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-The Project Gutenberg EBook of Cuentos de navidad y reyes; cuentos de la
-patria; cuentos antiguos, by Emilia Pardo Bazán
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
-almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
-re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
-with this eBook or online at www.gutenberg.org/license
-
-
-Title: Cuentos de navidad y reyes; cuentos de la patria; cuentos antiguos
-
-Author: Emilia Pardo Bazán
-
-Release Date: October 25, 2017 [EBook #55812]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES ***
-
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-
-Produced by Chuck Greif and the Online Distributed
-Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was
-produced from images available at The Internet Archive)
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- OBRAS COMPLETAS
- DE
- EMILIA PARDO BAZÁN
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- CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES
-
- CUENTOS DE LA PATRIA
-
- CUENTOS ANTIGUOS
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-
- EMILIA PARDO BAZÁN
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- OBRAS COMPLETAS.--TOMO XXV
-
- CUENTOS
-
- DE NAVIDAD Y REYES
-
- CUENTOS DE LA PATRIA
-
- CUENTOS ANTIGUOS
-
- [Illustration: colofón]
-
- ADMINISTRACIÓN
- _calle de S. Bernardo, 37, principal_,
- MADRID
-
- Es propiedad.--Queda
- hecho el depósito que marca
- la ley.
-
- MADRID.--Est. tip. de I. Moreno, Blasco de Garay, 9.
- _Teléfono 3.020._
-
-
-
-
-ADVERTENCIA DE LA AUTORA
-
-
-_En este volumen incluyo, bajo el título de_ CUENTOS DE LA PATRIA,
-_algunos de los cuales cabría decir, como dijo el poeta del_ Canto á
-Teresa, _que son un desahogo de mi corazón y el lector puede saltarlos_.
-
-_Cuando en 1898 publiqué el titulado_ Vengadora, _me llamaron_ Soñadora
-_los muy benignos_.
-
-_Algo de realidad prestó á mi sueño el trágico fin del Presidente
-Mac-Kinley..._
-
-_Y si fuese soñar creer en la justicia inmanente, ¿qué mal habría? ¿qué
-más inofensivo consuelo?_
-
-_Emilia Pardo Bazán._
-
-
-
-
-CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES
-
-
-
-
-LA NOCHEBUENA DEL PAPA
-
-
-Bajo el manto de estrellas de una noche espléndida y glacial, Roma se
-extiende mostrando á trechos la mancha de sombra de sus misteriosos
-jardines de cipreses y laureles seculares que tantas cosas han visto, y,
-en islotes más amplios, la clara blancura de sus monumentos,
-envolviendo, como un sudario, el cadáver de la Historia.
-
-Gente alegre y bulliciosa discurre por la calle. Pocos coches. A pie van
-los ricos, mezclados con los _contadinos_, labriegos de la campiña que
-han acudido á la magna ciudad trayendo cestas de mercancía ó de regalos.
-Sus trapos pintorescos y de vivo color les distinguen de los burgueses;
-sus exclamaciones sonoras resuenan en el ambiente claro y frío como
-cristal. Hormiguean, se empujan, corren: aunque no regresen á sus casas
-hasta el amanecer--que es cosa segura,--quieren presenciar, en la
-Basílica de _Trinitá dei Monti_, la plegaria del Papa ante la cuna de
-_Gesú bambino_.
-
-Sí; el Papa en persona--no como hoy su estatua, sino él mismo, en carne
-y hueso, porque todavía Roma le pertenece--es quien, en presencia de una
-multitud que palpita de entusiasmo, va á arrodillarse allí, delante de
-la cuna donde, sobre mullida paja, descansa y sonríe el Niño. Es la
-noche del 24 de Diciembre: ya la grave campana de Santángelo se prepara
-á herir doce veces el aire, y la carroza pontifical, sin escolta, sin
-aparato, se detiene al pie de la escalinata de _Trinitá_.
-
-El Papa desciende, ayudado por sus Camareros, apoyando con calma el pie
-en el estribo. Con tal arte se ha preparado la ceremonia, que al sentar
-la planta Pío IX en el primer escalón, vibra, lenta y solemne, la primer
-campanada de la media noche, en cada campanario, en cada reloj de Roma.
-El clamoreo dramático de la hora sube al cielo imponente como un
-_hosanna_ y envuelve en sus magníficas tembladoras ondas de sonido al
-Pontífice que poco á poco asciende por la escalinata, bendiciendo, entre
-la muchedumbre que se prosterna y murmura jaculatorias de adoración. A
-la luz de las estrellas y á la mucho más viva de los millares de cirios
-de la Basílica iluminada de alto abajo, hecha un ascua de fuego,
-adornada como para una fiesta y con las puertas abiertas de par en par,
-por donde se desliza apretándose el gentío ansioso de contemplar al
-Pontífice,--se ve, destacándose de la roja muceta orlada de armiño que
-flota sobre nívea túnica, la cabeza hermosísima del Papa, el puro diseño
-de medalla de sus facciones, la forma artística de su blanco pelo
-dispuesto como el de los bustos de rancio mármol que pueblan el Museo
-_degli Anticchi_.
-
-Entra por fin en la Basílica; cruza las naves, desciende la escalera
-dorada que conduce á la cripta, y mientras á sus espaldas la guardia
-brega para reprimir el empuje del torrente humano que pugna por
-arrimarse á la balaustrada, en el recinto descubierto, más bajo que la
-multitud, el Papa queda solo. Artista por instinto; con el andar rítmico
-de las grandes solemnidades; con un sentimiento de la actitud que sólo
-él posee en grado tal,--Pío IX se acerca á la cuna, junta las manos de
-marfil, eleva al cielo un instante los ojos como si invocase la
-presencia de Dios; se arrodilla, se abisma, y los paños de su cándida
-vestidura se esparcen esculturales y clásicos cual los plegados de
-alabastro de un ropaje de Canova.
-
-El Niño, el _Bambino_, duerme desnudito, color de rosa, reclinado en su
-rubio colchón de sedeña paja. En toda la Basílica no se escucha más
-ruido que el chisporroteo suave de los cirios y el murmullo de la
-oración que el Papa empieza á elevar.--A las primeras palabras, anímase
-el Niño con vida fantástica: la escultura se hace carne. Sus ojos se
-entreabren, sus puñitos se tienden hacia el Papa, como se tenderían
-hacia un abuelo cariñoso, haciendo fiestas. Incorporado y sentado en la
-paja, llama al Pontífice, que sigue orando, pero que cree percibir en
-sus rodillas la sensación de que ya no reposan en los cojines de
-terciopelo carmesí, en sus codos algo que los sube y aparta del
-esculpido reclinatorio. Ligero y como fluído, su cuerpo no le pesa;
-flota apaciblemente en una atmósfera de oro y luz, hecha de las
-partículas de los cirios que se derraman ardientes y centelleantes.--La
-cuna ha desaparecido; el Niño está de pie, alto, crecido ya, convertido
-en adolescente; y en vez de la gracia infantil, en su cara se lee la
-meditación, se descubre la sombra del pensamiento. Alrededor del Jesús
-de quince años van juntándose, saliendo de las paredes de la cripta, que
-parece trasudarlos, docenas de chiquillos, otros _Bambinos_, pero feos,
-encanijados, sucios, envueltos en andrajos ó desnudos, mostrando la
-enteca anatomía. Docenas primero; cientos después; luego millares,
-millones, un hervidero tan incontable, un ejército tan infinito, que
-estallan las paredes de la cripta, las de la Basílica, las de Roma, las
-de todo cuanto pretendiese contener la expansión de la horda de
-miserables. Extiéndese por una llanura sin límites, y su bullir de
-gusanera rodea al _Gesú_, que ha ido insensiblemente transformándose en
-hombre hecho y derecho: ya tiene barba ahorquillada y rizoso cabello
-castaño, ya su rostro ha adquirido la gravedad viril. Y siguen acudiendo
-desharrapados y con las carnes al aire, lisiados, enfermos, famélicos,
-tristes, venidos de todos los puntos del horizonte, de todos los
-confines de la tierra. Lloran de hambre; tiemblan de frío; gimen de
-abandono; enseñan sus lacras; se cogen á la vestidura inconsutil de
-Cristo; se quieren abrigar bajo sus pies, reclinarse en su seno,
-agarrarse á sus manos pálidas y luminosas. Huelen mal, y su punzante
-vaho de miseria envuelve y sofoca al Papa, siempre en oración.
-
-La figura de Cristo se oculta un instante; densas tinieblas suben de la
-tierra y caen del firmamento, reuniendo sus crespones. El Pontífice
-siente miedo: la oscuridad le ciega, y entre aquella oscuridad vibran
-maldiciones y palpitan sollozos. Un relámpago brilla; erguida en una
-colina aparece la Cruz, sobre la cual blanquea el desnudo cuerpo del
-Mártir, estriado de verdugones por los azotes y veteado de negra sangre.
-Los labios cárdenos se agitan; el Papa interrumpe la plegaria, se
-confunde, se deshace en adoración, quiere salir de sí mismo para mejor
-escuchar y beber la palabra divina; y el Crucificado--señalando con
-mirada ya turbia hacia el océano de criaturas que bullen allá abajo,
-escuálidas, transidas, gimientes, dolorosas, maltratadas, ofendidas, en
-el abandono--dice al Papa, en voz que resuena _urbi et orbi_:
-
---Por ellos.
-
-
-
-
-LA TENTACIÓN DE SOR MARÍA
-
-
-Siguiendo costumbre tradicional del convento, las monjitas de la
-Santísima Sangre preparan, adornan y ofrecen á la adoración de los
-fieles, en el altar mayor, á la hora en que se celebra la misa del
-Gallo, el Misterio del pesebre y gruta de Belén, donde puede admirarse
-la efigie del Niño Dios, obra maravillosa de un escultor anónimo.
-
-Más que inerte imagen de madera, criatura viva parece el Niño de las
-monjas. La encantadora desnudez de su torso presenta el modelado blando
-y sólido de la carne. Mollas regordetas en cuello, piernas y brazos;
-hoyuelos de rosa en carrillos, codos y rodillas; picardía angelical en
-la expresión de los ojos y en la cándida risa; naturalidad sorprendente
-en la actitud, que se diría de tender las manos al pecho maternal... así
-es el Niño, y por eso las monjitas, cada vez que le visten y enfajan,
-cada vez que le reclinan en la paja y el heno aromático de la humilde
-cuna, exclaman enternecidas y embelesadas: «¡Ay mi divino Señor! ¡Pero
-si es un pequeñito de veras!»
-
-Turnan rigurosamente las monjitas en el oficio y honor de camareras del
-Jesusín,--y aquel año correspondió la suerte á Sor María, monja profesa,
-la más joven y linda de todas. Sor María ha dejado el mundo, no como
-suelen dejarlo otras religiosas, por contrariados ó infelices amores,
-por sufrimientos, desengaños ó escaseces de fortuna, sino en la flor de
-sus veinte abriles, con el espíritu tan virgen como el cuerpo, y el
-cuerpo tan hermoso como el porvenir que sin duda la esperaba al lado de
-unos padres amantes y opulentos, y en un mundo donde todo la halagaba y
-sonreía. Por su serena frente no ha cruzado ni una nube; no ha rozado su
-sién ni un aliento de hombre, y su corazón no ha palpitado sino para
-Dios. Su mística vocación fue tan firme, que resistió á la oposición
-decidida y enérgica de una familia que no se avenía á ver sepultarse en
-el claustro tanta hermosura y juventud. Pero Sor María demostró tal
-júbilo al tomar el velo, que ya sus mismos padres la envidiaban,
-creyéndola llegada al puerto de paz.
-
-Sintió un gozo inexplicable Sor María al ser encargada de la grata faena
-de vestir al Niño para depositarle en el pesebre. Jugar con aquel
-sagrado muñeco había sido el sueño de la joven monja en los cinco años
-que de profesa contaba.--«¡Cuando me toque á mí el Niño, verán qué
-precioso le pongo!»--solía decir á menudo. Era llegado el instante: el
-Niño la pertenecía por algunas horas, y ya sus manos temblaban de
-emoción ante la idea de poseer la efigie del nene celestial.
-
-¡Con qué esmero planchó Sor María los pañales por ella misma bordados y
-calados! ¡Con qué diligencia recogió en el jardín rosas tardías y
-frescas violetas oscuras, á fin de esparcirlas sobre la camita de paja
-del Niño! ¡Con qué respeto tocó la escultura; con qué reverencia la
-desnudó, con qué avidez miró sus formas inocentes y con qué ímpetu
-repentino, de las entrañas, se inclinó para besarla, mordiéndola casi en
-las mejillas, en los hombros, en el redondo ventrezuelo!
-
-Algunas monjas, de las más ilustradas y benévolas, estuvieron conformes
-en que nunca había salido tan mono y tan bien adornado el Jesusín; pero
-las viejas gangosas, ñoñas y esclavas de la rutina, murmuraron que le
-faltaban dijes de abalorio y talco y cintas de colores.--Y cuando Sor
-María se recogió á su celda y se arrodilló para rezar antes de
-extenderse en la pobre tarima, donde, sin regalo, casi sin abrigo,
-dormía el sueño de los ángeles, sintióse de repente profundamente
-triste, y le pareció que delante de ella se abría un abismo negro, muy
-hondo, y que la entraban ganas vehementes de morir. No penséis mal, oh
-escépticos, de Sor María. ¡No la creáis una monja liviana!
-
-No era el amor profano y su deleitosa copa lo que el tentador hacía
-girar ante sus ojos preñados de lágrimas de fuego. Tened por seguro que
-la pureza de Sor María llegaba al extremo de ignorar si renunciando al
-amor sacrificaba venturas. En el amor sólo sospechaba fealdades,
-desencantos, humillaciones y groserías indignas de un alma escogida y
-bien puesta. Lo que en aquel momento hacía sollozar á la monja era el
-instinto maternal, despertado con fuerza irresistible á la vista y al
-contacto del monísimo Jesusín...
-
-Y mal de su grado, ofuscada por la insidiosa tentación (solo el Maldito
-pudo infundirla tan trasnochados y estemporáneos pensamientos), Sor
-María no estaba á dos dedos de renegar de los votos y de las tocas y de
-los deberes que al convento la sujetaban. Nunca estrecharía contra su
-infecundo seno una tierna cabecita de rizada melena; nunca besaría una
-frente pura y celestial; nunca unos brazos mórbidos ceñirían su
-garganta. La única criatura que le había sido dado tener en brazos y á
-la cual pudo prodigar ternezas, era un chiquillo de palo, duro, frío,
-que ni respondía á las caricias, ni balbucía entrecortado el nombre de
-madre. Y Sor María, cada vez más hondamente desesperada, acordábase, en
-aquella hora fatal, de su propio hogar que había abandonado, y pensaba
-en el delirio con que su padre amaría á un nietezuelo, y lloraba con
-llanto más amargo, con lágrimas sangrientas, como lloraría una virgen de
-Israel, condenada á muerte, la esterilidad de su seno y la soledad
-eterna de su corazón, sentenciado á no probar nunca el más intenso y
-completo de los cariños femeniles...
-
-Mas he aquí que al hallarse Sor María fuera ya de sentido y á punto de
-rebelarse impíamente contra su destino y de romper su juramento de
-fidelidad al Divino Esposo, cuentan las crónicas (no sé si protestaréis
-los que lleváis sobre las pupilas la membrana del topo, la incredulidad)
-que la celda se iluminó con luz blanca y suave, y que de súbito el Niño
-del Misterio, no rígido é inmóvil en su invariable actitud, sino
-animado, hecho de carne, sonriendo, gorgeando, acariciando, salió de una
-nube ligera y se vino apresuradamente á los brazos de la monja.
-
---Soy yo, tu Jesusín, el que nació hoy á las doce--parecía balbucir la
-criatura, halagando blandamente á Sor María. Y como ésta pagase con
-besos los halagos, el chiquillo rompió á llorar tiernamente, y la monja,
-olvidando sus propias lágrimas y su reciente desconsuelo, comenzó á
-bailar para entretenerle, á arrullarle, á cantarle, á contarle cuentos,
-y al fin le arropó en su cama, llegándole al calor de su propio cuerpo y
-recostándole sobre su pecho tibio, que henchían activas corrientes de
-vitalidad y de amor. Y allí se pasó la noche el pobre nene, hasta que la
-blanca aurora, que disipa las sombras y ahuyenta las tentaciones, lanzó
-sus primeras claridades al través de la reja, y la campana llamó al
-templo á las monjas, que se pasmaron del resplandor extático que
-brillaba en el hermoso semblante de Sor María...
-
-Desde entonces Sor María hace prodigios de austeridad, mortificación y
-penitencia. Sus rodillas están ensangrentadas, sus costados los
-desuella el cilicio, sus mejillas las empalidece el ayuno, su boca la
-contrae el silencio.--Pero todos los años, después de la misa del Gallo
-y el Misterio del pesebre, se repite la visita del Niño á la celda
-melancólica y solitaria, y por espacio de unas cuantas horas, Sor María
-se cree madre.
-
-
-
-
-LA NAVIDAD DEL PELUDO
-
-
-Catorce años de no interrumpida laboriosidad podía apuntar el _Peludo_
-en su hoja de servicios; catorce años en que no hubo día sin ración de
-palos y sin hambre. ¡El hambre especialmente! ¡Qué martirio!
-
-Sacar fuerzas de flaqueza para el cochinero trote, obligado por los
-pinchazos del recio aguijón; aguantar picadas de tábanos y de moscas
-borriqueras, enconadas, feroces con el sol y el polvo, en las llagas de
-la reciente matadura; sufrir talonazos y ver cortar la vara de avellano
-ó de taray que, silbadora y flexible, se ha de ceñir á su piel
-averdugándola; probar la dentellada de la espuela y el sofrenazo
-violento del bocado; recibir puñadas en el suave hocico y en los ojos,
-en los dulces y grandes ojos cuya mirada siempre expresa mansedumbre;
-doblegarse bajo la excesiva carga; arrastrarse molido y pugnar por no
-caer al suelo antes de que se termine una caminata tres veces más
-fatigosa de lo que cabe dentro de los límites del vigor asnal;--todo
-esto, con ser tanto, le parecía miseriuca al _Peludo_, en cotejo de
-pasar rozando una pradería verde como la esperanza, mullida y
-aterciopelada como tapiz de seda, y no poder hartar la panza vacía,
-redondear los ijares metidos y chupados y la tripa hueca como tubería de
-órgano. Era tal la impresión que causaba al _Peludo_ la vista de la
-hierba apetitosa, rociada, velluda, de los dorados pajares y de las
-mieses en sazón; tal la rabia que sentía al oir el murmurio de la fuente
-cuando secaba sus fauces el anhelo del trabajo y la polvareda pegajosa
-del camino real; tal la violencia de su furioso apetito y el ímpetu de
-su colosal gazuza, que más de una vez, él--el manso, el resignado, el
-trabajador, el obediente--_pensó_ hacer una muy gorda y sonada: soltar
-un rebuzno de guerra y arremeter á coces y á muerdos contra su
-despiadado jinete, su espolique, su amo, su tirano... ¡Qué deleite
-arrojar al suelo el lastre de sacos de harina, que pesan cual plomo,
-patearlos, reventarlos; que la harina se esparciese por la carretera;
-meter en ella el hocico, aventarla, hacerla volar en blanquísimas nubes!
-Y si era mucha el ansia de comer, no menor la de revolcarse.
-¡Revolcarse! ¡Cuánto tiempo, desde su tierna infancia, su época de
-buchecillo retozón y candoroso, que no se revolcaba, con las cuatro
-patas batiendo el aire y la gris barriga al sol, el _Peludo_!
-
-Cruzaban estas ráfagas de emancipación por la deprimida mollera del
-esclavo, pero no adquirían consistencia; eran aleteos pasajeros que
-abatía al punto la convicción de su eterna servidumbre y de que la había
-dispuesto la suerte, el _fatum_ que preside á la existencia del jumento.
-Sí; lo peor del caso es que al _Peludo_ la desgracia le había hecho
-fatalista; no esperaba nada de la Providencia, ni se atrevía á creer que
-pudiese lucir para él jamás un instante de relativa dicha. Hiciese lo
-que hiciese, lo mismo tenía que ser... Hambre y palos, palos y hambre...
-Arriba con la carga; avante por la senda--y nada de protestas ni de
-quiméricos ensueños.
-
-Razón llevaba el paciente _Peludo_ en desconfiar de la suerte y en
-prometerse mayores desventuras; su amo, en vez de mostrarle algún apego,
-una pizca de consideración, á medida que el _Peludo_ perdía fuerzas,
-agilidad y bríos, iba tratándole con mayor dureza y encomendándole las
-tareas más rudas y bajas, los transportes más reventadores y las
-jornadas á palo seco en todo el rigor de la frase. Por eso, la glacial y
-lluviosa noche del 24 de Diciembre encontró al cuitado _Peludo_
-sufriendo la intemperie con cachaza estoica, atado á una argolla de
-hierro, á la puerta de la conocida taberna del _Pellejón_, una de las
-varias que salpican las orillas de la carretera de Marineda á Brigos.
-Otras veces no faltaba para el _Peludo_ en aquel templo báquico el
-abrigo de una cuadra ó de un estercolero, ó siquiera de un cobertizo
-cerquita del pajar; pero ésta era noche de bulla y parranda de regodeo y
-jarros colmados de vino y aguardiente, y cuando el _Peludo_, al
-trotecillo desmayado de sus provectas patas, se acercó á la taberna, no
-quedaba sitio ni techo para él. De dos puntillones, el amo le pegó á la
-pared, le amarró á la anilla, y allí se quedó el jumento, sin más techo
-que un emparrado desnudo de follaje, cuyas ramas goteaban hilos de agua
-llovediza, formando una charca bajo los cascos.
-
-Veía el _Peludo_, al través de los vidrios de la ventana, la sala de la
-taberna iluminada, alegre, llena de hombres que jugaban á los naipes,
-disputaban, despachaban guisotes de bacalao y apuraban vasos de caña y
-tinto. Mientras los racionales celebraban así la Navidad, el asno,
-transido y empapado hasta los huesos, rendido de cansancio y
-desfallecido de necesidad, no tenía ánimos ni para exhalar un suplicante
-y doloroso rebuzno pidiendo sustento y calor. Una nube veló sus pupilas;
-sus corvas se doblaron. Iba á caer sobre el fango líquido, cuando
-advirtió una claridad suave, muy diferente de la que derramaban las
-pestíferas candilejas de la taberna, y divisó á su lado, con profunda
-sorpresa, á otro borrico: un asno plateado, de luciente pelo, vivaracho,
-cordial. ¡Qué compañía tan grata! «_¡Hi--ho!_» flauteó dulcemente el
-caduco y asendereado jumento. Púsose el recién venido á roer con los
-dientes la cuerda que al _Peludo_ sujetaba, y presto le dejó libre. Echó
-á andar el argentado borriquillo, y detrás de él, sin meterse en más
-averiguaciones, el _Peludo_, ya regocijado y fuerte. A medida que
-adelantaban, la noche se hacía transparente, estrellada, tibia; el
-camino fácil, seco, llano, lindo. A derecha é izquierda, prados de un
-tono de felpa verdegay, esmaltados de violetas y ranúnculos, convidaban
-al _Peludo_ á saciar su apetito; arroyos cristalinos le brindaban con
-qué apagar su sed. Y el _Peludo_, entrando á saco, descuidado, libre, se
-entregó á la hierba jugosa; desde lejos podía oírse el ruido de molino
-que al mascar producía su vieja dentadura. Bebió á su talante en los
-manantiales; atracóse de trébol y hierba mollar, y al paso que devoraba,
-redondeábase su panza como globo que se infla, hasta que de súbito
-estallaron las cinchas que sujetaban la albarda, y quedóse en pelota,
-feliz como un rey. ¡Ahora sí que no se sentía fatalista el _Peludo_! Tan
-dichosa aventura le convertía en el mayor providencialista del universo.
-En lontananza empezaba á despuntar la mañanica dorada y risueña; las
-violetas del prado olían á gloria; todo incitaba á un revuelco
-deleitable, y ¡zás! el _Peludo_ se dejó caer y se puso á nadar en aquel
-golfo de verdura, impregnándose de olores floreales, recogiendo en su
-pelambrera hojas de manzanilla. El asno se sentía victorioso, envuelto
-en luces de gloria. Y allá en los aires, lejos, alto, voces misteriosas
-repetían la profética cláusula: «Nos ha nacido un niño, y se llama
-Emanuel...» El asno de plata, salvador del _Peludo_, le miraba entre
-compasivo y amigable, y le rebuznaba bondadosamente: «_¡Hi--ho!_ ¿No me
-conoces? Soy el que calentó con su aliento á Jesús en el establo... y el
-que llevó á Egipto á María la Nazarena...»
-
-A la puerta de la taberna, el amo del _Peludo_, al salir de madrugada
-con los humos de la embriaguez muy densos aún, vió á su montura tendida
-en la charca, los ojos vidriosos, las patas rígidas.--Rompióse la
-cuerda--observó el tabernero.--No le dé patadas--agregó--que de poco
-sirve; tiene la oreja fría; está difunto.--Pero el amo, con la terquedad
-característica de los beodos, seguía descargando puntapiés al animal,
-jurando, blasfemando y maldiciendo. Al fin, convencido de lo inútil de
-sus esfuerzos, soltó una opaca risotada.--Para lo que
-servía...--gruñó.--Ya ni podía conmigo...
-
-
-
-
-JESUSA
-
-
-El matrimonio vió al fin cumplidos sus deseos: la niña vino al mundo un
-24 de Diciembre, circunstancia que pareció señal del favor divino;
-pusiéronle en la pila el dulce nombre de Jesusa, y la rodearon de cuanto
-mimo pueden ofrecer á su único retoño dos esposos ya maduros, muy ricos,
-y que sólo pedían á la suerte una criatura á quien transmitir fortuna y
-nombre. La cuna fue mullida con pétalos de rosa, y hasta el ambiente se
-hizo tibio y perfumado, para acariciar el tierno rostro de la recién
-nacida...
-
-Todos hemos narrado alguna vez la triste historia de la niña pobre y
-desamparada, que harapienta y arrecida, con el vértigo del hambre y la
-angustia del abandono, vaga por las calles implorando caridad, hasta que
-cae rendida y la nieve la envuelve en blanco sudario. El grito de la
-miseria, el clamor del vientre vacío, es penetrante y humano... pero
-también sufre el rico, y sus dolores, inaccesibles al fácil consuelo
-que se reparte con un puñado de monedas, no hallan alivio sino en la
-misericordia de Dios... El que compare á la chiquilla sin pan ni hogar
-con la chiquilla envuelta en algodones y harta de goces y juguetes; á la
-que jamás recibió un beso con la que agasaja en su seno una madre
-idólatra,--se indignará contra la injusticia social y apelará de ella á
-la justicia infalible.
-
-Cruzad la calle, deslizad un socorro en la mano escuálida de la mendiga,
-y penetrad después en la morada de la familia de Jesusa. El contraste,
-al pronto, os parecerá hasta sacrílego. Cualquier chirimbolo de los que
-decoran el gabinete, cualquier fruslería de rubia concha y cincelada
-plata, de las mil esparcidas sobre las mesillas del tocador, vale más de
-lo que costaría dar un año entero pan, luz y abrigo á la infeliz que
-tirita allá fuera, en el ángulo de la manzana, de pie contra una
-cancilla menos dura que algunos corazones.
-
-Pasad el umbral de la alcoba tapizada de seda: acercáos á la camita
-virginal, esmaltada de blanco y oro, y contemplad la cabeza que descansa
-sobre la batista... Ved ese rostro transparente como alabastro, esos
-ojos de violeta, tan infinitamente melancólicos. Si pudiéseis alzar la
-sábana sin ofender el pudor de la niña--que ha cumplido sus once años
-ya,--se ofrecería á vuestra vista algo sin nombre ni forma, uno de esos
-cuadros que sobrecogen: una especie de insecto mísero: piernas como
-hilos retorcidos, manos que semejan contraídas por la acción del fuego,
-doble gibosidad en el pecho y la espalda, flacura de carnes secas y
-consumidas por el padecimiento. ¡Y si la enfermedad se contentase con
-haberla desfigurado! Pero son tan incesantes sus torturas, tan variadas,
-tan horribles, que hay horas negras en que el padre susurra al oído de
-la madre, en voz opaca:
-
---¡No sería mejor despedir á tanto médico... suprimir tanto remedio...
-no agobiarla... dejarla que!...
-
-Y la madre responde con acento en que tiemblan irrestañables lágrimas:
-
---No, no... Mientras hay vida...
-
-En el martirizado cuerpo, la inteligencia vela, despierta desde muy
-temprano. A los seis años, Jesusa decía de esas frases que cortan el
-alma. Las tempranas intuiciones, las precocidades, si en el niño sano
-regocijan, en el enfermo afligen con aflicción honda, como es hondo el
-abismo del humano dolor.
-
---Mamá, ¿soy yo mala?--gemía la inocente.--No, eres muy buena, muy
-buena.--Entonces, ¿por qué me castiga Dios?--No es castigo...--sollozaba
-la madre.--Es que después, cuando te mejores, has de disfrutar mucho...
-y es que ahora, si es verdad que estás malita, también tienes más cosas
-bonitas que las otras niñas, más muñecas, más juguetes, más flores, unas
-cajas preciosas...--Callaba la enferma un minuto, cerrando sus pupilas
-de marchita violeta, y las abría luego para exclamar:--Pues dales todo
-eso á los niños que no tienen... y ellos que me den no estar enferma un
-día... ¡Mamá, siquiera un día!
-
-Al correr del tiempo, al multiplicarse los fenómenos del extraño
-padecimiento nervioso de Jesusa, arraigábase en su mente la idea de la
-sustitución, y la creía posible ó segura, mejor dicho. ¿Por qué no la
-complacían sus padres? ¿Había cosa más sencilla y natural? Que
-repartiesen á los golfos y á los mendigos sus joyas y sus muñecos caros;
-que les enviasen á cestos las golosinas; que les entregasen las sábanas
-de encaje y el edredón de plumón de cisne..., y que ellos, á su vez, la
-socorriesen con unas migajas de salud, de la riente salud que alegra el
-mundo, que calienta la sangre, que resplandece como el sol y hermosea el
-vivir. ¡Levantarse de aquella cama, andar, salir á la calle, respirar el
-aire libre, sin dolores, lista, ágil, contenta!
-
-A fuerza de hablar de la sustitución, Jesusa acabó por contagiar á su
-padre. Los desgraciados tienen siempre los brazos abiertos para abrazar
-á la quimera. La esperanza es ingeniosa y supersticiosa.--Verás, nena
-mía... Voy á darte gusto, voy á socorrer á los niñitos pobres... Así que
-les haga mucho bien, tú sanarás...--Y empezó su carrera de filántropo,
-descubriendo cada día, en la inagotable mina de la miseria, nuevas vetas
-que explotar, y soñando, á cada hallazgo, que allí podría estar la
-curación de su enferma. Subió á muchas buhardillas, llevando la bolsa
-llena y el médico prevenido; recogió y trajo en brazos, á las altas
-horas de la noche, al golfo que dormía aterido y desfallecido de hambre
-sobre un banco ó al través de una puerta, y se gozó en el golpe mágico
-del despertar de la criatura ante una suculenta cena y con la
-perspectiva de un mullido lecho; redimió de la abyección á niñas que aún
-no tenían conciencia del pecado, y las llevó á establecimientos
-benéficos, donde las inculcasen el trabajo y la honestidad; pagó
-nodrizas á desvalidos huérfanos; desató un río de aceite de hígado de
-bacalao para los chiquitines escrofulosos, y en verano envió á las
-orillas del mar á hijos de obreros, devorados de anemia... Mas Jesusa,
-enterada de tan santas acciones, no cesaba de mover su cabeza macilenta,
-de cerrar dolorosamente las lánguidas violetas de sus ojos. No era
-bastante; no se contentaba Dios todavía con eso.
-
-Mayor sacrificio pedía sin duda... Prueba de lo estéril del esfuerzo,
-era que Jesusa empeoraba, que redoblaban sus sufrimientos, que la fiebre
-la consumía, que su piel se pegaba á los huesos abrasada por el mal, y
-que en los accesos, á cada paso más frecuentes, sentía, ó como un ascua
-en sus entrañas, ó como un enorme témpano de hielo en su corazón,
-próximo á cesar de latir. ¿Iba á durar eternamente aquella infernal
-tortura? ¿No se apiadaría Dios? ¿No la sanaría de repente del todo,
-dejándola alzarse, fuerte y gozosa, en el ímpetu de la juventud, á
-disfrutar de la existencia, á reir, á correr, á saltar como los pájaros
-felices?
-
-Llegó la Nochebuena, el cumpleaños de Jesusa. En tal día, sus padres la
-abrumaban á regalos, inventaban caprichos para darse el gusto de
-satisfacerlos. Se armaba el _belén_, renovado siempre, siempre más
-lujoso, de más finas figuras, de más complicada topografía; pero aquel
-año, suponiendo que la enferma estaba cansada ya de tanto pastorcito y
-tanta oveja y tanto camello, discurrió la madre colocar un precioso Niño
-Jesús, de tamaño natural, joya de escultura, en un pesebre, sobre un haz
-de paja. La sencilla imagen atrajo á la abatida enferma. Parecía una
-criatura humana, allí echada, desnudita. Y al mirarla, al pensar que
-tendría mucho frío, Jesusa creyó adivinar por qué no la sanaba á ella
-Dios... No bastaba dar á otros niños limosna y socorro: era preciso _ser
-como ellos_, aceptar su estado, abrazarse á la humildad, á la necesidad,
-imitando al Jesús que reposaba entre paja, sobre unas tablas toscas...
-Afanosamente, la niña llamó á su madre y suplicó, trémula de ilusión y
-de deseo:
-
---Mamá, por Dios... Haz lo que te pido y verás si sano... Ponme como
-están los niñitos pobres... Echa paja en el suelo, acuéstame ahí... No
-me tapes con nada, déjame tiritar...
-
-Resistíase la madre, temblando de miedo á la idea de su hija con frío y
-sobre unas tablas; pero, á pesar suyo, el loco ensueño también se
-apoderaba de su espíritu. ¿Quién sabe? ¿quién sabe?... Las alas de la
-quimera batían misteriosamente el aire en derredor... Alejó á los
-criados, miró si nadie venía... y cargando el leve peso de la enferma,
-la tendió sobre la paja esparcida, en el mismo pesebre donde sonreía y
-bendecía el Niño; Jesusa abrió los ojos, miró ansiosamente á la imagen,
-y después los cerró con lentitud. Su carita demacrada, crispada, expresó
-de pronto la mayor serenidad; una especie de beatitud bañó las
-facciones, iluminó la frente; un ligero suspiro salió de la cárdena
-boca... La madre, aterrada, se inclinó, la llamó por su nombre, la
-palpó... No respondía; el sueño se realizaba; los dolores de Jesusa
-habían cesado; no volvería á sufrir.
-
-
-
-
-NOCHEBUENA DE JUGADOR
-
-
-El vicio del juego me dominaba.--Cuando digo el vicio del juego, debo
-advertir que yo no lo creía tal vicio, ni menos entendía que la ley
-pudiese reprimirlo sin atentar al indiscutible derecho que tiene el
-hombre de perder su hacienda lo mismo que de ganarla. «De la propiedad
-es lícito usar y abusar», repetía yo desdeñosamente, burlándome de los
-consejos de algún amigo timorato.
-
-No obstante mi desprecio hacia el sentimiento general, procuraba por
-todos los medios que en mi casa se ignorase mi inclinación violenta.
-Habíame casado, loco de amor, con una preciosa señorita llamada Ventura;
-estrechaba más nuestra unión la dulce prenda de un niño que aún no
-sabía, si yo le llamaba, venir solo á mis brazos; y por evitar á mi
-esposa miedo y angustia, escondía como un crimen mis aficiones,
-sorteando las horas para satisfacerlas. Precauciones idénticas á las que
-adoptaría si diese á mi mujer una rival, adoptaba para concurrir al
-Casino y otros centros donde se arriesga, al volver de un naipe, puñados
-de oro; é inventando toda clase de pretextos--negocios bursátiles,
-conferencias con amigos políticos, enfermos que velar, invitaciones que
-admitir--cohonestaba mis ausencias y explicaba de algún modo mi
-agitación, mi palidez, mis insomnios, mis alegrías súbitas, mis
-abatimientos, la alteración de mi sistema nervioso, quebrantado por la
-más fuerte y honda tal vez de las emociones humanas.
-
-Hacía tiempo que no poseía sino lo que al juego me granjeaba. Dueño de
-un mediano caudal, había ido enajenando mis fincas para cubrir pérdidas.
-Vino después una larga temporada de prosperidad, pero invertí las
-ganancias en valores fáciles de negociar, que ya mermaban recientes
-descalabros. Nada de esto notaba mi Ventura, porque, á semejanza de casi
-todas las mujeres, recibía de manos de su esposo el dinero sin preguntar
-su origen. Segura de mi cariño, pasiva y feliz en su hogar, ni se la
-ocurría ni quizás deseaba conocer el estado de nuestros intereses. En
-las ocasiones felices, yo la traía ricas alhajas y la compraba lindos
-trajes; en los momentos de estrechez, una indicación mía bastaba para
-que ella redujese el gasto y aplazase los pagos, con instintiva
-complicidad. Pero si mi esposa no me causaba inquietud y el
-desorientarla me parecía facilísimo, otra persona de la familia me
-inspiraba indefinible recelo.
-
-Era esta persona el hermano mayor de Ventura, mi cuñado Bernardo, hombre
-de entendimiento vivo y sagaz, de fogosa condición, á quien penas
-ignoradas, quizás dolorosos desengaños, impulsaron á abrazar el estado
-eclesiástico. Bernardo ejercía su ministerio con un celo abrasador, con
-sed de sacrificio que le consumía, demacrando su cuerpo y encendiendo en
-sus azules ojos perpetua llama. Los tales ojos, al fijarse en mí,
-mostraban vislumbres de desconfianza y severidad. Indudablemente el
-santo altruista, consagrado á hacer el bien, olfateaba en mí la egoísta
-y desenfrenada pasión que teñía de un círculo de oscuro livor mis
-párpados y hacía temblar febrilmente mi mano cuando estrechaba la suya.
-Una desazón, un desasosiego parecido al del que con ropa sucia arrostra
-la luz del sol en un paseo concurrido, me asaltaban al encontrarme
-frente á frente con Bernardo. Este, que vivía fuera de Madrid, absorbido
-siempre por empresas de beneficencia, fundaciones de Asilos y
-Asociaciones caritativas, sólo venía á vernos dos veces al año; en
-Pascua de Resurrección y en Navidades.
-
-Acercábase precisamente esta solemne época del año, cuando la suerte,
-que ya se me había torcido, comenzó á mostrarse airada, contra mí.
-Soplaba la racha negra, y soplaba tan inclemente y dura, que arrebataba
-mis esperanzas todas. Fallaban mis más laboriosas martingalas; se
-malograban mis golpes de habilidad, mis corazonadas se desmentían y
-naipe que yo tocase era naipe funesto. Encarnizado en el desquite, me
-precipitaba con ciega cólera, obstinándome en despeñarme, agotando mis
-recursos, desafiando al porvenir. La intuición de que se me venía encima
-la catástrofe, redoblaba mi desesperada energía. Debiendo ya sobre mi
-palabra crecida suma, busqué un prestamista--el más usurero, el más
-infame--y sin vacilar, como quien cierra los ojos y se arroja á una
-sima, me abandoné á sus uñas, firmando cuanto quiso, comprometiendo mi
-honor á cambio de la inmediata posesión de la cantidad que necesitaba
-para saldar mi deuda en el Casino y tentar el golpe supremo. Estaba
-determinado á que no luciese para mí el día de confesarle á Ventura que
-nos aguardaba la miseria y la afrenta además. Cierto que á veces se me
-ocurría decirla: «Figúrate que yo era un negociante; he quebrado; es
-preciso resignarse y trabajar.»--Pero inmediatamente comprendía la
-imposibilidad, el absurdo de calificar de _quiebra_ los resultados de mi
-desorden. Si caía á los pies de mi mujer revelando la verdad, tendría
-que implorar perdón, como cumple al que faltó á sus deberes. Antes
-morir, y morir me parecía la solución única del pavoroso conflicto. En
-aquellos instantes veía tan claro como la luz que la muerte era precisa
-y natural consecuencia de mi modo de entender la vida, y el derecho de
-jugar, hermano del de suicidarse: ambos se reducían á uno solo... «Usar
-y abusar»... Y morir sin miedo.
-
-Con estos pensamientos volví á mi casa la tarde del día 24 de Diciembre,
-llevando en el bolsillo la cantidad obtenida del usurero. No bien entré
-en la antesala, sentí que me abrazaban á un tiempo por el cuello y por
-las piernas. El primer abrazo era el de la mujer amante, que unía su
-rostro al mío con arrebato mimoso; el segundo... ¿Quién puede abrazar
-por más abajo de la rodilla, sino el nene, el muñeco que se ensaya en
-romper á andar y aun necesita agarrarse á algo para no caer de bruces?
-
-Sentí que el corazón se me hendía; sentí que me acudían lágrimas á los
-ojos; y apartándome bruscamente, por disimulo, exclamé:
-
---¿Qué pasa? ¿A qué viene esto?
-
---Ha llegado Bernardo--respondió Ventura sorprendida de mi sequedad.
-
---Tío Nado--repitió mi pequeño, que acompañó esta gracia con una risa
-estrepitosa.
-
---Pues toma--dije entregando á mi mujer un puñado de billetes,--prepara
-una cena; pero una cena de verdad, como me gustan... y ahora déjame,
-hijita, déjame un poco; quiero reposar, me duele la cabeza, y de aquí á
-la noche espero mejorarme para charlar con Bernardo.
-
-Ventura obedeció, y yo me encerré á escribir una especie de testamento y
-despedida. Mis dientes castañeteaban; concluí la tarea, registré mis
-pistolas, las cargué, me eché sobre el sofá y fumé nerviosamente,
-cigarro tras cigarro, hasta que Ventura, solícita, vino á avisarme para
-cenar. Era temprano, porque el niño no podía faltar de la mesa en noche
-semejante y su madre evitaba tenerle despierto hasta las mil. Nos
-dirigimos al comedor, iluminado por bujías rosa, alegrado por la
-blancura de los manteles y el destellar del cristal y de la plata.
-
-La sopa de almendra humeaba suavemente y trascendía á gloria; las frutas
-raras se apiñaban en el centro de mesa, reflejado por una luna de espejo
-circundada de rosas tardías; en las copas reía ya el Sauterne amarillo,
-y mi mujer, engalanada, compuesta, sonriente, con el rizado pelo algo
-fosco y las mejillas rubicundas, se acercó á mí y murmuró acariciándome
-con la voz:
-
---¿No saludas al forastero? Ahí le tienes.
-
-Abracé á Bernardo, y empezó la cena, animada al principio por las
-genialidades del nene y las coqueterías de Ventura, empeñada en que
-alabase su tocado y tan resuelta á conquistarme, que hasta apoyó sobre
-mi pie el suyo chiquitín. Sin embargo, languideció la conversación bien
-pronto; no era difícil notar que Bernardo y yo estábamos pensativos. A
-las preguntas inquietas de mi esposa respondí alegando cansancio y
-jaqueca; pero Bernardo, el de las chispeantes pupilas azules, declaró
-categóricamente:
-
---Tu marido tendrá lo que guste, y no querrá enterarnos del por qué
-parece un reo á quien le acaban de leer la sentencia ahora mismo; pero
-lo que es yo... estoy así... porque me da vergüenza cenar tan bien, con
-salmón, y ostras, y langostinos, y vinos añejos, y no poder ofrecer á
-algunas familias pobres, ya que no estos festines de Lúculo, al menos el
-pan del año, el fuego del hogar y ropa con que abrigarse las carnes. El
-Apóstol enseñaba que los cristianos no deben encerrarse para comer
-manjares suculentos. Nosotros nos saciamos de cosas ricas, y vamos á
-brindar con un Champagne... que ya lo conozco de otras veces...
-¡Clicquot! mientras los pobres... No puedo evitar esto, ni vosotros
-podéis; pero allá dentro, hay un rincón de mi alma que llora. ¡Cómo ha
-de ser! ¡No acierto á remediarlo!
-
-Decir esto el sacerdote, y cruzar por mi imaginación el chispazo de una
-idea, fue todo uno; ni dió tiempo á la reflexión, ni á que yo calculase
-el efecto que en Bernardo iban á producir mis palabras. Me levanté,
-llené una copa del Champagne que frío como nieve ya lucía en la jarra de
-cristal tallado, y la tendí á Bernardo, exclamando de un modo
-significativo:
-
---¡Pues brinda... ó reza! para que se logre un plan que tengo yo... Si
-se logra, asegurarás el pan á algunas familias.
-
-Bernardo echó mano á su copa, y antes de alzarla, fijó en mí las
-fascinadoras pupilas. A mi parecer, me registraba el cerebro, me veía la
-conciencia y me leía como se lee un abierto libro.
-
-De pronto, con súbita decisión, tendió la copa, la acercó á la mía, las
-chocó, y pronunció majestuosamente:
-
---Brindo ahora... Rezaré después. Deseo que se logre tu plan... pero una
-vez sola ¿entiendes? Una sola.
-
-Consideré sellado el pacto. En mi superstición de jugador lo había
-ensayado todo, jitanas y _mediums_, amuletos y pueriles conjuros...
-todo, excepto interesar á Dios por el cebo de la caridad, partiendo mis
-ganancias con el Arbitro supremo, cuya previsión sirve al ciego azar de
-invisible lazarillo. ¡Poner al cielo de mi parte! Sí, porque el cielo
-tampoco podía _querer_ que yo ejecutase la resolución postrera y
-definitiva, la única que cortaba el nudo infernal de mi destino...
-
-Así que terminó la cena, me levanté, alegué una excusa, dejé á Ventura
-malhumorada y á Bernardo meditabundo, y salí desalado, á jugar, no ya el
-dinero, sino la honra y la existencia, la existencia que en aquel
-momento me parecía tan seductora, tan digna de ser vivida, entre los
-halagos de una mujer enamorada y la luminosa sonrisa de un querubín que
-me pedía protección y ayuda para andar, cogiéndose á mis piernas...
-
-Por las calles se oía tumulto de gentío, repique alegre de panderetas,
-rasgueos de guitarrillo; en las casas, la luz se filtraba delatando la
-reunión de los que se quieren en íntima fiesta; y yo pensaba, mientras
-el coche que había tomado á mi puerta iba rodando hacia el Casino: «Si
-marro, esta es mi Nochebuena última.»
-
-¿Sabéis lo que se llama una suerte desatinada, increíble, loca? Pues así
-la tuve yo desde el primer instante. Sobraban horas para jugar, y
-estaban allí los puntos fuertes, los de repleta cartera y crédito firme.
-Sin tregua los arrollé: no recuerdo vena igual: parecía cual si viese al
-trasluz las cartas que iban á salir, ó un poder invisible me dictase la
-puesta. Como si Dios se esmerase en cumplir el pacto, mi vena aumentó
-desde que sonó la media noche.
-
-Al regresar á mi domicilio, entré en el cuarto de Bernardo. El cura
-estaba despierto; me esperaba sin duda.
-
---Acuéstate--le dije,--y duerme bien, que mañana tendrás con qué dar á
-esas familias pobres el pan del año.
