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You may copy it, give it away or -re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included -with this eBook or online at www.gutenberg.org/license - - -Title: Cuentos de navidad y reyes; cuentos de la patria; cuentos antiguos - -Author: Emilia Pardo Bazán - -Release Date: October 25, 2017 [EBook #55812] - -Language: Spanish - -Character set encoding: UTF-8 - -*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES *** - - - - -Produced by Chuck Greif and the Online Distributed -Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was -produced from images available at The Internet Archive) - - - - - - - - - - OBRAS COMPLETAS - DE - EMILIA PARDO BAZÁN - - CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES - - CUENTOS DE LA PATRIA - - CUENTOS ANTIGUOS - - - - - EMILIA PARDO BAZÁN - - OBRAS COMPLETAS.--TOMO XXV - - CUENTOS - - DE NAVIDAD Y REYES - - CUENTOS DE LA PATRIA - - CUENTOS ANTIGUOS - - [Illustration: colofón] - - ADMINISTRACIÓN - _calle de S. Bernardo, 37, principal_, - MADRID - - Es propiedad.--Queda - hecho el depósito que marca - la ley. - - MADRID.--Est. tip. de I. Moreno, Blasco de Garay, 9. - _Teléfono 3.020._ - - - - -ADVERTENCIA DE LA AUTORA - - -_En este volumen incluyo, bajo el título de_ CUENTOS DE LA PATRIA, -_algunos de los cuales cabría decir, como dijo el poeta del_ Canto á -Teresa, _que son un desahogo de mi corazón y el lector puede saltarlos_. - -_Cuando en 1898 publiqué el titulado_ Vengadora, _me llamaron_ Soñadora -_los muy benignos_. - -_Algo de realidad prestó á mi sueño el trágico fin del Presidente -Mac-Kinley..._ - -_Y si fuese soñar creer en la justicia inmanente, ¿qué mal habría? ¿qué -más inofensivo consuelo?_ - -_Emilia Pardo Bazán._ - - - - -CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES - - - - -LA NOCHEBUENA DEL PAPA - - -Bajo el manto de estrellas de una noche espléndida y glacial, Roma se -extiende mostrando á trechos la mancha de sombra de sus misteriosos -jardines de cipreses y laureles seculares que tantas cosas han visto, y, -en islotes más amplios, la clara blancura de sus monumentos, -envolviendo, como un sudario, el cadáver de la Historia. - -Gente alegre y bulliciosa discurre por la calle. Pocos coches. A pie van -los ricos, mezclados con los _contadinos_, labriegos de la campiña que -han acudido á la magna ciudad trayendo cestas de mercancía ó de regalos. -Sus trapos pintorescos y de vivo color les distinguen de los burgueses; -sus exclamaciones sonoras resuenan en el ambiente claro y frío como -cristal. Hormiguean, se empujan, corren: aunque no regresen á sus casas -hasta el amanecer--que es cosa segura,--quieren presenciar, en la -Basílica de _Trinitá dei Monti_, la plegaria del Papa ante la cuna de -_Gesú bambino_. - -Sí; el Papa en persona--no como hoy su estatua, sino él mismo, en carne -y hueso, porque todavía Roma le pertenece--es quien, en presencia de una -multitud que palpita de entusiasmo, va á arrodillarse allí, delante de -la cuna donde, sobre mullida paja, descansa y sonríe el Niño. Es la -noche del 24 de Diciembre: ya la grave campana de Santángelo se prepara -á herir doce veces el aire, y la carroza pontifical, sin escolta, sin -aparato, se detiene al pie de la escalinata de _Trinitá_. - -El Papa desciende, ayudado por sus Camareros, apoyando con calma el pie -en el estribo. Con tal arte se ha preparado la ceremonia, que al sentar -la planta Pío IX en el primer escalón, vibra, lenta y solemne, la primer -campanada de la media noche, en cada campanario, en cada reloj de Roma. -El clamoreo dramático de la hora sube al cielo imponente como un -_hosanna_ y envuelve en sus magníficas tembladoras ondas de sonido al -Pontífice que poco á poco asciende por la escalinata, bendiciendo, entre -la muchedumbre que se prosterna y murmura jaculatorias de adoración. A -la luz de las estrellas y á la mucho más viva de los millares de cirios -de la Basílica iluminada de alto abajo, hecha un ascua de fuego, -adornada como para una fiesta y con las puertas abiertas de par en par, -por donde se desliza apretándose el gentío ansioso de contemplar al -Pontífice,--se ve, destacándose de la roja muceta orlada de armiño que -flota sobre nívea túnica, la cabeza hermosísima del Papa, el puro diseño -de medalla de sus facciones, la forma artística de su blanco pelo -dispuesto como el de los bustos de rancio mármol que pueblan el Museo -_degli Anticchi_. - -Entra por fin en la Basílica; cruza las naves, desciende la escalera -dorada que conduce á la cripta, y mientras á sus espaldas la guardia -brega para reprimir el empuje del torrente humano que pugna por -arrimarse á la balaustrada, en el recinto descubierto, más bajo que la -multitud, el Papa queda solo. Artista por instinto; con el andar rítmico -de las grandes solemnidades; con un sentimiento de la actitud que sólo -él posee en grado tal,--Pío IX se acerca á la cuna, junta las manos de -marfil, eleva al cielo un instante los ojos como si invocase la -presencia de Dios; se arrodilla, se abisma, y los paños de su cándida -vestidura se esparcen esculturales y clásicos cual los plegados de -alabastro de un ropaje de Canova. - -El Niño, el _Bambino_, duerme desnudito, color de rosa, reclinado en su -rubio colchón de sedeña paja. En toda la Basílica no se escucha más -ruido que el chisporroteo suave de los cirios y el murmullo de la -oración que el Papa empieza á elevar.--A las primeras palabras, anímase -el Niño con vida fantástica: la escultura se hace carne. Sus ojos se -entreabren, sus puñitos se tienden hacia el Papa, como se tenderían -hacia un abuelo cariñoso, haciendo fiestas. Incorporado y sentado en la -paja, llama al Pontífice, que sigue orando, pero que cree percibir en -sus rodillas la sensación de que ya no reposan en los cojines de -terciopelo carmesí, en sus codos algo que los sube y aparta del -esculpido reclinatorio. Ligero y como fluído, su cuerpo no le pesa; -flota apaciblemente en una atmósfera de oro y luz, hecha de las -partículas de los cirios que se derraman ardientes y centelleantes.--La -cuna ha desaparecido; el Niño está de pie, alto, crecido ya, convertido -en adolescente; y en vez de la gracia infantil, en su cara se lee la -meditación, se descubre la sombra del pensamiento. Alrededor del Jesús -de quince años van juntándose, saliendo de las paredes de la cripta, que -parece trasudarlos, docenas de chiquillos, otros _Bambinos_, pero feos, -encanijados, sucios, envueltos en andrajos ó desnudos, mostrando la -enteca anatomía. Docenas primero; cientos después; luego millares, -millones, un hervidero tan incontable, un ejército tan infinito, que -estallan las paredes de la cripta, las de la Basílica, las de Roma, las -de todo cuanto pretendiese contener la expansión de la horda de -miserables. Extiéndese por una llanura sin límites, y su bullir de -gusanera rodea al _Gesú_, que ha ido insensiblemente transformándose en -hombre hecho y derecho: ya tiene barba ahorquillada y rizoso cabello -castaño, ya su rostro ha adquirido la gravedad viril. Y siguen acudiendo -desharrapados y con las carnes al aire, lisiados, enfermos, famélicos, -tristes, venidos de todos los puntos del horizonte, de todos los -confines de la tierra. Lloran de hambre; tiemblan de frío; gimen de -abandono; enseñan sus lacras; se cogen á la vestidura inconsutil de -Cristo; se quieren abrigar bajo sus pies, reclinarse en su seno, -agarrarse á sus manos pálidas y luminosas. Huelen mal, y su punzante -vaho de miseria envuelve y sofoca al Papa, siempre en oración. - -La figura de Cristo se oculta un instante; densas tinieblas suben de la -tierra y caen del firmamento, reuniendo sus crespones. El Pontífice -siente miedo: la oscuridad le ciega, y entre aquella oscuridad vibran -maldiciones y palpitan sollozos. Un relámpago brilla; erguida en una -colina aparece la Cruz, sobre la cual blanquea el desnudo cuerpo del -Mártir, estriado de verdugones por los azotes y veteado de negra sangre. -Los labios cárdenos se agitan; el Papa interrumpe la plegaria, se -confunde, se deshace en adoración, quiere salir de sí mismo para mejor -escuchar y beber la palabra divina; y el Crucificado--señalando con -mirada ya turbia hacia el océano de criaturas que bullen allá abajo, -escuálidas, transidas, gimientes, dolorosas, maltratadas, ofendidas, en -el abandono--dice al Papa, en voz que resuena _urbi et orbi_: - ---Por ellos. - - - - -LA TENTACIÓN DE SOR MARÍA - - -Siguiendo costumbre tradicional del convento, las monjitas de la -Santísima Sangre preparan, adornan y ofrecen á la adoración de los -fieles, en el altar mayor, á la hora en que se celebra la misa del -Gallo, el Misterio del pesebre y gruta de Belén, donde puede admirarse -la efigie del Niño Dios, obra maravillosa de un escultor anónimo. - -Más que inerte imagen de madera, criatura viva parece el Niño de las -monjas. La encantadora desnudez de su torso presenta el modelado blando -y sólido de la carne. Mollas regordetas en cuello, piernas y brazos; -hoyuelos de rosa en carrillos, codos y rodillas; picardía angelical en -la expresión de los ojos y en la cándida risa; naturalidad sorprendente -en la actitud, que se diría de tender las manos al pecho maternal... así -es el Niño, y por eso las monjitas, cada vez que le visten y enfajan, -cada vez que le reclinan en la paja y el heno aromático de la humilde -cuna, exclaman enternecidas y embelesadas: «¡Ay mi divino Señor! ¡Pero -si es un pequeñito de veras!» - -Turnan rigurosamente las monjitas en el oficio y honor de camareras del -Jesusín,--y aquel año correspondió la suerte á Sor María, monja profesa, -la más joven y linda de todas. Sor María ha dejado el mundo, no como -suelen dejarlo otras religiosas, por contrariados ó infelices amores, -por sufrimientos, desengaños ó escaseces de fortuna, sino en la flor de -sus veinte abriles, con el espíritu tan virgen como el cuerpo, y el -cuerpo tan hermoso como el porvenir que sin duda la esperaba al lado de -unos padres amantes y opulentos, y en un mundo donde todo la halagaba y -sonreía. Por su serena frente no ha cruzado ni una nube; no ha rozado su -sién ni un aliento de hombre, y su corazón no ha palpitado sino para -Dios. Su mística vocación fue tan firme, que resistió á la oposición -decidida y enérgica de una familia que no se avenía á ver sepultarse en -el claustro tanta hermosura y juventud. Pero Sor María demostró tal -júbilo al tomar el velo, que ya sus mismos padres la envidiaban, -creyéndola llegada al puerto de paz. - -Sintió un gozo inexplicable Sor María al ser encargada de la grata faena -de vestir al Niño para depositarle en el pesebre. Jugar con aquel -sagrado muñeco había sido el sueño de la joven monja en los cinco años -que de profesa contaba.--«¡Cuando me toque á mí el Niño, verán qué -precioso le pongo!»--solía decir á menudo. Era llegado el instante: el -Niño la pertenecía por algunas horas, y ya sus manos temblaban de -emoción ante la idea de poseer la efigie del nene celestial. - -¡Con qué esmero planchó Sor María los pañales por ella misma bordados y -calados! ¡Con qué diligencia recogió en el jardín rosas tardías y -frescas violetas oscuras, á fin de esparcirlas sobre la camita de paja -del Niño! ¡Con qué respeto tocó la escultura; con qué reverencia la -desnudó, con qué avidez miró sus formas inocentes y con qué ímpetu -repentino, de las entrañas, se inclinó para besarla, mordiéndola casi en -las mejillas, en los hombros, en el redondo ventrezuelo! - -Algunas monjas, de las más ilustradas y benévolas, estuvieron conformes -en que nunca había salido tan mono y tan bien adornado el Jesusín; pero -las viejas gangosas, ñoñas y esclavas de la rutina, murmuraron que le -faltaban dijes de abalorio y talco y cintas de colores.--Y cuando Sor -María se recogió á su celda y se arrodilló para rezar antes de -extenderse en la pobre tarima, donde, sin regalo, casi sin abrigo, -dormía el sueño de los ángeles, sintióse de repente profundamente -triste, y le pareció que delante de ella se abría un abismo negro, muy -hondo, y que la entraban ganas vehementes de morir. No penséis mal, oh -escépticos, de Sor María. ¡No la creáis una monja liviana! - -No era el amor profano y su deleitosa copa lo que el tentador hacía -girar ante sus ojos preñados de lágrimas de fuego. Tened por seguro que -la pureza de Sor María llegaba al extremo de ignorar si renunciando al -amor sacrificaba venturas. En el amor sólo sospechaba fealdades, -desencantos, humillaciones y groserías indignas de un alma escogida y -bien puesta. Lo que en aquel momento hacía sollozar á la monja era el -instinto maternal, despertado con fuerza irresistible á la vista y al -contacto del monísimo Jesusín... - -Y mal de su grado, ofuscada por la insidiosa tentación (solo el Maldito -pudo infundirla tan trasnochados y estemporáneos pensamientos), Sor -María no estaba á dos dedos de renegar de los votos y de las tocas y de -los deberes que al convento la sujetaban. Nunca estrecharía contra su -infecundo seno una tierna cabecita de rizada melena; nunca besaría una -frente pura y celestial; nunca unos brazos mórbidos ceñirían su -garganta. La única criatura que le había sido dado tener en brazos y á -la cual pudo prodigar ternezas, era un chiquillo de palo, duro, frío, -que ni respondía á las caricias, ni balbucía entrecortado el nombre de -madre. Y Sor María, cada vez más hondamente desesperada, acordábase, en -aquella hora fatal, de su propio hogar que había abandonado, y pensaba -en el delirio con que su padre amaría á un nietezuelo, y lloraba con -llanto más amargo, con lágrimas sangrientas, como lloraría una virgen de -Israel, condenada á muerte, la esterilidad de su seno y la soledad -eterna de su corazón, sentenciado á no probar nunca el más intenso y -completo de los cariños femeniles... - -Mas he aquí que al hallarse Sor María fuera ya de sentido y á punto de -rebelarse impíamente contra su destino y de romper su juramento de -fidelidad al Divino Esposo, cuentan las crónicas (no sé si protestaréis -los que lleváis sobre las pupilas la membrana del topo, la incredulidad) -que la celda se iluminó con luz blanca y suave, y que de súbito el Niño -del Misterio, no rígido é inmóvil en su invariable actitud, sino -animado, hecho de carne, sonriendo, gorgeando, acariciando, salió de una -nube ligera y se vino apresuradamente á los brazos de la monja. - ---Soy yo, tu Jesusín, el que nació hoy á las doce--parecía balbucir la -criatura, halagando blandamente á Sor María. Y como ésta pagase con -besos los halagos, el chiquillo rompió á llorar tiernamente, y la monja, -olvidando sus propias lágrimas y su reciente desconsuelo, comenzó á -bailar para entretenerle, á arrullarle, á cantarle, á contarle cuentos, -y al fin le arropó en su cama, llegándole al calor de su propio cuerpo y -recostándole sobre su pecho tibio, que henchían activas corrientes de -vitalidad y de amor. Y allí se pasó la noche el pobre nene, hasta que la -blanca aurora, que disipa las sombras y ahuyenta las tentaciones, lanzó -sus primeras claridades al través de la reja, y la campana llamó al -templo á las monjas, que se pasmaron del resplandor extático que -brillaba en el hermoso semblante de Sor María... - -Desde entonces Sor María hace prodigios de austeridad, mortificación y -penitencia. Sus rodillas están ensangrentadas, sus costados los -desuella el cilicio, sus mejillas las empalidece el ayuno, su boca la -contrae el silencio.--Pero todos los años, después de la misa del Gallo -y el Misterio del pesebre, se repite la visita del Niño á la celda -melancólica y solitaria, y por espacio de unas cuantas horas, Sor María -se cree madre. - - - - -LA NAVIDAD DEL PELUDO - - -Catorce años de no interrumpida laboriosidad podía apuntar el _Peludo_ -en su hoja de servicios; catorce años en que no hubo día sin ración de -palos y sin hambre. ¡El hambre especialmente! ¡Qué martirio! - -Sacar fuerzas de flaqueza para el cochinero trote, obligado por los -pinchazos del recio aguijón; aguantar picadas de tábanos y de moscas -borriqueras, enconadas, feroces con el sol y el polvo, en las llagas de -la reciente matadura; sufrir talonazos y ver cortar la vara de avellano -ó de taray que, silbadora y flexible, se ha de ceñir á su piel -averdugándola; probar la dentellada de la espuela y el sofrenazo -violento del bocado; recibir puñadas en el suave hocico y en los ojos, -en los dulces y grandes ojos cuya mirada siempre expresa mansedumbre; -doblegarse bajo la excesiva carga; arrastrarse molido y pugnar por no -caer al suelo antes de que se termine una caminata tres veces más -fatigosa de lo que cabe dentro de los límites del vigor asnal;--todo -esto, con ser tanto, le parecía miseriuca al _Peludo_, en cotejo de -pasar rozando una pradería verde como la esperanza, mullida y -aterciopelada como tapiz de seda, y no poder hartar la panza vacía, -redondear los ijares metidos y chupados y la tripa hueca como tubería de -órgano. Era tal la impresión que causaba al _Peludo_ la vista de la -hierba apetitosa, rociada, velluda, de los dorados pajares y de las -mieses en sazón; tal la rabia que sentía al oir el murmurio de la fuente -cuando secaba sus fauces el anhelo del trabajo y la polvareda pegajosa -del camino real; tal la violencia de su furioso apetito y el ímpetu de -su colosal gazuza, que más de una vez, él--el manso, el resignado, el -trabajador, el obediente--_pensó_ hacer una muy gorda y sonada: soltar -un rebuzno de guerra y arremeter á coces y á muerdos contra su -despiadado jinete, su espolique, su amo, su tirano... ¡Qué deleite -arrojar al suelo el lastre de sacos de harina, que pesan cual plomo, -patearlos, reventarlos; que la harina se esparciese por la carretera; -meter en ella el hocico, aventarla, hacerla volar en blanquísimas nubes! -Y si era mucha el ansia de comer, no menor la de revolcarse. -¡Revolcarse! ¡Cuánto tiempo, desde su tierna infancia, su época de -buchecillo retozón y candoroso, que no se revolcaba, con las cuatro -patas batiendo el aire y la gris barriga al sol, el _Peludo_! - -Cruzaban estas ráfagas de emancipación por la deprimida mollera del -esclavo, pero no adquirían consistencia; eran aleteos pasajeros que -abatía al punto la convicción de su eterna servidumbre y de que la había -dispuesto la suerte, el _fatum_ que preside á la existencia del jumento. -Sí; lo peor del caso es que al _Peludo_ la desgracia le había hecho -fatalista; no esperaba nada de la Providencia, ni se atrevía á creer que -pudiese lucir para él jamás un instante de relativa dicha. Hiciese lo -que hiciese, lo mismo tenía que ser... Hambre y palos, palos y hambre... -Arriba con la carga; avante por la senda--y nada de protestas ni de -quiméricos ensueños. - -Razón llevaba el paciente _Peludo_ en desconfiar de la suerte y en -prometerse mayores desventuras; su amo, en vez de mostrarle algún apego, -una pizca de consideración, á medida que el _Peludo_ perdía fuerzas, -agilidad y bríos, iba tratándole con mayor dureza y encomendándole las -tareas más rudas y bajas, los transportes más reventadores y las -jornadas á palo seco en todo el rigor de la frase. Por eso, la glacial y -lluviosa noche del 24 de Diciembre encontró al cuitado _Peludo_ -sufriendo la intemperie con cachaza estoica, atado á una argolla de -hierro, á la puerta de la conocida taberna del _Pellejón_, una de las -varias que salpican las orillas de la carretera de Marineda á Brigos. -Otras veces no faltaba para el _Peludo_ en aquel templo báquico el -abrigo de una cuadra ó de un estercolero, ó siquiera de un cobertizo -cerquita del pajar; pero ésta era noche de bulla y parranda de regodeo y -jarros colmados de vino y aguardiente, y cuando el _Peludo_, al -trotecillo desmayado de sus provectas patas, se acercó á la taberna, no -quedaba sitio ni techo para él. De dos puntillones, el amo le pegó á la -pared, le amarró á la anilla, y allí se quedó el jumento, sin más techo -que un emparrado desnudo de follaje, cuyas ramas goteaban hilos de agua -llovediza, formando una charca bajo los cascos. - -Veía el _Peludo_, al través de los vidrios de la ventana, la sala de la -taberna iluminada, alegre, llena de hombres que jugaban á los naipes, -disputaban, despachaban guisotes de bacalao y apuraban vasos de caña y -tinto. Mientras los racionales celebraban así la Navidad, el asno, -transido y empapado hasta los huesos, rendido de cansancio y -desfallecido de necesidad, no tenía ánimos ni para exhalar un suplicante -y doloroso rebuzno pidiendo sustento y calor. Una nube veló sus pupilas; -sus corvas se doblaron. Iba á caer sobre el fango líquido, cuando -advirtió una claridad suave, muy diferente de la que derramaban las -pestíferas candilejas de la taberna, y divisó á su lado, con profunda -sorpresa, á otro borrico: un asno plateado, de luciente pelo, vivaracho, -cordial. ¡Qué compañía tan grata! «_¡Hi--ho!_» flauteó dulcemente el -caduco y asendereado jumento. Púsose el recién venido á roer con los -dientes la cuerda que al _Peludo_ sujetaba, y presto le dejó libre. Echó -á andar el argentado borriquillo, y detrás de él, sin meterse en más -averiguaciones, el _Peludo_, ya regocijado y fuerte. A medida que -adelantaban, la noche se hacía transparente, estrellada, tibia; el -camino fácil, seco, llano, lindo. A derecha é izquierda, prados de un -tono de felpa verdegay, esmaltados de violetas y ranúnculos, convidaban -al _Peludo_ á saciar su apetito; arroyos cristalinos le brindaban con -qué apagar su sed. Y el _Peludo_, entrando á saco, descuidado, libre, se -entregó á la hierba jugosa; desde lejos podía oírse el ruido de molino -que al mascar producía su vieja dentadura. Bebió á su talante en los -manantiales; atracóse de trébol y hierba mollar, y al paso que devoraba, -redondeábase su panza como globo que se infla, hasta que de súbito -estallaron las cinchas que sujetaban la albarda, y quedóse en pelota, -feliz como un rey. ¡Ahora sí que no se sentía fatalista el _Peludo_! Tan -dichosa aventura le convertía en el mayor providencialista del universo. -En lontananza empezaba á despuntar la mañanica dorada y risueña; las -violetas del prado olían á gloria; todo incitaba á un revuelco -deleitable, y ¡zás! el _Peludo_ se dejó caer y se puso á nadar en aquel -golfo de verdura, impregnándose de olores floreales, recogiendo en su -pelambrera hojas de manzanilla. El asno se sentía victorioso, envuelto -en luces de gloria. Y allá en los aires, lejos, alto, voces misteriosas -repetían la profética cláusula: «Nos ha nacido un niño, y se llama -Emanuel...» El asno de plata, salvador del _Peludo_, le miraba entre -compasivo y amigable, y le rebuznaba bondadosamente: «_¡Hi--ho!_ ¿No me -conoces? Soy el que calentó con su aliento á Jesús en el establo... y el -que llevó á Egipto á María la Nazarena...» - -A la puerta de la taberna, el amo del _Peludo_, al salir de madrugada -con los humos de la embriaguez muy densos aún, vió á su montura tendida -en la charca, los ojos vidriosos, las patas rígidas.--Rompióse la -cuerda--observó el tabernero.--No le dé patadas--agregó--que de poco -sirve; tiene la oreja fría; está difunto.--Pero el amo, con la terquedad -característica de los beodos, seguía descargando puntapiés al animal, -jurando, blasfemando y maldiciendo. Al fin, convencido de lo inútil de -sus esfuerzos, soltó una opaca risotada.--Para lo que -servía...--gruñó.--Ya ni podía conmigo... - - - - -JESUSA - - -El matrimonio vió al fin cumplidos sus deseos: la niña vino al mundo un -24 de Diciembre, circunstancia que pareció señal del favor divino; -pusiéronle en la pila el dulce nombre de Jesusa, y la rodearon de cuanto -mimo pueden ofrecer á su único retoño dos esposos ya maduros, muy ricos, -y que sólo pedían á la suerte una criatura á quien transmitir fortuna y -nombre. La cuna fue mullida con pétalos de rosa, y hasta el ambiente se -hizo tibio y perfumado, para acariciar el tierno rostro de la recién -nacida... - -Todos hemos narrado alguna vez la triste historia de la niña pobre y -desamparada, que harapienta y arrecida, con el vértigo del hambre y la -angustia del abandono, vaga por las calles implorando caridad, hasta que -cae rendida y la nieve la envuelve en blanco sudario. El grito de la -miseria, el clamor del vientre vacío, es penetrante y humano... pero -también sufre el rico, y sus dolores, inaccesibles al fácil consuelo -que se reparte con un puñado de monedas, no hallan alivio sino en la -misericordia de Dios... El que compare á la chiquilla sin pan ni hogar -con la chiquilla envuelta en algodones y harta de goces y juguetes; á la -que jamás recibió un beso con la que agasaja en su seno una madre -idólatra,--se indignará contra la injusticia social y apelará de ella á -la justicia infalible. - -Cruzad la calle, deslizad un socorro en la mano escuálida de la mendiga, -y penetrad después en la morada de la familia de Jesusa. El contraste, -al pronto, os parecerá hasta sacrílego. Cualquier chirimbolo de los que -decoran el gabinete, cualquier fruslería de rubia concha y cincelada -plata, de las mil esparcidas sobre las mesillas del tocador, vale más de -lo que costaría dar un año entero pan, luz y abrigo á la infeliz que -tirita allá fuera, en el ángulo de la manzana, de pie contra una -cancilla menos dura que algunos corazones. - -Pasad el umbral de la alcoba tapizada de seda: acercáos á la camita -virginal, esmaltada de blanco y oro, y contemplad la cabeza que descansa -sobre la batista... Ved ese rostro transparente como alabastro, esos -ojos de violeta, tan infinitamente melancólicos. Si pudiéseis alzar la -sábana sin ofender el pudor de la niña--que ha cumplido sus once años -ya,--se ofrecería á vuestra vista algo sin nombre ni forma, uno de esos -cuadros que sobrecogen: una especie de insecto mísero: piernas como -hilos retorcidos, manos que semejan contraídas por la acción del fuego, -doble gibosidad en el pecho y la espalda, flacura de carnes secas y -consumidas por el padecimiento. ¡Y si la enfermedad se contentase con -haberla desfigurado! Pero son tan incesantes sus torturas, tan variadas, -tan horribles, que hay horas negras en que el padre susurra al oído de -la madre, en voz opaca: - ---¡No sería mejor despedir á tanto médico... suprimir tanto remedio... -no agobiarla... dejarla que!... - -Y la madre responde con acento en que tiemblan irrestañables lágrimas: - ---No, no... Mientras hay vida... - -En el martirizado cuerpo, la inteligencia vela, despierta desde muy -temprano. A los seis años, Jesusa decía de esas frases que cortan el -alma. Las tempranas intuiciones, las precocidades, si en el niño sano -regocijan, en el enfermo afligen con aflicción honda, como es hondo el -abismo del humano dolor. - ---Mamá, ¿soy yo mala?--gemía la inocente.--No, eres muy buena, muy -buena.--Entonces, ¿por qué me castiga Dios?--No es castigo...--sollozaba -la madre.--Es que después, cuando te mejores, has de disfrutar mucho... -y es que ahora, si es verdad que estás malita, también tienes más cosas -bonitas que las otras niñas, más muñecas, más juguetes, más flores, unas -cajas preciosas...--Callaba la enferma un minuto, cerrando sus pupilas -de marchita violeta, y las abría luego para exclamar:--Pues dales todo -eso á los niños que no tienen... y ellos que me den no estar enferma un -día... ¡Mamá, siquiera un día! - -Al correr del tiempo, al multiplicarse los fenómenos del extraño -padecimiento nervioso de Jesusa, arraigábase en su mente la idea de la -sustitución, y la creía posible ó segura, mejor dicho. ¿Por qué no la -complacían sus padres? ¿Había cosa más sencilla y natural? Que -repartiesen á los golfos y á los mendigos sus joyas y sus muñecos caros; -que les enviasen á cestos las golosinas; que les entregasen las sábanas -de encaje y el edredón de plumón de cisne..., y que ellos, á su vez, la -socorriesen con unas migajas de salud, de la riente salud que alegra el -mundo, que calienta la sangre, que resplandece como el sol y hermosea el -vivir. ¡Levantarse de aquella cama, andar, salir á la calle, respirar el -aire libre, sin dolores, lista, ágil, contenta! - -A fuerza de hablar de la sustitución, Jesusa acabó por contagiar á su -padre. Los desgraciados tienen siempre los brazos abiertos para abrazar -á la quimera. La esperanza es ingeniosa y supersticiosa.--Verás, nena -mía... Voy á darte gusto, voy á socorrer á los niñitos pobres... Así que -les haga mucho bien, tú sanarás...--Y empezó su carrera de filántropo, -descubriendo cada día, en la inagotable mina de la miseria, nuevas vetas -que explotar, y soñando, á cada hallazgo, que allí podría estar la -curación de su enferma. Subió á muchas buhardillas, llevando la bolsa -llena y el médico prevenido; recogió y trajo en brazos, á las altas -horas de la noche, al golfo que dormía aterido y desfallecido de hambre -sobre un banco ó al través de una puerta, y se gozó en el golpe mágico -del despertar de la criatura ante una suculenta cena y con la -perspectiva de un mullido lecho; redimió de la abyección á niñas que aún -no tenían conciencia del pecado, y las llevó á establecimientos -benéficos, donde las inculcasen el trabajo y la honestidad; pagó -nodrizas á desvalidos huérfanos; desató un río de aceite de hígado de -bacalao para los chiquitines escrofulosos, y en verano envió á las -orillas del mar á hijos de obreros, devorados de anemia... Mas Jesusa, -enterada de tan santas acciones, no cesaba de mover su cabeza macilenta, -de cerrar dolorosamente las lánguidas violetas de sus ojos. No era -bastante; no se contentaba Dios todavía con eso. - -Mayor sacrificio pedía sin duda... Prueba de lo estéril del esfuerzo, -era que Jesusa empeoraba, que redoblaban sus sufrimientos, que la fiebre -la consumía, que su piel se pegaba á los huesos abrasada por el mal, y -que en los accesos, á cada paso más frecuentes, sentía, ó como un ascua -en sus entrañas, ó como un enorme témpano de hielo en su corazón, -próximo á cesar de latir. ¿Iba á durar eternamente aquella infernal -tortura? ¿No se apiadaría Dios? ¿No la sanaría de repente del todo, -dejándola alzarse, fuerte y gozosa, en el ímpetu de la juventud, á -disfrutar de la existencia, á reir, á correr, á saltar como los pájaros -felices? - -Llegó la Nochebuena, el cumpleaños de Jesusa. En tal día, sus padres la -abrumaban á regalos, inventaban caprichos para darse el gusto de -satisfacerlos. Se armaba el _belén_, renovado siempre, siempre más -lujoso, de más finas figuras, de más complicada topografía; pero aquel -año, suponiendo que la enferma estaba cansada ya de tanto pastorcito y -tanta oveja y tanto camello, discurrió la madre colocar un precioso Niño -Jesús, de tamaño natural, joya de escultura, en un pesebre, sobre un haz -de paja. La sencilla imagen atrajo á la abatida enferma. Parecía una -criatura humana, allí echada, desnudita. Y al mirarla, al pensar que -tendría mucho frío, Jesusa creyó adivinar por qué no la sanaba á ella -Dios... No bastaba dar á otros niños limosna y socorro: era preciso _ser -como ellos_, aceptar su estado, abrazarse á la humildad, á la necesidad, -imitando al Jesús que reposaba entre paja, sobre unas tablas toscas... -Afanosamente, la niña llamó á su madre y suplicó, trémula de ilusión y -de deseo: - ---Mamá, por Dios... Haz lo que te pido y verás si sano... Ponme como -están los niñitos pobres... Echa paja en el suelo, acuéstame ahí... No -me tapes con nada, déjame tiritar... - -Resistíase la madre, temblando de miedo á la idea de su hija con frío y -sobre unas tablas; pero, á pesar suyo, el loco ensueño también se -apoderaba de su espíritu. ¿Quién sabe? ¿quién sabe?... Las alas de la -quimera batían misteriosamente el aire en derredor... Alejó á los -criados, miró si nadie venía... y cargando el leve peso de la enferma, -la tendió sobre la paja esparcida, en el mismo pesebre donde sonreía y -bendecía el Niño; Jesusa abrió los ojos, miró ansiosamente á la imagen, -y después los cerró con lentitud. Su carita demacrada, crispada, expresó -de pronto la mayor serenidad; una especie de beatitud bañó las -facciones, iluminó la frente; un ligero suspiro salió de la cárdena -boca... La madre, aterrada, se inclinó, la llamó por su nombre, la -palpó... No respondía; el sueño se realizaba; los dolores de Jesusa -habían cesado; no volvería á sufrir. - - - - -NOCHEBUENA DE JUGADOR - - -El vicio del juego me dominaba.--Cuando digo el vicio del juego, debo -advertir que yo no lo creía tal vicio, ni menos entendía que la ley -pudiese reprimirlo sin atentar al indiscutible derecho que tiene el -hombre de perder su hacienda lo mismo que de ganarla. «De la propiedad -es lícito usar y abusar», repetía yo desdeñosamente, burlándome de los -consejos de algún amigo timorato. - -No obstante mi desprecio hacia el sentimiento general, procuraba por -todos los medios que en mi casa se ignorase mi inclinación violenta. -Habíame casado, loco de amor, con una preciosa señorita llamada Ventura; -estrechaba más nuestra unión la dulce prenda de un niño que aún no -sabía, si yo le llamaba, venir solo á mis brazos; y por evitar á mi -esposa miedo y angustia, escondía como un crimen mis aficiones, -sorteando las horas para satisfacerlas. Precauciones idénticas á las que -adoptaría si diese á mi mujer una rival, adoptaba para concurrir al -Casino y otros centros donde se arriesga, al volver de un naipe, puñados -de oro; é inventando toda clase de pretextos--negocios bursátiles, -conferencias con amigos políticos, enfermos que velar, invitaciones que -admitir--cohonestaba mis ausencias y explicaba de algún modo mi -agitación, mi palidez, mis insomnios, mis alegrías súbitas, mis -abatimientos, la alteración de mi sistema nervioso, quebrantado por la -más fuerte y honda tal vez de las emociones humanas. - -Hacía tiempo que no poseía sino lo que al juego me granjeaba. Dueño de -un mediano caudal, había ido enajenando mis fincas para cubrir pérdidas. -Vino después una larga temporada de prosperidad, pero invertí las -ganancias en valores fáciles de negociar, que ya mermaban recientes -descalabros. Nada de esto notaba mi Ventura, porque, á semejanza de casi -todas las mujeres, recibía de manos de su esposo el dinero sin preguntar -su origen. Segura de mi cariño, pasiva y feliz en su hogar, ni se la -ocurría ni quizás deseaba conocer el estado de nuestros intereses. En -las ocasiones felices, yo la traía ricas alhajas y la compraba lindos -trajes; en los momentos de estrechez, una indicación mía bastaba para -que ella redujese el gasto y aplazase los pagos, con instintiva -complicidad. Pero si mi esposa no me causaba inquietud y el -desorientarla me parecía facilísimo, otra persona de la familia me -inspiraba indefinible recelo. - -Era esta persona el hermano mayor de Ventura, mi cuñado Bernardo, hombre -de entendimiento vivo y sagaz, de fogosa condición, á quien penas -ignoradas, quizás dolorosos desengaños, impulsaron á abrazar el estado -eclesiástico. Bernardo ejercía su ministerio con un celo abrasador, con -sed de sacrificio que le consumía, demacrando su cuerpo y encendiendo en -sus azules ojos perpetua llama. Los tales ojos, al fijarse en mí, -mostraban vislumbres de desconfianza y severidad. Indudablemente el -santo altruista, consagrado á hacer el bien, olfateaba en mí la egoísta -y desenfrenada pasión que teñía de un círculo de oscuro livor mis -párpados y hacía temblar febrilmente mi mano cuando estrechaba la suya. -Una desazón, un desasosiego parecido al del que con ropa sucia arrostra -la luz del sol en un paseo concurrido, me asaltaban al encontrarme -frente á frente con Bernardo. Este, que vivía fuera de Madrid, absorbido -siempre por empresas de beneficencia, fundaciones de Asilos y -Asociaciones caritativas, sólo venía á vernos dos veces al año; en -Pascua de Resurrección y en Navidades. - -Acercábase precisamente esta solemne época del año, cuando la suerte, -que ya se me había torcido, comenzó á mostrarse airada, contra mí. -Soplaba la racha negra, y soplaba tan inclemente y dura, que arrebataba -mis esperanzas todas. Fallaban mis más laboriosas martingalas; se -malograban mis golpes de habilidad, mis corazonadas se desmentían y -naipe que yo tocase era naipe funesto. Encarnizado en el desquite, me -precipitaba con ciega cólera, obstinándome en despeñarme, agotando mis -recursos, desafiando al porvenir. La intuición de que se me venía encima -la catástrofe, redoblaba mi desesperada energía. Debiendo ya sobre mi -palabra crecida suma, busqué un prestamista--el más usurero, el más -infame--y sin vacilar, como quien cierra los ojos y se arroja á una -sima, me abandoné á sus uñas, firmando cuanto quiso, comprometiendo mi -honor á cambio de la inmediata posesión de la cantidad que necesitaba -para saldar mi deuda en el Casino y tentar el golpe supremo. Estaba -determinado á que no luciese para mí el día de confesarle á Ventura que -nos aguardaba la miseria y la afrenta además. Cierto que á veces se me -ocurría decirla: «Figúrate que yo era un negociante; he quebrado; es -preciso resignarse y trabajar.»--Pero inmediatamente comprendía la -imposibilidad, el absurdo de calificar de _quiebra_ los resultados de mi -desorden. Si caía á los pies de mi mujer revelando la verdad, tendría -que implorar perdón, como cumple al que faltó á sus deberes. Antes -morir, y morir me parecía la solución única del pavoroso conflicto. En -aquellos instantes veía tan claro como la luz que la muerte era precisa -y natural consecuencia de mi modo de entender la vida, y el derecho de -jugar, hermano del de suicidarse: ambos se reducían á uno solo... «Usar -y abusar»... Y morir sin miedo. - -Con estos pensamientos volví á mi casa la tarde del día 24 de Diciembre, -llevando en el bolsillo la cantidad obtenida del usurero. No bien entré -en la antesala, sentí que me abrazaban á un tiempo por el cuello y por -las piernas. El primer abrazo era el de la mujer amante, que unía su -rostro al mío con arrebato mimoso; el segundo... ¿Quién puede abrazar -por más abajo de la rodilla, sino el nene, el muñeco que se ensaya en -romper á andar y aun necesita agarrarse á algo para no caer de bruces? - -Sentí que el corazón se me hendía; sentí que me acudían lágrimas á los -ojos; y apartándome bruscamente, por disimulo, exclamé: - ---¿Qué pasa? ¿A qué viene esto? - ---Ha llegado Bernardo--respondió Ventura sorprendida de mi sequedad. - ---Tío Nado--repitió mi pequeño, que acompañó esta gracia con una risa -estrepitosa. - ---Pues toma--dije entregando á mi mujer un puñado de billetes,--prepara -una cena; pero una cena de verdad, como me gustan... y ahora déjame, -hijita, déjame un poco; quiero reposar, me duele la cabeza, y de aquí á -la noche espero mejorarme para charlar con Bernardo. - -Ventura obedeció, y yo me encerré á escribir una especie de testamento y -despedida. Mis dientes castañeteaban; concluí la tarea, registré mis -pistolas, las cargué, me eché sobre el sofá y fumé nerviosamente, -cigarro tras cigarro, hasta que Ventura, solícita, vino á avisarme para -cenar. Era temprano, porque el niño no podía faltar de la mesa en noche -semejante y su madre evitaba tenerle despierto hasta las mil. Nos -dirigimos al comedor, iluminado por bujías rosa, alegrado por la -blancura de los manteles y el destellar del cristal y de la plata. - -La sopa de almendra humeaba suavemente y trascendía á gloria; las frutas -raras se apiñaban en el centro de mesa, reflejado por una luna de espejo -circundada de rosas tardías; en las copas reía ya el Sauterne amarillo, -y mi mujer, engalanada, compuesta, sonriente, con el rizado pelo algo -fosco y las mejillas rubicundas, se acercó á mí y murmuró acariciándome -con la voz: - ---¿No saludas al forastero? Ahí le tienes. - -Abracé á Bernardo, y empezó la cena, animada al principio por las -genialidades del nene y las coqueterías de Ventura, empeñada en que -alabase su tocado y tan resuelta á conquistarme, que hasta apoyó sobre -mi pie el suyo chiquitín. Sin embargo, languideció la conversación bien -pronto; no era difícil notar que Bernardo y yo estábamos pensativos. A -las preguntas inquietas de mi esposa respondí alegando cansancio y -jaqueca; pero Bernardo, el de las chispeantes pupilas azules, declaró -categóricamente: - ---Tu marido tendrá lo que guste, y no querrá enterarnos del por qué -parece un reo á quien le acaban de leer la sentencia ahora mismo; pero -lo que es yo... estoy así... porque me da vergüenza cenar tan bien, con -salmón, y ostras, y langostinos, y vinos añejos, y no poder ofrecer á -algunas familias pobres, ya que no estos festines de Lúculo, al menos el -pan del año, el fuego del hogar y ropa con que abrigarse las carnes. El -Apóstol enseñaba que los cristianos no deben encerrarse para comer -manjares suculentos. Nosotros nos saciamos de cosas ricas, y vamos á -brindar con un Champagne... que ya lo conozco de otras veces... -¡Clicquot! mientras los pobres... No puedo evitar esto, ni vosotros -podéis; pero allá dentro, hay un rincón de mi alma que llora. ¡Cómo ha -de ser! ¡No acierto á remediarlo! - -Decir esto el sacerdote, y cruzar por mi imaginación el chispazo de una -idea, fue todo uno; ni dió tiempo á la reflexión, ni á que yo calculase -el efecto que en Bernardo iban á producir mis palabras. Me levanté, -llené una copa del Champagne que frío como nieve ya lucía en la jarra de -cristal tallado, y la tendí á Bernardo, exclamando de un modo -significativo: - ---¡Pues brinda... ó reza! para que se logre un plan que tengo yo... Si -se logra, asegurarás el pan á algunas familias. - -Bernardo echó mano á su copa, y antes de alzarla, fijó en mí las -fascinadoras pupilas. A mi parecer, me registraba el cerebro, me veía la -conciencia y me leía como se lee un abierto libro. - -De pronto, con súbita decisión, tendió la copa, la acercó á la mía, las -chocó, y pronunció majestuosamente: - ---Brindo ahora... Rezaré después. Deseo que se logre tu plan... pero una -vez sola ¿entiendes? Una sola. - -Consideré sellado el pacto. En mi superstición de jugador lo había -ensayado todo, jitanas y _mediums_, amuletos y pueriles conjuros... -todo, excepto interesar á Dios por el cebo de la caridad, partiendo mis -ganancias con el Arbitro supremo, cuya previsión sirve al ciego azar de -invisible lazarillo. ¡Poner al cielo de mi parte! Sí, porque el cielo -tampoco podía _querer_ que yo ejecutase la resolución postrera y -definitiva, la única que cortaba el nudo infernal de mi destino... - -Así que terminó la cena, me levanté, alegué una excusa, dejé á Ventura -malhumorada y á Bernardo meditabundo, y salí desalado, á jugar, no ya el -dinero, sino la honra y la existencia, la existencia que en aquel -momento me parecía tan seductora, tan digna de ser vivida, entre los -halagos de una mujer enamorada y la luminosa sonrisa de un querubín que -me pedía protección y ayuda para andar, cogiéndose á mis piernas... - -Por las calles se oía tumulto de gentío, repique alegre de panderetas, -rasgueos de guitarrillo; en las casas, la luz se filtraba delatando la -reunión de los que se quieren en íntima fiesta; y yo pensaba, mientras -el coche que había tomado á mi puerta iba rodando hacia el Casino: «Si -marro, esta es mi Nochebuena última.» - -¿Sabéis lo que se llama una suerte desatinada, increíble, loca? Pues así -la tuve yo desde el primer instante. Sobraban horas para jugar, y -estaban allí los puntos fuertes, los de repleta cartera y crédito firme. -Sin tregua los arrollé: no recuerdo vena igual: parecía cual si viese al -trasluz las cartas que iban á salir, ó un poder invisible me dictase la -puesta. Como si Dios se esmerase en cumplir el pacto, mi vena aumentó -desde que sonó la media noche. - -Al regresar á mi domicilio, entré en el cuarto de Bernardo. El cura -estaba despierto; me esperaba sin duda. - ---Acuéstate--le dije,--y duerme bien, que mañana tendrás con qué dar á -esas familias pobres el pan del año. - -Vi en el expresivo rostro del sacerdote indicios de perplejidad y -zozobra. Comprendía perfectamente el origen del dinero que yo venía á -ofrecerle en cumplimiento del trato, y su conciencia batallaba con su -pasión de hacer bien, de consolar penas, de enjugar lágrimas. Débil, por -fin, vencido del deseo, sacudido por una trepidación interior que le -enronqueció la voz siempre sonora, me cogió las manos entre las suyas, y -murmuró: - ---Acepto... Venga... Sólo que ¡acuérdate!... La condición... - ---Hoy ha sido la última vez: palabra de honor--respondí adelantándome á -su ruego. - - * * * * * - -No sé si me creeréis, pero no he jugado más desde aquella Nochebuena. Al -principio se me crispaban los dedos y la cabeza se me desvanecía con el -ansia de volver á probar las amargas delicias del juego; después, poco á -poco, vino la calma: el olvido ¡nunca! Negocié, labré una fortuna, y -aprendí que puedo usar de ella, pero no abusar. Sé que soy depositario. -El dueño está arriba. - - - - -DE NAVIDAD - - -Este cuento pasa en el siglo XVI, en una de esas ciudades de Italia que -gobernaba un tirano. Llamémosle á la ciudad, si queréis, Montenero, y á -su tirano Orso Amadei. - -Orso era un hombre de su época, feroz, desalmado, disimulado en el -rencor, implacable en la venganza. Valiente en el combate, magnífico en -sus larguezas y exquisito en sus aficiones artísticas, como los Médicis, -festejaba en su palacio á pintores y poetas y recibía en su cámara -privada á los sospechosos alquimistas de entonces, que si no -consiguieron fabricar oro, no ignoraban la fórmula de destilar activos -venenos. - -Cuando á Orso le estorbaba un señor, le atraía, jurábale amistad, -comulgaba con él--¡horrible sacrilegio!--de la misma hostia, le sentaba -á su mesa... y en mitad del banquete el convidado se levantaba con los -ojos extraviados y espumante la boca, volvía á caer retorciéndose... -mientras el anfitrión, con hipócrita solicitud, le palpaba para -asegurarse de que el hielo de la muerte corría ya por sus venas. - -Con los villanos no gastaba Orso tantas ceremonias: los derrengaba á -palos, ó los dejaba consumirse de hambre en un calabozo. - -Orso era viudo dos veces: á su primera mujer la había despachado de una -puñalada, por celos; á la segunda, la única que amó, se la mató en -venganza Landolfo dei Fiori, hermano de la primera. Esta no había dejado -hijos: la segunda sí, una hembra y dos varones. Perecieron los varones -en un oscuro lance militar, una emboscada que tal vez preparó el mismo -Landolfo, y quedó la niña Lucía, para continuar la maldita familia de -Amadei. - -Discurría ya su padre el Príncipe con quien desposarla, cuando Lucía -declaró que deseaba tomar el velo. Orso se desesperó, porque, á su -manera, adoraba á aquel último retoño de su raza; mas no hubo remedio; -la voluntad de Lucía se impuso, y la niña entró en un monasterio de la -Orden de Santo Domingo, en que había florecido Catalina, llamada -_Eufrosina_, á quien el mundo venera hoy con el nombre de _Santa -Catalina de Sena_. - -La tierna juventud, la cándida belleza y la ilustre cuna de la hija del -tirano, aumentaron el asombro de su penitencia. En un siglo ya pagano, -renovó las duras penitencias de edades más fervorosas. - -Su alimento era un puñado de hierbas cocidas; su cama dos quilmas sin -paja; su ropa interior un burdo tejido de Cilicia, que llagaba la -delicada piel; y cuando se levantaba á orar, en las noches de Enero, -después de tomar una hora de descanso sobre las losas húmedas, que -quebrantaban sus huesos todos, apenas podía sostenerse de debilidad y -las palabras del rezo se confundían en su boca. - -Porque Lucía, hija al fin de los Amadei, no había nacido para la -mortificación y el dolor, sino para agotar las alegrías de la vida, para -recrearse en el grato sonido del bandolín, en el armonioso ritmo de las -estancias de los poetas, en la magia del color, en la dulce y misteriosa -calma de los jardines, donde sonreía la eterna hermosura de las estatuas -griegas,--y sólo el peso de ajenas culpas y el anhelo de la expiación la -habían arrojado palpitante de angustia y de terror al pie de los -altares, donde á cada minuto recordaba involuntariamente el mundo y sus -goces. - -Como Catalina de Sena, más de una vez se vió asaltada por tentaciones -impuras y por imágenes engañadoras y burlonas; pero abrazada á la cruz, -resistió heroicamente; lloró, se hirió las carnes y, al fin, conoció su -victoria en la paz que descendía á su espíritu. Arrobos y dulzuras -inexplicables sucedieron á los desfallecimientos, y Lucía se sintió -consolada. - -Llegó la Navidad, aniversario de su profesión. Vino la Nochebuena, -acompañada de mucha nieve; pero cuanto más espeso era el sudario que -cubría el huerto del convento, más calor notaba Lucía en su celda -solitaria; una ilusión singular le mostraba, al través de los -emplomados vidrios, que en lugar de copos de nieve llovían sobre las -ramas de los árboles y sobre la dura tierra millares de azucenas -nítidas, finas como plumas arrancadas del ala de los ángeles. - -Sembrado de azucenas estaba todo, y la blancura del jardín despedía una -claridad que alumbraba la celda con rayos de luna, más vivos y lucientes -que la misma plata. De pronto, envuelto en olas de luz apacible, Lucía -vió á un precioso Niño; una criatura que sonreía, que tendía los -bracitos, y á quien la monja recibió enajenada en ellos. - ---Esta noche--dijo el Niño amorosamente--he querido favorecerte, Lucía, -y en vez de nacer en el pesebre, naceré en la celda donde tantas veces -me has invocado. - -Lucía permaneció algunos instantes fuera de sí; el favor era -extraordinario y, en su humildad, no se creía digna de él. Apenas pudo -recobrarse, juntó las manos y se postró implorando al Niño. - ---Si quieres que sea dichosa tu sierva, Niño, mi Niño del alma... -concédeme lo que voy á pedirte. ¡Ah! Es cosa grande y difícil,--pero si -tú no puedes realizar imposibles, ¿quién los realizará? Acuérdate de lo -que he luchado, acuérdate de mis sufrimientos... y en vez de nacer aquí, -dígnate nacer en otro lugar oscuro, horrible, desolado... El corazón de -mi padre, Orso Amadei. - -Halagando el Niño con sus manecitas el rostro de la penitente, la miró -lleno de tristeza. - ---¿Sabes lo que pides, Lucía? ¿Sabes que ese corazón donde pretendes que -yo nazca es más duro que la piedra, más sangriento que el cadalso, más -fétido que el sepulcro? ¿Sabes que para entrar allí tendré que apartar -con mi cuerpo desnudo los espinos, los abrojos y las ponzoñosas hierbas, -y sentir cómo se enroscan á mi cuello las víboras y cómo trepan por mis -piernas los fríos reptiles? ¡Yo he sabido morir del modo más afrentoso; -pero al tratarse de nacer, busqué dulzura y amor; nací entre sencillos -pastores, no entre lobos carniceros! En fin, Lucía, ya que has combatido -por mí, no he de negarte lo que deseas... ¡Esta noche mi establo de -Belén será el corazón de fiera de tu padre! - -Al oir la promesa del Niño, Lucía experimentó tan subido gozo, que no lo -pudo resistir. Cayó inerte sobre las losas. La luz, la visión, el -perfume de las azucenas, todo desapareció, y al través de los emplomados -vidrios sólo se vió el huerto amortajado en nieve. - -A aquella misma hora, Orso Amadei celebraba un festín en su palacio; -mejor que festín hay que decir orgía. No era una cena donde los dichos -agudos y las alegres historietas hiciesen volar las horas y en que la -presencia de las damas, incitando á la galantería, contuviese á la -brutalidad. De estas cenas había dado muchas Orso; pero también gustaba -de otras más desenfrenadas, á que sólo asistían sus capitanes -semi-bandidos, sus bufones y sus familiares, gente cínica y perversa. - -Si se mezclaba con ellos alguna mujer, era la infeliz juglaresa -sorprendida en la plaza pública, y que, después de servir de ludibrio á -los convidados, aparecía al día siguiente con el cuerpo acardenalado, -medio muerta, arrojada en cualquier callejuela de la ciudad. Aquella -noche, Ridolfi, uno de los capitanes de Orso, había anunciado mejor -presa: justamente acababa de cazar á una joven muy linda, ¡peor para -ella si andaba á tales horas por la calle! Alborotáronse los bebedores; -Orso, riendo á carcajadas, ordenó que trajesen á la jovencita, que -entró, empujada por los soldados, temblorosa, desgreñado el rubio pelo, -y los hombres se engrieron al verla, porque era en verdad soberanamente -hermosa. - -Orso clavó en ella sus ojos impúdicos; tendió la mano, apartó los rizos -de oro... y asombrado se echó atrás; en la niña desvalida, dispuesta -allí para ultrajarla, veía el rostro de su hija Lucía, las mismas -facciones, las mejillas, la frente, sonrojada de vergüenza. - ---Soltad á esa mujer--gritó Orso.--Que la acompañen á su casa con el -mayor respeto. Que nadie la haga daño... ¡Ay del que toque á un cabello -de su cabeza! Que se la trate como á mi persona... - -Los beodos, atónitos, obedecieron sin comprender. Continuó el festín; -pero Orso, preocupado y sombrío, no apuraba la copa. Deseoso Ridolfi de -animarle, hizo una seña, entendida al vuelo, y pocos minutos después, -un preso moribundo de hambre fué traído á la sala del banquete. Solían -divertirse en sacar de su mazmorra á uno de éstos, á quienes desde días -antes privaban de alimento; sentarle á la mesa, ofrecerle algún -exquisito manjar, y, cuando iba á engullirlo sollozando y aullando de -contento, se lo quitaban de la boca y le vertían en ella la ardiente -cera de los hachones que alumbraban la orgía. - -El preso era joven, y Orso, bromeando, le tendió un plato de asado, -humeante, y una copa de _Lácrima_; mas al verle de cerca, profirió una -imprecación. Los ojos, que le fijaban con doloroso reproche desde -aquella extenuada faz de mártir, la boca que le daba gracias, eran la -boca y los ojos de Lucía, su propia mirada, que el padre no podía -desconocer, mirada de reflejo cariñoso, luz del alma que busca otra luz -igual. - ---Que suelten á éste--mandó Orso.--Antes dadle bien de comer, cuanto -desee. Y regaladle dos jarros de oro, y vino á discreción... Que se le -trate como á mi persona... ¿lo oís? ¡como á mi persona! - -Ridolfi, gruñendo, cumplió la orden. Casi al punto mismo en que salía el -preso, se presentó en la sala del festín una mujer vieja, con un -chiquitín en brazos:--«Piedad, gran señor--exclamaba,--piedad de la -criatura que aquí ves. Este pequeño es el hijo de tu cuñado Landolfo dei -Fiori, á quien aborreces, y unos soldados, por orden tuya, según dicen, -le quieren estrellar contra el muro. Tú no puedes haber dado tan cruel -orden, y yo le pongo bajo tu amparo.»--Al nombre odiado de Landolfo, -Orso se estremeció de furor, y desnudando el puñal, iba á atravesar la -garganta del pequeño... pero éste, apacible, le sonreía, y su sonrisa -era la sonrisa encantadora, inolvidable, de Lucía, cuando su padre la -acariciaba, en los días de la niñez.--Orso, vencido, cayó de rodillas, y -golpeándose el pecho empezó á acusarse en voz alta de sus pecados; -porque Jesús, fiel á su promesa, acababa de nacer en aquel corazón más -oscuro que el abismo infernal... - -A la mañana siguiente, Orso recibió la noticia de que su hija había -espirado á las doce en punto de la noche. - -El tirano se ató una soga al cuello, recorrió descalzo las calles de la -ciudad pidiendo perdón á los habitantes y, apoyado en un bastón, se -alejó lentamente. Nunca se volvió á saber de él. ¡Dichosos aquellos en -cuyo corazón nace el Niño! - - - - -JESÚS EN LA TIERRA - - -Voy á contaros un cuento de la gran Noche, que me refirió un viejo -peregrino, cansado ya de recorrer todos los caminos y senderos de este -mundo y deseoso únicamente de recostar la cabeza en una piedra y morir -olvidado. Si el cuento es algo sombrío, atribuidlo á la fatiga y á las -muchas desventuras del que me narró esta especie de sueño. - - * * * * * - -La noche de Navidad de uno de estos últimos años, habéis de saber que -nuestro Señor Jesucristo en persona quiso bajar á la tierra y -recorrerla, porque, como nadie ignora si ha leído el texto santo, las -delicias de Jesús son morar entre los hijos de los hombres. - -Dejó, pues, su trono y su asiento á la diestra del Padre, y ocultando la -majestad y belleza de su aspecto bajo forma que no deslumbrase á los -ojos mortales y que á veces ni aun fuese visible para ellos, descendió -al mundo, deseoso de encontrar piedad, amor y fraternal regocijo. La -naturaleza parece asociarse á la solemnidad del día: en el firmamento, -claro como una bóveda de cristal, brillan los astros de oro y de -esmeralda pálida, titilando cual una mirada cariñosa: ni corre un soplo -de aire, ni una partícula de humedad condensada en figura de nubecilla -empaña la magnificencia de la hora nocturna.--En el polo, cuando se -apoya sobre la helada extensión el pie sagrado de Jesús, enciéndese -súbitamente, como para festejarle, una espléndida aurora boreal: -reflejos abrasadores, purpúreos y anaranjados, colorean la nieve y -arrancan de los enormes témpanos centelleo diamantino. Mas ¿qué le -importa á Jesús la magia del espectáculo? Lo que Él busca es luz de -aurora en los corazones; le atraen los fenómenos del alma, no los juegos -de un meteoro en las rocas insensibles y en las heladas estepas.--Y pasa -adelante. - -El primer lugar donde encuentra hombres, es una llanura árida, el fondo -de un valle que altas montañas limitan y coronan. Hombres, sí, cubren el -suelo, apretados como la mies cuando la tumba la guadaña del segador; -pero hombres inmóviles, yertos, crispados, en posiciones violentas; y en -sus rostros lívidos vueltos hacia el cielo resplandeciente de dulce -claridad estelar, en sus ojos abiertos y sin mirada, una expresión de -rabia ó de espanto persiste, á despecho de la muerte... Porque son -cadáveres los que cubren la llanura, y la llanura es un campo de -batalla.--Jesús, pensativo, los contempla breves instantes. En los -pechos abiertos, las heridas bermejas parecen bocas; en las frentes -destrozadas, los negros coágulos de sangre mariposas fúnebres, de esa -horrible especie llamada _Atropos_, que lleva sobre el corselete la -figura de una calavera. Algunos de los hombres que yacen en la llanura -respiran todavía: prestando oído, se percibe su ronco estertor agónico. -Una mujer anciana, deshecha en llanto, amparando con la mano trémula -lucecilla, cruza inclinándose para ver los rostros: busca tal vez á su -hijo entre los muertos. Un caballo sin jinete pasa, olfateando la -carnicería y huyendo enloquecido...--Y Jesús sigue, se aleja. - -Entra en una ciudad populosa. Por las calles circula gente alborozada, -gozando la deliciosa templanza de una noche tan apacible como las -primaverales. Voces vinosas entonan cantos desafinados; las guitarras -acompañan con su rasgueo procaz coplas equívocas; las panderetas repican -insensatamente, y discordes sonidos de rabeles, zambombas, chicharras, -carracas de metal, se enzarzan en el aire cual brujas volando al sábado. -La multitud, desparramándose por las calles, se arremolina ante los -cafés atestados, sofocantes de calor; á veces un grupo se cuela por la -puerta de alguna hedionda tabernucha, de donde salen pateos, algazara, -blasfemias y vaho de aguardiente. - -Ante una de estas innobles guaridas se para el Nazareno. Ve allá en el -fondo un grupo alrededor de una mesa: dos hombres y una mujer. Ella da -cuerda á entrambos; los provoca, los enreda; ellos beben copa tras -copa, y disputan. El uno arroja un vaso á la cara del otro: el vaso se -hace pedazos, el hombre se incorpora chorreando heces de vino mezcladas -con sangre. Los demás bebedores intervienen, amonestan al sano, aplacan -al herido, le enjugan la faz, bromean, obligan á los adversarios á -reconciliarse, les incitan á que se abracen riendo; el sano tiende los -brazos, con cordialidad y sin recelo alguno; el herido desliza en el -bolsillo la mano abierta; corta el aire el relámpago de una navaja, y -cae un hombre con el pulmón partido. - -Jesús se desvía, sigue andando, y ve un portal grandioso, iluminado, -sostenido en columnas de rojo mármol con capiteles de bronce. Sube la -escalera, que reviste densa alfombra y decoran nobles tapices de -batallas y cacerías, y penetra en una antecámara de vastas proporciones, -donde hacen la guardia criados de calzón corto y armaduras ecuestres -auténticas. La antecámara da acceso á un saloncito sin muebles, -alumbrado por centenares de globos eléctricos, y en el fondo del -saloncito, bajo celajes de tul fino batidos como espuma, aparece un -encantador Belén, un Nacimiento para niños millonarios, obra de arte más -que de ingenua devoción. Al través de los campos y los oteros imitados -con musgo y piedra pómez, salpicados de palmeritas enanas y de sicomoros -gentiles y diminutos, se deslizan murmurando riachuelos naturales, que -sin duda algún ingenioso mecanismo hidráulico hace correr. De los -montes de piedra pómez, en cuyas cimas reluciente polvo blanco remeda -la nieve, desciende el torrente Cedrón, y del césped verdadero de los -jardines se lanzan y se pulverizan en el aire enhiestos surtidores. Un -lago en miniatura refleja en su cristalino seno las torres de Jerusalem, -el circuito de sus murallas, las cúpulas del templo y los apretados -olivos del huerto de Getsemaní, que trepan por la ladera. Los mil -pintorescos detalles de los Nacimientos no faltan en éste, sólo que las -figuras, perfectamente modeladas, son muñecos primorosos, y desde el -grupo de pastores que se arrodilla como en éxtasis, hasta los Reyes -Magos que, caballeros en sus dromedarios, asoman por una garganta -salvaje, todo revela la mano de hábil escultor. El prodigio es la gruta; -hecha de cristales de roca menudísimos y cristalizaciones de amatista, -se irisa con múltiples cambiantes al herirla la luz del foco eléctrico -en forma de estrella, que, suspendido de un hilo de perlas, oscila á -gran altura. Y en la gruta deslumbradora, entre un asno y un buey de -plata cincelada, la Virgen, de oro, vela al Niño, de oro y esmalte -también, con la cabecita de madreperla. Para ostentar dignamente aquel -grupo, joya de la orfebrería florentina del Renacimiento, tal vez de -Benvenuto Cellini, aquellas efigies en que la riqueza de la materia -compite con lo inestimable de la ejecución, se ha armado, sin género de -duda, el Belén suntuoso, y han corrido los torrentes y las cascaditas -bajo las palmeras y los olivos.--Lo extraño era que no hubiese nadie, -nadie absolutamente, en el salón; nadie para admirar tal maravilla, -nadie para acompañar al niño Jesús de oro y piedras, á fin de que no se -helase en su gruta de cristalizaciones, entre los reflejos violáceos de -la amatista y los destellos multicolores de la diáfana roca... Y sin -embargo, el palacio no debía de estar desierto, sino al contrario, lleno -de gente: se notaba en la atmósfera esa vibración, esos efluvios tibios -que sólo produce el aliento de muchos hombres y mujeres reunidos para -una fiesta. Del fondo de una galería llegaba á veces prolongado -murmullo, las rotas cadencias de una música alada y sensual, el gorjeo -de las risas. Jesús adelantó y se encontró en la galería, bello jardín -de invierno, decorado por gigantescas plantas y árboles de remotos -climas, gomeros y lantanas de enormes hojas, cicas y pandanos de -complicada estructura semejantes á pagodas y obeliscos de porcelana -verde. Esparcidas por el jardín se veían las mesas donde cenaban alegres -grupos, mujeres engalanadas, acribilladas de pedrería, hombres que -ostentaban sobre la solapa de raso de su frac grana gardenias ya mustias -por el calor. La orquesta de cuerda, oculta en un kiosco árabe que -revestían floridas enredaderas, acompañaba suavemente el rumor de las -conversaciones y de las carcajadas melodiosas, el ticliteo de las -transparentes copas que el Champagne orlaba de espuma, y el levísimo -choque de los platos, que la destreza de los criados amortiguaba lo -posible. Era una lujosa cena de Navidad.--Jesús retrocedió, volvió al -salón del Nacimiento, donde se vió otra vez en el establo, niño y solo. -El roce de unos pasos sobre el pavimento de incrustaciones de madera se -dejó oir, y una mujer, una jovencilla, de ojos azules, de blanco traje -apenas escotado, penetró en el saloncito, fue derecha al Belén, y envió -una tierna sonrisa al Niño, que contempló despacio con amor. Después, -como el que tiene que ocultar una escapatoria, volvió precipitadamente á -la galería, donde tal vez la echasen de menos. Era la hija del dueño de -la casa. El Niño de oro ya no sentía tanto frío, y Jesús, extendiendo la -mano, bendijo á la doncellita, la única que se acordaba del Misterio... - -Salió del palacio sin volver atrás la vista, y alejóse del pueblo, de la -gran ciudad corrompida y fangosa, como se había alejado del siniestro y -sangriento campo de batalla. Un cambio repentino en la atmósfera -presagiaba temporal: nubarrones densos y obscuros como plomo corrían por -el cielo: ráfagas de cierzo glacial azotaban los árboles, y se oía el -mugir pavoroso del mar rompiéndose contra los escollos. Jesús se -encontró en una aldea de pescadores, mísero grupo de chozas, colgado á -guisa de nido de gaviota en una escotadura de la costa salvaje. A pesar -de la hora, bastante avanzada para gente que suele economizar luz, nadie -duerme en la aldea: ábrense de golpe las puertas de las cabañas, y -hombres y mujeres, provistos de faroles encendidos y de largas pértigas, -de bicheros, de cestos y de sacos, se dirigen en tropel hacia la playa, -despreciando el viento que les azota el rostro y la lluvia que empieza -á caer sacudida por las rachas furiosas del huracán. Imponente aspecto -el del Océano: olas gigantescas, con cresta de espuma, se encrespan -descubriendo abismos, y el sulfuroso zig-zag de un relámpago alumbra en -el fondo de la sima á una embarcación que corre sin rumbo. Los ribereños -alzan las luces, las hacen brillar, y el barco, que en ellas cree -distinguir la salvación, el puerto amigo, maniobra hacia la costa, y, -precipitándose, va á chocar contra el bajío, donde se clava despedazado. -Los náufragos, que á la luz de otro relámpago habían podido verse sobre -el puente, en actitudes de terror y desesperación, se arrojan al agua -asidos á tablas, cogidos á cuerdas, montados sobre barriles; y luchando -con las monstruosas olas que los sacuden y los zapatean contra el -peñascal, nadan desesperadamente para alcanzar la playa, en que brillan -y corren las luces, en que ven agitarse seres humanos. Y entonces se -verifica algo espantoso: los que en la playa esperan á los náufragos, al -verlos llegar moribundos, con las pértigas, con los bicheros, con remos, -con palos, con cuchillos, los rechazan hacia el agua otra vez; pero -antes les despojan de la cintura de cuero en que salvaban oro y papeles, -de la cartera que se ataron bajo el sobaco al comprender el peligro, de -la ropa, de cuanto poseen; y por si las olas tardasen en hacer su -oficio, aturden á los infelices de un golpe en la cabeza, y así los -arrojan al piélago, inertes ya. Y danzando de júbilo, ó gruñendo como -canes por el reparto del botín, esperan la madrugada al pie de los -escollos, para recoger los despojos del buque que el mar escupirá bien -pronto, aprovecharse de la feliz albana, y celebrar después con grosero -y copioso banquete el día de la Natividad del Señor... - -El Redentor ha huído de la playa: sus ojos están nublados, su alma -triste hasta la muerte, según estaba cuando sudó sangre en Getsemaní. Y -su corazón, abrasado de caridad como nunca, insaciable en amar á los -hombres, siente las espinas de la corona que se le clavan, agudas é -invisibles. ¡Para esta raza había nacido en el establo y había muerto en -la cruz!--Entrando en una de las cabañas que los pescadores dejaron -desiertas al salir á su horrible pesca de náufragos, divisa, en un -rincón, cerca del fuego, un niño arrodillado. Al verse tan solo, el -rapaz ha tenido miedo; se ha acercado al hogar buscando abrigo, y reza -buscando amparo y protección. Jesús le coge en brazos, le besa, le -acuesta, le pone la mano en los ojos y le deja tranquilamente dormido, -soñando con los ángeles. Y al ascender otra vez al cielo, se lleva Jesús -en el hueco de la mano cuatro perlas: las lágrimas de una madre que -buscaba á su hijo en el campo de batalla; el abrazo de un hombre que -pide le sea perdonado un agravio; la sonrisa de una doncella, y la -oración de un inocente. - - - - -EL BELÉN - - -De vuelta á su casa, ya anochecido, D. Julio Revenga--sentado en el -tranvía del barrio de Salamanca, metidas las manos en los bolsillos del -abrigado gabán con cuello y maniquetas de pieles--rumiaba pensamientos -ingratos. Su situación era comprometida y grave, doblemente grave para -un hombre leal y franco por naturaleza, y obligado por las -circunstancias á engañar y á mentir. ¡Qué cara pagaba una hora de -extravío! La tranquilidad de su conciencia, la paz de su casa, la -seriedad de su conducta, todo al agua por algunos instantes en que no -supo precaverse de una tentación. - -Mientras el cobrador iba cantando las estaciones del trayecto y el coche -despoblándose, Revenga daba vueltas á la historia de su yerro. ¿Cómo -había sido? ¿Cómo había podido suceder? Como suceden esas cosas: -tontamente. Si no es la quiebra de su amigo y paisano Costavilla, no -tendría ocasión de ponerse en frecuente contacto con la hermana, -aquella Anita Dolores--mujer ya espigada en los treinta años, y más -desenvuelta que candorosa.--Ante la desgracia de la quiebra, Costavilla -perdió la energía y la esperanza; pero Anita Dolores, en cambio, se -reveló llena de aptitudes comerciales, dispuesta, activa, resuelta á -salvar la casa de cualquier modo. Para sus gestiones se asesoraba con -Revenga, le pedía auxilio, préstamos, celebraban conferencias que -duraban horas. Al manejar los papeles, al calcular probabilidades de -liquidación, establecíase entre los dos una intimidad chancera, que se -convertía de repente, por parte de Anita, en afición inequívoca. Al -sospechar Revenga lo que iba á sobrevenir, ya estaba interesado su amor -propio, encendida su imaginación. Sin embargo, la fiebre duró poco: el -esposo leal, el hombre honrado é íntegro se dió cuenta de que era -preciso cortar de raíz lo que no tenía finalidad ni excusa. Sacrificó de -buen grado algunos miles de duros para sacar á flote á Costavilla, y se -apartó de Anita Dolores con propósito de no verla más. - -No contaba con las fatalidades de la naturaleza. Ocultamente, en -apartado rincón de provincia, Anita Dolores dió al mundo una criatura. -Fue el castigo providencial, no sólo para ella, sino para Revenga, que -no había tenido prole de su matrimonio, ni esperanzas. Y al rodar del -tranvía que apresuraba su marcha, al vacilar de la luz de la linterna -que se proyectaba sobre los vidrios nublados por el hielo del aire -exterior, Revenga quería dominar una tristeza inconsolable, una -amargura que le inundaba como ola de hiel.--Nunca vería á su niña; nunca -la estrecharía, nunca la tendría sobre las rodillas ni la besaría -riendo... Anita Dolores, vengativa y tenaz, la había escondido, la había -hecho desaparecer. ¿Desaparecer?... ¡A cuántas conjeturas se presta este -verbo! - -¿Qué era de la niña?... A aquella hora, cuando Revenga penetrase en su -morada lujosa, en su comedor que la electricidad alumbraba -espléndidamente y la leña de encina calentaba, intensa y crujidora; -cuando la intimidad del hogar le sonriese, y las golosinas de Nochebuena -lisonjeasen su apetito, ¿dónde estaría la abandonada? ¿En qué casucha de -aldeanos, en qué glacial dormitorio del Hospicio? ¿Vivía siquiera? -¿Valía más que viviese? - -Estremeciéndose de frío moral, Revenga subió el cuello del gabán y caló -el sombrero. Desolación inmensa caía sobre su alma. Precisamente acababa -de saber en casa de unos amigos de Costavilla, donde solía preguntar -disimuladamente por Anita Dolores, noticias alarmantes. ¡Anita Dolores -se casaba! El nuevo socio de Costavilla, mozo emprendedor y dispuesto, -era el novio. No mortificaban los celos á Revenga; no le quitaban el -sueño memorias de lo pasado... Pensaba en la suerte de su niña, y -aquella boda obscurecía más aún el misterio de su destino. ¡Ah! ¡Pues si -creían que iba á quedarse así, con los brazos cruzados y mucha flema -británica! ¡Desde el día siguiente--desde temprano--que Anita Dolores se -preparase! ¡Allí iría, á reclamar la chiquilla, á escandalizar si era -preciso! El escándalo repugnaba á su carácter; el escándalo podía herir -de muerte á Isabel, á su mujer, enterándola de lo que debía ignorar -siempre... No importa, escandalizaría, ¡voto á sanes! Cantaría claro; -desbarataría la boda; pondría en movimiento á la policía, si era -preciso... pero le darían su pequeña, y la entregaría á personas que la -cuidasen bien, y la educaría y haría que de nada careciese..., y sobre -todo, la vería, la besuquearía, la llevaría juguetes en la Navidad -próxima... Con firme determinación cerró los puños y apretó los dientes. -¡Amanece, día de mañana! - -Entretanto Isabel, la esposa de Revenga, acababa de adornarse en su -tocador. La doncella abrochaba la falda de seda rameada azul obscuro, y -prendía con alfileres la pañoleta de encaje, sujeta al pecho por una -cruz de brillantes y zafiros--el último obsequio de Revenga, traído de -París.--Con inocente coquetería se alisaba el pelo ondulado y se miraba -en el espejo de tres lunas, cerciorándose de que las señales de las -lágrimas se habían borrado del todo, después del lavatorio con colonia y -el ligero barniz de velutina. ¡El llanto no tenía para qué notarse! - -Ya vestida y engalanada, pasó á un cuartito contiguo á la alcoba, donde -solía guardar baúles, pero que ahora presentaba aspecto bien distinto -del de costumbre. Tapizaban las paredes ricas colchas y cortinas de raso -y damasco; corría por el techo un cordón de focos eléctricos, y cubría -el piso blando tapiz. En el testero, como á una vara de altura, se -levantaba un tabladillo, y sobre él un Nacimiento, el Belén clásico -español, con su musgo en las praderías, sus pedazos de vidrio y de -hojalata imitando lagos y riachuelos, sus selvas de rama de romero, sus -torres puntiagudas de cartón, sus pastorcicos de barro, sus dromedarios -amarillos y sus Magos con manto de bermellón, muy parecidos á reyes de -baraja. Dos diminutos surtidores caían con rumor argentino, bañando las -plantas enanas en que se emboscaba el Portal. Isabel se detuvo á -contemplar los hilitos del agua, á escuchar el musical ritmo, y recordó -sus propias lágrimas, y sintió nuevamente preñados de ellas los ojos y -rebosante el corazón... La injusticia, la maldad, la mentira, lastimaban -á Isabel más aún que la ofensa. ¿Por qué la engañaban, á ella que era -incapaz de engañar, enemiga de la falsedad y el embuste? ¿Cabía salir de -casa despidiéndose con una sonrisa y una caricia, para ir á pasar horas -en compañía de otra mujer? Los surtidores goteaban, gimiendo bajito, é -Isabel también gimió; el son del agua que cae se adapta á la alegría lo -mismo que á la pena; para unos es concierto divino, para otros queja -desgarradora. Quejábase el alma de Isabel, pidiendo cuentas, exponiendo -agravios, alegando derecho y razón. ¿No había ella cumplido sus -promesas, lo jurado al pie de aquel altar, pedestal y morada de su Dios? -¿No había sido siempre fiel, dulce, enamorada, dócil, casta, buena en -fin? ¿Por qué su compañero, su socio en la familia, rompía secretamente -el pacto? - -La mirada de la esposa de Revenga se fijó, nublada y húmeda, en el -Belén, y la luz de la estrellita, colgada sobre el humilde Portal, la -atrajo hacia el grupo que formaban el Niño y su Madre. Isabel lo -contempló despacio, y un cuchillo agudo de dolor se le hundió en el -pecho. «No pidas cuentas..., parecía decir la voz del grupo. No te -quejes... Tú no has dado á tu esposo sino la mitad del hogar; tú no le -has dado el Niño...» La esposa permaneció un cuarto de hora sin ver el -Nacimiento, viendo sólo, en las tinieblas interiores de sus penas, lo -que cada cual, durante ciertos supremos instantes que deciden del -porvenir, ve con cruel lucidez: lo fallido de su existencia, el -resquicio por donde la desgracia hubo de entrar fatalmente... Suspiró -muy hondo, como para echar fuera toda la pesadumbre, y poco á poco se -apaciguó; su condición era resignarse, aceptar lo dulce, rechazando -mansa y tenazmente lo amargo. «El Niño Dios me está diciendo que hice -bien, muy bien...» La sonrisa volvió á sus labios, aunque sus ojos -estaban anegados en un llanto que no corría. En aquel mismo instante se -oyeron pisadas fuertes en el pasillo, y apareció Julio Revenga. - ---¿Qué es esto?--preguntó con festiva extrañeza á su mujer.--¿Has hecho -un Nacimiento para divertirte? - ---Para divertirme yo, no--respondió expresivamente Isabel, ya serena del -todo.--Tengo los huesos durillos para divertirme con Belenes... Es... -¡para divertir á una criatura!... - ---¡A una criatura!--repitió maquinalmente el esposo.--¡No será nuestra -esa criatura!--añadió de un modo irreflexivo, que tal vez respondía á -sus íntimas preocupaciones. - ---¡Qué sabes tú!--murmuró Isabel con calma. - -Debió de palidecer Revenga. Bajó la cabeza, desvió el rostro. Tales -palabras despertaban eco extraño en su espíritu. ¡Cómo había pronunciado -Isabel la sencilla frase! - ---No entiendo...--tartamudeó el infiel, con raros presentimientos y -peregrinas sospechas. - ---Ahora entenderás...--¿No tienes hijos, Julio?--interrogó ella -derramando dulzura y compasión, y, por extraña mezcla, despecho -involuntario. - -Él no contestó. Medio arrodillado, medio doblegado, cayó sobre la -banqueta de terciopelo frente al Belén. El mundo se le venía encima: ¡lo -que adivinaba era tan grande, tan increíble! Quería pedir perdón, -disculparse, explicar..., pero la garganta se resistía. Isabel, -llegándose á su marido, le echó al cuello los brazos, sofocada de -indignación, pero magnífica de generosidad. - ---No se hable más del caso... Tranquilízate... Así como así, estábamos -muy solos, muy aburridos á veces en esta casa tan grandona. Yo tenía -muchas, muchas ganas de un chiquillo, ¿sabes? No te lo decía por no -afligirte. Hace catorce años que nos hemos casado, de manera que ya las -esperanzas... ¡Qué se le ha de hacer! No es uno quien dispone estas -cosas... Vamos, no te pongas así, Julio, hijo mío... Alégrate. ¡Hoy nos -ha nacido una pequeña!... - -Revenga, en silencio, besó las manos, besó á bulto la cara y el traje de -su mujer. Temblaba, más de vergüenza y de remordimiento--es justo -decirlo--que de gozo. Sus labios se abrieron por fin, y fue para repetir -desatentadamente: - ---¿Cómo has sabido...? Mira, yo no veo á esa mujer..., te juro que no, -que no la veo... Te juro que no me importa, que la detesto, que... - ---Estoy bien informada--contestó Isabel un tanto desdeñosa, -apacible.--Me consta que no la ves ni la oyes. Su venganza, su desquite -por tu abandono, fue enterarme de _todo_..., y por fin de fiesta, -enviarme la niña... Y ya que me la envía... ¡caramba!, no la he soltado, -¿sabes? Está en mi poder... La reconoceremos, arreglaremos lo legal. Que -no le quede á _esa_ ningún derecho... - -Al aflojarse el nuevo abrazo de los esposos, Revenga imploró: - ---¡Tráemela!... No la conozco todavía... - - - - -PAGINA SUELTA - - -El destacamento había marchado toda la mañana, y después de un breve -alto, fue preciso seguir la caminata emprendida para acampar, ya -anochecido, como Dios dispusiese, en la linde del bosque. La lluvia -(rara en aquel clima durante el mes de Diciembre) no había cesado de -caer en hilos oblícuos, apretados y gruesos. Sorprendidos por el -capricho de las nubes, desprovistos de mantas y capotes, soldados y -oficiales se resignaron, ó mejor dicho, se chancearon con el agua; y era -preciso todo el azogue de la juventud, todo el ánimo del soldado, todo -el estoicismo del carácter peninsular, para no darse al mismo demonio al -sentirse empapados como esponjas. Hacía calor, y el chorreo del agua no -parecía sino que aumentaba la densidad de la temperatura pegajosa, -sofocante, y con la marcha, irresistible. ¡Sudar el quilo y mojarse á un -tiempo, caramba! Y no había otro remedio que seguir andando, á socorrer -al pueblecillo cercado por los insurrectos, donde hacían desesperada y -heroica defensa los moradores, capitaneados por el párroco, un fraile -dominico muy terne... La idea de salvar á españoles y españolas de la -muerte y de los ultrajes, alentaba al destacamento y le ponía alas en -los pies, aunque el barro, que subía hasta las rodillas, se los calzase -de plomo. - -Por necesidad, porque no se veía, y también porque las fuerzas humanas -tienen un límite, se detuvieron á la entrada de la selva. Casi en el -mismo instante cesó el aguacero, cual si algún tifón lo hubiese barrido, -y apareció un trozo de cielo limpio de nubes. A buen presagio lo -tuvieron los españoles, que se dispusieron á acampar al pie de un copudo -y añoso tamarindo, cuyos frutos, de ácida pulpa, sabían que son seguro -remedio contra el cansancio y la fiebre. La luna, que filtraba ondas de -luz gris perla al través del espeso ramaje enredado de lianas y tupido -por los helechos colosales, fue acogida como una amiga; á su claridad -añadieron la llama de una hoguera que no quería arder, y soldados y -oficiales medio se secaron, abanicándose con hojas de cocotero, porque -aquel calor húmedo asfixiaba. - -Colocados ya los centinelas, los soldados buscaron en el sueño, ó más -bien en un inquieto y pesado letargo, el descanso indispensable después -de tan fatigosa jornada; pero el capitán, alto, moreno, enjuto, apoyado -en el tronco del tamarindo, y el teniente, muy joven, aniñado, de dulce -cara femenil, se quedaron un instante en pie, abiertos los ojos, como -si interrogasen á la noche. - ---Pepe--dijo de pronto el capitán,--¿sabes que me da el corazón que -cuando lleguemos se habrán rendido? Por mi gusto... ¡ahora mismo los -hago levantar á todos y monto á caballo, y seguimos, hombre, seguimos -para adelante! - ---La tropa está que no puede con su alma--objetó el teniente, que se -caía de sueño.--Dicen que tienen los pies como carbones ardiendo y los -huesos calados... - ---¡Bah! en cuanto dormiten un cuarto de hora, los azuzo y se enderezan -frescos como lechugas... ¡Si conoceré yo á mi gente! Son de hierro... -forjados en Eibar. - ---¿Pero de dónde sacas tú que allá se han rendido? Hay armas, -municiones, y por sabido se calla, corazón; la iglesia y su torre son -fuertes; hay una buena empalizada de bambú y otra de tapial; con menos -que eso se resiste á un ejército; y los que quieren entrar en Arringuay -son cuatro gatos... - ---Tienes razón--declaró el capitán,--menos en lo de los cuatro gatos, -porque son centenares y no sé si millares de gatos los que están allí; -¿pero sabes lo que más me desespera de esta parada? ¿Tú no te acuerdas -de la noche que es hoy? Como van ocho días que no sosegamos, como aquí -hace verano cuando allá invierno... qué, ¿no sabes que es...? - ---¡Nochebuena!--exclamó con acento penetrado el teniente, cuyos ojos -garzos se velaron de nostalgia.--¡Nochebuena! ¡Y yo que no me acordaba, -chico! ¡Nochebuena! ¡Ay, quién comiese hoy la sopita de almendra y la -compota rajada de canela, en casa de tía Dolores! ¡Con las primillas, al -lado de Fanny! ¡Está uno tan harto de ver caras amarillas y juanetudas! -¡Olé las mujeres de nuestra España! - ---España es también aquí--respondió seriamente el capitán.--¡Lo que es -el mundo! Tú te acuerdas de las muchachas... y yo de mi nene, que ha -nacido hace tres meses... No le conozco aún. - ---¡Nochebuena!--repitió el teniente de la cara afeminada.--Mira tú; ello -será tontería ó chifladura... pero me acaba de dar por el alma no sé qué -cosa rara, chico, y me pasa como á ti... que me gustaría hacer algo -gordo esta noche. - ---¡Para escribirlo allá! - ---¡No, que sería para contárselo al emperador de la China! - -Las manos de los amigos se buscaron y se estrecharon enérgicamente; la -hoguera, casi extinguida por la humedad del suelo, lanzó un reflejo rojo -sobre el semblante de los dos oficiales; y el teniente, despabilado, -electrizado, dijo en voz opaca y ardiente como un ruego: - ---¡A despertarlos, chico, á despertarlos! Tres ó cuatro leguas que -faltan se andan pronto... El guía me ha dicho á mí que sabe un atajo... - -Quince minutos después, ni uno más, ni uno menos, el destacamento -caminaba otra vez, mejor dicho, se arrastraba penosamente, cortando con -hachas las espesas lianas y los bejucales, hundiéndose en charcos donde -la amarillenta sanguijuela les adhería á las piernas su ventosa, y -oyendo deslizarse en la maleza la iguana y la venenosa serpiente palay. -Cubierta otra vez la luna por nubarrones, la obscuridad era casi total, -y la tropa avanzaba á tientas, riendo y renegando, pero sin quejarse, -sin echar de menos el interrumpido reposo. El que tropezaba en un tronco -de árbol y daba de bruces, juraba y se incorporaba, sin pensar siquiera -en enterarse del daño recibido. ¡Sí, para mimitos estaba el tiempo! -¡Cuando tal vez ardía Arringuay y destripaban á sus moradores los -condenados rebeldes! ¡A menear las patas! Y una calentura de voluntad, -de deseo, de abnegación, impulsaba los cuerpos exhaustos, despejaba las -cabezas cargadas de modorra, y prestaba fuerzas á los más endebles, á -los que menos podían consigo... Iban como se va en una pesadilla. - -Media noche era por filo cuando avistaron al enemigo. Para decir verdad, -lo que avistaron fue un caserío envuelto en llamas, un grupo de chozas -de donde salían clamores: el capitán había adivinado: Arringuay se -encontraba ya en poder de los asaltantes. Parapetados en la iglesia -resistían aún algunos hombres, mandados por el párroco fraile; hacia la -plaza sonaban disparos; el pueblo, inerme ya, encontrábase entregado al -saqueo y á la matanza. Los españoles se precipitaron en él, y se luchó -confusamente entre las sombras ó á la luz del incendio, pisando muertos -lívidos, acribillados de heridas, vivos palpitantes aún, agarrándose con -los bandidos y cruzando con sus raras armas de salvajes, sus campilanes -y sus krises ondeados como sierpes, las leales espadas y las limpias -bayonetas. La pelea, sin embargo, duró poco; la horda, con exclamaciones -nasales, con atiplados chillidos, que delataban á la vez el despecho, la -ferocidad y la cautela, se comunicó la orden de retirada, y dejando en -la plaza y en las calles otra nueva hornada de cadáveres--porque la -tropa, cansada y todo, pegaba duro,--huyeron á la desbandada los -rebeldes, y los defensores de Arringuay, llorando de gozo, bajaron de la -torre, en cuyos escombros pensaron envolverse. El fraile, empuñando -todavía su Remington, corrió al encuentro del capitán, y aquellos dos -hombres que no se conocían, que no se habían visto nunca, pero que eran, -en el momento de encontrarse, una misma idea habitando dos cuerpos -diferentes, se abrazaron con esa efusión larga, ardorosa, con que sólo -se abrazan los que se quieren mucho... - -La tropa, reanimada ya, ni pensaba en comer ni en dormir. Iban de casa -en casa ayudando á apagar el incendio. Y el fraile y el capitán, -comprendiendo que no era hora de entregarse á desahogos, se pusieron de -acuerdo en breves palabras, empezaron á dar órdenes y á ejecutarlas en -persona. Los moradores, como el rebaño después de la acometida del lobo, -juntáronse en la plaza: la madre buscaba al hijo, el hermano al hermano; -se llamaban, se contaban; algunos sacaban á cuestas á los heridos. Un -sargento trajo en brazos á un niño de pecho; acababa de encontrarlo en -una casuca que empezaba á arder, y donde sólo había una mujer muerta, -nadando en un charco de sangre. Era la criatura un muñeco amarillo, que -se descuajaba llorando; pero al capitán la vista del muñeco le avivó -deseos y afanes, con más viveza en aquella noche, en que especialmente -son sagrados los pequeñuelos; inclinóse y besó tiernamente al huérfano, -y el teniente, con bonita sonrisa juvenil, le alzó entre sus manos y le -enseñó á la multitud, diciendo humorísticamente: - ---¡Miren qué Niño Dios nos cae hoy! - ---Es bien feo el condenado, mi teniente--declaró el sargento. - ---¡No tenemos otro...! - -Y el niño, de raza malaya, fue festejado y compadecido, y chillado, -hasta que le tomó de su cuenta una china que le acercó á su seno -oblongo, y á la cual el capitán deslizó en la mano todo el dinero que -llevaba. - - - - -DOS CENAS - - ---Hoy es un día muy señalado y una noche en que no se debe cenar -solo--dijo Rosálbez el banquero á su amigo el joven conde de Planelles, -á quien encontró _casualmente_ en su misma calle, casi frente al -suntuoso palacio. Usted es soltero, no tendrá quizá comprometida la -cena... Si quiere hacernos el obsequio de aceptar... á las ocho en -punto... Yo apenas cenaré, me siento malucho del estómago; usted -despachará mi parte... - ---Mil gracias y aceptado--respondió cordialmente el conde.