italianas. ¿Quién puede olvidar
-aquella Valencia, ceñida de torres árabes y góticas; muellemente
-reclinada á orillas del claro rio que por todos sus alrededores
-derrama abundancia; circuida de la huerta feracísima que entrelaza
-con las ramas de sus brillantes moreras las ramas de sus oscuros
-granados, y que al pié de la gallarda palma, dulcemente mecida por
-las brisas marinas, ostenta inacabables naranjales, deleitando
-la vista con los matices de su dorado fruto y el olfato<span
-class="pagenum" id="Page_372">[p. 372]</span> con los aromas de su
-blanca flora? ¿Quién dejará de admirar la oriental Córdoba, con su
-aljama, única en Europa, donde se oyen los ecos de la poesía árabe,
-al pié de aquella Sierra Morena, esmaltada por selvas de rosales?
-No hay en la tierra otra Sevilla, cuando la primavera acaricia, su
-abundante suelo. Es de ver la ciudad en Abril, levantando sobre
-inmenso océano de claro verdor sus agujas, sus botareles, sus
-ajimeces, sus ojivas, sus cresterías, bajo el cielo resplandeciente
-de luz, y entre los giros del aire cargado con los ecos de las
-orientales canciones y las esencias del embriagador azahar. No se
-cansa la vista de mirar y admirar á Cádiz; sus blancos edificios,
-esmaltados por verdes balcones y ventanas-perlas y cristalinos
-cierros, donde flotan cortinas de todos colores; rematados por
-azoteas llenas de caprichosas torres y de floridas macetas;
-erigidos entre escollos donde las olas se quiebran en cataratas de
-espuma; rodeados por bandadas de naves, que ya dejan en los claros
-aires nubes de vapor, ya se gallardean con sus henchidas velas y
-sus pintorescas banderolas; asentados dentro de aquella sólida y
-oscurísima muralla, en torno de la cual aparece á un lado la bahía
-con sus blancas poblaciones, sus caños, cortados por pirámides de sal
-resplandecientes á la esplendentísima luz, sus lejanas cordilleras
-envueltas en<span class="pagenum" id="Page_373">[p. 373]</span>
-vapores, ya violados, ya rosáceos, segun las horas del dia y los
-arreboles del ambiente, miéntras del otro lado el mar azul se
-dilata, retratando en sus claras aguas todos los matices del cielo y
-componiendo con sus vientos, su oleaje, sus brisas, sus corrientes,
-sus tempestades y sus tormentas, contínuo himno á lo infinito.</p>
-
-<p>Yo de mí sé decir que en medio de las ciudades más rientes de
-Italia he recordado siempre nuestra sin par Granada: la sierra con
-su cima de cristal; los apagados volcanes con sus pirámides de frias
-lavas; la ancha vega, toda cubierta de copudos árboles, alfombrada de
-verde grama, y limitada allá léjos por las celestes montañas de Loja;
-el blanco Albaicin en lo profundo, rodeado de áloes y de nopales,
-como si aguardára todavía á los hijos del Asia y del África, y
-todavía repitiera la cancion melancólica inspirada por los desiertos;
-el monte sacro rematado de pinos; la confluencia del Darro y del
-Genil, que vienen lamiendo los cármenes entre selvas de almendros,
-de avellanos y de gigantescos cáctus; en el centro la Alhambra, con
-sus torres doradas por la luz y por los siglos; sobre aquel cerrillo
-poblado de bosques y de jardines, á cuyos piés duerme Granada, y en
-cuya cima se dibujan con toda la poesía del Oriente los minaretes
-y los ajimeces y las bermejas torres, el Generalife, escondido en
-grutas de sonantes cas<span class="pagenum" id="Page_374">[p.