-
-Vi en el expresivo rostro del sacerdote indicios de perplejidad y
-zozobra. Comprendía perfectamente el origen del dinero que yo venía á
-ofrecerle en cumplimiento del trato, y su conciencia batallaba con su
-pasión de hacer bien, de consolar penas, de enjugar lágrimas. Débil, por
-fin, vencido del deseo, sacudido por una trepidación interior que le
-enronqueció la voz siempre sonora, me cogió las manos entre las suyas, y
-murmuró:
-
---Acepto... Venga... Sólo que ¡acuérdate!... La condición...
-
---Hoy ha sido la última vez: palabra de honor--respondí adelantándome á
-su ruego.
-
- * * * * *
-
-No sé si me creeréis, pero no he jugado más desde aquella Nochebuena. Al
-principio se me crispaban los dedos y la cabeza se me desvanecía con el
-ansia de volver á probar las amargas delicias del juego; después, poco á
-poco, vino la calma: el olvido ¡nunca! Negocié, labré una fortuna, y
-aprendí que puedo usar de ella, pero no abusar. Sé que soy depositario.
-El dueño está arriba.
-
-
-
-
-DE NAVIDAD
-
-
-Este cuento pasa en el siglo XVI, en una de esas ciudades de Italia que
-gobernaba un tirano. Llamémosle á la ciudad, si queréis, Montenero, y á
-su tirano Orso Amadei.
-
-Orso era un hombre de su época, feroz, desalmado, disimulado en el
-rencor, implacable en la venganza. Valiente en el combate, magnífico en
-sus larguezas y exquisito en sus aficiones artísticas, como los Médicis,
-festejaba en su palacio á pintores y poetas y recibía en su cámara
-privada á los sospechosos alquimistas de entonces, que si no
-consiguieron fabricar oro, no ignoraban la fórmula de destilar activos
-venenos.
-
-Cuando á Orso le estorbaba un señor, le atraía, jurábale amistad,
-comulgaba con él--¡horrible sacrilegio!--de la misma hostia, le sentaba
-á su mesa... y en mitad del banquete el convidado se levantaba con los
-ojos extraviados y espumante la boca, volvía á caer retorciéndose...
-mientras el anfitrión, con hipócrita solicitud, le palpaba para
-asegurarse de que el hielo de la muerte corría ya por sus venas.
-
-Con los villanos no gastaba Orso tantas ceremonias: los derrengaba á
-palos, ó los dejaba consumirse de hambre en un calabozo.
-
-Orso era viudo dos veces: á su primera mujer la había despachado de una
-puñalada, por celos; á la segunda, la única que amó, se la mató en
-venganza Landolfo dei Fiori, hermano de la primera. Esta no había dejado
-hijos: la segunda sí, una hembra y dos varones. Perecieron los varones
-en un oscuro lance militar, una emboscada que tal vez preparó el mismo
-Landolfo, y quedó la niña Lucía, para continuar la maldita familia de
-Amadei.
-
-Discurría ya su padre el Príncipe con quien desposarla, cuando Lucía
-declaró que deseaba tomar el velo. Orso se desesperó, porque, á su
-manera, adoraba á aquel último retoño de su raza; mas no hubo remedio;
-la voluntad de Lucía se impuso, y la niña entró en un monasterio de la
-Orden de Santo Domingo, en que había florecido Catalina, llamada
-_Eufrosina_, á quien el mundo venera hoy con el nombre de _Santa
-Catalina de Sena_.
-
-La tierna juventud, la cándida belleza y la ilustre cuna de la hija del
-tirano, aumentaron el asombro de su penitencia. En un siglo ya pagano,
-renovó las duras penitencias de edades más fervorosas.
-
-Su alimento era un puñado de hierbas cocidas; su cama dos quilmas sin
-paja; su ropa interior un burdo tejido de Cilicia, que llagaba la
-delicada piel; y cuando se levantaba á orar, en las noches de Enero,
-después de tomar una hora de descanso sobre las losas húmedas, que
-quebrantaban sus huesos todos, apenas podía sostenerse de debilidad y
-las palabras del rezo se confundían en su boca.
-
-Porque Lucía, hija al fin de los Amadei, no había nacido para la
-mortificación y el dolor, sino para agotar las alegrías de la vida, para
-recrearse en el grato sonido del bandolín, en el armonioso ritmo de las
-estancias de los poetas, en la magia del color, en la dulce y misteriosa
-calma de los jardines, donde sonreía la eterna hermosura de las estatuas
-griegas,--y sólo el peso de ajenas culpas y el anhelo de la expiación la
-habían arrojado palpitante de angustia y de terror al pie de los
-altares, donde á cada minuto recordaba involuntariamente el mundo y sus
-goces.
-
-Como Catalina de Sena, más de una vez se vió asaltada por tentaciones
-impuras y por imágenes engañadoras y burlonas; pero abrazada á la cruz,
-resistió heroicamente; lloró, se hirió las carnes y, al fin, conoció su
-victoria en la paz que descendía á su espíritu. Arrobos y dulzuras
-inexplicables sucedieron á los desfallecimientos, y Lucía se sintió
-consolada.
-
-Llegó la Navidad, aniversario de su profesión. Vino la Nochebuena,
-acompañada de mucha nieve; pero cuanto más espeso era el sudario que
-cubría el huerto del convento, más calor notaba Lucía en su celda
-solitaria; una ilusión singular le mostraba, al través de los
-emplomados vidrios, que en lugar de copos de nieve llovían sobre las
-ramas de los árboles y sobre la dura tierra millares de azucenas
-nítidas, finas como plumas arrancadas del ala de los ángeles.
-
-Sembrado de azucenas estaba todo, y la blancura del jardín despedía una
-claridad que alumbraba la celda con rayos de luna, más vivos y lucientes
-que la misma plata. De pronto, envuelto en olas de luz apacible, Lucía
-vió á un precioso Niño; una criatura que sonreía, que tendía los
-bracitos, y á quien la monja recibió enajenada en ellos.
-
---Esta noche--dijo el Niño amorosamente--he querido favorecerte, Lucía,
-y en vez de nacer en el pesebre, naceré en la celda donde tantas veces
-me has invocado.
-
-Lucía permaneció algunos instantes fuera de sí; el favor era
-extraordinario y, en su humildad, no se creía digna de él. Apenas pudo
-recobrarse, juntó las manos y se postró implorando al Niño.
-
---Si quieres que sea dichosa tu sierva, Niño, mi Niño del alma...
-concédeme lo que voy á pedirte. ¡Ah! Es cosa grande y difícil,--pero si
-tú no puedes realizar imposibles, ¿quién los realizará? Acuérdate de lo
-que he luchado, acuérdate de mis sufrimientos... y en vez de nacer aquí,
-dígnate nacer en otro lugar oscuro, horrible, desolado... El corazón de
-mi padre, Orso Amadei.
-
-Halagando el Niño con sus manecitas el rostro de la penitente, la miró
-lleno de tristeza.
-
---¿Sabes lo que pides, Lucía? ¿Sabes que ese corazón donde pretendes que
-yo nazca es más duro que la piedra, más sangriento que el cadalso, más
-fétido que el sepulcro? ¿Sabes que para entrar allí tendré que apartar
-con mi cuerpo desnudo los espinos, los abrojos y las ponzoñosas hierbas,
-y sentir cómo se enroscan á mi cuello las víboras y cómo trepan por mis
-piernas los fríos reptiles? ¡Yo he sabido morir del modo más afrentoso;
-pero al tratarse de nacer, busqué dulzura y amor; nací entre sencillos
-pastores, no entre lobos carniceros! En fin, Lucía, ya que has combatido
-por mí, no he de negarte lo que deseas... ¡Esta noche mi establo de
-Belén será el corazón de fiera de tu padre!
-
-Al oir la promesa del Niño, Lucía experimentó tan subido gozo, que no lo
-pudo resistir. Cayó inerte sobre las losas. La luz, la visión, el
-perfume de las azucenas, todo desapareció, y al través de los emplomados
-vidrios sólo se vió el huerto amortajado en nieve.
-
-A aquella misma hora, Orso Amadei celebraba un festín en su palacio;
-mejor que festín hay que decir orgía. No era una cena donde los dichos
-agudos y las alegres historietas hiciesen volar las horas y en que la
-presencia de las damas, incitando á la galantería, contuviese á la
-brutalidad. De estas cenas había dado muchas Orso; pero también gustaba
-de otras más desenfrenadas, á que sólo asistían sus capitanes
-semi-bandidos, sus bufones y sus familiares, gente cínica y perversa.
-
-Si se mezclaba con ellos alguna mujer, era la infeliz juglaresa
-sorprendida en la plaza pública, y que, después de servir de ludibrio á
-los convidados, aparecía al día siguiente con el cuerpo acardenalado,
-medio muerta, arrojada en cualquier callejuela de la ciudad. Aquella
-noche, Ridolfi, uno de los capitanes de Orso, había anunciado mejor
-presa: justamente acababa de cazar á una joven muy linda, ¡peor para
-ella si andaba á tales horas por la calle! Alborotáronse los bebedores;
-Orso, riendo á carcajadas, ordenó que trajesen á la jovencita, que
-entró, empujada por los soldados, temblorosa, desgreñado el rubio pelo,
-y los hombres se engrieron al verla, porque era en verdad soberanamente
-hermosa.
-
-Orso clavó en ella sus ojos impúdicos; tendió la mano, apartó los rizos
-de oro... y asombrado se echó atrás; en la niña desvalida, dispuesta
-allí para ultrajarla, veía el rostro de su hija Lucía, las mismas
-facciones, las mejillas, la frente, sonrojada de vergüenza.
-
---Soltad á esa mujer--gritó Orso.--Que la acompañen á su casa con el
-mayor respeto. Que nadie la haga daño... ¡Ay del que toque á un cabello
-de su cabeza! Que se la trate como á mi persona...
-
-Los beodos, atónitos, obedecieron sin comprender. Continuó el festín;
-pero Orso, preocupado y sombrío, no apuraba la copa. Deseoso Ridolfi de
-animarle, hizo una seña, entendida al vuelo, y pocos minutos después,
-un preso moribundo de hambre fué traído á la sala del banquete. Solían
-divertirse en sacar de su mazmorra á uno de éstos, á quienes desde días
-antes privaban de alimento; sentarle á la mesa, ofrecerle algún
-exquisito manjar, y, cuando iba á engullirlo sollozando y aullando de
-contento, se lo quitaban de la boca y le vertían en ella la ardiente
-cera de los hachones que alumbraban la orgía.
-
-El preso era joven, y Orso, bromeando, le tendió un plato de asado,
-humeante, y una copa de _Lácrima_; mas al verle de cerca, profirió una
-imprecación. Los ojos, que le fijaban con doloroso reproche desde
-aquella extenuada faz de mártir, la boca que le daba gracias, eran la
-boca y los ojos de Lucía, su propia mirada, que el padre no podía
-desconocer, mirada de reflejo cariñoso, luz del alma que busca otra luz
-igual.
-
---Que suelten á éste--mandó Orso.--Antes dadle bien de comer, cuanto
-desee. Y regaladle dos jarros de oro, y vino á discreción... Que se le
-trate como á mi persona... ¿lo oís? ¡como á mi persona!
-
-Ridolfi, gruñendo, cumplió la orden. Casi al punto mismo en que salía el
-preso, se presentó en la sala del festín una mujer vieja, con un
-chiquitín en brazos:--«Piedad, gran señor--exclamaba,--piedad de la
-criatura que aquí ves. Este pequeño es el hijo de tu cuñado Landolfo dei
-Fiori, á quien aborreces, y unos soldados, por orden tuya, según dicen,
-le quieren estrellar contra el muro. Tú no puedes haber dado tan cruel
-orden, y yo le pongo bajo tu amparo.»--Al nombre odiado de Landolfo,
-Orso se estremeció de furor, y desnudando el puñal, iba á atravesar la
-garganta del pequeño... pero éste, apacible, le sonreía, y su sonrisa
-era la sonrisa encantadora, inolvidable, de Lucía, cuando su padre la
-acariciaba, en los días de la niñez.--Orso, vencido, cayó de rodillas, y
-golpeándose el pecho empezó á acusarse en voz alta de sus pecados;
-porque Jesús, fiel á su promesa, acababa de nacer en aquel corazón más
-oscuro que el abismo infernal...
-
-A la mañana siguiente, Orso recibió la noticia de que su hija había
-espirado á las doce en punto de la noche.
-
-El tirano se ató una soga al cuello, recorrió descalzo las calles de la
-ciudad pidiendo perdón á los habitantes y, apoyado en un bastón, se
-alejó lentamente. Nunca se volvió á saber de él. ¡Dichosos aquellos en
-cuyo corazón nace el Niño!
-
-
-
-
-JESÚS EN LA TIERRA
-
-
-Voy á contaros un cuento de la gran Noche, que me refirió un viejo
-peregrino, cansado ya de recorrer todos los caminos y senderos de este
-mundo y deseoso únicamente de recostar la cabeza en una piedra y morir
-olvidado. Si el cuento es algo sombrío, atribuidlo á la fatiga y á las
-muchas desventuras del que me narró esta especie de sueño.
-
- * * * * *
-
-La noche de Navidad de uno de estos últimos años, habéis de saber que
-nuestro Señor Jesucristo en persona quiso bajar á la tierra y
-recorrerla, porque, como nadie ignora si ha leído el texto santo, las
-delicias de Jesús son morar entre los hijos de los hombres.
-
-Dejó, pues, su trono y su asiento á la diestra del Padre, y ocultando la
-majestad y belleza de su aspecto bajo forma que no deslumbrase á los
-ojos mortales y que á veces ni aun fuese visible para ellos, descendió
-al mundo, deseoso de encontrar piedad, amor y fraternal regocijo. La
-naturaleza parece asociarse á la solemnidad del día: en el firmamento,
-claro como una bóveda de cristal, brillan los astros de oro y de
-esmeralda pálida, titilando cual una mirada cariñosa: ni corre un soplo
-de aire, ni una partícula de humedad condensada en figura de nubecilla
-empaña la magnificencia de la hora nocturna.--En el polo, cuando se
-apoya sobre la helada extensión el pie sagrado de Jesús, enciéndese
-súbitamente, como para festejarle, una espléndida aurora boreal:
-reflejos abrasadores, purpúreos y anaranjados, colorean la nieve y
-arrancan de los enormes témpanos centelleo diamantino. Mas ¿qué le
-importa á Jesús la magia del espectáculo? Lo que Él busca es luz de
-aurora en los corazones; le atraen los fenómenos del alma, no los juegos
-de un meteoro en las rocas insensibles y en las heladas estepas.--Y pasa
-adelante.
-
-El primer lugar donde encuentra hombres, es una llanura árida, el fondo
-de un valle que altas montañas limitan y coronan. Hombres, sí, cubren el
-suelo, apretados como la mies cuando la tumba la guadaña del segador;
-pero hombres inmóviles, yertos, crispados, en posiciones violentas; y en
-sus rostros lívidos vueltos hacia el cielo resplandeciente de dulce
-claridad estelar, en sus ojos abiertos y sin mirada, una expresión de
-rabia ó de espanto persiste, á despecho de la muerte... Porque son
-cadáveres los que cubren la llanura, y la llanura es un campo de
-batalla.--Jesús, pensativo, los contempla breves instantes. En los
-pechos abiertos, las heridas bermejas parecen bocas; en las frentes
-destrozadas, los negros coágulos de sangre mariposas fúnebres, de esa
-horrible especie llamada _Atropos_, que lleva sobre el corselete la
-figura de una calavera. Algunos de los hombres que yacen en la llanura
-respiran todavía: prestando oído, se percibe su ronco estertor agónico.
-Una mujer anciana, deshecha en llanto, amparando con la mano trémula
-lucecilla, cruza inclinándose para ver los rostros: busca tal vez á su
-hijo entre los muertos. Un caballo sin jinete pasa, olfateando la
-carnicería y huyendo enloquecido...--Y Jesús sigue, se aleja.
-
-Entra en una ciudad populosa. Por las calles circula gente alborozada,
-gozando la deliciosa templanza de una noche tan apacible como las
-primaverales. Voces vinosas entonan cantos desafinados; las guitarras
-acompañan con su rasgueo procaz coplas equívocas; las panderetas repican
-insensatamente, y discordes sonidos de rabeles, zambombas, chicharras,
-carracas de metal, se enzarzan en el aire cual brujas volando al sábado.
-La multitud, desparramándose por las calles, se arremolina ante los
-cafés atestados, sofocantes de calor; á veces un grupo se cuela por la
-puerta de alguna hedionda tabernucha, de donde salen pateos, algazara,
-blasfemias y vaho de aguardiente.
-
-Ante una de estas innobles guaridas se para el Nazareno. Ve allá en el
-fondo un grupo alrededor de una mesa: dos hombres y una mujer. Ella da
-cuerda á entrambos; los provoca, los enreda; ellos beben copa tras
-copa, y disputan. El uno arroja un vaso á la cara del otro: el vaso se
-hace pedazos, el hombre se incorpora chorreando heces de vino mezcladas
-con sangre. Los demás bebedores intervienen, amonestan al sano, aplacan
-al herido, le enjugan la faz, bromean, obligan á los adversarios á
-reconciliarse, les incitan á que se abracen riendo; el sano tiende los
-brazos, con cordialidad y sin recelo alguno; el herido desliza en el
-bolsillo la mano abierta; corta el aire el relámpago de una navaja, y
-cae un hombre con el pulmón partido.
-
-Jesús se desvía, sigue andando, y ve un portal grandioso, iluminado,
-sostenido en columnas de rojo mármol con capiteles de bronce. Sube la
-escalera, que reviste densa alfombra y decoran nobles tapices de
-batallas y cacerías, y penetra en una antecámara de vastas proporciones,
-donde hacen la guardia criados de calzón corto y armaduras ecuestres
-auténticas. La antecámara da acceso á un saloncito sin muebles,
-alumbrado por centenares de globos eléctricos, y en el fondo del
-saloncito, bajo celajes de tul fino batidos como espuma, aparece un
-encantador Belén, un Nacimiento para niños millonarios, obra de arte más
-que de ingenua devoción. Al través de los campos y los oteros imitados
-con musgo y piedra pómez, salpicados de palmeritas enanas y de sicomoros
-gentiles y diminutos, se deslizan murmurando riachuelos naturales, que
-sin duda algún ingenioso mecanismo hidráulico hace correr. De los
-montes de piedra pómez, en cuyas cimas reluciente polvo blanco remeda
-la nieve, desciende el torrente Cedrón, y del césped verdadero de los
-jardines se lanzan y se pulverizan en el aire enhiestos surtidores. Un
-lago en miniatura refleja en su cristalino seno las torres de Jerusalem,
-el circuito de sus murallas, las cúpulas del templo y los apretados
-olivos del huerto de Getsemaní, que trepan por la ladera. Los mil
-pintorescos detalles de los Nacimientos no faltan en éste, sólo que las
-figuras, perfectamente modeladas, son muñecos primorosos, y desde el
-grupo de pastores que se arrodilla como en éxtasis, hasta los Reyes
-Magos que, caballeros en sus dromedarios, asoman por una garganta
-salvaje, todo revela la mano de hábil escultor. El prodigio es la gruta;
-hecha de cristales de roca menudísimos y cristalizaciones de amatista,
-se irisa con múltiples cambiantes al herirla la luz del foco eléctrico
-en forma de estrella, que, suspendido de un hilo de perlas, oscila á
-gran altura. Y en la gruta deslumbradora, entre un asno y un buey de
-plata cincelada, la Virgen, de oro, vela al Niño, de oro y esmalte
-también, con la cabecita de madreperla. Para ostentar dignamente aquel
-grupo, joya de la orfebrería florentina del Renacimiento, tal vez de
-Benvenuto Cellini, aquellas efigies en que la riqueza de la materia
-compite con lo inestimable de la ejecución, se ha armado, sin género de
-duda, el Belén suntuoso, y han corrido los torrentes y las cascaditas
-bajo las palmeras y los olivos.--Lo extraño era que no hubiese nadie,
-nadie absolutamente, en el salón; nadie para admirar tal maravilla,
-nadie para acompañar al niño Jesús de oro y piedras, á fin de que no se
-helase en su gruta de cristalizaciones, entre los reflejos violáceos de
-la amatista y los destellos multicolores de la diáfana roca... Y sin
-embargo, el palacio no debía de estar desierto, sino al contrario, lleno
-de gente: se notaba en la atmósfera esa vibración, esos efluvios tibios
-que sólo produce el aliento de muchos hombres y mujeres reunidos para
-una fiesta. Del fondo de una galería llegaba á veces prolongado
-murmullo, las rotas cadencias de una música alada y sensual, el gorjeo
-de las risas. Jesús adelantó y se encontró en la galería, bello jardín
-de invierno, decorado por gigantescas plantas y árboles de remotos
-climas, gomeros y lantanas de enormes hojas, cicas y pandanos de
-complicada estructura semejantes á pagodas y obeliscos de porcelana
-verde. Esparcidas por el jardín se veían las mesas donde cenaban alegres
-grupos, mujeres engalanadas, acribilladas de pedrería, hombres que
-ostentaban sobre la solapa de raso de su frac grana gardenias ya mustias
-por el calor. La orquesta de cuerda, oculta en un kiosco árabe que
-revestían floridas enredaderas, acompañaba suavemente el rumor de las
-conversaciones y de las carcajadas melodiosas, el ticliteo de las
-transparentes copas que el Champagne orlaba de espuma, y el levísimo
-choque de los platos, que la destreza de los criados amortiguaba lo
-posible. Era una lujosa cena de Navidad.--Jesús retrocedió, volvió al
-salón del Nacimiento, donde se vió otra vez en el establo, niño y solo.
-El roce de unos pasos sobre el pavimento de incrustaciones de madera se
-dejó oir, y una mujer, una jovencilla, de ojos azules, de blanco traje
-apenas escotado, penetró en el saloncito, fue derecha al Belén, y envió
-una tierna sonrisa al Niño, que contempló despacio con amor. Después,
-como el que tiene que ocultar una escapatoria, volvió precipitadamente á
-la galería, donde tal vez la echasen de menos. Era la hija del dueño de
-la casa. El Niño de oro ya no sentía tanto frío, y Jesús, extendiendo la
-mano, bendijo á la doncellita, la única que se acordaba del Misterio...
-
-Salió del palacio sin volver atrás la vista, y alejóse del pueblo, de la
-gran ciudad corrompida y fangosa, como se había alejado del siniestro y
-sangriento campo de batalla. Un cambio repentino en la atmósfera
-presagiaba temporal: nubarrones densos y obscuros como plomo corrían por
-el cielo: ráfagas de cierzo glacial azotaban los árboles, y se oía el
-mugir pavoroso del mar rompiéndose contra los escollos. Jesús se
-encontró en una aldea de pescadores, mísero grupo de chozas, colgado á
-guisa de nido de gaviota en una escotadura de la costa salvaje. A pesar
-de la hora, bastante avanzada para gente que suele economizar luz, nadie
-duerme en la aldea: ábrense de golpe las puertas de las cabañas, y
-hombres y mujeres, provistos de faroles encendidos y de largas pértigas,
-de bicheros, de cestos y de sacos, se dirigen en tropel hacia la playa,
-despreciando el viento que les azota el rostro y la lluvia que empieza
-á caer sacudida por las rachas furiosas del huracán. Imponente aspecto
-el del Océano: olas gigantescas, con cresta de espuma, se encrespan
-descubriendo abismos, y el sulfuroso zig-zag de un relámpago alumbra en
-el fondo de la sima á una embarcación que corre sin rumbo. Los ribereños
-alzan las luces, las hacen brillar, y el barco, que en ellas cree
-distinguir la salvación, el puerto amigo, maniobra hacia la costa, y,
-precipitándose, va á chocar contra el bajío, donde se clava despedazado.
-Los náufragos, que á la luz de otro relámpago habían podido verse sobre
-el puente, en actitudes de terror y desesperación, se arrojan al agua
-asidos á tablas, cogidos á cuerdas, montados sobre barriles; y luchando
-con las monstruosas olas que los sacuden y los zapatean contra el
-peñascal, nadan desesperadamente para alcanzar la playa, en que brillan
-y corren las luces, en que ven agitarse seres humanos. Y entonces se
-verifica algo espantoso: los que en la playa esperan á los náufragos, al
-verlos llegar moribundos, con las pértigas, con los bicheros, con remos,
-con palos, con cuchillos, los rechazan hacia el agua otra vez; pero
-antes les despojan de la cintura de cuero en que salvaban oro y papeles,
-de la cartera que se ataron bajo el sobaco al comprender el peligro, de
-la ropa, de cuanto poseen; y por si las olas tardasen en hacer su
-oficio, aturden á los infelices de un golpe en la cabeza, y así los
-arrojan al piélago, inertes ya. Y danzando de júbilo, ó gruñendo como
-canes por el reparto del botín, esperan la madrugada al pie de los
-escollos, para recoger los despojos del buque que el mar escupirá bien
-pronto, aprovecharse de la feliz albana, y celebrar después con grosero
-y copioso banquete el día de la Natividad del Señor...
-
-El Redentor ha huído de la playa: sus ojos están nublados, su alma
-triste hasta la muerte, según estaba cuando sudó sangre en Getsemaní. Y
-su corazón, abrasado de caridad como nunca, insaciable en amar á los
-hombres, siente las espinas de la corona que se le clavan, agudas é
-invisibles. ¡Para esta raza había nacido en el establo y había muerto en
-la cruz!--Entrando en una de las cabañas que los pescadores dejaron
-desiertas al salir á su horrible pesca de náufragos, divisa, en un
-rincón, cerca del fuego, un niño arrodillado. Al verse tan solo, el
-rapaz ha tenido miedo; se ha acercado al hogar buscando abrigo, y reza
-buscando amparo y protección. Jesús le coge en brazos, le besa, le
-acuesta, le pone la mano en los ojos y le deja tranquilamente dormido,
-soñando con los ángeles. Y al ascender otra vez al cielo, se lleva Jesús
-en el hueco de la mano cuatro perlas: las lágrimas de una madre que
-buscaba á su hijo en el campo de batalla; el abrazo de un hombre que
-pide le sea perdonado un agravio; la sonrisa de una doncella, y la
-oración de un inocente.
-
-
-
-
-EL BELÉN
-
-
-De vuelta á su casa, ya anochecido, D. Julio Revenga--sentado en el
-tranvía del barrio de Salamanca, metidas las manos en los bolsillos del
-abrigado gabán con cuello y maniquetas de pieles--rumiaba pensamientos
-ingratos. Su situación era comprometida y grave, doblemente grave para
-un hombre leal y franco por naturaleza, y obligado por las
-circunstancias á engañar y á mentir. ¡Qué cara pagaba una hora de
-extravío! La tranquilidad de su conciencia, la paz de su casa, la
-seriedad de su conducta, todo al agua por algunos instantes en que no
-supo precaverse de una tentación.
-
-Mientras el cobrador iba cantando las estaciones del trayecto y el coche
-despoblándose, Revenga daba vueltas á la historia de su yerro. ¿Cómo
-había sido? ¿Cómo había podido suceder? Como suceden esas cosas:
-tontamente. Si no es la quiebra de su amigo y paisano Costavilla, no
-tendría ocasión de ponerse en frecuente contacto con la hermana,
-aquella Anita Dolores--mujer ya espigada en los treinta años, y más
-desenvuelta que candorosa.--Ante la desgracia de la quiebra, Costavilla
-perdió la energía y la esperanza; pero Anita Dolores, en cambio, se
-reveló llena de aptitudes comerciales, dispuesta, activa, resuelta á
-salvar la casa de cualquier modo. Para sus gestiones se asesoraba con
-Revenga, le pedía auxilio, préstamos, celebraban conferencias que
-duraban horas. Al manejar los papeles, al calcular probabilidades de
-liquidación, establecíase entre los dos una intimidad chancera, que se
-convertía de repente, por parte de Anita, en afición inequívoca. Al
-sospechar Revenga lo que iba á sobrevenir, ya estaba interesado su amor
-propio, encendida su imaginación. Sin embargo, la fiebre duró poco: el
-esposo leal, el hombre honrado é íntegro se dió cuenta de que era
-preciso cortar de raíz lo que no tenía finalidad ni excusa. Sacrificó de
-buen grado algunos miles de duros para sacar á flote á Costavilla, y se
-apartó de Anita Dolores con propósito de no verla más.
-
-No contaba con las fatalidades de la naturaleza. Ocultamente, en
-apartado rincón de provincia, Anita Dolores dió al mundo una criatura.
-Fue el castigo providencial, no sólo para ella, sino para Revenga, que
-no había tenido prole de su matrimonio, ni esperanzas. Y al rodar del
-tranvía que apresuraba su marcha, al vacilar de la luz de la linterna
-que se proyectaba sobre los vidrios nublados por el hielo del aire
-exterior, Revenga quería dominar una tristeza inconsolable, una
-amargura que le inundaba como ola de hiel.--Nunca vería á su niña; nunca
-la estrecharía, nunca la tendría sobre las rodillas ni la besaría
-riendo... Anita Dolores, vengativa y tenaz, la había escondido, la había
-hecho desaparecer. ¿Desaparecer?... ¡A cuántas conjeturas se presta este
-verbo!
-
-¿Qué era de la niña?... A aquella hora, cuando Revenga penetrase en su
-morada lujosa, en su comedor que la electricidad alumbraba
-espléndidamente y la leña de encina calentaba, intensa y crujidora;
-cuando la intimidad del hogar le sonriese, y las golosinas de Nochebuena
-lisonjeasen su apetito, ¿dónde estaría la abandonada? ¿En qué casucha de
-aldeanos, en qué glacial dormitorio del Hospicio? ¿Vivía siquiera?
-¿Valía más que viviese?
-
-Estremeciéndose de frío moral, Revenga subió el cuello del gabán y caló
-el sombrero. Desolación inmensa caía sobre su alma. Precisamente acababa
-de saber en casa de unos amigos de Costavilla, donde solía preguntar
-disimuladamente por Anita Dolores, noticias alarmantes. ¡Anita Dolores
-se casaba! El nuevo socio de Costavilla, mozo emprendedor y dispuesto,
-era el novio. No mortificaban los celos á Revenga; no le quitaban el
-sueño memorias de lo pasado... Pensaba en la suerte de su niña, y
-aquella boda obscurecía más aún el misterio de su destino. ¡Ah! ¡Pues si
-creían que iba á quedarse así, con los brazos cruzados y mucha flema
-británica! ¡Desde el día siguiente--desde temprano--que Anita Dolores se
-preparase! ¡Allí iría, á reclamar la chiquilla, á escandalizar si era
-preciso! El escándalo repugnaba á su carácter; el escándalo podía herir
-de muerte á Isabel, á su mujer, enterándola de lo que debía ignorar
-siempre... No importa, escandalizaría, ¡voto á sanes! Cantaría claro;
-desbarataría la boda; pondría en movimiento á la policía, si era
-preciso... pero le darían su pequeña, y la entregaría á personas que la
-cuidasen bien, y la educaría y haría que de nada careciese..., y sobre
-todo, la vería, la besuquearía, la llevaría juguetes en la Navidad
-próxima... Con firme determinación cerró los puños y apretó los dientes.
-¡Amanece, día de mañana!
-
-Entretanto Isabel, la esposa de Revenga, acababa de adornarse en su
-tocador. La doncella abrochaba la falda de seda rameada azul obscuro, y
-prendía con alfileres la pañoleta de encaje, sujeta al pecho por una
-cruz de brillantes y zafiros--el último obsequio de Revenga, traído de
-París.--Con inocente coquetería se alisaba el pelo ondulado y se miraba
-en el espejo de tres lunas, cerciorándose de que las señales de las
-lágrimas se habían borrado del todo, después del lavatorio con colonia y
-el ligero barniz de velutina. ¡El llanto no tenía para qué notarse!
-
-Ya vestida y engalanada, pasó á un cuartito contiguo á la alcoba, donde
-solía guardar baúles, pero que ahora presentaba aspecto bien distinto
-del de costumbre. Tapizaban las paredes ricas colchas y cortinas de raso
-y damasco; corría por el techo un cordón de focos eléctricos, y cubría
-el piso blando tapiz. En el testero, como á una vara de altura, se
-levantaba un tabladillo, y sobre él un Nacimiento, el Belén clásico
-español, con su musgo en las praderías, sus pedazos de vidrio y de
-hojalata imitando lagos y riachuelos, sus selvas de rama de romero, sus
-torres puntiagudas de cartón, sus pastorcicos de barro, sus dromedarios
-amarillos y sus Magos con manto de bermellón, muy parecidos á reyes de
-baraja. Dos diminutos surtidores caían con rumor argentino, bañando las
-plantas enanas en que se emboscaba el Portal. Isabel se detuvo á
-contemplar los hilitos del agua, á escuchar el musical ritmo, y recordó
-sus propias lágrimas, y sintió nuevamente preñados de ellas los ojos y
-rebosante el corazón... La injusticia, la maldad, la mentira, lastimaban
-á Isabel más aún que la ofensa. ¿Por qué la engañaban, á ella que era
-incapaz de engañar, enemiga de la falsedad y el embuste? ¿Cabía salir de
-casa despidiéndose con una sonrisa y una caricia, para ir á pasar horas
-en compañía de otra mujer? Los surtidores goteaban, gimiendo bajito, é
-Isabel también gimió; el son del agua que cae se adapta á la alegría lo
-mismo que á la pena; para unos es concierto divino, para otros queja
-desgarradora. Quejábase el alma de Isabel, pidiendo cuentas, exponiendo
-agravios, alegando derecho y razón. ¿No había ella cumplido sus
-promesas, lo jurado al pie de aquel altar, pedestal y morada de su Dios?
-¿No había sido siempre fiel, dulce, enamorada, dócil, casta, buena en
-fin? ¿Por qué su compañero, su socio en la familia, rompía secretamente
-el pacto?
-
-La mirada de la esposa de Revenga se fijó, nublada y húmeda, en el
-Belén, y la luz de la estrellita, colgada sobre el humilde Portal, la
-atrajo hacia el grupo que formaban el Niño y su Madre. Isabel lo
-contempló despacio, y un cuchillo agudo de dolor se le hundió en el
-pecho. «No pidas cuentas..., parecía decir la voz del grupo. No te
-quejes... Tú no has dado á tu esposo sino la mitad del hogar; tú no le
-has dado el Niño...» La esposa permaneció un cuarto de hora sin ver el
-Nacimiento, viendo sólo, en las tinieblas interiores de sus penas, lo
-que cada cual, durante ciertos supremos instantes que deciden del
-porvenir, ve con cruel lucidez: lo fallido de su existencia, el
-resquicio por donde la desgracia hubo de entrar fatalmente... Suspiró
-muy hondo, como para echar fuera toda la pesadumbre, y poco á poco se
-apaciguó; su condición era resignarse, aceptar lo dulce, rechazando
-mansa y tenazmente lo amargo. «El Niño Dios me está diciendo que hice
-bien, muy bien...» La sonrisa volvió á sus labios, aunque sus ojos
-estaban anegados en un llanto que no corría. En aquel mismo instante se
-oyeron pisadas fuertes en el pasillo, y apareció Julio Revenga.
-
---¿Qué es esto?--preguntó con festiva extrañeza á su mujer.--¿Has hecho
-un Nacimiento para divertirte?
-
---Para divertirme yo, no--respondió expresivamente Isabel, ya serena del
-todo.--Tengo los huesos durillos para divertirme con Belenes... Es...
-¡para divertir á una criatura!...
-
---¡A una criatura!--repitió maquinalmente el esposo.--¡No será nuestra
-esa criatura!--añadió de un modo irreflexivo, que tal vez respondía á
-sus íntimas preocupaciones.
-
---¡Qué sabes tú!--murmuró Isabel con calma.
-
-Debió de palidecer Revenga. Bajó la cabeza, desvió el rostro. Tales
-palabras despertaban eco extraño en su espíritu. ¡Cómo había pronunciado
-Isabel la sencilla frase!
-
---No entiendo...--tartamudeó el infiel, con raros presentimientos y
-peregrinas sospechas.
-
---Ahora entenderás...--¿No tienes hijos, Julio?--interrogó ella
-derramando dulzura y compasión, y, por extraña mezcla, despecho
-involuntario.
-
-Él no contestó. Medio arrodillado, medio doblegado, cayó sobre la
-banqueta de terciopelo frente al Belén. El mundo se le venía encima: ¡lo
-que adivinaba era tan grande, tan increíble! Quería pedir perdón,
-disculparse, explicar..., pero la garganta se resistía. Isabel,
-llegándose á su marido, le echó al cuello los brazos, sofocada de
-indignación, pero magnífica de generosidad.
-
---No se hable más del caso... Tranquilízate... Así como así, estábamos
-muy solos, muy aburridos á veces en esta casa tan grandona. Yo tenía
-muchas, muchas ganas de un chiquillo, ¿sabes? No te lo decía por no
-afligirte. Hace catorce años que nos hemos casado, de manera que ya las
-esperanzas... ¡Qué se le ha de hacer! No es uno quien dispone estas
-cosas... Vamos, no te pongas así, Julio, hijo mío... Alégrate. ¡Hoy nos
-ha nacido una pequeña!...
-
-Revenga, en silencio, besó las manos, besó á bulto la cara y el traje de
-su mujer. Temblaba, más de vergüenza y de remordimiento--es justo
-decirlo--que de gozo. Sus labios se abrieron por fin, y fue para repetir
-desatentadamente:
-
---¿Cómo has sabido...? Mira, yo no veo á esa mujer..., te juro que no,
-que no la veo... Te juro que no me importa, que la detesto, que...
-
---Estoy bien informada--contestó Isabel un tanto desdeñosa,
-apacible.--Me consta que no la ves ni la oyes. Su venganza, su desquite
-por tu abandono, fue enterarme de _todo_..., y por fin de fiesta,
-enviarme la niña... Y ya que me la envía... ¡caramba!, no la he soltado,
-¿sabes? Está en mi poder... La reconoceremos, arreglaremos lo legal. Que
-no le quede á _esa_ ningún derecho...
-
-Al aflojarse el nuevo abrazo de los esposos, Revenga imploró:
-
---¡Tráemela!... No la conozco todavía...
-
-
-
-
-PAGINA SUELTA
-
-
-El destacamento había marchado toda la mañana, y después de un breve
-alto, fue preciso seguir la caminata emprendida para acampar, ya
-anochecido, como Dios dispusiese, en la linde del bosque. La lluvia
-(rara en aquel clima durante el mes de Diciembre) no había cesado de
-caer en hilos oblícuos, apretados y gruesos. Sorprendidos por el
-capricho de las nubes, desprovistos de mantas y capotes, soldados y
-oficiales se resignaron, ó mejor dicho, se chancearon con el agua; y era
-preciso todo el azogue de la juventud, todo el ánimo del soldado, todo
-el estoicismo del carácter peninsular, para no darse al mismo demonio al
-sentirse empapados como esponjas. Hacía calor, y el chorreo del agua no
-parecía sino que aumentaba la densidad de la temperatura pegajosa,
-sofocante, y con la marcha, irresistible. ¡Sudar el quilo y mojarse á un
-tiempo, caramba! Y no había otro remedio que seguir andando, á socorrer
-al pueblecillo cercado por los insurrectos, donde hacían desesperada y
-heroica defensa los moradores, capitaneados por el párroco, un fraile
-dominico muy terne... La idea de salvar á españoles y españolas de la
-muerte y de los ultrajes, alentaba al destacamento y le ponía alas en
-los pies, aunque el barro, que subía hasta las rodillas, se los calzase
-de plomo.
-
-Por necesidad, porque no se veía, y también porque las fuerzas humanas
-tienen un límite, se detuvieron á la entrada de la selva. Casi en el
-mismo instante cesó el aguacero, cual si algún tifón lo hubiese barrido,
-y apareció un trozo de cielo limpio de nubes. A buen presagio lo
-tuvieron los españoles, que se dispusieron á acampar al pie de un copudo
-y añoso tamarindo, cuyos frutos, de ácida pulpa, sabían que son seguro
-remedio contra el cansancio y la fiebre. La luna, que filtraba ondas de
-luz gris perla al través del espeso ramaje enredado de lianas y tupido
-por los helechos colosales, fue acogida como una amiga; á su claridad
-añadieron la llama de una hoguera que no quería arder, y soldados y
-oficiales medio se secaron, abanicándose con hojas de cocotero, porque
-aquel calor húmedo asfixiaba.
-
-Colocados ya los centinelas, los soldados buscaron en el sueño, ó más
-bien en un inquieto y pesado letargo, el descanso indispensable después
-de tan fatigosa jornada; pero el capitán, alto, moreno, enjuto, apoyado
-en el tronco del tamarindo, y el teniente, muy joven, aniñado, de dulce
-cara femenil, se quedaron un instante en pie, abiertos los ojos, como
-si interrogasen á la noche.
-
---Pepe--dijo de pronto el capitán,--¿sabes que me da el corazón que
-cuando lleguemos se habrán rendido? Por mi gusto... ¡ahora mismo los
-hago levantar á todos y monto á caballo, y seguimos, hombre, seguimos
-para adelante!
-
---La tropa está que no puede con su alma--objetó el teniente, que se
-caía de sueño.--Dicen que tienen los pies como carbones ardiendo y los
-huesos calados...
-
---¡Bah! en cuanto dormiten un cuarto de hora, los azuzo y se enderezan
-frescos como lechugas... ¡Si conoceré yo á mi gente! Son de hierro...
-forjados en Eibar.
-
---¿Pero de dónde sacas tú que allá se han rendido? Hay armas,
-municiones, y por sabido se calla, corazón; la iglesia y su torre son
-fuertes; hay una buena empalizada de bambú y otra de tapial; con menos
-que eso se resiste á un ejército; y los que quieren entrar en Arringuay
-son cuatro gatos...
-
---Tienes razón--declaró el capitán,--menos en lo de los cuatro gatos,
-porque son centenares y no sé si millares de gatos los que están allí;
-¿pero sabes lo que más me desespera de esta parada? ¿Tú no te acuerdas
-de la noche que es hoy? Como van ocho días que no sosegamos, como aquí
-hace verano cuando allá invierno... qué, ¿no sabes que es...?
-
---¡Nochebuena!--exclamó con acento penetrado el teniente, cuyos ojos
-garzos se velaron de nostalgia.--¡Nochebuena! ¡Y yo que no me acordaba,
-chico! ¡Nochebuena! ¡Ay, quién comiese hoy la sopita de almendra y la
-compota rajada de canela, en casa de tía Dolores! ¡Con las primillas, al
-lado de Fanny! ¡Está uno tan harto de ver caras amarillas y juanetudas!
-¡Olé las mujeres de nuestra España!
-
---España es también aquí--respondió seriamente el capitán.--¡Lo que es
-el mundo! Tú te acuerdas de las muchachas... y yo de mi nene, que ha
-nacido hace tres meses... No le conozco aún.
-
---¡Nochebuena!--repitió el teniente de la cara afeminada.--Mira tú; ello
-será tontería ó chifladura... pero me acaba de dar por el alma no sé qué
-cosa rara, chico, y me pasa como á ti... que me gustaría hacer algo
-gordo esta noche.
-
---¡Para escribirlo allá!
-
---¡No, que sería para contárselo al emperador de la China!
-
-Las manos de los amigos se buscaron y se estrecharon enérgicamente; la
-hoguera, casi extinguida por la humedad del suelo, lanzó un reflejo rojo
-sobre el semblante de los dos oficiales; y el teniente, despabilado,
-electrizado, dijo en voz opaca y ardiente como un ruego:
-
---¡A despertarlos, chico, á despertarlos! Tres ó cuatro leguas que
-faltan se andan pronto... El guía me ha dicho á mí que sabe un atajo...
-
-Quince minutos después, ni uno más, ni uno menos, el destacamento
-caminaba otra vez, mejor dicho, se arrastraba penosamente, cortando con
-hachas las espesas lianas y los bejucales, hundiéndose en charcos donde
-la amarillenta sanguijuela les adhería á las piernas su ventosa, y
-oyendo deslizarse en la maleza la iguana y la venenosa serpiente palay.
-Cubierta otra vez la luna por nubarrones, la obscuridad era casi total,
-y la tropa avanzaba á tientas, riendo y renegando, pero sin quejarse,
-sin echar de menos el interrumpido reposo. El que tropezaba en un tronco
-de árbol y daba de bruces, juraba y se incorporaba, sin pensar siquiera
-en enterarse del daño recibido. ¡Sí, para mimitos estaba el tiempo!
-¡Cuando tal vez ardía Arringuay y destripaban á sus moradores los
-condenados rebeldes! ¡A menear las patas! Y una calentura de voluntad,
-de deseo, de abnegación, impulsaba los cuerpos exhaustos, despejaba las
-cabezas cargadas de modorra, y prestaba fuerzas á los más endebles, á
-los que menos podían consigo... Iban como se va en una pesadilla.
-
-Media noche era por filo cuando avistaron al enemigo. Para decir verdad,
-lo que avistaron fue un caserío envuelto en llamas, un grupo de chozas
-de donde salían clamores: el capitán había adivinado: Arringuay se
-encontraba ya en poder de los asaltantes. Parapetados en la iglesia
-resistían aún algunos hombres, mandados por el párroco fraile; hacia la
-plaza sonaban disparos; el pueblo, inerme ya, encontrábase entregado al
-saqueo y á la matanza. Los españoles se precipitaron en él, y se luchó
-confusamente entre las sombras ó á la luz del incendio, pisando muertos
-lívidos, acribillados de heridas, vivos palpitantes aún, agarrándose con
-los bandidos y cruzando con sus raras armas de salvajes, sus campilanes
-y sus krises ondeados como sierpes, las leales espadas y las limpias
-bayonetas. La pelea, sin embargo, duró poco; la horda, con exclamaciones
-nasales, con atiplados chillidos, que delataban á la vez el despecho, la
-ferocidad y la cautela, se comunicó la orden de retirada, y dejando en
-la plaza y en las calles otra nueva hornada de cadáveres--porque la
-tropa, cansada y todo, pegaba duro,--huyeron á la desbandada los
-rebeldes, y los defensores de Arringuay, llorando de gozo, bajaron de la
-torre, en cuyos escombros pensaron envolverse. El fraile, empuñando
-todavía su Remington, corrió al encuentro del capitán, y aquellos dos
-hombres que no se conocían, que no se habían visto nunca, pero que eran,
-en el momento de encontrarse, una misma idea habitando dos cuerpos
-diferentes, se abrazaron con esa efusión larga, ardorosa, con que sólo
-se abrazan los que se quieren mucho...
-
-La tropa, reanimada ya, ni pensaba en comer ni en dormir. Iban de casa
-en casa ayudando á apagar el incendio. Y el fraile y el capitán,
-comprendiendo que no era hora de entregarse á desahogos, se pusieron de
-acuerdo en breves palabras, empezaron á dar órdenes y á ejecutarlas en
-persona. Los moradores, como el rebaño después de la acometida del lobo,
-juntáronse en la plaza: la madre buscaba al hijo, el hermano al hermano;
-se llamaban, se contaban; algunos sacaban á cuestas á los heridos. Un
-sargento trajo en brazos á un niño de pecho; acababa de encontrarlo en
-una casuca que empezaba á arder, y donde sólo había una mujer muerta,
-nadando en un charco de sangre. Era la criatura un muñeco amarillo, que
-se descuajaba llorando; pero al capitán la vista del muñeco le avivó
-deseos y afanes, con más viveza en aquella noche, en que especialmente
-son sagrados los pequeñuelos; inclinóse y besó tiernamente al huérfano,
-y el teniente, con bonita sonrisa juvenil, le alzó entre sus manos y le
-enseñó á la multitud, diciendo humorísticamente:
-
---¡Miren qué Niño Dios nos cae hoy!