--Pensaba -cenar con unos cuantos en el Nuevo Club. Les aviso y en paz... Aunque -casi no era necesario avisarles: al no verme allí... - ---¡Perfectamente! Hasta luego--murmuró Rosálbez saltando á su berlinita -que le aguardaba, para llevarle, como todos los días, á una plazuela, y -de allí á pie á cierta casa, hasta la cual no le convenía que llegase el -coche. Era el secreto de Polichinela, como dicen nuestros vecinos los -franceses; nadie ignoraba en Madrid que Rosálbez protegía á aquella -rasgada moza, Lucía _la Cordobesa_, de tanta gracia y garabato, y que el -entretenimiento le salía carísimo--el que lo tiene lo gasta. - -Ha de saberse que Rosálbez el opulento había llegado á los cincuenta y -seis años y empezaba á cambiar sensiblemente de genio y de gusto. En -otro tiempo no necesitaba la nota afectuosa en sus relaciones con -mujeres: sólo exigía que le divirtiesen un instante. Ahora, sin duda, el -desgaste físico de la edad reblandecía sus entrañas, y lo que buscaba -era agrado tranquilo, el halago suave de un mimo filial. Su hija -verdadera, Fanny, le demostraba un respeto helado, una obediencia pasiva -y mecánica, y Rosálbez aspiraba á encontrar en _la Cordobesa_ -espontaneidad, calor amoroso, algo distinto, algo que removiese cenizas -y alzase suaves llamas. Con esta esperanza y este deseo, llamaba á su -puerta el día de Navidad. - -Lucía estaba en su tocador. Vestía una bata de franela rosa. La -doncella, que le recogía con ancho peine la magnífica mata de pelo -ondulado, de un negro de azabache, al ver entrar al protector retiróse -discretamente. - -_La Cordobesa_ sonrió; Rosálbez la tomó una mano, y acariciando con -reiterados pases la piel de raso moreno y los torneados dedos, la -interpeló así: - ---¿Conque cenamos juntos esta noche, nena? ¿Conque tú misma irás á la -cocina y dirigirás la sopa de almendra y la compotita con rajas, al uso -de tu país? - -Lucía entornó un instante los párpados pesados y sedosos, y su boca -pálida, en la cual refulgían los dientes como trozos de cuajado vidrio -frío y blanco, hizo un gesto de mal humor. - ---¡Ay, hijo! ¡Pero qué caprichos gastas, vaya por San _Rafaé_! ¿Te lo he -de decir cantando ó _resando_? Ya sabes que está en Madrid mi prima la -de Écija, y quiere que la acompañe á la misa _el_ Gallo, á media noche. -Si te conformas con cenar á las ocho y largarte á las once en punto..., -santo y bueno; después... tengo compromiso. - -Rosálbez se soliviantó; se inyectó de sangre su cráneo calvo. - ---¡Compromiso! ¡Me gusta! ¿Y qué compromiso es más que yo para ti? A las -ocho se cena en mi casa; tal noche como hoy no he de dejar á mi hija -sola, y menos teniendo convidados. - ---¡Hola! ¡Convidados! ¿Quién? - ---Gente que no conoces. Los Ruidencinas, Mario Lirio, el conde de -Planelles... - -Lucía se echó á reir. Su carcajada era vulgar (nada como el eco de la -risa delata la extracción, la educación y la calidad del alma). - ---¿De qué te ríes?--exclamó el banquero impaciente. - ---De ti--respondió ella con cinismo.--¡Mira tú que _empeñate_ en que no -conozco á esos! Conozco yo á _to_ el mundo. - ---Aquella risa insolente y mofadora, que continuaba, le hacía daño á -Rosálbez. Hubiese pagado á buen precio una luz de melancolía en los -grandes ojos árabes de _la Cordobesa_, un aire de mansedumbre en su -morena faz. - ---¿Me das de cenar ó no?--insistió secamente, sintiendo en las manos -como unas cosquillas, impulso de tratar con brutalidad á la reidora. - ---A las _dose_... ni que te lo imagines, criatura,--declaró ella con la -misma desdeñosa inflexibilidad. - ---Bien, hija--exclamó Rosálbez con laconismo, levantándose y -encaminándose hacia la puerta. - -A medio pasillo sintió detrás de sí las pisadas y la voz de Lucía, que -le llamaba bromeando; pero en vez de volverse, apretó el paso, tiró -vivamente del resbalón de la puerta y bajó las escaleras á escape. Al -verse en la plazuela, recordó que había despedido su coche, y echó á -andar á pie, para calmar su agitación nerviosa. Claridad repentina -alumbraba su mente; comprendía lo que estaba sucediendo. Era, sin -ambajes, que se encontraba enamorado de Lucía, de _la Cordobesa_ -agitanada é indómita. Hasta entonces la había mirado como un mueble ó un -objeto de lujo: indiferencia absoluta. Pero la crisis de su madurez, -ablandándole el corazón, hacía germinar en él un sentimiento -desconocido. Al acercarse la noche inmortal, consagrada al amor puro, en -que se desea reclinar la frente sobre el pecho de un sér amado, Rosálbez -soñaba que ese pecho sería el de _la Cordobesa_, y las proporciones de -su pena ante el desengaño le daban la medida exacta de su ilusión. - ---¡Después de lo que hice por ella!--pensaba el banquero.--La he sacado -de la abyección y de la miseria; me debe hasta el aire que respira. La -he tratado mejor que á _nadie_; la he rodeado de bienestar y de lujo; la -he guardado incluso consideraciones... La quiero, la idolatro... -¡Ingrata! - -La idea de la ingratitud de Lucía causó á Rosálbez una especie de -enternecimiento: sintió lástima de sí mismo; se tuvo por muy -desventurado. A aquella hora de su vida, ante la vejez amenazadora, con -la caja bien repleta y el alma completamente árida y obscura, Rosálbez -lo que echaba de menos, para tapar el negro agujero, era _cariño_. Su -mujer fue una dura vascongada, una rígida ama de llaves, una secatona -administradora, que no pensaba sino en cooperar dentro de casa, por -medio de una economía estricta, á las brillantes especulaciones del -marido. Cuando murió, Rosálbez notó su falta en que le robaron los -cocineros y subió bastante el gasto diario. Y Fanny, la única hija, algo -inclinada á la devoción, seria y callada por naturaleza, tampoco tenía -para su padre halagos. Hasta se diría que le miraba como á un amo que -manda, un superior, con quien no existe comunicación afectiva. -Actualmente, la absorbían del todo sus amoríos con el conde de -Planelles, no formalizados aún, Rosálbez lo sabía; y en el súbito acceso -de bondad que le había acometido, en el deseo de ver algún rostro que -le sonriese, al volver á casa se apresuró á entrar en el saloncito de -Fanny y darle la noticia de que estaba invitado Planelles á cenar. -Equivalía á decir: «Autorizo tus relaciones; ya tienes oficialmente -novio.» - -Fanny, al recibir la nueva, se puso roja como una cereza, tembló, pero -sólo respondió: - ---Está bien... - -Rosálbez fantaseaba otra cosa; que le saltasen al cuello, que le -abrazasen estrechamente. Acababa de traslucir una solución para su vida: -unirse á su hija, crearse un hogar en el suyo, adorar y mimar á los -nietos que enviase Dios. Ya veía una larga serie de Navidades futuras, -de gozosas cenas de familia, con Arbol cargado de juguetes, con -sorpresitas retozonas y babosas del abuelo. Creía sentir sobre sus -rodillas el peso del «mayorcito» y en las barbas la sobadura de las -manos tibias de «la pequeña». ¡Ah, sí; aquello era lo bueno, lo honrado, -lo digno, lo que debía hacerse! Y conmovido, se acercó á Fanny y besó su -frente marmórea, bebiendo ansioso la nitidez virginal de la fresca piel. - -Espléndida fue la cena, servida á las ocho en punto. En nada se pareció -á la que pretendía Rosálbez organizar en casa de _la Cordobesa_: ni hubo -sopa de almendra, ni besugo con ruedas de limón, ni compotita con rajas -de canela.--Esos platos clásicos, familiares, no suelen dignarse -presentarlos los cocineros de miles de pesetas de sueldo. Esos platos -son mesocráticos.--En cambio, desfilaron por la mesa del banquero los -peces y mariscos más suculentos, aderezados al genuino estilo francés, -y regados con vinos añejos, raros y preciosos. El triunfo del cocinero -fue un fingido jamón en dulce hecho de pescado prensado (no se podía -infringir el precepto de la vigilia), que engañaba, no sólo á la vista, -sino al paladar. Fanny, sentada á la derecha del que ya consideraba su -prometido, en la penumbra del centro de mesa formado de lilas blancas -forzadas en estufa y tallitos de combalaria alternando con camelias -rojas, le hablaba quedo. Rosálbez, que los miraba á hurtadillas, no pudo -menos de exclamar: - ---Pero Planelles, ¡qué poco come usted! - -A lo cual contestó el conde: - ---Es que me siento malucho del estómago... - -Tan sencilla frase hizo estremecerse al banquero. Era exactamente la -misma que él había pronunciado por la mañana, al invitar á Planelles, -cuando proyectaba reservarse para la otra cena, íntima, en casa de -Lucía, á las doce. Aquella singular coincidencia, no descifrada todavía, -heríale, sin embargo, como chispa lumínica el pensamiento. ¿Quién -averiguará por qué inmateriales hilos es conducida la leve sospecha que -precede á la entera revelación de la verdad? No fué el protector -apasionado de _la Cordobesa_, sino el padre de Fanny, quien calculó, -fijando los ojos en los del futuro yerno: - -«A mí con esas. Tú ayunas para guardar apetito. ¡Ah! Yo te vigilaré. -¿Buscas en mi hija el oro ó el amor? ¡Cuidado conmigo!» - -La impresión adquirió fuerza cuando, á pesar de que Fanny anunció que á -media noche justa, al dar las doce, serviría á los convidados una copa -de Champagne para celebrar el Nacimiento, el conde manifestó que se -retiraba. - -Un cuarto de hora después que el conde, bajaba el banquero la escalera -de mármol blanco, y saltaba en el primer coche de punto varado en la -esquina. El simón destartalado se paró á la puerta de _la Cordobesa_. No -acudió el sereno á abrir: Rosálbez le daba muy generosas propinas porque -le dejase servirse de su llavín, sin oficiosidades importunas. Cruzó el -tenebroso portal, y girando á la izquierda y encendiendo un fósforo, -encontró la cerradura de la puerta del cuarto bajo. - -Sufría una agitación honda cuando introdujo en ella el otro extremo del -llavín. ¡Aún dudaba! ¿Quién sabe? Tal vez, como buena andaluza apegada á -la tradición y creyente, _la Cordobesa_ no había querido pasar la noche -del 24 de Diciembre sin asistir á la Misa del Gallo, la más alegre y -tierna de todas las misas.--¡Qué dicha esperarla en el cuartito forrado -de felpa azul, y cuando regresase á la una, depositar en su regazo el -estuche con las calabazas de perlas, el último capricho!--Giró la llave -sordamente; el banquero sintió bajo sus pies la alfombra de la antesala. -Dió luz al tulipán, y al mismo tiempo oyó que salía del comedor algazara -y risa. De puntillas se coló en el ropero, que estaba á la derecha del -pasillo; quería saber á qué atenerse: iba á ver, á saber, á cerciorarse -de la infamia.--Del ropero se pasaba á un gabinete, y ya en éste, al -través de una puerta vidriera, era fácil distinguir cuanto en el -comedor sucedía. Rosálbez se agachó, entreabrió las cortinas... Enfrente -tenía á _la Cordobesa_, con mantón de Manila y flores en el moño; á su -lado, Planelles alzaba la copa. - -El banquero retrocedió; reclinóse en un sofá, y creyó que una mano le -apretaba la nuez hasta asfixiarle. Era el desastre completo; era no -solamente la burla para él, sino el desprecio de su pobre Fanny, de su -hija. Las risas, las coplas, venidas del comedor, le azotaban como -látigos. Se levantó; á tientas buscó la salida, y se encontró de nuevo -en la antesala. Dejó la puerta abierta; en la calle tiró la llave al -primer agujero de alcantarilla; y subiendo á otro coche, dió las señas -de su palacio. Todavía estaban iluminados los salones; Fanny, en la -antesala, despedía á los convidados. Cuando desaparecieron, Rosálbez se -acercó á su hija, y cogiéndola de la mano tartamudeó: - ---¡Valor! ¡No te sobresaltes!... Acabo de adquirir la prueba de que el -conde de Planelles no te merece; de que es un miserable, que te engaña -con la última de las mujerzuelas. Te lo juro; tu padre te lo jura, acaba -de cerciorarse de ello, positivamente... Jamás consentiré que vuelva á -poner los pies aquí. - -Y Fanny, sin replicar, blanca como su traje, balbuceó: - ---Entraré en las Reparadoras. - -Rosálbez vió, mirando al porvenir, una larga serie de Navidades frías y -solitarias, inmenso agujero tétrico en su existencia... - - - - -LA NOCHEBUENA DEL CARPINTERO - - -José volvió á su casa al anochecer. Su corazón estaba triste: nevaba en -él, como empezaba á nevar sobre tejados y calles, sobre los árboles de -los paseos y las graníticas estatuas de los reyes españoles, erguidas en -la plaza. Blancos copos de fúnebre dolor caían pausadamente en el alma -del carpintero sin trabajo, que regresaba á su hogar y no podía traer á -él luz, abrigo, cena, esperanzas. - -Al emprender la subida de la escalera, al llegar cerca de su mansión, se -sintió tan descorazonado, que se dejó caer en un peldaño con ánimo de -pasar allí lo que faltaba de la alegre noche. Era la escalera glacial y -angosta de una casa de vecindad, en cuyos entresuelos, principales y -segundos vivía gente acomodada, mientras en los terceros ó cuartos, -buhardillas y buhardillones, se albergaban artesanos menesterosos. Un -mechero de gas alumbraba los tramos hasta la altura de los segundos; -desde allí arriba, la obscuridad se condensaba, el ambiente se hacía -negro y era fétido como el que exhala la boca de un sucio pozo. Nunca el -aspecto desolado de la escalera y sus rellanos había impresionado así á -José. Por primera vez retrocedía, temeroso de llamar á su propia puerta. -¡Para las buenas noticias que llevaba! - -Altas las rodillas, afincados en ellas los codos, fijos en el rostro los -crispados puños, tiritando, el carpintero repasó los temas de su -desesperación y removió el sedimento amargo de su ira contra todo y -contra todos. ¡Perra condición, centellas, la del que vive de su sudor! -En verano, cebolla, porque hace un bochorno que abrasa y los pudientes -se marchan á bañarse y tomar el fresco. En Navidad, cebolla, porque -nadie quiere meterse en obras con frío, y porque todo el dinero es poco -para leña de encina y abrigos de pieles. Y qué, ¿el carpintero no come -en la canícula, no necesita carbón y mineral cuando hiela? El patrón del -taller le había dicho, meneando la cabeza: «Qué quieres, hijo, yo no -puedo sacar rizos donde no hay pelo... Ni para Dios sale un encargo... -Ya sabes que antes de soltarte á ti, he _soltao_ á otros tres... Pero no -voy á soltar á mis sobrinos, los hijos de mi hermana..., ¿estamos? Ya me -quedo con ellos solos... Búscate tú por ahí la vida... A ingeniarse se -ha dicho...» ¡A ingeniarse! ¿Y cómo se ingenia el que sólo sabe labrar -madera, y no encuentra quien le pida esa clase de obra? - -Un mes llevaba José sin trabajar. ¡Qué jornadas tan penosas las que -pasaba en recorrer á Madrid buscando ocupación! De aquí le despedían -con frases de conmiseración y vagas promesas; de allá, con secas y duras -palabras, hasta con marcada ironía... «¡Trabajo! Este año para nadie lo -hay...» respondían los maestros, coléricos, malhumorados ó abatidos. De -todas partes brotaba el mismo clamor de escasez y de angustia; doquiera -se lloraban los mismos males: guerra, ruina, enfermedades, disturbios, -catástrofes, miedo, encogimiento de los bolsillos... Y José iba de -puerta en puerta, mendigando trabajo como mendigaría limosna, para -regresar á la noche, de semblante hosco y ceño fruncido, y contestar á -la interrogación siempre igual de su mujer, con un movimiento de hombros -siempre idéntico, que significaba claramente: «No, todavía no.» - -La mala racha les cogía sangrados, después de larga enfermedad, una -tifoidea de la chica mayor, Felisa, convaleciente aún y necesitada de -alimento substancioso; después de la adquisición de una cómoda y dos -colchones de lana, que tomaron el camino de la casa de empeños á escape; -después de haber pagado de un golpe el trimestre atrasado de la vivienda -y oído de boca del administrador que no se les permitiría atrasarse otra -vez, y al primer descuido se les pondría de patitas en la calle con sus -trastos... En ocasión tal, un mes de holganza era el hambre en seguida, -el ahogo para el resto del venidero año. ¡Y el hambre en una familia -numerosa! Nadie se figura el tormento del que tiene obligación de traer -en el pico la pitanza al nido de sus amores, y se ve precisado á volver -á él con el pico vacío, las plumas mojadas, las alas caídas... Cada vez -que José llamaba y se metía buhardilla adentro, el frío de los desnudos -baldosines, la nieve de la apagada cocina se le apoderaban del espíritu -con fuerza mayor; porque el invierno es un terrible aliado del hambre, y -con el estómago desmantelado muerde mil veces más riguroso el soplo del -cierzo que entra por las rendijas y trae en sus alas la voz rabiosa de -los gatos... - -Cavilaba José. No, no era posible que él pasase aquel umbral sin llevar -á los que le aguardaban dentro, famélicos y transidos, ya que no las -dulzuras y regalos propios de la noche de Navidad, por lo menos algo que -desanublase sus ojos y reconfortase su espíritu. Permanecía así, en uno -de esos estados de indecisión horrible que constituyen verdaderas crisis -del alma, en las cuales zozobran ideas y sentimientos arraigados por la -costumbre, por la tradición. Honrado era José, y á ningún propósito -criminal daba acogida, ni aun en aquel instante de prueba; las manos se -le caerían antes que extenderlas á la ajena propiedad; pero esta -honradez tenía algo de instintivo; y lo que se le turbaba y confundía á -José era la conciencia, en pugna entonces con el instinto natural de la -hombría de bien, y casi reprobándolo. Él no robaría jamás, eso no...; -pero vamos á ver, los que roban en casos análogos al suyo, ¿son tan -culpables como parece? A él no le daba la gana de abochornarse, de -arrostrar el feo nombre de ladrón; unas horas en la cárcel le costarían -la vida; moriría del berrinche, de la afrenta; bueno; esas eran cosas -suyas, repulgos de su dignidad, que un carpintero puede tenerla también; -mas los que no padeciesen de tales escrúpulos y cometiesen una -barbaridad, no por sostener vicios, por mantener á la mujer y á los -pequeños..., ¿quién sabe si tenían razón? ¿Quién sabe si eran mejores -maridos, mejores padres? El no daba á los suyos más que necesidad y -lágrimas... - -Gimió, se clavó los dedos en el pelo, y estúpido de amargura, miró hacia -abajo, hacia la parte iluminada de la escalera. Por allí mucho -movimiento, mucho abrir de puertas, mucho subir y bajar de criados y -dependientes llevando paquetes, cartitas, bandejas: los últimos -preparativos de la cena, el turrón que viene de la turronería, el -bizcochón que remite el confitero, el obsequio del amigo, que se asocia -al júbilo de la familia con las seis botellas de Jerez dulce y las rojas -granadas. Una puerta sola, la de la anciana viuda y devota, doña Amparo, -no se había abierto ni una vez; de pronto se oyó estrépito, una turba de -chiquillos se colgó de la campanilla; eran los sobrinos de la señora, su -único amor, su debilidad, su mimo... Entraron como bandada de pájaros en -un panteón; la casa, hasta entonces muda, se llenó de rumores, de -carreras, de risas. Un momento después, la criada, viejecita tan beata -como su ama, salía al descanso y gritaba en cascada voz: - ---¡Eh, Sr. José! ¿Esta por ahí el Sr. José? Baje, que le quiero un -recado... - -En los momentos de desesperación, cualquier eco de la vida nos parece un -auxilio, un consuelo. El que cierra las ventanas para encender un -hornillo de carbón y asfixiarse, oye con enternecimiento los ruidos de -la calle, los ecos de una murga, el ladrido del perro vagabundo... José -se estremeció, se levantó, y ronco de emoción contestó bajando á saltos: - ---¡Allá voy, allá voy, señora Baltasara!... - ---Entre...--murmuró la vieja.--Si está desocupado nos va á armar el -Nacimiento, porque han _venío_ los chicos, y mi ama, como está con ellos -que se le cae la baba pura... - ---Voy por la herramienta--contestó el carpintero pálido de alegría. - ---No hace falta... Martillo y tenazas hay aquí, y clavos quedaron del -año _pasao_; como yo lo guardo todo, bien apañaditos los guardé... - -José entró en el piso invadido por los chiquillos y en el aposento donde -yacían desparramadas las figuras del belén y las tablas del armadijo en -que había de descansar. Entre la algazara empezó el carpintero á -disponer su labor. ¡Con qué gozo esgrimía el martillo, escogía la punta, -la hincaba en la madera, la remachaba! ¡Qué renovación de su sér, qué -bríos y qué fuerzas morales le entraban al empuñar, después de tanto -tiempo, los útiles del trabajo! Pedazo á pedazo, y tabla tras tabla, iba -sentando y ajustando las piezas de la plataforma en que el belén debía -lucir sus torrecillas de cartón pintado, sus praderas de musgo, sus -figuras de barro toscas é ingenuas. Los niños seguían con interés la -obra del carpintero, no perdían martillazo, preguntaban, daban parecer, -y coreaban con palmadas y chillidos cada adelanto del armatoste. La -señora, entretanto, colgaba en la pared unas agrupaciones de bronce y -vidrio para colocar en ellas bujías. Los criados iban y venían, -atareados y contentos. Fuera nevaba, pero nadie se acordaba de eso; la -nieve, que aumenta los padecimientos de la miseria, también aumenta la -grata sensación del bienestar íntimo, del hogar abrigado y dulce. Y José -asentaba, clavaba la madera, hasta terminar su obra rápidamente, en una -especie de transporte, reacción del abatimiento que momentos antes le -ponía al borde de la desesperación total... - -Cuando el tablado estuvo enteramente listo, y José hubo dado alrededor -de él esa última vuelta del artífice que repasa la labor, doña Amparo, -muy acabadita y asmática, le hizo seña de que la siguiese, y le llevó á -su gabinete, donde le dejó solo un momento. Los ojos de José se fijaron -involuntariamente en los muebles y decorado de aquella habitación ni -lujosa ni mezquina, y sobre todo, le atrajo desde el primer momento una -imagen que campeaba sobre la consola, alumbrada por una lamparilla de -fino cristal. Era un San José de talla, escultura moderna, sin mérito, -aunque no desprovista de cierto sentimiento; y el santo, en vez de -hallarse representado con el Niño en brazos ó de la mano, según suele, -estaba al pie de un banco de carpintero, manejando la azuela y -enseñando al Jesusín, atento y sonriente, la ley del trabajo, la -suprema ley del mundo. José se quedó absorto. Creía que la imagen le -hablaba; creía que pronunciaba frases de consuelo y de cariño infinito, -frases no oídas jamás. Cuando la señora volvió y le deslizó dos duros en -la mano, el carpintero, en vez de dar gracias, miró primero á su -bienhechora y después á la imagen; y á la elocuencia muda de sus ojos -respondió la de los ojos de la viejecita, que leyó como en un libro en -el alma de aquel desventurado, deshecho física y moralmente por un mes -de ansiedad y amargura sin nombre.--Y doña Amparo, muy acostumbrada á -socorrer pobres, sintió como un golpe en el corazón: la necesidad que -iba á buscar fuera de casa, visitando zaquizamíes, la tenía allí, á dos -pasos, callada y vergonzante, pero urgente y completa. Alzó los ojos de -nuevo hacia la efigie del laborioso Patriarca, y bondadosamente, -tosiqueando, dijo al carpintero: - -«Ahora subirán de aquí cena á su casa de usted, para que celebren la -Navidad.» - - - - -EL CIEGO - - -La tarde del 24 de Diciembre le sorprendió en despoblado, á caballo, y -con anuncios de tormenta. Era la hora en que, en invierno, de repente se -apaga la claridad del día, como si fuese de lámpara y alguien diese -vuelta á la llave sin transición, las tinieblas descendieron borrando -los términos del paisaje acaso apacible á medio día, pero en aquel -momento tétrico y desolado. - -Hallábase en la hoz de uno de esos ríos que corren profundos, -encajonados entre dos escarpes; á la derecha el camino, á la izquierda -una montaña pedregosa, casi vertical, escueta y plomiza de tono. Allá -abajo no se divisaba más que una cinta negruzca, donde moría, -culebreando, áspid de carmín, un reflejo rojo del poniente; arriba, -densas masas erguidas, formas extrañas, fantasmagóricas; todo solemne y -aun pudiera decirse que amenazador. No pecaba Mauricio de cobarde, y sin -embargo, le impresionó el aspecto de la montaña; sintió deseos de -llegar cuanto antes al Pazo, del cual le separaban aún tres largas -leguas, y animó con la voz y la espuela á su montura, que empinaba las -orejas recelosa. - -Arreció el viento y le obligó á atar el sombrero con un pañuelo bajo la -barba; el trueno, lejano aún, retumbó misteriosamente; ráfagas de lluvia -azotaron la cara del jinete, que ahogó un juramento. ¡Aquello era mala -sombra! ¡Justamente empezaba á llover á la mitad del camino! Al punto -mismo el caballo se encabritó y pegó un bote de costado: de entre la -maleza había salido un bulto. Echaba ya Mauricio mano al revólver que -llevaba en el bolsillo interior de la zamarra, cuando oyó estas palabras -en dialecto: - ---¡Una limosnita! ¡Por amor de Dios que va á nacer... una limosnita, -señor! - -Mauricio, tranquilizándose, miró enojado al que en tal sitio y ocasión -cometía la importunidad de pedir limosna. Era un hombrachón alto, -descalzo de pie y pierna, que llevaba al hombro unas alforjas, y se -apoyaba en recio garrote. La obscuridad no permitía distinguir cómo -tenía el rostro; la ancianidad se adivinaba en lo cascado de la voz y en -el vago reflejo plateado de las greñas blancas. - ---Apártese--murmuró impaciente el señorito.--¿No ve que el caballo se -asusta? Si me descuido, al río de cabeza... ¡Vaya unas horas de pedir, y -un sitio á propósito para saltar delante de la montura! ¡Brutos! - -El pordiosero se había quedado como hecho de piedra. - ---¿Dónde está el río?--gritó con hondo terror.--¿No es aquí el camino de -la iglesia de Cimáis? Señor, por el alma de quien lo ha parido... Señor, -no me desampare... ¡Soy un ciego! ¡Nuestra Señora le conserve la vista! -¡Pobre del que no ve! - -Mauricio comprendió. El viejo sin ojos se había perdido, ignoraba dónde -se encontraba, y para no despeñarse necesitaba un guía. Sí, convenido; -necesitaba un guía... ¿Y quién iba á ser? ¿Él, Mauricio Acuña, que desde -Orense regresaba á su casa en tarde de Navidad, á cenar, á pasar -alegremente la velada, jugando al julepe ó al golfo con sus hermanos y -primos, fumando y riendo? Si sujetaba el paso de su caballo al lento -andar de un ciego; si torcía su rumbo cara á la iglesia de Cimáis, -distante buen rato, ¿á qué santas horas iba á hacer su entrada en la -sala del Pazo de Portomellor? Un instante titubeó: pensaba que no podía -menos de sacrificar algunos minutos á colocar al ciego en la dirección -de Cimáis, y dejarle, ya orientado, arreglarse como Dios le diese á -entender. Sólo que era internarse en la _carballeda_, exponerse á -tropezar en los cepos y en los pedruscos, y sobre todo, era condescender -á los ruegos del mendigo, que no soltaría á dos por tres á su lazarillo -improvisado, y si le complaciese en lo primero exigiría lo segundo... -¡Estos pobres son tan lagoteros y tan pegajosos! «Más vale escurrirse», -decidió; y sacando del bolsillo un duro, lo dejó en la mano temblona -que el viejo extendía, más para implorar que para mendigar; picó al -caballo y escapó como un criminal que huye de la justicia. - -Sí, como un criminal--así definió su conducta él mismo, luego, en el -punto de refrenar á _Maceo_, su negro andaluz cruzado, y darse cuenta de -que había caído enteramente la noche.--Velada por sombríos nubarrones, -la luna se entreparecía lívida, semejante á la faz de un cadáver -amortajado con hábito monacal. La carretera se desarrollaba suspendida -sobre el río que, á pavorosa profundidad, dormitaba mudo y siniestro. El -viento combatía, haciéndolos crugir, los troncos robustos de los -árboles; un relámpago alumbró la superficie del agua, un trueno resonó -ya bastante cercano; Mauricio se estremeció. Le parecía escuchar ruidos -extraños, además de los de la tormenta. ¿Se habrá caído el viejo al -agua? Detrás, sobre la peñascosa senda, creía escuchar el paso de un -hombre que tentaba el suelo con un palo, como hacen los ciegos. Absurdo -evidente, pues con la galopada que _Maceo_ había pegado ya, quedaría el -mendigo atrás un cuarto de legua. Lo cierto es que Mauricio juraría que -le seguía _alguien_: alguien que respiraba trabajosamente, que -tropezaba, que gemía, que imploraba compasión. Invencible desasosiego le -impulsó á apurar nuevamente á su montura, para alcanzar pronto el cruce -en que la carretera se desvía del río, cuya vista le sugería el temor de -una desgracia. ¿Se habrá caído?...--Lo que á Mauricio le acongojaba era -la idea de haber abandonado á un ciego en tal noche. «Pero, ¿cómo fuí -capaz...? ¡Si parece mentira! Me lo contarían después y no lo creería... -Hoy no debí dejar solo á un infeliz...» cavilaba, hincando la espuela en -los ijares de _Maceo_. «Y lo más sucio, lo más vil de mi acción fue -darle dinero. ¡Dinero! Si á estas horas flota en el Sil su cuerpo..., el -dinero ¿de qué le sirve? Creemos que el dinero lo arregla todo... -¡Miserable yo! Estoy por volverme. ¿No viene nadie detrás?...» - -_Maceo_ volaba: un sudor de angustia humedecía las sienes del jinete. El -zumbido de sus oídos y el remolino del viento, profundo como una tromba, -no le impedían oir, cada vez más próximas, las pisadas del que le -seguía, ya sin género de duda, y percibir la misma respiración -entrecortada, el mismo doliente gemido; y el caso es que no se atrevía á -volverse: porque si se volviese, quizás vería la figura del ciego -mendigo, alto, descalzo de pie y pierna, con el zurrón al hombro, el -cayado en la mano, y reluciente en la obscuridad la plata de sus blancas -greñas... - ---¿Estaré loco?--pensó.--Ea, ánimo... Debo volverme...--Y no se volvía; -su garganta apretada, su corazón palpitante, le hacían traición: sufría -un miedo espantoso, sobrenatural. Apretó las espuelas, y el caballo, -excitado, aceleró el tendido galope, sacando chispas de los guijarros -del camino. La tempestad estaba ya encima: el relámpago brilló; un -trueno formidable rimbombó sobre la misma cabeza del señorito, -aturdiéndole. Alborotóse _Maceo_; giró bruscamente sobre sus patas -traseras, y se arrojó hacia el talud que dominaba el Sil. Vió Mauricio -el tremendo peligro, cuando otro relámpago le mostró el abismo y la -superficie del agua: cerró los ojos, aceptando el juicio de la -Providencia... y el caballo, en su vértigo mortal, arrastró al jinete al -fondo del despeñadero, tronchando en su caída los pinos y empujando las -piedras del escarpe, cuyo ruido fragoroso, al rodar peñas abajo, -remedaba aún los desatentados pasos del ciego que tropezaba y gemía. - - - - -LOS MAGOS - - -En su viaje, guiados día y noche por el rastro de luz de la Estrella, -los Magos, á fin de descansar, quisieron detenerse al pie de las -murallas de Samaria, que se alzaba sobre una colina, entre bosquetes de -olivos y setos de cactos espinosos. Pero un instinto indefinible les -movió á cambiar de propósito: la ciudad de Samaria era el punto más -peligroso en que podían hacer alto. Acababa de reedificarla Herodes -sobre las ruinas que habían hacinado los soldados de Alejandro el -macedón siglos antes, y la poblaban colonos romanos que hacía poco -trocaron la espada corta por el arado y el bieldo: gente toda á devoción -del sanguinario Tetrarca, y dispuesta á sospechar del extranjero, del -caminante, cuando no á despojarle de sus alhajas y viáticos. - -Siguieron, pues, la ruta, atravesando los campos sembrados de trigo, -evitando la doble hilera de erguidas columnas que señalaba la entrada -triunfal de la ciudad, y buscando la sombra de los olivos y las -higueras, el oasis de algún manantial argentino. Abrasaba el sol, y en -las inmediaciones de la villita de Betulia la desnudez del paisaje, la -blancura de las rocas, quemaban los ojos. «Ahí no encontraremos sino -pozos y cisternas, y yo quisiera beber agua que brotase á mi vista», -murmuró, revolviendo contra el paladar la seca lengua, el anciano rey -Baltasar, que tenía sedientas las pupilas, más aún que las fauces, y se -acordaba de los anchos ríos de su amado país del Irán, de la sábana -inmensa del Indo, del fresco y misterioso lago de Bactegán, en cuyas -sombrosas márgenes triscan las gacelas. La llanura, uniforme y monótona, -se prolongaba hasta perderse de vista: campos de heno, planicies -revestidas de espinos y de malas hierbas, es todo lo que ofrecía la -perspectiva del horizonte; en el cielo, de un azul de ultramar, las -nubes ensangrentadas del Poniente devoraban el resplandor de la -Estrella, haciéndola invisible. Entonces Melchor, el rey negro, -desciende de su montura, y cruzando sobre el pecho los brazos, -arrodillándose sin reparo de manchar de polvo su rica túnica de brocado -de plata, franjeada de esmeraldas y plumas de pavo real, coge un puñado -de arena y lo lleva á los labios, implorando así: - ---Poder celeste, no des otra bebida á mi boca, pero no me escondas tu -luz. ¡Que la Estrella brille de nuevo! - -Como una lámpara cuando recibe provisión de aceite, la Estrella relumbró -y chispeó. Al mismo tiempo los otros dos Magos exhalaron un grito de -alegría: era que se avistaban las blancas mansiones y los grupos de -palmeras seculares de En-Ganim. En Palestina, ver palmeras es ver la -fuente. Gozosa se dirigió la comitiva al oasis, y al descubrir el agua, -al escuchar su refrigerante murmullo, todos descendieron de los camellos -y dromedarios y se postraron dando gracias, mientras los animales -tendían el cuello y el hocico, venteando los húmedos efluvios de la -corriente. Así que bebieron, que colmaron los odres, que se lavaron los -pies y el rostro, acamparon y durmieron apaciblemente allí, bajo las -palmeras, á la claridad de la Estrella, que refulgía apacible en lo alto -del cielo. - -Al alba dispusiéronse á emprender otra vez la jornada en busca del Niño. -La mañana era despejada y radiante. Los rebaños de En-Ganim salían al -pastoreo, y las innumerables ovejas blancas, moviéndose en la llanura, -parecían ejércitos fantásticos. La proximidad de la comarca donde se -asienta Jerusalén se conocía en la mayor feracidad del terreno, en la -verdura del tupido musgo, en la copia de hierba y florecillas -silvestres, que no había conseguido marchitar el invierno. Baltasar y -Gaspar reflexionaban, al ritmo violento del largo zancajear de sus -monturas. Pensaban en aquel Niño, rey de reyes, á quien un decreto de -los astros les mandaba reverenciar y adorar y colmar de presentes y de -homenajes. En aquel Niño, sin duda alguna, iba á reflorecer el poderío -incontrastable de los monarcas de Judá y de Israel, leones en el -combate, gobernantes felicísimos en la paz; y la vasta monarquía, con -sus recuerdos de gloria, llenaba la mente de los dos Magos. ¡Qué -sabiduría, qué infusa ciencia la de Salomón, aquel que había subyugado á -todos sus vecinos, desde los Faraones egipcios hasta los comerciales -emporios de Tiro y Sidón; el que construyó el Templo gigante, con sus -mares de bronce, sus candelabros de oro, su terrible y velado -tabernáculo, sus bosques de columnas de mármol, jaspe y serpentina, sus -incrustaciones de corales, sus chapeados de marfil! ¡Qué magnificencia -la del que deslumbró con su recibimiento á la reina de Saba, á Balkis la -de los aromas, la que traía consigo los tesoros del Oriente y las -rarezas venidas de las tres partes del mundo, recogidas sólo para ella y -que ella arrojaba, envueltas en paños de púrpura, al pie del trono del -rey! Cerrando los ojos, Baltasar y Gaspar veían la escena, contemplaban -la sarta de perlas desgranándose, los colmillos de elefante ostentando -sus complicadas esculturas, los pebeteros humeando y soltando nubes -perfumadas, los monillos jugando, los faisanes y pavos reales haciendo -la rueda, los citaristas y arpistas tañendo, y Balkis, envuelta en su -larga túnica bordada de turquesas y topacios, protegida del sol por los -inmensos abanicos de pluma, adelantándose con los brazos abiertos para -recibir en ellos á Salomón... No podían dudarlo; el Niño á quien iban á -adorar sería, con el tiempo, otro Salomón, más grande, más fuerte, más -opulento, más docto que el antiguo. Sometería á todas las naciones; -ceñiría la corona del Universo, y bajo su solio, salpicado de diamantes, -se postraría la opresora ciudad del Lacio; sí, la ávida loba romana -lamería, domada, los pies de aquel Niño prodigioso... - -Mientras rumiaban tales ideas, la Estrella desaparecía, extinguiéndose. -Encontráronse perdidos, sin guía, en la dilatada llanura. Miraron en -torno, y con sorpresa advirtieron que se había separado de ellos -Melchor. Una niebla densa y sombría, alzándose de los pantanos y -esteros, les había engañado y extraviado, de fijo. Turbados y tristes, -probaron á orientarse; pero la costumbre de seguir á la Estrella y el -desconocimiento completo de aquel país que cruzaban eran insuperables -obstáculos para que lograsen su intento. Ocurrióseles buscar un guía, y -clamaron en el desierto, porque á nadie veían ni se vislumbraba rastro -de habitación humana. Por fin, aparecióse un pastor muy joven, vestido -de lana azul, sujeto á la frente el ropaje con un rollo de lino blanco. -Y al escuchar que los viajeros iban en busca del Niño rey, el rústico -sonrió alegremente y se ofreció á conducirles. - ---Yo le adoré la noche en que nació...--dijo transportado. - ---Pues llévanos á su palacio y te recompensaremos. - ---¡A su palacio! El Niño está en una cuevecilla, donde solemos recoger -el ganado cuando hace mal tiempo. - ---Qué, ¿no tiene palacio? ¿No tiene guardias? - ---Una mula y un buey le calientan con su aliento...--respondió el -pastor.--Su madre y su padre, el carpintero Josef de Nazareth, le cuidan -y le velan amorosos... - -Gaspar y Baltasar trocaron una mirada que descubría confusión, asombro y -recelo. El pastor debía de equivocarse; no era posible que tan gran rey -hubiese nacido así, en la miseria, en el abandono. ¿Qué harían? ¿Si -pidiesen consejo á Melchor? Pero Melchor, envuelto en la niebla, -caminaba con paso firme; la Estrella no se había obscurecido para él. -Hallábase ya á gran distancia, cuando por fin oyó las voces, los gritos -de sus compañeros: «¡Eh, eh, Melchor! ¡Aguárdanos!» El Mago de negra -piel se detuvo, y clamó á su vez: «Estoy aquí, estoy aquí...» - -Al juntarse por último la caravana, Melchor divisó al pastorcillo y supo -las noticias que daba del Niño rey. «Este pobre zagal nos engaña ó se -engaña--exclamó Gaspar enojado.--Dice que nos guiará á un establo -ruinoso, y que allí veremos al hijo de un carpintero de Nazareth. ¿Qué -piensas, Melchor? El sapientísimo Baltasar teme que aquí corramos grave -peligro, pues no conocemos el terreno, y si nos aventuramos á preguntar -infundiremos sospechas, seremos presos y acaso nos recluya Herodes en -sus calabozos subterráneos. La Estrella ya no brilla y nuestro corazón -desmaya.» - -Melchor guardó silencio. Para él no se había ocultado la Estrella ni un -segundo. Al contrario, su luz se hacía más fulgente á medida que -adelantaban, que se aproximaban al establo. Y en su imaginación, Melchor -lo veía: una cueva abierta en la caliza, un pesebre mullido con paja y -heno, una mujer joven y celestialmente bella agasajando á un niño -tiernecito, que tiembla de frío; un Niño humilde, rosado, blanco, que -bendice, que no llora. Lo singular es que la cueva, en vez de estar -obscura, se halla inundada de luz, y que una música inefable, apenas -perceptible, idealmente delicada y melodiosa, resuena en sus ámbitos. La -cueva parece que es toda ella claridad y armonía. Melchor oye extasiado; -se baña, se sumerge en la deliciosa música y en los resplandores de oro -que llenan la caverna y cercan al Niño. - ---¿No oyes, Melchor? Te preguntamos si debemos continuar el viaje... ó -volvernos á nuestra patria, por no ser encarcelados y oprimidos aquí. - ---Y vosotros, ¿no oís la música?--repite Melchor, por cuyas mejillas de -ébano resbalan gotas de dulce llanto. - ---Nada oímos, nada vemos...--responden los dos Magos, afligidos. - ---Orad, y veréis... Orad, y oiréis... Orad, y Dios se revelará á -vosotros. - -Magos y séquito echan pie á tierra, extienden los tapices, y de pie -sobre ellos, vuelta la cara al Oriente, elevan su plegaria. Y la -Estrella, poco á poco, como una mirada de moribundo que se reanima al -aproximarse al lecho un sér querido, va encendiéndose, destellando, -hasta iluminar completamente el sendero, que se alarga y penetra en la -montaña, en dirección de Belén. La niebla se disipa; el paisaje es -risueño, pastoril, fresco, florido, á pesar de la estación; claros -arroyillos surcan la tierra, y resuena, como en Mayo, el gorjeo de las -aves, que acompaña el tilinteo de la esquila y el cántico de los -pastores, recostados bajo los terebintos y los cedros, siempre verdes. -Los Magos, terminada su plegaria, emprenden el camino llenos de -esperanza y de seguridad. Una cohorte de soldados á caballo se cruza con -la caravana: es un destacamento romano, arrogante y belicoso; el sol -saca chispas de sus corazas y yelmos; ondean las crines, flotan las -banderolas, los cascos de los caballos hieren el suelo con provocativa -furia. Los Magos se detienen, temerosos. Pero el destacamento pasa á su -lado y no da muestras de notar su presencia. Ni pestañean, ni vuelven la -cabeza, ni advierten nada. - ---Van ciegos--exclama Melchor;--y los Magos aprietan el paso, mientras -se aleja la cohorte. - - - - -SUEÑOS REGIOS - - -Es de noche. Temperatura, veinte bajo cero. Fuera no se escucha el menor -ruido: la nevada, cayendo en finos copos delicadísimos que mullen la -atmósfera, contribuye á sostener el silencio absoluto, ahogado, que pesa -sobre los jardines blancos con blancura fantástica. La nieve ha -perfilado primorosamente la traza de las calles de árboles, de los -macizos, de los bosquetes, de los estanques cuajados por el hielo, y -cuya superficie lisa rayaron los patines en la última sesión de patinaje -que tanto divirtió á la corte, porque el príncipe de Circasia se dió -unas costaladas regulares. Las estatuas parecen temblar y lucen aderezos -de carámbanos. Las coníferas son témpanos bordados y esculpidos. En el -alcázar, las cornisas, las balconadas, las torrecillas, la monumental -ornamentación de la fachada, el reloj, sostenido por Genios que -representan los destinos de la casa imperial venciendo al Tiempo, van -desapareciendo bajo la suave acolchadura blanca. Los centinelas, en su -garita, tiritando, sintiendo que el aliento se les cristaliza primero y -se les liquida después dentro del alto cuello de sus capotes militares, -hieren el suelo con el pie, se acuerdan del cuerpo de guardia donde arde -la estufa y se puede echar un trago de lo fermentado, y de tiempo en -tiempo lanzan, al través de la nieve, su «¡Alerta!» gutural. El -decorativo reloj da las doce, pausadamente, como si la hora contada por -él fuese más solemne que las otras. Al reloj de fuera contestan los de -dentro, desde las consolas; tienen vocecillas aflautadas y bien -moduladas de palaciegos. - -El emperador se estremece y se incorpora en el gran lecho incrustado de -marfil, bajo las pieles rarísimas que lo mullen. Se le figura que una -mano acaba de posarse en su hombro; y en efecto, á la luz de la lámpara -de alabastro velada de encaje, ve una figura venerable, un viejo -aureolado por larguísima barba y melenas, donde la nieve se diría que -enredó sus vellones. La vestidura del viejo deslumbra; túnica de brocado -de oro, manto de terciopelo violeta orlado de armiño. Una especie de -mitra en que las perlas se apiñan sobre la filigrana, rodea sus sienes y -comprime y hace bufar su gran cabellera nevada, que se extiende -caudalosa por los hombros. En la mano lleva cincelado cofrecillo -abierto, lleno de polvo aurífero impalpable. - ---¿Qué me quieres y quién eres?--pregunta el emperador al anciano. - ---Como de casa. Baltasar, rey de los países de Oriente--contesta el -patriarca en voz temblona. - ---¡Bienvenido, primo y señor! ¿Por qué viaja Vuestra Majestad en tan -cruda noche? Conviene á las testas coronadas no ponerse nunca en el caso -de sufrir las molestias que padecen los demás mortales. Dígnese Vuestra -Majestad descansar bajo mi hospitalario techo. - ---No acepto sino breves instantes, aunque vengo rendido de atravesar los -dominios de Vuestra Majestad, á los cuales no se les ve el fin: deben de -cubrir buena parte de la superficie del planeta. - ---¡Ah!--articula el emperador, satisfecho.--¿Los ha recorrido Vuestra -Majestad? ¿Se ha enterado de su extensión y riqueza? Todos los climas, -todas las producciones, todas las razas, reconocen mi soberanía. Cuando -paso revista á mi ejército, en él veo soldados blancos y rubios, de ojos -azules; soldados de morena tez; soldados de cutis amarillo y nariz -achatada; ropajes orientales y envolturas que preservan del rigor de las -estaciones en los países hiperbóreos. Mi imperio produce el trigo y el -zafiro, los minerales, las pieles y las maderas odoríferas; es un -gigante cuya cabeza, como la de Vuestra Majestad, se baña en las nieves -árticas, y cuyas manos se tienden hacia el Mediodía para abarcarlo. Y en -este Imperio yo soy Dios. A mi voz las frentes se inclinan, las -muchedumbres se prosternan, la plegaria por mí hace retemblar los -iconostasios. Mientras el soplo del huracán juega con los monarcas -occidentales, nuestros necios primos, yo, como un numen, me oculto en -santuario inaccesible. - ---Conozco el poderío de Vuestra Majestad. Por eso sospecho si la tarea -que me ha sido encomendada resultará estéril; pero, obedeciendo, la -cumplo. - ---¿Qué tarea es esa, primo y señor? - ---La que me ordenó realizar el Niño. Vuelvo de Palestina; regreso á mi -patria, después del interminable viaje anual... ¡Es una maravilla lo -lindo que está el Niño y lo dulce y honesta que es la Madre! Nada perdió -su inmortal hermosura en los mil novecientos dos años transcurridos -desde que por vez primera les adoré. Como siempre, les he llevado mi -ofrenda: polvo de oro del Ofir. Y el Niño, después de extender sus -manitas, que besé, y bendecir el oro, me ha dicho que lo espolvoree por -el suelo, allí donde vea que el hombre atenta á la libertad del hombre. - ---¿Conque esas mañas saca el Niño?--tartamudeó el emperador.--¡Por -cierto que lo educan bien mal su Madre y el carpintero, gente baja al -fin, aunque descienda de la casta de nuestros augustos primos los reyes -de Judá! Vuestra Majestad, con la experiencia que le dan los años, habrá -comprendido que no debe cumplírsele al Niño ese antojo. - ---No es posible desobedecerle, primo y señor--declaró gravemente el -Mago.--He espolvoreado la enorme porción de tierra donde reina Vuestra -Majestad, aunque confieso que dudo de ver germinar cosa alguna sobre la -dura capa de hielo que la reviste. Sin esperanzas voy derramando -polvillo de oro; y la verdad, hace un instante, en los jardines de este -palacio, al caer el dorado polvillo, creí que el suelo se estremecía y -se agrietaba la capa de nieve. Tembló la tierra; me pareció que un ruido -cavernoso resonaba allá dentro. ¿Está seguro Vuestra Majestad de que no -se halla minado su palacio? - ---Vuestra Majestad es quien lo mina, y será preciso impedirlo;--contesta -enérgicamente el emperador, hiriendo un timbre. - -Aparece la guardia. El viejo toma una pulgarada de polvillo, lo arroja á -los ojos de los soldados y pasa por entre ellos libre y majestuoso. - - * * * * * - -Otro efecto de nieve sobre jardines y palacio real, pero nieve ya -cuajada y que empieza á derretirse formando un barro sucio y negruzco. -En el alcázar se ven todavía luces: ha habido en el comedor de diario -espléndida cena de familia, alegres y cariñosos brindis, y el emperador, -rendido de recibir toda la tarde felicitaciones, después de bendecir á -sus hijos, que uno por uno le han besado la mano respetuosamente, y de -abrazar con afecto á la fecunda emperatriz, se tiende en su estrecha y -dura cama de campaña, única donde concilia el sueño, á causa de la -costumbre. - -Apenas empieza á aletargarse, le llaman con un _¡Pssit!_ muy bajo, y á -la claridad de la lamparilla divisa á un hombre en la fuerza de la edad, -envuelto en ropón de púrpura, bajo el cual se parece una armadura de -admirable trabajo. Rodea sus sienes una corona de picos; en su diestra -alza rico pomo de mirra de fuerte aroma, acre y embriagador. - ---¿Qué desea Vuestra Majestad, señor rey Gaspar?--pregunta el emperador -que, conociendo al viajero, salta de la cama y saluda militarmente. - ---Felicitar las Pascuas á Vuestra Majestad y confiarle un secreto.--Es -el caso que el Niño, ¿no sabe Vuestra Majestad? ¡el Niño, á quien todos -los años voy á visitar en su establo, para beber en sus ojos de violeta -la sabiduría! después de jugar con esta mirra que le ofrecí y de arrojar -sobre ella su aliento celestial, me manda que gota á gota la esparza por -el suelo de los países donde el hombre tenga sed de la sangre del -hombre. Y al caer gotitas de esta mirra, primo y señor, observo que la -tierra, encharcada y pegajosa, se esponja, se entreabre, y nacen y -surgen y crecen olivos, rosas, mirtos, centeno, lúpulo, viñas cargadas -de racimos. ¡Ah! Es un gran portento la tal mirra. Y á mí, señor y -primo, la armadura me asfixia, el corazón no me cabe en ella. Permítame -Vuestra Majestad que salpique de mirra su cabeza augusta. - ---¡Qué diantre! ¡Cosas de chiquillos!--gruñó el emperador.--Cuando el -Niño crezca y se aparte de las faldas y del regazo materno, diferentes -serán sus caprichos. No hay nada más santo que la guerra. Dios mismo -guía á los ejércitos é infunde á los caudillos arrojo y tino para -asegurar la victoria. Sobre el campo de batalla se cierne el Arcángel -con sus alas salpicadas de rubíes y su gladio flamígero. El soplo -divino hincha mi pecho apenas lo cubre la coraza rutilante. Esto no se -les alcanza á los niños ni á las mujeres; convenido. Nosotros, pastores -de pueblos, jefes de razas, sonreímos ante ciertos arranques de -debilidad graciosa. - ---Debo hacer lo que me mandan--insiste Gaspar. - -Y tomando unas gotas de mirra, las dispara á la frente del emperador. -Este exhala un suspiro; se deja caer en el lecho de campaña, y ve en -sueños una pirámide de huesos humanos, blanca y pulida, altísima. Sobre -la cúspide, un cuervo grazna plañideramente, hambriento, erizado el -plumaje; y al pie, en las ramas de un olivo nuevo, dos palomas se besan, -juntando los picos. - - * * * * * - -En el patio del alcázar, sobre el gran pilón de pórfido sostenido por -leones, recae el agua, melodiosa, con dulce porfía. La luna ilumina las -arcadas afiligranadas, juega en las charoladas hojas de los naranjos, -descubre el reflejo pálido de sus pomas de oro. Dos esclavos velan el -sueño del emir, que reposa vestido sobre un diván, cubierto con una -manta de fina pluma de avestruz--porque la noche está algo fría y la -helada ha endurecido los caminos del desierto--y apoyando el pie en la -garganta de una mujer desnuda, que hace de cogín y presta calor más -grato que el de la manta. - -Elegante figura se desliza por entre los esclavos, invisible. Es un -negro joven, esbelto, de robusta y acerada musculatura, de piernas -nerviosas encerradas en calzas prietas y salpicadas de lentejuelas como -las que ostentan los donceles en los cuadros de Carpaccio; una -sobrevesta de tisú de plata acusa sus formas; un cinturón de pedrería -sostiene sobre su vientre enjuto soberbio puñal; encima de sus cabellos -crespos se ladea un gorro de velludo carmesí, y bajo el ala luce diadema -de brillantes. El gallardo negro se inclina hacia el emir y le baña el -rostro con una bocanada del incienso que humea en un incensario calado, -pendiente de cadenillas de perlas. Sobresaltado, el emir despierta, -echando mano á su gumía. - ---No temas, soy Melchor, que como tú ejerce el mando en tribus del -desierto y posee palacios misteriosos, que parecen labrados por los -genios del aire. Vengo á cumplir órdenes del Niño Yesuá, hijo de Leila -Mariem. - ---¿Y qué te ordena ese profeta infiel?--exclama el emir con desprecio. - ---Columpiar este incensario en todos los países donde el hombre trate á -la mujer como esclava y no como compañera. - -Ríese el emir, mostrando sus blancos dientes de chacal entre la negra y -sedosa barba. - ---Pues vuélvete á tierra de rumíes, Melchor. También allí necesitan el -perfume de tu incensario. Pero antes, reposa. Eres mi huésped; voy á -ordenar que te preparen un baño con agua de rosas dos bellas cautivas. - -Y el Emir se incorpora, dando con el pie á la mujer en cuya garganta lo -tenía apoyado. - - - - -LA VISIÓN DE LOS REYES MAGOS - -(_Los Reyes Magos regresan á su patria por distinto camino del que -vinieron, á fin de burlar al sanguinario Herodes. Es de noche: la -estrella no les guía ya; pero la luna, brillando con intensa y argentada -luz, alumbra espléndidamente la planicie del desierto. La sombra de los -dromedarios se agiganta sobre el suelo blanco y liso, y á lo lejos -resuena el cavernoso rugir de un león._) - - -BALTASAR (acariciándose la nevada y luenga barba y moviendo la anciana -cabeza á estilo del que vaticina).--No sé lo que me sucede desde que me -puse de rodillas en el establo de Belén y saludé al Hijo de la Doncella, -que me agita un espíritu profético, y siento descorrerse el velo que -cubre los tiempos futuros. Este tributo de oro que ofrecí al Niño para -reconocerle Rey, ¡cuántas y cuántas generaciones se lo han de rendir! -Tributos percibirá, no como nosotros, días, meses y años, sino siglos, -decenas de siglos, generación tras generación, y los percibirá de todo -el universo, de toda raza y lengua, de nuevas tierras que se descubrirán -para aclamar su nombre. El oro que le he presentado era poco; apenas -llenaba el cofre de cedro en que lo traje; y ahora se me figura que se -ha convertido en un mar de oro, y veo que al Niño se le erigen templos -de oro, altares de oro labrado y cincelado, tronos de oro en torno de -los cuales oscilan blancos flábulos de plumas con mango de oro, y que -ciñe su cabeza una triple corona de oro macizo también, incrustada de -diamantes y gemas preciosas. Olas de oro, fluyendo de los veneros de la -tierra, corren á los pies del Niño: y lo más extraño es que el Niño los -contempla con entristecida cara, y al fin esconde el rostro en el seno -de su Madre. ¿Habré obrado mal, ¡oh sabios!, en presentarle oro? ¿No le -agradará á la criatura celeste el símbolo de la autoridad real? Temo que -mis dones no hayan sido aceptos y mi obsequio pareciese sacrílego. - -GASPAR (enderezándose sobre su montura, requiriendo la espada, -frunciendo las cejas y echando chispas por los ojos).--Patriarca de los -Magos, bien te lo pronostiqué. El nacido Rey de los judíos no es vil -mercader que quiere atesorar riquezas sin cuento en los subterráneos de -su morada. La codicia rebaja el alma y la hace pegajosa y grosera como -la arcilla que, despreciándola, pisamos. Mi don es el único que pudo -complacer al primogénito de la Virgen. Tú le trajiste oro, por monarca; -yo mirra, por hombre. Hombre ha querido nacer, y el llamarse hombre será -su mejor título. La mirra, amarga como el vivir y como el vivir sana y -fortificante; he ahí lo que conviene á quien ha de realizar obra viril, -obra de vigor y salud. ¿Creéis que se puede ser grande y noble y fuerte -sin gustar el cáliz amargo? Aquí me tenéis á mí, ¡oh, sabios!: he -combatido, he sufrido, he vencido monstruos, he lidiado con tentaciones -horribles, me he visto mil veces en manos de mis enemigos y el soplo del -martirio ha rozado mi sien. Pues sólo un día he llorado, y una gota de -mi llanto, cayendo en el ánfora de la mirra, le prestó su tónica y -sabrosa amargura y quizás su balsámico perfume. Yo también veo al Niño, -Baltasar, pero le veo combatiendo, arrollando, venciendo, aplastando -dragones, sometiendo á su yugo á la humanidad, sufriendo y regando con -sangre una palma. Bien hice en traerle mirra. - -MELCHOR (tímidamente, con humildad profunda).--Yo no sé si habré -acertado, y, sin embargo, por la alegría que me inunda, presumo que el -Niño no rechaza mi don. Tú, venerable y doctísimo Baltasar, le -obsequiaste con oro, considerándole Rey. Tú, indomable y valeroso -Gaspar, le trajiste mirra, teniéndole por hombre. Yo, el último de -vosotros, el más ignorante, el etiope de negra tez, le ofrecí unos -granos de incienso, pues mi corazón le presentía Dios. - -BALTASAR y GASPAR, _atónitos_.--¡Dios! - -MELCHOR (con fe y persuasión ardiente).--Sí, Dios. Ahora mismo, en medio -de esta serena noche, sobre el limpio azul del cielo, he visto -resplandecer su divinidad. Ahí están las naciones postradas á sus pies y -redimidas por Él, y por Él igualados todos los hombres. Mi progenie, la -obscura raza de Cam, ya no se diferencia de los blancos hijos de Jafet. -Las antiguas maldiciones las ha borrado el sacro dedo del Niño. No le -reconocéis así al pronto, porque es un Dios diferente de los Dioses que -van á morir: no condena, ni odia, ni extermina; ama, reconcilia, -perdona, y sólo con acercarme á Él noto en mi corazón una frescura -inexplicable y en mi espíritu una paz que glorifica. Así que llegue á mi -reino abriré las prisiones, licenciaré los ejércitos, condonaré los -tributos, daré libertad á mis concubinas y me pondré desarmado en medio -de la plaza pública á confesar mis yerros y á que mis enemigos, si lo -desean, tomen venganza de mí. - -BALTASAR.--Me dejas confuso, Melchor. Tu creencia se asemeja á la -locura. - -GASPAR.--No te entiendo bien, Melchor. Tu creencia me parece afeminada, -impropia de un Rey. - -MELCHOR.--No sé defenderla con razones. Hago lo que siento. - -BALTASAR.--Mi dádiva era preciosa. - -GASPAR.--La mía era digna y noble. - -MELCHOR.--La mía expresa mi pequeñez y sólo significa adoración. - -BALTASAR.--Reuniendo las tres en una, quizas obtendríamos algo que -hiciese sonreir al prodigioso Niño. - -GASPAR.--No puede ser. ¿Dónde habrá un don que convenga al Rey, al -Hombre y al Dios juntamente? - - (_La luna brilla con claridad más suave, más misteriosamente dulce - y soñadora. El desierto parece un lago de plata. Sobre el horizonte - se destaca una figura de mujer bizarramente engalanada y ricamente - vestida, hermosa, llorosa, con larga cabellera rubia que baja hasta - la orla del traje. Lleva en las manos un vaso mirrino lleno de - ungüento de nardo, cuya fragancia se esparce é impregna la ropa de - los Magos y sube hasta su cerebro en delicados y penetrantes - efluvios. Y los tres Reyes, apeándose y prosternados sobre el polvo - del desierto, envidian, con envidia santa, el don de la pecadora - Magdalena._) - - - - -EL ROMPECABEZAS - - -El niño es una de esas criaturas delicadas y precozmente listas, que se -crían en las grandes poblaciones, privadas de aire, de luz, de -ejercicio, de alimento sólido y sano, víctimas de las estrecheces de la -clase media, más menesterosa á veces que el pueblo. Siempre limpito, con -su pelo bien alisado, formal, dócil y reprimido naturalmente, Eloy no da -en la casa quebraderos de cabeza. Verdad que si los diese, ¿cómo se las -arreglaría para meterle en costura su infeliz mamá, viuda, sola y -atacada de un padecimiento crónico al corazón? Precisamente la verdadera -causa del buen porte y conducta de Eloy es esa vehemente y temprana -sensibilidad que suele despertar en las criaturas el temor de hacer -sufrir á un ser muy amado, de entristecer unos ojos maternales, de -agravar una pena que adivinan sin poder medir su profundidad. - -Eloy estudiaba las lecciones al dedillo, porque su madre sonreía con -descolorida sonrisa cuando le oía recitarlas de memoria; Eloy cuidaba -mucho la ropa y el calzado, porque se daba cuenta de que su madre no -tenía para comprar y reponer lo manchado ó roto; Eloy se recogía á casa -al salir de la escuela, en vez de quedarse pilleando y haciendo -demoniuras con sus compañeros, porque su madre se alegraba al verle -volver, y el chiquillo, con la intuición del corazoncito cariñoso, -olfateaba que la melancolía de mamá se aliviaba con su presencia, y que -al enviarle á aprender, separándose de él por largas horas, realizaba un -sacrificio. - -Recordaba Eloy, sin embargo, confusa y minuciosamente á la vez, como -recuerdan los niños, tiempos recientes en que su madre no se quejaba, en -que vivía gozosa. Es cierto que entonces un hombre joven, brioso, -animado, de pisar fuerte y negros bigotes, vivía en la casa.--¡El -papá!--Eloy asociaba su memoria á la de cabalgatas en las rodillas ó -sobre la punta del pie, violentos besos en los carrillos, un simpático -olor á cigarro fino, risas y juegos y humoradas como de otro muchacho... -Después... el papá desaparecía, y la mamá tenía á toda hora los párpados -hinchados y rojos. La casa se volvía callada y tristona, y Eloy sentía -escrúpulos, recelos de jugar ó de pedir alto la merienda, porque le -parecía estar dentro de una iglesia obscura ó de un sepulcro. Los -conocidos que encontraba le hablaban en tono compasivo al preguntarle -«si había noticias de papá, que estaba en la guerra» ¡En la guerra! Por -el acento con que madre y amigos modulaban la frase, comprendía Eloy -que la guerra era una cosa muy terrible, atroz, malísima. ¿Quizás en la -guerra papá se podía morir? ¡Ah! ¡vaya si podía! Como que una tarde, al -volver de la escuela, Eloy encontró a su madre con un síncope, á la -criada hipando, á las vecinas del segundo que se lo llevaron y le -atracaron de golosinas «para que no se impresionase, pobre pequeño...» Y -al otro día mamá le reclamó, le abrazó silenciosa, sin verter una -lágrima, y le vistió de negro; traje entero, desde las medias hasta la -boina... El muchacho no sabía definir, no acertaría á explicar en qué -consistía la muerte, pero estaba seguro de que era algo espantoso, y que -ese algo les impediría ya para siempre vivir contentos. Lloró á -escondidas por no afligir más á su madre, y rezó las oraciones que -sabía, muchas veces, «por el alma de papá». Desde entonces empezó á -empollar firme las lecciones, á no hacer nada malo, á doblar la -chaquetita antes de acostarse, á volver «al reloj» de la escuela, con -los libros atados bajo el brazo. El alma de papá de seguro aprobaba tal -proceder. - -Sin embargo, el chico más juicioso es chico al fin, y Eloy, como oyese -en los primeros días del año las conjeturas de sus compañeros acerca de -lo que traerían los Reyes, y los proyectos de zapatos colocados en la -ventana ó la chimenea, no pudo menos de dar suelta á la imaginación. -También él deseaba que los Reyes le trajesen algo... ¿Por qué no se lo -habían de traer, señores? ¿No había sido bueno el año enterito? Si -pusiese su zapato en el alféizar de la ventana, ¿era justo que el zapato -amaneciese vano como avellana vieja? - -Afortunadamente, la misma idea de equidad se había abierto camino en el -espíritu de la madre de Eloy. Ella, que jamás salía, que se ponía á -morir en las escaleras, se echó á la calle la tarde del 5 envuelta en su -modesto coleto de paño pasado de moda, y se detuvo en la tienda de -juguetes. Cuando volvió á casa llevaba escondida una cajita plana de -cartón. La escasez, al imponer el cálculo, destruye muchos gérmenes de -poesía. ¡Qué no hubiese dado aquella madre por traer á su niño el fogoso -caballo mecánico, la reluciente bicicleta, el caprichoso cinematógrafo, -la locomotiva de vapor con ténder y vagón, raíles verdaderos y caldera -de cobre! Pero ¡ay! eran caprichos de media onza, diez duros, quince, y -el bolsillo se encogía aterrado... No, no; convenía que el regalo de los -Santos Reyes Magos sabios y doctos no fuese una inutilidad, sino que -coadyuvase á la instrucción del niño... Y la madre adquirió por módico -precio un rompecabezas geográfico, nada menos que el mapa de España... -Así Eloy, jugando, aprendería mejor lo que ya había dado pruebas de no -ignorar, pues en geografía llevaba el número uno. - -Levantándose á media noche, dejó el huérfano su zapato entre la fría -ceniza de la chimenea del gabinete, la única de la casa, encendida -rarísima vez. Por la mañana saltó de la cama, descalzo y tiritando, á -ver si los Reyes... ¡Sorpresa inolvidable! Sus majestades se habían -dignado venir: allí estaba la dádiva, el obsequio... ¿Qué encerrará -aquella cajita chata, tan mona con sus filetes dorados?... Eloy la cogió -afanoso, se volvió á la cama blanda y tibia, y allí, con los brazos -fuera y el tronco bien abrigado, desató la cinta y miró... ¡Anda, -corcho! Los Reyes le habían traído un mapa... Como les constaba el -comportamiento de Eloy, su costumbre de _sabérsela_... ¡De todos modos, -un mapa! ¡Pch!... ¿No valía más un aristón ó una linterna mágica igual á -la de Pepito Ponzano, que siempre la estaba refregando por las narices á -los otros?... Empezó Eloy á reconciliarse con los Reyes, al averiguar -que el mapita era de pedazos y se desbarataba y volvía á arreglarse... Y -ya levantado, tomado el café caliente, mientras mamá se preparaba para -ir á misa, Eloy se divirtió, armó y desarmó el país, barajó á España -cien veces, revolviendo á Zaragoza con Valladolid y á Salamanca con -Vigo... - -De pronto, meditabundo, interrumpió su tarea, é interrogó inquieto á su -madre: - ---Mamá, te han engañado... El juguete está incompleto. Falta aquí mucha -España. No encuentro la isla de Cuba. Ni á Puerto Rico... ¡Falta España! - -Arrasáronse los ojos de la madre, y se quedó parada, con el velito á -medio prender. Por último, encogiéndose de hombros: - ---¡Esas tierras estaban tan lejos!--dijo.--Y ya no son de España, -mira... Acierta el rompecabezas, porque... ya no son. ¡Allí murió tu -padre...! - -Eloy calló: una tristeza mayor que las habituales, desmedida, que no -cabía en el alma de un niño, pesó un instante sobre su pensamiento. Y -con ademán expresivo apartó, rechazó el regalo de los Reyes. - - - - -EN SEMANA SANTA - - -A la cabecera del moribundo estaban Preciosa y Conrado, asistiéndole en -sus últimos instantes, temblorosos como el criminal que sube las -escaleras del cadalso. Y criminales eran--aunque criminales triunfantes -y coronados por el ciego destino--Conrado y Preciosa. El que, después de -largos sufrimientos, sucumbía en el cuarto impregnado de olores á -medicinales drogas, entristecido por la luz amarillenta de la lamparilla -que iba extinguiéndose al par que la vida del agonizante, era el esposo -de Preciosa, el protector y bienhechor de Conrado; y para los que de -común acuerdo le engañaron y ofendieron sus canas, no tuvo nunca aquel -honradísimo viejo, generoso y confiado como un niño, más que palabras de -dulzura y hechos de bondad y amor. Abierta siempre á Conrado su bolsa y -su casa; abiertos siempre los brazos y el corazón para Preciosa, cuya -juventud no quiso entristecer nunca con severidades de anciano y -melancolías de enfermo, el infeliz tenía derecho á la gratitud y al -respeto más tierno y grave..., ya que otros sentimientos vehementes no -pueda inspirarlos la senectud. Y ahora se moría, se moría lentamente..., -después de advertir á Preciosa que quedaba instituída su única heredera, -y que, si no sentía repugnancia por Conrado, á quien él miraba como -hijo, deseaba que ambos le prometiesen casarse á la terminación del -luto. - -Cuando manifestó así su voluntad, en voz desmayada y flaca y apoyando -sus manos ya frías en las manos febriles de Conrado y Preciosa, los dos -se estremecieron, y sus ojos, como delincuentes que tratan de ocultarse -y no saben dónde, vagaron por el suelo, cargados con el peso de la -vergüenza. Preciosa, sin embargo, mujer y extremada en la pasión, fue la -primera que recobró ánimos, y reaccionando violentamente, trató de -atraer la mirada de Conrado y de pagarla con una débil sonrisa. Pero -Conrado, como si sintiese picadura de víbora, se retiró al fondo de la -alcoba, y dejándose caer en la meridiana, escondió entre las palmas el -rostro. Un silabeo apenas perceptible del moribundo le llamó otra vez á -la cabecera del lecho. «Conrado, mira, soy yo quien te lo ruega en este -momento solemne... No dejes desamparada á Preciosa... Que sea tu mujer, -y quiérela y trátala... como la quise yo... Siquiera por el día en que -estamos..., dame palabra.» Y Conrado, balbuciente, sólo pudo barbotar: -«La doy, la doy...» Lució una chispa de contento en las apagadas -pupilas del moribundo; pero como si aquel esfuerzo hubiese agotado el -poco vigor que le quedaba, cayó en un sopor, nuncio del fin. Tal fue la -opinión del médico, que aconsejó se trajese la Extremaunción sin -tardanza; pero al llegar el sacerdote con los santos óleos, no había -calor vital en el cuerpo; Preciosa lloraba de rodillas, y Conrado, -agitadísimo, paseaba desesperadamente arriba y abajo por el gabinete que -precedía á la estancia mortuoria... El sacerdote, que salía, le tocó -suavemente en el hombro. - ---No se aflija usted--dijo en tono afectuoso, confundiendo con un gran -dolor aquel acceso de remordimiento agudo.--Las virtudes de este señor -le habrán ganado un puesto en el cielo. Y después, la misericordia de -Dios, ¡especialmente en el día en que estamos!... - -Era la segunda vez que esta frase resonaba en los oídos de Conrado; pero -ahora resonó, más que en los oídos, en el alma. ¡La misma del moribundo! -«El día en que estamos...» ¿Y qué día era? Conrado necesitó hacer -memoria, reflexionar... Recordó de pronto; un relámpago hirió su -imaginación fuertemente. El día era el Viernes Santo. - -Pocos instantes después de haberse retirado discretamente el sacerdote, -que prometió volver á velar el cuerpo, acercóse Preciosa á Conrado de -puntillas y quedó espantada de su actitud, del movimiento que hizo al -verla tan próxima. ¡Qué desventura! Conrado ya no la quería; á Conrado -le infundía horror desde que la muerte había penetrado allí... -Adivinaba el estado de ánimo de su cómplice, y precaviendo el porvenir, -aspiraba á disipar aquella nube de tristeza, aquella alteración de la -conciencia impura. «Si esta noche vela el cadáver, se preocupará más; se -grabará doblemente en su espíritu esta impresión terrible...» Una idea -acudió á la mente de Preciosa, fértil en expedientes, atrevida--como -hembra apasionada y resuelta á lograr su antojo.--Entró en la estancia -mortuoria, y sobre el mueble incrustado, frente á la cama, buscó, entre -otros frascos, el que contenía poderoso narcótico. Una gota calmaba y -amodorraba; dos adormecían; tres ó cuatro producían ya un sueño largo, -invencible, muy duradero, semi-letal... Al poco rato, Preciosa se acercó -á Conrado nuevamente y le sirvió por su mano una taza de tila. «Bebe, -estás nervioso.» Conrado bebió por máquina; apuró la calmante -infusión... Cuando empezó á notar cierta pesadez incontrastable, le guió -Preciosa á su propio cuarto, le reclinó en el amplio diván, revestido de -raso y almohadillado de encaje, cubrióle con rico pañuelo de Manila, le -abrigó con edredón ligero los pies, le puso almohadas finas bajo la -nuca. «Duerme, duerme--pensó--y no despiertes hasta que esté fuera de -casa _el otro_...» - - * * * * * - -Conrado, entretanto, abría los ojos, sacudía el sueño de plomo que le -había postrado, y se restregaba los párpados, notando que el sitio en -que se encontraba no era el elegante dormitorio de su tentadora -Preciosa, sino una calzada en cuesta, empedrada de losas rudas y anchas, -sobre la cual caía á plomo un sol ardoroso y esplendente, como de -primavera en país cálido. Miró en derredor. A sus pies se extendía una -ciudad que le parecía conocer mucho: ¿dónde había visto él aquellas -puntiagudas torres, aquellos extensos baluartes, aquel recinto -fortificado, aquellas casas cónicas, aquel monumental templo, aquellas -puertas angostas, sombrías, bajo las cuales cruzaban dromedarios y -bueyes guiados por hombres de atezado cutis? La vestimenta de estos -hombres también se le figuró á Conrado, aunque extraña, _vista_ alguna -vez, no en la realidad, sino en esculturas ó cuadros: como que era la -indumentaria hebraica de la gente humilde en tiempo de Augusto--la -_chituna_ ó túnica ceñida, el _tallith_ ó manto, el _sudaz_ que rodea -las sienes, el ceñidor que ajusta el ropaje, y los pies descalzos, ó -metidos en gastadas sandalias de cuero.--Conrado pensó oir una voz -persuasiva, salida quizás de lo íntimo de su ser, que murmuraba -misteriosamente: - ---Esa ciudad es Jerusalén. - -¡Jerusalén! Conrado casi no se admiró. Jerusalén no era para él un lugar -exótico. ¡En Jerusalén había pensado tantas veces! Desde niño, por el -Nacimiento que preparaba su madre, se había familiarizado con -Jerusalén... En Jerusalén tenía hogar su espíritu, su fe tenía casa -propia. Lo único que sintió fue inmensa alegría... Imaginó volver de un -largo destierro. - -Un grupo de gente que se apiñaba en la puerta fijó la atención de -Conrado. Instintivamente siguió al grupo. Por un camino que defendían á -ambos lados setos de chumberas y que orlaban palmas y vides, rosales de -Jericó é higueras ya cubiertas de hoja, dirigíase el grupo hacia áspero -cerrillo, que destacaba sus líneas duras sobre el horizonte color de -violeta. Bullía una muchedumbre en la colina; hormigueaban los de á pie, -y se mantenían inmóviles sobre sus recios corceles los legionarios, -cuyas lorigas y rodelas rebrillaban. Dominando la multitud, coronando la -escena, erizando el cerro, se erguían tres cruces negras, sobre las -cuales parecían estatuas de pórfido rosa, desde lejos, los cuerpos de -los tres ajusticiados... - -Conrado, entonces, tampoco se asombró, tampoco se creyó juguete de un -delirio. Al contrario: se penetró de que estaba asistiendo, no á un -drama, á la representación de la verdad misma. Aquella escena, aquella -triple crucifixión, y sobre todo una de las cruces, la llevaba él dentro -desde los primeros días de la niñez. Si había sufrido, era cuando, -teniéndola en sí, no podía verla ni contemplarla; cuando se le -desvanecía, como se desvanece el rostro de una persona querida al querer -reconstruirlo cerrando los ojos... ¡Qué felicidad, poseer de nuevo la -visión--clara, concreta, firme, indubitable--de _la Cruz_; no una cruz -de oro, plata ni bronce, sino la Cruz viva, el madero al punto en que lo -calienta el calor del Cuerpo divino y lo empapa la Sangre redentora! -Conrado, sin aliento, de tan aprisa como iba, seguía al grupo, subiendo -la agria cuesta, hollando el seco polvo y los abrojos espinosos del -siniestro Gólgota, salpicado de blancos huesos humanos que calcinaba el -sol... Su afán era colocarse cerca de la Cruz, ver la cara del Salvador -en la suprema hora. - -Era difícil la empresa. Bullía cada vez más compacta la muchedumbre. -Como sucede en sueños, á cada obstáculo que Conrado lograba vencer, -surgían otros mayores, insuperables. Nadie le quería abrir paso. -Pastores de la sierra, tratantes y tenderillos de la ciudad, mujeres -harapientas con niños famélicos en brazos, fariseos altaneros, esenios -pálidos y compadecidos, hijas de Jerusalén, modestas burguesas que -bajaban los ojos llenos de lágrimas al ver las torturas del Maestro, y -por último, los soldados á caballo, enhiesta la lanza, se atravesaban -para impedir que nadie salvase el círculo de cuerda y estacas que -rodeaba los patíbulos. Conrado suplicaba, cerraba los puños, quería -infiltrarse, llegar hasta la cruz central, más alta que las otras, donde -colgaba Jesús; quería verle vivo, antes del momento en que, doblando la -cabeza, exclamase: «Todo se acabó.» Una angustia profunda se apoderaba -de Conrado. ¿Lo conseguiría cuando ya el Salvador hubiese muerto? Y -bañado en sudor, anhelante, afanoso, corría, corría en dirección á la -cima del cerro, que siempre se le figuraba más distante. - -Sus ojos divisaron entonces á una mujer abrazada al árbol mismo de la -Cruz; y sin reparar que la mujer estaba casi desvanecida de congoja, -fijándose sólo en que á aquella mujer _también la conocía_, gritó con -esfuerzo: - ---¡María, María de Nazareth!, alárgame la mano, que quiero llegar hasta -tu hijo. - -Y María de Nazareth, temblorosa, con los ojos inflamados, trágica la -actitud, se adelantó, alargó la mano, cubierta por un pliegue del manto, -y Conrado, inmediatamente, se halló al pie del madero, tan cerca, que el -ruido del afanoso resuello del moribundo se le figuraba un huracán. Sin -embargo, pensó con gozo: - ---¡Vive! ¡Vive! ¡Puede escucharme todavía! - -Y alzando la frente, doblando las rodillas, poniendo la boca sobre el -palo ensangrentado, cerca de los sagrados pies, Conrado suspiró: - ---¡Jesús, Jesús, no me abandones!... - -Y ¡oh asombro!; una voz dulce, empapada en lágrimas, respondió desde -arriba: - ---Tú eres el que me abandonaste hace años, Conrado. ¿No te acuerdas? - -Profundo sacudimiento experimentó Conrado. Un agudo cuchillo de pena, de -contrición, se clavó en su pecho. Miró hacia lo alto con ansia: Jesús ya -había inclinado la cabeza; el sol se velaba tras negrísima nube; la -tierra se estremecía convulsa; á las plantas de Conrado se abrió una -grieta horrible, casi un abismo... y el pecador, atónito, cayó con la -faz contra el polvo y las rocas descarnadas... - - * * * * * - -Al despertarse Conrado de su largo sueño artificial, Preciosa estaba -allí, vestida de negro, pero linda, fresca, reposada, espiando el -instante de estrechar en sus brazos al durmiente. Éste se incorporó, -aturdido aún, sin darse cuenta de lo que le sucedía... Preciosa, -sonriendo, quiso halagarle, ser para él la vida que renace al borde de -una sepultura. Conrado, sin aspereza, la rechazó; y á paso mesurado, -firme, sin tambalearse ya, despejada la cabeza, salió á la antecámara, -abrió la puerta, la cerró de golpe y corrió á la calle... Una brisa -suave acarició sus sienes. Era la mañana del Domingo de Resurrección. - - - - -LA ORACIÓN DE SEMANA SANTA - - -El último chá de Persia, que, según nadie ignora, murió á manos de un -fanático, tuvo en su historia una página de muy pocos conocida, y yo la -ignoraría también á no referírmela una viajera inglesa, de esas mujeres -intrépidas é infatigables que registran con emoción y curiosidad los más -apartados confines del planeta. Cómo se las arregló miss Ada Sharpthorn -(que así se llama la inglesita) para obtener la confianza y casi la -privanza del chá, y penetrar en la cerrada magnificencia de su palacio y -conocer íntimamente á sus allegados, áulicos, cortesanos y generales, es -punto de difícil investigación; pero seguramente, al aspirar á este -resultado, no se valió miss Ada de ningún medio reprobable, pues -compiten en esta valiente exploradora la decencia y pulcritud de las -costumbres con la austeridad del criterio moral y la delicadeza de la -conducta. Si miss Ada gozó privilegios desconocidos en Persia, debe -atribuirse á la tenacidad que sabe desplegar la raza anglo-sajona para -conseguir sus propósitos--tenacidad que va haciendo á esa raza dueña del -mundo. - -Contóme miss Ada el episodio que voy á narrar la tarde del Jueves Santo, -mientras recorríamos las calles de Avila visitando Estaciones. En -aquellas calles que todavía recuerdan por varios estilos la Edad media -española, el nombre de Persia sonaba como el de un país fantástico, de -juglaresca leyenda ó de romance tradicional; costaba trabajo admitir que -existiese. Quizás la misma _irrealidad_ de Persia en la pacífica -atmósfera de la ciudad teresiana, acrecentó el interés de los extraños -recuerdos de viaje que evocaba miss Ada, y que intentaré trasladar al -papel sin alterarlos. - -«Nasaredino--empezó la inglesa--era un monarca absoluto, á quien sus -vasallos llamaban _sombra de Dios_, y que disponía de haciendas y vidas, -con dominio incondicional. No sé si ahora se habrá modificado el régimen -interior de Persia; entonces--y son épocas bien recientes--no había allí -más ley que la omnímoda voluntad de Nasaredino. Para mayor desventura de -sus súbditos, el chá no conocía el cristianismo, ó por mejor decir, no -quería conocerlo, ni permitía que se propagase en sus Estados opinión -alguna que se apartase del código de Mahoma. Quizás comprendía que -Cristo nuestro Señor es el verdadero enemigo de los déspotas, y que la -libertad y la dignidad humana tuvieron su cuna en el humilde establo de -Belén. - -»Esta misma intransigencia del chá con nuestra santa religión me incitó -á probar si le atraía al terreno de la controversia, á fin de combatir -sus errores. Aprovechando la rara amabilidad con que me acogía, me -dediqué á catequizar á Nasaredino, y buscando el flaco de su orgullo, -comencé por pintarle la gloria y prosperidad de naciones cristianas como -Francia y la Gran Bretaña, superiores en las mismas artes de la guerra á -las naciones sujetas al fanatismo musulmán. Mis argumentos parecían -hacer mella en el monarca; á veces le ví quedarse pensativo, acariciando -la negrísima y puntiaguda barba, con los rasgados ojos de pestañas de -azabache fijos en el punto imaginario de la meditación. No era un necio; -ciertas ideas le movían á reflexionar; ciertos problemas se le imponían -á pesar suyo, al través de su oriental indolencia y su soberbia de dueño -absoluto de muchos millones de seres racionales.--Despaciosamente, en -correcto inglés, solía, transcurrido un rato, contestarme, no sin alguna -inflexión de desprecio en su voz grave y bien timbrada: - ---»Jamás me convenceré de que sean heroicas y viriles naciones que se -postran ante un Dios humilde, muerto en un suplicio afrentoso. El gran -atributo de Dios es _el poder_ y _la fuerza_. La única explicación que -encuentro á ese enigma es que vuestras naciones se llaman cristianas sin -serlo realmente, y cuando funden cañones y botan al agua barcos -blindados, niegan á su Dios con los hechos, aunque le reconozcan con la -palabra. Y porque lo niegan han logrado el predominio que ejercen. Si -se atuviesen á la letra de su fe, como nos atenemos nosotros á la -nuestra, nosotros les pondríamos la planta del pie sobre la garganta. - -»Al hablarme así Nasaredino, dejábame confusa. Pertenezco á las _Ligas_ -del desarme y de la paz universal, y confío más en la energía del amor y -de la fraternidad, que en todos los ejércitos de Europa reunidos. Mas -¿cómo hacer entender la verdad á un bárbaro, y á un bárbaro que se cree -un semidiós? Sin embargo, lo intenté. A mi manera, empleando los -razonamientos que me sugirió la convicción, le dí á entender que la -misma fuerza material necesita fundarse en la moral, y que sin base de -derecho y razón se derrumba toda soberanía. Y pasando á tratar de -nuestro Dios, le afirmé que precisamente el haber sufrido y muerto como -murió fue esplendorosa muestra de su sér divino. El chá, moviendo la -cabeza, me contestó entonces esta atrocidad: - ---»De esa misma manera que pereció tu Profeta, sucumbe todos los días -alguno ó muchos de mis vasallos. Y ni aun así conseguimos acabar con la -perniciosa secta de los _babistas_, cuyas doctrinas se asemejan á las de -vuestros Evangelios. - -»Lo confieso--exclamó miss Ada al llegar á este punto:--tan horrible -declaración me trastornó, y estuve á pique de prorrumpir en invectivas -contra el tirano. Me reprimí trabajosamente, y Nasaredino, de pronto, -como si se hubiese olvidado del giro de la conversación, me anunció que -al día siguiente se verificaría una representación teatral en los -jardines de palacio, y que me convidaba á ella. - -»Son estas funciones dramáticas espectáculo favorito de los persas, y -todos los viajeros las describen: se celebran de noche, á la luz de los -farolillos y linternas y de las hachas encendidas, y el telón de fondo -lo da hecho la naturaleza: una cortina de árboles, un macizo de flores, -una fuente, un ligero kiosco, constituyen la decoración. Habituada á -asistir á tales funciones, me sorprendió, sin embargo, el aspecto del -escenario y el golpe de vista del concurso. En primer término, sillones -para el chá y los altos dignatarios: detrás, la servidumbre, la multitud -de funcionarios y parásitos que pululan en el palacio infestando sus -galerías, claustros, patios y salones. A la izquierda, una especie de -tribuna ó palco cerrado por rejas de madera dorada y pintada de -colorines--desde el cual presenciaban la función, ocultas á los ojos de -todos, las esposas de Nasaredino.--Con extrañeza noté que no se había -invitado á ningún diplomático; la única extranjera, yo. Mi sillón, -colocado muy cerca, aunque un poco atrás del soberano, era un puesto -altamente honorífico. - -»Al empezar la representación, desde las primeras escenas, percibí un -estremecimiento. Yo no podía entender el idioma en que se expresaban los -actores, y que es una especie de dialecto persa muy literario y -arcaico--el habla misma, bella y sonora, que empleó el poeta -Firdusi;--pero aun sin inteligencia de las palabras, me parecía darme -cuenta del sentido, y hasta creía que era familiar para mí, como algo -que hubiese escuchado mil veces, y otras tantas llevado en mi corazón. -Las escenas del drama me recordaban cosas íntimas, vistas, por decirlo -así, al través de un vidrio turbio y roto que desfiguraba los objetos, -alterando sus colores y rasgos sin ocultarlos enteramente.--Al final del -primer acto (llamémosle así; la transición consistía en extender un -riquísimo paño por delante del escenario, y dejarlo caer á los cinco -minutos), y mientras nos presentaban amplias bandejas cargadas de -golosinas, refrescos y sorbetes, de súbito vi claro: el asunto del drama -no era sino la vida de Jesucristo, interpretada á estilo persa. - -»Se apoderó de mí una tristeza involuntaria. Temía una profanación, una -burla, cualquier desmán que hiriese mis sentimientos, y hasta que -pudiese obligarme á faltar al respeto al monarca levantándome y -retirándome. En voz baja le pregunté si creía que me sería posible -permanecer allí; y el chá, con lenta inclinación de cabeza, me -tranquilizó; después, volviéndose hacia mí, murmuró seriamente, con toda -su oriental majestad: - ---»No temas ofensa alguna para tu fe, ni para tu gran Profeta. - -»En efecto, las páginas principales de la sagrada Vida iban -desarrollándose más ó menos ingenua y peregrinamente interpretadas, pero -con profundo sentido de veneración y de simpatía hacia el Salvador de -los hombres. Jesús aparecía niño, jugando en el atrio del templo; -después le veíamos predicar á las multitudes; presenciábamos la -tentación en la Montaña, el diálogo con Eblis, genio del mal, y por -último, en el tercer acto, penetrábamos de lleno en el drama de la -Pasión, al ser preso Jesús en el Huerto, no sin que se trabase ruda y -encarnizada batalla entre los discípulos y los sayones, que todos iban -armados hasta los dientes, con kanjiares, puñales, pistolas inglesas y -espingardas, y dispararon hasta agotar la pólvora, siendo esta parte de -la función, gracioso anacronismo, lo que más parecía entusiasmar al -auditorio. Era indudable que el papel de traidores lo desempeñaban los -enemigos de Jesús, lo cual se traslucía hasta en el modo de vestirse y -de caracterizarse los actores, siniestros y feroces, antipáticos de -veras. - -»Al principiar el acto cuarto, que debía ser el último, el actor que -desempeñaba el papel de Jesús apareció atado á una columna de jaspe, y -empezó la escena de la flagelación, que desde el primer instante me -crispó los nervios. Supuse que se trataba de un juego escénico, pero así -y todo salté en el asiento, y me tapé los ojos con el pañuelo -disimuladamente. Era el actor un hombre joven, como de unos veintiocho -años, de noble tipo semítico; llevaba los negros cabellos crecidos y -partidos en bucles, y en la escena de la tentación, dialogando con -Eblis, había tenido acentos llenos de dignidad, de desdén y de dulzura, -conmovedores hasta para los que no entendíamos los conceptos. Ahora, -amarrado á la roja estela, con el torso desnudo y el rostro respirando -un entusiasmo misterioso, una sed de sufrir, revelábase sin duda como -trágico genial--tanta era la verdad de su ficción, la expresiva fuerza -de su actitud.--Por lo mismo no quería verle: me conmovía demasiado. El -silbido de las cuerdas y de los látigos rasgó el aire; escuché cómo -sonaban al herir la carne viva, y hasta oí un sofocado gemido, que -semejaba involuntario... Y la voz del chá, su acento de mando, grave y -sin embargo cortés, me obligó á atender á pesar mío, diciéndome en -inglés, con irónica entonación: - ---»No te niegues á mirar. Lo que sucede ahí no es farsa, sino la -realidad misma. Persuádete de lo fácil que es padecer resignadamente y -hasta con gozo. El papel de tu Profeta lo está desempeñando á lo vivo y -sin protestar un _babista_ condenado á muerte... Ya le verás crucificar -después. - -»El grito que exhalé debió de ser terrible; como que se detuvieron los -verdugos, y Nasaredino me fulminó una ojeada severa, tétrica, imponente. -Otra mujer se hubiese acobardado; pero una inglesa, en caso tal, saca de -su orgullo de raza y de su cristianismo fuerza bastante para no -arredrarse aunque se le viniese encima el mundo. No sé lo que dije al -chá: primero creo que le anuncié una cruzada de las naciones civilizadas -contra sus reinos y su poder, y le vaticiné venganzas humanas y cóleras -del cielo; mas como el tirano permaneciese impasible y aún firme y -aferrado á su crueldad, una inspiración me sugirió que la causa de Jesús -ha de sostenerse por medio de la piedad y de las lágrimas, y arrojándome -de súbito á los pies de Nasaredino, cogiendo sus manos llenas de anillos -magníficos, las besé, las mojé con llanto, las sujeté, las apreté, hasta -que una voz, á mi parecer descendida del cielo, murmuró casi en mis -oídos: - ---»Levántate, extranjera. Serás complacida. Te regalo la vida de ese -perro. - -»No sé lo que respondí. Debieron de ser extremos de júbilo tales, que el -grave y pálido rostro del chá se iluminó con una fugitiva sonrisa, y su -mano derecha, salpicada de mi lloro, que resplandecía sobre las sortijas -de piedras, se extendió en imperativo ademán, comprendido -instantáneamente por los que torturaban al desdichado, ya cubierto de -sangre. No era sólo la vida, era la libertad lo que le otorgaba aquel -gesto mudo, y en el exceso de mi alegría, echéme á llorar otra vez...» - -Al llegar aquí guardó silencio la inglesa, y yo sólo acerté á preguntar: - ---¿Y qué fue del hombre á quien usted salvó? - ---Ese hombre...--balbuceó miss Ada,--dos años después... asesinó á -Nasaredino... ¡Sí, el mismo, el perdonado!... Ya ve usted cómo no hay en -el mundo sino una verdad, que es la verdad de Jesús... Para un -cristiano, sería sagrado el hombre que supo perdonar, siquiera una vez. -Y yo, desde entonces, particularmente estos días de Semana Santa, rezo -siempre por el que me regaló una vida; imploro á Dios como imploré al -rey absoluto, que al fin me escuchó y se ablandó... Tal vez sea una -ilusión rezar por Nasaredino, pero ilusión que me consuela. - ---Y por el matador, ¿no reza usted?--interrogué cuando nos detuvimos -ante el bello pórtico de la catedral. - ---¡También debo hacerlo!