-374]</span>cadas, de olientes jazmines, de melancólicos cipreses,
-de graciosas florestas, cuyos susurros, cuyos aromas, convidan de
-consuno á la vida árabe, toda consagrada, despues de las zambras y
-las guerras, al sueño, á la poesía y al amor.</p>
-
-<p>Nosotros tenemos adelfas para coronar á los poetas; bosques de
-mirtos dignos de ser habitados por los antiguos dioses; palmerales
-bajo cuyas anchas palmas parece vagar el genio del Asia; costas de
-áureas arenas y de celestes aguas; promontorios y cabos que el sol
-poniente dora con esmaltes dignos de las riberas de Grecia; el aroma
-del azahar y del jazmin en los aires, higos tan dulces como los higos
-de Aténas, en nuestras higueras; pasas tan azucaradas como las pasas
-de Corinto, en nuestras cepas; dias calurosos henchidos por el canto
-unísono del coro de cigarras que ensalzaron los antiguos poetas;
-noches tranquilas y luminosas como las noches de Oriente; serenatas
-en cuyas largas y tristes cadencias se oye resonar aún el acento
-inmortal de las canciones árabes con todo su intenso amor y toda su
-profunda melancolía.</p>
-
-<p>Á pesar de esto, áun extraña, aún maravilla la campiña de Nápoles.
-Conoceréis algo más agreste, más abrupto, más sublime en la tierra;
-no conoceréis nada tan clásico, tan digno de la égloga antigua, tan
-propio para que el ánimo repose y la naturaleza tome los tintes y las
-inspiraciones de<span class="pagenum" id="Page_375">[p. 375]</span>
-nuestra alma. Así como la escultura es el arte pagano por excelencia,
-el arte que armoniza la idea y la forma en suave reposo, la Campania
-es la tierra de las églogas, la tierra de las geórgicas, la tierra
-por excelencia pastoril, donde los montes repiten el eco inmortal de
-las dulcísimas zampoñas de Virgilio, y los animales y las plantas se
-trasforman á los ojos del pensamiento con las metamórfosis cantadas
-por Ovidio.</p>
-
-<p>Dios mio, ¡qué riqueza de colores, de matices, de tonos! ¡Qué
-gradaciones desde el azul claro de la bahía hasta el violeta y
-amatista oscuro del Vesubio! Como la cordillera del Oriente,
-tachonada á intervalos de ventisqueros, que relucen cual diamantes
-entre turquesas y esmeraldas, contrasta con el matiz rosa claro,
-tomado al anochecer por los montes del Ocaso, por el cabo Miseno y
-por los contornos de la isla de Nisida, semejantes á promontorios
-de bruñidos jaspes. Mirad ese horizonte puro, purísimo, por el
-cual se desvanecen las columnas de blanco humo que despide el
-volcan; ese mar tan sensible á los cambios del horizonte, que
-puede llamarse su repeticion ó su espejo, ese suelo, que, donde lo
-permite la vegetacion, lujuriosa, viciosísima, enseña las lavas
-negras y lucientes como el azabache. Yo en ninguna parte he visto
-la luz quebrarse en refracciones tan várias ni dar á los contrastes
-apariencias de oposicion<span class="pagenum" id="Page_376">[p.
-376]</span> tan brusca. Por lo que respecta á la luz, diríase á
-esta tierra gigantesco prisma de múltiples colores. Por lo que
-respecta al contraste, enseñadme en ningun otro punto montañas más
-abruptas descendiendo en playas más suaves, bosques más agrestes
-junto á jardines más cultivados, ciudades más pobladas y ruinas más
-solitarias, suelo más amenazado de muerte por las bocas volcánicas,
-por las solfataras ardientes, por los terremotos repentinos, por
-las erupciones violentas, ni vida más múltiple, más alegre, que
-se espacie así en el cántico, en la danza, en los juegos, en los
-placeres; refinamientos de civilizacion mezclados á delicias del
-campo; recuerdos antiguos vagando sobre el indolente olvido moderno;
-la columna de fuego que el volcan agita como gigantesca antorcha
-frente á los picachos rematados de diamantinas nieves.</p>
-
-<p>Aquí veo las hayas y los robledales virgilianos; las cabras,
-irguiéndose á clavar el agudo diente en los arbustos; las ovejas