-
---Es bien feo el condenado, mi teniente--declaró el sargento.
-
---¡No tenemos otro...!
-
-Y el niño, de raza malaya, fue festejado y compadecido, y chillado,
-hasta que le tomó de su cuenta una china que le acercó á su seno
-oblongo, y á la cual el capitán deslizó en la mano todo el dinero que
-llevaba.
-
-
-
-
-DOS CENAS
-
-
---Hoy es un día muy señalado y una noche en que no se debe cenar
-solo--dijo Rosálbez el banquero á su amigo el joven conde de Planelles,
-á quien encontró _casualmente_ en su misma calle, casi frente al
-suntuoso palacio. Usted es soltero, no tendrá quizá comprometida la
-cena... Si quiere hacernos el obsequio de aceptar... á las ocho en
-punto... Yo apenas cenaré, me siento malucho del estómago; usted
-despachará mi parte...
-
---Mil gracias y aceptado--respondió cordialmente el conde.--Pensaba
-cenar con unos cuantos en el Nuevo Club. Les aviso y en paz... Aunque
-casi no era necesario avisarles: al no verme allí...
-
---¡Perfectamente! Hasta luego--murmuró Rosálbez saltando á su berlinita
-que le aguardaba, para llevarle, como todos los días, á una plazuela, y
-de allí á pie á cierta casa, hasta la cual no le convenía que llegase el
-coche. Era el secreto de Polichinela, como dicen nuestros vecinos los
-franceses; nadie ignoraba en Madrid que Rosálbez protegía á aquella
-rasgada moza, Lucía _la Cordobesa_, de tanta gracia y garabato, y que el
-entretenimiento le salía carísimo--el que lo tiene lo gasta.
-
-Ha de saberse que Rosálbez el opulento había llegado á los cincuenta y
-seis años y empezaba á cambiar sensiblemente de genio y de gusto. En
-otro tiempo no necesitaba la nota afectuosa en sus relaciones con
-mujeres: sólo exigía que le divirtiesen un instante. Ahora, sin duda, el
-desgaste físico de la edad reblandecía sus entrañas, y lo que buscaba
-era agrado tranquilo, el halago suave de un mimo filial. Su hija
-verdadera, Fanny, le demostraba un respeto helado, una obediencia pasiva
-y mecánica, y Rosálbez aspiraba á encontrar en _la Cordobesa_
-espontaneidad, calor amoroso, algo distinto, algo que removiese cenizas
-y alzase suaves llamas. Con esta esperanza y este deseo, llamaba á su
-puerta el día de Navidad.
-
-Lucía estaba en su tocador. Vestía una bata de franela rosa. La
-doncella, que le recogía con ancho peine la magnífica mata de pelo
-ondulado, de un negro de azabache, al ver entrar al protector retiróse
-discretamente.
-
-_La Cordobesa_ sonrió; Rosálbez la tomó una mano, y acariciando con
-reiterados pases la piel de raso moreno y los torneados dedos, la
-interpeló así:
-
---¿Conque cenamos juntos esta noche, nena? ¿Conque tú misma irás á la
-cocina y dirigirás la sopa de almendra y la compotita con rajas, al uso
-de tu país?
-
-Lucía entornó un instante los párpados pesados y sedosos, y su boca
-pálida, en la cual refulgían los dientes como trozos de cuajado vidrio
-frío y blanco, hizo un gesto de mal humor.
-
---¡Ay, hijo! ¡Pero qué caprichos gastas, vaya por San _Rafaé_! ¿Te lo he
-de decir cantando ó _resando_? Ya sabes que está en Madrid mi prima la
-de Écija, y quiere que la acompañe á la misa _el_ Gallo, á media noche.
-Si te conformas con cenar á las ocho y largarte á las once en punto...,
-santo y bueno; después... tengo compromiso.
-
-Rosálbez se soliviantó; se inyectó de sangre su cráneo calvo.
-
---¡Compromiso! ¡Me gusta! ¿Y qué compromiso es más que yo para ti? A las
-ocho se cena en mi casa; tal noche como hoy no he de dejar á mi hija
-sola, y menos teniendo convidados.
-
---¡Hola! ¡Convidados! ¿Quién?
-
---Gente que no conoces. Los Ruidencinas, Mario Lirio, el conde de
-Planelles...
-
-Lucía se echó á reir. Su carcajada era vulgar (nada como el eco de la
-risa delata la extracción, la educación y la calidad del alma).
-
---¿De qué te ríes?--exclamó el banquero impaciente.
-
---De ti--respondió ella con cinismo.--¡Mira tú que _empeñate_ en que no
-conozco á esos! Conozco yo á _to_ el mundo.
-
---Aquella risa insolente y mofadora, que continuaba, le hacía daño á
-Rosálbez. Hubiese pagado á buen precio una luz de melancolía en los
-grandes ojos árabes de _la Cordobesa_, un aire de mansedumbre en su
-morena faz.
-
---¿Me das de cenar ó no?--insistió secamente, sintiendo en las manos
-como unas cosquillas, impulso de tratar con brutalidad á la reidora.
-
---A las _dose_... ni que te lo imagines, criatura,--declaró ella con la
-misma desdeñosa inflexibilidad.
-
---Bien, hija--exclamó Rosálbez con laconismo, levantándose y
-encaminándose hacia la puerta.
-
-A medio pasillo sintió detrás de sí las pisadas y la voz de Lucía, que
-le llamaba bromeando; pero en vez de volverse, apretó el paso, tiró
-vivamente del resbalón de la puerta y bajó las escaleras á escape. Al
-verse en la plazuela, recordó que había despedido su coche, y echó á
-andar á pie, para calmar su agitación nerviosa. Claridad repentina
-alumbraba su mente; comprendía lo que estaba sucediendo. Era, sin
-ambajes, que se encontraba enamorado de Lucía, de _la Cordobesa_
-agitanada é indómita. Hasta entonces la había mirado como un mueble ó un
-objeto de lujo: indiferencia absoluta. Pero la crisis de su madurez,
-ablandándole el corazón, hacía germinar en él un sentimiento
-desconocido. Al acercarse la noche inmortal, consagrada al amor puro, en
-que se desea reclinar la frente sobre el pecho de un sér amado, Rosálbez
-soñaba que ese pecho sería el de _la Cordobesa_, y las proporciones de
-su pena ante el desengaño le daban la medida exacta de su ilusión.
-
---¡Después de lo que hice por ella!--pensaba el banquero.--La he sacado
-de la abyección y de la miseria; me debe hasta el aire que respira. La
-he tratado mejor que á _nadie_; la he rodeado de bienestar y de lujo; la
-he guardado incluso consideraciones... La quiero, la idolatro...
-¡Ingrata!
-
-La idea de la ingratitud de Lucía causó á Rosálbez una especie de
-enternecimiento: sintió lástima de sí mismo; se tuvo por muy
-desventurado. A aquella hora de su vida, ante la vejez amenazadora, con
-la caja bien repleta y el alma completamente árida y obscura, Rosálbez
-lo que echaba de menos, para tapar el negro agujero, era _cariño_. Su
-mujer fue una dura vascongada, una rígida ama de llaves, una secatona
-administradora, que no pensaba sino en cooperar dentro de casa, por
-medio de una economía estricta, á las brillantes especulaciones del
-marido. Cuando murió, Rosálbez notó su falta en que le robaron los
-cocineros y subió bastante el gasto diario. Y Fanny, la única hija, algo
-inclinada á la devoción, seria y callada por naturaleza, tampoco tenía
-para su padre halagos. Hasta se diría que le miraba como á un amo que
-manda, un superior, con quien no existe comunicación afectiva.
-Actualmente, la absorbían del todo sus amoríos con el conde de
-Planelles, no formalizados aún, Rosálbez lo sabía; y en el súbito acceso
-de bondad que le había acometido, en el deseo de ver algún rostro que
-le sonriese, al volver á casa se apresuró á entrar en el saloncito de
-Fanny y darle la noticia de que estaba invitado Planelles á cenar.
-Equivalía á decir: «Autorizo tus relaciones; ya tienes oficialmente
-novio.»
-
-Fanny, al recibir la nueva, se puso roja como una cereza, tembló, pero
-sólo respondió:
-
---Está bien...
-
-Rosálbez fantaseaba otra cosa; que le saltasen al cuello, que le
-abrazasen estrechamente. Acababa de traslucir una solución para su vida:
-unirse á su hija, crearse un hogar en el suyo, adorar y mimar á los
-nietos que enviase Dios. Ya veía una larga serie de Navidades futuras,
-de gozosas cenas de familia, con Arbol cargado de juguetes, con
-sorpresitas retozonas y babosas del abuelo. Creía sentir sobre sus
-rodillas el peso del «mayorcito» y en las barbas la sobadura de las
-manos tibias de «la pequeña». ¡Ah, sí; aquello era lo bueno, lo honrado,
-lo digno, lo que debía hacerse! Y conmovido, se acercó á Fanny y besó su
-frente marmórea, bebiendo ansioso la nitidez virginal de la fresca piel.
-
-Espléndida fue la cena, servida á las ocho en punto. En nada se pareció
-á la que pretendía Rosálbez organizar en casa de _la Cordobesa_: ni hubo
-sopa de almendra, ni besugo con ruedas de limón, ni compotita con rajas
-de canela.--Esos platos clásicos, familiares, no suelen dignarse
-presentarlos los cocineros de miles de pesetas de sueldo. Esos platos
-son mesocráticos.--En cambio, desfilaron por la mesa del banquero los
-peces y mariscos más suculentos, aderezados al genuino estilo francés,
-y regados con vinos añejos, raros y preciosos. El triunfo del cocinero
-fue un fingido jamón en dulce hecho de pescado prensado (no se podía
-infringir el precepto de la vigilia), que engañaba, no sólo á la vista,
-sino al paladar. Fanny, sentada á la derecha del que ya consideraba su
-prometido, en la penumbra del centro de mesa formado de lilas blancas
-forzadas en estufa y tallitos de combalaria alternando con camelias
-rojas, le hablaba quedo. Rosálbez, que los miraba á hurtadillas, no pudo
-menos de exclamar:
-
---Pero Planelles, ¡qué poco come usted!
-
-A lo cual contestó el conde:
-
---Es que me siento malucho del estómago...
-
-Tan sencilla frase hizo estremecerse al banquero. Era exactamente la
-misma que él había pronunciado por la mañana, al invitar á Planelles,
-cuando proyectaba reservarse para la otra cena, íntima, en casa de
-Lucía, á las doce. Aquella singular coincidencia, no descifrada todavía,
-heríale, sin embargo, como chispa lumínica el pensamiento. ¿Quién
-averiguará por qué inmateriales hilos es conducida la leve sospecha que
-precede á la entera revelación de la verdad? No fué el protector
-apasionado de _la Cordobesa_, sino el padre de Fanny, quien calculó,
-fijando los ojos en los del futuro yerno:
-
-«A mí con esas. Tú ayunas para guardar apetito. ¡Ah! Yo te vigilaré.
-¿Buscas en mi hija el oro ó el amor? ¡Cuidado conmigo!»
-
-La impresión adquirió fuerza cuando, á pesar de que Fanny anunció que á
-media noche justa, al dar las doce, serviría á los convidados una copa
-de Champagne para celebrar el Nacimiento, el conde manifestó que se
-retiraba.
-
-Un cuarto de hora después que el conde, bajaba el banquero la escalera
-de mármol blanco, y saltaba en el primer coche de punto varado en la
-esquina. El simón destartalado se paró á la puerta de _la Cordobesa_. No
-acudió el sereno á abrir: Rosálbez le daba muy generosas propinas porque
-le dejase servirse de su llavín, sin oficiosidades importunas. Cruzó el
-tenebroso portal, y girando á la izquierda y encendiendo un fósforo,
-encontró la cerradura de la puerta del cuarto bajo.
-
-Sufría una agitación honda cuando introdujo en ella el otro extremo del
-llavín. ¡Aún dudaba! ¿Quién sabe? Tal vez, como buena andaluza apegada á
-la tradición y creyente, _la Cordobesa_ no había querido pasar la noche
-del 24 de Diciembre sin asistir á la Misa del Gallo, la más alegre y
-tierna de todas las misas.--¡Qué dicha esperarla en el cuartito forrado
-de felpa azul, y cuando regresase á la una, depositar en su regazo el
-estuche con las calabazas de perlas, el último capricho!--Giró la llave
-sordamente; el banquero sintió bajo sus pies la alfombra de la antesala.
-Dió luz al tulipán, y al mismo tiempo oyó que salía del comedor algazara
-y risa. De puntillas se coló en el ropero, que estaba á la derecha del
-pasillo; quería saber á qué atenerse: iba á ver, á saber, á cerciorarse
-de la infamia.--Del ropero se pasaba á un gabinete, y ya en éste, al
-través de una puerta vidriera, era fácil distinguir cuanto en el
-comedor sucedía. Rosálbez se agachó, entreabrió las cortinas... Enfrente
-tenía á _la Cordobesa_, con mantón de Manila y flores en el moño; á su
-lado, Planelles alzaba la copa.
-
-El banquero retrocedió; reclinóse en un sofá, y creyó que una mano le
-apretaba la nuez hasta asfixiarle. Era el desastre completo; era no
-solamente la burla para él, sino el desprecio de su pobre Fanny, de su
-hija. Las risas, las coplas, venidas del comedor, le azotaban como
-látigos. Se levantó; á tientas buscó la salida, y se encontró de nuevo
-en la antesala. Dejó la puerta abierta; en la calle tiró la llave al
-primer agujero de alcantarilla; y subiendo á otro coche, dió las señas
-de su palacio. Todavía estaban iluminados los salones; Fanny, en la
-antesala, despedía á los convidados. Cuando desaparecieron, Rosálbez se
-acercó á su hija, y cogiéndola de la mano tartamudeó:
-
---¡Valor! ¡No te sobresaltes!... Acabo de adquirir la prueba de que el
-conde de Planelles no te merece; de que es un miserable, que te engaña
-con la última de las mujerzuelas. Te lo juro; tu padre te lo jura, acaba
-de cerciorarse de ello, positivamente... Jamás consentiré que vuelva á
-poner los pies aquí.
-
-Y Fanny, sin replicar, blanca como su traje, balbuceó:
-
---Entraré en las Reparadoras.
-
-Rosálbez vió, mirando al porvenir, una larga serie de Navidades frías y
-solitarias, inmenso agujero tétrico en su existencia...
-
-
-
-
-LA NOCHEBUENA DEL CARPINTERO
-
-
-José volvió á su casa al anochecer. Su corazón estaba triste: nevaba en
-él, como empezaba á nevar sobre tejados y calles, sobre los árboles de
-los paseos y las graníticas estatuas de los reyes españoles, erguidas en
-la plaza. Blancos copos de fúnebre dolor caían pausadamente en el alma
-del carpintero sin trabajo, que regresaba á su hogar y no podía traer á
-él luz, abrigo, cena, esperanzas.
-
-Al emprender la subida de la escalera, al llegar cerca de su mansión, se
-sintió tan descorazonado, que se dejó caer en un peldaño con ánimo de
-pasar allí lo que faltaba de la alegre noche. Era la escalera glacial y
-angosta de una casa de vecindad, en cuyos entresuelos, principales y
-segundos vivía gente acomodada, mientras en los terceros ó cuartos,
-buhardillas y buhardillones, se albergaban artesanos menesterosos. Un
-mechero de gas alumbraba los tramos hasta la altura de los segundos;
-desde allí arriba, la obscuridad se condensaba, el ambiente se hacía
-negro y era fétido como el que exhala la boca de un sucio pozo. Nunca el
-aspecto desolado de la escalera y sus rellanos había impresionado así á
-José. Por primera vez retrocedía, temeroso de llamar á su propia puerta.
-¡Para las buenas noticias que llevaba!
-
-Altas las rodillas, afincados en ellas los codos, fijos en el rostro los
-crispados puños, tiritando, el carpintero repasó los temas de su
-desesperación y removió el sedimento amargo de su ira contra todo y
-contra todos. ¡Perra condición, centellas, la del que vive de su sudor!
-En verano, cebolla, porque hace un bochorno que abrasa y los pudientes
-se marchan á bañarse y tomar el fresco. En Navidad, cebolla, porque
-nadie quiere meterse en obras con frío, y porque todo el dinero es poco
-para leña de encina y abrigos de pieles. Y qué, ¿el carpintero no come
-en la canícula, no necesita carbón y mineral cuando hiela? El patrón del
-taller le había dicho, meneando la cabeza: «Qué quieres, hijo, yo no
-puedo sacar rizos donde no hay pelo... Ni para Dios sale un encargo...
-Ya sabes que antes de soltarte á ti, he _soltao_ á otros tres... Pero no
-voy á soltar á mis sobrinos, los hijos de mi hermana..., ¿estamos? Ya me
-quedo con ellos solos... Búscate tú por ahí la vida... A ingeniarse se
-ha dicho...» ¡A ingeniarse! ¿Y cómo se ingenia el que sólo sabe labrar
-madera, y no encuentra quien le pida esa clase de obra?
-
-Un mes llevaba José sin trabajar. ¡Qué jornadas tan penosas las que
-pasaba en recorrer á Madrid buscando ocupación! De aquí le despedían
-con frases de conmiseración y vagas promesas; de allá, con secas y duras
-palabras, hasta con marcada ironía... «¡Trabajo! Este año para nadie lo
-hay...» respondían los maestros, coléricos, malhumorados ó abatidos. De
-todas partes brotaba el mismo clamor de escasez y de angustia; doquiera
-se lloraban los mismos males: guerra, ruina, enfermedades, disturbios,
-catástrofes, miedo, encogimiento de los bolsillos... Y José iba de
-puerta en puerta, mendigando trabajo como mendigaría limosna, para
-regresar á la noche, de semblante hosco y ceño fruncido, y contestar á
-la interrogación siempre igual de su mujer, con un movimiento de hombros
-siempre idéntico, que significaba claramente: «No, todavía no.»
-
-La mala racha les cogía sangrados, después de larga enfermedad, una
-tifoidea de la chica mayor, Felisa, convaleciente aún y necesitada de
-alimento substancioso; después de la adquisición de una cómoda y dos
-colchones de lana, que tomaron el camino de la casa de empeños á escape;
-después de haber pagado de un golpe el trimestre atrasado de la vivienda
-y oído de boca del administrador que no se les permitiría atrasarse otra
-vez, y al primer descuido se les pondría de patitas en la calle con sus
-trastos... En ocasión tal, un mes de holganza era el hambre en seguida,
-el ahogo para el resto del venidero año. ¡Y el hambre en una familia
-numerosa! Nadie se figura el tormento del que tiene obligación de traer
-en el pico la pitanza al nido de sus amores, y se ve precisado á volver
-á él con el pico vacío, las plumas mojadas, las alas caídas... Cada vez
-que José llamaba y se metía buhardilla adentro, el frío de los desnudos
-baldosines, la nieve de la apagada cocina se le apoderaban del espíritu
-con fuerza mayor; porque el invierno es un terrible aliado del hambre, y
-con el estómago desmantelado muerde mil veces más riguroso el soplo del
-cierzo que entra por las rendijas y trae en sus alas la voz rabiosa de
-los gatos...
-
-Cavilaba José. No, no era posible que él pasase aquel umbral sin llevar
-á los que le aguardaban dentro, famélicos y transidos, ya que no las
-dulzuras y regalos propios de la noche de Navidad, por lo menos algo que
-desanublase sus ojos y reconfortase su espíritu. Permanecía así, en uno
-de esos estados de indecisión horrible que constituyen verdaderas crisis
-del alma, en las cuales zozobran ideas y sentimientos arraigados por la
-costumbre, por la tradición. Honrado era José, y á ningún propósito
-criminal daba acogida, ni aun en aquel instante de prueba; las manos se
-le caerían antes que extenderlas á la ajena propiedad; pero esta
-honradez tenía algo de instintivo; y lo que se le turbaba y confundía á
-José era la conciencia, en pugna entonces con el instinto natural de la
-hombría de bien, y casi reprobándolo. Él no robaría jamás, eso no...;
-pero vamos á ver, los que roban en casos análogos al suyo, ¿son tan
-culpables como parece? A él no le daba la gana de abochornarse, de
-arrostrar el feo nombre de ladrón; unas horas en la cárcel le costarían
-la vida; moriría del berrinche, de la afrenta; bueno; esas eran cosas
-suyas, repulgos de su dignidad, que un carpintero puede tenerla también;
-mas los que no padeciesen de tales escrúpulos y cometiesen una
-barbaridad, no por sostener vicios, por mantener á la mujer y á los
-pequeños..., ¿quién sabe si tenían razón? ¿Quién sabe si eran mejores
-maridos, mejores padres? El no daba á los suyos más que necesidad y
-lágrimas...
-
-Gimió, se clavó los dedos en el pelo, y estúpido de amargura, miró hacia
-abajo, hacia la parte iluminada de la escalera. Por allí mucho
-movimiento, mucho abrir de puertas, mucho subir y bajar de criados y
-dependientes llevando paquetes, cartitas, bandejas: los últimos
-preparativos de la cena, el turrón que viene de la turronería, el
-bizcochón que remite el confitero, el obsequio del amigo, que se asocia
-al júbilo de la familia con las seis botellas de Jerez dulce y las rojas
-granadas. Una puerta sola, la de la anciana viuda y devota, doña Amparo,
-no se había abierto ni una vez; de pronto se oyó estrépito, una turba de
-chiquillos se colgó de la campanilla; eran los sobrinos de la señora, su
-único amor, su debilidad, su mimo... Entraron como bandada de pájaros en
-un panteón; la casa, hasta entonces muda, se llenó de rumores, de
-carreras, de risas. Un momento después, la criada, viejecita tan beata
-como su ama, salía al descanso y gritaba en cascada voz:
-
---¡Eh, Sr. José! ¿Esta por ahí el Sr. José? Baje, que le quiero un
-recado...
-
-En los momentos de desesperación, cualquier eco de la vida nos parece un
-auxilio, un consuelo. El que cierra las ventanas para encender un
-hornillo de carbón y asfixiarse, oye con enternecimiento los ruidos de
-la calle, los ecos de una murga, el ladrido del perro vagabundo... José
-se estremeció, se levantó, y ronco de emoción contestó bajando á saltos:
-
---¡Allá voy, allá voy, señora Baltasara!...
-
---Entre...--murmuró la vieja.--Si está desocupado nos va á armar el
-Nacimiento, porque han _venío_ los chicos, y mi ama, como está con ellos
-que se le cae la baba pura...
-
---Voy por la herramienta--contestó el carpintero pálido de alegría.
-
---No hace falta... Martillo y tenazas hay aquí, y clavos quedaron del
-año _pasao_; como yo lo guardo todo, bien apañaditos los guardé...
-
-José entró en el piso invadido por los chiquillos y en el aposento donde
-yacían desparramadas las figuras del belén y las tablas del armadijo en
-que había de descansar. Entre la algazara empezó el carpintero á
-disponer su labor. ¡Con qué gozo esgrimía el martillo, escogía la punta,
-la hincaba en la madera, la remachaba! ¡Qué renovación de su sér, qué
-bríos y qué fuerzas morales le entraban al empuñar, después de tanto
-tiempo, los útiles del trabajo! Pedazo á pedazo, y tabla tras tabla, iba
-sentando y ajustando las piezas de la plataforma en que el belén debía
-lucir sus torrecillas de cartón pintado, sus praderas de musgo, sus
-figuras de barro toscas é ingenuas. Los niños seguían con interés la
-obra del carpintero, no perdían martillazo, preguntaban, daban parecer,
-y coreaban con palmadas y chillidos cada adelanto del armatoste. La
-señora, entretanto, colgaba en la pared unas agrupaciones de bronce y
-vidrio para colocar en ellas bujías. Los criados iban y venían,
-atareados y contentos. Fuera nevaba, pero nadie se acordaba de eso; la
-nieve, que aumenta los padecimientos de la miseria, también aumenta la
-grata sensación del bienestar íntimo, del hogar abrigado y dulce. Y José
-asentaba, clavaba la madera, hasta terminar su obra rápidamente, en una
-especie de transporte, reacción del abatimiento que momentos antes le
-ponía al borde de la desesperación total...
-
-Cuando el tablado estuvo enteramente listo, y José hubo dado alrededor
-de él esa última vuelta del artífice que repasa la labor, doña Amparo,
-muy acabadita y asmática, le hizo seña de que la siguiese, y le llevó á
-su gabinete, donde le dejó solo un momento. Los ojos de José se fijaron
-involuntariamente en los muebles y decorado de aquella habitación ni
-lujosa ni mezquina, y sobre todo, le atrajo desde el primer momento una
-imagen que campeaba sobre la consola, alumbrada por una lamparilla de
-fino cristal. Era un San José de talla, escultura moderna, sin mérito,
-aunque no desprovista de cierto sentimiento; y el santo, en vez de
-hallarse representado con el Niño en brazos ó de la mano, según suele,
-estaba al pie de un banco de carpintero, manejando la azuela y
-enseñando al Jesusín, atento y sonriente, la ley del trabajo, la
-suprema ley del mundo. José se quedó absorto. Creía que la imagen le
-hablaba; creía que pronunciaba frases de consuelo y de cariño infinito,
-frases no oídas jamás. Cuando la señora volvió y le deslizó dos duros en
-la mano, el carpintero, en vez de dar gracias, miró primero á su
-bienhechora y después á la imagen; y á la elocuencia muda de sus ojos
-respondió la de los ojos de la viejecita, que leyó como en un libro en
-el alma de aquel desventurado, deshecho física y moralmente por un mes
-de ansiedad y amargura sin nombre.--Y doña Amparo, muy acostumbrada á
-socorrer pobres, sintió como un golpe en el corazón: la necesidad que
-iba á buscar fuera de casa, visitando zaquizamíes, la tenía allí, á dos
-pasos, callada y vergonzante, pero urgente y completa. Alzó los ojos de
-nuevo hacia la efigie del laborioso Patriarca, y bondadosamente,
-tosiqueando, dijo al carpintero:
-
-«Ahora subirán de aquí cena á su casa de usted, para que celebren la
-Navidad.»
-
-
-
-
-EL CIEGO
-
-
-La tarde del 24 de Diciembre le sorprendió en despoblado, á caballo, y
-con anuncios de tormenta. Era la hora en que, en invierno, de repente se
-apaga la claridad del día, como si fuese de lámpara y alguien diese
-vuelta á la llave sin transición, las tinieblas descendieron borrando
-los términos del paisaje acaso apacible á medio día, pero en aquel
-momento tétrico y desolado.
-
-Hallábase en la hoz de uno de esos ríos que corren profundos,
-encajonados entre dos escarpes; á la derecha el camino, á la izquierda
-una montaña pedregosa, casi vertical, escueta y plomiza de tono. Allá
-abajo no se divisaba más que una cinta negruzca, donde moría,
-culebreando, áspid de carmín, un reflejo rojo del poniente; arriba,
-densas masas erguidas, formas extrañas, fantasmagóricas; todo solemne y
-aun pudiera decirse que amenazador. No pecaba Mauricio de cobarde, y sin
-embargo, le impresionó el aspecto de la montaña; sintió deseos de
-llegar cuanto antes al Pazo, del cual le separaban aún tres largas
-leguas, y animó con la voz y la espuela á su montura, que empinaba las
-orejas recelosa.
-
-Arreció el viento y le obligó á atar el sombrero con un pañuelo bajo la
-barba; el trueno, lejano aún, retumbó misteriosamente; ráfagas de lluvia
-azotaron la cara del jinete, que ahogó un juramento. ¡Aquello era mala
-sombra! ¡Justamente empezaba á llover á la mitad del camino! Al punto
-mismo el caballo se encabritó y pegó un bote de costado: de entre la
-maleza había salido un bulto. Echaba ya Mauricio mano al revólver que
-llevaba en el bolsillo interior de la zamarra, cuando oyó estas palabras
-en dialecto:
-
---¡Una limosnita! ¡Por amor de Dios que va á nacer... una limosnita,
-señor!
-
-Mauricio, tranquilizándose, miró enojado al que en tal sitio y ocasión
-cometía la importunidad de pedir limosna. Era un hombrachón alto,
-descalzo de pie y pierna, que llevaba al hombro unas alforjas, y se
-apoyaba en recio garrote. La obscuridad no permitía distinguir cómo
-tenía el rostro; la ancianidad se adivinaba en lo cascado de la voz y en
-el vago reflejo plateado de las greñas blancas.
-
---Apártese--murmuró impaciente el señorito.--¿No ve que el caballo se
-asusta? Si me descuido, al río de cabeza... ¡Vaya unas horas de pedir, y
-un sitio á propósito para saltar delante de la montura! ¡Brutos!
-
-El pordiosero se había quedado como hecho de piedra.
-
---¿Dónde está el río?--gritó con hondo terror.--¿No es aquí el camino de
-la iglesia de Cimáis? Señor, por el alma de quien lo ha parido... Señor,
-no me desampare... ¡Soy un ciego! ¡Nuestra Señora le conserve la vista!
-¡Pobre del que no ve!
-
-Mauricio comprendió. El viejo sin ojos se había perdido, ignoraba dónde
-se encontraba, y para no despeñarse necesitaba un guía. Sí, convenido;
-necesitaba un guía... ¿Y quién iba á ser? ¿Él, Mauricio Acuña, que desde
-Orense regresaba á su casa en tarde de Navidad, á cenar, á pasar
-alegremente la velada, jugando al julepe ó al golfo con sus hermanos y
-primos, fumando y riendo? Si sujetaba el paso de su caballo al lento
-andar de un ciego; si torcía su rumbo cara á la iglesia de Cimáis,
-distante buen rato, ¿á qué santas horas iba á hacer su entrada en la
-sala del Pazo de Portomellor? Un instante titubeó: pensaba que no podía
-menos de sacrificar algunos minutos á colocar al ciego en la dirección
-de Cimáis, y dejarle, ya orientado, arreglarse como Dios le diese á
-entender. Sólo que era internarse en la _carballeda_, exponerse á
-tropezar en los cepos y en los pedruscos, y sobre todo, era condescender
-á los ruegos del mendigo, que no soltaría á dos por tres á su lazarillo
-improvisado, y si le complaciese en lo primero exigiría lo segundo...
-¡Estos pobres son tan lagoteros y tan pegajosos! «Más vale escurrirse»,
-decidió; y sacando del bolsillo un duro, lo dejó en la mano temblona
-que el viejo extendía, más para implorar que para mendigar; picó al
-caballo y escapó como un criminal que huye de la justicia.
-
-Sí, como un criminal--así definió su conducta él mismo, luego, en el
-punto de refrenar á _Maceo_, su negro andaluz cruzado, y darse cuenta de
-que había caído enteramente la noche.--Velada por sombríos nubarrones,
-la luna se entreparecía lívida, semejante á la faz de un cadáver
-amortajado con hábito monacal. La carretera se desarrollaba suspendida
-sobre el río que, á pavorosa profundidad, dormitaba mudo y siniestro. El
-viento combatía, haciéndolos crugir, los troncos robustos de los
-árboles; un relámpago alumbró la superficie del agua, un trueno resonó
-ya bastante cercano; Mauricio se estremeció. Le parecía escuchar ruidos
-extraños, además de los de la tormenta. ¿Se habrá caído el viejo al
-agua? Detrás, sobre la peñascosa senda, creía escuchar el paso de un
-hombre que tentaba el suelo con un palo, como hacen los ciegos. Absurdo
-evidente, pues con la galopada que _Maceo_ había pegado ya, quedaría el
-mendigo atrás un cuarto de legua. Lo cierto es que Mauricio juraría que
-le seguía _alguien_: alguien que respiraba trabajosamente, que
-tropezaba, que gemía, que imploraba compasión. Invencible desasosiego le
-impulsó á apurar nuevamente á su montura, para alcanzar pronto el cruce
-en que la carretera se desvía del río, cuya vista le sugería el temor de
-una desgracia. ¿Se habrá caído?...--Lo que á Mauricio le acongojaba era
-la idea de haber abandonado á un ciego en tal noche. «Pero, ¿cómo fuí
-capaz...? ¡Si parece mentira! Me lo contarían después y no lo creería...
-Hoy no debí dejar solo á un infeliz...» cavilaba, hincando la espuela en
-los ijares de _Maceo_. «Y lo más sucio, lo más vil de mi acción fue
-darle dinero. ¡Dinero! Si á estas horas flota en el Sil su cuerpo..., el
-dinero ¿de qué le sirve? Creemos que el dinero lo arregla todo...
-¡Miserable yo! Estoy por volverme. ¿No viene nadie detrás?...»
-
-_Maceo_ volaba: un sudor de angustia humedecía las sienes del jinete. El
-zumbido de sus oídos y el remolino del viento, profundo como una tromba,
-no le impedían oir, cada vez más próximas, las pisadas del que le
-seguía, ya sin género de duda, y percibir la misma respiración
-entrecortada, el mismo doliente gemido; y el caso es que no se atrevía á
-volverse: porque si se volviese, quizás vería la figura del ciego
-mendigo, alto, descalzo de pie y pierna, con el zurrón al hombro, el
-cayado en la mano, y reluciente en la obscuridad la plata de sus blancas
-greñas...
-
---¿Estaré loco?--pensó.--Ea, ánimo... Debo volverme...--Y no se volvía;
-su garganta apretada, su corazón palpitante, le hacían traición: sufría
-un miedo espantoso, sobrenatural. Apretó las espuelas, y el caballo,
-excitado, aceleró el tendido galope, sacando chispas de los guijarros
-del camino. La tempestad estaba ya encima: el relámpago brilló; un
-trueno formidable rimbombó sobre la misma cabeza del señorito,
-aturdiéndole. Alborotóse _Maceo_; giró bruscamente sobre sus patas
-traseras, y se arrojó hacia el talud que dominaba el Sil. Vió Mauricio
-el tremendo peligro, cuando otro relámpago le mostró el abismo y la
-superficie del agua: cerró los ojos, aceptando el juicio de la
-Providencia... y el caballo, en su vértigo mortal, arrastró al jinete al
-fondo del despeñadero, tronchando en su caída los pinos y empujando las
-piedras del escarpe, cuyo ruido fragoroso, al rodar peñas abajo,
-remedaba aún los desatentados pasos del ciego que tropezaba y gemía.
-
-
-
-
-LOS MAGOS
-
-
-En su viaje, guiados día y noche por el rastro de luz de la Estrella,
-los Magos, á fin de descansar, quisieron detenerse al pie de las
-murallas de Samaria, que se alzaba sobre una colina, entre bosquetes de
-olivos y setos de cactos espinosos. Pero un instinto indefinible les
-movió á cambiar de propósito: la ciudad de Samaria era el punto más
-peligroso en que podían hacer alto. Acababa de reedificarla Herodes
-sobre las ruinas que habían hacinado los soldados de Alejandro el
-macedón siglos antes, y la poblaban colonos romanos que hacía poco
-trocaron la espada corta por el arado y el bieldo: gente toda á devoción
-del sanguinario Tetrarca, y dispuesta á sospechar del extranjero, del
-caminante, cuando no á despojarle de sus alhajas y viáticos.
-
-Siguieron, pues, la ruta, atravesando los campos sembrados de trigo,
-evitando la doble hilera de erguidas columnas que señalaba la entrada
-triunfal de la ciudad, y buscando la sombra de los olivos y las
-higueras, el oasis de algún manantial argentino. Abrasaba el sol, y en
-las inmediaciones de la villita de Betulia la desnudez del paisaje, la
-blancura de las rocas, quemaban los ojos. «Ahí no encontraremos sino
-pozos y cisternas, y yo quisiera beber agua que brotase á mi vista»,
-murmuró, revolviendo contra el paladar la seca lengua, el anciano rey
-Baltasar, que tenía sedientas las pupilas, más aún que las fauces, y se
-acordaba de los anchos ríos de su amado país del Irán, de la sábana
-inmensa del Indo, del fresco y misterioso lago de Bactegán, en cuyas
-sombrosas márgenes triscan las gacelas. La llanura, uniforme y monótona,
-se prolongaba hasta perderse de vista: campos de heno, planicies
-revestidas de espinos y de malas hierbas, es todo lo que ofrecía la
-perspectiva del horizonte; en el cielo, de un azul de ultramar, las
-nubes ensangrentadas del Poniente devoraban el resplandor de la
-Estrella, haciéndola invisible. Entonces Melchor, el rey negro,
-desciende de su montura, y cruzando sobre el pecho los brazos,
-arrodillándose sin reparo de manchar de polvo su rica túnica de brocado
-de plata, franjeada de esmeraldas y plumas de pavo real, coge un puñado
-de arena y lo lleva á los labios, implorando así:
-
---Poder celeste, no des otra bebida á mi boca, pero no me escondas tu
-luz. ¡Que la Estrella brille de nuevo!
-
-Como una lámpara cuando recibe provisión de aceite, la Estrella relumbró
-y chispeó. Al mismo tiempo los otros dos Magos exhalaron un grito de
-alegría: era que se avistaban las blancas mansiones y los grupos de
-palmeras seculares de En-Ganim. En Palestina, ver palmeras es ver la
-fuente. Gozosa se dirigió la comitiva al oasis, y al descubrir el agua,
-al escuchar su refrigerante murmullo, todos descendieron de los camellos
-y dromedarios y se postraron dando gracias, mientras los animales
-tendían el cuello y el hocico, venteando los húmedos efluvios de la
-corriente. Así que bebieron, que colmaron los odres, que se lavaron los
-pies y el rostro, acamparon y durmieron apaciblemente allí, bajo las
-palmeras, á la claridad de la Estrella, que refulgía apacible en lo alto
-del cielo.
-
-Al alba dispusiéronse á emprender otra vez la jornada en busca del Niño.
-La mañana era despejada y radiante. Los rebaños de En-Ganim salían al
-pastoreo, y las innumerables ovejas blancas, moviéndose en la llanura,
-parecían ejércitos fantásticos. La proximidad de la comarca donde se
-asienta Jerusalén se conocía en la mayor feracidad del terreno, en la
-verdura del tupido musgo, en la copia de hierba y florecillas
-silvestres, que no había conseguido marchitar el invierno. Baltasar y
-Gaspar reflexionaban, al ritmo violento del largo zancajear de sus
-monturas. Pensaban en aquel Niño, rey de reyes, á quien un decreto de
-los astros les mandaba reverenciar y adorar y colmar de presentes y de
-homenajes. En aquel Niño, sin duda alguna, iba á reflorecer el poderío
-incontrastable de los monarcas de Judá y de Israel, leones en el
-combate, gobernantes felicísimos en la paz; y la vasta monarquía, con
-sus recuerdos de gloria, llenaba la mente de los dos Magos. ¡Qué
-sabiduría, qué infusa ciencia la de Salomón, aquel que había subyugado á
-todos sus vecinos, desde los Faraones egipcios hasta los comerciales
-emporios de Tiro y Sidón; el que construyó el Templo gigante, con sus
-mares de bronce, sus candelabros de oro, su terrible y velado
-tabernáculo, sus bosques de columnas de mármol, jaspe y serpentina, sus
-incrustaciones de corales, sus chapeados de marfil! ¡Qué magnificencia
-la del que deslumbró con su recibimiento á la reina de Saba, á Balkis la
-de los aromas, la que traía consigo los tesoros del Oriente y las
-rarezas venidas de las tres partes del mundo, recogidas sólo para ella y
-que ella arrojaba, envueltas en paños de púrpura, al pie del trono del
-rey! Cerrando los ojos, Baltasar y Gaspar veían la escena, contemplaban
-la sarta de perlas desgranándose, los colmillos de elefante ostentando
-sus complicadas esculturas, los pebeteros humeando y soltando nubes
-perfumadas, los monillos jugando, los faisanes y pavos reales haciendo
-la rueda, los citaristas y arpistas tañendo, y Balkis, envuelta en su
-larga túnica bordada de turquesas y topacios, protegida del sol por los
-inmensos abanicos de pluma, adelantándose con los brazos abiertos para
-recibir en ellos á Salomón... No podían dudarlo; el Niño á quien iban á
-adorar sería, con el tiempo, otro Salomón, más grande, más fuerte, más
-opulento, más docto que el antiguo. Sometería á todas las naciones;
-ceñiría la corona del Universo, y bajo su solio, salpicado de diamantes,
-se postraría la opresora ciudad del Lacio; sí, la ávida loba romana
-lamería, domada, los pies de aquel Niño prodigioso...
-
-Mientras rumiaban tales ideas, la Estrella desaparecía, extinguiéndose.
-Encontráronse perdidos, sin guía, en la dilatada llanura. Miraron en
-torno, y con sorpresa advirtieron que se había separado de ellos
-Melchor. Una niebla densa y sombría, alzándose de los pantanos y
-esteros, les había engañado y extraviado, de fijo. Turbados y tristes,
-probaron á orientarse; pero la costumbre de seguir á la Estrella y el
-desconocimiento completo de aquel país que cruzaban eran insuperables
-obstáculos para que lograsen su intento. Ocurrióseles buscar un guía, y
-clamaron en el desierto, porque á nadie veían ni se vislumbraba rastro
-de habitación humana. Por fin, aparecióse un pastor muy joven, vestido
-de lana azul, sujeto á la frente el ropaje con un rollo de lino blanco.
-Y al escuchar que los viajeros iban en busca del Niño rey, el rústico
-sonrió alegremente y se ofreció á conducirles.
-
---Yo le adoré la noche en que nació...--dijo transportado.
-
---Pues llévanos á su palacio y te recompensaremos.
-
---¡A su palacio! El Niño está en una cuevecilla, donde solemos recoger
-el ganado cuando hace mal tiempo.
-
---Qué, ¿no tiene palacio? ¿No tiene guardias?
-
---Una mula y un buey le calientan con su aliento...--respondió el
-pastor.--Su madre y su padre, el carpintero Josef de Nazareth, le cuidan
-y le velan amorosos...
-
-Gaspar y Baltasar trocaron una mirada que descubría confusión, asombro y
-recelo. El pastor debía de equivocarse; no era posible que tan gran rey
-hubiese nacido así, en la miseria, en el abandono. ¿Qué harían? ¿Si
-pidiesen consejo á Melchor? Pero Melchor, envuelto en la niebla,
-caminaba con paso firme; la Estrella no se había obscurecido para él.
-Hallábase ya á gran distancia, cuando por fin oyó las voces, los gritos
-de sus compañeros: «¡Eh, eh, Melchor! ¡Aguárdanos!» El Mago de negra
-piel se detuvo, y clamó á su vez: «Estoy aquí, estoy aquí...»
-
-Al juntarse por último la caravana, Melchor divisó al pastorcillo y supo
-las noticias que daba del Niño rey. «Este pobre zagal nos engaña ó se
-engaña--exclamó Gaspar enojado.--Dice que nos guiará á un establo
-ruinoso, y que allí veremos al hijo de un carpintero de Nazareth. ¿Qué
-piensas, Melchor? El sapientísimo Baltasar teme que aquí corramos grave
-peligro, pues no conocemos el terreno, y si nos aventuramos á preguntar
-infundiremos sospechas, seremos presos y acaso nos recluya Herodes en
-sus calabozos subterráneos. La Estrella ya no brilla y nuestro corazón
-desmaya.»
-
-Melchor guardó silencio. Para él no se había ocultado la Estrella ni un
-segundo. Al contrario, su luz se hacía más fulgente á medida que
-adelantaban, que se aproximaban al establo. Y en su imaginación, Melchor
-lo veía: una cueva abierta en la caliza, un pesebre mullido con paja y
-heno, una mujer joven y celestialmente bella agasajando á un niño
-tiernecito, que tiembla de frío; un Niño humilde, rosado, blanco, que
-bendice, que no llora. Lo singular es que la cueva, en vez de estar
-obscura, se halla inundada de luz, y que una música inefable, apenas
-perceptible, idealmente delicada y melodiosa, resuena en sus ámbitos. La
-cueva parece que es toda ella claridad y armonía. Melchor oye extasiado;
-se baña, se sumerge en la deliciosa música y en los resplandores de oro
-que llenan la caverna y cercan al Niño.
-
---¿No oyes, Melchor? Te preguntamos si debemos continuar el viaje... ó
-volvernos á nuestra patria, por no ser encarcelados y oprimidos aquí.
-
---Y vosotros, ¿no oís la música?--repite Melchor, por cuyas mejillas de
-ébano resbalan gotas de dulce llanto.
-
---Nada oímos, nada vemos...--responden los dos Magos, afligidos.
-
---Orad, y veréis... Orad, y oiréis... Orad, y Dios se revelará á
-vosotros.
-
-Magos y séquito echan pie á tierra, extienden los tapices, y de pie
-sobre ellos, vuelta la cara al Oriente, elevan su plegaria. Y la
-Estrella, poco á poco, como una mirada de moribundo que se reanima al
-aproximarse al lecho un sér querido, va encendiéndose, destellando,
-hasta iluminar completamente el sendero, que se alarga y penetra en la
-montaña, en dirección de Belén. La niebla se disipa; el paisaje es
-risueño, pastoril, fresco, florido, á pesar de la estación; claros
-arroyillos surcan la tierra, y resuena, como en Mayo, el gorjeo de las
-aves, que acompaña el tilinteo de la esquila y el cántico de los
-pastores, recostados bajo los terebintos y los cedros, siempre verdes.
-Los Magos, terminada su plegaria, emprenden el camino llenos de
-esperanza y de seguridad. Una cohorte de soldados á caballo se cruza con
-la caravana: es un destacamento romano, arrogante y belicoso; el sol
-saca chispas de sus corazas y yelmos; ondean las crines, flotan las
-banderolas, los cascos de los caballos hieren el suelo con provocativa
-furia. Los Magos se detienen, temerosos. Pero el destacamento pasa á su
-lado y no da muestras de notar su presencia. Ni pestañean, ni vuelven la
-cabeza, ni advierten nada.
-
---Van ciegos--exclama Melchor;--y los Magos aprietan el paso, mientras
-se aleja la cohorte.
-
-
-
-
-SUEÑOS REGIOS
-
-
-Es de noche. Temperatura, veinte bajo cero. Fuera no se escucha el menor
-ruido: la nevada, cayendo en finos copos delicadísimos que mullen la
-atmósfera, contribuye á sostener el silencio absoluto, ahogado, que pesa
-sobre los jardines blancos con blancura fantástica. La nieve ha
-perfilado primorosamente la traza de las calles de árboles, de los
-macizos, de los bosquetes, de los estanques cuajados por el hielo, y
-cuya superficie lisa rayaron los patines en la última sesión de patinaje
-que tanto divirtió á la corte, porque el príncipe de Circasia se dió
-unas costaladas regulares. Las estatuas parecen temblar y lucen aderezos
-de carámbanos. Las coníferas son témpanos bordados y esculpidos. En el
-alcázar, las cornisas, las balconadas, las torrecillas, la monumental
-ornamentación de la fachada, el reloj, sostenido por Genios que
-representan los destinos de la casa imperial venciendo al Tiempo, van
-desapareciendo bajo la suave acolchadura blanca. Los centinelas, en su
-garita, tiritando, sintiendo que el aliento se les cristaliza primero y
-se les liquida después dentro del alto cuello de sus capotes militares,
-hieren el suelo con el pie, se acuerdan del cuerpo de guardia donde arde
-la estufa y se puede echar un trago de lo fermentado, y de tiempo en
-tiempo lanzan, al través de la nieve, su «¡Alerta!» gutural. El
-decorativo reloj da las doce, pausadamente, como si la hora contada por
-él fuese más solemne que las otras. Al reloj de fuera contestan los de
-dentro, desde las consolas; tienen vocecillas aflautadas y bien
-moduladas de palaciegos.