--exclamó miss Ada después de vacilar un -instante. - - - - -CUENTOS DE LA PATRIA - - - - -VENGADORA - - -En aquellos días de angustia y de zozobra, surcados por relámpagos de -entusiasmo á los cuales seguía el negro horror de las tinieblas y la -fatídica visión del desastre inmenso; en aquellos días que, á pesar de -su lenta sucesión, parecían apocalípticos, hube de emprender un viaje á -Andalucía, adonde me llamaban asuntos de interés. Al bajarme en una -estación para almorzar, oí en el comedor de la fonda, á mis espaldas, -gárrulo alboroto. Me volví, y ante una de las mesitas sin mantel en que -se sirven desayunos, vi de pie á una mujer á quien insultaban dos ó tres -mozalbetes, mientras el camarero, servilleta al hombro, reía á -carcajadas. Al punto comprendí; el marcado tipo extranjero de la viajera -me lo explicó todo. Y sin darme cuenta de lo que hacía, corrí á situarme -al lado de la insultada, y grité resuelto: - ---¿Qué tienen ustedes que decir á esta señora? Porque á mí pueden -dirigirse. - -Dos se retiraron tartamudeando; otro, colérico, me replicó: - ---Mejor haría usted, barajas, en defender á su país que á los espías que -andan por él sacando dibujos y tomando notas. - -Mi actitud, mi semblante, debían de ser imponentes cuando me lancé sobre -el que así me increpaba. La indignación duplicó mis fuerzas, y á -bofetones le arrollé hasta el extremo del comedor. No me formo idea -exacta de lo que sucedió después: recuerdo que nos separaron, que la -campana del tren sonó apremiante avisando la salida, que corrí para no -quedarme en tierra, y que ya en el andén divisé á la viajera entre un -compacto grupo que me pareció hostil; que me entré por él á codazos, que -la ofrecí el brazo y la ayudé para que subiese á mi departamento; que ya -el tren oscilaba, y que al arrancar con brío escuché dos ó tres -silbidos, procedentes del grupo... - -Sólo entonces acudió la reflexión; pero no me arrepentí de mis arrestos, -y únicamente me pregunté por qué había metido en mi departamento á la -viajera, causa del conflicto. ¿Para protegerla mejor quizás?... ¿Quizás -para hablar con ella á mis anchas y esclarecer mis dudas, averiguando -si, en efecto, era una traidora enemiga? Lo primero que hice fue -examinarla despacio, mientras ella se acomodaba y colocaba su raído -saquillo en la red. Anglo-sajona, saltaba á la vista: la marca étnica no -podía desmentirse. Carecía de belleza: sus facciones sin frescura, sus -ojos amarillentos, su cuerpo desgarbado, su talle plano, la quitaban -toda gracia, perturbadora. Y para que me sedujese menos, bastó el -movimiento que hizo al volverse hacia mí y tenderme virilmente una mano -huesuda y rojiza, que estrechó la mía, sacudiéndola. Con voz, eso sí, -muy timbrada y dulce, la extranjera pronunció: - ---Gracias, señor; mil gracias. - -Confuso, disculpé mi rasgo: - ---Yo no podía consentir aquella barbaridad. De seguro que usted no es -espía, señora; acaso ni es usted americana siquiera. Inglesa, ¿verdad? - ---¡Ah! No, señor. Soy, en efecto, yanqui. - -Y al notar que me estremecía, añadió alzando el brazo y cogiendo su -saquillo: - ---Pero no soy espía. Vea mi álbum y mis dibujos. - -Hojeé el álbum. Estaba atestado de apuntes arquitectónicos y croquis de -tipos pintorescos: una ventana florida, una reja salomónica, un -borriquillo, un paleto... - ---¿Es usted artista? - ---Muy poco... mera afición... Por mi oficio soy _tipógrafo_. Trabajo... -es decir, trabajaba en una imprenta de Boston... Ahora no sé qué haré. - -Mi curiosidad se inflamó. Adiviné un misterio, y me prometí aclararlo. -La voz de mi protegida tenía tan blandas inflexiones, sus pupilas -estaban tan húmedas de gratitud al encontrarse con las mías, que pensé: -«Por un momento eres dueño de esta mujer. Aprovecha este instante y -sorprende su alma, desdeñando el barro que la envuelve; es más gloriosa -siempre una conquista del espíritu.» Con diplomacia suma, murmuré -inclinándome: - ---No. Temo que crea usted que quiero cobrarme de tan insignificante -servicio como el que tuve la suerte de prestarla... - -La extranjera calló; pero un tinte rosado, vivo, fluído, se esparció por -su marchito rostro, embelleciéndolo... Era un arrebol de alegría, de -ilusión, de agradecimiento pasional ante frases de galante respeto que -acaso por vez primera resonaban en sus oídos. La vi llevarse la mano al -corazón, y, fingiéndome distraído, noté que me miraba de un modo -expresivo, afanoso. La voz de plata se elevó conmovida: - ---Pues prefiero contarle lo que me pasa, si no le molesta... Tal vez, -después de oirme, ya no me tendrá nunca por una espía. - -Solícito y demostrando rendimiento me acerqué, no sin arrojar antes el -cigarro que acababa de encender en aquel instante. - ---No soy espía--declaró ella lentamente--y no puedo serlo, porque -detesto el sentimiento patriótico, opuesto á la fraternidad universal. -La guerra entre naciones... la repruebo. ¡Los pobres luchando y -muriendo... los poderosos recogiendo el honor y el fruto...! Sin -embargo, señor... á esa gente que me insultaba, la perdono; comprendo su -ceguedad; casi admiro su furia... ¿Qué pensarían, si supiesen...? - -Aquí se detuvo, y apoyando uno de sus dedos huesudos sobre los labios, -me recomendó discreción acerca de lo que iba á revelar. - ---Si supiesen... que vengo trayendo un ramo de oliva al través del -Atlántico... á proponer la alianza de los oprimidos y los miserables de -allá á los de aquí! Mi conocimiento del español, debido á que pasé años -de mi niñez en Méjico, hizo que me escogiesen para esta misión... He -explorado el terreno en las comarcas obreras y mineras... - -Después de breve pausa, prosiguió: - ---Va usted á oir una cosa rara... En España casi he perdido la fe, _mi -fe_... No veo la urgencia de ciertas medidas que _allá_ aplicaremos -inmediatamente, antes que crezca el monstruo del militarismo y la fuerza -nos subyugue. Aquí no existen esas horribles desigualdades, esas -colosales desproporciones entre la suerte de los hombres. Aquí no noto -la tiranía del dinero ni la insensatez del gastar y del gozar, basada en -la brutalidad ciega del millón de millones. Aquí no hay Cresos que, como -nuestro Rockfeller... ¿no sabe usted? el rey del petróleo... ó Astor, el -rey de las minas... sudan oro y se burlan de Dios... En nuestro país -domina la abominación de la riqueza... se alza el ídolo de metal... y -allí, y no aquí, es donde la justicia debe hacer su oficio... ¡Y -justicia haremos! ¡Se lo prometo á usted! ¡Y pronto! ¡Ah! ¡España! Yo la -adoro... Es muy pobre, muy noble, muy simpática, muy sencilla... ¡Nada -contra España! Este será mi consejo, señor... Aquí no he encontrado la -miseria negra... No siento impulsos de destruir... ¡y soy tan feliz, tan -feliz! ¡Si usted supiese...! - -Irradiaban las pupilas de la sectaria, y su pecho liso y sin morbidez -anhelaba, palpitaba de entusiasmo. Comprendí el error que había hecho -confundir á la fanática de la humanidad con la fanática del patriotismo, -á la _insatisfecha_ con la espía. Entretanto el tren avanzaba, tragando -estaciones, y caía voluptuosamente la bella tarde de Mayo; olor de -hierbas y matas florecidas entraba por la ventanilla abierta, y ya la -luna, dibujando sobre el verde fino y el oro amortiguado del cielo su -ligera segur de plata, añadía un toque poético á la deliciosa paz de la -Naturaleza, indiferente á nuestras agitaciones y nuestras luchas, á los -grandes dolores colectivos ó individuales... Mi compañera había -enmudecido, y vuelta, contemplaba el paisaje: nos acercábamos al cruce; -casi nos deteníamos... Ella se encaró conmigo, y exaltada, en pie ya -para bajarse, repitió: - ---¡España! ¡Qué hermosa! ¡Vivir aquí... vivir aquí! - -En rápido é imprevisto arranque, sentí su cara pegada á la mía, el calor -de sus mejillas halagando mi sién... Después empujó la portezuela, y al -saltar al andén, siempre muy agarrada á su raído saquillo, todavía me -gritó con la solemnidad de misteriosa promesa y el ceño fruncido por -sombría amenaza: - ---¡Adiós... Vuelvo allá... vuelvo á mi tierra! - - - - -EL CATECISMO - - -Hasta las diez duraba la velada de familia, y Angelito regateaba siempre -cinco minutos ó un cuarto de hora, refractario á acostarse, como todos -los niños en la edad de seis á siete años, cuando empieza á alborear la -razón. Mientras Rosario, la madre, cosía sin prisa, levantando de tiempo -en tiempo su cabeza bien peinada, su cara sonriente, que la maternidad -había redondeado y dulcificado por decirlo así, Carlos, el padre, daba -lección al muchacho. «Si había de perder el tiempo en el café...» solía -responder como excusándose, cuando los amigos, en la calle, le -embromaban, soltándole á quemarropa: «Ya sabemos que te dedicas á -maestro de primeras letras...» - -La verdad era que Carlos se había acostumbrado á la lección, á la -intimidad dulce de las noches pasadas así, entre la mujer enamorada y -contenta y el niño precoz, inteligente, deseoso de aprender. Fuera, la -lluvia caía tenaz, el viento silbaba, ó la helada endurecía las losas -de la calle; dentro, la lámpara alumbraba cariñosa al través de los -rancios encajes de la pantalla, la chimenea ardía mansamente, y la -atmósfera regalada y tranquila del gabinete se comunicaba á la alcoba -contigua, nido de paz y de ternura, tan diferente de las sombrías y -hediondas madrigueras donde solían agazaparse los amigotes de -Carlos,--los mismos que se creían unos calaverones y se burlaban -solapadamente del padre profesor de su hijo. - -Aquella noche Angelito estaba rebelde, distraído, desatento á la -enseñanza. Al leer se había comido la mitad de las palabras, y obligado -á volver atrás y repetir lo saltado, su vocecilla adquirió esos tonos -irritados y chillones que delatan la cólera pueril. Al escribir hizo la -trompeta con el hociquito, engarrotó el portaplumas, echó más de una -docena de _calamares_ en el papel, y por último estrelló la pluma en un -movimiento precipitado, y la tinta saltó hasta la blanca labor de la -madre, que exhaló un grito de sorpresa y enojo. Carlos miró á su mujer, -y meneó la cabeza y se tocó la frente como significando: «No sé qué le -pasa hoy á esta criatura.» Y Rosario, levantándose, cogió al rapaz en el -regazo y le dirigió las inquietas interrogaciones maternales. «¿Qué -tienes, vida? ¿Te duele algo? ¿Es sueño? ¿Es pupa aquí, aquí?» Y le -acariciaba las mejillas y las sienes, tentando por si sorprendía el -fuego de la calentura. ¡Enferma tan pronto un niño! - -No encontrando calor ni ningún síntoma alarmante, Rosario engrosó y -endureció la voz. - ---Vas á ser bueno... Ya sabes que no me gustan los nenes caprichosos... -El pobre papá se pondrá malito si le haces rabiar; después tienes tú que -cuidarle á él y que llevarle las medicinas á la cama... Vamos, Angel, á -concluir las lecciones; aún te falta por dar el Catecismo... - -Angel, sin responder, miraba fijamente á un rincón obscuro del cuarto. -La contracción de su carita, la inmovilidad de sus ojos de un azul -fluído y transparente, delataban una de esas luchas con ideas superiores -á la edad, que devastan y maduran á la vez el tierno cerebro de los -niños. - ---Mamá--respondió por fin muy despacio, como si hablase en sueños:--¿y -el tío Alejandro, no viene nunca? - -La madre se estremeció. El recuerdo del hermano que estaba en la guerra -con su regimiento la asaltaba también á Rosario muchas veces en medio de -su ventura doméstica, y se la envenenaba con el temor de que á la misma -hora en que ella descansaba entre limpias sábanas, cerca de unos brazos -amantes, pudiese Alejandro yacer cara al sol, con el pecho taladrado y -las pupilas vidriadas para siempre. - ---¿No viene nunca tío Alejandro, mamá?--repitió el chico con ese acento -infantil que anuncia llanto. - ---Vendrá si Dios quiere, hijo mío--respondió la madre con rota voz, -apretando contra el seno á la criatura. - ---¿Cuándo vendrá? Papá, ¿cuándo? ¿Vendrá esta semana, di? - ---No sé, querido--exclamó el padre.--A ver, la cartilla. Que es tarde, -muñeco. - ---¿Pero cuándo? papá. ¿Por qué no lo sabes tú? - ---Porque hasta que se acabe la guerra, mi cielo... hasta que se acabe, -tío Alejandro no puede venir. - -Los ojos de turquesa del niño se obscurecieron á fuerza de concentración -y de ímprobo trabajo para entender. - ---¿Cómo es la guerra?--exclamó por último. - ---Pelear unos contra otros, á ver quién gana. - ---¿Los buenos con los malos, papá? - ---Sí; los buenos con los malos. - ---Tío Alejandro es bueno--declaró Angel.--¿Y cómo pelean? - ---Con fusiles, con espadas, con cañones. - -El niño batió palmas. - ---Me has de llevar, papá. Me has de llevar. - ---¡Pobretín!--suspiró Carlos.--La guerra no es para chiquillos. - ---¿Es para hombres grandes? - ---Sí. - ---Y entonces, ¿por qué no estás tú en la guerra? Tú eres grande, grande. - ---Porque no soy militar--dijo el padre contrariado, algo mortificado, -(como si aquellas palabras no las hubiese articulado una lengua de seis -años,) y hablando para convencer.--Tío Alejandro es militar; ya sabes -que vino á enseñarte el uniforme. Los militares estudian para eso, para -defender á la patria... - ---La patria...--repitió el niño, impresionado por el tono enfático y -grave con que Carlos pronunció la palabra.--La patria... ¿es aquí? - ---Aquí... ¿dónde? - ---En nuestra casita. - ---No... es decir, sí... Nuestra casa está en la patria, pero la patria -es mucho más... son todas las casas que ves en el pueblo y en otros -pueblos, ¡tantos, tantos! Y es además la tierra, y los bosques, y las -aldeas, y Madrid, y todo... - ---¿Y las iglesias también?--murmuró Angel con el tono con que decía sus -oraciones al acostarse. - ---También. - ---¿Y la Virgen? ¿Mamá del cielo? - ---También la Virgen; sí, mamá del cielo es la patria. - ---¿Y tío Alejandro quiere á la patria? - ---Ya ves--interrumpió Rosario sin ocultar la emoción que empañaba sus -ojos.--El pobre tío la quiere mucho. Como que se expone á que le den un -tiro y á morirse así, de pronto, figúrate tú. Reza, hijo mío, reza, para -que no maten al tío. - -El niño calló, reflexionando laboriosa, casi dolorosamente. - ---¿Y los que no van á la guerra no mueren nunca?--preguntó al fin, -siguiendo el hilo de su temprana lógica. - ---También mueren. - ---Entonces quiero ir á la guerra cuando sea grande--declaró con energía -el pequeñuelo.--Y quiero que tú vayas, papá. Al fin hemos de morir, ¿no? -Pues morir por eso... por eso... Por mamá del cielo, ¡por la patria! - -Un silencio siguió á las palabras del niño. Los padres se miraban, -mudos, penetrados de un respeto extraño, como si la voz del inocente -viniese de otras regiones, de más arriba. Y al cabo de unos instantes, -Carlos dijo á su mujer: - ---Acuéstale. Son las diez largas. - ---¿Y la lección del Catecismo? - ---Hoy ya la ha dado--respondió el padre, besando á Angel con ardor sobre -el nacimiento de la rubia melena. - - - - -EL CABALLO BLANCO - - -Allá en el primer cielo, en deleitoso jardín, Santiago Apóstol, -reclinando en la diestra la cabeza leonina, de rizosa crencha color del -acero de una armadura de combate, meditaba. Mostrábase punto menos -caviloso y ensimismado que cuando, después de bregar todo el día en su -oficio de pescador en el mar de Tiberiades, vió que ni un solo pez había -caído en sus redes; sólo que entonces el consuelo se le apareció con la -llegada del Mesías y la pesca milagrosa. Ahora--aunque en tiempos de -pesca estamos--el hijo del Zebedeo, mirando hacia todas partes, no -adivinaba por dónde vendría la salvación, siquier milagrosa, de los que -amaba mucho. - -Frente al Patrono, en mitad del campo, se elevaba un árbol gigantesco, -de tronco añoso, rugoso, de intrincado ramaje, pero casi despojado de -hoja, y la que le quedaba, amarillenta y mustia. Infundía respeto, no -obstante su decaimiento, aquel coloso vegetal; á pesar de que no pocos -de sus robustos brazos aparecían tronchados y desgajados, conservaba -majestuoso porte; su traza secular le hacía venerable; convidaba su -aspecto á reflexionar sobre lo deleznable de las grandezas. De las ramas -del árbol colgaban innúmeros trofeos marciales. Petos, golas, cascos, -grebas y guanteletes, con heróicas abolladuras y roturas causadas por el -hendiente ó el tajo, espadas flamígeras sin punta y lanzas astilladas y -hechas añicos; rodelas con arrogantes empresas; albos mantos que blasona -la cruz bermeja, trazada al parecer con la caliente sangre de una -herida; yataganes cogidos á los moros; turbantes arrancados en unión con -la cabeza; banderas gallardas con agujeros abiertos por la mosquetería; -el alquicel de Boabdil y la diadema pintorescamente emplumada de -Moctezuma... Al pie del árbol, sujeto á él con fuerte cadena de hierro, -se veía un sér hermosísimo, un corcel de batalla luminoso á fuerza de -blancura: el Pegaso cristiano, aquel ideal bridón que galopaba al través -de las nubes y descendía á traernos la victoria. - -Los ojos del Apóstol se fijaron en el caballo, cual si no le hubiese -contemplado nunca. Notó la lumínica blancura del pelo, la fluída -ligereza y ondulación delicada de las crines, el fuego de las pupilas, -el aliento ardiente que despedían las fosas nasales, la delgadez de los -remos, finos cual tobillo de mujer, la especie de electricidad que -desprendía el cuerpo del generoso animal celeste. Con sólo advertir que -le miraba su jinete de antaño, el caballo se estremeció, empinó las -orejas, respiró el aire, hirió la tierra con el reluciente casco y -pareció decir en lenguaje de signos: «¿Cuándo llega la hora? ¿Vamos á -estar siempre así? ¿Por qué no me desatas? ¿Por qué no cruzamos otra vez -entre lampos y chispas el firmamento rojo, el aire encendido de las -campales batallas?» - -Levantóse el Apóstol guerrero y fué á halagar con las manos el lomo de -su cabalgadura. Quería consolarla, quería calmar su impaciencia y no -sabía cómo, pues él, glorioso veterano, también soñaba incesantemente -renovar las proezas de otros días. Sin duda para acrecentarle el ansia y -avivarle el recuerdo, aparecióse por allí un alma acabada de ingresar en -el Paraíso, pues daba claras señales de no conocer los caminos, de -hallarse como desorientada é incierta. Era el recién llegado de mediana -estatura, moreno, avellanado y enjuto; rodeaban su tronco retazos de -tela amarilla y roja, que apresuradamente igualaba en matiz la sangre -fluyendo de varias mortales heridas. Santiago corrió hacia aquel -valiente con los brazos abiertos, y el español, al ver ante sí al -Apóstol de la patria, cayó de rodillas y le besó los pies con infinita -ternura. - ---_Bonaerges_, hijo del trueno--murmuraba devotamente el español,--¿por -qué nos has abandonado? En nuestro infortunio, confiábamos en ti. -Esperábamos que hicieses vibrar sobre nuestros enemigos el rayo ó -llovieses sobre ellos fuego celeste, como el que quisiste lanzar contra -aquellos samaritanos que cerraban las puertas de su ciudad á Jesús. -Mira, Santiago, adónde hemos llegado ya. Te lo diré con palabras de la -Epístola que se lee el día de tu fiesta; hemos sido hechos espectáculo -para las naciones, los ángeles y los hombres. Hemos venido á ser lo -último del mundo. Y todo por faltarnos tú, Apóstol de los combates. -Desata tu corcel, guíale al través del aire, ponte á nuestra cabeza. El -caballo blanco olfatea la lid. ¿No oyes cómo relincha, deseoso de -arrancar al grito de _cierra España_? Desciende, te esperan _allá_. Te -aguarda la tierra que por ti se creyó invencible. El bridón quiere -romper la cadena. ¡Santiago! ¡Buen Santiago! ¡Señor Santiago! - -Al oir tan apremiantes súplicas, el Apóstol se conmovía más. ¡Soltar el -corcel blanco, salir al galope, esgrimir otra vez el acero llameante! -¡Hacía tanto tiempo que lo anhelaba! No por su gusto permanecía en la -inacción, con la montura amarrada al árbol y las armas colgadas del -ramaje... Y alzando y consolando al español y apretándole contra su -pecho, Santiago empezó á vendarle las heridas cruentas; hecho lo cual, -llegóse al tronco y desató al blanco bridón, que, loco de júbilo al -verse libre, al suponer que remanecían las aventuras de otros tiempos, -agitó la cabeza, hizo flotar la crin, corbeteó gallardamente, y batiendo -el polvo con sus bruñidos cascos, alzó una nubecilla de oro. Por su -parte, el Patrón descolgaba la cota de malla y se la vestía, calábase el -ancho sombrerón orlado de acanaladas conchas, afianzaba en los hombros -el manto, embrazaba el escudo y ceñía el tahalí y la espada terrible. -Entretanto, el español echaba al caballo la silla recamada de oro y le -ponía el freno y el pretal incrustado de cabujones de pedrería. Y cuando -ya el Apóstol trataba de afianzar el pie en el estribo de plata para -saltar, he aquí que aparece, saliendo del vecino bosque, otro español, -vestido de paño pardo, calzado con groseras abarcas, haciendo señas para -que se detuviese el Apóstol. Este aguardó: en el villano de tez curtida -y de rústico atavío, acababa de reconocer á San Isidro, pobrecillo -jornalero laborioso, que en su vida montó más que jumentos cargados de -trigo, porque los llevaba á la molienda. - ---¡Orden del Señor!--voceaba el labriego descompasadamente.--¡Orden del -Señor! Ese caballo nos hace falta para uncirlo al arado y que ayude á -destripar terrones. Y ese español que está ahí, que venga á llevar la -yunta. Bien sabes, Bonaerges, lo que dijo el Señor en ocasión memorable, -cuando tu madre le pidió para ti y tu hermano el puesto más alto en el -cielo: los que quieran ser mayores beban primero su cáliz. Paisano mío, -á arar con paciencia y sin perder minuto... - - - - -LA EXANGÜE - - ---Alquiló el cuarto tercero de mi casa, desocupado hacía tiempo--nos -dijo el eminente Doctor Sánchez del Abrojo--una señora que me llamó la -atención al encontrarla casualmente en la escalera. Nada tenía, á -primera vista, de particular; ni era guapa ni fea, ni vieja ni joven; -vestía de riguroso luto, y pasaba como una sombra, tímida y muda, -acongojada por el sobrealiento de la subida. Lo que en ella me extrañó -fue la palidez cadavérica de su rostro. Para formarse idea de un color -semejante, hay que recordar las historias de vampiros que cuentan -Edgardo Poe y otros escritores de la época romántica, y servirse de -frases que pertenecen al lenguaje poético: hay que hablar de palidez -sepulcral: sólo la muerte da un tono así á una faz humana. - -El manto negro encuadraba y realzaba aquel rostro de cera, y en él -observé una expresión peculiarísima, mezcla de dolor y de satisfacción, -de calina y de sufrimiento. Mi costumbre de ver enfermos me hizo -comprender que allí no existía sólo un estado físico delatado por el -color; reconocí las huellas de algún sacudimiento moral formidable, los -estragos de una catástrofe ignorada; y penetrado de simpatía y respeto, -saludé á mi vecina siempre que nos cruzábamos en la meseta, y la cedí el -pasamanos con especial deferencia y apresuramiento cortés. - -Transcurrió una quincena sin que la viese, hasta que un día, la criada -de la pálida bajó á rogarme que visitase á su señora, encamada y -enferma. Subí al tercero y encontré una vivienda pobre, limpia, glacial. -Sin necesidad de tomar el pulso reconocí en mi nueva cliente los -síntomas de la anemia profunda, cuando ya ataca los tejidos y produce -desórdenes graves. Las piernas hinchadas, la extremada languidez, el no -poder alzar los párpados, eran señales de que faltaba el jugo vital, -licor precioso que reparte por todo el organismo energía y fuerza. - -Cada quisque--prosiguió el médico, después de ligera pausa--tiene sus -caprichos y sus goces. Otros coleccionan dijes, baratijas, cuadros, -muebles, que avalora su belleza ó su rareza; yo--no por caridad, ni por -filantropía; por _tema_, por mi carácter tozudo--colecciono vidas; junto -resurrecciones... Es para mí deleite refinado arrancar á la nada su -presa... Me complazco en saber que gracias á mí andan por la calle más -de un centenar de personas que ya tenían ganado el puesto en la -Sacramental.--Ver á la pálida y prometerme enriquecer con ella mi -colección, fue todo uno. Déjense ustedes--añadió atajando nuestras -manifestaciones--de elogios que no merezco... Créanme. ¡Si me conoceré -yo! Los que nacen para Tenorios se desviven por _una más_ en la lista. -¿Se figuran ustedes que en el fondo hay gran diferencia? No tengo veta -de Tenorio, pero soy otro como él, que reune y archiva en la memoria -emociones de un género dado. ¿Amor á la humanidad? ¡Quiá! Odio al -sepulturero, ¡que no es lo mismo!... - -Explicado así, comprenderán que no hay que alabarme tampoco por lo que -hice para ampliar y reforzar mi catálogo. La anemia se cura, más que con -medicinas, con alimentos y reconstituyentes. La señora no podía costear -ciertos manjares, substancia de carne, v. gr.; como yo deseaba hacerla -revivir, puse los medios, y la cosa marchó bien. Todavía está -descolorida; no creo que llegue nunca á preciarse de frescachona; pero -ya no sugiere ideas de vampirismo... Y no vendría á cuento que yo -hablase de esta curación, menos difícil que otras, si no me hubiese -proporcionado ocasión de saber la historia de la tremenda palidez. Fue -necesario, para que me la refiriese, todo el agradecimiento que la -pobrecilla me cobró, no sé por qué, acompañándolo de una veneración y -una confianza sin límites. - -Era mi enferma una señorita bien nacida, y se había quedado sin padres, -ni más amparo en el mundo que el de un hermano menor, empleado por -influencia de un pariente poderoso en nuestras oficinas de Ultramar. El -sueldo módico sostenía mal á los dos hermanos; sospecho que ella -trabajaba para fuera; con todo eso, pasaban suma estrechez. Nació de -aquí el deseo de un traslado á Filipinas: la hermana siguió al único sér -á quien amaba, y se establecieron en uno de esos poblados, de barracas -de bambú, perdidos en el océano de verdor del hermoso Archipiélago que -ya no nos pertenece. - -Abreviando detalles de los años que allí residieron en paz, diré que la -sublevación al pronto no les asustó; creían inofensivos á aquellos -adormilados y obedientes indígenas, y les parecía seguro reducirles, con -sólo alzar la voz en lengua castellana, á la sumisión y al inveterado -respeto. Disipóse su error al cercar el poblado hordas diabólicamente -feroces, que lanzaban gritos horrendos y esgrimían el bolo y el -campilán. Defendióse con valor de guerrillero el fraile párroco, -refugiado en la iglesia, realizando proezas que no pasarán á la -historia; ayudóle como pudo el empleado: cedieron al número; quedó el -fraile acuchillado allí mismo; al empleado le cogieron vivo, y á su -hermana la llevaron arrastra á una choza donde el vencedor cabecilla -tagalo--poco importa su nombre--tenía su cuartel general. La española se -arrojó á sus pies llorando, implorando el perdón del hermano con acentos -desgarradores. La cara amarillenta del cabecilla no se alteró: expresaba -la frialdad inerte de la raza, y se creería que era de madera de boj, á -no brillar en ella la chispa de los oblicuos ojuelos de azabache. En el -semblante impasible leyó la señorita, enloquecida de horror, la -sentencia del hermano adorado; y besando los pies del cabecilla, le -ofreció «su sangre por la de él». «Se admite», contestó de pronto el -amarillo. «La sangre de él no correrrá. Que sangren a ésta.» - -La sangría--estremece decirlo--duró... una semana.--Cada mañanita, en -una escudilla de coco, recogían la sangre de la desdichada, que caía -después al suelo en mortal desmayo. Desde el quinto día, la debilidad la -produjo una especie de delirio; creíase á bordo del barco que la -conducía á España, libre y feliz, al lado de su hermano; escuchaba el -ruido del mar, batiendo los costados del buque, y notaba--efectos del -vértigo--el ir y venir de las olas, el balance y cuchareo de la -embarcación, el soplo del viento, la humareda que la chimenea lanzaba. -Tan pronto su alucinación la mostraba una bandada de tiburones, como un -asalto de piraguas llenas de indígenas; ya exhalaba chillidos porque -ardía el barco, ya oía silbar las balas de los cañones y veía que el -gran trasatlántico, partido en dos, hundíase en el abismo. Al amanecer -del octavo día--último de su suplicio según le habían anunciado--cuando -ya la vena del brazo, exhausta, sólo gota á gota soltaba su jugo, y el -corazón desfallecía próximo al colapso mortal--en un momento lúcido, ó -acaso de fiebre, se le apareció España, sus costas, su tierra amada, -clemente; y creyendo besarla, pegó la boca al suelo de la cabaña, donde -yacía sobre petates viejos, medio desnuda, agonizando, devorada por sed -horrible, clamor de las secas venas sin jugo... - -La misma tarde cerró sobre el poblado una columna de infantería española -é indígena, poniendo en fuga á los insurrectos y libertando á los -prisioneros y heridos. Atendieron á la infeliz, reanimándola un poco á -fuerza de cuidados. Lo primero que pidió la exangüe fue á su hermano; -quisieron ocultarle la verdad, pero la adivinó: el castila colgaba de un -árbol corpulento... El cabecilla había cumplido su palabra, no sacándole -gota de sangre de las venas... - -Entre los que escuchaban á Sánchez del Abrojo siempre, contábase el -pintor modernista Blanco Espino, á caza de asuntos simbólicos... Batió -palmas con entusiasmo. - ---Voy á hacer un estudio de la cabeza de esa señora. La rodeo de -claveles rojos y amarillos, la doy un fondo de incendio... escribo -debajo «La exangüe...», y así salimos de la sempiterna matrona con el -inevitable león, que representa á España! - - - - -LA ARMADURA - - -No se hablaba más que de aquel baile, un acontecimiento de la vida -social madrileña. La antojadiza y fastuosa señora de Cardona había -exigido que no sólo la juventud, sino la gente machucha; no sólo las -damas, sino los caballeros, todas y todos, en fin, asistiesen _de -traje_. «No hay--repetía Mad. Insausti--más excepción que el Nuncio... y -eso porque va _de traje_ siempre.» - -Prohibido salir del apuro con habilidades, como narices, girasoles -eléctricos en el ojal, pelucas ó trajes de colores. Obligatorio el traje -completo, característico, histórico ó legendario. - -Se murmuró, naturalmente, de la Cardona (con los sayos que la cortaron -podrían vestirse los concurrentes á la fiesta); se la puso un nuevo -apodo: _Villaverde_... Pero, entre dentellada y dentellada, la gente -consultó grabados y figurines, visitó museos, escribió á París, volvió -locos á sastres y modistas... y las caras más largas no fueron debidas -á la sangría del bolsillo, sino á omisiones en la lista de invitados. - -Quien estaba bien tranquilo era el joven duque de Lanzafuerte. Al -preguntarle Perico Gonzalvo _de qué_ pensaba ir, triunfante sonrisa -dilató sus labios. «Voy de abuelo de mí mismo. Ya verás mi martingala», -añadió satisfecho. - -Y es que--en confianza--gastos extraordinarios no le convenían al duque. -Estoy por decir que ni ordinarios. Embrolladísimos andaban los asuntos -de la casa, y gracias que el padre del duque se había muerto á tiempo; -que si dura dos añitos más... En fin, se salió adelante, por la puerta ó -por la ventana... Por la ventana sobre todo. Se vendían cortijos, -cuadros de mérito, literas, tapices... Quedaban aún, testimonio de la -grandeza pasada, algunas antiguallas preciosas, y entre ellas una -armadura completa de un paladín compañero de Carlos V. En esta armadura, -arrinconada en una especie de leonera, se había fijado el duque, -haciéndola limpiar de orín, y al aparecer limpia vió que era objeto -digno de la Armería, muy semejante--y quizás de la misma mano--al -célebre arnés de parada y guerra del Emperador, conocido por «el de los -mascarones». Igual labor milanesa, finísima, de ataujia de oro y plata, -igual empavonado... - -A conocerse, hubiese sido cebo de anticuarios y envidia de -coleccionistas. ¿Qué mejor disfraz? ¿Qué cosa más propia de máscaras? -Sin gastos ni cavilaciones, Lanzafuerte sería el rey de la fiesta. - -Dicho y hecho. Dos horas antes de la solemne de entrar en el baile, -estaba el duque abierto de brazos y esparrancado de piernas, dejándose -abrochar piezas de la armadura. Fue especialmente arduo el ajuste del -peto y espaldar; se habían olvidado las correas con su hebillaje. -Terminada la difícil obra, se miró el duque en un espejo de cuerpo -entero y no se reconoció. Afeitado el bigote; cayendo á ambos lados del -rostro las melenas de la peluca--era un retrato antiguo bajado del -lienzo. La apostura arrogante; la boca desdeñosa; el diseño de las -facciones viril y adamado á un tiempo,--convertían al duque en _doncel_, -y la raza hirvió en su sangre, causándole la nostalgia de la edad -heroica. «¡Si nazco entonces!» murmuró con orgullo. «¡Pero ahora... -claro! No hay medio...» Aumentaba su engreimiento el que la armadura le -venía un poco estrecha. «Soy más hombre que el paladín...» - -Al bajar las escaleras sus ideas tomaron otro giro. Si no le ayudan los -criados, de cabeza al portal. Y precauciones infinitas para meterse en -el coche, para sentarse, para salir, para subir á la regia morada de -Cardona, por peldaños de mármol, entre doble fila de lacayos empolvados, -de azul librea y calzón corto. En cambio, la entrada, de sorprendente -efecto. Destacándose sobre los trajes, que al fin eran disfraces de -relumbrón, la armadura se imponía por el arte, por la verdad, por la -seriedad y la extrañeza. Un guerrero se alzaba del sepulcro; una estatua -yacente se había incorporado. Como animada figura debida al cincel de -Pompeyo Leoni, avanzaba el duque, levantando á su paso murmullos de -admiración. Los inteligentes tasaban aquel noble despojo y lo valuaban -en cifras sonoras, con el impudor del hábito de que todo se venda. Los -artistas, transportados, clamaban elogios. Los preciados de eruditos -recordaban timbres de la casa de Lanzafuerte, y una vez más desfilaba la -clásica lista de nuestros triunfos: San Quintín, Pavía, Orán, Cerinola. -Y el choque del acero, al andar el duque, tenía un eco romántico, algo -parecido al son de los escudos en la cabalgada wagneriana. Sólo una voz -burlona, casi en la misma cara de Lanzafuerte, pronunció: «Se ha -disfrazado de héroe para que no le conozca ni su madre...» - -Por fin la maravillosa armadura se confundió entre el bullicio del -baile, en un remolino de zíngaros, andaluces, _gigerls_, marquesas Luis -XV, rosas, libélulas y japonesitas de cejas pintadas. El paladín de -Carlos V empezaba á notar indefinible molestia, que fue acentuándose, -convirtiéndose en declarada fatiga. - -No podía dudarlo: le pesaba y le apretaba la maldita armadura... ¡Qué -idea, haberse metido en semejante caparazón! Ni poder bailar, ni -siquiera estar de pie... ¿Sentarse? ¿Y cómo? ¿Que á lo mejor saltasen -las escarcelas y se quedase allí en calzón de punto? Imposible... Un -sudor de angustia humedeció sus sienes. Irse era exponerse á la -chacota... Por fatalidad, la bella Inés Puenteancha vino á rogarle que -hiciese vis en un rigodón. ¿Rigodón? ¿Andar, volverse, inclinarse? -Lanzafuerte, acongojado, se excusó lo mejor que supo... Pidió en el -comedor un vaso de ponche helado y experimentó momentáneo alivio. La -Puenteancha le preguntó risueña si estaba malo. «No es nada... calor...» -Y á manera de quien huye, pálido, escalofriado, se escabulló á la -_serre_, casi desierta, y con paso trabajoso se dirigió á la antesala. -Los lacayos le socorrieron, le bajaron en vilo, avisaron á un coche. -Dentro cayó el guerrero, produciendo temeroso ruido. ¡Uff! ¡Por fin! En -casa le arrancarían la horrible armadura. - ---¡Fuera todo esto, fuera!--gritó cuando estuvo en manos de sus -servidores, que se miraban sorprendidos y descontentos... ¡Ellos que se -prometían una noche de libertad! Y además... ¡qué compromiso! - ---¡Fuera todo, volando!--repetía el duque, abriendo los brazos otra vez, -esparrancando las piernas. - -Quitáronle gola, escarcelas, quijotes, grevas, brazales, cubos, -guanteletes... Al llegar á la coraza, se pararon. - ---¿Qué aguardáis?--interrogó furioso.--¡Si esto es lo que más me oprime! - -El ayuda de cámara, tartamudeando, se disculpó. ¿No se acordaba el señor -duque? Su coraza, por faltarla el hebillaje y correas, estaba soldada á -fuego. - ---¡A fuego! ¡Es verdad! ¡Maldita sea! ¡Volando!... ¡El armero!... ¡Ya -estáis aquí con él! - -Nuevas excusas. Confusión. ¡El armero! Si el señor duque lo deseaba -irían... pero inútil buscar á nadie, á la una de la noche del Domingo de -Carnaval. Hasta la mañana siguiente... - -Ante una orden á rajatabla salieron á caza del armero, con la convicción -de no encontrarle, y quedóse el duque embutido en la coraza, echado -sobre la cama, sin poderse revolver, ni resollar. La opresión de su -pecho, la sensación de asfixia, eran ya tormento insufrible. Y pasaban -las horas de la noche con cruel lentitud, y comprimía sus pulmones, -hasta ahogarle, una mano de plomo. ¡Armadura odiosa! ¡Cuánto daría el -descendiente de los paladines por verse libre de ella, por tenerla -colgada en la pared, en panoplia decorativa, luciendo sus labores -riquísimas, sus figuras paganas del más puro Renacimiento! ¡En la pared, -sí; en el pecho, no! ¿Qué sugestión diabólica había sido aquella? -Incrustarse en el molde de otros siglos... ¡y no poder salir! Sentir -sobre un costillaje débil, sobre un corazón sin energía, la cáscara del -heroísmo antiguo... ¡y no romperla! ¡Prisionero en una armadura! El -golpe de sus arterias remedaba el trotar de bridones; el zumbido de la -sangre era el fragor de la batalla... - ---Así verás que no es tan fácil disfrazarse de abuelo de sí mismo--dijo -soltando la carcajada Perico Gonzalvo, que, según costumbre, subió á -casa de su amigo al retirarse del baile, y penetró en la alcoba de -Lanzafuerte tocando una trompeta de cotillón, toda guarnecida de -cascabelitos dorados. ¿Parecerse á la gente de _entonces_? ¡Hombre! Ni -en guasa... - -Y como Lanzafuerte gimiese medio muerto (ya ni respirar podía), añadió -el gomoso: - ---¿Sabes qué me ocurre? España está como tú... metida en los moldes del -pasado, y muriéndose porque ni cabe en ellos ni los puede soltar... -Bonito simbolismo, ¿eh? Vaya, voy en persona á traerte alguien que te -libre de ese embeleco... Porque ¡si esperas á los criados!... - - - - -EL TORREÓN DE LA ESPERANZA - - -¿Conocéis por tradiciones y descripciones el torreón fatídico desde cuya -plataforma la infeliz Isaura, séptima esposa de Barba Azul, aguardó con -sudores de agonía á sus hermanos, que venían á libertarla de la muerte? -Aferrada á una almena como si ya se defendiese instintivamente del -cuchillo, Isaura, con el rostro del color de la cera y el cuerpo -tembloroso, no tenía ánimos ni para seguir avizorando el horizonte. Su -esposo y verdugo, después de sorprender la delatora mancha de sangre en -la llave del terrible gabinete, mandó á Isaura subir á lo más alto de la -torre para encomendarse á Dios, advirtiéndola que de allí á media hora, -sin remisión, iría á degollarla. Isaura, flaqueándole las piernas, -nublados por el miedo los ojos, sólo acertaba á preguntar de minuto en -minuto, con voz á cada paso más apagada y desfallecida: «Hermana Ana, -¿no ves nada? ¿no viene nadie?» Y Ana, dolorosamente, respondía: «Sólo -veo la hierba que verdea y el camino que blanquea.» Cuando ya faltaban -pocos instantes para cumplirse el plazo; cuando Isaura, crispadas las -manos, se agarraba á las piedras creyendo sentir en la garganta el frío -del cuchillo, Ana exhaló un grito loco, delirante: «¡Allí vienen, allí -vienen!» y disipada la nube de polvo que arremolinaba el galope de los -corceles, Isaura reconoció á los paladines que volaban á salvarla... - -Mucho se ha escrito y discutido acerca del torreón de Barba Azul. La -opinión más general es que yace en ruinas, y que si los medrosos -subterráneos, con sus mazmorras y pozos donde aparecen aún hoy, al -excavar y registrar, huesos y calaveras humanas, se conservan intactos, -el torreón de la Esperanza se vino á tierra.--Mejor informada, puedo -asegurar que el torreón existe.--Es tan fuerte y sólido, sus piedras -están tan bien trabadas, con cemento tan indestructible; su gorguera de -elegantes almenas posee una resistencia tal, que ni las tormentas, ni la -lluvia, ni el aire, ni siquiera el transcurso del tiempo y el abandono, -han podido dar cuenta de él. Hay más todavía. No sólo no ha sufrido -deterioro el torreón, sino que actualmente es visitado por innumerables -peregrinos y viajeros de todos los países del mundo, que acuden allí -como en romería, atraídos por la leyenda. Esta asegura que encaramándose -al torreón de la Esperanza y aguardando con paciencia--sin dejar de -implorar el auxilio del cielo,--cada cual acaba por ver venir, alzando -la indispensable nube de polvo, una representación de su porvenir y su -destino. Ya se adivina si estará concurrida la plataforma de la torre, y -si los que se agarran á sus almenas--las mismas á que Isaura se abrazó -en trance apretadísimo--sentirán latir el pecho de ansiedad, á veces de -dolor, á veces de suprema alegría. - -No hace mucho--esta noticia nos interesa especialmente--una caravana de -viajeros españoles, como pasase cerca del torreón de la Esperanza, deseó -subir á él. Antes de realizar la ascensión conferenciaron, y con la -verbosa familiaridad y la espontánea franqueza que caracteriza á los -españoles, se confiaron recíprocamente sus aspiraciones y hasta sus -fantásticos sueños. Abrieron su corazón como se abre una puerta, de par -en par, y resultó que existía entre sus anhelos afinidad y analogía -extraña. Querían encaramarse al torreón de la Esperanza, porque, -aburridos y hastiados de lo presente, sólo fiaban en las novedades que -diese de sí lo futuro. Mostrábanse los peregrinos descontentos de cuanto -existe, y andaban conformes en atribuir los males y decaimiento de -España á los individuos que figuran á la cabeza de la nación. Sólo un -ciego no vería la decadencia y lastimoso agotamiento de nuestros -_héroes_. Sobre este tema había que oir á los peregrinos, oportunos, -decidores y epigramáticos. Las flaquezas, las deficiencias, las torpezas -y los yerros de las celebridades salieron á relucir con salsa de mostaza -picante, con fuego graneado de chistes y anécdotas. Quedaron allí las -altas famas pulverizadas, las glorias disueltas y devoradas por el ácido -corrosivo de una crítica mofadora. ¿Los estadistas? garduñas, vividores -sin conciencia. ¿Los caudillos? cobardones, y por contera ineptos, sin -el acierto instintivo del guerrillero ni la vasta estrategia del -verdadero gran capitán. ¿Los artistas? imitadores misérrimos, que se -traían del extranjero las ideas y hasta las formas, como las bailarinas -se traen pantorrillas de algodón. ¿Los literatos? pobres diablos secos y -vacíos hasta la médula de los huesos, y además, pesadísimos... -«¡_Lateros_ insufribles!» gritó uno de los peregrinos, que frisaría en -los veintitrés años y lidiaba á la sazón con el tercero de Derecho. La -frase resumió el debate; todos convinieron en que se estaba erigiendo -una catedral de hojalata para que se riese la posteridad. Urgía -refrescar, variar el personal; era llegado el instante de cambiar de -baraja, estrenando una nueva, tersa, reluciente, no sobada ni fatigada -del uso... ¡Vengan otros, los desconocidos, los ignorados genios que -encierra en su seno la multitud anónima!--Por eso ardían los españoles -en deseos de subir al torreón y divisar á lo lejos el remolino de polvo -que anuncia la irrupción triunfante del porvenir... - -A la mañana siguiente, al despuntar el día, trepando por las piedras, -agarrándose á las matas de hiedra, valiéndose de escalas y de sogas, -arañándose las manos, alcanzaron la plataforma, y reclinados en el -parapeto y el almenaje, consultaron ansiosos el horizonte.--Desde luego -pudieron cerciorarse de la verdad histórico-topográfica que envuelve la -conseja de Barba Azul. Arrancando de la calzada que conduce al puente -levadizo del castillo, y prolongándose hasta perderse allá entre dos -montañas casi difumadas en la lejanía, serpeaba por frescos prados la -cinta de plata del camino. En lo más distante que de él podía percibirse -clavaron los ojos los españoles, como los había clavado la despavorida -Isaura; y repitiendo su pregunta con afán poco menor, preguntaban los -cortos de vista á los que asestaban poderosos gemelos: «Qué, ¿nada? ¿No -asoma nada aún?» Y los otros respondían: «Nada... Sólo se ve la hierba -que verdea y el camino que blanquea.» - -Pasaron horas y horas, y mis españoles quietos allí, catalejo en ristre, -ó haciéndose pantallas y tubos con periódicos los que de anteojo -carecían. El sol, que iba remontándose al cénit, picaba más de lo justo -y quemaba las pupilas y derretía los sesos; la sed inflamaba los -gaznates y el hambre pellizcaba los estómagos; pero la magia de la -Esperanza, como un filtro, sostenía á los expedicionarios, impidiéndoles -retirarse. Cerca ya de la hora meridiana, un privilegiado que poseía -unos soberbios _marinos_ exhaló chillido indescriptible. ¡Allá, allá, en -lontananza remotísima, acababa de aparecer un punto blanco, el núcleo de -un astro, la misteriosa nube de polvo! - -Creyeron volverse locos los españoles. De mano en mano pasaron los -gemelos. ¡Sí, sí, allí estaba, creciendo, dilatándose, la nube! Pronto, -roto el turbio velo, lograron distinguir lo que se acercaba. Era una -lucida cohorte á caballo, una hueste espléndida, bizarramente engalanada -y armada de punta en blanco, apercibida al combate. Ya se podían admirar -el corbeteo de los fogosos bridones, ya el damasquinado de los arneses y -cotas; ya gallardeaba el ondear de las plumas y el flotar de las bandas -de colores; ya se distinguían las empresas de los pendones y el blasón -de los escudos... Los de la plataforma, ebrios de entusiasmo, gritaban, -vitoreaban, cabalgaban en las almenas á riesgo de estrellarse... -Faltábales sólo ver las caras de los paladines: era una fatalidad: -llevaban todos baja la visera del casco. ¡Grande, ardiente era el anhelo -de conocer á los que cifraban el destino de la patria española!... - -Un clamoreo inmenso, de nervioso entusiasmo, se alzó de la plataforma -cuando, llegados al pie del puente levadizo, los _héroes_ que venían -alzaron la visera... Y otro clamor especial, de ironía y desencanto, -siguió al primero.--Los de la hueste esperada, los de la hueste -desconocida... no eran sino _aquellos_ mismos, ¡vive Dios! aquellos que -desde hacía años lidiaban, resistiendo los embates de la censura y las -exigencias del descontento y del cansancio. Todos iguales, invariables, -ya curtidos, ya veteranos... Los mismos caudillos, los mismos -estadistas, los mismos artistas y literatos célebres... ¡Ni una cara -nueva, vive Dios!--Y los viajeros españoles, asaz mohinos, descendieron -aprisa... A la noche se consolaron armando una tertulia, volviendo á -pulverizar á los eternos _héroes_, y planeando, para el otoño próximo, -otra subida al torreón de la Esperanza. - - - - -EL PALACIO FRÍO - - -¿Os acordáis de aquella princesa enferma, hija del rey de Magna, á quien -curó como por ensalmo un viejo mostrándola cierto panorama muy lindo? -Pues habéis de saber que á la vuelta de muchos años el cetro de Magna -vino á recaer en un hijo de esta princesa, y este hijo, bajo el nombre -de Basilio XXVII, reinó gloriosamente por espacio de más de un cuarto de -siglo, persistiendo la huella de su paso por el trono en varios -monumentos grandiosos y venerables, que estudian hoy los arqueólogos con -particular interés, discutiendo si el estilo peculiar de tales -construcciones es invención que exclusivamente pertenezca al -vigesimoséptimo Basilio ó procede ya de la influencia de su madre y -quizás se remonta hasta la de su abuelo. Punto es éste acerca del cual -se han escrito doce voluminosos libros y cosa de sesenta monografías -asaz doctas.--Lo que especialmente hizo darse de calabazadas á los -sabios fueron ciertas imponentes ruinas que la tradición popular llama -del _Palacio frío_, sin que hasta hace poco tiempo se consiguiese -averiguar el origen de tal nombre, que contrasta con el aspecto de lo -que del edificio resta en pie. - -En efecto; el palacio, del cual se conservan galerías, salones y -estancias que decoran restos de ricas maderas y preciosos mármoles y -jaspes, parece haber sido erigido por la madre de Basilio XXVII para -asilo de un feliz amor conyugal; y su traza, su adorno, su carácter, en -fin, son marcadamente amables y alegres, con la alegría de una dicha -soberana, ostentosa y triunfante. El emplazamiento, su orientación al -Mediodía, su situación en el punto más despejado y dominando la -perspectiva más risueña, sobre la bahía y entre bosquecillos de -naranjos, limoneros y granados siempre en flor, tampoco permitían -inducir por qué hubo de ser llamado _frío_, nombre que parece delatar -solemnidad y tristeza.--El enigma de semejante tradición llegó á -preocupar al Dr. Herr Julius Tiefenlehrer, sabihondo catedrático alemán, -que se propuso descifrarlo á toda costa. Con la cachaza del que no -regatea tiempo, se instaló en las mismas ruinas, y araña de aquí, -escarba de allí, rebusca por allá y escudriña por acullá, consiguió -desenterrar, al pie de una columna, en la cripta bajo lo que fue salón -del trono, un cofrecillo de hierro que contenía un rollo de manuscritos. -A pique estuvo el Dr. Tiefenlehrer de volverse loco de júbilo con el -inestimable descubrimiento; como que los manuscritos eran nada menos -que unas instrucciones muy prolijas, de puño y letra del mismo Basilio -XXVII, y destinadas á sus herederos y sucesores, para adoctrinarles en -la recta gobernación del Estado y en la conducta que debe seguir un -monarca. Pero lo que sobre todo arrebató á Herr Julius al quinto cielo, -fue que, por vía de ejemplo, Basilio refería allí con pormenores la -historia del _Palacio frío_. Y nosotros, al traducirla del enorme -volumen en lengua alemana en que el sabihondo la publicó, -enriqueciéndola con toda especie de documentos, glosas, advertencias, -referencias, notas, comentarios, planos y estudios comparativos con -otras tradiciones de Magna y de los demás pueblos del mundo, la -extractamos rápidamente y sólo damos en forma escueta el relato del -extraño suceso por el cual se llamó _frío_ el palacio de Basilio XXVII. - -Es el caso que cuando el joven Basilio heredó la corona, hallóse en un -estado de ánimo parecido al fervor de los que ingresan en una orden -religiosa, y se dió á pensar cómo debía conducirse á fin de cumplir sus -deberes y desempeñar á perfección la alta y ardua tarea que le señalaba -el destino. Penetrado de la grandeza y hasta de la santidad de su cargo, -pidió á Dios luz y fuerza para que su nombre pasase á la Historia con la -aureola y el prestigio de los reyes que saben ejercer el poder sumo en -provecho y honor de la patria. Sin embargo, tan excelentes intenciones -se estrellaban contra una dificultad: el rey quería el bien, pero no -sabía dónde estaba, ni en qué consistía, ni cómo era preciso -arreglárselas para descubrirlo. - -Así las cosas, y mientras Basilio cavilaba en el modo de acertar, empezó -á darse cuenta de un sorprendente fenómeno; y es que dentro de su -palacio--aquel deleitoso palacio construído por una reina enamorada para -albergue de la dicha, y enclavado en un oasis, en lo mejor de un país de -clima naturalmente benigno,--hacía frío, mucho frío, un frío cruel. La -sensación de este frío, al principio sutil y casi imperceptible, iba -siendo á cada paso más fuerte y penetrante. Nadie dudará que el rey -aplicó al punto los remedios que suelen emplearse contra el descenso de -la temperatura; y el primero fue abrigarse, envolverse en ropas de -invierno. Desde la hopalanda de enguatada seda hasta el manto de finas -pieles de rata polar, colchón vivo que crea una atmósfera suave y tibia -en torno del cuerpo; desde el casacón de terciopelo de media pulgada de -alto hasta la funda de raso rehenchida de plumón de pato silvestre; -desde la vedijosa zalea de cordero blanco hasta la gruesa manta lanuda, -Basilio usó cuanto juzgó á propósito para entrar en calor, sin que se -desvaneciese aquel frío singular, siempre más intenso. Desesperando ya -del abrigo suyo, se dió prisa á calentar el palacio. De entonces procede -la construcción de las suntuosas y amplias chimeneas que por todas -partes lo decoran, y en las cuales noche y día se quemaba un monte -entero de leña seca, levantando mil lenguas y jirones de llama. No se -conocía en aquel tiempo otro sistema de calefacción; pero sobraba para -disipar cualquier frío natural y explicable en lo humano. No obstante, -el frío continuó, arreció, redobló, invadiendo ya la médula del rey, que -daba diente con diente á todas horas. - -Cuando Basilio XXVII preguntaba á sus ministros y magnates y á los mil -agradadores que bullen alrededor de los poderosos si sentían como él -aquel extraño frío, le desesperaba oirles responder vagamente que sí, y -al mismo tiempo verles andar á cuerpo y abanicarse, mientras él se -encogía castañeteando los dientes. Notaron los áulicos la contrariedad -del soberano, quisieron llevarle la corriente y fue muy gracioso verles -fingir que también se helaban, vestidos de riguroso invierno y sudando -como pollos. Y el joven rey, que tenía un espíritu sincero y leal, se -indignó ante la comedia y miró á sus cortesanos con desprecio profundo -al observar que en cosa tan evidente y palmaria le mentían y engañaban -sin temor. Acometido de tristes recelos, pidiendo la verdad á la -ciencia, Basilio llamó á un médico y le preguntó si el terrible frío que -sólo él padecía sería debido á mortal enfermedad. Reflexionó el sabio, y -después quiso saber si el rey notaba el mismo frío en todas partes. -Abriendo una ventana, suplicó á Basilio que se asomase; y cuando éste -pensó tiritar y morir helado, observó que, por el contrario, el aire -exterior le calentaba y reanimaba mucho. - ---La solución de este problema no depende de la Medicina--declaró el -doctor.--V. M. no está enfermo. No me consulte á mí, sino á su -conciencia y á Dios, y pues aquí tiene frío y ahí no, salga, salga á -todas horas; viva fuera de este palacio fatal. - -Y Basilio salió, en efecto, huyendo de la espléndida morada en que se -congelaba su sangre y los mármoles parecían témpanos, y los dorados, -irisaciones del sol en las paredes de alguna nevera. Echóse á todas -horas á la calle, gozando con delicia la suave temperatura,--y poco á -poco fue tomándose interés en lo que le rodeaba y estudiando y -conociendo lo que preocupaba y convenía á sus vasallos.--Vió con -extrañeza que el mundo no era como sus cortesanos lo pintaban, y le -pareció que se le barrían de los ojos unas telarañitas y que el cerebro -se le despejaba y se le despabilaba el sentido. Mil cuestiones que no -comprendía se le aparecieron claras, transparentes; conoció las -necesidades, oyó las quejas, se asimiló las aspiraciones, hizo suyos los -deseos y afanes del pueblo, y de tal modo se identificó á la vida de sus -súbditos, que su corazón llegó á latir enteramente al unísono del gran -corazón de la Patria, como si á los dos los regase la misma sangre y los -dilatasen y contrajesen iguales alegrías y tristezas. Basilio estaba -transportado; lo único que todavía le contrariaba era que, al retirarse -á palacio, le acometía el frío otra vez. Y, en un momento de -inspiración, se le ocurrió que, pues fuera hacía calor, quizás el -palacio se templaría abriendo de par en par las puertas y las ventanas -para que lo llenase el ambiente exterior, las ráfagas de la calle y -hasta la gente de la calle, la gente humilde. Dió, pues, la orden, y -fueron franqueadas á los súbditos las puertas del regio alcázar. Y á -medida que el pueblo, respetuoso y lleno de amor por su buen monarca, -recorría las estancias magníficas, verificábase el portento: derretíase -el hielo, el aire se hacía blando, templado; las avecillas de las -pajareras cantaban, los tiestos florecían, reía el dulce hálito de la -primavera.--Resuelto estaba el enigma. Basilio XXVII no volvió á tener -frío en su palacio. - - - - -EL TEMPLO - - -Sucedía lo que voy á referir en los tiempos modernísimos de la China, -séptimo siglo de nuestra era, reinando la emperatriz Vu. No incluyen los -historiógrafos sinenses á esta dama en la lista de los soberanos, -alegando que Vu era una usurpadora, ni más ni menos que la actual -emperatriz, que tanto preocupa á la Europa culta. - -Hija de un príncipe de Mingrelia, Vu fue llevada al gineceo de Tai-Sung -con otras veinte doncellas nobles, encargadas de hacer el té y plegar, -guardándolos en cajas de sándalo oriental, los ropajes de seda del -emperador. La reconocieron los eunucos; se cercioraron de que tenía el -aliento sano, la dentadura pareja y completa, el cuerpo puro y gentil, y -sabía trazar con el pincel los caracteres complicados del alfabeto, -rasguear la guitarra y recitar de memoria las enseñanzas de la -literatura Pan-hoei-pan, que ordenan á la mujer ser en su casa nada más -que un eco y una sombra. Seguros ya de que Vu merecía el honor de -divertir al glorioso soberano, la vistieron de bordadas telas, la -perfumaron con algalia, salpicaron de flores de cerezo su negra -cabellera, peinada en complicadas y relucientes cocas, y la presentaron -á Tai-Sung. Este apenas la miró; altos designios, planes heroicos, -sabias máximas ocupaban su mente. Estaba disponiendo las instrucciones -que había de dar al príncipe heredero Kao-Sung, entre las cuales -figuraba este consejo: «Reina sobre ti mismo y sujeta tus pasiones.» Y -el príncipe heredero--asomado al balconcillo de un pabellón de bambú que -adornaban placas de esmalte y cuyo techo escamoso guarnecían -campanillitas de plata,--vió pasar á la nueva esclava de su padre y la -codició en su corazón de un modo insensato. - -Un mes más tarde, el emperador bebía una taza de té servida por Vu, y -disuelta en la rubia efusión, fuerte dosis de opio ofrecía al mortal -reposo eterno. Después del solemne entierro del ilustre guerrero y -legislador, Kao-Sung repudió á sus legítimas esposas, emperatrices del -Poniente y del Levante, y sentó á su lado, en el trono, á Vu, dándola el -título nuevo é inaudito de reina celestial. - -Jamás se había cometido tan grave y escandalosa acción. La piedad filial -es la virtud china por excelencia, y Confucio dice en el Y-King ó _Libro -de los libros_ que el padre es al hijo lo que el sol al mundo. Pero -habían pasado los tiempos en que el prestigio de la ley podía más que el -respeto al Monarca, y nadie se atrevió á chistar. Solamente un -literato--en aquel país los literatos llevaban la voz de la conciencia -pública--tuvo valor para anunciar á Kao-Sung que los Espíritus ó manes -de los antepasados tomarían venganza de la ofensa; por lo cual el -literato fue esmeradamente cortado en diez mil pedacitos, suplicio que -se reserva á los grandes culpables. - -Sin duda los Espíritus quisieron dejar bien al literato, pues Kao-Sung -murió pronto, consumido por el incendio de sus venas, por el amor -desesperado y loco. Sucedíale su hijo Shun-Sung; pero á los pocos días -la emperatriz le hizo sorprender en su lecho y trasladar en palanquín á -una fortaleza fronteriza, de las que defendían la Gran Muralla. Y -apoderándose del trono, dió rienda suelta á su soberbia infinita. Mandó -construir un palacio desmesurado, y en él reunió servidumbre -innumerable, entre la cual había bailarinas, atletas, astrólogos, -arqueros muy diestros y palafreneros tártaros de suma habilidad. Todas -las noches los jardines se iluminaban con millares de farolillos, y -barcas empavesadas, de figura de dragones ó cisnes, llenas de músicos, -con mesas dispuestas para el banquete, recorrían los estanques y lagos; -en la más suntuosa de las embarcaciones, la emperatriz, rodeada de su -corte, se entregaba á los delirios de la orgía. Hasta tuvo el capricho -de hacer un lago de vino rojo y ver cómo se bañaban en él, ebrios ya, -los cortesanos. En medio de su desatinada vida, Vu pensaba en agrandar -su Imperio, y veteranos generales consiguieron para sus armas brillantes -victorias. Los literatos, no queriendo ser aserrados ó cortados en diez -mil trozos, cantaban la gloria de la excelsa Vu, y el Imperio entero, -postrado á sus casi invisibles pies, la reverenciaba acobardado, pues -las proscripciones habían hecho oscilar, al extremo de un bambú corvo, -muchas y muy ilustres cabezas. - -Cualquiera pensaría que Vu, en tal esplendor de triunfo, no envidiaba á -nadie en la tierra. Y sin embargo, á los tres años de reinar, dió -marcadas señales de cansancio y hasta de melancolía, por lo cual los -médicos y astrólogos de palacio no sabían á qué santo encomendarse, pues -la Emperatriz, encerrada en sus habitaciones, se negaba á ver á nadie, y -hasta hubo días en que rehusaba el alimento. Mil versiones corrían -acerca del padecimiento incomprensible de la Emperatriz,--y es que nadie -podía sospechar que Vu, la ambiciosa, la caprichosa, estaba perdidamente -enamorada de un joven bonzo, sacerdote de Fo (á quien en la India llaman -el Buda). - -Ni toda la ciencia del gran Confucio y de Lao-Seu, el filósofo de las -blancas cejas, alcanzaría á explicar la secreta razón del enamoramiento -y del sufrimiento de la Emperatriz. Así como se habían reclinado en los -cojines de seda de su gabinete los esculturales hijos de Corea ó Kaolín -(la tierra cuyo barro sirvió al Espíritu para modelar al primer hombre), -los indianos del Himalaya, de negros ojos de gacela y dorada piel; los -siberianos, de azules pupilas, y los montañeses Kirguizos, de arrogante -apostura, nada más fácil para la celeste Emperatriz que prender al joven -bonzo Hoay y encerrarle allí, entre jardines de arbustos enanos en -flor, que convidan á la molicie. Mas no era eso lo que Vu deseaba. Había -visto al bonzo en ocasión de hallarse ella pescando en un estanquito -peces de colores. Al tirar de la cuerda y sacar un plateado ciprino de -aletas de carmín, el budista, que pasaba con los ojos bajos, había -alzado la voz, exclamando severamente: «Mujer, ¿por qué haces daño á los -seres vivos é inofensivos? Si quieres saciar tu crueldad, clávame el -anzuelo á mí.» Y desde aquel instante, Vu veía siempre el grave rostro, -la mirada intensa, de fuego, la figura penitente del bonzo Hoay; y en -memoria suya, á ningún sér viviente se hacía mal en el inmenso palacio. -Vu comía frutas confitadas, legumbres cocidas, y las aves anidaban -pacíficamente en el imbricado reborde de los pabellones de recreo. - -Un día, ya desesperada, sintiendo que la tristeza la consumía hasta la -médula de los huesos, Vu se hizo conducir al monasterio donde habitaba -el bonzo, y arrojándose á sus pies, sin orgullo ni alarde de poderío, le -explicó su mal y le pidió el remedio. «Yo sanaré si tú me guías; yo -sanaré si tú estás á mi lado.» Hoay levantó del suelo á la Emperatriz -celeste, y con palabras fraternales la calmó: «Empieza--la dijo--por -elevar un templo á la Luz y otro al Cielo..., y después llámame.» Vu -erigió dos templos altísimos, que agotaron su tesoro; terminadas las -obras, avisó al bonzo, el cual acudió, y, armado de una antorcha, -incendió los maravillosos edificios. No quedó de ellos más que ceniza. -Después dijo á la consternada Emperatriz: «Ahora, mujer, eleva un templo -más alto, más alto, dentro de ti, en tu corazón, al Cielo y á la Luz... -y cuando esté erigido vuélveme á llamar.» Vu ignoraba cómo arreglárselas -para elevar un templo dentro de su corazón; no obstante, por instinto -del querer--instinto infalible,--adoptó vida distinta de la anterior: -abrió las prisiones, prohibió los suplicios, rebajó los impuestos, oyó -las quejas justas, dió premios á la piedad filial, amparó la -agricultura, y en su palacio estableció tal moralidad, que podrían ser -de vidrio las paredes. El bonzo, satisfecho, venía á visitarla todas las -tardes, y cogidos de las manos, apaciblemente, conversaban sobre las -cuatro virtudes sublimes y la liberación de la bienaventuranza final. Vu -era dichosa como en su vida lo había sido. - -Sin embargo, los veteranos generales, los eunucos directores de las -fiestas, los panzudos mandarines y hasta los literatos, envidiosos de la -privanza de Hoay, al ver que ya no se ordenaban suplicios, conspiraron. -Y Vu, aquella Emperatriz que (según el dicho del historiador Padre -Amiot) emprendió y ejecutó impunemente las cosas más extraordinarias y -más opuestas al criterio y costumbres de la China, fue sorprendida en su -pabellón y secretamente estrangulada, en castigo de haber concebido un -amor diferente de otros amores, y de haber, á impulsos de ese extraño -sentimiento, elevado en su corazón un templo muy alto al Cielo y á la -Luz. - - - - -EL MILAGRO DE LA DIOSA DURGA - - -La historia religiosa y la civil y militar se encuentran tan íntimamente -enlazadas en los pueblos antiguos de la India, que ni la crítica intenta -separarlas; los textos históricos se hallan en los libros sagrados; las -mismas epopeyas tienen carácter teológico, y obra son de bramanes ó -sacerdotes. En una epopeya de las más difusas encuentro el relato del -hecho sobrenatural que vais á leer, si lo leéis, y á meditar, si -gustáis. De mí sé decir que me dejó buen rato pensativa. - -La ciudad y estados de Kapala, florecientes bajo los reyes de la casa de -Dapatamali, decayeron poco á poco de su antiguo esplendor, y en plazo -relativamente corto vinieron á ser invadidos y sometidos por sus -constantes enemigos los de Kamurti. Tributos onerosos, vejámenes -intolerables, humillaciones continuas, las leyes y las instituciones, el -comercio y la agricultura de Kapala sometidos á la fiscalización y á la -avidez codiciosa del enemigo, todo esto tuvieron los kapaleños que -sufrir y llevarlo en paciencia, pues al soberbio vencedor le parecía -harto haberles dejado la vida salva. Es verdad que cuando aconteció á -Kapala tal desventura, ya estaba muy abatida y desbaratada por culpa de -la mala administración, rapacidad y desmanes de los exactores, y de -infinitos vicios que se habían ido arraigando en su constitución y -enfermándola, hasta producir una atonía que hizo á los kapaleños -indiferentes á su propio decaimiento y vergüenza. - -Como si todas las manifestaciones del espíritu se agotasen á la vez en -Kapala, cayó también en olvido la religión, y quedó abandonado el -maravilloso templo de la diosa Durga, emplazado al pie de la montaña de -Sindoro, que es el Olimpo javanés, residencia favorita de los -inmortales. Y se necesitaba que Kapala hubiese descendido tanto para que -yaciese desierta la sacra montaña, poblada de arbustos en flor, regada -por ríos y manantiales de deleitosa frescura, en cuyos remansos abrían -los lotos azules, blancos y rosados, sus redondas y geométricas corolas; -la montaña poblada de lindas _apsaras_ (las ninfas de la mitología -indostánica) y de aves canoras y dulces, cuyos gorjeos hacen insensible -el transcurso de las horas, de los años y hasta de los siglos.--En la -vertiente de la montaña alzábase la mole del templo de Durga, cuyas -imponentes ruinas son aún hoy asombro de arqueólogos y viajeros. Salvada -la puerta, lo primero que se divisa es la efigie colosal de la diosa, -de aspecto venerando. Bajos los ojos como en misterioso éxtasis, y -cubierta la cabeza por la alta mitra, en cuyo centro refulge enorme -esmeralda; apoyados los pies en el lomo del toro Nandi, Durga tiende sus -ocho brazos, y en cada uno de ellos lleva un atributo de sus enseñanzas -y doctrinas. El primero empuña la cola de un búfalo, emblema de la -agricultura; el segundo una espada, que significa el heroísmo; el -tercero el vaso sagrado, símbolo de la religión; el cuarto la maza, -representación del vigor y la fuerza; el quinto la luna, imagen de la -sabiduría; el sexto el escudo, que aconseja prudencia y ánimos para -defenderse; el séptimo el estandarte, que es la ley, y finalmente, el -octavo agarra, con brío y violencia los cabellos del muñeco Maikasur, -personificación del vicio, ordenando así la diosa que no se omita el -castigo de los culpables, tan necesario para ejemplo y escarmiento en -las bien ordenadas repúblicas. Dentro no faltaban otras efigies de -Durga, y se adoraban las de Siva y Ganesa.--Pena infundía ver el -magnífico templo sin sacerdotes ni acólitos, vacío y mudo, invadido por -las plantas parásitas que se agarran á la piedra y consuman su -destrucción. - -Aparte de las aves y de los reptiles, no quedaba dentro del santuario de -Durga más sér viviente que un anciano solitario. Es verdad que valía por -cien bramanes: la austeridad increíble de sus mortificaciones, que le -habían desecado el cuerpo y consumido y destuetanado hasta los huesos, -le tenían hecho una momia, pero tan comunicado con la esfera superior de -Brama, que cuantas veces hincaba en el suelo su báculo, el seco tronco -brotaba rama y flor, y que, sin sentirlo, á ratos se elevaba de tierra -siete codos el penitente, con otros prodigios que despacio refiere la -epopeya. La fama del santísimo Majamí, tal era su nombre, empezó á -divulgarse, y llegando á oídos de tres kapaleños que no podían -resignarse al triste estado presente de su nación, resolvieron -peregrinar al santuario de Durga y pedir á Majamí consejo y á la diosa -intervención eficaz. - -Pertenecían estos tres últimos kapaleños patriotas á la casta de los -_chatrias_ ó guerreros, que forma, después de los bramanes ó sacerdotes, -la primer aristocracia de la India. Bien montados y llevando ofrendas -para la deidad, se encaminaron á Sindoro al rayar la mañana, y salvando -la odorífera selva y los lagos deliciosos, no tardaron en avistar las -galerías de arcadas y las innumerables cupulillas del vasto templo. -Pasaron, sobrecogidos de religioso pavor, bajo la enorme puerta de -entrada, en cuyas jambas hacen la guardia dos colosos armados de sendas -porras; y dentro del patio, al pie de la estatua de la diosa, cruzado de -piernas y mirándose al sitio en que debía estar el vientre,--la posición -en que suelen representar á los Budas,--calcinándose bajo un sol de -fuego, hecho un pedazo de yesca ó un tronco que abrasó el estío, vieron -al santo Majamí, tan quieto, que un pájaro se había posado en su cráneo -y sólo voló al ver aparecer á los tres chatrias. - ---Grande y venerable asceta--dijo el que llevaba la palabra,--hemos -venido á turbar tu quietud y á interrumpir las místicas meditaciones que -te ponen en contacto con las esferas divinas, para rogarte que te -acuerdes del daño, desastre y acabamiento de nuestras comarcas y reino -de Kapala, y ejercites el formidable poderío que te otorga tu santidad -para obtener de la diosa Durga, en otro tiempo tan propicia á los -kapaleños, que nos restaure. Únicamente Durga puede hacer un milagro que -nos saque del abismo. Concentra tu voluntad, y obtén de la diosa el -favor que solicitamos. - -Permanecía Majamí como si fuese labrado en piedra. Los chatrias, -respetando su inmovilidad, se prosternaron y adoraron á Durga, admirando -los atributos de sus ocho brazos y la esmeralda que en su mitra -resplandecía como una esperanza dulce. Entonces, con imponente lentitud, -los blancos ojos del solitario giraron en sus órbitas; su boca quemada y -negruzca se abrió solemnemente; su esternón, en que se contaban las -costillas apenas sujetas por la piel, jadeó para recobrar el ritmo de la -respiración olvidada; y al fin, con voz discorde y cavernosa, como el -chirrido de una puerta de oxidados goznes, murmuró gravemente: - ---Contemplad ¡oh chatrias! los atributos de la diosa. ¡Ellos os dirán -cómo se hacen los milagros! - -No les contentó la respuesta, é insistieron. El gran Majamí podía -solicitar de Durga milagrosa intervención: ¡el poder de la diosa era -tan infinito! Entonces el penitente, levantándose con trabajo, y -renqueando y vacilando sobre sus canillas huesosas, registró bajo el -zócalo de la estatua y sacó un pez muerto, ó mejor dicho, un pez seco -ya, de tonos metálicos, momificado como el propio Majamí--un pez que -parecía de estaño y cobre,--y se lo tendió á los chatrias, que no -pudiendo comprender el sentido de tan raro presente, sin replicar lo -tomaron. - ---Durga os manda alimentaros de ese pez,--declaró Majamí.--Al sestear en -la montaña lo asaréis... y el pez os dirá cómo se hacen los milagros. - -Asaz mohínos se despidieron los tres kapaleños patriotas, comentando el -regalo del pez y conviniendo en que Durga, airada ó indiferente, no -quería socorrer á Kapala. Con todo, á la primer parada bajo un grupo de -limoneros y tamarindos, dócilmente encendieron una hoguera y arrimaron á -la brasa el pez. Y, al caer sobre las ascuas, el pez empezó á hincharse, -á esponjarse; sus metálicas escamas se hicieron flexibles; al cabo de -pocos instantes, sus aletas se abrieron, se coloreó de rojo su abierta -boca, palpitaron sus branquias, y ¡oh prodigio de Durga! el pez, de un -brinco, saltó de la llama á la hierba, fresco, vivo, coleando. - ---Durga nos manda imitar á ese pez--exclamó el primer chatria.--He -comprendido, hermanos míos. _¡Resucitemos!_ - - - - -ENTRE RAZAS - - -Al admirar la colección de objetos de arte de mi amigo el conde de -Boltaña, me llamó la atención uno que no descollaba por su mérito, pero -que decía á mi alma cosas muy expresivas. Era la efigie--de talla, con -ropaje dorado y estofado--de San Benito de Palermo. La negra faz del -Santo, su testa de cabellera lanuda, se destacaban con singular energía -sobre las ricas vestiduras sacerdotales. Notando el interés con que yo -miraba la estatuilla, me advirtió el conde: - ---Esa escultura es de lo más flojo que hay aquí. - ---Pero encarna una idea--respondí al punto.--Encarna la idea tan -esencialmente democrática del Catolicismo. Es la apoteosis de la -igualdad humana; reprueba la división en razas superiores é inferiores -que estableció el paganismo. Por eso me conmueve el santito negro, que -estará ahora bañándose en la blanca luz celestial. - ---Si yo le refiriese á usted--exclamó el conde--cuándo y en compañía de -quién adquirí esa talla y lo que después ocurrió, tal vez pensaría usted -que á fines de nuestro siglo la civilización vuelve al cauce pagano, -restaurando la desigualdad basada en la fuerza material... y que pierde -terreno, en los pueblos directivos, la noción del derecho. - -Y como yo insistiese en conocer sin tardanza la historia de la compra -del San Benito, nos sentamos en cómodos y vetustos sillones de badana -cordobesa, y el conde habló así: - ---Ha de saber usted que hace años, un primo mío, cónsul en Baltimore, me -recomendó á cierto norteamericano que venía á recorrer las principales -ciudades de España y proyectaba detenerse en Madrid cosa de un mes. Con -la hospitalaria cortesía de que nos preciamos los españoles, -sacrificando tiempo y dinero, me dediqué á acompañar y obsequiar al -yanqui, llevándole adonde mostraba deseos de ir: á las casas de los -anticuarios y también á los cafés flamencos y teatrillos de mala muerte, -con todas sus consecuencias. Para que usted se explique éstas al parecer -contradictorias aficiones de mi extranjero, habré de retratarle en -cuatro rasgos. Podría tener de veintiséis á treinta años de edad; era -alto, anguloso, como tallado á hachazos; y el contraste de su figura -consistía en aquel corpachón de boxeador y púgil terminado por una cara -imberbe, rasa, de ojos incoloros y fríos, de boca femenil. Llevaba el -pelo muy recortado, y al sol su cabeza parecía bola de oro pálido; en -suma, la facha de un _clergyman_, y desmintiendo el tipo clerical y -beatífico, una fisiología poderosa. Su carácter era poco expansivo, con -súbitos arrebatos de voluntariosos antojos; y noté fácilmente cómo en -las tiendas de antigüedades pasaba de la glacial indiferencia al -violento deseo, determinado, no por la belleza de un objeto, sino por su -alto precio ó su rareza. «Dentro de poco--solía decir en regular -castellano al sacar la cartera atestada de billetes--tendremos _allá_ lo -mejor de la vieja Europa.» Compraba lo mismo que quien roba, y sin mirar -sus adquisiciones segunda vez, las encajonaba y expedía. Lo único que -despertaba en él una emoción parecida al respeto, eran los cachivaches -de carácter nobiliario--que suelen hacernos sonreir á los españoles.--Un -carcomido escudo de armas, una amarillenta ejecutoria con miniaturas, le -atraían y borraban la contracción irónica de sus labios. Llamábase -Ricardo Stoddard, y sospecho que poseía fábricas de harinas y pastas; -pero jamás lo confesó, y pidióme por favor que le llamase siempre _don_ -Ricardo, en lo cual á poca costa le dí gusto. - -Una mañana, mientras rebuscábamos tesoros de arte, apareció ese San -Benito de Palermo, cubierto de polvo y destrozadillo. _Don_ Ricardo miró -la efigie y pronunció con calma: «Estúpida, una religión que pone en -altares á los negros.» No sé si porque me soliviantó la grosería de la -frase ó por espíritu de contradicción, en el acto compré la escultura y -mandé que la llevasen á casa del restaurador directamente. Quería -desagraviar al Santo de la obscura tez, y dar de paso una lección al -ciudadano demócrata. - -Por casualidad, estábamos de acuerdo en visitar aquella misma noche un -cafetucho de no muy buena fama, cerca de los barrios bajos. Si bien me -desagradaban tales excursiones, no me creí dispensado de acudir á la -cita, y nos instalamos ante una mesa, pidiendo cerveza y café. Habría -transcurrido un cuarto de hora, cuando ví que en la mesa próxima acababa -de ocupar una silla un corpulento negrazo. Es tan poco frecuente ver -negros en Madrid, que le miré con profunda sorpresa, admirando su -atlética complexión, su arrogante estatura, su vigor, sus ojos -brillantes y la corrección de su traje; vestía de gris, con chaleco -blanco, y calzaba guantes de gamuza barquillo. Sin poder contenerme, -toqué en el brazo á _don_ Ricardo y le dije sonriendo: - ---Buen tipo, ¿eh? ¡Qué ejemplar! - -Volvióse el yanqui y posó en el negro sus pupilas descoloridas y -aceradas. No recuerdo mirada así: el desprecio condensado hasta producir -la frigidez del hielo, y la altivez que encuentra su fórmula definitiva -y triunfante, se revelaron de la ojeada que siguió á mi observación. Y -con voz incisiva, estridente, que azotaba, pronunció en alto: - ---¡Oh! Sí. ¡Vale mil dollars! - -No puedo describir el efecto que me causó aquel precio de mercado, -aquella tasa de caballo ó de res vacuna, arrojada á la faz de un -racional, de un sér humano; pero describiré el que causó en el negro, -que había oído perfectamente. Palideció poniéndose verdoso--es como -palidecen ellos;--la blancura de sus ojos giró, y levantándose de un -brinco de tigre, quitóse un guante y lo proyectó contra la mejilla del -norteamericano. Éste esquivó el choque ladeando la cabeza; sin perder su -flema, asió las tenacillas del azúcar y con ellas cogió el guante, sobre -la mesa caído; llamó al mozo, y ordenó chapurreando más que de -costumbre: - ---¡Se lleve usted pronto esto porquería! - -El negro permanecía de pie, lívido, cruzado de brazos, desafiando. Por -un instante temí que iba á precipitarse hacia nosotros. Su corpachón -gigantesco retemblaba de coraje; sus dientes castañeteaban de ira. Sin -embargo, se contuvo, abrió los brazos, volvióse de espaldas, y yo, -advirtiendo que en el café la gente, alborotada, se arremolinaba ya -esperando alguna bronca, pagué el consumo y logré sacar al yanqui -afuera. Al verse en la calle, dijo seca y acerbamente: - ---¡Qué cosas pasan aquí! ¡Me echar el guante un esclavo! - -Respondíle enojado que ya no hay esclavos, y creo que saqué á relucir en -mi perorata el San Benito negro y las ideas de fraternidad. Debí de -predicar en desierto, porque al dejar á _don_ Ricardo á la puerta de su -fonda, todavía repitió, pegándome familiarmente en el hombro (me había -cobrado afecto á su manera): - ---¡Un esclavo! ¡By God! - -Cuando me alejaba de allí, iba asaz preocupado. Juraría que _alguien_ -nos había seguido á distancia, paso á paso, desde la Plaza Mayor hasta -la calle del Caballero de Gracia, á tales horas poco concurrida. Miré en -derredor, escruté las bocacalles, pero á nadie ví. Rumiando el -incidente, me retiré, y los siguientes días rehuí acompañar á _don_ -Ricardo. La curiosidad me movió á averiguar quién era el gigantesco -negro, y supe que procedía de las Antillas, que ejercía las altas -funciones de jefe en las cocheras del duque de S..., y que por su -habilidad y maestría se ganaba un pingüe sueldo. - -Y ya llegamos al desenlace de esta aventura, más dramático de lo que -usted supone... Una semana después del episodio del cafetucho, leía yo -en la peluquería un periódico, y á poco me degüella el barbero; tal -respingo dí al tropezar con la noticia de que en una callejuela -sospechosa de los barrios bajos, no lejos del consabido cafetucho, había -sido encontrado el cadáver de un extranjero, cuyas iniciales, _R. S._, -no me permitieron dudar de quién se trataba. El periódico traía más -detalles: la muerte había sido causada por dos cuchilladas tremendas, y -en los bolsillos del muerto estaban la cartera repleta y el soberbio -reloj, signo evidente de que el crimen obedecía á una venganza... - -Hacer luz... era bastante difícil, como yo no cantase... Y no canté. ¡No -me atreví á echar el peso de mis palabras en la balanza terrible! ¿Hice -mal? ¡Mi instinto me dictaba que guardase silencio!... Y siempre que -pienso en esta página de mi vida moral, para tranquilizarme, para -recobrar la paz, miro esa efigie del Santo de la cara obscura... - - - - -CUENTOS ANTIGUOS - - - - -LA PALOMA - -Á NUESTRO PADRE EL ZAR - - -Cuando nació el príncipe Durvati, primogénito del gran Ramasinda, famoso -entre los monarcas indianos, vencedor de los divos, de los monstruos y -de los genios; cuando nació, digo, este príncipe, se pensó en educarle -convenientemente para que no desdijese de su prosapia, toda de héroes y -conquistadores. En vez de confiar al tierno infante á mujeres cariñosas, -confiáronle á ciertas amazonas hircanas, no menos aguerridas que las de -Libia, que formaban parte de la guardia real; y estas hembras varoniles -se encargaron de destetar y zagalear á Durvati, endureciendo su cuerpo y -su alma para el ejercicio de la guerra. Practicaban las tales amazonas -la costumbre de secarse y allanarse el pecho por medio de ungüentos y -emplastos; y al buscar el niño instintivamente el calor del seno -femenil, sólo encontraba la lisura y la frialdad metálica de la coraza. -El único agasajo que le permitieron sus niñeras fue reclinarse sobre el -costado de una tigre domesticada, que á veces, como en fiesta, daba al -principito un zarpazo; y decían las amazonas que así era bueno, pues se -familiarizaba Durvati con la sangre y el dolor, inseparables de la -gloria. - -A los diez y ocho años, recio, brillante y animoso, entró el príncipe en -acción por primera vez, al lado del rey, que invadía la comarca de -Sogdiana y Bactriana, para someterla. Erguíase Durvati sobre un elefante -que llevaba á lomos formidable torre guarnecida de flecheros; cubría el -cuerpo de la bestia un caparazón de cuero doble, y en sus defensas -relucían agudas lanzas de oro. Escogida hueste de negros armados de -clavas cercaba al príncipe, y cuando se trababa la lid, Durvati se -estremecía sintiendo que los pies enormes del belicoso elefante, que -barritaba de furor, se hundían en cuerpos humanos, reventaban costillas, -despachurraban vientres y hollaban cráneos, haciendo informe masa -sanguinolenta y palpitante. Al acabarse una batalla más reñida, Durvati -osó preguntar á su padre, el gran rey, si aquella gente aplastada sufría -mucho y si placía á Brama que la gente sufriese. Y Ramasinda, colérico -de la pregunta, que le pareció rasgo de flaqueza en el novel guerrero, -sólo contestó con palabras de un cántico sagrado: «Mira delante de ti la -suerte de los que fueron; mira delante de ti la suerte de los que serán. -El mortal madura como el grano, y como el grano renace.» Acababa de -pronunciar estas palabras Ramasinda, cuando cortó el aire una flecha, y -vino á fijarse temblando en la espalda del rey. Durvati, precipitándose -hacia su padre, sólo alcanzó á recibirle en brazos moribundo. La tropa, -después de hacer pedazos al matador del rey, proclamó á Durvati, -gritando que era preciso llevar á sangre y fuego aquel país, y que el -nuevo rey sabría cumplir tan alta empresa.--Aquella noche, el huérfano -se durmió con sueño de plomo y soñó cosas raras. Representósele otra vez -el triste fin de su padre; sintió la humedad de la sangre que manaba la -herida y la humedad del llanto que él mismo, Durvati, no se había -atrevido á derramar en presencia del ejército, pero que ahora fluía -copioso, empapando sus ropas. Y cuando desahogaba así el dolor, -parecióle que sobre su pecho notaba un calor grato y suave, como un peso -delicioso, y rozaba su cara algo fino cual seda. Era, á su parecer, una -blanquísima paloma, de rosado pico, de cuello de bizantinos esmaltes -verdiazules, de benignos y amorosos ojos negros, que arrullando -mansamente murmuraba á su oído una frase misteriosa. El arrullo calmó -las angustias del príncipe, y le sepultó en un anonadamiento absoluto, -reparador.--Al despertar gritó de sorpresa. Echada á su lado, recostando -la frente en su pecho, había una mujer muy joven, celestialmente bella, -de blanco seno, de rosada boca, de cabellera sombría y suelta como -plumaje de ave, de negras pupilas; y al preguntar atónito Durvati quién -era la admirable criatura, fuéle respondido que una cautiva, una -esclava, por hermosa señalada para botín real, y que á no haber sido -muerto el rey Ramasinda, estaría ahora en su tienda y no en la de -Durvati. - -Mozo era, y nunca había ardido en su corazón el incendio que transforma -y perpetúa los seres. En aquel punto y hora lo sintió con tal fuerza, -que se borró de su mente cuanto no fuese la cautiva. Olvidando planes de -conquista y dominación, fijó sus reales en la ciudad más próxima, y -embelesado en coloquios deleitosos se pasaba la existencia. No por eso -se crea que Durvati se entregó á la molicie y al desenfreno. Al -contrario; poseído casi siempre de exquisita delicadeza, con casto -arrobamiento, amaba á la cautiva á la manera que enseñan los _kandas_, ó -himnos védicos,--con el _atmán_, que quiere decir _aliento_ ó -_espíritu_;--repitiendo aquellas palabras consagradas:--«En verdad lo -que amamos en la mujer no es la mujer, sino el espíritu; y quien busque -en la mujer más que el espíritu, será abandonado por Brama.»--Recordando -que la primer noche en que tuvo cerca á su amiga soñó Durvati que una -paloma se le arrimaba arrullando, Paloma la llamó, y Paloma la nombraron -todos. - -Lo que más encantaba á Durvati en Paloma, y lo que justificaba tal -apodo, era la ternura, la mansedumbre, la piedad, la blanda condición, -tan diferente de la de aquellas feroces guerreras sin atributos -femeniles, entre cuyas manos se había criado el joven rey; y según éste -intimaba con Paloma, y la frecuentaba, y se apegaba á ella, y pasaban -juntos las largas siestas del estío á orillas de los lagos cristalinos y -bajo los copudos árboles, le repugnaba más y más la idea de la crueldad -y de la matanza, se le hacía más cuesta arriba lanzar al combate otra -vez sus huestes. Ya dueña de su confianza, y usando de la libertad que -da el afecto, Paloma le pintaba con sus colores horribles el estrago de -la guerra, y le aseguraba que todos tienen derecho á vivir y deber de -amarse, para disminuir los males que cercan en la tierra al mortal. - -Por desgracia, no poseía cada soldado de Durvati su Paloma; furiosos con -la inacción, vejaban y oprimían á los naturales, y el país se alzaba -indignado, clamando independencia ó muerte. Los jefes, compañeros del -victorioso Ramasinda, aficionados al combate, maldecían y renegaban de -la hechicera que tenía embaucado al rey, y suspiraban por el momento de -armar á sus elefantes de combate y arrojarse al botín y á la gloria.--La -sorda conjuración contra la favorita tomó cuerpo al difundirse una -noticia grave: contra todos los ritos, costumbres y leyes, contra el -decoro de su nombre y las tradiciones heroicas de su raza, Durvati iba á -elevar al trono á aquella mujer, y regresar después á los bordes del -Ganges, abandonando la tierra ganada por el empuje de sus armas, -devolviendo la libertad á sus moradores, sin apropiarse ni una pulgada -de territorio ni una oveja de ajeno rebaño. Cundió la nueva entre las -tropas, y oyéronse maldiciones é imprecaciones contra el afeminado rey -que los deshonraba y envilecía. Era preciso que su razón estuviese -perturbada, y que aquella bruja, secuaz de los magos, hubiese dado algún -bebedizo ó hierba mala al joven héroe, para que olvidase la dignidad -real y los deberes de su cargo altísimo, que principalmente en la guerra -se resumen. Persuadidos ya de haber adivinado la causa de la decadencia -y trastorno de Durvati, concertáronse las amazonas y los jefes, y una -noche, sigilosamente, sorprendieron y robaron á Paloma de la misma -cámara real.--No ha logrado la historia exclarecer su paradero; las -desgarradoras quejas de Durvati, sus ruegos, sus amenazas, no -consiguieron que los raptores se la restituyesen; únicamente, ante la -insistencia del joven rey, quizá deseosos de hacerle irónica burla, -idearon colocar en su lecho, mientras dormía, una paloma mansa, que -llevaba por collar el anillo de la cautiva: paloma de níveo plumaje, de -tornasolado cuello verdiazul, de rosado pico, de ojos negros, amantes y -candorosos... - -No se sabe si Durvati entendió la sátira, ó si, en efecto, supuso que -aquella ave arrulladora y dulce era el _atmán_ ó espíritu de su -amada.