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You may copy it, give it away or -re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included -with this eBook or online at www.gutenberg.org/license - - -Title: La Puchera - -Author: José María de Pereda - -Release Date: July 6, 2017 [EBook #55058] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA PUCHERA *** - - - - -Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box, and the -Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - - - - - -NOTA DE TRANSCRIPCIÓN - - * En el texto, las cursivas se muestran entre _subrayados_ y las - versalitas se han convertido a MAYÚSCULAS. - - * Los errores de imprenta han sido corregidos sin avisar. Para su - detección se han tenido en cuenta ediciones posteriores de esta obra. - - * Se ha respetado la ortografía original —que difiere ligeramente de - la actual—, normalizándola a la grafía de mayor frecuencia. - - * Se ha respetado la falta de emparejamiento de los signos de - admiración e interrogación, por ser un rasgo de estilo del autor. - - * Se han añadido tildes a las mayúsculas que las necesitan. - - - - - OBRAS COMPLETAS - DE - D. JOSÉ MARÍA DE PEREDA - - - - - OBRAS COMPLETAS - DE - D. JOSÉ M. DE PEREDA - DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA - - - Tomo XI - - LA PUCHERA - - SEGUNDA EDICIÓN - - - MADRID - VIUDA É HIJOS DE MANUEL TELLO - 1901 - - - - -_Es propiedad del autor._ - - - - -[Ilustración] - - - - -I - -«RÉ» EN LA ARCILLOSA - - -Quién de los dos empujó primero, yo no lo sé. Quizás fuera el mar, -acaso fuera el río. Averígüelo el geólogo, si es que le importa. Lo -indudable es que el empuje fué estupendo, diérale quien le diera; es -decir, el río para salir al mar, ó el mar para colarse en la tierra. -Mientras el punto se aclara, supongamos que fué el mar, siquiera porque -no se conciben tan descomunales fuerzas en un río de quinta clase, que -no tiene doce leguas de curso. - -¡Labor de titanes! Primero, el peñasco abrupto, recio y compacto de -la costa. Allí, á golpe y más golpe, contando por cúmulos de siglos -la faena, se abrió al fin ancho boquete, irregular y áspero, como -franqueado á empellones y embestidas. Al desquiciarse los peñascos -de la ingente muralla, algo cayó hacia afuera que resultó islote -mondo y escueto, y más de otro tanto hacia dentro, en dos mitades -casi iguales, que vinieron á ser á modo de contrafuertes ó esconzados -de la enorme brecha. La labor del intruso para continuar su avance, -fué ya menos difícil: sólo se trataba de abrirse paso á través de una -sierra agazapada detrás de la barrera de la costa; y forcejeando allí -un siglo y otro siglo, buscando á tientas al obstáculo las más blandas -coyunturas de su armazón de granito, quedó hecho el cauce, profundo y -tortuoso, entre dos altos taludes que el tiempo fué tapizando de césped -y bordando de malezas. - -Atravesada la sierra, el cauce desembocó en un valle, verde y angosto, -encajonado entre ondulantes cerros y colinas, que van escalonándose -suavemente y creciendo á medida que se alejan hacia la erguida -cordillera que recorta el horizonte con su perfil de jorobas y -picachos, de Este á Oeste. Las aguas, detenidas un instante al asomar -al valle, como para formar allí un remedo de golfo, corrieron hacia -la izquierda, lamiendo por aquel lado las faldas del montecillo que -las separaba del mar; después retrocedieron súbitamente, describiendo -rápida curva sobre la derecha; se deslizaron mansas, tranquilas y en -línea recta, á lo largo del valle hasta dar con otro cerro de escarpada -ladera; y arrimaditas á él, continuaron corriendo y abriendo cauce -tierra adentro, hasta perderse en un laberinto inextricable, cuyos -misterios no había penetrado todavía la luz del sol. - -Es posible que en aquellas espesuras toparan con el ocioso río -dormitando entre sus cañaverales y bajo su espeso dosel de alisos, -madreselvas y avellanos bravíos; pero lo que no tiene duda, porque bien -á la vista está, es que desde entonces, por el mismo cauce que llenan -y desocupan dos veces cada día las salobres aguas, salen al Atlántico -mezcladas con ellas las insípidas del río, que ha bajado, creciendo -poco á poco con ayuda de vecinos y despeñándose á menudo, desde sus -pobres fuentes escondidas en un repliegue sombrío de las montañas del -fondo. - -Este cauce, en su parte recta y más larga, y en sentido opuesto á la -línea de la costa, tiene dos grandes derivaciones ó caños, que arrancan -de él, casi verticalmente, como del tronco las ramas principales; y los -caños, á su vez, otras ramificaciones que surcan en varios sentidos -la ribera hasta el contorno mismo de la tierra firme: de modo que en -las pleamares toda la planicie aparece tijereteada y subdividida en -islillas verdes, en las cuales pastan los ganados el sabroso liquen que -crece entre apiñados haces de finísimos juncos. - -De los dos grandes caños que tiene la ría, es el principal, por ancho, -largo y navegable, el llamado _la Arcillosa_, no sé por qué, pues allí -no hay señal de arcilla ni de cosa que se le parezca. El hecho es que -se llama así, y que en el pueblo que se desparrama á corta distancia -de él, le consideran como su puerto de mar los contados labradores -que hacen á pluma y á pelo; quiero decir, que así manejan el dalle y -_tumban_ un prado en agosto, como _cinglan_ en la _chalana_ y calan la -_sereña_, ó tienden las redes ó arrastran el _retuelle_ por la canal -casi enjuta. - -Pasan de diez los pueblos que, más de cerca ó más de lejos, se miran -en las aguas de la ría; y el más grande de todos está encaramado, y -como á horcajadas, en el mismo perfil de la costa y sobre su curva más -alta. Abajo, muy abajo, está la playa, espaciosa, limpia y abrigada, -en la cual mueren blandas y rumorosas hasta las enfurecidas olas que -momentos antes, y entre bramidos, se estrellaron en las dunas y en los -peñascos de la barra, impelidas por el huracán. Este pueblo, sin dejar -de ser _terrestre_, tiene más alientos y caracteres marítimos que los -demás ribereños. Cuenta con un buen número de lanchas _de altura_, -y sus pescadores pertenecen, por tanto, á la desdichada legión de -«héroes anónimos;» es decir, que son de los valientes que pagan, en -la proporción debida, el negro tributo que tan á menudo cobran á los -de su oficio las tempestades del Cantábrico. Tiene una delegación, -aunque humilde, del ministerio de Marina; y la Hacienda pública su poco -de aduana, que, de vez en cuando, aplica sus ociosos aranceles á las -heróicas naves que atraviesan la barra y surcan luégo la ría del puerto -aquél; al cual puerto, y solamente para los efectos... artísticos de -este libro, llamaremos de San Martín, lo mismo que al pueblo á que -corresponde; pueblo de notoria importancia en el litoral montañés, á la -que no contribuye poco el bien adquirido renombre de su hermosa playa, -en la que se zambulle cada verano un buen contingente de la sociedad -adinerada, que despuebla, en los meses estivales, por costumbre ó por -necesidad, las mejores ciudades del interior de España. Casi, casi, es -sitio _de moda_ en el _Almanaque del turista_. - -No lo son, ciertamente, las demás aldeas circunvecinas, ni, en rigor de -verdad, echan ellas de menos ese timbre vanaglorioso, porque para nada -le necesitan. Cuál, por empingorotada y descubierta á todos los vientos -de la rosa; tal, por recogida y acurrucada al socaire de sus arboledas; -ésta, por agrupadita y _cevil_; aquélla, por desperdigada y montuna; la -de acá, por «pudiente y hacendosa;» la de allá, por todo lo contrario; -la de enfrente, por lindera del camino real, y la del otro lado, por -inaccesible y escondida, cada una de ellas, y según propio aserto, -con las mozas más garridas, y las mieses más feraces, y las campanas -más sonoras, y las fuentes más saludables, y el santo más glorioso, de -todas las mozas, de todas las mieses, de todas las campanas, de todas -las fuentes de siete leguas á la redonda, y de todos los santos de la -cristiandad, se considera como lo mejorcito y más envidiable de España; -y en unión de cuanto puede abarcar la vista desde el campanario de la -iglesia, el pedazo de tierra más _majo_ de todo el mundo conocido. - -Y el caso es que yo mismo ando á dos jemes de creerlo también al pie -de la letra, porque verdaderamente es de lo más hermoso que puede -imaginarse aquel panorama inundado de luz y de alegría. - -Viniendo á lo que importa, ó sea á Robleces, la susodicha aldea que -considera á la Arcillosa como su puerto natural y propio, y no sin -razón puesto que le pertenece, como el del monte comunal, el usufructo -de la mitad de la ribera enclavada en su término, conviene saber por -ahora que, después de San Martín, es el pueblo de mayor vecindario -entre todos los ribereños; que está dividido en tres barrios, separados -entre sí por tres mieses, dos llosas, cuatro camberones hondos y una -sierra calva; que del barrio más próximo á la ría y llamado de Las -Pozas, seguramente por las que en él abundan en invierno, son los -únicos _anfibios_ que cuenta el vecindario de todo el lugar, y que -la casuca de Juan Pedro Menocales, más conocido por _el Lebrato_, el -único matriculado en regla que hay entre los contados _anfibios_, -está casi dando con los cimientos en el agua de un canalizo que -serpentea hasta aquellos límites de la junquera y arranca del extremo -_terrestre_ de la Arcillosa. En ese canalizo, casi en las bardas mismas -de su corral, fondea, ó mejor dicho, amarra el Lebrato á un estacón -bien clavado en el suelo, su _chalana_, poco mayor que una masera, -y otra embarcación de más humos, que también posee y utiliza en las -grandes ocasiones de su arrastrado oficio: una _barquía_, vieja sí y -acribillada de remiendos y tapones, calafateada con trapajos _caseros_ -y embadurnada con algo que no tiene ni el negro brillante, ni la -correa, ni la impermeabilidad del alquitrán de buena casta; pero, al -cabo, una barquía, capaz... de lo que se irá sabiendo poco á poco. -Porque en la persona del Lebrato hay algo más de lo que aparentan su -pellejo arrugado, su delgadez sarmentosa, su carita risueña y aniñada, -y especialmente aquel sobrar de calzones, de chaleco y de camisa por -todas partes, como si estas prendas no llevaran dentro más que las -ramas torcidas del tísico cerojal en que el viento las zarandea para -secarlas cada vez que la cellisca de la ría las empapa sobre el cuerpo -de su dueño. Por de pronto, hay, ó más propiamente, había en éste, á -la sazón de mi cuento, un hombre que, arrastrado por las exigencias -de su deber de matriculado, había corrido mucho mundo y guerreado -valerosamente... ¡asómbrese el orbe entero! en Cochinchina, á las -órdenes del coronel Palanca. De allí vino á la hora menos pensada con -su correspondiente lucro, bien cosido al ceñidor; unas botas _de agua_, -que sólo se calzaba en los días de incienso ó cuando iba á Santander, y -un saco inagotable de cuentos y noticias sobre cosas y personas de por -allá, que eran el regocijo y el pasmo de todos sus convecinos. - -Este Juan Pedro, el Lebrato, tenía un hijo, llamado Pedro Juan, más -conocido por el mote de _el Josco_[1], el cual hijo era en estampa -y en carácter todo lo contrario de su padre, es decir, medradote, -sombrío de faz, corto de genio y seco y áspero de frase. Vivían y -trabajaban juntos, y andaban en todo tan unidos, aunque eran entre sí -tan diferentes, como la mar y el cielo ó la noche y el día. El padre -era el espíritu, la inteligencia y la palabra; el hijo, la fuerza, la -máquina dócil y segura que rechina á ratos por lo mismo que se mueve, -pero que no se para mientras la voluntad inteligente no se lo ordena. -En un solo trabajo fallaba esta máquina, que jamás se resistía á la -voluntad y al ejemplo de Juan Pedro, ni aun cuando éste se jugaba -la vida chungueándose con el riesgo mortal, como si se tratara de -mojarse el vestido en la canal de la Arcillosa: el trabajo de casarse -Pedro Juan con la mujer que le proponía Juan Pedro. ¡Entonces sí que -rechinaba la máquina y hasta echaba chispas por todas sus coyunturas! -Porque al mandato del padre se oponía tenazmente, no la voluntad ni -la inclinación del hijo, pues inclinación á la moza y voluntad para -casarse con ella le sobraban, sino la cortedad del genio, que le hacía -imposible todo paso directo en aquel sentido. ¡Los había intentado en -vano y de propio impulso tantas veces! - - [1] Hosco. - -Y la mujer era de suma necesidad en aquella casa tan falta de gobierno -y del aseo que no pueden tener dos hombres rudos, esclavos además de -un incesante trabajo. Pedro Juan tenía una hermana; pero esta hermana -estaba casada y llena de familia; y aunque vivía también en Las Pozas, -harto tenía que hacer en su propia casa para pensar en el arreglo de -la de su padre. Gracias que cada ocho días les lavaba la ropa blanca, -y cada quince daba un recorrido á los pobres trastos del hogar, y -remendaba lo más apremiante de lo roto, y en los grandes apuros les -echaban, ella y «el su hombre,» una mano á las faenas. Y para eso, ¡qué -ponderar la ayuda y los ahogos, y qué zamparse la familia entera las -hogazas y los torreznos de los pobres solitarios, en un par de comidas -y otras tantas cenas! - -Con ser tanto lo que ocupaban al padre y al hijo los trabajos de la -ría, esto no era para ellos más que lo accesorio, ó «ayuda de costas:» -lo principal era la labranza de unas tierras y el cuidado de unos -animales. Así andaba en aquella pobre casuca revuelto lo marino con -lo campestre: la red con el arado, el remo con el horcón; y en la -socarreña adjunta, el aparejo de la barquía sobre la pértiga del carro. -Tiempos hubo en que las tierras y el ganado y la casa y cuanto en ella -se contenía, fueron de la propiedad del Lebrato, parte de ello por -herencia, y el resto adquirido con los doblones venidos de Cochinchina; -pero á aquellos tiempos bonancibles y prósperos, sucedieron otros bien -adversos; largas y crueles enfermedades que, tras de dejar viudo al -pobre hombre, le costaron buenos dineros; plagas que arruinaron las -cosechas y diezmaron los ganados; el fisco, que no repara cosa mayor -en tales desventuras para llevarse, por buenas ó por malas, lo mejor -de la hacienda del atribulado... y lo que de todo esto se sigue por -ley fatal de las desdichas humanas; y Juan Pedro tuvo que acudir al -anticipo, y después al préstamo con hipoteca; y como cayó en malas -manos para todos estos delicados tejemanejes, de la noche á la mañana -se vió convertido, de acomodado propietario, en simple y menesteroso -rentero de su prestamista, que aún le ponderaba este favor, pues -derecho tenía para arrojarle de casa y buscar otro colono para sus -tierras y ganados. Convenía el Lebrato en ello; y lejos de amilanarse -por tan poca cosa, sin perder su buen humor ni verse un frunce de más -ni de menos en sus ojillos risoteros, se lanzaba con doble ahinco á sus -bregas de pescador, para sacar de ellas el dinero que le costaban la -escasa borona que le nutría el demacrado cuerpo, y los míseros trapos -en que le envolvía. - -Á Pedro Juan no le alcanzaron más que los tiempos malos; con lo cual y -la singular contextura de su naturaleza, se acomodó sin esfuerzo á lo -que ellos daban de sí buenamente, que era bien poco y bien arrastrado -en su mayor parte. - -Y así y con otros trabajillos que no andaban tan á la vista como ello, -iban tirando de la vida el padre y el hijo al tener yo el gusto de -presentárselos al lector bondadoso, metidos hasta las choquezuelas en -la basa de la Arcillosa, cerquita de su empalme con la ría; clavando -con picachos de madera la parte inferior de una red que alcanzaba de -orilla á orilla; plegando luégo el resto sobre lo clavado en el suelo; -afirmándolo allí con cantos sobrepuestos para que no se recelaran los -pescados ni la levantara la marea según fuera ésta subiendo, y atando, -por último, en lo alto de cada orilla del ancho cauce, las dos cuerdas -que arrancaban de los dos extremos de la red oculta. La misma operación -hicieron en seguida en los dos únicos portillos de la Arcillosa, que, -aunque lejana, tenían comunicación con la gran arteria de la ría. -Terminadas estas operaciones, que no duraron menos de dos horas, padre -é hijo emprendieron la vuelta á casa, á ratos por el fango del estero, -y á ratos por la junquera, según fueran ó no accesibles sin esfuerzo -los islotes del atajo. - -Mediaba el mes de junio: las mareas eran vivas, el día espléndido, -y aquella red, la primera que echaba el Lebrato en el vagar que le -ofrecían sus trabajos campestres, entre el resallo y la siega. - -Antes de comer lo poco y mal condimentado que les aguardaba arrimado -en un pucherete á la lumbre mortecina, ya estaban el padre y el hijo -Arcillosa arriba en su chalana, porque la pleamar exacta era á las -doce, y había que levantar la red un buen rato antes de iniciarse el -descenso de las aguas. Cuando llegó el momento esperado, cada cual haló -desde la orilla en que estaba del correspondiente cabo, que volvió á -ser amarrado bien tirante á la respectiva estaca, en cuanto la red -quedó alzada más de tres palmos sobre la marea; precaución bien tomada, -porque el _muble_ no es pez que se deja arrinconar por barreras que -puedan franquearse con un salto de una tercia. Levantadas de igual -modo las redes en los dos portillos, los rederos se volvieron á casa á -zamparse la insípida puchera, en paz y en gracia de Dios, mientras la -línea negra que trazaba la red sobre la tersa y brillante superficie de -las aguas, advertía á los muchos aficionados del lugar que apercibieran -sus morrales y retuelles. - -Y no fué desairado el aviso, pues desde más de una hora antes de la -bajamar, ya comenzaron á salir de los tres barrios, triscando como -potros bravíos, con el morral al costado, el retuelle al hombro, las -perneras remangadas hasta las ingles, los pies descalzos, los brazos -en cueros vivos y la cabeza hecha un bardal, cerca de dos docenas de -mozuelos y más de seis mocetones, que no pararon de correr hasta la -casa misma de los rederos, donde tomaban de memoria el número que había -de corresponderles en la fila, según el orden en que iban llegando. - -Cuando no quedó en la Arcillosa más agua que la contenida en su canal -angosta, se formó dentro de ella, y en el orden indicado, la fila, de -uno en uno, detrás de los rederos y su familia. Iban, pues, delante -de todos, el Lebrato, su hijo y tres nietos. Tenían los rederos ese -privilegio en compensación del derecho que asistía á sus convecinos, y -no se sabe por qué, para tomar parte en toda pesca preparada de igual -modo en la ribera del lugar. - -La fila no bajaba de treinta cuando el Lebrato se agazapó y comenzó á -andar Arcillosa arriba, á pasos muy cortos y muy lentos, arrastrando al -mismo tiempo la mitad del aro de su retuelle por el suelo de la canal; -y los que le seguían, imitando su ejemplo, se fueron humillando uno por -uno, dando con sus oscilaciones y bamboleos tal aspecto á la procesión, -que más parecía revolcarse que caminar. Como el diámetro de los -retuelles no era menor que el ancho de la canal, evidente es que cada -pescador no podía contar con otros peces que los que se escabulleran, -casi de milagro, por los resquicios ó las mallas del retuelle del -que le precedía. De este modo, calcúlese lo que le alcanzaría al que -formaba en la cola, por cada libra de pescado que embaulara el Lebrato -en su morral. Ni los cámbaros llegaban esa vez al retuelle del -muchacho que hacía en la procesión el número treinta. - -Pues aún hubo aquella tarde quien hizo el de treinta y uno; porque á -deshora y cuando ya iba la procesión bien apartada de la orilla, llegó -Quilino, un mozo del barrio de la Iglesia que siempre iba el último á -todas partes y donde quiera estaba de más; y hasta en negocios de amor -(lo único en que acertaba á madrugar como nadie, porque era enamoradote -y rijoso como él solo) le dejaban «á resultas» y en «veremos,» como le -estaba pasando entonces con Pilara, que no se resolvía á darle el sí en -tanto no hablara el Josco que, á lo que parecía, «pensaba en hablar.» -Con estas cosas se ponía Quilino que ardía. Llegó á la red echando los -hígados por la boca de tanto correr, y muy arremangado de camisa y -perneras, pero sin retuelle ni morral: no llevaba más que una talega, -como de medio celemín. Se lanzó á la basa, entró en la canal y comenzó -á arrastrar la talega, cuya boca mantenía medio abierta con la ayuda -de una velorta recién cortada en el camino. Rastreando así con gran -dificultad, porque la talega era de lienzo bien tupido y oponía gran -resistencia al agua que entraba en ella para no salir si no la echaban -por donde había entrado, llegó á la cola de la fila con dos cámbaros -chicos, tres esquilas y una zapatera, que resultaron en el fondo de la -talega al derramar el agua que contenía. - -Relinchaba y reía entonces la gente de la red á más y mejor, porque -el Lebrato, contribuyendo sin duda á ello el buen acopio de lobinas, -mubles y rodaballos que iban haciendo él y Pedro Juan en sus amplios -morrales, estaba en vena, como nunca, de dicharachos, cuentos y -chascarrillos graciosos. Y ésta era la salsa que llevaba tanta gente -á las redes del Lebrato: la mitad más que á las que echaban en la -Arcillosa misma y en el otro estero, llamado _la Paserona_, _el -Parrenques_ ó cualquiera de los otros rederos, harto insípidos y -desanimados, del propio barrio de Las Pozas. Ir á la _ré_ del Lebrato, -era punto menos que ir á una comedia. - -—¿De qué vus riís tanto, chacho?—preguntó Quilino en cuanto se arrimó -al colero, que en aquel instante estrenaba el morral con un rodaballo -no más grande ni más grueso que un librillo de fumar. - -—Del horror de cosas que mos dice tío Lebrato—respondió el del -rodaballo chiquitín.—¡Conchis, qué celébre que está hoy! - -Y el caso es que la gente aquélla se reía por reir, las más de las -veces, porque del quinto de la fila para abajo, ninguno celebraba lo -que verdaderamente salía de los labios de Juan Pedro. Como tenía éste -poca voz, y en aquellas ocasiones hablaba casi con la boca entre las -rodillas, y además sonaban mucho el chocleteo de piernas y retuelles -en el agua y el pujar y toser de los que iban cansándose en aquella -postura tan incómoda, las palabras del Lebrato, por mucho que éste las -esforzara, no eran oídas en toda su claridad más abajo del tercero ó -cuarto de la fila; pero como allí se iba, tanto ó más que por la pesca, -por oir los relatos de Juan Pedro, era ya cosa convenida que cada frase -del redero fuera repetida de trecho en trecho y pasada de boca en boca -hasta las orejas del último de la fila; con lo que acontecía que, -cuando ésta era larga, al llegar la frase á la mitad del camino, ya no -tenía punto de semejanza con la que había salido de la cabecera... - -Como sucedió un buen rato después de llegar Quilino á formar la cola. -Comenzando á narrar otro suceso _de allá_, que eran los que más -embobaban al auditorio, dijo así Juan Pedro, sin dejar de andar ni de -atender á lo que traía entre manos, ni de recomendar á su hijo los -pocos peces gordos que se le escapaban por entre los pies ó saltando -sobre el aro del retuelle: - -—Amigos de Dios: una vez pillamos á un general muy runflante de las -fuerzas de los chinos... porque un mandarín echó un bando con cuatro -aleluyas... que, por equívoco, le sacaron de las trincheras. - -Pues el período éste, emitido á trozos y dando tumbos fila abajo -cada uno de ellos, de boca en boca y pescado al oído conforme á las -respectivas entendederas, fué llegando á las de Quilino en la siguiente -forma: - -—«Se ha de ver que Pilarona le dará en resultante con la puerta en los -hocicos... porque _él_ no anda allí buscando más que las cuatro alubias -y el poco lardo de la puchera.» - -En opinión de Quilino, el _él_ del cuento no podía ser otro que el -mismo Quilino en cuerpo y alma. Pilara no tenía, que de público se -supiera, otro pretendiente declarado que él, Quilino, y otro de -intención, pero muy á la vista: el Josco. Tan á la vista, que la misma -Pilara le había dicho á él, á Quilino, más de tres veces, que le -abría la puerta de su casa «á resultas de lo que Pedro Juan hablara, -cuando rompiera á hablar.» De modo y manera que lo del portazo «en los -hocicos» se había dicho allí por él, por Quilino, ó por el Josco. Por -el Josco no podía ser, porque el dicho venía del Lebrato, y el Lebrato -no había de burlarse de su propio hijo delante de tanta gente. Luego -era por él, por Quilino; y siendo por él, pasara lo de «la puerta -en los hocicos,» porque, al cabo, nadie es onza de oro que á todos -guste; pero lo de las cuatro alubias de la puchera, ¿con qué derecho -se suponía y se declaraba en público como cosa cierta, siendo en su -parecer, en el de Quilino, tan calumniosa? - -Todas estas cosas discurrió Quilino, á su manera y en un periquete, -en cuanto llegó á su oído la última frase del período copiado, con lo -que se puso hecho un veneno; y dando un talegazo furibundo en la basa, -pidió cuentas del dicho al mozalbete que se le había endosado, el cual -respondió que como se le entregaron le había hecho correr; reclamó -entonces á la estafeta inmediata, saliéndose ya para esto de la canal; -mas como por allá arriba no se había dicho ni oído cosa semejante á lo -que producía la protesta de Quilino, que bailaba de coraje encima de la -basa, los treinta de la red le armaron una de risotadas y chiflidos, -que temblaba la junquera. Cegóse con ello Quilino, y fuése en derechura -hacia el Josco, que era el que más le ofendía allí, no por lo que -dijera ni silbara, pues ni desplegó los labios el infeliz, ni con una -mala arruga en ellos dió á entender que deseaba reirse de lo que estaba -pasando; sino por ser quien era: el mozo de cuya lengua dependía que -Pilarona le diera á él ó no le diera «con la puerta en los bocicos.» -Pedro Juan podría ser corto para decir á una moza «por ahí te pudras;» -pero á dar pronto, bien y á tiempo una castaña á un provocador, y -provocador tan mal visto de él como Quilino, que podría ó no podría -salirse con la suya en el empeño en que estaba metido, no había maestro -que le ganara. De modo que en cuanto vió la actitud de Quilino y -sintió que le temblaba un poco la mejilla izquierda, único síntoma que -anunciaba en él que se había colmado la medida de su aguante, largó el -retuelle y dió el primer avance para salir de la canal; pero lo observó -su padre, le cortó el paso con la ayuda de unos cuantos concurrentes, y -entre todos ellos le volvieron á su sitio, mientras los restantes de la -red daban otra grita al desconcertado retador y le echaban hacia abajo. - -Y á esto debió Quilino la fortuna de conservar por entonces todos sus -dientes en la boca, y de no haber dejado aquella tarde bien estampada -su persona en la basa del estero. - -Del cual salió sin detenerse más tiempo que el indispensable para -apañar la talega, echando espumas de rabia por la boca, y sacudiendo -tan fieros talegazos contra el suelo y hasta contra sus propias zancas -cuando no estaban hundidas en él, que al intentar un recuento de sus -cámbaros mientras gateaba la sierra, los halló en las honduras del saco -hechos una pura papilla. Esto, y el antojársele que ciertos rumores con -que de rato en rato le escarbaba los oídos el espirante nordeste (que, -por ser de buena casta, había de morir antes que el sol acabara de -caer) eran los de la rechifla con que le despedían á él, á Quilino, los -de la red, encendió nuevas iras en su pecho; trocó en desatada carrera -el paso acelerado que llevaba, y buscó por el callejo más hondo el -camino más breve del barrio, decidido á verse con Pilarona y á decirla -cuanto antes que, «saliérale pez ú rana, _aquello_ no podía seguir así.» - -Entre tanto, los de la Arcillosa, olvidados bien pronto de Quilino con -los lances de la pesca y las cosas del Lebrato, continuaban detrás de -éste y su familia arrastrando el retuelle, casi siempre vacío; pero -con la esperanza de mejorar de suerte _más allá_. Y así fué, para -algunos, al llegar al remate de la canal, punto menos que en seco ya, -donde los cautivos peces se habían ido refugiando al buscar una salida -que sólo hallaban los que tenían la suerte de caber por las estrechas -mallas de la red. Para todos los pescadores hubo algo en aquel sitio; -pero tan poca cosa para los más de ellos, que sin las cuchufletas del -Lebrato, el lance de Quilino y otras «deversiones de palabra» que allí -encontraron, no alcanzara á consolarlos del tiempo que habían perdido, -ni del dolor de riñones que les hacía renquear, de vuelta á casa. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -II - -EL CONFLICTO DE PEDRO JUAN - - -Mejor aprovechá pudo haber sido la tarde—decía Juan Pedro á su hijo -mientras los dos refrescaban el pescado de los respectivos morrales -zambulléndole en el agua limpia de la caldera, que para eso habían -colocado sobre el poyo del soportal de su casa;—pero otras redes han -dado menos, y quizaes la de mañana no dé ni tanto. ¿Te paece que habrá -aquí veinte libras? - -Pedro Juan dijo con la cabeza que no. - -—Ya estaba yo en eso, como lo estoy en que pasan de quince. - -Pedro Juan hizo un signo afirmativo. - -—Y de deciséis. - -Otra afirmación muda del Josco. - -—Y de decisiete. - -Nueva afirmación muda del susodicho. - -—Y de deciocho. - -Pedro Juan hizo un gesto que quería decir: «por ahí le andará, sobre -poco más ó menos.» - -—Esa es la cosa; pero con la ventaja de que las piezas son, por el -respetive, de locimiento pa la salida... y abunda más la _llubina_ que -el _muble_, con buen qué de rodaballos... Quiere decirse que, motivao á -este particular, no hay que ablandarse en el precio tanto como solemos: -bien se puede pedir, uno con otro, á tres reales la libra; y casa por -casa y escogido, á treinta cuartos lo que menos. - -Pedro Juan hizo otro gesto que significaba: «podrá que sí, ú podrá que -no.» - -—Hombre, si te encoges tanto, visto está que no; pero como yo creo que -no hay razón pa encogerse cuando se hace la cosa en buena concencia y -en ley de Dios, como ésta... Más caro vende Perrenques pura metralla, -y no falta quien se lo tome; y los demás rederos, allá se le van en -humos cuando el caso les llega... y toos lo nesecitan menos que tú -y que yo... ¡y con ser quien soy!: el único matriculao que anda en -la ría, y más afuera tamién, y con derecho bien notorio de que no -anduvieran otros por onde yo ando. Sólo que es uno de esa condición y -no quiere guerra con sus convecinos, ni hacer mal á naide no más que -por hacerlo... Dirás tú que éstas son coplas, y que más valiera, en -ciertos casos, vista la mala ley de otras gentes, hacer con tales y -con cuales lo que el de más allá hace con uno... Podrás estar en lo -firme; pero yo estoy más á gusto con hacer lo que hago. Cierto que no -se engorda con ello; pero se duerme tan guapamente, y no hay ujano que -roa en los prefundos cuando más devertío está el hombre, ni pentasma -que le espante ni le engurruñe los hígados cuando la triste nesecidá -le pone en riesgo de jugarse la vida allá afuera, contra un zoquete de -borona... Tú, Pedro Juan, hazte la cuenta de que no hay bien ni mal -que cien años dure... y hala pa lante hasta caer de veras; que de caer -hemos, igual tú y yo, que semos la miseria andando, que el que tenga -los mesmos tesoros del _Pirata_... ¿Metistes la camá de juncos en el -cesto? - -Pedro Juan respondió que sí. - -—Pos échale haza acá, y trae tamién la triguera pa desapartar lo de -costumbre. - -Pedro Juan hizo lo que le mandaba su padre; y fué de notarse que al -paso que colocó el cesto muy sosegadamente arrimado al poyo, arrojó -encima de él la triguera de muy mala gana. - -—Convenido, hijo, convenido. Pecao mortal es que aquella boca se los -zampe; pero á mal tiempo buena cara: á más de que á eso le tenemos -avezao mucho hace, y sabe Dios lo que sería de otro modo. - -Casi á tientas, porque era ya de noche y no había otra luz que la que -reflejaba la tenue claridad del cielo, comenzó el Lebrato á sacar de -la caldera los peces que contenía, para colocarlos uno á uno sobre -la carnada del cesto. De paso, y valiéndose para ello, más que de la -blancura reluciente del pescado, de la experta sutileza de su tacto de -pescador, separaba en la triguera los peces que habían de servir para -los fines que se proponía. Cuando Pedro Juan volvió con dos mimbres, -que fué á coger de un haz de ellos que guardaba encima de una barrotera -del estragal, su padre había apartado las tres lobinas, los cuatro -mubles y los dos rodaballos mayores y más lucidos que había en la -caldera. - -El Josco, sin decir una palabra, se quedó mirando, con muy duro ceño, -las nueve hermosas piezas; después eligió las tres más grandes, y -las fué ensartando por las agallas en uno de los mimbres, cuyos -extremos sobrantes unió muy curiosamente en forma de estrovo. Dió -otra zambullida en la caldera á los peces ensartados así, y los dejó -blandamente sobre los que había en el cesto. También fué de notar que -al ensartar los otros seis escogidos, parecía que los daba de puñaladas -con el mimbre cuando le pasaba de las agallas á la boca; que se limitó -á dar un nudo muy tosco á las puntas de la vara, y que arrojó la sarta -en la triguera sin cansarse en meter antes los peces en el agua. Hecho -esto, rascó con las uñas lo mayor del barro seco que aún conservaba -pegado á las zancas; se bajó las perneras que tenía arremangadas; las -dió unos manotazos hacia los pies; frotó luégo ambas palmas contra las -respectivas caderas; lió un pito, echó una yesca, y le encendió; y como -quien se dispone á tomar una resolución heróica, restregóse las manos y -cogió con cada una de ellas una sarta de pescado. - -El Lebrato le miraba de hito en hito y le dejaba hacer sin decirle una -palabra. Cuando notó que se iba á largar sin más explicaciones, le -habló así: - -—¿Por las trazas, lo vas á llevar esta noche? Pensé que lo dejarías pa -mañana, de paso que corríamos lo demás, si antes no vienen por ello. - -—Es mejor así, ya que hay tiempo y ná que hacer en casa. - -—Cierto: las vacas van ya camino del puerto, si es que no han llegado -á él; el llar está en punto, y la torta la echaré yo pa cenar cuando -güelvas... Pero... - -Y como el Lebrato no apartara los ojos de las dos sartas de peces, -adivinándole los deseos Pedro Juan, díjole, alzando respectivamente la -mano en que estaba la sarta grande y la en que estaba la sarta chica: - -—Éstos son pa él, y éstos... pa ella. - -—¡Pa ella!... ¡Ah, vamos!... Pero nunca otro tanto hicistes, Pedro -Juan. ¿Cómo tan ocurrío por parte de noche? - -—Porque los merece... Por eso. - -—Bien está; pero la novedá es lo que me pasma. Con ello y con que se te -atragante la voluntá... - -—Es que he pensao que pué que me atriva mejor así. - -—¡Hombre! pues si en unos cuantos peces está y no te fías bastante en -esos pocos, llévate el canasto entero y verdadero. Con tal que ello -sea... - -El Josco, sin aguardar á que su padre acabara de hablar, cogió con una -sola mano las dos sartas, salió del portal, y á buen paso tomó la misma -senda que había llevado Quilino al caer de la tarde; y también, al -llegar á lo alto de la sierra, buscó por el callejo más hondo el camino -más breve para ir adonde iba. - -Comenzaba á lucir la luna, en el cielo no había una sola nube, y la -noche picaba un poco en calurosa; por todo lo cual la gente del barrio -andaba á aquellas horas solazándose, tendida sobre las _mullidas_ del -corral, murmurando á la puerta de casa, ó de tertulia en la solana, -según los gustos ó los medios de cada familia: en cualquiera parte -menos en la cocina y en la cama. - -Pedro Juan, que al asomar al barrio comenzaba á temer que le faltara -resolución para entrar en casa de Pilara con el regalo, por lo mismo -que jamás le había hecho otro, tuvo la fortuna de encontrarla junto al -goterial, al pasar por allí como pudo pasar otro cualquiera, pues que -era camino para ir adonde iba él. Las «buenas noches» se podían dar sin -segunda intención al mayor enemigo, cuanto más á una buena moza; y él -se las dió á Pilara, casi sin cortarse, y pensando al mismo tiempo que -después de dar, por casualidad, las buenas noches á cualquiera, se le -puede brindar con todo ó con parte de lo que se lleve en la mano, sin -que esto quiera decir más que «lo que de por sí dice ello mesmo.» - -Y eso iba á hacer Pedro Juan, cuando notó que en el fondo del soportal -había gente; y, por de pronto, se le atascó el brindis en los gañotes. -Y uno de los del soportal era «por casualidad» Quilino; Quilino, que -no había hallado en casa á Pilara cuando, de vuelta de la ría, con -tanto empeño fué buscándola, y acababa de llegar entonces, por tercera -vez, y sólo esperaba á tomar resuello sentado sobre el cocino de picar -escajos, para saldar sus cuentas con ella delante de toda la familia; -porque él era mozo que no se paraba en barras de poco más ó menos, -y el saldar cuentas de aquella traza, la comezón que se lo echaba -todo á perder. En cuanto vió que la moza daba cara, y cara de risa, á -Pedro Juan, que se había plantado delante de ella como caído de las -goteras, se levantó del cocino de repente, se dió sendos puñetazos en -las nalgas, golpeó la pared con el pajero que se quitó de la cabeza; -y después de mirar torcido á la pareja del goterial y de batir mucho -las mandíbulas, salió disparado á la corralada, bufando más bien que -diciendo, pero de modo que todos lo oyeran: - -—¡Recongrio! ¡Esto no se puede aguantar, y aquí va á haber una -barbaridá de espanto el día que menos! - -El Josco no le hizo caso; pero los demás, incluso Pilara, le rieron de -firme la corajina. Lo mismo que en la red; y con sólo caer en ello, iba -Quilino que ahumaba por aquellos bardales afuera. - -Pedro Juan, escondiéndose, digámoslo así, en aquel poco de algazara que -se armó en el portal, atrevióse á decir á la moza, que no le quitaba -ojo: - -—Paece que se toma la luna, ¿eh? - -—Ya se ve que sí—respondió Pilara.—De lo que no cuesta, llenemos la -cesta. Y con eso y sin eso se sale una á cielo raso muchas veces, por -no ver de cerca lo que hay á subio en el portal. - -Que esta saeta iba á Quilino, puede afirmarse; mas que la pescara Pedro -Juan, ya es más dudoso, porque lejos de darse por entendido, se quedó -hecho un madero. Viéndole así, añadió Pilara partiendo con los dientes -pedacitos de un junco de la mullida del corral: - -—Muy tarde andas tú por estos barrios. ¿Qué tripa se te ha roto en -ellos? - -—Pos yo vengo—dijo Pedro Juan,—al auto de llevar esto á ese hombre. - -Y señalaba con la mano libre á la mayor sarta de peces. - -Pilara se agachó un poco para verlos mejor; y entonces, libre él de los -ojos de ella, que tanto le _avergonzaban_, atrevióse á echarla encima -del cogote estas palabras: - -—Si tú quisieras quedarte con esto otro... digo, no ofendiendo. - -Y señalaba con el dedo á la sarta chica, mientras el corazón le daba en -el pechazo cada golpe que le atolondraba. - -Palpó la mocetona los peces, que le parecieron de perlas, y estimó la -cortesía en mucho más. En prueba de ello, no aguardó á que él le diera -la velorta, pues se la quitó de la mano. - -—¡Vaya que son cosa güeña!—exclamó Pilara levantando la sarta hasta los -ojos. - -—Lo mejor que hubo en la ré,—se atrevió á decir Pedro Juan, con un -poco de entusiasmo. - -Hasta aquí, iba saliéndole á éste tal cual el empeño, y aun entreveía -la posibilidad de que, enredándose el tiroteo, llegara él á cantar -de plano; pero acertó Pilara á llamar la atención de la gente de su -casa, que estaba en el fondo del portal riendo todavía y comentando el -berrinche de Quilino; y aquí fué el desmoronarse de golpe el valor de -Pedro Juan, el ponerse colorado de vergüenza, el tronarle los oídos y -hasta el temblarle las piernas. - -—Vaya—dijo resuelto á salvarse en la huida:—á más ver. - -Le llamaron desde adentro, le brindaron con un cigarro y un poco de -conversación, en muestra siquiera de la estima del regalo, que le -pusieron en las nubes... «pior que pior.» - -—¡Coles!—pensaba el Josco mientras se apartaba del goterial.—Si -entrara, tendría que decir algo, y por ello me lo conocerían; y -conociéndomelo entre tantos, me moriría allí mesmo de repente. - -Y se alejó algunos pasos de aquella casa en dirección á la otra. Pero -iba avergonzado de su propia cobardía y remordido por la pérdida de una -ocasión como no volvería á cogerla; y tanto le abrumaron la vergüenza -y los remordimientos, que retrocedió decidido á hacer una valentía, -costárale lo que le costara. - -De dos zancadas se plantó otra vez en el corral, que era abierto; y -cubriéndose todo el cuerpo con la esquina de la casa, asomó un poco la -cabeza dentro del portal y llamó con voz apagada y algo temblona: - -—¡Pilara! - -Conocióle ésta y salió corriendo al goterial. - -—¿Me llamabas, Pedro Juan?—le preguntó muy afable. - -—Pienso que sí,—respondió el Josco atarugado otra vez y empezando á -arrepentirse de su valentía. - -—Bueno... Pus aquí me tienes. - -—Échate un poquitín más á esta banda del esquinazo... ¡Así!... Digo, si -no emportuno... - -—¿Qué has de emportunar, hombre? ¿Pus á qué estamos unos y otros? - -—Eso me paece á mí. - -Y como después de estas palabras no rompiera á hablar en un buen rato, -le echó un remolque Pilara con estas otras: - -—Ahora, tú dirás. - -Pero ni por esas se dejaba llevar el mocetón hacia donde sus deseos le -empujaban y la misma Pilara pretendía. Juzgaba perdida la ocasión en -el último paréntesis de silencio, y sospechaba que había de tomarse á -risa su retrasada declaración. Hay hombres así en aquel rústico lugar -y en otros harto más cultos, porque en una y otra parte, con calzones -de paño pardo ó con levita de sedán, el puntillo exagerado toma á -menudo trazas de cobardía; y luégo sucede que al querer conducirse como -prudente, es cuando resulta ridículo. - -—Conque tú dirás,—repitió Pilara observando que Pedro Juan continuaba -callado, pero no en sosiego. - -—Pos quería preguntarte—dijo al fin el Josco,—si por casualidá sabes -tú... si estará en casa ese hombre. - -Sonrióse Pilara y respondió: - -—Pienso que sí, porque en la solana le ví endenantes. - -—Enestonces... voy pa-llá. - -—¿Y eso era todo lo que tenías que decirme, hombre de Dios?—preguntóle -la moza con cierto retintín que encendió algo la sangre del encogido -redero. - -—No, ¡recoles!—contestó éste en el calor del arrechucho, y azotando la -esquina de la casa con la sarta de peces.—¡Yo tenía que decirte mucho -más! - -—Y ¿por qué no lo dices? ¿pa cuándo lo dejas? - -—Lo dejo, Pilara... pa cuando me atriva; pa cuando me atriva, ¡coles! -¡Y mira que á la mesma punta de la lengua lo tengo! - -—Pos atrívete hombre; atrívete ahora. ¿Qué mejor ocasión? - -—¡Que me atriva! ¡Recoles! ¿En qué consiste esto? Yo he mirao treinta -veces la muerte cara á cara sin que se me acelere tan siquiera el -pulso, ni la color se me cambie, ¡y en esto me desmayo y acongojo! ¡Mal -rayo me parta por encogío y por... coles! - -Y por no atreverse y por conocerlo y por renegar de sí propio, salió -ahumando de la corralada, igual que Quilino, sin despedirse siquiera. - -Y era lo más negro para Pedro Juan, que, huyendo de lo que más le -atraía, lo llevaba estampado en las mismas niñas de sus ojos. Allí -estaba la moza en cuerpo y alma, y allí la veía él con su cara redonda, -colorada y fresca; con su mirar parletero y su boca risueña; con sus -caderas macizas que retemblaban al andar; con su seno profuso y sus -hombros anchos y fornidos; limpia como los oros, y un brazo de mar para -el trabajo. Por eso, y no más que por eso, la tenía él pintiparada -en los ojos, y más adentro también, y no por el cuarto de casa y la -media res y los seis carrucos de tierra que pudieran tocarla «en el -día de mañana,» porque su padre lo tenía y era hombre de arreglo que -sabría mirar por ello, como había mirado hasta entonces; por eso, por -limpia y maja y trabajadora la quería él. ¡No más que por eso! Él no -era _cubicioso_ ni cosa alguna que lo pareciera; y por estar bien á la -vista, y por no tener vicios y aborrecer el aguardiente y ser apegado -al trabajo y fiel de palabra y obra, y algo por ser hijo de quien era, -se le abrían las puertas de aquella casa, que estaban cerradas para -otros; y el padre le miraba «de buen aquel;» y Pilara no digamos, que -«hasta le jalaba de la lengua;» y la madre, poco menos, y los demás, -«cuasi pa el cuasi.» - -Todos eran á estimarle allí, y hasta su padre le empujaba hacia ello; -y él conocía estas cosas, porque ciego había que ser para no verlas, -y _lo_ deseaba más que nadie... ¡Coles, si lo deseaba! ¡Y «con todo -y con eso,» llegado el caso de hablar... «lo mesmo que un _murio de -paré!_;» y para ayuda de males, mientras no hablara, aun con saber lo -que sabía, hasta las botaratadas de Quilino le amargaban la borona y -le quitaban el dormir. Su padre había querido sacarle del ahogo más de -dos veces hablando por él; pero él no lo consintió, porque no era «de -hombres como Dios manda, consentir que otros arreglen esas cosas.» Y al -ver cómo se iban poniendo las suyas y que la paciencia se le acababa, -llegaría pronto la necesidad de decidirse á renunciar á ellas, ó de -ponerlas en manos de su padre. Y entonces... «¡coles, recoles! ¡otro -que tal no se habría visto ni se veía en jamás de los jamases!» - -Cavilando de esta suerte y andando á buen andar por los callejos del -barrio, llegó á la portalada de «ese hombre.» - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -III - -ADÓNDE FUÉ Á PARAR LA SEGUNDA SARTA DE PECES - - -Porque la casa de «ese hombre» tenía portalada, y de alto y bien volado -tejadillo; y corral con cerca de cal y canto, casi tan alta como la -portalada. No era nueva la casa ni tampoco muy vieja, ni tenía escudo -de armas sobre el cuadrante incrustado en uno de los _esquinales_ del -mediodía, ni en parte alguna de sus fachadas; pero era grande, de dos -solanas bien extensas, con buenas cuadras, pajares y graneros; pozo, -pila y horno en el corral, y mucho rumor y tufo de ganado al pesebre, -que se percibían en cuanto se penetraba en el hondo soportal. - -Hasta él llegó el Josco sin detenerse, porque á aquellas horas la -portalada no estaba aún cerrada más que con el pestillo, y en la solana -que daba al corral no había nadie. - -Acercóse á la puerta del estragal, que tenía cerrada la mitad de medio -abajo; metió en el vano la cabeza y buena parte del busto, y gritó allí -con toda su voz, que no pecaba de suave: - -—¡Deo gracias! - -—¿Quién llama?—le respondió al momento desde arriba otra voz, por cuyo -timbre desagradable no hubiera conocido un extraño si era de hombre ó -de mujer. - -—¡Gente de paz!—replicó el Josco maquinalmente, y no de muy buena gana, -á juzgar por la cara que puso. - -—¿Quién es?—volvió á decir la voz de arriba acercándose hasta lo alto -de la escalera. - -—Yo... Pedro Juan,—respondió la de éste. - -—¡Ah... eres tú!—exclamó entonces la otra voz.—Y ¿qué traes, qué traes -á estas horas? - -—Esto traigo,—respondió ásperamente el Josco, como si desde allá dentro -pudiera verse lo que él zarandeaba en la mano. - -—Pues ¿qué haces ahí parado? Desdá la _estorneja_ si está echada, y -¡sube, hombre, sube! - -—Es que—replicó Pedro Juan,—si me lo tomaran aquí, sería mejor, porque -vengo deprisuca y se va hiciendo tarde. - -—¡Te digo que subas, y no seas meleno! - -Acogió el mozo con un reniego el mandato; y después de golpear la media -puerta con los peces, metió el brazo derecho por encima de ella, volvió -la estorneja (taravilla) que la mantenía cerrada, y entró. No se veía -chispa en el estragal ni en la escalera; subióla á tientas, porque ya -la conocía, y en lo alto de ella le esperaba un bulto negro, más negro -que la obscuridad, con una mancha blanca á cada lado; el cual bulto le -dijo, con la voz de antes: - -—Sube, sube... y vente á la cocina á dejar eso... que ya presumo lo que -será. - -Al llegar Pedro Juan arriba, el bulto negro con las dos manchas blancas -se internó en un carrejo obscuro, á cuyo extremo y á la mano derecha se -veía un rayo de luz que salía por una puerta. El Josco siguió al bulto, -con los brazos extendidos y pisando á plomo por precaución muy cuerda, -y así llegaron los dos á la cocina, cuya era la puerta por donde salía -el rayo de luz, y en ella entraron. - -El bulto negro con manchas blancas resultó ser (no para Pedro Juan, que -bien conocido le tenía desde que le oyó hablar, sino para el lector, -que se halla en muy distinto caso que el hijo de Juan Pedro); resultó -ser, repito, «ese hombre,» el cual estaba en mangas de camisa, como -siempre que apretaban un poco los calores; y eso que no era robusto -ni joven, sino todo lo contrario, amojamado y sesentón, de poca talla -además y algo encorvado; pero como decía Juan Pedro hablando de la -madera de este sujeto: «es de la veta del tejo, que una vez que medró, -ya no la parte un rayo.» Tenía la boca grande y los ojos chicos, los -labios delgados y la mirada sutil y algo truhanesca, lo cual daba al -conjunto de su fisonomía una expresión que no resultaba antipática. -Entonces llevaba una badila en la mano. - -—Recoge esto que trae Pedro Juan—dijo á una mujer, ya bien madura y -poco aseada que trajinaba allí, después de mirar bien de cerca y hasta -de oler y palpar lo que Pedro Juan traía en una de las manos.—Pero, -hombre—añadió en seguida, disponiéndose á recoger él mismo la sarta de -pescado,—yo no sé á qué os cansáis en ser tan cumplidos conmigo tú y tu -padre. Si ya os he dicho... - -—Pues si usté no lo quiere, me lo volveré á llevar,—respondió secamente -el mozo, atenazando de nuevo la velorta, que casi estaba ya en manos -del sujeto vestido de negro y en mangas de camisa. - -—Hombre, no lo digo por tanto—repuso éste, tirando de la velorta y -quedándose al fin con ella.—Toma, toma, Romana, hazte cargo de esto; -y si puede ser, echa á la sartén el rodaballo para cenar esta misma -noche. Cabalmente me alampo yo por los rodaballos... ¡Pues no te digo -nada Inés!... Como que voy á llamarla para que lo vea. - -Y salió á la puerta de la cocina, gritando allí muy recio, mientras -Romana tiraba los peces encima de una mesa: - -—¡Inés! ¡Inés! - -Luégo, volviendo hacia Pedro Juan, que ya quería largarse de allí, le -dijo: - -—Aguárdate un poco, hombre; no seas tan súpito. Tú querrás tomar algo. - -—No, señor. - -—Medio vaso de vino... - -—No lo uso: ya lo sabe usté. - -—Es verdad... Pues una copa de aguardiente. - -—Mucho menos... - -—Cierto es también: ya no me acordaba... Pues no sé qué darte, mira. - -—Y ¿por qué ha de darme cosa alguna, ni qué cosa he pedido -yo?—respondió seca y bruscamente Pedro Juan.—Lo que quiero es volverme -á mi casa, si no hago falta aquí, porque ya es tarde. - -En esto entró Inés en la cocina. Aunque iba en chancletas y despeinada -y con un vestidillo de percal, bastante lacio, y una pañoleta de seda -descolorida, echada sobre los hombros de cualquier modo, transcendía -desde luégo á buena moza, y lo era de verdad; y observándola mejor, -bajo aquel desaliño que acusaba en ella cierta dejadez poco simpática, -había algo más que una zafia labradora, aunque no llegara, ni con -mucho, á una dama de buena educación. Su cuerpo era esbelto, gallarda -y ricamente conformado; sus manos, de la más fina traza, y su cara -morena, de menuda y fresca boca, nariz algo aguileña y ojos negros y -de mirar perezoso, si no reflejaba en su expresión todo el encanto que -suelen dar de sí estas prendas esculturales en otras mujeres, más que -en ausencia de vida y de sentimientos, parecía consistir en la falta de -asunto en que emplearlos, ó de un hábil artífice que hubiera sabido dar -luces á las facetas opacas de aquella piedra tan ricamente formada por -la naturaleza. - -Pedro Juan la dió las buenas noches con toda la cortesía y la mayor -dulzura que cupieron en su rudeza natural, y ella contestó con las -mismas palabras y media sonrisa que las sazonó muy sabrosamente. - -—¡Mira, mira qué hermosos peces!—le dijo su padre, pues lo era, aunque -parezca mentira, el sujeto vestido de negro, en mangas de camisa y con -una badila en la mano. - -Inés los miró y hasta los fué levantando por la cola uno por uno, muy -perezosamente y con cara de disgusto, y repitió los elogios de su -padre; y por último (el arrastrado oficio obliga á decirlo todo, aunque -mucho de ello se diga de mala gana), se limpió los dedos resobándolos -contra su vestido á la altura de las caderas. - -Mientras esto acontecía, «ese hombre» preguntaba á Pedro Juan: - -—¿Y serán, naturalmente, de la ré de esta tarde? - -—De la mesma,—respondió el otro. - -—Y ¿qué tal, qué tal ha estado la ré? - -—Pos así... tal cual. - -—Vamos, una arroba en limpio, como quien dice. - -—¡Si ello pasara de media dempués de rebajar eso que está ahí!... - -—Echémosle quince libras... Á peseta una con otra, tres duros mal -contados... No es cosa mayor; pero tampoco tan mala que digamos para -jornal de una tarde. ¿Qué tal andáis ahora de apuros? - -—Como siempre... Semos dos á ganar poco, y son los mil y quinientos á -jalar de ello... De modo y manera, que con una mano se coge y con otra -se da... Conque, á más ver, que es tarde y mi padre me espera. - -Y con esta despedida y una cara muy fosca, salió Pedro Juan de la -cocina. El padre de Inés le siguió; y al llegar el primero á la puerta -de la escalera, le dijo el segundo: - -—Lo de los apuros, no lo he dicho por los que pueda tener tu padre -conmigo; pero ya que salieron á relucir, bueno sería que le recordaras -el olvido en que me tiene tiempo hace sobre ese particular. Los -atrasos son como las enfermedades, que si dan en caer unas sobre otras, -acaban por matar al enfermo. No te diré que me llame á la parte en esos -tres duros de la ré de hoy, aunque bien pudiera; pero si dan en pintar -bien las siguientes... en vosotros está el corresponder como es debido, -sin que yo lo pida. - -No vió el sujeto que así hablaba la impresión que iban haciendo sus -palabras en el temperamento bravío del hijo del Lebrato, porque el -carrejo continuaba á obscuras; pero, en cambio, sintió retemblar -aquella parte de la casa tras una recia patada en el suelo, y oyó que -la voz enronquecida é iracunda de Pedro Juan le dijo: - -—¡Sin que usté lo pida!... ¿Y qué ha de pedirnos? ¿Qué le queda ya -por pedir, ni á nusotros que darle, si no es la pura entraña, coles? -¿Quiérela tamién? Pos pídala por la Josticia, siquiera por ser lo único -que tenemos que no sea ya de usté... ¡recoles! - -Y se largó escalera abajo, echando por la boca rayos y centellas, á -media voz. Al llegar al corral, oyó que le decía el otro desde la -solana: - -—No seas bruto, Pedro Juan: toma las cosas como es debido, siquiera por -la cuenta que os tiene... y dile á tu padre que cuando pueda se dé una -vuelta por acá, que tengo que hablarle... ¡No es de eso, hombre, no es -de eso! ¡No te encalabrines otra vez! Es cosa muy diferente... Pero que -no es de urgencia, que no es de urgencia: cuando buenamente pueda, que -lo primero es lo primero... Ahora, á las redes mientras hay mareas al -caso y den el jornal, como la de hoy. - -Pedro Juan, que se había detenido unos momentos para oir el recado de -«ese hombre,» pero sin volver la cara hacia él, por toda respuesta á -sus amonestaciones echó á andar hacia la calle, levantó el pestillo, -salió; y cerró la portalada con tal ímpetu y estruendo, que tembló el -tejadillo y ladraron todos los perros de la vecindad. - -Al tomar la calleja de la izquierda, por la cual había venido de casa -de Pilara, se encontró tope á tope con el médico don Elías, á quien -él estimaba mucho por su «buen genial» y otras prendas que se irán -viendo en el curso de este libro. Don Elías, que se perecía por echar -un párrafo á cualquier hora y aunque fuera con los jarales del monte en -defecto de cosa mejor, y también porque presumió de dónde salía Pedro -Juan, le detuvo plantándosele delante con las manos cruzadas sobre los -riñones y diciéndole: - -—Apuesto una oreja á que sé de dónde vienes... hasta por la cara que -traes. - -—No está malo de acertar—respondió el Josco, que nunca como en aquella -ocasión mereció el mote.—Yo no piso en jamás esta calleja, si no es pa -eso... pa quemame la sangre, y pa condename, vamos. - -—Te digo, Pedro Juan, que de esa cueva no saca nadie cosa mejor. Yo -tenía que verle para un asunto que puede interesarle mucho; y con todo -y con ello, hace ya días que lo voy dejando por no tratar con él. - -—Pos si se viera usté en nuestro caso, que por buenas ó por malas -tuviera que apechar... ¡coles! - -—¿Quiere decir que hoy te ha recibido mal? - -—Talmente mal, no, señor; pero es lo mesmo en finiquito. - -—Entendido; es su modo de ser: ni palabra mala ni obra buena. - -—¡Eso... eso mesmo! - -—¡Si conoceré yo al _Berrugo_!—exclamó aquí con fruición el bueno de -don Elías, que tenía el prurito de cazar muy largo y aun de entender de -todo y de dar siempre en el hito, y especialmente de murmurar hasta de -las estrellitas del cielo.—Pero, hombre, lo que parece increíble es que -un sujeto de la calidad de ese, consienta lo que consiente en su propia -casa y se exponga á lo que se expone... - -Y como Pedro Juan no mostrara señales de apurarse por conocer lo -que dejaba apuntado don Elías, éste, tras un breve rato de silencio, -continuó así: - -—Pero, por otra parte, considera uno que esas cosas suceden por -permisión de Dios para castigo de ciertos pecados gordos, y ya no hay -razón para extrañarse de nada. - -Pedro Juan continuaba oyendo y sin decir una palabra. - -—Pinto el caso—añadió don Elías, satisfecho con la atención que le -consagraba su oyente:—la _Galusa_[2], esa mujerona que tiene en casa -tantos años hace, desde dos ó tres antes que él enviudara de aquella -infeliz que valía más que pesaba; y lenguas hay que afirman si ciertos -disgustos, emparentados con la sirvienta, tuvieron ó no parte en la -viudez. Pero eso, á Dios que lo sabe: el caso es que desde entonces -y á creer á las gentes... y lo que á la vista está, esa mujer es la -que raja y corta y manda ahí, por encima de la pobre Inés y del mismo -Berrugo, que no se deja mandar de Poncio Pilatos. ¿Es esto algo, Pedro -Juan? Pues con ser tanto, no vale dos cominos en comparación de lo -que ha de verse luégo; porque ya anda, como quien dice, llamando á la -portalada, si es que no está mucho más adentro. ¡Eso ha de ser de -órdago! ¡El castigo de los castigos!... De manera, hijo, que si la -venganza puede consolarte de los agravios ó de los perjuicios que en -esa casa se te hayan hecho, vete consolándote ya, porque venganza has -de tener, y pronta y bien cumplida. - - [2] Ratera, chupona. - -Ni por esas se pintaba el menor signo de curiosidad en la cara del -oyente, ni pronunciaba su boca una palabra. Don Elías no se creyó -desairado por tan poca cosa; y después de una pausa no muy larga, -comenzó á echar el resto de este modo: - -—Ya que tanto te pica la curiosidad, y es muy natural que te pique, -voy á contarte lo que hay sobre el particular que te anuncio... á -condición, por supuesto, de que han de caer mis palabras como en un -pozo: ya sabes que no me gusta murmurar de nadie, y no quiero que -mañana se diga, sin fundamento ni razón, que me meto en vidas ajenas... -Y sábete ahora que de donde le ha de venir al Berrugo el golpe en la -misma nuca, es de Marcones... ¿No conoces tú á Marcones el de Lumiacos, -de donde es también la Galusa? Bueno: pues Marcones es sobrino carnal -de ella, hijo de una hermana casada allí, y bien cargada de familia, -por más señas. Este Marcos, ó Marcones, como le llaman las gentes -de acá y de allá, por lo grandote que es, desde muchacho tomó en -aborrecimiento las labranzas de su casa, propias y en renta, que de -todo había allí... cuando había algo, porque á la fecha de hoy, hijo -del alma, si no es á préstamo ó en aparcería... _requiescat in pace_. -Volviendo á Marcos, has de saberte que buscando un modo de ganarse -la puchera sin quebrantarse los lomos, discurrió estudiar para cura, -después de darle el de su lugar medio curso de latín, y de levantarle -el falso testimonio de que entraba por él como dedo por la sortija. -¡Bueno estaba el cura para enseñar á nadie lo que no sabía él! Á todo -esto, el Marcones era díscolo, rebeldote y soez, como un demonio; y -armaba en casa cada catacumba porque tardaban en cumplirle el gusto de -irse al seminario, que tiritaba San Pedro... Y aquí es donde se cree -que empezó la Galusa á poner en contribución á su amo para suplir lo -que no podía dar el pobre padre, ni aun deshaciéndose de lo mejor que -tenía y con perjuicio de sus demás hijos. El asunto es que Marcones -fué al seminario bien provisto de todo, y que se estuvo por allá dos -años. Al cabo de ellos volvió á Lumiacos á pasar unas vacaciones, -gordote como un tocino, casi cerrado de barba y empleando más los ojos -en mirar á las buenas mozas que en leer los libros sagrados; porque, -amigo, el corpazo aquél no se domaba sólo con latines, y Marcones no se -apuraba mucho por contrariarle. En esto se le antojó una muchacha de -buen ver y mejor hacienda, que conoció en Piñales yendo á la romería -de San Pablo; y tira de acá, tira de allá, golpe por aquí y golpe por -el otro lado, ella se fué reblandeciendo, porque al fin era hembra; -él no se acordaba de los libros de la carrera más que de las nubes de -antaño, y la cosa hubiera ido adelante si no la huele á tiempo el padre -de la muchacha y la casa con otro más de su gusto, que se presentó -de la noche á la mañana. Este golpe descompuso á Marcos, que era y -es un saco de iras y rencores; pero como el perdido no era negocio -que podía enderezarse con palabrotas fuertes y espumarajos de rabia, -mientras le salía otro acomodo con puchera segura, vistióse otra vez -el balandrán y se volvió al seminario. Cerca de otros dos años se -aguantó en él, sabe Dios cómo, y á expensas de su tía, ó lo que es lo -mismo, del Berrugo, que ponía el grito en el cielo á cada sangría que -le arrimaba la mujerona esa, pero que al fin pagaba. Lo que tenía que -suceder, sucedió. Marcones no podía con la media sotana, porque las -carnazas le pedían cosa muy diferente; y un día, bien fuera porque se -hartó de aquella cárcel, bien porque le echaran de ella, ó por los -dos motivos juntos, pero nunca por las falsedades que él refirió, -tomó el trote para Lumiacos, y desde Lumiacos se plantó aquí y tuvo -una encerrona larga con su tía. Da aquella encerrona salió amasado lo -que después sucedió y lo que está sucediendo á la hora presente, y lo -que sucederá en el día de mañana, ó séase que, con el pretexto de ser -amoroso sobrino de su tía y muy agradecido á los favores de su amo, -dió en entrar en esta casa á menudo, pero con intención bien hecha de -ir acercándose á Inés y obligándola poco á poco con la ayuda de la -culebrona. Podría el Berrugo conocerlo ó podría no. De cualquier modo, -allí estaba la que mandaba en todos para obligarle á que anduvieran las -cosas al gusto de ella. Si el Berrugo ha caído en la cuenta de lo que -pasa, ó si cayendo entra con todas, no se sabe á punto fijo, como no -se sabe tampoco si la pobre Inés ha mirado con buenos ojos á Marcones; -pero lo cierto de toda verdad es que no pudiendo Marcones, por el -bien parecer, entrar en esa casa tan á menudo como á él le conviene, -tomándose por disculpa lo poco diestra que está Inés en primeras -letras, ha comenzado él, ó comenzará de un momento á otro, á darle una -lección cada día, á propuesta de la culebrona y con consentimiento de -todos los demás. La cosa es hecha, como se ve, porque lo que no alcance -Marcones de por sí solo, lo alcanzará su tía, que es más sierpe que la -del Paraíso terrenal. En casándose Marcones con Inés, que es á lo que -se tira, Marcones le buscará el gato al Berrugo, que le tiene bien -gordo, ¡pero gordísimo! y dará con él, por escondido que se halle... ¡y -figúrate tú, Pedro Juan; figúratelo, si puedes, qué es lo que sucederá -con ese gato en tales uñas!... Te digo, Pedro Juan, que aquel día arde -esa casa con el Berrugo adentro... si es que no arde también el lugar -de punta á punta, con un vecino de las entrañas de Marcones ahito de -posibles... Conque ¿te vas enterando? ¿Te parece flojo el lío? ¿Piensas -que es cosa de cuidado lo que tiene ya encima de su alma ese sujeto, -para martirio propio y consuelo de desplumados por él? - -Pedro Juan se encogió de hombros por toda respuesta á estas preguntas y -por único comentario á la historia precedente, que de seguro le había -parecido demasiado larga y poco interesante, porque su círculo de ideas -y de relaciones era limitadísimo. - -Sospechándolo por las señales, don Elías quiso rematar su obra con los -siguientes pespuntes: - -—Por supuesto que yo te entero de esas cosas, tan sabidas de memoria -aquí hasta por los chicos de la escuela, porque á tí, metido en tu ría -y en las mieses de Las Pozas, maldito si, fuera de Pilara, te importa -lo de este barrio dos cominos. Y es bueno saber de todo. - -—¡Pilara!... ¡Coles!—exclamó Pedro Juan desperezándose, como si -saliera de pronto de una modorra.—¿Y usté qué sabe de eso, don Elías? - -—¡Pues no se te conoce que digamos!... ¡y como también tiene la moza -pelos en la lengua, gracias á Dios!... - -—Pos qué, ¿lo corre ella mesma, don Elías? - -—Vaya, vaya: lo que tú buscas es que yo te regale las orejas; pero no -estoy de humor de ello. Anda con Dios, que ya es tarde... y punto en -boca sobre lo que has oído de la mía. - -Y con esto y un golpecito sobre el hombro de Pedro Juan, se despidió de -él don Elías y enderezó los pasos hacia su casa. - -El Josco, olvidado ya de su escena con el Berrugo y saboreando á su -modo el dicho de don Elías sobre los dichos de Pilara, continuó su -camino hacia abajo; y en cuanto columbró la casa de la mocetona, echó -una relinchada de las más resonantes; y eso que era muy poco dado á -estruendos de ninguna especie... Pero como nadie le veía, y además no -dejaba de estar contento... - -Muy cerca ya del corral, echó otra tan repicoteada como la anterior. -Anduvo un poco más y miró hacia el portal. No había nadie allí, y la -casa estaba cerrada y en silencio, como todas las del barrio. De pronto -oyó un ligero ruido y notó que se abría la ventana de la cocina que -caía al soportal. - -—¡Coles... si creo que es Pilara que se asoma!—exclamó espantado como -si le hubiera salido el lobo en mitad de la calleja.—¿Y qué la digo yo -á estas horas y pico á pico los dos solos, si me arrimo allá?... ¡Sí, -espérate un poco!... - -Y apretó á correr hacia abajo, tapándose las orejas para no oir los -carraspeos de la persona que estaba asomada á la ventana. Después le -sucedió lo de siempre: que se lamentó de la ocasión desaprovechada, -y se avergonzó de su encogimiento, y se denostó á sí mismo con las -mayores injurias y los más duros improperios. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -IV - -«ESE HOMBRE» - - -«Ese hombre,» llamado así por Pedro Juan; _el Berrugo_ por don Elías... -y por todo el pueblo de Robleces cuando él no estaba delante; «don -Baltasar» por cualquiera que se le acercaba, y «don Baltasar Gómez de -la Tejera» en los sobres de las cartas y en los registros municipales, -fué en su niñez _Tasarín el de Megañas_, quinto ó sexto hijo de un -pobre hombre conocido por este mote á causa de ser muy tierno de ojos. -El cual Megañas era de lo más menesteroso que había en el lugar. -Tasarín, así nombrado por lo menudito y sutil que era de cuerpo, pasaba -por muy despabilado y hábil para cuanto no tuviera que ver con el -oficio de su padre. Confirmando su buena fama, aprendió pronto y bien -cuanto le enseñaron en la escuela, donde ya se manifestó recelosillo y -con trastienda; y en cuanto tuvo trece años y hubo reducido á su padre -á que, vendiendo _el de la vista baja_ que aún estaba á medio hacer, y -buscando de cualquier modo lo restante, le pagara el viaje, montó en el -mulo que le correspondía en la recua que á eso se dedicaba entonces, -y se largó á Sevilla, sin otro amparo que sus buenos propósitos de -hacerse rico de cualquier modo, y la esperanza levísima de que un -_jándalo_ pudiente que estaba á la sazón por allá y era natural del -mismo Robleces, le buscara una taberna en que acomodarse por de pronto. - -Cómo se las compuso Tasarín entonces, cuando aún aquéllos eran tiempos -en que la carrera de jándalo tenía aquí muchos golosos, porque daba -buenos dineros, nadie lo supo jamás; ni tampoco se supo á ciencia -cierta en qué ganó más adelante lo muchísimo que tenía, en opinión -de las gentes, ó los «cuatro cuartos para asegurar la puchera,» que, -según la afirmación del propio hijo de Megañas, era lo único que había -logrado ahorrar, cuando, al cabo de veinte años de ausencia, durante -los cuales feneció Megañas tras de su mujer y se fué dispersando ó -acabando también el resto de la familia, se presentó en Robleces -modestamente vestido y sin pizca de aquella bambolla relumbrante con -que solían llegar al pueblo nativo los jándalos montañeses, aunque no -trajeran más que lo puesto y lo que decían haber derramado por el -camino en onzas de oro y en pañuelos de seda. Lo único que trajo capaz -de producir alguna sorpresa en sus contemporáneos, ó (si se me permite -la finura) coevos, de su propio lugar, fué una sobrecarga de más de -diez años, encima de los que verdaderamente tenía: treinta y cuatro aún -no cumplidos, y representaba cuarenta y cinco largos. Fueron también -motivo de sorpresa los propósitos que apuntó de enredarse en labranzas -y ganaderías, con el fin de sacar el mejor fruto posible á las tierras -que desde Sevilla había ido comprando en el lugar. Aquello era «su -pobreza; el sudor de tantos años de trabajo, y necesitaba mirar por -ello para vivir de ello.» Porque hay que advertir que Baltasar compró -muchas tierras en su pueblo: todas cuantas se ponían en venta; y compró -también la casa en que había nacido. - -Estas compras las hacía, en su nombre, su padre, á quien él enviaba -el dinero justo para eso, y un piquillo más como de propina «por la -molestia;» pico tan alambicado, que nunca alcanzó á sacar de apuros -al pobre hombre, ni mucho menos á curarle del ansia con que al fin -se largó á la sepultura: el ansia de verse, siquiera una vez, con un -equipo nuevo, «de arriba abajo;» porque siempre quiso la mala suerte -de Megañas que cuando tuvo para echarse unos calzones, le faltara la -chaqueta, y cuando estrenó zapatos, careciera de sombrero. Aunque no -lo lloraban tanto como él, lo mismo les sucedía á todos y á cada uno de -los de su casa. La cual casa se reparó, en lo más apremiante, con algo -que también vino de Sevilla con ese objeto: de modo que cuando llegó -el jándalo á su pueblo, no le faltó donde albergarse por de pronto, -aunque estaba ocupada la casa por un aparcero; pues contando con esa -venida, se tenía de reserva el cuarto del portal, que nadie había -habitado desde que se le tilló el suelo, que antes era de arcilla, y -se blanquearon las paredes. Conviene advertir, por si no lo he dicho -todavía, que esta casa pertenecía al barrio de Los Castrucos, al Oeste -del de la Iglesia, que está entre los dos, quiero decir, entre Los -Castrucos y Las Pozas, pero mucho más apartado de éste que de aquél, -que allá se le va en altura y en secano. Ahora, no se olvide tampoco -que estos tres barrios solos forman la municipalidad de Robleces, como -creo que ya se ha declarado. - -Pues bueno: por llegar el jándalo éste á su pueblo con mucha fama de -rico y negando él que lo fuese ni á cien leguas, cayó en la cuenta -de que necesitaba construir una casuca si había de vivir allí medio -regularmente, dedicándose á la labranza de las tierras que había -comprado, para comer con el jugo que de ella sacara, á fuerza de -pulso y de prudente economía, porque la vivienda en que había nacido, -bastante milagro hacía con tenerse derecha en virtud de los puntales y -reparos con que se la amparó años atrás; y andando en estos propósitos, -ó aparentando que los tenía, fué cuando se le llegó el Mayorazgo -del barrio de la Iglesia con la pretensión de que le hiciera un -anticipo, «con su cuenta y razón.» Entraron ambos en explicaciones; -entendiéronse, y ¡adiós proyectos de casa de nueva planta!; porque -según se dejaba decir el hijo del difunto Megañas, toda «la miseriuca -en efectivo» que tenía disponible, la necesitaba para sacar de ahogos -á un amigo. El tal _amigo_, ó sea el Mayorazgo mencionado, hombre que -había poseído las mejores fincas rústicas del pueblo, y aún era dueño -de la casa más grande y más ostentosa de todo el barrio de la Iglesia, -estaba á la sazón acribillado de deudas y de pleitos; por añadidura, -hecho un pellejo ya con _madre_, y además, amagado de un _paralís_, -y medio idiota. Vivía solo, con un ama de gobierno más embrutecida -que él, y acababa de embarcar para América al único pariente cercano -que le quedaba en el mundo: un sobrinito de trece años, hijo de una -hermana viuda que había muerto seis antes en Nubloso, donde estuvo -casada con un tabernero que salió un perdido. Al decir del Mayorazgo, -este sacrificio por su sobrino fué «_el trago de gracia_ que le tumbó -en el suelo;» y por eso acudía al _sevillano_, «que debía de tener las -onzas á montones,» para que, «por lo que fuera,» le ayudara á ponerse -á flote. Y á flote le puso el prestamista; y de tal modo, que á los -diez y ocho meses era suya la casa del Mayorazgo, libre y desempeñada. -Fortuna para éste que, como si los días de su vida hubieran estado -ligados á la suerte de su caudal, con el último vaso de aguardiente -adquirido con los últimos ochavos que quedaban en el arca, caía redondo -el infeliz, lo mismo que si le hubiera partido un rayo. - -Ya tenía el hijo de Megañas ancho y bien oreado albergue. Gastó algunos -cuartos más de su ahorrada «miseriuca» en repararle, en afirmar paredes -de huertas y corraladas y en mejorar las cuadras y las accesorias que -andaban casi por los suelos; y cuando lo tuvo todo á su gusto, comenzó -á ocuparse, con empeño inteligente, en realizar los cálculos que tanto -habían sorprendido á sus convecinos de Los Castrucos. - -Antes de trasladarse el jándalo, llamado ya por algunos _don_ Baltasar, -al barrio de la Iglesia, no era sola aquella sorpresa la que el -hijo de Megañas les había dado: fué bien pronto público y notorio -su menosprecio por las cosas de tejas arriba, con excepción de unas -pocas y muy secundarias; y no porque el jándalo alardeara de ello, -sino porque no sabía disimularlo ni lo intentaba siquiera. Esta fué la -segunda sorpresa; la cual subió de punto cuando le vieron fanáticamente -devoto de Santa Bárbara, de San Antonio y de otros santos; fanatismo -que no se concebía en un hombre tan descreído en otros puntos mucho -más altos. Para entendernos mejor y más pronto: el jándalo Baltasar -era un badulaque sin pizca de cultura moral ni intelectual; sin -más necesidades en la cabeza ni en el corazón que el sacar todo el -partido posible y en beneficio de sus nativas inclinaciones, del -mísero pedazo de costra del mundo en que había ejercitado sus artes -de explotador insaciable. Era irreligioso, porque la ley de Dios le -ataba las manos rapaces y le imponía deberes penosos; pero rezaba á -Santa Bárbara porque le librara del rayo que le espantaba; y á San -Antonio, para que le hiciera encontrar cuanto se le perdía; y á Santa -Rita, para que no se le escapara una deuda que le parecía de cobro -imposible. Naturaleza inculta y vulgar, era irreconciliable con el -buen sentido y esclavo de todas las supersticiones. Se burlaba del -médico, y admiraba al curandero; rechazaba con asco los jarabes de -la botica, y se envasaba en el estómago, lleno de fe, las azumbres -de inmundicias que le preparara un mendigo piojoso en un caldero -indecente. Creía en brujas á puño cerrado, y en la virtud contra ellas -del azabache, de los dientes de ajo y de las matas de ruda, y lo -llevaba al cuello cosido en un trapajo. Creía también que la _villería_ -(comadreja) mataba el ganado de las personas que al topar con ella -en un desván no la dijeran: «villería, Dios te bendiga de noche y de -día,» y él nunca dejaba de decírselo como la encontrara; consultaba -á las adivinas y creía en el zahorí que descubría tesoros, siempre -que no se interpusiera paño azul... ¡Oh, el tesoro oculto! Éste era -su manía. Estaba al tanto de todos los más famosos en la larga lista -de los que no parecen nunca, porque no hay quien dé con ellos ó quien -pueda acercarse adonde se ocultan; y entre tanto, él, que antes se -dejaba sacar un diente que un ochavo, se dejaba robar por todos los -presidiarios que le escribían pidiéndole dinero para los gastos de una -empresa de aquella catadura, que había de valerle el oro y el moro. -No hay que añadir lo de los días y números aciagos, y las crecientes -y menguantes de la luna como factores importantísimos en ciertas -ocasiones solemnes de la vida y hasta en el corte de las uñas. Todo -esto era la normal en su temperamento de supersticioso. Por lo demás, -era suave y hasta persuasivo de palabra; no se encolerizaba nunca, ni -reñía con nadie, ni fiscalizaba las casas ajenas, ni siquiera mostraba -interés por los asuntos del municipio, aunque hay quien afirma que de -todo ello estaba muy bien enterado. Iba á misa cada día de fiesta, y se -llevaba bastante bien con el párroco, no obstante las frescas que éste -le cantaba por su modo de hablar de ciertas cosas sacratísimas. Vestía -muy modestamente y no asomaba á la taberna. De vez en cuando echaba -un partido á los bolos, y más á menudo jugaba á la _flor de cuarenta_ -con los viejos del barrio, los domingos por la tarde; y esto, mientras -vivió como de prestado en su casa de Los Castrucos; porque en cuanto se -trasladó á la del difunto Mayorazgo, tal laberinto revolvió en ella de -ganado, de sirvientes y hasta de cubas y cuarterolas de vino que trajo -de la Nava del Rey y de la Rioja, para vender á los taberneros de las -inmediaciones, que no le quedaba un rato libre ni para ir á misa la -mayor parte de los días de fiesta. - -Y tan retirado andaba del trato con sus convecinos, que muy pocos -echaron de ver las largas ausencias que durante dos meses hizo del -pueblo; ni estos pocos supieron qué asunto las motivaba, hasta que un -domingo, en misa, oyeron leer al párroco la «primera y última» de las -proclamas de su proyectado casamiento con una tal Cruz Hormigueros y -la Llosa, hija de Juan y de Petra, naturales y vecinos de San Martín -de la Barra. Las bodas se celebraron allá, á los pocos días de la -proclama; y media semana después llegó el nuevo matrimonio á Robleces -y se estableció en la restaurada casona del barrio de la Iglesia, como -era de esperar. - -Cruz era guapa, muy guapa, y andaría rayando en los veinticinco años. -Se fué viendo que además de guapa era dulce de genio, como una cordera, -y blanda y compasiva de corazón. Súpose también que si no era de cepa -de _señores_, contaba con un buen _qué_ «para mañana ó el otro,» porque -sus padres lo tenían, por lo cual no trabajaban, aunque vigilaban -mucho el trabajo que otros hacían para ellos; y habían dado á Cruz una -educación á la sombra, si no muy literaria, bastante por lo menos para -formar en ella «una hija como es debido» y «una mujer como Dios manda.» - -Cómo se fué conduciendo en la vida íntima el hijo del difunto Megañas -con una mujer tan excelente; cómo estimó el grosero jándalo las prendas -de un carácter como el de Cruz, lo publicaron muy luégo la expresión de -pena mezclada de espanto que se pintó en sus ojos, de mirar tan dulce y -tan tranquilo antes; el sello angustioso de su boca, tan fresca y tan -risueña siempre; la palidez que iba difundiéndose de día en día sobre -el arrebol de aquella cara que fué tan saludable; la cabeza inclinada; -el paso descuidado y perezoso... Y lo que no publicaron estos síntomas -harto significativos, lo declaró la disculpable infidelidad de los -sirvientes de la casa. Por ellos se supo que el jándalo se complacía -en contrariar todas las inclinaciones y todos los gustos y deseos más -nobles de su mujer; la empleaba en los oficios más duros y más viles, y -no la permitía dar una limosna á un pobre ni disponer de un maravedí, -aun para aquellos menesteres que estaban á cargo de la desdichada. Bien -que ella vigilara la cocina y hasta cocinara, y remendara y cosiera y -dispusiera el ollón extraordinario para los obreros, cuando los había; -pero pagar con su propia mano, ajustar, siquiera, lo que no había en la -huerta, en el corral ó en el granero de la casa... ¡de ningún modo!: -para eso estaba él allí; él solo, porque lo entendía, y para eso lo -había ganado sudando á chorros... Los pobres que llamaran á la puerta, -que acudieran á Dios, «_si es que le había_,» ó que se murieran de -hambre... ó que sudaran hieles, como él había sudado para adquirir el -mendrugo con que se alimentaba y tenía que llenar la peste de bocas -que estaban á su cargo. Esa era la ley, y por eso, y mientras él fuera -quien era, no se sentaría nadie á su mesa sin haber ganado antes con -su trabajo lo que en ella había de comer. - -Y era lo más duro y desconsolador para la pobre Cruz, tan horriblemente -sorprendida con aquellos sucesos de que no creyó capaz al zalamero -pretendiente, que todas éstas y otras mil cosas las decía y las hacía -el marido entre cuchufletas y regorjeos, y hasta pasándole á ella -muchas veces la mano por la cara, ó haciendo una zapateta en el aire, ó -chasqueando los dedos, como los mozos cuando bailan al uso de la tierra. - -Algo de ello transcendió hasta San Martín; y es cosa averiguada que -los padres de Cruz vinieron en dos ocasiones á Robleces y trataron de -indagar lo que podría haber de cierto en los indicios; pero como Cruz, -temiéndose venganzas muy posibles si decía la verdad, alardeaba con sus -padres de todo lo contrario, y su marido estaba hecho unas castañuelas, -aunque la infeliz lloraba hilo á hilo cuando más ponderaba su ventura, -y estaba, ojerosa y descolorida y desencajada, como también andaba ya -en «meses mayores,» tomábanse aquellas incongruencias por fenómenos de -ese estado, y se volvieron los padres á San Martín, si no convencidos -ni contentos, tampoco muy apesadumbrados. - -En estas condiciones halló Inés el cuadro de su familia al venir al -mundo. Cayó en brazos de su abuela, que estaba allí por previsión muy -atinada de su madre no muchas horas antes de serlo; la cual abuela -hizo en aquellos días una verdadera _razzia_ en el bien provisto -gallinero, sin importarle un ardite la cara que ponía su yerno cada vez -que aleteaba una gallina entre las ansias de la muerte. El bautizo no -fué muy ostentoso, pero tampoco miserable, gracias á los abuelos que -apadrinaron á la recién nacida y argumentaron á su gusto la solemnidad. - -Cruz recibió á la hija de sus entrañas como un don que el cielo la -enviaba para consuelo de sus tristezas; los dulces deberes de la madre -la harían olvidar los martirios de la esposa; las primeras sonrisas, -las primeras miradas, hasta los vagidos de aquel ángel de Dios, serían -para la mártir luces y melodías celestes que inundarían los ámbitos de -la negra cárcel en que su existencia se consumía entre lentos dolores, -sin el alivio que presta al sér más infeliz de la tierra la libertad -para quejarse de ellos. Y se entregó en cuerpo y alma á aquella santa -pasión, que rayó en locura de amor materno. Todos los jugos de su -vida le parecieron poco para nutrir á la tierna criatura, y nunca -veía llegada la hora de darle por última vez el néctar de su seno. -¡Se regalaba tanto la hermosa niña saboreándole codiciosa, mientras -clavaba en los de su madre sus ojos negros y risotones! ¡Hacía unas -monadas con aquella boquita, sonriendo y chupando al mismo tiempo! -¡Y cuántas veces la pobre madre, que se extasiaba contemplándola así, -regó la carita de ángel con sus lágrimas! ¡Y cómo lo reía la inocente, -recibiendo, como tibio rocío que la consolaba, aquellas gotas de hiel -destiladas por un corazón que no latía ya sino para ella! - -La naturaleza de Cruz, tan combatida por los dolores morales, no -pudo triunfar de este gran esfuerzo físico sin padecer un profundo -quebranto. Inés era «un rollo de manteca» al terminar su lactancia; -pero á expensas de su madre, que quedó herida de muerte desde entonces. -Con otro género de vida, con más sosiego y amor en el hogar, con otro -marido más racional y menos inhumano, acaso se hubiera repuesto, -porque el ambiente puro y santo de la familia obra milagros en las -naturalezas, particularmente si son tan _agradecidas_ como lo era la de -Cruz; pero en aquella casa, con aquel hombre que si se había modificado -algo en las manifestaciones externas de sus resabios ingénitos, porque -hasta las bestias se ablandan un poco en presencia de sus hijuelos, era -el mismo en lo esencial de su barbarie, todo intento en aquel sentido -fué ocioso. Su inapetencia era calificada de melindre, y su debilidad, -de holgazanería. ¡Fuera usted á _hacer ganas_ con tales aperitivos, y á -adquirir fuerzas con semejantes alientos! - -Por fortuna, ó mejor dicho, para menos desgracia de la pobre madre, -Inés iba creciendo y esponjándose de día en día; llegó muy pronto á -hablar esa media lengua que es el encanto de los niños y la delicia de -los padres, y Cruz distraía sus pesadumbres y sus dolores enseñándola -á rezar y _conversando_ con ella. Más tarde vino la ardua tarea de -educarla. Allí no había modo de hacerlo fuera de casa. Tanto mejor para -su madre: ella la enseñaría cuanto sabía. Era poco, pero al fin algo -que, cuando menos, serviría como base de lo que pudiera enseñársela -después, «si se quería.» Así aprendió Inés á escribir muy mal, á leer -medianamente, á sumar y restar á tropezones, el catecismo de punta á -cabo, y cuantos rezos y prácticas piadosas saben enseñar como el mejor -maestro las madres cristianas. - -Entre tanto, los males físicos de Cruz fueron agravándose; su marido -despidió al médico que de tarde en tarde la visitaba, y la sometió al -tratamiento de un curandero, rozador de oficio, que gozaba gran fama -en aquellas aldeas. El rozador se _enteró_ de la enfermedad, no por -las explicaciones de la enferma, que no quiso darlas, sino por las de -su marido, y dispuso en el acto un cocimiento de rabos de lagarteza -(lagartija), moscas de caballo fritas en aceite, y otras cuantas -indecencias más, en agua de ruda. Se colaría el cocimiento por una -baeta usada (bayeta), y cuanto más usada mejor, y «el resultante se -pondría á serenar dos noches á la temperie.» De este resultante tomaría -la enferma cosa de cuartillo y medio en ayunas, y como media azumbre -entre comida y cena. Y no había que apurarse; porque si el remedio -fallaba, tenía él otros de mucha más substancia, que habían hecho -milagros y volverían á hacerlos. - -Por uno bien manifiesto no reventó la pobre enferma, que tomó la -primera dosis de aquella barbaridad por no atreverse á resistir los -mandatos de su marido; pero la entraron tales bascas, trasudores y -desmayos, que se puso á morir. - -Ni el supersticioso jándalo se atrevió á insistir en nuevas tentativas, -pero trajo un _saludador_ á casa. El saludador, después de reconocer á -la enferma, dijo que su virtud sólo alcanzaba á las «llagas corrutas» -y á las mordeduras de perro rabioso; pero que probaría con el _anseo_ -(vaho de la boca) solamente. Y el pedazo de bruto se hartó de vahar á -las narices y boca de la desdichada, vapores de cebolla y aguardiente, -que eran el lastre de la cloaca de su estómago; con lo que la enferma -pensó fenecer allí mismo de indignación y de asco. - -No dando fruto el saludador, vino una curandera. Reconoció á la -doliente estirándola los brazos hacia adelante y juntando las manos -palma con palma. Vió que los dedos de la una sobresalían algo de los -de la otra, y declaró al punto que la señora estaba _lijá_ (lisiada); -lo cual consiste, según estas doctoras, en tener desencajados los -huesos de la espalda. Había, pues, que encajarlos, y á eso se procedió -inmediatamente. Se colocó detrás de Cruz la curandera, después de -haberla mandado sentar á la altura conveniente; la agarró por los -brazos y cerca de los hombros; tiró hacia sí con toda su fuerza, -mientras con una rodilla apretaba en sentido inverso por el espinazo; -y de esta suerte estuvo brega que brega hasta que se oyeron crujidos -en la armazón de la paciente, más un grito dilacerante que exhaló la -infeliz. En aquel crujido «estaba la cencia:» ya estaban «en caja» -los huesos. Si para conseguirlo no hubieran bastado las fuerzas de la -curandera, se hubiera amarrado á la paciente á los pies de la cama -ó á un poste; y tirando unos de los brazos y apretando otros por la -espalda, se hubiera logrado también el mismo fin. Eso hay que hacer muy -á menudo con los hombres y demás personas «algo duras de _gonces_.» -Hecho el encaje, había que cuidar de que no se deshiciera «de por sí;» -y con ese objeto se bizmó á la víctima por el pecho y por la espalda; -en seguida, á la cama, y quince días en ella boca arriba y bien -alimentada[3]. - - [3] Suplico á los lectores de buen sentido, que no tomen á - invención mía este caso ni los dos anteriores con todos sus pelos - y señales. Están rigorosamente copiados de los que ocurren á cada - hora en estos pueblos... y hasta en la ciudad. - -Por todo este calvario pasó la mártir sin proferir una palabra en son -de resistencia; pero toda su abnegación no alcanzó á evitar que cuando -el bárbaro marido la mandó levantar, porque «ya estaba curada,» se -encontrara sin fuerzas y sin movimiento, y tan dolorida como si tuviera -hechos alheña todos los huesos de su tronco. - -Sin embargo, no murió de este mal. El negro destino de la infeliz la -reservaba para concluir de un golpe mucho más rudo y de una herida -mucho más dolorosa. Y ese golpe vino de donde menos podía esperarse. -Llegó á servir á la casa una mujer de Lumiacos, joven todavía y no -fea, pero dura de genio y de mirar imperioso. Cualquiera hubiera -pensado que no paraba tres días una sirvienta así en una casa donde las -más humildes y placenteras no podían resistir dos meses la singular -tiranía de aquel amo. Pues sucedió todo lo contrario. Sería por artes -diabólicas que Romana trajera ocultas y supiera manejar en hora y lugar -convenientes; sería porque no hay hombre tan duro y compacto de madera -que, bien estudiado, no tenga su veta débil en alguna parte; sería -porque hasta las voluntades más enteras se encogen cuando chocan de -improviso con otras que no lo son menos; sería por cualquiera de esos -misterios ó aberraciones, que no dejan de abundar en la naturaleza -humana; sería, en fin, por lo que se quiera ó por lo que se le antoje -al escrupuloso lector; pero ello fué que antes de dos meses de su -llegada de Lumiacos, la voz de Romana era la que más recio hablaba en -la casona del barrio de la Iglesia del pueblo de Robleces; Romana quien -corría con todo «por aliviar á la señora de una carga con que ya no -podía;» Romana, en fin, el único sér de cuantos comían el pan amargo de -don Baltasar, para quien las leyes de este tirano fueran letra muerta, -y las punzantes y crueles chanzas, dulzuras, y hasta prodigalidades la -ruindad. - -Poco á poco la idea de este predominio en un carácter tan grosero como -el de Romana, fué dando sus naturales frutos. Maltrataba á la niña Inés -por los motivos más leves, y se atrevía con su ama porque defendía á su -hija ó no comía de lo que todos, y la daba demasiado que hacer «con sus -golosinas de embuste.» Este y otros descomedimientos aún más ofensivos, -llegaron á indignar á Cruz, y un día se quejó de ello á su marido -delante de la misma criada; pero el marido se puso de parte de la -mozona de Lumiacos, sin una mala atenuación, sin la más insignificante -salvedad. - -¡Éste sí que fué golpe de muerte! La justicia, el decoro, la candad, -la conciencia, el pudor... ¡todo lo había pisoteado y escupido aquel -bárbaro, y todo lo había arrojado á los pies de la zafia fregona que se -regocijaba en ello! - -Por este lado vino la muerte, que se llevó á la infeliz madre en breve -tiempo á mejor vida, entre el dolor de sus martirios y el espanto de -dejar al pedazo de su corazón bajo la tiranía de aquellos desalmados. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -V - -CONTINUACIÓN DEL ANTERIOR - - -Hubo terribles peloteras entre los suegros y el yerno: los suegros, -porque pedían cuentas de lo que bien á la vista estaba, y el yerno, -porque no las quería dar y negaba que hubiera razones para pedírselas; -los unos, porque además temblaban por la suerte de la huérfana, y -mandaban elegir al otro entre su hija y su criada; el otro, porque le -asistía el derecho de quedarse con las dos, y no le reconocía en nadie -para inmiscuirse en los negocios de su casa; los de San Martín, hechos -un veneno amenazando, y el de Robleces, hiriendo con sus cuchufletas -emponzoñadas; al fin, ó porque en el corazón del jándalo, aunque poco -y muy escondido, había algo de lo que tanto abunda en el corazón de -otros padres, ó porque el miedo al escándalo le intimidara, ó porque -en el estado civil en que le había colocado la muerte de su mujer le -pareciera más peligrosa que antes su condescendencia absoluta á las -imposiciones de su criada, sin declarar que transigía con sus suegros, -hizo entender á Romana, en un tono de autoridad que jamás había usado -con ella, que la niña Inés era su hija, y que se guardara nadie de -negarla el lugar que la correspondía en aquella casa. Protestó la de -Lumiacos contra el _atrevimiento_ de su reprensor; pero observándole -bien y conociendo que aquella vez daba en duro, abstúvose de golpearle -más, para no comprometer lo principal en una brega inútil por lo -accesorio. - -Después de afirmar así sus derechos, envió á su hija, por una -temporada, á San Martín, lo que no dejó de halagar á sus suegros. Estas -temporadas se repitieron con frecuencia; y á ello debió la niña la -ocasión, si no de mejorar gran cosa, de conservar, por lo menos, lo -que la había enseñado su madre, y cultivar un poco su carácter y su -inteligencia en el trato y la comunicación con algunas gentes algo más -cepilladas que las de su casa de Robleces. - -Á todo esto Inés crecía, y sus contornos de niña iban adquiriendo la -redondez y la turgencia de las mujeres físicamente precoces. En lo -moral adelantaba menos. Era inteligente y hábil, pero se necesitaba -ponerla en ocasión de serlo. Dejada á su libre arbitrio, se hallaba -más á gusto con las ideas en reposo y la curiosidad adormecida. Como si -su espíritu se hubiera empapado en las lobregueces del hogar paterno -y en las tristezas y en los desalientos de su madre, en sus ojos -negros y bien rasgados rara vez se pintaba la codicia por lo externo, -ni en toda ella ese rebosamiento de vida, eso que tiene á todos los -niños en constante inquietud por superabundancia de impresiones y -de espolazos del deseo: era, pues, una niña perezosa, así de cuerpo -como de espíritu, más que por naturaleza, por hábito, capaz de sentir -mucho y de pensar risueño, pero con la sensibilidad y el pensamiento -impresionados todavía por las arideces y tristezas de otros tiempos. En -camino estaba de refrescar sus ideas y de reconstituir su espíritu con -las nuevas auras que respiraba tan á menudo en el cariñoso albergue de -sus abuelos; pero este camino se le fué cerrando la muerte, que en el -transcurso de dos años y antes que ella cumpliera los diez y siete, se -llevó á los pobres viejos. - -Viviendo ya en Robleces sin la golosina de las escapadas á San Martín, -aquélla su malograda reconstitución de espíritu, que parecía una -desgracia, fué para Inés un verdadero beneficio del cielo; pues la -misma indiferencia que la apartaba de todo interés y cuidado por los -negocios domésticos, la salvó de los odios de la criada, que no se -avendría jamás, sin algaradas y escándalos, á que nadie la sustituyera -en el mangoneo libérrimo que allí ejercía por derecho de conquista. -Participando probablemente de estos temores, no mostró el menor empeño -su amo por despertar en Inés los deseos de ocupar en la casa el puesto -que la correspondía. Antes, y en bien de la paz, halagó su indolente -dejadez para que se mantuviera en ella. Después de todo, ¿qué más daba -Inés diligente que Inés perezosa, si al cabo no habían de llevársela de -casa más que por «afamada» de rica? - -Y así pensando el padre, y la criada como se ha visto, y de acuerdo -los dos, sin darse mutua cuenta de ello, en halagar las indolencias -de Inés para mantenerla en su modorra, de tal arte se arreglaron, que -cuando llegó á ser moza, y moza muy garrida de veinte años, tomaba por -trabajo molestísimo hasta el de lavarse la cara. Las agujas y la escoba -se le caían de las manos, las letras de molde la hacían chiribitas en -los ojos, y el tufo de la cocina la mareaba. Salía á la calle lo menos -que podía, y no hubiera salido jamás sin el deber de ir á misa cada -día de fiesta y la costumbre de confesarse cada seis meses. Se pasaba -las horas muertas meciéndose maquinalmente en una silla en la solana -y dejando vagar el perezoso espíritu por los tranquilos espacios de -su imaginación, olvidada de que vivía en Robleces y de que en Robleces -había hombres que parecían bestias, como se lo habían hecho creer -los pocos ejemplares en que había fijado, por curiosidad, la vista; -persuadida de que, puesta de pie sobre la cúspide de la montaña que -tenía enfrente, tocaría el cielo con la cabeza; sin noción alguna de -lo grande que era el mundo, ni del imperio que ejercían las mujeres en -él; sin la noticia más vaga de lo que eran pasiones, ni el más leve -barrunto de las tempestades que cabían en la pequeñez del corazón -humano. - -Algo se agitaba en el suyo, de vez en cuando, que le hacía latir -más de continuo que lo usual; algo bullía en su mente adormecida -que le alborotaba las ideas, cuyos choques producían relámpagos que -ensanchaban los horizontes limitadísimos de su imaginación; algo que, -relacionado vagamente con estos fenómenos, la impresionaba el organismo -de modo que sentía en sus ojos hambre de luz, y en toda su alma sed -de contemplación y de análisis; impulsos de combatir la lobreguez de -su cárcel con el calor de otro fuego que presentía. Entonces pensaba -en ser diligente y esmerada y útil, y se avergonzaba de su dejadez -nada pulcra. Pero estos arrechuchos pasaban, como sueños de fiebre. -Despertaba Inés, y volvía con su memoria fría á lo soñado; mas ¿qué -eran en substancia todos aquellos algos, ni qué se le daba á ella -porque fueran ó dejaran de ser sensaciones casuales y pasajeras, ó -señales de movimientos más hondos? La realidad de su vida era aquel -caserón en que ella se había ido formando entre los martirios de su -madre, el inclemente, descariñado y repulsivo fisgoneo de su padre, -y la tiranía abominable de Romana. Á eso la había amoldado la fuerza -irresistible de las cosas. Pudo ser su vida un interminable calvario; -por un milagro de Dios iba llevándola adelante sin cruz y sin espinas. -¿Á qué pedir más, ni con qué derecho, ni para qué lo necesitaba? Y -aunque lo necesitara y tratara de pedirlo, ¿en dónde... á quién? Y -si no lo pedía, ¿de dónde había de venir por obra de caridad lo que -no había en todo el espacio que abarcaban sus ojos, ni quién podría -sospechar más allá de aquellos reducidos horizontes, que en el caserón -de Robleces existía un sér que, de vez en cuando, distraía los ocios de -su cerebro cavilando en semejantes locuras? - -Con este modo de pensar y de ser, entró en los veintiún años, lo más -florido de la vida, aquella mujer de cuya hermosura plástica se han -dado las señas dos capítulos más atrás; y por entonces fueron los -conciliábulos de Marcones y su tía la Galusa para la conquista del -_gato_ de que nos informó don Elías hablando con Pedro Juan, al mismo -tiempo que de otros sucesos, de cuya veracidad en todos sus pormenores -certifico yo aquí... - -Pero, á todo esto, ¿tenía _gato_ aquel hombre, fuera del «pasar» que -había heredado de los suegros, y no era suyo, sino de su hija? ¿Quién -estaba en lo cierto? ¿Él, que afirmaba cien veces cada día que sólo -poseía «cuatro tierrucas y poco más de nada,» ó «todo el mundo,» que le -consideraba «podrido de onzas de oro?» - -La verdad es que el tal sujeto hacía todo lo posible por justificar con -sus actos sus afirmaciones. Vivía hecho un esclavo de sus haciendas, -de sus ganados y hasta de sus sirvientes. Comía poco y de prisa, se -levantaba con el sol y se acostaba tarde. Cuando no tenía criados á -quienes arrear, cuarterolas de vino que vender, faenas que presidir, -cuentas que tomar, trabajos, en suma, que reclamaran toda su atención -y aun su personal esfuerzo, no sosegaba un instante: en el corral, -amontonaba la leña esparcida por el suelo, ó apañaba _orcinas_ -(astillas muy menudas) que iba echando en una triguera; en las cuadras, -atropaba con una rastrilla los pelos de yerba caídos delante de las -pesebreras; en el cercado contiguo á la casa, recogía los cantos -arrojados por los chicos, y los volvía á la calleja; esparcía las -toperas, espantaba las gallinas, franqueaba las _sangrías_ ó canalitos -de riego que estuviesen obstruídos; en el huerto de atrás, sorrapeaba -los caminos, inventariaba los pies de berza y perseguía los caracoles; -en la cocina, olía lo que se guisaba, daba un vistazo al hornillo de -la leña, destapaba el ollón de los criados y sacudía la alcuza junto -al oído; en la despensa, revisaba el tocino y los garbanzos, recontaba -los huevos y las longanizas, y veía si se conservaban bien tapados los -agujeros de los ratones; en el estragal, en la bodega, en el corralón -trasero, reconocía los aperos, colgaba los que debieran estar colgados -y arrimaba á la pared los que anduvieran por el suelo; echaba pinos en -los ojos de las azadas para acuñar los mangos; rascaba el barro seco á -los rodales... en fin, no paraba; y tan pronto se le veía en la sala -con una rastrilla en la mano, como en la cuadra con el chaleco entre -las dos, sin sosiego para vestírsele; y siempre murmurando censuras -entre dientes y chanzonetas mordaces, largando tal cual _piña_ por la -espalda á este sirviente distraído, ó soltando una desvergüenza á la -otra obrera; ponderando el caudal que se despilfarraba en desperdicios, -por incuria, y evocando tiempos en los cuales costaban las labores -mucho menos y lucían doble más. - -Por supuesto que no se trabajaban en su casa todas las tierras que don -Baltasar había ido comprando. ¿Ni cómo hubiera sido eso posible, si era -suya la tercera parte de las mieses del pueblo? Y sin poderlo remediar -el infeliz, porque él no buscaba jamás á los vendedores: al contrario, -eran los vendedores los que acudían á él; y no así como quiera, sino -metiéndole las tierras por los ojos y rogándole mucho en fuerza de la -necesidad. Porque, como él decía en casos tales: «¿Qué demonios he de -comprar yo, benditos de pelar, si no tengo un ochavo sobrante después -de llenar la tripa á los lobos de mi casa!... ¡Si siempre estoy á la -cuarta pregunta; y tan corta es la manta, que si me tapo la cabeza -se me descubren los pies!» Y al fin, arañando dos de aquí y cuatro -de allá, y haciendo un sacrificio por el gusto de hacer un favor, y -perdiendo un poco cada uno, se quedaba con la finca, que no necesitaba. - -Lo propio sucedía con los préstamos. Nunca tenía disponible más que -lo justo para el último que le pedían; y eso registrando mucho los -cajones y hasta la pelusa del bolsillo. De manera que solamente -amarrando y amarrando esta condición y la otra garantía, y previéndolo -y justipreciándolo todo, podía resolverse á hacer el favor que se -solicitaba de él. «¿No veis»—decía con todo el acento y todas las -señales de tener razón,—«que en la estrechez en que vivo y con los -ahogos que hay en mi casa, uno solo de vosotros que me falte me echa -á pique, me hunde para _in sæcula sæculorum_? Y bueno que el favor -se haga; pero no de modo que se salve el favorecido y se pierda el -favoreciente.» - -De este mal fenecieron para sus propietarios menesterosos, una buena -porción de fincas del pueblo de Robleces, entre ellas las del pobre -Lebrato. Primero cayeron las tierrucas; después el ganado, que no -era mucho, cabeza á cabeza; tras el ganado se fué la casa; y como al -ocurrir cada una de estas caídas, ya quedaba preparado; el tropiezo -para otra, por aquello de que «quien se ahoga no mira el agua que -bebe,» después de la casa fué la barquía, y tras de la barquía la -chalana... en fin, hasta las redes. Cierto que todo ello quedó en -poder de su primitivo dueño, pero todo y cada cosa pagaba su canon al -nuevo posidente; y como los tiempos no iban bien y los cálculos mejor -hechos fallan de continuo, el mísero Lebrato, tras de verse desposeído -de todo cuanto fué suyo, tenía una deuda constante que nunca lograba -saldar, por más esfuerzos que hacían él y su hijo en la tierra y el -mar, allí sudando las hieles á chorros, y acá arriesgando la vida -muchas veces... porque no había que olvidar que el día en que al «amo,» -usando de su derecho, más ó menos puesto en justicia, se le antojara -echarlos de casa y reclamar cuanto en ella y fuera de ella era suyo, -no les quedaba otro remedio que coger un cesto y echarse á pedir -limosna de puerta en puerta. Ahora se traslucirá la razón del regalo de -los peces, y lo de las brusquedades de Pedro Juan, que no entendía de -contemplaciones ni de perfiles, con su amo. - -Decíase que la mano de éste alcanzaba, por idénticos motivos, muy -afuera de Robleces; y se citaba el caso, entre otros, de un pobre -hidalgo de Campizas, cogido entre las uñas del Berrugo y á punto ya de -espirar en ellas. - -El cual Berrugo, en el vagar que le dejaban los entretenimientos que -se han citado, y cada vez que lo juzgaba de necesidad, se encerraba -en el cuarto del portal, que le servía de despacho, y hasta de bodega -cuando le convenía; y por lo que allí papeleaba y descubría, sé yo que -tenía muchísimo dinero, bien colocado y mejor garantido en Andalucía; -dinero que iba aumentando considerablemente de año en año, porque sus -productos eran muchos, y poco más de nada lo que de ellos consumía -su dueño. Con estas pequeñeces y otros negocios muy emparentados con -ellas, tenían que ver las escapadas que de tarde en tarde hacía el -Berrugo á la ciudad, por caminos excusados para acreditar su afirmación -de que iba á tal ó cual aldea á pedir un favor á un amigo. - -Conque ¡vaya si tenía _gato_, y gato gordo, aquel hombre! ¡y vaya si -tenía razón «todo el mundo» para afirmarlo, como lo afirmaba, sin -saberlo á ciencia cierta! - -Quien lo sabía así, como lo sé yo, era la Galusa; pero, por su -desgracia, el tal _gato_ no estaba en onzas de oro y en ochentines, -encerrado en botes de hierro, sepultados bajo esta losa, ú ocultos -en tal lima del tejado, donde con buena nariz ó con buen arte, se da -con ellos desde luégo, ó se desentierran «el día de mañana.» El gato -de su amo estaba en especie; y lo que de ello andaba al alcance de -su mano, no era de lo que se queda fácilmente entre las uñas, por -diestras y afiladas que sean. La Galusa lo conoció muy pronto, y pensó -en clavarlas más adentro, para llevarse, no una tira de la piel, sino -el animal casi entero. Este propósito, que ya le tuvo desde el punto y -hora de enviudar su amo, se enseñoreó de ella con doblado imperio tan -pronto como acabó de convencerse de que no eran bastante las migajas de -aquella mesa para saciar unos apetitos como los suyos. Pero le salieron -erradas estas cuentas, que le parecían tan galanas y hasta muy puestas -en razón. Su predominio con el viudo no alcanzaba á tanto como eso. El -Berrugo podía tener una debilidad de cierta clase; pero dejarse atar de -pies y manos, como su criada pretendía para desplumarle á mansalva... -¡á buena puerta llamaba con su tapujo la culebrona! - -Resignóse la Galusa, por no perderlo todo, á quedarse, _por entonces_, -sin lo soñado, y dejó al tiempo que resolviera en definitiva; pero sin -soltar la veta por donde tenía cogido á su amo. - -Considérese ahora si le parecerían de perlas los proyectos de su -sobrino; proyectos que jamás se le habían ocurrido á ella, porque -habiendo negado Marcones «por aquéllas que eran cruces» lo de su -fracaso con la moza de Piñales, y vuéltose en seguida al seminario, -tan fresco, al parecer, como si fuera verdad lo que juraba, creyó su -vocación muy decidida; y en este caso, ¿á qué ni para qué echar con las -ideas por aquéllos ni por otros derroteros semejantes? - -Dueño Marcones de Inés—¡y vaya si la conquistaría por malas ó por -buenas en cuanto se le franquearan las puertas de la casa!—lo sería -también del gato; y siendo dueño del gato el sobrino, en cambio de la -ayuda que la tía le prestara, sacaría ésta una tajada en un dos por -tres, como no podía esperarla nunca de su amo, por esclavizado que le -tuviera á su yugo. - -La dificultad única y por de pronto, consistía en que el Berrugo, que -tan á regañadientes había dado dinero, aunque bien poco, para ayudar -á Marcones en su carrera, consintiese en verle holgando en su casa -después de haber ahorcado los libros. La Galusa se encargó de vencer -esta dificultad como mejor supiera y pudiera; y pudo y supo lo bastante -para conjurar las iras y resistencias de su amo con un buen trasteo -de embustes: al cabo, no se trataba de pedirle dinero ni cosa que lo -pareciera, sino de enterarle de que Marcos, por motivos bien ó mal -forjados en la inventiva de éste, se había visto obligado á hacer un -alto en su carrera; alto que podría durar dos ó tres meses... lo mismo -que dos ó tres años. - -Ello fué que Marcones, después de hecho este desbroce en el camino -de sus intentos, dió en visitar á menudo á su tía; que se pasaba las -tardes enteras en la casona de Robleces, «porque»—como decía á su amo -la Galusa,—«el pobre muchacho era tan cariñoso y agradecido, y tan -apenado se veía por el percance, que en ningún rincón hallaba sosiego -sino al lado de su tía y de su generoso protector;» que Marcones -trataba de interesar á Inés en sus conversaciones, siempre que podía; -que la Galusa sabía dejarse caer á tiempo sobre las indiferencias -geniales de Inés, con discretos panerígicos de las prendas del mozón, -cuando éste no estaba presente; y por último, que, á pesar de que Inés -y Marcones se habían tratado muy poco hasta entonces (porque no fueron -muchos los viajes que el segundo hizo á Robleces después de atrapado el -auxilio que la Galusa logró arrancar á su amo) y de no haberla caído -nunca muy en gracia, no vió con disgusto aquellas largas visitas del de -Lumiacos, con las cuales distraía un poco la insulsez enervante de su -método de vida. Y es de advertir aquí que Marcones, cuando se empeñaba -en ello y no se lo estorbaba la iracundia feroz que le poseía, era -dulce de palabra y bondadoso de mirar, y daba á las conversaciones, -ya que no gran interés, porque le faltaba ingenio, cierta unción que -seducía fácilmente á personas tan desprevenidas é inexpertas como la -hija de don Baltasar. - -Por el médico don Elías se conocen los principales rasgos del carácter -y de la naturaleza física de este mozo. Poco queda que añadir aquí para -terminar su retrato de cuerpo y de alma. Aquél era grandote, más por -lo macizo y relleno que por lo alto, aunque lo era bastante; relleno y -macizo de tal suerte, que en cualquiera porción de él en que se fijara -la vista predominaba la curva cerrada, casi hasta la circunferencia; -los pies, las manos, los hombros, el pescuezo, la cara: otros tantos -círculos mal hechos; bollos híspidos, más chicos ó más grandes; aquí -uno por uno, allá sobrepuestos ó acoplados; pero siempre el bollo, -particularmente en la cara, que se componía exactamente de dos, uno -más pequeño que otro, unidos de golpe, quedando hacia abajo el más -grande y correspondiendo las sienes y parte de las orejas á la mayor -depresión de los perfiles laterales. Sin embargo, la cara no resultaba -fea, porque los ojos eran grandes, negros y expresivos, y la boca y la -nariz muy regulares. El color, ordinariamente, moreno limpio, de nariz -y mejillas arriba; y de allí para abajo, incluyendo la papada y cuanto -se veía del pescuezo, el negro agrisado del cisco, resultante de la -gran espesura y fortaleza de su barba rapada. Digo que _ordinariamente_ -era moreno limpio su color, porque cada movimiento del ánimo le -transformaba en verde bilioso, así como á la habitual dulzura de su -mirada, en celaje fulmíneo. - -Con ser tan de bulto esta figura, lo primero que un buen observador -veía en ella era _lo de adentro_; y no le ocurría pensar lo que al -vulgo de los que miran: «este hombre sería hasta buen mozo si estuviera -vestido de claro y no tan relleno,» sino «_eso_ es un odre de iras -y concupiscencias.» Era demasiado transparente el cendal para que, -sabiendo mirar, no se viera debajo el hervidero de lavas dispuestas á -saltar en chorros al primer alfilerazo que se diera allí. - -Inés, que era vulgo para mirar como para tantas otras cosas, pensó -también de Marcones, oyéndole y observándole despacio y muy de cerca, -que con menos carne y con ropa más alegre, podía ser «hasta buen -mozo.» Y eso que Marcones se había presentado en Robleces con la menor -cantidad posible de seminarista, en lo externo; pero tras de que hay -oficios y carreras que imprimen sello indeleble en quien los ejerza ó -siga, la _secularización_ del de Lumiacos no podía pasar de ciertos -límites si no había de fracasar en la introducción la comedia que se -disponía á representar. - -Á pesar de esta precaución indispensable, como la paciencia no era -la virtud del seminarista, procuraba éste aprovechar bien el tiempo; -para abreviar los trámites de su proyectada empresa; y sin descubrir -todavía la punta de sus intenciones, preparaba el terreno desplegando -ante Inés todo lo que él creía pompa de sus recursos; y ahora con un -latín del _Doctor angélico_, después con la explanación de un punto de -moral práctica, luégo con una descarga de apóstrofes contra las malas -costumbres del día, otra vez con un himno dulzón á la doncella fuerte, -y un catálogo muy encarecido de las prendas que debían poseer los -hombres para ser dignos de la amorosa elección de «ciertas mujeres,» -lograba producir en el ánimo de la indocta hija de don Baltasar algo -de la fascinación que en el del tosco lugareño ejerce el charlatán que -traga estopas ardiendo y escupe luégo cintas de colores. Por de pronto -le admiraba Inés por lo mucho que sabía y hasta por lo bien que lo -charlaba. Después, hay que tener presente que Marcones era la única -persona, relativamente culta, que había tratado íntima y familiarmente; -que ciertos puntos que Marcones había tocado en sus fogosas homilías -sobre determinados movimientos del corazón humano, eran casi los -mismos que tantas veces había querido explicarse ella durante los -pasajeros arrechuchos de su alma; que el preopinante era vehemente -y que se poseía hasta echar lumbre por los ojos cuando, hablando de -estas cosas, los clavaba en los serenos y dulces de Inés; que Inés -era toda sinceridad y buena fe, al paso que en el otro no había pizca -de semejantes ingredientes; y teniendo presentes estas cosas y otras -que fácilmente se presumen, no es de extrañar que si la admiración de -Inés no pasaba de la sapiencia de Marcones, su curiosidad hallara en -la persona del sabio un cebo que no ofrece el hombre que come estopas -encendidas, al palurdo que le admira por eso solo. - -Desde luégo, en el mucho saber del seminarista halló Inés la medida -de su propia ignorancia, y hasta tuvo sus conatos de avergonzarse -de ella; no porque sintiera la necesidad de conocer los _Lugares -teológicos_ ni la gramática latina, que á desconocer esto no lo -llamaba ella ignorancia, sino porque, fuera del catecismo y de -escribir desastradamente, no sabía pizca de nada; y esto era demasiado -poco saber para la hija de don Baltasar Gómez de la Tejera... ¿Dejó -traslucir Inés este pensamiento? ¿Se le adivinó Marcones? ¿Entraba -en los planes de éste el acuerdo á que el caso dió lugar? ¿Anduvo -en el ajo la Galusa? No se sabe; pero es lo cierto que un día quedó -convenido entre Inés y él, con pleno y gustosísimo consentimiento de -don Baltasar, que Marcones, tan suelto de pluma y entendido en cuentas, -en gramática y en otros ramos de la primera enseñanza, comenzaría á dar -lecciones á Inés, tan asidua y provechosamente como el mejor maestro de -escuela. - -Y henos aquí, aunque no tan pronto como yo había pensado, empalmando -el remate de esta digresión indispensable, con los corrientes sucesos -de este libro, en el punto en que quedaron al despedirse don Elías de -Pedro Juan, después de haber salido éste de casa del Berrugo. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -VI - -VARGA ABAJO Y VARGA ARRIBA - - -Pero ¡qué naturaleza más singular la de Quilino! Él bailaba como una -peonza; él relinchaba mejor que nadie en todas las rondas de mozos; él -se enternecía hasta el lloro á moco tendido, en un entierro; él cantaba -la misa, que se las pelaba; él revolvía el corro de bolos... en fin, -donde se moviera algo, donde pasara algo que no se moviera ni pasara á -todas horas y en todas partes, triste ó alegre, allí estaba él sin ser -llamado por nadie, sin hacer falta ninguna y sin servir para maldita -de Dios la cosa, sino para enmarañar dificultades, agriar lo dulce ó -entorpecer lo hacedero. Sólo en muy determinados casos era Quilino el -primero de todos los concurrentes, quiero decir, el que se llevaba la -mejor parte: verbigracia, en los casos de zambra y alboroto entre los -mozos del pueblo, por rivalidades de barrio ó cuestiones de galanteo. -Con ser él incapaz de herir á una mosca, ya se sabía: la primera -bofetada ó el primer garrotazo, para Quilino; y Quilino al suelo. - -Pasaba de los veinticinco años, y, por lo menudo y lampiño, apenas -representaba veinte; queriendo aparentar una corpulencia que no tenía, -se mandaba hacer la ropa con muchos sobrantes; y de este modo resultaba -lo contrario de lo que se proponía: que destacaba más su pequeñez, amén -de parecer vestido de prestado. Los domingos se llenaba las orejas de -claveles, la cinta del sombrero de siemprevivas y plumas de pavo real, -y las alpargatas de dibujos de hiladillo verde y encarnado. ¡Todo por -las buenas mozas! Y precisamente era de ellas, de las buenas mozas, -de donde salían las zumbas más crueles y los motes más depresivos -para él. No tenían número las calabazas que llevaba recibidas en el -pueblo y fuera del pueblo; y esto era lo que le perdía ya en todos sus -empeños amorosos: la fama, que le seguía como su sombra, de «barrido -de todas las cocinas...» Porque, aparte de ello, Quilino, en buena -ley, no merecía tan mal trato: era trabajador, no bebía, era hijo -de buenos padres, y no pobre de solemnidad; y estampas más ruines -que la suya habían hallado buenas colocaciones en el lugar. En honor -suyo hay que decir también que, gracias á sus buenas prendas, nunca -llevó las calabazas en crudo. Se le dejaba rondar, se le abrían las -puertas de la casa los sábados por la noche, se le daba ingreso en la -cocina; y cuando era llegado el momento de «hablar,» se le respondía -indefectiblemente que la moza estaba comprometida ó esperando á que -«hablara» el mozo que se le había anticipado... «¡Recongrio...» y cómo -se ponía entonces contra «la perra desgracia» que siempre le llevaba -tarde á esas cosas! ¡Y con qué altanería alegaba en público aquellas -despedidas corteses, contra los murmuradores que le contaban los -antojos y galanteos por descalabros en seco! - -Á un propósito no menos caritativo obedecían las largas que Pilara le -iba dando en sus asedios pertinaces. Le dolía mucho á la noble mocetona -despabilar secamente al pobre muchacho que con tanta obstinación y con -tan honrados fines la perseguía, si no hemos de creer á los que afirman -que Pilara conservaba á Quilino por obligar más á Pedro Juan, que era -celoso. Y es de advertir que jamás estuvo Quilino tan obcecado por moza -alguna, como por Pilara. Achacábase esto en público á que Pilara era el -mejor acomodo de cuantos Quilino había tanteado, con haber sido buenos -todos los demás; pero yo me inclino á creer que entraban por mucho en -los entusiasmos de Quilino, que era una pólvora, las prendas personales -de Pilara; prendas que Quilino no había visto reunidas hasta entonces -en una sola moza de su «comenencia.» - -El caso es que él insistía en sus trece, y que estaba resuelto á -insistir mientras no se le plantara en seco en mitad de la calleja. El -suceso de la Arcillosa, con el subsiguiente de la llegada del Josco al -mismo goterial de Pilara cuando él se disponía á tener con ella y con -toda su casta una explicación que dejara bien deslindados los campos, -le acabó de encalabrinar, y aquella noche no pegó los ojos. Pensando -y pensando, creyó que, para acabar de una vez, le tenía más cuenta -ajustar la que le desvelaba con el mismo Pedro Juan, por la buena y -en paz y en gracia de Dios; y como era mozo que no dejaba que se le -encanecieran en el cuerpo las resoluciones que tomaba, en cuanto apuntó -el día se tiró de la cama y echó á andar hacia Las Pozas, haciéndose el -sordo á los mugidos con que desde la cuadra le pedían las bestias de -pesebre el acostumbrado desayuno. - -—¡Recongrio!—pensaba Quilino mientras iba varga abajo, unas veces -callandito, y muy á menudo hablándolo bien recio y con la mímica que -cada pensamiento reclamaba.—Esto tiene que acabar hoy, ó va á haber -una gorda en Robleces... Lo que se está hiciendo conmigo no tiene -igual... ¡vamos, no tiene igual!... Bueno que al hombre se le estime en -más ó en menos de esto ú de lo otro, porque pa eso están los ojos en la -cara y el sentío en los aentros; pero ¡congrio! que se le diga... ¡que -se le diga, congrio! y hablando se entiende la gente. Eso de callarse, -como se hace conmigo un mes y otro mes, y hoy no te respondo y güélvete -mañana... ¡hombre, esto ya es ultraje pa uno y puro menosprecio!... -Pero ¡recongrio! ¿por qué me habrá pasao lo mesmo en toas partes? Si -dijéramos que yo me descuido... ¡Pero si moza vista por mí, que me -convenga, ya tiene el envite encima! ¡Y con too y con ello, siempre -envido tarde!... ¡Ahora, dígaseme si esto no es la pura desgracia -en carnes vivas!... Corren malas lenguas que too ello es castigo de -Dios porque me dejo llevar de la cubicia en esas cosas... ¡Mentira, -congrio! Si pongo los ojos en moza que tenga los fisanes, yo tengo la -sal pa la puchera... y esto no es ser cubicioso... Quisiera yo ahora -mesmo de repente que Pilara no tuviera pan que llevar á la boca... ¡Se -vería, congrio, se vería si Quilino la golvía la espalda como se la -golverían otros que hoy se beben los aires por ella!... ¡Recongrio, -qué personal de moza el suyo!... ¡Y decirme á mí que tengo en más los -cuatro intereses que puedan tocarle en el día de mañana, que aquella -rebustez de carnes y aquel mirar de ojos... y aquellos!... ¡Recongrio, -cómo me gustan á mí las mozas grandes y de güena color! ¡Me alampo, -congrio, me alampo por ellas! Y cuanto más grandes, mejor que mejor... -¡Si, pensándolo bien, no sé cómo pude pedir á Quica y á Nestasia, que -no me allegan á mí á salva la parte! Y luégo ¡tan esmirriás y bajucas -de color!... Pos güeno: yo voy ahora á Las Pozas; voy á verme con Pedro -Juan, porque quiero que se me estipule claro eso... Pero ¡recongrio!... -¿qué puede haber visto Pilara en el Josco que no haiga en mí? El Josco, -fuera del alma, no tiene sentío corporal: es una pura bestia; y hoy -por hoy, está, en punto á intereses, más á esquina viva que yo. Y si -levanta media cuarta por encima de mí, y es más doblote y más... ¿qué -vale eso, recongrio? ¿Sabe de letra lo que yo sé? Pos no conoce la O... -¿Sabe echar un _Kyrie_ ni entonar solo en una ronda... ni rondar tan -siquiera?... ¿Baila él, por si acaso? ¿Se arriesgó en jamás á decir á -una moza «güenos ojos tienes?...» ¡Que anda en la mar como por su casa, -y que es forzudón en tierra y hace su labor de labranza como la hacen -pocos y sin decir _jus ni muste_, y siempre á su cuento!... ¿Y qué vale -eso, recongrio? Yo tamién cumplo con mi deber y llevo mi labor palante -sin que me pise naide los pies; y respetive á la mar, nunca en ella -anduve; pero si me avezara, nos veríamos, ¡congrio! nos veríamos... Y -á más á más, yo canto igual de Iglesia que de too lo que salga; yo sé -de pluma como pocos del lugar; yo echo un armón á una pértiga si se me -da la herramienta al caso; yo hablo en concejo tomando la vez de mi -padre, que no se atrive, y no basta el vecindario entero á tapame la -boca cuando se empeña en que yo no soy quién, por hijo de familia, pa -decir palabra allí... ¡Recongrio! ¡yo me meto en toas partes en que se -meta alma nacía pa hacer lo que haga el más guapo!... ¿Y vale él pa -eso, congrio? ¿Se atrive tan siquiera á probar si vale ú no vale? ¡Y -con too y con ello, Pilara esperando y esperando á que hable el Josco, -y tú, Quilino, á resultas, y güélvete mañana y güélvete otro día!... -¡Recongrio, yo digo otra vez que esto no se puede aguantar en pacencia! - -Aquí tiró Quilino el hongo roñoso y descolorido al suelo, con gran -furia, y pateó tres veces alrededor de él. Había llegado al portillo -que separa las praderas de la sierra calva, y desde allí se columbraba -ya el tejado de la casuca del Lebrato. Quilino, después de desahogar -con interjecciones y pataleos lo más agrio del repentino berrinchín, -pensó que sería muy conveniente, antes de encararse con el Josco, -disponer con sosiego el plan, ó siquiera los puntos principales de su -embajada; y con esta idea tan cuerda, se sentó en el mismo portillo, -que era de vallado, á la sombra proyectada sobre él por el alto y -espeso bardal en que estaba embutido. - -Sentado Quilino tan guapamente, volvió á funcionar su discurso del -siguiente modo: - -—Yo voy ahora mesmo á Las Pozas, porque nesecito verme con Pedro -Juan. Bien cercuca está ya la su casa: en dos saltucos estoy allá. -Curriente... Yo llego á verme con el Josco y le digo: «Pedro Juan, no -vengo al auto de lo de ayer tarde en la ré... Tuve un pronto allí, -tuvistes tú otro, mos desapartaron... y sacabó esa historia... Yo -no te quiero mal, aunque otra cosa te digan malos quereres y piores -lenguas; pero bien sabes que me pasa... esto y lo otro y lo de más -allá...» ¡Recongrio! que me pasa esto no lo puede negar él; y no -pudiendo negarlo, en josticia estoy al hablarle de lo que le hablo. -¡Pos, hombre, podía no conocerlo así!... Curriente. Que lo conoce y -me contesta:—«Quilino, ¿qué es lo que quieres de mí?»—«Pos, hombre,» -le digo yo, «que anoche estuviste en cá Pilara; que no sé, á la hora -presente, si hablastes ú no hablastes en finiquito; y que si hablastes -ú no, y si te arrespondió que tales ó que cuales, lo quiero saber de -tu boca y no de la suya, pa acabar así primero con esta consumición -que me está acabando á mí...» ¡Recongrio! me paece que tamién esto es -de lo menos que puede decir un mozo que se ve como yo me veo... Si el -Josco fuera un sujeto del aquél de los demás sujetos, no habría qué -sobre el caso; pero tras de que nunca es él muy parcial ni explicativo, -es hombre de lunas; y cuando la tiene, como paece que la tenía ayer -en la Arcillosa, larga la guantá antes que la palabra... Esto hay que -conocelo y estimalo en el caso presente; porque ¡recongrio! yo tamién -soy hombre de güétagos; y en cuanto doy con otro que tal, me enrito en -un periquete y me... Vamos, ¡congrio! que me pierdo... ¡me pierdo!... -Pos pinto el caso que le da por la güeña, y me dice:—«Quilino, de eso -que deseas saber, no hay ná hasta la presente, porque no solté anoche -palabra anguna sobre el particular...» Pos ¡congrio! á un hombre -que arresponde esto, bien se le puede decir, sin agraviale:—«Pedro -Juan, ó al río ú á la puente: si te paece poco un día, toma dos... -ú cuatro ó cinco; pero, pasaos que sean, si no has roto á hablar en -ellos, déjame el campo á mí: ya sabes que estoy á resultas...» Pero -¡congrio! _(Quilino se levantó de repente, y se arrancó el sombrero -de la cabeza.)_ ¡Si el pior mal consiste en que Pilara está jalando -de la lengua á ese animal; y anque él se empeñe en callarse la boca, -le ha de hacer ella que cante! _(Al suelo el hongo.)_ Y como él no -desea otra cosa... _(patadas al sombrero)_ agarraráse al supuesto pa -lograr lo que no puede de por sí sólo... _(Más patadas.)_ ¡Collonazo! -¡Cobardón!... _(Amenazas á la casa del Josco, con los puños cerrados.)_ -De modo y manera que el verme yo con el Josco, séase en güeña paz, ó -séase en guerra que nos destrompe á los dos, es lo mesmo que empiorar -la cosa pa insécula sinfinito... _(Recoge el sombrero.)_ Onde yo tengo -que dir ¡recongrio! y va á ser ahora mesmo, es á verme con Pilara. Ella -es quien debe decirme lo que pasó anoche allí; y por poco que me quede -en limpio, quedaráme el consuelo _(puñetazos al hongo)_ de desfogar la -corajina cantándola á la oreja avangelios que la saquen las colores á -la cara... ¡Ya verá si no hay más que dar á un hombre como yo con la -puerta en los bocicos, como se corrió en la Arcillosa!... Y respetive -al Josco... ¡nos veremos tamién en su hora y punto! _(Se encasqueta el -sombrero.)_ ¡Ay, recongrio!... ¡qué negro va á ser ese día en Robleces! - -Y con esta amenaza entre dientes, tomó Quilino á medio galope, varga -arriba, el mismo sendero que acababa de recorrer varga abajo. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -VII - -CUENTAS DE FAMILIA - - -Quilino obró como un sabio cuando retrocedió desde el portillo de la -sierra. Si llega á bajar á Las Pozas, no vuelve á su casa tan entero -como de ella había salido. Estaba el Josco aquella madrugada, que metía -miedo. - -—Cuenta, Pedro Juan,—le había dicho la noche antes su padre (que ya -le esperaba con la torta cocida y la cena dispuesta) en cuanto le vió -entrar, de vuelta de su viaje al barrio de la Iglesia. - -Pero el Josco, aunque se había sentado á la cabecera del banco que -servía á los dos de mesa y de asiento á la vez, ni decía palabra ni -probaba bocado. Le daba ira y vergüenza lo encogido y desatento que -había estado con Pilara. Al cabo, y en fuerza de apretar el Lebrato, se -habían enredado el hijo y el padre en la siguiente conversación, entre -_mojada_ de tortuca en la sartén, y pellizcos á la hebra de los mubles -recién fritos en ella: - -—En primeramente la dí los peces. - -—¿Á quién? - -—Á ella. - -—¿Á Pilara? - -—Á Pilara. - -—¿Y qué? - -—Y que... ná. - -—¿Cómo que ná, hombre? - -—¡Coles!... que no me atreví tampoco. ¿Lo quiere más claro? - -—Pos ¿sabes lo que te digo yo á eso, Pedro Juan? Pos te digo que -¡lástima de peces! Y te digo más: te digo que ¡lástima de calzones que -llevas puestos! Faldas de baeta te sentarían mejor. Las cosas claras. - -—Respetive á este punto, padre, lo mesmo digo yo de mí mesmo. Vergüenza -me da ser tan hombre como soy, y portame como me porto con Pilara... -¡Y si dijiéramos que ella!... Pero ¡coles! ¡si es una dulzura conmigo! -¡Si ella mesma me abre la boca y me pone la palabra en los labios! No -me queda ya más trabajo que echarla haza juera... ¡Pos ni eso, coles! -¡ni eso poquitín puedo hacer de por mí solo!... Allí estaba Quilino -cuando llegué yo al goterial. Apartóse ella de él, y vínose conmigo -hecha unas pascuas en cuanto me vió. ¡Gloria me daba el mirarla, tan -arrogantona y tan!... Quilino escapó enestonces ajumando de iras... -«Pos voy á dala los peces ahora, díjeme pa mí solo, y pué que así me -atriva mejor...» Y la dí los peces; pero por más que los emponderó -ella, yo ná, padre, ¡lo mesmo que si me hubiera metío otros tantos en -el guandate!... Pude haber roto á hablar si aquello dura, porque era -mucho lo que yo me empeñaba en ello; pero antojósele á Pilara enseñar -los peces á la gente del portal, llamáronme aentro, dióme vergüenza -entrar... y escapéme. Avergonzóme esto más entoavía, y golví... Llamé -á Pilara, salió de contao, díjome que me atriviera á decirlo cuanti -más luégo... y ¡coles! ¡ni por esas me atreví!... y escapéme otra -vez, sin parar hasta la casa de ese hombre. Al golver de ella, Pilara -esperándome á la ventana de la cocina; y yo ¡recoles! tapándome las -orejas por no oirla tusir de mentirucas, y apretando á correr calleja -abajo, como si los demonios me llevaran... y creo que es la pura -verdá... Y no hay más que esto, padre... Ahora, déme cuatro mascás, -que, por cobardón y baldragas, bien merecías las tengo, ¡recoles! - -—No es de ese modo, Pedro Juan, como hay que curarte esa cobardía -que paece cuento en un mozo de tantas agallas como tú pa otros -particulares de mayor compromiso. La cura esa, bien dicho te tengo cómo -se ha de hacer, y así hay que hacerla; y así se hará sin tardar mucho, -porque pué llegar el caso, Pedro Juan, y te hablo con la experencia -de los años, de que pierdas la güena estima en que la moza te tiene, -por esa falta que nunca pega bien en los mozos casaderos. Mal paece un -hombre que en tales casos peca de atrevido, y mucho le agobia esa mala -fama; pero que te libre Dios de dar en tierra por menosprecio de mujer -por lo contrario: no te güelves á levantar en toa tu vida. - -—Pos esa es la que me quema á mí tamién, padre, que por demás la -conozco. - -—Si la conocieras bien y te quemara mucho, otros jueran tus arranques -por no caer como lo temo. - -—¡Le digo, padre, que me abrasa!... Porque, á más á más de cabeme esos -recelos, cá vez estoy más alampao por ella. - -—Vamos á cuentas claras, Pedro Juan; y que sean éstas las últimas que -echemos sobre el caso. Á la vista está, y bien de veces hemos convenío -en ello, que aquí hace falta una mujer, porque el desgubierno en la -casa nos come la metá de lo que agenciamos fuera de ella: esa es la ley -y lo será siempre en la hacienda de los pobres. Pilara es hacendosa; -Pilara es honrá; Pilara es la rebustez y la limpieza andando; Pilara -te tiene á tí hasta en más de lo que por mi cuenta mereces, con merecer -no poco; Pilara, con su por qué pa el día de mañana, supiendo la -probeza y los ahogos de tu padre, güelve las espaldas á más de tres -mozos bien pudientes pa darte la cara á tí; en su casa no hay quien no -la alabe el gusto; saben que si tu llegas á entrar allí como marido de -ella, ha de ser pa traétela á Las Pozas, y con too y con ello te abren -las puertas de par en par y te hacen, como el otro que dice, la puente -de plata. - -No quiero meter en la cuenta, pa el respetive, la güena ley que dende -mozos nos tuvimos su padre y yo, por lo que siempre fueron esta casa y -la suya como la uña y la carne; pero séase lo que se juere, por unas ó -por otras, por lo de acá ó por lo de allá, ó mírese por arriba ó por -abajo, Pilara caería aquí como de los mismos cielos de Dios... Y ahora -te digo que ha de caer; y pa que caiga, ya que tú no sabes amañarte, me -amañaré yo hablando por tí... - -—¡Coles, que me da mucha vergüenza eso! - -—Más vergüenza debía darte lo otro... Hablará don Alejo si no... - -—Tampoco, ¡recoles! Pior que pior. - -—Pos no hay otro remedio pa curar los tus males, y con él he de -curátelos, Pedro Juan, por éstas que son cruces, si no los curas tú -bien aína por tí mesmo. Y dejemos esto aquí, como el acero en su vaina, -y vamos al otro particular. ¿Qué te dijo... ese hombre? - -—¡Mal rayo le parta! - -—¿Eso te dijo? - -—Lo digo yo, padre, porque así mesmo lo deseo. - -—Mal deseao, Pedro Juan. - -—¡Es un retuno desalmao! - -—Anque lo sea: no se puede desear mal á naide, por mucho que lo -merezca... como ese. - -—Pos le daremos confites si no, ¡recoles! ¿Le paece? - -—Tampoco, Pedro Juan; que es tan malo no llegar como pasarse... y vamos -al punto. ¿Qué te dijo... ese hombre? - -—Pos ese hombre me pagó el regalo, ajustándome la cuenta de lo pescao -esta tarde en la ré, á peseta la libra. - -—Media hora hace, Pedro Juan, que vino á comprarlo en junto la -_Bisoja_, y á tres reales se lo dí, grande con chico. ¿Y qué montante -sacaba él? - -—Tres duros justos, á ojo de quince libras que él amontonó porque le -dió la gana. - -—Á tener que pagarlo de su bolsa, ya hobiera corrío menos el peso. -Trece libras y media resultaron, que valieron cuarenta reales y medio. -Y ¿pa qué te ajustaba esa cuenta, Pedro Juan? - -—Pos ¿pa qué había de ser, coles? Pa llamase á la parte. - -—¡Alma de Satanincas! Por mucho ruego, pude sacar á la Bisoja tres -pesetas de presente. Dios sabe cuándo veremos lo restante, aunque quedó -en traelo mañana antes de la otra ré. Y tú ¿qué le dijistes? - -—Se las canté claras. Sólo que hubiera querío yo cantáselas á guantás, -mejor que con la lengua. - -—No te diré que no lo mereciera bien; pero, por sí ó por no, Pedro -Juan, nunca te dejes llevar de súpitos cuando con él te veas. - -—¡Ésta es más gorda, coles! - -—Será lo que te paezca; pero así están las cosas, y así hay que -tomarlas: á contrapelo. Ya lo sabes tú tan bien como yo. Lo que importa -es no olvidarlo, porque en manos de ese hombre está el poco pan que -tú y yo comemos. Por güenas ó malas artes, suyo es hasta el aire que -alendamos aquí... y un pico más que mediano, que es la espina, Pedro -Juan, la espina que nos ajuega. Á lo otro, ya estaba uno avezao; y con -darle media cogecha al cabo de cada año, pagos y finiquitos juéramos, -y en paz con el dimoño. ¡Pero esa espina!... Verás tú la cuenta: -cuarenta duros jueron los emprestaos por él cuatro años hace; no ha -pasao dende estonces una mala peseta de su mano á la mía; nusotros -le damos cada año un güen qué de la ganancia de la pesca, y con too -y con ello sube la trampa á más de sesenta duros á la hora presente, -dispués de pagao por parte el total de rentas y aparcerías, por -tierras, casa, embarcaciones y ganao. ¿Cómo puede ser esto, hombre de -Dios? Loco me güelvo pa aclararlo; y él, con decirme que es motivao al -réito y enseñame un papelón escripío de números y encareceme mucho esos -favores, firmo el recibo que me pone por delante, ¡y arriba siempre la -marea! Y conoce, Juan Pedro, que te roban, ¡y aguántate sin resollar -palabra, por temor de que no te dejen de la noche á la mañana á las -temperies de Dios, sin otro amparo que lo puesto!,.. ¿Te paece, Pedro -Juan, que con estos caudales se puede echar roncas á... bribones como -ese?... Hoy salió tal cual ayuda de la ré; en la de mañana y en la -otra, sabe Dios lo que saldrá. Si el tiempo sigue al nordeste, iremos á -la mar con la barquía, á la mojarra y á los durdos, de día ú de noche, -según tercien otros trabajos; algo dará en su tiempo la ostra; y en -las noches que se pueda salir de la barra en la otoñá, al anguilo otra -vez ¡y quiera Dios que con mejor suerte que en esta última campaña de -primavera!... Pos iremos comiendo de ello, hasta la cogecha del maíz, -sin que se nos vaya la mano; y el sobrante, al pozo de ese hombre sin -calo, pa que suba otro poco la marea de la trampa... Esto bien lo sabe -él. Pos ¿á qué te va con esas cuentas, como si aquí las tuviéramos -olvidás ó nos diéramos á la bribia, y no hubiera caído en sus manos -lo que jué mío, por desgracias que Dios dispuso y trampas que me jué -armando Satanás? - -—¡Hay que matar eso, padre! - -—¿Cuál, hijo? - -—Esa trampa. - -—¿Con qué? - -—Con el ganao que sea nuestro: ya se lo he dicho más veces. - -—¡Si no alcanza, bobo! Tamién te tengo ajustá esta cuenta. Las dos -vacas son suyas; y en las dos novillas, no tenemos más que la metá: una -novilla, vamos. - -—Pos con esa novilla y lo que se le pueda arrimar de la pesca de too el -año... - -—La metá de la trampa; y ten por cierto, Pedro Juan, que si no la matas -de un golpe, tanto le entregues á cuenta de ella, tanto pierdes. - -—¿Por qué ha de ser eso, coles? - -—¿No te lo tengo bien dicho? Motivao al réito de lo que queda en pie. -Así lo arrojan los números que él hace. - -—Es que ese día ¡coles! iría yo á hacer la entrega; y mano á mano con -él, onde no me oyera naide... - -—Pior que pior, Pedro Juan. La mocedá es mala consejera: créeme á mí -que soy viejo y tengo bien conocío á ese hombre. Pa cada gustazo que tú -quisieras darte como ese que dices, tiene él veinte modos de echarnos -á perder. Bien que pensemos en arrancar la espina antes con antes, -y claro está que ha de ser con la ayuda de la novilla y lo que vaya -viniendo por onde Dios disponga; pero hoy por hoy, que no tenemos el -completo, el temporal en los prefundos y en la cara el güen celaje. Eso -vengo hiciendo yo, Pedro Juan, un año y otro. ¡Qué poco pensarán los -que me ven hecho unas tarrañuelas en la ría y en la mies, que tu padre -tiene pesaumbres que le roban el dormir más de cuatro veces!... Y ¿qué -quieres que te diga, hombre? Sobre que al cabo y al fin no ha de sacar -uno mejor zoquete llorando que riéndose, lo que uno se ría, aunque sea -de mala gana, eso saldrá ganando. - -—Va en genios. - -—Verdá es en parte; pero entra por mucho en ello la experencia de los -años. Y quédese esto así, por ahora; piensa en lo tratao endenantes -sobre el particular de Pilara, que es de más urgencia de lo que tú te -feguras; tapa esos tizones... y vámonos á la cama. - -Mucho atormentó al formalote y honrado Pedro Juan, en los primeros -ratos de insomnio, el recuerdo de las maldades del Berrugo con su -padre; pero aún le desveló mucho más el examen de su conflicto con -Pilara: entraba tanto en la pelea lo amargo como lo dulce; y así -sucedió que, lo mismo soñando que despierto, el Josco fué toda la noche -un huracán, tan pronto desatado en suspiros clamorosos y temblones, -como en bramidos desaforados que despertaban á su padre. Á la madrugada -siguiente, aún sentía la resaca de tan fiero temporal en los profundos -de su pecho. - -¡Y esa fué la ocasión elegida por Quilino para bajar á Las Pozas á -hombrearse con Pedro Juan! ¡De buena se libró el cascarrabias, con -volverse desde el portillo de la sierra! - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -VIII - -EL MÉDICO DON ELÍAS - - -La casa de don Elías era la anteúltima del barrio de la Iglesia por -aquel lado en cuya dirección iba él, y se llamaba _la casa de los -Médicos_, por ser la que habitaban todos los titulares del lugar. No -servía para otra cosa en un pueblo de labradores, por su relativa -pequeñez y aseñorada disposición, ni en el pueblo la había semejante -para cumplir los destinos que le habían valido el mote. Cuatro paredes -lisas, dos de ellas ciegas, con balcón y dos ventanas en la del Sur, -y otras dos ventanas en la del saliente; un tejado de dos aguas con -buhardilla y chimenea; la puerta de ingreso debajo del balcón, y -un huertuco arrimado á la pared del Este. Tal era por fuera. Por -dentro: la planta baja con el arranque de la escalera en el fondo; á -la izquierda un pesebre que en tiempos de don Elías sólo sirvió de -albergadero de gallinas, y lo restante para vestíbulo y leñera, sin -solución de continuidad. En el piso, una salita, que también servía -de comedor y, cuando caía una consulta, de despacho del médico; tres -alcobas y la cocina. En lo alto, un desván en el que no se podía andar -de pie; y paren ustedes de contar. - -Allí moraba don Elías con su mujer, tullida por el reúma y encamada -seis años hacía, y cuatro hijas mozas, con unos genios y unas -inquietudes que no cabrían en la sierra del lugar. No podía calcularse, -á ojo, la edad de ninguna de las cuatro: cada una de ellas parecía más -vieja que las otras tres; y todas juntas daban, de pronto, la idea -de un montón de orujo, resultante de una cosecha exprimida fuera de -sazón. No se me ocurre comparación más adecuada al aspecto y atavío de -aquellas cuatro mozas. Su padre andaría rayando con los sesenta años, -y llevaba trece de médico de Robleces. Á Robleces fué á parar desde -tierra de Campos, de donde era nativo; y se había casado en un pueblo -de la Rioja, cuyo partido sirvió apenas licenciado en su carrera. Allí -pasó dos años, y tuvo la primera hija; á los otros dos, la segunda -en la provincia de Burgos; y con los mismos intervalos, mes abajo, -mes arriba, la tercera en la provincia de Valladolid, y la cuarta en -la de Palencia; con lo que se deja comprender que no calentaba gran -cosa los partidos, en los primeros diez años de profesión, el médico -don Elías. Tampoco los calentó mucho más en lo sucesivo; pues si de -los primeros le arrojaban, ya su mala estrella, ya la ilusión de -conjurarla cambiando de postura, de los siguientes le fueron echando -las hijas á medida que crecían, y la madre de las hijas según iba -viéndolas casaderas, movidas una y otras del mismo impulso y de las -propias intenciones, siempre y en todas partes malogradas. De estos -fracasos era producto la costumbre de echar pestes aquellas mujeres -contra el lugarejo en que residían, al paso que suspiraban por los -que iban dejando atrás. Pero de ninguno renegaron y maldijeron tanto -como de Robleces, con sus heredades de borona, sus prados rozagantes, -sus cajigales frondosos, sus callejones embovedados de bardales, sus -brisas húmedas, su cielo nebuloso y sus aldeanos cantadores y en -pernetas, que les producían la nostalgia de las llanuras sin fin, del -suelo con rastrojos amarillos, del sol de la chicharra en un cielo -que se perdía de vista, y de las gentes que le resistían impasibles -y taciturnas, envueltas en paño negro, de los pies á la cabeza. Esto -era la hermosura, la abundancia y la vida; Robleces la tristeza, la -escasez y la muerte. ¡Ah! si su madre no estuviera como estaba tantos -años hacía, y por culpa de la indecente charca en que habían caído, -¡qué pronto la hubieran perdido de vista! ¡Allí se habían arruinado -ellas; allí habían consumido el caudal que trajeron de reserva, por -ahorros en otros partidos y restos de la _millonada_ que fué «de la -familia,» y desleales depositarios se comieron de la noche á la mañana! -En tal parte ganaba don Elías dos mil duros en metálico y trescientas -fanegas de trigo, sin contar el filón de las consultas que acudían -de seis leguas á la redonda; en tal otra aún ganaba mucho más, y en -cual otra, mucho más todavía; y en cualquiera de esas partes vestían -ellas de seda, y andaba la plata maciza tirada por los suelos de la -casa. Y todo, todo y otro tanto más, se había confundido en Robleces, -donde su madre estaba agonizando y ellas vestían percal, y de los ocho -prometidos á su padre por el ayuntamiento y los vecinos, no recaudaban -á veces la mitad. - -Y por esto, maldición va, improperio viene; y una pelotera con cada -vecina que entraba por aquellas puertas, lo mismo que si fuera verdad -lo de las grandezas pasadas y la millonada «de la familia,» y como -si los de Robleces se lo hubieran comido, y no hubieran gastado las -maldicientes el mismo pelaje que en Robleces en cada lugar de la tierra -que habían habitado. - -Pero lo verdaderamente curioso de esta manía, era que don Elías estaba -también contaminado de ella, y que en fuerza de oirlo y de soñarlo, -había concluído por creer á puño cerrado que antes de venir á Robleces -vestían de seda su mujer y sus hijas, andaba la plata tirada por los -suelos de la casa, y hubo «en la familia» una herencia de treinta -millones, de un indiano de Méjico, primo hermano de su padre, la cual -herencia, apenas empezada á repartir entre los parientes del difunto, -desapareció en la ruína fraudulenta de un banquero de Madrid, que la -tenía en depósito. - -Pero don Elías no injuriaba á nadie más que al banquero, ni pedía -cuentas á los vecinos de Robleces de los millones estafados ni de las -grandezas fenecidas: antes al contrario, hablaba de todo ello siempre -que podía traerlo á colación, y lo traía á cada instante, en tono -triste y lamentoso (en ocasiones lloraba); y con tal lujo de pormenores -lo refería, que el oyente más incrédulo vacilaba ya. ¿Y cómo tomar -por embustero á aquel hombre tan optimista en todo, tan placentero -y campechano, con aquella cara bonachona y aquel aire de _señor de -aldea_, pero de los limpios y bien hablados? Era preciso estar más -avezado á estudiar caracteres de lo que estaban los rústicos vecinos de -Robleces, para conocer de pronto todo lo que había de candor pueril, -de histerismo, de inexperiencia y de ignorancia, en el fondo de aquel -sujeto, cuya palabra era abundante y jamás mentirosa, si no hemos de -entender por mentira todo lo que se dice ajustado á lo que se cree y se -siente, aunque sea lo contrario de la verdad. - -En los momentos de sus grandes alucinaciones, hasta se olvidaba el -infeliz de que su vida profesional fuera de Robleces había sido -también una lucha incesante contra la mala suerte que le arrojaba en -los partidos más pobres; de las torturas en que ponía el ingenio para -inventar específicos ó acometer especulaciones con qué suplir lo que no -daba el partido para matar el hambre, nunca satisfecha, de su familia; -y de que había sido tan poco afortunado en sus invenciones científicas -y en sus empresas industriales, como en la lotería de los partidos -médicos. - -Pero pasaba la fiebre; y allí estaba don Elías tan campante, -husmeándolo todo y sabiéndose de memoria el lugar, de punta á cabo, por -dentro y por fuera, pescando al aire un indicio y trepando por él hasta -dar con lo cierto ó con lo que por tal se le antojaba; _previéndolo_ -todo... después de haber sucedido, y no asombrándose de nada; -haciendo misterio de las cosas más triviales; tragándose los mayores -absurdos si traían consigo conflictos y perturbaciones; creyendo en -_aparecidos_; conversando de estas cosas con sus enfermos más que de -la enfermedad, y devanándose los sesos para discurrir una industria -que le proporcionara un mediano sobresueldo. ¡Una industria! Á montones -las había capaces de producirle regatos de oro. Pero ¿cuál de ellas no -pedía otro de plata para romper á andar? Y ¿dónde tenía él esa plata? - -Sin ir más lejos, allí mismo, en Robleces, había una mina sabiéndola -explotar bien. ¡Cuántas indagaciones, cuántas horas de velar, cuántos -cálculos de pluma le había costado el convencerse de ello! Pero ¿qué -adelantaba con estar convencido, si le faltaba lo de siempre, el vil -puñado de monedas? Cierto que lo que no hay en casa, puede buscarse -en la ajena; pero esas pescas de dinero hay que hacerlas con cebo de -cosa que lo valga; y él, en realidad de verdad, ni lo tenía ni lo -había tenido en los días de su vida, y por eso ni en Robleces ni fuera -de Robleces había logrado plantear negocio que valiera dos cuartos. -También sobre esto había cavilado mucho en Robleces, y cavilando y -cavilando á medida que crecían las angustias de su hogar con la eterna -agonía de la médica, y llegando, por funesta casualidad, á faltarle -más de un tercio de la asignación anual por ahogos del municipio y -escaseces de los _asalariados_, tales fueron las de su casa, que se -resolvió á llamar á las puertas de la única en que había lo que él -necesitaba, casi seguro de que no habían de dárselo. Pero como él -decía: «el no, conmigo le llevo; y menos que esto no he de sacar;» -y, por último, «yo me ahogo, _él_ es un clavo, y al clavo me agarro, -aunque me abrase.» - -Con estos alientos en el ánimo, recién hechos, como quien dice, -caminaba don Elías aquella noche en que le conoció el lector, hacia -su casa, después de terminada su visita, temiendo hallar á la puerta -alguna nueva _llamada_, y con dudas muy fundadas de no tener qué cenar. - -No hubo _llamada_ esperándole á la puerta; pero sí grandes señales -de haber arriba tiberio gordo. Esto no le apuró maldita la cosa, -por ser lo diario y corriente en su casa. Empujó la puerta que -estaba arrimada, encendió una cerilla y subió al piso. En el cual se -halló á la vallisoletana tirando de la greña á la burgalesa, y á la -riojana enredada á denuestos con la palentina, mientras de la alcoba -inmediata (porque esto ocurría en la salita) salían, como del fondo -de un sepulcro, los ayes angustiosos de la médica. Por el suelo había -chancletas esparcidas, y se mascaba el polvo del ambiente. - -No se cansó don Elías en preguntar el por qué de aquella pelamesa, ni -tampoco en el intento de conjurarla. Dejó que se acabara ella sola, -y entró en la alcoba de su mujer para hacerla maquinalmente las -preguntas de costumbre y oir los quejidos y lamentaciones de todos los -días. - -Cuando notó que había cesado lo de afuera volvió á la salita, que no -tenía más luz que la que le tocaba de un cabo de vela que ardía muy -escondido á la puerta de la alcoba. Preguntó si había qué cenar; y -como quisieran las mujeres hacerle juez en la querella mal apaciguada, -ocultóse otra vez junto á la enferma sin responder á su pregunta ni -desplegar sus labios. Al fin, sobre una mesita de pino que había en la -sala, fueron poniendo sus hijas, con airados ademanes y mucho golpeteo, -un perol de sopas de ajo, media torta de pan, un huevo pasado por agua, -un pedazo de queso duro y un cortadillo de vino tinto. Salió don Elías; -cenaron todos de aquello, menos del huevo, que, como el vino, se le -sorbió el médico solo; y después de dar el último caldo á la enferma, -fueron los sanos á recogerse, no sé cómo ni dónde, porque eran otros -tantos misterios impenetrables las alcobas de aquella casa, en cuyas -«buenas camas» había que creer por lo que las ponderaba don Elías en -todas partes. - -Y vamos al caso, que ya es hora. - -Don Elías se esmeró en su equipaje al día siguiente más que lo -usual; es decir, se puso camisa limpia, la corbata de lunares y el -sombrero bueno; porque en cuanto á vestido, jamás tuvo otro que el -puesto, intachable, eso sí, de limpieza y buen caer, pues el hombre -era como los mismos oros y sabía llevar la ropa, que es un don como -otro cualquiera; se echó en el bolsillo más hondo de su gabán unos -papelotes; hizo apresuradamente la visita á los dos enfermos que tenía -en el barrio, dejando las restantes para la tarde; y á punto de las -diez de la mañana, estaba ya en el estragal de don Baltasar Gómez de la -Tejera llamando con el puño de su bastón en la media puerta cerrada. -Mandáronle desde arriba que subiera, y subió golpeando mucho los -peldaños y tosiendo recio, como quien pisa terreno conocido sin miedo -alguno y sin maldita la necesidad. - -Recibióle don Baltasar en mangas de camisa y con un horcón en la mano, -porque acababa de amparar con una laña bien clavada la punta que se -le resentía; y le dijo plantándosele delante y cortándole el saludo -comenzado: - -—Pues ¿quién desea morirse aquí sin que yo lo sepa? - -Don Elías sintió entonces que se le enfriaban mucho los ánimos; no -porque hubiera pescado la malicia del apóstrofe, que para esto no -era tan hábil como para armar torres y montañas sobre el dicho ó el -hecho más trivial que corriera por el pueblo, sino porque él llevaba -imaginado el _argumento_ de la visita, y en ese argumento no entraban -ni las palabras, ni el tono, ni el aire con que don Baltasar acababa -de saludarle... Á esto achacaba el buen don Elías su repentino -encogimiento; pero el verdadero motivo consistía en que el pobre médico -se pasaba de sencillo y tenía más valor para resistir su pobreza que -para pedir á un rico la limosna de su amparo; y á los temperamentos -así, todo ruido les suena á desaire y menosprecio. Fuera lo que fuese, -sucedió que don Elías, sombrero en mano y con el escaso valor que le -quedaba, respondió así á la pregunta del Berrugo: - -—Ni Dios lo permita, señor don Baltasar... Lo que hay es que _me -caminaba_ de la visita, ¿está usted? y pasando por delante de la -portalada, me dije: «¡vaya una temporada que hace que no he estado -yo en esta casa! Pues vamos adentro á saludar á esos señores... y -quizás del tiro hable yo al señor don Baltasar de un asunto que puede -importarle.» - -Don Baltasar se hizo el admirado de lo del asunto que podía importarle; -y mientras se resobaba la barbilla con la mano libre, exclamó: - -—¡Hola, hola! ¿Conque nada menos que eso? ¡Vea usted cómo, por donde -menos se piensa suele venir la fortuna! - -—No lo dije por tanto, señor don Baltasar; pero ya que estamos en -ello... valga poco ó valga mucho, hablándolo puede verse. - -—¿Y usted desea que hablemos de ese asunto? - -—Si usted me concede ese favor... - -—Yo, señor don Elías—dijo entonces el Berrugo andando hacia la sala, -después de haber echado por delante con un ademán expresivo al -médico,—siempre estoy dispuesto á conceder cuanto se me pida, no siendo -dinero; porque ese, para mí le quisiera yo. - -Esta advertencia fué otro jarro de agua para don Elías; el cual, sin -darse por entendido, dijo según iba andando y sin volver la cara: - -—¿Supongo que doña Inesita y _doña_ Romana seguirán tan buenas como -siempre? - -—¿Doña Inesita y doña... _quién_?—preguntó don Baltasar con una fuerza -de acento en el _quién_, que la sintió don Elías en los ríñones, lo -mismo que si por allí le hubiera atravesado el Berrugo con las puntas -del horcón. - -—La _señora_ Romana, quise decir—replicó en seguida el médico, -subiéndole fuego hasta las orejas;—sólo que como ella es tan... vamos, -tan digna... por su... - -En esto dió un horconazo en el suelo don Baltasar, y dijo á don Elías, -hallándose ya ambos en la sala y junto á las primeras sillas: - -—Aquí. - -El médico se dejó caer en una, como herido del rayo, y el Berrugo cogió -otra y se sentó enfrente de él sin soltar de las manos el horcón, -puntas arriba. Parecióle increíble; pero hubiera jurado don Elías que -lo que le iba poniendo nervioso era la visión incesante del trasto -aquél. - -Sentados ya los dos personajes, el de fuera se encontró sin ánimos -bastantes para exponer su demanda con el método y el arte que él había -ideado en sus repetidos ensayos, á fin de que el negocio resultara á la -luz y á la altura que pedía para que se viera como debía ser visto; y -comprendiendo que entrar con falta de alientos y sin pizca de serenidad -en una batalla, es lo mismo que perderla, acudió al recurso que nunca -le faltaba para enardecerse un poco: á traer á la memoria aquellos -treinta millones heredados por «la familia,» y aquellos tiempos en que -las mujeres de la suya vestían seda, y andaba la plata maciza tirada -por los suelos de la casa. Y, efectivamente, lanzar sus recuerdos á -orearse en el florido campo de aquellas magnificencias, y comenzar -el hombre á trasudar, á revolverse en la silla, á echar lumbre por -los ojos y á redoblar en el suelo con la contera del bastón, fué todo -uno. Ya estaba en lo firme; ya no se le daba una higa por la cara -mordaz del Berrugo ni por el horcón que tenía entre manos. Expondría -su pretensión; se reiría de ella el avaro ó no se reiría: lo mismo le -daba: él habría desarrollado en toda su pompa el cuadro de sus pasadas -grandezas; el grosero jándalo le habría visto, deslumbrándose; y, -cuando menos, siempre quedaría patente el derecho que tenía un hombre -que fué tan poderoso, á pedir en días de decadencia el auxilio de un -patán afortunado. Atrincherado de tal suerte, don Elías rompió el -fuego en estos términos, después de pasarse el pañuelo por la frente -enardecida y sudorosa: - -—Cuando se perdieron en la quiebra del Marqués aquellos treinta -millones de la familia... - -—¿Cuántos millones?—preguntó socarronamente don Baltasar, bamboleando -un poco el cuerpo medio colgado con las manos del mango del horcón. - -—Treinta, más que menos,—respondió hasta con altivez don Elías, después -de carraspear y de estremecerse un poco. - -—Preguntábalo porque me pareció haberle oído á usted en otra ocasión -que los millones esos no eran tantos. - -—Treinta han sido siempre: créalo usted—repuso don Elías con el más -admirable de los aplomos.—Los estoy viendo á cada hora, lo mismo que -si los tuviera en la mano, en onzas de oro... Porque así vinieron de -América, señor don Baltasar, ¡en onzas de oro!... y en onzas de oro los -apandó aquella garduña de Madrid; y en onzas de oro comenzó á hacer -el reparto del caudal, recreándose ya en la zancadilla que nos tenía -armada. Toma tú tres, toma tú dos y medio, porque los negocios así y -los cambios de otra manera, á mi padre le engatusó por el pronto con la -miseria de veinticinco mil duros, á cuenta de los catorce millones que -le correspondían á él solo como principal heredero, por pariente más -cercano de mi difunto tío... Semanas van, meses vienen: el Marqués no -volvía á resollar; mi padre le escribía carta sobre carta; el hombre no -las contestaba... hasta que, amigo de Dios, un día... ¡zás! (aquí la -voz del médico comenzó á ser cavernosa, la mirada de loco y el ademán -melodramático), de golpe y porrazo, la noticia de que el banquero se -había presentado en quiebra con un pasivo de doscientos cincuenta -millones... de pesos fuertes... ¡Toda nuestra fortuna al suelo, de la -noche á la mañana!... ¡Aquel capitalazo, hecho polvo de repente, y la -familia rodando desde las mayores alturas del esplendor, hasta la pura -miseria! - -En aquellos momentos don Elías tenía los ojos arrasados en lágrimas. -Don Baltasar, que no podía oir hablar de millones sin sentir la -nostalgia de ellos, olvidado por un instante de que trataba con un -iluso, ó no queriendo, ni en broma, transigir con la impunidad de -tamaños delitos, preguntó con una seriedad y un interés dignos de su -interlocutor: - -—Pero, hombre, y esos tribunales de justicia ¿no valen para nada? - -En seguida conoció don Elías que el sujeto aquél estaba agarrado por el -interés conmovedor de la historia. Enternecióle esto mucho más, lanzó -dos sollozos y respondió, corriéndole las lágrimas por la faz abajo: - -—¿Y qué tribunal se atreve, señor don Baltasar, con un hombre que -quiebra de ese modo? ¿Qué juez ni qué emperador le mete mano?... Mi -padre pensaba como usted... ¡Ojalá no hubiera pensado tal! pues por -sostener sus derechos, dejó en manos de la justicia los veinticinco mil -duros que había recibido á cuenta, y cerca de otros tantos que eran de -su patrimonio. (Aquí una pausa con puchero.) Por lo demás, bien se sabe -quién le hizo la puerta de escape al ladrón, y cuánto costó hacerla; -qué personaje tomó cinco, y qué otro recibió diez; y se pasmaría usted -si yo le dijera hasta qué alturas llegaron esos caudales, y qué manos -se ensuciaron en ellos. (Otra pausa sin sollozo, pero con suspiro -hondo.) En fin, mejor es no hablar de estas cosas. (Exaltándose un -poco.) Pero le aseguro á usted que si á contar me pusiera, tendríamos -tela para lo que falta de año, y sin cerrar boca... El único consuelo -que nos ha quedado, si consuelo puede llamarse, es que el facineroso -no gozó mucho tiempo el fruto de su rapiña. Pasó á París de Francia, -donde estaba ya á buen recaudo lo nuestro y lo de otros infelices; -dióse allí á la orgía y al vicio sin freno, y acabó malamente, comido -de enfermedades viles y asquerosas... - -Fuera por haber caído ya de su burro, ó porque considerara bastante -castigado al ladrón con aquella clase de muerte, don Baltasar cortó -aquí el relato de don Elías con un horconazo en el suelo y estas -palabras imperiosas: - -—Al caso. - -—Vuelvo á él—respondió don Elías dócilmente, y aun muy satisfecho del -éxito de la primera parte de su empresa.—Cuando se perdieron en la -quiebra dicha aquellos treinta millones de la familia... - -—¿Otra vez? - -—Es para mejor empalme del relato, señor don Baltasar... Digo que -cuando se perdieron aquellos treinta millones de la familia, me hallaba -yo á pique de finar la carrera, carrera que yo estudiaba de puro -lujo desde que se supo en España la muerte de mi tío en Méjico y la -atrocidad de caudal que nos dejaba. Fortuna que no me cegó la pompa, y -que, contra lo que mi padre quería, seguí dándole firme á los libros, -por un por si acaso. ¡Bien pronto llegó, señor don Baltasar! Recibí -el título amargado con las pesadumbres propias de nuestra desgracia; -salióme un partido en la Rioja... y á la Rioja me fuí de médico, -también contra el consejo de mi padre, que quería dejarme en Madrid á -la sombra de los grandes y poderosos amigos que tenía por allá, y bien -seguro de hacerme facultativo de viso y nota en poco tiempo... Caí en -gracia en el partido y gané un dineral en él. Caséme allí y puse á la -médica en el rango que la correspondía. Tuve una hija que se envolvió -en bien finos pañales; solicitáronme luégo con gran empeño desde -Zamarrillas, uno de los mejores partidos de la provincia de Valladolid, -y fuíme allá. Me pagaban de lo bien, y yo sacaba más de otro tanto por -fuera de mi obligación. También dejé esta mina por otra, y la otra por -la de más allá; y así, señor don Baltasar, aumentándoseme las hijas y -los haberes según cambiaba de lugares, mi casa parecía un platal, y la -familia relumbraba de nutrida y bien puesta. ¡Tonto de mí que tanto -trabajé para que no se colocaran las cuatro chicas con las brillantes -proporciones, que las perseguían por donde quiera que andaban!... ¡Ya -se ve: todo me parecía poco para ellas! Otro gallo las cantara... y -también á su padre, desde que vino la negra para todos. Y la negra fué -que la suerte se cansó de ampararme en cuanto bajé de Castilla y entré -en este pueblo con mis cinco carros de equipaje; porque no traje menos, -como fué público y notorio... Se acabó el sobresueldo, porque chismes -y malos quereres lo prepararon así; y hubo que comer de lo ahorrado; -y ¡allá van las onzas de reserva! ¡y allá los cubiertos de plata por -docenas!... ¡y allá las sobrecamas de seda fina!... - -—Pero, señor don Elías—dijo aquí don Baltasar que, colgado como siempre -del horcón no apartaba los ojos de los del médico:—paso lo de los cinco -carros de equipaje, porque no los ví, y paso lo de las minas que iba -dejando usted atrás, porque me basta que usted lo afirme; pero tantas -onzas de oro y tantas colchas de seda y tantos cubiertos de plata -echados á la calle para jamar de ello desde que vino usted á Robleces, -antójaseme demasiado apetito ó muy mala administración. - -—Le canto á usted el Evangelio, señor don Baltasar—respondió el médico -sin detenerse delante del reparo.—Esto se prueba al aire y cuando se -quiera, porque es de las cuentas que se sacan por los dedos... ¿Usted -sabe lo que ha consumido solamente la médica en los años que se lleva -metida en la cama, y antes de meterse en ella, de estos baños á los -otros y de estas aguas á las de más allá? - -Don Baltasar, que después de hechas las observaciones que le valieron -esta réplica, había reclinado la frente sobre las manos con que -empuñaba el horcón, la alzó de pronto; y dando otro horconazo en el -suelo, volvió á decir á don Elías, en el mismo tono imperioso de la -otra vez: - -—¡Al caso! - -—Iba á tratar de él en este instante, señor don Baltasar—replicó don -Elías acudiendo presuroso á la advertencia.—El caso es—continuó,—que -desde que estoy en Robleces, me despistojo y me aso, y atormento el -magín para buscar una industria que me ayude á salir avante con la -carga que tengo sobre mí; que todo cuanto he discurrido me ha fallado; -que las cosas se van poniendo en mi casa de modo que ya no dan espera, -y que estoy resuelto á probar el último recurso, para llevar á cabo mi -idea, que no puede mentir, según yo la tengo pesada y medida. - -El Berrugo había vuelto á reclinar la cabeza sobre las manos; y don -Elías, muy satisfecho de ello, hizo un alto en su discurso, como para -adquirir nuevos alientos. Después continuó así, para aplazar otro poco -la verdadera entrada ea el asunto. - -—Lo cierto es, señor don Baltasar, que mi situación tiene bien poco -de envidiable. Cuento ya sesenta años, y llevo treinta y cinco de -médico de partido, sin un solo día de descanso, sin una sola noche de -dormir con tranquilidad... No tengo un vicio de que arrepentirme... -¡ni siquiera fumo!... Como lo que me dan; á veces... nada, porque no -lo hay... Gano una miseria, y esa mal cobrada; me debe este vecindario -más del tercio de mis sueldos desde que vine... ¡Lo juro por Dios que -me oye! Reclamo las deudas, y casi se ríen de mí los deudores; porque -lo que se niega al médico no se toma á pecado. Ya se ve, ¡gasta levita! -¡Si ellos supieran que no hay maldición que pese tanto como la levita -de los pobres!... Pero si no me paga el concejo, tengo consultas, -apelaciones... Es verdad: de higos á brevas llega á mi casa un enfermo -de algún lugarejo de los más cercanos (cuando no le vuelven desde el -camino con calumniosos informes los que aquí no me quieren bien); me -entretiene hora y media para explicarme mal lo que le duele; gasto -yo cerca de otro tanto en decirle lo que es y cómo debe curarse; le -pido al fin tres pesetas por mí trabajo; parécele mucho, y empieza á -llorarme desventuras; y por no perderlo todo, tengo que conformarme -con la mitad... cuando no me la queda á deber para no pagármela nunca. -Alguna que otra visita cae fuera de Robleces... Pues ande usted legua -y media á pata, porque nunca me dió el oficio para el lujo de una -caballería de las peores... ande usted legua y media así por montes -y barrancos, y otra legua y media de vuelta; sude usted los hígados -y eche la entraña por la boca, ó métase usted en el barro hasta los -corvejones y cálese de agua hasta los huesos, y tómese para regalo -del estómago y compostura de los zapatos que ha roto, ese medio duro -ó esas cuatro pesetas que le valió la salida... Esta es la verdad... -¡la triste verdad!... Y viva usted así, señor don Baltasar, con cinco -mujeres en casa, una de ellas tullida, y las otras... medio desnudas, -desesperadas y hambrientas, porque son las hijas del médico y no pueden -ir á ganar la comida sallando los maizales del vecino... No tengo -deudas, es cierto; pero falta saber si podría tenerlas aunque quisiera. -Al labriego más pobre no le niega nadie una peseta, porque, cuando -menos, tiene un azadón que lo vale; el médico no tiene nada, nada con -que responder, si no es la negra cruz de su levita... De esta manera -¡bueno está de considerar! la vida no es vida, la salud se quebranta... -el humor se ennegrece... falta muy á menudo la paz en la familia; y -á fuerza de ver uno pura tiniebla donde quiera que pone los ojos... -créame usted, señor don Baltasar, casi tengo por afortunados á los -pobres enfermos que acaban entre mis manos... - -También era triste, bien triste, la voz de don Elías cuando hablaba -así, y también acabó de hablar brotándole gruesas lágrimas de los -ojos; pero éstos no chispeaban ni aquélla era forzada y teatral como -la otra vez, por obra de un sacudimiento del organismo impresionado -pon una visión histérica. El último relato era la realidad, un pedazo -de la vida del relatante; y las lágrimas que lloraban sus ojos, venían -derecha y sosegadamente del fondo del corazón. Pero como esta vez no -se trataba de millones estafados, don Baltasar no se interesó poco ni -mucho en aquel triste capítulo de la historia del médico; lejos de -interesarse, y mucho más de conmoverse, alzó la cabeza que había tenido -apoyada sobre las manos, y manifestó sus impaciencias inclementes con -un nuevo horconazo en el suelo y estas palabras, bien duras de acento: - -—¡Al caso, don Elías, que me voy aburriendo y tengo que hacer! - -Y á echarse iba en él de golpe y porrazo don Elías, después de suspirar -muy hondo, cuando entró Inés en la sala para advertir á su padre que le -llamaban abajo, no sé para qué menesteres. - -—Pues ya hablaremos en mejor ocasión,—dijo don Elías dispuesto á -marcharse, después de haber saludado á Inés y al ver que don Baltasar -se levantaba de la silla. - -—De ninguna manera—respondió el Berrugo, obligando al médico á que -volviera á sentarse.—Tengo ya empeño en conocer esa mina que trae usted -entre cejas, y hoy mismo ha de ser, porque no respondo de hallarme con -tanta paciencia otro día. Acompáñale tú, Inés, que vuelvo pronto. - -Salió don Baltasar, quedóse el médico, y se sentó á su lado Inés con la -misma indolencia, el mismo ropaje y la propia traza con que la vimos la -noche antes entrar en la cocina y coger los peces por el rabo. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -IX - -LAS COSAS DE DON ELÍAS EL MÉDICO - - -Desde aquel instante, ya fué don Elías otro hombre; porque el médico -de Robleces tenía esa gran fortuna en medio de tantas desgracias: -un simple cambio de escena bastaba para dar nuevo colorido á sus -pensamientos. Á solas con Inés, ya no se acordaba de su padre ni de -los asuntos que con él acababa de tratar: otros cuidados muy distintos -comenzaron á devorarle y á consumirle. Hubiera dado una oreja por saber -de la boca misma de Inés si estaba ya bien enterada de los intentos con -que entraba en su casa Marcones el de Lumiacos, y si, caso de estarlo, -le habían parecido mal, como era de suponer. Había averiguado él estos -intentos con un lujo increíble de pesquisas, y hablando mucho de ellos -entre sus hijas, que se perecían por esas cosas, y en varias cocinas -del lugar y hasta en medio de la calle, de lo que fué testigo el -lector; y era muy natural que ardiera en deseos de inquirir lo que le -faltaba, y de beberlo en buena fuente, por el gustazo de correrlo en -seguida por el pueblo, sin olvidarse de bajar á Las Pozas en busca de -Pedro Juan, que era el último con quien había tratado del negocio de -Marcones, para decirle, como á todo el mundo: «Lo sé de su misma boca: -Inés no le traga por buenas; y antes será muerta que convencida.» - -Porque para el médico no tenía duda que Inés aborrecía á Marcones, si -Marcones la había descubierto tanto así de sus ambiciosos planes; y -menos lo dudaba cuanto más paraba los ojos en la hija de don Baltasar, -con su mirar tan dulce, con su estampa de princesa... y con un caudal -«tan atroz;» porque, á juicio de don Elías, «debía de ser atroz el -caudal de aquella chica, después de la barbaridad que había heredado de -sus abuelos de San Martín de la Barra.» - -Pero ¿por dónde le hincaba el diente al asunto? Cabalmente era hombre -que no servía para tanteos insidiosos: lo reconocía él mismo; le -acosaban demasiado las impaciencias, y en seguida se le iba la burra. - -Enfrascado en estos cálculos que le ponían nervioso, don Elías dejaba -pasar el tiempo sin dirigir una sola palabra á Inés, la cual se -extrañaba de aquella mudez en un hombre tan comunicativo y locuaz -de ordinario. Reparaba también la hija de don Baltasar en la avidez -cariñosa con que la contemplaba el médico, y en el desasosiego con que -se revolvía en la silla; y haciéndole suma gracia todas aquellas cosas -de don Elías, acabó por sonreirse sin apartar de él la mirada medio -escondida entre los párpados, contraídos por unos frunces muy monos. - -No sé si creía el médico de Robleces en el fluido magnético y en las -corrientes simpáticas, ni si había oído hablar de ello siquiera en -todos los días de su vida; pero lo que no tiene duda es que andando él -en lo más empeñado de sus hipótesis y escarbando con la imaginación en -los profundos de la mente de Inés, fué cuando ésta le sonrió; y tan -preocupado estaba el hombre y tan aferrado á su idea, que en aquella -sonrisa vió y oyó clara, clarísimamente, que le preguntaba Inés, así, -en estas terminantes palabras: - -—¿No es verdad, don Elías, que he hecho bien en negarme á eso? - -Con lo que el iluso acabó de dispararse, y respondió en voz firme, -acompañándose de un bastonazo en el suelo: - -—¡Sí, señora!... ¡admirablemente! ¡perfectísimamente! ¡Y le está muy -bien empleado al sin vergüenza!... ¡Y que vuelva por otra!... - -—¡Pero, don Elías!...—exclamó Inés sobresaltada con aquel estallido del -médico. - -Despertó éste de su pesadilla con la exclamación de Inés, y se deshizo -en excusas; pero sin arrepentirse de la «providencial» alucinación. - -—Perdone usted, Inesita—la dijo.—Tengo la desgracia de interesarme -demasiado por los negocios ajenos... pero también el don de leer claro -donde el más lince no ve jota... Es el temperamento, créalo usted. ¡Á -veces me arden allá dentro unas luces!... Y como sucede además que -tengo la costumbre de soñar recio... - -Y al mismo tiempo pensaba: - -—Ha sido una entrada como otra cualquiera; y me alegro, porque el golpe -dado está, y ya sabes á qué atenerte... como lo sé yo también por lo -que se te ha escapado... Al buen entendedor... - -En esto llegó á la sala don Baltasar con una rastrilla en la mano. -Levantóse Inés, salió, y ocupó su padre la silla que ella dejaba. - -—Vamos—dijo el Berrugo á don Elías,—á rematar en pocas palabras... en -pocas palabras he dicho, eso que dejamos pendiente. - -¡Ya estaba otra vez el médico boca abajo! ¡Ya era el hombre agobiado -por las desdichas, que iba á «echar un memorial» al poderoso para -pedirle un mendrugo de pan! ¡Ya le habían caído de repente encima del -alma toda la negrura y todo el peso de la realidad de su miseria! -Entristecióse de nuevo y volvió á encogerse. La fe que tenía en -la importancia de su proyecto, no alcanzaba á darle la más leve -esperanza de que el hebreo aquél aflojara la bolsa para ayudarle; el -ficticio valor que le prestaba el recuerdo candente de aquellos días -esplendorosos, acababa de gastarle, y no era cosa de volver á empezar -por allí, ni el Berrugo se lo hubiera consentido; y tan desalentado se -vió, que estuvo tentado á despedirse dejando las cosas como estaban. -Pero le arreó don Baltasar con una mirada de las suyas, y el hombre se -arrojó al asunto como pudo haberse tirado por el balcón de enfrente. - -—Pues, señor—dijo pasándose el pañuelo de yerbas por toda la cara y -luégo por el cogote y dándole después dos paseitos por encima de los -sesos,—el caso es el siguiente: un molino maquilero, de cuatro ruedas, -puede moler con desahogo seis fanegas al día, pico más ó menos... Me -parece que no peca de alegre la suposición. Estas seis fanegas cada -día, me dan al año, en números redondos, dos mil doscientas, ó séanse -ocho mil ochocientos celemines. Estos ocho mil ochocientos celemines, -me dan á mí de maquila ocho mil ochocientos maquileros; los cuales -ocho mil ochocientos maquileros, son lo mismo que quinientos cincuenta -celemines, ó doscientas veinticinco medias fanegas; doscientas -veinticinco medias fanegas, á duro cada media fanega, son lo mismo que -doscientos veinticinco duros, ó sean cuatro mil y quinientos reales... -Me parece que esto es pura matemática. - -Decíalo don Elías, porque le estaba poniendo en graves dudas el -intraducibie gesto con que le miraba su interlocutor. Para asegurarse -más de que iba por lo firme, sacó los papelotes del bolsillo, escogió -uno de ellos, dióle un vistazo y añadió á lo dicho poco antes: - -—Justo y cabal: cuatro mil y quinientos reales. Esto, por un lado... -Por otro: cuatro cerdos á cuarenta y cinco duros uno, grande con -mediano, son lo mismo que ciento ochenta duros, ó sean tres mil y -seiscientos reales; que añadidos á los cuatro mil y quinientos de -arriba, suman la cantidad redonda de ocho mil y cien reales... Pura -matemática también. - -Y se quedó mirando á don Baltasar, que no le dijo palabra ni dejó -tampoco de mirarle. Creyóle convencido el médico, le alentó mucho esto -porque aquel hombre era así, y exclamó, irguiéndose hasta con cierta -arrogancia: - -—Señor don Baltasar: con ocho mil reales (quito los ciento) y la -pobreza que me vale el partido, era yo el hombre más rico de la -cristiandad. - -—No lo dudo—dijo al fin don Baltasar con una parsimonia inconcebible -en él, aun suponiéndole capaz de divertirse con las cosas de don -Elías.—Pero siga usted con la cuenta galana. Ya tenemos lo que da el -molino: falta ver lo que toma. - -—Nada, señor don Baltasar, nada como quien dice: un molinero, que -con las propinas y su buen arte y un piquillo de surplús, que sale -de aquí y de allá, estará hecho un canónigo. Este retejo y aquella -reparación... ¡nada, señor don Baltasar, nada! eso y mucho más sale del -excedente de molienda que no consta en el presupuesto, y de ciertos -recursos que se irán desenvolviendo según el negocio vaya marchando. -Los cuatro cerdos: menos que nada: los compro lechazos, engordan con -las barreduras, se ponen en ocho meses que no caben por la puerta, y -los vendo á puja mayor, porque han de sacarme los ojos por ellos. Ya -sabe usted que no hay cerdo más solicitado que el cerdo de molino... - -—Corriente, señor don Elías, corriente... y siga usted con la cuenta -galana... Ya no nos falta más que tener molino. - -Desplegó el médico el papelón más grande de los que tenía entre -manos, lleno de dibujos toscos y de garabatos incomprensibles, y dijo -contoneándose en la silla: - -—El molino: aquí está el plano, con su escala y todo. No está puesto en -limpio, que eso ya lo haría, si fuese necesario, pincel más diestro que -el mío; pero está bien clara cada cosa... Llave en mano, no debe costar -un maravedí más de sesenta y dos mil reales... Aquí constan las razones. - -—Que estarán muy en su punto: corriente también. ¿Qué nos falta ahora, -señor don Elías? - -—Pues... buscar esos sesenta y dos mil reales. - -—Y ¿dónde están ellos? - -—¡Esa es la negra, señor don Baltasar! - -—Pues suponga usted que no es tan negra como parece, y que hay un -desesperado que los da... - -—Negocio concluído entonces. - -—Corriente: ¿y qué rebajamos de los ocho mil reales de producto, por -réditos de ese capital? - -—Ni un ochavo, señor don Baltasar... Esa miseria saldría del mismo -fondo que las otras: de acá y de allá, y del auge que fuera tomando el -negocio. - -—Corriente también. Y ¿con qué respondemos á su dueño de esa miseria -que nos presta para hacer el molino? - -—Con el molino mismo. - -—Es de razón. Pero un día se levanta ese hombre de mal temple, y se -llama á lo que es suyo. - -—Nos veríamos en ese caso, señor don Baltasar; nos veríamos. ¿No hay -más que llamarse á lo suyo así, de golpe y porrazo? Está previsto todo -en mis cálculos. Ese hombre me firmaría, ante todo, una cláusula de no -reclamar cosa alguna, fuera de los intereses, en un mínimum de treinta -años. En ese tiempo, con un poco de economía y el natural desahogo que -me fuera dando el incremento de la finca, iría yo matando la deuda sin -sentirlo. - -—Pues no he dicho nada, señor don Elías. Es usted más pájaro de lo que -yo pensaba en punto á estos particulares. ¿Y dónde plantamos el molino, -para ponernos al cabo de todo... si es que se puede saber? - -—El molino, señor don Baltasar (y en esta estriba la firmeza de mis -cálculos), se plantará donde no tengamos que temer ni las sequías -del verano, ni los aguaduchos del invierno: en el último canalizo de -acá, de la Arcillosa, según se la mira, á la mano izquierda: hay allí -anchura y fondo para un navío de tres puentes, con una angostura que se -salta de un brinco desde la sierra, y que está como puesta allí para -dar ingreso al molino. Lo demás ya lo sabe usted: viene la marea, abre -usted los saetines; ya está el agua en casa, cierra usted los saetines; -baja la marea, abre usted los saetines y empiezan los rodetes á danzar, -á razón de quince horas diarias; y así todo el año, como un reló, -con el agua represada en el canalizo, que me ahorra el mejor de los -camarados y la mejor de las presas, que son la ruína de los molinos; -porque amén de lo que cuestan de nueva planta, de aquí las refuerza -usted hoy, y de allá se quebrantan mañana, y es el no acabar en todo el -año de Dios; cosa que no ocurrirá en el mío, y por eso dije antes que -no hay para qué mentar como gasto las reparaciones que ocurran. ¿No es -una hermosura esto, don Baltasar, y no parece mentira que no haya dado -nadie hasta ahora en escarbar esa mina de oro? - -—En verdad que mentira parece, señor don Elías. Pero dígame y perdone: -¿qué es lo que tengo yo que hacer en esa mina, y por qué lado puede -interesarme á mí, como me dijo al principio? - -El médico estaba maravillado de la paciencia y la afabilidad con que -le atendía aquel hombre, cuyas despabiladeras eran proverbiales en -el lugar; y creyéndole en buen cuarto de hora, se aventuró á decirle -derechamente: - -—Con usted contaba yo para darle la preferencia en el anticipo de los -sesenta y dos mil reales, si el negocio no le desagrada, tal como se le -he expuesto. - -—Hombre—respondió el Berrugo apoyándose en la rastrilla como antes -se había apoyado en el horcón,—el negocio, para usted, me parece -morrocotudo, por mal que le salga, si llega á andar el molino. Pero me -dijo usted al principio que podía interesarme á mí tanto como á usted; -y hasta ahora, fuera de la cláusula de los treinta años como mínimum -del plazo para el préstamo, no veo cosa que me tiente mucho... - -—Ha de tener usted presente—repuso don Elías algo apurado por la -observación de don Baltasar,—que el cálculo está hecho á menores; que -se cuenta con la prosperidad del negocio, y que con ella y sin ella, á -ese capital nunca le faltaría una ganancia harto mejor que la que dan -aquí las tierrucas de la mies; ganancia que si pasa del uno y medio, me -dejo yo segar el gaznate. - -—También es verdad eso—dijo don Baltasar oscilando sobre la -rastrilla.—En fin, que es usted, señor don Elías, el mismo Satanás -para oliscar tesoros... Hombre—añadió levantando de pronto la cabeza -y mirando de hito en hito al médico,—y ya que salió la palabra: ¿qué -opina usted de los tesoros enterrados? ¿Cree usted que los hay y que -hay tantos como se dice? - -Lo mismo que si le hubieran restregado la piel con un manojo de -ortigas, se estremeció don Elías de repente al oir las preguntas del -Berrugo; y con los ojos encandilados y acentuando las palabras en el -suelo con la contera de su bastón, estalló así: - -—¡Yo creo, señor don Baltasar, en los tesoros ocultos, y creo que el -mundo está lleno de ellos, y creo que en España abundan más que en -ninguna parte! Yo no los he visto, soy franco; pero conozco muchas -gentes enriquecidas con ellos; y se me han referido y demostrado cosas -á ese respecto... y me han sucedido otras tan extraordinarias, que -dejarían turulato al hombre de menos tragaderas. Afirmo, pues, que hay -tesoros, ¡muchos tesoros ocultos!; que está sembrado de ellos el suelo -español... y que quizás el más rico de todos esos tesoros le tenemos -usted y yo á las mismas puertas de nuestra casa. - -—Supongo—dijo don Baltasar, tan colgado de la rastrilla y tan atento á -las declamaciones ardorosas del médico, que parecía estar empeñado en -partirse en dos con el ástil, de arriba abajo,—que no se referirá usted -ahora al molino de antes. - -—¡Qué molino ni qué cazuelas!