-
-El emperador se estremece y se incorpora en el gran lecho incrustado de
-marfil, bajo las pieles rarísimas que lo mullen. Se le figura que una
-mano acaba de posarse en su hombro; y en efecto, á la luz de la lámpara
-de alabastro velada de encaje, ve una figura venerable, un viejo
-aureolado por larguísima barba y melenas, donde la nieve se diría que
-enredó sus vellones. La vestidura del viejo deslumbra; túnica de brocado
-de oro, manto de terciopelo violeta orlado de armiño. Una especie de
-mitra en que las perlas se apiñan sobre la filigrana, rodea sus sienes y
-comprime y hace bufar su gran cabellera nevada, que se extiende
-caudalosa por los hombros. En la mano lleva cincelado cofrecillo
-abierto, lleno de polvo aurífero impalpable.
-
---¿Qué me quieres y quién eres?--pregunta el emperador al anciano.
-
---Como de casa. Baltasar, rey de los países de Oriente--contesta el
-patriarca en voz temblona.
-
---¡Bienvenido, primo y señor! ¿Por qué viaja Vuestra Majestad en tan
-cruda noche? Conviene á las testas coronadas no ponerse nunca en el caso
-de sufrir las molestias que padecen los demás mortales. Dígnese Vuestra
-Majestad descansar bajo mi hospitalario techo.
-
---No acepto sino breves instantes, aunque vengo rendido de atravesar los
-dominios de Vuestra Majestad, á los cuales no se les ve el fin: deben de
-cubrir buena parte de la superficie del planeta.
-
---¡Ah!--articula el emperador, satisfecho.--¿Los ha recorrido Vuestra
-Majestad? ¿Se ha enterado de su extensión y riqueza? Todos los climas,
-todas las producciones, todas las razas, reconocen mi soberanía. Cuando
-paso revista á mi ejército, en él veo soldados blancos y rubios, de ojos
-azules; soldados de morena tez; soldados de cutis amarillo y nariz
-achatada; ropajes orientales y envolturas que preservan del rigor de las
-estaciones en los países hiperbóreos. Mi imperio produce el trigo y el
-zafiro, los minerales, las pieles y las maderas odoríferas; es un
-gigante cuya cabeza, como la de Vuestra Majestad, se baña en las nieves
-árticas, y cuyas manos se tienden hacia el Mediodía para abarcarlo. Y en
-este Imperio yo soy Dios. A mi voz las frentes se inclinan, las
-muchedumbres se prosternan, la plegaria por mí hace retemblar los
-iconostasios. Mientras el soplo del huracán juega con los monarcas
-occidentales, nuestros necios primos, yo, como un numen, me oculto en
-santuario inaccesible.
-
---Conozco el poderío de Vuestra Majestad. Por eso sospecho si la tarea
-que me ha sido encomendada resultará estéril; pero, obedeciendo, la
-cumplo.
-
---¿Qué tarea es esa, primo y señor?
-
---La que me ordenó realizar el Niño. Vuelvo de Palestina; regreso á mi
-patria, después del interminable viaje anual... ¡Es una maravilla lo
-lindo que está el Niño y lo dulce y honesta que es la Madre! Nada perdió
-su inmortal hermosura en los mil novecientos dos años transcurridos
-desde que por vez primera les adoré. Como siempre, les he llevado mi
-ofrenda: polvo de oro del Ofir. Y el Niño, después de extender sus
-manitas, que besé, y bendecir el oro, me ha dicho que lo espolvoree por
-el suelo, allí donde vea que el hombre atenta á la libertad del hombre.
-
---¿Conque esas mañas saca el Niño?--tartamudeó el emperador.--¡Por
-cierto que lo educan bien mal su Madre y el carpintero, gente baja al
-fin, aunque descienda de la casta de nuestros augustos primos los reyes
-de Judá! Vuestra Majestad, con la experiencia que le dan los años, habrá
-comprendido que no debe cumplírsele al Niño ese antojo.
-
---No es posible desobedecerle, primo y señor--declaró gravemente el
-Mago.--He espolvoreado la enorme porción de tierra donde reina Vuestra
-Majestad, aunque confieso que dudo de ver germinar cosa alguna sobre la
-dura capa de hielo que la reviste. Sin esperanzas voy derramando
-polvillo de oro; y la verdad, hace un instante, en los jardines de este
-palacio, al caer el dorado polvillo, creí que el suelo se estremecía y
-se agrietaba la capa de nieve. Tembló la tierra; me pareció que un ruido
-cavernoso resonaba allá dentro. ¿Está seguro Vuestra Majestad de que no
-se halla minado su palacio?
-
---Vuestra Majestad es quien lo mina, y será preciso impedirlo;--contesta
-enérgicamente el emperador, hiriendo un timbre.
-
-Aparece la guardia. El viejo toma una pulgarada de polvillo, lo arroja á
-los ojos de los soldados y pasa por entre ellos libre y majestuoso.
-
- * * * * *
-
-Otro efecto de nieve sobre jardines y palacio real, pero nieve ya
-cuajada y que empieza á derretirse formando un barro sucio y negruzco.
-En el alcázar se ven todavía luces: ha habido en el comedor de diario
-espléndida cena de familia, alegres y cariñosos brindis, y el emperador,
-rendido de recibir toda la tarde felicitaciones, después de bendecir á
-sus hijos, que uno por uno le han besado la mano respetuosamente, y de
-abrazar con afecto á la fecunda emperatriz, se tiende en su estrecha y
-dura cama de campaña, única donde concilia el sueño, á causa de la
-costumbre.
-
-Apenas empieza á aletargarse, le llaman con un _¡Pssit!_ muy bajo, y á
-la claridad de la lamparilla divisa á un hombre en la fuerza de la edad,
-envuelto en ropón de púrpura, bajo el cual se parece una armadura de
-admirable trabajo. Rodea sus sienes una corona de picos; en su diestra
-alza rico pomo de mirra de fuerte aroma, acre y embriagador.
-
---¿Qué desea Vuestra Majestad, señor rey Gaspar?--pregunta el emperador
-que, conociendo al viajero, salta de la cama y saluda militarmente.
-
---Felicitar las Pascuas á Vuestra Majestad y confiarle un secreto.--Es
-el caso que el Niño, ¿no sabe Vuestra Majestad? ¡el Niño, á quien todos
-los años voy á visitar en su establo, para beber en sus ojos de violeta
-la sabiduría! después de jugar con esta mirra que le ofrecí y de arrojar
-sobre ella su aliento celestial, me manda que gota á gota la esparza por
-el suelo de los países donde el hombre tenga sed de la sangre del
-hombre. Y al caer gotitas de esta mirra, primo y señor, observo que la
-tierra, encharcada y pegajosa, se esponja, se entreabre, y nacen y
-surgen y crecen olivos, rosas, mirtos, centeno, lúpulo, viñas cargadas
-de racimos. ¡Ah! Es un gran portento la tal mirra. Y á mí, señor y
-primo, la armadura me asfixia, el corazón no me cabe en ella. Permítame
-Vuestra Majestad que salpique de mirra su cabeza augusta.
-
---¡Qué diantre! ¡Cosas de chiquillos!--gruñó el emperador.--Cuando el
-Niño crezca y se aparte de las faldas y del regazo materno, diferentes
-serán sus caprichos. No hay nada más santo que la guerra. Dios mismo
-guía á los ejércitos é infunde á los caudillos arrojo y tino para
-asegurar la victoria. Sobre el campo de batalla se cierne el Arcángel
-con sus alas salpicadas de rubíes y su gladio flamígero. El soplo
-divino hincha mi pecho apenas lo cubre la coraza rutilante. Esto no se
-les alcanza á los niños ni á las mujeres; convenido. Nosotros, pastores
-de pueblos, jefes de razas, sonreímos ante ciertos arranques de
-debilidad graciosa.
-
---Debo hacer lo que me mandan--insiste Gaspar.
-
-Y tomando unas gotas de mirra, las dispara á la frente del emperador.
-Este exhala un suspiro; se deja caer en el lecho de campaña, y ve en
-sueños una pirámide de huesos humanos, blanca y pulida, altísima. Sobre
-la cúspide, un cuervo grazna plañideramente, hambriento, erizado el
-plumaje; y al pie, en las ramas de un olivo nuevo, dos palomas se besan,
-juntando los picos.
-
- * * * * *
-
-En el patio del alcázar, sobre el gran pilón de pórfido sostenido por
-leones, recae el agua, melodiosa, con dulce porfía. La luna ilumina las
-arcadas afiligranadas, juega en las charoladas hojas de los naranjos,
-descubre el reflejo pálido de sus pomas de oro. Dos esclavos velan el
-sueño del emir, que reposa vestido sobre un diván, cubierto con una
-manta de fina pluma de avestruz--porque la noche está algo fría y la
-helada ha endurecido los caminos del desierto--y apoyando el pie en la
-garganta de una mujer desnuda, que hace de cogín y presta calor más
-grato que el de la manta.
-
-Elegante figura se desliza por entre los esclavos, invisible. Es un
-negro joven, esbelto, de robusta y acerada musculatura, de piernas
-nerviosas encerradas en calzas prietas y salpicadas de lentejuelas como
-las que ostentan los donceles en los cuadros de Carpaccio; una
-sobrevesta de tisú de plata acusa sus formas; un cinturón de pedrería
-sostiene sobre su vientre enjuto soberbio puñal; encima de sus cabellos
-crespos se ladea un gorro de velludo carmesí, y bajo el ala luce diadema
-de brillantes. El gallardo negro se inclina hacia el emir y le baña el
-rostro con una bocanada del incienso que humea en un incensario calado,
-pendiente de cadenillas de perlas. Sobresaltado, el emir despierta,
-echando mano á su gumía.
-
---No temas, soy Melchor, que como tú ejerce el mando en tribus del
-desierto y posee palacios misteriosos, que parecen labrados por los
-genios del aire. Vengo á cumplir órdenes del Niño Yesuá, hijo de Leila
-Mariem.
-
---¿Y qué te ordena ese profeta infiel?--exclama el emir con desprecio.
-
---Columpiar este incensario en todos los países donde el hombre trate á
-la mujer como esclava y no como compañera.
-
-Ríese el emir, mostrando sus blancos dientes de chacal entre la negra y
-sedosa barba.
-
---Pues vuélvete á tierra de rumíes, Melchor. También allí necesitan el
-perfume de tu incensario. Pero antes, reposa. Eres mi huésped; voy á
-ordenar que te preparen un baño con agua de rosas dos bellas cautivas.
-
-Y el Emir se incorpora, dando con el pie á la mujer en cuya garganta lo
-tenía apoyado.
-
-
-
-
-LA VISIÓN DE LOS REYES MAGOS
-
-(_Los Reyes Magos regresan á su patria por distinto camino del que
-vinieron, á fin de burlar al sanguinario Herodes. Es de noche: la
-estrella no les guía ya; pero la luna, brillando con intensa y argentada
-luz, alumbra espléndidamente la planicie del desierto. La sombra de los
-dromedarios se agiganta sobre el suelo blanco y liso, y á lo lejos
-resuena el cavernoso rugir de un león._)
-
-
-BALTASAR (acariciándose la nevada y luenga barba y moviendo la anciana
-cabeza á estilo del que vaticina).--No sé lo que me sucede desde que me
-puse de rodillas en el establo de Belén y saludé al Hijo de la Doncella,
-que me agita un espíritu profético, y siento descorrerse el velo que
-cubre los tiempos futuros. Este tributo de oro que ofrecí al Niño para
-reconocerle Rey, ¡cuántas y cuántas generaciones se lo han de rendir!
-Tributos percibirá, no como nosotros, días, meses y años, sino siglos,
-decenas de siglos, generación tras generación, y los percibirá de todo
-el universo, de toda raza y lengua, de nuevas tierras que se descubrirán
-para aclamar su nombre. El oro que le he presentado era poco; apenas
-llenaba el cofre de cedro en que lo traje; y ahora se me figura que se
-ha convertido en un mar de oro, y veo que al Niño se le erigen templos
-de oro, altares de oro labrado y cincelado, tronos de oro en torno de
-los cuales oscilan blancos flábulos de plumas con mango de oro, y que
-ciñe su cabeza una triple corona de oro macizo también, incrustada de
-diamantes y gemas preciosas. Olas de oro, fluyendo de los veneros de la
-tierra, corren á los pies del Niño: y lo más extraño es que el Niño los
-contempla con entristecida cara, y al fin esconde el rostro en el seno
-de su Madre. ¿Habré obrado mal, ¡oh sabios!, en presentarle oro? ¿No le
-agradará á la criatura celeste el símbolo de la autoridad real? Temo que
-mis dones no hayan sido aceptos y mi obsequio pareciese sacrílego.
-
-GASPAR (enderezándose sobre su montura, requiriendo la espada,
-frunciendo las cejas y echando chispas por los ojos).--Patriarca de los
-Magos, bien te lo pronostiqué. El nacido Rey de los judíos no es vil
-mercader que quiere atesorar riquezas sin cuento en los subterráneos de
-su morada. La codicia rebaja el alma y la hace pegajosa y grosera como
-la arcilla que, despreciándola, pisamos. Mi don es el único que pudo
-complacer al primogénito de la Virgen. Tú le trajiste oro, por monarca;
-yo mirra, por hombre. Hombre ha querido nacer, y el llamarse hombre será
-su mejor título. La mirra, amarga como el vivir y como el vivir sana y
-fortificante; he ahí lo que conviene á quien ha de realizar obra viril,
-obra de vigor y salud. ¿Creéis que se puede ser grande y noble y fuerte
-sin gustar el cáliz amargo? Aquí me tenéis á mí, ¡oh, sabios!: he
-combatido, he sufrido, he vencido monstruos, he lidiado con tentaciones
-horribles, me he visto mil veces en manos de mis enemigos y el soplo del
-martirio ha rozado mi sien. Pues sólo un día he llorado, y una gota de
-mi llanto, cayendo en el ánfora de la mirra, le prestó su tónica y
-sabrosa amargura y quizás su balsámico perfume. Yo también veo al Niño,
-Baltasar, pero le veo combatiendo, arrollando, venciendo, aplastando
-dragones, sometiendo á su yugo á la humanidad, sufriendo y regando con
-sangre una palma. Bien hice en traerle mirra.
-
-MELCHOR (tímidamente, con humildad profunda).--Yo no sé si habré
-acertado, y, sin embargo, por la alegría que me inunda, presumo que el
-Niño no rechaza mi don. Tú, venerable y doctísimo Baltasar, le
-obsequiaste con oro, considerándole Rey. Tú, indomable y valeroso
-Gaspar, le trajiste mirra, teniéndole por hombre. Yo, el último de
-vosotros, el más ignorante, el etiope de negra tez, le ofrecí unos
-granos de incienso, pues mi corazón le presentía Dios.
-
-BALTASAR y GASPAR, _atónitos_.--¡Dios!
-
-MELCHOR (con fe y persuasión ardiente).--Sí, Dios. Ahora mismo, en medio
-de esta serena noche, sobre el limpio azul del cielo, he visto
-resplandecer su divinidad. Ahí están las naciones postradas á sus pies y
-redimidas por Él, y por Él igualados todos los hombres. Mi progenie, la
-obscura raza de Cam, ya no se diferencia de los blancos hijos de Jafet.
-Las antiguas maldiciones las ha borrado el sacro dedo del Niño. No le
-reconocéis así al pronto, porque es un Dios diferente de los Dioses que
-van á morir: no condena, ni odia, ni extermina; ama, reconcilia,
-perdona, y sólo con acercarme á Él noto en mi corazón una frescura
-inexplicable y en mi espíritu una paz que glorifica. Así que llegue á mi
-reino abriré las prisiones, licenciaré los ejércitos, condonaré los
-tributos, daré libertad á mis concubinas y me pondré desarmado en medio
-de la plaza pública á confesar mis yerros y á que mis enemigos, si lo
-desean, tomen venganza de mí.
-
-BALTASAR.--Me dejas confuso, Melchor. Tu creencia se asemeja á la
-locura.
-
-GASPAR.--No te entiendo bien, Melchor. Tu creencia me parece afeminada,
-impropia de un Rey.
-
-MELCHOR.--No sé defenderla con razones. Hago lo que siento.
-
-BALTASAR.--Mi dádiva era preciosa.
-
-GASPAR.--La mía era digna y noble.
-
-MELCHOR.--La mía expresa mi pequeñez y sólo significa adoración.
-
-BALTASAR.--Reuniendo las tres en una, quizas obtendríamos algo que
-hiciese sonreir al prodigioso Niño.
-
-GASPAR.--No puede ser. ¿Dónde habrá un don que convenga al Rey, al
-Hombre y al Dios juntamente?
-
- (_La luna brilla con claridad más suave, más misteriosamente dulce
- y soñadora. El desierto parece un lago de plata. Sobre el horizonte
- se destaca una figura de mujer bizarramente engalanada y ricamente
- vestida, hermosa, llorosa, con larga cabellera rubia que baja hasta
- la orla del traje. Lleva en las manos un vaso mirrino lleno de
- ungüento de nardo, cuya fragancia se esparce é impregna la ropa de
- los Magos y sube hasta su cerebro en delicados y penetrantes
- efluvios. Y los tres Reyes, apeándose y prosternados sobre el polvo
- del desierto, envidian, con envidia santa, el don de la pecadora
- Magdalena._)
-
-
-
-
-EL ROMPECABEZAS
-
-
-El niño es una de esas criaturas delicadas y precozmente listas, que se
-crían en las grandes poblaciones, privadas de aire, de luz, de
-ejercicio, de alimento sólido y sano, víctimas de las estrecheces de la
-clase media, más menesterosa á veces que el pueblo. Siempre limpito, con
-su pelo bien alisado, formal, dócil y reprimido naturalmente, Eloy no da
-en la casa quebraderos de cabeza. Verdad que si los diese, ¿cómo se las
-arreglaría para meterle en costura su infeliz mamá, viuda, sola y
-atacada de un padecimiento crónico al corazón? Precisamente la verdadera
-causa del buen porte y conducta de Eloy es esa vehemente y temprana
-sensibilidad que suele despertar en las criaturas el temor de hacer
-sufrir á un ser muy amado, de entristecer unos ojos maternales, de
-agravar una pena que adivinan sin poder medir su profundidad.
-
-Eloy estudiaba las lecciones al dedillo, porque su madre sonreía con
-descolorida sonrisa cuando le oía recitarlas de memoria; Eloy cuidaba
-mucho la ropa y el calzado, porque se daba cuenta de que su madre no
-tenía para comprar y reponer lo manchado ó roto; Eloy se recogía á casa
-al salir de la escuela, en vez de quedarse pilleando y haciendo
-demoniuras con sus compañeros, porque su madre se alegraba al verle
-volver, y el chiquillo, con la intuición del corazoncito cariñoso,
-olfateaba que la melancolía de mamá se aliviaba con su presencia, y que
-al enviarle á aprender, separándose de él por largas horas, realizaba un
-sacrificio.
-
-Recordaba Eloy, sin embargo, confusa y minuciosamente á la vez, como
-recuerdan los niños, tiempos recientes en que su madre no se quejaba, en
-que vivía gozosa. Es cierto que entonces un hombre joven, brioso,
-animado, de pisar fuerte y negros bigotes, vivía en la casa.--¡El
-papá!--Eloy asociaba su memoria á la de cabalgatas en las rodillas ó
-sobre la punta del pie, violentos besos en los carrillos, un simpático
-olor á cigarro fino, risas y juegos y humoradas como de otro muchacho...
-Después... el papá desaparecía, y la mamá tenía á toda hora los párpados
-hinchados y rojos. La casa se volvía callada y tristona, y Eloy sentía
-escrúpulos, recelos de jugar ó de pedir alto la merienda, porque le
-parecía estar dentro de una iglesia obscura ó de un sepulcro. Los
-conocidos que encontraba le hablaban en tono compasivo al preguntarle
-«si había noticias de papá, que estaba en la guerra» ¡En la guerra! Por
-el acento con que madre y amigos modulaban la frase, comprendía Eloy
-que la guerra era una cosa muy terrible, atroz, malísima. ¿Quizás en la
-guerra papá se podía morir? ¡Ah! ¡vaya si podía! Como que una tarde, al
-volver de la escuela, Eloy encontró a su madre con un síncope, á la
-criada hipando, á las vecinas del segundo que se lo llevaron y le
-atracaron de golosinas «para que no se impresionase, pobre pequeño...» Y
-al otro día mamá le reclamó, le abrazó silenciosa, sin verter una
-lágrima, y le vistió de negro; traje entero, desde las medias hasta la
-boina... El muchacho no sabía definir, no acertaría á explicar en qué
-consistía la muerte, pero estaba seguro de que era algo espantoso, y que
-ese algo les impediría ya para siempre vivir contentos. Lloró á
-escondidas por no afligir más á su madre, y rezó las oraciones que
-sabía, muchas veces, «por el alma de papá». Desde entonces empezó á
-empollar firme las lecciones, á no hacer nada malo, á doblar la
-chaquetita antes de acostarse, á volver «al reloj» de la escuela, con
-los libros atados bajo el brazo. El alma de papá de seguro aprobaba tal
-proceder.
-
-Sin embargo, el chico más juicioso es chico al fin, y Eloy, como oyese
-en los primeros días del año las conjeturas de sus compañeros acerca de
-lo que traerían los Reyes, y los proyectos de zapatos colocados en la
-ventana ó la chimenea, no pudo menos de dar suelta á la imaginación.
-También él deseaba que los Reyes le trajesen algo... ¿Por qué no se lo
-habían de traer, señores? ¿No había sido bueno el año enterito? Si
-pusiese su zapato en el alféizar de la ventana, ¿era justo que el zapato
-amaneciese vano como avellana vieja?
-
-Afortunadamente, la misma idea de equidad se había abierto camino en el
-espíritu de la madre de Eloy. Ella, que jamás salía, que se ponía á
-morir en las escaleras, se echó á la calle la tarde del 5 envuelta en su
-modesto coleto de paño pasado de moda, y se detuvo en la tienda de
-juguetes. Cuando volvió á casa llevaba escondida una cajita plana de
-cartón. La escasez, al imponer el cálculo, destruye muchos gérmenes de
-poesía. ¡Qué no hubiese dado aquella madre por traer á su niño el fogoso
-caballo mecánico, la reluciente bicicleta, el caprichoso cinematógrafo,
-la locomotiva de vapor con ténder y vagón, raíles verdaderos y caldera
-de cobre! Pero ¡ay! eran caprichos de media onza, diez duros, quince, y
-el bolsillo se encogía aterrado... No, no; convenía que el regalo de los
-Santos Reyes Magos sabios y doctos no fuese una inutilidad, sino que
-coadyuvase á la instrucción del niño... Y la madre adquirió por módico
-precio un rompecabezas geográfico, nada menos que el mapa de España...
-Así Eloy, jugando, aprendería mejor lo que ya había dado pruebas de no
-ignorar, pues en geografía llevaba el número uno.
-
-Levantándose á media noche, dejó el huérfano su zapato entre la fría
-ceniza de la chimenea del gabinete, la única de la casa, encendida
-rarísima vez. Por la mañana saltó de la cama, descalzo y tiritando, á
-ver si los Reyes... ¡Sorpresa inolvidable! Sus majestades se habían
-dignado venir: allí estaba la dádiva, el obsequio... ¿Qué encerrará
-aquella cajita chata, tan mona con sus filetes dorados?... Eloy la cogió
-afanoso, se volvió á la cama blanda y tibia, y allí, con los brazos
-fuera y el tronco bien abrigado, desató la cinta y miró... ¡Anda,
-corcho! Los Reyes le habían traído un mapa... Como les constaba el
-comportamiento de Eloy, su costumbre de _sabérsela_... ¡De todos modos,
-un mapa! ¡Pch!... ¿No valía más un aristón ó una linterna mágica igual á
-la de Pepito Ponzano, que siempre la estaba refregando por las narices á
-los otros?... Empezó Eloy á reconciliarse con los Reyes, al averiguar
-que el mapita era de pedazos y se desbarataba y volvía á arreglarse... Y
-ya levantado, tomado el café caliente, mientras mamá se preparaba para
-ir á misa, Eloy se divirtió, armó y desarmó el país, barajó á España
-cien veces, revolviendo á Zaragoza con Valladolid y á Salamanca con
-Vigo...
-
-De pronto, meditabundo, interrumpió su tarea, é interrogó inquieto á su
-madre:
-
---Mamá, te han engañado... El juguete está incompleto. Falta aquí mucha
-España. No encuentro la isla de Cuba. Ni á Puerto Rico... ¡Falta España!
-
-Arrasáronse los ojos de la madre, y se quedó parada, con el velito á
-medio prender. Por último, encogiéndose de hombros:
-
---¡Esas tierras estaban tan lejos!--dijo.--Y ya no son de España,
-mira... Acierta el rompecabezas, porque... ya no son. ¡Allí murió tu
-padre...!
-
-Eloy calló: una tristeza mayor que las habituales, desmedida, que no
-cabía en el alma de un niño, pesó un instante sobre su pensamiento. Y
-con ademán expresivo apartó, rechazó el regalo de los Reyes.
-
-
-
-
-EN SEMANA SANTA
-
-
-A la cabecera del moribundo estaban Preciosa y Conrado, asistiéndole en
-sus últimos instantes, temblorosos como el criminal que sube las
-escaleras del cadalso. Y criminales eran--aunque criminales triunfantes
-y coronados por el ciego destino--Conrado y Preciosa. El que, después de
-largos sufrimientos, sucumbía en el cuarto impregnado de olores á
-medicinales drogas, entristecido por la luz amarillenta de la lamparilla
-que iba extinguiéndose al par que la vida del agonizante, era el esposo
-de Preciosa, el protector y bienhechor de Conrado; y para los que de
-común acuerdo le engañaron y ofendieron sus canas, no tuvo nunca aquel
-honradísimo viejo, generoso y confiado como un niño, más que palabras de
-dulzura y hechos de bondad y amor. Abierta siempre á Conrado su bolsa y
-su casa; abiertos siempre los brazos y el corazón para Preciosa, cuya
-juventud no quiso entristecer nunca con severidades de anciano y
-melancolías de enfermo, el infeliz tenía derecho á la gratitud y al
-respeto más tierno y grave..., ya que otros sentimientos vehementes no
-pueda inspirarlos la senectud. Y ahora se moría, se moría lentamente...,
-después de advertir á Preciosa que quedaba instituída su única heredera,
-y que, si no sentía repugnancia por Conrado, á quien él miraba como
-hijo, deseaba que ambos le prometiesen casarse á la terminación del
-luto.
-
-Cuando manifestó así su voluntad, en voz desmayada y flaca y apoyando
-sus manos ya frías en las manos febriles de Conrado y Preciosa, los dos
-se estremecieron, y sus ojos, como delincuentes que tratan de ocultarse
-y no saben dónde, vagaron por el suelo, cargados con el peso de la
-vergüenza. Preciosa, sin embargo, mujer y extremada en la pasión, fue la
-primera que recobró ánimos, y reaccionando violentamente, trató de
-atraer la mirada de Conrado y de pagarla con una débil sonrisa. Pero
-Conrado, como si sintiese picadura de víbora, se retiró al fondo de la
-alcoba, y dejándose caer en la meridiana, escondió entre las palmas el
-rostro. Un silabeo apenas perceptible del moribundo le llamó otra vez á
-la cabecera del lecho. «Conrado, mira, soy yo quien te lo ruega en este
-momento solemne... No dejes desamparada á Preciosa... Que sea tu mujer,
-y quiérela y trátala... como la quise yo... Siquiera por el día en que
-estamos..., dame palabra.» Y Conrado, balbuciente, sólo pudo barbotar:
-«La doy, la doy...» Lució una chispa de contento en las apagadas
-pupilas del moribundo; pero como si aquel esfuerzo hubiese agotado el
-poco vigor que le quedaba, cayó en un sopor, nuncio del fin. Tal fue la
-opinión del médico, que aconsejó se trajese la Extremaunción sin
-tardanza; pero al llegar el sacerdote con los santos óleos, no había
-calor vital en el cuerpo; Preciosa lloraba de rodillas, y Conrado,
-agitadísimo, paseaba desesperadamente arriba y abajo por el gabinete que
-precedía á la estancia mortuoria... El sacerdote, que salía, le tocó
-suavemente en el hombro.
-
---No se aflija usted--dijo en tono afectuoso, confundiendo con un gran
-dolor aquel acceso de remordimiento agudo.--Las virtudes de este señor
-le habrán ganado un puesto en el cielo. Y después, la misericordia de
-Dios, ¡especialmente en el día en que estamos!...
-
-Era la segunda vez que esta frase resonaba en los oídos de Conrado; pero
-ahora resonó, más que en los oídos, en el alma. ¡La misma del moribundo!
-«El día en que estamos...» ¿Y qué día era? Conrado necesitó hacer
-memoria, reflexionar... Recordó de pronto; un relámpago hirió su
-imaginación fuertemente. El día era el Viernes Santo.
-
-Pocos instantes después de haberse retirado discretamente el sacerdote,
-que prometió volver á velar el cuerpo, acercóse Preciosa á Conrado de
-puntillas y quedó espantada de su actitud, del movimiento que hizo al
-verla tan próxima. ¡Qué desventura! Conrado ya no la quería; á Conrado
-le infundía horror desde que la muerte había penetrado allí...
-Adivinaba el estado de ánimo de su cómplice, y precaviendo el porvenir,
-aspiraba á disipar aquella nube de tristeza, aquella alteración de la
-conciencia impura. «Si esta noche vela el cadáver, se preocupará más; se
-grabará doblemente en su espíritu esta impresión terrible...» Una idea
-acudió á la mente de Preciosa, fértil en expedientes, atrevida--como
-hembra apasionada y resuelta á lograr su antojo.--Entró en la estancia
-mortuoria, y sobre el mueble incrustado, frente á la cama, buscó, entre
-otros frascos, el que contenía poderoso narcótico. Una gota calmaba y
-amodorraba; dos adormecían; tres ó cuatro producían ya un sueño largo,
-invencible, muy duradero, semi-letal... Al poco rato, Preciosa se acercó
-á Conrado nuevamente y le sirvió por su mano una taza de tila. «Bebe,
-estás nervioso.» Conrado bebió por máquina; apuró la calmante
-infusión... Cuando empezó á notar cierta pesadez incontrastable, le guió
-Preciosa á su propio cuarto, le reclinó en el amplio diván, revestido de
-raso y almohadillado de encaje, cubrióle con rico pañuelo de Manila, le
-abrigó con edredón ligero los pies, le puso almohadas finas bajo la
-nuca. «Duerme, duerme--pensó--y no despiertes hasta que esté fuera de
-casa _el otro_...»
-
- * * * * *
-
-Conrado, entretanto, abría los ojos, sacudía el sueño de plomo que le
-había postrado, y se restregaba los párpados, notando que el sitio en
-que se encontraba no era el elegante dormitorio de su tentadora
-Preciosa, sino una calzada en cuesta, empedrada de losas rudas y anchas,
-sobre la cual caía á plomo un sol ardoroso y esplendente, como de
-primavera en país cálido. Miró en derredor. A sus pies se extendía una
-ciudad que le parecía conocer mucho: ¿dónde había visto él aquellas
-puntiagudas torres, aquellos extensos baluartes, aquel recinto
-fortificado, aquellas casas cónicas, aquel monumental templo, aquellas
-puertas angostas, sombrías, bajo las cuales cruzaban dromedarios y
-bueyes guiados por hombres de atezado cutis? La vestimenta de estos
-hombres también se le figuró á Conrado, aunque extraña, _vista_ alguna
-vez, no en la realidad, sino en esculturas ó cuadros: como que era la
-indumentaria hebraica de la gente humilde en tiempo de Augusto--la
-_chituna_ ó túnica ceñida, el _tallith_ ó manto, el _sudaz_ que rodea
-las sienes, el ceñidor que ajusta el ropaje, y los pies descalzos, ó
-metidos en gastadas sandalias de cuero.--Conrado pensó oir una voz
-persuasiva, salida quizás de lo íntimo de su ser, que murmuraba
-misteriosamente:
-
---Esa ciudad es Jerusalén.
-
-¡Jerusalén! Conrado casi no se admiró. Jerusalén no era para él un lugar
-exótico. ¡En Jerusalén había pensado tantas veces! Desde niño, por el
-Nacimiento que preparaba su madre, se había familiarizado con
-Jerusalén... En Jerusalén tenía hogar su espíritu, su fe tenía casa
-propia. Lo único que sintió fue inmensa alegría... Imaginó volver de un
-largo destierro.
-
-Un grupo de gente que se apiñaba en la puerta fijó la atención de
-Conrado. Instintivamente siguió al grupo. Por un camino que defendían á
-ambos lados setos de chumberas y que orlaban palmas y vides, rosales de
-Jericó é higueras ya cubiertas de hoja, dirigíase el grupo hacia áspero
-cerrillo, que destacaba sus líneas duras sobre el horizonte color de
-violeta. Bullía una muchedumbre en la colina; hormigueaban los de á pie,
-y se mantenían inmóviles sobre sus recios corceles los legionarios,
-cuyas lorigas y rodelas rebrillaban. Dominando la multitud, coronando la
-escena, erizando el cerro, se erguían tres cruces negras, sobre las
-cuales parecían estatuas de pórfido rosa, desde lejos, los cuerpos de
-los tres ajusticiados...
-
-Conrado, entonces, tampoco se asombró, tampoco se creyó juguete de un
-delirio. Al contrario: se penetró de que estaba asistiendo, no á un
-drama, á la representación de la verdad misma. Aquella escena, aquella
-triple crucifixión, y sobre todo una de las cruces, la llevaba él dentro
-desde los primeros días de la niñez. Si había sufrido, era cuando,
-teniéndola en sí, no podía verla ni contemplarla; cuando se le
-desvanecía, como se desvanece el rostro de una persona querida al querer
-reconstruirlo cerrando los ojos... ¡Qué felicidad, poseer de nuevo la
-visión--clara, concreta, firme, indubitable--de _la Cruz_; no una cruz
-de oro, plata ni bronce, sino la Cruz viva, el madero al punto en que lo
-calienta el calor del Cuerpo divino y lo empapa la Sangre redentora!
-Conrado, sin aliento, de tan aprisa como iba, seguía al grupo, subiendo
-la agria cuesta, hollando el seco polvo y los abrojos espinosos del
-siniestro Gólgota, salpicado de blancos huesos humanos que calcinaba el
-sol... Su afán era colocarse cerca de la Cruz, ver la cara del Salvador
-en la suprema hora.
-
-Era difícil la empresa. Bullía cada vez más compacta la muchedumbre.
-Como sucede en sueños, á cada obstáculo que Conrado lograba vencer,
-surgían otros mayores, insuperables. Nadie le quería abrir paso.
-Pastores de la sierra, tratantes y tenderillos de la ciudad, mujeres
-harapientas con niños famélicos en brazos, fariseos altaneros, esenios
-pálidos y compadecidos, hijas de Jerusalén, modestas burguesas que
-bajaban los ojos llenos de lágrimas al ver las torturas del Maestro, y
-por último, los soldados á caballo, enhiesta la lanza, se atravesaban
-para impedir que nadie salvase el círculo de cuerda y estacas que
-rodeaba los patíbulos. Conrado suplicaba, cerraba los puños, quería
-infiltrarse, llegar hasta la cruz central, más alta que las otras, donde
-colgaba Jesús; quería verle vivo, antes del momento en que, doblando la
-cabeza, exclamase: «Todo se acabó.» Una angustia profunda se apoderaba
-de Conrado. ¿Lo conseguiría cuando ya el Salvador hubiese muerto? Y
-bañado en sudor, anhelante, afanoso, corría, corría en dirección á la
-cima del cerro, que siempre se le figuraba más distante.
-
-Sus ojos divisaron entonces á una mujer abrazada al árbol mismo de la
-Cruz; y sin reparar que la mujer estaba casi desvanecida de congoja,
-fijándose sólo en que á aquella mujer _también la conocía_, gritó con
-esfuerzo:
-
---¡María, María de Nazareth!, alárgame la mano, que quiero llegar hasta
-tu hijo.
-
-Y María de Nazareth, temblorosa, con los ojos inflamados, trágica la
-actitud, se adelantó, alargó la mano, cubierta por un pliegue del manto,
-y Conrado, inmediatamente, se halló al pie del madero, tan cerca, que el
-ruido del afanoso resuello del moribundo se le figuraba un huracán. Sin
-embargo, pensó con gozo:
-
---¡Vive! ¡Vive! ¡Puede escucharme todavía!
-
-Y alzando la frente, doblando las rodillas, poniendo la boca sobre el
-palo ensangrentado, cerca de los sagrados pies, Conrado suspiró:
-
---¡Jesús, Jesús, no me abandones!...
-
-Y ¡oh asombro!; una voz dulce, empapada en lágrimas, respondió desde
-arriba:
-
---Tú eres el que me abandonaste hace años, Conrado. ¿No te acuerdas?
-
-Profundo sacudimiento experimentó Conrado. Un agudo cuchillo de pena, de
-contrición, se clavó en su pecho. Miró hacia lo alto con ansia: Jesús ya
-había inclinado la cabeza; el sol se velaba tras negrísima nube; la
-tierra se estremecía convulsa; á las plantas de Conrado se abrió una
-grieta horrible, casi un abismo... y el pecador, atónito, cayó con la
-faz contra el polvo y las rocas descarnadas...
-
- * * * * *
-
-Al despertarse Conrado de su largo sueño artificial, Preciosa estaba
-allí, vestida de negro, pero linda, fresca, reposada, espiando el
-instante de estrechar en sus brazos al durmiente. Éste se incorporó,
-aturdido aún, sin darse cuenta de lo que le sucedía... Preciosa,
-sonriendo, quiso halagarle, ser para él la vida que renace al borde de
-una sepultura. Conrado, sin aspereza, la rechazó; y á paso mesurado,
-firme, sin tambalearse ya, despejada la cabeza, salió á la antecámara,
-abrió la puerta, la cerró de golpe y corrió á la calle... Una brisa
-suave acarició sus sienes. Era la mañana del Domingo de Resurrección.
-
-
-
-
-LA ORACIÓN DE SEMANA SANTA
-
-
-El último chá de Persia, que, según nadie ignora, murió á manos de un
-fanático, tuvo en su historia una página de muy pocos conocida, y yo la
-ignoraría también á no referírmela una viajera inglesa, de esas mujeres
-intrépidas é infatigables que registran con emoción y curiosidad los más
-apartados confines del planeta. Cómo se las arregló miss Ada Sharpthorn
-(que así se llama la inglesita) para obtener la confianza y casi la
-privanza del chá, y penetrar en la cerrada magnificencia de su palacio y
-conocer íntimamente á sus allegados, áulicos, cortesanos y generales, es
-punto de difícil investigación; pero seguramente, al aspirar á este
-resultado, no se valió miss Ada de ningún medio reprobable, pues
-compiten en esta valiente exploradora la decencia y pulcritud de las
-costumbres con la austeridad del criterio moral y la delicadeza de la
-conducta. Si miss Ada gozó privilegios desconocidos en Persia, debe
-atribuirse á la tenacidad que sabe desplegar la raza anglo-sajona para
-conseguir sus propósitos--tenacidad que va haciendo á esa raza dueña del
-mundo.
-
-Contóme miss Ada el episodio que voy á narrar la tarde del Jueves Santo,
-mientras recorríamos las calles de Avila visitando Estaciones. En
-aquellas calles que todavía recuerdan por varios estilos la Edad media
-española, el nombre de Persia sonaba como el de un país fantástico, de
-juglaresca leyenda ó de romance tradicional; costaba trabajo admitir que
-existiese. Quizás la misma _irrealidad_ de Persia en la pacífica
-atmósfera de la ciudad teresiana, acrecentó el interés de los extraños
-recuerdos de viaje que evocaba miss Ada, y que intentaré trasladar al
-papel sin alterarlos.
-
-«Nasaredino--empezó la inglesa--era un monarca absoluto, á quien sus
-vasallos llamaban _sombra de Dios_, y que disponía de haciendas y vidas,
-con dominio incondicional. No sé si ahora se habrá modificado el régimen
-interior de Persia; entonces--y son épocas bien recientes--no había allí
-más ley que la omnímoda voluntad de Nasaredino. Para mayor desventura de
-sus súbditos, el chá no conocía el cristianismo, ó por mejor decir, no
-quería conocerlo, ni permitía que se propagase en sus Estados opinión
-alguna que se apartase del código de Mahoma. Quizás comprendía que
-Cristo nuestro Señor es el verdadero enemigo de los déspotas, y que la
-libertad y la dignidad humana tuvieron su cuna en el humilde establo de
-Belén.
-
-»Esta misma intransigencia del chá con nuestra santa religión me incitó
-á probar si le atraía al terreno de la controversia, á fin de combatir
-sus errores. Aprovechando la rara amabilidad con que me acogía, me
-dediqué á catequizar á Nasaredino, y buscando el flaco de su orgullo,
-comencé por pintarle la gloria y prosperidad de naciones cristianas como
-Francia y la Gran Bretaña, superiores en las mismas artes de la guerra á
-las naciones sujetas al fanatismo musulmán. Mis argumentos parecían
-hacer mella en el monarca; á veces le ví quedarse pensativo, acariciando
-la negrísima y puntiaguda barba, con los rasgados ojos de pestañas de
-azabache fijos en el punto imaginario de la meditación. No era un necio;
-ciertas ideas le movían á reflexionar; ciertos problemas se le imponían
-á pesar suyo, al través de su oriental indolencia y su soberbia de dueño
-absoluto de muchos millones de seres racionales.--Despaciosamente, en
-correcto inglés, solía, transcurrido un rato, contestarme, no sin alguna
-inflexión de desprecio en su voz grave y bien timbrada:
-
---»Jamás me convenceré de que sean heroicas y viriles naciones que se
-postran ante un Dios humilde, muerto en un suplicio afrentoso. El gran
-atributo de Dios es _el poder_ y _la fuerza_. La única explicación que
-encuentro á ese enigma es que vuestras naciones se llaman cristianas sin
-serlo realmente, y cuando funden cañones y botan al agua barcos
-blindados, niegan á su Dios con los hechos, aunque le reconozcan con la
-palabra. Y porque lo niegan han logrado el predominio que ejercen. Si
-se atuviesen á la letra de su fe, como nos atenemos nosotros á la
-nuestra, nosotros les pondríamos la planta del pie sobre la garganta.
-
-»Al hablarme así Nasaredino, dejábame confusa. Pertenezco á las _Ligas_
-del desarme y de la paz universal, y confío más en la energía del amor y
-de la fraternidad, que en todos los ejércitos de Europa reunidos. Mas
-¿cómo hacer entender la verdad á un bárbaro, y á un bárbaro que se cree
-un semidiós? Sin embargo, lo intenté. A mi manera, empleando los
-razonamientos que me sugirió la convicción, le dí á entender que la
-misma fuerza material necesita fundarse en la moral, y que sin base de
-derecho y razón se derrumba toda soberanía. Y pasando á tratar de
-nuestro Dios, le afirmé que precisamente el haber sufrido y muerto como
-murió fue esplendorosa muestra de su sér divino. El chá, moviendo la
-cabeza, me contestó entonces esta atrocidad:
-
---»De esa misma manera que pereció tu Profeta, sucumbe todos los días
-alguno ó muchos de mis vasallos. Y ni aun así conseguimos acabar con la
-perniciosa secta de los _babistas_, cuyas doctrinas se asemejan á las de
-vuestros Evangelios.
-
-»Lo confieso--exclamó miss Ada al llegar á este punto:--tan horrible
-declaración me trastornó, y estuve á pique de prorrumpir en invectivas
-contra el tirano. Me reprimí trabajosamente, y Nasaredino, de pronto,
-como si se hubiese olvidado del giro de la conversación, me anunció que
-al día siguiente se verificaría una representación teatral en los
-jardines de palacio, y que me convidaba á ella.
-
-»Son estas funciones dramáticas espectáculo favorito de los persas, y
-todos los viajeros las describen: se celebran de noche, á la luz de los
-farolillos y linternas y de las hachas encendidas, y el telón de fondo
-lo da hecho la naturaleza: una cortina de árboles, un macizo de flores,
-una fuente, un ligero kiosco, constituyen la decoración. Habituada á
-asistir á tales funciones, me sorprendió, sin embargo, el aspecto del
-escenario y el golpe de vista del concurso. En primer término, sillones
-para el chá y los altos dignatarios: detrás, la servidumbre, la multitud
-de funcionarios y parásitos que pululan en el palacio infestando sus
-galerías, claustros, patios y salones. A la izquierda, una especie de
-tribuna ó palco cerrado por rejas de madera dorada y pintada de
-colorines--desde el cual presenciaban la función, ocultas á los ojos de
-todos, las esposas de Nasaredino.--Con extrañeza noté que no se había
-invitado á ningún diplomático; la única extranjera, yo. Mi sillón,
-colocado muy cerca, aunque un poco atrás del soberano, era un puesto
-altamente honorífico.
-
-»Al empezar la representación, desde las primeras escenas, percibí un
-estremecimiento. Yo no podía entender el idioma en que se expresaban los
-actores, y que es una especie de dialecto persa muy literario y
-arcaico--el habla misma, bella y sonora, que empleó el poeta
-Firdusi;--pero aun sin inteligencia de las palabras, me parecía darme
-cuenta del sentido, y hasta creía que era familiar para mí, como algo
-que hubiese escuchado mil veces, y otras tantas llevado en mi corazón.
-Las escenas del drama me recordaban cosas íntimas, vistas, por decirlo
-así, al través de un vidrio turbio y roto que desfiguraba los objetos,
-alterando sus colores y rasgos sin ocultarlos enteramente.--Al final del
-primer acto (llamémosle así; la transición consistía en extender un
-riquísimo paño por delante del escenario, y dejarlo caer á los cinco
-minutos), y mientras nos presentaban amplias bandejas cargadas de
-golosinas, refrescos y sorbetes, de súbito vi claro: el asunto del drama
-no era sino la vida de Jesucristo, interpretada á estilo persa.
-
-»Se apoderó de mí una tristeza involuntaria. Temía una profanación, una
-burla, cualquier desmán que hiriese mis sentimientos, y hasta que
-pudiese obligarme á faltar al respeto al monarca levantándome y
-retirándome. En voz baja le pregunté si creía que me sería posible
-permanecer allí; y el chá, con lenta inclinación de cabeza, me
-tranquilizó; después, volviéndose hacia mí, murmuró seriamente, con toda
-su oriental majestad:
-
---»No temas ofensa alguna para tu fe, ni para tu gran Profeta.
-
-»En efecto, las páginas principales de la sagrada Vida iban
-desarrollándose más ó menos ingenua y peregrinamente interpretadas, pero
-con profundo sentido de veneración y de simpatía hacia el Salvador de
-los hombres. Jesús aparecía niño, jugando en el atrio del templo;
-después le veíamos predicar á las multitudes; presenciábamos la
-tentación en la Montaña, el diálogo con Eblis, genio del mal, y por
-último, en el tercer acto, penetrábamos de lleno en el drama de la
-Pasión, al ser preso Jesús en el Huerto, no sin que se trabase ruda y
-encarnizada batalla entre los discípulos y los sayones, que todos iban
-armados hasta los dientes, con kanjiares, puñales, pistolas inglesas y
-espingardas, y dispararon hasta agotar la pólvora, siendo esta parte de
-la función, gracioso anacronismo, lo que más parecía entusiasmar al
-auditorio. Era indudable que el papel de traidores lo desempeñaban los
-enemigos de Jesús, lo cual se traslucía hasta en el modo de vestirse y
-de caracterizarse los actores, siniestros y feroces, antipáticos de
-veras.