--Lo cierto es que, fingiendo atribuir el caso á un prodigio, -convocó á sus huestes y les hizo saber que aquella metempsícosis de la -amiga, vuelta paloma, significaba que Brama quería la paz perpetua, la -paz luciendo como blanca aurora sobre el mundo; y que esta resolución -estaba decidido á mantenerla, cortando la cabeza sin demora á quien se -opusiese ó suscitase dificultades de cualquier género.--Y en efecto, en -todo el reinado de Durvati no se derramó gota de sangre humana. - - - - -PREJASPES - - -Pensamos los occidentales haber inventado la lealtad monárquica, y -atribuímos el desarrollo de este singular sentimiento á las ideas -cristianas, confundiendo los afectos que debe inspirarnos Dios, suma -Causa y Bien sumo, con los que tienen por objeto á hombre nacido de -mujer. Yo no sé si un sentimiento se califica ó descalifica por ser -antiguo, pero sé que la lealtad monárquica es tan vieja como los más -viejos cultos, y en apoyo de esta opinión recordaré la aventura que le -sucedió al adictísimo Prejaspes. - -Ciro había sido un soberano glorioso y justo, pero su hijo y sucesor -Cambises, á medida que fue catando el vino del absoluto poder, mostró -los síntomas de la embriaguez especial que ocasiona este terrible licor, -destilado con sudor humano, sangre y lágrimas. Creyóse el centro de la -vida y el ojo del mundo, y contribuyó á engreirle más y á persuadirle de -que su voluntad no reconocía ley ni freno, su incursión por el Egipto, -reino que había llegado á brillante esplendor de civilización bajo el -Faraón Amasis y que el persa rindió y subyugó, entrando triunfante en -las magníficas ciudades de la ribera del Nilo, henchidas de palacios, -jardines en terrazas, obeliscos, pirámides, esfinges y colosos de -pórfido y basalto. Dueño del Egipto Cambises, y viendo su nombre grabado -en caracteres jeroglíficos en el pedestal de las estatuas naóforas y en -las columnas de los templos, se tuvo, más que por mortal, por una -divinidad como Osiris, y los egipcios se postraron ante aquel -conquistador de tiara de oro, aquella faz pálida venida del Oriente. -Sólo hubo una clase social que se resistió á tributar adoración á -Cambises, y fué la de los sacerdotes. La religión era lo único que -resistía en medio del abatimiento de todos, y por lo mismo Cambises tuvo -empeño en humillarla y vencerla, en satirizarla y, como hoy diríamos, -ponerla en solfa. No perdía ocasión de burlarse de aquel culto tributado -á dioses con cabezas de animales, tan risibles para un adorador de la -Luz, el Fuego y el eterno Sol; y si casualmente sorprendía alguna -ceremonia de la religión egipcia, ideaba bufonadas para escarnecerla. -Acertó á regresar impensadamente á Menfis en ocasión en que se celebraba -la fiesta del sagrado buey Apis; y entrándose de rondón por el templo, -mandó que le sacasen allí inmediatamente al bovino dios, y tirando de -cimitarra, le hirió de una cuchillada, que quiso dar en el vientre y -dió en el muslo. «Este dios que sangra y muge es digno de vosotros», -gritó á los egipcios, horrorizados de la profanación. Entonces el gran -sacerdote, alzando las manos á la bóveda celeste, profetizó que el impío -que hería al dios Apis recibiría herida igual. Cambises mandó azotar -mortalmente al profeta, pero la profecía quedó grabada en la mente de -los egipcios como esperanza, como vago terror en la del rey. - -Tenía Cambises entre sus servidores al mayordomo Prejaspes, hombre -valeroso, capaz de echarse al fuego por su monarca. Veía Prejaspes en -Cambises la forma de lo divino sobre la tierra, y entendía que un acto -era óptimo ó pésimo según á Cambises placía ó desplacía. Sin embargo, al -mismo tiempo que tan decidida abnegación, existía en el alma de -Prejaspes un instinto natural de veracidad y de honradez, que le -enseñaba á discernir el valor moral de las acciones, y á darse cuenta de -su alcance, al menos en su propia conducta. La única noción que -Prejaspes no alcanzaba, es que si hay regla moral para las acciones -humanas, esta regla obliga lo mismo ó más á los príncipes que á los -vasallos, y cuando las órdenes de los príncipes están con la regla en -contradicción, la obediencia sólo á la regla es debida. No lo entendía -así Prejaspes, y hasta suponía, por exceso de nobleza de ánimo, que su -sangre y su vida entera y su alma inmortal pertenecían á Cambises. - -Sucedió, pues, que Cambises, conocedor de la incondicional lealtad de -su mayordomo, preguntóle un día qué decían de su rey los vasallos. Y -como Prejaspes hubiese observado que al monarca le enfurecía y exaltaba -el beber, contestóle lleno de buena intención y con entereza y respeto: -«Señor, opinan que eres un soberano valeroso y grande, pero que te gusta -el vino en demasía.» No complació la respuesta á Cambises, por lo mismo -que exhalaba el acre aroma de la verdad; frunció el poblado entrecejo de -azabache, y por sus ojos cruzó un relámpago como el que despide el puñal -al salir de la vaina. Sin embargo, no hizo la menor objeción--señal -malísima,--y siguió hablando con agrado á su mayordomo. - -Cosa de una semana después, al levantarse de la mesa, hora en que solía -Cambises pasear por los jardines entreteniéndose en tirar agudas flechas -á los pajarillos, llamó á Prejaspes y al hijo de Prejaspes, copero mayor -de palacio; y al verles en su presencia, dijo á Prejaspes en tono -alegre: «¿Sabes que he estado pensando en eso de que mis vasallos -comenten mi afición al vino? Porque capaces serán de creer que soy algún -insensato y que el abuso de la bebida ha turbado mis sentidos, nublado -mis pupilas y debilitado este brazo que puso al Egipto por alfombra de -mis pies. ¿Lo creerás? Yo mismo siento aprensión y quiero hacer un -ensayo. ¡Ea! Que tu hijo se coloque ahí enfrente... Cuádrale bien, -échale atrás los brazos para que descubra el pecho... Así... Voy á -flechar el arco y disparar... Si coloco la punta en mitad del corazón, -convendrás en que se engañan mis súbditos y Cambises conserva íntegras -sus facultades.» - -Prejaspes, silencioso, obedeció. Temblor profundo sacudía sus miembros; -gruesas gotas de sudor helado asomaban en la raíz de sus cabellos; un -vértigo oscurecía sus ojos. Pero aún le sostenía la esperanza quimérica -de que aquello fuese una chanza feroz, y no más. Cambises tendió el -arco, apuntó cuidadosa y lentamente, pellizcó la cuerda; un silbido -desgarró el aire, y el hijo de Prejaspes giró sobre sí mismo y cayó al -suelo desplomado. «Hola», gritó Cambises; «aquí mis trinchantes... Abrid -el pecho de ese, á ver si el hierro ha partido de medio á medio el -corazón.» Palpitaba éste débilmente aún cuando se lo presentaron á -Cambises, con la flecha plantada en el centro, sin desviación de una -línea. Soltó el rey gozosa carcajada, y volvióse hacia el anonadado -Prejaspes, preguntándole en tono de buen humor: «¿Qué tal? ¿Sé yo -disparar? ¿Sé acertar? ¿Conoces otro arquero mejor que tu rey?» Tardó -Prejaspes en contestar á la regia chanza cosa de medio minuto. Estaba -inmóvil, y sus pupilas, inmensamente dilatadas, no sabían apartarse de -aquel corazón sangriento, tibio todavía,--el corazón de su dulce hijo, -cuyas débiles contracciones expirantes, á cada segundo parecían decirle -con misterio: «Padre, véngame.» ¡Arrancar aquella flecha misma, clavarla -en la tetilla de Cambises! ¡Oh ventura, oh goce!...--De pronto, -Prejaspes volvió en sí: era el rey, era su rey, su dueño, su árbitro, la -imagen del eterno Sol sobre la tierra...!; y devorándose el labio en -desesperada mordedura, su lengua profirió esta respuesta cortesana: -«Señor, el dios Apolo no flecha mejor que tú...» É inclinándose hasta el -suelo, desapareció para revolcarse á solas, para poder morderse las -manos y herirse el rostro y cubrirse el cabello de ceniza. - -Y en presencia de Cambises, Prejaspes ocultó sus lágrimas. Fiel como el -perro, acompañóle siempre. Pasado el primer horrible dolor, diríase que -le amó más desde que hubo entre los dos sangre y sacrificio. A su lado -estaba el día en que, montando Cambises precipitadamente para sofocar -una rebelión, se hirió con su propia cimitarra en el muslo, donde había -herido al dios Apis; y á su cabecera, cuando se gangrenó la herida y le -llevó á la sepultura, Prejaspes fue quien ungió con aromas de nardo y -cinamomo el cadáver, y le colocó en las yertas sienes la tiara de oro. - - - - -ZENANA - - -Alejandro Magno es de esos caracteres históricos que se prestan -igualmente á severa censura y á hiperbólica alabanza. Atrae en virtud de -un contraste vigoroso. Es ya luz, ya tinieblas, pero grande siempre. La -complejidad de su alma extraordinaria se explica por antecedentes de -familia y de educación. Era hijo de Filipo--que reunía á un valor de -león una sensualidad de cerdo,--y de Olimpias--reina de arrestos -viriles, capaz de ajusticiar á sus enemigos por su propia mano, y de -mirar con tan despreciativa majestad á doscientos soldados encargados de -asesinarla, que se volvieron sin hacerlo, declarando no poder resistir -aquella mirada dominadora y terrible.--Era alumno de Aristóteles, cuyo -solo nombre lo dice todo, y durante ocho años había bebido de tal fuente -la sabiduría, que sirve para templar y engrandecer el ánimo, y la -ciencia política, que señala rumbos gloriosos á la ambición. Y en un -espíritu donde la levadura de todas las pasiones humanas fermentaba al -lado de las nociones de todos los ideales divinos, tenían que surgir, -entre impulsos atroces y violentas concupiscencias, bellos rasgos de -continencia, piedad y magnanimidad, y hasta poéticos romanticismos, -semejantes al que da asunto á este cuento. - -La casualidad ha traído á mi poder algunas monografías que dejó inéditas -el doctísimo alemán Julius Tiefenlehrer, y que forman parte de las -doscientas setenta y cinco que este profesor de la Universidad de -Gotinga consagró á esclarecer la biografía de Alejandro; las cuales -consultan fructuosamente y rebañan sin escrúpulo los más recientes -historiadores. Parece que la leyenda contenida en la monografía que hoy -saco á luz, es la misma que representa una tapicería gótica -perteneciente al barón de Rothschild, y en la cual, con donoso -anacronismo, Alejandro luce una armadura de punta en blanco, del siglo -XIV, y Zenana el luengo corpiño, el brial y el ancho tocado de las damas -contemporáneas de la Santa Sede en Aviñón. - -Ha de saberse que Alejandro, después de aniquilar á Darío y hacerse -dueño de Persia, fue corrompido por la muelle y refinada vida asiática y -por el servilismo de aquellas razas que, á diferencia de los griegos, se -postraban ante el rey tributándole honores divinos. Pero, en los -primeros tiempos, antes de que el vencedor se dejase vencer por las -delicias que reblandecen el alma, luchó para sobreponerse y conservar -sus energías morales, y esta lucha, sostenida por un hombre -omnipotente, debe serle contada más gloriosa que la victoria de Arbelas. - -Claro es que entre las tentaciones de que se veía asaltado Alejandro á -cada instante, descollaba la tentación de la mujer, dulcísima asechanza -en que caen las almas grandes, igual ó acaso más hondo que las pequeñas. -No son más hermosas que las griegas las hijas de la Susiana, y acaso sus -formas no se prestan tanto á que el pincel las reproduzca; pero en -cambio poseen un hechizo perturbador, que enciende la fantasía y subyuga -potencias y sentidos. Los rostros pálidos y prolongados como la luna en -su creciente--según la comparación del poeta Firdusi,--donde se abren -los labios sinuosos, color de cinabrio, parecidos á una flor de sangre; -los ojos luengos, de negrísimas y pobladas pestañas, _lagos á la -sombra_, dice una canción persa; los cuerpos flexibles, delgados de -cintura y que en lo alto se ensanchan á manera de jarrón que contiene -dos tersas magnolias; el cutis impregnado de aromas sabeos, el pie -diminuto encerrado en la delicada babucha de piel de serpiente bordada -de perlas, el vestir artificioso, las gasas que muestran y encubren -hábilmente el tesoro de la beldad, los cabellos rizados con primor, los -brazos lánguidos que saben ceñirse á guisa de anillos de culebra,--otros -tantos anzuelos y redes para Alejandro, de los cuales no acertaba á -desenvolverse.--Y como quiera que á cada instante venían á su tienda ó á -su palacio damas persas á impetrar clemencia ó justicia, Alejandro, -conociéndose y no queriendo prevaricar en sus funciones de árbitro del -mundo, ideó un extraño preservativo: al acercarse una mujer, cubríase el -rostro y los ojos con un paño de púrpura, y así las recibía y escuchaba, -creyendo ellas que era misterio de la majestad real lo que sólo era -prevención contra la humana flaqueza. - -Acaeció, pues, que estando prisionero de un general de Alejandro el -sátrapa Artasiro--y habiéndose resuelto que si el sátrapa no entregaba -pingües tesoros que suponían ocultos le matarían cortándole en -pedazos,--la única hija del sátrapa, Zenana, se dió arte para llegar -hasta el rey, con propósito de abrazar sus rodillas y librar á su padre -del suplicio. El candor y la pureza de Zenana se revelaban en la -sencillez no estudiada de su atavío; vestida ya de luto, sin adornos ni -joyas, con el cabello suelto, sólo por natural efecto de la gracia -juvenil podría agradar. Y es preciso que, á fuer de verídica, añada que -Zenana no era tampoco lo que se llama una hermosura, ni menos poseía el -hechizo malvado de las grandes cortesanas de Babilonia, que saben con -añagazas y tretas enredar un albedrío. Sin embargo, Alejandro, al oir -que una mujer moza solicitaba audiencia, se echó el paño por cara y -hombros, y así la recibió. - -El no ver la faz augusta prestó ánimo á la tímida Zenana: arrojóse á los -pies del macedón, y bañándolos con muchas lágrimas, expuso el objeto de -su venida. Notando que Alejandro la escuchaba atentísimo y al parecer -con extraña complacencia, explicó detenidamente el caso. Y así que hubo -oído la promesa de que su padre tenía salva la vida, Zenana, después de -estrechar otra vez las rodillas de Alejandro, desapareció, yendo á -ocultarse con su nodriza en una cueva cercana á Babilonia, pues temía -ser perseguida y ultrajada por los mismos que intentaban matar al -sátrapa. - -Pocos días después de este suceso, habiendo notado Higinio, el mayor -amigo y confidente de Alejandro, que éste andaba asaz pensativo, -cabizbajo y melancólico, le preguntó la causa, y Alejandro, exhalando un -suspiro, respondió: - ---Es una cosa extraña, querido Higinio, lo que me sucede. Ya sabes que -para precaverme recibo á las mujeres con el rostro cubierto, porque las -hermosas persas hacen daño á los ojos[1]. ¡Ay! ¿De qué me ha servido? -¡Ya veo que el enemigo más allá de los ojos tiene su -fortaleza!--Recordarás que últimamente me pidió audiencia una dama, hija -del sátrapa Artasiro; y yo, fiel á mi propósito, no alcé el trozo de -púrpura que me impedía verla. Pero escuché su voz, y no hay arpa hebrea -ni lira eolia que á la cadencia de esa voz pueda compararse. El corazón -me salta al recordar la música de esa voz. A solas repito palabras que -ella pronunció, por evocar mejor el recuerdo del tono con que las dijo. -No sé cómo no atropellé por todo y no la detuve aquí cautiva, para -seguir oyéndola: creo que fue efecto del mismo encanto que la voz me -produjo. Estaba que ni me atrevía á respirar.--Y ahora, de día, de -noche, tengo aquella voz en los oídos, sueño con ella, y sólo puede -aliviar mi mal oirla resonar otra vez. Ya lo sabes. Búscame á Zenana, -tráemela aquí, porque si no, conozco que perderé el juicio. - -Obedeció Higinio prontamente, y puso en movimiento numerosa cohorte, á -fin de descubrir á la misteriosa beldad:--por tal la tenía.--Bien -escondida estaba Zenana, pero al fin se averiguó su refugio, é Higinio, -antes de llevarla á la presencia de Alejandro, la enteró de cómo el rey, -prendado de su voz, se moría por ella. La joven persa, al saber esto, -murmuró dulcemente, con su voz melodiosa, que la emoción timbraba: - ---Gloria es para mí haber causado tal impresión en el gran rey; pero la -placa de plata bruñida en que contemplo mi rostro después del baño y el -tocado, me dice que no soy bella; Alejandro, al verme, perderá las -ilusiones. Temo su indignación, y temo ante todo que recaiga su cólera -sobre mi padre. ¿Por qué no le haces creer á Alejandro que estoy -obligada por un voto á los dioses á presentarme cubierta la cara con un -velo? Yo no he visto á Alejandro; él no me verá... y así tal vez consiga -evitar su enojo. - -Pareció á Higinio tan excelente el ardid de la discreta Zenana, que -estuvo conforme, y la misma noche la condujo á los jardines del gineceo -de Alejandro. Embriagado éste con la divina voz de la joven persa, se -resignó á la condición del velo, y hasta encontró en ella un misterio -picante y un singular hechizo. Le parecía que aquel amor velado y -despojado del vulgar incentivo de unas facciones más ó menos lindas, era -algo delicado y original, que no había gustado nunca. El casto imán de -aquel velo triunfó de las desnudeces y la licencia impúdica de las otras -damas persas, obstinadas en requerir al héroe. «Habla y no te -descubras», murmuraba tiernamente Alejandro, sentado cerca de una fuente -donde la luna fingía en el agua de los surtidores continuo desgrane de -perlas; y las rosas del Gulistán, que después se llamaron de Alejandría, -dejaban caer sobre las cabezas de los amantes perfumados pétalos.--Fue -el amor de Zenana el más largo é intenso de cuantos disfrutó Alejandro -en su corta vida. - - - - -LA GOTA DE CERA - - -Aunque los historiadores apenas le nombran, Higinio fue de los más -íntimos amigos de Alejandro Magno. No se menciona á Higinio, tal vez -porque no tuvo la trágica suerte de Filotas, de Parmenion, y de aquel -Clitos á quien Alejandro amaba entrañablemente, y á quien así y todo, en -una orgía, atravesó de parte á parte; y sin embargo--si no mienten -documentos descubiertos por el erudito Julius Tiefenlehrer--Higinio gozó -de tanta privanza con el conquistador de Persia, como demostrarán los -hechos que voy á referir, apoyándome, por supuesto, en la -respetabilísima autoridad del sabio alemán antes citado. - -Compañero de infancia de Alejandro, Higinio se crió con el héroe. Juntos -jugaron y se bañaron en Pela, en los estanques del jardín de Olimpias, y -juntos oyeron las lecciones de Aristóteles. La leche y la miel de la -sabiduría la gustaron, así puede decirse, en un mismo plato; y en un -mismo cáliz libaron el néctar del amor, cuando deshojaron la primer -guirnalda de rosas y mirto en Corinto, en casa de la gentil hétera -Ismeria. Grabó su afecto con sello más hondo el batirse juntos en la -memorable jornada de Queronea, en la cual quedó toda Grecia por Filipo, -padre de Alejandro. Los dos amigos, que frisaban en los diez y nueve -años entonces, mandaron el ala izquierda del ejército, y destruyeron por -completo la famosa _legión sagrada_ de los tebanos. La noche que siguió -á tan magnífica victoria, Higinio pudo haber conseguido el generalato; -Alejandro se lo brindaba, con hartos elogios á su valor. Pero Higinio, -cubierto aún de sangre, sudor y polvo, respondió dulcemente á los -ofrecimientos de su amigo y príncipe: - ---No acepto el generalato, porque habiéndome portado bien hoy, tal -recompensa y tan alta dignidad me obligarían en conciencia á portarme -todavía mejor en otras ocasiones que sobreviniesen, y no puedo -comprometerme á amanecer cada día con más valor y más fortuna. Además, -de las enseñanzas de nuestro maestro Aristóteles saco yo en limpio que -el hombre, habitualmente, debe vivir en paz y no en guerra. Queda -demostrado que no soy ningún medroso. El que ha combatido á tu lado en -Queronea, ya tiene derecho á plantar un laurel en el sagrado bosque de -Marte. Déjame de batallas y dame otro puesto cerca de ti, Alejandro, -porque te quiero bien y te serviré fielmente. - -Alejandro, cuya sangre hervía pidiendo luchas y glorias, se conformó mal -de su grado á los deseos de Higinio, y le nombró su gran copero. Era -cargo en extremo descansado y de alta confianza, pues sus funciones -consistían en custodiar y servir la copa de oro reservada al príncipe, á -fin de que nadie pudiese depositar en ella ponzoña. El oficio de Higinio -le permitía vivir en constante comunicación con Alejandro, y cuando éste -subió al trono, sucediendo á su padre, asesinado por Pausanias, los -cortesanos auguraron á Higinio brillante carrera. Poco tardaron en verse -desmentidos tales pronósticos: Higinio continuó presentando, recogiendo -y custodiando la ya regia copa, sin mezclarse en intrigas ni aspirar á -otras grandezas. - -Mientras tanto, Alejandro asombraba al universo con sus campañas y -triunfos, y ofrecía á Grecia, en compensación de la perdida libertad, -páginas de luz para la historia. - -Conteniendo á los bárbaros y sojuzgando el inmenso imperio del Asia, -bien pronto se vió dueño del mundo Alejandro. Cuando, después de dejar -trazado el emplazamiento de Alejandría, y de entrar vencedor en -Babilonia y Ecbtana, el hijo de Filipo se declaró _hijo de Júpiter_ y -decretó su propia apoteosis, Higinio--que hacía mucho tiempo no departía -con su rey, limitándose á servirle la copa en silencio--fue despertado á -las altas horas de la noche de orden de Alejandro, que le llamaba á su -cabecera. La recién hecha deidad no podía dormir, y reclamaba cuidados y -consuelos... - ---Señor--dijo Higinio,--celebro poder hablarte sin testigos, como -antaño. Justamente deseaba rogarte que me consientas dejar tu servicio y -retirarme á mi casita del Atica, donde poseo olivos y colmenas. - ---¡Bonita ocasión escoges para abandonarme!--exclamó furioso -Alejandro.--¡Por el intento merecerías que te mandase crucificar! -¿Deseas riquezas? Pide cuanto se te antoje... ¿Pero marcharte? Ni lo -sueñes, ¿Y de dónde nace esa manía? - ---Ya que lo preguntas--contestó Higinio,--lo vas á saber. Yo fuí amigo y -servidor de un hombre, pero ahora parece que ese hombre se ha vuelto -Dios. No tengo vocación al sacerdocio. Desde que has ascendido á hijo de -Júpiter Hamnon, hermano de Apolo, me inspiras temor y frialdad. El -Alejandro que yo amaba no existe. Ha ascendido al Olimpo. Él es -inmortal, yo mortal. No nos entendemos. Por otra parte, la idea que me -he formado de un Dios, según la sublime doctrina de Aristóteles... - ---¡Dale con Aristóteles!--interrumpió el conquistador.--¡Como le atrape, -á ese sí que le crucifico! ¡Y alto, para que todos le vean! - ---Crucifica, pero escucha. Prescindamos de Aristóteles y supongamos que, -en efecto, eres Dios. Pues si eres Dios, yo no puedo cometer sacrilegio; -yo no puedo seguir envenenándote. - ---¿Envenenarme tú?--gritó Alejandro incorporándose convulso sobre su -lecho de marfil incrustado de oro.--¡Ahora comprendo por qué un fuego -constante abrasa mis venas; ahora comprendo por qué no descanso sino en -horrible modorra; ahora me explico las visiones y las pesadillas que de -noche me asaltan y empapan mis sienes en sudor frío! ¡Envenenarme tú!--Y -con súbito acceso de ternura suspiró.--¿Y por qué quieres mi muerte, tú, -mi amigo de la niñez, mi hermano de armas en Queronea? - -Higinio, conmovido, se arrojó á los pies de Alejandro, y éste abrió los -brazos; los dos amigos juntaron sus rostros y mezclaron sus cabelleras, -y el copero declaró en tono muy diverso del de antes: - ---Señor, dulce amado mío, si te enveneno, es contra mi voluntad y por -orden tuya... Esas visiones, esas torturas de que te quejas, proceden de -la doble embriaguez en que vives: estás ebrio de poder y de vino -añejo... Antes sólo me pedías la copa dos ó tres veces en cada comida; -desde que el Asia te ha inoculado su molicie y sus vicios, me duelen las -manos de tanto recoger la copa vacía y extendértela colmada... Tu alma -se ha turbado, la demencia te ronda, te habitúas á la crueldad, hieres á -tus leales y morirás joven, sin que nadie necesite pegarte una puñalada -como á tu padre. No quiero ser cómplice, y me voy. - -Alejandro, pensativo, seguía estrechando el cuello y la cabeza de su -amigo contra el pecho. - ---Tienes razón, amado--murmuró al fin con sinceridad generosa.--Pero el -hábito de beber se ha arraigado en mí, y si no bebo, me caigo á pedazos. -¿Qué haré? Aconséjame. - ---No puedo--declaró Higinio--curarte la borrachera del poder, pero -trataré de salvarte de la otra sin que te prives de tu gusto. Fíate en -mí y verás. - -En efecto, los días que siguieron á esta conversación, Alejandro -continuó bebiendo copas tan rebosantes y tantas en número como siempre. -No obstante, poco á poco, notó con placer gran mejoría. Gradualmente se -despejaba su cabeza, se tranquilizaban sus nervios, volvía á sus -miembros el vigor y la alegría á su espíritu. Vastos planes maduraban en -su cerebro, sobrehumanas empresas bullían en su imaginación heroica. -Pasmado y enajenado preguntó á Higinio el secreto, sin que éste se -prestase á revelarlo. Pero un cierto Arsotas, juglar persa, adulador y -afeminado, que divertía mucho al rey, le dió la clave del enigma. - ---Tu gran copero ¡oh divino Alejandro! echa cada día una gota de cera en -el fondo de tu copa. Así, insensiblemente, reduce su cabida y acorta tus -libaciones. Bebes cada día una gota menos. ¡El osado Higinio se atreve á -engañar á su soberano y á cercenar sus deleites! - -Quedó Alejandro sorprendido: después su sorpresa se convirtió en enojo. -¡Tratarle como á un chiquillo! ¡Embaucarle con un artificio así! ¡Ah! No -lo consentiría. ¿Qué se figuraba Higinio? Y una mañana mandó registrar y -limpiar la copa, y á la tarde estableció sus famosos certámenes de -intemperancia, apostando á beber con los más pellejos de su ejército. -Higinio entonces desapareció: probablemente se retiraría al Atica. En -cuanto á Alejandro, nadie ignora la ocasión y modo de su muerte: después -de vaciar, con alarde jactancioso, no su propia copa, sino la enorme -llamada de Hércules, cayó redondo dando un grito. La fiebre que allí -mismo se apoderó de él, le arrebató del mundo á los treinta y dos años -de edad, en la plenitud de la vida y de la gloria. - - - - -LA PALINODIA - - -El cuento que voy á referir no es mío, ni de nadie, aunque corre -impreso; y puedo decir ahora lo que Apuleyo en su _Asno de oro: Fabulam -grœcanicam incipimus_: es el relato de una fábula griega. Pero esa -fábula griega, no de las más populares, tiene el sentido profundo y el -sabor á miel de todas sus hermanas; es una flor del humano -entendimiento, en aquel tiempo feliz en que no se habían divorciado la -razón y la fantasía, y de su consorcio nacían las alegorías risueñas y -los mitos expresivos y arcanos. - -Acaeció, pues, que el poeta Estesícoro, pulsando la cuerda de hierro de -su lira heptacorde, y haciendo antes una libación á las Euménides con -agua de pantano en que se habían macerado amargos ajenjos y ponzoñosa -cicuta, entonó una sátira desolladora y feroz contra Elena, esposa de -Menelao y causa de la guerra de Troya. Describía el vate con una -prolijidad de detalles que después imitó en la Odisea el divino Homero, -las tribulaciones y desventuras acarreadas por la fatal belleza de la -Tindárida: los reinos privados de sus reyes, las esposas sin esposos, -las doncellas entregadas á la esclavitud, los hijos huérfanos, los -guerreros que en el verdor de sus años habían descendido á la región de -las sombras, y cuyo cuerpo ensangrentado ni aun lograra los honores de -la pira fúnebre; y trazado este cuadro de desolación, vaciaba el carcaj -de sus agudas flechas, acribillando á Elena de invectivas y maldiciones, -cubriéndola de ignominia y vergüenza á la faz de Grecia toda. - -Con gran asombro de Estesícoro, los griegos, conformes en lamentar la -funesta influencia de Elena, no aprobaron, sin embargo, la sátira. Acaso -su misma virulencia desagradó á aquel pueblo instintivamente delicado y -culto; acaso la piedad que infunde toda mujer habló en favor de la -culpable hija de Tíndaro. Su detractor se ganó fama de procaz, -lengüilargo y desvergonzado; Elena, algunas simpatías y mucha lástima. -En vista de este resultado, Estesícoro, con las orejas gachas como suele -decirse, se encerró en su casa, donde permaneció atacado de misantropía -y abrazado á su fea y adusta musa vengadora. - -El sueño había cerrado sus párpados una noche, cuando á deshora creyó -sentir que una diestra fría y pesada como el mármol se posaba en su -mejilla. Despertó sobresaltado, y á la claridad de la estrella que -refulgía en la frente de la aparición, reconoció nada menos que al -divino Pólux, medio hermano de Elena. Un estremecimiento de terror -serpeó por las venas del satírico, que adivinó que Pólux venía á pedirle -estrecha cuenta del insulto. - ---¿Qué me quieres?--exclamó alarmadísimo. - ---Castigarte--declaró Pólux;--pero antes hablemos. Dime por qué has -lanzado contra Elena esa sátira insolente; y sé veraz, pues de nada te -serviría mentir. - ---¡Es cierto!--respondió Estesícoro.--¡En vano trataría un mortal de -esconder á los inmortales lo que lleva en su corazón! Como tú puedes -leer en él, sabes de sobra que la indignación por los males que ocasionó -tu hermana y el dolor de ver á la patria afligida, me dictaron ese -canto. - ---Porque leo en lo oculto sé que pretendes engañarme--murmuró con -desprecio Pólux.--Y sin poseer mi perspicacia divina los griegos, han -sabido también conocer tus móviles y tus intenciones. No existe ejemplo -¡oh poeta! de satírico que tenga por musa el bien general: siempre esta -hipócrita apariencia oculta miras personales y egoístas. Tú viste la -belleza de mi hermana; tú la codiciaste, y no pudiste sufrir que otro -cogiese las rosas cuyo aroma te enloquecía. - ---Tu hermana ha ultrajado á la santa virtud--declaró enfáticamente -Estesícoro. - ---Mi hermana no recibió de los dioses el encargo de representar la -virtud, sino la hermosura--replicó Pólux enojado.--Si hubiese un mortal -en quien se encarnasen á un mismo tiempo la virtud, la hermosura y la -sabiduría, ese sería igual á los inmortales. ¿Qué digo? Sería igual al -mismo Jove, padre de los dioses y los hombres; porque entre los demás -que se nutren de la ambrosía, los hay, como la sacra Venus, en quienes -sólo se cifra la belleza, y otros como la blanca Diana, en quienes se -diviniza la castidad. Si tanto te reconcomía el deseo de zaherir á los -malos, debiste hacer blanco de tu sátira á algunas de las infinitas -mujeres que en Grecia, sin poder alardear de la integridad y pureza de -Diana, carecen de las gracias y atractivos de Venus. La hermosura merece -veneración; la hermosura ha tenido y tendrá siempre altares entre -nosotros; por la hermosura, Grecia será celebrada en los venideros -siglos. Ya que has perdido el respeto á la hermosura, pierde el uso de -los sentidos, que no te sirven para recrearte en ella por la -contemplación estética. - -Y vibrando un rayo del astro resplandeciente que coronaba su cabeza, -Pólux reventó el ojo derecho de Estesícoro. Aún no se había extinguido -el ¡ay! que arrancó al poeta el agudo dolor, y apenas había desaparecido -Pólux, cuando apareció el otro Dioscuro, Cástor, medio hermano también -de Elena, hijo de Leda y del sagrado cisne; y pronunciando palabras de -reprobación contra el ofensor de su hermana, con una chispa desprendida -de la estrella que lucía sobre sus cabellos, quemó el ojo izquierdo del -satírico, dejándole ciego. Alboreó poco después el día, mas no para el -malaventurado Estesícoro, sepultado en eterna y negra noche. -Levantándose como pudo, buscó á tientas un báculo; y pidiendo por -compasión á los que cruzaban la calle que le guiasen, fué á llamar á la -puerta de su amigo, el filósofo Artemidoro, y derramando un torrente de -lágrimas se arrojó en sus brazos, clamando entre gemidos desgarradores: - ---¡Oh Artemidoro! ¡Desdichado de mí! ¡Ya no la veré más! ¡Ya no volveré -á disfrutar de su dulce vista! - ---¿A quién dices que no verás más?--interrogó sorprendido el filósofo. - ---¡A Elena, á Elena, la más hermosa de las mujeres!--gritó el satírico -llorando á moco y baba. - ---¿A Elena? ¿Pues no la has rebajado tú en tus versos?--pronunció -Artemidoro más atónito cada vez.--¿No la has estigmatizado y flagelado -en una sátira quemante? - ---¡Ay! ¡Por lo mismo!--sollozó Estesícoro dejándose caer al suelo y -revolcándose en él.--Ahora comprendo que mi sátira era un himno á su -hermosura... un himno vuelto del revés, pero al fin un himno. Los -celestes gemelos me han castigado privándome de la vista, y las -tinieblas en que he de vivir son más densas, porque no veré á la -encarnación humana de la forma divina, al ideal realizado en la tierra. - ---No te aflijas y espera--dijo Artemidoro;--tal vez consiga yo salvarte. - - * * * * * - -Cuando la incomparable Elena supo de Artemidoro que su detractor -Estesícoro sólo lamentaba estar ciego por no poder admirar sus -hechizos, sonrió, halagada la insaciable vanidad femenil, y murmuró con -deliciosa coquetería: «Realmente, Artemidoro, ese vate es un infeliz, un -sér inofensivo; nadie le hace caso en Grecia, y yo menos que nadie. No -merece tanto rigor y tanta desventura. Anúnciale que voy á sanarle los -ojos.» Y tomando en sus manos ebúrneas una copa llena de agua de la -fuente Castalia, bañó con su linfa las pupilas hueras del satírico, que -al punto recobró la luz. Como el primer objeto que vió fue Elena, se -arrodilló transportado, prorrumpiendo en una oda sublime de gratitud y -arrepentimiento, que se llamó _Palinodia_. - - - - -EL MANDIL DE CUERO - - -No creáis que esto que voy á referir sucedió en nuestros días ni en -nuestras tierras, ni que es invención ó ficción. Si encierra alguna -moraleja aprovechable, consistirá en que la historia tiene sentido y -enseñanza. ¡Ay del género humano si la historia se redujese á la -opresión del débil por el fuerte, al triunfo de la violencia! - -Érase que se era un rey de Persia, á quien muchos llaman Nemrod, pero -que según versiones más fundadas debió de llamarse Doac, y fue matador y -sucesor de aquel Yemsid cuyo pecado consistía en creerse perfecto. Este -Doac era mago, brujo y sabidor; pero en vez de ejercitar su ciencia -según la habían ejercitado sus predecesores--fundando ciudades, -enseñando y propagando artes é industrias, venciendo en singular batalla -á los _divos_ ó genios del mal, estableciendo las primeras pesquerías de -perlas, horadando las primeras minas de turquesas, popularizando el -conocimiento del alfabeto y de los signos que trazados sobre ladrillo ó -piedra conservan al través de las edades el recuerdo de los hechos -insignes,--el empecatado Doac sólo utilizó su magia para componer y -destilar filtros y venenos y refinar ingeniosos suplicios, porque se -deleitaba en el dolor, y los gemidos eran para él regalada música. Hasta -el reinado de Doac, no sabían los persas cómo desgarra las carnes un haz -de varillas, ni cómo aprieta la nuez una soga. Cuando se pregunta qué -enseñó Doac á sus súbditos, la crónica responde que enseñó á azotar y -ahorcar. - -Cansado sin duda el cielo, infligió á Doac un padecimiento cruel y -vergonzoso. Una mañana, al disponerse á gozar las delicias del baño, -notó el rey que en cada hombro le había salido gruesa verruga, tamaña -como un huevo y de la mismísima figura que una cabeza de -serpiente--chata, verdosa, horrible.--Al principio no dolían las tales -excrecencias, pero no tardaron en ulcerarse y causar atroz martirio, que -determinaba en Doac accesos de rabia, siendo lo peor que como no quería -enseñar á los médicos ni á persona viviente su asqueroso alifafe, tenía -que lavarse, curarse y vestirse solo, y atender á las úlceras con las -plastas y ungüentos que encontraba en su repertorio mágico. Desesperado -ya de tantas recetas que habían salido vanas, y realizando nuevos -conjuros, un día amaneció con la persuasión de que el único remedio eran -los sesos de un hombre, aplicados calientes aún á las enconadas -heridas. - -No vaya nadie á asustarse de la ignorancia que esto acusa en los tiempos -de Doac, pues aún en los nuestros hemos podido ver que se receta el -redaño del carnero, el pichón abierto en canal, y el trozo de carne de -buey sobre el _lupus_. Que la sangrienta medicina sería algo eficaz, se -demuestra con que poco á poco fueron vaciándose las prisiones del reino -de Persia; diariamente ejecutaban á dos presos para sacarles el meollo. -Mas no hay en el mundo cosa que no se agote, y también los criminales -encerrados; así es que, cuando faltó la ración de meollo fresco, se fijó -un tributo de dos hombres por día, que cobraban sayones y verdugos -enviados aquí y allí á requisar. Solían éstos elegir, entre las familias -numerosas, el individuo enfermizo, deforme, imposibilitado, el viejo, el -inútil. Y ocurrió que enterándose Doac de esta circunstancia, montó en -furiosa cólera, jurando que si seguían dándole el desecho y lo peor de -los sesos de sus vasallos, los degollaría á todos. Entonces los verdugos -resolvieron sacrificar lo más florido de Yspahan, para dejar al rey -satisfecho. - -No se determinaron, sin embargo, á buscar víctimas entre la gente -poderosa--magnates, empleados de la casa real;--pero, en los primeros -instantes, acordáronse de que un pobre herrero, llamado Cavé, tenía dos -hijos como dos pinos de oro, gallardos en extremo y diestros en todos -los ejercicios corporales; y pareciéndoles buena presa, los -sorprendieron en la plaza pública, los degollaron, les abrieron el -cráneo, y llevaron á Doac su masa cerebral caliente todavía. - -Hallábase Cavé trabajando en su forja, cuando los vecinos, entre -compasivos é indiscretos, acudieron á darle la fatal nueva. Al pronto -pareció como si el mísero padre no se hubiese enterado de la inaudita -desventura que le comunicaban: helado, inmóvil, mudo, escuchó la -relación del atroz caso. De súbito, su pena estalló formidable cual -transporte de león que rompe la cadena y arranca de un zarpazo los -hierros de la jaula. Lo que hizo saltar á Cavé fue saber que -precisamente por ser sus hijos fuertes, inteligentes y hermosos, los -habían señalado para la cuchilla. «¡No dejarme ni siquiera uno para -consuelo! ¡Ah! Juro por la luz eterna del Sol que me vengaré.» Y el -herrero, gritando así, blandía su enorme martillo, y al blandirlo, -montañas de carne bronceada, endurecida por el trabajo, se acumulaban en -su brazo desnudo y negro de escoria. - -Desciñéndose el amplio mandilón de cuero que le protegía, Cavé lo ató á -la punta de un palo, y con el mandil por estandarte y el martillo por -arma, salió á la plaza profiriendo clamores de maldición contra Doac. A -la voz del desesperado padre, sucedió un extraño fenómeno: los -habitantes de Yspahan, que yacían aletargados y helados de miedo, -recobraron energía, sacudieron la modorra; al ver que existía un hombre -que se atrevía á enarbolar un estandarte, corrieron á rodearle locos de -entusiasmo, y la sedición estalló tan repentina, que el tirano sólo -tuvo tiempo de huir vergonzosamente con sus mujeres y sus tesoros. - -Lejos ya de Yspahan, juntó Doac un ejército de más de cien mil hombres, -y volvió dispuesto á disolver las hordas que un artesano capitaneaba y -que tenían por bandera sucio y denegrido mandil de cuero. Pero avínole -mal, porque el bordado guión de Doac, de seda y oro, recamado de perlas, -ostentando por emblemas los siete planetas y la luna, hubo de retroceder -ante el pedazo de suela que sólo lucía los estigmas del trabajo y las -huellas del humano sudor; y la cabeza de Doac, goteando sangre, lívida, -contraída por la mueca de la agonía, quedó hincada en el palo que -sostenía el mandil de cuero, mientras las tropas de Cavé, habiendo -despojado al tirano de sus vestiduras, se reían á carcajadas de las dos -verrugas que en sus hombros figuraban cabezas de serpiente... - -Al ser saludado rey por su ejército, el herrero se negó rotundamente á -aceptar la corona. Él mismo señaló para reinar al príncipe Feridún, que -después fue un gran monarca y un sabio profundo, y enseñó á los persas -la astronomía, la medicina y la botánica. La única gloria que cupo á -Cavé el herrero se cifró en su mandil, que Feridún tomó por estandarte -regio. Siempre que al entrar en batalla Feridún, sin falso rubor ni -respetos humanos, colocaba ante sí aquel trozo de suela que representaba -la santidad del trabajo y la protesta contra la injusticia y el abuso -del poder, era como si llevase un talismán: tenía la victoria segura. -Cuando se avergonzaba del mandil de cuero, salía derrotado. Por haberse -perdido en las revueltas y vicisitudes de la invasión griega el mandil, -símbolo de que no debe el monarca colmar la copa de la iniquidad para -que no se desborde la de la ira celeste; por haber desaparecido, digo, -el estandarte de Cavé y su tradición de independencia, llegaron los -persas, pueblo nobilísimo en su origen y de altas facultades -intelectuales, al atraso, al servilismo y á la abyección en que hoy se -pudren. - - - - -LOS CABELLOS - - -Era en el doble reducto de la plaza fuerte de Mahanaim. Entre ambas -líneas de fortificaciones, sobre el reborde de piedra gris que sostenía -la casamata, David, estenuado, se sentó á esperar noticias. Más de dos -horas hacía que daba vueltas impaciente, porque no acababan de llegar -los mensajeros. Aumentaba su fiebre la imposibilidad de acudir en -persona al campo de batalla, lo cual rompería su propósito firme de no -mandar nunca tropas en casos de guerra civil. Si se tratase de combatir -á los filisteos y de renovar los laureles de Balparasim, derramando la -heroica libación del agua sagrada de Belén, por no aplacar la sed cuando -desfallecían los soldados, ó de organizar otra batalla de Refaim, donde -por primera vez en el mundo antiguo hizo milagros la estrategia; si se -encendiese la lucha con los Moabitas idólatras y libres, ó con los -opulentos Arameos, ó con los insolentes Amonitas, que habían ultrajado á -los embajadores de Israel,--allí estaría David el hondero, el _gibor_, -el aventurero para quien es dulce música, más que el acorde de la -cítara, el choque de las armas. Pero oponerse á los suyos, desenvainar -la espada ó blandir la lanza para que busque el costado de un amigo, de -un pariente, de un compañero--había repugnado á David.--Y ahora, en el -trágico momento presente, el rey bendecía aquella antigua resolución, -que le evitaba luchar con su propia sangre, el preferido de su alma, la -luz de su ojo derecho, su hijo! - -Hay en las situaciones violentas y en las horas de extremada ansiedad un -instante en que los nervios se aflojan y el cuerpo se rinde á la -necesidad de descanso. La inquietud, la calentura del viejo monarca se -aplacaron desde que se dejó caer sobre aquel reborde de piedra en el -solitario fortificado recinto. Por las saeteras veía la luz roja del -Poniente, que abrasaba el campo con reflejos de hoguera enorme. Aquella -claridad purpúrea, sangrienta, devoradora, fue lo último que advirtió -David antes de cerrar los párpados y reclinar la cabeza en el muro, -olvidando lo presente, las angustias de la incertidumbre y los terrores -del espíritu... - -Y después siguió viendo la misma claridad del ocaso; pero sus tonos se -habían dulcificado, fundiéndose en suaves medias tintas naranja, oro y -verde. Era el divino atardecer de los países orientales, cien veces más -hermoso que la aurora. Irisaciones de perla abrillantaban las -imperceptibles nubecillas desgarradas como girones del velo de una -danzarina filistea; y sobre el arrebolado horizonte, las ramas de los -sicomoros y de los cedros formaban un pabellón de misterio y sombra -sugestiva. La frescura del aire atenuaba las emanaciones fuertes de las -resinas y las gomas; una languidez voluptuosa se apoderaba del corazón. -David se levantaba, se apoyaba en el balaustre de jaspe de la terraza, -se inclinaba para hundir la mirada en los macizos de verdura, atraído -por el rumor delicioso de los chorros de agua que se deshilan en el -ancho pilón de mármol, surtiendo por diez bocas de bronce. Y al punto -mismo en que el rey se inclina, sobre las gradas que conducen á la pila -aparece una viviente estatua, rosada por el reflejo del cielo, vestida -únicamente de la negra cabellera caudalosa, que se reparte como los -hilos del agua, y ondea y brilla, y juega y se esparce, recién ungida de -aceite de nardo que la mujer, alzando los brazos, extiende por los rizos -sombríos, enredándolos entre los dedos... - -Todo el incendio del firmamento ardió en las venas de David. Él mismo, -desde aquella hora, se maravilló dentro de sí, no comprendiendo. Estaba -bien seguro de que su fiel copero no le había vertido en el vino zumo de -hierbas, en las cuales el conjuro de alguna nigromántica como la de -Endor insinúa traidoramente el filtro de la pasión repentina y mortal. -Pasados eran para David los días de la juventud, cuando su mano certera -clavaba el guijarro afilado en la frente del descomunal gigante. -Innumerables mujeres habían impregnado el olfato del rey con el perfume -de sus cabelleras, y al disiparse éste se borraba la imagen, porque es -indigno del sabio, del profeta, del caudillo, del legislador, -reblandecerse en el harem, ser cautivo de una débil hembra. Y sin -embargo, en aquel instante, no cabía duda, era el incendio del cielo el -que ardía en las venas de David, y el rey conocía que ni toda el agua de -la piscina, ni la de los torrentes que bajan impetuosos de Cedar y -Hebrón, sería bastante á extinguirlo. Betsabé le había robado el seso, -no con el crujir de sus sandalias--porque descalzos tenía los finos pies -y hasta sin argolla de plata el sutil tobillo,--sino con el aroma -peculiar de sus bucles negros como la tentación. - -Rápidamente sobrevenía la noche, y muchas noches más, durante las cuales -David se abismaba en su pecado, esperando de un modo confuso la hora del -arrepentimiento. Presentía la aparición de la conciencia, el descenso -del ángel severo y terrible. Era inútil: su pecado yacía hondo en su -corazón, arraigado allí y fijo á manera de saeta en la herida. Ni la -ciencia arcana que había de recibir andando el tiempo Suleimán, á quien -llamamos Salomón, acertará á explicar las causas de la perseverancia en -el amor, fenómeno extraño que induce fatalmente á un sér hacia otro sér. -David no podía vivir sin la esposa de Urías el Héteo, el mejor oficial, -el valiente compañero de armas. ¡Si aquella mujer hubiese pertenecido á -un enemigo! David, estremeciéndose, pensaba en las sugestiones del -miedo de la favorita, en las súplicas tiernas é insinuantes como silbo -de culebra entre las rosas del valle de Jericó. «No accederé», -murmuraba; pero la idea del engaño y del crimen iba ya deslizándose en -su alma, impregnándola de veneno. Urías estaba sentenciado... El -sentimiento más generoso y bello que crea la vida militar; el leal -compañerismo, el cariño de los que á un mismo riesgo se exponen y ganan -la misma gloria, le gritaba á David: «Vas á cometer la mayor de las -infamias». Y á sabiendas, David, el de la conciencia despierta, el gran -arrepentido, el que sentía incesantemente la tremenda presencia de -Eloim-Jehová,--por el olor de unos cabellos de mujer envió al capitán -Urías, uno de los treinta _gibores_ ó valientes, bajo los muros de -Rabat-Amón, con mensaje cerrado para el general Joab; y en cumplimiento -de la real orden, Urías fue puesto á la cabeza de un destacamento que á -toda costa debía entrar en la ciudad. Y Urías obedeció, gozoso, ansioso -de victoria, y su cuerpo quedó tendido al pie de la muralla, bañado en -sangre! - -En los oídos de David, llenos de la voz acariciadora y ambiciosa de -Betsabé, sonaba entonces otra voz terrible, la del vidente Natán, por -cuya boca hablaba el Señor. Trémulo en brazos de la favorita, de la que -ya era su esposa, se humillaba ante el airado anatema, la maldición -fatídica. «Porque hiciste lo malo en mi presencia, no se apartará espada -de tu casa, y sobre tu casa levantaré el mal...» - -Al evocar las palabras del vidente, David exhalaba un gemido doloroso... -y se despertaba, empapadas las sienes en sudor frío. Miraba alrededor -con ojos extraviados y atónitos, y reconocía el lugar, aquel doble -recinto fortificado de Mahanaim, tétrico y ceñudo, donde sólo resonaban -los pasos del centinela y se escuchaba, á trechos, el alerta gutural del -vigía. A la roja brasa del Poniente había sucedido el azul negruzco de -la noche, sobre el cual parpadeaban las estrellas tristemente. ¿Sin -noticias aún? ¿Qué podía haber sucedido allá en la selva de Efraim, -donde desde la hora de la mañana luchaban las fuerzas del rebelde -Absalón con las de David, mandadas por Joab? ¿Qué estragos hacía la -espada aquella, nunca apartada de su casa, según la profecía? De súbito, -un clamoreo á distancia, una algazara inmensa. Confundíanse el trotar de -los corceles, el choque de las armas, el estrépito de la infantería -hiriendo la tierra con el duro calzado militar, y empujando á los -cautivos entre alaridos de muerte y gritos de cólera, el mugir de los -bueyes que arrastraban las carretas del botín,--todo lo que al oído -experto del guerrero suena á triunfo. David se incorporó, pálido y -espantado: la guarnición de la plaza acudía con teas ardiendo, y el -primer mensajero caía á los pies del rey, sin aliento, ahogándose. -«Alabemos al Señor»... tartamudeaba. «Deshecha la rebelión, pasados á -cuchillo tus enemigos... ¡gloria al rey!»--Arrojándose sobre el -emisario, David exclamó furiosamente: - ---¿Y mi hijo? ¿Y Absalón, mi hijo, mi heredero, el príncipe real? - -No hubo respuesta. Otro emisario llegaba jadeante, loco de júbilo. «El -Señor ha confundido á los que te querían dañar. Veinte mil quedan en el -campo de batalla, consumidos por la espada, sirviendo de pasto á los -buitres, Y Absalón, suspenso entre el cielo y la tierra, colgado de las -ramas de un terebinto, ha recibido en el pecho muchos dardos. Dicha tuya -ha sido ¡oh rey! que los hermosos cabellos del príncipe, todos -impregnados de esencia, se enredaran en las ramas y le detuviesen en su -precipitada fuga. A no ser por los negros bucles, que caían como maduros -racimos de vid á lo largo de la espalda... tu enemigo se hubiese -salvado; tan ligera iba su mula...» - -Y el emisario calló, porque el rey acababa de desplomarse en tierra -arañándose el rostro, arrancándose el pelo y sollozando: ¡Hijo, hijo -mío! - - - - -AL BUEN CALLAR... - - -No tenían más hijo que aquél los duques de Toledo, pero era un niño como -unas flores; sano, apuesto, intrépido, y, en la edad tierna, de -condición tan angelical y noble, que le amaban sus servidores punto -menos que sus padres. Traíale su madre vestido de terciopelo que -guarnecían encajes de Holanda, luciendo guantes de olorosa gamuza y -brincos y joyeles de pedrería en el cintillo del birrete; y al mirarle -pasar por la calle, bizarro y galán cual un caballero en miniatura, las -mujeres le echaban besos con la punta de los dedos, las vejezuelas reían -guiñando el ojo para significar «¡Quién te verá á los veinte!», y los -graves beneficiados y los frailes austeros, sacando la cabeza de la -capucha y las manos de las mangas, le enviaban al paso una bendición. - -Sin embargo, el duque de Toledo, aunque muy orgulloso de su vástago, -observaba con inquietud creciente una mala cualidad que tenía, y que -según avanzaba en edad el niño don Sancho iba en aumento. Consistía el -defecto en una especie de manía tenacísima de cantar la verdad á troche -y moche, viniese á cuento ó no viniese, en cualquier asunto y delante de -cualquier persona. Cortesano viejo ya el duque de Toledo, ducho en saber -que en la corte todo es disfraz, adivinaba con terror que su hijo, por -más alentado, generoso, listo y agudo que se mostrase, jamás obtendría -el alto puesto que le era debido en el mundo, si no corregía tan funesta -propensión. «Reñida está la discreción con la verdad: como que la verdad -es á menudo la indiscreción misma», advertía á su hijo el duque. «Por la -boca solemos morir como los simples peces, y no es muerte propia de -hombre avisado, sino de animal bruto, frío y torpe», solía añadir. -Corríase y afligíase el rapaz de tales reprensiones y advertencias, y -persuadido de que erraba al ser tan sincero, proponía en su corazón -enmendarse; pero su natural no lo consentía: una fuerza extraña le traía -la verdad á los labios, no dándole punto de reposo hasta que la soltaba -por fin, con gran aflicción del duque, que se mataba en repetir: «Hijo -Sancho, mira que lo que haces... La verdad es un veneno de los más -activos; pero en vez de tomarse por la boca, sale de ella. Esparcido en -el aire, es cuando mata. Si tan atractiva te parece la fatal verdad, -guárdala en ti y para ti; no la repartas con nadie, y á nadie -envenenarás.» - -Acaeció, pues, que frisando en los trece años y siendo cada vez más -lindo, dispuesto y gentil el hijo de los duques de Toledo, un día que -la reina salió á oir misa de parida á la catedral, hubo de verle al -paso, y prendada de su apostura y de la buena gracia con que la hizo una -reverencia profundísima, quiso informarse de quién era, y apenas lo -supo, llamó al duque y con grandes instancias le pidió á D. Sancho para -paje de su real persona. Más aterrado que lisonjeado, participó el duque -á su hijo el honor que les dispensaba la reina. «Aquí de mis recelos, -aquí del peligro, Sancho... Tu funesto achaque de veracidad ahora es -cuando va á perderte y perdernos. Si la reserva y el arte de bien callar -son siempre provechosos, en la cámara de los reyes son indispensables, -te lo juro.» «Antes pienso, padre--replicó el precoz D. Sancho,--que al -lado de los reyes, por ser ellos figura é imagen de Dios, alentará la -verdad misma. No cabrá en ellos mentira ni acción que deba ser oculta ó -reservada.» Confuso y perplejo dejó la respuesta al duque, pues le -escarabajeaban en la memoria ciertas murmuraciones cortesanas referentes -á liviandades y amoríos regios; pero tomando aliento, «No, hijo--exclamó -por fin,--no es así como tú supones... Cuando seas mayor y tu razón -madure, entenderás estos enigmas. Por ahora sólo te diré que si vas á la -corte resuelto á decir verdades, mejor será que tomes ya mi cabeza y se -la entregues al verdugo.» Cabizbajo y melancólico se quedó algún tiempo -D. Sancho, hasta que, como el que promete, extendió la mano con extraña -gravedad, impropia de su juventud. «Yo sé el remedio--afirmó.--Mentir -me es imposible, pero no así guardar silencio. Haced, vos, padre, correr -la voz de que un accidente me ha privado del habla, y yo os prometo, por -dispensaros favor, ser mudo hasta el último día de mi vida si es -preciso.» - -Pareció bien el arbitrio al duque y divulgó lo de la mudez; siendo lo -notable del caso que la reina, sabedora de que el bello rapaz era mudo, -mostró alegría suma y mayor empeño en tenerle á su servicio y órdenes. -En efecto, desde aquel día asistió D. Sancho como paje en la cámara de -la reina, sellados los labios por el candado de la voluntad, viendo y -oyendo todo cuanto ocurría, pero sin medios de propalarlo. Poco á poco -la reina iba cobrándole extremado cariño. Sancho se pasaba las horas -muertas echado en cojines de terciopelo al pie del sillón de su ama y -recostando la cabeza en sus faldas, mientras ella con la fina mano -cargada de sortijas le acariciaba maternalmente los obscuros y sedosos -bucles.--Las primeras veces que don Sancho fue encargado de abrir la -puerta secreta á cierto magnate, y le vió penetrar furtivamente y á -deshora en el camarín, y á la reina echarle al cuello los brazos, el -pajecillo se dolió, se indignó, y, á poder soltar la lengua, Dios sabe -la tragedia que en el palacio se arma. Por fortuna, Sancho era mudo; -oía, eso sí, y las pláticas de los dos enamorados le pusieron al -corriente de cosas harto graves, de secretos de Estado y familia; entre -otros, de que el rey, á su vez, salía todas las noches con maravilloso -recato á visitar á cierta judía muy hermosa, por quien olvidaba sus -obligaciones de esposo y de monarca, y merced á cuyo influjo protegía -desmedidamente á los hebreos, con perjuicio de sus reinos y mengua de -sus tesoros. Envuelta en el misterio esta intriga, no la sabían más que -el magnate y la reina; y D. Sancho, trasladando su indignación del -delito de la mujer al del marido, celebró nuevamente no haber tenido -voz, porque así no se veía en riesgo de revelar verdad tan infame. -Pasado algún tiempo, la confianza con que se hablaba delante del mudo -pajecillo instruyó á éste de varias maldades gordas que se tramaban en -la corte: supo cómo el privado, disimuladamente, hacía mangas y -capirotes de la hacienda pública, y cómo el tío del rey conspiraba para -destronarle, con otras infinitas tunantadas y bellaquerías que á cada -momento soliviantaban y encrespaban la cólera y la virtuosa impaciencia -de D. Sancho, poniendo á prueba su constancia, en el mutismo absoluto á -que se había comprometido. - -Sucedía entretanto que le amaban todos mucho, porque aquel lindo paje -silencioso, tan hidalgo y tan obediente, jamás había causado daño alguno -á nadie. No hay para qué decir si le favorecerían las damas, viéndole -tan gentil y estando ciertas de su discreción; y desde el rey hasta el -último criado, todos le deseaban bienes. Tanto aumentó su crédito y -favor, que al cumplir los veinte años y tener que dejar su oficio de -paje por el noble empleo de las armas, colmáronle de mercedes á porfía -el rey, la reina, el privado y el infante, acrecentando los honores y -preeminencias de su casa y haciéndole donación de alcaidías, fortalezas, -villas y castillos. Y cuando, húmedas las mejillas del beso empapado de -lágrimas con que le despidió la reina, que le quería como á otro hijo; -oprimido el cuello con el peso de la cadena de oro que acababa de -ceñirle el rey, salió D. Sancho del alcázar y cabalgó en el fogoso -andaluz de que el infante le había hecho presente; al ver cuántos males -había evitado y cuántas prosperidades había traído su extraña -determinación, tentóse la lengua con los dientes, y, meditabundo, dijo -para sí (pues para los demás estaba bien determinado á no decir oste ni -moste): «A la primer palabra que sueltes al aire, lengua mía, con estos -dientes ó con mi puñal te corto y te echo á los canes.» - -Hay eruditos que sostienen la opinión de que de esta historia procede la -frase vulgar, sin otra explicación plausible: _Al buen callar llaman -Sancho_. - - - - -FAUSTO Y DAFROSA[2] - - -La aguardaba en el embarcadero á boca de noche, y cuando divisó á lo -lejos la barca, que avanzaba al empuje de los brazos fuertes de los -remeros, abriendo estela de luz verdosa en el mar fosforescente, al -corazón de Fausto se agolpó la sangre, y sus ojos se nublaron. - -Venía, ó mejor dicho, la traían, se la entregaban; en su poder iba á -estar aquélla por quien tantas veces había pasado la noche en vela, -febril, paladeando acíbar, desesperando y mordiéndose los puños de -rabia, ó esperando insensatamente. - -¿Insensatamente? Criminalmente se diría mejor. Por aquella que se -reclinaba en la proa, envuelta en blancos velos, en actitud pensativa, -Fausto había descendido á la delación y al espionaje como un liberto, -echando negra mancha sobre el decoro de su estirpe consular. Por ella -había deslizado en los oídos del Emperador _Apóstata_ el consejo fatal -al ex-prefecto Flaviano, y más de una velada, á la claridad indecisa de -la triple lámpara cubicularia, las sombras del cortinaje dibujaron ante -los ojos espantados de Fausto la pálida figura de un varón ilustre -marcado en la frente con el hierro que estigmatiza á los facinerosos... -Pero en aquel instante el musical chapaleteo de los remos ahuyentaba -remordimientos y angustias, y de lo profundo de las aguas la voz de las -sirenas de la felicidad subía como un himno... - -Descendió Fausto al muelle con precipitación, y cogiendo de manos de los -esclavos el taburete de cedro, lo presentó al pie de Dafrosa, que -prontamente, sin hacer hincapié, saltó á las puntiagudas piedras. A la -salutación, al _¡Ave!_ que en temblorosa voz articuló Fausto, respondió -ella con una sonrisa triste. Y echaron á andar hacia la villa, sin que -Fausto se atreviese á ofrecer el antebrazo para que Dafrosa se apoyase. -Un poco de sobrealiento de la matrona indicaba, sin embargo, que no -hubiese sido supérfluo el auxilio. - -En la terraza de la villa, alumbrada por antorchas fijas en la pared, -estaba dispuesto un refresco de bienvenida; leche, frutas, pan de flor, -peces cocidos--los sencillos manjares de que gusta una cristiana.--Se lo -hizo observar Fausto á Dafrosa, la cual, rompiendo uno de los panes, lo -llevó á los labios, no sin hacer antes la señal de la cruz. Quedáronse -solos Fausto y la tan deseada. Parpadeaban las estrellas en el -firmamento turquí, y el aire columpiaba bocanadas de esencia de rosas -purpúreas--unas rosas que el mismo emperador Juliano había traído de -Alejandría para adornar con festones de ellas el ara de la Afrodita, -porque se atribuían á su aroma virtudes como de filtro para enajenar el -corazón. - -Fue Dafrosa quien rompió el peligroso silencio. - ---Fausto--dijo con tranquila melancolía,--¿quién nos dijera que nos -encontraríamos así otra vez? Cuando yo me confesaba llorando de que no -podía olvidarte, ¿iba á suponer que el Sacro Emperador me desterrase á -vivir contigo? - -Indeciso Fausto, dudó entre caer á los pies de la matrona y abrazar sus -rodillas ó contestar algo--no sabía qué.--Entonces Dafrosa echó atrás el -velo blanco que envolvía el óvalo de su rostro, y á la luz de las -antorchas Fausto pudo ver con asombro una cara consumida por el dolor, -unos ojos marchitos, unas mejillas demacradas; el pelo, recogido -modestamente con cintas de lana violeta, no era ya aquella rubia vedija, -aureola de oro; ¡á Dafrosa se le había vuelto el cabello todo gris, del -gris de las nubes, del gris de la ceniza seca y hacinada en el hogar! - ---Puedes mirarme impunemente, Fausto--añadió ella.--Soy otra. La Dafrosa -que conociste no está ya en el mundo. Después de que me contemples, te -volverás á tu palacio de Roma, dejándome sola en esta isla, donde haré -penitencia. He sido justamente castigada por haberte querido, cariño -involuntario que yo no podía arrancar de mí por más que hacía. Se -llevaron á mi marido para matarle poco á poco, y á mí me despreciaron. -Lo merecía. Ahora los malvados me entregan á ti, quizás por creer que tú -eres un peligro. Para Dafrosa ya no hay peligros. Mírame así; despacio, -con atención; examíname. La misericordia divina me ha quitado -enteramente mi hermosura. - -Inmóvil permanecía Fausto, penetrado de un sentimiento singular, -diferente de cuantos hasta entonces habían agitado su alma complicada de -romano de la decadencia, de amigo del refinado filósofo, el césar -Juliano. No hacía mucho que en el palacio imperial, ante las aras -restauradas de la Kaleos helénica, habían celebrado los dos amigos un -pacto, especie de misteriosa iniciación de un culto secreto, diverso del -vulgar paganismo que se saciaba con los sacrificios de bueyes y -terneros, con las ceremonias impuras. Esta otra religión, preferida por -Juliano, reemplazaba la teogonía y las supersticiones con la adoración -de la belleza suprema, de la Forma en su armonía divina, en su euritnia -sacrosanta, cuya relación percibe la inteligencia por encima de los -sentidos. Una estatua de mujer, perfectísima, de líneas impecables, obra -de Fidias, se erguía sobre el ara, en mitad de la capillita ó _cella_ -donde el emperador cumplía el rito, derramando las claras libaciones, -quemando el incienso sabeo en el pebetero de oro de exquisita labor -oriental. Y el Apóstata, tomando de la mano á su amigo, le obligaba á -postrarse allí, murmurando: «Esta es la Diosa, ésta, y no el triste -Galileo, que ha traído la fealdad al mundo.» Y ahora, Fausto, en -presencia de Dafrosa, la mujer tan codiciada cuando la poseía Flaviano y -ella vivía recluída al pie de sus lares, por no descubrir en los ojos -los pensamientos, ahora Fausto advertía en sí mismo un trastorno, una -variación incomprensible. Los afanes, los delirios, las ansias de -posesión, la fiebre pasional tanto tiempo sufrida, alimentada por la -Beldad, que ata las almas y no las suelta hasta el sepulcro, habían -desaparecido. La Forma adorada no existía, y tampoco lo que se deriva de -ella. En el mar tranquilo habían enmudecido las sirenas cantoras; en el -cielo turquí las estrellas ya no parpadeaban de amor. Las rosas no -desprendían ni un átomo de esencia: el rocío de la noche probablemente -congelaba sus cálices, derramando en ellos una serenidad frígida. Las -tenaces ligaduras de la carne se rompían en Fausto; su sangre, antes -fuego, discurría convertida en luz por las venas. Y acercándose á -Dafrosa, la tomó las manos y las llevó á su frente, murmurando en un -suspiro: - ---Porque has perdido tu hermosura, te quiero más. Te parecerá que es -mentira, y á mí ayer me lo parecería también, pero mira que no te -engaño. - -No retiró las palmas Dafrosa. Este sencillo contacto no infundía tanto -horror á los cristianos de aquellos siglos como á los actuales, acaso -porque entonces eran más castos en su corazón. Las palmas de Dafrosa -halagaron la inclinada cabeza de Fausto, y acercando los labios á su -oído, susurró: - ---Te creo. Es natural eso que me dices. Tú, Fausto, hermano mío, eres -cristiano también. - - * * * * * - -La crónica refiere que San Fausto sufrió el martirio y que Santa Dafrosa -recogió de noche su cuerpo para que no lo devorasen los perros, pagando -esta obra de caridad con la vida. - - - - -ÍNDICE - - - _Páginas._ - - - _Cuentos de Navidad y Reyes._ - -La Nochebuena del Papa 7 - -La tentación de Sor María 13 - -La Navidad del Peludo 19 - -Jesusa 25 - -Nochebuena de jugador 33 - -De Navidad 43 - -Jesús en la tierra 51 - -El Belén 61 - -Página suelta 69 - -Dos cenas 77 - -La Nochebuena del carpintero 87 - -El ciego 95 - -Los Magos 101 - -Sueños regios 109 - -La visión de los Reyes Magos 117 - -El rompecabezas 123 - -En Semana Santa 129 - -La oración de Semana Santa 139 - - _Cuentos de la Patria._ - -Vengadora 149 - -El catecismo 155 - -El caballo blanco 161 - -La exangüe 167 - -La armadura 173 - -El Torreón de la Esperanza 181 - -El Palacio frío 189 - -El Templo 197 - -El milagro de la diosa Durga 203 - -Entre razas 209 - - - _Cuentos antiguos._ - -La paloma 217 - -Prejaspes 223 - -Zenana 229 - -La gota de cera 237 - -La palinodia 245 - -El mandil de cuero 251 - -Los cabellos 257 - -Al buen callar 265 - -Fausto y Dafrosa 271 - - -NOTAS: - - [1] Histórico. - - [2] Me conviene recordar que este cuento, inspirado en la vida de - los Santos Fausto y Dafrosa, vió la luz en _Blanco y Negro_ con - anterioridad á la publicación de la preciosa novela de Merej Kowsky, - _La muerte de los dioses_. - - - - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Cuentos de navidad y reyes; cuentos de -la patria; cuentos antiguos, by Emilia Pardo Bazán - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES *** - -***** This file should be named 55812-0.txt or 55812-0.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/5/8/1/55812/ - -Produced by Chuck Greif and the Online Distributed -Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was -produced from images available at The Internet Archive) - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions -will be renamed. - -Creating the works from public domain print editions means that no -one owns a United States copyright in these works, so the Foundation -(and you!) can copy and distribute it in the United States without -permission and without paying copyright royalties. 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Redistribution is -subject to the trademark license, especially commercial -redistribution. - - - -*** START: FULL LICENSE *** - -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK - -To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full Project -Gutenberg-tm License (available with this file or online at -http://gutenberg.org/license). - - -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg-tm -electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. 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It exists -because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from -people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. -To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 -and the Foundation web page at http://www.pglaf.org. - - -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive -Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at -http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent -permitted by U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. -Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered -throughout numerous locations. Its business office is located at -809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email -business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact -information can be found at the Foundation's web site and official -page at http://pglaf.org - -For additional contact information: - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. Compliance requirements are not uniform and it takes a -considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up -with these requirements. We do not solicit donations in locations -where we have not received written confirmation of compliance. To -SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any -particular state visit http://pglaf.org - -While we cannot and do not solicit contributions from states where we -have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition -against accepting unsolicited donations from donors in such states who -approach us with offers to donate. - -International donations are gratefully accepted, but we cannot make -any statements concerning tax treatment of donations received from -outside the United States. U.S. laws alone swamp our small staff. - -Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation -methods and addresses. Donations are accepted in a number of other -ways including checks, online payments and credit card donations. -To donate, please visit: http://pglaf.org/donate - - -Section 5. General Information About Project Gutenberg-tm electronic -works. - -Professor Michael S. Hart is the originator of the Project Gutenberg-tm -concept of a library of electronic works that could be freely shared -with anyone. For thirty years, he produced and distributed Project -Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support. - - -Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed -editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S. -unless a copyright notice is included. Thus, we do not necessarily -keep eBooks in compliance with any particular paper edition. - - -Most people start at our Web site which has the main PG search facility: - - http://www.gutenberg.org - -This Web site includes information about Project Gutenberg-tm, -including how to make donations to the Project Gutenberg Literary -Archive Foundation, how to help produce our new eBooks, and how to -subscribe to our email newsletter to hear about new eBooks. diff --git a/old/55812-0.zip b/old/55812-0.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 9e29349..0000000 --- a/old/55812-0.zip +++ /dev/null diff --git a/old/55812-h.zip b/old/55812-h.zip Binary files differdeleted file mode 100644 index 0e96bc7..0000000 --- a/old/55812-h.zip +++ /dev/null diff --git a/old/55812-h/55812-h.htm b/old/55812-h/55812-h.htm deleted file mode 100644 index abb093a..0000000 --- a/old/55812-h/55812-h.htm +++ /dev/null @@ -1,6455 +0,0 @@ -<!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" -"http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> - -<html xmlns="http://www.w3.org/1999/xhtml" lang="es" xml:lang="es"> - <head> <link rel="coverpage" href="images/cover.jpg" /> -<meta http-equiv="Content-Type" content="text/html;charset=utf-8" /> -<title> - The Project Gutenberg eBook of Cuentos de navidad y reyes, por -Emilia Pardo Bazán. -</title> -<style type="text/css"> - p {margin-top:.2em;text-align:justify;margin-bottom:.2em;text-indent:4%;} - -.c {text-align:center;text-indent:0%;} - -.cb {text-align:center;text-indent:0%;font-weight:bold;} - -.eng {font-family: "Old English Text MT",fantasy,sans-serif;} - -.sans {font-family: sans-serif, serif;} - -.un {text-decoration:underline;} - -.ovr {text-decoration:overline;} - -div.rgt {clear:both;border-top:1px solid black;margin:2% auto 6% 60%; -border-bottom:1px solid black;font-size:75%;} - -.r {text-align:right;margin-right: 5%;} - -.rt {text-align:right;} - -small {font-size: 70%;} - -big {font-size: 130%;} - - h1 {margin-top:5%;text-align:center;clear:both; -font-size:120%;font-weight:normal;} - - h2 {margin-top:4%;margin-bottom:2%;text-align:center;clear:both; - font-size:120%;} - - h3 {margin-top:4%;margin-bottom:2%;text-align:center;clear:both; - font-size:100%;} - - hr {width:90%;margin:2em auto 2em auto;clear:both;color:black;} - - hr.full {width: 60%;margin:2% auto 2% auto;border-top:1px solid black; -padding:.1em;border-bottom:1px solid black;border-left:none;border-right:none;} - - table {margin-top:2%;margin-bottom:2%;margin-left:auto;margin-right:auto;border:none;} - -th {padding-left:1em;text-align:left; -padding-top:1em;padding-bottom:.5em;font-style:italic;} - - body{margin-left:4%;margin-right:6%;background:#ffffff;color:black;font-family:"Times New Roman", serif;font-size:medium;} - -a:link {background-color:#ffffff;color:blue;text-decoration:none;} - - link {background-color:#ffffff;color:blue;text-decoration:none;} - -a:visited {background-color:#ffffff;color:purple;text-decoration:none;} - -a:hover {background-color:#ffffff;color:#FF0000;text-decoration:underline;} - -.smcap {font-variant:small-caps;font-size:100%;} - - img {border:none;} - -.blockquot {margin-top:2%;margin-bottom:2%;} - -.footnotes {border:dotted 3px gray;margin-top:5%;clear:both;} - -.footnote {width:95%;margin:auto 3% 1% auto;font-size:0.9em;position:relative;} - -.label {position:relative;left:-.5em;top:0;text-align:left;font-size:.8em;} - -.fnanchor {vertical-align:30%;font-size:.8em;} - -.pagenum {font-style:normal;position:absolute; -left:95%;font-size:55%;text-align:right;color:gray; -background-color:#ffffff;font-variant:normal;font-style:normal;font-weight:normal;text-decoration:none;text-indent:0em;} -@media print, handheld -{.pagenum - {display: none;} - } -</style> - </head> -<body> - - -<pre> - -The Project Gutenberg EBook of Cuentos de navidad y reyes; cuentos de la -patria; cuentos antiguos, by Emilia Pardo Bazán - -This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with -almost no restrictions whatsoever. 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Bernardo, 37, principal</i>,<br /> -MADRID</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_004" id="page_004"></a>{4}</span> </p> - -<div class="rgt"> -<p> -Es propiedad.—Queda<br /> -hecho el depósito que marca<br /> -la ley.<br /> -</p> -</div> - -<p class="c"><span class="ovr"> -<small>MADRID.—Est. tip. de I. Moreno, Blasco de Garay, 9.</small></span><br /> -<small><i>Teléfono 3.020.</i></small><br /> -</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_005" id="page_005"></a>{5}</span></p> - -<h2>ADVERTENCIA DE LA AUTORA</h2> - -<p class="c">———</p> - -<p><i>En este volumen incluyo, bajo el título de</i> <span class="smcap">Cuentos de la Patria</span>, -<i>algunos de los cuales cabría decir, como dijo el poeta del</i> Canto á -Teresa, <i>que son un desahogo de mi corazón y el lector puede saltarlos</i>.</p> - -<p><i>Cuando en 1898 publiqué el titulado</i> Vengadora, <i>me llamaron</i> Soñadora -<i>los muy benignos</i>.</p> - -<p><i>Algo de realidad prestó á mi sueño el trágico fin del Presidente -Mac-Kinley...</i></p> - -<p><i>Y si fuese soñar creer en la justicia inmanente, ¿qué mal habría? ¿qué -más inofensivo consuelo?</i></p> - -<p class="r"><img src="images/bazan.png" -width="225" -alt="Emilia Pardo Bazán." -/></p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_006" id="page_006"></a>{6}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_007" id="page_007"></a>{7}</span> </p> - -<h2><a name="CUENTOS_DE_NAVIDAD_Y_REYES" id="CUENTOS_DE_NAVIDAD_Y_REYES"></a>CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES</h2> - -<h3><a name="LA_NOCHEBUENA_DEL_PAPA" id="LA_NOCHEBUENA_DEL_PAPA"></a>LA NOCHEBUENA DEL PAPA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Bajo el manto de estrellas de una noche espléndida y glacial, Roma se -extiende mostrando á trechos la mancha de sombra de sus misteriosos -jardines de cipreses y laureles seculares que tantas cosas han visto, y, -en islotes más amplios, la clara blancura de sus monumentos, -envolviendo, como un sudario, el cadáver de la Historia.</p> - -<p>Gente alegre y bulliciosa discurre por la calle. Pocos coches. A pie van -los ricos, mezclados con los <i>contadinos</i>, labriegos de la campiña que -han acudido á la magna ciudad trayendo cestas de mercancía ó de regalos. -Sus trapos pintorescos y de vivo color les distinguen de los burgueses; -sus exclamaciones sonoras resuenan en el ambiente claro y frío como -cristal. Hormiguean, se empujan, corren: aunque no regresen á sus casas -hasta el amanecer—que es cosa segura,—quieren presenciar,<span class="pagenum"><a name="page_008" id="page_008"></a>{8}</span> en la -Basílica de <i>Trinitá dei Monti</i>, la plegaria del Papa ante la cuna de -<i>Gesú bambino</i>.</p> - -<p>Sí; el Papa en persona—no como hoy su estatua, sino él mismo, en carne -y hueso, porque todavía Roma le pertenece—es quien, en presencia de una -multitud que palpita de entusiasmo, va á arrodillarse allí, delante de -la cuna donde, sobre mullida paja, descansa y sonríe el Niño. Es la -noche del 24 de Diciembre: ya la grave campana de Santángelo se prepara -á herir doce veces el aire, y la carroza pontifical, sin escolta, sin -aparato, se detiene al pie de la escalinata de <i>Trinitá</i>.</p> - -<p>El Papa desciende, ayudado por sus Camareros, apoyando con calma el pie -en el estribo. Con tal arte se ha preparado la ceremonia, que al sentar -la planta Pío IX en el primer escalón, vibra, lenta y solemne, la primer -campanada de la media noche, en cada campanario, en cada reloj de Roma. -El clamoreo dramático de la hora sube al cielo imponente como un -<i>hosanna</i> y envuelve en sus magníficas tembladoras ondas de sonido al -Pontífice que poco á poco asciende por la escalinata, bendiciendo, entre -la muchedumbre que se prosterna y murmura jaculatorias de adoración. A -la luz de las estrellas y á la mucho más viva de los millares de cirios -de la Basílica iluminada de alto abajo, hecha un ascua de fuego, -adornada como para una fiesta y con las puertas abiertas de par en par, -por donde se desliza apretándose el gentío ansioso de contemplar al -Pontífice,—se ve, destacándose de la roja muceta orlada de armiño<span class="pagenum"><a name="page_009" id="page_009"></a>{9}</span> que -flota sobre nívea túnica, la cabeza hermosísima del Papa, el puro diseño -de medalla de sus facciones, la forma artística de su blanco pelo -dispuesto como el de los bustos de rancio mármol que pueblan el Museo -<i>degli Anticchi</i>.</p> - -<p>Entra por fin en la Basílica; cruza las naves, desciende la escalera -dorada que conduce á la cripta, y mientras á sus espaldas la guardia -brega para reprimir el empuje del torrente humano que pugna por -arrimarse á la balaustrada, en el recinto descubierto, más bajo que la -multitud, el Papa queda solo. Artista por instinto; con el andar rítmico -de las grandes solemnidades; con un sentimiento de la actitud que sólo -él posee en grado tal,—Pío IX se acerca á la cuna, junta las manos de -marfil, eleva al cielo un instante los ojos como si invocase la -presencia de Dios; se arrodilla, se abisma, y los paños de su cándida -vestidura se esparcen esculturales y clásicos cual los plegados de -alabastro de un ropaje de Canova.</p> - -<p>El Niño, el <i>Bambino</i>, duerme desnudito, color de rosa, reclinado en su -rubio colchón de sedeña paja. En toda la Basílica no se escucha más -ruido que el chisporroteo suave de los cirios y el murmullo de la -oración que el Papa empieza á elevar.—A las primeras palabras, anímase -el Niño con vida fantástica: la escultura se hace carne. Sus ojos se -entreabren, sus puñitos se tienden hacia el Papa, como se tenderían -hacia un abuelo cariñoso, haciendo fiestas. Incorporado y sentado en la -paja, llama al Pontífice, que sigue orando, pero que cree percibir<span class="pagenum"><a name="page_010" id="page_010"></a>{10}</span> en -sus rodillas la sensación de que ya no reposan en los cojines de -terciopelo carmesí, en sus codos algo que los sube y aparta del -esculpido reclinatorio. Ligero y como fluído, su cuerpo no le pesa; -flota apaciblemente en una atmósfera de oro y luz, hecha de las -partículas de los cirios que se derraman ardientes y centelleantes.—La -cuna ha desaparecido; el Niño está de pie, alto, crecido ya, convertido -en adolescente; y en vez de la gracia infantil, en su cara se lee la -meditación, se descubre la sombra del pensamiento. Alrededor del Jesús -de quince años van juntándose, saliendo de las paredes de la cripta, que -parece trasudarlos, docenas de chiquillos, otros <i>Bambinos</i>, pero feos, -encanijados, sucios, envueltos en andrajos ó desnudos, mostrando la -enteca anatomía. Docenas primero; cientos después; luego millares, -millones, un hervidero tan incontable, un ejército tan infinito, que -estallan las paredes de la cripta, las de la Basílica, las de Roma, las -de todo cuanto pretendiese contener la expansión de la horda de -miserables. Extiéndese por una llanura sin límites, y su bullir de -gusanera rodea al <i>Gesú</i>, que ha ido insensiblemente transformándose en -hombre hecho y derecho: ya tiene barba ahorquillada y rizoso cabello -castaño, ya su rostro ha adquirido la gravedad viril. Y siguen acudiendo -desharrapados y con las carnes al aire, lisiados, enfermos, famélicos, -tristes, venidos de todos los puntos del horizonte, de todos los -confines de la tierra. Lloran de hambre; tiemblan de frío; gimen de<span class="pagenum"><a name="page_011" id="page_011"></a>{11}</span> -abandono; enseñan sus lacras; se cogen á la vestidura inconsutil de -Cristo; se quieren abrigar bajo sus pies, reclinarse en su seno, -agarrarse á sus manos pálidas y luminosas. Huelen mal, y su punzante -vaho de miseria envuelve y sofoca al Papa, siempre en oración.</p> - -<p>La figura de Cristo se oculta un instante; densas tinieblas suben de la -tierra y caen del firmamento, reuniendo sus crespones. El Pontífice -siente miedo: la oscuridad le ciega, y entre aquella oscuridad vibran -maldiciones y palpitan sollozos. Un relámpago brilla; erguida en una -colina aparece la Cruz, sobre la cual blanquea el desnudo cuerpo del -Mártir, estriado de verdugones por los azotes y veteado de negra sangre. -Los labios cárdenos se agitan; el Papa interrumpe la plegaria, se -confunde, se deshace en adoración, quiere salir de sí mismo para mejor -escuchar y beber la palabra divina; y el Crucificado—señalando con -mirada ya turbia hacia el océano de criaturas que bullen allá abajo, -escuálidas, transidas, gimientes, dolorosas, maltratadas, ofendidas, en -el abandono—dice al Papa, en voz que resuena <i>urbi et orbi</i>:</p> - -<p>—Por ellos.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_012" id="page_012"></a>{12}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_013" id="page_013"></a>{13}</span> </p> - -<h3><a name="LA_TENTACION_DE_SOR_MARIA" id="LA_TENTACION_DE_SOR_MARIA"></a>LA TENTACIÓN DE SOR MARÍA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Siguiendo costumbre tradicional del convento, las monjitas de la -Santísima Sangre preparan, adornan y ofrecen á la adoración de los -fieles, en el altar mayor, á la hora en que se celebra la misa del -Gallo, el Misterio del pesebre y gruta de Belén, donde puede admirarse -la efigie del Niño Dios, obra maravillosa de un escultor anónimo.</p> - -<p>Más que inerte imagen de madera, criatura viva parece el Niño de las -monjas. La encantadora desnudez de su torso presenta el modelado blando -y sólido de la carne. Mollas regordetas en cuello, piernas y brazos; -hoyuelos de rosa en carrillos, codos y rodillas; picardía angelical en -la expresión de los ojos y en la cándida risa; naturalidad sorprendente -en la actitud, que se diría de tender las manos al pecho maternal... así -es el Niño, y por eso las monjitas, cada vez que le visten y enfajan, -cada vez que le reclinan en la paja y el heno aromático de la humilde<span class="pagenum"><a name="page_014" id="page_014"></a>{14}</span> -cuna, exclaman enternecidas y embelesadas: «¡Ay mi divino Señor! ¡Pero -si es un pequeñito de veras!»</p> - -<p>Turnan rigurosamente las monjitas en el oficio y honor de camareras del -Jesusín,—y aquel año correspondió la suerte á Sor María, monja profesa, -la más joven y linda de todas. Sor María ha dejado el mundo, no como -suelen dejarlo otras religiosas, por contrariados ó infelices amores, -por sufrimientos, desengaños ó escaseces de fortuna, sino en la flor de -sus veinte abriles, con el espíritu tan virgen como el cuerpo, y el -cuerpo tan hermoso como el porvenir que sin duda la esperaba al lado de -unos padres amantes y opulentos, y en un mundo donde todo la halagaba y -sonreía. Por su serena frente no ha cruzado ni una nube; no ha rozado su -sién ni un aliento de hombre, y su corazón no ha palpitado sino para -Dios. Su mística vocación fue tan firme, que resistió á la oposición -decidida y enérgica de una familia que no se avenía á ver sepultarse en -el claustro tanta hermosura y juventud. Pero Sor María demostró tal -júbilo al tomar el velo, que ya sus mismos padres la envidiaban, -creyéndola llegada al puerto de paz.</p> - -<p>Sintió un gozo inexplicable Sor María al ser encargada de la grata faena -de vestir al Niño para depositarle en el pesebre. Jugar con aquel -sagrado muñeco había sido el sueño de la joven monja en los cinco años -que de profesa contaba.—«¡Cuando me toque á mí el Niño, verán qué -precioso le pongo!»—solía decir á menudo.<span class="pagenum"><a name="page_015" id="page_015"></a>{15}</span> Era llegado el instante: el -Niño la pertenecía por algunas horas, y ya sus manos temblaban de -emoción ante la idea de poseer la efigie del nene celestial.</p> - -<p>¡Con qué esmero planchó Sor María los pañales por ella misma bordados y -calados! ¡Con qué diligencia recogió en el jardín rosas tardías y -frescas violetas oscuras, á fin de esparcirlas sobre la camita de paja -del Niño! ¡Con qué respeto tocó la escultura; con qué reverencia la -desnudó, con qué avidez miró sus formas inocentes y con qué ímpetu -repentino, de las entrañas, se inclinó para besarla, mordiéndola casi en -las mejillas, en los hombros, en el redondo ventrezuelo!</p> - -<p>Algunas monjas, de las más ilustradas y benévolas, estuvieron conformes -en que nunca había salido tan mono y tan bien adornado el Jesusín; pero -las viejas gangosas, ñoñas y esclavas de la rutina, murmuraron que le -faltaban dijes de abalorio y talco y cintas de colores.—Y cuando Sor -María se recogió á su celda y se arrodilló para rezar antes de -extenderse en la pobre tarima, donde, sin regalo, casi sin abrigo, -dormía el sueño de los ángeles, sintióse de repente profundamente -triste, y le pareció que delante de ella se abría un abismo negro, muy -hondo, y que la entraban ganas vehementes de morir. No penséis mal, oh -escépticos, de Sor María. ¡No la creáis una monja liviana!</p> - -<p>No era el amor profano y su deleitosa copa lo que el tentador hacía -girar ante sus ojos preñados de lágrimas de fuego. Tened por seguro<span class="pagenum"><a name="page_016" id="page_016"></a>{16}</span> que -la pureza de Sor María llegaba al extremo de ignorar si renunciando al -amor sacrificaba venturas. En el amor sólo sospechaba fealdades, -desencantos, humillaciones y groserías indignas de un alma escogida y -bien puesta. Lo que en aquel momento hacía sollozar á la monja era el -instinto maternal, despertado con fuerza irresistible á la vista y al -contacto del monísimo Jesusín...</p> - -<p>Y mal de su grado, ofuscada por la insidiosa tentación (solo el Maldito -pudo infundirla tan trasnochados y estemporáneos pensamientos), Sor -María no estaba á dos dedos de renegar de los votos y de las tocas y de -los deberes que al convento la sujetaban. Nunca estrecharía contra su -infecundo seno una tierna cabecita de rizada melena; nunca besaría una -frente pura y celestial; nunca unos brazos mórbidos ceñirían su -garganta. La única criatura que le había sido dado tener en brazos y á -la cual pudo prodigar ternezas, era un chiquillo de palo, duro, frío, -que ni respondía á las caricias, ni balbucía entrecortado el nombre de -madre. Y Sor María, cada vez más hondamente desesperada, acordábase, en -aquella hora fatal, de su propio hogar que había abandonado, y pensaba -en el delirio con que su padre amaría á un nietezuelo, y lloraba con -llanto más amargo, con lágrimas sangrientas, como lloraría una virgen de -Israel, condenada á muerte, la esterilidad de su seno y la soledad -eterna de su corazón, sentenciado á no probar nunca el más intenso y -completo de los cariños femeniles...<span class="pagenum"><a name="page_017" id="page_017"></a>{17}</span></p> - -<p>Mas he aquí que al hallarse Sor María fuera ya de sentido y á punto de -rebelarse impíamente contra su destino y de romper su juramento de -fidelidad al Divino Esposo, cuentan las crónicas (no sé si protestaréis -los que lleváis sobre las pupilas la membrana del topo, la incredulidad) -que la celda se iluminó con luz blanca y suave, y que de súbito el Niño -del Misterio, no rígido é inmóvil en su invariable actitud, sino -animado, hecho de carne, sonriendo, gorgeando, acariciando, salió de una -nube ligera y se vino apresuradamente á los brazos de la monja.