-con el vellon cargado de lana y las ubres cargadas de leche,
-rodeadas, seguidas de tiernos y baladores recentales; por las
-laderas, las zarzas, con cuyas moras se teñian las cejas y las
-mejillas los rabadanes para entonar sus bucólicos versos; en la
-orilla del torrente, las cañas con que formára el dios Pan sus
-canoros caramillos; de erguido olmo en erguido olmo, los festo<span
-class="pagenum" id="Page_377">[p. 377]</span>nes de las parras, entre
-cuyo follaje se posa la paloma y arrulla la tórtola; en el fondo,
-los floridos cantuesos; en las colinas, el tomillo y el espliego; á
-la entrada de la caverna, por el tronco de la encina que sobre ella
-se avanza, el panal destilando miel y rodeado de zumbadoras abejas,
-cuyo aguijon trae los jugos de las flores; dentro de la caverna,
-el sileno, ébrio de vida y de vino, con su guirnalda en las sienes
-y su ánfora en las manos; por las corrientes de los arroyos, la
-blanca náyade que teje coronas; por las majadas y los oteros, el
-pastorcillo, juntando la amapola con el narciso y la blanca azucena
-con la madreselva, para ofrecérselas á su amada; en el ancho mar,
-rizado por los soplos de la brisa y herido por los cambiantes
-de la luz, la sirena antigua que palpita de amor en las ondas y
-canta eternamente con seductora cadencia la inmortal epopeya de la
-naturaleza.</p>
-
-<p>Junto á tales églogas, ¡qué terribles tragedias ofrece esta
-atormentada tierra! Hicieron los antiguos bien llamándola sirena
-que atrae, sirena que mata. Con frecuencia erupciones terribles
-destruyen, abrasan, entierran aldeas y ciudades enteras. El terremoto
-sacude con estremecimientos espantosos toda aquella region. Los
-edificios se balancean como las naves al oleaje del vendaval,
-y vienen columnas, trombas de acres vapores, lluvias,<span
-class="pagenum" id="Page_378">[p. 378]</span> diluvios de cenizas,
-granizadas de brasas, tempestades de lavas. El mar hierve, el cielo
-reverbera fuego siniestro, como si las benéficas pluviosas nubes
-hubiéranse tornado ardientes hornos. Respira el volcan como ciclópea
-titánica fragua, ó relampaguean, truenan sus erupciones como legion
-de tempestades. Por doquier bancos de lavas candentes, océanos de
-negras cenizas, torbellinos y espirales de piedras, rocas fundidas,
-mugidos espantables de la montaña, estremecimientos dolorosísimos del
-valle, vapores sulfurosos, exhalaciones de ácido carbónico, nubes
-grises ruidosísimas atravesadas por reflejos siniestros y henchidas
-de menudos enrojecidos aerolitos, franjas de escorias por el suelo
-y manantiales de aguas hirvientes, el infierno confundido con el
-paraíso en la tierra, como la pena con la alegría en el alma, como
-el error con la verdad en la mente, copia fiel de las tragedias de
-nuestra existencia y los contrastes de nuestro sér. La encendida
-montaña es un gigante laboratorio de donde sale con igual fuerza
-la muerte y la vida, como la naturaleza es un conjunto de fuerzas
-que componen, descomponen y recomponen. De sus estremecimientos,
-de sus convulsiones puede quejarse el antiguo habitante de Pompeya
-y Estabia, incrustado en las frias seculares lavas; el moderno
-campesino de Resina y de Torre de Greco, que en trágica noche ve
-des<span class="pagenum" id="Page_379">[p. 379]</span>aparecer
-bajo bituminosas encendidas materias sus viñas henchidas del
-dulce lácrima, tan celebrado en el mundo; pero el químico, el
-físico, encuentran en sus fecundas exhalaciones, sodas, potasio
-y diversas sales marinas, testimonio de su comunicacion con el
-Mediterráneo; depósitos de cloruro de hierro con todos los colores
-de las piedras preciosas y de las flores silvestres; manantiales de
-ácido clorhídrico y ácido sulfúrico; sustancias amoniacas y agujas
-de azufre tendidas en largos manojos sobre las oscuras escorias;
-depósitos de aguas termales que curan muchas de las enfermedades, y
-exhalacion contínua del gas ázoe y del carbónico, tan funestos para