—respondió don Elías con el más -despreciativo de los desdenes.—¡Para hacerle de diamantes habría con el -tesoro que yo digo! - -Y como don Elías levantara la voz á medida que se iba entusiasmando, -tapóle la boca con una manaza don Baltasar, y díjole recatándose, y muy -por lo bajo: - -—Hombre, si á usted le fuera lo mismo, podríamos continuar hablando de -eso en otra parte... ahí, en esa pieza que es mi cuarto. No es porque -yo dé importancia al asunto, sino porque no hay necesidad de que nadie -se entere y nos tome por locos. - -—Más loco será quien por locos nos tenga, señor don Baltasar,—respondió -don Elías, con grandes trazas de estarlo ya de remate, levantándose -de la silla, embolsándose los papelotes y disponiéndose á seguir á -su interlocutor, que, puesto de pie y con la rastrilla en la mano -izquierda, le señalaba con la derecha el cuarto que tenía la entrada -por una de las cabeceras del salón. - -Coláronse ambos allí, donde no había más que una cama, dos sillas, un -palanganero con sus avíos maltratados, una percha con poca ropa, y esa -vieja, y bastante roña por los suelos. - -Sentados nuevamente los dos personajes, era de ver lo que se había -crecido don Elías, de cuyos labios y actitudes atrevidas parecía estar -pendiente su interlocutor, como el zorro consabido de lo que soltara de -su pico el cuervo de la fábula. - -—¿Apostamos dos cuartos... ó lo que usted quiera—comenzó don Baltasar, -guiñando los ojuelos, con la barbilla en la palma de la mano izquierda, -el codo sobre el muslo y en la diestra la rastrilla, pinos arriba,—á -que sé yo qué tesoro es ese que usted supone tan cerquita de nuestra -casa? - -—¿Apostamos—respondió don Elías, imitando cuanto pudo la postura, el -gesto y hasta la voz de don Baltasar, y añadiendo por su cuenta una -sonrisilla entre nerviosa y truhanesca,—apostamos los sesenta y dos mil -reales del molino á que, aun suponiendo que sepa usted de qué tesoro -se trata, porque apenas hay quien no le conozca de nombre, ni usted ni -mortal viviente del globo terráqueo tiene las noticias que yo tengo de -él? - -—Pues si tantas noticias tiene usted de ese tesoro—dijo don Baltasar -ganando un punto á don Elías,—¿en qué consiste que no le ha echado ya -la zarpa? - -—No quiere decir tanto como eso lo que ya le he dicho á usted, señor -don Baltasar—replicó don Elías, tan valentón como antes.—Yo le he -dicho, y lo repito, que no hay sér viviente en el universo mundo que -tenga mejores noticias que las que yo tengo sobre el particular de -que tratamos. Podrán no ser estas noticias, sin dejar de valer lo que -valen, lo suficiente para poner la mano encima de la cosa oculta; -podrán ser más que sobradas para otra persona más firme que yo de -voluntad, más codiciosa é de mayores recursos, ó menos dispuesta á -tumbarse con la carga al primer tropiezo del camino; pero valgan ó -no valgan de la manera que digo, esas noticias que yo tengo, señor -don Baltasar, son de tal arte y adquiridas de tal modo, que al hombre -de más agallas le harían tiritar de asombro y le pondrían los pelos -de punta, como me los pusieron á mí... y se me ponen ahora con sólo -recordarlo... - -Y no exageraba don Elías: mientras hablaba así, le echaban lumbre los -ojos, y parecía que se le erizaban las barbas y los mechones grises de -la cabeza. - -—¡Pataratas!—exclamó entonces don Baltasar cambiando su postura por -otra muy desdeñosa; pero con intención visible de herir el flaco de don -Elías para que soltara el queso. - -—¿Pataratas?—repitió el desapercibido médico, no cabiéndole ya en la -silla y dispuesto á confundir al Berrugo con la prueba espeluznante de -lo que afirmaba. - -—Pataratas no más,—insistió el de la rastrilla, volviendo á colgarse -de ella con las dos manos y haciendo como que no daba un alfiler por -cuanto pudiera referirle el otro. - -—Pues vamos á verlo ahora mismo—concluyó don Elías, que casi se -desnudaba de pura desazón que le producía la desdeñosa incredulidad del -Berrugo.—Y entienda usted, señor don Baltasar, que esto que le voy á -referir lo sabremos en el mundo usted y yo solos... ¡Y ojalá sea más -activo, más perseverante y más afortunado que yo! - -—Amén—dijo el Berrugo.—Y ahora, vengan esos espantos; pero por lo más -derecho que usted pueda, porque se me van acabando los aguantes. - -Don Elías no esperó la segunda provocación del Berrugo. Le brotaban las -impaciencias por todas partes: por los ojos, en llamas; por los poros, -en sudor. Como que el bendito estaba en sus glorias entonces. ¡Qué -molino maquilero ya ni qué calabazas, ni qué se le daba á él por tener -la casa llena de desventuras y de miserias, ni porque el seminarista de -Lumiacos entrara en la casona de Robleces con estos propósitos ó con -las otras miras? Confundir á aquel hombre tan duro de pelar, y además -de confundirle, maravillarle: eso era lo que había que hacer en el -mundo, y eso podía hacerlo él, y lo iba á hacer en el acto. Tirando á -dar de ese modo, dijo así, saboreando las palabras y encareciéndolas -mucho: - -—Hará cosa de ocho meses, bajé á Las Pozas á visitar al Lebrato, que se -hallaba en cama desde la víspera. Tenía calentura y se quejaba de un -dolor al costado. Le dispuse lo que me pareció conveniente, y al otro -día ya le encontré sin novedad. Es duro el hombre ese y animoso como él -solo. Con todo y con ello, no le dejé que se levantara por entonces, -por temor de una recaída. Tomando pie de esto, y sobre si el que come -de su trabajo no puede ni debe cuidar de la salud como los que tienen -el riñón bien cubierto, hubimos de hablar largamente los dos; porque -el Lebrato, como usted sabe, es hombre verboso y muy entretenido, y á -mí me gusta oirle: tenía en aquella ocasión poco ó nada que hacer, y -le fuí dando cuerda. Puede que usted sepa también que ese sujeto tiene -la costumbre, cuando de riquezas se habla con él, de comparar las más -grandes con _los tesoros del Pirata_: el caso es que aquel día volvió -á sacar esos tesoros á cuento, como los ha sacado mil veces, y los -sacan á cada paso muchas gentes de este lugar y de otros de la Ribera. -Yo, que siempre lo he oído como quien oye llover y la he tomado en el -son que me lo cantaban, aquel día, séase por buscar un motivo más de -conversación, ó porque las cosas vinieron dispuestas así por decreto -misterioso, tuve la ocurrencia de preguntar al Lebrato qué tesoros eran -esos que tan á menudo oía nombrar desde que me hallaba en Robleces. -Entonces el preguntado me refirió lo que, por lo visto, es aquí versión -corriente... y será eso que usted dice saber, con mucha ponderación, lo -mismo que si supiera algo de fuste. - -—Ya se irá viendo, señor don fanfarrias, lo que usted sabe, y ello -nos dará el valor de lo que yo sé. Diga, diga por de pronto lo que le -refirió el Lebrato. - -—Nada en substancia, señor don Baltasar: que se sabe que en tiempos -que casi se pierden de vista, había un pirata por estos mares que -robaba hasta la saliva al sursuncorda; que como no tenía suelo en qué -poner el pie sin la seguridad de que no le colgaran, mientras se iba -redondeando á su gusto para campar por sus caudales donde quiera que -se presentara—porque en esto de respetarse al ladrón de tesoros, los -tiempos no han cambiado hasta la fecha cosa mayor,—escondía en un sitio -de esta costa lo que pirateaba más lejos ó más cerca de ella; que esto -acontecía en aquellas épocas en que venían de las Américas los barcos -abarrotados de onzas de oro y de perlas preciosas, y que á la caza de -estos barcos andaba el pirata día y noche, con buena fortuna; que -fuérase porque la mar se le tragara de por sí, ó porque se encontró con -lo que merecía donde menos se lo esperaba, desapareció de repente y -para _in sæcula_ de esta costa, dejando ocultos en ella los tesoros que -había robado; que si estos tesoros están en cueva más ó menos escondida -ó sepultados en tierra firme, no se sabe; pero que no hay quien dude -que están en esta costa y que darían, por su gran valor, para comprar -media España; y finalmente, que de esto no se duda, porque viene y -ha venido la historia de boca en boca y de padres á hijos hasta la -presente generación... Esto es, señor don Baltasar, lo que se sabe de -público... y lo mismo que sabe usted; porque usted no sabe de ella una -jota ni una tilde más. - -—Ni usted tampoco,—respondió resueltamente don Baltasar dando un -rastrillazo en las tablas. - -Sonrióse convulso don Elías, y dijo: - -—Ahora lo vamos á ver. - -Se enjugó el sudor de la cara nuevamente con su pañuelo de yerbas, y -continuó así, arrimando un poco más su silla á la del Berrugo: - -—Esta conversación la tuve yo al anochecer con el Lebrato; y cuando _me -caminaba_ hacia mi casa por el recuesto arriba, apenas distinguía la -senda más que por su blancura. Aquel día, señor don Baltasar, había -sido uno de los más negros para mí, por el estado de la médica agravado -por un encono repentino de sus humores, y el extremo en que nos tenían -acorralados á todos las escaseces del hogar, por dificultades en la -cobranza del tercio. Mala había sido la semana; pero aquel día fué, -como le he dicho, de lo peor. Declárolo así, porque bien pudiera haber -tenido ello parte en que yo diera tanta importancia como la que dí á -la historia del Lebrato. Ello fué que subí al barrio pensando mucho en -los tesoros enterrados ahí enfrente; que llegué á casa; que la casa -me pareció un camposanto con los muertos sin enterrar; que comparé -aquellas tristes miserias con las pompas del tesoro que yo llevaba en -la cabeza; que la comparanza me echó el alma por los suelos, y que -sin poderla levantar de allí y corriendo las horas entre los ayes -de la enferma y el vocingleo de las hijas, me fuí á la cama... sin -cenar bocado, porque no le había en casa, señor don Baltasar, ¿á qué -negarlo? Tampoco niego que me acosté con hambre: nunca había andado -más ni comido menos que aquel día. El hambre no es el mejor llamativo -del sueño; y con este gusanillo en el estómago y la cabeza abarrotada -de onzas de oro y de diamantes, de piratas ahorcados y de cuevas y -peñascos de la costa, el corazón me golpeaba allá dentro como un -desesperado, y la piel me escocía como si me la ortigaran. Tumba de -aquí y vira de allá, buscando posturas que siempre resultaban peores, -el tiempo pasaba y yo no me dormía; la médica dejó de quejarse, como -si se hubiera muerto; las hijas ya no chistaban; en el aire no se oía -un mosquito; el silencio era el de las sepulturas, y la obscuridad, -negra, negrísima, como yo no he visto otra en noche cerrada. Echéme, al -fin, boca arriba, y púseme á hacer castillos con el tesoro. Ya era yo -príncipe con carrozas, y andaban en mis palacios los jamones por los -suelos y los chorizos á patadas... cuando, amigo, se abre la puerta de -la alcoba... y entra por la abertura un rayo de luz que me envuelve -toda la cabeza... y detrás del rayo de luz... la mano seca; y detrás de -la mano seca... el cuerpo arrebujado en la sábana de siempre y con la -cara al descubierto. - -—¿El cuerpo de quién, hombre de Dios?—preguntó don Baltasar que se iba -poniendo algo nervioso, quizá más que por oir á don Elías, por verle. - -—¡El de mi hermana Dorotea!—respondió el médico, entre crispaturas de -sus nervios. - -—¿Y qué hermana es esa, que yo no conozco? - -—Una hermana, señor don Baltasar, que iba para santa, si es que no lo -era ya; que adoraba en mí, y se nos murió de la noche á la mañana, en -la flor de su hermosura, durante aquellos disgustos con motivo de la -pérdida de los treinta millones de la familia... - -—Enterado, enterado y siga usted adelante,—dijo aquí el Berrugo -cortando la palabra al médico, con lengua, con manos y con ojos, y -hasta con la rastrilla, temeroso de que volviera á echarse con la -histeria por aquellos derroteros. - -—Una hermana que se me aparece muy á menudo, no solamente en la -obscuridad de la noche, sino á la misma luz del día y cuando menos lo -pienso, como vaya solo por el monte ó por alguno de estos callejos -hondos. Siempre se me aparece envuelta en la misma sábana, y de noche -nunca le falta la linterna. Las más de las veces se contenta con -mirarme; y cuando me dice algo, nunca es cosa mayor. Yo tampoco la digo -nada, porque no lo creo puesto en razón, vista su conducta conmigo. -Señas son las que me hace, ¡mucha seña! hasta que se va disolviendo -poco á poco, como el humo con el viento. - -Mucho era ya lo que sudaba don Elías, y muy estrecha le venía la ropa, -á juzgar por los esfuerzos espasmódicos que hacía debajo de ella. Se -detuvo unos instantes en su relato; volvió á limpiarse la cara con el -pañuelo; y con los alientos cobrados, continuó hablando así: - -—En la noche que yo digo, se me acercó mandándome por señas que me -tragara hasta los suspiros. Se aproximó hasta el borde de la cama. Yo -nunca la había tenido tan cerca, y empecé á dar diente con diente; -porque con la luz de aquella linterna, tras de cegarme los ojos, -parecía caldearme la sesera. «¡Levántate!» me dijo; y yo, como si la -voz fuera cordel que tirara de mí, levantéme y traté de vestirme. -«¡Vente como estás!» me ordenó. Preguntéla entonces con los ojos, -porque con la palabra no podía, que adónde y para qué. Me comprendió -y me dijo: «Adonde yo te lleve.» Púsose en marcha, y yo la seguí, tal -como estaba: descalzo y en ropas menores. La noche era de las frías -de noviembre; pero yo no reparé en tan poca cosa. Las puertas se iban -abriendo sin ruido delante de la fantasma, y yo la seguía paso por -paso; y así salimos de la alcoba... y atravesamos la sala... y pasamos -el carrejo... y bajamos la escalera... y nos encontramos en la calle. -Entonces tomó la visión, por arrimadito á la setura de mi huerto, el -camino de la llosa Grande, y yo me fuí detrás, sin mojarme los pies en -las pozas de la calleja, que era lo que más me asombraba. Llegamos á -la llosa; se puso la fantasma al asomo mismo de la ladera de hacia la -ría... y me llamó... Acerquéme y me dijo: «Vas á ver ahora el camino -por donde se va á eso que te estaba quitando el sueño.» Lo decía por el -tesoro: no podía ser por otra cosa. - -Al llegar á este punto el relato, el Berrugo tenía los ojos clavados -en los fulgurantes de don Elías, la boca entreabierta y el cuerpo muy -arrimado al mango de la rastrilla. - -—Y ¿qué sucedió entonces?—preguntó al médico, pareciéndole muy larga -la pausa que había hecho el narrador para enjugarse otra vez la cara y -dominar un poco las emociones que le tenían trémulo y erizado. - -—Sucedió—dijo en seguida,—que la fantasma extendió el brazo hacia -adelante, con la linterna en la mano; que el chorro de luz, que -salía derecho... derecho, de ella, se fué alargando... alargando... -alargando, y atravesó las praderas de abajo... después los -camberones... después la sierra calva; y entró en la Ribera, y la -atravesó también á lo ancho... y llegó á los coteros de la otra banda -por donde se mete la ría para salir á la mar... y avanzó por encima -del más chico... y trepó por el que le sigue... hasta encaramarse en -el mismo lomo de la costa... Si avanzó más allá, yo no lo pude saber, -porque la tierra se acaba allí, y el rayo de luz se estrellaba en -el cielo que en aquel punto se junta con la tierra... ¡Y era lo más -asombroso de todo esto, que cuanto el chorro de luz iba tocando, se -veía tan claramente como puedo ver yo ahora las rayas de la palma de la -mano! ¡Así ví yo hasta los mismos peces de la ría! - -—¿De modo que vería usted lo que tanto deseaba?—dijo el Berrugo, no sé -si burlándose de don Elías ó queriendo aparentarlo. - -—De eso no ví pizca, señor don Baltasar, ni verlo debía; porque lo que -mi hermana me enseñaba, no era el tesoro, sino el camino por donde se -llega hasta él. - -—¡Valiente puñado son tres moscas! ¡Valiente real con ocho cuartos y -medio!—exclama entonces el Berrugo, visiblemente desencantado.—¡Y esos -eran los tantos y los cuántos que usted sabía? Pero, hombre, ¿no se le -ocurrió á usted siquiera averiguar un poco más?... - -—¡Vaya si se me ocurrió!—dijo el otro visionario.—¡Y bien de preguntas -y de ruegos hice á la fantasma! Pero ¡que si quieres! Se calló como -una muerta; dióse la vuelta hacia acá; mandóme que la siguiera; y -siguiéndola, me llevó hasta mi casa por el mismo camino y del propio -modo que me había sacado de ella; me acompañó hasta la alcoba, y en -cuanto me vió metido en la cama, apagó de un soplo la linterna... y -hasta hoy. - -—¡Pataratas, repito!—vociferó el Berrugo, dando otro rastrillazo en -el suelo.—Todo eso, con ser tan poco, es pura visión de un sueño con -hambre, que es la casta de sueños más visionarios que hay. - -—¡Le juro á usted que estaba tan despierto entonces como lo estamos -ahora los dos, y que alboreaba ya el día cuando logré trasponerme un -poco! - -—Y estando usted en la cuenta de que eso que le pasó aquella noche no -fué soñado, ¿cómo se explica que desde entonces acá no haya usted dado -paso alguno por ese camino que vió? - -—¿Y qué sabe usted si los he dado? - -—¡Qué ha de dar usted, san simplaina! ¡qué ha de dar usted! - -—¡Pues sí, señor, que los he dado! Sépase usted que aquel mismo día -por la tarde, con la disculpa de que iba á tomar la barca para pasar -á San Martín á visitar á un enfermo, seguí por toda la orilla de la -Ribera hasta llegar al punto en que empezó la luz á dar en los coteros -de allá; que seguí el camino que tenía yo bien marcado en la memoria, -aunque con los rodeos obligados por las curvas que hace allí la ría, -y que echando los pulmones por la boca, porque el viaje ese resulta -mucho más largo de lo que parece á la vista desde la llosa, me planté -en el mismo sitio en que se detuvo la luz. Allí me harté de registrar -con los ojos cuanto había al alcance de ellos... ¡y nada! Debajo y á -todo lo largo, á derecha é izquierda, un puro peñascal, casi á pico, -y un machaqueo de oleajes contra él, que metía miedo; cosa de un -cuarto de legua mar adentro, un islote muy grande y muy descarado... -y después las aguas sin fin. Rastreando bien el camino á la vuelta, -no ví más que sierra pelada... Días después, y viendo que mi hermana -no volvía á aparecérseme, consulté el caso con una adivina que llegó -á la puerta de mi casa pidiendo una limosna. Confirmó lo que me había -dicho la fantasma, pero no me añadió nada nuevo; antes al contrario, -me dió á entender que ese tesoro «no sería desenterrado por mí.» Esto -me desalentó mucho; y con ello y lo propenso que yo soy á echarme con -la cruz de mis pobrezas al primer tropezón, volvíme á mi molino, que -es bien hacedero si hallo ayuda, y hasta me olvidé del tesoro; pero -sin dejar de creer, como hoy creo con fe ciega, que el tesoro existe -de toda verdad, y que está escondido en el islote, ó en la costa, ó en -la sierra calva, dentro de la línea que marcó el chorro de luz; línea -que, si usted quiere, le señalaré yo desde la llosa y en el punto -mismo en que estuve con la fantasma. El que yo no me le lleve, no es -razón para que quiera privar de él á otro más afortunado... Esta es -la historia—añadió don Elías después de una corta pausa.—Y ahora, con -franqueza, señor don Baltasar: usted no sabía, sobre ese tesoro, ni la -mitad de lo que yo le he relatado. - -—¡Bah!—exclamó el Berrugo en ademán y tono despreciativos, levantándose -de la silla al mismo tiempo.—Como la ayuda que usted halle para labrar -su molino sea de tanta substancia como las noticias que usted da para -descubrir ese tesoro, ¡vaya unas maquiladas de hambre que va usted á -cosechar! - -—Y á propósito—dijo don Elías, levantándose también y mientras arrimaba -á la pared su correspondiente silla,—¿en qué quedamos de eso? - -—¿De qué? - -—De los sesenta y dos mil reales. - -—¿Los que había de anticiparle yo aceptando la preferencia que usted me -daba y las condiciones que me expuso? - -—Justo y cabal. - -Don Baltasar cogió á don Elías por un brazo, muy suavemente; y -encaminándose con él hacia la puerta, le dijo: - -—Le prometo á usted que han de ser para construir ese molino, los -primeros tres mil duros que yo desentierre con las noticias que usted -acaba de darme. - -—Estimando, señor don Baltasar,—contestó el bueno de don Elías, muy -resentido y no poco cortado con la cínica burla del sujeto aquél, que -le llevó casi en vilo hasta la puerta de la escalera, donde le despidió -con una palmadita en la espalda. - -En el estragal se detuvo el médico un instante para limpiarse el sudor -de la cara y del pescuezo, operación para la cual no le había dado -arriba don Baltasar el tiempo necesario; y es cosa averiguada que -mientras recorría con el pañuelo todos aquellos espacios ardorosos, -formulaba el resumen de las impresiones que había sacado de la visita, -en los siguientes términos: - -—Verdaderamente es un lechón ese hombre. - -Como es averiguado también que, al salir á la calleja, vió que por ella -iba alejándose cierta mujeruca muy chismosa con la que echaba él á -menudo largos párrafos; que se empeñó en alcanzarla, que hasta corrió -para conseguirlo, y que, después de detenerla y de ponerse cara á cara -los dos, la dijo con mucho misterio y jadeando: - -—¡Sépase usted que resultó lo que yo me pensaba!... ¡Inés no traga -á Marcones ni con jarabe!... ¡Lo sé de su misma boca!... ¡Me lo ha -confesado ella misma! - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -X - -POR DÓNDE FLAQUEABA EL BERRUGO - - -Con pensar como pensaba y creer lo que creía el Berrugo sobre el -_dogma_ de las minas de _oro puro_ y de los tesoros enterrados, había -llegado á viejo sin dar á la versión vaga y confusa acerca de los -del _Pirata_, mayor importancia que la que pudiera darle el aldeano -menos iluso de los contornos de la Ribera. Consideróla siempre como -«dichos de las gentes, á tontas y á locas;» y ocurriendo además que -estos dichos sonaban muy poco y muy de tarde en tarde, hasta llegó á -olvidarse de ellos. Las noticias sobre tesoros ocultos habían de ser -de otra casta muy diferente para que don Baltasar las diera crédito, y -de llegar á él muy de otro modo: con los mayores visos de formalidad -y con los requisitos que pedían «esas cosas tan serias;» en fin, por -el estilo de las dos que él llevaba recibidas hasta entonces: una de -Ceuta y otra de Santoña. ¡Aquéllas sí que eran noticias! En un enorme -cartapacio, la historia minuciosa del tesoro, acompañada del plano -del terreno. Buenos cuartos le habían costado, y aún estaba el fruto -sin recoger; pero el tiempo no envejece, y ya se vería el resultado á -la hora menos pensada. En último caso, y dando por supuesto que los -denunciantes hubieran fenecido en la empresa del desentierro, allí -estaban aquellos papeles que no podían mentir, con sus planos en toda -regla para guiarle á él, si quería desenterrarlos por sí mismo; y un -viaje al campo de Algeciras y otro á cierta cañada de los puertos del -Asón, no eran, en los actuales tiempos, hazañas del otro jueves. Por -de pronto, dos adivinas de la ciudad, con quienes había consultado sus -dudas en otras tantas ocasiones, le habían dicho que aguardara con fe -lo prometido por aquellos honrados sujetos de Ceuta y de Santoña; y con -la fe de un hebreo seguía aguardando, porque nunca fallaba la palabra -de una adivina, cuanto más la de dos. - -Un día, no mucho antes de conocerle el lector, fué á consultar á una -muy afamada de la villa próxima, sobre el paradero de un novillo que -se le había extraviado y no parecía por ninguna parte. La adivina -le dijo qué dirección había tomado el animal y en qué sitios debía -buscarle; y ya se disponía el crédulo á pagar á la prodigiosa mujer -la media peseta convenida por la consulta, cuando la tal, clavándole -los ojos muy encandilados y mostrándole la baraja con una carta medio -desprendida de ella, le dijo en voz de espectro embriagado: - -—¡Por su propia virtud se sale! ¡Señal es de que grandes cosas -barrunta, que le interesan á usté!... ¿Quiere conocerlas por otra media -peseta? - -—¡Vengan esas cosas!—respondió el Berrugo conmovido y temblando, no sé -si de miedo supersticioso, ó de ansiedades avarientas. - -Con este permiso, la adivina volvió á tender las cartas; y combinando -aquí y sumando allí, y murmurando ensalmos y conjuros; y ahora porque -sota, y luégo porque caballo; y volviendo á barajar, y tornando á sus -combinaciones; y porque si los oros abajo y si los bastos arriba, y -las espadas antes y las copas después, y espanto viene y espeluzno -va, llegó á decir al consultante estupefacto que había un tesoro más -rico que todos los tesoros juntos de la tierra, y muy cerquita de su -casa (de la casa del Berrugo), que le estaba destinado á él solo desde -tiempos de muy atrás, y que con la vista de sus ojos y desde su propio -tejado, podría alcanzar á ver el punto en que se escondía, si no se le -ocultaran «aguas al frente, tierras acá, peñas arriba y cantos debajo.» - -El hombre se crispó al oir estas revelaciones, y pidió con ansia otras -algo más precisas; pero la adivina le declaró que no podía darlas, -porque no era ella quien hablaba en su boca; ni decía palabra de más ni -de menos que lo que la mandaba quien sabía todas las cosas y la había -dado esa virtud, en cambio de la desgracia de no poder salir de pobre -con lo mismo que hacía ricos poderosos á los demás. - -El Berrugo se resignó; y después de pagar á la adivina, en monedas de -cobre, la peseta convenida por las dos consultas, y de mandarla repetir -las señas del sitio en que se ocultaba el tesoro, para grabarlas bien -en la memoria, volvióse á Robleces con el convencimiento de que ni el -tesoro prometido podía ser otro que el famoso del _Pirata_, ni el lugar -de su escondite estar en otra parte que en la costa, por el lado del -mar. - -Y sucedió luégo que pasaron unos cuantos días, y que pareció el novillo -en el sitio indicado por la adivina. ¡Otro palito á la hoguera en que -se abrasaba la credulidad ambiciosa del Berrugo! Acertando en lo uno -aquella mujer, ¿por qué había de equivocarse en lo otro, aun suponiendo -que fuera posible alguna vez que se equivocara una adivina? De -razonamientos como éste fué obra el recado que dió el Berrugo al Josco -para su padre, la noche en que conoció el lector á aquel personaje. -Al día siguiente, la visita del médico que no pisaba los suelos de -aquella casa años hacía; y en esa visita, la historia horripilante de -la _aparecida_ que enseña á su hermano, con la luz maravillosa de su -linterna, el camino por donde debía buscarse el tesoro; y las señas -de este camino resultan idénticas á las que se le habían dado á él -sin _haberlas pedido_; y á mayor abundamiento, una adivina pordiosera -que llama á las puertas de don Elías, le dice que el tesoro existe, -pero que no será para él; y el médico, con lo necesitado que está, se -conforma, olvida lo del tesoro, y consagra sus afanes á la locura de su -molino maquilero. En resumen, _se comprueba_ la existencia del tesoro -en sitio bien determinado, por dos adivinadoras y una _aparecida_. Una -de las adivinadoras, _sin que nadie se lo mande_, advierte al Berrugo -que el tesoro de que se trata está destinado para él; y la otra cae, -_como de milagro_, en casa de don Elías, y le declara que ese tesoro -no llegará jamás á sus manos, porque no le pertenece. ¿Qué quería -significar todo esto? ¿No eran bien elocuentes tantas y tan extrañas -coincidencias acumuladas en tan breve tiempo? ¿Cabía mayor claridad en -una revelación de aquella especie? ¡Ni las mismas de Santoña y de Ceuta -eran merecedoras de tanta fe! - -Aquella noche se hartó de rezar á Santa Rita, y al otro día encargó á -Inés que pusiera dos velas de á cuarterón en el altar de San Antonio. -En seguida mandó á buscar al Lebrato. - -Acudió Juan Pedro sin tardanza, y el Berrugo se encerró con él en su -cuarto. - -—No voy á pedirte dinero... por ahora,—le dijo, disimulando sus -impaciencias con aquel arte diabólico que él tenía para esas cosas. - -—Lo mesmo fuera—respondió el Lebrato tranquilizándose mucho con la -advertencia;—porque no hay en casa otros cuartos que los que se -hicieran de mí, si se empeñaba usté en ello. - -—No es para tanto, hombre; no es para tanto... _todavía_, aunque, en -uso de mi derecho, quisiera apretarte un poco para sacarte una hebra de -la tajada que me debes. Ahora, quiero decir, por el momento, se trata -de cosa muy distinta. - -—Pues usté dirá, señor don Baltasar. - -Y don Baltasar, después de rascarse el cogote y de soplarse las uñas -apiñadas, y de atrapar en el aire con la mano un mosquito que pasaba, -dijo: - -—Pues te digo, Juan Pedro, y no lo vas á creer, que toda mi vida he -tenido un hipo, y que no quisiera morirme sin el gusto de haberme -curado de él. - -—¿Y qué hipo es ese?—preguntó el Lebrato sin barruntar por dónde iban -las intenciones de aquel sujeto de los demonios. - -—¡Pásmate, hombre!—exclamó el Berrugo enseñando toda su negra y -desportillada dentadura, y cargándose del lado izquierdo sobre el rozón -cuya asta empuñaba con aquella mano:—el hipo de salir una vez siquiera -á la mar alta, y recrear un poco la vista desde allí. - -—¡Vaya con el hipo ese!—exclamó á su vez el Lebrato, muy satisfecho de -que el hipo de don Baltasar no hubiera resultado pulmonía para él. - -—¿Te parece raro, verdad? - -—Maldita la cosa, señor: nada más en su punto que ese deseo. - -—Pues verás—añadió el Berrugo manoseándose la barbilla mal afeitada:—yo -me dije en cuanto apuntó el verano: «Pues en éste ha de ser... y antes -con antes, para que no me suceda lo que en otros muchos, que por irlo -dejando para la semana que viene, nunca lo hice...» Y luégo pensé: -«Juan Pedro tiene barquía, y anda con ella por aquellas honduras como -yo por el corral de mi casa; el tiempo está seguro, la mar estará -como un plato... pues ahora ó nunca. Voy á decirle á Juan Pedro que -aborrezca medio día...» Y en eso estaba; y por eso fué el recado que te -mandé por Pedro Juan antes de anoche. - -—Puedo jurarle á usted que no me dió ninguno. - -—Es que le dije yo que no corría prisa, como era la verdad; pero, -amigo, hoy me he levantado de otro temple muy distinto... Conque -¿tienes la barquía bien dispuesta? - -—De la campaña del _anguilo_ está, que acabo de dar por finiquita; -conque hágase el cargo. - -—Me alegro. ¿Y la mar? - -—Como usté dijo: lo mesmo que un plato. - -—Pues entonces, Juan Pedro, cuanto más antes: mañana mismo... por la -mañana... ¿Te parece? - -—En hubiendo marea para subir la barquía por la Arcillosa, para mí toas -las horas son buenas, inclusen las de la noche... Conque... Aguárdese -y perdone: hoy pleamar de una; bajamar de siete... á las once, media -marea... Á esa hora, á las once, ya puede salir la barquía de onde está. - -—Pues á las once. Y ¿cuánto se tarda en llegar? - -—Contra corriente y dos remos solos... echemos hora y media. - -—Á las doce y media; y luégo allá otra hora... ¡Bah! todo será llevar -la pitanza y matar la gazuza en la barquía. - -—Si es que no echa usté antes el estógamo por la boca. - -—¿Suele suceder eso muy á menudo? - -—Á los que no están avezaos, siempre que se embarcan. - -—Allá veremos: en último resultado, saldré ganando la comida que ahorre. - -—Si no nos la partimos entre el hijo y yo. - -—¿Pues no pensáis llevar vosotros la vuestra?—preguntó aquí el Berrugo -con aire de asombro mezclado de disgusto. - -—Pensaba—respondió el Lebrato sin andarse en remilgos,—que, por esa -vez, comeríamos los tres de una misma puchera; pero si á usté le paece -mucho ese despilfarre... - -—¡Vaya que sois pegajosos como el mismo demonio! En fin, irá para los -tres, ya que te empeñas; y no hay más que hablar. Á las once menos -cuarto estaré mañana en tu casa. ¡Y silencio sobre estos particulares! - -El Lebrato se despidió y llegó á ella sin poder sospechar qué fines -podrían guiar al Berrugo en aquel paseo que intentaba, tan extraño á -sus conocidos gustos. - -Pedro Juan, cuando se enteró del caso, tampoco dió en el quid... ni lo -intentó siquiera; pero, en cambio, dijo á su padre, y fué todo lo que -habló: - -—¡Qué ocasión más güeña, coles! - -—¿Pa qué, Pedro Juan?—le preguntó el Lebrato. - -—Pa échale á fondo con un canto al pescuezo. - -Al otro día y á la hora calculada por el Lebrato, estaba la barquía -fuera de la barra, con don Baltasar á bordo. Todo ello junto no -abultaba tanto allí como un perdigón sobre una sábana extendida. - -—¡Cóspitis, qué grandísimo es esto mirado desde aquí!—exclamó el -Berrugo agarrado con las manos á ambos careles para aguantar los -balances del barquichuelo columpiado por las lentas ondulaciones de la -mar, aunque se perdía de vista reluciente y llana como un espejo.—Cien -veces lo ví desde arriba, y nunca lo creí tan ancho ni tan hondo... -Allí está la isla. ¡Parece una seta grande! Y ¿qué hay en ella, Juan -Pedro? - -—Un puro peñasco, como usté ve,—respondió el Lebrato. - -—¿Y por la parte de allá? - -—Lo mesmo que por la de acá: peñasco limpio. - -—¿Sin una mala gatera, hombre? - -—Le digo á usté que como por la banda de acá. - -—¿Y encima?... Parece que verdeguea algo. - -—Peñasco puro tamién: cuatro matucas de herbachos, y algún conejo que -otro. - -—¡Hola! ¡Conque conejos! ¿Da modo que estará eso lleno de cuevas? - -¡De qué manera tan extraña y original pronunciaba el Berrugo la palabra -_cuevas_! Parecía que se le llenaba la boca de monedas de oro y de -sartas de diamantes. - -—Alguna que otra minuca, á modo de madrigueras—respondió el -Lebrato.—Poco más de ná. - -—¿Tú has estado allí? - -—¡Horror de veces!... ¿Quiere usté que subamos ahora? - -—Si no hay más que eso que ver, no vale la pena. - -—No hay otra cosa... ¿Aónde quiere usté ir si no? - -—Por derecho hacia afuera, hasta que yo os mande parar. - -Bogaron los dos remeros en aquel sentido; y cuando llegó la barquía á -un punto desde el cual, mirando hacia atrás, podía verse una extensa -línea de costa á uno y á otro lado de la boca del puerto, el Berrugo -mandó parar la rema y se sentó de cara á la barra. - -—¡Mucho me gusta á mí contemplar esos peñascos!—dijo, devorando con los -ojos todo lo que veía de la costa.—Y paréceme que este lado de acá de -la entrada es más bajo que el otro. ¿No te parece á tí lo mismo, Juan -Pedro? - -—Eso bien á la vista está,—respondió el Lebrato. - -—¿Y cuál de estos dos lados os parece á vosotros más... más... vamos, -más desconcertadote y descuajaringado? - -—Allá se andan entrambos en ese particular—respondió el Lebrato,—y en -cá uno de ellos arman las rompientes buenos cañoneos cuando el caso -llega. Pero ¿á usté qué más le da que sean esas peñas más recias ó más -finas de barba, si usté no las ha de afeitar? - -—Pues ahí verás tú, hombre, cómo hay gustos para todo. Aquí me tienes -á mí que me alampo por recrear la vista en un peñascal hecho una -triguera... Y el caso es que no descubro yo cosa mayor de esa traza. - -—¿Cómo es eso de una triguera, don Baltasar? - -—Quiero yo decir... con muchos agujeros, hondos, ¡bien hondos! Así... - -Y barrenaba en el aire con las dos manos y con la cabeza, como si fuera -abriendo una mina con todo el cuerpo. - -—¿Cuevas querrá usté decir?—preguntóle el Lebrato. - -—Hombre, tanto como _cuevas_...—respondió el Berrugo, acentuando á su -modo esta palabra,—no diré... Pero, en fin, sean cuevas. Tampoco las -veo. - -—Pues crea usté que no faltan: sólo que hay que atracarse mucho para -verlas... Dende aquí puedo yo señalar una que paece la madre de toas. - -—¿Por qué? - -—Por lo grande. - -—¿Y hacia dónde está? - -—Cara á cara con la isla. - -—¡Con la isla! ¿Y es tan grande como tú dices? - -—Dicen que coge allá medio barrio de Las Pozas. - -Á todo esto, el Josco bostezaba de aburrimiento y de hambre, y el -condenado Berrugo ni se mareaba ni se acordaba de comer. El Lebrato se -pasaba muy á menudo la lengua por los labios y miraba al cesto en que -iban las provisiones. Y como el tiempo corría sin que allí se hiciera -cosa de provecho, atrevióse á decir á don Baltasar después de responder -á su última pregunta: - -—Paéceme que podíamos aprovechar esta parada pa... tomar ese bocao. - -—¿Tanta gazuza tenéis, hambrones?—dijo el Berrugo muy contrariado con -la observación.—Yo dejaba la comida para cuando estuviéramos adentro de -la barra, y así ha de ser... pero antes quisiera dar un vistazo, desde -abajo, á esa cuevona que tanto me has ponderado... - -—¡Coles!—dijo aquí el Josco con una sacudida sobre el banco, que hizo -tumbar de una banda á la barquía.—¡Si hay más de media hora de rema! - -—¿Y qué vale eso para vosotros?—repuso don Baltasar en son de -chunga.—¡Hala para allá; y con eso comeremos luégo con mejor apetito! - -Viró la barquía y se puso en el rumbo indicado por el Berrugo, entre -las maldiciones que le iban echando mentalmente el Lebrato y á media -voz Pedro Juan. - -—Pues, hombre—decía el condenado hijo del difunto Megañas, siempre -agarrado á los careles del barquichuelo, que en ocasiones se hundía -dulcemente, como si le chuparan desde el fondo de la mar,—si no es para -recrearse uno en estas cosas, ¿á qué se viene aquí una sola vez en toda -la vida? - -—Es una fantesía, vamos—dijo el Lebrato haciendo de tripas corazón;—y -por otra pior le pudo dar. - -—Justo, una fantasía... Tú lo has dicho, Juan Pedro: una fantasía como -otra cualquiera. ¿No la tiene el cura en venirse con vosotros cada -lunes y cada martes, unas veces de día y otras de noche cerrada, por el -gustazo de dar un tiento á las mojarras ó al anguilo? - -—¡Y que la tiene bien puesta el señor don Alejo, y que lo entiende de -verdá, y que paece mentira lo gran mareante que es hoy, con los años -que lleva á cuestas!... Pos golviendo á la fantesía de usté, ha de -saberse que otras cosas se pueden ver en el mundo de menos fama que esa -cueva. - -—¡Fama!—repitió el Berrugo mirando con avidez al Lebrato.—¿Qué fama -puede tener ese covachón de mala muerte, hombre de Dios? - -—Fama, fama... tanto como fama, puá que no; pero lo que es nombrá, bien -nombrá fué en un tiempo entre unos cuantos de mi oficio. Mire usté: al -difunto _Lomias_, el hermano menor de Perrenques, que conocía estos -sitios tan bien como yo, no había quien le quitara de la cabeza que en -esa cueva estaban escondidos los tesoros del Pirata. - -El Berrugo creyó sentir de pronto el tintineo de un manojo de -campanillas en los oídos, y que se le alargaba el cuerpo más de un -cuarto de legua. Buscando una disculpa para taparse con las manos la -cara, que podía delatar sus emociones, exclamó: - -—¡Qué barbaridad! - -Y añadió sin descubrirse todavía: - -—¡Parece mentira que haya un hombre capaz de creer en esos tesoros, y -menos en que puedan estar enterrados aquí ó allá! - -—Pues ya sabe usté de uno que lo creía. - -—Y ¿por qué lo creía ese bobalicón? - -—Porque se lo había dicho una adivina. - -—¡Una adivina! ¡Qué te parece! - -Tuvo que hacer aquí una larga pausa don Baltasar, porque este nuevo -dato le hizo perder la serenidad que iba recobrando, y dijo después, -con la cara entre las manos aún: - -—Pero, hombre, si tanta fe tenía en la palabra de una embusterona de -esas, ¿por qué no entró en la cueva á probar fortuna? - -—Primeramente, porque el sujeto era algo receloso de suyo al auto de -cuevas prefundas; dimpués, porque la puerta de esa no está tan en llano -como la de mi casa; y en final, porque la mesma adivina le alvirtió que -no se cansara en buscar ese tesoro que no estaba destinao pa él. - -—¡También eso?—gritó aquí el Berrugo entre temblores y hormigueos de -todas sus carnes.—¡Si te digo—añadió después de reponerse un poco,—que -hay bestias con los sentidos más cabales que algunos hombres!... Y -¿qué has hecho tú, Juan Pedro, que no has metido mano á ese platal?... -porque tú creerás también en esas paparruchonas. - -—Yo, señor don Baltasar—respondió el Lebrato, no sé si con segunda -intención,—estoy bien curao de sustos de esa clase, y sólo creo en que -soy de los que nacieron pa jalar de la vida en beneficio de otros que -la tienen bien regalona... - -Y así se fueron acercando con la barquía al punto deseado por el -Berrugo. - -—Allí está la cueva,—dijo el Lebrato apuntando con el índice á un -boquerón que se columbraba sobre lo que podía llamarse imposta de la -fachada de aquella conglomeración ciclópea, y á una muy respetable -distancia de lo que también se podría llamar cornisa de la misma -fachada. - -Lo primero que observó el Berrugo fué que la cueva, por la distancia -á que se hallaba de la boca del puerto, y por tener enfrente la isla, -debía caer en el eje mismo del rayo de luz lanzado por la linterna -maravillosa de la hermana de don Elías. Después notó que la mar -jugueteaba al pie del peñasco entre un enorme rimero de piedras que -parecían desgajadas de arriba, y se estremeció de pies á cabeza al -recordar la seña más importante de las que le había dado la adivina -para orientación del tesoro. - -—_¡Cantos abajo!_—exclamó en sus adentros; y para cerciorarse mejor, -preguntó al Lebrato señalando al montón: - -—¿Qué es eso, Juan Pedro? - -—Pos bien á la vista está—respondió el preguntado:—peñas. - -—Peñas... sueltas, querrás decir. - -—Peñas serán siempre, sueltas ó amarrás. - -—Pues mira, así, de pronto, me parecían otra cosa: ¡como tiran á -redondas y están tan amontonadas!... Vamos, que las tomé por... por -_cantos_. - -—¿Cantos gordos? - -—Eso es: cantos gordos. - -—Pos cantos gordos son en finiquito. - -—Eso creo yo... Y ¿sabes que hubiera necesitado buenas agallas el -difunto Lomias para subir á la cueva, si llega á intentarlo? Mira que, -á ojo, no hay menos de cincuenta pies desde los cantos á ella... y sin -un saliente á que agarrarse. ¡Debió de verse en buenos apuros el Pirata -para subir y bajar tan á menudo! ¡Qué melenos, hombre, los que se lo -tragaron! - -—La entrada á la cueva no hay que buscarla por ese lao, señor don -Baltasar. - -—¿Por dónde si no, Juan Pedro? - -—Por arriba. - -—¡Por arriba!... ¡Si hay casi otro tanto como desde abajo para llegar á -ella! - -—Corriente; pero arrepare usté por la rinconá de ese lao de la -derecha... porque too ello en junto paece á modo de torre grandona, con -un murio por cada costao. Por esa rinconá se hace pie onde se quiere; -y como no está el peñasco á plomo enteramente, se abaja sin novedá -hasta el balconuco; luégo es cosa de dos zancás á la izquierda, con el -cuerpo bien arrimao al peñasco y las manos agarrás á los salientes... -¡Si no me diera Dios trabajos mayores que el de entrar ahí! Si hubo -Pirata, así entraría él, desembarcándose primero en aquella playuca de -allá abajo, y guiándose luégo, pa conocer la cueva dende tierra, por la -monteruca que tiene encima, como pa eso solo. - -El Berrugo miraba y remiraba el peñasco mientras el Lebrato iba -diciendo esto. Acabó el uno de hablar, y aún siguió mirando y remirando -el otro. - -De pronto se estremeció don Baltasar, apartó los ojos de la cueva y sus -alrededores, y dijo á los remeros: - -—Todo esto que estamos hablando, es pura música sin substancia... Basta -de cuevas y de mar, y vámonos para dentro cuanto antes, que también yo -voy sintiendo ganas de comer. - -Remaron firme el Lebrato y el Josco, y media hora después estaba la -barquía dentro de la barra. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XI - -LAS LUNAS DEL JOSCO - - -Al día siguiente de estos sucesos, domingo por la tarde, y á punto de -anochecer, iba Quilino á todo andar hacia casa de don Elías. Llevaba -la cara medio tapada con el moquero, sujeto allí con las dos manos; -el hongo con siemprevivas y plumas de pavo real, muy tirado sobre -los ojos; la blusa azul con trencillas encarnadas, y los pantalones -amarillos con cuadros verdes, muy manchados de polvo por el lado -derecho, de arriba abajo. Al desembocar en la _brañuca_ que viene á -formar una plazoleta delante de la _casa de los Médicos_, se halló casi -frente á frente con don Elías, que asomaba por otra de las callejas que -convergen allí. Indicóle por señas que tenía que hablarle, y el médico -se detuvo, con el bastón entre las manos cruzadas atrás, la cabeza algo -gacha y los ojos, llenos de curiosidad, clavados en Quilino, á quien -no conoció hasta que le hubo mirado y remirado muy de cerca; porque es -de advertir que Quilino ni apartaba el moquero de la cara, ni levantaba -las alas del sombrero: no hacía más que indicar con la mano izquierda -y una mirada tristona y suplicante, que deseaba tratar de su negocio -arriba, en casa del médico. - -—Pero ¿qué mil demonios te pasa, hombre?—le preguntó por de pronto don -Elías, cuya curiosidad necesitaba de ordinario mucho menos que aquel -aparato misterioso, para desbordarse y no dejarle instante de sosiego. - -—¡Arriba, arriba!—continuaba dictándole Quilino con la mano y con los -ojos. - -—Pues vamos arriba,—concluyó el médico entendiéndole. - -Entraron los dos en la casa; subieron á la salita; desalojáronla de -mala gana las cuatro hijas del médico, que estaban riñendo en ella; -cerró don Elías todas las puertas; y como ya no se veía allí cosa -mayor, encendió con una cerilla el cabo de vela que sacó del cuarto -de la médica, y se fué derecho á Quilino que aguardaba de pie en medio -del despacho y en la misma postura de manos, de moquero y de hongo que -había tenido abajo. - -—Á ver qué es lo que te ocurre,—le dijo al acercarse á él. - -Y Quilino quieto y mudo, y cada vez más encogido y tembloroso. -Chocándole ya esto á don Elías, le arrimó la luz á la cara con una -mano, y con la otra le apartó un poco el pañuelo que le tapaba la -boca. Quilino lanzó entonces un quejido, y el médico vió que tenía los -carrillos muy inflados y que había sangre entre los labios comprimidos. -Se alarmó don Elías y corrió á buscar una palangana y agua fresca. -Volvió al minuto con una de zinc roñoso y un jarro, y halló á Quilino -descuajaringado en una silla. - -—¡Echa aquí lo que sea!—le dijo con imperio, poniéndole la palangana -debajo de la barbilla. - -Pero Quilino miraba al médico con ojos de espanto, y no le obedecía. - -—¡Échalo te digo!—insistió don Elías. - -Y Quilino cada vez más angustiado y más rebelde. - -Entonces el médico posó el jarro en el suelo, y con la mano libre -empujó por el cogote á Quilino, que aún se resistía, diciéndole al -mismo tiempo: - -—¡Te digo que lo eches... aunque resulte la asadura! - -Con este zarandeo le vino un golpe de tos al paciente... ¡y allá va -eso! Un tercio de la palangana llenó. El infeliz Quilino cerró los -ojos por no verlo, y comenzó á palidecer. Don Elías no estaba mucho -más sereno. - -—¿Es del arca, por si acaso?—le preguntó alarmado. - -Quilino dijo que no con la cabeza, y al mismo tiempo señalaba con la -mano al carrillo derecho. - -El médico entonces le dió el jarro con agua y le dijo que se enjuagara -bien. Hízolo Quilino á duras penas, porque estaba pálido y temblón como -hoja de otoño que se cae del árbol; y en seguida, dejando don Elías la -palangana y tomando la palmatoria, arrimó la luz á la boca de Quilino y -díjole: - -—Ábrela bien... ¡Más, si puedes!... Baja un poco la lengua. ¡Ajajá!... -Ya veo el manantial... ¿Tenías cabales las muelas de esta quijada? - -Quilino contestó que sí con los ojos. - -—Pues no te faltan más que dos á la hora presente. - -—¿No hay dá que hueso cascao tamién?—preguntó Quilino con voz -enfermiza, después que el médico sacó los dedos de la boca. - -—Abre otra vez, y lo veremos. - -Palpó y miró el médico bien despacio, y no halló señales de lo que -temía Quilino; pero sí dos hondas heridas en el carrillo. - -—Pero ¿cómo fué eso, hombre?—le preguntó mientras se limpiaba los -dedos con el pañuelo. - -—Pos de una sola guantá,—respondió Quilino, más tranquilizado y después -de escupir el último buche de agua sanguinolenta. - -—¿Á mano limpia? - -—Á mano limpia. - -—¡Vaya una mano de órdago!... Y ¿de quién es ella, si puede saberse? - -—Del Josco. - -—Claro: de uno así tenía que ser... Y ¿cuándo, dónde y por qué fué -ello, hombre de Dios? - -—Es largo de contar eso, señor don Elías. - -—Entonces, cállalo, y perdona la curiosidad. - -—No hay que perdonar ni pa qué callarlo, porque las maldaes ¡recongrio! -deben de conocerse por los hombres de bien. - -—Corriente. Pero antes de empezar, toma otro par de buches de agua, -mientras yo te traigo un vasito de vino para que te confortes por -adentro... ¡Ah! y por si me olvido de decírtelo después: cuando vayas á -casa, te enjuagas unas cuantas veces del mismo modo, y mejor si mezclas -el agua con un poco de vinagre... y cosa concluida. - -Salió don Elías muy diligente en busca del vino, porque eternidades -le parecían ya los minutos que tardara en oir el relato prometido; -enjuagóse el contundido mozo; y para salir de una duda que le estaba -preocupando mucho, metió los dedos en la palangana y los paseó vuelta y -media por el fondo. En seguida dió con lo que buscaba. Las dos muelas -estaban allí. - -—¡Las dos, recongrio! ¡Enteras y verdaeras!... ¡Lo mesmo te he de sacar -yo á tí los hígados el día que te coja á mi gusto! ¡Lo mesmo, recongrio! - -Con esta jaculatoria entre dientes y las dos muelas en la mano, le -halló don Elías al volver á la sala con un cortadillo de vino tinto -sobre un plato de loza muy cuarteada... - -—Échate esto al coleto, poco á poco—le dijo.—Pero, calla... ¡esas son -tus muelas! ¿Dónde las tenías, hombre? - -—Estaban aquí,—respondió Quilino señalando á la palangana. - -—Con sus raíces enteras, limpias y campantes; ¡como no las arranco yo -mismo con la llave inglesa!... ¡Y cuidado que la una es de las de tres -patas!... ¡de las más negras de arrancar!... ¡Vaya un empuje de brazo! - -Después de hablar así, y viendo que Quilino se guardaba los huesos en -el bolsillo repicoteado de la blusa, arrojó el contenido de la jofaina -por el balcón. - -—Éstas se las ha de tragar él angún día, ¡recongrio!—decía Quilino -mientras guardaba las muelas y de modo que le oyera don Elías. - -Oyólo, en efecto; y al mismo tiempo que vertía agua limpia en la -jofaina para esclarecerla, lavándose de paso los dedos en ella, anotó -lo dicho por Quilino de este modo: - -—Bien está ese propósito en un hombre de tan buenas agallas como tú; -pero, por de pronto, ten mucho cuidado con no darle antes motivos á él -para que vuelva por las que te dejó en la boca esta tarde. - -—¿Á mí?—respondió Quilino contoneándose en la silla, después de beberse -lo poco que quedaba en el vaso.—¿Á mí arrancarme él otra muela más, ni -medio diente tan siquiera!... ¡No me conoce usté, don Elías!... - -El cual acabó su tarea en dos voleos; sentóse junto á Quilino en -seguida, y le dijo: - -—Cuenta ahora todo lo que tienes que contarme. - -Quilino comenzó por echarse el hongo hacia atrás; luégo encendió un -cigarro; después se palpó el carrillo derecho, que se le iba hinchando -bastante, y por último habló así: - -—Yo tenía cuentas pendientes con el Josco... porque quizaes sepa usté -que Pilara me tiene, de meses acá, á resultas de lo que él hable, y -nunca acaba de hablar. - -—Estoy enterado, ¡perfectamente enterado de eso!—dijo el médico con el -mismo aplomo que si fuera cierto lo que afirmaba.—Adelante. - -—Pos güeno—prosiguió Quilino palpándose la hinchazón, que no le dejaba -pronunciar las palabras con la soltura de costumbre:—hubiendo esas -cuentas entre los dos, yo he tratao de ajustalas muchas veces... -¡Recongrio! ¿quién se atreve á sosteneme á mí que no está muy puesto en -razón esto que yo quiero?... Y queriéndolo así, yo he tratao del caso -las miles de veces con Pilara; y Pilara en sus trece: que vente mañana -y que güélvete otro día... Yo tengo mi porqué, anque no sea mucho; el -Josco, ni tanto siquiera... ¡Recongrio! con esto solo estoy en derecho -de llamame á la parte en casos como ese... ¿Qué hay que decir en -contra?... Quisiera yo oirlo... ¡Quisiera yo oirlo, recongrio! - -—No hay que acalorarse, Quilino, no hay que acalorarse—interrumpió el -médico con gran formalidad.—La razón es tuya, no se puede negar. ¿Y la -familia? ¿Sabe algo de ello? ¿Te recibe bien?... - -—¡Recongrio! ¡Pos podía no!... Vamos al punto. Estando así las cosas, -la otra tarde, en la ré, tuvimos unas palabras yo y el Josco; y no -hubo allí una trigedia, porque mos desapartaron... Esto me enconó -la sangre; y por la noche juime en cá Pilara pa dejar de una vez pa -siempre aclarao el sí ú el no; y ¡recongrio! malas penas entro en el -portal onde estaba toa la gente de la casa, cuando cata al Josco como -llovío de las nubes y sin querer pasar más aentro de las goteras, y -cata á Pilara, que andaba roncerona conmigo, arrimándose á él hecha -unas mieles... ¡Recongrio! ¡esto era una somostá pa mí! Por tal la -consideré, y juime pa casa por no ver aquello. Pero yo estaba en razón -quisiendo saber si el Josco había hablao ú no había hablao aquella -noche. ¿No es esto la pura verdá, recongrio? - -Don Elías respondió afirmativamente con un gesto. - -—Pos pa sabelo—continuó Quilino,—me abajé al otro día, muy de mañanuca, -á Las Pozas. No pasé del Portillo, porque allí consideré, pensándolo -mejor, que quien tenía la obligación de aclarame el caso, era Pilara... -Güelta pa el barrio de la Iglesia. Me planto en la juenti aonde ella -suele dir á aquellas horas; y espera que espera, Pilara no venía. -Aborrecíme; y pensando que ya me echarían de menos en casa, á casa me -golví. Dende aquel punto y hora, el diablo paece que me la enculta, -porque no he podío dar con ella... hasta esta tarde en el corro; y -no era cosa de ajustar esa clase de cuentas allí. Pero la bailé tres -veces, y ¡recongrio! pior que pior; porque si dende lejos me alampaba -por ella, acercuca, acercuca y viendo retemblale las gorduras, es cosa -de... ¡Recongrio, qué grandona es y qué maja! - -—¡Buena mozona está de veras!—dijo aquí el médico, y no por complacer á -Quilino solamente. - -—Le digo á usté, don Elías, que es pa perdese un hombre, ¡pa perdese, -congrio!—exclamó hecho una pólvora Quilino;—y eso es lo que me ha pasao -á mí... ¡Y luégo le dicen á uno que si va por esto ú por lo otro, y no -por el puro personal de ella! ¿De qué será la sangre de esas gentes, -recongrio? ¿De qué pensarán que es la mía?... Pos á lo que voy: estando -en esto, ahí viene el Josco, que de pascuas en San Juan se le ve una -vez en el corro de este barrio; y viniendo el Josco, bien portao de -ropa, porque la tiene pa esos casos; pero más jarisco y resecón que -lo jué nunca, ¡sacabó el mundo pa Pilara, que ya no tuvo ojos pa -mirar si no era al jabalín de Las Pozas! ¡Y Quilino, señor don Elías; -Quilino, ¡recongrio! rumiando venenos y amargores, y amarrando las iras -pa no abrir en canal á aquel hombre y perdese con él pa sinfinito! -¡Recongrio, qué ratos pasé! Dempués bailó el Josco con ella... cosa -que en los jamases había hecho... ¡en los jamases, congrio! Esto acabó -de cegame. Quise echale ajuera en una güelta á lo alto, cosa curriente -en toas partes... ¡y no se salió, recongrio! ¡no se salió ni por esas! -Híceme el tonto al agravio, por no perdeme allí y á medio pueblo -conmigo... y hartéme de bailar con las otras mozas. - -—Bien hecho, Quilino, bien hecho. ¡Eso es ser prudente de veras! - -—¡Si yo soy así, don Elías!... ¡Le digo á usté que soy así, anque -paezca mentira con estas agallas que tengo, recongrio! Pos, señor, que -sacabó el corro; y acabándose el corro y viendo yo que Pedro Juan iba -á tomar ruta á Las Pozas, atajéle el camino por un arrodeo; y en el -callejo del Hisuco, híceme el alcontraizo con él. «¿Se va pa casa, eh?» -díjele yo. «¿Y cai con eso?» me arrespondió parándose de plonto. «Pos -ná, hombre,» díjele yo otra vez, «hablar por hablar como entre güenos -amigos.» Así escomencemos, don Elías; y hablando, hablando, el hombre -jué templándose; y al ver yo que la cosa estaba en punto, díjele: «Pos -yo tenía que decite dos palabras respetive á esto y á lo otro.» Y se -lo estipulé finamente; sin faltale, vamos... ¡sin faltale ni en tanto -así, recongrio! El hombre se quedó algo cortao en primeramente; dempués -golvió á decime: «¿Y cai con eso?» Y yo arrespondí: «Pos tal y cual,» -¡siempre finamente, recongrio, y sin faltale en cosa anguna! Al último -me dijo: «Que la haiga hablao ú que no, no es cuenta tuya.» «¡Hombre!» -le dije yo otra vez; «que mira esto, que considera lo otro... que -por aquí, que por allá,» y él que: «Déjame en paz,» y «que arriba y -que abajo.» Y por este orden jué tomando auge la cosa. «Te digo por -tu bien,» me dijo en remate, «que sigas tu camino en paz.» «Pos ahora -es cuando hay que apretar,» díjeme yo, pensando que el hombre se -encogía... Sí que arreparé que se le abajaba la color y le temblaba -mucho un carrillo por arrimao á la ojalera; pero tomé el caso á favor -mío; arrastróme esta fortaleza y esta entraña que tengo, y pensando -aturdile, le llamé cobardón y sinvergüenza, echando al mesmo tiempo -centellas por los ojos... ¡Recongrio!... - -—¡Valentía fué de veras la tuya, Quilino!—exclamó el médico. - -—¡Valentía?...—respondió Quilino creciéndose medio palmo.—Le digo á -usté que á mí no se me conoce hasta la presente, ¡recongrio! - -—¿Y qué respondió él á esa provocación tuya? - -—Lo que no hubiera respondío á estar yo más sobre mí de lo que estaba. -Porque yo, señor don Elías, no me alcordé en aquellos momentos de que -el Josco es hombre de lunas, y que en aquel estonces podía muy bien -estar con ella; y á los valientes así, el valiente que se les cuadre -debe cogerlos siempre la delantera... Si yo doy en el ite, don Elías; -si yo doy en el ite, ¡recongrio! detrás de las palabras va la mano, y -tiene que dir la josticia á levantale esta noche en el callejo. Pero -no jué así por un olvido mío, y se me adelantó él á mí, como era de -esperar. - -—Bien; pero ¿de qué modo se adelantó? - -—Pos... con la guantá de que hablé endenantes. - -—¿Sin prevenirte con una mala palabra? - -—¡Ni una, recongrio! Y esa es la traición que ha de pagame sin tardar -mucho. - -—Y tú ¿qué hiciste? - -—¿Qué había de hacer, recongrio? ¿Dióme él tiempo pa ná? ¡Si aquello -jué un rayo que vino sobre mí! Sentí el golpe; resonóme aentro como -si me hubieran espatarrao la cabeza con un mazo de encambar; dí cosa -de tres güeltas alreguedor; y cuando vine en conocimiento, me ví solo -en el callejo y sangrando por la boca. Como no sabía de qué era ni lo -que podía salir por allí, apretando mucho las quijás y cerrando bien -los labios, víneme de una correndera á que me reconociera usté... Pero -¡recongrio! si cuando golví en mis cabales me alcuentro cara á cara -con el traidor, me pierdo, señor don Elías, ¡me pierdo, recongrio, por -éstas que son cruces!... - -—Pues mira, Quilino—díjole el médico, y creo que sin poner en duda las -valentonadas del mozalbete,—más vale que no te encontraras con él. Es -hombre el Josco de mucho puño y malas moscas; y una buena dentadura, -como la que á tí te queda, no tiene precio. - -—¿Y cree usté—le preguntó Quilino señalando al carrillo, que seguía -hinchándose,—que esto no pasará á cosas mayores? - -—Lo creo, como creo también que Pilara está muy enamorada de Pedro -Juan; y lo creo porque lo sé, ¿entiendes? porque lo sé; y habiendo esto -por medio, no debes tú empeñarte más en ese imposible en que estás -enredado. - -—¡No empeñame más!... ¡Recongrio! Primero que yo eche pie atrás sin -que esto sea con su cuenta y razón, acaba medio Robleces entre mis -manos... ¡Si le güelvo á decir á usté que á Quilino no se le conoce -aquí entoavía, recongrio! - -—¡Bah!... todo eso es pólvora de los pocos años—dijo don Elías -levantándose y llevando en seguida á Quilino hacia la puerta -de la sala, donde le añadió al oído y con mucho misterio estas -palabras:—Mira, hombre: si quieres consolarte del fracaso de tu negocio -con Pilara, yo te citaré otro de mucho más bulto. ¿Conoces á Marcones -el de Lumiacos? - -—¿El estudiante que ha dao en venir á Robleces toas las tardes? - -—Ese mismo. - -—Sí que le conozco. - -—Pues ese pedantón sin vergüenza ha ahorcado los libros que estudiaba, -y anda ahora á caza del gato del Berrugo, casándose con su hija, Pero -¡morruda castaña le van á dar!... Porque Inés no le traga ni á palos. -Me lo ha confesado ella misma. ¡Eso es lo que se llama una calabacera -de órdago! Puedes correrlo por ahí si te da la gana. - -Con esto despidió á Quilino, enterándole antes de lo que debía hacer en -el caso de que se le enconaran las heridas del carrillo; y en seguida -llamó á sus hijas á la sala para contarlas, á su modo, quiero decir, -aumentándole en más de la mitad, el suceso de Quilino con todos sus -precedentes y consecuencias. Estas comidillas suplían en aquella casa -por la mejor de las cenas; y cabalmente la de aquella noche fué de las -más frugales de todo el año. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XII - -EN QUÉ MANOS ANDABA INÉS - - -Jamás se supo qué hizo don Baltasar en lo del asunto que motivó el -paseo marítimo recién historiado, en los días siguientes á él, ni si -hizo algo siquiera; pues si lo hizo, fué por sí solo y sin que nadie se -enterara de ello. Lo que no puede negarse es que faltó de casa en la -primera semana más veces que las de costumbre, y que á la preocupación -que le distraía, siempre que no necesitaba los cinco sentidos para -consagrarlos á sus habituales tareas, se debió el que no reparara -lo que sin aquel motivo hubiera reparado: en lo pegajoso que se iba -haciendo allí Marcones, y en el calor con que se tomaba entre el -sobrino y la tía la educación primaria de Inés. - -Sólo cuando los días corrieron y tras de la sorpresa de ver á su hija -muy peripuesta y repeinada, fué recibiendo otras no menos chocantes, -como las de hallar su cama muy curiosa y bien mullida, sin mugre y con -toalla limpia el palanganero, su ropa de uso con los botones completos -y sin manchas ni descosidos, el techo sin una sola telaraña, y muy -fregoteado el suelo, la mesa puesta con orden y limpieza á las horas de -comer, y cada mueble de la casa en su sitio; sólo, repito, cuando todo -esto y algo más á su semejanza aconteció, por la fuerza misma de las -cosas volvió la atención hacia ello. Examinólo más despacio entonces; y -cuando su curiosidad andaba rayando con el asombro, llamó aparte á la -Galusa, que seguía con el gobierno de la casa, y la preguntó: - -—¿Qué mil demonios pasa aquí? ¿Con qué se ha curado Inés tan de repente -de aquella galbana que la tenía siempre como perro á la sombra? ¿Por -qué se peripone y se lavotea? ¿Por qué está mi cuarto hecho unos soles, -y no se ve en toda la casa un lamparón, ni una silla con polvo ni fuera -de su lugar? - -Toda esta descarga de preguntas recibió la pelindrusca aquélla -sonriéndose con toda su bocaza, rascándose los brazos desnudos -y mirando á su amo con una pascua en cada ojo; y después de -hacerle desear un poco la respuesta, se la dió en estos términos, -encareciéndolos mucho con el tono y los ademanes: - -—Todo eso que se ve y más de otro tanto como ello, que no está tan á la -vista, es obra de ese dimoño de muchacho. - -—¿De tu sobrino? - -—Del mesmo... ¡Le digo que paece mentira! Si tuviera los mengues en -el cuerpo, no hiciera más milagros de los que ha hecho en tan pocos -días... Está Inés que no se la conoce... ¿Ve usté cómo limpia? Pos lo -mesmo escribe ya y saca cuentas y va aprendiendo las miles cosas que -Marcos la enseña en libros. ¡Lo que sabe el mal demónchicos de él! -¡Y cómo lo cierne y lo habla y sabe ponerlo en la palma de la mano -para que se vea como es debido! No, y ella no es de las que tienen -por fantesía los ojos en la cara: la verdá hay que decirla siempre; -y le aseguro, porque lo he visto, que en el aire pesca la endina las -enseñanzas... ¡en el aire, vamos! Como que no paece sino que son nacíos -pa entenderse los dos en esos particulares... y en otros muchos. - -—Que tu sobrino—replicó el Berrugo en el tono de burla fría que le era -propio,—la enseñe á escribir y contar y algunas cosas más de las que él -sabe... á costa de quien yo me sé, no me pasma; ¡pero á ser limpia?... - -—¡Pos hasta eso!... Y ¿por qué no ha de enseñárselo igualmente? - -—Porque nadie puede dar lo que no tiene; y ó yo no le he mirado bien, -ó tu sobrino Marcos puede llevar un plantío de berzas en cada mano. - -—¡Qué cosas que tiene este hombre!—dijo aquí la Galusa algo picada.—El -mi sobrino Marcos tiene más limpieza que todo eso... Y aunque no la -tuviera, si sabe enseñar el modo de que otro la tenga, ¿qué más da?... -¡Vaya que se le paga al enfeliz con buen rumbo el trabajo que se toma -por puro antusiasmo y pujos naturales de hacer el bien! - -—Poco á poco sobre eso—dijo el Berrugo amoscándose.—En decir que tu -sobrino es puerco, no falto á la justicia, porque á la vista lo lleva; -pero el meterme tú por los ojos las enseñanzas que da á Inés como un -favor del otro jueves, ya va por caminos muy diferentes. En primer -lugar, yo no le llamé para que se tomara ese trabajo: él y tú lo -barajásteis con Inés, sabe Dios cómo; en segundo lugar, si tu sobrino -tiene vergüenza, á más que á eso le obliga el dineral que aflojé yo -para ayudar á que aprendiera lo que sabe, por ceguedades con que le -atolondran á uno los demonios, y por arrastrados miramientos que nunca -lloraré bastante... ¿Lo entiendes?... Pues ahora le puedes ir con el -cuento si te acomoda; y si le parecen mucho las Indias que me da con -sus enseñanzas á Inés, que la deje sin ellas: al fin y al cabo, para -hembra, le sobraba la mitad de lo poco que sabía, y yo bien hecho -estoy á vivir entre roñas... como tú; y si me apuras un poco, hasta -me engordan; pero si quiere seguir, y no haría nada de más, ni tú -tampoco en aconsejárselo, que no espere que yo se lo agradezca tanto -así (y marcó lo negro de la uña del dedo meñique); porque, como ya te -he dicho, bien pagado se lo tengo... ¿Te vas enterando? Pues contigo -va también la solfa, por si acaso quieres entonar con ella la letanía -de alabanzas á tu sobrino... Y en seguida, vuelve por otra: ya ves que -aquí se sabe corresponder como es debido... Y mírame los colmillos. -¿Ves qué retorcidos están?... Por si habías soñado con jincarme los -tuyos en parte blanda con el memorial de sabidurías del zanguango... - -Aunque la Galusa estaba bien acostumbrada á las genialidades de su -amo, y solía reirse de muchas de ellas porque eran chisporroteos que -no podían quemarla ni el pelo de su ropón de ama y señora inamovible -de la casa, las de esta vez ya le penetraron más hondo, no solamente -por las especies apuntadas en ellas, el tonillo chocarrero de que iban -acompañadas y lo grave del asunto con que podían ligarse en definitiva, -sino porque esa vez no era la primera, ni siquiera la cuarta, que, en -poco tiempo, la domada bestia se atrevía á enseñar los dientes y las -garras á la domadora. - -—¿Qué es lo que _se quiere_ decir con eso?—preguntó de repente la -ofendida, poniéndose en jarras, un poco doblada por los ríñones, con el -pescuezo rígido y los ojos clavados en los del Berrugo. - -Sabía éste, por una larga experiencia, que las grandes cóleras de su -criada comenzaban á estallar suprimiéndole á él la personalidad en -sus invectivas, para eludir todo tratamiento; pero más valiente en -esta ocasión que en otras semejantes, cuadróse á su vez delante de la -retadora, y la contestó remedándola el estilo: - -—Se quiere decir con eso, lo que nos da la real gana. ¿_Quedamos_ -enterados? - -—¡No... mal hombre!—repuso la cotorrona hecha un basilisco;—¡no quedo -enterada!... ¡Porque yo no hice qué pa merecer eso! ¡Y aquí pasa algo -de un tiempo acá, que quiero saber!... ¡Yo no soy ya lo que era! - -—Eso bien salta á los ojos—dijo el Berrugo con una calma incisiva que -acabó de exasperar á la Galusa.—No hay más que vernos la estampa. - -—¡Miren por onde se descuelga el grandísimo... pendejo, que tamién -tiene que ver! La culpa tuvo quien no se dió á valer más cuando lo -valía, y puso manjar de reyes en boca que merecía carrancas... Ahora -viene el pago en la moneda de todos los desalmaos: dispués de comernos -la hebra... - -—Justo—interrumpió don Baltasar,—arrojamos los huesos. Nada más puesto -en razón... Pero entiéndase que no se va por ese camino ahora, ni hay -para qué llorar golpes que no se han recibido... Y ya se ha dicho lo -bastante y hasta de sobra, para que se nos entienda... y lo dicho se -repite... y de lo dicho se responde... y si se quiere más claro, se -pone al sol... y si pica, rascarse... y si duele, que duela... ¿Lo -vamos entendiendo mejor?... Pues nos alegramos... y hasta otra. - -Con esto, chasqueó los dedos don Baltasar; hizo una zapateta delante de -la criada, trémula de ira, y se largó de allí arrastrando la escoba que -llevaba en la mano. - -No le contó la Galusa todo esto á su sobrino; pero le dijo sobre ello -algo que debía saber, para tenerlo muy en cuenta. - -—Yo no sé—le dijo entre otras cosas,—qué es lo que le pasa á ese pícaro -de hombre de un tiempo acá. Antes era un borrego para mí; y sin dejarse -llevar en todo por onde yo quesiera llevarle, tampoco se empeñaba en -arrastrarme consigo contra mi gusto... Pero ahora, hijo del alma, ¡ya -te quiero un cuento! Se da á la burla y al chungue cuando le hablo -de lo que no quiere oir... y gracias que se conforma con eso... ¡Ay, -Marcos, qué otra era yo en esta casa en aquellos días de la difunta, -y hasta en algunos más cercanos! ¡Cómo me contemplaba el endino y me -buscaba el buen gesto, y qué recio tosía yo delante de él!... Pero, -hombre, ¡si fué ayer, como quien dice, cuando entoavía supe arrancarle -esos cuartos pa la tu carrera, que era punto más que tocar el cielo con -las uñas! Cierto que ya por entonces me costaba un triunfo lo que antes -conseguía yo con sólo un mirar de los ojos; pero ¡tanto como esto de -ahora!... Porque la cosa va empiorando de día en día... ¡Y tengo que -andar con un tiento!... Á veces pruebo á enfadarme: pior que pior... -¡Cristo del alma! no digo yo que enfadarme, con sólo ponerme josca en -tiempos de la difunta... y algunos de más acá, ¡cómo le abajaba los -humos al arrastrao, y qué blando me miraba... y qué!... Pero, hombre, -¿en qué consisten estas cosas? - -Marcones, que escuchaba á su tía con mal ceño y mucha atención, la -respondió al punto: - -—En que desde esa difunta acá, han pasado muchos años, tía; y con -los años, que todo lo consumen, van cambiando las personas hasta en -estampa; y con las personas y las estampas, los pareceres y los gustos -y los deseos; y lo que ayer se apetecía por sabroso, hoy se aborrece -por insípido; y el que antaño era mozo de correa, ogaño es un vejancón -que no puede con las bragas... - -—Y mira que bien puedes estar en lo cierto, Marcos; que ya me iba yo -barruntando algo de ello por más de cuatro señales... Pero á lo que te -voy: por éstas y otras, no hay que fiar cosa alguna de ese hombre pa el -asunto que traes entre manos. - -—Que traemos. - -—Sea como mejor te paezca. Y dígote, Marcos, que te andes con mucho -tiento en el particular; que no rastree ese... mal alma, ni una pizca -de cubicia en tí... Tú no eres pa él más que un mozo agradecío que paga -parte de lo que debe al padre, con el beneficio que hace á la hija. ¿Te -vas enterando?... ¡Y golpe á la hija... que quiera que no! Porque si de -ella no sale, no hay otra puerta á que llamar. - -—¿Responde usted de que no se me cierren las de esta casa? - -—De eso creo que sí, si tú te mantienes en el ten con ten que te he -dicho; porque él es gustoso de que sigas desasnando á Inés. - -—Pues todo lo demás corre de mi cuenta. - -—¿Y qué tal marcha la cosa, qué tal? - -—Como una seda, tía... ¡como una seda!... ¡le digo á usted que como una -seda! Inés ve por mis ojos, discurre con mi entendimiento, y no pisa -otro camino que aquél por donde yo quiero llevarla. - -—¿Y la has dicho ya algo por onde pueda leerte la voluntá? - -—Me voy dejando caer siempre que lo pide el caso. - -—Y ¿qué tal, qué tal lo recibe? - -—Como una seda, tía... ¡lo mismo que una seda! - -—Pos eso es lo prencipal... Yo, bien lo irás notando, poco vos estorbo -con la presencia... - -—Sí; pero eso no basta: hay que seguir avivando el fuego que queda -encendido en ella cuando yo me marcho. - -—En eso estoy, Marcos; y bien sabes que lo hago los más de los días, -y que si no lo hago en todos, es porque no la suspenda el machaqueo. -Ayer, sin ir más allá, ¡qué cosas la dije en un ratuco que se me vino á -las manos! «¡Vaya, que buena estrella te alumbró,» la dije yo así, «el -día en que el mi sobrino se nos coló por esas puertas! Estabas hecha -una venturá y como un palomino á oscuras, y en un quítame esas pajas te -güelve ese Merlín de Satanás lo de arriba abajo, como el otro que dice, -y te hace otra mujer de la que eras, y toda una señora como lo debías -de ser... ¿No paece que hablan ángeles por su boca cuando te pedrica lo -que quiere enseñarte, y que lleva un hechizo en la mano cuando pinta -aquellas escrituras que imitas tú tan guapamente? Pos esto, hijuca, -se puede estimar en lo que vale, porque á la vista está; pero ¿qué te -diré yo de lo que anda enculto y en los adrentos de la persona? ¿Cómo -te emponderaré lo que no has podío ver entoavía? ¿Qué alabanzas serían -bastantes pa poner onde se debe aquel sentir cariñoso; aquel corazón -de perlas, que de tan grande como es no le cabe entre pecho y espalda, -y aquella santidá de prencipios que le consume y desmejora apurándose -lo que no debe por el bien de los demás?... ¡Si te digo, Inés, que en -ocasiones miles me entran como pesaumbres de verle tan tirao por la -Iglesia, al hacerme el cargo de lo mucho que escasean en estos tiempos -los buenos mandos y los padres de familia como debieran de ser! ¡Dios -sabe lo que se hace; pero á mí no hay quien me saque de la cabeza que -no tendría que envidiar cosa anguna á la princesa más relumbrante, la -mujer que alcanzara la suerte de un hombre como el mi sobrino!...» Y -así, por este arte, fuí pedricando y pedricando... - -—Y ¿qué respondía ella?—preguntó aquí Marcones, en cuya caraza estaba -pintada la convicción de que él valía todo aquello y mucho más. - -—Aticuenta que ná, y aticuenta que mucho—dijo la Galusa.—Ná, porque -fueron pocas sus palabras; y mucho, porque toas ellas fueron un puro -_amén_; y más entoavía que por esto, por aquel mirar de ojos dulces, y -aquel reir de boca placentera... y hasta aquel sospiro temblón con que -escuchaba sin perder tilde todo lo que yo la iba pedricando. - -—¿Sabe usted una cosa, tía?—volvió á preguntarla Marcones, después de -permanecer un rato en silencio con la cabeza medio inclinada, una mano -en la sobarba y los ojos muy abiertos. - -—Tú dirás, Marcos,—respondió la Galusa arrimándose más á él. - -—Pues digo que, á veces, tengo algo de miedo á mi propia obra. - -—¿Por qué, hijo? - -—Porque usted no sabe los peligros que se corren en meter de repente -en una cabeza tantas luces como he metido yo en la de Inés, cuando -se quiere que esa cabeza no suelte el freno que uno le pone para -gobernarla. - -—No te entiendo. - -—Quiero decir que cuando más se espabila un entendimiento, más se -aficiona á discurrir por su cuenta propia; y discurriendo mucho de este -modo, más deseos hay; y habiendo más deseos, más se comparan las cosas; -y comparándolas, no se toma lo que se nos da, sino lo que escogemos -nosotros... En fin, yo me entiendo. Pero no quiere esto decir que hasta -la fecha tenga yo el menor motivo para temer que se me quede la obra -entre las manos, hecha trizas; ya le he dicho á usted que no puede ir -el asunto mejor de lo que va. Lo que temo es por el día de mañana, si -no conjuro los peligros hoy. - -—¡Pues conjúralos, hombre! - -—¿Qué más quisiera yo, rayos y centellas!... Pero ¿cómo? ¿No sabe usted -que yo no soy un mozo soltero como todos los demás? ¿que entro en esta -casa como un seminarista en vacantes, á enseñar á la hija de su padre -lo mucho que ignoraba?... ¿que con este ropaje que visto no puedo -llamar á las cosas por sus nombres, y necesito una eternidad de tiempo -para no echar á perder lo que, en otras condiciones, daría yo por -acabado en pocos días? ¡Ah, si yo pudiera vestirme de colores y echar á -la lumbre el medio balandrán que tanto me pesa! - -—¡Pues échale, alma de Dios! - -—Tras de ello ando; pero muy poco á poco, para no dar el golpe en -falso. Á veces creo que ya es hora, por ciertas señales; pero luégo -pienso de otro modo; y para asegurarme más, lo aplazo para otro día. Y -así estoy consumiéndome la sangre, asándomela, mejor dicho; porque ha -de saber usted también, que desde que veo á esa muchacha tan limpia, -tan peripuesta, tan alegre... tan realísima moza, me llevan los -demonios hasta con el aire que se le enreda en el pelo y las moscas que -se la ponen encima... ¿Me va usted entendiendo ahora mejor? - -—¡Vaya si te voy entendiendo!... Sólo que no tengo los recelos que tú, -porque la cosa marcha en el aire. Pero, por si acaso, no eches en -olvido lo que te dije. Espéralo todo de ella... ¡y aprieta de firme -ahí! Por lo demás, y si á recelos fuéramos, uno bien gordo podía yo -tener... - -—¿Cuál? - -—Pos el de que tú no pescaras la breva que buscas, y perdiera yo la que -tengo bien ganá. - -—¿Cómo, cómo? - -—¿Cómo? Llegando Inés á crecerse tanto, que tú le paecieras poco, y -quisiera ser ama de su casa. ¡Y mira que ya no puedo contar con aquel -arrimo que en otros tiempos me puso aquí por encima de la madre que la -parió! Tú lo has dicho, Marcos: dende estonces acá, han corrió muchos -años, y con los años cambian las gentes y se mudan los gustos... ¡Pos -mira que tendría que ver! - -—¡Bah, bah, bah!... No hay que hablar de eso—concluyó Marcones -bamboleando el corpazo y revolviendo el aire con las manos -abiertas.—Las cosas van como una seda, y esa es la que vale... Hoy -por hoy, Inés es prenda mía... ¡mía!... ¿lo entiende usted bien? y en -buenas manos está. - -—¡Dios te oiga, hijo; Dios te oiga, porque güeña falta nos hace! - -Y con esto se fué la Galusa hacia la cocina, mientras su sobrino -enderezaba los pasos á la escalera. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XIII - -LA OBRA DE MARCONES - - -En la misma sencillez del plan de enseñanza establecido por Marcones y -aceptado por Inés, estaba la condición que más honraba al ingenio del -seminarista, tan interesado en que fueran entrando en la desprevenida -inteligencia de la discípula, mayores cantidades del maestro que de -las materias que éste le explicara. Ya se ha dicho que la hija de don -Baltasar Gómez de la Tejera escribía desastrosamente, y bien puede -afirmarse en esta otra página, sin faltar á la verdad, que aún lo hacía -mucho peor que eso. La pluma era una estaca entre sus dedos encogidos; -y mientras la estaca subía ó bajaba á empujones, de la línea trazada -en el papel, la pendolista hacía embudos con los labios y entornaba y -revolvía la cabeza. De esta labor penosa resultaban letras mal avenidas -y deformes, una vez apiñadas y medio embebidas las chicas en las -grandes, porque había de todo en cada palabra, y otra vez danzando por -los aires sin cuenta ni razón; y á cada palitroque hacia arriba ó hacia -abajo, allá va un borrón como una oblea, y allá va en seguida Inés á -limpiarle con el dedo mojado en la lengua. Daba compasión una plana de -aquel arte. - -Cabalmente era Marcones un gran pendolista, y rasgueaba con el -desembarazo de un adornista de planas de Navidad; y poseyendo este -talento, fuera por lucirlo ó por probar el temple de su arma, al -modo que lo hace el espadachín de academia con el acero que recibe -para entrar en un duelo... de salón, antes de dar comienzo al primer -ejercicio trazó con la pluma, sin levantarla del papel y con el brazo -al aire, el nombre de Inés envuelto en un laberinto de espirales y -_emparrillados_ que arrancaban de la misma letra inicial. Inés se -quedó maravillada. Pues bien: lo notó el pendolista; y en lugar de -volverla á _palotes_ para comenzar por el principio, trámite en que él -no podría lucirse gran cosa, la dedicó al rasgueo continua para vencer -sus resabios _de escuela_ y dar la necesaria soltura á su mano. La -discípula lo celebró en el alma y puso los cinco sentidos en ello. Pero -no daba golpe. - -—¡No es así! ¡No es así!—la decía Marcones al ver cómo ensuciaba -carillas de papel con unas cosas que parecían madejas enmarañadas de -sogas viejas de esparto.—Lo primero, aprender á agarrar la pluma... -¡Nada de encoger los dedos ni de emplear los cinco á la vez! Con tres -hay bastante si se colocan como se debe. Los otros dos, para apoyo de -la mano. Vamos á ver si se me ha entendido... ¡Tampoco es así! - -Y Marcones se veía entonces precisado á colocar, con sus propios dedos, -todos los de la mano de Inés, uno por uno, como debían colocarse. Pero -esto no bastaba, porque la discípula, acostumbrada á otra postura muy -diferente, con la nueva no acertaba á mover la mano. - -—¡Adelante con ella sin miedo!—decía el maestro moviendo la suya en el -aire, como si rasgueara allí. - -Y nada: ó no se movía la mano de Inés, ó si se movía, era para clavar -los puntos en el papel y largar una hisopada de tinta hasta la pared -frontera. - -Con lo cual, hete aquí á Marcones obligado á agarrar y conducir, con su -manaza velluda, la suave y torneadita de la torpe muchacha. - -—¡Bien suelta la muñeca ahora!... ¡En el aire todo el brazo desde -el codo!... ¡Que vaya la mano por donde quiera llevarla la mía!... -¡Ajajá!... ¡Eso es! - -Y mientras así exclamaba Marcones, arrastraba aquel pedazo de -hermosura, tibia y sedosa, por la blanca superficie del papel, en la -cual iba quedando estampada una curva de rumbos infinitos, tan pronto -panzuda y rebosando de tinta, como extenuada y sutil hasta tocar en -lo invisible; no de tan firme trazo ni tan limpia de rebarba como las -que rasgueaba el pendolista solo y sin que le temblara la mano; pero -lo bastante pintoresca para que Inés, al considerarla maravilla de su -pluma, se riera como una boba. Con aquella risa de la educanda se animó -el profesor, y la curva continuó serpeando y enroscándose por todos los -espacios limpios de la plana, arriba y abajo, adelante y atrás. - -—¡Que se me duermen los dedos!—dijo al fin Inés, conteniendo la risa. - -—No importa,—respondió Marcones sin cejar en su empeño. - -—¡Es que me aprieta usted mucho!—añadió la discípula menos risueña ya. - -—¡Hay que hacerse á todo!—insistió el inexorable maestro. - -Y la curva, después de culebrear por los espacios del centro, se coló -por un ángulo, y acometió á los márgenes, y los fué recorriendo uno por -uno hasta llenarlos de lazos y caracoleos; y sólo cuando la superficie -entera del papel fué una mar de tinta, soltó Marcones la presa. -Entonces aparecieron cárdenos y como adheridos al mango de la pluma, -los primorosos dedos de la discípula, y los ojos de su maestro echando -llamas. - -Tal fué la primera lección. Las ocho ó diez siguientes fueron por el -estilo; porque Inés no acababa de soltarse á rasguear por sí sola con -la valentía y la firmeza necesarias, y su maestro no quería pasar á un -nuevo trámite sin dejar bien asegurado el anterior. - -La _escuela_ se estableció en un cuarto, que en la ciudad se llamaría -gabinete, con entrada por la sala y frontero á la pieza en que -conversaron sobre el tesoro oculto don Baltasar y el médico. - -La Galusa, desde que comenzaba cada lección, se plantaba delante de la -mesa con el sucio mandil recogido en la cintura; los brazos, resecos -y chamuscados, al descubierto; la mano derecha sosteniendo la quijada -del lado correspondiente, y la izquierda el codo de aquel brazo. Con -los ojuelos, algo pitarrosos, seguía los movimientos de la mano de -Inés, y con una madeja de arrugas pardas, que es lo que venía á parecer -una sonrisa de su ancha boca desdentada, y media frase mal hecha, -pronunciada con su voz ronquilla, celebrabra las habilidades de su -sobrino ó los progresos de la discípula; pero en cuanto la torpeza -de ésta exigía la intervención material de la mano del maestro, ya se -sabía: á la Galusa siempre le caía algo que hacer fuera del cuarto. - -—¡Vaya que es ocurrío el dimoño de muchacho!... ¡Te digo, hija, que si -no aprendes con él lo mucho que no sabes!... - -Y se largaba de allí sorbiendo la moquita y arrastrando las chancletas. - -Á don Baltasar, después del comienzo de la primera lección á que -asistió por curiosidad y de mala gana, no volvió á vérsele por la -escuela. Alguna vez pasaba por enfrente, atravesando la sala y -golpeando sus tablones con el trasto que llevara en la mano; pero sin -fijar la atención en lo que hubiera en el gabinete, cuya puerta ¡eso -sí! estaba siempre abierta de par en par. - -Llegado el caso de acompañar á las lecciones de escribir otras de un -poco de gramática, Marcones, con las propias miras, quiero decir, con -las de que se grabaran en la mente virgen de la educanda más imágenes -del profesor que textos descarnados del libro, comenzó por echar pestes -contra todas las gramáticas publicadas y sin publicar. En ninguna de -ellas había cosa con arte ni sentido común. - -Por ejemplo: - -—«_Verbo_»—leía Marcones en el librejo que tenía entre manos y que -era de su propiedad,—«es aquella parte de la oración que sirve para -significar la afirmación ó juicio que hacemos de las cosas y las -cualidades que se les atribuyen.» - -Y luégo añadía muy indignado: - -—¿Es usted capaz de conocer un verbo por estas señas que convienen á -tantas cosas que no son verbos? - -Inés contestaba honradamente que no. - -—¡Claro!—exclamaba el otro, haciendo temblar las paredes con el -estruendo de su voz.—¿Cómo ha de conocerse nada de este mundo con esa -manera... estúpida de definir?... ¡El verbo no es eso! ¡El verbo, -_verbum_ de los latinos, es otra cosa muy diferente de lo que se dice -aquí sin saberse lo que se dice! ¡El verbo no es lo que se declara en -esta definición... estúpida! ¡El verbo es lo que yo me sé y lo que -irá usted aprendiendo por las señales que yo le vaya dando! ¿Me ha -entendido usted bien? - -—Muy bien,—respondía la muchacha, sin dudar que aquel mozo sabía más -que todos los libros de que la hablaba. - -—Pues verá usted ahora lo que es un verbo—añadía Marcones arrimándose -al costado de Inés todo lo necesario para que ésta distinguiera bien la -palabra que él apuntaba con el dedo en el libro que la ponía sobre la -mesa, debajo de sus ojos,—y va á servirnos para el caso un trozo de la -misma definición... estúpida que acabo de leer... Este: «_la afirmación -ó juicio que hacemos de las cosas_...» ¿Cuál de estas palabras es el -verbo? - -Inés, que no entendía de fingimientos, respondía sin titubear que no lo -sabía. - -—¡Pues es claro que no lo sabe usted! ¿Cómo había de saberlo si aún no -se lo he enseñado yo? Pues el verbo es esta palabra: «hacemos.» - -Y la ponía el dedazo encima, mientras con el brazo izquierdo resobaba -el derecho de Inés. - -—Y ¿en qué se conoce?—preguntó ésta, apartándose un poco hacia el lado -opuesto. - -—Se conoce—respondió Marcones,—se conoce... en todo: por de pronto, -en que, si la suprimimos, todas las que la acompañan ya no quieren -decir nada; después, en lo mucho que pueda variar... _hago_, _harás_, -_haríamos_, _hicimos_... De modo que el verbo es la palabra que más -varía. - -—Entonces—se atrevió á observar Inés,—también es verbo esta otra. - -—¿Cuál? - -—Ésta: «_la._» - -—¡_La_ verbo!... - -—¡Como también varía!...—dijo la pobre muchacha para disculpar su -atrevimiento. - -—¿Á ver? - -—Creía yo que de su casta eran _los_, _las_, _lo_, _les_, y que esto -era variar... - -—¡Y sí que son de su casta, y que eso es variar!—replicó Marcones -después de rumiar bastante el reparo.—Sí que es variar eso; pero de muy -distinta manera que el verbo: eso solamente varía en género y número, -al paso que el verbo varía en tiempo... y ¡en qué sé yo cuántas cosas -más! En fin, ya irá usted enterándose poco á poco de estas diferencias. -Por ahora, puede usted creer, bajo mi palabra, que en este trozo de -esta definición... estúpida, el verbo es _hacemos_, y que no hay otro -verbo más que él ahí. - -Este era el procedimiento de Marcones en sus enseñanzas teóricas; y -uno muy semejante también el que usaba en aquellas homilías de que ya -se habló y continuaba predicando siempre que podía interpolarlas con -sus lecciones prácticas y teóricas. Según estas peroraciones, todo el -mundo era una sentina de maldades, y todos los hombres, particularmente -los solteros, unos pillos. Felizmente había un puñado de excepciones -honradas y con bastante luz en la inteligencia, no sólo para distinguir -la zizaña en medio del trigo, sino para enseñar á distinguirla y á -separarla á las vírgenes inexpertas, dotadas, por la naturaleza y la -fortuna, de todas las prendas que más excitan los «apetitos infames de -esos gusanos viles.» Pero las excepciones honradas, con ser muy pocas, -estaban diseminadas por toda la tierra; y resultaban tan invisibles, -que él, con todo el afán que sentía por descubrirlas y lo diestro y -sutil que era de mirar en el fondo de los hombres, no había podido dar -todavía más que con uno. La modestia no le permitía decir á Inés quién -era ese hombre único «de sano corazón y de inteligencia luminosa.» Pero -la consolaba con la promesa de que no la escasearía sus beneficios -desinteresados, fuera él quien fuese; y la seguridad de que podía -dormir tranquila, sin el recelo de que la faltara defensa contra el -«diente ponzoñoso de los viles gusanos.» - -Era muy dado Marcones á esta palabrería gerundiana, y se le escapaba -de los labios en cuanto quería afinar un poco el estilo, elevándose -hasta el púlpito con que había soñado. Lo advierto porque no se me -pidan cuentas de pecados que no son míos. Y ahora añado que tras estas -generalidades... híspidas, salía á relucir lo particular, la punta de -la oreja, el caso práctico de la vida, el ejemplo, algo forzado, de los -riesgos de una elección desacertada; el paralelo entre la existencia -de dos esposos nacidos para serlo, y la de otros dos, «vil gusano» -él, y mártir de sus equivocaciones ella; disertaciones, en fin, sobre -temas esbozados en conversaciones de los primeros días entre Inés y el -preopinante. - -Para estos puntos concretos, Marcones usaba los registros más dulces -de su temperamento: atenuaba la voz, desplegaba la sonrisa, armonizaba -con la suavidad de la frase el mirar de los ojos y hasta los dobleces -del cuerpo entre la silla y la mesa. Inés le atendía en estos casos muy -complacida; y si él, por saborear el triunfo ó por tantear el terreno, -se callaba, ella se atrevía á excitarle para que siguiera hablando. Y -esto, que tanto halagaba al mocetón de Lumiacos, era precisamente lo -que le perdía. Creyéndose á dos pasos de la cumbre de su montaña, daba -ya por logrado aquel premio de su valentía; y no sólo le aquilataba en -las mientes, sino que sentía todos los espantos de perderle y todos los -odios contra el azar que se le entregara á otro sér más afortunado. -Y como esto le embravecía de repente, volvía á esgrimir el chafarote -contra fantasmas y vestiglos, y salían de nuevo á danzar los gusanos -viles, el diente ponzoñoso y el hombre único «de corazón honrado y de -inteligencia luminosa.» - -Y este registro ya no deleitaba tanto á Inés, que no por eso dejaba de -admirar el mucho saber de aquel mozo. - -Pero el hecho era, y hecho evidentísimo, que Inés, desde que estaba -sujeta á aquellos deberes de educanda, iba transformándose á ojos -vistas. Tres semanas después de haber comenzado sus lecciones, no la -conocería el lector que la vió en la antevíspera de esos comienzos, -entrar en la cocina de su casa, levantar los peces por la cola, y -limpiarse los dedos en el vestido. Ya no tenía las uñas negras, ni el -pelo mal recogido, ni la ropa desceñida, ni los pies mal calzados; -andaba con soltura, pisaba firme, miraba con valentía; se peinaba -con esmero; se ajustaba la cintura, con lo que destacaban en toda su -belleza las redondeces del busto; se calzaba bien, y tenían su cara, -sus manos y su cuello esa suavidad y pureza de tonos que da en unas -carnes túrgidas y juveniles, el vicio del aseo, el cual se revelaba, -como un toque muy expresivo del cuadro general, en la fresca blancura -de los asomos de su ropa interior, por las bocamangas y el escote de su -vestido de indiana. - -Esta transformación que asombraba á la Galusa y sorprendía á su amo y -enorgullecía á Marcones, era, sin embargo, la cosa más natural en una -mujer de las condiciones fisiológicas de Inés, aunque de otro modo lo -entendiera el seminarista, por un error que no carecía de disculpa -racional. Era innegable que el sobrino de la Galusa tenía gran parte en -aquel principio de resurrección física y moral de la guapa muchacha de -Robleces; pero la tenía como la tiene el golpe casual que quiebra el -pomo, en la fragancia que esparce el líquido derramado. En no estimar -esta diferencia consistía el disculpable error de Marcones. - -En una mente en que hay luz, como la había en la de Inés, aunque -mortecina por abandono, una idea nueva es aire oxigenado que aviva -la llama, é imán poderoso que va atrayendo otras muchas, enlazadas -entre sí como eslabones de una cadena. La conversación del seminarista -recién llegado á Robleces con la carga de sus malas intenciones, bastó -para producir en la descuidada muchacha la tentación de comparar su -absoluta ignorancia con lo que ella tenía por sapiencia del pedantón -de Lumiacos; el deseo de saber algo, y la noción, á veces, de su -inútil y abominable dejadez. Pero las conversaciones que producían -estos efectos, no eran muy frecuentes; y no siendo continuas las -impresiones, triunfaban de ellas todavía los resabios inveterados, -dueños y señores de aquella naturaleza inculta. Las lecciones diarias -la fueron cautivando la atención y moviendo la curiosidad; y si no -aprendía grandes cosas, averiguaba al menos que podían aprenderse. Iba -sabiendo, por algo que se la decía y por lo que ella preguntaba con su -buen sentido natural, que sin salir de Robleces se podía tener una -idea de lo que eran el mundo y el sol y las estrellas, y por qué leyes -se regían, y de lo que había acontecido en la tierra desde su creación -acá; porque había libros que trataban de eso, y eran conocidos hasta -de los muchachos de la escuela, como los conocería ella si su profesor -le cumplía la palabra que le había empeñado «para más adelante.» Por -de pronto, se consagraba con gran empeño á mejorar la letra y aprender -bien la tabla de multiplicar y las cuatro reglas de la aritmética, -lo cual iba consiguiendo poco á poco, y á ejercitar la memoria, -por exigencia propia, con aquellas definiciones de la gramática, -calificadas de estúpidas por su profesor, cuyo sistema de enseñanza, en -este punto concreto, no la satisfacía enteramente, porque no la fijaba -reglas para resolver ella las dudas por sí sola. - -Jamás la dieron en cara sus uñas negras ni sus dedos manchados de -tinta, hasta que tuvo que poner su mano, en la primera lección, tan á -la vista y tan cerca de un extraño y por tan largo tiempo; y eso que -las uñas y las manos de Marcones no estaban más limpias que las de -ella; pero era mujer al cabo; y en la mujer, por indolente que sea, -siempre hay una presumida, más ó menos á las claras. Con el vestido -lacio y el pelo mal recogido, le sucedió lo propio que con las uñas -negras y las manos sucias. Un día se peinó con esmero, se lavó -despacio y se ciñó bien las ropas de cuerpo. Encontrándose así más á -gusto y viéndose más guapa en el espejo, al día siguiente se lavoteó -mucho más, se peinó todavía mejor, y sustituyó el vestido viejo y -resobado, por otro más limpio y fresco. Y como cuanto más se lavaba y -se componía, más guapa se veía y más ágil se encontraba, el vicio de -la compostura y de la limpieza la iba dominando; y llegaron á darla en -cara los suelos mal barridos y nunca fregados, las mesas empolvadas -y las sillas fuera de su lugar. Ordenó, pues, las sillas, barrió los -suelos, despolvoreó las mesas, y hasta juzgó de suma necesidad dar un -fregoteo bien apretado á todos los suelos de la casa. Por este mismo -sentimiento de la limpieza ó de otro más hondo muy emparentado con él, -no volvió á consentir que Marcones agarrara su mano para enseñarla -á correr la pluma sobre el papel, ni que se pusiera tan vecino á su -costado para apuntarle las palabras con el dedo. Verdad que á Marcones -le sudaba la mano y le olía muy mal la ropa; pero mucho influía en -las nuevas repugnancias de Inés algo que no se olía ni se palpaba, -aunque la inexperta muchacha no se diera cuenta de ello. Disculpaba -su resistencia á aquella costumbre con el deseo de adelantar más, -venciendo la torpeza por sí sola; y de este modo no tenía por qué -ofenderse Marcones, siempre atendido y mimado, en todo lo restante, por -su candorosa discípula. - -Ya no creía que puesta de pie sobre la cumbre más alta de la cordillera -de enfrente, tocaría las nubes con la cabeza; ni que las estrellas -eran luces que se encendían por la noche y se colgaban de la bóveda -celeste: Marcones la había apuntado algunas ideas sobre éstos y otros -particulares de tejas arriba; ni tampoco le bastaba para campo de -sus imaginaciones el que abarcaban sus ojos desde la solana: por el -contrario, se entretenía mucho trasponiendo en espíritu las cumbres -y forjándose castillos con lo que imaginaba más allá; y sin querer -decir esto que lo echara muy de menos, ya no le parecía imposible -que en aquellas lejanías hubiera alguien que pudiera sospechar que -en el caserón de Robleces existía un sér que se entretenía pensando -de aquella manera. En fin, que la máquina de sus ideas había roto á -andar, y que andaba, si no á gran velocidad, á paso firme y seguro. Y -andando la máquina de las ideas, el cuerpo no puede resistir la quietud -infecunda; y por esta ley, el de Inés no se satisfacía ya con los -bamboleos maquinales en la silla de la solana: comenzaba á parecerle -poco el caserón con sus techos llenos de telarañas, sus enseres de -cocina mal bruñidos, sus camas embarulladas, sus rincones con basura, -sus muebles envejecidos y bisuntos, y la ropa blanca con hilachas y -agujeros, para emplear los bríos con que se sentía para moverse, y las -inclinaciones que la empujaban á limpiar lo sucio, á coser lo roto y á -ordenar lo desordenado; y sin el miedo á despertar los dormidos odios -del ama de gobierno, ¡sabe Dios hasta dónde se hubieran extendido las -fronteras de su imperio en aquella casa! - -¡Y todo esto en poco más de tres semanas, y fruto de la labor -revolucionaria de cuatro ideas incompletas, metidas de golpe en una -cabeza medio á obscuras! - -Estando así las cosas, fué cuando Marcones tuvo con su tía la -entrevista de que se ha dado cuenta minuciosa en el capítulo -precedente. Creciéronle las fogosas impaciencias con el estímulo de la -conversación, y en la lección inmediata se propuso meterse un poco más -en la suerte, para ver si era llegada la hora de echar á la lumbre el -medio balandrán que ya se le caía de los hombros. - -¡El destino de las criaturas! Por estas obscuridades se coló en -el asunto, agarrándose á no sé qué asidero que le proporcionó la -casualidad, ó que él inventó allí; porque no tiene duda que la monserga -venía muy estudiada de Lumiacos. ¡El destino de las criaturas en -el mundo! ¿De dónde venía? ¿En qué estribaba? ¿Á qué leyes estaba -subordinado? ¿Quién era capaz de penetrar estos misterios? Y por aquí -siguió largando preguntas que se quedaban sin respuesta. Acabando con -lo vago y declamatorio, bajó á lo llano y concreto.—Él mismo, «con -ser quien era,» no estaba bien seguro de no tropezar á la hora menos -pensada con un obstáculo que le apartara de la senda que seguía. -Era hombre, era barro, era frágil, era débil, y había estados tan -perfectos, si no tan santos, como el del sacerdocio; él se hallaba -á punto de recibir las primeras órdenes, es decir, de dar el paso -para entrar en un terreno del cual no se puede salir ya tan libre é -independiente como se entra en él... ¡Momento solemne y crítico! Esto -le daba mucho que pensar. Cierto que, por entonces, en aquel paréntesis -de su carrera (dispuesto quizás por la providencia de Dios) aún era -libre, aún estaba en el mundo, aún era un hombre como todos los demás, -aún era dueño de elegir, si el obstáculo se atravesaba, entre la -Iglesia... y el matrimonio, por ejemplo, sin escándalo de las gentes -ni menoscabo de la sana moral, puesto que ambos estados eran caminos -abiertos por la misma ley de Dios para servirle y acatarle, según sus -santos designios; pero ¿aparecería el obstáculo imaginado? ¿existiría -alguno de esa especie, destinado para él? ¡Ah!... - -Era dulce entonces el registro usado por el declamante, y, además, -hacía éste largas pausas á menudo, y subrayaba ciertas frases con -expresivos gestos. Inés le escuchaba sin pestañear y con las manos -cruzadas sobre la mesa. - -De pronto calló Marcones y se quedó mirando á Inés, con los ojazos muy -lánguidos. Pero Inés no dijo una palabra, ni cambió de postura, ni dejó -de mirar á Marcones, como si aguardara la continuación de la parrafada -aquélla. Mas lo esperado no vino, y el silencio continuó un buen rato; -hasta que le rompió Inés con esta pregunta en crudo: - -—¿Qué viene á ser un obispo? - -No esperaba el sobrino de la Galusa la salida de Inés por aquella -puerta tan extraña: empañóle una oleada de bilis el blanco de los ojos -y el rojo sucio que le matizaba entonces los mofletes; frunció el ceño -peludo, y respondió con voz áspera y una sonrisa que temblaba de falsa: - -—Pues un obispo, viene á ser... un cura que llega á general. - -—No iba yo por ahí—replicó Inés riendo el chiste con la mejor buena -fe.—Quería yo saber qué hace; si manda más ó menos que el rey; qué -honores tiene... vamos, no sé explicarme. - -Marcones satisfizo como mejor pudo los deseos de Inés. Enterada ésta, -dijo á Marcones con un acento y una expresión de mirada que eran un -reguero de candor: - -—¡Qué suerte para usted si llega á ser obispo! ¡Cuánto me alegraría! - -Estas palabras dejaron atolondrado á Marcones. Hacerle capaz de tal -_ascenso_, y deseársele, valía tanto como desestimar su intencionada -peroración sobre «el destino de las criaturas en el mundo,» y aun -algo peor que todo esto: la ocurrencia franca, sincera, evidentemente -inocentona de Inés, daba la medida de lo que había adelantado el galán -de Lumiacos en la conquista de la dama de Robleces, con todo el lujo -de seducciones que había despilfarrado durante un mes de incesante -batalla. ¡Ni un solo paso!... ¡Y él que se había creído encaramado en -la muralla, y hasta con una patona dentro de la fortaleza! - -Estaba visto: Inés adoraba en el santo, no á la persona, sino á los -milagros que hacía. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XIV - -EL CURA DE ROBLECES - - -Salió de la casona de Robleces el mocetón de Lumiacos con la obscuridad -de una noche inverniza en la mollera, y el peso de una montaña sobre el -corazón. La soberbia le impidió decir á su tía una sola palabra de lo -que estaba pasando. Llevaba la cerviz muy humillada, tropezaba á menudo -en los cantos de la calleja, brotaban sangre sus ojos, y era verde -podrido el color de su cara donde no la cubría el negro sucio de su -barba cerdosa. - -Caminando de este modo, se encontró con el cura de Robleces, que venía -de Los Castrucos. El cura de Robleces era uno de los pocos ejemplares -que quedaban de aquellos presbíteros de _misa y olla_, como se dice -por acá, ó de _morral y gancho_, como se los llama en Castilla. Con -esto se entiende que el cura ya era viejo; porque han pasado muchos -años desde que no se permite á un hombre «meter barba en cáliz», con -sólo el estudio de un poco de latín; algo de Teología moral, según el -padre Lárraga; un brevísimo examen de unas cuantas materias de clavo -pasado, como de _sacramentis in génere_ ó _de sacramentis in specie_, y -traducir _mocosuena_ un parrafejo del Breviario. - -Ahora se hila de otro modo en la carrera; y por eso Marcones, que la -seguía, miraba con alto menosprecio al párroco de Robleces. El cual -párroco, lejos de ofenderse con las altanerías de Marcones, le buscaba -la lengua muy á menudo para divertirse un rato con él, cantándole de -paso grandes verdades. Porque es de advertir que el buen clérigo, -cuanto más á viejo iba, más regocijado era de humor. Llevaba cuarenta -años sirviendo aquella parroquia, y continuaba gastando, contra la -nueva costumbre, zapato bajo con hebilla, medias negras, levita de -largos faldones y sombrero de copa alta; por lo que también solía -dispararse contra él el pedantón de Lumiacos. Ello era que, por fas ó -por nefas, nunca se hallaban juntos el clérigo y el seminarista sin -que armaran tiroteo entre los dos; y aunque casi siempre tenían la -culpa de ello las intemperancias geniales de Marcones, en el encuentro -mencionado hubiera fallado la costumbre precisamente por la banda del -mocetón. ¡Tan cabizbajo iba, tan absorto en sus preocupaciones y tan -inclinado á no distraerse con nada ni por nadie! - -Pero, en cambio, no le cabía á don Alejo la locuacidad en el cuerpo -aquella tarde; y aunque no buscaba camorra ni cosa que se le pareciera, -porque el tal clérigo era un bendito de Dios en toda la extensión de -la palabra, le sobraban algunas en la boca, y de algún modo había de -emplearlas. - -Viendo, pues, venir al seminarista tan cabizbajo y tropezón, esperóle á -pie firme. - -—¿Vas enfermo ó qué te pasa?—le dijo en cuanto se le acercó. - -—Y ¿por qué he de ir yo enfermo—respondió ásperamente el seminarista, -alzando la cabeza y mirando con ferocidad al cura,—ni por qué ha de -pasarme ninguna cosa? - -—Hombre—replicó don Alejo,—mortales somos, y los sucesos de la vida no -paran un punto ni siempre son de la misma traza. De todas maneras, no -te enfades, que nunca se ofende al prójimo con un buen fin, como el que -yo llevaba en lo que te dije... Te ví cabizbajo, te ví que tropezabas; -y como tú sueles andar más derecho y pisar más firme por lo regular... - -—Pues no me pasa nada ni estoy enfermo—dijo Marcones con señales de -querer cortar con ello la conversación,—y se agradece el buen fin... -Conque ¿manda usted otra cosa? - -—¿Tan de prisa vas, Marcos, que te estorba un ratuco de plática? - -—No siempre está el horno para rosquillas, señor don Alejo. - -—¿No, eh? Pues cata ahí cómo no iba fuera de camino la pregunta que -te enderecé... _Tu dixisti_, Marcos... «no siempre está el horno para -rosquillas:» ergo algo le pasa al tuyo, cosa que me negastes de mal -temple, como si te hubiera ofendido el supuesto. - -—Á mí no puede ofenderme nada de lo que usted me diga, señor don -Alejo—repuso Marcones esforzándose por despejar el nublado de su -cara:—la corona y las canas le hacen merecedor de mi respeto... - -—Sobre todo cuando tengo razón en lo que te digo, ¿eh?—contestó don -Alejo alegremente. - -—Con razón ó sin ella—replicó el seminarista volviendo á fruncir el -entrecejo,—no recuerdo haberle faltado á usted jamás á la consideración -que le debo. - -—¡Claro que no, hombre!—se apresuró á decir el cura.—Si todo esto es -una pura broma. ¡Bueno eres tú para faltar á nadie, con canas y sin -ellas!... - -—¡Repito que no le he faltado á usted nunca!—insistió Marcones picado -con la ironía de don Alejo,—y mucho menos en esta ocasión en que seguía -pacíficamente mi camino. - -—Vamos, tú quieres decirme que he sido yo quien te ha puesto en trance -de pecar, tirándote de la lengua. Pues dilo, hombre, dilo claro: con -eso podré yo decirte á tí que te equivocas de medio á medio, y que el -diablo me lleve si tuve otro intento, al detenerte, que el de echar un -párrafo contigo y hacerte una pregunta que se me puso entre los labios -en cuanto te columbré desde aquí. - -—Y ¿qué pregunta era ella, si se puede saber?—interrogó el seminarista, -poniéndose en guardia, como se pone un jabalí en cuanto oye el menor -ladrido. - -—¡Vaya si se puede saber!—respondió el cura con la mayor inocencia.—Lo -malo es que, como no está el horno tuyo para rosquillas, según tú mismo -has confesado, sabe Dios cómo me la tomarás. - -—Pues supóngase usted—dijo Marcones apresurada y fogosamente,—que no -hay tales rosquillas ni tal horno, y que ahora tengo yo grandísimo -empeño en que se me haga esa pregunta. - -—¿Sí?—saltó el cura muy ufano.—Pues por el antojo no habías de malparir -si fueras embarazada antojadiza. Allá va la pregunta... Pero mira que -no lleva otra malicia que la que tú quieras darla. Es cosa corriente -en el lugar, que andas en la casona empeñado en una gran obra de -misericordia... - -—¡Falso!—bramó Marcones, lívido de ira y mirando al cura con unos ojos -que parecían puñales. - -—¿Veslo?—dijo el párroco dando un paso atrás.—Ya se te fué la burra, y -todavía no te he hecho la pregunta, en rigor de verdad. - -—¡Repito que es falso el supuesto! - -—Corriente, hombre, corriente; pero conste que me das la respuesta -antes que yo te haga la pregunta. Y ahora te digo que tienes bien poca -correa, cuando te sulfuras por una cosa de que debías envanecerte si -fuera verdad. - -—¿Y cuál es esa cosa, señor cura?—preguntó Marcones con sorna. - -—¡Ahora escampa!—exclamó don Alejo fingiéndose muy asombrado.—Pues si -no la conoces todavía, ¿por qué la has dado por falsa y te ha ofendido -hasta el supuesto de que sea la pura verdad? - -Conoció entonces el arisco estudiantón que se le había desbordado la -bilis algo más de lo que el caso pedía, y trató de encauzarla, no -tanto por el bien parecer, cuanto por poner á don Alejo en ocasión de -aclararle lo que se decía por el pueblo, que bien pudiera no ser lo que -él se había figurado. Con este propósito le replicó, dulcificándose -cuanto pudo: - -—Dejémonos de bromas, señor don Alejo, y dígame claro qué obra de -misericordia es esa que se me atribuye. - -—Sea todo por el amor de Dios—dijo á esto mansamente el cura después -de carraspear.—Pues se dice, Marcos, que andas enseñando la doctrina á -cierto feligrés mío que siempre fué muy duro de pelar. - -—¿Á qué feligrés?—preguntó el seminarista, más tranquilo viendo por -dónde iban las suposiciones del cura. - -—Á don Baltasar—respondió éste.—Pues mira—añadió,—ya me diera yo con un -canto en el pecho porque lo consiguieras. Por lo que á mí toca, muchas -veces he intentado echarle hacia el buen camino, y nunca pude hincarle -el diente. Conque ¿es verdad ó no? - -—No es verdad,—respondió Marcones después de pensarlo un poco. - -—Parece que te cuesta decirlo, como si la afirmativa te pesara. -¡Tendría que ver, Marcos! - -—¿Cuál?—preguntó éste volviendo á palidecer. - -—Que fuera verdad lo que se dice, y te doliera el confesarlo... por -humanos respetos... No seas bobo: «hágase el milagro, aunque le haga el -diablo.» - -—Eso es tanto como decirme que me falta competencia para meterme en tal -cosa, si se me hubiera antojado. - -—No es verdad. - -—Ó derecho... - -—¡Tampoco! - -—Pues algo por ese arte ha querido usted dar á entender con el refrán -del milagro... Y en este punto, señor don Alejo, y con el respeto -debido á su corona y á sus canas, ya sabe usted que no me coge los -dedos entre la puerta. Hay aquí (y se golpeaba la cabeza) metralla de -sobra para vencer en batallas como esa y otras mucho más gordas... -¿usted me entiende? - -—¡Anda, morena! - -—Aunque no he metido barba en cáliz, me sobran tres cuartos de lo que -sé, para saber el doble de lo que bastó á otros para meterla... - -—¡Miren el sabijondo que respeta la corona del _insipiens_, si tira -bien á dar en medio de ella!... No, y en parte no te falta razón para -echar tanto humo por la chimenea; bien dicho te lo tengo en otras -ocasiones: desde que _vosotros_ andáis en el mundo, arrastrando por -los callejones los manteos y con la cabeza muy alta, cada aldehuela -es un criadero de santos para la corte celestial. ¡Y todo por obra -de ese puñado de teologías que habéis adquirido arañando por encima -un compendio del padre Perrone, que nunca saludamos nosotros los -ignorantes _morralistas del padre Paco!_... ¿No es así como nos llamáis -los doctores de similor á los pobres _curas de misa y olla?_... Vaya, -y que no es poca ganga la que tiene un feligrés destripaterrones, -con un párroco que, para entretenerle el hambre y las pesadumbres, -le suelta un zoquete en latín, para convencerle de que sabe mucho -_de communi Theologorum consensu_, _de potestate clavium_ y de otras -graves materias _de Locis theologicis_, ó se dispara con un pedrique -muy superferolítico, estudiado de memoria en el sermonario de Juan ó -de Pedro, como le pudiera estudiar yo, que no entiendo una palabra de -esas retóricas de púlpito. Con esto, y con pensar que le hace un gran -favor hasta en cada misa que celebra, y que el curato es un patrimonio -fundado para él, y que á nada le obliga la investidura por ley de -mansedumbre y caridad, ya puede afirmar, con la cabeza muy alta, que -si no está coronada con una mitra, es porque no hay justicia en la -tierra... ¿Te escuece lo que te digo, eh? Pues mira, lo siento, porque -no va con esa intención, aunque bien pudiera ir si fuera yo algo -vengativo... En prueba de que no lo soy, te añado ahora que admito -excepciones, y muchas, en lo que quizá has tomado por regla general, y -que conozco algunas ejemplarísimas que lo son por haber sabido suplir -con modestia, humildad y desinterés, la ciencia, la educación y el -conocimiento del mundo que les faltan; excepciones que tú, con la -leche entre los labios todavía y los cuatro libracos del seminario á -medio digerir, no has hecho nunca al hablar de nosotros, ni siquiera -por la consideración, de cortesía, de que tengo setenta años y llevo -cuarenta en esta parroquia, donde si no he formado grandes santos para -Dios, tampoco enemigos para el cura que, aunque pecador, no tiene -otro vicio que el de echar una calada mar afuera, cuando el tiempo y -las ocupaciones se lo permiten, y le da el Lebrato un rinconuco en la -barquía... Y déjame que me dé á mí mismo este poco de incienso, aquí -donde nadie nos oye, si no es Dios que sabe por qué lo hago... - -Marcones, que estaba hinchado como una vejiga de hieles, había amagado -al cura, durante su reprimenda, con más de dos estampidos; pero la -serenidad y la mímica de don Alejo habían logrado contenerle. Así es -que cuando éste acabó de hablar, el mismo estrago de la interna lucha -tenía rendido al iracundo seminarista. Con ello y algo que, al fin, le -imponían los años y la investidura del párroco, limitóse á decirle ¡eso -sí! con el ceño hecho una tempestad y después de tragarse un bramido de -la que le andaba por dentro: - -—No es ocasión ésta de que se ventile como se debe el punto que acaba -de tocar usted; por lo que renuncio á decirle algo siquiera de lo -mucho que se me ocurre en _nuestra_ defensa. Otra vez será... - -—¡Lo ha sido ya tantas otras!—exclamó don Alejo.—Sólo que hoy me -ha dado á mí por hablar un poco más de lo que suelo cuando te oigo -predicar desde tan alto. - -—¡Es que el punto merece ventilarse! - -—¡Quiá, hombre, quiá! Si á mí me tienen sin cuidado esas cosas. Una -vez, y acabóse. Pues dígote, ¡y á mis años! Cayó la pesa ahora... -y por eso... Y entiende que lo que me has oído no te lo dije para -convencerte, sino en respuesta á otros dichos tuyos que no te he oído -hoy por primera vez... ¿Me entiendes? Bueno. Pues hazte la cuenta -de que no te he dicho nada, y volvamos al principio: te aseguro -que pondrías una pica en Flandes catequizando al Berrugo, y que lo -celebraría yo lo mismo que si la hazaña fuera mía. Palabra de honor. - -—Y yo le repito á usted—respondió Marcones entrando en la materia de -muy mala gana,—que es falso ese decir de las gentes. - -—Vaya—replicó don Alejo como si le contrariara un buen deseo la -afirmación;—pues, en ese caso... será más cierto lo otro. - -—¿Cuál?—preguntó el seminarista alarmándose de nuevo. - -—Nada—respondió el cura,—si el decírtelo ha de ser motivo para que te -amontones. - -—No me amontonaré... ni me he amontonado jamás... ¡Venga eso que se -dice y necesito saber yo! - -—Pues si como relampaguea ahora truena luégo, ¿quién diablos va á parar -aquí en cuanto yo empiece á hablar? - -—Señal de que no me honra mucho la noticia. - -—Bien te honraba la de antes, y mira cómo te pusiste: no hago ahora más -que anunciarte la otra, y ya me la quieres sacar del cuerpo con las -uñas. - -—No hay que exagerar, don Alejo: no llevo las cosas hasta ese punto... -Tengo muchos enemigos en este pueblo... - -—¡Tú? - -—Yo, sí, señor; y por donde quiera que ando, porque la malquerencia, -la ignorancia y la envidia, son de todas partes; tengo también, por -desgracia ó por fortuna, mi genio y mis prontos correspondientes; y -cuando las cosas y los dichos se combinan de cierta manera, no es -de extrañar que uno salte de improviso aparentando lo que no es en -realidad... Conque hable usted con franqueza, y vaya perdiendo sus -temores á lo que pueda tronar... - -—Hombre, tanto como temor á eso, nunca le he sentido, Marcos: la verdad -por delante. Una cosa es que me duela verte hecho un jabalí por puntos -de poco momento, y otra muy distinta el que me tengan sin pizca de -cuidado esas corajinas que te ponen verde y con los ojos en llamas... -En fin, que se me da por tus fierezas lo propio que por tus latines, y -que no quiero aspavientos ni voceríos sin necesidad y en medio de la -calle. De esta casta son los temores que yo tenía. - -—Pues de esos mismos temores hablaba yo, señor don Alejo—contestó -Marcones con una sonrisa forzada y los carrillos temblando;—y no podía -hablar de otros, refiriéndome á un sacerdote á quien por su corona y -por sus canas debo respeto, sin contar con que yo no me como á nadie -con canas ó sin ellas. - -—¡Toma! Eso por entendido se calla, Marcos. Bien lo sabes: perro -ladrador... amén de que no hay una cuesta abajo sin una cuesta -arriba... Y no te ofenda tanto como parece por las señales, esta idea -que tengo de tus agallas; porque, después de todo, con el ropaje que -vistes, mejor te sienta el aire de cordero que el de tigre... Y ahora, -para fin y remate de la porfía, te pregunto en santa paz: ¿te lo cuento -ó no te lo cuento? - -—¡Repito que sí!—respondió Marcones devorando oleajes de ira. - -—Pues allá va con tu venia y la salvedad consabida. Han notado las -gentes, que, de mes y medio acá, no sales de la casona. Esto es visto -y no hay que negarlo. Con este motivo, que es muy de notarse por lo -nuevo, ya que no por otras razones, han afirmado unos que se trataba de -lo que antes te dije: de convertir á Dios al amo de la casa, y que ya -llevabas la obra de misericordia en buen camino. De esto no hay nada, -desgraciadamente, según tú mismo me has asegurado. Pero dicen otros, -porque ven á Inés muy peripuesta y hacendosa, como también la he visto -yo, y porque creen saber que tú la das lecciones de escritura y no sé -si también de Teología, y porque sacan la cuenta de que te saliste del -seminario antes de que se cerrara, que si has ahorcado los libros en -definitiva, y trocado la vocación de sacerdote por la de yerno de don -Baltasar Gómez de la Tejera, por mal nombre el Berrugo. - -—¡Falso, falso!... ¡Un millón de veces mentira!—bramó aquí el mozón de -Lumiacos, salpicando el chaleco del pobre cura con las espumas de su -rabia. No le cabía en la calleja. - -El cura, con las dos manos sobre el puño de plata de su bastón, le -miraba con los ojos muy fruncidos y la boca entreabierta. En seguida le -dijo con mucha calma y sin dejar de mirarle: - -—¡Lo propio que la otra vez, y dos cuartos de lo mismo! ¡Y mira que si -el primer supuesto te honraba, éste te pone en las nubes!... ¿De qué -color han de ser las cosas que se te cuenten para que no te saquen de -quicios, hombre? Te aseguro que si mordieras como ladras, el demonio -que se te pusiera delante... - -El de Lumiacos, habiendo llegado el paroxismo de sus furores mudos, -entró en el período del jadeo fatigoso, que era lo que en tales casos -le acontecía siempre, y dijo al cura, entre silbidos del resuello: - -—Le repito á usted que aquí hay gentes que se gozan en calumniarme... -¡por envidia! - -—¡Por envidia!... ¿por envidia de qué?—le preguntó el cura tan fresco y -sosegado. - -—De... de muchas cosas,—respondió Marcones. - -—Corriente... Supongamos que tienes muchas cosas envidiables, -contándote el genio entre ellas; pero lo de la calumnia... ¿Es -calumniarte el decir que estás ocupado en enseñar la doctrina cristiana -á un hombre que no la sabe? ¿Es calumniarte el creer que te tira más -la vocación de marido que la de cura, y que por eso, y no por asegurar -mejor la puchera, has ahorcado los libros del seminario? Mozo eres, -intonso y libre hasta la hora presente; Inés... ¡no te digo nada!: no -hay mejor acomodo que ella en veinte leguas á la redonda; y en cuanto -al hecho en sí, el apóstol lo dijo: _melius est nubere quam uri_... -¿por qué, con todo esto por delante, te emberrenchinas, Marcos? Y si -un poco me apuras, ¿qué más quisieras tú? - -Marcones, mientras el cura le cantaba estas verdades, pensaba que aquel -día había sido de los más aciagos para él. Acababa de averiguar en la -casona que, en su juego con Inés, no había ganado una sola baza; y por -don Alejo, no solamente que se le había descubierto el juego, sino que -se le veían las cartas. Además, el cura se atrevía á reirse de sus -latines y de sus espeluznos. Esto, con su poca serenidad, le produjo -grandísimo embarazo. No sabiendo cómo salir de él airoso y de frente, -echó por la puerta falsa, contentándose con replicar á don Alejo estas -palabras solas: - -—Y ¿adónde quiere usted ir á parar con todo eso? - -—Á ninguna parte, hijo del alma—le contestó en seguida el cura.—Á lo -sumo, á lo sumo, á decirte que no veo de malo para tí en el negocio de -tu nueva vocación, más que una cosa. - -—¿Cuál? - -—El que está muy duro de pelar, y que no vas á salirte con la tuya. - -Si Marcones pensó corresponder, á su manera, á esta frescura de don -Alejo, no es cosa averiguada; pero lo que no tiene duda es que viendo -venir de hacia Los Castrucos á don Elías, tomó pretexto de ello para -suspender la conversación y apartarse de allí más que de paso. - -Apretó el suyo el médico; y en cuanto alcanzó al cura, se le puso al -costado y le sopló al oído estas palabras: - -—¡Floja es la castaña que le van á dar en casa del Berrugo á ese -gandulote! Ya sabe usted que anda buscándole el gato casándose con -Inés, con la ayuda de la culebrona que manda allí. Pues bueno: ¡Inés no -le traga ni en píldoras! Ella misma me lo ha confesado. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XV - -EL PLEITO DEL PROFESOR - - -No sé si lo he dicho; y en la duda, lo digo ahora: Inés no se -conformaba con lo poco que directamente aprendía de su maestro, sino -que trabajaba después á solas y por su cuenta, gozándose en ver cómo -recogía de este modo una espiga bien compacta, por cada grano mal -sembrado en su cabeza durante la lección. Estos eran los verdaderos -frutos de lo que reputaba Marcones por obra suya, y obra, además, -maravillosa. Quiero decir (y no sé si diciéndolo me repetiré también) -que los adelantos de Inés no consistían en lo que llevaba _aprendido_ y -que, en absoluto, no valía dos cuartos, sino en los hermosos estímulos -que se habían despertado en ella, lo cual no tenía precio. - -En cada lección sorprendía á su maestro con una pregunta discreta -acerca de lo tratado en la anterior, ó con el testimonio de un resabio -vencido en la escritura, en una plana más correcta que la última -escrita delante de él. Pues bueno: sucedió que después de aquella -lección en que salió á relucir el caso del obispo, Inés escribía -planas y más planas, y se ejercitaba en las cuentas, y se aprendía de -memoria páginas y más páginas de la gramática, de la geografía y de la -historia, y el de Lumiacos no venía á infundirla con su aplauso nuevos -alientos para seguir avanzando por aquel camino. Llegaron los días á -cinco, y ya no sabía Inés qué pensar de tan extraño suceso. Tampoco lo -sabía la Galusa. ¿Estaría enfermo? - -Con esta duda, y de acuerdo con Inés, se mandó un recado á Lumiacos. La -respuesta fué que, aunque no se encontraba tan bueno como deseaba, iría -á Robleces al otro día. - -Y fué ¡eso sí! muy tristón y con la cabezona algo gacha. La Galusa le -recibió con una granizada de preguntas; pero él sólo contestó que le -dejara en paz, porque no tenía por entonces ganas de conversación. -Andando hacia la sala, mandó á su tía que avisara á Inés, y la encargó -mucho que por aquel día los dejara solos durante la lección. - -Una vez en el cuarto, se sentó, estiró las piernas que parecían dos -postes, metió las manazas en los bolsillos, dejó caer toda la papada -sobre el pescuezo... y así le halló Inés pasados pocos instantes. - -—¡Ojos que le ven á usted!—díjole cariñosamente la garrida muchacha -al entrar.—¿Qué ha sido eso? ¿Por qué ha estado usted tantos días sin -venir? - -Incorporóse poco á poco el de Lumiacos, sin sacar las manos de los -bolsillos ni levantar mucho la cabeza, pero asestando á Inés por debajo -de las cejas cada mirada que parecían otros tantos mordiscos de los que -no arrancan la tajada; y con voz algo temblona respondió: - -—He estado un poco enfermo: ya lo mandé á decir... - -—Es verdad—replicó Inés muy afectuosa,—¡y bien que lo hemos sentido! -Pero como al mismo tiempo nos decía usted que no había sido cosa -mayor... Vamos, que con un poco de voluntad... ¡perezoso... más que -perezoso! - -El reprendido tragó de una sola aspiración, que le refrigeró el -pechazo, todas aquellas tentaciones que esparcía su rozagante -discípula al echarle esta reprimenda _de mentirucas_; y arrimándose á -la mesa, enfrente de la silla en que acababa de sentarse Inés, dijo, -amortiguando la mirada y compungiendo la voz: - -—Como yo no podía... ni debía sospechar que se me echara aquí de menos -por nadie... - -—Pues se le echaba á usted—insistió Inés en el mismo tono regocijado y -sinceramente cariñoso, mientras sacaba de su cartapacio unos papeles.—Y -si se me hubiera cumplido la palabra que se me tiene dada, yo no sé -cuántos días hace—añadió sonriendo y mirando al de Lumiacos con un poco -de malicia,—de prestarme ciertos libros de historias muy divertidas, -mejor hubiera entretenido el tiempo de la espera. - -—No he olvidado lo que prometí—respondió Marcones á la indirecta;—y -esos libros estarían aquí hace días, si yo hubiera creído que era ya -hora de leerlos... Yo no me olvido de nada, Inés, ¡de nada!... Y crea -usted que, á veces, me valdría más tener menos memoria de la que tengo. - -Esto lo soltó Marcones en un rasgo declamatorio con dejos de amargura; -pero como Inés no estaba todavía en aptitud de estimar por toques y -matices de artificio las segundas intenciones, respetando á la buena de -Dios el gusto que se encerraba en aquellas palabras, las dejó pasar sin -meterse para nada con ellas. - -—Pero aunque no he tenido historias divertidas que leer—dijo en cambio -y siguiendo puntualmente, eslabón por eslabón, el encadenamiento de sus -ideas,—y me han faltado las lecciones de usted, no por eso he dejado de -aprovechar el tiempo. ¡Vea usted, vea usted si he trabajado! - -Y alegre como unas pascuas, comenzó á tender, una á una, sobre la -mesa, todas las planas que había escrito; después abrió el cuaderno de -cuentas por las hojas en que estaban las que no conocía su profesor, y, -por último, le señaló en los respectivos libros lo que de gramática, de -historia y de geografía se había aprendido de memoria. - -Marcones sacó perezosamente las manos de los bolsillos, cogió unas -cuantas planas, las miró un instante con ojos desanimados, y las arrojó -en seguida sobre la mesa. - -—¡Y para qué?—murmuró al mismo tiempo en tono lúgubre y como si hablara -para que nadie le oyera.—¡Si esto, que era antes mi orgullo, ha venido -á ser mi martirio!... - -Y se puso á dar vueltas por el cuarto, con la cabeza gacha y las manos -en los bolsillos. - -Como estos matices eran bastante más expresivos que los de antes, -pescólos Inés; asombróse, y se quedó muy suspensa, mirando sin -pestañear al mocetón. - -El cual, sorprendiendo en una mirada torcida el efecto causado en la -hija de don Baltasar por sus dichos y por sus hechos, se detuvo de -pronto delante de ella y la dijo, tétrico y medio espeluznado: - -—Inés... yo necesito hablar con usted cuatro palabras... ¿Me las quiere -usted oir? - -Inés, con aquella salida del seminarista, cuyo rostro estaba cárdeno, -sintió una impresión, como de frío, que la invadía de pies á cabeza; y -sin saber por qué, tuvo miedo. Instintivamente miró hacia la puerta; y -el ver que no estaba cerrada, la tranquilizó mucho. Entre tanto, como -no contestaba á la pregunta de Marcones, éste se la repitió: - -—¿Me quiere usted oir esas cuatro palabras? - -—Dígalas usted,—contestó al fin la pobre chica, con un nudo en la -garganta. - -Marcones arrimó una silla y se sentó enfrente de Inés. Puso los -codos sobre la mesa, se pasó por la cabeza medio rapada ambas manos, -entrelazólas después; y acabando por resobadas una con otra, rompió á -hablar de esta manera, con largas pausas y muy cavernosa la voz: - -—¡Yo no he estado enfermo!... ¡No ha habido tal enfermedad! - -Inés, pensando que se la reñía por haberlo creído, se apresuró á -responder: - -—Me alegro; pero usted fué quien nos lo dijo. - -—Sí que lo dije... y, sin embargo, no mentí. - -La pobre muchacha pintó en un gesto y en un ademán, la nueva confusión -en que se la ponía con aquellas afirmaciones que la parecían -contradictorias. - -—Aquí se ha comprendido—prosiguió Marcones,—que mi enfermedad era -del cuerpo; y en esta inteligencia digo yo que no ha habido tal -enfermedad... Pero estuve enfermo, lo estoy todavía, y, sin la ayuda de -Dios, continuaré estándolo... del espíritu, que es la enfermedad más -cruel que puede afligir á un hombre de sano corazón y mente luminosa... -¿Se acuerda usted de lo que le tengo explicado acerca del particular de -los hombres de mente luminosa y sano corazón? Vea usted, pues, cómo es -posible eso que á usted le ha parecido tan contradictorio. Sí, Inés, mi -enfermedad está en el alma... ¡en el alma! ¡Estoy enfermo del alma! - -Y al decir esto, Marcones dió un puñetazo brutal sobre la mesa, y una -expresión de amargo desconsuelo á su caraza biliosa. - -Inés se estremeció con aquel golpe que no esperaba, tomó en serio lo -del dolor que tanto afligía al seminarista, y hasta se compadeció de -él; pero no supo qué decirle. Después del puñetazo y la mirada triste y -casi llorosa, Marcones dió otras dos vueltas por el cuarto. De pronto -se detuvo, sacó el moquero, le arrimó con las dos manos á sus narices, -lanzó con ellas una trompetada vibrante y clamorosa, mientras sacudía -la cabeza á uno y á otro lado; y cuando concluyó la sonata con tres -notas secas, embolsó el pañuelo y volvió á sentarse enfrente de Inés. - -—En la última lección—comenzó á decirla,—hablé á usted algo sobre el -destino de las criaturas en el mundo. ¿Se acuerda usted? - -Inés dijo que sí. - -—Con ese motivo—continuó Marcones,—expuse los recelos que yo tenía de -que á la hora menos pensada se me apareciera en el camino que llevo, -marchando en busca de lo que creo mi destino, un estorbo que no me -dejara pasar y si es que no me extraviaba; estorbo que lo mismo podía -proceder de la voluntad de Dios, que de las malas artes del demonio... -pero estorbo al fin. ¿Lo recuerda usted? - -—Lo recuerdo,—respondió Inés fascinada por la novedad de aquella escena. - -—Pues bien—continuó el seminarista, revolviéndose en la silla y -sin apartar de los de Inés sus voraces ojos.—Mis recelos se han -confirmado... ó mejor dicho, había graves causas para que yo los -tuviera; causas que yo llevaba dentro de mí sin conocerlo, pero que se -dejaban sentir haciéndome pensar como pensaba. Por una inspiración de -Dios, ó por un artificio del demonio, que quiere perderme encendiéndome -la codicia de cosas imposibles, aquella misma noche ví en mis adentros, -tan claro como la luz del día, que mi vocación de sacerdote no era -tan firme como yo había creído; que había otra que me tiraba mucho -más; que he sido un temerario en brindarla á usted con lo que no -puedo llevar á buen remate, y, por último, que en conciencia de hombre -honrado, no debo continuar dándola á usted las lecciones que le daba... -¡Todo esto llegué á leer y á sentir dentro de mí mismo! ¡Todo esto, -Inés! ¿Comprende usted mejor ahora cómo se puede enfermar hasta la -agonía, sin que en el cuerpo se sienta el más pequeño dolor? - -Inés, que cada vez entendía menos lo que la quería decir Marcones, y se -sentía más deseosa de entenderlo, se atrevió á preguntarle en cuanto él -cesó de hablar: - -—Pero ¿por qué vió usted todas esas cosas tan de repente, y qué tienen -que ver con ellas las lecciones que usted me da? - -Demasiado sabía el de Lumiacos, desde el caso del obispo, que no -estaba Inés en disposición de comprenderle con metáforas de enamorado -llorón, y por eso no le exacerbó la bilis esta nueva candidez de la -desapercibida muchacha; pero no queriendo exponer el éxito de su -negocio al azar de una embestida en crudo, la iba preparando con toda -la exornación atenuante que llevaba bien estudiada. - -—Pues si usted comprendiera todas esas cosas de repente, con lo poco -que la he dicho—exclamó,—ya estaba resuelta para mí la dificultad... Si -usted me hubiera comprendido— insistió, compungiéndose,—no necesitaba -yo decir en este momento, ni nunca, por qué me retiraba de esta casa... -¡para siempre! como necesito decirlo para que no se me tenga por un -hombre informal y desagradecido... Y esta explicación, ¡ésta!, es la -que me duele tanto como la misma enfermedad. - -El pasmo de Inés iba creciendo á medida que se acentuaba el aspecto -patético de Marcones; el cual estudiaba con ojo sutil el cuadro de -síntomas que ofrecían los movimientos del ánimo de la inexperta moza. - -—Sepa usted—prosiguió el seminarista dando nuevos tintes sombríos á -su mirada y á su voz,—que el tropiezo que yo temía, ó hablando más -propiamente, que el imán poderoso, la fuerza sobrenatural que me -detiene... ¡tampoco es esto lo exacto!... que me arrastra fuera de mi -camino, está aquí, ¡aquí! en esta misma casa... ¿Me va comprendiendo -usted? - -Tampoco le comprendía Inés por estas señas; y así se lo dió á entender -en su expresivo ademán, y sin apartar sus compasivos ojos de los -sanguinolentos de Marcones. - -Éste hizo otro envite en el juego en que estaba tan empeñado, de la -siguiente manera: - -—¡Estará decretado también que yo apure gota á gota las hieles de mi -amargura! ¡Cúmplase la dura ley! En castellano corriente, Inés: desde -que ando en esta casa, se han despertado en mí sentimientos y fervores -que son incompatibles con la serenidad de espíritu y con la castidad -de pensamientos que se requieren para el estado eclesiástico. En una -palabra: yo no sirvo ya para sacerdote; repito que la causa de ello -reside aquí, y añado que la conozco y que mi voluntad no ha tenido la -menor parte en la caída... ¡Puedo jurarlo, Inés, puedo jurarlo si á -jurarlo se me llamara! Sin embargo, á nadie culpo, nada pido, de nadie -me quejo. Barro frágil era: tropecé á obscuras en mi camino, y barro -despedazado soy en este momento. Nada más natural en los azares de la -miseria humana... ¿Acabó usted de comprenderme? - -—No, señor,—respondió Inés muy resuelta, después de unos momentos de -indecisión. - -Esta entereza por remate de lo que él había ido leyendo de nuevo en la -cara de su discípula mientras la enderezaba las últimas indirectas, no -le dejó la menor duda de que Inés deseaba y quería entenderle cuanto -más pronto. El por qué del deseo, ya no estaba tan claro para Marcones. - -Arriesgóse éste, y jugó su última carta de la siguiente manera: - -—Puesto que es preciso, lo diré más claro todavía. El tropiezo que -he hallado en mi camino; el imán, la fuerza que me ha sacado de él; -el hechizo que ha despertado en mí sentimientos incompatibles con el -estado eclesiástico, y la luz que me ha hecho ver á las claras que mi -primera vocación no era perfecta... todo esto junto, Inés, todo esto -junto... es usted. ¿Me he explicado bastante ahora? - -Inés se estremeció al oirlo, aunque quizá lo esperaba desde muy poco -antes. Púsose pálida; en seguida roja; se le acobardó la mirada; cerró -los ojos, y concluyó por esconderlos detrás de las manos, sobre las -cuales apoyó la frente. - -Marcones, en tanto, estaba lívido, le temblaban los párpados y la -barbilla, y se le podían contar los latidos del corazón en el paño de -su chaleco. Aun sin estimar lo que hubiera de carnal en su intentona, -se jugaba en ella la puchera. Era, pues, muy natural aquel desconcierto -del seminarista; desconcierto que, con ser tan grande, no le impidió -ver que urgía aprovechar la situación moral de Inés para rematar -la obra, y, si no vencer, salir de la batalla con el intento bien -justificado. Con este propósito añadió á lo dicho, después de un rato -de silencio y mientras Inés continuaba con la frente sobre las manos: - -—Esto que he tenido que declarar á usted, obligado por las razones que -la dí, ha de quedar entre nosotros como en el fondo de una sepultura. -Así lo pido, porque tengo derecho á ello; y le tengo, porque, como -ya lo declaré, á nadie culpo de lo que me pasa, nada reclamo; y por -lo que á mí solo importa, tengo tomada una resolución bien firme. -Usted está muy alta: yo estoy muy bajo; usted es hermosa: yo soy una -persona insignificante y mísera en quien, por el ropaje que viste y las -ciencias que ha cursado, hasta parecen crímenes estos sentimientos; no -tengo un solo título para merecerla á usted, al paso que no me parece -bastante todo el corazón para adorarla. En este conflicto, ¿qué le toca -hacer á un hombre honrado como yo? Alejarse de aquí, y alejarse para -siempre. Pero tengo en esta casa deberes que cumplir, y no puedo salir -de ella sin dejar bien demostrado que, si no los cumplo, es porque me -lo impiden motivos muy poderosos. Ya conoce usted estos motivos, porque -solamente para que los conozca usted me he atrevido á arrancar del -fondo de mi corazón este secreto. Ahora, olvídele usted, discúlpeme -como mejor pueda con su señor padre, concédame el perdón que la pido de -rodillas, y déme su permiso para retirarme. - -Inés estaba en este momento lo mismo que si de pronto hubiera oído -crujir los techos y removerse las paredes de la casa: tiritaba de pies -á cabeza, y no sabía qué hacer ni qué decir, ni adónde mirar en busca -de un resquicio para huir de aquella situación que la amedretaba. - -Marcones, entre tanto, convulso y anhelante, la devoraba con los ojos; -y como pasaba el tiempo sin que ella descubriera los suyos ni dijera -una palabra, el fogoso mocetón se levantó de la silla, avanzó el busto -sobre la mesa, y, casi á la oreja, la disparó estas palabras: - -—¡Dígame usted siquiera que me ha oído, ya que no sea bastante -compasiva para perdonarme! - -Al mismo tiempo le tocó un brazo con su manaza, quizás para descubrirle -la cara tirando de él; pero no sé cuál fué primero, si el llegar la -mano al brazo, ó el incorporarse de un brinco Inés y dar un paso hacia -atrás. Marcones retrocedió á su vez otro paso. - -—No he querido ofenderla á usted—la dijo entonces, viéndola con la faz -angustiada y los ojos empañados;—y en cuanto al favor que acabo de -pedirla... - -—Todo lo he oído—respondió al fin Inés trémula y desconcertada;—de todo -me he hecho cargo... pero yo no sé... yo no entiendo... yo no esperaba -eso... Se quiere usted marchar y no darme más lecciones... puede que -tenga razón... y puede que no la tenga: ¡qué sé yo? Para hablar de -estas cosas, hay que estar muy serena... Puede que lo esté yo mañana... -En fin, si quiere usted que le diga lo que siento sobre todo lo que me -ha contado, déjeme que sea capaz de saberlo, porque ahora no lo sé... -Conque hasta mañana, ¿verdad? - -Y como quien sale de un atolladero abriéndose camino á ciegas con -las manos, salió Inés de su apuro entre el laberinto de estas frases -descosidas, y en seguida del cuarto, en el cual quedó un instante -Marcones bañándose el alma en un golfo de dulzuras, por traducir á su -gusto aquellos desordenados aleteos de un corazón que jamás se había -visto en apreturas semejantes. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XVI - -EL FALLO DE LA EDUCANDA - - -La pobre Inés se pasó aquella noche en claro, y aún no la alcanzó -para desembrollar el lío de pensamientos que la llenaban la cabeza. -¿Cómo pudo ella imaginarse que la exquisita diligencia de aquel mozo -para acudir á su casa y enseñarla lo que no sabía, pudiera terminar -en lo que había terminado? Cierto que se la venían á la memoria casos -y pequeñeces que, examinados desde allí, parecían señales de lo que -luégo se descubrió; pero para haberlos dado entonces la importancia que -aparentaban desde lejos, se necesitaban una malicia y una experiencia -que ella no tenía. De todas suertes, ya no era ocasión de ventilar -ese punto. Había que tomar las cosas en el estado en que fatalmente -acababan de ponerse; y tomándolas así, ¿qué hacer? Esta era la -cuestión: sobre esto había que meditar, y nada más que sobre esto. - -Ordenando lo mejor que pudo sus alborotados pensamientos, se halló -con que no sabía á punto fijo si la explosión amorosa de su maestro, -después de pasada la primera impresión, que fué de asombro, la -mortificaba ó la complacía. De lo que estaba bien segura, era de no -haber contribuído, á sabiendas, ni con el más ligero soplo, á encender -la hoguera en que Marcos parecía consumirse. ¡Y qué hoguera, á juzgar -por el fuego de las palabras con que el desdichado se la pintaba! Y con -abrasarse tanto, el pobre mozo se resignaba heróicamente á su martirio, -sin culpar á nadie, y hasta creyéndose indigno del menor consuelo que -pudiera darle quien, en rigor, era la causa de sus dolores. Por este -lado no hallaba Inés motivos para sentirse mortificada con aquellas -fogosidades tan honradamente declaradas; al contrario: hasta en -conciencia se creía obligada á compadecerse de Marcos. - -Pero descartadas de la cuestión estas consideraciones que tan -directamente se rozaban con su amor propio halagado y con la natural -blandura de su corazón; consideradas las cosas en su valor absoluto y -con entera independencia de todo sentimiento vanidoso y caritativo, -¿de qué casta era la huella que en los profundos de Inés habían dejado -las apasionadas confesiones del estudiante? Aquí estaba el lado más -obscuro de la cuestión, y éste era el que reclamaba toda la fuerza de -su discurso. Nada la había dicho Marcos que la sorprendiera por nuevo, -aunque la asombrara por inesperado; porque el adormecimiento de sus -deseos y de sus pasiones nunca fué tan grande que la impidiera sentir, -á su modo, esas hermosas revelaciones que suele hacer el corazón -humano en la primavera de la vida. El caso, pues, del estudiante, era, -en lo esencial, la realidad de muchos sueños que ella había tenido, -particularmente desde que la dominaba la afición al aseo y al trabajo. -Pero estos sueños y aquella realidad, que tanto se parecían en el -fondo, en todo lo demás eran muy distintos. La propensión de Inés á -trasponer en sus meditaciones las montañas fronteras con la imaginación -cuando se la ocupaban ideas de este linaje, no nacía de un temperamento -caprichoso y visionario, sino de una convicción racional y práctica de -que no había al alcance de sus ojos realidades de carne y hueso capaces -de satisfacer las nativas delicadezas de sus dormidos afectos. No por -esto salían sus exigencias de los límites racionales: no soñaba con un -príncipe vagabundo de los que andan de puerta en puerta en busca de -ignoradas hermosuras para llevarlas á ser reinas en palacios de plata -y oro, como los príncipes de los cuentos con que la entretenía muchas -veces su pobre madre. Se conformaba con muchísimo menos; pero con ser -ello tan poco, ¡era tan distinto de Marcos! Podía ser el galán confuso -de sus imaginaciones más bajo ó más alto, más rubio ó más moreno, más -triste ó más alegre, dentro del tipo común de los galanes apasionados -y corteses; pero gordo, grasiento, mofletudo, con la cabeza rapada, -vestido de negro sucio, teólogo de balandrán y casi cura como Marcos, -jamás le había soñado. Á Marcos le consagraba ella un afecto de otra -especie: le admiraba por sabio, le profesaba un cariño respetuoso por -la paciencia y la perseverancia con que la instruía y la aconsejaba, -le besaría con gusto la mano y hasta se confesaría con él en cuanto -cantara misa... De pronto este hombre, este teólogo y casi cura, con la -cabeza rapada, el vestido negro y el cerviguillo poroso, la descubre -que arde en amor por ella, y se lo dice en un lenguaje como nunca le -igualaron, por fogoso, los galanes de sus sueños, más elocuentes, á su -parecer, por lo mucho que se callaban, que por lo poco que la decían... -¡Oh! ¿por qué era tan gordo Marcos? ¿por qué había estudiado para -cura? ¿por qué se afeitaba tanto y no gastaba el pelo con raya y el -vestido de color? ¿por qué era sobrino de Romana, y por qué, en fin, -era de Lumiacos?... Pero ¿sería posible que estas cualidades accesorias -bastaran á desprestigiar, en el concepto de Inés, el altísimo valer -de aquel profundo y ardoroso sentimiento que el estudiante la había -confesado de tan hidalga manera? - -Y esto era lo que la inexperta muchacha no acertaba á poner en claro. -Á veces consideraba, «por un momento,» que se le acercaba Marcos, que -la pedía la respuesta prometida, y que ella se disponía á dársela -enteramente ajustada á los deseos del enamorado mozo. Y entonces sudaba -Inés de congoja, porque no hallaba modo de que las palabras salieran -de sus labios; y no por cortedad de mujer ruborosa, sino por algo como -repugnancia instintiva: le parecía estar hablando con su padre ó con -el cura de Robleces. Y por este camino lo ponía peor y se sumía en más -hondas confusiones, supuesto que Marcos sería todo lo gordo, todo lo -negro y todo lo teólogo que se quisiera; pero, en rigor de verdad, era -un hombre en la fuerza de la mocedad, sin votos y sin trabas de ninguna -especie, libre y casadero como otro cualquiera, y en nada se parecía, -para el caso que se ventilaba, ni á don Baltasar Gómez ni al cura de -Robleces. Podían ser, por consiguiente, impresiones pasajeras estas -repugnancias del ejemplo. Había que averiguarlo. - -Y vuelta al torno, y más tumbos en la cama. Y así toda la noche, sin -sacar otra cosa en limpio que un medio convencimiento de que por el -solo _delito_ confesado por el estudiante, no merecía éste la pena que -voluntariamente se había impuesto; que era de necesidad, y hasta de -conciencia, disuadirle de su empeño y reducirle á que continuara las -interrumpidas tareas, como si nada hubiera pasado entre el maestro y -la discípula, y dejar al tiempo la obra de poner en claro aquellas -nebulosidades que no podía despejar ella por sí sola. - -Entre tanto, no pedía Marcones mucho más que esto en las cuentas que -se echaba revolcándose á obscuras en su camaranchón de Lumiacos. -Estaba muy satisfecho del resultado de su embestida. Había visto en -el azoramiento de Inés revelaciones terminantes de impresiones hondas -y de batallas rudas, y á eso solo tiraba él. Lo demás sería obra de -la prudencia y del tiempo. Contaba con que Inés, en la situación de -ánimo en que había quedado, le instaría, aunque fuera de cumplido, -para que renunciara á su propósito de no volver á Robleces; y él -entonces pondría el colmo á su abnegación heróica, aceptando el nuevo -suplicio, mil veces más cruel que el de Tántalo... así, con Tántalo -y todo: conocía un poco la Mitología, y pensaba que no caería mal en -aquel trance este arranque erudito que él tenía en mucho, ignorando -lo corrido que andaba por la tierra. Si, como también era posible, -Inés no le hacía el ruego «que era de esperar,» él sabría trocar la -concesión en oferta, resultando siempre el sacrificio heróico, y hasta -con la exornación, por remate, del supradicho símil mitológico. Todo -menos cumplir neciamente su amenaza de no volver á Robleces. ¡Tendría -que ver la simpleza! Inés era de las tajadas que no se abandonan sin -dejar los dientes en ellas. Esto, extremando las suposiciones; porque -bien saltaba á la vista, por lo sucedido aquella tarde, que Inés era -cera dócil á la mano que se empeñara en reblandecerla. Y ¿en qué -otra mano que la suya había caído la cera? Tiempo, tiempo, astucia y -perseverancia, era lo único que él necesitaba para salir triunfante de -su empeño; y triunfaría... ¡por buenas ó por malas! - -Con estas inofensivas intenciones, algo lacio de cuerpo, tristón de -mirada y cetrino de color, entró la tarde siguiente en casa de Inés. - -Aguardábale ésta en el cuarto de las lecciones, garrapateando -maquinalmente números en un papel, pero sin plana nueva. También estaba -algo lacia y muy ojerosa. Al llegar Marcones, se aturdió mucho y se -puso colorada. Tomólo á buen agüero el mozón, y se quedó plantado -delante de la mesa sin decir más palabras que las precisas para dar, -á media voz, las buenas tardes á Inés; en la cual se reavivaron sus -caritativos sentimientos, al tomar la palidez y la tristeza de Marcones -por señales de sus rudas batallas interiores. - -—He venido—dijo el de Lumiacos, viendo que Inés nada le decía á -él,—porque, ó la ilusión me engañó, ó usted me dijo ayer tarde que -volviera. - -—Es cierto,—tartamudeó la pobre muchacha. - -Marcones continuó, después de una pausa de silencio, durante la cual no -supo Inés qué hacer de las manos ni de los ojos: - -—Y... ¿recuerda usted por qué y para qué me mandó que volviera? - -—Creo... que sí,—respondió Inés á trompicones. - -—Pues aquí estoy para recibir las órdenes que tenga usted la bondad de -darme,—añadió el estudiantón sin moverse de su sitio y con el hongo -mugriento entre las manos. - -Pero Inés, que todavía continuaba tomando, muy á menudo, ciertos dichos -hueros al pie de la letra, contestó con la mayor sinceridad, después de -repasar un poco su memoria: - -—Yo no recuerdo que tenga que darle á usted ninguna orden. - -—Si no es orden—repuso el de Lumiacos fingiéndose más apurado de lo -que estaba,—será otra cosa: verbigracia, una respuesta que quedara -pendiente ayer, por ciertos motivos de... de cortedad, supongamos. - -—Eso ya es distinto,—dijo Inés entonces, cobrando alientos en las -apreturas mismas del trance en que se la ponía. - -—Pues usted me dirá,—concluyó Marcones, cambiando de pie para -descansar, y humillando más la cabeza. - -Y con esto llegó el apuro gordo para Inés; apuro que consistía en decir -de memoria el párrafo que para eso había discurrido por la noche, -después de meditar tantísimo como había meditado. - -Por no cansar al lector con la copia fiel de aquellas descosidas frases -que al fin tuvo que decir la hija de don Baltasar, parrafada la más -larga de cuantas había _echado_ de una sentada en todos los días de -su vida, le diré yo que sudando á ratos, animándose en otros, cayendo -aquí y levantándose allá, vino á declarar á Marcones, en substancia -y en castellano corriente: que recordaba muy bien cuanto él la había -confesado el día antes; que se lo agradecía mucho por la parte que -la tocaba; que no veía en todo ello el menor motivo para huir de -Robleces, como si hubiera hecho allí algo que mereciera persecución de -la Justicia; que le parecía mejor y hasta de necesidad, por no dar en -qué entender á las gentes de casa y de fuera de ella, que las lecciones -siguieran como hasta allí, él de maestro y ella de discípula, guardando -cada cual su alma en su almario; y que se dejara el tiempo correr hasta -que Dios, que estaba en los cielos, dispusiera las cosas... como más -conviniera. - -Marcones quedó muy satisfecho de este dictamen, y más que del dictamen, -de la emoción interna revelada en el extraño modo de exponerle; pero no -lo dió á entender así: al contrario, bajó más la cabezona y respondió -tristemente: - -—Lo que usted me propone, sería para mí un suplicio superior á mis -fuerzas. En la situación en que se han puesto las cosas, me sería -imposible la vida sujetándola á esa violencia continuada. - -Inés se atrevió á replicar muy entera: - -—¿Y qué sabe usted lo que se violentarían _los demás_? ¡Si sólo se -hiciera en la vida lo que le conviene á cada uno!... - -Marcones miró fijamente á su discípula, asombrado de su arranque, que -lo mismo podía significar mucha frescura de espíritu, que un alarde de -obligada fortaleza. De cualquier modo, era ya temerario insistir en el -empeño, y parecía llegada la hora de soltar el símil mitológico. - -Dispuesto á ello, Marcones, después de fingir con ademanes y -contorsiones una encarnizada lucha en sus adentros, habló así: - -—Pues la voy á dar á usted la mayor prueba que puede pedírseme de la -honradez y grandeza de la pasión que me devora... Estoy dispuesto á -padecer ese horroroso suplicio de Tántalo, sólo porque usted lo desea. - -Como debía esperarse, Inés, que no conocía, ni de nombre, á aquel -sujeto, preguntó con los ojos á Marcos quién era y qué suplicio había -padecido. - -Marcos se apresuró á responderla: - -—Tántalo era un rey, hijo de dioses, que por sus maldades fué condenado -al tormento de la sed, teniendo el agua junto á los labios. ¿Se entera -usted? Pues yo voy á padecer como Tántalo... ¡más que Tántalo! Porque -mi sed será mayor que la suya, y más fresca y más sabrosa el agua que -junto á mí tenga... Y yo no he pecado nunca contra usted de propio -intento; y además, me presto voluntario á padecer el martirio... Voy, -pues, á ser Tántalo... ¡más grande que Tántalo!... porque usted me lo -manda y así lo quiere. - -Y como si intentara poner ya de manifiesto su grandura, al exclamar así -alzaba los dos brazos con el hongo en una mano. Da suerte que, en la -relativa pequeñez de aquella habitación, parecía un espantajo colosal -teñido con hollín de la chimenea. - -Á Inés le pareció tal cual el símil, pero no tanto el _dibujo_ con -que Marcos le exornó. Díjole lo que mejor pudo y supo para dar por -terminado aquel gravísimo incidente, en los términos convenidos -poco antes, es decir, guardando cada cual su alma en su almario y -encomendando á la providencia de Dios la marcha y el término y remate -del amoroso pleito; y volvieron el maestro y la discípula á sus -habituales tareas, tomándolas en el punto en que tan bruscamente las -había dejado Marcones el día anterior. - -Al despedirse aquella tarde el mocetón de Lumiacos, entregó á Inés unos -librejos. - -—Los traía—la dijo,—para dejárselos á usted como recuerdo de un -desventurado, en la cuenta de que fuera ésta mi última visita. De todas -maneras, ya está usted en disposición de sacar la debida substancia -de esta clase de lecturas. Son las novelas ejemplares que la había -prometido. Léalas usted despacio; y ¡ojalá la entretengan y la enseñen -todo cuanto yo deseo! - -Inés y Marcones se separaron con los suyos respectivos enteramente -satisfechos: ella, porque, visto de cerca el peligro, le había parecido -menos imponente que de lejos; él, porque sus fogosas declaraciones -habían sido aceptadas en principio, y se le dejaban las puertas de -aquella casa abiertas de par en par, lo cual era un paso de gigante en -la marcha de su pleito. - -Á Inés la había parecido el peligro menos, imponente de cerca que de -lejos, no sólo por haber hallado á Marcos dócil á sus dictámenes y -deseos, sino porque, mirado éste con el interés con que acababa de -mirarle y no le había mirado jamás, aún le halló mucho más gordo, -más obscuro, más poroso... y más cura que hasta allí; con lo cual se -aclaraba bastante aquel lado de la cuestión, que tan negro la había -parecido á ella la noche antes. - -Entre tanto, la Galusa se bebía los vientos para averiguar con certeza -lo que ocurría. Con certeza digo, porque barruntos de algo serio y no -desagradable, los tenía por lo que había escuchado desde la sala y -por lo que había leído en las caras y en los continentes de los dos -interesados principales. Su sobrino, como si se gozara en atormentarle -la curiosidad, nada había querido contarla al despedirse la víspera; -y eso que le retozaba la alegría en los ojos, mientras Inés no sabía -adónde mirar con los suyos, ni poner la mano en cosa que no se le -cayera de ella. Sólo la había dicho al pasar: «mañana hablaremos.» - -Pero, felizmente para la fisgona, Marcones, después de la lección de -aquella tarde, se encerró con ella, que ya le esperaba, y comenzó á -cumplirle su promesa, diciéndole al mismo tiempo que se frotaba las -manos: - -—¡Como una seda, tía!... ¡como una seda! ¡Le repito á usted que como -una seda! - -—Bien está—respondió la Galusa hecha toda ojos y oídos;—pero eso ya lo -teníamos días atrás, hijo del alma. - -—Cierto—repuso Marcones;—pero lo teníamos en hipótesis, quiero decir, -lo dábamos por seguro; al paso que hoy es ya un hecho notorio y -comprobado. - -—¡Benditas sean las horas del Señor!—exclamó la pelindrusca levantando -hasta la boca las manos entrelazadas.—¿Y cómo te arreglaste para -saberlo? ¿Qué la dijistes, hijo del mismo dimoño? - -—¡Todo, todo, tía! Todo se lo dije, como si me abrasara en fuego de -amor por ella... ¡y creo que es la pura verdad!; y cada dicho salió á -su tiempo y cayó como y cuando debía caer... ¡Oh, estaba el plan bien -arreglado, aquí, aquí, en esta cabeza atestada de filosofías!... - -—Y ella ¿qué te dijo?—preguntó trémula de curiosidad la Galusa. - -—¡Ella!—respondió Marcones con aire de triunfador.—Con la boca, muy -poco, por de pronto; pero ¡con los ojos!... ¡pero con el estremecerse -de todo su cuerpo!... ¡pero con el ponerse descolorida ahora y muy -encarnada después!... ¡Todo, todo me lo dijo, tía; todo cuanto yo -necesitaba saber!... ¡Qué al alma fué el golpe, y qué bien meditado -estaba! Haciéndome el chiquito, conseguí parecerla grande; y -despidiéndome de ella para siempre, logré que me detuviera á su lado. -¡Esto es saber entenderlo y poner los recursos á la altura de las -ocasiones! - -—¿Y todo ello—insistió la Galusa, que era desconfiada de suyo,—lo -leístes por esas señales que dices de la color baja y del temblor del -cuerpo, sin palabra anguna que lo aclarara más? - -—Aunque las señales eran de sobra—respondió desdeñosamente -Marcones,—para un entendedor como yo, esas señales fueron ayer como -primer fruto de mis ternezas amorosas y de mis razonamientos de -hombre honrado. Después acá, ha pasado una noche: la meditación y el -sosiego han hecho su oficio; y esta misma tarde se ha atrevido Inés á -confirmarme de palabra lo que yo había leído en las señales que á usted -le han parecido tan poca cosa. En conclusión, tía: Inés, sabiendo que -la adoro (así se lo dije), quiere que yo continúe dándola lecciones -como hasta aquí, con la sola condición de que cada uno de los dos -guarde en sus adentros lo que sienta sobre ese particular, hasta que -Dios disponga lo que crea más conveniente para nosotros. ¿Le parecen -á usted pocas también estas señales? ¿Cree usted que en un asunto como -el mío se puede dar un paso más grande, ni en un terreno más firme?... -Ahora, mucha prudencia hasta dar el segundo, y, por lo tanto, no se dé -usted por entendida con Inés de esto que la he contado. Usted no sabe -nada, ¡ni una palabra de ello! ¿Estamos? - -—Por la cuenta que me tiene—respondió la Galusa muy satisfecha; y en -seguida añadió:—¡Vaya, que sospensa me dejas y cuento me paece, por -lo pronto y lo bien que la cosa te ha salido! ¡Te digo que si no se -tuerce!... - -—Por el lado de Inés, respondo de que no—dijo Marcones.—Algo más me -apura ahora el caso por el otro lado: el lado de ese hombre, que tiene -los demonios en el cuerpo. - -—Y ¿qué te espanta de nuevo en él—objetó la Galusa,—que no te haya -espantado antes de ahora? - -—Tanto como espantarme—replicó el sobrino,—ni ahora me espanta ni antes -me espantó cosa mayor. En teniendo asegurada la hija, en un extremo -apurado nada viene á valer la voluntad del padre. Pero por lo mismo -que estoy á punto de lo primero, me entran temores de que pueda hacer -don Baltasar una de las suyas á la hora menos pensada y cogiéndome -desprevenido... Y dígame usted, ya que de esto se trata: ¿no es bien -raro que ese hombre no haya maliciado algo hasta la fecha? - -—Ese hombre—dijo la Galusa,—bien repetido te lo tengo: mientres no le -pidan dinero ó cosa que lo valga, tanto se le da que la hija se pase -las horas en conversación contigo, como con uno de la Guardia cevil. -Además, está en la cuenta de que á tí lo que te tira es la Iglesia, y -no más que la Iglesia; y con sólo pensar que te cobra en enseñanzas -algo de lo que te ha prestao para tus estudios, se goza en que se las -des á su hija. Esto me lo ha dicho á mí, ¡pa que lo entiendas!... -que por lo restante, poco le importa que Inés no sepa deletrear. Lo -que le gusta, y mucho, es verla como la ve, de un mes largo acá, tan -frescachona y recompuesta; y no por lo que campa así, sino por lo que -al mesmo tiempo tiene de trabajadora y de remango pa el avío del cuarto -de él y limpieza de toa la casa. Por otra parte, de semanas á hoy, yo -no sé qué mil demonios trae entre cejas, que anda á ratos muy caviloso, -y se marcha por esos campos, tan aína por este lao como por el de -acullá, muchas más veces que antes. ¡Como tiene tantas trapisondas de -intereses con unos y con otros! Pos ajunta á todo esto que ya está -pensando en la siega, que ha de acabarse, como siempre, antes del -Santo, y el Santo es el deciséis. ¿Sabes tú lo que se arregüelve en -esta casa cuando llega esa labor, con un agosto tan grande como el -que aquí se hace pa tanto ganao como hay al pesebre? Miedo me da el -pensarlo, hijo; que en esos días no bastamos la otra moza y yo pa dar -abasto en la cocina al laberiento de la obrerá, que come... ¡Virgen -María, lo que ella come! Eso sin contar la fatiga del empaye, y hasta -de la mies, de que tampoco se libra la otra enfeliz. Y dame segadores; -y dame carros ajenos porque no bastan los dos de casa; y dame la flor -de la mocedá del barrio pa el timeneje restante, y fegúrate cómo andará -ese hombre en esos días, con el hipo que tiene de que aquí no se dé -golpe ni se coma bocao sin que la su mano y los sus ojos entiendan en -ello. Así es, hijo del alma, que bien le puedes soltar un cañonazo á la -oreja en los días que vienen por delante, sin recelo de que él se dé -por alvertío; y como tamién el laberiento de la cocina me obligará á mí -á ser ciega y sorda pa cuanto ocurra en esos mesmos días hacia la sala, -aprovéchate bien y no seas tonto, que, en casos tales, pasar un punto -es pasar un mundo... Quiero decirte, que no te andes con desimulos, -receloso de que te pesquen en el aire este ademán ó aquella palabra... - -—Ya está esa siembra hecha, tía—dijo Marcones interrumpiendo á la -Galusa,—y en buen terreno, como se lo tengo referido á usted, sin que -ello impida que aproveche yo las buenas ocasiones que se me presenten -para cosechar el fruto antes con antes. Por de pronto, unos librejos -la he dado que la enseñarán á sentir como se debe y en beneficio mío, -esas cosas que yo la he hecho almacenar de pronto en la cabeza y en el -corazón. Leyéndolos bien, se empapará en la materia, me consultará su -pensar, un caso sacará otro á relucir... y, en fin, yo sé lo que me -hago. - -—¿De modo que ya te salistes con la tuya; que ya quemastes el medio -balandrán que tanto te pesaba? - -—Para ella, sí; pero aún me queda, por respeto á su padre, la -sotanilla entera... ¡Y si viera usted cómo me han crecido desde ayer -acá los deseos de vestirme de color y dejarme los bigotes, para ser -el mejor mozo de la Ribera! ¡Ay, tía!—añadió el estudiante con hondo -desconsuelo,—¡de qué otro modo tan distinto marcharan estas cosas si yo -pudiera quitarme de encima hasta el último jirón de paño negro! ¡Mal -rayo le parta!... Y con esto me voy, que se va haciendo tarde. - -Y se fué, despedido por su tía con esta fervorosa imprecación: - -—¡La Magalena te guíe, serafín de la cencia, y la fortuna ponga luégo -en tus manos lo que buscas... que güeña falta _nos_ hace! - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XVII - -EL AGOSTO DEL BERRUGO - - -Tenía razón la Galusa: el agosto de aquella casa era un reventadero. -Duraba cerca de dos semanas, porque no entraban, un año con otro, menos -de sesenta carros de yerba curada en el pajar; y la tarea se llevaba -en vilo, sin otra interrupción que la del día festivo intermedio. Cada -tarde se _empayaban_ seis ó siete carros, y á esta norma se acomodaban -las siegas de cada día. Toda la gente que andaba en la brega era de la -casa: colonos y deudos de colonos, de los más trabajadores y entendidos -entre todos los colonos y deudos de colonos del Berrugo, con las únicas -excepciones, últimamente, de Pilara, por ser la mejor _acaldadora_ -de yerba que se conocía en Robleces, y de Quilino, á ratos, que se -colaba en el bureo de aquellos agostos sin que nadie le llamara, como -se colaba en todas partes. Desde que Pedro Juan fué mozo, él y su -padre eran siempre los segadores de cabecera: aunque viejo el uno y muy -hechos los dos á las fatigas del mar, tan diferentes de las de tierra -firme, no había miedo que dalle alguno les picara los talones. Como -rapado con navaja de afeitar quedaba el suelo en cada _cambá_ de las -que ellos _tiraban_, acompañándose con sendos crujidos del resuello. El -Josco tenía además la gracia de conducir la enorme balumba de un carro -de yerba por un despeñadero, sin que _entornara_, y la de cargarle y -descargarle en la mitad de tiempo que el labrador más ágil y forzudo. -Desde la primera vez que lo notó el Berrugo, le encomendó el mejor -carro de los dos de su casa, y le puso á Pilara por acaldadora. Hay -quien afirma que de este modo nació, dos agostos antes del que aquí se -menciona, la buena ley que se tenían Pilara y el hijo del Lebrato. Y en -verdad que nunca como en aquellas ocasiones eran tan de ver los dos, ni -parecían mejor cortados el uno para el otro. - -Tampoco mentía la Galusa al afirmar á su sobrino que en el agosto, como -en todo lo de su casa, «ese hombre tenía el hipo de que no se diera -golpe ni se comiera bocao sin que la su mano y los sus ojos entendieran -en ello.» Verdaderamente era en aquellos días un argadillo que mareaba. -Comenzaba el ajetreo por el acopio del «boquible,» como él decía, para -la «obrerada:» bacalao de desecho, medio podrido, y una oveja sarnosa -de su rebaño en aparcería; y si no había oveja de estas condiciones, -una becerruca _azurronada_ y á punto de morirse de ruinera, que nunca -faltaba en casa de un aparcero ó en la suya propia. El vino, de lo -tinto picado de su bodega. Para matar el dejo de la carne enferma ó del -bacalao podrido, sabía él hacer unos adobos cáusticos que levantaban -ampollas y escaldaban el paladar, de modo que el más sutil de suyo -no advertía la acritud que pudiera quedarle al vino después del agua -de fregar con que le había _mejorado_ el inocente. Y nada de pan -blanco para las comidas: boronas como ruedas de molino. De esto, hasta -llenarles la andorga. Gracias á Dios, había maíz sobrante en el desván, -y aquello de menos le comerían los ratones. Para el ollón del mediodía, -las berzas de _posarmo_, las alubias con gorgojo, el tocino avenado... -¡y agua que te crió! La _parva_, de una bebida alcohólica, cuyos -componentes, tan baratos como corrosivos, fueron siempre un secreto -suyo, y un zoquete de pan duro y mohoso por persona. - -Pagando de este modo á los obreros, no le salían, uno con otro, amén de -los carros, á tres reales y cuartillo de jornal. Costumbre era en otras -casas pagar, por iguales trabajos, media peseta además de la comida; -pero el Berrugo tenía leyes especiales y colonos que las sufrían y -acataban, porque les salía peor la cuenta rebelándose. - -Avisada y dispuesta la gente, don Baltasar llamaba al Lebrato: le decía -qué prados se habían de _tumbar_ los primeros; y antes de salir el -sol, ya estaba él, con una rastrilla en la mano, esperando en la mies -á los segadores. Por sí mismo reconocía los hisos y los linderos; y al -marcarlos hollando la yerba con los pies, siempre metía las marcas más -de un palmo en los prados colindantes. - -—¡Hala por derecho—decía inmediatamente á los segadores,—y apretar de -firme ahora que está la yerba en buen temple de rocío! - -Consumiéndole la impaciencia y por ganar algo, aunque sólo fuera un -poco tiempo, sin esperar á que se formara un _lombío_ de dos varas -de largo, ya estaba él esparciéndole con el mango de la rastrilla y -hurgando casi los talones del último segador de la tanda. - -Así, hasta que llegaba una criadona con la parva en una cesta. -Quedábase la moza para esparcir los lombíos, y se volvía él á casa. -Á la despensa lo primero. El tocino, las alubias... Del tocino, lo -que oliera peor entre lo apartado por rancio; de las alubias, las más -vacías y agorgojadas. - -—¡Hospa!—le decía á la Galusa, que recibía de sus manos aquellas -porquerías en el delantal.—Y para ellos, sobra. - -En seguida abajo: á preparar el vino tinto. Después al estragal: los -aperos; si están listos y corrientes. Al corral de atrás: los carros, -las armaduras altas... Llamadas, advertencias y preguntas al criado. Al -pajar, para ver si está bien barrido el suelo y bien apartada la yerba -vieja, trepando á escape la escalera que arranca de allí, pegada á la -pared. Antes, un alto en la _payeta_ para sentar las tablas desclavadas -que estén fuera de su sitio... Abajo otra vez: á la cuadra: las -telarañas, los boquerones, la ceba sobrante. Arriba de nuevo: vistazo y -olisqueo á la carne y al bacalao, que están empapándose en el adobo que -él manipuló. Á la cocina después: á destapar el ollón en que hierven ya -las berzas, el tocino y las alubias. Le parece el condumio _bajo_: ¡más -agua! Antes del mediodía, otro viaje á la mies, por si está ó no está -dada la vuelta á toda la yerba esparcida según la han ido segando... -Y á casa con tiempo para ver cómo se prepara en la cesta grande la -comida que ha de llevarse al prado á los segadores, y medir el vino -correspondiente, que irá en una botija de barro empedernido, con tapón -de _garojo_... Por la tarde, á la mies todos los criados y él con -ellos: á virar toda la yerba segada, y hacinarla después, antes que -caiga el relente. Por la noche, toda la obrerada en la cocina alrededor -de la mesa grande; y en medio de la mesa, dos tarterones con la carne -sarnosa ó el bacalao manido, nadando en una charca de salsa fulminante; -un botellón negro, cargado hasta el gollete de agua de fregar con el -Rioja avinagrado, y una borona partida en dos mitades. Mucho eructo, -mucho carraspeo, mucho restregón de pies, mucho vocerío y grandes -risotadas, y el Berrugo entrando y saliendo y llevando á cada comensal -una cuenta exacta en la memoria, de lo que mojaba, de lo que mascaba y -de lo que bebía; y dicharacho va y pulla viene contra el que se pasaba -«de lo justo,» ¡como si no fuera un acto meritísimo en los infelices, -no ya engullir, sino catar solamente aquellos fementidos brebajes con -que se les estaba envenenando allí! - -Al otro día se duplicaban las faenas: recoger por la tarde lo segado la -víspera, y segar y curar otro tanto para recogerlo el día siguiente; y -con este motivo, más obreros y más impedimenta y doblada actividad en -el Berrugo, cuya correa daba para cuanto fuera menester. Con la comida -en la boca y la rastrilla al hombro, tras una mañana sin sosiego, á la -mies con el primer carro, que era uno de los suyos; y allí, mientras se -cargaba este carro y llegaba el segundo y comenzaba á cargar, atropa -y fisgonea y punza y acribilla al lucero del alba. Cargado el primer -carro, á casa detrás de él aguantando sus bamboleos con la rastrilla y -recogiendo las yerbas que se caen ó quedan enredadas en los bardales. -Ya en el corralón y descargándose el carro, á ratos atropaba también -la yerba desparramada en el suelo; á ratos gateaba por la escalera del -pajar para ayudar al de adentro á desatascar el boquerón que atascaba -el descargador del carro; á reñir al «gandul» que se dejaba ahogar -de aquel modo; y por último, y con un rodeo fatigoso por cuadras, -escaleras y pasadizos, á atisbar por un ventanillo del granero, que -comunicaba con el pajar, á la gente moza que acaldaba la gran pila, -medio á obscuras, porque no había allí otra luz que la que se filtraba -por las tejas y la lata podrida del tejado, y la intermitente y baja -que se colaba por el boquerón de la payeta, casi siempre obstruído. -Y si columbraba retozos, y si descubría zancadillas, ¡Cristo mío, -qué cuchilladas de lengua tiraba desde aquel escondrijo, y cómo le -temblaban de frío las carnes al mozo que más sudara en aquel oloroso y -blando quemadero! - -Y así toda la tarde. Por la noche, lo mismo que en la anterior, con la -sola diferencia de haberse alargado la mesa y añadido una tartera más -de bacalao podrido ó de carne corrompida, en virtud del aumento de -comensales: igual entraba y salía y rondaba la mesa, y ponderaba los -manjares y zahería al más voraz ó al menos escrupuloso. - -¡Y con llevarse semana y media de este modo, es decir, sin cerrar boca -ni parar un punto, comiendo mal y durmiendo peor, no se rendía aquel -cuerpo que parecía nutrirse de la fatiga y del hambre y del cansancio -de los demás! Y si por remate del ajetreo le resultaba un carro de -yerba más de los calculados antes de la siega, hasta se remozaba el -indino. - -Pues á lo que íbamos rato hace: el «boquible» de aquel año se compuso -del bacalao de siempre y de una cabra con úlceras y papera. - -Pedro Juan había dicho á Pilara, dos días antes de empezarse la labor: - -—Estoy avisao pa la siega de ese hombre. - -Y ella le había respondido, con «un mirar de ojos» de mayor alcance que -las palabras: - -—Tamién yo, Pedro Juan. - -—Estonces voy,—había añadido él. - -—¿No pensabas dir si no? - -—¡Qué sé yo lo que pensaba, coles! De un tiempo acá, no pienso cosa con -arte, si no es una cosa mesma... y dale que dale, y arriba y abajo y de -día y de noche. - -Esto se había hablado en el corral de Pilara, pasando por allí el Josco -«por casualidad» y muy de prisa; lo que demuestra, y es lo cierto, que -el pleito de Pedro Juan no había adelantado un paso, con ser muchos -los días corridos desde las últimas intimaciones del Lebrato y la -subsiguiente _guantá_ al temerario Quilino. - -—¡Déjeme tan siquiera hasta el agosto... de ese hombre!—había suplicado -Pedro Juan á su padre ante las nuevas amenazas de éste.—Si allí no lo -arreglo de por mí mesmo, hágalo usté como quiere... ú haga de mí carná -de sereña, que sería lo mejor, ¡coles! - -El Lebrato había accedido á la súplica; y por eso Pedro Juan esperaba -la siega del Berrugo, con tales ansias, que las piernas solas, y contra -el mandato de él, le habían arrastrado á pasar _casualmente_ y muy de -prisa por el corral de Pilara, para preguntarla aquello poquitín que la -había preguntado. - -Y llegaron los días esperados, y llegó la hora de entrar el Josco con -el primer carro vacío en la pradera. El corazón le dió media docena de -golpes en el pecho. Allí estaba Pilara hecha un brazo de mar, atropando -con la rastrilla el heno fragante que _cascabeleaba_ de puro seco. ¡Qué -bien le «agolía» á él entonces todo aquello, y qué grandona le parecía -la mies, y qué alegre el sol que le tostaba, y qué bien entonados -los cantares que _echaban_ las obreras, y qué poca cosa todas ellas, -desmedradas y sin arte, al lado de Pilara, que sacaba á la más jampuda -medio palmo en altura y en redondez! - -Pedro Juan _enrabó_, y echó al suelo las cuerdas y el horcón que -estaban en la pértiga. Iba á comenzar la carga. ¿Subiría Pilara al -carro? ¿Subiría otra obrera? Esta duda molestó al Josco unos momentos, -por más que la costumbre de otros años debiera tranquilizarle. ¡Pero -estaba el mozo tan querenciosote y amarteladón de un tiempo á aquella -fecha!... - -Poco le duró la duda; porque Pilara, leyéndosela en la cara, ó sin -leérsela, en cuanto vió el carro dispuesto, soltó la rastrilla y se -encaramó en él por la rabera, después de haber mirado á Pedro Juan de -un modo que parecía decirle: «¿Cómo pudistes tú pensar cosa diferente, -inocentón?» Y empezó la carga. - -Es cosa de repetir aquí lo que ya se ha dicho; nunca como en aquellas -ocasiones eran tan de ver Pedro Juan y Pilara: ella arriba, con su -refajo corto de bayeta encarnada; el talle mal encerrado en un justillo -de rayas azules; sobre los anchos hombros, un pañuelo de mil colores, -cuyos picos, cruzados bajo el robusto seno, recogía la jareta del -delantal; y á la sombra de un pajero con cintas coloradas, la cara -frescachona, espejo fidelísimo del espíritu más satisfecho del envase -que le cupo en suerte, entre todos los espíritus que andan por el -mundo encarnados en criaturas humanas. Abajo él y Pedro Juan, con -la tabla del abovedado pecho y la cerviz hercúlea, tan blanca como -el pecho, al sol, lo mismo que la cabeza y los brazos hasta el codo, -porque de cintura arriba no llevaba otro atavío que la camisa con las -mangas recogidas y la pechera abierta de par en par; de cintura abajo, -unos pantalones de mahón y una faja negra para sujetarlos sobre las -caderas. Ella recibía arriba las horconadas que él la enviaba desde -abajo; y al ver cómo Pilara las cogía casi al vuelo y las iba acaldando -en dos meneos, picábase Pedro Juan y doblaba la carga del horcón; -pero ella la recibía lo mismo que las otras, sin que volara un pelo -de yerba por los aires; y por mucha prisa que se diera el cargador, -siempre hallaba á la acaldadora esperándole con los brazos abiertos -y retozándole la risa placentera en los alegres ojos y entre los -menudos dientes blanquísimos. Pedro Juan se iba animando más y más... -por dentro se entiende, pues ni á su cara seriona ni á sus labios -entreabiertos asomaba la menor señal de sonrisa ni de palabra; y allá -va media hacina de un golpe sobre la regocijada moza, que aparecía al -momento sobre la nube, escupiendo yerbas, sacándose otras del seno y -riendo á carcajadas. Otras veces Pedro Juan la aliviaba el trabajo -poniéndole la horconada donde más falta la hacía; y también entonces -se le pagaba la fineza en aquella moneda de miradas alegres y de -sonrisas dulces que tanto apetecía él, porque verdaderamente le caían -como un cielo estrellado, en las obscuridades de sus adentros. - -Á todo esto, la carga subía y subía, y la balumba se desbordaba de -la armadura de la pértiga por todos sus cuatro costados; y cuando -ya no cabía una horconada más sin riesgo de que se desmoronara todo -ello, Pedro Juan echaba las _cordadas_ de un lado á otro y de atrás á -delante, por encima de la balumba; y él solo, sufriendo con una mano -y atesando con la otra con tal firmeza que hacía oscilar la mole y -hasta cabecear á los bueyes medio ocultos debajo de ella, dejábala -hecha una pieza, en la mitad de tiempo que emplean dos hombres forzudos -para la misma labor. Después peinaba lo más saliente de la carga con -la rastrilla; y, por último, sin bajarse Pilara del carro, conducíale -con gran tiento á casa, entre los chirridos del eje y los cánticos de -los obreros que le seguían y, en caso de necesidad, le apuntalaban con -horcones y rastrillas. Como si la carga fuera de onzas de oro, atendía -Pedro Juan al menor vaivén de su balumba que podía dar en el suelo, no -con la yerba, sino con lo que iba sobre ella y valía, en opinión del -Josco, más que toda la yerba de la mies y que todas las mieses del -lugar, aunque estuvieran sembradas de ochentines. - -Así, hasta que llegaba el carro á la portalada del corral trasero -de la casona. Entonces se corría Pilara hacia la rabera, se recogía -con ambas manos las faldas alrededor de los tobillos, y se dejaba -_desborregar_ por allí abajo hasta el suelo, donde caía blandamente -y medio acurrucada. Pedro Juan arreaba en seguida; pasaba el carro, -á duras penas, por debajo del tosco dintel de roble que le prensaba -la carga y se la mordía con sus asperezas, y le dejaba arrimado á -la payeta y enfrente del boquerón. Y allí se separaban Pedro Juan y -Pilara. Él saltaba desde la payeta al carro para descargarle, y ella -entraba en el pajar y subía á la pila para acaldar la yerba que el otro -fuera descargando. - -Á lo mejor de éstas y de las otras faenas, solía aparecer Quilino: en -el prado, para hacer que hacemos atropando un poco y revolviendo mucho; -en los empayes, para irse derecho á la pila con los que acaldaban, -sobre todo si el carro era el de Pedro Juan, señal de que Pilara -estaría adentro. - -En opinión del Josco, Quilino no tenía pizca de vergüenza. Otro que -él, con lo que se le había dicho, y mayormente con la _guantá_ que -había llevado aquel domingo, no se le hubiera vuelto á poner delante -sino para tomar venganza ó para despedirse para siempre... Pues donde -estaba Pilara, allí estaba Quilino luciendo la persona, sin importarle -un comino la cara que pusiera Pedro Juan si se hallaba presente -también. La guantada aquélla no le había servido de escarmiento. «¿Y -qué hacer con un chafandín así, coles?» ¿Había de arrancarle Pedro -Juan un par de muelas cada día? ¿No era esto aventurarse á que una -vez se le corriera la mano un poco más arriba y le dejara seco?... Y -¿por qué Pilara no le curaba el hipo, de un escobazo? ¡Coles, esto es -lo que debía de hacerse... y de haberse hecho ya! ¿Y por qué no se -había hecho?... Porque no había él, Pedro Juan, «hablao» lo que le -correspondía. Por eso. Si hubiera hablado, todo se habría dicho; y -entre ello, que le quitaran estorbos de la vista... No tenía derecho -á quejarse... Corriente. Pero con esto no se curaba él del resquemor -que ciertas cosas le producían: bueno que en la mies, bueno que en el -corro, bueno que aquí ó allá y á cielo abierto; pero ¡coles! ¿á qué -iba Quilino al pajar en cuanto Pilara estaba adentro? Allí se andaba á -tientas y nunca se hacía buen pie... Y Quilino podría ser poca persona; -¡pero lo que es pegajoso y atrevido!... Verdad que Pilara era moza que -no dejaba pasar las cosas de cierto punto; pero ¿por qué las cosas -habían de llegar allí, ni siquiera á que el sinvergüenza, con la -disculpa del barullo de los demás, le pusiera la pata delante, por el -gusto de verla caer muerta de risa?... Hacía bien, muy bien, el amo en -vigilar á menudo á la tropa de la pila; pero haría mucho mejor en no -apartarse un momento de la ventanuca del desván. ¡Por allí, por allí, -coles, había que estar alerta con el ojo y con el oído! - -Y por éstas y otras reflexiones tales, Pedro Juan no sosegaba un punto, -mientras descargaba el carro, si Quilino estaba en el pajar. Atascaba -el boquerón lanzando contra él horconadas enormes para acabar primero; -pero así lo ponía peor, pues con el boquerón tapado no oía pizca á las -gentes de la pila, y él necesitaba estar oyendo sin cesar á Pilara... -porque él se entendía. Una tarde le encalabrinaron de tal modo estas -aprensiones, que se atrevió á gritar desde el carro: - -—¡Pilara! - -—¡Quéeee!—le respondió en seguida la voz de ésta, allá dentro de todo, -en lo más hondo del pajar. - -—¡Ná!—tuvo que decir, medio cortado, Pedro Juan.—Que pensé que -llamabas... Pero ya que estamos en esto, ¡habla, habla! ¡no pares de -hablar!... ¡que te sienta yo á toa hora!... ¡coles, que me gusta mucho -oirvos!... - -Y pareciéndole que había dicho demasiado, se comía la figura de -vergüenza y atacaba furioso al heno con el horcón, ya que no podía -largar otra castaña á Quilino; de modo que en un periquete dejó el -carro vacío, con aplauso expreso del Berrugo, que andaba por los -alrededores haciendo de las suyas. - -—Primero se acabara y de mejor arte—le dijo Pedro Juan, limpiándose con -su pañuelo de percal los regatos de sudor con yerbas que le corrían por -pescuezo y pecho abajo,—si ese chafandín no estorbara á la gente de la -pila. - -—¿Quién es el chafandín?