-
-»Al principiar el acto cuarto, que debía ser el último, el actor que
-desempeñaba el papel de Jesús apareció atado á una columna de jaspe, y
-empezó la escena de la flagelación, que desde el primer instante me
-crispó los nervios. Supuse que se trataba de un juego escénico, pero así
-y todo salté en el asiento, y me tapé los ojos con el pañuelo
-disimuladamente. Era el actor un hombre joven, como de unos veintiocho
-años, de noble tipo semítico; llevaba los negros cabellos crecidos y
-partidos en bucles, y en la escena de la tentación, dialogando con
-Eblis, había tenido acentos llenos de dignidad, de desdén y de dulzura,
-conmovedores hasta para los que no entendíamos los conceptos. Ahora,
-amarrado á la roja estela, con el torso desnudo y el rostro respirando
-un entusiasmo misterioso, una sed de sufrir, revelábase sin duda como
-trágico genial--tanta era la verdad de su ficción, la expresiva fuerza
-de su actitud.--Por lo mismo no quería verle: me conmovía demasiado. El
-silbido de las cuerdas y de los látigos rasgó el aire; escuché cómo
-sonaban al herir la carne viva, y hasta oí un sofocado gemido, que
-semejaba involuntario... Y la voz del chá, su acento de mando, grave y
-sin embargo cortés, me obligó á atender á pesar mío, diciéndome en
-inglés, con irónica entonación:
-
---»No te niegues á mirar. Lo que sucede ahí no es farsa, sino la
-realidad misma. Persuádete de lo fácil que es padecer resignadamente y
-hasta con gozo. El papel de tu Profeta lo está desempeñando á lo vivo y
-sin protestar un _babista_ condenado á muerte... Ya le verás crucificar
-después.
-
-»El grito que exhalé debió de ser terrible; como que se detuvieron los
-verdugos, y Nasaredino me fulminó una ojeada severa, tétrica, imponente.
-Otra mujer se hubiese acobardado; pero una inglesa, en caso tal, saca de
-su orgullo de raza y de su cristianismo fuerza bastante para no
-arredrarse aunque se le viniese encima el mundo. No sé lo que dije al
-chá: primero creo que le anuncié una cruzada de las naciones civilizadas
-contra sus reinos y su poder, y le vaticiné venganzas humanas y cóleras
-del cielo; mas como el tirano permaneciese impasible y aún firme y
-aferrado á su crueldad, una inspiración me sugirió que la causa de Jesús
-ha de sostenerse por medio de la piedad y de las lágrimas, y arrojándome
-de súbito á los pies de Nasaredino, cogiendo sus manos llenas de anillos
-magníficos, las besé, las mojé con llanto, las sujeté, las apreté, hasta
-que una voz, á mi parecer descendida del cielo, murmuró casi en mis
-oídos:
-
---»Levántate, extranjera. Serás complacida. Te regalo la vida de ese
-perro.
-
-»No sé lo que respondí. Debieron de ser extremos de júbilo tales, que el
-grave y pálido rostro del chá se iluminó con una fugitiva sonrisa, y su
-mano derecha, salpicada de mi lloro, que resplandecía sobre las sortijas
-de piedras, se extendió en imperativo ademán, comprendido
-instantáneamente por los que torturaban al desdichado, ya cubierto de
-sangre. No era sólo la vida, era la libertad lo que le otorgaba aquel
-gesto mudo, y en el exceso de mi alegría, echéme á llorar otra vez...»
-
-Al llegar aquí guardó silencio la inglesa, y yo sólo acerté á preguntar:
-
---¿Y qué fue del hombre á quien usted salvó?
-
---Ese hombre...--balbuceó miss Ada,--dos años después... asesinó á
-Nasaredino... ¡Sí, el mismo, el perdonado!... Ya ve usted cómo no hay en
-el mundo sino una verdad, que es la verdad de Jesús... Para un
-cristiano, sería sagrado el hombre que supo perdonar, siquiera una vez.
-Y yo, desde entonces, particularmente estos días de Semana Santa, rezo
-siempre por el que me regaló una vida; imploro á Dios como imploré al
-rey absoluto, que al fin me escuchó y se ablandó... Tal vez sea una
-ilusión rezar por Nasaredino, pero ilusión que me consuela.
-
---Y por el matador, ¿no reza usted?--interrogué cuando nos detuvimos
-ante el bello pórtico de la catedral.
-
---¡También debo hacerlo!--exclamó miss Ada después de vacilar un
-instante.
-
-
-
-
-CUENTOS DE LA PATRIA
-
-
-
-
-VENGADORA
-
-
-En aquellos días de angustia y de zozobra, surcados por relámpagos de
-entusiasmo á los cuales seguía el negro horror de las tinieblas y la
-fatídica visión del desastre inmenso; en aquellos días que, á pesar de
-su lenta sucesión, parecían apocalípticos, hube de emprender un viaje á
-Andalucía, adonde me llamaban asuntos de interés. Al bajarme en una
-estación para almorzar, oí en el comedor de la fonda, á mis espaldas,
-gárrulo alboroto. Me volví, y ante una de las mesitas sin mantel en que
-se sirven desayunos, vi de pie á una mujer á quien insultaban dos ó tres
-mozalbetes, mientras el camarero, servilleta al hombro, reía á
-carcajadas. Al punto comprendí; el marcado tipo extranjero de la viajera
-me lo explicó todo. Y sin darme cuenta de lo que hacía, corrí á situarme
-al lado de la insultada, y grité resuelto:
-
---¿Qué tienen ustedes que decir á esta señora? Porque á mí pueden
-dirigirse.
-
-Dos se retiraron tartamudeando; otro, colérico, me replicó:
-
---Mejor haría usted, barajas, en defender á su país que á los espías que
-andan por él sacando dibujos y tomando notas.
-
-Mi actitud, mi semblante, debían de ser imponentes cuando me lancé sobre
-el que así me increpaba. La indignación duplicó mis fuerzas, y á
-bofetones le arrollé hasta el extremo del comedor. No me formo idea
-exacta de lo que sucedió después: recuerdo que nos separaron, que la
-campana del tren sonó apremiante avisando la salida, que corrí para no
-quedarme en tierra, y que ya en el andén divisé á la viajera entre un
-compacto grupo que me pareció hostil; que me entré por él á codazos, que
-la ofrecí el brazo y la ayudé para que subiese á mi departamento; que ya
-el tren oscilaba, y que al arrancar con brío escuché dos ó tres
-silbidos, procedentes del grupo...
-
-Sólo entonces acudió la reflexión; pero no me arrepentí de mis arrestos,
-y únicamente me pregunté por qué había metido en mi departamento á la
-viajera, causa del conflicto. ¿Para protegerla mejor quizás?... ¿Quizás
-para hablar con ella á mis anchas y esclarecer mis dudas, averiguando
-si, en efecto, era una traidora enemiga? Lo primero que hice fue
-examinarla despacio, mientras ella se acomodaba y colocaba su raído
-saquillo en la red. Anglo-sajona, saltaba á la vista: la marca étnica no
-podía desmentirse. Carecía de belleza: sus facciones sin frescura, sus
-ojos amarillentos, su cuerpo desgarbado, su talle plano, la quitaban
-toda gracia, perturbadora. Y para que me sedujese menos, bastó el
-movimiento que hizo al volverse hacia mí y tenderme virilmente una mano
-huesuda y rojiza, que estrechó la mía, sacudiéndola. Con voz, eso sí,
-muy timbrada y dulce, la extranjera pronunció:
-
---Gracias, señor; mil gracias.
-
-Confuso, disculpé mi rasgo:
-
---Yo no podía consentir aquella barbaridad. De seguro que usted no es
-espía, señora; acaso ni es usted americana siquiera. Inglesa, ¿verdad?
-
---¡Ah! No, señor. Soy, en efecto, yanqui.
-
-Y al notar que me estremecía, añadió alzando el brazo y cogiendo su
-saquillo:
-
---Pero no soy espía. Vea mi álbum y mis dibujos.
-
-Hojeé el álbum. Estaba atestado de apuntes arquitectónicos y croquis de
-tipos pintorescos: una ventana florida, una reja salomónica, un
-borriquillo, un paleto...
-
---¿Es usted artista?
-
---Muy poco... mera afición... Por mi oficio soy _tipógrafo_. Trabajo...
-es decir, trabajaba en una imprenta de Boston... Ahora no sé qué haré.
-
-Mi curiosidad se inflamó. Adiviné un misterio, y me prometí aclararlo.
-La voz de mi protegida tenía tan blandas inflexiones, sus pupilas
-estaban tan húmedas de gratitud al encontrarse con las mías, que pensé:
-«Por un momento eres dueño de esta mujer. Aprovecha este instante y
-sorprende su alma, desdeñando el barro que la envuelve; es más gloriosa
-siempre una conquista del espíritu.» Con diplomacia suma, murmuré
-inclinándome:
-
---No. Temo que crea usted que quiero cobrarme de tan insignificante
-servicio como el que tuve la suerte de prestarla...
-
-La extranjera calló; pero un tinte rosado, vivo, fluído, se esparció por
-su marchito rostro, embelleciéndolo... Era un arrebol de alegría, de
-ilusión, de agradecimiento pasional ante frases de galante respeto que
-acaso por vez primera resonaban en sus oídos. La vi llevarse la mano al
-corazón, y, fingiéndome distraído, noté que me miraba de un modo
-expresivo, afanoso. La voz de plata se elevó conmovida:
-
---Pues prefiero contarle lo que me pasa, si no le molesta... Tal vez,
-después de oirme, ya no me tendrá nunca por una espía.
-
-Solícito y demostrando rendimiento me acerqué, no sin arrojar antes el
-cigarro que acababa de encender en aquel instante.
-
---No soy espía--declaró ella lentamente--y no puedo serlo, porque
-detesto el sentimiento patriótico, opuesto á la fraternidad universal.
-La guerra entre naciones... la repruebo. ¡Los pobres luchando y
-muriendo... los poderosos recogiendo el honor y el fruto...! Sin
-embargo, señor... á esa gente que me insultaba, la perdono; comprendo su
-ceguedad; casi admiro su furia... ¿Qué pensarían, si supiesen...?
-
-Aquí se detuvo, y apoyando uno de sus dedos huesudos sobre los labios,
-me recomendó discreción acerca de lo que iba á revelar.
-
---Si supiesen... que vengo trayendo un ramo de oliva al través del
-Atlántico... á proponer la alianza de los oprimidos y los miserables de
-allá á los de aquí! Mi conocimiento del español, debido á que pasé años
-de mi niñez en Méjico, hizo que me escogiesen para esta misión... He
-explorado el terreno en las comarcas obreras y mineras...
-
-Después de breve pausa, prosiguió:
-
---Va usted á oir una cosa rara... En España casi he perdido la fe, _mi
-fe_... No veo la urgencia de ciertas medidas que _allá_ aplicaremos
-inmediatamente, antes que crezca el monstruo del militarismo y la fuerza
-nos subyugue. Aquí no existen esas horribles desigualdades, esas
-colosales desproporciones entre la suerte de los hombres. Aquí no noto
-la tiranía del dinero ni la insensatez del gastar y del gozar, basada en
-la brutalidad ciega del millón de millones. Aquí no hay Cresos que, como
-nuestro Rockfeller... ¿no sabe usted? el rey del petróleo... ó Astor, el
-rey de las minas... sudan oro y se burlan de Dios... En nuestro país
-domina la abominación de la riqueza... se alza el ídolo de metal... y
-allí, y no aquí, es donde la justicia debe hacer su oficio... ¡Y
-justicia haremos! ¡Se lo prometo á usted! ¡Y pronto! ¡Ah! ¡España! Yo la
-adoro... Es muy pobre, muy noble, muy simpática, muy sencilla... ¡Nada
-contra España! Este será mi consejo, señor... Aquí no he encontrado la
-miseria negra... No siento impulsos de destruir... ¡y soy tan feliz, tan
-feliz! ¡Si usted supiese...!
-
-Irradiaban las pupilas de la sectaria, y su pecho liso y sin morbidez
-anhelaba, palpitaba de entusiasmo. Comprendí el error que había hecho
-confundir á la fanática de la humanidad con la fanática del patriotismo,
-á la _insatisfecha_ con la espía. Entretanto el tren avanzaba, tragando
-estaciones, y caía voluptuosamente la bella tarde de Mayo; olor de
-hierbas y matas florecidas entraba por la ventanilla abierta, y ya la
-luna, dibujando sobre el verde fino y el oro amortiguado del cielo su
-ligera segur de plata, añadía un toque poético á la deliciosa paz de la
-Naturaleza, indiferente á nuestras agitaciones y nuestras luchas, á los
-grandes dolores colectivos ó individuales... Mi compañera había
-enmudecido, y vuelta, contemplaba el paisaje: nos acercábamos al cruce;
-casi nos deteníamos... Ella se encaró conmigo, y exaltada, en pie ya
-para bajarse, repitió:
-
---¡España! ¡Qué hermosa! ¡Vivir aquí... vivir aquí!
-
-En rápido é imprevisto arranque, sentí su cara pegada á la mía, el calor
-de sus mejillas halagando mi sién... Después empujó la portezuela, y al
-saltar al andén, siempre muy agarrada á su raído saquillo, todavía me
-gritó con la solemnidad de misteriosa promesa y el ceño fruncido por
-sombría amenaza:
-
---¡Adiós... Vuelvo allá... vuelvo á mi tierra!
-
-
-
-
-EL CATECISMO
-
-
-Hasta las diez duraba la velada de familia, y Angelito regateaba siempre
-cinco minutos ó un cuarto de hora, refractario á acostarse, como todos
-los niños en la edad de seis á siete años, cuando empieza á alborear la
-razón. Mientras Rosario, la madre, cosía sin prisa, levantando de tiempo
-en tiempo su cabeza bien peinada, su cara sonriente, que la maternidad
-había redondeado y dulcificado por decirlo así, Carlos, el padre, daba
-lección al muchacho. «Si había de perder el tiempo en el café...» solía
-responder como excusándose, cuando los amigos, en la calle, le
-embromaban, soltándole á quemarropa: «Ya sabemos que te dedicas á
-maestro de primeras letras...»
-
-La verdad era que Carlos se había acostumbrado á la lección, á la
-intimidad dulce de las noches pasadas así, entre la mujer enamorada y
-contenta y el niño precoz, inteligente, deseoso de aprender. Fuera, la
-lluvia caía tenaz, el viento silbaba, ó la helada endurecía las losas
-de la calle; dentro, la lámpara alumbraba cariñosa al través de los
-rancios encajes de la pantalla, la chimenea ardía mansamente, y la
-atmósfera regalada y tranquila del gabinete se comunicaba á la alcoba
-contigua, nido de paz y de ternura, tan diferente de las sombrías y
-hediondas madrigueras donde solían agazaparse los amigotes de
-Carlos,--los mismos que se creían unos calaverones y se burlaban
-solapadamente del padre profesor de su hijo.
-
-Aquella noche Angelito estaba rebelde, distraído, desatento á la
-enseñanza. Al leer se había comido la mitad de las palabras, y obligado
-á volver atrás y repetir lo saltado, su vocecilla adquirió esos tonos
-irritados y chillones que delatan la cólera pueril. Al escribir hizo la
-trompeta con el hociquito, engarrotó el portaplumas, echó más de una
-docena de _calamares_ en el papel, y por último estrelló la pluma en un
-movimiento precipitado, y la tinta saltó hasta la blanca labor de la
-madre, que exhaló un grito de sorpresa y enojo. Carlos miró á su mujer,
-y meneó la cabeza y se tocó la frente como significando: «No sé qué le
-pasa hoy á esta criatura.» Y Rosario, levantándose, cogió al rapaz en el
-regazo y le dirigió las inquietas interrogaciones maternales. «¿Qué
-tienes, vida? ¿Te duele algo? ¿Es sueño? ¿Es pupa aquí, aquí?» Y le
-acariciaba las mejillas y las sienes, tentando por si sorprendía el
-fuego de la calentura. ¡Enferma tan pronto un niño!
-
-No encontrando calor ni ningún síntoma alarmante, Rosario engrosó y
-endureció la voz.
-
---Vas á ser bueno... Ya sabes que no me gustan los nenes caprichosos...
-El pobre papá se pondrá malito si le haces rabiar; después tienes tú que
-cuidarle á él y que llevarle las medicinas á la cama... Vamos, Angel, á
-concluir las lecciones; aún te falta por dar el Catecismo...
-
-Angel, sin responder, miraba fijamente á un rincón obscuro del cuarto.
-La contracción de su carita, la inmovilidad de sus ojos de un azul
-fluído y transparente, delataban una de esas luchas con ideas superiores
-á la edad, que devastan y maduran á la vez el tierno cerebro de los
-niños.
-
---Mamá--respondió por fin muy despacio, como si hablase en sueños:--¿y
-el tío Alejandro, no viene nunca?
-
-La madre se estremeció. El recuerdo del hermano que estaba en la guerra
-con su regimiento la asaltaba también á Rosario muchas veces en medio de
-su ventura doméstica, y se la envenenaba con el temor de que á la misma
-hora en que ella descansaba entre limpias sábanas, cerca de unos brazos
-amantes, pudiese Alejandro yacer cara al sol, con el pecho taladrado y
-las pupilas vidriadas para siempre.
-
---¿No viene nunca tío Alejandro, mamá?--repitió el chico con ese acento
-infantil que anuncia llanto.
-
---Vendrá si Dios quiere, hijo mío--respondió la madre con rota voz,
-apretando contra el seno á la criatura.
-
---¿Cuándo vendrá? Papá, ¿cuándo? ¿Vendrá esta semana, di?
-
---No sé, querido--exclamó el padre.--A ver, la cartilla. Que es tarde,
-muñeco.
-
---¿Pero cuándo? papá. ¿Por qué no lo sabes tú?
-
---Porque hasta que se acabe la guerra, mi cielo... hasta que se acabe,
-tío Alejandro no puede venir.
-
-Los ojos de turquesa del niño se obscurecieron á fuerza de concentración
-y de ímprobo trabajo para entender.
-
---¿Cómo es la guerra?--exclamó por último.
-
---Pelear unos contra otros, á ver quién gana.
-
---¿Los buenos con los malos, papá?
-
---Sí; los buenos con los malos.
-
---Tío Alejandro es bueno--declaró Angel.--¿Y cómo pelean?
-
---Con fusiles, con espadas, con cañones.
-
-El niño batió palmas.
-
---Me has de llevar, papá. Me has de llevar.
-
---¡Pobretín!--suspiró Carlos.--La guerra no es para chiquillos.
-
---¿Es para hombres grandes?
-
---Sí.
-
---Y entonces, ¿por qué no estás tú en la guerra? Tú eres grande, grande.
-
---Porque no soy militar--dijo el padre contrariado, algo mortificado,
-(como si aquellas palabras no las hubiese articulado una lengua de seis
-años,) y hablando para convencer.--Tío Alejandro es militar; ya sabes
-que vino á enseñarte el uniforme. Los militares estudian para eso, para
-defender á la patria...
-
---La patria...--repitió el niño, impresionado por el tono enfático y
-grave con que Carlos pronunció la palabra.--La patria... ¿es aquí?
-
---Aquí... ¿dónde?
-
---En nuestra casita.
-
---No... es decir, sí... Nuestra casa está en la patria, pero la patria
-es mucho más... son todas las casas que ves en el pueblo y en otros
-pueblos, ¡tantos, tantos! Y es además la tierra, y los bosques, y las
-aldeas, y Madrid, y todo...
-
---¿Y las iglesias también?--murmuró Angel con el tono con que decía sus
-oraciones al acostarse.
-
---También.
-
---¿Y la Virgen? ¿Mamá del cielo?
-
---También la Virgen; sí, mamá del cielo es la patria.
-
---¿Y tío Alejandro quiere á la patria?
-
---Ya ves--interrumpió Rosario sin ocultar la emoción que empañaba sus
-ojos.--El pobre tío la quiere mucho. Como que se expone á que le den un
-tiro y á morirse así, de pronto, figúrate tú. Reza, hijo mío, reza, para
-que no maten al tío.
-
-El niño calló, reflexionando laboriosa, casi dolorosamente.
-
---¿Y los que no van á la guerra no mueren nunca?--preguntó al fin,
-siguiendo el hilo de su temprana lógica.
-
---También mueren.
-
---Entonces quiero ir á la guerra cuando sea grande--declaró con energía
-el pequeñuelo.--Y quiero que tú vayas, papá. Al fin hemos de morir, ¿no?
-Pues morir por eso... por eso... Por mamá del cielo, ¡por la patria!
-
-Un silencio siguió á las palabras del niño. Los padres se miraban,
-mudos, penetrados de un respeto extraño, como si la voz del inocente
-viniese de otras regiones, de más arriba. Y al cabo de unos instantes,
-Carlos dijo á su mujer:
-
---Acuéstale. Son las diez largas.
-
---¿Y la lección del Catecismo?
-
---Hoy ya la ha dado--respondió el padre, besando á Angel con ardor sobre
-el nacimiento de la rubia melena.
-
-
-
-
-EL CABALLO BLANCO
-
-
-Allá en el primer cielo, en deleitoso jardín, Santiago Apóstol,
-reclinando en la diestra la cabeza leonina, de rizosa crencha color del
-acero de una armadura de combate, meditaba. Mostrábase punto menos
-caviloso y ensimismado que cuando, después de bregar todo el día en su
-oficio de pescador en el mar de Tiberiades, vió que ni un solo pez había
-caído en sus redes; sólo que entonces el consuelo se le apareció con la
-llegada del Mesías y la pesca milagrosa. Ahora--aunque en tiempos de
-pesca estamos--el hijo del Zebedeo, mirando hacia todas partes, no
-adivinaba por dónde vendría la salvación, siquier milagrosa, de los que
-amaba mucho.
-
-Frente al Patrono, en mitad del campo, se elevaba un árbol gigantesco,
-de tronco añoso, rugoso, de intrincado ramaje, pero casi despojado de
-hoja, y la que le quedaba, amarillenta y mustia. Infundía respeto, no
-obstante su decaimiento, aquel coloso vegetal; á pesar de que no pocos
-de sus robustos brazos aparecían tronchados y desgajados, conservaba
-majestuoso porte; su traza secular le hacía venerable; convidaba su
-aspecto á reflexionar sobre lo deleznable de las grandezas. De las ramas
-del árbol colgaban innúmeros trofeos marciales. Petos, golas, cascos,
-grebas y guanteletes, con heróicas abolladuras y roturas causadas por el
-hendiente ó el tajo, espadas flamígeras sin punta y lanzas astilladas y
-hechas añicos; rodelas con arrogantes empresas; albos mantos que blasona
-la cruz bermeja, trazada al parecer con la caliente sangre de una
-herida; yataganes cogidos á los moros; turbantes arrancados en unión con
-la cabeza; banderas gallardas con agujeros abiertos por la mosquetería;
-el alquicel de Boabdil y la diadema pintorescamente emplumada de
-Moctezuma... Al pie del árbol, sujeto á él con fuerte cadena de hierro,
-se veía un sér hermosísimo, un corcel de batalla luminoso á fuerza de
-blancura: el Pegaso cristiano, aquel ideal bridón que galopaba al través
-de las nubes y descendía á traernos la victoria.
-
-Los ojos del Apóstol se fijaron en el caballo, cual si no le hubiese
-contemplado nunca. Notó la lumínica blancura del pelo, la fluída
-ligereza y ondulación delicada de las crines, el fuego de las pupilas,
-el aliento ardiente que despedían las fosas nasales, la delgadez de los
-remos, finos cual tobillo de mujer, la especie de electricidad que
-desprendía el cuerpo del generoso animal celeste. Con sólo advertir que
-le miraba su jinete de antaño, el caballo se estremeció, empinó las
-orejas, respiró el aire, hirió la tierra con el reluciente casco y
-pareció decir en lenguaje de signos: «¿Cuándo llega la hora? ¿Vamos á
-estar siempre así? ¿Por qué no me desatas? ¿Por qué no cruzamos otra vez
-entre lampos y chispas el firmamento rojo, el aire encendido de las
-campales batallas?»
-
-Levantóse el Apóstol guerrero y fué á halagar con las manos el lomo de
-su cabalgadura. Quería consolarla, quería calmar su impaciencia y no
-sabía cómo, pues él, glorioso veterano, también soñaba incesantemente
-renovar las proezas de otros días. Sin duda para acrecentarle el ansia y
-avivarle el recuerdo, aparecióse por allí un alma acabada de ingresar en
-el Paraíso, pues daba claras señales de no conocer los caminos, de
-hallarse como desorientada é incierta. Era el recién llegado de mediana
-estatura, moreno, avellanado y enjuto; rodeaban su tronco retazos de
-tela amarilla y roja, que apresuradamente igualaba en matiz la sangre
-fluyendo de varias mortales heridas. Santiago corrió hacia aquel
-valiente con los brazos abiertos, y el español, al ver ante sí al
-Apóstol de la patria, cayó de rodillas y le besó los pies con infinita
-ternura.
-
---_Bonaerges_, hijo del trueno--murmuraba devotamente el español,--¿por
-qué nos has abandonado? En nuestro infortunio, confiábamos en ti.
-Esperábamos que hicieses vibrar sobre nuestros enemigos el rayo ó
-llovieses sobre ellos fuego celeste, como el que quisiste lanzar contra
-aquellos samaritanos que cerraban las puertas de su ciudad á Jesús.
-Mira, Santiago, adónde hemos llegado ya. Te lo diré con palabras de la
-Epístola que se lee el día de tu fiesta; hemos sido hechos espectáculo
-para las naciones, los ángeles y los hombres. Hemos venido á ser lo
-último del mundo. Y todo por faltarnos tú, Apóstol de los combates.
-Desata tu corcel, guíale al través del aire, ponte á nuestra cabeza. El
-caballo blanco olfatea la lid. ¿No oyes cómo relincha, deseoso de
-arrancar al grito de _cierra España_? Desciende, te esperan _allá_. Te
-aguarda la tierra que por ti se creyó invencible. El bridón quiere
-romper la cadena. ¡Santiago! ¡Buen Santiago! ¡Señor Santiago!
-
-Al oir tan apremiantes súplicas, el Apóstol se conmovía más. ¡Soltar el
-corcel blanco, salir al galope, esgrimir otra vez el acero llameante!
-¡Hacía tanto tiempo que lo anhelaba! No por su gusto permanecía en la
-inacción, con la montura amarrada al árbol y las armas colgadas del
-ramaje... Y alzando y consolando al español y apretándole contra su
-pecho, Santiago empezó á vendarle las heridas cruentas; hecho lo cual,
-llegóse al tronco y desató al blanco bridón, que, loco de júbilo al
-verse libre, al suponer que remanecían las aventuras de otros tiempos,
-agitó la cabeza, hizo flotar la crin, corbeteó gallardamente, y batiendo
-el polvo con sus bruñidos cascos, alzó una nubecilla de oro. Por su
-parte, el Patrón descolgaba la cota de malla y se la vestía, calábase el
-ancho sombrerón orlado de acanaladas conchas, afianzaba en los hombros
-el manto, embrazaba el escudo y ceñía el tahalí y la espada terrible.
-Entretanto, el español echaba al caballo la silla recamada de oro y le
-ponía el freno y el pretal incrustado de cabujones de pedrería. Y cuando
-ya el Apóstol trataba de afianzar el pie en el estribo de plata para
-saltar, he aquí que aparece, saliendo del vecino bosque, otro español,
-vestido de paño pardo, calzado con groseras abarcas, haciendo señas para
-que se detuviese el Apóstol. Este aguardó: en el villano de tez curtida
-y de rústico atavío, acababa de reconocer á San Isidro, pobrecillo
-jornalero laborioso, que en su vida montó más que jumentos cargados de
-trigo, porque los llevaba á la molienda.
-
---¡Orden del Señor!--voceaba el labriego descompasadamente.--¡Orden del
-Señor! Ese caballo nos hace falta para uncirlo al arado y que ayude á
-destripar terrones. Y ese español que está ahí, que venga á llevar la
-yunta. Bien sabes, Bonaerges, lo que dijo el Señor en ocasión memorable,
-cuando tu madre le pidió para ti y tu hermano el puesto más alto en el
-cielo: los que quieran ser mayores beban primero su cáliz. Paisano mío,
-á arar con paciencia y sin perder minuto...
-
-
-
-
-LA EXANGÜE
-
-
---Alquiló el cuarto tercero de mi casa, desocupado hacía tiempo--nos
-dijo el eminente Doctor Sánchez del Abrojo--una señora que me llamó la
-atención al encontrarla casualmente en la escalera. Nada tenía, á
-primera vista, de particular; ni era guapa ni fea, ni vieja ni joven;
-vestía de riguroso luto, y pasaba como una sombra, tímida y muda,
-acongojada por el sobrealiento de la subida. Lo que en ella me extrañó
-fue la palidez cadavérica de su rostro. Para formarse idea de un color
-semejante, hay que recordar las historias de vampiros que cuentan
-Edgardo Poe y otros escritores de la época romántica, y servirse de
-frases que pertenecen al lenguaje poético: hay que hablar de palidez
-sepulcral: sólo la muerte da un tono así á una faz humana.
-
-El manto negro encuadraba y realzaba aquel rostro de cera, y en él
-observé una expresión peculiarísima, mezcla de dolor y de satisfacción,
-de calina y de sufrimiento. Mi costumbre de ver enfermos me hizo
-comprender que allí no existía sólo un estado físico delatado por el
-color; reconocí las huellas de algún sacudimiento moral formidable, los
-estragos de una catástrofe ignorada; y penetrado de simpatía y respeto,
-saludé á mi vecina siempre que nos cruzábamos en la meseta, y la cedí el
-pasamanos con especial deferencia y apresuramiento cortés.
-
-Transcurrió una quincena sin que la viese, hasta que un día, la criada
-de la pálida bajó á rogarme que visitase á su señora, encamada y
-enferma. Subí al tercero y encontré una vivienda pobre, limpia, glacial.
-Sin necesidad de tomar el pulso reconocí en mi nueva cliente los
-síntomas de la anemia profunda, cuando ya ataca los tejidos y produce
-desórdenes graves. Las piernas hinchadas, la extremada languidez, el no
-poder alzar los párpados, eran señales de que faltaba el jugo vital,
-licor precioso que reparte por todo el organismo energía y fuerza.
-
-Cada quisque--prosiguió el médico, después de ligera pausa--tiene sus
-caprichos y sus goces. Otros coleccionan dijes, baratijas, cuadros,
-muebles, que avalora su belleza ó su rareza; yo--no por caridad, ni por
-filantropía; por _tema_, por mi carácter tozudo--colecciono vidas; junto
-resurrecciones... Es para mí deleite refinado arrancar á la nada su
-presa... Me complazco en saber que gracias á mí andan por la calle más
-de un centenar de personas que ya tenían ganado el puesto en la
-Sacramental.--Ver á la pálida y prometerme enriquecer con ella mi
-colección, fue todo uno. Déjense ustedes--añadió atajando nuestras
-manifestaciones--de elogios que no merezco... Créanme. ¡Si me conoceré
-yo! Los que nacen para Tenorios se desviven por _una más_ en la lista.
-¿Se figuran ustedes que en el fondo hay gran diferencia? No tengo veta
-de Tenorio, pero soy otro como él, que reune y archiva en la memoria
-emociones de un género dado. ¿Amor á la humanidad? ¡Quiá! Odio al
-sepulturero, ¡que no es lo mismo!...
-
-Explicado así, comprenderán que no hay que alabarme tampoco por lo que
-hice para ampliar y reforzar mi catálogo. La anemia se cura, más que con
-medicinas, con alimentos y reconstituyentes. La señora no podía costear
-ciertos manjares, substancia de carne, v. gr.; como yo deseaba hacerla
-revivir, puse los medios, y la cosa marchó bien. Todavía está
-descolorida; no creo que llegue nunca á preciarse de frescachona; pero
-ya no sugiere ideas de vampirismo... Y no vendría á cuento que yo
-hablase de esta curación, menos difícil que otras, si no me hubiese
-proporcionado ocasión de saber la historia de la tremenda palidez. Fue
-necesario, para que me la refiriese, todo el agradecimiento que la
-pobrecilla me cobró, no sé por qué, acompañándolo de una veneración y
-una confianza sin límites.
-
-Era mi enferma una señorita bien nacida, y se había quedado sin padres,
-ni más amparo en el mundo que el de un hermano menor, empleado por
-influencia de un pariente poderoso en nuestras oficinas de Ultramar. El
-sueldo módico sostenía mal á los dos hermanos; sospecho que ella
-trabajaba para fuera; con todo eso, pasaban suma estrechez. Nació de
-aquí el deseo de un traslado á Filipinas: la hermana siguió al único sér
-á quien amaba, y se establecieron en uno de esos poblados, de barracas
-de bambú, perdidos en el océano de verdor del hermoso Archipiélago que
-ya no nos pertenece.
-
-Abreviando detalles de los años que allí residieron en paz, diré que la
-sublevación al pronto no les asustó; creían inofensivos á aquellos
-adormilados y obedientes indígenas, y les parecía seguro reducirles, con
-sólo alzar la voz en lengua castellana, á la sumisión y al inveterado
-respeto. Disipóse su error al cercar el poblado hordas diabólicamente
-feroces, que lanzaban gritos horrendos y esgrimían el bolo y el
-campilán. Defendióse con valor de guerrillero el fraile párroco,
-refugiado en la iglesia, realizando proezas que no pasarán á la
-historia; ayudóle como pudo el empleado: cedieron al número; quedó el
-fraile acuchillado allí mismo; al empleado le cogieron vivo, y á su
-hermana la llevaron arrastra á una choza donde el vencedor cabecilla
-tagalo--poco importa su nombre--tenía su cuartel general. La española se
-arrojó á sus pies llorando, implorando el perdón del hermano con acentos
-desgarradores. La cara amarillenta del cabecilla no se alteró: expresaba
-la frialdad inerte de la raza, y se creería que era de madera de boj, á
-no brillar en ella la chispa de los oblicuos ojuelos de azabache. En el
-semblante impasible leyó la señorita, enloquecida de horror, la
-sentencia del hermano adorado; y besando los pies del cabecilla, le
-ofreció «su sangre por la de él». «Se admite», contestó de pronto el
-amarillo. «La sangre de él no correrrá. Que sangren a ésta.»
-
-La sangría--estremece decirlo--duró... una semana.--Cada mañanita, en
-una escudilla de coco, recogían la sangre de la desdichada, que caía
-después al suelo en mortal desmayo. Desde el quinto día, la debilidad la
-produjo una especie de delirio; creíase á bordo del barco que la
-conducía á España, libre y feliz, al lado de su hermano; escuchaba el
-ruido del mar, batiendo los costados del buque, y notaba--efectos del
-vértigo--el ir y venir de las olas, el balance y cuchareo de la
-embarcación, el soplo del viento, la humareda que la chimenea lanzaba.
-Tan pronto su alucinación la mostraba una bandada de tiburones, como un
-asalto de piraguas llenas de indígenas; ya exhalaba chillidos porque
-ardía el barco, ya oía silbar las balas de los cañones y veía que el
-gran trasatlántico, partido en dos, hundíase en el abismo. Al amanecer
-del octavo día--último de su suplicio según le habían anunciado--cuando
-ya la vena del brazo, exhausta, sólo gota á gota soltaba su jugo, y el
-corazón desfallecía próximo al colapso mortal--en un momento lúcido, ó
-acaso de fiebre, se le apareció España, sus costas, su tierra amada,
-clemente; y creyendo besarla, pegó la boca al suelo de la cabaña, donde
-yacía sobre petates viejos, medio desnuda, agonizando, devorada por sed
-horrible, clamor de las secas venas sin jugo...
-
-La misma tarde cerró sobre el poblado una columna de infantería española
-é indígena, poniendo en fuga á los insurrectos y libertando á los
-prisioneros y heridos. Atendieron á la infeliz, reanimándola un poco á
-fuerza de cuidados. Lo primero que pidió la exangüe fue á su hermano;
-quisieron ocultarle la verdad, pero la adivinó: el castila colgaba de un
-árbol corpulento... El cabecilla había cumplido su palabra, no sacándole
-gota de sangre de las venas...
-
-Entre los que escuchaban á Sánchez del Abrojo siempre, contábase el
-pintor modernista Blanco Espino, á caza de asuntos simbólicos... Batió
-palmas con entusiasmo.
-
---Voy á hacer un estudio de la cabeza de esa señora. La rodeo de
-claveles rojos y amarillos, la doy un fondo de incendio... escribo
-debajo «La exangüe...», y así salimos de la sempiterna matrona con el
-inevitable león, que representa á España!
-
-
-
-
-LA ARMADURA
-
-
-No se hablaba más que de aquel baile, un acontecimiento de la vida
-social madrileña. La antojadiza y fastuosa señora de Cardona había
-exigido que no sólo la juventud, sino la gente machucha; no sólo las
-damas, sino los caballeros, todas y todos, en fin, asistiesen _de
-traje_. «No hay--repetía Mad. Insausti--más excepción que el Nuncio... y
-eso porque va _de traje_ siempre.»
-
-Prohibido salir del apuro con habilidades, como narices, girasoles
-eléctricos en el ojal, pelucas ó trajes de colores. Obligatorio el traje
-completo, característico, histórico ó legendario.
-
-Se murmuró, naturalmente, de la Cardona (con los sayos que la cortaron
-podrían vestirse los concurrentes á la fiesta); se la puso un nuevo
-apodo: _Villaverde_... Pero, entre dentellada y dentellada, la gente
-consultó grabados y figurines, visitó museos, escribió á París, volvió
-locos á sastres y modistas... y las caras más largas no fueron debidas
-á la sangría del bolsillo, sino á omisiones en la lista de invitados.
-
-Quien estaba bien tranquilo era el joven duque de Lanzafuerte. Al
-preguntarle Perico Gonzalvo _de qué_ pensaba ir, triunfante sonrisa
-dilató sus labios. «Voy de abuelo de mí mismo. Ya verás mi martingala»,
-añadió satisfecho.
-
-Y es que--en confianza--gastos extraordinarios no le convenían al duque.
-Estoy por decir que ni ordinarios. Embrolladísimos andaban los asuntos
-de la casa, y gracias que el padre del duque se había muerto á tiempo;
-que si dura dos añitos más... En fin, se salió adelante, por la puerta ó
-por la ventana... Por la ventana sobre todo. Se vendían cortijos,
-cuadros de mérito, literas, tapices... Quedaban aún, testimonio de la
-grandeza pasada, algunas antiguallas preciosas, y entre ellas una
-armadura completa de un paladín compañero de Carlos V. En esta armadura,
-arrinconada en una especie de leonera, se había fijado el duque,
-haciéndola limpiar de orín, y al aparecer limpia vió que era objeto
-digno de la Armería, muy semejante--y quizás de la misma mano--al
-célebre arnés de parada y guerra del Emperador, conocido por «el de los
-mascarones». Igual labor milanesa, finísima, de ataujia de oro y plata,
-igual empavonado...
-
-A conocerse, hubiese sido cebo de anticuarios y envidia de
-coleccionistas. ¿Qué mejor disfraz? ¿Qué cosa más propia de máscaras?
-Sin gastos ni cavilaciones, Lanzafuerte sería el rey de la fiesta.
-
-Dicho y hecho. Dos horas antes de la solemne de entrar en el baile,
-estaba el duque abierto de brazos y esparrancado de piernas, dejándose
-abrochar piezas de la armadura. Fue especialmente arduo el ajuste del
-peto y espaldar; se habían olvidado las correas con su hebillaje.
-Terminada la difícil obra, se miró el duque en un espejo de cuerpo
-entero y no se reconoció. Afeitado el bigote; cayendo á ambos lados del
-rostro las melenas de la peluca--era un retrato antiguo bajado del
-lienzo. La apostura arrogante; la boca desdeñosa; el diseño de las
-facciones viril y adamado á un tiempo,--convertían al duque en _doncel_,
-y la raza hirvió en su sangre, causándole la nostalgia de la edad
-heroica. «¡Si nazco entonces!» murmuró con orgullo. «¡Pero ahora...
-claro! No hay medio...» Aumentaba su engreimiento el que la armadura le
-venía un poco estrecha. «Soy más hombre que el paladín...»
-
-Al bajar las escaleras sus ideas tomaron otro giro. Si no le ayudan los
-criados, de cabeza al portal. Y precauciones infinitas para meterse en
-el coche, para sentarse, para salir, para subir á la regia morada de
-Cardona, por peldaños de mármol, entre doble fila de lacayos empolvados,
-de azul librea y calzón corto. En cambio, la entrada, de sorprendente
-efecto. Destacándose sobre los trajes, que al fin eran disfraces de
-relumbrón, la armadura se imponía por el arte, por la verdad, por la
-seriedad y la extrañeza. Un guerrero se alzaba del sepulcro; una estatua
-yacente se había incorporado. Como animada figura debida al cincel de
-Pompeyo Leoni, avanzaba el duque, levantando á su paso murmullos de
-admiración. Los inteligentes tasaban aquel noble despojo y lo valuaban
-en cifras sonoras, con el impudor del hábito de que todo se venda. Los
-artistas, transportados, clamaban elogios. Los preciados de eruditos
-recordaban timbres de la casa de Lanzafuerte, y una vez más desfilaba la
-clásica lista de nuestros triunfos: San Quintín, Pavía, Orán, Cerinola.
-Y el choque del acero, al andar el duque, tenía un eco romántico, algo
-parecido al son de los escudos en la cabalgada wagneriana. Sólo una voz
-burlona, casi en la misma cara de Lanzafuerte, pronunció: «Se ha
-disfrazado de héroe para que no le conozca ni su madre...»
-
-Por fin la maravillosa armadura se confundió entre el bullicio del
-baile, en un remolino de zíngaros, andaluces, _gigerls_, marquesas Luis
-XV, rosas, libélulas y japonesitas de cejas pintadas. El paladín de
-Carlos V empezaba á notar indefinible molestia, que fue acentuándose,
-convirtiéndose en declarada fatiga.
-
-No podía dudarlo: le pesaba y le apretaba la maldita armadura... ¡Qué
-idea, haberse metido en semejante caparazón! Ni poder bailar, ni
-siquiera estar de pie... ¿Sentarse? ¿Y cómo? ¿Que á lo mejor saltasen
-las escarcelas y se quedase allí en calzón de punto? Imposible... Un
-sudor de angustia humedeció sus sienes. Irse era exponerse á la
-chacota... Por fatalidad, la bella Inés Puenteancha vino á rogarle que
-hiciese vis en un rigodón. ¿Rigodón? ¿Andar, volverse, inclinarse?
-Lanzafuerte, acongojado, se excusó lo mejor que supo... Pidió en el
-comedor un vaso de ponche helado y experimentó momentáneo alivio. La
-Puenteancha le preguntó risueña si estaba malo. «No es nada... calor...»
-Y á manera de quien huye, pálido, escalofriado, se escabulló á la
-_serre_, casi desierta, y con paso trabajoso se dirigió á la antesala.
-Los lacayos le socorrieron, le bajaron en vilo, avisaron á un coche.
-Dentro cayó el guerrero, produciendo temeroso ruido. ¡Uff! ¡Por fin! En
-casa le arrancarían la horrible armadura.
-
---¡Fuera todo esto, fuera!--gritó cuando estuvo en manos de sus
-servidores, que se miraban sorprendidos y descontentos... ¡Ellos que se
-prometían una noche de libertad! Y además... ¡qué compromiso!
-
---¡Fuera todo, volando!--repetía el duque, abriendo los brazos otra vez,
-esparrancando las piernas.
-
-Quitáronle gola, escarcelas, quijotes, grevas, brazales, cubos,
-guanteletes... Al llegar á la coraza, se pararon.
-
---¿Qué aguardáis?--interrogó furioso.--¡Si esto es lo que más me oprime!
-
-El ayuda de cámara, tartamudeando, se disculpó. ¿No se acordaba el señor
-duque? Su coraza, por faltarla el hebillaje y correas, estaba soldada á
-fuego.
-
---¡A fuego! ¡Es verdad! ¡Maldita sea! ¡Volando!... ¡El armero!... ¡Ya
-estáis aquí con él!
-
-Nuevas excusas. Confusión. ¡El armero! Si el señor duque lo deseaba
-irían... pero inútil buscar á nadie, á la una de la noche del Domingo de
-Carnaval. Hasta la mañana siguiente...
-
-Ante una orden á rajatabla salieron á caza del armero, con la convicción
-de no encontrarle, y quedóse el duque embutido en la coraza, echado
-sobre la cama, sin poderse revolver, ni resollar. La opresión de su
-pecho, la sensación de asfixia, eran ya tormento insufrible. Y pasaban
-las horas de la noche con cruel lentitud, y comprimía sus pulmones,
-hasta ahogarle, una mano de plomo. ¡Armadura odiosa! ¡Cuánto daría el
-descendiente de los paladines por verse libre de ella, por tenerla
-colgada en la pared, en panoplia decorativa, luciendo sus labores
-riquísimas, sus figuras paganas del más puro Renacimiento! ¡En la pared,
-sí; en el pecho, no! ¿Qué sugestión diabólica había sido aquella?
-Incrustarse en el molde de otros siglos... ¡y no poder salir! Sentir
-sobre un costillaje débil, sobre un corazón sin energía, la cáscara del
-heroísmo antiguo... ¡y no romperla! ¡Prisionero en una armadura! El
-golpe de sus arterias remedaba el trotar de bridones; el zumbido de la
-sangre era el fragor de la batalla...
-
---Así verás que no es tan fácil disfrazarse de abuelo de sí mismo--dijo
-soltando la carcajada Perico Gonzalvo, que, según costumbre, subió á
-casa de su amigo al retirarse del baile, y penetró en la alcoba de
-Lanzafuerte tocando una trompeta de cotillón, toda guarnecida de
-cascabelitos dorados. ¿Parecerse á la gente de _entonces_? ¡Hombre! Ni
-en guasa...
-
-Y como Lanzafuerte gimiese medio muerto (ya ni respirar podía), añadió
-el gomoso:
-
---¿Sabes qué me ocurre? España está como tú... metida en los moldes del
-pasado, y muriéndose porque ni cabe en ellos ni los puede soltar...
-Bonito simbolismo, ¿eh? Vaya, voy en persona á traerte alguien que te
-libre de ese embeleco... Porque ¡si esperas á los criados!...
-
-
-
-
-EL TORREÓN DE LA ESPERANZA
-
-
-¿Conocéis por tradiciones y descripciones el torreón fatídico desde cuya
-plataforma la infeliz Isaura, séptima esposa de Barba Azul, aguardó con
-sudores de agonía á sus hermanos, que venían á libertarla de la muerte?