-la vida y tan preciosos para la ciencia.</p>
-
-<p>Imposible formarse una idea, sin haberlo visto, del contraste
-profundísimo entre la serenidad riente del campo y el siniestro
-aspecto del volcan. Cuando los sentidos yerran por aquellas florestas
-y aquellas playas; cuando pasan de la colina al valle, del valle
-al bosque, de los bosques donde se entrelazan el olivo con el
-limonero al mar celeste, donde se rizan tantas velas latinas que
-parecen bandadas de blancas aves, creen ver y oir en la realidad los
-pastores de Virgilio, los marineros de Teócrito, cantando los unos
-entre redes y vergas, y los otros entre apriscos y praderas, dobles
-versos que han de repetir las auras y las<span class="pagenum"
-id="Page_380">[p. 380]</span> brisas; pero si luégo se convierten al
-volcan y le ven relampaguear, llover fuego, y le oyen mugir, tronar,
-creen que sus cimas dibujan entre nubes de humo las legiones que ya
-pisaron aquellas altas cimas, las legiones del eterno víctima, del
-eterno paria, de Espartaco, el tracio defensor de los esclavos, cuya
-sombra ensangrentada y trágica vaga sobre todas estas églogas como la
-infame esclavitud sobre todas las bellezas y todas las armonías del
-antiguo mundo.</p>
-
-<p>¡Qué exceso de cultura en la vida y de originalidad primitiva en
-la naturaleza! Aquí están sobrepuestas cuatro ó cinco civilizaciones
-distintas; desde la pelágica hasta la cristiana; y el suelo volcánico
-en sus estremecimientos, en sus convulsiones, en sus vapores,
-parece pertenecer á los tiempos en que todavía era el planeta
-materia incandescente, henchida de intensísimo calor y de tonante
-electricidad. Yo me figuro estar en las cavernas donde las ideas
-arquetípicas, las ideas madres, como Goethe las llama, tejen los
-hilos de la vida, ó donde los gigantes fabulosos en yunques colosales
-forjan las inconmovibles bases graníticas de la tierra. Esto es
-eternamente pagano. El agua bendita, cayendo quince siglos sobre los
-campos, no los ha bautizado todavía. Los dioses no quieren irse. En
-vano la vieja sibila de Cúmas, con la vista gastada de mirar á lo
-porvenir, con<span class="pagenum" id="Page_381">[p. 381]</span> la
-túnica rasgada por las tormentas, desde el elevado promontorio donde
-se consume, ha dicho á los chicuelos de Nápoles cuando la apedrean, y
-le preguntan:—¿qué quieres?—Quiero morir.—En vano las sirenas se han
-reunido en torno del Cabo Miseno para quejarse de la muerte del dios
-Pan. Aquí están todas las divinidades, lo mismo Céres coronada de
-espigas, y Baco ceñido de pámpanos, y Minerva con sus ramas de olivo,
-y Sileno apoyado en su cipres, que Neptuno arrancando con el agudo
-tridente el espumoso caballo á la tierra, y Vulcano enrojeciendo
-el hierro en el fondo caliginoso de sus fraguas eternas. No se han
-ido, no. Están ahí, en el suelo, en los córtes escultóricos de los
-cabos, en los intercolumnios de las colinas, en los relieves de las
-costas, en la luz vivísima que no consiente ningun misterio, que todo
-lo recama de áureas aristas, para celebrar las nupcias eternas del
-espíritu con la naturaleza, como en el antiguo paganismo.</p>
-
-<p>Estas tierras tan bellas, tan graciosas, atraen eternamente á
-todas las razas; son las tierras de la comunicacion perpétua entre
-todos los hombres. Quédense para los agrestes montañeses conservar
-tras los desfiladeros de sus cordilleras, en el seno de las cavernas,
-velados de impenetrables bosques, sobre picachos sólo accesibles
-á las águilas, teniendo por defensa el risco, el pedrusco<span
-class="pagenum" id="Page_382">[p. 382]</span> desprendido al menor
-esfuerzo de la altura al valle; quédense para ellos las guerras
-por la independencia, el culto fiero á las antiguas leyes y á
-los antiguos usos: que aquí, entre estas ondas sonoras, donde al
-reflejarse el sol finge de luz esplendorosa lagos y rios, cada una de