—preguntó el Berrugo parándose en firme. - -—Quilino. - -El hombre dejó de hacer lo que hacía, y tomó á escape la escalera del -pajar; pero ya salían los empayadores, empapados en sudor, rojos como -tomates y sacudiéndose las yerbas agarradas al pescuezo. Pilara ardía, -de puro sofocadona y saludable. El único que no coloreaba y que hasta -parecía venir en remojo, con los pelos pegados á la cara imberbe y -descolorida, era Quilino. Retrocedió el Berrugo; y en cuanto bajó el -mozuelo, le agarró por un brazo y le dijo: - -—Oye tú, Milhombres: ya que vengas sin que nadie te llame, que sea para -servir de algo, y no de estorbo. ¡Cuidado con que te me vuelvas á subir -á la pila!... ¿Lo entiendes? - -Quilino se quedó de pronto suspenso; pero en seguida se encrespó, y -revirando un poco los ojuelos y la boca lacia, contestó al Berrugo: - -—¡Recongrio!... Por si eso lo ha dicho usté por mí, sépase usté que -Quilino no estorba en nenguna parte... ¡en nenguna, recongrio! Y sépase -usté tamién, que en venir á servile á usté de balde, le hago más honra -de la que... angunos merecen, ¡recongrio! - -Y se fué, zarandeando la calzonada, para no volver más á aquel agosto. - -¡Cómo le saboreaba Pedro Juan día por día y hora por hora, en la mies, -en el empaye y hasta en aquellos festines infernales con que el Berrugo -envenenaba el hambre de los que reventaban el cuerpo por servirle! No -cataba gran cosa, es la verdad, de todo ello, y mucho menos aún cataba -Pilara, que sólo por cortesía se sentaba á la mesa por las noches; pero -estaba allí frente á frente con él; y teniéndola allí y atreviéndose á -mirarla de reojo algunas veces, y oyéndola sus incesantes risotadas, -con eso solo restauraba las fuerzas de su cuerpo... y hasta le parecía -menos abominable el Berrugo, que tan grande beneficio le proporcionaba. - -Lo peor era que aquello se iba acabando poco á poco, y las cosas no -habían adelantado un paso; y al día siguiente del agosto del Berrugo, -tan abundante y alegre, empezaría el agosto de ellos en Las Pozas. Él -y su padre, solos, enteramente solos, á segar; y á ratos perdidos, y -como por obra de misericordia, su hermana y la familia de su hermana -y el carro de su hermana, ayudándolos á meter en el pajar la pobreza -segada. ¡Y todo este cariz tan triste, por no haber orillado él las -arrastradas dificultades! Porque sin ellas delante de los ojos, seguro -estaba de que no había de parecerle el agosto de su casa menos risueño -que el agosto de «ese hombre.» Pilara ausente ó Pilara presente, ¿qué -le importaría á Pedro Juan, si la llevaría ya «apalabrada» y como cosa -de su pertenencia, en las honduras del pechazo? - -Y así llegó el último día, y el Josco á sospechar que muy bien pudiera -acabar la temporada sin haber salido él de su apuro; y este temor -¡coles! le desconcertaba. Pilara no faltó tampoco aquella tarde: llegó -cantando, con la rastrilla al hombro y mordiscando el último zoquete -de la comida de su casa; porque no iba á las labores de la mañana... -Y se cargó el primer carro del Josco; y el Josco hizo desde abajo -prodigios de soltura y de fortaleza, y Pilara maravillas de habilidad -arriba; y él la persiguió á horconadas con mayor empeño que nunca, -y ella le celebró las gracias, risotera y cariñosona, como jamás le -había celebrado otras tales... y anduvo el carro cargado, y llegó á la -portalada, y Pedro Juan le paró allí, y Pilara se _desborregó_, como -siempre, por la rabera... y el carro anduvo de nuevo, y se arrimó á la -payeta, y le descargó Pedro Juan; y bajó Pilara del pajar, coloradona -y reluciente, que daba gloria; y se sentó con otras obreras en el -carro vacío; y el Josco las condujo á la mies, como tantas veces las -había conducido: ellas cantando y riendo, y él delante de los bueyes, -taciturno y con la ahijada al hombro... «y de aquello, ná...» Y se -cargó de nuevo el carro, lo mismo que siempre; y de igual modo salió -de la mies y llegó á la portalada, y se desborregó por la rabera la -mocetona, y se empayó después aquella balumba de yerba... «y de lo -otro, ná...» En fin, que llegó la hora de cargar Pedro Juan el último -carro que le correspondía en aquel agosto de «ese hombre;» y le cargó, -y le sacó de la mies, y le condujo hasta la portalada, y los obreros y -el Berrugo que le seguían entraron en el corralón, como de costumbre; y -el carro parado y Pilara encima y Pedro Juan abajo, se quedaron solos -en la calleja... «y de aquello otro, ná... ¡coles, lo que se llama ná!» - -Reconcomiéndose el Josco al considerarlo, arreó un palo á cada buey -sobre la espalda para que alzaran más la cabeza, y de ese modo hiciera -Pilara con mayor facilidad su bajada de costumbre, cuando oyó que la -moza le llamaba: - -—¡Pedro Juan! - -—¿Qué quieres?—respondió el mozo. - -—Ponte por este lao,—le dijo Pilara. - -Pedro Juan se puso donde Pilara quería: junto á la rueda derecha -del carro. Allá arriba, enfrente de él, estaba Pilara recogiéndose -las faldas contra los tobillos y mirándole con los ojos llenos de -travesuras inocentonas. - -—¿Qué vas á hacer?—la preguntó Pedro Juan. - -—Voy á bajar por aquí,—respondió Pilara acurrucándose junto al borde de -aquella montaña de yerba. - -—¿Por qué no abajas por la rabera, como siempre? - -—Porque me da la gana de abajar por aquí hoy... - -—Güeno. ¿Y qué quieres que haga yo? - -—Que me aguantes... si eres quién pa ello. - -—¡Eso sí, coles!—exclamó Pedro Juan largando á escape la ahijada. - -Temblaba por adentro de puro gusto y de sorpresa el hijo del Lebrato. -Jamás habían tocado sus manos ni el pelo de la ropa de Pilara, y ahora -se le iba á ir encima Pilara en carne y hueso, entera y verdadera. -«¡Coles, qué barbaridá de suerte!» No se paró á considerar si sería ó -no capaz de resistir en el aire aquella mole. Se creía con fuerzas para -mucho más... Esparrancóse y se afirmó bien sobre los pies, escupióse -las manos, levantó los brazos y los ojos hacia Pilara, y la dijo, -pálido de entusiasmos: - -—¡Échate sin miedo, recoles! - -Pilara se reía como una boba, y no sabía de qué modo lanzarse por aquel -precipicio abajo. - -—¡Mira que peso mucho, Pedro Juan!—le decía. - -—¡Anque pesaras más de otro tanto, Pilara!... Con tal de ser tú lo que -me caiga encima, aquí hay aguante pa ello... Échate de cualisquier -modo, ¡pero échate, recoles! - -—¡Pos allá voy! - -Y Pilara se lanzó... no sé cómo; pero sé que cayó en brazos de Pedro -Juan, sin que los brazos se doblaran, ni los pies se movieran del sitio -en que parecían clavados; que un moflete de Pilara resbaló por un -carrillo del atleta; que éste cerró los ojos como si en aquel instante -relampagueara; que el roce y el calorcillo y el olor de la moza le -emborracharon, y que en medio de aquella borrachera fulminante, en los -breves momentos en que estuvo su boca tan cerca del oído de Pilara, -introdujo en él estas palabras, encanecidas ya en la punta de su lengua: - -—¡Pilara!... ¡Dende aquí á la iglesia á que mos case el señor cura!... -¿Consentirás en ello? - -Y Pilara, que se vino al suelo, pero á pie firme, en el instante de -recibir este disparo á la oreja, contestó á Pedro Juan, mientras con un -dedo meñique mataba las cosquillas que le habían hecho las palabras en -el oído: - -—¡Cuánto hace ya, hijo de mi alma, que podíamos estar de güelta, á no -ser tú tan como eres! - -—¿Eso es decirme que sí, Pilara?—se atrevió á preguntar Pedro Juan, -temblando de gusto. - -—¡Y con alma y vida, bobón!—le respondió ella mirándole mimosona. - -Todo esto ocurrió en brevísimo tiempo, y en muy poco más descargó el -carro Pedro Juan. ¡En un tris estuvo que no ahogara á su padre, que -estaba al boquerón, bajo las tremendas horconadas de yerba que le -mandaba sin cesar! - -Por la noche no probó bocado en la cocina; y cada vez que sus ojos -se encontraban con los de Pilara, se estremecía de arriba abajo, y á -veces se reía solo. Ponderó mucho el Berrugo delante de la obrerada sus -valentías de descargador, y estuvo á pique de abrazar á «ese hombre,» -no por el elogio, sino porque ya nadie ni nada le parecía allí malo ni -feo. Entró Inés á dar un vistazo á la mesa, como solía; la halló el -Josco pintiparada para madrina, y tuvo tentaciones de proponérselo á -voces allí mismo. - -Afortunadamente para Pedro Juan, todo era bulla y algazara en la -cocina, y nadie reparaba en sus vehementes obsesiones. Hasta el Berrugo -estaba menos incisivo y cruel que de costumbre: le habían salido dos -carros más de yerba que otros años, y se había recogido el agosto en un -día menos. - -Por todo lo cual había en la mesa una tartera de plus con el -sobrante de la cabra laceriosa, y se remató el festín con una rueda -extraordinaria de un blanquillo averiado que el anfitrión pensaba -arrojar á la pila del estiércol. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XVIII - -VUELTA AL PLEITO DE MARCONES - - -Y aconteció que Inés, apenas hecha aquel tratado de paz con su maestro, -se vió obligada á poner á prueba el buen andar de aquella máquina de -su cerebro, que poco antes había comenzado á moverse segura, pero -lentamente; porque llegó á encontrarse muy mal á gusto en la escuela, -desempeñando el papel de simple receptáculo pasivo de las enseñanzas -de Marcones, y quiso tener allí su iniciativa propia, de modo que, sin -dejar de ser discípula, pudiera dirigir á su profesor. - -Parecerá esto algo contradictorio, y aun muestra de inverosímiles -atrevimientos en la dócil y modestísima educanda. Pues no hay semejante -cosa. Inés seguía admirando el saber y hasta el método de enseñanza de -su maestro, y ni remotamente creía que el que ella trataba en imponer -allí valiera ni siquiera tanto como el otro; pero ocurría que entre las -aprensiones de Inés se había enmarañado de pronto el concepto personal, -la idea cristalizada de Marcos vivo y efectivo, de tal suerte, que no -se puede explicar sino con el ejemplo de lo que pasa á ciertas personas -aprensivas, con la forzosa y continua presencia de un arma de fuego, -cargada: temiendo hasta que se dispare sola, la penen á cubierto de -cualquier imprudencia temeraria y de todo golpe casual. Pues bueno: -Marcones, desde el estallido de marras, era para Inés un escopetón -cargado de metralla hasta la boca, que podía volver á dispararse solo á -la hora menos pensada; y para aislarle, para mantenerle en la posición -menos peligrosa, para evitar y aun para conjurar los golpes casuales, -ó, viniendo á lo concreto, para prevenirse contra sus ímpetus fogosos, -para conjurarlos y para dirigirlos, no había encontrado otro medio que -_llevar la voz cantante_ en la escuela. Esto no había de conseguirse -ventilando allí asuntos de cecina ni chismecillos de vecindad, -sino temas de mayor fuste; puntos pertinentes á las materias de su -enseñanza, y atrincherarse con ellos; atiborrarse el magín de teorías, -de dudas y de reparos, y acosar al profesor incesantemente con estas -armas; obligarle á estar atento siempre y amarrado á esas escaramuzas -de la discípula; y en cada intento de escapada por el portillo abierto -ó por la brecha desatendida, acudir allá con nuevos pertrechos que le -distrajeran y hasta le abrumaran. - -Todo esto había intentado Inés, y lo que es más de admirar, todo esto -había conseguido en pocos días, sometiendo con heróica voluntad su -buena inteligencia á una gimnasia desesperada. No eran ciertamente -campo adecuado al ejercicio de tan hermosos elementos de investigación -y de análisis, los cuatro libracos de texto que Marcones la había -prestado, y algunos más, por el estilo, que conservaba de su madre; -pero lo que á la labor le faltara de ancho, lo tendría de hondo; y si -no hallaba al cabo grandes cosas, aprendía la manera de buscarlas, lo -cual, apurando bien su tesis, era lo que más falta la hacía por de -pronto. - -Procediendo de este modo, buscando el por qué de aquellas materias -mal esbozadas, y supliendo con el buen sentido lo que en ellas no se -columbraba, se halló de manos á boca con que en lo que iba dejando -atrás, después de sometido á nuevo análisis, veía ella mucho más de lo -que la había enseñado su maestro; y con esto, y con lo que no traslucía -bastante claro, y con lo que de intento enturbiaba para dar que hacer -con la supuesta duda á Marcos, no solamente le tuvo durante una semana -pendiente de su capricho, sino vencido casi siempre, y muy á menudo -estupefacto. - -Pero ¿qué mosca había picado á Inés para lanzarla tan de repente por -aquellos trigos de Dios? - -La mosca esa daría motivo para que se luciera aquí de firme una pluma -diestra en anatomías psicológicas y en disquisiciones fantasmagóricas, -por los profundos de las más recónditas obscuridades del espíritu -humano, cuando encarna en naturalezas tan sensibles, dóciles y bien -equilibradas como la de Inés; pero la mía, quiero decir mi pluma, -torpe y desmazalada de por sí, que á la luz del mediodía y por -caminos muy trillados se ve y se desea para no andar á tropezones, -renunciando hasta al intento de echar una suerte entre los, para -ella, inextricables laberintos de esos perifollos del arte, dirá á la -buena de Dios que el miedo á los tiros escapados del escopetón de mi -ejemplo, se le habían infundido á Inés, primeramente su buen instinto -y excelente gusto natural, que de hora en hora la iban aclarando aquel -lado obscuro que tanto la preocupó durante la noche que siguió al -estampido del seminarista; y en segundo lugar, la lectura de aquellos -librejos recreativos que la había prestado Marcones «para educarla el -sentimiento.» - -Los tales librejos eran novelas de las llamadas _ejemplares_, obras -de propaganda, pensadas y escritas con las intenciones más honradas -del mundo, pero que, con excepciones contadísimas, hacen bostezar -á los niños que sólo apetecen lo maravilloso, y se les caen de las -manos á las mozas casaderas que ya no se deleitan con austeridades -candorosas ni con inocentadas insípidas. Y conste ante todo que no -me burlo de esta clase de lecturas, aunque me lamente de que no sean -más entretenidas y pegajosas, como lo son las muy contadas que, -precisamente por ser así y hasta magistrales, no pasan por el tamiz -de las _almas pías_, que tampoco apechugan con aquéllas... ni con las -otras. Va todo ello á cuento y en demostración de las buenas tragaderas -de Inés, que se envasó tres obras ejemplares en día y medio; hazaña -que casi iguala, si no obscurece, á la que yo rematé, siendo niño, -leyéndome en igual tiempo á _Misseno_, ó _El Hombre feliz_, la obra -más de bien que se ha escrito en el mundo, indudablemente, pero cuya -lectura han terminado muy pocos cristianos y no ha repetido ninguno, yo -inclusive. - -No tenían los alcances filosóficos de esta novela patriarcal las -devoradas por Inés; pero, en cambio, eran los primeros libros de -imaginación que ella leía; y por esto, y por tratarse allí de cosas -muy hacederas en la práctica de la vida entre personajes de carne -y hueso, no tomó los asuntos de los libros como ficciones de una -fantasía más ó menos gallarda, sino como relatos fieles de aventuras -reales y verdaderas. Por feliz casualidad, uno de los tres libros -leídos era el mejor de la colección, el menos ñoño, el de más arte -y de mayores atrevimientos de pasión y de colorido. Esta novela la -cautivó verdaderamente. Reducíase en substancia el asunto de ella á lo -siguiente, según resultaba de la lectura, entiéndase bien, no de lo que -se proponía el fervoroso novelista: - -Cierto don Zacarías Hernández, hombre muy acaudalado, honradote á su -modo, receloso y muy escogido en el trato de las gentes, reglamentado -en su vida, devoto hasta cierto punto, menguado de mollera, y, por -abominación instintiva, al rape en letras de molde, tenía una hija, -llamada Amparo, educada con grandes precauciones, recién salida del -colegio, hermosa como unas perlas, muy humildita por régimen, y -con unos ojos gachos que, cuando los levantaba, eran dos soles que -derretían las piedras. El tal don Zacarías era íntimo amigo de un don -Justiniano Costales, letrado severo y docto, nacido para la profesión -como la hiedra para el muro: á ella se agarraba, de ella se nutría, con -ella se deleitaba, y de ella tomaba, con los jugos y el arrimo, las -líneas del cuerpo, la expresión de la cara, el corte de su ropaje y -hasta los contados chistes con que se permitía, muy de tarde en tarde, -despejar un poco los celajes sombríos de su frontispicio austero. Estos -chistes, aunque eran de los que dan ganas de llorar, se los celebraban -mucho los canónigos, tres, con quienes se acompañaba en sus metódicos -paseos, amén, entre otros tales, de don Zacarías, que los reía á -carcajadas sin entenderlos, porque estaban, los más de ellos, en latín -de las Pandectas. - -Este don Justiniano, letrado viejo, era padre venturoso de Justino, -que ya oficiaba en estrados, mozo de mirar severo, de patillas lacias -y de rostro pálido, de luengos faldones, sombrero de copa y botas -relucientes, bastón de ballena y guantes de medio color. Según el -novelista, que parecía estimarle mucho, así se presentaba siempre en -público este joven, que «era solemne sin arrogancia, digno con los -altaneros, y dócil y sumiso siempre á la autoridad de sus señores -padres.» Además, hacía versos en latín y cerraba los ojos cuando se -encontraba con una chica guapa en sus cotidianos paseos en la amena -compañía de ciertos señores graves, que sólo hablaban de derecho -político, de filosofía tomística ó de la corrupción de los tiempos. -Su mejor entretenimiento era el estudio continuo de la ciencia que -profesaba, y no leía libro de imaginación sin someterle previamente -«á la censura de su padre espiritual.» Este gran muchacho andaba ya -rayando con los treinta, y no fumaba todavía delante de las personas -mayores, ni había entrado jamás en un café. Abominaba del teatro, sin -conocerle, y no reía otros chistes que los de su padre y las agudezas -de los tres canónigos, en latín también, aunque no forense: más bien -era de refectorio. - -El cuarto personaje de los principales de la novela, era Isidoro, -galancete listo y guapo; jurisperito ya igualmente; pero calabaceado -varias veces en la Universidad, por andar más atento á las seducciones -del mundo que á los libros de la carrera. - -Y sucedió que mientras el don Zacarías Hernández pedía al cielo un -marido como Justino para su hija, el don Justiniano Costales suspiraba -por una mujer como Amparo Hernández para su Justino, que, á su vez, se -regocijaba en la contemplación mental de las dotes, y aun de la dote, -de que estaba adornada la hija de don Zacarías. De esta mancomunidad de -lícitos y honrados deseos, nació, por decreto de la divina Providencia, -según el novelista, el declarado propósito entre los dos padres, de que -los respectivos hijos se fueran aproximando honestamente, y tratándose -y conociéndose poco á poco, de manera que sin esfuerzo se manifestara -el afectuoso vínculo que, por necesidad, había de manifestarse entre -dos criaturas tan semejantes en la honestidad de sus inclinaciones y -en la santidad de sus miras. Y así se hizo. Don Justiniano y Justino -dieron en menudear las visitas á don Zacarías; y en cada una de ellas, -mientras los dos señores padres departían en un extremo de la estancia, -cerca del opuesto, Justino, con las piernas formando dos escuadras -rigurosamente paralelas entre sí, dándose golpecitos en la barbilla con -el puño de su bastón, cogido por el medio con su diestra enguantada, -y la siniestra sobre el muslo correspondiente; Justino, digo, en esta -postura, muy recomendada por el autor de la novela, y colgándole los -faldones de su ceñido levitón hasta cerca del suelo, recitaba á la -hermosa Amparo versos en latín, ó disertaba sobre una ley de Partida, -ó acerca de la política dominante «en sus relaciones con los sagrados -intereses de la familia y de la sociedad.» - -Yendo encarriladas las cosas de esta manera, aparece en escena Isodoro, -recién hecho abogado, y conoce á Amparo en casa de unas amigas, cuyo -trato frecuentaba bastante la hija de don Zacarías. Isidoro, como se -ha dicho, era guapo y despierto; y hay que añadir que era además -apasionado, fogoso, algo poeta, ingenuo, franco y alegre como un -cascabel. Le parece monísima la hija del ricacho Hernández, y como lo -siente se lo espeta. Era la primera declaración terminante y apasionada -que Amparo había oído, porque hasta aquella fecha el otro no se había -apeado de sus infolios jurídicos: súpole bien, gustóle el mozo, y -continuó la intriguilla; hasta que se olió desde la otra casa, y se -ató corto en ella á Amparo, sin decirla por qué, lo cual no era de -necesidad para la recluída, porque bien á la vista lo tenía. Isidoro no -pecaba de encogido; ella se dejaba caer muy guapamente hacia el lado de -su gusto, y continuó el galán pintándola su pasión fogosa en cartitas -que la entregaba la sobornada doncella, ó en versos alegóricos que le -publicaba un semanario de la localidad. Á todo esto, continuaba Justino -con sus luengos faldones y su aire de magistrado precoz, haciéndola -disertaciones sobre derecho político, después de haber agotado la -materia del romano; y en vista de que aún tenía tela cortada para buen -rato, y de que al otro se le había descubierto también el juego de las -cartitas y de los versos alegóricos, pusiéronse de acuerdo los señores -padres; habló don Zacarías á su hija terminantemente de lo que no le -había dicho Justino una palabra todavía; ponderó los merecimientos y -las altas prendas personales del hijo de don Justiniano; excomulgó á -Isidoro por calavera y mundano corrompido; aseguróla que no consentiría -la menor duda en la elección; atrevióse la pobre Amparo á establecer -algunas diferencias muy salientes entre los dos aspirantes; tomó don -Zacarías á descarada rebelión estos reparos; creyó ver ya al demonio -metido en su casa y sugiriendo aquellas perversas inclinaciones á -su hija; entregó el conflicto al docto discernimiento de los tres -canónigos; tomáronle éstos bajo su celosa protección; y con tan buen -tino se condujeron, que á los pocos días, según afirmaba en conclusión -el novelista, la divina Providencia _recompensaba_ las virtudes -ejemplares de Justino casándole con Amparo, desengañada de su error, -y _castigaba_ al pícaro Isidoro con la pérdida de aquel tesoro, tan -indebida y ansiosamente codiciado por él. - -Tal era, á grandes rasgos, lo principal del asunto de aquella novela. - -En opinión de Inés, bien estaría este desenlace cuando por bueno le -daba el novelista; pero, salvo el respeto debido á un hombre que tan -bien plumeaba, y á los tres sabios varones que habían convencido á -Amparo, si ella, Inés, hubiera sido llamada á entender en aquel pleito -y á sentenciarle en conciencia, condena á Justino y casa á Isidoro con -Amparo. ¡Lo que es la inexperiencia en las cosas del mundo y en los -achaques de la vida humana! Á ella le parecía que Justino el estudioso, -con aquella levita tan larga, y aquella cara tan seria, y aquellos -versos en latín por todo recreo, y aquellos discursos tan sabios, que -la recordaban las homilías de Marcones, no resultaba de lo más al -caso para marido de una muchacha tan alegre y tan linda como Amparo; -mientras que Isidoro... ¿Y por qué se llamaba malo y corrompido á -Isidoro, que, como estampa, valía cien veces más que Justino, ó mentían -las señas que daba de él el novelista? ¿Qué maldades suyas se referían -en el libro? Que era aficionado á danzas y espectáculos; que con una -mano cogía el dinero que le enviaban de su casa, y con la otra lo -gastaba en divertirse y en engalanarse; que se perecía por las chicas -guapas; que las requebraba siempre que podía; que leía muchas novelas -y demasiados periódicos; que conocía á muchos periodistas y copleros, -y se tuteaba con un cómico; que en una ocasión había empeñado la capa -para prestar á un amigo menesteroso siete duros, y que era muy alegre -y muy chancero... Corriente. ¿Y qué edad tenía Isidoro? Veinticuatro -años, y además era fuerte, ágil, no de mucha altura, pero muy gallardo, -morenito, de ojos y bigote negros... en fin, que era una golosina para -muchos paladares de buen gusto, y él no hacía por su parte todo lo que -debía para no dejarse tentar del demonio, que, en forma de chica guapa, -le tentaba de continuo. - -—Pues, señor—concluía Inés,—con el respeto debido al saber de los -tres señores canónigos, paréceme á mí que con estas prendas y á los -veinticuatro años de edad, lo menos malo que puede hacer un hombre es -lo que hacía el pobre Isidoro. Si robara ó matara ó escandalizara con -sus vicios... Pero ser un poco alegre de genio, bastante desaplicado -en el estudio, algo coplero y muy aficionado al trato de las muchachas -bonitas... Más raro me parece á mí lo del otro: á su edad y con su -carrera, no fumar todavía delante de las personas mayores, y entretener -á su novia con aquellos sermones tan enrevesados y con aquellas coplas -en latín. Además, cuando á Amparo la aconsejaban que se decidiera por -Justino, ya Isidoro había concluído su carrera y tenía juicio y era -hombre tan capaz como el que más... Vamos, que si yo soy Amparo y no -se mete la Providencia por medio, me quedo con Isidoro, como tres y -dos son cinco. ¡Lo que es no entenderlo! ¡Qué cosas diría á las chicas -el diablo de él, con aquella viveza de sangre y aquellos ojos negros y -aquella gracia para las coplas! Debe de dar mucho gusto eso... - -Aquí la máquina consabida hizo por sí misma un cambio de engranajes, y -llevó los recuerdos de Inés á aquellas largas temporadas que, de niña, -pasaba en San Martín de la Barra. Allí había visto ella, entre las -diversas y extrañas gentes que veraneaban, hombres que se daban un aire -á ciertos personajes de las novelas que acababa de leer; pero ninguno -de ellos era tan guapo como Isidoro, aunque se le pareciera un poquito. - -Juraría que aquélla era la primera vez que los veía en el espejo de su -memoria, y tal como los había visto entonces sin fijarse en ellos. Se -atrevería á contarlos uno á uno. Y ¿por qué le asaltaban ahora estos -recuerdes y antes no? ¡Cosa más rara!... Y ¿de dónde serían aquellos -forasteros? ¿Vendrían todos los años á San Martín? ¿Tendría cada uno -de ellos una historia parecida á las que ella acababa de leer? ¿Harían -versos? ¿Hablarían como Isidoro? De todas maneras, los hombres de -aquella traza no eran tan raros ni tan escasos, cuando en un lugar tan -pequeño como San Martín, se reunían tantos, tan distintos y en tan poco -tiempo. Desde entonces no había salido ella de Robleces (donde las -únicas levitas eran la del cura y la del médico) en media docena de -ocasiones, á otras tantas romerías cercanas; y esas veces, á la fuerza -y con los ojos velados por la negrura de su tedio, la había llevado -Romana por hacer público alarde de su imperio en la casa, ó de un celo -cariñoso de madre postiza, en que nadie creía. No recordaba haber visto -en esas salidas hombres de la traza de los bañistas de San Martín, ó -de los personajes de las novelas. Solamente Marcos... ¡Marcos!... Otro -cambio repentino de la máquina. No ya Isidoro, tan guapo y tan elegante -y tan donoso de palabra; Justino el de los latines, cualquiera de los -bañistas de San Martín que hubiera visto y oído á Marcos, gordinflón, -negrote, puerco de uñas y de ropa, poroso y medio eclesiástico, decirle -á ella las cosas que la había dicho, ¿qué hubiera pensado del suceso? -¿Qué rechifla no hubiera hecho de los dos? - -Y aquí se tapaba Inés la cara con las manos, y se asombraba de no haber -caído mucho antes en la cuenta de aquellas enormidades. En fin, que las -cosas no podían seguir de ese modo, y había que cortar por lo sano. No -le plantaría en la calle sin más ni más, porque, al cabo, á tuertas ó á -derechas, le debía un gran beneficio; pero iría desprendiéndose de él -poco á poco, y, entre tanto, le mantendría á raya. - -Tal fué el camino por donde llegó Inés, en pocas horas, á encontrar -abominable aquel escopetón que en otras pocas más se le había hecho -temible. - -Marcones, á todo esto, no sabía qué pensar de aquella táctica sutil, de -aquellas estratagemas diabólicas con que la discípula le perseguía y le -acorralaba y le tapaba los resquicios por donde se le escapaban á él -los humos y las chispas del volcán que estaba devorándole por dentro, -particularmente desde que había comenzado el agosto del Berrugo y no se -oía una mosca ni se veía alma viviente hacia aquella parte de la casa -donde estaba el cuarto de la escuela. Andaba el mozón desasosegado y -mohíno; y con cada varapalo que recibía de Inés, se ponía más bravo y -sospechoso. ¿De dónde habría sacado aquella trasta tantos recursos y -tan de repente? ¿Por qué andaba tan sobre sí y le tenía en perpetua -batalla y le ponía en tan graves aprietos? ¿Qué diablejo la había -infundido tanto valor, tanta travesura y tanto saber?... De las -novelas, nada le decía por más que la preguntaba. - -—No he empezado á leerlas,—le contestaba siempre que el otro le hacía -la pregunta, para buscar una callejuela por donde sacarla al terreno en -que la esperaba él. - -Al fin, una tarde se le anticipó ella diciéndole: - -—Ya he leído tres. - -—¡Hola, hola!—exclamó Marcones sobándose las manos.—Y ¿qué tal, qué -tal? ¿Cosa buena, eh? - -Inés le ponderó mucho la de Amparo y Justino. Estaba entusiasmada con -ella. - -—Naturalmente—dijo el seminarista entusiasmado también.—Aquello es la -verdad pura: un ejemplo de la más alta y cristiana moralidad. ¡Y cómo -está escrito! ¡Con qué arte y con qué!... ¡Cómo viene por sus pasos -contados, y qué á tiempo, la Justicia de Dios para dar á cada cual su -merecido! - -Sobre este punto se permitió Inés algunos reparos, ya conocidos del -lector. - -—¡Cómo!—saltó Marcones muy contrariado al oírla.—¡Es posible que no -encuentre usted muy arreglada á justicia aquella conclusión? - -—Ya le he dicho á usted—repuso Inés,—que lo estará, cuando aquellos -señores, que tanto sabían, lo arreglaron así; pero... - -—Pero—añadió Marcones interrumpiéndola,—usted lo hubiera arreglado de -otro modo, si lo ponen en sus manos. ¿No es eso? - -—Justamente—respondió Inés.—¡Vea usted lo que es la ignorancia y la!... - -—¡Un joven—prosiguió el de Lumiacos, casi indignado con la ocurrencia -de Inés,—un joven como Justino, con el discurso y la formalidad de un -hombre maduro! ¡Un muchacho que habla y hace versos en latín, como -agua, y maneja los clásicos por debajo de la pata, y se sabe de memoria -el Fuero Juzgo y las Partidas y todo el Derecho romano, y es humilde -y temeroso de Dios, y dócil y sumiso á la autoridad de sus señores -padres, y ni siquiera fuma delante de las personas mayores!... - -—Pues por todo eso,—dijo Inés. - -—Por todo eso ¿qué?—preguntó Marcones mirándola fieramente. - -—Por todo eso—insistió ella,—no le hubiera yo casado con Amparo, que -era tan guapa y tan joven, y tan alegre y tan rica. Me parecía Isidoro -más á propósito para ella. - -—¡Isidoro!—exclamó escandalizado Marcones.—¡Un danzarín desjuiciado! -¡Un títere que no sabe hacer una oración primera de activa; que recibe -el título de abogado por misericordia; que corteja á las chicas -casquivanas y publica versos profanos en los periódicos, y empeña -la capa y se tutea con un comediante! ¡Casar una peste así con una -criatura como Amparo! ¿En qué cabeza cabe? ¿Con qué lógica, Inés; -con qué moral? ¡El saber, las virtudes, á los pies de la corrupción -mundana! ¡El juicio y el entendimiento, pisoteados por la locura impía! -¡Qué sería de _nosotros_, los buenos, con unas leyes de moral así? -Usted no ha reflexionado bastante, Inés; usted está alucinada... Usted -no puede pensar de ese modo... ó está contaminada también del virus -ponzoñoso. - -Mucho, muchísimo se alegraba Inés de ver á Marcones tan irracional y -tan bruto en aquella cuestión. Así le resultaba más antipático, y con -ello la costaría menos trabajo llegar hasta donde se proponía aquella -tarde. Dióle cuerda de intento para que despotricara más; y cuando ya -el pedazo de bárbaro no tuvo dicterios que proferir ni excomuniones que -lanzar contra los mozos mundanos, y las mozuelas extraviadas, y las -ideas disolventes, y «los gusanos viles,» y «el liberalismo diabólico,» -y «la masonería de Satanás,» porque todo esto atropó allí abogando -por la causa de Justino el estudioso, contra el infeliz Isidoro y los -«corazoncitos piadosos» que se compadecieran de él; cuando á tales -extremos, repito, hubo llegado el energúmeno, y rendido y fatigoso, -viendo que daban en duro sus desatinados machaqueos, dijo á Inés que -era ya hora de dar principio á las ordinarias tareas, Inés, que no se -había sentado todavía ni en sentarse pensaba, acabó de atolondrarle con -estas sencillísimas palabras, dichas con la mayor serenidad: - -—He resuelto suspender las lecciones. - -—¡Cómo!—exclamó Marcones estupefacto. - -—¡Suspender las lecciones ahora!... Y ¿hasta cuándo? ¿Por qué? - -—Porque—dijo Inés respondiendo á la segunda pregunta, sin querer -hacerse cargo de la primera,—porque está la casa muy revuelta con el -trajín de estos días; y además, he comenzado hoy la novena de San Roque. - -—¡Vaya una oportunidad!—replicó Marcones después de permanecer -unos instantes muy pensativo y contrariado; y en seguida añadió, -descubriendo, sin poderlo remediar, la grosera hilaza de sus malos -pensamientos:—¡Suspender las lecciones!... ¡y ahora, cuando en esta -parte de la casa se vive como en un desierto, y no se siente una mosca -que nos pueda interrumpir! - -—Pues también por eso,—dijo al punto Inés, muy intranquila al ver lo -que se leía en los ojos chispeantes de aquel zángano. - -Y con muy poco más que esto, se despidió. - -—Pero ¿hasta cuándo?—la preguntó él desde la escuela, donde se había -quedado á pie firme, azorradón y mascando hieles corrompidas. - -—Ya veremos,—respondió Inés desde allá afuera, sin volver la cara atrás -y andando á buen paso hacia el otro extremo de la casa, donde resonaba -la bulla del trajín de aquellos días. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XIX - -EL CABALLERO DEL ALTAR MAYOR - - -La fiesta religiosa fué tan solemne como todas las que disponía don -Alejo en honor del santo patrono de Robleces. No la describo, porque -me asusta el riesgo de cansar al lector copiándome á mí propio. ¡He -hablado de tantas otras semejantes á ella! - -Predicó el cura de Pandos, la mejor palabra que se conocía en los -pueblos de tres leguas en contorno, salvo la opinión de don Alejo, -que le tenía, quizás por un resabio de casta, por orador más atento -á pasmar con sus sabidurías, que á conmover hiriendo á puño cerrado -las flaquezas vulgares del rústico auditorio; pero era hombre de fama -y el predicador más caro de todos los conocidos por allí, y como -famoso y caro le eligió para mayor lustre de la fiesta; lustre que no -se empañó porque tres ó cuatro docenas de ignorantes mujerucas se -durmieron aquel día, mientras el de Pandos, después de ensalzar las -virtudes y méritos del santo «abogado de la peste,» tronaba contra -las pestes actuales, y se enredó á brazo partido con la peste del -espiritismo, la peste del liberalismo y la peste de la masonería. ¿Qué -culpa tenían, ni el santo ni su panegirista, de que ni las durmientes -ni los hombrones que bostezaban desperezándose, hubieran oído hablar -de aquellas cosas en todos los días de su vida, ni de los libros y -papeles en los cuales había bebido la materia el orador? Algo así dijo -el cura de Piñales, revestido de diácono, gran admirador del perorante, -cuando oyó á don Alejo que, con la cabeza inclinada y las manos debajo -de la casulla, pero con el ojo y el oído muy atentos á lo que pasaba -entre sus feligreses y se predicaba en el púlpito, decía, dando con el -codo al subdiácono, gran apologista del Eusebio: «Ahí lo tienes: ¿ves -lo que es echar margaritas, y margaritas de pega, á animalucos como -éstos? ¡Y tómate seis duros! De á cuatro los conozco yo que á estas -horas tendrían al auditorio llorando á moco tendido... Pero así lo -quieren, buen provecho les haga.» Hablara ó no con razón el apasionado -don Alejo, el hecho es que el sermón fué del cura de Pandos, lo que -equivale á decir que fué «de primera.» - -Quilino se desgañitó en dos solos muy regorjeados, uno en los _Kyries_ -y otro en el _Sanctus_ habilidad que no lucía él más que en las grandes -ocasiones. _Pelusa y Gómitos_, los dos acólitos de don Alejo, vestidos -de roquete blanco con ancho cuello azul, y sotana encarnada, bajo la -cual asomaban las perneras de mahón remendado y las alpargatas sucias, -zarandearon á más y mejor el incensario, aunque así y todo predominaba -en la iglesia el olor á pólvora quemada; porque no tenían número los -cohetes que reventaban á la puerta misma del templo, para que de este -modo las salvas fueran más sonadas y bien vistas. De la procesión, no -digamos: tardó media hora en dar la vuelta alrededor de la iglesia; -porque hubo cantadoras y danzantes que precedían al santo: aquéllas, -con sendas panderetas muy emperifolladas, y éstos, tres solamente, con -tarrañuelas y vestidos de blanco, con muchos pañuelos de seda y sartas -de cascabeles hasta en las alpargatas Parecían enormes sonajeros de -goma elástica cuando, al lento compás de las panderetas, piafaban, se -erguían, doblábanse, saltaban, iban y venían, y marcaban las mudanzas -y corcovos y las cadencias de los cantares de las mozas, con golpes -de las tarrañuelas. Por lo que hace al santo, nunca más adornado de -relicarios y pañuelos se le vió sobre las andas. Hasta el perruco tuvo -su collar de cintas coloradas, honor jamás tributado hasta entonces -al caritativo animal. Dicen que fué ocurrencia de Marta, la hija del -mayordomo de San Roque, y ocurrencia consultada con Quilino, que había -ayudado la víspera á bajar de la urna al santo. - -De concurso, el pueblo entero con los trapillos de cristianar. Ni el -Berrugo faltó, con su aparejo fino de hombre acomodado, pero no rico. -El Lebrato lucía las famosas botas de agua, conservadas como una -reliquia á través de los años, á fuerza de no ponerlas y de fricciones -de grasa; y el Josco su «vestido bueno,» con el cual no estaba tan -airoso como con el trabajado y simplicísimo de todos los días, que le -dejaba al descubierto una buena parte de su rica escultura. Pilara no -cabía en la iglesia de maja, de contenta y de grandona. Don Elías, que -no llegó á entrar en ella por estar ya de bote en bote, con camisa -limpia y el sombrero bueno; y sus dos hijas, con los únicos arreos, -marchitos y anticuados, que había en la casa para la pareja que -estuviera de turno en tan señaladas ocasiones. Quilino, cantando en -el coro, parecía un muestrario de galones y trencillas: los llevaba -hasta en las costuras laterales del pantalón. También anduvo en la -fiesta Marcones, convidado á comer aquel día en casa del Berrugo por -condescendencia de éste á las instancias de la Galusa apoyadas de -mala gana por Inés. Iba vestido de negro limpio; y, como medio _pieza -eclesiástica_, se situó á la puerta de la sacristía, en línea diagonal -con su discípula, casualmente, por supuesto; la cual ocupaba su sitio -acostumbrado cerca del coro, muy arrimada á la pared y enfrente de -la puerta principal. ¡Y qué guapísima estaba! con su vestidillo -flamante de muselina color de barquillo, liso y modesto como el de -una colegiala, y su mantilla negra, entre cuyos pliegues, como si -fueran molduras de un marco de ébano, asomaba el óvalo gracioso de su -cara, de la que hubiera podido decirse, hablando en culto, que parecía -una leyenda en que se confundían, con arte maravilloso, lo dulce y -lo picante; cara, en suma, para todos gustos y temperamentos, y muy -particularmente desde que se asomaban á sus negros ojos las revoltosas -ideas que se le habían despertado detrás de ellos. - -Pues sépase ahora que con estar tan lucida la fiesta, no fué ninguna -de sus particularidades, predicador inclusive, lo que más llamó la -atención de los concurrentes, sino otra cosa harto más profana, y, -sobre todo, bien inesperada: un caballero que estuvo en el presbiterio -durante la función entera y verdadera, junto á las mismas andas del -santo. Era hombre joven, de los de treinta bien corridos; de buena -estatura, gran aire y elegante atavío; llevaba los bigotes engomados, -y el pelo cortado á media tijera; el pelo y los bigotes eran castaños, -la cara de buen color y las facciones muy regulares. En conjunto, podía -llamarse un buen mozo bastante guapo. Cuando los demás se sentaban, -él se ponía de pie y algo más vuelto hacía el público que al altar -mayor, y entonces se le podían contar hasta los botones de su blanca -pechera y los gruesos eslabones de su leontina de oro; y cuando, -bastante á menudo, sacaba su reló y le hacía saltar la cincelada -tapa, relampagueaban en ella, lo mismo que en la piedra del anillo -que ostentaba en su diestra, la luz que penetraba por las vidrieras -de enfrente y hasta la de las velas que alumbraban al santo desde la -meseta que sostenía las andas. - -Mientras el orador de Pandos permaneció en el púlpito, el caballero, -plantificado junto á la barandilla y de cara al público, le recorría -minuciosamente con la mirada. Inés hubiera jurado que esta mirada del -caballero elegante se detenía algunas veces en ella. Marcones hubiera -jurado lo mismo. Por sí ó por no, la hija de don Baltasar no miraba al -caballero sino cuando estaba segura de que el caballero no la miraba á -ella. Marcones, en tanto, soltaba cada carraspeo que hacía retemblar -las bóvedas. Pero ¿quién era «el caballero del altar mayor?» ¿Por qué -se había plantificado allí, en día tan solemne, á la par del mismo -San Roque y haciendo juego con los tres señores curas cuando éstos -se sentaban en el banco de la Epístola? ¿Por qué miraba con aquel -descaro á la gente, y no se sentaba jamás? Cierto que se arrodillaba á -tiempo y no escandalizaba á nadie con actos de irreverencia; pero ¿por -qué sacaba tan á menudo el reló, y le relucían tanto la cadena y las -sortijas? y sobre todo, ¿por qué estaba allí y no en otro sitio más -retirado de la iglesia, y tenía aquellos pinchos en los bigotes? - -Éstas y otras preguntas semejantes se leían en las caras de los -feligreses de don Alejo durante la función, y se oyeron en multitud de -bocas después en el portal de la iglesia; y en la carnicería inmediata, -donde se despedazaban los restos de la vaca sacrificada la víspera por -la tarde; y en la taberna contigua, en la que mataban el _sefoco_ de la -iglesia muchos que de ella salían ardorosos y sedientos; y en el corro -de bolos, y en cualquiera parte donde hubiera dos personas procedentes -de la función. - -Pero el que estaba sobrexcitado y nervioso, era el médico don Elías, -que había atisbado al forastero desde la puerta trasera de la iglesia, -por encima de la masa de cabezas, al ponerse de puntillas para ver un -poco al predicador. Don Elías no sabía más sobre el caso que los -restantes vecinos de Robleces; pero como á él iba una gran parte de las -preguntas, por razón de su porte de caballero, y tenía el prurito de no -ignorar en absoluto nada de cuanto le fuese preguntado, y por añadidura -le roía como á nadie la curiosidad, el hombre se volvía tarumba para -responder á tantos sin decir que no sabía una palabra. - -—Yo he visto esa cara—respondía, sobre poco más ó menos, para salir -del paso, dándose aires de saberlo casi todo;—más: sé quién es ese -caballero; sólo que en este momento no me acuerdo bien. Tengo como una -idea de que me ha consultado alguna vez cierta enfermedad, y hasta -sospecho—aquí bajaba la voz y la daba una entonación misteriosa, -acompañándose con los correspondientes ademanes y miradas,—y hasta -sospecho que ha de ser uno de esos personajes de la masonería, de -quienes hablaba el predicador... Aquellas ojeadas acá y allá; aquel -tecleo de manos en la cadena del reló... masonismo puro... Así se -entienden desde lejos, unos con otros, esos pajarracos... Y como donde -menos se piensa... En fin, no quiero hablar, por si me equivoco; y lo -mejor será que no me tiréis de la lengua... De seguro le han conocido -mis chicas, y ellas me sacarán de la duda. - -Entre tanto, Inés llegaba á su casa preocupada con las mismas de todo -el vecindario y otra más; pero sin afanarse tanto como don Elías por -resolverlas. Á lo sumo, se decía mientras andaba, como se había dicho -en la iglesia mientras miraba al forastero, y aun después de mirarle: - -—No es enteramente como Isidoro; pero es del corte de algunos que yo -conocí de vista en San Martín. ¿Y por qué se habrá fijado tanto en mí? - -Ésta era la duda que Inés sacaba de ventaja á todos los concurrentes á -la función, exceptuando á Marcones, que estaba más picado de ella que -la misma Inés. - -Cuando llegó á casa, andaba la Galusa, que no había ido á la fiesta -religiosa por cuidar de la cocina, vertiendo en una media fuente y tres -platos hondos el arroz con leche que había preparado en un calderillo. -Era el postre de la comida de aquella solemnidad clásica. El Berrugo se -permitía, en honor de ella, ese lujo, más el de un gallo en pepitoria y -dos libras de peces que había _comprado_ al Lebrato, amén de la puchera -bien pertrechada de embutidos y carne fresca, y vino abundante de lo -poco puro que había en su bodega. - -Aún aguardaba á su hija otra sorpresa tan grande como la que tuvo al -ver al caballero de marras en el altar mayor; la cual sorpresa se la -dió su padre recién llegado á casa, preguntándola: - -—¿Qué cara pondría el médico si yo le convidara á comer hoy? - -¡En la vida se le había ocurrido otro tanto! Por de pronto, Inés -aplaudió la ocurrencia de todo corazón, y su padre mandó á escape con -el recado á casa de don Elías. - -—Me ha dado esa corazonada—la dijo en seguida,—al verle en el portal de -la iglesia con cara de hambre y hablando por los codos. - -—Ha hecho usted muy bien—dijo la bondadosa muchacha,—porque es un -bendito de Dios... - -—El otro convidado—añadió el Berrugo, mientras Inés se ponía de -codos sobre la baranda del balcón, porque este diálogo ocurría entre -puertas,—el gandulote de Lumiacos, en el pasadizo queda cuchicheando -con su tía... Pero, mujer, ahora que me acuerdo, ¿quién sería aquel -caballerete fachendoso que estaba oyendo misa encaramado junto al altar -mayor? - -—¡Ahí le tiene usted!—respondió Inés al punto, enderezándose -repentinamente. - -—¿En dónde? - -—Por la calleja de la iglesia viene hacia acá. - -—Efectivamente,—dijo el Berrugo acercándose á la baranda. - -La pared del corral, que era alta, ocultó en aquel instante al -forastero. - -—¿Adónde demonios irá por ahí?—preguntó don Baltasar. - -Iba á responder Inés que no lo sabía, cuando oyó un carraspeo muy cerca -de la portalada, y por debajo de ella vió asomar unos pies muy bien -calzados, mientras el pestillo se movía, levantado desde afuera. - -—¡Á nuestra casa viene!—exclamó entonces en el colmo de la sorpresa. - -—¡Toma, y es verdad!—dijo el Berrugo, viendo asomar medio cuerpo del -personaje dentro de la corralada. - -El padre y la hija se retiraron muy á prisa del balcón, precisamente -en el instante en que entraba en la sala, por la puerta del carrejo, -haciendo una pesada reverencia, Marcones, con la boca muy risueña y los -ojos muy fruncidos. - -Inés estuvo á pique de descubrir el detestable efecto que la produjo la -repentina aparición de aquella nube tan negra. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XX - -QUIÉN ERA ÉL - - -El caballero, después de llamar abajo y de recibir del mismo don -Baltasar, desde lo alto de la escalera, el permiso para subir, subió. - -—¿El señor don Baltasar Gómez de la Tejera?—preguntó muy cortés, apenas -hubo llegado al descanso. - -—Servidor de usted,—respondió don Baltasar descubriéndose la cabeza, -porque descubierta la tenía ya el otro. - -El cual le tendió en seguida la mano y le dijo, á vueltas de las -palabras usuales del saludo corriente entre personas bien educadas: - -—Mil perdones, ante todo, por lo intempestivo de la hora, señor don -Baltasar. - -—Pase usted más adentro, y cúbrase—dijo el Berrugo interrumpiendo -al visitante y cubriéndose él.—Se entiende—añadió deteniéndose y -deteniendo al otro, que le seguía,—si lo que tiene que decirme no es -asunto reservado; porque, en este caso, hablaríamos en otra parte. - -—¡Nada de eso, mi señor don Baltasar!—respondió el personaje,—¡nada de -eso! Todo cuanto aquí me trae es claro, natural y sencillo, y puede -publicarse á voces á la puerta de la iglesia. - -—Pues pasemos adelante entonces... y usted dirá,—repuso don Baltasar -andando hacia la sala, en la cual se hallaban Inés y Marcones en -silencio y de bien distinta manera impresionados con lo que estaba -sucediendo á pocos pasos de allí. - -Al ver entrar al elegante caballero del altar mayor haciendo -reverencias y derramando fragancias de perfumería, Inés, después -de responderle con medias palabras, muy mal articuladas, y entre -corrientes de fuego que la pusieron rojas las mejillas, manifestó -intenciones de retirarse, conducta á que la tenía acostumbrada su padre -en parecidas ocasiones. - -—¡Oh, de ninguna manera, señorita!—se apresuró á decir el visitante, -conociendo las intenciones de Inés.—De ninguna manera consentiré que -usted se retire porque yo entre. ¡Pues no faltaría más! Supongo—añadió -dirigiéndose á don Baltasar,—que esta hermosa señorita es hija de -usted. - -El Berrugo respondió que sí lo era. - -—Pues le felicito á usted de todo corazón, señor don Baltasar, por ser -padre venturoso de tan bella criatura... Lo digo sin el menor asomo de -lisonja—añadió el expansivo y galante caballero, al ver que la pobre -Inés no sabía dónde esconder la cara hecha una lumbre.—¿Y se llama? - -—Inés,—respondió el Berrugo, no sé si complacido ó molesto con aquellas -cortesías á que él no estaba avezado. - -—¡Inés!—repitió el otro.—¡Bonito nombre! - -Y como después de esto, y aun algo antes de ello, echara ciertas -ojeadas á Marcones, adivinándole la curiosidad le dijo el Berrugo: - -—Este sujeto es Marcos, el sobrino de mi criada Romana. Es de Lumiacos, -y va para cura. Ahora está de vacaciones, y hoy viene á comer con -nosotros. - -No ya verde, amarillo y azul se puso Marcones al oir estas señas que -de él daba, en el tono más fríamente burlón que pudiera imaginarse, -el padre de su discípula, que quizás estuviera en aquel instante -comparando su corte, medio eclesiástico, con la vistosa y elegante -traza del impertinente caballero del altar mayor. Así fué que, temiendo -dar un estallido más gordo, que se lo echara todo á perder, pagó con -una cabezada y un gruñido el amago de reverencia que le hizo el -forastero, y salió de la sala sin que tratara nadie de detenerle, con -lo cual acabó de enfurruñarse. - -Solos los tres, y como en familia, sentóse en medio el visitante, por -invitación de don Baltasar, y dijo así, con el pulgar de la izquierda -en el bolsillo correspondiente de su chaleco, y la diestra en el ala de -su sombrero de cazo, puesto de canto sobre el muslo derecho: - -—Le considero á usted, señor don Baltasar, y á usted, señorita Inés, y -hasta al pueblo entero de Robleces, en la mayor curiosidad por saber de -qué nube se ha caído este personaje extraño que se plantifica durante -la fiesta de San Roque en mitad del presbiterio, y se cuela ahora por -las puertas de esta casa. Lo que menos se han figurado las honradas y -sencillas gentes que me han visto allí, es que yo había elegido lugar -tan alto y ocasión tan solemne para lucir mi cadena de oro y mi pechera -con brillantes... ¿Presumo mal, señorita Inés? Vamos, dígamelo usted -francamente. ¿No le pasó á usted por la cabeza la aprensión de que -yo era un farsante presuntuoso, que elegía aquel sitio para lucir la -persona, como los jándalos de otros tiempos? - -—No se me ocurrió semejante cosa,—respondió Inés muy acobardada, pero -con toda sinceridad. - -—No es extraño, si bien se mira—dijo el apuesto galán con el acento -meloso que suavizaba todas sus palabras,—porque á la edad de usted y -con su honrado candor, no caben ciertas malicias... Pero ¿á que se le -ocurrió al señor don Baltasar, que ha vivido más años y corrido más -mundo y experimentado más gentes? - -—Efectivamente—respondió el aludido, sin pararse en barras:—eso fué -lo primero que se me ocurrió al verle á usted tan empingorotado allá -arriba, y tan peripuesto: que era usted un farsante. Las cosas claras. - -—Ya comprenderá usted que no he de ofenderme con esa claridad, cuando -me ha visto anticiparme con el supuesto, dándole por bien fundado. -Y hablando ahora en pura verdad, ¡si supieran ustedes lo lejos que -iban de ella los que me juzgaban de ese modo! ¡Si supieran todos cuán -diferentes de esa disculpable flaqueza eran las causas por que he -venido hoy á Robleces, y me he puesto á oir misa en el altar mayor, y -estoy ahora bajo los techos de esta casa! ¡Si pudieran imaginárselo -que pasaba por mí cuando oía la voz cascada del buenísimo don Alejo, -y lo que hubiera dado yo por sustituir, siquiera con la campanilla -en la mano, á cualquiera de los muchachuelos que tenían la fortuna -de ayudarle! ¡Si supieran lo que yo sentía cuando paseaba los ojos -por cada rincón de la iglesia, y por la barandilla del coro, y por -la escalera del campanario! ¡Si supieran que no hay un retablo, una -imagen, una piedra, un adorno en ese templo, que me sea desconocido! -Y sobre todo, señor don Baltasar y señorita Inés, si supieran ustedes -lo que pasa por mí al hallarme donde me hallo en este instante, no me -tendrían por descortés al declararles, como les declaro, que, al venir -á esta casa, dudo si me arrastra más el amor que la tengo, que la -estima que me merecen las personas que la habitan. - -El extraño personaje parecía muy conmovido al terminar esta parrafada, -que escucharon el Berrugo y su hija con profundísima atención; y -viendo don Baltasar que el visitante se detenía después de las últimas -palabras, precisamente las que más le habían avivado la curiosidad, -preguntóle con la llaneza que él usaba con todo el mundo: - -—Pero ¿quién demonios es usted? - -Sonrióse afablemente el interpelado; miró de pasada á Inés, cuya fuerza -de atención rayaba en el pasmo, y respondió á don Baltasar de este modo: - -—Es posible que no tenga usted noticias de un sobrinillo que embarcó -para la Habana el famoso Mayorazgo de Robleces, muy poco antes de -venderle á usted esta casa. - -—Tengo—dijo el Berrugo,—así como un recuerdo confuso de haber oído -hablar... - -—Pues ese sobrino, señor don Baltasar, soy yo. Tomás Quicanes, natural -de Nubloso, pero criado y educado en Robleces al lado de mi tío. - -—¡Qué me cuenta usted?—exclamó aquí el Berrugo muy asombrado, ó -aparentando que lo estaba de firme.—¡Conque sobrino del Mayorazgo! -Pero, hombre, ¡si parece mentira! - -—Pues es la pura verdad, señor don Baltasar—repuso el elegante -mozo,—y un desengaño bien triste para los que me hayan tomado por un -Archipámpano del otro mundo, al verme hoy tan soplado junto á las andas -mismas de San Roque. ¿No lo cree usted lo mismo, Inés?—añadió mirando á -la guapa chica con la mayor naturalidad. - -Pero Inés sólo respondió sonriéndose y volviendo á ponerse colorada, -bajando los ojos al mismo tiempo y pellizcándose con una mano la falda -de su vestido por cerca de las rodillas. - -—Porque las gentes son así—continuó el de Nubloso,—ó, mejor dicho, -somos así todos, grandes y chicos, cultos é ignorantes. Vivimos de -impresiones, y nos merece mayor devoción el santo de más lejos... El -caso es, para acabar pronto, que soy Tomás Quicanes, el sobrino del -Mayorazgo de Robleces. Fui á la Habana; trabajé veinte años allí, -procurando repartir bien lo que ganaba entre el regalo del cuerpo y el -del espíritu, á lo cual debo esta poca luz que traigo en la cabeza; es -decir, porque no se tome á tonta vanidad, el no volver tan á obscuras -y tan romo como salí de aquí. Agenciéme honradamente un capitalito; un -pasar: vamos, para la puchera, como se dice por acá, y víneme resuelto -á comerla sosegadamente en la tierruca, después de haber corrido una -buena porción del mundo que no conocía. Un mes hace que llegué á la -Montaña, y dos días que vine á Nubloso, donde no me queda otra familia -que un primo lejano, más rico que yo, puesto que es enteramente feliz -con los cuatro terrones que labra y la fecunda mujer que le da un hijo -cada año. Con esa familia vivo mientras otra cosa resuelvo: tirábame -mucho Robleces, por ser mi pueblo adoptivo; era hoy la fiesta de su -patrono, á cuya imagen tantas veces quité el polvo y canté coplas de su -novena ayudando á don Alejo, como ahora le ayudan los dos acólitos, y, -por cierto, con atalajes que no me pusieron á mí nunca, porque entonces -no se usaban esos lujos en iglesias como las de este lugar; vine á la -fiesta, ocurrió lo que ustedes saben; y dejando para otra ocasión el -regalo de darme á conocer á don Alejo, lleguéme á esta casa, donde he -tenido el honor de referir lo que en el pueblo no sabe á estas horas -nadie más que ustedes. - -—Pues vea usted, señor mío—dijo el Berrugo después de unos instantes de -silencio:—no me pesa que el caballerete del altar mayor haya resultado -sobrino de mi amigo el Mayorazgo, ni que haya sido afortunado en sus -negocios en la otra banda; porque de ser cierto que hay dinero por el -mundo, cosa que nos parece cuento aquí por la miseria en que vivimos, -más vale que caiga algo de ello en manos conocidas. Así lo siento y así -lo digo. - -—Y yo acepto ese sentir con todo el aprecio que se merece, señor don -Baltasar. - -—Eso me es enteramente igual, amiguito, con franqueza; quiero decir, el -que me aprecie ó no me aprecie lo que le he dicho. Á mí me basta para -galardón de mis sentimientos, el gusto de no atragantarme con ellos. Y -dejando estas coplas á un lado, ¿qué otra cosa se le ofrece á usted por -aquí, en que podamos servirle? - -Á esta pregunta se sonrió el indiano; bajó un poquito la cabeza y se -golpeó varias veces el muslo con el sombrero. Después le cogió con -ambas manos, cruzó los pies; y volviendo á mirar, siempre muy risueño y -oloroso, á don Baltasar, le dijo: - -—Si le contestara á usted que nada se me ocurre, señor don Baltasar, -más que satisfacer el gusto, medio satisfecho ya, de respirar el -aire de esta casa, tan llena de recuerdos para mí, y de ponerme á las -órdenes de sus afortunados dueños, no contestaría toda la verdad. - -—Pues, por si acaso era así—repuso el Berrugo,—le he preguntado á usted -que en qué otra cosa podíamos servirle. - -—Hay otra cosa, en efecto—replicó el indiano, tomando nueva postura -en la silla, no menos airosa que las anteriores,—en que usted podría -hacerme un servicio superior á todo encarecimiento; pero de esa cosa -no venía enteramente resuelto á tratar hoy, porque ni es de urgencia -inmediata, ni el momento que he aprovechado para saludar á ustedes da -para ello. - -—Pues yo le voy á dar á usted—dijo el Berrugo,—otra prueba de lo netas -que las gasto, declarándole que con eso que acaba de decirme me ha -metido en grandes ganas de conocer esa cosa que usted desea. - -Rióse aquí de todas veras el indiano, volviendo un instante los ojos -hacia Inés, que no estaba menos picada de la curiosidad que su padre, y -respondió: - -—Ese declarado deseo de usted, señor don Baltasar, me obliga á -romper las consideraciones que me detenían, y voy á satisfacérsele -inmediatamente; pero á condición de que, por anticipado, me perdone -usted, si tengo la desgracia de mortificarle algo el puntillo que tan -sensible es en todas partes, y singularmente en esta tierra; yo, por de -pronto, le aseguro que si creyera que en lo que voy á proponerle había -motivos racionales de mortificación para usted, no se lo propondría... - -—¿Quiere usted—saltó el Berrugo muy impacientado ya,—dejarse de jarabes -de confitería, y decirme en las menos palabras que pueda, y á la -pata-la-llana, lo que pretende de mí? - -—Pues pretendo—respondió el sobrino del Mayorazgo, sorteando con -soltura y gracia aquellas impetuosidades de su interlocutor,—y por -supuesto, señor don Baltasar, pura y simplemente como por ansias del -corazón, como por antojo de enamorado sensible... - -—¿Otra vez á la confitería?—exclamó el Berrugo, casi levantándose de la -media silla que ocupaba. - -—Ayúdeme usted, Inesita, por caridad—dijo el indiano entonces, -envolviendo á la suspensa joven en una mirada muy risueña y en una -nueva onda de fragancias;—ayúdeme usted á contener la noble sinceridad -de su señor padre, que no me deja ser tan cortés y respetuoso como yo -quisiera y él se merece... - -Pero como Inés no le respondía más que con sonrisas, muy dulces, eso -sí, y con pellizcos á la falda del vestido, y las impaciencias de su -padre crecían por momentos, el indiano añadió en seguida volviéndose -hacia don Baltasar: - -—Puesto que usted lo pide neto y sin repulgos, allá va tan neto y claro -como la luz del sol: deseo comprar esta casa. ¿Me la quiere usted -vender? - -—¡Demonio!—exclamó el Berrugo alzándose media cuarta sobre el asiento, -mientras Inés le miraba con el asombro pintado en los ojos.—¡Venderle -yo esta casa! - -—Es una proposición como otra cualquiera, señor don Baltasar—dijo -el indiano, dominando perfectamente la escena con sus aires de gran -personaje.—La quería usted clara, y clara se la he expuesto... Los -motivos, ya le he indicado á usted cuáles son... motivos que llama -usted, con suma gracia, de confitería; pero que en un hombre de mis -ideas y de mis sentimientos, pueden mil veces más que todas las pompas -de la tierra... En cuanto al precio, el que usted fijara. No creo que -fuera tan alto que pasara de ciertos límites, ni yo me considero tan -pobre que no pudiera pagarle á usted, hasta con réditos, las ganas, -como sería justo. ¿Es esto hablar claro también, señor don Baltasar? -Creo que sí. Pues ahora, si en ello hay algo que pueda mortificarle á -usted, bórrese, olvídese... y como si no hubiera dicho nada. - -—¡Qué demonio he de ofenderme yo por esas cosas!—respondió el Berrugo, -que estaba entonces en sus glorias.—¡Á buena parte viene usted, hombre! -¡Ni que se tratara de una puñalada por la espalda!... Sépase usted, -para en adelante, que yo soy de los que creen que hay derecho para -proponer la compra de cuanto se le ponga á uno por delante; más creo: -creo que el comprar ó no comprar lo que se desea, sólo es cuestión de -precio. Y esto no lo digo por empezar á subirle el de mi casa, sino -como regla que profeso en la materia, por razón de lo que llevo visto y -observado. - -—Sin decirle ahora, señor don Baltasar—replicó el indiano, que andaba -tan atento á las impresiones reveladas en Inés, como á las palabras -de su padre,—hasta qué punto estoy de acuerdo con esa regla de usted, -yo me felicito, por lo pronto, de que la proposición que he tenido -el honor de hacerle no le haya mortificado lo más mínimo. Y esto -declarado, me atrevo á pedirle á usted permiso para dirigirle otra -pregunta. - -—Ya está usted haciéndomela,—contestó el Berrugo. - -—Lo que usted me ha dicho respondiendo á mi proposición, ¿significa que -queda aceptada en principio? - -—¡En principio! ¡en principio!—recalcó el Berrugo en tono -desdeñoso.—En principio están en venta, bien dicho se lo tengo, todas -las cosas de este mundo, hasta la honra de las gentes; ¡y no había de -estarlo esta humilde casa, aun sin los deseos que usted tiene de ella? -¡Pues, hombre!... - -—Entendido, y muchas gracias, señor don Baltasar. Y ahora, siquiera -por lo que el asunto parece disgustar á esta señorita, le pido á usted -el favor de que no se hable más de él hasta que las circunstancias lo -reclamen; pero con la advertencia, entiéndalo usted bien, Inesita, de -que ni ese gusto ni otro alguno mío, daré yo por satisfecho á costa de -la menor pesadumbre para usted. - -—Mi hija—replicó el Berrugo mirando brutalmente á Inés,—no suele -permitirse los lujos de apesadumbrarse por cosas que son del gusto de -su padre. ¿No es cierto, Inés?... - -Y la pobre, perdiendo de repente todos los colores de su cara, -respondió tímidamente que sí. - -Á este incidente siguieron frases muy superfinas y corteses del -indiano, enderezadas, tanto como á templar las crudezas del padre, -á quedar él bien acreditado en el concepto de la hija; hasta que al -cabo de otra buena ración de palabras sin substancia, cambiadas con el -Berrugo, sacó el deslumbrante reló, miróle, púsose de pie y dijo: - -—Estoy abusando de la bondad de ustedes hace rato: es más tarde de lo -que yo creía... quizás iban ustedes ya á comer... - -—Pues á propósito—interrumpióle el Berrugo, que aquel día estaba en -vena de despilfarros,—¿por qué no come usted con nosotros? Es ya tarde: -desde aquí á Nubloso hay una buena tirada; y además, ó somos ó no somos -de la casa, como quien dice... - -—¡Oh, señor don Baltasar!—respondió el sobrino del Mayorazgo, -haciéndose una pura miel.—¡Tanto favor para mí!... ¡Tanta molestia para -ustedes!... Yo no sé si debo... - -Y en esto miraba á Inés, la cual parecía decirle con la expresión de -sus ojos dulces: «quédese usted, sin cumplidos.» Al mismo tiempo le -soltaba el Berrugo estas claridades: - -—Ya sabe usted que yo no entiendo de dulzainas. De verdad ofrezco. Diga -claro y pronto lo que más desee. Comida hay abundante, porque es día -de repique gordo, y ningún perjuicio nos causa con quedarse. Si nos le -causara, me hubiera librado muy bien de convidarle, por si me cogía por -la palabra... En resumen, ¿acepta ó no? - -El indiano, que parecía gustar mucho de las genialidades de don -Baltasar, se reía mientras le escuchaba; y en cuanto éste acabó de -hablar, le respondió: - -—Pues acepto... y con muchísimo gusto. - -No bien lo dijo, salió Inés de la sala apresuradamente, al tiempo mismo -que entraba en ella, muy sofocado, don Elías. - -—Aquí tiene usted otro convidado,—dijo el Berrugo al indiano, señalando -al médico. - -El cual se quedó estupefacto al hallarse, cara á cara, con el caballero -del altar mayor. ¡Venturoso y bien singular para él aquel día de San -Roque! ¡Convidado á comer por el Berrugo, quizás para ofrecerle los -sesenta y dos mil reales del molino, y verse allí mismo en ocasión de -averiguar lo que á la sazón ignoraba todo el pueblo! - -—Sentiría—dijo después de hacer una reverencia al forastero,—haber -hecho esperar á ustedes. Camino de mi casa me alcanzó el recado que -usted, señor don Baltasar, se sirvió mandarme; desde la puerta de la -calle, por tardar menos, dije á la familia que no me aguardara hoy á -comer, y á escape retrocedí para acá... Pero ¡qué calor el de hoy y qué -sudar en aquella iglesia! - -Y sudaba todavía, aunque no había entrado en ella, el santo varón; pero -sudaba de emociones súbitas, inesperadas... de puro gusto, en fin. - -—El señor—dijo el Berrugo al indiano,—es don Elías, el médico de -Robleces. - -—Para servir á usted, caballero—díjole á su vez don Elías,—aunque no -tengo el gusto de... - -—Tomás Quicanes—respondió muy cortésmente el forastero, tendiéndole la -mano,—y muy servidor de usted. - -Estrechósela con ansia el médico; y mientras le miraba anheloso y hasta -conmovido, le decía: - -—Tomás Quicanes... Tomás Quicanes... Creo recordar... Sí: esa cara... y -ese porte... Sólo que no caigo... - -—¡Qué ha de caer usted, hombre, qué ha de caer usted?—saltó don -Baltasar, que observaba muy atentamente la escena;—¡si en la vida de -Dios ha visto á este caballero hasta que le vió esta mañana en el altar -mayor! ¡Cuidado que es gana... de confitear! - -—¿Quién sabe?—terció Quicanes, apiadado de don Elías.—Aunque es poco el -tiempo que llevo en España, puede el señor haberme visto... - -—¡Qué ha de ver, hombre, qué ha de ver este infeliz, que no ha salido -de Robleces hace trece ó catorce años! Y si no, á la prueba. El señor -es—añadió mirando á don Elías y apuntando al indiano,—natural de -Nubloso, sobrino del Mayorazgo á quien yo compré esta casa. Hace veinte -años que se fué á América, y dos días que llegó á su pueblo. Vamos á -ver, ¿sabía usted algo de esto? ¿Dónde le ha conocido usted, visto -siquiera, hasta hoy? - -Bendijo don Elías la desvergüenza del Berrugo, gracias á la cual -averiguaba él de un golpe todo lo que necesitaba saber; pero humilló la -cabeza y respondió mansamente: - -—En efecto: estaba yo equivocado. Sin duda le he confundido con otra -persona... Y ¿viene usted—añadió irguiéndose de pronto, quizás por -atajar con la pregunta alguna otra salida genial del Berrugo,—para -volver á marcharse, como hacen tantos, ó para dejar los huesos en la -tierruca? - -—Ese es mi propósito, señor don Elías—respondió afablemente el -indiano:—dejar aquí los huesos... - -Pero el Berrugo no estaba ya para meter la cuchara en las cosas de -don Elías: le preocupaba más lo que pasaría en la cocina en aquellos -momentos críticos; y dejando solos á los dos convidados, salió de la -sala, advirtiéndoles, y era la verdad, que iba á ver á cuántos se -estaba de comida. - -Y hablando, hablando, el indiano y don Elías, acertó el primero á -preguntar al segundo cuántos años llevaba de médico en Robleces, de -dónde era nativo y qué familia tenía. - -¡Tú que tal dijiste! Si con pretextos mucho más remotos largaba don -Elías la historia de sus soñadas grandezas, tan pronto nacidas como -acabadas, ¿cómo no soltarla en aquella gran ocasión, á solas con un -personaje que no le conocía más que por los informes cáusticos de don -Baltasar, y quizás era otro millonario, pero millonario de verdad? ¡Oh, -qué día, que día aquél para el médico de Robleces! Todo, todo se lo -dijo; todo se lo refirió al indiano. Lo de sus graneles partidos, lo de -las sedas á montones, y la plata por los suelos... lo de la millonada, -en fin. ¡Y con qué lujo de pormenores, y con qué emoción tan profunda -y conmovedora! Como si lo contara por primera vez. El de Nubloso le -escuchó estupefacto. - -Cuando, recién acabada la historia, entró don Baltasar avisando que iba -ya la sopa á la mesa, aún tenía el médico las mejillas ardiendo, los -pelos de punta y los ojos arrasados en lágrimas, las cuales enjugaba -con el pañuelo. - -—Vamos—dijo el Berrugo al notarlo y dirigiéndose al otro,—ya le echó á -usted la millonada encima. - -—¿Por qué lo dice usted?—preguntó el indiano, que indudablemente estaba -un poco conmovido. - -—Por las señales—respondió el Berrugo apuntando á la cara de don -Elías,—y porque ya contaba yo con ello. - -—¡Ay, señor don Baltasar!—exclamó don Elías, plegando en tres dobleces -el pañuelo:—cada cual se queja de lo que le duele... - -—Verdaderamente—añadió el indiano,—es historia interesante la del señor. - -—¿Interesante, eh?—dijo en el tono burlón de costumbre don Baltasar:—no -lo sabe usted bien todavía; pero ya lo irá sabiendo poco á poco... -Ahora, señor don Elías, vamos á matar las pesadumbres en la mesa, que -ya nos esperan allá; y con buen apetito, si hemos de juzgar por la cara -de tigre enciscado que tiene el seminarista. - -—¡Hombre!—exclamó don Elías, muy aliviado ya de sus tristezas con -aquella noticia.—¡Conque Marcones... digo, conque Marcos también está -hoy por acá? ¡Cuánto me alegro!... Pase usted, señor de Quicanes. - -—¡Oh, eso no, señor don Elías!... Primero usted... - -—¡De ningún modo! - -—¡De ninguna manera! - -—¡Canario!—dijo entonces el Berrugo que lo presenciaba.—¿Esas tenemos -también y á tales horas? ¡Á ver si pasan de una vez juntos ó separados, -ó los paso yo de parte á parte! - -Echólos por delante, y se fueron los tres al comedor. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXI - -ARROZ Y GALLO MUERTO - - -En opinión de Inés, desde el momento en que se quedaba á comer el -peripuesto indiano de Nubloso, el asunto de la comida aquélla adquiría -una gravedad excepcional. Con Marcos y con el médico, todo podía pasar, -porque eran personas de confianza y no estaban hechos ni á tanto -siquiera; pero ¡con aquel caballero tan planchado y oloroso, que había -corrido tanto mundo!... - -Y por eso salió de la sala del modo que se dijo. Del tirón, fué á la -cocina á advertir lo que ocurría, y sin reparar en la caraza fosca que -tenía Marcones, á quien halló paseándose en el carrejo, con las manos -en los bolsillos y la cabeza gacha. Examinando los manjares, catando -las salsas y reparando en la vasija, ¡qué poco, qué malo, qué sucio -y qué viejo le pareció todo! Limpió cuidadosamente los careles de -los platos y de la media fuente en que se había cuajado el arroz con -leche, que ya tenía su buena costra de canela en polvo: bajó la poca y -mala loza que había en el vasar, y escogió los platos menos deslucidos -por el uso, para reemplazar con ellos los que aún fueran peores de -los que estaban ya en la mesa; encargó mucho que se _barciaran_ con -gran curiosidad en las fuentes los cocidos y el gallo en pepitoria, y -hasta se atrevió á lamentarse de que estuviera un poco salada la sopa -de fideos. La Galusa la veía hacer y mangonear, con un despecho muy -mal disimulado, y la oía sin responderla más que con un borboteo de -colmena, que no cesaba un punto, y algún cucharetazo que otro, bien -sonado, ó tal cual rabonada en corto; pero cuando oyó lo de la sopa -salada, se picó de veras y cantó claro. - -—¡Ni anque viniera el obispo á comerla!—comenzó á decir, andando de -acá para allá y subiendo el tono á medida que trasteaba y removía -mesas y cachivaches.—¡Ni anque por ello juéramos á perder casorio con -el marqués de la fanfarria!... ¡Bah, que te quiero un cuento con el -fachendas, que está bien hecho á comer borona fría!... - -—Y tú ¿qué sabes de eso... ni qué te importa?—dijo Inés, á quien -indignó la grosera reticencia de la criada. - -—¡En gracia de Dios—continuó ésta,—habla bajo el piojo resucitao, pa -que no le oyeran los que no son sordos y andaban por los carrejos, por -haber sido echaos de las salas! ¡Vaya con el sobrino del borrachón de -Robleces, que ahora no coge en ellas de puro inflante, y antayer salió -de aquí muerto de hambre y en carnitas!... ¡Y too nos paece poco pa -regalale el gusto al gran señor de morondanga!... Pos un rato hace, ni -la sopa estaba salá ni los platos negreaban... ni por aquí asomó naide -pa alvertir que si esto arriba y que si lo otro abajo... Y me paece á -mí que con lo que era mucho y güeno pa unos, bien puede regalase, sin -que se le caiga la venera, el hijo de su madre, que no es de mejor -casta que el nieto de la mía. ¡Ya lo quisiera el grandísimo... que -con ser tanto y un poco menos, se vería muy honrao! ¡Á qué vienen las -cosas á parar, María Madre de Dios, y de tan de súpito y contino! Y -gracias que paran en esto solo; que al paso que vamos, día vendrá de -echanos á comer al estragal, y en una escudilluca, como á los probes -de la puerta... ¡Bah, que eso y más merecemos!... Y vete y vente, -tonto de tí; y rompe zapatos y enseña lo que no se sabe; y acábate tú, -desventurá del jinojo, y gasta los años olvidá de tu hacienda por -mejorar la del vecino... - -Marcones, que lo oía desde el carrejo, apareció de pronto á la puerta -de la cocina, mustio de continente; y con voz enronquecida y lenta, -dijo á la Galusa, mirando de reojo á Inés: - -—Hace usted muy mal, tía, en tomar tan á pecho cosas que no lo -merecen... ó que deben perdonarse, como las perdono yo en la parte que -me alcanzan. Obrar bien es lo que me importa; que Dios está en los -cielos, y en la tierra no se mueve la hoja de un árbol sin su santa -voluntad. - -Sin darse Inés por más entendida de las palabras del sobrino que de -las últimas de la tía, aunque todas ellas la habían mortificado mucho, -salió de la cocina sin desplegar los labios ni mirar á nadie, y se fué -en derechura al comedor, pieza triste y destartalada. Allí estaba la -mesa puesta para cuatro comensales: faltaba el cubierto del indiano... -¡y qué basto era el mantel y qué mal lavado estaba! Afortunadamente -había otro más fino en la alacena... Pero aquellos vasos de vidrio, -viejos y con roña indeleble en el fondo... Y de eso sí que no había -cosa mejor de reserva... ¡Qué mal, qué mal provista estaba la casa -para un lance inesperado como el de aquel día! Y lo peor era que el -forastero, al notarlo, pensaría que la culpa de todo la tenía ella, -por descuidada é indolente y no su padre, por ahorrativo y hasta -roñoso. Después, Romana, á cuyo cargo andaban todavía allí todas -esas cosas, estaba tan encariñada como su amo con la suciedad y la -miseria... ¡Oh, era preciso que aquello cambiara ya!... y cambiaría, -pronto, ¡muy pronto! De nada la servía á ella ser limpia y esmerada y -rumbosa, si la otra no la dejaba terreno en que emplearse, ni medios -para lucirse, ni ocasión siquiera de pelear contra ciertos resabios -de su padre. Pero ¡qué indirectas tan brutales la acababa de echar! -¡Bien las había entendido ella! Lo del casorio, ¡qué barbaridad!... -Lo de enseñar lo que no se sabía... lo dijo por el otro, que estaría -resentido con las bromas de su padre... Pues también el tal, con aquel -aire gazmoño con que habló á su tía desde la puerta tapándola toda... -¡Qué grande y qué negro le pareció allí! ¡Qué diferencia con el de la -sala! ¡Y se extrañaba Romana de que ella se tomara por él cuidados que -no se había tomado por los demás! ¡Qué falta de sentido común, y qué -sobras de malas intenciones!... Bueno. Ya estaba cambiado el mantel, -y Luca, la otra criada, había puesto encima de la mesa el montón -de platos escogidos. Bien poco más lucían que los retirados. Él se -colocaría allí, su padre aquí, ella acá y _los otros enfrente_... No, -porque, de este modo, estaría cara á cara con Marcos... Mejor sería -poner á Marcos acá y ponerse ella á esta otra parte... Pero entonces -tendría de frente al otro... En fin, ya se arreglaría ese punto cuando -llegara el caso. - -Vino en esto su padre; encargóse de activar las faenas de la cocina, -y se fué ella á su cuarto. Allí se lavó las manos; se limpió -escrupulosamente las uñas; se refrescó un poquito la cara, que tenía -algo ardorosa; se arregló el pelo y los pliegues de la falda; se encajó -bien el talle, y pasó repetidas veces las manos abiertas por todas -las graciosas hondonadas y gallardas altitudes de su cuerpo, para -estirar las arrugas del vestido. Después se miró al espejo, que era -bien mezquino ciertamente; y no sé qué juicio formaría de su propia -estampa reflejada á pedazos en él; pero aseguro, de mi cuenta y riesgo, -que estaba guapísima entonces y hecha una real moza, de los pies á la -cabeza, la hija de don Baltasar Gómez de la Tejera. - -Oyó, en esto, que la gente se rebullía hacia el comedor; fuése hacia -allá, y encontróla arrastrando las sillas para sentarse á la mesa, -por mandato imperioso y terminante del amo de la casa. El sitio que -la habían dejado á ella libre, estaba enfrente del que ocupaba el -forastero... La casualidad, ó quien allí mandaba, lo había dispuesto -así... ¿Qué remedio tenía? - -Sentáronse todos, y llegó la Galusa con una enorme sopera entre manos. -Dejóla sobre la mesa, y se largó en seguida dando rabonadas; y con -tales humos en la jeta, que parecía ir diciendo: «¡así reventéis con -ello!» Don Baltasar encomendó á su hija la delicada tarea de hacer -plato á los comensales porque á él «no se le amañaba cosa mayor;» y -con este motivo, Inés se puso de pie para dominar mejor las alturas de -la sopera, y tuvo ocasión el indiano de Nubloso, que indudablemente -era mozo de gusto, de admirar un buen rato la corrección de líneas -y la escultural riqueza del cuerpo de la joven, destacado sobre la -mesa como torso griego sobre su pedestal. Ocurriósele á Inés, muy -atinadamente, que el primer plato debía ser para el indiano, por -forastero y más extraño á la casa que los otros convidados; y así lo -hizo, con aprobación de su padre, para quien fué el segundo; el tercero -se le llevó don Elías, por razón de edad, y aun por ser la primera vez -que comía allí; después, ya no había que dudar: el cuarto, es decir, -el último, para Marcones. ¡Con qué tripas le dió las gracias por la -_atención_ el seminarista de Lumiacos! - -Servida Inés y vuelta á sentar, comenzó la comida, y con ella el -obligado tiroteo de palabras entre los comensales. El de Nubloso -la tenía fácil y amena: don Baltasar le tentó sin ambajes; y el -mozo, nada pesaroso de ello, rompió á hablar (muy al caso siempre y -trayéndolo todo bien traído, con agudas salidas del carril, de vez en -cuando, hacia éste y hacia el otro comensal, y particularmente hacia -Inés, que le oía embelesada) de sus cosas y de sus peregrinaciones. -Las había hecho repetidas veces por los Estados Unidos, conocía á -Inglaterra y á Francia, y singularmente á sus capitales. Y no siempre -fué el vicio de ver y de admirar, la fuerza que le arrastró á los -viajes. Á la mayor parte de ellos fué impulsado por sus negocios. -Desenvolviendo este tema, dejó traslucir, bien á las claras, que tenía -caudales depositados en los Bancos de Londres, de París y de Nueva -York. El era español en cuerpo y alma, por lo que toca á su amor á la -patria como suelo y como madre; pero como nación, como estado político, -ya no tanto. En este concepto, España le parecía una matrona, muy -hermosa sí, pero á la que no se le podía fiar media peseta. Por eso -había tenido él buen cuidado de dejar el puñado de ellas que le habían -producido veinte años de desvelos, á buen recaudo, antes de entrarse -por las puertas de aquella gran señora, tan ligera de cascos. - -Puestas aquí las cosas, hizo animadas pinturas, verdaderas ó -fantásticas, de las gentes y costumbres de por allá, tan distintas de -las españolas; pero las que le merecieron grandes preferencias fueron -las norte-americanas. Sobre estas gentes y costumbres habló largo y -tendido, y sacó á relucir todo el catálogo convencional que existe ya -consagrado por el uso, de las enormidades, en lo malo y en lo bueno, de -los supuestos «bárbaros de la civilización:» lo de los ferrocarriles -tendidos sobre cuatro estacas podridas encima de un abismo horroroso; -lo de las casas con ruedas; lo de las cuadrillas de foragidos europeos -convertidos allí, en un par de meses, en hombres honrados y poderosos; -lo de las ciudades de cien mil almas con monumentos grandiosos, creadas -en año y medio donde antes no había más que un bosque virgen plagado de -_Pieles rojas_; lo de las señoritas que viajan sin otra compañía que el -revólver, á quienes todo el mundo respeta mientras ellas se mantengan -dentro de las leyes de esa nueva orden de caballería de doncellas -andantes, etc., etc., etc., para venir á parar á que el pueblo -_yankee_, dijérase lo que de él se dijera, y casi siempre por censores -que no le conocían, era un gran pueblo... - -—¡Niégolo en redondo!—dijo de repente la voz iracunda y retumbante de -Marcones, que ya estaba hasta la coronilla de la charla del de Nubloso, -de sus miradas á Inés, de la fascinación con que ésta le atendía, y de -la importancia que daban al charlatán los otros dos papanatas que le -tiraban de la lengua. - -El indiano se quedó suspenso ante la embestida feroz del seminarista; -don Baltasar estuvo á pique de tirarle con un vaso; don Elías se hacía -cruces mentalmente, y á Inés se le bajaron los colores de la cara. - -Más sereno que todos ellos el indiano, preguntó muy fino, y hasta -risueño, al de Lumiacos: - -—Y ¿por qué lo niega usted? - -—Lo niego—respondió Marcones, verde y convulso, á causa de no haber en -derredor suyo dos ojos que le miraran bien,—porque tengo razones para -negarlo. - -—Y ¿cuáles son esas razones?—volvió á preguntar el otro. - -—La primera y la principal... la única, si usted quiere, es que no -merece el nombre de grande, por rico y poderoso que sea, un pueblo de -masones sin religión. - -—Y ¿quién le ha dicho á usted que ese pueblo es así? - -—Todo el mundo lo sabe. - -—No basta esa razón, porque con la misma puedo replicarle yo á usted -que todo el mundo se equivoca. En los Estados Unidos hay religión, y -muy bien observada, aunque no sea la nuestra, que también abunda; y en -cuanto á lo de la masonería, podrá haberla allí como en cualquiera -otra parte; pero eso ¿qué? También por acá abunda, á juzgar por lo que -nos dijo hoy el predicador; y, sin embargo, bien cacareó la grandeza de -España, sin que protestara usted. - -—¡Es muy distinto el caso, señor mío! España siempre será España, ¡la -patria de Pelayo y de Recaredo!; y si nos aflige también esa peste, -cuénteselo usted á los escocidos con el sermón de nuestro gran orador, -que tanto la defienden, porque... ellos se entenderán. - -—No conozco á esos escocidos ni á esos defensores de esa peste, ni -aunque los conociera les iría con el cuento: no por ser de usted, sino -porque no vendría muy al caso; pero ciñéndonos al que usted ha sacado á -relucir, ¿por qué ha de poder llamarse grande á España con masones, y -no á los Estados Unidos con masones también? - -—Porque esos Estados Unidos son unos herejes dejados de la mano de Dios. - -—¡Dejados de la mano de Dios!... Y ¿cómo se explica entonces su gran -riqueza y su gran prosperidad? - -Aquí se infló Marcones y se bañó toda la caraza en una sonrisa -triunfal: le había venido á la memoria un latinajo contundente, y le -iba á lanzar sobre el indiano, como pudo lanzarle el plato recién -desocupado de garbanzos con verdura, que tenía entre las manos: - -—Porque—gritó desaforadamente,—_Oportet heresses esse._ - -—¿Lo cuál quiere decir?...—preguntó el de Nubloso muy -tranquilamente.—Porque le confieso á usted, sin rubor, que no entiendo -jota de latín. - -—Ya, ya me he ido haciendo cargo—replicó en tono burlesco -Marcones.—¡Así va ello! - -—¿Quiere usted decirme—preguntó el indiano, con cierta sorna,—que sin -saber latín no se puede hablar de lo que se ha visto en el mundo? - -—Lo que yo digo y repito—añadió Marcones con voz retumbante y ademán -airado,—es que los Estados Unidos son un pueblo de herejes y de -masones, y que, en buena conciencia católica, no puede tomarse la -defensa de él sin incurrir en gravísimo pecado. - -El de Nubloso soltó la carcajada, y don Elías poco menos; Inés estaba -disgustadísima, mirando tan pronto al uno como al otro contrincante. -Afortunadamente enfrió don Baltasar en aquel momento los ímpetus del -pedantón, con una entrada de las suyas. - -—El pecado gordo, zanguangón de los demonios, será el del obispo que -te ordene á tí, si piensas oficiar de predicador de esa manera. ¡Pues -dígote que habrá que oirte con paraguas!... - -—Yo acepto la reprensión, señor don Baltasar—respondió Marcones, lívido -de ira reconcentrada, de rencor y de despecho comprimidos,—por ser -de usted; pero no porque sea justa ni haya venido por los trámites -exigidos en buenas reglas de moral. Y ahora, conste que quedo -maniatado, pero no vencido. - -—Y ¿no te queda en el morral—preguntóle el Berrugo con una voz y un -gesto que eran dos cuchillos,—algún latinajo sobrante para acabar de -tendernos boca arriba?... ¡Vaya con los sacristanes de Lumiacos, que -van á matar moros á hisopadas! - -—Yo reconozco, don Baltasar—dijo el indiano interviniendo de muy buen -humor en esta pelea á sartenazos,—que el señor estuvo en su derecho al -ponérseme de frente del modo que lo hizo. Túvome, quizás, por uno de -los apestados á que se refería el sermón de esta mañana, y ha cumplido -con su deber saliéndome al encuentro con los puños cerrados. Porque, -si yo no era el masón y el espiritista, ¿quién había de serlo en aquel -montón de fervorosos aldeanos, hartos de majar terrones? Y si no lo -dijo para que se le entendiera, ¿para qué lo dijo? ¿No es así, señor -seminarista? Pues pelillos á la mar de todas suertes; y vamos á firmar -las paces ahora mismo bebiendo los dos á la salud de esta hermosa -señorita, á quien hemos respetado bien poco haciéndola testigo de una -porfía sobre puntos que no valen junto á ella dos cominos... Conque -arriba el vaso, señor teólogo... - -—¡Y el mío también, aunque por él no se pregunte!—exclamó entonces don -Elías, entusiasmado y nervioso, alzando el suyo, que le temblaba en la -mano. - -Con esto, el de Lumiacos, no pudiendo ya alegar decorosamente la -sutileza con que pensaba eludir el compromiso en que le ponía el -indiano, á quien detestaba y maldecía en sus adentros, levantó también, -aunque algo á rastras, su correspondiente vaso. Bebieron los tres -comensales: Marcones, como si bebiera solimán. Y ¿cómo no, si conocía -la treta del pícaro indianete para hacer por recodo aquella fineza -á Inés, y estaba viendo que, aunque entre congojas y trasudores, -la aceptaba la pícara y le acusaba el recibo con los ojos! Y su -padre, ¿por qué se había quedado hecho un papanatas y como quien ve -visiones? ¿Cómo toleraba aquel escándalo? ¿Para cuándo guardaba sus -despachaderas? ¿Por qué tan groserote y desengañado con él, y tan -complaciente y baldragas con el bribón de Nubloso? - -Como si el indiano hubiera leído al seminarista estos endiablados -pensamientos, le saludó muy risueño con el vaso después de apurarle; y -en seguida, lo mismo que si nada hubiera ocurrido, se volvió hacia el -médico para preguntarle por las condiciones higiénicas de Robleces, y -qué dolencias eran las que se padecían de ordinario en el partido. - -Á lo que proveyó don Elías cumplidamente, después de carraspear un poco -y de contonearse en la silla, buscando la requerida actitud. Sobre lo -primero, afirmó que no había en la tierra punto más sano que Robleces; -y á lo segundo, respondió que las enfermedades más comunes allí eran la -_lijadura_, el _padrejón_, el _paralís_ y las del _arca_. - -—Veo con placer—dijo el indiano, sin intención aparente de burlarse de -don Elías,—que la ciencia ha adoptado al fin la nomenclatura vulgar de -estas buenas y sencillas gentes. - -—No, señor—respondió el candoroso médico:—somos nosotros los que nos -hemos acomodado á ella, en la necesidad de tratar á estos enfermos á su -gusto. - -En esto llegó á la mesa el gallo en pepitoria; y mientras Inés le -repartía entre los comensales, don Baltasar cantó la vida y altos -merecimientos de aquel animalejo, que dejaba en el corral cinco -generaciones de su ilustre casta. ¡Así estaban de negros y correosos -sus venerables pedazos! - -Después comenzó el indiano, que tenía buena memoria, á preguntar por -ciertos sujetos que él había conocido allí siendo niño, y también -fué don Elías el que llevó el peso de las respuestas, porque, con -ser forastero, sabía de las cosas y personas de Robleces, presentes -y pasadas, mucho más que todos los que le acompañaban á la mesa. Por -ejemplo: - -—Y ¿qué fué de aquel tío _Carrancas_, muy devoto, que rezaba por -delante el Calvario alrededor de la iglesia? - -—Á ese tío Carrancas no le alcancé yo, ni á su mujer, que le pegaba -á menudo; pero sí á su hijo Manuelón, que casó con la _Silguera_... -Tuvieron tres ó cuatro de familia, y por ahí andan padres é hijos -matando el hambre como Dios les da á entender. - -—¿Y en qué vino á parar la famosa _Murciégala_, que era tenida aquí por -bruja? ¡Qué miedos me hizo pasar á mí, la condenada de ella, con aquel -refajo negro sobre la cabeza y aquellos ojos chiquitines y relucientes, -hundidos allá dentro! - -—Esa pagó lo que debía, aunque un poco tarde—dijo don Baltasar, -quitando la vez á don Elías, porque en materia de brujas era creyente á -puño cerrado.—La muy arrastrada, ¡cuántos daños hizo en el lugar!... - -—¿La Murciégala, eh?—añadió el médico inmediatamente á lo dicho por el -Berrugo.—¡Buena alhaja! ¡buena de veras! Estas manos la extendieron el -pasaporte. - -—Pero, hombre—exclamó el indiano,—¿cómo puede ser eso, si la dejé yo -hecha un carcamal cuando me fuí de Robleces? - -—Pues ese carcamal fué tirando hasta los noventa y tantos años, y -hubiera tirado hasta los noventa mil, por no haber enfermedad conocida -capaz de acabar con él. - -—¿Cómo acabó entonces? - -—De una tunda de órdago que la dieron una noche. - -—¿Quién? - -—Jamás se puso en claro que fueran manos mortales, por lo que se cree -que el negocio fuera cosa de entre ellas. - -—¿Entre quiénes? - -—Entre las del unto y la escoba, por piques del oficio, ¡ó vaya usted á -saber! Lo cierto es que mano de hombre no es capaz de poner un cuerpo -en el estado de molienda en que yo ví el de aquel demonio cuando fuí -llamado á eso por la autoridad. Debajo de la cama estaba, como una pila -de basura. - -—¡Qué barbaridad! - -—No habiendo amaño posible para aquel saco de huesos en polvo, se le -dió la Extrema, y _laus Deo_. Le aseguro á usted, señor de Quicanes, -que si no acaba de aquel modo ó de otro parecido, hoy se encuentra -usted á la Murciégala en Robleces, tan campante y tan bruja como en sus -mejores tiempos. ¡Qué pelleja de los demonios la suya! ¡Y el benditón -de don Alejo que todavía se sulfura cuando se le menciona el caso, y -truena contra la Justicia, porque dice que no cumplió entonces con su -deber... ni yo tampoco, por no haber dado cuenta del estropicio al -juzgado correspondiente! ¡Me asan, señor de Quicanes; me asan vivo -estos inocentes de Dios, si me propaso á semejante cosa! - -—¡Pues vaya, señor don Elías—dijo alzando el vaso el indiano, quizá -por no exponerse á que le asaran á él allí si predicaba cuanto se le -estaba ocurriendo sobre el particular,—un trago al descanso y sosiego -perdurables de esa infeliz pecadora, que tan molida acabó! - -—¡Eso sí, voto al chápiro!—respondió el médico, á quien ya le -chispeaban los ojos,—que yo no soy hombre de llevar los rencores más -allá de la sepultura. - -Bebieron los dos mirándose cara á cara, y dijo en seguida el de Nubloso: - -—Y ahora, para concluir de molestarle con preguntas, respóndame á la -que se me pone entre los labios. Cuando me marché de aquí, comenzaba á -cobrar el barato en el pueblo y á bullir mucho en el ayuntamiento, un -tal _Planchetas_. ¿Qué ha sido de él? - -—Pues el Planchetas—respondió don Elías muy hueco, porque cuanto más -le preguntaba el otro, más le regalaba el gusto,—acabó como debía: en -punta. ¿No es así, señor don Baltasar? El Planchetas, realmente era -hombre bien acomodado, para lo que aquí se usa. Tenía sus tierras, su -casa, sus ganados... todo propio. Era fachendoso de suyo; pensó que -aquel pasar daba para los imposibles, y ahí le tenía usted luciendo -la persona en todas partes... Feria va, mercado viene, petulancia por -aquí, mangoneo por allá; y lo que era peor: comiendo á menudo fuera de -casa, ¡y qué comer! Á lo príncipe: en las mejores tabernas, y échese y -no se derrame; ¡y vengan chorizos á todas horas, y demonios colorados! -En fin, hasta que se arruinó. Si no mienten mis informes, el señor -don Baltasar le sacó de los últimos apuros... ¿Me equivoco, señor don -Baltasar? - -El cual no respondió á la pregunta del médico, porque llegaron en aquel -instante, conducidos por la Galusa y la otra criada, la media fuente y -los tres platos hondos repletos de arroz con leche; y en cuanto los vió -en la mesa el indiano, exclamó, sin poderse contener: - -—¡Dichosa edad y tiempos dichosos aquéllos en que este dulce manjar -era mi mayor deleite!... Y perdone el señor estudiante de Lumiacos que -yo me permita aplicar aquí este mal zurcido remiendo de mi erudición -profana. He gastado muchísimo dinero en libros españoles de ameno y -provechoso entretenimiento, y me sé el _Quijote_ de memoria. Usted, -que le conocerá tan bien como yo, sabrá con qué frecuencia ve uno -reflejados sus propios actos y sentimientos en aquel fiel espejo de la -vida humana. - -—Yo no gasto el tiempo en leer paparruchas—respondió el seminarista, -que verdeaba.—Le necesito para estudios de más fuste y de mayor alcance -moral... - -—Pues hace usted bien,—respondió muy fresco el indiano. - -—Sobre todo, por lo que le engorda,—añadió el Berrugo, que -indudablemente tenía algo de tirria al sobrino de su criada... - -Inés se condolía mucho del mal trato que se daba allí á su profesor, -cuyas amarguras adivinaba; pero don Elías se frotaba las manos debajo -de la mesa á cada apabullo que sufría el pedantón. - -Mientras el arroz se repartía, dijo el Berrugo: - -—Aplíquense á esto todos los convidados, porque es lo último; y Dios -sabe cuándo volverán á verse en otra: á lo menos en mi casa. - -—Pues por lo que á mí toca—dijo el perfumado Quicanes, que dominaba ya, -á su discreción, el concurso con Berrugo y todo, dirigiéndose á Inés, -que le servía,—cargue usted sin duelo... y sin perjuicio de los demás, -se entiende; pero á condición de que de lo que me sirva, ha de aceptar -después la primera cucharada, que yo le ofreceré como tributo de mi -reconocimiento y de mi admiración. - -Inés, que le servía del arroz de la media fuente, en cuanto oyó las -primeras palabras del apóstrofe, dejó á medio llenar el plato que tenía -en la mano izquierda, y tomó uno de los hondos que vinieron llenos -de la cocina. Á entregársele iba al afable convidado, cuando éste la -espetó la condición de la cucharada como tributo. ¡Y allí fué el apuro -de la infeliz! Vaciló unos momentos, roja de vergüenza y temblándole la -mano; pero al fin, echando también á broma el lance, alargó muy risueña -el plato al otro, que le esperaba afilándose las guías del bigote y con -los ojos muy parleteros, y le salió al encuentro alzándose de la silla. -La de Marcones crujió en el mismo instante, como si la estuvieran -haciendo polvo. Don Elías aplaudió á grito pelado, y el Berrugo ya no -sabía qué pensar de aquellas cosas. - -Concluído el reparto del arroz con leche, Inés y el indiano cumplieron -honradamente sus mutuos compromisos: ella entre congojas de cortedad, -pero sin repugnancia maldita, y él... ¡figúrenselo ustedes! - -Por remate de todo ello, sacó el tal una vistosa petaca de piel de -Rusia con grandes cifras de plata, llena de puros de gran vitola, -con los cuales brindó á cada uno de los tres comensales; pero ni don -Baltasar ni el médico fumaban; y en cuanto á Marcones, rechazando con -irónica modestia la petaca del indiano, sacó él otra de suela, muy -resobada y con mugre, y le dijo, eructando, y mientras la abría y -asomaban dentro de ella unos papelillos arrugados: - -—Gracias, yo no lo gasto tan fino. - -Y se puso á liar un cigarro, con el relativo consuelo de pensar que con -aquel último trámite de la comida, acabarían las estomagadas de bilis -que estaban martirizándole. Pero tampoco le salió la cuenta por allí; -porque el diablejo del indiano, ayudado de don Elías, consiguió que -Inés los aceptara por acompañantes para asistir á la procesión de la -tarde y después á la romería. ¡Y el Berrugo que lo toleraba en paz y -hasta se había brindado á ir con ellos! - -Acordado así, don Baltasar, para hacer tiempo, se fué á sus rondas de -costumbre por cuadras y corrales; Inés á sus quehaceres, y Marcones, -por de pronto, á desfogar con su tía, ¡que también tenía que oir! las -bilis acumuladas. - -El indiano y el médico permanecieron solos unos instantes en la mesa, -apurando los restos del blanquillo que quedaba en el fondo del botellón. - -—Y ¿qué nos hacemos nosotros dos ahora, señor don Elías?—le preguntó -el indiano mientras se lavaba las puntas de los dedos en el agua -de su vaso, y después de limpiarse esmeradamente los labios con la -servilleta,—¿Adónde iremos, sin estorbar á nadie? - -—Sospecho—respondió don Elías,—que en el balcón del saliente debe de -correr ahora un vientecillo muy agradable y hasta digestivo... Podemos -ir allá si le parece. - -—¡Gran idea, señor don Elías! - -Andando los dos hacia el balcón y guiando el médico, que conocía bien -el camino, dijo al otro, arrimando mucho la boca á su oreja: - -—¡Menudos revolcones ha llevado hoy, señor de Quicanes, el pedantón -ese! ¡Buenos fueron los que le dió en seco don Baltasar; pero los -de usted por lo fino!... La Inés se bañaba en agua de rosas... Es -natural... - -—¿Por qué? - -—Porque no le puede ver... casi me lo ha dicho á mí ella misma... ¡Pues -podía no ser así! ¡Una moza de órdago como la Inés!... ¡Para el zoquete -de Lumiacos estaba! - -—¿Cómo es eso, cómo es eso?—preguntó aquí con viveza y gran interés el -indiano. - -—Verdad que usted no está en autos—dijo el médico, muy satisfecho y -orondo.—Pero esto no es para hablado aquí. - -Apretaron el paso; llegaron al balcón, donde, en efecto, corría un -nordeste muy delicioso; sentáronse, y continuó de esta suerte el -médico, mientras el indiano, sin apartar la atención de las palabras de -don Elías, recorría con los ojos el hermoso panorama que se descubría -desde allí: - -—Pues el pedantón ese anda tras el gato del Berrugo. - -—¿Y quién es el Berrugo?—preguntó el de Nubloso, después de arrojar de -su boca una espesa nube del humo de su aromático cigarro. - -—El Berrugo es don Baltasar—respondió muy bajito el médico.—Le dan ese -mote por lo hebra que es y lo... Pues bueno: el Berrugo es riquísimo, -señor de Quicanes. - -—¿Lo cree usted así? - -—Le digo á usted que poderoso. - -—Y ¿de qué modo trata de heredarle el seminarista? - -—Casándose con Inés. - -—¡Casándose con Inés! ¿Pues no estudia para cura? - -—Estudiaba, señor de Quicanes, estudiaba; pero hace meses lo dejó... -ó le dejaron. Con la disculpa de dar lecciones de primera enseñanza -á Inés, viene aquí todos los días, para ver si se va colando poco á -poco... Amaños del zanguango con la pícara de su tía, la Galusa... -El Berrugo no sabe jota de ello; y por el trato que le da hoy, puede -usted calcular lo que ocurriría si el gandulote se llegara á explicar -más claro... ¡Y el pedantón no cae en la cuenta ni en la mala voluntad -que le tiene la Inés, y sigue erre que erre!... Pues ¿por qué se le -figura á usted que fué el estampido suyo cuando aquello de los Estados -Unidos? ¡Bastante se le da al hijo de su padre porque haya herejes allá -ó deje de haberlos!... Con el zancarrón de la Meca apechugaría él si, -haciéndose moro, aseguraba la puchera. - -—Pues ¿qué mosca le picó entonces? - -—El estar usted llevándose las preferencias de todos, y en particular -las de Inés. Las cosas claras, señor de Quicanes. - -—¡Bah!—respondió éste aparentando dar poca importancia á las noticias y -pareceres de don Elías.—Cosucas de aldea. - -—Hombre—dijo el médico, cambiando súbitamente de actitud, de tono y -de temperatura,—y á propósito de esos Estados Unidos y de esas otras -tierras lejanas de que nos hablaba usted: ¿conque tan bonitas son esas -mujeres de por allá? - -—De primera, señor don Elías, ¡de primera!—respondió el interpelado, -después de mirar al médico con cierta extrañeza maliciosa. - -—Pues vamos á echar un párrafo sobre ese particular, señor de Quicanes, -para hacer tiempo. - -—¡Hola, hola!—exclamó Quicanes, mirando con socarronería al -médico.—¿Esas tenemos también? - -—¡Juego limpio, señor de Quicanes, gracias á Dios!—dijo don Elías -humildemente.—Pero, créame usted: aquí vivimos en pura tiniebla sobre -las cosas del mundo, y no disgusta un recreillo de palabra de vez en -cuando. Por lo demás, ¡á buena parte viene usted, señor de Quicanes! - -—Pues vaya el párrafo,—dijo éste, acomodándose mejor en la silla en que -estaba meciéndose. - -Y hablando él y mintiendo á más y mejor, hecho ojos y oídos, don Elías, -y sonando sin cesar el repiqueteo de las campanas de la iglesia, fué -pasando el tiempo, y llegó el Berrugo á advertirles que Inés estaba -pronta y esperando para ir á la procesión. - -En lo más obscuro del pasadizo tocó don Baltasar al médico en el -hombro; detúvose allí unos instantes con él, y le preguntó en son de -chunga: - -—¿Y cómo va el negocio de los molinos? - -—¡Ya pareció el dinero!—pensó don Elías, vuelto de pronto á la realidad -de sus estrecheces.—Para eso me convidó á comer. No es tan malo este -hombre como se le cree.—Pues el negocio de los molinos—respondió en voz -alta,—en el estado en que le dejamos aquel día, señor don Baltasar. Ya -usted ve: falta la guita... - -—Pues yo—le añadió el Berrugo,—sigo en mis trece: en cuanto descubra el -tesoro, con las señas que usted me dió, le pongo en la mano los cuatro -mil duros... ¿No son cuatro mil?... - -—Sesenta y dos mil reales solamente, según mis cálculos,—respondió el -médico, de mala gana ya. - -—En fin, lo que sea—añadió el Berrugo.—Hombre, y á propósito: ¿ha -vuelto usted á ver á la fantasma de la linterna? - -—He visto la fantasma—respondió el médico algo crispado;—pero sin -linterna y á media tarde, en el callejo de los Mulos; y nada me dijo -sobre ese particular ni sobre ningún otro. - -Soltóle el Berrugo una risotada que era para el pobre médico una -zambullida en agua de diciembre, y se largó detrás del indiano, que -aguardaba en el crucero de los dos pasadizos. Don Elías le siguió algo -cabizbajo y diciendo para sí: - -—Verdaderamente es incurable la indecencia de este hombre. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXII - -EXAMEN DE CONCIENCIA - - -Corta de genio Inés y modestísima como era, no estaba pesarosa de que -la gente la viera en público acompañada del caballero del altar mayor, -norte de todas las miradas y tema de todas las conversaciones de aquel -día en Robleces, por la mañana y por la tarde; particularmente por la -tarde, cuando se vió al caballero que tanto había llamado la atención -en el presbiterio, cosido á las faldas de la hija de don Baltasar, y á -don Baltasar detrás de los dos, y con don Baltasar, el médico. ¡Cosas -más raras! - -Así fueron á visitar al santo, que estaba en el cuerpo de la iglesia -con todos los perifollos de por la mañana, y á echar unas monedas -de cobre en el platillo que había sobre las andas, y después á la -procesión, mucho más larga que la otra, pero con las mismas cantadoras -y los propios danzantes, hechos ya una porquería de polvo y de sudor, -mas no rendidos; y el campaneo y los cohetes y la muchedumbre fervorosa -de por la mañana, y otro tercio más de la gente forastera que había -venido á la romería. Los curas de Piñales y de Campizas, que habían -comido con don Alejo, le acompañaban en la procesión, y Quilino, con -un librón abierto entre manos, les hacía el tiple en sus cánticos, á -los que contestaba el público á cada instante con un clamoroso «_ora -pro nobis_.» Al predicador de Pandos, después de comer también con don -Alejo, se le había visto salir de Robleces, á medio galope del tordillo -que montaba, en dirección á su pueblo. - -Si á don Elías se le hubiera permitido satisfacer su gusto en toda -regla, mientras la procesión iba por lo más hondo de la carrera que -seguía, se hubiera encaramado él en el tejadillo del porche de la -iglesia; y después de mandar que cesara el ruido de las campanas y -el de los cantores y el de los cohetes y hasta el de las hojas que -removía el nordeste en bardales y cajigas, habría referido á voces, -á la muchedumbre detenida allá abajo, la historia del caballero del -altar mayor, teniendo buen cuidado de añadir que aquella historia no la -habían sabido hasta entonces más que él y la familia de don Baltasar. - -Pero nada de esto le era permitido al oficioso médico; y, bien á su -pesar, se conformaba con decir, á hurtadillas del Berrugo, que iba á su -derecha, á cada conocido que pasaba por su izquierda, y aludiendo al -indiano que le precedía departiendo con Inés: - -—Es natural de Nubloso, y está riquísimo. He comido hoy con él. - -La romería se celebraba cerca de la iglesia en una gran pradera, -lindante por un lado con un espeso cajigal. En este cajigal -humeaban los merenderos y resonaban los cantares, las panderetas y -las tarrañuelas de dos ó tres corros de baile; y bailes, hasta de -tambor, había también en la pradera, con sus respectivos cercos de -espectadores; y por entre estos corros de baile y los del cajigal, el -«agua de limón fría como la nieve,» las banastucas clásicas con perojos -roderos, rosquillas duras y avellanas tostás; las bandadas de muchachos -oliéndolo y curioséandolo todo, pero sin catar gran cosa de ello, por -la pícara contra de lo caro que andaba; el mozón pretendiente colmando -de _perdones_ el moquero de la moza... y en fin, lo de costumbre, por -no apestar al lector con pinturas de que ya le tengo harto. - -Por allí andaban, alegres y peripuestos y en amoroso grupo, la -repolluda Pilara con toda su familia, y Pedro Juan y su padre; éste con -las botas de agua, la medalla de Cochinchina y una corbata de seda, -lacia y descolorida, anudada á la marinera. En cuanto Pilara vió á Inés -y el Lebrato á su padre, se arrimó toda la comparsa á saludarlos... Ya -estaba arreglado aquello. Pedro Juan y su padre habían comido aquel -día en casa de Pilara, como si todos fueran ya unos. «La cosa sería -allá pa la cogedera de los fisanes, al apuntar la toñá.» _Comenencias_ -de cada cual lo pedían así. Todos estaban muy contentos; y ya contaba -Juan Pedro con darse una vuelta «por ca su amo, pa ponerle en los autos -al respetive, como era debido.» También Pilara tenía pensamiento de -avistarse con Inés para pedirla cierto favor que estimaría Pedro Juan -en tanto ó más que ella. Era «cosa de los dos en concierto.» Inés, que -quería mucho á la noble Pilarona, dió el favor por otorgado, si cabía -en sus posibles. El Berrugo se hizo de nuevas, y preguntó á Juan Pedro -si su hijo era para en casa de la novia, ó la novia para en casa de él. - -—Es ella pa en mi casa,—respondió el Lebrato. - -—Más vale así para _nosotros_,—dijo entonces el Berrugo, que, por -apego á sus haciendas, parecía muy dispuesto á no haber consentido lo -contrario. - -Poco después se separaron los dos grupos; y me consta que de la -historia de los amores de Pedro Juan y de Pilara, que á instancias -del indiano le refirió Inés, tomó pie el placentero acompañante para -improvisar una plática que no tenía comparación con aquellas homilías -que espetaba Marcones á la hija del Berrugo en los comienzos de su -trato con ella. Marcones hablaba y hablaba, tomando los puntos al -estilo de predicador, llenando de latines las parrafadas y vomitando -tempestades contra gentes que ningún daño le habían hecho. Oyendo á -Marcos se podía bostezar y hasta dormirse, y entraban como deseos de -santiguarse cuando acababa, y de decir «amén» por remate. - -El «predique» del otro fué más dulce, más insinuante y persuasivo: nada -de latines ni de Santos Padres; las palabras eran de las más usuales -y corrientes y sin adobo de rencores contra nadie; el tema, claro y -sencillísimo: parecía que hablaba por boca del oyente; y por eso, con -lo que decía á Inés no la daba ganas de bostezar, sino que la llevaba -prendida la voluntad; y como si ello fuera gancho con que la sacara -de allá dentro lo que más quisiera ocultar ella, la obligó más de dos -veces á decir su parecer, sofocada de calor y temblando como una hoja. -No había modo de permanecer serena ni enteramente callada, oyendo -peroraciones como aquélla en boca de un hombre tan elegante, tan -cortés, tan afectuoso y perfumado como el caballero del altar mayor. -Después de la predicación para ella sola, se volvió hacia don Baltasar -y el médico que los seguían, con trazas de ir algo aburridos, y también -tuvo ingeniosas ocurrencias con que entretenerlos un buen rato. Luégo -sacó un pañuelo blanco, de finísima batista, limpio y sin estrenar, -y le llenó de cuanto se vendía en los puestos inmediatos; pagó -rumbosamente, y ofreció aquellos _perdones_ á Inés, que no se atrevió -á rehusarlos, después de haber tomado el médico, por cortesía, un -puñadito de avellanas y dos perojos; don Baltasar no tomó cosa alguna, -porque «no lo usaba jamás... ni de balde.» Pero verdaderamente estaba -como algo fascinado con el rumbo y la charla y el atalaje y la conducta -de aquel mozo. - -El cual, después de bien corrida la media tarde, con el pretexto de que -había una hora de camino hasta Nubloso, se despidió afabilísimo de don -Baltasar, prometiéndole, y bien recio, no sé si para que Inés lo oyera, -volver muy pronto á tratar «del consabido asunto pendiente;» de Inés, -con intachable cortesía, y del médico, con la más campechana franqueza. -Fuése... y desde aquel momento ya no supieron qué hacerse en la romería -ni don Baltasar ni su hija, ni el médico que los acompañaba bostezando. - -Dijo Inés, á poco rato, que se encontraba rendida y con ganas de volver -á casa; aplaudióla el gusto su padre, y se alegró de ello don Elías -que ya estaba impaciente por quedarse solo y en completa libertad de -echarse por aquellas espesuras de curiosos, para referir á sus anchas -la historia, bien comentada, del caballero del altar mayor. - -Atravesando el cajigal para abreviar más el camino, vieron muy -alborotada y en desorden á la gente de un corro de baile. Detuviéronse -á observar desde lejos; y por una abertura que se hizo en la masa -circundante, distinguieron allá dentro un bulto pintarrajeado, que -volteaba, hecho un ovillo, entre aullidos de espanto y risotadas de -burla. - -Acercóse don Elías, por encargo del Berrugo, para averiguar lo que era -y, por de pronto, había puesto á Inés tiritando de susto; y al cabo de -un rato volvió muy diligente, con las manos atrás, el puño del bastón -entre ellas, bamboleando el cuerpo á diestro y á siniestro y queriendo -anunciar con la cara lo que comenzó á decir con la lengua mucho antes -de llegar adonde le esperaban: - -—Lo tengo pronosticado... Ese muchacho no puede acabar en bien. - -—¿Qué muchacho?—le preguntó el Berrugo. - -—Quilino—respondió don Elías.—Ese berraquillo de los demonios. - -—Pues ¿qué le ha pasado? - -—Que le han dado otra castaña, pero de órdago. - -—Y ¿por qué?—preguntó Inés. - -—Según se cuenta—respondió muy espetado don Elías,—parece ser que -Quilino, después que le despachó Pilara pocos días hace, en cuanto -habló claro Pedro Juan, se encalabrinó por la Marta, la hija del -mayordomo de San Roque, buena moza y bien metida en carnes y con su -por qué de legítima, por parte de madre, aunque no mucho. Parece ser -también que Marta da cara tiempo hace al _Pinto_ de Los Castrucos, -mozón con cada puño como una mandarria, que la corteja de firme, aunque -sin haber hablado por derecho todavía; y que habiendo todo esto por -delante, le dijo la Marta á Quilino, no sé si de buena voluntad ó -queriendo entretenerse con él, como tantas otras se han entretenido, -que le abriría la puerta, pero dejándole á resultas de lo que -determinara el otro. Conformóse Quilino, porque no tenía otro remedio; -pero es el condenado de él tan rijoso y emperrado, que quería llevar -las cosas al galope; y hurga hoy, hurga mañana, tan pronto á Marta como -al Pinto, atrevióse con él hace un momento en el mismo corro del baile: -atufóse el mozón, que es una encina brava; y allá va el castañetazo -sin más explicaciones, y Quilino al suelo. - -—Y ¿no ha habido quien los separe?—preguntó Inés estremecida. - -—¿Qué más separados los quiere usted?—dijo el médico.—Al Pinto le -bastó un golpe para deshacerse de la mosca, y el otro birriagas no es -hombre de volver por el segundo. Nada: les digo á ustedes que, salvo el -arranque de muelas que ahora no ha habido, lo mismo que la otra vez. - -—¿Qué fué lo de esa otra vez?—preguntó el Berrugo. - -—Pues otro castañetazo que, por un motivo exactamente igual, le alumbró -el Josco en el callejo del Hisuco. Tres vueltas le hizo dar en redondo, -y dos muelas le arrancó de cuajo. Yo las tuve en la mano y curé al -provocativo. Les digo á ustedes que en poco tiempo se ha metido bajo un -par de mazas de las de órdago; vamos, como no las hay en Robleces ni en -diez leguas á la redonda. - -No se habló más del suceso; y andando, andando los tres personajes, -llegaron á dar vista á la portalada de don Baltasar. Despidióse -allí don Elías, sin que le respondiera el Berrugo, y éste y su hija -siguieron andando y se metieron en casa. - -Inés ponderaba mucho su cansancio; y en cuanto su padre se apartó -de ella, sin detenerse á desocupar el pañuelo cargado de perdones, -con él entre manos se fué á la solana y se sentó en una silla. Quiso -probar el regalo de su cortés acompañante, y no pudo. Sentía como un -nudo en la garganta que la impedía deglutir lo que molía y trituraba -su fina y esmaltada dentadura. Tendióse hacia atrás hasta tocar en -la pared con el respaldo de la silla; apoyó las puntas de los pies -en la balaustrada del balcón; dejó sobre el regazo el pañuelo de -perdones atado por las cuatro puntas; cruzó los brazos bajo el pecho, -y comenzó á mecerse como en aquellos días en que tenía apagadas todas -las luces de la imaginación. La tarde caía; el cielo rojeaba sobre -la línea del horizonte por donde el sol iba á esconderse pronto; la -brisa había cesado; el ambiente era dulce y oloroso; á lo lejos se -oían los cantares, intermitentes y como á la sordina, de los romeros -que volvían á sus hogares atravesando mieses y collados, y, de tarde -en cuando, algún rumor de conversaciones y estallidos de carcajadas, -en las callejas contiguas; y con ser los ruidos tan apagados y la luz -tan templada, aún le parecían á Inés diablejos que se le metían por los -oídos y por los ojos para revolverla y enmarañarla los pensamientos -que ella quería ordenar á su gusto para examinarlos mejor... Porque -su cabeza estaba llena, rebosando de pensamientos, y en aquel instante -quería el silencio absoluto y la obscuridad de las noches sin luna, -para entenderse con ellos. El silencio no podía crearle ella por su -sola voluntad; pero la noche sí. Cerró los ojos y continuó meciéndose. -Los ruidos no la distraían ya tanto. Podía hacer aquel examen que la -estaba tentando desde que se había apartado de ella el inesperado é -interesante personaje. El examen debía hacerse punto por punto y según -el orden riguroso en que los sucesos habían ocurrido. - -Ella había ido á misa por la mañana, y podía jurar que sin otro -pensamiento extraño á los de todos los días, que el bien insignificante -y disculpable de que el vestido que estrenaba no la sentaba mal del -todo, y hasta la hacía buen cuerpo. De pronto, y ya dispuesta á rezar -un Padrenuestro á San Roque después de la procesión, al dirigir los -ojos al santo vió al lado mismo de las andas á un caballero á quien -jamás había visto. La pareció desde luégo muy aseñorado, muy rica y -aseadamente vestido, airoso de cuerpo, y guapo, muy guapo de cara. -Le favorecían mucho aquellos bigotes con puntas. Con más ó menos -curiosidad de saber, después de salir de la fiesta, quién sería él, así -hubiera quedado el asunto. Pero ocurrió á lo mejor que el forastero -fijó la vista en ella. Pudo ser esto casualidad una vez, dos veces, -si se quiere; ¿pero tres, cuatro, y diez, y ciento y á cada instante -mientras el sermón, como realmente sucedió, bien visto por ella con el -rabillo del ojo, y por Marcos, que andaba con los suyos, llenos de ira, -desde la puerta de la sacristía al caballero del altar mayor? ¡Cuidado -que para notarlo Marcos, debió de ser mucha la tenacidad del otro en -mirarla! Pues así y todo, podía explicarse el suceso por no haber en la -iglesia otra mujer del porte de ella, ni tan... guapa precisamente, no, -pero tan bien conservadita á la sombra; y con la idea de pasar mejor el -rato, dando un poco de entretenimiento á los ojos... Sin embargo, ella -no pudo menos entonces de acordarse de Isidoro, y de comparar al otro -con él. Allá se iban en estampa, aunque Isidoro tenía la ventaja de -algunos años de menos, no muchos. En lo demás, no podía decirse nada: -no conocía _por dentro_ al del altar mayor; aunque, á juzgar por lo que -se le traslucía en los ojos y en el aire, no era el sujeto para que, -sin más ni más, le hiciera ascos una mujer como la rica Amparo de la -novela. Una duda la había asaltado de pronto: ¿sería casado ó soltero? -Y otra duda en seguida: si era casado, ¿cómo se atrevía á miraría á -ella de aquel modo? Y como reflexión final sobre estas dudas y sus -causas, ¿qué la importaba á ella que el caballero del altar mayor -fuera soltero ó casado, ó valiera más ó menos que Isidoro, si, una vez -terminada la misa, cada cual se iría por su camino, y si te he visto no -me acuerdo? - -En este temple de ánimo, por lo tocante al forastero, había salido de -la iglesia. - -Apenas llega á casa y se asoma al balcón, el caballero en la calleja; -y pocos momentos después, el caballero en la sala, á su lado. Tuvo -ocasión entonces de examinarle bien escrupulosamente. Su cutis era -sano y terso, aunque estaba un poco tomado del aire y del sol; sus -labios, húmedos y de color de rosa; sus dientes, blanquísimos, no -grandes y muy apretados; sus ojos, vivarachos y muy _reparones_; las -manos, regalares y bien cuidadas; la voz, de buen sonido y con unas -caídas muy dulces y algo extrañas para ella; la ropa, finísima; el -calzado, primoroso; los puños, el cuello y la pechera de la camisa, -como los ampos de la nieve... y un olor cada vez que se movía ó sacaba -el pañuelo del bolsillo, ¡un olor!... como el de la yerba segada, y -el de la madreselva de los callejos, y el de la mejorana, todo junto. -Pues de buenas á primeras, aquel caballero la llama «hermosa señorita.» -¡Qué exageración! ¡Así se puso ella de aturdida, y, á juzgar por el -calorazo que sintió de pronto, de encarnada! Pero ¿quién sería él y -á que iba allí? ¡Qué ansiedad la suya por averiguarlo! Al fin lo dijo -todo, ¡y con qué soltura y gracia! Y no parecía sino que cuanto iba -diciendo lo decía para ella más que para su padre. Otra cosa rara: no -se desencantó cuando supo que el elegante caballero se llamaba Tomás -Quicanes, y era de Nubloso y sobrino del Mayorazgo de Robleces, y que -antes de ser lo que era, había sido un muchachuelo pobre, embarcado de -limosna, por su tío, para la Habana. Y eso ¿qué? Bien mirado, más valía -así; porque, en el fondo, todos resultaban unos. Lo de la compra de la -casa, de pronto la sobrecogió, porque conocía á su padre y le creía muy -capaz de vendérsela si el otro se la pagaba bien; pero después, ya fué -cosa muy distinta. ¡Qué luégo la leyó en la cara el disgusto, y con qué -finura la curó de él al instante! Al ser invitado á comer, la miró á -ella, como si la pidiera la respuesta que debía dar; y ella entonces, -sin poder remediarlo, le animó con los ojos á que se quedara. ¿Lo -comprendería él así? El hecho fué que se quedó, sin necesidad de nuevas -instancias. - -Ya en la mesa, ¡qué desembarazo el suyo y qué soltura tan agradables -para todo! ¡Qué bien refirió su vida y sus viajes, y qué curioso y -entretenido era todo aquello que contaba de las gentes de por allá -fuera! ¡Cuánto había visto, cuánto sabía, y cómo le agradecía ella las -atenciones que la dedicaba durante el relato, que también parecía hecho -para ella sola! De pronto se enreda Marcos con él... ¡Qué bruto, qué -bruto estuvo Marcos entonces! ¡Qué modo tan soez de acometerle sin qué -ni para qué! Porque ¿qué sabía el estudiantón de Lumiacos de aquellas -cosas tan lejanas? ¿Quién le metía á él en camisa de once varas? Pero -no iban por ahí los pensamientos ni las intenciones de Marcos al hacer -lo que hizo. Marcos estaba despechado, herido, celosote... ¡Qué horror! -¡Dónde tuvo ella los ojos y el sentido común para no ver ni apreciar -lo que debió haber visto y apreciado desde el primer día? ¡Cómo pudo -estimar por sabio á aquel mastuerzo, ni tolerarle en calma la confesión -que la hizo, ni firmar paces con él en seguida, cuando debió haberle -plantado en el corral? Con todo, no la pareció bien la crueldad con que -le había tratado su padre. La lección del indiano, ¡esa sí que había -sido fina y al alma! Y ¡qué contraste formaban los dos, Virgen María, á -pesar de estar Marcos de ropa nueva y camisa limpia!... Porque si llega -á sentarse á la mesa con el vestido sucio de todos los días, con las -manos roñosas y las uñas negras, hubiera tenido que ver... como cuando -la guiaba á ella la pluma... y la declaraba su amor... ¡qué barbaridad! -¡qué abominación y qué vergüenza!... - -Fué donosa la manera de cortar el agudo convidado la porfía: brindando -y obligando á Marcos á brindar por ella, ¡Qué porrazos la dió entonces -el corazón en el pecho, y qué llamaradas de fuego la subieron al -rostro! No se atrevía á mirar al indiano, que parecía tener saetas en -los ojos, fijos en ella... Pero el apuro gordo fué cuando lo del arroz -con leche: ¡salirle con la que le salió, cuando ya tenía el plato en -la mano para dársele!... No porque á ella no la gustara, y mucho, la -condición que él la imponía, sino porque hay que estar muy hecha á esas -cosas para que... sobre todo delante de gente. Tras este apuro, el de -la cucharada, ¡que fué de prueba también!... Se acercaba el instante -de levantarse todos de la mesa. Y después ¿qué sucedería? Cada cual -se iría por su lado; ¡y fuera usted á saber cuándo se vería ella en -otra semejante! Esta consideración la apenaba: no lo podía remediar. -De pronto se le ocurre á él lo de ir todos juntos á la procesión y -á la romería. ¿La adivinaba los pensamientos á ella; se los leía en -la cara, ó era todo una casual y simple coincidencia de deseos?... -¡Con qué gusto, después de dar unas vueltas por la cocina (donde ya -estaban comiendo los criados bajo la presidencia de Romana que echaba -lumbre por los ojos, mientras su sobrino la aguardaba dando vueltas -por el carrejo, hecho una turbonada de estío), y después de recoger -los cubiertos de plata, se encerró en su cuarto para acicalarse de -nuevo y aguardar la hora convenida con él!... Durante este tiempo, que -le pareció interminable, examinando bien despacio todo lo ocurrido, -concluyó por convencerse de que todo lo que la pasaba podía pasar sin -otras consecuencias que aquellas sensaciones y aquellas inquietudes que -la estaban desconcertando y jamás había conocido. Esto, por lo tocante -á ella. Por lo tocante á él, quizá estuviera entonces tan fresco -como una lechuga. ¿Hacía bien ó mal en dejarse llevar de aquellas -impresiones, como una boba? - -Precisamente estaba haciéndose esta pregunta cuando la avisó su padre -que era ya hora de ir á la iglesia. Dejó la respuesta para otra -ocasión, y salió. - -Aunque algo cortada, se complacía mucho en que las gentes la vieran -acompañada de aquel caballero que tanto llamaba la atención; y se -conmovió hondamente, hasta ponerse colorada, cuando oyó decir á una -mujeruca que pasó á su lado: «¡Vaya que aparean de veras los dos, y -campan á cuál que más!» Después no había vuelto á ocurrir cosa de -particular, hasta que, á instancias de su acompañante, le contó los -amores de Pilara y Pedro Juan... y la dijo él lo que la dijo, tomando -pie de la simple y breve historia, y hasta del dicho de la mujeruca -cuando pasaba junto á los dos... Y aquí, aquí estaba lo nuevo, lo -singular, lo hondo, la miga, la enjundia del caso del caballero del -altar mayor en sus tratos y comunicaciones con ella, ó no había -enjundia, ni miga, ni hondura, ni nada en el caso ni en el mundo entero. - -—En primer lugar, me habló... Pero ¿cómo he de recordar yo todas -aquellas palabras tan dulces y tan bien hilvanadas que me dijo?... En -fin, á la substancia, que es igual. Comenzó ponderando mucho el poder -de eso que llaman amor, que doma y enternece hasta los brutos... Y no -lo dijo por Pilara y Pedro Juan precisamente, sino que fué á parar á -ellos tomando el punto de más atrás: de las mismas bestias. Pintando -ese amor como una necesidad en nosotros, llegó con la pintura á poner -bien á las claras lo triste que era rodar por el mundo, á lo mejor -de la vida, sin patria, sin familia y sin tener á quién amar, como -le había sucedido á él. Atrevíme yo entonces, con miedo, ¡con mucho -miedo! á decirle que cómo podía ser eso, habiendo por allá mujeres tan -guapas, según él mismo nos lo había asegurado en la mesa... Á esto -me respondió... ¡Vamos, es una lástima que no pueda yo acordarme de -ello palabra por palabra! porque en las palabras juntas estriba toda -la hermosura de aquella comparación que me hizo entre las flores de -trapo y las rosas de mayo, tan coloraditas y olorosas, que nacían y se -criaban, por la mano de Dios, en los huertucos pobres de su tierra. -En una de estas rosas, sin saber cuál, pensaba él siempre, y por ella -suspiraba mientras andaba solo y descarriado entre las flores de trapo -que tanto abundaban por esos mundos. Para recreo de los ojos y pasar -el tiempo, aquellas mujeres, hermosas á fuerza de compostura y adorno; -pero para lo otro, para lo que él llamaba necesidades de un corazón -puro y honrado, la rosa colorada del huertuco de su tierra, que nace -entre matas de alhelíes y de tomillo, y muy arrimadita á las hiedras -de la pared... En fin, una mujer, por las trazas... como yo. Viendo -que se callaba, atrevíme otra vez; y bajo ¡muy bajo! porque la voz -me temblaba y se me enronquecía, preguntéle que si, desde que estaba -en la tierra, había encontrado... el huertuco (no tuve ánimos para -decirle que la rosa) que tan de menos echaba andando por esos mundos -de Dios. ¡Virgen María, lo que yo sudé entonces de vergüenza, temiendo -haberle preguntado lo que no debía, en buena educación! Pero ¿cómo no -preguntarle sobre ello ó sobre cualquier otro punto que viniera al -caso, si me estaba él sacando de la boca las palabras con los ojos? ¡Si -yo no he visto un mirar como aquél, en los días de mi vida, ni un metal -de voz semejante! ¡Podría jurar que aquellas palabras no me sonaban -en los oídos, sino aquí, en lo hondo, en lo más hondo del pecho! -Además, ó callarme, y eso no sería cortés, ó decirle la verdad de lo -que estaba pensando. Y se la dije. Luégo, ya que lo de la pregunta -no tenía remedio, me quedó el temor á la respuesta. ¿Cómo sería? No -tardó medio minuto en dármela, y me pareció ese tiempo una eternidad. -¡De las palabras de la respuesta sí que me acuerdo bien!; y no porque -fueron las últimas, sino porque... ¡qué sé yo? «No sólo he encontrado -el huerto—me dijo,—sino la rosa, y no porque haya salido á buscarla, -sino porque Dios me la acaba de poner en el camino.» Al oir esto, sentí -como un temblor de los pies á la cabeza; no veía á la gente que tenía -delante de los ojos, y el corazón me golpeaba sin cesar allá dentro, -como ahora que revuelvo el caso en la memoria. Se calló un poco, -mirándome mucho, y volvió á decirme: «Falta saber si Dios me ha puesto -delante lo que tanto codiciaba yo, para mi fortuna ó para mi martirio, -porque estoy casi seguro de no merecerlo...» ¿No era esto ponerme bien -á prueba de tentaciones de declararle lo que no debía? Pues todavía -me dijo más; me dijo: «¿Quiere usted saber en qué punto de la tierra -he hecho ese hallazgo, cuando menos le esperaba?» Le respondí con los -ojos, porque en mi boca ya no había voz, que sí quería; y entonces -volvió á decirme: «Pues en Robleces.» ¡Dios mío! ya no fué temblor en -todo el cuerpo lo que yo sentí, ni turbación de la vista: fué como un -golpe en la cabeza, después de una gran sacudida en el corazón, que -me robó hasta el conocimiento. Me aguanté á pie firme por un milagro -de Dios. Por fortuna no dijo una palabra más: si la dice, creo que me -muero. Al contrario, como tiene recursos para todo, porque ¡ahora sí -que me atrevo á asegurar que no sólo puede compararse con Isidoro, sino -que vale hasta más que él! dejándome en aquel estado, se volvió hacia -mi padre y don Elías, y nos enredó á todos en una nueva conversación... -Pero ¿soy yo la de Robleces? Y si no lo soy, ¿por qué me habló de ella -del modo que me habló? - -Este es el caso; y ahora, ¡Virgen María! ¿qué pensar yo de él? ¿qué -pensar de lo que siento en mí, y que, por sentirlo, mirando hacia -dentro con los ojos cerrados, parece que tengo acá un mundo para mí -sola... y para él; pero un mundo mil veces más grande y más hermoso que -el que vería si abriera los ojos y mirara hacia afuera? ¡Santa Patrona -de mi alma, cómo dolerá perder esto después de haberlo visto, aunque -sea soñando, como puedo soñar yo ahora! - -Le faltaba el golpe de gracia á la pobre Inés, y se le dió su padre -entrando á _despertarla_ en la solana, cuando ya anochecía, con la -siguiente extraña comisión: - -—Inés—la dijo en cuanto ésta se incorporó, hablándola muy bajo y muy -arrimado á ella:—soy ya perro viejo, y huelo á largas distancias las -perrerías de los demás. Tú eres pobre ¡muy pobre! para mantenerte de -señora, porque tu padre no tiene más que un pasar para vivir como -vivimos. Si el indianete ese resulta ser lo que aparenta, y, andando -los días, te apunta deseos de casarse contigo, por mí no lo dejes. Pero -entre tanto, ojo alerta, y no te fíes. - -¡Hasta su padre le había conocido las intenciones! ¡Qué mucho que -dudara ella? - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXIII - -CORRIDA EN PELO - - -Con el silencio, la soledad y las tinieblas de la noche, los -pensamientos de Inés parecían una gusanera que le había invadido el -cerebro. No la dejaron sosegar un punto. Levantóse con el sol, y para -todo se halló distraída y perezosa, menos para acicalarse. El espejo la -seducía; y mirándose y remirándose en él, maravillábase de que en tan -breves horas hubieran empalidecido tanto los colores de su cara, y se -hubieran convertido en acentuadas ojeras las dos levísimas nubes que -antes parecían, más bien que manchas, sombra de sus pestañas espesas. - -No había desaparecido aquel extraño y casi imperceptible temblor; -sentía las mismas ansias de dilatar el pecho suspirando, de admirar la -naturaleza en la luz del sol, en los pájaros del aire, en la hermosura -del cielo, en las flores del campo y en el rumor de las arboledas; y -de querer bien á todos, de perdonar agravios y de imaginarse el mundo -entero como un eterno paraíso en que no se conocieran los dolores ni -las lágrimas. - -Llegó el mediodía, sentóse á la mesa con su padre, probó de todo y no -comió nada. Retiróse otra vez á su cuarto; volvió á sus meditaciones, -cerrando los ojos y mirando hacia dentro para recrearse en la -contemplación de lo que de este modo veía desde el día anterior; -y estando tan bien entretenida, llegó la Galusa, raboneando, para -decirla, con voz de serrucho, que su sobrino Marcos la esperaba. ¡Adiós -sueños regalados! - -—Y ¿qué me quiere?—preguntó Inés ásperamente, como quien se despierta -con la sacudida brusca de un importuno. - -—¡Ésta si qué!—dijo con desgarro la Galusa.—¿Á que resulta ahora -mesmo que hasta mos cojea la memoria? Pos el mi sobrino vendrá á lo -que ha venío tantas veces á esta casa, y con buen aprecio de los que -ahora paece que lo miran de otro modo... y ellos sabrán por qué... -¡María Madre, con los dengues de empalago que se usan tan de súpito -y contino!... Conque ¡ea!—añadió de pronto, silbándolo mejor que -diciéndolo, y empinándose sobre los _soletos_, como una culebra sobre -su rosca,—¡á ver qué se le dice! - -Alzóse también Inés indignada con el atrevimiento de la fregona, y la -respondió, con una entereza nueva en la hija pacentísima de la pobre -mártir: - -—De lo que hay que decir y de lo que haya que hacer, no necesito yo dar -cuenta á nadie. ¿Lo entiendes? - -Entendiólo, y de firme, la Galusa; y hecha un fardo de veneno, se largó -de allí dando un portazo furibundo. - -Á poco rato salió también Inés, y se fué en derechura y, al parecer, -muy animosa, al cuarto de las lecciones, donde suponía que estaría -aguardándola el sobrino de su criada. Y allí estaba, en efecto, el -seminarista con sus arreos de diario, arranciados y sebosos; el -cervigón encorvado y la caraza medio iracunda y tristona. - -Saludó á Inés entre dientes, y casi del mismo modo le respondió ella -sin sentarse en la silla de costumbre ni decirle una palabra más. -Quedáronse, pues, uno y otro frente á frente y en silencio. Viendo que -ella no le rompía, rompióle él de este modo, con la voz muy temblona y -el color verdinegro, señal de las cóleras que le batían interiormente: - -—Pues yo he venido, como de costumbre, á tener el gusto de que... -continúen las lecciones. - -—Estaba en cuenta—respondió Inés, con voz no muy firme tampoco,—de -haberle dicho á usted, días hace, que deseaba suspenderlas. - -—Hasta que pasara San Roque, si yo no entendí mal—replicó el de -Lumiacos;—y como ya pasó ayer... - -—Pues yo quise decir—repuso Inés,—que también después que pasara. - -—Juraría—insistió Marcones algo amoscado,—que no había trazas de pensar -eso en el modo de decir lo que usted me dijo. - -Cargóse un poco Inés con la frescura del mozallón, y le respondió: - -—De todas maneras, lo digo ahora, y es igual. - -—Eso ya es distinto—concluyó Marcones temblándole los labios; y -añadió en seguida, dando vueltas al sombrero entre las manos:—Lo que -yo necesito es conocer la voluntad de usted, y nada más. Ahora ya la -conozco... Pero conste que yo no creo haber dado motivos para que se me -reciba hoy aquí tan secamente como se me recibe. - -—Ni yo lo creo tampoco,—dijo Inés, arrepentida de no haber sido algo -más afable con su profesor. - -—Pues lo parece por las señas,—respondió el de Lumiacos creciéndose con -el encogimiento de la otra. - -—No siempre está una de igual humor,—apuntó Inés, manoseando las -orillas del delantal. - -—Es que—arremetió nuevamente Marcones alzando la voz á medida que le -bajaba el color de los labios temblorosos,—yo siempre he venido aquí -para prestarle á usted los servicios... insignificantes, que la he -prestado, con la mejor voluntad y con el mayor... desinterés. - -—¿Y le he dicho yo á usted algo en contrario?—replicó Inés atreviéndose -á mirarle á la cara.—Una cosa es que no quiera dar ya más lecciones, -porque... yo me entiendo, y otra muy distinta que no le agradezca á -usted, como le agradezco, y mucho, ¡muchísimo! esos buenos servicios -que me ha prestado. - -Contemplóla unos instantes el mozón, con una cara en que se apedreaban -las sonrisas contrahechas y el coraje comprimido; y dijo en seguida, -sin cesar de sonreirse en falso: - -—Ya me voy haciendo cargo de cómo anda el agradecimiento por acá... -particularmente desde ayer. - -Púsose algo colorada Inés, no solamente porque entendió la alusión, -sino porque la irritó bastante la grosería, y contestó, con la voz -alterada y los ojos humedecidos: - -—Yo no le he dado á usted motivo para que me diga esas cosas. - -Y con esto quiso retirarse; pero el otro la detuvo con un ademán y -diciéndola al mismo tiempo: - -—Ni una palabra ha salido de mis labios, Inés, con ánimo de -mortificarla á usted... Lo digo yo, y basta. Y quede con esto saldada -la cuenta que estábamos ajustando... Pero—continuó tomando una actitud -que quería ser humilde y hasta sentimental,—¿cree usted, en buena -conciencia, que, arreglada esa cuenta, no queda ninguna otra por -liquidar entre los dos? - -Conoció Inés por dónde iban los humos de aquel calero, y respondió -valientemente y sin vacilar: - -—Ninguna. - -—¡Ninguna?—repitió el otro, dominando el despecho para fingir mal una -pesadumbre.—Pues yo pensaba—añadió encrespándose de repente,—que había, -por lo menos, una... ¡una, Inés, una!; y cuenta de vida ó muerte para -mí... Haga usted memoria. - -Inés se impacientaba, porque estaba sintiendo ya el estallido del -escopetón de marras; y probó otra vez á marcharse, volviendo á negar -que hubiera cuenta alguna que saldar entre ambos. Entonces la cortó el -paso Marcones y la dijo, como á la desesperada ya: - -—Hay una cuenta, ¡bien memorable para nosotros!... ¡que no debe usted -olvidar!... ¡que no puede usted haber olvidado! Es la cuenta de mis -desventuras aquí, de mis debilidades, de mis tropiezos; la cuenta -de mi tesoro perdido, de mi vocación malograda por atender más á -los intereses ajenos que á los míos propios; porque yo soy de esa -contextura... Un día, dos días, le hablé á usted de estas cosas, de -estas desventuras, de ese tesoro perdido... de esa vocación malograda. -¡Es imposible, Inés, imposible que lo haya usted olvidado!... Yo quería -irme, desaparecer de aquí para siempre; volver al consuelo de mis -libros, al refugio de mis piadosas meditaciones... ¿Lo recuerda usted? - -—Eso sí lo recuerdo—contestó con bastante serenidad la pobre -muchacha.—Y también recuerdo que yo tuve la culpa, y Dios me la -perdone, de que se quedara usted. - -—Ergo...—exclamó entonces exaltándose el fogosón de Lumiacos,—la cuenta -está sin liquidar. _Quod erat demonstrandum._ ¿Nos vamos entendiendo -ahora mejor, señorita Inés y aprovechada discípula mía? - -—No, señor—respondió ésta con valeroso arranque.—¡Y á ver si acabamos -de una vez! Yo le rogué á usted que se quedara; no para... eso que trae -usted ahora á colación, sino para seguir dándome lecciones... en lugar -de ayudarle á que se marchara cuanto antes, después de haberle oído lo -que le oí sobre... eso. - -—Se estima la franqueza—dijo aquí, verde de rabia, el despechado -pedantón;—pero conste que, mientras usted me mandaba, me pedía... me -rogaba que no me fuera, y yo consentía en ello, _ipso facto_ quedaba... -eso sin ventilar. - -—Está usted muy equivocado—insistió Inés sin perder el valor con que -había empezado á guerrear contra aquel zoquete.—Eso se ventiló también -entonces. - -—¡Cómo! - -—Conviniéndonos en no volver á hablar de ello, y en dejarlo á lo que -Dios dispusiera. - -—Corriente... - -—Y Dios ha dispuesto que se acabe así, como yo quiero que se acabe. - -—¡Dios!—gruñó Marcones al oir esto, como hablaría un mastín irritado, -si supiera hablar.—¿Dios... ó el diablo en figura de algún indianete -impío? - -Á esta embestida brutal ya no quiso contestar Inés, y salió del cuarto, -aunque muy indignada, mucho más afligida. El lance daba para todo en -una naturaleza tan noble y delicada como la suya. - -Poco después de esta escena, Marcones se encerró con su tía para darle -cuenta de lo sucedido. - -—¡Esto se acabó!—la dijo por entrar, golpeándose la cabeza con los -puños, después de haber arrojado el hongo roñoso contra la pared.—¡Esto -se acabó, tía!... ¡y sin compostura!... ¡y para siempre! ¡Mal rayo me -parta!... ¡y á usted primero!... ¡y á la desagradecida de ella!... ¡y -al pillo de su padre!... ¡y al sinvergüenza fachendoso que se me metió -por en medio de repente!... ¡y al lucero del alba!... ¡y al universo -mundo! - -Y después de este estampido, el pedazo de bárbaro se tumbó sobre la -cama de su tía, y comenzó á revolcarse allí y á morder las almohadas de -coraje... - -Dejábale hacer la Galusa, sin hablar más palabra que para recomendarle -que gritara menos y no la rompiera «dá que cosa,» alejándose al propio -tiempo de él todo cuanto permitía la estrechez del cuarto, por si la -alcanzaba «dá que golpe;» y cuando le vió rendido y jadeante, como -cerdo después de una trotada, acercósele poco á poco, sorbiendo la -moquita y en la postura que le era habitual en casos tales, y le habló -así: - -—¡Bien calá me la tenía yo, hijo del alma!... ¡Y po-la-mor de Dios, -no te güelvas á amontonar, que si mos oyen esas gentes, será entoavía -pior! ¡Bien calá me la tenía acá dentro, hasta en los istantes en que -tú me lo pintabas tan fino y pasadero como una seda! Mucho bocao era -pa molío tan pronto; ¡y veía yo cosas y remilgos en ella!... Pero -lo que toca dende ayer acá; dende que se entró ese hombre por estas -puertas, y te echaron á tí de la sala, y vino ella á la cocina, y pasó -lo que pasó en la mesa, ciego de remate había que ser pa no verlo tan -claro como la mesma luz del sol. Ayer tarde te lo dije: «esto voló pa -sinfinito.» Pos ¿y dispués? ¿Cómo golvió de la romería la gatuca mansa? -Como sal en el agua: derretía de too. Pos ¿habló palabra ella? ¿Cató -bocao? ¿Pegó los ojos en la santa noche de Dios? ¿Amorzó esta mañana? -¿Comió al meodía?... ¿Tocaron sus manos silla ni escoba? ¿Sabe ella -lo que hace ni por ónde anda ni pa qué quiere los cinco sentíos, si -no es pa?... ¡Güen hechizo la dieron de súpito y contino! ¡El demonio -de la pícara bribona! ¡Pos dígote con él! ¡El baldragucas pordiosero, -embarcao de limosna ayer por el borrachón de su tío, y hoy no le cabe -en el pueblo y se va al altar mayor á locir los perendengues de la otra -banda, que Dios sabe de qué serán y quién se habrá quedao sin ellos! -¡María Madre!... - -—¿Me quiere usted dejar en paz, grandísima bruja de los demonios?—rugió -en esto Marcones.—¿Me quiere usted dejar en paz; usted que tiene la -culpa de todo lo que á mí me pasa hoy? - -—¡Yo la culpa, arrastraón de Satanás?—contestó la Galusa, puesta en -jarras de repente y largando en lluvia la saliva por los portillos de -la boca.—¡Yo la culpa? - -—¡Usted, sí!—añadió el sobrinazo, sentándose al borde de la cama, que -crujió como sí fuera á hacerse trizas.—Usted fué quien me puso en el -camino ese; usted quien me empujó para que anduviera; usted quien me -prometió limpiármele de estorbos... y usted quien no ha sabido cumplir -ni pizca de lo que me prometió, ayudándome como debió ayudarme. - -—¡Grandísimo hijo de una perra ladrona, desalmaote y gandul!—replicó -la Galusa, que bailaba de coraje escuchando á su sobrino.—¿Á qué me -comprometí yo que no te haiga cumplió con sobras pa otro tanto? ¿Quién -más que tu tía ha mirao por tí? ¿Quién hizo las miles bajezas y se -arrastró por los suelos pa sacar á esta garduña la ayuda de costas pa -los tus estudios, cuando yo pensé que la iglesia te jalaba? ¿Quién -malgastó esos dineros y se me metió un día por estas puertas con el -moco lacio, pensando en buscarse la puchera de otro modo? ¿Quién de -los dos puso más partías en la cuenta que ajustemos sobre el caso? -¿Quién era el que había de llevarse los mundos por delante con la -cencia que no le cabía en el pellejo? Pensando que eras auto pa lo que -prometías, siquiera por lo caro que me ibas saliendo y lo mucho que -te emponderabas, bien de solfas tuyas la canté pa allanarte el camino; -bien te guardé la puerta cada tarde, y bien libre te dejé de estorbos -el terreno pa que mejor te despacharas á tu gusto. Si no tuvistes alma, -cobardón, pa agarrar las ocasiones por la greña, y si con ese geniazo -de perro de cabaña y ese corpanchón de fardo mal atao, te has hecho -aborrecible al padre y á la hija, ¿qué culpa tiene tu tía de ello? - -Hay que tener presente, para formarse una idea aproximada de aquel -cuadro, que la Galusa, por temor á que la oyeran, no gritaba: expelía -las iras por la boca, entre hervores y silbidos de las fauces, -retorciéndose el cuerpo sarmentoso y con los ojos flameando, casi fuera -de sus órbitas ensangrentadas. Estaba espantosa; y su sobrino, por no -verla ni oiría, cerró los suyos, se tapó los oídos con las manazas, -y volvió á tumbarse boca abajo en la cama, donde lloró de rabia y de -despecho. - -La furia, anhelante, con los labios amarillos y entreabiertos, -temblorosa y desencajada, volviendo á poner los puños sobre las -caderas, inclinóse hacia su sobrino; le estuvo contemplando unos -instantes como si se gozara en sus tormentos, y luégo comenzó á -hurgarle, entre sollozo y bufido, con piropos como éstos: - -—¡Echa, gandulón, echa! ¡echa la mala casta con los hígados por los -gañotes! ¡echa por esos ojazos el solimán corrompío que te sobra en la -entraña, á ver si, limpio de tanta maldá, acabas de estimar á tu tía en -lo que debes!... ¡Desalmaón! ¡mondregote!... ¡cochinazo! - -Marcones estaba entregado, ó no oía los vituperios con que le -acribillaba la Galusa implacable; porque no respondió una mala palabra, -ni levantó la cabeza, ni separó las manos de sus oídos. Al fin dejó -también de gemir y de lanzar rugidos sordos entre las almohadas; y -sin duda por creerle bastante domado ya, cesó también la furia de -mortificarle. De pronto se incorporó el hombrazo; y clavando los ojos, -hinchados y sanguinolentos, en su tía, la dijo, conteniendo á duras -penas y en fuerza de contorsiones, el torrente de su voz que quería -escapársele de la garganta: - -—¡Si, bien considerada mi desgracia, yo no sé por dónde me duele más! -¡Si voy creyendo ahora que, por encima de lo que tiene en dinero esa -mujer, la estimo á ella en lo que vale por sí sola! ¡Si de un tiempo -acá, por donde quiera que voy, en donde quiera que me hallo, me -persigue su estampa como una tentación de los demonios! La tengo metida -aquí, ¡aquí! (y se golpeaba la cabeza); y desde que sospeché lo que -había de sucederme y, sobre todo, desde que sucedió lo que me está -sucediendo, más que estampa de mujer, es fuego, es lumbre que me devora -y me enloquece, y me pone como usted me ha visto, y me obliga á decir -lo que no siento. - -—Eso ya es otra cosa—dijo entonces la Galusa, como si nada hubiera -pasado entre los dos,—y güeno es saberlo pa tenerlo en consideración -al respetive de ca uno. En este mundo, bien lo sabes tú: al son que se -toca, bailan las gentes; y según que con razón ó sin ella se la agravia -á una, al mesmo consonante se responde, anque no se sienta la metá de -lo que se diga. Conque, hazte tú el cargo por lo que te toca en la -engarra pasá... y vamos á lo que no da espera. ¿Qué tienes cavilao pa -en seguida, dispués de lo que te está pasando? - -—Nada,—respondió Marcones en el mayor abatimiento. - -—Poco es ello—dijo la Galusa,—pa lo que el caso pide. Pos yo, días hace -que estoy pensando en lo que debes hacer. - -—¿Y qué es lo que usted ha pensado? - -—Que parando el negocio éste en lo que paró, y dándole por finiquito pa -en jamás... porque hay que conocelo, Marcos: á las cosas que caen de -este modo, no hay juerza humana que las levante... - -—Pero ¿qué es lo que usted ha pensado?—insistió el otro, impaciente, -y más que impaciente, atormentado por aquel parecer de su tía, -precisamente porque era el suyo también. - -—Yo he pensao—continuó la Galusa encareciendo mucho el dictamen con -gestos y contorsiones,—que si no tienes agallas pa apechugar con el -oficio de tu padre, debes tratar de golverte á tus estudios... porque, -hijo del alma, no hay en ca güerto una breva como la que se ha perdío -aquí, ni es cosa de echarse por el mundo á buscar las pocas que hay -en él, ni, la verdá sea dicha, eres tú de los más amañaos pa salirte -con la tuya en casos tales... Y no te me güelvas á soliviantar, como -paece por las trazas, porque ya sabes cómo las gasto... cuanti más que, -estando en lo que estamos y viendo lo que pasa, hay que hablar en pura -verdá, anque ella mos descuaje... Más he perdío yo, si bien se mira, y -me aguanto. Tú, mozo eres y en tiempo estás de hacer por la vida. Yo -he gastao la mía en servir á un bribonazo; y á la hora presente, si me -echara de su casa, tendría que irme á pedir limosna con un cestuco. -Día es éste en que no he podío ajustar mis cuentas con él. ¿Qué tal -estarán, dejás á una concencia como la suya? ¿Te vas hiciendo el cargo -de lo que yo salí perdiendo con no ganar tú lo que querías? Pos ahora, -tu dirás. - -—Digo—respondió Marcones domando mal las tempestades que le -combatían,—que mientras esto no termine de un modo imposible, -enteramente imposible, ¿lo entiende usted? absolutamente imposible de -remediar, yo no puedo, ni debo, ni quiero pensar en buscarme otros -caminos para vivir sin trabajar la miserable tierra en Lumiacos; porque -lo que es en esto, no hay que soñar siquiera. Primero que rascaboñigas -pobre, sería ladrón de caminos, ó me tiraría de cabeza desde la cruz -del campanario. - -—Curriente—dijo la Galusa cruzándose de brazos.—Y ¿á qué llamas tú ser -imposible de arreglar... eso que se mos desarregló? - -—Á que esté casada ella,—respondió Marcones. - -—¡Pero si es ella, simplón, la que pior cara te pone!... ¡Ah, pos si -no!... - -—Por lo mismo. Seré el perro del hortelano. - -—¡Si tuvieras, tan siquiera, los güesos que él roía, pa ir viviendo -hasta allá!... Porque la cosa pué ser de dura larga, anque te paezca -destinto por lo del fachendoso de ayer... Aparencias de fanfarria... si -es que no viene el tuno á buscar aquí lo que no has podío hallar tú... -¡Y la tontona de ella que se feúra otra cosa! - -—Sea lo que fuere, tía, yo no la perderé de vista, por lo menos -mientras ese nuevo fregado no se aclare de un modo ó de otro. Me da el -corazón que yo he de tener algo que hacer aquí todavía. - -—¿Corazoná dijistes... y tuya? ¡Madre de Dios! Mira, testarudón del -diaño, y hate cargo, pa que me creas, de que, si no soy bruja, voy ya -picando en vieja, que pa el caso es lo mesmo: cuanto más pernees y te -corcomas delante de ella, más los regalarás el gusto á los dos. ¿Qué -más querrían los pícaros!... ¡No seas bobo!... echa cruz y raya á lo -pasao; no pongas más los pies en Robleces, y menos en esta casa, y -güélvete á tus libros. No llegarás á santo por ahí, porque, á la verdá, -no eres de la madera de ellos con esa carnaza tan mordía del ujano, que -Satanás te dió; pero tendrás la puchera que buscas, sin machacar los -tarrones de Lumiacos. - -El sobrinote oía, se golpeaba la cabeza y no contestaba; y la Galusa, -insistiendo en su tema, permanecía delante de él mirándole fijamente -y con los brazos cruzados. Al fin, y después de un bufido descomunal, -púsose Marcones de pie y dijo á su tía, alzando los dos brazos á un -tiempo: - -—Pero, consejera de los demonios, ¡cómo he de volver yo al seminario, -aunque fuera capaz de pretenderlo? ¡Por qué puerta quiere usted que -entre, si todas se me cerraron cuando de él salí la última vez? Y -aunque alguna de ellas se me abriera, como por milagro de Dios, ¿de -dónde me saca usted los recursos con que antes me ayudaba? ¿Ó piensa -usted que á una cabra tan villana como ese hombre, se la puede ordeñar -dos veces? - -—Eso, ni soñalo, Marcos, ni soñalo... ni yo ¡Virgen Madre! me pondría -en asomo de pretendelo—respondió la Galusa; y luégo, bajando más la voz -y acercándose más á él, que apartaba la cara por no recibir en ella el -rocío en que salían envueltas las palabras, añadió éstas:—Contaba yo -con ese reparo que me pones de la ayuda de costas, porque del otro no -hay mucho caso que hacer: no jué la tuya, falta que merezca cárcel, y -otras más gordas se habrán perdonao allí. Pos contando con lo que te -digo, sépaste ahora que, por güeñas ó por malas, mano á mano ó por la -de la Josticia, ese hombre ha de arreglar las cuentas conmigo, y pienso -que sea bien aína. Le he servío más de venticinco años, y de su bolsa -á la mía ha pasao muy poco más que el coste de los cuatro pispajos con -que me visto. Por mal que se me pague mi trabajo en ese tiempo, siempre -saldrá un resultante de más que lo que á tí te hace falta pa acabar -los estudios. Vistas las cosas como se debe, si no me muero yo antes, -muerto este hombre, cuéntame á mí de patas en la calleja. Pa vivir con -ello solo, ese resultante no será cosa mayor... ¿estás tú? - -—Estoy; ¿y qué? - -—Que si quieres ser cura y te comprometes en regla á llevame á mí á -tu lao cuando lo seas, yo te daré el sustipendio pa que acabes los -estudios. - -—¿De lo que le saque usted á la cabra esa?—preguntó Marcones á su tía, -después de una mirada de burla.—¡Como no se lo robe! - -—¡Ojalá pudiera, Marcos! ¡ojalá pudiera!... Y bien sabe Dios, y no me -remuerde la concencia por ello, que tengo hechos los imposibles por -meter los brazos hasta el codo; pero el arrastrao, tan... cabra es, -que no lo tiene en cosa en que se puedan jincar las uñas de repente; y -primero se le descubrirán las costillas, que un ochavo en sonante. - -—¡Como que se va usted á confesar conmigo ahora!... ¡Vaya con la -inocente que se pasa de maliciosa! - -—¿Pos qué te piensas, alma de Dios? ¿Piensas que yo tamién tengo gato, -y quiero escondele de tí con esto que te digo? - -—¿Y se le busco yo á usted por si acaso? Buen provecho le haga. Yo -también, en lugar de usted, le tendría, como usted le tiene. - -—¡Como le tengo yo! - -—¡Pues claro! ¡Buena es usted para estar veinticinco años en una casa -como ésta, donde lo hay, aunque sea en telarañas!... Al fin, del duro -se ha de sacar, y no del desnudo; y á poco que se vaya quedando entre -las manos cada vez, á fuerza de pasar y pasar... - -—Justas y cabales: una corteza de roña, como que roña es lo único que -ha pasao por ellas... - -—En fin, dejemos esto, que no viene muy á pelo en la ocasión presente. - -—Pero ¿en qué quedamos de lo otro? - -Aquí se remontó de nuevo Marcones, que, por más que él quisiera -aparentar cosa muy diferente, no había echado por mera chanza aquella -zarpada hacia el supuesto gato de su tía, y respondió á la pregunta de -ésta: - -—En que no estoy en este instante para pensar en lo que no sea lo que -tan loco me trae; que me voy, por de pronto, de esta maldecida casa, -que así la abrase un rayo en cuanto yo salga de ella; que no quiero -volver á Robleces mientras no pueda traer conmigo las plagas que le -pido al demonio para castigo de ingratas y desalmados; que aborrezco en -esta hora á toda la raza de Adán, y que he sido un bestia en andarme -con finezas de caballero delante de la puerta cerrada, cuando pude -haberme colado dentro, saltando como un ladrón por la ventana. ¡Y -déjeme ahora que me largue por esos campos de Dios á desfogarme á mi -gusto, y á tragar á borbotones el aire que necesito para no ahogarme de -ira! - -Y con esto, se caló el sombrero y echó á andar hacia la puerta, desde -la cual se volvió de repente para decir á su tía, que continuaba -mirándole y con los brazos cruzados: - -—Ahí quedan seis plumas de acero, dos mangos de palo, una gramática, -una aritmética, una geografía, una historia de España, dos catecismos, -una historia sagrada... y cuatro novelas que, en mal hora, puse en -manos de la muy desagradecida. Son objetos de mi propiedad, y los -reclamo. - -Y se fué dando un portazo feroz, que hizo estremecerse á la Galusa. - -Ésta permaneció todavía unos momentos en la misma postura en que estaba -antes de marcharse su sobrino; y dijo después entre dientes, clavando -los ojos de rámila sarnosa en la puerta por donde Marcones había salido: - -—Pos es la primera vez que saca á relocir, el gandulote, esa -sonata... ¿Conque el gato mío, eh? No sé qué vientos le soplarán en -mi muerte; pero lo que es en vida, no te has de relamber los morrazos -¡sinvergüenzón! con la puchera que pongas con él. - -Sorbió la moquita, se pasó una mano por las narices, y salió también -del cuarto. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXIV - -LEÑA AL FUEGO - - -Muy poco dió que pensar á Inés el lance de la despedida de Marcones. -Algo la pesaba haber sido tan lacónica y desabrida con él durante la -entrevista; pero los descomedimientos y groserías del estudiantón, y, -sobre todo, la aversión que le tenía por motivos bien justificados, -disculpaban aquella falta, y aun otras mayores que hubiera podido -cometer entonces. No pensó más en ello, y volvió á su tema. ¿Cuándo -vendría _el otro_? Porque él tenía que venir, una vez por lo menos: -se lo había prometido á su padre al despedirse en la romería, para -tratar del asunto pendiente entre ellos dos; y este asunto pendiente -era la compra de la casa... ¡La compra de la casa!... Y ¿para qué -quería la casa _él_?... Capricho de hombre rico. Pero, sabiendo que -le desagradaba á ella ese negocio y habiéndola prometido lo que la -prometió cuando la conoció el desagrado en la cara, ¿cómo se explicaba -aquél su manifiesto propósito, delante de ella misma, de volver luégo -para tratar del asunto pendiente? ¿Si sería todo una disculpa para -volver á verla y continuar la interrumpida conversación? - -Y como le esperaba á cada instante, era un asombro lo que se componía, -y las combinaciones que hacía con los cuatro vestidillos, tres -pañoletas de seda cruda y dos juegos de puños y cuellos, que eran todo -su equipaje. Pero pasaron dos días, y el de Nubloso no vino; pasaron -tres, y tampoco; y al cuarto... vino Pilara, frescona y grande como -ella misma. Temblaba el suelo donde pisaba; y al entrar en la pieza -en que la recibió Inés, retumbaba la voz en techos y paredes. Todo en -aquella mujer era sano, recio y de temple: encina pura, mármol sin veta -y acero toledano, salvo el corazón, que era blandísima cera neta, de -panales. - -Pues iba, risoterona y ufana, á pedir á Inés aquel favor de que -la habló en la romería, y era «cosa de ella y de Pedro Juan, en -concierto.» Inés la repitió que contara con él, si podía hacérsele. - -—¡Vaya si puedes!—dijo Pilara, con las manos sobre las caderas y -revolviendo el cuerpo á uno y otro lado sobre los pies, inmóviles -como dos lingotes de hierro, atornillados en las tablas. (Se tuteaban -las dos desde niñas, aunque Pilara tenía tres años más que Inés.) -En seguida añadió sin pararse en barras:—Pos yo y Pedro Juan, en -concierto, queremos que seas tú la madrina del casorio... Ya ves, á ná -compromete ello, si no es á un poco de molestia... - -Á lo que respondió Inés que, por su parte, no había inconveniente -alguno. - -—¿Temes, quizaes, que le haiga por la de tu padre?—la preguntó entonces -Pilara. - -—Por si acaso le hubiera—respondió Inés,—tengo que consultar con él -antes de comprometerme. Ya te avisaré lo que resulte, después de -hablarle hoy mismo. - -Quedaron conformes; y Pilara, que no era más ligera de visitas que -de mole, charló con Inés largamente de sus cosas y proyectos. Estaba -«prendá, prendaona de too, del venturao de Pedro Juan.» Pedro Juan era -pobre, tan pobre como las ánimas benditas que estaban en cueros vivos; -pero en Pedro Juan, desnudo y sin una _mozá_ de tierra propia, había un -caudal de nobleza, de trabajo y de _rebustez_. Era una peña con alma de -oro, y «auta pa los imposibles.» Bien lo sabían en casa de ella, cuando -tanto la alababan el gusto de estimarle y «la lealtá y la pacencia -con que había esperao tanto tiempo á que él rompiera la cortedá.» -Otros podían tener cuatro carrucos de tierra que manipular, y una -choza propia en que meterse; ¿pero de qué valía todo ello, si llevaban -contra sí, «al mesmo tiempo, la consomición de este vicio ó de la otra -deficultá?» En casa de Pedro Juan no había más que lo justo para el -avío de dos hombres, «poco arreparones y mal amañaos;» pero ella no -saldría de la suya «con los brazos colgando y á la ventura de Dios. -Llevaría una buena cama, con su mullida y buenas ropas; tres sillas de -torno; una caldera de cobre; un arca de pino atestá de equipaje; uno de -la vista baja, á medio criar, y una novilla de quince meses, sin contar -los trampantojos que se la jueran arrimando de acá y de allá.» Era la -única hija de su padre; su padre lo tenía, y le daban eso por ahora, -porque así lo querían también los demás. Si mañana faltara Juan Pedro, -«que sería el hombre más honrao de toa la cristiandá si no viviera -Pedro Juan, que lo era tanto como él,» se vería lo más conveniente: -si seguir los dos en Las Pozas, ó subirse á la casa de la Iglesia, en -que tenía ella una cuarta parte. No la gustaba «el un oficio de Pedro -Juan, por lo arriesgao que era;» y por eso solo se alegraría de subirle -al barrio para quitarle la tentación del agua salada, y hacerle que se -conformara con ser solamente labrador, aunque de este modo sacara menos -provecho que de los dos oficios juntos; además, que había que mirar -también por el cuerpo, que no era de hierro «pa traele, como le traía -el enfeliz, hecho una estorneja, hoy en el regadío de la mar, y mañana -en el secano de la tierra...» - -De pronto dejó Pilara sus asuntos propios, y saltó á los de la -escuchante. - -—¿Y qué me cuentas del caballero del día de San Roque?—la dijo cruzando -los brazos, que casi se perdían de vista, con lo rollizos que eran, -debajo del pecho, y mirándola con la cabeza algo entornada. - -Lo mismo que la grana se le puso la cara á Inés al verse acometida de -improviso con esta pregunta. - -—Pues ¿qué he de contarte?—respondió, no muy á punto ni con gran -firmeza.—Nada que no sepas tú. - -—¡Vaya—continuó Pilara sin hacer más caso de los colores de Inés que de -su respuesta,—que campaba de firme, empingorotao allá arriba, ajunto -al altar mayor! ¡De firme que campaba con su cadena relumbrante, su -pechera blanca, su etelaje de gran señor... y hasta con aquellos -pinchos debajo de las narices, mujer! ¡Andando que le caían guapamente -esos amenículos allí! Pos dígote que se despepitaban las gentes -por saber quién era, y naide lo sabía, hasta que por la tarde se -plantifica en la romería contigo... Me gustó aquello, ¿qué quieres -que te diga?... Me gustó de veras; y tamién te digo que en jamás de -los tiempos ví pareja mejor apareá... Y no creas que jué ocurrencia -mía solamente; que el que más y el que menos de los que vos vieron, -pensaron lo mesmo que yo. Á muchos oí decir, como me decía yo á mí -mesma: «Nacíos paecen el uno pa el otro.» Y era la verdá pura, ¡ja, ja, -ja, ja! - -Retembló el cuarto con la risotada de la mocetona; la cual, sin fijarse -más que la otra vez en que Inés volvía á ponerse muy colorada, continuó -diciendo: - -—¡Mujer! y luégo salimos, á las tantas de la tarde que golvió don Elías -por allí y lo cernió, en un dos por tres, á too bicho viviente, con -que el caballero relumbrante jué primero un muchachuco de Nubloso... -¡Alabao sea el Señor por siempre! ¡Quién había de magináselo? Pos mira, -mos alegramos de sabelo; que si es tan poderoso como cuentan, más vale -que lo deje por acá, que angunos se locirán con ello; porque la moneda, -polvo viene á ser que se esparce; y quien se alcuentra con algo de él -encima de la ropa, eso sale ganando... Y ¿sabes qué te digo tamién al -respetive, y á más de cuatro se lo oí lo mesmo en la romería aquella -tarde? Pos dígote que, por muchas inflas que tenga el piripuesto ese, y -por muchas que sean las tierras y las gentes que haiga visto y pueda -ver, no alcontrará pa mujer propia un acomodo que tan pintámente le -caiga, como tú... Andando, Inés; y no te sefoque el dicho, que es el -avangelio; y güeno es ser homilde, pero no tanto como tú, que ya te -pasas, con ser quien eres y valer lo que vales... Y con esto me voy, -que bastante poste te he dao esta tarde. Ya me avisarás de eso otro, -¿verdá?... Curriente. De padrino no hay ná hasta la presente: es cosa -de ellos. Conque me marcho; y si no lo tomas á mal, te daré un beso por -despedía... Me sale el antojo de acá: créemelo. - -Puso de muy buena gana Inés la mejilla izquierda tan alta como pudo; -bajó Pilara más de medio palmo la cabeza, y ¡chaas! ¡chaas! Igual -estrépito que si se hubiera rasgado en tres tiras media sábana _casera_. - -Fuése Pilara al cabo; habló Inés á su padre sobre lo que aquélla -deseaba; accedió á ello el Berrugo, á condición de que no le costara -dinero el favor; llegó la noche, y amaneció el nuevo día, y fueron -corriendo las horas de él; y por aquella portalada no entró más persona -extraña á la casa que el Lebrato. - -La comisión que éste llevaba era para don Baltasar. Comenzó por -referirle «el particular» del casamiento de su hijo, casi en los mismos -términos que Pilara á Inés, con idénticas reflexiones y con las -propias noticias sobre lo que llevaba la novia al domicilio conyugal, -y lo que esperaba para el día de mañana. El Berrugo no halló pero que -poner ni al relato, ni á las reflexiones, ni á las noticias. Nada le -pedían, nada le costaba: al contrario, salía ganando en el bodorrio -aquél un elemento que daría gran prosperidad á su casería de Las Pozas. -No se lo dijo así al Lebrato; pero le alabó el gusto de su hijo y le -ponderó el acierto de todos en arreglar las bodas cuanto antes. ¡Como -que había dado permiso á Inés, que se le había pedido, para ser madrina -de ellas! - -Estimó Juan Pedro el favor en todo lo que valía, y animóse á exponer la -pretensión que él llevaba por su parte. Por demás sabía «el señor don -Baltasar» que una casa como la de Las Pozas no estaba en disposición de -recibir de golpe y porrazo á la mujer que había de establecerse allí -como reina y señora de ella. - -Cierto que Pilara traería lo más preciso para el avío y comodidad del -matrimonio; pero esto mismo le obligaba á él, al Lebrato, á hacer mayor -esfuerzo para arrimar algo de su parte. Pedro Juan no tenía más que lo -puesto y la muda para los domingos: había que _echarle_, por lo corto, -un vestido flamante y su calzado correspondiente; y después, ¿qué menos -que un par de camisas nuevas?... Pues «el timineje del negocio,» -aunque la boda fuera en la casa de arriba, sus gastos traía también á -la de abajo; que no había de salir todo el desgaste de una sola piedra, -«ni sería bien vista la gorroná, dao que la hobiese, ni la consentiría -él, que conocía lo que obliga al hombre de bien el agasajo de otro.» La -casa misma pedía su gasto correspondiente: un poco de blanqueo; «dos -escobás siquiera» había que dar al cuarto de _ellos_; y el llar de -la cocina no podía dejarse como estaba, sin una baldosa entera... En -fin, que había gastos, y no pocos, que hacer por parte de Juan Pedro -con motivo de la boda de su hijo. El no quería ni necesitaba ponerse -colorado delante de nadie para pedirle á préstamo un puñado de pesetas, -porque sabía dónde y cómo ganarlas honradamente. Dentro de pocos días, -en cuanto apuntara septiembre, empezarían su hijo y él la campaña de la -ostra. Sacándoselo al cuerpo sin caridad, bien podía atenderse á este -recurso de día, y por la noche al de la pesca del durdo y del anguilo, -mar afuera. La brega sería ruda; pero cuando el caso lo reclama, -«mentira paece la correa que da un hombre avezao á la probeza.» En -suma, el favor que le pedía «al señor don Baltasar,» era que, por -aquella vez sola, le dejara libres los productos de la campaña, sin -que le reclamara «en el San Martín» la parte acostumbrada de ellos -para aminorar la deuda pendiente. Las rentas por todo lo demás, no le -faltarían á su hora y punto debidos. - -El Berrugo, después de oir al Lebrato en silencio, pero no sosegado, -porque tan pronto se rascaba la barbilla ó se pasaba la mano abierta -por la cara ó pescaba mosquitos en el aire, como golpeaba el suelo con -el mango del rozón que tenía en la otra mano, consideró, ante todo, -que el favor solicitado no era de los que costaban dinero, es decir, -dinero sacado de su bolsa. Tratábase sólo de no cobrar, _por entonces_, -un piquillo que cuanto más se retrasara en poder del deudor, tanto más -iría engordando en provecho de un acreedor tan diestro saca-cuentas -como él... Por otra parte, no estaba muy seguro de no necesitar el -día menos pensado á Juan Pedro para cierto negocio que le traía á mal -traer. Podía, pues, y debía echárselas de rumboso impunemente en aquel -trance, y se las echó. - -Aunque no duraron mucho estas meditaciones, al Lebrato le parecieron -muy largas, y temía lo peor al ver el afán con que el Berrugo se -rascaba la barbilla con una mano y golpeaba el suelo con el rozón que -agarraba la otra. - -De pronto le dió don Baltasar en las espinillas con el mango del -instrumento aquél; le encaró, de un empellón, hacia la calle, y le -dijo: —Al último, harás de mí hasta ochavos morunos, si te empeñas -en ello. Ya estás servido... y andando; y cuéntale el cuento al -sinvergüenza que te diga que no soy blando de corazón. - -Y no ocurrió más de extraordinario en la casona de Robleces, hasta -el otro día en que, al fin, se metió por la portalada el indiano de -Nubloso. - -El Berrugo andaba trasteando en el estragal, y allí le recibió, con muy -buena cara por cierto. - -—¡Hola, hola!—le dijo en cuanto le vió, pero sin dejar de hacer lo que -hacía.—¿Se viene á cumplir la palabra, eh? - -—Hay de todo, señor don Baltasar—respondió el indiano muy -afable,—porque vengo á verlos á ustedes y á ofrecerles de nuevo mis -respetos; pero no á tratar del punto consabido que tenemos pendiente -usted y yo. En esto falto á la palabra que le empeñé al despedirme el -día de San Roque; y falto con toda intención, porque quiero invertir el -poco tiempo que traigo disponible, en lo primero, que es cosa mucho más -agradable para mí. - -—Ciertamente que no corre prisa, por mi parte, ese asunto, y no seré -yo quien se le meta á usted por los ojos... Y con franqueza, si lo que -quiere á la presente es conversación, yo no puedo dársela en un buen -rato, porque tengo mucho que hacer por aquí; pero no faltará quien se -la dé, si le es igual una que otra. Arriba está Inés, que debe de tener -el tiempo muy de sobra y le recibirá, si quiere usted subir y descansar -un poco. - -—¡Oh, señor don Baltasar!—repuso el indiano muy risueño,—siempre me da -usted en su casa muchísimo más de lo que vengo buscando... - -—Yo soy así, hombre—dijo al punto don Baltasar mientras colgaba -un dalle de la viga del techo; y en seguida, arrimándose al hueco -de la escalera y haciendo embudo sobre la boca con las manos, -gritó:—¡Inés!... ¡Inés!... ¡Allá va este... sujeto del otro día!... -Suba usted, suba usted, sin ceremonia—añadió volviéndose hacia el -indiano;—suba usted, que ella le enseñará el camino. Yo subiré en -cuanto despache aquí abajo. - -Tomás Quicanes no iba tan majo como el día de San Roque. Nada de levita -negra, ni de pechera con brillantes, ni de botinas de charol: un terno -gris, de americana; calzado amarillo de suela recia; hongo obscuro, -corbata clara y cuello bajo y blanquísimo, como los puños; pero con -este traje sencillo, holgado, de buen corte y de esmerada hechura, -valía doble que con el otro el buen sobrino del difunto Mayorazgo -de Robleces. Lo mismo opinó Inés en cuanto le atisbó desde la sala -al asomar él por la portalada; y eso que la inexperta hija de don -Baltasar no pudo estimar el día de San Roque lo que había de cursi en -el aparatoso atalaje, cargado de relumbrones, del caballero del altar -mayor. Y no sólo le encontró mejor mozo así, sino más «tratable,» -más... de carne y hueso; en fin, menos temible para un apuro como «el -del otro día,» si llegaba el caso. - -Es de advertirse, por si fué malicia de la neófita en intrigas de -aquella especie, que al entrar el indiano en la corralada, Inés cosía á -la parte de adentro del balcón, y que al llegar á la sala acompañándole -desde el carrejo, la sillita y los avíos de costura estaban á la parte -de afuera, es decir, en la misma solana y delante de la puerta. Ello -fué que el indiano, al verlos donde los veía, no quiso aceptar la silla -que, muy de cumplido, le ofreció Inés en la sala. - -—¡De ningún modo!—la dijo.—Por las señales, estaba usted trabajando -allí; y como yo no soy de cumplido ni quiero que mi visita la sirva á -usted de molestia, se la haré á usted en la solana, si me lo permite. - -—Como á usted le guste más,—respondió Inés dirigiéndose al balcón. - -Otras dos observaciones por lo que valgan: Inés apartó la silla y los -cachivaches, como si les estorbaran el paso, y los colocó á un lado -y á muy buena distancia de la puerta; y el visitante había visto, al -asomar al carrejo, entre la penumbra de las inmediaciones, vagar una -silueta antipática, que era la de la Galusa. - -¿Huían los dos, visitante y visitada, de una misma contingencia -desagradable, al resistirse el uno á hacer la visita en la sala, y al -estar tan bien dispuesta la otra para recibirla en lo más escondido -del balcón? Lo que no tiene duda es que en aquel sitio, deparado por -la casualidad ó elegido por la malicia, se podía echar un párrafo, no -alzando mucho la voz, sin que nadie se enterara de él, ni tampoco de la -mímica que le acompañara, como no fueran los pajaritos del aire; porque -por el pedazo de calleja que desde allí se descubría, no pasaban cuatro -transeúntes, y esos muy distraídos y torpotes, en toda una tarde de -Dios. - -Yo me inclino á lo de la malicia, y de parte de entrambos; porque -también es indudable que, al comenzar la visita, ya se apuntó en cada -uno de ellos el mismo afán de llegar cuanto antes con la conversación á -un paradero indudablemente preconcebido. - -Duraron poco, muy poco, en boca del visitante, y eso que no dejaba de -ser socorrido de conversación, esos preliminares de rúbrica en tales -casos, emparentados siempre, más de cerca ó más de lejos, con las -evoluciones meteorológicas, con el sistema de vida diaria y con otras -materias así; en seguida se plantó, retrocediendo de un salto, en el -día de San Roque, «de feliz y perdurable memoria para él.» - -Con esto solo, ya comenzó á aletear y revolverse algo en los adentros -de Inés, y se le pusieron á la pobre los carrillitos como la misma -grana; y porque hizo un alto en la conversación el otro, y por creer -y temer ella quizás que de un nuevo salto de ideas se le largara Dios -sabía adónde, corta y novicia como era, se atrevió á tenerle á raya -preguntándole, sin dejar de coser, pero sin saber lo que cosía: - -—¿Ha comenzado usted á tratar abajo con mi padre de _ese asunto_? - -Por los hondos, aunque, en apariencia, lejanos enlaces que tenía esta -cuestión con la que á ella la interesaba tanto, la había sugerido -su buen instinto la idea de sacarla á relucir para los fines que se -proponía; pero fué inútil la precaución, porque no pensaba el indiano -en huir del terreno en que se había metido de un salto y de muy buena -gana. - -—¿Y qué asunto es ese?—preguntó él á su vez, haciéndose el ignorante, -para tomar aquel nuevo camino que también guiaba al paradero deseado. - -—El que prometió usted tratar con mi padre al despedirse en la -romería, en la primera visita que le hiciera. Creo yo que será el de la -compra de esta casa. - -Y se sonreía la picaruela, como si no le creyera ya capaz de ello. - -Sonrióse también el otro, y la dijo en seguida, tejiendo y destejiendo -entre los dedos de ambas manos la cadena de su reló: - -—Ese asunto se quedará sin ventilar por ahora, porque se me ha puesto -por medio otro que me interesa bastante más: el de cierto huertuco... -¿Se acuerda usted? - -¡Vaya si se acordaba! Pero lo negó sin maldita la conciencia; por lo -cual tuvo el otro que volver sobre lo tratado en la romería de San -Roque, sabiendo que se le engañaba descaradamente en aquella negativa, -pero aceptando con gusto el engaño para desenvolver más á sus anchas la -metáfora, algo cursi, como todas las metáforas de todos los enamorados -de este mundo, del huertuco montañés y de la rosa colorada. - -Ya estaba, pues, la gran cuestión en pie, y ya dudaba Inés si seguir -cosiendo ó si dejarlo: si no cosía, no sabía qué hacer de las manos -ni de los ojos; y si cosía, se pinchaba; y cosiendo ó no cosiendo, -le andaban unas cosas por todo el cuerpo y delante de la vista, y le -subían unos calores y sentía tales ruidos en las sienes, que no podía -parar ni sosegar un punto. ¡Y se estaba todavía al principio de una -historia de la que conocía ella hasta la penúltima página! ¿Qué sería -cuando llegara el momento de aclararse el único punto que quedó sin -aclarar en la romería? ¿Cuando se la dijera terminantemente quién era -«la de Robleces?» Pero ¿llegaría á decirlo él? Y si no lo decía, ¿por -qué la atormentaba sacando á relucir de nuevo la misma historia? - -¡Aprensiones disculpables en un espíritu abierto, noble y -generosamente, á las primeras llamadas del corazón, como las rosas de -la metáfora al calor de los rayos solares! Puede que resulte también -algo cursi esta otra metáfora que tomo del montón de las corrientes; -pero no hallo otra de mejor arte ni más al caso, y por eso me valgo -de ella para venir á parar á que, con todo el miedo que tenía Inés al -final de la historia, se le hacía mucho lo que tardaba en llegar á él -el relatante, y hasta temía que no llegara nunca. - -En lo cual se equivocaba grandemente; porque el indiano, aunque -contando los pasos y gozándose en la contemplación del terreno que -exploraba al mismo tiempo, llegó y llegó bien; y llegando, resultó, y -así se lo dijo á Inés, claro, muy claro, aunque le temblaba un poco la -voz al decírselo, que «la de Robleces» era ella; ella, que en pocas -horas se había hecho dueña y señora de su corazón y de su vida, y más -que por la hermosura de su cuerpo, que era singular, por la nobleza y -sublime candidez de su alma, que no tenía precio. - -Todo esto oyó Inés sin morirse, como lo temía desde lejos. Algo la -pasó, es verdad, que le pareció el fin de la vida; pero no por las -ansias ni los dolores ni el desconsuelo, sino por lo dulce, por lo -agradable y, sobre todo, por lo extraño; de manera que, más que muerte, -era aquello la terminación de una existencia insulsa, y el comienzo de -otra mucho más placentera y amable. - -Y todo esto leyó y fué saboreando codicioso, detalle por detalle, el -afortunado galán, en el mirar turbado, en el respirar anhelante y en el -casto y dulcísimo abandono de todo su sér, con que la pobre novicia, -sin voz ni energía en su garganta para responder con palabras, reveló -claramente las tempestades de su pecho. - - * * * * * - -Sucedió después una cosa bien extraña. Á fuerza de contemplar -embebecido á Inés, acabó el singular enamorado por mirarla, más que -como triunfador satisfecho de su hazaña, como temerario que lamenta, -con honrado corazón, el estrago irremediable de una ligereza. En -seguida, como para intentar una prueba en que deseara ser vencido, -tomó, suave y cariñosamente, una mano de Inés entre las suyas, y la -preguntó sin dejar de contemplarla: - -—¿Sería usted capaz de hacer un sacrificio por mí? - -—Hasta el de la vida,—respondió temblando Inés, no con palabras, sino -en una mirada que se fué alzando poco á poco hasta difundirse en la -amorosa y á la vez compasiva del otro. - -El cual, entendiendo bien la respuesta, añadió: - -—Pues la voy á pedir el único con que no contaría usted entre todos -los que puede haberse imaginado: que guarde, como en el secreto de la -confesión, lo que acaba de pasar entre nosotros... hasta que yo la diga -cuándo es la hora de publicarlo á voces. Le pido á usted esto, que -sólo por pedirlo yo en tal ocasión ha de parecerle sacrificio, y bien -extraño, por el amor que siento por usted, y delante de Dios la juro -que es verdadero y grande. Hemos de hablar á menudo de estas cosas, y -todo se aclarará cuando se deba. - -Se levantó momentos después; se despidió «hasta luégo» con todos los -miramientos, entusiasmos y delicadezas que el caso requería; y sin que -el Berrugo pareciera por allí ni por las inmediaciones, fuése. - -Inés recibió su última despedida desde la portalada, y cayó en seguida, -transfigurada y absorta, en las honduras de su pensamiento, que era un -volcán; y todo, todo lo creyó posible, menos que aquel hombre fuera -capaz de engañarla. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXV - -ANALES DE TRES SEMANAS - - -No siempre halló el indiano de Nubloso igual comodidad que aquella -tarde para hablar con Inés á sus anchas, ni, en rigor de verdad, me -atrevo á afirmar que estos inconvenientes le contrariaran poco ni -mucho; porque es de saberse que «la cosa bien extraña» que sucedió al -acabarse la visita historiada más atrás, continuaba siendo misterio, -y misterio bien mortificante, para Inés, por culpa de aquel hombre -empecatado que huía de toda ocasión en que pudiera verse obligado -á levantar siquiera la punta del velo misterioso. Pero no por eso -faltaban el tiempo necesario ni lugar á propósito para decir él lo -que quería y necesitaba decir, aunque no fuera, ni con mucho, cuanto -deseaba saber ella, ni dejó de seguir su marcha devoradora el fuego -amoroso en que parecían estar ardiendo los dos. - -Á la tercera visita, ya se tuteaban; y deshechos con esta llaneza en el -trato los estorbos que el ceremonioso «usted» opone á la franqueza de -la expresión, aun en caracteres más resueltos y adestrados que el de -Inés, la máquina de las ideas de ésta, aquella máquina que para ponerse -en franco y seguro movimiento tuvo bastante con el impulso casual y -rudimentario de una mano tan torpe como la del grosero seminarista, -al calor de los afectos nuevamente adquiridos y con el estímulo de su -comunicación frecuente con los del hombre que se los había infundido, -tomó de repente unos vuelos maravillosos. ¡Entonces sí que estaba -desconocida! Como en idénticos casos la había sucedido ya, no pudiendo, -por su ignorancia é inexperiencia, extender á lo ancho la labor de -sus investigaciones, las hizo á lo hondo, con la fuerza y la luz de -su inteligencia clarísima; y la cuenta le salió aún mejor así, porque -ahondar se necesitaba, y no otra cosa, para dar con el filón que ella -iba buscando. Y ahondando, ahondando con el análisis de sí propia y el -de la conexión íntima que «debía haber» entre su modo de sentir y el -modo de sentir del otro, aunque llamando las cosas á su manera, llegó -con los razonamientos á un punto de cordura y de fortaleza tales, que -pusieron en graves apuros al receloso y asombrado galán. Para ser un -poco atrevida, además de esto, le sobró con el ansia, que la devoraba, -de aclarar el enigma que la servía de tormento á todas horas, y la -amargaba las dulzuras de aquella pasión que ella consideraba como un -don inmerecido de Dios. - -Pero ¿por qué había de haber esa nube negra en un cielo tan limpio, tan -puro, tan lleno de luz, como el de sus recién forjadas ilusiones? Y si -bastaba un soplo de _él_ para deshacerla, ¿por qué no soplaba? Y entre -tanto, aquella nube podía ir extendiéndose y espesando y cubriéndolo -todo, hasta el mismo sol; y entonces ¡Virgen María! no quería pensar en -ello. Era imposible que las cosas llegaran á un extremo tan espantoso. -«¡La nube! ¡el misterio!» ¿De qué se trataba, al fin y al cabo? De -que ella no revelara á nadie lo que estaba pasando entre los dos. Sin -necesidad del encargo, hubiera quedado el secreto guardado en lo más -hondo de su corazón, mientras lo guardado «no diera más de sí.» Pero -¿por qué se le hacía el encargo? Aquí estaba la malicia. ¿Era un pecado -lo sucedido? ¡Imposible! Y si no lo era, ¿por qué tenía él tanto empeño -en que no se descubriera? Podía haber en este empeño un fin de casta -más noble que la del misterio que á ella la alarmaba; por ejemplo: el -de probar su fe ó su discreción, atormentando un poco su curiosidad; -pero en este caso, ¿por qué andaba él tan preocupado, tan receloso, -tan vacilante? Esto, esto solo era lo grave, lo extraño. Á veces la -asaltaban recelos espantosos. ¿Habría otra mujer en alguna parte del -mundo, que pudiera pedirle cuentas de «lo que estaba pasando entre -los dos?...» ¿Estaría...? ¡Qué enormidad! Eso, honradamente, no podía -imaginarse: no cabía en lo posible. De todas suertes, la tentación de -sospecharlo solamente, la arrastraba á considerar si no habría pecado -ella de ligereza al entregarse tan pronto, tan irreflexivamente y tan -confiada, á una pasión así, inspirada por un hombre de cuya lealtad no -tenía otras pruebas que las de su palabra, que podía muy bien no ser -honrada... Tampoco era posible esto; también caía fuera de los límites -que la perversidad humana tenía, en el concepto inexperimentado y -naturalmente bondadoso de Inés... De cualquier modo, ella no comprendía -aquella reserva sospechosa que tan malos ratos la daba y no podían -pasar inadvertidos para él. ¡De qué distinto modo se conduciría -ella en el caso contrario! Sin haber ocurrido, y sólo por el placer -desinteresado de confiarle hasta el último secreto de su conciencia de -mujer y de enamorada, le había referido la historia de la resurrección -de su espíritu, con todos sus pormenores; y lejos de intimidarse al -sacar á relucir los graves episodios de la explosión amorosa de su -profesor, los relató con especial parsimonia, porque hasta se recreaba -en traer con ellos á la memoria lo abominables qué le parecieron -en cuanto pudo considerarlos con serenidad; amén de que, cotejando -y comparando tiempos con tiempos, hombre con hombre y sentimientos -con sentimientos, los que le había infundido el absorto escuchante -adquirían doblada consistencia y mayor intensidad. ¡Y él, que, con -trabajo menos escrupuloso, podía proporcionarla á ella un placer más -regalado, la dejaba penar y consumirse entre dudas y confusiones! ¡Qué -mal hecho estaba eso! ¡Ah! si ella fuera un poco más atrevida ó un poco -menos compasiva y tolerante, ¡cuántas veces le hubiera puesto, con una -pregunta, en la necesidad de descubrirla el misterio!... ¿Qué harían -las demás mujeres en casos parecidos al suyo? Porque ella no sabía -nada, nada absolutamente, en materia de amores, sino lo que había leído -en las novelejas prestadas por Marcos, y lo que estaba observando en sí -misma, lo cual no se parecía en lo más mínimo á lo que ocurría en las -novelas. - -Entre tanto, la situación de las cosas, en general, no podía ser más -embarazosa para todos allí. Su padre, aunque parecía andar siempre á su -cuento y no reparar en nada, veía con el rabillo del ojo cuanto pasaba -á su alrededor, por lo menos desde que entraba tan de continuo en -la casa el indiano de Nubloso. Un día la dijo deteniéndola en lo más -obscuro del carrejo, como por casualidad: - -—Mujer, ¿sabes tú lo que anda buscando por aquí ese sujeto? - -Inés comprendió desde luégo á qué sujeto se refería su padre, y se puso -roja y sofocada; pero, por fortuna, no se veía la mano delante en aquel -esófago tenebroso, ni se vió, por consiguiente, la turbación con que -respondió para salir del paso: - -—Á mí nada me ha dicho. - -Tosió el hombre, y se marchó golpeando el suelo con algo que llevaba en -la mano. - -Otro día se encaró con ella á la puerta de la sala; y como si replicara -á la respuesta que se le había dado en lo más obscuro del carrejo días -atrás, dijo esto solo y sin mirar á su hija de frente: - -—Pues á mí tampoco me ha dicho una mala palabra hasta la hora en que -estamos, sobre lo que desea y busca por aquí... Y no quisiera tomarle -yo la delantera para preguntárselo... ¡Y, cuidado, que motivos no -faltan ya!... - -Y se fué. - -Esta nueva embestida puso á Inés en el colmo de la angustia; porque -lo que su boca no decía sobre lo que la estaba pasando, lo publicaban -á gritos su raro y nuevo modo de ser, y las idas y venidas del otro, -desconcertado y receloso, y sus apartes con él. ¡Y era tonto y ciego -don Baltasar para no caer en la cuenta de lo que tan á la vista estaba! -¡Y era, mudo, gracias á Dios, para no explicarse á las claras con el -otro, si llegaba á «tomarle la delantera!» - -Pues ¿y la Galusa? ¡Válgame Dios, cómo rastreaba por escondrijos y -rincones la pista del «fregado indecente,» en cuanto asomaba el tunante -por las puertas de la casa! ¡Qué zumbar el suyo mientras iba y venía, -como moscardón aprisionado, y qué zaherir con indirectas envenenadas -á la pobre Inés, cada vez que se topaba con ella, ó la veía, medio -alelada, torpe y desmañada, acercarse á todo para no hacer luégo cosa -con cosa! ¡Qué aborrecimiento la tenía y qué poco le disimulaba! ¡Y -ella conociéndolo todo, y hasta que había razones aparentes para -mucho de ello, y no pudiendo desplegar los labios para defenderse en -lo defendible, ni siquiera para decirle á él: «habla tú, que con una -palabra puedes hacer que se concluya pronto, y todo esto!» - -Y aún fueron más allá los conflictos de la pobre muchacha. Días -andando, y en uno de labor, al ir ella á misa, porque las oía muy á -menudo, especialmente desde el de San Roque, la esperaba don Alejo -paseándose en el portal de la iglesia, de levita y con bonete. - -—Vaya, Inesuca—la dijo,—aquí te cojo y aquí te mato; y te cojo, porque -te esperaba; y te esperaba, porque, si no te cojo aquí y antes de misa, -no te cojo en ninguna parte. ¿Estás? Bueno; pues ahora te advierto qué -no se trata de robarte la mantilla, ni de sacarte ninguna tira del -pellejo. Esto te lo digo para que te cures del susto que te ha hecho -perder de repente los colores de la cara. ¡Valiente foragido soy yo -para dar disgustos á nadie, y menos á tí, corderuca de Dios!... En fin, -que se trata de que me consume una curiosidad, y de que quiero que tú -me saques de ella. ¿Querrás? - -De algunos días á aquella parte, todos los ruidos le sonaban á Inés de -un mismo modo, y todos los golpes iban á parar á su dedo malo. Por esta -triste experiencia, barruntó que lo que pensaba preguntarla don Alejo -tenía que ver, por más acá ó por más allá, con lo que «á ella la estaba -pasando.» Y dicho y hecho. - -Apenas prometió al cura complacerle, si le era posible, en lo que la -pedía, cátale metido de hoz y de coz en el asunto, de la siguiente -manera: - -—Pues has de saberte que el día de San Roque, al anochecer, supe que -aquel caballero tan majo que oyó la misa en el altar mayor y tanto -me había llamado la atención, resultó ser Tomasín; Tomás Quicanes, -el sobrinuco huérfano del Mayorazgo, que vivía con él y me ayudaba -las misas con una inteligencia, una gracia y una compostura, que -me daban gloria. Te aseguro que no lo quise creer cuando don Elías -fué á mi casa á contármelo y á hacerse lenguas de lo campechano que -era y de lo mucho que sabía; y no lo quise creer, porque tras de no -haberle yo sacado en la iglesia por la pinta, cosa que, bien mirada, -no tenía nada de particular, me parecía mentira que hallándose en -Robleces y tan cerca de mí ese caballerete tan espetado, no hubiera -corrido á darme un abrazo y á decirme: «aquí tiene usted, con barbas -ya y cargado de perendengues, á Tomasín Quicanes, el sacristanuco tan -querido de usted.» Algo me explicó don Elías de las intenciones del -tal sobre el caso, y de las buenas ausencias que había hecho de mí -entre él y vosotros aquella tarde; pero, vamos, no me conformaba con -eso. Á los pocos días ya vino él en persona á verme á mi casa... por -supuesto, después de haber estado en la tuya... ¡Bah!... ¡y se me pone -coloradita, lo mismo que si ello fuera un pecado! Á ver si se te bajan -esos colores y me escuchas como es debido... Pues, señor, que vino; -que se me dió á conocer, y que le conocí hasta en el modo de mirar y -en cada una de las facciones de su cara; y que pasé con él, hasta -que empezaba á cerrar la noche, el rato más agradable que creo haber -pasado en todos los días de mi vida. ¡Qué guapo está, qué bien habla, -qué cariñoso es y qué finamente siente y observa y compara lo que aquí -dejó, lo que halla al volver... y qué sé yo qué otro tanto más! El -arrastrado de él, de recién llegado á la Habana me escribió algunas -veces; pero después lo fué dejando, dejando... ¡Y si vieras, Inesuca, -qué majamente me pintó él este modo de ir olvidándose, no de mí, sino -de escribirme de vez en cuando! ¡Qué fantasía de chico! Daban ganas de -decirle que se volviera á marchar para dejar de escribirme, por sólo -el gusto de oirle disculparse á la vuelta. Extrañándome yo de estas -cosas, le pregunté sobre el particular; y supe, con el contento que -puedes suponerte, que había gastado más de la mitad de lo que había -ido ganando en sus negocios, en instruirse y en despabilarse, aunque -despabilado lo fué él siempre de suyo... y esta opinión es cosa mía; -que había cultivado más el trato de las personas letradas, que el de -las adineradas; que tenía hasta pasión por los buenos libros; que había -viajado mucho... en fin, que no acabaría yo, Inesuca, si te fuera -relatando lo que entonces le oí, lo que le he podido sacar después acá; -porque te advierto que rara es la visita que te hace á tí... digo, que -os hace á vosotros, sin que antes ó después no me haga á mí otra; y lo -que de todo ello he ido coligiendo yo á mi manera, aunque lego... ¿Te -vas enterando, Inesuca? - -¡Si se iba enterando Inés! Sin perder punto ni coma, y con una codicia -de ello, que bien se pintaba en sus ojos radiantes de luz y de regocijo. - -—Me entero,—respondió, sonriéndose, á la pregunta del cura. - -—¡Pues podías no!—replicó éste; y añadió en seguida:—Y ahora va lo -bueno, quiero decir, el golpe con que te amenacé al cogerte aquí. -Córrese entre las gentes, que Tomasuco el de Nubloso, con haber rodado -tanto mundo, no ha podido hallar en todo él lo que, cuando menos se -esperaba, tuvo la suerte de encontrar en Robleces; ó séase, hablando -claro, una mujer que le llene por entero para casarse con ella y acabar -la vida, en santa paz los dos, en la tierruca. Gran pensamiento... y -gran ojo, sobre todo; porque resulta, también según los dichos de las -gentes, que esta mujer, Inesuca, eres tú... ¿Es verdad eso? Pues cata -el golpe que te prometí, y venga la respuesta; pero tal como yo la -deseo... Te advierto de antemano que el sujeto ese no me ha dicho nada -de por sí, aunque no tiene boca bastante para ponderarte cuando de tí -me habla; y cuenta también que esto ocurre en cada visita que me hace. - -Inés recibió «el golpe» de don Alejo con mayor serenidad de lo que -esperaba, y pudo responder á él con gran firmeza; porque la última -noticia, y la única desagradable de cuantas le había dado de carretilla -el buen señor, le ofrecía una salida de soslayo, que era al mismo -tiempo la verdad fiel de lo que estaba sintiendo; y la salida fué la -siguiente: - -—Pues si él no le ha dicho á usted una palabra de eso, ¿qué quiere -usted que le diga yo? - -—Eso no es responderme á derechas, Inesuca,—añadió don Alejo algo -contrariado. - -—Pues le juro á usted—repuso ella muy serenamente, como que juraba -verdad,—que no le puedo decir otra cosa. - -Se quedó con esto algo suspenso el cura, y la dijo en seguida: - -—Te creo, porque basta que así me lo afirmes aunque no me lo -juraras; pero te aseguro que lo siento como si hubiera perdido -algo de á cuanto... Pues, mira, Inesuca—añadió de pronto con gran -encarecimiento,—si no hay nada de lo dicho, debiera haberlo. Las gentes -tienen razón. Voz del pueblo, voz de Dios. Marcones te lo hubiera -entonado en latín, por pintar la cigüeña; yo te lo digo en castellano -neto para que me entiendas mejor. Y ahora, hija mía, dame palabra de -que, si llega á suceder algo de lo supuesto, no se lo dirás á nadie -fuera de tu casa antes que á mí; perdona el plante que te he dado, y -quédate bendita de Dios, como yo te bendigo, por lo buena que eres, que -me voy á decirte la misa. - -¡Oh, qué tentaciones tan fuertes tuvo Inés entonces de detener á don -Alejo para decirle que quería confesarse con él! ¡Qué mejor confidente, -qué mejor consejero que aquel santo varón, para confiarle, en el -secreto del confesonario, una tribulación como la suya? Y en ello no -faltaría á su compromiso empeñado. Como en el secreto de la confesión -estaba obligada á guardar «lo que había pasado entre los dos,» y así -quedaría guardado, confiándoselo, como penitente, á su confesor. - -Pero mientras dudaba, se perdió la oportunidad, y con ello se calmaron -las tentaciones. Entró en la iglesia, y á poco empezó la misa. ¡Con qué -fervor la oyó, y con qué fe le pidió á la Virgen que la amparara en el -trance en que se veía! - -Después se encontró más fortalecida; y al volver á casa pensando en -todo lo que don Alejo la había dicho, sólo quería acordarse de lo mucho -bueno que le había contado de él. Así le veía ella más engrandecido á -sus ojos; y así quería verle, «porque él no podía ser de otra manera.» - -Y, entre tanto, y como si tratara de desmentirla con su comportamiento, -ni en todo aquel día ni en los dos que le siguieron, apareció por -Robleces el indiano de Nubloso. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXVI - -LA PUCHERA DEL LEBRATO - - -El «negocio de la ostra» le tenía el Lebrato á la puerta de casa, -como quien dice; y por «llanuco y hacedero de por sí,» no era cosa -para quebrantar huesos tan duros como los suyos y los de Pedro Juan. -Plantarse con la chalana en la primera revuelta y la más grande de las -dos de la ría, á la bajamar; fondearse allí, ó no fondearse, sobre -la misma canal; una especie de rastrillo de hierro, de púas fuertes, -largas y algo encorvadas, con mango de palo: un instrumento así para -cada uno, y á sacar con él cantos sueltos del fondo; cantos que, según -la suerte soplara, unas veces salían en _blanco_, y otras veces más ó -menos sarpullidos de ostras de todos tamaños; arrancar las grandes, -dejar las de _cría_, y volver el canto al agua. Y al sol. No tenía ni -tiene más intríngulis la explotación de aquel rico ostrero natural. -La venta era siempre segura y pronta, porque andaban los especuladores -disputándose la mercancía para revenderla á escape en los quintos -infiernos. El oficio, pues, no tenía otras quiebras que los fríos y las -celliscas de los meses invernales. Había en ellos horas de chuparse un -hombre las uñas amoratadas, y de quedársele el cuerpo entumecido, y -helada la saliva en la boca. Pero de estos días no abundaban; y en la -ocasión de que se trata, mucho menos. Comenzaba septiembre, primer mes -de _erre_ después de la veda del verano; el tiempo al nordeste, claro, -suave y noble como él solo, y «pa largo» por las trazas, y el trabajo -se hacía en mangas de camisa; de modo que más que fatiga, resultaba -entretenimiento agradable. Porque no era sola la chalana del Lebrato la -que andaba á la ostra allí, aunque podía, y en buena ley debiera serlo, -por no haber en el pueblo otro matriculado que él; pero ya se ha dicho -que Juan Pedro no era hombre de usar de sus privilegios en perjuicio -de nadie, y toleraba la media docena larga de chalanas que acompañaban -en el ostrero á la suya; y hasta se alegraba de ello, porque, de ese -modo, el campechano pescador no cerraba boca, y era la escuadrilla un -hervidero de conversaciones, que tenían que oir. - -Como el tiempo estaba tan hermoso, no se conformó con aquel solo -recurso, que no dejaba de rendirle su buen por qué; y según se lo había -anunciado «al señor don Baltasar,» teniendo la barquía bien recorrida -y preparada, probó de noche «á lo de afuera;» ¡y esto sí que ya era -harina de otro costal! Solamente el viaje hasta la barra, era trabajo -de hora y media de rema incesante. Por el primer tramo, es decir, por -lo que se podía llamar valle de la ría, menos mal: era ir como á cielo -abierto, con anchos horizontes de Sur á Oeste, y en toda aquella línea, -á no ser la noche brumosa y cerrada, siempre había celajes luminosos -que alegraban la vista y entonaban un poco el ánimo; pero por el -segundo tramo, desenvuelto en curvas desorientadas y caprichosas, con -sus taludes altísimos y casi á plomo, como una _hoz_ abierta entre -montañas, ya era más triste la boga. No había otra luz que la que -sacaban las palas de los remos, en gotas fosforescentes, al remover -el agua, ni más cielo que el que se veía por entre los dos bordes de -la rendija aquélla. El chapoteo que de esta faena resultaba, muy á -menudo repercutía y se multiplicaba en las cuencas de los peñascos -coronados por una greña de carrascas y zarzales, cuya espesura hacía -la obscuridad mucho más negra de lo que era. Algunas veces se oía un -ligero chasquido no lejos de la barquía, como el que produciría una -pedrezuela arrojada en el agua: era el salto de un muble de un rebaño -de los que volvían á la mar con la vaciante; y hasta este leve sonido -hallaba eco que le repitiera y le propagara. Ni el Lebrato ni su hijo -hablaban en todo aquel trayecto otras palabras que las puramente -precisas: la solemnidad pavorosa de la naturaleza se impone á los -espíritus más valientes y despreocupados; donde quiera que el hombre se -ve gusano por la fuerza del contraste, allí se esconde ó se arrastra -tímido y silencioso, como si realmente lo fuera. Es muy común la -observación, y muy exacta, de que cesan de repente las conversaciones -de todos los viajeros de un tren cuando éste atraviesa un túnel. Se ve -gusano mísero allí. Y es de advertir también, que los miedos de esta -clase son de los que no se vencen con la costumbre de sentirlos. Pedro -Juan y su padre conocían aquel trayecto, que habían recorrido cien -veces, lo mismo á pleno sol que entre tinieblas, como los caminos de su -barrio; y, sin embargo, nunca le pasaban de noche, hacia la mar, sin -verse dominados por aquel sentimiento que no tenían ellos por medroso, -y que en el fondo lo era. Distingo el viaje «_hacia la mar_,» porque -cuando, de vuelta de ella, recorrían el mismo esófago negro, sin ser -mucho más locuaces se sentían más animosos; lo cual prueba que si el -paso es triste é imponente de noche por sí mismo, lo es todavía en más -alto grado como camino de una región mucho más pavorosa y de mayores -riesgos de muerte. - -Volviendo al asunto y dejando á un lado enojosas filosofías, digo -que remando sin cesar los dos hombres y adelantando la barquía entre -espesas tinieblas y fantásticos ruidos, llegaba á percibirse el de la -mar, que, por dormida que esté, siempre sueña lo bastante recio sobre -los duros cabezales de la costa, para que la sientan los más torpes -de oído, durante el silencio y la quietud de la noche. El espacio se -iba también ensanchando, aunque no aclarándose, delante de la pobre -embarcación; comenzaba ésta, que hasta entonces se había deslizado -como por encima de un cristal, á cabecear lentamente; avanzaba -otro buen tramo; se acentuaban más los ruidos de la mar y también -los cabeceos; aparecía por la proa, á la vista de los remeros, la -masa de espesas sombras interrumpida en un espacio que para un ojo -inexperto se abarcaba con los brazos extendidos... y aquel espacio -era la barra, la boca del puerto; se bogaba un poco más; descubríanse -la cabeza y rezaban fervorosamente un _credo_ el Lebrato y su hijo; -y como conocían aquella puerta tenebrosa lo mismo que la puerta de -su casa, la enfilaban diestramente... y ya estaban en la mar: una -línea negra, negrísima hacia tierra: la costa; y otra enfrente, pero -lejos, muy lejos, un poco más fina y algo más clara: el horizonte. En -derredor de la barquía, un breve espacio ondulante y con intermitencias -fosforescentes. - -En medio de esta obscuridad, había que buscar en las peñas de la -costa ciertas cuevas que deja al descubierto la marea cuando baja; -y no habían de ser las primeras que se descubrieran á la casualidad -acercándose á los peñascos, sino las cuevas tales y cuales; porque el -pescado en cuya busca iban el Lebrato y su hijo á aquellas horas, tiene -sus preferencias de refugio, muy marcadas, y sólo en esos refugios, y -no en otros muy parecidos, hay que buscarle. - -Los pescadores los conocían perfectamente, y los tenían bien -registrados uno por uno en la memoria; y aunque á obscuras, ó casi -casi, sin titubear un instante, iban explorándolos todos, atracando la -barquía hasta la misma boca de la sima, ó, cuando menos, á la peña en -que estuviere. Una vez allí, se hundía en el pozo, que había dejado -lleno la marea, un palo, de la largura necesaria para alcanzar hasta -el fondo con un anzuelo que llevaba á la punta, fijo en un _reñal_ -muy corto; y si había anguilo adentro, es decir, congrio pequeño, iba -al cebo traidor, le mordía y fuera con él. Y para todo esto, mucho -silencio y ni chispa de claridad. Si el estado de la mar no permitía -acercar la embarcación á la costa, se apartaba de ella cosa de una -milla, y se probaba fortuna calando allí un aparejo de cordel, de -muchas brazas. Pero siempre á obscuras. Si no se trababa congrio, se -trababa un durdo regular, ó una mojarra de buen tamaño; y allá salía la -cuenta, cuando mordían; porque si daban en no morder, ni mojarra, ni -durdo, ni anguilo, ni nada; y noche y trabajo perdidos. - -Y esto al comenzar la temporada de otoño, que, si venía noble, era -un verano que daba gusto; pero en la de primavera (la mejor de las -dos para el anguilo, por la abundancia y por la clase), con sus -destemplanzas repentinas, con la crudeza de sus borrascas... ¡ya te -quiero un cuento! ¡Qué noches había pasado el Lebrato en esas rudas -campañas! ¡Qué riesgos había corrido, y de qué apuros le había sacado -la divina Providencia! - -Porque es de saberse que antes de tener un hijo, primero muchacho -animoso y decidido, y después mozo robusto y fuerte, hacía él solo la -tarea de los dos; solo se iba en su barquía, y solo se pasaba en la mar -la mayor parte de la noche, registrando cuevas con el palo, ó calando -el aparejo á larga distancia de la costa; solo iba también de día á la -dorada, al barbo, ó á la lobina grande; y lo mismo le daba quedarse de -la barra para dentro, si mordía algo de á cuanto, que salir de la barra -para fuera en caso contrario. No tenían cuenta sus zambullidas en la -mar, por _desborregarse_ á obscuras entre las rocas; pasaban de seis -sus embestidas á la barra, á media vela y á la desesperada, por haberle -sorprendido otros tantos temporales afuera; y en ninguno de éstos ni -de otros lances parecidos, llegó á faltarle la serenidad, ni se marcó -en su frente una arruga más de las que de ordinario tenía. Por dentro -le andaría la procesión; pero sutil había de ser de ojo el que se la -descubriera mirándole de arriba á abajo. - -Sólo una vez en su vida, confesado por él, llegó, no á perder la -serenidad, sino á tener miedo y á sentir que le temblaban las carnes, -y no de frío. Fué aquél un lance espantoso, y aconteció tres años -antes de la ocasión en que el lector tuvo el gusto de conocerle. Le -acompañaba Pedro Juan aquella noche terrible; y á la pena que le -daba el considerar el peligro que estaba corriendo su hijo, atribuía -él mucha parte de la angustia que le andaba por adentro. Las cuevas -estaban dando «su buen por qué» en aquella campaña de primavera, y -la tentación de la ganancia segura cegaba demasiado el buen ojo del -Lebrato para distinguir tiempos de tiempos. Los que entonces reinaban, -pecaban más de crudos que de bonancibles, y lo que era peor, pecaban -de _locos_. Tan pronto dormían como danzaban. Ello fué que aquella -noche habló Pedro Juan cerca de la barra, para decirle que sería mejor -volverse desde allí, porque no le gustaba el _rute_ de la mar, y la -noche era negra como boca de lobo; pero el Lebrato, echando á broma el -asunto con su jovialidad de carácter, «Jala pa lante—le contestó,—que -piores las hemos corrío.»—Y el barquichuelo salió á la mar, que aunque -no rompía en la costa, tenía «los demonios adentro,» en concepto -de Pedro Juan. En el de su padre, la barquía podía atracarse á las -cuevas, sin pizca de riesgo; y se atracó á la primera. Era la bajamar -muy honda, porque las mareas eran vivas, y la cueva había quedado, -aunque no muy alta, lo suficiente para que no se pudiera maniobrar -en el pozo desde la barquía. Saltaron los dos al peñasco, en una de -cuyas grietas atascó el Josco el rizón del barquichuelo para dejarle -amarrado. Se registró bien la cueva con los palos, y prendieron dos -congrios; y como la mina no daba más, pasaron á la inmediata: cosa -de diez ó doce brazas más al Este, y cuestión de pisar firme y con -los pies descalzos en las puntas salientes de abajo, y de ayudarse, -cuando se podía, en las de arriba con las manos. El escabroso camino -era curvo además, en sentido horizontal, y la cueva se hallaba en un -esconce del gran peñasco, y, como si dijéramos, á espaldas de la otra. -Bregando allí largo rato, porque la cueva, como aseguraba Juan Pedro, -«lo tenía, pero no quería darlo,» Pedro Juan notó que el _rute_ de -la mar iba creciendo á lo lejos; que la resaca batía más que antes -debajo de sus pies, y pensó, muy cuerdamente, que cuando tal ocurría -en aquel rincón al socaire, peor debía de andar la cosa hacia la otra -cueva, que tenía la cara al vendaval. Debió de caer el Lebrato en las -mismas aprensiones que su hijo, y al mismo tiempo; porque suspendió de -pronto los tanteos que hacía en el pozo, y dijo á Pedro Juan: «Vámonos -pa la barquía, y á escape.» Se vieron mal, muy mal, para llegar hasta -allá, porque rompía ya la mar en los desquiciados peñascones que les -servían de camino; el aire, cargado de lluvia, arreciaba por instantes; -la obscuridad, aunque pareciera imposible, se había ennegrecido más -todavía, y á aquel sendero le faltaba bastante para ser un camino -real. El primero que llegó fué el Lebrato; pero el anuncio de su -llegada á Pedro Juan fué una exclamación, de tal sonido, que heló la -sangre en las venas del valiente mozo. La mar había hecho astillas -ó se había llevado la barquía, porque allí no quedaba más señal de -ella que el rizón atascado en la grieta del peñasco. No podía darse -situación más desamparada y pavorosa que aquélla, para dos hombres, -por valientes que fueran, como lo eran ellos. La marea comenzando á -subir; la mar embraveciéndose por momentos; el viento y la lluvia -arreciando; las asperezas de dos rocas puntiagudas, para apoyar los -pies desnudos; el brocal, digámoslo así, del pozo aquél, ó para mayor -exactitud de la comparación, la mandíbula inferior de aquella boca -abierta, para sentarse y economizar algo las fuerzas y aguantar mejor -las salpicaduras de la rompiente y los embates del viento... y eso, -solamente hasta que la mar, que subía, los echara de allí, ó se los -tragara, que era lo más probable, lo casi seguro. Porque ¿en dónde -hallaban otro refugio, si detrás de ellos no había más que un peñasco -altísimo, y aunque no enteramente á plomo ni limpio de hendiduras y -asperezas, bien marcadas en la memoria del Lebrato, se necesitaban la -agilidad y la ligereza del mono y toda la luz y la calma de un mediodía -de julio, para intentar, con un poco de fe en el buen éxito, una -escapada por allí? ¡Cómo intentar ellos ese milagro, entre tinieblas -espesas, azotados por la lluvia y el viento, viejo y débil ya el uno, y -mal conocedor del horrible camino el otro? - -Pues le intentaron, por no tener más remedio. - -—Tú eres hombre de fe, Pedro Juan, hijo mío—comenzó por decirle su -padre, después de meditar un poco sobre la situación en que los dos se -hallaban, con aquella serenidad de espíritu jamás turbada.—Pues porque -lo eres, quiero que te agarres á ella, como yo me agarro á la mía, pa -sacar fuerzas de onde no tenemos las bastantes pa salir de este apuro -por el único camino que hay. Podremos llegar ú no llegar á puerto. -Si me hallara solo, puede que pensara que no; pero la pena que me da -verte tan mozo y tan noble... y por sola la culpa mía en este riesgo -tan grande, me deja muchas esperanzas de que hemos de llegar. De toas -suertes, hay que escoger entre tomar ese camino ó dejarse tragar aquí -por la marea brava, como montón de _zaramá_... y no es de duda el caso, -á mi modo de ver. - -Explicóle en seguida su proyecto, con cuantas señas pudo darle del -camino; oyóle Pedro Juan, que no chistaba ni se movía, como si fuera un -pedazo más de aquella roca; aprobó la idea con una sacudida del cuerpo, -que quería significar «ya estamos andando;» y volvió á decirle su padre: - -—Así me gustan los hombres, Pedro Juan: en los apuros gordos, poca -palabra y mucho corazón... Vamos parriba, hijo mío, cuanto primero... -Yo voy delante de tí, porque conozco mejor la escalera: onde yo pise y -me agarre, pisa y agárrate tú, si es que lo ves en noche tan oscura. -Por si acaso no, vente bien cercuca de mí... Y oye tamién: pa que el -camino te resulte más entretenío, y hasta más llano, vete rezando de -corazón y ajustando de memoria las cuentas pendientes que puedas tener -allá arriba, que no serán grandes, á mi ver; y por sí ó por no, y por -si nos quedamos á medio camino, pídele á Dios que te eche este trabajo -en el platillo de los méritos; y puede que con ello solo te resulte lo -bastante pa saldar en ganancias al finiquito... Pero, al mesmo tiempo, -no dejes de agarrarte bien á la peña. Así lo pienso yo hacer, y démonos -un abrazo por lo que pueda ocurrir... - -Abrazáronse, y concluyó el animoso Lebrato: - -—Ahora ¡á ello, y que el Señor nos ampare! - -Y empezó aquella ascensión tremenda, inverosímil, en que cada paso de -avance, á tientas, bajo la fría cellisca que á la vez que entumecía -los miembros de los dos infelices, hacía más resbaladizo el peñasco, -les costaba minutos de reflexión y nuevos pasos de retroceso, ó hacia -los lados para tomar nuevo rumbo, mugiendo el abismo á sus pies y -no viendo por delante otra cosa que la negrura de la mole que iban -escalando y parecía no tener fin. La gran esperanza del Lebrato estaba -en llegar á una ancha grieta que debía de haber en el último tercio -del peñasco, más tendida que las que iban siguiendo á gatas. Allí se -podría tomar un respiro, y acaso esperar á que amaneciera el nuevo -día; pero las fuerzas iban faltándole, le sangraban las manos y los -pies despellejados por los dientes de la peña, y temía á cada instante -desalentar á su hijo con el ejemplo de sus desfallecimientos. Con -las fuerzas de su abnegación de padre, más que con las de su cuerpo -desmayado, avanzó otro poco; pero con tan mala suerte, que se le -resbalaron los pies; y á no encontrar inmediatamente apoyo en la cabeza -de Pedro Juan, que le seguía muy de cerca, tras de los pies hubiera ido -el Lebrato entero y verdadero sin parar hasta el abismo, que seguía -bramando á más y mejor. - -Conoció el Josco de dónde venía el golpe, y dijo al sentirle, con igual -frescura que si hablara en la socarreña de su casa, bien descansado y á -_subio_: - -—¡Ya podía avisar, coles! - -—¡No te amilanes por eso, hijo del alma!—le gritó el padre.—Fué que se -me desborregaron los pies. Tú tente firme, que á mí, ánimos y fuerzas -me sobran, gracias á Dios. - -—Pos mire—replicó Pedro Juan, agarrado como una lapa y haciendo -equilibrios con las piernas de su padre sobre la cabeza;—por si güelve -á suceder, mejor será una cosa: si usté se compromete á guiar, yo me -comprometo á subile de este modo, y mejor si me pone una pata en cá -hombral. - -—¡Eso es!—dijo el de arriba como espantado de la ocurrencia del de -abajo.—Pa que te despeñes primero, y sólo por sacarme avante á mí. - -—Y no se haría más que lo debido... Pero no hay miedo de ello, padre. -Yo estoy lo mesmo que cuando escomencé á subir, y usté no pesa más que -una pluma. ¡Arriba, padre! - -Y así hubo que hacerlo; y así llegaron los dos, en una pieza, hasta -donde quería llegar el Lebrato por de pronto. Incómodo, terrible era -aquello también; pero aunque mal, se pudo tomar allí un respiro. Según -la cuenta del Lebrato, faltarían sobre cinco ó seis varas para llegar á -los matos de arriba. - -—Eso no es ná—dijo entonces el Josco,—si hay onde jincar las uñas y -afirmar un poco los pies. - -—No falta de ello—respondió su padre.—Pero ¿no sería mejor aguantase -aquí, como pudiéramos, hasta que amanezca Dios? Esto de ver por ónde se -anda... - -—Dios—dijo el Josco,—no puede habernos dejao llegar hasta aquí, por -sólo el gusto de que nos despeñemos de tan alto. Pudo haber acabao con -nusotros mucho antes, y no acabó. Á más á más, yo no sé si, viéndolo -de día, me aguantará la cabeza lo que debe de verse dende aquí hasta -abajo... ¡Arriba, padre! - -Cómo, yo no lo sé ni ellos lo supieron bien jamás; pero ello fué que -subieron: rotos, desollados, empapados en agua y ateridos de frío, -eso sí; pero subieron. Y para que su buena fortuna fuera completa, al -otro día apareció la barquía entre dos aguas y metida por la marea, en -la playa de San Martín. Rota y bien machacada estaba del costado de -estribor; pero todo ello fué cuestión de cuatro tablucas más sobre los -muchos remiendos que ya tenía; y á la mar otra vez con sus dueños, como -si nada hubiera pasado aquella noche. - -Así, y por el estilo, se ganaba ordinariamente la puchera el bueno de -Juan Pedro, el Lebrato; y tan alegre y campante como si no hubiere -vidas más regalonas en el mundo. - -Por eso dije, y repito ahora, que la campaña que emprendió en -septiembre con los fines que conocemos, fué toda ella coser y cantar; y -tan placentera llegó á ser en la parte dedicada á la pesca de día, por -lo bonancible del tiempo y lo socorrido del trabajo, que Juan Pedro se -lo advirtió al señor cura, sabiendo lo mucho que á este santo varón le -gustaban aquellos recreos de vez en cuando. Y don Alejo, que no deseaba -otra cosa, echó cuatro ó cinco canas á la mar, que le rejuvenecieron -otros tantos años. - -Se divertían mucho con él el Lebrato y Pedro Juan; porque, tras de ser -sumamente entendido en el oficio, y de haber hecho grandes valentías -ejerciéndole por entretenimiento en su mocedad, era hombre de buenas -ocurrencias, y sabía enjaretarles los consejos y los «pedriques» de tal -modo, y tan á la llana y entendibles, que «se les metían ellos solos -hasta adentro.» - -¡Bueno se le echó á Pedro Juan, entre calada y calada á las porredanas -y al durdo, á media milla de la costa, la antevíspera de leerle la -última proclama de su casamiento! ¡Y bien que le supo al mocetón, no -sólo por el valor del «pedrique en sí,» sino por las alabanzas á Pilara -en que se le dieron envuelto! - -Al desembarcar aquel día junto al corral mismo del Lebrato, porque la -marea lo consintió, despidióse don Alejo en estos términos: - -—Si el tiempo lo permite, todavía he de echar otra canita á la mar en -la primera salida que hagáis después que Pedro Juan se case. - -Y luégo, volviéndose hacia su padre, añadió: - -—Te digo que no puedo echar de la memoria lo que me has contado de -aquel viaje del Berrugo. Pero ¿qué demonio iría buscando ese hombre -por allí? ¿Será capaz de haber tomado en serio lo de?... ¡Ave María -Purísima! - -Á todo esto, el Josco tenía ya su vestido de arriba abajo, sus -borceguíes con clavillos, su sombrero hongo y sus dos camisas de -repuesto: todo ello nuevo, flamante; y además tenía la promesa de su -cuñado, de prestarle la capa para la ceremonia. Se había invertido -un celemín de cal viva en blanquear lo que debía blanquearse de la -casa, y el Lebrato tenía ya preparados el mortero y las baldosas para -sentarlas en el llar de la cocina y dejarle como nuevo. Y con esto, -y con estar apalabrado para padrino el médico don Elías, invitado á -ello por el Lebrato, que quería dar digna pareja á la madrina escogida -por la novia; y por haber ésta mandado ya abajo la cama con sus ropas -correspondientes, y la caldera y las sillas; y estando corridas las -tres proclamas... y en fin, todo listo y corriente, pusiéronse de -acuerdo con el cura los de arriba y los de abajo; y un sábado, el -último sábado de septiembre, con un sol esplendoroso en las alturas y -mucho rocío en el suelo; las panojas curándose en las mieses; el pelo -de la _toñá_ apuntando en las praderas; los graneros muy vacíos y los -pajares abarrotados; las vacas para llegar del puerto y las gentes muy -desocupadas; Inés triste todavía; el de Nubloso en enigma; el Berrugo -muy inquieto; Marcones desesperado en Lumiacos; la Galusa hecha una -serpiente; don Elías conmovido y vidrioso con el gran suceso de su -padrinazgo y la boda subsiguiente; don Alejo cavilando todavía en el -caso del Berrugo, y no poco en su conversación con Inés, unos días -antes, en el portal de la iglesia; Quilino carcomiéndose vivo, y el -mundo entero, impasible y descuidado, dando volteretas por los aires; -un sábado, repito, de esta traza, y el último de septiembre, casáronse -Pedro Juan y Pilarona, sin que en la ceremonia ocurriera cosa que el -lector no presuma, con excepción de una sola; y fué que al preguntar -don Alejo al novio si quería por esposa á Pilara, respondió mirándole -con gran extrañeza: - -—¡Pos no he de quererla, coles? Eso bien lo sabe ella. Y usté tamién. - -La boda se celebró en casa de Pilara; y allá asistió todo el cortejo de -la iglesia, menos Inés, que se excusó por no sentirse bien de salud, y -creo que era cierta la excusa. - -Don Elías fué, durante el festín, un cepillo de nervios electrizados. -Repitió la historia de sus quebrantos de fortuna; sostuvo la realidad -de las apariciones y la existencia corporal de las brujas; y ya iba á -referir el lance de la linterna, cuando entró don Alejo, que había -prometido darse por allí una vuelta á última hora, y esto le contuvo. -Pero, en cambio, habló el cura con él, cuando se marcharon los dos -solos, del viaje del Berrugo á la mar, con sus investigaciones acerca -de la cueva del Pirata; y no sé quién se quedó más asombrado, si don -Elías cuando oyó esto, enlazándolo en seguida, por detalles y por -fecha, con lo ocurrido en su visita á don Baltasar, ó don Alejo cuando -el médico, espeluznado, le contó lo que en ella había pasado entre los -dos. - -—¡Locos, locos de atar entrambos!—exclamaba para sí don Alejo en cuanto -se separó de don Elías. - -Y casi al mismo tiempo iba pensando éste: - -—No hay duda: el indecente ese cogió la pista que yo le dí, y anda -detrás del tesoro. ¡Tendría que ver que yo se le pusiera en la mano! - -De estos pensamientos le apartó Quilino, que se cruzaba con él en la -calleja. Dejó en seguida el médico lo uno por lo otro, como lo tenía -de costumbre; y parándose con él, le dijo con apariencias de broma, -pero yo creo que con toda seriedad, aludiendo al casamiento de Pilara, -después de darle la noticia de que él había sido padrino: - -—Un cuidado menos para tí, hombre. - -—¡Un cuidao pa mí eso?—respondió Quilino despreciativamente;—¿cuándo lo -fué ello, recongrio? - -—Pues bien te consumías y despatarrabas por ella poco hace,—replicó don -Elías. - -—¿Por ella yo, congrio; por ella!—insistió Quilino con la risa del -conejo.—Era tó ello pura pamema, señor don Elías: pura pamema. ¿Pa qué -quería yo ese telarón, recongrio?... Sólo que yo tenía con el Josco -ciertos piques, y le tomaba por ese lao... Por eso me alegro de lo que -acaba de ocorrir esta mañana... ¡me alegro, congrio!; porque acabá de -una vez la desculpa que yo tenía pa lo otro, sacabó lo demás... Créame -usté, don Elías; ¡créame usté, recongrio! ¡ese hombre y yo, tal y como -estaban las cosas antes, no cogíamos vivos en el mundo! ¡no cogíamos, -recongrio! - -Y se fué sin decir más, y en el momento en que don Elías iba á -preguntarle por el estado de sus relaciones con el Pinto de Los -Castrucos, después de la castaña del día de San Roque por la tarde. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXVII - -LUZ Y TINIEBLAS - - -Lo que tenía que suceder, sucedió. Tomás Quicanes llegó un día, el -cuarto después de la boda de Pilara, á la casona de Robleces. Aquella -visita era la segunda que hacía á Inés desde que ésta había hablado -con don Alejo en el portal de la iglesia: salía la pobre enamorada á -visita por semana. ¡Bien se las iba escatimando el muy desagradecido! -Desagradecido precisamente, no; porque si en lo del misterio seguía tan -reservado como la primera vez, en lo demás bien dulce, bien expresivo -y bien amoroso se mostraba con ella; pero por aquellas inquietudes, -por aquel disgusto continuo tan mal disimulado, por aquellas extrañas -comezones, y últimamente por aquellas largas ausencias, testimonios -visibles de una conciencia intranquila y recelosa, que no eran cosa -buena, algún nombre malo merecía. - -De esta traza fueron los pensamientos de Inés, cuando aquel día vió -entrar en la corralada al hombre que tan buenos y tan malos ratos la -hacía pasar. Le pareció más desmejorado que la última vez que le había -visto; pero, en cambio, notó que venía con aire más resuelto. - -Por si esto era señal de traer algo nuevo que decirla, le esperó en la -solana. Y á la solana se encaminó él derechamente, como si fuera cosa -convenida entre los dos. - -Realmente estaba algo desencajado de semblante, parecía muy animoso y -decidido; mas no para cosa buena, porque su mirar, aunque valiente, era -triste; y en su voz, de ordinario tan sonora y agradable, había notas -ásperas y desacordes. - -Sentáronse los dos, y él habló poco, lo menos que pudo, de cosas sin -importancia para ninguno de ellos. En seguida dijo á Inés, abordando, -como de un salto á ojos cerrados, la conversación que iba dispuesto á -entablar con ella: - -—No necesito preguntarte, porque demasiado á la vista está, lo que te -dará que pensar y que sufrir la extraña conducta que observo contigo, -desde que en este mismo sitio que ocupamos ahora, al confiarte los -sentimientos que, como por encanto, me habías infundido, me descubriste -el fondo de tu alma candorosa y noble, donde me ví ocupando un lugar -que yo no merecía. Sobre esto quiero y necesito hablarte, y á eso -vengo hoy. - -Sintió Inés un hormigueo, frío y cosquilloso al mismo tiempo, que -de pronto la invadió de pies á cabeza. Aquello que se la decía era -lo mismo que coger la punta del velo para levantarle en seguida y -descubrir el misterio mortificador. El temor á la verdad, tras de -aquellos preliminares tan sospechosos, comenzaba á espantarla. - -Conocióselo el indiano, que no apartaba sus ojos de los de ella; y -por martirizarla menos con preparativos ociosos y con atenuaciones -inútiles, de otro salto, más á ciegas aún que el anterior, se coló -dentro del asunto. - -—Escúchame, Inés—la dijo;—y después que me hayas oído, escúpeme, -apedréame, arrójame de tu casa, maldíceme... Todo menos esta violencia -bochornosa en que vivo, y las angustias que te hago pasar á tí... He -estado engañándote inicuamente. - -—¡Virgen María!—exclamó al oirlo la candorosa Inés, pálida como la -cera, sin voz apenas y temblando como una hoja. - -—Te juro—continuó el otro, resuelto á todo ya,—que si hubiera robado -ó matado, me costaría menos violencia, en este mismo caso, confesarte -esos crímenes, que decirte lo que soy en verdad y lo que he hecho. - -Inés, en un impulso instintivo de repugnancia, apartó su silla un buen -trecho de la que ocupaba el indiano, y al mismo tiempo le preguntó, -mirándole con el asombro y el miedo pintados en sus ojos: - -—Pero ¿quién eres entonces?... ¿De dónde has venido? - -—Es cierto—la respondió el interpelado, sin quejarse de aquellas -manifestaciones de Inés,—que soy Tomás Quicanes, el pobre muchacho de -Nubloso embarcado de limosna para América, por su tío el Mayorazgo de -Robleces, con el cual viví mucho tiempo en esta misma casa; cierto lo -que os conté de mis afanes de veinte años para adquirir dos caudales, -el uno de dinero y el otro de instrucción y de cultura; cierto lo de -mis viajes, unas veces por la pasión de viajar, y otras por parecerme -que la conveniencia de mis negocios me lo pedía; cierto, certísimo, -Inés, que lo mismo en la quietud de mi casa que viajando, no se -apartaba de mi memoria el dulce recuerdo de la patria querida, con sus -campos fragantes y sus montañas altivas, sus risueñas aldeas y sus -huertucos floridos; ciertas las impresiones conmovedoras que os dije -haber sentido al despertárseme los recuerdos de mi niñez en la iglesia -de Robleces y bajo los techos de esta casa; ciertas también las ansias -que te pinté, de mi corazón, libre hasta entonces, como el aire y la -luz que nos envuelven ahora, por llenar en esta suspirada tierra el -vacío que no llenó en otras muy lejanas; y cierto, en fin, el juramento -que te hice aquí mismo, y ahora quiero repetirte, poniendo otra vez -por testigo á Dios, de haber llenado tú sola ese vacío... Todo esto es -cierto, Inés. - -—Pues si todo eso es cierto—exclamó Inés, que escuchaba anhelante y -parecía ir reviviendo á medida que el otro hablaba,—¿cuál es el pecado -por que mereces que yo te apedree? - -—Pero yo vine á este pueblo...—añadió Tomás Quicanes, pidiendo á Inés -con un ademán y una mirada suplicante, que le permitiera continuar;—yo -vine á este pueblo y me presenté en esta casa haciendo una ostentación -ridícula... infame, de una riqueza que no tenía, que no tengo... Y en -esto engañé al pueblo entero, lo que es una bambollada jandalesca é -imperdonable; á tu padre, y esto ya es una maldad; y á tí, sobre todo, -Inés; á tí, que si eres incapaz de haberme querido pensando en los -caudales con que me suponías, en cambio es imposible que puedas mirar -con buenos ojos al hombre que se mete en el pueblo y en tu casa por la -puerta de un embuste semejante. - -Se engañaba grandemente el indiano _engañador_ en el supuesto; porque -Inés, apenas cesó él de hablar, arrastrando un poco la silla hacia -la otra, y revelando en lo animoso de su mirada el peso que se le iba -quitando del corazón, le dijo: - -—¡Y ese es el pecado por que merecías ser escupido y apedreado por mí? - -—Déjame llegar más adelante con la cruz—respondió el otro sonriendo muy -forzadamente.—Si sólo se tratara aquí de un juego más ó menos lícito y -corriente, con decirte eso solo, ó con no decirte palabra y no volver -á poner los pies en esta casa, hubiera yo salido del apuro; pero yo -tengo puesto en este lance algo más que el empeño vanidoso, ya logrado, -de llegar á oir de una boca como la tuya que soy amado de mujer que -tanto vale; y no pudiendo callar, ni huir, ni continuar adelante en -esta actitud insostenible, al confesarte el delito necesito exponerte -también sus circunstancias, para que no caigas en la sospecha de que -trato de engañarte con otra farsa mayor y más abominable. - -Se nubló un poquito con esto la naciente alegría de Inés, pero no -decayeron sus buenos ánimos. El otro continuó de esta manera: - -—Me ví en América, á la edad que tengo, es decir, en el descenso ya de -la juventud, desalentado para los negocios y sin esperanzas de hacerme -rico por aquel camino. Con haber ganado mucho y bien honradamente, y -sin un solo vicio dispendioso de que tenga que arrepentirme, cuando -más aborrecibles se me hicieron aquel trabajo y aquel clima y aquellas -costumbres, y con mayores fuerzas me tiraba la pasión de la patria -nativa, me hallé con un puñado de oro por todo caudal ahorrado: lo -preciso para vivir aquí cuatro ó seis años de caballero pudiente, -después de hacer una excursión de despedida por determinados países -de Europa. No sé si pasó por mi imaginación la posibilidad, bien -acariciada y entrevista, de un casamiento ventajoso por acá, ó si -fué sólo una idea volandera que cayó en el platillo de los cálculos -risueños que yo me hacía, como contrapeso para inclinar la balanza -del lado de mis preferencias. El hecho es que liquidé mis negocios; -que tomé el puñado de oro de mis únicas ganancias positivas; que vine -á España con los rodeos proyectados allá, y que llegué á Nubloso -en la ocasión que os referí. Apenas hube llegado, oí hablar de los -caudales de tu padre, de ciertas _cosas_ suyas, y de tus hermosas -prendas personales... Y aquí entra lo negro y lo hediondo del asunto: -oyendo estos relatos, tentóme el demonio; un demonio especial que debe -de haber, tentador de la canalla y de los hombres que se hallan muy -propensos á encanallarse; tentóme, digo, un demonio así; y pensada -y deliberadamente, á ciencia y conciencia de lo que hacía, me vestí -de indiano de pacotilla, rico y estrepitoso; me llené de batista -almidonada, de colgajos y relumbrones, de paños finos y relucientes, y -de perfumes de mucho alcance; y eligiendo, premeditadamente también, el -día del santo patrono de este pueblo y el presbiterio de la iglesia, -para que siendo el concurso más abundante resultara la exhibición más -señalada, vine y plantéme donde me viste, en la persuasión bien fundada -de que, entre estas gentes sencillas, cuanto mayor fuera mi estruendo, -mayor sería su admiración... y la tuya por consiguiente. Y perdóname -el agravio que entonces te inferí con el supuesto, por no tener cabal -idea de lo que eres. Que no faltarías á la misa en fiesta tan solemne, -no podía dudarlo yo, ni tampoco que me sería fácil hallarte con los -ojos entre un concurso de toscos labradores, para ayudar con la mirada -á la obra que yo me prometía de mi equipaje ostentoso. De manera, -Inés, que persiguiendo estos fines innobles, me planté aquel día en -el altar mayor, y sacaba el reló tan á menudo, y me movía de manera -que brillaran en todo su esplendor las tapas y la cadena de oro, y -las piedras de mis anillos y botones, y te miraba á cada instante -después que te descubrí entre la muchedumbre; farsa fué igualmente mi -inmediata visita á vosotros, en la que, de propio intento también, -estuve estrepitosamente locuaz y charramente cortés: farsa, y farsa -innoble y grosera, la del pretexto que alegué de la compra de la casa, -para tener por mucho tiempo abiertas las puertas de ella; farsa ciertas -exageraciones de efecto en la relación que hice en la mesa, de mis -viajes; farsa, y farsa no ya grosera, sino infame, las insinuaciones -pérfidas sobre capitales míos depositados en los más famosos bancos del -mundo; y farsa sostenida ya á aquellas horas, no sólo por el propósito -concebido en Nubloso, sino por el estímulo de tu belleza, que me estaba -llamando grandemente la atención. - -Hablando contigo en la romería por la tarde, este interés fué creciendo -extraordinariamente; y cuando tratamos del caso del huertuco pobre y -la rosa colorada, y, sobre todo, cuando vine á continuarle aquí, ya no -podía decidir yo si me empujaba el empeño de triunfar en la innoble -empresa acometida, ó la curiosidad desinteresada de ver lo que se -descubría escarbando en tus pensamientos. Pero aún no me remordía la -conciencia; aún me tenía cegado el demonio para que no viera lo bajo -y lo abominable del empeño en que estaba metido. Esto me lo reservaba -Dios para que lo sintiera de un golpe súbito y tremendo, en el instante -en que, después de aclararte yo aquí, en este mismo sitio, á tu lado, -contemplándote y sintiéndote y observándote á mi gusto, sensación por -sensación y latido por latido, lo que te faltaba conocer del cuento -comenzado en la romería, ví tu alma, cándida y pura como los ampos de -la nieve. Ese fué el espejo, Inés, que Dios me puso delante de los ojos -para que se reflejara en él cuanto había de miserable en mi proceder -de canalla. Y tanto me avergonzó el espectáculo, que, te lo juro, en -aquel instante deseaba haberme equivocado en lo que había leído en -el elocuente silencio con que me respondiste. Me hubiera dolido el -desengaño; pero era mucho más doloroso lo que temía y ha sucedido ya: -que á medida que fuera conociéndote, había de ir avivándose mi llama -y cerrándose la salida del conflicto en que me veo. Vil y atormentado -callando, aunque posible me fuera callar, y despreciable á tus ojos -refiriéndote abochornado lo que me acabas de oir... Porque, por más -vueltas que á mi pecado se dé, no hay modo de tapar lo que tiene de -canallesco, de ridículo, de chocarrero y de mal gusto... En fin, que me -parece menos aborrecible que yo, el hombre que da á otro una puñalada -para robarle una onza. Aquí, cuando menos, hay el mérito de arriesgar -la vida. - -Otra equivocación de juicio de Tomás Quicanes: Inés, en lugar de -apedrearle y de escupirle después de escucharle el relato, se rió de él -con las mejores ganas. - -—¡Y por esa bobería—exclamó al mismo tiempo, llena su hermosa faz de -regocijo,—me has hecho pasar lo que yo he estado pasando! - -—¡Bobería?—repitió el otro, asombrado. - -—Bobería, sí—insistió Inés.—¿Qué quieres! Cada uno tiene su modo de ver -las cosas: yo veo esas tuyas así. - -—No es posible, Inés—replicó el otro, no muy satisfecho con aquellas -anchuras de manga en puntos tan delicados, á su entender.—No es posible -que con tu buen entendimiento desconozcas... - -—Yo no sé—le interrumpió Inés muy decidida,—si mi entendimiento es -bueno ó es malo: lo que sé es que, arreglando acá dentro, á mi modo, -todas esas cosas que me has contado, no solamente te las perdono, sino -que hasta me alegro de que hayan sucedido. - -—¡De que hayan sucedido? - -—Sí. ¿Pues no es el apuro en que te has visto la mejor señal del chasco -que te llevaste en la burla que querías hacer de mí? ¿No fué chasco el -parecerte, cuando menos lo esperabas, que valía yo, por mí sola, mucho -más que el dinero que tenía? ¿No te remordió entonces la conciencia -por haber querido engañarme? Pues ¿qué más puedo pedir yo para probar -la buena ley de ese cariño que me tienes, ni cómo, después de haberte -escuchado, puedo dejar de quererte... mucho más de lo que te quería? - -Quicanes recibía aquellas generosas declaraciones, como suave rocío -que le refrigeraba la vida; pero esos refrigerantes tan gustosos, no -alcanzaban con su benéfico influjo á la seca é inaccesible región de -sus pensamientos, donde mandaba la lógica inexorable, con una altivez -de gran señora. Se empeñó en demostrar á Inés, con nuevas razones, el -sólido fundamento que tenían sus escrúpulos, ya incurables. - -—Si á escrúpulos fuéramos—llegó á decirle Inés de muy buen -humor,—empezaría yo por pintarte los míos, y no acabaríamos nunca. - -—¡Escrúpulos tú! - -—Y allá va uno de muestra, y de la misma casta que otro tuyo—repuso -Inés con gran donaire.—Me has creído rica, y tampoco lo soy. Á cada -instante me lo está diciendo mi padre, que debe saberlo bien. - -—¡Ojalá fuera verdad eso, Inés!—exclamó arrebatado el de Nubloso.—Con -lo que tengo, que es poco para vivir de caballero, habría lo suficiente -para adquirir aquí la hacienda de un labrador acomodado... Esto lo -resolvería todo, y me abriría una brecha en el encierro sin salida -que... - -Y no dijo más; porque le cortó la palabra, y hasta la respiración, un -tremendo golpetazo en el suelo, que hizo salir nubes de polvo por las -rendijas de las tablas. - -Le había dado don Baltasar, que se apareció en la solana de repente, -con el cabo de un rastrillón que llevaba en la mano derecha. Mientras -con la izquierda hacía una señal de llamada á Tomás Quicanes, le dijo: - -—Una palabra, caballerito. - -Levantóse Quicanes al punto, y se acercó á don Baltasar que le -introdujo en la sala. Inés, helada de susto y latiéndole el corazón -aceleradamente, también se levantó, pero sin saber para qué. - -—He resuelto—dijo el Berrugo arrimándose mucho á Quicanes, pero de -costado y sin mirarle á la cara,—no venderle á usted la casa; entre -otras razones, por no ponerle en el negro apuro de no podérmela pagar. -Y como este asunto era el único que había pendiente entre los dos, y -aquí no puede haber otros asuntos que los míos, nada tiene usted ya -que hacer aquí desde este instante y por todos los días de su vida... -¿Queda usted enterado? - -El pobre Tomás Quicanes se ahogaba bajo el peso de aquel cinismo con -que se le despedía, y sin atreverse á responder una palabra; porque, -en el fondo, aquel hombre grosero tenía mucha razón para tratarle como -le trataba. Intentó, no obstante, alegar algunas excusas. - -—Aquí no hay disculpas ni reflexiones que valgan—le interrumpió el -Berrugo dando un rastrillazo en el suelo.—Á todo tirar, una sola: el -comprobante, bien claro, de que tiene usted todos esos caudalazos -que aparenta. ¿Le tiene usted?... Esa agachada de cabeza es la mejor -confirmación de lo que yo me sabía... Pues lo dicho, y á la calle; y -agradézcame que me conforme con esto poco y no le diga todo lo que -siento, por considerar que no ha sido la culpa de usted solo. - -Y hablando y empujándole y sin querer oirle una palabra, le llevó hasta -la escalera, desde donde volvió á la sala á todo andar. Inés, que lo -había oído todo, se hallaba, temblando y descolorida, á la puerta del -balcón. - -—Óyeme tú ahora, gatuca mansa—la dijo su padre llevándola de un brazo -hasta el medio de la sala:—¿sabías tú que ese granuja no tiene sobre -qué caerse muerto? - -—Cuando usted entró en el balcón—respondió tiritando Inés,—estábamos -hablando de eso. - -—¿De que no tenía un cuarto? - -—De los pocos que tiene, y de los bochornos que ha pasado por querer -aparentar otra cosa. - -—¡Y tenía desvergüenza para irte á tí con esas coplas? ¡Ah, tunante! -¿De modo que tú le llenarías los oídos de insolencias? - -—No, señor,—respondió Inés bajando la cabeza, pero con acento firme. - -—Y puede que hayas sido capaz hasta de perdonarle la gracia... si es -que no se la has ponderado también. - -—Sí, señor,—volvió á responder Inés, con igual firmeza y la misma -actitud que antes. - -—¡Alma de los demonios!—exclamó entonces su padre, punzándola con su -mirada de saeta.—Pero ¿qué sangre es la tuya? ¿Á quién sales? ¡Digo!... -á los blandengues de San Martín de la Barra... ¡Mal rayo para la casta -esa!... Pues vas á ver ahora quién te perdona á tí, corazón de palomita -blanca... Porque yo soy ya perro viejo, y con los ojos cerrados sé por -dónde va el aire de ciertos fregados de mala jeta, entre lobos corridos -y corderillas sin hiel... - -Se acercó á la puerta del carrejo, y llamó desde allí á Romana. Y vino -la Galusa, que, por lo pronto que llegó, debía de estar bien cerca. -¡Y qué resplandeciente de iras satisfechas traía la cara de merluza -podrida! En cuanto su amo la vió entrar, la dijo: - -—Ese pillete de Nubloso, á quien acabo de plantar en la calleja, se ha -dejado aquí algo que puede ser cebo que le tiente á volver... sobre -todo, si hay quien se le meta á menudo por los ojos. De tu cuenta -corre, desde ahora mismo, que eso no suceda; y para que no te excuses, -en una falta, con no tener atribuciones bastantes, da por recibidas -todas las que necesites... Y no hay que hablar más, porque de antiguo -nos conocemos. Y ahora, escucha tú—añadió dirigiéndose á su hija:—hazte -la cuenta, y no te equivocarás, de que estás encarcelada, y que -ésta—señalando á la Galusa,—ha de ser tu carcelera... ¡Ni á misa los -domingos! ¡Ni á que te dé siquiera el aire de la solana! - -La infeliz creyó morirse de espanto y de indignación; y á tal punto -llegó ésta, que la dió fuerzas y valor bastantes para responder á su -padre: - -—Pues si esa mujer ha de ser mi carcelera, busque usted otra que me -guarde de su sobrino... y de ella misma, que le ayuda. - -—¡Falso, embusterona!—chilló iracunda la criada. - -El Berrugo pareció sorprenderse con la advertencia de su hija; pero en -seguida se encogió de hombros y respondió cínica y fríamente: - -—¡Bah! De las uñas de esos dos enemigos, ya te guardará el -aborrecimiento que los tienes. - -Y se largó de allí chasqueando los dedos de la mano izquierda y -arrastrando el cabo del rastrillo con la derecha. La Galusa, después -de echar á Inés una mirada que era un látigo empapado en vinagre, se -largó también. - -La desdichada Inés fué la única que se quedó allí: fría, espantada, -sin alientos para moverse, ni lágrimas en sus ojos para desahogar las -angustias que no la cabían en el pecho. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXVIII - -EN EL FONDO DEL ABISMO - - -Ocurrió del modo siguiente: llegó á Lumiacos un indiano de aquel -pueblo. Era joven todavía, no muy hablador, y poco apegado á la tierra, -porque la tachaba de miserable. Á los ocho días de haber venido, ya -estaba deseando marcharse. Quejábase de que le saqueaban vivo aquellas -gentes «hambronas,» empezando por las de su casa. Fuera de este -achaque, no parecía mala persona. Hablando de estas cosas una vez con -Marcones, que era el único ocioso del lugar, le preguntó el seminarista -si conocía «por casualidad» á Tomás Quicanes el de Nubloso. Á lo que -respondió en seguida el de Lumiacos: - -—¡Pues no he de conocerle, camará?... Y remuchísimo que le conozco. - -—¡Hola, hola!—exclamó al oirlo Marcones, ávido de noticias del hombre -á quien más detestaba en el mundo.—Y ¿qué tal, qué tal sujeto es? - -—De primera—respondió el otro.—Es mozo que sabe de todo; que habla como -un libro, y además, tres lenguas; que plumea como nadie; que en Cuba se -codeaba con lo más curro y más letrado... y que ha visto mucho mundo. -Es sujeto de cuenta, créame, camará. Y todo se lo debe á sí propio. No -le conozco más que un pero. - -—¿Cuál es, cuál es?—saltó Marcones como si quisiera quitar al -preopinante aquel pero de la boca para saborearle pronto. - -—Pues, camará—respondió el indiano,—el pero de que no tiene un cuarto, -que no es chico pero. - -—¡Qué me cuenta usted?—exclamó Marcones, no sabiendo contener su -alegría.—¡Conque sin un cuarto!... Á esquina, que decimos acá; -_paupérrimus_, que diríamos en la gran lengua madre. Pues, hombre, bien -se pavonea por ahí, cargado de perendengues, y bien de millonadas echa -por la boca cuando llega el caso. - -—Tiene buenos equipajes; no es tan pobre como para morirse de hambre -en cuatro días, y puede que alguna vez le haya dado por esas bromas, -aunque nunca oí que por ahí le diera. - -Y no pasó más. Con ello en el buche, picó Marcones para Robleces; -entró en la casona por la portalada del corralón de atrás, cerca de la -que arrancaba una escalera que iba á descargar enfrente de la cocina; -atisbó desde la puerta, oyó á su tía, tosió de cierto modo, oyóle ella, -salió, entendióle que no quería ser visto, bajaron los dos la escalera, -salieron del corralón; y arrimaditos á la portalada, ella hecha toda -oídos y moquita, y él todo mugre y veneno, dijo el sobrinazo gandul á -la bribona de su tía: - -—Ha llegado á Lumiacos un indiano que conoce mucho al de Nubloso; y -resulta de sus informes, que el caballero relumbrante del altar mayor -es un tuno como una loma, sin un cuarto y muy desacreditado en Cuba... -¡Si me lo daba á mí el corazón el otro día! Conque ya lo sabe usted; y -ahora, en seguida, el golpe bien aplomado y donde deba darse. Después, -ya me dirá lo que vaya resultando, porque yo me vuelvo sin parar por -donde he venido. - -Y no pasó más que esto entre el sobrino y la tía. Subió ésta á -escape la escalera, sabiendo que estaba en casa en aquel momento «el -fachendoso,» porque le había sentido entrar media hora antes de que -llegara su sobrino; husmeó el aire como perra golosa, averiguó dónde -trajinaba su amo, corrió allá, apartóse con él á un lado, y le embutió -en los oídos las noticias recibidas de Marcones, con toda esta -fidelidad: - -—Acabo de saber por boca que nunca miente y lo tomó de otra que -tal, que el caballerazo ese que tanto se despepita por Inés y le -hace á usté la rosca en toas partes, es un pillo de primera; que no -tiene un ochavo, ni crédito ni vergüenza; que ha estado en la cárcel -por tramposo, y viene ajuyendo de allá, por temor de que le manden -á presidio. Tiene á Inés por rica, y eso anda buscando él con el -deslumbre de unos ropajes que debe al que se los vendió. - -—¿Quién ha dicho eso?—la preguntó el Berrugo en seguida, pero sin -mirarla á la cara, por no vérsela. - -—Otro indiano más honrao que él, que acaba de llegar de la otra banda, -y le conoce mucho. Yo ni entro ni salgo en cosas que no son mías; pero -tengo ley al pan que como; soy mujer de concencia, y, por lo que valga, -ahí le queda á usté eso que le he dicho. - -Y se fué, sorbiendo la moquita y arrastrando las chancletas. - -Al Berrugo le sobraba todo lo de la cárcel y lo del presidio. Con -saber que no tenía un cuarto y era muy listo y algo despilfarrado el -caballerete del altar mayor, le bastaba. Este era su gran delito. Hasta -qué punto serían ciertas las noticias de ello, lo averiguaría él del -mismo interesado, porque sabría ponerle en ocasión bien apretada. Con -noticias y sin noticias, estaba ya resuelto á echarle el «alto» de un -momento á otro. - -Conque dejó lo que estaba haciendo, que era poco más de nada, y se -fué en derechura á la solana, donde sabía él que estaban «de palique» -los dos, y ocurrió lo que el lector ha visto al final del capítulo -antecedente. - -Ni en aquel día ni en aquella noche consiguió Inés darse cuenta bien -arreglada de lo que la estaba pasando. Eran sus pensamientos como un -oleaje de mar brava que hubiera invadido de repente su cerebro. No -podía traducir en ideas coordinadas los sucesos. Teníala del estruendo, -del desastre, de los celajes pavorosos, del huracán desatado, del -desconsuelo, del abandono, de los grandes dolores, de la soledad del -alma, de las angustias de la agonía; porque de todo esto había algo -dentro de su corazón y de su cabeza, pero revuelto y agitado. Sabía que -todo aquel conjunto era un martirio; pero no atinaba á distinguir cuál -de ello la mortificaba más, ni en dónde ni por qué. Su discurso estaba -á obscuras y perturbado, por exceso de ideas tristes y de impresiones -dolorosas. - -Á la madrugada la rindió el sueño, que fué bien poco benéfico con -ella, como todos los sueños que caen en cerebros tempestuosos; porque -al despertar de él fué cuando empezó su verdadero martirio. Con -aquel reposo no había logrado más que la triste ganancia de que cada -elemento de la tempestad se disgregara por su lado; pero la tempestad -allá le quedaba, en pedazos, si pudiera decirse así, que la batían con -diabólica estrategia y á cielo sereno, para que mejor se viera y se -estimara su destructora labor. ¡Tantos y tan largos días de recelos -mortificantes; desaparecer éstos de pronto; disiparse aquella nube -negra, que era la única mancha del cielo de sus ilusiones; volver á -ver la luz risueña y el alma en reposo; y en otro instante caer en las -tinieblas de un abismo, y verse prisionera allí! ¡y con qué carcelera, -Virgen de la Soledad! - -Á las brusquedades de su padre, á la sequedad de su alma, ya estaba -bien acostumbrada; á la excomunión lanzada por él sobre sus amores, -era posible acostumbrarse á fuerza de meditar en ella buscando el modo -de conjurarla y con la esperanza de encontrarle; pero ¡á aquel nuevo -género de tiranía!... - -Se podía haber arrojado de casa al otro, como se le arrojó, por tenerle -en poco: esto hasta era de esperarse después de visto que el caballero -ostentoso del día de San Roque, era pobre; se podía haberla reprendido -por pensar como pensaba en este delicado punto; haberla amenazado... -hasta castigado á golpes, porque todo ello cabía en la especial -naturaleza de su padre, y, aunque injusto y cruel, no la afrentaba; -pero ¡entregarla de una manera tan humillante, bárbara é injuriosa, al -arbitrio de aquella mujer desalmada y grosera, que la detestaba y tenía -rencores que desahogar sobre ella!... - -Jamás hubiera creído á un padre capaz de tan despiadados rigores con -un hijo... y por primera vez; porque aquel disgusto era el primero que -ella daba á su padre, y aquel castigo el primero que de él recibía, y -por una falta bien disculpable... ¿No la había animado él mismo á que -pusiera buena cara al otro, cuando le consideraba rico? ¿Y así, con esa -facilidad, dejaban de ser buenos los hombres que lo habían sido?... -¿Y era todo ello un juego de chanza, para tomarle y dejarle con la -frescura que su padre quería? ¡Imposible que no llegara á tener estas -cosas en consideración! La misma enormidad del castigo la hacía creer -que era obra de un arrebato que pasaría, más ó menos pronto; pero que -pasaría... Al fin, era su padre el juez. - -Entre tanto, de tal modo la espantaba la condición singular de su -cautiverio, que por huir del bochorno de que la abominable carcelera -extremara en daño suyo las amplias atribuciones que la habían dado, -huía hasta de los resquicios de las puertas por donde se filtraran el -aire y la luz, y deseaba la noche, martirio de los atribulados que no -duermen; porque, siquiera, aunque velando y padeciendo, encerrada en su -cuarto durante aquellas negras horas, estaba libre de los asedios y de -la presencia de la aborrecible mujer. - -El primer día, menos mal, porque la Galusa se satisfizo con pasar y -repasar á su lado para gozarse en la contemplación de su angustia, y -en lanzarla miradas torcidas como para darla á entender: «por aquí -ando, y ya sabes para qué.» Al segundo día, ya comenzó la mortificación -directa: si estaba sentada Inés, porque no se movía ni trabajaba como -era debido; si, por distraerse, trabajaba, porque aquello no era -trabajar, ni arte, ni remango, ni cosa que se le pareciera; porque -la vió despeinada una hora después de levantarse, que «dejadona» y -que «puerca» y que «á aviarse pronto, porque en la casa está todo por -hacer;» porque salió muy peinada más tarde y bien ceñida de ropa, -que «la marimoños, y la relambida, y la piripuesta, y la señoría de -cuerno,» y que en «esas morondangas mos pasamos las horas,» y que «así -sale ello dispués y vienen las desazones á los padres de bien que no -merecen hijas tan deshacendás y correntonas,» y que «ya te lo dirán de -misas y las irás pagando poco á poco, que güeña falta mos hace.» Y -así todo el día. Á su padre, solamente le veía en la mesa; pero, como -lo tuvo siempre por costumbre, devoraba en tres ó cuatro embestidas la -bazofia que le ponían delante, y se largaba de allí sin hablar palabra, -tan fresco y despreocupado como si nada hubiera ocurrido que mereciera -la pena de hacerle cavilar un poco. - -Al tercer día dieron los atrevimientos de la Galusa un avance de mucha -importancia. Al volver Inés á su cuarto para peinarse, notó la falta -del espejo, que media hora antes estaba colgado en su sitio. Sin -sospechar lo que ocurría y como la cosa más natural del mundo, fué á -preguntar á la Galusa por él. - -—Ese trampantojo, tentación de las holganzas de tontas y -presomías—respondió la fregona con desgarro,—le ha sacao de allí quien -tiene poderes pa ello: le he sacao yo, yo. ¿Lo quieres más claro? - -—No se trata—dijo Inés con repugnancia,—de saber quién le ha sacado, -sino de saber en dónde está, porque le necesito yo ahora. - -—Ese espejo—insistió la Galusa con chocarrero retintín,—se ha sacao de -onde estaba, porque no hacía falta allí; y como se ha sacao por eso, -no tienes pa qué preguntar por él. ¿Lo entiendes? Á tientas me peino -yo, que soy tan güena como la que más... Conque aplícate el cuento; y -si te paece poco ese espejo pa verte los moños de cuchiflito, mírate -en la sartén de la cocina; que, al último, pa los galanes que han de -arreparar en tí... ¡Á la escoba, á la escoba y al remiendo, que eso -hace más falta en la casa que rizos y perendengues! - -Pensó Inés que tanta desvergüenza no podía caer dentro de las -facultades que la carcelera había recibido para atormentarla, y corrió -despavorida á referir el suceso á su padre. - -El cual, como en un caso idéntico había hecho con su pobre mujer, -después de oir la queja con una indiferencia glacial y hasta burlona, -respondió encogiéndose de hombros y volviendo la espalda á su hija: - -—Pues cuando ella lo ha hecho, bien hecho estará. - -Y se marchó tan fresco. - -Desde aquel instante tomaron los sufrimientos de Inés un nuevo -carácter, y sus ideas otros rumbos. Hasta allí, se veía, aunque bajo -una ley inicua, al amparo de la misma ley, que tendría sus límites -determinados y sus cláusulas protectoras y relativamente benéficas; -pero la aprobación de su padre al hecho incalificable de la Galusa; la -insolencia de la una y el cinismo cruel del otro, le daban la norma -de lo que podía llegar á ser su vida en una cárcel como aquélla. -Considerábase abandonada de todo el mundo, y sola, maniatada é -indefensa, entre dos fieras, algo así como una loba y un tigre. Se -horrorizó; y por no enloquecer de espanto, salió de su habitación donde -se había encerrado después de la respuesta de su padre. - -En aquel instante cayó en su cerebro el germen de una idea bien -extraña á la condición de su naturaleza, que, sin embargo, le acogió -sin repugnancia. La fuerza del mismo huracán que se le había traído, -le borró la impresión de la caída. Vino á ser ésta como una ráfaga -primaveral y de relativo consuelo, en medio de tantas otras invernizas, -desencadenadas y tempestuosas. - -Aquella misma mañana había hecho el impaciente Marcones una escapada -á Robleces, para preguntar á su tía «si se había dado el golpe» y con -qué resultados. Entró en la casa lo mismo que la vez anterior, como un -gatazo negro, golosón y ratero, por la escalera de atrás; salió de la -cocina la Galusa, como lo que era; y aconsejándole que se largara de -allí cuanto antes, porque convenía que no se le viera en Robleces hasta -que ella le avisara, le dijo de prisa y al oído: - -—Se dió el golpe, y como en la misma nuca: redondo quedó el otro. Ella -está con el lazo al pescuezo, y yo tengo la punta del cordel en la -mano y jalo de él lo que jalase debe hasta que me pida miselicordia. -Cuando este caso llegue y se allane á entrar por el aro que yo la ponga -delante, será la ocasión de venir tú, con el aviso que yo te dé, pa que -resulte lo que se busca por ese camino, sin que lo sueñe el indecente -de su padre, ni pueda estorbarlo con toa su maldá, que es mucha; porque -el hombre ese es hechura del demonio, y el demonio le ciega... - -Marcones se frotaba las manos, y al marcharse dijo á su tía: - -—Pues tire usted firme del cordel, hasta que saque la lengua cuanto -antes; y si ni por esas se da á partido, tire más, aunque la ahogue. Ó -para _nosotros_, ó para nadie. - -No necesitaba la Galusa, para ser mala, los consejos de su sobrino, -que aún era peor. Tiró del cordel á cada instante en toda aquella -mañana, después de lo del espejo, porque lloraba, porque andaba mano -sobre mano, porque lo poco que hacía lo hacía mal... ¡hasta porque no -respondía una palabra á sus desvergonzadas agresiones, que llamaba la -pícara «buenos consejos!» Al llevar los condumios á la mesa, porque -estaba la infeliz triste y desganada, más tirones y más recios, á las -barbas de su padre que no desplegaba los labios sino para engullir la -ración de costumbre, como una bestia en su cubil. Por la tarde, nuevas -provocaciones y nuevos martirios; hasta que al anochecer, rendida de -sufrir y sin saber cómo conjurar las iras de aquel demonio que, por -los fines que perseguía y la impunidad que gozaba, iba emborrachándose -en su propia maldad nativa, trató de encerrarse en su cuarto. No se -lo consintieron ni la criada ni el amo; el cual la exigió que le -acompañara á la mesa, porque le gustaba verla obediente y curada cuanto -antes de «las puntas de soberbia» que la traían á mal traer. - -Y no fué esto lo peor. Después de cenar, digo, de asistir á la mesa, -porque cenar no cenó, al ir á la cocina á recoger su palmatoria de hoja -de lata, con su correspondiente cabito de sebo, la Galusa, delante de -los otros dos criados que acababan de cenar y estaban ya dormilentos y -sin cosa alguna que hacer, la mandó con gran imperio, que antes de irse -á la cama diera una barrida á aquel suelo, que buena falta le hacía. -Resistióse Inés indignada, porque veía la intención de humillarla -delante de aquellos testigos asombrados; y entonces la Galusa tuvo -el atrevimiento de ponerle la escoba en la mano, diciéndola hecha un -basilisco: - -—¡Á barrer, porque yo lo mando! - -Inés pensó caerse muerta de angustia; pero tal fué el exceso de su -indignación, que la dió fuerza bastante para arrojar la escoba á la -insolente fregona, y decirla al mismo tiempo, resuelta á todo ya: - -—¡No quiero!... ¡Barre tú, que ese es tu oficio! - -Inmediatamente volvió á coger la palmatoria y salió de la cocina, entre -los dicterios y las amenazas de la Galusa; llegó á su cuarto y se -encerró en él. Dejó la luz encima de su cómoda, arrimó una silla á la -cabecera de la cama, sentóse y cayó llorando sobre las almohadas. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXIX - -EL PODER DE UNA IDEA - - -¡Era imposible que mujer alguna se hubiera visto jamás en una situación -tan desesperada como la suya! Esto fué lo primero que se le ocurrió á -Inés, abarcando con el pensamiento todo el cuadro de sus desdichas; -y como por evocación milagrosa, surgió de pronto en su memoria el -recuerdo venerado de su madre. Nunca supo ella de qué enfermedad -había muerto, después de padecer tanto y tanto; pero desde niña, -andaban siempre asociados en su memoria á los recuerdos de las grandes -melancolías y desfallecimientos de la mártir, el de las durezas de su -padre y el de los atrevimientos de la criada: la misma Romana, aunque -no tan repulsivamente fea como la que á ella la estaba martirizando. -Jamás podía pensar en lo uno sin que á ese pensamiento siguiera -el pensamiento de lo otro. Eran ambos recuerdos necesariamente -inseparables, como las figuras de un mismo cuadro. Y viendo por la -propia experiencia lo que dolían las inclementes durezas de su padre -y los inconcebibles atrevimientos de la criada, ¿no era bien llano y -natural suponer que la enfermedad de esas mismas durezas y de esos -mismos atrevimientos fuera la que había martirizado á su madre hasta -quitarle la vida? ¡Y ese mismo martirio había comenzado ya para ella, -sola, desamparada de todos, encerrada entre cuatro paredes, sin un alma -que se apiadara de sus ignorados sufrimientos!... Una había, sí, una, -capaz no sólo de compadecerla, sino de padecer por ella; pero ¿cómo -enterarle de lo que sucedía en aquella cárcel? Y aunque se enterara, -¿de qué serviría, si aquellas puertas estaban cerradas para todos, -y principalmente para él? ¡Y después de haberle conocido y de haber -soñado un mundo tan hermoso para los dos, aquel negro cautiverio, aquel -martirio incesante... y para siempre, para siempre, y ella al principio -de la vida! ¡Imposible! No cabían en lo humano resignación ni fuerzas -bastantes para arrastrar una cruz así. Morir de una puñalada ó de un -veneno de la infame carcelera, menos mal; pero pisoteada, escarnecida, -vilipendiada por ella; morir de sus improperios, de sus insolencias, -de sus asquerosas altiveces, y sabiendo la víctima que este género de -muerte le autoriza y le aplaude su propio padre, el que estaba obligado -á defenderla y ampararla... - -Y aquí la idea que había sentido Inés en germen por la mañana, apareció -desenvuelta y en completo desarrollo en su cerebro. - -Se incorporó sobresaltada, febril; calculó que habría permanecido como -dos horas en aquellas fatigosas meditaciones, y que podría infundir -alguna sospecha en sus carceleros la luz que se escapara por las -rendijas de la puerta, si se fijaban en ella, y se levantó; fué á su -pobre ropero, tomó de él un mantón de abrigo, se le echó sobre los -hombros, apagó la luz y volvió á sentarse en la silla. - -Ya no pensó más en la barbarie de su padre ni en las indignidades de la -criada. Se entregó resuelta, decidida, al imperio tentador de la otra -idea; no para poner en tela de juicio el más ó el menos de su cordura, -pues sobre este punto ya no cabía dudar, sino para discurrir el modo de -realizarla. - -Esta labor duró más de una hora. Todo quedaba previsto y calculado; -todo era posible y realizable ya, y todos los riesgos y todos los -escrúpulos y todos los obstáculos de la meditada empresa, le parecían -cosa de juego comparados con la espantosa realidad de su cautiverio. -Escuchó sin moverse de la silla, con gran atención, y no oyó el más -leve ruido en toda la casa. Dejó que corriera más tiempo, pareciéndole -siglos los minutos; y cuando calculó que sería la media noche, sin -vacilar un instante, sin querer dar oídos á los reparos que algunas -veces la hacían sus timideces y debilidades de sexo, trémula por la -fuerza misma de su resolución, se quitó los zapatos, y, con ellos -en la mano, se fué hasta la puerta. Escuchó allí de nuevo, y no oyó -otros ruidos que los que hacía dentro de su pecho el acelerado latir -de su corazón. Tranquilizábala mucho la bien fundada reflexión de -que no había en la casa quien la creyera capaz de lo que ella estaba -proyectando á aquellas horas de la noche. Era seguro que todos dormían -profundamente, y la Galusa más descuidada qué nadie. Además, creía con -ciega fe que tenía á Dios de su parte y que no la abandonaría. - -Levantó el pestillo y entreabrió la puerta, muy poco á poco. Todo era -silencio y obscuridad en la casa. Salió al pasillo, cerró otra vez -la puerta de su cuarto; y después de convencerse de que las tablas -del suelo no crujían; bajo sus pies, siguió andando á tientas por el -carrejo, hasta tropezar su mano derecha con la puerta de la cocina: -enfrente estaba la que abría á la escalera de atrás, y cuya llave se -dejaba siempre en la cerradura. Dirigióse á aquella puerta, y, en -efecto, tenía puesta la llave. Pero ¿rechinaría la cerradura? Por si -acaso, volvió la llave con sumo tiento. Ni las moscas, si las había -por allí, debieron de oirla. Esto la animó, y sacó la llave de la -cerradura; abrió lo menos que pudo de la puerta, que tampoco rechinó; -salió á la meseta, y volvió á trancar por fuera para que el viento, -si salía, no golpeara la puerta y pusiera en alarma á los de casa -antes de lo previsto. Hecho esto con toda felicidad, recogió la llave, -que, dejada en la cerradura por aquel lado, podía servir de señal -para conocer el camino de la fugitiva, y bajó la escalera. Estaba -segura de que el postigo de la portalada del corralón se cerraba por -dentro con un pasador de hierro, y así era. Descorrió el pasador sin -la menor dificultad, salió á la calleja y dejó cerrada la puerta con -el pestillo. Allí se calzó los zapatos. Tenía los pies helados y las -medias húmedas, por la frialdad y el rocío de la escalera, que era de -piedra. - -Pero, aunque el cielo estaba estrellado, ¡qué obscura era la noche, -y qué miedo la daba verse allí sola! No quiso pensar en eso, por no -desfallecer cuando más necesarias le eran la serenidad y la energía; -y encomendándose á Dios nuevamente, tomó la calleja que conducía á la -llosa Grande. Por de pronto, salir de las inmediaciones de su casa. -Si la debilidad de mujer, y de mujer nunca vista en tales apreturas, -llegaba á vencerla, que fuera lejos de allí y donde no pudiera -apiadarse nadie de ella y la volviera á su presidio, creyendo ejercer -un acto de caridad. Ya en la llosa, y después de tropezar mucho en los -cantos de la calleja, detúvose á respirar, considerando de paso lo -que la restaba por hacer. Conocía el camino por donde se comunicaban -la llosa y las praderas de abajo; pero ¿daría con él en una noche tan -obscura y con la intranquilidad en que se hallaba? Y después de verse -en las praderas, ¿sabría continuar hasta la sierra?... ¿tendría valor -para tanto? ¡Es increíble la fuerza que infunde la desesperación! -Aquella mujer tímida, humilde por naturaleza, retraída y recelosa por -hábito, no vaciló un instante y se lanzó al abismo de sombras, huyendo -de la tentación de arrepentirse de una empresa que la hubiera parecido -espantable locura unos días antes. - -Siguiendo el camino de la llosa sin extraviarse, bajó á las praderas -y continuó andando de prisa, muy arrebujada en el chal, tiritando de -zozobra y ensañándose en los recuerdos de su pasado martirio, para -hacer más llevadero aquél que estaba sufriendo... Pero ¡qué obscuridad -tan cerrada! ¡qué silencio tan temeroso! ¡qué soledad la suya, y qué -inmensidad la de aquel negro espacio _vacío_!... ¿Avanzaría más, ó -retrocedería siquiera hasta el bardal de la llosa, para aguardar, -acurrucada allí, más cerca del barrio, á que alboreara el día? Pero ¿no -era ya tanta la distancia hasta la llosa como hasta donde ella iba?... -Ciertamente. Luego se hallaba en un punto alejado por todas partes de -todo humano auxilio. ¡Y entonces sí que se aterró de veras, y comenzó á -oir ruidos de los más extraños; hasta voces que la amenazaban, y como -lamentos de agonizantes; y á ver bultos más negros que la obscuridad, -que venían de lejos hacia ella! Apretó el paso, que llegó á carrera, -y cerró los ojos que para nada necesitaba allí, sino para levantarlos -á menudo al cielo, del que los bajaba en seguida, porque hasta el -titilar de las estrellas le daba miedo. Y corre y corre desalentada -y anhelante, con el pecho oprimido y la boca entreabierta para -respirar el aire que pasa por la estrechez de su garganta contraída, -frío y cortante como la hoja de un puñal; y los ruidos no cesan; y -uno de ellos le parece la voz infernal de la Galusa que la persigue -arrastrando las chancletas y llenándola de improperios. Se le figura -que oye sus pasos ya muy cerca, y corre más todavía para que la fiera -no la alcance; pero sólo consigue aumentar la fatiga, porque la inmunda -carcelera corre más que ella... y al fin la alcanza... y la pone la -mano sobre el cuello... y la agarra por el chal... y entonces la -infeliz prisionera lanza un grito de angustia, que repiten los ecos de -aquella soledad, con lo que su espanto llega al paroxismo; vacilan sus -piernas, falta el aire en su pecho, y cae desvanecida junto al vallado -de la sierra. - -Tardó largo rato en volver en sí, y otro mayor en darse clara cuenta de -lo que la había pasado. Orientóse al fin; y reconociendo el vallado, -recobró de nuevo los ánimos perdidos, porque sabía que desde allí ya -se columbraba de día el refugio que ella iba buscando. Levantóse y -tomó resueltamente el camino de la sierra; y siguiéndole con no poca -dificultad, por ser algo más áspero que el de las praderas, llegó á -casa del Lebrato. El humilde soportal le pareció un palacio, más grande -y ostentoso que todos los palacios de verdad que ella tenía imaginados. -Se acercó á la puerta, ó mejor dicho, se pegó á ella; y golpeándola sin -cesar con ambos puños muy cerrados, gritó, arrimando la enardecida boca -á la cerradura: - -—¡Pilara!... ¡Juan Pedro!... ¡Ábranme pronto, por el amor de Dios! - -No tardó en oiría el Lebrato, que era ligero de dormir. Sintióle con -delicia Inés andar detrás de la puerta. Antes de abrirla preguntó: - -—Pero ¿quién llama á estas horas con tanta prisa? - -—¡Soy yo, Juan Pedro!—respondió la de afuera anhelante.—¡Soy Inés! - -—¡Santísimo nombre de Dios!—exclamó desde adentro el Lebrato, mientras -abría la puerta aceleradamente.—¡Qué peazo del cielo se habrá caído, pa -que tal asombro suceda esta noche? - -Abrió; entró Inés, ó más bien, se lanzó dentro; y á la luz del -candil que tenía el Lebrato en la mano, pudo verla, para colmo de -su asombro, pálida como la muerte, desencajada, anhelosa, con el -cabello desmelenado sobre los ojos, y todo su vestido en desorden. Sin -preguntarla lo que sucedía ni esperar á que ella se lo dijera, comenzó -á gritar, arrimándose á una puertuca del fondo, frontera á la cocina: - -—¡Pilara!... ¡Pedro Juan!... ¡Arriba en el aire, que vais á tener aquí -algo que hacer! - -Después condujo á Inés á la cocina; la presentó una silla para que se -sentara, pareciéndole poco el banco; colgó el candil, y se dispuso á -hacer lumbre. - -—Esto, lo primero—la decía en tanto el buen hombre,—y mientres usté nos -dice en qué la podemos valer. ¡Viene aterecía de frío, ángel de Dios! - -—¡No, no!—respondió Inés tiritando:—lo primero ha de ser esconderme -donde yo esté segura de que no me encuentre nadie. - -—Pos ¿qué más segura que aquí á la hora de la noche en que estamos, -inocente?—dijo el Lebrato.—Á menos que no la vengan persiguiendo -cercuca. Pero aunque así fuera, mientres llaman y se abre, ya da tiempo -pa lo que haiga que hacer á ese respetive. - -—Es verdad—respondió Inés algo más confiada.—Pero, por si acaso, -tranque usted bien la puerta, Juan Pedro. - -—Eso sí que se hará,—respondió éste saliendo á cumplirlo. - -Volvió al punto, y continuó amontonando palucos en el llar para -encenderlos en seguida; pero sin disimular enteramente la curiosidad -que le estaba consumiendo. En esto ya apareció Pilara en escena, con -los ojos como puños y muy ligera y desceñida de ropa, y detrás Pedro -Juan, por el estilo de su mujer. Ambos se hicieron cruces de asombro al -ver á Inés allí, sola, á aquellas horas y de aquella traza. - -Reunida ya toda la familia, Inés, llorando desconsolada, contó en pocas -palabras lo que la había sucedido. Pilarona lloró de toda verdad, y su -marido se volvió indignado hacia su padre para decirle: - -—¿Ve usté, recoles, si hay tela pa hacer con «ese hombre» lo que yo -dije el día que jué con nusotros á la mar? - -El Lebrato se desentendió de esta alusión, y dijo por comentario al -relato de Inés: - -—¡Lo propio que se hizo con la bendita de Dios que la echó á usté al -mundo en mala hora! Y las mesmas cuatro manos en concierto acabaron con -ella. - -—¡Desde esta tarde—exclamó Inés horrorizada,—tengo yo esa sospecha, -Juan Pedro! - -—Y bien tenida, doña Inés—añadió éste,—porque la cosa se vió, y naide -la duda en Robleces... Pero vamos al caso que ahora importa. ¿Qué es lo -que usté tiene pensao en el apuro que se ve, y en qué de ello podemos -ayudarla nusotros? - -—Yo, á punto fijo, no lo sé—respondió Inés enjugándose los ojos.—Sé que -he salido esta noche de casa para no volver más á ella; que me pareció -demasiado cerca la de don Alejo, para ir á buscar un amparo allí, y que -he venido á pedírsele á ustedes, confiada en que me le darán, y porque -Pilara es la única amiga que tengo en el mundo. - -—¡Así se hace, canastos!—exclamó entonces Pilara conmovidona de veras, -escondiendo la mitad de Inés en un abrazo y dándola un beso resonante -en la cara.—¡Eso es dar honra al corazón de una! - -Inés continuó así, después de pagar con otro beso cariñoso el arranque -de Pilara: - -—Estando ya aquí bien segura, siquiera por un buen rato, se podía—es lo -que yo pensaba—avisar á don Alejo, que sé que me quiere bien, y pedirle -su parecer. - -—¿Y á nengún otro sujeto más?—preguntó Pilara con una sonrisa muy -maliciosa.—Vamos, con franqueza, que aquí no ha de hacerse más que el -tu gusto. - -Inés bajó un poco la cabeza, algo turbada, y no supo qué responder. -Pilara la ayudó entonces de este modo: - -—Anque lo has contao por encima, como si te atragantaras con ello, -lo bastante se vió pa creer ahora que ha de gustarte el paecer del -caballero ese en este particular. - -—Pues que venga él también—dijo Inés echando de buena gana escrúpulos á -un lado.—Yo les contaré lo que me pasa, y ellos me dirán lo que mejor -les parezca. Iréme á servir á un amo, á pedir una limosna... á tirarme -á la ría... ¡Dios me lo perdone! Todo lo que me digan haré... ¡todo -menos volver á la cárcel de donde me he escapado! - -—Ya se arreglará la cosa—dijo el Lebrato hondamente compadecido de -aquella pobre criatura,—sin melecinas tan amargas como esas. Cabalmente -había de venir hoy por aquí don Alejo á las seis de la mañana, porque -tenía concertao salir pa la mar con nusotros á esa hora; pero como -el caso es de apuro, lo que se va á hacer es lo siguiente. Tú, Pedro -Juan, vas á picar ahora mesmo pa Nubloso, que no está más lejos de aquí -que el barrio de la Iglesia de Robleces; yo pico pa casa de don Alejo. -Tú le cuentas el caso al sujeto, de modo que naide se entere más que -él, y te le traes volando contigo. Yo hago otro tanto con don Alejo; y -cátanos aquí á los cuatro juntos en una hora lo más. No son toavía, por -mi cuenta, las dos de la mañana, y nos quedan tres horas de noche pa -arreglar ese asunto sin que se enteren de él ni los pájaros del aire. - -Se aprobó la idea; se aviaron en un periquete el padre y el hijo; -salieron juntos de casa, y á poco rato echó por su lado cada cual de -ellos. Al separarse, dijo el Lebrato á Pedro Juan: - -—Asunto es éste que nos puede costar caro á tí y á mí, si ese hombre, -que tan tigre es pa la hija, agüele que la hemos amparao en nuestra -casa. Pero los hombres de bien son pa las ocasiones, y lo primero es lo -primero; y Dios mos ve á toos y á cada uno. - -Pilara, después de cerrar bien la puerta por dentro, se quedó animando -á Inés; y como ya la lumbre había tomado cuerpo, consiguió que se -quitara los zapatos, que estaban empapados de rocío, para secarlos al -fuego, así como los bajos de su ropa, y que se calentara los pies. -Luégo trajo un peine, y ella misma le arregló el pelo desmelenado, al -paso que la iba diciendo: - -—¡Pos dígote que estaría güeno que ese sujeto te viera de la trazuca -que estás, como si te hubieran sacao con unas trentes del bardal de una -calleja!... ¡Ni más ni menos te vió él, hija del alma, cuando se prendó -de tí!... - -Y no la pesaba ciertamente á Inés, que al fin era mujer y mujer -enamorada, aunque atribulada y mísera, la ocurrencia de Pilara. Después -que acabó ésta su tarea lo mejor que pudo, y la palpó los pies para -ver si estaban secos, diciéndola, pasmada de su pequeñez, que «paecía -mentira que con aquellos dos fisanucos se pudiera sostener derecha una -presona,» y dió vuelta á los zapatos para que acabaran de secarse, fué -á la alacena y volvió con un jarro de leche y una cazuela muy limpia. - -—Es—la dijo acurrucándose junto al llar,—de la que traigo yo de arriba -ca día; porque aquí no la tendremos hasta la primavera que viene. Te -voy á calentar una racionuca de ello pa que, ahora que estás algo más -sobre tí mesma, te confortes un poco por aentro... No hay á mano otra -cosa que darte. - -—¡Cómo me cuidas, Pilara!—díjola Inés conmovida.—¡Si supieras lo que -consuela eso después de pasar por lo que he pasado yo!... - -Y rompió á llorar otra vez. - -—¡Bah, bah!—la dijo Pilara.—Á ver si no golvemos á mojar la pistaña. -Eso ya se acabó, y pa siempre. - -Para distraerla un poco mientras la leche se calentaba, y llegó á -tomarla Inés y á calzarse, la noble mocetona la habló de muchas cosas: -de lo contenta que estaba en compañía de aquellos dos hombres, que le -parecían los mejores de todos los hombres del mundo; de la casuca, del -partido que había ido sacando de ella y del que iría sacando poco á -poco: aquí la mesa, allá las sillas; «esta paré que tanto blanquea, -estaba antes negra como el jollín;» el llar, con sus baldosas tan -majas, estaba nuevo, flamante, y «el poyo de la _jornía_, bien amañao:» -cosas de su suegro. El cuarto de ellos, antes no era cuarto: era «un -abertal.» Se le había cerrado con un tabique y una puertuca: eso había -sido cosa de los de arriba, «pa mejor paecer.» El viejo dormía en otro -cuartuco bien abrigado, donde siempre durmió, á la otra esquina de -la casa, con una ventanuca al saliente. Cuando Inés estuviera en sus -cabales, ya se enteraría de todo á la luz del día. Las dos vacas y las -novillas «de ellos» habían venido del puerto, gordas que partían: una, -ya cargá de dos meses, y otra de tres; la su novilla estaba también en -la _corte_, y con ella componían cinco cabezas. El de la vista baja -tenía un diente que daba gusto. Al paso que iba, por Navidad sería una -montaña de tocino bien _hebroso_. Y así. - -Hasta que se oyeron pasos en el portal, y dió el corazón de Inés dos -volteretas en el pecho. Abrió Pilara la puerta después de cerciorarse -de que era «gente de paz» la que llamaba, y entraron juntos los cuatro -que se esperaban; porque los que venían de Nubloso, llegaron al portal -en el poco tiempo que tardó Pilara en abrir la puerta. Lo mismo -Quicanes que don Alejo, venían bien enterados de lo que ocurría; y en -cuanto Inés los tuvo delante, se echó á llorar desconsolada. - -—Eso va contigo, Tomasuco—le dijo el cura al de Nubloso;—consuélala -tú que sabes, pero sin abusar del chicoleo, porque no hay tiempo que -perder, y yo traigo mi plan para acabar primero. - -¡Bueno estaba Quicanes para consolar á nadie cuando se le estaba -saliendo á él el alma por la boca, particularmente desde que tenía -delante á Inés, de cuyos dolores era él la causa! Pero hizo lo que -pudo; y no lo hizo mal, si ha de juzgarse la obra por los resultados. -Inés siguió llorando un ratito más; pero bien claro se veía en sus -ojos, en cuanto pudo mirar con ellos á su amante, que había vuelto la -vida á su corazón. También don Alejo ayudó valientemente á aquel acto -de caridad. - -Se habló allí poco, muy poco, sobre el caso peliagudo. No había para -qué hablar mucho. El de Nubloso manifestó solemnemente al cura que, por -los motivos que él sabía desde que se lo había declarado todo en su -casa al salir de la de Inés despedido por su padre, no podía ofrecer -otro sacrificio que el de su vida para defenderla de toda agresión, -viniera de donde viniese, y que á esa obra había jurado consagrarse -desde que Pedro Juan le había enterado de lo que pasaba. - -—Eso—respondió don Alejo sin perder su buen humor de siempre,—es nada -y es demasiado. Nada, porque contra los derechos de un padre, por -duro de alma que sea, en ese particular no hay valentía que valga; y -demasiado, porque sería la mayor tontada del mundo desperdiciar una -vida que nos hace falta aquí para otra cosa. Y atiende bien á esto -que te voy á decir; y tú, chiquilla, prepárate á ayudarme en todo, y -guárdete Dios de poner un solo reparo á lo que declare y disponga, -porque eso será lo que haya de hacerse. Y digo, Tomás, que todo cuanto -me dijiste aquel día y anteayer cuando volviste á tratar conmigo del -propio asunto y á adquirir noticias que no pude darte de esta infeliz, -me pareció muy atendible; porque en esto de delicadezas, cada cual -discurre y lo entiende á su modo, y hay que respetar los escrúpulos de -cada quisque. Pero hoy han cambiado las circunstancias, y hay que mirar -el asunto por otro lado diferente. Ya sabes lo que le pasa á Inés, ¿no -es verdad?... Pues bueno: de esa misma enfermedad murió su madre: los -mismos verdugos la mataron. Puedo jurarte que es cierto. Para librarse -de una muerte así, no basta escaparse de la cárcel. Más tarde ó más -temprano, la fugitiva volverá á sus hierros; porque, ya te lo he dicho, -la ley ampara en estos casos al carcelero, por bárbaro que sea. En una -palabra, Inés no puede estar segura en ningún escondrijo, aunque se le -guarden coraceros, mientras no la ampare otra ley. ¿Me entiendes?... -¡Otra vez los puntos y las comas de calabaza!... Pues te lo pondré más -claro todavía: tienes que elegir entre estos dos extremos: ó dejar -que Inés perezca á fuego lento entre dos demonios, como pereció su -pobre madre, ó ponerla sin tardanza al amparo da la ley, cosa que ya -traigo estudiada y se hace en medio minuto delante del Juez, después de -tenerla en lugar seguro. Éste es el caso. Á ver ahora, entre estas dos -delicadezas, cuál te parece más delicada. - -Y claro es que, en el dilema, el de Nubloso se fué por donde don Alejo -quería. - -—Pues se acabó la historia—dijo el buen cura.—Antes que amanezca el -día, estamos tú y yo, con Inés, en Ansares, en casa de mi sobrino -Gaspar, hombre de bien y caballero, aunque no gasta más que media -levita. Tiene una mujer que vale tanto como él, y dos hijas que, si no -anduviera Inés de por medio, diría que eran las dos muchachas mejores -y más majas que hay en todos los pueblos del contorno. Allí encontrará -esta infeliz el sosiego y el amor que no la han dado en su casa; y la -guardará la puerta de demonios que quieran asaltarla, una cuartilluca -de papel con cuatro garabatos que nos extenderá quien deba, en este -mismo día en que estamos, hasta que remate yo la obra á mi gusto en la -iglesia de Robleces. Conque arriba, muchachos, que no hay tiempo que -perder. Ya veis que yo ni siquiera me he sentado. - -Y era la verdad, que de pie hablaba don Alejo y con la capa de larga -esclavina sobre los hombros, por más señas. - -De lo que allí pasó entonces, sólo quiero decir, porque lo demás se -adivina, amén de resultar empalagoso si se cuenta, que Inés volvió -á ver en su imaginación el cielo aquél de sus esperanzas, barrido -de nubes, limpio y sereno; y que al hallarse en el portal entre sus -dos protectores, ya no temió á las tinieblas de la noche, ni á las -asperezas del camino, ni á los sabuesos de su cárcel, ni á la zarpa de -la Galusa, ni á todos los verdugos de la tierra que se conjuraran para -acabar con ella. Volvía á vivir, y se congratulaba de haber padecido -aquel martirio cruel, porque la abría las puertas de su soñado paraíso. - -Pisando ya la mullida del corral, se volvió don Alejo para decir al -Lebrato que, acompañado de sus hijos, despedía desde el portal á los -que se marchaban: - -—Ya supondrás que la canita de hoy se me queda sin echar; pero mañana, -si Dios quiere, será otra cosa. Aquí me tendréis á la hora convenida... -digo, si pensáis volver también mañana á la mar. - -—Anque sólo juera por dale á usté ese gusto, señor don Alejo—respondió -el Lebrato,—aquí me tendrá esperándole á la hora que quiera venir. - -—Pues hasta mañana. - -Y se perdieron en las sombras de afuera los tres del corral que se -iban, y se metieron en casa los otros tres que se quedaban. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXX - -COSECHA DE TEMPESTADES - - -Era ya muy entrado el día cuando la gente de la casona de Robleces -notó la falta de Inés, Primero se notó la de la llave de la puerta -de atrás, y el que estuviera descorrido el pasador del postigo de la -portalada; pero la una podía haberse caído de la cerradura, ó ¡fuera -usted á saber! y el otro haberse quedado sin correr por olvido casual, -aunque aseguraba el Berrugo que le había corrido él mismo, como todas -las noches; como aseguraba también que la llave había quedado en la -cerradura, y bien atravesada, para que no pudiera meterse otra falsa -desde afuera. De todos modos, cualquier recelo cabía menos el de que -Inés hubiera andado en el ajo. Lo que le descubrió fué su cama sin -deshacer, cuando la Galusa, viendo que «la zanganota» no salía tan -temprano como de costumbre, entró en el cuarto resuelta á «enderezarla -á escobazos, si juere menester.» Se quedó helada al notar aquel -indicio, y no quiso decir una palabra á su amo hasta cerciorarse de -que Inés no estaba escondida en ningún rincón de la casa. No dando con -ella, por más que preguntó á los otros criados y la llamó á voces desde -muchas partes, ató aquel cabo suelto á los del pasador corrido y de la -llave extraviada, y fuése, aleteando con los brazos y echando espuma -venenosa por la boca, adonde trajinaba su amo. Refirióle el caso entre -bascas y aspavientos, y se quedó el hombre hecho una pieza. - -—Pues esa pícara—fué lo primero que habló el Berrugo al volver de -su asombro,—no ha ido lejos, si ha ido sola, aunque haya salido por -la puerta de atrás; y si no ha ido sola, el granuja, el pillo que -la acompañó, estaba en inteligencia con ella; y esto no puede haber -sucedido sin tu consentimiento, ó sin haber descuidado la vigilancia -que corría de tu cuenta. De cualquier modo, tú eres la responsable; -y si no me la entregas hoy, aquí mismo, en todo el día, soy capaz de -sentarte en el llar de la cocina para freirte el pellejo, ¡bribonaza! -¡Ya estás andando! - -Por primera vez en su vida, no tuvo la Galusa agallas para responder á -su amo. Tan crespo y endemoniado le vió; y como á ella le interesaba -tanto como á él el hallazgo de la fugitiva, dejando piques á un lado -volvióse corriendo á la cocina para mandar al mocetón, que estaba -almorzando con Luca, que fuera á escape á Lumiacos á decir á su sobrino -que viniera sin perder minuto. Le parecía á la bruja, y con razón, que -ningún mastín como aquél para dar con la oveja descarriada y sacarla de -las fauces del lobo, si andaba lobo en el ajo, como se lo iba temiendo. -Ella misma se echó á la calle á pedir noticias de casa en casa. Á la -del cura no se atrevió á ir, porque le temía de lumbre desde muchos -años atrás. Estaba enterado de la historia de la mártir, y no perdonaba -ocasión de flagelarla á ella con echedizas que sacaban sangre. De ese -paso se encargaría su sobrino. - -Cuando supuso que podía haber llegado ya éste, se volvió á casa, sin -haber hallado el menor rastro de lo que buscaba y bien segura de que -no había en el barrio alma nacida que no se complaciera en ocultársele -si le hubiera conocido. El Berrugo, entre tanto, dió parte al alcalde, -excitándole, con ruegos y con amenazas, á que «cumpliera con su deber.» -El alcalde porque le temía, como todo el pueblo, prometió echar los -bofes en el empeño; pero en seguida de dar las órdenes á las personas -que habían de ejecutarlas, fué diciendo al oído de cada una, que si -topaban con la pista, se hicieran los tontos y se echaran por otro -lado; porque era «sacar ánima del purgatorio dejar á la enfeliz fuera -del alcance de aquellos dos demonios.» - -Era ya más de media mañana cuando llegó Marcones, bien enterado de lo -que pasaba, por el recadista. Venía verde, y sudaba hollín con azufre. -En cuanto le atisbó su tía, corrió á su encuentro y le dijo ahogándose -de rabia: - -—Si no se la ha llevao ese pícaro á Nubloso, y anque se la llevara, -el cura debe de andar en el fregao. Ella no tiene en el pueblo otro -conocimiento que él; y á más que más, hoy no ha tocao á misa... ¡Vete á -ver al cura sin parar! - -Y Marcones corrió á ver al cura, que había vuelto á casa media hora -antes. Aún tenía los zapatos sucios, y bien se le conocía en la cara y -en el desaliño de toda su persona, la brega en que había andado desde -las dos de la mañana. Todo lo tuvo muy en cuenta Marcones tan pronto -como lo advirtió; y como él también llevaba á la vista buenas señales -de la trotada que acababa de darse desde Lumiacos, y de la procesión -que le andaba por adentro, bastóle á don Alejo una mirada para colegir -lo que iba buscando allí el sobrino de la Galusa. - -El cual, sabiendo por experiencia cómo las gastaba de frescas el cura -de Robleces, le expuso su embajada con todo el comedimiento que cabía -en un descomedido de su tamaño. - -Quedósele mirando el cura después de oirle, con una cara que era un -mosáico de reflejos: reflejos de burla, de gozo, de indignación... y -hasta de un poco de ira, y luégo le preguntó: - -—Y ¿quién eres tú, qué títulos, qué derechos tienes para venir á -pedirme esos informes? - -—Mandado soy, señor don Alejo—respondió tragando bilis el de -Lumiacos.—Los favores recibidos obligan; el trato frecuente engendra -interés y cariño, y las penas de los favorecedores se sienten y se -lloran como las propias penas. - -—¡Los favores recibidos!—repitió el cura mirando de alto á bajo á -Marcones.—¡Las penas de los favorecedores!... ¡El cariño que les -tenemos!... Pedantón y gazmoñote, ¡cómo has podido soñar que si yo -supiera algo de eso te lo había de contar á tí? ¿Piensas que no sé lo -que pasa? ¿Piensas que no te conozco? ¡Y había de ser yo capaz de poner -en vuestras manos lo que acaba de salvar de ellas la Providencia de -Dios! - -Marcones rugió como un oso acorralado, y saltó de un golpe al registro -de lo patético con espeluzno: - -—¡Usted me falta! ¡Usted me injuria! ¡Usted se prevale de sus -canas!... ¡Yo no he venido aquí á eso! - -—Yo no te falto—replicó don Alejo con firmeza.—Yo no te injurio. Lo que -hago es decirte la verdad, porque ya es hora y te me pones á tiro. Y lo -dicho se lo cuentas si quieres á la bribona de tu tía y al pícaro de su -amo... Porque yo no le temo, ¿entiendes? Á mí, si no es del pellejo, -no tiene por dónde agarrarme, como tiene agarrados á tantos infelices. -Yo todos mis bienes los llevo conmigo, en esta levita raída y en estos -calzones con la culera remendada. ¡Mírala! Y á mucha honra; que ese es -mi deber mientras haya en la parroquia otros más necesitados que yo. Y -le añades que no ha de ser el cura de Robleces quien le dé noticias de -la pobre oveja escapada de los dientes del lobo; pero que renuncie á -esa carne para _in sæcula_, porque el milagro fué obra de Dios, y las -obras de Dios son de larga dura. ¿Te vas enterando? - -—De lo que me voy enterando—respondió Marcones, lívido y temblón,—es -de que hay sobrado con lo que usted me dice, para ver que no fué todo -obra de Dios, y que anduvieron también en ello manos carnales, bien -conocidas de usted... y que por mucho menos se ha visto intervenir á la -Justicia. ¿Me va usted entendiendo á mí? - -—¡Pues no he de entenderte, imprudentón de Satanás? Y porque te -entiendo, te declaro que tampoco me asusta la Justicia con que me -amenazas. ¡Ojalá me pusiérais hoy delante de ella! ¡Qué cosas habían de -saberse! ¡Qué cosas, Marcos, qué cosas! Todo Robleces iría á declarar -conmigo; y ¡pobres de ellos entonces... y pobre de tí también! - -—¡De mí?—exclamó Marcones llamándose á lo terrible con el aparato; -pero, en el fondo, bien encogido ante la firmeza imperturbable del -cura.—¡Usted me ofende otra vez; usted me calumnia de nuevo! - -—Pataratas son esas—añadió don Alejo con aire despreciativo.—¿No te -he dicho que te conozco? ¿Crees que no se te ha visto el juego en esa -casa? ¿Piensas que se ignora en el lugar la parte que tú tienes, más de -cerca ó más de lejos, en lo sucedido anoche en ella?... ¡Calla, calla, -zagalón de los demonios, por la cuenta que te tiene, y no vuelvas á -soñar con buscarte por ese lado la puchera! ¡Para tí estaba! - -—¡Eso es otro insulto!—replicó, ronco de ira, Marcones.—¡Yo no he -entrado en esa casa jamás con semejantes intenciones, y usted lo sabe -muy bien! ¡Yo no nací para eso; yo sigo muy distinta carrera; yo tengo -otra vocación más alta! Ella me tira, ella me reclama; y con la ayuda -de Dios, no pasarán muchos días sin que yo vuelva al seminario. - -—¡Al seminario tú!—exclamó en tono incisivo el cura.—¡Tú al seminario! -¡Imposible que se te vuelvan á abrir aquellas puertas! ¡Imposible que -haya un obispo que te ordene; porque no puede concebirse que baje Dios -á unas manos como las tuyas! Quédate, quédate en Lumiacos machacando -terrones, que para eso naciste, y ayuda á tu padre, que mucho lo -necesita y bien se lo debes. Arrímate al ariego y desmocha cajigas -en el monte; desengrásate así, bárbaro, y castiga esas carnazas; y -para ofender menos á Dios, busca una mozona capaz de sufrirte ese -geniazo brutal, y cásate con ella. Así, cuando menos, sudarás lo que -ganes, y podrás comer honradamente tu puchera. Con esto no tengo más -que decirte; y como ya llevas más de lo que venías buscando, dame las -gracias y lárgate cuanto antes, porque yo tengo otras cosas que hacer. - -Y mientras Marcones daba patadas en el suelo y se golpeaba las nalgas -con los puños cerrados, y castañeteaba los dientes y echaba espumarajos -por la boca entre apóstrofes bravíos, don Alejo le volvía la espalda -muy tranquilamente, y desaparecía de la saluca en que había recibido la -embajada. - -Cuando el de Lumiacos volvió á entrar en la casona, era tal su talante, -que no parecía sino que acababa de recibir una paliza, después de un -remojón en una charca. Así iba de lación, de palidote, de sudoroso y -de trémulo. Contó el caso á su tía, y la tía, después de convenir con -el sobrino en que el cura, por las trazas, había tenido gran parte en -el fregado, y en que había que andarse con mucho tiento para ajustar -con él esa clase de cuentas que podían enredarse demasiado, si el cura -se empeñaba en ello, opinó además que, siendo ya el negocio principal -cosa perdida para ellos dos, convendría meditar mucho sobre el modo -de tratar del caso con «ese hombre» para que no hiciera una de las -suyas que los comprometiera á todos, ó sobre si sería preferible no -decirle una palabra y dejar que el demonio fuera haciendo su oficio y -disponiendo de lo suyo libremente. Tuvo el sobrino por atinados los -pareceres de su tía, y se pusieron á ventilar las dudas apuntadas. - -Ventilándolas estaban, cuando se apeó de un rocín de mal pelaje y -de peores aparejos, barrigón y desherrado, junto al mismo poste del -soportal, Leto González, el de Los Castrucos, Juez municipal del -distrito de Robleces. El cual Juez (que debía de traer larga jornada, -por los jadeos del penco y lo que él mismo renqueaba al moverse, con -las perneras encaramadas hasta cerca de las ligas y arrastrando por el -suelo la única espuela que calzaba), baldragas y apocadote como era, -atrevióse á llamar, sin duda por lo que tenía de justicia respetable -en aquella ocasión, con dos varazos tremendos á la puerta del estragal -de la casona; y pareciéndole que tardaban mucho en responderle, á -echar escalera arriba y anunciarse allí con otro par de varazos, bien -sacudidos y resonantes sobre la puerta del carrejo. - -Salió entonces el Berrugo, que andaba subiendo y bajando sin saber -lo que se hacía toda la mañana de Dios, aunque aparentaba cosa muy -diferente; vió á Leto tan atrevido; acordóse del cargo que ejercía en -el lugar; sospechó que su visita podría tener algo que ver con lo que -á él le estaba preocupando; condújole á la sala sin preguntarle lo que -quería; siguióle el otro muy hueco, sacando de paso unos papeles del -bolsillo; y cara á cara y á pie firme allí los dos, sin preludios ni -reparos y sin señal de miedo alguno, el Juez municipal de Robleces dijo -al señor don Baltasar Gómez de la Tejera que, por delegación del señor -Juez de primera instancia del partido, le hacía saber que, á petición -de don Tomás Quicanes, de Nubloso, quedaba depositada su hija, doña -Inés, en casa de don Gaspar de la Peña, natural y vecino de Ansares. -Probó lo que declaraba con documentos fehacientes; enteróse el Berrugo -sin desplegar sus labios ni hacer un gesto; cumpliéronse y se llenaron -todas las formalidades de rúbrica; despidióse el de Los Castrucos, y -dejóle ir don Baltasar sin decirle una insolencia, ni mostrar con signo -alguno el efecto que le había producido la embajada. - -La Galusa, que atisbó la escena desde el carrejo, se maravilló -de aquella imperturbabilidad pacentísima de su señor y cómplice. -Consideróla como celaje falso y encubridor de alguna tempestad -destinada probablemente á descargar en seguida sobre su cabeza, y creyó -muy conveniente esperar _á subio_, y siquiera los primeros embates. -Llamó á su sobrino con una seña; díjole al oído lo que temía, y le -llevó á su cuarto, donde se encerraron los dos, dispuestos á no abrir -la puerta como no la echara abajo el huracán. - -Se engañaba grandemente la Galusa, con lo bien conocido que tenía á su -amo. El Berrugo no era hombre de estrépitos, sobre todo, de estrépitos -infructuosos. La tempestad que había dentro de él no era de las que -pasan con cuatro estampidos gordos y unos cuantos aguaceros, ni de las -que sirven para instrumento de las cóleras de nadie: era de las sordas -que empujan y flagelan y arrastran al más templado; y arrastrado y -flagelado por la suya, sin acordarse para maldita la cosa de su criada, -que no era lo que entonces le dolía, bajó á su leonera del portal, y -allí se encerró, con las dos vueltas de la llave. - -Sobándose la barbilla con los dedos apiñados de una mano, y rascándose -á menudo la cabeza con la otra, comenzó á pasear en redondo en el -mezquino espacio que dejaban libre las cubas, los barriles, la mesa -y un par de sillas derrengadas que ocupaban lo restante de la pieza. -Allí, y de parecido modo, solía él correr los temporales de su vida; -aclarar los puntos dificultosos de sus problemas económicos; preparar -sus grandes resoluciones, y hasta soñar á gusto en sus ideales -tentadores y disponer la urdimbre de sus cábalas supersticiosas. No -sabía pensar con arte si no se movía mucho y á solas y al amparo de -sus ídolos, á modo de penates, que estaban allí; y lo mismo en lo que -le contrariaba que en lo que le seducía, siempre había encontrado, -por obscurecidos que estuvieran los horizontes de sus ideas, un punto -luminoso que le guiara en su labor tempestuosa (porque en tempestades, -más ó menos recias, paraban en su cerebro diabólico todos sus -problemas), y al cabo llegaba á ser franca y triunfal salida. - -Pero el huracán de esta vez era de noche cerrada y como jamás le había -corrido él. - -—Me coge—pensaba con la rapidez que se movía,—como en una ratonera, y -atado de pies y manos, y cuando empiezo á sentirme rendido de pelear -á muerte con la mitad del género humano para sacarle el quilo... y es -la primera vez que se me quiebra la suerte y el demonio me abandona, -si es que no se pone contra mí, como lo voy temiendo; porque solamente -cegado por él, he podido ser yo tan torpe como he sido... ¿Qué al caso -venían ahora esos rigores, si con mucho menos hubiera logrado todo lo -que me proponía? Pero ¿quién había de creerla capaz de una resolución -así? Yo me dejaba llevar del ejemplo de su madre, que no se movió, que -no despegó sus labios, ni con una mala mirada se rebeló contra mí; y -eso que acabé por matarla. ¡Como si los tiempos y los casos fueran los -mismos! ¡Ciego, más que ciego! ¡Bestia, más que bestia! ¡Y pude recibir -en mi casa á ese bribón, sin calarle las malas intenciones, y hasta -metérsele á ella por los ojos, creyéndole rico y campechano!... Porque -un hombre así era todo lo que yo ambicionaba para ella: un hombre rico -que la aceptara por pobre. Y no por su bien. ¡Por su bien!... Si sólo -se tratara de llevármela de casa, ¡qué mayor ganga para mí? Un bulto -menos y una ración que ahorrar; y á ver cómo no hacían de ella trizas -y jigote escabechado, ¡bribona! ¡Pero resultar ahora que el currutaco -ese que la levantó de cascos y se la llevó consigo y la encerró donde -yo no puedo entrar para sacarla tiras del pellejo, es un tuno sin un -real, listo como la pimienta, y con humos de gran señor!... ¡Lo que á -mí más me ha espantado siempre! ¡Un sinvergüenza de esa estofa, que me -reclamará, por de pronto, lo que yo no quiero ni debo darle, y mañana -me devorará estas riquezas que no puedo llevar conmigo á la sepultura, -ni esconderlas donde nadie las encuentre! En fin, que me dieron la -tostada. ¡Y qué tostada!... ¡Tonto yo!... ¡pillo redomado él, y viles, -infames y cochinas las leyes que le amparan contra mí!... Pero, señor, -¿por qué ha de haber esas leyes? ¿En qué justicia cabe que lo que yo -tengo, que lo que yo gano, que lo que yo sudo, no ha de ser mío, mío -solamente, y para nadie más que para mí? ¡Ah, pillos legisladores! Si -tuviérais camisa que perder, ya pensaríais de otro modo; pero hacéis -las leyes descamisados y hambrientos, y así salen ellas: encubridoras -de ladrones... Mientras viva, ese granuja, invocando derechos que -vosotros le habéis dado, meterá las uñas de raposo en mis bolsillos; -y tras de arrancarme lo que es ya de su mujer desde que murió su -madre, dará un tiento á lo que es mío, para sacar una tajada de ello á -título de gananciales... ¡que no será poco, en gracia de Dios, si el -demonio no me da tan buena maña para esconderlo, como la que me dió -para adquirirlo!; y cuando me muera, volverá esa garduña, y levantará -las tablas del suelo y las latas del desván, y revolverá todos los -rincones de la casa pensando que lo tengo escondido en onzas de oro... -¡En onzas de oro! Las onzas enterradas no producen, ¡cochinote!, al -paso que se dejan ver de ojos de zahorí ratero, como la ladrona de mi -criada... ¡y como tú!... Y cuando más engañado se crea el grandísimo -bribón, porque no halle barriles de monedas en que hundir los brazos -hasta el codo, rebuscando aquí y allá, vendrá á abrir esa alacena ¡esa! -atestada de legajos; y comenzará á deshacerlos uno á uno; ¡y entonces -sí que se relamerá de gusto, el gran canalla, al ver el caudalazo que -representan, y pensar en la vida regalona que podrá darse, y al fin se -dará, con aquellas gotas del sudor y de la sangre del mismo corazón de -este mentecato majadero... y más que estúpido!... ¡Oh, que no pudiera -yo estar á aquellas horas á su lado, para hacer con los papeles una -hoguera en el corral y asar al ladrón en ella!... ¡Leyes, leyes de -bandidos! ¡Malditas sean por siempre jamás amén!... Yo quisiera ahora -ser cien veces, mil veces, un millón de veces, más rico de lo que -soy, para hacer unas leyes á mi gusto, ó comprar á la Justicia y al -rey mismo, para que no rigieran conmigo las que oprimen á los demás, -y se me autorizara para colgar por el pescuezo al pillo ese, y á la -taimada que le ayuda contra mí, y á todos sus encubridores y cómplices -indecentes. ¡Mal rayo los parta, y á mí, por tonto, con ellos! - -Aquí hizo el Berrugo, de repente, un alto en sus vueltas de torbellino; -y con la mano con que se acariciaba la barbilla, recorrió toda la cara -y se restregó mucho las narices y los ojos. Éstos le chispeaban, y -tenía los pelos erizados y la boca muy reseca. Permaneció así un buen -rato, como si le deslumbrara y le abstrajera alguna visión interna, ó -se hubiera desquiciado de repente la máquina de sus pensamientos. Ello -es que presentaba todo el aspecto de un loco enjaulado. De pronto bajó -otra vez la mano á la barbilla, y volvió á sus paseos circulares y -vertiginosos. - -—¡Y decir á Dios—pensaba mientras se movía,—que esto de unas riquezas -tan enormes, que parecería dicho vano á cualquiera, podría ser una -realidad visible y palpable á la hora menos pensada! Porque _él_ está -allí; tan fijo, como yo estoy ahora abrasándome la sangre entre estos -montones de miseria... Y no puede estar en otra parte; porque es -imposible que mientan tantas señales juntas. Allí está, lo juraría, -hacia lo hondo, entre lo obscuro: parte en cajones bien enzunchados; -lo otro en pilas y á granel... pero mucho, ¡muchísimo!... ¡Y yo que á -estas horas podía haberlo visto con mis ojos y palpado con mis manos, -si no fuera tan gallina! El Lebrato decía verdad. Es una escalera -aquello. Cincuenta veces lo he estudiado; otras tantas he tenido las -piernas en el primer peldaño; pero la altura, la cabeza... el miedo, -¡qué demonio! me ha echado siempre hacia atrás... Y eso no puede -averiguarse de otro modo... No hay hombre en el mundo que merezca tal -confianza: el más honrado me engañaría. Sin ese temor, ya hubiera yo -enderezado á Juan Pedro; y con temor y todo, he estado á pique de -proponérselo... ¡Para él estaba! Después de visto y palpado por mí, -ya será otra cosa. Ya sería aquello mío, y ya no podría engañarme -cuando con él y con otros y por los medios seguros que yo dispondría -con todo sosiego, se fuera sacando... ¡qué hermosura! No acabaríamos -de ver filas de carros desde allá hasta Robleces, en una semana, ¡y -todos cargados de ello!... Después, aquí mismo, caja por caja... ¡qué -curiosidad antes de abrirlas, y qué admiración, qué asombro, después -de abiertas! ¡Qué correr mares de oro por el suelo!... Y ¡qué oro! -De lo superior de entonces; no de este oro de pega que se usa, que -tiene una mitad de alquimia. ¿Pues la pedrería suelta? ¡Á celemines! -¿Y las joyas? ¡Á montones! Para guardarlo, me daría el gobierno un -batallón de civiles... y además dormiría yo sobre ello, por si acaso. -¡Qué colchón tan asombroso! En seguida iría comprando y comprando, -aquí media ciudad, allá media provincia, y aún me quedarían tesoros -bastantes para ser señor de honras y conciencias, después de ser tan -poderoso como el rey más poderoso entre todos los reyes del mundo... Y -no temieran esos personajes que yo fuera á disputarles la bambolla con -mis lujos. Baltasar Gómez de la Tejera sería como ahora, y tan Berrugo -como he sido hasta aquí, según me llaman mis cariñosos convecinos, á -quienes parta un rayo. Me daría por satisfecho con ver llegada la hora -de que anduvieran las gentes á mi gusto y se fabricaran las leyes á mi -antojo. Porque esa hora habría llegado ya, y sin necesidad de que yo la -llamara: en cuanto se oliera por el mundo que se apaleaban las onzas y -los diamantes en este caserón de Robleces. ¡Vaya si conozco yo á los -hombres, y sé lo que escasea el dinero entre ellos!... Pues repito que -esto que doy por hecho no es soñar; que esto puede ser la verdad pura á -la hora menos pensada: en cuanto á mí se me ponga entre cajas el empeño -de vencer con una industria, que ya tengo bien ideada, ese recelillo -que me queda... esta punta de miedo que me acomete en cuanto me arrimo -allá y avanzo una pierna ó la mirada fuera de lo seguro y firme... -Porque insisto, porfío... ¡juro que él está allí, allí, esperando á que -lo descubra con mis propios ojos!... porque no pueden descubrirlo otros -que los míos... porque está destinado para mí, y para nadie más que -para mí... y ha de ser mío, aunque para estorbarlo se juntara el cielo -con la tierra... - -Hasta muy cerca de aquí, ya había llegado el Berrugo durante el verano -aquél, muchas, muchísimas veces, con este mismo arrechucho; pero en -la ocasión de que se trata, exaltado ya el hombre por el disgusto que -había pensado digerir allí cuando cayó abismado en las honduras de su -manía, avanzó con ella mucho más adelante; y llegó á ver tal cúmulo -de demostraciones evidentes y de facilidades comprobadas, que acabó -por hablar á voces; y loco, loco de remate estaba, cuando oyó golpes -en la puerta de su encierro. La sorpresa le volvió algo á la realidad -de la vida; pero, recelando de todo, dudó si se haría el sordo ó si -respondería. En esta duda, los golpes se repitieron, y al fin se -decidió á preguntar quién llamaba. - -—Soy yo, si no molesto,—respondió la voz de don Elías desde el portal. - -Abrió entonces, estremecido y como si obedeciera á un impulso extraño, -el supersticioso don Baltasar; y don Elías, que por su parte también -iba bien espeluznado, se quedó suspenso al verle de aquella traza -alarmante. - -—¿Qué se le ofrece?—preguntó al médico, atravesándose en la puerta á -medio abrir. - -—Me dijo Antón, que salía al llegar yo á la portalada, que estaba usted -aquí, y por eso he llamado sin subir; porque á usted es á quien vengo -buscando. - -—Y ¿para qué? - -—Para una cosa que le interesa muchísimo. - -—Pues dígala pronto, porque estoy de prisa y de mal humor. - -—Si me permitiera usted—añadió don Elías pasándose el pañuelo por la -frente para enjugarse el sudor,—entrar un poquito más adentro... porque -convendría que nadie se enterara. - -El Berrugo, por toda contestación, dió un paso atrás sin soltar su mano -del pestillo. Entró don Elías de medio lado; cerró el otro la puerta, y -sin moverse de allí le dijo con la mirada: - -—Ya está usted hablando. - -Entendióle don Elías, y comenzó de esta suerte: - -—Como la noche ha sido toledana para mí, levantéme con el sol; y no -siendo esa hora la más á propósito para visitarle á usted, con la mira -de hacer tiempo, bajéme á despachar la visita de Las Pozas, que no era -larga, por mi cuenta; pero parece que el demonio se había metido allí -de patas desde anteayer acá, porque no bien salía de una casa, ya me -estaban llamando para otra... Yo no sé si los higos, que no escasean -este año, ó la mucha mora que hay por esos bardales... porqueriucas de -nada; pero ello es que con tanta visita y un rato que pasé en la última -de ellas para tomar una taza de leche, que buena falta me hacía, porque -estaba en ayunas, se me fué más de media mañana. - -—Y á mí ¿qué me importan esos higos ni esas moras, ni esa taza -de leche, ni que se lleven los demonios á todo el barrio de Las -Pozas?—saltó el Berrugo impaciente y con un gesto y una voz que -flagelaban. - -—Quería decirle á usted—replicó don Elías humildemente,—que por esa -razón, y por lo que he tardado desde Las Pozas aquí, aunque he venido á -escape y sin tropezar con alma nacida, no me ha sido posible avistarme -con usted tan pronto como yo deseaba... Voy á entrar al punto en -materia, señor don Baltasar, que ya veo que está usted muy impaciente. -Pues, señor, que, como le dije á usted hace un momento, esta última -noche fué toledana para mí. La médica se puso como para quedárseme -entre las manos; á las chicas les dió la ventolera también, y armaron -cada catacumba que temblaba la casa; la cena fué mucho peor que todo -ello, y, resultado, que á las altas horas logré un poco de sosiego y me -metí en la cama: por supuesto, para no pegar los ojos. Que vuelta acá, -que vuelta allá y que vuelta al otro lado, en una de ellas ¡zás!... la -linterna á los ojos y mi hermana detrás de ella. - -Aquí dió un salto el Berrugo; y por más que tosió y carraspeó para -disimularle, no lo hubiera conseguido á no estar ya don Elías -enteramente espeluznado, y absorto en la ilación de su relato, que -continuó de esta manera: - -—Acordándome de la otra vez, dí por hecho que iba á ser cosa de otro -viaje á la llosa grande, en ropas menores y descalzo, y traté de -incorporarme; pero me hizo señas para que me estuviera quedo, y en -seguida, con su voz, con su misma voz, con la voz que tuvo en vida y -yo recuerdo muy bien, aunque bajito, muy bajo y muy arrimada la boca -á mi oído, me dijo... ¡por estas cruces se lo juro á usted, señor don -Baltasar! me dijo: «Elías, dile á ese hombre, que está donde él ha -creído; que suyo es, que no tarde y que no tema.» Con esto apagó la -luz, y se desvaneció ella también. - -El pestillo de la puerta, bajo la mano temblorosa del Berrugo, -repiqueteaba en su retenedor; y no con toses, con alaridos disfrazaba -el supersticioso la crispatura en que le había puesto la declaración -del otro visionario. Pues aún halló en los rincones de sus adentros -roñosos, un poco de ironía burlona para decir á don Elías, que se había -quedado con los ojos encandilados y la frente bañada en sudor: - -—Pero, alma de Dios, ¡cuándo acabará usted de ver visiones y de -jeringar al prójimo con los relatos de ellas? - -—¡No hay tales visiones, señor don Baltasar!—replicó el médico -irguiéndose inspirado y atrevido. - -—¡Quite usted allá!—añadió el otro, empujándole hacia la puerta. - -—Y «ese hombre»—insistió don Elías haciéndole frente,—«ese hombre» á -quien se refería mi hermana, es usted, por todas las señales. - -—¡Vaya usted con doscientos mil demonios, y no me rompa más la cabeza -con sus majaderías! - -Y al mismo tiempo que le lanzaba estos improperios, con una mano abría -la puerta y con otra le arrojaba del cuarto. - -En seguida que se vió solo, volvió á cerrar; corrió hacia la mesa, -y cayó desplomado en una silla con los ojos fulgurantes, la boca -entreabierta, los brazos en cruz y las piernas estiradas. - -Entre tanto, don Elías, limpiándose el sudor de la cara con el pañuelo, -salía á la calle al rayar el mediodía, sin sospechar, el desdichado, -que á aquellas horas era el único viviente del barrio de la Iglesia -que no sabía una palabra del suceso gordo ocurrido la noche antes en -aquella misma casa. - -¡Él, que se descuajaringaba y desvivía por correr un mal chismuco antes -que nadie! - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -XXXI - -«POR DO MÁS PECADO HABÍA» - - -Á la hora convenida con el Lebrato, y después de decir misa, estaba -don Alejo en la barquía, con un chaquetón negro y un _galero_, negro -también y también viejo, porque el chaquetón lo era: únicas prendas que -llevaba encima, diferentes de las de todos los días. Llevaba muchas -cosas que contar; y con la promesa de ir haciéndolo por el camino, -agarró la caña del timón; bogaron el Lebrato y Pedro Juan, y comenzó la -barquía á deslizarse por la Arcillosa adelante. Estaba la mañana como -la mejor de primavera, y esto acababa de transportar al animoso párroco -á los buenos tiempos de sus aficiones de «pescador de altura,» como -él se llamaba á sí propio con gran énfasis. Para explotarlo todo y no -perder el tiempo, en cuanto desembocó en la ría largó un aparejillo de -_sereña_, de su propiedad, cuyos anzuelos había encarnado poco antes; -y así las cosas, remando firme el Lebrato y Pedro Juan, y avanzando -mucho la barquía, dió principio el cura á sus relatos, mientras -gobernaba con una mano y sacudía blandamente con la otra el aparejo -tendido. - -Lo de Inés se había arreglado tan puntual y guapamente como lo tenía -calculado él. Estaba ya bien libre, la pobre, por todos los días de su -vida, de caer en la infame ratonera de que se había escapado por un -milagro de Dios. En otra, harto más llevadera, la encerraría él muy -pronto, y en buena compañía. ¡Que fuera la Galusa á hincarle las uñas -allí! Había sido muy de notar el sosiego con que recibió el Berrugo -la notificación del depósito de su hija. Refirió también lo que sabía -de los pasos dados inútilmente por las gentes de la casa, y bien á -la fuerza, por la autoridad, en busca de la fugitiva; y aseguró que -Marcones, al encararse con él, había sido bien despachado. - -Al Lebrato le pareció todo ello muy bien, y Pedro Juan habló un poco -para ratificarse en su conocido dictamen del canto al pescuezo, por lo -tocante al Berrugo. - -—No se quedará sin él, aquí ó allá, si le merece—dijo el cura;—que -Dios consiente y no para siempre. Y ahora va lo mejor de todo lo -acontecido ayer en la casona. Parece ser que el Berrugo se encerró en -su leonera de abajo, en cuanto ocurrió lo del Juez municipal; y que -mientras estuvo encerrado allí, entre la tía y el sobrino, que andaban -en conciliábulos arriba, llegó á armarse tal zipizape, que al fin se -echaron las uñas. Según Luca, que lo oyó, la cosa se fué encrespando -sobre quién de los dos había tenido más culpa en que la tajada se les -escapara de los dientes. La moza se asustó; y viendo que no subía su -amo, aunque ya era bien pasada la hora de comer, bajó á llamarle con -ánimo de que pusiera paz entre aquellos dos demonios, que andaban ya -muy cerca de rodar por los suelos. Golpeó á la puerta, pero el hombre -no respondía; golpeó más, y tampoco; hasta que en fuerza de golpear -y golpear y de decir á gritos, por el ojo de la cerradura, que se -mataban arriba, destrancó el Berrugo, abrió y se presentó delante de -la muchacha, con una traza que metía miedo: con los ojos encandilados, -las cejas erizadas, el poco pelo hecho una greña, y el color de la -cara, de difunto. Preguntó, como espantado, quién se mataba; respondió -Luca lo que ocurría; y después de decir él que ojalá fuera verdad, la -emprendió para arriba con todo el aire de un demente. Guióse por el -ruido de la marimorena, y se encontró en el cuarto de la Galusa al -sobrino y á la tía, hechos un ovillo, rodando á los pies de la cama: -él con la cara desollada á arañazos, y las dos manos en el pescuezo de -ella, que ya enseñaba los gañotes y se la saltaban los ojos, mientras -retemblaba la casa con maldiciones y blasfemias. El Berrugo no se -anduvo en chiquitas: sin decir una palabra, pero con todas las trazas -de recrearse en ello, y no para poner paz, sino para acabar cuanto -antes lo comenzado, puntapié va á la una, bofetón al otro, silletazo -por aquí, garrotazo por allá; hasta que alzándose los dos de repente, -y como si un odio común los hubiera puesto de acuerdo, empréndenla -con él, hechos dos furias; y allí, Pedro Juan, hubiera fenecido el -desdichado sin necesidad del canto tuyo, á no llegar Antón, que volvía -de levantar un vallado en una heredad de la llosa Grande, y meterse -por medio, con la ayuda que entonces se atrevió Luca á prestarle. -Separados los tres combatientes, que parecían, por lo erizados y -gruñones, tres perros vagabundos después de una engarra, lo primero -que ladró el Berrugo, porque aquello no se parecía á voz humana, fué -para decir á la tía y al sobrino que salieran inmediatamente de su -casa, para no volver jamás á poner los pies en ella. Dió esto motivo -á una nueva encrespadura de la fiera, que reclamaba sus soldadas y -alegaba otros derechos que eran un escándalo y, en buena justicia, -merecían la recompensa de un presidio para la reclamante y para -el reclamado; y como éste conservaba aún en la mano el garrote que -había cogido antes en un rincón del cuarto para esgrimirle, como le -esgrimió, sobre el ovillo, y se disponía á esgrimirle nuevamente sobre -la provocadora, armóse el terne criado de resolución; echó del cuarto -á empellones, pocos, pero buenos, á la tía y al sobrino; llevó á éste -medio en volandas hasta la calleja; púsole encarado á Lumiacos con la -advertencia, muy en serio, de que tomara soleta por allí y sin mirar -hacia atrás; volvióse arriba, y se encontró á la Galusa amarrándose las -greñas en mitad del carrejo, y jurando, entre aullidos, que en cuanto -acabara aquella labor y se calzara unos zapatos, iba á largarse de -casa, pero para ir á la del Juez y encausar á aquel ladrón de soldadas, -mal padre y peor marido. Y así lo hizo poco después. Se largó de casa -con un lío al brazo, á medio tapar con las puntas de un chaluco lleno -de lamparones y pispajos. - -Á todo esto, el Berrugo, sin querer probar bocado ni soltar de la -mano el garrote, se había puesto á dar vueltas por la sala; y dando -vueltas y más vueltas, sin hablar una palabra, mirando sin saber á qué -y estremeciéndose á lo mejor de repente, se pasó hasta media tarde. -Entonces empezó á mascullar algunos dichos que no se le entendían -bien, y en dos ocasiones se plantó encarado á la pared; hizo muy arriba -de ella una raya con el palo, y dijo muy claramente: «¡Lo menos, -hasta aquí! ¡Qué hermosura!» Otra vez dijo, muy claro también: «Con -quince brazas hay de sobra, y ya sé de dónde sacarlas.» Y después -de decir esto, sin reparar siquiera en los dos criados que andaban -casi arrimados á él y mirándole de hito en hito, bajó á escape al -cuartón del estragal; descolgó todas las cuerdas de carro que había -allí; las fué anudando una con otra; atesó bien los nudos; midió las -brazas que daban entre todas; le parecieron bastantes; y haciendo -después con la cuerda entera una madeja muy curiosa, se la echó al -hombro, se metió en el cuarto del portal, que es su leonera, y allí -quedaba encerrado media hora después de anochecido, que fué cuando -vino Luca á mi casa á contarme todo lo que os he contado y á pedirme -mi parecer. Porque la moza ha llegado á cogerle miedo, y no sabe qué -partido tomar: si largarse de casa, ó seguir allí por caridad, hasta -ver en qué para aquello. Quedéme asombrado, como podéis suponer, y la -aconsejé que se aguantara, con ciertas precauciones, sobre todo de -noche, un par de días siquiera, si Antón se aguantaba también. Suponía -yo, y sigo suponiendo, que todo aquello no es más que un arrechucho -ocasionado por lo de Inés, y un poco más encrespado por la zurribanda -del mediodía. Es la primera vez en su vida que le sale el tiro por -la culata; el hombre es malo á toda ley, y pierde los estribos de -coraje... Hoy no he sabido cosa alguna de él. Al pasar para Las Pozas, -quise preguntar; pero ví la casa muy cerrada y hallé la portalada -trancada por dentro: supuse que estarían durmiendo todos... y no sé -más. Conque ¿qué os parece la historia? - -De perlas les había parecido. Por saborearla mejor, hasta se habían -descuidado en la rema mientras el cura la contaba. - -—Siempre pensé yo—dijo el Lebrato,—que ese hombre había de acabar de -mala manera... Porque, por mi cuenta, ya está loco. - -—Y si lo de la cuerda—apuntó el Josco,—fué pa colgase con ella, permita -Dios que no güelva en sus cabales. - -—Sobre eso de la cuerda—dijo el cura dando un tirón muy fuerte del -aparejo, pero sin trabar nada en él, aunque la picada había sido -buena,—sobre eso de la cuerda, desde que Luca me contó que Antón había -dicho que el médico, el otro visionario, había estado encerrado con él -en la leonera, tengo acá ciertas sospechas de que esté relacionado con -su manía, lo cual no tendría nada de particular. Pero no hay miedo que -haga un disparate; porque es hombre que, cuerdo ó loco, tiene mucha -ley á su pellejo. Lo indubitable hasta la hora presente, es que le ha -llegado la suya, y que se ve la mano de Dios encima de él amenazándole -con el castigo que le espera... - -—Mucho tiene—observó el Lebrato;—pero á cambio de ello, no quisiera -verme en su lugar. - -—¡En el pellejo de ese hombre?—exclamó el Josco estremecido.—¡Recoles! -¡moro relajao primero! - -En éstas y otras, anduvo la barquía más de otro tanto; y el cura, dale -que dale á la sereña y encarna que encarna anzuelos, y no embarcó más -que dos panchos y una lobina, que no pesaban en junto medio cuarterón. -Más adelante ya tuvo mejor suerte en su cacea: pescó dos mubles de -á libra, y una porredana de tres cuarterones bien corridos. Todo, -por supuesto, para entretener sus impaciencias hasta llegar al «pozo -grande,» donde no se mataba el hambre de unas aficiones como las suyas, -con parvidades como aquéllas. - -Un poquito de resaca había en la barra cuando se disponían los -expedicionarios á pasarla, pero sin malicia. La mar estaba noble, los -horizontes limpios como la plata, y el nordeste apuntando. Lo peor era -que con la charla y la cacea, y algo que se había descuidado el cura -después de misa, cuando entraba la barquía en la mar estaban al caer -las diez: media mañana perdida para la pesca, y la marea despuntando -ya. Como que don Alejo sintió cierto ruborcillo _profesional_ al -presentarse tan tarde delante de hombres del oficio, más madrugadores -que él, que pescaban en dos barquichuelos parecidos al del Lebrato, al -socaire de la isla: precisamente en el sitio de sus preferencias. Así y -todo, gobernó hacia allá, pero con ánimos de comenzar la pesca á medio -camino, de acuerdo con el parecer de Juan Pedro. - -—Pues bogar firme vosotros—dijo;—que yo iré encarnando por los tres, y -ese tiempo ganaremos. - -Á los diez minutos de esto, cesó la boga y comenzó la pesca. El Lebrato -había conocido ya las barquías de la isla. Las dos eran de San Martín. - -Entre si muerden ó no muerden, y si sería peor ó mejor un poco más acá -ó un poco más allá, pasó cerca de media hora; y ya iban á hacer otra -_impuesta_, más hacia la isla, cuando el Josco, que pescaba por la -banda de tierra, exclamó de pronto: - -—¡Coles! ¿Qué es aquello? - -Volviéronse hacia Pedro Juan su padre y don Alejo; y siguiendo la -dirección de la mirada del asombrado mozo, distinguieron en el peñasco -de enfrente, un poco á la derecha del boquerón del Pirata, como á la -mitad de distancia entre la cornisa y la imposta de la fachada de -aquella mole llamada por el Lebrato «á modo de torre grandona,» y á más -de sesenta pies sobre el mar, algo que, desde allí, parecía un hombre -abierto de piernas y de brazos, adherido á la peña como una garrapata. -Reparando más, vieron que la figura se movía tan pronto hacia un lado -como hacia otro, hacia arriba como hacia abajo, cual si vacilara y -temiera. De pronto se llevó el cura las manos á la cabeza, y exclamó -horrorizado: - -—¡Santísimo nombre de Dios! ¡Armar, hijos, esos remos, y vamos hacia -allá, que es él! - -—¿Quién?—le preguntó el Lebrato, que parecía adivinar la respuesta. - -—¡Quién ha de ser—respondió el cura sin apartar la vista de la -peña,—sino un hombre dejado de la mano de Dios, como ese desdichado? Y -¿cuántos hombres de esos conoces tú, Juan Pedro, más que uno... tu amo? - -—¡Válgame Jesús!—exclamó el Lebrato acabando de encapillar el estrovo, -y al mismo tiempo que su hijo, dispuesto ya á dar la primera estrepada, -exclamaba por su parte: - -—¡Recoles, qué hombre ese! - -—Y ¿aónde vamos?—preguntó el Lebrato, acelerado y trémulo. - -—¡Qué sé yo?—respondió el cura, sentándose al timón, pero sin dejar -de mirar á la peña.—Por de pronto, hacia allá, á acercarnos todo lo -posible... porque ese infeliz está gastando las fuerzas sin adelantar -un paso... y va á caer sin remedio. - -—¿Y qué adelantaremos con ir—repuso Juan Pedro sin dejar de bogar con -brío,—si la barquía no puede atracar hasta debajo de él? ¿No ve usté -que está escripío de peñas al reador, en más de tres brazas de anchura, -y cómo rompe la mar allí? Si cae, señor don Alejo, se desnuca, lo -primero; y lo que de él quede, se lo tragará la rompiente en un decir -Jesús. - -—Pos caer, cae, y sin tardar mucho,—dijo Pedro Juan con gran aplomo. - -—Sea lo que fuere, suceda lo que sucediere, hay que acercarse allá y -discurrir un modo de prestarle algún auxilio... Malo es, malo ha sido; -pero es hijo de Dios como nosotros... ¡Hala más, Juan Pedro!... ¡hala -tú también de firme, muchacho!... Y no estaría de sobra que aquellos -otros acudieran también... - -«Aquellos otros» eran los de las barquías de San Martín, á los cuales -comenzó á llamar con el pañuelo el cura, puesto de pie. - -—¡Virgen María, qué demencia!—continuó exclamando y con la mirada fija -otra vez en el peñasco.—¡Y allí está como una lapa, sin subir ni -bajar, el desdichado, acabando con las pocas fuerzas que le quedarán! -Pero, hombre, ¿no habría medio de darle ayuda por alguna parte? Quizás -por arriba... - -—Sería tanto como despeñarse los dos, él y quien bajara á -ayudarle—replicó el Lebrato.—Pero anque eso se arriesgara uno á hacer, -¿por onde se va pa llegar antes que él se despeñe? Si tuviera un poco -de serenidá, echándose hacia la izquierda pa ganar el balconuco, como -yo le dije dende aquí mesmo un día... ¡Santo Dios!—exclamó aterrado de -pronto el pobre hombre.—¡Si con aquel dicho habré tenío yo parte en esa -barbaridá de locura?... Pero, señor, yo lo dije por decir, y por mí -mesmo, que soy capaz de hacerlo como lo dije... no por él, bien lo sabe -Dios que nos estaría escuchando. - -—No te apure ese temor, Juan Pedro—se apresuró á decirle el cura para -desvanecerle el escrúpulo,—aunque no te afirmaré que el desventurado -no haya tenido en cuenta tu dicho en medio de su locura para atreverse -á cometer la que está cometiendo ahora; pero ¿qué culpa tienes tú de -qué haya un hombre, tan desatinado, que tome al pie de la letra esos -diches, sin distinguir de colores? - -—Quien ahí le ha puesto—apuntó grave y secamente Pedro Juan,—no ha sío -el dicho de usté ni el de naide; que ha sío, ó el demonio, que le cegó -por la cubicia que le consomía, ú Dios, que quiere que las pague toas -juntas de ese modo... - -Avanzó la barquía un poco más; y según iba aclarándose la figura, -iban enmudeciendo los que la contemplaban; porque á la vez crecía lo -terrible y solemne del espectáculo. - -De pronto se oyó un grito agudo y lamentoso, como si saliera del fondo -de una sima; y el hombre de la peña se desprendió de sus asideros y -cayó precipitado por su propio peso; pero no hasta la mar, sino, con -grandísimo asombro de los espectadores, hasta cuatro ó seis varas más -abajo, donde se quedó oscilando y con la cara vuelta hacia la barquía. - -—¡Coles... la cuerda!—exclamó Pedro Juan, mientras los demás estaban -como petrificados.—¡Ya está visto pa qué la quería! - -Efectivamente, el Berrugo (porque ya no cabía duda que era él) estaba -amarrado por debajo de los sobacos con una cuerda sujeta arriba por -el otro extremo. La cuerda, buscando su aplomo al caer el cuerpo -que sostenía, se apartó hacia la derecha del camino que llevaba don -Baltasar, y éste se halló debajo de la imposta, enfrente de la parte -más lisa y cóncava de la peña, oscilando en el aire sobre un fondo -sombrío y viscoso, y tejiendo con brazos y pies, como sapo en estaca. -Horrorizaba verle así. - -Ó porque distinguió á la barquía, ó porque el instinto de conservación -se lo impuso, sucedió que el desdichado comenzó á dar alaridos y á -pedir ayuda en todos los acentos que caben en los registros del espanto -y de la desesperación. - -El cura, sin saber qué hacerse, como los otros dos, se descubrió la -cabeza y se puso á rezar por él. - -—No hay poder humano que le ayude—dijo al mismo tiempo el -Lebrato.—Otro, en su pellejo, se esquilaría por la cuerda; pero ¿de qué -le ha de servir á él, que desde mucho más arriba, onde tenía apoyo pa -los pies, no pudo aprovecharla pa ayudase con las manos tan siquiera? - -—Sea lo que sea—exclamó el cura dejando de rezar, pálido y -demudado,—acerquémonos más; y ya que no podamos salvarle la vida, -hagamos algo por su alma. - -Anduvo la barquía hasta acercarse tanto á las rompientes, que don -Baltasar conoció á los que iban en ella. Lo demostró con un grito de -júbilo. - -—¡Dios os envía!... ¡Don Alejo!... ¡Hay Dios!... ¡Ya creo en Él... y en -su misericordia! - -—Por la cuenta que te tiene ahora,—murmuró Pedro Juan al oir aquellas -voces que parecían de un alma en pena. - -—Bien está eso, señor don Baltasar—gritó el cura con la poca voz que -le dejaba su angustia.—Pero no deje también de creer en su justicia... -y mire, mire... nosotros vamos á hacer por usted todo lo que -humanamente se pueda; pero, por si no alcanza, prepárese para una buena -muerte... - -—¡Eso no!—gritó el Berrugo pataleando allá arriba.—¡Yo no quiero morir! -¡Yo estoy en sana salud y quiero vivir todavía! - -—Y entonces, ¿por qué se puso tan en peligro de perecer, como se ha -puesto por su gusto? - -—¡Yo no me puse!... ¡Yo no sé por dónde ni cuándo he venido aquí!... -¡Yo he debido estar loco!... Agarrado á esta peña allá arriba, me ha -despertado el espanto... ¡Por compasión!... ¡por caridad!... ¡ayúdenme, -ampárenme... y pronto, que la cuerda trisca, y es de esparto viejo -lo más de ella... y ya se me turba la vista... y me van faltando las -fuerzas!... - -De pronto se le ocurrió al Lebrato que se le podía socorrer -desembarcando en la playuca, y corriendo luégo á tirar de la cuerda -desde arriba. Pero había media hora hasta la playuca, y otro tanto por -tierra, y la cuerda flaqueaba ya, y el hombre no parecía estar más -firme que la cuerda. - -—No importa—respondió el cura;—es el único recurso, y hay que -intentarle... - -En esto llegaron las dos barquías, cargadas de hombres con el horror -pintado en las caras; y al triste son de los alaridos cada vez más -lentos y apagados del infeliz Berrugo, les comunicó don Alejo su -proyecto. Una de las barquías podía quedarse allí para animar con -su presencia al agonizante, y las otras dos ir con sus hombres á -auxiliarle por la playuca. Se convino en ello; partieron á toda fuerza -de remo las barquías de San Martín hacia la playuca, y don Alejo se lo -gritó á don Baltasar para darle alientos. - -—¡Es tarde ya!—respondió el mísero, con la cabeza caída y los miembros -lacios.—Me va faltando la vida; y la cuerda, que me ahoga con mi propio -peso, trisca cada vez más. - -—¡Hay que intentarlo, con todo!—dijo el cura; y añadió en seguida:—Y -mire, don Baltasar: como antes le dije, por si acaso tiene usted razón, -prepárese para una buena muerte... Haga un acto de contrición. ¡Mire -que otros en mejor salud han fenecido!... ¡Mire que voy creyendo que -para algo me trajo el Señor aquí hoy!... - -No se sabe si respondió algo don Baltasar y no dejó oirlo el incesante -machaqueo de la resaca; pero está fuera de duda que volvió á patalear -entonces, porque esto se vió. - -El Lebrato daba diente con diente, sin apartar sus ojos del -espectáculo, y su hijo, contemplándole también sin cesar, estaba como -electrizado. Don Alejo, impaciente y conmovido, mirando tan pronto á -don Baltasar como á las barquías, que no andaban tanto como su deseo, -continuó amonestando al moribundo, pues por tal le consideraba; y al -ver que no le respondía, y que cada vez inclinaba más la cabeza y eran -sus movimientos más débiles, recitó la oración de los agonizantes, -arrodillándose los tres en la barquía; y luégo, levantando el brazo -derecho y clavando los ojos compasivos en don Baltasar, bendíjole, y -rezó con voz vibrante y solemne: - -—_Si es bene dispositus, ego te absolvo a pecatis tuis, in nomine -Patris et Filii et Spíritus Sancti._ - -En aquel mismo instante se oyó un trisquido y también algo como -lamento, y se vió á don Baltasar precipitarse rápidamente, con las -piernas y los brazos extendidos, como una rana que se lanza al charco, -desde la altura en que oscilaba moribundo de horror y de fatiga, al -erizado peñascal, en cuyas puntas rebotó dos ó tres veces antes de -desaparecer entre las revueltas espumas de la resaca. - -El Lebrato y el cura lanzaron un grito. El Josco se echó hacia -atrás, pálido como la pechera de su camisa; y los tres contemplaron, -consternados, cómo se enrojecían las espumas del agua que batía las -peñas entre las cuales había desaparecido don Baltasar. - -El cura volvió á hincarse de rodillas; y mirando al cielo le elevó esta -súplica, como recomendación del alma del desdichado: - -—_Súscipe, Domine, servum tuum in locum sperandæ sibi salvationis a -misericordia tua._ - -Era imponente y aflictivo aquello; y aún lo fué más cuando al ver los -del barquichuelo flotar el largo pedazo de cuerda que había caído -á la mar con el mísero despeñado, se lanzaron, con riesgo de sus -vidas, á cogerle; y tirando de él don Alejo y remando los otros dos -hacia afuera, apareció, casi á flote y remolcado por la barquía, el -ensangrentado cadáver con el cráneo deshecho y los miembros destrozados. - - POLANCO, agosto-octubre 1888. - -[Ilustración] - - - - -[Ilustración] - - - - -INDICE - - - Páginas. - - - I. —«Ré» en la Arcillosa. 5 - - II. —El conflicto de Pedro Juan. 27 - - III. —Adónde fué á parar la segunda sarta de peces. 43 - - IV. —«Ese hombre». 61 - - V. —Continuación del anterior. 81 - - VI. —Varga abajo y varga arriba. 101 - - VII. —Cuentas de familia. 111 - - VIII. —El médico don Elías. 123 - - IX. —Las cosas de don Elías el médico. 147 - - X. —Por dónde flaqueaba el Berrugo. 177 - - XI. —Las lunas del Josco. 197 - - XII. —En qué manos andaba Inés. 213 - - XIII. —La obra de Marcones. 227 - - XIV. —El cura de Robleces. 247 - - XV. —El pleito del profesor. 265 - - XVI. —El fallo de la educanda. 281 - - XVII. —El agosto del Berrugo. 301 - - XVIII. —Vuelta al pleito de Marcones. 325 - - XIX. —El caballero del altar mayor. 345 - - XX. —Quién era él. 357 - - XXI. —Arroz y gallo muerto. 377 - - XXII. —Examen de conciencia. 405 - - XXIII. —Corrida en pelo. 427 - - XXIV. —Leña al fuego. 449 - - XXV. —Anales de tres semanas. 469 - - XXVI. —La puchera del Lebrato. 483 - - XXVII. —Luz y tinieblas. 505 - - XXVIII.—En el fondo del abismo. 523 - - XXIX. —El poder de una idea. 537 - - XXX. —Cosecha de tempestades. 557 - - XXXI. —«Por do más pecado había». 581 - -[Ilustración] - - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of La Puchera, by José María de Pereda - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA PUCHERA *** - -***** This file should be named 55058-0.txt or 55058-0.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/5/0/5/55058/ - -Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box, and the -Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions -will be renamed. - -Creating the works from public domain print editions means that no -one owns a United States copyright in these works, so the Foundation -(and you!) can copy and distribute it in the United States without -permission and without paying copyright royalties. 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You may copy it, give it away or -re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included -with this eBook or online at www.gutenberg.org/license - - -Title: La Puchera - -Author: José María de Pereda - -Release Date: July 6, 2017 [EBook #55058] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA PUCHERA *** - - - - -Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box, and the -Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - - - - - -</pre> - - -<div class="front"> - <hr class="full" /> - <h1 class="faux">LA PUCHERA</h1> - <p><a href="#tnote">Nota de transcripción</a></p> - <p><a href="#ToC">Índice</a></p> -</div> - -<div class="screenonly"> - <hr class="chap0" /> - <div class="figcenter"> - <img src="images/cover.jpg" - alt="Cubierta del libro" /> - </div> -</div> - - -<div class="aftit pt6"> - <hr class="chap" /> - <p class="large"><span class="pagenum" id="Page_1">[p. 1]</span>OBRAS COMPLETAS</p> - <p class="small mt1">DE</p> - <p class="xl mt05">D. JOSÉ MARÍA DE PEREDA</p> - <hr class="chap" /> -</div> - - -<div class="tit pt3"> - <p class="xl"><span class="pagenum" id="Page_3">[p. 3]</span>OBRAS COMPLETAS</p> - <p class="medium mt1">DE</p> - <p class="xxl red mt05">D. JOSÉ M. DE PEREDA</p> - <p class="medium smcap mt1">de la Real Academia Española</p> - - <hr class="sep" /> - - <p class="smcap g1 large">Tomo XI</p> - <p class="xl red mt1 g1">LA PUCHERA</p> - <p class="small mt2">SEGUNDA EDICIÓN</p> - - <hr class="sep" /> - - <p class="large">MADRID</p> - <p class="medium">VIUDA É HIJOS DE MANUEL TELLO</p> - <p class="large">1901</p> -</div> - - -<div class="aftit pt6"> - <hr class="chap" /> - <p class="f large"><span class="pagenum" id="Page_4">[p. 4]</span><i>Es propiedad - del autor.</i></p> - <hr class="chap" /> -</div> - - -<div class="chapter" id="Ch_1"> - <p><span class="pagenum" id="Page_5">[p. 5]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_copa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">I</h2> - <p class="subh2">«RÉ» EN LA ARCILLOSA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-q.jpg" alt="Q" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Quién</span> de los dos -empujó primero, yo no lo sé. Quizás fuera el mar, acaso fuera el río. -Averígüelo el geólogo, si es que le importa. Lo indudable es que el -empuje fué estupendo, diérale quien le diera; es decir, el río para -salir al mar, ó el mar para colarse en la tierra. Mientras el punto -se aclara, supongamos que fué el mar, siquiera porque no se conciben -tan descomunales fuerzas en un río de quinta clase, que no tiene doce -leguas de curso.</p> - -<p>¡Labor de titanes! Primero, el peñasco abrupto, recio y compacto de -la costa. Allí, á golpe y más golpe, contando por cúmulos de siglos -la faena, se abrió al fin ancho boquete, irregular y áspero, como -franqueado á empellones y embestidas. Al desquiciarse los peñascos de -la ingente muralla, algo cayó hacia afuera que<span class="pagenum" -id="Page_6">[p. 6]</span> resultó islote mondo y escueto, y más de -otro tanto hacia dentro, en dos mitades casi iguales, que vinieron á -ser á modo de contrafuertes ó esconzados de la enorme brecha. La labor -del intruso para continuar su avance, fué ya menos difícil: sólo se -trataba de abrirse paso á través de una sierra agazapada detrás de la -barrera de la costa; y forcejeando allí un siglo y otro siglo, buscando -á tientas al obstáculo las más blandas coyunturas de su armazón de -granito, quedó hecho el cauce, profundo y tortuoso, entre dos altos -taludes que el tiempo fué tapizando de césped y bordando de malezas.</p> - -<p>Atravesada la sierra, el cauce desembocó en un valle, verde y -angosto, encajonado entre ondulantes cerros y colinas, que van -escalonándose suavemente y creciendo á medida que se alejan hacia la -erguida cordillera que recorta el horizonte con su perfil de jorobas y -picachos, de Este á Oeste. Las aguas, detenidas un instante al asomar -al valle, como para formar allí un remedo de golfo, corrieron hacia -la izquierda, lamiendo por aquel lado las faldas del montecillo que -las separaba del mar; después retrocedieron súbitamente, describiendo -rápida curva sobre la derecha; se deslizaron mansas, tranquilas y -en línea recta, á lo largo del valle hasta dar con otro cerro de -escarpada ladera; y arrimaditas á él, continuaron corriendo y<span -class="pagenum" id="Page_7">[p. 7]</span> abriendo cauce tierra -adentro, hasta perderse en un laberinto inextricable, cuyos misterios -no había penetrado todavía la luz del sol.</p> - -<p>Es posible que en aquellas espesuras toparan con el ocioso río -dormitando entre sus cañaverales y bajo su espeso dosel de alisos, -madreselvas y avellanos bravíos; pero lo que no tiene duda, porque bien -á la vista está, es que desde entonces, por el mismo cauce que llenan -y desocupan dos veces cada día las salobres aguas, salen al Atlántico -mezcladas con ellas las insípidas del río, que ha bajado, creciendo -poco á poco con ayuda de vecinos y despeñándose á menudo, desde sus -pobres fuentes escondidas en un repliegue sombrío de las montañas del -fondo.</p> - -<p>Este cauce, en su parte recta y más larga, y en sentido opuesto á la -línea de la costa, tiene dos grandes derivaciones ó caños, que arrancan -de él, casi verticalmente, como del tronco las ramas principales; y los -caños, á su vez, otras ramificaciones que surcan en varios sentidos -la ribera hasta el contorno mismo de la tierra firme: de modo que en -las pleamares toda la planicie aparece tijereteada y subdividida en -islillas verdes, en las cuales pastan los ganados el sabroso liquen que -crece entre apiñados haces de finísimos juncos.</p> - -<p>De los dos grandes caños que tiene la ría, es<span class="pagenum" -id="Page_8">[p. 8]</span> el principal, por ancho, largo y navegable, -el llamado <i>la Arcillosa</i>, no sé por qué, pues allí no hay señal de -arcilla ni de cosa que se le parezca. El hecho es que se llama así, -y que en el pueblo que se desparrama á corta distancia de él, le -consideran como su puerto de mar los contados labradores que hacen á -pluma y á pelo; quiero decir, que así manejan el dalle y <i>tumban</i> un -prado en agosto, como <i>cinglan</i> en la <i>chalana</i> y calan la <i>sereña</i>, -ó tienden las redes ó arrastran el <i>retuelle</i> por la canal casi -enjuta.</p> - -<p>Pasan de diez los pueblos que, más de cerca ó más de lejos, se miran -en las aguas de la ría; y el más grande de todos está encaramado, y -como á horcajadas, en el mismo perfil de la costa y sobre su curva más -alta. Abajo, muy abajo, está la playa, espaciosa, limpia y abrigada, -en la cual mueren blandas y rumorosas hasta las enfurecidas olas que -momentos antes, y entre bramidos, se estrellaron en las dunas y en los -peñascos de la barra, impelidas por el huracán. Este pueblo, sin dejar -de ser <i>terrestre</i>, tiene más alientos y caracteres marítimos que los -demás ribereños. Cuenta con un buen número de lanchas <i>de altura</i>, -y sus pescadores pertenecen, por tanto, á la desdichada legión de -«héroes anónimos;» es decir, que son de los valientes que pagan, en la -proporción debida, el negro tributo que tan á menudo cobran á los<span -class="pagenum" id="Page_9">[p. 9]</span> de su oficio las tempestades -del Cantábrico. Tiene una delegación, aunque humilde, del ministerio de -Marina; y la Hacienda pública su poco de aduana, que, de vez en cuando, -aplica sus ociosos aranceles á las heróicas naves que atraviesan -la barra y surcan luégo la ría del puerto aquél; al cual puerto, y -solamente para los efectos... artísticos de este libro, llamaremos de -San Martín, lo mismo que al pueblo á que corresponde; pueblo de notoria -importancia en el litoral montañés, á la que no contribuye poco el bien -adquirido renombre de su hermosa playa, en la que se zambulle cada -verano un buen contingente de la sociedad adinerada, que despuebla, -en los meses estivales, por costumbre ó por necesidad, las mejores -ciudades del interior de España. Casi, casi, es sitio <i>de moda</i> en el -<i>Almanaque del turista</i>.</p> - -<p>No lo son, ciertamente, las demás aldeas circunvecinas, ni, en rigor -de verdad, echan ellas de menos ese timbre vanaglorioso, porque para -nada le necesitan. Cuál, por empingorotada y descubierta á todos los -vientos de la rosa; tal, por recogida y acurrucada al socaire de sus -arboledas; ésta, por agrupadita y <i>cevil</i>; aquélla, por desperdigada y -montuna; la de acá, por «pudiente y hacendosa;» la de allá, por todo -lo contrario; la de enfrente, por lindera del camino real, y la del -otro lado, por inaccesible y <span class="pagenum" id="Page_10">[p. -10]</span>escondida, cada una de ellas, y según propio aserto, con -las mozas más garridas, y las mieses más feraces, y las campanas más -sonoras, y las fuentes más saludables, y el santo más glorioso, de -todas las mozas, de todas las mieses, de todas las campanas, de todas -las fuentes de siete leguas á la redonda, y de todos los santos de la -cristiandad, se considera como lo mejorcito y más envidiable de España; -y en unión de cuanto puede abarcar la vista desde el campanario de la -iglesia, el pedazo de tierra más <i>majo</i> de todo el mundo conocido.</p> - -<p>Y el caso es que yo mismo ando á dos jemes de creerlo también al -pie de la letra, porque verdaderamente es de lo más hermoso que puede -imaginarse aquel panorama inundado de luz y de alegría.</p> - -<p>Viniendo á lo que importa, ó sea á Robleces, la susodicha aldea -que considera á la Arcillosa como su puerto natural y propio, y no -sin razón puesto que le pertenece, como el del monte comunal, el -usufructo de la mitad de la ribera enclavada en su término, conviene -saber por ahora que, después de San Martín, es el pueblo de mayor -vecindario entre todos los ribereños; que está dividido en tres -barrios, separados entre sí por tres mieses, dos llosas, cuatro -camberones hondos y una sierra calva; que del barrio más próximo á -la ría y llamado<span class="pagenum" id="Page_11">[p. 11]</span> -de Las Pozas, seguramente por las que en él abundan en invierno, son -los únicos <i>anfibios</i> que cuenta el vecindario de todo el lugar, y -que la casuca de Juan Pedro Menocales, más conocido por <i>el Lebrato</i>, -el único matriculado en regla que hay entre los contados <i>anfibios</i>, -está casi dando con los cimientos en el agua de un canalizo que -serpentea hasta aquellos límites de la junquera y arranca del extremo -<i>terrestre</i> de la Arcillosa. En ese canalizo, casi en las bardas mismas -de su corral, fondea, ó mejor dicho, amarra el Lebrato á un estacón -bien clavado en el suelo, su <i>chalana</i>, poco mayor que una masera, -y otra embarcación de más humos, que también posee y utiliza en las -grandes ocasiones de su arrastrado oficio: una <i>barquía</i>, vieja sí y -acribillada de remiendos y tapones, calafateada con trapajos <i>caseros</i> -y embadurnada con algo que no tiene ni el negro brillante, ni la -correa, ni la impermeabilidad del alquitrán de buena casta; pero, al -cabo, una barquía, capaz... de lo que se irá sabiendo poco á poco. -Porque en la persona del Lebrato hay algo más de lo que aparentan su -pellejo arrugado, su delgadez sarmentosa, su carita risueña y aniñada, -y especialmente aquel sobrar de calzones, de chaleco y de camisa por -todas partes, como si estas prendas no llevaran dentro más que las -ramas torcidas del tísico cero<span class="pagenum" id="Page_12">[p. -12]</span>jal en que el viento las zarandea para secarlas cada vez -que la cellisca de la ría las empapa sobre el cuerpo de su dueño. Por -de pronto, hay, ó más propiamente, había en éste, á la sazón de mi -cuento, un hombre que, arrastrado por las exigencias de su deber de -matriculado, había corrido mucho mundo y guerreado valerosamente... -¡asómbrese el orbe entero! en Cochinchina, á las órdenes del coronel -Palanca. De allí vino á la hora menos pensada con su correspondiente -lucro, bien cosido al ceñidor; unas botas <i>de agua</i>, que sólo se -calzaba en los días de incienso ó cuando iba á Santander, y un saco -inagotable de cuentos y noticias sobre cosas y personas de por allá, -que eran el regocijo y el pasmo de todos sus convecinos.</p> - -<p>Este Juan Pedro, el Lebrato, tenía un hijo, llamado Pedro Juan, más -conocido por el mote de <i>el Josco</i><a id="FNanchor_1" href="#Footnote_1" -class="fnanchor">[1]</a>, el cual hijo era en estampa y en carácter -todo lo contrario de su padre, es decir, medradote, sombrío de faz, -corto de genio y seco y áspero de frase. Vivían y trabajaban juntos, -y andaban en todo tan unidos, aunque eran entre sí tan diferentes, -como la mar y el cielo ó la noche y el día. El padre era el espíritu, -la inteligencia y la palabra; el hijo, la fuerza, la máquina dócil y -segura que rechina<span class="pagenum" id="Page_13">[p. 13]</span> -á ratos por lo mismo que se mueve, pero que no se para mientras la -voluntad inteligente no se lo ordena. En un solo trabajo fallaba esta -máquina, que jamás se resistía á la voluntad y al ejemplo de Juan -Pedro, ni aun cuando éste se jugaba la vida chungueándose con el -riesgo mortal, como si se tratara de mojarse el vestido en la canal -de la Arcillosa: el trabajo de casarse Pedro Juan con la mujer que le -proponía Juan Pedro. ¡Entonces sí que rechinaba la máquina y hasta -echaba chispas por todas sus coyunturas! Porque al mandato del padre -se oponía tenazmente, no la voluntad ni la inclinación del hijo, pues -inclinación á la moza y voluntad para casarse con ella le sobraban, -sino la cortedad del genio, que le hacía imposible todo paso directo en -aquel sentido. ¡Los había intentado en vano y de propio impulso tantas -veces!</p> - -<p>Y la mujer era de suma necesidad en aquella casa tan falta de -gobierno y del aseo que no pueden tener dos hombres rudos, esclavos -además de un incesante trabajo. Pedro Juan tenía una hermana; pero -esta hermana estaba casada y llena de familia; y aunque vivía también -en Las Pozas, harto tenía que hacer en su propia casa para pensar en -el arreglo de la de su padre. Gracias que cada ocho días les lavaba -la ropa blanca, y cada quince daba un recorrido<span class="pagenum" -id="Page_14">[p. 14]</span> á los pobres trastos del hogar, y remendaba -lo más apremiante de lo roto, y en los grandes apuros les echaban, ella -y «el su hombre,» una mano á las faenas. Y para eso, ¡qué ponderar la -ayuda y los ahogos, y qué zamparse la familia entera las hogazas y los -torreznos de los pobres solitarios, en un par de comidas y otras tantas -cenas!</p> - -<p>Con ser tanto lo que ocupaban al padre y al hijo los trabajos de -la ría, esto no era para ellos más que lo accesorio, ó «ayuda de -costas:» lo principal era la labranza de unas tierras y el cuidado de -unos animales. Así andaba en aquella pobre casuca revuelto lo marino -con lo campestre: la red con el arado, el remo con el horcón; y en la -socarreña adjunta, el aparejo de la barquía sobre la pértiga del carro. -Tiempos hubo en que las tierras y el ganado y la casa y cuanto en ella -se contenía, fueron de la propiedad del Lebrato, parte de ello por -herencia, y el resto adquirido con los doblones venidos de Cochinchina; -pero á aquellos tiempos bonancibles y prósperos, sucedieron otros bien -adversos; largas y crueles enfermedades que, tras de dejar viudo al -pobre hombre, le costaron buenos dineros; plagas que arruinaron las -cosechas y diezmaron los ganados; el fisco, que no repara cosa mayor -en tales desventuras para llevarse, por buenas ó por malas, lo mejor -de la ha<span class="pagenum" id="Page_15">[p. 15]</span>cienda del -atribulado... y lo que de todo esto se sigue por ley fatal de las -desdichas humanas; y Juan Pedro tuvo que acudir al anticipo, y después -al préstamo con hipoteca; y como cayó en malas manos para todos estos -delicados tejemanejes, de la noche á la mañana se vió convertido, -de acomodado propietario, en simple y menesteroso rentero de su -prestamista, que aún le ponderaba este favor, pues derecho tenía para -arrojarle de casa y buscar otro colono para sus tierras y ganados. -Convenía el Lebrato en ello; y lejos de amilanarse por tan poca cosa, -sin perder su buen humor ni verse un frunce de más ni de menos en -sus ojillos risoteros, se lanzaba con doble ahinco á sus bregas de -pescador, para sacar de ellas el dinero que le costaban la escasa -borona que le nutría el demacrado cuerpo, y los míseros trapos en que -le envolvía.</p> - -<p>Á Pedro Juan no le alcanzaron más que los tiempos malos; con lo cual -y la singular contextura de su naturaleza, se acomodó sin esfuerzo á lo -que ellos daban de sí buenamente, que era bien poco y bien arrastrado -en su mayor parte.</p> - -<p>Y así y con otros trabajillos que no andaban tan á la vista como -ello, iban tirando de la vida el padre y el hijo al tener yo el gusto -de presentárselos al lector bondadoso, metidos<span class="pagenum" -id="Page_16">[p. 16]</span> hasta las choquezuelas en la basa de la -Arcillosa, cerquita de su empalme con la ría; clavando con picachos de -madera la parte inferior de una red que alcanzaba de orilla á orilla; -plegando luégo el resto sobre lo clavado en el suelo; afirmándolo allí -con cantos sobrepuestos para que no se recelaran los pescados ni la -levantara la marea según fuera ésta subiendo, y atando, por último, en -lo alto de cada orilla del ancho cauce, las dos cuerdas que arrancaban -de los dos extremos de la red oculta. La misma operación hicieron -en seguida en los dos únicos portillos de la Arcillosa, que, aunque -lejana, tenían comunicación con la gran arteria de la ría. Terminadas -estas operaciones, que no duraron menos de dos horas, padre é hijo -emprendieron la vuelta á casa, á ratos por el fango del estero, y á -ratos por la junquera, según fueran ó no accesibles sin esfuerzo los -islotes del atajo.</p> - -<p>Mediaba el mes de junio: las mareas eran vivas, el día espléndido, -y aquella red, la primera que echaba el Lebrato en el vagar que le -ofrecían sus trabajos campestres, entre el resallo y la siega.</p> - -<p>Antes de comer lo poco y mal condimentado que les aguardaba arrimado -en un pucherete á la lumbre mortecina, ya estaban el padre y el hijo -Arcillosa arriba en su chalana, porque la<span class="pagenum" -id="Page_17">[p. 17]</span> pleamar exacta era á las doce, y había que -levantar la red un buen rato antes de iniciarse el descenso de las -aguas. Cuando llegó el momento esperado, cada cual haló desde la orilla -en que estaba del correspondiente cabo, que volvió á ser amarrado -bien tirante á la respectiva estaca, en cuanto la red quedó alzada -más de tres palmos sobre la marea; precaución bien tomada, porque -el <i>muble</i> no es pez que se deja arrinconar por barreras que puedan -franquearse con un salto de una tercia. Levantadas de igual modo las -redes en los dos portillos, los rederos se volvieron á casa á zamparse -la insípida puchera, en paz y en gracia de Dios, mientras la línea -negra que trazaba la red sobre la tersa y brillante superficie de las -aguas, advertía á los muchos aficionados del lugar que apercibieran sus -morrales y retuelles.</p> - -<p>Y no fué desairado el aviso, pues desde más de una hora antes de -la bajamar, ya comenzaron á salir de los tres barrios, triscando como -potros bravíos, con el morral al costado, el retuelle al hombro, las -perneras remangadas hasta las ingles, los pies descalzos, los brazos -en cueros vivos y la cabeza hecha un bardal, cerca de dos docenas de -mozuelos y más de seis mocetones, que no pararon de correr hasta la -casa misma de los rederos, donde tomaban de memoria el número que había -de corresponder<span class="pagenum" id="Page_18">[p. 18]</span>les en -la fila, según el orden en que iban llegando.</p> - -<p>Cuando no quedó en la Arcillosa más agua que la contenida en su -canal angosta, se formó dentro de ella, y en el orden indicado, -la fila, de uno en uno, detrás de los rederos y su familia. Iban, -pues, delante de todos, el Lebrato, su hijo y tres nietos. Tenían -los rederos ese privilegio en compensación del derecho que asistía á -sus convecinos, y no se sabe por qué, para tomar parte en toda pesca -preparada de igual modo en la ribera del lugar.</p> - -<p>La fila no bajaba de treinta cuando el Lebrato se agazapó y -comenzó á andar Arcillosa arriba, á pasos muy cortos y muy lentos, -arrastrando al mismo tiempo la mitad del aro de su retuelle por el -suelo de la canal; y los que le seguían, imitando su ejemplo, se fueron -humillando uno por uno, dando con sus oscilaciones y bamboleos tal -aspecto á la procesión, que más parecía revolcarse que caminar. Como -el diámetro de los retuelles no era menor que el ancho de la canal, -evidente es que cada pescador no podía contar con otros peces que -los que se escabulleran, casi de milagro, por los resquicios ó las -mallas del retuelle del que le precedía. De este modo, calcúlese lo -que le alcanzaría al que formaba en la cola, por cada libra de pescado -que embaulara el Lebrato en<span class="pagenum" id="Page_19">[p. -19]</span> su morral. Ni los cámbaros llegaban esa vez al retuelle del -muchacho que hacía en la procesión el número treinta.</p> - -<p>Pues aún hubo aquella tarde quien hizo el de treinta y uno; porque á -deshora y cuando ya iba la procesión bien apartada de la orilla, llegó -Quilino, un mozo del barrio de la Iglesia que siempre iba el último á -todas partes y donde quiera estaba de más; y hasta en negocios de amor -(lo único en que acertaba á madrugar como nadie, porque era enamoradote -y rijoso como él solo) le dejaban «á resultas» y en «veremos,» como le -estaba pasando entonces con Pilara, que no se resolvía á darle el sí en -tanto no hablara el Josco que, á lo que parecía, «pensaba en hablar.» -Con estas cosas se ponía Quilino que ardía. Llegó á la red echando los -hígados por la boca de tanto correr, y muy arremangado de camisa y -perneras, pero sin retuelle ni morral: no llevaba más que una talega, -como de medio celemín. Se lanzó á la basa, entró en la canal y comenzó -á arrastrar la talega, cuya boca mantenía medio abierta con la ayuda -de una velorta recién cortada en el camino. Rastreando así con gran -dificultad, porque la talega era de lienzo bien tupido y oponía gran -resistencia al agua que entraba en ella para no salir si no la echaban -por donde había entrado, llegó á la cola de la fila con dos cámbaros -chi<span class="pagenum" id="Page_20">[p. 20]</span>cos, tres esquilas -y una zapatera, que resultaron en el fondo de la talega al derramar el -agua que contenía.</p> - -<p>Relinchaba y reía entonces la gente de la red á más y mejor, -porque el Lebrato, contribuyendo sin duda á ello el buen acopio de -lobinas, mubles y rodaballos que iban haciendo él y Pedro Juan en sus -amplios morrales, estaba en vena, como nunca, de dicharachos, cuentos -y chascarrillos graciosos. Y ésta era la salsa que llevaba tanta -gente á las redes del Lebrato: la mitad más que á las que echaban -en la Arcillosa misma y en el otro estero, llamado <i>la Paserona</i>, -<i>el Parrenques</i> ó cualquiera de los otros rederos, harto insípidos y -desanimados, del propio barrio de Las Pozas. Ir á la <i>ré</i> del Lebrato, -era punto menos que ir á una comedia.</p> - -<p>—¿De qué vus riís tanto, chacho?—preguntó Quilino en cuanto se -arrimó al colero, que en aquel instante estrenaba el morral con un -rodaballo no más grande ni más grueso que un librillo de fumar.</p> - -<p>—Del horror de cosas que mos dice tío Lebrato—respondió el del -rodaballo chiquitín.—¡Conchis, qué celébre que está hoy!</p> - -<p>Y el caso es que la gente aquélla se reía por reir, las más de las -veces, porque del quinto de la fila para abajo, ninguno celebraba lo -que verdaderamente salía de los labios de Juan Pe<span class="pagenum" -id="Page_21">[p. 21]</span>dro. Como tenía éste poca voz, y en aquellas -ocasiones hablaba casi con la boca entre las rodillas, y además sonaban -mucho el chocleteo de piernas y retuelles en el agua y el pujar y -toser de los que iban cansándose en aquella postura tan incómoda, las -palabras del Lebrato, por mucho que éste las esforzara, no eran oídas -en toda su claridad más abajo del tercero ó cuarto de la fila; pero -como allí se iba, tanto ó más que por la pesca, por oir los relatos -de Juan Pedro, era ya cosa convenida que cada frase del redero fuera -repetida de trecho en trecho y pasada de boca en boca hasta las orejas -del último de la fila; con lo que acontecía que, cuando ésta era -larga, al llegar la frase á la mitad del camino, ya no tenía punto de -semejanza con la que había salido de la cabecera...</p> - -<p>Como sucedió un buen rato después de llegar Quilino á formar la -cola. Comenzando á narrar otro suceso <i>de allá</i>, que eran los que más -embobaban al auditorio, dijo así Juan Pedro, sin dejar de andar ni de -atender á lo que traía entre manos, ni de recomendar á su hijo los -pocos peces gordos que se le escapaban por entre los pies ó saltando -sobre el aro del retuelle:</p> - -<p>—Amigos de Dios: una vez pillamos á un general muy runflante de las -fuerzas de los chinos... porque un mandarín echó un bando con<span -class="pagenum" id="Page_22">[p. 22]</span> cuatro aleluyas... que, por -equívoco, le sacaron de las trincheras.</p> - -<p>Pues el período éste, emitido á trozos y dando tumbos fila abajo -cada uno de ellos, de boca en boca y pescado al oído conforme á las -respectivas entendederas, fué llegando á las de Quilino en la siguiente -forma:</p> - -<p>—«Se ha de ver que Pilarona le dará en resultante con la puerta en -los hocicos... porque <i>él</i> no anda allí buscando más que las cuatro -alubias y el poco lardo de la puchera.»</p> - -<p>En opinión de Quilino, el <i>él</i> del cuento no podía ser otro que -el mismo Quilino en cuerpo y alma. Pilara no tenía, que de público -se supiera, otro pretendiente declarado que él, Quilino, y otro de -intención, pero muy á la vista: el Josco. Tan á la vista, que la misma -Pilara le había dicho á él, á Quilino, más de tres veces, que le -abría la puerta de su casa «á resultas de lo que Pedro Juan hablara, -cuando rompiera á hablar.» De modo y manera que lo del portazo «en los -hocicos» se había dicho allí por él, por Quilino, ó por el Josco. Por -el Josco no podía ser, porque el dicho venía del Lebrato, y el Lebrato -no había de burlarse de su propio hijo delante de tanta gente. Luego -era por él, por Quilino; y siendo por él, pasara lo de «la puerta en -los hocicos,» porque, al cabo, nadie es onza de oro que á todos guste; -pero lo de las<span class="pagenum" id="Page_23">[p. 23]</span> cuatro -alubias de la puchera, ¿con qué derecho se suponía y se declaraba en -público como cosa cierta, siendo en su parecer, en el de Quilino, tan -calumniosa?</p> - -<p>Todas estas cosas discurrió Quilino, á su manera y en un periquete, -en cuanto llegó á su oído la última frase del período copiado, con lo -que se puso hecho un veneno; y dando un talegazo furibundo en la basa, -pidió cuentas del dicho al mozalbete que se le había endosado, el cual -respondió que como se le entregaron le había hecho correr; reclamó -entonces á la estafeta inmediata, saliéndose ya para esto de la canal; -mas como por allá arriba no se había dicho ni oído cosa semejante á -lo que producía la protesta de Quilino, que bailaba de coraje encima -de la basa, los treinta de la red le armaron una de risotadas y -chiflidos, que temblaba la junquera. Cegóse con ello Quilino, y fuése -en derechura hacia el Josco, que era el que más le ofendía allí, no -por lo que dijera ni silbara, pues ni desplegó los labios el infeliz, -ni con una mala arruga en ellos dió á entender que deseaba reirse de -lo que estaba pasando; sino por ser quien era: el mozo de cuya lengua -dependía que Pilarona le diera á él ó no le diera «con la puerta en los -bocicos.» Pedro Juan podría ser corto para decir á una moza «por ahí -<span class="pagenum" id="Page_24">[p. 24]</span>te pudras;» pero á -dar pronto, bien y á tiempo una castaña á un provocador, y provocador -tan mal visto de él como Quilino, que podría ó no podría salirse con -la suya en el empeño en que estaba metido, no había maestro que le -ganara. De modo que en cuanto vió la actitud de Quilino y sintió que le -temblaba un poco la mejilla izquierda, único síntoma que anunciaba en -él que se había colmado la medida de su aguante, largó el retuelle y -dió el primer avance para salir de la canal; pero lo observó su padre, -le cortó el paso con la ayuda de unos cuantos concurrentes, y entre -todos ellos le volvieron á su sitio, mientras los restantes de la red -daban otra grita al desconcertado retador y le echaban hacia abajo.</p> - -<p>Y á esto debió Quilino la fortuna de conservar por entonces todos -sus dientes en la boca, y de no haber dejado aquella tarde bien -estampada su persona en la basa del estero.</p> - -<p>Del cual salió sin detenerse más tiempo que el indispensable para -apañar la talega, echando espumas de rabia por la boca, y sacudiendo -tan fieros talegazos contra el suelo y hasta contra sus propias zancas -cuando no estaban hundidas en él, que al intentar un recuento de sus -cámbaros mientras gateaba la sierra, los halló en las honduras del saco -hechos una pura papilla. Esto, y el antojársele que ciertos rumores con -que de rato en rato le escarbaba los oídos el<span class="pagenum" -id="Page_25">[p. 25]</span> espirante nordeste (que, por ser de buena -casta, había de morir antes que el sol acabara de caer) eran los de la -rechifla con que le despedían á él, á Quilino, los de la red, encendió -nuevas iras en su pecho; trocó en desatada carrera el paso acelerado -que llevaba, y buscó por el callejo más hondo el camino más breve del -barrio, decidido á verse con Pilarona y á decirla cuanto antes que, -«saliérale pez ú rana, <i>aquello</i> no podía seguir así.»</p> - -<p>Entre tanto, los de la Arcillosa, olvidados bien pronto de Quilino -con los lances de la pesca y las cosas del Lebrato, continuaban detrás -de éste y su familia arrastrando el retuelle, casi siempre vacío; pero -con la esperanza de mejorar de suerte <i>más allá</i>. Y así fué, para -algunos, al llegar al remate de la canal, punto menos que en seco ya, -donde los cautivos peces se habían ido refugiando al buscar una salida -que sólo hallaban los que tenían la suerte de caber por las estrechas -mallas de la red. Para todos los pescadores hubo algo en aquel sitio; -pero tan poca cosa para los más de ellos, que sin las cuchufletas del -Lebrato, el lance de Quilino y otras «deversiones de palabra» que allí -encontraron, no alcanzara á consolarlos del tiempo que habían perdido, -ni del dolor de riñones que les hacía renquear, de vuelta á casa.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_florido.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_2"> - <p><span class="pagenum" id="Page_27">[p. 27]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_inicio.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">II</h2> - <p class="subh2">EL CONFLICTO DE PEDRO JUAN</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-m.jpg" alt="M" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Mejor</span> aprovechá pudo -haber sido la tarde—decía Juan Pedro á su hijo mientras los dos -refrescaban el pescado de los respectivos morrales zambulléndole en el -agua limpia de la caldera, que para eso habían colocado sobre el poyo -del soportal de su casa;—pero otras redes han dado menos, y quizaes la -de mañana no dé ni tanto. ¿Te paece que habrá aquí veinte libras?</p> - -<p>Pedro Juan dijo con la cabeza que no.</p> - -<p>—Ya estaba yo en eso, como lo estoy en que pasan de quince.</p> - -<p>Pedro Juan hizo un signo afirmativo.</p> - -<p>—Y de deciséis.</p> - -<p>Otra afirmación muda del Josco.</p> - -<p>—Y de decisiete.</p> - -<p>Nueva afirmación muda del susodicho.</p> - -<p>—Y de deciocho.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_28">[p. 28]</span></p> - -<p>Pedro Juan hizo un gesto que quería decir: «por ahí le andará, sobre -poco más ó menos.»</p> - -<p>—Esa es la cosa; pero con la ventaja de que las piezas son, por el -respetive, de locimiento pa la salida... y abunda más la <i>llubina</i> que -el <i>muble</i>, con buen qué de rodaballos... Quiere decirse que, motivao á -este particular, no hay que ablandarse en el precio tanto como solemos: -bien se puede pedir, uno con otro, á tres reales la libra; y casa por -casa y escogido, á treinta cuartos lo que menos.</p> - -<p>Pedro Juan hizo otro gesto que significaba: «podrá que sí, ú podrá -que no.»</p> - -<p>—Hombre, si te encoges tanto, visto está que no; pero como yo -creo que no hay razón pa encogerse cuando se hace la cosa en buena -concencia y en ley de Dios, como ésta... Más caro vende Perrenques pura -metralla, y no falta quien se lo tome; y los demás rederos, allá se -le van en humos cuando el caso les llega... y toos lo nesecitan menos -que tú y que yo... ¡y con ser quien soy!: el único matriculao que anda -en la ría, y más afuera tamién, y con derecho bien notorio de que no -anduvieran otros por onde yo ando. Sólo que es uno de esa condición -y no quiere guerra con sus convecinos, ni hacer mal á naide no más -que por hacerlo... Dirás tú que éstas son coplas, y que más valiera, -en ciertos casos, vista la mala ley de otras<span class="pagenum" -id="Page_29">[p. 29]</span> gentes, hacer con tales y con cuales lo que -el de más allá hace con uno... Podrás estar en lo firme; pero yo estoy -más á gusto con hacer lo que hago. Cierto que no se engorda con ello; -pero se duerme tan guapamente, y no hay ujano que roa en los prefundos -cuando más devertío está el hombre, ni pentasma que le espante ni le -engurruñe los hígados cuando la triste nesecidá le pone en riesgo de -jugarse la vida allá afuera, contra un zoquete de borona... Tú, Pedro -Juan, hazte la cuenta de que no hay bien ni mal que cien años dure... -y hala pa lante hasta caer de veras; que de caer hemos, igual tú y yo, -que semos la miseria andando, que el que tenga los mesmos tesoros del -<i>Pirata</i>... ¿Metistes la camá de juncos en el cesto?</p> - -<p>Pedro Juan respondió que sí.</p> - -<p>—Pos échale haza acá, y trae tamién la triguera pa desapartar lo de -costumbre.</p> - -<p>Pedro Juan hizo lo que le mandaba su padre; y fué de notarse que al -paso que colocó el cesto muy sosegadamente arrimado al poyo, arrojó -encima de él la triguera de muy mala gana.