</p> - -<p>—Soy yo, tu Jesusín, el que nació hoy á las doce—parecía balbucir la -criatura, halagando blandamente á Sor María. Y como ésta pagase con -besos los halagos, el chiquillo rompió á llorar tiernamente, y la monja, -olvidando sus propias lágrimas y su reciente desconsuelo, comenzó á -bailar para entretenerle, á arrullarle, á cantarle, á contarle cuentos, -y al fin le arropó en su cama, llegándole al calor de su propio cuerpo y -recostándole sobre su pecho tibio, que henchían activas corrientes de -vitalidad y de amor. Y allí se pasó la noche el pobre nene, hasta que la -blanca aurora, que disipa las sombras y ahuyenta las tentaciones, lanzó -sus primeras claridades al través de la reja, y la campana llamó al -templo á las monjas, que se pasmaron del resplandor extático que -brillaba en el hermoso semblante de Sor María...</p> - -<p>Desde entonces Sor María hace prodigios de austeridad, mortificación y -penitencia. Sus<span class="pagenum"><a name="page_018" id="page_018"></a>{18}</span> rodillas están ensangrentadas, sus costados los -desuella el cilicio, sus mejillas las empalidece el ayuno, su boca la -contrae el silencio.—Pero todos los años, después de la misa del Gallo -y el Misterio del pesebre, se repite la visita del Niño á la celda -melancólica y solitaria, y por espacio de unas cuantas horas, Sor María -se cree madre.<span class="pagenum"><a name="page_019" id="page_019"></a>{19}</span></p> - -<h3><a name="LA_NAVIDAD_DEL_PELUDO" id="LA_NAVIDAD_DEL_PELUDO"></a>LA NAVIDAD DEL PELUDO</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Catorce años de no interrumpida laboriosidad podía apuntar el <i>Peludo</i> -en su hoja de servicios; catorce años en que no hubo día sin ración de -palos y sin hambre. ¡El hambre especialmente! ¡Qué martirio!</p> - -<p>Sacar fuerzas de flaqueza para el cochinero trote, obligado por los -pinchazos del recio aguijón; aguantar picadas de tábanos y de moscas -borriqueras, enconadas, feroces con el sol y el polvo, en las llagas de -la reciente matadura; sufrir talonazos y ver cortar la vara de avellano -ó de taray que, silbadora y flexible, se ha de ceñir á su piel -averdugándola; probar la dentellada de la espuela y el sofrenazo -violento del bocado; recibir puñadas en el suave hocico y en los ojos, -en los dulces y grandes ojos cuya mirada siempre expresa mansedumbre; -doblegarse bajo la excesiva carga; arrastrarse molido y pugnar por no -caer al suelo antes de que se termine una caminata tres veces más<span class="pagenum"><a name="page_020" id="page_020"></a>{20}</span> -fatigosa de lo que cabe dentro de los límites del vigor asnal;—todo -esto, con ser tanto, le parecía miseriuca al <i>Peludo</i>, en cotejo de -pasar rozando una pradería verde como la esperanza, mullida y -aterciopelada como tapiz de seda, y no poder hartar la panza vacía, -redondear los ijares metidos y chupados y la tripa hueca como tubería de -órgano. Era tal la impresión que causaba al <i>Peludo</i> la vista de la -hierba apetitosa, rociada, velluda, de los dorados pajares y de las -mieses en sazón; tal la rabia que sentía al oir el murmurio de la fuente -cuando secaba sus fauces el anhelo del trabajo y la polvareda pegajosa -del camino real; tal la violencia de su furioso apetito y el ímpetu de -su colosal gazuza, que más de una vez, él—el manso, el resignado, el -trabajador, el obediente—<i>pensó</i> hacer una muy gorda y sonada: soltar -un rebuzno de guerra y arremeter á coces y á muerdos contra su -despiadado jinete, su espolique, su amo, su tirano... ¡Qué deleite -arrojar al suelo el lastre de sacos de harina, que pesan cual plomo, -patearlos, reventarlos; que la harina se esparciese por la carretera; -meter en ella el hocico, aventarla, hacerla volar en blanquísimas nubes! -Y si era mucha el ansia de comer, no menor la de revolcarse. -¡Revolcarse! ¡Cuánto tiempo, desde su tierna infancia, su época de -buchecillo retozón y candoroso, que no se revolcaba, con las cuatro -patas batiendo el aire y la gris barriga al sol, el <i>Peludo</i>!</p> - -<p>Cruzaban estas ráfagas de emancipación por la deprimida mollera del -esclavo, pero no adquirían<span class="pagenum"><a name="page_021" id="page_021"></a>{21}</span> consistencia; eran aleteos pasajeros que -abatía al punto la convicción de su eterna servidumbre y de que la había -dispuesto la suerte, el <i>fatum</i> que preside á la existencia del jumento. -Sí; lo peor del caso es que al <i>Peludo</i> la desgracia le había hecho -fatalista; no esperaba nada de la Providencia, ni se atrevía á creer que -pudiese lucir para él jamás un instante de relativa dicha. Hiciese lo -que hiciese, lo mismo tenía que ser... Hambre y palos, palos y hambre... -Arriba con la carga; avante por la senda—y nada de protestas ni de -quiméricos ensueños.</p> - -<p>Razón llevaba el paciente <i>Peludo</i> en desconfiar de la suerte y en -prometerse mayores desventuras; su amo, en vez de mostrarle algún apego, -una pizca de consideración, á medida que el <i>Peludo</i> perdía fuerzas, -agilidad y bríos, iba tratándole con mayor dureza y encomendándole las -tareas más rudas y bajas, los transportes más reventadores y las -jornadas á palo seco en todo el rigor de la frase. Por eso, la glacial y -lluviosa noche del 24 de Diciembre encontró al cuitado <i>Peludo</i> -sufriendo la intemperie con cachaza estoica, atado á una argolla de -hierro, á la puerta de la conocida taberna del <i>Pellejón</i>, una de las -varias que salpican las orillas de la carretera de Marineda á Brigos. -Otras veces no faltaba para el <i>Peludo</i> en aquel templo báquico el -abrigo de una cuadra ó de un estercolero, ó siquiera de un cobertizo -cerquita del pajar; pero ésta era noche de bulla y parranda de regodeo y -jarros colmados de vino<span class="pagenum"><a name="page_022" id="page_022"></a>{22}</span> y aguardiente, y cuando el <i>Peludo</i>, al -trotecillo desmayado de sus provectas patas, se acercó á la taberna, no -quedaba sitio ni techo para él. De dos puntillones, el amo le pegó á la -pared, le amarró á la anilla, y allí se quedó el jumento, sin más techo -que un emparrado desnudo de follaje, cuyas ramas goteaban hilos de agua -llovediza, formando una charca bajo los cascos.</p> - -<p>Veía el <i>Peludo</i>, al través de los vidrios de la ventana, la sala de la -taberna iluminada, alegre, llena de hombres que jugaban á los naipes, -disputaban, despachaban guisotes de bacalao y apuraban vasos de caña y -tinto. Mientras los racionales celebraban así la Navidad, el asno, -transido y empapado hasta los huesos, rendido de cansancio y -desfallecido de necesidad, no tenía ánimos ni para exhalar un suplicante -y doloroso rebuzno pidiendo sustento y calor. Una nube veló sus pupilas; -sus corvas se doblaron. Iba á caer sobre el fango líquido, cuando -advirtió una claridad suave, muy diferente de la que derramaban las -pestíferas candilejas de la taberna, y divisó á su lado, con profunda -sorpresa, á otro borrico: un asno plateado, de luciente pelo, vivaracho, -cordial. ¡Qué compañía tan grata! «<i>¡Hi—ho!</i>» flauteó dulcemente el -caduco y asendereado jumento. Púsose el recién venido á roer con los -dientes la cuerda que al <i>Peludo</i> sujetaba, y presto le dejó libre. Echó -á andar el argentado borriquillo, y detrás de él, sin meterse en más -averiguaciones, el <i>Peludo</i>, ya regocijado y fuerte. A medida que -adelantaban, la noche se hacía transparente, estrellada, tibia;<span class="pagenum"><a name="page_023" id="page_023"></a>{23}</span> el -camino fácil, seco, llano, lindo. A derecha é izquierda, prados de un -tono de felpa verdegay, esmaltados de violetas y ranúnculos, convidaban -al <i>Peludo</i> á saciar su apetito; arroyos cristalinos le brindaban con -qué apagar su sed. Y el <i>Peludo</i>, entrando á saco, descuidado, libre, se -entregó á la hierba jugosa; desde lejos podía oírse el ruido de molino -que al mascar producía su vieja dentadura. Bebió á su talante en los -manantiales; atracóse de trébol y hierba mollar, y al paso que devoraba, -redondeábase su panza como globo que se infla, hasta que de súbito -estallaron las cinchas que sujetaban la albarda, y quedóse en pelota, -feliz como un rey. ¡Ahora sí que no se sentía fatalista el <i>Peludo</i>! Tan -dichosa aventura le convertía en el mayor providencialista del universo. -En lontananza empezaba á despuntar la mañanica dorada y risueña; las -violetas del prado olían á gloria; todo incitaba á un revuelco -deleitable, y ¡zás! el <i>Peludo</i> se dejó caer y se puso á nadar en aquel -golfo de verdura, impregnándose de olores floreales, recogiendo en su -pelambrera hojas de manzanilla. El asno se sentía victorioso, envuelto -en luces de gloria. Y allá en los aires, lejos, alto, voces misteriosas -repetían la profética cláusula: «Nos ha nacido un niño, y se llama -Emanuel...» El asno de plata, salvador del <i>Peludo</i>, le miraba entre -compasivo y amigable, y le rebuznaba bondadosamente: «<i>¡Hi—ho!</i> ¿No me -conoces? Soy el que calentó con su aliento á Jesús en el establo... y el -que llevó á Egipto á María la Nazarena...<span class="pagenum"><a name="page_024" id="page_024"></a>{24}</span>»</p> - -<p>A la puerta de la taberna, el amo del <i>Peludo</i>, al salir de madrugada -con los humos de la embriaguez muy densos aún, vió á su montura tendida -en la charca, los ojos vidriosos, las patas rígidas.—Rompióse la -cuerda—observó el tabernero.—No le dé patadas—agregó—que de poco -sirve; tiene la oreja fría; está difunto.—Pero el amo, con la terquedad -característica de los beodos, seguía descargando puntapiés al animal, -jurando, blasfemando y maldiciendo. Al fin, convencido de lo inútil de -sus esfuerzos, soltó una opaca risotada.—Para lo que -servía...—gruñó.—Ya ni podía conmigo...<span class="pagenum"><a name="page_025" id="page_025"></a>{25}</span></p> - -<h3><a name="JESUSA" id="JESUSA"></a>JESUSA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>El matrimonio vió al fin cumplidos sus deseos: la niña vino al mundo un -24 de Diciembre, circunstancia que pareció señal del favor divino; -pusiéronle en la pila el dulce nombre de Jesusa, y la rodearon de cuanto -mimo pueden ofrecer á su único retoño dos esposos ya maduros, muy ricos, -y que sólo pedían á la suerte una criatura á quien transmitir fortuna y -nombre. La cuna fue mullida con pétalos de rosa, y hasta el ambiente se -hizo tibio y perfumado, para acariciar el tierno rostro de la recién -nacida...</p> - -<p>Todos hemos narrado alguna vez la triste historia de la niña pobre y -desamparada, que harapienta y arrecida, con el vértigo del hambre y la -angustia del abandono, vaga por las calles implorando caridad, hasta que -cae rendida y la nieve la envuelve en blanco sudario. El grito de la -miseria, el clamor del vientre vacío, es penetrante y humano... pero -también sufre<span class="pagenum"><a name="page_026" id="page_026"></a>{26}</span> el rico, y sus dolores, inaccesibles al fácil consuelo -que se reparte con un puñado de monedas, no hallan alivio sino en la -misericordia de Dios... El que compare á la chiquilla sin pan ni hogar -con la chiquilla envuelta en algodones y harta de goces y juguetes; á la -que jamás recibió un beso con la que agasaja en su seno una madre -idólatra,—se indignará contra la injusticia social y apelará de ella á -la justicia infalible.</p> - -<p>Cruzad la calle, deslizad un socorro en la mano escuálida de la mendiga, -y penetrad después en la morada de la familia de Jesusa. El contraste, -al pronto, os parecerá hasta sacrílego. Cualquier chirimbolo de los que -decoran el gabinete, cualquier fruslería de rubia concha y cincelada -plata, de las mil esparcidas sobre las mesillas del tocador, vale más de -lo que costaría dar un año entero pan, luz y abrigo á la infeliz que -tirita allá fuera, en el ángulo de la manzana, de pie contra una -cancilla menos dura que algunos corazones.</p> - -<p>Pasad el umbral de la alcoba tapizada de seda: acercáos á la camita -virginal, esmaltada de blanco y oro, y contemplad la cabeza que descansa -sobre la batista... Ved ese rostro transparente como alabastro, esos -ojos de violeta, tan infinitamente melancólicos. Si pudiéseis alzar la -sábana sin ofender el pudor de la niña—que ha cumplido sus once años -ya,—se ofrecería á vuestra vista algo sin nombre ni forma, uno de esos -cuadros que sobrecogen: una especie de insecto mísero: piernas como<span class="pagenum"><a name="page_027" id="page_027"></a>{27}</span> -hilos retorcidos, manos que semejan contraídas por la acción del fuego, -doble gibosidad en el pecho y la espalda, flacura de carnes secas y -consumidas por el padecimiento. ¡Y si la enfermedad se contentase con -haberla desfigurado! Pero son tan incesantes sus torturas, tan variadas, -tan horribles, que hay horas negras en que el padre susurra al oído de -la madre, en voz opaca:</p> - -<p>—¡No sería mejor despedir á tanto médico... suprimir tanto remedio... -no agobiarla... dejarla que!...</p> - -<p>Y la madre responde con acento en que tiemblan irrestañables lágrimas:</p> - -<p>—No, no... Mientras hay vida...</p> - -<p>En el martirizado cuerpo, la inteligencia vela, despierta desde muy -temprano. A los seis años, Jesusa decía de esas frases que cortan el -alma. Las tempranas intuiciones, las precocidades, si en el niño sano -regocijan, en el enfermo afligen con aflicción honda, como es hondo el -abismo del humano dolor.</p> - -<p>—Mamá, ¿soy yo mala?—gemía la inocente.—No, eres muy buena, muy -buena.—Entonces, ¿por qué me castiga Dios?—No es castigo...—sollozaba -la madre.—Es que después, cuando te mejores, has de disfrutar mucho... -y es que ahora, si es verdad que estás malita, también tienes más cosas -bonitas que las otras niñas, más muñecas, más juguetes, más flores, unas -cajas preciosas...—Callaba la enferma un minuto, cerrando sus pupilas -de marchita violeta, y las abría luego para exclamar:—Pues<span class="pagenum"><a name="page_028" id="page_028"></a>{28}</span> dales todo -eso á los niños que no tienen... y ellos que me den no estar enferma un -día... ¡Mamá, siquiera un día!</p> - -<p>Al correr del tiempo, al multiplicarse los fenómenos del extraño -padecimiento nervioso de Jesusa, arraigábase en su mente la idea de la -sustitución, y la creía posible ó segura, mejor dicho. ¿Por qué no la -complacían sus padres? ¿Había cosa más sencilla y natural? Que -repartiesen á los golfos y á los mendigos sus joyas y sus muñecos caros; -que les enviasen á cestos las golosinas; que les entregasen las sábanas -de encaje y el edredón de plumón de cisne..., y que ellos, á su vez, la -socorriesen con unas migajas de salud, de la riente salud que alegra el -mundo, que calienta la sangre, que resplandece como el sol y hermosea el -vivir. ¡Levantarse de aquella cama, andar, salir á la calle, respirar el -aire libre, sin dolores, lista, ágil, contenta!</p> - -<p>A fuerza de hablar de la sustitución, Jesusa acabó por contagiar á su -padre. Los desgraciados tienen siempre los brazos abiertos para abrazar -á la quimera. La esperanza es ingeniosa y supersticiosa.—Verás, nena -mía... Voy á darte gusto, voy á socorrer á los niñitos pobres... Así que -les haga mucho bien, tú sanarás...—Y empezó su carrera de filántropo, -descubriendo cada día, en la inagotable mina de la miseria, nuevas vetas -que explotar, y soñando, á cada hallazgo, que allí podría estar la -curación de su enferma. Subió á muchas buhardillas, llevando la bolsa -llena y el médico prevenido; recogió y trajo en brazos, á las altas -horas<span class="pagenum"><a name="page_029" id="page_029"></a>{29}</span> de la noche, al golfo que dormía aterido y desfallecido de hambre -sobre un banco ó al través de una puerta, y se gozó en el golpe mágico -del despertar de la criatura ante una suculenta cena y con la -perspectiva de un mullido lecho; redimió de la abyección á niñas que aún -no tenían conciencia del pecado, y las llevó á establecimientos -benéficos, donde las inculcasen el trabajo y la honestidad; pagó -nodrizas á desvalidos huérfanos; desató un río de aceite de hígado de -bacalao para los chiquitines escrofulosos, y en verano envió á las -orillas del mar á hijos de obreros, devorados de anemia... Mas Jesusa, -enterada de tan santas acciones, no cesaba de mover su cabeza macilenta, -de cerrar dolorosamente las lánguidas violetas de sus ojos. No era -bastante; no se contentaba Dios todavía con eso.</p> - -<p>Mayor sacrificio pedía sin duda... Prueba de lo estéril del esfuerzo, -era que Jesusa empeoraba, que redoblaban sus sufrimientos, que la fiebre -la consumía, que su piel se pegaba á los huesos abrasada por el mal, y -que en los accesos, á cada paso más frecuentes, sentía, ó como un ascua -en sus entrañas, ó como un enorme témpano de hielo en su corazón, -próximo á cesar de latir. ¿Iba á durar eternamente aquella infernal -tortura? ¿No se apiadaría Dios? ¿No la sanaría de repente del todo, -dejándola alzarse, fuerte y gozosa, en el ímpetu de la juventud, á -disfrutar de la existencia, á reir, á correr, á saltar como los pájaros -felices?</p> - -<p>Llegó la Nochebuena, el cumpleaños de Jesusa.<span class="pagenum"><a name="page_030" id="page_030"></a>{30}</span> En tal día, sus padres la -abrumaban á regalos, inventaban caprichos para darse el gusto de -satisfacerlos. Se armaba el <i>belén</i>, renovado siempre, siempre más -lujoso, de más finas figuras, de más complicada topografía; pero aquel -año, suponiendo que la enferma estaba cansada ya de tanto pastorcito y -tanta oveja y tanto camello, discurrió la madre colocar un precioso Niño -Jesús, de tamaño natural, joya de escultura, en un pesebre, sobre un haz -de paja. La sencilla imagen atrajo á la abatida enferma. Parecía una -criatura humana, allí echada, desnudita. Y al mirarla, al pensar que -tendría mucho frío, Jesusa creyó adivinar por qué no la sanaba á ella -Dios... No bastaba dar á otros niños limosna y socorro: era preciso <i>ser -como ellos</i>, aceptar su estado, abrazarse á la humildad, á la necesidad, -imitando al Jesús que reposaba entre paja, sobre unas tablas toscas... -Afanosamente, la niña llamó á su madre y suplicó, trémula de ilusión y -de deseo:</p> - -<p>—Mamá, por Dios... Haz lo que te pido y verás si sano... Ponme como -están los niñitos pobres... Echa paja en el suelo, acuéstame ahí... No -me tapes con nada, déjame tiritar...</p> - -<p>Resistíase la madre, temblando de miedo á la idea de su hija con frío y -sobre unas tablas; pero, á pesar suyo, el loco ensueño también se -apoderaba de su espíritu. ¿Quién sabe? ¿quién sabe?... Las alas de la -quimera batían misteriosamente el aire en derredor... Alejó á los -criados, miró si nadie venía... y cargando el leve peso de la enferma, -la tendió sobre la paja esparcida,<span class="pagenum"><a name="page_031" id="page_031"></a>{31}</span> en el mismo pesebre donde sonreía y -bendecía el Niño; Jesusa abrió los ojos, miró ansiosamente á la imagen, -y después los cerró con lentitud. Su carita demacrada, crispada, expresó -de pronto la mayor serenidad; una especie de beatitud bañó las -facciones, iluminó la frente; un ligero suspiro salió de la cárdena -boca... La madre, aterrada, se inclinó, la llamó por su nombre, la -palpó... No respondía; el sueño se realizaba; los dolores de Jesusa -habían cesado; no volvería á sufrir.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_032" id="page_032"></a>{32}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_033" id="page_033"></a>{33}</span> </p> - -<h3><a name="NOCHEBUENA_DE_JUGADOR" id="NOCHEBUENA_DE_JUGADOR"></a>NOCHEBUENA DE JUGADOR</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>El vicio del juego me dominaba.—Cuando digo el vicio del juego, debo -advertir que yo no lo creía tal vicio, ni menos entendía que la ley -pudiese reprimirlo sin atentar al indiscutible derecho que tiene el -hombre de perder su hacienda lo mismo que de ganarla. «De la propiedad -es lícito usar y abusar», repetía yo desdeñosamente, burlándome de los -consejos de algún amigo timorato.</p> - -<p>No obstante mi desprecio hacia el sentimiento general, procuraba por -todos los medios que en mi casa se ignorase mi inclinación violenta. -Habíame casado, loco de amor, con una preciosa señorita llamada Ventura; -estrechaba más nuestra unión la dulce prenda de un niño que aún no -sabía, si yo le llamaba, venir solo á mis brazos; y por evitar á mi -esposa miedo y angustia, escondía como un crimen mis aficiones, -sorteando las horas para satisfacerlas. Precauciones idénticas á las que -adoptaría si diese á<span class="pagenum"><a name="page_034" id="page_034"></a>{34}</span> mi mujer una rival, adoptaba para concurrir al -Casino y otros centros donde se arriesga, al volver de un naipe, puñados -de oro; é inventando toda clase de pretextos—negocios bursátiles, -conferencias con amigos políticos, enfermos que velar, invitaciones que -admitir—cohonestaba mis ausencias y explicaba de algún modo mi -agitación, mi palidez, mis insomnios, mis alegrías súbitas, mis -abatimientos, la alteración de mi sistema nervioso, quebrantado por la -más fuerte y honda tal vez de las emociones humanas.</p> - -<p>Hacía tiempo que no poseía sino lo que al juego me granjeaba. Dueño de -un mediano caudal, había ido enajenando mis fincas para cubrir pérdidas. -Vino después una larga temporada de prosperidad, pero invertí las -ganancias en valores fáciles de negociar, que ya mermaban recientes -descalabros. Nada de esto notaba mi Ventura, porque, á semejanza de casi -todas las mujeres, recibía de manos de su esposo el dinero sin preguntar -su origen. Segura de mi cariño, pasiva y feliz en su hogar, ni se la -ocurría ni quizás deseaba conocer el estado de nuestros intereses. En -las ocasiones felices, yo la traía ricas alhajas y la compraba lindos -trajes; en los momentos de estrechez, una indicación mía bastaba para -que ella redujese el gasto y aplazase los pagos, con instintiva -complicidad. Pero si mi esposa no me causaba inquietud y el -desorientarla me parecía facilísimo, otra persona de la familia me -inspiraba indefinible recelo.<span class="pagenum"><a name="page_035" id="page_035"></a>{35}</span></p> - -<p>Era esta persona el hermano mayor de Ventura, mi cuñado Bernardo, hombre -de entendimiento vivo y sagaz, de fogosa condición, á quien penas -ignoradas, quizás dolorosos desengaños, impulsaron á abrazar el estado -eclesiástico. Bernardo ejercía su ministerio con un celo abrasador, con -sed de sacrificio que le consumía, demacrando su cuerpo y encendiendo en -sus azules ojos perpetua llama. Los tales ojos, al fijarse en mí, -mostraban vislumbres de desconfianza y severidad. Indudablemente el -santo altruista, consagrado á hacer el bien, olfateaba en mí la egoísta -y desenfrenada pasión que teñía de un círculo de oscuro livor mis -párpados y hacía temblar febrilmente mi mano cuando estrechaba la suya. -Una desazón, un desasosiego parecido al del que con ropa sucia arrostra -la luz del sol en un paseo concurrido, me asaltaban al encontrarme -frente á frente con Bernardo. Este, que vivía fuera de Madrid, absorbido -siempre por empresas de beneficencia, fundaciones de Asilos y -Asociaciones caritativas, sólo venía á vernos dos veces al año; en -Pascua de Resurrección y en Navidades.</p> - -<p>Acercábase precisamente esta solemne época del año, cuando la suerte, -que ya se me había torcido, comenzó á mostrarse airada, contra mí. -Soplaba la racha negra, y soplaba tan inclemente y dura, que arrebataba -mis esperanzas todas. Fallaban mis más laboriosas martingalas; se -malograban mis golpes de habilidad, mis corazonadas se desmentían y -naipe que yo tocase era naipe funesto. Encarnizado<span class="pagenum"><a name="page_036" id="page_036"></a>{36}</span> en el desquite, me -precipitaba con ciega cólera, obstinándome en despeñarme, agotando mis -recursos, desafiando al porvenir. La intuición de que se me venía encima -la catástrofe, redoblaba mi desesperada energía. Debiendo ya sobre mi -palabra crecida suma, busqué un prestamista—el más usurero, el más -infame—y sin vacilar, como quien cierra los ojos y se arroja á una -sima, me abandoné á sus uñas, firmando cuanto quiso, comprometiendo mi -honor á cambio de la inmediata posesión de la cantidad que necesitaba -para saldar mi deuda en el Casino y tentar el golpe supremo. Estaba -determinado á que no luciese para mí el día de confesarle á Ventura que -nos aguardaba la miseria y la afrenta además. Cierto que á veces se me -ocurría decirla: «Figúrate que yo era un negociante; he quebrado; es -preciso resignarse y trabajar.»—Pero inmediatamente comprendía la -imposibilidad, el absurdo de calificar de <i>quiebra</i> los resultados de mi -desorden. Si caía á los pies de mi mujer revelando la verdad, tendría -que implorar perdón, como cumple al que faltó á sus deberes. Antes -morir, y morir me parecía la solución única del pavoroso conflicto. En -aquellos instantes veía tan claro como la luz que la muerte era precisa -y natural consecuencia de mi modo de entender la vida, y el derecho de -jugar, hermano del de suicidarse: ambos se reducían á uno solo... «Usar -y abusar»... Y morir sin miedo.</p> - -<p>Con estos pensamientos volví á mi casa la tarde del día 24 de Diciembre, -llevando en el<span class="pagenum"><a name="page_037" id="page_037"></a>{37}</span> bolsillo la cantidad obtenida del usurero. No bien entré -en la antesala, sentí que me abrazaban á un tiempo por el cuello y por -las piernas. El primer abrazo era el de la mujer amante, que unía su -rostro al mío con arrebato mimoso; el segundo... ¿Quién puede abrazar -por más abajo de la rodilla, sino el nene, el muñeco que se ensaya en -romper á andar y aun necesita agarrarse á algo para no caer de bruces?</p> - -<p>Sentí que el corazón se me hendía; sentí que me acudían lágrimas á los -ojos; y apartándome bruscamente, por disimulo, exclamé:</p> - -<p>—¿Qué pasa? ¿A qué viene esto?</p> - -<p>—Ha llegado Bernardo—respondió Ventura sorprendida de mi sequedad.</p> - -<p>—Tío Nado—repitió mi pequeño, que acompañó esta gracia con una risa -estrepitosa.</p> - -<p>—Pues toma—dije entregando á mi mujer un puñado de billetes,—prepara -una cena; pero una cena de verdad, como me gustan... y ahora déjame, -hijita, déjame un poco; quiero reposar, me duele la cabeza, y de aquí á -la noche espero mejorarme para charlar con Bernardo.</p> - -<p>Ventura obedeció, y yo me encerré á escribir una especie de testamento y -despedida. Mis dientes castañeteaban; concluí la tarea, registré mis -pistolas, las cargué, me eché sobre el sofá y fumé nerviosamente, -cigarro tras cigarro, hasta que Ventura, solícita, vino á avisarme para -cenar. Era temprano, porque el niño no podía faltar de la mesa en noche -semejante y su madre evitaba tenerle despierto hasta las mil. Nos -dirigimos al comedor, iluminado por<span class="pagenum"><a name="page_038" id="page_038"></a>{38}</span> bujías rosa, alegrado por la -blancura de los manteles y el destellar del cristal y de la plata.</p> - -<p>La sopa de almendra humeaba suavemente y trascendía á gloria; las frutas -raras se apiñaban en el centro de mesa, reflejado por una luna de espejo -circundada de rosas tardías; en las copas reía ya el Sauterne amarillo, -y mi mujer, engalanada, compuesta, sonriente, con el rizado pelo algo -fosco y las mejillas rubicundas, se acercó á mí y murmuró acariciándome -con la voz:</p> - -<p>—¿No saludas al forastero? Ahí le tienes.</p> - -<p>Abracé á Bernardo, y empezó la cena, animada al principio por las -genialidades del nene y las coqueterías de Ventura, empeñada en que -alabase su tocado y tan resuelta á conquistarme, que hasta apoyó sobre -mi pie el suyo chiquitín. Sin embargo, languideció la conversación bien -pronto; no era difícil notar que Bernardo y yo estábamos pensativos. A -las preguntas inquietas de mi esposa respondí alegando cansancio y -jaqueca; pero Bernardo, el de las chispeantes pupilas azules, declaró -categóricamente:</p> - -<p>—Tu marido tendrá lo que guste, y no querrá enterarnos del por qué -parece un reo á quien le acaban de leer la sentencia ahora mismo; pero -lo que es yo... estoy así... porque me da vergüenza cenar tan bien, con -salmón, y ostras, y langostinos, y vinos añejos, y no poder ofrecer á -algunas familias pobres, ya que no estos festines de Lúculo, al menos el -pan del año, el fuego del hogar y ropa con que abrigarse las<span class="pagenum"><a name="page_039" id="page_039"></a>{39}</span> carnes. El -Apóstol enseñaba que los cristianos no deben encerrarse para comer -manjares suculentos. Nosotros nos saciamos de cosas ricas, y vamos á -brindar con un Champagne... que ya lo conozco de otras veces... -¡Clicquot! mientras los pobres... No puedo evitar esto, ni vosotros -podéis; pero allá dentro, hay un rincón de mi alma que llora. ¡Cómo ha -de ser! ¡No acierto á remediarlo!</p> - -<p>Decir esto el sacerdote, y cruzar por mi imaginación el chispazo de una -idea, fue todo uno; ni dió tiempo á la reflexión, ni á que yo calculase -el efecto que en Bernardo iban á producir mis palabras. Me levanté, -llené una copa del Champagne que frío como nieve ya lucía en la jarra de -cristal tallado, y la tendí á Bernardo, exclamando de un modo -significativo:</p> - -<p>—¡Pues brinda... ó reza! para que se logre un plan que tengo yo... Si -se logra, asegurarás el pan á algunas familias.</p> - -<p>Bernardo echó mano á su copa, y antes de alzarla, fijó en mí las -fascinadoras pupilas. A mi parecer, me registraba el cerebro, me veía la -conciencia y me leía como se lee un abierto libro.</p> - -<p>De pronto, con súbita decisión, tendió la copa, la acercó á la mía, las -chocó, y pronunció majestuosamente:</p> - -<p>—Brindo ahora... Rezaré después. Deseo que se logre tu plan... pero una -vez sola ¿entiendes? Una sola.</p> - -<p>Consideré sellado el pacto. En mi superstición de jugador lo había -ensayado todo, jitanas<span class="pagenum"><a name="page_040" id="page_040"></a>{40}</span> y <i>mediums</i>, amuletos y pueriles conjuros... -todo, excepto interesar á Dios por el cebo de la caridad, partiendo mis -ganancias con el Arbitro supremo, cuya previsión sirve al ciego azar de -invisible lazarillo. ¡Poner al cielo de mi parte! Sí, porque el cielo -tampoco podía <i>querer</i> que yo ejecutase la resolución postrera y -definitiva, la única que cortaba el nudo infernal de mi destino...</p> - -<p>Así que terminó la cena, me levanté, alegué una excusa, dejé á Ventura -malhumorada y á Bernardo meditabundo, y salí desalado, á jugar, no ya el -dinero, sino la honra y la existencia, la existencia que en aquel -momento me parecía tan seductora, tan digna de ser vivida, entre los -halagos de una mujer enamorada y la luminosa sonrisa de un querubín que -me pedía protección y ayuda para andar, cogiéndose á mis piernas...</p> - -<p>Por las calles se oía tumulto de gentío, repique alegre de panderetas, -rasgueos de guitarrillo; en las casas, la luz se filtraba delatando la -reunión de los que se quieren en íntima fiesta; y yo pensaba, mientras -el coche que había tomado á mi puerta iba rodando hacia el Casino: «Si -marro, esta es mi Nochebuena última.»</p> - -<p>¿Sabéis lo que se llama una suerte desatinada, increíble, loca? Pues así -la tuve yo desde el primer instante. Sobraban horas para jugar, y -estaban allí los puntos fuertes, los de repleta cartera y crédito firme. -Sin tregua los arrollé: no recuerdo vena igual: parecía cual si viese al -trasluz las cartas que iban á salir, ó un poder<span class="pagenum"><a name="page_041" id="page_041"></a>{41}</span> invisible me dictase la -puesta. Como si Dios se esmerase en cumplir el pacto, mi vena aumentó -desde que sonó la media noche.</p> - -<p>Al regresar á mi domicilio, entré en el cuarto de Bernardo. El cura -estaba despierto; me esperaba sin duda.</p> - -<p>—Acuéstate—le dije,—y duerme bien, que mañana tendrás con qué dar á -esas familias pobres el pan del año.</p> - -<p>Vi en el expresivo rostro del sacerdote indicios de perplejidad y -zozobra. Comprendía perfectamente el origen del dinero que yo venía á -ofrecerle en cumplimiento del trato, y su conciencia batallaba con su -pasión de hacer bien, de consolar penas, de enjugar lágrimas. Débil, por -fin, vencido del deseo, sacudido por una trepidación interior que le -enronqueció la voz siempre sonora, me cogió las manos entre las suyas, y -murmuró:</p> - -<p>—Acepto... Venga... Sólo que ¡acuérdate!... La condición...</p> - -<p>—Hoy ha sido la última vez: palabra de honor—respondí adelantándome á -su ruego.</p> - -<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p> - -<p>No sé si me creeréis, pero no he jugado más desde aquella Nochebuena. Al -principio se me crispaban los dedos y la cabeza se me desvanecía con el -ansia de volver á probar las amargas delicias del juego; después, poco á -poco, vino la calma: el olvido ¡nunca! Negocié, labré una fortuna, y -aprendí que puedo usar de ella, pero no abusar. Sé que soy depositario. -El dueño está arriba.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_042" id="page_042"></a>{42}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_043" id="page_043"></a>{43}</span> </p> - -<h3><a name="DE_NAVIDAD" id="DE_NAVIDAD"></a>DE NAVIDAD</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Este cuento pasa en el siglo <small>XVI</small>, en una de esas ciudades de Italia que -gobernaba un tirano. Llamémosle á la ciudad, si queréis, Montenero, y á -su tirano Orso Amadei.</p> - -<p>Orso era un hombre de su época, feroz, desalmado, disimulado en el -rencor, implacable en la venganza. Valiente en el combate, magnífico en -sus larguezas y exquisito en sus aficiones artísticas, como los Médicis, -festejaba en su palacio á pintores y poetas y recibía en su cámara -privada á los sospechosos alquimistas de entonces, que si no -consiguieron fabricar oro, no ignoraban la fórmula de destilar activos -venenos.</p> - -<p>Cuando á Orso le estorbaba un señor, le atraía, jurábale amistad, -comulgaba con él—¡horrible sacrilegio!—de la misma hostia, le sentaba -á su mesa... y en mitad del banquete el convidado se levantaba con los -ojos extraviados y espumante la boca, volvía á caer retorciéndose...<span class="pagenum"><a name="page_044" id="page_044"></a>{44}</span> -mientras el anfitrión, con hipócrita solicitud, le palpaba para -asegurarse de que el hielo de la muerte corría ya por sus venas.</p> - -<p>Con los villanos no gastaba Orso tantas ceremonias: los derrengaba á -palos, ó los dejaba consumirse de hambre en un calabozo.</p> - -<p>Orso era viudo dos veces: á su primera mujer la había despachado de una -puñalada, por celos; á la segunda, la única que amó, se la mató en -venganza Landolfo dei Fiori, hermano de la primera. Esta no había dejado -hijos: la segunda sí, una hembra y dos varones. Perecieron los varones -en un oscuro lance militar, una emboscada que tal vez preparó el mismo -Landolfo, y quedó la niña Lucía, para continuar la maldita familia de -Amadei.</p> - -<p>Discurría ya su padre el Príncipe con quien desposarla, cuando Lucía -declaró que deseaba tomar el velo. Orso se desesperó, porque, á su -manera, adoraba á aquel último retoño de su raza; mas no hubo remedio; -la voluntad de Lucía se impuso, y la niña entró en un monasterio de la -Orden de Santo Domingo, en que había florecido Catalina, llamada -<i>Eufrosina</i>, á quien el mundo venera hoy con el nombre de <i>Santa -Catalina de Sena</i>.</p> - -<p>La tierna juventud, la cándida belleza y la ilustre cuna de la hija del -tirano, aumentaron el asombro de su penitencia. En un siglo ya pagano, -renovó las duras penitencias de edades más fervorosas.</p> - -<p>Su alimento era un puñado de hierbas cocidas; su cama dos quilmas sin -paja; su ropa interior<span class="pagenum"><a name="page_045" id="page_045"></a>{45}</span> un burdo tejido de Cilicia, que llagaba la -delicada piel; y cuando se levantaba á orar, en las noches de Enero, -después de tomar una hora de descanso sobre las losas húmedas, que -quebrantaban sus huesos todos, apenas podía sostenerse de debilidad y -las palabras del rezo se confundían en su boca.</p> - -<p>Porque Lucía, hija al fin de los Amadei, no había nacido para la -mortificación y el dolor, sino para agotar las alegrías de la vida, para -recrearse en el grato sonido del bandolín, en el armonioso ritmo de las -estancias de los poetas, en la magia del color, en la dulce y misteriosa -calma de los jardines, donde sonreía la eterna hermosura de las estatuas -griegas,—y sólo el peso de ajenas culpas y el anhelo de la expiación la -habían arrojado palpitante de angustia y de terror al pie de los -altares, donde á cada minuto recordaba involuntariamente el mundo y sus -goces.</p> - -<p>Como Catalina de Sena, más de una vez se vió asaltada por tentaciones -impuras y por imágenes engañadoras y burlonas; pero abrazada á la cruz, -resistió heroicamente; lloró, se hirió las carnes y, al fin, conoció su -victoria en la paz que descendía á su espíritu. Arrobos y dulzuras -inexplicables sucedieron á los desfallecimientos, y Lucía se sintió -consolada.</p> - -<p>Llegó la Navidad, aniversario de su profesión. Vino la Nochebuena, -acompañada de mucha nieve; pero cuanto más espeso era el sudario que -cubría el huerto del convento, más calor notaba Lucía en su celda -solitaria; una ilusión<span class="pagenum"><a name="page_046" id="page_046"></a>{46}</span> singular le mostraba, al través de los -emplomados vidrios, que en lugar de copos de nieve llovían sobre las -ramas de los árboles y sobre la dura tierra millares de azucenas -nítidas, finas como plumas arrancadas del ala de los ángeles.</p> - -<p>Sembrado de azucenas estaba todo, y la blancura del jardín despedía una -claridad que alumbraba la celda con rayos de luna, más vivos y lucientes -que la misma plata. De pronto, envuelto en olas de luz apacible, Lucía -vió á un precioso Niño; una criatura que sonreía, que tendía los -bracitos, y á quien la monja recibió enajenada en ellos.</p> - -<p>—Esta noche—dijo el Niño amorosamente—he querido favorecerte, Lucía, -y en vez de nacer en el pesebre, naceré en la celda donde tantas veces -me has invocado.</p> - -<p>Lucía permaneció algunos instantes fuera de sí; el favor era -extraordinario y, en su humildad, no se creía digna de él. Apenas pudo -recobrarse, juntó las manos y se postró implorando al Niño.</p> - -<p>—Si quieres que sea dichosa tu sierva, Niño, mi Niño del alma... -concédeme lo que voy á pedirte. ¡Ah! Es cosa grande y difícil,—pero si -tú no puedes realizar imposibles, ¿quién los realizará? Acuérdate de lo -que he luchado, acuérdate de mis sufrimientos... y en vez de nacer aquí, -dígnate nacer en otro lugar oscuro, horrible, desolado... El corazón de -mi padre, Orso Amadei.</p> - -<p>Halagando el Niño con sus manecitas el<span class="pagenum"><a name="page_047" id="page_047"></a>{47}</span> rostro de la penitente, la miró -lleno de tristeza.</p> - -<p>—¿Sabes lo que pides, Lucía? ¿Sabes que ese corazón donde pretendes que -yo nazca es más duro que la piedra, más sangriento que el cadalso, más -fétido que el sepulcro? ¿Sabes que para entrar allí tendré que apartar -con mi cuerpo desnudo los espinos, los abrojos y las ponzoñosas hierbas, -y sentir cómo se enroscan á mi cuello las víboras y cómo trepan por mis -piernas los fríos reptiles? ¡Yo he sabido morir del modo más afrentoso; -pero al tratarse de nacer, busqué dulzura y amor; nací entre sencillos -pastores, no entre lobos carniceros! En fin, Lucía, ya que has combatido -por mí, no he de negarte lo que deseas... ¡Esta noche mi establo de -Belén será el corazón de fiera de tu padre!</p> - -<p>Al oir la promesa del Niño, Lucía experimentó tan subido gozo, que no lo -pudo resistir. Cayó inerte sobre las losas. La luz, la visión, el -perfume de las azucenas, todo desapareció, y al través de los emplomados -vidrios sólo se vió el huerto amortajado en nieve.</p> - -<p>A aquella misma hora, Orso Amadei celebraba un festín en su palacio; -mejor que festín hay que decir orgía. No era una cena donde los dichos -agudos y las alegres historietas hiciesen volar las horas y en que la -presencia de las damas, incitando á la galantería, contuviese á la -brutalidad. De estas cenas había dado muchas Orso; pero también gustaba -de otras más desenfrenadas, á que sólo asistían sus capitanes<span class="pagenum"><a name="page_048" id="page_048"></a>{48}</span> -semi-bandidos, sus bufones y sus familiares, gente cínica y perversa.</p> - -<p>Si se mezclaba con ellos alguna mujer, era la infeliz juglaresa -sorprendida en la plaza pública, y que, después de servir de ludibrio á -los convidados, aparecía al día siguiente con el cuerpo acardenalado, -medio muerta, arrojada en cualquier callejuela de la ciudad. Aquella -noche, Ridolfi, uno de los capitanes de Orso, había anunciado mejor -presa: justamente acababa de cazar á una joven muy linda, ¡peor para -ella si andaba á tales horas por la calle! Alborotáronse los bebedores; -Orso, riendo á carcajadas, ordenó que trajesen á la jovencita, que -entró, empujada por los soldados, temblorosa, desgreñado el rubio pelo, -y los hombres se engrieron al verla, porque era en verdad soberanamente -hermosa.</p> - -<p>Orso clavó en ella sus ojos impúdicos; tendió la mano, apartó los rizos -de oro... y asombrado se echó atrás; en la niña desvalida, dispuesta -allí para ultrajarla, veía el rostro de su hija Lucía, las mismas -facciones, las mejillas, la frente, sonrojada de vergüenza.</p> - -<p>—Soltad á esa mujer—gritó Orso.—Que la acompañen á su casa con el -mayor respeto. Que nadie la haga daño... ¡Ay del que toque á un cabello -de su cabeza! Que se la trate como á mi persona...</p> - -<p>Los beodos, atónitos, obedecieron sin comprender. Continuó el festín; -pero Orso, preocupado y sombrío, no apuraba la copa. Deseoso Ridolfi de -animarle, hizo una seña, entendida<span class="pagenum"><a name="page_049" id="page_049"></a>{49}</span> al vuelo, y pocos minutos después, -un preso moribundo de hambre fué traído á la sala del banquete. Solían -divertirse en sacar de su mazmorra á uno de éstos, á quienes desde días -antes privaban de alimento; sentarle á la mesa, ofrecerle algún -exquisito manjar, y, cuando iba á engullirlo sollozando y aullando de -contento, se lo quitaban de la boca y le vertían en ella la ardiente -cera de los hachones que alumbraban la orgía.</p> - -<p>El preso era joven, y Orso, bromeando, le tendió un plato de asado, -humeante, y una copa de <i>Lácrima</i>; mas al verle de cerca, profirió una -imprecación. Los ojos, que le fijaban con doloroso reproche desde -aquella extenuada faz de mártir, la boca que le daba gracias, eran la -boca y los ojos de Lucía, su propia mirada, que el padre no podía -desconocer, mirada de reflejo cariñoso, luz del alma que busca otra luz -igual.</p> - -<p>—Que suelten á éste—mandó Orso.—Antes dadle bien de comer, cuanto -desee. Y regaladle dos jarros de oro, y vino á discreción... Que se le -trate como á mi persona... ¿lo oís? ¡como á mi persona!</p> - -<p>Ridolfi, gruñendo, cumplió la orden. Casi al punto mismo en que salía el -preso, se presentó en la sala del festín una mujer vieja, con un -chiquitín en brazos:—«Piedad, gran señor—exclamaba,—piedad de la -criatura que aquí ves. Este pequeño es el hijo de tu cuñado Landolfo dei -Fiori, á quien aborreces, y unos soldados, por orden tuya, según dicen, -le quieren estrellar<span class="pagenum"><a name="page_050" id="page_050"></a>{50}</span> contra el muro. Tú no puedes haber dado tan cruel -orden, y yo le pongo bajo tu amparo.»—Al nombre odiado de Landolfo, -Orso se estremeció de furor, y desnudando el puñal, iba á atravesar la -garganta del pequeño... pero éste, apacible, le sonreía, y su sonrisa -era la sonrisa encantadora, inolvidable, de Lucía, cuando su padre la -acariciaba, en los días de la niñez.—Orso, vencido, cayó de rodillas, y -golpeándose el pecho empezó á acusarse en voz alta de sus pecados; -porque Jesús, fiel á su promesa, acababa de nacer en aquel corazón más -oscuro que el abismo infernal...</p> - -<p>A la mañana siguiente, Orso recibió la noticia de que su hija había -espirado á las doce en punto de la noche.</p> - -<p>El tirano se ató una soga al cuello, recorrió descalzo las calles de la -ciudad pidiendo perdón á los habitantes y, apoyado en un bastón, se -alejó lentamente. Nunca se volvió á saber de él. ¡Dichosos aquellos en -cuyo corazón nace el Niño!<span class="pagenum"><a name="page_051" id="page_051"></a>{51}</span></p> - -<h3><a name="JESUS_EN_LA_TIERRA" id="JESUS_EN_LA_TIERRA"></a>JESÚS EN LA TIERRA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Voy á contaros un cuento de la gran Noche, que me refirió un viejo -peregrino, cansado ya de recorrer todos los caminos y senderos de este -mundo y deseoso únicamente de recostar la cabeza en una piedra y morir -olvidado. Si el cuento es algo sombrío, atribuidlo á la fatiga y á las -muchas desventuras del que me narró esta especie de sueño.</p> - -<p> </p> - -<p>La noche de Navidad de uno de estos últimos años, habéis de saber que -nuestro Señor Jesucristo en persona quiso bajar á la tierra y -recorrerla, porque, como nadie ignora si ha leído el texto santo, las -delicias de Jesús son morar entre los hijos de los hombres.</p> - -<p>Dejó, pues, su trono y su asiento á la diestra del Padre, y ocultando la -majestad y belleza de su aspecto bajo forma que no deslumbrase á los -ojos mortales y que á veces ni aun fuese visible para ellos, descendió -al mundo, deseoso<span class="pagenum"><a name="page_052" id="page_052"></a>{52}</span> de encontrar piedad, amor y fraternal regocijo. La -naturaleza parece asociarse á la solemnidad del día: en el firmamento, -claro como una bóveda de cristal, brillan los astros de oro y de -esmeralda pálida, titilando cual una mirada cariñosa: ni corre un soplo -de aire, ni una partícula de humedad condensada en figura de nubecilla -empaña la magnificencia de la hora nocturna.—En el polo, cuando se -apoya sobre la helada extensión el pie sagrado de Jesús, enciéndese -súbitamente, como para festejarle, una espléndida aurora boreal: -reflejos abrasadores, purpúreos y anaranjados, colorean la nieve y -arrancan de los enormes témpanos centelleo diamantino. Mas ¿qué le -importa á Jesús la magia del espectáculo? Lo que Él busca es luz de -aurora en los corazones; le atraen los fenómenos del alma, no los juegos -de un meteoro en las rocas insensibles y en las heladas estepas.—Y pasa -adelante.</p> - -<p>El primer lugar donde encuentra hombres, es una llanura árida, el fondo -de un valle que altas montañas limitan y coronan. Hombres, sí, cubren el -suelo, apretados como la mies cuando la tumba la guadaña del segador; -pero hombres inmóviles, yertos, crispados, en posiciones violentas; y en -sus rostros lívidos vueltos hacia el cielo resplandeciente de dulce -claridad estelar, en sus ojos abiertos y sin mirada, una expresión de -rabia ó de espanto persiste, á despecho de la muerte... Porque son -cadáveres los que cubren la llanura, y la llanura es un campo de -batalla.—Jesús, pensativo, los contempla<span class="pagenum"><a name="page_053" id="page_053"></a>{53}</span> breves instantes. En los -pechos abiertos, las heridas bermejas parecen bocas; en las frentes -destrozadas, los negros coágulos de sangre mariposas fúnebres, de esa -horrible especie llamada <i>Atropos</i>, que lleva sobre el corselete la -figura de una calavera. Algunos de los hombres que yacen en la llanura -respiran todavía: prestando oído, se percibe su ronco estertor agónico. -Una mujer anciana, deshecha en llanto, amparando con la mano trémula -lucecilla, cruza inclinándose para ver los rostros: busca tal vez á su -hijo entre los muertos. Un caballo sin jinete pasa, olfateando la -carnicería y huyendo enloquecido...—Y Jesús sigue, se aleja.</p> - -<p>Entra en una ciudad populosa. Por las calles circula gente alborozada, -gozando la deliciosa templanza de una noche tan apacible como las -primaverales. Voces vinosas entonan cantos desafinados; las guitarras -acompañan con su rasgueo procaz coplas equívocas; las panderetas repican -insensatamente, y discordes sonidos de rabeles, zambombas, chicharras, -carracas de metal, se enzarzan en el aire cual brujas volando al sábado. -La multitud, desparramándose por las calles, se arremolina ante los -cafés atestados, sofocantes de calor; á veces un grupo se cuela por la -puerta de alguna hedionda tabernucha, de donde salen pateos, algazara, -blasfemias y vaho de aguardiente.</p> - -<p>Ante una de estas innobles guaridas se para el Nazareno. Ve allá en el -fondo un grupo alrededor de una mesa: dos hombres y una mujer. Ella da -cuerda á entrambos; los provoca, los<span class="pagenum"><a name="page_054" id="page_054"></a>{54}</span> enreda; ellos beben copa tras -copa, y disputan. El uno arroja un vaso á la cara del otro: el vaso se -hace pedazos, el hombre se incorpora chorreando heces de vino mezcladas -con sangre. Los demás bebedores intervienen, amonestan al sano, aplacan -al herido, le enjugan la faz, bromean, obligan á los adversarios á -reconciliarse, les incitan á que se abracen riendo; el sano tiende los -brazos, con cordialidad y sin recelo alguno; el herido desliza en el -bolsillo la mano abierta; corta el aire el relámpago de una navaja, y -cae un hombre con el pulmón partido.</p> - -<p>Jesús se desvía, sigue andando, y ve un portal grandioso, iluminado, -sostenido en columnas de rojo mármol con capiteles de bronce. Sube la -escalera, que reviste densa alfombra y decoran nobles tapices de -batallas y cacerías, y penetra en una antecámara de vastas proporciones, -donde hacen la guardia criados de calzón corto y armaduras ecuestres -auténticas. La antecámara da acceso á un saloncito sin muebles, -alumbrado por centenares de globos eléctricos, y en el fondo del -saloncito, bajo celajes de tul fino batidos como espuma, aparece un -encantador Belén, un Nacimiento para niños millonarios, obra de arte más -que de ingenua devoción. Al través de los campos y los oteros imitados -con musgo y piedra pómez, salpicados de palmeritas enanas y de sicomoros -gentiles y diminutos, se deslizan murmurando riachuelos naturales, que -sin duda algún ingenioso mecanismo hidráulico hace correr. De los -montes<span class="pagenum"><a name="page_055" id="page_055"></a>{55}</span> de piedra pómez, en cuyas cimas reluciente polvo blanco remeda -la nieve, desciende el torrente Cedrón, y del césped verdadero de los -jardines se lanzan y se pulverizan en el aire enhiestos surtidores. Un -lago en miniatura refleja en su cristalino seno las torres de Jerusalem, -el circuito de sus murallas, las cúpulas del templo y los apretados -olivos del huerto de Getsemaní, que trepan por la ladera. Los mil -pintorescos detalles de los Nacimientos no faltan en éste, sólo que las -figuras, perfectamente modeladas, son muñecos primorosos, y desde el -grupo de pastores que se arrodilla como en éxtasis, hasta los Reyes -Magos que, caballeros en sus dromedarios, asoman por una garganta -salvaje, todo revela la mano de hábil escultor. El prodigio es la gruta; -hecha de cristales de roca menudísimos y cristalizaciones de amatista, -se irisa con múltiples cambiantes al herirla la luz del foco eléctrico -en forma de estrella, que, suspendido de un hilo de perlas, oscila á -gran altura. Y en la gruta deslumbradora, entre un asno y un buey de -plata cincelada, la Virgen, de oro, vela al Niño, de oro y esmalte -también, con la cabecita de madreperla. Para ostentar dignamente aquel -grupo, joya de la orfebrería florentina del Renacimiento, tal vez de -Benvenuto Cellini, aquellas efigies en que la riqueza de la materia -compite con lo inestimable de la ejecución, se ha armado, sin género de -duda, el Belén suntuoso, y han corrido los torrentes y las cascaditas -bajo las palmeras y los olivos.—Lo extraño era que no hubiese<span class="pagenum"><a name="page_056" id="page_056"></a>{56}</span> nadie, -nadie absolutamente, en el salón; nadie para admirar tal maravilla, -nadie para acompañar al niño Jesús de oro y piedras, á fin de que no se -helase en su gruta de cristalizaciones, entre los reflejos violáceos de -la amatista y los destellos multicolores de la diáfana roca... Y sin -embargo, el palacio no debía de estar desierto, sino al contrario, lleno -de gente: se notaba en la atmósfera esa vibración, esos efluvios tibios -que sólo produce el aliento de muchos hombres y mujeres reunidos para -una fiesta. Del fondo de una galería llegaba á veces prolongado -murmullo, las rotas cadencias de una música alada y sensual, el gorjeo -de las risas. Jesús adelantó y se encontró en la galería, bello jardín -de invierno, decorado por gigantescas plantas y árboles de remotos -climas, gomeros y lantanas de enormes hojas, cicas y pandanos de -complicada estructura semejantes á pagodas y obeliscos de porcelana -verde. Esparcidas por el jardín se veían las mesas donde cenaban alegres -grupos, mujeres engalanadas, acribilladas de pedrería, hombres que -ostentaban sobre la solapa de raso de su frac grana gardenias ya mustias -por el calor. La orquesta de cuerda, oculta en un kiosco árabe que -revestían floridas enredaderas, acompañaba suavemente el rumor de las -conversaciones y de las carcajadas melodiosas, el ticliteo de las -transparentes copas que el Champagne orlaba de espuma, y el levísimo -choque de los platos, que la destreza de los criados amortiguaba lo -posible. Era una lujosa cena de Navidad.—Jesús retrocedió, volvió<span class="pagenum"><a name="page_057" id="page_057"></a>{57}</span> al -salón del Nacimiento, donde se vió otra vez en el establo, niño y solo. -El roce de unos pasos sobre el pavimento de incrustaciones de madera se -dejó oir, y una mujer, una jovencilla, de ojos azules, de blanco traje -apenas escotado, penetró en el saloncito, fue derecha al Belén, y envió -una tierna sonrisa al Niño, que contempló despacio con amor. Después, -como el que tiene que ocultar una escapatoria, volvió precipitadamente á -la galería, donde tal vez la echasen de menos. Era la hija del dueño de -la casa. El Niño de oro ya no sentía tanto frío, y Jesús, extendiendo la -mano, bendijo á la doncellita, la única que se acordaba del Misterio...</p> - -<p>Salió del palacio sin volver atrás la vista, y alejóse del pueblo, de la -gran ciudad corrompida y fangosa, como se había alejado del siniestro y -sangriento campo de batalla. Un cambio repentino en la atmósfera -presagiaba temporal: nubarrones densos y obscuros como plomo corrían por -el cielo: ráfagas de cierzo glacial azotaban los árboles, y se oía el -mugir pavoroso del mar rompiéndose contra los escollos. Jesús se -encontró en una aldea de pescadores, mísero grupo de chozas, colgado á -guisa de nido de gaviota en una escotadura de la costa salvaje. A pesar -de la hora, bastante avanzada para gente que suele economizar luz, nadie -duerme en la aldea: ábrense de golpe las puertas de las cabañas, y -hombres y mujeres, provistos de faroles encendidos y de largas pértigas, -de bicheros, de cestos y de sacos, se dirigen en tropel hacia la playa, -despreciando el<span class="pagenum"><a name="page_058" id="page_058"></a>{58}</span> viento que les azota el rostro y la lluvia que empieza -á caer sacudida por las rachas furiosas del huracán. Imponente aspecto -el del Océano: olas gigantescas, con cresta de espuma, se encrespan -descubriendo abismos, y el sulfuroso zig-zag de un relámpago alumbra en -el fondo de la sima á una embarcación que corre sin rumbo. Los ribereños -alzan las luces, las hacen brillar, y el barco, que en ellas cree -distinguir la salvación, el puerto amigo, maniobra hacia la costa, y, -precipitándose, va á chocar contra el bajío, donde se clava despedazado. -Los náufragos, que á la luz de otro relámpago habían podido verse sobre -el puente, en actitudes de terror y desesperación, se arrojan al agua -asidos á tablas, cogidos á cuerdas, montados sobre barriles; y luchando -con las monstruosas olas que los sacuden y los zapatean contra el -peñascal, nadan desesperadamente para alcanzar la playa, en que brillan -y corren las luces, en que ven agitarse seres humanos. Y entonces se -verifica algo espantoso: los que en la playa esperan á los náufragos, al -verlos llegar moribundos, con las pértigas, con los bicheros, con remos, -con palos, con cuchillos, los rechazan hacia el agua otra vez; pero -antes les despojan de la cintura de cuero en que salvaban oro y papeles, -de la cartera que se ataron bajo el sobaco al comprender el peligro, de -la ropa, de cuanto poseen; y por si las olas tardasen en hacer su -oficio, aturden á los infelices de un golpe en la cabeza, y así los -arrojan al piélago, inertes ya. Y danzando de júbilo, ó gruñendo<span class="pagenum"><a name="page_059" id="page_059"></a>{59}</span> como -canes por el reparto del botín, esperan la madrugada al pie de los -escollos, para recoger los despojos del buque que el mar escupirá bien -pronto, aprovecharse de la feliz albana, y celebrar después con grosero -y copioso banquete el día de la Natividad del Señor...</p> - -<p>El Redentor ha huído de la playa: sus ojos están nublados, su alma -triste hasta la muerte, según estaba cuando sudó sangre en Getsemaní. Y -su corazón, abrasado de caridad como nunca, insaciable en amar á los -hombres, siente las espinas de la corona que se le clavan, agudas é -invisibles. ¡Para esta raza había nacido en el establo y había muerto en -la cruz!—Entrando en una de las cabañas que los pescadores dejaron -desiertas al salir á su horrible pesca de náufragos, divisa, en un -rincón, cerca del fuego, un niño arrodillado. Al verse tan solo, el -rapaz ha tenido miedo; se ha acercado al hogar buscando abrigo, y reza -buscando amparo y protección. Jesús le coge en brazos, le besa, le -acuesta, le pone la mano en los ojos y le deja tranquilamente dormido, -soñando con los ángeles. Y al ascender otra vez al cielo, se lleva Jesús -en el hueco de la mano cuatro perlas: las lágrimas de una madre que -buscaba á su hijo en el campo de batalla; el abrazo de un hombre que -pide le sea perdonado un agravio; la sonrisa de una doncella, y la -oración de un inocente.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_060" id="page_060"></a>{60}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_061" id="page_061"></a>{61}</span> </p> - -<h3><a name="EL_BELEN" id="EL_BELEN"></a>EL BELÉN</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>De vuelta á su casa, ya anochecido, D. Julio Revenga—sentado en el -tranvía del barrio de Salamanca, metidas las manos en los bolsillos del -abrigado gabán con cuello y maniquetas de pieles—rumiaba pensamientos -ingratos. Su situación era comprometida y grave, doblemente grave para -un hombre leal y franco por naturaleza, y obligado por las -circunstancias á engañar y á mentir. ¡Qué cara pagaba una hora de -extravío! La tranquilidad de su conciencia, la paz de su casa, la -seriedad de su conducta, todo al agua por algunos instantes en que no -supo precaverse de una tentación.</p> - -<p>Mientras el cobrador iba cantando las estaciones del trayecto y el coche -despoblándose, Revenga daba vueltas á la historia de su yerro. ¿Cómo -había sido? ¿Cómo había podido suceder? Como suceden esas cosas: -tontamente. Si no es la quiebra de su amigo y paisano Costavilla, no -tendría ocasión de ponerse en frecuente<span class="pagenum"><a name="page_062" id="page_062"></a>{62}</span> contacto con la hermana, -aquella Anita Dolores—mujer ya espigada en los treinta años, y más -desenvuelta que candorosa.—Ante la desgracia de la quiebra, Costavilla -perdió la energía y la esperanza; pero Anita Dolores, en cambio, se -reveló llena de aptitudes comerciales, dispuesta, activa, resuelta á -salvar la casa de cualquier modo. Para sus gestiones se asesoraba con -Revenga, le pedía auxilio, préstamos, celebraban conferencias que -duraban horas. Al manejar los papeles, al calcular probabilidades de -liquidación, establecíase entre los dos una intimidad chancera, que se -convertía de repente, por parte de Anita, en afición inequívoca. Al -sospechar Revenga lo que iba á sobrevenir, ya estaba interesado su amor -propio, encendida su imaginación. Sin embargo, la fiebre duró poco: el -esposo leal, el hombre honrado é íntegro se dió cuenta de que era -preciso cortar de raíz lo que no tenía finalidad ni excusa. Sacrificó de -buen grado algunos miles de duros para sacar á flote á Costavilla, y se -apartó de Anita Dolores con propósito de no verla más.</p> - -<p>No contaba con las fatalidades de la naturaleza. Ocultamente, en -apartado rincón de provincia, Anita Dolores dió al mundo una criatura. -Fue el castigo providencial, no sólo para ella, sino para Revenga, que -no había tenido prole de su matrimonio, ni esperanzas. Y al rodar del -tranvía que apresuraba su marcha, al vacilar de la luz de la linterna -que se proyectaba sobre los vidrios nublados por el hielo del aire -exterior, Revenga quería dominar<span class="pagenum"><a name="page_063" id="page_063"></a>{63}</span> una tristeza inconsolable, una -amargura que le inundaba como ola de hiel.—Nunca vería á su niña; nunca -la estrecharía, nunca la tendría sobre las rodillas ni la besaría -riendo... Anita Dolores, vengativa y tenaz, la había escondido, la había -hecho desaparecer. ¿Desaparecer?... ¡A cuántas conjeturas se presta este -verbo!</p> - -<p>¿Qué era de la niña?... A aquella hora, cuando Revenga penetrase en su -morada lujosa, en su comedor que la electricidad alumbraba -espléndidamente y la leña de encina calentaba, intensa y crujidora; -cuando la intimidad del hogar le sonriese, y las golosinas de Nochebuena -lisonjeasen su apetito, ¿dónde estaría la abandonada? ¿En qué casucha de -aldeanos, en qué glacial dormitorio del Hospicio? ¿Vivía siquiera? -¿Valía más que viviese?</p> - -<p>Estremeciéndose de frío moral, Revenga subió el cuello del gabán y caló -el sombrero. Desolación inmensa caía sobre su alma. Precisamente acababa -de saber en casa de unos amigos de Costavilla, donde solía preguntar -disimuladamente por Anita Dolores, noticias alarmantes. ¡Anita Dolores -se casaba! El nuevo socio de Costavilla, mozo emprendedor y dispuesto, -era el novio. No mortificaban los celos á Revenga; no le quitaban el -sueño memorias de lo pasado... Pensaba en la suerte de su niña, y -aquella boda obscurecía más aún el misterio de su destino. ¡Ah! ¡Pues si -creían que iba á quedarse así, con los brazos cruzados y mucha flema -británica! ¡Desde el día siguiente—desde temprano—que Anita Dolores se -preparase!<span class="pagenum"><a name="page_064" id="page_064"></a>{64}</span> ¡Allí iría, á reclamar la chiquilla, á escandalizar si era -preciso! El escándalo repugnaba á su carácter; el escándalo podía herir -de muerte á Isabel, á su mujer, enterándola de lo que debía ignorar -siempre... No importa, escandalizaría, ¡voto á sanes! Cantaría claro; -desbarataría la boda; pondría en movimiento á la policía, si era -preciso... pero le darían su pequeña, y la entregaría á personas que la -cuidasen bien, y la educaría y haría que de nada careciese..., y sobre -todo, la vería, la besuquearía, la llevaría juguetes en la Navidad -próxima... Con firme determinación cerró los puños y apretó los dientes. -¡Amanece, día de mañana!</p> - -<p>Entretanto Isabel, la esposa de Revenga, acababa de adornarse en su -tocador. La doncella abrochaba la falda de seda rameada azul obscuro, y -prendía con alfileres la pañoleta de encaje, sujeta al pecho por una -cruz de brillantes y zafiros—el último obsequio de Revenga, traído de -París.—Con inocente coquetería se alisaba el pelo ondulado y se miraba -en el espejo de tres lunas, cerciorándose de que las señales de las -lágrimas se habían borrado del todo, después del lavatorio con colonia y -el ligero barniz de velutina. ¡El llanto no tenía para qué notarse!</p> - -<p>Ya vestida y engalanada, pasó á un cuartito contiguo á la alcoba, donde -solía guardar baúles, pero que ahora presentaba aspecto bien distinto -del de costumbre. Tapizaban las paredes ricas colchas y cortinas de raso -y damasco; corría por el techo un cordón de focos eléctricos,<span class="pagenum"><a name="page_065" id="page_065"></a>{65}</span> y cubría -el piso blando tapiz. En el testero, como á una vara de altura, se -levantaba un tabladillo, y sobre él un Nacimiento, el Belén clásico -español, con su musgo en las praderías, sus pedazos de vidrio y de -hojalata imitando lagos y riachuelos, sus selvas de rama de romero, sus -torres puntiagudas de cartón, sus pastorcicos de barro, sus dromedarios -amarillos y sus Magos con manto de bermellón, muy parecidos á reyes de -baraja. Dos diminutos surtidores caían con rumor argentino, bañando las -plantas enanas en que se emboscaba el Portal. Isabel se detuvo á -contemplar los hilitos del agua, á escuchar el musical ritmo, y recordó -sus propias lágrimas, y sintió nuevamente preñados de ellas los ojos y -rebosante el corazón... La injusticia, la maldad, la mentira, lastimaban -á Isabel más aún que la ofensa. ¿Por qué la engañaban, á ella que era -incapaz de engañar, enemiga de la falsedad y el embuste? ¿Cabía salir de -casa despidiéndose con una sonrisa y una caricia, para ir á pasar horas -en compañía de otra mujer? Los surtidores goteaban, gimiendo bajito, é -Isabel también gimió; el son del agua que cae se adapta á la alegría lo -mismo que á la pena; para unos es concierto divino, para otros queja -desgarradora. Quejábase el alma de Isabel, pidiendo cuentas, exponiendo -agravios, alegando derecho y razón. ¿No había ella cumplido sus -promesas, lo jurado al pie de aquel altar, pedestal y morada de su Dios? -¿No había sido siempre fiel, dulce, enamorada, dócil, casta, buena en -fin? ¿Por qué su compañero,<span class="pagenum"><a name="page_066" id="page_066"></a>{66}</span> su socio en la familia, rompía secretamente -el pacto?</p> - -<p>La mirada de la esposa de Revenga se fijó, nublada y húmeda, en el -Belén, y la luz de la estrellita, colgada sobre el humilde Portal, la -atrajo hacia el grupo que formaban el Niño y su Madre. Isabel lo -contempló despacio, y un cuchillo agudo de dolor se le hundió en el -pecho. «No pidas cuentas..., parecía decir la voz del grupo. No te -quejes... Tú no has dado á tu esposo sino la mitad del hogar; tú no le -has dado el Niño...» La esposa permaneció un cuarto de hora sin ver el -Nacimiento, viendo sólo, en las tinieblas interiores de sus penas, lo -que cada cual, durante ciertos supremos instantes que deciden del -porvenir, ve con cruel lucidez: lo fallido de su existencia, el -resquicio por donde la desgracia hubo de entrar fatalmente... Suspiró -muy hondo, como para echar fuera toda la pesadumbre, y poco á poco se -apaciguó; su condición era resignarse, aceptar lo dulce, rechazando -mansa y tenazmente lo amargo. «El Niño Dios me está diciendo que hice -bien, muy bien...» La sonrisa volvió á sus labios, aunque sus ojos -estaban anegados en un llanto que no corría. En aquel mismo instante se -oyeron pisadas fuertes en el pasillo, y apareció Julio Revenga.</p> - -<p>—¿Qué es esto?—preguntó con festiva extrañeza á su mujer.—¿Has hecho -un Nacimiento para divertirte?</p> - -<p>—Para divertirme yo, no—respondió expresivamente Isabel, ya serena del -todo.—Tengo<span class="pagenum"><a name="page_067" id="page_067"></a>{67}</span> los huesos durillos para divertirme con Belenes... Es... -¡para divertir á una criatura!...</p> - -<p>—¡A una criatura!—repitió maquinalmente el esposo.—¡No será nuestra -esa criatura!—añadió de un modo irreflexivo, que tal vez respondía á -sus íntimas preocupaciones.</p> - -<p>—¡Qué sabes tú!—murmuró Isabel con calma.</p> - -<p>Debió de palidecer Revenga. Bajó la cabeza, desvió el rostro. Tales -palabras despertaban eco extraño en su espíritu. ¡Cómo había pronunciado -Isabel la sencilla frase!</p> - -<p>—No entiendo...—tartamudeó el infiel, con raros presentimientos y -peregrinas sospechas.</p> - -<p>—Ahora entenderás...—¿No tienes hijos, Julio?—interrogó ella -derramando dulzura y compasión, y, por extraña mezcla, despecho -involuntario.</p> - -<p>Él no contestó. Medio arrodillado, medio doblegado, cayó sobre la -banqueta de terciopelo frente al Belén. El mundo se le venía encima: ¡lo -que adivinaba era tan grande, tan increíble! Quería pedir perdón, -disculparse, explicar..., pero la garganta se resistía. Isabel, -llegándose á su marido, le echó al cuello los brazos, sofocada de -indignación, pero magnífica de generosidad.</p> - -<p>—No se hable más del caso... Tranquilízate... Así como así, estábamos -muy solos, muy aburridos á veces en esta casa tan grandona. Yo tenía -muchas, muchas ganas de un chiquillo, ¿sabes? No te lo decía por no -afligirte. Hace catorce años que nos hemos casado, de manera que ya las -esperanzas... ¡Qué se le ha de hacer!<span class="pagenum"><a name="page_068" id="page_068"></a>{68}</span> No es uno quien dispone estas -cosas... Vamos, no te pongas así, Julio, hijo mío... Alégrate. ¡Hoy nos -ha nacido una pequeña!...</p> - -<p>Revenga, en silencio, besó las manos, besó á bulto la cara y el traje de -su mujer. Temblaba, más de vergüenza y de remordimiento—es justo -decirlo—que de gozo. Sus labios se abrieron por fin, y fue para repetir -desatentadamente:</p> - -<p>—¿Cómo has sabido...? Mira, yo no veo á esa mujer..., te juro que no, -que no la veo... Te juro que no me importa, que la detesto, que...</p> - -<p>—Estoy bien informada—contestó Isabel un tanto desdeñosa, -apacible.—Me consta que no la ves ni la oyes. Su venganza, su desquite -por tu abandono, fue enterarme de <i>todo</i>..., y por fin de fiesta, -enviarme la niña... Y ya que me la envía... ¡caramba!, no la he soltado, -¿sabes? Está en mi poder... La reconoceremos, arreglaremos lo legal. Que -no le quede á <i>esa</i> ningún derecho...</p> - -<p>Al aflojarse el nuevo abrazo de los esposos, Revenga imploró:</p> - -<p>—¡Tráemela!... No la conozco todavía...<span class="pagenum"><a name="page_069" id="page_069"></a>{69}</span></p> - -<h3><a name="PAGINA_SUELTA" id="PAGINA_SUELTA"></a>PAGINA SUELTA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>El destacamento había marchado toda la mañana, y después de un breve -alto, fue preciso seguir la caminata emprendida para acampar, ya -anochecido, como Dios dispusiese, en la linde del bosque. La lluvia -(rara en aquel clima durante el mes de Diciembre) no había cesado de -caer en hilos oblícuos, apretados y gruesos. Sorprendidos por el -capricho de las nubes, desprovistos de mantas y capotes, soldados y -oficiales se resignaron, ó mejor dicho, se chancearon con el agua; y era -preciso todo el azogue de la juventud, todo el ánimo del soldado, todo -el estoicismo del carácter peninsular, para no darse al mismo demonio al -sentirse empapados como esponjas. Hacía calor, y el chorreo del agua no -parecía sino que aumentaba la densidad de la temperatura pegajosa, -sofocante, y con la marcha, irresistible. ¡Sudar el quilo y mojarse á un -tiempo, caramba! Y no había otro remedio que seguir andando, á socorrer<span class="pagenum"><a name="page_070" id="page_070"></a>{70}</span> -al pueblecillo cercado por los insurrectos, donde hacían desesperada y -heroica defensa los moradores, capitaneados por el párroco, un fraile -dominico muy terne... La idea de salvar á españoles y españolas de la -muerte y de los ultrajes, alentaba al destacamento y le ponía alas en -los pies, aunque el barro, que subía hasta las rodillas, se los calzase -de plomo.</p> - -<p>Por necesidad, porque no se veía, y también porque las fuerzas humanas -tienen un límite, se detuvieron á la entrada de la selva. Casi en el -mismo instante cesó el aguacero, cual si algún tifón lo hubiese barrido, -y apareció un trozo de cielo limpio de nubes. A buen presagio lo -tuvieron los españoles, que se dispusieron á acampar al pie de un copudo -y añoso tamarindo, cuyos frutos, de ácida pulpa, sabían que son seguro -remedio contra el cansancio y la fiebre. La luna, que filtraba ondas de -luz gris perla al través del espeso ramaje enredado de lianas y tupido -por los helechos colosales, fue acogida como una amiga; á su claridad -añadieron la llama de una hoguera que no quería arder, y soldados y -oficiales medio se secaron, abanicándose con hojas de cocotero, porque -aquel calor húmedo asfixiaba.</p> - -<p>Colocados ya los centinelas, los soldados buscaron en el sueño, ó más -bien en un inquieto y pesado letargo, el descanso indispensable después -de tan fatigosa jornada; pero el capitán, alto, moreno, enjuto, apoyado -en el tronco del tamarindo, y el teniente, muy joven, aniñado, de dulce -cara femenil, se quedaron un instante<span class="pagenum"><a name="page_071" id="page_071"></a>{71}</span> en pie, abiertos los ojos, como -si interrogasen á la noche.</p> - -<p>—Pepe—dijo de pronto el capitán,—¿sabes que me da el corazón que -cuando lleguemos se habrán rendido? Por mi gusto... ¡ahora mismo los -hago levantar á todos y monto á caballo, y seguimos, hombre, seguimos -para adelante!</p> - -<p>—La tropa está que no puede con su alma—objetó el teniente, que se -caía de sueño.—Dicen que tienen los pies como carbones ardiendo y los -huesos calados...</p> - -<p>—¡Bah! en cuanto dormiten un cuarto de hora, los azuzo y se enderezan -frescos como lechugas... ¡Si conoceré yo á mi gente! Son de hierro... -forjados en Eibar.</p> - -<p>—¿Pero de dónde sacas tú que allá se han rendido? Hay armas, -municiones, y por sabido se calla, corazón; la iglesia y su torre son -fuertes; hay una buena empalizada de bambú y otra de tapial; con menos -que eso se resiste á un ejército; y los que quieren entrar en Arringuay -son cuatro gatos...</p> - -<p>—Tienes razón—declaró el capitán,—menos en lo de los cuatro gatos, -porque son centenares y no sé si millares de gatos los que están allí; -¿pero sabes lo que más me desespera de esta parada? ¿Tú no te acuerdas -de la noche que es hoy? Como van ocho días que no sosegamos, como aquí -hace verano cuando allá invierno... qué, ¿no sabes que es...?</p> - -<p>—¡Nochebuena!—exclamó con acento penetrado el teniente, cuyos ojos -garzos se velaron de nostalgia.—¡Nochebuena! ¡Y yo que no me<span class="pagenum"><a name="page_072" id="page_072"></a>{72}</span> acordaba, -chico! ¡Nochebuena! ¡Ay, quién comiese hoy la sopita de almendra y la -compota rajada de canela, en casa de tía Dolores! ¡Con las primillas, al -lado de Fanny! ¡Está uno tan harto de ver caras amarillas y juanetudas! -¡Olé las mujeres de nuestra España!</p> - -<p>—España es también aquí—respondió seriamente el capitán.—¡Lo que es -el mundo! Tú te acuerdas de las muchachas... y yo de mi nene, que ha -nacido hace tres meses... No le conozco aún.</p> - -<p>—¡Nochebuena!—repitió el teniente de la cara afeminada.—Mira tú; ello -será tontería ó chifladura... pero me acaba de dar por el alma no sé qué -cosa rara, chico, y me pasa como á ti... que me gustaría hacer algo -gordo esta noche.</p> - -<p>—¡Para escribirlo allá!</p> - -<p>—¡No, que sería para contárselo al emperador de la China!</p> - -<p>Las manos de los amigos se buscaron y se estrecharon enérgicamente; la -hoguera, casi extinguida por la humedad del suelo, lanzó un reflejo rojo -sobre el semblante de los dos oficiales; y el teniente, despabilado, -electrizado, dijo en voz opaca y ardiente como un ruego:</p> - -<p>—¡A despertarlos, chico, á despertarlos! Tres ó cuatro leguas que -faltan se andan pronto... El guía me ha dicho á mí que sabe un atajo...</p> - -<p>Quince minutos después, ni uno más, ni uno menos, el destacamento -caminaba otra vez, mejor dicho, se arrastraba penosamente, cortando<span class="pagenum"><a name="page_073" id="page_073"></a>{73}</span> con -hachas las espesas lianas y los bejucales, hundiéndose en charcos donde -la amarillenta sanguijuela les adhería á las piernas su ventosa, y -oyendo deslizarse en la maleza la iguana y la venenosa serpiente palay. -Cubierta otra vez la luna por nubarrones, la obscuridad era casi total, -y la tropa avanzaba á tientas, riendo y renegando, pero sin quejarse, -sin echar de menos el interrumpido reposo. El que tropezaba en un tronco -de árbol y daba de bruces, juraba y se incorporaba, sin pensar siquiera -en enterarse del daño recibido. ¡Sí, para mimitos estaba el tiempo! -¡Cuando tal vez ardía Arringuay y destripaban á sus moradores los -condenados rebeldes! ¡A menear las patas! Y una calentura de voluntad, -de deseo, de abnegación, impulsaba los cuerpos exhaustos, despejaba las -cabezas cargadas de modorra, y prestaba fuerzas á los más endebles, á -los que menos podían consigo... Iban como se va en una pesadilla.</p> - -<p>Media noche era por filo cuando avistaron al enemigo. Para decir verdad, -lo que avistaron fue un caserío envuelto en llamas, un grupo de chozas -de donde salían clamores: el capitán había adivinado: Arringuay se -encontraba ya en poder de los asaltantes. Parapetados en la iglesia -resistían aún algunos hombres, mandados por el párroco fraile; hacia la -plaza sonaban disparos; el pueblo, inerme ya, encontrábase entregado al -saqueo y á la matanza. Los españoles se precipitaron en él, y se luchó -confusamente entre las sombras ó á la luz del<span class="pagenum"><a name="page_074" id="page_074"></a>{74}</span> incendio, pisando muertos -lívidos, acribillados de heridas, vivos palpitantes aún, agarrándose con -los bandidos y cruzando con sus raras armas de salvajes, sus campilanes -y sus krises ondeados como sierpes, las leales espadas y las limpias -bayonetas. La pelea, sin embargo, duró poco; la horda, con exclamaciones -nasales, con atiplados chillidos, que delataban á la vez el despecho, la -ferocidad y la cautela, se comunicó la orden de retirada, y dejando en -la plaza y en las calles otra nueva hornada de cadáveres—porque la -tropa, cansada y todo, pegaba duro,—huyeron á la desbandada los -rebeldes, y los defensores de Arringuay, llorando de gozo, bajaron de la -torre, en cuyos escombros pensaron envolverse. El fraile, empuñando -todavía su Remington, corrió al encuentro del capitán, y aquellos dos -hombres que no se conocían, que no se habían visto nunca, pero que eran, -en el momento de encontrarse, una misma idea habitando dos cuerpos -diferentes, se abrazaron con esa efusión larga, ardorosa, con que sólo -se abrazan los que se quieren mucho...</p> - -<p>La tropa, reanimada ya, ni pensaba en comer ni en dormir. Iban de casa -en casa ayudando á apagar el incendio. Y el fraile y el capitán, -comprendiendo que no era hora de entregarse á desahogos, se pusieron de -acuerdo en breves palabras, empezaron á dar órdenes y á ejecutarlas en -persona. Los moradores, como el rebaño después de la acometida del lobo, -juntáronse en la plaza: la madre buscaba al hijo, el hermano al hermano; -se llamaban, se contaban;<span class="pagenum"><a name="page_075" id="page_075"></a>{75}</span> algunos sacaban á cuestas á los heridos. Un -sargento trajo en brazos á un niño de pecho; acababa de encontrarlo en -una casuca que empezaba á arder, y donde sólo había una mujer muerta, -nadando en un charco de sangre. Era la criatura un muñeco amarillo, que -se descuajaba llorando; pero al capitán la vista del muñeco le avivó -deseos y afanes, con más viveza en aquella noche, en que especialmente -son sagrados los pequeñuelos; inclinóse y besó tiernamente al huérfano, -y el teniente, con bonita sonrisa juvenil, le alzó entre sus manos y le -enseñó á la multitud, diciendo humorísticamente:</p> - -<p>—¡Miren qué Niño Dios nos cae hoy!</p> - -<p>—Es bien feo el condenado, mi teniente—declaró el sargento.</p> - -<p>—¡No tenemos otro...!</p> - -<p>Y el niño, de raza malaya, fue festejado y compadecido, y chillado, -hasta que le tomó de su cuenta una china que le acercó á su seno -oblongo, y á la cual el capitán deslizó en la mano todo el dinero que -llevaba.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_076" id="page_076"></a>{76}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_077" id="page_077"></a>{77}</span> </p> - -<h3><a name="DOS_CENAS" id="DOS_CENAS"></a>DOS CENAS</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>—Hoy es un día muy señalado y una noche en que no se debe cenar -solo—dijo Rosálbez el banquero á su amigo el joven conde de Planelles, -á quien encontró <i>casualmente</i> en su misma calle, casi frente al -suntuoso palacio. Usted es soltero, no tendrá quizá comprometida la -cena... Si quiere hacernos el obsequio de aceptar... á las ocho en -punto... Yo apenas cenaré, me siento malucho del estómago; usted -despachará mi parte...</p> - -<p>—Mil gracias y aceptado—respondió cordialmente el conde.—Pensaba -cenar con unos cuantos en el Nuevo Club. Les aviso y en paz... Aunque -casi no era necesario avisarles: al no verme allí...</p> - -<p>—¡Perfectamente! Hasta luego—murmuró Rosálbez saltando á su berlinita -que le aguardaba, para llevarle, como todos los días, á una plazuela, y -de allí á pie á cierta casa, hasta la cual no le convenía que llegase el -coche. Era el secreto<span class="pagenum"><a name="page_078" id="page_078"></a>{78}</span> de Polichinela, como dicen nuestros vecinos los -franceses; nadie ignoraba en Madrid que Rosálbez protegía á aquella -rasgada moza, Lucía <i>la Cordobesa</i>, de tanta gracia y garabato, y que el -entretenimiento le salía carísimo—el que lo tiene lo gasta.</p> - -<p>Ha de saberse que Rosálbez el opulento había llegado á los cincuenta y -seis años y empezaba á cambiar sensiblemente de genio y de gusto. En -otro tiempo no necesitaba la nota afectuosa en sus relaciones con -mujeres: sólo exigía que le divirtiesen un instante. Ahora, sin duda, el -desgaste físico de la edad reblandecía sus entrañas, y lo que buscaba -era agrado tranquilo, el halago suave de un mimo filial. Su hija -verdadera, Fanny, le demostraba un respeto helado, una obediencia pasiva -y mecánica, y Rosálbez aspiraba á encontrar en <i>la Cordobesa</i> -espontaneidad, calor amoroso, algo distinto, algo que removiese cenizas -y alzase suaves llamas. Con esta esperanza y este deseo, llamaba á su -puerta el día de Navidad.</p> - -<p>Lucía estaba en su tocador. Vestía una bata de franela rosa. La -doncella, que le recogía con ancho peine la magnífica mata de pelo -ondulado, de un negro de azabache, al ver entrar al protector retiróse -discretamente.</p> - -<p><i>La Cordobesa</i> sonrió; Rosálbez la tomó una mano, y acariciando con -reiterados pases la piel de raso moreno y los torneados dedos, la -interpeló así:</p> - -<p>—¿Conque cenamos juntos esta noche, nena? ¿Conque tú misma irás á la -cocina y dirigirás<span class="pagenum"><a name="page_079" id="page_079"></a>{79}</span> la sopa de almendra y la compotita con rajas, al uso -de tu país?</p> - -<p>Lucía entornó un instante los párpados pesados y sedosos, y su boca -pálida, en la cual refulgían los dientes como trozos de cuajado vidrio -frío y blanco, hizo un gesto de mal humor.</p> - -<p>—¡Ay, hijo! ¡Pero qué caprichos gastas, vaya por San <i>Rafaé</i>! ¿Te lo he -de decir cantando ó <i>resando</i>? Ya sabes que está en Madrid mi prima la -de Écija, y quiere que la acompañe á la misa <i>el</i> Gallo, á media noche. -Si te conformas con cenar á las ocho y largarte á las once en punto..., -santo y bueno; después... tengo compromiso.</p> - -<p>Rosálbez se soliviantó; se inyectó de sangre su cráneo calvo.</p> - -<p>—¡Compromiso! ¡Me gusta! ¿Y qué compromiso es más que yo para ti? A las -ocho se cena en mi casa; tal noche como hoy no he de dejar á mi hija -sola, y menos teniendo convidados.</p> - -<p>—¡Hola! ¡Convidados! ¿Quién?</p> - -<p>—Gente que no conoces. Los Ruidencinas, Mario Lirio, el conde de -Planelles...</p> - -<p>Lucía se echó á reir. Su carcajada era vulgar (nada como el eco de la -risa delata la extracción, la educación y la calidad del alma).</p> - -<p>—¿De qué te ríes?—exclamó el banquero impaciente.</p> - -<p>—De ti—respondió ella con cinismo.—¡Mira tú que <i>empeñate</i> en que no -conozco á esos! Conozco yo á <i>to</i> el mundo.</p> - -<p>—Aquella risa insolente y mofadora, que continuaba,<span class="pagenum"><a name="page_080" id="page_080"></a>{80}</span> le hacía daño á -Rosálbez. Hubiese pagado á buen precio una luz de melancolía en los -grandes ojos árabes de <i>la Cordobesa</i>, un aire de mansedumbre en su -morena faz.</p> - -<p>—¿Me das de cenar ó no?—insistió secamente, sintiendo en las manos -como unas cosquillas, impulso de tratar con brutalidad á la reidora.</p> - -<p>—A las <i>dose</i>... ni que te lo imagines, criatura,—declaró ella con la -misma desdeñosa inflexibilidad.</p> - -<p>—Bien, hija—exclamó Rosálbez con laconismo, levantándose y -encaminándose hacia la puerta.</p> - -<p>A medio pasillo sintió detrás de sí las pisadas y la voz de Lucía, que -le llamaba bromeando; pero en vez de volverse, apretó el paso, tiró -vivamente del resbalón de la puerta y bajó las escaleras á escape. Al -verse en la plazuela, recordó que había despedido su coche, y echó á -andar á pie, para calmar su agitación nerviosa. Claridad repentina -alumbraba su mente; comprendía lo que estaba sucediendo. Era, sin -ambajes, que se encontraba enamorado de Lucía, de <i>la Cordobesa</i> -agitanada é indómita. Hasta entonces la había mirado como un mueble ó un -objeto de lujo: indiferencia absoluta. Pero la crisis de su madurez, -ablandándole el corazón, hacía germinar en él un sentimiento -desconocido. Al acercarse la noche inmortal, consagrada al amor puro, en -que se desea reclinar la frente sobre el pecho de un sér amado, Rosálbez -soñaba que ese pecho sería el de <i>la Cordobesa</i>, y las proporciones de<span class="pagenum"><a name="page_081" id="page_081"></a>{81}</span> -su pena ante el desengaño le daban la medida exacta de su ilusión.</p> - -<p>—¡Después de lo que hice por ella!—pensaba el banquero.—La he sacado -de la abyección y de la miseria; me debe hasta el aire que respira. La -he tratado mejor que á <i>nadie</i>; la he rodeado de bienestar y de lujo; la -he guardado incluso consideraciones... La quiero, la idolatro... -¡Ingrata!</p> - -<p>La idea de la ingratitud de Lucía causó á Rosálbez una especie de -enternecimiento: sintió lástima de sí mismo; se tuvo por muy -desventurado. A aquella hora de su vida, ante la vejez amenazadora, con -la caja bien repleta y el alma completamente árida y obscura, Rosálbez -lo que echaba de menos, para tapar el negro agujero, era <i>cariño</i>. Su -mujer fue una dura vascongada, una rígida ama de llaves, una secatona -administradora, que no pensaba sino en cooperar dentro de casa, por -medio de una economía estricta, á las brillantes especulaciones del -marido. Cuando murió, Rosálbez notó su falta en que le robaron los -cocineros y subió bastante el gasto diario. Y Fanny, la única hija, algo -inclinada á la devoción, seria y callada por naturaleza, tampoco tenía -para su padre halagos. Hasta se diría que le miraba como á un amo que -manda, un superior, con quien no existe comunicación afectiva. -Actualmente, la absorbían del todo sus amoríos con el conde de -Planelles, no formalizados aún, Rosálbez lo sabía; y en el súbito acceso -de bondad que le había acometido, en el deseo de ver algún rostro<span class="pagenum"><a name="page_082" id="page_082"></a>{82}</span> que -le sonriese, al volver á casa se apresuró á entrar en el saloncito de -Fanny y darle la noticia de que estaba invitado Planelles á cenar. -Equivalía á decir: «Autorizo tus relaciones; ya tienes oficialmente -novio.»</p> - -<p>Fanny, al recibir la nueva, se puso roja como una cereza, tembló, pero -sólo respondió:</p> - -<p>—Está bien...</p> - -<p>Rosálbez fantaseaba otra cosa; que le saltasen al cuello, que le -abrazasen estrechamente. Acababa de traslucir una solución para su vida: -unirse á su hija, crearse un hogar en el suyo, adorar y mimar á los -nietos que enviase Dios. Ya veía una larga serie de Navidades futuras, -de gozosas cenas de familia, con Arbol cargado de juguetes, con -sorpresitas retozonas y babosas del abuelo. Creía sentir sobre sus -rodillas el peso del «mayorcito» y en las barbas la sobadura de las -manos tibias de «la pequeña». ¡Ah, sí; aquello era lo bueno, lo honrado, -lo digno, lo que debía hacerse! Y conmovido, se acercó á Fanny y besó su -frente marmórea, bebiendo ansioso la nitidez virginal de la fresca piel.</p> - -<p>Espléndida fue la cena, servida á las ocho en punto. En nada se pareció -á la que pretendía Rosálbez organizar en casa de <i>la Cordobesa</i>: ni hubo -sopa de almendra, ni besugo con ruedas de limón, ni compotita con rajas -de canela.—Esos platos clásicos, familiares, no suelen dignarse -presentarlos los cocineros de miles de pesetas de sueldo. Esos platos -son mesocráticos.—En cambio, desfilaron por la mesa del banquero los -peces y mariscos más suculentos,<span class="pagenum"><a name="page_083" id="page_083"></a>{83}</span> aderezados al genuino estilo francés, -y regados con vinos añejos, raros y preciosos. El triunfo del cocinero -fue un fingido jamón en dulce hecho de pescado prensado (no se podía -infringir el precepto de la vigilia), que engañaba, no sólo á la vista, -sino al paladar. Fanny, sentada á la derecha del que ya consideraba su -prometido, en la penumbra del centro de mesa formado de lilas blancas -forzadas en estufa y tallitos de combalaria alternando con camelias -rojas, le hablaba quedo. Rosálbez, que los miraba á hurtadillas, no pudo -menos de exclamar:</p> - -<p>—Pero Planelles, ¡qué poco come usted!</p> - -<p>A lo cual contestó el conde:</p> - -<p>—Es que me siento malucho del estómago...