-cuyas gotas es una estrella; donde el fósforo, de matiz blanquecino
-como los rayos de la luna, deja en las tranquilas noches fajas
-lucientes, parecidas á las fajas de la vía láctea en el cielo; aquí
-donde las playas seducen como el seno de casta vírgen; donde cada
-árbol exhala nubes de aroma, y cada giro del aire repite suspiros de
-amor; sobre la hierba ó sobre las algas, entre las flores del campo
-y las conchas de la arena, á la sombra, ya del mirto, ya del olivo,
-ya de la vela crujiente, vendrán los dioses de todos los templos, los
-pilotos de todas las razas, los conquistadores de todos los pueblos
-á vivir, aunque sea un momento, ébrios de orgullo y de placer, en
-brazos de esta seductora y voluptuosa naturaleza.</p>
-
-<p>Lo mismo sucede entre nosotros. El cántabro verá estrellarse cien
-veces en su escudo de cuero la invasion romana; el asthur, sin tener
-la cultura de Bruto ó de Caton, sin aspirar á que Plutarco cuente
-y Lucano cante sus hazañas, preferirá la muerte á la servidumbre;
-el navarro desde las altas montañas, conjurará todas las con<span
-class="pagenum" id="Page_383">[p. 383]</span>quistas y hará morder
-el polvo en su constancia á los soldados de Carlo-Magno; el vasco
-guardará, á traves de tantas revoluciones y de tantos siglos, leyes
-y usos que tienen caractéres patriarcales, antigua lengua que tiene
-puro carácter primitivo, al paso que las playas del Mediodía, serenas
-y risueñas, accesibles á todos los pueblos, abordables á todas las
-naves; con sus ondas celestes y sus espumas argentinas y sus áureas
-arenas y sus colinas graciosas y sus olivos y sus mirtos y sus
-laureles; teñidas por aquella luz deslumbradora, cuyos reflejos dan
-á las cordilleras toques metálicos, y á los orientes y á los ocasos
-de su sol arreboles indescriptibles, y á las estrellas y á las
-estelas de sus noches seductor centelleo; de contínuo embalsamadas
-por los aromas de flores que embriagan, como otros tantos misteriosos
-pebeteros; verán venir á su seno gentes de todas las regiones, naves
-de todos los puertos, y tendrán que abrirse y entregarse de grado ó
-por fuerza, ya al hierro, ya al halago.</p>
-
-<p>Así es que en la historia de la península ibérica, como en la
-historia de la península itálica, los pueblos del Norte fundarán
-la nacionalidad y la ilustrarán los pueblos del Mediodía. Las
-montañas del Norte serán las regiones históricas, las regiones,
-si es permitido hablar así, conservadoras; y las playas del
-Mediodía serán las regiones<span class="pagenum" id="Page_384">[p.
-384]</span> comunicativas, las regiones, si es permitido hablar así,
-humanitarias. Las unas darán al pueblo su carácter peculiar y propio,
-las otras comunicarán este pueblo autóctono con los demas pueblos de
-la tierra. El alobrogo se sostendrá en el Norte de Italia, fuerte y
-rudo, para realizar el sueño de quince siglos, la independencia y
-la unidad italiana, como el montañes de Covadonga, de San Juan de
-la Peña, del riscoso Sobrarbe descenderá al llano con el ímpetu de
-sus rios á formar la nacionalidad ibérica. Y así como por Rosas,
-por Sagunto, por Dénia, por Tarragona, por Calpe, por Algeciras,
-por Cádiz, vienen los griegos, los fenicios, los cartagineses, los
-romanos, los árabes, por las playas meridionales de Italia van casi
-todos los invasores, desde los que fundaron la Magna Grecia en el
-estrecho de Mesina y en el golfo de Tarento, hasta los que fundaron
-la monarquía española en las faldas del Etna y del Vesubio.</p>
-
-<p>Así en Nápoles todo cuanto hay de vida moderna recuerda España,
-nuestra España, hasta el punto de creeros en Barcelona, en Valencia,
-en Madrid mismo, cuando veis las celosías y los balcones y las casas
-pintadas de mil matices y los monumentos al gusto de Alfonso V y de
-Cárlos III, en tanto que toda la vida antigua os recuerda más, mucho
-más que la Italia civilizada<span class="pagenum" id="Page_385">[p.