</p> - -<p>—Convenido, hijo, convenido. Pecao mortal es que aquella boca se -los zampe; pero á mal tiempo buena cara: á más de que á eso le tenemos -avezao mucho hace, y sabe Dios lo que sería de otro modo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_30">[p. 30]</span></p> - -<p>Casi á tientas, porque era ya de noche y no había otra luz que la -que reflejaba la tenue claridad del cielo, comenzó el Lebrato á sacar -de la caldera los peces que contenía, para colocarlos uno á uno sobre -la carnada del cesto. De paso, y valiéndose para ello, más que de la -blancura reluciente del pescado, de la experta sutileza de su tacto de -pescador, separaba en la triguera los peces que habían de servir para -los fines que se proponía. Cuando Pedro Juan volvió con dos mimbres, -que fué á coger de un haz de ellos que guardaba encima de una barrotera -del estragal, su padre había apartado las tres lobinas, los cuatro -mubles y los dos rodaballos mayores y más lucidos que había en la -caldera.</p> - -<p>El Josco, sin decir una palabra, se quedó mirando, con muy duro -ceño, las nueve hermosas piezas; después eligió las tres más grandes, -y las fué ensartando por las agallas en uno de los mimbres, cuyos -extremos sobrantes unió muy curiosamente en forma de estrovo. Dió -otra zambullida en la caldera á los peces ensartados así, y los dejó -blandamente sobre los que había en el cesto. También fué de notar que -al ensartar los otros seis escogidos, parecía que los daba de puñaladas -con el mimbre cuando le pasaba de las agallas á la boca; que se limitó -á dar un nudo muy tosco á las puntas de la vara,<span class="pagenum" -id="Page_31">[p. 31]</span> y que arrojó la sarta en la triguera sin -cansarse en meter antes los peces en el agua. Hecho esto, rascó con las -uñas lo mayor del barro seco que aún conservaba pegado á las zancas; se -bajó las perneras que tenía arremangadas; las dió unos manotazos hacia -los pies; frotó luégo ambas palmas contra las respectivas caderas; lió -un pito, echó una yesca, y le encendió; y como quien se dispone á tomar -una resolución heróica, restregóse las manos y cogió con cada una de -ellas una sarta de pescado.</p> - -<p>El Lebrato le miraba de hito en hito y le dejaba hacer sin decirle -una palabra. Cuando notó que se iba á largar sin más explicaciones, le -habló así:</p> - -<p>—¿Por las trazas, lo vas á llevar esta noche? Pensé que lo dejarías -pa mañana, de paso que corríamos lo demás, si antes no vienen por -ello.</p> - -<p>—Es mejor así, ya que hay tiempo y ná que hacer en casa.</p> - -<p>—Cierto: las vacas van ya camino del puerto, si es que no han -llegado á él; el llar está en punto, y la torta la echaré yo pa cenar -cuando güelvas... Pero...</p> - -<p>Y como el Lebrato no apartara los ojos de las dos sartas de peces, -adivinándole los deseos Pedro Juan, díjole, alzando respectivamente -la mano en que estaba la sarta grande y la en que estaba la sarta -chica:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_32">[p. 32]</span></p> - -<p>—Éstos son pa él, y éstos... pa ella.</p> - -<p>—¡Pa ella!... ¡Ah, vamos!... Pero nunca otro tanto hicistes, Pedro -Juan. ¿Cómo tan ocurrío por parte de noche?</p> - -<p>—Porque los merece... Por eso.</p> - -<p>—Bien está; pero la novedá es lo que me pasma. Con ello y con que se -te atragante la voluntá...</p> - -<p>—Es que he pensao que pué que me atriva mejor así.</p> - -<p>—¡Hombre! pues si en unos cuantos peces está y no te fías bastante -en esos pocos, llévate el canasto entero y verdadero. Con tal que ello -sea...</p> - -<p>El Josco, sin aguardar á que su padre acabara de hablar, cogió con -una sola mano las dos sartas, salió del portal, y á buen paso tomó la -misma senda que había llevado Quilino al caer de la tarde; y también, -al llegar á lo alto de la sierra, buscó por el callejo más hondo el -camino más breve para ir adonde iba.</p> - -<p>Comenzaba á lucir la luna, en el cielo no había una sola nube, y la -noche picaba un poco en calurosa; por todo lo cual la gente del barrio -andaba á aquellas horas solazándose, tendida sobre las <i>mullidas</i> del -corral, murmurando á la puerta de casa, ó de tertulia en la solana, -según los gustos ó los medios de cada familia: en cualquiera parte -menos en la cocina y en la cama.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_33">[p. 33]</span></p> - -<p>Pedro Juan, que al asomar al barrio comenzaba á temer que le faltara -resolución para entrar en casa de Pilara con el regalo, por lo mismo -que jamás le había hecho otro, tuvo la fortuna de encontrarla junto al -goterial, al pasar por allí como pudo pasar otro cualquiera, pues que -era camino para ir adonde iba él. Las «buenas noches» se podían dar sin -segunda intención al mayor enemigo, cuanto más á una buena moza; y él -se las dió á Pilara, casi sin cortarse, y pensando al mismo tiempo que -después de dar, por casualidad, las buenas noches á cualquiera, se le -puede brindar con todo ó con parte de lo que se lleve en la mano, sin -que esto quiera decir más que «lo que de por sí dice ello mesmo.»</p> - -<p>Y eso iba á hacer Pedro Juan, cuando notó que en el fondo del -soportal había gente; y, por de pronto, se le atascó el brindis en -los gañotes. Y uno de los del soportal era «por casualidad» Quilino; -Quilino, que no había hallado en casa á Pilara cuando, de vuelta de la -ría, con tanto empeño fué buscándola, y acababa de llegar entonces, -por tercera vez, y sólo esperaba á tomar resuello sentado sobre el -cocino de picar escajos, para saldar sus cuentas con ella delante de -toda la familia; porque él era mozo que no se paraba en barras de -poco más ó menos, y el saldar cuentas de aquella traza, la come<span -class="pagenum" id="Page_34">[p. 34]</span>zón que se lo echaba todo -á perder. En cuanto vió que la moza daba cara, y cara de risa, á -Pedro Juan, que se había plantado delante de ella como caído de las -goteras, se levantó del cocino de repente, se dió sendos puñetazos en -las nalgas, golpeó la pared con el pajero que se quitó de la cabeza; -y después de mirar torcido á la pareja del goterial y de batir mucho -las mandíbulas, salió disparado á la corralada, bufando más bien que -diciendo, pero de modo que todos lo oyeran:</p> - -<p>—¡Recongrio! ¡Esto no se puede aguantar, y aquí va á haber una -barbaridá de espanto el día que menos!</p> - -<p>El Josco no le hizo caso; pero los demás, incluso Pilara, le rieron -de firme la corajina. Lo mismo que en la red; y con sólo caer en ello, -iba Quilino que ahumaba por aquellos bardales afuera.</p> - -<p>Pedro Juan, escondiéndose, digámoslo así, en aquel poco de algazara -que se armó en el portal, atrevióse á decir á la moza, que no le -quitaba ojo:</p> - -<p>—Paece que se toma la luna, ¿eh?</p> - -<p>—Ya se ve que sí—respondió Pilara.—De lo que no cuesta, llenemos la -cesta. Y con eso y sin eso se sale una á cielo raso muchas veces, por -no ver de cerca lo que hay á subio en el portal.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_35">[p. 35]</span></p> - -<p>Que esta saeta iba á Quilino, puede afirmarse; mas que la pescara -Pedro Juan, ya es más dudoso, porque lejos de darse por entendido, se -quedó hecho un madero. Viéndole así, añadió Pilara partiendo con los -dientes pedacitos de un junco de la mullida del corral:</p> - -<p>—Muy tarde andas tú por estos barrios. ¿Qué tripa se te ha roto en -ellos?</p> - -<p>—Pos yo vengo—dijo Pedro Juan,—al auto de llevar esto á ese -hombre.</p> - -<p>Y señalaba con la mano libre á la mayor sarta de peces.</p> - -<p>Pilara se agachó un poco para verlos mejor; y entonces, libre él -de los ojos de ella, que tanto le <i>avergonzaban</i>, atrevióse á echarla -encima del cogote estas palabras:</p> - -<p>—Si tú quisieras quedarte con esto otro... digo, no ofendiendo.</p> - -<p>Y señalaba con el dedo á la sarta chica, mientras el corazón le daba -en el pechazo cada golpe que le atolondraba.</p> - -<p>Palpó la mocetona los peces, que le parecieron de perlas, y estimó -la cortesía en mucho más. En prueba de ello, no aguardó á que él le -diera la velorta, pues se la quitó de la mano.</p> - -<p>—¡Vaya que son cosa güeña!—exclamó Pilara levantando la sarta hasta -los ojos.</p> - -<p>—Lo mejor que hubo en la ré,—se atrevió á<span class="pagenum" -id="Page_36">[p. 36]</span> decir Pedro Juan, con un poco de -entusiasmo.</p> - -<p>Hasta aquí, iba saliéndole á éste tal cual el empeño, y aun -entreveía la posibilidad de que, enredándose el tiroteo, llegara él á -cantar de plano; pero acertó Pilara á llamar la atención de la gente de -su casa, que estaba en el fondo del portal riendo todavía y comentando -el berrinche de Quilino; y aquí fué el desmoronarse de golpe el valor -de Pedro Juan, el ponerse colorado de vergüenza, el tronarle los oídos -y hasta el temblarle las piernas.</p> - -<p>—Vaya—dijo resuelto á salvarse en la huida:—á más ver.</p> - -<p>Le llamaron desde adentro, le brindaron con un cigarro y un poco -de conversación, en muestra siquiera de la estima del regalo, que le -pusieron en las nubes... «pior que pior.»</p> - -<p>—¡Coles!—pensaba el Josco mientras se apartaba del goterial.—Si -entrara, tendría que decir algo, y por ello me lo conocerían; y -conociéndomelo entre tantos, me moriría allí mesmo de repente.</p> - -<p>Y se alejó algunos pasos de aquella casa en dirección á la otra. -Pero iba avergonzado de su propia cobardía y remordido por la pérdida -de una ocasión como no volvería á cogerla; y tanto le abrumaron la -vergüenza y los remordimientos, que retrocedió decidido á hacer una -valentía, costárale lo que le costara.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_37">[p. 37]</span></p> - -<p>De dos zancadas se plantó otra vez en el corral, que era abierto; y -cubriéndose todo el cuerpo con la esquina de la casa, asomó un poco la -cabeza dentro del portal y llamó con voz apagada y algo temblona:</p> - -<p>—¡Pilara!</p> - -<p>Conocióle ésta y salió corriendo al goterial.</p> - -<p>—¿Me llamabas, Pedro Juan?—le preguntó muy afable.</p> - -<p>—Pienso que sí,—respondió el Josco atarugado otra vez y empezando á -arrepentirse de su valentía.</p> - -<p>—Bueno... Pus aquí me tienes.</p> - -<p>—Échate un poquitín más á esta banda del esquinazo... ¡Así!... Digo, -si no emportuno...</p> - -<p>—¿Qué has de emportunar, hombre? ¿Pus á qué estamos unos y otros?</p> - -<p>—Eso me paece á mí.</p> - -<p>Y como después de estas palabras no rompiera á hablar en un buen -rato, le echó un remolque Pilara con estas otras:</p> - -<p>—Ahora, tú dirás.</p> - -<p>Pero ni por esas se dejaba llevar el mocetón hacia donde sus deseos -le empujaban y la misma Pilara pretendía. Juzgaba perdida la ocasión -en el último paréntesis de silencio, y sospechaba que había de tomarse -á risa su retrasada declaración. Hay hombres así en aquel rús<span -class="pagenum" id="Page_38">[p. 38]</span>tico lugar y en otros harto -más cultos, porque en una y otra parte, con calzones de paño pardo ó -con levita de sedán, el puntillo exagerado toma á menudo trazas de -cobardía; y luégo sucede que al querer conducirse como prudente, es -cuando resulta ridículo.</p> - -<p>—Conque tú dirás,—repitió Pilara observando que Pedro Juan -continuaba callado, pero no en sosiego.</p> - -<p>—Pos quería preguntarte—dijo al fin el Josco,—si por casualidá sabes -tú... si estará en casa ese hombre.</p> - -<p>Sonrióse Pilara y respondió:</p> - -<p>—Pienso que sí, porque en la solana le ví endenantes.</p> - -<p>—Enestonces... voy pa-llá.</p> - -<p>—¿Y eso era todo lo que tenías que decirme, hombre de -Dios?—preguntóle la moza con cierto retintín que encendió algo la -sangre del encogido redero.</p> - -<p>—No, ¡recoles!—contestó éste en el calor del arrechucho, y azotando -la esquina de la casa con la sarta de peces.—¡Yo tenía que decirte -mucho más!</p> - -<p>—Y ¿por qué no lo dices? ¿pa cuándo lo dejas?</p> - -<p>—Lo dejo, Pilara... pa cuando me atriva; pa cuando me atriva, -¡coles! ¡Y mira que á la mesma punta de la lengua lo tengo!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_39">[p. 39]</span></p> - -<p>—Pos atrívete hombre; atrívete ahora. ¿Qué mejor ocasión?</p> - -<p>—¡Que me atriva! ¡Recoles! ¿En qué consiste esto? Yo he mirao -treinta veces la muerte cara á cara sin que se me acelere tan siquiera -el pulso, ni la color se me cambie, ¡y en esto me desmayo y acongojo! -¡Mal rayo me parta por encogío y por... coles!</p> - -<p>Y por no atreverse y por conocerlo y por renegar de sí propio, -salió ahumando de la corralada, igual que Quilino, sin despedirse -siquiera.</p> - -<p>Y era lo más negro para Pedro Juan, que, huyendo de lo que más le -atraía, lo llevaba estampado en las mismas niñas de sus ojos. Allí -estaba la moza en cuerpo y alma, y allí la veía él con su cara redonda, -colorada y fresca; con su mirar parletero y su boca risueña; con sus -caderas macizas que retemblaban al andar; con su seno profuso y sus -hombros anchos y fornidos; limpia como los oros, y un brazo de mar para -el trabajo. Por eso, y no más que por eso, la tenía él pintiparada en -los ojos, y más adentro también, y no por el cuarto de casa y la media -res y los seis carrucos de tierra que pudieran tocarla «en el día de -mañana,» porque su padre lo tenía y era hombre de arreglo que sabría -mirar por ello, como había mirado hasta entonces; por eso, por limpia -y maja y trabaja<span class="pagenum" id="Page_40">[p. 40]</span>dora -la quería él. ¡No más que por eso! Él no era <i>cubicioso</i> ni cosa alguna -que lo pareciera; y por estar bien á la vista, y por no tener vicios -y aborrecer el aguardiente y ser apegado al trabajo y fiel de palabra -y obra, y algo por ser hijo de quien era, se le abrían las puertas de -aquella casa, que estaban cerradas para otros; y el padre le miraba «de -buen aquel;» y Pilara no digamos, que «hasta le jalaba de la lengua;» y -la madre, poco menos, y los demás, «cuasi pa el cuasi.»</p> - -<p>Todos eran á estimarle allí, y hasta su padre le empujaba hacia -ello; y él conocía estas cosas, porque ciego había que ser para no -verlas, y <i>lo</i> deseaba más que nadie... ¡Coles, si lo deseaba! ¡Y «con -todo y con eso,» llegado el caso de hablar... «lo mesmo que un <i>murio -de paré</i>!;» y para ayuda de males, mientras no hablara, aun con saber -lo que sabía, hasta las botaratadas de Quilino le amargaban la borona -y le quitaban el dormir. Su padre había querido sacarle del ahogo más -de dos veces hablando por él; pero él no lo consintió, porque no era -«de hombres como Dios manda, consentir que otros arreglen esas cosas.» -Y al ver cómo se iban poniendo las suyas y que la paciencia se le -acababa, llegaría pronto la necesidad de decidirse á renunciar á ellas, -ó de ponerlas en manos de su padre. Y entonces... «¡coles, recoles! -¡otro<span class="pagenum" id="Page_41">[p. 41]</span> que tal no se -habría visto ni se veía en jamás de los jamases!»</p> - -<p>Cavilando de esta suerte y andando á buen andar por los callejos del -barrio, llegó á la portalada de «ese hombre.»</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_cara_bichos.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_3"> - <p><span class="pagenum" id="Page_43">[p. 43]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_homo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">III</h2> - <p class="subh2">ADÓNDE FUÉ Á PARAR LA SEGUNDA SARTA DE PECES</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-p.jpg" alt="P" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Porque</span> la casa de «ese -hombre» tenía portalada, y de alto y bien volado tejadillo; y corral -con cerca de cal y canto, casi tan alta como la portalada. No era -nueva la casa ni tampoco muy vieja, ni tenía escudo de armas sobre el -cuadrante incrustado en uno de los <i>esquinales</i> del mediodía, ni en -parte alguna de sus fachadas; pero era grande, de dos solanas bien -extensas, con buenas cuadras, pajares y graneros; pozo, pila y horno en -el corral, y mucho rumor y tufo de ganado al pesebre, que se percibían -en cuanto se penetraba en el hondo soportal.</p> - -<p>Hasta él llegó el Josco sin detenerse, porque á aquellas horas la -portalada no estaba aún cerrada más que con el pestillo, y en la solana -que daba al corral no había nadie.</p> - -<p>Acercóse á la puerta del estragal, que tenía<span class="pagenum" -id="Page_44">[p. 44]</span> cerrada la mitad de medio abajo; metió en -el vano la cabeza y buena parte del busto, y gritó allí con toda su -voz, que no pecaba de suave:</p> - -<p>—¡Deo gracias!</p> - -<p>—¿Quién llama?—le respondió al momento desde arriba otra voz, por -cuyo timbre desagradable no hubiera conocido un extraño si era de -hombre ó de mujer.</p> - -<p>—¡Gente de paz!—replicó el Josco maquinalmente, y no de muy buena -gana, á juzgar por la cara que puso.</p> - -<p>—¿Quién es?—volvió á decir la voz de arriba acercándose hasta lo -alto de la escalera.</p> - -<p>—Yo... Pedro Juan,—respondió la de éste.</p> - -<p>—¡Ah... eres tú!—exclamó entonces la otra voz.—Y ¿qué traes, qué -traes á estas horas?</p> - -<p>—Esto traigo,—respondió ásperamente el Josco, como si desde allá -dentro pudiera verse lo que él zarandeaba en la mano.</p> - -<p>—Pues ¿qué haces ahí parado? Desdá la <i>estorneja</i> si está echada, y -¡sube, hombre, sube!</p> - -<p>—Es que—replicó Pedro Juan,—si me lo tomaran aquí, sería mejor, -porque vengo deprisuca y se va hiciendo tarde.</p> - -<p>—¡Te digo que subas, y no seas meleno!</p> - -<p>Acogió el mozo con un reniego el mandato; y después de golpear -la media puerta con los peces, metió el brazo derecho por encima de -ella, volvió la estorneja (taravilla) que la man<span class="pagenum" -id="Page_45">[p. 45]</span>tenía cerrada, y entró. No se veía chispa en -el estragal ni en la escalera; subióla á tientas, porque ya la conocía, -y en lo alto de ella le esperaba un bulto negro, más negro que la -obscuridad, con una mancha blanca á cada lado; el cual bulto le dijo, -con la voz de antes:</p> - -<p>—Sube, sube... y vente á la cocina á dejar eso... que ya presumo lo -que será.</p> - -<p>Al llegar Pedro Juan arriba, el bulto negro con las dos manchas -blancas se internó en un carrejo obscuro, á cuyo extremo y á la mano -derecha se veía un rayo de luz que salía por una puerta. El Josco -siguió al bulto, con los brazos extendidos y pisando á plomo por -precaución muy cuerda, y así llegaron los dos á la cocina, cuya era la -puerta por donde salía el rayo de luz, y en ella entraron.</p> - -<p>El bulto negro con manchas blancas resultó ser (no para Pedro Juan, -que bien conocido le tenía desde que le oyó hablar, sino para el -lector, que se halla en muy distinto caso que el hijo de Juan Pedro); -resultó ser, repito, «ese hombre,» el cual estaba en mangas de camisa, -como siempre que apretaban un poco los calores; y eso que no era -robusto ni joven, sino todo lo contrario, amojamado y sesentón, de poca -talla además y algo encorvado; pero como decía Juan Pedro hablando de -la madera de este sujeto: «es de la veta del tejo, que una vez<span -class="pagenum" id="Page_46">[p. 46]</span> que medró, ya no la parte -un rayo.» Tenía la boca grande y los ojos chicos, los labios delgados -y la mirada sutil y algo truhanesca, lo cual daba al conjunto de su -fisonomía una expresión que no resultaba antipática. Entonces llevaba -una badila en la mano.</p> - -<p>—Recoge esto que trae Pedro Juan—dijo á una mujer, ya bien madura y -poco aseada que trajinaba allí, después de mirar bien de cerca y hasta -de oler y palpar lo que Pedro Juan traía en una de las manos.—Pero, -hombre—añadió en seguida, disponiéndose á recoger él mismo la sarta de -pescado,—yo no sé á qué os cansáis en ser tan cumplidos conmigo tú y tu -padre. Si ya os he dicho...</p> - -<p>—Pues si usté no lo quiere, me lo volveré á llevar,—respondió -secamente el mozo, atenazando de nuevo la velorta, que casi estaba ya -en manos del sujeto vestido de negro y en mangas de camisa.</p> - -<p>—Hombre, no lo digo por tanto—repuso éste, tirando de la velorta y -quedándose al fin con ella.—Toma, toma, Romana, hazte cargo de esto; -y si puede ser, echa á la sartén el rodaballo para cenar esta misma -noche. Cabalmente me alampo yo por los rodaballos... ¡Pues no te digo -nada Inés!... Como que voy á llamarla para que lo vea.</p> - -<p>Y salió á la puerta de la cocina, gritando allí<span -class="pagenum" id="Page_47">[p. 47]</span> muy recio, mientras Romana -tiraba los peces encima de una mesa:</p> - -<p>—¡Inés! ¡Inés!</p> - -<p>Luégo, volviendo hacia Pedro Juan, que ya quería largarse de allí, -le dijo:</p> - -<p>—Aguárdate un poco, hombre; no seas tan súpito. Tú querrás tomar -algo.</p> - -<p>—No, señor.</p> - -<p>—Medio vaso de vino...</p> - -<p>—No lo uso: ya lo sabe usté.</p> - -<p>—Es verdad... Pues una copa de aguardiente.</p> - -<p>—Mucho menos...</p> - -<p>—Cierto es también: ya no me acordaba... Pues no sé qué darte, -mira.</p> - -<p>—Y ¿por qué ha de darme cosa alguna, ni qué cosa he pedido -yo?—respondió seca y bruscamente Pedro Juan.—Lo que quiero es volverme -á mi casa, si no hago falta aquí, porque ya es tarde.</p> - -<p>En esto entró Inés en la cocina. Aunque iba en chancletas y -despeinada y con un vestidillo de percal, bastante lacio, y una -pañoleta de seda descolorida, echada sobre los hombros de cualquier -modo, transcendía desde luégo á buena moza, y lo era de verdad; y -observándola mejor, bajo aquel desaliño que acusaba en ella cierta -dejadez poco simpática, había algo más que una zafia labradora, aunque -no llegara, ni<span class="pagenum" id="Page_48">[p. 48]</span> con -mucho, á una dama de buena educación. Su cuerpo era esbelto, gallarda -y ricamente conformado; sus manos, de la más fina traza, y su cara -morena, de menuda y fresca boca, nariz algo aguileña y ojos negros y -de mirar perezoso, si no reflejaba en su expresión todo el encanto que -suelen dar de sí estas prendas esculturales en otras mujeres, más que -en ausencia de vida y de sentimientos, parecía consistir en la falta de -asunto en que emplearlos, ó de un hábil artífice que hubiera sabido dar -luces á las facetas opacas de aquella piedra tan ricamente formada por -la naturaleza.</p> - -<p>Pedro Juan la dió las buenas noches con toda la cortesía y la mayor -dulzura que cupieron en su rudeza natural, y ella contestó con las -mismas palabras y media sonrisa que las sazonó muy sabrosamente.</p> - -<p>—¡Mira, mira qué hermosos peces!—le dijo su padre, pues lo era, -aunque parezca mentira, el sujeto vestido de negro, en mangas de camisa -y con una badila en la mano.</p> - -<p>Inés los miró y hasta los fué levantando por la cola uno por uno, -muy perezosamente y con cara de disgusto, y repitió los elogios de su -padre; y por último (el arrastrado oficio obliga á decirlo todo, aunque -mucho de ello se diga de mala gana), se limpió los dedos resobándolos -contra su vestido á la altura de las caderas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_49">[p. 49]</span></p> - -<p>Mientras esto acontecía, «ese hombre» preguntaba á Pedro Juan:</p> - -<p>—¿Y serán, naturalmente, de la ré de esta tarde?</p> - -<p>—De la mesma,—respondió el otro.</p> - -<p>—Y ¿qué tal, qué tal ha estado la ré?</p> - -<p>—Pos así... tal cual.</p> - -<p>—Vamos, una arroba en limpio, como quien dice.</p> - -<p>—¡Si ello pasara de media dempués de rebajar eso que está ahí!...</p> - -<p>—Echémosle quince libras... Á peseta una con otra, tres duros mal -contados... No es cosa mayor; pero tampoco tan mala que digamos para -jornal de una tarde. ¿Qué tal andáis ahora de apuros?</p> - -<p>—Como siempre... Semos dos á ganar poco, y son los mil y quinientos -á jalar de ello... De modo y manera, que con una mano se coge y con -otra se da... Conque, á más ver, que es tarde y mi padre me espera.</p> - -<p>Y con esta despedida y una cara muy fosca, salió Pedro Juan de la -cocina. El padre de Inés le siguió; y al llegar el primero á la puerta -de la escalera, le dijo el segundo:</p> - -<p>—Lo de los apuros, no lo he dicho por los que pueda tener tu padre -conmigo; pero ya que salieron á relucir, bueno sería que le recordaras -el olvido en que me tiene tiempo hace so<span class="pagenum" -id="Page_50">[p. 50]</span>bre ese particular. Los atrasos son como las -enfermedades, que si dan en caer unas sobre otras, acaban por matar -al enfermo. No te diré que me llame á la parte en esos tres duros de -la ré de hoy, aunque bien pudiera; pero si dan en pintar bien las -siguientes... en vosotros está el corresponder como es debido, sin que -yo lo pida.</p> - -<p>No vió el sujeto que así hablaba la impresión que iban haciendo -sus palabras en el temperamento bravío del hijo del Lebrato, porque -el carrejo continuaba á obscuras; pero, en cambio, sintió retemblar -aquella parte de la casa tras una recia patada en el suelo, y oyó que -la voz enronquecida é iracunda de Pedro Juan le dijo:</p> - -<p>—¡Sin que usté lo pida!... ¿Y qué ha de pedirnos? ¿Qué le queda ya -por pedir, ni á nusotros que darle, si no es la pura entraña, coles? -¿Quiérela tamién? Pos pídala por la Josticia, siquiera por ser lo único -que tenemos que no sea ya de usté... ¡recoles!</p> - -<p>Y se largó escalera abajo, echando por la boca rayos y centellas, -á media voz. Al llegar al corral, oyó que le decía el otro desde la -solana:</p> - -<p>—No seas bruto, Pedro Juan: toma las cosas como es debido, siquiera -por la cuenta que os tiene... y dile á tu padre que cuando pueda se -dé una vuelta por acá, que tengo que hablar<span class="pagenum" -id="Page_51">[p. 51]</span>le... ¡No es de eso, hombre, no es de eso! -¡No te encalabrines otra vez! Es cosa muy diferente... Pero que no es -de urgencia, que no es de urgencia: cuando buenamente pueda, que lo -primero es lo primero... Ahora, á las redes mientras hay mareas al caso -y den el jornal, como la de hoy.</p> - -<p>Pedro Juan, que se había detenido unos momentos para oir el recado -de «ese hombre,» pero sin volver la cara hacia él, por toda respuesta -á sus amonestaciones echó á andar hacia la calle, levantó el pestillo, -salió; y cerró la portalada con tal ímpetu y estruendo, que tembló el -tejadillo y ladraron todos los perros de la vecindad.</p> - -<p>Al tomar la calleja de la izquierda, por la cual había venido de -casa de Pilara, se encontró tope á tope con el médico don Elías, á -quien él estimaba mucho por su «buen genial» y otras prendas que se -irán viendo en el curso de este libro. Don Elías, que se perecía por -echar un párrafo á cualquier hora y aunque fuera con los jarales del -monte en defecto de cosa mejor, y también porque presumió de dónde -salía Pedro Juan, le detuvo plantándosele delante con las manos -cruzadas sobre los riñones y diciéndole:</p> - -<p>—Apuesto una oreja á que sé de dónde vienes... hasta por la cara que -traes.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_52">[p. 52]</span></p> - -<p>—No está malo de acertar—respondió el Josco, que nunca como en -aquella ocasión mereció el mote.—Yo no piso en jamás esta calleja, si -no es pa eso... pa quemame la sangre, y pa condename, vamos.</p> - -<p>—Te digo, Pedro Juan, que de esa cueva no saca nadie cosa mejor. Yo -tenía que verle para un asunto que puede interesarle mucho; y con todo -y con ello, hace ya días que lo voy dejando por no tratar con él.</p> - -<p>—Pos si se viera usté en nuestro caso, que por buenas ó por malas -tuviera que apechar... ¡coles!</p> - -<p>—¿Quiere decir que hoy te ha recibido mal?</p> - -<p>—Talmente mal, no, señor; pero es lo mesmo en finiquito.</p> - -<p>—Entendido; es su modo de ser: ni palabra mala ni obra buena.</p> - -<p>—¡Eso... eso mesmo!</p> - -<p>—¡Si conoceré yo al <i>Berrugo</i>!—exclamó aquí con fruición el bueno de -don Elías, que tenía el prurito de cazar muy largo y aun de entender de -todo y de dar siempre en el hito, y especialmente de murmurar hasta de -las estrellitas del cielo.—Pero, hombre, lo que parece increíble es que -un sujeto de la calidad de ese, consienta lo que consiente en su propia -casa y se exponga á lo que se expone...</p> - -<p>Y como Pedro Juan no mostrara señales de<span class="pagenum" -id="Page_53">[p. 53]</span> apurarse por conocer lo que dejaba apuntado -don Elías, éste, tras un breve rato de silencio, continuó así:</p> - -<p>—Pero, por otra parte, considera uno que esas cosas suceden por -permisión de Dios para castigo de ciertos pecados gordos, y ya no hay -razón para extrañarse de nada.</p> - -<p>Pedro Juan continuaba oyendo y sin decir una palabra.</p> - -<p>—Pinto el caso—añadió don Elías, satisfecho con la atención que le -consagraba su oyente:—la <i>Galusa</i><a id="FNanchor_2" href="#Footnote_2" -class="fnanchor">[2]</a>, esa mujerona que tiene en casa tantos años -hace, desde dos ó tres antes que él enviudara de aquella infeliz que -valía más que pesaba; y lenguas hay que afirman si ciertos disgustos, -emparentados con la sirvienta, tuvieron ó no parte en la viudez. Pero -eso, á Dios que lo sabe: el caso es que desde entonces y á creer á las -gentes... y lo que á la vista está, esa mujer es la que raja y corta -y manda ahí, por encima de la pobre Inés y del mismo Berrugo, que no -se deja mandar de Poncio Pilatos. ¿Es esto algo, Pedro Juan? Pues con -ser tanto, no vale dos cominos en comparación de lo que ha de verse -luégo; porque ya anda, como quien dice, llamando á la portalada, si es -que no está mucho más adentro. ¡Eso ha de ser<span class="pagenum" -id="Page_54">[p. 54]</span> de órdago! ¡El castigo de los castigos!... -De manera, hijo, que si la venganza puede consolarte de los agravios ó -de los perjuicios que en esa casa se te hayan hecho, vete consolándote -ya, porque venganza has de tener, y pronta y bien cumplida.</p> - -<p>Ni por esas se pintaba el menor signo de curiosidad en la cara del -oyente, ni pronunciaba su boca una palabra. Don Elías no se creyó -desairado por tan poca cosa; y después de una pausa no muy larga, -comenzó á echar el resto de este modo:</p> - -<p>—Ya que tanto te pica la curiosidad, y es muy natural que te pique, -voy á contarte lo que hay sobre el particular que te anuncio... á -condición, por supuesto, de que han de caer mis palabras como en -un pozo: ya sabes que no me gusta murmurar de nadie, y no quiero -que mañana se diga, sin fundamento ni razón, que me meto en vidas -ajenas... Y sábete ahora que de donde le ha de venir al Berrugo el -golpe en la misma nuca, es de Marcones... ¿No conoces tú á Marcones -el de Lumiacos, de donde es también la Galusa? Bueno: pues Marcones -es sobrino carnal de ella, hijo de una hermana casada allí, y bien -cargada de familia, por más señas. Este Marcos, ó Marcones, como le -llaman las gentes de acá y de allá, por lo grandote que es, desde -muchacho tomó en aborreci<span class="pagenum" id="Page_55">[p. -55]</span>miento las labranzas de su casa, propias y en renta, que de -todo había allí... cuando había algo, porque á la fecha de hoy, hijo -del alma, si no es á préstamo ó en aparcería... <i>requiescat in pace</i>. -Volviendo á Marcos, has de saberte que buscando un modo de ganarse -la puchera sin quebrantarse los lomos, discurrió estudiar para cura, -después de darle el de su lugar medio curso de latín, y de levantarle -el falso testimonio de que entraba por él como dedo por la sortija. -¡Bueno estaba el cura para enseñar á nadie lo que no sabía él! Á todo -esto, el Marcones era díscolo, rebeldote y soez, como un demonio; y -armaba en casa cada catacumba porque tardaban en cumplirle el gusto de -irse al seminario, que tiritaba San Pedro... Y aquí es donde se cree -que empezó la Galusa á poner en contribución á su amo para suplir lo -que no podía dar el pobre padre, ni aun deshaciéndose de lo mejor que -tenía y con perjuicio de sus demás hijos. El asunto es que Marcones -fué al seminario bien provisto de todo, y que se estuvo por allá dos -años. Al cabo de ellos volvió á Lumiacos á pasar unas vacaciones, -gordote como un tocino, casi cerrado de barba y empleando más los ojos -en mirar á las buenas mozas que en leer los libros sagrados; porque, -amigo, el corpazo aquél no se domaba sólo con latines, y Marcones no se -apuraba mucho por contrariarle.<span class="pagenum" id="Page_56">[p. -56]</span> En esto se le antojó una muchacha de buen ver y mejor -hacienda, que conoció en Piñales yendo á la romería de San Pablo; y -tira de acá, tira de allá, golpe por aquí y golpe por el otro lado, -ella se fué reblandeciendo, porque al fin era hembra; él no se acordaba -de los libros de la carrera más que de las nubes de antaño, y la cosa -hubiera ido adelante si no la huele á tiempo el padre de la muchacha -y la casa con otro más de su gusto, que se presentó de la noche á la -mañana. Este golpe descompuso á Marcos, que era y es un saco de iras -y rencores; pero como el perdido no era negocio que podía enderezarse -con palabrotas fuertes y espumarajos de rabia, mientras le salía otro -acomodo con puchera segura, vistióse otra vez el balandrán y se volvió -al seminario. Cerca de otros dos años se aguantó en él, sabe Dios cómo, -y á expensas de su tía, ó lo que es lo mismo, del Berrugo, que ponía -el grito en el cielo á cada sangría que le arrimaba la mujerona esa, -pero que al fin pagaba. Lo que tenía que suceder, sucedió. Marcones -no podía con la media sotana, porque las carnazas le pedían cosa muy -diferente; y un día, bien fuera porque se hartó de aquella cárcel, bien -porque le echaran de ella, ó por los dos motivos juntos, pero nunca por -las falsedades que él refirió, tomó el trote para Lumiacos, y desde -Lumiacos se plantó aquí y tu<span class="pagenum" id="Page_57">[p. -57]</span>vo una encerrona larga con su tía. Da aquella encerrona -salió amasado lo que después sucedió y lo que está sucediendo á la -hora presente, y lo que sucederá en el día de mañana, ó séase que, -con el pretexto de ser amoroso sobrino de su tía y muy agradecido á -los favores de su amo, dió en entrar en esta casa á menudo, pero con -intención bien hecha de ir acercándose á Inés y obligándola poco á poco -con la ayuda de la culebrona. Podría el Berrugo conocerlo ó podría no. -De cualquier modo, allí estaba la que mandaba en todos para obligarle -á que anduvieran las cosas al gusto de ella. Si el Berrugo ha caído -en la cuenta de lo que pasa, ó si cayendo entra con todas, no se sabe -á punto fijo, como no se sabe tampoco si la pobre Inés ha mirado -con buenos ojos á Marcones; pero lo cierto de toda verdad es que no -pudiendo Marcones, por el bien parecer, entrar en esa casa tan á menudo -como á él le conviene, tomándose por disculpa lo poco diestra que está -Inés en primeras letras, ha comenzado él, ó comenzará de un momento á -otro, á darle una lección cada día, á propuesta de la culebrona y con -consentimiento de todos los demás. La cosa es hecha, como se ve, porque -lo que no alcance Marcones de por sí solo, lo alcanzará su tía, que es -más sierpe que la del Paraíso terrenal. En casándose Marcones con Inés, -que es á lo que se tira, Mar<span class="pagenum" id="Page_58">[p. -58]</span>cones le buscará el gato al Berrugo, que le tiene bien gordo, -¡pero gordísimo! y dará con él, por escondido que se halle... ¡y -figúrate tú, Pedro Juan; figúratelo, si puedes, qué es lo que sucederá -con ese gato en tales uñas!... Te digo, Pedro Juan, que aquel día arde -esa casa con el Berrugo adentro... si es que no arde también el lugar -de punta á punta, con un vecino de las entrañas de Marcones ahito de -posibles... Conque ¿te vas enterando? ¿Te parece flojo el lío? ¿Piensas -que es cosa de cuidado lo que tiene ya encima de su alma ese sujeto, -para martirio propio y consuelo de desplumados por él?</p> - -<p>Pedro Juan se encogió de hombros por toda respuesta á estas -preguntas y por único comentario á la historia precedente, que de -seguro le había parecido demasiado larga y poco interesante, porque su -círculo de ideas y de relaciones era limitadísimo.</p> - -<p>Sospechándolo por las señales, don Elías quiso rematar su obra con -los siguientes pespuntes:</p> - -<p>—Por supuesto que yo te entero de esas cosas, tan sabidas de memoria -aquí hasta por los chicos de la escuela, porque á tí, metido en tu ría -y en las mieses de Las Pozas, maldito si, fuera de Pilara, te importa -lo de este barrio dos cominos. Y es bueno saber de todo.</p> - -<p>—¡Pilara!... ¡Coles!—exclamó Pedro Juan<span class="pagenum" -id="Page_59">[p. 59]</span> desperezándose, como si saliera de pronto -de una modorra.—¿Y usté qué sabe de eso, don Elías?</p> - -<p>—¡Pues no se te conoce que digamos!... ¡y como también tiene la moza -pelos en la lengua, gracias á Dios!...</p> - -<p>—Pos qué, ¿lo corre ella mesma, don Elías?</p> - -<p>—Vaya, vaya: lo que tú buscas es que yo te regale las orejas; pero -no estoy de humor de ello. Anda con Dios, que ya es tarde... y punto en -boca sobre lo que has oído de la mía.</p> - -<p>Y con esto y un golpecito sobre el hombro de Pedro Juan, se despidió -de él don Elías y enderezó los pasos hacia su casa.</p> - -<p>El Josco, olvidado ya de su escena con el Berrugo y saboreando á -su modo el dicho de don Elías sobre los dichos de Pilara, continuó su -camino hacia abajo; y en cuanto columbró la casa de la mocetona, echó -una relinchada de las más resonantes; y eso que era muy poco dado á -estruendos de ninguna especie... Pero como nadie le veía, y además no -dejaba de estar contento...</p> - -<p>Muy cerca ya del corral, echó otra tan repicoteada como la anterior. -Anduvo un poco más y miró hacia el portal. No había nadie allí, y la -casa estaba cerrada y en silencio, como todas las del barrio. De pronto -oyó un ligero ruido y notó que se abría la ventana de la cocina que -caía al soportal.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_60">[p. 60]</span></p> - -<p>—¡Coles... si creo que es Pilara que se asoma!—exclamó espantado -como si le hubiera salido el lobo en mitad de la calleja.—¿Y qué -la digo yo á estas horas y pico á pico los dos solos, si me arrimo -allá?... ¡Sí, espérate un poco!...</p> - -<p>Y apretó á correr hacia abajo, tapándose las orejas para no oir los -carraspeos de la persona que estaba asomada á la ventana. Después le -sucedió lo de siempre: que se lamentó de la ocasión desaprovechada, -y se avergonzó de su encogimiento, y se denostó á sí mismo con las -mayores injurias y los más duros improperios.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_cennudo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_4"> - <p><span class="pagenum" id="Page_61">[p. 61]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_sonrisa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">IV</h2> - <p class="subh2">«ESE HOMBRE»</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-e.jpg" alt="E" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">«Ese</span> hombre,» llamado -así por Pedro Juan; <i>el Berrugo</i> por don Elías... y por todo el pueblo -de Robleces cuando él no estaba delante; «don Baltasar» por cualquiera -que se le acercaba, y «don Baltasar Gómez de la Tejera» en los sobres -de las cartas y en los registros municipales, fué en su niñez <i>Tasarín -el de Megañas</i>, quinto ó sexto hijo de un pobre hombre conocido por -este mote á causa de ser muy tierno de ojos. El cual Megañas era de -lo más menesteroso que había en el lugar. Tasarín, así nombrado por -lo menudito y sutil que era de cuerpo, pasaba por muy despabilado -y hábil para cuanto no tuviera que ver con el oficio de su padre. -Confirmando su buena fama, aprendió pronto y bien cuanto le enseñaron -en la escuela, donde ya se manifestó recelosillo y con trastienda; y -en cuanto tuvo trece años y hubo reducido á su<span class="pagenum" -id="Page_62">[p. 62]</span> padre á que, vendiendo <i>el de la vista -baja</i> que aún estaba á medio hacer, y buscando de cualquier modo lo -restante, le pagara el viaje, montó en el mulo que le correspondía en -la recua que á eso se dedicaba entonces, y se largó á Sevilla, sin otro -amparo que sus buenos propósitos de hacerse rico de cualquier modo, -y la esperanza levísima de que un <i>jándalo</i> pudiente que estaba á la -sazón por allá y era natural del mismo Robleces, le buscara una taberna -en que acomodarse por de pronto.</p> - -<p>Cómo se las compuso Tasarín entonces, cuando aún aquéllos eran -tiempos en que la carrera de jándalo tenía aquí muchos golosos, porque -daba buenos dineros, nadie lo supo jamás; ni tampoco se supo á ciencia -cierta en qué ganó más adelante lo muchísimo que tenía, en opinión -de las gentes, ó los «cuatro cuartos para asegurar la puchera,» que, -según la afirmación del propio hijo de Megañas, era lo único que había -logrado ahorrar, cuando, al cabo de veinte años de ausencia, durante -los cuales feneció Megañas tras de su mujer y se fué dispersando ó -acabando también el resto de la familia, se presentó en Robleces -modestamente vestido y sin pizca de aquella bambolla relumbrante -con que solían llegar al pueblo nativo los jándalos montañeses, -aunque no trajeran más que lo puesto y lo que decían haber de<span -class="pagenum" id="Page_63">[p. 63]</span>rramado por el camino -en onzas de oro y en pañuelos de seda. Lo único que trajo capaz de -producir alguna sorpresa en sus contemporáneos, ó (si se me permite la -finura) coevos, de su propio lugar, fué una sobrecarga de más de diez -años, encima de los que verdaderamente tenía: treinta y cuatro aún -no cumplidos, y representaba cuarenta y cinco largos. Fueron también -motivo de sorpresa los propósitos que apuntó de enredarse en labranzas -y ganaderías, con el fin de sacar el mejor fruto posible á las tierras -que desde Sevilla había ido comprando en el lugar. Aquello era «su -pobreza; el sudor de tantos años de trabajo, y necesitaba mirar por -ello para vivir de ello.» Porque hay que advertir que Baltasar compró -muchas tierras en su pueblo: todas cuantas se ponían en venta; y compró -también la casa en que había nacido.</p> - -<p>Estas compras las hacía, en su nombre, su padre, á quien él enviaba -el dinero justo para eso, y un piquillo más como de propina «por la -molestia;» pico tan alambicado, que nunca alcanzó á sacar de apuros -al pobre hombre, ni mucho menos á curarle del ansia con que al fin -se largó á la sepultura: el ansia de verse, siquiera una vez, con un -equipo nuevo, «de arriba abajo;» porque siempre quiso la mala suerte -de Megañas que cuando tuvo para echarse unos calzones, le faltara la -chaqueta, y cuando<span class="pagenum" id="Page_64">[p. 64]</span> -estrenó zapatos, careciera de sombrero. Aunque no lo lloraban tanto -como él, lo mismo les sucedía á todos y á cada uno de los de su casa. -La cual casa se reparó, en lo más apremiante, con algo que también -vino de Sevilla con ese objeto: de modo que cuando llegó el jándalo á -su pueblo, no le faltó donde albergarse por de pronto, aunque estaba -ocupada la casa por un aparcero; pues contando con esa venida, se tenía -de reserva el cuarto del portal, que nadie había habitado desde que -se le tilló el suelo, que antes era de arcilla, y se blanquearon las -paredes. Conviene advertir, por si no lo he dicho todavía, que esta -casa pertenecía al barrio de Los Castrucos, al Oeste del de la Iglesia, -que está entre los dos, quiero decir, entre Los Castrucos y Las Pozas, -pero mucho más apartado de éste que de aquél, que allá se le va en -altura y en secano. Ahora, no se olvide tampoco que estos tres barrios -solos forman la municipalidad de Robleces, como creo que ya se ha -declarado.</p> - -<p>Pues bueno: por llegar el jándalo éste á su pueblo con mucha -fama de rico y negando él que lo fuese ni á cien leguas, cayó en -la cuenta de que necesitaba construir una casuca si había de vivir -allí medio regularmente, dedicándose á la labranza de las tierras -que había comprado, para comer con el jugo que de ella sacara,<span -class="pagenum" id="Page_65">[p. 65]</span> á fuerza de pulso y de -prudente economía, porque la vivienda en que había nacido, bastante -milagro hacía con tenerse derecha en virtud de los puntales y reparos -con que se la amparó años atrás; y andando en estos propósitos, -ó aparentando que los tenía, fué cuando se le llegó el Mayorazgo -del barrio de la Iglesia con la pretensión de que le hiciera un -anticipo, «con su cuenta y razón.» Entraron ambos en explicaciones; -entendiéronse, y ¡adiós proyectos de casa de nueva planta!; porque -según se dejaba decir el hijo del difunto Megañas, toda «la miseriuca -en efectivo» que tenía disponible, la necesitaba para sacar de ahogos -á un amigo. El tal <i>amigo</i>, ó sea el Mayorazgo mencionado, hombre que -había poseído las mejores fincas rústicas del pueblo, y aún era dueño -de la casa más grande y más ostentosa de todo el barrio de la Iglesia, -estaba á la sazón acribillado de deudas y de pleitos; por añadidura, -hecho un pellejo ya con <i>madre</i>, y además, amagado de un <i>paralís</i>, y -medio idiota. Vivía solo, con un ama de gobierno más embrutecida que -él, y acababa de embarcar para América al único pariente cercano que le -quedaba en el mundo: un sobrinito de trece años, hijo de una hermana -viuda que había muerto seis antes en Nubloso, donde estuvo casada con -un tabernero que salió un perdido. Al decir del Mayorazgo, este<span -class="pagenum" id="Page_66">[p. 66]</span> sacrificio por su sobrino -fué «<i>el trago de gracia</i> que le tumbó en el suelo;» y por eso acudía -al <i>sevillano</i>, «que debía de tener las onzas á montones,» para que, -«por lo que fuera,» le ayudara á ponerse á flote. Y á flote le puso el -prestamista; y de tal modo, que á los diez y ocho meses era suya la -casa del Mayorazgo, libre y desempeñada. Fortuna para éste que, como si -los días de su vida hubieran estado ligados á la suerte de su caudal, -con el último vaso de aguardiente adquirido con los últimos ochavos -que quedaban en el arca, caía redondo el infeliz, lo mismo que si le -hubiera partido un rayo.</p> - -<p>Ya tenía el hijo de Megañas ancho y bien oreado albergue. Gastó -algunos cuartos más de su ahorrada «miseriuca» en repararle, en -afirmar paredes de huertas y corraladas y en mejorar las cuadras y -las accesorias que andaban casi por los suelos; y cuando lo tuvo todo -á su gusto, comenzó á ocuparse, con empeño inteligente, en realizar -los cálculos que tanto habían sorprendido á sus convecinos de Los -Castrucos.</p> - -<p>Antes de trasladarse el jándalo, llamado ya por algunos <i>don</i> -Baltasar, al barrio de la Iglesia, no era sola aquella sorpresa la -que el hijo de Megañas les había dado: fué bien pronto público y -notorio su menosprecio por las cosas de tejas arriba, con excepción -de unas pocas y<span class="pagenum" id="Page_67">[p. 67]</span> muy -secundarias; y no porque el jándalo alardeara de ello, sino porque -no sabía disimularlo ni lo intentaba siquiera. Esta fué la segunda -sorpresa; la cual subió de punto cuando le vieron fanáticamente -devoto de Santa Bárbara, de San Antonio y de otros santos; fanatismo -que no se concebía en un hombre tan descreído en otros puntos mucho -más altos. Para entendernos mejor y más pronto: el jándalo Baltasar -era un badulaque sin pizca de cultura moral ni intelectual; sin más -necesidades en la cabeza ni en el corazón que el sacar todo el partido -posible y en beneficio de sus nativas inclinaciones, del mísero pedazo -de costra del mundo en que había ejercitado sus artes de explotador -insaciable. Era irreligioso, porque la ley de Dios le ataba las manos -rapaces y le imponía deberes penosos; pero rezaba á Santa Bárbara -porque le librara del rayo que le espantaba; y á San Antonio, para -que le hiciera encontrar cuanto se le perdía; y á Santa Rita, para -que no se le escapara una deuda que le parecía de cobro imposible. -Naturaleza inculta y vulgar, era irreconciliable con el buen sentido -y esclavo de todas las supersticiones. Se burlaba del médico, y -admiraba al curandero; rechazaba con asco los jarabes de la botica, y -se envasaba en el estómago, lleno de fe, las azumbres de inmundicias -que le preparara un mendigo pio<span class="pagenum" id="Page_68">[p. -68]</span>joso en un caldero indecente. Creía en brujas á puño cerrado, -y en la virtud contra ellas del azabache, de los dientes de ajo y -de las matas de ruda, y lo llevaba al cuello cosido en un trapajo. -Creía también que la <i>villería</i> (comadreja) mataba el ganado de las -personas que al topar con ella en un desván no la dijeran: «villería, -Dios te bendiga de noche y de día,» y él nunca dejaba de decírselo -como la encontrara; consultaba á las adivinas y creía en el zahorí -que descubría tesoros, siempre que no se interpusiera paño azul... -¡Oh, el tesoro oculto! Éste era su manía. Estaba al tanto de todos los -más famosos en la larga lista de los que no parecen nunca, porque no -hay quien dé con ellos ó quien pueda acercarse adonde se ocultan; y -entre tanto, él, que antes se dejaba sacar un diente que un ochavo, se -dejaba robar por todos los presidiarios que le escribían pidiéndole -dinero para los gastos de una empresa de aquella catadura, que había de -valerle el oro y el moro. No hay que añadir lo de los días y números -aciagos, y las crecientes y menguantes de la luna como factores -importantísimos en ciertas ocasiones solemnes de la vida y hasta en -el corte de las uñas. Todo esto era la normal en su temperamento -de supersticioso. Por lo demás, era suave y hasta persuasivo de -palabra; no se encolerizaba nunca, ni reñía con<span class="pagenum" -id="Page_69">[p. 69]</span> nadie, ni fiscalizaba las casas ajenas, ni -siquiera mostraba interés por los asuntos del municipio, aunque hay -quien afirma que de todo ello estaba muy bien enterado. Iba á misa cada -día de fiesta, y se llevaba bastante bien con el párroco, no obstante -las frescas que éste le cantaba por su modo de hablar de ciertas cosas -sacratísimas. Vestía muy modestamente y no asomaba á la taberna. De -vez en cuando echaba un partido á los bolos, y más á menudo jugaba -á la <i>flor de cuarenta</i> con los viejos del barrio, los domingos por -la tarde; y esto, mientras vivió como de prestado en su casa de Los -Castrucos; porque en cuanto se trasladó á la del difunto Mayorazgo, tal -laberinto revolvió en ella de ganado, de sirvientes y hasta de cubas y -cuarterolas de vino que trajo de la Nava del Rey y de la Rioja, para -vender á los taberneros de las inmediaciones, que no le quedaba un rato -libre ni para ir á misa la mayor parte de los días de fiesta.</p> - -<p>Y tan retirado andaba del trato con sus convecinos, que muy pocos -echaron de ver las largas ausencias que durante dos meses hizo del -pueblo; ni estos pocos supieron qué asunto las motivaba, hasta que un -domingo, en misa, oyeron leer al párroco la «primera y última» de las -proclamas de su proyectado casamiento con una tal Cruz Hormigueros y la -Llosa, hija de<span class="pagenum" id="Page_70">[p. 70]</span> Juan -y de Petra, naturales y vecinos de San Martín de la Barra. Las bodas -se celebraron allá, á los pocos días de la proclama; y media semana -después llegó el nuevo matrimonio á Robleces y se estableció en la -restaurada casona del barrio de la Iglesia, como era de esperar.</p> - -<p>Cruz era guapa, muy guapa, y andaría rayando en los veinticinco -años. Se fué viendo que además de guapa era dulce de genio, como una -cordera, y blanda y compasiva de corazón. Súpose también que si no -era de cepa de <i>señores</i>, contaba con un buen <i>qué</i> «para mañana ó el -otro,» porque sus padres lo tenían, por lo cual no trabajaban, aunque -vigilaban mucho el trabajo que otros hacían para ellos; y habían dado -á Cruz una educación á la sombra, si no muy literaria, bastante por lo -menos para formar en ella «una hija como es debido» y «una mujer como -Dios manda.»</p> - -<p>Cómo se fué conduciendo en la vida íntima el hijo del difunto -Megañas con una mujer tan excelente; cómo estimó el grosero jándalo -las prendas de un carácter como el de Cruz, lo publicaron muy luégo -la expresión de pena mezclada de espanto que se pintó en sus ojos, de -mirar tan dulce y tan tranquilo antes; el sello angustioso de su boca, -tan fresca y tan risueña siempre; la palidez que iba difundiéndose -de<span class="pagenum" id="Page_71">[p. 71]</span> día en día sobre -el arrebol de aquella cara que fué tan saludable; la cabeza inclinada; -el paso descuidado y perezoso... Y lo que no publicaron estos síntomas -harto significativos, lo declaró la disculpable infidelidad de los -sirvientes de la casa. Por ellos se supo que el jándalo se complacía -en contrariar todas las inclinaciones y todos los gustos y deseos más -nobles de su mujer; la empleaba en los oficios más duros y más viles, y -no la permitía dar una limosna á un pobre ni disponer de un maravedí, -aun para aquellos menesteres que estaban á cargo de la desdichada. Bien -que ella vigilara la cocina y hasta cocinara, y remendara y cosiera y -dispusiera el ollón extraordinario para los obreros, cuando los había; -pero pagar con su propia mano, ajustar, siquiera, lo que no había en la -huerta, en el corral ó en el granero de la casa... ¡de ningún modo!: -para eso estaba él allí; él solo, porque lo entendía, y para eso lo -había ganado sudando á chorros... Los pobres que llamaran á la puerta, -que acudieran á Dios, «<i>si es que le había</i>,» ó que se murieran de -hambre... ó que sudaran hieles, como él había sudado para adquirir el -mendrugo con que se alimentaba y tenía que llenar la peste de bocas -que estaban á su cargo. Esa era la ley, y por eso, y mientras él fuera -quien era, no se sentaría nadie á su mesa sin haber ganado antes<span -class="pagenum" id="Page_72">[p. 72]</span> con su trabajo lo que en -ella había de comer.</p> - -<p>Y era lo más duro y desconsolador para la pobre Cruz, tan -horriblemente sorprendida con aquellos sucesos de que no creyó capaz -al zalamero pretendiente, que todas éstas y otras mil cosas las decía -y las hacía el marido entre cuchufletas y regorjeos, y hasta pasándole -á ella muchas veces la mano por la cara, ó haciendo una zapateta en el -aire, ó chasqueando los dedos, como los mozos cuando bailan al uso de -la tierra.</p> - -<p>Algo de ello transcendió hasta San Martín; y es cosa averiguada que -los padres de Cruz vinieron en dos ocasiones á Robleces y trataron de -indagar lo que podría haber de cierto en los indicios; pero como Cruz, -temiéndose venganzas muy posibles si decía la verdad, alardeaba con sus -padres de todo lo contrario, y su marido estaba hecho unas castañuelas, -aunque la infeliz lloraba hilo á hilo cuando más ponderaba su ventura, -y estaba, ojerosa y descolorida y desencajada, como también andaba ya -en «meses mayores,» tomábanse aquellas incongruencias por fenómenos de -ese estado, y se volvieron los padres á San Martín, si no convencidos -ni contentos, tampoco muy apesadumbrados.</p> - -<p>En estas condiciones halló Inés el cuadro de su familia al venir -al mundo. Cayó en brazos de su abuela, que estaba allí por previsión -muy<span class="pagenum" id="Page_73">[p. 73]</span> atinada de -su madre no muchas horas antes de serlo; la cual abuela hizo en -aquellos días una verdadera <i>razzia</i> en el bien provisto gallinero, -sin importarle un ardite la cara que ponía su yerno cada vez que -aleteaba una gallina entre las ansias de la muerte. El bautizo no -fué muy ostentoso, pero tampoco miserable, gracias á los abuelos -que apadrinaron á la recién nacida y argumentaron á su gusto la -solemnidad.</p> - -<p>Cruz recibió á la hija de sus entrañas como un don que el cielo la -enviaba para consuelo de sus tristezas; los dulces deberes de la madre -la harían olvidar los martirios de la esposa; las primeras sonrisas, -las primeras miradas, hasta los vagidos de aquel ángel de Dios, serían -para la mártir luces y melodías celestes que inundarían los ámbitos de -la negra cárcel en que su existencia se consumía entre lentos dolores, -sin el alivio que presta al sér más infeliz de la tierra la libertad -para quejarse de ellos. Y se entregó en cuerpo y alma á aquella santa -pasión, que rayó en locura de amor materno. Todos los jugos de su vida -le parecieron poco para nutrir á la tierna criatura, y nunca veía -llegada la hora de darle por última vez el néctar de su seno. ¡Se -regalaba tanto la hermosa niña saboreándole codiciosa, mientras clavaba -en los de su madre sus ojos negros y risotones! ¡Hacía unas monadas con -aquella boquita, sonriendo y<span class="pagenum" id="Page_74">[p. -74]</span> chupando al mismo tiempo! ¡Y cuántas veces la pobre madre, -que se extasiaba contemplándola así, regó la carita de ángel con sus -lágrimas! ¡Y cómo lo reía la inocente, recibiendo, como tibio rocío que -la consolaba, aquellas gotas de hiel destiladas por un corazón que no -latía ya sino para ella!</p> - -<p>La naturaleza de Cruz, tan combatida por los dolores morales, no -pudo triunfar de este gran esfuerzo físico sin padecer un profundo -quebranto. Inés era «un rollo de manteca» al terminar su lactancia; -pero á expensas de su madre, que quedó herida de muerte desde entonces. -Con otro género de vida, con más sosiego y amor en el hogar, con otro -marido más racional y menos inhumano, acaso se hubiera repuesto, -porque el ambiente puro y santo de la familia obra milagros en las -naturalezas, particularmente si son tan <i>agradecidas</i> como lo era la de -Cruz; pero en aquella casa, con aquel hombre que si se había modificado -algo en las manifestaciones externas de sus resabios ingénitos, porque -hasta las bestias se ablandan un poco en presencia de sus hijuelos, era -el mismo en lo esencial de su barbarie, todo intento en aquel sentido -fué ocioso. Su inapetencia era calificada de melindre, y su debilidad, -de holgazanería. ¡Fuera usted á <i>hacer ganas</i> con tales aperitivos, y á -adquirir fuerzas con semejantes alientos!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_75">[p. 75]</span></p> - -<p>Por fortuna, ó mejor dicho, para menos desgracia de la pobre madre, -Inés iba creciendo y esponjándose de día en día; llegó muy pronto á -hablar esa media lengua que es el encanto de los niños y la delicia de -los padres, y Cruz distraía sus pesadumbres y sus dolores enseñándola -á rezar y <i>conversando</i> con ella. Más tarde vino la ardua tarea de -educarla. Allí no había modo de hacerlo fuera de casa. Tanto mejor para -su madre: ella la enseñaría cuanto sabía. Era poco, pero al fin algo -que, cuando menos, serviría como base de lo que pudiera enseñársela -después, «si se quería.» Así aprendió Inés á escribir muy mal, á leer -medianamente, á sumar y restar á tropezones, el catecismo de punta á -cabo, y cuantos rezos y prácticas piadosas saben enseñar como el mejor -maestro las madres cristianas.</p> - -<p>Entre tanto, los males físicos de Cruz fueron agravándose; su marido -despidió al médico que de tarde en tarde la visitaba, y la sometió al -tratamiento de un curandero, rozador de oficio, que gozaba gran fama -en aquellas aldeas. El rozador se <i>enteró</i> de la enfermedad, no por -las explicaciones de la enferma, que no quiso darlas, sino por las de -su marido, y dispuso en el acto un cocimiento de rabos de lagarteza -(lagartija), moscas de caballo fritas en aceite, y otras cuantas -indecencias más, en agua de ru<span class="pagenum" id="Page_76">[p. -76]</span>da. Se colaría el cocimiento por una baeta usada (bayeta), -y cuanto más usada mejor, y «el resultante se pondría á serenar dos -noches á la temperie.» De este resultante tomaría la enferma cosa -de cuartillo y medio en ayunas, y como media azumbre entre comida y -cena. Y no había que apurarse; porque si el remedio fallaba, tenía él -otros de mucha más substancia, que habían hecho milagros y volverían á -hacerlos.</p> - -<p>Por uno bien manifiesto no reventó la pobre enferma, que tomó la -primera dosis de aquella barbaridad por no atreverse á resistir los -mandatos de su marido; pero la entraron tales bascas, trasudores y -desmayos, que se puso á morir.</p> - -<p>Ni el supersticioso jándalo se atrevió á insistir en nuevas -tentativas, pero trajo un <i>saludador</i> á casa. El saludador, después de -reconocer á la enferma, dijo que su virtud sólo alcanzaba á las «llagas -corrutas» y á las mordeduras de perro rabioso; pero que probaría con -el <i>anseo</i> (vaho de la boca) solamente. Y el pedazo de bruto se hartó -de vahar á las narices y boca de la desdichada, vapores de cebolla y -aguardiente, que eran el lastre de la cloaca de su estómago; con lo que -la enferma pensó fenecer allí mismo de indignación y de asco.</p> - -<p>No dando fruto el saludador, vino una cu<span class="pagenum" -id="Page_77">[p. 77]</span>randera. Reconoció á la doliente estirándola -los brazos hacia adelante y juntando las manos palma con palma. Vió que -los dedos de la una sobresalían algo de los de la otra, y declaró al -punto que la señora estaba <i>lijá</i> (lisiada); lo cual consiste, según -estas doctoras, en tener desencajados los huesos de la espalda. Había, -pues, que encajarlos, y á eso se procedió inmediatamente. Se colocó -detrás de Cruz la curandera, después de haberla mandado sentar á la -altura conveniente; la agarró por los brazos y cerca de los hombros; -tiró hacia sí con toda su fuerza, mientras con una rodilla apretaba -en sentido inverso por el espinazo; y de esta suerte estuvo brega que -brega hasta que se oyeron crujidos en la armazón de la paciente, más -un grito dilacerante que exhaló la infeliz. En aquel crujido «estaba -la cencia:» ya estaban «en caja» los huesos. Si para conseguirlo no -hubieran bastado las fuerzas de la curandera, se hubiera amarrado á -la paciente á los pies de la cama ó á un poste; y tirando unos de los -brazos y apretando otros por la espalda, se hubiera logrado también -el mismo fin. Eso hay que hacer muy á menudo con los hombres y demás -personas «algo duras de <i>gonces</i>.» Hecho el encaje, había que cuidar -de que no se deshiciera «de por sí;» y con ese objeto se bizmó á -la víctima por el pecho y por la espalda; en<span class="pagenum" -id="Page_78">[p. 78]</span> seguida, á la cama, y quince días en ella -boca arriba y bien alimentada<a id="FNanchor_3" href="#Footnote_3" -class="fnanchor">[3]</a>.</p> - -<p>Por todo este calvario pasó la mártir sin proferir una palabra en -son de resistencia; pero toda su abnegación no alcanzó á evitar que -cuando el bárbaro marido la mandó levantar, porque «ya estaba curada,» -se encontrara sin fuerzas y sin movimiento, y tan dolorida como si -tuviera hechos alheña todos los huesos de su tronco.</p> - -<p>Sin embargo, no murió de este mal. El negro destino de la infeliz -la reservaba para concluir de un golpe mucho más rudo y de una herida -mucho más dolorosa. Y ese golpe vino de donde menos podía esperarse. -Llegó á servir á la casa una mujer de Lumiacos, joven todavía y no -fea, pero dura de genio y de mirar imperioso. Cualquiera hubiera -pensado que no paraba tres días una sirvienta así en una casa donde -las más humildes y placenteras no podían resistir dos meses la -singular tiranía de aquel amo. Pues sucedió todo lo contrario. Sería -por artes diabólicas que Romana trajera ocultas y supiera manejar en -hora y lugar convenientes; sería porque no hay hombre tan duro<span -class="pagenum" id="Page_79">[p. 79]</span> y compacto de madera que, -bien estudiado, no tenga su veta débil en alguna parte; sería porque -hasta las voluntades más enteras se encogen cuando chocan de improviso -con otras que no lo son menos; sería por cualquiera de esos misterios ó -aberraciones, que no dejan de abundar en la naturaleza humana; sería, -en fin, por lo que se quiera ó por lo que se le antoje al escrupuloso -lector; pero ello fué que antes de dos meses de su llegada de Lumiacos, -la voz de Romana era la que más recio hablaba en la casona del barrio -de la Iglesia del pueblo de Robleces; Romana quien corría con todo «por -aliviar á la señora de una carga con que ya no podía;» Romana, en fin, -el único sér de cuantos comían el pan amargo de don Baltasar, para -quien las leyes de este tirano fueran letra muerta, y las punzantes y -crueles chanzas, dulzuras, y hasta prodigalidades la ruindad.</p> - -<p>Poco á poco la idea de este predominio en un carácter tan grosero -como el de Romana, fué dando sus naturales frutos. Maltrataba á la -niña Inés por los motivos más leves, y se atrevía con su ama porque -defendía á su hija ó no comía de lo que todos, y la daba demasiado que -hacer «con sus golosinas de embuste.» Este y otros descomedimientos aún -más ofensivos, llegaron á indignar á Cruz, y un día se quejó de ello -á su marido delante de la misma criada; pero el<span class="pagenum" -id="Page_80">[p. 80]</span> marido se puso de parte de la mozona -de Lumiacos, sin una mala atenuación, sin la más insignificante -salvedad.</p> - -<p>¡Éste sí que fué golpe de muerte! La justicia, el decoro, la candad, -la conciencia, el pudor... ¡todo lo había pisoteado y escupido aquel -bárbaro, y todo lo había arrojado á los pies de la zafia fregona que se -regocijaba en ello!</p> - -<p>Por este lado vino la muerte, que se llevó á la infeliz madre -en breve tiempo á mejor vida, entre el dolor de sus martirios y el -espanto de dejar al pedazo de su corazón bajo la tiranía de aquellos -desalmados.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_rosco.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_5"> - <p><span class="pagenum" id="Page_81">[p. 81]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_tristeza.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">V</h2> - <p class="subh2">CONTINUACIÓN DEL ANTERIOR</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-h.jpg" alt="H" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Hubo</span> terribles peloteras -entre los suegros y el yerno: los suegros, porque pedían cuentas de -lo que bien á la vista estaba, y el yerno, porque no las quería dar y -negaba que hubiera razones para pedírselas; los unos, porque además -temblaban por la suerte de la huérfana, y mandaban elegir al otro entre -su hija y su criada; el otro, porque le asistía el derecho de quedarse -con las dos, y no le reconocía en nadie para inmiscuirse en los -negocios de su casa; los de San Martín, hechos un veneno amenazando, y -el de Robleces, hiriendo con sus cuchufletas emponzoñadas; al fin, ó -porque en el corazón del jándalo, aunque poco y muy escondido, había -algo de lo que tanto abunda en el corazón de otros padres, ó porque el -miedo al escándalo le intimidara, ó porque en el estado civil en que -le había co<span class="pagenum" id="Page_82">[p. 82]</span>locado -la muerte de su mujer le pareciera más peligrosa que antes su -condescendencia absoluta á las imposiciones de su criada, sin declarar -que transigía con sus suegros, hizo entender á Romana, en un tono de -autoridad que jamás había usado con ella, que la niña Inés era su hija, -y que se guardara nadie de negarla el lugar que la correspondía en -aquella casa. Protestó la de Lumiacos contra el <i>atrevimiento</i> de su -reprensor; pero observándole bien y conociendo que aquella vez daba en -duro, abstúvose de golpearle más, para no comprometer lo principal en -una brega inútil por lo accesorio.</p> - -<p>Después de afirmar así sus derechos, envió á su hija, por una -temporada, á San Martín, lo que no dejó de halagar á sus suegros. Estas -temporadas se repitieron con frecuencia; y á ello debió la niña la -ocasión, si no de mejorar gran cosa, de conservar, por lo menos, lo -que la había enseñado su madre, y cultivar un poco su carácter y su -inteligencia en el trato y la comunicación con algunas gentes algo más -cepilladas que las de su casa de Robleces.</p> - -<p>Á todo esto Inés crecía, y sus contornos de niña iban adquiriendo -la redondez y la turgencia de las mujeres físicamente precoces. En lo -moral adelantaba menos. Era inteligente y hábil, pero se necesitaba -ponerla en ocasión de<span class="pagenum" id="Page_83">[p. 83]</span> -serlo. Dejada á su libre arbitrio, se hallaba más á gusto con las ideas -en reposo y la curiosidad adormecida. Como si su espíritu se hubiera -empapado en las lobregueces del hogar paterno y en las tristezas y -en los desalientos de su madre, en sus ojos negros y bien rasgados -rara vez se pintaba la codicia por lo externo, ni en toda ella ese -rebosamiento de vida, eso que tiene á todos los niños en constante -inquietud por superabundancia de impresiones y de espolazos del deseo: -era, pues, una niña perezosa, así de cuerpo como de espíritu, más que -por naturaleza, por hábito, capaz de sentir mucho y de pensar risueño, -pero con la sensibilidad y el pensamiento impresionados todavía por las -arideces y tristezas de otros tiempos. En camino estaba de refrescar -sus ideas y de reconstituir su espíritu con las nuevas auras que -respiraba tan á menudo en el cariñoso albergue de sus abuelos; pero -este camino se le fué cerrando la muerte, que en el transcurso de dos -años y antes que ella cumpliera los diez y siete, se llevó á los pobres -viejos.</p> - -<p>Viviendo ya en Robleces sin la golosina de las escapadas á San -Martín, aquélla su malograda reconstitución de espíritu, que parecía -una desgracia, fué para Inés un verdadero beneficio del cielo; pues la -misma indiferencia que la apartaba de todo interés y cuidado por<span -class="pagenum" id="Page_84">[p. 84]</span> los negocios domésticos, -la salvó de los odios de la criada, que no se avendría jamás, sin -algaradas y escándalos, á que nadie la sustituyera en el mangoneo -libérrimo que allí ejercía por derecho de conquista. Participando -probablemente de estos temores, no mostró el menor empeño su amo por -despertar en Inés los deseos de ocupar en la casa el puesto que la -correspondía. Antes, y en bien de la paz, halagó su indolente dejadez -para que se mantuviera en ella. Después de todo, ¿qué más daba Inés -diligente que Inés perezosa, si al cabo no habían de llevársela de casa -más que por «afamada» de rica?</p> - -<p>Y así pensando el padre, y la criada como se ha visto, y de acuerdo -los dos, sin darse mutua cuenta de ello, en halagar las indolencias -de Inés para mantenerla en su modorra, de tal arte se arreglaron, que -cuando llegó á ser moza, y moza muy garrida de veinte años, tomaba por -trabajo molestísimo hasta el de lavarse la cara. Las agujas y la escoba -se le caían de las manos, las letras de molde la hacían chiribitas en -los ojos, y el tufo de la cocina la mareaba. Salía á la calle lo menos -que podía, y no hubiera salido jamás sin el deber de ir á misa cada -día de fiesta y la costumbre de confesarse cada seis meses. Se pasaba -las horas muertas meciéndose maquinalmente en una silla en la solana -y<span class="pagenum" id="Page_85">[p. 85]</span> dejando vagar -el perezoso espíritu por los tranquilos espacios de su imaginación, -olvidada de que vivía en Robleces y de que en Robleces había hombres -que parecían bestias, como se lo habían hecho creer los pocos -ejemplares en que había fijado, por curiosidad, la vista; persuadida de -que, puesta de pie sobre la cúspide de la montaña que tenía enfrente, -tocaría el cielo con la cabeza; sin noción alguna de lo grande que -era el mundo, ni del imperio que ejercían las mujeres en él; sin la -noticia más vaga de lo que eran pasiones, ni el más leve barrunto de -las tempestades que cabían en la pequeñez del corazón humano.</p> - -<p>Algo se agitaba en el suyo, de vez en cuando, que le hacía latir -más de continuo que lo usual; algo bullía en su mente adormecida -que le alborotaba las ideas, cuyos choques producían relámpagos que -ensanchaban los horizontes limitadísimos de su imaginación; algo que, -relacionado vagamente con estos fenómenos, la impresionaba el organismo -de modo que sentía en sus ojos hambre de luz, y en toda su alma sed de -contemplación y de análisis; impulsos de combatir la lobreguez de su -cárcel con el calor de otro fuego que presentía. Entonces pensaba en -ser diligente y esmerada y útil, y se avergonzaba de su dejadez nada -pulcra. Pero estos arrechuchos pasaban, como<span class="pagenum" -id="Page_86">[p. 86]</span> sueños de fiebre. Despertaba Inés, y volvía -con su memoria fría á lo soñado; mas ¿qué eran en substancia todos -aquellos algos, ni qué se le daba á ella porque fueran ó dejaran de ser -sensaciones casuales y pasajeras, ó señales de movimientos más hondos? -La realidad de su vida era aquel caserón en que ella se había ido -formando entre los martirios de su madre, el inclemente, descariñado y -repulsivo fisgoneo de su padre, y la tiranía abominable de Romana. Á -eso la había amoldado la fuerza irresistible de las cosas. Pudo ser su -vida un interminable calvario; por un milagro de Dios iba llevándola -adelante sin cruz y sin espinas. ¿Á qué pedir más, ni con qué derecho, -ni para qué lo necesitaba? Y aunque lo necesitara y tratara de pedirlo, -¿en dónde... á quién? Y si no lo pedía, ¿de dónde había de venir por -obra de caridad lo que no había en todo el espacio que abarcaban -sus ojos, ni quién podría sospechar más allá de aquellos reducidos -horizontes, que en el caserón de Robleces existía un sér que, de vez -en cuando, distraía los ocios de su cerebro cavilando en semejantes -locuras?</p> - -<p>Con este modo de pensar y de ser, entró en los veintiún años, lo -más florido de la vida, aquella mujer de cuya hermosura plástica se -han dado las señas dos capítulos más atrás; y por entonces fueron -los conciliábulos de Mar<span class="pagenum" id="Page_87">[p. -87]</span>cones y su tía la Galusa para la conquista del <i>gato</i> de que -nos informó don Elías hablando con Pedro Juan, al mismo tiempo que de -otros sucesos, de cuya veracidad en todos sus pormenores certifico yo -aquí...</p> - -<p>Pero, á todo esto, ¿tenía <i>gato</i> aquel hombre, fuera del «pasar» que -había heredado de los suegros, y no era suyo, sino de su hija? ¿Quién -estaba en lo cierto? ¿Él, que afirmaba cien veces cada día que sólo -poseía «cuatro tierrucas y poco más de nada,» ó «todo el mundo,» que le -consideraba «podrido de onzas de oro?»</p> - -<p>La verdad es que el tal sujeto hacía todo lo posible por justificar -con sus actos sus afirmaciones. Vivía hecho un esclavo de sus -haciendas, de sus ganados y hasta de sus sirvientes. Comía poco y de -prisa, se levantaba con el sol y se acostaba tarde. Cuando no tenía -criados á quienes arrear, cuarterolas de vino que vender, faenas que -presidir, cuentas que tomar, trabajos, en suma, que reclamaran toda -su atención y aun su personal esfuerzo, no sosegaba un instante: -en el corral, amontonaba la leña esparcida por el suelo, ó apañaba -<i>orcinas</i> (astillas muy menudas) que iba echando en una triguera; -en las cuadras, atropaba con una rastrilla los pelos de yerba -caídos delante de las pesebreras; en el cercado contiguo á la casa, -recogía los cantos arrojados por los chicos, y los volvía á<span -class="pagenum" id="Page_88">[p. 88]</span> la calleja; esparcía las -toperas, espantaba las gallinas, franqueaba las <i>sangrías</i> ó canalitos -de riego que estuviesen obstruídos; en el huerto de atrás, sorrapeaba -los caminos, inventariaba los pies de berza y perseguía los caracoles; -en la cocina, olía lo que se guisaba, daba un vistazo al hornillo de -la leña, destapaba el ollón de los criados y sacudía la alcuza junto -al oído; en la despensa, revisaba el tocino y los garbanzos, recontaba -los huevos y las longanizas, y veía si se conservaban bien tapados los -agujeros de los ratones; en el estragal, en la bodega, en el corralón -trasero, reconocía los aperos, colgaba los que debieran estar colgados -y arrimaba á la pared los que anduvieran por el suelo; echaba pinos en -los ojos de las azadas para acuñar los mangos; rascaba el barro seco á -los rodales... en fin, no paraba; y tan pronto se le veía en la sala -con una rastrilla en la mano, como en la cuadra con el chaleco entre -las dos, sin sosiego para vestírsele; y siempre murmurando censuras -entre dientes y chanzonetas mordaces, largando tal cual <i>piña</i> por la -espalda á este sirviente distraído, ó soltando una desvergüenza á la -otra obrera; ponderando el caudal que se despilfarraba en desperdicios, -por incuria, y evocando tiempos en los cuales costaban las labores -mucho menos y lucían doble más.</p> - -<p>Por supuesto que no se trabajaban en su ca<span class="pagenum" -id="Page_89">[p. 89]</span>sa todas las tierras que don Baltasar -había ido comprando. ¿Ni cómo hubiera sido eso posible, si era suya -la tercera parte de las mieses del pueblo? Y sin poderlo remediar el -infeliz, porque él no buscaba jamás á los vendedores: al contrario, -eran los vendedores los que acudían á él; y no así como quiera, sino -metiéndole las tierras por los ojos y rogándole mucho en fuerza de -la necesidad. Porque, como él decía en casos tales: «¿Qué demonios -he de comprar yo, benditos de pelar, si no tengo un ochavo sobrante -después de llenar la tripa á los lobos de mi casa!... ¡Si siempre -estoy á la cuarta pregunta; y tan corta es la manta, que si me tapo -la cabeza se me descubren los pies!» Y al fin, arañando dos de aquí -y cuatro de allá, y haciendo un sacrificio por el gusto de hacer un -favor, y perdiendo un poco cada uno, se quedaba con la finca, que no -necesitaba.</p> - -<p>Lo propio sucedía con los préstamos. Nunca tenía disponible -más que lo justo para el último que le pedían; y eso registrando -mucho los cajones y hasta la pelusa del bolsillo. De manera que -solamente amarrando y amarrando esta condición y la otra garantía, -y previéndolo y justipreciándolo todo, podía resolverse á hacer el -favor que se solicitaba de él. «¿No veis»—decía con todo el acento y -todas las señales de tener razón,—«que en la estrechez en que<span -class="pagenum" id="Page_90">[p. 90]</span> vivo y con los ahogos que -hay en mi casa, uno solo de vosotros que me falte me echa á pique, me -hunde para <i>in sæcula sæculorum</i>? Y bueno que el favor se haga; pero no -de modo que se salve el favorecido y se pierda el favoreciente.»</p> - -<p>De este mal fenecieron para sus propietarios menesterosos, una -buena porción de fincas del pueblo de Robleces, entre ellas las del -pobre Lebrato. Primero cayeron las tierrucas; después el ganado, que -no era mucho, cabeza á cabeza; tras el ganado se fué la casa; y como -al ocurrir cada una de estas caídas, ya quedaba preparado; el tropiezo -para otra, por aquello de que «quien se ahoga no mira el agua que -bebe,» después de la casa fué la barquía, y tras de la barquía la -chalana... en fin, hasta las redes. Cierto que todo ello quedó en poder -de su primitivo dueño, pero todo y cada cosa pagaba su canon al nuevo -posidente; y como los tiempos no iban bien y los cálculos mejor hechos -fallan de continuo, el mísero Lebrato, tras de verse desposeído de todo -cuanto fué suyo, tenía una deuda constante que nunca lograba saldar, -por más esfuerzos que hacían él y su hijo en la tierra y el mar, allí -sudando las hieles á chorros, y acá arriesgando la vida muchas veces... -porque no había que olvidar que el día en que al «amo,» usando de su -derecho, más ó menos puesto en justicia, se le antojara echarlos de -casa y reclamar<span class="pagenum" id="Page_91">[p. 91]</span> -cuanto en ella y fuera de ella era suyo, no les quedaba otro remedio -que coger un cesto y echarse á pedir limosna de puerta en puerta. -Ahora se traslucirá la razón del regalo de los peces, y lo de las -brusquedades de Pedro Juan, que no entendía de contemplaciones ni de -perfiles, con su amo.</p> - -<p>Decíase que la mano de éste alcanzaba, por idénticos motivos, muy -afuera de Robleces; y se citaba el caso, entre otros, de un pobre -hidalgo de Campizas, cogido entre las uñas del Berrugo y á punto ya de -espirar en ellas.</p> - -<p>El cual Berrugo, en el vagar que le dejaban los entretenimientos que -se han citado, y cada vez que lo juzgaba de necesidad, se encerraba -en el cuarto del portal, que le servía de despacho, y hasta de bodega -cuando le convenía; y por lo que allí papeleaba y descubría, sé yo que -tenía muchísimo dinero, bien colocado y mejor garantido en Andalucía; -dinero que iba aumentando considerablemente de año en año, porque sus -productos eran muchos, y poco más de nada lo que de ellos consumía -su dueño. Con estas pequeñeces y otros negocios muy emparentados con -ellas, tenían que ver las escapadas que de tarde en tarde hacía el -Berrugo á la ciudad, por caminos excusados para acreditar su afirmación -de que iba á tal ó cual aldea á pedir un favor á un amigo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_92">[p. 92]</span></p> - -<p>Conque ¡vaya si tenía <i>gato</i>, y gato gordo, aquel hombre! ¡y vaya -si tenía razón «todo el mundo» para afirmarlo, como lo afirmaba, sin -saberlo á ciencia cierta!</p> - -<p>Quien lo sabía así, como lo sé yo, era la Galusa; pero, por su -desgracia, el tal <i>gato</i> no estaba en onzas de oro y en ochentines, -encerrado en botes de hierro, sepultados bajo esta losa, ú ocultos -en tal lima del tejado, donde con buena nariz ó con buen arte, se da -con ellos desde luégo, ó se desentierran «el día de mañana.» El gato -de su amo estaba en especie; y lo que de ello andaba al alcance de -su mano, no era de lo que se queda fácilmente entre las uñas, por -diestras y afiladas que sean. La Galusa lo conoció muy pronto, y pensó -en clavarlas más adentro, para llevarse, no una tira de la piel, sino -el animal casi entero. Este propósito, que ya le tuvo desde el punto y -hora de enviudar su amo, se enseñoreó de ella con doblado imperio tan -pronto como acabó de convencerse de que no eran bastante las migajas de -aquella mesa para saciar unos apetitos como los suyos. Pero le salieron -erradas estas cuentas, que le parecían tan galanas y hasta muy puestas -en razón. Su predominio con el viudo no alcanzaba á tanto como eso. El -Berrugo podía tener una debilidad de cierta clase; pero dejarse atar -de pies y manos, como su criada<span class="pagenum" id="Page_93">[p. -93]</span> pretendía para desplumarle á mansalva... ¡á buena puerta -llamaba con su tapujo la culebrona!</p> - -<p>Resignóse la Galusa, por no perderlo todo, á quedarse, <i>por -entonces</i>, sin lo soñado, y dejó al tiempo que resolviera en -definitiva; pero sin soltar la veta por donde tenía cogido á su amo.</p> - -<p>Considérese ahora si le parecerían de perlas los proyectos de su -sobrino; proyectos que jamás se le habían ocurrido á ella, porque -habiendo negado Marcones «por aquéllas que eran cruces» lo de su -fracaso con la moza de Piñales, y vuéltose en seguida al seminario, -tan fresco, al parecer, como si fuera verdad lo que juraba, creyó su -vocación muy decidida; y en este caso, ¿á qué ni para qué echar con las -ideas por aquéllos ni por otros derroteros semejantes?</p> - -<p>Dueño Marcones de Inés—¡y vaya si la conquistaría por malas ó por -buenas en cuanto se le franquearan las puertas de la casa!—lo sería -también del gato; y siendo dueño del gato el sobrino, en cambio de la -ayuda que la tía le prestara, sacaría ésta una tajada en un dos por -tres, como no podía esperarla nunca de su amo, por esclavizado que le -tuviera á su yugo.</p> - -<p>La dificultad única y por de pronto, consistía en que el Berrugo, -que tan á regañadientes había dado dinero, aunque bien poco, para -ayu<span class="pagenum" id="Page_94">[p. 94]</span>dar á Marcones en -su carrera, consintiese en verle holgando en su casa después de haber -ahorcado los libros. La Galusa se encargó de vencer esta dificultad -como mejor supiera y pudiera; y pudo y supo lo bastante para conjurar -las iras y resistencias de su amo con un buen trasteo de embustes: -al cabo, no se trataba de pedirle dinero ni cosa que lo pareciera, -sino de enterarle de que Marcos, por motivos bien ó mal forjados en -la inventiva de éste, se había visto obligado á hacer un alto en su -carrera; alto que podría durar dos ó tres meses... lo mismo que dos ó -tres años.</p> - -<p>Ello fué que Marcones, después de hecho este desbroce en el camino -de sus intentos, dió en visitar á menudo á su tía; que se pasaba las -tardes enteras en la casona de Robleces, «porque»—como decía á su amo -la Galusa,—«el pobre muchacho era tan cariñoso y agradecido, y tan -apenado se veía por el percance, que en ningún rincón hallaba sosiego -sino al lado de su tía y de su generoso protector;» que Marcones -trataba de interesar á Inés en sus conversaciones, siempre que podía; -que la Galusa sabía dejarse caer á tiempo sobre las indiferencias -geniales de Inés, con discretos panerígicos de las prendas del mozón, -cuando éste no estaba presente; y por último, que, á pesar de que -Inés y Marcones se habían tratado muy poco<span class="pagenum" -id="Page_95">[p. 95]</span> hasta entonces (porque no fueron muchos los -viajes que el segundo hizo á Robleces después de atrapado el auxilio -que la Galusa logró arrancar á su amo) y de no haberla caído nunca muy -en gracia, no vió con disgusto aquellas largas visitas del de Lumiacos, -con las cuales distraía un poco la insulsez enervante de su método de -vida. Y es de advertir aquí que Marcones, cuando se empeñaba en ello -y no se lo estorbaba la iracundia feroz que le poseía, era dulce de -palabra y bondadoso de mirar, y daba á las conversaciones, ya que no -gran interés, porque le faltaba ingenio, cierta unción que seducía -fácilmente á personas tan desprevenidas é inexpertas como la hija de -don Baltasar.</p> - -<p>Por el médico don Elías se conocen los principales rasgos del -carácter y de la naturaleza física de este mozo. Poco queda que añadir -aquí para terminar su retrato de cuerpo y de alma. Aquél era grandote, -más por lo macizo y relleno que por lo alto, aunque lo era bastante; -relleno y macizo de tal suerte, que en cualquiera porción de él en -que se fijara la vista predominaba la curva cerrada, casi hasta la -circunferencia; los pies, las manos, los hombros, el pescuezo, la -cara: otros tantos círculos mal hechos; bollos híspidos, más chicos -ó más grandes; aquí uno por uno, allá sobrepuestos ó acopla<span -class="pagenum" id="Page_96">[p. 96]</span>dos; pero siempre el bollo, -particularmente en la cara, que se componía exactamente de dos, uno -más pequeño que otro, unidos de golpe, quedando hacia abajo el más -grande y correspondiendo las sienes y parte de las orejas á la mayor -depresión de los perfiles laterales. Sin embargo, la cara no resultaba -fea, porque los ojos eran grandes, negros y expresivos, y la boca y la -nariz muy regulares. El color, ordinariamente, moreno limpio, de nariz -y mejillas arriba; y de allí para abajo, incluyendo la papada y cuanto -se veía del pescuezo, el negro agrisado del cisco, resultante de la -gran espesura y fortaleza de su barba rapada. Digo que <i>ordinariamente</i> -era moreno limpio su color, porque cada movimiento del ánimo le -transformaba en verde bilioso, así como á la habitual dulzura de su -mirada, en celaje fulmíneo.</p> - -<p>Con ser tan de bulto esta figura, lo primero que un buen observador -veía en ella era <i>lo de adentro</i>; y no le ocurría pensar lo que al -vulgo de los que miran: «este hombre sería hasta buen mozo si estuviera -vestido de claro y no tan relleno,» sino «<i>eso</i> es un odre de iras -y concupiscencias.» Era demasiado transparente el cendal para que, -sabiendo mirar, no se viera debajo el hervidero de lavas dispuestas á -saltar en chorros al primer alfilerazo que se diera allí.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_97">[p. 97]</span></p> - -<p>Inés, que era vulgo para mirar como para tantas otras cosas, pensó -también de Marcones, oyéndole y observándole despacio y muy de cerca, -que con menos carne y con ropa más alegre, podía ser «hasta buen -mozo.» Y eso que Marcones se había presentado en Robleces con la menor -cantidad posible de seminarista, en lo externo; pero tras de que hay -oficios y carreras que imprimen sello indeleble en quien los ejerza ó -siga, la <i>secularización</i> del de Lumiacos no podía pasar de ciertos -límites si no había de fracasar en la introducción la comedia que se -disponía á representar.</p> - -<p>Á pesar de esta precaución indispensable, como la paciencia no era -la virtud del seminarista, procuraba éste aprovechar bien el tiempo; -para abreviar los trámites de su proyectada empresa; y sin descubrir -todavía la punta de sus intenciones, preparaba el terreno desplegando -ante Inés todo lo que él creía pompa de sus recursos; y ahora con un -latín del <i>Doctor angélico</i>, después con la explanación de un punto de -moral práctica, luégo con una descarga de apóstrofes contra las malas -costumbres del día, otra vez con un himno dulzón á la doncella fuerte, -y un catálogo muy encarecido de las prendas que debían poseer los -hombres para ser dignos de la amorosa elección de «ciertas mujeres,» -lograba producir en el ánimo de<span class="pagenum" id="Page_98">[p. -98]</span> la indocta hija de don Baltasar algo de la fascinación que -en el del tosco lugareño ejerce el charlatán que traga estopas ardiendo -y escupe luégo cintas de colores. Por de pronto le admiraba Inés por -lo mucho que sabía y hasta por lo bien que lo charlaba. Después, hay -que tener presente que Marcones era la única persona, relativamente -culta, que había tratado íntima y familiarmente; que ciertos puntos -que Marcones había tocado en sus fogosas homilías sobre determinados -movimientos del corazón humano, eran casi los mismos que tantas veces -había querido explicarse ella durante los pasajeros arrechuchos de su -alma; que el preopinante era vehemente y que se poseía hasta echar -lumbre por los ojos cuando, hablando de estas cosas, los clavaba en -los serenos y dulces de Inés; que Inés era toda sinceridad y buena fe, -al paso que en el otro no había pizca de semejantes ingredientes; y -teniendo presentes estas cosas y otras que fácilmente se presumen, no -es de extrañar que si la admiración de Inés no pasaba de la sapiencia -de Marcones, su curiosidad hallara en la persona del sabio un cebo que -no ofrece el hombre que come estopas encendidas, al palurdo que le -admira por eso solo.</p> - -<p>Desde luégo, en el mucho saber del seminarista halló Inés la -medida de su propia ig<span class="pagenum" id="Page_99">[p. -99]</span>norancia, y hasta tuvo sus conatos de avergonzarse de -ella; no porque sintiera la necesidad de conocer los <i>Lugares -teológicos</i> ni la gramática latina, que á desconocer esto no lo -llamaba ella ignorancia, sino porque, fuera del catecismo y de -escribir desastradamente, no sabía pizca de nada; y esto era demasiado -poco saber para la hija de don Baltasar Gómez de la Tejera... ¿Dejó -traslucir Inés este pensamiento? ¿Se le adivinó Marcones? ¿Entraba -en los planes de éste el acuerdo á que el caso dió lugar? ¿Anduvo -en el ajo la Galusa? No se sabe; pero es lo cierto que un día quedó -convenido entre Inés y él, con pleno y gustosísimo consentimiento de -don Baltasar, que Marcones, tan suelto de pluma y entendido en cuentas, -en gramática y en otros ramos de la primera enseñanza, comenzaría á dar -lecciones á Inés, tan asidua y provechosamente como el mejor maestro de -escuela.</p> - -<p>Y henos aquí, aunque no tan pronto como yo había pensado, empalmando -el remate de esta digresión indispensable, con los corrientes sucesos -de este libro, en el punto en que quedaron al despedirse don Elías de -Pedro Juan, después de haber salido éste de casa del Berrugo.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_aros2.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_6"> - <p><span class="pagenum" id="Page_101">[p. 101]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_busto.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">VI</h2> - <p class="subh2">VARGA ABAJO Y VARGA ARRIBA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-p.jpg" alt="P" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Pero</span> ¡qué naturaleza -más singular la de Quilino! Él bailaba como una peonza; él relinchaba -mejor que nadie en todas las rondas de mozos; él se enternecía hasta -el lloro á moco tendido, en un entierro; él cantaba la misa, que se -las pelaba; él revolvía el corro de bolos... en fin, donde se moviera -algo, donde pasara algo que no se moviera ni pasara á todas horas y -en todas partes, triste ó alegre, allí estaba él sin ser llamado por -nadie, sin hacer falta ninguna y sin servir para maldita de Dios la -cosa, sino para enmarañar dificultades, agriar lo dulce ó entorpecer -lo hacedero. Sólo en muy determinados casos era Quilino el primero -de todos los concurrentes, quiero decir, el que se llevaba la mejor -parte: verbigracia, en los casos de zambra y alboroto entre los mozos -del pueblo, por<span class="pagenum" id="Page_102">[p. 102]</span> -rivalidades de barrio ó cuestiones de galanteo. Con ser él incapaz -de herir á una mosca, ya se sabía: la primera bofetada ó el primer -garrotazo, para Quilino; y Quilino al suelo.</p> - -<p>Pasaba de los veinticinco años, y, por lo menudo y lampiño, apenas -representaba veinte; queriendo aparentar una corpulencia que no tenía, -se mandaba hacer la ropa con muchos sobrantes; y de este modo resultaba -lo contrario de lo que se proponía: que destacaba más su pequeñez, amén -de parecer vestido de prestado. Los domingos se llenaba las orejas de -claveles, la cinta del sombrero de siemprevivas y plumas de pavo real, -y las alpargatas de dibujos de hiladillo verde y encarnado. ¡Todo por -las buenas mozas! Y precisamente era de ellas, de las buenas mozas, -de donde salían las zumbas más crueles y los motes más depresivos -para él. No tenían número las calabazas que llevaba recibidas en el -pueblo y fuera del pueblo; y esto era lo que le perdía ya en todos sus -empeños amorosos: la fama, que le seguía como su sombra, de «barrido -de todas las cocinas...» Porque, aparte de ello, Quilino, en buena -ley, no merecía tan mal trato: era trabajador, no bebía, era hijo de -buenos padres, y no pobre de solemnidad; y estampas más ruines que la -suya habían hallado buenas colocaciones en el lugar. En honor suyo hay -que de<span class="pagenum" id="Page_103">[p. 103]</span>cir también -que, gracias á sus buenas prendas, nunca llevó las calabazas en crudo. -Se le dejaba rondar, se le abrían las puertas de la casa los sábados -por la noche, se le daba ingreso en la cocina; y cuando era llegado -el momento de «hablar,» se le respondía indefectiblemente que la moza -estaba comprometida ó esperando á que «hablara» el mozo que se le había -anticipado... «¡Recongrio...» y cómo se ponía entonces contra «la -perra desgracia» que siempre le llevaba tarde á esas cosas! ¡Y con qué -altanería alegaba en público aquellas despedidas corteses, contra los -murmuradores que le contaban los antojos y galanteos por descalabros en -seco!</p> - -<p>Á un propósito no menos caritativo obedecían las largas que -Pilara le iba dando en sus asedios pertinaces. Le dolía mucho á la -noble mocetona despabilar secamente al pobre muchacho que con tanta -obstinación y con tan honrados fines la perseguía, si no hemos de -creer á los que afirman que Pilara conservaba á Quilino por obligar -más á Pedro Juan, que era celoso. Y es de advertir que jamás estuvo -Quilino tan obcecado por moza alguna, como por Pilara. Achacábase -esto en público á que Pilara era el mejor acomodo de cuantos Quilino -había tanteado, con haber sido buenos todos los demás; pero yo me -inclino á creer que<span class="pagenum" id="Page_104">[p. 104]</span> -entraban por mucho en los entusiasmos de Quilino, que era una pólvora, -las prendas personales de Pilara; prendas que Quilino no había visto -reunidas hasta entonces en una sola moza de su «comenencia.»</p> - -<p>El caso es que él insistía en sus trece, y que estaba resuelto á -insistir mientras no se le plantara en seco en mitad de la calleja. El -suceso de la Arcillosa, con el subsiguiente de la llegada del Josco al -mismo goterial de Pilara cuando él se disponía á tener con ella y con -toda su casta una explicación que dejara bien deslindados los campos, -le acabó de encalabrinar, y aquella noche no pegó los ojos. Pensando -y pensando, creyó que, para acabar de una vez, le tenía más cuenta -ajustar la que le desvelaba con el mismo Pedro Juan, por la buena y -en paz y en gracia de Dios; y como era mozo que no dejaba que se le -encanecieran en el cuerpo las resoluciones que tomaba, en cuanto apuntó -el día se tiró de la cama y echó á andar hacia Las Pozas, haciéndose el -sordo á los mugidos con que desde la cuadra le pedían las bestias de -pesebre el acostumbrado desayuno.</p> - -<p>—¡Recongrio!—pensaba Quilino mientras iba varga abajo, unas veces -callandito, y muy á menudo hablándolo bien recio y con la mímica -que cada pensamiento reclamaba.—Esto tiene<span class="pagenum" -id="Page_105">[p. 105]</span> que acabar hoy, ó va á haber una gorda en -Robleces... Lo que se está hiciendo conmigo no tiene igual... ¡vamos, -no tiene igual!... Bueno que al hombre se le estime en más ó en menos -de esto ú de lo otro, porque pa eso están los ojos en la cara y el -sentío en los aentros; pero ¡congrio! que se le diga... ¡que se le -diga, congrio! y hablando se entiende la gente. Eso de callarse, como -se hace conmigo un mes y otro mes, y hoy no te respondo y güélvete -mañana... ¡hombre, esto ya es ultraje pa uno y puro menosprecio!... -Pero ¡recongrio! ¿por qué me habrá pasao lo mesmo en toas partes? Si -dijéramos que yo me descuido... ¡Pero si moza vista por mí, que me -convenga, ya tiene el envite encima! ¡Y con too y con ello, siempre -envido tarde!... ¡Ahora, dígaseme si esto no es la pura desgracia -en carnes vivas!... Corren malas lenguas que too ello es castigo de -Dios porque me dejo llevar de la cubicia en esas cosas... ¡Mentira, -congrio! Si pongo los ojos en moza que tenga los fisanes, yo tengo la -sal pa la puchera... y esto no es ser cubicioso... Quisiera yo ahora -mesmo de repente que Pilara no tuviera pan que llevar á la boca... ¡Se -vería, congrio, se vería si Quilino la golvía la espalda como se la -golverían otros que hoy se beben los aires por ella!... ¡Recongrio, qué -personal de moza el suyo!... ¡Y decirme á mí que tengo en más<span -class="pagenum" id="Page_106">[p. 106]</span> los cuatro intereses que -puedan tocarle en el día de mañana, que aquella rebustez de carnes y -aquel mirar de ojos... y aquellos!... ¡Recongrio, cómo me gustan á mí -las mozas grandes y de güena color! ¡Me alampo, congrio, me alampo por -ellas! Y cuanto más grandes, mejor que mejor... ¡Si, pensándolo bien, -no sé cómo pude pedir á Quica y á Nestasia, que no me allegan á mí -á salva la parte! Y luégo ¡tan esmirriás y bajucas de color!... Pos -güeno: yo voy ahora á Las Pozas; voy á verme con Pedro Juan, porque -quiero que se me estipule claro eso... Pero ¡recongrio!... ¿qué puede -haber visto Pilara en el Josco que no haiga en mí? El Josco, fuera del -alma, no tiene sentío corporal: es una pura bestia; y hoy por hoy, -está, en punto á intereses, más á esquina viva que yo. Y si levanta -media cuarta por encima de mí, y es más doblote y más... ¿qué vale -eso, recongrio? ¿Sabe de letra lo que yo sé? Pos no conoce la O... -¿Sabe echar un <i>Kyrie</i> ni entonar solo en una ronda... ni rondar tan -siquiera?... ¿Baila él, por si acaso? ¿Se arriesgó en jamás á decir -á una moza «güenos ojos tienes?...» ¡Que anda en la mar como por su -casa, y que es forzudón en tierra y hace su labor de labranza como la -hacen pocos y sin decir <i>jus ni muste</i>, y siempre á su cuento!... ¿Y -qué vale eso, recongrio? Yo tamién cumplo con mi deber y llevo mi labor -pa<span class="pagenum" id="Page_107">[p. 107]</span>lante sin que -me pise naide los pies; y respetive á la mar, nunca en ella anduve; -pero si me avezara, nos veríamos, ¡congrio! nos veríamos... Y á más -á más, yo canto igual de Iglesia que de too lo que salga; yo sé de -pluma como pocos del lugar; yo echo un armón á una pértiga si se me -da la herramienta al caso; yo hablo en concejo tomando la vez de mi -padre, que no se atrive, y no basta el vecindario entero á tapame la -boca cuando se empeña en que yo no soy quién, por hijo de familia, pa -decir palabra allí... ¡Recongrio! ¡yo me meto en toas partes en que -se meta alma nacía pa hacer lo que haga el más guapo!... ¿Y vale él -pa eso, congrio? ¿Se atrive tan siquiera á probar si vale ú no vale? -¡Y con too y con ello, Pilara esperando y esperando á que hable el -Josco, y tú, Quilino, á resultas, y güélvete mañana y güélvete otro -día!... ¡Recongrio, yo digo otra vez que esto no se puede aguantar en -pacencia!</p> - -<p>Aquí tiró Quilino el hongo roñoso y descolorido al suelo, con gran -furia, y pateó tres veces alrededor de él. Había llegado al portillo -que separa las praderas de la sierra calva, y desde allí se columbraba -ya el tejado de la casuca del Lebrato. Quilino, después de desahogar -con interjecciones y pataleos lo más agrio del repentino berrinchín, -pensó que sería muy conveniente, antes de encararse con el Josco, -dis<span class="pagenum" id="Page_108">[p. 108]</span>poner con -sosiego el plan, ó siquiera los puntos principales de su embajada; y -con esta idea tan cuerda, se sentó en el mismo portillo, que era de -vallado, á la sombra proyectada sobre él por el alto y espeso bardal en -que estaba embutido.</p> - -<p>Sentado Quilino tan guapamente, volvió á funcionar su discurso del -siguiente modo:</p> - -<p>—Yo voy ahora mesmo á Las Pozas, porque nesecito verme con Pedro -Juan. Bien cercuca está ya la su casa: en dos saltucos estoy allá. -Curriente... Yo llego á verme con el Josco y le digo: «Pedro Juan, no -vengo al auto de lo de ayer tarde en la ré... Tuve un pronto allí, -tuvistes tú otro, mos desapartaron... y sacabó esa historia... Yo -no te quiero mal, aunque otra cosa te digan malos quereres y piores -lenguas; pero bien sabes que me pasa... esto y lo otro y lo de más -allá...» ¡Recongrio! que me pasa esto no lo puede negar él; y no -pudiendo negarlo, en josticia estoy al hablarle de lo que le hablo. -¡Pos, hombre, podía no conocerlo así!... Curriente. Que lo conoce y -me contesta:—«Quilino, ¿qué es lo que quieres de mí?»—«Pos, hombre,» -le digo yo, «que anoche estuviste en cá Pilara; que no sé, á la hora -presente, si hablastes ú no hablastes en finiquito; y que si hablastes -ú no, y si te arrespondió que tales ó que cuales, lo quiero saber de -tu boca y no de la<span class="pagenum" id="Page_109">[p. 109]</span> -suya, pa acabar así primero con esta consumición que me está acabando -á mí...» ¡Recongrio! me paece que tamién esto es de lo menos que puede -decir un mozo que se ve como yo me veo... Si el Josco fuera un sujeto -del aquél de los demás sujetos, no habría qué sobre el caso; pero tras -de que nunca es él muy parcial ni explicativo, es hombre de lunas; y -cuando la tiene, como paece que la tenía ayer en la Arcillosa, larga -la guantá antes que la palabra... Esto hay que conocelo y estimalo en -el caso presente; porque ¡recongrio! yo tamién soy hombre de güétagos; -y en cuanto doy con otro que tal, me enrito en un periquete y me... -Vamos, ¡congrio! que me pierdo... ¡me pierdo!... Pos pinto el caso que -le da por la güeña, y me dice:—«Quilino, de eso que deseas saber, no -hay ná hasta la presente, porque no solté anoche palabra anguna sobre -el particular...» Pos ¡congrio! á un hombre que arresponde esto, bien -se le puede decir, sin agraviale:—«Pedro Juan, ó al río ú á la puente: -si te paece poco un día, toma dos... ú cuatro ó cinco; pero, pasaos -que sean, si no has roto á hablar en ellos, déjame el campo á mí: ya -sabes que estoy á resultas...» Pero ¡congrio! <i>(Quilino se levantó -de repente, y se arrancó el sombrero de la cabeza.)</i> ¡Si el pior mal -consiste en que Pilara está jalando de la lengua á ese animal; y anque -él se empe<span class="pagenum" id="Page_110">[p. 110]</span>ñe en -callarse la boca, le ha de hacer ella que cante! <i>(Al suelo el hongo.)</i> -Y como él no desea otra cosa... <i>(patadas al sombrero)</i> agarraráse al -supuesto pa lograr lo que no puede de por sí sólo... <i>(Más patadas.)</i> -¡Collonazo! ¡Cobardón!... <i>(Amenazas á la casa del Josco, con los puños -cerrados.)</i> De modo y manera que el verme yo con el Josco, séase en -güeña paz, ó séase en guerra que nos destrompe á los dos, es lo mesmo -que empiorar la cosa pa insécula sinfinito... <i>(Recoge el sombrero.)</i> -Onde yo tengo que dir ¡recongrio! y va á ser ahora mesmo, es á verme -con Pilara. Ella es quien debe decirme lo que pasó anoche allí; y por -poco que me quede en limpio, quedaráme el consuelo <i>(puñetazos al -hongo)</i> de desfogar la corajina cantándola á la oreja avangelios que -la saquen las colores á la cara... ¡Ya verá si no hay más que dar á -un hombre como yo con la puerta en los bocicos, como se corrió en la -Arcillosa!... Y respetive al Josco... ¡nos veremos tamién en su hora y -punto! <i>(Se encasqueta el sombrero.)</i> ¡Ay, recongrio!... ¡qué negro va -á ser ese día en Robleces!</p> - -<p>Y con esta amenaza entre dientes, tomó Quilino á medio galope, varga -arriba, el mismo sendero que acababa de recorrer varga abajo.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_nielada.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_7"> - <p><span class="pagenum" id="Page_111">[p. 111]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_homo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">VII</h2> - <p class="subh2">CUENTAS DE FAMILIA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-q.jpg" alt="Q" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Quilino</span> obró como un -sabio cuando retrocedió desde el portillo de la sierra. Si llega á -bajar á Las Pozas, no vuelve á su casa tan entero como de ella había -salido. Estaba el Josco aquella madrugada, que metía miedo.</p> - -<p>—Cuenta, Pedro Juan,—le había dicho la noche antes su padre (que ya -le esperaba con la torta cocida y la cena dispuesta) en cuanto le vió -entrar, de vuelta de su viaje al barrio de la Iglesia.</p> - -<p>Pero el Josco, aunque se había sentado á la cabecera del banco que -servía á los dos de mesa y de asiento á la vez, ni decía palabra ni -probaba bocado. Le daba ira y vergüenza lo encogido y desatento que -había estado con Pilara. Al cabo, y en fuerza de apretar el Lebrato, -se habían enredado el hijo y el padre en la<span class="pagenum" -id="Page_112">[p. 112]</span> siguiente conversación, entre <i>mojada</i> -de tortuca en la sartén, y pellizcos á la hebra de los mubles recién -fritos en ella:</p> - -<p>—En primeramente la dí los peces.</p> - -<p>—¿Á quién?</p> - -<p>—Á ella.</p> - -<p>—¿Á Pilara?</p> - -<p>—Á Pilara.</p> - -<p>—¿Y qué?</p> - -<p>—Y que... ná.</p> - -<p>—¿Cómo que ná, hombre?</p> - -<p>—¡Coles!... que no me atreví tampoco. ¿Lo quiere más claro?</p> - -<p>—Pos ¿sabes lo que te digo yo á eso, Pedro Juan? Pos te digo que -¡lástima de peces! Y te digo más: te digo que ¡lástima de calzones -que llevas puestos! Faldas de baeta te sentarían mejor. Las cosas -claras.</p> - -<p>—Respetive á este punto, padre, lo mesmo digo yo de mí mesmo. -Vergüenza me da ser tan hombre como soy, y portame como me porto con -Pilara... ¡Y si dijiéramos que ella!... Pero ¡coles! ¡si es una dulzura -conmigo! ¡Si ella mesma me abre la boca y me pone la palabra en los -labios! No me queda ya más trabajo que echarla haza juera... ¡Pos ni -eso, coles! ¡ni eso poquitín puedo hacer de por mí solo!... Allí estaba -Quilino cuando llegué yo al goterial. Apartóse ella de él, y vínose -conmigo he<span class="pagenum" id="Page_113">[p. 113]</span>cha unas -pascuas en cuanto me vió. ¡Gloria me daba el mirarla, tan arrogantona y -tan!... Quilino escapó enestonces ajumando de iras... «Pos voy á dala -los peces ahora, díjeme pa mí solo, y pué que así me atriva mejor...» -Y la dí los peces; pero por más que los emponderó ella, yo ná, padre, -¡lo mesmo que si me hubiera metío otros tantos en el guandate!... Pude -haber roto á hablar si aquello dura, porque era mucho lo que yo me -empeñaba en ello; pero antojósele á Pilara enseñar los peces á la gente -del portal, llamáronme aentro, dióme vergüenza entrar... y escapéme. -Avergonzóme esto más entoavía, y golví... Llamé á Pilara, salió de -contao, díjome que me atriviera á decirlo cuanti más luégo... y ¡coles! -¡ni por esas me atreví!... y escapéme otra vez, sin parar hasta la casa -de ese hombre. Al golver de ella, Pilara esperándome á la ventana de -la cocina; y yo ¡recoles! tapándome las orejas por no oirla tusir de -mentirucas, y apretando á correr calleja abajo, como si los demonios -me llevaran... y creo que es la pura verdá... Y no hay más que esto, -padre... Ahora, déme cuatro mascás, que, por cobardón y baldragas, bien -merecías las tengo, ¡recoles!</p> - -<p>—No es de ese modo, Pedro Juan, como hay que curarte esa cobardía -que paece cuento en un mozo de tantas agallas como tú pa otros<span -class="pagenum" id="Page_114">[p. 114]</span> particulares de mayor -compromiso. La cura esa, bien dicho te tengo cómo se ha de hacer, y -así hay que hacerla; y así se hará sin tardar mucho, porque pué llegar -el caso, Pedro Juan, y te hablo con la experencia de los años, de que -pierdas la güena estima en que la moza te tiene, por esa falta que -nunca pega bien en los mozos casaderos. Mal paece un hombre que en -tales casos peca de atrevido, y mucho le agobia esa mala fama; pero -que te libre Dios de dar en tierra por menosprecio de mujer por lo -contrario: no te güelves á levantar en toa tu vida.</p> - -<p>—Pos esa es la que me quema á mí tamién, padre, que por demás la -conozco.</p> - -<p>—Si la conocieras bien y te quemara mucho, otros jueran tus -arranques por no caer como lo temo.</p> - -<p>—¡Le digo, padre, que me abrasa!... Porque, á más á más de cabeme -esos recelos, cá vez estoy más alampao por ella.</p> - -<p>—Vamos á cuentas claras, Pedro Juan; y que sean éstas las últimas -que echemos sobre el caso. Á la vista está, y bien de veces hemos -convenío en ello, que aquí hace falta una mujer, porque el desgubierno -en la casa nos come la metá de lo que agenciamos fuera de ella: esa -es la ley y lo será siempre en la hacienda de los pobres. Pilara es -hacendosa; Pilara es honrá;<span class="pagenum" id="Page_115">[p. -115]</span> Pilara es la rebustez y la limpieza andando; Pilara te -tiene á tí hasta en más de lo que por mi cuenta mereces, con merecer no -poco; Pilara, con su por qué pa el día de mañana, supiendo la probeza -y los ahogos de tu padre, güelve las espaldas á más de tres mozos bien -pudientes pa darte la cara á tí; en su casa no hay quien no la alabe el -gusto; saben que si tu llegas á entrar allí como marido de ella, ha de -ser pa traétela á Las Pozas, y con too y con ello te abren las puertas -de par en par y te hacen, como el otro que dice, la puente de plata.</p> - -<p>No quiero meter en la cuenta, pa el respetive, la güena ley que -dende mozos nos tuvimos su padre y yo, por lo que siempre fueron esta -casa y la suya como la uña y la carne; pero séase lo que se juere, por -unas ó por otras, por lo de acá ó por lo de allá, ó mírese por arriba -ó por abajo, Pilara caería aquí como de los mismos cielos de Dios... -Y ahora te digo que ha de caer; y pa que caiga, ya que tú no sabes -amañarte, me amañaré yo hablando por tí...</p> - -<p>—¡Coles, que me da mucha vergüenza eso!</p> - -<p>—Más vergüenza debía darte lo otro... Hablará don Alejo si no...</p> - -<p>—Tampoco, ¡recoles! Pior que pior.</p> - -<p>—Pos no hay otro remedio pa curar los tus males, y con él he de -curátelos, Pedro Juan, por éstas que son cruces, si no los curas -tú<span class="pagenum" id="Page_116">[p. 116]</span> bien aína por tí -mesmo. Y dejemos esto aquí, como el acero en su vaina, y vamos al otro -particular. ¿Qué te dijo... ese hombre?</p> - -<p>—¡Mal rayo le parta!</p> - -<p>—¿Eso te dijo?</p> - -<p>—Lo digo yo, padre, porque así mesmo lo deseo.</p> - -<p>—Mal deseao, Pedro Juan.</p> - -<p>—¡Es un retuno desalmao!</p> - -<p>—Anque lo sea: no se puede desear mal á naide, por mucho que lo -merezca... como ese.</p> - -<p>—Pos le daremos confites si no, ¡recoles! ¿Le paece?</p> - -<p>—Tampoco, Pedro Juan; que es tan malo no llegar como pasarse... y -vamos al punto. ¿Qué te dijo... ese hombre?</p> - -<p>—Pos ese hombre me pagó el regalo, ajustándome la cuenta de lo -pescao esta tarde en la ré, á peseta la libra.</p> - -<p>—Media hora hace, Pedro Juan, que vino á comprarlo en junto la -<i>Bisoja</i>, y á tres reales se lo dí, grande con chico. ¿Y qué montante -sacaba él?</p> - -<p>—Tres duros justos, á ojo de quince libras que él amontonó porque le -dió la gana.</p> - -<p>—Á tener que pagarlo de su bolsa, ya hobiera corrío menos el peso. -Trece libras y media resultaron, que valieron cuarenta reales y medio. -Y ¿pa qué te ajustaba esa cuenta, Pedro Juan?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_117">[p. 117]</span></p> - -<p>—Pos ¿pa qué había de ser, coles? Pa llamase á la parte.</p> - -<p>—¡Alma de Satanincas! Por mucho ruego, pude sacar á la Bisoja tres -pesetas de presente. Dios sabe cuándo veremos lo restante, aunque quedó -en traelo mañana antes de la otra ré. Y tú ¿qué le dijistes?</p> - -<p>—Se las canté claras. Sólo que hubiera querío yo cantáselas á -guantás, mejor que con la lengua.</p> - -<p>—No te diré que no lo mereciera bien; pero, por sí ó por no, Pedro -Juan, nunca te dejes llevar de súpitos cuando con él te veas.</p> - -<p>—¡Ésta es más gorda, coles!</p> - -<p>—Será lo que te paezca; pero así están las cosas, y así hay que -tomarlas: á contrapelo. Ya lo sabes tú tan bien como yo. Lo que importa -es no olvidarlo, porque en manos de ese hombre está el poco pan que -tú y yo comemos. Por güenas ó malas artes, suyo es hasta el aire que -alendamos aquí... y un pico más que mediano, que es la espina, Pedro -Juan, la espina que nos ajuega. Á lo otro, ya estaba uno avezao; y con -darle media cogecha al cabo de cada año, pagos y finiquitos juéramos, y -en paz con el dimoño. ¡Pero esa espina!... Verás tú la cuenta: cuarenta -duros jueron los emprestaos por él cuatro años hace; no ha pasao dende -estonces una mala peseta de su mano á la mía;<span class="pagenum" -id="Page_118">[p. 118]</span> nusotros le damos cada año un güen qué de -la ganancia de la pesca, y con too y con ello sube la trampa á más de -sesenta duros á la hora presente, dispués de pagao por parte el total -de rentas y aparcerías, por tierras, casa, embarcaciones y ganao. ¿Cómo -puede ser esto, hombre de Dios? Loco me güelvo pa aclararlo; y él, -con decirme que es motivao al réito y enseñame un papelón escripío de -números y encareceme mucho esos favores, firmo el recibo que me pone -por delante, ¡y arriba siempre la marea! Y conoce, Juan Pedro, que te -roban, ¡y aguántate sin resollar palabra, por temor de que no te dejen -de la noche á la mañana á las temperies de Dios, sin otro amparo que -lo puesto!,.. ¿Te paece, Pedro Juan, que con estos caudales se puede -echar roncas á... bribones como ese?... Hoy salió tal cual ayuda de -la ré; en la de mañana y en la otra, sabe Dios lo que saldrá. Si el -tiempo sigue al nordeste, iremos á la mar con la barquía, á la mojarra -y á los durdos, de día ú de noche, según tercien otros trabajos; algo -dará en su tiempo la ostra; y en las noches que se pueda salir de la -barra en la otoñá, al anguilo otra vez ¡y quiera Dios que con mejor -suerte que en esta última campaña de primavera!... Pos iremos comiendo -de ello, hasta la cogecha del maíz, sin que se nos vaya la mano; y el -sobrante, al pozo de ese hombre<span class="pagenum" id="Page_119">[p. -119]</span> sin calo, pa que suba otro poco la marea de la trampa... -Esto bien lo sabe él. Pos ¿á qué te va con esas cuentas, como si aquí -las tuviéramos olvidás ó nos diéramos á la bribia, y no hubiera caído -en sus manos lo que jué mío, por desgracias que Dios dispuso y trampas -que me jué armando Satanás?</p> - -<p>—¡Hay que matar eso, padre!</p> - -<p>—¿Cuál, hijo?</p> - -<p>—Esa trampa.</p> - -<p>—¿Con qué?</p> - -<p>—Con el ganao que sea nuestro: ya se lo he dicho más veces.</p> - -<p>—¡Si no alcanza, bobo! Tamién te tengo ajustá esta cuenta. Las dos -vacas son suyas; y en las dos novillas, no tenemos más que la metá: una -novilla, vamos.</p> - -<p>—Pos con esa novilla y lo que se le pueda arrimar de la pesca de too -el año...</p> - -<p>—La metá de la trampa; y ten por cierto, Pedro Juan, que si no -la matas de un golpe, tanto le entregues á cuenta de ella, tanto -pierdes.</p> - -<p>—¿Por qué ha de ser eso, coles?</p> - -<p>—¿No te lo tengo bien dicho? Motivao al réito de lo que queda en -pie. Así lo arrojan los números que él hace.</p> - -<p>—Es que ese día ¡coles! iría yo á hacer la entrega; y mano á mano -con él, onde no me oyera naide...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_120">[p. 120]</span></p> - -<p>—Pior que pior, Pedro Juan. La mocedá es mala consejera: créeme á mí -que soy viejo y tengo bien conocío á ese hombre. Pa cada gustazo que tú -quisieras darte como ese que dices, tiene él veinte modos de echarnos -á perder. Bien que pensemos en arrancar la espina antes con antes, -y claro está que ha de ser con la ayuda de la novilla y lo que vaya -viniendo por onde Dios disponga; pero hoy por hoy, que no tenemos el -completo, el temporal en los prefundos y en la cara el güen celaje. Eso -vengo hiciendo yo, Pedro Juan, un año y otro. ¡Qué poco pensarán los -que me ven hecho unas tarrañuelas en la ría y en la mies, que tu padre -tiene pesaumbres que le roban el dormir más de cuatro veces!... Y ¿qué -quieres que te diga, hombre? Sobre que al cabo y al fin no ha de sacar -uno mejor zoquete llorando que riéndose, lo que uno se ría, aunque sea -de mala gana, eso saldrá ganando.</p> - -<p>—Va en genios.</p> - -<p>—Verdá es en parte; pero entra por mucho en ello la experencia de -los años. Y quédese esto así, por ahora; piensa en lo tratao endenantes -sobre el particular de Pilara, que es de más urgencia de lo que tú te -feguras; tapa esos tizones... y vámonos á la cama.</p> - -<p>Mucho atormentó al formalote y honrado Pedro Juan, en los primeros -ratos de insomnio, el<span class="pagenum" id="Page_121">[p. -121]</span> recuerdo de las maldades del Berrugo con su padre; pero -aún le desveló mucho más el examen de su conflicto con Pilara: entraba -tanto en la pelea lo amargo como lo dulce; y así sucedió que, lo mismo -soñando que despierto, el Josco fué toda la noche un huracán, tan -pronto desatado en suspiros clamorosos y temblones, como en bramidos -desaforados que despertaban á su padre. Á la madrugada siguiente, aún -sentía la resaca de tan fiero temporal en los profundos de su pecho.</p> - -<p>¡Y esa fué la ocasión elegida por Quilino para bajar á Las Pozas -á hombrearse con Pedro Juan! ¡De buena se libró el cascarrabias, con -volverse desde el portillo de la sierra!</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_coronas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_8"> - <p><span class="pagenum" id="Page_123">[p. 123]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_copa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">VIII</h2> - <p class="subh2">EL MÉDICO DON ELÍAS</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-l.jpg" alt="L" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">La</span> casa de don Elías era -la anteúltima del barrio de la Iglesia por aquel lado en cuya dirección -iba él, y se llamaba <i>la casa de los Médicos</i>, por ser la que habitaban -todos los titulares del lugar. No servía para otra cosa en un pueblo -de labradores, por su relativa pequeñez y aseñorada disposición, ni en -el pueblo la había semejante para cumplir los destinos que le habían -valido el mote. Cuatro paredes lisas, dos de ellas ciegas, con balcón -y dos ventanas en la del Sur, y otras dos ventanas en la del saliente; -un tejado de dos aguas con buhardilla y chimenea; la puerta de ingreso -debajo del balcón, y un huertuco arrimado á la pared del Este. Tal era -por fuera. Por dentro: la planta baja con el arranque de la escalera -en el fondo; á la izquierda un pesebre que en tiempos de don Elías -sólo sir<span class="pagenum" id="Page_124">[p. 124]</span>vió de -albergadero de gallinas, y lo restante para vestíbulo y leñera, sin -solución de continuidad. En el piso, una salita, que también servía -de comedor y, cuando caía una consulta, de despacho del médico; tres -alcobas y la cocina. En lo alto, un desván en el que no se podía andar -de pie; y paren ustedes de contar.</p> - -<p>Allí moraba don Elías con su mujer, tullida por el reúma y encamada -seis años hacía, y cuatro hijas mozas, con unos genios y unas -inquietudes que no cabrían en la sierra del lugar. No podía calcularse, -á ojo, la edad de ninguna de las cuatro: cada una de ellas parecía más -vieja que las otras tres; y todas juntas daban, de pronto, la idea -de un montón de orujo, resultante de una cosecha exprimida fuera de -sazón. No se me ocurre comparación más adecuada al aspecto y atavío de -aquellas cuatro mozas. Su padre andaría rayando con los sesenta años, -y llevaba trece de médico de Robleces. Á Robleces fué á parar desde -tierra de Campos, de donde era nativo; y se había casado en un pueblo -de la Rioja, cuyo partido sirvió apenas licenciado en su carrera. Allí -pasó dos años, y tuvo la primera hija; á los otros dos, la segunda en -la provincia de Burgos; y con los mismos intervalos, mes abajo, mes -arriba, la tercera en la provincia de Valladolid, y la cuarta en la de -Palencia; con lo que se deja comprender que no<span class="pagenum" -id="Page_125">[p. 125]</span> calentaba gran cosa los partidos, en -los primeros diez años de profesión, el médico don Elías. Tampoco los -calentó mucho más en lo sucesivo; pues si de los primeros le arrojaban, -ya su mala estrella, ya la ilusión de conjurarla cambiando de postura, -de los siguientes le fueron echando las hijas á medida que crecían, -y la madre de las hijas según iba viéndolas casaderas, movidas una y -otras del mismo impulso y de las propias intenciones, siempre y en -todas partes malogradas. De estos fracasos era producto la costumbre -de echar pestes aquellas mujeres contra el lugarejo en que residían, -al paso que suspiraban por los que iban dejando atrás. Pero de ninguno -renegaron y maldijeron tanto como de Robleces, con sus heredades de -borona, sus prados rozagantes, sus cajigales frondosos, sus callejones -embovedados de bardales, sus brisas húmedas, su cielo nebuloso y sus -aldeanos cantadores y en pernetas, que les producían la nostalgia de -las llanuras sin fin, del suelo con rastrojos amarillos, del sol de la -chicharra en un cielo que se perdía de vista, y de las gentes que le -resistían impasibles y taciturnas, envueltas en paño negro, de los pies -á la cabeza. Esto era la hermosura, la abundancia y la vida; Robleces -la tristeza, la escasez y la muerte. ¡Ah! si su madre no estuviera como -estaba tantos años hacía, y por culpa de la in<span class="pagenum" -id="Page_126">[p. 126]</span>decente charca en que habían caído, ¡qué -pronto la hubieran perdido de vista! ¡Allí se habían arruinado ellas; -allí habían consumido el caudal que trajeron de reserva, por ahorros -en otros partidos y restos de la <i>millonada</i> que fué «de la familia,» -y desleales depositarios se comieron de la noche á la mañana! En -tal parte ganaba don Elías dos mil duros en metálico y trescientas -fanegas de trigo, sin contar el filón de las consultas que acudían -de seis leguas á la redonda; en tal otra aún ganaba mucho más, y en -cual otra, mucho más todavía; y en cualquiera de esas partes vestían -ellas de seda, y andaba la plata maciza tirada por los suelos de la -casa. Y todo, todo y otro tanto más, se había confundido en Robleces, -donde su madre estaba agonizando y ellas vestían percal, y de los ocho -prometidos á su padre por el ayuntamiento y los vecinos, no recaudaban -á veces la mitad.</p> - -<p>Y por esto, maldición va, improperio viene; y una pelotera con cada -vecina que entraba por aquellas puertas, lo mismo que si fuera verdad -lo de las grandezas pasadas y la millonada «de la familia,» y como -si los de Robleces se lo hubieran comido, y no hubieran gastado las -maldicientes el mismo pelaje que en Robleces en cada lugar de la tierra -que habían habitado.</p> - -<p>Pero lo verdaderamente curioso de esta manía, era que don Elías -estaba también contami<span class="pagenum" id="Page_127">[p. -127]</span>nado de ella, y que en fuerza de oirlo y de soñarlo, había -concluído por creer á puño cerrado que antes de venir á Robleces -vestían de seda su mujer y sus hijas, andaba la plata tirada por los -suelos de la casa, y hubo «en la familia» una herencia de treinta -millones, de un indiano de Méjico, primo hermano de su padre, la cual -herencia, apenas empezada á repartir entre los parientes del difunto, -desapareció en la ruína fraudulenta de un banquero de Madrid, que la -tenía en depósito.</p> - -<p>Pero don Elías no injuriaba á nadie más que al banquero, ni pedía -cuentas á los vecinos de Robleces de los millones estafados ni de -las grandezas fenecidas: antes al contrario, hablaba de todo ello -siempre que podía traerlo á colación, y lo traía á cada instante, en -tono triste y lamentoso (en ocasiones lloraba); y con tal lujo de -pormenores lo refería, que el oyente más incrédulo vacilaba ya. ¿Y -cómo tomar por embustero á aquel hombre tan optimista en todo, tan -placentero y campechano, con aquella cara bonachona y aquel aire de -<i>señor de aldea</i>, pero de los limpios y bien hablados? Era preciso -estar más avezado á estudiar caracteres de lo que estaban los rústicos -vecinos de Robleces, para conocer de pronto todo lo que había de candor -pueril, de histerismo, de inexperiencia y de ignorancia, en el fondo -de aquel suje<span class="pagenum" id="Page_128">[p. 128]</span>to, -cuya palabra era abundante y jamás mentirosa, si no hemos de entender -por mentira todo lo que se dice ajustado á lo que se cree y se siente, -aunque sea lo contrario de la verdad.</p> - -<p>En los momentos de sus grandes alucinaciones, hasta se olvidaba -el infeliz de que su vida profesional fuera de Robleces había sido -también una lucha incesante contra la mala suerte que le arrojaba en -los partidos más pobres; de las torturas en que ponía el ingenio para -inventar específicos ó acometer especulaciones con qué suplir lo que no -daba el partido para matar el hambre, nunca satisfecha, de su familia; -y de que había sido tan poco afortunado en sus invenciones científicas -y en sus empresas industriales, como en la lotería de los partidos -médicos.</p> - -<p>Pero pasaba la fiebre; y allí estaba don Elías tan campante, -husmeándolo todo y sabiéndose de memoria el lugar, de punta á cabo, por -dentro y por fuera, pescando al aire un indicio y trepando por él hasta -dar con lo cierto ó con lo que por tal se le antojaba; <i>previéndolo</i> -todo... después de haber sucedido, y no asombrándose de nada; haciendo -misterio de las cosas más triviales; tragándose los mayores absurdos si -traían consigo conflictos y perturbaciones; creyendo en <i>aparecidos</i>; -conversando de estas cosas con sus enfermos más que de la enfermedad, -y<span class="pagenum" id="Page_129">[p. 129]</span> devanándose los -sesos para discurrir una industria que le proporcionara un mediano -sobresueldo. ¡Una industria! Á montones las había capaces de producirle -regatos de oro. Pero ¿cuál de ellas no pedía otro de plata para romper -á andar? Y ¿dónde tenía él esa plata?</p> - -<p>Sin ir más lejos, allí mismo, en Robleces, había una mina sabiéndola -explotar bien. ¡Cuántas indagaciones, cuántas horas de velar, cuántos -cálculos de pluma le había costado el convencerse de ello! Pero ¿qué -adelantaba con estar convencido, si le faltaba lo de siempre, el vil -puñado de monedas? Cierto que lo que no hay en casa, puede buscarse -en la ajena; pero esas pescas de dinero hay que hacerlas con cebo de -cosa que lo valga; y él, en realidad de verdad, ni lo tenía ni lo -había tenido en los días de su vida, y por eso ni en Robleces ni fuera -de Robleces había logrado plantear negocio que valiera dos cuartos. -También sobre esto había cavilado mucho en Robleces, y cavilando y -cavilando á medida que crecían las angustias de su hogar con la eterna -agonía de la médica, y llegando, por funesta casualidad, á faltarle -más de un tercio de la asignación anual por ahogos del municipio y -escaseces de los <i>asalariados</i>, tales fueron las de su casa, que se -resolvió á llamar á las puertas de la única en que había lo que él -necesitaba, casi seguro de<span class="pagenum" id="Page_130">[p. -130]</span> que no habían de dárselo. Pero como él decía: «el no, -conmigo le llevo; y menos que esto no he de sacar;» y, por último, «yo -me ahogo, <i>él</i> es un clavo, y al clavo me agarro, aunque me abrase.»</p> - -<p>Con estos alientos en el ánimo, recién hechos, como quien dice, -caminaba don Elías aquella noche en que le conoció el lector, hacia -su casa, después de terminada su visita, temiendo hallar á la puerta -alguna nueva <i>llamada</i>, y con dudas muy fundadas de no tener qué -cenar.</p> - -<p>No hubo <i>llamada</i> esperándole á la puerta; pero sí grandes señales -de haber arriba tiberio gordo. Esto no le apuró maldita la cosa, -por ser lo diario y corriente en su casa. Empujó la puerta que -estaba arrimada, encendió una cerilla y subió al piso. En el cual se -halló á la vallisoletana tirando de la greña á la burgalesa, y á la -riojana enredada á denuestos con la palentina, mientras de la alcoba -inmediata (porque esto ocurría en la salita) salían, como del fondo -de un sepulcro, los ayes angustiosos de la médica. Por el suelo había -chancletas esparcidas, y se mascaba el polvo del ambiente.</p> - -<p>No se cansó don Elías en preguntar el por qué de aquella pelamesa, -ni tampoco en el intento de conjurarla. Dejó que se acabara ella -sola, y entró en la alcoba de su mujer para ha<span class="pagenum" -id="Page_131">[p. 131]</span>cerla maquinalmente las preguntas de -costumbre y oir los quejidos y lamentaciones de todos los días.</p> - -<p>Cuando notó que había cesado lo de afuera volvió á la salita, que -no tenía más luz que la que le tocaba de un cabo de vela que ardía muy -escondido á la puerta de la alcoba. Preguntó si había qué cenar; y -como quisieran las mujeres hacerle juez en la querella mal apaciguada, -ocultóse otra vez junto á la enferma sin responder á su pregunta ni -desplegar sus labios. Al fin, sobre una mesita de pino que había en la -sala, fueron poniendo sus hijas, con airados ademanes y mucho golpeteo, -un perol de sopas de ajo, media torta de pan, un huevo pasado por agua, -un pedazo de queso duro y un cortadillo de vino tinto. Salió don Elías; -cenaron todos de aquello, menos del huevo, que, como el vino, se le -sorbió el médico solo; y después de dar el último caldo á la enferma, -fueron los sanos á recogerse, no sé cómo ni dónde, porque eran otros -tantos misterios impenetrables las alcobas de aquella casa, en cuyas -«buenas camas» había que creer por lo que las ponderaba don Elías en -todas partes.</p> - -<p>Y vamos al caso, que ya es hora.</p> - -<p>Don Elías se esmeró en su equipaje al día siguiente más que lo -usual; es decir, se puso camisa limpia, la corbata de lunares y el -som<span class="pagenum" id="Page_132">[p. 132]</span>brero bueno; -porque en cuanto á vestido, jamás tuvo otro que el puesto, intachable, -eso sí, de limpieza y buen caer, pues el hombre era como los mismos -oros y sabía llevar la ropa, que es un don como otro cualquiera; -se echó en el bolsillo más hondo de su gabán unos papelotes; hizo -apresuradamente la visita á los dos enfermos que tenía en el barrio, -dejando las restantes para la tarde; y á punto de las diez de la -mañana, estaba ya en el estragal de don Baltasar Gómez de la Tejera -llamando con el puño de su bastón en la media puerta cerrada. -Mandáronle desde arriba que subiera, y subió golpeando mucho los -peldaños y tosiendo recio, como quien pisa terreno conocido sin miedo -alguno y sin maldita la necesidad.</p> - -<p>Recibióle don Baltasar en mangas de camisa y con un horcón en la -mano, porque acababa de amparar con una laña bien clavada la punta que -se le resentía; y le dijo plantándosele delante y cortándole el saludo -comenzado:</p> - -<p>—Pues ¿quién desea morirse aquí sin que yo lo sepa?</p> - -<p>Don Elías sintió entonces que se le enfriaban mucho los ánimos; no -porque hubiera pescado la malicia del apóstrofe, que para esto no era -tan hábil como para armar torres y montañas sobre el dicho ó el hecho -más trivial que corriera por el pueblo, sino porque él llevaba<span -class="pagenum" id="Page_133">[p. 133]</span> imaginado el <i>argumento</i> -de la visita, y en ese argumento no entraban ni las palabras, ni el -tono, ni el aire con que don Baltasar acababa de saludarle... Á esto -achacaba el buen don Elías su repentino encogimiento; pero el verdadero -motivo consistía en que el pobre médico se pasaba de sencillo y tenía -más valor para resistir su pobreza que para pedir á un rico la limosna -de su amparo; y á los temperamentos así, todo ruido les suena á desaire -y menosprecio. Fuera lo que fuese, sucedió que don Elías, sombrero en -mano y con el escaso valor que le quedaba, respondió así á la pregunta -del Berrugo:</p> - -<p>—Ni Dios lo permita, señor don Baltasar... Lo que hay es que <i>me -caminaba</i> de la visita, ¿está usted? y pasando por delante de la -portalada, me dije: «¡vaya una temporada que hace que no he estado -yo en esta casa! Pues vamos adentro á saludar á esos señores... y -quizás del tiro hable yo al señor don Baltasar de un asunto que puede -importarle.»</p> - -<p>Don Baltasar se hizo el admirado de lo del asunto que podía -importarle; y mientras se resobaba la barbilla con la mano libre, -exclamó:</p> - -<p>—¡Hola, hola! ¿Conque nada menos que eso? ¡Vea usted cómo, por donde -menos se piensa suele venir la fortuna!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_134">[p. 134]</span></p> - -<p>—No lo dije por tanto, señor don Baltasar; pero ya que estamos en -ello... valga poco ó valga mucho, hablándolo puede verse.</p> - -<p>—¿Y usted desea que hablemos de ese asunto?</p> - -<p>—Si usted me concede ese favor...</p> - -<p>—Yo, señor don Elías—dijo entonces el Berrugo andando hacia la -sala, después de haber echado por delante con un ademán expresivo al -médico,—siempre estoy dispuesto á conceder cuanto se me pida, no siendo -dinero; porque ese, para mí le quisiera yo.</p> - -<p>Esta advertencia fué otro jarro de agua para don Elías; el cual, sin -darse por entendido, dijo según iba andando y sin volver la cara:</p> - -<p>—¿Supongo que doña Inesita y <i>doña</i> Romana seguirán tan buenas como -siempre?</p> - -<p>—¿Doña Inesita y doña... <i>quién</i>?—preguntó don Baltasar con una -fuerza de acento en el <i>quién</i>, que la sintió don Elías en los ríñones, -lo mismo que si por allí le hubiera atravesado el Berrugo con las -puntas del horcón.</p> - -<p>—La <i>señora</i> Romana, quise decir—replicó en seguida el médico, -subiéndole fuego hasta las orejas;—sólo que como ella es tan... vamos, -tan digna... por su...</p> - -<p>En esto dió un horconazo en el suelo don Baltasar, y dijo á -don Elías, hallándose ya ambos en la sala y junto á las primeras -sillas:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_135">[p. 135]</span></p> - -<p>—Aquí.</p> - -<p>El médico se dejó caer en una, como herido del rayo, y el Berrugo -cogió otra y se sentó enfrente de él sin soltar de las manos el horcón, -puntas arriba. Parecióle increíble; pero hubiera jurado don Elías que -lo que le iba poniendo nervioso era la visión incesante del trasto -aquél.</p> - -<p>Sentados ya los dos personajes, el de fuera se encontró sin ánimos -bastantes para exponer su demanda con el método y el arte que él había -ideado en sus repetidos ensayos, á fin de que el negocio resultara á la -luz y á la altura que pedía para que se viera como debía ser visto; y -comprendiendo que entrar con falta de alientos y sin pizca de serenidad -en una batalla, es lo mismo que perderla, acudió al recurso que nunca -le faltaba para enardecerse un poco: á traer á la memoria aquellos -treinta millones heredados por «la familia,» y aquellos tiempos en que -las mujeres de la suya vestían seda, y andaba la plata maciza tirada -por los suelos de la casa. Y, efectivamente, lanzar sus recuerdos á -orearse en el florido campo de aquellas magnificencias, y comenzar el -hombre á trasudar, á revolverse en la silla, á echar lumbre por los -ojos y á redoblar en el suelo con la contera del bastón, fué todo uno. -Ya estaba en lo firme; ya no se le daba una higa por la cara<span -class="pagenum" id="Page_136">[p. 136]</span> mordaz del Berrugo ni por -el horcón que tenía entre manos. Expondría su pretensión; se reiría de -ella el avaro ó no se reiría: lo mismo le daba: él habría desarrollado -en toda su pompa el cuadro de sus pasadas grandezas; el grosero jándalo -le habría visto, deslumbrándose; y, cuando menos, siempre quedaría -patente el derecho que tenía un hombre que fué tan poderoso, á pedir -en días de decadencia el auxilio de un patán afortunado. Atrincherado -de tal suerte, don Elías rompió el fuego en estos términos, después de -pasarse el pañuelo por la frente enardecida y sudorosa:</p> - -<p>—Cuando se perdieron en la quiebra del Marqués aquellos treinta -millones de la familia...</p> - -<p>—¿Cuántos millones?—preguntó socarronamente don Baltasar, -bamboleando un poco el cuerpo medio colgado con las manos del mango del -horcón.</p> - -<p>—Treinta, más que menos,—respondió hasta con altivez don Elías, -después de carraspear y de estremecerse un poco.</p> - -<p>—Preguntábalo porque me pareció haberle oído á usted en otra ocasión -que los millones esos no eran tantos.</p> - -<p>—Treinta han sido siempre: créalo usted—repuso don Elías con el -más admirable de los aplomos.—Los estoy viendo á cada hora, lo<span -class="pagenum" id="Page_137">[p. 137]</span> mismo que si los tuviera -en la mano, en onzas de oro... Porque así vinieron de América, señor -don Baltasar, ¡en onzas de oro!... y en onzas de oro los apandó aquella -garduña de Madrid; y en onzas de oro comenzó á hacer el reparto del -caudal, recreándose ya en la zancadilla que nos tenía armada. Toma -tú tres, toma tú dos y medio, porque los negocios así y los cambios -de otra manera, á mi padre le engatusó por el pronto con la miseria -de veinticinco mil duros, á cuenta de los catorce millones que le -correspondían á él solo como principal heredero, por pariente más -cercano de mi difunto tío... Semanas van, meses vienen: el Marqués no -volvía á resollar; mi padre le escribía carta sobre carta; el hombre no -las contestaba... hasta que, amigo de Dios, un día... ¡zás! (aquí la -voz del médico comenzó á ser cavernosa, la mirada de loco y el ademán -melodramático), de golpe y porrazo, la noticia de que el banquero se -había presentado en quiebra con un pasivo de doscientos cincuenta -millones... de pesos fuertes... ¡Toda nuestra fortuna al suelo, de la -noche á la mañana!... ¡Aquel capitalazo, hecho polvo de repente, y la -familia rodando desde las mayores alturas del esplendor, hasta la pura -miseria!</p> - -<p>En aquellos momentos don Elías tenía los ojos arrasados en lágrimas. -Don Baltasar, que<span class="pagenum" id="Page_138">[p. 138]</span> -no podía oir hablar de millones sin sentir la nostalgia de ellos, -olvidado por un instante de que trataba con un iluso, ó no queriendo, -ni en broma, transigir con la impunidad de tamaños delitos, preguntó -con una seriedad y un interés dignos de su interlocutor:</p> - -<p>—Pero, hombre, y esos tribunales de justicia ¿no valen para nada?</p> - -<p>En seguida conoció don Elías que el sujeto aquél estaba agarrado -por el interés conmovedor de la historia. Enternecióle esto mucho más, -lanzó dos sollozos y respondió, corriéndole las lágrimas por la faz -abajo:</p> - -<p>—¿Y qué tribunal se atreve, señor don Baltasar, con un hombre que -quiebra de ese modo? ¿Qué juez ni qué emperador le mete mano?... Mi -padre pensaba como usted... ¡Ojalá no hubiera pensado tal! pues por -sostener sus derechos, dejó en manos de la justicia los veinticinco mil -duros que había recibido á cuenta, y cerca de otros tantos que eran de -su patrimonio. (Aquí una pausa con puchero.) Por lo demás, bien se sabe -quién le hizo la puerta de escape al ladrón, y cuánto costó hacerla; -qué personaje tomó cinco, y qué otro recibió diez; y se pasmaría -usted si yo le dijera hasta qué alturas llegaron esos caudales, y -qué manos se ensuciaron en ellos. (Otra pausa sin sollozo, pero con -suspiro hondo.) En fin, mejor es no hablar<span class="pagenum" -id="Page_139">[p. 139]</span> de estas cosas. (Exaltándose un poco.) -Pero le aseguro á usted que si á contar me pusiera, tendríamos tela -para lo que falta de año, y sin cerrar boca... El único consuelo que -nos ha quedado, si consuelo puede llamarse, es que el facineroso no -gozó mucho tiempo el fruto de su rapiña. Pasó á París de Francia, donde -estaba ya á buen recaudo lo nuestro y lo de otros infelices; dióse -allí á la orgía y al vicio sin freno, y acabó malamente, comido de -enfermedades viles y asquerosas...</p> - -<p>Fuera por haber caído ya de su burro, ó porque considerara bastante -castigado al ladrón con aquella clase de muerte, don Baltasar cortó -aquí el relato de don Elías con un horconazo en el suelo y estas -palabras imperiosas:</p> - -<p>—Al caso.</p> - -<p>—Vuelvo á él—respondió don Elías dócilmente, y aun muy satisfecho -del éxito de la primera parte de su empresa.—Cuando se perdieron en la -quiebra dicha aquellos treinta millones de la familia...</p> - -<p>—¿Otra vez?</p> - -<p>—Es para mejor empalme del relato, señor don Baltasar... Digo -que cuando se perdieron aquellos treinta millones de la familia, me -hallaba yo á pique de finar la carrera, carrera que yo estudiaba de -puro lujo desde que se supo en España la muerte de mi tío en Méjico y -la<span class="pagenum" id="Page_140">[p. 140]</span> atrocidad de -caudal que nos dejaba. Fortuna que no me cegó la pompa, y que, contra -lo que mi padre quería, seguí dándole firme á los libros, por un por -si acaso. ¡Bien pronto llegó, señor don Baltasar! Recibí el título -amargado con las pesadumbres propias de nuestra desgracia; salióme un -partido en la Rioja... y á la Rioja me fuí de médico, también contra -el consejo de mi padre, que quería dejarme en Madrid á la sombra de -los grandes y poderosos amigos que tenía por allá, y bien seguro de -hacerme facultativo de viso y nota en poco tiempo... Caí en gracia en -el partido y gané un dineral en él. Caséme allí y puse á la médica en -el rango que la correspondía. Tuve una hija que se envolvió en bien -finos pañales; solicitáronme luégo con gran empeño desde Zamarrillas, -uno de los mejores partidos de la provincia de Valladolid, y fuíme -allá. Me pagaban de lo bien, y yo sacaba más de otro tanto por fuera -de mi obligación. También dejé esta mina por otra, y la otra por la de -más allá; y así, señor don Baltasar, aumentándoseme las hijas y los -haberes según cambiaba de lugares, mi casa parecía un platal, y la -familia relumbraba de nutrida y bien puesta. ¡Tonto de mí que tanto -trabajé para que no se colocaran las cuatro chicas con las brillantes -proporciones, que las perseguían por donde quiera que an<span -class="pagenum" id="Page_141">[p. 141]</span>daban!... ¡Ya se ve: -todo me parecía poco para ellas! Otro gallo las cantara... y también -á su padre, desde que vino la negra para todos. Y la negra fué que la -suerte se cansó de ampararme en cuanto bajé de Castilla y entré en -este pueblo con mis cinco carros de equipaje; porque no traje menos, -como fué público y notorio... Se acabó el sobresueldo, porque chismes -y malos quereres lo prepararon así; y hubo que comer de lo ahorrado; -y ¡allá van las onzas de reserva! ¡y allá los cubiertos de plata por -docenas!... ¡y allá las sobrecamas de seda fina!...</p> - -<p>—Pero, señor don Elías—dijo aquí don Baltasar que, colgado como -siempre del horcón no apartaba los ojos de los del médico:—paso lo de -los cinco carros de equipaje, porque no los ví, y paso lo de las minas -que iba dejando usted atrás, porque me basta que usted lo afirme; -pero tantas onzas de oro y tantas colchas de seda y tantos cubiertos -de plata echados á la calle para jamar de ello desde que vino usted á -Robleces, antójaseme demasiado apetito ó muy mala administración.</p> - -<p>—Le canto á usted el Evangelio, señor don Baltasar—respondió el -médico sin detenerse delante del reparo.—Esto se prueba al aire y -cuando se quiera, porque es de las cuentas que se sacan por los -dedos... ¿Usted sabe lo que ha<span class="pagenum" id="Page_142">[p. -142]</span> consumido solamente la médica en los años que se lleva -metida en la cama, y antes de meterse en ella, de estos baños á los -otros y de estas aguas á las de más allá?</p> - -<p>Don Baltasar, que después de hechas las observaciones que le -valieron esta réplica, había reclinado la frente sobre las manos con -que empuñaba el horcón, la alzó de pronto; y dando otro horconazo en -el suelo, volvió á decir á don Elías, en el mismo tono imperioso de la -otra vez:</p> - -<p>—¡Al caso!</p> - -<p>—Iba á tratar de él en este instante, señor don Baltasar—replicó don -Elías acudiendo presuroso á la advertencia.—El caso es—continuó,—que -desde que estoy en Robleces, me despistojo y me aso, y atormento el -magín para buscar una industria que me ayude á salir avante con la -carga que tengo sobre mí; que todo cuanto he discurrido me ha fallado; -que las cosas se van poniendo en mi casa de modo que ya no dan espera, -y que estoy resuelto á probar el último recurso, para llevar á cabo mi -idea, que no puede mentir, según yo la tengo pesada y medida.</p> - -<p>El Berrugo había vuelto á reclinar la cabeza sobre las manos; y don -Elías, muy satisfecho de ello, hizo un alto en su discurso, como para -adquirir nuevos alientos. Después continuó así,<span class="pagenum" -id="Page_143">[p. 143]</span> para aplazar otro poco la verdadera -entrada ea el asunto.</p> - -<p>—Lo cierto es, señor don Baltasar, que mi situación tiene bien poco -de envidiable. Cuento ya sesenta años, y llevo treinta y cinco de -médico de partido, sin un solo día de descanso, sin una sola noche de -dormir con tranquilidad... No tengo un vicio de que arrepentirme... -¡ni siquiera fumo!... Como lo que me dan; á veces... nada, porque no -lo hay... Gano una miseria, y esa mal cobrada; me debe este vecindario -más del tercio de mis sueldos desde que vine... ¡Lo juro por Dios -que me oye! Reclamo las deudas, y casi se ríen de mí los deudores; -porque lo que se niega al médico no se toma á pecado. Ya se ve, ¡gasta -levita! ¡Si ellos supieran que no hay maldición que pese tanto como -la levita de los pobres!... Pero si no me paga el concejo, tengo -consultas, apelaciones... Es verdad: de higos á brevas llega á mi -casa un enfermo de algún lugarejo de los más cercanos (cuando no le -vuelven desde el camino con calumniosos informes los que aquí no me -quieren bien); me entretiene hora y media para explicarme mal lo que -le duele; gasto yo cerca de otro tanto en decirle lo que es y cómo -debe curarse; le pido al fin tres pesetas por mí trabajo; parécele -mucho, y empieza á llorarme desventuras; y por no perderlo todo, tengo -que<span class="pagenum" id="Page_144">[p. 144]</span> conformarme -con la mitad... cuando no me la queda á deber para no pagármela nunca. -Alguna que otra visita cae fuera de Robleces... Pues ande usted legua -y media á pata, porque nunca me dió el oficio para el lujo de una -caballería de las peores... ande usted legua y media así por montes -y barrancos, y otra legua y media de vuelta; sude usted los hígados -y eche la entraña por la boca, ó métase usted en el barro hasta los -corvejones y cálese de agua hasta los huesos, y tómese para regalo -del estómago y compostura de los zapatos que ha roto, ese medio duro -ó esas cuatro pesetas que le valió la salida... Esta es la verdad... -¡la triste verdad!... Y viva usted así, señor don Baltasar, con cinco -mujeres en casa, una de ellas tullida, y las otras... medio desnudas, -desesperadas y hambrientas, porque son las hijas del médico y no pueden -ir á ganar la comida sallando los maizales del vecino... No tengo -deudas, es cierto; pero falta saber si podría tenerlas aunque quisiera. -Al labriego más pobre no le niega nadie una peseta, porque, cuando -menos, tiene un azadón que lo vale; el médico no tiene nada, nada con -que responder, si no es la negra cruz de su levita... De esta manera -¡bueno está de considerar! la vida no es vida, la salud se quebranta... -el humor se ennegrece... falta muy á menudo la paz en la familia;<span -class="pagenum" id="Page_145">[p. 145]</span> y á fuerza de ver uno -pura tiniebla donde quiera que pone los ojos... créame usted, señor don -Baltasar, casi tengo por afortunados á los pobres enfermos que acaban -entre mis manos...</p> - -<p>También era triste, bien triste, la voz de don Elías cuando hablaba -así, y también acabó de hablar brotándole gruesas lágrimas de los -ojos; pero éstos no chispeaban ni aquélla era forzada y teatral como -la otra vez, por obra de un sacudimiento del organismo impresionado -pon una visión histérica. El último relato era la realidad, un pedazo -de la vida del relatante; y las lágrimas que lloraban sus ojos, venían -derecha y sosegadamente del fondo del corazón. Pero como esta vez no -se trataba de millones estafados, don Baltasar no se interesó poco ni -mucho en aquel triste capítulo de la historia del médico; lejos de -interesarse, y mucho más de conmoverse, alzó la cabeza que había tenido -apoyada sobre las manos, y manifestó sus impaciencias inclementes -con un nuevo horconazo en el suelo y estas palabras, bien duras de -acento:</p> - -<p>—¡Al caso, don Elías, que me voy aburriendo y tengo que hacer!</p> - -<p>Y á echarse iba en él de golpe y porrazo don Elías, después de -suspirar muy hondo, cuando entró Inés en la sala para advertir á su -padre que le llamaban abajo, no sé para qué menesteres.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_146">[p. 146]</span></p> - -<p>—Pues ya hablaremos en mejor ocasión,—dijo don Elías dispuesto á -marcharse, después de haber saludado á Inés y al ver que don Baltasar -se levantaba de la silla.</p> - -<p>—De ninguna manera—respondió el Berrugo, obligando al médico á que -volviera á sentarse.—Tengo ya empeño en conocer esa mina que trae usted -entre cejas, y hoy mismo ha de ser, porque no respondo de hallarme con -tanta paciencia otro día. Acompáñale tú, Inés, que vuelvo pronto.</p> - -<p>Salió don Baltasar, quedóse el médico, y se sentó á su lado Inés con -la misma indolencia, el mismo ropaje y la propia traza con que la vimos -la noche antes entrar en la cocina y coger los peces por el rabo.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_cennudo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_9"> - <p><span class="pagenum" id="Page_147">[p. 147]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_orejas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">IX</h2> - <p class="subh2">LAS COSAS DE DON ELÍAS EL MÉDICO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-d.jpg" alt="D" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Desde</span> aquel instante, -ya fué don Elías otro hombre; porque el médico de Robleces tenía esa -gran fortuna en medio de tantas desgracias: un simple cambio de escena -bastaba para dar nuevo colorido á sus pensamientos. Á solas con Inés, -ya no se acordaba de su padre ni de los asuntos que con él acababa -de tratar: otros cuidados muy distintos comenzaron á devorarle y á -consumirle. Hubiera dado una oreja por saber de la boca misma de Inés -si estaba ya bien enterada de los intentos con que entraba en su casa -Marcones el de Lumiacos, y si, caso de estarlo, le habían parecido mal, -como era de suponer. Había averiguado él estos intentos con un lujo -increíble de pesquisas, y hablando mucho de ellos entre sus hijas, -que se perecían por esas cosas, y en varias cocinas del lugar y<span -class="pagenum" id="Page_148">[p. 148]</span> hasta en medio de la -calle, de lo que fué testigo el lector; y era muy natural que ardiera -en deseos de inquirir lo que le faltaba, y de beberlo en buena fuente, -por el gustazo de correrlo en seguida por el pueblo, sin olvidarse de -bajar á Las Pozas en busca de Pedro Juan, que era el último con quien -había tratado del negocio de Marcones, para decirle, como á todo el -mundo: «Lo sé de su misma boca: Inés no le traga por buenas; y antes -será muerta que convencida.»</p> - -<p>Porque para el médico no tenía duda que Inés aborrecía á Marcones, -si Marcones la había descubierto tanto así de sus ambiciosos planes; y -menos lo dudaba cuanto más paraba los ojos en la hija de don Baltasar, -con su mirar tan dulce, con su estampa de princesa... y con un caudal -«tan atroz;» porque, á juicio de don Elías, «debía de ser atroz el -caudal de aquella chica, después de la barbaridad que había heredado de -sus abuelos de San Martín de la Barra.»</p> - -<p>Pero ¿por dónde le hincaba el diente al asunto? Cabalmente era -hombre que no servía para tanteos insidiosos: lo reconocía él mismo; -le acosaban demasiado las impaciencias, y en seguida se le iba la -burra.</p> - -<p>Enfrascado en estos cálculos que le ponían nervioso, don Elías -dejaba pasar el tiempo sin<span class="pagenum" id="Page_149">[p. -149]</span> dirigir una sola palabra á Inés, la cual se extrañaba de -aquella mudez en un hombre tan comunicativo y locuaz de ordinario. -Reparaba también la hija de don Baltasar en la avidez cariñosa con que -la contemplaba el médico, y en el desasosiego con que se revolvía en -la silla; y haciéndole suma gracia todas aquellas cosas de don Elías, -acabó por sonreirse sin apartar de él la mirada medio escondida entre -los párpados, contraídos por unos frunces muy monos.</p> - -<p>No sé si creía el médico de Robleces en el fluido magnético y en -las corrientes simpáticas, ni si había oído hablar de ello siquiera en -todos los días de su vida; pero lo que no tiene duda es que andando él -en lo más empeñado de sus hipótesis y escarbando con la imaginación en -los profundos de la mente de Inés, fué cuando ésta le sonrió; y tan -preocupado estaba el hombre y tan aferrado á su idea, que en aquella -sonrisa vió y oyó clara, clarísimamente, que le preguntaba Inés, así, -en estas terminantes palabras:</p> - -<p>—¿No es verdad, don Elías, que he hecho bien en negarme á eso?</p> - -<p>Con lo que el iluso acabó de dispararse, y respondió en voz firme, -acompañándose de un bastonazo en el suelo:</p> - -<p>—¡Sí, señora!... ¡admirablemente! ¡perfec<span class="pagenum" -id="Page_150">[p. 150]</span>tísimamente! ¡Y le está muy bien empleado -al sin vergüenza!... ¡Y que vuelva por otra!...</p> - -<p>—¡Pero, don Elías!...—exclamó Inés sobresaltada con aquel estallido -del médico.</p> - -<p>Despertó éste de su pesadilla con la exclamación de Inés, y se -deshizo en excusas; pero sin arrepentirse de la «providencial» -alucinación.</p> - -<p>—Perdone usted, Inesita—la dijo.—Tengo la desgracia de interesarme -demasiado por los negocios ajenos... pero también el don de leer claro -donde el más lince no ve jota... Es el temperamento, créalo usted. ¡Á -veces me arden allá dentro unas luces!... Y como sucede además que -tengo la costumbre de soñar recio...</p> - -<p>Y al mismo tiempo pensaba:</p> - -<p>—Ha sido una entrada como otra cualquiera; y me alegro, porque el -golpe dado está, y ya sabes á qué atenerte... como lo sé yo también por -lo que se te ha escapado... Al buen entendedor...</p> - -<p>En esto llegó á la sala don Baltasar con una rastrilla en la mano. -Levantóse Inés, salió, y ocupó su padre la silla que ella dejaba.</p> - -<p>—Vamos—dijo el Berrugo á don Elías,—á rematar en pocas palabras... -en pocas palabras he dicho, eso que dejamos pendiente.</p> - -<p>¡Ya estaba otra vez el médico boca abajo! ¡Ya era el hombre agobiado -por las desdichas,<span class="pagenum" id="Page_151">[p. 151]</span> -que iba á «echar un memorial» al poderoso para pedirle un mendrugo de -pan! ¡Ya le habían caído de repente encima del alma toda la negrura y -todo el peso de la realidad de su miseria! Entristecióse de nuevo y -volvió á encogerse. La fe que tenía en la importancia de su proyecto, -no alcanzaba á darle la más leve esperanza de que el hebreo aquél -aflojara la bolsa para ayudarle; el ficticio valor que le prestaba el -recuerdo candente de aquellos días esplendorosos, acababa de gastarle, -y no era cosa de volver á empezar por allí, ni el Berrugo se lo hubiera -consentido; y tan desalentado se vió, que estuvo tentado á despedirse -dejando las cosas como estaban. Pero le arreó don Baltasar con una -mirada de las suyas, y el hombre se arrojó al asunto como pudo haberse -tirado por el balcón de enfrente.</p> - -<p>—Pues, señor—dijo pasándose el pañuelo de yerbas por toda la cara y -luégo por el cogote y dándole después dos paseitos por encima de los -sesos,—el caso es el siguiente: un molino maquilero, de cuatro ruedas, -puede moler con desahogo seis fanegas al día, pico más ó menos... -Me parece que no peca de alegre la suposición. Estas seis fanegas -cada día, me dan al año, en números redondos, dos mil doscientas, ó -séanse ocho mil ochocientos celemines. Estos ocho mil ochocientos -celemines, me dan<span class="pagenum" id="Page_152">[p. 152]</span> -á mí de maquila ocho mil ochocientos maquileros; los cuales ocho -mil ochocientos maquileros, son lo mismo que quinientos cincuenta -celemines, ó doscientas veinticinco medias fanegas; doscientas -veinticinco medias fanegas, á duro cada media fanega, son lo mismo que -doscientos veinticinco duros, ó sean cuatro mil y quinientos reales... -Me parece que esto es pura matemática.</p> - -<p>Decíalo don Elías, porque le estaba poniendo en graves dudas el -intraducibie gesto con que le miraba su interlocutor. Para asegurarse -más de que iba por lo firme, sacó los papelotes del bolsillo, escogió -uno de ellos, dióle un vistazo y añadió á lo dicho poco antes:</p> - -<p>—Justo y cabal: cuatro mil y quinientos reales. Esto, por un -lado... Por otro: cuatro cerdos á cuarenta y cinco duros uno, grande -con mediano, son lo mismo que ciento ochenta duros, ó sean tres mil -y seiscientos reales; que añadidos á los cuatro mil y quinientos de -arriba, suman la cantidad redonda de ocho mil y cien reales... Pura -matemática también.</p> - -<p>Y se quedó mirando á don Baltasar, que no le dijo palabra ni dejó -tampoco de mirarle. Creyóle convencido el médico, le alentó mucho esto -porque aquel hombre era así, y exclamó, irguiéndose hasta con cierta -arrogancia:</p> - -<p>—Señor don Baltasar: con ocho mil reales<span class="pagenum" -id="Page_153">[p. 153]</span> (quito los ciento) y la pobreza que me -vale el partido, era yo el hombre más rico de la cristiandad.</p> - -<p>—No lo dudo—dijo al fin don Baltasar con una parsimonia inconcebible -en él, aun suponiéndole capaz de divertirse con las cosas de don -Elías.—Pero siga usted con la cuenta galana. Ya tenemos lo que da el -molino: falta ver lo que toma.</p> - -<p>—Nada, señor don Baltasar, nada como quien dice: un molinero, que -con las propinas y su buen arte y un piquillo de surplús, que sale -de aquí y de allá, estará hecho un canónigo. Este retejo y aquella -reparación... ¡nada, señor don Baltasar, nada! eso y mucho más sale del -excedente de molienda que no consta en el presupuesto, y de ciertos -recursos que se irán desenvolviendo según el negocio vaya marchando. -Los cuatro cerdos: menos que nada: los compro lechazos, engordan con -las barreduras, se ponen en ocho meses que no caben por la puerta, y -los vendo á puja mayor, porque han de sacarme los ojos por ellos. Ya -sabe usted que no hay cerdo más solicitado que el cerdo de molino...</p> - -<p>—Corriente, señor don Elías, corriente... y siga usted con la cuenta -galana... Ya no nos falta más que tener molino.</p> - -<p>Desplegó el médico el papelón más grande<span class="pagenum" -id="Page_154">[p. 154]</span> de los que tenía entre manos, lleno de -dibujos toscos y de garabatos incomprensibles, y dijo contoneándose en -la silla:</p> - -<p>—El molino: aquí está el plano, con su escala y todo. No está puesto -en limpio, que eso ya lo haría, si fuese necesario, pincel más diestro -que el mío; pero está bien clara cada cosa... Llave en mano, no debe -costar un maravedí más de sesenta y dos mil reales... Aquí constan las -razones.</p> - -<p>—Que estarán muy en su punto: corriente también. ¿Qué nos falta -ahora, señor don Elías?</p> - -<p>—Pues... buscar esos sesenta y dos mil reales.</p> - -<p>—Y ¿dónde están ellos?</p> - -<p>—¡Esa es la negra, señor don Baltasar!</p> - -<p>—Pues suponga usted que no es tan negra como parece, y que hay un -desesperado que los da...</p> - -<p>—Negocio concluído entonces.</p> - -<p>—Corriente: ¿y qué rebajamos de los ocho mil reales de producto, por -réditos de ese capital?</p> - -<p>—Ni un ochavo, señor don Baltasar... Esa miseria saldría del mismo -fondo que las otras: de acá y de allá, y del auge que fuera tomando el -negocio.</p> - -<p>—Corriente también. Y ¿con qué responde<span class="pagenum" -id="Page_155">[p. 155]</span>mos á su dueño de esa miseria que nos -presta para hacer el molino?</p> - -<p>—Con el molino mismo.</p> - -<p>—Es de razón. Pero un día se levanta ese hombre de mal temple, y se -llama á lo que es suyo.</p> - -<p>—Nos veríamos en ese caso, señor don Baltasar; nos veríamos. ¿No hay -más que llamarse á lo suyo así, de golpe y porrazo? Está previsto todo -en mis cálculos. Ese hombre me firmaría, ante todo, una cláusula de no -reclamar cosa alguna, fuera de los intereses, en un mínimum de treinta -años. En ese tiempo, con un poco de economía y el natural desahogo que -me fuera dando el incremento de la finca, iría yo matando la deuda sin -sentirlo.</p> - -<p>—Pues no he dicho nada, señor don Elías. Es usted más pájaro de lo -que yo pensaba en punto á estos particulares. ¿Y dónde plantamos el -molino, para ponernos al cabo de todo... si es que se puede saber?</p> - -<p>—El molino, señor don Baltasar (y en esta estriba la firmeza de -mis cálculos), se plantará donde no tengamos que temer ni las sequías -del verano, ni los aguaduchos del invierno: en el último canalizo de -acá, de la Arcillosa, según se la mira, á la mano izquierda: hay allí -anchura y fondo para un navío de tres puentes, con una angostura que -se salta de un brinco desde<span class="pagenum" id="Page_156">[p. -156]</span> la sierra, y que está como puesta allí para dar ingreso -al molino. Lo demás ya lo sabe usted: viene la marea, abre usted los -saetines; ya está el agua en casa, cierra usted los saetines; baja la -marea, abre usted los saetines y empiezan los rodetes á danzar, á razón -de quince horas diarias; y así todo el año, como un reló, con el agua -represada en el canalizo, que me ahorra el mejor de los camarados y la -mejor de las presas, que son la ruína de los molinos; porque amén de lo -que cuestan de nueva planta, de aquí las refuerza usted hoy, y de allá -se quebrantan mañana, y es el no acabar en todo el año de Dios; cosa -que no ocurrirá en el mío, y por eso dije antes que no hay para qué -mentar como gasto las reparaciones que ocurran. ¿No es una hermosura -esto, don Baltasar, y no parece mentira que no haya dado nadie hasta -ahora en escarbar esa mina de oro?</p> - -<p>—En verdad que mentira parece, señor don Elías. Pero dígame y -perdone: ¿qué es lo que tengo yo que hacer en esa mina, y por qué lado -puede interesarme á mí, como me dijo al principio?</p> - -<p>El médico estaba maravillado de la paciencia y la afabilidad con -que le atendía aquel hombre, cuyas despabiladeras eran proverbiales en -el lugar; y creyéndole en buen cuarto de hora, se aventuró á decirle -derechamente:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_157">[p. 157]</span></p> - -<p>—Con usted contaba yo para darle la preferencia en el anticipo de -los sesenta y dos mil reales, si el negocio no le desagrada, tal como -se le he expuesto.</p> - -<p>—Hombre—respondió el Berrugo apoyándose en la rastrilla como antes -se había apoyado en el horcón,—el negocio, para usted, me parece -morrocotudo, por mal que le salga, si llega á andar el molino. Pero me -dijo usted al principio que podía interesarme á mí tanto como á usted; -y hasta ahora, fuera de la cláusula de los treinta años como mínimum -del plazo para el préstamo, no veo cosa que me tiente mucho...</p> - -<p>—Ha de tener usted presente—repuso don Elías algo apurado por la -observación de don Baltasar,—que el cálculo está hecho á menores; que -se cuenta con la prosperidad del negocio, y que con ella y sin ella, á -ese capital nunca le faltaría una ganancia harto mejor que la que dan -aquí las tierrucas de la mies; ganancia que si pasa del uno y medio, me -dejo yo segar el gaznate.</p> - -<p>—También es verdad eso—dijo don Baltasar oscilando sobre la -rastrilla.—En fin, que es usted, señor don Elías, el mismo Satanás -para oliscar tesoros... Hombre—añadió levantando de pronto la cabeza -y mirando de hito en hito al médico,—y ya que salió la palabra:<span -class="pagenum" id="Page_158">[p. 158]</span> ¿qué opina usted de los -tesoros enterrados? ¿Cree usted que los hay y que hay tantos como se -dice?</p> - -<p>Lo mismo que si le hubieran restregado la piel con un manojo de -ortigas, se estremeció don Elías de repente al oir las preguntas del -Berrugo; y con los ojos encandilados y acentuando las palabras en el -suelo con la contera de su bastón, estalló así:</p> - -<p>—¡Yo creo, señor don Baltasar, en los tesoros ocultos, y creo que -el mundo está lleno de ellos, y creo que en España abundan más que en -ninguna parte! Yo no los he visto, soy franco; pero conozco muchas -gentes enriquecidas con ellos; y se me han referido y demostrado cosas -á ese respecto... y me han sucedido otras tan extraordinarias, que -dejarían turulato al hombre de menos tragaderas. Afirmo, pues, que hay -tesoros, ¡muchos tesoros ocultos!; que está sembrado de ellos el suelo -español... y que quizás el más rico de todos esos tesoros le tenemos -usted y yo á las mismas puertas de nuestra casa.</p> - -<p>—Supongo—dijo don Baltasar, tan colgado de la rastrilla y tan atento -á las declamaciones ardorosas del médico, que parecía estar empeñado en -partirse en dos con el ástil, de arriba abajo,—que no se referirá usted -ahora al molino de antes.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_159">[p. 159]</span></p> - -<p>—¡Qué molino ni qué cazuelas!—respondió don Elías con el más -despreciativo de los desdenes.—¡Para hacerle de diamantes habría con el -tesoro que yo digo!</p> - -<p>Y como don Elías levantara la voz á medida que se iba entusiasmando, -tapóle la boca con una manaza don Baltasar, y díjole recatándose, y muy -por lo bajo:</p> - -<p>—Hombre, si á usted le fuera lo mismo, podríamos continuar hablando -de eso en otra parte... ahí, en esa pieza que es mi cuarto. No es -porque yo dé importancia al asunto, sino porque no hay necesidad de que -nadie se entere y nos tome por locos.</p> - -<p>—Más loco será quien por locos nos tenga, señor don -Baltasar,—respondió don Elías, con grandes trazas de estarlo ya -de remate, levantándose de la silla, embolsándose los papelotes y -disponiéndose á seguir á su interlocutor, que, puesto de pie y con la -rastrilla en la mano izquierda, le señalaba con la derecha el cuarto -que tenía la entrada por una de las cabeceras del salón.</p> - -<p>Coláronse ambos allí, donde no había más que una cama, dos sillas, -un palanganero con sus avíos maltratados, una percha con poca ropa, y -esa vieja, y bastante roña por los suelos.</p> - -<p>Sentados nuevamente los dos personajes,<span class="pagenum" -id="Page_160">[p. 160]</span> era de ver lo que se había crecido don -Elías, de cuyos labios y actitudes atrevidas parecía estar pendiente su -interlocutor, como el zorro consabido de lo que soltara de su pico el -cuervo de la fábula.</p> - -<p>—¿Apostamos dos cuartos... ó lo que usted quiera—comenzó don -Baltasar, guiñando los ojuelos, con la barbilla en la palma de la mano -izquierda, el codo sobre el muslo y en la diestra la rastrilla, pinos -arriba,—á que sé yo qué tesoro es ese que usted supone tan cerquita de -nuestra casa?</p> - -<p>—¿Apostamos—respondió don Elías, imitando cuanto pudo la postura, -el gesto y hasta la voz de don Baltasar, y añadiendo por su cuenta una -sonrisilla entre nerviosa y truhanesca,—apostamos los sesenta y dos mil -reales del molino á que, aun suponiendo que sepa usted de qué tesoro -se trata, porque apenas hay quien no le conozca de nombre, ni usted ni -mortal viviente del globo terráqueo tiene las noticias que yo tengo de -él?</p> - -<p>—Pues si tantas noticias tiene usted de ese tesoro—dijo don Baltasar -ganando un punto á don Elías,—¿en qué consiste que no le ha echado ya -la zarpa?</p> - -<p>—No quiere decir tanto como eso lo que ya le he dicho á usted, señor -don Baltasar—replicó don Elías, tan valentón como antes.—Yo<span -class="pagenum" id="Page_161">[p. 161]</span> le he dicho, y lo repito, -que no hay sér viviente en el universo mundo que tenga mejores noticias -que las que yo tengo sobre el particular de que tratamos. Podrán no ser -estas noticias, sin dejar de valer lo que valen, lo suficiente para -poner la mano encima de la cosa oculta; podrán ser más que sobradas -para otra persona más firme que yo de voluntad, más codiciosa é de -mayores recursos, ó menos dispuesta á tumbarse con la carga al primer -tropiezo del camino; pero valgan ó no valgan de la manera que digo, -esas noticias que yo tengo, señor don Baltasar, son de tal arte y -adquiridas de tal modo, que al hombre de más agallas le harían tiritar -de asombro y le pondrían los pelos de punta, como me los pusieron á -mí... y se me ponen ahora con sólo recordarlo...</p> - -<p>Y no exageraba don Elías: mientras hablaba así, le echaban lumbre -los ojos, y parecía que se le erizaban las barbas y los mechones grises -de la cabeza.</p> - -<p>—¡Pataratas!—exclamó entonces don Baltasar cambiando su postura por -otra muy desdeñosa; pero con intención visible de herir el flaco de don -Elías para que soltara el queso.</p> - -<p>—¿Pataratas?—repitió el desapercibido médico, no cabiéndole ya en la -silla y dispuesto á confundir al Berrugo con la prueba espeluznante de -lo que afirmaba.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_162">[p. 162]</span></p> - -<p>—Pataratas no más,—insistió el de la rastrilla, volviendo á colgarse -de ella con las dos manos y haciendo como que no daba un alfiler por -cuanto pudiera referirle el otro.</p> - -<p>—Pues vamos á verlo ahora mismo—concluyó don Elías, que casi se -desnudaba de pura desazón que le producía la desdeñosa incredulidad del -Berrugo.—Y entienda usted, señor don Baltasar, que esto que le voy á -referir lo sabremos en el mundo usted y yo solos... ¡Y ojalá sea más -activo, más perseverante y más afortunado que yo!</p> - -<p>—Amén—dijo el Berrugo.—Y ahora, vengan esos espantos; pero por lo -más derecho que usted pueda, porque se me van acabando los aguantes.</p> - -<p>Don Elías no esperó la segunda provocación del Berrugo. Le brotaban -las impaciencias por todas partes: por los ojos, en llamas; por los -poros, en sudor. Como que el bendito estaba en sus glorias entonces. -¡Qué molino maquilero ya ni qué calabazas, ni qué se le daba á él -por tener la casa llena de desventuras y de miserias, ni porque el -seminarista de Lumiacos entrara en la casona de Robleces con estos -propósitos ó con las otras miras? Confundir á aquel hombre tan duro de -pelar, y además de confundirle, maravillarle: eso era lo que había que -hacer en el mundo, y eso podía hacerlo él, y lo<span class="pagenum" -id="Page_163">[p. 163]</span> iba á hacer en el acto. Tirando á dar de -ese modo, dijo así, saboreando las palabras y encareciéndolas mucho:</p> - -<p>—Hará cosa de ocho meses, bajé á Las Pozas á visitar al Lebrato, que -se hallaba en cama desde la víspera. Tenía calentura y se quejaba de un -dolor al costado. Le dispuse lo que me pareció conveniente, y al otro -día ya le encontré sin novedad. Es duro el hombre ese y animoso como él -solo. Con todo y con ello, no le dejé que se levantara por entonces, -por temor de una recaída. Tomando pie de esto, y sobre si el que come -de su trabajo no puede ni debe cuidar de la salud como los que tienen -el riñón bien cubierto, hubimos de hablar largamente los dos; porque -el Lebrato, como usted sabe, es hombre verboso y muy entretenido, y á -mí me gusta oirle: tenía en aquella ocasión poco ó nada que hacer, y -le fuí dando cuerda. Puede que usted sepa también que ese sujeto tiene -la costumbre, cuando de riquezas se habla con él, de comparar las más -grandes con <i>los tesoros del Pirata</i>: el caso es que aquel día volvió -á sacar esos tesoros á cuento, como los ha sacado mil veces, y los -sacan á cada paso muchas gentes de este lugar y de otros de la Ribera. -Yo, que siempre lo he oído como quien oye llover y la he tomado en -el son que me lo cantaban, aquel día, séase por buscar un motivo más -de con<span class="pagenum" id="Page_164">[p. 164]</span>versación, -ó porque las cosas vinieron dispuestas así por decreto misterioso, -tuve la ocurrencia de preguntar al Lebrato qué tesoros eran esos que -tan á menudo oía nombrar desde que me hallaba en Robleces. Entonces -el preguntado me refirió lo que, por lo visto, es aquí versión -corriente... y será eso que usted dice saber, con mucha ponderación, lo -mismo que si supiera algo de fuste.</p> - -<p>—Ya se irá viendo, señor don fanfarrias, lo que usted sabe, y ello -nos dará el valor de lo que yo sé. Diga, diga por de pronto lo que le -refirió el Lebrato.</p> - -<p>—Nada en substancia, señor don Baltasar: que se sabe que en tiempos -que casi se pierden de vista, había un pirata por estos mares que -robaba hasta la saliva al sursuncorda; que como no tenía suelo en qué -poner el pie sin la seguridad de que no le colgaran, mientras se iba -redondeando á su gusto para campar por sus caudales donde quiera que -se presentara—porque en esto de respetarse al ladrón de tesoros, los -tiempos no han cambiado hasta la fecha cosa mayor,—escondía en un sitio -de esta costa lo que pirateaba más lejos ó más cerca de ella; que esto -acontecía en aquellas épocas en que venían de las Américas los barcos -abarrotados de onzas de oro y de perlas preciosas, y que á la caza de -estos barcos andaba el pira<span class="pagenum" id="Page_165">[p. -165]</span>ta día y noche, con buena fortuna; que fuérase porque la -mar se le tragara de por sí, ó porque se encontró con lo que merecía -donde menos se lo esperaba, desapareció de repente y para <i>in sæcula</i> -de esta costa, dejando ocultos en ella los tesoros que había robado; -que si estos tesoros están en cueva más ó menos escondida ó sepultados -en tierra firme, no se sabe; pero que no hay quien dude que están -en esta costa y que darían, por su gran valor, para comprar media -España; y finalmente, que de esto no se duda, porque viene y ha venido -la historia de boca en boca y de padres á hijos hasta la presente -generación... Esto es, señor don Baltasar, lo que se sabe de público... -y lo mismo que sabe usted; porque usted no sabe de ella una jota ni una -tilde más.</p> - -<p>—Ni usted tampoco,—respondió resueltamente don Baltasar dando un -rastrillazo en las tablas.</p> - -<p>Sonrióse convulso don Elías, y dijo:</p> - -<p>—Ahora lo vamos á ver.</p> - -<p>Se enjugó el sudor de la cara nuevamente con su pañuelo de yerbas, y -continuó así, arrimando un poco más su silla á la del Berrugo:</p> - -<p>—Esta conversación la tuve yo al anochecer con el Lebrato; y cuando -<i>me caminaba</i> hacia mi casa por el recuesto arriba, apenas distinguía -la senda más que por su blancura. Aquel día,<span class="pagenum" -id="Page_166">[p. 166]</span> señor don Baltasar, había sido uno de los -más negros para mí, por el estado de la médica agravado por un encono -repentino de sus humores, y el extremo en que nos tenían acorralados -á todos las escaseces del hogar, por dificultades en la cobranza del -tercio. Mala había sido la semana; pero aquel día fué, como le he -dicho, de lo peor. Declárolo así, porque bien pudiera haber tenido ello -parte en que yo diera tanta importancia como la que dí á la historia -del Lebrato. Ello fué que subí al barrio pensando mucho en los tesoros -enterrados ahí enfrente; que llegué á casa; que la casa me pareció un -camposanto con los muertos sin enterrar; que comparé aquellas tristes -miserias con las pompas del tesoro que yo llevaba en la cabeza; que la -comparanza me echó el alma por los suelos, y que sin poderla levantar -de allí y corriendo las horas entre los ayes de la enferma y el -vocingleo de las hijas, me fuí á la cama... sin cenar bocado, porque -no le había en casa, señor don Baltasar, ¿á qué negarlo? Tampoco niego -que me acosté con hambre: nunca había andado más ni comido menos que -aquel día. El hambre no es el mejor llamativo del sueño; y con este -gusanillo en el estómago y la cabeza abarrotada de onzas de oro y de -diamantes, de piratas ahorcados y de cuevas y peñascos de la costa, el -corazón me golpeaba<span class="pagenum" id="Page_167">[p. 167]</span> -allá dentro como un desesperado, y la piel me escocía como si me la -ortigaran. Tumba de aquí y vira de allá, buscando posturas que siempre -resultaban peores, el tiempo pasaba y yo no me dormía; la médica dejó -de quejarse, como si se hubiera muerto; las hijas ya no chistaban; en -el aire no se oía un mosquito; el silencio era el de las sepulturas, -y la obscuridad, negra, negrísima, como yo no he visto otra en noche -cerrada. Echéme, al fin, boca arriba, y púseme á hacer castillos con el -tesoro. Ya era yo príncipe con carrozas, y andaban en mis palacios los -jamones por los suelos y los chorizos á patadas... cuando, amigo, se -abre la puerta de la alcoba... y entra por la abertura un rayo de luz -que me envuelve toda la cabeza... y detrás del rayo de luz... la mano -seca; y detrás de la mano seca... el cuerpo arrebujado en la sábana de -siempre y con la cara al descubierto.</p> - -<p>—¿El cuerpo de quién, hombre de Dios?—preguntó don Baltasar que se -iba poniendo algo nervioso, quizá más que por oir á don Elías, por -verle.</p> - -<p>—¡El de mi hermana Dorotea!—respondió el médico, entre crispaturas -de sus nervios.</p> - -<p>—¿Y qué hermana es esa, que yo no conozco?</p> - -<p>—Una hermana, señor don Baltasar, que iba para santa, si es que -no lo era ya; que adoraba<span class="pagenum" id="Page_168">[p. -168]</span> en mí, y se nos murió de la noche á la mañana, en la flor -de su hermosura, durante aquellos disgustos con motivo de la pérdida de -los treinta millones de la familia...</p> - -<p>—Enterado, enterado y siga usted adelante,—dijo aquí el Berrugo -cortando la palabra al médico, con lengua, con manos y con ojos, y -hasta con la rastrilla, temeroso de que volviera á echarse con la -histeria por aquellos derroteros.</p> - -<p>—Una hermana que se me aparece muy á menudo, no solamente en la -obscuridad de la noche, sino á la misma luz del día y cuando menos lo -pienso, como vaya solo por el monte ó por alguno de estos callejos -hondos. Siempre se me aparece envuelta en la misma sábana, y de noche -nunca le falta la linterna. Las más de las veces se contenta con -mirarme; y cuando me dice algo, nunca es cosa mayor. Yo tampoco la digo -nada, porque no lo creo puesto en razón, vista su conducta conmigo. -Señas son las que me hace, ¡mucha seña! hasta que se va disolviendo -poco á poco, como el humo con el viento.</p> - -<p>Mucho era ya lo que sudaba don Elías, y muy estrecha le venía la -ropa, á juzgar por los esfuerzos espasmódicos que hacía debajo de ella. -Se detuvo unos instantes en su relato; volvió á limpiarse la cara con -el pañuelo; y con<span class="pagenum" id="Page_169">[p. 169]</span> -los alientos cobrados, continuó hablando así:</p> - -<p>—En la noche que yo digo, se me acercó mandándome por señas que me -tragara hasta los suspiros. Se aproximó hasta el borde de la cama. Yo -nunca la había tenido tan cerca, y empecé á dar diente con diente; -porque con la luz de aquella linterna, tras de cegarme los ojos, -parecía caldearme la sesera. «¡Levántate!» me dijo; y yo, como si la -voz fuera cordel que tirara de mí, levantéme y traté de vestirme. -«¡Vente como estás!» me ordenó. Preguntéla entonces con los ojos, -porque con la palabra no podía, que adónde y para qué. Me comprendió -y me dijo: «Adonde yo te lleve.» Púsose en marcha, y yo la seguí, tal -como estaba: descalzo y en ropas menores. La noche era de las frías -de noviembre; pero yo no reparé en tan poca cosa. Las puertas se -iban abriendo sin ruido delante de la fantasma, y yo la seguía paso -por paso; y así salimos de la alcoba... y atravesamos la sala... y -pasamos el carrejo... y bajamos la escalera... y nos encontramos en -la calle. Entonces tomó la visión, por arrimadito á la setura de mi -huerto, el camino de la llosa Grande, y yo me fuí detrás, sin mojarme -los pies en las pozas de la calleja, que era lo que más me asombraba. -Llegamos á la llosa; se puso la fantasma al asomo mismo de la ladera -de hacia la ría... y me llamó... Acerquéme y me<span class="pagenum" -id="Page_170">[p. 170]</span> dijo: «Vas á ver ahora el camino por -donde se va á eso que te estaba quitando el sueño.» Lo decía por el -tesoro: no podía ser por otra cosa.</p> - -<p>Al llegar á este punto el relato, el Berrugo tenía los ojos clavados -en los fulgurantes de don Elías, la boca entreabierta y el cuerpo muy -arrimado al mango de la rastrilla.</p> - -<p>—Y ¿qué sucedió entonces?—preguntó al médico, pareciéndole muy larga -la pausa que había hecho el narrador para enjugarse otra vez la cara y -dominar un poco las emociones que le tenían trémulo y erizado.</p> - -<p>—Sucedió—dijo en seguida,—que la fantasma extendió el brazo -hacia adelante, con la linterna en la mano; que el chorro de -luz, que salía derecho... derecho, de ella, se fué alargando... -alargando... alargando, y atravesó las praderas de abajo... después -los camberones... después la sierra calva; y entró en la Ribera, y la -atravesó también á lo ancho... y llegó á los coteros de la otra banda -por donde se mete la ría para salir á la mar... y avanzó por encima -del más chico... y trepó por el que le sigue... hasta encaramarse en -el mismo lomo de la costa... Si avanzó más allá, yo no lo pude saber, -porque la tierra se acaba allí, y el rayo de luz se estrellaba en -el cielo que en aquel punto se junta con la tierra... ¡Y era lo más -asombroso de todo esto, que cuanto el chorro<span class="pagenum" -id="Page_171">[p. 171]</span> de luz iba tocando, se veía tan -claramente como puedo ver yo ahora las rayas de la palma de la mano! -¡Así ví yo hasta los mismos peces de la ría!</p> - -<p>—¿De modo que vería usted lo que tanto deseaba?—dijo el Berrugo, no -sé si burlándose de don Elías ó queriendo aparentarlo.</p> - -<p>—De eso no ví pizca, señor don Baltasar, ni verlo debía; porque lo -que mi hermana me enseñaba, no era el tesoro, sino el camino por donde -se llega hasta él.</p> - -<p>—¡Valiente puñado son tres moscas! ¡Valiente real con ocho cuartos y -medio!—exclama entonces el Berrugo, visiblemente desencantado.—¡Y esos -eran los tantos y los cuántos que usted sabía? Pero, hombre, ¿no se le -ocurrió á usted siquiera averiguar un poco más?...</p> - -<p>—¡Vaya si se me ocurrió!—dijo el otro visionario.—¡Y bien de -preguntas y de ruegos hice á la fantasma! Pero ¡que si quieres! Se -calló como una muerta; dióse la vuelta hacia acá; mandóme que la -siguiera; y siguiéndola, me llevó hasta mi casa por el mismo camino -y del propio modo que me había sacado de ella; me acompañó hasta la -alcoba, y en cuanto me vió metido en la cama, apagó de un soplo la -linterna... y hasta hoy.</p> - -<p>—¡Pataratas, repito!—vociferó el Berrugo, dando otro rastrillazo en -el suelo.—Todo eso,<span class="pagenum" id="Page_172">[p. 172]</span> -con ser tan poco, es pura visión de un sueño con hambre, que es la -casta de sueños más visionarios que hay.</p> - -<p>—¡Le juro á usted que estaba tan despierto entonces como lo estamos -ahora los dos, y que alboreaba ya el día cuando logré trasponerme un -poco!</p> - -<p>—Y estando usted en la cuenta de que eso que le pasó aquella noche -no fué soñado, ¿cómo se explica que desde entonces acá no haya usted -dado paso alguno por ese camino que vió?</p> - -<p>—¿Y qué sabe usted si los he dado?</p> - -<p>—¡Qué ha de dar usted, san simplaina! ¡qué ha de dar usted!</p> - -<p>—¡Pues sí, señor, que los he dado! Sépase usted que aquel mismo día -por la tarde, con la disculpa de que iba á tomar la barca para pasar -á San Martín á visitar á un enfermo, seguí por toda la orilla de la -Ribera hasta llegar al punto en que empezó la luz á dar en los coteros -de allá; que seguí el camino que tenía yo bien marcado en la memoria, -aunque con los rodeos obligados por las curvas que hace allí la ría, y -que echando los pulmones por la boca, porque el viaje ese resulta mucho -más largo de lo que parece á la vista desde la llosa, me planté en el -mismo sitio en que se detuvo la luz. Allí me harté de registrar con -los ojos cuanto había al alcance de ellos... ¡y nada! Debajo y á todo -lo<span class="pagenum" id="Page_173">[p. 173]</span> largo, á derecha -é izquierda, un puro peñascal, casi á pico, y un machaqueo de oleajes -contra él, que metía miedo; cosa de un cuarto de legua mar adentro, -un islote muy grande y muy descarado... y después las aguas sin fin. -Rastreando bien el camino á la vuelta, no ví más que sierra pelada... -Días después, y viendo que mi hermana no volvía á aparecérseme, -consulté el caso con una adivina que llegó á la puerta de mi casa -pidiendo una limosna. Confirmó lo que me había dicho la fantasma, pero -no me añadió nada nuevo; antes al contrario, me dió á entender que ese -tesoro «no sería desenterrado por mí.» Esto me desalentó mucho; y con -ello y lo propenso que yo soy á echarme con la cruz de mis pobrezas al -primer tropezón, volvíme á mi molino, que es bien hacedero si hallo -ayuda, y hasta me olvidé del tesoro; pero sin dejar de creer, como hoy -creo con fe ciega, que el tesoro existe de toda verdad, y que está -escondido en el islote, ó en la costa, ó en la sierra calva, dentro -de la línea que marcó el chorro de luz; línea que, si usted quiere, -le señalaré yo desde la llosa y en el punto mismo en que estuve con -la fantasma. El que yo no me le lleve, no es razón para que quiera -privar de él á otro más afortunado... Esta es la historia—añadió don -Elías después de una corta pausa.