</p> - -<p>Tan sencilla frase hizo estremecerse al banquero. Era exactamente la -misma que él había pronunciado por la mañana, al invitar á Planelles, -cuando proyectaba reservarse para la otra cena, íntima, en casa de -Lucía, á las doce. Aquella singular coincidencia, no descifrada todavía, -heríale, sin embargo, como chispa lumínica el pensamiento. ¿Quién -averiguará por qué inmateriales hilos es conducida la leve sospecha que -precede á la entera revelación de la verdad? No fué el protector -apasionado de <i>la Cordobesa</i>, sino el padre de Fanny, quien calculó, -fijando los ojos en los del futuro yerno:</p> - -<p>«A mí con esas. Tú ayunas para guardar apetito. ¡Ah! Yo te vigilaré. -¿Buscas en mi hija el oro ó el amor? ¡Cuidado conmigo!»</p> - -<p>La impresión adquirió fuerza cuando, á pesar de que Fanny anunció que á -media noche<span class="pagenum"><a name="page_084" id="page_084"></a>{84}</span> justa, al dar las doce, serviría á los convidados una copa -de Champagne para celebrar el Nacimiento, el conde manifestó que se -retiraba.</p> - -<p>Un cuarto de hora después que el conde, bajaba el banquero la escalera -de mármol blanco, y saltaba en el primer coche de punto varado en la -esquina. El simón destartalado se paró á la puerta de <i>la Cordobesa</i>. No -acudió el sereno á abrir: Rosálbez le daba muy generosas propinas porque -le dejase servirse de su llavín, sin oficiosidades importunas. Cruzó el -tenebroso portal, y girando á la izquierda y encendiendo un fósforo, -encontró la cerradura de la puerta del cuarto bajo.</p> - -<p>Sufría una agitación honda cuando introdujo en ella el otro extremo del -llavín. ¡Aún dudaba! ¿Quién sabe? Tal vez, como buena andaluza apegada á -la tradición y creyente, <i>la Cordobesa</i> no había querido pasar la noche -del 24 de Diciembre sin asistir á la Misa del Gallo, la más alegre y -tierna de todas las misas.—¡Qué dicha esperarla en el cuartito forrado -de felpa azul, y cuando regresase á la una, depositar en su regazo el -estuche con las calabazas de perlas, el último capricho!—Giró la llave -sordamente; el banquero sintió bajo sus pies la alfombra de la antesala. -Dió luz al tulipán, y al mismo tiempo oyó que salía del comedor algazara -y risa. De puntillas se coló en el ropero, que estaba á la derecha del -pasillo; quería saber á qué atenerse: iba á ver, á saber, á cerciorarse -de la infamia.—Del ropero se pasaba á un gabinete, y ya en éste, al -través de una puerta vidriera,<span class="pagenum"><a name="page_085" id="page_085"></a>{85}</span> era fácil distinguir cuanto en el -comedor sucedía. Rosálbez se agachó, entreabrió las cortinas... Enfrente -tenía á <i>la Cordobesa</i>, con mantón de Manila y flores en el moño; á su -lado, Planelles alzaba la copa.</p> - -<p>El banquero retrocedió; reclinóse en un sofá, y creyó que una mano le -apretaba la nuez hasta asfixiarle. Era el desastre completo; era no -solamente la burla para él, sino el desprecio de su pobre Fanny, de su -hija. Las risas, las coplas, venidas del comedor, le azotaban como -látigos. Se levantó; á tientas buscó la salida, y se encontró de nuevo -en la antesala. Dejó la puerta abierta; en la calle tiró la llave al -primer agujero de alcantarilla; y subiendo á otro coche, dió las señas -de su palacio. Todavía estaban iluminados los salones; Fanny, en la -antesala, despedía á los convidados. Cuando desaparecieron, Rosálbez se -acercó á su hija, y cogiéndola de la mano tartamudeó:</p> - -<p>—¡Valor! ¡No te sobresaltes!... Acabo de adquirir la prueba de que el -conde de Planelles no te merece; de que es un miserable, que te engaña -con la última de las mujerzuelas. Te lo juro; tu padre te lo jura, acaba -de cerciorarse de ello, positivamente... Jamás consentiré que vuelva á -poner los pies aquí.</p> - -<p>Y Fanny, sin replicar, blanca como su traje, balbuceó:</p> - -<p>—Entraré en las Reparadoras.</p> - -<p>Rosálbez vió, mirando al porvenir, una larga serie de Navidades frías y -solitarias, inmenso agujero tétrico en su existencia...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_086" id="page_086"></a>{86}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_087" id="page_087"></a>{87}</span> </p> - -<h3><a name="LA_NOCHEBUENA_DEL_CARPINTERO" id="LA_NOCHEBUENA_DEL_CARPINTERO"></a>LA NOCHEBUENA DEL CARPINTERO</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>José volvió á su casa al anochecer. Su corazón estaba triste: nevaba en -él, como empezaba á nevar sobre tejados y calles, sobre los árboles de -los paseos y las graníticas estatuas de los reyes españoles, erguidas en -la plaza. Blancos copos de fúnebre dolor caían pausadamente en el alma -del carpintero sin trabajo, que regresaba á su hogar y no podía traer á -él luz, abrigo, cena, esperanzas.</p> - -<p>Al emprender la subida de la escalera, al llegar cerca de su mansión, se -sintió tan descorazonado, que se dejó caer en un peldaño con ánimo de -pasar allí lo que faltaba de la alegre noche. Era la escalera glacial y -angosta de una casa de vecindad, en cuyos entresuelos, principales y -segundos vivía gente acomodada, mientras en los terceros ó cuartos, -buhardillas y buhardillones, se albergaban artesanos menesterosos. Un -mechero de gas alumbraba los tramos hasta la altura de los segundos; -desde allí<span class="pagenum"><a name="page_088" id="page_088"></a>{88}</span> arriba, la obscuridad se condensaba, el ambiente se hacía -negro y era fétido como el que exhala la boca de un sucio pozo. Nunca el -aspecto desolado de la escalera y sus rellanos había impresionado así á -José. Por primera vez retrocedía, temeroso de llamar á su propia puerta. -¡Para las buenas noticias que llevaba!</p> - -<p>Altas las rodillas, afincados en ellas los codos, fijos en el rostro los -crispados puños, tiritando, el carpintero repasó los temas de su -desesperación y removió el sedimento amargo de su ira contra todo y -contra todos. ¡Perra condición, centellas, la del que vive de su sudor! -En verano, cebolla, porque hace un bochorno que abrasa y los pudientes -se marchan á bañarse y tomar el fresco. En Navidad, cebolla, porque -nadie quiere meterse en obras con frío, y porque todo el dinero es poco -para leña de encina y abrigos de pieles. Y qué, ¿el carpintero no come -en la canícula, no necesita carbón y mineral cuando hiela? El patrón del -taller le había dicho, meneando la cabeza: «Qué quieres, hijo, yo no -puedo sacar rizos donde no hay pelo... Ni para Dios sale un encargo... -Ya sabes que antes de soltarte á ti, he <i>soltao</i> á otros tres... Pero no -voy á soltar á mis sobrinos, los hijos de mi hermana..., ¿estamos? Ya me -quedo con ellos solos... Búscate tú por ahí la vida... A ingeniarse se -ha dicho...» ¡A ingeniarse! ¿Y cómo se ingenia el que sólo sabe labrar -madera, y no encuentra quien le pida esa clase de obra?</p> - -<p>Un mes llevaba José sin trabajar. ¡Qué jornadas tan penosas las que -pasaba en recorrer<span class="pagenum"><a name="page_089" id="page_089"></a>{89}</span> á Madrid buscando ocupación! De aquí le despedían -con frases de conmiseración y vagas promesas; de allá, con secas y duras -palabras, hasta con marcada ironía... «¡Trabajo! Este año para nadie lo -hay...» respondían los maestros, coléricos, malhumorados ó abatidos. De -todas partes brotaba el mismo clamor de escasez y de angustia; doquiera -se lloraban los mismos males: guerra, ruina, enfermedades, disturbios, -catástrofes, miedo, encogimiento de los bolsillos... Y José iba de -puerta en puerta, mendigando trabajo como mendigaría limosna, para -regresar á la noche, de semblante hosco y ceño fruncido, y contestar á -la interrogación siempre igual de su mujer, con un movimiento de hombros -siempre idéntico, que significaba claramente: «No, todavía no.»</p> - -<p>La mala racha les cogía sangrados, después de larga enfermedad, una -tifoidea de la chica mayor, Felisa, convaleciente aún y necesitada de -alimento substancioso; después de la adquisición de una cómoda y dos -colchones de lana, que tomaron el camino de la casa de empeños á escape; -después de haber pagado de un golpe el trimestre atrasado de la vivienda -y oído de boca del administrador que no se les permitiría atrasarse otra -vez, y al primer descuido se les pondría de patitas en la calle con sus -trastos... En ocasión tal, un mes de holganza era el hambre en seguida, -el ahogo para el resto del venidero año. ¡Y el hambre en una familia -numerosa! Nadie se figura el tormento del que tiene obligación de traer -en el pico la pitanza al nido<span class="pagenum"><a name="page_090" id="page_090"></a>{90}</span> de sus amores, y se ve precisado á volver -á él con el pico vacío, las plumas mojadas, las alas caídas... Cada vez -que José llamaba y se metía buhardilla adentro, el frío de los desnudos -baldosines, la nieve de la apagada cocina se le apoderaban del espíritu -con fuerza mayor; porque el invierno es un terrible aliado del hambre, y -con el estómago desmantelado muerde mil veces más riguroso el soplo del -cierzo que entra por las rendijas y trae en sus alas la voz rabiosa de -los gatos...</p> - -<p>Cavilaba José. No, no era posible que él pasase aquel umbral sin llevar -á los que le aguardaban dentro, famélicos y transidos, ya que no las -dulzuras y regalos propios de la noche de Navidad, por lo menos algo que -desanublase sus ojos y reconfortase su espíritu. Permanecía así, en uno -de esos estados de indecisión horrible que constituyen verdaderas crisis -del alma, en las cuales zozobran ideas y sentimientos arraigados por la -costumbre, por la tradición. Honrado era José, y á ningún propósito -criminal daba acogida, ni aun en aquel instante de prueba; las manos se -le caerían antes que extenderlas á la ajena propiedad; pero esta -honradez tenía algo de instintivo; y lo que se le turbaba y confundía á -José era la conciencia, en pugna entonces con el instinto natural de la -hombría de bien, y casi reprobándolo. Él no robaría jamás, eso no...; -pero vamos á ver, los que roban en casos análogos al suyo, ¿son tan -culpables como parece? A él no le daba la gana de abochornarse, de -arrostrar el feo nombre de ladrón; unas<span class="pagenum"><a name="page_091" id="page_091"></a>{91}</span> horas en la cárcel le costarían -la vida; moriría del berrinche, de la afrenta; bueno; esas eran cosas -suyas, repulgos de su dignidad, que un carpintero puede tenerla también; -mas los que no padeciesen de tales escrúpulos y cometiesen una -barbaridad, no por sostener vicios, por mantener á la mujer y á los -pequeños..., ¿quién sabe si tenían razón? ¿Quién sabe si eran mejores -maridos, mejores padres? El no daba á los suyos más que necesidad y -lágrimas...</p> - -<p>Gimió, se clavó los dedos en el pelo, y estúpido de amargura, miró hacia -abajo, hacia la parte iluminada de la escalera. Por allí mucho -movimiento, mucho abrir de puertas, mucho subir y bajar de criados y -dependientes llevando paquetes, cartitas, bandejas: los últimos -preparativos de la cena, el turrón que viene de la turronería, el -bizcochón que remite el confitero, el obsequio del amigo, que se asocia -al júbilo de la familia con las seis botellas de Jerez dulce y las rojas -granadas. Una puerta sola, la de la anciana viuda y devota, doña Amparo, -no se había abierto ni una vez; de pronto se oyó estrépito, una turba de -chiquillos se colgó de la campanilla; eran los sobrinos de la señora, su -único amor, su debilidad, su mimo... Entraron como bandada de pájaros en -un panteón; la casa, hasta entonces muda, se llenó de rumores, de -carreras, de risas. Un momento después, la criada, viejecita tan beata -como su ama, salía al descanso y gritaba en cascada voz:</p> - -<p>—¡Eh, Sr. José! ¿Esta por ahí el Sr. José? Baje, que le quiero un -recado...<span class="pagenum"><a name="page_092" id="page_092"></a>{92}</span></p> - -<p>En los momentos de desesperación, cualquier eco de la vida nos parece un -auxilio, un consuelo. El que cierra las ventanas para encender un -hornillo de carbón y asfixiarse, oye con enternecimiento los ruidos de -la calle, los ecos de una murga, el ladrido del perro vagabundo... José -se estremeció, se levantó, y ronco de emoción contestó bajando á saltos:</p> - -<p>—¡Allá voy, allá voy, señora Baltasara!...</p> - -<p>—Entre...—murmuró la vieja.—Si está desocupado nos va á armar el -Nacimiento, porque han <i>venío</i> los chicos, y mi ama, como está con ellos -que se le cae la baba pura...</p> - -<p>—Voy por la herramienta—contestó el carpintero pálido de alegría.</p> - -<p>—No hace falta... Martillo y tenazas hay aquí, y clavos quedaron del -año <i>pasao</i>; como yo lo guardo todo, bien apañaditos los guardé...</p> - -<p>José entró en el piso invadido por los chiquillos y en el aposento donde -yacían desparramadas las figuras del belén y las tablas del armadijo en -que había de descansar. Entre la algazara empezó el carpintero á -disponer su labor. ¡Con qué gozo esgrimía el martillo, escogía la punta, -la hincaba en la madera, la remachaba! ¡Qué renovación de su sér, qué -bríos y qué fuerzas morales le entraban al empuñar, después de tanto -tiempo, los útiles del trabajo! Pedazo á pedazo, y tabla tras tabla, iba -sentando y ajustando las piezas de la plataforma en que el belén debía -lucir sus torrecillas de cartón pintado, sus praderas de musgo, sus -figuras de barro toscas é ingenuas. Los niños seguían<span class="pagenum"><a name="page_093" id="page_093"></a>{93}</span> con interés la -obra del carpintero, no perdían martillazo, preguntaban, daban parecer, -y coreaban con palmadas y chillidos cada adelanto del armatoste. La -señora, entretanto, colgaba en la pared unas agrupaciones de bronce y -vidrio para colocar en ellas bujías. Los criados iban y venían, -atareados y contentos. Fuera nevaba, pero nadie se acordaba de eso; la -nieve, que aumenta los padecimientos de la miseria, también aumenta la -grata sensación del bienestar íntimo, del hogar abrigado y dulce. Y José -asentaba, clavaba la madera, hasta terminar su obra rápidamente, en una -especie de transporte, reacción del abatimiento que momentos antes le -ponía al borde de la desesperación total...</p> - -<p>Cuando el tablado estuvo enteramente listo, y José hubo dado alrededor -de él esa última vuelta del artífice que repasa la labor, doña Amparo, -muy acabadita y asmática, le hizo seña de que la siguiese, y le llevó á -su gabinete, donde le dejó solo un momento. Los ojos de José se fijaron -involuntariamente en los muebles y decorado de aquella habitación ni -lujosa ni mezquina, y sobre todo, le atrajo desde el primer momento una -imagen que campeaba sobre la consola, alumbrada por una lamparilla de -fino cristal. Era un San José de talla, escultura moderna, sin mérito, -aunque no desprovista de cierto sentimiento; y el santo, en vez de -hallarse representado con el Niño en brazos ó de la mano, según suele, -estaba al pie de un banco de carpintero, manejando la azuela y -enseñando<span class="pagenum"><a name="page_094" id="page_094"></a>{94}</span> al Jesusín, atento y sonriente, la ley del trabajo, la -suprema ley del mundo. José se quedó absorto. Creía que la imagen le -hablaba; creía que pronunciaba frases de consuelo y de cariño infinito, -frases no oídas jamás. Cuando la señora volvió y le deslizó dos duros en -la mano, el carpintero, en vez de dar gracias, miró primero á su -bienhechora y después á la imagen; y á la elocuencia muda de sus ojos -respondió la de los ojos de la viejecita, que leyó como en un libro en -el alma de aquel desventurado, deshecho física y moralmente por un mes -de ansiedad y amargura sin nombre.—Y doña Amparo, muy acostumbrada á -socorrer pobres, sintió como un golpe en el corazón: la necesidad que -iba á buscar fuera de casa, visitando zaquizamíes, la tenía allí, á dos -pasos, callada y vergonzante, pero urgente y completa. Alzó los ojos de -nuevo hacia la efigie del laborioso Patriarca, y bondadosamente, -tosiqueando, dijo al carpintero:</p> - -<p>«Ahora subirán de aquí cena á su casa de usted, para que celebren la -Navidad.<span class="pagenum"><a name="page_095" id="page_095"></a>{95}</span>»</p> - -<h3><a name="EL_CIEGO" id="EL_CIEGO"></a>EL CIEGO</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>La tarde del 24 de Diciembre le sorprendió en despoblado, á caballo, y -con anuncios de tormenta. Era la hora en que, en invierno, de repente se -apaga la claridad del día, como si fuese de lámpara y alguien diese -vuelta á la llave sin transición, las tinieblas descendieron borrando -los términos del paisaje acaso apacible á medio día, pero en aquel -momento tétrico y desolado.</p> - -<p>Hallábase en la hoz de uno de esos ríos que corren profundos, -encajonados entre dos escarpes; á la derecha el camino, á la izquierda -una montaña pedregosa, casi vertical, escueta y plomiza de tono. Allá -abajo no se divisaba más que una cinta negruzca, donde moría, -culebreando, áspid de carmín, un reflejo rojo del poniente; arriba, -densas masas erguidas, formas extrañas, fantasmagóricas; todo solemne y -aun pudiera decirse que amenazador. No pecaba Mauricio de cobarde, y sin -embargo, le<span class="pagenum"><a name="page_096" id="page_096"></a>{96}</span> impresionó el aspecto de la montaña; sintió deseos de -llegar cuanto antes al Pazo, del cual le separaban aún tres largas -leguas, y animó con la voz y la espuela á su montura, que empinaba las -orejas recelosa.</p> - -<p>Arreció el viento y le obligó á atar el sombrero con un pañuelo bajo la -barba; el trueno, lejano aún, retumbó misteriosamente; ráfagas de lluvia -azotaron la cara del jinete, que ahogó un juramento. ¡Aquello era mala -sombra! ¡Justamente empezaba á llover á la mitad del camino! Al punto -mismo el caballo se encabritó y pegó un bote de costado: de entre la -maleza había salido un bulto. Echaba ya Mauricio mano al revólver que -llevaba en el bolsillo interior de la zamarra, cuando oyó estas palabras -en dialecto:</p> - -<p>—¡Una limosnita! ¡Por amor de Dios que va á nacer... una limosnita, -señor!</p> - -<p>Mauricio, tranquilizándose, miró enojado al que en tal sitio y ocasión -cometía la importunidad de pedir limosna. Era un hombrachón alto, -descalzo de pie y pierna, que llevaba al hombro unas alforjas, y se -apoyaba en recio garrote. La obscuridad no permitía distinguir cómo -tenía el rostro; la ancianidad se adivinaba en lo cascado de la voz y en -el vago reflejo plateado de las greñas blancas.</p> - -<p>—Apártese—murmuró impaciente el señorito.—¿No ve que el caballo se -asusta? Si me descuido, al río de cabeza... ¡Vaya unas horas de pedir, y -un sitio á propósito para saltar delante de la montura! ¡Brutos!<span class="pagenum"><a name="page_097" id="page_097"></a>{97}</span></p> - -<p>El pordiosero se había quedado como hecho de piedra.</p> - -<p>—¿Dónde está el río?—gritó con hondo terror.—¿No es aquí el camino de -la iglesia de Cimáis? Señor, por el alma de quien lo ha parido... Señor, -no me desampare... ¡Soy un ciego! ¡Nuestra Señora le conserve la vista! -¡Pobre del que no ve!</p> - -<p>Mauricio comprendió. El viejo sin ojos se había perdido, ignoraba dónde -se encontraba, y para no despeñarse necesitaba un guía. Sí, convenido; -necesitaba un guía... ¿Y quién iba á ser? ¿Él, Mauricio Acuña, que desde -Orense regresaba á su casa en tarde de Navidad, á cenar, á pasar -alegremente la velada, jugando al julepe ó al golfo con sus hermanos y -primos, fumando y riendo? Si sujetaba el paso de su caballo al lento -andar de un ciego; si torcía su rumbo cara á la iglesia de Cimáis, -distante buen rato, ¿á qué santas horas iba á hacer su entrada en la -sala del Pazo de Portomellor? Un instante titubeó: pensaba que no podía -menos de sacrificar algunos minutos á colocar al ciego en la dirección -de Cimáis, y dejarle, ya orientado, arreglarse como Dios le diese á -entender. Sólo que era internarse en la <i>carballeda</i>, exponerse á -tropezar en los cepos y en los pedruscos, y sobre todo, era condescender -á los ruegos del mendigo, que no soltaría á dos por tres á su lazarillo -improvisado, y si le complaciese en lo primero exigiría lo segundo... -¡Estos pobres son tan lagoteros y tan pegajosos! «Más vale escurrirse», -decidió; y sacando del bolsillo un<span class="pagenum"><a name="page_098" id="page_098"></a>{98}</span> duro, lo dejó en la mano temblona -que el viejo extendía, más para implorar que para mendigar; picó al -caballo y escapó como un criminal que huye de la justicia.</p> - -<p>Sí, como un criminal—así definió su conducta él mismo, luego, en el -punto de refrenar á <i>Maceo</i>, su negro andaluz cruzado, y darse cuenta de -que había caído enteramente la noche.—Velada por sombríos nubarrones, -la luna se entreparecía lívida, semejante á la faz de un cadáver -amortajado con hábito monacal. La carretera se desarrollaba suspendida -sobre el río que, á pavorosa profundidad, dormitaba mudo y siniestro. El -viento combatía, haciéndolos crugir, los troncos robustos de los -árboles; un relámpago alumbró la superficie del agua, un trueno resonó -ya bastante cercano; Mauricio se estremeció. Le parecía escuchar ruidos -extraños, además de los de la tormenta. ¿Se habrá caído el viejo al -agua? Detrás, sobre la peñascosa senda, creía escuchar el paso de un -hombre que tentaba el suelo con un palo, como hacen los ciegos. Absurdo -evidente, pues con la galopada que <i>Maceo</i> había pegado ya, quedaría el -mendigo atrás un cuarto de legua. Lo cierto es que Mauricio juraría que -le seguía <i>alguien</i>: alguien que respiraba trabajosamente, que -tropezaba, que gemía, que imploraba compasión. Invencible desasosiego le -impulsó á apurar nuevamente á su montura, para alcanzar pronto el cruce -en que la carretera se desvía del río, cuya vista le sugería el temor de -una desgracia. ¿Se habrá caído?...—Lo que á<span class="pagenum"><a name="page_099" id="page_099"></a>{99}</span> Mauricio le acongojaba era -la idea de haber abandonado á un ciego en tal noche. «Pero, ¿cómo fuí -capaz...? ¡Si parece mentira! Me lo contarían después y no lo creería... -Hoy no debí dejar solo á un infeliz...» cavilaba, hincando la espuela en -los ijares de <i>Maceo</i>. «Y lo más sucio, lo más vil de mi acción fue -darle dinero. ¡Dinero! Si á estas horas flota en el Sil su cuerpo..., el -dinero ¿de qué le sirve? Creemos que el dinero lo arregla todo... -¡Miserable yo! Estoy por volverme. ¿No viene nadie detrás?...»</p> - -<p><i>Maceo</i> volaba: un sudor de angustia humedecía las sienes del jinete. El -zumbido de sus oídos y el remolino del viento, profundo como una tromba, -no le impedían oir, cada vez más próximas, las pisadas del que le -seguía, ya sin género de duda, y percibir la misma respiración -entrecortada, el mismo doliente gemido; y el caso es que no se atrevía á -volverse: porque si se volviese, quizás vería la figura del ciego -mendigo, alto, descalzo de pie y pierna, con el zurrón al hombro, el -cayado en la mano, y reluciente en la obscuridad la plata de sus blancas -greñas...</p> - -<p>—¿Estaré loco?—pensó.—Ea, ánimo... Debo volverme...—Y no se volvía; -su garganta apretada, su corazón palpitante, le hacían traición: sufría -un miedo espantoso, sobrenatural. Apretó las espuelas, y el caballo, -excitado, aceleró el tendido galope, sacando chispas de los guijarros -del camino. La tempestad estaba ya encima: el relámpago brilló; un -trueno formidable rimbombó sobre la misma cabeza del señorito,<span class="pagenum"><a name="page_100" id="page_100"></a>{100}</span> -aturdiéndole. Alborotóse <i>Maceo</i>; giró bruscamente sobre sus patas -traseras, y se arrojó hacia el talud que dominaba el Sil. Vió Mauricio -el tremendo peligro, cuando otro relámpago le mostró el abismo y la -superficie del agua: cerró los ojos, aceptando el juicio de la -Providencia... y el caballo, en su vértigo mortal, arrastró al jinete al -fondo del despeñadero, tronchando en su caída los pinos y empujando las -piedras del escarpe, cuyo ruido fragoroso, al rodar peñas abajo, -remedaba aún los desatentados pasos del ciego que tropezaba y gemía.<span class="pagenum"><a name="page_101" id="page_101"></a>{101}</span></p> - -<h3><a name="LOS_MAGOS" id="LOS_MAGOS"></a>LOS MAGOS</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>En su viaje, guiados día y noche por el rastro de luz de la Estrella, -los Magos, á fin de descansar, quisieron detenerse al pie de las -murallas de Samaria, que se alzaba sobre una colina, entre bosquetes de -olivos y setos de cactos espinosos. Pero un instinto indefinible les -movió á cambiar de propósito: la ciudad de Samaria era el punto más -peligroso en que podían hacer alto. Acababa de reedificarla Herodes -sobre las ruinas que habían hacinado los soldados de Alejandro el -macedón siglos antes, y la poblaban colonos romanos que hacía poco -trocaron la espada corta por el arado y el bieldo: gente toda á devoción -del sanguinario Tetrarca, y dispuesta á sospechar del extranjero, del -caminante, cuando no á despojarle de sus alhajas y viáticos.</p> - -<p>Siguieron, pues, la ruta, atravesando los campos sembrados de trigo, -evitando la doble hilera de erguidas columnas que señalaba la entrada<span class="pagenum"><a name="page_102" id="page_102"></a>{102}</span> -triunfal de la ciudad, y buscando la sombra de los olivos y las -higueras, el oasis de algún manantial argentino. Abrasaba el sol, y en -las inmediaciones de la villita de Betulia la desnudez del paisaje, la -blancura de las rocas, quemaban los ojos. «Ahí no encontraremos sino -pozos y cisternas, y yo quisiera beber agua que brotase á mi vista», -murmuró, revolviendo contra el paladar la seca lengua, el anciano rey -Baltasar, que tenía sedientas las pupilas, más aún que las fauces, y se -acordaba de los anchos ríos de su amado país del Irán, de la sábana -inmensa del Indo, del fresco y misterioso lago de Bactegán, en cuyas -sombrosas márgenes triscan las gacelas. La llanura, uniforme y monótona, -se prolongaba hasta perderse de vista: campos de heno, planicies -revestidas de espinos y de malas hierbas, es todo lo que ofrecía la -perspectiva del horizonte; en el cielo, de un azul de ultramar, las -nubes ensangrentadas del Poniente devoraban el resplandor de la -Estrella, haciéndola invisible. Entonces Melchor, el rey negro, -desciende de su montura, y cruzando sobre el pecho los brazos, -arrodillándose sin reparo de manchar de polvo su rica túnica de brocado -de plata, franjeada de esmeraldas y plumas de pavo real, coge un puñado -de arena y lo lleva á los labios, implorando así:</p> - -<p>—Poder celeste, no des otra bebida á mi boca, pero no me escondas tu -luz. ¡Que la Estrella brille de nuevo!</p> - -<p>Como una lámpara cuando recibe provisión de aceite, la Estrella relumbró -y chispeó. Al<span class="pagenum"><a name="page_103" id="page_103"></a>{103}</span> mismo tiempo los otros dos Magos exhalaron un grito de -alegría: era que se avistaban las blancas mansiones y los grupos de -palmeras seculares de En-Ganim. En Palestina, ver palmeras es ver la -fuente. Gozosa se dirigió la comitiva al oasis, y al descubrir el agua, -al escuchar su refrigerante murmullo, todos descendieron de los camellos -y dromedarios y se postraron dando gracias, mientras los animales -tendían el cuello y el hocico, venteando los húmedos efluvios de la -corriente. Así que bebieron, que colmaron los odres, que se lavaron los -pies y el rostro, acamparon y durmieron apaciblemente allí, bajo las -palmeras, á la claridad de la Estrella, que refulgía apacible en lo alto -del cielo.</p> - -<p>Al alba dispusiéronse á emprender otra vez la jornada en busca del Niño. -La mañana era despejada y radiante. Los rebaños de En-Ganim salían al -pastoreo, y las innumerables ovejas blancas, moviéndose en la llanura, -parecían ejércitos fantásticos. La proximidad de la comarca donde se -asienta Jerusalén se conocía en la mayor feracidad del terreno, en la -verdura del tupido musgo, en la copia de hierba y florecillas -silvestres, que no había conseguido marchitar el invierno. Baltasar y -Gaspar reflexionaban, al ritmo violento del largo zancajear de sus -monturas. Pensaban en aquel Niño, rey de reyes, á quien un decreto de -los astros les mandaba reverenciar y adorar y colmar de presentes y de -homenajes. En aquel Niño, sin duda alguna, iba á reflorecer el poderío -incontrastable de los monarcas de Judá y de Israel,<span class="pagenum"><a name="page_104" id="page_104"></a>{104}</span> leones en el -combate, gobernantes felicísimos en la paz; y la vasta monarquía, con -sus recuerdos de gloria, llenaba la mente de los dos Magos. ¡Qué -sabiduría, qué infusa ciencia la de Salomón, aquel que había subyugado á -todos sus vecinos, desde los Faraones egipcios hasta los comerciales -emporios de Tiro y Sidón; el que construyó el Templo gigante, con sus -mares de bronce, sus candelabros de oro, su terrible y velado -tabernáculo, sus bosques de columnas de mármol, jaspe y serpentina, sus -incrustaciones de corales, sus chapeados de marfil! ¡Qué magnificencia -la del que deslumbró con su recibimiento á la reina de Saba, á Balkis la -de los aromas, la que traía consigo los tesoros del Oriente y las -rarezas venidas de las tres partes del mundo, recogidas sólo para ella y -que ella arrojaba, envueltas en paños de púrpura, al pie del trono del -rey! Cerrando los ojos, Baltasar y Gaspar veían la escena, contemplaban -la sarta de perlas desgranándose, los colmillos de elefante ostentando -sus complicadas esculturas, los pebeteros humeando y soltando nubes -perfumadas, los monillos jugando, los faisanes y pavos reales haciendo -la rueda, los citaristas y arpistas tañendo, y Balkis, envuelta en su -larga túnica bordada de turquesas y topacios, protegida del sol por los -inmensos abanicos de pluma, adelantándose con los brazos abiertos para -recibir en ellos á Salomón... No podían dudarlo; el Niño á quien iban á -adorar sería, con el tiempo, otro Salomón, más grande, más fuerte, más -opulento, más docto<span class="pagenum"><a name="page_105" id="page_105"></a>{105}</span> que el antiguo. Sometería á todas las naciones; -ceñiría la corona del Universo, y bajo su solio, salpicado de diamantes, -se postraría la opresora ciudad del Lacio; sí, la ávida loba romana -lamería, domada, los pies de aquel Niño prodigioso...</p> - -<p>Mientras rumiaban tales ideas, la Estrella desaparecía, extinguiéndose. -Encontráronse perdidos, sin guía, en la dilatada llanura. Miraron en -torno, y con sorpresa advirtieron que se había separado de ellos -Melchor. Una niebla densa y sombría, alzándose de los pantanos y -esteros, les había engañado y extraviado, de fijo. Turbados y tristes, -probaron á orientarse; pero la costumbre de seguir á la Estrella y el -desconocimiento completo de aquel país que cruzaban eran insuperables -obstáculos para que lograsen su intento. Ocurrióseles buscar un guía, y -clamaron en el desierto, porque á nadie veían ni se vislumbraba rastro -de habitación humana. Por fin, aparecióse un pastor muy joven, vestido -de lana azul, sujeto á la frente el ropaje con un rollo de lino blanco. -Y al escuchar que los viajeros iban en busca del Niño rey, el rústico -sonrió alegremente y se ofreció á conducirles.</p> - -<p>—Yo le adoré la noche en que nació...—dijo transportado.</p> - -<p>—Pues llévanos á su palacio y te recompensaremos.</p> - -<p>—¡A su palacio! El Niño está en una cuevecilla, donde solemos recoger -el ganado cuando hace mal tiempo.<span class="pagenum"><a name="page_106" id="page_106"></a>{106}</span></p> - -<p>—Qué, ¿no tiene palacio? ¿No tiene guardias?</p> - -<p>—Una mula y un buey le calientan con su aliento...—respondió el -pastor.—Su madre y su padre, el carpintero Josef de Nazareth, le cuidan -y le velan amorosos...</p> - -<p>Gaspar y Baltasar trocaron una mirada que descubría confusión, asombro y -recelo. El pastor debía de equivocarse; no era posible que tan gran rey -hubiese nacido así, en la miseria, en el abandono. ¿Qué harían? ¿Si -pidiesen consejo á Melchor? Pero Melchor, envuelto en la niebla, -caminaba con paso firme; la Estrella no se había obscurecido para él. -Hallábase ya á gran distancia, cuando por fin oyó las voces, los gritos -de sus compañeros: «¡Eh, eh, Melchor! ¡Aguárdanos!» El Mago de negra -piel se detuvo, y clamó á su vez: «Estoy aquí, estoy aquí...»</p> - -<p>Al juntarse por último la caravana, Melchor divisó al pastorcillo y supo -las noticias que daba del Niño rey. «Este pobre zagal nos engaña ó se -engaña—exclamó Gaspar enojado.—Dice que nos guiará á un establo -ruinoso, y que allí veremos al hijo de un carpintero de Nazareth. ¿Qué -piensas, Melchor? El sapientísimo Baltasar teme que aquí corramos grave -peligro, pues no conocemos el terreno, y si nos aventuramos á preguntar -infundiremos sospechas, seremos presos y acaso nos recluya Herodes en -sus calabozos subterráneos. La Estrella ya no brilla y nuestro corazón -desmaya.»</p> - -<p>Melchor guardó silencio. Para él no se había ocultado la Estrella ni un -segundo. Al contrario,<span class="pagenum"><a name="page_107" id="page_107"></a>{107}</span> su luz se hacía más fulgente á medida que -adelantaban, que se aproximaban al establo. Y en su imaginación, Melchor -lo veía: una cueva abierta en la caliza, un pesebre mullido con paja y -heno, una mujer joven y celestialmente bella agasajando á un niño -tiernecito, que tiembla de frío; un Niño humilde, rosado, blanco, que -bendice, que no llora. Lo singular es que la cueva, en vez de estar -obscura, se halla inundada de luz, y que una música inefable, apenas -perceptible, idealmente delicada y melodiosa, resuena en sus ámbitos. La -cueva parece que es toda ella claridad y armonía. Melchor oye extasiado; -se baña, se sumerge en la deliciosa música y en los resplandores de oro -que llenan la caverna y cercan al Niño.</p> - -<p>—¿No oyes, Melchor? Te preguntamos si debemos continuar el viaje... ó -volvernos á nuestra patria, por no ser encarcelados y oprimidos aquí.</p> - -<p>—Y vosotros, ¿no oís la música?—repite Melchor, por cuyas mejillas de -ébano resbalan gotas de dulce llanto.</p> - -<p>—Nada oímos, nada vemos...—responden los dos Magos, afligidos.</p> - -<p>—Orad, y veréis... Orad, y oiréis... Orad, y Dios se revelará á -vosotros.</p> - -<p>Magos y séquito echan pie á tierra, extienden los tapices, y de pie -sobre ellos, vuelta la cara al Oriente, elevan su plegaria. Y la -Estrella, poco á poco, como una mirada de moribundo que se reanima al -aproximarse al lecho un sér querido, va encendiéndose, destellando, -hasta<span class="pagenum"><a name="page_108" id="page_108"></a>{108}</span> iluminar completamente el sendero, que se alarga y penetra en la -montaña, en dirección de Belén. La niebla se disipa; el paisaje es -risueño, pastoril, fresco, florido, á pesar de la estación; claros -arroyillos surcan la tierra, y resuena, como en Mayo, el gorjeo de las -aves, que acompaña el tilinteo de la esquila y el cántico de los -pastores, recostados bajo los terebintos y los cedros, siempre verdes. -Los Magos, terminada su plegaria, emprenden el camino llenos de -esperanza y de seguridad. Una cohorte de soldados á caballo se cruza con -la caravana: es un destacamento romano, arrogante y belicoso; el sol -saca chispas de sus corazas y yelmos; ondean las crines, flotan las -banderolas, los cascos de los caballos hieren el suelo con provocativa -furia. Los Magos se detienen, temerosos. Pero el destacamento pasa á su -lado y no da muestras de notar su presencia. Ni pestañean, ni vuelven la -cabeza, ni advierten nada.</p> - -<p>—Van ciegos—exclama Melchor;—y los Magos aprietan el paso, mientras -se aleja la cohorte.<span class="pagenum"><a name="page_109" id="page_109"></a>{109}</span></p> - -<h3><a name="SUENOS_REGIOS" id="SUENOS_REGIOS"></a>SUEÑOS REGIOS</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Es de noche. Temperatura, veinte bajo cero. Fuera no se escucha el menor -ruido: la nevada, cayendo en finos copos delicadísimos que mullen la -atmósfera, contribuye á sostener el silencio absoluto, ahogado, que pesa -sobre los jardines blancos con blancura fantástica. La nieve ha -perfilado primorosamente la traza de las calles de árboles, de los -macizos, de los bosquetes, de los estanques cuajados por el hielo, y -cuya superficie lisa rayaron los patines en la última sesión de patinaje -que tanto divirtió á la corte, porque el príncipe de Circasia se dió -unas costaladas regulares. Las estatuas parecen temblar y lucen aderezos -de carámbanos. Las coníferas son témpanos bordados y esculpidos. En el -alcázar, las cornisas, las balconadas, las torrecillas, la monumental -ornamentación de la fachada, el reloj, sostenido por Genios que -representan los destinos de la casa imperial venciendo al Tiempo, van -desapareciendo bajo la suave acolchadura blanca. Los centinelas, en su -garita, tiritando, sintiendo que el aliento se les cristaliza primero y -se les liquida<span class="pagenum"><a name="page_110" id="page_110"></a>{110}</span> después dentro del alto cuello de sus capotes militares, -hieren el suelo con el pie, se acuerdan del cuerpo de guardia donde arde -la estufa y se puede echar un trago de lo fermentado, y de tiempo en -tiempo lanzan, al través de la nieve, su «¡Alerta!» gutural. El -decorativo reloj da las doce, pausadamente, como si la hora contada por -él fuese más solemne que las otras. Al reloj de fuera contestan los de -dentro, desde las consolas; tienen vocecillas aflautadas y bien -moduladas de palaciegos.</p> - -<p>El emperador se estremece y se incorpora en el gran lecho incrustado de -marfil, bajo las pieles rarísimas que lo mullen. Se le figura que una -mano acaba de posarse en su hombro; y en efecto, á la luz de la lámpara -de alabastro velada de encaje, ve una figura venerable, un viejo -aureolado por larguísima barba y melenas, donde la nieve se diría que -enredó sus vellones. La vestidura del viejo deslumbra; túnica de brocado -de oro, manto de terciopelo violeta orlado de armiño. Una especie de -mitra en que las perlas se apiñan sobre la filigrana, rodea sus sienes y -comprime y hace bufar su gran cabellera nevada, que se extiende -caudalosa por los hombros. En la mano lleva cincelado cofrecillo -abierto, lleno de polvo aurífero impalpable.</p> - -<p>—¿Qué me quieres y quién eres?—pregunta el emperador al anciano.</p> - -<p>—Como de casa. Baltasar, rey de los países de Oriente—contesta el -patriarca en voz temblona.<span class="pagenum"><a name="page_111" id="page_111"></a>{111}</span></p> - -<p>—¡Bienvenido, primo y señor! ¿Por qué viaja Vuestra Majestad en tan -cruda noche? Conviene á las testas coronadas no ponerse nunca en el caso -de sufrir las molestias que padecen los demás mortales. Dígnese Vuestra -Majestad descansar bajo mi hospitalario techo.</p> - -<p>—No acepto sino breves instantes, aunque vengo rendido de atravesar los -dominios de Vuestra Majestad, á los cuales no se les ve el fin: deben de -cubrir buena parte de la superficie del planeta.</p> - -<p>—¡Ah!—articula el emperador, satisfecho.—¿Los ha recorrido Vuestra -Majestad? ¿Se ha enterado de su extensión y riqueza? Todos los climas, -todas las producciones, todas las razas, reconocen mi soberanía. Cuando -paso revista á mi ejército, en él veo soldados blancos y rubios, de ojos -azules; soldados de morena tez; soldados de cutis amarillo y nariz -achatada; ropajes orientales y envolturas que preservan del rigor de las -estaciones en los países hiperbóreos. Mi imperio produce el trigo y el -zafiro, los minerales, las pieles y las maderas odoríferas; es un -gigante cuya cabeza, como la de Vuestra Majestad, se baña en las nieves -árticas, y cuyas manos se tienden hacia el Mediodía para abarcarlo. Y en -este Imperio yo soy Dios. A mi voz las frentes se inclinan, las -muchedumbres se prosternan, la plegaria por mí hace retemblar los -iconostasios. Mientras el soplo del huracán juega con los monarcas -occidentales, nuestros necios primos, yo, como un numen, me oculto en -santuario inaccesible.<span class="pagenum"><a name="page_112" id="page_112"></a>{112}</span></p> - -<p>—Conozco el poderío de Vuestra Majestad. Por eso sospecho si la tarea -que me ha sido encomendada resultará estéril; pero, obedeciendo, la -cumplo.</p> - -<p>—¿Qué tarea es esa, primo y señor?</p> - -<p>—La que me ordenó realizar el Niño. Vuelvo de Palestina; regreso á mi -patria, después del interminable viaje anual... ¡Es una maravilla lo -lindo que está el Niño y lo dulce y honesta que es la Madre! Nada perdió -su inmortal hermosura en los mil novecientos dos años transcurridos -desde que por vez primera les adoré. Como siempre, les he llevado mi -ofrenda: polvo de oro del Ofir. Y el Niño, después de extender sus -manitas, que besé, y bendecir el oro, me ha dicho que lo espolvoree por -el suelo, allí donde vea que el hombre atenta á la libertad del hombre.</p> - -<p>—¿Conque esas mañas saca el Niño?—tartamudeó el emperador.—¡Por -cierto que lo educan bien mal su Madre y el carpintero, gente baja al -fin, aunque descienda de la casta de nuestros augustos primos los reyes -de Judá! Vuestra Majestad, con la experiencia que le dan los años, habrá -comprendido que no debe cumplírsele al Niño ese antojo.</p> - -<p>—No es posible desobedecerle, primo y señor—declaró gravemente el -Mago.—He espolvoreado la enorme porción de tierra donde reina Vuestra -Majestad, aunque confieso que dudo de ver germinar cosa alguna sobre la -dura capa de hielo que la reviste. Sin esperanzas voy derramando -polvillo de oro; y la verdad,<span class="pagenum"><a name="page_113" id="page_113"></a>{113}</span> hace un instante, en los jardines de este -palacio, al caer el dorado polvillo, creí que el suelo se estremecía y -se agrietaba la capa de nieve. Tembló la tierra; me pareció que un ruido -cavernoso resonaba allá dentro. ¿Está seguro Vuestra Majestad de que no -se halla minado su palacio?</p> - -<p>—Vuestra Majestad es quien lo mina, y será preciso impedirlo;—contesta -enérgicamente el emperador, hiriendo un timbre.</p> - -<p>Aparece la guardia. El viejo toma una pulgarada de polvillo, lo arroja á -los ojos de los soldados y pasa por entre ellos libre y majestuoso.</p> - -<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p> - -<p>Otro efecto de nieve sobre jardines y palacio real, pero nieve ya -cuajada y que empieza á derretirse formando un barro sucio y negruzco. -En el alcázar se ven todavía luces: ha habido en el comedor de diario -espléndida cena de familia, alegres y cariñosos brindis, y el emperador, -rendido de recibir toda la tarde felicitaciones, después de bendecir á -sus hijos, que uno por uno le han besado la mano respetuosamente, y de -abrazar con afecto á la fecunda emperatriz, se tiende en su estrecha y -dura cama de campaña, única donde concilia el sueño, á causa de la -costumbre.</p> - -<p>Apenas empieza á aletargarse, le llaman con un <i>¡Pssit!</i> muy bajo, y á -la claridad de la lamparilla divisa á un hombre en la fuerza de la edad, -envuelto en ropón de púrpura, bajo el cual se parece una armadura de -admirable trabajo. Rodea sus sienes una corona de picos; en su<span class="pagenum"><a name="page_114" id="page_114"></a>{114}</span> diestra -alza rico pomo de mirra de fuerte aroma, acre y embriagador.</p> - -<p>—¿Qué desea Vuestra Majestad, señor rey Gaspar?—pregunta el emperador -que, conociendo al viajero, salta de la cama y saluda militarmente.</p> - -<p>—Felicitar las Pascuas á Vuestra Majestad y confiarle un secreto.—Es -el caso que el Niño, ¿no sabe Vuestra Majestad? ¡el Niño, á quien todos -los años voy á visitar en su establo, para beber en sus ojos de violeta -la sabiduría! después de jugar con esta mirra que le ofrecí y de arrojar -sobre ella su aliento celestial, me manda que gota á gota la esparza por -el suelo de los países donde el hombre tenga sed de la sangre del -hombre. Y al caer gotitas de esta mirra, primo y señor, observo que la -tierra, encharcada y pegajosa, se esponja, se entreabre, y nacen y -surgen y crecen olivos, rosas, mirtos, centeno, lúpulo, viñas cargadas -de racimos. ¡Ah! Es un gran portento la tal mirra. Y á mí, señor y -primo, la armadura me asfixia, el corazón no me cabe en ella. Permítame -Vuestra Majestad que salpique de mirra su cabeza augusta.</p> - -<p>—¡Qué diantre! ¡Cosas de chiquillos!—gruñó el emperador.—Cuando el -Niño crezca y se aparte de las faldas y del regazo materno, diferentes -serán sus caprichos. No hay nada más santo que la guerra. Dios mismo -guía á los ejércitos é infunde á los caudillos arrojo y tino para -asegurar la victoria. Sobre el campo de batalla se cierne el Arcángel -con sus alas salpicadas de rubíes y su gladio flamígero. El soplo -divino<span class="pagenum"><a name="page_115" id="page_115"></a>{115}</span> hincha mi pecho apenas lo cubre la coraza rutilante. Esto no se -les alcanza á los niños ni á las mujeres; convenido. Nosotros, pastores -de pueblos, jefes de razas, sonreímos ante ciertos arranques de -debilidad graciosa.</p> - -<p>—Debo hacer lo que me mandan—insiste Gaspar.</p> - -<p>Y tomando unas gotas de mirra, las dispara á la frente del emperador. -Este exhala un suspiro; se deja caer en el lecho de campaña, y ve en -sueños una pirámide de huesos humanos, blanca y pulida, altísima. Sobre -la cúspide, un cuervo grazna plañideramente, hambriento, erizado el -plumaje; y al pie, en las ramas de un olivo nuevo, dos palomas se besan, -juntando los picos.</p> - -<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p> - -<p>En el patio del alcázar, sobre el gran pilón de pórfido sostenido por -leones, recae el agua, melodiosa, con dulce porfía. La luna ilumina las -arcadas afiligranadas, juega en las charoladas hojas de los naranjos, -descubre el reflejo pálido de sus pomas de oro. Dos esclavos velan el -sueño del emir, que reposa vestido sobre un diván, cubierto con una -manta de fina pluma de avestruz—porque la noche está algo fría y la -helada ha endurecido los caminos del desierto—y apoyando el pie en la -garganta de una mujer desnuda, que hace de cogín y presta calor más -grato que el de la manta.</p> - -<p>Elegante figura se desliza por entre los esclavos, invisible. Es un -negro joven, esbelto, de robusta y acerada musculatura, de piernas -nerviosas<span class="pagenum"><a name="page_116" id="page_116"></a>{116}</span> encerradas en calzas prietas y salpicadas de lentejuelas como -las que ostentan los donceles en los cuadros de Carpaccio; una -sobrevesta de tisú de plata acusa sus formas; un cinturón de pedrería -sostiene sobre su vientre enjuto soberbio puñal; encima de sus cabellos -crespos se ladea un gorro de velludo carmesí, y bajo el ala luce diadema -de brillantes. El gallardo negro se inclina hacia el emir y le baña el -rostro con una bocanada del incienso que humea en un incensario calado, -pendiente de cadenillas de perlas. Sobresaltado, el emir despierta, -echando mano á su gumía.</p> - -<p>—No temas, soy Melchor, que como tú ejerce el mando en tribus del -desierto y posee palacios misteriosos, que parecen labrados por los -genios del aire. Vengo á cumplir órdenes del Niño Yesuá, hijo de Leila -Mariem.</p> - -<p>—¿Y qué te ordena ese profeta infiel?—exclama el emir con desprecio.</p> - -<p>—Columpiar este incensario en todos los países donde el hombre trate á -la mujer como esclava y no como compañera.</p> - -<p>Ríese el emir, mostrando sus blancos dientes de chacal entre la negra y -sedosa barba.</p> - -<p>—Pues vuélvete á tierra de rumíes, Melchor. También allí necesitan el -perfume de tu incensario. Pero antes, reposa. Eres mi huésped; voy á -ordenar que te preparen un baño con agua de rosas dos bellas cautivas.</p> - -<p>Y el Emir se incorpora, dando con el pie á la mujer en cuya garganta lo -tenía apoyado.<span class="pagenum"><a name="page_117" id="page_117"></a>{117}</span></p> - -<h3><a name="LA_VISION_DE_LOS_REYES_MAGOS" id="LA_VISION_DE_LOS_REYES_MAGOS"></a>LA VISIÓN DE LOS REYES MAGOS</h3> - -<p class="c">———</p> - -<div class="blockquot"> -<p>(<i>Los Reyes Magos regresan á su patria por distinto camino del que -vinieron, á fin de burlar al sanguinario Herodes. Es de noche: la -estrella no les guía ya; pero la luna, brillando con intensa y argentada -luz, alumbra espléndidamente la planicie del desierto. La sombra de los -dromedarios se agiganta sobre el suelo blanco y liso, y á lo lejos -resuena el cavernoso rugir de un león.</i>)</p> -</div> - -<p><span class="smcap">Baltasar</span> (acariciándose la nevada y luenga barba y moviendo la anciana -cabeza á estilo del que vaticina).—No sé lo que me sucede desde que me -puse de rodillas en el establo de Belén y saludé al Hijo de la Doncella, -que me agita un espíritu profético, y siento descorrerse el velo que -cubre los tiempos futuros. Este tributo de oro que ofrecí al Niño para -reconocerle Rey, ¡cuántas y cuántas generaciones se lo han<span class="pagenum"><a name="page_118" id="page_118"></a>{118}</span> de rendir! -Tributos percibirá, no como nosotros, días, meses y años, sino siglos, -decenas de siglos, generación tras generación, y los percibirá de todo -el universo, de toda raza y lengua, de nuevas tierras que se descubrirán -para aclamar su nombre. El oro que le he presentado era poco; apenas -llenaba el cofre de cedro en que lo traje; y ahora se me figura que se -ha convertido en un mar de oro, y veo que al Niño se le erigen templos -de oro, altares de oro labrado y cincelado, tronos de oro en torno de -los cuales oscilan blancos flábulos de plumas con mango de oro, y que -ciñe su cabeza una triple corona de oro macizo también, incrustada de -diamantes y gemas preciosas. Olas de oro, fluyendo de los veneros de la -tierra, corren á los pies del Niño: y lo más extraño es que el Niño los -contempla con entristecida cara, y al fin esconde el rostro en el seno -de su Madre. ¿Habré obrado mal, ¡oh sabios!, en presentarle oro? ¿No le -agradará á la criatura celeste el símbolo de la autoridad real? Temo que -mis dones no hayan sido aceptos y mi obsequio pareciese sacrílego.</p> - -<p><span class="smcap">Gaspar</span> (enderezándose sobre su montura, requiriendo la espada, -frunciendo las cejas y echando chispas por los ojos).—Patriarca de los -Magos, bien te lo pronostiqué. El nacido Rey de los judíos no es vil -mercader que quiere atesorar riquezas sin cuento en los subterráneos de -su morada. La codicia rebaja el alma y la hace pegajosa y grosera como -la arcilla que, despreciándola, pisamos. Mi don es el único que<span class="pagenum"><a name="page_119" id="page_119"></a>{119}</span> pudo -complacer al primogénito de la Virgen. Tú le trajiste oro, por monarca; -yo mirra, por hombre. Hombre ha querido nacer, y el llamarse hombre será -su mejor título. La mirra, amarga como el vivir y como el vivir sana y -fortificante; he ahí lo que conviene á quien ha de realizar obra viril, -obra de vigor y salud. ¿Creéis que se puede ser grande y noble y fuerte -sin gustar el cáliz amargo? Aquí me tenéis á mí, ¡oh, sabios!: he -combatido, he sufrido, he vencido monstruos, he lidiado con tentaciones -horribles, me he visto mil veces en manos de mis enemigos y el soplo del -martirio ha rozado mi sien. Pues sólo un día he llorado, y una gota de -mi llanto, cayendo en el ánfora de la mirra, le prestó su tónica y -sabrosa amargura y quizás su balsámico perfume. Yo también veo al Niño, -Baltasar, pero le veo combatiendo, arrollando, venciendo, aplastando -dragones, sometiendo á su yugo á la humanidad, sufriendo y regando con -sangre una palma. Bien hice en traerle mirra.</p> - -<p><span class="smcap">Melchor</span> (tímidamente, con humildad profunda).—Yo no sé si habré -acertado, y, sin embargo, por la alegría que me inunda, presumo que el -Niño no rechaza mi don. Tú, venerable y doctísimo Baltasar, le -obsequiaste con oro, considerándole Rey. Tú, indomable y valeroso -Gaspar, le trajiste mirra, teniéndole por hombre. Yo, el último de -vosotros, el más ignorante, el etiope de negra tez, le ofrecí unos -granos de incienso, pues mi corazón le presentía Dios.</p> - -<p><span class="smcap">Baltasar</span> y <span class="smcap">Gaspar</span>, <i>atónitos</i>.—¡Dios!<span class="pagenum"><a name="page_120" id="page_120"></a>{120}</span></p> - -<p><span class="smcap">Melchor</span> (con fe y persuasión ardiente).—Sí, Dios. Ahora mismo, en medio -de esta serena noche, sobre el limpio azul del cielo, he visto -resplandecer su divinidad. Ahí están las naciones postradas á sus pies y -redimidas por Él, y por Él igualados todos los hombres. Mi progenie, la -obscura raza de Cam, ya no se diferencia de los blancos hijos de Jafet. -Las antiguas maldiciones las ha borrado el sacro dedo del Niño. No le -reconocéis así al pronto, porque es un Dios diferente de los Dioses que -van á morir: no condena, ni odia, ni extermina; ama, reconcilia, -perdona, y sólo con acercarme á Él noto en mi corazón una frescura -inexplicable y en mi espíritu una paz que glorifica. Así que llegue á mi -reino abriré las prisiones, licenciaré los ejércitos, condonaré los -tributos, daré libertad á mis concubinas y me pondré desarmado en medio -de la plaza pública á confesar mis yerros y á que mis enemigos, si lo -desean, tomen venganza de mí.</p> - -<p><span class="smcap">Baltasar.</span>—Me dejas confuso, Melchor. Tu creencia se asemeja á la -locura.</p> - -<p><span class="smcap">Gaspar.</span>—No te entiendo bien, Melchor. Tu creencia me parece afeminada, -impropia de un Rey.</p> - -<p><span class="smcap">Melchor.</span>—No sé defenderla con razones. Hago lo que siento.</p> - -<p><span class="smcap">Baltasar.</span>—Mi dádiva era preciosa.</p> - -<p><span class="smcap">Gaspar.</span>—La mía era digna y noble.</p> - -<p><span class="smcap">Melchor.</span>—La mía expresa mi pequeñez y sólo significa adoración.</p> - -<p><span class="smcap">Baltasar.</span>—Reuniendo las tres en una, quizas<span class="pagenum"><a name="page_121" id="page_121"></a>{121}</span> obtendríamos algo que -hiciese sonreir al prodigioso Niño.</p> - -<p><span class="smcap">Gaspar.</span>—No puede ser. ¿Dónde habrá un don que convenga al Rey, al -Hombre y al Dios juntamente?</p> - -<div class="blockquot"><p>(<i>La luna brilla con claridad más suave, más misteriosamente dulce -y soñadora. El desierto parece un lago de plata. Sobre el horizonte -se destaca una figura de mujer bizarramente engalanada y ricamente -vestida, hermosa, llorosa, con larga cabellera rubia que baja hasta -la orla del traje. Lleva en las manos un vaso mirrino lleno de -ungüento de nardo, cuya fragancia se esparce é impregna la ropa de -los Magos y sube hasta su cerebro en delicados y penetrantes -efluvios. Y los tres Reyes, apeándose y prosternados sobre el polvo -del desierto, envidian, con envidia santa, el don de la pecadora -Magdalena.</i>)</p></div> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_122" id="page_122"></a>{122}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_123" id="page_123"></a>{123}</span> </p> - -<h3><a name="EL_ROMPECABEZAS" id="EL_ROMPECABEZAS"></a>EL ROMPECABEZAS</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>El niño es una de esas criaturas delicadas y precozmente listas, que se -crían en las grandes poblaciones, privadas de aire, de luz, de -ejercicio, de alimento sólido y sano, víctimas de las estrecheces de la -clase media, más menesterosa á veces que el pueblo. Siempre limpito, con -su pelo bien alisado, formal, dócil y reprimido naturalmente, Eloy no da -en la casa quebraderos de cabeza. Verdad que si los diese, ¿cómo se las -arreglaría para meterle en costura su infeliz mamá, viuda, sola y -atacada de un padecimiento crónico al corazón? Precisamente la verdadera -causa del buen porte y conducta de Eloy es esa vehemente y temprana -sensibilidad que suele despertar en las criaturas el temor de hacer -sufrir á un ser muy amado, de entristecer unos ojos maternales, de -agravar una pena que adivinan sin poder medir su profundidad.</p> - -<p>Eloy estudiaba las lecciones al dedillo, porque<span class="pagenum"><a name="page_124" id="page_124"></a>{124}</span> su madre sonreía con -descolorida sonrisa cuando le oía recitarlas de memoria; Eloy cuidaba -mucho la ropa y el calzado, porque se daba cuenta de que su madre no -tenía para comprar y reponer lo manchado ó roto; Eloy se recogía á casa -al salir de la escuela, en vez de quedarse pilleando y haciendo -demoniuras con sus compañeros, porque su madre se alegraba al verle -volver, y el chiquillo, con la intuición del corazoncito cariñoso, -olfateaba que la melancolía de mamá se aliviaba con su presencia, y que -al enviarle á aprender, separándose de él por largas horas, realizaba un -sacrificio.</p> - -<p>Recordaba Eloy, sin embargo, confusa y minuciosamente á la vez, como -recuerdan los niños, tiempos recientes en que su madre no se quejaba, en -que vivía gozosa. Es cierto que entonces un hombre joven, brioso, -animado, de pisar fuerte y negros bigotes, vivía en la casa.—¡El -papá!—Eloy asociaba su memoria á la de cabalgatas en las rodillas ó -sobre la punta del pie, violentos besos en los carrillos, un simpático -olor á cigarro fino, risas y juegos y humoradas como de otro muchacho... -Después... el papá desaparecía, y la mamá tenía á toda hora los párpados -hinchados y rojos. La casa se volvía callada y tristona, y Eloy sentía -escrúpulos, recelos de jugar ó de pedir alto la merienda, porque le -parecía estar dentro de una iglesia obscura ó de un sepulcro. Los -conocidos que encontraba le hablaban en tono compasivo al preguntarle -«si había noticias de papá, que estaba en la guerra» ¡En la guerra! Por -el acento<span class="pagenum"><a name="page_125" id="page_125"></a>{125}</span> con que madre y amigos modulaban la frase, comprendía Eloy -que la guerra era una cosa muy terrible, atroz, malísima. ¿Quizás en la -guerra papá se podía morir? ¡Ah! ¡vaya si podía! Como que una tarde, al -volver de la escuela, Eloy encontró a su madre con un síncope, á la -criada hipando, á las vecinas del segundo que se lo llevaron y le -atracaron de golosinas «para que no se impresionase, pobre pequeño...» Y -al otro día mamá le reclamó, le abrazó silenciosa, sin verter una -lágrima, y le vistió de negro; traje entero, desde las medias hasta la -boina... El muchacho no sabía definir, no acertaría á explicar en qué -consistía la muerte, pero estaba seguro de que era algo espantoso, y que -ese algo les impediría ya para siempre vivir contentos. Lloró á -escondidas por no afligir más á su madre, y rezó las oraciones que -sabía, muchas veces, «por el alma de papá». Desde entonces empezó á -empollar firme las lecciones, á no hacer nada malo, á doblar la -chaquetita antes de acostarse, á volver «al reloj» de la escuela, con -los libros atados bajo el brazo. El alma de papá de seguro aprobaba tal -proceder.</p> - -<p>Sin embargo, el chico más juicioso es chico al fin, y Eloy, como oyese -en los primeros días del año las conjeturas de sus compañeros acerca de -lo que traerían los Reyes, y los proyectos de zapatos colocados en la -ventana ó la chimenea, no pudo menos de dar suelta á la imaginación. -También él deseaba que los Reyes le trajesen algo... ¿Por qué no se lo -habían de traer, señores? ¿No había sido bueno el año enterito?<span class="pagenum"><a name="page_126" id="page_126"></a>{126}</span> Si -pusiese su zapato en el alféizar de la ventana, ¿era justo que el zapato -amaneciese vano como avellana vieja?</p> - -<p>Afortunadamente, la misma idea de equidad se había abierto camino en el -espíritu de la madre de Eloy. Ella, que jamás salía, que se ponía á -morir en las escaleras, se echó á la calle la tarde del 5 envuelta en su -modesto coleto de paño pasado de moda, y se detuvo en la tienda de -juguetes. Cuando volvió á casa llevaba escondida una cajita plana de -cartón. La escasez, al imponer el cálculo, destruye muchos gérmenes de -poesía. ¡Qué no hubiese dado aquella madre por traer á su niño el fogoso -caballo mecánico, la reluciente bicicleta, el caprichoso cinematógrafo, -la locomotiva de vapor con ténder y vagón, raíles verdaderos y caldera -de cobre! Pero ¡ay! eran caprichos de media onza, diez duros, quince, y -el bolsillo se encogía aterrado... No, no; convenía que el regalo de los -Santos Reyes Magos sabios y doctos no fuese una inutilidad, sino que -coadyuvase á la instrucción del niño... Y la madre adquirió por módico -precio un rompecabezas geográfico, nada menos que el mapa de España... -Así Eloy, jugando, aprendería mejor lo que ya había dado pruebas de no -ignorar, pues en geografía llevaba el número uno.</p> - -<p>Levantándose á media noche, dejó el huérfano su zapato entre la fría -ceniza de la chimenea del gabinete, la única de la casa, encendida -rarísima vez. Por la mañana saltó de la cama, descalzo y tiritando, á -ver si los Reyes...<span class="pagenum"><a name="page_127" id="page_127"></a>{127}</span> ¡Sorpresa inolvidable! Sus majestades se habían -dignado venir: allí estaba la dádiva, el obsequio... ¿Qué encerrará -aquella cajita chata, tan mona con sus filetes dorados?... Eloy la cogió -afanoso, se volvió á la cama blanda y tibia, y allí, con los brazos -fuera y el tronco bien abrigado, desató la cinta y miró... ¡Anda, -corcho! Los Reyes le habían traído un mapa... Como les constaba el -comportamiento de Eloy, su costumbre de <i>sabérsela</i>... ¡De todos modos, -un mapa! ¡Pch!... ¿No valía más un aristón ó una linterna mágica igual á -la de Pepito Ponzano, que siempre la estaba refregando por las narices á -los otros?... Empezó Eloy á reconciliarse con los Reyes, al averiguar -que el mapita era de pedazos y se desbarataba y volvía á arreglarse... Y -ya levantado, tomado el café caliente, mientras mamá se preparaba para -ir á misa, Eloy se divirtió, armó y desarmó el país, barajó á España -cien veces, revolviendo á Zaragoza con Valladolid y á Salamanca con -Vigo...</p> - -<p>De pronto, meditabundo, interrumpió su tarea, é interrogó inquieto á su -madre:</p> - -<p>—Mamá, te han engañado... El juguete está incompleto. Falta aquí mucha -España. No encuentro la isla de Cuba. Ni á Puerto Rico... ¡Falta España!</p> - -<p>Arrasáronse los ojos de la madre, y se quedó parada, con el velito á -medio prender. Por último, encogiéndose de hombros:</p> - -<p>—¡Esas tierras estaban tan lejos!—dijo.—Y ya no son de España, -mira... Acierta el rompecabezas,<span class="pagenum"><a name="page_128" id="page_128"></a>{128}</span> porque... ya no son. ¡Allí murió tu -padre...!</p> - -<p>Eloy calló: una tristeza mayor que las habituales, desmedida, que no -cabía en el alma de un niño, pesó un instante sobre su pensamiento. Y -con ademán expresivo apartó, rechazó el regalo de los Reyes.<span class="pagenum"><a name="page_129" id="page_129"></a>{129}</span></p> - -<h3><a name="EN_SEMANA_SANTA" id="EN_SEMANA_SANTA"></a>EN SEMANA SANTA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>A la cabecera del moribundo estaban Preciosa y Conrado, asistiéndole en -sus últimos instantes, temblorosos como el criminal que sube las -escaleras del cadalso. Y criminales eran—aunque criminales triunfantes -y coronados por el ciego destino—Conrado y Preciosa. El que, después de -largos sufrimientos, sucumbía en el cuarto impregnado de olores á -medicinales drogas, entristecido por la luz amarillenta de la lamparilla -que iba extinguiéndose al par que la vida del agonizante, era el esposo -de Preciosa, el protector y bienhechor de Conrado; y para los que de -común acuerdo le engañaron y ofendieron sus canas, no tuvo nunca aquel -honradísimo viejo, generoso y confiado como un niño, más que palabras de -dulzura y hechos de bondad y amor. Abierta siempre á Conrado su bolsa y -su casa; abiertos siempre los brazos y el corazón para Preciosa, cuya -juventud no quiso entristecer nunca con severidades<span class="pagenum"><a name="page_130" id="page_130"></a>{130}</span> de anciano y -melancolías de enfermo, el infeliz tenía derecho á la gratitud y al -respeto más tierno y grave..., ya que otros sentimientos vehementes no -pueda inspirarlos la senectud. Y ahora se moría, se moría lentamente..., -después de advertir á Preciosa que quedaba instituída su única heredera, -y que, si no sentía repugnancia por Conrado, á quien él miraba como -hijo, deseaba que ambos le prometiesen casarse á la terminación del -luto.</p> - -<p>Cuando manifestó así su voluntad, en voz desmayada y flaca y apoyando -sus manos ya frías en las manos febriles de Conrado y Preciosa, los dos -se estremecieron, y sus ojos, como delincuentes que tratan de ocultarse -y no saben dónde, vagaron por el suelo, cargados con el peso de la -vergüenza. Preciosa, sin embargo, mujer y extremada en la pasión, fue la -primera que recobró ánimos, y reaccionando violentamente, trató de -atraer la mirada de Conrado y de pagarla con una débil sonrisa. Pero -Conrado, como si sintiese picadura de víbora, se retiró al fondo de la -alcoba, y dejándose caer en la meridiana, escondió entre las palmas el -rostro. Un silabeo apenas perceptible del moribundo le llamó otra vez á -la cabecera del lecho. «Conrado, mira, soy yo quien te lo ruega en este -momento solemne... No dejes desamparada á Preciosa... Que sea tu mujer, -y quiérela y trátala... como la quise yo... Siquiera por el día en que -estamos..., dame palabra.» Y Conrado, balbuciente, sólo pudo barbotar: -«La doy, la doy...» Lució una chispa de<span class="pagenum"><a name="page_131" id="page_131"></a>{131}</span> contento en las apagadas -pupilas del moribundo; pero como si aquel esfuerzo hubiese agotado el -poco vigor que le quedaba, cayó en un sopor, nuncio del fin. Tal fue la -opinión del médico, que aconsejó se trajese la Extremaunción sin -tardanza; pero al llegar el sacerdote con los santos óleos, no había -calor vital en el cuerpo; Preciosa lloraba de rodillas, y Conrado, -agitadísimo, paseaba desesperadamente arriba y abajo por el gabinete que -precedía á la estancia mortuoria... El sacerdote, que salía, le tocó -suavemente en el hombro.</p> - -<p>—No se aflija usted—dijo en tono afectuoso, confundiendo con un gran -dolor aquel acceso de remordimiento agudo.—Las virtudes de este señor -le habrán ganado un puesto en el cielo. Y después, la misericordia de -Dios, ¡especialmente en el día en que estamos!...</p> - -<p>Era la segunda vez que esta frase resonaba en los oídos de Conrado; pero -ahora resonó, más que en los oídos, en el alma. ¡La misma del moribundo! -«El día en que estamos...» ¿Y qué día era? Conrado necesitó hacer -memoria, reflexionar... Recordó de pronto; un relámpago hirió su -imaginación fuertemente. El día era el Viernes Santo.</p> - -<p>Pocos instantes después de haberse retirado discretamente el sacerdote, -que prometió volver á velar el cuerpo, acercóse Preciosa á Conrado de -puntillas y quedó espantada de su actitud, del movimiento que hizo al -verla tan próxima. ¡Qué desventura! Conrado ya no la quería; á Conrado -le infundía horror desde que la<span class="pagenum"><a name="page_132" id="page_132"></a>{132}</span> muerte había penetrado allí... -Adivinaba el estado de ánimo de su cómplice, y precaviendo el porvenir, -aspiraba á disipar aquella nube de tristeza, aquella alteración de la -conciencia impura. «Si esta noche vela el cadáver, se preocupará más; se -grabará doblemente en su espíritu esta impresión terrible...» Una idea -acudió á la mente de Preciosa, fértil en expedientes, atrevida—como -hembra apasionada y resuelta á lograr su antojo.—Entró en la estancia -mortuoria, y sobre el mueble incrustado, frente á la cama, buscó, entre -otros frascos, el que contenía poderoso narcótico. Una gota calmaba y -amodorraba; dos adormecían; tres ó cuatro producían ya un sueño largo, -invencible, muy duradero, semi-letal... Al poco rato, Preciosa se acercó -á Conrado nuevamente y le sirvió por su mano una taza de tila. «Bebe, -estás nervioso.» Conrado bebió por máquina; apuró la calmante -infusión... Cuando empezó á notar cierta pesadez incontrastable, le guió -Preciosa á su propio cuarto, le reclinó en el amplio diván, revestido de -raso y almohadillado de encaje, cubrióle con rico pañuelo de Manila, le -abrigó con edredón ligero los pies, le puso almohadas finas bajo la -nuca. «Duerme, duerme—pensó—y no despiertes hasta que esté fuera de -casa <i>el otro</i>...»</p> - -<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p> - -<p>Conrado, entretanto, abría los ojos, sacudía el sueño de plomo que le -había postrado, y se restregaba los párpados, notando que el sitio en -que se encontraba no era el elegante dormitorio<span class="pagenum"><a name="page_133" id="page_133"></a>{133}</span> de su tentadora -Preciosa, sino una calzada en cuesta, empedrada de losas rudas y anchas, -sobre la cual caía á plomo un sol ardoroso y esplendente, como de -primavera en país cálido. Miró en derredor. A sus pies se extendía una -ciudad que le parecía conocer mucho: ¿dónde había visto él aquellas -puntiagudas torres, aquellos extensos baluartes, aquel recinto -fortificado, aquellas casas cónicas, aquel monumental templo, aquellas -puertas angostas, sombrías, bajo las cuales cruzaban dromedarios y -bueyes guiados por hombres de atezado cutis? La vestimenta de estos -hombres también se le figuró á Conrado, aunque extraña, <i>vista</i> alguna -vez, no en la realidad, sino en esculturas ó cuadros: como que era la -indumentaria hebraica de la gente humilde en tiempo de Augusto—la -<i>chituna</i> ó túnica ceñida, el <i>tallith</i> ó manto, el <i>sudaz</i> que rodea -las sienes, el ceñidor que ajusta el ropaje, y los pies descalzos, ó -metidos en gastadas sandalias de cuero.—Conrado pensó oir una voz -persuasiva, salida quizás de lo íntimo de su ser, que murmuraba -misteriosamente:</p> - -<p>—Esa ciudad es Jerusalén.</p> - -<p>¡Jerusalén! Conrado casi no se admiró. Jerusalén no era para él un lugar -exótico. ¡En Jerusalén había pensado tantas veces! Desde niño, por el -Nacimiento que preparaba su madre, se había familiarizado con -Jerusalén... En Jerusalén tenía hogar su espíritu, su fe tenía casa -propia. Lo único que sintió fue inmensa alegría... Imaginó volver de un -largo destierro.<span class="pagenum"><a name="page_134" id="page_134"></a>{134}</span></p> - -<p>Un grupo de gente que se apiñaba en la puerta fijó la atención de -Conrado. Instintivamente siguió al grupo. Por un camino que defendían á -ambos lados setos de chumberas y que orlaban palmas y vides, rosales de -Jericó é higueras ya cubiertas de hoja, dirigíase el grupo hacia áspero -cerrillo, que destacaba sus líneas duras sobre el horizonte color de -violeta. Bullía una muchedumbre en la colina; hormigueaban los de á pie, -y se mantenían inmóviles sobre sus recios corceles los legionarios, -cuyas lorigas y rodelas rebrillaban. Dominando la multitud, coronando la -escena, erizando el cerro, se erguían tres cruces negras, sobre las -cuales parecían estatuas de pórfido rosa, desde lejos, los cuerpos de -los tres ajusticiados...</p> - -<p>Conrado, entonces, tampoco se asombró, tampoco se creyó juguete de un -delirio. Al contrario: se penetró de que estaba asistiendo, no á un -drama, á la representación de la verdad misma. Aquella escena, aquella -triple crucifixión, y sobre todo una de las cruces, la llevaba él dentro -desde los primeros días de la niñez. Si había sufrido, era cuando, -teniéndola en sí, no podía verla ni contemplarla; cuando se le -desvanecía, como se desvanece el rostro de una persona querida al querer -reconstruirlo cerrando los ojos... ¡Qué felicidad, poseer de nuevo la -visión—clara, concreta, firme, indubitable—de <i>la Cruz</i>; no una cruz -de oro, plata ni bronce, sino la Cruz viva, el madero al punto en que lo -calienta el calor del Cuerpo divino y lo empapa la Sangre redentora! -Conrado, sin<span class="pagenum"><a name="page_135" id="page_135"></a>{135}</span> aliento, de tan aprisa como iba, seguía al grupo, subiendo -la agria cuesta, hollando el seco polvo y los abrojos espinosos del -siniestro Gólgota, salpicado de blancos huesos humanos que calcinaba el -sol... Su afán era colocarse cerca de la Cruz, ver la cara del Salvador -en la suprema hora.</p> - -<p>Era difícil la empresa. Bullía cada vez más compacta la muchedumbre. -Como sucede en sueños, á cada obstáculo que Conrado lograba vencer, -surgían otros mayores, insuperables. Nadie le quería abrir paso. -Pastores de la sierra, tratantes y tenderillos de la ciudad, mujeres -harapientas con niños famélicos en brazos, fariseos altaneros, esenios -pálidos y compadecidos, hijas de Jerusalén, modestas burguesas que -bajaban los ojos llenos de lágrimas al ver las torturas del Maestro, y -por último, los soldados á caballo, enhiesta la lanza, se atravesaban -para impedir que nadie salvase el círculo de cuerda y estacas que -rodeaba los patíbulos. Conrado suplicaba, cerraba los puños, quería -infiltrarse, llegar hasta la cruz central, más alta que las otras, donde -colgaba Jesús; quería verle vivo, antes del momento en que, doblando la -cabeza, exclamase: «Todo se acabó.» Una angustia profunda se apoderaba -de Conrado. ¿Lo conseguiría cuando ya el Salvador hubiese muerto? Y -bañado en sudor, anhelante, afanoso, corría, corría en dirección á la -cima del cerro, que siempre se le figuraba más distante.</p> - -<p>Sus ojos divisaron entonces á una mujer abrazada al árbol mismo de la -Cruz; y sin reparar<span class="pagenum"><a name="page_136" id="page_136"></a>{136}</span> que la mujer estaba casi desvanecida de congoja, -fijándose sólo en que á aquella mujer <i>también la conocía</i>, gritó con -esfuerzo:</p> - -<p>—¡María, María de Nazareth!, alárgame la mano, que quiero llegar hasta -tu hijo.</p> - -<p>Y María de Nazareth, temblorosa, con los ojos inflamados, trágica la -actitud, se adelantó, alargó la mano, cubierta por un pliegue del manto, -y Conrado, inmediatamente, se halló al pie del madero, tan cerca, que el -ruido del afanoso resuello del moribundo se le figuraba un huracán. Sin -embargo, pensó con gozo:</p> - -<p>—¡Vive! ¡Vive! ¡Puede escucharme todavía!</p> - -<p>Y alzando la frente, doblando las rodillas, poniendo la boca sobre el -palo ensangrentado, cerca de los sagrados pies, Conrado suspiró:</p> - -<p>—¡Jesús, Jesús, no me abandones!...</p> - -<p>Y ¡oh asombro!; una voz dulce, empapada en lágrimas, respondió desde -arriba:</p> - -<p>—Tú eres el que me abandonaste hace años, Conrado. ¿No te acuerdas?</p> - -<p>Profundo sacudimiento experimentó Conrado. Un agudo cuchillo de pena, de -contrición, se clavó en su pecho. Miró hacia lo alto con ansia: Jesús ya -había inclinado la cabeza; el sol se velaba tras negrísima nube; la -tierra se estremecía convulsa; á las plantas de Conrado se abrió una -grieta horrible, casi un abismo... y el pecador, atónito, cayó con la -faz contra el polvo y las rocas descarnadas...</p> - -<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p> - -<p>Al despertarse Conrado de su largo sueño artificial, Preciosa estaba -allí, vestida de negro,<span class="pagenum"><a name="page_137" id="page_137"></a>{137}</span> pero linda, fresca, reposada, espiando el -instante de estrechar en sus brazos al durmiente. Éste se incorporó, -aturdido aún, sin darse cuenta de lo que le sucedía... Preciosa, -sonriendo, quiso halagarle, ser para él la vida que renace al borde de -una sepultura. Conrado, sin aspereza, la rechazó; y á paso mesurado, -firme, sin tambalearse ya, despejada la cabeza, salió á la antecámara, -abrió la puerta, la cerró de golpe y corrió á la calle... Una brisa -suave acarició sus sienes. Era la mañana del Domingo de Resurrección.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_138" id="page_138"></a>{138}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_139" id="page_139"></a>{139}</span> </p> - -<h3><a name="LA_ORACION_DE_SEMANA_SANTA" id="LA_ORACION_DE_SEMANA_SANTA"></a>LA ORACIÓN DE SEMANA SANTA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>El último chá de Persia, que, según nadie ignora, murió á manos de un -fanático, tuvo en su historia una página de muy pocos conocida, y yo la -ignoraría también á no referírmela una viajera inglesa, de esas mujeres -intrépidas é infatigables que registran con emoción y curiosidad los más -apartados confines del planeta. Cómo se las arregló miss Ada Sharpthorn -(que así se llama la inglesita) para obtener la confianza y casi la -privanza del chá, y penetrar en la cerrada magnificencia de su palacio y -conocer íntimamente á sus allegados, áulicos, cortesanos y generales, es -punto de difícil investigación; pero seguramente, al aspirar á este -resultado, no se valió miss Ada de ningún medio reprobable, pues -compiten en esta valiente exploradora la decencia y pulcritud de las -costumbres con la austeridad del criterio moral y la delicadeza de la -conducta. Si miss Ada gozó privilegios desconocidos en Persia, debe -atribuirse<span class="pagenum"><a name="page_140" id="page_140"></a>{140}</span> á la tenacidad que sabe desplegar la raza anglo-sajona para -conseguir sus propósitos—tenacidad que va haciendo á esa raza dueña del -mundo.</p> - -<p>Contóme miss Ada el episodio que voy á narrar la tarde del Jueves Santo, -mientras recorríamos las calles de Avila visitando Estaciones. En -aquellas calles que todavía recuerdan por varios estilos la Edad media -española, el nombre de Persia sonaba como el de un país fantástico, de -juglaresca leyenda ó de romance tradicional; costaba trabajo admitir que -existiese. Quizás la misma <i>irrealidad</i> de Persia en la pacífica -atmósfera de la ciudad teresiana, acrecentó el interés de los extraños -recuerdos de viaje que evocaba miss Ada, y que intentaré trasladar al -papel sin alterarlos.</p> - -<p>«Nasaredino—empezó la inglesa—era un monarca absoluto, á quien sus -vasallos llamaban <i>sombra de Dios</i>, y que disponía de haciendas y vidas, -con dominio incondicional. No sé si ahora se habrá modificado el régimen -interior de Persia; entonces—y son épocas bien recientes—no había allí -más ley que la omnímoda voluntad de Nasaredino. Para mayor desventura de -sus súbditos, el chá no conocía el cristianismo, ó por mejor decir, no -quería conocerlo, ni permitía que se propagase en sus Estados opinión -alguna que se apartase del código de Mahoma. Quizás comprendía que -Cristo nuestro Señor es el verdadero enemigo de los déspotas, y que la -libertad y la dignidad humana tuvieron su cuna en el humilde establo de -Belén.<span class="pagenum"><a name="page_141" id="page_141"></a>{141}</span></p> - -<p>»Esta misma intransigencia del chá con nuestra santa religión me incitó -á probar si le atraía al terreno de la controversia, á fin de combatir -sus errores. Aprovechando la rara amabilidad con que me acogía, me -dediqué á catequizar á Nasaredino, y buscando el flaco de su orgullo, -comencé por pintarle la gloria y prosperidad de naciones cristianas como -Francia y la Gran Bretaña, superiores en las mismas artes de la guerra á -las naciones sujetas al fanatismo musulmán. Mis argumentos parecían -hacer mella en el monarca; á veces le ví quedarse pensativo, acariciando -la negrísima y puntiaguda barba, con los rasgados ojos de pestañas de -azabache fijos en el punto imaginario de la meditación. No era un necio; -ciertas ideas le movían á reflexionar; ciertos problemas se le imponían -á pesar suyo, al través de su oriental indolencia y su soberbia de dueño -absoluto de muchos millones de seres racionales.—Despaciosamente, en -correcto inglés, solía, transcurrido un rato, contestarme, no sin alguna -inflexión de desprecio en su voz grave y bien timbrada:</p> - -<p>—»Jamás me convenceré de que sean heroicas y viriles naciones que se -postran ante un Dios humilde, muerto en un suplicio afrentoso. El gran -atributo de Dios es <i>el poder</i> y <i>la fuerza</i>. La única explicación que -encuentro á ese enigma es que vuestras naciones se llaman cristianas sin -serlo realmente, y cuando funden cañones y botan al agua barcos -blindados, niegan á su Dios con los hechos, aunque le reconozcan con la -palabra. Y porque lo niegan han logrado<span class="pagenum"><a name="page_142" id="page_142"></a>{142}</span> el predominio que ejercen. Si -se atuviesen á la letra de su fe, como nos atenemos nosotros á la -nuestra, nosotros les pondríamos la planta del pie sobre la garganta.</p> - -<p>»Al hablarme así Nasaredino, dejábame confusa. Pertenezco á las <i>Ligas</i> -del desarme y de la paz universal, y confío más en la energía del amor y -de la fraternidad, que en todos los ejércitos de Europa reunidos. Mas -¿cómo hacer entender la verdad á un bárbaro, y á un bárbaro que se cree -un semidiós? Sin embargo, lo intenté. A mi manera, empleando los -razonamientos que me sugirió la convicción, le dí á entender que la -misma fuerza material necesita fundarse en la moral, y que sin base de -derecho y razón se derrumba toda soberanía. Y pasando á tratar de -nuestro Dios, le afirmé que precisamente el haber sufrido y muerto como -murió fue esplendorosa muestra de su sér divino. El chá, moviendo la -cabeza, me contestó entonces esta atrocidad:</p> - -<p>—»De esa misma manera que pereció tu Profeta, sucumbe todos los días -alguno ó muchos de mis vasallos. Y ni aun así conseguimos acabar con la -perniciosa secta de los <i>babistas</i>, cuyas doctrinas se asemejan á las de -vuestros Evangelios.</p> - -<p>»Lo confieso—exclamó miss Ada al llegar á este punto:—tan horrible -declaración me trastornó, y estuve á pique de prorrumpir en invectivas -contra el tirano. Me reprimí trabajosamente, y Nasaredino, de pronto, -como si se hubiese olvidado del giro de la conversación, me<span class="pagenum"><a name="page_143" id="page_143"></a>{143}</span> anunció que -al día siguiente se verificaría una representación teatral en los -jardines de palacio, y que me convidaba á ella.</p> - -<p>»Son estas funciones dramáticas espectáculo favorito de los persas, y -todos los viajeros las describen: se celebran de noche, á la luz de los -farolillos y linternas y de las hachas encendidas, y el telón de fondo -lo da hecho la naturaleza: una cortina de árboles, un macizo de flores, -una fuente, un ligero kiosco, constituyen la decoración. Habituada á -asistir á tales funciones, me sorprendió, sin embargo, el aspecto del -escenario y el golpe de vista del concurso. En primer término, sillones -para el chá y los altos dignatarios: detrás, la servidumbre, la multitud -de funcionarios y parásitos que pululan en el palacio infestando sus -galerías, claustros, patios y salones. A la izquierda, una especie de -tribuna ó palco cerrado por rejas de madera dorada y pintada de -colorines—desde el cual presenciaban la función, ocultas á los ojos de -todos, las esposas de Nasaredino.—Con extrañeza noté que no se había -invitado á ningún diplomático; la única extranjera, yo. Mi sillón, -colocado muy cerca, aunque un poco atrás del soberano, era un puesto -altamente honorífico.</p> - -<p>»Al empezar la representación, desde las primeras escenas, percibí un -estremecimiento. Yo no podía entender el idioma en que se expresaban los -actores, y que es una especie de dialecto persa muy literario y -arcaico—el habla misma, bella y sonora, que empleó el poeta<span class="pagenum"><a name="page_144" id="page_144"></a>{144}</span> -Firdusi;—pero aun sin inteligencia de las palabras, me parecía darme -cuenta del sentido, y hasta creía que era familiar para mí, como algo -que hubiese escuchado mil veces, y otras tantas llevado en mi corazón. -Las escenas del drama me recordaban cosas íntimas, vistas, por decirlo -así, al través de un vidrio turbio y roto que desfiguraba los objetos, -alterando sus colores y rasgos sin ocultarlos enteramente.—Al final del -primer acto (llamémosle así; la transición consistía en extender un -riquísimo paño por delante del escenario, y dejarlo caer á los cinco -minutos), y mientras nos presentaban amplias bandejas cargadas de -golosinas, refrescos y sorbetes, de súbito vi claro: el asunto del drama -no era sino la vida de Jesucristo, interpretada á estilo persa.</p> - -<p>»Se apoderó de mí una tristeza involuntaria. Temía una profanación, una -burla, cualquier desmán que hiriese mis sentimientos, y hasta que -pudiese obligarme á faltar al respeto al monarca levantándome y -retirándome. En voz baja le pregunté si creía que me sería posible -permanecer allí; y el chá, con lenta inclinación de cabeza, me -tranquilizó; después, volviéndose hacia mí, murmuró seriamente, con toda -su oriental majestad:</p> - -<p>—»No temas ofensa alguna para tu fe, ni para tu gran Profeta.</p> - -<p>»En efecto, las páginas principales de la sagrada Vida iban -desarrollándose más ó menos ingenua y peregrinamente interpretadas, pero -con profundo sentido de veneración y de simpatía<span class="pagenum"><a name="page_145" id="page_145"></a>{145}</span> hacia el Salvador de -los hombres. Jesús aparecía niño, jugando en el atrio del templo; -después le veíamos predicar á las multitudes; presenciábamos la -tentación en la Montaña, el diálogo con Eblis, genio del mal, y por -último, en el tercer acto, penetrábamos de lleno en el drama de la -Pasión, al ser preso Jesús en el Huerto, no sin que se trabase ruda y -encarnizada batalla entre los discípulos y los sayones, que todos iban -armados hasta los dientes, con kanjiares, puñales, pistolas inglesas y -espingardas, y dispararon hasta agotar la pólvora, siendo esta parte de -la función, gracioso anacronismo, lo que más parecía entusiasmar al -auditorio. Era indudable que el papel de traidores lo desempeñaban los -enemigos de Jesús, lo cual se traslucía hasta en el modo de vestirse y -de caracterizarse los actores, siniestros y feroces, antipáticos de -veras.</p> - -<p>»Al principiar el acto cuarto, que debía ser el último, el actor que -desempeñaba el papel de Jesús apareció atado á una columna de jaspe, y -empezó la escena de la flagelación, que desde el primer instante me -crispó los nervios. Supuse que se trataba de un juego escénico, pero así -y todo salté en el asiento, y me tapé los ojos con el pañuelo -disimuladamente. Era el actor un hombre joven, como de unos veintiocho -años, de noble tipo semítico; llevaba los negros cabellos crecidos y -partidos en bucles, y en la escena de la tentación, dialogando con -Eblis, había tenido acentos llenos de dignidad, de desdén y de dulzura, -conmovedores hasta<span class="pagenum"><a name="page_146" id="page_146"></a>{146}</span> para los que no entendíamos los conceptos. Ahora, -amarrado á la roja estela, con el torso desnudo y el rostro respirando -un entusiasmo misterioso, una sed de sufrir, revelábase sin duda como -trágico genial—tanta era la verdad de su ficción, la expresiva fuerza -de su actitud.—Por lo mismo no quería verle: me conmovía demasiado. El -silbido de las cuerdas y de los látigos rasgó el aire; escuché cómo -sonaban al herir la carne viva, y hasta oí un sofocado gemido, que -semejaba involuntario... Y la voz del chá, su acento de mando, grave y -sin embargo cortés, me obligó á atender á pesar mío, diciéndome en -inglés, con irónica entonación:</p> - -<p>—»No te niegues á mirar. Lo que sucede ahí no es farsa, sino la -realidad misma. Persuádete de lo fácil que es padecer resignadamente y -hasta con gozo. El papel de tu Profeta lo está desempeñando á lo vivo y -sin protestar un <i>babista</i> condenado á muerte... Ya le verás crucificar -después.</p> - -<p>»El grito que exhalé debió de ser terrible; como que se detuvieron los -verdugos, y Nasaredino me fulminó una ojeada severa, tétrica, imponente. -Otra mujer se hubiese acobardado; pero una inglesa, en caso tal, saca de -su orgullo de raza y de su cristianismo fuerza bastante para no -arredrarse aunque se le viniese encima el mundo. No sé lo que dije al -chá: primero creo que le anuncié una cruzada de las naciones civilizadas -contra sus reinos y su poder, y le vaticiné venganzas humanas y cóleras -del cielo; mas como el tirano permaneciese impasible y<span class="pagenum"><a name="page_147" id="page_147"></a>{147}</span> aún firme y -aferrado á su crueldad, una inspiración me sugirió que la causa de Jesús -ha de sostenerse por medio de la piedad y de las lágrimas, y arrojándome -de súbito á los pies de Nasaredino, cogiendo sus manos llenas de anillos -magníficos, las besé, las mojé con llanto, las sujeté, las apreté, hasta -que una voz, á mi parecer descendida del cielo, murmuró casi en mis -oídos:</p> - -<p>—»Levántate, extranjera. Serás complacida. Te regalo la vida de ese -perro.</p> - -<p>»No sé lo que respondí. Debieron de ser extremos de júbilo tales, que el -grave y pálido rostro del chá se iluminó con una fugitiva sonrisa, y su -mano derecha, salpicada de mi lloro, que resplandecía sobre las sortijas -de piedras, se extendió en imperativo ademán, comprendido -instantáneamente por los que torturaban al desdichado, ya cubierto de -sangre. No era sólo la vida, era la libertad lo que le otorgaba aquel -gesto mudo, y en el exceso de mi alegría, echéme á llorar otra vez...»</p> - -<p>Al llegar aquí guardó silencio la inglesa, y yo sólo acerté á preguntar:</p> - -<p>—¿Y qué fue del hombre á quien usted salvó?</p> - -<p>—Ese hombre...—balbuceó miss Ada,—dos años después... asesinó á -Nasaredino... ¡Sí, el mismo, el perdonado!... Ya ve usted cómo no hay en -el mundo sino una verdad, que es la verdad de Jesús... Para un -cristiano, sería sagrado el hombre que supo perdonar, siquiera una vez. -Y yo, desde entonces, particularmente estos días de Semana Santa, rezo -siempre<span class="pagenum"><a name="page_148" id="page_148"></a>{148}</span> por el que me regaló una vida; imploro á Dios como imploré al -rey absoluto, que al fin me escuchó y se ablandó... Tal vez sea una -ilusión rezar por Nasaredino, pero ilusión que me consuela.</p> - -<p>—Y por el matador, ¿no reza usted?—interrogué cuando nos detuvimos -ante el bello pórtico de la catedral.</p> - -<p>—¡También debo hacerlo!—exclamó miss Ada después de vacilar un -instante.