-385]</span> por el arma de Roma, la Italia civilizada por la palabra
-de Grecia. Parthenope es griega, completa, absolutamente griega. Allí
-jamas se romperá, jamas, la eterna armonía entre el alma del hombre
-y el Universo que la rodea, verdadero secreto de la excelencia de la
-vida helénica no repetida en la historia. Parece que nadais en el
-éter cantado por Eurípides y henchido con los coros de las musas y
-las melodías de Apolo; que las aguas han llevado sobre su luciente
-superficie las áureas naves, donde iban las procesiones ó teorías
-griegas celebradas en el Banquete de Platon; que las islas guardan
-en sus frentes de mármol, como la antigua Cytheres, el beso de la
-diosa recien nacida en las blandas espumas de las ondas; que aquellas
-costas dibujadas como á compas y aquellas montañas en proporciones
-armónicas con todo cuanto las rodea, tienen el ritmo y la geometría
-de Euclídes y de Pitágoras; que el Mediterráneo se tranquiliza, se
-adormece allí, no sólo para repetir los matices todos del luminoso
-cielo, sino para juguetear con las ninfas, con las sirenas, con las
-divinidades, cuyas sienes coronadas de algas, de perlas, de corales,
-se ven á cada instante en el culebreo de los rayos del sol por las
-jaspeadas arenas, dentro de las trasparentes orillas marinas; que
-el hombre se encuentra sobre aquella tierra, bajo aquel cielo,
-como<span class="pagenum" id="Page_386">[p. 386]</span> el dios
-antiguo sobre el ara de su altar y bajo la techumbre de su templo;
-que la naturaleza es clara, trasparente, de relieve, como aquella
-antigua conciencia clásica, como aquella lengua helénica, la más
-distinta, la más precisa, la más armoniosa y rica de las lenguas
-humanas; que todo convida allí á entregarse á la vida universal,
-todo á los cantares en coros, á las danzas por muchedumbres, á las
-carreras délficas, á los juegos píthicos, á los ejercicios atléticos
-y gimnásticos, á la vida griega, serena como su arte, regida por la
-geometría y por la música, consagrada á hacer de cada cuerpo una
-perfecta escultura, de cada alma un cielo trasparente; vida en paz
-completa y eterna con la naturaleza, que se cincela, se pule, se
-esculpe, se pinta á sí misma, para someterse al espíritu y á la idea
-y á las fuerzas del hombre.</p>
-
-<p>Yo no las he visto, pero he oido alabar y encarecer á cuantos
-las han visto, las bellezas del trópico. Yo tenía un amigo, viajero
-incansable, que á la contínua me hablaba de Cuba, de Haiti, del
-Brasil, y sobre todo de la isla de Java, de ese manojo de volcanes.
-Debe ser bello, terriblemente bello todo eso. Nuestros árboles
-parecerán femeniles ramilletes al lado de esos árboles gigantes que
-se hunden allá en la inmensidad de los cielos. Nuestros rios deben
-ser arroyos en compara<span class="pagenum" id="Page_387">[p.
-387]</span>cion de esos rios de la India y del Perú. Nuestra flora,
-raquítica, miserable, parangonada con la flora tropical, rebosante de
-savia y de aromas. Yo me he fingido mil veces en la mente, leyendo
-las relaciones de los grandes viajeros, esa isla de Java con sus
-fundamentos de granito, con sus montañas de basalto, con sus haces de
-volcanes; cubierto el suelo de madréporas y pólipos; cortado el paso
-por selvas, primitivas é inexplorables; desaguando de las raíces de
-sus montañas de fuego rios hirvientes en la inmensidad del Océano;
-los dias todos con tempestades, cuyos relámpagos son incendios, cuyos
-truenos desquiciamientos del cielo, cuyas lluvias electricidad;
-las noches iluminadas, no sólo por las estrellas y constelaciones,
-sino por las grandes aladas luciérnagas que en todas direcciones
-vuelan como nubes de animados aerolitos; los cocoteros saliendo
-de las aguas, á veces de las ondas, y elevándose á las alturas
-cargados de frutos, junto á las palmas resonantes; los bambúes al
-pié de los plátanos, árboles gigantescos, por cuyos troncos fluye el
-ámbar líquido; las hojas y las ramas de la vegetacion lujuriosísima
-entrelazándose hasta formar tinieblas perpétuas por donde vagan
-tigres negros de ojos verdes y murciélagos monstruosos con alas
-inmensas; el campo cubierto de plantaciones de tabacos, de té, de
-café, de especias, que con sus jugos, con sus<span class="pagenum"