—Y ahora, con franqueza, señor don -Baltasar:<span class="pagenum" id="Page_174">[p. 174]</span> usted no -sabía, sobre ese tesoro, ni la mitad de lo que yo le he relatado.</p> - -<p>—¡Bah!—exclamó el Berrugo en ademán y tono despreciativos, -levantándose de la silla al mismo tiempo.—Como la ayuda que usted halle -para labrar su molino sea de tanta substancia como las noticias que -usted da para descubrir ese tesoro, ¡vaya unas maquiladas de hambre que -va usted á cosechar!</p> - -<p>—Y á propósito—dijo don Elías, levantándose también y mientras -arrimaba á la pared su correspondiente silla,—¿en qué quedamos de -eso?</p> - -<p>—¿De qué?</p> - -<p>—De los sesenta y dos mil reales.</p> - -<p>—¿Los que había de anticiparle yo aceptando la preferencia que usted -me daba y las condiciones que me expuso?</p> - -<p>—Justo y cabal.</p> - -<p>Don Baltasar cogió á don Elías por un brazo, muy suavemente; y -encaminándose con él hacia la puerta, le dijo:</p> - -<p>—Le prometo á usted que han de ser para construir ese molino, los -primeros tres mil duros que yo desentierre con las noticias que usted -acaba de darme.</p> - -<p>—Estimando, señor don Baltasar,—contestó el bueno de don Elías, -muy resentido y no poco cortado con la cínica burla del sujeto<span -class="pagenum" id="Page_175">[p. 175]</span> aquél, que le llevó casi -en vilo hasta la puerta de la escalera, donde le despidió con una -palmadita en la espalda.</p> - -<p>En el estragal se detuvo el médico un instante para limpiarse el -sudor de la cara y del pescuezo, operación para la cual no le había -dado arriba don Baltasar el tiempo necesario; y es cosa averiguada que -mientras recorría con el pañuelo todos aquellos espacios ardorosos, -formulaba el resumen de las impresiones que había sacado de la visita, -en los siguientes términos:</p> - -<p>—Verdaderamente es un lechón ese hombre.</p> - -<p>Como es averiguado también que, al salir á la calleja, vió que por -ella iba alejándose cierta mujeruca muy chismosa con la que echaba él á -menudo largos párrafos; que se empeñó en alcanzarla, que hasta corrió -para conseguirlo, y que, después de detenerla y de ponerse cara á cara -los dos, la dijo con mucho misterio y jadeando:</p> - -<p>—¡Sépase usted que resultó lo que yo me pensaba!... ¡Inés no traga -á Marcones ni con jarabe!... ¡Lo sé de su misma boca!... ¡Me lo ha -confesado ella misma!</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_ojos.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_10"> - <p><span class="pagenum" id="Page_177">[p. 177]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_inicio.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">X</h2> - <p class="subh2">POR DÓNDE FLAQUEABA EL BERRUGO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-c.jpg" alt="C" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Con</span> pensar como pensaba -y creer lo que creía el Berrugo sobre el <i>dogma</i> de las minas de <i>oro -puro</i> y de los tesoros enterrados, había llegado á viejo sin dar á la -versión vaga y confusa acerca de los del <i>Pirata</i>, mayor importancia -que la que pudiera darle el aldeano menos iluso de los contornos de la -Ribera. Consideróla siempre como «dichos de las gentes, á tontas y á -locas;» y ocurriendo además que estos dichos sonaban muy poco y muy de -tarde en tarde, hasta llegó á olvidarse de ellos. Las noticias sobre -tesoros ocultos habían de ser de otra casta muy diferente para que don -Baltasar las diera crédito, y de llegar á él muy de otro modo: con los -mayores visos de formalidad y con los requisitos que pedían «esas cosas -tan serias;» en fin, por el estilo de las dos que él llevaba recibidas -hasta entonces: una de Ceuta y otra de San<span class="pagenum" -id="Page_178">[p. 178]</span>toña. ¡Aquéllas sí que eran noticias! En -un enorme cartapacio, la historia minuciosa del tesoro, acompañada -del plano del terreno. Buenos cuartos le habían costado, y aún estaba -el fruto sin recoger; pero el tiempo no envejece, y ya se vería el -resultado á la hora menos pensada. En último caso, y dando por supuesto -que los denunciantes hubieran fenecido en la empresa del desentierro, -allí estaban aquellos papeles que no podían mentir, con sus planos en -toda regla para guiarle á él, si quería desenterrarlos por sí mismo; y -un viaje al campo de Algeciras y otro á cierta cañada de los puertos -del Asón, no eran, en los actuales tiempos, hazañas del otro jueves. -Por de pronto, dos adivinas de la ciudad, con quienes había consultado -sus dudas en otras tantas ocasiones, le habían dicho que aguardara con -fe lo prometido por aquellos honrados sujetos de Ceuta y de Santoña; -y con la fe de un hebreo seguía aguardando, porque nunca fallaba la -palabra de una adivina, cuanto más la de dos.</p> - -<p>Un día, no mucho antes de conocerle el lector, fué á consultar á una -muy afamada de la villa próxima, sobre el paradero de un novillo que se -le había extraviado y no parecía por ninguna parte. La adivina le dijo -qué dirección había tomado el animal y en qué sitios debía buscarle; y -ya se disponía el crédulo á pa<span class="pagenum" id="Page_179">[p. -179]</span>gar á la prodigiosa mujer la media peseta convenida por -la consulta, cuando la tal, clavándole los ojos muy encandilados y -mostrándole la baraja con una carta medio desprendida de ella, le dijo -en voz de espectro embriagado:</p> - -<p>—¡Por su propia virtud se sale! ¡Señal es de que grandes cosas -barrunta, que le interesan á usté!... ¿Quiere conocerlas por otra media -peseta?</p> - -<p>—¡Vengan esas cosas!—respondió el Berrugo conmovido y temblando, no -sé si de miedo supersticioso, ó de ansiedades avarientas.</p> - -<p>Con este permiso, la adivina volvió á tender las cartas; y -combinando aquí y sumando allí, y murmurando ensalmos y conjuros; y -ahora porque sota, y luégo porque caballo; y volviendo á barajar, y -tornando á sus combinaciones; y porque si los oros abajo y si los -bastos arriba, y las espadas antes y las copas después, y espanto viene -y espeluzno va, llegó á decir al consultante estupefacto que había -un tesoro más rico que todos los tesoros juntos de la tierra, y muy -cerquita de su casa (de la casa del Berrugo), que le estaba destinado -á él solo desde tiempos de muy atrás, y que con la vista de sus ojos -y desde su propio tejado, podría alcanzar á ver el punto en que se -escondía, si no se le ocultaran «aguas al frente, tierras acá, peñas -arriba y cantos debajo.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_180">[p. 180]</span></p> - -<p>El hombre se crispó al oir estas revelaciones, y pidió con ansia -otras algo más precisas; pero la adivina le declaró que no podía -darlas, porque no era ella quien hablaba en su boca; ni decía palabra -de más ni de menos que lo que la mandaba quien sabía todas las cosas y -la había dado esa virtud, en cambio de la desgracia de no poder salir -de pobre con lo mismo que hacía ricos poderosos á los demás.</p> - -<p>El Berrugo se resignó; y después de pagar á la adivina, en monedas -de cobre, la peseta convenida por las dos consultas, y de mandarla -repetir las señas del sitio en que se ocultaba el tesoro, para -grabarlas bien en la memoria, volvióse á Robleces con el convencimiento -de que ni el tesoro prometido podía ser otro que el famoso del -<i>Pirata</i>, ni el lugar de su escondite estar en otra parte que en la -costa, por el lado del mar.</p> - -<p>Y sucedió luégo que pasaron unos cuantos días, y que pareció el -novillo en el sitio indicado por la adivina. ¡Otro palito á la hoguera -en que se abrasaba la credulidad ambiciosa del Berrugo! Acertando en -lo uno aquella mujer, ¿por qué había de equivocarse en lo otro, aun -suponiendo que fuera posible alguna vez que se equivocara una adivina? -De razonamientos como éste fué obra el recado que dió el Berrugo -al Josco para su padre, la noche en que cono<span class="pagenum" -id="Page_181">[p. 181]</span>ció el lector á aquel personaje. Al día -siguiente, la visita del médico que no pisaba los suelos de aquella -casa años hacía; y en esa visita, la historia horripilante de la -<i>aparecida</i> que enseña á su hermano, con la luz maravillosa de su -linterna, el camino por donde debía buscarse el tesoro; y las señas -de este camino resultan idénticas á las que se le habían dado á él -sin <i>haberlas pedido</i>; y á mayor abundamiento, una adivina pordiosera -que llama á las puertas de don Elías, le dice que el tesoro existe, -pero que no será para él; y el médico, con lo necesitado que está, se -conforma, olvida lo del tesoro, y consagra sus afanes á la locura de su -molino maquilero. En resumen, <i>se comprueba</i> la existencia del tesoro -en sitio bien determinado, por dos adivinadoras y una <i>aparecida</i>. Una -de las adivinadoras, <i>sin que nadie se lo mande</i>, advierte al Berrugo -que el tesoro de que se trata está destinado para él; y la otra cae, -<i>como de milagro</i>, en casa de don Elías, y le declara que ese tesoro -no llegará jamás á sus manos, porque no le pertenece. ¿Qué quería -significar todo esto? ¿No eran bien elocuentes tantas y tan extrañas -coincidencias acumuladas en tan breve tiempo? ¿Cabía mayor claridad en -una revelación de aquella especie? ¡Ni las mismas de Santoña y de Ceuta -eran merecedoras de tanta fe!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_182">[p. 182]</span></p> - -<p>Aquella noche se hartó de rezar á Santa Rita, y al otro día encargó -á Inés que pusiera dos velas de á cuarterón en el altar de San Antonio. -En seguida mandó á buscar al Lebrato.</p> - -<p>Acudió Juan Pedro sin tardanza, y el Berrugo se encerró con él en su -cuarto.</p> - -<p>—No voy á pedirte dinero... por ahora,—le dijo, disimulando sus -impaciencias con aquel arte diabólico que él tenía para esas cosas.</p> - -<p>—Lo mesmo fuera—respondió el Lebrato tranquilizándose mucho con -la advertencia;—porque no hay en casa otros cuartos que los que se -hicieran de mí, si se empeñaba usté en ello.</p> - -<p>—No es para tanto, hombre; no es para tanto... <i>todavía</i>, aunque, en -uso de mi derecho, quisiera apretarte un poco para sacarte una hebra de -la tajada que me debes. Ahora, quiero decir, por el momento, se trata -de cosa muy distinta.</p> - -<p>—Pues usté dirá, señor don Baltasar.</p> - -<p>Y don Baltasar, después de rascarse el cogote y de soplarse las uñas -apiñadas, y de atrapar en el aire con la mano un mosquito que pasaba, -dijo:</p> - -<p>—Pues te digo, Juan Pedro, y no lo vas á creer, que toda mi vida -he tenido un hipo, y que no quisiera morirme sin el gusto de haberme -curado de él.</p> - -<p>—¿Y qué hipo es ese?—preguntó el Lebrato<span class="pagenum" -id="Page_183">[p. 183]</span> sin barruntar por dónde iban las -intenciones de aquel sujeto de los demonios.</p> - -<p>—¡Pásmate, hombre!—exclamó el Berrugo enseñando toda su negra y -desportillada dentadura, y cargándose del lado izquierdo sobre el rozón -cuya asta empuñaba con aquella mano:—el hipo de salir una vez siquiera -á la mar alta, y recrear un poco la vista desde allí.</p> - -<p>—¡Vaya con el hipo ese!—exclamó á su vez el Lebrato, muy satisfecho -de que el hipo de don Baltasar no hubiera resultado pulmonía para -él.</p> - -<p>—¿Te parece raro, verdad?</p> - -<p>—Maldita la cosa, señor: nada más en su punto que ese deseo.</p> - -<p>—Pues verás—añadió el Berrugo manoseándose la barbilla mal -afeitada:—yo me dije en cuanto apuntó el verano: «Pues en éste ha de -ser... y antes con antes, para que no me suceda lo que en otros muchos, -que por irlo dejando para la semana que viene, nunca lo hice...» Y -luégo pensé: «Juan Pedro tiene barquía, y anda con ella por aquellas -honduras como yo por el corral de mi casa; el tiempo está seguro, la -mar estará como un plato... pues ahora ó nunca. Voy á decirle á Juan -Pedro que aborrezca medio día...» Y en eso estaba; y por eso fué el -recado que te mandé por Pedro Juan antes de anoche.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_184">[p. 184]</span></p> - -<p>—Puedo jurarle á usted que no me dió ninguno.</p> - -<p>—Es que le dije yo que no corría prisa, como era la verdad; pero, -amigo, hoy me he levantado de otro temple muy distinto... Conque -¿tienes la barquía bien dispuesta?</p> - -<p>—De la campaña del <i>anguilo</i> está, que acabo de dar por finiquita; -conque hágase el cargo.</p> - -<p>—Me alegro. ¿Y la mar?</p> - -<p>—Como usté dijo: lo mesmo que un plato.</p> - -<p>—Pues entonces, Juan Pedro, cuanto más antes: mañana mismo... por la -mañana... ¿Te parece?</p> - -<p>—En hubiendo marea para subir la barquía por la Arcillosa, para -mí toas las horas son buenas, inclusen las de la noche... Conque... -Aguárdese y perdone: hoy pleamar de una; bajamar de siete... á las -once, media marea... Á esa hora, á las once, ya puede salir la barquía -de onde está.</p> - -<p>—Pues á las once. Y ¿cuánto se tarda en llegar?</p> - -<p>—Contra corriente y dos remos solos... echemos hora y media.</p> - -<p>—Á las doce y media; y luégo allá otra hora... ¡Bah! todo será -llevar la pitanza y matar la gazuza en la barquía.</p> - -<p>—Si es que no echa usté antes el estógamo por la boca.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_185">[p. 185]</span></p> - -<p>—¿Suele suceder eso muy á menudo?</p> - -<p>—Á los que no están avezaos, siempre que se embarcan.</p> - -<p>—Allá veremos: en último resultado, saldré ganando la comida que -ahorre.</p> - -<p>—Si no nos la partimos entre el hijo y yo.</p> - -<p>—¿Pues no pensáis llevar vosotros la vuestra?—preguntó aquí el -Berrugo con aire de asombro mezclado de disgusto.</p> - -<p>—Pensaba—respondió el Lebrato sin andarse en remilgos,—que, por esa -vez, comeríamos los tres de una misma puchera; pero si á usté le paece -mucho ese despilfarre...</p> - -<p>—¡Vaya que sois pegajosos como el mismo demonio! En fin, irá -para los tres, ya que te empeñas; y no hay más que hablar. Á las -once menos cuarto estaré mañana en tu casa. ¡Y silencio sobre estos -particulares!</p> - -<p>El Lebrato se despidió y llegó á ella sin poder sospechar qué fines -podrían guiar al Berrugo en aquel paseo que intentaba, tan extraño á -sus conocidos gustos.</p> - -<p>Pedro Juan, cuando se enteró del caso, tampoco dió en el quid... ni -lo intentó siquiera; pero, en cambio, dijo á su padre, y fué todo lo -que habló:</p> - -<p>—¡Qué ocasión más güeña, coles!</p> - -<p>—¿Pa qué, Pedro Juan?—le preguntó el Lebrato.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_186">[p. 186]</span></p> - -<p>—Pa échale á fondo con un canto al pescuezo.</p> - -<p>Al otro día y á la hora calculada por el Lebrato, estaba la barquía -fuera de la barra, con don Baltasar á bordo. Todo ello junto no -abultaba tanto allí como un perdigón sobre una sábana extendida.</p> - -<p>—¡Cóspitis, qué grandísimo es esto mirado desde aquí!—exclamó el -Berrugo agarrado con las manos á ambos careles para aguantar los -balances del barquichuelo columpiado por las lentas ondulaciones de la -mar, aunque se perdía de vista reluciente y llana como un espejo.—Cien -veces lo ví desde arriba, y nunca lo creí tan ancho ni tan hondo... -Allí está la isla. ¡Parece una seta grande! Y ¿qué hay en ella, Juan -Pedro?</p> - -<p>—Un puro peñasco, como usté ve,—respondió el Lebrato.</p> - -<p>—¿Y por la parte de allá?</p> - -<p>—Lo mesmo que por la de acá: peñasco limpio.</p> - -<p>—¿Sin una mala gatera, hombre?</p> - -<p>—Le digo á usté que como por la banda de acá.</p> - -<p>—¿Y encima?... Parece que verdeguea algo.</p> - -<p>—Peñasco puro tamién: cuatro matucas de herbachos, y algún conejo -que otro.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_187">[p. 187]</span></p> - -<p>—¡Hola! ¡Conque conejos! ¿Da modo que estará eso lleno de cuevas?</p> - -<p>¡De qué manera tan extraña y original pronunciaba el Berrugo la -palabra <i>cuevas</i>! Parecía que se le llenaba la boca de monedas de oro y -de sartas de diamantes.</p> - -<p>—Alguna que otra minuca, á modo de madrigueras—respondió el -Lebrato.—Poco más de ná.</p> - -<p>—¿Tú has estado allí?</p> - -<p>—¡Horror de veces!... ¿Quiere usté que subamos ahora?</p> - -<p>—Si no hay más que eso que ver, no vale la pena.</p> - -<p>—No hay otra cosa... ¿Aónde quiere usté ir si no?</p> - -<p>—Por derecho hacia afuera, hasta que yo os mande parar.</p> - -<p>Bogaron los dos remeros en aquel sentido; y cuando llegó la barquía -á un punto desde el cual, mirando hacia atrás, podía verse una extensa -línea de costa á uno y á otro lado de la boca del puerto, el Berrugo -mandó parar la rema y se sentó de cara á la barra.</p> - -<p>—¡Mucho me gusta á mí contemplar esos peñascos!—dijo, devorando con -los ojos todo lo que veía de la costa.—Y paréceme que este lado de acá -de la entrada es más bajo que el otro. ¿No te parece á tí lo mismo, -Juan Pedro?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_188">[p. 188]</span></p> - -<p>—Eso bien á la vista está,—respondió el Lebrato.</p> - -<p>—¿Y cuál de estos dos lados os parece á vosotros más... más... -vamos, más desconcertadote y descuajaringado?</p> - -<p>—Allá se andan entrambos en ese particular—respondió el Lebrato,—y -en cá uno de ellos arman las rompientes buenos cañoneos cuando el caso -llega. Pero ¿á usté qué más le da que sean esas peñas más recias ó más -finas de barba, si usté no las ha de afeitar?</p> - -<p>—Pues ahí verás tú, hombre, cómo hay gustos para todo. Aquí me -tienes á mí que me alampo por recrear la vista en un peñascal hecho una -triguera... Y el caso es que no descubro yo cosa mayor de esa traza.</p> - -<p>—¿Cómo es eso de una triguera, don Baltasar?</p> - -<p>—Quiero yo decir... con muchos agujeros, hondos, ¡bien hondos! -Así...</p> - -<p>Y barrenaba en el aire con las dos manos y con la cabeza, como si -fuera abriendo una mina con todo el cuerpo.</p> - -<p>—¿Cuevas querrá usté decir?—preguntóle el Lebrato.</p> - -<p>—Hombre, tanto como <i>cuevas</i>...—respondió el Berrugo, acentuando á -su modo esta palabra,—no diré... Pero, en fin, sean cuevas. Tampoco las -veo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_189">[p. 189]</span></p> - -<p>—Pues crea usté que no faltan: sólo que hay que atracarse mucho -para verlas... Dende aquí puedo yo señalar una que paece la madre de -toas.</p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p>—Por lo grande.</p> - -<p>—¿Y hacia dónde está?</p> - -<p>—Cara á cara con la isla.</p> - -<p>—¡Con la isla! ¿Y es tan grande como tú dices?</p> - -<p>—Dicen que coge allá medio barrio de Las Pozas.</p> - -<p>Á todo esto, el Josco bostezaba de aburrimiento y de hambre, y el -condenado Berrugo ni se mareaba ni se acordaba de comer. El Lebrato se -pasaba muy á menudo la lengua por los labios y miraba al cesto en que -iban las provisiones. Y como el tiempo corría sin que allí se hiciera -cosa de provecho, atrevióse á decir á don Baltasar después de responder -á su última pregunta:</p> - -<p>—Paéceme que podíamos aprovechar esta parada pa... tomar ese -bocao.</p> - -<p>—¿Tanta gazuza tenéis, hambrones?—dijo el Berrugo muy contrariado -con la observación.—Yo dejaba la comida para cuando estuviéramos -adentro de la barra, y así ha de ser... pero antes quisiera dar un -vistazo, desde abajo, á esa cuevona que tanto me has ponderado...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_190">[p. 190]</span></p> - -<p>—¡Coles!—dijo aquí el Josco con una sacudida sobre el banco, que -hizo tumbar de una banda á la barquía.—¡Si hay más de media hora de -rema!</p> - -<p>—¿Y qué vale eso para vosotros?—repuso don Baltasar en son -de chunga.—¡Hala para allá; y con eso comeremos luégo con mejor -apetito!</p> - -<p>Viró la barquía y se puso en el rumbo indicado por el Berrugo, entre -las maldiciones que le iban echando mentalmente el Lebrato y á media -voz Pedro Juan.</p> - -<p>—Pues, hombre—decía el condenado hijo del difunto Megañas, siempre -agarrado á los careles del barquichuelo, que en ocasiones se hundía -dulcemente, como si le chuparan desde el fondo de la mar,—si no es para -recrearse uno en estas cosas, ¿á qué se viene aquí una sola vez en toda -la vida?</p> - -<p>—Es una fantesía, vamos—dijo el Lebrato haciendo de tripas -corazón;—y por otra pior le pudo dar.</p> - -<p>—Justo, una fantasía... Tú lo has dicho, Juan Pedro: una fantasía -como otra cualquiera. ¿No la tiene el cura en venirse con vosotros cada -lunes y cada martes, unas veces de día y otras de noche cerrada, por el -gustazo de dar un tiento á las mojarras ó al anguilo?</p> - -<p>—¡Y que la tiene bien puesta el señor don<span class="pagenum" -id="Page_191">[p. 191]</span> Alejo, y que lo entiende de verdá, y -que paece mentira lo gran mareante que es hoy, con los años que lleva -á cuestas!... Pos golviendo á la fantesía de usté, ha de saberse que -otras cosas se pueden ver en el mundo de menos fama que esa cueva.</p> - -<p>—¡Fama!—repitió el Berrugo mirando con avidez al Lebrato.—¿Qué fama -puede tener ese covachón de mala muerte, hombre de Dios?</p> - -<p>—Fama, fama... tanto como fama, puá que no; pero lo que es nombrá, -bien nombrá fué en un tiempo entre unos cuantos de mi oficio. Mire -usté: al difunto <i>Lomias</i>, el hermano menor de Perrenques, que conocía -estos sitios tan bien como yo, no había quien le quitara de la cabeza -que en esa cueva estaban escondidos los tesoros del Pirata.</p> - -<p>El Berrugo creyó sentir de pronto el tintineo de un manojo de -campanillas en los oídos, y que se le alargaba el cuerpo más de un -cuarto de legua. Buscando una disculpa para taparse con las manos la -cara, que podía delatar sus emociones, exclamó:</p> - -<p>—¡Qué barbaridad!</p> - -<p>Y añadió sin descubrirse todavía:</p> - -<p>—¡Parece mentira que haya un hombre capaz de creer en esos tesoros, -y menos en que puedan estar enterrados aquí ó allá!</p> - -<p>—Pues ya sabe usté de uno que lo creía.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_192">[p. 192]</span></p> - -<p>—Y ¿por qué lo creía ese bobalicón?</p> - -<p>—Porque se lo había dicho una adivina.</p> - -<p>—¡Una adivina! ¡Qué te parece!</p> - -<p>Tuvo que hacer aquí una larga pausa don Baltasar, porque este nuevo -dato le hizo perder la serenidad que iba recobrando, y dijo después, -con la cara entre las manos aún:</p> - -<p>—Pero, hombre, si tanta fe tenía en la palabra de una embusterona de -esas, ¿por qué no entró en la cueva á probar fortuna?</p> - -<p>—Primeramente, porque el sujeto era algo receloso de suyo al auto de -cuevas prefundas; dimpués, porque la puerta de esa no está tan en llano -como la de mi casa; y en final, porque la mesma adivina le alvirtió que -no se cansara en buscar ese tesoro que no estaba destinao pa él.</p> - -<p>—¡También eso?—gritó aquí el Berrugo entre temblores y hormigueos de -todas sus carnes.—¡Si te digo—añadió después de reponerse un poco,—que -hay bestias con los sentidos más cabales que algunos hombres!... Y -¿qué has hecho tú, Juan Pedro, que no has metido mano á ese platal?... -porque tú creerás también en esas paparruchonas.</p> - -<p>—Yo, señor don Baltasar—respondió el Lebrato, no sé si con segunda -intención,—estoy bien curao de sustos de esa clase, y sólo creo en -que soy de los que nacieron pa jalar de la<span class="pagenum" -id="Page_193">[p. 193]</span> vida en beneficio de otros que la tienen -bien regalona...</p> - -<p>Y así se fueron acercando con la barquía al punto deseado por el -Berrugo.</p> - -<p>—Allí está la cueva,—dijo el Lebrato apuntando con el índice á un -boquerón que se columbraba sobre lo que podía llamarse imposta de la -fachada de aquella conglomeración ciclópea, y á una muy respetable -distancia de lo que también se podría llamar cornisa de la misma -fachada.</p> - -<p>Lo primero que observó el Berrugo fué que la cueva, por la distancia -á que se hallaba de la boca del puerto, y por tener enfrente la isla, -debía caer en el eje mismo del rayo de luz lanzado por la linterna -maravillosa de la hermana de don Elías. Después notó que la mar -jugueteaba al pie del peñasco entre un enorme rimero de piedras que -parecían desgajadas de arriba, y se estremeció de pies á cabeza al -recordar la seña más importante de las que le había dado la adivina -para orientación del tesoro.</p> - -<p>—<i>¡Cantos abajo!</i>—exclamó en sus adentros; y para cerciorarse mejor, -preguntó al Lebrato señalando al montón:</p> - -<p>—¿Qué es eso, Juan Pedro?</p> - -<p>—Pos bien á la vista está—respondió el preguntado:—peñas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_194">[p. 194]</span></p> - -<p>—Peñas... sueltas, querrás decir.</p> - -<p>—Peñas serán siempre, sueltas ó amarrás.</p> - -<p>—Pues mira, así, de pronto, me parecían otra cosa: ¡como tiran á -redondas y están tan amontonadas!... Vamos, que las tomé por... por -<i>cantos</i>.</p> - -<p>—¿Cantos gordos?</p> - -<p>—Eso es: cantos gordos.</p> - -<p>—Pos cantos gordos son en finiquito.</p> - -<p>—Eso creo yo... Y ¿sabes que hubiera necesitado buenas agallas el -difunto Lomias para subir á la cueva, si llega á intentarlo? Mira que, -á ojo, no hay menos de cincuenta pies desde los cantos á ella... y sin -un saliente á que agarrarse. ¡Debió de verse en buenos apuros el Pirata -para subir y bajar tan á menudo! ¡Qué melenos, hombre, los que se lo -tragaron!</p> - -<p>—La entrada á la cueva no hay que buscarla por ese lao, señor don -Baltasar.</p> - -<p>—¿Por dónde si no, Juan Pedro?</p> - -<p>—Por arriba.</p> - -<p>—¡Por arriba!... ¡Si hay casi otro tanto como desde abajo para -llegar á ella!</p> - -<p>—Corriente; pero arrepare usté por la rinconá de ese lao de la -derecha... porque too ello en junto paece á modo de torre grandona, con -un murio por cada costao. Por esa rinconá se hace pie onde se quiere; -y como no está el peñasco á plomo enteramente, se abaja sin nove<span -class="pagenum" id="Page_195">[p. 195]</span>dá hasta el balconuco; -luégo es cosa de dos zancás á la izquierda, con el cuerpo bien arrimao -al peñasco y las manos agarrás á los salientes... ¡Si no me diera Dios -trabajos mayores que el de entrar ahí! Si hubo Pirata, así entraría él, -desembarcándose primero en aquella playuca de allá abajo, y guiándose -luégo, pa conocer la cueva dende tierra, por la monteruca que tiene -encima, como pa eso solo.</p> - -<p>El Berrugo miraba y remiraba el peñasco mientras el Lebrato iba -diciendo esto. Acabó el uno de hablar, y aún siguió mirando y remirando -el otro.</p> - -<p>De pronto se estremeció don Baltasar, apartó los ojos de la cueva y -sus alrededores, y dijo á los remeros:</p> - -<p>—Todo esto que estamos hablando, es pura música sin substancia... -Basta de cuevas y de mar, y vámonos para dentro cuanto antes, que -también yo voy sintiendo ganas de comer.</p> - -<p>Remaron firme el Lebrato y el Josco, y media hora después estaba la -barquía dentro de la barra.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_florido.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_11"> - <p><span class="pagenum" id="Page_197">[p. 197]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_homo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XI</h2> - <p class="subh2">LAS LUNAS DEL JOSCO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-a.jpg" alt="A" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Al</span> día siguiente de -estos sucesos, domingo por la tarde, y á punto de anochecer, iba -Quilino á todo andar hacia casa de don Elías. Llevaba la cara medio -tapada con el moquero, sujeto allí con las dos manos; el hongo con -siemprevivas y plumas de pavo real, muy tirado sobre los ojos; la blusa -azul con trencillas encarnadas, y los pantalones amarillos con cuadros -verdes, muy manchados de polvo por el lado derecho, de arriba abajo. Al -desembocar en la <i>brañuca</i> que viene á formar una plazoleta delante de -la <i>casa de los Médicos</i>, se halló casi frente á frente con don Elías, -que asomaba por otra de las callejas que convergen allí. Indicóle por -señas que tenía que hablarle, y el médico se detuvo, con el bastón -entre las manos cruzadas atrás, la cabeza algo gacha y los ojos, llenos -de cu<span class="pagenum" id="Page_198">[p. 198]</span>riosidad, -clavados en Quilino, á quien no conoció hasta que le hubo mirado y -remirado muy de cerca; porque es de advertir que Quilino ni apartaba el -moquero de la cara, ni levantaba las alas del sombrero: no hacía más -que indicar con la mano izquierda y una mirada tristona y suplicante, -que deseaba tratar de su negocio arriba, en casa del médico.</p> - -<p>—Pero ¿qué mil demonios te pasa, hombre?—le preguntó por de pronto -don Elías, cuya curiosidad necesitaba de ordinario mucho menos que -aquel aparato misterioso, para desbordarse y no dejarle instante de -sosiego.</p> - -<p>—¡Arriba, arriba!—continuaba dictándole Quilino con la mano y con -los ojos.</p> - -<p>—Pues vamos arriba,—concluyó el médico entendiéndole.</p> - -<p>Entraron los dos en la casa; subieron á la salita; desalojáronla de -mala gana las cuatro hijas del médico, que estaban riñendo en ella; -cerró don Elías todas las puertas; y como ya no se veía allí cosa -mayor, encendió con una cerilla el cabo de vela que sacó del cuarto -de la médica, y se fué derecho á Quilino que aguardaba de pie en medio -del despacho y en la misma postura de manos, de moquero y de hongo que -había tenido abajo.</p> - -<p>—Á ver qué es lo que te ocurre,—le dijo al acercarse á él.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_199">[p. 199]</span></p> - -<p>Y Quilino quieto y mudo, y cada vez más encogido y tembloroso. -Chocándole ya esto á don Elías, le arrimó la luz á la cara con una -mano, y con la otra le apartó un poco el pañuelo que le tapaba la -boca. Quilino lanzó entonces un quejido, y el médico vió que tenía los -carrillos muy inflados y que había sangre entre los labios comprimidos. -Se alarmó don Elías y corrió á buscar una palangana y agua fresca. -Volvió al minuto con una de zinc roñoso y un jarro, y halló á Quilino -descuajaringado en una silla.</p> - -<p>—¡Echa aquí lo que sea!—le dijo con imperio, poniéndole la palangana -debajo de la barbilla.</p> - -<p>Pero Quilino miraba al médico con ojos de espanto, y no le -obedecía.</p> - -<p>—¡Échalo te digo!—insistió don Elías.</p> - -<p>Y Quilino cada vez más angustiado y más rebelde.</p> - -<p>Entonces el médico posó el jarro en el suelo, y con la mano libre -empujó por el cogote á Quilino, que aún se resistía, diciéndole al -mismo tiempo:</p> - -<p>—¡Te digo que lo eches... aunque resulte la asadura!</p> - -<p>Con este zarandeo le vino un golpe de tos al paciente... ¡y allá -va eso! Un tercio de la palangana llenó. El infeliz Quilino cerró los -ojos<span class="pagenum" id="Page_200">[p. 200]</span> por no verlo, -y comenzó á palidecer. Don Elías no estaba mucho más sereno.</p> - -<p>—¿Es del arca, por si acaso?—le preguntó alarmado.</p> - -<p>Quilino dijo que no con la cabeza, y al mismo tiempo señalaba con la -mano al carrillo derecho.</p> - -<p>El médico entonces le dió el jarro con agua y le dijo que se -enjuagara bien. Hízolo Quilino á duras penas, porque estaba pálido y -temblón como hoja de otoño que se cae del árbol; y en seguida, dejando -don Elías la palangana y tomando la palmatoria, arrimó la luz á la boca -de Quilino y díjole:</p> - -<p>—Ábrela bien... ¡Más, si puedes!... Baja un poco la lengua. -¡Ajajá!... Ya veo el manantial... ¿Tenías cabales las muelas de esta -quijada?</p> - -<p>Quilino contestó que sí con los ojos.</p> - -<p>—Pues no te faltan más que dos á la hora presente.</p> - -<p>—¿No hay dá que hueso cascao tamién?—preguntó Quilino con voz -enfermiza, después que el médico sacó los dedos de la boca.</p> - -<p>—Abre otra vez, y lo veremos.</p> - -<p>Palpó y miró el médico bien despacio, y no halló señales de lo que -temía Quilino; pero sí dos hondas heridas en el carrillo.</p> - -<p>—Pero ¿cómo fué eso, hombre?—le preguntó<span class="pagenum" -id="Page_201">[p. 201]</span> mientras se limpiaba los dedos con el -pañuelo.</p> - -<p>—Pos de una sola guantá,—respondió Quilino, más tranquilizado y -después de escupir el último buche de agua sanguinolenta.</p> - -<p>—¿Á mano limpia?</p> - -<p>—Á mano limpia.</p> - -<p>—¡Vaya una mano de órdago!... Y ¿de quién es ella, si puede -saberse?</p> - -<p>—Del Josco.</p> - -<p>—Claro: de uno así tenía que ser... Y ¿cuándo, dónde y por qué fué -ello, hombre de Dios?</p> - -<p>—Es largo de contar eso, señor don Elías.</p> - -<p>—Entonces, cállalo, y perdona la curiosidad.</p> - -<p>—No hay que perdonar ni pa qué callarlo, porque las maldaes -¡recongrio! deben de conocerse por los hombres de bien.</p> - -<p>—Corriente. Pero antes de empezar, toma otro par de buches de agua, -mientras yo te traigo un vasito de vino para que te confortes por -adentro... ¡Ah! y por si me olvido de decírtelo después: cuando vayas á -casa, te enjuagas unas cuantas veces del mismo modo, y mejor si mezclas -el agua con un poco de vinagre... y cosa concluida.</p> - -<p>Salió don Elías muy diligente en busca del vino, porque eternidades -le parecían ya los minutos que tardara en oir el relato prometido; -enjuagóse el contundido mozo; y para salir de<span class="pagenum" -id="Page_202">[p. 202]</span> una duda que le estaba preocupando -mucho, metió los dedos en la palangana y los paseó vuelta y media por -el fondo. En seguida dió con lo que buscaba. Las dos muelas estaban -allí.</p> - -<p>—¡Las dos, recongrio! ¡Enteras y verdaeras!... ¡Lo mesmo te he de -sacar yo á tí los hígados el día que te coja á mi gusto! ¡Lo mesmo, -recongrio!</p> - -<p>Con esta jaculatoria entre dientes y las dos muelas en la mano, le -halló don Elías al volver á la sala con un cortadillo de vino tinto -sobre un plato de loza muy cuarteada...</p> - -<p>—Échate esto al coleto, poco á poco—le dijo.—Pero, calla... ¡esas -son tus muelas! ¿Dónde las tenías, hombre?</p> - -<p>—Estaban aquí,—respondió Quilino señalando á la palangana.</p> - -<p>—Con sus raíces enteras, limpias y campantes; ¡como no las arranco -yo mismo con la llave inglesa!... ¡Y cuidado que la una es de las de -tres patas!... ¡de las más negras de arrancar!... ¡Vaya un empuje de -brazo!</p> - -<p>Después de hablar así, y viendo que Quilino se guardaba los huesos -en el bolsillo repicoteado de la blusa, arrojó el contenido de la -jofaina por el balcón.</p> - -<p>—Éstas se las ha de tragar él angún día, ¡recongrio!—decía Quilino -mientras guardaba las muelas y de modo que le oyera don Elías.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_203">[p. 203]</span></p> - -<p>Oyólo, en efecto; y al mismo tiempo que vertía agua limpia en la -jofaina para esclarecerla, lavándose de paso los dedos en ella, anotó -lo dicho por Quilino de este modo:</p> - -<p>—Bien está ese propósito en un hombre de tan buenas agallas como tú; -pero, por de pronto, ten mucho cuidado con no darle antes motivos á él -para que vuelva por las que te dejó en la boca esta tarde.</p> - -<p>—¿Á mí?—respondió Quilino contoneándose en la silla, después de -beberse lo poco que quedaba en el vaso.—¿Á mí arrancarme él otra -muela más, ni medio diente tan siquiera!... ¡No me conoce usté, don -Elías!...</p> - -<p>El cual acabó su tarea en dos voleos; sentóse junto á Quilino en -seguida, y le dijo:</p> - -<p>—Cuenta ahora todo lo que tienes que contarme.</p> - -<p>Quilino comenzó por echarse el hongo hacia atrás; luégo encendió un -cigarro; después se palpó el carrillo derecho, que se le iba hinchando -bastante, y por último habló así:</p> - -<p>—Yo tenía cuentas pendientes con el Josco... porque quizaes sepa -usté que Pilara me tiene, de meses acá, á resultas de lo que él hable, -y nunca acaba de hablar.</p> - -<p>—Estoy enterado, ¡perfectamente enterado de eso!—dijo el médico con -el mismo aplomo que si fuera cierto lo que afirmaba.—Adelante.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_204">[p. 204]</span></p> - -<p>—Pos güeno—prosiguió Quilino palpándose la hinchazón, que no le -dejaba pronunciar las palabras con la soltura de costumbre:—hubiendo -esas cuentas entre los dos, yo he tratao de ajustalas muchas veces... -¡Recongrio! ¿quién se atreve á sosteneme á mí que no está muy puesto en -razón esto que yo quiero?... Y queriéndolo así, yo he tratao del caso -las miles de veces con Pilara; y Pilara en sus trece: que vente mañana -y que güélvete otro día... Yo tengo mi porqué, anque no sea mucho; el -Josco, ni tanto siquiera... ¡Recongrio! con esto solo estoy en derecho -de llamame á la parte en casos como ese... ¿Qué hay que decir en -contra?... Quisiera yo oirlo... ¡Quisiera yo oirlo, recongrio!</p> - -<p>—No hay que acalorarse, Quilino, no hay que acalorarse—interrumpió -el médico con gran formalidad.—La razón es tuya, no se puede negar. ¿Y -la familia? ¿Sabe algo de ello? ¿Te recibe bien?...</p> - -<p>—¡Recongrio! ¡Pos podía no!... Vamos al punto. Estando así las -cosas, la otra tarde, en la ré, tuvimos unas palabras yo y el Josco; y -no hubo allí una trigedia, porque mos desapartaron... Esto me enconó -la sangre; y por la noche juime en cá Pilara pa dejar de una vez pa -siempre aclarao el sí ú el no; y ¡recongrio! malas penas entro en el -portal onde estaba toa la<span class="pagenum" id="Page_205">[p. -205]</span> gente de la casa, cuando cata al Josco como llovío de las -nubes y sin querer pasar más aentro de las goteras, y cata á Pilara, -que andaba roncerona conmigo, arrimándose á él hecha unas mieles... -¡Recongrio! ¡esto era una somostá pa mí! Por tal la consideré, y juime -pa casa por no ver aquello. Pero yo estaba en razón quisiendo saber si -el Josco había hablao ú no había hablao aquella noche. ¿No es esto la -pura verdá, recongrio?</p> - -<p>Don Elías respondió afirmativamente con un gesto.</p> - -<p>—Pos pa sabelo—continuó Quilino,—me abajé al otro día, muy de -mañanuca, á Las Pozas. No pasé del Portillo, porque allí consideré, -pensándolo mejor, que quien tenía la obligación de aclarame el caso, -era Pilara... Güelta pa el barrio de la Iglesia. Me planto en la juenti -aonde ella suele dir á aquellas horas; y espera que espera, Pilara no -venía. Aborrecíme; y pensando que ya me echarían de menos en casa, á -casa me golví. Dende aquel punto y hora, el diablo paece que me la -enculta, porque no he podío dar con ella... hasta esta tarde en el -corro; y no era cosa de ajustar esa clase de cuentas allí. Pero la -bailé tres veces, y ¡recongrio! pior que pior; porque si dende lejos me -alampaba por ella, acercuca, acercuca y viendo retemblale las gorduras, -es cosa<span class="pagenum" id="Page_206">[p. 206]</span> de... -¡Recongrio, qué grandona es y qué maja!</p> - -<p>—¡Buena mozona está de veras!—dijo aquí el médico, y no por -complacer á Quilino solamente.</p> - -<p>—Le digo á usté, don Elías, que es pa perdese un hombre, ¡pa -perdese, congrio!—exclamó hecho una pólvora Quilino;—y eso es lo que me -ha pasao á mí... ¡Y luégo le dicen á uno que si va por esto ú por lo -otro, y no por el puro personal de ella! ¿De qué será la sangre de esas -gentes, recongrio? ¿De qué pensarán que es la mía?... Pos á lo que voy: -estando en esto, ahí viene el Josco, que de pascuas en San Juan se le -ve una vez en el corro de este barrio; y viniendo el Josco, bien portao -de ropa, porque la tiene pa esos casos; pero más jarisco y resecón -que lo jué nunca, ¡sacabó el mundo pa Pilara, que ya no tuvo ojos pa -mirar si no era al jabalín de Las Pozas! ¡Y Quilino, señor don Elías; -Quilino, ¡recongrio! rumiando venenos y amargores, y amarrando las iras -pa no abrir en canal á aquel hombre y perdese con él pa sinfinito! -¡Recongrio, qué ratos pasé! Dempués bailó el Josco con ella... cosa -que en los jamases había hecho... ¡en los jamases, congrio! Esto acabó -de cegame. Quise echale ajuera en una güelta á lo alto, cosa curriente -en toas partes... ¡y no se salió, recongrio! ¡no se salió ni por esas! -Híceme el tonto<span class="pagenum" id="Page_207">[p. 207]</span> al -agravio, por no perdeme allí y á medio pueblo conmigo... y hartéme de -bailar con las otras mozas.</p> - -<p>—Bien hecho, Quilino, bien hecho. ¡Eso es ser prudente de veras!</p> - -<p>—¡Si yo soy así, don Elías!... ¡Le digo á usté que soy así, anque -paezca mentira con estas agallas que tengo, recongrio! Pos, señor, que -sacabó el corro; y acabándose el corro y viendo yo que Pedro Juan iba -á tomar ruta á Las Pozas, atajéle el camino por un arrodeo; y en el -callejo del Hisuco, híceme el alcontraizo con él. «¿Se va pa casa, eh?» -díjele yo. «¿Y cai con eso?» me arrespondió parándose de plonto. «Pos -ná, hombre,» díjele yo otra vez, «hablar por hablar como entre güenos -amigos.» Así escomencemos, don Elías; y hablando, hablando, el hombre -jué templándose; y al ver yo que la cosa estaba en punto, díjele: «Pos -yo tenía que decite dos palabras respetive á esto y á lo otro.» Y se -lo estipulé finamente; sin faltale, vamos... ¡sin faltale ni en tanto -así, recongrio! El hombre se quedó algo cortao en primeramente; dempués -golvió á decime: «¿Y cai con eso?» Y yo arrespondí: «Pos tal y cual,» -¡siempre finamente, recongrio, y sin faltale en cosa anguna! Al último -me dijo: «Que la haiga hablao ú que no, no es cuenta tuya.» «¡Hombre!» -le dije yo otra vez; «que mira<span class="pagenum" id="Page_208">[p. -208]</span> esto, que considera lo otro... que por aquí, que por allá,» -y él que: «Déjame en paz,» y «que arriba y que abajo.» Y por este orden -jué tomando auge la cosa. «Te digo por tu bien,» me dijo en remate, -«que sigas tu camino en paz.» «Pos ahora es cuando hay que apretar,» -díjeme yo, pensando que el hombre se encogía... Sí que arreparé que -se le abajaba la color y le temblaba mucho un carrillo por arrimao á -la ojalera; pero tomé el caso á favor mío; arrastróme esta fortaleza -y esta entraña que tengo, y pensando aturdile, le llamé cobardón -y sinvergüenza, echando al mesmo tiempo centellas por los ojos... -¡Recongrio!...</p> - -<p>—¡Valentía fué de veras la tuya, Quilino!—exclamó el médico.</p> - -<p>—¡Valentía?...—respondió Quilino creciéndose medio palmo.—Le digo á -usté que á mí no se me conoce hasta la presente, ¡recongrio!</p> - -<p>—¿Y qué respondió él á esa provocación tuya?</p> - -<p>—Lo que no hubiera respondío á estar yo más sobre mí de lo que -estaba. Porque yo, señor don Elías, no me alcordé en aquellos momentos -de que el Josco es hombre de lunas, y que en aquel estonces podía muy -bien estar con ella; y á los valientes así, el valiente que se les -cuadre debe cogerlos siempre la delantera... Si yo doy en el ite, don -Elías; si yo doy<span class="pagenum" id="Page_209">[p. 209]</span> en -el ite, ¡recongrio! detrás de las palabras va la mano, y tiene que dir -la josticia á levantale esta noche en el callejo. Pero no jué así por -un olvido mío, y se me adelantó él á mí, como era de esperar.</p> - -<p>—Bien; pero ¿de qué modo se adelantó?</p> - -<p>—Pos... con la guantá de que hablé endenantes.</p> - -<p>—¿Sin prevenirte con una mala palabra?</p> - -<p>—¡Ni una, recongrio! Y esa es la traición que ha de pagame sin -tardar mucho.</p> - -<p>—Y tú ¿qué hiciste?</p> - -<p>—¿Qué había de hacer, recongrio? ¿Dióme él tiempo pa ná? ¡Si aquello -jué un rayo que vino sobre mí! Sentí el golpe; resonóme aentro como -si me hubieran espatarrao la cabeza con un mazo de encambar; dí cosa -de tres güeltas alreguedor; y cuando vine en conocimiento, me ví solo -en el callejo y sangrando por la boca. Como no sabía de qué era ni lo -que podía salir por allí, apretando mucho las quijás y cerrando bien -los labios, víneme de una correndera á que me reconociera usté... Pero -¡recongrio! si cuando golví en mis cabales me alcuentro cara á cara -con el traidor, me pierdo, señor don Elías, ¡me pierdo, recongrio, por -éstas que son cruces!...</p> - -<p>—Pues mira, Quilino—díjole el médico, y creo que sin poner en duda -las valentonadas<span class="pagenum" id="Page_210">[p. 210]</span> -del mozalbete,—más vale que no te encontraras con él. Es hombre el -Josco de mucho puño y malas moscas; y una buena dentadura, como la que -á tí te queda, no tiene precio.</p> - -<p>—¿Y cree usté—le preguntó Quilino señalando al carrillo, que seguía -hinchándose,—que esto no pasará á cosas mayores?</p> - -<p>—Lo creo, como creo también que Pilara está muy enamorada de Pedro -Juan; y lo creo porque lo sé, ¿entiendes? porque lo sé; y habiendo esto -por medio, no debes tú empeñarte más en ese imposible en que estás -enredado.</p> - -<p>—¡No empeñame más!... ¡Recongrio! Primero que yo eche pie atrás sin -que esto sea con su cuenta y razón, acaba medio Robleces entre mis -manos... ¡Si le güelvo á decir á usté que á Quilino no se le conoce -aquí entoavía, recongrio!</p> - -<p>—¡Bah!... todo eso es pólvora de los pocos años—dijo don Elías -levantándose y llevando en seguida á Quilino hacia la puerta -de la sala, donde le añadió al oído y con mucho misterio estas -palabras:—Mira, hombre: si quieres consolarte del fracaso de tu negocio -con Pilara, yo te citaré otro de mucho más bulto. ¿Conoces á Marcones -el de Lumiacos?</p> - -<p>—¿El estudiante que ha dao en venir á Robleces toas las tardes?</p> - -<p>—Ese mismo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_211">[p. 211]</span></p> - -<p>—Sí que le conozco.</p> - -<p>—Pues ese pedantón sin vergüenza ha ahorcado los libros que -estudiaba, y anda ahora á caza del gato del Berrugo, casándose con su -hija, Pero ¡morruda castaña le van á dar!... Porque Inés no le traga -ni á palos. Me lo ha confesado ella misma. ¡Eso es lo que se llama una -calabacera de órdago! Puedes correrlo por ahí si te da la gana.</p> - -<p>Con esto despidió á Quilino, enterándole antes de lo que debía -hacer en el caso de que se le enconaran las heridas del carrillo; y en -seguida llamó á sus hijas á la sala para contarlas, á su modo, quiero -decir, aumentándole en más de la mitad, el suceso de Quilino con todos -sus precedentes y consecuencias. Estas comidillas suplían en aquella -casa por la mejor de las cenas; y cabalmente la de aquella noche fué de -las más frugales de todo el año.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_pelopincho.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_12"> - <p><span class="pagenum" id="Page_213">[p. 213]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_sonrisa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XII</h2> - <p class="subh2">EN QUÉ MANOS ANDABA INÉS</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-j.jpg" alt="J" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Jamás</span> se supo qué hizo -don Baltasar en lo del asunto que motivó el paseo marítimo recién -historiado, en los días siguientes á él, ni si hizo algo siquiera; pues -si lo hizo, fué por sí solo y sin que nadie se enterara de ello. Lo que -no puede negarse es que faltó de casa en la primera semana más veces -que las de costumbre, y que á la preocupación que le distraía, siempre -que no necesitaba los cinco sentidos para consagrarlos á sus habituales -tareas, se debió el que no reparara lo que sin aquel motivo hubiera -reparado: en lo pegajoso que se iba haciendo allí Marcones, y en el -calor con que se tomaba entre el sobrino y la tía la educación primaria -de Inés.</p> - -<p>Sólo cuando los días corrieron y tras de la sorpresa de ver á su -hija muy peripuesta y re<span class="pagenum" id="Page_214">[p. -214]</span>peinada, fué recibiendo otras no menos chocantes, como las -de hallar su cama muy curiosa y bien mullida, sin mugre y con toalla -limpia el palanganero, su ropa de uso con los botones completos y sin -manchas ni descosidos, el techo sin una sola telaraña, y muy fregoteado -el suelo, la mesa puesta con orden y limpieza á las horas de comer, y -cada mueble de la casa en su sitio; sólo, repito, cuando todo esto y -algo más á su semejanza aconteció, por la fuerza misma de las cosas -volvió la atención hacia ello. Examinólo más despacio entonces; y -cuando su curiosidad andaba rayando con el asombro, llamó aparte á la -Galusa, que seguía con el gobierno de la casa, y la preguntó:</p> - -<p>—¿Qué mil demonios pasa aquí? ¿Con qué se ha curado Inés tan de -repente de aquella galbana que la tenía siempre como perro á la sombra? -¿Por qué se peripone y se lavotea? ¿Por qué está mi cuarto hecho unos -soles, y no se ve en toda la casa un lamparón, ni una silla con polvo -ni fuera de su lugar?</p> - -<p>Toda esta descarga de preguntas recibió la pelindrusca aquélla -sonriéndose con toda su bocaza, rascándose los brazos desnudos -y mirando á su amo con una pascua en cada ojo; y después de -hacerle desear un poco la respuesta, se la dió en estos términos, -encareciéndolos mucho con el tono y los ademanes:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_215">[p. 215]</span></p> - -<p>—Todo eso que se ve y más de otro tanto como ello, que no está tan á -la vista, es obra de ese dimoño de muchacho.</p> - -<p>—¿De tu sobrino?</p> - -<p>—Del mesmo... ¡Le digo que paece mentira! Si tuviera los mengues en -el cuerpo, no hiciera más milagros de los que ha hecho en tan pocos -días... Está Inés que no se la conoce... ¿Ve usté cómo limpia? Pos lo -mesmo escribe ya y saca cuentas y va aprendiendo las miles cosas que -Marcos la enseña en libros. ¡Lo que sabe el mal demónchicos de él! -¡Y cómo lo cierne y lo habla y sabe ponerlo en la palma de la mano -para que se vea como es debido! No, y ella no es de las que tienen -por fantesía los ojos en la cara: la verdá hay que decirla siempre; -y le aseguro, porque lo he visto, que en el aire pesca la endina las -enseñanzas... ¡en el aire, vamos! Como que no paece sino que son nacíos -pa entenderse los dos en esos particulares... y en otros muchos.</p> - -<p>—Que tu sobrino—replicó el Berrugo en el tono de burla fría que le -era propio,—la enseñe á escribir y contar y algunas cosas más de las -que él sabe... á costa de quien yo me sé, no me pasma; ¡pero á ser -limpia?...</p> - -<p>—¡Pos hasta eso!... Y ¿por qué no ha de enseñárselo igualmente?</p> - -<p>—Porque nadie puede dar lo que no tiene; y<span class="pagenum" -id="Page_216">[p. 216]</span> ó yo no le he mirado bien, ó tu sobrino -Marcos puede llevar un plantío de berzas en cada mano.</p> - -<p>—¡Qué cosas que tiene este hombre!—dijo aquí la Galusa algo -picada.—El mi sobrino Marcos tiene más limpieza que todo eso... Y -aunque no la tuviera, si sabe enseñar el modo de que otro la tenga, -¿qué más da?... ¡Vaya que se le paga al enfeliz con buen rumbo el -trabajo que se toma por puro antusiasmo y pujos naturales de hacer el -bien!</p> - -<p>—Poco á poco sobre eso—dijo el Berrugo amoscándose.—En decir que -tu sobrino es puerco, no falto á la justicia, porque á la vista lo -lleva; pero el meterme tú por los ojos las enseñanzas que da á Inés -como un favor del otro jueves, ya va por caminos muy diferentes. En -primer lugar, yo no le llamé para que se tomara ese trabajo: él y -tú lo barajásteis con Inés, sabe Dios cómo; en segundo lugar, si tu -sobrino tiene vergüenza, á más que á eso le obliga el dineral que -aflojé yo para ayudar á que aprendiera lo que sabe, por ceguedades con -que le atolondran á uno los demonios, y por arrastrados miramientos -que nunca lloraré bastante... ¿Lo entiendes?... Pues ahora le puedes -ir con el cuento si te acomoda; y si le parecen mucho las Indias que -me da con sus enseñanzas á Inés, que la deje sin ellas: al fin y al -cabo, para hembra, le sobraba la mitad de lo po<span class="pagenum" -id="Page_217">[p. 217]</span>co que sabía, y yo bien hecho estoy -á vivir entre roñas... como tú; y si me apuras un poco, hasta me -engordan; pero si quiere seguir, y no haría nada de más, ni tú tampoco -en aconsejárselo, que no espere que yo se lo agradezca tanto así (y -marcó lo negro de la uña del dedo meñique); porque, como ya te he -dicho, bien pagado se lo tengo... ¿Te vas enterando? Pues contigo va -también la solfa, por si acaso quieres entonar con ella la letanía de -alabanzas á tu sobrino... Y en seguida, vuelve por otra: ya ves que -aquí se sabe corresponder como es debido... Y mírame los colmillos. -¿Ves qué retorcidos están?... Por si habías soñado con jincarme los -tuyos en parte blanda con el memorial de sabidurías del zanguango...</p> - -<p>Aunque la Galusa estaba bien acostumbrada á las genialidades de su -amo, y solía reirse de muchas de ellas porque eran chisporroteos que -no podían quemarla ni el pelo de su ropón de ama y señora inamovible -de la casa, las de esta vez ya le penetraron más hondo, no solamente -por las especies apuntadas en ellas, el tonillo chocarrero de que iban -acompañadas y lo grave del asunto con que podían ligarse en definitiva, -sino porque esa vez no era la primera, ni siquiera la cuarta, que, en -poco tiempo, la domada bestia se atrevía á enseñar los dientes y las -garras á la domadora.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_218">[p. 218]</span></p> - -<p>—¿Qué es lo que <i>se quiere</i> decir con eso?—preguntó de repente la -ofendida, poniéndose en jarras, un poco doblada por los ríñones, con el -pescuezo rígido y los ojos clavados en los del Berrugo.</p> - -<p>Sabía éste, por una larga experiencia, que las grandes cóleras de -su criada comenzaban á estallar suprimiéndole á él la personalidad en -sus invectivas, para eludir todo tratamiento; pero más valiente en -esta ocasión que en otras semejantes, cuadróse á su vez delante de la -retadora, y la contestó remedándola el estilo:</p> - -<p>—Se quiere decir con eso, lo que nos da la real gana. ¿<i>Quedamos</i> -enterados?</p> - -<p>—¡No... mal hombre!—repuso la cotorrona hecha un basilisco;—¡no -quedo enterada!... ¡Porque yo no hice qué pa merecer eso! ¡Y aquí -pasa algo de un tiempo acá, que quiero saber!... ¡Yo no soy ya lo que -era!</p> - -<p>—Eso bien salta á los ojos—dijo el Berrugo con una calma incisiva -que acabó de exasperar á la Galusa.—No hay más que vernos la -estampa.</p> - -<p>—¡Miren por onde se descuelga el grandísimo... pendejo, que tamién -tiene que ver! La culpa tuvo quien no se dió á valer más cuando lo -valía, y puso manjar de reyes en boca que merecía carrancas... Ahora -viene el pago en la moneda de todos los desalmaos: dispués de comernos -la hebra...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_219">[p. 219]</span></p> - -<p>—Justo—interrumpió don Baltasar,—arrojamos los huesos. Nada más -puesto en razón... Pero entiéndase que no se va por ese camino ahora, -ni hay para qué llorar golpes que no se han recibido... Y ya se ha -dicho lo bastante y hasta de sobra, para que se nos entienda... y -lo dicho se repite... y de lo dicho se responde... y si se quiere -más claro, se pone al sol... y si pica, rascarse... y si duele, que -duela... ¿Lo vamos entendiendo mejor?... Pues nos alegramos... y hasta -otra.</p> - -<p>Con esto, chasqueó los dedos don Baltasar; hizo una zapateta delante -de la criada, trémula de ira, y se largó de allí arrastrando la escoba -que llevaba en la mano.</p> - -<p>No le contó la Galusa todo esto á su sobrino; pero le dijo sobre -ello algo que debía saber, para tenerlo muy en cuenta.</p> - -<p>—Yo no sé—le dijo entre otras cosas,—qué es lo que le pasa á ese -pícaro de hombre de un tiempo acá. Antes era un borrego para mí; y -sin dejarse llevar en todo por onde yo quesiera llevarle, tampoco se -empeñaba en arrastrarme consigo contra mi gusto... Pero ahora, hijo del -alma, ¡ya te quiero un cuento! Se da á la burla y al chungue cuando -le hablo de lo que no quiere oir... y gracias que se conforma con -eso... ¡Ay, Marcos, qué otra era yo en esta casa en aquellos días de la -difunta, y hasta en<span class="pagenum" id="Page_220">[p. 220]</span> -algunos más cercanos! ¡Cómo me contemplaba el endino y me buscaba el -buen gesto, y qué recio tosía yo delante de él!... Pero, hombre, ¡si -fué ayer, como quien dice, cuando entoavía supe arrancarle esos cuartos -pa la tu carrera, que era punto más que tocar el cielo con las uñas! -Cierto que ya por entonces me costaba un triunfo lo que antes conseguía -yo con sólo un mirar de los ojos; pero ¡tanto como esto de ahora!... -Porque la cosa va empiorando de día en día... ¡Y tengo que andar con -un tiento!... Á veces pruebo á enfadarme: pior que pior... ¡Cristo -del alma! no digo yo que enfadarme, con sólo ponerme josca en tiempos -de la difunta... y algunos de más acá, ¡cómo le abajaba los humos al -arrastrao, y qué blando me miraba... y qué!... Pero, hombre, ¿en qué -consisten estas cosas?</p> - -<p>Marcones, que escuchaba á su tía con mal ceño y mucha atención, la -respondió al punto:</p> - -<p>—En que desde esa difunta acá, han pasado muchos años, tía; y con -los años, que todo lo consumen, van cambiando las personas hasta en -estampa; y con las personas y las estampas, los pareceres y los gustos -y los deseos; y lo que ayer se apetecía por sabroso, hoy se aborrece -por insípido; y el que antaño era mozo de correa, ogaño es un vejancón -que no puede con las bragas...</p> - -<p>—Y mira que bien puedes estar en lo cierto,<span class="pagenum" -id="Page_221">[p. 221]</span> Marcos; que ya me iba yo barruntando algo -de ello por más de cuatro señales... Pero á lo que te voy: por éstas y -otras, no hay que fiar cosa alguna de ese hombre pa el asunto que traes -entre manos.</p> - -<p>—Que traemos.</p> - -<p>—Sea como mejor te paezca. Y dígote, Marcos, que te andes con mucho -tiento en el particular; que no rastree ese... mal alma, ni una pizca -de cubicia en tí... Tú no eres pa él más que un mozo agradecío que paga -parte de lo que debe al padre, con el beneficio que hace á la hija. ¿Te -vas enterando?... ¡Y golpe á la hija... que quiera que no! Porque si de -ella no sale, no hay otra puerta á que llamar.</p> - -<p>—¿Responde usted de que no se me cierren las de esta casa?</p> - -<p>—De eso creo que sí, si tú te mantienes en el ten con ten que te he -dicho; porque él es gustoso de que sigas desasnando á Inés.</p> - -<p>—Pues todo lo demás corre de mi cuenta.</p> - -<p>—¿Y qué tal marcha la cosa, qué tal?</p> - -<p>—Como una seda, tía... ¡como una seda!... ¡le digo á usted que como -una seda! Inés ve por mis ojos, discurre con mi entendimiento, y no -pisa otro camino que aquél por donde yo quiero llevarla.</p> - -<p>—¿Y la has dicho ya algo por onde pueda leerte la voluntá?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_222">[p. 222]</span></p> - -<p>—Me voy dejando caer siempre que lo pide el caso.</p> - -<p>—Y ¿qué tal, qué tal lo recibe?</p> - -<p>—Como una seda, tía... ¡lo mismo que una seda!</p> - -<p>—Pos eso es lo prencipal... Yo, bien lo irás notando, poco vos -estorbo con la presencia...</p> - -<p>—Sí; pero eso no basta: hay que seguir avivando el fuego que queda -encendido en ella cuando yo me marcho.</p> - -<p>—En eso estoy, Marcos; y bien sabes que lo hago los más de los días, -y que si no lo hago en todos, es porque no la suspenda el machaqueo. -Ayer, sin ir más allá, ¡qué cosas la dije en un ratuco que se me vino á -las manos! «¡Vaya, que buena estrella te alumbró,» la dije yo así, «el -día en que el mi sobrino se nos coló por esas puertas! Estabas hecha -una venturá y como un palomino á oscuras, y en un quítame esas pajas te -güelve ese Merlín de Satanás lo de arriba abajo, como el otro que dice, -y te hace otra mujer de la que eras, y toda una señora como lo debías -de ser... ¿No paece que hablan ángeles por su boca cuando te pedrica lo -que quiere enseñarte, y que lleva un hechizo en la mano cuando pinta -aquellas escrituras que imitas tú tan guapamente? Pos esto, hijuca, se -puede estimar en lo que vale, porque á la vista está; pero ¿qué te diré -yo de lo que an<span class="pagenum" id="Page_223">[p. 223]</span>da -enculto y en los adrentos de la persona? ¿Cómo te emponderaré lo que -no has podío ver entoavía? ¿Qué alabanzas serían bastantes pa poner -onde se debe aquel sentir cariñoso; aquel corazón de perlas, que de -tan grande como es no le cabe entre pecho y espalda, y aquella santidá -de prencipios que le consume y desmejora apurándose lo que no debe por -el bien de los demás?... ¡Si te digo, Inés, que en ocasiones miles me -entran como pesaumbres de verle tan tirao por la Iglesia, al hacerme el -cargo de lo mucho que escasean en estos tiempos los buenos mandos y los -padres de familia como debieran de ser! ¡Dios sabe lo que se hace; pero -á mí no hay quien me saque de la cabeza que no tendría que envidiar -cosa anguna á la princesa más relumbrante, la mujer que alcanzara la -suerte de un hombre como el mi sobrino!...» Y así, por este arte, fuí -pedricando y pedricando...</p> - -<p>—Y ¿qué respondía ella?—preguntó aquí Marcones, en cuya caraza -estaba pintada la convicción de que él valía todo aquello y mucho -más.</p> - -<p>—Aticuenta que ná, y aticuenta que mucho—dijo la Galusa.—Ná, porque -fueron pocas sus palabras; y mucho, porque toas ellas fueron un puro -<i>amén</i>; y más entoavía que por esto, por aquel mirar de ojos dulces, -y aquel reir de boca placentera... y hasta aquel sospiro tem<span -class="pagenum" id="Page_224">[p. 224]</span>blón con que escuchaba sin -perder tilde todo lo que yo la iba pedricando.</p> - -<p>—¿Sabe usted una cosa, tía?—volvió á preguntarla Marcones, después -de permanecer un rato en silencio con la cabeza medio inclinada, una -mano en la sobarba y los ojos muy abiertos.</p> - -<p>—Tú dirás, Marcos,—respondió la Galusa arrimándose más á él.</p> - -<p>—Pues digo que, á veces, tengo algo de miedo á mi propia obra.</p> - -<p>—¿Por qué, hijo?</p> - -<p>—Porque usted no sabe los peligros que se corren en meter de repente -en una cabeza tantas luces como he metido yo en la de Inés, cuando -se quiere que esa cabeza no suelte el freno que uno le pone para -gobernarla.</p> - -<p>—No te entiendo.</p> - -<p>—Quiero decir que cuando más se espabila un entendimiento, más se -aficiona á discurrir por su cuenta propia; y discurriendo mucho de -este modo, más deseos hay; y habiendo más deseos, más se comparan -las cosas; y comparándolas, no se toma lo que se nos da, sino lo que -escogemos nosotros... En fin, yo me entiendo. Pero no quiere esto decir -que hasta la fecha tenga yo el menor motivo para temer que se me quede -la obra entre las manos, hecha trizas; ya le he dicho á usted que no -puede ir el asunto mejor de lo que va. Lo que temo es por el<span -class="pagenum" id="Page_225">[p. 225]</span> día de mañana, si no -conjuro los peligros hoy.</p> - -<p>—¡Pues conjúralos, hombre!</p> - -<p>—¿Qué más quisiera yo, rayos y centellas!... Pero ¿cómo? ¿No sabe -usted que yo no soy un mozo soltero como todos los demás? ¿que entro en -esta casa como un seminarista en vacantes, á enseñar á la hija de su -padre lo mucho que ignoraba?... ¿que con este ropaje que visto no puedo -llamar á las cosas por sus nombres, y necesito una eternidad de tiempo -para no echar á perder lo que, en otras condiciones, daría yo por -acabado en pocos días? ¡Ah, si yo pudiera vestirme de colores y echar á -la lumbre el medio balandrán que tanto me pesa!</p> - -<p>—¡Pues échale, alma de Dios!</p> - -<p>—Tras de ello ando; pero muy poco á poco, para no dar el golpe en -falso. Á veces creo que ya es hora, por ciertas señales; pero luégo -pienso de otro modo; y para asegurarme más, lo aplazo para otro día. Y -así estoy consumiéndome la sangre, asándomela, mejor dicho; porque ha -de saber usted también, que desde que veo á esa muchacha tan limpia, -tan peripuesta, tan alegre... tan realísima moza, me llevan los -demonios hasta con el aire que se le enreda en el pelo y las moscas que -se la ponen encima... ¿Me va usted entendiendo ahora mejor?</p> - -<p>—¡Vaya si te voy entendiendo!... Sólo que no tengo los recelos -que tú, porque la cosa mar<span class="pagenum" id="Page_226">[p. -226]</span>cha en el aire. Pero, por si acaso, no eches en olvido lo -que te dije. Espéralo todo de ella... ¡y aprieta de firme ahí! Por lo -demás, y si á recelos fuéramos, uno bien gordo podía yo tener...</p> - -<p>—¿Cuál?</p> - -<p>—Pos el de que tú no pescaras la breva que buscas, y perdiera yo la -que tengo bien ganá.</p> - -<p>—¿Cómo, cómo?</p> - -<p>—¿Cómo? Llegando Inés á crecerse tanto, que tú le paecieras poco, y -quisiera ser ama de su casa. ¡Y mira que ya no puedo contar con aquel -arrimo que en otros tiempos me puso aquí por encima de la madre que la -parió! Tú lo has dicho, Marcos: dende estonces acá, han corrió muchos -años, y con los años cambian las gentes y se mudan los gustos... ¡Pos -mira que tendría que ver!</p> - -<p>—¡Bah, bah, bah!... No hay que hablar de eso—concluyó Marcones -bamboleando el corpazo y revolviendo el aire con las manos -abiertas.—Las cosas van como una seda, y esa es la que vale... Hoy -por hoy, Inés es prenda mía... ¡mía!... ¿lo entiende usted bien? y en -buenas manos está.</p> - -<p>—¡Dios te oiga, hijo; Dios te oiga, porque güeña falta nos hace!</p> - -<p>Y con esto se fué la Galusa hacia la cocina, mientras su sobrino -enderezaba los pasos á la escalera.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_lm.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_13"> - <p><span class="pagenum" id="Page_227">[p. 227]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_tristeza.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XIII</h2> - <p class="subh2">LA OBRA DE MARCONES</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-e.jpg" alt="E" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">En</span> la misma sencillez -del plan de enseñanza establecido por Marcones y aceptado por Inés, -estaba la condición que más honraba al ingenio del seminarista, tan -interesado en que fueran entrando en la desprevenida inteligencia de -la discípula, mayores cantidades del maestro que de las materias que -éste le explicara. Ya se ha dicho que la hija de don Baltasar Gómez -de la Tejera escribía desastrosamente, y bien puede afirmarse en esta -otra página, sin faltar á la verdad, que aún lo hacía mucho peor que -eso. La pluma era una estaca entre sus dedos encogidos; y mientras la -estaca subía ó bajaba á empujones, de la línea trazada en el papel, -la pendolista hacía embudos con los labios y entornaba y revolvía -la cabeza. De esta labor penosa resultaban letras mal avenidas y -defor<span class="pagenum" id="Page_228">[p. 228]</span>mes, una vez -apiñadas y medio embebidas las chicas en las grandes, porque había de -todo en cada palabra, y otra vez danzando por los aires sin cuenta -ni razón; y á cada palitroque hacia arriba ó hacia abajo, allá va un -borrón como una oblea, y allá va en seguida Inés á limpiarle con el -dedo mojado en la lengua. Daba compasión una plana de aquel arte.</p> - -<p>Cabalmente era Marcones un gran pendolista, y rasgueaba con el -desembarazo de un adornista de planas de Navidad; y poseyendo este -talento, fuera por lucirlo ó por probar el temple de su arma, al -modo que lo hace el espadachín de academia con el acero que recibe -para entrar en un duelo... de salón, antes de dar comienzo al primer -ejercicio trazó con la pluma, sin levantarla del papel y con el brazo -al aire, el nombre de Inés envuelto en un laberinto de espirales y -<i>emparrillados</i> que arrancaban de la misma letra inicial. Inés se -quedó maravillada. Pues bien: lo notó el pendolista; y en lugar de -volverla á <i>palotes</i> para comenzar por el principio, trámite en que él -no podría lucirse gran cosa, la dedicó al rasgueo continua para vencer -sus resabios <i>de escuela</i> y dar la necesaria soltura á su mano. La -discípula lo celebró en el alma y puso los cinco sentidos en ello. Pero -no daba golpe.</p> - -<p>—¡No es así! ¡No es así!—la decía Marcones<span class="pagenum" -id="Page_229">[p. 229]</span> al ver cómo ensuciaba carillas de papel -con unas cosas que parecían madejas enmarañadas de sogas viejas de -esparto.—Lo primero, aprender á agarrar la pluma... ¡Nada de encoger -los dedos ni de emplear los cinco á la vez! Con tres hay bastante si se -colocan como se debe. Los otros dos, para apoyo de la mano. Vamos á ver -si se me ha entendido... ¡Tampoco es así!</p> - -<p>Y Marcones se veía entonces precisado á colocar, con sus propios -dedos, todos los de la mano de Inés, uno por uno, como debían -colocarse. Pero esto no bastaba, porque la discípula, acostumbrada -á otra postura muy diferente, con la nueva no acertaba á mover la -mano.</p> - -<p>—¡Adelante con ella sin miedo!—decía el maestro moviendo la suya en -el aire, como si rasgueara allí.</p> - -<p>Y nada: ó no se movía la mano de Inés, ó si se movía, era para -clavar los puntos en el papel y largar una hisopada de tinta hasta la -pared frontera.</p> - -<p>Con lo cual, hete aquí á Marcones obligado á agarrar y conducir, con -su manaza velluda, la suave y torneadita de la torpe muchacha.</p> - -<p>—¡Bien suelta la muñeca ahora!... ¡En el aire todo el brazo desde -el codo!... ¡Que vaya la mano por donde quiera llevarla la mía!... -¡Ajajá!... ¡Eso es!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_230">[p. 230]</span></p> - -<p>Y mientras así exclamaba Marcones, arrastraba aquel pedazo de -hermosura, tibia y sedosa, por la blanca superficie del papel, en la -cual iba quedando estampada una curva de rumbos infinitos, tan pronto -panzuda y rebosando de tinta, como extenuada y sutil hasta tocar en -lo invisible; no de tan firme trazo ni tan limpia de rebarba como las -que rasgueaba el pendolista solo y sin que le temblara la mano; pero -lo bastante pintoresca para que Inés, al considerarla maravilla de su -pluma, se riera como una boba. Con aquella risa de la educanda se animó -el profesor, y la curva continuó serpeando y enroscándose por todos los -espacios limpios de la plana, arriba y abajo, adelante y atrás.</p> - -<p>—¡Que se me duermen los dedos!—dijo al fin Inés, conteniendo la -risa.</p> - -<p>—No importa,—respondió Marcones sin cejar en su empeño.</p> - -<p>—¡Es que me aprieta usted mucho!—añadió la discípula menos risueña -ya.</p> - -<p>—¡Hay que hacerse á todo!—insistió el inexorable maestro.</p> - -<p>Y la curva, después de culebrear por los espacios del centro, se -coló por un ángulo, y acometió á los márgenes, y los fué recorriendo -uno por uno hasta llenarlos de lazos y caracoleos; y sólo cuando la -superficie entera del pa<span class="pagenum" id="Page_231">[p. -231]</span>pel fué una mar de tinta, soltó Marcones la presa. Entonces -aparecieron cárdenos y como adheridos al mango de la pluma, los -primorosos dedos de la discípula, y los ojos de su maestro echando -llamas.</p> - -<p>Tal fué la primera lección. Las ocho ó diez siguientes fueron por el -estilo; porque Inés no acababa de soltarse á rasguear por sí sola con -la valentía y la firmeza necesarias, y su maestro no quería pasar á un -nuevo trámite sin dejar bien asegurado el anterior.</p> - -<p>La <i>escuela</i> se estableció en un cuarto, que en la ciudad se -llamaría gabinete, con entrada por la sala y frontero á la pieza en que -conversaron sobre el tesoro oculto don Baltasar y el médico.</p> - -<p>La Galusa, desde que comenzaba cada lección, se plantaba delante de -la mesa con el sucio mandil recogido en la cintura; los brazos, resecos -y chamuscados, al descubierto; la mano derecha sosteniendo la quijada -del lado correspondiente, y la izquierda el codo de aquel brazo. Con -los ojuelos, algo pitarrosos, seguía los movimientos de la mano de -Inés, y con una madeja de arrugas pardas, que es lo que venía á parecer -una sonrisa de su ancha boca desdentada, y media frase mal hecha, -pronunciada con su voz ronquilla, celebrabra las habilidades de su -sobrino ó los progresos de la discípula; pero en<span class="pagenum" -id="Page_232">[p. 232]</span> cuanto la torpeza de ésta exigía la -intervención material de la mano del maestro, ya se sabía: á la Galusa -siempre le caía algo que hacer fuera del cuarto.</p> - -<p>—¡Vaya que es ocurrío el dimoño de muchacho!... ¡Te digo, hija, que -si no aprendes con él lo mucho que no sabes!...</p> - -<p>Y se largaba de allí sorbiendo la moquita y arrastrando las -chancletas.</p> - -<p>Á don Baltasar, después del comienzo de la primera lección á -que asistió por curiosidad y de mala gana, no volvió á vérsele por -la escuela. Alguna vez pasaba por enfrente, atravesando la sala y -golpeando sus tablones con el trasto que llevara en la mano; pero sin -fijar la atención en lo que hubiera en el gabinete, cuya puerta ¡eso -sí! estaba siempre abierta de par en par.</p> - -<p>Llegado el caso de acompañar á las lecciones de escribir otras de un -poco de gramática, Marcones, con las propias miras, quiero decir, con -las de que se grabaran en la mente virgen de la educanda más imágenes -del profesor que textos descarnados del libro, comenzó por echar pestes -contra todas las gramáticas publicadas y sin publicar. En ninguna de -ellas había cosa con arte ni sentido común.</p> - -<p>Por ejemplo:</p> - -<p>—«<i>Verbo</i>»—leía Marcones en el librejo que<span class="pagenum" -id="Page_233">[p. 233]</span> tenía entre manos y que era de su -propiedad,—«es aquella parte de la oración que sirve para significar la -afirmación ó juicio que hacemos de las cosas y las cualidades que se -les atribuyen.»</p> - -<p>Y luégo añadía muy indignado:</p> - -<p>—¿Es usted capaz de conocer un verbo por estas señas que convienen á -tantas cosas que no son verbos?</p> - -<p>Inés contestaba honradamente que no.</p> - -<p>—¡Claro!—exclamaba el otro, haciendo temblar las paredes con el -estruendo de su voz.—¿Cómo ha de conocerse nada de este mundo con esa -manera... estúpida de definir?... ¡El verbo no es eso! ¡El verbo, -<i>verbum</i> de los latinos, es otra cosa muy diferente de lo que se dice -aquí sin saberse lo que se dice! ¡El verbo no es lo que se declara en -esta definición... estúpida! ¡El verbo es lo que yo me sé y lo que -irá usted aprendiendo por las señales que yo le vaya dando! ¿Me ha -entendido usted bien?</p> - -<p>—Muy bien,—respondía la muchacha, sin dudar que aquel mozo sabía más -que todos los libros de que la hablaba.</p> - -<p>—Pues verá usted ahora lo que es un verbo—añadía Marcones -arrimándose al costado de Inés todo lo necesario para que ésta -distinguiera bien la palabra que él apuntaba con el dedo en el -libro que la ponía sobre la mesa, debajo<span class="pagenum" -id="Page_234">[p. 234]</span> de sus ojos,—y va á servirnos para el -caso un trozo de la misma definición... estúpida que acabo de leer... -Este: «<i>la afirmación ó juicio que hacemos de las cosas</i>...» ¿Cuál de -estas palabras es el verbo?</p> - -<p>Inés, que no entendía de fingimientos, respondía sin titubear que no -lo sabía.</p> - -<p>—¡Pues es claro que no lo sabe usted! ¿Cómo había de saberlo si aún -no se lo he enseñado yo? Pues el verbo es esta palabra: «hacemos.»</p> - -<p>Y la ponía el dedazo encima, mientras con el brazo izquierdo -resobaba el derecho de Inés.</p> - -<p>—Y ¿en qué se conoce?—preguntó ésta, apartándose un poco hacia el -lado opuesto.</p> - -<p>—Se conoce—respondió Marcones,—se conoce... en todo: por de pronto, -en que, si la suprimimos, todas las que la acompañan ya no quieren -decir nada; después, en lo mucho que pueda variar... <i>hago</i>, <i>harás</i>, -<i>haríamos</i>, <i>hicimos</i>... De modo que el verbo es la palabra que más -varía.</p> - -<p>—Entonces—se atrevió á observar Inés,—también es verbo esta otra.</p> - -<p>—¿Cuál?</p> - -<p>—Ésta: «<i>la.</i>»</p> - -<p>—¡<i>La</i> verbo!...</p> - -<p>—¡Como también varía!...—dijo la pobre muchacha para disculpar su -atrevimiento.</p> - -<p>—¿Á ver?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_235">[p. 235]</span></p> - -<p>—Creía yo que de su casta eran <i>los</i>, <i>las</i>, <i>lo</i>, <i>les</i>, y que esto -era variar...</p> - -<p>—¡Y sí que son de su casta, y que eso es variar!—replicó Marcones -después de rumiar bastante el reparo.—Sí que es variar eso; pero de muy -distinta manera que el verbo: eso solamente varía en género y número, -al paso que el verbo varía en tiempo... y ¡en qué sé yo cuántas cosas -más! En fin, ya irá usted enterándose poco á poco de estas diferencias. -Por ahora, puede usted creer, bajo mi palabra, que en este trozo de -esta definición... estúpida, el verbo es <i>hacemos</i>, y que no hay otro -verbo más que él ahí.</p> - -<p>Este era el procedimiento de Marcones en sus enseñanzas teóricas; y -uno muy semejante también el que usaba en aquellas homilías de que ya -se habló y continuaba predicando siempre que podía interpolarlas con -sus lecciones prácticas y teóricas. Según estas peroraciones, todo el -mundo era una sentina de maldades, y todos los hombres, particularmente -los solteros, unos pillos. Felizmente había un puñado de excepciones -honradas y con bastante luz en la inteligencia, no sólo para distinguir -la zizaña en medio del trigo, sino para enseñar á distinguirla y á -separarla á las vírgenes inexpertas, dotadas, por la naturaleza y la -fortuna, de todas las prendas que más excitan los «apetitos in<span -class="pagenum" id="Page_236">[p. 236]</span>fames de esos gusanos -viles.» Pero las excepciones honradas, con ser muy pocas, estaban -diseminadas por toda la tierra; y resultaban tan invisibles, que él, -con todo el afán que sentía por descubrirlas y lo diestro y sutil que -era de mirar en el fondo de los hombres, no había podido dar todavía -más que con uno. La modestia no le permitía decir á Inés quién era -ese hombre único «de sano corazón y de inteligencia luminosa.» Pero -la consolaba con la promesa de que no la escasearía sus beneficios -desinteresados, fuera él quien fuese; y la seguridad de que podía -dormir tranquila, sin el recelo de que la faltara defensa contra el -«diente ponzoñoso de los viles gusanos.»</p> - -<p>Era muy dado Marcones á esta palabrería gerundiana, y se le escapaba -de los labios en cuanto quería afinar un poco el estilo, elevándose -hasta el púlpito con que había soñado. Lo advierto porque no se me -pidan cuentas de pecados que no son míos. Y ahora añado que tras estas -generalidades... híspidas, salía á relucir lo particular, la punta de -la oreja, el caso práctico de la vida, el ejemplo, algo forzado, de los -riesgos de una elección desacertada; el paralelo entre la existencia -de dos esposos nacidos para serlo, y la de otros dos, «vil gusano» -él, y mártir de sus equivocaciones ella; disertaciones, en fin, sobre -temas esbozados en conversacio<span class="pagenum" id="Page_237">[p. -237]</span>nes de los primeros días entre Inés y el preopinante.</p> - -<p>Para estos puntos concretos, Marcones usaba los registros más dulces -de su temperamento: atenuaba la voz, desplegaba la sonrisa, armonizaba -con la suavidad de la frase el mirar de los ojos y hasta los dobleces -del cuerpo entre la silla y la mesa. Inés le atendía en estos casos muy -complacida; y si él, por saborear el triunfo ó por tantear el terreno, -se callaba, ella se atrevía á excitarle para que siguiera hablando. Y -esto, que tanto halagaba al mocetón de Lumiacos, era precisamente lo -que le perdía. Creyéndose á dos pasos de la cumbre de su montaña, daba -ya por logrado aquel premio de su valentía; y no sólo le aquilataba en -las mientes, sino que sentía todos los espantos de perderle y todos los -odios contra el azar que se le entregara á otro sér más afortunado. -Y como esto le embravecía de repente, volvía á esgrimir el chafarote -contra fantasmas y vestiglos, y salían de nuevo á danzar los gusanos -viles, el diente ponzoñoso y el hombre único «de corazón honrado y de -inteligencia luminosa.»</p> - -<p>Y este registro ya no deleitaba tanto á Inés, que no por eso dejaba -de admirar el mucho saber de aquel mozo.</p> - -<p>Pero el hecho era, y hecho evidentísimo, que Inés, desde que -estaba sujeta á aquellos debe<span class="pagenum" id="Page_238">[p. -238]</span>res de educanda, iba transformándose á ojos vistas. Tres -semanas después de haber comenzado sus lecciones, no la conocería -el lector que la vió en la antevíspera de esos comienzos, entrar en -la cocina de su casa, levantar los peces por la cola, y limpiarse -los dedos en el vestido. Ya no tenía las uñas negras, ni el pelo mal -recogido, ni la ropa desceñida, ni los pies mal calzados; andaba con -soltura, pisaba firme, miraba con valentía; se peinaba con esmero; -se ajustaba la cintura, con lo que destacaban en toda su belleza las -redondeces del busto; se calzaba bien, y tenían su cara, sus manos y su -cuello esa suavidad y pureza de tonos que da en unas carnes túrgidas -y juveniles, el vicio del aseo, el cual se revelaba, como un toque -muy expresivo del cuadro general, en la fresca blancura de los asomos -de su ropa interior, por las bocamangas y el escote de su vestido de -indiana.</p> - -<p>Esta transformación que asombraba á la Galusa y sorprendía á su amo -y enorgullecía á Marcones, era, sin embargo, la cosa más natural en -una mujer de las condiciones fisiológicas de Inés, aunque de otro modo -lo entendiera el seminarista, por un error que no carecía de disculpa -racional. Era innegable que el sobrino de la Galusa tenía gran parte -en aquel principio de resurrección física y moral de la guapa mu<span -class="pagenum" id="Page_239">[p. 239]</span>chacha de Robleces; -pero la tenía como la tiene el golpe casual que quiebra el pomo, en -la fragancia que esparce el líquido derramado. En no estimar esta -diferencia consistía el disculpable error de Marcones.</p> - -<p>En una mente en que hay luz, como la había en la de Inés, aunque -mortecina por abandono, una idea nueva es aire oxigenado que aviva -la llama, é imán poderoso que va atrayendo otras muchas, enlazadas -entre sí como eslabones de una cadena. La conversación del seminarista -recién llegado á Robleces con la carga de sus malas intenciones, bastó -para producir en la descuidada muchacha la tentación de comparar su -absoluta ignorancia con lo que ella tenía por sapiencia del pedantón de -Lumiacos; el deseo de saber algo, y la noción, á veces, de su inútil -y abominable dejadez. Pero las conversaciones que producían estos -efectos, no eran muy frecuentes; y no siendo continuas las impresiones, -triunfaban de ellas todavía los resabios inveterados, dueños y señores -de aquella naturaleza inculta. Las lecciones diarias la fueron -cautivando la atención y moviendo la curiosidad; y si no aprendía -grandes cosas, averiguaba al menos que podían aprenderse. Iba sabiendo, -por algo que se la decía y por lo que ella preguntaba con su buen -sentido natural, que sin salir de Robleces se podía tener una<span -class="pagenum" id="Page_240">[p. 240]</span> idea de lo que eran el -mundo y el sol y las estrellas, y por qué leyes se regían, y de lo -que había acontecido en la tierra desde su creación acá; porque había -libros que trataban de eso, y eran conocidos hasta de los muchachos -de la escuela, como los conocería ella si su profesor le cumplía la -palabra que le había empeñado «para más adelante.» Por de pronto, -se consagraba con gran empeño á mejorar la letra y aprender bien la -tabla de multiplicar y las cuatro reglas de la aritmética, lo cual -iba consiguiendo poco á poco, y á ejercitar la memoria, por exigencia -propia, con aquellas definiciones de la gramática, calificadas de -estúpidas por su profesor, cuyo sistema de enseñanza, en este punto -concreto, no la satisfacía enteramente, porque no la fijaba reglas para -resolver ella las dudas por sí sola.</p> - -<p>Jamás la dieron en cara sus uñas negras ni sus dedos manchados de -tinta, hasta que tuvo que poner su mano, en la primera lección, tan á -la vista y tan cerca de un extraño y por tan largo tiempo; y eso que -las uñas y las manos de Marcones no estaban más limpias que las de -ella; pero era mujer al cabo; y en la mujer, por indolente que sea, -siempre hay una presumida, más ó menos á las claras. Con el vestido -lacio y el pelo mal recogido, le sucedió lo propio que con las uñas -negras y las manos sucias.<span class="pagenum" id="Page_241">[p. -241]</span> Un día se peinó con esmero, se lavó despacio y se ciñó bien -las ropas de cuerpo. Encontrándose así más á gusto y viéndose más guapa -en el espejo, al día siguiente se lavoteó mucho más, se peinó todavía -mejor, y sustituyó el vestido viejo y resobado, por otro más limpio y -fresco. Y como cuanto más se lavaba y se componía, más guapa se veía -y más ágil se encontraba, el vicio de la compostura y de la limpieza -la iba dominando; y llegaron á darla en cara los suelos mal barridos y -nunca fregados, las mesas empolvadas y las sillas fuera de su lugar. -Ordenó, pues, las sillas, barrió los suelos, despolvoreó las mesas, y -hasta juzgó de suma necesidad dar un fregoteo bien apretado á todos los -suelos de la casa. Por este mismo sentimiento de la limpieza ó de otro -más hondo muy emparentado con él, no volvió á consentir que Marcones -agarrara su mano para enseñarla á correr la pluma sobre el papel, ni -que se pusiera tan vecino á su costado para apuntarle las palabras con -el dedo. Verdad que á Marcones le sudaba la mano y le olía muy mal la -ropa; pero mucho influía en las nuevas repugnancias de Inés algo que no -se olía ni se palpaba, aunque la inexperta muchacha no se diera cuenta -de ello. Disculpaba su resistencia á aquella costumbre con el deseo -de adelantar más, venciendo la torpeza por sí sola; y de este<span -class="pagenum" id="Page_242">[p. 242]</span> modo no tenía por qué -ofenderse Marcones, siempre atendido y mimado, en todo lo restante, por -su candorosa discípula.</p> - -<p>Ya no creía que puesta de pie sobre la cumbre más alta de la -cordillera de enfrente, tocaría las nubes con la cabeza; ni que las -estrellas eran luces que se encendían por la noche y se colgaban de la -bóveda celeste: Marcones la había apuntado algunas ideas sobre éstos y -otros particulares de tejas arriba; ni tampoco le bastaba para campo -de sus imaginaciones el que abarcaban sus ojos desde la solana: por el -contrario, se entretenía mucho trasponiendo en espíritu las cumbres -y forjándose castillos con lo que imaginaba más allá; y sin querer -decir esto que lo echara muy de menos, ya no le parecía imposible -que en aquellas lejanías hubiera alguien que pudiera sospechar que -en el caserón de Robleces existía un sér que se entretenía pensando -de aquella manera. En fin, que la máquina de sus ideas había roto á -andar, y que andaba, si no á gran velocidad, á paso firme y seguro. Y -andando la máquina de las ideas, el cuerpo no puede resistir la quietud -infecunda; y por esta ley, el de Inés no se satisfacía ya con los -bamboleos maquinales en la silla de la solana: comenzaba á parecerle -poco el caserón con sus techos llenos de telarañas, sus enseres de -cocina mal bruñidos, sus camas<span class="pagenum" id="Page_243">[p. -243]</span> embarulladas, sus rincones con basura, sus muebles -envejecidos y bisuntos, y la ropa blanca con hilachas y agujeros, para -emplear los bríos con que se sentía para moverse, y las inclinaciones -que la empujaban á limpiar lo sucio, á coser lo roto y á ordenar lo -desordenado; y sin el miedo á despertar los dormidos odios del ama de -gobierno, ¡sabe Dios hasta dónde se hubieran extendido las fronteras de -su imperio en aquella casa!</p> - -<p>¡Y todo esto en poco más de tres semanas, y fruto de la labor -revolucionaria de cuatro ideas incompletas, metidas de golpe en una -cabeza medio á obscuras!</p> - -<p>Estando así las cosas, fué cuando Marcones tuvo con su tía -la entrevista de que se ha dado cuenta minuciosa en el capítulo -precedente. Creciéronle las fogosas impaciencias con el estímulo de la -conversación, y en la lección inmediata se propuso meterse un poco más -en la suerte, para ver si era llegada la hora de echar á la lumbre el -medio balandrán que ya se le caía de los hombros.</p> - -<p>¡El destino de las criaturas! Por estas obscuridades se coló en -el asunto, agarrándose á no sé qué asidero que le proporcionó la -casualidad, ó que él inventó allí; porque no tiene duda que la monserga -venía muy estudiada de Lumiacos. ¡El destino de las criaturas en -el<span class="pagenum" id="Page_244">[p. 244]</span> mundo! ¿De dónde -venía? ¿En qué estribaba? ¿Á qué leyes estaba subordinado? ¿Quién era -capaz de penetrar estos misterios? Y por aquí siguió largando preguntas -que se quedaban sin respuesta. Acabando con lo vago y declamatorio, -bajó á lo llano y concreto.—Él mismo, «con ser quien era,» no estaba -bien seguro de no tropezar á la hora menos pensada con un obstáculo que -le apartara de la senda que seguía. Era hombre, era barro, era frágil, -era débil, y había estados tan perfectos, si no tan santos, como el del -sacerdocio; él se hallaba á punto de recibir las primeras órdenes, es -decir, de dar el paso para entrar en un terreno del cual no se puede -salir ya tan libre é independiente como se entra en él... ¡Momento -solemne y crítico! Esto le daba mucho que pensar. Cierto que, por -entonces, en aquel paréntesis de su carrera (dispuesto quizás por la -providencia de Dios) aún era libre, aún estaba en el mundo, aún era un -hombre como todos los demás, aún era dueño de elegir, si el obstáculo -se atravesaba, entre la Iglesia... y el matrimonio, por ejemplo, sin -escándalo de las gentes ni menoscabo de la sana moral, puesto que ambos -estados eran caminos abiertos por la misma ley de Dios para servirle -y acatarle, según sus santos designios; pero ¿aparecería el obstáculo -imaginado? ¿existiría algu<span class="pagenum" id="Page_245">[p. -245]</span>no de esa especie, destinado para él? ¡Ah!...</p> - -<p>Era dulce entonces el registro usado por el declamante, y, además, -hacía éste largas pausas á menudo, y subrayaba ciertas frases con -expresivos gestos. Inés le escuchaba sin pestañear y con las manos -cruzadas sobre la mesa.</p> - -<p>De pronto calló Marcones y se quedó mirando á Inés, con los ojazos -muy lánguidos. Pero Inés no dijo una palabra, ni cambió de postura, -ni dejó de mirar á Marcones, como si aguardara la continuación de la -parrafada aquélla. Mas lo esperado no vino, y el silencio continuó un -buen rato; hasta que le rompió Inés con esta pregunta en crudo:</p> - -<p>—¿Qué viene á ser un obispo?</p> - -<p>No esperaba el sobrino de la Galusa la salida de Inés por aquella -puerta tan extraña: empañóle una oleada de bilis el blanco de los ojos -y el rojo sucio que le matizaba entonces los mofletes; frunció el -ceño peludo, y respondió con voz áspera y una sonrisa que temblaba de -falsa:</p> - -<p>—Pues un obispo, viene á ser... un cura que llega á general.</p> - -<p>—No iba yo por ahí—replicó Inés riendo el chiste con la mejor buena -fe.—Quería yo saber qué hace; si manda más ó menos que el rey; qué -honores tiene... vamos, no sé explicarme.</p> - -<p>Marcones satisfizo como mejor pudo los de<span class="pagenum" -id="Page_246">[p. 246]</span>seos de Inés. Enterada ésta, dijo á -Marcones con un acento y una expresión de mirada que eran un reguero de -candor:</p> - -<p>—¡Qué suerte para usted si llega á ser obispo! ¡Cuánto me -alegraría!</p> - -<p>Estas palabras dejaron atolondrado á Marcones. Hacerle capaz de tal -<i>ascenso</i>, y deseársele, valía tanto como desestimar su intencionada -peroración sobre «el destino de las criaturas en el mundo,» y aun -algo peor que todo esto: la ocurrencia franca, sincera, evidentemente -inocentona de Inés, daba la medida de lo que había adelantado el galán -de Lumiacos en la conquista de la dama de Robleces, con todo el lujo -de seducciones que había despilfarrado durante un mes de incesante -batalla. ¡Ni un solo paso!... ¡Y él que se había creído encaramado en -la muralla, y hasta con una patona dentro de la fortaleza!</p> - -<p>Estaba visto: Inés adoraba en el santo, no á la persona, sino á los -milagros que hacía.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_rosco.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_14"> - <p><span class="pagenum" id="Page_247">[p. 247]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_busto.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XIV</h2> - <p class="subh2">EL CURA DE ROBLECES</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-s.jpg" alt="S" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Salió</span> de la casona -de Robleces el mocetón de Lumiacos con la obscuridad de una noche -inverniza en la mollera, y el peso de una montaña sobre el corazón. La -soberbia le impidió decir á su tía una sola palabra de lo que estaba -pasando. Llevaba la cerviz muy humillada, tropezaba á menudo en los -cantos de la calleja, brotaban sangre sus ojos, y era verde podrido -el color de su cara donde no la cubría el negro sucio de su barba -cerdosa.</p> - -<p>Caminando de este modo, se encontró con el cura de Robleces, que -venía de Los Castrucos. El cura de Robleces era uno de los pocos -ejemplares que quedaban de aquellos presbíteros de <i>misa y olla</i>, como -se dice por acá, ó de <i>morral y gancho</i>, como se los llama en Castilla. -Con esto se entiende que el cura ya era viejo; porque han pasado muchos -años desde que no<span class="pagenum" id="Page_248">[p. 248]</span> -se permite á un hombre «meter barba en cáliz», con sólo el estudio -de un poco de latín; algo de Teología moral, según el padre Lárraga; -un brevísimo examen de unas cuantas materias de clavo pasado, como -de <i>sacramentis in génere</i> ó <i>de sacramentis in specie</i>, y traducir -<i>mocosuena</i> un parrafejo del Breviario.</p> - -<p>Ahora se hila de otro modo en la carrera; y por eso Marcones, que -la seguía, miraba con alto menosprecio al párroco de Robleces. El cual -párroco, lejos de ofenderse con las altanerías de Marcones, le buscaba -la lengua muy á menudo para divertirse un rato con él, cantándole de -paso grandes verdades. Porque es de advertir que el buen clérigo, -cuanto más á viejo iba, más regocijado era de humor. Llevaba cuarenta -años sirviendo aquella parroquia, y continuaba gastando, contra la -nueva costumbre, zapato bajo con hebilla, medias negras, levita de -largos faldones y sombrero de copa alta; por lo que también solía -dispararse contra él el pedantón de Lumiacos. Ello era que, por fas ó -por nefas, nunca se hallaban juntos el clérigo y el seminarista sin -que armaran tiroteo entre los dos; y aunque casi siempre tenían la -culpa de ello las intemperancias geniales de Marcones, en el encuentro -mencionado hubiera fallado la costumbre precisamente por la banda del -mocetón. ¡Tan cabizbajo iba,<span class="pagenum" id="Page_249">[p. -249]</span> tan absorto en sus preocupaciones y tan inclinado á no -distraerse con nada ni por nadie!</p> - -<p>Pero, en cambio, no le cabía á don Alejo la locuacidad en el cuerpo -aquella tarde; y aunque no buscaba camorra ni cosa que se le pareciera, -porque el tal clérigo era un bendito de Dios en toda la extensión de -la palabra, le sobraban algunas en la boca, y de algún modo había de -emplearlas.</p> - -<p>Viendo, pues, venir al seminarista tan cabizbajo y tropezón, -esperóle á pie firme.</p> - -<p>—¿Vas enfermo ó qué te pasa?—le dijo en cuanto se le acercó.</p> - -<p>—Y ¿por qué he de ir yo enfermo—respondió ásperamente el -seminarista, alzando la cabeza y mirando con ferocidad al cura,—ni por -qué ha de pasarme ninguna cosa?</p> - -<p>—Hombre—replicó don Alejo,—mortales somos, y los sucesos de la vida -no paran un punto ni siempre son de la misma traza. De todas maneras, -no te enfades, que nunca se ofende al prójimo con un buen fin, como -el que yo llevaba en lo que te dije... Te ví cabizbajo, te ví que -tropezabas; y como tú sueles andar más derecho y pisar más firme por lo -regular...</p> - -<p>—Pues no me pasa nada ni estoy enfermo—dijo Marcones con señales de -querer cortar con ello la conversación,—y se agradece el buen fin... -Conque ¿manda usted otra cosa?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_250">[p. 250]</span></p> - -<p>—¿Tan de prisa vas, Marcos, que te estorba un ratuco de plática?</p> - -<p>—No siempre está el horno para rosquillas, señor don Alejo.</p> - -<p>—¿No, eh? Pues cata ahí cómo no iba fuera de camino la pregunta que -te enderecé... <i>Tu dixisti</i>, Marcos... «no siempre está el horno para -rosquillas:» ergo algo le pasa al tuyo, cosa que me negastes de mal -temple, como si te hubiera ofendido el supuesto.</p> - -<p>—Á mí no puede ofenderme nada de lo que usted me diga, señor don -Alejo—repuso Marcones esforzándose por despejar el nublado de su -cara:—la corona y las canas le hacen merecedor de mi respeto...</p> - -<p>—Sobre todo cuando tengo razón en lo que te digo, ¿eh?—contestó don -Alejo alegremente.</p> - -<p>—Con razón ó sin ella—replicó el seminarista volviendo á fruncir el -entrecejo,—no recuerdo haberle faltado á usted jamás á la consideración -que le debo.</p> - -<p>—¡Claro que no, hombre!—se apresuró á decir el cura.—Si todo esto -es una pura broma. ¡Bueno eres tú para faltar á nadie, con canas y sin -ellas!...</p> - -<p>—¡Repito que no le he faltado á usted nunca!—insistió Marcones -picado con la ironía de don Alejo,—y mucho menos en esta ocasión en que -seguía pacíficamente mi camino.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_251">[p. 251]</span></p> - -<p>—Vamos, tú quieres decirme que he sido yo quien te ha puesto en -trance de pecar, tirándote de la lengua. Pues dilo, hombre, dilo claro: -con eso podré yo decirte á tí que te equivocas de medio á medio, y que -el diablo me lleve si tuve otro intento, al detenerte, que el de echar -un párrafo contigo y hacerte una pregunta que se me puso entre los -labios en cuanto te columbré desde aquí.</p> - -<p>—Y ¿qué pregunta era ella, si se puede saber?—interrogó el -seminarista, poniéndose en guardia, como se pone un jabalí en cuanto -oye el menor ladrido.</p> - -<p>—¡Vaya si se puede saber!—respondió el cura con la mayor -inocencia.—Lo malo es que, como no está el horno tuyo para rosquillas, -según tú mismo has confesado, sabe Dios cómo me la tomarás.</p> - -<p>—Pues supóngase usted—dijo Marcones apresurada y fogosamente,—que -no hay tales rosquillas ni tal horno, y que ahora tengo yo grandísimo -empeño en que se me haga esa pregunta.</p> - -<p>—¿Sí?—saltó el cura muy ufano.—Pues por el antojo no habías de -malparir si fueras embarazada antojadiza. Allá va la pregunta... Pero -mira que no lleva otra malicia que la que tú quieras darla. Es cosa -corriente en el lugar, que andas en la casona empeñado en una gran obra -de misericordia...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_252">[p. 252]</span></p> - -<p>—¡Falso!—bramó Marcones, lívido de ira y mirando al cura con unos -ojos que parecían puñales.</p> - -<p>—¿Veslo?—dijo el párroco dando un paso atrás.—Ya se te fué la burra, -y todavía no te he hecho la pregunta, en rigor de verdad.</p> - -<p>—¡Repito que es falso el supuesto!</p> - -<p>—Corriente, hombre, corriente; pero conste que me das la respuesta -antes que yo te haga la pregunta. Y ahora te digo que tienes bien poca -correa, cuando te sulfuras por una cosa de que debías envanecerte si -fuera verdad.</p> - -<p>—¿Y cuál es esa cosa, señor cura?—preguntó Marcones con sorna.</p> - -<p>—¡Ahora escampa!—exclamó don Alejo fingiéndose muy asombrado.—Pues -si no la conoces todavía, ¿por qué la has dado por falsa y te ha -ofendido hasta el supuesto de que sea la pura verdad?</p> - -<p>Conoció entonces el arisco estudiantón que se le había desbordado -la bilis algo más de lo que el caso pedía, y trató de encauzarla, no -tanto por el bien parecer, cuanto por poner á don Alejo en ocasión de -aclararle lo que se decía por el pueblo, que bien pudiera no ser lo que -él se había figurado. Con este propósito le replicó, dulcificándose -cuanto pudo:</p> - -<p>—Dejémonos de bromas, señor don Alejo, y<span class="pagenum" -id="Page_253">[p. 253]</span> dígame claro qué obra de misericordia es -esa que se me atribuye.</p> - -<p>—Sea todo por el amor de Dios—dijo á esto mansamente el cura después -de carraspear.—Pues se dice, Marcos, que andas enseñando la doctrina á -cierto feligrés mío que siempre fué muy duro de pelar.</p> - -<p>—¿Á qué feligrés?—preguntó el seminarista, más tranquilo viendo por -dónde iban las suposiciones del cura.</p> - -<p>—Á don Baltasar—respondió éste.—Pues mira—añadió,—ya me diera yo -con un canto en el pecho porque lo consiguieras. Por lo que á mí toca, -muchas veces he intentado echarle hacia el buen camino, y nunca pude -hincarle el diente. Conque ¿es verdad ó no?</p> - -<p>—No es verdad,—respondió Marcones después de pensarlo un poco.</p> - -<p>—Parece que te cuesta decirlo, como si la afirmativa te pesara. -¡Tendría que ver, Marcos!</p> - -<p>—¿Cuál?—preguntó éste volviendo á palidecer.</p> - -<p>—Que fuera verdad lo que se dice, y te doliera el confesarlo... por -humanos respetos... No seas bobo: «hágase el milagro, aunque le haga el -diablo.»</p> - -<p>—Eso es tanto como decirme que me falta competencia para meterme en -tal cosa, si se me hubiera antojado.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_254">[p. 254]</span></p> - -<p>—No es verdad.</p> - -<p>—Ó derecho...</p> - -<p>—¡Tampoco!</p> - -<p>—Pues algo por ese arte ha querido usted dar á entender con el -refrán del milagro... Y en este punto, señor don Alejo, y con el -respeto debido á su corona y á sus canas, ya sabe usted que no me coge -los dedos entre la puerta. Hay aquí (y se golpeaba la cabeza) metralla -de sobra para vencer en batallas como esa y otras mucho más gordas... -¿usted me entiende?</p> - -<p>—¡Anda, morena!</p> - -<p>—Aunque no he metido barba en cáliz, me sobran tres cuartos de lo -que sé, para saber el doble de lo que bastó á otros para meterla...</p> - -<p>—¡Miren el sabijondo que respeta la corona del <i>insipiens</i>, si tira -bien á dar en medio de ella!... No, y en parte no te falta razón para -echar tanto humo por la chimenea; bien dicho te lo tengo en otras -ocasiones: desde que <i>vosotros</i> andáis en el mundo, arrastrando por -los callejones los manteos y con la cabeza muy alta, cada aldehuela -es un criadero de santos para la corte celestial. ¡Y todo por obra -de ese puñado de teologías que habéis adquirido arañando por encima -un compendio del padre Perrone, que nunca saludamos nosotros los -ignorantes <i>morralistas del padre Paco!</i>... ¿No es así como nos llamáis -los doctores de similor á<span class="pagenum" id="Page_255">[p. -255]</span> los pobres <i>curas de misa y olla?</i>... Vaya, y que no -es poca ganga la que tiene un feligrés destripaterrones, con un -párroco que, para entretenerle el hambre y las pesadumbres, le -suelta un zoquete en latín, para convencerle de que sabe mucho <i>de -communi Theologorum consensu</i>, <i>de potestate clavium</i> y de otras -graves materias <i>de Locis theologicis</i>, ó se dispara con un pedrique -muy superferolítico, estudiado de memoria en el sermonario de Juan ó -de Pedro, como le pudiera estudiar yo, que no entiendo una palabra -de esas retóricas de púlpito. Con esto, y con pensar que le hace un -gran favor hasta en cada misa que celebra, y que el curato es un -patrimonio fundado para él, y que á nada le obliga la investidura -por ley de mansedumbre y caridad, ya puede afirmar, con la cabeza -muy alta, que si no está coronada con una mitra, es porque no hay -justicia en la tierra... ¿Te escuece lo que te digo, eh? Pues mira, -lo siento, porque no va con esa intención, aunque bien pudiera ir si -fuera yo algo vengativo... En prueba de que no lo soy, te añado ahora -que admito excepciones, y muchas, en lo que quizá has tomado por -regla general, y que conozco algunas ejemplarísimas que lo son por -haber sabido suplir con modestia, humildad y desinterés, la ciencia, -la educación y el conocimiento del mundo que les faltan; excepciones -que<span class="pagenum" id="Page_256">[p. 256]</span> tú, con la -leche entre los labios todavía y los cuatro libracos del seminario á -medio digerir, no has hecho nunca al hablar de nosotros, ni siquiera -por la consideración, de cortesía, de que tengo setenta años y llevo -cuarenta en esta parroquia, donde si no he formado grandes santos para -Dios, tampoco enemigos para el cura que, aunque pecador, no tiene -otro vicio que el de echar una calada mar afuera, cuando el tiempo y -las ocupaciones se lo permiten, y le da el Lebrato un rinconuco en la -barquía... Y déjame que me dé á mí mismo este poco de incienso, aquí -donde nadie nos oye, si no es Dios que sabe por qué lo hago...</p> - -<p>Marcones, que estaba hinchado como una vejiga de hieles, había -amagado al cura, durante su reprimenda, con más de dos estampidos; pero -la serenidad y la mímica de don Alejo habían logrado contenerle. Así es -que cuando éste acabó de hablar, el mismo estrago de la interna lucha -tenía rendido al iracundo seminarista. Con ello y algo que, al fin, le -imponían los años y la investidura del párroco, limitóse á decirle ¡eso -sí! con el ceño hecho una tempestad y después de tragarse un bramido de -la que le andaba por dentro:</p> - -<p>—No es ocasión ésta de que se ventile como se debe el punto que -acaba de tocar usted; por lo que renuncio á decirle algo siquiera de -lo<span class="pagenum" id="Page_257">[p. 257]</span> mucho que se me -ocurre en <i>nuestra</i> defensa. Otra vez será...</p> - -<p>—¡Lo ha sido ya tantas otras!—exclamó don Alejo.—Sólo que hoy me -ha dado á mí por hablar un poco más de lo que suelo cuando te oigo -predicar desde tan alto.</p> - -<p>—¡Es que el punto merece ventilarse!</p> - -<p>—¡Quiá, hombre, quiá! Si á mí me tienen sin cuidado esas cosas. -Una vez, y acabóse. Pues dígote, ¡y á mis años! Cayó la pesa ahora... -y por eso... Y entiende que lo que me has oído no te lo dije para -convencerte, sino en respuesta á otros dichos tuyos que no te he oído -hoy por primera vez... ¿Me entiendes? Bueno. Pues hazte la cuenta -de que no te he dicho nada, y volvamos al principio: te aseguro -que pondrías una pica en Flandes catequizando al Berrugo, y que lo -celebraría yo lo mismo que si la hazaña fuera mía. Palabra de honor.</p> - -<p>—Y yo le repito á usted—respondió Marcones entrando en la materia de -muy mala gana,—que es falso ese decir de las gentes.</p> - -<p>—Vaya—replicó don Alejo como si le contrariara un buen deseo la -afirmación;—pues, en ese caso... será más cierto lo otro.</p> - -<p>—¿Cuál?—preguntó el seminarista alarmándose de nuevo.</p> - -<p>—Nada—respondió el cura,—si el decírtelo ha de ser motivo para que -te amontones.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_258">[p. 258]</span></p> - -<p>—No me amontonaré... ni me he amontonado jamás... ¡Venga eso que se -dice y necesito saber yo!</p> - -<p>—Pues si como relampaguea ahora truena luégo, ¿quién diablos va á -parar aquí en cuanto yo empiece á hablar?</p> - -<p>—Señal de que no me honra mucho la noticia.</p> - -<p>—Bien te honraba la de antes, y mira cómo te pusiste: no hago ahora -más que anunciarte la otra, y ya me la quieres sacar del cuerpo con las -uñas.</p> - -<p>—No hay que exagerar, don Alejo: no llevo las cosas hasta ese -punto... Tengo muchos enemigos en este pueblo...</p> - -<p>—¡Tú?</p> - -<p>—Yo, sí, señor; y por donde quiera que ando, porque la malquerencia, -la ignorancia y la envidia, son de todas partes; tengo también, por -desgracia ó por fortuna, mi genio y mis prontos correspondientes; y -cuando las cosas y los dichos se combinan de cierta manera, no es -de extrañar que uno salte de improviso aparentando lo que no es en -realidad... Conque hable usted con franqueza, y vaya perdiendo sus -temores á lo que pueda tronar...</p> - -<p>—Hombre, tanto como temor á eso, nunca le he sentido, Marcos: la -verdad por delante. Una cosa es que me duela verte hecho un ja<span -class="pagenum" id="Page_259">[p. 259]</span>balí por puntos de poco -momento, y otra muy distinta el que me tengan sin pizca de cuidado esas -corajinas que te ponen verde y con los ojos en llamas... En fin, que se -me da por tus fierezas lo propio que por tus latines, y que no quiero -aspavientos ni voceríos sin necesidad y en medio de la calle. De esta -casta son los temores que yo tenía.</p> - -<p>—Pues de esos mismos temores hablaba yo, señor don Alejo—contestó -Marcones con una sonrisa forzada y los carrillos temblando;—y no podía -hablar de otros, refiriéndome á un sacerdote á quien por su corona y -por sus canas debo respeto, sin contar con que yo no me como á nadie -con canas ó sin ellas.</p> - -<p>—¡Toma! Eso por entendido se calla, Marcos. Bien lo sabes: perro -ladrador... amén de que no hay una cuesta abajo sin una cuesta -arriba... Y no te ofenda tanto como parece por las señales, esta idea -que tengo de tus agallas; porque, después de todo, con el ropaje que -vistes, mejor te sienta el aire de cordero que el de tigre... Y ahora, -para fin y remate de la porfía, te pregunto en santa paz: ¿te lo cuento -ó no te lo cuento?</p> - -<p>—¡Repito que sí!—respondió Marcones devorando oleajes de ira.</p> - -<p>—Pues allá va con tu venia y la salvedad consabida. Han notado las -gentes, que, de mes<span class="pagenum" id="Page_260">[p. 260]</span> -y medio acá, no sales de la casona. Esto es visto y no hay que negarlo. -Con este motivo, que es muy de notarse por lo nuevo, ya que no por -otras razones, han afirmado unos que se trataba de lo que antes te -dije: de convertir á Dios al amo de la casa, y que ya llevabas la obra -de misericordia en buen camino. De esto no hay nada, desgraciadamente, -según tú mismo me has asegurado. Pero dicen otros, porque ven á Inés -muy peripuesta y hacendosa, como también la he visto yo, y porque -creen saber que tú la das lecciones de escritura y no sé si también -de Teología, y porque sacan la cuenta de que te saliste del seminario -antes de que se cerrara, que si has ahorcado los libros en definitiva, -y trocado la vocación de sacerdote por la de yerno de don Baltasar -Gómez de la Tejera, por mal nombre el Berrugo.</p> - -<p>—¡Falso, falso!... ¡Un millón de veces mentira!—bramó aquí el mozón -de Lumiacos, salpicando el chaleco del pobre cura con las espumas de su -rabia. No le cabía en la calleja.</p> - -<p>El cura, con las dos manos sobre el puño de plata de su bastón, le -miraba con los ojos muy fruncidos y la boca entreabierta. En seguida le -dijo con mucha calma y sin dejar de mirarle:</p> - -<p>—¡Lo propio que la otra vez, y dos cuartos de lo mismo! ¡Y mira -que si el primer supuesto te honraba, éste te pone en las nubes!... -¿De<span class="pagenum" id="Page_261">[p. 261]</span> qué color han -de ser las cosas que se te cuenten para que no te saquen de quicios, -hombre? Te aseguro que si mordieras como ladras, el demonio que se te -pusiera delante...</p> - -<p>El de Lumiacos, habiendo llegado el paroxismo de sus furores mudos, -entró en el período del jadeo fatigoso, que era lo que en tales casos -le acontecía siempre, y dijo al cura, entre silbidos del resuello:</p> - -<p>—Le repito á usted que aquí hay gentes que se gozan en -calumniarme... ¡por envidia!</p> - -<p>—¡Por envidia!... ¿por envidia de qué?—le preguntó el cura tan -fresco y sosegado.</p> - -<p>—De... de muchas cosas,—respondió Marcones.</p> - -<p>—Corriente... Supongamos que tienes muchas cosas envidiables, -contándote el genio entre ellas; pero lo de la calumnia... ¿Es -calumniarte el decir que estás ocupado en enseñar la doctrina cristiana -á un hombre que no la sabe? ¿Es calumniarte el creer que te tira más -la vocación de marido que la de cura, y que por eso, y no por asegurar -mejor la puchera, has ahorcado los libros del seminario? Mozo eres, -intonso y libre hasta la hora presente; Inés... ¡no te digo nada!: no -hay mejor acomodo que ella en veinte leguas á la redonda; y en cuanto -al hecho en sí, el apóstol lo dijo: <i>melius est nubere quam uri</i>... -¿por qué, con todo esto por<span class="pagenum" id="Page_262">[p. -262]</span> delante, te emberrenchinas, Marcos? Y si un poco me apuras, -¿qué más quisieras tú?</p> - -<p>Marcones, mientras el cura le cantaba estas verdades, pensaba que -aquel día había sido de los más aciagos para él. Acababa de averiguar -en la casona que, en su juego con Inés, no había ganado una sola baza; -y por don Alejo, no solamente que se le había descubierto el juego, -sino que se le veían las cartas. Además, el cura se atrevía á reirse -de sus latines y de sus espeluznos. Esto, con su poca serenidad, le -produjo grandísimo embarazo. No sabiendo cómo salir de él airoso y de -frente, echó por la puerta falsa, contentándose con replicar á don -Alejo estas palabras solas:</p> - -<p>—Y ¿adónde quiere usted ir á parar con todo eso?</p> - -<p>—Á ninguna parte, hijo del alma—le contestó en seguida el cura.—Á lo -sumo, á lo sumo, á decirte que no veo de malo para tí en el negocio de -tu nueva vocación, más que una cosa.</p> - -<p>—¿Cuál?</p> - -<p>—El que está muy duro de pelar, y que no vas á salirte con la -tuya.</p> - -<p>Si Marcones pensó corresponder, á su manera, á esta frescura de -don Alejo, no es cosa averiguada; pero lo que no tiene duda es que -viendo venir de hacia Los Castrucos á don<span class="pagenum" -id="Page_263">[p. 263]</span> Elías, tomó pretexto de ello para -suspender la conversación y apartarse de allí más que de paso.</p> - -<p>Apretó el suyo el médico; y en cuanto alcanzó al cura, se le puso al -costado y le sopló al oído estas palabras:</p> - -<p>—¡Floja es la castaña que le van á dar en casa del Berrugo á ese -gandulote! Ya sabe usted que anda buscándole el gato casándose con -Inés, con la ayuda de la culebrona que manda allí. Pues bueno: ¡Inés no -le traga ni en píldoras! Ella misma me lo ha confesado.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_satiro.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_15"> - <p><span class="pagenum" id="Page_265">[p. 265]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_orejas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XV</h2> - <p class="subh2">EL PLEITO DEL PROFESOR</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-n.jpg" alt="N" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">No</span> sé si lo he dicho; -y en la duda, lo digo ahora: Inés no se conformaba con lo poco que -directamente aprendía de su maestro, sino que trabajaba después á solas -y por su cuenta, gozándose en ver cómo recogía de este modo una espiga -bien compacta, por cada grano mal sembrado en su cabeza durante la -lección. Estos eran los verdaderos frutos de lo que reputaba Marcones -por obra suya, y obra, además, maravillosa. Quiero decir (y no sé si -diciéndolo me repetiré también) que los adelantos de Inés no consistían -en lo que llevaba <i>aprendido</i> y que, en absoluto, no valía dos cuartos, -sino en los hermosos estímulos que se habían despertado en ella, lo -cual no tenía precio.</p> - -<p>En cada lección sorprendía á su maestro con una pregunta discreta -acerca de lo tratado en la<span class="pagenum" id="Page_266">[p. -266]</span> anterior, ó con el testimonio de un resabio vencido en la -escritura, en una plana más correcta que la última escrita delante de -él. Pues bueno: sucedió que después de aquella lección en que salió -á relucir el caso del obispo, Inés escribía planas y más planas, y -se ejercitaba en las cuentas, y se aprendía de memoria páginas y más -páginas de la gramática, de la geografía y de la historia, y el de -Lumiacos no venía á infundirla con su aplauso nuevos alientos para -seguir avanzando por aquel camino. Llegaron los días á cinco, y ya -no sabía Inés qué pensar de tan extraño suceso. Tampoco lo sabía la -Galusa. ¿Estaría enfermo?</p> - -<p>Con esta duda, y de acuerdo con Inés, se mandó un recado á Lumiacos. -La respuesta fué que, aunque no se encontraba tan bueno como deseaba, -iría á Robleces al otro día.</p> - -<p>Y fué ¡eso sí! muy tristón y con la cabezona algo gacha. La Galusa -le recibió con una granizada de preguntas; pero él sólo contestó que -le dejara en paz, porque no tenía por entonces ganas de conversación. -Andando hacia la sala, mandó á su tía que avisara á Inés, y la encargó -mucho que por aquel día los dejara solos durante la lección.</p> - -<p>Una vez en el cuarto, se sentó, estiró las piernas que parecían -dos postes, metió las manazas en los bolsillos, dejó caer toda la -papada<span class="pagenum" id="Page_267">[p. 267]</span> sobre el -pescuezo... y así le halló Inés pasados pocos instantes.</p> - -<p>—¡Ojos que le ven á usted!—díjole cariñosamente la garrida muchacha -al entrar.—¿Qué ha sido eso? ¿Por qué ha estado usted tantos días sin -venir?</p> - -<p>Incorporóse poco á poco el de Lumiacos, sin sacar las manos de los -bolsillos ni levantar mucho la cabeza, pero asestando á Inés por debajo -de las cejas cada mirada que parecían otros tantos mordiscos de los que -no arrancan la tajada; y con voz algo temblona respondió:</p> - -<p>—He estado un poco enfermo: ya lo mandé á decir...</p> - -<p>—Es verdad—replicó Inés muy afectuosa,—¡y bien que lo hemos sentido! -Pero como al mismo tiempo nos decía usted que no había sido cosa -mayor... Vamos, que con un poco de voluntad... ¡perezoso... más que -perezoso!</p> - -<p>El reprendido tragó de una sola aspiración, que le refrigeró -el pechazo, todas aquellas tentaciones que esparcía su rozagante -discípula al echarle esta reprimenda <i>de mentirucas</i>; y arrimándose á -la mesa, enfrente de la silla en que acababa de sentarse Inés, dijo, -amortiguando la mirada y compungiendo la voz:</p> - -<p>—Como yo no podía... ni debía sospechar que se me echara aquí de -menos por nadie...</p> - -<p>—Pues se le echaba á usted—insistió Inés en<span class="pagenum" -id="Page_268">[p. 268]</span> el mismo tono regocijado y sinceramente -cariñoso, mientras sacaba de su cartapacio unos papeles.—Y si se me -hubiera cumplido la palabra que se me tiene dada, yo no sé cuántos -días hace—añadió sonriendo y mirando al de Lumiacos con un poco de -malicia,—de prestarme ciertos libros de historias muy divertidas, mejor -hubiera entretenido el tiempo de la espera.</p> - -<p>—No he olvidado lo que prometí—respondió Marcones á la indirecta;—y -esos libros estarían aquí hace días, si yo hubiera creído que era -ya hora de leerlos... Yo no me olvido de nada, Inés, ¡de nada!... Y -crea usted que, á veces, me valdría más tener menos memoria de la que -tengo.</p> - -<p>Esto lo soltó Marcones en un rasgo declamatorio con dejos de -amargura; pero como Inés no estaba todavía en aptitud de estimar por -toques y matices de artificio las segundas intenciones, respetando á la -buena de Dios el gusto que se encerraba en aquellas palabras, las dejó -pasar sin meterse para nada con ellas.</p> - -<p>—Pero aunque no he tenido historias divertidas que leer—dijo en -cambio y siguiendo puntualmente, eslabón por eslabón, el encadenamiento -de sus ideas,—y me han faltado las lecciones de usted, no por eso -he dejado de aprovechar el tiempo. ¡Vea usted, vea usted si he -trabajado!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_269">[p. 269]</span></p> - -<p>Y alegre como unas pascuas, comenzó á tender, una á una, sobre la -mesa, todas las planas que había escrito; después abrió el cuaderno de -cuentas por las hojas en que estaban las que no conocía su profesor, y, -por último, le señaló en los respectivos libros lo que de gramática, de -historia y de geografía se había aprendido de memoria.</p> - -<p>Marcones sacó perezosamente las manos de los bolsillos, cogió unas -cuantas planas, las miró un instante con ojos desanimados, y las arrojó -en seguida sobre la mesa.</p> - -<p>—¡Y para qué?—murmuró al mismo tiempo en tono lúgubre y como si -hablara para que nadie le oyera.—¡Si esto, que era antes mi orgullo, ha -venido á ser mi martirio!...</p> - -<p>Y se puso á dar vueltas por el cuarto, con la cabeza gacha y las -manos en los bolsillos.</p> - -<p>Como estos matices eran bastante más expresivos que los de antes, -pescólos Inés; asombróse, y se quedó muy suspensa, mirando sin -pestañear al mocetón.</p> - -<p>El cual, sorprendiendo en una mirada torcida el efecto causado en -la hija de don Baltasar por sus dichos y por sus hechos, se detuvo de -pronto delante de ella y la dijo, tétrico y medio espeluznado:</p> - -<p>—Inés... yo necesito hablar con usted cuatro palabras... ¿Me las -quiere usted oir?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_270">[p. 270]</span></p> - -<p>Inés, con aquella salida del seminarista, cuyo rostro estaba -cárdeno, sintió una impresión, como de frío, que la invadía de pies á -cabeza; y sin saber por qué, tuvo miedo. Instintivamente miró hacia -la puerta; y el ver que no estaba cerrada, la tranquilizó mucho. -Entre tanto, como no contestaba á la pregunta de Marcones, éste se la -repitió:</p> - -<p>—¿Me quiere usted oir esas cuatro palabras?</p> - -<p>—Dígalas usted,—contestó al fin la pobre chica, con un nudo en la -garganta.</p> - -<p>Marcones arrimó una silla y se sentó enfrente de Inés. Puso los -codos sobre la mesa, se pasó por la cabeza medio rapada ambas manos, -entrelazólas después; y acabando por resobadas una con otra, rompió á -hablar de esta manera, con largas pausas y muy cavernosa la voz:</p> - -<p>—¡Yo no he estado enfermo!... ¡No ha habido tal enfermedad!</p> - -<p>Inés, pensando que se la reñía por haberlo creído, se apresuró á -responder:</p> - -<p>—Me alegro; pero usted fué quien nos lo dijo.</p> - -<p>—Sí que lo dije... y, sin embargo, no mentí.</p> - -<p>La pobre muchacha pintó en un gesto y en un ademán, la nueva -confusión en que se la ponía con aquellas afirmaciones que la parecían -contradictorias.</p> - -<p>—Aquí se ha comprendido—prosiguió Mar<span class="pagenum" -id="Page_271">[p. 271]</span>cones,—que mi enfermedad era del cuerpo; -y en esta inteligencia digo yo que no ha habido tal enfermedad... Pero -estuve enfermo, lo estoy todavía, y, sin la ayuda de Dios, continuaré -estándolo... del espíritu, que es la enfermedad más cruel que puede -afligir á un hombre de sano corazón y mente luminosa... ¿Se acuerda -usted de lo que le tengo explicado acerca del particular de los hombres -de mente luminosa y sano corazón? Vea usted, pues, cómo es posible eso -que á usted le ha parecido tan contradictorio. Sí, Inés, mi enfermedad -está en el alma... ¡en el alma! ¡Estoy enfermo del alma!</p> - -<p>Y al decir esto, Marcones dió un puñetazo brutal sobre la mesa, y -una expresión de amargo desconsuelo á su caraza biliosa.</p> - -<p>Inés se estremeció con aquel golpe que no esperaba, tomó en serio -lo del dolor que tanto afligía al seminarista, y hasta se compadeció -de él; pero no supo qué decirle. Después del puñetazo y la mirada -triste y casi llorosa, Marcones dió otras dos vueltas por el cuarto. De -pronto se detuvo, sacó el moquero, le arrimó con las dos manos á sus -narices, lanzó con ellas una trompetada vibrante y clamorosa, mientras -sacudía la cabeza á uno y á otro lado; y cuando concluyó la sonata con -tres notas secas, embolsó el pañuelo y volvió á sentarse enfrente de -Inés.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_272">[p. 272]</span></p> - -<p>—En la última lección—comenzó á decirla,—hablé á usted algo sobre el -destino de las criaturas en el mundo. ¿Se acuerda usted?</p> - -<p>Inés dijo que sí.</p> - -<p>—Con ese motivo—continuó Marcones,—expuse los recelos que yo tenía -de que á la hora menos pensada se me apareciera en el camino que llevo, -marchando en busca de lo que creo mi destino, un estorbo que no me -dejara pasar y si es que no me extraviaba; estorbo que lo mismo podía -proceder de la voluntad de Dios, que de las malas artes del demonio... -pero estorbo al fin. ¿Lo recuerda usted?</p> - -<p>—Lo recuerdo,—respondió Inés fascinada por la novedad de aquella -escena.</p> - -<p>—Pues bien—continuó el seminarista, revolviéndose en la silla -y sin apartar de los de Inés sus voraces ojos.—Mis recelos se han -confirmado... ó mejor dicho, había graves causas para que yo los -tuviera; causas que yo llevaba dentro de mí sin conocerlo, pero que se -dejaban sentir haciéndome pensar como pensaba. Por una inspiración de -Dios, ó por un artificio del demonio, que quiere perderme encendiéndome -la codicia de cosas imposibles, aquella misma noche ví en mis adentros, -tan claro como la luz del día, que mi vocación de sacerdote no era -tan firme como yo había creído; que había otra que me tiraba mucho -más; que<span class="pagenum" id="Page_273">[p. 273]</span> he -sido un temerario en brindarla á usted con lo que no puedo llevar á -buen remate, y, por último, que en conciencia de hombre honrado, no -debo continuar dándola á usted las lecciones que le daba... ¡Todo -esto llegué á leer y á sentir dentro de mí mismo! ¡Todo esto, Inés! -¿Comprende usted mejor ahora cómo se puede enfermar hasta la agonía, -sin que en el cuerpo se sienta el más pequeño dolor?</p> - -<p>Inés, que cada vez entendía menos lo que la quería decir Marcones, y -se sentía más deseosa de entenderlo, se atrevió á preguntarle en cuanto -él cesó de hablar:</p> - -<p>—Pero ¿por qué vió usted todas esas cosas tan de repente, y qué -tienen que ver con ellas las lecciones que usted me da?</p> - -<p>Demasiado sabía el de Lumiacos, desde el caso del obispo, que no -estaba Inés en disposición de comprenderle con metáforas de enamorado -llorón, y por eso no le exacerbó la bilis esta nueva candidez de la -desapercibida muchacha; pero no queriendo exponer el éxito de su -negocio al azar de una embestida en crudo, la iba preparando con toda -la exornación atenuante que llevaba bien estudiada.</p> - -<p>—Pues si usted comprendiera todas esas cosas de repente, con lo poco -que la he dicho—exclamó,—ya estaba resuelta para mí la dificultad... Si -usted me hubiera comprendido<span class="pagenum" id="Page_274">[p. -274]</span>— insistió, compungiéndose,—no necesitaba yo decir en este -momento, ni nunca, por qué me retiraba de esta casa... ¡para siempre! -como necesito decirlo para que no se me tenga por un hombre informal y -desagradecido... Y esta explicación, ¡ésta!, es la que me duele tanto -como la misma enfermedad.</p> - -<p>El pasmo de Inés iba creciendo á medida que se acentuaba el aspecto -patético de Marcones; el cual estudiaba con ojo sutil el cuadro de -síntomas que ofrecían los movimientos del ánimo de la inexperta -moza.</p> - -<p>—Sepa usted—prosiguió el seminarista dando nuevos tintes sombríos -á su mirada y á su voz,—que el tropiezo que yo temía, ó hablando más -propiamente, que el imán poderoso, la fuerza sobrenatural que me -detiene... ¡tampoco es esto lo exacto!... que me arrastra fuera de mi -camino, está aquí, ¡aquí! en esta misma casa... ¿Me va comprendiendo -usted?</p> - -<p>Tampoco le comprendía Inés por estas señas; y así se lo dió á -entender en su expresivo ademán, y sin apartar sus compasivos ojos de -los sanguinolentos de Marcones.</p> - -<p>Éste hizo otro envite en el juego en que estaba tan empeñado, de la -siguiente manera:</p> - -<p>—¡Estará decretado también que yo apure gota á gota las hieles -de mi amargura! ¡Cúmplase la dura ley! En castellano corriente, -Inés:<span class="pagenum" id="Page_275">[p. 275]</span> desde que -ando en esta casa, se han despertado en mí sentimientos y fervores -que son incompatibles con la serenidad de espíritu y con la castidad -de pensamientos que se requieren para el estado eclesiástico. En una -palabra: yo no sirvo ya para sacerdote; repito que la causa de ello -reside aquí, y añado que la conozco y que mi voluntad no ha tenido la -menor parte en la caída... ¡Puedo jurarlo, Inés, puedo jurarlo si á -jurarlo se me llamara! Sin embargo, á nadie culpo, nada pido, de nadie -me quejo. Barro frágil era: tropecé á obscuras en mi camino, y barro -despedazado soy en este momento. Nada más natural en los azares de la -miseria humana... ¿Acabó usted de comprenderme?</p> - -<p>—No, señor,—respondió Inés muy resuelta, después de unos momentos de -indecisión.</p> - -<p>Esta entereza por remate de lo que él había ido leyendo de nuevo en -la cara de su discípula mientras la enderezaba las últimas indirectas, -no le dejó la menor duda de que Inés deseaba y quería entenderle -cuanto más pronto. El por qué del deseo, ya no estaba tan claro para -Marcones.</p> - -<p>Arriesgóse éste, y jugó su última carta de la siguiente manera:</p> - -<p>—Puesto que es preciso, lo diré más claro todavía. El tropiezo que -he hallado en mi camino; el imán, la fuerza que me ha sacado de<span -class="pagenum" id="Page_276">[p. 276]</span> él; el hechizo que ha -despertado en mí sentimientos incompatibles con el estado eclesiástico, -y la luz que me ha hecho ver á las claras que mi primera vocación no -era perfecta... todo esto junto, Inés, todo esto junto... es usted. ¿Me -he explicado bastante ahora?</p> - -<p>Inés se estremeció al oirlo, aunque quizá lo esperaba desde muy poco -antes. Púsose pálida; en seguida roja; se le acobardó la mirada; cerró -los ojos, y concluyó por esconderlos detrás de las manos, sobre las -cuales apoyó la frente.</p> - -<p>Marcones, en tanto, estaba lívido, le temblaban los párpados y -la barbilla, y se le podían contar los latidos del corazón en el -paño de su chaleco. Aun sin estimar lo que hubiera de carnal en su -intentona, se jugaba en ella la puchera. Era, pues, muy natural aquel -desconcierto del seminarista; desconcierto que, con ser tan grande, no -le impidió ver que urgía aprovechar la situación moral de Inés para -rematar la obra, y, si no vencer, salir de la batalla con el intento -bien justificado. Con este propósito añadió á lo dicho, después de un -rato de silencio y mientras Inés continuaba con la frente sobre las -manos:</p> - -<p>—Esto que he tenido que declarar á usted, obligado por las razones -que la dí, ha de quedar entre nosotros como en el fondo de una -sepultura. Así lo pido, porque tengo derecho á<span class="pagenum" -id="Page_277">[p. 277]</span> ello; y le tengo, porque, como ya lo -declaré, á nadie culpo de lo que me pasa, nada reclamo; y por lo que -á mí solo importa, tengo tomada una resolución bien firme. Usted está -muy alta: yo estoy muy bajo; usted es hermosa: yo soy una persona -insignificante y mísera en quien, por el ropaje que viste y las -ciencias que ha cursado, hasta parecen crímenes estos sentimientos; no -tengo un solo título para merecerla á usted, al paso que no me parece -bastante todo el corazón para adorarla. En este conflicto, ¿qué le toca -hacer á un hombre honrado como yo? Alejarse de aquí, y alejarse para -siempre. Pero tengo en esta casa deberes que cumplir, y no puedo salir -de ella sin dejar bien demostrado que, si no los cumplo, es porque me -lo impiden motivos muy poderosos. Ya conoce usted estos motivos, porque -solamente para que los conozca usted me he atrevido á arrancar del -fondo de mi corazón este secreto. Ahora, olvídele usted, discúlpeme -como mejor pueda con su señor padre, concédame el perdón que la pido de -rodillas, y déme su permiso para retirarme.</p> - -<p>Inés estaba en este momento lo mismo que si de pronto hubiera oído -crujir los techos y removerse las paredes de la casa: tiritaba de pies -á cabeza, y no sabía qué hacer ni qué decir, ni adónde mirar en busca -de un resquicio<span class="pagenum" id="Page_278">[p. 278]</span> -para huir de aquella situación que la amedretaba.</p> - -<p>Marcones, entre tanto, convulso y anhelante, la devoraba con los -ojos; y como pasaba el tiempo sin que ella descubriera los suyos ni -dijera una palabra, el fogoso mocetón se levantó de la silla, avanzó el -busto sobre la mesa, y, casi á la oreja, la disparó estas palabras:</p> - -<p>—¡Dígame usted siquiera que me ha oído, ya que no sea bastante -compasiva para perdonarme!</p> - -<p>Al mismo tiempo le tocó un brazo con su manaza, quizás para -descubrirle la cara tirando de él; pero no sé cuál fué primero, si el -llegar la mano al brazo, ó el incorporarse de un brinco Inés y dar un -paso hacia atrás. Marcones retrocedió á su vez otro paso.</p> - -<p>—No he querido ofenderla á usted—la dijo entonces, viéndola con la -faz angustiada y los ojos empañados;—y en cuanto al favor que acabo de -pedirla...</p> - -<p>—Todo lo he oído—respondió al fin Inés trémula y desconcertada;—de -todo me he hecho cargo... pero yo no sé... yo no entiendo... yo no -esperaba eso... Se quiere usted marchar y no darme más lecciones... -puede que tenga razón... y puede que no la tenga: ¡qué sé yo? Para -hablar de estas cosas, hay que estar muy serena... Puede que lo esté -yo mañana... En<span class="pagenum" id="Page_279">[p. 279]</span> -fin, si quiere usted que le diga lo que siento sobre todo lo que me -ha contado, déjeme que sea capaz de saberlo, porque ahora no lo sé... -Conque hasta mañana, ¿verdad?</p> - -<p>Y como quien sale de un atolladero abriéndose camino á ciegas con -las manos, salió Inés de su apuro entre el laberinto de estas frases -descosidas, y en seguida del cuarto, en el cual quedó un instante -Marcones bañándose el alma en un golfo de dulzuras, por traducir á su -gusto aquellos desordenados aleteos de un corazón que jamás se había -visto en apreturas semejantes.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_coronas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_16"> - <p><span class="pagenum" id="Page_281">[p. 281]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_copa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XVI</h2> - <p class="subh2">EL FALLO DE LA EDUCANDA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-l.jpg" alt="L" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">La</span> pobre Inés se pasó -aquella noche en claro, y aún no la alcanzó para desembrollar el lío -de pensamientos que la llenaban la cabeza. ¿Cómo pudo ella imaginarse -que la exquisita diligencia de aquel mozo para acudir á su casa y -enseñarla lo que no sabía, pudiera terminar en lo que había terminado? -Cierto que se la venían á la memoria casos y pequeñeces que, examinados -desde allí, parecían señales de lo que luégo se descubrió; pero para -haberlos dado entonces la importancia que aparentaban desde lejos, se -necesitaban una malicia y una experiencia que ella no tenía. De todas -suertes, ya no era ocasión de ventilar ese punto. Había que tomar las -cosas en el estado en que fatalmente acababan de ponerse; y tomándolas -así, ¿qué hacer? Esta era la cuestión: sobre esto había que meditar, y -nada más que sobre esto.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_282">[p. 282]</span></p> - -<p>Ordenando lo mejor que pudo sus alborotados pensamientos, se halló -con que no sabía á punto fijo si la explosión amorosa de su maestro, -después de pasada la primera impresión, que fué de asombro, la -mortificaba ó la complacía. De lo que estaba bien segura, era de no -haber contribuído, á sabiendas, ni con el más ligero soplo, á encender -la hoguera en que Marcos parecía consumirse. ¡Y qué hoguera, á juzgar -por el fuego de las palabras con que el desdichado se la pintaba! Y con -abrasarse tanto, el pobre mozo se resignaba heróicamente á su martirio, -sin culpar á nadie, y hasta creyéndose indigno del menor consuelo que -pudiera darle quien, en rigor, era la causa de sus dolores. Por este -lado no hallaba Inés motivos para sentirse mortificada con aquellas -fogosidades tan honradamente declaradas; al contrario: hasta en -conciencia se creía obligada á compadecerse de Marcos.</p> - -<p>Pero descartadas de la cuestión estas consideraciones que tan -directamente se rozaban con su amor propio halagado y con la natural -blandura de su corazón; consideradas las cosas en su valor absoluto y -con entera independencia de todo sentimiento vanidoso y caritativo, -¿de qué casta era la huella que en los profundos de Inés habían dejado -las apasionadas confesiones del estudiante? Aquí estaba el lado<span -class="pagenum" id="Page_283">[p. 283]</span> más obscuro de la -cuestión, y éste era el que reclamaba toda la fuerza de su discurso. -Nada la había dicho Marcos que la sorprendiera por nuevo, aunque la -asombrara por inesperado; porque el adormecimiento de sus deseos y -de sus pasiones nunca fué tan grande que la impidiera sentir, á su -modo, esas hermosas revelaciones que suele hacer el corazón humano -en la primavera de la vida. El caso, pues, del estudiante, era, en -lo esencial, la realidad de muchos sueños que ella había tenido, -particularmente desde que la dominaba la afición al aseo y al trabajo. -Pero estos sueños y aquella realidad, que tanto se parecían en el -fondo, en todo lo demás eran muy distintos. La propensión de Inés á -trasponer en sus meditaciones las montañas fronteras con la imaginación -cuando se la ocupaban ideas de este linaje, no nacía de un temperamento -caprichoso y visionario, sino de una convicción racional y práctica de -que no había al alcance de sus ojos realidades de carne y hueso capaces -de satisfacer las nativas delicadezas de sus dormidos afectos. No por -esto salían sus exigencias de los límites racionales: no soñaba con -un príncipe vagabundo de los que andan de puerta en puerta en busca -de ignoradas hermosuras para llevarlas á ser reinas en palacios de -plata y oro, como los príncipes de los cuentos con que la entre<span -class="pagenum" id="Page_284">[p. 284]</span>tenía muchas veces su -pobre madre. Se conformaba con muchísimo menos; pero con ser ello -tan poco, ¡era tan distinto de Marcos! Podía ser el galán confuso de -sus imaginaciones más bajo ó más alto, más rubio ó más moreno, más -triste ó más alegre, dentro del tipo común de los galanes apasionados -y corteses; pero gordo, grasiento, mofletudo, con la cabeza rapada, -vestido de negro sucio, teólogo de balandrán y casi cura como Marcos, -jamás le había soñado. Á Marcos le consagraba ella un afecto de otra -especie: le admiraba por sabio, le profesaba un cariño respetuoso por -la paciencia y la perseverancia con que la instruía y la aconsejaba, -le besaría con gusto la mano y hasta se confesaría con él en cuanto -cantara misa... De pronto este hombre, este teólogo y casi cura, con la -cabeza rapada, el vestido negro y el cerviguillo poroso, la descubre -que arde en amor por ella, y se lo dice en un lenguaje como nunca le -igualaron, por fogoso, los galanes de sus sueños, más elocuentes, -á su parecer, por lo mucho que se callaban, que por lo poco que la -decían... ¡Oh! ¿por qué era tan gordo Marcos? ¿por qué había estudiado -para cura? ¿por qué se afeitaba tanto y no gastaba el pelo con raya -y el vestido de color? ¿por qué era sobrino de Romana, y por qué, en -fin, era de Lumiacos?... Pero ¿sería posible que estas cualidades -accesorias bastaran<span class="pagenum" id="Page_285">[p. 285]</span> -á desprestigiar, en el concepto de Inés, el altísimo valer de aquel -profundo y ardoroso sentimiento que el estudiante la había confesado de -tan hidalga manera?</p> - -<p>Y esto era lo que la inexperta muchacha no acertaba á poner en -claro. Á veces consideraba, «por un momento,» que se le acercaba -Marcos, que la pedía la respuesta prometida, y que ella se disponía -á dársela enteramente ajustada á los deseos del enamorado mozo. Y -entonces sudaba Inés de congoja, porque no hallaba modo de que las -palabras salieran de sus labios; y no por cortedad de mujer ruborosa, -sino por algo como repugnancia instintiva: le parecía estar hablando -con su padre ó con el cura de Robleces. Y por este camino lo ponía peor -y se sumía en más hondas confusiones, supuesto que Marcos sería todo -lo gordo, todo lo negro y todo lo teólogo que se quisiera; pero, en -rigor de verdad, era un hombre en la fuerza de la mocedad, sin votos y -sin trabas de ninguna especie, libre y casadero como otro cualquiera, -y en nada se parecía, para el caso que se ventilaba, ni á don Baltasar -Gómez ni al cura de Robleces. Podían ser, por consiguiente, impresiones -pasajeras estas repugnancias del ejemplo. Había que averiguarlo.</p> - -<p>Y vuelta al torno, y más tumbos en la cama.<span class="pagenum" -id="Page_286">[p. 286]</span> Y así toda la noche, sin sacar otra -cosa en limpio que un medio convencimiento de que por el solo -<i>delito</i> confesado por el estudiante, no merecía éste la pena que -voluntariamente se había impuesto; que era de necesidad, y hasta de -conciencia, disuadirle de su empeño y reducirle á que continuara las -interrumpidas tareas, como si nada hubiera pasado entre el maestro y -la discípula, y dejar al tiempo la obra de poner en claro aquellas -nebulosidades que no podía despejar ella por sí sola.</p> - -<p>Entre tanto, no pedía Marcones mucho más que esto en las cuentas -que se echaba revolcándose á obscuras en su camaranchón de Lumiacos. -Estaba muy satisfecho del resultado de su embestida. Había visto en -el azoramiento de Inés revelaciones terminantes de impresiones hondas -y de batallas rudas, y á eso solo tiraba él. Lo demás sería obra de -la prudencia y del tiempo. Contaba con que Inés, en la situación de -ánimo en que había quedado, le instaría, aunque fuera de cumplido, para -que renunciara á su propósito de no volver á Robleces; y él entonces -pondría el colmo á su abnegación heróica, aceptando el nuevo suplicio, -mil veces más cruel que el de Tántalo... así, con Tántalo y todo: -conocía un poco la Mitología, y pensaba que no caería mal en aquel -trance este arranque erudito que él tenía en<span class="pagenum" -id="Page_287">[p. 287]</span> mucho, ignorando lo corrido que andaba -por la tierra. Si, como también era posible, Inés no le hacía el -ruego «que era de esperar,» él sabría trocar la concesión en oferta, -resultando siempre el sacrificio heróico, y hasta con la exornación, -por remate, del supradicho símil mitológico. Todo menos cumplir -neciamente su amenaza de no volver á Robleces. ¡Tendría que ver la -simpleza! Inés era de las tajadas que no se abandonan sin dejar los -dientes en ellas. Esto, extremando las suposiciones; porque bien -saltaba á la vista, por lo sucedido aquella tarde, que Inés era cera -dócil á la mano que se empeñara en reblandecerla. Y ¿en qué otra -mano que la suya había caído la cera? Tiempo, tiempo, astucia y -perseverancia, era lo único que él necesitaba para salir triunfante de -su empeño; y triunfaría... ¡por buenas ó por malas!</p> - -<p>Con estas inofensivas intenciones, algo lacio de cuerpo, tristón de -mirada y cetrino de color, entró la tarde siguiente en casa de Inés.</p> - -<p>Aguardábale ésta en el cuarto de las lecciones, garrapateando -maquinalmente números en un papel, pero sin plana nueva. También estaba -algo lacia y muy ojerosa. Al llegar Marcones, se aturdió mucho y se -puso colorada. Tomólo á buen agüero el mozón, y se quedó plantado -delante de la mesa sin decir más palabras<span class="pagenum" -id="Page_288">[p. 288]</span> que las precisas para dar, á media voz, -las buenas tardes á Inés; en la cual se reavivaron sus caritativos -sentimientos, al tomar la palidez y la tristeza de Marcones por señales -de sus rudas batallas interiores.</p> - -<p>—He venido—dijo el de Lumiacos, viendo que Inés nada le decía á -él,—porque, ó la ilusión me engañó, ó usted me dijo ayer tarde que -volviera.</p> - -<p>—Es cierto,—tartamudeó la pobre muchacha.</p> - -<p>Marcones continuó, después de una pausa de silencio, durante la cual -no supo Inés qué hacer de las manos ni de los ojos:</p> - -<p>—Y... ¿recuerda usted por qué y para qué me mandó que volviera?</p> - -<p>—Creo... que sí,—respondió Inés á trompicones.</p> - -<p>—Pues aquí estoy para recibir las órdenes que tenga usted la bondad -de darme,—añadió el estudiantón sin moverse de su sitio y con el hongo -mugriento entre las manos.</p> - -<p>Pero Inés, que todavía continuaba tomando, muy á menudo, ciertos -dichos hueros al pie de la letra, contestó con la mayor sinceridad, -después de repasar un poco su memoria:</p> - -<p>—Yo no recuerdo que tenga que darle á usted ninguna orden.</p> - -<p>—Si no es orden—repuso el de Lumiacos fin<span class="pagenum" -id="Page_289">[p. 289]</span>giéndose más apurado de lo que -estaba,—será otra cosa: verbigracia, una respuesta que quedara -pendiente ayer, por ciertos motivos de... de cortedad, supongamos.</p> - -<p>—Eso ya es distinto,—dijo Inés entonces, cobrando alientos en las -apreturas mismas del trance en que se la ponía.</p> - -<p>—Pues usted me dirá,—concluyó Marcones, cambiando de pie para -descansar, y humillando más la cabeza.</p> - -<p>Y con esto llegó el apuro gordo para Inés; apuro que consistía en -decir de memoria el párrafo que para eso había discurrido por la noche, -después de meditar tantísimo como había meditado.</p> - -<p>Por no cansar al lector con la copia fiel de aquellas descosidas -frases que al fin tuvo que decir la hija de don Baltasar, parrafada la -más larga de cuantas había <i>echado</i> de una sentada en todos los días de -su vida, le diré yo que sudando á ratos, animándose en otros, cayendo -aquí y levantándose allá, vino á declarar á Marcones, en substancia -y en castellano corriente: que recordaba muy bien cuanto él la había -confesado el día antes; que se lo agradecía mucho por la parte que -la tocaba; que no veía en todo ello el menor motivo para huir de -Robleces, como si hubiera hecho allí algo que mereciera persecución -de la Justicia; que le pa<span class="pagenum" id="Page_290">[p. -290]</span>recía mejor y hasta de necesidad, por no dar en qué entender -á las gentes de casa y de fuera de ella, que las lecciones siguieran -como hasta allí, él de maestro y ella de discípula, guardando cada -cual su alma en su almario; y que se dejara el tiempo correr hasta -que Dios, que estaba en los cielos, dispusiera las cosas... como más -conviniera.</p> - -<p>Marcones quedó muy satisfecho de este dictamen, y más que del -dictamen, de la emoción interna revelada en el extraño modo de -exponerle; pero no lo dió á entender así: al contrario, bajó más la -cabezona y respondió tristemente:</p> - -<p>—Lo que usted me propone, sería para mí un suplicio superior á mis -fuerzas. En la situación en que se han puesto las cosas, me sería -imposible la vida sujetándola á esa violencia continuada.</p> - -<p>Inés se atrevió á replicar muy entera:</p> - -<p>—¿Y qué sabe usted lo que se violentarían <i>los demás</i>? ¡Si sólo se -hiciera en la vida lo que le conviene á cada uno!...</p> - -<p>Marcones miró fijamente á su discípula, asombrado de su arranque, -que lo mismo podía significar mucha frescura de espíritu, que un alarde -de obligada fortaleza. De cualquier modo, era ya temerario insistir en -el empeño, y parecía llegada la hora de soltar el símil mitológico.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_291">[p. 291]</span></p> - -<p>Dispuesto á ello, Marcones, después de fingir con ademanes y -contorsiones una encarnizada lucha en sus adentros, habló así:</p> - -<p>—Pues la voy á dar á usted la mayor prueba que puede pedírseme de -la honradez y grandeza de la pasión que me devora... Estoy dispuesto -á padecer ese horroroso suplicio de Tántalo, sólo porque usted lo -desea.</p> - -<p>Como debía esperarse, Inés, que no conocía, ni de nombre, á aquel -sujeto, preguntó con los ojos á Marcos quién era y qué suplicio había -padecido.</p> - -<p>Marcos se apresuró á responderla:</p> - -<p>—Tántalo era un rey, hijo de dioses, que por sus maldades fué -condenado al tormento de la sed, teniendo el agua junto á los labios. -¿Se entera usted? Pues yo voy á padecer como Tántalo... ¡más que -Tántalo! Porque mi sed será mayor que la suya, y más fresca y más -sabrosa el agua que junto á mí tenga... Y yo no he pecado nunca contra -usted de propio intento; y además, me presto voluntario á padecer el -martirio... Voy, pues, á ser Tántalo... ¡más grande que Tántalo!... -porque usted me lo manda y así lo quiere.</p> - -<p>Y como si intentara poner ya de manifiesto su grandura, al exclamar -así alzaba los dos brazos con el hongo en una mano. Da suerte que, -en la relativa pequeñez de aquella habita<span class="pagenum" -id="Page_292">[p. 292]</span>ción, parecía un espantajo colosal teñido -con hollín de la chimenea.</p> - -<p>Á Inés le pareció tal cual el símil, pero no tanto el <i>dibujo</i> -con que Marcos le exornó. Díjole lo que mejor pudo y supo para dar -por terminado aquel gravísimo incidente, en los términos convenidos -poco antes, es decir, guardando cada cual su alma en su almario y -encomendando á la providencia de Dios la marcha y el término y remate -del amoroso pleito; y volvieron el maestro y la discípula á sus -habituales tareas, tomándolas en el punto en que tan bruscamente las -había dejado Marcones el día anterior.</p> - -<p>Al despedirse aquella tarde el mocetón de Lumiacos, entregó á Inés -unos librejos.</p> - -<p>—Los traía—la dijo,—para dejárselos á usted como recuerdo de un -desventurado, en la cuenta de que fuera ésta mi última visita. De todas -maneras, ya está usted en disposición de sacar la debida substancia -de esta clase de lecturas. Son las novelas ejemplares que la había -prometido. Léalas usted despacio; y ¡ojalá la entretengan y la enseñen -todo cuanto yo deseo!</p> - -<p>Inés y Marcones se separaron con los suyos respectivos enteramente -satisfechos: ella, porque, visto de cerca el peligro, le había parecido -menos imponente que de lejos; él, porque sus<span class="pagenum" -id="Page_293">[p. 293]</span> fogosas declaraciones habían sido -aceptadas en principio, y se le dejaban las puertas de aquella casa -abiertas de par en par, lo cual era un paso de gigante en la marcha de -su pleito.</p> - -<p>Á Inés la había parecido el peligro menos, imponente de cerca que -de lejos, no sólo por haber hallado á Marcos dócil á sus dictámenes -y deseos, sino porque, mirado éste con el interés con que acababa de -mirarle y no le había mirado jamás, aún le halló mucho más gordo, -más obscuro, más poroso... y más cura que hasta allí; con lo cual se -aclaraba bastante aquel lado de la cuestión, que tan negro la había -parecido á ella la noche antes.</p> - -<p>Entre tanto, la Galusa se bebía los vientos para averiguar con -certeza lo que ocurría. Con certeza digo, porque barruntos de algo -serio y no desagradable, los tenía por lo que había escuchado desde -la sala y por lo que había leído en las caras y en los continentes -de los dos interesados principales. Su sobrino, como si se gozara en -atormentarle la curiosidad, nada había querido contarla al despedirse -la víspera; y eso que le retozaba la alegría en los ojos, mientras -Inés no sabía adónde mirar con los suyos, ni poner la mano en cosa -que no se le cayera de ella. Sólo la había dicho al pasar: «mañana -hablaremos.»</p> - -<p>Pero, felizmente para la fisgona, Marcones,<span class="pagenum" -id="Page_294">[p. 294]</span> después de la lección de aquella tarde, -se encerró con ella, que ya le esperaba, y comenzó á cumplirle su -promesa, diciéndole al mismo tiempo que se frotaba las manos:</p> - -<p>—¡Como una seda, tía!... ¡como una seda! ¡Le repito á usted que como -una seda!</p> - -<p>—Bien está—respondió la Galusa hecha toda ojos y oídos;—pero eso ya -lo teníamos días atrás, hijo del alma.</p> - -<p>—Cierto—repuso Marcones;—pero lo teníamos en hipótesis, quiero -decir, lo dábamos por seguro; al paso que hoy es ya un hecho notorio y -comprobado.</p> - -<p>—¡Benditas sean las horas del Señor!—exclamó la pelindrusca -levantando hasta la boca las manos entrelazadas.—¿Y cómo te arreglaste -para saberlo? ¿Qué la dijistes, hijo del mismo dimoño?</p> - -<p>—¡Todo, todo, tía! Todo se lo dije, como si me abrasara en fuego de -amor por ella... ¡y creo que es la pura verdad!; y cada dicho salió á -su tiempo y cayó como y cuando debía caer... ¡Oh, estaba el plan bien -arreglado, aquí, aquí, en esta cabeza atestada de filosofías!...</p> - -<p>—Y ella ¿qué te dijo?—preguntó trémula de curiosidad la Galusa.</p> - -<p>—¡Ella!—respondió Marcones con aire de triunfador.—Con la boca, -muy poco, por de pronto; pero ¡con los ojos!... ¡pero con el es<span -class="pagenum" id="Page_295">[p. 295]</span>tremecerse de todo su -cuerpo!... ¡pero con el ponerse descolorida ahora y muy encarnada -después!... ¡Todo, todo me lo dijo, tía; todo cuanto yo necesitaba -saber!... ¡Qué al alma fué el golpe, y qué bien meditado estaba! -Haciéndome el chiquito, conseguí parecerla grande; y despidiéndome de -ella para siempre, logré que me detuviera á su lado. ¡Esto es saber -entenderlo y poner los recursos á la altura de las ocasiones!</p> - -<p>—¿Y todo ello—insistió la Galusa, que era desconfiada de suyo,—lo -leístes por esas señales que dices de la color baja y del temblor del -cuerpo, sin palabra anguna que lo aclarara más?</p> - -<p>—Aunque las señales eran de sobra—respondió desdeñosamente -Marcones,—para un entendedor como yo, esas señales fueron ayer como -primer fruto de mis ternezas amorosas y de mis razonamientos de -hombre honrado. Después acá, ha pasado una noche: la meditación y -el sosiego han hecho su oficio; y esta misma tarde se ha atrevido -Inés á confirmarme de palabra lo que yo había leído en las señales -que á usted le han parecido tan poca cosa. En conclusión, tía: Inés, -sabiendo que la adoro (así se lo dije), quiere que yo continúe dándola -lecciones como hasta aquí, con la sola condición de que cada uno de -los dos guarde en sus adentros lo que sienta sobre ese particular, -hasta que Dios disponga lo que crea más convenien<span class="pagenum" -id="Page_296">[p. 296]</span>te para nosotros. ¿Le parecen á usted -pocas también estas señales? ¿Cree usted que en un asunto como el mío -se puede dar un paso más grande, ni en un terreno más firme?... Ahora, -mucha prudencia hasta dar el segundo, y, por lo tanto, no se dé usted -por entendida con Inés de esto que la he contado. Usted no sabe nada, -¡ni una palabra de ello! ¿Estamos?</p> - -<p>—Por la cuenta que me tiene—respondió la Galusa muy satisfecha; y -en seguida añadió:—¡Vaya, que sospensa me dejas y cuento me paece, por -lo pronto y lo bien que la cosa te ha salido! ¡Te digo que si no se -tuerce!...</p> - -<p>—Por el lado de Inés, respondo de que no—dijo Marcones.—Algo más me -apura ahora el caso por el otro lado: el lado de ese hombre, que tiene -los demonios en el cuerpo.</p> - -<p>—Y ¿qué te espanta de nuevo en él—objetó la Galusa,—que no te haya -espantado antes de ahora?</p> - -<p>—Tanto como espantarme—replicó el sobrino,—ni ahora me espanta ni -antes me espantó cosa mayor. En teniendo asegurada la hija, en un -extremo apurado nada viene á valer la voluntad del padre. Pero por -lo mismo que estoy á punto de lo primero, me entran temores de que -pueda hacer don Baltasar una de las suyas á la hora menos pensada y -cogiéndome desprevenido... Y dígame usted, ya que de esto se<span -class="pagenum" id="Page_297">[p. 297]</span> trata: ¿no es bien raro -que ese hombre no haya maliciado algo hasta la fecha?</p> - -<p>—Ese hombre—dijo la Galusa,—bien repetido te lo tengo: mientres no -le pidan dinero ó cosa que lo valga, tanto se le da que la hija se pase -las horas en conversación contigo, como con uno de la Guardia cevil. -Además, está en la cuenta de que á tí lo que te tira es la Iglesia, y -no más que la Iglesia; y con sólo pensar que te cobra en enseñanzas -algo de lo que te ha prestao para tus estudios, se goza en que se las -des á su hija. Esto me lo ha dicho á mí, ¡pa que lo entiendas!... -que por lo restante, poco le importa que Inés no sepa deletrear. Lo -que le gusta, y mucho, es verla como la ve, de un mes largo acá, tan -frescachona y recompuesta; y no por lo que campa así, sino por lo que -al mesmo tiempo tiene de trabajadora y de remango pa el avío del cuarto -de él y limpieza de toa la casa. Por otra parte, de semanas á hoy, yo -no sé qué mil demonios trae entre cejas, que anda á ratos muy caviloso, -y se marcha por esos campos, tan aína por este lao como por el de -acullá, muchas más veces que antes. ¡Como tiene tantas trapisondas de -intereses con unos y con otros! Pos ajunta á todo esto que ya está -pensando en la siega, que ha de acabarse, como siempre, antes del -Santo, y el Santo es el deciséis. ¿Sabes tú lo que se arregüelve en -esta<span class="pagenum" id="Page_298">[p. 298]</span> casa cuando -llega esa labor, con un agosto tan grande como el que aquí se hace pa -tanto ganao como hay al pesebre? Miedo me da el pensarlo, hijo; que en -esos días no bastamos la otra moza y yo pa dar abasto en la cocina al -laberiento de la obrerá, que come... ¡Virgen María, lo que ella come! -Eso sin contar la fatiga del empaye, y hasta de la mies, de que tampoco -se libra la otra enfeliz. Y dame segadores; y dame carros ajenos porque -no bastan los dos de casa; y dame la flor de la mocedá del barrio pa -el timeneje restante, y fegúrate cómo andará ese hombre en esos días, -con el hipo que tiene de que aquí no se dé golpe ni se coma bocao sin -que la su mano y los sus ojos entiendan en ello. Así es, hijo del alma, -que bien le puedes soltar un cañonazo á la oreja en los días que vienen -por delante, sin recelo de que él se dé por alvertío; y como tamién el -laberiento de la cocina me obligará á mí á ser ciega y sorda pa cuanto -ocurra en esos mesmos días hacia la sala, aprovéchate bien y no seas -tonto, que, en casos tales, pasar un punto es pasar un mundo... Quiero -decirte, que no te andes con desimulos, receloso de que te pesquen en -el aire este ademán ó aquella palabra...</p> - -<p>—Ya está esa siembra hecha, tía—dijo Marcones interrumpiendo á la -Galusa,—y en buen terreno, como se lo tengo referido á usted, sin<span -class="pagenum" id="Page_299">[p. 299]</span> que ello impida que -aproveche yo las buenas ocasiones que se me presenten para cosechar -el fruto antes con antes. Por de pronto, unos librejos la he dado que -la enseñarán á sentir como se debe y en beneficio mío, esas cosas -que yo la he hecho almacenar de pronto en la cabeza y en el corazón. -Leyéndolos bien, se empapará en la materia, me consultará su pensar, un -caso sacará otro á relucir... y, en fin, yo sé lo que me hago.</p> - -<p>—¿De modo que ya te salistes con la tuya; que ya quemastes el medio -balandrán que tanto te pesaba?</p> - -<p>—Para ella, sí; pero aún me queda, por respeto á su padre, la -sotanilla entera... ¡Y si viera usted cómo me han crecido desde ayer -acá los deseos de vestirme de color y dejarme los bigotes, para ser -el mejor mozo de la Ribera! ¡Ay, tía!—añadió el estudiante con hondo -desconsuelo,—¡de qué otro modo tan distinto marcharan estas cosas si yo -pudiera quitarme de encima hasta el último jirón de paño negro! ¡Mal -rayo le parta!... Y con esto me voy, que se va haciendo tarde.</p> - -<p>Y se fué, despedido por su tía con esta fervorosa imprecación:</p> - -<p>—¡La Magalena te guíe, serafín de la cencia, y la fortuna ponga -luégo en tus manos lo que buscas... que güeña falta <i>nos</i> hace!</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_concha.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_17"> - <p><span class="pagenum" id="Page_301">[p. 301]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_inicio.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XVII</h2> - <p class="subh2">EL AGOSTO DEL BERRUGO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-t.jpg" alt="T" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Tenía</span> razón la -Galusa: el agosto de aquella casa era un reventadero. Duraba cerca de -dos semanas, porque no entraban, un año con otro, menos de sesenta -carros de yerba curada en el pajar; y la tarea se llevaba en vilo, -sin otra interrupción que la del día festivo intermedio. Cada tarde -se <i>empayaban</i> seis ó siete carros, y á esta norma se acomodaban las -siegas de cada día. Toda la gente que andaba en la brega era de la -casa: colonos y deudos de colonos, de los más trabajadores y entendidos -entre todos los colonos y deudos de colonos del Berrugo, con las únicas -excepciones, últimamente, de Pilara, por ser la mejor <i>acaldadora</i> -de yerba que se conocía en Robleces, y de Quilino, á ratos, que se -colaba en el bureo de aquellos agostos sin que nadie le llamara, como -se colaba en todas<span class="pagenum" id="Page_302">[p. 302]</span> -partes. Desde que Pedro Juan fué mozo, él y su padre eran siempre los -segadores de cabecera: aunque viejo el uno y muy hechos los dos á las -fatigas del mar, tan diferentes de las de tierra firme, no había miedo -que dalle alguno les picara los talones. Como rapado con navaja de -afeitar quedaba el suelo en cada <i>cambá</i> de las que ellos <i>tiraban</i>, -acompañándose con sendos crujidos del resuello. El Josco tenía además -la gracia de conducir la enorme balumba de un carro de yerba por un -despeñadero, sin que <i>entornara</i>, y la de cargarle y descargarle en la -mitad de tiempo que el labrador más ágil y forzudo. Desde la primera -vez que lo notó el Berrugo, le encomendó el mejor carro de los dos de -su casa, y le puso á Pilara por acaldadora. Hay quien afirma que de -este modo nació, dos agostos antes del que aquí se menciona, la buena -ley que se tenían Pilara y el hijo del Lebrato. Y en verdad que nunca -como en aquellas ocasiones eran tan de ver los dos, ni parecían mejor -cortados el uno para el otro.</p> - -<p>Tampoco mentía la Galusa al afirmar á su sobrino que en el agosto, -como en todo lo de su casa, «ese hombre tenía el hipo de que no -se diera golpe ni se comiera bocao sin que la su mano y los sus -ojos entendieran en ello.» Verdaderamente era en aquellos días un -argadillo que mareaba. Comenzaba el ajetreo por<span class="pagenum" -id="Page_303">[p. 303]</span> el acopio del «boquible,» como él -decía, para la «obrerada:» bacalao de desecho, medio podrido, y una -oveja sarnosa de su rebaño en aparcería; y si no había oveja de -estas condiciones, una becerruca <i>azurronada</i> y á punto de morirse -de ruinera, que nunca faltaba en casa de un aparcero ó en la suya -propia. El vino, de lo tinto picado de su bodega. Para matar el dejo -de la carne enferma ó del bacalao podrido, sabía él hacer unos adobos -cáusticos que levantaban ampollas y escaldaban el paladar, de modo -que el más sutil de suyo no advertía la acritud que pudiera quedarle -al vino después del agua de fregar con que le había <i>mejorado</i> el -inocente. Y nada de pan blanco para las comidas: boronas como ruedas -de molino. De esto, hasta llenarles la andorga. Gracias á Dios, había -maíz sobrante en el desván, y aquello de menos le comerían los ratones. -Para el ollón del mediodía, las berzas de <i>posarmo</i>, las alubias con -gorgojo, el tocino avenado... ¡y agua que te crió! La <i>parva</i>, de una -bebida alcohólica, cuyos componentes, tan baratos como corrosivos, -fueron siempre un secreto suyo, y un zoquete de pan duro y mohoso por -persona.</p> - -<p>Pagando de este modo á los obreros, no le salían, uno con otro, -amén de los carros, á tres reales y cuartillo de jornal. Costumbre era -en otras casas pagar, por iguales trabajos, me<span class="pagenum" -id="Page_304">[p. 304]</span>dia peseta además de la comida; pero el -Berrugo tenía leyes especiales y colonos que las sufrían y acataban, -porque les salía peor la cuenta rebelándose.</p> - -<p>Avisada y dispuesta la gente, don Baltasar llamaba al Lebrato: le -decía qué prados se habían de <i>tumbar</i> los primeros; y antes de salir -el sol, ya estaba él, con una rastrilla en la mano, esperando en la -mies á los segadores. Por sí mismo reconocía los hisos y los linderos; -y al marcarlos hollando la yerba con los pies, siempre metía las marcas -más de un palmo en los prados colindantes.</p> - -<p>—¡Hala por derecho—decía inmediatamente á los segadores,—y apretar -de firme ahora que está la yerba en buen temple de rocío!</p> - -<p>Consumiéndole la impaciencia y por ganar algo, aunque sólo fuera -un poco tiempo, sin esperar á que se formara un <i>lombío</i> de dos varas -de largo, ya estaba él esparciéndole con el mango de la rastrilla y -hurgando casi los talones del último segador de la tanda.</p> - -<p>Así, hasta que llegaba una criadona con la parva en una cesta. -Quedábase la moza para esparcir los lombíos, y se volvía él á casa. -Á la despensa lo primero. El tocino, las alubias... Del tocino, lo -que oliera peor entre lo apartado por rancio; de las alubias, las más -vacías y agorgojadas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_305">[p. 305]</span></p> - -<p>—¡Hospa!—le decía á la Galusa, que recibía de sus manos aquellas -porquerías en el delantal.—Y para ellos, sobra.</p> - -<p>En seguida abajo: á preparar el vino tinto. Después al estragal: los -aperos; si están listos y corrientes. Al corral de atrás: los carros, -las armaduras altas... Llamadas, advertencias y preguntas al criado. Al -pajar, para ver si está bien barrido el suelo y bien apartada la yerba -vieja, trepando á escape la escalera que arranca de allí, pegada á la -pared. Antes, un alto en la <i>payeta</i> para sentar las tablas desclavadas -que estén fuera de su sitio... Abajo otra vez: á la cuadra: las -telarañas, los boquerones, la ceba sobrante. Arriba de nuevo: vistazo y -olisqueo á la carne y al bacalao, que están empapándose en el adobo que -él manipuló. Á la cocina después: á destapar el ollón en que hierven ya -las berzas, el tocino y las alubias. Le parece el condumio <i>bajo</i>: ¡más -agua! Antes del mediodía, otro viaje á la mies, por si está ó no está -dada la vuelta á toda la yerba esparcida según la han ido segando... -Y á casa con tiempo para ver cómo se prepara en la cesta grande la -comida que ha de llevarse al prado á los segadores, y medir el vino -correspondiente, que irá en una botija de barro empedernido, con tapón -de <i>garojo</i>... Por la tarde, á la mies todos los criados y él con -ellos: á virar toda la yerba se<span class="pagenum" id="Page_306">[p. -306]</span>gada, y hacinarla después, antes que caiga el relente. Por -la noche, toda la obrerada en la cocina alrededor de la mesa grande; y -en medio de la mesa, dos tarterones con la carne sarnosa ó el bacalao -manido, nadando en una charca de salsa fulminante; un botellón negro, -cargado hasta el gollete de agua de fregar con el Rioja avinagrado, y -una borona partida en dos mitades. Mucho eructo, mucho carraspeo, mucho -restregón de pies, mucho vocerío y grandes risotadas, y el Berrugo -entrando y saliendo y llevando á cada comensal una cuenta exacta en -la memoria, de lo que mojaba, de lo que mascaba y de lo que bebía; y -dicharacho va y pulla viene contra el que se pasaba «de lo justo,» -¡como si no fuera un acto meritísimo en los infelices, no ya engullir, -sino catar solamente aquellos fementidos brebajes con que se les estaba -envenenando allí!</p> - -<p>Al otro día se duplicaban las faenas: recoger por la tarde lo segado -la víspera, y segar y curar otro tanto para recogerlo el día siguiente; -y con este motivo, más obreros y más impedimenta y doblada actividad en -el Berrugo, cuya correa daba para cuanto fuera menester. Con la comida -en la boca y la rastrilla al hombro, tras una mañana sin sosiego, -á la mies con el primer carro, que era uno de los suyos; y allí, -mientras se cargaba este carro y llegaba el se<span class="pagenum" -id="Page_307">[p. 307]</span>gundo y comenzaba á cargar, atropa y -fisgonea y punza y acribilla al lucero del alba. Cargado el primer -carro, á casa detrás de él aguantando sus bamboleos con la rastrilla y -recogiendo las yerbas que se caen ó quedan enredadas en los bardales. -Ya en el corralón y descargándose el carro, á ratos atropaba también -la yerba desparramada en el suelo; á ratos gateaba por la escalera del -pajar para ayudar al de adentro á desatascar el boquerón que atascaba -el descargador del carro; á reñir al «gandul» que se dejaba ahogar -de aquel modo; y por último, y con un rodeo fatigoso por cuadras, -escaleras y pasadizos, á atisbar por un ventanillo del granero, que -comunicaba con el pajar, á la gente moza que acaldaba la gran pila, -medio á obscuras, porque no había allí otra luz que la que se filtraba -por las tejas y la lata podrida del tejado, y la intermitente y baja -que se colaba por el boquerón de la payeta, casi siempre obstruído. -Y si columbraba retozos, y si descubría zancadillas, ¡Cristo mío, -qué cuchilladas de lengua tiraba desde aquel escondrijo, y cómo le -temblaban de frío las carnes al mozo que más sudara en aquel oloroso y -blando quemadero!</p> - -<p>Y así toda la tarde. Por la noche, lo mismo que en la anterior, con -la sola diferencia de haberse alargado la mesa y añadido una tartera -más de bacalao podrido ó de carne corrompi<span class="pagenum" -id="Page_308">[p. 308]</span>da, en virtud del aumento de comensales: -igual entraba y salía y rondaba la mesa, y ponderaba los manjares y -zahería al más voraz ó al menos escrupuloso.</p> - -<p>¡Y con llevarse semana y media de este modo, es decir, sin cerrar -boca ni parar un punto, comiendo mal y durmiendo peor, no se rendía -aquel cuerpo que parecía nutrirse de la fatiga y del hambre y del -cansancio de los demás! Y si por remate del ajetreo le resultaba un -carro de yerba más de los calculados antes de la siega, hasta se -remozaba el indino.</p> - -<p>Pues á lo que íbamos rato hace: el «boquible» de aquel año se -compuso del bacalao de siempre y de una cabra con úlceras y papera.</p> - -<p>Pedro Juan había dicho á Pilara, dos días antes de empezarse la -labor:</p> - -<p>—Estoy avisao pa la siega de ese hombre.</p> - -<p>Y ella le había respondido, con «un mirar de ojos» de mayor alcance -que las palabras:</p> - -<p>—Tamién yo, Pedro Juan.</p> - -<p>—Estonces voy,—había añadido él.</p> - -<p>—¿No pensabas dir si no?</p> - -<p>—¡Qué sé yo lo que pensaba, coles! De un tiempo acá, no pienso cosa -con arte, si no es una cosa mesma... y dale que dale, y arriba y abajo -y de día y de noche.</p> - -<p>Esto se había hablado en el corral de Pilara, pasando por allí -el Josco «por casualidad»<span class="pagenum" id="Page_309">[p. -309]</span> y muy de prisa; lo que demuestra, y es lo cierto, que -el pleito de Pedro Juan no había adelantado un paso, con ser muchos -los días corridos desde las últimas intimaciones del Lebrato y la -subsiguiente <i>guantá</i> al temerario Quilino.</p> - -<p>—¡Déjeme tan siquiera hasta el agosto... de ese hombre!—había -suplicado Pedro Juan á su padre ante las nuevas amenazas de éste.—Si -allí no lo arreglo de por mí mesmo, hágalo usté como quiere... ú haga -de mí carná de sereña, que sería lo mejor, ¡coles!</p> - -<p>El Lebrato había accedido á la súplica; y por eso Pedro Juan -esperaba la siega del Berrugo, con tales ansias, que las piernas solas, -y contra el mandato de él, le habían arrastrado á pasar <i>casualmente</i> y -muy de prisa por el corral de Pilara, para preguntarla aquello poquitín -que la había preguntado.</p> - -<p>Y llegaron los días esperados, y llegó la hora de entrar el Josco -con el primer carro vacío en la pradera. El corazón le dió media docena -de golpes en el pecho. Allí estaba Pilara hecha un brazo de mar, -atropando con la rastrilla el heno fragante que <i>cascabeleaba</i> de puro -seco. ¡Qué bien le «agolía» á él entonces todo aquello, y qué grandona -le parecía la mies, y qué alegre el sol que le tostaba, y qué bien -entonados los cantares que <i>echaban</i> las obreras, y qué poca cosa todas -ellas, desmedradas y sin arte,<span class="pagenum" id="Page_310">[p. -310]</span> al lado de Pilara, que sacaba á la más jampuda medio palmo -en altura y en redondez!</p> - -<p>Pedro Juan <i>enrabó</i>, y echó al suelo las cuerdas y el horcón que -estaban en la pértiga. Iba á comenzar la carga. ¿Subiría Pilara al -carro? ¿Subiría otra obrera? Esta duda molestó al Josco unos momentos, -por más que la costumbre de otros años debiera tranquilizarle. ¡Pero -estaba el mozo tan querenciosote y amarteladón de un tiempo á aquella -fecha!...</p> - -<p>Poco le duró la duda; porque Pilara, leyéndosela en la cara, ó sin -leérsela, en cuanto vió el carro dispuesto, soltó la rastrilla y se -encaramó en él por la rabera, después de haber mirado á Pedro Juan de -un modo que parecía decirle: «¿Cómo pudistes tú pensar cosa diferente, -inocentón?» Y empezó la carga.</p> - -<p>Es cosa de repetir aquí lo que ya se ha dicho; nunca como en -aquellas ocasiones eran tan de ver Pedro Juan y Pilara: ella arriba, -con su refajo corto de bayeta encarnada; el talle mal encerrado en un -justillo de rayas azules; sobre los anchos hombros, un pañuelo de mil -colores, cuyos picos, cruzados bajo el robusto seno, recogía la jareta -del delantal; y á la sombra de un pajero con cintas coloradas, la cara -frescachona, espejo fidelísimo del espíritu más satisfecho del envase -que le cupo en suerte, entre todos los espíritus que andan por el -mun<span class="pagenum" id="Page_311">[p. 311]</span>do encarnados en -criaturas humanas. Abajo él y Pedro Juan, con la tabla del abovedado -pecho y la cerviz hercúlea, tan blanca como el pecho, al sol, lo mismo -que la cabeza y los brazos hasta el codo, porque de cintura arriba no -llevaba otro atavío que la camisa con las mangas recogidas y la pechera -abierta de par en par; de cintura abajo, unos pantalones de mahón y -una faja negra para sujetarlos sobre las caderas. Ella recibía arriba -las horconadas que él la enviaba desde abajo; y al ver cómo Pilara las -cogía casi al vuelo y las iba acaldando en dos meneos, picábase Pedro -Juan y doblaba la carga del horcón; pero ella la recibía lo mismo -que las otras, sin que volara un pelo de yerba por los aires; y por -mucha prisa que se diera el cargador, siempre hallaba á la acaldadora -esperándole con los brazos abiertos y retozándole la risa placentera en -los alegres ojos y entre los menudos dientes blanquísimos. Pedro Juan -se iba animando más y más... por dentro se entiende, pues ni á su cara -seriona ni á sus labios entreabiertos asomaba la menor señal de sonrisa -ni de palabra; y allá va media hacina de un golpe sobre la regocijada -moza, que aparecía al momento sobre la nube, escupiendo yerbas, -sacándose otras del seno y riendo á carcajadas. Otras veces Pedro -Juan la aliviaba el trabajo poniéndole la horconada donde más<span -class="pagenum" id="Page_312">[p. 312]</span> falta la hacía; y también -entonces se le pagaba la fineza en aquella moneda de miradas alegres -y de sonrisas dulces que tanto apetecía él, porque verdaderamente le -caían como un cielo estrellado, en las obscuridades de sus adentros.</p> - -<p>Á todo esto, la carga subía y subía, y la balumba se desbordaba -de la armadura de la pértiga por todos sus cuatro costados; y cuando -ya no cabía una horconada más sin riesgo de que se desmoronara todo -ello, Pedro Juan echaba las <i>cordadas</i> de un lado á otro y de atrás á -delante, por encima de la balumba; y él solo, sufriendo con una mano -y atesando con la otra con tal firmeza que hacía oscilar la mole y -hasta cabecear á los bueyes medio ocultos debajo de ella, dejábala -hecha una pieza, en la mitad de tiempo que emplean dos hombres forzudos -para la misma labor. Después peinaba lo más saliente de la carga con -la rastrilla; y, por último, sin bajarse Pilara del carro, conducíale -con gran tiento á casa, entre los chirridos del eje y los cánticos de -los obreros que le seguían y, en caso de necesidad, le apuntalaban con -horcones y rastrillas. Como si la carga fuera de onzas de oro, atendía -Pedro Juan al menor vaivén de su balumba que podía dar en el suelo, -no con la yerba, sino con lo que iba sobre ella y valía, en opinión -del Josco, más que toda la yerba de la mies y que todas las mie<span -class="pagenum" id="Page_313">[p. 313]</span>ses del lugar, aunque -estuvieran sembradas de ochentines.</p> - -<p>Así, hasta que llegaba el carro á la portalada del corral trasero -de la casona. Entonces se corría Pilara hacia la rabera, se recogía -con ambas manos las faldas alrededor de los tobillos, y se dejaba -<i>desborregar</i> por allí abajo hasta el suelo, donde caía blandamente -y medio acurrucada. Pedro Juan arreaba en seguida; pasaba el carro, -á duras penas, por debajo del tosco dintel de roble que le prensaba -la carga y se la mordía con sus asperezas, y le dejaba arrimado á -la payeta y enfrente del boquerón. Y allí se separaban Pedro Juan y -Pilara. Él saltaba desde la payeta al carro para descargarle, y ella -entraba en el pajar y subía á la pila para acaldar la yerba que el otro -fuera descargando.</p> - -<p>Á lo mejor de éstas y de las otras faenas, solía aparecer Quilino: -en el prado, para hacer que hacemos atropando un poco y revolviendo -mucho; en los empayes, para irse derecho á la pila con los que -acaldaban, sobre todo si el carro era el de Pedro Juan, señal de que -Pilara estaría adentro.</p> - -<p>En opinión del Josco, Quilino no tenía pizca de vergüenza. Otro -que él, con lo que se le había dicho, y mayormente con la <i>guantá</i> -que había llevado aquel domingo, no se le hubiera vuelto á poner -delante sino para tomar vengan<span class="pagenum" id="Page_314">[p. -314]</span>za ó para despedirse para siempre... Pues donde estaba -Pilara, allí estaba Quilino luciendo la persona, sin importarle un -comino la cara que pusiera Pedro Juan si se hallaba presente también. -La guantada aquélla no le había servido de escarmiento. «¿Y qué hacer -con un chafandín así, coles?» ¿Había de arrancarle Pedro Juan un par de -muelas cada día? ¿No era esto aventurarse á que una vez se le corriera -la mano un poco más arriba y le dejara seco?... Y ¿por qué Pilara no -le curaba el hipo, de un escobazo? ¡Coles, esto es lo que debía de -hacerse... y de haberse hecho ya! ¿Y por qué no se había hecho?... -Porque no había él, Pedro Juan, «hablao» lo que le correspondía. Por -eso. Si hubiera hablado, todo se habría dicho; y entre ello, que -le quitaran estorbos de la vista... No tenía derecho á quejarse... -Corriente. Pero con esto no se curaba él del resquemor que ciertas -cosas le producían: bueno que en la mies, bueno que en el corro, bueno -que aquí ó allá y á cielo abierto; pero ¡coles! ¿á qué iba Quilino al -pajar en cuanto Pilara estaba adentro? Allí se andaba á tientas y nunca -se hacía buen pie... Y Quilino podría ser poca persona; ¡pero lo que es -pegajoso y atrevido!... Verdad que Pilara era moza que no dejaba pasar -las cosas de cierto punto; pero ¿por qué las cosas habían de llegar -allí, ni siquiera á<span class="pagenum" id="Page_315">[p. 315]</span> -que el sinvergüenza, con la disculpa del barullo de los demás, le -pusiera la pata delante, por el gusto de verla caer muerta de risa?... -Hacía bien, muy bien, el amo en vigilar á menudo á la tropa de la pila; -pero haría mucho mejor en no apartarse un momento de la ventanuca del -desván. ¡Por allí, por allí, coles, había que estar alerta con el ojo y -con el oído!</p> - -<p>Y por éstas y otras reflexiones tales, Pedro Juan no sosegaba un -punto, mientras descargaba el carro, si Quilino estaba en el pajar. -Atascaba el boquerón lanzando contra él horconadas enormes para acabar -primero; pero así lo ponía peor, pues con el boquerón tapado no oía -pizca á las gentes de la pila, y él necesitaba estar oyendo sin cesar -á Pilara... porque él se entendía. Una tarde le encalabrinaron de tal -modo estas aprensiones, que se atrevió á gritar desde el carro:</p> - -<p>—¡Pilara!</p> - -<p>—¡Quéeee!—le respondió en seguida la voz de ésta, allá dentro de -todo, en lo más hondo del pajar.</p> - -<p>—¡Ná!—tuvo que decir, medio cortado, Pedro Juan.—Que pensé que -llamabas... Pero ya que estamos en esto, ¡habla, habla! ¡no pares de -hablar!... ¡que te sienta yo á toa hora!... ¡coles, que me gusta mucho -oirvos!...</p> - -<p>Y pareciéndole que había dicho demasiado,<span class="pagenum" -id="Page_316">[p. 316]</span> se comía la figura de vergüenza y atacaba -furioso al heno con el horcón, ya que no podía largar otra castaña á -Quilino; de modo que en un periquete dejó el carro vacío, con aplauso -expreso del Berrugo, que andaba por los alrededores haciendo de las -suyas.</p> - -<p>—Primero se acabara y de mejor arte—le dijo Pedro Juan, limpiándose -con su pañuelo de percal los regatos de sudor con yerbas que le corrían -por pescuezo y pecho abajo,—si ese chafandín no estorbara á la gente de -la pila.</p> - -<p>—¿Quién es el chafandín?—preguntó el Berrugo parándose en firme.</p> - -<p>—Quilino.</p> - -<p>El hombre dejó de hacer lo que hacía, y tomó á escape la escalera -del pajar; pero ya salían los empayadores, empapados en sudor, rojos -como tomates y sacudiéndose las yerbas agarradas al pescuezo. Pilara -ardía, de puro sofocadona y saludable. El único que no coloreaba y que -hasta parecía venir en remojo, con los pelos pegados á la cara imberbe -y descolorida, era Quilino. Retrocedió el Berrugo; y en cuanto bajó el -mozuelo, le agarró por un brazo y le dijo:</p> - -<p>—Oye tú, Milhombres: ya que vengas sin que nadie te llame, que sea -para servir de algo, y no de estorbo. ¡Cuidado con que te me vuelvas á -subir á la pila!... ¿Lo entiendes?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_317">[p. 317]</span></p> - -<p>Quilino se quedó de pronto suspenso; pero en seguida se encrespó, y -revirando un poco los ojuelos y la boca lacia, contestó al Berrugo:</p> - -<p>—¡Recongrio!... Por si eso lo ha dicho usté por mí, sépase usté que -Quilino no estorba en nenguna parte... ¡en nenguna, recongrio! Y sépase -usté tamién, que en venir á servile á usté de balde, le hago más honra -de la que... angunos merecen, ¡recongrio!</p> - -<p>Y se fué, zarandeando la calzonada, para no volver más á aquel -agosto.</p> - -<p>¡Cómo le saboreaba Pedro Juan día por día y hora por hora, en la -mies, en el empaye y hasta en aquellos festines infernales con que -el Berrugo envenenaba el hambre de los que reventaban el cuerpo por -servirle! No cataba gran cosa, es la verdad, de todo ello, y mucho -menos aún cataba Pilara, que sólo por cortesía se sentaba á la mesa -por las noches; pero estaba allí frente á frente con él; y teniéndola -allí y atreviéndose á mirarla de reojo algunas veces, y oyéndola -sus incesantes risotadas, con eso solo restauraba las fuerzas de su -cuerpo... y hasta le parecía menos abominable el Berrugo, que tan -grande beneficio le proporcionaba.</p> - -<p>Lo peor era que aquello se iba acabando poco á poco, y las cosas no -habían adelantado un paso; y al día siguiente del agosto del Berrugo, -tan abundante y alegre, empezaría el agosto de<span class="pagenum" -id="Page_318">[p. 318]</span> ellos en Las Pozas. Él y su padre, -solos, enteramente solos, á segar; y á ratos perdidos, y como por obra -de misericordia, su hermana y la familia de su hermana y el carro de -su hermana, ayudándolos á meter en el pajar la pobreza segada. ¡Y -todo este cariz tan triste, por no haber orillado él las arrastradas -dificultades! Porque sin ellas delante de los ojos, seguro estaba de -que no había de parecerle el agosto de su casa menos risueño que el -agosto de «ese hombre.» Pilara ausente ó Pilara presente, ¿qué le -importaría á Pedro Juan, si la llevaría ya «apalabrada» y como cosa de -su pertenencia, en las honduras del pechazo?</p> - -<p>Y así llegó el último día, y el Josco á sospechar que muy bien -pudiera acabar la temporada sin haber salido él de su apuro; y este -temor ¡coles! le desconcertaba. Pilara no faltó tampoco aquella tarde: -llegó cantando, con la rastrilla al hombro y mordiscando el último -zoquete de la comida de su casa; porque no iba á las labores de la -mañana... Y se cargó el primer carro del Josco; y el Josco hizo desde -abajo prodigios de soltura y de fortaleza, y Pilara maravillas de -habilidad arriba; y él la persiguió á horconadas con mayor empeño que -nunca, y ella le celebró las gracias, risotera y cariñosona, como -jamás le había celebrado otras tales... y anduvo el carro cargado, -y llegó<span class="pagenum" id="Page_319">[p. 319]</span> á la -portalada, y Pedro Juan le paró allí, y Pilara se <i>desborregó</i>, como -siempre, por la rabera... y el carro anduvo de nuevo, y se arrimó á la -payeta, y le descargó Pedro Juan; y bajó Pilara del pajar, coloradona -y reluciente, que daba gloria; y se sentó con otras obreras en el -carro vacío; y el Josco las condujo á la mies, como tantas veces las -había conducido: ellas cantando y riendo, y él delante de los bueyes, -taciturno y con la ahijada al hombro... «y de aquello, ná...» Y se -cargó de nuevo el carro, lo mismo que siempre; y de igual modo salió -de la mies y llegó á la portalada, y se desborregó por la rabera la -mocetona, y se empayó después aquella balumba de yerba... «y de lo -otro, ná...» En fin, que llegó la hora de cargar Pedro Juan el último -carro que le correspondía en aquel agosto de «ese hombre;» y le cargó, -y le sacó de la mies, y le condujo hasta la portalada, y los obreros y -el Berrugo que le seguían entraron en el corralón, como de costumbre; y -el carro parado y Pilara encima y Pedro Juan abajo, se quedaron solos -en la calleja... «y de aquello otro, ná... ¡coles, lo que se llama -ná!»</p> - -<p>Reconcomiéndose el Josco al considerarlo, arreó un palo á cada buey -sobre la espalda para que alzaran más la cabeza, y de ese modo hiciera -Pilara con mayor facilidad su bajada de costumbre, cuando oyó que la -moza le llamaba:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_320">[p. 320]</span></p> - -<p>—¡Pedro Juan!</p> - -<p>—¿Qué quieres?—respondió el mozo.</p> - -<p>—Ponte por este lao,—le dijo Pilara.</p> - -<p>Pedro Juan se puso donde Pilara quería: junto á la rueda derecha -del carro. Allá arriba, enfrente de él, estaba Pilara recogiéndose -las faldas contra los tobillos y mirándole con los ojos llenos de -travesuras inocentonas.</p> - -<p>—¿Qué vas á hacer?—la preguntó Pedro Juan.</p> - -<p>—Voy á bajar por aquí,—respondió Pilara acurrucándose junto al borde -de aquella montaña de yerba.</p> - -<p>—¿Por qué no abajas por la rabera, como siempre?</p> - -<p>—Porque me da la gana de abajar por aquí hoy...</p> - -<p>—Güeno. ¿Y qué quieres que haga yo?</p> - -<p>—Que me aguantes... si eres quién pa ello.</p> - -<p>—¡Eso sí, coles!—exclamó Pedro Juan largando á escape la ahijada.