-Aferrada á una almena como si ya se defendiese instintivamente del
-cuchillo, Isaura, con el rostro del color de la cera y el cuerpo
-tembloroso, no tenía ánimos ni para seguir avizorando el horizonte. Su
-esposo y verdugo, después de sorprender la delatora mancha de sangre en
-la llave del terrible gabinete, mandó á Isaura subir á lo más alto de la
-torre para encomendarse á Dios, advirtiéndola que de allí á media hora,
-sin remisión, iría á degollarla. Isaura, flaqueándole las piernas,
-nublados por el miedo los ojos, sólo acertaba á preguntar de minuto en
-minuto, con voz á cada paso más apagada y desfallecida: «Hermana Ana,
-¿no ves nada? ¿no viene nadie?» Y Ana, dolorosamente, respondía: «Sólo
-veo la hierba que verdea y el camino que blanquea.» Cuando ya faltaban
-pocos instantes para cumplirse el plazo; cuando Isaura, crispadas las
-manos, se agarraba á las piedras creyendo sentir en la garganta el frío
-del cuchillo, Ana exhaló un grito loco, delirante: «¡Allí vienen, allí
-vienen!» y disipada la nube de polvo que arremolinaba el galope de los
-corceles, Isaura reconoció á los paladines que volaban á salvarla...
-
-Mucho se ha escrito y discutido acerca del torreón de Barba Azul. La
-opinión más general es que yace en ruinas, y que si los medrosos
-subterráneos, con sus mazmorras y pozos donde aparecen aún hoy, al
-excavar y registrar, huesos y calaveras humanas, se conservan intactos,
-el torreón de la Esperanza se vino á tierra.--Mejor informada, puedo
-asegurar que el torreón existe.--Es tan fuerte y sólido, sus piedras
-están tan bien trabadas, con cemento tan indestructible; su gorguera de
-elegantes almenas posee una resistencia tal, que ni las tormentas, ni la
-lluvia, ni el aire, ni siquiera el transcurso del tiempo y el abandono,
-han podido dar cuenta de él. Hay más todavía. No sólo no ha sufrido
-deterioro el torreón, sino que actualmente es visitado por innumerables
-peregrinos y viajeros de todos los países del mundo, que acuden allí
-como en romería, atraídos por la leyenda. Esta asegura que encaramándose
-al torreón de la Esperanza y aguardando con paciencia--sin dejar de
-implorar el auxilio del cielo,--cada cual acaba por ver venir, alzando
-la indispensable nube de polvo, una representación de su porvenir y su
-destino. Ya se adivina si estará concurrida la plataforma de la torre, y
-si los que se agarran á sus almenas--las mismas á que Isaura se abrazó
-en trance apretadísimo--sentirán latir el pecho de ansiedad, á veces de
-dolor, á veces de suprema alegría.
-
-No hace mucho--esta noticia nos interesa especialmente--una caravana de
-viajeros españoles, como pasase cerca del torreón de la Esperanza, deseó
-subir á él. Antes de realizar la ascensión conferenciaron, y con la
-verbosa familiaridad y la espontánea franqueza que caracteriza á los
-españoles, se confiaron recíprocamente sus aspiraciones y hasta sus
-fantásticos sueños. Abrieron su corazón como se abre una puerta, de par
-en par, y resultó que existía entre sus anhelos afinidad y analogía
-extraña. Querían encaramarse al torreón de la Esperanza, porque,
-aburridos y hastiados de lo presente, sólo fiaban en las novedades que
-diese de sí lo futuro. Mostrábanse los peregrinos descontentos de cuanto
-existe, y andaban conformes en atribuir los males y decaimiento de
-España á los individuos que figuran á la cabeza de la nación. Sólo un
-ciego no vería la decadencia y lastimoso agotamiento de nuestros
-_héroes_. Sobre este tema había que oir á los peregrinos, oportunos,
-decidores y epigramáticos. Las flaquezas, las deficiencias, las torpezas
-y los yerros de las celebridades salieron á relucir con salsa de mostaza
-picante, con fuego graneado de chistes y anécdotas. Quedaron allí las
-altas famas pulverizadas, las glorias disueltas y devoradas por el ácido
-corrosivo de una crítica mofadora. ¿Los estadistas? garduñas, vividores
-sin conciencia. ¿Los caudillos? cobardones, y por contera ineptos, sin
-el acierto instintivo del guerrillero ni la vasta estrategia del
-verdadero gran capitán. ¿Los artistas? imitadores misérrimos, que se
-traían del extranjero las ideas y hasta las formas, como las bailarinas
-se traen pantorrillas de algodón. ¿Los literatos? pobres diablos secos y
-vacíos hasta la médula de los huesos, y además, pesadísimos...
-«¡_Lateros_ insufribles!» gritó uno de los peregrinos, que frisaría en
-los veintitrés años y lidiaba á la sazón con el tercero de Derecho. La
-frase resumió el debate; todos convinieron en que se estaba erigiendo
-una catedral de hojalata para que se riese la posteridad. Urgía
-refrescar, variar el personal; era llegado el instante de cambiar de
-baraja, estrenando una nueva, tersa, reluciente, no sobada ni fatigada
-del uso... ¡Vengan otros, los desconocidos, los ignorados genios que
-encierra en su seno la multitud anónima!--Por eso ardían los españoles
-en deseos de subir al torreón y divisar á lo lejos el remolino de polvo
-que anuncia la irrupción triunfante del porvenir...
-
-A la mañana siguiente, al despuntar el día, trepando por las piedras,
-agarrándose á las matas de hiedra, valiéndose de escalas y de sogas,
-arañándose las manos, alcanzaron la plataforma, y reclinados en el
-parapeto y el almenaje, consultaron ansiosos el horizonte.--Desde luego
-pudieron cerciorarse de la verdad histórico-topográfica que envuelve la
-conseja de Barba Azul. Arrancando de la calzada que conduce al puente
-levadizo del castillo, y prolongándose hasta perderse allá entre dos
-montañas casi difumadas en la lejanía, serpeaba por frescos prados la
-cinta de plata del camino. En lo más distante que de él podía percibirse
-clavaron los ojos los españoles, como los había clavado la despavorida
-Isaura; y repitiendo su pregunta con afán poco menor, preguntaban los
-cortos de vista á los que asestaban poderosos gemelos: «Qué, ¿nada? ¿No
-asoma nada aún?» Y los otros respondían: «Nada... Sólo se ve la hierba
-que verdea y el camino que blanquea.»
-
-Pasaron horas y horas, y mis españoles quietos allí, catalejo en ristre,
-ó haciéndose pantallas y tubos con periódicos los que de anteojo
-carecían. El sol, que iba remontándose al cénit, picaba más de lo justo
-y quemaba las pupilas y derretía los sesos; la sed inflamaba los
-gaznates y el hambre pellizcaba los estómagos; pero la magia de la
-Esperanza, como un filtro, sostenía á los expedicionarios, impidiéndoles
-retirarse. Cerca ya de la hora meridiana, un privilegiado que poseía
-unos soberbios _marinos_ exhaló chillido indescriptible. ¡Allá, allá, en
-lontananza remotísima, acababa de aparecer un punto blanco, el núcleo de
-un astro, la misteriosa nube de polvo!
-
-Creyeron volverse locos los españoles. De mano en mano pasaron los
-gemelos. ¡Sí, sí, allí estaba, creciendo, dilatándose, la nube! Pronto,
-roto el turbio velo, lograron distinguir lo que se acercaba. Era una
-lucida cohorte á caballo, una hueste espléndida, bizarramente engalanada
-y armada de punta en blanco, apercibida al combate. Ya se podían admirar
-el corbeteo de los fogosos bridones, ya el damasquinado de los arneses y
-cotas; ya gallardeaba el ondear de las plumas y el flotar de las bandas
-de colores; ya se distinguían las empresas de los pendones y el blasón
-de los escudos... Los de la plataforma, ebrios de entusiasmo, gritaban,
-vitoreaban, cabalgaban en las almenas á riesgo de estrellarse...
-Faltábales sólo ver las caras de los paladines: era una fatalidad:
-llevaban todos baja la visera del casco. ¡Grande, ardiente era el anhelo
-de conocer á los que cifraban el destino de la patria española!...
-
-Un clamoreo inmenso, de nervioso entusiasmo, se alzó de la plataforma
-cuando, llegados al pie del puente levadizo, los _héroes_ que venían
-alzaron la visera... Y otro clamor especial, de ironía y desencanto,
-siguió al primero.--Los de la hueste esperada, los de la hueste
-desconocida... no eran sino _aquellos_ mismos, ¡vive Dios! aquellos que
-desde hacía años lidiaban, resistiendo los embates de la censura y las
-exigencias del descontento y del cansancio. Todos iguales, invariables,
-ya curtidos, ya veteranos... Los mismos caudillos, los mismos
-estadistas, los mismos artistas y literatos célebres... ¡Ni una cara
-nueva, vive Dios!--Y los viajeros españoles, asaz mohinos, descendieron
-aprisa... A la noche se consolaron armando una tertulia, volviendo á
-pulverizar á los eternos _héroes_, y planeando, para el otoño próximo,
-otra subida al torreón de la Esperanza.
-
-
-
-
-EL PALACIO FRÍO
-
-
-¿Os acordáis de aquella princesa enferma, hija del rey de Magna, á quien
-curó como por ensalmo un viejo mostrándola cierto panorama muy lindo?
-Pues habéis de saber que á la vuelta de muchos años el cetro de Magna
-vino á recaer en un hijo de esta princesa, y este hijo, bajo el nombre
-de Basilio XXVII, reinó gloriosamente por espacio de más de un cuarto de
-siglo, persistiendo la huella de su paso por el trono en varios
-monumentos grandiosos y venerables, que estudian hoy los arqueólogos con
-particular interés, discutiendo si el estilo peculiar de tales
-construcciones es invención que exclusivamente pertenezca al
-vigesimoséptimo Basilio ó procede ya de la influencia de su madre y
-quizás se remonta hasta la de su abuelo. Punto es éste acerca del cual
-se han escrito doce voluminosos libros y cosa de sesenta monografías
-asaz doctas.--Lo que especialmente hizo darse de calabazadas á los
-sabios fueron ciertas imponentes ruinas que la tradición popular llama
-del _Palacio frío_, sin que hasta hace poco tiempo se consiguiese
-averiguar el origen de tal nombre, que contrasta con el aspecto de lo
-que del edificio resta en pie.
-
-En efecto; el palacio, del cual se conservan galerías, salones y
-estancias que decoran restos de ricas maderas y preciosos mármoles y
-jaspes, parece haber sido erigido por la madre de Basilio XXVII para
-asilo de un feliz amor conyugal; y su traza, su adorno, su carácter, en
-fin, son marcadamente amables y alegres, con la alegría de una dicha
-soberana, ostentosa y triunfante. El emplazamiento, su orientación al
-Mediodía, su situación en el punto más despejado y dominando la
-perspectiva más risueña, sobre la bahía y entre bosquecillos de
-naranjos, limoneros y granados siempre en flor, tampoco permitían
-inducir por qué hubo de ser llamado _frío_, nombre que parece delatar
-solemnidad y tristeza.--El enigma de semejante tradición llegó á
-preocupar al Dr. Herr Julius Tiefenlehrer, sabihondo catedrático alemán,
-que se propuso descifrarlo á toda costa. Con la cachaza del que no
-regatea tiempo, se instaló en las mismas ruinas, y araña de aquí,
-escarba de allí, rebusca por allá y escudriña por acullá, consiguió
-desenterrar, al pie de una columna, en la cripta bajo lo que fue salón
-del trono, un cofrecillo de hierro que contenía un rollo de manuscritos.
-A pique estuvo el Dr. Tiefenlehrer de volverse loco de júbilo con el
-inestimable descubrimiento; como que los manuscritos eran nada menos
-que unas instrucciones muy prolijas, de puño y letra del mismo Basilio
-XXVII, y destinadas á sus herederos y sucesores, para adoctrinarles en
-la recta gobernación del Estado y en la conducta que debe seguir un
-monarca. Pero lo que sobre todo arrebató á Herr Julius al quinto cielo,
-fue que, por vía de ejemplo, Basilio refería allí con pormenores la
-historia del _Palacio frío_. Y nosotros, al traducirla del enorme
-volumen en lengua alemana en que el sabihondo la publicó,
-enriqueciéndola con toda especie de documentos, glosas, advertencias,
-referencias, notas, comentarios, planos y estudios comparativos con
-otras tradiciones de Magna y de los demás pueblos del mundo, la
-extractamos rápidamente y sólo damos en forma escueta el relato del
-extraño suceso por el cual se llamó _frío_ el palacio de Basilio XXVII.
-
-Es el caso que cuando el joven Basilio heredó la corona, hallóse en un
-estado de ánimo parecido al fervor de los que ingresan en una orden
-religiosa, y se dió á pensar cómo debía conducirse á fin de cumplir sus
-deberes y desempeñar á perfección la alta y ardua tarea que le señalaba
-el destino. Penetrado de la grandeza y hasta de la santidad de su cargo,
-pidió á Dios luz y fuerza para que su nombre pasase á la Historia con la
-aureola y el prestigio de los reyes que saben ejercer el poder sumo en
-provecho y honor de la patria. Sin embargo, tan excelentes intenciones
-se estrellaban contra una dificultad: el rey quería el bien, pero no
-sabía dónde estaba, ni en qué consistía, ni cómo era preciso
-arreglárselas para descubrirlo.
-
-Así las cosas, y mientras Basilio cavilaba en el modo de acertar, empezó
-á darse cuenta de un sorprendente fenómeno; y es que dentro de su
-palacio--aquel deleitoso palacio construído por una reina enamorada para
-albergue de la dicha, y enclavado en un oasis, en lo mejor de un país de
-clima naturalmente benigno,--hacía frío, mucho frío, un frío cruel. La
-sensación de este frío, al principio sutil y casi imperceptible, iba
-siendo á cada paso más fuerte y penetrante. Nadie dudará que el rey
-aplicó al punto los remedios que suelen emplearse contra el descenso de
-la temperatura; y el primero fue abrigarse, envolverse en ropas de
-invierno. Desde la hopalanda de enguatada seda hasta el manto de finas
-pieles de rata polar, colchón vivo que crea una atmósfera suave y tibia
-en torno del cuerpo; desde el casacón de terciopelo de media pulgada de
-alto hasta la funda de raso rehenchida de plumón de pato silvestre;
-desde la vedijosa zalea de cordero blanco hasta la gruesa manta lanuda,
-Basilio usó cuanto juzgó á propósito para entrar en calor, sin que se
-desvaneciese aquel frío singular, siempre más intenso. Desesperando ya
-del abrigo suyo, se dió prisa á calentar el palacio. De entonces procede
-la construcción de las suntuosas y amplias chimeneas que por todas
-partes lo decoran, y en las cuales noche y día se quemaba un monte
-entero de leña seca, levantando mil lenguas y jirones de llama. No se
-conocía en aquel tiempo otro sistema de calefacción; pero sobraba para
-disipar cualquier frío natural y explicable en lo humano. No obstante,
-el frío continuó, arreció, redobló, invadiendo ya la médula del rey, que
-daba diente con diente á todas horas.
-
-Cuando Basilio XXVII preguntaba á sus ministros y magnates y á los mil
-agradadores que bullen alrededor de los poderosos si sentían como él
-aquel extraño frío, le desesperaba oirles responder vagamente que sí, y
-al mismo tiempo verles andar á cuerpo y abanicarse, mientras él se
-encogía castañeteando los dientes. Notaron los áulicos la contrariedad
-del soberano, quisieron llevarle la corriente y fue muy gracioso verles
-fingir que también se helaban, vestidos de riguroso invierno y sudando
-como pollos. Y el joven rey, que tenía un espíritu sincero y leal, se
-indignó ante la comedia y miró á sus cortesanos con desprecio profundo
-al observar que en cosa tan evidente y palmaria le mentían y engañaban
-sin temor. Acometido de tristes recelos, pidiendo la verdad á la
-ciencia, Basilio llamó á un médico y le preguntó si el terrible frío que
-sólo él padecía sería debido á mortal enfermedad. Reflexionó el sabio, y
-después quiso saber si el rey notaba el mismo frío en todas partes.
-Abriendo una ventana, suplicó á Basilio que se asomase; y cuando éste
-pensó tiritar y morir helado, observó que, por el contrario, el aire
-exterior le calentaba y reanimaba mucho.
-
---La solución de este problema no depende de la Medicina--declaró el
-doctor.--V. M. no está enfermo. No me consulte á mí, sino á su
-conciencia y á Dios, y pues aquí tiene frío y ahí no, salga, salga á
-todas horas; viva fuera de este palacio fatal.
-
-Y Basilio salió, en efecto, huyendo de la espléndida morada en que se
-congelaba su sangre y los mármoles parecían témpanos, y los dorados,
-irisaciones del sol en las paredes de alguna nevera. Echóse á todas
-horas á la calle, gozando con delicia la suave temperatura,--y poco á
-poco fue tomándose interés en lo que le rodeaba y estudiando y
-conociendo lo que preocupaba y convenía á sus vasallos.--Vió con
-extrañeza que el mundo no era como sus cortesanos lo pintaban, y le
-pareció que se le barrían de los ojos unas telarañitas y que el cerebro
-se le despejaba y se le despabilaba el sentido. Mil cuestiones que no
-comprendía se le aparecieron claras, transparentes; conoció las
-necesidades, oyó las quejas, se asimiló las aspiraciones, hizo suyos los
-deseos y afanes del pueblo, y de tal modo se identificó á la vida de sus
-súbditos, que su corazón llegó á latir enteramente al unísono del gran
-corazón de la Patria, como si á los dos los regase la misma sangre y los
-dilatasen y contrajesen iguales alegrías y tristezas. Basilio estaba
-transportado; lo único que todavía le contrariaba era que, al retirarse
-á palacio, le acometía el frío otra vez. Y, en un momento de
-inspiración, se le ocurrió que, pues fuera hacía calor, quizás el
-palacio se templaría abriendo de par en par las puertas y las ventanas
-para que lo llenase el ambiente exterior, las ráfagas de la calle y
-hasta la gente de la calle, la gente humilde. Dió, pues, la orden, y
-fueron franqueadas á los súbditos las puertas del regio alcázar. Y á
-medida que el pueblo, respetuoso y lleno de amor por su buen monarca,
-recorría las estancias magníficas, verificábase el portento: derretíase
-el hielo, el aire se hacía blando, templado; las avecillas de las
-pajareras cantaban, los tiestos florecían, reía el dulce hálito de la
-primavera.--Resuelto estaba el enigma. Basilio XXVII no volvió á tener
-frío en su palacio.
-
-
-
-
-EL TEMPLO
-
-
-Sucedía lo que voy á referir en los tiempos modernísimos de la China,
-séptimo siglo de nuestra era, reinando la emperatriz Vu. No incluyen los
-historiógrafos sinenses á esta dama en la lista de los soberanos,
-alegando que Vu era una usurpadora, ni más ni menos que la actual
-emperatriz, que tanto preocupa á la Europa culta.
-
-Hija de un príncipe de Mingrelia, Vu fue llevada al gineceo de Tai-Sung
-con otras veinte doncellas nobles, encargadas de hacer el té y plegar,
-guardándolos en cajas de sándalo oriental, los ropajes de seda del
-emperador. La reconocieron los eunucos; se cercioraron de que tenía el
-aliento sano, la dentadura pareja y completa, el cuerpo puro y gentil, y
-sabía trazar con el pincel los caracteres complicados del alfabeto,
-rasguear la guitarra y recitar de memoria las enseñanzas de la
-literatura Pan-hoei-pan, que ordenan á la mujer ser en su casa nada más
-que un eco y una sombra. Seguros ya de que Vu merecía el honor de
-divertir al glorioso soberano, la vistieron de bordadas telas, la
-perfumaron con algalia, salpicaron de flores de cerezo su negra
-cabellera, peinada en complicadas y relucientes cocas, y la presentaron
-á Tai-Sung. Este apenas la miró; altos designios, planes heroicos,
-sabias máximas ocupaban su mente. Estaba disponiendo las instrucciones
-que había de dar al príncipe heredero Kao-Sung, entre las cuales
-figuraba este consejo: «Reina sobre ti mismo y sujeta tus pasiones.» Y
-el príncipe heredero--asomado al balconcillo de un pabellón de bambú que
-adornaban placas de esmalte y cuyo techo escamoso guarnecían
-campanillitas de plata,--vió pasar á la nueva esclava de su padre y la
-codició en su corazón de un modo insensato.
-
-Un mes más tarde, el emperador bebía una taza de té servida por Vu, y
-disuelta en la rubia efusión, fuerte dosis de opio ofrecía al mortal
-reposo eterno. Después del solemne entierro del ilustre guerrero y
-legislador, Kao-Sung repudió á sus legítimas esposas, emperatrices del
-Poniente y del Levante, y sentó á su lado, en el trono, á Vu, dándola el
-título nuevo é inaudito de reina celestial.
-
-Jamás se había cometido tan grave y escandalosa acción. La piedad filial
-es la virtud china por excelencia, y Confucio dice en el Y-King ó _Libro
-de los libros_ que el padre es al hijo lo que el sol al mundo. Pero
-habían pasado los tiempos en que el prestigio de la ley podía más que el
-respeto al Monarca, y nadie se atrevió á chistar. Solamente un
-literato--en aquel país los literatos llevaban la voz de la conciencia
-pública--tuvo valor para anunciar á Kao-Sung que los Espíritus ó manes
-de los antepasados tomarían venganza de la ofensa; por lo cual el
-literato fue esmeradamente cortado en diez mil pedacitos, suplicio que
-se reserva á los grandes culpables.
-
-Sin duda los Espíritus quisieron dejar bien al literato, pues Kao-Sung
-murió pronto, consumido por el incendio de sus venas, por el amor
-desesperado y loco. Sucedíale su hijo Shun-Sung; pero á los pocos días
-la emperatriz le hizo sorprender en su lecho y trasladar en palanquín á
-una fortaleza fronteriza, de las que defendían la Gran Muralla. Y
-apoderándose del trono, dió rienda suelta á su soberbia infinita. Mandó
-construir un palacio desmesurado, y en él reunió servidumbre
-innumerable, entre la cual había bailarinas, atletas, astrólogos,
-arqueros muy diestros y palafreneros tártaros de suma habilidad. Todas
-las noches los jardines se iluminaban con millares de farolillos, y
-barcas empavesadas, de figura de dragones ó cisnes, llenas de músicos,
-con mesas dispuestas para el banquete, recorrían los estanques y lagos;
-en la más suntuosa de las embarcaciones, la emperatriz, rodeada de su
-corte, se entregaba á los delirios de la orgía. Hasta tuvo el capricho
-de hacer un lago de vino rojo y ver cómo se bañaban en él, ebrios ya,
-los cortesanos. En medio de su desatinada vida, Vu pensaba en agrandar
-su Imperio, y veteranos generales consiguieron para sus armas brillantes
-victorias. Los literatos, no queriendo ser aserrados ó cortados en diez
-mil trozos, cantaban la gloria de la excelsa Vu, y el Imperio entero,
-postrado á sus casi invisibles pies, la reverenciaba acobardado, pues
-las proscripciones habían hecho oscilar, al extremo de un bambú corvo,
-muchas y muy ilustres cabezas.
-
-Cualquiera pensaría que Vu, en tal esplendor de triunfo, no envidiaba á
-nadie en la tierra. Y sin embargo, á los tres años de reinar, dió
-marcadas señales de cansancio y hasta de melancolía, por lo cual los
-médicos y astrólogos de palacio no sabían á qué santo encomendarse, pues
-la Emperatriz, encerrada en sus habitaciones, se negaba á ver á nadie, y
-hasta hubo días en que rehusaba el alimento. Mil versiones corrían
-acerca del padecimiento incomprensible de la Emperatriz,--y es que nadie
-podía sospechar que Vu, la ambiciosa, la caprichosa, estaba perdidamente
-enamorada de un joven bonzo, sacerdote de Fo (á quien en la India llaman
-el Buda).
-
-Ni toda la ciencia del gran Confucio y de Lao-Seu, el filósofo de las
-blancas cejas, alcanzaría á explicar la secreta razón del enamoramiento
-y del sufrimiento de la Emperatriz. Así como se habían reclinado en los
-cojines de seda de su gabinete los esculturales hijos de Corea ó Kaolín
-(la tierra cuyo barro sirvió al Espíritu para modelar al primer hombre),
-los indianos del Himalaya, de negros ojos de gacela y dorada piel; los
-siberianos, de azules pupilas, y los montañeses Kirguizos, de arrogante
-apostura, nada más fácil para la celeste Emperatriz que prender al joven
-bonzo Hoay y encerrarle allí, entre jardines de arbustos enanos en
-flor, que convidan á la molicie. Mas no era eso lo que Vu deseaba. Había
-visto al bonzo en ocasión de hallarse ella pescando en un estanquito
-peces de colores. Al tirar de la cuerda y sacar un plateado ciprino de
-aletas de carmín, el budista, que pasaba con los ojos bajos, había
-alzado la voz, exclamando severamente: «Mujer, ¿por qué haces daño á los
-seres vivos é inofensivos? Si quieres saciar tu crueldad, clávame el
-anzuelo á mí.» Y desde aquel instante, Vu veía siempre el grave rostro,
-la mirada intensa, de fuego, la figura penitente del bonzo Hoay; y en
-memoria suya, á ningún sér viviente se hacía mal en el inmenso palacio.
-Vu comía frutas confitadas, legumbres cocidas, y las aves anidaban
-pacíficamente en el imbricado reborde de los pabellones de recreo.
-
-Un día, ya desesperada, sintiendo que la tristeza la consumía hasta la
-médula de los huesos, Vu se hizo conducir al monasterio donde habitaba
-el bonzo, y arrojándose á sus pies, sin orgullo ni alarde de poderío, le
-explicó su mal y le pidió el remedio. «Yo sanaré si tú me guías; yo
-sanaré si tú estás á mi lado.» Hoay levantó del suelo á la Emperatriz
-celeste, y con palabras fraternales la calmó: «Empieza--la dijo--por
-elevar un templo á la Luz y otro al Cielo..., y después llámame.» Vu
-erigió dos templos altísimos, que agotaron su tesoro; terminadas las
-obras, avisó al bonzo, el cual acudió, y, armado de una antorcha,
-incendió los maravillosos edificios. No quedó de ellos más que ceniza.
-Después dijo á la consternada Emperatriz: «Ahora, mujer, eleva un templo
-más alto, más alto, dentro de ti, en tu corazón, al Cielo y á la Luz...
-y cuando esté erigido vuélveme á llamar.» Vu ignoraba cómo arreglárselas
-para elevar un templo dentro de su corazón; no obstante, por instinto
-del querer--instinto infalible,--adoptó vida distinta de la anterior:
-abrió las prisiones, prohibió los suplicios, rebajó los impuestos, oyó
-las quejas justas, dió premios á la piedad filial, amparó la
-agricultura, y en su palacio estableció tal moralidad, que podrían ser
-de vidrio las paredes. El bonzo, satisfecho, venía á visitarla todas las
-tardes, y cogidos de las manos, apaciblemente, conversaban sobre las
-cuatro virtudes sublimes y la liberación de la bienaventuranza final. Vu
-era dichosa como en su vida lo había sido.
-
-Sin embargo, los veteranos generales, los eunucos directores de las
-fiestas, los panzudos mandarines y hasta los literatos, envidiosos de la
-privanza de Hoay, al ver que ya no se ordenaban suplicios, conspiraron.
-Y Vu, aquella Emperatriz que (según el dicho del historiador Padre
-Amiot) emprendió y ejecutó impunemente las cosas más extraordinarias y
-más opuestas al criterio y costumbres de la China, fue sorprendida en su
-pabellón y secretamente estrangulada, en castigo de haber concebido un
-amor diferente de otros amores, y de haber, á impulsos de ese extraño
-sentimiento, elevado en su corazón un templo muy alto al Cielo y á la
-Luz.
-
-
-
-
-EL MILAGRO DE LA DIOSA DURGA
-
-
-La historia religiosa y la civil y militar se encuentran tan íntimamente
-enlazadas en los pueblos antiguos de la India, que ni la crítica intenta
-separarlas; los textos históricos se hallan en los libros sagrados; las
-mismas epopeyas tienen carácter teológico, y obra son de bramanes ó
-sacerdotes. En una epopeya de las más difusas encuentro el relato del
-hecho sobrenatural que vais á leer, si lo leéis, y á meditar, si
-gustáis. De mí sé decir que me dejó buen rato pensativa.
-
-La ciudad y estados de Kapala, florecientes bajo los reyes de la casa de
-Dapatamali, decayeron poco á poco de su antiguo esplendor, y en plazo
-relativamente corto vinieron á ser invadidos y sometidos por sus
-constantes enemigos los de Kamurti. Tributos onerosos, vejámenes
-intolerables, humillaciones continuas, las leyes y las instituciones, el
-comercio y la agricultura de Kapala sometidos á la fiscalización y á la
-avidez codiciosa del enemigo, todo esto tuvieron los kapaleños que
-sufrir y llevarlo en paciencia, pues al soberbio vencedor le parecía
-harto haberles dejado la vida salva. Es verdad que cuando aconteció á
-Kapala tal desventura, ya estaba muy abatida y desbaratada por culpa de
-la mala administración, rapacidad y desmanes de los exactores, y de
-infinitos vicios que se habían ido arraigando en su constitución y
-enfermándola, hasta producir una atonía que hizo á los kapaleños
-indiferentes á su propio decaimiento y vergüenza.
-
-Como si todas las manifestaciones del espíritu se agotasen á la vez en
-Kapala, cayó también en olvido la religión, y quedó abandonado el
-maravilloso templo de la diosa Durga, emplazado al pie de la montaña de
-Sindoro, que es el Olimpo javanés, residencia favorita de los
-inmortales. Y se necesitaba que Kapala hubiese descendido tanto para que
-yaciese desierta la sacra montaña, poblada de arbustos en flor, regada
-por ríos y manantiales de deleitosa frescura, en cuyos remansos abrían
-los lotos azules, blancos y rosados, sus redondas y geométricas corolas;
-la montaña poblada de lindas _apsaras_ (las ninfas de la mitología
-indostánica) y de aves canoras y dulces, cuyos gorjeos hacen insensible
-el transcurso de las horas, de los años y hasta de los siglos.--En la
-vertiente de la montaña alzábase la mole del templo de Durga, cuyas
-imponentes ruinas son aún hoy asombro de arqueólogos y viajeros. Salvada
-la puerta, lo primero que se divisa es la efigie colosal de la diosa,
-de aspecto venerando. Bajos los ojos como en misterioso éxtasis, y
-cubierta la cabeza por la alta mitra, en cuyo centro refulge enorme
-esmeralda; apoyados los pies en el lomo del toro Nandi, Durga tiende sus
-ocho brazos, y en cada uno de ellos lleva un atributo de sus enseñanzas
-y doctrinas. El primero empuña la cola de un búfalo, emblema de la
-agricultura; el segundo una espada, que significa el heroísmo; el
-tercero el vaso sagrado, símbolo de la religión; el cuarto la maza,
-representación del vigor y la fuerza; el quinto la luna, imagen de la
-sabiduría; el sexto el escudo, que aconseja prudencia y ánimos para
-defenderse; el séptimo el estandarte, que es la ley, y finalmente, el
-octavo agarra, con brío y violencia los cabellos del muñeco Maikasur,
-personificación del vicio, ordenando así la diosa que no se omita el
-castigo de los culpables, tan necesario para ejemplo y escarmiento en
-las bien ordenadas repúblicas. Dentro no faltaban otras efigies de
-Durga, y se adoraban las de Siva y Ganesa.--Pena infundía ver el
-magnífico templo sin sacerdotes ni acólitos, vacío y mudo, invadido por
-las plantas parásitas que se agarran á la piedra y consuman su
-destrucción.
-
-Aparte de las aves y de los reptiles, no quedaba dentro del santuario de
-Durga más sér viviente que un anciano solitario. Es verdad que valía por
-cien bramanes: la austeridad increíble de sus mortificaciones, que le
-habían desecado el cuerpo y consumido y destuetanado hasta los huesos,
-le tenían hecho una momia, pero tan comunicado con la esfera superior de
-Brama, que cuantas veces hincaba en el suelo su báculo, el seco tronco
-brotaba rama y flor, y que, sin sentirlo, á ratos se elevaba de tierra
-siete codos el penitente, con otros prodigios que despacio refiere la
-epopeya. La fama del santísimo Majamí, tal era su nombre, empezó á
-divulgarse, y llegando á oídos de tres kapaleños que no podían
-resignarse al triste estado presente de su nación, resolvieron
-peregrinar al santuario de Durga y pedir á Majamí consejo y á la diosa
-intervención eficaz.
-
-Pertenecían estos tres últimos kapaleños patriotas á la casta de los
-_chatrias_ ó guerreros, que forma, después de los bramanes ó sacerdotes,
-la primer aristocracia de la India. Bien montados y llevando ofrendas
-para la deidad, se encaminaron á Sindoro al rayar la mañana, y salvando
-la odorífera selva y los lagos deliciosos, no tardaron en avistar las
-galerías de arcadas y las innumerables cupulillas del vasto templo.
-Pasaron, sobrecogidos de religioso pavor, bajo la enorme puerta de
-entrada, en cuyas jambas hacen la guardia dos colosos armados de sendas
-porras; y dentro del patio, al pie de la estatua de la diosa, cruzado de
-piernas y mirándose al sitio en que debía estar el vientre,--la posición
-en que suelen representar á los Budas,--calcinándose bajo un sol de
-fuego, hecho un pedazo de yesca ó un tronco que abrasó el estío, vieron
-al santo Majamí, tan quieto, que un pájaro se había posado en su cráneo
-y sólo voló al ver aparecer á los tres chatrias.
-
---Grande y venerable asceta--dijo el que llevaba la palabra,--hemos
-venido á turbar tu quietud y á interrumpir las místicas meditaciones que
-te ponen en contacto con las esferas divinas, para rogarte que te
-acuerdes del daño, desastre y acabamiento de nuestras comarcas y reino
-de Kapala, y ejercites el formidable poderío que te otorga tu santidad
-para obtener de la diosa Durga, en otro tiempo tan propicia á los
-kapaleños, que nos restaure. Únicamente Durga puede hacer un milagro que
-nos saque del abismo. Concentra tu voluntad, y obtén de la diosa el
-favor que solicitamos.
-
-Permanecía Majamí como si fuese labrado en piedra. Los chatrias,
-respetando su inmovilidad, se prosternaron y adoraron á Durga, admirando
-los atributos de sus ocho brazos y la esmeralda que en su mitra
-resplandecía como una esperanza dulce. Entonces, con imponente lentitud,
-los blancos ojos del solitario giraron en sus órbitas; su boca quemada y
-negruzca se abrió solemnemente; su esternón, en que se contaban las
-costillas apenas sujetas por la piel, jadeó para recobrar el ritmo de la
-respiración olvidada; y al fin, con voz discorde y cavernosa, como el
-chirrido de una puerta de oxidados goznes, murmuró gravemente:
-
---Contemplad ¡oh chatrias! los atributos de la diosa. ¡Ellos os dirán
-cómo se hacen los milagros!
-
-No les contentó la respuesta, é insistieron. El gran Majamí podía
-solicitar de Durga milagrosa intervención: ¡el poder de la diosa era
-tan infinito! Entonces el penitente, levantándose con trabajo, y
-renqueando y vacilando sobre sus canillas huesosas, registró bajo el
-zócalo de la estatua y sacó un pez muerto, ó mejor dicho, un pez seco
-ya, de tonos metálicos, momificado como el propio Majamí--un pez que
-parecía de estaño y cobre,--y se lo tendió á los chatrias, que no
-pudiendo comprender el sentido de tan raro presente, sin replicar lo
-tomaron.
-
---Durga os manda alimentaros de ese pez,--declaró Majamí.--Al sestear en
-la montaña lo asaréis... y el pez os dirá cómo se hacen los milagros.
-
-Asaz mohínos se despidieron los tres kapaleños patriotas, comentando el
-regalo del pez y conviniendo en que Durga, airada ó indiferente, no
-quería socorrer á Kapala. Con todo, á la primer parada bajo un grupo de
-limoneros y tamarindos, dócilmente encendieron una hoguera y arrimaron á
-la brasa el pez. Y, al caer sobre las ascuas, el pez empezó á hincharse,
-á esponjarse; sus metálicas escamas se hicieron flexibles; al cabo de
-pocos instantes, sus aletas se abrieron, se coloreó de rojo su abierta
-boca, palpitaron sus branquias, y ¡oh prodigio de Durga! el pez, de un
-brinco, saltó de la llama á la hierba, fresco, vivo, coleando.
-
---Durga nos manda imitar á ese pez--exclamó el primer chatria.--He
-comprendido, hermanos míos. _¡Resucitemos!_
-
-
-
-
-ENTRE RAZAS
-
-
-Al admirar la colección de objetos de arte de mi amigo el conde de
-Boltaña, me llamó la atención uno que no descollaba por su mérito, pero
-que decía á mi alma cosas muy expresivas. Era la efigie--de talla, con
-ropaje dorado y estofado--de San Benito de Palermo. La negra faz del
-Santo, su testa de cabellera lanuda, se destacaban con singular energía
-sobre las ricas vestiduras sacerdotales. Notando el interés con que yo
-miraba la estatuilla, me advirtió el conde:
-
---Esa escultura es de lo más flojo que hay aquí.
-
---Pero encarna una idea--respondí al punto.--Encarna la idea tan
-esencialmente democrática del Catolicismo. Es la apoteosis de la
-igualdad humana; reprueba la división en razas superiores é inferiores
-que estableció el paganismo. Por eso me conmueve el santito negro, que
-estará ahora bañándose en la blanca luz celestial.
-
---Si yo le refiriese á usted--exclamó el conde--cuándo y en compañía de
-quién adquirí esa talla y lo que después ocurrió, tal vez pensaría usted
-que á fines de nuestro siglo la civilización vuelve al cauce pagano,
-restaurando la desigualdad basada en la fuerza material... y que pierde
-terreno, en los pueblos directivos, la noción del derecho.
-
-Y como yo insistiese en conocer sin tardanza la historia de la compra
-del San Benito, nos sentamos en cómodos y vetustos sillones de badana
-cordobesa, y el conde habló así:
-
---Ha de saber usted que hace años, un primo mío, cónsul en Baltimore, me
-recomendó á cierto norteamericano que venía á recorrer las principales
-ciudades de España y proyectaba detenerse en Madrid cosa de un mes. Con
-la hospitalaria cortesía de que nos preciamos los españoles,
-sacrificando tiempo y dinero, me dediqué á acompañar y obsequiar al
-yanqui, llevándole adonde mostraba deseos de ir: á las casas de los
-anticuarios y también á los cafés flamencos y teatrillos de mala muerte,
-con todas sus consecuencias. Para que usted se explique éstas al parecer
-contradictorias aficiones de mi extranjero, habré de retratarle en
-cuatro rasgos. Podría tener de veintiséis á treinta años de edad; era
-alto, anguloso, como tallado á hachazos; y el contraste de su figura
-consistía en aquel corpachón de boxeador y púgil terminado por una cara
-imberbe, rasa, de ojos incoloros y fríos, de boca femenil. Llevaba el
-pelo muy recortado, y al sol su cabeza parecía bola de oro pálido; en
-suma, la facha de un _clergyman_, y desmintiendo el tipo clerical y
-beatífico, una fisiología poderosa. Su carácter era poco expansivo, con
-súbitos arrebatos de voluntariosos antojos; y noté fácilmente cómo en
-las tiendas de antigüedades pasaba de la glacial indiferencia al
-violento deseo, determinado, no por la belleza de un objeto, sino por su
-alto precio ó su rareza. «Dentro de poco--solía decir en regular
-castellano al sacar la cartera atestada de billetes--tendremos _allá_ lo
-mejor de la vieja Europa.» Compraba lo mismo que quien roba, y sin mirar
-sus adquisiciones segunda vez, las encajonaba y expedía. Lo único que
-despertaba en él una emoción parecida al respeto, eran los cachivaches
-de carácter nobiliario--que suelen hacernos sonreir á los españoles.--Un
-carcomido escudo de armas, una amarillenta ejecutoria con miniaturas, le
-atraían y borraban la contracción irónica de sus labios. Llamábase
-Ricardo Stoddard, y sospecho que poseía fábricas de harinas y pastas;
-pero jamás lo confesó, y pidióme por favor que le llamase siempre _don_
-Ricardo, en lo cual á poca costa le dí gusto.
-
-Una mañana, mientras rebuscábamos tesoros de arte, apareció ese San
-Benito de Palermo, cubierto de polvo y destrozadillo. _Don_ Ricardo miró
-la efigie y pronunció con calma: «Estúpida, una religión que pone en
-altares á los negros.» No sé si porque me soliviantó la grosería de la
-frase ó por espíritu de contradicción, en el acto compré la escultura y
-mandé que la llevasen á casa del restaurador directamente. Quería
-desagraviar al Santo de la obscura tez, y dar de paso una lección al
-ciudadano demócrata.
-
-Por casualidad, estábamos de acuerdo en visitar aquella misma noche un
-cafetucho de no muy buena fama, cerca de los barrios bajos. Si bien me
-desagradaban tales excursiones, no me creí dispensado de acudir á la
-cita, y nos instalamos ante una mesa, pidiendo cerveza y café. Habría
-transcurrido un cuarto de hora, cuando ví que en la mesa próxima acababa
-de ocupar una silla un corpulento negrazo. Es tan poco frecuente ver
-negros en Madrid, que le miré con profunda sorpresa, admirando su
-atlética complexión, su arrogante estatura, su vigor, sus ojos
-brillantes y la corrección de su traje; vestía de gris, con chaleco
-blanco, y calzaba guantes de gamuza barquillo. Sin poder contenerme,
-toqué en el brazo á _don_ Ricardo y le dije sonriendo:
-
---Buen tipo, ¿eh? ¡Qué ejemplar!
-
-Volvióse el yanqui y posó en el negro sus pupilas descoloridas y
-aceradas. No recuerdo mirada así: el desprecio condensado hasta producir
-la frigidez del hielo, y la altivez que encuentra su fórmula definitiva
-y triunfante, se revelaron de la ojeada que siguió á mi observación. Y
-con voz incisiva, estridente, que azotaba, pronunció en alto:
-
---¡Oh! Sí. ¡Vale mil dollars!
-
-No puedo describir el efecto que me causó aquel precio de mercado,
-aquella tasa de caballo ó de res vacuna, arrojada á la faz de un
-racional, de un sér humano; pero describiré el que causó en el negro,
-que había oído perfectamente. Palideció poniéndose verdoso--es como
-palidecen ellos;--la blancura de sus ojos giró, y levantándose de un
-brinco de tigre, quitóse un guante y lo proyectó contra la mejilla del
-norteamericano. Éste esquivó el choque ladeando la cabeza; sin perder su
-flema, asió las tenacillas del azúcar y con ellas cogió el guante, sobre
-la mesa caído; llamó al mozo, y ordenó chapurreando más que de
-costumbre:
-
---¡Se lleve usted pronto esto porquería!
-
-El negro permanecía de pie, lívido, cruzado de brazos, desafiando. Por
-un instante temí que iba á precipitarse hacia nosotros. Su corpachón
-gigantesco retemblaba de coraje; sus dientes castañeteaban de ira. Sin
-embargo, se contuvo, abrió los brazos, volvióse de espaldas, y yo,
-advirtiendo que en el café la gente, alborotada, se arremolinaba ya
-esperando alguna bronca, pagué el consumo y logré sacar al yanqui
-afuera. Al verse en la calle, dijo seca y acerbamente:
-
---¡Qué cosas pasan aquí! ¡Me echar el guante un esclavo!
-
-Respondíle enojado que ya no hay esclavos, y creo que saqué á relucir en
-mi perorata el San Benito negro y las ideas de fraternidad. Debí de
-predicar en desierto, porque al dejar á _don_ Ricardo á la puerta de su
-fonda, todavía repitió, pegándome familiarmente en el hombro (me había
-cobrado afecto á su manera):
-
---¡Un esclavo! ¡By God!
-
-Cuando me alejaba de allí, iba asaz preocupado. Juraría que _alguien_
-nos había seguido á distancia, paso á paso, desde la Plaza Mayor hasta
-la calle del Caballero de Gracia, á tales horas poco concurrida. Miré en
-derredor, escruté las bocacalles, pero á nadie ví. Rumiando el
-incidente, me retiré, y los siguientes días rehuí acompañar á _don_
-Ricardo. La curiosidad me movió á averiguar quién era el gigantesco
-negro, y supe que procedía de las Antillas, que ejercía las altas
-funciones de jefe en las cocheras del duque de S..., y que por su
-habilidad y maestría se ganaba un pingüe sueldo.
-
-Y ya llegamos al desenlace de esta aventura, más dramático de lo que
-usted supone... Una semana después del episodio del cafetucho, leía yo
-en la peluquería un periódico, y á poco me degüella el barbero; tal
-respingo dí al tropezar con la noticia de que en una callejuela
-sospechosa de los barrios bajos, no lejos del consabido cafetucho, había
-sido encontrado el cadáver de un extranjero, cuyas iniciales, _R. S._,
-no me permitieron dudar de quién se trataba. El periódico traía más
-detalles: la muerte había sido causada por dos cuchilladas tremendas, y
-en los bolsillos del muerto estaban la cartera repleta y el soberbio
-reloj, signo evidente de que el crimen obedecía á una venganza...
-
-Hacer luz... era bastante difícil, como yo no cantase... Y no canté. ¡No
-me atreví á echar el peso de mis palabras en la balanza terrible! ¿Hice
-mal? ¡Mi instinto me dictaba que guardase silencio!... Y siempre que
-pienso en esta página de mi vida moral, para tranquilizarme, para
-recobrar la paz, miro esa efigie del Santo de la cara obscura...
-
-
-
-
-CUENTOS ANTIGUOS
-
-
-
-
-LA PALOMA
-
-Á NUESTRO PADRE EL ZAR
-
-
-Cuando nació el príncipe Durvati, primogénito del gran Ramasinda, famoso
-entre los monarcas indianos, vencedor de los divos, de los monstruos y
-de los genios; cuando nació, digo, este príncipe, se pensó en educarle
-convenientemente para que no desdijese de su prosapia, toda de héroes y
-conquistadores. En vez de confiar al tierno infante á mujeres cariñosas,
-confiáronle á ciertas amazonas hircanas, no menos aguerridas que las de
-Libia, que formaban parte de la guardia real; y estas hembras varoniles
-se encargaron de destetar y zagalear á Durvati, endureciendo su cuerpo y
-su alma para el ejercicio de la guerra. Practicaban las tales amazonas
-la costumbre de secarse y allanarse el pecho por medio de ungüentos y
-emplastos; y al buscar el niño instintivamente el calor del seno
-femenil, sólo encontraba la lisura y la frialdad metálica de la coraza.
-El único agasajo que le permitieron sus niñeras fue reclinarse sobre el
-costado de una tigre domesticada, que á veces, como en fiesta, daba al
-principito un zarpazo; y decían las amazonas que así era bueno, pues se
-familiarizaba Durvati con la sangre y el dolor, inseparables de la
-gloria.
-
-A los diez y ocho años, recio, brillante y animoso, entró el príncipe en
-acción por primera vez, al lado del rey, que invadía la comarca de
-Sogdiana y Bactriana, para someterla. Erguíase Durvati sobre un elefante
-que llevaba á lomos formidable torre guarnecida de flecheros; cubría el
-cuerpo de la bestia un caparazón de cuero doble, y en sus defensas
-relucían agudas lanzas de oro. Escogida hueste de negros armados de
-clavas cercaba al príncipe, y cuando se trababa la lid, Durvati se
-estremecía sintiendo que los pies enormes del belicoso elefante, que
-barritaba de furor, se hundían en cuerpos humanos, reventaban costillas,
-despachurraban vientres y hollaban cráneos, haciendo informe masa
-sanguinolenta y palpitante. Al acabarse una batalla más reñida, Durvati
-osó preguntar á su padre, el gran rey, si aquella gente aplastada sufría
-mucho y si placía á Brama que la gente sufriese. Y Ramasinda, colérico
-de la pregunta, que le pareció rasgo de flaqueza en el novel guerrero,
-sólo contestó con palabras de un cántico sagrado: «Mira delante de ti la
-suerte de los que fueron; mira delante de ti la suerte de los que serán.