-id="Page_388">[p. 388]</span> esencias, con su humo nos embriagan;
-el aire embalsamado de aromas que perturban; la tierra entera,
-produciendo y devorando seres en contínua y desordenada exaltacion,
-como si aquella extraña naturaleza fuese la demencia, el delirio, el
-frenesí de la vida.</p>
-
-<p>Bella debe ser, bellísima; pero con toda su hermosura vence y
-anonada al hombre. Qué diferencia de los mares serenos, cuyas olas
-parece que esculpen las islas; de las costas armoniosísimas que se
-abren sin recelo á los vientos y á las aguas; de los olmos, graciosas
-columnas, entre las cuales se mantienen las parras con sus flexibles
-sarmientos y sus recortados pámpanos; de la flora artística de
-las orillas del Mediterráneo, flora llena de bálsamos, el jazmin
-entrelazado con la pasionaria, la verbena al pié del mirto, en el
-hondo valle el olivo, el granado, la higuera, el limonero, la viña;
-al borde del torrente la adelfa; en la montaña la salvia, el tomillo,
-el romero, la manzanilla, el árnica, todas llenas de remedios y de
-consuelos; sobre las flores las mariposas en su inocente jugueteo,
-la abeja en su trabajo, y por los aires dulces, suaves, templados
-al sol en los inviernos, templados á las brisas en los veranos, el
-coro eterno de nuestras pintadas, nerviosas é inocentes avecillas. El
-género humano amará eternamente esta naturaleza graciosa, bellísima,
-que<span class="pagenum" id="Page_389">[p. 389]</span> le sostiene
-con su calor suave, que le alimenta con sus sabrosos frutos, que
-le regala con sus aromas, que le refresca con sus brisas, que le
-bruñe y le sana con su sol, que le recrea con los cambiantes de sus
-mares, y el tono rosado de sus altas montañas, y los cuadros de sus
-horizontes, y la arquitectura de sus cordilleras; naturaleza en la
-cual vive como el fauno en su gruta de hiedra y se baña como el
-silencio en la linfa de sus fuentes.</p>
-
-<p>Nosotros nos sentimos todos parte integrante del universo.
-Conocemos el estrecho parentesco que existe entre la naturaleza y el
-alma. Los minerales nos dan la base de nuestro esqueleto. El hierro
-penetra en las venas, colora y enciende la sangre. Con sólo mirar el
-cuerpo humano se ven sus relaciones y sus armonías con las plantas.
-La relacion es mayor en las esferas superiores de la vida. Todas las
-especies animadas tienen afinidades físicas, químicas, fisiológicas
-con este cuerpo humano, que las resume, las corona y las completa.
-Por todas partes nos sentimos unidos con el universo, y en relacion,
-así con la estrella lejana, perdida en los abismos del cielo, como
-con la humilde florecilla hollada por nuestros piés. Somos unos con
-todos los seres. ¿Y no reconocerémos el estrecho lazo que nos liga
-á nuestra propia especie? ¿Será más fácil y más grato sentirse unos
-con el mineral, con el vegetal, con los ani<span class="pagenum"
-id="Page_390">[p. 390]</span>males inferiores que con el resto
-de los humanos, en cuyas frentes centellea el espíritu? Y si nos
-reconocemos unidos á los demas hombres por identidad fundamental de
-la naturaleza, ¿cómo explicarémos, cómo, la guerra y la esclavitud?
-¿Cómo la sed de corromper, de esclavizar, de combatir, de exterminar,
-que aqueja á tantos seres humanos, en detrimento, en ódio á
-aquellos que son de todo en todo sus iguales? Y en esta sonriente
-tierra de Nápoles nos recuerda la historia el orgullo de unos, la
-tiranía engendrada por este orgullo; y de otros la esclavitud, la
-degradacion, la miseria moral y material. Pues qué, ¿no veo á mi
-espalda el golfo de Bayas, donde Neron en su crueldad asesinó á su
-madre, donde Calígula en su demencia llamó á la luna á compartir su
-lecho, y veo á mi frente el cono del Vesubio, donde Espartaco citó
-á los gladiadores para que, en vez de volver las espadas contra sus
-propios corazones, las esgrimieran en el corazon de sus tiranos?</p>
-
-<p>Pero entreguémonos á la contemplacion de este bellísimo cuadro,
-de la campiña, de la ciudad. Parece que lo estoy viendo ahora
-mismo. Son los últimos dias del mes de Abril. Las hojas verdes
-y tiernas cubren las ramas. Los cielos sonrien y sonrien los
-mares. En el Este, dibujando sus crestas coronadas de nieve en
-claro cielo esmaltado<span class="pagenum" id="Page_391">[p.