<span class="pagenum"><a name="page_149" id="page_149"></a>{149}</span></p> - -<h2><a name="CUENTOS_DE_LA_PATRIA" id="CUENTOS_DE_LA_PATRIA"></a>CUENTOS DE LA PATRIA</h2> - -<p class="c">———</p> - -<h3><a name="VENGADORA" id="VENGADORA"></a>VENGADORA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>En aquellos días de angustia y de zozobra, surcados por relámpagos de -entusiasmo á los cuales seguía el negro horror de las tinieblas y la -fatídica visión del desastre inmenso; en aquellos días que, á pesar de -su lenta sucesión, parecían apocalípticos, hube de emprender un viaje á -Andalucía, adonde me llamaban asuntos de interés. Al bajarme en una -estación para almorzar, oí en el comedor de la fonda, á mis espaldas, -gárrulo alboroto. Me volví, y ante una de las mesitas sin mantel en que -se sirven desayunos, vi de pie á una mujer á quien insultaban dos ó tres -mozalbetes, mientras el camarero, servilleta al hombro, reía á -carcajadas. Al punto comprendí; el marcado tipo extranjero de la viajera -me lo explicó todo. Y sin darme cuenta de lo que hacía, corrí á situarme -al lado de la insultada, y grité resuelto:</p> - -<p>—¿Qué tienen ustedes que decir á esta señora? Porque á mí pueden -dirigirse.<span class="pagenum"><a name="page_150" id="page_150"></a>{150}</span></p> - -<p>Dos se retiraron tartamudeando; otro, colérico, me replicó:</p> - -<p>—Mejor haría usted, barajas, en defender á su país que á los espías que -andan por él sacando dibujos y tomando notas.</p> - -<p>Mi actitud, mi semblante, debían de ser imponentes cuando me lancé sobre -el que así me increpaba. La indignación duplicó mis fuerzas, y á -bofetones le arrollé hasta el extremo del comedor. No me formo idea -exacta de lo que sucedió después: recuerdo que nos separaron, que la -campana del tren sonó apremiante avisando la salida, que corrí para no -quedarme en tierra, y que ya en el andén divisé á la viajera entre un -compacto grupo que me pareció hostil; que me entré por él á codazos, que -la ofrecí el brazo y la ayudé para que subiese á mi departamento; que ya -el tren oscilaba, y que al arrancar con brío escuché dos ó tres -silbidos, procedentes del grupo...</p> - -<p>Sólo entonces acudió la reflexión; pero no me arrepentí de mis arrestos, -y únicamente me pregunté por qué había metido en mi departamento á la -viajera, causa del conflicto. ¿Para protegerla mejor quizás?... ¿Quizás -para hablar con ella á mis anchas y esclarecer mis dudas, averiguando -si, en efecto, era una traidora enemiga? Lo primero que hice fue -examinarla despacio, mientras ella se acomodaba y colocaba su raído -saquillo en la red. Anglo-sajona, saltaba á la vista: la marca étnica no -podía desmentirse. Carecía de belleza: sus facciones sin frescura, sus -ojos amarillentos, su cuerpo desgarbado,<span class="pagenum"><a name="page_151" id="page_151"></a>{151}</span> su talle plano, la quitaban -toda gracia, perturbadora. Y para que me sedujese menos, bastó el -movimiento que hizo al volverse hacia mí y tenderme virilmente una mano -huesuda y rojiza, que estrechó la mía, sacudiéndola. Con voz, eso sí, -muy timbrada y dulce, la extranjera pronunció:</p> - -<p>—Gracias, señor; mil gracias.</p> - -<p>Confuso, disculpé mi rasgo:</p> - -<p>—Yo no podía consentir aquella barbaridad. De seguro que usted no es -espía, señora; acaso ni es usted americana siquiera. Inglesa, ¿verdad?</p> - -<p>—¡Ah! No, señor. Soy, en efecto, yanqui.</p> - -<p>Y al notar que me estremecía, añadió alzando el brazo y cogiendo su -saquillo:</p> - -<p>—Pero no soy espía. Vea mi álbum y mis dibujos.</p> - -<p>Hojeé el álbum. Estaba atestado de apuntes arquitectónicos y croquis de -tipos pintorescos: una ventana florida, una reja salomónica, un -borriquillo, un paleto...</p> - -<p>—¿Es usted artista?</p> - -<p>—Muy poco... mera afición... Por mi oficio soy <i>tipógrafo</i>. Trabajo... -es decir, trabajaba en una imprenta de Boston... Ahora no sé qué haré.</p> - -<p>Mi curiosidad se inflamó. Adiviné un misterio, y me prometí aclararlo. -La voz de mi protegida tenía tan blandas inflexiones, sus pupilas -estaban tan húmedas de gratitud al encontrarse con las mías, que pensé: -«Por un momento eres dueño de esta mujer. Aprovecha este instante y -sorprende su alma, desdeñando el barro que<span class="pagenum"><a name="page_152" id="page_152"></a>{152}</span> la envuelve; es más gloriosa -siempre una conquista del espíritu.» Con diplomacia suma, murmuré -inclinándome:</p> - -<p>—No. Temo que crea usted que quiero cobrarme de tan insignificante -servicio como el que tuve la suerte de prestarla...</p> - -<p>La extranjera calló; pero un tinte rosado, vivo, fluído, se esparció por -su marchito rostro, embelleciéndolo... Era un arrebol de alegría, de -ilusión, de agradecimiento pasional ante frases de galante respeto que -acaso por vez primera resonaban en sus oídos. La vi llevarse la mano al -corazón, y, fingiéndome distraído, noté que me miraba de un modo -expresivo, afanoso. La voz de plata se elevó conmovida:</p> - -<p>—Pues prefiero contarle lo que me pasa, si no le molesta... Tal vez, -después de oirme, ya no me tendrá nunca por una espía.</p> - -<p>Solícito y demostrando rendimiento me acerqué, no sin arrojar antes el -cigarro que acababa de encender en aquel instante.</p> - -<p>—No soy espía—declaró ella lentamente—y no puedo serlo, porque -detesto el sentimiento patriótico, opuesto á la fraternidad universal. -La guerra entre naciones... la repruebo. ¡Los pobres luchando y -muriendo... los poderosos recogiendo el honor y el fruto...! Sin -embargo, señor... á esa gente que me insultaba, la perdono; comprendo su -ceguedad; casi admiro su furia... ¿Qué pensarían, si supiesen...?</p> - -<p>Aquí se detuvo, y apoyando uno de sus dedos huesudos sobre los labios, -me recomendó discreción acerca de lo que iba á revelar.<span class="pagenum"><a name="page_153" id="page_153"></a>{153}</span></p> - -<p>—Si supiesen... que vengo trayendo un ramo de oliva al través del -Atlántico... á proponer la alianza de los oprimidos y los miserables de -allá á los de aquí! Mi conocimiento del español, debido á que pasé años -de mi niñez en Méjico, hizo que me escogiesen para esta misión... He -explorado el terreno en las comarcas obreras y mineras...</p> - -<p>Después de breve pausa, prosiguió:</p> - -<p>—Va usted á oir una cosa rara... En España casi he perdido la fe, <i>mi -fe</i>... No veo la urgencia de ciertas medidas que <i>allá</i> aplicaremos -inmediatamente, antes que crezca el monstruo del militarismo y la fuerza -nos subyugue. Aquí no existen esas horribles desigualdades, esas -colosales desproporciones entre la suerte de los hombres. Aquí no noto -la tiranía del dinero ni la insensatez del gastar y del gozar, basada en -la brutalidad ciega del millón de millones. Aquí no hay Cresos que, como -nuestro Rockfeller... ¿no sabe usted? el rey del petróleo... ó Astor, el -rey de las minas... sudan oro y se burlan de Dios... En nuestro país -domina la abominación de la riqueza... se alza el ídolo de metal... y -allí, y no aquí, es donde la justicia debe hacer su oficio... ¡Y -justicia haremos! ¡Se lo prometo á usted! ¡Y pronto! ¡Ah! ¡España! Yo la -adoro... Es muy pobre, muy noble, muy simpática, muy sencilla... ¡Nada -contra España! Este será mi consejo, señor... Aquí no he encontrado la -miseria negra... No siento impulsos de destruir... ¡y soy tan feliz, tan -feliz! ¡Si usted supiese...!<span class="pagenum"><a name="page_154" id="page_154"></a>{154}</span></p> - -<p>Irradiaban las pupilas de la sectaria, y su pecho liso y sin morbidez -anhelaba, palpitaba de entusiasmo. Comprendí el error que había hecho -confundir á la fanática de la humanidad con la fanática del patriotismo, -á la <i>insatisfecha</i> con la espía. Entretanto el tren avanzaba, tragando -estaciones, y caía voluptuosamente la bella tarde de Mayo; olor de -hierbas y matas florecidas entraba por la ventanilla abierta, y ya la -luna, dibujando sobre el verde fino y el oro amortiguado del cielo su -ligera segur de plata, añadía un toque poético á la deliciosa paz de la -Naturaleza, indiferente á nuestras agitaciones y nuestras luchas, á los -grandes dolores colectivos ó individuales... Mi compañera había -enmudecido, y vuelta, contemplaba el paisaje: nos acercábamos al cruce; -casi nos deteníamos... Ella se encaró conmigo, y exaltada, en pie ya -para bajarse, repitió:</p> - -<p>—¡España! ¡Qué hermosa! ¡Vivir aquí... vivir aquí!</p> - -<p>En rápido é imprevisto arranque, sentí su cara pegada á la mía, el calor -de sus mejillas halagando mi sién... Después empujó la portezuela, y al -saltar al andén, siempre muy agarrada á su raído saquillo, todavía me -gritó con la solemnidad de misteriosa promesa y el ceño fruncido por -sombría amenaza:</p> - -<p>—¡Adiós... Vuelvo allá... vuelvo á mi tierra!<span class="pagenum"><a name="page_155" id="page_155"></a>{155}</span></p> - -<h3><a name="EL_CATECISMO" id="EL_CATECISMO"></a>EL CATECISMO</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Hasta las diez duraba la velada de familia, y Angelito regateaba siempre -cinco minutos ó un cuarto de hora, refractario á acostarse, como todos -los niños en la edad de seis á siete años, cuando empieza á alborear la -razón. Mientras Rosario, la madre, cosía sin prisa, levantando de tiempo -en tiempo su cabeza bien peinada, su cara sonriente, que la maternidad -había redondeado y dulcificado por decirlo así, Carlos, el padre, daba -lección al muchacho. «Si había de perder el tiempo en el café...» solía -responder como excusándose, cuando los amigos, en la calle, le -embromaban, soltándole á quemarropa: «Ya sabemos que te dedicas á -maestro de primeras letras...»</p> - -<p>La verdad era que Carlos se había acostumbrado á la lección, á la -intimidad dulce de las noches pasadas así, entre la mujer enamorada y -contenta y el niño precoz, inteligente, deseoso de aprender. Fuera, la -lluvia caía tenaz, el<span class="pagenum"><a name="page_156" id="page_156"></a>{156}</span> viento silbaba, ó la helada endurecía las losas -de la calle; dentro, la lámpara alumbraba cariñosa al través de los -rancios encajes de la pantalla, la chimenea ardía mansamente, y la -atmósfera regalada y tranquila del gabinete se comunicaba á la alcoba -contigua, nido de paz y de ternura, tan diferente de las sombrías y -hediondas madrigueras donde solían agazaparse los amigotes de -Carlos,—los mismos que se creían unos calaverones y se burlaban -solapadamente del padre profesor de su hijo.</p> - -<p>Aquella noche Angelito estaba rebelde, distraído, desatento á la -enseñanza. Al leer se había comido la mitad de las palabras, y obligado -á volver atrás y repetir lo saltado, su vocecilla adquirió esos tonos -irritados y chillones que delatan la cólera pueril. Al escribir hizo la -trompeta con el hociquito, engarrotó el portaplumas, echó más de una -docena de <i>calamares</i> en el papel, y por último estrelló la pluma en un -movimiento precipitado, y la tinta saltó hasta la blanca labor de la -madre, que exhaló un grito de sorpresa y enojo. Carlos miró á su mujer, -y meneó la cabeza y se tocó la frente como significando: «No sé qué le -pasa hoy á esta criatura.» Y Rosario, levantándose, cogió al rapaz en el -regazo y le dirigió las inquietas interrogaciones maternales. «¿Qué -tienes, vida? ¿Te duele algo? ¿Es sueño? ¿Es pupa aquí, aquí?» Y le -acariciaba las mejillas y las sienes, tentando por si sorprendía el -fuego de la calentura. ¡Enferma tan pronto un niño!</p> - -<p>No encontrando calor ni ningún síntoma<span class="pagenum"><a name="page_157" id="page_157"></a>{157}</span> alarmante, Rosario engrosó y -endureció la voz.</p> - -<p>—Vas á ser bueno... Ya sabes que no me gustan los nenes caprichosos... -El pobre papá se pondrá malito si le haces rabiar; después tienes tú que -cuidarle á él y que llevarle las medicinas á la cama... Vamos, Angel, á -concluir las lecciones; aún te falta por dar el Catecismo...</p> - -<p>Angel, sin responder, miraba fijamente á un rincón obscuro del cuarto. -La contracción de su carita, la inmovilidad de sus ojos de un azul -fluído y transparente, delataban una de esas luchas con ideas superiores -á la edad, que devastan y maduran á la vez el tierno cerebro de los -niños.</p> - -<p>—Mamá—respondió por fin muy despacio, como si hablase en sueños:—¿y -el tío Alejandro, no viene nunca?</p> - -<p>La madre se estremeció. El recuerdo del hermano que estaba en la guerra -con su regimiento la asaltaba también á Rosario muchas veces en medio de -su ventura doméstica, y se la envenenaba con el temor de que á la misma -hora en que ella descansaba entre limpias sábanas, cerca de unos brazos -amantes, pudiese Alejandro yacer cara al sol, con el pecho taladrado y -las pupilas vidriadas para siempre.</p> - -<p>—¿No viene nunca tío Alejandro, mamá?—repitió el chico con ese acento -infantil que anuncia llanto.</p> - -<p>—Vendrá si Dios quiere, hijo mío—respondió la madre con rota voz, -apretando contra el seno á la criatura.<span class="pagenum"><a name="page_158" id="page_158"></a>{158}</span></p> - -<p>—¿Cuándo vendrá? Papá, ¿cuándo? ¿Vendrá esta semana, di?</p> - -<p>—No sé, querido—exclamó el padre.—A ver, la cartilla. Que es tarde, -muñeco.</p> - -<p>—¿Pero cuándo? papá. ¿Por qué no lo sabes tú?</p> - -<p>—Porque hasta que se acabe la guerra, mi cielo... hasta que se acabe, -tío Alejandro no puede venir.</p> - -<p>Los ojos de turquesa del niño se obscurecieron á fuerza de concentración -y de ímprobo trabajo para entender.</p> - -<p>—¿Cómo es la guerra?—exclamó por último.</p> - -<p>—Pelear unos contra otros, á ver quién gana.</p> - -<p>—¿Los buenos con los malos, papá?</p> - -<p>—Sí; los buenos con los malos.</p> - -<p>—Tío Alejandro es bueno—declaró Angel.—¿Y cómo pelean?</p> - -<p>—Con fusiles, con espadas, con cañones.</p> - -<p>El niño batió palmas.</p> - -<p>—Me has de llevar, papá. Me has de llevar.</p> - -<p>—¡Pobretín!—suspiró Carlos.—La guerra no es para chiquillos.</p> - -<p>—¿Es para hombres grandes?</p> - -<p>—Sí.</p> - -<p>—Y entonces, ¿por qué no estás tú en la guerra? Tú eres grande, grande.</p> - -<p>—Porque no soy militar—dijo el padre contrariado, algo mortificado, -(como si aquellas palabras no las hubiese articulado una lengua de seis -años,) y hablando para convencer.—Tío Alejandro es militar; ya sabes -que vino á enseñarte<span class="pagenum"><a name="page_159" id="page_159"></a>{159}</span> el uniforme. Los militares estudian para eso, para -defender á la patria...</p> - -<p>—La patria...—repitió el niño, impresionado por el tono enfático y -grave con que Carlos pronunció la palabra.—La patria... ¿es aquí?</p> - -<p>—Aquí... ¿dónde?</p> - -<p>—En nuestra casita.</p> - -<p>—No... es decir, sí... Nuestra casa está en la patria, pero la patria -es mucho más... son todas las casas que ves en el pueblo y en otros -pueblos, ¡tantos, tantos! Y es además la tierra, y los bosques, y las -aldeas, y Madrid, y todo...</p> - -<p>—¿Y las iglesias también?—murmuró Angel con el tono con que decía sus -oraciones al acostarse.</p> - -<p>—También.</p> - -<p>—¿Y la Virgen? ¿Mamá del cielo?</p> - -<p>—También la Virgen; sí, mamá del cielo es la patria.</p> - -<p>—¿Y tío Alejandro quiere á la patria?</p> - -<p>—Ya ves—interrumpió Rosario sin ocultar la emoción que empañaba sus -ojos.—El pobre tío la quiere mucho. Como que se expone á que le den un -tiro y á morirse así, de pronto, figúrate tú. Reza, hijo mío, reza, para -que no maten al tío.</p> - -<p>El niño calló, reflexionando laboriosa, casi dolorosamente.</p> - -<p>—¿Y los que no van á la guerra no mueren nunca?—preguntó al fin, -siguiendo el hilo de su temprana lógica.</p> - -<p>—También mueren.</p> - -<p>—Entonces quiero ir á la guerra cuando sea<span class="pagenum"><a name="page_160" id="page_160"></a>{160}</span> grande—declaró con energía -el pequeñuelo.—Y quiero que tú vayas, papá. Al fin hemos de morir, ¿no? -Pues morir por eso... por eso... Por mamá del cielo, ¡por la patria!</p> - -<p>Un silencio siguió á las palabras del niño. Los padres se miraban, -mudos, penetrados de un respeto extraño, como si la voz del inocente -viniese de otras regiones, de más arriba. Y al cabo de unos instantes, -Carlos dijo á su mujer:</p> - -<p>—Acuéstale. Son las diez largas.</p> - -<p>—¿Y la lección del Catecismo?</p> - -<p>—Hoy ya la ha dado—respondió el padre, besando á Angel con ardor sobre -el nacimiento de la rubia melena.<span class="pagenum"><a name="page_161" id="page_161"></a>{161}</span></p> - -<h3><a name="EL_CABALLO_BLANCO" id="EL_CABALLO_BLANCO"></a>EL CABALLO BLANCO</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Allá en el primer cielo, en deleitoso jardín, Santiago Apóstol, -reclinando en la diestra la cabeza leonina, de rizosa crencha color del -acero de una armadura de combate, meditaba. Mostrábase punto menos -caviloso y ensimismado que cuando, después de bregar todo el día en su -oficio de pescador en el mar de Tiberiades, vió que ni un solo pez había -caído en sus redes; sólo que entonces el consuelo se le apareció con la -llegada del Mesías y la pesca milagrosa. Ahora—aunque en tiempos de -pesca estamos—el hijo del Zebedeo, mirando hacia todas partes, no -adivinaba por dónde vendría la salvación, siquier milagrosa, de los que -amaba mucho.</p> - -<p>Frente al Patrono, en mitad del campo, se elevaba un árbol gigantesco, -de tronco añoso, rugoso, de intrincado ramaje, pero casi despojado de -hoja, y la que le quedaba, amarillenta y mustia. Infundía respeto, no -obstante su decaimiento, aquel coloso vegetal; á pesar de que<span class="pagenum"><a name="page_162" id="page_162"></a>{162}</span> no pocos -de sus robustos brazos aparecían tronchados y desgajados, conservaba -majestuoso porte; su traza secular le hacía venerable; convidaba su -aspecto á reflexionar sobre lo deleznable de las grandezas. De las ramas -del árbol colgaban innúmeros trofeos marciales. Petos, golas, cascos, -grebas y guanteletes, con heróicas abolladuras y roturas causadas por el -hendiente ó el tajo, espadas flamígeras sin punta y lanzas astilladas y -hechas añicos; rodelas con arrogantes empresas; albos mantos que blasona -la cruz bermeja, trazada al parecer con la caliente sangre de una -herida; yataganes cogidos á los moros; turbantes arrancados en unión con -la cabeza; banderas gallardas con agujeros abiertos por la mosquetería; -el alquicel de Boabdil y la diadema pintorescamente emplumada de -Moctezuma... Al pie del árbol, sujeto á él con fuerte cadena de hierro, -se veía un sér hermosísimo, un corcel de batalla luminoso á fuerza de -blancura: el Pegaso cristiano, aquel ideal bridón que galopaba al través -de las nubes y descendía á traernos la victoria.</p> - -<p>Los ojos del Apóstol se fijaron en el caballo, cual si no le hubiese -contemplado nunca. Notó la lumínica blancura del pelo, la fluída -ligereza y ondulación delicada de las crines, el fuego de las pupilas, -el aliento ardiente que despedían las fosas nasales, la delgadez de los -remos, finos cual tobillo de mujer, la especie de electricidad que -desprendía el cuerpo del generoso animal celeste. Con sólo advertir que -le miraba su jinete de antaño, el caballo se estremeció, empinó<span class="pagenum"><a name="page_163" id="page_163"></a>{163}</span> las -orejas, respiró el aire, hirió la tierra con el reluciente casco y -pareció decir en lenguaje de signos: «¿Cuándo llega la hora? ¿Vamos á -estar siempre así? ¿Por qué no me desatas? ¿Por qué no cruzamos otra vez -entre lampos y chispas el firmamento rojo, el aire encendido de las -campales batallas?»</p> - -<p>Levantóse el Apóstol guerrero y fué á halagar con las manos el lomo de -su cabalgadura. Quería consolarla, quería calmar su impaciencia y no -sabía cómo, pues él, glorioso veterano, también soñaba incesantemente -renovar las proezas de otros días. Sin duda para acrecentarle el ansia y -avivarle el recuerdo, aparecióse por allí un alma acabada de ingresar en -el Paraíso, pues daba claras señales de no conocer los caminos, de -hallarse como desorientada é incierta. Era el recién llegado de mediana -estatura, moreno, avellanado y enjuto; rodeaban su tronco retazos de -tela amarilla y roja, que apresuradamente igualaba en matiz la sangre -fluyendo de varias mortales heridas. Santiago corrió hacia aquel -valiente con los brazos abiertos, y el español, al ver ante sí al -Apóstol de la patria, cayó de rodillas y le besó los pies con infinita -ternura.</p> - -<p>—<i>Bonaerges</i>, hijo del trueno—murmuraba devotamente el español,—¿por -qué nos has abandonado? En nuestro infortunio, confiábamos en ti. -Esperábamos que hicieses vibrar sobre nuestros enemigos el rayo ó -llovieses sobre ellos fuego celeste, como el que quisiste lanzar contra -aquellos samaritanos que cerraban<span class="pagenum"><a name="page_164" id="page_164"></a>{164}</span> las puertas de su ciudad á Jesús. -Mira, Santiago, adónde hemos llegado ya. Te lo diré con palabras de la -Epístola que se lee el día de tu fiesta; hemos sido hechos espectáculo -para las naciones, los ángeles y los hombres. Hemos venido á ser lo -último del mundo. Y todo por faltarnos tú, Apóstol de los combates. -Desata tu corcel, guíale al través del aire, ponte á nuestra cabeza. El -caballo blanco olfatea la lid. ¿No oyes cómo relincha, deseoso de -arrancar al grito de <i>cierra España</i>? Desciende, te esperan <i>allá</i>. Te -aguarda la tierra que por ti se creyó invencible. El bridón quiere -romper la cadena. ¡Santiago! ¡Buen Santiago! ¡Señor Santiago!</p> - -<p>Al oir tan apremiantes súplicas, el Apóstol se conmovía más. ¡Soltar el -corcel blanco, salir al galope, esgrimir otra vez el acero llameante! -¡Hacía tanto tiempo que lo anhelaba! No por su gusto permanecía en la -inacción, con la montura amarrada al árbol y las armas colgadas del -ramaje... Y alzando y consolando al español y apretándole contra su -pecho, Santiago empezó á vendarle las heridas cruentas; hecho lo cual, -llegóse al tronco y desató al blanco bridón, que, loco de júbilo al -verse libre, al suponer que remanecían las aventuras de otros tiempos, -agitó la cabeza, hizo flotar la crin, corbeteó gallardamente, y batiendo -el polvo con sus bruñidos cascos, alzó una nubecilla de oro. Por su -parte, el Patrón descolgaba la cota de malla y se la vestía, calábase el -ancho sombrerón orlado de acanaladas conchas, afianzaba en los hombros -el manto, embrazaba el escudo<span class="pagenum"><a name="page_165" id="page_165"></a>{165}</span> y ceñía el tahalí y la espada terrible. -Entretanto, el español echaba al caballo la silla recamada de oro y le -ponía el freno y el pretal incrustado de cabujones de pedrería. Y cuando -ya el Apóstol trataba de afianzar el pie en el estribo de plata para -saltar, he aquí que aparece, saliendo del vecino bosque, otro español, -vestido de paño pardo, calzado con groseras abarcas, haciendo señas para -que se detuviese el Apóstol. Este aguardó: en el villano de tez curtida -y de rústico atavío, acababa de reconocer á San Isidro, pobrecillo -jornalero laborioso, que en su vida montó más que jumentos cargados de -trigo, porque los llevaba á la molienda.</p> - -<p>—¡Orden del Señor!—voceaba el labriego descompasadamente.—¡Orden del -Señor! Ese caballo nos hace falta para uncirlo al arado y que ayude á -destripar terrones. Y ese español que está ahí, que venga á llevar la -yunta. Bien sabes, Bonaerges, lo que dijo el Señor en ocasión memorable, -cuando tu madre le pidió para ti y tu hermano el puesto más alto en el -cielo: los que quieran ser mayores beban primero su cáliz. Paisano mío, -á arar con paciencia y sin perder minuto...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_166" id="page_166"></a>{166}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_167" id="page_167"></a>{167}</span> </p> - -<h3><a name="LA_EXANGUE" id="LA_EXANGUE"></a>LA EXANGÜE</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>—Alquiló el cuarto tercero de mi casa, desocupado hacía tiempo—nos -dijo el eminente Doctor Sánchez del Abrojo—una señora que me llamó la -atención al encontrarla casualmente en la escalera. Nada tenía, á -primera vista, de particular; ni era guapa ni fea, ni vieja ni joven; -vestía de riguroso luto, y pasaba como una sombra, tímida y muda, -acongojada por el sobrealiento de la subida. Lo que en ella me extrañó -fue la palidez cadavérica de su rostro. Para formarse idea de un color -semejante, hay que recordar las historias de vampiros que cuentan -Edgardo Poe y otros escritores de la época romántica, y servirse de -frases que pertenecen al lenguaje poético: hay que hablar de palidez -sepulcral: sólo la muerte da un tono así á una faz humana.</p> - -<p>El manto negro encuadraba y realzaba aquel rostro de cera, y en él -observé una expresión peculiarísima, mezcla de dolor y de satisfacción,<span class="pagenum"><a name="page_168" id="page_168"></a>{168}</span> -de calina y de sufrimiento. Mi costumbre de ver enfermos me hizo -comprender que allí no existía sólo un estado físico delatado por el -color; reconocí las huellas de algún sacudimiento moral formidable, los -estragos de una catástrofe ignorada; y penetrado de simpatía y respeto, -saludé á mi vecina siempre que nos cruzábamos en la meseta, y la cedí el -pasamanos con especial deferencia y apresuramiento cortés.</p> - -<p>Transcurrió una quincena sin que la viese, hasta que un día, la criada -de la pálida bajó á rogarme que visitase á su señora, encamada y -enferma. Subí al tercero y encontré una vivienda pobre, limpia, glacial. -Sin necesidad de tomar el pulso reconocí en mi nueva cliente los -síntomas de la anemia profunda, cuando ya ataca los tejidos y produce -desórdenes graves. Las piernas hinchadas, la extremada languidez, el no -poder alzar los párpados, eran señales de que faltaba el jugo vital, -licor precioso que reparte por todo el organismo energía y fuerza.</p> - -<p>Cada quisque—prosiguió el médico, después de ligera pausa—tiene sus -caprichos y sus goces. Otros coleccionan dijes, baratijas, cuadros, -muebles, que avalora su belleza ó su rareza; yo—no por caridad, ni por -filantropía; por <i>tema</i>, por mi carácter tozudo—colecciono vidas; junto -resurrecciones... Es para mí deleite refinado arrancar á la nada su -presa... Me complazco en saber que gracias á mí andan por la calle más -de un centenar de personas que ya tenían ganado el puesto en la -Sacramental.—Ver á la pálida y prometerme enriquecer con ella mi -colección,<span class="pagenum"><a name="page_169" id="page_169"></a>{169}</span> fue todo uno. Déjense ustedes—añadió atajando nuestras -manifestaciones—de elogios que no merezco... Créanme. ¡Si me conoceré -yo! Los que nacen para Tenorios se desviven por <i>una más</i> en la lista. -¿Se figuran ustedes que en el fondo hay gran diferencia? No tengo veta -de Tenorio, pero soy otro como él, que reune y archiva en la memoria -emociones de un género dado. ¿Amor á la humanidad? ¡Quiá! Odio al -sepulturero, ¡que no es lo mismo!...</p> - -<p>Explicado así, comprenderán que no hay que alabarme tampoco por lo que -hice para ampliar y reforzar mi catálogo. La anemia se cura, más que con -medicinas, con alimentos y reconstituyentes. La señora no podía costear -ciertos manjares, substancia de carne, v. gr.; como yo deseaba hacerla -revivir, puse los medios, y la cosa marchó bien. Todavía está -descolorida; no creo que llegue nunca á preciarse de frescachona; pero -ya no sugiere ideas de vampirismo... Y no vendría á cuento que yo -hablase de esta curación, menos difícil que otras, si no me hubiese -proporcionado ocasión de saber la historia de la tremenda palidez. Fue -necesario, para que me la refiriese, todo el agradecimiento que la -pobrecilla me cobró, no sé por qué, acompañándolo de una veneración y -una confianza sin límites.</p> - -<p>Era mi enferma una señorita bien nacida, y se había quedado sin padres, -ni más amparo en el mundo que el de un hermano menor, empleado por -influencia de un pariente poderoso en nuestras oficinas de Ultramar. El -sueldo módico<span class="pagenum"><a name="page_170" id="page_170"></a>{170}</span> sostenía mal á los dos hermanos; sospecho que ella -trabajaba para fuera; con todo eso, pasaban suma estrechez. Nació de -aquí el deseo de un traslado á Filipinas: la hermana siguió al único sér -á quien amaba, y se establecieron en uno de esos poblados, de barracas -de bambú, perdidos en el océano de verdor del hermoso Archipiélago que -ya no nos pertenece.</p> - -<p>Abreviando detalles de los años que allí residieron en paz, diré que la -sublevación al pronto no les asustó; creían inofensivos á aquellos -adormilados y obedientes indígenas, y les parecía seguro reducirles, con -sólo alzar la voz en lengua castellana, á la sumisión y al inveterado -respeto. Disipóse su error al cercar el poblado hordas diabólicamente -feroces, que lanzaban gritos horrendos y esgrimían el bolo y el -campilán. Defendióse con valor de guerrillero el fraile párroco, -refugiado en la iglesia, realizando proezas que no pasarán á la -historia; ayudóle como pudo el empleado: cedieron al número; quedó el -fraile acuchillado allí mismo; al empleado le cogieron vivo, y á su -hermana la llevaron arrastra á una choza donde el vencedor cabecilla -tagalo—poco importa su nombre—tenía su cuartel general. La española se -arrojó á sus pies llorando, implorando el perdón del hermano con acentos -desgarradores. La cara amarillenta del cabecilla no se alteró: expresaba -la frialdad inerte de la raza, y se creería que era de madera de boj, á -no brillar en ella la chispa de los oblicuos ojuelos de azabache. En<span class="pagenum"><a name="page_171" id="page_171"></a>{171}</span> el -semblante impasible leyó la señorita, enloquecida de horror, la -sentencia del hermano adorado; y besando los pies del cabecilla, le -ofreció «su sangre por la de él». «Se admite», contestó de pronto el -amarillo. «La sangre de él no correrrá. Que sangren a ésta.»</p> - -<p>La sangría—estremece decirlo—duró... una semana.—Cada mañanita, en -una escudilla de coco, recogían la sangre de la desdichada, que caía -después al suelo en mortal desmayo. Desde el quinto día, la debilidad la -produjo una especie de delirio; creíase á bordo del barco que la -conducía á España, libre y feliz, al lado de su hermano; escuchaba el -ruido del mar, batiendo los costados del buque, y notaba—efectos del -vértigo—el ir y venir de las olas, el balance y cuchareo de la -embarcación, el soplo del viento, la humareda que la chimenea lanzaba. -Tan pronto su alucinación la mostraba una bandada de tiburones, como un -asalto de piraguas llenas de indígenas; ya exhalaba chillidos porque -ardía el barco, ya oía silbar las balas de los cañones y veía que el -gran trasatlántico, partido en dos, hundíase en el abismo. Al amanecer -del octavo día—último de su suplicio según le habían anunciado—cuando -ya la vena del brazo, exhausta, sólo gota á gota soltaba su jugo, y el -corazón desfallecía próximo al colapso mortal—en un momento lúcido, ó -acaso de fiebre, se le apareció España, sus costas, su tierra amada, -clemente; y creyendo besarla, pegó la boca al suelo de la cabaña, donde -yacía sobre petates viejos, medio desnuda, agonizando, devorada<span class="pagenum"><a name="page_172" id="page_172"></a>{172}</span> por sed -horrible, clamor de las secas venas sin jugo...</p> - -<p>La misma tarde cerró sobre el poblado una columna de infantería española -é indígena, poniendo en fuga á los insurrectos y libertando á los -prisioneros y heridos. Atendieron á la infeliz, reanimándola un poco á -fuerza de cuidados. Lo primero que pidió la exangüe fue á su hermano; -quisieron ocultarle la verdad, pero la adivinó: el castila colgaba de un -árbol corpulento... El cabecilla había cumplido su palabra, no sacándole -gota de sangre de las venas...</p> - -<p>Entre los que escuchaban á Sánchez del Abrojo siempre, contábase el -pintor modernista Blanco Espino, á caza de asuntos simbólicos... Batió -palmas con entusiasmo.</p> - -<p>—Voy á hacer un estudio de la cabeza de esa señora. La rodeo de -claveles rojos y amarillos, la doy un fondo de incendio... escribo -debajo «La exangüe...», y así salimos de la sempiterna matrona con el -inevitable león, que representa á España!<span class="pagenum"><a name="page_173" id="page_173"></a>{173}</span></p> - -<h3><a name="LA_ARMADURA" id="LA_ARMADURA"></a>LA ARMADURA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>No se hablaba más que de aquel baile, un acontecimiento de la vida -social madrileña. La antojadiza y fastuosa señora de Cardona había -exigido que no sólo la juventud, sino la gente machucha; no sólo las -damas, sino los caballeros, todas y todos, en fin, asistiesen <i>de -traje</i>. «No hay—repetía Mad. Insausti—más excepción que el Nuncio... y -eso porque va <i>de traje</i> siempre.»</p> - -<p>Prohibido salir del apuro con habilidades, como narices, girasoles -eléctricos en el ojal, pelucas ó trajes de colores. Obligatorio el traje -completo, característico, histórico ó legendario.</p> - -<p>Se murmuró, naturalmente, de la Cardona (con los sayos que la cortaron -podrían vestirse los concurrentes á la fiesta); se la puso un nuevo -apodo: <i>Villaverde</i>... Pero, entre dentellada y dentellada, la gente -consultó grabados y figurines, visitó museos, escribió á París, volvió -locos á sastres y modistas... y las caras más<span class="pagenum"><a name="page_174" id="page_174"></a>{174}</span> largas no fueron debidas -á la sangría del bolsillo, sino á omisiones en la lista de invitados.</p> - -<p>Quien estaba bien tranquilo era el joven duque de Lanzafuerte. Al -preguntarle Perico Gonzalvo <i>de qué</i> pensaba ir, triunfante sonrisa -dilató sus labios. «Voy de abuelo de mí mismo. Ya verás mi martingala», -añadió satisfecho.</p> - -<p>Y es que—en confianza—gastos extraordinarios no le convenían al duque. -Estoy por decir que ni ordinarios. Embrolladísimos andaban los asuntos -de la casa, y gracias que el padre del duque se había muerto á tiempo; -que si dura dos añitos más... En fin, se salió adelante, por la puerta ó -por la ventana... Por la ventana sobre todo. Se vendían cortijos, -cuadros de mérito, literas, tapices... Quedaban aún, testimonio de la -grandeza pasada, algunas antiguallas preciosas, y entre ellas una -armadura completa de un paladín compañero de Carlos V. En esta armadura, -arrinconada en una especie de leonera, se había fijado el duque, -haciéndola limpiar de orín, y al aparecer limpia vió que era objeto -digno de la Armería, muy semejante—y quizás de la misma mano—al -célebre arnés de parada y guerra del Emperador, conocido por «el de los -mascarones». Igual labor milanesa, finísima, de ataujia de oro y plata, -igual empavonado...</p> - -<p>A conocerse, hubiese sido cebo de anticuarios y envidia de -coleccionistas. ¿Qué mejor disfraz? ¿Qué cosa más propia de máscaras? -Sin gastos ni cavilaciones, Lanzafuerte sería el rey de la fiesta.<span class="pagenum"><a name="page_175" id="page_175"></a>{175}</span></p> - -<p>Dicho y hecho. Dos horas antes de la solemne de entrar en el baile, -estaba el duque abierto de brazos y esparrancado de piernas, dejándose -abrochar piezas de la armadura. Fue especialmente arduo el ajuste del -peto y espaldar; se habían olvidado las correas con su hebillaje. -Terminada la difícil obra, se miró el duque en un espejo de cuerpo -entero y no se reconoció. Afeitado el bigote; cayendo á ambos lados del -rostro las melenas de la peluca—era un retrato antiguo bajado del -lienzo. La apostura arrogante; la boca desdeñosa; el diseño de las -facciones viril y adamado á un tiempo,—convertían al duque en <i>doncel</i>, -y la raza hirvió en su sangre, causándole la nostalgia de la edad -heroica. «¡Si nazco entonces!» murmuró con orgullo. «¡Pero ahora... -claro! No hay medio...» Aumentaba su engreimiento el que la armadura le -venía un poco estrecha. «Soy más hombre que el paladín...»</p> - -<p>Al bajar las escaleras sus ideas tomaron otro giro. Si no le ayudan los -criados, de cabeza al portal. Y precauciones infinitas para meterse en -el coche, para sentarse, para salir, para subir á la regia morada de -Cardona, por peldaños de mármol, entre doble fila de lacayos empolvados, -de azul librea y calzón corto. En cambio, la entrada, de sorprendente -efecto. Destacándose sobre los trajes, que al fin eran disfraces de -relumbrón, la armadura se imponía por el arte, por la verdad, por la -seriedad y la extrañeza. Un guerrero se alzaba del sepulcro; una estatua -yacente se había incorporado.<span class="pagenum"><a name="page_176" id="page_176"></a>{176}</span> Como animada figura debida al cincel de -Pompeyo Leoni, avanzaba el duque, levantando á su paso murmullos de -admiración. Los inteligentes tasaban aquel noble despojo y lo valuaban -en cifras sonoras, con el impudor del hábito de que todo se venda. Los -artistas, transportados, clamaban elogios. Los preciados de eruditos -recordaban timbres de la casa de Lanzafuerte, y una vez más desfilaba la -clásica lista de nuestros triunfos: San Quintín, Pavía, Orán, Cerinola. -Y el choque del acero, al andar el duque, tenía un eco romántico, algo -parecido al son de los escudos en la cabalgada wagneriana. Sólo una voz -burlona, casi en la misma cara de Lanzafuerte, pronunció: «Se ha -disfrazado de héroe para que no le conozca ni su madre...»</p> - -<p>Por fin la maravillosa armadura se confundió entre el bullicio del -baile, en un remolino de zíngaros, andaluces, <i>gigerls</i>, marquesas Luis -XV, rosas, libélulas y japonesitas de cejas pintadas. El paladín de -Carlos V empezaba á notar indefinible molestia, que fue acentuándose, -convirtiéndose en declarada fatiga.</p> - -<p>No podía dudarlo: le pesaba y le apretaba la maldita armadura... ¡Qué -idea, haberse metido en semejante caparazón! Ni poder bailar, ni -siquiera estar de pie... ¿Sentarse? ¿Y cómo? ¿Que á lo mejor saltasen -las escarcelas y se quedase allí en calzón de punto? Imposible... Un -sudor de angustia humedeció sus sienes. Irse era exponerse á la -chacota... Por fatalidad, la bella Inés Puenteancha vino á rogarle que -hiciese vis en<span class="pagenum"><a name="page_177" id="page_177"></a>{177}</span> un rigodón. ¿Rigodón? ¿Andar, volverse, inclinarse? -Lanzafuerte, acongojado, se excusó lo mejor que supo... Pidió en el -comedor un vaso de ponche helado y experimentó momentáneo alivio. La -Puenteancha le preguntó risueña si estaba malo. «No es nada... calor...» -Y á manera de quien huye, pálido, escalofriado, se escabulló á la -<i>serre</i>, casi desierta, y con paso trabajoso se dirigió á la antesala. -Los lacayos le socorrieron, le bajaron en vilo, avisaron á un coche. -Dentro cayó el guerrero, produciendo temeroso ruido. ¡Uff! ¡Por fin! En -casa le arrancarían la horrible armadura.</p> - -<p>—¡Fuera todo esto, fuera!—gritó cuando estuvo en manos de sus -servidores, que se miraban sorprendidos y descontentos... ¡Ellos que se -prometían una noche de libertad! Y además... ¡qué compromiso!</p> - -<p>—¡Fuera todo, volando!—repetía el duque, abriendo los brazos otra vez, -esparrancando las piernas.</p> - -<p>Quitáronle gola, escarcelas, quijotes, grevas, brazales, cubos, -guanteletes... Al llegar á la coraza, se pararon.</p> - -<p>—¿Qué aguardáis?—interrogó furioso.—¡Si esto es lo que más me oprime!</p> - -<p>El ayuda de cámara, tartamudeando, se disculpó. ¿No se acordaba el señor -duque? Su coraza, por faltarla el hebillaje y correas, estaba soldada á -fuego.</p> - -<p>—¡A fuego! ¡Es verdad! ¡Maldita sea! ¡Volando!... ¡El armero!... ¡Ya -estáis aquí con él!</p> - -<p>Nuevas excusas. Confusión. ¡El armero! Si<span class="pagenum"><a name="page_178" id="page_178"></a>{178}</span> el señor duque lo deseaba -irían... pero inútil buscar á nadie, á la una de la noche del Domingo de -Carnaval. Hasta la mañana siguiente...</p> - -<p>Ante una orden á rajatabla salieron á caza del armero, con la convicción -de no encontrarle, y quedóse el duque embutido en la coraza, echado -sobre la cama, sin poderse revolver, ni resollar. La opresión de su -pecho, la sensación de asfixia, eran ya tormento insufrible. Y pasaban -las horas de la noche con cruel lentitud, y comprimía sus pulmones, -hasta ahogarle, una mano de plomo. ¡Armadura odiosa! ¡Cuánto daría el -descendiente de los paladines por verse libre de ella, por tenerla -colgada en la pared, en panoplia decorativa, luciendo sus labores -riquísimas, sus figuras paganas del más puro Renacimiento! ¡En la pared, -sí; en el pecho, no! ¿Qué sugestión diabólica había sido aquella? -Incrustarse en el molde de otros siglos... ¡y no poder salir! Sentir -sobre un costillaje débil, sobre un corazón sin energía, la cáscara del -heroísmo antiguo... ¡y no romperla! ¡Prisionero en una armadura! El -golpe de sus arterias remedaba el trotar de bridones; el zumbido de la -sangre era el fragor de la batalla...</p> - -<p>—Así verás que no es tan fácil disfrazarse de abuelo de sí mismo—dijo -soltando la carcajada Perico Gonzalvo, que, según costumbre, subió á -casa de su amigo al retirarse del baile, y penetró en la alcoba de -Lanzafuerte tocando una trompeta de cotillón, toda guarnecida de -cascabelitos dorados. ¿Parecerse á la gente de <i>entonces</i>? ¡Hombre! Ni -en guasa...<span class="pagenum"><a name="page_179" id="page_179"></a>{179}</span></p> - -<p>Y como Lanzafuerte gimiese medio muerto (ya ni respirar podía), añadió -el gomoso:</p> - -<p>—¿Sabes qué me ocurre? España está como tú... metida en los moldes del -pasado, y muriéndose porque ni cabe en ellos ni los puede soltar... -Bonito simbolismo, ¿eh? Vaya, voy en persona á traerte alguien que te -libre de ese embeleco... Porque ¡si esperas á los criados!...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_180" id="page_180"></a>{180}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_181" id="page_181"></a>{181}</span> </p> - -<h3><a name="EL_TORREON_DE_LA_ESPERANZA" id="EL_TORREON_DE_LA_ESPERANZA"></a>EL TORREÓN DE LA ESPERANZA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>¿Conocéis por tradiciones y descripciones el torreón fatídico desde cuya -plataforma la infeliz Isaura, séptima esposa de Barba Azul, aguardó con -sudores de agonía á sus hermanos, que venían á libertarla de la muerte? -Aferrada á una almena como si ya se defendiese instintivamente del -cuchillo, Isaura, con el rostro del color de la cera y el cuerpo -tembloroso, no tenía ánimos ni para seguir avizorando el horizonte. Su -esposo y verdugo, después de sorprender la delatora mancha de sangre en -la llave del terrible gabinete, mandó á Isaura subir á lo más alto de la -torre para encomendarse á Dios, advirtiéndola que de allí á media hora, -sin remisión, iría á degollarla. Isaura, flaqueándole las piernas, -nublados por el miedo los ojos, sólo acertaba á preguntar de minuto en -minuto, con voz á cada paso más apagada y desfallecida: «Hermana Ana, -¿no ves nada? ¿no viene nadie?» Y Ana, dolorosamente, respondía:<span class="pagenum"><a name="page_182" id="page_182"></a>{182}</span> «Sólo -veo la hierba que verdea y el camino que blanquea.» Cuando ya faltaban -pocos instantes para cumplirse el plazo; cuando Isaura, crispadas las -manos, se agarraba á las piedras creyendo sentir en la garganta el frío -del cuchillo, Ana exhaló un grito loco, delirante: «¡Allí vienen, allí -vienen!» y disipada la nube de polvo que arremolinaba el galope de los -corceles, Isaura reconoció á los paladines que volaban á salvarla...</p> - -<p>Mucho se ha escrito y discutido acerca del torreón de Barba Azul. La -opinión más general es que yace en ruinas, y que si los medrosos -subterráneos, con sus mazmorras y pozos donde aparecen aún hoy, al -excavar y registrar, huesos y calaveras humanas, se conservan intactos, -el torreón de la Esperanza se vino á tierra.—Mejor informada, puedo -asegurar que el torreón existe.—Es tan fuerte y sólido, sus piedras -están tan bien trabadas, con cemento tan indestructible; su gorguera de -elegantes almenas posee una resistencia tal, que ni las tormentas, ni la -lluvia, ni el aire, ni siquiera el transcurso del tiempo y el abandono, -han podido dar cuenta de él. Hay más todavía. No sólo no ha sufrido -deterioro el torreón, sino que actualmente es visitado por innumerables -peregrinos y viajeros de todos los países del mundo, que acuden allí -como en romería, atraídos por la leyenda. Esta asegura que encaramándose -al torreón de la Esperanza y aguardando con paciencia—sin dejar de -implorar el auxilio del cielo,—cada cual acaba por ver venir, alzando<span class="pagenum"><a name="page_183" id="page_183"></a>{183}</span> -la indispensable nube de polvo, una representación de su porvenir y su -destino. Ya se adivina si estará concurrida la plataforma de la torre, y -si los que se agarran á sus almenas—las mismas á que Isaura se abrazó -en trance apretadísimo—sentirán latir el pecho de ansiedad, á veces de -dolor, á veces de suprema alegría.</p> - -<p>No hace mucho—esta noticia nos interesa especialmente—una caravana de -viajeros españoles, como pasase cerca del torreón de la Esperanza, deseó -subir á él. Antes de realizar la ascensión conferenciaron, y con la -verbosa familiaridad y la espontánea franqueza que caracteriza á los -españoles, se confiaron recíprocamente sus aspiraciones y hasta sus -fantásticos sueños. Abrieron su corazón como se abre una puerta, de par -en par, y resultó que existía entre sus anhelos afinidad y analogía -extraña. Querían encaramarse al torreón de la Esperanza, porque, -aburridos y hastiados de lo presente, sólo fiaban en las novedades que -diese de sí lo futuro. Mostrábanse los peregrinos descontentos de cuanto -existe, y andaban conformes en atribuir los males y decaimiento de -España á los individuos que figuran á la cabeza de la nación. Sólo un -ciego no vería la decadencia y lastimoso agotamiento de nuestros -<i>héroes</i>. Sobre este tema había que oir á los peregrinos, oportunos, -decidores y epigramáticos. Las flaquezas, las deficiencias, las torpezas -y los yerros de las celebridades salieron á relucir con salsa de mostaza -picante, con fuego<span class="pagenum"><a name="page_184" id="page_184"></a>{184}</span> graneado de chistes y anécdotas. Quedaron allí las -altas famas pulverizadas, las glorias disueltas y devoradas por el ácido -corrosivo de una crítica mofadora. ¿Los estadistas? garduñas, vividores -sin conciencia. ¿Los caudillos? cobardones, y por contera ineptos, sin -el acierto instintivo del guerrillero ni la vasta estrategia del -verdadero gran capitán. ¿Los artistas? imitadores misérrimos, que se -traían del extranjero las ideas y hasta las formas, como las bailarinas -se traen pantorrillas de algodón. ¿Los literatos? pobres diablos secos y -vacíos hasta la médula de los huesos, y además, pesadísimos... -«¡<i>Lateros</i> insufribles!» gritó uno de los peregrinos, que frisaría en -los veintitrés años y lidiaba á la sazón con el tercero de Derecho. La -frase resumió el debate; todos convinieron en que se estaba erigiendo -una catedral de hojalata para que se riese la posteridad. Urgía -refrescar, variar el personal; era llegado el instante de cambiar de -baraja, estrenando una nueva, tersa, reluciente, no sobada ni fatigada -del uso... ¡Vengan otros, los desconocidos, los ignorados genios que -encierra en su seno la multitud anónima!—Por eso ardían los españoles -en deseos de subir al torreón y divisar á lo lejos el remolino de polvo -que anuncia la irrupción triunfante del porvenir...</p> - -<p>A la mañana siguiente, al despuntar el día, trepando por las piedras, -agarrándose á las matas de hiedra, valiéndose de escalas y de sogas, -arañándose las manos, alcanzaron la plataforma, y reclinados en el -parapeto y el almenaje,<span class="pagenum"><a name="page_185" id="page_185"></a>{185}</span> consultaron ansiosos el horizonte.—Desde luego -pudieron cerciorarse de la verdad histórico-topográfica que envuelve la -conseja de Barba Azul. Arrancando de la calzada que conduce al puente -levadizo del castillo, y prolongándose hasta perderse allá entre dos -montañas casi difumadas en la lejanía, serpeaba por frescos prados la -cinta de plata del camino. En lo más distante que de él podía percibirse -clavaron los ojos los españoles, como los había clavado la despavorida -Isaura; y repitiendo su pregunta con afán poco menor, preguntaban los -cortos de vista á los que asestaban poderosos gemelos: «Qué, ¿nada? ¿No -asoma nada aún?» Y los otros respondían: «Nada... Sólo se ve la hierba -que verdea y el camino que blanquea.»</p> - -<p>Pasaron horas y horas, y mis españoles quietos allí, catalejo en ristre, -ó haciéndose pantallas y tubos con periódicos los que de anteojo -carecían. El sol, que iba remontándose al cénit, picaba más de lo justo -y quemaba las pupilas y derretía los sesos; la sed inflamaba los -gaznates y el hambre pellizcaba los estómagos; pero la magia de la -Esperanza, como un filtro, sostenía á los expedicionarios, impidiéndoles -retirarse. Cerca ya de la hora meridiana, un privilegiado que poseía -unos soberbios <i>marinos</i> exhaló chillido indescriptible. ¡Allá, allá, en -lontananza remotísima, acababa de aparecer un punto blanco, el núcleo de -un astro, la misteriosa nube de polvo!</p> - -<p>Creyeron volverse locos los españoles. De<span class="pagenum"><a name="page_186" id="page_186"></a>{186}</span> mano en mano pasaron los -gemelos. ¡Sí, sí, allí estaba, creciendo, dilatándose, la nube! Pronto, -roto el turbio velo, lograron distinguir lo que se acercaba. Era una -lucida cohorte á caballo, una hueste espléndida, bizarramente engalanada -y armada de punta en blanco, apercibida al combate. Ya se podían admirar -el corbeteo de los fogosos bridones, ya el damasquinado de los arneses y -cotas; ya gallardeaba el ondear de las plumas y el flotar de las bandas -de colores; ya se distinguían las empresas de los pendones y el blasón -de los escudos... Los de la plataforma, ebrios de entusiasmo, gritaban, -vitoreaban, cabalgaban en las almenas á riesgo de estrellarse... -Faltábales sólo ver las caras de los paladines: era una fatalidad: -llevaban todos baja la visera del casco. ¡Grande, ardiente era el anhelo -de conocer á los que cifraban el destino de la patria española!...</p> - -<p>Un clamoreo inmenso, de nervioso entusiasmo, se alzó de la plataforma -cuando, llegados al pie del puente levadizo, los <i>héroes</i> que venían -alzaron la visera... Y otro clamor especial, de ironía y desencanto, -siguió al primero.—Los de la hueste esperada, los de la hueste -desconocida... no eran sino <i>aquellos</i> mismos, ¡vive Dios! aquellos que -desde hacía años lidiaban, resistiendo los embates de la censura y las -exigencias del descontento y del cansancio. Todos iguales, invariables, -ya curtidos, ya veteranos... Los mismos caudillos, los mismos -estadistas, los mismos artistas y literatos célebres... ¡Ni una cara -nueva, vive Dios!—Y<span class="pagenum"><a name="page_187" id="page_187"></a>{187}</span> los viajeros españoles, asaz mohinos, descendieron -aprisa... A la noche se consolaron armando una tertulia, volviendo á -pulverizar á los eternos <i>héroes</i>, y planeando, para el otoño próximo, -otra subida al torreón de la Esperanza.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_188" id="page_188"></a>{188}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_189" id="page_189"></a>{189}</span> </p> - -<h3><a name="EL_PALACIO_FRIO" id="EL_PALACIO_FRIO"></a>EL PALACIO FRÍO</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>¿Os acordáis de aquella princesa enferma, hija del rey de Magna, á quien -curó como por ensalmo un viejo mostrándola cierto panorama muy lindo? -Pues habéis de saber que á la vuelta de muchos años el cetro de Magna -vino á recaer en un hijo de esta princesa, y este hijo, bajo el nombre -de Basilio XXVII, reinó gloriosamente por espacio de más de un cuarto de -siglo, persistiendo la huella de su paso por el trono en varios -monumentos grandiosos y venerables, que estudian hoy los arqueólogos con -particular interés, discutiendo si el estilo peculiar de tales -construcciones es invención que exclusivamente pertenezca al -vigesimoséptimo Basilio ó procede ya de la influencia de su madre y -quizás se remonta hasta la de su abuelo. Punto es éste acerca del cual -se han escrito doce voluminosos libros y cosa de sesenta monografías -asaz doctas.—Lo que especialmente hizo darse de calabazadas á los -sabios fueron<span class="pagenum"><a name="page_190" id="page_190"></a>{190}</span> ciertas imponentes ruinas que la tradición popular llama -del <i>Palacio frío</i>, sin que hasta hace poco tiempo se consiguiese -averiguar el origen de tal nombre, que contrasta con el aspecto de lo -que del edificio resta en pie.</p> - -<p>En efecto; el palacio, del cual se conservan galerías, salones y -estancias que decoran restos de ricas maderas y preciosos mármoles y -jaspes, parece haber sido erigido por la madre de Basilio XXVII para -asilo de un feliz amor conyugal; y su traza, su adorno, su carácter, en -fin, son marcadamente amables y alegres, con la alegría de una dicha -soberana, ostentosa y triunfante. El emplazamiento, su orientación al -Mediodía, su situación en el punto más despejado y dominando la -perspectiva más risueña, sobre la bahía y entre bosquecillos de -naranjos, limoneros y granados siempre en flor, tampoco permitían -inducir por qué hubo de ser llamado <i>frío</i>, nombre que parece delatar -solemnidad y tristeza.—El enigma de semejante tradición llegó á -preocupar al Dr. Herr Julius Tiefenlehrer, sabihondo catedrático alemán, -que se propuso descifrarlo á toda costa. Con la cachaza del que no -regatea tiempo, se instaló en las mismas ruinas, y araña de aquí, -escarba de allí, rebusca por allá y escudriña por acullá, consiguió -desenterrar, al pie de una columna, en la cripta bajo lo que fue salón -del trono, un cofrecillo de hierro que contenía un rollo de manuscritos. -A pique estuvo el Dr. Tiefenlehrer de volverse loco de júbilo con el -inestimable descubrimiento; como que los manuscritos eran<span class="pagenum"><a name="page_191" id="page_191"></a>{191}</span> nada menos -que unas instrucciones muy prolijas, de puño y letra del mismo Basilio -XXVII, y destinadas á sus herederos y sucesores, para adoctrinarles en -la recta gobernación del Estado y en la conducta que debe seguir un -monarca. Pero lo que sobre todo arrebató á Herr Julius al quinto cielo, -fue que, por vía de ejemplo, Basilio refería allí con pormenores la -historia del <i>Palacio frío</i>. Y nosotros, al traducirla del enorme -volumen en lengua alemana en que el sabihondo la publicó, -enriqueciéndola con toda especie de documentos, glosas, advertencias, -referencias, notas, comentarios, planos y estudios comparativos con -otras tradiciones de Magna y de los demás pueblos del mundo, la -extractamos rápidamente y sólo damos en forma escueta el relato del -extraño suceso por el cual se llamó <i>frío</i> el palacio de Basilio XXVII.</p> - -<p>Es el caso que cuando el joven Basilio heredó la corona, hallóse en un -estado de ánimo parecido al fervor de los que ingresan en una orden -religiosa, y se dió á pensar cómo debía conducirse á fin de cumplir sus -deberes y desempeñar á perfección la alta y ardua tarea que le señalaba -el destino. Penetrado de la grandeza y hasta de la santidad de su cargo, -pidió á Dios luz y fuerza para que su nombre pasase á la Historia con la -aureola y el prestigio de los reyes que saben ejercer el poder sumo en -provecho y honor de la patria. Sin embargo, tan excelentes intenciones -se estrellaban contra una dificultad: el rey quería el bien, pero no -sabía dónde estaba, ni en qué consistía, ni<span class="pagenum"><a name="page_192" id="page_192"></a>{192}</span> cómo era preciso -arreglárselas para descubrirlo.</p> - -<p>Así las cosas, y mientras Basilio cavilaba en el modo de acertar, empezó -á darse cuenta de un sorprendente fenómeno; y es que dentro de su -palacio—aquel deleitoso palacio construído por una reina enamorada para -albergue de la dicha, y enclavado en un oasis, en lo mejor de un país de -clima naturalmente benigno,—hacía frío, mucho frío, un frío cruel. La -sensación de este frío, al principio sutil y casi imperceptible, iba -siendo á cada paso más fuerte y penetrante. Nadie dudará que el rey -aplicó al punto los remedios que suelen emplearse contra el descenso de -la temperatura; y el primero fue abrigarse, envolverse en ropas de -invierno. Desde la hopalanda de enguatada seda hasta el manto de finas -pieles de rata polar, colchón vivo que crea una atmósfera suave y tibia -en torno del cuerpo; desde el casacón de terciopelo de media pulgada de -alto hasta la funda de raso rehenchida de plumón de pato silvestre; -desde la vedijosa zalea de cordero blanco hasta la gruesa manta lanuda, -Basilio usó cuanto juzgó á propósito para entrar en calor, sin que se -desvaneciese aquel frío singular, siempre más intenso. Desesperando ya -del abrigo suyo, se dió prisa á calentar el palacio. De entonces procede -la construcción de las suntuosas y amplias chimeneas que por todas -partes lo decoran, y en las cuales noche y día se quemaba un monte -entero de leña seca, levantando mil lenguas y jirones de llama. No se -conocía en aquel tiempo<span class="pagenum"><a name="page_193" id="page_193"></a>{193}</span> otro sistema de calefacción; pero sobraba para -disipar cualquier frío natural y explicable en lo humano. No obstante, -el frío continuó, arreció, redobló, invadiendo ya la médula del rey, que -daba diente con diente á todas horas.</p> - -<p>Cuando Basilio XXVII preguntaba á sus ministros y magnates y á los mil -agradadores que bullen alrededor de los poderosos si sentían como él -aquel extraño frío, le desesperaba oirles responder vagamente que sí, y -al mismo tiempo verles andar á cuerpo y abanicarse, mientras él se -encogía castañeteando los dientes. Notaron los áulicos la contrariedad -del soberano, quisieron llevarle la corriente y fue muy gracioso verles -fingir que también se helaban, vestidos de riguroso invierno y sudando -como pollos. Y el joven rey, que tenía un espíritu sincero y leal, se -indignó ante la comedia y miró á sus cortesanos con desprecio profundo -al observar que en cosa tan evidente y palmaria le mentían y engañaban -sin temor. Acometido de tristes recelos, pidiendo la verdad á la -ciencia, Basilio llamó á un médico y le preguntó si el terrible frío que -sólo él padecía sería debido á mortal enfermedad. Reflexionó el sabio, y -después quiso saber si el rey notaba el mismo frío en todas partes. -Abriendo una ventana, suplicó á Basilio que se asomase; y cuando éste -pensó tiritar y morir helado, observó que, por el contrario, el aire -exterior le calentaba y reanimaba mucho.</p> - -<p>—La solución de este problema no depende de la Medicina—declaró el -doctor.—V. M. no<span class="pagenum"><a name="page_194" id="page_194"></a>{194}</span> está enfermo. No me consulte á mí, sino á su -conciencia y á Dios, y pues aquí tiene frío y ahí no, salga, salga á -todas horas; viva fuera de este palacio fatal.</p> - -<p>Y Basilio salió, en efecto, huyendo de la espléndida morada en que se -congelaba su sangre y los mármoles parecían témpanos, y los dorados, -irisaciones del sol en las paredes de alguna nevera. Echóse á todas -horas á la calle, gozando con delicia la suave temperatura,—y poco á -poco fue tomándose interés en lo que le rodeaba y estudiando y -conociendo lo que preocupaba y convenía á sus vasallos.—Vió con -extrañeza que el mundo no era como sus cortesanos lo pintaban, y le -pareció que se le barrían de los ojos unas telarañitas y que el cerebro -se le despejaba y se le despabilaba el sentido. Mil cuestiones que no -comprendía se le aparecieron claras, transparentes; conoció las -necesidades, oyó las quejas, se asimiló las aspiraciones, hizo suyos los -deseos y afanes del pueblo, y de tal modo se identificó á la vida de sus -súbditos, que su corazón llegó á latir enteramente al unísono del gran -corazón de la Patria, como si á los dos los regase la misma sangre y los -dilatasen y contrajesen iguales alegrías y tristezas. Basilio estaba -transportado; lo único que todavía le contrariaba era que, al retirarse -á palacio, le acometía el frío otra vez. Y, en un momento de -inspiración, se le ocurrió que, pues fuera hacía calor, quizás el -palacio se templaría abriendo de par en par las puertas y las ventanas -para que lo llenase el ambiente exterior, las ráfagas<span class="pagenum"><a name="page_195" id="page_195"></a>{195}</span> de la calle y -hasta la gente de la calle, la gente humilde. Dió, pues, la orden, y -fueron franqueadas á los súbditos las puertas del regio alcázar. Y á -medida que el pueblo, respetuoso y lleno de amor por su buen monarca, -recorría las estancias magníficas, verificábase el portento: derretíase -el hielo, el aire se hacía blando, templado; las avecillas de las -pajareras cantaban, los tiestos florecían, reía el dulce hálito de la -primavera.—Resuelto estaba el enigma. Basilio XXVII no volvió á tener -frío en su palacio.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_196" id="page_196"></a>{196}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_197" id="page_197"></a>{197}</span> </p> - -<h3><a name="EL_TEMPLO" id="EL_TEMPLO"></a>EL TEMPLO</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Sucedía lo que voy á referir en los tiempos modernísimos de la China, -séptimo siglo de nuestra era, reinando la emperatriz Vu. No incluyen los -historiógrafos sinenses á esta dama en la lista de los soberanos, -alegando que Vu era una usurpadora, ni más ni menos que la actual -emperatriz, que tanto preocupa á la Europa culta.</p> - -<p>Hija de un príncipe de Mingrelia, Vu fue llevada al gineceo de Tai-Sung -con otras veinte doncellas nobles, encargadas de hacer el té y plegar, -guardándolos en cajas de sándalo oriental, los ropajes de seda del -emperador. La reconocieron los eunucos; se cercioraron de que tenía el -aliento sano, la dentadura pareja y completa, el cuerpo puro y gentil, y -sabía trazar con el pincel los caracteres complicados del alfabeto, -rasguear la guitarra y recitar de memoria las enseñanzas de la -literatura Pan-hoei-pan, que ordenan á la mujer ser en su casa nada más -que un eco y una sombra. Seguros ya de que Vu merecía el honor de -divertir al glorioso soberano, la vistieron de bordadas telas, la -perfumaron con algalia, salpicaron de flores de<span class="pagenum"><a name="page_198" id="page_198"></a>{198}</span> cerezo su negra -cabellera, peinada en complicadas y relucientes cocas, y la presentaron -á Tai-Sung. Este apenas la miró; altos designios, planes heroicos, -sabias máximas ocupaban su mente. Estaba disponiendo las instrucciones -que había de dar al príncipe heredero Kao-Sung, entre las cuales -figuraba este consejo: «Reina sobre ti mismo y sujeta tus pasiones.» Y -el príncipe heredero—asomado al balconcillo de un pabellón de bambú que -adornaban placas de esmalte y cuyo techo escamoso guarnecían -campanillitas de plata,—vió pasar á la nueva esclava de su padre y la -codició en su corazón de un modo insensato.</p> - -<p>Un mes más tarde, el emperador bebía una taza de té servida por Vu, y -disuelta en la rubia efusión, fuerte dosis de opio ofrecía al mortal -reposo eterno. Después del solemne entierro del ilustre guerrero y -legislador, Kao-Sung repudió á sus legítimas esposas, emperatrices del -Poniente y del Levante, y sentó á su lado, en el trono, á Vu, dándola el -título nuevo é inaudito de reina celestial.</p> - -<p>Jamás se había cometido tan grave y escandalosa acción. La piedad filial -es la virtud china por excelencia, y Confucio dice en el Y-King ó <i>Libro -de los libros</i> que el padre es al hijo lo que el sol al mundo. Pero -habían pasado los tiempos en que el prestigio de la ley podía más que el -respeto al Monarca, y nadie se atrevió á chistar. Solamente un -literato—en aquel país los literatos llevaban la voz de la conciencia -pública—tuvo valor para anunciar á Kao-Sung<span class="pagenum"><a name="page_199" id="page_199"></a>{199}</span> que los Espíritus ó manes -de los antepasados tomarían venganza de la ofensa; por lo cual el -literato fue esmeradamente cortado en diez mil pedacitos, suplicio que -se reserva á los grandes culpables.</p> - -<p>Sin duda los Espíritus quisieron dejar bien al literato, pues Kao-Sung -murió pronto, consumido por el incendio de sus venas, por el amor -desesperado y loco. Sucedíale su hijo Shun-Sung; pero á los pocos días -la emperatriz le hizo sorprender en su lecho y trasladar en palanquín á -una fortaleza fronteriza, de las que defendían la Gran Muralla. Y -apoderándose del trono, dió rienda suelta á su soberbia infinita. Mandó -construir un palacio desmesurado, y en él reunió servidumbre -innumerable, entre la cual había bailarinas, atletas, astrólogos, -arqueros muy diestros y palafreneros tártaros de suma habilidad. Todas -las noches los jardines se iluminaban con millares de farolillos, y -barcas empavesadas, de figura de dragones ó cisnes, llenas de músicos, -con mesas dispuestas para el banquete, recorrían los estanques y lagos; -en la más suntuosa de las embarcaciones, la emperatriz, rodeada de su -corte, se entregaba á los delirios de la orgía. Hasta tuvo el capricho -de hacer un lago de vino rojo y ver cómo se bañaban en él, ebrios ya, -los cortesanos. En medio de su desatinada vida, Vu pensaba en agrandar -su Imperio, y veteranos generales consiguieron para sus armas brillantes -victorias. Los literatos, no queriendo ser aserrados ó cortados en diez -mil trozos, cantaban la gloria de<span class="pagenum"><a name="page_200" id="page_200"></a>{200}</span> la excelsa Vu, y el Imperio entero, -postrado á sus casi invisibles pies, la reverenciaba acobardado, pues -las proscripciones habían hecho oscilar, al extremo de un bambú corvo, -muchas y muy ilustres cabezas.</p> - -<p>Cualquiera pensaría que Vu, en tal esplendor de triunfo, no envidiaba á -nadie en la tierra. Y sin embargo, á los tres años de reinar, dió -marcadas señales de cansancio y hasta de melancolía, por lo cual los -médicos y astrólogos de palacio no sabían á qué santo encomendarse, pues -la Emperatriz, encerrada en sus habitaciones, se negaba á ver á nadie, y -hasta hubo días en que rehusaba el alimento. Mil versiones corrían -acerca del padecimiento incomprensible de la Emperatriz,—y es que nadie -podía sospechar que Vu, la ambiciosa, la caprichosa, estaba perdidamente -enamorada de un joven bonzo, sacerdote de Fo (á quien en la India llaman -el Buda).</p> - -<p>Ni toda la ciencia del gran Confucio y de Lao-Seu, el filósofo de las -blancas cejas, alcanzaría á explicar la secreta razón del enamoramiento -y del sufrimiento de la Emperatriz. Así como se habían reclinado en los -cojines de seda de su gabinete los esculturales hijos de Corea ó Kaolín -(la tierra cuyo barro sirvió al Espíritu para modelar al primer hombre), -los indianos del Himalaya, de negros ojos de gacela y dorada piel; los -siberianos, de azules pupilas, y los montañeses Kirguizos, de arrogante -apostura, nada más fácil para la celeste Emperatriz que prender al joven -bonzo Hoay y encerrarle<span class="pagenum"><a name="page_201" id="page_201"></a>{201}</span> allí, entre jardines de arbustos enanos en -flor, que convidan á la molicie. Mas no era eso lo que Vu deseaba. Había -visto al bonzo en ocasión de hallarse ella pescando en un estanquito -peces de colores. Al tirar de la cuerda y sacar un plateado ciprino de -aletas de carmín, el budista, que pasaba con los ojos bajos, había -alzado la voz, exclamando severamente: «Mujer, ¿por qué haces daño á los -seres vivos é inofensivos? Si quieres saciar tu crueldad, clávame el -anzuelo á mí.» Y desde aquel instante, Vu veía siempre el grave rostro, -la mirada intensa, de fuego, la figura penitente del bonzo Hoay; y en -memoria suya, á ningún sér viviente se hacía mal en el inmenso palacio. -Vu comía frutas confitadas, legumbres cocidas, y las aves anidaban -pacíficamente en el imbricado reborde de los pabellones de recreo.</p> - -<p>Un día, ya desesperada, sintiendo que la tristeza la consumía hasta la -médula de los huesos, Vu se hizo conducir al monasterio donde habitaba -el bonzo, y arrojándose á sus pies, sin orgullo ni alarde de poderío, le -explicó su mal y le pidió el remedio. «Yo sanaré si tú me guías; yo -sanaré si tú estás á mi lado.» Hoay levantó del suelo á la Emperatriz -celeste, y con palabras fraternales la calmó: «Empieza—la dijo—por -elevar un templo á la Luz y otro al Cielo..., y después llámame.» Vu -erigió dos templos altísimos, que agotaron su tesoro; terminadas las -obras, avisó al bonzo, el cual acudió, y, armado de una antorcha, -incendió los maravillosos edificios. No quedó de ellos más<span class="pagenum"><a name="page_202" id="page_202"></a>{202}</span> que ceniza. -Después dijo á la consternada Emperatriz: «Ahora, mujer, eleva un templo -más alto, más alto, dentro de ti, en tu corazón, al Cielo y á la Luz... -y cuando esté erigido vuélveme á llamar.» Vu ignoraba cómo arreglárselas -para elevar un templo dentro de su corazón; no obstante, por instinto -del querer—instinto infalible,—adoptó vida distinta de la anterior: -abrió las prisiones, prohibió los suplicios, rebajó los impuestos, oyó -las quejas justas, dió premios á la piedad filial, amparó la -agricultura, y en su palacio estableció tal moralidad, que podrían ser -de vidrio las paredes. El bonzo, satisfecho, venía á visitarla todas las -tardes, y cogidos de las manos, apaciblemente, conversaban sobre las -cuatro virtudes sublimes y la liberación de la bienaventuranza final. Vu -era dichosa como en su vida lo había sido.</p> - -<p>Sin embargo, los veteranos generales, los eunucos directores de las -fiestas, los panzudos mandarines y hasta los literatos, envidiosos de la -privanza de Hoay, al ver que ya no se ordenaban suplicios, conspiraron. -Y Vu, aquella Emperatriz que (según el dicho del historiador Padre -Amiot) emprendió y ejecutó impunemente las cosas más extraordinarias y -más opuestas al criterio y costumbres de la China, fue sorprendida en su -pabellón y secretamente estrangulada, en castigo de haber concebido un -amor diferente de otros amores, y de haber, á impulsos de ese extraño -sentimiento, elevado en su corazón un templo muy alto al Cielo y á la -Luz.<span class="pagenum"><a name="page_203" id="page_203"></a>{203}</span></p> - -<h3><a name="EL_MILAGRO_DE_LA_DIOSA_DURGA" id="EL_MILAGRO_DE_LA_DIOSA_DURGA"></a>EL MILAGRO DE LA DIOSA DURGA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>La historia religiosa y la civil y militar se encuentran tan íntimamente -enlazadas en los pueblos antiguos de la India, que ni la crítica intenta -separarlas; los textos históricos se hallan en los libros sagrados; las -mismas epopeyas tienen carácter teológico, y obra son de bramanes ó -sacerdotes. En una epopeya de las más difusas encuentro el relato del -hecho sobrenatural que vais á leer, si lo leéis, y á meditar, si -gustáis. De mí sé decir que me dejó buen rato pensativa.</p> - -<p>La ciudad y estados de Kapala, florecientes bajo los reyes de la casa de -Dapatamali, decayeron poco á poco de su antiguo esplendor, y en plazo -relativamente corto vinieron á ser invadidos y sometidos por sus -constantes enemigos los de Kamurti. Tributos onerosos, vejámenes -intolerables, humillaciones continuas, las leyes y las instituciones, el -comercio y la agricultura de Kapala sometidos á la fiscalización<span class="pagenum"><a name="page_204" id="page_204"></a>{204}</span> y á la -avidez codiciosa del enemigo, todo esto tuvieron los kapaleños que -sufrir y llevarlo en paciencia, pues al soberbio vencedor le parecía -harto haberles dejado la vida salva. Es verdad que cuando aconteció á -Kapala tal desventura, ya estaba muy abatida y desbaratada por culpa de -la mala administración, rapacidad y desmanes de los exactores, y de -infinitos vicios que se habían ido arraigando en su constitución y -enfermándola, hasta producir una atonía que hizo á los kapaleños -indiferentes á su propio decaimiento y vergüenza.</p> - -<p>Como si todas las manifestaciones del espíritu se agotasen á la vez en -Kapala, cayó también en olvido la religión, y quedó abandonado el -maravilloso templo de la diosa Durga, emplazado al pie de la montaña de -Sindoro, que es el Olimpo javanés, residencia favorita de los -inmortales. Y se necesitaba que Kapala hubiese descendido tanto para que -yaciese desierta la sacra montaña, poblada de arbustos en flor, regada -por ríos y manantiales de deleitosa frescura, en cuyos remansos abrían -los lotos azules, blancos y rosados, sus redondas y geométricas corolas; -la montaña poblada de lindas <i>apsaras</i> (las ninfas de la mitología -indostánica) y de aves canoras y dulces, cuyos gorjeos hacen insensible -el transcurso de las horas, de los años y hasta de los siglos.—En la -vertiente de la montaña alzábase la mole del templo de Durga, cuyas -imponentes ruinas son aún hoy asombro de arqueólogos y viajeros. Salvada -la puerta, lo primero que se divisa es la efigie colosal<span class="pagenum"><a name="page_205" id="page_205"></a>{205}</span> de la diosa, -de aspecto venerando. Bajos los ojos como en misterioso éxtasis, y -cubierta la cabeza por la alta mitra, en cuyo centro refulge enorme -esmeralda; apoyados los pies en el lomo del toro Nandi, Durga tiende sus -ocho brazos, y en cada uno de ellos lleva un atributo de sus enseñanzas -y doctrinas. El primero empuña la cola de un búfalo, emblema de la -agricultura; el segundo una espada, que significa el heroísmo; el -tercero el vaso sagrado, símbolo de la religión; el cuarto la maza, -representación del vigor y la fuerza; el quinto la luna, imagen de la -sabiduría; el sexto el escudo, que aconseja prudencia y ánimos para -defenderse; el séptimo el estandarte, que es la ley, y finalmente, el -octavo agarra, con brío y violencia los cabellos del muñeco Maikasur, -personificación del vicio, ordenando así la diosa que no se omita el -castigo de los culpables, tan necesario para ejemplo y escarmiento en -las bien ordenadas repúblicas. Dentro no faltaban otras efigies de -Durga, y se adoraban las de Siva y Ganesa.—Pena infundía ver el -magnífico templo sin sacerdotes ni acólitos, vacío y mudo, invadido por -las plantas parásitas que se agarran á la piedra y consuman su -destrucción.</p> - -<p>Aparte de las aves y de los reptiles, no quedaba dentro del santuario de -Durga más sér viviente que un anciano solitario. Es verdad que valía por -cien bramanes: la austeridad increíble de sus mortificaciones, que le -habían desecado el cuerpo y consumido y destuetanado<span class="pagenum"><a name="page_206" id="page_206"></a>{206}</span> hasta los huesos, -le tenían hecho una momia, pero tan comunicado con la esfera superior de -Brama, que cuantas veces hincaba en el suelo su báculo, el seco tronco -brotaba rama y flor, y que, sin sentirlo, á ratos se elevaba de tierra -siete codos el penitente, con otros prodigios que despacio refiere la -epopeya. La fama del santísimo Majamí, tal era su nombre, empezó á -divulgarse, y llegando á oídos de tres kapaleños que no podían -resignarse al triste estado presente de su nación, resolvieron -peregrinar al santuario de Durga y pedir á Majamí consejo y á la diosa -intervención eficaz.</p> - -<p>Pertenecían estos tres últimos kapaleños patriotas á la casta de los -<i>chatrias</i> ó guerreros, que forma, después de los bramanes ó sacerdotes, -la primer aristocracia de la India. Bien montados y llevando ofrendas -para la deidad, se encaminaron á Sindoro al rayar la mañana, y salvando -la odorífera selva y los lagos deliciosos, no tardaron en avistar las -galerías de arcadas y las innumerables cupulillas del vasto templo. -Pasaron, sobrecogidos de religioso pavor, bajo la enorme puerta de -entrada, en cuyas jambas hacen la guardia dos colosos armados de sendas -porras; y dentro del patio, al pie de la estatua de la diosa, cruzado de -piernas y mirándose al sitio en que debía estar el vientre,—la posición -en que suelen representar á los Budas,—calcinándose bajo un sol de -fuego, hecho un pedazo de yesca ó un tronco que abrasó el estío, vieron -al santo Majamí, tan quieto, que un pájaro se había posado en su cráneo<span class="pagenum"><a name="page_207" id="page_207"></a>{207}</span> -y sólo voló al ver aparecer á los tres chatrias.</p> - -<p>—Grande y venerable asceta—dijo el que llevaba la palabra,—hemos -venido á turbar tu quietud y á interrumpir las místicas meditaciones que -te ponen en contacto con las esferas divinas, para rogarte que te -acuerdes del daño, desastre y acabamiento de nuestras comarcas y reino -de Kapala, y ejercites el formidable poderío que te otorga tu santidad -para obtener de la diosa Durga, en otro tiempo tan propicia á los -kapaleños, que nos restaure. Únicamente Durga puede hacer un milagro que -nos saque del abismo. Concentra tu voluntad, y obtén de la diosa el -favor que solicitamos.</p> - -<p>Permanecía Majamí como si fuese labrado en piedra. Los chatrias, -respetando su inmovilidad, se prosternaron y adoraron á Durga, admirando -los atributos de sus ocho brazos y la esmeralda que en su mitra -resplandecía como una esperanza dulce. Entonces, con imponente lentitud, -los blancos ojos del solitario giraron en sus órbitas; su boca quemada y -negruzca se abrió solemnemente; su esternón, en que se contaban las -costillas apenas sujetas por la piel, jadeó para recobrar el ritmo de la -respiración olvidada; y al fin, con voz discorde y cavernosa, como el -chirrido de una puerta de oxidados goznes, murmuró gravemente:</p> - -<p>—Contemplad ¡oh chatrias! los atributos de la diosa. ¡Ellos os dirán -cómo se hacen los milagros!</p> - -<p>No les contentó la respuesta, é insistieron. El gran Majamí podía -solicitar de Durga milagrosa<span class="pagenum"><a name="page_208" id="page_208"></a>{208}</span> intervención: ¡el poder de la diosa era -tan infinito! Entonces el penitente, levantándose con trabajo, y -renqueando y vacilando sobre sus canillas huesosas, registró bajo el -zócalo de la estatua y sacó un pez muerto, ó mejor dicho, un pez seco -ya, de tonos metálicos, momificado como el propio Majamí—un pez que -parecía de estaño y cobre,—y se lo tendió á los chatrias, que no -pudiendo comprender el sentido de tan raro presente, sin replicar lo -tomaron.</p> - -<p>—Durga os manda alimentaros de ese pez,—declaró Majamí.—Al sestear en -la montaña lo asaréis... y el pez os dirá cómo se hacen los milagros.</p> - -<p>Asaz mohínos se despidieron los tres kapaleños patriotas, comentando el -regalo del pez y conviniendo en que Durga, airada ó indiferente, no -quería socorrer á Kapala. Con todo, á la primer parada bajo un grupo de -limoneros y tamarindos, dócilmente encendieron una hoguera y arrimaron á -la brasa el pez. Y, al caer sobre las ascuas, el pez empezó á hincharse, -á esponjarse; sus metálicas escamas se hicieron flexibles; al cabo de -pocos instantes, sus aletas se abrieron, se coloreó de rojo su abierta -boca, palpitaron sus branquias, y ¡oh prodigio de Durga! el pez, de un -brinco, saltó de la llama á la hierba, fresco, vivo, coleando.</p> - -<p>—Durga nos manda imitar á ese pez—exclamó el primer chatria.—He -comprendido, hermanos míos. <i>¡Resucitemos!</i><span class="pagenum"><a name="page_209" id="page_209"></a>{209}</span></p> - -<h3><a name="ENTRE_RAZAS" id="ENTRE_RAZAS"></a>ENTRE RAZAS</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Al admirar la colección de objetos de arte de mi amigo el conde de -Boltaña, me llamó la atención uno que no descollaba por su mérito, pero -que decía á mi alma cosas muy expresivas. Era la efigie—de talla, con -ropaje dorado y estofado—de San Benito de Palermo. La negra faz del -Santo, su testa de cabellera lanuda, se destacaban con singular energía -sobre las ricas vestiduras sacerdotales. Notando el interés con que yo -miraba la estatuilla, me advirtió el conde:</p> - -<p>—Esa escultura es de lo más flojo que hay aquí.</p> - -<p>—Pero encarna una idea—respondí al punto.—Encarna la idea tan -esencialmente democrática del Catolicismo. Es la apoteosis de la -igualdad humana; reprueba la división en razas superiores é inferiores -que estableció el paganismo. Por eso me conmueve el santito negro, que<span class="pagenum"><a name="page_210" id="page_210"></a>{210}</span> -estará ahora bañándose en la blanca luz celestial.</p> - -<p>—Si yo le refiriese á usted—exclamó el conde—cuándo y en compañía de -quién adquirí esa talla y lo que después ocurrió, tal vez pensaría usted -que á fines de nuestro siglo la civilización vuelve al cauce pagano, -restaurando la desigualdad basada en la fuerza material... y que pierde -terreno, en los pueblos directivos, la noción del derecho.</p> - -<p>Y como yo insistiese en conocer sin tardanza la historia de la compra -del San Benito, nos sentamos en cómodos y vetustos sillones de badana -cordobesa, y el conde habló así:</p> - -<p>—Ha de saber usted que hace años, un primo mío, cónsul en Baltimore, me -recomendó á cierto norteamericano que venía á recorrer las principales -ciudades de España y proyectaba detenerse en Madrid cosa de un mes. Con -la hospitalaria cortesía de que nos preciamos los españoles, -sacrificando tiempo y dinero, me dediqué á acompañar y obsequiar al -yanqui, llevándole adonde mostraba deseos de ir: á las casas de los -anticuarios y también á los cafés flamencos y teatrillos de mala muerte, -con todas sus consecuencias. Para que usted se explique éstas al parecer -contradictorias aficiones de mi extranjero, habré de retratarle en -cuatro rasgos. Podría tener de veintiséis á treinta años de edad; era -alto, anguloso, como tallado á hachazos; y el contraste de su figura -consistía en aquel corpachón de boxeador y púgil terminado por una cara -imberbe, rasa, de<span class="pagenum"><a name="page_211" id="page_211"></a>{211}</span> ojos incoloros y fríos, de boca femenil. Llevaba el -pelo muy recortado, y al sol su cabeza parecía bola de oro pálido; en -suma, la facha de un <i>clergyman</i>, y desmintiendo el tipo clerical y -beatífico, una fisiología poderosa. Su carácter era poco expansivo, con -súbitos arrebatos de voluntariosos antojos; y noté fácilmente cómo en -las tiendas de antigüedades pasaba de la glacial indiferencia al -violento deseo, determinado, no por la belleza de un objeto, sino por su -alto precio ó su rareza. «Dentro de poco—solía decir en regular -castellano al sacar la cartera atestada de billetes—tendremos <i>allá</i> lo -mejor de la vieja Europa.» Compraba lo mismo que quien roba, y sin mirar -sus adquisiciones segunda vez, las encajonaba y expedía. Lo único que -despertaba en él una emoción parecida al respeto, eran los cachivaches -de carácter nobiliario—que suelen hacernos sonreir á los españoles.—Un -carcomido escudo de armas, una amarillenta ejecutoria con miniaturas, le -atraían y borraban la contracción irónica de sus labios. Llamábase -Ricardo Stoddard, y sospecho que poseía fábricas de harinas y pastas; -pero jamás lo confesó, y pidióme por favor que le llamase siempre <i>don</i> -Ricardo, en lo cual á poca costa le dí gusto.</p> - -<p>Una mañana, mientras rebuscábamos tesoros de arte, apareció ese San -Benito de Palermo, cubierto de polvo y destrozadillo. <i>Don</i> Ricardo miró -la efigie y pronunció con calma: «Estúpida, una religión que pone en -altares á los negros.» No sé si porque me soliviantó la<span class="pagenum"><a name="page_212" id="page_212"></a>{212}</span> grosería de la -frase ó por espíritu de contradicción, en el acto compré la escultura y -mandé que la llevasen á casa del restaurador directamente. Quería -desagraviar al Santo de la obscura tez, y dar de paso una lección al -ciudadano demócrata.</p> - -<p>Por casualidad, estábamos de acuerdo en visitar aquella misma noche un -cafetucho de no muy buena fama, cerca de los barrios bajos. Si bien me -desagradaban tales excursiones, no me creí dispensado de acudir á la -cita, y nos instalamos ante una mesa, pidiendo cerveza y café. Habría -transcurrido un cuarto de hora, cuando ví que en la mesa próxima acababa -de ocupar una silla un corpulento negrazo. Es tan poco frecuente ver -negros en Madrid, que le miré con profunda sorpresa, admirando su -atlética complexión, su arrogante estatura, su vigor, sus ojos -brillantes y la corrección de su traje; vestía de gris, con chaleco -blanco, y calzaba guantes de gamuza barquillo. Sin poder contenerme, -toqué en el brazo á <i>don</i> Ricardo y le dije sonriendo:</p> - -<p>—Buen tipo, ¿eh? ¡Qué ejemplar!</p> - -<p>Volvióse el yanqui y posó en el negro sus pupilas descoloridas y -aceradas. No recuerdo mirada así: el desprecio condensado hasta producir -la frigidez del hielo, y la altivez que encuentra su fórmula definitiva -y triunfante, se revelaron de la ojeada que siguió á mi observación. Y -con voz incisiva, estridente, que azotaba, pronunció en alto:</p> - -<p>—¡Oh! Sí. ¡Vale mil dollars!<span class="pagenum"><a name="page_213" id="page_213"></a>{213}</span></p> - -<p>No puedo describir el efecto que me causó aquel precio de mercado, -aquella tasa de caballo ó de res vacuna, arrojada á la faz de un -racional, de un sér humano; pero describiré el que causó en el negro, -que había oído perfectamente. Palideció poniéndose verdoso—es como -palidecen ellos;—la blancura de sus ojos giró, y levantándose de un -brinco de tigre, quitóse un guante y lo proyectó contra la mejilla del -norteamericano. Éste esquivó el choque ladeando la cabeza; sin perder su -flema, asió las tenacillas del azúcar y con ellas cogió el guante, sobre -la mesa caído; llamó al mozo, y ordenó chapurreando más que de -costumbre:</p> - -<p>—¡Se lleve usted pronto esto porquería!</p> - -<p>El negro permanecía de pie, lívido, cruzado de brazos, desafiando. Por -un instante temí que iba á precipitarse hacia nosotros. Su corpachón -gigantesco retemblaba de coraje; sus dientes castañeteaban de ira. Sin -embargo, se contuvo, abrió los brazos, volvióse de espaldas, y yo, -advirtiendo que en el café la gente, alborotada, se arremolinaba ya -esperando alguna bronca, pagué el consumo y logré sacar al yanqui -afuera. Al verse en la calle, dijo seca y acerbamente:</p> - -<p>—¡Qué cosas pasan aquí! ¡Me echar el guante un esclavo!</p> - -<p>Respondíle enojado que ya no hay esclavos, y creo que saqué á relucir en -mi perorata el San Benito negro y las ideas de fraternidad. Debí de -predicar en desierto, porque al dejar á <i>don</i> Ricardo á la puerta de su -fonda, todavía repitió,<span class="pagenum"><a name="page_214" id="page_214"></a>{214}</span> pegándome familiarmente en el hombro (me había -cobrado afecto á su manera):</p> - -<p>—¡Un esclavo! ¡By God!</p> - -<p>Cuando me alejaba de allí, iba asaz preocupado. Juraría que <i>alguien</i> -nos había seguido á distancia, paso á paso, desde la Plaza Mayor hasta -la calle del Caballero de Gracia, á tales horas poco concurrida. Miré en -derredor, escruté las bocacalles, pero á nadie ví. Rumiando el -incidente, me retiré, y los siguientes días rehuí acompañar á <i>don</i> -Ricardo. La curiosidad me movió á averiguar quién era el gigantesco -negro, y supe que procedía de las Antillas, que ejercía las altas -funciones de jefe en las cocheras del duque de S..., y que por su -habilidad y maestría se ganaba un pingüe sueldo.</p> - -<p>Y ya llegamos al desenlace de esta aventura, más dramático de lo que -usted supone... Una semana después del episodio del cafetucho, leía yo -en la peluquería un periódico, y á poco me degüella el barbero; tal -respingo dí al tropezar con la noticia de que en una callejuela -sospechosa de los barrios bajos, no lejos del consabido cafetucho, había -sido encontrado el cadáver de un extranjero, cuyas iniciales, <i>R. S.</i>, -no me permitieron dudar de quién se trataba. El periódico traía más -detalles: la muerte había sido causada por dos cuchilladas tremendas, y -en los bolsillos del muerto estaban la cartera repleta y el soberbio -reloj, signo evidente de que el crimen obedecía á una venganza...</p> - -<p>Hacer luz... era bastante difícil, como yo no cantase... Y no canté. ¡No -me atreví á echar el<span class="pagenum"><a name="page_215" id="page_215"></a>{215}</span> peso de mis palabras en la balanza terrible! ¿Hice -mal? ¡Mi instinto me dictaba que guardase silencio!... Y siempre que -pienso en esta página de mi vida moral, para tranquilizarme, para -recobrar la paz, miro esa efigie del Santo de la cara obscura...</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_216" id="page_216"></a>{216}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_217" id="page_217"></a>{217}</span> </p> - -<h2><a name="CUENTOS_ANTIGUOS" id="CUENTOS_ANTIGUOS"></a>CUENTOS ANTIGUOS</h2> - -<p class="c">———</p> - -<h3><a name="LA_PALOMA" id="LA_PALOMA"></a>LA PALOMA<br /><br /> -<small>Á NUESTRO PADRE EL ZAR</small></h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Cuando nació el príncipe Durvati, primogénito del gran Ramasinda, famoso -entre los monarcas indianos, vencedor de los divos, de los monstruos y -de los genios; cuando nació, digo, este príncipe, se pensó en educarle -convenientemente para que no desdijese de su prosapia, toda de héroes y -conquistadores. En vez de confiar al tierno infante á mujeres cariñosas, -confiáronle á ciertas amazonas hircanas, no menos aguerridas que las de -Libia, que formaban parte de la guardia real; y estas hembras varoniles -se encargaron de destetar y zagalear á Durvati, endureciendo su cuerpo y -su alma para el ejercicio de la guerra. Practicaban las tales amazonas -la costumbre de secarse y allanarse el pecho por medio de ungüentos y -emplastos; y al buscar el niño instintivamente el calor del seno -femenil, sólo encontraba la lisura y la frialdad metálica de la coraza. -El único agasajo que le permitieron sus niñeras fue reclinarse sobre el -costado de una tigre domesticada, que á veces, como en fiesta, daba al -principito un zarpazo; y<span class="pagenum"><a name="page_218" id="page_218"></a>{218}</span> decían las amazonas que así era bueno, pues se -familiarizaba Durvati con la sangre y el dolor, inseparables de la -gloria.