-El mortal madura como el grano, y como el grano renace.» Acababa de
-pronunciar estas palabras Ramasinda, cuando cortó el aire una flecha, y
-vino á fijarse temblando en la espalda del rey. Durvati, precipitándose
-hacia su padre, sólo alcanzó á recibirle en brazos moribundo. La tropa,
-después de hacer pedazos al matador del rey, proclamó á Durvati,
-gritando que era preciso llevar á sangre y fuego aquel país, y que el
-nuevo rey sabría cumplir tan alta empresa.--Aquella noche, el huérfano
-se durmió con sueño de plomo y soñó cosas raras. Representósele otra vez
-el triste fin de su padre; sintió la humedad de la sangre que manaba la
-herida y la humedad del llanto que él mismo, Durvati, no se había
-atrevido á derramar en presencia del ejército, pero que ahora fluía
-copioso, empapando sus ropas. Y cuando desahogaba así el dolor,
-parecióle que sobre su pecho notaba un calor grato y suave, como un peso
-delicioso, y rozaba su cara algo fino cual seda. Era, á su parecer, una
-blanquísima paloma, de rosado pico, de cuello de bizantinos esmaltes
-verdiazules, de benignos y amorosos ojos negros, que arrullando
-mansamente murmuraba á su oído una frase misteriosa. El arrullo calmó
-las angustias del príncipe, y le sepultó en un anonadamiento absoluto,
-reparador.--Al despertar gritó de sorpresa. Echada á su lado, recostando
-la frente en su pecho, había una mujer muy joven, celestialmente bella,
-de blanco seno, de rosada boca, de cabellera sombría y suelta como
-plumaje de ave, de negras pupilas; y al preguntar atónito Durvati quién
-era la admirable criatura, fuéle respondido que una cautiva, una
-esclava, por hermosa señalada para botín real, y que á no haber sido
-muerto el rey Ramasinda, estaría ahora en su tienda y no en la de
-Durvati.
-
-Mozo era, y nunca había ardido en su corazón el incendio que transforma
-y perpetúa los seres. En aquel punto y hora lo sintió con tal fuerza,
-que se borró de su mente cuanto no fuese la cautiva. Olvidando planes de
-conquista y dominación, fijó sus reales en la ciudad más próxima, y
-embelesado en coloquios deleitosos se pasaba la existencia. No por eso
-se crea que Durvati se entregó á la molicie y al desenfreno. Al
-contrario; poseído casi siempre de exquisita delicadeza, con casto
-arrobamiento, amaba á la cautiva á la manera que enseñan los _kandas_, ó
-himnos védicos,--con el _atmán_, que quiere decir _aliento_ ó
-_espíritu_;--repitiendo aquellas palabras consagradas:--«En verdad lo
-que amamos en la mujer no es la mujer, sino el espíritu; y quien busque
-en la mujer más que el espíritu, será abandonado por Brama.»--Recordando
-que la primer noche en que tuvo cerca á su amiga soñó Durvati que una
-paloma se le arrimaba arrullando, Paloma la llamó, y Paloma la nombraron
-todos.
-
-Lo que más encantaba á Durvati en Paloma, y lo que justificaba tal
-apodo, era la ternura, la mansedumbre, la piedad, la blanda condición,
-tan diferente de la de aquellas feroces guerreras sin atributos
-femeniles, entre cuyas manos se había criado el joven rey; y según éste
-intimaba con Paloma, y la frecuentaba, y se apegaba á ella, y pasaban
-juntos las largas siestas del estío á orillas de los lagos cristalinos y
-bajo los copudos árboles, le repugnaba más y más la idea de la crueldad
-y de la matanza, se le hacía más cuesta arriba lanzar al combate otra
-vez sus huestes. Ya dueña de su confianza, y usando de la libertad que
-da el afecto, Paloma le pintaba con sus colores horribles el estrago de
-la guerra, y le aseguraba que todos tienen derecho á vivir y deber de
-amarse, para disminuir los males que cercan en la tierra al mortal.
-
-Por desgracia, no poseía cada soldado de Durvati su Paloma; furiosos con
-la inacción, vejaban y oprimían á los naturales, y el país se alzaba
-indignado, clamando independencia ó muerte. Los jefes, compañeros del
-victorioso Ramasinda, aficionados al combate, maldecían y renegaban de
-la hechicera que tenía embaucado al rey, y suspiraban por el momento de
-armar á sus elefantes de combate y arrojarse al botín y á la gloria.--La
-sorda conjuración contra la favorita tomó cuerpo al difundirse una
-noticia grave: contra todos los ritos, costumbres y leyes, contra el
-decoro de su nombre y las tradiciones heroicas de su raza, Durvati iba á
-elevar al trono á aquella mujer, y regresar después á los bordes del
-Ganges, abandonando la tierra ganada por el empuje de sus armas,
-devolviendo la libertad á sus moradores, sin apropiarse ni una pulgada
-de territorio ni una oveja de ajeno rebaño. Cundió la nueva entre las
-tropas, y oyéronse maldiciones é imprecaciones contra el afeminado rey
-que los deshonraba y envilecía. Era preciso que su razón estuviese
-perturbada, y que aquella bruja, secuaz de los magos, hubiese dado algún
-bebedizo ó hierba mala al joven héroe, para que olvidase la dignidad
-real y los deberes de su cargo altísimo, que principalmente en la guerra
-se resumen. Persuadidos ya de haber adivinado la causa de la decadencia
-y trastorno de Durvati, concertáronse las amazonas y los jefes, y una
-noche, sigilosamente, sorprendieron y robaron á Paloma de la misma
-cámara real.--No ha logrado la historia exclarecer su paradero; las
-desgarradoras quejas de Durvati, sus ruegos, sus amenazas, no
-consiguieron que los raptores se la restituyesen; únicamente, ante la
-insistencia del joven rey, quizá deseosos de hacerle irónica burla,
-idearon colocar en su lecho, mientras dormía, una paloma mansa, que
-llevaba por collar el anillo de la cautiva: paloma de níveo plumaje, de
-tornasolado cuello verdiazul, de rosado pico, de ojos negros, amantes y
-candorosos...
-
-No se sabe si Durvati entendió la sátira, ó si, en efecto, supuso que
-aquella ave arrulladora y dulce era el _atmán_ ó espíritu de su
-amada.--Lo cierto es que, fingiendo atribuir el caso á un prodigio,
-convocó á sus huestes y les hizo saber que aquella metempsícosis de la
-amiga, vuelta paloma, significaba que Brama quería la paz perpetua, la
-paz luciendo como blanca aurora sobre el mundo; y que esta resolución
-estaba decidido á mantenerla, cortando la cabeza sin demora á quien se
-opusiese ó suscitase dificultades de cualquier género.--Y en efecto, en
-todo el reinado de Durvati no se derramó gota de sangre humana.
-
-
-
-
-PREJASPES
-
-
-Pensamos los occidentales haber inventado la lealtad monárquica, y
-atribuímos el desarrollo de este singular sentimiento á las ideas
-cristianas, confundiendo los afectos que debe inspirarnos Dios, suma
-Causa y Bien sumo, con los que tienen por objeto á hombre nacido de
-mujer. Yo no sé si un sentimiento se califica ó descalifica por ser
-antiguo, pero sé que la lealtad monárquica es tan vieja como los más
-viejos cultos, y en apoyo de esta opinión recordaré la aventura que le
-sucedió al adictísimo Prejaspes.
-
-Ciro había sido un soberano glorioso y justo, pero su hijo y sucesor
-Cambises, á medida que fue catando el vino del absoluto poder, mostró
-los síntomas de la embriaguez especial que ocasiona este terrible licor,
-destilado con sudor humano, sangre y lágrimas. Creyóse el centro de la
-vida y el ojo del mundo, y contribuyó á engreirle más y á persuadirle de
-que su voluntad no reconocía ley ni freno, su incursión por el Egipto,
-reino que había llegado á brillante esplendor de civilización bajo el
-Faraón Amasis y que el persa rindió y subyugó, entrando triunfante en
-las magníficas ciudades de la ribera del Nilo, henchidas de palacios,
-jardines en terrazas, obeliscos, pirámides, esfinges y colosos de
-pórfido y basalto. Dueño del Egipto Cambises, y viendo su nombre grabado
-en caracteres jeroglíficos en el pedestal de las estatuas naóforas y en
-las columnas de los templos, se tuvo, más que por mortal, por una
-divinidad como Osiris, y los egipcios se postraron ante aquel
-conquistador de tiara de oro, aquella faz pálida venida del Oriente.
-Sólo hubo una clase social que se resistió á tributar adoración á
-Cambises, y fué la de los sacerdotes. La religión era lo único que
-resistía en medio del abatimiento de todos, y por lo mismo Cambises tuvo
-empeño en humillarla y vencerla, en satirizarla y, como hoy diríamos,
-ponerla en solfa. No perdía ocasión de burlarse de aquel culto tributado
-á dioses con cabezas de animales, tan risibles para un adorador de la
-Luz, el Fuego y el eterno Sol; y si casualmente sorprendía alguna
-ceremonia de la religión egipcia, ideaba bufonadas para escarnecerla.
-Acertó á regresar impensadamente á Menfis en ocasión en que se celebraba
-la fiesta del sagrado buey Apis; y entrándose de rondón por el templo,
-mandó que le sacasen allí inmediatamente al bovino dios, y tirando de
-cimitarra, le hirió de una cuchillada, que quiso dar en el vientre y
-dió en el muslo. «Este dios que sangra y muge es digno de vosotros»,
-gritó á los egipcios, horrorizados de la profanación. Entonces el gran
-sacerdote, alzando las manos á la bóveda celeste, profetizó que el impío
-que hería al dios Apis recibiría herida igual. Cambises mandó azotar
-mortalmente al profeta, pero la profecía quedó grabada en la mente de
-los egipcios como esperanza, como vago terror en la del rey.
-
-Tenía Cambises entre sus servidores al mayordomo Prejaspes, hombre
-valeroso, capaz de echarse al fuego por su monarca. Veía Prejaspes en
-Cambises la forma de lo divino sobre la tierra, y entendía que un acto
-era óptimo ó pésimo según á Cambises placía ó desplacía. Sin embargo, al
-mismo tiempo que tan decidida abnegación, existía en el alma de
-Prejaspes un instinto natural de veracidad y de honradez, que le
-enseñaba á discernir el valor moral de las acciones, y á darse cuenta de
-su alcance, al menos en su propia conducta. La única noción que
-Prejaspes no alcanzaba, es que si hay regla moral para las acciones
-humanas, esta regla obliga lo mismo ó más á los príncipes que á los
-vasallos, y cuando las órdenes de los príncipes están con la regla en
-contradicción, la obediencia sólo á la regla es debida. No lo entendía
-así Prejaspes, y hasta suponía, por exceso de nobleza de ánimo, que su
-sangre y su vida entera y su alma inmortal pertenecían á Cambises.
-
-Sucedió, pues, que Cambises, conocedor de la incondicional lealtad de
-su mayordomo, preguntóle un día qué decían de su rey los vasallos. Y
-como Prejaspes hubiese observado que al monarca le enfurecía y exaltaba
-el beber, contestóle lleno de buena intención y con entereza y respeto:
-«Señor, opinan que eres un soberano valeroso y grande, pero que te gusta
-el vino en demasía.» No complació la respuesta á Cambises, por lo mismo
-que exhalaba el acre aroma de la verdad; frunció el poblado entrecejo de
-azabache, y por sus ojos cruzó un relámpago como el que despide el puñal
-al salir de la vaina. Sin embargo, no hizo la menor objeción--señal
-malísima,--y siguió hablando con agrado á su mayordomo.
-
-Cosa de una semana después, al levantarse de la mesa, hora en que solía
-Cambises pasear por los jardines entreteniéndose en tirar agudas flechas
-á los pajarillos, llamó á Prejaspes y al hijo de Prejaspes, copero mayor
-de palacio; y al verles en su presencia, dijo á Prejaspes en tono
-alegre: «¿Sabes que he estado pensando en eso de que mis vasallos
-comenten mi afición al vino? Porque capaces serán de creer que soy algún
-insensato y que el abuso de la bebida ha turbado mis sentidos, nublado
-mis pupilas y debilitado este brazo que puso al Egipto por alfombra de
-mis pies. ¿Lo creerás? Yo mismo siento aprensión y quiero hacer un
-ensayo. ¡Ea! Que tu hijo se coloque ahí enfrente... Cuádrale bien,
-échale atrás los brazos para que descubra el pecho... Así... Voy á
-flechar el arco y disparar... Si coloco la punta en mitad del corazón,
-convendrás en que se engañan mis súbditos y Cambises conserva íntegras
-sus facultades.»
-
-Prejaspes, silencioso, obedeció. Temblor profundo sacudía sus miembros;
-gruesas gotas de sudor helado asomaban en la raíz de sus cabellos; un
-vértigo oscurecía sus ojos. Pero aún le sostenía la esperanza quimérica
-de que aquello fuese una chanza feroz, y no más. Cambises tendió el
-arco, apuntó cuidadosa y lentamente, pellizcó la cuerda; un silbido
-desgarró el aire, y el hijo de Prejaspes giró sobre sí mismo y cayó al
-suelo desplomado. «Hola», gritó Cambises; «aquí mis trinchantes... Abrid
-el pecho de ese, á ver si el hierro ha partido de medio á medio el
-corazón.» Palpitaba éste débilmente aún cuando se lo presentaron á
-Cambises, con la flecha plantada en el centro, sin desviación de una
-línea. Soltó el rey gozosa carcajada, y volvióse hacia el anonadado
-Prejaspes, preguntándole en tono de buen humor: «¿Qué tal? ¿Sé yo
-disparar? ¿Sé acertar? ¿Conoces otro arquero mejor que tu rey?» Tardó
-Prejaspes en contestar á la regia chanza cosa de medio minuto. Estaba
-inmóvil, y sus pupilas, inmensamente dilatadas, no sabían apartarse de
-aquel corazón sangriento, tibio todavía,--el corazón de su dulce hijo,
-cuyas débiles contracciones expirantes, á cada segundo parecían decirle
-con misterio: «Padre, véngame.» ¡Arrancar aquella flecha misma, clavarla
-en la tetilla de Cambises! ¡Oh ventura, oh goce!...--De pronto,
-Prejaspes volvió en sí: era el rey, era su rey, su dueño, su árbitro, la
-imagen del eterno Sol sobre la tierra...!; y devorándose el labio en
-desesperada mordedura, su lengua profirió esta respuesta cortesana:
-«Señor, el dios Apolo no flecha mejor que tú...» É inclinándose hasta el
-suelo, desapareció para revolcarse á solas, para poder morderse las
-manos y herirse el rostro y cubrirse el cabello de ceniza.
-
-Y en presencia de Cambises, Prejaspes ocultó sus lágrimas. Fiel como el
-perro, acompañóle siempre. Pasado el primer horrible dolor, diríase que
-le amó más desde que hubo entre los dos sangre y sacrificio. A su lado
-estaba el día en que, montando Cambises precipitadamente para sofocar
-una rebelión, se hirió con su propia cimitarra en el muslo, donde había
-herido al dios Apis; y á su cabecera, cuando se gangrenó la herida y le
-llevó á la sepultura, Prejaspes fue quien ungió con aromas de nardo y
-cinamomo el cadáver, y le colocó en las yertas sienes la tiara de oro.
-
-
-
-
-ZENANA
-
-
-Alejandro Magno es de esos caracteres históricos que se prestan
-igualmente á severa censura y á hiperbólica alabanza. Atrae en virtud de
-un contraste vigoroso. Es ya luz, ya tinieblas, pero grande siempre. La
-complejidad de su alma extraordinaria se explica por antecedentes de
-familia y de educación. Era hijo de Filipo--que reunía á un valor de
-león una sensualidad de cerdo,--y de Olimpias--reina de arrestos
-viriles, capaz de ajusticiar á sus enemigos por su propia mano, y de
-mirar con tan despreciativa majestad á doscientos soldados encargados de
-asesinarla, que se volvieron sin hacerlo, declarando no poder resistir
-aquella mirada dominadora y terrible.--Era alumno de Aristóteles, cuyo
-solo nombre lo dice todo, y durante ocho años había bebido de tal fuente
-la sabiduría, que sirve para templar y engrandecer el ánimo, y la
-ciencia política, que señala rumbos gloriosos á la ambición. Y en un
-espíritu donde la levadura de todas las pasiones humanas fermentaba al
-lado de las nociones de todos los ideales divinos, tenían que surgir,
-entre impulsos atroces y violentas concupiscencias, bellos rasgos de
-continencia, piedad y magnanimidad, y hasta poéticos romanticismos,
-semejantes al que da asunto á este cuento.
-
-La casualidad ha traído á mi poder algunas monografías que dejó inéditas
-el doctísimo alemán Julius Tiefenlehrer, y que forman parte de las
-doscientas setenta y cinco que este profesor de la Universidad de
-Gotinga consagró á esclarecer la biografía de Alejandro; las cuales
-consultan fructuosamente y rebañan sin escrúpulo los más recientes
-historiadores. Parece que la leyenda contenida en la monografía que hoy
-saco á luz, es la misma que representa una tapicería gótica
-perteneciente al barón de Rothschild, y en la cual, con donoso
-anacronismo, Alejandro luce una armadura de punta en blanco, del siglo
-XIV, y Zenana el luengo corpiño, el brial y el ancho tocado de las damas
-contemporáneas de la Santa Sede en Aviñón.
-
-Ha de saberse que Alejandro, después de aniquilar á Darío y hacerse
-dueño de Persia, fue corrompido por la muelle y refinada vida asiática y
-por el servilismo de aquellas razas que, á diferencia de los griegos, se
-postraban ante el rey tributándole honores divinos. Pero, en los
-primeros tiempos, antes de que el vencedor se dejase vencer por las
-delicias que reblandecen el alma, luchó para sobreponerse y conservar
-sus energías morales, y esta lucha, sostenida por un hombre
-omnipotente, debe serle contada más gloriosa que la victoria de Arbelas.
-
-Claro es que entre las tentaciones de que se veía asaltado Alejandro á
-cada instante, descollaba la tentación de la mujer, dulcísima asechanza
-en que caen las almas grandes, igual ó acaso más hondo que las pequeñas.
-No son más hermosas que las griegas las hijas de la Susiana, y acaso sus
-formas no se prestan tanto á que el pincel las reproduzca; pero en
-cambio poseen un hechizo perturbador, que enciende la fantasía y subyuga
-potencias y sentidos. Los rostros pálidos y prolongados como la luna en
-su creciente--según la comparación del poeta Firdusi,--donde se abren
-los labios sinuosos, color de cinabrio, parecidos á una flor de sangre;
-los ojos luengos, de negrísimas y pobladas pestañas, _lagos á la
-sombra_, dice una canción persa; los cuerpos flexibles, delgados de
-cintura y que en lo alto se ensanchan á manera de jarrón que contiene
-dos tersas magnolias; el cutis impregnado de aromas sabeos, el pie
-diminuto encerrado en la delicada babucha de piel de serpiente bordada
-de perlas, el vestir artificioso, las gasas que muestran y encubren
-hábilmente el tesoro de la beldad, los cabellos rizados con primor, los
-brazos lánguidos que saben ceñirse á guisa de anillos de culebra,--otros
-tantos anzuelos y redes para Alejandro, de los cuales no acertaba á
-desenvolverse.--Y como quiera que á cada instante venían á su tienda ó á
-su palacio damas persas á impetrar clemencia ó justicia, Alejandro,
-conociéndose y no queriendo prevaricar en sus funciones de árbitro del
-mundo, ideó un extraño preservativo: al acercarse una mujer, cubríase el
-rostro y los ojos con un paño de púrpura, y así las recibía y escuchaba,
-creyendo ellas que era misterio de la majestad real lo que sólo era
-prevención contra la humana flaqueza.
-
-Acaeció, pues, que estando prisionero de un general de Alejandro el
-sátrapa Artasiro--y habiéndose resuelto que si el sátrapa no entregaba
-pingües tesoros que suponían ocultos le matarían cortándole en
-pedazos,--la única hija del sátrapa, Zenana, se dió arte para llegar
-hasta el rey, con propósito de abrazar sus rodillas y librar á su padre
-del suplicio. El candor y la pureza de Zenana se revelaban en la
-sencillez no estudiada de su atavío; vestida ya de luto, sin adornos ni
-joyas, con el cabello suelto, sólo por natural efecto de la gracia
-juvenil podría agradar. Y es preciso que, á fuer de verídica, añada que
-Zenana no era tampoco lo que se llama una hermosura, ni menos poseía el
-hechizo malvado de las grandes cortesanas de Babilonia, que saben con
-añagazas y tretas enredar un albedrío. Sin embargo, Alejandro, al oir
-que una mujer moza solicitaba audiencia, se echó el paño por cara y
-hombros, y así la recibió.
-
-El no ver la faz augusta prestó ánimo á la tímida Zenana: arrojóse á los
-pies del macedón, y bañándolos con muchas lágrimas, expuso el objeto de
-su venida. Notando que Alejandro la escuchaba atentísimo y al parecer
-con extraña complacencia, explicó detenidamente el caso. Y así que hubo
-oído la promesa de que su padre tenía salva la vida, Zenana, después de
-estrechar otra vez las rodillas de Alejandro, desapareció, yendo á
-ocultarse con su nodriza en una cueva cercana á Babilonia, pues temía
-ser perseguida y ultrajada por los mismos que intentaban matar al
-sátrapa.
-
-Pocos días después de este suceso, habiendo notado Higinio, el mayor
-amigo y confidente de Alejandro, que éste andaba asaz pensativo,
-cabizbajo y melancólico, le preguntó la causa, y Alejandro, exhalando un
-suspiro, respondió:
-
---Es una cosa extraña, querido Higinio, lo que me sucede. Ya sabes que
-para precaverme recibo á las mujeres con el rostro cubierto, porque las
-hermosas persas hacen daño á los ojos[1]. ¡Ay! ¿De qué me ha servido?
-¡Ya veo que el enemigo más allá de los ojos tiene su
-fortaleza!--Recordarás que últimamente me pidió audiencia una dama, hija
-del sátrapa Artasiro; y yo, fiel á mi propósito, no alcé el trozo de
-púrpura que me impedía verla. Pero escuché su voz, y no hay arpa hebrea
-ni lira eolia que á la cadencia de esa voz pueda compararse. El corazón
-me salta al recordar la música de esa voz. A solas repito palabras que
-ella pronunció, por evocar mejor el recuerdo del tono con que las dijo.
-No sé cómo no atropellé por todo y no la detuve aquí cautiva, para
-seguir oyéndola: creo que fue efecto del mismo encanto que la voz me
-produjo. Estaba que ni me atrevía á respirar.--Y ahora, de día, de
-noche, tengo aquella voz en los oídos, sueño con ella, y sólo puede
-aliviar mi mal oirla resonar otra vez. Ya lo sabes. Búscame á Zenana,
-tráemela aquí, porque si no, conozco que perderé el juicio.
-
-Obedeció Higinio prontamente, y puso en movimiento numerosa cohorte, á
-fin de descubrir á la misteriosa beldad:--por tal la tenía.--Bien
-escondida estaba Zenana, pero al fin se averiguó su refugio, é Higinio,
-antes de llevarla á la presencia de Alejandro, la enteró de cómo el rey,
-prendado de su voz, se moría por ella. La joven persa, al saber esto,
-murmuró dulcemente, con su voz melodiosa, que la emoción timbraba:
-
---Gloria es para mí haber causado tal impresión en el gran rey; pero la
-placa de plata bruñida en que contemplo mi rostro después del baño y el
-tocado, me dice que no soy bella; Alejandro, al verme, perderá las
-ilusiones. Temo su indignación, y temo ante todo que recaiga su cólera
-sobre mi padre. ¿Por qué no le haces creer á Alejandro que estoy
-obligada por un voto á los dioses á presentarme cubierta la cara con un
-velo? Yo no he visto á Alejandro; él no me verá... y así tal vez consiga
-evitar su enojo.
-
-Pareció á Higinio tan excelente el ardid de la discreta Zenana, que
-estuvo conforme, y la misma noche la condujo á los jardines del gineceo
-de Alejandro. Embriagado éste con la divina voz de la joven persa, se
-resignó á la condición del velo, y hasta encontró en ella un misterio
-picante y un singular hechizo. Le parecía que aquel amor velado y
-despojado del vulgar incentivo de unas facciones más ó menos lindas, era
-algo delicado y original, que no había gustado nunca. El casto imán de
-aquel velo triunfó de las desnudeces y la licencia impúdica de las otras
-damas persas, obstinadas en requerir al héroe. «Habla y no te
-descubras», murmuraba tiernamente Alejandro, sentado cerca de una fuente
-donde la luna fingía en el agua de los surtidores continuo desgrane de
-perlas; y las rosas del Gulistán, que después se llamaron de Alejandría,
-dejaban caer sobre las cabezas de los amantes perfumados pétalos.--Fue
-el amor de Zenana el más largo é intenso de cuantos disfrutó Alejandro
-en su corta vida.
-
-
-
-
-LA GOTA DE CERA
-
-
-Aunque los historiadores apenas le nombran, Higinio fue de los más
-íntimos amigos de Alejandro Magno. No se menciona á Higinio, tal vez
-porque no tuvo la trágica suerte de Filotas, de Parmenion, y de aquel
-Clitos á quien Alejandro amaba entrañablemente, y á quien así y todo, en
-una orgía, atravesó de parte á parte; y sin embargo--si no mienten
-documentos descubiertos por el erudito Julius Tiefenlehrer--Higinio gozó
-de tanta privanza con el conquistador de Persia, como demostrarán los
-hechos que voy á referir, apoyándome, por supuesto, en la
-respetabilísima autoridad del sabio alemán antes citado.
-
-Compañero de infancia de Alejandro, Higinio se crió con el héroe. Juntos
-jugaron y se bañaron en Pela, en los estanques del jardín de Olimpias, y
-juntos oyeron las lecciones de Aristóteles. La leche y la miel de la
-sabiduría la gustaron, así puede decirse, en un mismo plato; y en un
-mismo cáliz libaron el néctar del amor, cuando deshojaron la primer
-guirnalda de rosas y mirto en Corinto, en casa de la gentil hétera
-Ismeria. Grabó su afecto con sello más hondo el batirse juntos en la
-memorable jornada de Queronea, en la cual quedó toda Grecia por Filipo,
-padre de Alejandro. Los dos amigos, que frisaban en los diez y nueve
-años entonces, mandaron el ala izquierda del ejército, y destruyeron por
-completo la famosa _legión sagrada_ de los tebanos. La noche que siguió
-á tan magnífica victoria, Higinio pudo haber conseguido el generalato;
-Alejandro se lo brindaba, con hartos elogios á su valor. Pero Higinio,
-cubierto aún de sangre, sudor y polvo, respondió dulcemente á los
-ofrecimientos de su amigo y príncipe:
-
---No acepto el generalato, porque habiéndome portado bien hoy, tal
-recompensa y tan alta dignidad me obligarían en conciencia á portarme
-todavía mejor en otras ocasiones que sobreviniesen, y no puedo
-comprometerme á amanecer cada día con más valor y más fortuna. Además,
-de las enseñanzas de nuestro maestro Aristóteles saco yo en limpio que
-el hombre, habitualmente, debe vivir en paz y no en guerra. Queda
-demostrado que no soy ningún medroso. El que ha combatido á tu lado en
-Queronea, ya tiene derecho á plantar un laurel en el sagrado bosque de
-Marte. Déjame de batallas y dame otro puesto cerca de ti, Alejandro,
-porque te quiero bien y te serviré fielmente.
-
-Alejandro, cuya sangre hervía pidiendo luchas y glorias, se conformó mal
-de su grado á los deseos de Higinio, y le nombró su gran copero. Era
-cargo en extremo descansado y de alta confianza, pues sus funciones
-consistían en custodiar y servir la copa de oro reservada al príncipe, á
-fin de que nadie pudiese depositar en ella ponzoña. El oficio de Higinio
-le permitía vivir en constante comunicación con Alejandro, y cuando éste
-subió al trono, sucediendo á su padre, asesinado por Pausanias, los
-cortesanos auguraron á Higinio brillante carrera. Poco tardaron en verse
-desmentidos tales pronósticos: Higinio continuó presentando, recogiendo
-y custodiando la ya regia copa, sin mezclarse en intrigas ni aspirar á
-otras grandezas.
-
-Mientras tanto, Alejandro asombraba al universo con sus campañas y
-triunfos, y ofrecía á Grecia, en compensación de la perdida libertad,
-páginas de luz para la historia.
-
-Conteniendo á los bárbaros y sojuzgando el inmenso imperio del Asia,
-bien pronto se vió dueño del mundo Alejandro. Cuando, después de dejar
-trazado el emplazamiento de Alejandría, y de entrar vencedor en
-Babilonia y Ecbtana, el hijo de Filipo se declaró _hijo de Júpiter_ y
-decretó su propia apoteosis, Higinio--que hacía mucho tiempo no departía
-con su rey, limitándose á servirle la copa en silencio--fue despertado á
-las altas horas de la noche de orden de Alejandro, que le llamaba á su
-cabecera. La recién hecha deidad no podía dormir, y reclamaba cuidados y
-consuelos...
-
---Señor--dijo Higinio,--celebro poder hablarte sin testigos, como
-antaño. Justamente deseaba rogarte que me consientas dejar tu servicio y
-retirarme á mi casita del Atica, donde poseo olivos y colmenas.
-
---¡Bonita ocasión escoges para abandonarme!--exclamó furioso
-Alejandro.--¡Por el intento merecerías que te mandase crucificar!
-¿Deseas riquezas? Pide cuanto se te antoje... ¿Pero marcharte? Ni lo
-sueñes, ¿Y de dónde nace esa manía?
-
---Ya que lo preguntas--contestó Higinio,--lo vas á saber. Yo fuí amigo y
-servidor de un hombre, pero ahora parece que ese hombre se ha vuelto
-Dios. No tengo vocación al sacerdocio. Desde que has ascendido á hijo de
-Júpiter Hamnon, hermano de Apolo, me inspiras temor y frialdad. El
-Alejandro que yo amaba no existe. Ha ascendido al Olimpo. Él es
-inmortal, yo mortal. No nos entendemos. Por otra parte, la idea que me
-he formado de un Dios, según la sublime doctrina de Aristóteles...
-
---¡Dale con Aristóteles!--interrumpió el conquistador.--¡Como le atrape,
-á ese sí que le crucifico! ¡Y alto, para que todos le vean!
-
---Crucifica, pero escucha. Prescindamos de Aristóteles y supongamos que,
-en efecto, eres Dios. Pues si eres Dios, yo no puedo cometer sacrilegio;
-yo no puedo seguir envenenándote.
-
---¿Envenenarme tú?--gritó Alejandro incorporándose convulso sobre su
-lecho de marfil incrustado de oro.--¡Ahora comprendo por qué un fuego
-constante abrasa mis venas; ahora comprendo por qué no descanso sino en
-horrible modorra; ahora me explico las visiones y las pesadillas que de
-noche me asaltan y empapan mis sienes en sudor frío! ¡Envenenarme tú!--Y
-con súbito acceso de ternura suspiró.--¿Y por qué quieres mi muerte, tú,
-mi amigo de la niñez, mi hermano de armas en Queronea?
-
-Higinio, conmovido, se arrojó á los pies de Alejandro, y éste abrió los
-brazos; los dos amigos juntaron sus rostros y mezclaron sus cabelleras,
-y el copero declaró en tono muy diverso del de antes:
-
---Señor, dulce amado mío, si te enveneno, es contra mi voluntad y por
-orden tuya... Esas visiones, esas torturas de que te quejas, proceden de
-la doble embriaguez en que vives: estás ebrio de poder y de vino
-añejo... Antes sólo me pedías la copa dos ó tres veces en cada comida;
-desde que el Asia te ha inoculado su molicie y sus vicios, me duelen las
-manos de tanto recoger la copa vacía y extendértela colmada... Tu alma
-se ha turbado, la demencia te ronda, te habitúas á la crueldad, hieres á
-tus leales y morirás joven, sin que nadie necesite pegarte una puñalada
-como á tu padre. No quiero ser cómplice, y me voy.
-
-Alejandro, pensativo, seguía estrechando el cuello y la cabeza de su
-amigo contra el pecho.
-
---Tienes razón, amado--murmuró al fin con sinceridad generosa.--Pero el
-hábito de beber se ha arraigado en mí, y si no bebo, me caigo á pedazos.
-¿Qué haré? Aconséjame.
-
---No puedo--declaró Higinio--curarte la borrachera del poder, pero
-trataré de salvarte de la otra sin que te prives de tu gusto. Fíate en
-mí y verás.
-
-En efecto, los días que siguieron á esta conversación, Alejandro
-continuó bebiendo copas tan rebosantes y tantas en número como siempre.
-No obstante, poco á poco, notó con placer gran mejoría. Gradualmente se
-despejaba su cabeza, se tranquilizaban sus nervios, volvía á sus
-miembros el vigor y la alegría á su espíritu. Vastos planes maduraban en
-su cerebro, sobrehumanas empresas bullían en su imaginación heroica.
-Pasmado y enajenado preguntó á Higinio el secreto, sin que éste se
-prestase á revelarlo. Pero un cierto Arsotas, juglar persa, adulador y
-afeminado, que divertía mucho al rey, le dió la clave del enigma.
-
---Tu gran copero ¡oh divino Alejandro! echa cada día una gota de cera en
-el fondo de tu copa. Así, insensiblemente, reduce su cabida y acorta tus
-libaciones. Bebes cada día una gota menos. ¡El osado Higinio se atreve á
-engañar á su soberano y á cercenar sus deleites!
-
-Quedó Alejandro sorprendido: después su sorpresa se convirtió en enojo.
-¡Tratarle como á un chiquillo! ¡Embaucarle con un artificio así! ¡Ah! No
-lo consentiría. ¿Qué se figuraba Higinio? Y una mañana mandó registrar y
-limpiar la copa, y á la tarde estableció sus famosos certámenes de
-intemperancia, apostando á beber con los más pellejos de su ejército.
-Higinio entonces desapareció: probablemente se retiraría al Atica. En
-cuanto á Alejandro, nadie ignora la ocasión y modo de su muerte: después
-de vaciar, con alarde jactancioso, no su propia copa, sino la enorme
-llamada de Hércules, cayó redondo dando un grito. La fiebre que allí
-mismo se apoderó de él, le arrebató del mundo á los treinta y dos años
-de edad, en la plenitud de la vida y de la gloria.
-
-
-
-
-LA PALINODIA
-
-
-El cuento que voy á referir no es mío, ni de nadie, aunque corre
-impreso; y puedo decir ahora lo que Apuleyo en su _Asno de oro: Fabulam
-grœcanicam incipimus_: es el relato de una fábula griega. Pero esa
-fábula griega, no de las más populares, tiene el sentido profundo y el
-sabor á miel de todas sus hermanas; es una flor del humano
-entendimiento, en aquel tiempo feliz en que no se habían divorciado la
-razón y la fantasía, y de su consorcio nacían las alegorías risueñas y
-los mitos expresivos y arcanos.
-
-Acaeció, pues, que el poeta Estesícoro, pulsando la cuerda de hierro de
-su lira heptacorde, y haciendo antes una libación á las Euménides con
-agua de pantano en que se habían macerado amargos ajenjos y ponzoñosa
-cicuta, entonó una sátira desolladora y feroz contra Elena, esposa de
-Menelao y causa de la guerra de Troya. Describía el vate con una
-prolijidad de detalles que después imitó en la Odisea el divino Homero,
-las tribulaciones y desventuras acarreadas por la fatal belleza de la
-Tindárida: los reinos privados de sus reyes, las esposas sin esposos,
-las doncellas entregadas á la esclavitud, los hijos huérfanos, los
-guerreros que en el verdor de sus años habían descendido á la región de
-las sombras, y cuyo cuerpo ensangrentado ni aun lograra los honores de
-la pira fúnebre; y trazado este cuadro de desolación, vaciaba el carcaj
-de sus agudas flechas, acribillando á Elena de invectivas y maldiciones,
-cubriéndola de ignominia y vergüenza á la faz de Grecia toda.
-
-Con gran asombro de Estesícoro, los griegos, conformes en lamentar la
-funesta influencia de Elena, no aprobaron, sin embargo, la sátira. Acaso
-su misma virulencia desagradó á aquel pueblo instintivamente delicado y
-culto; acaso la piedad que infunde toda mujer habló en favor de la
-culpable hija de Tíndaro. Su detractor se ganó fama de procaz,
-lengüilargo y desvergonzado; Elena, algunas simpatías y mucha lástima.
-En vista de este resultado, Estesícoro, con las orejas gachas como suele
-decirse, se encerró en su casa, donde permaneció atacado de misantropía
-y abrazado á su fea y adusta musa vengadora.
-
-El sueño había cerrado sus párpados una noche, cuando á deshora creyó
-sentir que una diestra fría y pesada como el mármol se posaba en su
-mejilla. Despertó sobresaltado, y á la claridad de la estrella que
-refulgía en la frente de la aparición, reconoció nada menos que al
-divino Pólux, medio hermano de Elena. Un estremecimiento de terror
-serpeó por las venas del satírico, que adivinó que Pólux venía á pedirle
-estrecha cuenta del insulto.
-
---¿Qué me quieres?--exclamó alarmadísimo.
-
---Castigarte--declaró Pólux;--pero antes hablemos. Dime por qué has
-lanzado contra Elena esa sátira insolente; y sé veraz, pues de nada te
-serviría mentir.
-
---¡Es cierto!--respondió Estesícoro.--¡En vano trataría un mortal de
-esconder á los inmortales lo que lleva en su corazón! Como tú puedes
-leer en él, sabes de sobra que la indignación por los males que ocasionó
-tu hermana y el dolor de ver á la patria afligida, me dictaron ese
-canto.
-
---Porque leo en lo oculto sé que pretendes engañarme--murmuró con
-desprecio Pólux.--Y sin poseer mi perspicacia divina los griegos, han
-sabido también conocer tus móviles y tus intenciones. No existe ejemplo
-¡oh poeta! de satírico que tenga por musa el bien general: siempre esta
-hipócrita apariencia oculta miras personales y egoístas. Tú viste la
-belleza de mi hermana; tú la codiciaste, y no pudiste sufrir que otro
-cogiese las rosas cuyo aroma te enloquecía.
-
---Tu hermana ha ultrajado á la santa virtud--declaró enfáticamente
-Estesícoro.
-
---Mi hermana no recibió de los dioses el encargo de representar la
-virtud, sino la hermosura--replicó Pólux enojado.--Si hubiese un mortal
-en quien se encarnasen á un mismo tiempo la virtud, la hermosura y la
-sabiduría, ese sería igual á los inmortales. ¿Qué digo? Sería igual al
-mismo Jove, padre de los dioses y los hombres; porque entre los demás
-que se nutren de la ambrosía, los hay, como la sacra Venus, en quienes
-sólo se cifra la belleza, y otros como la blanca Diana, en quienes se
-diviniza la castidad. Si tanto te reconcomía el deseo de zaherir á los
-malos, debiste hacer blanco de tu sátira á algunas de las infinitas
-mujeres que en Grecia, sin poder alardear de la integridad y pureza de
-Diana, carecen de las gracias y atractivos de Venus. La hermosura merece
-veneración; la hermosura ha tenido y tendrá siempre altares entre
-nosotros; por la hermosura, Grecia será celebrada en los venideros
-siglos. Ya que has perdido el respeto á la hermosura, pierde el uso de
-los sentidos, que no te sirven para recrearte en ella por la
-contemplación estética.
-
-Y vibrando un rayo del astro resplandeciente que coronaba su cabeza,
-Pólux reventó el ojo derecho de Estesícoro. Aún no se había extinguido
-el ¡ay! que arrancó al poeta el agudo dolor, y apenas había desaparecido
-Pólux, cuando apareció el otro Dioscuro, Cástor, medio hermano también
-de Elena, hijo de Leda y del sagrado cisne; y pronunciando palabras de
-reprobación contra el ofensor de su hermana, con una chispa desprendida
-de la estrella que lucía sobre sus cabellos, quemó el ojo izquierdo del
-satírico, dejándole ciego. Alboreó poco después el día, mas no para el
-malaventurado Estesícoro, sepultado en eterna y negra noche.
-Levantándose como pudo, buscó á tientas un báculo; y pidiendo por
-compasión á los que cruzaban la calle que le guiasen, fué á llamar á la
-puerta de su amigo, el filósofo Artemidoro, y derramando un torrente de
-lágrimas se arrojó en sus brazos, clamando entre gemidos desgarradores:
-
---¡Oh Artemidoro! ¡Desdichado de mí! ¡Ya no la veré más! ¡Ya no volveré
-á disfrutar de su dulce vista!
-
---¿A quién dices que no verás más?--interrogó sorprendido el filósofo.
-
---¡A Elena, á Elena, la más hermosa de las mujeres!--gritó el satírico
-llorando á moco y baba.
-
---¿A Elena? ¿Pues no la has rebajado tú en tus versos?--pronunció
-Artemidoro más atónito cada vez.--¿No la has estigmatizado y flagelado
-en una sátira quemante?
-
---¡Ay! ¡Por lo mismo!--sollozó Estesícoro dejándose caer al suelo y
-revolcándose en él.--Ahora comprendo que mi sátira era un himno á su
-hermosura... un himno vuelto del revés, pero al fin un himno. Los
-celestes gemelos me han castigado privándome de la vista, y las
-tinieblas en que he de vivir son más densas, porque no veré á la
-encarnación humana de la forma divina, al ideal realizado en la tierra.
-
---No te aflijas y espera--dijo Artemidoro;--tal vez consiga yo salvarte.
-
- * * * * *
-
-Cuando la incomparable Elena supo de Artemidoro que su detractor
-Estesícoro sólo lamentaba estar ciego por no poder admirar sus
-hechizos, sonrió, halagada la insaciable vanidad femenil, y murmuró con
-deliciosa coquetería: «Realmente, Artemidoro, ese vate es un infeliz, un
-sér inofensivo; nadie le hace caso en Grecia, y yo menos que nadie. No
-merece tanto rigor y tanta desventura. Anúnciale que voy á sanarle los
-ojos.» Y tomando en sus manos ebúrneas una copa llena de agua de la
-fuente Castalia, bañó con su linfa las pupilas hueras del satírico, que
-al punto recobró la luz. Como el primer objeto que vió fue Elena, se
-arrodilló transportado, prorrumpiendo en una oda sublime de gratitud y
-arrepentimiento, que se llamó _Palinodia_.
-
-
-
-
-EL MANDIL DE CUERO
-
-
-No creáis que esto que voy á referir sucedió en nuestros días ni en
-nuestras tierras, ni que es invención ó ficción. Si encierra alguna
-moraleja aprovechable, consistirá en que la historia tiene sentido y
-enseñanza. ¡Ay del género humano si la historia se redujese á la
-opresión del débil por el fuerte, al triunfo de la violencia!
-
-Érase que se era un rey de Persia, á quien muchos llaman Nemrod, pero
-que según versiones más fundadas debió de llamarse Doac, y fue matador y
-sucesor de aquel Yemsid cuyo pecado consistía en creerse perfecto. Este
-Doac era mago, brujo y sabidor; pero en vez de ejercitar su ciencia
-según la habían ejercitado sus predecesores--fundando ciudades,
-enseñando y propagando artes é industrias, venciendo en singular batalla
-á los _divos_ ó genios del mal, estableciendo las primeras pesquerías de
-perlas, horadando las primeras minas de turquesas, popularizando el
-conocimiento del alfabeto y de los signos que trazados sobre ladrillo ó
-piedra conservan al través de las edades el recuerdo de los hechos
-insignes,--el empecatado Doac sólo utilizó su magia para componer y
-destilar filtros y venenos y refinar ingeniosos suplicios, porque se
-deleitaba en el dolor, y los gemidos eran para él regalada música. Hasta
-el reinado de Doac, no sabían los persas cómo desgarra las carnes un haz
-de varillas, ni cómo aprieta la nuez una soga. Cuando se pregunta qué
-enseñó Doac á sus súbditos, la crónica responde que enseñó á azotar y
-ahorcar.
-
-Cansado sin duda el cielo, infligió á Doac un padecimiento cruel y
-vergonzoso. Una mañana, al disponerse á gozar las delicias del baño,
-notó el rey que en cada hombro le había salido gruesa verruga, tamaña
-como un huevo y de la mismísima figura que una cabeza de
-serpiente--chata, verdosa, horrible.--Al principio no dolían las tales
-excrecencias, pero no tardaron en ulcerarse y causar atroz martirio, que
-determinaba en Doac accesos de rabia, siendo lo peor que como no quería
-enseñar á los médicos ni á persona viviente su asqueroso alifafe, tenía
-que lavarse, curarse y vestirse solo, y atender á las úlceras con las
-plastas y ungüentos que encontraba en su repertorio mágico. Desesperado
-ya de tantas recetas que habían salido vanas, y realizando nuevos
-conjuros, un día amaneció con la persuasión de que el único remedio eran
-los sesos de un hombre, aplicados calientes aún á las enconadas
-heridas.
-
-No vaya nadie á asustarse de la ignorancia que esto acusa en los tiempos
-de Doac, pues aún en los nuestros hemos podido ver que se receta el
-redaño del carnero, el pichón abierto en canal, y el trozo de carne de
-buey sobre el _lupus_. Que la sangrienta medicina sería algo eficaz, se
-demuestra con que poco á poco fueron vaciándose las prisiones del reino
-de Persia; diariamente ejecutaban á dos presos para sacarles el meollo.
-Mas no hay en el mundo cosa que no se agote, y también los criminales
-encerrados; así es que, cuando faltó la ración de meollo fresco, se fijó
-un tributo de dos hombres por día, que cobraban sayones y verdugos
-enviados aquí y allí á requisar. Solían éstos elegir, entre las familias
-numerosas, el individuo enfermizo, deforme, imposibilitado, el viejo, el
-inútil. Y ocurrió que enterándose Doac de esta circunstancia, montó en
-furiosa cólera, jurando que si seguían dándole el desecho y lo peor de
-los sesos de sus vasallos, los degollaría á todos. Entonces los verdugos
-resolvieron sacrificar lo más florido de Yspahan, para dejar al rey
-satisfecho.
-
-No se determinaron, sin embargo, á buscar víctimas entre la gente
-poderosa--magnates, empleados de la casa real;--pero, en los primeros
-instantes, acordáronse de que un pobre herrero, llamado Cavé, tenía dos
-hijos como dos pinos de oro, gallardos en extremo y diestros en todos
-los ejercicios corporales; y pareciéndoles buena presa, los
-sorprendieron en la plaza pública, los degollaron, les abrieron el
-cráneo, y llevaron á Doac su masa cerebral caliente todavía.