</p> - -<p>Temblaba por adentro de puro gusto y de sorpresa el hijo del -Lebrato. Jamás habían tocado sus manos ni el pelo de la ropa de Pilara, -y ahora se le iba á ir encima Pilara en carne y hueso, entera y -verdadera. «¡Coles, qué barbaridá de suerte!» No se paró á considerar -si sería ó no capaz de resistir en el aire aquella mole. Se creía con -fuerzas para mucho más... Es<span class="pagenum" id="Page_321">[p. -321]</span>parrancóse y se afirmó bien sobre los pies, escupióse las -manos, levantó los brazos y los ojos hacia Pilara, y la dijo, pálido de -entusiasmos:</p> - -<p>—¡Échate sin miedo, recoles!</p> - -<p>Pilara se reía como una boba, y no sabía de qué modo lanzarse por -aquel precipicio abajo.</p> - -<p>—¡Mira que peso mucho, Pedro Juan!—le decía.</p> - -<p>—¡Anque pesaras más de otro tanto, Pilara!... Con tal de ser tú lo -que me caiga encima, aquí hay aguante pa ello... Échate de cualisquier -modo, ¡pero échate, recoles!</p> - -<p>—¡Pos allá voy!</p> - -<p>Y Pilara se lanzó... no sé cómo; pero sé que cayó en brazos de -Pedro Juan, sin que los brazos se doblaran, ni los pies se movieran -del sitio en que parecían clavados; que un moflete de Pilara resbaló -por un carrillo del atleta; que éste cerró los ojos como si en aquel -instante relampagueara; que el roce y el calorcillo y el olor de la -moza le emborracharon, y que en medio de aquella borrachera fulminante, -en los breves momentos en que estuvo su boca tan cerca del oído de -Pilara, introdujo en él estas palabras, encanecidas ya en la punta de -su lengua:</p> - -<p>—¡Pilara!... ¡Dende aquí á la iglesia á que mos case el señor -cura!... ¿Consentirás en ello?</p> - -<p>Y Pilara, que se vino al suelo, pero á pie fir<span class="pagenum" -id="Page_322">[p. 322]</span>me, en el instante de recibir este disparo -á la oreja, contestó á Pedro Juan, mientras con un dedo meñique mataba -las cosquillas que le habían hecho las palabras en el oído:</p> - -<p>—¡Cuánto hace ya, hijo de mi alma, que podíamos estar de güelta, á -no ser tú tan como eres!</p> - -<p>—¿Eso es decirme que sí, Pilara?—se atrevió á preguntar Pedro Juan, -temblando de gusto.</p> - -<p>—¡Y con alma y vida, bobón!—le respondió ella mirándole mimosona.</p> - -<p>Todo esto ocurrió en brevísimo tiempo, y en muy poco más descargó -el carro Pedro Juan. ¡En un tris estuvo que no ahogara á su padre, -que estaba al boquerón, bajo las tremendas horconadas de yerba que le -mandaba sin cesar!</p> - -<p>Por la noche no probó bocado en la cocina; y cada vez que sus ojos -se encontraban con los de Pilara, se estremecía de arriba abajo, y á -veces se reía solo. Ponderó mucho el Berrugo delante de la obrerada sus -valentías de descargador, y estuvo á pique de abrazar á «ese hombre,» -no por el elogio, sino porque ya nadie ni nada le parecía allí malo ni -feo. Entró Inés á dar un vistazo á la mesa, como solía; la halló el -Josco pintiparada para madrina, y tuvo tentaciones de proponérselo á -voces allí mismo.</p> - -<p>Afortunadamente para Pedro Juan, todo era<span class="pagenum" -id="Page_323">[p. 323]</span> bulla y algazara en la cocina, y nadie -reparaba en sus vehementes obsesiones. Hasta el Berrugo estaba menos -incisivo y cruel que de costumbre: le habían salido dos carros más de -yerba que otros años, y se había recogido el agosto en un día menos.</p> - -<p>Por todo lo cual había en la mesa una tartera de plus con el -sobrante de la cabra laceriosa, y se remató el festín con una rueda -extraordinaria de un blanquillo averiado que el anfitrión pensaba -arrojar á la pila del estiércol.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_cara_bichos.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_18"> - <p><span class="pagenum" id="Page_325">[p. 325]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_homo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XVIII</h2> - <p class="subh2">VUELTA AL PLEITO DE MARCONES</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-y.jpg" alt="Y" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Y aconteció</span> que Inés, -apenas hecha aquel tratado de paz con su maestro, se vió obligada á -poner á prueba el buen andar de aquella máquina de su cerebro, que poco -antes había comenzado á moverse segura, pero lentamente; porque llegó -á encontrarse muy mal á gusto en la escuela, desempeñando el papel de -simple receptáculo pasivo de las enseñanzas de Marcones, y quiso tener -allí su iniciativa propia, de modo que, sin dejar de ser discípula, -pudiera dirigir á su profesor.</p> - -<p>Parecerá esto algo contradictorio, y aun muestra de inverosímiles -atrevimientos en la dócil y modestísima educanda. Pues no hay semejante -cosa. Inés seguía admirando el saber y hasta el método de enseñanza -de su maestro, y ni remotamente creía que el que ella trataba<span -class="pagenum" id="Page_326">[p. 326]</span> en imponer allí valiera -ni siquiera tanto como el otro; pero ocurría que entre las aprensiones -de Inés se había enmarañado de pronto el concepto personal, la idea -cristalizada de Marcos vivo y efectivo, de tal suerte, que no se -puede explicar sino con el ejemplo de lo que pasa á ciertas personas -aprensivas, con la forzosa y continua presencia de un arma de fuego, -cargada: temiendo hasta que se dispare sola, la penen á cubierto de -cualquier imprudencia temeraria y de todo golpe casual. Pues bueno: -Marcones, desde el estallido de marras, era para Inés un escopetón -cargado de metralla hasta la boca, que podía volver á dispararse -solo á la hora menos pensada; y para aislarle, para mantenerle en la -posición menos peligrosa, para evitar y aun para conjurar los golpes -casuales, ó, viniendo á lo concreto, para prevenirse contra sus ímpetus -fogosos, para conjurarlos y para dirigirlos, no había encontrado -otro medio que <i>llevar la voz cantante</i> en la escuela. Esto no había -de conseguirse ventilando allí asuntos de cecina ni chismecillos de -vecindad, sino temas de mayor fuste; puntos pertinentes á las materias -de su enseñanza, y atrincherarse con ellos; atiborrarse el magín de -teorías, de dudas y de reparos, y acosar al profesor incesantemente con -estas armas; obligarle á estar atento siempre y amarrado á esas<span -class="pagenum" id="Page_327">[p. 327]</span> escaramuzas de la -discípula; y en cada intento de escapada por el portillo abierto ó -por la brecha desatendida, acudir allá con nuevos pertrechos que le -distrajeran y hasta le abrumaran.</p> - -<p>Todo esto había intentado Inés, y lo que es más de admirar, todo -esto había conseguido en pocos días, sometiendo con heróica voluntad -su buena inteligencia á una gimnasia desesperada. No eran ciertamente -campo adecuado al ejercicio de tan hermosos elementos de investigación -y de análisis, los cuatro libracos de texto que Marcones la había -prestado, y algunos más, por el estilo, que conservaba de su madre; -pero lo que á la labor le faltara de ancho, lo tendría de hondo; y si -no hallaba al cabo grandes cosas, aprendía la manera de buscarlas, lo -cual, apurando bien su tesis, era lo que más falta la hacía por de -pronto.</p> - -<p>Procediendo de este modo, buscando el por qué de aquellas materias -mal esbozadas, y supliendo con el buen sentido lo que en ellas no se -columbraba, se halló de manos á boca con que en lo que iba dejando -atrás, después de sometido á nuevo análisis, veía ella mucho más de -lo que la había enseñado su maestro; y con esto, y con lo que no -traslucía bastante claro, y con lo que de intento enturbiaba para dar -que hacer con la supuesta duda á Marcos, no<span class="pagenum" -id="Page_328">[p. 328]</span> solamente le tuvo durante una semana -pendiente de su capricho, sino vencido casi siempre, y muy á menudo -estupefacto.</p> - -<p>Pero ¿qué mosca había picado á Inés para lanzarla tan de repente por -aquellos trigos de Dios?</p> - -<p>La mosca esa daría motivo para que se luciera aquí de firme -una pluma diestra en anatomías psicológicas y en disquisiciones -fantasmagóricas, por los profundos de las más recónditas obscuridades -del espíritu humano, cuando encarna en naturalezas tan sensibles, -dóciles y bien equilibradas como la de Inés; pero la mía, quiero decir -mi pluma, torpe y desmazalada de por sí, que á la luz del mediodía y -por caminos muy trillados se ve y se desea para no andar á tropezones, -renunciando hasta al intento de echar una suerte entre los, para -ella, inextricables laberintos de esos perifollos del arte, dirá á la -buena de Dios que el miedo á los tiros escapados del escopetón de mi -ejemplo, se le habían infundido á Inés, primeramente su buen instinto -y excelente gusto natural, que de hora en hora la iban aclarando aquel -lado obscuro que tanto la preocupó durante la noche que siguió al -estampido del seminarista; y en segundo lugar, la lectura de aquellos -librejos recreativos que la había prestado Marcones «para educarla el -sentimiento.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_329">[p. 329]</span></p> - -<p>Los tales librejos eran novelas de las llamadas <i>ejemplares</i>, obras -de propaganda, pensadas y escritas con las intenciones más honradas -del mundo, pero que, con excepciones contadísimas, hacen bostezar -á los niños que sólo apetecen lo maravilloso, y se les caen de las -manos á las mozas casaderas que ya no se deleitan con austeridades -candorosas ni con inocentadas insípidas. Y conste ante todo que no -me burlo de esta clase de lecturas, aunque me lamente de que no sean -más entretenidas y pegajosas, como lo son las muy contadas que, -precisamente por ser así y hasta magistrales, no pasan por el tamiz -de las <i>almas pías</i>, que tampoco apechugan con aquéllas... ni con las -otras. Va todo ello á cuento y en demostración de las buenas tragaderas -de Inés, que se envasó tres obras ejemplares en día y medio; hazaña -que casi iguala, si no obscurece, á la que yo rematé, siendo niño, -leyéndome en igual tiempo á <i>Misseno</i>, ó <i>El Hombre feliz</i>, la obra -más de bien que se ha escrito en el mundo, indudablemente, pero cuya -lectura han terminado muy pocos cristianos y no ha repetido ninguno, yo -inclusive.</p> - -<p>No tenían los alcances filosóficos de esta novela patriarcal -las devoradas por Inés; pero, en cambio, eran los primeros libros -de imaginación que ella leía; y por esto, y por tratarse<span -class="pagenum" id="Page_330">[p. 330]</span> allí de cosas muy -hacederas en la práctica de la vida entre personajes de carne y -hueso, no tomó los asuntos de los libros como ficciones de una -fantasía más ó menos gallarda, sino como relatos fieles de aventuras -reales y verdaderas. Por feliz casualidad, uno de los tres libros -leídos era el mejor de la colección, el menos ñoño, el de más arte -y de mayores atrevimientos de pasión y de colorido. Esta novela la -cautivó verdaderamente. Reducíase en substancia el asunto de ella á lo -siguiente, según resultaba de la lectura, entiéndase bien, no de lo que -se proponía el fervoroso novelista:</p> - -<p>Cierto don Zacarías Hernández, hombre muy acaudalado, honradote á su -modo, receloso y muy escogido en el trato de las gentes, reglamentado -en su vida, devoto hasta cierto punto, menguado de mollera, y, por -abominación instintiva, al rape en letras de molde, tenía una hija, -llamada Amparo, educada con grandes precauciones, recién salida -del colegio, hermosa como unas perlas, muy humildita por régimen, -y con unos ojos gachos que, cuando los levantaba, eran dos soles -que derretían las piedras. El tal don Zacarías era íntimo amigo de -un don Justiniano Costales, letrado severo y docto, nacido para la -profesión como la hiedra para el muro: á ella se agarraba, de ella se -nutría, con ella se deleitaba, y de ella tomaba,<span class="pagenum" -id="Page_331">[p. 331]</span> con los jugos y el arrimo, las líneas -del cuerpo, la expresión de la cara, el corte de su ropaje y hasta los -contados chistes con que se permitía, muy de tarde en tarde, despejar -un poco los celajes sombríos de su frontispicio austero. Estos chistes, -aunque eran de los que dan ganas de llorar, se los celebraban mucho los -canónigos, tres, con quienes se acompañaba en sus metódicos paseos, -amén, entre otros tales, de don Zacarías, que los reía á carcajadas -sin entenderlos, porque estaban, los más de ellos, en latín de las -Pandectas.</p> - -<p>Este don Justiniano, letrado viejo, era padre venturoso de Justino, -que ya oficiaba en estrados, mozo de mirar severo, de patillas lacias -y de rostro pálido, de luengos faldones, sombrero de copa y botas -relucientes, bastón de ballena y guantes de medio color. Según el -novelista, que parecía estimarle mucho, así se presentaba siempre en -público este joven, que «era solemne sin arrogancia, digno con los -altaneros, y dócil y sumiso siempre á la autoridad de sus señores -padres.» Además, hacía versos en latín y cerraba los ojos cuando -se encontraba con una chica guapa en sus cotidianos paseos en la -amena compañía de ciertos señores graves, que sólo hablaban de -derecho político, de filosofía tomística ó de la corrupción de los -tiempos. Su mejor entretenimiento era el estu<span class="pagenum" -id="Page_332">[p. 332]</span>dio continuo de la ciencia que profesaba, -y no leía libro de imaginación sin someterle previamente «á la censura -de su padre espiritual.» Este gran muchacho andaba ya rayando con -los treinta, y no fumaba todavía delante de las personas mayores, ni -había entrado jamás en un café. Abominaba del teatro, sin conocerle, -y no reía otros chistes que los de su padre y las agudezas de los -tres canónigos, en latín también, aunque no forense: más bien era de -refectorio.</p> - -<p>El cuarto personaje de los principales de la novela, era Isidoro, -galancete listo y guapo; jurisperito ya igualmente; pero calabaceado -varias veces en la Universidad, por andar más atento á las seducciones -del mundo que á los libros de la carrera.</p> - -<p>Y sucedió que mientras el don Zacarías Hernández pedía al cielo un -marido como Justino para su hija, el don Justiniano Costales suspiraba -por una mujer como Amparo Hernández para su Justino, que, á su vez, se -regocijaba en la contemplación mental de las dotes, y aun de la dote, -de que estaba adornada la hija de don Zacarías. De esta mancomunidad de -lícitos y honrados deseos, nació, por decreto de la divina Providencia, -según el novelista, el declarado propósito entre los dos padres, de que -los respectivos hijos se fueran aproximando hones<span class="pagenum" -id="Page_333">[p. 333]</span>tamente, y tratándose y conociéndose poco -á poco, de manera que sin esfuerzo se manifestara el afectuoso vínculo -que, por necesidad, había de manifestarse entre dos criaturas tan -semejantes en la honestidad de sus inclinaciones y en la santidad de -sus miras. Y así se hizo. Don Justiniano y Justino dieron en menudear -las visitas á don Zacarías; y en cada una de ellas, mientras los dos -señores padres departían en un extremo de la estancia, cerca del -opuesto, Justino, con las piernas formando dos escuadras rigurosamente -paralelas entre sí, dándose golpecitos en la barbilla con el puño de su -bastón, cogido por el medio con su diestra enguantada, y la siniestra -sobre el muslo correspondiente; Justino, digo, en esta postura, muy -recomendada por el autor de la novela, y colgándole los faldones de -su ceñido levitón hasta cerca del suelo, recitaba á la hermosa Amparo -versos en latín, ó disertaba sobre una ley de Partida, ó acerca de la -política dominante «en sus relaciones con los sagrados intereses de la -familia y de la sociedad.»</p> - -<p>Yendo encarriladas las cosas de esta manera, aparece en escena -Isodoro, recién hecho abogado, y conoce á Amparo en casa de unas -amigas, cuyo trato frecuentaba bastante la hija de don Zacarías. -Isidoro, como se ha dicho, era guapo y despierto; y hay que añadir -que<span class="pagenum" id="Page_334">[p. 334]</span> era además -apasionado, fogoso, algo poeta, ingenuo, franco y alegre como un -cascabel. Le parece monísima la hija del ricacho Hernández, y como lo -siente se lo espeta. Era la primera declaración terminante y apasionada -que Amparo había oído, porque hasta aquella fecha el otro no se había -apeado de sus infolios jurídicos: súpole bien, gustóle el mozo, y -continuó la intriguilla; hasta que se olió desde la otra casa, y se -ató corto en ella á Amparo, sin decirla por qué, lo cual no era de -necesidad para la recluída, porque bien á la vista lo tenía. Isidoro no -pecaba de encogido; ella se dejaba caer muy guapamente hacia el lado de -su gusto, y continuó el galán pintándola su pasión fogosa en cartitas -que la entregaba la sobornada doncella, ó en versos alegóricos que le -publicaba un semanario de la localidad. Á todo esto, continuaba Justino -con sus luengos faldones y su aire de magistrado precoz, haciéndola -disertaciones sobre derecho político, después de haber agotado la -materia del romano; y en vista de que aún tenía tela cortada para -buen rato, y de que al otro se le había descubierto también el juego -de las cartitas y de los versos alegóricos, pusiéronse de acuerdo los -señores padres; habló don Zacarías á su hija terminantemente de lo -que no le había dicho Justino una palabra todavía; ponderó los<span -class="pagenum" id="Page_335">[p. 335]</span> merecimientos y las altas -prendas personales del hijo de don Justiniano; excomulgó á Isidoro por -calavera y mundano corrompido; aseguróla que no consentiría la menor -duda en la elección; atrevióse la pobre Amparo á establecer algunas -diferencias muy salientes entre los dos aspirantes; tomó don Zacarías á -descarada rebelión estos reparos; creyó ver ya al demonio metido en su -casa y sugiriendo aquellas perversas inclinaciones á su hija; entregó -el conflicto al docto discernimiento de los tres canónigos; tomáronle -éstos bajo su celosa protección; y con tan buen tino se condujeron, que -á los pocos días, según afirmaba en conclusión el novelista, la divina -Providencia <i>recompensaba</i> las virtudes ejemplares de Justino casándole -con Amparo, desengañada de su error, y <i>castigaba</i> al pícaro Isidoro -con la pérdida de aquel tesoro, tan indebida y ansiosamente codiciado -por él.</p> - -<p>Tal era, á grandes rasgos, lo principal del asunto de aquella -novela.</p> - -<p>En opinión de Inés, bien estaría este desenlace cuando por bueno -le daba el novelista; pero, salvo el respeto debido á un hombre que -tan bien plumeaba, y á los tres sabios varones que habían convencido á -Amparo, si ella, Inés, hubiera sido llamada á entender en aquel pleito -y á sentenciarle en conciencia, condena á Jus<span class="pagenum" -id="Page_336">[p. 336]</span>tino y casa á Isidoro con Amparo. ¡Lo que -es la inexperiencia en las cosas del mundo y en los achaques de la vida -humana! Á ella le parecía que Justino el estudioso, con aquella levita -tan larga, y aquella cara tan seria, y aquellos versos en latín por -todo recreo, y aquellos discursos tan sabios, que la recordaban las -homilías de Marcones, no resultaba de lo más al caso para marido de una -muchacha tan alegre y tan linda como Amparo; mientras que Isidoro... -¿Y por qué se llamaba malo y corrompido á Isidoro, que, como estampa, -valía cien veces más que Justino, ó mentían las señas que daba de él -el novelista? ¿Qué maldades suyas se referían en el libro? Que era -aficionado á danzas y espectáculos; que con una mano cogía el dinero -que le enviaban de su casa, y con la otra lo gastaba en divertirse y en -engalanarse; que se perecía por las chicas guapas; que las requebraba -siempre que podía; que leía muchas novelas y demasiados periódicos; -que conocía á muchos periodistas y copleros, y se tuteaba con un -cómico; que en una ocasión había empeñado la capa para prestar á un -amigo menesteroso siete duros, y que era muy alegre y muy chancero... -Corriente. ¿Y qué edad tenía Isidoro? Veinticuatro años, y además era -fuerte, ágil, no de mucha altura, pero muy gallardo, morenito, de ojos -y bigote negros... en fin, que<span class="pagenum" id="Page_337">[p. -337]</span> era una golosina para muchos paladares de buen gusto, y -él no hacía por su parte todo lo que debía para no dejarse tentar del -demonio, que, en forma de chica guapa, le tentaba de continuo.</p> - -<p>—Pues, señor—concluía Inés,—con el respeto debido al saber de los -tres señores canónigos, paréceme á mí que con estas prendas y á los -veinticuatro años de edad, lo menos malo que puede hacer un hombre es -lo que hacía el pobre Isidoro. Si robara ó matara ó escandalizara con -sus vicios... Pero ser un poco alegre de genio, bastante desaplicado -en el estudio, algo coplero y muy aficionado al trato de las muchachas -bonitas... Más raro me parece á mí lo del otro: á su edad y con su -carrera, no fumar todavía delante de las personas mayores, y entretener -á su novia con aquellos sermones tan enrevesados y con aquellas coplas -en latín. Además, cuando á Amparo la aconsejaban que se decidiera por -Justino, ya Isidoro había concluído su carrera y tenía juicio y era -hombre tan capaz como el que más... Vamos, que si yo soy Amparo y no -se mete la Providencia por medio, me quedo con Isidoro, como tres y -dos son cinco. ¡Lo que es no entenderlo! ¡Qué cosas diría á las chicas -el diablo de él, con aquella viveza de sangre y aquellos ojos negros y -aquella gracia para las coplas! Debe de dar mucho gusto eso...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_338">[p. 338]</span></p> - -<p>Aquí la máquina consabida hizo por sí misma un cambio de engranajes, -y llevó los recuerdos de Inés á aquellas largas temporadas que, de -niña, pasaba en San Martín de la Barra. Allí había visto ella, entre -las diversas y extrañas gentes que veraneaban, hombres que se daban -un aire á ciertos personajes de las novelas que acababa de leer; pero -ninguno de ellos era tan guapo como Isidoro, aunque se le pareciera un -poquito.</p> - -<p>Juraría que aquélla era la primera vez que los veía en el espejo de -su memoria, y tal como los había visto entonces sin fijarse en ellos. -Se atrevería á contarlos uno á uno. Y ¿por qué le asaltaban ahora estos -recuerdes y antes no? ¡Cosa más rara!... Y ¿de dónde serían aquellos -forasteros? ¿Vendrían todos los años á San Martín? ¿Tendría cada uno -de ellos una historia parecida á las que ella acababa de leer? ¿Harían -versos? ¿Hablarían como Isidoro? De todas maneras, los hombres de -aquella traza no eran tan raros ni tan escasos, cuando en un lugar tan -pequeño como San Martín, se reunían tantos, tan distintos y en tan -poco tiempo. Desde entonces no había salido ella de Robleces (donde -las únicas levitas eran la del cura y la del médico) en media docena -de ocasiones, á otras tantas romerías cercanas; y esas veces, á la -fuerza y con los ojos velados por la negrura de<span class="pagenum" -id="Page_339">[p. 339]</span> su tedio, la había llevado Romana por -hacer público alarde de su imperio en la casa, ó de un celo cariñoso -de madre postiza, en que nadie creía. No recordaba haber visto en esas -salidas hombres de la traza de los bañistas de San Martín, ó de los -personajes de las novelas. Solamente Marcos... ¡Marcos!... Otro cambio -repentino de la máquina. No ya Isidoro, tan guapo y tan elegante y -tan donoso de palabra; Justino el de los latines, cualquiera de los -bañistas de San Martín que hubiera visto y oído á Marcos, gordinflón, -negrote, puerco de uñas y de ropa, poroso y medio eclesiástico, decirle -á ella las cosas que la había dicho, ¿qué hubiera pensado del suceso? -¿Qué rechifla no hubiera hecho de los dos?</p> - -<p>Y aquí se tapaba Inés la cara con las manos, y se asombraba de -no haber caído mucho antes en la cuenta de aquellas enormidades. En -fin, que las cosas no podían seguir de ese modo, y había que cortar -por lo sano. No le plantaría en la calle sin más ni más, porque, al -cabo, á tuertas ó á derechas, le debía un gran beneficio; pero iría -desprendiéndose de él poco á poco, y, entre tanto, le mantendría á -raya.</p> - -<p>Tal fué el camino por donde llegó Inés, en pocas horas, á encontrar -abominable aquel escopetón que en otras pocas más se le había hecho -temible.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_340">[p. 340]</span></p> - -<p>Marcones, á todo esto, no sabía qué pensar de aquella táctica sutil, -de aquellas estratagemas diabólicas con que la discípula le perseguía y -le acorralaba y le tapaba los resquicios por donde se le escapaban á él -los humos y las chispas del volcán que estaba devorándole por dentro, -particularmente desde que había comenzado el agosto del Berrugo y no se -oía una mosca ni se veía alma viviente hacia aquella parte de la casa -donde estaba el cuarto de la escuela. Andaba el mozón desasosegado y -mohíno; y con cada varapalo que recibía de Inés, se ponía más bravo y -sospechoso. ¿De dónde habría sacado aquella trasta tantos recursos y -tan de repente? ¿Por qué andaba tan sobre sí y le tenía en perpetua -batalla y le ponía en tan graves aprietos? ¿Qué diablejo la había -infundido tanto valor, tanta travesura y tanto saber?... De las -novelas, nada le decía por más que la preguntaba.</p> - -<p>—No he empezado á leerlas,—le contestaba siempre que el otro le -hacía la pregunta, para buscar una callejuela por donde sacarla al -terreno en que la esperaba él.</p> - -<p>Al fin, una tarde se le anticipó ella diciéndole:</p> - -<p>—Ya he leído tres.</p> - -<p>—¡Hola, hola!—exclamó Marcones sobándose las manos.—Y ¿qué tal, qué -tal? ¿Cosa buena, eh?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_341">[p. 341]</span></p> - -<p>Inés le ponderó mucho la de Amparo y Justino. Estaba entusiasmada -con ella.</p> - -<p>—Naturalmente—dijo el seminarista entusiasmado también.—Aquello es -la verdad pura: un ejemplo de la más alta y cristiana moralidad. ¡Y -cómo está escrito! ¡Con qué arte y con qué!... ¡Cómo viene por sus -pasos contados, y qué á tiempo, la Justicia de Dios para dar á cada -cual su merecido!</p> - -<p>Sobre este punto se permitió Inés algunos reparos, ya conocidos del -lector.</p> - -<p>—¡Cómo!—saltó Marcones muy contrariado al oírla.—¡Es posible que no -encuentre usted muy arreglada á justicia aquella conclusión?</p> - -<p>—Ya le he dicho á usted—repuso Inés,—que lo estará, cuando aquellos -señores, que tanto sabían, lo arreglaron así; pero...</p> - -<p>—Pero—añadió Marcones interrumpiéndola,—usted lo hubiera arreglado -de otro modo, si lo ponen en sus manos. ¿No es eso?</p> - -<p>—Justamente—respondió Inés.—¡Vea usted lo que es la ignorancia y -la!...</p> - -<p>—¡Un joven—prosiguió el de Lumiacos, casi indignado con la -ocurrencia de Inés,—un joven como Justino, con el discurso y la -formalidad de un hombre maduro! ¡Un muchacho que habla y hace versos -en latín, como agua, y maneja los clásicos por debajo de la pata, y se -sabe de memoria el Fuero Juzgo y las Partidas y<span class="pagenum" -id="Page_342">[p. 342]</span> todo el Derecho romano, y es humilde -y temeroso de Dios, y dócil y sumiso á la autoridad de sus señores -padres, y ni siquiera fuma delante de las personas mayores!...</p> - -<p>—Pues por todo eso,—dijo Inés.</p> - -<p>—Por todo eso ¿qué?—preguntó Marcones mirándola fieramente.</p> - -<p>—Por todo eso—insistió ella,—no le hubiera yo casado con Amparo, que -era tan guapa y tan joven, y tan alegre y tan rica. Me parecía Isidoro -más á propósito para ella.</p> - -<p>—¡Isidoro!—exclamó escandalizado Marcones.—¡Un danzarín desjuiciado! -¡Un títere que no sabe hacer una oración primera de activa; que recibe -el título de abogado por misericordia; que corteja á las chicas -casquivanas y publica versos profanos en los periódicos, y empeña -la capa y se tutea con un comediante! ¡Casar una peste así con una -criatura como Amparo! ¿En qué cabeza cabe? ¿Con qué lógica, Inés; -con qué moral? ¡El saber, las virtudes, á los pies de la corrupción -mundana! ¡El juicio y el entendimiento, pisoteados por la locura impía! -¡Qué sería de <i>nosotros</i>, los buenos, con unas leyes de moral así? -Usted no ha reflexionado bastante, Inés; usted está alucinada... Usted -no puede pensar de ese modo... ó está contaminada también del virus -ponzoñoso.</p> - -<p>Mucho, muchísimo se alegraba Inés de ver á<span class="pagenum" -id="Page_343">[p. 343]</span> Marcones tan irracional y tan bruto -en aquella cuestión. Así le resultaba más antipático, y con ello la -costaría menos trabajo llegar hasta donde se proponía aquella tarde. -Dióle cuerda de intento para que despotricara más; y cuando ya el -pedazo de bárbaro no tuvo dicterios que proferir ni excomuniones que -lanzar contra los mozos mundanos, y las mozuelas extraviadas, y las -ideas disolventes, y «los gusanos viles,» y «el liberalismo diabólico,» -y «la masonería de Satanás,» porque todo esto atropó allí abogando -por la causa de Justino el estudioso, contra el infeliz Isidoro y los -«corazoncitos piadosos» que se compadecieran de él; cuando á tales -extremos, repito, hubo llegado el energúmeno, y rendido y fatigoso, -viendo que daban en duro sus desatinados machaqueos, dijo á Inés que -era ya hora de dar principio á las ordinarias tareas, Inés, que no se -había sentado todavía ni en sentarse pensaba, acabó de atolondrarle con -estas sencillísimas palabras, dichas con la mayor serenidad:</p> - -<p>—He resuelto suspender las lecciones.</p> - -<p>—¡Cómo!—exclamó Marcones estupefacto.</p> - -<p>—¡Suspender las lecciones ahora!... Y ¿hasta cuándo? ¿Por qué?</p> - -<p>—Porque—dijo Inés respondiendo á la segunda pregunta, sin querer -hacerse cargo de la primera,—porque está la casa muy revuelta<span -class="pagenum" id="Page_344">[p. 344]</span> con el trajín de estos -días; y además, he comenzado hoy la novena de San Roque.</p> - -<p>—¡Vaya una oportunidad!—replicó Marcones después de permanecer -unos instantes muy pensativo y contrariado; y en seguida añadió, -descubriendo, sin poderlo remediar, la grosera hilaza de sus malos -pensamientos:—¡Suspender las lecciones!... ¡y ahora, cuando en esta -parte de la casa se vive como en un desierto, y no se siente una mosca -que nos pueda interrumpir!</p> - -<p>—Pues también por eso,—dijo al punto Inés, muy intranquila al ver lo -que se leía en los ojos chispeantes de aquel zángano.</p> - -<p>Y con muy poco más que esto, se despidió.</p> - -<p>—Pero ¿hasta cuándo?—la preguntó él desde la escuela, donde se había -quedado á pie firme, azorradón y mascando hieles corrompidas.</p> - -<p>—Ya veremos,—respondió Inés desde allá afuera, sin volver la cara -atrás y andando á buen paso hacia el otro extremo de la casa, donde -resonaba la bulla del trajín de aquellos días.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_volutas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_19"> - <p><span class="pagenum" id="Page_345">[p. 345]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_tristeza.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XIX</h2> - <p class="subh2">EL CABALLERO DEL ALTAR MAYOR</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-l.jpg" alt="L" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">La</span> fiesta religiosa fué -tan solemne como todas las que disponía don Alejo en honor del santo -patrono de Robleces. No la describo, porque me asusta el riesgo de -cansar al lector copiándome á mí propio. ¡He hablado de tantas otras -semejantes á ella!</p> - -<p>Predicó el cura de Pandos, la mejor palabra que se conocía en los -pueblos de tres leguas en contorno, salvo la opinión de don Alejo, -que le tenía, quizás por un resabio de casta, por orador más atento á -pasmar con sus sabidurías, que á conmover hiriendo á puño cerrado las -flaquezas vulgares del rústico auditorio; pero era hombre de fama y -el predicador más caro de todos los conocidos por allí, y como famoso -y caro le eligió para mayor lustre de la fiesta; lustre que no se -empañó porque tres ó cuatro<span class="pagenum" id="Page_346">[p. -346]</span> docenas de ignorantes mujerucas se durmieron aquel día, -mientras el de Pandos, después de ensalzar las virtudes y méritos -del santo «abogado de la peste,» tronaba contra las pestes actuales, -y se enredó á brazo partido con la peste del espiritismo, la peste -del liberalismo y la peste de la masonería. ¿Qué culpa tenían, ni el -santo ni su panegirista, de que ni las durmientes ni los hombrones -que bostezaban desperezándose, hubieran oído hablar de aquellas cosas -en todos los días de su vida, ni de los libros y papeles en los -cuales había bebido la materia el orador? Algo así dijo el cura de -Piñales, revestido de diácono, gran admirador del perorante, cuando -oyó á don Alejo que, con la cabeza inclinada y las manos debajo de la -casulla, pero con el ojo y el oído muy atentos á lo que pasaba entre -sus feligreses y se predicaba en el púlpito, decía, dando con el codo -al subdiácono, gran apologista del Eusebio: «Ahí lo tienes: ¿ves lo -que es echar margaritas, y margaritas de pega, á animalucos como -éstos? ¡Y tómate seis duros! De á cuatro los conozco yo que á estas -horas tendrían al auditorio llorando á moco tendido... Pero así lo -quieren, buen provecho les haga.» Hablara ó no con razón el apasionado -don Alejo, el hecho es que el sermón fué del cura de Pandos, lo que -equivale á decir que fué «de primera.»</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_347">[p. 347]</span></p> - -<p>Quilino se desgañitó en dos solos muy regorjeados, uno en los -<i>Kyries</i> y otro en el <i>Sanctus</i> habilidad que no lucía él más que en -las grandes ocasiones. <i>Pelusa y Gómitos</i>, los dos acólitos de don -Alejo, vestidos de roquete blanco con ancho cuello azul, y sotana -encarnada, bajo la cual asomaban las perneras de mahón remendado -y las alpargatas sucias, zarandearon á más y mejor el incensario, -aunque así y todo predominaba en la iglesia el olor á pólvora quemada; -porque no tenían número los cohetes que reventaban á la puerta misma -del templo, para que de este modo las salvas fueran más sonadas y -bien vistas. De la procesión, no digamos: tardó media hora en dar la -vuelta alrededor de la iglesia; porque hubo cantadoras y danzantes que -precedían al santo: aquéllas, con sendas panderetas muy emperifolladas, -y éstos, tres solamente, con tarrañuelas y vestidos de blanco, con -muchos pañuelos de seda y sartas de cascabeles hasta en las alpargatas -Parecían enormes sonajeros de goma elástica cuando, al lento compás -de las panderetas, piafaban, se erguían, doblábanse, saltaban, iban -y venían, y marcaban las mudanzas y corcovos y las cadencias de los -cantares de las mozas, con golpes de las tarrañuelas. Por lo que hace -al santo, nunca más adornado de relicarios y pañuelos se le vió sobre -las andas.<span class="pagenum" id="Page_348">[p. 348]</span> Hasta el -perruco tuvo su collar de cintas coloradas, honor jamás tributado hasta -entonces al caritativo animal. Dicen que fué ocurrencia de Marta, la -hija del mayordomo de San Roque, y ocurrencia consultada con Quilino, -que había ayudado la víspera á bajar de la urna al santo.</p> - -<p>De concurso, el pueblo entero con los trapillos de cristianar. Ni -el Berrugo faltó, con su aparejo fino de hombre acomodado, pero no -rico. El Lebrato lucía las famosas botas de agua, conservadas como una -reliquia á través de los años, á fuerza de no ponerlas y de fricciones -de grasa; y el Josco su «vestido bueno,» con el cual no estaba tan -airoso como con el trabajado y simplicísimo de todos los días, que le -dejaba al descubierto una buena parte de su rica escultura. Pilara no -cabía en la iglesia de maja, de contenta y de grandona. Don Elías, que -no llegó á entrar en ella por estar ya de bote en bote, con camisa -limpia y el sombrero bueno; y sus dos hijas, con los únicos arreos, -marchitos y anticuados, que había en la casa para la pareja que -estuviera de turno en tan señaladas ocasiones. Quilino, cantando en el -coro, parecía un muestrario de galones y trencillas: los llevaba hasta -en las costuras laterales del pantalón. También anduvo en la fiesta -Marcones, convidado á comer aquel día en ca<span class="pagenum" -id="Page_349">[p. 349]</span>sa del Berrugo por condescendencia de -éste á las instancias de la Galusa apoyadas de mala gana por Inés. -Iba vestido de negro limpio; y, como medio <i>pieza eclesiástica</i>, se -situó á la puerta de la sacristía, en línea diagonal con su discípula, -casualmente, por supuesto; la cual ocupaba su sitio acostumbrado cerca -del coro, muy arrimada á la pared y enfrente de la puerta principal. -¡Y qué guapísima estaba! con su vestidillo flamante de muselina color -de barquillo, liso y modesto como el de una colegiala, y su mantilla -negra, entre cuyos pliegues, como si fueran molduras de un marco -de ébano, asomaba el óvalo gracioso de su cara, de la que hubiera -podido decirse, hablando en culto, que parecía una leyenda en que se -confundían, con arte maravilloso, lo dulce y lo picante; cara, en suma, -para todos gustos y temperamentos, y muy particularmente desde que -se asomaban á sus negros ojos las revoltosas ideas que se le habían -despertado detrás de ellos.</p> - -<p>Pues sépase ahora que con estar tan lucida la fiesta, no fué ninguna -de sus particularidades, predicador inclusive, lo que más llamó la -atención de los concurrentes, sino otra cosa harto más profana, y, -sobre todo, bien inesperada: un caballero que estuvo en el presbiterio -durante la función entera y verdadera, junto á las mismas andas del -santo. Era hombre joven,<span class="pagenum" id="Page_350">[p. -350]</span> de los de treinta bien corridos; de buena estatura, gran -aire y elegante atavío; llevaba los bigotes engomados, y el pelo -cortado á media tijera; el pelo y los bigotes eran castaños, la cara -de buen color y las facciones muy regulares. En conjunto, podía -llamarse un buen mozo bastante guapo. Cuando los demás se sentaban, -él se ponía de pie y algo más vuelto hacía el público que al altar -mayor, y entonces se le podían contar hasta los botones de su blanca -pechera y los gruesos eslabones de su leontina de oro; y cuando, -bastante á menudo, sacaba su reló y le hacía saltar la cincelada -tapa, relampagueaban en ella, lo mismo que en la piedra del anillo -que ostentaba en su diestra, la luz que penetraba por las vidrieras -de enfrente y hasta la de las velas que alumbraban al santo desde la -meseta que sostenía las andas.</p> - -<p>Mientras el orador de Pandos permaneció en el púlpito, el caballero, -plantificado junto á la barandilla y de cara al público, le recorría -minuciosamente con la mirada. Inés hubiera jurado que esta mirada del -caballero elegante se detenía algunas veces en ella. Marcones hubiera -jurado lo mismo. Por sí ó por no, la hija de don Baltasar no miraba al -caballero sino cuando estaba segura de que el caballero no la miraba á -ella. Marcones, en tanto, soltaba cada carraspeo que hacía retemblar -las bóvedas. Pe<span class="pagenum" id="Page_351">[p. 351]</span>ro -¿quién era «el caballero del altar mayor?» ¿Por qué se había -plantificado allí, en día tan solemne, á la par del mismo San Roque -y haciendo juego con los tres señores curas cuando éstos se sentaban -en el banco de la Epístola? ¿Por qué miraba con aquel descaro á la -gente, y no se sentaba jamás? Cierto que se arrodillaba á tiempo y no -escandalizaba á nadie con actos de irreverencia; pero ¿por qué sacaba -tan á menudo el reló, y le relucían tanto la cadena y las sortijas? y -sobre todo, ¿por qué estaba allí y no en otro sitio más retirado de la -iglesia, y tenía aquellos pinchos en los bigotes?</p> - -<p>Éstas y otras preguntas semejantes se leían en las caras de los -feligreses de don Alejo durante la función, y se oyeron en multitud de -bocas después en el portal de la iglesia; y en la carnicería inmediata, -donde se despedazaban los restos de la vaca sacrificada la víspera por -la tarde; y en la taberna contigua, en la que mataban el <i>sefoco</i> de la -iglesia muchos que de ella salían ardorosos y sedientos; y en el corro -de bolos, y en cualquiera parte donde hubiera dos personas procedentes -de la función.</p> - -<p>Pero el que estaba sobrexcitado y nervioso, era el médico don Elías, -que había atisbado al forastero desde la puerta trasera de la iglesia, -por encima de la masa de cabezas, al ponerse de puntillas para ver un -poco al predicador.<span class="pagenum" id="Page_352">[p. 352]</span> -Don Elías no sabía más sobre el caso que los restantes vecinos de -Robleces; pero como á él iba una gran parte de las preguntas, por -razón de su porte de caballero, y tenía el prurito de no ignorar en -absoluto nada de cuanto le fuese preguntado, y por añadidura le roía -como á nadie la curiosidad, el hombre se volvía tarumba para responder -á tantos sin decir que no sabía una palabra.</p> - -<p>—Yo he visto esa cara—respondía, sobre poco más ó menos, para -salir del paso, dándose aires de saberlo casi todo;—más: sé quién es -ese caballero; sólo que en este momento no me acuerdo bien. Tengo -como una idea de que me ha consultado alguna vez cierta enfermedad, y -hasta sospecho—aquí bajaba la voz y la daba una entonación misteriosa, -acompañándose con los correspondientes ademanes y miradas,—y hasta -sospecho que ha de ser uno de esos personajes de la masonería, de -quienes hablaba el predicador... Aquellas ojeadas acá y allá; aquel -tecleo de manos en la cadena del reló... masonismo puro... Así se -entienden desde lejos, unos con otros, esos pajarracos... Y como donde -menos se piensa... En fin, no quiero hablar, por si me equivoco; y lo -mejor será que no me tiréis de la lengua... De seguro le han conocido -mis chicas, y ellas me sacarán de la duda.</p> - -<p>Entre tanto, Inés llegaba á su casa preocu<span class="pagenum" -id="Page_353">[p. 353]</span>pada con las mismas de todo el vecindario -y otra más; pero sin afanarse tanto como don Elías por resolverlas. Á -lo sumo, se decía mientras andaba, como se había dicho en la iglesia -mientras miraba al forastero, y aun después de mirarle:</p> - -<p>—No es enteramente como Isidoro; pero es del corte de algunos que -yo conocí de vista en San Martín. ¿Y por qué se habrá fijado tanto en -mí?</p> - -<p>Ésta era la duda que Inés sacaba de ventaja á todos los concurrentes -á la función, exceptuando á Marcones, que estaba más picado de ella que -la misma Inés.</p> - -<p>Cuando llegó á casa, andaba la Galusa, que no había ido á la fiesta -religiosa por cuidar de la cocina, vertiendo en una media fuente y tres -platos hondos el arroz con leche que había preparado en un calderillo. -Era el postre de la comida de aquella solemnidad clásica. El Berrugo se -permitía, en honor de ella, ese lujo, más el de un gallo en pepitoria y -dos libras de peces que había <i>comprado</i> al Lebrato, amén de la puchera -bien pertrechada de embutidos y carne fresca, y vino abundante de lo -poco puro que había en su bodega.</p> - -<p>Aún aguardaba á su hija otra sorpresa tan grande como la que tuvo -al ver al caballero de marras en el altar mayor; la cual sorpresa se -la<span class="pagenum" id="Page_354">[p. 354]</span> dió su padre -recién llegado á casa, preguntándola:</p> - -<p>—¿Qué cara pondría el médico si yo le convidara á comer hoy?</p> - -<p>¡En la vida se le había ocurrido otro tanto! Por de pronto, Inés -aplaudió la ocurrencia de todo corazón, y su padre mandó á escape con -el recado á casa de don Elías.</p> - -<p>—Me ha dado esa corazonada—la dijo en seguida,—al verle en el portal -de la iglesia con cara de hambre y hablando por los codos.</p> - -<p>—Ha hecho usted muy bien—dijo la bondadosa muchacha,—porque es un -bendito de Dios...</p> - -<p>—El otro convidado—añadió el Berrugo, mientras Inés se ponía de -codos sobre la baranda del balcón, porque este diálogo ocurría entre -puertas,—el gandulote de Lumiacos, en el pasadizo queda cuchicheando -con su tía... Pero, mujer, ahora que me acuerdo, ¿quién sería aquel -caballerete fachendoso que estaba oyendo misa encaramado junto al altar -mayor?</p> - -<p>—¡Ahí le tiene usted!—respondió Inés al punto, enderezándose -repentinamente.</p> - -<p>—¿En dónde?</p> - -<p>—Por la calleja de la iglesia viene hacia acá.</p> - -<p>—Efectivamente,—dijo el Berrugo acercándose á la baranda.</p> - -<p>La pared del corral, que era alta, ocultó en aquel instante al -forastero.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_355">[p. 355]</span></p> - -<p>—¿Adónde demonios irá por ahí?—preguntó don Baltasar.</p> - -<p>Iba á responder Inés que no lo sabía, cuando oyó un carraspeo muy -cerca de la portalada, y por debajo de ella vió asomar unos pies -muy bien calzados, mientras el pestillo se movía, levantado desde -afuera.</p> - -<p>—¡Á nuestra casa viene!—exclamó entonces en el colmo de la -sorpresa.</p> - -<p>—¡Toma, y es verdad!—dijo el Berrugo, viendo asomar medio cuerpo del -personaje dentro de la corralada.</p> - -<p>El padre y la hija se retiraron muy á prisa del balcón, precisamente -en el instante en que entraba en la sala, por la puerta del carrejo, -haciendo una pesada reverencia, Marcones, con la boca muy risueña y los -ojos muy fruncidos.</p> - -<p>Inés estuvo á pique de descubrir el detestable efecto que la produjo -la repentina aparición de aquella nube tan negra.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_ornado.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_20"> - <p><span class="pagenum" id="Page_357">[p. 357]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_sonrisa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XX</h2> - <p class="subh2">QUIÉN ERA ÉL</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-e.jpg" alt="E" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">El</span> caballero, después de -llamar abajo y de recibir del mismo don Baltasar, desde lo alto de la -escalera, el permiso para subir, subió.</p> - -<p>—¿El señor don Baltasar Gómez de la Tejera?—preguntó muy cortés, -apenas hubo llegado al descanso.</p> - -<p>—Servidor de usted,—respondió don Baltasar descubriéndose la cabeza, -porque descubierta la tenía ya el otro.</p> - -<p>El cual le tendió en seguida la mano y le dijo, á vueltas de las -palabras usuales del saludo corriente entre personas bien educadas:</p> - -<p>—Mil perdones, ante todo, por lo intempestivo de la hora, señor don -Baltasar.</p> - -<p>—Pase usted más adentro, y cúbrase—dijo el Berrugo interrumpiendo -al visitante y cubriéndose él.—Se entiende—añadió detenién<span -class="pagenum" id="Page_358">[p. 358]</span>dose y deteniendo al otro, -que le seguía,—si lo que tiene que decirme no es asunto reservado; -porque, en este caso, hablaríamos en otra parte.</p> - -<p>—¡Nada de eso, mi señor don Baltasar!—respondió el personaje,—¡nada -de eso! Todo cuanto aquí me trae es claro, natural y sencillo, y puede -publicarse á voces á la puerta de la iglesia.</p> - -<p>—Pues pasemos adelante entonces... y usted dirá,—repuso don Baltasar -andando hacia la sala, en la cual se hallaban Inés y Marcones en -silencio y de bien distinta manera impresionados con lo que estaba -sucediendo á pocos pasos de allí.</p> - -<p>Al ver entrar al elegante caballero del altar mayor haciendo -reverencias y derramando fragancias de perfumería, Inés, después -de responderle con medias palabras, muy mal articuladas, y entre -corrientes de fuego que la pusieron rojas las mejillas, manifestó -intenciones de retirarse, conducta á que la tenía acostumbrada su padre -en parecidas ocasiones.</p> - -<p>—¡Oh, de ninguna manera, señorita!—se apresuró á decir el visitante, -conociendo las intenciones de Inés.—De ninguna manera consentiré que -usted se retire porque yo entre. ¡Pues no faltaría más! Supongo—añadió -dirigiéndose á don Baltasar,—que esta hermosa señorita es hija de -usted.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_359">[p. 359]</span></p> - -<p>El Berrugo respondió que sí lo era.</p> - -<p>—Pues le felicito á usted de todo corazón, señor don Baltasar, por -ser padre venturoso de tan bella criatura... Lo digo sin el menor asomo -de lisonja—añadió el expansivo y galante caballero, al ver que la pobre -Inés no sabía dónde esconder la cara hecha una lumbre.—¿Y se llama?</p> - -<p>—Inés,—respondió el Berrugo, no sé si complacido ó molesto con -aquellas cortesías á que él no estaba avezado.</p> - -<p>—¡Inés!—repitió el otro.—¡Bonito nombre!</p> - -<p>Y como después de esto, y aun algo antes de ello, echara ciertas -ojeadas á Marcones, adivinándole la curiosidad le dijo el Berrugo:</p> - -<p>—Este sujeto es Marcos, el sobrino de mi criada Romana. Es de -Lumiacos, y va para cura. Ahora está de vacaciones, y hoy viene á comer -con nosotros.</p> - -<p>No ya verde, amarillo y azul se puso Marcones al oir estas señas que -de él daba, en el tono más fríamente burlón que pudiera imaginarse, -el padre de su discípula, que quizás estuviera en aquel instante -comparando su corte, medio eclesiástico, con la vistosa y elegante -traza del impertinente caballero del altar mayor. Así fué que, temiendo -dar un estallido más gordo, que se lo echara todo á perder, pagó con -una cabezada y un gruñido el amago de reve<span class="pagenum" -id="Page_360">[p. 360]</span>rencia que le hizo el forastero, y salió -de la sala sin que tratara nadie de detenerle, con lo cual acabó de -enfurruñarse.</p> - -<p>Solos los tres, y como en familia, sentóse en medio el visitante, -por invitación de don Baltasar, y dijo así, con el pulgar de la -izquierda en el bolsillo correspondiente de su chaleco, y la diestra -en el ala de su sombrero de cazo, puesto de canto sobre el muslo -derecho:</p> - -<p>—Le considero á usted, señor don Baltasar, y á usted, señorita -Inés, y hasta al pueblo entero de Robleces, en la mayor curiosidad por -saber de qué nube se ha caído este personaje extraño que se plantifica -durante la fiesta de San Roque en mitad del presbiterio, y se cuela -ahora por las puertas de esta casa. Lo que menos se han figurado las -honradas y sencillas gentes que me han visto allí, es que yo había -elegido lugar tan alto y ocasión tan solemne para lucir mi cadena de -oro y mi pechera con brillantes... ¿Presumo mal, señorita Inés? Vamos, -dígamelo usted francamente. ¿No le pasó á usted por la cabeza la -aprensión de que yo era un farsante presuntuoso, que elegía aquel sitio -para lucir la persona, como los jándalos de otros tiempos?</p> - -<p>—No se me ocurrió semejante cosa,—respondió Inés muy acobardada, -pero con toda sinceridad.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_361">[p. 361]</span></p> - -<p>—No es extraño, si bien se mira—dijo el apuesto galán con el acento -meloso que suavizaba todas sus palabras,—porque á la edad de usted y -con su honrado candor, no caben ciertas malicias... Pero ¿á que se le -ocurrió al señor don Baltasar, que ha vivido más años y corrido más -mundo y experimentado más gentes?</p> - -<p>—Efectivamente—respondió el aludido, sin pararse en barras:—eso -fué lo primero que se me ocurrió al verle á usted tan empingorotado -allá arriba, y tan peripuesto: que era usted un farsante. Las cosas -claras.</p> - -<p>—Ya comprenderá usted que no he de ofenderme con esa claridad, -cuando me ha visto anticiparme con el supuesto, dándole por bien -fundado. Y hablando ahora en pura verdad, ¡si supieran ustedes lo lejos -que iban de ella los que me juzgaban de ese modo! ¡Si supieran todos -cuán diferentes de esa disculpable flaqueza eran las causas por que he -venido hoy á Robleces, y me he puesto á oir misa en el altar mayor, y -estoy ahora bajo los techos de esta casa! ¡Si pudieran imaginárselo -que pasaba por mí cuando oía la voz cascada del buenísimo don Alejo, -y lo que hubiera dado yo por sustituir, siquiera con la campanilla -en la mano, á cualquiera de los muchachuelos que tenían la fortuna -de ayudarle! ¡Si supieran lo que yo sentía cuando paseaba los ojos -por<span class="pagenum" id="Page_362">[p. 362]</span> cada rincón -de la iglesia, y por la barandilla del coro, y por la escalera del -campanario! ¡Si supieran que no hay un retablo, una imagen, una piedra, -un adorno en ese templo, que me sea desconocido! Y sobre todo, señor -don Baltasar y señorita Inés, si supieran ustedes lo que pasa por mí al -hallarme donde me hallo en este instante, no me tendrían por descortés -al declararles, como les declaro, que, al venir á esta casa, dudo si -me arrastra más el amor que la tengo, que la estima que me merecen las -personas que la habitan.</p> - -<p>El extraño personaje parecía muy conmovido al terminar esta -parrafada, que escucharon el Berrugo y su hija con profundísima -atención; y viendo don Baltasar que el visitante se detenía después -de las últimas palabras, precisamente las que más le habían avivado -la curiosidad, preguntóle con la llaneza que él usaba con todo el -mundo:</p> - -<p>—Pero ¿quién demonios es usted?</p> - -<p>Sonrióse afablemente el interpelado; miró de pasada á Inés, cuya -fuerza de atención rayaba en el pasmo, y respondió á don Baltasar de -este modo:</p> - -<p>—Es posible que no tenga usted noticias de un sobrinillo que embarcó -para la Habana el famoso Mayorazgo de Robleces, muy poco antes de -venderle á usted esta casa.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_363">[p. 363]</span></p> - -<p>—Tengo—dijo el Berrugo,—así como un recuerdo confuso de haber oído -hablar...</p> - -<p>—Pues ese sobrino, señor don Baltasar, soy yo. Tomás Quicanes, -natural de Nubloso, pero criado y educado en Robleces al lado de mi -tío.</p> - -<p>—¡Qué me cuenta usted?—exclamó aquí el Berrugo muy asombrado, ó -aparentando que lo estaba de firme.—¡Conque sobrino del Mayorazgo! -Pero, hombre, ¡si parece mentira!</p> - -<p>—Pues es la pura verdad, señor don Baltasar—repuso el elegante -mozo,—y un desengaño bien triste para los que me hayan tomado por un -Archipámpano del otro mundo, al verme hoy tan soplado junto á las andas -mismas de San Roque. ¿No lo cree usted lo mismo, Inés?—añadió mirando á -la guapa chica con la mayor naturalidad.</p> - -<p>Pero Inés sólo respondió sonriéndose y volviendo á ponerse colorada, -bajando los ojos al mismo tiempo y pellizcándose con una mano la falda -de su vestido por cerca de las rodillas.</p> - -<p>—Porque las gentes son así—continuó el de Nubloso,—ó, mejor dicho, -somos así todos, grandes y chicos, cultos é ignorantes. Vivimos de -impresiones, y nos merece mayor devoción el santo de más lejos... -El caso es, para acabar pronto, que soy Tomás Quicanes, el sobrino -del Mayorazgo de Robleces. Fui á la Habana;<span class="pagenum" -id="Page_364">[p. 364]</span> trabajé veinte años allí, procurando -repartir bien lo que ganaba entre el regalo del cuerpo y el del -espíritu, á lo cual debo esta poca luz que traigo en la cabeza; es -decir, porque no se tome á tonta vanidad, el no volver tan á obscuras -y tan romo como salí de aquí. Agenciéme honradamente un capitalito; un -pasar: vamos, para la puchera, como se dice por acá, y víneme resuelto -á comerla sosegadamente en la tierruca, después de haber corrido una -buena porción del mundo que no conocía. Un mes hace que llegué á la -Montaña, y dos días que vine á Nubloso, donde no me queda otra familia -que un primo lejano, más rico que yo, puesto que es enteramente feliz -con los cuatro terrones que labra y la fecunda mujer que le da un hijo -cada año. Con esa familia vivo mientras otra cosa resuelvo: tirábame -mucho Robleces, por ser mi pueblo adoptivo; era hoy la fiesta de su -patrono, á cuya imagen tantas veces quité el polvo y canté coplas de -su novena ayudando á don Alejo, como ahora le ayudan los dos acólitos, -y, por cierto, con atalajes que no me pusieron á mí nunca, porque -entonces no se usaban esos lujos en iglesias como las de este lugar; -vine á la fiesta, ocurrió lo que ustedes saben; y dejando para otra -ocasión el regalo de darme á conocer á don Alejo, lleguéme á esta -casa, donde he tenido el honor de referir lo que<span class="pagenum" -id="Page_365">[p. 365]</span> en el pueblo no sabe á estas horas nadie -más que ustedes.</p> - -<p>—Pues vea usted, señor mío—dijo el Berrugo después de unos instantes -de silencio:—no me pesa que el caballerete del altar mayor haya -resultado sobrino de mi amigo el Mayorazgo, ni que haya sido afortunado -en sus negocios en la otra banda; porque de ser cierto que hay dinero -por el mundo, cosa que nos parece cuento aquí por la miseria en que -vivimos, más vale que caiga algo de ello en manos conocidas. Así lo -siento y así lo digo.</p> - -<p>—Y yo acepto ese sentir con todo el aprecio que se merece, señor don -Baltasar.</p> - -<p>—Eso me es enteramente igual, amiguito, con franqueza; quiero decir, -el que me aprecie ó no me aprecie lo que le he dicho. Á mí me basta -para galardón de mis sentimientos, el gusto de no atragantarme con -ellos. Y dejando estas coplas á un lado, ¿qué otra cosa se le ofrece á -usted por aquí, en que podamos servirle?</p> - -<p>Á esta pregunta se sonrió el indiano; bajó un poquito la cabeza y -se golpeó varias veces el muslo con el sombrero. Después le cogió con -ambas manos, cruzó los pies; y volviendo á mirar, siempre muy risueño y -oloroso, á don Baltasar, le dijo:</p> - -<p>—Si le contestara á usted que nada se me ocurre, señor don Baltasar, -más que satisfacer<span class="pagenum" id="Page_366">[p. 366]</span> -el gusto, medio satisfecho ya, de respirar el aire de esta casa, -tan llena de recuerdos para mí, y de ponerme á las órdenes de sus -afortunados dueños, no contestaría toda la verdad.</p> - -<p>—Pues, por si acaso era así—repuso el Berrugo,—le he preguntado á -usted que en qué otra cosa podíamos servirle.</p> - -<p>—Hay otra cosa, en efecto—replicó el indiano, tomando nueva postura -en la silla, no menos airosa que las anteriores,—en que usted podría -hacerme un servicio superior á todo encarecimiento; pero de esa cosa -no venía enteramente resuelto á tratar hoy, porque ni es de urgencia -inmediata, ni el momento que he aprovechado para saludar á ustedes da -para ello.</p> - -<p>—Pues yo le voy á dar á usted—dijo el Berrugo,—otra prueba de lo -netas que las gasto, declarándole que con eso que acaba de decirme me -ha metido en grandes ganas de conocer esa cosa que usted desea.</p> - -<p>Rióse aquí de todas veras el indiano, volviendo un instante los ojos -hacia Inés, que no estaba menos picada de la curiosidad que su padre, y -respondió:</p> - -<p>—Ese declarado deseo de usted, señor don Baltasar, me obliga á -romper las consideraciones que me detenían, y voy á satisfacérsele -inmediatamente; pero á condición de que, por<span class="pagenum" -id="Page_367">[p. 367]</span> anticipado, me perdone usted, si tengo la -desgracia de mortificarle algo el puntillo que tan sensible es en todas -partes, y singularmente en esta tierra; yo, por de pronto, le aseguro -que si creyera que en lo que voy á proponerle había motivos racionales -de mortificación para usted, no se lo propondría...</p> - -<p>—¿Quiere usted—saltó el Berrugo muy impacientado ya,—dejarse de -jarabes de confitería, y decirme en las menos palabras que pueda, y á -la pata-la-llana, lo que pretende de mí?</p> - -<p>—Pues pretendo—respondió el sobrino del Mayorazgo, sorteando con -soltura y gracia aquellas impetuosidades de su interlocutor,—y por -supuesto, señor don Baltasar, pura y simplemente como por ansias del -corazón, como por antojo de enamorado sensible...</p> - -<p>—¿Otra vez á la confitería?—exclamó el Berrugo, casi levantándose de -la media silla que ocupaba.</p> - -<p>—Ayúdeme usted, Inesita, por caridad—dijo el indiano entonces, -envolviendo á la suspensa joven en una mirada muy risueña y en una -nueva onda de fragancias;—ayúdeme usted á contener la noble sinceridad -de su señor padre, que no me deja ser tan cortés y respetuoso como yo -quisiera y él se merece...</p> - -<p>Pero como Inés no le respondía más que con sonrisas, muy dulces, -eso sí, y con pellizcos á<span class="pagenum" id="Page_368">[p. -368]</span> la falda del vestido, y las impaciencias de su padre -crecían por momentos, el indiano añadió en seguida volviéndose hacia -don Baltasar:</p> - -<p>—Puesto que usted lo pide neto y sin repulgos, allá va tan neto y -claro como la luz del sol: deseo comprar esta casa. ¿Me la quiere usted -vender?</p> - -<p>—¡Demonio!—exclamó el Berrugo alzándose media cuarta sobre el -asiento, mientras Inés le miraba con el asombro pintado en los -ojos.—¡Venderle yo esta casa!</p> - -<p>—Es una proposición como otra cualquiera, señor don Baltasar—dijo -el indiano, dominando perfectamente la escena con sus aires de gran -personaje.—La quería usted clara, y clara se la he expuesto... Los -motivos, ya le he indicado á usted cuáles son... motivos que llama -usted, con suma gracia, de confitería; pero que en un hombre de mis -ideas y de mis sentimientos, pueden mil veces más que todas las pompas -de la tierra... En cuanto al precio, el que usted fijara. No creo que -fuera tan alto que pasara de ciertos límites, ni yo me considero tan -pobre que no pudiera pagarle á usted, hasta con réditos, las ganas, -como sería justo. ¿Es esto hablar claro también, señor don Baltasar? -Creo que sí. Pues ahora, si en ello hay algo que pueda mortificarle á -usted, bórrese, olvídese... y como si no hubiera dicho nada.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_369">[p. 369]</span></p> - -<p>—¡Qué demonio he de ofenderme yo por esas cosas!—respondió el -Berrugo, que estaba entonces en sus glorias.—¡Á buena parte viene -usted, hombre! ¡Ni que se tratara de una puñalada por la espalda!... -Sépase usted, para en adelante, que yo soy de los que creen que hay -derecho para proponer la compra de cuanto se le ponga á uno por -delante; más creo: creo que el comprar ó no comprar lo que se desea, -sólo es cuestión de precio. Y esto no lo digo por empezar á subirle el -de mi casa, sino como regla que profeso en la materia, por razón de lo -que llevo visto y observado.</p> - -<p>—Sin decirle ahora, señor don Baltasar—replicó el indiano, que -andaba tan atento á las impresiones reveladas en Inés, como á las -palabras de su padre,—hasta qué punto estoy de acuerdo con esa regla -de usted, yo me felicito, por lo pronto, de que la proposición que he -tenido el honor de hacerle no le haya mortificado lo más mínimo. Y esto -declarado, me atrevo á pedirle á usted permiso para dirigirle otra -pregunta.</p> - -<p>—Ya está usted haciéndomela,—contestó el Berrugo.</p> - -<p>—Lo que usted me ha dicho respondiendo á mi proposición, ¿significa -que queda aceptada en principio?</p> - -<p>—¡En principio! ¡en principio!—recalcó el<span class="pagenum" -id="Page_370">[p. 370]</span> Berrugo en tono desdeñoso.—En principio -están en venta, bien dicho se lo tengo, todas las cosas de este mundo, -hasta la honra de las gentes; ¡y no había de estarlo esta humilde casa, -aun sin los deseos que usted tiene de ella? ¡Pues, hombre!...</p> - -<p>—Entendido, y muchas gracias, señor don Baltasar. Y ahora, siquiera -por lo que el asunto parece disgustar á esta señorita, le pido á usted -el favor de que no se hable más de él hasta que las circunstancias lo -reclamen; pero con la advertencia, entiéndalo usted bien, Inesita, de -que ni ese gusto ni otro alguno mío, daré yo por satisfecho á costa de -la menor pesadumbre para usted.</p> - -<p>—Mi hija—replicó el Berrugo mirando brutalmente á Inés,—no suele -permitirse los lujos de apesadumbrarse por cosas que son del gusto de -su padre. ¿No es cierto, Inés?...</p> - -<p>Y la pobre, perdiendo de repente todos los colores de su cara, -respondió tímidamente que sí.</p> - -<p>Á este incidente siguieron frases muy superfinas y corteses del -indiano, enderezadas, tanto como á templar las crudezas del padre, -á quedar él bien acreditado en el concepto de la hija; hasta que al -cabo de otra buena ración de palabras sin substancia, cambiadas con el -Berrugo, sacó el deslumbrante reló, miróle, púsose de pie y dijo:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_371">[p. 371]</span></p> - -<p>—Estoy abusando de la bondad de ustedes hace rato: es más tarde de -lo que yo creía... quizás iban ustedes ya á comer...</p> - -<p>—Pues á propósito—interrumpióle el Berrugo, que aquel día estaba en -vena de despilfarros,—¿por qué no come usted con nosotros? Es ya tarde: -desde aquí á Nubloso hay una buena tirada; y además, ó somos ó no somos -de la casa, como quien dice...</p> - -<p>—¡Oh, señor don Baltasar!—respondió el sobrino del Mayorazgo, -haciéndose una pura miel.—¡Tanto favor para mí!... ¡Tanta molestia para -ustedes!... Yo no sé si debo...</p> - -<p>Y en esto miraba á Inés, la cual parecía decirle con la expresión -de sus ojos dulces: «quédese usted, sin cumplidos.» Al mismo tiempo le -soltaba el Berrugo estas claridades:</p> - -<p>—Ya sabe usted que yo no entiendo de dulzainas. De verdad ofrezco. -Diga claro y pronto lo que más desee. Comida hay abundante, porque es -día de repique gordo, y ningún perjuicio nos causa con quedarse. Si nos -le causara, me hubiera librado muy bien de convidarle, por si me cogía -por la palabra... En resumen, ¿acepta ó no?</p> - -<p>El indiano, que parecía gustar mucho de las genialidades de don -Baltasar, se reía mientras le escuchaba; y en cuanto éste acabó de -hablar, le respondió:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_372">[p. 372]</span></p> - -<p>—Pues acepto... y con muchísimo gusto.</p> - -<p>No bien lo dijo, salió Inés de la sala apresuradamente, al tiempo -mismo que entraba en ella, muy sofocado, don Elías.</p> - -<p>—Aquí tiene usted otro convidado,—dijo el Berrugo al indiano, -señalando al médico.</p> - -<p>El cual se quedó estupefacto al hallarse, cara á cara, con el -caballero del altar mayor. ¡Venturoso y bien singular para él aquel día -de San Roque! ¡Convidado á comer por el Berrugo, quizás para ofrecerle -los sesenta y dos mil reales del molino, y verse allí mismo en ocasión -de averiguar lo que á la sazón ignoraba todo el pueblo!</p> - -<p>—Sentiría—dijo después de hacer una reverencia al forastero,—haber -hecho esperar á ustedes. Camino de mi casa me alcanzó el recado que -usted, señor don Baltasar, se sirvió mandarme; desde la puerta de la -calle, por tardar menos, dije á la familia que no me aguardara hoy á -comer, y á escape retrocedí para acá... Pero ¡qué calor el de hoy y qué -sudar en aquella iglesia!</p> - -<p>Y sudaba todavía, aunque no había entrado en ella, el santo varón; -pero sudaba de emociones súbitas, inesperadas... de puro gusto, en -fin.</p> - -<p>—El señor—dijo el Berrugo al indiano,—es don Elías, el médico de -Robleces.</p> - -<p>—Para servir á usted, caballero—díjole á su<span class="pagenum" -id="Page_373">[p. 373]</span> vez don Elías,—aunque no tengo el gusto -de...</p> - -<p>—Tomás Quicanes—respondió muy cortésmente el forastero, tendiéndole -la mano,—y muy servidor de usted.</p> - -<p>Estrechósela con ansia el médico; y mientras le miraba anheloso y -hasta conmovido, le decía:</p> - -<p>—Tomás Quicanes... Tomás Quicanes... Creo recordar... Sí: esa -cara... y ese porte... Sólo que no caigo...</p> - -<p>—¡Qué ha de caer usted, hombre, qué ha de caer usted?—saltó don -Baltasar, que observaba muy atentamente la escena;—¡si en la vida de -Dios ha visto á este caballero hasta que le vió esta mañana en el altar -mayor! ¡Cuidado que es gana... de confitear!</p> - -<p>—¿Quién sabe?—terció Quicanes, apiadado de don Elías.—Aunque es poco -el tiempo que llevo en España, puede el señor haberme visto...</p> - -<p>—¡Qué ha de ver, hombre, qué ha de ver este infeliz, que no ha -salido de Robleces hace trece ó catorce años! Y si no, á la prueba. El -señor es—añadió mirando á don Elías y apuntando al indiano,—natural de -Nubloso, sobrino del Mayorazgo á quien yo compré esta casa. Hace veinte -años que se fué á América, y dos días que llegó á su pueblo. Vamos á -ver, ¿sabía usted algo de esto? ¿Dónde le ha conocido usted, visto -siquiera, hasta hoy?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_374">[p. 374]</span></p> - -<p>Bendijo don Elías la desvergüenza del Berrugo, gracias á la cual -averiguaba él de un golpe todo lo que necesitaba saber; pero humilló la -cabeza y respondió mansamente:</p> - -<p>—En efecto: estaba yo equivocado. Sin duda le he confundido con -otra persona... Y ¿viene usted—añadió irguiéndose de pronto, quizás -por atajar con la pregunta alguna otra salida genial del Berrugo,—para -volver á marcharse, como hacen tantos, ó para dejar los huesos en la -tierruca?</p> - -<p>—Ese es mi propósito, señor don Elías—respondió afablemente el -indiano:—dejar aquí los huesos...</p> - -<p>Pero el Berrugo no estaba ya para meter la cuchara en las cosas de -don Elías: le preocupaba más lo que pasaría en la cocina en aquellos -momentos críticos; y dejando solos á los dos convidados, salió de la -sala, advirtiéndoles, y era la verdad, que iba á ver á cuántos se -estaba de comida.</p> - -<p>Y hablando, hablando, el indiano y don Elías, acertó el primero á -preguntar al segundo cuántos años llevaba de médico en Robleces, de -dónde era nativo y qué familia tenía.</p> - -<p>¡Tú que tal dijiste! Si con pretextos mucho más remotos largaba -don Elías la historia de sus soñadas grandezas, tan pronto nacidas -como acabadas, ¿cómo no soltarla en aquella gran<span class="pagenum" -id="Page_375">[p. 375]</span> ocasión, á solas con un personaje que -no le conocía más que por los informes cáusticos de don Baltasar, y -quizás era otro millonario, pero millonario de verdad? ¡Oh, qué día, -que día aquél para el médico de Robleces! Todo, todo se lo dijo; todo -se lo refirió al indiano. Lo de sus graneles partidos, lo de las -sedas á montones, y la plata por los suelos... lo de la millonada, en -fin. ¡Y con qué lujo de pormenores, y con qué emoción tan profunda -y conmovedora! Como si lo contara por primera vez. El de Nubloso le -escuchó estupefacto.</p> - -<p>Cuando, recién acabada la historia, entró don Baltasar avisando que -iba ya la sopa á la mesa, aún tenía el médico las mejillas ardiendo, -los pelos de punta y los ojos arrasados en lágrimas, las cuales -enjugaba con el pañuelo.</p> - -<p>—Vamos—dijo el Berrugo al notarlo y dirigiéndose al otro,—ya le echó -á usted la millonada encima.</p> - -<p>—¿Por qué lo dice usted?—preguntó el indiano, que indudablemente -estaba un poco conmovido.</p> - -<p>—Por las señales—respondió el Berrugo apuntando á la cara de don -Elías,—y porque ya contaba yo con ello.</p> - -<p>—¡Ay, señor don Baltasar!—exclamó don Elías, plegando en tres -dobleces el pañuelo:—cada cual se queja de lo que le duele...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_376">[p. 376]</span></p> - -<p>—Verdaderamente—añadió el indiano,—es historia interesante la del -señor.</p> - -<p>—¿Interesante, eh?—dijo en el tono burlón de costumbre don -Baltasar:—no lo sabe usted bien todavía; pero ya lo irá sabiendo poco -á poco... Ahora, señor don Elías, vamos á matar las pesadumbres en la -mesa, que ya nos esperan allá; y con buen apetito, si hemos de juzgar -por la cara de tigre enciscado que tiene el seminarista.</p> - -<p>—¡Hombre!—exclamó don Elías, muy aliviado ya de sus tristezas con -aquella noticia.—¡Conque Marcones... digo, conque Marcos también está -hoy por acá? ¡Cuánto me alegro!... Pase usted, señor de Quicanes.</p> - -<p>—¡Oh, eso no, señor don Elías!... Primero usted...</p> - -<p>—¡De ningún modo!</p> - -<p>—¡De ninguna manera!</p> - -<p>—¡Canario!—dijo entonces el Berrugo que lo presenciaba.—¿Esas -tenemos también y á tales horas? ¡Á ver si pasan de una vez juntos ó -separados, ó los paso yo de parte á parte!</p> - -<p>Echólos por delante, y se fueron los tres al comedor.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_aros.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_21"> - <p><span class="pagenum" id="Page_377">[p. 377]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_busto.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XXI</h2> - <p class="subh2">ARROZ Y GALLO MUERTO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-e.jpg" alt="E" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">En</span> opinión de Inés, -desde el momento en que se quedaba á comer el peripuesto indiano -de Nubloso, el asunto de la comida aquélla adquiría una gravedad -excepcional. Con Marcos y con el médico, todo podía pasar, porque eran -personas de confianza y no estaban hechos ni á tanto siquiera; pero -¡con aquel caballero tan planchado y oloroso, que había corrido tanto -mundo!...</p> - -<p>Y por eso salió de la sala del modo que se dijo. Del tirón, fué á -la cocina á advertir lo que ocurría, y sin reparar en la caraza fosca -que tenía Marcones, á quien halló paseándose en el carrejo, con las -manos en los bolsillos y la cabeza gacha. Examinando los manjares, -catando las salsas y reparando en la vasija, ¡qué<span class="pagenum" -id="Page_378">[p. 378]</span> poco, qué malo, qué sucio y qué viejo le -pareció todo! Limpió cuidadosamente los careles de los platos y de la -media fuente en que se había cuajado el arroz con leche, que ya tenía -su buena costra de canela en polvo: bajó la poca y mala loza que había -en el vasar, y escogió los platos menos deslucidos por el uso, para -reemplazar con ellos los que aún fueran peores de los que estaban ya -en la mesa; encargó mucho que se <i>barciaran</i> con gran curiosidad en -las fuentes los cocidos y el gallo en pepitoria, y hasta se atrevió á -lamentarse de que estuviera un poco salada la sopa de fideos. La Galusa -la veía hacer y mangonear, con un despecho muy mal disimulado, y la oía -sin responderla más que con un borboteo de colmena, que no cesaba un -punto, y algún cucharetazo que otro, bien sonado, ó tal cual rabonada -en corto; pero cuando oyó lo de la sopa salada, se picó de veras y -cantó claro.</p> - -<p>—¡Ni anque viniera el obispo á comerla!—comenzó á decir, andando -de acá para allá y subiendo el tono á medida que trasteaba y removía -mesas y cachivaches.—¡Ni anque por ello juéramos á perder casorio con -el marqués de la fanfarria!... ¡Bah, que te quiero un cuento con el -fachendas, que está bien hecho á comer borona fría!...</p> - -<p>—Y tú ¿qué sabes de eso... ni qué te impor<span class="pagenum" -id="Page_379">[p. 379]</span>ta?—dijo Inés, á quien indignó la grosera -reticencia de la criada.</p> - -<p>—¡En gracia de Dios—continuó ésta,—habla bajo el piojo resucitao, -pa que no le oyeran los que no son sordos y andaban por los carrejos, -por haber sido echaos de las salas! ¡Vaya con el sobrino del borrachón -de Robleces, que ahora no coge en ellas de puro inflante, y antayer -salió de aquí muerto de hambre y en carnitas!... ¡Y too nos paece -poco pa regalale el gusto al gran señor de morondanga!... Pos un rato -hace, ni la sopa estaba salá ni los platos negreaban... ni por aquí -asomó naide pa alvertir que si esto arriba y que si lo otro abajo... -Y me paece á mí que con lo que era mucho y güeno pa unos, bien puede -regalase, sin que se le caiga la venera, el hijo de su madre, que no es -de mejor casta que el nieto de la mía. ¡Ya lo quisiera el grandísimo... -que con ser tanto y un poco menos, se vería muy honrao! ¡Á qué vienen -las cosas á parar, María Madre de Dios, y de tan de súpito y contino! -Y gracias que paran en esto solo; que al paso que vamos, día vendrá -de echanos á comer al estragal, y en una escudilluca, como á los -probes de la puerta... ¡Bah, que eso y más merecemos!... Y vete y -vente, tonto de tí; y rompe zapatos y enseña lo que no se sabe; y -acábate tú, desventurá del jinojo, y gasta los<span class="pagenum" -id="Page_380">[p. 380]</span> años olvidá de tu hacienda por mejorar la -del vecino...</p> - -<p>Marcones, que lo oía desde el carrejo, apareció de pronto á la -puerta de la cocina, mustio de continente; y con voz enronquecida y -lenta, dijo á la Galusa, mirando de reojo á Inés:</p> - -<p>—Hace usted muy mal, tía, en tomar tan á pecho cosas que no lo -merecen... ó que deben perdonarse, como las perdono yo en la parte que -me alcanzan. Obrar bien es lo que me importa; que Dios está en los -cielos, y en la tierra no se mueve la hoja de un árbol sin su santa -voluntad.</p> - -<p>Sin darse Inés por más entendida de las palabras del sobrino que de -las últimas de la tía, aunque todas ellas la habían mortificado mucho, -salió de la cocina sin desplegar los labios ni mirar á nadie, y se fué -en derechura al comedor, pieza triste y destartalada. Allí estaba la -mesa puesta para cuatro comensales: faltaba el cubierto del indiano... -¡y qué basto era el mantel y qué mal lavado estaba! Afortunadamente -había otro más fino en la alacena... Pero aquellos vasos de vidrio, -viejos y con roña indeleble en el fondo... Y de eso sí que no había -cosa mejor de reserva... ¡Qué mal, qué mal provista estaba la casa -para un lance inesperado como el de aquel día! Y lo peor era que el -forastero, al notarlo, pensaría que la culpa de<span class="pagenum" -id="Page_381">[p. 381]</span> todo la tenía ella, por descuidada é -indolente y no su padre, por ahorrativo y hasta roñoso. Después, -Romana, á cuyo cargo andaban todavía allí todas esas cosas, estaba tan -encariñada como su amo con la suciedad y la miseria... ¡Oh, era preciso -que aquello cambiara ya!... y cambiaría, pronto, ¡muy pronto! De nada -la servía á ella ser limpia y esmerada y rumbosa, si la otra no la -dejaba terreno en que emplearse, ni medios para lucirse, ni ocasión -siquiera de pelear contra ciertos resabios de su padre. Pero ¡qué -indirectas tan brutales la acababa de echar! ¡Bien las había entendido -ella! Lo del casorio, ¡qué barbaridad!... Lo de enseñar lo que no se -sabía... lo dijo por el otro, que estaría resentido con las bromas de -su padre... Pues también el tal, con aquel aire gazmoño con que habló -á su tía desde la puerta tapándola toda... ¡Qué grande y qué negro -le pareció allí! ¡Qué diferencia con el de la sala! ¡Y se extrañaba -Romana de que ella se tomara por él cuidados que no se había tomado -por los demás! ¡Qué falta de sentido común, y qué sobras de malas -intenciones!... Bueno. Ya estaba cambiado el mantel, y Luca, la otra -criada, había puesto encima de la mesa el montón de platos escogidos. -Bien poco más lucían que los retirados. Él se colocaría allí, su padre -aquí, ella acá y <i>los otros enfrente</i>... No, porque, de este<span -class="pagenum" id="Page_382">[p. 382]</span> modo, estaría cara á cara -con Marcos... Mejor sería poner á Marcos acá y ponerse ella á esta -otra parte... Pero entonces tendría de frente al otro... En fin, ya se -arreglaría ese punto cuando llegara el caso.</p> - -<p>Vino en esto su padre; encargóse de activar las faenas de la -cocina, y se fué ella á su cuarto. Allí se lavó las manos; se limpió -escrupulosamente las uñas; se refrescó un poquito la cara, que tenía -algo ardorosa; se arregló el pelo y los pliegues de la falda; se encajó -bien el talle, y pasó repetidas veces las manos abiertas por todas -las graciosas hondonadas y gallardas altitudes de su cuerpo, para -estirar las arrugas del vestido. Después se miró al espejo, que era -bien mezquino ciertamente; y no sé qué juicio formaría de su propia -estampa reflejada á pedazos en él; pero aseguro, de mi cuenta y riesgo, -que estaba guapísima entonces y hecha una real moza, de los pies á la -cabeza, la hija de don Baltasar Gómez de la Tejera.</p> - -<p>Oyó, en esto, que la gente se rebullía hacia el comedor; fuése -hacia allá, y encontróla arrastrando las sillas para sentarse á la -mesa, por mandato imperioso y terminante del amo de la casa. El sitio -que la habían dejado á ella libre, estaba enfrente del que ocupaba el -forastero... La casualidad, ó quien allí mandaba, lo había dispuesto -así... ¿Qué remedio tenía?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_383">[p. 383]</span></p> - -<p>Sentáronse todos, y llegó la Galusa con una enorme sopera entre -manos. Dejóla sobre la mesa, y se largó en seguida dando rabonadas; y -con tales humos en la jeta, que parecía ir diciendo: «¡así reventéis -con ello!» Don Baltasar encomendó á su hija la delicada tarea de hacer -plato á los comensales porque á él «no se le amañaba cosa mayor;» y -con este motivo, Inés se puso de pie para dominar mejor las alturas de -la sopera, y tuvo ocasión el indiano de Nubloso, que indudablemente -era mozo de gusto, de admirar un buen rato la corrección de líneas -y la escultural riqueza del cuerpo de la joven, destacado sobre la -mesa como torso griego sobre su pedestal. Ocurriósele á Inés, muy -atinadamente, que el primer plato debía ser para el indiano, por -forastero y más extraño á la casa que los otros convidados; y así lo -hizo, con aprobación de su padre, para quien fué el segundo; el tercero -se le llevó don Elías, por razón de edad, y aun por ser la primera vez -que comía allí; después, ya no había que dudar: el cuarto, es decir, -el último, para Marcones. ¡Con qué tripas le dió las gracias por la -<i>atención</i> el seminarista de Lumiacos!</p> - -<p>Servida Inés y vuelta á sentar, comenzó la comida, y con ella el -obligado tiroteo de palabras entre los comensales. El de Nubloso la -tenía fácil y amena: don Baltasar le tentó sin<span class="pagenum" -id="Page_384">[p. 384]</span> ambajes; y el mozo, nada pesaroso de -ello, rompió á hablar (muy al caso siempre y trayéndolo todo bien -traído, con agudas salidas del carril, de vez en cuando, hacia éste -y hacia el otro comensal, y particularmente hacia Inés, que le oía -embelesada) de sus cosas y de sus peregrinaciones. Las había hecho -repetidas veces por los Estados Unidos, conocía á Inglaterra y á -Francia, y singularmente á sus capitales. Y no siempre fué el vicio de -ver y de admirar, la fuerza que le arrastró á los viajes. Á la mayor -parte de ellos fué impulsado por sus negocios. Desenvolviendo este -tema, dejó traslucir, bien á las claras, que tenía caudales depositados -en los Bancos de Londres, de París y de Nueva York. El era español en -cuerpo y alma, por lo que toca á su amor á la patria como suelo y como -madre; pero como nación, como estado político, ya no tanto. En este -concepto, España le parecía una matrona, muy hermosa sí, pero á la que -no se le podía fiar media peseta. Por eso había tenido él buen cuidado -de dejar el puñado de ellas que le habían producido veinte años de -desvelos, á buen recaudo, antes de entrarse por las puertas de aquella -gran señora, tan ligera de cascos.</p> - -<p>Puestas aquí las cosas, hizo animadas pinturas, verdaderas ó -fantásticas, de las gentes y costumbres de por allá, tan distintas de -las es<span class="pagenum" id="Page_385">[p. 385]</span>pañolas; pero -las que le merecieron grandes preferencias fueron las norte-americanas. -Sobre estas gentes y costumbres habló largo y tendido, y sacó á relucir -todo el catálogo convencional que existe ya consagrado por el uso, de -las enormidades, en lo malo y en lo bueno, de los supuestos «bárbaros -de la civilización:» lo de los ferrocarriles tendidos sobre cuatro -estacas podridas encima de un abismo horroroso; lo de las casas con -ruedas; lo de las cuadrillas de foragidos europeos convertidos allí, en -un par de meses, en hombres honrados y poderosos; lo de las ciudades de -cien mil almas con monumentos grandiosos, creadas en año y medio donde -antes no había más que un bosque virgen plagado de <i>Pieles rojas</i>; -lo de las señoritas que viajan sin otra compañía que el revólver, á -quienes todo el mundo respeta mientras ellas se mantengan dentro de las -leyes de esa nueva orden de caballería de doncellas andantes, etc., -etc., etc., para venir á parar á que el pueblo <i>yankee</i>, dijérase lo -que de él se dijera, y casi siempre por censores que no le conocían, -era un gran pueblo...</p> - -<p>—¡Niégolo en redondo!—dijo de repente la voz iracunda y retumbante -de Marcones, que ya estaba hasta la coronilla de la charla del de -Nubloso, de sus miradas á Inés, de la fascinación con que ésta le -atendía, y de la importan<span class="pagenum" id="Page_386">[p. -386]</span>cia que daban al charlatán los otros dos papanatas que le -tiraban de la lengua.</p> - -<p>El indiano se quedó suspenso ante la embestida feroz del -seminarista; don Baltasar estuvo á pique de tirarle con un vaso; don -Elías se hacía cruces mentalmente, y á Inés se le bajaron los colores -de la cara.</p> - -<p>Más sereno que todos ellos el indiano, preguntó muy fino, y hasta -risueño, al de Lumiacos:</p> - -<p>—Y ¿por qué lo niega usted?</p> - -<p>—Lo niego—respondió Marcones, verde y convulso, á causa de no haber -en derredor suyo dos ojos que le miraran bien,—porque tengo razones -para negarlo.</p> - -<p>—Y ¿cuáles son esas razones?—volvió á preguntar el otro.</p> - -<p>—La primera y la principal... la única, si usted quiere, es que no -merece el nombre de grande, por rico y poderoso que sea, un pueblo de -masones sin religión.</p> - -<p>—Y ¿quién le ha dicho á usted que ese pueblo es así?</p> - -<p>—Todo el mundo lo sabe.</p> - -<p>—No basta esa razón, porque con la misma puedo replicarle yo á usted -que todo el mundo se equivoca. En los Estados Unidos hay religión, -y muy bien observada, aunque no sea la nuestra, que también abunda; -y en cuanto á lo de la masonería, podrá haberla allí como en<span -class="pagenum" id="Page_387">[p. 387]</span> cualquiera otra parte; -pero eso ¿qué? También por acá abunda, á juzgar por lo que nos dijo hoy -el predicador; y, sin embargo, bien cacareó la grandeza de España, sin -que protestara usted.</p> - -<p>—¡Es muy distinto el caso, señor mío! España siempre será España, -¡la patria de Pelayo y de Recaredo!; y si nos aflige también esa peste, -cuénteselo usted á los escocidos con el sermón de nuestro gran orador, -que tanto la defienden, porque... ellos se entenderán.</p> - -<p>—No conozco á esos escocidos ni á esos defensores de esa peste, ni -aunque los conociera les iría con el cuento: no por ser de usted, sino -porque no vendría muy al caso; pero ciñéndonos al que usted ha sacado á -relucir, ¿por qué ha de poder llamarse grande á España con masones, y -no á los Estados Unidos con masones también?</p> - -<p>—Porque esos Estados Unidos son unos herejes dejados de la mano de -Dios.</p> - -<p>—¡Dejados de la mano de Dios!... Y ¿cómo se explica entonces su gran -riqueza y su gran prosperidad?</p> - -<p>Aquí se infló Marcones y se bañó toda la caraza en una sonrisa -triunfal: le había venido á la memoria un latinajo contundente, y le -iba á lanzar sobre el indiano, como pudo lanzarle el plato recién -desocupado de garbanzos con verdura, que tenía entre las manos:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_388">[p. 388]</span></p> - -<p>—Porque—gritó desaforadamente,—<i>Oportet heresses esse.</i></p> - -<p>—¿Lo cuál quiere decir?...—preguntó el de Nubloso muy -tranquilamente.—Porque le confieso á usted, sin rubor, que no entiendo -jota de latín.</p> - -<p>—Ya, ya me he ido haciendo cargo—replicó en tono burlesco -Marcones.—¡Así va ello!</p> - -<p>—¿Quiere usted decirme—preguntó el indiano, con cierta sorna,—que -sin saber latín no se puede hablar de lo que se ha visto en el -mundo?</p> - -<p>—Lo que yo digo y repito—añadió Marcones con voz retumbante y -ademán airado,—es que los Estados Unidos son un pueblo de herejes y -de masones, y que, en buena conciencia católica, no puede tomarse la -defensa de él sin incurrir en gravísimo pecado.</p> - -<p>El de Nubloso soltó la carcajada, y don Elías poco menos; Inés -estaba disgustadísima, mirando tan pronto al uno como al otro -contrincante. Afortunadamente enfrió don Baltasar en aquel momento los -ímpetus del pedantón, con una entrada de las suyas.</p> - -<p>—El pecado gordo, zanguangón de los demonios, será el del obispo que -te ordene á tí, si piensas oficiar de predicador de esa manera. ¡Pues -dígote que habrá que oirte con paraguas!...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_389">[p. 389]</span></p> - -<p>—Yo acepto la reprensión, señor don Baltasar—respondió Marcones, -lívido de ira reconcentrada, de rencor y de despecho comprimidos,—por -ser de usted; pero no porque sea justa ni haya venido por los trámites -exigidos en buenas reglas de moral. Y ahora, conste que quedo -maniatado, pero no vencido.</p> - -<p>—Y ¿no te queda en el morral—preguntóle el Berrugo con una voz y un -gesto que eran dos cuchillos,—algún latinajo sobrante para acabar de -tendernos boca arriba?... ¡Vaya con los sacristanes de Lumiacos, que -van á matar moros á hisopadas!</p> - -<p>—Yo reconozco, don Baltasar—dijo el indiano interviniendo de muy -buen humor en esta pelea á sartenazos,—que el señor estuvo en su -derecho al ponérseme de frente del modo que lo hizo. Túvome, quizás, -por uno de los apestados á que se refería el sermón de esta mañana, -y ha cumplido con su deber saliéndome al encuentro con los puños -cerrados. Porque, si yo no era el masón y el espiritista, ¿quién había -de serlo en aquel montón de fervorosos aldeanos, hartos de majar -terrones? Y si no lo dijo para que se le entendiera, ¿para qué lo -dijo? ¿No es así, señor seminarista? Pues pelillos á la mar de todas -suertes; y vamos á firmar las paces ahora mismo bebiendo los dos á -la salud de esta hermosa señorita, á quien he<span class="pagenum" -id="Page_390">[p. 390]</span>mos respetado bien poco haciéndola testigo -de una porfía sobre puntos que no valen junto á ella dos cominos... -Conque arriba el vaso, señor teólogo...</p> - -<p>—¡Y el mío también, aunque por él no se pregunte!—exclamó entonces -don Elías, entusiasmado y nervioso, alzando el suyo, que le temblaba en -la mano.</p> - -<p>Con esto, el de Lumiacos, no pudiendo ya alegar decorosamente -la sutileza con que pensaba eludir el compromiso en que le ponía -el indiano, á quien detestaba y maldecía en sus adentros, levantó -también, aunque algo á rastras, su correspondiente vaso. Bebieron -los tres comensales: Marcones, como si bebiera solimán. Y ¿cómo -no, si conocía la treta del pícaro indianete para hacer por recodo -aquella fineza á Inés, y estaba viendo que, aunque entre congojas y -trasudores, la aceptaba la pícara y le acusaba el recibo con los ojos! -Y su padre, ¿por qué se había quedado hecho un papanatas y como quien -ve visiones? ¿Cómo toleraba aquel escándalo? ¿Para cuándo guardaba -sus despachaderas? ¿Por qué tan groserote y desengañado con él, y tan -complaciente y baldragas con el bribón de Nubloso?</p> - -<p>Como si el indiano hubiera leído al seminarista estos endiablados -pensamientos, le saludó muy risueño con el vaso después de<span -class="pagenum" id="Page_391">[p. 391]</span> apurarle; y en seguida, -lo mismo que si nada hubiera ocurrido, se volvió hacia el médico para -preguntarle por las condiciones higiénicas de Robleces, y qué dolencias -eran las que se padecían de ordinario en el partido.</p> - -<p>Á lo que proveyó don Elías cumplidamente, después de carraspear -un poco y de contonearse en la silla, buscando la requerida actitud. -Sobre lo primero, afirmó que no había en la tierra punto más sano -que Robleces; y á lo segundo, respondió que las enfermedades más -comunes allí eran la <i>lijadura</i>, el <i>padrejón</i>, el <i>paralís</i> y las del -<i>arca</i>.</p> - -<p>—Veo con placer—dijo el indiano, sin intención aparente de burlarse -de don Elías,—que la ciencia ha adoptado al fin la nomenclatura vulgar -de estas buenas y sencillas gentes.</p> - -<p>—No, señor—respondió el candoroso médico:—somos nosotros los que nos -hemos acomodado á ella, en la necesidad de tratar á estos enfermos á su -gusto.</p> - -<p>En esto llegó á la mesa el gallo en pepitoria; y mientras Inés le -repartía entre los comensales, don Baltasar cantó la vida y altos -merecimientos de aquel animalejo, que dejaba en el corral cinco -generaciones de su ilustre casta. ¡Así estaban de negros y correosos -sus venerables pedazos!</p> - -<p>Después comenzó el indiano, que tenía bue<span class="pagenum" -id="Page_392">[p. 392]</span>na memoria, á preguntar por ciertos -sujetos que él había conocido allí siendo niño, y también fué don Elías -el que llevó el peso de las respuestas, porque, con ser forastero, -sabía de las cosas y personas de Robleces, presentes y pasadas, mucho -más que todos los que le acompañaban á la mesa. Por ejemplo:</p> - -<p>—Y ¿qué fué de aquel tío <i>Carrancas</i>, muy devoto, que rezaba por -delante el Calvario alrededor de la iglesia?</p> - -<p>—Á ese tío Carrancas no le alcancé yo, ni á su mujer, que le pegaba -á menudo; pero sí á su hijo Manuelón, que casó con la <i>Silguera</i>... -Tuvieron tres ó cuatro de familia, y por ahí andan padres é hijos -matando el hambre como Dios les da á entender.</p> - -<p>—¿Y en qué vino á parar la famosa <i>Murciégala</i>, que era tenida -aquí por bruja? ¡Qué miedos me hizo pasar á mí, la condenada de ella, -con aquel refajo negro sobre la cabeza y aquellos ojos chiquitines y -relucientes, hundidos allá dentro!</p> - -<p>—Esa pagó lo que debía, aunque un poco tarde—dijo don Baltasar, -quitando la vez á don Elías, porque en materia de brujas era creyente á -puño cerrado.—La muy arrastrada, ¡cuántos daños hizo en el lugar!...</p> - -<p>—¿La Murciégala, eh?—añadió el médico inmediatamente á lo dicho por -el Berrugo.<span class="pagenum" id="Page_393">[p. 393]</span>—¡Buena -alhaja! ¡buena de veras! Estas manos la extendieron el pasaporte.</p> - -<p>—Pero, hombre—exclamó el indiano,—¿cómo puede ser eso, si la dejé yo -hecha un carcamal cuando me fuí de Robleces?</p> - -<p>—Pues ese carcamal fué tirando hasta los noventa y tantos años, y -hubiera tirado hasta los noventa mil, por no haber enfermedad conocida -capaz de acabar con él.</p> - -<p>—¿Cómo acabó entonces?</p> - -<p>—De una tunda de órdago que la dieron una noche.</p> - -<p>—¿Quién?</p> - -<p>—Jamás se puso en claro que fueran manos mortales, por lo que se -cree que el negocio fuera cosa de entre ellas.</p> - -<p>—¿Entre quiénes?</p> - -<p>—Entre las del unto y la escoba, por piques del oficio, ¡ó vaya -usted á saber! Lo cierto es que mano de hombre no es capaz de poner un -cuerpo en el estado de molienda en que yo ví el de aquel demonio cuando -fuí llamado á eso por la autoridad. Debajo de la cama estaba, como una -pila de basura.</p> - -<p>—¡Qué barbaridad!</p> - -<p>—No habiendo amaño posible para aquel saco de huesos en polvo, -se le dió la Extrema, y <i>laus Deo</i>. Le aseguro á usted, señor de -Quicanes, que si no acaba de aquel modo ó de otro<span class="pagenum" -id="Page_394">[p. 394]</span> parecido, hoy se encuentra usted á la -Murciégala en Robleces, tan campante y tan bruja como en sus mejores -tiempos. ¡Qué pelleja de los demonios la suya! ¡Y el benditón de don -Alejo que todavía se sulfura cuando se le menciona el caso, y truena -contra la Justicia, porque dice que no cumplió entonces con su deber... -ni yo tampoco, por no haber dado cuenta del estropicio al juzgado -correspondiente! ¡Me asan, señor de Quicanes; me asan vivo estos -inocentes de Dios, si me propaso á semejante cosa!</p> - -<p>—¡Pues vaya, señor don Elías—dijo alzando el vaso el indiano, quizá -por no exponerse á que le asaran á él allí si predicaba cuanto se le -estaba ocurriendo sobre el particular,—un trago al descanso y sosiego -perdurables de esa infeliz pecadora, que tan molida acabó!</p> - -<p>—¡Eso sí, voto al chápiro!—respondió el médico, á quien ya le -chispeaban los ojos,—que yo no soy hombre de llevar los rencores más -allá de la sepultura.</p> - -<p>Bebieron los dos mirándose cara á cara, y dijo en seguida el de -Nubloso:</p> - -<p>—Y ahora, para concluir de molestarle con preguntas, respóndame á la -que se me pone entre los labios. Cuando me marché de aquí, comenzaba á -cobrar el barato en el pueblo y á bullir mucho en el ayuntamiento, un -tal <i>Planchetas</i>. ¿Qué ha sido de él?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_395">[p. 395]</span></p> - -<p>—Pues el Planchetas—respondió don Elías muy hueco, porque cuanto -más le preguntaba el otro, más le regalaba el gusto,—acabó como debía: -en punta. ¿No es así, señor don Baltasar? El Planchetas, realmente era -hombre bien acomodado, para lo que aquí se usa. Tenía sus tierras, su -casa, sus ganados... todo propio. Era fachendoso de suyo; pensó que -aquel pasar daba para los imposibles, y ahí le tenía usted luciendo -la persona en todas partes... Feria va, mercado viene, petulancia por -aquí, mangoneo por allá; y lo que era peor: comiendo á menudo fuera de -casa, ¡y qué comer! Á lo príncipe: en las mejores tabernas, y échese y -no se derrame; ¡y vengan chorizos á todas horas, y demonios colorados! -En fin, hasta que se arruinó. Si no mienten mis informes, el señor -don Baltasar le sacó de los últimos apuros... ¿Me equivoco, señor don -Baltasar?</p> - -<p>El cual no respondió á la pregunta del médico, porque llegaron en -aquel instante, conducidos por la Galusa y la otra criada, la media -fuente y los tres platos hondos repletos de arroz con leche; y en -cuanto los vió en la mesa el indiano, exclamó, sin poderse contener:</p> - -<p>—¡Dichosa edad y tiempos dichosos aquéllos en que este dulce -manjar era mi mayor deleite!... Y perdone el señor estudiante de -Lumiacos que yo me permita aplicar aquí este mal<span class="pagenum" -id="Page_396">[p. 396]</span> zurcido remiendo de mi erudición profana. -He gastado muchísimo dinero en libros españoles de ameno y provechoso -entretenimiento, y me sé el <i>Quijote</i> de memoria. Usted, que le -conocerá tan bien como yo, sabrá con qué frecuencia ve uno reflejados -sus propios actos y sentimientos en aquel fiel espejo de la vida -humana.</p> - -<p>—Yo no gasto el tiempo en leer paparruchas—respondió el seminarista, -que verdeaba.—Le necesito para estudios de más fuste y de mayor alcance -moral...</p> - -<p>—Pues hace usted bien,—respondió muy fresco el indiano.</p> - -<p>—Sobre todo, por lo que le engorda,—añadió el Berrugo, que -indudablemente tenía algo de tirria al sobrino de su criada...</p> - -<p>Inés se condolía mucho del mal trato que se daba allí á su profesor, -cuyas amarguras adivinaba; pero don Elías se frotaba las manos debajo -de la mesa á cada apabullo que sufría el pedantón.</p> - -<p>Mientras el arroz se repartía, dijo el Berrugo:</p> - -<p>—Aplíquense á esto todos los convidados, porque es lo último; y Dios -sabe cuándo volverán á verse en otra: á lo menos en mi casa.</p> - -<p>—Pues por lo que á mí toca—dijo el perfumado Quicanes, que dominaba -ya, á su discreción, el concurso con Berrugo y todo, di<span -class="pagenum" id="Page_397">[p. 397]</span>rigiéndose á Inés, que -le servía,—cargue usted sin duelo... y sin perjuicio de los demás, se -entiende; pero á condición de que de lo que me sirva, ha de aceptar -después la primera cucharada, que yo le ofreceré como tributo de mi -reconocimiento y de mi admiración.</p> - -<p>Inés, que le servía del arroz de la media fuente, en cuanto oyó las -primeras palabras del apóstrofe, dejó á medio llenar el plato que tenía -en la mano izquierda, y tomó uno de los hondos que vinieron llenos -de la cocina. Á entregársele iba al afable convidado, cuando éste la -espetó la condición de la cucharada como tributo. ¡Y allí fué el apuro -de la infeliz! Vaciló unos momentos, roja de vergüenza y temblándole la -mano; pero al fin, echando también á broma el lance, alargó muy risueña -el plato al otro, que le esperaba afilándose las guías del bigote y con -los ojos muy parleteros, y le salió al encuentro alzándose de la silla. -La de Marcones crujió en el mismo instante, como si la estuvieran -haciendo polvo. Don Elías aplaudió á grito pelado, y el Berrugo ya no -sabía qué pensar de aquellas cosas.</p> - -<p>Concluído el reparto del arroz con leche, Inés y el indiano -cumplieron honradamente sus mutuos compromisos: ella entre congojas -de cortedad, pero sin repugnancia maldita, y él... ¡figúrenselo -ustedes!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_398">[p. 398]</span></p> - -<p>Por remate de todo ello, sacó el tal una vistosa petaca de piel -de Rusia con grandes cifras de plata, llena de puros de gran vitola, -con los cuales brindó á cada uno de los tres comensales; pero ni don -Baltasar ni el médico fumaban; y en cuanto á Marcones, rechazando con -irónica modestia la petaca del indiano, sacó él otra de suela, muy -resobada y con mugre, y le dijo, eructando, y mientras la abría y -asomaban dentro de ella unos papelillos arrugados:</p> - -<p>—Gracias, yo no lo gasto tan fino.</p> - -<p>Y se puso á liar un cigarro, con el relativo consuelo de pensar que -con aquel último trámite de la comida, acabarían las estomagadas de -bilis que estaban martirizándole. Pero tampoco le salió la cuenta por -allí; porque el diablejo del indiano, ayudado de don Elías, consiguió -que Inés los aceptara por acompañantes para asistir á la procesión de -la tarde y después á la romería. ¡Y el Berrugo que lo toleraba en paz y -hasta se había brindado á ir con ellos!</p> - -<p>Acordado así, don Baltasar, para hacer tiempo, se fué á sus rondas -de costumbre por cuadras y corrales; Inés á sus quehaceres, y Marcones, -por de pronto, á desfogar con su tía, ¡que también tenía que oir! las -bilis acumuladas.</p> - -<p>El indiano y el médico permanecieron solos<span class="pagenum" -id="Page_399">[p. 399]</span> unos instantes en la mesa, apurando los -restos del blanquillo que quedaba en el fondo del botellón.</p> - -<p>—Y ¿qué nos hacemos nosotros dos ahora, señor don Elías?—le preguntó -el indiano mientras se lavaba las puntas de los dedos en el agua -de su vaso, y después de limpiarse esmeradamente los labios con la -servilleta,—¿Adónde iremos, sin estorbar á nadie?</p> - -<p>—Sospecho—respondió don Elías,—que en el balcón del saliente debe de -correr ahora un vientecillo muy agradable y hasta digestivo... Podemos -ir allá si le parece.</p> - -<p>—¡Gran idea, señor don Elías!</p> - -<p>Andando los dos hacia el balcón y guiando el médico, que conocía -bien el camino, dijo al otro, arrimando mucho la boca á su oreja:</p> - -<p>—¡Menudos revolcones ha llevado hoy, señor de Quicanes, el pedantón -ese! ¡Buenos fueron los que le dió en seco don Baltasar; pero los -de usted por lo fino!... La Inés se bañaba en agua de rosas... Es -natural...</p> - -<p>—¿Por qué?</p> - -<p>—Porque no le puede ver... casi me lo ha dicho á mí ella misma... -¡Pues podía no ser así! ¡Una moza de órdago como la Inés!... ¡Para el -zoquete de Lumiacos estaba!</p> - -<p>—¿Cómo es eso, cómo es eso?—preguntó aquí con viveza y gran interés -el indiano.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_400">[p. 400]</span></p> - -<p>—Verdad que usted no está en autos—dijo el médico, muy satisfecho y -orondo.—Pero esto no es para hablado aquí.</p> - -<p>Apretaron el paso; llegaron al balcón, donde, en efecto, corría -un nordeste muy delicioso; sentáronse, y continuó de esta suerte el -médico, mientras el indiano, sin apartar la atención de las palabras de -don Elías, recorría con los ojos el hermoso panorama que se descubría -desde allí:</p> - -<p>—Pues el pedantón ese anda tras el gato del Berrugo.</p> - -<p>—¿Y quién es el Berrugo?—preguntó el de Nubloso, después de arrojar -de su boca una espesa nube del humo de su aromático cigarro.</p> - -<p>—El Berrugo es don Baltasar—respondió muy bajito el médico.—Le -dan ese mote por lo hebra que es y lo... Pues bueno: el Berrugo es -riquísimo, señor de Quicanes.</p> - -<p>—¿Lo cree usted así?</p> - -<p>—Le digo á usted que poderoso.</p> - -<p>—Y ¿de qué modo trata de heredarle el seminarista?</p> - -<p>—Casándose con Inés.</p> - -<p>—¡Casándose con Inés! ¿Pues no estudia para cura?</p> - -<p>—Estudiaba, señor de Quicanes, estudiaba; pero hace meses lo dejó... -ó le dejaron. Con la disculpa de dar lecciones de primera enseñan<span -class="pagenum" id="Page_401">[p. 401]</span>za á Inés, viene aquí -todos los días, para ver si se va colando poco á poco... Amaños del -zanguango con la pícara de su tía, la Galusa... El Berrugo no sabe -jota de ello; y por el trato que le da hoy, puede usted calcular lo -que ocurriría si el gandulote se llegara á explicar más claro... ¡Y el -pedantón no cae en la cuenta ni en la mala voluntad que le tiene la -Inés, y sigue erre que erre!... Pues ¿por qué se le figura á usted que -fué el estampido suyo cuando aquello de los Estados Unidos? ¡Bastante -se le da al hijo de su padre porque haya herejes allá ó deje de -haberlos!... Con el zancarrón de la Meca apechugaría él si, haciéndose -moro, aseguraba la puchera.</p> - -<p>—Pues ¿qué mosca le picó entonces?</p> - -<p>—El estar usted llevándose las preferencias de todos, y en -particular las de Inés. Las cosas claras, señor de Quicanes.</p> - -<p>—¡Bah!—respondió éste aparentando dar poca importancia á las -noticias y pareceres de don Elías.—Cosucas de aldea.</p> - -<p>—Hombre—dijo el médico, cambiando súbitamente de actitud, de tono y -de temperatura,—y á propósito de esos Estados Unidos y de esas otras -tierras lejanas de que nos hablaba usted: ¿conque tan bonitas son esas -mujeres de por allá?</p> - -<p>—De primera, señor don Elías, ¡de primera!<span class="pagenum" -id="Page_402">[p. 402]</span>—respondió el interpelado, después de -mirar al médico con cierta extrañeza maliciosa.</p> - -<p>—Pues vamos á echar un párrafo sobre ese particular, señor de -Quicanes, para hacer tiempo.</p> - -<p>—¡Hola, hola!—exclamó Quicanes, mirando con socarronería al -médico.—¿Esas tenemos también?</p> - -<p>—¡Juego limpio, señor de Quicanes, gracias á Dios!—dijo don Elías -humildemente.—Pero, créame usted: aquí vivimos en pura tiniebla sobre -las cosas del mundo, y no disgusta un recreillo de palabra de vez en -cuando. Por lo demás, ¡á buena parte viene usted, señor de Quicanes!</p> - -<p>—Pues vaya el párrafo,—dijo éste, acomodándose mejor en la silla en -que estaba meciéndose.</p> - -<p>Y hablando él y mintiendo á más y mejor, hecho ojos y oídos, don -Elías, y sonando sin cesar el repiqueteo de las campanas de la iglesia, -fué pasando el tiempo, y llegó el Berrugo á advertirles que Inés estaba -pronta y esperando para ir á la procesión.</p> - -<p>En lo más obscuro del pasadizo tocó don Baltasar al médico en el -hombro; detúvose allí unos instantes con él, y le preguntó en son de -chunga:</p> - -<p>—¿Y cómo va el negocio de los molinos?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_403">[p. 403]</span></p> - -<p>—¡Ya pareció el dinero!—pensó don Elías, vuelto de pronto á -la realidad de sus estrecheces.—Para eso me convidó á comer. No -es tan malo este hombre como se le cree.—Pues el negocio de los -molinos—respondió en voz alta,—en el estado en que le dejamos aquel -día, señor don Baltasar. Ya usted ve: falta la guita...</p> - -<p>—Pues yo—le añadió el Berrugo,—sigo en mis trece: en cuanto descubra -el tesoro, con las señas que usted me dió, le pongo en la mano los -cuatro mil duros... ¿No son cuatro mil?...</p> - -<p>—Sesenta y dos mil reales solamente, según mis cálculos,—respondió -el médico, de mala gana ya.</p> - -<p>—En fin, lo que sea—añadió el Berrugo.—Hombre, y á propósito: ¿ha -vuelto usted á ver á la fantasma de la linterna?</p> - -<p>—He visto la fantasma—respondió el médico algo crispado;—pero sin -linterna y á media tarde, en el callejo de los Mulos; y nada me dijo -sobre ese particular ni sobre ningún otro.</p> - -<p>Soltóle el Berrugo una risotada que era para el pobre médico una -zambullida en agua de diciembre, y se largó detrás del indiano, que -aguardaba en el crucero de los dos pasadizos. Don Elías le siguió algo -cabizbajo y diciendo para sí:</p> - -<p>—Verdaderamente es incurable la indecencia de este hombre.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_cejas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_22"> - <p><span class="pagenum" id="Page_405">[p. 405]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_copa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XXII</h2> - <p class="subh2">EXAMEN DE CONCIENCIA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-c.jpg" alt="C" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Corta</span> de genio Inés y -modestísima como era, no estaba pesarosa de que la gente la viera en -público acompañada del caballero del altar mayor, norte de todas las -miradas y tema de todas las conversaciones de aquel día en Robleces, -por la mañana y por la tarde; particularmente por la tarde, cuando se -vió al caballero que tanto había llamado la atención en el presbiterio, -cosido á las faldas de la hija de don Baltasar, y á don Baltasar detrás -de los dos, y con don Baltasar, el médico. ¡Cosas más raras!</p> - -<p>Así fueron á visitar al santo, que estaba en el cuerpo de la -iglesia con todos los perifollos de por la mañana, y á echar unas -monedas de cobre en el platillo que había sobre las andas, y después -á la procesión, mucho más larga que la otra, pero con las mismas -cantadoras y los<span class="pagenum" id="Page_406">[p. 406]</span> -propios danzantes, hechos ya una porquería de polvo y de sudor, mas -no rendidos; y el campaneo y los cohetes y la muchedumbre fervorosa -de por la mañana, y otro tercio más de la gente forastera que había -venido á la romería. Los curas de Piñales y de Campizas, que habían -comido con don Alejo, le acompañaban en la procesión, y Quilino, con -un librón abierto entre manos, les hacía el tiple en sus cánticos, á -los que contestaba el público á cada instante con un clamoroso «<i>ora -pro nobis</i>.» Al predicador de Pandos, después de comer también con don -Alejo, se le había visto salir de Robleces, á medio galope del tordillo -que montaba, en dirección á su pueblo.</p> - -<p>Si á don Elías se le hubiera permitido satisfacer su gusto en toda -regla, mientras la procesión iba por lo más hondo de la carrera que -seguía, se hubiera encaramado él en el tejadillo del porche de la -iglesia; y después de mandar que cesara el ruido de las campanas y -el de los cantores y el de los cohetes y hasta el de las hojas que -removía el nordeste en bardales y cajigas, habría referido á voces, -á la muchedumbre detenida allá abajo, la historia del caballero del -altar mayor, teniendo buen cuidado de añadir que aquella historia -no la habían sabido hasta entonces más que él y la familia de don -Baltasar.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_407">[p. 407]</span></p> - -<p>Pero nada de esto le era permitido al oficioso médico; y, bien á su -pesar, se conformaba con decir, á hurtadillas del Berrugo, que iba á su -derecha, á cada conocido que pasaba por su izquierda, y aludiendo al -indiano que le precedía departiendo con Inés:</p> - -<p>—Es natural de Nubloso, y está riquísimo. He comido hoy con él.</p> - -<p>La romería se celebraba cerca de la iglesia en una gran pradera, -lindante por un lado con un espeso cajigal. En este cajigal -humeaban los merenderos y resonaban los cantares, las panderetas y -las tarrañuelas de dos ó tres corros de baile; y bailes, hasta de -tambor, había también en la pradera, con sus respectivos cercos de -espectadores; y por entre estos corros de baile y los del cajigal, el -«agua de limón fría como la nieve,» las banastucas clásicas con perojos -roderos, rosquillas duras y avellanas tostás; las bandadas de muchachos -oliéndolo y curioséandolo todo, pero sin catar gran cosa de ello, por -la pícara contra de lo caro que andaba; el mozón pretendiente colmando -de <i>perdones</i> el moquero de la moza... y en fin, lo de costumbre, por -no apestar al lector con pinturas de que ya le tengo harto.</p> - -<p>Por allí andaban, alegres y peripuestos y en amoroso grupo, la -repolluda Pilara con toda su familia, y Pedro Juan y su padre; éste -con las<span class="pagenum" id="Page_408">[p. 408]</span> botas -de agua, la medalla de Cochinchina y una corbata de seda, lacia y -descolorida, anudada á la marinera. En cuanto Pilara vió á Inés y el -Lebrato á su padre, se arrimó toda la comparsa á saludarlos... Ya -estaba arreglado aquello. Pedro Juan y su padre habían comido aquel -día en casa de Pilara, como si todos fueran ya unos. «La cosa sería -allá pa la cogedera de los fisanes, al apuntar la toñá.» <i>Comenencias</i> -de cada cual lo pedían así. Todos estaban muy contentos; y ya contaba -Juan Pedro con darse una vuelta «por ca su amo, pa ponerle en los autos -al respetive, como era debido.» También Pilara tenía pensamiento de -avistarse con Inés para pedirla cierto favor que estimaría Pedro Juan -en tanto ó más que ella. Era «cosa de los dos en concierto.» Inés, que -quería mucho á la noble Pilarona, dió el favor por otorgado, si cabía -en sus posibles. El Berrugo se hizo de nuevas, y preguntó á Juan Pedro -si su hijo era para en casa de la novia, ó la novia para en casa de -él.</p> - -<p>—Es ella pa en mi casa,—respondió el Lebrato.</p> - -<p>—Más vale así para <i>nosotros</i>,—dijo entonces el Berrugo, que, por -apego á sus haciendas, parecía muy dispuesto á no haber consentido lo -contrario.</p> - -<p>Poco después se separaron los dos grupos; y<span class="pagenum" -id="Page_409">[p. 409]</span> me consta que de la historia de los -amores de Pedro Juan y de Pilara, que á instancias del indiano le -refirió Inés, tomó pie el placentero acompañante para improvisar una -plática que no tenía comparación con aquellas homilías que espetaba -Marcones á la hija del Berrugo en los comienzos de su trato con ella. -Marcones hablaba y hablaba, tomando los puntos al estilo de predicador, -llenando de latines las parrafadas y vomitando tempestades contra -gentes que ningún daño le habían hecho. Oyendo á Marcos se podía -bostezar y hasta dormirse, y entraban como deseos de santiguarse cuando -acababa, y de decir «amén» por remate.</p> - -<p>El «predique» del otro fué más dulce, más insinuante y persuasivo: -nada de latines ni de Santos Padres; las palabras eran de las más -usuales y corrientes y sin adobo de rencores contra nadie; el tema, -claro y sencillísimo: parecía que hablaba por boca del oyente; y por -eso, con lo que decía á Inés no la daba ganas de bostezar, sino que la -llevaba prendida la voluntad; y como si ello fuera gancho con que la -sacara de allá dentro lo que más quisiera ocultar ella, la obligó más -de dos veces á decir su parecer, sofocada de calor y temblando como -una hoja. No había modo de permanecer serena ni enteramente callada, -oyendo peroraciones como aquélla en boca de un hombre tan<span -class="pagenum" id="Page_410">[p. 410]</span> elegante, tan cortés, -tan afectuoso y perfumado como el caballero del altar mayor. Después -de la predicación para ella sola, se volvió hacia don Baltasar y el -médico que los seguían, con trazas de ir algo aburridos, y también tuvo -ingeniosas ocurrencias con que entretenerlos un buen rato. Luégo sacó -un pañuelo blanco, de finísima batista, limpio y sin estrenar, y le -llenó de cuanto se vendía en los puestos inmediatos; pagó rumbosamente, -y ofreció aquellos <i>perdones</i> á Inés, que no se atrevió á rehusarlos, -después de haber tomado el médico, por cortesía, un puñadito de -avellanas y dos perojos; don Baltasar no tomó cosa alguna, porque «no -lo usaba jamás... ni de balde.» Pero verdaderamente estaba como algo -fascinado con el rumbo y la charla y el atalaje y la conducta de aquel -mozo.</p> - -<p>El cual, después de bien corrida la media tarde, con el pretexto de -que había una hora de camino hasta Nubloso, se despidió afabilísimo de -don Baltasar, prometiéndole, y bien recio, no sé si para que Inés lo -oyera, volver muy pronto á tratar «del consabido asunto pendiente;» -de Inés, con intachable cortesía, y del médico, con la más campechana -franqueza. Fuése... y desde aquel momento ya no supieron qué hacerse en -la romería ni don Baltasar ni su hija, ni el médico que los acompañaba -bostezando.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_411">[p. 411]</span></p> - -<p>Dijo Inés, á poco rato, que se encontraba rendida y con ganas de -volver á casa; aplaudióla el gusto su padre, y se alegró de ello don -Elías que ya estaba impaciente por quedarse solo y en completa libertad -de echarse por aquellas espesuras de curiosos, para referir á sus -anchas la historia, bien comentada, del caballero del altar mayor.</p> - -<p>Atravesando el cajigal para abreviar más el camino, vieron muy -alborotada y en desorden á la gente de un corro de baile. Detuviéronse -á observar desde lejos; y por una abertura que se hizo en la masa -circundante, distinguieron allá dentro un bulto pintarrajeado, que -volteaba, hecho un ovillo, entre aullidos de espanto y risotadas de -burla.</p> - -<p>Acercóse don Elías, por encargo del Berrugo, para averiguar lo que -era y, por de pronto, había puesto á Inés tiritando de susto; y al -cabo de un rato volvió muy diligente, con las manos atrás, el puño del -bastón entre ellas, bamboleando el cuerpo á diestro y á siniestro y -queriendo anunciar con la cara lo que comenzó á decir con la lengua -mucho antes de llegar adonde le esperaban:</p> - -<p>—Lo tengo pronosticado... Ese muchacho no puede acabar en bien.</p> - -<p>—¿Qué muchacho?—le preguntó el Berrugo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_412">[p. 412]</span></p> - -<p>—Quilino—respondió don Elías.—Ese berraquillo de los demonios.</p> - -<p>—Pues ¿qué le ha pasado?</p> - -<p>—Que le han dado otra castaña, pero de órdago.</p> - -<p>—Y ¿por qué?—preguntó Inés.</p> - -<p>—Según se cuenta—respondió muy espetado don Elías,—parece ser que -Quilino, después que le despachó Pilara pocos días hace, en cuanto -habló claro Pedro Juan, se encalabrinó por la Marta, la hija del -mayordomo de San Roque, buena moza y bien metida en carnes y con su -por qué de legítima, por parte de madre, aunque no mucho. Parece ser -también que Marta da cara tiempo hace al <i>Pinto</i> de Los Castrucos, -mozón con cada puño como una mandarria, que la corteja de firme, -aunque sin haber hablado por derecho todavía; y que habiendo todo -esto por delante, le dijo la Marta á Quilino, no sé si de buena -voluntad ó queriendo entretenerse con él, como tantas otras se han -entretenido, que le abriría la puerta, pero dejándole á resultas de -lo que determinara el otro. Conformóse Quilino, porque no tenía otro -remedio; pero es el condenado de él tan rijoso y emperrado, que quería -llevar las cosas al galope; y hurga hoy, hurga mañana, tan pronto á -Marta como al Pinto, atrevióse con él hace un momento en el mismo corro -del baile: atu<span class="pagenum" id="Page_413">[p. 413]</span>fóse -el mozón, que es una encina brava; y allá va el castañetazo sin más -explicaciones, y Quilino al suelo.</p> - -<p>—Y ¿no ha habido quien los separe?—preguntó Inés estremecida.</p> - -<p>—¿Qué más separados los quiere usted?—dijo el médico.—Al Pinto le -bastó un golpe para deshacerse de la mosca, y el otro birriagas no es -hombre de volver por el segundo. Nada: les digo á ustedes que, salvo el -arranque de muelas que ahora no ha habido, lo mismo que la otra vez.</p> - -<p>—¿Qué fué lo de esa otra vez?—preguntó el Berrugo.</p> - -<p>—Pues otro castañetazo que, por un motivo exactamente igual, le -alumbró el Josco en el callejo del Hisuco. Tres vueltas le hizo dar -en redondo, y dos muelas le arrancó de cuajo. Yo las tuve en la mano -y curé al provocativo. Les digo á ustedes que en poco tiempo se ha -metido bajo un par de mazas de las de órdago; vamos, como no las hay en -Robleces ni en diez leguas á la redonda.</p> - -<p>No se habló más del suceso; y andando, andando los tres personajes, -llegaron á dar vista á la portalada de don Baltasar. Despidióse -allí don Elías, sin que le respondiera el Berrugo, y éste y su hija -siguieron andando y se metieron en casa.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_414">[p. 414]</span></p> - -<p>Inés ponderaba mucho su cansancio; y en cuanto su padre se apartó -de ella, sin detenerse á desocupar el pañuelo cargado de perdones, -con él entre manos se fué á la solana y se sentó en una silla. Quiso -probar el regalo de su cortés acompañante, y no pudo. Sentía como un -nudo en la garganta que la impedía deglutir lo que molía y trituraba -su fina y esmaltada dentadura. Tendióse hacia atrás hasta tocar en -la pared con el respaldo de la silla; apoyó las puntas de los pies -en la balaustrada del balcón; dejó sobre el regazo el pañuelo de -perdones atado por las cuatro puntas; cruzó los brazos bajo el pecho, -y comenzó á mecerse como en aquellos días en que tenía apagadas todas -las luces de la imaginación. La tarde caía; el cielo rojeaba sobre -la línea del horizonte por donde el sol iba á esconderse pronto; la -brisa había cesado; el ambiente era dulce y oloroso; á lo lejos se -oían los cantares, intermitentes y como á la sordina, de los romeros -que volvían á sus hogares atravesando mieses y collados, y, de tarde -en cuando, algún rumor de conversaciones y estallidos de carcajadas, -en las callejas contiguas; y con ser los ruidos tan apagados y la luz -tan templada, aún le parecían á Inés diablejos que se le metían por los -oídos y por los ojos para revolverla y enmarañarla los pensamientos que -ella quería ordenar á su gusto<span class="pagenum" id="Page_415">[p. -415]</span> para examinarlos mejor... Porque su cabeza estaba llena, -rebosando de pensamientos, y en aquel instante quería el silencio -absoluto y la obscuridad de las noches sin luna, para entenderse con -ellos. El silencio no podía crearle ella por su sola voluntad; pero -la noche sí. Cerró los ojos y continuó meciéndose. Los ruidos no la -distraían ya tanto. Podía hacer aquel examen que la estaba tentando -desde que se había apartado de ella el inesperado é interesante -personaje. El examen debía hacerse punto por punto y según el orden -riguroso en que los sucesos habían ocurrido.</p> - -<p>Ella había ido á misa por la mañana, y podía jurar que sin otro -pensamiento extraño á los de todos los días, que el bien insignificante -y disculpable de que el vestido que estrenaba no la sentaba mal del -todo, y hasta la hacía buen cuerpo. De pronto, y ya dispuesta á rezar -un Padrenuestro á San Roque después de la procesión, al dirigir los -ojos al santo vió al lado mismo de las andas á un caballero á quien -jamás había visto. La pareció desde luégo muy aseñorado, muy rica y -aseadamente vestido, airoso de cuerpo, y guapo, muy guapo de cara. -Le favorecían mucho aquellos bigotes con puntas. Con más ó menos -curiosidad de saber, después de salir de la fiesta, quién sería él, -así hubiera quedado el asunto. Pero ocurrió á lo<span class="pagenum" -id="Page_416">[p. 416]</span> mejor que el forastero fijó la vista en -ella. Pudo ser esto casualidad una vez, dos veces, si se quiere; ¿pero -tres, cuatro, y diez, y ciento y á cada instante mientras el sermón, -como realmente sucedió, bien visto por ella con el rabillo del ojo, y -por Marcos, que andaba con los suyos, llenos de ira, desde la puerta de -la sacristía al caballero del altar mayor? ¡Cuidado que para notarlo -Marcos, debió de ser mucha la tenacidad del otro en mirarla! Pues así -y todo, podía explicarse el suceso por no haber en la iglesia otra -mujer del porte de ella, ni tan... guapa precisamente, no, pero tan -bien conservadita á la sombra; y con la idea de pasar mejor el rato, -dando un poco de entretenimiento á los ojos... Sin embargo, ella no -pudo menos entonces de acordarse de Isidoro, y de comparar al otro -con él. Allá se iban en estampa, aunque Isidoro tenía la ventaja de -algunos años de menos, no muchos. En lo demás, no podía decirse nada: -no conocía <i>por dentro</i> al del altar mayor; aunque, á juzgar por lo -que se le traslucía en los ojos y en el aire, no era el sujeto para -que, sin más ni más, le hiciera ascos una mujer como la rica Amparo -de la novela. Una duda la había asaltado de pronto: ¿sería casado ó -soltero? Y otra duda en seguida: si era casado, ¿cómo se atrevía á -miraría á ella de aquel modo? Y como reflexión final sobre estas dudas -y<span class="pagenum" id="Page_417">[p. 417]</span> sus causas, ¿qué -la importaba á ella que el caballero del altar mayor fuera soltero -ó casado, ó valiera más ó menos que Isidoro, si, una vez terminada -la misa, cada cual se iría por su camino, y si te he visto no me -acuerdo?</p> - -<p>En este temple de ánimo, por lo tocante al forastero, había salido -de la iglesia.</p> - -<p>Apenas llega á casa y se asoma al balcón, el caballero en la -calleja; y pocos momentos después, el caballero en la sala, á su lado. -Tuvo ocasión entonces de examinarle bien escrupulosamente. Su cutis -era sano y terso, aunque estaba un poco tomado del aire y del sol; -sus labios, húmedos y de color de rosa; sus dientes, blanquísimos, no -grandes y muy apretados; sus ojos, vivarachos y muy <i>reparones</i>; las -manos, regalares y bien cuidadas; la voz, de buen sonido y con unas -caídas muy dulces y algo extrañas para ella; la ropa, finísima; el -calzado, primoroso; los puños, el cuello y la pechera de la camisa, -como los ampos de la nieve... y un olor cada vez que se movía ó sacaba -el pañuelo del bolsillo, ¡un olor!... como el de la yerba segada, y -el de la madreselva de los callejos, y el de la mejorana, todo junto. -Pues de buenas á primeras, aquel caballero la llama «hermosa señorita.» -¡Qué exageración! ¡Así se puso ella de aturdida, y, á juzgar por el -calorazo que sintió de pronto, de encarnada! Pero<span class="pagenum" -id="Page_418">[p. 418]</span> ¿quién sería él y á que iba allí? ¡Qué -ansiedad la suya por averiguarlo! Al fin lo dijo todo, ¡y con qué -soltura y gracia! Y no parecía sino que cuanto iba diciendo lo decía -para ella más que para su padre. Otra cosa rara: no se desencantó -cuando supo que el elegante caballero se llamaba Tomás Quicanes, y era -de Nubloso y sobrino del Mayorazgo de Robleces, y que antes de ser lo -que era, había sido un muchachuelo pobre, embarcado de limosna, por su -tío, para la Habana. Y eso ¿qué? Bien mirado, más valía así; porque, -en el fondo, todos resultaban unos. Lo de la compra de la casa, de -pronto la sobrecogió, porque conocía á su padre y le creía muy capaz -de vendérsela si el otro se la pagaba bien; pero después, ya fué cosa -muy distinta. ¡Qué luégo la leyó en la cara el disgusto, y con qué -finura la curó de él al instante! Al ser invitado á comer, la miró á -ella, como si la pidiera la respuesta que debía dar; y ella entonces, -sin poder remediarlo, le animó con los ojos á que se quedara. ¿Lo -comprendería él así? El hecho fué que se quedó, sin necesidad de nuevas -instancias.</p> - -<p>Ya en la mesa, ¡qué desembarazo el suyo y qué soltura tan agradables -para todo! ¡Qué bien refirió su vida y sus viajes, y qué curioso y -entretenido era todo aquello que contaba de las gentes de por allá -fuera! ¡Cuánto había visto,<span class="pagenum" id="Page_419">[p. -419]</span> cuánto sabía, y cómo le agradecía ella las atenciones que -la dedicaba durante el relato, que también parecía hecho para ella -sola! De pronto se enreda Marcos con él... ¡Qué bruto, qué bruto estuvo -Marcos entonces! ¡Qué modo tan soez de acometerle sin qué ni para qué! -Porque ¿qué sabía el estudiantón de Lumiacos de aquellas cosas tan -lejanas? ¿Quién le metía á él en camisa de once varas? Pero no iban -por ahí los pensamientos ni las intenciones de Marcos al hacer lo que -hizo. Marcos estaba despechado, herido, celosote... ¡Qué horror! ¡Dónde -tuvo ella los ojos y el sentido común para no ver ni apreciar lo que -debió haber visto y apreciado desde el primer día? ¡Cómo pudo estimar -por sabio á aquel mastuerzo, ni tolerarle en calma la confesión que la -hizo, ni firmar paces con él en seguida, cuando debió haberle plantado -en el corral? Con todo, no la pareció bien la crueldad con que le había -tratado su padre. La lección del indiano, ¡esa sí que había sido fina -y al alma! Y ¡qué contraste formaban los dos, Virgen María, á pesar -de estar Marcos de ropa nueva y camisa limpia!... Porque si llega á -sentarse á la mesa con el vestido sucio de todos los días, con las -manos roñosas y las uñas negras, hubiera tenido que ver... como cuando -la guiaba á ella la pluma... y la declaraba su amor... ¡qué barbaridad! -¡qué abominación y qué vergüenza!...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_420">[p. 420]</span></p> - -<p>Fué donosa la manera de cortar el agudo convidado la porfía: -brindando y obligando á Marcos á brindar por ella, ¡Qué porrazos la dió -entonces el corazón en el pecho, y qué llamaradas de fuego la subieron -al rostro! No se atrevía á mirar al indiano, que parecía tener saetas -en los ojos, fijos en ella... Pero el apuro gordo fué cuando lo del -arroz con leche: ¡salirle con la que le salió, cuando ya tenía el plato -en la mano para dársele!... No porque á ella no la gustara, y mucho, la -condición que él la imponía, sino porque hay que estar muy hecha á esas -cosas para que... sobre todo delante de gente. Tras este apuro, el de -la cucharada, ¡que fué de prueba también!... Se acercaba el instante -de levantarse todos de la mesa. Y después ¿qué sucedería? Cada cual -se iría por su lado; ¡y fuera usted á saber cuándo se vería ella en -otra semejante! Esta consideración la apenaba: no lo podía remediar. -De pronto se le ocurre á él lo de ir todos juntos á la procesión y á -la romería. ¿La adivinaba los pensamientos á ella; se los leía en la -cara, ó era todo una casual y simple coincidencia de deseos?... ¡Con -qué gusto, después de dar unas vueltas por la cocina (donde ya estaban -comiendo los criados bajo la presidencia de Romana que echaba lumbre -por los ojos, mientras su sobrino la aguardaba dando vueltas por<span -class="pagenum" id="Page_421">[p. 421]</span> el carrejo, hecho una -turbonada de estío), y después de recoger los cubiertos de plata, -se encerró en su cuarto para acicalarse de nuevo y aguardar la hora -convenida con él!... Durante este tiempo, que le pareció interminable, -examinando bien despacio todo lo ocurrido, concluyó por convencerse -de que todo lo que la pasaba podía pasar sin otras consecuencias -que aquellas sensaciones y aquellas inquietudes que la estaban -desconcertando y jamás había conocido. Esto, por lo tocante á ella. Por -lo tocante á él, quizá estuviera entonces tan fresco como una lechuga. -¿Hacía bien ó mal en dejarse llevar de aquellas impresiones, como una -boba?</p> - -<p>Precisamente estaba haciéndose esta pregunta cuando la avisó su -padre que era ya hora de ir á la iglesia. Dejó la respuesta para otra -ocasión, y salió.</p> - -<p>Aunque algo cortada, se complacía mucho en que las gentes la -vieran acompañada de aquel caballero que tanto llamaba la atención; -y se conmovió hondamente, hasta ponerse colorada, cuando oyó decir -á una mujeruca que pasó á su lado: «¡Vaya que aparean de veras los -dos, y campan á cuál que más!» Después no había vuelto á ocurrir -cosa de particular, hasta que, á instancias de su acompañante, le -contó los amores de Pilara y Pedro Juan... y la<span class="pagenum" -id="Page_422">[p. 422]</span> dijo él lo que la dijo, tomando pie de -la simple y breve historia, y hasta del dicho de la mujeruca cuando -pasaba junto á los dos... Y aquí, aquí estaba lo nuevo, lo singular, lo -hondo, la miga, la enjundia del caso del caballero del altar mayor en -sus tratos y comunicaciones con ella, ó no había enjundia, ni miga, ni -hondura, ni nada en el caso ni en el mundo entero.</p> - -<p>—En primer lugar, me habló... Pero ¿cómo he de recordar yo todas -aquellas palabras tan dulces y tan bien hilvanadas que me dijo?... En -fin, á la substancia, que es igual. Comenzó ponderando mucho el poder -de eso que llaman amor, que doma y enternece hasta los brutos... Y no -lo dijo por Pilara y Pedro Juan precisamente, sino que fué á parar á -ellos tomando el punto de más atrás: de las mismas bestias. Pintando -ese amor como una necesidad en nosotros, llegó con la pintura á poner -bien á las claras lo triste que era rodar por el mundo, á lo mejor -de la vida, sin patria, sin familia y sin tener á quién amar, como -le había sucedido á él. Atrevíme yo entonces, con miedo, ¡con mucho -miedo! á decirle que cómo podía ser eso, habiendo por allá mujeres -tan guapas, según él mismo nos lo había asegurado en la mesa... Á -esto me respondió... ¡Vamos, es una lástima que no pueda yo acordarme -de ello<span class="pagenum" id="Page_423">[p. 423]</span> palabra -por palabra! porque en las palabras juntas estriba toda la hermosura -de aquella comparación que me hizo entre las flores de trapo y las -rosas de mayo, tan coloraditas y olorosas, que nacían y se criaban, -por la mano de Dios, en los huertucos pobres de su tierra. En una de -estas rosas, sin saber cuál, pensaba él siempre, y por ella suspiraba -mientras andaba solo y descarriado entre las flores de trapo que -tanto abundaban por esos mundos. Para recreo de los ojos y pasar el -tiempo, aquellas mujeres, hermosas á fuerza de compostura y adorno; -pero para lo otro, para lo que él llamaba necesidades de un corazón -puro y honrado, la rosa colorada del huertuco de su tierra, que nace -entre matas de alhelíes y de tomillo, y muy arrimadita á las hiedras -de la pared... En fin, una mujer, por las trazas... como yo. Viendo -que se callaba, atrevíme otra vez; y bajo ¡muy bajo! porque la voz -me temblaba y se me enronquecía, preguntéle que si, desde que estaba -en la tierra, había encontrado... el huertuco (no tuve ánimos para -decirle que la rosa) que tan de menos echaba andando por esos mundos -de Dios. ¡Virgen María, lo que yo sudé entonces de vergüenza, temiendo -haberle preguntado lo que no debía, en buena educación! Pero ¿cómo -no preguntarle sobre ello ó sobre cualquier otro punto que viniera -al<span class="pagenum" id="Page_424">[p. 424]</span> caso, si me -estaba él sacando de la boca las palabras con los ojos? ¡Si yo no -he visto un mirar como aquél, en los días de mi vida, ni un metal -de voz semejante! ¡Podría jurar que aquellas palabras no me sonaban -en los oídos, sino aquí, en lo hondo, en lo más hondo del pecho! -Además, ó callarme, y eso no sería cortés, ó decirle la verdad de lo -que estaba pensando. Y se la dije. Luégo, ya que lo de la pregunta -no tenía remedio, me quedó el temor á la respuesta. ¿Cómo sería? No -tardó medio minuto en dármela, y me pareció ese tiempo una eternidad. -¡De las palabras de la respuesta sí que me acuerdo bien!; y no porque -fueron las últimas, sino porque... ¡qué sé yo? «No sólo he encontrado -el huerto—me dijo,—sino la rosa, y no porque haya salido á buscarla, -sino porque Dios me la acaba de poner en el camino.» Al oir esto, -sentí como un temblor de los pies á la cabeza; no veía á la gente que -tenía delante de los ojos, y el corazón me golpeaba sin cesar allá -dentro, como ahora que revuelvo el caso en la memoria. Se calló un -poco, mirándome mucho, y volvió á decirme: «Falta saber si Dios me ha -puesto delante lo que tanto codiciaba yo, para mi fortuna ó para mi -martirio, porque estoy casi seguro de no merecerlo...» ¿No era esto -ponerme bien á prueba de tentaciones de declararle lo que no debía? -Pues to<span class="pagenum" id="Page_425">[p. 425]</span>davía me -dijo más; me dijo: «¿Quiere usted saber en qué punto de la tierra he -hecho ese hallazgo, cuando menos le esperaba?» Le respondí con los -ojos, porque en mi boca ya no había voz, que sí quería; y entonces -volvió á decirme: «Pues en Robleces.» ¡Dios mío! ya no fué temblor en -todo el cuerpo lo que yo sentí, ni turbación de la vista: fué como un -golpe en la cabeza, después de una gran sacudida en el corazón, que -me robó hasta el conocimiento. Me aguanté á pie firme por un milagro -de Dios. Por fortuna no dijo una palabra más: si la dice, creo que me -muero. Al contrario, como tiene recursos para todo, porque ¡ahora sí -que me atrevo á asegurar que no sólo puede compararse con Isidoro, sino -que vale hasta más que él! dejándome en aquel estado, se volvió hacia -mi padre y don Elías, y nos enredó á todos en una nueva conversación... -Pero ¿soy yo la de Robleces? Y si no lo soy, ¿por qué me habló de ella -del modo que me habló?</p> - -<p>Este es el caso; y ahora, ¡Virgen María! ¿qué pensar yo de él? ¿qué -pensar de lo que siento en mí, y que, por sentirlo, mirando hacia -dentro con los ojos cerrados, parece que tengo acá un mundo para mí -sola... y para él; pero un mundo mil veces más grande y más hermoso que -el que vería si abriera los ojos y mirara hacia afuera? ¡Santa Patrona -de mi alma, cómo<span class="pagenum" id="Page_426">[p. 426]</span> -dolerá perder esto después de haberlo visto, aunque sea soñando, como -puedo soñar yo ahora!</p> - -<p>Le faltaba el golpe de gracia á la pobre Inés, y se le dió su padre -entrando á <i>despertarla</i> en la solana, cuando ya anochecía, con la -siguiente extraña comisión:</p> - -<p>—Inés—la dijo en cuanto ésta se incorporó, hablándola muy bajo y -muy arrimado á ella:—soy ya perro viejo, y huelo á largas distancias -las perrerías de los demás. Tú eres pobre ¡muy pobre! para mantenerte -de señora, porque tu padre no tiene más que un pasar para vivir como -vivimos. Si el indianete ese resulta ser lo que aparenta, y, andando -los días, te apunta deseos de casarse contigo, por mí no lo dejes. Pero -entre tanto, ojo alerta, y no te fíes.</p> - -<p>¡Hasta su padre le había conocido las intenciones! ¡Qué mucho que -dudara ella?</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_pelopincho.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_23"> - <p><span class="pagenum" id="Page_427">[p. 427]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_inicio.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XXIII</h2> - <p class="subh2">CORRIDA EN PELO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-c.jpg" alt="C" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Con</span> el silencio, la -soledad y las tinieblas de la noche, los pensamientos de Inés parecían -una gusanera que le había invadido el cerebro. No la dejaron sosegar -un punto. Levantóse con el sol, y para todo se halló distraída y -perezosa, menos para acicalarse. El espejo la seducía; y mirándose y -remirándose en él, maravillábase de que en tan breves horas hubieran -empalidecido tanto los colores de su cara, y se hubieran convertido en -acentuadas ojeras las dos levísimas nubes que antes parecían, más bien -que manchas, sombra de sus pestañas espesas.</p> - -<p>No había desaparecido aquel extraño y casi imperceptible temblor; -sentía las mismas ansias de dilatar el pecho suspirando, de admirar la -naturaleza en la luz del sol, en los pájaros del aire, en la hermosura -del cielo, en las flores del campo y en el rumor de las arboledas; y -de<span class="pagenum" id="Page_428">[p. 428]</span> querer bien á -todos, de perdonar agravios y de imaginarse el mundo entero como un -eterno paraíso en que no se conocieran los dolores ni las lágrimas.</p> - -<p>Llegó el mediodía, sentóse á la mesa con su padre, probó de -todo y no comió nada. Retiróse otra vez á su cuarto; volvió á sus -meditaciones, cerrando los ojos y mirando hacia dentro para recrearse -en la contemplación de lo que de este modo veía desde el día anterior; -y estando tan bien entretenida, llegó la Galusa, raboneando, para -decirla, con voz de serrucho, que su sobrino Marcos la esperaba. ¡Adiós -sueños regalados!</p> - -<p>—Y ¿qué me quiere?—preguntó Inés ásperamente, como quien se -despierta con la sacudida brusca de un importuno.</p> - -<p>—¡Ésta si qué!—dijo con desgarro la Galusa.—¿Á que resulta ahora -mesmo que hasta mos cojea la memoria? Pos el mi sobrino vendrá á lo -que ha venío tantas veces á esta casa, y con buen aprecio de los que -ahora paece que lo miran de otro modo... y ellos sabrán por qué... -¡María Madre, con los dengues de empalago que se usan tan de súpito -y contino!... Conque ¡ea!—añadió de pronto, silbándolo mejor que -diciéndolo, y empinándose sobre los <i>soletos</i>, como una culebra sobre -su rosca,—¡á ver qué se le dice!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_429">[p. 429]</span></p> - -<p>Alzóse también Inés indignada con el atrevimiento de la fregona, y -la respondió, con una entereza nueva en la hija pacentísima de la pobre -mártir:</p> - -<p>—De lo que hay que decir y de lo que haya que hacer, no necesito yo -dar cuenta á nadie. ¿Lo entiendes?</p> - -<p>Entendiólo, y de firme, la Galusa; y hecha un fardo de veneno, se -largó de allí dando un portazo furibundo.</p> - -<p>Á poco rato salió también Inés, y se fué en derechura y, al parecer, -muy animosa, al cuarto de las lecciones, donde suponía que estaría -aguardándola el sobrino de su criada. Y allí estaba, en efecto, el -seminarista con sus arreos de diario, arranciados y sebosos; el -cervigón encorvado y la caraza medio iracunda y tristona.</p> - -<p>Saludó á Inés entre dientes, y casi del mismo modo le respondió -ella sin sentarse en la silla de costumbre ni decirle una palabra -más. Quedáronse, pues, uno y otro frente á frente y en silencio. -Viendo que ella no le rompía, rompióle él de este modo, con la voz muy -temblona y el color verdinegro, señal de las cóleras que le batían -interiormente:</p> - -<p>—Pues yo he venido, como de costumbre, á tener el gusto de que... -continúen las lecciones.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_430">[p. 430]</span></p> - -<p>—Estaba en cuenta—respondió Inés, con voz no muy firme tampoco,—de -haberle dicho á usted, días hace, que deseaba suspenderlas.</p> - -<p>—Hasta que pasara San Roque, si yo no entendí mal—replicó el de -Lumiacos;—y como ya pasó ayer...</p> - -<p>—Pues yo quise decir—repuso Inés,—que también después que pasara.</p> - -<p>—Juraría—insistió Marcones algo amoscado,—que no había trazas de -pensar eso en el modo de decir lo que usted me dijo.</p> - -<p>Cargóse un poco Inés con la frescura del mozallón, y le -respondió:</p> - -<p>—De todas maneras, lo digo ahora, y es igual.</p> - -<p>—Eso ya es distinto—concluyó Marcones temblándole los labios; y -añadió en seguida, dando vueltas al sombrero entre las manos:—Lo que -yo necesito es conocer la voluntad de usted, y nada más. Ahora ya la -conozco... Pero conste que yo no creo haber dado motivos para que se me -reciba hoy aquí tan secamente como se me recibe.</p> - -<p>—Ni yo lo creo tampoco,—dijo Inés, arrepentida de no haber sido algo -más afable con su profesor.</p> - -<p>—Pues lo parece por las señas,—respondió el de Lumiacos creciéndose -con el encogimiento de la otra.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_431">[p. 431]</span></p> - -<p>—No siempre está una de igual humor,—apuntó Inés, manoseando las -orillas del delantal.</p> - -<p>—Es que—arremetió nuevamente Marcones alzando la voz á medida que le -bajaba el color de los labios temblorosos,—yo siempre he venido aquí -para prestarle á usted los servicios... insignificantes, que la he -prestado, con la mejor voluntad y con el mayor... desinterés.</p> - -<p>—¿Y le he dicho yo á usted algo en contrario?—replicó Inés -atreviéndose á mirarle á la cara.—Una cosa es que no quiera dar ya más -lecciones, porque... yo me entiendo, y otra muy distinta que no le -agradezca á usted, como le agradezco, y mucho, ¡muchísimo! esos buenos -servicios que me ha prestado.</p> - -<p>Contemplóla unos instantes el mozón, con una cara en que se -apedreaban las sonrisas contrahechas y el coraje comprimido; y dijo en -seguida, sin cesar de sonreirse en falso:</p> - -<p>—Ya me voy haciendo cargo de cómo anda el agradecimiento por acá... -particularmente desde ayer.</p> - -<p>Púsose algo colorada Inés, no solamente porque entendió la alusión, -sino porque la irritó bastante la grosería, y contestó, con la voz -alterada y los ojos humedecidos:</p> - -<p>—Yo no le he dado á usted motivo para que me diga esas cosas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_432">[p. 432]</span></p> - -<p>Y con esto quiso retirarse; pero el otro la detuvo con un ademán y -diciéndola al mismo tiempo:</p> - -<p>—Ni una palabra ha salido de mis labios, Inés, con ánimo de -mortificarla á usted... Lo digo yo, y basta. Y quede con esto saldada -la cuenta que estábamos ajustando... Pero—continuó tomando una actitud -que quería ser humilde y hasta sentimental,—¿cree usted, en buena -conciencia, que, arreglada esa cuenta, no queda ninguna otra por -liquidar entre los dos?</p> - -<p>Conoció Inés por dónde iban los humos de aquel calero, y respondió -valientemente y sin vacilar:</p> - -<p>—Ninguna.</p> - -<p>—¡Ninguna?—repitió el otro, dominando el despecho para fingir mal -una pesadumbre.—Pues yo pensaba—añadió encrespándose de repente,—que -había, por lo menos, una... ¡una, Inés, una!; y cuenta de vida ó muerte -para mí... Haga usted memoria.</p> - -<p>Inés se impacientaba, porque estaba sintiendo ya el estallido del -escopetón de marras; y probó otra vez á marcharse, volviendo á negar -que hubiera cuenta alguna que saldar entre ambos. Entonces la cortó el -paso Marcones y la dijo, como á la desesperada ya:</p> - -<p>—Hay una cuenta, ¡bien memorable para nosotros!... ¡que no debe -usted olvidar!... ¡que<span class="pagenum" id="Page_433">[p. -433]</span> no puede usted haber olvidado! Es la cuenta de mis -desventuras aquí, de mis debilidades, de mis tropiezos; la cuenta -de mi tesoro perdido, de mi vocación malograda por atender más á -los intereses ajenos que á los míos propios; porque yo soy de esa -contextura... Un día, dos días, le hablé á usted de estas cosas, de -estas desventuras, de ese tesoro perdido... de esa vocación malograda. -¡Es imposible, Inés, imposible que lo haya usted olvidado!... Yo -quería irme, desaparecer de aquí para siempre; volver al consuelo de -mis libros, al refugio de mis piadosas meditaciones... ¿Lo recuerda -usted?</p> - -<p>—Eso sí lo recuerdo—contestó con bastante serenidad la pobre -muchacha.—Y también recuerdo que yo tuve la culpa, y Dios me la -perdone, de que se quedara usted.</p> - -<p>—Ergo...—exclamó entonces exaltándose el fogosón de Lumiacos,—la -cuenta está sin liquidar. <i>Quod erat demonstrandum.</i> ¿Nos vamos -entendiendo ahora mejor, señorita Inés y aprovechada discípula mía?</p> - -<p>—No, señor—respondió ésta con valeroso arranque.—¡Y á ver si -acabamos de una vez! Yo le rogué á usted que se quedara; no para... eso -que trae usted ahora á colación, sino para seguir dándome lecciones... -en lugar de ayudarle á que se marchara cuanto antes, después de haberle -oído lo que le oí sobre... eso.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_434">[p. 434]</span></p> - -<p>—Se estima la franqueza—dijo aquí, verde de rabia, el despechado -pedantón;—pero conste que, mientras usted me mandaba, me pedía... me -rogaba que no me fuera, y yo consentía en ello, <i>ipso facto</i> quedaba... -eso sin ventilar.</p> - -<p>—Está usted muy equivocado—insistió Inés sin perder el valor con que -había empezado á guerrear contra aquel zoquete.—Eso se ventiló también -entonces.</p> - -<p>—¡Cómo!</p> - -<p>—Conviniéndonos en no volver á hablar de ello, y en dejarlo á lo que -Dios dispusiera.</p> - -<p>—Corriente...</p> - -<p>—Y Dios ha dispuesto que se acabe así, como yo quiero que se -acabe.</p> - -<p>—¡Dios!—gruñó Marcones al oir esto, como hablaría un mastín -irritado, si supiera hablar.—¿Dios... ó el diablo en figura de algún -indianete impío?</p> - -<p>Á esta embestida brutal ya no quiso contestar Inés, y salió del -cuarto, aunque muy indignada, mucho más afligida. El lance daba para -todo en una naturaleza tan noble y delicada como la suya.</p> - -<p>Poco después de esta escena, Marcones se encerró con su tía para -darle cuenta de lo sucedido.</p> - -<p>—¡Esto se acabó!—la dijo por entrar, gol<span class="pagenum" -id="Page_435">[p. 435]</span>peándose la cabeza con los puños, después -de haber arrojado el hongo roñoso contra la pared.—¡Esto se acabó, -tía!... ¡y sin compostura!... ¡y para siempre! ¡Mal rayo me parta!... -¡y á usted primero!... ¡y á la desagradecida de ella!... ¡y al pillo de -su padre!... ¡y al sinvergüenza fachendoso que se me metió por en medio -de repente!... ¡y al lucero del alba!... ¡y al universo mundo!</p> - -<p>Y después de este estampido, el pedazo de bárbaro se tumbó sobre la -cama de su tía, y comenzó á revolcarse allí y á morder las almohadas de -coraje...</p> - -<p>Dejábale hacer la Galusa, sin hablar más palabra que para -recomendarle que gritara menos y no la rompiera «dá que cosa,» -alejándose al propio tiempo de él todo cuanto permitía la estrechez del -cuarto, por si la alcanzaba «dá que golpe;» y cuando le vió rendido y -jadeante, como cerdo después de una trotada, acercósele poco á poco, -sorbiendo la moquita y en la postura que le era habitual en casos -tales, y le habló así:</p> - -<p>—¡Bien calá me la tenía yo, hijo del alma!... ¡Y po-la-mor de Dios, -no te güelvas á amontonar, que si mos oyen esas gentes, será entoavía -pior! ¡Bien calá me la tenía acá dentro, hasta en los istantes en que -tú me lo pintabas tan fino y pasadero como una seda! Mucho bo<span -class="pagenum" id="Page_436">[p. 436]</span>cao era pa molío tan -pronto; ¡y veía yo cosas y remilgos en ella!... Pero lo que toca dende -ayer acá; dende que se entró ese hombre por estas puertas, y te echaron -á tí de la sala, y vino ella á la cocina, y pasó lo que pasó en la -mesa, ciego de remate había que ser pa no verlo tan claro como la mesma -luz del sol. Ayer tarde te lo dije: «esto voló pa sinfinito.» Pos ¿y -dispués? ¿Cómo golvió de la romería la gatuca mansa? Como sal en el -agua: derretía de too. Pos ¿habló palabra ella? ¿Cató bocao? ¿Pegó -los ojos en la santa noche de Dios? ¿Amorzó esta mañana? ¿Comió al -meodía?... ¿Tocaron sus manos silla ni escoba? ¿Sabe ella lo que hace -ni por ónde anda ni pa qué quiere los cinco sentíos, si no es pa?... -¡Güen hechizo la dieron de súpito y contino! ¡El demonio de la pícara -bribona! ¡Pos dígote con él! ¡El baldragucas pordiosero, embarcao de -limosna ayer por el borrachón de su tío, y hoy no le cabe en el pueblo -y se va al altar mayor á locir los perendengues de la otra banda, -que Dios sabe de qué serán y quién se habrá quedao sin ellos! ¡María -Madre!...</p> - -<p>—¿Me quiere usted dejar en paz, grandísima bruja de los -demonios?—rugió en esto Marcones.—¿Me quiere usted dejar en paz; usted -que tiene la culpa de todo lo que á mí me pasa hoy?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_437">[p. 437]</span></p> - -<p>—¡Yo la culpa, arrastraón de Satanás?—contestó la Galusa, puesta en -jarras de repente y largando en lluvia la saliva por los portillos de -la boca.—¡Yo la culpa?</p> - -<p>—¡Usted, sí!—añadió el sobrinazo, sentándose al borde de la cama, -que crujió como sí fuera á hacerse trizas.—Usted fué quien me puso en -el camino ese; usted quien me empujó para que anduviera; usted quien me -prometió limpiármele de estorbos... y usted quien no ha sabido cumplir -ni pizca de lo que me prometió, ayudándome como debió ayudarme.</p> - -<p>—¡Grandísimo hijo de una perra ladrona, desalmaote y gandul!—replicó -la Galusa, que bailaba de coraje escuchando á su sobrino.—¿Á qué me -comprometí yo que no te haiga cumplió con sobras pa otro tanto? ¿Quién -más que tu tía ha mirao por tí? ¿Quién hizo las miles bajezas y se -arrastró por los suelos pa sacar á esta garduña la ayuda de costas pa -los tus estudios, cuando yo pensé que la iglesia te jalaba? ¿Quién -malgastó esos dineros y se me metió un día por estas puertas con el -moco lacio, pensando en buscarse la puchera de otro modo? ¿Quién de los -dos puso más partías en la cuenta que ajustemos sobre el caso? ¿Quién -era el que había de llevarse los mundos por delante con la cencia que -no le cabía en el pellejo? Pensando que eras auto pa lo que pro<span -class="pagenum" id="Page_438">[p. 438]</span>metías, siquiera por lo -caro que me ibas saliendo y lo mucho que te emponderabas, bien de -solfas tuyas la canté pa allanarte el camino; bien te guardé la puerta -cada tarde, y bien libre te dejé de estorbos el terreno pa que mejor te -despacharas á tu gusto. Si no tuvistes alma, cobardón, pa agarrar las -ocasiones por la greña, y si con ese geniazo de perro de cabaña y ese -corpanchón de fardo mal atao, te has hecho aborrecible al padre y á la -hija, ¿qué culpa tiene tu tía de ello?</p> - -<p>Hay que tener presente, para formarse una idea aproximada de -aquel cuadro, que la Galusa, por temor á que la oyeran, no gritaba: -expelía las iras por la boca, entre hervores y silbidos de las fauces, -retorciéndose el cuerpo sarmentoso y con los ojos flameando, casi fuera -de sus órbitas ensangrentadas. Estaba espantosa; y su sobrino, por no -verla ni oiría, cerró los suyos, se tapó los oídos con las manazas, -y volvió á tumbarse boca abajo en la cama, donde lloró de rabia y de -despecho.</p> - -<p>La furia, anhelante, con los labios amarillos y entreabiertos, -temblorosa y desencajada, volviendo á poner los puños sobre las -caderas, inclinóse hacia su sobrino; le estuvo contemplando unos -instantes como si se gozara en sus tormentos, y luégo comenzó á -hurgarle, entre sollozo y bufido, con piropos como éstos:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_439">[p. 439]</span></p> - -<p>—¡Echa, gandulón, echa! ¡echa la mala casta con los hígados por los -gañotes! ¡echa por esos ojazos el solimán corrompío que te sobra en la -entraña, á ver si, limpio de tanta maldá, acabas de estimar á tu tía en -lo que debes!... ¡Desalmaón! ¡mondregote!... ¡cochinazo!</p> - -<p>Marcones estaba entregado, ó no oía los vituperios con que le -acribillaba la Galusa implacable; porque no respondió una mala palabra, -ni levantó la cabeza, ni separó las manos de sus oídos. Al fin dejó -también de gemir y de lanzar rugidos sordos entre las almohadas; y -sin duda por creerle bastante domado ya, cesó también la furia de -mortificarle. De pronto se incorporó el hombrazo; y clavando los ojos, -hinchados y sanguinolentos, en su tía, la dijo, conteniendo á duras -penas y en fuerza de contorsiones, el torrente de su voz que quería -escapársele de la garganta:</p> - -<p>—¡Si, bien considerada mi desgracia, yo no sé por dónde me duele -más! ¡Si voy creyendo ahora que, por encima de lo que tiene en dinero -esa mujer, la estimo á ella en lo que vale por sí sola! ¡Si de un -tiempo acá, por donde quiera que voy, en donde quiera que me hallo, -me persigue su estampa como una tentación de los demonios! La tengo -metida aquí, ¡aquí! (y se golpeaba la cabeza); y desde que sospeché -lo que había de sucederme y, sobre todo, desde<span class="pagenum" -id="Page_440">[p. 440]</span> que sucedió lo que me está sucediendo, -más que estampa de mujer, es fuego, es lumbre que me devora y me -enloquece, y me pone como usted me ha visto, y me obliga á decir lo que -no siento.</p> - -<p>—Eso ya es otra cosa—dijo entonces la Galusa, como si nada hubiera -pasado entre los dos,—y güeno es saberlo pa tenerlo en consideración -al respetive de ca uno. En este mundo, bien lo sabes tú: al son que se -toca, bailan las gentes; y según que con razón ó sin ella se la agravia -á una, al mesmo consonante se responde, anque no se sienta la metá de -lo que se diga. Conque, hazte tú el cargo por lo que te toca en la -engarra pasá... y vamos á lo que no da espera. ¿Qué tienes cavilao pa -en seguida, dispués de lo que te está pasando?</p> - -<p>—Nada,—respondió Marcones en el mayor abatimiento.</p> - -<p>—Poco es ello—dijo la Galusa,—pa lo que el caso pide. Pos yo, días -hace que estoy pensando en lo que debes hacer.</p> - -<p>—¿Y qué es lo que usted ha pensado?</p> - -<p>—Que parando el negocio éste en lo que paró, y dándole por finiquito -pa en jamás... porque hay que conocelo, Marcos: á las cosas que caen de -este modo, no hay juerza humana que las levante...</p> - -<p>—Pero ¿qué es lo que usted ha pensado?—in<span class="pagenum" -id="Page_441">[p. 441]</span>sistió el otro, impaciente, y más que -impaciente, atormentado por aquel parecer de su tía, precisamente -porque era el suyo también.</p> - -<p>—Yo he pensao—continuó la Galusa encareciendo mucho el dictamen con -gestos y contorsiones,—que si no tienes agallas pa apechugar con el -oficio de tu padre, debes tratar de golverte á tus estudios... porque, -hijo del alma, no hay en ca güerto una breva como la que se ha perdío -aquí, ni es cosa de echarse por el mundo á buscar las pocas que hay -en él, ni, la verdá sea dicha, eres tú de los más amañaos pa salirte -con la tuya en casos tales... Y no te me güelvas á soliviantar, como -paece por las trazas, porque ya sabes cómo las gasto... cuanti más que, -estando en lo que estamos y viendo lo que pasa, hay que hablar en pura -verdá, anque ella mos descuaje... Más he perdío yo, si bien se mira, y -me aguanto. Tú, mozo eres y en tiempo estás de hacer por la vida. Yo -he gastao la mía en servir á un bribonazo; y á la hora presente, si me -echara de su casa, tendría que irme á pedir limosna con un cestuco. -Día es éste en que no he podío ajustar mis cuentas con él. ¿Qué tal -estarán, dejás á una concencia como la suya? ¿Te vas hiciendo el cargo -de lo que yo salí perdiendo con no ganar tú lo que querías? Pos ahora, -tu dirás.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_442">[p. 442]</span></p> - -<p>—Digo—respondió Marcones domando mal las tempestades que le -combatían,—que mientras esto no termine de un modo imposible, -enteramente imposible, ¿lo entiende usted? absolutamente imposible de -remediar, yo no puedo, ni debo, ni quiero pensar en buscarme otros -caminos para vivir sin trabajar la miserable tierra en Lumiacos; porque -lo que es en esto, no hay que soñar siquiera. Primero que rascaboñigas -pobre, sería ladrón de caminos, ó me tiraría de cabeza desde la cruz -del campanario.</p> - -<p>—Curriente—dijo la Galusa cruzándose de brazos.—Y ¿á qué llamas tú -ser imposible de arreglar... eso que se mos desarregló?</p> - -<p>—Á que esté casada ella,—respondió Marcones.</p> - -<p>—¡Pero si es ella, simplón, la que pior cara te pone!... ¡Ah, pos si -no!...</p> - -<p>—Por lo mismo. Seré el perro del hortelano.</p> - -<p>—¡Si tuvieras, tan siquiera, los güesos que él roía, pa ir viviendo -hasta allá!... Porque la cosa pué ser de dura larga, anque te paezca -destinto por lo del fachendoso de ayer... Aparencias de fanfarria... si -es que no viene el tuno á buscar aquí lo que no has podío hallar tú... -¡Y la tontona de ella que se feúra otra cosa!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_443">[p. 443]</span></p> - -<p>—Sea lo que fuere, tía, yo no la perderé de vista, por lo menos -mientras ese nuevo fregado no se aclare de un modo ó de otro. Me da el -corazón que yo he de tener algo que hacer aquí todavía.</p> - -<p>—¿Corazoná dijistes... y tuya? ¡Madre de Dios! Mira, testarudón del -diaño, y hate cargo, pa que me creas, de que, si no soy bruja, voy ya -picando en vieja, que pa el caso es lo mesmo: cuanto más pernees y te -corcomas delante de ella, más los regalarás el gusto á los dos. ¿Qué -más querrían los pícaros!... ¡No seas bobo!... echa cruz y raya á lo -pasao; no pongas más los pies en Robleces, y menos en esta casa, y -güélvete á tus libros. No llegarás á santo por ahí, porque, á la verdá, -no eres de la madera de ellos con esa carnaza tan mordía del ujano, que -Satanás te dió; pero tendrás la puchera que buscas, sin machacar los -tarrones de Lumiacos.</p> - -<p>El sobrinote oía, se golpeaba la cabeza y no contestaba; y la -Galusa, insistiendo en su tema, permanecía delante de él mirándole -fijamente y con los brazos cruzados. Al fin, y después de un bufido -descomunal, púsose Marcones de pie y dijo á su tía, alzando los dos -brazos á un tiempo:</p> - -<p>—Pero, consejera de los demonios, ¡cómo he de volver yo al -seminario, aunque fuera capaz de pretenderlo? ¡Por qué puerta quiere -usted<span class="pagenum" id="Page_444">[p. 444]</span> que entre, si -todas se me cerraron cuando de él salí la última vez? Y aunque alguna -de ellas se me abriera, como por milagro de Dios, ¿de dónde me saca -usted los recursos con que antes me ayudaba? ¿Ó piensa usted que á una -cabra tan villana como ese hombre, se la puede ordeñar dos veces?</p> - -<p>—Eso, ni soñalo, Marcos, ni soñalo... ni yo ¡Virgen Madre! me -pondría en asomo de pretendelo—respondió la Galusa; y luégo, bajando -más la voz y acercándose más á él, que apartaba la cara por no -recibir en ella el rocío en que salían envueltas las palabras, añadió -éstas:—Contaba yo con ese reparo que me pones de la ayuda de costas, -porque del otro no hay mucho caso que hacer: no jué la tuya, falta -que merezca cárcel, y otras más gordas se habrán perdonao allí. Pos -contando con lo que te digo, sépaste ahora que, por güeñas ó por -malas, mano á mano ó por la de la Josticia, ese hombre ha de arreglar -las cuentas conmigo, y pienso que sea bien aína. Le he servío más de -venticinco años, y de su bolsa á la mía ha pasao muy poco más que -el coste de los cuatro pispajos con que me visto. Por mal que se me -pague mi trabajo en ese tiempo, siempre saldrá un resultante de más -que lo que á tí te hace falta pa acabar los estudios. Vistas las cosas -como se debe, si no me muero yo antes, muerto<span class="pagenum" -id="Page_445">[p. 445]</span> este hombre, cuéntame á mí de patas en la -calleja. Pa vivir con ello solo, ese resultante no será cosa mayor... -¿estás tú?</p> - -<p>—Estoy; ¿y qué?</p> - -<p>—Que si quieres ser cura y te comprometes en regla á llevame á mí -á tu lao cuando lo seas, yo te daré el sustipendio pa que acabes los -estudios.</p> - -<p>—¿De lo que le saque usted á la cabra esa?—preguntó Marcones á su -tía, después de una mirada de burla.—¡Como no se lo robe!</p> - -<p>—¡Ojalá pudiera, Marcos! ¡ojalá pudiera!... Y bien sabe Dios, y no -me remuerde la concencia por ello, que tengo hechos los imposibles por -meter los brazos hasta el codo; pero el arrastrao, tan... cabra es, -que no lo tiene en cosa en que se puedan jincar las uñas de repente; y -primero se le descubrirán las costillas, que un ochavo en sonante.</p> - -<p>—¡Como que se va usted á confesar conmigo ahora!... ¡Vaya con la -inocente que se pasa de maliciosa!</p> - -<p>—¿Pos qué te piensas, alma de Dios? ¿Piensas que yo tamién tengo -gato, y quiero escondele de tí con esto que te digo?</p> - -<p>—¿Y se le busco yo á usted por si acaso? Buen provecho le haga. Yo -también, en lugar de usted, le tendría, como usted le tiene.</p> - -<p>—¡Como le tengo yo!</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_446">[p. 446]</span></p> - -<p>—¡Pues claro! ¡Buena es usted para estar veinticinco años en una -casa como ésta, donde lo hay, aunque sea en telarañas!... Al fin, del -duro se ha de sacar, y no del desnudo; y á poco que se vaya quedando -entre las manos cada vez, á fuerza de pasar y pasar...</p> - -<p>—Justas y cabales: una corteza de roña, como que roña es lo único -que ha pasao por ellas...</p> - -<p>—En fin, dejemos esto, que no viene muy á pelo en la ocasión -presente.</p> - -<p>—Pero ¿en qué quedamos de lo otro?</p> - -<p>Aquí se remontó de nuevo Marcones, que, por más que él quisiera -aparentar cosa muy diferente, no había echado por mera chanza aquella -zarpada hacia el supuesto gato de su tía, y respondió á la pregunta de -ésta:</p> - -<p>—En que no estoy en este instante para pensar en lo que no sea lo -que tan loco me trae; que me voy, por de pronto, de esta maldecida -casa, que así la abrase un rayo en cuanto yo salga de ella; que no -quiero volver á Robleces mientras no pueda traer conmigo las plagas que -le pido al demonio para castigo de ingratas y desalmados; que aborrezco -en esta hora á toda la raza de Adán, y que he sido un bestia en -andarme con finezas de caballero delante de la puerta cerrada, cuando -pude haberme colado dentro, saltando como un ladrón por la ventana. -¡Y déjeme ahora que me lar<span class="pagenum" id="Page_447">[p. -447]</span>gue por esos campos de Dios á desfogarme á mi gusto, y á -tragar á borbotones el aire que necesito para no ahogarme de ira!</p> - -<p>Y con esto, se caló el sombrero y echó á andar hacia la puerta, -desde la cual se volvió de repente para decir á su tía, que continuaba -mirándole y con los brazos cruzados:</p> - -<p>—Ahí quedan seis plumas de acero, dos mangos de palo, una gramática, -una aritmética, una geografía, una historia de España, dos catecismos, -una historia sagrada... y cuatro novelas que, en mal hora, puse en -manos de la muy desagradecida. Son objetos de mi propiedad, y los -reclamo.</p> - -<p>Y se fué dando un portazo feroz, que hizo estremecerse á la -Galusa.</p> - -<p>Ésta permaneció todavía unos momentos en la misma postura en que -estaba antes de marcharse su sobrino; y dijo después entre dientes, -clavando los ojos de rámila sarnosa en la puerta por donde Marcones -había salido:</p> - -<p>—Pos es la primera vez que saca á relocir, el gandulote, esa -sonata... ¿Conque el gato mío, eh? No sé qué vientos le soplarán en -mi muerte; pero lo que es en vida, no te has de relamber los morrazos -¡sinvergüenzón! con la puchera que pongas con él.</p> - -<p>Sorbió la moquita, se pasó una mano por las narices, y salió también -del cuarto.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_cara.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_24"> - <p><span class="pagenum" id="Page_449">[p. 449]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_tristeza.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XXIV</h2> - <p class="subh2">LEÑA AL FUEGO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-m.jpg" alt="M" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Muy</span> poco dió que -pensar á Inés el lance de la despedida de Marcones. Algo la pesaba -haber sido tan lacónica y desabrida con él durante la entrevista; -pero los descomedimientos y groserías del estudiantón, y, sobre todo, -la aversión que le tenía por motivos bien justificados, disculpaban -aquella falta, y aun otras mayores que hubiera podido cometer entonces. -No pensó más en ello, y volvió á su tema. ¿Cuándo vendría <i>el otro</i>? -Porque él tenía que venir, una vez por lo menos: se lo había prometido -á su padre al despedirse en la romería, para tratar del asunto -pendiente entre ellos dos; y este asunto pendiente era la compra -de la casa... ¡La compra de la casa!... Y ¿para qué quería la casa -<i>él</i>?... Capricho de hombre rico. Pero, sabiendo que le desagradaba -á ella ese negocio y habién<span class="pagenum" id="Page_450">[p. -450]</span>dola prometido lo que la prometió cuando la conoció el -desagrado en la cara, ¿cómo se explicaba aquél su manifiesto propósito, -delante de ella misma, de volver luégo para tratar del asunto -pendiente? ¿Si sería todo una disculpa para volver á verla y continuar -la interrumpida conversación?</p> - -<p>Y como le esperaba á cada instante, era un asombro lo que se -componía, y las combinaciones que hacía con los cuatro vestidillos, -tres pañoletas de seda cruda y dos juegos de puños y cuellos, que eran -todo su equipaje. Pero pasaron dos días, y el de Nubloso no vino; -pasaron tres, y tampoco; y al cuarto... vino Pilara, frescona y grande -como ella misma. Temblaba el suelo donde pisaba; y al entrar en la -pieza en que la recibió Inés, retumbaba la voz en techos y paredes. -Todo en aquella mujer era sano, recio y de temple: encina pura, mármol -sin veta y acero toledano, salvo el corazón, que era blandísima cera -neta, de panales.</p> - -<p>Pues iba, risoterona y ufana, á pedir á Inés aquel favor de que -la habló en la romería, y era «cosa de ella y de Pedro Juan, en -concierto.» Inés la repitió que contara con él, si podía hacérsele.</p> - -<p>—¡Vaya si puedes!—dijo Pilara, con las manos sobre las caderas y -revolviendo el cuerpo á uno y otro lado sobre los pies, inmóviles<span -class="pagenum" id="Page_451">[p. 451]</span> como dos lingotes de -hierro, atornillados en las tablas. (Se tuteaban las dos desde niñas, -aunque Pilara tenía tres años más que Inés.) En seguida añadió sin -pararse en barras:—Pos yo y Pedro Juan, en concierto, queremos que seas -tú la madrina del casorio... Ya ves, á ná compromete ello, si no es á -un poco de molestia...</p> - -<p>Á lo que respondió Inés que, por su parte, no había inconveniente -alguno.</p> - -<p>—¿Temes, quizaes, que le haiga por la de tu padre?—la preguntó -entonces Pilara.</p> - -<p>—Por si acaso le hubiera—respondió Inés,—tengo que consultar con -él antes de comprometerme. Ya te avisaré lo que resulte, después de -hablarle hoy mismo.</p> - -<p>Quedaron conformes; y Pilara, que no era más ligera de visitas que -de mole, charló con Inés largamente de sus cosas y proyectos. Estaba -«prendá, prendaona de too, del venturao de Pedro Juan.» Pedro Juan era -pobre, tan pobre como las ánimas benditas que estaban en cueros vivos; -pero en Pedro Juan, desnudo y sin una <i>mozá</i> de tierra propia, había un -caudal de nobleza, de trabajo y de <i>rebustez</i>. Era una peña con alma de -oro, y «auta pa los imposibles.» Bien lo sabían en casa de ella, cuando -tanto la alababan el gusto de estimarle y «la lealtá y la pacencia con -que había esperao tanto tiempo á que él rompiera la cortedá.» Otros -po<span class="pagenum" id="Page_452">[p. 452]</span>dían tener cuatro -carrucos de tierra que manipular, y una choza propia en que meterse; -¿pero de qué valía todo ello, si llevaban contra sí, «al mesmo tiempo, -la consomición de este vicio ó de la otra deficultá?» En casa de Pedro -Juan no había más que lo justo para el avío de dos hombres, «poco -arreparones y mal amañaos;» pero ella no saldría de la suya «con los -brazos colgando y á la ventura de Dios. Llevaría una buena cama, con su -mullida y buenas ropas; tres sillas de torno; una caldera de cobre; un -arca de pino atestá de equipaje; uno de la vista baja, á medio criar, -y una novilla de quince meses, sin contar los trampantojos que se la -jueran arrimando de acá y de allá.» Era la única hija de su padre; -su padre lo tenía, y le daban eso por ahora, porque así lo querían -también los demás. Si mañana faltara Juan Pedro, «que sería el hombre -más honrao de toa la cristiandá si no viviera Pedro Juan, que lo era -tanto como él,» se vería lo más conveniente: si seguir los dos en Las -Pozas, ó subirse á la casa de la Iglesia, en que tenía ella una cuarta -parte. No la gustaba «el un oficio de Pedro Juan, por lo arriesgao que -era;» y por eso solo se alegraría de subirle al barrio para quitarle -la tentación del agua salada, y hacerle que se conformara con ser -solamente labrador, aunque de este modo sacara menos provecho que de -los<span class="pagenum" id="Page_453">[p. 453]</span> dos oficios -juntos; además, que había que mirar también por el cuerpo, que no era -de hierro «pa traele, como le traía el enfeliz, hecho una estorneja, -hoy en el regadío de la mar, y mañana en el secano de la tierra...»</p> - -<p>De pronto dejó Pilara sus asuntos propios, y saltó á los de la -escuchante.</p> - -<p>—¿Y qué me cuentas del caballero del día de San Roque?—la dijo -cruzando los brazos, que casi se perdían de vista, con lo rollizos que -eran, debajo del pecho, y mirándola con la cabeza algo entornada.</p> - -<p>Lo mismo que la grana se le puso la cara á Inés al verse acometida -de improviso con esta pregunta.</p> - -<p>—Pues ¿qué he de contarte?—respondió, no muy á punto ni con gran -firmeza.—Nada que no sepas tú.</p> - -<p>—¡Vaya—continuó Pilara sin hacer más caso de los colores de Inés -que de su respuesta,—que campaba de firme, empingorotao allá arriba, -ajunto al altar mayor! ¡De firme que campaba con su cadena relumbrante, -su pechera blanca, su etelaje de gran señor... y hasta con aquellos -pinchos debajo de las narices, mujer! ¡Andando que le caían guapamente -esos amenículos allí! Pos dígote que se despepitaban las gentes por -saber quién era, y naide lo sabía, hasta que por la tarde se plantifica -en la<span class="pagenum" id="Page_454">[p. 454]</span> romería -contigo... Me gustó aquello, ¿qué quieres que te diga?... Me gustó de -veras; y tamién te digo que en jamás de los tiempos ví pareja mejor -apareá... Y no creas que jué ocurrencia mía solamente; que el que más y -el que menos de los que vos vieron, pensaron lo mesmo que yo. Á muchos -oí decir, como me decía yo á mí mesma: «Nacíos paecen el uno pa el -otro.» Y era la verdá pura, ¡ja, ja, ja, ja!</p> - -<p>Retembló el cuarto con la risotada de la mocetona; la cual, sin -fijarse más que la otra vez en que Inés volvía á ponerse muy colorada, -continuó diciendo:</p> - -<p>—¡Mujer! y luégo salimos, á las tantas de la tarde que golvió -don Elías por allí y lo cernió, en un dos por tres, á too bicho -viviente, con que el caballero relumbrante jué primero un muchachuco -de Nubloso... ¡Alabao sea el Señor por siempre! ¡Quién había de -magináselo? Pos mira, mos alegramos de sabelo; que si es tan poderoso -como cuentan, más vale que lo deje por acá, que angunos se locirán -con ello; porque la moneda, polvo viene á ser que se esparce; y quien -se alcuentra con algo de él encima de la ropa, eso sale ganando... -Y ¿sabes qué te digo tamién al respetive, y á más de cuatro se lo -oí lo mesmo en la romería aquella tarde? Pos dígote que, por muchas -inflas que tenga el piripuesto ese, y por muchas que sean<span -class="pagenum" id="Page_455">[p. 455]</span> las tierras y las -gentes que haiga visto y pueda ver, no alcontrará pa mujer propia un -acomodo que tan pintámente le caiga, como tú... Andando, Inés; y no te -sefoque el dicho, que es el avangelio; y güeno es ser homilde, pero -no tanto como tú, que ya te pasas, con ser quien eres y valer lo que -vales... Y con esto me voy, que bastante poste te he dao esta tarde. -Ya me avisarás de eso otro, ¿verdá?... Curriente. De padrino no hay -ná hasta la presente: es cosa de ellos. Conque me marcho; y si no lo -tomas á mal, te daré un beso por despedía... Me sale el antojo de acá: -créemelo.</p> - -<p>Puso de muy buena gana Inés la mejilla izquierda tan alta como -pudo; bajó Pilara más de medio palmo la cabeza, y ¡chaas! ¡chaas! -Igual estrépito que si se hubiera rasgado en tres tiras media sábana -<i>casera</i>.</p> - -<p>Fuése Pilara al cabo; habló Inés á su padre sobre lo que aquélla -deseaba; accedió á ello el Berrugo, á condición de que no le costara -dinero el favor; llegó la noche, y amaneció el nuevo día, y fueron -corriendo las horas de él; y por aquella portalada no entró más persona -extraña á la casa que el Lebrato.</p> - -<p>La comisión que éste llevaba era para don Baltasar. Comenzó por -referirle «el particular» del casamiento de su hijo, casi en los mismos -términos que Pilara á Inés, con idénticas refle<span class="pagenum" -id="Page_456">[p. 456]</span>xiones y con las propias noticias sobre -lo que llevaba la novia al domicilio conyugal, y lo que esperaba para -el día de mañana. El Berrugo no halló pero que poner ni al relato, ni -á las reflexiones, ni á las noticias. Nada le pedían, nada le costaba: -al contrario, salía ganando en el bodorrio aquél un elemento que daría -gran prosperidad á su casería de Las Pozas. No se lo dijo así al -Lebrato; pero le alabó el gusto de su hijo y le ponderó el acierto de -todos en arreglar las bodas cuanto antes. ¡Como que había dado permiso -á Inés, que se le había pedido, para ser madrina de ellas!</p> - -<p>Estimó Juan Pedro el favor en todo lo que valía, y animóse á -exponer la pretensión que él llevaba por su parte. Por demás sabía -«el señor don Baltasar» que una casa como la de Las Pozas no estaba -en disposición de recibir de golpe y porrazo á la mujer que había de -establecerse allí como reina y señora de ella.</p> - -<p>Cierto que Pilara traería lo más preciso para el avío y comodidad -del matrimonio; pero esto mismo le obligaba á él, al Lebrato, á hacer -mayor esfuerzo para arrimar algo de su parte. Pedro Juan no tenía más -que lo puesto y la muda para los domingos: había que <i>echarle</i>, por lo -corto, un vestido flamante y su calzado correspondiente; y después, -¿qué menos que un par de camisas nuevas?... Pues «el timineje del<span -class="pagenum" id="Page_457">[p. 457]</span> negocio,» aunque la boda -fuera en la casa de arriba, sus gastos traía también á la de abajo; -que no había de salir todo el desgaste de una sola piedra, «ni sería -bien vista la gorroná, dao que la hobiese, ni la consentiría él, que -conocía lo que obliga al hombre de bien el agasajo de otro.» La casa -misma pedía su gasto correspondiente: un poco de blanqueo; «dos escobás -siquiera» había que dar al cuarto de <i>ellos</i>; y el llar de la cocina no -podía dejarse como estaba, sin una baldosa entera... En fin, que había -gastos, y no pocos, que hacer por parte de Juan Pedro con motivo de la -boda de su hijo. El no quería ni necesitaba ponerse colorado delante de -nadie para pedirle á préstamo un puñado de pesetas, porque sabía dónde -y cómo ganarlas honradamente. Dentro de pocos días, en cuanto apuntara -septiembre, empezarían su hijo y él la campaña de la ostra. Sacándoselo -al cuerpo sin caridad, bien podía atenderse á este recurso de día, y -por la noche al de la pesca del durdo y del anguilo, mar afuera. La -brega sería ruda; pero cuando el caso lo reclama, «mentira paece la -correa que da un hombre avezao á la probeza.» En suma, el favor que -le pedía «al señor don Baltasar,» era que, por aquella vez sola, le -dejara libres los productos de la campaña, sin que le reclamara «en el -San Martín» la parte acostumbrada de ellos para<span class="pagenum" -id="Page_458">[p. 458]</span> aminorar la deuda pendiente. Las rentas -por todo lo demás, no le faltarían á su hora y punto debidos.</p> - -<p>El Berrugo, después de oir al Lebrato en silencio, pero no sosegado, -porque tan pronto se rascaba la barbilla ó se pasaba la mano abierta -por la cara ó pescaba mosquitos en el aire, como golpeaba el suelo con -el mango del rozón que tenía en la otra mano, consideró, ante todo, -que el favor solicitado no era de los que costaban dinero, es decir, -dinero sacado de su bolsa. Tratábase sólo de no cobrar, <i>por entonces</i>, -un piquillo que cuanto más se retrasara en poder del deudor, tanto más -iría engordando en provecho de un acreedor tan diestro saca-cuentas -como él... Por otra parte, no estaba muy seguro de no necesitar el -día menos pensado á Juan Pedro para cierto negocio que le traía á mal -traer. Podía, pues, y debía echárselas de rumboso impunemente en aquel -trance, y se las echó.</p> - -<p>Aunque no duraron mucho estas meditaciones, al Lebrato le parecieron -muy largas, y temía lo peor al ver el afán con que el Berrugo se -rascaba la barbilla con una mano y golpeaba el suelo con el rozón que -agarraba la otra.</p> - -<p>De pronto le dió don Baltasar en las espinillas con el mango del -instrumento aquél; le encaró, de un empellón, hacia la calle, y le -dijo:<span class="pagenum" id="Page_459">[p. 459]</span> —Al último, -harás de mí hasta ochavos morunos, si te empeñas en ello. Ya estás -servido... y andando; y cuéntale el cuento al sinvergüenza que te diga -que no soy blando de corazón.</p> - -<p>Y no ocurrió más de extraordinario en la casona de Robleces, hasta -el otro día en que, al fin, se metió por la portalada el indiano de -Nubloso.</p> - -<p>El Berrugo andaba trasteando en el estragal, y allí le recibió, con -muy buena cara por cierto.</p> - -<p>—¡Hola, hola!—le dijo en cuanto le vió, pero sin dejar de hacer lo -que hacía.—¿Se viene á cumplir la palabra, eh?</p> - -<p>—Hay de todo, señor don Baltasar—respondió el indiano muy -afable,—porque vengo á verlos á ustedes y á ofrecerles de nuevo mis -respetos; pero no á tratar del punto consabido que tenemos pendiente -usted y yo. En esto falto á la palabra que le empeñé al despedirme el -día de San Roque; y falto con toda intención, porque quiero invertir el -poco tiempo que traigo disponible, en lo primero, que es cosa mucho más -agradable para mí.</p> - -<p>—Ciertamente que no corre prisa, por mi parte, ese asunto, y no seré -yo quien se le meta á usted por los ojos... Y con franqueza, si lo que -quiere á la presente es conversación, yo no puedo dársela en un buen -rato, porque tengo<span class="pagenum" id="Page_460">[p. 460]</span> -mucho que hacer por aquí; pero no faltará quien se la dé, si le es -igual una que otra. Arriba está Inés, que debe de tener el tiempo muy -de sobra y le recibirá, si quiere usted subir y descansar un poco.</p> - -<p>—¡Oh, señor don Baltasar!—repuso el indiano muy risueño,—siempre me -da usted en su casa muchísimo más de lo que vengo buscando...</p> - -<p>—Yo soy así, hombre—dijo al punto don Baltasar mientras colgaba -un dalle de la viga del techo; y en seguida, arrimándose al hueco -de la escalera y haciendo embudo sobre la boca con las manos, -gritó:—¡Inés!... ¡Inés!... ¡Allá va este... sujeto del otro día!... -Suba usted, suba usted, sin ceremonia—añadió volviéndose hacia el -indiano;—suba usted, que ella le enseñará el camino. Yo subiré en -cuanto despache aquí abajo.</p> - -<p>Tomás Quicanes no iba tan majo como el día de San Roque. Nada de -levita negra, ni de pechera con brillantes, ni de botinas de charol: -un terno gris, de americana; calzado amarillo de suela recia; hongo -obscuro, corbata clara y cuello bajo y blanquísimo, como los puños; -pero con este traje sencillo, holgado, de buen corte y de esmerada -hechura, valía doble que con el otro el buen sobrino del difunto -Mayorazgo de Robleces. Lo mismo opinó Inés en<span class="pagenum" -id="Page_461">[p. 461]</span> cuanto le atisbó desde la sala al asomar -él por la portalada; y eso que la inexperta hija de don Baltasar no -pudo estimar el día de San Roque lo que había de cursi en el aparatoso -atalaje, cargado de relumbrones, del caballero del altar mayor. Y no -sólo le encontró mejor mozo así, sino más «tratable,» más... de carne y -hueso; en fin, menos temible para un apuro como «el del otro día,» si -llegaba el caso.</p> - -<p>Es de advertirse, por si fué malicia de la neófita en intrigas de -aquella especie, que al entrar el indiano en la corralada, Inés cosía á -la parte de adentro del balcón, y que al llegar á la sala acompañándole -desde el carrejo, la sillita y los avíos de costura estaban á la parte -de afuera, es decir, en la misma solana y delante de la puerta. Ello -fué que el indiano, al verlos donde los veía, no quiso aceptar la silla -que, muy de cumplido, le ofreció Inés en la sala.</p> - -<p>—¡De ningún modo!—la dijo.—Por las señales, estaba usted trabajando -allí; y como yo no soy de cumplido ni quiero que mi visita la sirva -á usted de molestia, se la haré á usted en la solana, si me lo -permite.</p> - -<p>—Como á usted le guste más,—respondió Inés dirigiéndose al -balcón.</p> - -<p>Otras dos observaciones por lo que valgan: Inés apartó la silla -y los cachivaches, como si<span class="pagenum" id="Page_462">[p. -462]</span> les estorbaran el paso, y los colocó á un lado y á muy -buena distancia de la puerta; y el visitante había visto, al asomar -al carrejo, entre la penumbra de las inmediaciones, vagar una silueta -antipática, que era la de la Galusa.</p> - -<p>¿Huían los dos, visitante y visitada, de una misma contingencia -desagradable, al resistirse el uno á hacer la visita en la sala, y al -estar tan bien dispuesta la otra para recibirla en lo más escondido -del balcón? Lo que no tiene duda es que en aquel sitio, deparado por -la casualidad ó elegido por la malicia, se podía echar un párrafo, no -alzando mucho la voz, sin que nadie se enterara de él, ni tampoco de la -mímica que le acompañara, como no fueran los pajaritos del aire; porque -por el pedazo de calleja que desde allí se descubría, no pasaban cuatro -transeúntes, y esos muy distraídos y torpotes, en toda una tarde de -Dios.</p> - -<p>Yo me inclino á lo de la malicia, y de parte de entrambos; porque -también es indudable que, al comenzar la visita, ya se apuntó en cada -uno de ellos el mismo afán de llegar cuanto antes con la conversación á -un paradero indudablemente preconcebido.</p> - -<p>Duraron poco, muy poco, en boca del visitante, y eso que no dejaba -de ser socorrido de conversación, esos preliminares de rúbrica en -tales casos, emparentados siempre, más de cer<span class="pagenum" -id="Page_463">[p. 463]</span>ca ó más de lejos, con las evoluciones -meteorológicas, con el sistema de vida diaria y con otras materias -así; en seguida se plantó, retrocediendo de un salto, en el día de San -Roque, «de feliz y perdurable memoria para él.»</p> - -<p>Con esto solo, ya comenzó á aletear y revolverse algo en los -adentros de Inés, y se le pusieron á la pobre los carrillitos como la -misma grana; y porque hizo un alto en la conversación el otro, y por -creer y temer ella quizás que de un nuevo salto de ideas se le largara -Dios sabía adónde, corta y novicia como era, se atrevió á tenerle á -raya preguntándole, sin dejar de coser, pero sin saber lo que cosía:</p> - -<p>—¿Ha comenzado usted á tratar abajo con mi padre de <i>ese asunto</i>?</p> - -<p>Por los hondos, aunque, en apariencia, lejanos enlaces que tenía -esta cuestión con la que á ella la interesaba tanto, la había sugerido -su buen instinto la idea de sacarla á relucir para los fines que se -proponía; pero fué inútil la precaución, porque no pensaba el indiano -en huir del terreno en que se había metido de un salto y de muy buena -gana.</p> - -<p>—¿Y qué asunto es ese?—preguntó él á su vez, haciéndose el -ignorante, para tomar aquel nuevo camino que también guiaba al paradero -deseado.</p> - -<p>—El que prometió usted tratar con mi padre<span class="pagenum" -id="Page_464">[p. 464]</span> al despedirse en la romería, en la -primera visita que le hiciera. Creo yo que será el de la compra de esta -casa.</p> - -<p>Y se sonreía la picaruela, como si no le creyera ya capaz de -ello.</p> - -<p>Sonrióse también el otro, y la dijo en seguida, tejiendo y -destejiendo entre los dedos de ambas manos la cadena de su reló:</p> - -<p>—Ese asunto se quedará sin ventilar por ahora, porque se me ha -puesto por medio otro que me interesa bastante más: el de cierto -huertuco... ¿Se acuerda usted?</p> - -<p>¡Vaya si se acordaba! Pero lo negó sin maldita la conciencia; por -lo cual tuvo el otro que volver sobre lo tratado en la romería de San -Roque, sabiendo que se le engañaba descaradamente en aquella negativa, -pero aceptando con gusto el engaño para desenvolver más á sus anchas la -metáfora, algo cursi, como todas las metáforas de todos los enamorados -de este mundo, del huertuco montañés y de la rosa colorada.