-391]</span> de azul, los montes Apeninos, que á los toques del
-éter se pierden, se desvanecen; adelantándose hácia las playas,
-al Nordeste, la pirámide truncada que forma el Vesubio, y en
-cuyas laderas compuestas de lavas, de riscos casi metálicos, de
-oscuras cristalizaciones, la luz se rompe en matices violáceos,
-celestes, lilas, que son verdaderamente mágicos; desde el Vesubio
-al cabo Campanella, sobre colinas bellísimas, al borde del mar,
-entre bosques de olivos y limoneros, de robles y de higueras, de
-laureles y mirtos, Castellamare, Sorrento, blancas como palomas;
-hácia la curva central de este grande anfiteatro, primero las ruinas
-solitarias de Pompeya, los barrios luégo henchidos de vivientes,
-como Portici, como Torre del Greco, rodeados todos de maravillosas
-quintas y de floridos jardines por leguas de leguas; más hácia el
-Oeste Nápoles, entre aquellos muelles del comercio, donde las naves
-se agrupan á centenares, las barcas á miles, y este otro muelle de
-la contemplacion, del arte, llamado Chiaja, y lleno de alamedas,
-de estatuas maravillosas, de templos marmóreos, bordado de larga
-fila de palacios grandemente pintorescos por sus azoteas y sus
-balcones; tras todos estos palacios, quintas, villas, ciudades,
-un collar de pequeños conos volcánicos, que forman como graciosas
-ondulaciones, como series de colinas sobre cuya cúspide brillan<span
-class="pagenum" id="Page_392">[p. 392]</span> iglesias, monasterios,
-castillos, monumentos de diversas clases, y á cuyos piés se extienden
-florestas contínuas en armoniosa gradería; hácia el Oeste la gruta
-de Pausilipo remata por la tumba de Virgilio, genio que reposa en
-aquella region como en su nido; más al Oeste aún el cabo Miseno,
-cantado por los poetas, eternamente querido de los artistas; todo el
-conjunto inundado de aquellos arreboles que dan aspecto fantástico,
-así á las nieves de los Apeninos como á las humaredas del Vesubio,
-y entonando por aquel mar de un celeste casi indescriptible, segun
-lo claro y lo bello, en el cual se bañan las islas de córtes
-verdaderamente arquitectónicos, y que parecen alzarse allí como
-sirenas para velar, para arrullar, para hermosear á la diosa de las
-sirenas, á la divina Parthenope.</p>
-
-
-<p class="centra mt3"><small>FIN.</small></p>
-
-<hr class="chap0" />
-
-
-<div class="chapter pt3" id="ToC">
- <p><span class="pagenum" id="Page_393">[p. 393]</span></p>
- <h2 class="nobreak">ÍNDICE.</h2>
- <hr class="sep" />
-</div>
-
-<table class="mt2" summary="Índice y tabla de contenidos">
- <tr>
- <td colspan="2" class="tdrp">Páginas.</td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_0">Al que leyere</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_0">v</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_1">Llegada á Roma</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_1">1</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_2">La gran ruina</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_2">33</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_3">Los subterráneos de Roma</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_3">63</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_4">La capilla Sixtina</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_4">89</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_5">El Cementerio de Pisa</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_5">137</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_6">Venecia</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_6">171</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_7">En las lagunas</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_7">201</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_8">El Dios del Vaticano</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_8">223</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_9">El Gueto</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_9">317</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_10">La gran ciudad</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_10">343</a></td>
- </tr>
- <tr>
- <td class="tdl"><a href="#Ch_11">Parthenope</a></td>
- <td class="tdr"><a href="#Ch_11">369</a></td>
- </tr>
-</table>
-
-<hr class="chap0" />
-
-
-<div class="chapter pt3">
-<div class="transnote" id="tnote">
- <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p>
-
- <ul>
- <li>Se ha respetado la ortografía original, que difiere de la
- utilizada actualmente.</li>
-
- <li>Las inconsistencias ortográficas se han normalizado a la grafía
- de mayor frecuencia.</li>
-
- <li>Se ha completado el emparejamiento de los puntos de admiración y de
- interrogación.</li>
-
- <li>Los errores obvios de imprenta han sido corregidos sin avisar.</li>
-
- <li>Las páginas en blanco han sido eliminadas.</li>
-
- <li>El transcriptor ha creado la imagen de la cubierta y la sitúa
- en el dominio público.</li>
- </ul>
-</div>
-</div>
-
-<hr class="full" />
-
-
-
-
-
-
-
-
-
-<pre>
-
-
-
-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Recuerdos de Italia (parte 1 de 2), by
-Emilio Castelar
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK RECUERDOS DE ITALIA (PARTE 1 DE 2) ***
-
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