</p> - -<p>A los diez y ocho años, recio, brillante y animoso, entró el príncipe en -acción por primera vez, al lado del rey, que invadía la comarca de -Sogdiana y Bactriana, para someterla. Erguíase Durvati sobre un elefante -que llevaba á lomos formidable torre guarnecida de flecheros; cubría el -cuerpo de la bestia un caparazón de cuero doble, y en sus defensas -relucían agudas lanzas de oro. Escogida hueste de negros armados de -clavas cercaba al príncipe, y cuando se trababa la lid, Durvati se -estremecía sintiendo que los pies enormes del belicoso elefante, que -barritaba de furor, se hundían en cuerpos humanos, reventaban costillas, -despachurraban vientres y hollaban cráneos, haciendo informe masa -sanguinolenta y palpitante. Al acabarse una batalla más reñida, Durvati -osó preguntar á su padre, el gran rey, si aquella gente aplastada sufría -mucho y si placía á Brama que la gente sufriese. Y Ramasinda, colérico -de la pregunta, que le pareció rasgo de flaqueza en el novel guerrero, -sólo contestó con palabras de un cántico sagrado: «Mira delante de ti la -suerte de los que fueron; mira delante de ti la suerte de los que serán. -El mortal madura como el grano, y como el grano renace.» Acababa de -pronunciar estas palabras Ramasinda, cuando cortó el aire una flecha, y -vino á fijarse temblando en la espalda del rey. Durvati, precipitándose -hacia su padre, sólo alcanzó á recibirle<span class="pagenum"><a name="page_219" id="page_219"></a>{219}</span> en brazos moribundo. La tropa, -después de hacer pedazos al matador del rey, proclamó á Durvati, -gritando que era preciso llevar á sangre y fuego aquel país, y que el -nuevo rey sabría cumplir tan alta empresa.—Aquella noche, el huérfano -se durmió con sueño de plomo y soñó cosas raras. Representósele otra vez -el triste fin de su padre; sintió la humedad de la sangre que manaba la -herida y la humedad del llanto que él mismo, Durvati, no se había -atrevido á derramar en presencia del ejército, pero que ahora fluía -copioso, empapando sus ropas. Y cuando desahogaba así el dolor, -parecióle que sobre su pecho notaba un calor grato y suave, como un peso -delicioso, y rozaba su cara algo fino cual seda. Era, á su parecer, una -blanquísima paloma, de rosado pico, de cuello de bizantinos esmaltes -verdiazules, de benignos y amorosos ojos negros, que arrullando -mansamente murmuraba á su oído una frase misteriosa. El arrullo calmó -las angustias del príncipe, y le sepultó en un anonadamiento absoluto, -reparador.—Al despertar gritó de sorpresa. Echada á su lado, recostando -la frente en su pecho, había una mujer muy joven, celestialmente bella, -de blanco seno, de rosada boca, de cabellera sombría y suelta como -plumaje de ave, de negras pupilas; y al preguntar atónito Durvati quién -era la admirable criatura, fuéle respondido que una cautiva, una -esclava, por hermosa señalada para botín real, y que á no haber sido -muerto el rey Ramasinda, estaría ahora en su tienda y no en la de -Durvati.<span class="pagenum"><a name="page_220" id="page_220"></a>{220}</span></p> - -<p>Mozo era, y nunca había ardido en su corazón el incendio que transforma -y perpetúa los seres. En aquel punto y hora lo sintió con tal fuerza, -que se borró de su mente cuanto no fuese la cautiva. Olvidando planes de -conquista y dominación, fijó sus reales en la ciudad más próxima, y -embelesado en coloquios deleitosos se pasaba la existencia. No por eso -se crea que Durvati se entregó á la molicie y al desenfreno. Al -contrario; poseído casi siempre de exquisita delicadeza, con casto -arrobamiento, amaba á la cautiva á la manera que enseñan los <i>kandas</i>, ó -himnos védicos,—con el <i>atmán</i>, que quiere decir <i>aliento</i> ó -<i>espíritu</i>;—repitiendo aquellas palabras consagradas:—«En verdad lo -que amamos en la mujer no es la mujer, sino el espíritu; y quien busque -en la mujer más que el espíritu, será abandonado por Brama.»—Recordando -que la primer noche en que tuvo cerca á su amiga soñó Durvati que una -paloma se le arrimaba arrullando, Paloma la llamó, y Paloma la nombraron -todos.</p> - -<p>Lo que más encantaba á Durvati en Paloma, y lo que justificaba tal -apodo, era la ternura, la mansedumbre, la piedad, la blanda condición, -tan diferente de la de aquellas feroces guerreras sin atributos -femeniles, entre cuyas manos se había criado el joven rey; y según éste -intimaba con Paloma, y la frecuentaba, y se apegaba á ella, y pasaban -juntos las largas siestas del estío á orillas de los lagos cristalinos y -bajo los copudos árboles, le repugnaba más y más la idea de la crueldad -y de la matanza, se le hacía<span class="pagenum"><a name="page_221" id="page_221"></a>{221}</span> más cuesta arriba lanzar al combate otra -vez sus huestes. Ya dueña de su confianza, y usando de la libertad que -da el afecto, Paloma le pintaba con sus colores horribles el estrago de -la guerra, y le aseguraba que todos tienen derecho á vivir y deber de -amarse, para disminuir los males que cercan en la tierra al mortal.</p> - -<p>Por desgracia, no poseía cada soldado de Durvati su Paloma; furiosos con -la inacción, vejaban y oprimían á los naturales, y el país se alzaba -indignado, clamando independencia ó muerte. Los jefes, compañeros del -victorioso Ramasinda, aficionados al combate, maldecían y renegaban de -la hechicera que tenía embaucado al rey, y suspiraban por el momento de -armar á sus elefantes de combate y arrojarse al botín y á la gloria.—La -sorda conjuración contra la favorita tomó cuerpo al difundirse una -noticia grave: contra todos los ritos, costumbres y leyes, contra el -decoro de su nombre y las tradiciones heroicas de su raza, Durvati iba á -elevar al trono á aquella mujer, y regresar después á los bordes del -Ganges, abandonando la tierra ganada por el empuje de sus armas, -devolviendo la libertad á sus moradores, sin apropiarse ni una pulgada -de territorio ni una oveja de ajeno rebaño. Cundió la nueva entre las -tropas, y oyéronse maldiciones é imprecaciones contra el afeminado rey -que los deshonraba y envilecía. Era preciso que su razón estuviese -perturbada, y que aquella bruja, secuaz de los magos, hubiese dado algún -bebedizo ó hierba mala al joven héroe, para que olvidase la<span class="pagenum"><a name="page_222" id="page_222"></a>{222}</span> dignidad -real y los deberes de su cargo altísimo, que principalmente en la guerra -se resumen. Persuadidos ya de haber adivinado la causa de la decadencia -y trastorno de Durvati, concertáronse las amazonas y los jefes, y una -noche, sigilosamente, sorprendieron y robaron á Paloma de la misma -cámara real.—No ha logrado la historia exclarecer su paradero; las -desgarradoras quejas de Durvati, sus ruegos, sus amenazas, no -consiguieron que los raptores se la restituyesen; únicamente, ante la -insistencia del joven rey, quizá deseosos de hacerle irónica burla, -idearon colocar en su lecho, mientras dormía, una paloma mansa, que -llevaba por collar el anillo de la cautiva: paloma de níveo plumaje, de -tornasolado cuello verdiazul, de rosado pico, de ojos negros, amantes y -candorosos...</p> - -<p>No se sabe si Durvati entendió la sátira, ó si, en efecto, supuso que -aquella ave arrulladora y dulce era el <i>atmán</i> ó espíritu de su -amada.—Lo cierto es que, fingiendo atribuir el caso á un prodigio, -convocó á sus huestes y les hizo saber que aquella metempsícosis de la -amiga, vuelta paloma, significaba que Brama quería la paz perpetua, la -paz luciendo como blanca aurora sobre el mundo; y que esta resolución -estaba decidido á mantenerla, cortando la cabeza sin demora á quien se -opusiese ó suscitase dificultades de cualquier género.—Y en efecto, en -todo el reinado de Durvati no se derramó gota de sangre humana.<span class="pagenum"><a name="page_223" id="page_223"></a>{223}</span></p> - -<h3><a name="PREJASPES" id="PREJASPES"></a>PREJASPES</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Pensamos los occidentales haber inventado la lealtad monárquica, y -atribuímos el desarrollo de este singular sentimiento á las ideas -cristianas, confundiendo los afectos que debe inspirarnos Dios, suma -Causa y Bien sumo, con los que tienen por objeto á hombre nacido de -mujer. Yo no sé si un sentimiento se califica ó descalifica por ser -antiguo, pero sé que la lealtad monárquica es tan vieja como los más -viejos cultos, y en apoyo de esta opinión recordaré la aventura que le -sucedió al adictísimo Prejaspes.</p> - -<p>Ciro había sido un soberano glorioso y justo, pero su hijo y sucesor -Cambises, á medida que fue catando el vino del absoluto poder, mostró -los síntomas de la embriaguez especial que ocasiona este terrible licor, -destilado con sudor humano, sangre y lágrimas. Creyóse el centro de la -vida y el ojo del mundo, y contribuyó á engreirle más y á persuadirle de -que su<span class="pagenum"><a name="page_224" id="page_224"></a>{224}</span> voluntad no reconocía ley ni freno, su incursión por el Egipto, -reino que había llegado á brillante esplendor de civilización bajo el -Faraón Amasis y que el persa rindió y subyugó, entrando triunfante en -las magníficas ciudades de la ribera del Nilo, henchidas de palacios, -jardines en terrazas, obeliscos, pirámides, esfinges y colosos de -pórfido y basalto. Dueño del Egipto Cambises, y viendo su nombre grabado -en caracteres jeroglíficos en el pedestal de las estatuas naóforas y en -las columnas de los templos, se tuvo, más que por mortal, por una -divinidad como Osiris, y los egipcios se postraron ante aquel -conquistador de tiara de oro, aquella faz pálida venida del Oriente. -Sólo hubo una clase social que se resistió á tributar adoración á -Cambises, y fué la de los sacerdotes. La religión era lo único que -resistía en medio del abatimiento de todos, y por lo mismo Cambises tuvo -empeño en humillarla y vencerla, en satirizarla y, como hoy diríamos, -ponerla en solfa. No perdía ocasión de burlarse de aquel culto tributado -á dioses con cabezas de animales, tan risibles para un adorador de la -Luz, el Fuego y el eterno Sol; y si casualmente sorprendía alguna -ceremonia de la religión egipcia, ideaba bufonadas para escarnecerla. -Acertó á regresar impensadamente á Menfis en ocasión en que se celebraba -la fiesta del sagrado buey Apis; y entrándose de rondón por el templo, -mandó que le sacasen allí inmediatamente al bovino dios, y tirando de -cimitarra, le hirió de una cuchillada, que quiso dar en el vientre y<span class="pagenum"><a name="page_225" id="page_225"></a>{225}</span> -dió en el muslo. «Este dios que sangra y muge es digno de vosotros», -gritó á los egipcios, horrorizados de la profanación. Entonces el gran -sacerdote, alzando las manos á la bóveda celeste, profetizó que el impío -que hería al dios Apis recibiría herida igual. Cambises mandó azotar -mortalmente al profeta, pero la profecía quedó grabada en la mente de -los egipcios como esperanza, como vago terror en la del rey.</p> - -<p>Tenía Cambises entre sus servidores al mayordomo Prejaspes, hombre -valeroso, capaz de echarse al fuego por su monarca. Veía Prejaspes en -Cambises la forma de lo divino sobre la tierra, y entendía que un acto -era óptimo ó pésimo según á Cambises placía ó desplacía. Sin embargo, al -mismo tiempo que tan decidida abnegación, existía en el alma de -Prejaspes un instinto natural de veracidad y de honradez, que le -enseñaba á discernir el valor moral de las acciones, y á darse cuenta de -su alcance, al menos en su propia conducta. La única noción que -Prejaspes no alcanzaba, es que si hay regla moral para las acciones -humanas, esta regla obliga lo mismo ó más á los príncipes que á los -vasallos, y cuando las órdenes de los príncipes están con la regla en -contradicción, la obediencia sólo á la regla es debida. No lo entendía -así Prejaspes, y hasta suponía, por exceso de nobleza de ánimo, que su -sangre y su vida entera y su alma inmortal pertenecían á Cambises.</p> - -<p>Sucedió, pues, que Cambises, conocedor de<span class="pagenum"><a name="page_226" id="page_226"></a>{226}</span> la incondicional lealtad de -su mayordomo, preguntóle un día qué decían de su rey los vasallos. Y -como Prejaspes hubiese observado que al monarca le enfurecía y exaltaba -el beber, contestóle lleno de buena intención y con entereza y respeto: -«Señor, opinan que eres un soberano valeroso y grande, pero que te gusta -el vino en demasía.» No complació la respuesta á Cambises, por lo mismo -que exhalaba el acre aroma de la verdad; frunció el poblado entrecejo de -azabache, y por sus ojos cruzó un relámpago como el que despide el puñal -al salir de la vaina. Sin embargo, no hizo la menor objeción—señal -malísima,—y siguió hablando con agrado á su mayordomo.</p> - -<p>Cosa de una semana después, al levantarse de la mesa, hora en que solía -Cambises pasear por los jardines entreteniéndose en tirar agudas flechas -á los pajarillos, llamó á Prejaspes y al hijo de Prejaspes, copero mayor -de palacio; y al verles en su presencia, dijo á Prejaspes en tono -alegre: «¿Sabes que he estado pensando en eso de que mis vasallos -comenten mi afición al vino? Porque capaces serán de creer que soy algún -insensato y que el abuso de la bebida ha turbado mis sentidos, nublado -mis pupilas y debilitado este brazo que puso al Egipto por alfombra de -mis pies. ¿Lo creerás? Yo mismo siento aprensión y quiero hacer un -ensayo. ¡Ea! Que tu hijo se coloque ahí enfrente... Cuádrale bien, -échale atrás los brazos para que descubra el pecho... Así... Voy á -flechar el arco y disparar... Si coloco la punta en mitad del corazón,<span class="pagenum"><a name="page_227" id="page_227"></a>{227}</span> -convendrás en que se engañan mis súbditos y Cambises conserva íntegras -sus facultades.»</p> - -<p>Prejaspes, silencioso, obedeció. Temblor profundo sacudía sus miembros; -gruesas gotas de sudor helado asomaban en la raíz de sus cabellos; un -vértigo oscurecía sus ojos. Pero aún le sostenía la esperanza quimérica -de que aquello fuese una chanza feroz, y no más. Cambises tendió el -arco, apuntó cuidadosa y lentamente, pellizcó la cuerda; un silbido -desgarró el aire, y el hijo de Prejaspes giró sobre sí mismo y cayó al -suelo desplomado. «Hola», gritó Cambises; «aquí mis trinchantes... Abrid -el pecho de ese, á ver si el hierro ha partido de medio á medio el -corazón.» Palpitaba éste débilmente aún cuando se lo presentaron á -Cambises, con la flecha plantada en el centro, sin desviación de una -línea. Soltó el rey gozosa carcajada, y volvióse hacia el anonadado -Prejaspes, preguntándole en tono de buen humor: «¿Qué tal? ¿Sé yo -disparar? ¿Sé acertar? ¿Conoces otro arquero mejor que tu rey?» Tardó -Prejaspes en contestar á la regia chanza cosa de medio minuto. Estaba -inmóvil, y sus pupilas, inmensamente dilatadas, no sabían apartarse de -aquel corazón sangriento, tibio todavía,—el corazón de su dulce hijo, -cuyas débiles contracciones expirantes, á cada segundo parecían decirle -con misterio: «Padre, véngame.» ¡Arrancar aquella flecha misma, clavarla -en la tetilla de Cambises! ¡Oh ventura, oh goce!...—De pronto, -Prejaspes volvió en sí: era el rey, era su rey, su dueño, su árbitro, la -imagen del eterno Sol sobre la tierra...!;<span class="pagenum"><a name="page_228" id="page_228"></a>{228}</span> y devorándose el labio en -desesperada mordedura, su lengua profirió esta respuesta cortesana: -«Señor, el dios Apolo no flecha mejor que tú...» É inclinándose hasta el -suelo, desapareció para revolcarse á solas, para poder morderse las -manos y herirse el rostro y cubrirse el cabello de ceniza.</p> - -<p>Y en presencia de Cambises, Prejaspes ocultó sus lágrimas. Fiel como el -perro, acompañóle siempre. Pasado el primer horrible dolor, diríase que -le amó más desde que hubo entre los dos sangre y sacrificio. A su lado -estaba el día en que, montando Cambises precipitadamente para sofocar -una rebelión, se hirió con su propia cimitarra en el muslo, donde había -herido al dios Apis; y á su cabecera, cuando se gangrenó la herida y le -llevó á la sepultura, Prejaspes fue quien ungió con aromas de nardo y -cinamomo el cadáver, y le colocó en las yertas sienes la tiara de oro.<span class="pagenum"><a name="page_229" id="page_229"></a>{229}</span></p> - -<h3><a name="ZENANA" id="ZENANA"></a>ZENANA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Alejandro Magno es de esos caracteres históricos que se prestan -igualmente á severa censura y á hiperbólica alabanza. Atrae en virtud de -un contraste vigoroso. Es ya luz, ya tinieblas, pero grande siempre. La -complejidad de su alma extraordinaria se explica por antecedentes de -familia y de educación. Era hijo de Filipo—que reunía á un valor de -león una sensualidad de cerdo,—y de Olimpias—reina de arrestos -viriles, capaz de ajusticiar á sus enemigos por su propia mano, y de -mirar con tan despreciativa majestad á doscientos soldados encargados de -asesinarla, que se volvieron sin hacerlo, declarando no poder resistir -aquella mirada dominadora y terrible.—Era alumno de Aristóteles, cuyo -solo nombre lo dice todo, y durante ocho años había bebido de tal fuente -la sabiduría, que sirve para templar y engrandecer el ánimo, y la -ciencia política, que señala rumbos gloriosos á la ambición. Y en un -espíritu<span class="pagenum"><a name="page_230" id="page_230"></a>{230}</span> donde la levadura de todas las pasiones humanas fermentaba al -lado de las nociones de todos los ideales divinos, tenían que surgir, -entre impulsos atroces y violentas concupiscencias, bellos rasgos de -continencia, piedad y magnanimidad, y hasta poéticos romanticismos, -semejantes al que da asunto á este cuento.</p> - -<p>La casualidad ha traído á mi poder algunas monografías que dejó inéditas -el doctísimo alemán Julius Tiefenlehrer, y que forman parte de las -doscientas setenta y cinco que este profesor de la Universidad de -Gotinga consagró á esclarecer la biografía de Alejandro; las cuales -consultan fructuosamente y rebañan sin escrúpulo los más recientes -historiadores. Parece que la leyenda contenida en la monografía que hoy -saco á luz, es la misma que representa una tapicería gótica -perteneciente al barón de Rothschild, y en la cual, con donoso -anacronismo, Alejandro luce una armadura de punta en blanco, del siglo -<small>XIV</small>, y Zenana el luengo corpiño, el brial y el ancho tocado de las damas -contemporáneas de la Santa Sede en Aviñón.</p> - -<p>Ha de saberse que Alejandro, después de aniquilar á Darío y hacerse -dueño de Persia, fue corrompido por la muelle y refinada vida asiática y -por el servilismo de aquellas razas que, á diferencia de los griegos, se -postraban ante el rey tributándole honores divinos. Pero, en los -primeros tiempos, antes de que el vencedor se dejase vencer por las -delicias que reblandecen el alma, luchó para sobreponerse y conservar -sus energías morales, y esta lucha, sostenida<span class="pagenum"><a name="page_231" id="page_231"></a>{231}</span> por un hombre -omnipotente, debe serle contada más gloriosa que la victoria de Arbelas.</p> - -<p>Claro es que entre las tentaciones de que se veía asaltado Alejandro á -cada instante, descollaba la tentación de la mujer, dulcísima asechanza -en que caen las almas grandes, igual ó acaso más hondo que las pequeñas. -No son más hermosas que las griegas las hijas de la Susiana, y acaso sus -formas no se prestan tanto á que el pincel las reproduzca; pero en -cambio poseen un hechizo perturbador, que enciende la fantasía y subyuga -potencias y sentidos. Los rostros pálidos y prolongados como la luna en -su creciente—según la comparación del poeta Firdusi,—donde se abren -los labios sinuosos, color de cinabrio, parecidos á una flor de sangre; -los ojos luengos, de negrísimas y pobladas pestañas, <i>lagos á la -sombra</i>, dice una canción persa; los cuerpos flexibles, delgados de -cintura y que en lo alto se ensanchan á manera de jarrón que contiene -dos tersas magnolias; el cutis impregnado de aromas sabeos, el pie -diminuto encerrado en la delicada babucha de piel de serpiente bordada -de perlas, el vestir artificioso, las gasas que muestran y encubren -hábilmente el tesoro de la beldad, los cabellos rizados con primor, los -brazos lánguidos que saben ceñirse á guisa de anillos de culebra,—otros -tantos anzuelos y redes para Alejandro, de los cuales no acertaba á -desenvolverse.—Y como quiera que á cada instante venían á su tienda ó á -su palacio damas persas á impetrar<span class="pagenum"><a name="page_232" id="page_232"></a>{232}</span> clemencia ó justicia, Alejandro, -conociéndose y no queriendo prevaricar en sus funciones de árbitro del -mundo, ideó un extraño preservativo: al acercarse una mujer, cubríase el -rostro y los ojos con un paño de púrpura, y así las recibía y escuchaba, -creyendo ellas que era misterio de la majestad real lo que sólo era -prevención contra la humana flaqueza.</p> - -<p>Acaeció, pues, que estando prisionero de un general de Alejandro el -sátrapa Artasiro—y habiéndose resuelto que si el sátrapa no entregaba -pingües tesoros que suponían ocultos le matarían cortándole en -pedazos,—la única hija del sátrapa, Zenana, se dió arte para llegar -hasta el rey, con propósito de abrazar sus rodillas y librar á su padre -del suplicio. El candor y la pureza de Zenana se revelaban en la -sencillez no estudiada de su atavío; vestida ya de luto, sin adornos ni -joyas, con el cabello suelto, sólo por natural efecto de la gracia -juvenil podría agradar. Y es preciso que, á fuer de verídica, añada que -Zenana no era tampoco lo que se llama una hermosura, ni menos poseía el -hechizo malvado de las grandes cortesanas de Babilonia, que saben con -añagazas y tretas enredar un albedrío. Sin embargo, Alejandro, al oir -que una mujer moza solicitaba audiencia, se echó el paño por cara y -hombros, y así la recibió.</p> - -<p>El no ver la faz augusta prestó ánimo á la tímida Zenana: arrojóse á los -pies del macedón, y bañándolos con muchas lágrimas, expuso el objeto de -su venida. Notando que Alejandro la escuchaba<span class="pagenum"><a name="page_233" id="page_233"></a>{233}</span> atentísimo y al parecer -con extraña complacencia, explicó detenidamente el caso. Y así que hubo -oído la promesa de que su padre tenía salva la vida, Zenana, después de -estrechar otra vez las rodillas de Alejandro, desapareció, yendo á -ocultarse con su nodriza en una cueva cercana á Babilonia, pues temía -ser perseguida y ultrajada por los mismos que intentaban matar al -sátrapa.</p> - -<p>Pocos días después de este suceso, habiendo notado Higinio, el mayor -amigo y confidente de Alejandro, que éste andaba asaz pensativo, -cabizbajo y melancólico, le preguntó la causa, y Alejandro, exhalando un -suspiro, respondió:</p> - -<p>—Es una cosa extraña, querido Higinio, lo que me sucede. Ya sabes que -para precaverme recibo á las mujeres con el rostro cubierto, porque las -hermosas persas hacen daño á los ojos<a name="FNanchor_1_1" id="FNanchor_1_1"></a><a href="#Footnote_1_1" class="fnanchor">[1]</a>. ¡Ay! ¿De qué me ha servido? -¡Ya veo que el enemigo más allá de los ojos tiene su -fortaleza!—Recordarás que últimamente me pidió audiencia una dama, hija -del sátrapa Artasiro; y yo, fiel á mi propósito, no alcé el trozo de -púrpura que me impedía verla. Pero escuché su voz, y no hay arpa hebrea -ni lira eolia que á la cadencia de esa voz pueda compararse. El corazón -me salta al recordar la música de esa voz. A solas repito palabras que -ella pronunció, por evocar mejor el recuerdo del tono con que las dijo. -No sé cómo no atropellé<span class="pagenum"><a name="page_234" id="page_234"></a>{234}</span> por todo y no la detuve aquí cautiva, para -seguir oyéndola: creo que fue efecto del mismo encanto que la voz me -produjo. Estaba que ni me atrevía á respirar.—Y ahora, de día, de -noche, tengo aquella voz en los oídos, sueño con ella, y sólo puede -aliviar mi mal oirla resonar otra vez. Ya lo sabes. Búscame á Zenana, -tráemela aquí, porque si no, conozco que perderé el juicio.</p> - -<p>Obedeció Higinio prontamente, y puso en movimiento numerosa cohorte, á -fin de descubrir á la misteriosa beldad:—por tal la tenía.—Bien -escondida estaba Zenana, pero al fin se averiguó su refugio, é Higinio, -antes de llevarla á la presencia de Alejandro, la enteró de cómo el rey, -prendado de su voz, se moría por ella. La joven persa, al saber esto, -murmuró dulcemente, con su voz melodiosa, que la emoción timbraba:</p> - -<p>—Gloria es para mí haber causado tal impresión en el gran rey; pero la -placa de plata bruñida en que contemplo mi rostro después del baño y el -tocado, me dice que no soy bella; Alejandro, al verme, perderá las -ilusiones. Temo su indignación, y temo ante todo que recaiga su cólera -sobre mi padre. ¿Por qué no le haces creer á Alejandro que estoy -obligada por un voto á los dioses á presentarme cubierta la cara con un -velo? Yo no he visto á Alejandro; él no me verá... y así tal vez consiga -evitar su enojo.</p> - -<p>Pareció á Higinio tan excelente el ardid de la discreta Zenana, que -estuvo conforme, y la<span class="pagenum"><a name="page_235" id="page_235"></a>{235}</span> misma noche la condujo á los jardines del gineceo -de Alejandro. Embriagado éste con la divina voz de la joven persa, se -resignó á la condición del velo, y hasta encontró en ella un misterio -picante y un singular hechizo. Le parecía que aquel amor velado y -despojado del vulgar incentivo de unas facciones más ó menos lindas, era -algo delicado y original, que no había gustado nunca. El casto imán de -aquel velo triunfó de las desnudeces y la licencia impúdica de las otras -damas persas, obstinadas en requerir al héroe. «Habla y no te -descubras», murmuraba tiernamente Alejandro, sentado cerca de una fuente -donde la luna fingía en el agua de los surtidores continuo desgrane de -perlas; y las rosas del Gulistán, que después se llamaron de Alejandría, -dejaban caer sobre las cabezas de los amantes perfumados pétalos.—Fue -el amor de Zenana el más largo é intenso de cuantos disfrutó Alejandro -en su corta vida.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_236" id="page_236"></a>{236}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_237" id="page_237"></a>{237}</span> </p> - -<h3><a name="LA_GOTA_DE_CERA" id="LA_GOTA_DE_CERA"></a>LA GOTA DE CERA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Aunque los historiadores apenas le nombran, Higinio fue de los más -íntimos amigos de Alejandro Magno. No se menciona á Higinio, tal vez -porque no tuvo la trágica suerte de Filotas, de Parmenion, y de aquel -Clitos á quien Alejandro amaba entrañablemente, y á quien así y todo, en -una orgía, atravesó de parte á parte; y sin embargo—si no mienten -documentos descubiertos por el erudito Julius Tiefenlehrer—Higinio gozó -de tanta privanza con el conquistador de Persia, como demostrarán los -hechos que voy á referir, apoyándome, por supuesto, en la -respetabilísima autoridad del sabio alemán antes citado.</p> - -<p>Compañero de infancia de Alejandro, Higinio se crió con el héroe. Juntos -jugaron y se bañaron en Pela, en los estanques del jardín de Olimpias, y -juntos oyeron las lecciones de Aristóteles. La leche y la miel de la -sabiduría la gustaron, así puede decirse, en un mismo plato;<span class="pagenum"><a name="page_238" id="page_238"></a>{238}</span> y en un -mismo cáliz libaron el néctar del amor, cuando deshojaron la primer -guirnalda de rosas y mirto en Corinto, en casa de la gentil hétera -Ismeria. Grabó su afecto con sello más hondo el batirse juntos en la -memorable jornada de Queronea, en la cual quedó toda Grecia por Filipo, -padre de Alejandro. Los dos amigos, que frisaban en los diez y nueve -años entonces, mandaron el ala izquierda del ejército, y destruyeron por -completo la famosa <i>legión sagrada</i> de los tebanos. La noche que siguió -á tan magnífica victoria, Higinio pudo haber conseguido el generalato; -Alejandro se lo brindaba, con hartos elogios á su valor. Pero Higinio, -cubierto aún de sangre, sudor y polvo, respondió dulcemente á los -ofrecimientos de su amigo y príncipe:</p> - -<p>—No acepto el generalato, porque habiéndome portado bien hoy, tal -recompensa y tan alta dignidad me obligarían en conciencia á portarme -todavía mejor en otras ocasiones que sobreviniesen, y no puedo -comprometerme á amanecer cada día con más valor y más fortuna. Además, -de las enseñanzas de nuestro maestro Aristóteles saco yo en limpio que -el hombre, habitualmente, debe vivir en paz y no en guerra. Queda -demostrado que no soy ningún medroso. El que ha combatido á tu lado en -Queronea, ya tiene derecho á plantar un laurel en el sagrado bosque de -Marte. Déjame de batallas y dame otro puesto cerca de ti, Alejandro, -porque te quiero bien y te serviré fielmente.<span class="pagenum"><a name="page_239" id="page_239"></a>{239}</span></p> - -<p>Alejandro, cuya sangre hervía pidiendo luchas y glorias, se conformó mal -de su grado á los deseos de Higinio, y le nombró su gran copero. Era -cargo en extremo descansado y de alta confianza, pues sus funciones -consistían en custodiar y servir la copa de oro reservada al príncipe, á -fin de que nadie pudiese depositar en ella ponzoña. El oficio de Higinio -le permitía vivir en constante comunicación con Alejandro, y cuando éste -subió al trono, sucediendo á su padre, asesinado por Pausanias, los -cortesanos auguraron á Higinio brillante carrera. Poco tardaron en verse -desmentidos tales pronósticos: Higinio continuó presentando, recogiendo -y custodiando la ya regia copa, sin mezclarse en intrigas ni aspirar á -otras grandezas.</p> - -<p>Mientras tanto, Alejandro asombraba al universo con sus campañas y -triunfos, y ofrecía á Grecia, en compensación de la perdida libertad, -páginas de luz para la historia.</p> - -<p>Conteniendo á los bárbaros y sojuzgando el inmenso imperio del Asia, -bien pronto se vió dueño del mundo Alejandro. Cuando, después de dejar -trazado el emplazamiento de Alejandría, y de entrar vencedor en -Babilonia y Ecbtana, el hijo de Filipo se declaró <i>hijo de Júpiter</i> y -decretó su propia apoteosis, Higinio—que hacía mucho tiempo no departía -con su rey, limitándose á servirle la copa en silencio—fue despertado á -las altas horas de la noche de orden de Alejandro, que le llamaba á su -cabecera. La recién hecha deidad no podía dormir, y reclamaba cuidados y -consuelos...<span class="pagenum"><a name="page_240" id="page_240"></a>{240}</span></p> - -<p>—Señor—dijo Higinio,—celebro poder hablarte sin testigos, como -antaño. Justamente deseaba rogarte que me consientas dejar tu servicio y -retirarme á mi casita del Atica, donde poseo olivos y colmenas.</p> - -<p>—¡Bonita ocasión escoges para abandonarme!—exclamó furioso -Alejandro.—¡Por el intento merecerías que te mandase crucificar! -¿Deseas riquezas? Pide cuanto se te antoje... ¿Pero marcharte? Ni lo -sueñes, ¿Y de dónde nace esa manía?</p> - -<p>—Ya que lo preguntas—contestó Higinio,—lo vas á saber. Yo fuí amigo y -servidor de un hombre, pero ahora parece que ese hombre se ha vuelto -Dios. No tengo vocación al sacerdocio. Desde que has ascendido á hijo de -Júpiter Hamnon, hermano de Apolo, me inspiras temor y frialdad. El -Alejandro que yo amaba no existe. Ha ascendido al Olimpo. Él es -inmortal, yo mortal. No nos entendemos. Por otra parte, la idea que me -he formado de un Dios, según la sublime doctrina de Aristóteles...</p> - -<p>—¡Dale con Aristóteles!—interrumpió el conquistador.—¡Como le atrape, -á ese sí que le crucifico! ¡Y alto, para que todos le vean!</p> - -<p>—Crucifica, pero escucha. Prescindamos de Aristóteles y supongamos que, -en efecto, eres Dios. Pues si eres Dios, yo no puedo cometer sacrilegio; -yo no puedo seguir envenenándote.</p> - -<p>—¿Envenenarme tú?—gritó Alejandro incorporándose convulso sobre su -lecho de marfil incrustado de oro.—¡Ahora comprendo por qué un fuego -constante abrasa mis venas; ahora<span class="pagenum"><a name="page_241" id="page_241"></a>{241}</span> comprendo por qué no descanso sino en -horrible modorra; ahora me explico las visiones y las pesadillas que de -noche me asaltan y empapan mis sienes en sudor frío! ¡Envenenarme tú!—Y -con súbito acceso de ternura suspiró.—¿Y por qué quieres mi muerte, tú, -mi amigo de la niñez, mi hermano de armas en Queronea?</p> - -<p>Higinio, conmovido, se arrojó á los pies de Alejandro, y éste abrió los -brazos; los dos amigos juntaron sus rostros y mezclaron sus cabelleras, -y el copero declaró en tono muy diverso del de antes:</p> - -<p>—Señor, dulce amado mío, si te enveneno, es contra mi voluntad y por -orden tuya... Esas visiones, esas torturas de que te quejas, proceden de -la doble embriaguez en que vives: estás ebrio de poder y de vino -añejo... Antes sólo me pedías la copa dos ó tres veces en cada comida; -desde que el Asia te ha inoculado su molicie y sus vicios, me duelen las -manos de tanto recoger la copa vacía y extendértela colmada... Tu alma -se ha turbado, la demencia te ronda, te habitúas á la crueldad, hieres á -tus leales y morirás joven, sin que nadie necesite pegarte una puñalada -como á tu padre. No quiero ser cómplice, y me voy.</p> - -<p>Alejandro, pensativo, seguía estrechando el cuello y la cabeza de su -amigo contra el pecho.</p> - -<p>—Tienes razón, amado—murmuró al fin con sinceridad generosa.—Pero el -hábito de beber se ha arraigado en mí, y si no bebo, me caigo á pedazos. -¿Qué haré? Aconséjame.<span class="pagenum"><a name="page_242" id="page_242"></a>{242}</span></p> - -<p>—No puedo—declaró Higinio—curarte la borrachera del poder, pero -trataré de salvarte de la otra sin que te prives de tu gusto. Fíate en -mí y verás.</p> - -<p>En efecto, los días que siguieron á esta conversación, Alejandro -continuó bebiendo copas tan rebosantes y tantas en número como siempre. -No obstante, poco á poco, notó con placer gran mejoría. Gradualmente se -despejaba su cabeza, se tranquilizaban sus nervios, volvía á sus -miembros el vigor y la alegría á su espíritu. Vastos planes maduraban en -su cerebro, sobrehumanas empresas bullían en su imaginación heroica. -Pasmado y enajenado preguntó á Higinio el secreto, sin que éste se -prestase á revelarlo. Pero un cierto Arsotas, juglar persa, adulador y -afeminado, que divertía mucho al rey, le dió la clave del enigma.</p> - -<p>—Tu gran copero ¡oh divino Alejandro! echa cada día una gota de cera en -el fondo de tu copa. Así, insensiblemente, reduce su cabida y acorta tus -libaciones. Bebes cada día una gota menos. ¡El osado Higinio se atreve á -engañar á su soberano y á cercenar sus deleites!</p> - -<p>Quedó Alejandro sorprendido: después su sorpresa se convirtió en enojo. -¡Tratarle como á un chiquillo! ¡Embaucarle con un artificio así! ¡Ah! No -lo consentiría. ¿Qué se figuraba Higinio? Y una mañana mandó registrar y -limpiar la copa, y á la tarde estableció sus famosos certámenes de -intemperancia, apostando á beber con los más pellejos de su ejército. -Higinio entonces desapareció: probablemente se retiraría<span class="pagenum"><a name="page_243" id="page_243"></a>{243}</span> al Atica. En -cuanto á Alejandro, nadie ignora la ocasión y modo de su muerte: después -de vaciar, con alarde jactancioso, no su propia copa, sino la enorme -llamada de Hércules, cayó redondo dando un grito. La fiebre que allí -mismo se apoderó de él, le arrebató del mundo á los treinta y dos años -de edad, en la plenitud de la vida y de la gloria.</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_244" id="page_244"></a>{244}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_245" id="page_245"></a>{245}</span> </p> - -<h3><a name="LA_PALINODIA" id="LA_PALINODIA"></a>LA PALINODIA</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>El cuento que voy á referir no es mío, ni de nadie, aunque corre -impreso; y puedo decir ahora lo que Apuleyo en su <i>Asno de oro: Fabulam -grœcanicam incipimus</i>: es el relato de una fábula griega. Pero esa -fábula griega, no de las más populares, tiene el sentido profundo y el -sabor á miel de todas sus hermanas; es una flor del humano -entendimiento, en aquel tiempo feliz en que no se habían divorciado la -razón y la fantasía, y de su consorcio nacían las alegorías risueñas y -los mitos expresivos y arcanos.</p> - -<p>Acaeció, pues, que el poeta Estesícoro, pulsando la cuerda de hierro de -su lira heptacorde, y haciendo antes una libación á las Euménides con -agua de pantano en que se habían macerado amargos ajenjos y ponzoñosa -cicuta, entonó una sátira desolladora y feroz contra Elena, esposa de -Menelao y causa de la guerra de Troya. Describía el vate con una -prolijidad de detalles que después imitó en la Odisea el divino<span class="pagenum"><a name="page_246" id="page_246"></a>{246}</span> Homero, -las tribulaciones y desventuras acarreadas por la fatal belleza de la -Tindárida: los reinos privados de sus reyes, las esposas sin esposos, -las doncellas entregadas á la esclavitud, los hijos huérfanos, los -guerreros que en el verdor de sus años habían descendido á la región de -las sombras, y cuyo cuerpo ensangrentado ni aun lograra los honores de -la pira fúnebre; y trazado este cuadro de desolación, vaciaba el carcaj -de sus agudas flechas, acribillando á Elena de invectivas y maldiciones, -cubriéndola de ignominia y vergüenza á la faz de Grecia toda.</p> - -<p>Con gran asombro de Estesícoro, los griegos, conformes en lamentar la -funesta influencia de Elena, no aprobaron, sin embargo, la sátira. Acaso -su misma virulencia desagradó á aquel pueblo instintivamente delicado y -culto; acaso la piedad que infunde toda mujer habló en favor de la -culpable hija de Tíndaro. Su detractor se ganó fama de procaz, -lengüilargo y desvergonzado; Elena, algunas simpatías y mucha lástima. -En vista de este resultado, Estesícoro, con las orejas gachas como suele -decirse, se encerró en su casa, donde permaneció atacado de misantropía -y abrazado á su fea y adusta musa vengadora.</p> - -<p>El sueño había cerrado sus párpados una noche, cuando á deshora creyó -sentir que una diestra fría y pesada como el mármol se posaba en su -mejilla. Despertó sobresaltado, y á la claridad de la estrella que -refulgía en la frente de la aparición, reconoció nada menos que al<span class="pagenum"><a name="page_247" id="page_247"></a>{247}</span> -divino Pólux, medio hermano de Elena. Un estremecimiento de terror -serpeó por las venas del satírico, que adivinó que Pólux venía á pedirle -estrecha cuenta del insulto.</p> - -<p>—¿Qué me quieres?—exclamó alarmadísimo.</p> - -<p>—Castigarte—declaró Pólux;—pero antes hablemos. Dime por qué has -lanzado contra Elena esa sátira insolente; y sé veraz, pues de nada te -serviría mentir.</p> - -<p>—¡Es cierto!—respondió Estesícoro.—¡En vano trataría un mortal de -esconder á los inmortales lo que lleva en su corazón! Como tú puedes -leer en él, sabes de sobra que la indignación por los males que ocasionó -tu hermana y el dolor de ver á la patria afligida, me dictaron ese -canto.</p> - -<p>—Porque leo en lo oculto sé que pretendes engañarme—murmuró con -desprecio Pólux.—Y sin poseer mi perspicacia divina los griegos, han -sabido también conocer tus móviles y tus intenciones. No existe ejemplo -¡oh poeta! de satírico que tenga por musa el bien general: siempre esta -hipócrita apariencia oculta miras personales y egoístas. Tú viste la -belleza de mi hermana; tú la codiciaste, y no pudiste sufrir que otro -cogiese las rosas cuyo aroma te enloquecía.</p> - -<p>—Tu hermana ha ultrajado á la santa virtud—declaró enfáticamente -Estesícoro.</p> - -<p>—Mi hermana no recibió de los dioses el encargo de representar la -virtud, sino la hermosura—replicó Pólux enojado.—Si hubiese un mortal -en quien se encarnasen á un mismo tiempo<span class="pagenum"><a name="page_248" id="page_248"></a>{248}</span> la virtud, la hermosura y la -sabiduría, ese sería igual á los inmortales. ¿Qué digo? Sería igual al -mismo Jove, padre de los dioses y los hombres; porque entre los demás -que se nutren de la ambrosía, los hay, como la sacra Venus, en quienes -sólo se cifra la belleza, y otros como la blanca Diana, en quienes se -diviniza la castidad. Si tanto te reconcomía el deseo de zaherir á los -malos, debiste hacer blanco de tu sátira á algunas de las infinitas -mujeres que en Grecia, sin poder alardear de la integridad y pureza de -Diana, carecen de las gracias y atractivos de Venus. La hermosura merece -veneración; la hermosura ha tenido y tendrá siempre altares entre -nosotros; por la hermosura, Grecia será celebrada en los venideros -siglos. Ya que has perdido el respeto á la hermosura, pierde el uso de -los sentidos, que no te sirven para recrearte en ella por la -contemplación estética.</p> - -<p>Y vibrando un rayo del astro resplandeciente que coronaba su cabeza, -Pólux reventó el ojo derecho de Estesícoro. Aún no se había extinguido -el ¡ay! que arrancó al poeta el agudo dolor, y apenas había desaparecido -Pólux, cuando apareció el otro Dioscuro, Cástor, medio hermano también -de Elena, hijo de Leda y del sagrado cisne; y pronunciando palabras de -reprobación contra el ofensor de su hermana, con una chispa desprendida -de la estrella que lucía sobre sus cabellos, quemó el ojo izquierdo del -satírico, dejándole ciego. Alboreó poco después el día, mas no para el -malaventurado Estesícoro, sepultado en eterna y negra noche. -Levantándose<span class="pagenum"><a name="page_249" id="page_249"></a>{249}</span> como pudo, buscó á tientas un báculo; y pidiendo por -compasión á los que cruzaban la calle que le guiasen, fué á llamar á la -puerta de su amigo, el filósofo Artemidoro, y derramando un torrente de -lágrimas se arrojó en sus brazos, clamando entre gemidos desgarradores:</p> - -<p>—¡Oh Artemidoro! ¡Desdichado de mí! ¡Ya no la veré más! ¡Ya no volveré -á disfrutar de su dulce vista!</p> - -<p>—¿A quién dices que no verás más?—interrogó sorprendido el filósofo.</p> - -<p>—¡A Elena, á Elena, la más hermosa de las mujeres!—gritó el satírico -llorando á moco y baba.</p> - -<p>—¿A Elena? ¿Pues no la has rebajado tú en tus versos?—pronunció -Artemidoro más atónito cada vez.—¿No la has estigmatizado y flagelado -en una sátira quemante?</p> - -<p>—¡Ay! ¡Por lo mismo!—sollozó Estesícoro dejándose caer al suelo y -revolcándose en él.—Ahora comprendo que mi sátira era un himno á su -hermosura... un himno vuelto del revés, pero al fin un himno. Los -celestes gemelos me han castigado privándome de la vista, y las -tinieblas en que he de vivir son más densas, porque no veré á la -encarnación humana de la forma divina, al ideal realizado en la tierra.</p> - -<p>—No te aflijas y espera—dijo Artemidoro;—tal vez consiga yo salvarte.</p> - -<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p> - -<p>Cuando la incomparable Elena supo de Artemidoro que su detractor -Estesícoro sólo lamentaba<span class="pagenum"><a name="page_250" id="page_250"></a>{250}</span> estar ciego por no poder admirar sus -hechizos, sonrió, halagada la insaciable vanidad femenil, y murmuró con -deliciosa coquetería: «Realmente, Artemidoro, ese vate es un infeliz, un -sér inofensivo; nadie le hace caso en Grecia, y yo menos que nadie. No -merece tanto rigor y tanta desventura. Anúnciale que voy á sanarle los -ojos.» Y tomando en sus manos ebúrneas una copa llena de agua de la -fuente Castalia, bañó con su linfa las pupilas hueras del satírico, que -al punto recobró la luz. Como el primer objeto que vió fue Elena, se -arrodilló transportado, prorrumpiendo en una oda sublime de gratitud y -arrepentimiento, que se llamó <i>Palinodia</i>.<span class="pagenum"><a name="page_251" id="page_251"></a>{251}</span></p> - -<h3><a name="EL_MANDIL_DE_CUERO" id="EL_MANDIL_DE_CUERO"></a>EL MANDIL DE CUERO</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>No creáis que esto que voy á referir sucedió en nuestros días ni en -nuestras tierras, ni que es invención ó ficción. Si encierra alguna -moraleja aprovechable, consistirá en que la historia tiene sentido y -enseñanza. ¡Ay del género humano si la historia se redujese á la -opresión del débil por el fuerte, al triunfo de la violencia!</p> - -<p>Érase que se era un rey de Persia, á quien muchos llaman Nemrod, pero -que según versiones más fundadas debió de llamarse Doac, y fue matador y -sucesor de aquel Yemsid cuyo pecado consistía en creerse perfecto. Este -Doac era mago, brujo y sabidor; pero en vez de ejercitar su ciencia -según la habían ejercitado sus predecesores—fundando ciudades, -enseñando y propagando artes é industrias, venciendo en singular batalla -á los <i>divos</i> ó genios del mal, estableciendo las primeras pesquerías de -perlas, horadando las primeras minas de turquesas,<span class="pagenum"><a name="page_252" id="page_252"></a>{252}</span> popularizando el -conocimiento del alfabeto y de los signos que trazados sobre ladrillo ó -piedra conservan al través de las edades el recuerdo de los hechos -insignes,—el empecatado Doac sólo utilizó su magia para componer y -destilar filtros y venenos y refinar ingeniosos suplicios, porque se -deleitaba en el dolor, y los gemidos eran para él regalada música. Hasta -el reinado de Doac, no sabían los persas cómo desgarra las carnes un haz -de varillas, ni cómo aprieta la nuez una soga. Cuando se pregunta qué -enseñó Doac á sus súbditos, la crónica responde que enseñó á azotar y -ahorcar.</p> - -<p>Cansado sin duda el cielo, infligió á Doac un padecimiento cruel y -vergonzoso. Una mañana, al disponerse á gozar las delicias del baño, -notó el rey que en cada hombro le había salido gruesa verruga, tamaña -como un huevo y de la mismísima figura que una cabeza de -serpiente—chata, verdosa, horrible.—Al principio no dolían las tales -excrecencias, pero no tardaron en ulcerarse y causar atroz martirio, que -determinaba en Doac accesos de rabia, siendo lo peor que como no quería -enseñar á los médicos ni á persona viviente su asqueroso alifafe, tenía -que lavarse, curarse y vestirse solo, y atender á las úlceras con las -plastas y ungüentos que encontraba en su repertorio mágico. Desesperado -ya de tantas recetas que habían salido vanas, y realizando nuevos -conjuros, un día amaneció con la persuasión de que el único remedio eran -los sesos de un hombre, aplicados calientes aún á las enconadas -heridas.<span class="pagenum"><a name="page_253" id="page_253"></a>{253}</span></p> - -<p>No vaya nadie á asustarse de la ignorancia que esto acusa en los tiempos -de Doac, pues aún en los nuestros hemos podido ver que se receta el -redaño del carnero, el pichón abierto en canal, y el trozo de carne de -buey sobre el <i>lupus</i>. Que la sangrienta medicina sería algo eficaz, se -demuestra con que poco á poco fueron vaciándose las prisiones del reino -de Persia; diariamente ejecutaban á dos presos para sacarles el meollo. -Mas no hay en el mundo cosa que no se agote, y también los criminales -encerrados; así es que, cuando faltó la ración de meollo fresco, se fijó -un tributo de dos hombres por día, que cobraban sayones y verdugos -enviados aquí y allí á requisar. Solían éstos elegir, entre las familias -numerosas, el individuo enfermizo, deforme, imposibilitado, el viejo, el -inútil. Y ocurrió que enterándose Doac de esta circunstancia, montó en -furiosa cólera, jurando que si seguían dándole el desecho y lo peor de -los sesos de sus vasallos, los degollaría á todos. Entonces los verdugos -resolvieron sacrificar lo más florido de Yspahan, para dejar al rey -satisfecho.</p> - -<p>No se determinaron, sin embargo, á buscar víctimas entre la gente -poderosa—magnates, empleados de la casa real;—pero, en los primeros -instantes, acordáronse de que un pobre herrero, llamado Cavé, tenía dos -hijos como dos pinos de oro, gallardos en extremo y diestros en todos -los ejercicios corporales; y pareciéndoles buena presa, los -sorprendieron en la plaza pública, los degollaron, les abrieron el -cráneo,<span class="pagenum"><a name="page_254" id="page_254"></a>{254}</span> y llevaron á Doac su masa cerebral caliente todavía.</p> - -<p>Hallábase Cavé trabajando en su forja, cuando los vecinos, entre -compasivos é indiscretos, acudieron á darle la fatal nueva. Al pronto -pareció como si el mísero padre no se hubiese enterado de la inaudita -desventura que le comunicaban: helado, inmóvil, mudo, escuchó la -relación del atroz caso. De súbito, su pena estalló formidable cual -transporte de león que rompe la cadena y arranca de un zarpazo los -hierros de la jaula. Lo que hizo saltar á Cavé fue saber que -precisamente por ser sus hijos fuertes, inteligentes y hermosos, los -habían señalado para la cuchilla. «¡No dejarme ni siquiera uno para -consuelo! ¡Ah! Juro por la luz eterna del Sol que me vengaré.» Y el -herrero, gritando así, blandía su enorme martillo, y al blandirlo, -montañas de carne bronceada, endurecida por el trabajo, se acumulaban en -su brazo desnudo y negro de escoria.</p> - -<p>Desciñéndose el amplio mandilón de cuero que le protegía, Cavé lo ató á -la punta de un palo, y con el mandil por estandarte y el martillo por -arma, salió á la plaza profiriendo clamores de maldición contra Doac. A -la voz del desesperado padre, sucedió un extraño fenómeno: los -habitantes de Yspahan, que yacían aletargados y helados de miedo, -recobraron energía, sacudieron la modorra; al ver que existía un hombre -que se atrevía á enarbolar un estandarte, corrieron á rodearle locos de -entusiasmo, y la sedición estalló tan repentina,<span class="pagenum"><a name="page_255" id="page_255"></a>{255}</span> que el tirano sólo -tuvo tiempo de huir vergonzosamente con sus mujeres y sus tesoros.</p> - -<p>Lejos ya de Yspahan, juntó Doac un ejército de más de cien mil hombres, -y volvió dispuesto á disolver las hordas que un artesano capitaneaba y -que tenían por bandera sucio y denegrido mandil de cuero. Pero avínole -mal, porque el bordado guión de Doac, de seda y oro, recamado de perlas, -ostentando por emblemas los siete planetas y la luna, hubo de retroceder -ante el pedazo de suela que sólo lucía los estigmas del trabajo y las -huellas del humano sudor; y la cabeza de Doac, goteando sangre, lívida, -contraída por la mueca de la agonía, quedó hincada en el palo que -sostenía el mandil de cuero, mientras las tropas de Cavé, habiendo -despojado al tirano de sus vestiduras, se reían á carcajadas de las dos -verrugas que en sus hombros figuraban cabezas de serpiente...</p> - -<p>Al ser saludado rey por su ejército, el herrero se negó rotundamente á -aceptar la corona. Él mismo señaló para reinar al príncipe Feridún, que -después fue un gran monarca y un sabio profundo, y enseñó á los persas -la astronomía, la medicina y la botánica. La única gloria que cupo á -Cavé el herrero se cifró en su mandil, que Feridún tomó por estandarte -regio. Siempre que al entrar en batalla Feridún, sin falso rubor ni -respetos humanos, colocaba ante sí aquel trozo de suela que representaba -la santidad del trabajo y la protesta contra la injusticia y el abuso -del poder, era como si llevase<span class="pagenum"><a name="page_256" id="page_256"></a>{256}</span> un talismán: tenía la victoria segura. -Cuando se avergonzaba del mandil de cuero, salía derrotado. Por haberse -perdido en las revueltas y vicisitudes de la invasión griega el mandil, -símbolo de que no debe el monarca colmar la copa de la iniquidad para -que no se desborde la de la ira celeste; por haber desaparecido, digo, -el estandarte de Cavé y su tradición de independencia, llegaron los -persas, pueblo nobilísimo en su origen y de altas facultades -intelectuales, al atraso, al servilismo y á la abyección en que hoy se -pudren.<span class="pagenum"><a name="page_257" id="page_257"></a>{257}</span></p> - -<h3><a name="LOS_CABELLOS" id="LOS_CABELLOS"></a>LOS CABELLOS</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>Era en el doble reducto de la plaza fuerte de Mahanaim. Entre ambas -líneas de fortificaciones, sobre el reborde de piedra gris que sostenía -la casamata, David, estenuado, se sentó á esperar noticias. Más de dos -horas hacía que daba vueltas impaciente, porque no acababan de llegar -los mensajeros. Aumentaba su fiebre la imposibilidad de acudir en -persona al campo de batalla, lo cual rompería su propósito firme de no -mandar nunca tropas en casos de guerra civil. Si se tratase de combatir -á los filisteos y de renovar los laureles de Balparasim, derramando la -heroica libación del agua sagrada de Belén, por no aplacar la sed cuando -desfallecían los soldados, ó de organizar otra batalla de Refaim, donde -por primera vez en el mundo antiguo hizo milagros la estrategia; si se -encendiese la lucha con los Moabitas idólatras y libres, ó con los -opulentos Arameos, ó con los insolentes Amonitas, que habían ultrajado á -los embajadores<span class="pagenum"><a name="page_258" id="page_258"></a>{258}</span> de Israel,—allí estaría David el hondero, el <i>gibor</i>, -el aventurero para quien es dulce música, más que el acorde de la -cítara, el choque de las armas. Pero oponerse á los suyos, desenvainar -la espada ó blandir la lanza para que busque el costado de un amigo, de -un pariente, de un compañero—había repugnado á David.—Y ahora, en el -trágico momento presente, el rey bendecía aquella antigua resolución, -que le evitaba luchar con su propia sangre, el preferido de su alma, la -luz de su ojo derecho, su hijo!</p> - -<p>Hay en las situaciones violentas y en las horas de extremada ansiedad un -instante en que los nervios se aflojan y el cuerpo se rinde á la -necesidad de descanso. La inquietud, la calentura del viejo monarca se -aplacaron desde que se dejó caer sobre aquel reborde de piedra en el -solitario fortificado recinto. Por las saeteras veía la luz roja del -Poniente, que abrasaba el campo con reflejos de hoguera enorme. Aquella -claridad purpúrea, sangrienta, devoradora, fue lo último que advirtió -David antes de cerrar los párpados y reclinar la cabeza en el muro, -olvidando lo presente, las angustias de la incertidumbre y los terrores -del espíritu...</p> - -<p>Y después siguió viendo la misma claridad del ocaso; pero sus tonos se -habían dulcificado, fundiéndose en suaves medias tintas naranja, oro y -verde. Era el divino atardecer de los países orientales, cien veces más -hermoso que la aurora. Irisaciones de perla abrillantaban las -imperceptibles nubecillas desgarradas como girones<span class="pagenum"><a name="page_259" id="page_259"></a>{259}</span> del velo de una -danzarina filistea; y sobre el arrebolado horizonte, las ramas de los -sicomoros y de los cedros formaban un pabellón de misterio y sombra -sugestiva. La frescura del aire atenuaba las emanaciones fuertes de las -resinas y las gomas; una languidez voluptuosa se apoderaba del corazón. -David se levantaba, se apoyaba en el balaustre de jaspe de la terraza, -se inclinaba para hundir la mirada en los macizos de verdura, atraído -por el rumor delicioso de los chorros de agua que se deshilan en el -ancho pilón de mármol, surtiendo por diez bocas de bronce. Y al punto -mismo en que el rey se inclina, sobre las gradas que conducen á la pila -aparece una viviente estatua, rosada por el reflejo del cielo, vestida -únicamente de la negra cabellera caudalosa, que se reparte como los -hilos del agua, y ondea y brilla, y juega y se esparce, recién ungida de -aceite de nardo que la mujer, alzando los brazos, extiende por los rizos -sombríos, enredándolos entre los dedos...</p> - -<p>Todo el incendio del firmamento ardió en las venas de David. Él mismo, -desde aquella hora, se maravilló dentro de sí, no comprendiendo. Estaba -bien seguro de que su fiel copero no le había vertido en el vino zumo de -hierbas, en las cuales el conjuro de alguna nigromántica como la de -Endor insinúa traidoramente el filtro de la pasión repentina y mortal. -Pasados eran para David los días de la juventud, cuando su mano certera -clavaba el guijarro afilado en la frente del descomunal gigante. -Innumerables<span class="pagenum"><a name="page_260" id="page_260"></a>{260}</span> mujeres habían impregnado el olfato del rey con el perfume -de sus cabelleras, y al disiparse éste se borraba la imagen, porque es -indigno del sabio, del profeta, del caudillo, del legislador, -reblandecerse en el harem, ser cautivo de una débil hembra. Y sin -embargo, en aquel instante, no cabía duda, era el incendio del cielo el -que ardía en las venas de David, y el rey conocía que ni toda el agua de -la piscina, ni la de los torrentes que bajan impetuosos de Cedar y -Hebrón, sería bastante á extinguirlo. Betsabé le había robado el seso, -no con el crujir de sus sandalias—porque descalzos tenía los finos pies -y hasta sin argolla de plata el sutil tobillo,—sino con el aroma -peculiar de sus bucles negros como la tentación.</p> - -<p>Rápidamente sobrevenía la noche, y muchas noches más, durante las cuales -David se abismaba en su pecado, esperando de un modo confuso la hora del -arrepentimiento. Presentía la aparición de la conciencia, el descenso -del ángel severo y terrible. Era inútil: su pecado yacía hondo en su -corazón, arraigado allí y fijo á manera de saeta en la herida. Ni la -ciencia arcana que había de recibir andando el tiempo Suleimán, á quien -llamamos Salomón, acertará á explicar las causas de la perseverancia en -el amor, fenómeno extraño que induce fatalmente á un sér hacia otro sér. -David no podía vivir sin la esposa de Urías el Héteo, el mejor oficial, -el valiente compañero de armas. ¡Si aquella mujer hubiese pertenecido á -un enemigo! David, estremeciéndose, pensaba en las sugestiones<span class="pagenum"><a name="page_261" id="page_261"></a>{261}</span> del -miedo de la favorita, en las súplicas tiernas é insinuantes como silbo -de culebra entre las rosas del valle de Jericó. «No accederé», -murmuraba; pero la idea del engaño y del crimen iba ya deslizándose en -su alma, impregnándola de veneno. Urías estaba sentenciado... El -sentimiento más generoso y bello que crea la vida militar; el leal -compañerismo, el cariño de los que á un mismo riesgo se exponen y ganan -la misma gloria, le gritaba á David: «Vas á cometer la mayor de las -infamias». Y á sabiendas, David, el de la conciencia despierta, el gran -arrepentido, el que sentía incesantemente la tremenda presencia de -Eloim-Jehová,—por el olor de unos cabellos de mujer envió al capitán -Urías, uno de los treinta <i>gibores</i> ó valientes, bajo los muros de -Rabat-Amón, con mensaje cerrado para el general Joab; y en cumplimiento -de la real orden, Urías fue puesto á la cabeza de un destacamento que á -toda costa debía entrar en la ciudad. Y Urías obedeció, gozoso, ansioso -de victoria, y su cuerpo quedó tendido al pie de la muralla, bañado en -sangre!</p> - -<p>En los oídos de David, llenos de la voz acariciadora y ambiciosa de -Betsabé, sonaba entonces otra voz terrible, la del vidente Natán, por -cuya boca hablaba el Señor. Trémulo en brazos de la favorita, de la que -ya era su esposa, se humillaba ante el airado anatema, la maldición -fatídica. «Porque hiciste lo malo en mi presencia, no se apartará espada -de tu casa, y sobre tu casa levantaré el mal...<span class="pagenum"><a name="page_262" id="page_262"></a>{262}</span>»</p> - -<p>Al evocar las palabras del vidente, David exhalaba un gemido doloroso... -y se despertaba, empapadas las sienes en sudor frío. Miraba alrededor -con ojos extraviados y atónitos, y reconocía el lugar, aquel doble -recinto fortificado de Mahanaim, tétrico y ceñudo, donde sólo resonaban -los pasos del centinela y se escuchaba, á trechos, el alerta gutural del -vigía. A la roja brasa del Poniente había sucedido el azul negruzco de -la noche, sobre el cual parpadeaban las estrellas tristemente. ¿Sin -noticias aún? ¿Qué podía haber sucedido allá en la selva de Efraim, -donde desde la hora de la mañana luchaban las fuerzas del rebelde -Absalón con las de David, mandadas por Joab? ¿Qué estragos hacía la -espada aquella, nunca apartada de su casa, según la profecía? De súbito, -un clamoreo á distancia, una algazara inmensa. Confundíanse el trotar de -los corceles, el choque de las armas, el estrépito de la infantería -hiriendo la tierra con el duro calzado militar, y empujando á los -cautivos entre alaridos de muerte y gritos de cólera, el mugir de los -bueyes que arrastraban las carretas del botín,—todo lo que al oído -experto del guerrero suena á triunfo. David se incorporó, pálido y -espantado: la guarnición de la plaza acudía con teas ardiendo, y el -primer mensajero caía á los pies del rey, sin aliento, ahogándose. -«Alabemos al Señor»... tartamudeaba. «Deshecha la rebelión, pasados á -cuchillo tus enemigos... ¡gloria al rey!»—Arrojándose sobre el -emisario, David exclamó furiosamente:<span class="pagenum"><a name="page_263" id="page_263"></a>{263}</span></p> - -<p>—¿Y mi hijo? ¿Y Absalón, mi hijo, mi heredero, el príncipe real?</p> - -<p>No hubo respuesta. Otro emisario llegaba jadeante, loco de júbilo. «El -Señor ha confundido á los que te querían dañar. Veinte mil quedan en el -campo de batalla, consumidos por la espada, sirviendo de pasto á los -buitres, Y Absalón, suspenso entre el cielo y la tierra, colgado de las -ramas de un terebinto, ha recibido en el pecho muchos dardos. Dicha tuya -ha sido ¡oh rey! que los hermosos cabellos del príncipe, todos -impregnados de esencia, se enredaran en las ramas y le detuviesen en su -precipitada fuga. A no ser por los negros bucles, que caían como maduros -racimos de vid á lo largo de la espalda... tu enemigo se hubiese -salvado; tan ligera iba su mula...»</p> - -<p>Y el emisario calló, porque el rey acababa de desplomarse en tierra -arañándose el rostro, arrancándose el pelo y sollozando: ¡Hijo, hijo -mío!</p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_264" id="page_264"></a>{264}</span> </p> - -<p><span class="pagenum"><a name="page_265" id="page_265"></a>{265}</span> </p> - -<h3><a name="AL_BUEN_CALLAR" id="AL_BUEN_CALLAR"></a>AL BUEN CALLAR...</h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>No tenían más hijo que aquél los duques de Toledo, pero era un niño como -unas flores; sano, apuesto, intrépido, y, en la edad tierna, de -condición tan angelical y noble, que le amaban sus servidores punto -menos que sus padres. Traíale su madre vestido de terciopelo que -guarnecían encajes de Holanda, luciendo guantes de olorosa gamuza y -brincos y joyeles de pedrería en el cintillo del birrete; y al mirarle -pasar por la calle, bizarro y galán cual un caballero en miniatura, las -mujeres le echaban besos con la punta de los dedos, las vejezuelas reían -guiñando el ojo para significar «¡Quién te verá á los veinte!», y los -graves beneficiados y los frailes austeros, sacando la cabeza de la -capucha y las manos de las mangas, le enviaban al paso una bendición.</p> - -<p>Sin embargo, el duque de Toledo, aunque muy orgulloso de su vástago, -observaba con inquietud creciente una mala cualidad que tenía,<span class="pagenum"><a name="page_266" id="page_266"></a>{266}</span> y que -según avanzaba en edad el niño don Sancho iba en aumento. Consistía el -defecto en una especie de manía tenacísima de cantar la verdad á troche -y moche, viniese á cuento ó no viniese, en cualquier asunto y delante de -cualquier persona. Cortesano viejo ya el duque de Toledo, ducho en saber -que en la corte todo es disfraz, adivinaba con terror que su hijo, por -más alentado, generoso, listo y agudo que se mostrase, jamás obtendría -el alto puesto que le era debido en el mundo, si no corregía tan funesta -propensión. «Reñida está la discreción con la verdad: como que la verdad -es á menudo la indiscreción misma», advertía á su hijo el duque. «Por la -boca solemos morir como los simples peces, y no es muerte propia de -hombre avisado, sino de animal bruto, frío y torpe», solía añadir. -Corríase y afligíase el rapaz de tales reprensiones y advertencias, y -persuadido de que erraba al ser tan sincero, proponía en su corazón -enmendarse; pero su natural no lo consentía: una fuerza extraña le traía -la verdad á los labios, no dándole punto de reposo hasta que la soltaba -por fin, con gran aflicción del duque, que se mataba en repetir: «Hijo -Sancho, mira que lo que haces... La verdad es un veneno de los más -activos; pero en vez de tomarse por la boca, sale de ella. Esparcido en -el aire, es cuando mata. Si tan atractiva te parece la fatal verdad, -guárdala en ti y para ti; no la repartas con nadie, y á nadie -envenenarás.»</p> - -<p>Acaeció, pues, que frisando en los trece años y siendo cada vez más -lindo, dispuesto y<span class="pagenum"><a name="page_267" id="page_267"></a>{267}</span> gentil el hijo de los duques de Toledo, un día que -la reina salió á oir misa de parida á la catedral, hubo de verle al -paso, y prendada de su apostura y de la buena gracia con que la hizo una -reverencia profundísima, quiso informarse de quién era, y apenas lo -supo, llamó al duque y con grandes instancias le pidió á D. Sancho para -paje de su real persona. Más aterrado que lisonjeado, participó el duque -á su hijo el honor que les dispensaba la reina. «Aquí de mis recelos, -aquí del peligro, Sancho... Tu funesto achaque de veracidad ahora es -cuando va á perderte y perdernos. Si la reserva y el arte de bien callar -son siempre provechosos, en la cámara de los reyes son indispensables, -te lo juro.» «Antes pienso, padre—replicó el precoz D. Sancho,—que al -lado de los reyes, por ser ellos figura é imagen de Dios, alentará la -verdad misma. No cabrá en ellos mentira ni acción que deba ser oculta ó -reservada.» Confuso y perplejo dejó la respuesta al duque, pues le -escarabajeaban en la memoria ciertas murmuraciones cortesanas referentes -á liviandades y amoríos regios; pero tomando aliento, «No, hijo—exclamó -por fin,—no es así como tú supones... Cuando seas mayor y tu razón -madure, entenderás estos enigmas. Por ahora sólo te diré que si vas á la -corte resuelto á decir verdades, mejor será que tomes ya mi cabeza y se -la entregues al verdugo.» Cabizbajo y melancólico se quedó algún tiempo -D. Sancho, hasta que, como el que promete, extendió la mano con extraña -gravedad, impropia de su juventud. «Yo sé el<span class="pagenum"><a name="page_268" id="page_268"></a>{268}</span> remedio—afirmó.—Mentir -me es imposible, pero no así guardar silencio. Haced, vos, padre, correr -la voz de que un accidente me ha privado del habla, y yo os prometo, por -dispensaros favor, ser mudo hasta el último día de mi vida si es -preciso.»</p> - -<p>Pareció bien el arbitrio al duque y divulgó lo de la mudez; siendo lo -notable del caso que la reina, sabedora de que el bello rapaz era mudo, -mostró alegría suma y mayor empeño en tenerle á su servicio y órdenes. -En efecto, desde aquel día asistió D. Sancho como paje en la cámara de -la reina, sellados los labios por el candado de la voluntad, viendo y -oyendo todo cuanto ocurría, pero sin medios de propalarlo. Poco á poco -la reina iba cobrándole extremado cariño. Sancho se pasaba las horas -muertas echado en cojines de terciopelo al pie del sillón de su ama y -recostando la cabeza en sus faldas, mientras ella con la fina mano -cargada de sortijas le acariciaba maternalmente los obscuros y sedosos -bucles.—Las primeras veces que don Sancho fue encargado de abrir la -puerta secreta á cierto magnate, y le vió penetrar furtivamente y á -deshora en el camarín, y á la reina echarle al cuello los brazos, el -pajecillo se dolió, se indignó, y, á poder soltar la lengua, Dios sabe -la tragedia que en el palacio se arma. Por fortuna, Sancho era mudo; -oía, eso sí, y las pláticas de los dos enamorados le pusieron al -corriente de cosas harto graves, de secretos de Estado y familia; entre -otros, de que el rey, á su vez, salía todas las noches con maravilloso<span class="pagenum"><a name="page_269" id="page_269"></a>{269}</span> -recato á visitar á cierta judía muy hermosa, por quien olvidaba sus -obligaciones de esposo y de monarca, y merced á cuyo influjo protegía -desmedidamente á los hebreos, con perjuicio de sus reinos y mengua de -sus tesoros. Envuelta en el misterio esta intriga, no la sabían más que -el magnate y la reina; y D. Sancho, trasladando su indignación del -delito de la mujer al del marido, celebró nuevamente no haber tenido -voz, porque así no se veía en riesgo de revelar verdad tan infame. -Pasado algún tiempo, la confianza con que se hablaba delante del mudo -pajecillo instruyó á éste de varias maldades gordas que se tramaban en -la corte: supo cómo el privado, disimuladamente, hacía mangas y -capirotes de la hacienda pública, y cómo el tío del rey conspiraba para -destronarle, con otras infinitas tunantadas y bellaquerías que á cada -momento soliviantaban y encrespaban la cólera y la virtuosa impaciencia -de D. Sancho, poniendo á prueba su constancia, en el mutismo absoluto á -que se había comprometido.</p> - -<p>Sucedía entretanto que le amaban todos mucho, porque aquel lindo paje -silencioso, tan hidalgo y tan obediente, jamás había causado daño alguno -á nadie. No hay para qué decir si le favorecerían las damas, viéndole -tan gentil y estando ciertas de su discreción; y desde el rey hasta el -último criado, todos le deseaban bienes. Tanto aumentó su crédito y -favor, que al cumplir los veinte años y tener que dejar su oficio de -paje por el noble empleo de las armas, colmáronle de mercedes á porfía -el rey, la reina,<span class="pagenum"><a name="page_270" id="page_270"></a>{270}</span> el privado y el infante, acrecentando los honores y -preeminencias de su casa y haciéndole donación de alcaidías, fortalezas, -villas y castillos. Y cuando, húmedas las mejillas del beso empapado de -lágrimas con que le despidió la reina, que le quería como á otro hijo; -oprimido el cuello con el peso de la cadena de oro que acababa de -ceñirle el rey, salió D. Sancho del alcázar y cabalgó en el fogoso -andaluz de que el infante le había hecho presente; al ver cuántos males -había evitado y cuántas prosperidades había traído su extraña -determinación, tentóse la lengua con los dientes, y, meditabundo, dijo -para sí (pues para los demás estaba bien determinado á no decir oste ni -moste): «A la primer palabra que sueltes al aire, lengua mía, con estos -dientes ó con mi puñal te corto y te echo á los canes.»</p> - -<p>Hay eruditos que sostienen la opinión de que de esta historia procede la -frase vulgar, sin otra explicación plausible: <i>Al buen callar llaman -Sancho</i>.<span class="pagenum"><a name="page_271" id="page_271"></a>{271}</span></p> - -<h3><a name="FAUSTO_Y_DAFROSA" id="FAUSTO_Y_DAFROSA"></a>FAUSTO Y DAFROSA<a name="FNanchor_2_2" id="FNanchor_2_2"></a><a href="#Footnote_2_2" class="fnanchor">[2]</a></h3> - -<p class="c">———</p> - -<p>La aguardaba en el embarcadero á boca de noche, y cuando divisó á lo -lejos la barca, que avanzaba al empuje de los brazos fuertes de los -remeros, abriendo estela de luz verdosa en el mar fosforescente, al -corazón de Fausto se agolpó la sangre, y sus ojos se nublaron.</p> - -<p>Venía, ó mejor dicho, la traían, se la entregaban; en su poder iba á -estar aquélla por quien tantas veces había pasado la noche en vela, -febril, paladeando acíbar, desesperando y mordiéndose los puños de -rabia, ó esperando insensatamente.</p> - -<p>¿Insensatamente? Criminalmente se diría mejor. Por aquella que se -reclinaba en la proa, envuelta en blancos velos, en actitud pensativa, -Fausto había descendido á la delación y al<span class="pagenum"><a name="page_272" id="page_272"></a>{272}</span> espionaje como un liberto, -echando negra mancha sobre el decoro de su estirpe consular. Por ella -había deslizado en los oídos del Emperador <i>Apóstata</i> el consejo fatal -al ex-prefecto Flaviano, y más de una velada, á la claridad indecisa de -la triple lámpara cubicularia, las sombras del cortinaje dibujaron ante -los ojos espantados de Fausto la pálida figura de un varón ilustre -marcado en la frente con el hierro que estigmatiza á los facinerosos... -Pero en aquel instante el musical chapaleteo de los remos ahuyentaba -remordimientos y angustias, y de lo profundo de las aguas la voz de las -sirenas de la felicidad subía como un himno...</p> - -<p>Descendió Fausto al muelle con precipitación, y cogiendo de manos de los -esclavos el taburete de cedro, lo presentó al pie de Dafrosa, que -prontamente, sin hacer hincapié, saltó á las puntiagudas piedras. A la -salutación, al <i>¡Ave!</i> que en temblorosa voz articuló Fausto, respondió -ella con una sonrisa triste. Y echaron á andar hacia la villa, sin que -Fausto se atreviese á ofrecer el antebrazo para que Dafrosa se apoyase. -Un poco de sobrealiento de la matrona indicaba, sin embargo, que no -hubiese sido supérfluo el auxilio.</p> - -<p>En la terraza de la villa, alumbrada por antorchas fijas en la pared, -estaba dispuesto un refresco de bienvenida; leche, frutas, pan de flor, -peces cocidos—los sencillos manjares de que gusta una cristiana.—Se lo -hizo observar Fausto á Dafrosa, la cual, rompiendo uno de los panes, lo -llevó á los labios, no sin hacer antes<span class="pagenum"><a name="page_273" id="page_273"></a>{273}</span> la señal de la cruz. Quedáronse -solos Fausto y la tan deseada. Parpadeaban las estrellas en el -firmamento turquí, y el aire columpiaba bocanadas de esencia de rosas -purpúreas—unas rosas que el mismo emperador Juliano había traído de -Alejandría para adornar con festones de ellas el ara de la Afrodita, -porque se atribuían á su aroma virtudes como de filtro para enajenar el -corazón.</p> - -<p>Fue Dafrosa quien rompió el peligroso silencio.</p> - -<p>—Fausto—dijo con tranquila melancolía,—¿quién nos dijera que nos -encontraríamos así otra vez? Cuando yo me confesaba llorando de que no -podía olvidarte, ¿iba á suponer que el Sacro Emperador me desterrase á -vivir contigo?</p> - -<p>Indeciso Fausto, dudó entre caer á los pies de la matrona y abrazar sus -rodillas ó contestar algo—no sabía qué.—Entonces Dafrosa echó atrás el -velo blanco que envolvía el óvalo de su rostro, y á la luz de las -antorchas Fausto pudo ver con asombro una cara consumida por el dolor, -unos ojos marchitos, unas mejillas demacradas; el pelo, recogido -modestamente con cintas de lana violeta, no era ya aquella rubia vedija, -aureola de oro; ¡á Dafrosa se le había vuelto el cabello todo gris, del -gris de las nubes, del gris de la ceniza seca y hacinada en el hogar!</p> - -<p>—Puedes mirarme impunemente, Fausto—añadió ella.—Soy otra. La Dafrosa -que conociste no está ya en el mundo. Después de que me<span class="pagenum"><a name="page_274" id="page_274"></a>{274}</span> contemples, te -volverás á tu palacio de Roma, dejándome sola en esta isla, donde haré -penitencia. He sido justamente castigada por haberte querido, cariño -involuntario que yo no podía arrancar de mí por más que hacía. Se -llevaron á mi marido para matarle poco á poco, y á mí me despreciaron. -Lo merecía. Ahora los malvados me entregan á ti, quizás por creer que tú -eres un peligro. Para Dafrosa ya no hay peligros. Mírame así; despacio, -con atención; examíname. La misericordia divina me ha quitado -enteramente mi hermosura.</p> - -<p>Inmóvil permanecía Fausto, penetrado de un sentimiento singular, -diferente de cuantos hasta entonces habían agitado su alma complicada de -romano de la decadencia, de amigo del refinado filósofo, el césar -Juliano. No hacía mucho que en el palacio imperial, ante las aras -restauradas de la Kaleos helénica, habían celebrado los dos amigos un -pacto, especie de misteriosa iniciación de un culto secreto, diverso del -vulgar paganismo que se saciaba con los sacrificios de bueyes y -terneros, con las ceremonias impuras. Esta otra religión, preferida por -Juliano, reemplazaba la teogonía y las supersticiones con la adoración -de la belleza suprema, de la Forma en su armonía divina, en su euritnia -sacrosanta, cuya relación percibe la inteligencia por encima de los -sentidos. Una estatua de mujer, perfectísima, de líneas impecables, obra -de Fidias, se erguía sobre el ara, en mitad de la capillita ó <i>cella</i> -donde el emperador cumplía el rito, derramando las claras libaciones,<span class="pagenum"><a name="page_275" id="page_275"></a>{275}</span> -quemando el incienso sabeo en el pebetero de oro de exquisita labor -oriental. Y el Apóstata, tomando de la mano á su amigo, le obligaba á -postrarse allí, murmurando: «Esta es la Diosa, ésta, y no el triste -Galileo, que ha traído la fealdad al mundo.» Y ahora, Fausto, en -presencia de Dafrosa, la mujer tan codiciada cuando la poseía Flaviano y -ella vivía recluída al pie de sus lares, por no descubrir en los ojos -los pensamientos, ahora Fausto advertía en sí mismo un trastorno, una -variación incomprensible. Los afanes, los delirios, las ansias de -posesión, la fiebre pasional tanto tiempo sufrida, alimentada por la -Beldad, que ata las almas y no las suelta hasta el sepulcro, habían -desaparecido. La Forma adorada no existía, y tampoco lo que se deriva de -ella. En el mar tranquilo habían enmudecido las sirenas cantoras; en el -cielo turquí las estrellas ya no parpadeaban de amor. Las rosas no -desprendían ni un átomo de esencia: el rocío de la noche probablemente -congelaba sus cálices, derramando en ellos una serenidad frígida. Las -tenaces ligaduras de la carne se rompían en Fausto; su sangre, antes -fuego, discurría convertida en luz por las venas. Y acercándose á -Dafrosa, la tomó las manos y las llevó á su frente, murmurando en un -suspiro:</p> - -<p>—Porque has perdido tu hermosura, te quiero más. Te parecerá que es -mentira, y á mí ayer me lo parecería también, pero mira que no te -engaño.</p> - -<p>No retiró las palmas Dafrosa. Este sencillo<span class="pagenum"><a name="page_276" id="page_276"></a>{276}</span> contacto no infundía tanto -horror á los cristianos de aquellos siglos como á los actuales, acaso -porque entonces eran más castos en su corazón. Las palmas de Dafrosa -halagaron la inclinada cabeza de Fausto, y acercando los labios á su -oído, susurró:</p> - -<p>—Te creo. Es natural eso que me dices. Tú, Fausto, hermano mío, eres -cristiano también.</p> - -<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p> - -<p>La crónica refiere que San Fausto sufrió el martirio y que Santa Dafrosa -recogió de noche su cuerpo para que no lo devorasen los perros, pagando -esta obra de caridad con la vida.<span class="pagenum"><a name="page_277" id="page_277"></a>{277}</span></p> - -<h3><a name="INDICE" id="INDICE"></a>ÍNDICE</h3> - -<p class="c">———</p> - -<table border="0" cellpadding="1" cellspacing="0" summary=""> - -<tr><td> </td><td class="rt"><small><span class="un">Páginas.</span></small></td></tr> -<tr><th><a href="#CUENTOS_DE_NAVIDAD_Y_REYES">Cuentos de Navidad y Reyes.</a></th></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LA_NOCHEBUENA_DEL_PAPA">La Nochebuena del Papa</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_007">7</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LA_TENTACION_DE_SOR_MARIA">La tentación de Sor María</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_013">13</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LA_NAVIDAD_DEL_PELUDO">La Navidad del Peludo</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_019">19</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#JESUSA">Jesusa</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_025">25</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#NOCHEBUENA_DE_JUGADOR">Nochebuena de jugador</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_033">33</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#DE_NAVIDAD">De Navidad</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_043">43</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#JESUS_EN_LA_TIERRA">Jesús en la tierra</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_051">51</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EL_BELEN">El Belén</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_061">61</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#PAGINA_SUELTA">Página suelta</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_069">69</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#DOS_CENAS">Dos cenas</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_077">77</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LA_NOCHEBUENA_DEL_CARPINTERO">La Nochebuena del carpintero</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_087">87</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EL_CIEGO">El ciego</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_095">95</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LOS_MAGOS">Los Magos</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_101">101</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#SUENOS_REGIOS">Sueños regios</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_109">109</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LA_VISION_DE_LOS_REYES_MAGOS">La visión de los Reyes Magos</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_117">117</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EL_ROMPECABEZAS">El rompecabezas</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_123">123</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EN_SEMANA_SANTA">En Semana Santa</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_129">129</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LA_ORACION_DE_SEMANA_SANTA">La oración de Semana Santa</a><span class="pagenum"><a name="page_278" id="page_278"></a>{278}</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_139">139</a></td></tr> - -<tr><th><a href="#CUENTOS_DE_LA_PATRIA">Cuentos de la Patria.</a></th></tr> - -<tr><td valign="top"><a href="#VENGADORA">Vengadora</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_149">149</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EL_CATECISMO">El catecismo</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_155">155</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EL_CABALLO_BLANCO">El caballo blanco</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_161">161</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LA_EXANGUE">La exangüe</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_167">167</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LA_ARMADURA">La armadura</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_173">173</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EL_TORREON_DE_LA_ESPERANZA">El Torreón de la Esperanza</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_181">181</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EL_PALACIO_FRIO">El Palacio frío</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_189">189</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EL_TEMPLO">El Templo</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_197">197</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EL_MILAGRO_DE_LA_DIOSA_DURGA">El milagro de la diosa Durga</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_203">203</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#ENTRE_RAZAS">Entre razas</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_209">209</a></td></tr> - -<tr><th><a href="#CUENTOS_ANTIGUOS">Cuentos antiguos.</a></th></tr> - -<tr><td valign="top"><a href="#LA_PALOMA">La paloma</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_217">217</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#PREJASPES">Prejaspes</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_223">223</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#ZENANA">Zenana</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_229">229</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LA_GOTA_DE_CERA">La gota de cera</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_237">237</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LA_PALINODIA">La palinodia</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_245">245</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#EL_MANDIL_DE_CUERO">El mandil de cuero</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_251">251</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#LOS_CABELLOS">Los cabellos</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_257">257</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#AL_BUEN_CALLAR">Al buen callar</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_265">265</a></td></tr> -<tr><td valign="top"><a href="#FAUSTO_Y_DAFROSA">Fausto y Dafrosa</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_271">271</a></td></tr> -</table> - -<div class="footnotes"><p class="cb">Notas:</p> - -<div class="footnote"><p><a name="Footnote_1_1" id="Footnote_1_1"></a><a href="#FNanchor_1_1"><span class="label">[1]</span></a> Histórico.</p></div> - -<div class="footnote"><p><a name="Footnote_2_2" id="Footnote_2_2"></a><a href="#FNanchor_2_2"><span class="label">[2]</span></a> Me conviene recordar que este cuento, inspirado en la vida -de los Santos Fausto y Dafrosa, vió la luz en <i>Blanco y Negro</i> con -anterioridad á la publicación de la preciosa novela de Merej Kowsky, <i>La -muerte de los dioses</i>.</p></div> -</div> - -<hr class="full" /> - - - - - - - -<pre> - - - - - -End of the Project Gutenberg EBook of Cuentos de navidad y reyes; cuentos de -la patria; cuentos antiguos, by Emilia Pardo Bazán - -*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES *** - -***** This file should be named 55812-h.htm or 55812-h.zip ***** -This and all associated files of various formats will be found in: - http://www.gutenberg.org/5/5/8/1/55812/ - -Produced by Chuck Greif and the Online Distributed -Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was -produced from images available at The Internet Archive) - - -Updated editions will replace the previous one--the old editions -will be renamed. - -Creating the works from public domain print editions means that no -one owns a United States copyright in these works, so the Foundation -(and you!) can copy and distribute it in the United States without -permission and without paying copyright royalties. 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Redistribution is -subject to the trademark license, especially commercial -redistribution. - - - -*** START: FULL LICENSE *** - -THE FULL PROJECT GUTENBERG LICENSE -PLEASE READ THIS BEFORE YOU DISTRIBUTE OR USE THIS WORK - -To protect the Project Gutenberg-tm mission of promoting the free -distribution of electronic works, by using or distributing this work -(or any other work associated in any way with the phrase "Project -Gutenberg"), you agree to comply with all the terms of the Full Project -Gutenberg-tm License (available with this file or online at -http://gutenberg.org/license). - - -Section 1. General Terms of Use and Redistributing Project Gutenberg-tm -electronic works - -1.A. By reading or using any part of this Project Gutenberg-tm -electronic work, you indicate that you have read, understand, agree to -and accept all the terms of this license and intellectual property -(trademark/copyright) agreement. 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It exists -because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from -people in all walks of life. - -Volunteers and financial support to provide volunteers with the -assistance they need, are critical to reaching Project Gutenberg-tm's -goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will -remain freely available for generations to come. In 2001, the Project -Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure -and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations. -To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation -and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4 -and the Foundation web page at http://www.pglaf.org. - - -Section 3. Information about the Project Gutenberg Literary Archive -Foundation - -The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit -501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the -state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal -Revenue Service. The Foundation's EIN or federal tax identification -number is 64-6221541. Its 501(c)(3) letter is posted at -http://pglaf.org/fundraising. Contributions to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent -permitted by U.S. federal laws and your state's laws. - -The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S. -Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered -throughout numerous locations. Its business office is located at -809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email -business@pglaf.org. Email contact links and up to date contact -information can be found at the Foundation's web site and official -page at http://pglaf.org - -For additional contact information: - Dr. Gregory B. Newby - Chief Executive and Director - gbnewby@pglaf.org - - -Section 4. Information about Donations to the Project Gutenberg -Literary Archive Foundation - -Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide -spread public support and donations to carry out its mission of -increasing the number of public domain and licensed works that can be -freely distributed in machine readable form accessible by the widest -array of equipment including outdated equipment. Many small donations -($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt -status with the IRS. - -The Foundation is committed to complying with the laws regulating -charities and charitable donations in all 50 states of the United -States. 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