</p> - -<p>Ya estaba, pues, la gran cuestión en pie, y ya dudaba Inés si seguir -cosiendo ó si dejarlo: si no cosía, no sabía qué hacer de las manos -ni de los ojos; y si cosía, se pinchaba; y cosiendo ó no cosiendo, -le andaban unas cosas por todo el cuerpo y delante de la vista, y -le subían unos calores y sentía tales ruidos en las sienes,<span -class="pagenum" id="Page_465">[p. 465]</span> que no podía parar ni -sosegar un punto. ¡Y se estaba todavía al principio de una historia -de la que conocía ella hasta la penúltima página! ¿Qué sería cuando -llegara el momento de aclararse el único punto que quedó sin aclarar -en la romería? ¿Cuando se la dijera terminantemente quién era «la de -Robleces?» Pero ¿llegaría á decirlo él? Y si no lo decía, ¿por qué la -atormentaba sacando á relucir de nuevo la misma historia?</p> - -<p>¡Aprensiones disculpables en un espíritu abierto, noble y -generosamente, á las primeras llamadas del corazón, como las rosas de -la metáfora al calor de los rayos solares! Puede que resulte también -algo cursi esta otra metáfora que tomo del montón de las corrientes; -pero no hallo otra de mejor arte ni más al caso, y por eso me valgo -de ella para venir á parar á que, con todo el miedo que tenía Inés al -final de la historia, se le hacía mucho lo que tardaba en llegar á él -el relatante, y hasta temía que no llegara nunca.</p> - -<p>En lo cual se equivocaba grandemente; porque el indiano, aunque -contando los pasos y gozándose en la contemplación del terreno que -exploraba al mismo tiempo, llegó y llegó bien; y llegando, resultó, y -así se lo dijo á Inés, claro, muy claro, aunque le temblaba un poco la -voz al decírselo, que «la de Robleces» era ella;<span class="pagenum" -id="Page_466">[p. 466]</span> ella, que en pocas horas se había hecho -dueña y señora de su corazón y de su vida, y más que por la hermosura -de su cuerpo, que era singular, por la nobleza y sublime candidez de su -alma, que no tenía precio.</p> - -<p>Todo esto oyó Inés sin morirse, como lo temía desde lejos. Algo la -pasó, es verdad, que le pareció el fin de la vida; pero no por las -ansias ni los dolores ni el desconsuelo, sino por lo dulce, por lo -agradable y, sobre todo, por lo extraño; de manera que, más que muerte, -era aquello la terminación de una existencia insulsa, y el comienzo de -otra mucho más placentera y amable.</p> - -<p>Y todo esto leyó y fué saboreando codicioso, detalle por detalle, el -afortunado galán, en el mirar turbado, en el respirar anhelante y en el -casto y dulcísimo abandono de todo su sér, con que la pobre novicia, -sin voz ni energía en su garganta para responder con palabras, reveló -claramente las tempestades de su pecho.</p> - -<hr class="tb" /> - -<p>Sucedió después una cosa bien extraña. Á fuerza de contemplar -embebecido á Inés, acabó el singular enamorado por mirarla, más que -como triunfador satisfecho de su hazaña, como temerario que lamenta, -con honrado corazón, el estrago irremediable de una ligereza. En -seguida, como para intentar una prueba en<span class="pagenum" -id="Page_467">[p. 467]</span> que deseara ser vencido, tomó, suave y -cariñosamente, una mano de Inés entre las suyas, y la preguntó sin -dejar de contemplarla:</p> - -<p>—¿Sería usted capaz de hacer un sacrificio por mí?</p> - -<p>—Hasta el de la vida,—respondió temblando Inés, no con palabras, -sino en una mirada que se fué alzando poco á poco hasta difundirse en -la amorosa y á la vez compasiva del otro.</p> - -<p>El cual, entendiendo bien la respuesta, añadió:</p> - -<p>—Pues la voy á pedir el único con que no contaría usted entre todos -los que puede haberse imaginado: que guarde, como en el secreto de la -confesión, lo que acaba de pasar entre nosotros... hasta que yo la diga -cuándo es la hora de publicarlo á voces. Le pido á usted esto, que -sólo por pedirlo yo en tal ocasión ha de parecerle sacrificio, y bien -extraño, por el amor que siento por usted, y delante de Dios la juro -que es verdadero y grande. Hemos de hablar á menudo de estas cosas, y -todo se aclarará cuando se deba.</p> - -<p>Se levantó momentos después; se despidió «hasta luégo» con todos los -miramientos, entusiasmos y delicadezas que el caso requería; y sin que -el Berrugo pareciera por allí ni por las inmediaciones, fuése.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_468">[p. 468]</span></p> - -<p>Inés recibió su última despedida desde la portalada, y cayó en -seguida, transfigurada y absorta, en las honduras de su pensamiento, -que era un volcán; y todo, todo lo creyó posible, menos que aquel -hombre fuera capaz de engañarla.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_concha.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_25"> - <p><span class="pagenum" id="Page_469">[p. 469]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_homo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XXV</h2> - <p class="subh2">ANALES DE TRES SEMANAS</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-n.jpg" alt="N" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">No</span> siempre halló el -indiano de Nubloso igual comodidad que aquella tarde para hablar con -Inés á sus anchas, ni, en rigor de verdad, me atrevo á afirmar que -estos inconvenientes le contrariaran poco ni mucho; porque es de -saberse que «la cosa bien extraña» que sucedió al acabarse la visita -historiada más atrás, continuaba siendo misterio, y misterio bien -mortificante, para Inés, por culpa de aquel hombre empecatado que huía -de toda ocasión en que pudiera verse obligado á levantar siquiera la -punta del velo misterioso. Pero no por eso faltaban el tiempo necesario -ni lugar á propósito para decir él lo que quería y necesitaba decir, -aunque no fuera, ni con mucho, cuanto deseaba saber ella, ni dejó de -seguir su marcha devoradora el fuego amoroso en que parecían estar -ardiendo los dos.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_470">[p. 470]</span></p> - -<p>Á la tercera visita, ya se tuteaban; y deshechos con esta llaneza en -el trato los estorbos que el ceremonioso «usted» opone á la franqueza -de la expresión, aun en caracteres más resueltos y adestrados que el de -Inés, la máquina de las ideas de ésta, aquella máquina que para ponerse -en franco y seguro movimiento tuvo bastante con el impulso casual y -rudimentario de una mano tan torpe como la del grosero seminarista, -al calor de los afectos nuevamente adquiridos y con el estímulo de su -comunicación frecuente con los del hombre que se los había infundido, -tomó de repente unos vuelos maravillosos. ¡Entonces sí que estaba -desconocida! Como en idénticos casos la había sucedido ya, no pudiendo, -por su ignorancia é inexperiencia, extender á lo ancho la labor de -sus investigaciones, las hizo á lo hondo, con la fuerza y la luz de -su inteligencia clarísima; y la cuenta le salió aún mejor así, porque -ahondar se necesitaba, y no otra cosa, para dar con el filón que ella -iba buscando. Y ahondando, ahondando con el análisis de sí propia y el -de la conexión íntima que «debía haber» entre su modo de sentir y el -modo de sentir del otro, aunque llamando las cosas á su manera, llegó -con los razonamientos á un punto de cordura y de fortaleza tales, que -pusieron en graves apuros al receloso y asombrado galán. Para ser -un<span class="pagenum" id="Page_471">[p. 471]</span> poco atrevida, -además de esto, le sobró con el ansia, que la devoraba, de aclarar -el enigma que la servía de tormento á todas horas, y la amargaba las -dulzuras de aquella pasión que ella consideraba como un don inmerecido -de Dios.</p> - -<p>Pero ¿por qué había de haber esa nube negra en un cielo tan limpio, -tan puro, tan lleno de luz, como el de sus recién forjadas ilusiones? -Y si bastaba un soplo de <i>él</i> para deshacerla, ¿por qué no soplaba? -Y entre tanto, aquella nube podía ir extendiéndose y espesando y -cubriéndolo todo, hasta el mismo sol; y entonces ¡Virgen María! no -quería pensar en ello. Era imposible que las cosas llegaran á un -extremo tan espantoso. «¡La nube! ¡el misterio!» ¿De qué se trataba, -al fin y al cabo? De que ella no revelara á nadie lo que estaba -pasando entre los dos. Sin necesidad del encargo, hubiera quedado el -secreto guardado en lo más hondo de su corazón, mientras lo guardado -«no diera más de sí.» Pero ¿por qué se le hacía el encargo? Aquí -estaba la malicia. ¿Era un pecado lo sucedido? ¡Imposible! Y si no -lo era, ¿por qué tenía él tanto empeño en que no se descubriera? -Podía haber en este empeño un fin de casta más noble que la del -misterio que á ella la alarmaba; por ejemplo: el de probar su fe ó su -discreción, atormentando un poco su curiosidad; pero en este caso, -¿por qué andaba él tan preo<span class="pagenum" id="Page_472">[p. -472]</span>cupado, tan receloso, tan vacilante? Esto, esto solo era lo -grave, lo extraño. Á veces la asaltaban recelos espantosos. ¿Habría -otra mujer en alguna parte del mundo, que pudiera pedirle cuentas de -«lo que estaba pasando entre los dos?...» ¿Estaría...? ¡Qué enormidad! -Eso, honradamente, no podía imaginarse: no cabía en lo posible. De -todas suertes, la tentación de sospecharlo solamente, la arrastraba -á considerar si no habría pecado ella de ligereza al entregarse -tan pronto, tan irreflexivamente y tan confiada, á una pasión así, -inspirada por un hombre de cuya lealtad no tenía otras pruebas que -las de su palabra, que podía muy bien no ser honrada... Tampoco era -posible esto; también caía fuera de los límites que la perversidad -humana tenía, en el concepto inexperimentado y naturalmente bondadoso -de Inés... De cualquier modo, ella no comprendía aquella reserva -sospechosa que tan malos ratos la daba y no podían pasar inadvertidos -para él. ¡De qué distinto modo se conduciría ella en el caso contrario! -Sin haber ocurrido, y sólo por el placer desinteresado de confiarle -hasta el último secreto de su conciencia de mujer y de enamorada, le -había referido la historia de la resurrección de su espíritu, con -todos sus pormenores; y lejos de intimidarse al sacar á relucir los -graves episodios de la explosión amorosa de<span class="pagenum" -id="Page_473">[p. 473]</span> su profesor, los relató con especial -parsimonia, porque hasta se recreaba en traer con ellos á la memoria -lo abominables qué le parecieron en cuanto pudo considerarlos con -serenidad; amén de que, cotejando y comparando tiempos con tiempos, -hombre con hombre y sentimientos con sentimientos, los que le había -infundido el absorto escuchante adquirían doblada consistencia y -mayor intensidad. ¡Y él, que, con trabajo menos escrupuloso, podía -proporcionarla á ella un placer más regalado, la dejaba penar y -consumirse entre dudas y confusiones! ¡Qué mal hecho estaba eso! -¡Ah! si ella fuera un poco más atrevida ó un poco menos compasiva y -tolerante, ¡cuántas veces le hubiera puesto, con una pregunta, en -la necesidad de descubrirla el misterio!... ¿Qué harían las demás -mujeres en casos parecidos al suyo? Porque ella no sabía nada, nada -absolutamente, en materia de amores, sino lo que había leído en las -novelejas prestadas por Marcos, y lo que estaba observando en sí -misma, lo cual no se parecía en lo más mínimo á lo que ocurría en las -novelas.</p> - -<p>Entre tanto, la situación de las cosas, en general, no podía ser más -embarazosa para todos allí. Su padre, aunque parecía andar siempre á su -cuento y no reparar en nada, veía con el rabillo del ojo cuanto pasaba -á su alrededor, por lo menos desde que entraba tan de continuo en<span -class="pagenum" id="Page_474">[p. 474]</span> la casa el indiano de -Nubloso. Un día la dijo deteniéndola en lo más obscuro del carrejo, -como por casualidad:</p> - -<p>—Mujer, ¿sabes tú lo que anda buscando por aquí ese sujeto?</p> - -<p>Inés comprendió desde luégo á qué sujeto se refería su padre, y se -puso roja y sofocada; pero, por fortuna, no se veía la mano delante en -aquel esófago tenebroso, ni se vió, por consiguiente, la turbación con -que respondió para salir del paso:</p> - -<p>—Á mí nada me ha dicho.</p> - -<p>Tosió el hombre, y se marchó golpeando el suelo con algo que llevaba -en la mano.</p> - -<p>Otro día se encaró con ella á la puerta de la sala; y como si -replicara á la respuesta que se le había dado en lo más obscuro del -carrejo días atrás, dijo esto solo y sin mirar á su hija de frente:</p> - -<p>—Pues á mí tampoco me ha dicho una mala palabra hasta la hora en que -estamos, sobre lo que desea y busca por aquí... Y no quisiera tomarle -yo la delantera para preguntárselo... ¡Y, cuidado, que motivos no -faltan ya!...</p> - -<p>Y se fué.</p> - -<p>Esta nueva embestida puso á Inés en el colmo de la angustia; porque -lo que su boca no decía sobre lo que la estaba pasando, lo publicaban -á gritos su raro y nuevo modo de ser, y las<span class="pagenum" -id="Page_475">[p. 475]</span> idas y venidas del otro, desconcertado y -receloso, y sus apartes con él. ¡Y era tonto y ciego don Baltasar para -no caer en la cuenta de lo que tan á la vista estaba! ¡Y era, mudo, -gracias á Dios, para no explicarse á las claras con el otro, si llegaba -á «tomarle la delantera!»</p> - -<p>Pues ¿y la Galusa? ¡Válgame Dios, cómo rastreaba por escondrijos y -rincones la pista del «fregado indecente,» en cuanto asomaba el tunante -por las puertas de la casa! ¡Qué zumbar el suyo mientras iba y venía, -como moscardón aprisionado, y qué zaherir con indirectas envenenadas -á la pobre Inés, cada vez que se topaba con ella, ó la veía, medio -alelada, torpe y desmañada, acercarse á todo para no hacer luégo cosa -con cosa! ¡Qué aborrecimiento la tenía y qué poco le disimulaba! ¡Y -ella conociéndolo todo, y hasta que había razones aparentes para -mucho de ello, y no pudiendo desplegar los labios para defenderse en -lo defendible, ni siquiera para decirle á él: «habla tú, que con una -palabra puedes hacer que se concluya pronto, y todo esto!»</p> - -<p>Y aún fueron más allá los conflictos de la pobre muchacha. Días -andando, y en uno de labor, al ir ella á misa, porque las oía muy á -menudo, especialmente desde el de San Roque, la esperaba don Alejo -paseándose en el portal de la iglesia, de levita y con bonete.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_476">[p. 476]</span></p> - -<p>—Vaya, Inesuca—la dijo,—aquí te cojo y aquí te mato; y te cojo, -porque te esperaba; y te esperaba, porque, si no te cojo aquí y antes -de misa, no te cojo en ninguna parte. ¿Estás? Bueno; pues ahora te -advierto qué no se trata de robarte la mantilla, ni de sacarte ninguna -tira del pellejo. Esto te lo digo para que te cures del susto que te ha -hecho perder de repente los colores de la cara. ¡Valiente foragido soy -yo para dar disgustos á nadie, y menos á tí, corderuca de Dios!... En -fin, que se trata de que me consume una curiosidad, y de que quiero que -tú me saques de ella. ¿Querrás?</p> - -<p>De algunos días á aquella parte, todos los ruidos le sonaban á Inés -de un mismo modo, y todos los golpes iban á parar á su dedo malo. Por -esta triste experiencia, barruntó que lo que pensaba preguntarla don -Alejo tenía que ver, por más acá ó por más allá, con lo que «á ella la -estaba pasando.» Y dicho y hecho.</p> - -<p>Apenas prometió al cura complacerle, si le era posible, en lo que -la pedía, cátale metido de hoz y de coz en el asunto, de la siguiente -manera:</p> - -<p>—Pues has de saberte que el día de San Roque, al anochecer, supe -que aquel caballero tan majo que oyó la misa en el altar mayor y tanto -me había llamado la atención, resultó ser To<span class="pagenum" -id="Page_477">[p. 477]</span>masín; Tomás Quicanes, el sobrinuco -huérfano del Mayorazgo, que vivía con él y me ayudaba las misas con -una inteligencia, una gracia y una compostura, que me daban gloria. -Te aseguro que no lo quise creer cuando don Elías fué á mi casa á -contármelo y á hacerse lenguas de lo campechano que era y de lo -mucho que sabía; y no lo quise creer, porque tras de no haberle yo -sacado en la iglesia por la pinta, cosa que, bien mirada, no tenía -nada de particular, me parecía mentira que hallándose en Robleces -y tan cerca de mí ese caballerete tan espetado, no hubiera corrido -á darme un abrazo y á decirme: «aquí tiene usted, con barbas ya y -cargado de perendengues, á Tomasín Quicanes, el sacristanuco tan -querido de usted.» Algo me explicó don Elías de las intenciones del -tal sobre el caso, y de las buenas ausencias que había hecho de mí -entre él y vosotros aquella tarde; pero, vamos, no me conformaba con -eso. Á los pocos días ya vino él en persona á verme á mi casa... por -supuesto, después de haber estado en la tuya... ¡Bah!... ¡y se me pone -coloradita, lo mismo que si ello fuera un pecado! Á ver si se te bajan -esos colores y me escuchas como es debido... Pues, señor, que vino; que -se me dió á conocer, y que le conocí hasta en el modo de mirar y en -cada una de las facciones de su cara; y que pasé con él, hasta<span -class="pagenum" id="Page_478">[p. 478]</span> que empezaba á cerrar la -noche, el rato más agradable que creo haber pasado en todos los días -de mi vida. ¡Qué guapo está, qué bien habla, qué cariñoso es y qué -finamente siente y observa y compara lo que aquí dejó, lo que halla -al volver... y qué sé yo qué otro tanto más! El arrastrado de él, de -recién llegado á la Habana me escribió algunas veces; pero después -lo fué dejando, dejando... ¡Y si vieras, Inesuca, qué majamente me -pintó él este modo de ir olvidándose, no de mí, sino de escribirme de -vez en cuando! ¡Qué fantasía de chico! Daban ganas de decirle que se -volviera á marchar para dejar de escribirme, por sólo el gusto de oirle -disculparse á la vuelta. Extrañándome yo de estas cosas, le pregunté -sobre el particular; y supe, con el contento que puedes suponerte, -que había gastado más de la mitad de lo que había ido ganando en sus -negocios, en instruirse y en despabilarse, aunque despabilado lo fué -él siempre de suyo... y esta opinión es cosa mía; que había cultivado -más el trato de las personas letradas, que el de las adineradas; que -tenía hasta pasión por los buenos libros; que había viajado mucho... en -fin, que no acabaría yo, Inesuca, si te fuera relatando lo que entonces -le oí, lo que le he podido sacar después acá; porque te advierto -que rara es la visita que te hace á tí... digo, que os hace<span -class="pagenum" id="Page_479">[p. 479]</span> á vosotros, sin que antes -ó después no me haga á mí otra; y lo que de todo ello he ido coligiendo -yo á mi manera, aunque lego... ¿Te vas enterando, Inesuca?</p> - -<p>¡Si se iba enterando Inés! Sin perder punto ni coma, y con una -codicia de ello, que bien se pintaba en sus ojos radiantes de luz y de -regocijo.</p> - -<p>—Me entero,—respondió, sonriéndose, á la pregunta del cura.</p> - -<p>—¡Pues podías no!—replicó éste; y añadió en seguida:—Y ahora va -lo bueno, quiero decir, el golpe con que te amenacé al cogerte aquí. -Córrese entre las gentes, que Tomasuco el de Nubloso, con haber rodado -tanto mundo, no ha podido hallar en todo él lo que, cuando menos se -esperaba, tuvo la suerte de encontrar en Robleces; ó séase, hablando -claro, una mujer que le llene por entero para casarse con ella y acabar -la vida, en santa paz los dos, en la tierruca. Gran pensamiento... y -gran ojo, sobre todo; porque resulta, también según los dichos de las -gentes, que esta mujer, Inesuca, eres tú... ¿Es verdad eso? Pues cata -el golpe que te prometí, y venga la respuesta; pero tal como yo la -deseo... Te advierto de antemano que el sujeto ese no me ha dicho nada -de por sí, aunque no tiene boca bastante para ponderarte cuando de tí -me ha<span class="pagenum" id="Page_480">[p. 480]</span>bla; y cuenta -también que esto ocurre en cada visita que me hace.</p> - -<p>Inés recibió «el golpe» de don Alejo con mayor serenidad de lo que -esperaba, y pudo responder á él con gran firmeza; porque la última -noticia, y la única desagradable de cuantas le había dado de carretilla -el buen señor, le ofrecía una salida de soslayo, que era al mismo -tiempo la verdad fiel de lo que estaba sintiendo; y la salida fué la -siguiente:</p> - -<p>—Pues si él no le ha dicho á usted una palabra de eso, ¿qué quiere -usted que le diga yo?</p> - -<p>—Eso no es responderme á derechas, Inesuca,—añadió don Alejo algo -contrariado.</p> - -<p>—Pues le juro á usted—repuso ella muy serenamente, como que juraba -verdad,—que no le puedo decir otra cosa.</p> - -<p>Se quedó con esto algo suspenso el cura, y la dijo en seguida:</p> - -<p>—Te creo, porque basta que así me lo afirmes aunque no me lo -juraras; pero te aseguro que lo siento como si hubiera perdido -algo de á cuanto... Pues, mira, Inesuca—añadió de pronto con gran -encarecimiento,—si no hay nada de lo dicho, debiera haberlo. Las -gentes tienen razón. Voz del pueblo, voz de Dios. Marcones te lo -hubiera entonado en latín, por pintar la cigüeña; yo te lo digo en -castellano<span class="pagenum" id="Page_481">[p. 481]</span> neto -para que me entiendas mejor. Y ahora, hija mía, dame palabra de que, -si llega á suceder algo de lo supuesto, no se lo dirás á nadie fuera -de tu casa antes que á mí; perdona el plante que te he dado, y quédate -bendita de Dios, como yo te bendigo, por lo buena que eres, que me voy -á decirte la misa.</p> - -<p>¡Oh, qué tentaciones tan fuertes tuvo Inés entonces de detener á don -Alejo para decirle que quería confesarse con él! ¡Qué mejor confidente, -qué mejor consejero que aquel santo varón, para confiarle, en el -secreto del confesonario, una tribulación como la suya? Y en ello no -faltaría á su compromiso empeñado. Como en el secreto de la confesión -estaba obligada á guardar «lo que había pasado entre los dos,» y así -quedaría guardado, confiándoselo, como penitente, á su confesor.</p> - -<p>Pero mientras dudaba, se perdió la oportunidad, y con ello se -calmaron las tentaciones. Entró en la iglesia, y á poco empezó la -misa. ¡Con qué fervor la oyó, y con qué fe le pidió á la Virgen que la -amparara en el trance en que se veía!</p> - -<p>Después se encontró más fortalecida; y al volver á casa pensando en -todo lo que don Alejo la había dicho, sólo quería acordarse de lo mucho -bueno que le había contado de él. Así le veía ella más engrandecido á -sus ojos; y<span class="pagenum" id="Page_482">[p. 482]</span> así -quería verle, «porque él no podía ser de otra manera.»</p> - -<p>Y, entre tanto, y como si tratara de desmentirla con su -comportamiento, ni en todo aquel día ni en los dos que le siguieron, -apareció por Robleces el indiano de Nubloso.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_satiro.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_26"> - <p><span class="pagenum" id="Page_483">[p. 483]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_orejas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XXVI</h2> - <p class="subh2">LA PUCHERA DEL LEBRATO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-e.jpg" alt="E" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">El</span> «negocio de la -ostra» le tenía el Lebrato á la puerta de casa, como quien dice; y por -«llanuco y hacedero de por sí,» no era cosa para quebrantar huesos tan -duros como los suyos y los de Pedro Juan. Plantarse con la chalana en -la primera revuelta y la más grande de las dos de la ría, á la bajamar; -fondearse allí, ó no fondearse, sobre la misma canal; una especie de -rastrillo de hierro, de púas fuertes, largas y algo encorvadas, con -mango de palo: un instrumento así para cada uno, y á sacar con él -cantos sueltos del fondo; cantos que, según la suerte soplara, unas -veces salían en <i>blanco</i>, y otras veces más ó menos sarpullidos de -ostras de todos tamaños; arrancar las grandes, dejar las de <i>cría</i>, y -volver el canto al agua. Y al sol. No tenía ni tiene más intríngulis -la explotación de aquel ri<span class="pagenum" id="Page_484">[p. -484]</span>co ostrero natural. La venta era siempre segura y pronta, -porque andaban los especuladores disputándose la mercancía para -revenderla á escape en los quintos infiernos. El oficio, pues, no tenía -otras quiebras que los fríos y las celliscas de los meses invernales. -Había en ellos horas de chuparse un hombre las uñas amoratadas, y de -quedársele el cuerpo entumecido, y helada la saliva en la boca. Pero de -estos días no abundaban; y en la ocasión de que se trata, mucho menos. -Comenzaba septiembre, primer mes de <i>erre</i> después de la veda del -verano; el tiempo al nordeste, claro, suave y noble como él solo, y «pa -largo» por las trazas, y el trabajo se hacía en mangas de camisa; de -modo que más que fatiga, resultaba entretenimiento agradable. Porque no -era sola la chalana del Lebrato la que andaba á la ostra allí, aunque -podía, y en buena ley debiera serlo, por no haber en el pueblo otro -matriculado que él; pero ya se ha dicho que Juan Pedro no era hombre -de usar de sus privilegios en perjuicio de nadie, y toleraba la media -docena larga de chalanas que acompañaban en el ostrero á la suya; y -hasta se alegraba de ello, porque, de ese modo, el campechano pescador -no cerraba boca, y era la escuadrilla un hervidero de conversaciones, -que tenían que oir.</p> - -<p>Como el tiempo estaba tan hermoso, no se<span class="pagenum" -id="Page_485">[p. 485]</span> conformó con aquel solo recurso, que no -dejaba de rendirle su buen por qué; y según se lo había anunciado «al -señor don Baltasar,» teniendo la barquía bien recorrida y preparada, -probó de noche «á lo de afuera;» ¡y esto sí que ya era harina de otro -costal! Solamente el viaje hasta la barra, era trabajo de hora y media -de rema incesante. Por el primer tramo, es decir, por lo que se podía -llamar valle de la ría, menos mal: era ir como á cielo abierto, con -anchos horizontes de Sur á Oeste, y en toda aquella línea, á no ser la -noche brumosa y cerrada, siempre había celajes luminosos que alegraban -la vista y entonaban un poco el ánimo; pero por el segundo tramo, -desenvuelto en curvas desorientadas y caprichosas, con sus taludes -altísimos y casi á plomo, como una <i>hoz</i> abierta entre montañas, ya era -más triste la boga. No había otra luz que la que sacaban las palas de -los remos, en gotas fosforescentes, al remover el agua, ni más cielo -que el que se veía por entre los dos bordes de la rendija aquélla. El -chapoteo que de esta faena resultaba, muy á menudo repercutía y se -multiplicaba en las cuencas de los peñascos coronados por una greña -de carrascas y zarzales, cuya espesura hacía la obscuridad mucho más -negra de lo que era. Algunas veces se oía un ligero chasquido no lejos -de la barquía, como el que pro<span class="pagenum" id="Page_486">[p. -486]</span>duciría una pedrezuela arrojada en el agua: era el salto de -un muble de un rebaño de los que volvían á la mar con la vaciante; y -hasta este leve sonido hallaba eco que le repitiera y le propagara. Ni -el Lebrato ni su hijo hablaban en todo aquel trayecto otras palabras -que las puramente precisas: la solemnidad pavorosa de la naturaleza se -impone á los espíritus más valientes y despreocupados; donde quiera que -el hombre se ve gusano por la fuerza del contraste, allí se esconde -ó se arrastra tímido y silencioso, como si realmente lo fuera. Es -muy común la observación, y muy exacta, de que cesan de repente las -conversaciones de todos los viajeros de un tren cuando éste atraviesa -un túnel. Se ve gusano mísero allí. Y es de advertir también, que los -miedos de esta clase son de los que no se vencen con la costumbre de -sentirlos. Pedro Juan y su padre conocían aquel trayecto, que habían -recorrido cien veces, lo mismo á pleno sol que entre tinieblas, como -los caminos de su barrio; y, sin embargo, nunca le pasaban de noche, -hacia la mar, sin verse dominados por aquel sentimiento que no tenían -ellos por medroso, y que en el fondo lo era. Distingo el viaje «<i>hacia -la mar</i>,» porque cuando, de vuelta de ella, recorrían el mismo esófago -negro, sin ser mucho más locuaces se sentían más animosos; lo cual -prueba que si el<span class="pagenum" id="Page_487">[p. 487]</span> -paso es triste é imponente de noche por sí mismo, lo es todavía en más -alto grado como camino de una región mucho más pavorosa y de mayores -riesgos de muerte.</p> - -<p>Volviendo al asunto y dejando á un lado enojosas filosofías, digo -que remando sin cesar los dos hombres y adelantando la barquía entre -espesas tinieblas y fantásticos ruidos, llegaba á percibirse el de la -mar, que, por dormida que esté, siempre sueña lo bastante recio sobre -los duros cabezales de la costa, para que la sientan los más torpes -de oído, durante el silencio y la quietud de la noche. El espacio se -iba también ensanchando, aunque no aclarándose, delante de la pobre -embarcación; comenzaba ésta, que hasta entonces se había deslizado -como por encima de un cristal, á cabecear lentamente; avanzaba otro -buen tramo; se acentuaban más los ruidos de la mar y también los -cabeceos; aparecía por la proa, á la vista de los remeros, la masa de -espesas sombras interrumpida en un espacio que para un ojo inexperto -se abarcaba con los brazos extendidos... y aquel espacio era la barra, -la boca del puerto; se bogaba un poco más; descubríanse la cabeza -y rezaban fervorosamente un <i>credo</i> el Lebrato y su hijo; y como -conocían aquella puerta tenebrosa lo mismo que la puerta de su casa, -la enfilaban diestramente... y ya estaban en la<span class="pagenum" -id="Page_488">[p. 488]</span> mar: una línea negra, negrísima hacia -tierra: la costa; y otra enfrente, pero lejos, muy lejos, un poco más -fina y algo más clara: el horizonte. En derredor de la barquía, un -breve espacio ondulante y con intermitencias fosforescentes.</p> - -<p>En medio de esta obscuridad, había que buscar en las peñas de la -costa ciertas cuevas que deja al descubierto la marea cuando baja; -y no habían de ser las primeras que se descubrieran á la casualidad -acercándose á los peñascos, sino las cuevas tales y cuales; porque el -pescado en cuya busca iban el Lebrato y su hijo á aquellas horas, tiene -sus preferencias de refugio, muy marcadas, y sólo en esos refugios, y -no en otros muy parecidos, hay que buscarle.</p> - -<p>Los pescadores los conocían perfectamente, y los tenían bien -registrados uno por uno en la memoria; y aunque á obscuras, ó casi -casi, sin titubear un instante, iban explorándolos todos, atracando la -barquía hasta la misma boca de la sima, ó, cuando menos, á la peña en -que estuviere. Una vez allí, se hundía en el pozo, que había dejado -lleno la marea, un palo, de la largura necesaria para alcanzar hasta -el fondo con un anzuelo que llevaba á la punta, fijo en un <i>reñal</i> -muy corto; y si había anguilo adentro, es decir, congrio pequeño, iba -al cebo traidor, le mordía y fuera con él. Y para todo esto, mu<span -class="pagenum" id="Page_489">[p. 489]</span>cho silencio y ni chispa -de claridad. Si el estado de la mar no permitía acercar la embarcación -á la costa, se apartaba de ella cosa de una milla, y se probaba fortuna -calando allí un aparejo de cordel, de muchas brazas. Pero siempre á -obscuras. Si no se trababa congrio, se trababa un durdo regular, ó una -mojarra de buen tamaño; y allá salía la cuenta, cuando mordían; porque -si daban en no morder, ni mojarra, ni durdo, ni anguilo, ni nada; y -noche y trabajo perdidos.</p> - -<p>Y esto al comenzar la temporada de otoño, que, si venía noble, -era un verano que daba gusto; pero en la de primavera (la mejor de -las dos para el anguilo, por la abundancia y por la clase), con sus -destemplanzas repentinas, con la crudeza de sus borrascas... ¡ya te -quiero un cuento! ¡Qué noches había pasado el Lebrato en esas rudas -campañas! ¡Qué riesgos había corrido, y de qué apuros le había sacado -la divina Providencia!</p> - -<p>Porque es de saberse que antes de tener un hijo, primero muchacho -animoso y decidido, y después mozo robusto y fuerte, hacía él solo -la tarea de los dos; solo se iba en su barquía, y solo se pasaba en -la mar la mayor parte de la noche, registrando cuevas con el palo, ó -calando el aparejo á larga distancia de la costa; solo iba también de -día á la dorada, al barbo, ó<span class="pagenum" id="Page_490">[p. -490]</span> á la lobina grande; y lo mismo le daba quedarse de la barra -para dentro, si mordía algo de á cuanto, que salir de la barra para -fuera en caso contrario. No tenían cuenta sus zambullidas en la mar, -por <i>desborregarse</i> á obscuras entre las rocas; pasaban de seis sus -embestidas á la barra, á media vela y á la desesperada, por haberle -sorprendido otros tantos temporales afuera; y en ninguno de éstos ni -de otros lances parecidos, llegó á faltarle la serenidad, ni se marcó -en su frente una arruga más de las que de ordinario tenía. Por dentro -le andaría la procesión; pero sutil había de ser de ojo el que se la -descubriera mirándole de arriba á abajo.</p> - -<p>Sólo una vez en su vida, confesado por él, llegó, no á perder la -serenidad, sino á tener miedo y á sentir que le temblaban las carnes, -y no de frío. Fué aquél un lance espantoso, y aconteció tres años -antes de la ocasión en que el lector tuvo el gusto de conocerle. Le -acompañaba Pedro Juan aquella noche terrible; y á la pena que le -daba el considerar el peligro que estaba corriendo su hijo, atribuía -él mucha parte de la angustia que le andaba por adentro. Las cuevas -estaban dando «su buen por qué» en aquella campaña de primavera, y -la tentación de la ganancia segura cegaba demasiado el buen ojo del -Lebrato para distinguir tiempos<span class="pagenum" id="Page_491">[p. -491]</span> de tiempos. Los que entonces reinaban, pecaban más de -crudos que de bonancibles, y lo que era peor, pecaban de <i>locos</i>. Tan -pronto dormían como danzaban. Ello fué que aquella noche habló Pedro -Juan cerca de la barra, para decirle que sería mejor volverse desde -allí, porque no le gustaba el <i>rute</i> de la mar, y la noche era negra -como boca de lobo; pero el Lebrato, echando á broma el asunto con su -jovialidad de carácter, «Jala pa lante—le contestó,—que piores las -hemos corrío.»—Y el barquichuelo salió á la mar, que aunque no rompía -en la costa, tenía «los demonios adentro,» en concepto de Pedro Juan. -En el de su padre, la barquía podía atracarse á las cuevas, sin pizca -de riesgo; y se atracó á la primera. Era la bajamar muy honda, porque -las mareas eran vivas, y la cueva había quedado, aunque no muy alta, -lo suficiente para que no se pudiera maniobrar en el pozo desde la -barquía. Saltaron los dos al peñasco, en una de cuyas grietas atascó -el Josco el rizón del barquichuelo para dejarle amarrado. Se registró -bien la cueva con los palos, y prendieron dos congrios; y como la mina -no daba más, pasaron á la inmediata: cosa de diez ó doce brazas más al -Este, y cuestión de pisar firme y con los pies descalzos en las puntas -salientes de abajo, y de ayudarse, cuando se podía, en las de arriba -con las manos.<span class="pagenum" id="Page_492">[p. 492]</span> El -escabroso camino era curvo además, en sentido horizontal, y la cueva -se hallaba en un esconce del gran peñasco, y, como si dijéramos, á -espaldas de la otra. Bregando allí largo rato, porque la cueva, como -aseguraba Juan Pedro, «lo tenía, pero no quería darlo,» Pedro Juan -notó que el <i>rute</i> de la mar iba creciendo á lo lejos; que la resaca -batía más que antes debajo de sus pies, y pensó, muy cuerdamente, -que cuando tal ocurría en aquel rincón al socaire, peor debía de -andar la cosa hacia la otra cueva, que tenía la cara al vendaval. -Debió de caer el Lebrato en las mismas aprensiones que su hijo, y al -mismo tiempo; porque suspendió de pronto los tanteos que hacía en el -pozo, y dijo á Pedro Juan: «Vámonos pa la barquía, y á escape.» Se -vieron mal, muy mal, para llegar hasta allá, porque rompía ya la mar -en los desquiciados peñascones que les servían de camino; el aire, -cargado de lluvia, arreciaba por instantes; la obscuridad, aunque -pareciera imposible, se había ennegrecido más todavía, y á aquel -sendero le faltaba bastante para ser un camino real. El primero que -llegó fué el Lebrato; pero el anuncio de su llegada á Pedro Juan -fué una exclamación, de tal sonido, que heló la sangre en las venas -del valiente mozo. La mar había hecho astillas ó se había llevado -la barquía, porque allí no quedaba más señal<span class="pagenum" -id="Page_493">[p. 493]</span> de ella que el rizón atascado en la -grieta del peñasco. No podía darse situación más desamparada y pavorosa -que aquélla, para dos hombres, por valientes que fueran, como lo -eran ellos. La marea comenzando á subir; la mar embraveciéndose por -momentos; el viento y la lluvia arreciando; las asperezas de dos rocas -puntiagudas, para apoyar los pies desnudos; el brocal, digámoslo así, -del pozo aquél, ó para mayor exactitud de la comparación, la mandíbula -inferior de aquella boca abierta, para sentarse y economizar algo las -fuerzas y aguantar mejor las salpicaduras de la rompiente y los embates -del viento... y eso, solamente hasta que la mar, que subía, los echara -de allí, ó se los tragara, que era lo más probable, lo casi seguro. -Porque ¿en dónde hallaban otro refugio, si detrás de ellos no había -más que un peñasco altísimo, y aunque no enteramente á plomo ni limpio -de hendiduras y asperezas, bien marcadas en la memoria del Lebrato, se -necesitaban la agilidad y la ligereza del mono y toda la luz y la calma -de un mediodía de julio, para intentar, con un poco de fe en el buen -éxito, una escapada por allí? ¡Cómo intentar ellos ese milagro, entre -tinieblas espesas, azotados por la lluvia y el viento, viejo y débil ya -el uno, y mal conocedor del horrible camino el otro?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_494">[p. 494]</span></p> - -<p>Pues le intentaron, por no tener más remedio.</p> - -<p>—Tú eres hombre de fe, Pedro Juan, hijo mío—comenzó por decirle su -padre, después de meditar un poco sobre la situación en que los dos se -hallaban, con aquella serenidad de espíritu jamás turbada.—Pues porque -lo eres, quiero que te agarres á ella, como yo me agarro á la mía, pa -sacar fuerzas de onde no tenemos las bastantes pa salir de este apuro -por el único camino que hay. Podremos llegar ú no llegar á puerto. -Si me hallara solo, puede que pensara que no; pero la pena que me da -verte tan mozo y tan noble... y por sola la culpa mía en este riesgo -tan grande, me deja muchas esperanzas de que hemos de llegar. De toas -suertes, hay que escoger entre tomar ese camino ó dejarse tragar aquí -por la marea brava, como montón de <i>zaramá</i>... y no es de duda el caso, -á mi modo de ver.</p> - -<p>Explicóle en seguida su proyecto, con cuantas señas pudo darle del -camino; oyóle Pedro Juan, que no chistaba ni se movía, como si fuera -un pedazo más de aquella roca; aprobó la idea con una sacudida del -cuerpo, que quería significar «ya estamos andando;» y volvió á decirle -su padre:</p> - -<p>—Así me gustan los hombres, Pedro Juan: en los apuros gordos, poca -palabra y mucho corazón... Vamos parriba, hijo mío, cuanto<span -class="pagenum" id="Page_495">[p. 495]</span> primero... Yo voy delante -de tí, porque conozco mejor la escalera: onde yo pise y me agarre, pisa -y agárrate tú, si es que lo ves en noche tan oscura. Por si acaso no, -vente bien cercuca de mí... Y oye tamién: pa que el camino te resulte -más entretenío, y hasta más llano, vete rezando de corazón y ajustando -de memoria las cuentas pendientes que puedas tener allá arriba, que -no serán grandes, á mi ver; y por sí ó por no, y por si nos quedamos -á medio camino, pídele á Dios que te eche este trabajo en el platillo -de los méritos; y puede que con ello solo te resulte lo bastante pa -saldar en ganancias al finiquito... Pero, al mesmo tiempo, no dejes de -agarrarte bien á la peña. Así lo pienso yo hacer, y démonos un abrazo -por lo que pueda ocurrir...</p> - -<p>Abrazáronse, y concluyó el animoso Lebrato:</p> - -<p>—Ahora ¡á ello, y que el Señor nos ampare!</p> - -<p>Y empezó aquella ascensión tremenda, inverosímil, en que cada paso -de avance, á tientas, bajo la fría cellisca que á la vez que entumecía -los miembros de los dos infelices, hacía más resbaladizo el peñasco, -les costaba minutos de reflexión y nuevos pasos de retroceso, ó hacia -los lados para tomar nuevo rumbo, mugiendo el abismo á sus pies y no -viendo por<span class="pagenum" id="Page_496">[p. 496]</span> delante -otra cosa que la negrura de la mole que iban escalando y parecía no -tener fin. La gran esperanza del Lebrato estaba en llegar á una ancha -grieta que debía de haber en el último tercio del peñasco, más tendida -que las que iban siguiendo á gatas. Allí se podría tomar un respiro, -y acaso esperar á que amaneciera el nuevo día; pero las fuerzas iban -faltándole, le sangraban las manos y los pies despellejados por los -dientes de la peña, y temía á cada instante desalentar á su hijo con el -ejemplo de sus desfallecimientos. Con las fuerzas de su abnegación de -padre, más que con las de su cuerpo desmayado, avanzó otro poco; pero -con tan mala suerte, que se le resbalaron los pies; y á no encontrar -inmediatamente apoyo en la cabeza de Pedro Juan, que le seguía muy de -cerca, tras de los pies hubiera ido el Lebrato entero y verdadero sin -parar hasta el abismo, que seguía bramando á más y mejor.</p> - -<p>Conoció el Josco de dónde venía el golpe, y dijo al sentirle, -con igual frescura que si hablara en la socarreña de su casa, bien -descansado y á <i>subio</i>:</p> - -<p>—¡Ya podía avisar, coles!</p> - -<p>—¡No te amilanes por eso, hijo del alma!—le gritó el padre.—Fué -que se me desborregaron los pies. Tú tente firme, que á mí, ánimos y -fuerzas me sobran, gracias á Dios.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_497">[p. 497]</span></p> - -<p>—Pos mire—replicó Pedro Juan, agarrado como una lapa y haciendo -equilibrios con las piernas de su padre sobre la cabeza;—por si güelve -á suceder, mejor será una cosa: si usté se compromete á guiar, yo me -comprometo á subile de este modo, y mejor si me pone una pata en cá -hombral.</p> - -<p>—¡Eso es!—dijo el de arriba como espantado de la ocurrencia del de -abajo.—Pa que te despeñes primero, y sólo por sacarme avante á mí.</p> - -<p>—Y no se haría más que lo debido... Pero no hay miedo de ello, -padre. Yo estoy lo mesmo que cuando escomencé á subir, y usté no pesa -más que una pluma. ¡Arriba, padre!</p> - -<p>Y así hubo que hacerlo; y así llegaron los dos, en una pieza, hasta -donde quería llegar el Lebrato por de pronto. Incómodo, terrible era -aquello también; pero aunque mal, se pudo tomar allí un respiro. Según -la cuenta del Lebrato, faltarían sobre cinco ó seis varas para llegar á -los matos de arriba.</p> - -<p>—Eso no es ná—dijo entonces el Josco,—si hay onde jincar las uñas y -afirmar un poco los pies.</p> - -<p>—No falta de ello—respondió su padre.—Pero ¿no sería mejor aguantase -aquí, como pudiéramos, hasta que amanezca Dios? Esto de ver por ónde se -anda...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_498">[p. 498]</span></p> - -<p>—Dios—dijo el Josco,—no puede habernos dejao llegar hasta aquí, por -sólo el gusto de que nos despeñemos de tan alto. Pudo haber acabao con -nusotros mucho antes, y no acabó. Á más á más, yo no sé si, viéndolo -de día, me aguantará la cabeza lo que debe de verse dende aquí hasta -abajo... ¡Arriba, padre!</p> - -<p>Cómo, yo no lo sé ni ellos lo supieron bien jamás; pero ello fué -que subieron: rotos, desollados, empapados en agua y ateridos de frío, -eso sí; pero subieron. Y para que su buena fortuna fuera completa, al -otro día apareció la barquía entre dos aguas y metida por la marea, en -la playa de San Martín. Rota y bien machacada estaba del costado de -estribor; pero todo ello fué cuestión de cuatro tablucas más sobre los -muchos remiendos que ya tenía; y á la mar otra vez con sus dueños, como -si nada hubiera pasado aquella noche.</p> - -<p>Así, y por el estilo, se ganaba ordinariamente la puchera el bueno -de Juan Pedro, el Lebrato; y tan alegre y campante como si no hubiere -vidas más regalonas en el mundo.</p> - -<p>Por eso dije, y repito ahora, que la campaña que emprendió en -septiembre con los fines que conocemos, fué toda ella coser y cantar; -y tan placentera llegó á ser en la parte dedicada á la pesca de día, -por lo bonancible del tiempo y lo socorrido del trabajo, que Juan Pedro -se<span class="pagenum" id="Page_499">[p. 499]</span> lo advirtió -al señor cura, sabiendo lo mucho que á este santo varón le gustaban -aquellos recreos de vez en cuando. Y don Alejo, que no deseaba otra -cosa, echó cuatro ó cinco canas á la mar, que le rejuvenecieron otros -tantos años.</p> - -<p>Se divertían mucho con él el Lebrato y Pedro Juan; porque, tras -de ser sumamente entendido en el oficio, y de haber hecho grandes -valentías ejerciéndole por entretenimiento en su mocedad, era hombre de -buenas ocurrencias, y sabía enjaretarles los consejos y los «pedriques» -de tal modo, y tan á la llana y entendibles, que «se les metían ellos -solos hasta adentro.»</p> - -<p>¡Bueno se le echó á Pedro Juan, entre calada y calada á las -porredanas y al durdo, á media milla de la costa, la antevíspera de -leerle la última proclama de su casamiento! ¡Y bien que le supo al -mocetón, no sólo por el valor del «pedrique en sí,» sino por las -alabanzas á Pilara en que se le dieron envuelto!</p> - -<p>Al desembarcar aquel día junto al corral mismo del Lebrato, porque -la marea lo consintió, despidióse don Alejo en estos términos:</p> - -<p>—Si el tiempo lo permite, todavía he de echar otra canita á la mar -en la primera salida que hagáis después que Pedro Juan se case.</p> - -<p>Y luégo, volviéndose hacia su padre, añadió:</p> - -<p>—Te digo que no puedo echar de la memo<span class="pagenum" -id="Page_500">[p. 500]</span>ria lo que me has contado de aquel viaje -del Berrugo. Pero ¿qué demonio iría buscando ese hombre por allí? ¿Será -capaz de haber tomado en serio lo de?... ¡Ave María Purísima!</p> - -<p>Á todo esto, el Josco tenía ya su vestido de arriba abajo, sus -borceguíes con clavillos, su sombrero hongo y sus dos camisas de -repuesto: todo ello nuevo, flamante; y además tenía la promesa de su -cuñado, de prestarle la capa para la ceremonia. Se había invertido -un celemín de cal viva en blanquear lo que debía blanquearse de la -casa, y el Lebrato tenía ya preparados el mortero y las baldosas para -sentarlas en el llar de la cocina y dejarle como nuevo. Y con esto, -y con estar apalabrado para padrino el médico don Elías, invitado á -ello por el Lebrato, que quería dar digna pareja á la madrina escogida -por la novia; y por haber ésta mandado ya abajo la cama con sus ropas -correspondientes, y la caldera y las sillas; y estando corridas las -tres proclamas... y en fin, todo listo y corriente, pusiéronse de -acuerdo con el cura los de arriba y los de abajo; y un sábado, el -último sábado de septiembre, con un sol esplendoroso en las alturas -y mucho rocío en el suelo; las panojas curándose en las mieses; el -pelo de la <i>toñá</i> apuntando en las praderas; los graneros muy vacíos y -los pajares abarrotados; las vacas para llegar del puerto y las<span -class="pagenum" id="Page_501">[p. 501]</span> gentes muy desocupadas; -Inés triste todavía; el de Nubloso en enigma; el Berrugo muy inquieto; -Marcones desesperado en Lumiacos; la Galusa hecha una serpiente; don -Elías conmovido y vidrioso con el gran suceso de su padrinazgo y la -boda subsiguiente; don Alejo cavilando todavía en el caso del Berrugo, -y no poco en su conversación con Inés, unos días antes, en el portal de -la iglesia; Quilino carcomiéndose vivo, y el mundo entero, impasible -y descuidado, dando volteretas por los aires; un sábado, repito, de -esta traza, y el último de septiembre, casáronse Pedro Juan y Pilarona, -sin que en la ceremonia ocurriera cosa que el lector no presuma, con -excepción de una sola; y fué que al preguntar don Alejo al novio si -quería por esposa á Pilara, respondió mirándole con gran extrañeza:</p> - -<p>—¡Pos no he de quererla, coles? Eso bien lo sabe ella. Y usté -tamién.</p> - -<p>La boda se celebró en casa de Pilara; y allá asistió todo el cortejo -de la iglesia, menos Inés, que se excusó por no sentirse bien de salud, -y creo que era cierta la excusa.</p> - -<p>Don Elías fué, durante el festín, un cepillo de nervios -electrizados. Repitió la historia de sus quebrantos de fortuna; -sostuvo la realidad de las apariciones y la existencia corporal de las -brujas; y ya iba á referir el lance de la linter<span class="pagenum" -id="Page_502">[p. 502]</span>na, cuando entró don Alejo, que había -prometido darse por allí una vuelta á última hora, y esto le contuvo. -Pero, en cambio, habló el cura con él, cuando se marcharon los dos -solos, del viaje del Berrugo á la mar, con sus investigaciones acerca -de la cueva del Pirata; y no sé quién se quedó más asombrado, si don -Elías cuando oyó esto, enlazándolo en seguida, por detalles y por -fecha, con lo ocurrido en su visita á don Baltasar, ó don Alejo cuando -el médico, espeluznado, le contó lo que en ella había pasado entre los -dos.</p> - -<p>—¡Locos, locos de atar entrambos!—exclamaba para sí don Alejo en -cuanto se separó de don Elías.</p> - -<p>Y casi al mismo tiempo iba pensando éste:</p> - -<p>—No hay duda: el indecente ese cogió la pista que yo le dí, y anda -detrás del tesoro. ¡Tendría que ver que yo se le pusiera en la mano!</p> - -<p>De estos pensamientos le apartó Quilino, que se cruzaba con él en la -calleja. Dejó en seguida el médico lo uno por lo otro, como lo tenía -de costumbre; y parándose con él, le dijo con apariencias de broma, -pero yo creo que con toda seriedad, aludiendo al casamiento de Pilara, -después de darle la noticia de que él había sido padrino:</p> - -<p>—Un cuidado menos para tí, hombre.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_503">[p. 503]</span></p> - -<p>—¡Un cuidao pa mí eso?—respondió Quilino despreciativamente;—¿cuándo -lo fué ello, recongrio?</p> - -<p>—Pues bien te consumías y despatarrabas por ella poco hace,—replicó -don Elías.</p> - -<p>—¿Por ella yo, congrio; por ella!—insistió Quilino con la risa del -conejo.—Era tó ello pura pamema, señor don Elías: pura pamema. ¿Pa qué -quería yo ese telarón, recongrio?... Sólo que yo tenía con el Josco -ciertos piques, y le tomaba por ese lao... Por eso me alegro de lo que -acaba de ocorrir esta mañana... ¡me alegro, congrio!; porque acabá de -una vez la desculpa que yo tenía pa lo otro, sacabó lo demás... Créame -usté, don Elías; ¡créame usté, recongrio! ¡ese hombre y yo, tal y como -estaban las cosas antes, no cogíamos vivos en el mundo! ¡no cogíamos, -recongrio!</p> - -<p>Y se fué sin decir más, y en el momento en que don Elías iba á -preguntarle por el estado de sus relaciones con el Pinto de Los -Castrucos, después de la castaña del día de San Roque por la tarde.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_florido.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_27"> - <p><span class="pagenum" id="Page_505">[p. 505]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_sonrisa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XXVII</h2> - <p class="subh2">LUZ Y TINIEBLAS</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-l.jpg" alt="L" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Lo</span> que tenía que -suceder, sucedió. Tomás Quicanes llegó un día, el cuarto después de la -boda de Pilara, á la casona de Robleces. Aquella visita era la segunda -que hacía á Inés desde que ésta había hablado con don Alejo en el -portal de la iglesia: salía la pobre enamorada á visita por semana. -¡Bien se las iba escatimando el muy desagradecido! Desagradecido -precisamente, no; porque si en lo del misterio seguía tan reservado -como la primera vez, en lo demás bien dulce, bien expresivo y bien -amoroso se mostraba con ella; pero por aquellas inquietudes, por aquel -disgusto continuo tan mal disimulado, por aquellas extrañas comezones, -y últimamente por aquellas largas ausencias, testimonios visibles de -una conciencia intranquila y recelosa, que no eran cosa buena, algún -nombre malo merecía.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_506">[p. 506]</span></p> - -<p>De esta traza fueron los pensamientos de Inés, cuando aquel día vió -entrar en la corralada al hombre que tan buenos y tan malos ratos la -hacía pasar. Le pareció más desmejorado que la última vez que le había -visto; pero, en cambio, notó que venía con aire más resuelto.</p> - -<p>Por si esto era señal de traer algo nuevo que decirla, le esperó en -la solana. Y á la solana se encaminó él derechamente, como si fuera -cosa convenida entre los dos.</p> - -<p>Realmente estaba algo desencajado de semblante, parecía muy animoso -y decidido; mas no para cosa buena, porque su mirar, aunque valiente, -era triste; y en su voz, de ordinario tan sonora y agradable, había -notas ásperas y desacordes.</p> - -<p>Sentáronse los dos, y él habló poco, lo menos que pudo, de cosas sin -importancia para ninguno de ellos. En seguida dijo á Inés, abordando, -como de un salto á ojos cerrados, la conversación que iba dispuesto á -entablar con ella:</p> - -<p>—No necesito preguntarte, porque demasiado á la vista está, lo -que te dará que pensar y que sufrir la extraña conducta que observo -contigo, desde que en este mismo sitio que ocupamos ahora, al confiarte -los sentimientos que, como por encanto, me habías infundido, me -descubriste el fondo de tu alma candorosa y noble, donde me ví ocupando -un lugar que yo<span class="pagenum" id="Page_507">[p. 507]</span> no -merecía. Sobre esto quiero y necesito hablarte, y á eso vengo hoy.</p> - -<p>Sintió Inés un hormigueo, frío y cosquilloso al mismo tiempo, que -de pronto la invadió de pies á cabeza. Aquello que se la decía era -lo mismo que coger la punta del velo para levantarle en seguida y -descubrir el misterio mortificador. El temor á la verdad, tras de -aquellos preliminares tan sospechosos, comenzaba á espantarla.</p> - -<p>Conocióselo el indiano, que no apartaba sus ojos de los de ella; -y por martirizarla menos con preparativos ociosos y con atenuaciones -inútiles, de otro salto, más á ciegas aún que el anterior, se coló -dentro del asunto.</p> - -<p>—Escúchame, Inés—la dijo;—y después que me hayas oído, escúpeme, -apedréame, arrójame de tu casa, maldíceme... Todo menos esta violencia -bochornosa en que vivo, y las angustias que te hago pasar á tí... He -estado engañándote inicuamente.</p> - -<p>—¡Virgen María!—exclamó al oirlo la candorosa Inés, pálida como la -cera, sin voz apenas y temblando como una hoja.</p> - -<p>—Te juro—continuó el otro, resuelto á todo ya,—que si hubiera robado -ó matado, me costaría menos violencia, en este mismo caso, confesarte -esos crímenes, que decirte lo que soy en verdad y lo que he hecho.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_508">[p. 508]</span></p> - -<p>Inés, en un impulso instintivo de repugnancia, apartó su silla -un buen trecho de la que ocupaba el indiano, y al mismo tiempo le -preguntó, mirándole con el asombro y el miedo pintados en sus ojos:</p> - -<p>—Pero ¿quién eres entonces?... ¿De dónde has venido?</p> - -<p>—Es cierto—la respondió el interpelado, sin quejarse de aquellas -manifestaciones de Inés,—que soy Tomás Quicanes, el pobre muchacho de -Nubloso embarcado de limosna para América, por su tío el Mayorazgo de -Robleces, con el cual viví mucho tiempo en esta misma casa; cierto lo -que os conté de mis afanes de veinte años para adquirir dos caudales, -el uno de dinero y el otro de instrucción y de cultura; cierto lo de -mis viajes, unas veces por la pasión de viajar, y otras por parecerme -que la conveniencia de mis negocios me lo pedía; cierto, certísimo, -Inés, que lo mismo en la quietud de mi casa que viajando, no se -apartaba de mi memoria el dulce recuerdo de la patria querida, con sus -campos fragantes y sus montañas altivas, sus risueñas aldeas y sus -huertucos floridos; ciertas las impresiones conmovedoras que os dije -haber sentido al despertárseme los recuerdos de mi niñez en la iglesia -de Robleces y bajo los techos de esta casa; ciertas también las ansias -que te pinté, de mi<span class="pagenum" id="Page_509">[p. 509]</span> -corazón, libre hasta entonces, como el aire y la luz que nos envuelven -ahora, por llenar en esta suspirada tierra el vacío que no llenó en -otras muy lejanas; y cierto, en fin, el juramento que te hice aquí -mismo, y ahora quiero repetirte, poniendo otra vez por testigo á Dios, -de haber llenado tú sola ese vacío... Todo esto es cierto, Inés.</p> - -<p>—Pues si todo eso es cierto—exclamó Inés, que escuchaba anhelante y -parecía ir reviviendo á medida que el otro hablaba,—¿cuál es el pecado -por que mereces que yo te apedree?</p> - -<p>—Pero yo vine á este pueblo...—añadió Tomás Quicanes, pidiendo -á Inés con un ademán y una mirada suplicante, que le permitiera -continuar;—yo vine á este pueblo y me presenté en esta casa haciendo -una ostentación ridícula... infame, de una riqueza que no tenía, que no -tengo... Y en esto engañé al pueblo entero, lo que es una bambollada -jandalesca é imperdonable; á tu padre, y esto ya es una maldad; y á tí, -sobre todo, Inés; á tí, que si eres incapaz de haberme querido pensando -en los caudales con que me suponías, en cambio es imposible que puedas -mirar con buenos ojos al hombre que se mete en el pueblo y en tu casa -por la puerta de un embuste semejante.</p> - -<p>Se engañaba grandemente el indiano <i>engañador</i> en el supuesto; -porque Inés, apenas<span class="pagenum" id="Page_510">[p. 510]</span> -cesó él de hablar, arrastrando un poco la silla hacia la otra, y -revelando en lo animoso de su mirada el peso que se le iba quitando del -corazón, le dijo:</p> - -<p>—¡Y ese es el pecado por que merecías ser escupido y apedreado por -mí?</p> - -<p>—Déjame llegar más adelante con la cruz—respondió el otro sonriendo -muy forzadamente.—Si sólo se tratara aquí de un juego más ó menos -lícito y corriente, con decirte eso solo, ó con no decirte palabra y -no volver á poner los pies en esta casa, hubiera yo salido del apuro; -pero yo tengo puesto en este lance algo más que el empeño vanidoso, -ya logrado, de llegar á oir de una boca como la tuya que soy amado -de mujer que tanto vale; y no pudiendo callar, ni huir, ni continuar -adelante en esta actitud insostenible, al confesarte el delito necesito -exponerte también sus circunstancias, para que no caigas en la sospecha -de que trato de engañarte con otra farsa mayor y más abominable.</p> - -<p>Se nubló un poquito con esto la naciente alegría de Inés, pero no -decayeron sus buenos ánimos. El otro continuó de esta manera:</p> - -<p>—Me ví en América, á la edad que tengo, es decir, en el descenso -ya de la juventud, desalentado para los negocios y sin esperanzas de -hacerme rico por aquel camino. Con haber ga<span class="pagenum" -id="Page_511">[p. 511]</span>nado mucho y bien honradamente, y sin -un solo vicio dispendioso de que tenga que arrepentirme, cuando más -aborrecibles se me hicieron aquel trabajo y aquel clima y aquellas -costumbres, y con mayores fuerzas me tiraba la pasión de la patria -nativa, me hallé con un puñado de oro por todo caudal ahorrado: lo -preciso para vivir aquí cuatro ó seis años de caballero pudiente, -después de hacer una excursión de despedida por determinados países -de Europa. No sé si pasó por mi imaginación la posibilidad, bien -acariciada y entrevista, de un casamiento ventajoso por acá, ó si -fué sólo una idea volandera que cayó en el platillo de los cálculos -risueños que yo me hacía, como contrapeso para inclinar la balanza -del lado de mis preferencias. El hecho es que liquidé mis negocios; -que tomé el puñado de oro de mis únicas ganancias positivas; que -vine á España con los rodeos proyectados allá, y que llegué á -Nubloso en la ocasión que os referí. Apenas hube llegado, oí hablar -de los caudales de tu padre, de ciertas <i>cosas</i> suyas, y de tus -hermosas prendas personales... Y aquí entra lo negro y lo hediondo -del asunto: oyendo estos relatos, tentóme el demonio; un demonio -especial que debe de haber, tentador de la canalla y de los hombres -que se hallan muy propensos á encanallarse; tentóme, digo, un demonio -así; y<span class="pagenum" id="Page_512">[p. 512]</span> pensada -y deliberadamente, á ciencia y conciencia de lo que hacía, me vestí -de indiano de pacotilla, rico y estrepitoso; me llené de batista -almidonada, de colgajos y relumbrones, de paños finos y relucientes, y -de perfumes de mucho alcance; y eligiendo, premeditadamente también, el -día del santo patrono de este pueblo y el presbiterio de la iglesia, -para que siendo el concurso más abundante resultara la exhibición más -señalada, vine y plantéme donde me viste, en la persuasión bien fundada -de que, entre estas gentes sencillas, cuanto mayor fuera mi estruendo, -mayor sería su admiración... y la tuya por consiguiente. Y perdóname -el agravio que entonces te inferí con el supuesto, por no tener cabal -idea de lo que eres. Que no faltarías á la misa en fiesta tan solemne, -no podía dudarlo yo, ni tampoco que me sería fácil hallarte con los -ojos entre un concurso de toscos labradores, para ayudar con la mirada -á la obra que yo me prometía de mi equipaje ostentoso. De manera, -Inés, que persiguiendo estos fines innobles, me planté aquel día en -el altar mayor, y sacaba el reló tan á menudo, y me movía de manera -que brillaran en todo su esplendor las tapas y la cadena de oro, y -las piedras de mis anillos y botones, y te miraba á cada instante -después que te descubrí entre la muchedumbre; farsa fué igualmente mi -inme<span class="pagenum" id="Page_513">[p. 513]</span>diata visita á -vosotros, en la que, de propio intento también, estuve estrepitosamente -locuaz y charramente cortés: farsa, y farsa innoble y grosera, la del -pretexto que alegué de la compra de la casa, para tener por mucho -tiempo abiertas las puertas de ella; farsa ciertas exageraciones de -efecto en la relación que hice en la mesa, de mis viajes; farsa, y -farsa no ya grosera, sino infame, las insinuaciones pérfidas sobre -capitales míos depositados en los más famosos bancos del mundo; y farsa -sostenida ya á aquellas horas, no sólo por el propósito concebido en -Nubloso, sino por el estímulo de tu belleza, que me estaba llamando -grandemente la atención.</p> - -<p>Hablando contigo en la romería por la tarde, este interés fué -creciendo extraordinariamente; y cuando tratamos del caso del huertuco -pobre y la rosa colorada, y, sobre todo, cuando vine á continuarle -aquí, ya no podía decidir yo si me empujaba el empeño de triunfar en la -innoble empresa acometida, ó la curiosidad desinteresada de ver lo que -se descubría escarbando en tus pensamientos. Pero aún no me remordía la -conciencia; aún me tenía cegado el demonio para que no viera lo bajo -y lo abominable del empeño en que estaba metido. Esto me lo reservaba -Dios para que lo sintiera de un golpe súbito y tremendo, en el instante -en que, des<span class="pagenum" id="Page_514">[p. 514]</span>pués -de aclararte yo aquí, en este mismo sitio, á tu lado, contemplándote -y sintiéndote y observándote á mi gusto, sensación por sensación y -latido por latido, lo que te faltaba conocer del cuento comenzado en -la romería, ví tu alma, cándida y pura como los ampos de la nieve. Ese -fué el espejo, Inés, que Dios me puso delante de los ojos para que se -reflejara en él cuanto había de miserable en mi proceder de canalla. Y -tanto me avergonzó el espectáculo, que, te lo juro, en aquel instante -deseaba haberme equivocado en lo que había leído en el elocuente -silencio con que me respondiste. Me hubiera dolido el desengaño; pero -era mucho más doloroso lo que temía y ha sucedido ya: que á medida -que fuera conociéndote, había de ir avivándose mi llama y cerrándose -la salida del conflicto en que me veo. Vil y atormentado callando, -aunque posible me fuera callar, y despreciable á tus ojos refiriéndote -abochornado lo que me acabas de oir... Porque, por más vueltas que á -mi pecado se dé, no hay modo de tapar lo que tiene de canallesco, de -ridículo, de chocarrero y de mal gusto... En fin, que me parece menos -aborrecible que yo, el hombre que da á otro una puñalada para robarle -una onza. Aquí, cuando menos, hay el mérito de arriesgar la vida.</p> - -<p>Otra equivocación de juicio de Tomás Qui<span class="pagenum" -id="Page_515">[p. 515]</span>canes: Inés, en lugar de apedrearle y de -escupirle después de escucharle el relato, se rió de él con las mejores -ganas.</p> - -<p>—¡Y por esa bobería—exclamó al mismo tiempo, llena su hermosa faz de -regocijo,—me has hecho pasar lo que yo he estado pasando!</p> - -<p>—¡Bobería?—repitió el otro, asombrado.</p> - -<p>—Bobería, sí—insistió Inés.—¿Qué quieres! Cada uno tiene su modo de -ver las cosas: yo veo esas tuyas así.</p> - -<p>—No es posible, Inés—replicó el otro, no muy satisfecho con aquellas -anchuras de manga en puntos tan delicados, á su entender.—No es posible -que con tu buen entendimiento desconozcas...</p> - -<p>—Yo no sé—le interrumpió Inés muy decidida,—si mi entendimiento es -bueno ó es malo: lo que sé es que, arreglando acá dentro, á mi modo, -todas esas cosas que me has contado, no solamente te las perdono, sino -que hasta me alegro de que hayan sucedido.</p> - -<p>—¡De que hayan sucedido?</p> - -<p>—Sí. ¿Pues no es el apuro en que te has visto la mejor señal del -chasco que te llevaste en la burla que querías hacer de mí? ¿No fué -chasco el parecerte, cuando menos lo esperabas, que valía yo, por mí -sola, mucho más que el dinero que tenía? ¿No te remordió entonces la -conciencia por haber querido en<span class="pagenum" id="Page_516">[p. -516]</span>gañarme? Pues ¿qué más puedo pedir yo para probar la buena -ley de ese cariño que me tienes, ni cómo, después de haberte escuchado, -puedo dejar de quererte... mucho más de lo que te quería?</p> - -<p>Quicanes recibía aquellas generosas declaraciones, como suave rocío -que le refrigeraba la vida; pero esos refrigerantes tan gustosos, no -alcanzaban con su benéfico influjo á la seca é inaccesible región de -sus pensamientos, donde mandaba la lógica inexorable, con una altivez -de gran señora. Se empeñó en demostrar á Inés, con nuevas razones, el -sólido fundamento que tenían sus escrúpulos, ya incurables.</p> - -<p>—Si á escrúpulos fuéramos—llegó á decirle Inés de muy buen -humor,—empezaría yo por pintarte los míos, y no acabaríamos nunca.</p> - -<p>—¡Escrúpulos tú!</p> - -<p>—Y allá va uno de muestra, y de la misma casta que otro tuyo—repuso -Inés con gran donaire.—Me has creído rica, y tampoco lo soy. Á cada -instante me lo está diciendo mi padre, que debe saberlo bien.</p> - -<p>—¡Ojalá fuera verdad eso, Inés!—exclamó arrebatado el de -Nubloso.—Con lo que tengo, que es poco para vivir de caballero, -habría lo suficiente para adquirir aquí la hacienda de un labrador -acomodado... Esto lo resolvería todo,<span class="pagenum" -id="Page_517">[p. 517]</span> y me abriría una brecha en el encierro -sin salida que...</p> - -<p>Y no dijo más; porque le cortó la palabra, y hasta la respiración, -un tremendo golpetazo en el suelo, que hizo salir nubes de polvo por -las rendijas de las tablas.</p> - -<p>Le había dado don Baltasar, que se apareció en la solana de repente, -con el cabo de un rastrillón que llevaba en la mano derecha. Mientras -con la izquierda hacía una señal de llamada á Tomás Quicanes, le -dijo:</p> - -<p>—Una palabra, caballerito.</p> - -<p>Levantóse Quicanes al punto, y se acercó á don Baltasar que le -introdujo en la sala. Inés, helada de susto y latiéndole el corazón -aceleradamente, también se levantó, pero sin saber para qué.</p> - -<p>—He resuelto—dijo el Berrugo arrimándose mucho á Quicanes, pero de -costado y sin mirarle á la cara,—no venderle á usted la casa; entre -otras razones, por no ponerle en el negro apuro de no podérmela pagar. -Y como este asunto era el único que había pendiente entre los dos, y -aquí no puede haber otros asuntos que los míos, nada tiene usted ya -que hacer aquí desde este instante y por todos los días de su vida... -¿Queda usted enterado?</p> - -<p>El pobre Tomás Quicanes se ahogaba bajo el peso de aquel cinismo con -que se le despe<span class="pagenum" id="Page_518">[p. 518]</span>día, -y sin atreverse á responder una palabra; porque, en el fondo, aquel -hombre grosero tenía mucha razón para tratarle como le trataba. -Intentó, no obstante, alegar algunas excusas.</p> - -<p>—Aquí no hay disculpas ni reflexiones que valgan—le interrumpió -el Berrugo dando un rastrillazo en el suelo.—Á todo tirar, una sola: -el comprobante, bien claro, de que tiene usted todos esos caudalazos -que aparenta. ¿Le tiene usted?... Esa agachada de cabeza es la mejor -confirmación de lo que yo me sabía... Pues lo dicho, y á la calle; y -agradézcame que me conforme con esto poco y no le diga todo lo que -siento, por considerar que no ha sido la culpa de usted solo.</p> - -<p>Y hablando y empujándole y sin querer oirle una palabra, le llevó -hasta la escalera, desde donde volvió á la sala á todo andar. Inés, que -lo había oído todo, se hallaba, temblando y descolorida, á la puerta -del balcón.</p> - -<p>—Óyeme tú ahora, gatuca mansa—la dijo su padre llevándola de un -brazo hasta el medio de la sala:—¿sabías tú que ese granuja no tiene -sobre qué caerse muerto?</p> - -<p>—Cuando usted entró en el balcón—respondió tiritando Inés,—estábamos -hablando de eso.</p> - -<p>—¿De que no tenía un cuarto?</p> - -<p>—De los pocos que tiene, y de los bochornos que ha pasado por querer -aparentar otra cosa.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_519">[p. 519]</span></p> - -<p>—¡Y tenía desvergüenza para irte á tí con esas coplas? ¡Ah, tunante! -¿De modo que tú le llenarías los oídos de insolencias?</p> - -<p>—No, señor,—respondió Inés bajando la cabeza, pero con acento -firme.</p> - -<p>—Y puede que hayas sido capaz hasta de perdonarle la gracia... si es -que no se la has ponderado también.</p> - -<p>—Sí, señor,—volvió á responder Inés, con igual firmeza y la misma -actitud que antes.</p> - -<p>—¡Alma de los demonios!—exclamó entonces su padre, punzándola con su -mirada de saeta.—Pero ¿qué sangre es la tuya? ¿Á quién sales? ¡Digo!... -á los blandengues de San Martín de la Barra... ¡Mal rayo para la casta -esa!... Pues vas á ver ahora quién te perdona á tí, corazón de palomita -blanca... Porque yo soy ya perro viejo, y con los ojos cerrados sé por -dónde va el aire de ciertos fregados de mala jeta, entre lobos corridos -y corderillas sin hiel...</p> - -<p>Se acercó á la puerta del carrejo, y llamó desde allí á Romana. -Y vino la Galusa, que, por lo pronto que llegó, debía de estar bien -cerca. ¡Y qué resplandeciente de iras satisfechas traía la cara de -merluza podrida! En cuanto su amo la vió entrar, la dijo:</p> - -<p>—Ese pillete de Nubloso, á quien acabo de plantar en la calleja, -se ha dejado aquí algo que puede ser cebo que le tiente á volver... -so<span class="pagenum" id="Page_520">[p. 520]</span>bre todo, si -hay quien se le meta á menudo por los ojos. De tu cuenta corre, desde -ahora mismo, que eso no suceda; y para que no te excuses, en una falta, -con no tener atribuciones bastantes, da por recibidas todas las que -necesites... Y no hay que hablar más, porque de antiguo nos conocemos. -Y ahora, escucha tú—añadió dirigiéndose á su hija:—hazte la cuenta, y -no te equivocarás, de que estás encarcelada, y que ésta—señalando á la -Galusa,—ha de ser tu carcelera... ¡Ni á misa los domingos! ¡Ni á que te -dé siquiera el aire de la solana!</p> - -<p>La infeliz creyó morirse de espanto y de indignación; y á tal punto -llegó ésta, que la dió fuerzas y valor bastantes para responder á su -padre:</p> - -<p>—Pues si esa mujer ha de ser mi carcelera, busque usted otra que me -guarde de su sobrino... y de ella misma, que le ayuda.</p> - -<p>—¡Falso, embusterona!—chilló iracunda la criada.</p> - -<p>El Berrugo pareció sorprenderse con la advertencia de su hija; pero -en seguida se encogió de hombros y respondió cínica y fríamente:</p> - -<p>—¡Bah! De las uñas de esos dos enemigos, ya te guardará el -aborrecimiento que los tienes.</p> - -<p>Y se largó de allí chasqueando los dedos de la mano izquierda y -arrastrando el cabo del rastrillo con la derecha. La Galusa, después -de<span class="pagenum" id="Page_521">[p. 521]</span> echar á Inés una -mirada que era un látigo empapado en vinagre, se largó también.</p> - -<p>La desdichada Inés fué la única que se quedó allí: fría, espantada, -sin alientos para moverse, ni lágrimas en sus ojos para desahogar las -angustias que no la cabían en el pecho.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_cara_bichos.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_28"> - <p><span class="pagenum" id="Page_523">[p. 523]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_copa.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XXVIII</h2> - <p class="subh2">EN EL FONDO DEL ABISMO</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-o.jpg" alt="O" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Ocurrió</span> del modo -siguiente: llegó á Lumiacos un indiano de aquel pueblo. Era joven -todavía, no muy hablador, y poco apegado á la tierra, porque la -tachaba de miserable. Á los ocho días de haber venido, ya estaba -deseando marcharse. Quejábase de que le saqueaban vivo aquellas gentes -«hambronas,» empezando por las de su casa. Fuera de este achaque, no -parecía mala persona. Hablando de estas cosas una vez con Marcones, que -era el único ocioso del lugar, le preguntó el seminarista si conocía -«por casualidad» á Tomás Quicanes el de Nubloso. Á lo que respondió en -seguida el de Lumiacos:</p> - -<p>—¡Pues no he de conocerle, camará?... Y remuchísimo que le -conozco.</p> - -<p>—¡Hola, hola!—exclamó al oirlo Marcones,<span class="pagenum" -id="Page_524">[p. 524]</span> ávido de noticias del hombre á quien más -detestaba en el mundo.—Y ¿qué tal, qué tal sujeto es?</p> - -<p>—De primera—respondió el otro.—Es mozo que sabe de todo; que habla -como un libro, y además, tres lenguas; que plumea como nadie; que en -Cuba se codeaba con lo más curro y más letrado... y que ha visto mucho -mundo. Es sujeto de cuenta, créame, camará. Y todo se lo debe á sí -propio. No le conozco más que un pero.</p> - -<p>—¿Cuál es, cuál es?—saltó Marcones como si quisiera quitar al -preopinante aquel pero de la boca para saborearle pronto.</p> - -<p>—Pues, camará—respondió el indiano,—el pero de que no tiene un -cuarto, que no es chico pero.</p> - -<p>—¡Qué me cuenta usted?—exclamó Marcones, no sabiendo contener -su alegría.—¡Conque sin un cuarto!... Á esquina, que decimos acá; -<i>paupérrimus</i>, que diríamos en la gran lengua madre. Pues, hombre, bien -se pavonea por ahí, cargado de perendengues, y bien de millonadas echa -por la boca cuando llega el caso.</p> - -<p>—Tiene buenos equipajes; no es tan pobre como para morirse de hambre -en cuatro días, y puede que alguna vez le haya dado por esas bromas, -aunque nunca oí que por ahí le diera.</p> - -<p>Y no pasó más. Con ello en el buche, picó<span class="pagenum" -id="Page_525">[p. 525]</span> Marcones para Robleces; entró en la -casona por la portalada del corralón de atrás, cerca de la que -arrancaba una escalera que iba á descargar enfrente de la cocina; -atisbó desde la puerta, oyó á su tía, tosió de cierto modo, oyóle ella, -salió, entendióle que no quería ser visto, bajaron los dos la escalera, -salieron del corralón; y arrimaditos á la portalada, ella hecha toda -oídos y moquita, y él todo mugre y veneno, dijo el sobrinazo gandul á -la bribona de su tía:</p> - -<p>—Ha llegado á Lumiacos un indiano que conoce mucho al de Nubloso; y -resulta de sus informes, que el caballero relumbrante del altar mayor -es un tuno como una loma, sin un cuarto y muy desacreditado en Cuba... -¡Si me lo daba á mí el corazón el otro día! Conque ya lo sabe usted; y -ahora, en seguida, el golpe bien aplomado y donde deba darse. Después, -ya me dirá lo que vaya resultando, porque yo me vuelvo sin parar por -donde he venido.</p> - -<p>Y no pasó más que esto entre el sobrino y la tía. Subió ésta á -escape la escalera, sabiendo que estaba en casa en aquel momento «el -fachendoso,» porque le había sentido entrar media hora antes de que -llegara su sobrino; husmeó el aire como perra golosa, averiguó dónde -trajinaba su amo, corrió allá, apartóse con él á un lado, y le embutió -en los oídos las noticias<span class="pagenum" id="Page_526">[p. -526]</span> recibidas de Marcones, con toda esta fidelidad:</p> - -<p>—Acabo de saber por boca que nunca miente y lo tomó de otra que -tal, que el caballerazo ese que tanto se despepita por Inés y le -hace á usté la rosca en toas partes, es un pillo de primera; que no -tiene un ochavo, ni crédito ni vergüenza; que ha estado en la cárcel -por tramposo, y viene ajuyendo de allá, por temor de que le manden -á presidio. Tiene á Inés por rica, y eso anda buscando él con el -deslumbre de unos ropajes que debe al que se los vendió.</p> - -<p>—¿Quién ha dicho eso?—la preguntó el Berrugo en seguida, pero sin -mirarla á la cara, por no vérsela.</p> - -<p>—Otro indiano más honrao que él, que acaba de llegar de la otra -banda, y le conoce mucho. Yo ni entro ni salgo en cosas que no son -mías; pero tengo ley al pan que como; soy mujer de concencia, y, por lo -que valga, ahí le queda á usté eso que le he dicho.</p> - -<p>Y se fué, sorbiendo la moquita y arrastrando las chancletas.</p> - -<p>Al Berrugo le sobraba todo lo de la cárcel y lo del presidio. Con -saber que no tenía un cuarto y era muy listo y algo despilfarrado el -caballerete del altar mayor, le bastaba. Este era su gran delito. -Hasta qué punto serían ciertas las noticias de ello, lo averiguaría él -del mismo interesado, porque sabría ponerle en<span class="pagenum" -id="Page_527">[p. 527]</span> ocasión bien apretada. Con noticias y -sin noticias, estaba ya resuelto á echarle el «alto» de un momento á -otro.</p> - -<p>Conque dejó lo que estaba haciendo, que era poco más de nada, y se -fué en derechura á la solana, donde sabía él que estaban «de palique» -los dos, y ocurrió lo que el lector ha visto al final del capítulo -antecedente.</p> - -<p>Ni en aquel día ni en aquella noche consiguió Inés darse cuenta -bien arreglada de lo que la estaba pasando. Eran sus pensamientos como -un oleaje de mar brava que hubiera invadido de repente su cerebro. No -podía traducir en ideas coordinadas los sucesos. Teníala del estruendo, -del desastre, de los celajes pavorosos, del huracán desatado, del -desconsuelo, del abandono, de los grandes dolores, de la soledad del -alma, de las angustias de la agonía; porque de todo esto había algo -dentro de su corazón y de su cabeza, pero revuelto y agitado. Sabía que -todo aquel conjunto era un martirio; pero no atinaba á distinguir cuál -de ello la mortificaba más, ni en dónde ni por qué. Su discurso estaba -á obscuras y perturbado, por exceso de ideas tristes y de impresiones -dolorosas.</p> - -<p>Á la madrugada la rindió el sueño, que fué bien poco benéfico con -ella, como todos los sueños que caen en cerebros tempestuosos; porque -al despertar de él fué cuando empezó su verda<span class="pagenum" -id="Page_528">[p. 528]</span>dero martirio. Con aquel reposo no había -logrado más que la triste ganancia de que cada elemento de la tempestad -se disgregara por su lado; pero la tempestad allá le quedaba, en -pedazos, si pudiera decirse así, que la batían con diabólica estrategia -y á cielo sereno, para que mejor se viera y se estimara su destructora -labor. ¡Tantos y tan largos días de recelos mortificantes; desaparecer -éstos de pronto; disiparse aquella nube negra, que era la única mancha -del cielo de sus ilusiones; volver á ver la luz risueña y el alma en -reposo; y en otro instante caer en las tinieblas de un abismo, y verse -prisionera allí! ¡y con qué carcelera, Virgen de la Soledad!</p> - -<p>Á las brusquedades de su padre, á la sequedad de su alma, ya estaba -bien acostumbrada; á la excomunión lanzada por él sobre sus amores, -era posible acostumbrarse á fuerza de meditar en ella buscando el modo -de conjurarla y con la esperanza de encontrarle; pero ¡á aquel nuevo -género de tiranía!...</p> - -<p>Se podía haber arrojado de casa al otro, como se le arrojó, por -tenerle en poco: esto hasta era de esperarse después de visto que el -caballero ostentoso del día de San Roque, era pobre; se podía haberla -reprendido por pensar como pensaba en este delicado punto; haberla -amenazado... hasta castigado á golpes, porque<span class="pagenum" -id="Page_529">[p. 529]</span> todo ello cabía en la especial naturaleza -de su padre, y, aunque injusto y cruel, no la afrentaba; pero -¡entregarla de una manera tan humillante, bárbara é injuriosa, al -arbitrio de aquella mujer desalmada y grosera, que la detestaba y tenía -rencores que desahogar sobre ella!...</p> - -<p>Jamás hubiera creído á un padre capaz de tan despiadados rigores con -un hijo... y por primera vez; porque aquel disgusto era el primero que -ella daba á su padre, y aquel castigo el primero que de él recibía, y -por una falta bien disculpable... ¿No la había animado él mismo á que -pusiera buena cara al otro, cuando le consideraba rico? ¿Y así, con esa -facilidad, dejaban de ser buenos los hombres que lo habían sido?... -¿Y era todo ello un juego de chanza, para tomarle y dejarle con la -frescura que su padre quería? ¡Imposible que no llegara á tener estas -cosas en consideración! La misma enormidad del castigo la hacía creer -que era obra de un arrebato que pasaría, más ó menos pronto; pero que -pasaría... Al fin, era su padre el juez.</p> - -<p>Entre tanto, de tal modo la espantaba la condición singular de su -cautiverio, que por huir del bochorno de que la abominable carcelera -extremara en daño suyo las amplias atribuciones que la habían dado, -huía hasta de<span class="pagenum" id="Page_530">[p. 530]</span> los -resquicios de las puertas por donde se filtraran el aire y la luz, y -deseaba la noche, martirio de los atribulados que no duermen; porque, -siquiera, aunque velando y padeciendo, encerrada en su cuarto durante -aquellas negras horas, estaba libre de los asedios y de la presencia de -la aborrecible mujer.</p> - -<p>El primer día, menos mal, porque la Galusa se satisfizo con pasar -y repasar á su lado para gozarse en la contemplación de su angustia, -y en lanzarla miradas torcidas como para darla á entender: «por aquí -ando, y ya sabes para qué.» Al segundo día, ya comenzó la mortificación -directa: si estaba sentada Inés, porque no se movía ni trabajaba como -era debido; si, por distraerse, trabajaba, porque aquello no era -trabajar, ni arte, ni remango, ni cosa que se le pareciera; porque -la vió despeinada una hora después de levantarse, que «dejadona» y -que «puerca» y que «á aviarse pronto, porque en la casa está todo por -hacer;» porque salió muy peinada más tarde y bien ceñida de ropa, -que «la marimoños, y la relambida, y la piripuesta, y la señoría de -cuerno,» y que en «esas morondangas mos pasamos las horas,» y que «así -sale ello dispués y vienen las desazones á los padres de bien que no -merecen hijas tan deshacendás y correntonas,» y que «ya te lo dirán -de misas y las irás pagando<span class="pagenum" id="Page_531">[p. -531]</span> poco á poco, que güeña falta mos hace.» Y así todo el día. -Á su padre, solamente le veía en la mesa; pero, como lo tuvo siempre -por costumbre, devoraba en tres ó cuatro embestidas la bazofia que le -ponían delante, y se largaba de allí sin hablar palabra, tan fresco y -despreocupado como si nada hubiera ocurrido que mereciera la pena de -hacerle cavilar un poco.</p> - -<p>Al tercer día dieron los atrevimientos de la Galusa un avance de -mucha importancia. Al volver Inés á su cuarto para peinarse, notó la -falta del espejo, que media hora antes estaba colgado en su sitio. Sin -sospechar lo que ocurría y como la cosa más natural del mundo, fué á -preguntar á la Galusa por él.</p> - -<p>—Ese trampantojo, tentación de las holganzas de tontas y -presomías—respondió la fregona con desgarro,—le ha sacao de allí quien -tiene poderes pa ello: le he sacao yo, yo. ¿Lo quieres más claro?</p> - -<p>—No se trata—dijo Inés con repugnancia,—de saber quién le ha sacado, -sino de saber en dónde está, porque le necesito yo ahora.</p> - -<p>—Ese espejo—insistió la Galusa con chocarrero retintín,—se ha sacao -de onde estaba, porque no hacía falta allí; y como se ha sacao por -eso, no tienes pa qué preguntar por él. ¿Lo entiendes? Á tientas me -peino yo, que soy tan güena como la que más... Conque aplícate el<span -class="pagenum" id="Page_532">[p. 532]</span> cuento; y si te paece -poco ese espejo pa verte los moños de cuchiflito, mírate en la sartén -de la cocina; que, al último, pa los galanes que han de arreparar en -tí... ¡Á la escoba, á la escoba y al remiendo, que eso hace más falta -en la casa que rizos y perendengues!</p> - -<p>Pensó Inés que tanta desvergüenza no podía caer dentro de las -facultades que la carcelera había recibido para atormentarla, y corrió -despavorida á referir el suceso á su padre.</p> - -<p>El cual, como en un caso idéntico había hecho con su pobre mujer, -después de oir la queja con una indiferencia glacial y hasta burlona, -respondió encogiéndose de hombros y volviendo la espalda á su hija:</p> - -<p>—Pues cuando ella lo ha hecho, bien hecho estará.</p> - -<p>Y se marchó tan fresco.</p> - -<p>Desde aquel instante tomaron los sufrimientos de Inés un nuevo -carácter, y sus ideas otros rumbos. Hasta allí, se veía, aunque bajo -una ley inicua, al amparo de la misma ley, que tendría sus límites -determinados y sus cláusulas protectoras y relativamente benéficas; -pero la aprobación de su padre al hecho incalificable de la Galusa; -la insolencia de la una y el cinismo cruel del otro, le daban la -norma de lo que podía llegar á ser su vida en una cárcel como -aquélla. Considerábase abandonada de todo el<span class="pagenum" -id="Page_533">[p. 533]</span> mundo, y sola, maniatada é indefensa, -entre dos fieras, algo así como una loba y un tigre. Se horrorizó; y -por no enloquecer de espanto, salió de su habitación donde se había -encerrado después de la respuesta de su padre.</p> - -<p>En aquel instante cayó en su cerebro el germen de una idea bien -extraña á la condición de su naturaleza, que, sin embargo, le acogió -sin repugnancia. La fuerza del mismo huracán que se le había traído, -le borró la impresión de la caída. Vino á ser ésta como una ráfaga -primaveral y de relativo consuelo, en medio de tantas otras invernizas, -desencadenadas y tempestuosas.</p> - -<p>Aquella misma mañana había hecho el impaciente Marcones una escapada -á Robleces, para preguntar á su tía «si se había dado el golpe» y con -qué resultados. Entró en la casa lo mismo que la vez anterior, como un -gatazo negro, golosón y ratero, por la escalera de atrás; salió de la -cocina la Galusa, como lo que era; y aconsejándole que se largara de -allí cuanto antes, porque convenía que no se le viera en Robleces hasta -que ella le avisara, le dijo de prisa y al oído:</p> - -<p>—Se dió el golpe, y como en la misma nuca: redondo quedó el otro. -Ella está con el lazo al pescuezo, y yo tengo la punta del cordel en -la mano y jalo de él lo que jalase debe hasta<span class="pagenum" -id="Page_534">[p. 534]</span> que me pida miselicordia. Cuando este -caso llegue y se allane á entrar por el aro que yo la ponga delante, -será la ocasión de venir tú, con el aviso que yo te dé, pa que resulte -lo que se busca por ese camino, sin que lo sueñe el indecente de su -padre, ni pueda estorbarlo con toa su maldá, que es mucha; porque el -hombre ese es hechura del demonio, y el demonio le ciega...</p> - -<p>Marcones se frotaba las manos, y al marcharse dijo á su tía:</p> - -<p>—Pues tire usted firme del cordel, hasta que saque la lengua cuanto -antes; y si ni por esas se da á partido, tire más, aunque la ahogue. Ó -para <i>nosotros</i>, ó para nadie.</p> - -<p>No necesitaba la Galusa, para ser mala, los consejos de su sobrino, -que aún era peor. Tiró del cordel á cada instante en toda aquella -mañana, después de lo del espejo, porque lloraba, porque andaba mano -sobre mano, porque lo poco que hacía lo hacía mal... ¡hasta porque no -respondía una palabra á sus desvergonzadas agresiones, que llamaba la -pícara «buenos consejos!» Al llevar los condumios á la mesa, porque -estaba la infeliz triste y desganada, más tirones y más recios, á las -barbas de su padre que no desplegaba los labios sino para engullir la -ración de costumbre, como una bestia en su cubil. Por la tarde, nuevas -provocaciones y<span class="pagenum" id="Page_535">[p. 535]</span> -nuevos martirios; hasta que al anochecer, rendida de sufrir y sin -saber cómo conjurar las iras de aquel demonio que, por los fines que -perseguía y la impunidad que gozaba, iba emborrachándose en su propia -maldad nativa, trató de encerrarse en su cuarto. No se lo consintieron -ni la criada ni el amo; el cual la exigió que le acompañara á la mesa, -porque le gustaba verla obediente y curada cuanto antes de «las puntas -de soberbia» que la traían á mal traer.</p> - -<p>Y no fué esto lo peor. Después de cenar, digo, de asistir á la mesa, -porque cenar no cenó, al ir á la cocina á recoger su palmatoria de hoja -de lata, con su correspondiente cabito de sebo, la Galusa, delante de -los otros dos criados que acababan de cenar y estaban ya dormilentos y -sin cosa alguna que hacer, la mandó con gran imperio, que antes de irse -á la cama diera una barrida á aquel suelo, que buena falta le hacía. -Resistióse Inés indignada, porque veía la intención de humillarla -delante de aquellos testigos asombrados; y entonces la Galusa tuvo -el atrevimiento de ponerle la escoba en la mano, diciéndola hecha un -basilisco:</p> - -<p>—¡Á barrer, porque yo lo mando!</p> - -<p>Inés pensó caerse muerta de angustia; pero tal fué el exceso de -su indignación, que la dió<span class="pagenum" id="Page_536">[p. -536]</span> fuerza bastante para arrojar la escoba á la insolente -fregona, y decirla al mismo tiempo, resuelta á todo ya:</p> - -<p>—¡No quiero!... ¡Barre tú, que ese es tu oficio!</p> - -<p>Inmediatamente volvió á coger la palmatoria y salió de la cocina, -entre los dicterios y las amenazas de la Galusa; llegó á su cuarto y se -encerró en él. Dejó la luz encima de su cómoda, arrimó una silla á la -cabecera de la cama, sentóse y cayó llorando sobre las almohadas.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_pelopincho.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_29"> - <p><span class="pagenum" id="Page_537">[p. 537]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_inicio.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XXIX</h2> - <p class="subh2">EL PODER DE UNA IDEA</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-e.jpg" alt="E" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">¡Era</span> imposible que mujer -alguna se hubiera visto jamás en una situación tan desesperada como -la suya! Esto fué lo primero que se le ocurrió á Inés, abarcando con -el pensamiento todo el cuadro de sus desdichas; y como por evocación -milagrosa, surgió de pronto en su memoria el recuerdo venerado de su -madre. Nunca supo ella de qué enfermedad había muerto, después de -padecer tanto y tanto; pero desde niña, andaban siempre asociados en su -memoria á los recuerdos de las grandes melancolías y desfallecimientos -de la mártir, el de las durezas de su padre y el de los atrevimientos -de la criada: la misma Romana, aunque no tan repulsivamente fea como -la que á ella la estaba martirizando. Jamás podía pensar en lo uno sin -que á ese pensamiento siguiera el pensamiento<span class="pagenum" -id="Page_538">[p. 538]</span> de lo otro. Eran ambos recuerdos -necesariamente inseparables, como las figuras de un mismo cuadro. Y -viendo por la propia experiencia lo que dolían las inclementes durezas -de su padre y los inconcebibles atrevimientos de la criada, ¿no era -bien llano y natural suponer que la enfermedad de esas mismas durezas y -de esos mismos atrevimientos fuera la que había martirizado á su madre -hasta quitarle la vida? ¡Y ese mismo martirio había comenzado ya para -ella, sola, desamparada de todos, encerrada entre cuatro paredes, sin -un alma que se apiadara de sus ignorados sufrimientos!... Una había, -sí, una, capaz no sólo de compadecerla, sino de padecer por ella; -pero ¿cómo enterarle de lo que sucedía en aquella cárcel? Y aunque se -enterara, ¿de qué serviría, si aquellas puertas estaban cerradas para -todos, y principalmente para él? ¡Y después de haberle conocido y de -haber soñado un mundo tan hermoso para los dos, aquel negro cautiverio, -aquel martirio incesante... y para siempre, para siempre, y ella al -principio de la vida! ¡Imposible! No cabían en lo humano resignación ni -fuerzas bastantes para arrastrar una cruz así. Morir de una puñalada -ó de un veneno de la infame carcelera, menos mal; pero pisoteada, -escarnecida, vilipendiada por ella; morir de sus improperios, de -sus insolencias, de sus asquerosas altiveces,<span class="pagenum" -id="Page_539">[p. 539]</span> y sabiendo la víctima que este género de -muerte le autoriza y le aplaude su propio padre, el que estaba obligado -á defenderla y ampararla...</p> - -<p>Y aquí la idea que había sentido Inés en germen por la mañana, -apareció desenvuelta y en completo desarrollo en su cerebro.</p> - -<p>Se incorporó sobresaltada, febril; calculó que habría permanecido -como dos horas en aquellas fatigosas meditaciones, y que podría -infundir alguna sospecha en sus carceleros la luz que se escapara por -las rendijas de la puerta, si se fijaban en ella, y se levantó; fué á -su pobre ropero, tomó de él un mantón de abrigo, se le echó sobre los -hombros, apagó la luz y volvió á sentarse en la silla.</p> - -<p>Ya no pensó más en la barbarie de su padre ni en las indignidades -de la criada. Se entregó resuelta, decidida, al imperio tentador de -la otra idea; no para poner en tela de juicio el más ó el menos de su -cordura, pues sobre este punto ya no cabía dudar, sino para discurrir -el modo de realizarla.</p> - -<p>Esta labor duró más de una hora. Todo quedaba previsto y calculado; -todo era posible y realizable ya, y todos los riesgos y todos -los escrúpulos y todos los obstáculos de la meditada empresa, le -parecían cosa de juego comparados con la espantosa realidad de su -cautiverio. Escuchó sin moverse de la silla, con<span class="pagenum" -id="Page_540">[p. 540]</span> gran atención, y no oyó el más leve ruido -en toda la casa. Dejó que corriera más tiempo, pareciéndole siglos -los minutos; y cuando calculó que sería la media noche, sin vacilar -un instante, sin querer dar oídos á los reparos que algunas veces la -hacían sus timideces y debilidades de sexo, trémula por la fuerza misma -de su resolución, se quitó los zapatos, y, con ellos en la mano, se -fué hasta la puerta. Escuchó allí de nuevo, y no oyó otros ruidos que -los que hacía dentro de su pecho el acelerado latir de su corazón. -Tranquilizábala mucho la bien fundada reflexión de que no había en -la casa quien la creyera capaz de lo que ella estaba proyectando á -aquellas horas de la noche. Era seguro que todos dormían profundamente, -y la Galusa más descuidada qué nadie. Además, creía con ciega fe que -tenía á Dios de su parte y que no la abandonaría.</p> - -<p>Levantó el pestillo y entreabrió la puerta, muy poco á poco. Todo -era silencio y obscuridad en la casa. Salió al pasillo, cerró otra vez -la puerta de su cuarto; y después de convencerse de que las tablas -del suelo no crujían; bajo sus pies, siguió andando á tientas por el -carrejo, hasta tropezar su mano derecha con la puerta de la cocina: -enfrente estaba la que abría á la escalera de atrás, y cuya llave se -dejaba siempre en la cerradura. Dirigióse á aque<span class="pagenum" -id="Page_541">[p. 541]</span>lla puerta, y, en efecto, tenía puesta la -llave. Pero ¿rechinaría la cerradura? Por si acaso, volvió la llave con -sumo tiento. Ni las moscas, si las había por allí, debieron de oirla. -Esto la animó, y sacó la llave de la cerradura; abrió lo menos que -pudo de la puerta, que tampoco rechinó; salió á la meseta, y volvió á -trancar por fuera para que el viento, si salía, no golpeara la puerta -y pusiera en alarma á los de casa antes de lo previsto. Hecho esto con -toda felicidad, recogió la llave, que, dejada en la cerradura por aquel -lado, podía servir de señal para conocer el camino de la fugitiva, y -bajó la escalera. Estaba segura de que el postigo de la portalada del -corralón se cerraba por dentro con un pasador de hierro, y así era. -Descorrió el pasador sin la menor dificultad, salió á la calleja y dejó -cerrada la puerta con el pestillo. Allí se calzó los zapatos. Tenía los -pies helados y las medias húmedas, por la frialdad y el rocío de la -escalera, que era de piedra.</p> - -<p>Pero, aunque el cielo estaba estrellado, ¡qué obscura era la noche, -y qué miedo la daba verse allí sola! No quiso pensar en eso, por no -desfallecer cuando más necesarias le eran la serenidad y la energía; -y encomendándose á Dios nuevamente, tomó la calleja que conducía á la -llosa Grande. Por de pronto, salir de las inmediaciones de su casa. -Si la debilidad de mujer,<span class="pagenum" id="Page_542">[p. -542]</span> y de mujer nunca vista en tales apreturas, llegaba á -vencerla, que fuera lejos de allí y donde no pudiera apiadarse nadie -de ella y la volviera á su presidio, creyendo ejercer un acto de -caridad. Ya en la llosa, y después de tropezar mucho en los cantos de -la calleja, detúvose á respirar, considerando de paso lo que la restaba -por hacer. Conocía el camino por donde se comunicaban la llosa y las -praderas de abajo; pero ¿daría con él en una noche tan obscura y con la -intranquilidad en que se hallaba? Y después de verse en las praderas, -¿sabría continuar hasta la sierra?... ¿tendría valor para tanto? ¡Es -increíble la fuerza que infunde la desesperación! Aquella mujer tímida, -humilde por naturaleza, retraída y recelosa por hábito, no vaciló un -instante y se lanzó al abismo de sombras, huyendo de la tentación de -arrepentirse de una empresa que la hubiera parecido espantable locura -unos días antes.</p> - -<p>Siguiendo el camino de la llosa sin extraviarse, bajó á las praderas -y continuó andando de prisa, muy arrebujada en el chal, tiritando de -zozobra y ensañándose en los recuerdos de su pasado martirio, para -hacer más llevadero aquél que estaba sufriendo... Pero ¡qué obscuridad -tan cerrada! ¡qué silencio tan temeroso! ¡qué soledad la suya, y qué -inmensidad la de aquel negro espacio <i>vacío</i>!... ¿Avanzaría más,<span -class="pagenum" id="Page_543">[p. 543]</span> ó retrocedería siquiera -hasta el bardal de la llosa, para aguardar, acurrucada allí, más cerca -del barrio, á que alboreara el día? Pero ¿no era ya tanta la distancia -hasta la llosa como hasta donde ella iba?... Ciertamente. Luego se -hallaba en un punto alejado por todas partes de todo humano auxilio. -¡Y entonces sí que se aterró de veras, y comenzó á oir ruidos de -los más extraños; hasta voces que la amenazaban, y como lamentos de -agonizantes; y á ver bultos más negros que la obscuridad, que venían de -lejos hacia ella! Apretó el paso, que llegó á carrera, y cerró los ojos -que para nada necesitaba allí, sino para levantarlos á menudo al cielo, -del que los bajaba en seguida, porque hasta el titilar de las estrellas -le daba miedo. Y corre y corre desalentada y anhelante, con el pecho -oprimido y la boca entreabierta para respirar el aire que pasa por la -estrechez de su garganta contraída, frío y cortante como la hoja de un -puñal; y los ruidos no cesan; y uno de ellos le parece la voz infernal -de la Galusa que la persigue arrastrando las chancletas y llenándola de -improperios. Se le figura que oye sus pasos ya muy cerca, y corre más -todavía para que la fiera no la alcance; pero sólo consigue aumentar la -fatiga, porque la inmunda carcelera corre más que ella... y al fin la -alcanza... y la pone la mano sobre el cuello... y<span class="pagenum" -id="Page_544">[p. 544]</span> la agarra por el chal... y entonces la -infeliz prisionera lanza un grito de angustia, que repiten los ecos de -aquella soledad, con lo que su espanto llega al paroxismo; vacilan sus -piernas, falta el aire en su pecho, y cae desvanecida junto al vallado -de la sierra.</p> - -<p>Tardó largo rato en volver en sí, y otro mayor en darse clara cuenta -de lo que la había pasado. Orientóse al fin; y reconociendo el vallado, -recobró de nuevo los ánimos perdidos, porque sabía que desde allí ya -se columbraba de día el refugio que ella iba buscando. Levantóse y -tomó resueltamente el camino de la sierra; y siguiéndole con no poca -dificultad, por ser algo más áspero que el de las praderas, llegó á -casa del Lebrato. El humilde soportal le pareció un palacio, más grande -y ostentoso que todos los palacios de verdad que ella tenía imaginados. -Se acercó á la puerta, ó mejor dicho, se pegó á ella; y golpeándola sin -cesar con ambos puños muy cerrados, gritó, arrimando la enardecida boca -á la cerradura:</p> - -<p>—¡Pilara!... ¡Juan Pedro!... ¡Ábranme pronto, por el amor de -Dios!</p> - -<p>No tardó en oiría el Lebrato, que era ligero de dormir. Sintióle con -delicia Inés andar detrás de la puerta. Antes de abrirla preguntó:</p> - -<p>—Pero ¿quién llama á estas horas con tanta prisa?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_545">[p. 545]</span></p> - -<p>—¡Soy yo, Juan Pedro!—respondió la de afuera anhelante.—¡Soy -Inés!</p> - -<p>—¡Santísimo nombre de Dios!—exclamó desde adentro el Lebrato, -mientras abría la puerta aceleradamente.—¡Qué peazo del cielo se habrá -caído, pa que tal asombro suceda esta noche?</p> - -<p>Abrió; entró Inés, ó más bien, se lanzó dentro; y á la luz del -candil que tenía el Lebrato en la mano, pudo verla, para colmo de -su asombro, pálida como la muerte, desencajada, anhelosa, con el -cabello desmelenado sobre los ojos, y todo su vestido en desorden. -Sin preguntarla lo que sucedía ni esperar á que ella se lo dijera, -comenzó á gritar, arrimándose á una puertuca del fondo, frontera á la -cocina:</p> - -<p>—¡Pilara!... ¡Pedro Juan!... ¡Arriba en el aire, que vais á tener -aquí algo que hacer!</p> - -<p>Después condujo á Inés á la cocina; la presentó una silla para que -se sentara, pareciéndole poco el banco; colgó el candil, y se dispuso á -hacer lumbre.</p> - -<p>—Esto, lo primero—la decía en tanto el buen hombre,—y mientres usté -nos dice en qué la podemos valer. ¡Viene aterecía de frío, ángel de -Dios!</p> - -<p>—¡No, no!—respondió Inés tiritando:—lo primero ha de ser esconderme -donde yo esté segura de que no me encuentre nadie.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_546">[p. 546]</span></p> - -<p>—Pos ¿qué más segura que aquí á la hora de la noche en que estamos, -inocente?—dijo el Lebrato.—Á menos que no la vengan persiguiendo -cercuca. Pero aunque así fuera, mientres llaman y se abre, ya da tiempo -pa lo que haiga que hacer á ese respetive.</p> - -<p>—Es verdad—respondió Inés algo más confiada.—Pero, por si acaso, -tranque usted bien la puerta, Juan Pedro.</p> - -<p>—Eso sí que se hará,—respondió éste saliendo á cumplirlo.</p> - -<p>Volvió al punto, y continuó amontonando palucos en el llar para -encenderlos en seguida; pero sin disimular enteramente la curiosidad -que le estaba consumiendo. En esto ya apareció Pilara en escena, con -los ojos como puños y muy ligera y desceñida de ropa, y detrás Pedro -Juan, por el estilo de su mujer. Ambos se hicieron cruces de asombro al -ver á Inés allí, sola, á aquellas horas y de aquella traza.</p> - -<p>Reunida ya toda la familia, Inés, llorando desconsolada, contó en -pocas palabras lo que la había sucedido. Pilarona lloró de toda verdad, -y su marido se volvió indignado hacia su padre para decirle:</p> - -<p>—¿Ve usté, recoles, si hay tela pa hacer con «ese hombre» lo que yo -dije el día que jué con nusotros á la mar?</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_547">[p. 547]</span></p> - -<p>El Lebrato se desentendió de esta alusión, y dijo por comentario al -relato de Inés:</p> - -<p>—¡Lo propio que se hizo con la bendita de Dios que la echó á usté al -mundo en mala hora! Y las mesmas cuatro manos en concierto acabaron con -ella.</p> - -<p>—¡Desde esta tarde—exclamó Inés horrorizada,—tengo yo esa sospecha, -Juan Pedro!</p> - -<p>—Y bien tenida, doña Inés—añadió éste,—porque la cosa se vió, y -naide la duda en Robleces... Pero vamos al caso que ahora importa. ¿Qué -es lo que usté tiene pensao en el apuro que se ve, y en qué de ello -podemos ayudarla nusotros?</p> - -<p>—Yo, á punto fijo, no lo sé—respondió Inés enjugándose los ojos.—Sé -que he salido esta noche de casa para no volver más á ella; que me -pareció demasiado cerca la de don Alejo, para ir á buscar un amparo -allí, y que he venido á pedírsele á ustedes, confiada en que me le -darán, y porque Pilara es la única amiga que tengo en el mundo.</p> - -<p>—¡Así se hace, canastos!—exclamó entonces Pilara conmovidona de -veras, escondiendo la mitad de Inés en un abrazo y dándola un beso -resonante en la cara.—¡Eso es dar honra al corazón de una!</p> - -<p>Inés continuó así, después de pagar con otro beso cariñoso el -arranque de Pilara:</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_548">[p. 548]</span></p> - -<p>—Estando ya aquí bien segura, siquiera por un buen rato, se podía—es -lo que yo pensaba—avisar á don Alejo, que sé que me quiere bien, y -pedirle su parecer.</p> - -<p>—¿Y á nengún otro sujeto más?—preguntó Pilara con una sonrisa muy -maliciosa.—Vamos, con franqueza, que aquí no ha de hacerse más que el -tu gusto.</p> - -<p>Inés bajó un poco la cabeza, algo turbada, y no supo qué responder. -Pilara la ayudó entonces de este modo:</p> - -<p>—Anque lo has contao por encima, como si te atragantaras con ello, -lo bastante se vió pa creer ahora que ha de gustarte el paecer del -caballero ese en este particular.</p> - -<p>—Pues que venga él también—dijo Inés echando de buena gana -escrúpulos á un lado.—Yo les contaré lo que me pasa, y ellos me -dirán lo que mejor les parezca. Iréme á servir á un amo, á pedir -una limosna... á tirarme á la ría... ¡Dios me lo perdone! Todo lo -que me digan haré... ¡todo menos volver á la cárcel de donde me he -escapado!</p> - -<p>—Ya se arreglará la cosa—dijo el Lebrato hondamente compadecido -de aquella pobre criatura,—sin melecinas tan amargas como esas. -Cabalmente había de venir hoy por aquí don Alejo á las seis de la -mañana, porque tenía concertao salir pa la mar con nusotros á esa<span -class="pagenum" id="Page_549">[p. 549]</span> hora; pero como el caso -es de apuro, lo que se va á hacer es lo siguiente. Tú, Pedro Juan, -vas á picar ahora mesmo pa Nubloso, que no está más lejos de aquí que -el barrio de la Iglesia de Robleces; yo pico pa casa de don Alejo. -Tú le cuentas el caso al sujeto, de modo que naide se entere más que -él, y te le traes volando contigo. Yo hago otro tanto con don Alejo; -y cátanos aquí á los cuatro juntos en una hora lo más. No son toavía, -por mi cuenta, las dos de la mañana, y nos quedan tres horas de noche -pa arreglar ese asunto sin que se enteren de él ni los pájaros del -aire.</p> - -<p>Se aprobó la idea; se aviaron en un periquete el padre y el hijo; -salieron juntos de casa, y á poco rato echó por su lado cada cual de -ellos. Al separarse, dijo el Lebrato á Pedro Juan:</p> - -<p>—Asunto es éste que nos puede costar caro á tí y á mí, si ese -hombre, que tan tigre es pa la hija, agüele que la hemos amparao en -nuestra casa. Pero los hombres de bien son pa las ocasiones, y lo -primero es lo primero; y Dios mos ve á toos y á cada uno.</p> - -<p>Pilara, después de cerrar bien la puerta por dentro, se quedó -animando á Inés; y como ya la lumbre había tomado cuerpo, consiguió que -se quitara los zapatos, que estaban empapados de rocío, para secarlos -al fuego, así como los bajos de su ropa, y que se calentara los pies. -Luégo<span class="pagenum" id="Page_550">[p. 550]</span> trajo un -peine, y ella misma le arregló el pelo desmelenado, al paso que la iba -diciendo:</p> - -<p>—¡Pos dígote que estaría güeno que ese sujeto te viera de la trazuca -que estás, como si te hubieran sacao con unas trentes del bardal de una -calleja!... ¡Ni más ni menos te vió él, hija del alma, cuando se prendó -de tí!...</p> - -<p>Y no la pesaba ciertamente á Inés, que al fin era mujer y mujer -enamorada, aunque atribulada y mísera, la ocurrencia de Pilara. Después -que acabó ésta su tarea lo mejor que pudo, y la palpó los pies para -ver si estaban secos, diciéndola, pasmada de su pequeñez, que «paecía -mentira que con aquellos dos fisanucos se pudiera sostener derecha una -presona,» y dió vuelta á los zapatos para que acabaran de secarse, -fué á la alacena y volvió con un jarro de leche y una cazuela muy -limpia.</p> - -<p>—Es—la dijo acurrucándose junto al llar,—de la que traigo yo de -arriba ca día; porque aquí no la tendremos hasta la primavera que -viene. Te voy á calentar una racionuca de ello pa que, ahora que estás -algo más sobre tí mesma, te confortes un poco por aentro... No hay á -mano otra cosa que darte.</p> - -<p>—¡Cómo me cuidas, Pilara!—díjola Inés conmovida.—¡Si supieras lo que -consuela eso después de pasar por lo que he pasado yo!...</p> - -<p>Y rompió á llorar otra vez.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_551">[p. 551]</span></p> - -<p>—¡Bah, bah!—la dijo Pilara.—Á ver si no golvemos á mojar la pistaña. -Eso ya se acabó, y pa siempre.</p> - -<p>Para distraerla un poco mientras la leche se calentaba, y llegó á -tomarla Inés y á calzarse, la noble mocetona la habló de muchas cosas: -de lo contenta que estaba en compañía de aquellos dos hombres, que le -parecían los mejores de todos los hombres del mundo; de la casuca, del -partido que había ido sacando de ella y del que iría sacando poco á -poco: aquí la mesa, allá las sillas; «esta paré que tanto blanquea, -estaba antes negra como el jollín;» el llar, con sus baldosas tan -majas, estaba nuevo, flamante, y «el poyo de la <i>jornía</i>, bien amañao:» -cosas de su suegro. El cuarto de ellos, antes no era cuarto: era «un -abertal.» Se le había cerrado con un tabique y una puertuca: eso había -sido cosa de los de arriba, «pa mejor paecer.» El viejo dormía en otro -cuartuco bien abrigado, donde siempre durmió, á la otra esquina de -la casa, con una ventanuca al saliente. Cuando Inés estuviera en sus -cabales, ya se enteraría de todo á la luz del día. Las dos vacas y las -novillas «de ellos» habían venido del puerto, gordas que partían: una, -ya cargá de dos meses, y otra de tres; la su novilla estaba también en -la <i>corte</i>, y con ella componían cinco cabezas. El de la vista baja -tenía un diente<span class="pagenum" id="Page_552">[p. 552]</span> que -daba gusto. Al paso que iba, por Navidad sería una montaña de tocino -bien <i>hebroso</i>. Y así.</p> - -<p>Hasta que se oyeron pasos en el portal, y dió el corazón de Inés dos -volteretas en el pecho. Abrió Pilara la puerta después de cerciorarse -de que era «gente de paz» la que llamaba, y entraron juntos los cuatro -que se esperaban; porque los que venían de Nubloso, llegaron al portal -en el poco tiempo que tardó Pilara en abrir la puerta. Lo mismo -Quicanes que don Alejo, venían bien enterados de lo que ocurría; y en -cuanto Inés los tuvo delante, se echó á llorar desconsolada.</p> - -<p>—Eso va contigo, Tomasuco—le dijo el cura al de Nubloso;—consuélala -tú que sabes, pero sin abusar del chicoleo, porque no hay tiempo que -perder, y yo traigo mi plan para acabar primero.</p> - -<p>¡Bueno estaba Quicanes para consolar á nadie cuando se le estaba -saliendo á él el alma por la boca, particularmente desde que tenía -delante á Inés, de cuyos dolores era él la causa! Pero hizo lo que -pudo; y no lo hizo mal, si ha de juzgarse la obra por los resultados. -Inés siguió llorando un ratito más; pero bien claro se veía en sus -ojos, en cuanto pudo mirar con ellos á su amante, que había vuelto la -vida á su corazón. También don Alejo ayudó valientemente á aquel acto -de caridad.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_553">[p. 553]</span></p> - -<p>Se habló allí poco, muy poco, sobre el caso peliagudo. No había para -qué hablar mucho. El de Nubloso manifestó solemnemente al cura que, por -los motivos que él sabía desde que se lo había declarado todo en su -casa al salir de la de Inés despedido por su padre, no podía ofrecer -otro sacrificio que el de su vida para defenderla de toda agresión, -viniera de donde viniese, y que á esa obra había jurado consagrarse -desde que Pedro Juan le había enterado de lo que pasaba.</p> - -<p>—Eso—respondió don Alejo sin perder su buen humor de siempre,—es -nada y es demasiado. Nada, porque contra los derechos de un padre, por -duro de alma que sea, en ese particular no hay valentía que valga; y -demasiado, porque sería la mayor tontada del mundo desperdiciar una -vida que nos hace falta aquí para otra cosa. Y atiende bien á esto -que te voy á decir; y tú, chiquilla, prepárate á ayudarme en todo, y -guárdete Dios de poner un solo reparo á lo que declare y disponga, -porque eso será lo que haya de hacerse. Y digo, Tomás, que todo cuanto -me dijiste aquel día y anteayer cuando volviste á tratar conmigo -del propio asunto y á adquirir noticias que no pude darte de esta -infeliz, me pareció muy atendible; porque en esto de delicadezas, -cada cual discurre y lo entiende á su modo, y<span class="pagenum" -id="Page_554">[p. 554]</span> hay que respetar los escrúpulos de cada -quisque. Pero hoy han cambiado las circunstancias, y hay que mirar el -asunto por otro lado diferente. Ya sabes lo que le pasa á Inés, ¿no -es verdad?... Pues bueno: de esa misma enfermedad murió su madre: los -mismos verdugos la mataron. Puedo jurarte que es cierto. Para librarse -de una muerte así, no basta escaparse de la cárcel. Más tarde ó más -temprano, la fugitiva volverá á sus hierros; porque, ya te lo he dicho, -la ley ampara en estos casos al carcelero, por bárbaro que sea. En una -palabra, Inés no puede estar segura en ningún escondrijo, aunque se le -guarden coraceros, mientras no la ampare otra ley. ¿Me entiendes?... -¡Otra vez los puntos y las comas de calabaza!... Pues te lo pondré más -claro todavía: tienes que elegir entre estos dos extremos: ó dejar -que Inés perezca á fuego lento entre dos demonios, como pereció su -pobre madre, ó ponerla sin tardanza al amparo da la ley, cosa que ya -traigo estudiada y se hace en medio minuto delante del Juez, después de -tenerla en lugar seguro. Éste es el caso. Á ver ahora, entre estas dos -delicadezas, cuál te parece más delicada.</p> - -<p>Y claro es que, en el dilema, el de Nubloso se fué por donde don -Alejo quería.</p> - -<p>—Pues se acabó la historia—dijo el buen cura.—Antes que amanezca el -día, estamos tú y<span class="pagenum" id="Page_555">[p. 555]</span> -yo, con Inés, en Ansares, en casa de mi sobrino Gaspar, hombre de bien -y caballero, aunque no gasta más que media levita. Tiene una mujer que -vale tanto como él, y dos hijas que, si no anduviera Inés de por medio, -diría que eran las dos muchachas mejores y más majas que hay en todos -los pueblos del contorno. Allí encontrará esta infeliz el sosiego y el -amor que no la han dado en su casa; y la guardará la puerta de demonios -que quieran asaltarla, una cuartilluca de papel con cuatro garabatos -que nos extenderá quien deba, en este mismo día en que estamos, hasta -que remate yo la obra á mi gusto en la iglesia de Robleces. Conque -arriba, muchachos, que no hay tiempo que perder. Ya veis que yo ni -siquiera me he sentado.</p> - -<p>Y era la verdad, que de pie hablaba don Alejo y con la capa de larga -esclavina sobre los hombros, por más señas.</p> - -<p>De lo que allí pasó entonces, sólo quiero decir, porque lo demás -se adivina, amén de resultar empalagoso si se cuenta, que Inés volvió -á ver en su imaginación el cielo aquél de sus esperanzas, barrido -de nubes, limpio y sereno; y que al hallarse en el portal entre sus -dos protectores, ya no temió á las tinieblas de la noche, ni á las -asperezas del camino, ni á los sabuesos de su cárcel, ni á la zarpa -de la Galusa, ni á todos los verdugos de la tierra que se con<span -class="pagenum" id="Page_556">[p. 556]</span>juraran para acabar -con ella. Volvía á vivir, y se congratulaba de haber padecido aquel -martirio cruel, porque la abría las puertas de su soñado paraíso.</p> - -<p>Pisando ya la mullida del corral, se volvió don Alejo para decir al -Lebrato que, acompañado de sus hijos, despedía desde el portal á los -que se marchaban:</p> - -<p>—Ya supondrás que la canita de hoy se me queda sin echar; pero -mañana, si Dios quiere, será otra cosa. Aquí me tendréis á la hora -convenida... digo, si pensáis volver también mañana á la mar.</p> - -<p>—Anque sólo juera por dale á usté ese gusto, señor don -Alejo—respondió el Lebrato,—aquí me tendrá esperándole á la hora que -quiera venir.</p> - -<p>—Pues hasta mañana.</p> - -<p>Y se perdieron en las sombras de afuera los tres del corral que se -iban, y se metieron en casa los otros tres que se quedaban.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_rosco.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_30"> - <p><span class="pagenum" id="Page_557">[p. 557]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_tristeza.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XXX</h2> - <p class="subh2">COSECHA DE TEMPESTADES</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-e.jpg" alt="E" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Era</span> ya muy entrado -el día cuando la gente de la casona de Robleces notó la falta de -Inés, Primero se notó la de la llave de la puerta de atrás, y el que -estuviera descorrido el pasador del postigo de la portalada; pero la -una podía haberse caído de la cerradura, ó ¡fuera usted á saber! y el -otro haberse quedado sin correr por olvido casual, aunque aseguraba -el Berrugo que le había corrido él mismo, como todas las noches; como -aseguraba también que la llave había quedado en la cerradura, y bien -atravesada, para que no pudiera meterse otra falsa desde afuera. De -todos modos, cualquier recelo cabía menos el de que Inés hubiera -andado en el ajo. Lo que le descubrió fué su cama sin deshacer, cuando -la Galusa, viendo que «la zanganota» no salía tan temprano como -de costumbre, entró en el<span class="pagenum" id="Page_558">[p. -558]</span> cuarto resuelta á «enderezarla á escobazos, si juere -menester.» Se quedó helada al notar aquel indicio, y no quiso decir una -palabra á su amo hasta cerciorarse de que Inés no estaba escondida en -ningún rincón de la casa. No dando con ella, por más que preguntó á los -otros criados y la llamó á voces desde muchas partes, ató aquel cabo -suelto á los del pasador corrido y de la llave extraviada, y fuése, -aleteando con los brazos y echando espuma venenosa por la boca, adonde -trajinaba su amo. Refirióle el caso entre bascas y aspavientos, y se -quedó el hombre hecho una pieza.</p> - -<p>—Pues esa pícara—fué lo primero que habló el Berrugo al volver de -su asombro,—no ha ido lejos, si ha ido sola, aunque haya salido por -la puerta de atrás; y si no ha ido sola, el granuja, el pillo que -la acompañó, estaba en inteligencia con ella; y esto no puede haber -sucedido sin tu consentimiento, ó sin haber descuidado la vigilancia -que corría de tu cuenta. De cualquier modo, tú eres la responsable; -y si no me la entregas hoy, aquí mismo, en todo el día, soy capaz de -sentarte en el llar de la cocina para freirte el pellejo, ¡bribonaza! -¡Ya estás andando!</p> - -<p>Por primera vez en su vida, no tuvo la Galusa agallas para responder -á su amo. Tan crespo y endemoniado le vió; y como á ella le in<span -class="pagenum" id="Page_559">[p. 559]</span>teresaba tanto como á él -el hallazgo de la fugitiva, dejando piques á un lado volvióse corriendo -á la cocina para mandar al mocetón, que estaba almorzando con Luca, -que fuera á escape á Lumiacos á decir á su sobrino que viniera sin -perder minuto. Le parecía á la bruja, y con razón, que ningún mastín -como aquél para dar con la oveja descarriada y sacarla de las fauces -del lobo, si andaba lobo en el ajo, como se lo iba temiendo. Ella misma -se echó á la calle á pedir noticias de casa en casa. Á la del cura no -se atrevió á ir, porque le temía de lumbre desde muchos años atrás. -Estaba enterado de la historia de la mártir, y no perdonaba ocasión -de flagelarla á ella con echedizas que sacaban sangre. De ese paso se -encargaría su sobrino.</p> - -<p>Cuando supuso que podía haber llegado ya éste, se volvió á casa, sin -haber hallado el menor rastro de lo que buscaba y bien segura de que -no había en el barrio alma nacida que no se complaciera en ocultársele -si le hubiera conocido. El Berrugo, entre tanto, dió parte al alcalde, -excitándole, con ruegos y con amenazas, á que «cumpliera con su -deber.» El alcalde porque le temía, como todo el pueblo, prometió -echar los bofes en el empeño; pero en seguida de dar las órdenes á las -personas que habían de ejecutarlas, fué diciendo al oído de ca<span -class="pagenum" id="Page_560">[p. 560]</span>da una, que si topaban con -la pista, se hicieran los tontos y se echaran por otro lado; porque era -«sacar ánima del purgatorio dejar á la enfeliz fuera del alcance de -aquellos dos demonios.»</p> - -<p>Era ya más de media mañana cuando llegó Marcones, bien enterado -de lo que pasaba, por el recadista. Venía verde, y sudaba hollín con -azufre. En cuanto le atisbó su tía, corrió á su encuentro y le dijo -ahogándose de rabia:</p> - -<p>—Si no se la ha llevao ese pícaro á Nubloso, y anque se la llevara, -el cura debe de andar en el fregao. Ella no tiene en el pueblo otro -conocimiento que él; y á más que más, hoy no ha tocao á misa... ¡Vete á -ver al cura sin parar!</p> - -<p>Y Marcones corrió á ver al cura, que había vuelto á casa media hora -antes. Aún tenía los zapatos sucios, y bien se le conocía en la cara y -en el desaliño de toda su persona, la brega en que había andado desde -las dos de la mañana. Todo lo tuvo muy en cuenta Marcones tan pronto -como lo advirtió; y como él también llevaba á la vista buenas señales -de la trotada que acababa de darse desde Lumiacos, y de la procesión -que le andaba por adentro, bastóle á don Alejo una mirada para colegir -lo que iba buscando allí el sobrino de la Galusa.</p> - -<p>El cual, sabiendo por experiencia cómo las<span class="pagenum" -id="Page_561">[p. 561]</span> gastaba de frescas el cura de Robleces, -le expuso su embajada con todo el comedimiento que cabía en un -descomedido de su tamaño.</p> - -<p>Quedósele mirando el cura después de oirle, con una cara que era un -mosáico de reflejos: reflejos de burla, de gozo, de indignación... y -hasta de un poco de ira, y luégo le preguntó:</p> - -<p>—Y ¿quién eres tú, qué títulos, qué derechos tienes para venir á -pedirme esos informes?</p> - -<p>—Mandado soy, señor don Alejo—respondió tragando bilis el de -Lumiacos.—Los favores recibidos obligan; el trato frecuente engendra -interés y cariño, y las penas de los favorecedores se sienten y se -lloran como las propias penas.</p> - -<p>—¡Los favores recibidos!—repitió el cura mirando de alto á bajo -á Marcones.—¡Las penas de los favorecedores!... ¡El cariño que les -tenemos!... Pedantón y gazmoñote, ¡cómo has podido soñar que si yo -supiera algo de eso te lo había de contar á tí? ¿Piensas que no sé lo -que pasa? ¿Piensas que no te conozco? ¡Y había de ser yo capaz de poner -en vuestras manos lo que acaba de salvar de ellas la Providencia de -Dios!</p> - -<p>Marcones rugió como un oso acorralado, y saltó de un golpe al -registro de lo patético con espeluzno:</p> - -<p>—¡Usted me falta! ¡Usted me injuria! ¡Us<span class="pagenum" -id="Page_562">[p. 562]</span>ted se prevale de sus canas!... ¡Yo no he -venido aquí á eso!</p> - -<p>—Yo no te falto—replicó don Alejo con firmeza.—Yo no te injurio. Lo -que hago es decirte la verdad, porque ya es hora y te me pones á tiro. -Y lo dicho se lo cuentas si quieres á la bribona de tu tía y al pícaro -de su amo... Porque yo no le temo, ¿entiendes? Á mí, si no es del -pellejo, no tiene por dónde agarrarme, como tiene agarrados á tantos -infelices. Yo todos mis bienes los llevo conmigo, en esta levita raída -y en estos calzones con la culera remendada. ¡Mírala! Y á mucha honra; -que ese es mi deber mientras haya en la parroquia otros más necesitados -que yo. Y le añades que no ha de ser el cura de Robleces quien le dé -noticias de la pobre oveja escapada de los dientes del lobo; pero que -renuncie á esa carne para <i>in sæcula</i>, porque el milagro fué obra de -Dios, y las obras de Dios son de larga dura. ¿Te vas enterando?</p> - -<p>—De lo que me voy enterando—respondió Marcones, lívido y temblón,—es -de que hay sobrado con lo que usted me dice, para ver que no fué todo -obra de Dios, y que anduvieron también en ello manos carnales, bien -conocidas de usted... y que por mucho menos se ha visto intervenir á la -Justicia. ¿Me va usted entendiendo á mí?</p> - -<p>—¡Pues no he de entenderte, imprudentón<span class="pagenum" -id="Page_563">[p. 563]</span> de Satanás? Y porque te entiendo, te -declaro que tampoco me asusta la Justicia con que me amenazas. ¡Ojalá -me pusiérais hoy delante de ella! ¡Qué cosas habían de saberse! ¡Qué -cosas, Marcos, qué cosas! Todo Robleces iría á declarar conmigo; y -¡pobres de ellos entonces... y pobre de tí también!</p> - -<p>—¡De mí?—exclamó Marcones llamándose á lo terrible con el aparato; -pero, en el fondo, bien encogido ante la firmeza imperturbable del -cura.—¡Usted me ofende otra vez; usted me calumnia de nuevo!</p> - -<p>—Pataratas son esas—añadió don Alejo con aire despreciativo.—¿No te -he dicho que te conozco? ¿Crees que no se te ha visto el juego en esa -casa? ¿Piensas que se ignora en el lugar la parte que tú tienes, más de -cerca ó más de lejos, en lo sucedido anoche en ella?... ¡Calla, calla, -zagalón de los demonios, por la cuenta que te tiene, y no vuelvas á -soñar con buscarte por ese lado la puchera! ¡Para tí estaba!</p> - -<p>—¡Eso es otro insulto!—replicó, ronco de ira, Marcones.—¡Yo no he -entrado en esa casa jamás con semejantes intenciones, y usted lo sabe -muy bien! ¡Yo no nací para eso; yo sigo muy distinta carrera; yo tengo -otra vocación más alta! Ella me tira, ella me reclama; y con la ayuda -de Dios, no pasarán muchos días sin que yo vuelva al seminario.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_564">[p. 564]</span></p> - -<p>—¡Al seminario tú!—exclamó en tono incisivo el cura.—¡Tú al -seminario! ¡Imposible que se te vuelvan á abrir aquellas puertas! -¡Imposible que haya un obispo que te ordene; porque no puede concebirse -que baje Dios á unas manos como las tuyas! Quédate, quédate en -Lumiacos machacando terrones, que para eso naciste, y ayuda á tu -padre, que mucho lo necesita y bien se lo debes. Arrímate al ariego -y desmocha cajigas en el monte; desengrásate así, bárbaro, y castiga -esas carnazas; y para ofender menos á Dios, busca una mozona capaz de -sufrirte ese geniazo brutal, y cásate con ella. Así, cuando menos, -sudarás lo que ganes, y podrás comer honradamente tu puchera. Con -esto no tengo más que decirte; y como ya llevas más de lo que venías -buscando, dame las gracias y lárgate cuanto antes, porque yo tengo -otras cosas que hacer.</p> - -<p>Y mientras Marcones daba patadas en el suelo y se golpeaba las -nalgas con los puños cerrados, y castañeteaba los dientes y echaba -espumarajos por la boca entre apóstrofes bravíos, don Alejo le volvía -la espalda muy tranquilamente, y desaparecía de la saluca en que había -recibido la embajada.</p> - -<p>Cuando el de Lumiacos volvió á entrar en la casona, era tal su -talante, que no parecía sino que acababa de recibir una paliza, -des<span class="pagenum" id="Page_565">[p. 565]</span>pués de un -remojón en una charca. Así iba de lación, de palidote, de sudoroso y -de trémulo. Contó el caso á su tía, y la tía, después de convenir con -el sobrino en que el cura, por las trazas, había tenido gran parte en -el fregado, y en que había que andarse con mucho tiento para ajustar -con él esa clase de cuentas que podían enredarse demasiado, si el cura -se empeñaba en ello, opinó además que, siendo ya el negocio principal -cosa perdida para ellos dos, convendría meditar mucho sobre el modo -de tratar del caso con «ese hombre» para que no hiciera una de las -suyas que los comprometiera á todos, ó sobre si sería preferible no -decirle una palabra y dejar que el demonio fuera haciendo su oficio y -disponiendo de lo suyo libremente. Tuvo el sobrino por atinados los -pareceres de su tía, y se pusieron á ventilar las dudas apuntadas.</p> - -<p>Ventilándolas estaban, cuando se apeó de un rocín de mal pelaje -y de peores aparejos, barrigón y desherrado, junto al mismo poste -del soportal, Leto González, el de Los Castrucos, Juez municipal del -distrito de Robleces. El cual Juez (que debía de traer larga jornada, -por los jadeos del penco y lo que él mismo renqueaba al moverse, -con las perneras encaramadas hasta cerca de las ligas y arrastrando -por el suelo la única espuela que calzaba),<span class="pagenum" -id="Page_566">[p. 566]</span> baldragas y apocadote como era, atrevióse -á llamar, sin duda por lo que tenía de justicia respetable en aquella -ocasión, con dos varazos tremendos á la puerta del estragal de la -casona; y pareciéndole que tardaban mucho en responderle, á echar -escalera arriba y anunciarse allí con otro par de varazos, bien -sacudidos y resonantes sobre la puerta del carrejo.</p> - -<p>Salió entonces el Berrugo, que andaba subiendo y bajando sin saber -lo que se hacía toda la mañana de Dios, aunque aparentaba cosa muy -diferente; vió á Leto tan atrevido; acordóse del cargo que ejercía en -el lugar; sospechó que su visita podría tener algo que ver con lo que -á él le estaba preocupando; condújole á la sala sin preguntarle lo que -quería; siguióle el otro muy hueco, sacando de paso unos papeles del -bolsillo; y cara á cara y á pie firme allí los dos, sin preludios ni -reparos y sin señal de miedo alguno, el Juez municipal de Robleces dijo -al señor don Baltasar Gómez de la Tejera que, por delegación del señor -Juez de primera instancia del partido, le hacía saber que, á petición -de don Tomás Quicanes, de Nubloso, quedaba depositada su hija, doña -Inés, en casa de don Gaspar de la Peña, natural y vecino de Ansares. -Probó lo que declaraba con documentos fehacientes; enteróse<span -class="pagenum" id="Page_567">[p. 567]</span> el Berrugo sin desplegar -sus labios ni hacer un gesto; cumpliéronse y se llenaron todas las -formalidades de rúbrica; despidióse el de Los Castrucos, y dejóle ir -don Baltasar sin decirle una insolencia, ni mostrar con signo alguno el -efecto que le había producido la embajada.</p> - -<p>La Galusa, que atisbó la escena desde el carrejo, se maravilló -de aquella imperturbabilidad pacentísima de su señor y cómplice. -Consideróla como celaje falso y encubridor de alguna tempestad -destinada probablemente á descargar en seguida sobre su cabeza, y creyó -muy conveniente esperar <i>á subio</i>, y siquiera los primeros embates. -Llamó á su sobrino con una seña; díjole al oído lo que temía, y le -llevó á su cuarto, donde se encerraron los dos, dispuestos á no abrir -la puerta como no la echara abajo el huracán.</p> - -<p>Se engañaba grandemente la Galusa, con lo bien conocido que tenía -á su amo. El Berrugo no era hombre de estrépitos, sobre todo, de -estrépitos infructuosos. La tempestad que había dentro de él no era de -las que pasan con cuatro estampidos gordos y unos cuantos aguaceros, ni -de las que sirven para instrumento de las cóleras de nadie: era de las -sordas que empujan y flagelan y arrastran al más templado; y arrastrado -y flagelado por la suya, sin acordarse para maldita la cosa de su -criada, que no<span class="pagenum" id="Page_568">[p. 568]</span> -era lo que entonces le dolía, bajó á su leonera del portal, y allí se -encerró, con las dos vueltas de la llave.</p> - -<p>Sobándose la barbilla con los dedos apiñados de una mano, y -rascándose á menudo la cabeza con la otra, comenzó á pasear en redondo -en el mezquino espacio que dejaban libre las cubas, los barriles, la -mesa y un par de sillas derrengadas que ocupaban lo restante de la -pieza. Allí, y de parecido modo, solía él correr los temporales de su -vida; aclarar los puntos dificultosos de sus problemas económicos; -preparar sus grandes resoluciones, y hasta soñar á gusto en sus ideales -tentadores y disponer la urdimbre de sus cábalas supersticiosas. No -sabía pensar con arte si no se movía mucho y á solas y al amparo de -sus ídolos, á modo de penates, que estaban allí; y lo mismo en lo que -le contrariaba que en lo que le seducía, siempre había encontrado, -por obscurecidos que estuvieran los horizontes de sus ideas, un punto -luminoso que le guiara en su labor tempestuosa (porque en tempestades, -más ó menos recias, paraban en su cerebro diabólico todos sus -problemas), y al cabo llegaba á ser franca y triunfal salida.</p> - -<p>Pero el huracán de esta vez era de noche cerrada y como jamás le -había corrido él.</p> - -<p>—Me coge—pensaba con la rapidez que se<span class="pagenum" -id="Page_569">[p. 569]</span> movía,—como en una ratonera, y atado de -pies y manos, y cuando empiezo á sentirme rendido de pelear á muerte -con la mitad del género humano para sacarle el quilo... y es la primera -vez que se me quiebra la suerte y el demonio me abandona, si es que -no se pone contra mí, como lo voy temiendo; porque solamente cegado -por él, he podido ser yo tan torpe como he sido... ¿Qué al caso venían -ahora esos rigores, si con mucho menos hubiera logrado todo lo que me -proponía? Pero ¿quién había de creerla capaz de una resolución así? -Yo me dejaba llevar del ejemplo de su madre, que no se movió, que no -despegó sus labios, ni con una mala mirada se rebeló contra mí; y eso -que acabé por matarla. ¡Como si los tiempos y los casos fueran los -mismos! ¡Ciego, más que ciego! ¡Bestia, más que bestia! ¡Y pude recibir -en mi casa á ese bribón, sin calarle las malas intenciones, y hasta -metérsele á ella por los ojos, creyéndole rico y campechano!... Porque -un hombre así era todo lo que yo ambicionaba para ella: un hombre -rico que la aceptara por pobre. Y no por su bien. ¡Por su bien!... -Si sólo se tratara de llevármela de casa, ¡qué mayor ganga para mí? -Un bulto menos y una ración que ahorrar; y á ver cómo no hacían de -ella trizas y jigote escabechado, ¡bribona! ¡Pero resultar ahora -que el currutaco ese que la<span class="pagenum" id="Page_570">[p. -570]</span> levantó de cascos y se la llevó consigo y la encerró donde -yo no puedo entrar para sacarla tiras del pellejo, es un tuno sin un -real, listo como la pimienta, y con humos de gran señor!... ¡Lo que á -mí más me ha espantado siempre! ¡Un sinvergüenza de esa estofa, que me -reclamará, por de pronto, lo que yo no quiero ni debo darle, y mañana -me devorará estas riquezas que no puedo llevar conmigo á la sepultura, -ni esconderlas donde nadie las encuentre! En fin, que me dieron la -tostada. ¡Y qué tostada!... ¡Tonto yo!... ¡pillo redomado él, y viles, -infames y cochinas las leyes que le amparan contra mí!... Pero, señor, -¿por qué ha de haber esas leyes? ¿En qué justicia cabe que lo que yo -tengo, que lo que yo gano, que lo que yo sudo, no ha de ser mío, mío -solamente, y para nadie más que para mí? ¡Ah, pillos legisladores! Si -tuviérais camisa que perder, ya pensaríais de otro modo; pero hacéis -las leyes descamisados y hambrientos, y así salen ellas: encubridoras -de ladrones... Mientras viva, ese granuja, invocando derechos que -vosotros le habéis dado, meterá las uñas de raposo en mis bolsillos; -y tras de arrancarme lo que es ya de su mujer desde que murió su -madre, dará un tiento á lo que es mío, para sacar una tajada de ello á -título de gananciales... ¡que no será poco, en gracia de Dios, si el -demonio no me<span class="pagenum" id="Page_571">[p. 571]</span> da -tan buena maña para esconderlo, como la que me dió para adquirirlo!; -y cuando me muera, volverá esa garduña, y levantará las tablas del -suelo y las latas del desván, y revolverá todos los rincones de la -casa pensando que lo tengo escondido en onzas de oro... ¡En onzas de -oro! Las onzas enterradas no producen, ¡cochinote!, al paso que se -dejan ver de ojos de zahorí ratero, como la ladrona de mi criada... -¡y como tú!... Y cuando más engañado se crea el grandísimo bribón, -porque no halle barriles de monedas en que hundir los brazos hasta -el codo, rebuscando aquí y allá, vendrá á abrir esa alacena ¡esa! -atestada de legajos; y comenzará á deshacerlos uno á uno; ¡y entonces -sí que se relamerá de gusto, el gran canalla, al ver el caudalazo que -representan, y pensar en la vida regalona que podrá darse, y al fin se -dará, con aquellas gotas del sudor y de la sangre del mismo corazón de -este mentecato majadero... y más que estúpido!... ¡Oh, que no pudiera -yo estar á aquellas horas á su lado, para hacer con los papeles una -hoguera en el corral y asar al ladrón en ella!... ¡Leyes, leyes de -bandidos! ¡Malditas sean por siempre jamás amén!... Yo quisiera ahora -ser cien veces, mil veces, un millón de veces, más rico de lo que soy, -para hacer unas leyes á mi gusto, ó comprar á la Justicia y al rey -mismo, para que<span class="pagenum" id="Page_572">[p. 572]</span> no -rigieran conmigo las que oprimen á los demás, y se me autorizara para -colgar por el pescuezo al pillo ese, y á la taimada que le ayuda contra -mí, y á todos sus encubridores y cómplices indecentes. ¡Mal rayo los -parta, y á mí, por tonto, con ellos!</p> - -<p>Aquí hizo el Berrugo, de repente, un alto en sus vueltas de -torbellino; y con la mano con que se acariciaba la barbilla, recorrió -toda la cara y se restregó mucho las narices y los ojos. Éstos le -chispeaban, y tenía los pelos erizados y la boca muy reseca. Permaneció -así un buen rato, como si le deslumbrara y le abstrajera alguna -visión interna, ó se hubiera desquiciado de repente la máquina de -sus pensamientos. Ello es que presentaba todo el aspecto de un loco -enjaulado. De pronto bajó otra vez la mano á la barbilla, y volvió á -sus paseos circulares y vertiginosos.</p> - -<p>—¡Y decir á Dios—pensaba mientras se movía,—que esto de unas -riquezas tan enormes, que parecería dicho vano á cualquiera, podría -ser una realidad visible y palpable á la hora menos pensada! Porque -<i>él</i> está allí; tan fijo, como yo estoy ahora abrasándome la sangre -entre estos montones de miseria... Y no puede estar en otra parte; -porque es imposible que mientan tantas señales juntas. Allí está, lo -juraría, hacia lo hondo, entre lo obscuro: parte<span class="pagenum" -id="Page_573">[p. 573]</span> en cajones bien enzunchados; lo otro -en pilas y á granel... pero mucho, ¡muchísimo!... ¡Y yo que á estas -horas podía haberlo visto con mis ojos y palpado con mis manos, -si no fuera tan gallina! El Lebrato decía verdad. Es una escalera -aquello. Cincuenta veces lo he estudiado; otras tantas he tenido las -piernas en el primer peldaño; pero la altura, la cabeza... el miedo, -¡qué demonio! me ha echado siempre hacia atrás... Y eso no puede -averiguarse de otro modo... No hay hombre en el mundo que merezca tal -confianza: el más honrado me engañaría. Sin ese temor, ya hubiera yo -enderezado á Juan Pedro; y con temor y todo, he estado á pique de -proponérselo... ¡Para él estaba! Después de visto y palpado por mí, -ya será otra cosa. Ya sería aquello mío, y ya no podría engañarme -cuando con él y con otros y por los medios seguros que yo dispondría -con todo sosiego, se fuera sacando... ¡qué hermosura! No acabaríamos -de ver filas de carros desde allá hasta Robleces, en una semana, ¡y -todos cargados de ello!... Después, aquí mismo, caja por caja... -¡qué curiosidad antes de abrirlas, y qué admiración, qué asombro, -después de abiertas! ¡Qué correr mares de oro por el suelo!... Y ¡qué -oro! De lo superior de entonces; no de este oro de pega que se usa, -que tiene una mitad de alquimia. ¿Pues la pedrería suelta? ¡Á<span -class="pagenum" id="Page_574">[p. 574]</span> celemines! ¿Y las joyas? -¡Á montones! Para guardarlo, me daría el gobierno un batallón de -civiles... y además dormiría yo sobre ello, por si acaso. ¡Qué colchón -tan asombroso! En seguida iría comprando y comprando, aquí media -ciudad, allá media provincia, y aún me quedarían tesoros bastantes para -ser señor de honras y conciencias, después de ser tan poderoso como -el rey más poderoso entre todos los reyes del mundo... Y no temieran -esos personajes que yo fuera á disputarles la bambolla con mis lujos. -Baltasar Gómez de la Tejera sería como ahora, y tan Berrugo como he -sido hasta aquí, según me llaman mis cariñosos convecinos, á quienes -parta un rayo. Me daría por satisfecho con ver llegada la hora de -que anduvieran las gentes á mi gusto y se fabricaran las leyes á mi -antojo. Porque esa hora habría llegado ya, y sin necesidad de que yo la -llamara: en cuanto se oliera por el mundo que se apaleaban las onzas y -los diamantes en este caserón de Robleces. ¡Vaya si conozco yo á los -hombres, y sé lo que escasea el dinero entre ellos!... Pues repito que -esto que doy por hecho no es soñar; que esto puede ser la verdad pura á -la hora menos pensada: en cuanto á mí se me ponga entre cajas el empeño -de vencer con una industria, que ya tengo bien ideada, ese recelillo -que me queda... esta punta de<span class="pagenum" id="Page_575">[p. -575]</span> miedo que me acomete en cuanto me arrimo allá y avanzo -una pierna ó la mirada fuera de lo seguro y firme... Porque insisto, -porfío... ¡juro que él está allí, allí, esperando á que lo descubra con -mis propios ojos!... porque no pueden descubrirlo otros que los míos... -porque está destinado para mí, y para nadie más que para mí... y ha de -ser mío, aunque para estorbarlo se juntara el cielo con la tierra...</p> - -<p>Hasta muy cerca de aquí, ya había llegado el Berrugo durante el -verano aquél, muchas, muchísimas veces, con este mismo arrechucho; pero -en la ocasión de que se trata, exaltado ya el hombre por el disgusto -que había pensado digerir allí cuando cayó abismado en las honduras -de su manía, avanzó con ella mucho más adelante; y llegó á ver tal -cúmulo de demostraciones evidentes y de facilidades comprobadas, que -acabó por hablar á voces; y loco, loco de remate estaba, cuando oyó -golpes en la puerta de su encierro. La sorpresa le volvió algo á la -realidad de la vida; pero, recelando de todo, dudó si se haría el sordo -ó si respondería. En esta duda, los golpes se repitieron, y al fin se -decidió á preguntar quién llamaba.</p> - -<p>—Soy yo, si no molesto,—respondió la voz de don Elías desde el -portal.</p> - -<p>Abrió entonces, estremecido y como si obedeciera á un impulso -extraño, el supersticioso<span class="pagenum" id="Page_576">[p. -576]</span> don Baltasar; y don Elías, que por su parte también -iba bien espeluznado, se quedó suspenso al verle de aquella traza -alarmante.</p> - -<p>—¿Qué se le ofrece?—preguntó al médico, atravesándose en la puerta á -medio abrir.</p> - -<p>—Me dijo Antón, que salía al llegar yo á la portalada, que estaba -usted aquí, y por eso he llamado sin subir; porque á usted es á quien -vengo buscando.</p> - -<p>—Y ¿para qué?</p> - -<p>—Para una cosa que le interesa muchísimo.</p> - -<p>—Pues dígala pronto, porque estoy de prisa y de mal humor.</p> - -<p>—Si me permitiera usted—añadió don Elías pasándose el pañuelo por la -frente para enjugarse el sudor,—entrar un poquito más adentro... porque -convendría que nadie se enterara.</p> - -<p>El Berrugo, por toda contestación, dió un paso atrás sin soltar su -mano del pestillo. Entró don Elías de medio lado; cerró el otro la -puerta, y sin moverse de allí le dijo con la mirada:</p> - -<p>—Ya está usted hablando.</p> - -<p>Entendióle don Elías, y comenzó de esta suerte:</p> - -<p>—Como la noche ha sido toledana para mí, levantéme con el sol; y no -siendo esa hora la más á propósito para visitarle á usted, con la<span -class="pagenum" id="Page_577">[p. 577]</span> mira de hacer tiempo, -bajéme á despachar la visita de Las Pozas, que no era larga, por mi -cuenta; pero parece que el demonio se había metido allí de patas desde -anteayer acá, porque no bien salía de una casa, ya me estaban llamando -para otra... Yo no sé si los higos, que no escasean este año, ó la -mucha mora que hay por esos bardales... porqueriucas de nada; pero ello -es que con tanta visita y un rato que pasé en la última de ellas para -tomar una taza de leche, que buena falta me hacía, porque estaba en -ayunas, se me fué más de media mañana.</p> - -<p>—Y á mí ¿qué me importan esos higos ni esas moras, ni esa taza -de leche, ni que se lleven los demonios á todo el barrio de Las -Pozas?—saltó el Berrugo impaciente y con un gesto y una voz que -flagelaban.</p> - -<p>—Quería decirle á usted—replicó don Elías humildemente,—que por -esa razón, y por lo que he tardado desde Las Pozas aquí, aunque he -venido á escape y sin tropezar con alma nacida, no me ha sido posible -avistarme con usted tan pronto como yo deseaba... Voy á entrar al -punto en materia, señor don Baltasar, que ya veo que está usted muy -impaciente. Pues, señor, que, como le dije á usted hace un momento, -esta última noche fué toledana para mí. La médica se puso como para -quedárseme<span class="pagenum" id="Page_578">[p. 578]</span> entre -las manos; á las chicas les dió la ventolera también, y armaron cada -catacumba que temblaba la casa; la cena fué mucho peor que todo ello, -y, resultado, que á las altas horas logré un poco de sosiego y me metí -en la cama: por supuesto, para no pegar los ojos. Que vuelta acá, que -vuelta allá y que vuelta al otro lado, en una de ellas ¡zás!... la -linterna á los ojos y mi hermana detrás de ella.</p> - -<p>Aquí dió un salto el Berrugo; y por más que tosió y carraspeó -para disimularle, no lo hubiera conseguido á no estar ya don Elías -enteramente espeluznado, y absorto en la ilación de su relato, que -continuó de esta manera:</p> - -<p>—Acordándome de la otra vez, dí por hecho que iba á ser cosa de -otro viaje á la llosa grande, en ropas menores y descalzo, y traté de -incorporarme; pero me hizo señas para que me estuviera quedo, y en -seguida, con su voz, con su misma voz, con la voz que tuvo en vida y -yo recuerdo muy bien, aunque bajito, muy bajo y muy arrimada la boca -á mi oído, me dijo... ¡por estas cruces se lo juro á usted, señor don -Baltasar! me dijo: «Elías, dile á ese hombre, que está donde él ha -creído; que suyo es, que no tarde y que no tema.» Con esto apagó la -luz, y se desvaneció ella también.</p> - -<p>El pestillo de la puerta, bajo la mano temblorosa del Berrugo, -repiqueteaba en su rete<span class="pagenum" id="Page_579">[p. -579]</span>nedor; y no con toses, con alaridos disfrazaba el -supersticioso la crispatura en que le había puesto la declaración -del otro visionario. Pues aún halló en los rincones de sus adentros -roñosos, un poco de ironía burlona para decir á don Elías, que se había -quedado con los ojos encandilados y la frente bañada en sudor:</p> - -<p>—Pero, alma de Dios, ¡cuándo acabará usted de ver visiones y de -jeringar al prójimo con los relatos de ellas?</p> - -<p>—¡No hay tales visiones, señor don Baltasar!—replicó el médico -irguiéndose inspirado y atrevido.</p> - -<p>—¡Quite usted allá!—añadió el otro, empujándole hacia la puerta.</p> - -<p>—Y «ese hombre»—insistió don Elías haciéndole frente,—«ese hombre» á -quien se refería mi hermana, es usted, por todas las señales.</p> - -<p>—¡Vaya usted con doscientos mil demonios, y no me rompa más la -cabeza con sus majaderías!</p> - -<p>Y al mismo tiempo que le lanzaba estos improperios, con una mano -abría la puerta y con otra le arrojaba del cuarto.</p> - -<p>En seguida que se vió solo, volvió á cerrar; corrió hacia la mesa, -y cayó desplomado en una silla con los ojos fulgurantes, la boca -entreabierta, los brazos en cruz y las piernas estiradas.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_580">[p. 580]</span></p> - -<p>Entre tanto, don Elías, limpiándose el sudor de la cara con el -pañuelo, salía á la calle al rayar el mediodía, sin sospechar, el -desdichado, que á aquellas horas era el único viviente del barrio de -la Iglesia que no sabía una palabra del suceso gordo ocurrido la noche -antes en aquella misma casa.</p> - -<p>¡Él, que se descuajaringaba y desvivía por correr un mal chismuco -antes que nadie!</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_monos.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="Ch_31"> - <p><span class="pagenum" id="Page_581">[p. 581]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_busto.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">XXXI</h2> - <p class="subh2">«POR DO MÁS PECADO HABÍA»</p> -</div> - -<div class="drop-cap"> - <img src="images/drop-a.jpg" alt="A" /> -</div> - -<p class="drop-cap"><span class="smcap">Á la</span> hora convenida -con el Lebrato, y después de decir misa, estaba don Alejo en la -barquía, con un chaquetón negro y un <i>galero</i>, negro también y también -viejo, porque el chaquetón lo era: únicas prendas que llevaba encima, -diferentes de las de todos los días. Llevaba muchas cosas que contar; -y con la promesa de ir haciéndolo por el camino, agarró la caña -del timón; bogaron el Lebrato y Pedro Juan, y comenzó la barquía á -deslizarse por la Arcillosa adelante. Estaba la mañana como la mejor -de primavera, y esto acababa de transportar al animoso párroco á los -buenos tiempos de sus aficiones de «pescador de altura,» como él -se llamaba á sí propio con gran énfasis. Para explotarlo todo y no -perder el tiempo, en cuanto desembocó en la ría largó un aparejillo -de <i>sereña</i>, de su propie<span class="pagenum" id="Page_582">[p. -582]</span>dad, cuyos anzuelos había encarnado poco antes; y así las -cosas, remando firme el Lebrato y Pedro Juan, y avanzando mucho la -barquía, dió principio el cura á sus relatos, mientras gobernaba con -una mano y sacudía blandamente con la otra el aparejo tendido.</p> - -<p>Lo de Inés se había arreglado tan puntual y guapamente como lo tenía -calculado él. Estaba ya bien libre, la pobre, por todos los días de su -vida, de caer en la infame ratonera de que se había escapado por un -milagro de Dios. En otra, harto más llevadera, la encerraría él muy -pronto, y en buena compañía. ¡Que fuera la Galusa á hincarle las uñas -allí! Había sido muy de notar el sosiego con que recibió el Berrugo -la notificación del depósito de su hija. Refirió también lo que sabía -de los pasos dados inútilmente por las gentes de la casa, y bien á -la fuerza, por la autoridad, en busca de la fugitiva; y aseguró que -Marcones, al encararse con él, había sido bien despachado.</p> - -<p>Al Lebrato le pareció todo ello muy bien, y Pedro Juan habló un poco -para ratificarse en su conocido dictamen del canto al pescuezo, por lo -tocante al Berrugo.</p> - -<p>—No se quedará sin él, aquí ó allá, si le merece—dijo el cura;—que -Dios consiente y no para siempre. Y ahora va lo mejor de todo lo -acontecido ayer en la casona. Parece ser que el<span class="pagenum" -id="Page_583">[p. 583]</span> Berrugo se encerró en su leonera de -abajo, en cuanto ocurrió lo del Juez municipal; y que mientras estuvo -encerrado allí, entre la tía y el sobrino, que andaban en conciliábulos -arriba, llegó á armarse tal zipizape, que al fin se echaron las uñas. -Según Luca, que lo oyó, la cosa se fué encrespando sobre quién de los -dos había tenido más culpa en que la tajada se les escapara de los -dientes. La moza se asustó; y viendo que no subía su amo, aunque ya -era bien pasada la hora de comer, bajó á llamarle con ánimo de que -pusiera paz entre aquellos dos demonios, que andaban ya muy cerca de -rodar por los suelos. Golpeó á la puerta, pero el hombre no respondía; -golpeó más, y tampoco; hasta que en fuerza de golpear y golpear y de -decir á gritos, por el ojo de la cerradura, que se mataban arriba, -destrancó el Berrugo, abrió y se presentó delante de la muchacha, -con una traza que metía miedo: con los ojos encandilados, las cejas -erizadas, el poco pelo hecho una greña, y el color de la cara, de -difunto. Preguntó, como espantado, quién se mataba; respondió Luca lo -que ocurría; y después de decir él que ojalá fuera verdad, la emprendió -para arriba con todo el aire de un demente. Guióse por el ruido de la -marimorena, y se encontró en el cuarto de la Galusa al sobrino y á la -tía, hechos un ovillo, rodando á los pies de<span class="pagenum" -id="Page_584">[p. 584]</span> la cama: él con la cara desollada á -arañazos, y las dos manos en el pescuezo de ella, que ya enseñaba los -gañotes y se la saltaban los ojos, mientras retemblaba la casa con -maldiciones y blasfemias. El Berrugo no se anduvo en chiquitas: sin -decir una palabra, pero con todas las trazas de recrearse en ello, y no -para poner paz, sino para acabar cuanto antes lo comenzado, puntapié -va á la una, bofetón al otro, silletazo por aquí, garrotazo por allá; -hasta que alzándose los dos de repente, y como si un odio común los -hubiera puesto de acuerdo, empréndenla con él, hechos dos furias; y -allí, Pedro Juan, hubiera fenecido el desdichado sin necesidad del -canto tuyo, á no llegar Antón, que volvía de levantar un vallado en -una heredad de la llosa Grande, y meterse por medio, con la ayuda que -entonces se atrevió Luca á prestarle. Separados los tres combatientes, -que parecían, por lo erizados y gruñones, tres perros vagabundos -después de una engarra, lo primero que ladró el Berrugo, porque aquello -no se parecía á voz humana, fué para decir á la tía y al sobrino que -salieran inmediatamente de su casa, para no volver jamás á poner los -pies en ella. Dió esto motivo á una nueva encrespadura de la fiera, que -reclamaba sus soldadas y alegaba otros derechos que eran un escándalo -y, en buena justicia, merecían la recompensa<span class="pagenum" -id="Page_585">[p. 585]</span> de un presidio para la reclamante y para -el reclamado; y como éste conservaba aún en la mano el garrote que -había cogido antes en un rincón del cuarto para esgrimirle, como le -esgrimió, sobre el ovillo, y se disponía á esgrimirle nuevamente sobre -la provocadora, armóse el terne criado de resolución; echó del cuarto -á empellones, pocos, pero buenos, á la tía y al sobrino; llevó á éste -medio en volandas hasta la calleja; púsole encarado á Lumiacos con la -advertencia, muy en serio, de que tomara soleta por allí y sin mirar -hacia atrás; volvióse arriba, y se encontró á la Galusa amarrándose las -greñas en mitad del carrejo, y jurando, entre aullidos, que en cuanto -acabara aquella labor y se calzara unos zapatos, iba á largarse de -casa, pero para ir á la del Juez y encausar á aquel ladrón de soldadas, -mal padre y peor marido. Y así lo hizo poco después. Se largó de casa -con un lío al brazo, á medio tapar con las puntas de un chaluco lleno -de lamparones y pispajos.</p> - -<p>Á todo esto, el Berrugo, sin querer probar bocado ni soltar de la -mano el garrote, se había puesto á dar vueltas por la sala; y dando -vueltas y más vueltas, sin hablar una palabra, mirando sin saber á -qué y estremeciéndose á lo mejor de repente, se pasó hasta media -tarde. Entonces empezó á mascullar algunos di<span class="pagenum" -id="Page_586">[p. 586]</span>chos que no se le entendían bien, y en -dos ocasiones se plantó encarado á la pared; hizo muy arriba de ella -una raya con el palo, y dijo muy claramente: «¡Lo menos, hasta aquí! -¡Qué hermosura!» Otra vez dijo, muy claro también: «Con quince brazas -hay de sobra, y ya sé de dónde sacarlas.» Y después de decir esto, sin -reparar siquiera en los dos criados que andaban casi arrimados á él -y mirándole de hito en hito, bajó á escape al cuartón del estragal; -descolgó todas las cuerdas de carro que había allí; las fué anudando -una con otra; atesó bien los nudos; midió las brazas que daban entre -todas; le parecieron bastantes; y haciendo después con la cuerda entera -una madeja muy curiosa, se la echó al hombro, se metió en el cuarto -del portal, que es su leonera, y allí quedaba encerrado media hora -después de anochecido, que fué cuando vino Luca á mi casa á contarme -todo lo que os he contado y á pedirme mi parecer. Porque la moza ha -llegado á cogerle miedo, y no sabe qué partido tomar: si largarse de -casa, ó seguir allí por caridad, hasta ver en qué para aquello. Quedéme -asombrado, como podéis suponer, y la aconsejé que se aguantara, con -ciertas precauciones, sobre todo de noche, un par de días siquiera, -si Antón se aguantaba también. Suponía yo, y sigo suponiendo, que -todo aquello no es más que un arrechucho oca<span class="pagenum" -id="Page_587">[p. 587]</span>sionado por lo de Inés, y un poco más -encrespado por la zurribanda del mediodía. Es la primera vez en su -vida que le sale el tiro por la culata; el hombre es malo á toda ley, -y pierde los estribos de coraje... Hoy no he sabido cosa alguna de él. -Al pasar para Las Pozas, quise preguntar; pero ví la casa muy cerrada y -hallé la portalada trancada por dentro: supuse que estarían durmiendo -todos... y no sé más. Conque ¿qué os parece la historia?</p> - -<p>De perlas les había parecido. Por saborearla mejor, hasta se habían -descuidado en la rema mientras el cura la contaba.</p> - -<p>—Siempre pensé yo—dijo el Lebrato,—que ese hombre había de acabar de -mala manera... Porque, por mi cuenta, ya está loco.</p> - -<p>—Y si lo de la cuerda—apuntó el Josco,—fué pa colgase con ella, -permita Dios que no güelva en sus cabales.</p> - -<p>—Sobre eso de la cuerda—dijo el cura dando un tirón muy fuerte -del aparejo, pero sin trabar nada en él, aunque la picada había sido -buena,—sobre eso de la cuerda, desde que Luca me contó que Antón había -dicho que el médico, el otro visionario, había estado encerrado con él -en la leonera, tengo acá ciertas sospechas de que esté relacionado con -su manía, lo cual no tendría nada de particular. Pero no hay miedo que -haga un disparate; porque es<span class="pagenum" id="Page_588">[p. -588]</span> hombre que, cuerdo ó loco, tiene mucha ley á su pellejo. Lo -indubitable hasta la hora presente, es que le ha llegado la suya, y que -se ve la mano de Dios encima de él amenazándole con el castigo que le -espera...</p> - -<p>—Mucho tiene—observó el Lebrato;—pero á cambio de ello, no quisiera -verme en su lugar.</p> - -<p>—¡En el pellejo de ese hombre?—exclamó el Josco -estremecido.—¡Recoles! ¡moro relajao primero!</p> - -<p>En éstas y otras, anduvo la barquía más de otro tanto; y el cura, -dale que dale á la sereña y encarna que encarna anzuelos, y no embarcó -más que dos panchos y una lobina, que no pesaban en junto medio -cuarterón. Más adelante ya tuvo mejor suerte en su cacea: pescó dos -mubles de á libra, y una porredana de tres cuarterones bien corridos. -Todo, por supuesto, para entretener sus impaciencias hasta llegar al -«pozo grande,» donde no se mataba el hambre de unas aficiones como las -suyas, con parvidades como aquéllas.</p> - -<p>Un poquito de resaca había en la barra cuando se disponían los -expedicionarios á pasarla, pero sin malicia. La mar estaba noble, los -horizontes limpios como la plata, y el nordeste apuntando. Lo peor -era que con la charla y la cacea, y algo que se había descuidado el -cura<span class="pagenum" id="Page_589">[p. 589]</span> después de -misa, cuando entraba la barquía en la mar estaban al caer las diez: -media mañana perdida para la pesca, y la marea despuntando ya. Como -que don Alejo sintió cierto ruborcillo <i>profesional</i> al presentarse -tan tarde delante de hombres del oficio, más madrugadores que él, que -pescaban en dos barquichuelos parecidos al del Lebrato, al socaire de -la isla: precisamente en el sitio de sus preferencias. Así y todo, -gobernó hacia allá, pero con ánimos de comenzar la pesca á medio -camino, de acuerdo con el parecer de Juan Pedro.</p> - -<p>—Pues bogar firme vosotros—dijo;—que yo iré encarnando por los tres, -y ese tiempo ganaremos.</p> - -<p>Á los diez minutos de esto, cesó la boga y comenzó la pesca. El -Lebrato había conocido ya las barquías de la isla. Las dos eran de San -Martín.</p> - -<p>Entre si muerden ó no muerden, y si sería peor ó mejor un poco más -acá ó un poco más allá, pasó cerca de media hora; y ya iban á hacer -otra <i>impuesta</i>, más hacia la isla, cuando el Josco, que pescaba por la -banda de tierra, exclamó de pronto:</p> - -<p>—¡Coles! ¿Qué es aquello?</p> - -<p>Volviéronse hacia Pedro Juan su padre y don Alejo; y siguiendo la -dirección de la mirada del asombrado mozo, distinguieron en el<span -class="pagenum" id="Page_590">[p. 590]</span> peñasco de enfrente, un -poco á la derecha del boquerón del Pirata, como á la mitad de distancia -entre la cornisa y la imposta de la fachada de aquella mole llamada por -el Lebrato «á modo de torre grandona,» y á más de sesenta pies sobre el -mar, algo que, desde allí, parecía un hombre abierto de piernas y de -brazos, adherido á la peña como una garrapata. Reparando más, vieron -que la figura se movía tan pronto hacia un lado como hacia otro, hacia -arriba como hacia abajo, cual si vacilara y temiera. De pronto se llevó -el cura las manos á la cabeza, y exclamó horrorizado:</p> - -<p>—¡Santísimo nombre de Dios! ¡Armar, hijos, esos remos, y vamos hacia -allá, que es él!</p> - -<p>—¿Quién?—le preguntó el Lebrato, que parecía adivinar la -respuesta.</p> - -<p>—¡Quién ha de ser—respondió el cura sin apartar la vista de la -peña,—sino un hombre dejado de la mano de Dios, como ese desdichado? -Y ¿cuántos hombres de esos conoces tú, Juan Pedro, más que uno... tu -amo?</p> - -<p>—¡Válgame Jesús!—exclamó el Lebrato acabando de encapillar el -estrovo, y al mismo tiempo que su hijo, dispuesto ya á dar la primera -estrepada, exclamaba por su parte:</p> - -<p>—¡Recoles, qué hombre ese!</p> - -<p>—Y ¿aónde vamos?—preguntó el Lebrato, acelerado y trémulo.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_591">[p. 591]</span></p> - -<p>—¡Qué sé yo?—respondió el cura, sentándose al timón, pero sin dejar -de mirar á la peña.—Por de pronto, hacia allá, á acercarnos todo lo -posible... porque ese infeliz está gastando las fuerzas sin adelantar -un paso... y va á caer sin remedio.</p> - -<p>—¿Y qué adelantaremos con ir—repuso Juan Pedro sin dejar de bogar -con brío,—si la barquía no puede atracar hasta debajo de él? ¿No ve -usté que está escripío de peñas al reador, en más de tres brazas de -anchura, y cómo rompe la mar allí? Si cae, señor don Alejo, se desnuca, -lo primero; y lo que de él quede, se lo tragará la rompiente en un -decir Jesús.</p> - -<p>—Pos caer, cae, y sin tardar mucho,—dijo Pedro Juan con gran -aplomo.</p> - -<p>—Sea lo que fuere, suceda lo que sucediere, hay que acercarse allá y -discurrir un modo de prestarle algún auxilio... Malo es, malo ha sido; -pero es hijo de Dios como nosotros... ¡Hala más, Juan Pedro!... ¡hala -tú también de firme, muchacho!... Y no estaría de sobra que aquellos -otros acudieran también...</p> - -<p>«Aquellos otros» eran los de las barquías de San Martín, á los -cuales comenzó á llamar con el pañuelo el cura, puesto de pie.</p> - -<p>—¡Virgen María, qué demencia!—continuó exclamando y con la -mirada fija otra vez en el peñasco.—¡Y allí está como una lapa, sin -su<span class="pagenum" id="Page_592">[p. 592]</span>bir ni bajar, -el desdichado, acabando con las pocas fuerzas que le quedarán! Pero, -hombre, ¿no habría medio de darle ayuda por alguna parte? Quizás por -arriba...</p> - -<p>—Sería tanto como despeñarse los dos, él y quien bajara á -ayudarle—replicó el Lebrato.—Pero anque eso se arriesgara uno á hacer, -¿por onde se va pa llegar antes que él se despeñe? Si tuviera un poco -de serenidá, echándose hacia la izquierda pa ganar el balconuco, como -yo le dije dende aquí mesmo un día... ¡Santo Dios!—exclamó aterrado de -pronto el pobre hombre.—¡Si con aquel dicho habré tenío yo parte en esa -barbaridá de locura?... Pero, señor, yo lo dije por decir, y por mí -mesmo, que soy capaz de hacerlo como lo dije... no por él, bien lo sabe -Dios que nos estaría escuchando.</p> - -<p>—No te apure ese temor, Juan Pedro—se apresuró á decirle el -cura para desvanecerle el escrúpulo,—aunque no te afirmaré que el -desventurado no haya tenido en cuenta tu dicho en medio de su locura -para atreverse á cometer la que está cometiendo ahora; pero ¿qué culpa -tienes tú de qué haya un hombre, tan desatinado, que tome al pie de la -letra esos diches, sin distinguir de colores?</p> - -<p>—Quien ahí le ha puesto—apuntó grave y secamente Pedro Juan,—no ha -sío el dicho de usté ni el de naide; que ha sío, ó el demonio,<span -class="pagenum" id="Page_593">[p. 593]</span> que le cegó por la -cubicia que le consomía, ú Dios, que quiere que las pague toas juntas -de ese modo...</p> - -<p>Avanzó la barquía un poco más; y según iba aclarándose la figura, -iban enmudeciendo los que la contemplaban; porque á la vez crecía lo -terrible y solemne del espectáculo.</p> - -<p>De pronto se oyó un grito agudo y lamentoso, como si saliera del -fondo de una sima; y el hombre de la peña se desprendió de sus asideros -y cayó precipitado por su propio peso; pero no hasta la mar, sino, -con grandísimo asombro de los espectadores, hasta cuatro ó seis varas -más abajo, donde se quedó oscilando y con la cara vuelta hacia la -barquía.</p> - -<p>—¡Coles... la cuerda!—exclamó Pedro Juan, mientras los demás estaban -como petrificados.—¡Ya está visto pa qué la quería!</p> - -<p>Efectivamente, el Berrugo (porque ya no cabía duda que era él) -estaba amarrado por debajo de los sobacos con una cuerda sujeta arriba -por el otro extremo. La cuerda, buscando su aplomo al caer el cuerpo -que sostenía, se apartó hacia la derecha del camino que llevaba don -Baltasar, y éste se halló debajo de la imposta, enfrente de la parte -más lisa y cóncava de la peña, oscilando en el aire sobre un fondo -sombrío y viscoso, y tejiendo con brazos y pies, como sapo en estaca. -Horrorizaba verle así.</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_594">[p. 594]</span></p> - -<p>Ó porque distinguió á la barquía, ó porque el instinto de -conservación se lo impuso, sucedió que el desdichado comenzó á dar -alaridos y á pedir ayuda en todos los acentos que caben en los -registros del espanto y de la desesperación.</p> - -<p>El cura, sin saber qué hacerse, como los otros dos, se descubrió la -cabeza y se puso á rezar por él.</p> - -<p>—No hay poder humano que le ayude—dijo al mismo tiempo el -Lebrato.—Otro, en su pellejo, se esquilaría por la cuerda; pero ¿de -qué le ha de servir á él, que desde mucho más arriba, onde tenía -apoyo pa los pies, no pudo aprovecharla pa ayudase con las manos tan -siquiera?</p> - -<p>—Sea lo que sea—exclamó el cura dejando de rezar, pálido y -demudado,—acerquémonos más; y ya que no podamos salvarle la vida, -hagamos algo por su alma.</p> - -<p>Anduvo la barquía hasta acercarse tanto á las rompientes, que don -Baltasar conoció á los que iban en ella. Lo demostró con un grito de -júbilo.</p> - -<p>—¡Dios os envía!... ¡Don Alejo!... ¡Hay Dios!... ¡Ya creo en Él... y -en su misericordia!</p> - -<p>—Por la cuenta que te tiene ahora,—murmuró Pedro Juan al oir -aquellas voces que parecían de un alma en pena.</p> - -<p>—Bien está eso, señor don Baltasar—gritó<span class="pagenum" -id="Page_595">[p. 595]</span> el cura con la poca voz que le dejaba -su angustia.—Pero no deje también de creer en su justicia... y mire, -mire... nosotros vamos á hacer por usted todo lo que humanamente se -pueda; pero, por si no alcanza, prepárese para una buena muerte...</p> - -<p>—¡Eso no!—gritó el Berrugo pataleando allá arriba.—¡Yo no quiero -morir! ¡Yo estoy en sana salud y quiero vivir todavía!</p> - -<p>—Y entonces, ¿por qué se puso tan en peligro de perecer, como se ha -puesto por su gusto?</p> - -<p>—¡Yo no me puse!... ¡Yo no sé por dónde ni cuándo he venido aquí!... -¡Yo he debido estar loco!... Agarrado á esta peña allá arriba, me ha -despertado el espanto... ¡Por compasión!... ¡por caridad!... ¡ayúdenme, -ampárenme... y pronto, que la cuerda trisca, y es de esparto viejo -lo más de ella... y ya se me turba la vista... y me van faltando las -fuerzas!...</p> - -<p>De pronto se le ocurrió al Lebrato que se le podía socorrer -desembarcando en la playuca, y corriendo luégo á tirar de la cuerda -desde arriba. Pero había media hora hasta la playuca, y otro tanto por -tierra, y la cuerda flaqueaba ya, y el hombre no parecía estar más -firme que la cuerda.</p> - -<p>—No importa—respondió el cura;—es el único recurso, y hay que -intentarle...</p> - -<p><span class="pagenum" id="Page_596">[p. 596]</span></p> - -<p>En esto llegaron las dos barquías, cargadas de hombres con el -horror pintado en las caras; y al triste son de los alaridos cada vez -más lentos y apagados del infeliz Berrugo, les comunicó don Alejo su -proyecto. Una de las barquías podía quedarse allí para animar con -su presencia al agonizante, y las otras dos ir con sus hombres á -auxiliarle por la playuca. Se convino en ello; partieron á toda fuerza -de remo las barquías de San Martín hacia la playuca, y don Alejo se lo -gritó á don Baltasar para darle alientos.</p> - -<p>—¡Es tarde ya!—respondió el mísero, con la cabeza caída y los -miembros lacios.—Me va faltando la vida; y la cuerda, que me ahoga con -mi propio peso, trisca cada vez más.</p> - -<p>—¡Hay que intentarlo, con todo!—dijo el cura; y añadió en seguida:—Y -mire, don Baltasar: como antes le dije, por si acaso tiene usted razón, -prepárese para una buena muerte... Haga un acto de contrición. ¡Mire -que otros en mejor salud han fenecido!... ¡Mire que voy creyendo que -para algo me trajo el Señor aquí hoy!...</p> - -<p>No se sabe si respondió algo don Baltasar y no dejó oirlo el -incesante machaqueo de la resaca; pero está fuera de duda que volvió á -patalear entonces, porque esto se vió.</p> - -<p>El Lebrato daba diente con diente, sin apar<span class="pagenum" -id="Page_597">[p. 597]</span>tar sus ojos del espectáculo, y su hijo, -contemplándole también sin cesar, estaba como electrizado. Don Alejo, -impaciente y conmovido, mirando tan pronto á don Baltasar como á las -barquías, que no andaban tanto como su deseo, continuó amonestando al -moribundo, pues por tal le consideraba; y al ver que no le respondía, -y que cada vez inclinaba más la cabeza y eran sus movimientos más -débiles, recitó la oración de los agonizantes, arrodillándose los tres -en la barquía; y luégo, levantando el brazo derecho y clavando los -ojos compasivos en don Baltasar, bendíjole, y rezó con voz vibrante y -solemne:</p> - -<p>—<i>Si es bene dispositus, ego te absolvo a pecatis tuis, in nomine -Patris et Filii et Spíritus Sancti.</i></p> - -<p>En aquel mismo instante se oyó un trisquido y también algo como -lamento, y se vió á don Baltasar precipitarse rápidamente, con las -piernas y los brazos extendidos, como una rana que se lanza al charco, -desde la altura en que oscilaba moribundo de horror y de fatiga, al -erizado peñascal, en cuyas puntas rebotó dos ó tres veces antes de -desaparecer entre las revueltas espumas de la resaca.</p> - -<p>El Lebrato y el cura lanzaron un grito. El Josco se echó hacia -atrás, pálido como la pechera de su camisa; y los tres contemplaron, -consternados, cómo se enrojecían las espumas<span class="pagenum" -id="Page_598">[p. 598]</span> del agua que batía las peñas entre las -cuales había desaparecido don Baltasar.</p> - -<p>El cura volvió á hincarse de rodillas; y mirando al cielo le elevó -esta súplica, como recomendación del alma del desdichado:</p> - -<p>—<i>Súscipe, Domine, servum tuum in locum sperandæ sibi salvationis a -misericordia tua.</i></p> - -<p>Era imponente y aflictivo aquello; y aún lo fué más cuando al -ver los del barquichuelo flotar el largo pedazo de cuerda que había -caído á la mar con el mísero despeñado, se lanzaron, con riesgo de -sus vidas, á cogerle; y tirando de él don Alejo y remando los otros -dos hacia afuera, apareció, casi á flote y remolcado por la barquía, -el ensangrentado cadáver con el cráneo deshecho y los miembros -destrozados.</p> - -<p class="ti3 small mt2"><span class="smcap">Polanco</span>, -agosto-octubre 1888.</p> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_coronas.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter" id="ToC"> - <p><span class="pagenum" id="Page_599">[p. 599]</span></p> - <div class="figcenter"> - <img src="images/barra_homo.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> - </div> - <h2 class="nobreak">ÍNDICE</h2> -</div> - -<table summary="Índice de contenidos"> - <tr> - <td> </td> - <td colspan="2" class="tdr">Páginas.</td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_1">I.</a></td> - <td class="tdl">—«Ré» en la Arcillosa.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_1">5</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_2">II.</a></td> - <td class="tdl">—El conflicto de Pedro Juan.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_2">27</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_3">III.</a></td> - <td class="tdl">—Adónde fué á parar la segunda sarta de peces.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_3">43</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_4">IV.</a></td> - <td class="tdl">—«Ese hombre».</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_4">61</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_5">V.</a></td> - <td class="tdl">—Continuación del anterior.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_5">81</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_6">VI.</a></td> - <td class="tdl">—Varga abajo y varga arriba.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_6">101</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_7">VII.</a></td> - <td class="tdl">—Cuentas de familia.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_7">111</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_8">VIII.</a></td> - <td class="tdl">—El médico don Elías.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_8">123</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_9">IX.</a></td> - <td class="tdl">—Las cosas de don Elías el médico.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_9">147</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_10">X.</a></td> - <td class="tdl">—Por dónde flaqueaba el Berrugo.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_10">177</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_11">XI.</a></td> - <td class="tdl">—Las lunas del Josco.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_11">197</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_12">XII.</a></td> - <td class="tdl">—En qué manos andaba Inés.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_12">213</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_13">XIII.</a></td> - <td class="tdl">—La obra de Marcones.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_13">227</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_14">XIV.</a></td> - <td class="tdl">—El cura de Robleces.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_14">247</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_15">XV.</a></td> - <td class="tdl">—El pleito del profesor.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_15">265</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_16">XVI.</a></td> - <td class="tdl">—El fallo de la educanda.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_16">281</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_17">XVII.</a></td> - <td class="tdl">—El agosto del Berrugo.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_17">301</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_18">XVIII.</a></td> - <td class="tdl">—Vuelta al pleito de Marcones.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_18">325</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_19">XIX.</a></td> - <td class="tdl">—El caballero del altar mayor.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_19">345</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_20">XX.</a></td> - <td class="tdl">—Quién era él.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_20">357</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_21">XXI.</a></td> - <td class="tdl">—Arroz y gallo muerto.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_21">377</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_22">XXII.</a></td> - <td class="tdl">—Examen de conciencia.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_22">405</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_23">XXIII.</a></td> - <td class="tdl">—Corrida en pelo.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_23">427</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_24">XXIV.</a></td> - <td class="tdl">—Leña al fuego.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_24">449</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_25">XXV.</a></td> - <td class="tdl">—Anales de tres semanas.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_25">469</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_26"><span class="pagenum" id="Page_600">[p. 600]</span>XXVI.</a></td> - <td class="tdl">—La puchera del Lebrato.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_26">483</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_27">XXVII.</a></td> - <td class="tdl">—Luz y tinieblas.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_27">505</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_28">XXVIII.</a></td> - <td class="tdl">—En el fondo del abismo.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_28">523</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_29">XXIX.</a></td> - <td class="tdl">—El poder de una idea.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_29">537</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_30">XXX.</a></td> - <td class="tdl">—Cosecha de tempestades.</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_30">557</a></td> - </tr> - <tr> - <td class="tdl0"><a href="#Ch_31">XXXI.</a></td> - <td class="tdl">—«Por do más pecado había».</td> - <td class="tdr"><a href="#Ch_31">581</a></td> - </tr> -</table> - -<div class="figcenter mt3"> - <img src="images/fin_satiro.jpg" - alt="Ilustración de adorno" /> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter pt3"> -<div class="footnotes"> - -<p class="large centra mt1">NOTAS</p> - -<div class="footnote"> - -<p id="Footnote_1"><span class="label"><a -href="#FNanchor_1">[1]</a></span> Hosco.</p> - -</div> - -<div class="footnote"> - -<p id="Footnote_2"><span class="label"><a -href="#FNanchor_2">[2]</a></span> Ratera, chupona.</p> - -</div> - -<div class="footnote"> - -<p id="Footnote_3"><span class="label"><a -href="#FNanchor_3">[3]</a></span> Suplico á los lectores de buen -sentido, que no tomen á invención mía este caso ni los dos anteriores -con todos sus pelos y señales. Están rigorosamente copiados de los que -ocurren á cada hora en estos pueblos... y hasta en la ciudad.</p> - -</div> - -</div> -</div> - -<hr class="chap0" /> - - -<div class="chapter pt3"> -<div class="transnote" id="tnote"> - <p class="tnotetit">Nota de transcripción</p> - - <ul> - <li>Los errores de imprenta han sido corregidos sin avisar. Para su - detección se han tenido en cuenta ediciones posteriores de esta obra.</li> - - <li>Se ha respetado la ortografía original —que difiere ligeramente de - la actual—, normalizándola a la grafía de mayor frecuencia.</li> - - <li>Se ha respetado la falta de emparejamiento de los signos de - admiración e interrogación, por ser un rasgo de estilo del autor.</li> - - <li>Se han añadido tildes a las mayúsculas que las necesitan.</li> - - <li>Las páginas en blanco han sido eliminadas.</li> - - <li>El transcriptor ha creado la imagen de la cubierta y la sitúa - en el dominio público.</li> - </ul> -</div> -</div> - -<hr class="full" /> - - - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of La Puchera, by José María de Pereda - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK LA PUCHERA *** - -***** This file should be named 55058-h.htm or 55058-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/5/0/5/55058/ - -Produced by Josep Cols Canals, Ramon Pajares Box, and the -Distributed Proofreading team at DP-test Italia. - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions -will be renamed. - -Creating the works from public domain print editions means that no -one owns a United States copyright in these works, so the Foundation -(and you!) can copy and distribute it in the United States without -permission and without paying copyright royalties. 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Redistribution is -subject to the trademark license, especially commercial -redistribution. - - - -*** START: FULL LICENSE *** - -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK - -To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full Project -Gutenberg-tm License (available with this file or online at -http://gutenberg.org/license). - - -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg-tm -electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. 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Except for the limited right of replacement or refund set forth -in paragraph 1.F.3, this work is provided to you 'AS-IS' WITH NO OTHER -WARRANTIES OF ANY KIND, EXPRESS OR IMPLIED, INCLUDING BUT NOT LIMITED TO -WARRANTIES OF MERCHANTABILITY OR FITNESS FOR ANY PURPOSE. - -1.F.5. Some states do not allow disclaimers of certain implied -warranties or the exclusion or limitation of certain types of damages. -If any disclaimer or limitation set forth in this agreement violates the -law of the state applicable to this agreement, the agreement shall be -interpreted to make the maximum disclaimer or limitation permitted by -the applicable state law. The invalidity or unenforceability of any -provision of this agreement shall not void the remaining provisions. - -1.F.6. INDEMNITY - You agree to indemnify and hold the Foundation, the -trademark owner, any agent or employee of the Foundation, anyone -providing copies of Project Gutenberg-tm electronic works in accordance -with this agreement, and any volunteers associated with the production, -promotion and distribution of Project Gutenberg-tm electronic works, -harmless from all liability, costs and expenses, including legal fees, -that arise directly or indirectly from any of the following which you do -or cause to occur: (a) distribution of this or any Project Gutenberg-tm -work, (b) alteration, modification, or additions or deletions to any -Project Gutenberg-tm work, and (c) any Defect you cause. - - -Section 2. Information about the Mission of Project Gutenberg-tm - -Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of -electronic works in formats readable by the widest variety of computers -including obsolete, old, middle-aged and new computers. It exists -because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from -people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. -To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 -and the Foundation web page at http://www.pglaf.org. - - -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive -Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at -http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent -permitted by U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. -Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered -throughout numerous locations. Its business office is located at -809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email -business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact -information can be found at the Foundation's web site and official -page at http://pglaf.org - -For additional contact information: - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To -SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any -particular state visit http://pglaf.org - -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. - -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. - -Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation -methods and addresses. Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. -To donate, please visit: http://pglaf.org/donate - - -Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic -works. - -Professor Michael S. Hart is the originator of the Project Gutenberg-tm -concept of a library of electronic works that could be freely shared -with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project -Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support. - - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S. -unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily -keep eBooks in compliance with any particular paper edition. - - -Most people start at our Web site which has the main PG search facility: - - http://www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. - - -</pre> - -</body> -</html> diff --git a/old/55058-h/images/barra_busto.jpg b/old/55058-h/images/barra_busto.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index 0b4488a..0000000 --- a/old/55058-h/images/barra_busto.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/55058-h/images/barra_copa.jpg b/old/55058-h/images/barra_copa.jpg Binary files differdeleted file mode 100644 index db1326c..0000000 --- a/old/55058-h/images/barra_copa.jpg +++ /dev/null diff --git a/old/55058-h/images/barra_homo.jpg b/old/55058-h/images/barra_homo.jpg Binary files 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