-
-Hallábase Cavé trabajando en su forja, cuando los vecinos, entre
-compasivos é indiscretos, acudieron á darle la fatal nueva. Al pronto
-pareció como si el mísero padre no se hubiese enterado de la inaudita
-desventura que le comunicaban: helado, inmóvil, mudo, escuchó la
-relación del atroz caso. De súbito, su pena estalló formidable cual
-transporte de león que rompe la cadena y arranca de un zarpazo los
-hierros de la jaula. Lo que hizo saltar á Cavé fue saber que
-precisamente por ser sus hijos fuertes, inteligentes y hermosos, los
-habían señalado para la cuchilla. «¡No dejarme ni siquiera uno para
-consuelo! ¡Ah! Juro por la luz eterna del Sol que me vengaré.» Y el
-herrero, gritando así, blandía su enorme martillo, y al blandirlo,
-montañas de carne bronceada, endurecida por el trabajo, se acumulaban en
-su brazo desnudo y negro de escoria.
-
-Desciñéndose el amplio mandilón de cuero que le protegía, Cavé lo ató á
-la punta de un palo, y con el mandil por estandarte y el martillo por
-arma, salió á la plaza profiriendo clamores de maldición contra Doac. A
-la voz del desesperado padre, sucedió un extraño fenómeno: los
-habitantes de Yspahan, que yacían aletargados y helados de miedo,
-recobraron energía, sacudieron la modorra; al ver que existía un hombre
-que se atrevía á enarbolar un estandarte, corrieron á rodearle locos de
-entusiasmo, y la sedición estalló tan repentina, que el tirano sólo
-tuvo tiempo de huir vergonzosamente con sus mujeres y sus tesoros.
-
-Lejos ya de Yspahan, juntó Doac un ejército de más de cien mil hombres,
-y volvió dispuesto á disolver las hordas que un artesano capitaneaba y
-que tenían por bandera sucio y denegrido mandil de cuero. Pero avínole
-mal, porque el bordado guión de Doac, de seda y oro, recamado de perlas,
-ostentando por emblemas los siete planetas y la luna, hubo de retroceder
-ante el pedazo de suela que sólo lucía los estigmas del trabajo y las
-huellas del humano sudor; y la cabeza de Doac, goteando sangre, lívida,
-contraída por la mueca de la agonía, quedó hincada en el palo que
-sostenía el mandil de cuero, mientras las tropas de Cavé, habiendo
-despojado al tirano de sus vestiduras, se reían á carcajadas de las dos
-verrugas que en sus hombros figuraban cabezas de serpiente...
-
-Al ser saludado rey por su ejército, el herrero se negó rotundamente á
-aceptar la corona. Él mismo señaló para reinar al príncipe Feridún, que
-después fue un gran monarca y un sabio profundo, y enseñó á los persas
-la astronomía, la medicina y la botánica. La única gloria que cupo á
-Cavé el herrero se cifró en su mandil, que Feridún tomó por estandarte
-regio. Siempre que al entrar en batalla Feridún, sin falso rubor ni
-respetos humanos, colocaba ante sí aquel trozo de suela que representaba
-la santidad del trabajo y la protesta contra la injusticia y el abuso
-del poder, era como si llevase un talismán: tenía la victoria segura.
-Cuando se avergonzaba del mandil de cuero, salía derrotado. Por haberse
-perdido en las revueltas y vicisitudes de la invasión griega el mandil,
-símbolo de que no debe el monarca colmar la copa de la iniquidad para
-que no se desborde la de la ira celeste; por haber desaparecido, digo,
-el estandarte de Cavé y su tradición de independencia, llegaron los
-persas, pueblo nobilísimo en su origen y de altas facultades
-intelectuales, al atraso, al servilismo y á la abyección en que hoy se
-pudren.
-
-
-
-
-LOS CABELLOS
-
-
-Era en el doble reducto de la plaza fuerte de Mahanaim. Entre ambas
-líneas de fortificaciones, sobre el reborde de piedra gris que sostenía
-la casamata, David, estenuado, se sentó á esperar noticias. Más de dos
-horas hacía que daba vueltas impaciente, porque no acababan de llegar
-los mensajeros. Aumentaba su fiebre la imposibilidad de acudir en
-persona al campo de batalla, lo cual rompería su propósito firme de no
-mandar nunca tropas en casos de guerra civil. Si se tratase de combatir
-á los filisteos y de renovar los laureles de Balparasim, derramando la
-heroica libación del agua sagrada de Belén, por no aplacar la sed cuando
-desfallecían los soldados, ó de organizar otra batalla de Refaim, donde
-por primera vez en el mundo antiguo hizo milagros la estrategia; si se
-encendiese la lucha con los Moabitas idólatras y libres, ó con los
-opulentos Arameos, ó con los insolentes Amonitas, que habían ultrajado á
-los embajadores de Israel,--allí estaría David el hondero, el _gibor_,
-el aventurero para quien es dulce música, más que el acorde de la
-cítara, el choque de las armas. Pero oponerse á los suyos, desenvainar
-la espada ó blandir la lanza para que busque el costado de un amigo, de
-un pariente, de un compañero--había repugnado á David.--Y ahora, en el
-trágico momento presente, el rey bendecía aquella antigua resolución,
-que le evitaba luchar con su propia sangre, el preferido de su alma, la
-luz de su ojo derecho, su hijo!
-
-Hay en las situaciones violentas y en las horas de extremada ansiedad un
-instante en que los nervios se aflojan y el cuerpo se rinde á la
-necesidad de descanso. La inquietud, la calentura del viejo monarca se
-aplacaron desde que se dejó caer sobre aquel reborde de piedra en el
-solitario fortificado recinto. Por las saeteras veía la luz roja del
-Poniente, que abrasaba el campo con reflejos de hoguera enorme. Aquella
-claridad purpúrea, sangrienta, devoradora, fue lo último que advirtió
-David antes de cerrar los párpados y reclinar la cabeza en el muro,
-olvidando lo presente, las angustias de la incertidumbre y los terrores
-del espíritu...
-
-Y después siguió viendo la misma claridad del ocaso; pero sus tonos se
-habían dulcificado, fundiéndose en suaves medias tintas naranja, oro y
-verde. Era el divino atardecer de los países orientales, cien veces más
-hermoso que la aurora. Irisaciones de perla abrillantaban las
-imperceptibles nubecillas desgarradas como girones del velo de una
-danzarina filistea; y sobre el arrebolado horizonte, las ramas de los
-sicomoros y de los cedros formaban un pabellón de misterio y sombra
-sugestiva. La frescura del aire atenuaba las emanaciones fuertes de las
-resinas y las gomas; una languidez voluptuosa se apoderaba del corazón.
-David se levantaba, se apoyaba en el balaustre de jaspe de la terraza,
-se inclinaba para hundir la mirada en los macizos de verdura, atraído
-por el rumor delicioso de los chorros de agua que se deshilan en el
-ancho pilón de mármol, surtiendo por diez bocas de bronce. Y al punto
-mismo en que el rey se inclina, sobre las gradas que conducen á la pila
-aparece una viviente estatua, rosada por el reflejo del cielo, vestida
-únicamente de la negra cabellera caudalosa, que se reparte como los
-hilos del agua, y ondea y brilla, y juega y se esparce, recién ungida de
-aceite de nardo que la mujer, alzando los brazos, extiende por los rizos
-sombríos, enredándolos entre los dedos...
-
-Todo el incendio del firmamento ardió en las venas de David. Él mismo,
-desde aquella hora, se maravilló dentro de sí, no comprendiendo. Estaba
-bien seguro de que su fiel copero no le había vertido en el vino zumo de
-hierbas, en las cuales el conjuro de alguna nigromántica como la de
-Endor insinúa traidoramente el filtro de la pasión repentina y mortal.
-Pasados eran para David los días de la juventud, cuando su mano certera
-clavaba el guijarro afilado en la frente del descomunal gigante.
-Innumerables mujeres habían impregnado el olfato del rey con el perfume
-de sus cabelleras, y al disiparse éste se borraba la imagen, porque es
-indigno del sabio, del profeta, del caudillo, del legislador,
-reblandecerse en el harem, ser cautivo de una débil hembra. Y sin
-embargo, en aquel instante, no cabía duda, era el incendio del cielo el
-que ardía en las venas de David, y el rey conocía que ni toda el agua de
-la piscina, ni la de los torrentes que bajan impetuosos de Cedar y
-Hebrón, sería bastante á extinguirlo. Betsabé le había robado el seso,
-no con el crujir de sus sandalias--porque descalzos tenía los finos pies
-y hasta sin argolla de plata el sutil tobillo,--sino con el aroma
-peculiar de sus bucles negros como la tentación.
-
-Rápidamente sobrevenía la noche, y muchas noches más, durante las cuales
-David se abismaba en su pecado, esperando de un modo confuso la hora del
-arrepentimiento. Presentía la aparición de la conciencia, el descenso
-del ángel severo y terrible. Era inútil: su pecado yacía hondo en su
-corazón, arraigado allí y fijo á manera de saeta en la herida. Ni la
-ciencia arcana que había de recibir andando el tiempo Suleimán, á quien
-llamamos Salomón, acertará á explicar las causas de la perseverancia en
-el amor, fenómeno extraño que induce fatalmente á un sér hacia otro sér.
-David no podía vivir sin la esposa de Urías el Héteo, el mejor oficial,
-el valiente compañero de armas. ¡Si aquella mujer hubiese pertenecido á
-un enemigo! David, estremeciéndose, pensaba en las sugestiones del
-miedo de la favorita, en las súplicas tiernas é insinuantes como silbo
-de culebra entre las rosas del valle de Jericó. «No accederé»,
-murmuraba; pero la idea del engaño y del crimen iba ya deslizándose en
-su alma, impregnándola de veneno. Urías estaba sentenciado... El
-sentimiento más generoso y bello que crea la vida militar; el leal
-compañerismo, el cariño de los que á un mismo riesgo se exponen y ganan
-la misma gloria, le gritaba á David: «Vas á cometer la mayor de las
-infamias». Y á sabiendas, David, el de la conciencia despierta, el gran
-arrepentido, el que sentía incesantemente la tremenda presencia de
-Eloim-Jehová,--por el olor de unos cabellos de mujer envió al capitán
-Urías, uno de los treinta _gibores_ ó valientes, bajo los muros de
-Rabat-Amón, con mensaje cerrado para el general Joab; y en cumplimiento
-de la real orden, Urías fue puesto á la cabeza de un destacamento que á
-toda costa debía entrar en la ciudad. Y Urías obedeció, gozoso, ansioso
-de victoria, y su cuerpo quedó tendido al pie de la muralla, bañado en
-sangre!
-
-En los oídos de David, llenos de la voz acariciadora y ambiciosa de
-Betsabé, sonaba entonces otra voz terrible, la del vidente Natán, por
-cuya boca hablaba el Señor. Trémulo en brazos de la favorita, de la que
-ya era su esposa, se humillaba ante el airado anatema, la maldición
-fatídica. «Porque hiciste lo malo en mi presencia, no se apartará espada
-de tu casa, y sobre tu casa levantaré el mal...»
-
-Al evocar las palabras del vidente, David exhalaba un gemido doloroso...
-y se despertaba, empapadas las sienes en sudor frío. Miraba alrededor
-con ojos extraviados y atónitos, y reconocía el lugar, aquel doble
-recinto fortificado de Mahanaim, tétrico y ceñudo, donde sólo resonaban
-los pasos del centinela y se escuchaba, á trechos, el alerta gutural del
-vigía. A la roja brasa del Poniente había sucedido el azul negruzco de
-la noche, sobre el cual parpadeaban las estrellas tristemente. ¿Sin
-noticias aún? ¿Qué podía haber sucedido allá en la selva de Efraim,
-donde desde la hora de la mañana luchaban las fuerzas del rebelde
-Absalón con las de David, mandadas por Joab? ¿Qué estragos hacía la
-espada aquella, nunca apartada de su casa, según la profecía? De súbito,
-un clamoreo á distancia, una algazara inmensa. Confundíanse el trotar de
-los corceles, el choque de las armas, el estrépito de la infantería
-hiriendo la tierra con el duro calzado militar, y empujando á los
-cautivos entre alaridos de muerte y gritos de cólera, el mugir de los
-bueyes que arrastraban las carretas del botín,--todo lo que al oído
-experto del guerrero suena á triunfo. David se incorporó, pálido y
-espantado: la guarnición de la plaza acudía con teas ardiendo, y el
-primer mensajero caía á los pies del rey, sin aliento, ahogándose.
-«Alabemos al Señor»... tartamudeaba. «Deshecha la rebelión, pasados á
-cuchillo tus enemigos... ¡gloria al rey!»--Arrojándose sobre el
-emisario, David exclamó furiosamente:
-
---¿Y mi hijo? ¿Y Absalón, mi hijo, mi heredero, el príncipe real?
-
-No hubo respuesta. Otro emisario llegaba jadeante, loco de júbilo. «El
-Señor ha confundido á los que te querían dañar. Veinte mil quedan en el
-campo de batalla, consumidos por la espada, sirviendo de pasto á los
-buitres, Y Absalón, suspenso entre el cielo y la tierra, colgado de las
-ramas de un terebinto, ha recibido en el pecho muchos dardos. Dicha tuya
-ha sido ¡oh rey! que los hermosos cabellos del príncipe, todos
-impregnados de esencia, se enredaran en las ramas y le detuviesen en su
-precipitada fuga. A no ser por los negros bucles, que caían como maduros
-racimos de vid á lo largo de la espalda... tu enemigo se hubiese
-salvado; tan ligera iba su mula...»
-
-Y el emisario calló, porque el rey acababa de desplomarse en tierra
-arañándose el rostro, arrancándose el pelo y sollozando: ¡Hijo, hijo
-mío!
-
-
-
-
-AL BUEN CALLAR...
-
-
-No tenían más hijo que aquél los duques de Toledo, pero era un niño como
-unas flores; sano, apuesto, intrépido, y, en la edad tierna, de
-condición tan angelical y noble, que le amaban sus servidores punto
-menos que sus padres. Traíale su madre vestido de terciopelo que
-guarnecían encajes de Holanda, luciendo guantes de olorosa gamuza y
-brincos y joyeles de pedrería en el cintillo del birrete; y al mirarle
-pasar por la calle, bizarro y galán cual un caballero en miniatura, las
-mujeres le echaban besos con la punta de los dedos, las vejezuelas reían
-guiñando el ojo para significar «¡Quién te verá á los veinte!», y los
-graves beneficiados y los frailes austeros, sacando la cabeza de la
-capucha y las manos de las mangas, le enviaban al paso una bendición.
-
-Sin embargo, el duque de Toledo, aunque muy orgulloso de su vástago,
-observaba con inquietud creciente una mala cualidad que tenía, y que
-según avanzaba en edad el niño don Sancho iba en aumento. Consistía el
-defecto en una especie de manía tenacísima de cantar la verdad á troche
-y moche, viniese á cuento ó no viniese, en cualquier asunto y delante de
-cualquier persona. Cortesano viejo ya el duque de Toledo, ducho en saber
-que en la corte todo es disfraz, adivinaba con terror que su hijo, por
-más alentado, generoso, listo y agudo que se mostrase, jamás obtendría
-el alto puesto que le era debido en el mundo, si no corregía tan funesta
-propensión. «Reñida está la discreción con la verdad: como que la verdad
-es á menudo la indiscreción misma», advertía á su hijo el duque. «Por la
-boca solemos morir como los simples peces, y no es muerte propia de
-hombre avisado, sino de animal bruto, frío y torpe», solía añadir.
-Corríase y afligíase el rapaz de tales reprensiones y advertencias, y
-persuadido de que erraba al ser tan sincero, proponía en su corazón
-enmendarse; pero su natural no lo consentía: una fuerza extraña le traía
-la verdad á los labios, no dándole punto de reposo hasta que la soltaba
-por fin, con gran aflicción del duque, que se mataba en repetir: «Hijo
-Sancho, mira que lo que haces... La verdad es un veneno de los más
-activos; pero en vez de tomarse por la boca, sale de ella. Esparcido en
-el aire, es cuando mata. Si tan atractiva te parece la fatal verdad,
-guárdala en ti y para ti; no la repartas con nadie, y á nadie
-envenenarás.»
-
-Acaeció, pues, que frisando en los trece años y siendo cada vez más
-lindo, dispuesto y gentil el hijo de los duques de Toledo, un día que
-la reina salió á oir misa de parida á la catedral, hubo de verle al
-paso, y prendada de su apostura y de la buena gracia con que la hizo una
-reverencia profundísima, quiso informarse de quién era, y apenas lo
-supo, llamó al duque y con grandes instancias le pidió á D. Sancho para
-paje de su real persona. Más aterrado que lisonjeado, participó el duque
-á su hijo el honor que les dispensaba la reina. «Aquí de mis recelos,
-aquí del peligro, Sancho... Tu funesto achaque de veracidad ahora es
-cuando va á perderte y perdernos. Si la reserva y el arte de bien callar
-son siempre provechosos, en la cámara de los reyes son indispensables,
-te lo juro.» «Antes pienso, padre--replicó el precoz D. Sancho,--que al
-lado de los reyes, por ser ellos figura é imagen de Dios, alentará la
-verdad misma. No cabrá en ellos mentira ni acción que deba ser oculta ó
-reservada.» Confuso y perplejo dejó la respuesta al duque, pues le
-escarabajeaban en la memoria ciertas murmuraciones cortesanas referentes
-á liviandades y amoríos regios; pero tomando aliento, «No, hijo--exclamó
-por fin,--no es así como tú supones... Cuando seas mayor y tu razón
-madure, entenderás estos enigmas. Por ahora sólo te diré que si vas á la
-corte resuelto á decir verdades, mejor será que tomes ya mi cabeza y se
-la entregues al verdugo.» Cabizbajo y melancólico se quedó algún tiempo
-D. Sancho, hasta que, como el que promete, extendió la mano con extraña
-gravedad, impropia de su juventud. «Yo sé el remedio--afirmó.--Mentir
-me es imposible, pero no así guardar silencio. Haced, vos, padre, correr
-la voz de que un accidente me ha privado del habla, y yo os prometo, por
-dispensaros favor, ser mudo hasta el último día de mi vida si es
-preciso.»
-
-Pareció bien el arbitrio al duque y divulgó lo de la mudez; siendo lo
-notable del caso que la reina, sabedora de que el bello rapaz era mudo,
-mostró alegría suma y mayor empeño en tenerle á su servicio y órdenes.
-En efecto, desde aquel día asistió D. Sancho como paje en la cámara de
-la reina, sellados los labios por el candado de la voluntad, viendo y
-oyendo todo cuanto ocurría, pero sin medios de propalarlo. Poco á poco
-la reina iba cobrándole extremado cariño. Sancho se pasaba las horas
-muertas echado en cojines de terciopelo al pie del sillón de su ama y
-recostando la cabeza en sus faldas, mientras ella con la fina mano
-cargada de sortijas le acariciaba maternalmente los obscuros y sedosos
-bucles.--Las primeras veces que don Sancho fue encargado de abrir la
-puerta secreta á cierto magnate, y le vió penetrar furtivamente y á
-deshora en el camarín, y á la reina echarle al cuello los brazos, el
-pajecillo se dolió, se indignó, y, á poder soltar la lengua, Dios sabe
-la tragedia que en el palacio se arma. Por fortuna, Sancho era mudo;
-oía, eso sí, y las pláticas de los dos enamorados le pusieron al
-corriente de cosas harto graves, de secretos de Estado y familia; entre
-otros, de que el rey, á su vez, salía todas las noches con maravilloso
-recato á visitar á cierta judía muy hermosa, por quien olvidaba sus
-obligaciones de esposo y de monarca, y merced á cuyo influjo protegía
-desmedidamente á los hebreos, con perjuicio de sus reinos y mengua de
-sus tesoros. Envuelta en el misterio esta intriga, no la sabían más que
-el magnate y la reina; y D. Sancho, trasladando su indignación del
-delito de la mujer al del marido, celebró nuevamente no haber tenido
-voz, porque así no se veía en riesgo de revelar verdad tan infame.
-Pasado algún tiempo, la confianza con que se hablaba delante del mudo
-pajecillo instruyó á éste de varias maldades gordas que se tramaban en
-la corte: supo cómo el privado, disimuladamente, hacía mangas y
-capirotes de la hacienda pública, y cómo el tío del rey conspiraba para
-destronarle, con otras infinitas tunantadas y bellaquerías que á cada
-momento soliviantaban y encrespaban la cólera y la virtuosa impaciencia
-de D. Sancho, poniendo á prueba su constancia, en el mutismo absoluto á
-que se había comprometido.
-
-Sucedía entretanto que le amaban todos mucho, porque aquel lindo paje
-silencioso, tan hidalgo y tan obediente, jamás había causado daño alguno
-á nadie. No hay para qué decir si le favorecerían las damas, viéndole
-tan gentil y estando ciertas de su discreción; y desde el rey hasta el
-último criado, todos le deseaban bienes. Tanto aumentó su crédito y
-favor, que al cumplir los veinte años y tener que dejar su oficio de
-paje por el noble empleo de las armas, colmáronle de mercedes á porfía
-el rey, la reina, el privado y el infante, acrecentando los honores y
-preeminencias de su casa y haciéndole donación de alcaidías, fortalezas,
-villas y castillos. Y cuando, húmedas las mejillas del beso empapado de
-lágrimas con que le despidió la reina, que le quería como á otro hijo;
-oprimido el cuello con el peso de la cadena de oro que acababa de
-ceñirle el rey, salió D. Sancho del alcázar y cabalgó en el fogoso
-andaluz de que el infante le había hecho presente; al ver cuántos males
-había evitado y cuántas prosperidades había traído su extraña
-determinación, tentóse la lengua con los dientes, y, meditabundo, dijo
-para sí (pues para los demás estaba bien determinado á no decir oste ni
-moste): «A la primer palabra que sueltes al aire, lengua mía, con estos
-dientes ó con mi puñal te corto y te echo á los canes.»
-
-Hay eruditos que sostienen la opinión de que de esta historia procede la
-frase vulgar, sin otra explicación plausible: _Al buen callar llaman
-Sancho_.
-
-
-
-
-FAUSTO Y DAFROSA[2]
-
-
-La aguardaba en el embarcadero á boca de noche, y cuando divisó á lo
-lejos la barca, que avanzaba al empuje de los brazos fuertes de los
-remeros, abriendo estela de luz verdosa en el mar fosforescente, al
-corazón de Fausto se agolpó la sangre, y sus ojos se nublaron.
-
-Venía, ó mejor dicho, la traían, se la entregaban; en su poder iba á
-estar aquélla por quien tantas veces había pasado la noche en vela,
-febril, paladeando acíbar, desesperando y mordiéndose los puños de
-rabia, ó esperando insensatamente.
-
-¿Insensatamente? Criminalmente se diría mejor. Por aquella que se
-reclinaba en la proa, envuelta en blancos velos, en actitud pensativa,
-Fausto había descendido á la delación y al espionaje como un liberto,
-echando negra mancha sobre el decoro de su estirpe consular. Por ella
-había deslizado en los oídos del Emperador _Apóstata_ el consejo fatal
-al ex-prefecto Flaviano, y más de una velada, á la claridad indecisa de
-la triple lámpara cubicularia, las sombras del cortinaje dibujaron ante
-los ojos espantados de Fausto la pálida figura de un varón ilustre
-marcado en la frente con el hierro que estigmatiza á los facinerosos...
-Pero en aquel instante el musical chapaleteo de los remos ahuyentaba
-remordimientos y angustias, y de lo profundo de las aguas la voz de las
-sirenas de la felicidad subía como un himno...
-
-Descendió Fausto al muelle con precipitación, y cogiendo de manos de los
-esclavos el taburete de cedro, lo presentó al pie de Dafrosa, que
-prontamente, sin hacer hincapié, saltó á las puntiagudas piedras. A la
-salutación, al _¡Ave!_ que en temblorosa voz articuló Fausto, respondió
-ella con una sonrisa triste. Y echaron á andar hacia la villa, sin que
-Fausto se atreviese á ofrecer el antebrazo para que Dafrosa se apoyase.
-Un poco de sobrealiento de la matrona indicaba, sin embargo, que no
-hubiese sido supérfluo el auxilio.
-
-En la terraza de la villa, alumbrada por antorchas fijas en la pared,
-estaba dispuesto un refresco de bienvenida; leche, frutas, pan de flor,
-peces cocidos--los sencillos manjares de que gusta una cristiana.--Se lo
-hizo observar Fausto á Dafrosa, la cual, rompiendo uno de los panes, lo
-llevó á los labios, no sin hacer antes la señal de la cruz. Quedáronse
-solos Fausto y la tan deseada. Parpadeaban las estrellas en el
-firmamento turquí, y el aire columpiaba bocanadas de esencia de rosas
-purpúreas--unas rosas que el mismo emperador Juliano había traído de
-Alejandría para adornar con festones de ellas el ara de la Afrodita,
-porque se atribuían á su aroma virtudes como de filtro para enajenar el
-corazón.
-
-Fue Dafrosa quien rompió el peligroso silencio.
-
---Fausto--dijo con tranquila melancolía,--¿quién nos dijera que nos
-encontraríamos así otra vez? Cuando yo me confesaba llorando de que no
-podía olvidarte, ¿iba á suponer que el Sacro Emperador me desterrase á
-vivir contigo?
-
-Indeciso Fausto, dudó entre caer á los pies de la matrona y abrazar sus
-rodillas ó contestar algo--no sabía qué.--Entonces Dafrosa echó atrás el
-velo blanco que envolvía el óvalo de su rostro, y á la luz de las
-antorchas Fausto pudo ver con asombro una cara consumida por el dolor,
-unos ojos marchitos, unas mejillas demacradas; el pelo, recogido
-modestamente con cintas de lana violeta, no era ya aquella rubia vedija,
-aureola de oro; ¡á Dafrosa se le había vuelto el cabello todo gris, del
-gris de las nubes, del gris de la ceniza seca y hacinada en el hogar!
-
---Puedes mirarme impunemente, Fausto--añadió ella.--Soy otra. La Dafrosa
-que conociste no está ya en el mundo. Después de que me contemples, te
-volverás á tu palacio de Roma, dejándome sola en esta isla, donde haré
-penitencia. He sido justamente castigada por haberte querido, cariño
-involuntario que yo no podía arrancar de mí por más que hacía. Se
-llevaron á mi marido para matarle poco á poco, y á mí me despreciaron.
-Lo merecía. Ahora los malvados me entregan á ti, quizás por creer que tú
-eres un peligro. Para Dafrosa ya no hay peligros. Mírame así; despacio,
-con atención; examíname. La misericordia divina me ha quitado
-enteramente mi hermosura.
-
-Inmóvil permanecía Fausto, penetrado de un sentimiento singular,
-diferente de cuantos hasta entonces habían agitado su alma complicada de
-romano de la decadencia, de amigo del refinado filósofo, el césar
-Juliano. No hacía mucho que en el palacio imperial, ante las aras
-restauradas de la Kaleos helénica, habían celebrado los dos amigos un
-pacto, especie de misteriosa iniciación de un culto secreto, diverso del
-vulgar paganismo que se saciaba con los sacrificios de bueyes y
-terneros, con las ceremonias impuras. Esta otra religión, preferida por
-Juliano, reemplazaba la teogonía y las supersticiones con la adoración
-de la belleza suprema, de la Forma en su armonía divina, en su euritnia
-sacrosanta, cuya relación percibe la inteligencia por encima de los
-sentidos. Una estatua de mujer, perfectísima, de líneas impecables, obra
-de Fidias, se erguía sobre el ara, en mitad de la capillita ó _cella_
-donde el emperador cumplía el rito, derramando las claras libaciones,
-quemando el incienso sabeo en el pebetero de oro de exquisita labor
-oriental. Y el Apóstata, tomando de la mano á su amigo, le obligaba á
-postrarse allí, murmurando: «Esta es la Diosa, ésta, y no el triste
-Galileo, que ha traído la fealdad al mundo.» Y ahora, Fausto, en
-presencia de Dafrosa, la mujer tan codiciada cuando la poseía Flaviano y
-ella vivía recluída al pie de sus lares, por no descubrir en los ojos
-los pensamientos, ahora Fausto advertía en sí mismo un trastorno, una
-variación incomprensible. Los afanes, los delirios, las ansias de
-posesión, la fiebre pasional tanto tiempo sufrida, alimentada por la
-Beldad, que ata las almas y no las suelta hasta el sepulcro, habían
-desaparecido. La Forma adorada no existía, y tampoco lo que se deriva de
-ella. En el mar tranquilo habían enmudecido las sirenas cantoras; en el
-cielo turquí las estrellas ya no parpadeaban de amor. Las rosas no
-desprendían ni un átomo de esencia: el rocío de la noche probablemente
-congelaba sus cálices, derramando en ellos una serenidad frígida. Las
-tenaces ligaduras de la carne se rompían en Fausto; su sangre, antes
-fuego, discurría convertida en luz por las venas. Y acercándose á
-Dafrosa, la tomó las manos y las llevó á su frente, murmurando en un
-suspiro:
-
---Porque has perdido tu hermosura, te quiero más. Te parecerá que es
-mentira, y á mí ayer me lo parecería también, pero mira que no te
-engaño.
-
-No retiró las palmas Dafrosa. Este sencillo contacto no infundía tanto
-horror á los cristianos de aquellos siglos como á los actuales, acaso
-porque entonces eran más castos en su corazón. Las palmas de Dafrosa
-halagaron la inclinada cabeza de Fausto, y acercando los labios á su
-oído, susurró:
-
---Te creo. Es natural eso que me dices. Tú, Fausto, hermano mío, eres
-cristiano también.
-
- * * * * *
-
-La crónica refiere que San Fausto sufrió el martirio y que Santa Dafrosa
-recogió de noche su cuerpo para que no lo devorasen los perros, pagando
-esta obra de caridad con la vida.
-
-
-
-
-ÍNDICE
-
-
- _Páginas._
-
-
- _Cuentos de Navidad y Reyes._
-
-La Nochebuena del Papa 7
-
-La tentación de Sor María 13
-
-La Navidad del Peludo 19
-
-Jesusa 25
-
-Nochebuena de jugador 33
-
-De Navidad 43
-
-Jesús en la tierra 51
-
-El Belén 61
-
-Página suelta 69
-
-Dos cenas 77
-
-La Nochebuena del carpintero 87
-
-El ciego 95
-
-Los Magos 101
-
-Sueños regios 109
-
-La visión de los Reyes Magos 117
-
-El rompecabezas 123
-
-En Semana Santa 129
-
-La oración de Semana Santa 139
-
- _Cuentos de la Patria._
-
-Vengadora 149
-
-El catecismo 155
-
-El caballo blanco 161
-
-La exangüe 167
-
-La armadura 173
-
-El Torreón de la Esperanza 181
-
-El Palacio frío 189
-
-El Templo 197
-
-El milagro de la diosa Durga 203
-
-Entre razas 209
-
-
- _Cuentos antiguos._
-
-La paloma 217
-
-Prejaspes 223
-
-Zenana 229
-
-La gota de cera 237
-
-La palinodia 245
-
-El mandil de cuero 251
-
-Los cabellos 257
-
-Al buen callar 265
-
-Fausto y Dafrosa 271
-
-
-NOTAS:
-
- [1] Histórico.
-
- [2] Me conviene recordar que este cuento, inspirado en la vida de
- los Santos Fausto y Dafrosa, vió la luz en _Blanco y Negro_ con
- anterioridad á la publicación de la preciosa novela de Merej Kowsky,
- _La muerte de los dioses_.
-
-
-
-
-
-
-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Cuentos de navidad y reyes; cuentos de
-la patria; cuentos antiguos, by Emilia Pardo Bazán
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES ***
-
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- The Project Gutenberg eBook of Cuentos de navidad y reyes, por
-Emilia Pardo Bazán.
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-
-
-<pre>
-
-The Project Gutenberg EBook of Cuentos de navidad y reyes; cuentos de la
-patria; cuentos antiguos, by Emilia Pardo Bazán
-
-This eBook is for the use of anyone anywhere at no cost and with
-almost no restrictions whatsoever. You may copy it, give it away or
-re-use it under the terms of the Project Gutenberg License included
-with this eBook or online at www.gutenberg.org/license
-
-
-Title: Cuentos de navidad y reyes; cuentos de la patria; cuentos antiguos
-
-Author: Emilia Pardo Bazán
-
-Release Date: October 25, 2017 [EBook #55812]
-
-Language: Spanish
-
-Character set encoding: UTF-8
-
-*** START OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES ***
-
-
-
-
-Produced by Chuck Greif and the Online Distributed
-Proofreading Team at http://www.pgdp.net (This file was
-produced from images available at The Internet Archive)
-
-
-
-
-
-
-</pre>
-
-<hr class="full" />
-
-<p class="c">
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-</p>
-
-<table border="1" cellpadding="5" cellspacing="0" summary="">
-<tr><td align="left"><a href="#INDICE"><b>AL ÍNDICE</b></a></td></tr>
-</table>
-
-<p class="c">OBRAS COMPLETAS<br />
-<small>DE</small><br />
-EMILIA PARDO BAZÁN<br />
-
-<span class="pagenum"><a name="page_001" id="page_001"></a>{1}</span>
-&mdash;&mdash;&mdash;<br />
-CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES<br />
-<br />
-<big>CUENTOS DE LA PATRIA</big><br />
-<br />
-<span class="sans">CUENTOS ANTIGUOS</span></p>
-
-<hr />
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_002" id="page_002"></a>{2}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_003" id="page_003"></a>{3}</span>&nbsp; </p>
-
-<p class="cb">
-EMILIA PARDO BAZÁN<br />
-<br />
-OBRAS COMPLETAS.&mdash;TOMO XXV<br />
-</p>
-
-<h1><b>
-<span class="sans">CUENTOS</span><br />
-<br />
-<big><big>DE NAVIDAD Y REYES</big></big></b><br />
-&mdash;&mdash;&mdash;<br />
-CUENTOS DE LA PATRIA<br />
-
-&mdash;&mdash;&mdash;<br />
-<span class="sans">CUENTOS ANTIGUOS</span></h1>
-
-<p class="c"><img src="images/colophon.png"
-width="125"
-alt=""/>
-<br />
-ADMINISTRACIÓN<br />
-<i>calle de S. Bernardo, 37, principal</i>,<br />
-MADRID</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_004" id="page_004"></a>{4}</span>&nbsp; </p>
-
-<div class="rgt">
-<p>
-Es propiedad.&mdash;Queda<br />
-hecho el depósito que marca<br />
-la ley.<br />
-</p>
-</div>
-
-<p class="c"><span class="ovr">
-<small>MADRID.&mdash;Est. tip. de I. Moreno, Blasco de Garay, 9.</small></span><br />
-<small><i>Teléfono 3.020.</i></small><br />
-</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_005" id="page_005"></a>{5}</span></p>
-
-<h2>ADVERTENCIA DE LA AUTORA</h2>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p><i>En este volumen incluyo, bajo el título de</i> <span class="smcap">Cuentos de la Patria</span>,
-<i>algunos de los cuales cabría decir, como dijo el poeta del</i> Canto á
-Teresa, <i>que son un desahogo de mi corazón y el lector puede saltarlos</i>.</p>
-
-<p><i>Cuando en 1898 publiqué el titulado</i> Vengadora, <i>me llamaron</i> Soñadora
-<i>los muy benignos</i>.</p>
-
-<p><i>Algo de realidad prestó á mi sueño el trágico fin del Presidente
-Mac-Kinley...</i></p>
-
-<p><i>Y si fuese soñar creer en la justicia inmanente, ¿qué mal habría? ¿qué
-más inofensivo consuelo?</i></p>
-
-<p class="r"><img src="images/bazan.png"
-width="225"
-alt="Emilia Pardo Bazán."
-/></p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_006" id="page_006"></a>{6}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_007" id="page_007"></a>{7}</span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="CUENTOS_DE_NAVIDAD_Y_REYES" id="CUENTOS_DE_NAVIDAD_Y_REYES"></a>CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES</h2>
-
-<h3><a name="LA_NOCHEBUENA_DEL_PAPA" id="LA_NOCHEBUENA_DEL_PAPA"></a>LA NOCHEBUENA DEL PAPA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Bajo el manto de estrellas de una noche espléndida y glacial, Roma se
-extiende mostrando á trechos la mancha de sombra de sus misteriosos
-jardines de cipreses y laureles seculares que tantas cosas han visto, y,
-en islotes más amplios, la clara blancura de sus monumentos,
-envolviendo, como un sudario, el cadáver de la Historia.</p>
-
-<p>Gente alegre y bulliciosa discurre por la calle. Pocos coches. A pie van
-los ricos, mezclados con los <i>contadinos</i>, labriegos de la campiña que
-han acudido á la magna ciudad trayendo cestas de mercancía ó de regalos.
-Sus trapos pintorescos y de vivo color les distinguen de los burgueses;
-sus exclamaciones sonoras resuenan en el ambiente claro y frío como
-cristal. Hormiguean, se empujan, corren: aunque no regresen á sus casas
-hasta el amanecer&mdash;que es cosa segura,&mdash;quieren presenciar,<span class="pagenum"><a name="page_008" id="page_008"></a>{8}</span> en la
-Basílica de <i>Trinitá dei Monti</i>, la plegaria del Papa ante la cuna de
-<i>Gesú bambino</i>.</p>
-
-<p>Sí; el Papa en persona&mdash;no como hoy su estatua, sino él mismo, en carne
-y hueso, porque todavía Roma le pertenece&mdash;es quien, en presencia de una
-multitud que palpita de entusiasmo, va á arrodillarse allí, delante de
-la cuna donde, sobre mullida paja, descansa y sonríe el Niño. Es la
-noche del 24 de Diciembre: ya la grave campana de Santángelo se prepara
-á herir doce veces el aire, y la carroza pontifical, sin escolta, sin
-aparato, se detiene al pie de la escalinata de <i>Trinitá</i>.</p>
-
-<p>El Papa desciende, ayudado por sus Camareros, apoyando con calma el pie
-en el estribo. Con tal arte se ha preparado la ceremonia, que al sentar
-la planta Pío IX en el primer escalón, vibra, lenta y solemne, la primer
-campanada de la media noche, en cada campanario, en cada reloj de Roma.
-El clamoreo dramático de la hora sube al cielo imponente como un
-<i>hosanna</i> y envuelve en sus magníficas tembladoras ondas de sonido al
-Pontífice que poco á poco asciende por la escalinata, bendiciendo, entre
-la muchedumbre que se prosterna y murmura jaculatorias de adoración. A
-la luz de las estrellas y á la mucho más viva de los millares de cirios
-de la Basílica iluminada de alto abajo, hecha un ascua de fuego,
-adornada como para una fiesta y con las puertas abiertas de par en par,
-por donde se desliza apretándose el gentío ansioso de contemplar al
-Pontífice,&mdash;se ve, destacándose de la roja muceta orlada de armiño<span class="pagenum"><a name="page_009" id="page_009"></a>{9}</span> que
-flota sobre nívea túnica, la cabeza hermosísima del Papa, el puro diseño
-de medalla de sus facciones, la forma artística de su blanco pelo
-dispuesto como el de los bustos de rancio mármol que pueblan el Museo
-<i>degli Anticchi</i>.</p>
-
-<p>Entra por fin en la Basílica; cruza las naves, desciende la escalera
-dorada que conduce á la cripta, y mientras á sus espaldas la guardia
-brega para reprimir el empuje del torrente humano que pugna por
-arrimarse á la balaustrada, en el recinto descubierto, más bajo que la
-multitud, el Papa queda solo. Artista por instinto; con el andar rítmico
-de las grandes solemnidades; con un sentimiento de la actitud que sólo
-él posee en grado tal,&mdash;Pío IX se acerca á la cuna, junta las manos de
-marfil, eleva al cielo un instante los ojos como si invocase la
-presencia de Dios; se arrodilla, se abisma, y los paños de su cándida
-vestidura se esparcen esculturales y clásicos cual los plegados de
-alabastro de un ropaje de Canova.</p>
-
-<p>El Niño, el <i>Bambino</i>, duerme desnudito, color de rosa, reclinado en su
-rubio colchón de sedeña paja. En toda la Basílica no se escucha más
-ruido que el chisporroteo suave de los cirios y el murmullo de la
-oración que el Papa empieza á elevar.&mdash;A las primeras palabras, anímase
-el Niño con vida fantástica: la escultura se hace carne. Sus ojos se
-entreabren, sus puñitos se tienden hacia el Papa, como se tenderían
-hacia un abuelo cariñoso, haciendo fiestas. Incorporado y sentado en la
-paja, llama al Pontífice, que sigue orando, pero que cree percibir<span class="pagenum"><a name="page_010" id="page_010"></a>{10}</span> en
-sus rodillas la sensación de que ya no reposan en los cojines de
-terciopelo carmesí, en sus codos algo que los sube y aparta del
-esculpido reclinatorio. Ligero y como fluído, su cuerpo no le pesa;
-flota apaciblemente en una atmósfera de oro y luz, hecha de las
-partículas de los cirios que se derraman ardientes y centelleantes.&mdash;La
-cuna ha desaparecido; el Niño está de pie, alto, crecido ya, convertido
-en adolescente; y en vez de la gracia infantil, en su cara se lee la
-meditación, se descubre la sombra del pensamiento. Alrededor del Jesús
-de quince años van juntándose, saliendo de las paredes de la cripta, que
-parece trasudarlos, docenas de chiquillos, otros <i>Bambinos</i>, pero feos,
-encanijados, sucios, envueltos en andrajos ó desnudos, mostrando la
-enteca anatomía. Docenas primero; cientos después; luego millares,
-millones, un hervidero tan incontable, un ejército tan infinito, que
-estallan las paredes de la cripta, las de la Basílica, las de Roma, las
-de todo cuanto pretendiese contener la expansión de la horda de
-miserables. Extiéndese por una llanura sin límites, y su bullir de
-gusanera rodea al <i>Gesú</i>, que ha ido insensiblemente transformándose en
-hombre hecho y derecho: ya tiene barba ahorquillada y rizoso cabello
-castaño, ya su rostro ha adquirido la gravedad viril. Y siguen acudiendo
-desharrapados y con las carnes al aire, lisiados, enfermos, famélicos,
-tristes, venidos de todos los puntos del horizonte, de todos los
-confines de la tierra. Lloran de hambre; tiemblan de frío; gimen de<span class="pagenum"><a name="page_011" id="page_011"></a>{11}</span>
-abandono; enseñan sus lacras; se cogen á la vestidura inconsutil de
-Cristo; se quieren abrigar bajo sus pies, reclinarse en su seno,
-agarrarse á sus manos pálidas y luminosas. Huelen mal, y su punzante
-vaho de miseria envuelve y sofoca al Papa, siempre en oración.</p>
-
-<p>La figura de Cristo se oculta un instante; densas tinieblas suben de la
-tierra y caen del firmamento, reuniendo sus crespones. El Pontífice
-siente miedo: la oscuridad le ciega, y entre aquella oscuridad vibran
-maldiciones y palpitan sollozos. Un relámpago brilla; erguida en una
-colina aparece la Cruz, sobre la cual blanquea el desnudo cuerpo del
-Mártir, estriado de verdugones por los azotes y veteado de negra sangre.
-Los labios cárdenos se agitan; el Papa interrumpe la plegaria, se
-confunde, se deshace en adoración, quiere salir de sí mismo para mejor
-escuchar y beber la palabra divina; y el Crucificado&mdash;señalando con
-mirada ya turbia hacia el océano de criaturas que bullen allá abajo,
-escuálidas, transidas, gimientes, dolorosas, maltratadas, ofendidas, en
-el abandono&mdash;dice al Papa, en voz que resuena <i>urbi et orbi</i>:</p>
-
-<p>&mdash;Por ellos.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_012" id="page_012"></a>{12}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_013" id="page_013"></a>{13}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="LA_TENTACION_DE_SOR_MARIA" id="LA_TENTACION_DE_SOR_MARIA"></a>LA TENTACIÓN DE SOR MARÍA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Siguiendo costumbre tradicional del convento, las monjitas de la
-Santísima Sangre preparan, adornan y ofrecen á la adoración de los
-fieles, en el altar mayor, á la hora en que se celebra la misa del
-Gallo, el Misterio del pesebre y gruta de Belén, donde puede admirarse
-la efigie del Niño Dios, obra maravillosa de un escultor anónimo.</p>
-
-<p>Más que inerte imagen de madera, criatura viva parece el Niño de las
-monjas. La encantadora desnudez de su torso presenta el modelado blando
-y sólido de la carne. Mollas regordetas en cuello, piernas y brazos;
-hoyuelos de rosa en carrillos, codos y rodillas; picardía angelical en
-la expresión de los ojos y en la cándida risa; naturalidad sorprendente
-en la actitud, que se diría de tender las manos al pecho maternal... así
-es el Niño, y por eso las monjitas, cada vez que le visten y enfajan,
-cada vez que le reclinan en la paja y el heno aromático de la humilde<span class="pagenum"><a name="page_014" id="page_014"></a>{14}</span>
-cuna, exclaman enternecidas y embelesadas: «¡Ay mi divino Señor! ¡Pero
-si es un pequeñito de veras!»</p>
-
-<p>Turnan rigurosamente las monjitas en el oficio y honor de camareras del
-Jesusín,&mdash;y aquel año correspondió la suerte á Sor María, monja profesa,
-la más joven y linda de todas. Sor María ha dejado el mundo, no como
-suelen dejarlo otras religiosas, por contrariados ó infelices amores,
-por sufrimientos, desengaños ó escaseces de fortuna, sino en la flor de
-sus veinte abriles, con el espíritu tan virgen como el cuerpo, y el
-cuerpo tan hermoso como el porvenir que sin duda la esperaba al lado de
-unos padres amantes y opulentos, y en un mundo donde todo la halagaba y
-sonreía. Por su serena frente no ha cruzado ni una nube; no ha rozado su
-sién ni un aliento de hombre, y su corazón no ha palpitado sino para
-Dios. Su mística vocación fue tan firme, que resistió á la oposición
-decidida y enérgica de una familia que no se avenía á ver sepultarse en
-el claustro tanta hermosura y juventud. Pero Sor María demostró tal
-júbilo al tomar el velo, que ya sus mismos padres la envidiaban,
-creyéndola llegada al puerto de paz.</p>
-
-<p>Sintió un gozo inexplicable Sor María al ser encargada de la grata faena
-de vestir al Niño para depositarle en el pesebre. Jugar con aquel
-sagrado muñeco había sido el sueño de la joven monja en los cinco años
-que de profesa contaba.&mdash;«¡Cuando me toque á mí el Niño, verán qué
-precioso le pongo!»&mdash;solía decir á menudo.<span class="pagenum"><a name="page_015" id="page_015"></a>{15}</span> Era llegado el instante: el
-Niño la pertenecía por algunas horas, y ya sus manos temblaban de
-emoción ante la idea de poseer la efigie del nene celestial.</p>
-
-<p>¡Con qué esmero planchó Sor María los pañales por ella misma bordados y
-calados! ¡Con qué diligencia recogió en el jardín rosas tardías y
-frescas violetas oscuras, á fin de esparcirlas sobre la camita de paja
-del Niño! ¡Con qué respeto tocó la escultura; con qué reverencia la
-desnudó, con qué avidez miró sus formas inocentes y con qué ímpetu
-repentino, de las entrañas, se inclinó para besarla, mordiéndola casi en
-las mejillas, en los hombros, en el redondo ventrezuelo!</p>
-
-<p>Algunas monjas, de las más ilustradas y benévolas, estuvieron conformes
-en que nunca había salido tan mono y tan bien adornado el Jesusín; pero
-las viejas gangosas, ñoñas y esclavas de la rutina, murmuraron que le
-faltaban dijes de abalorio y talco y cintas de colores.&mdash;Y cuando Sor
-María se recogió á su celda y se arrodilló para rezar antes de
-extenderse en la pobre tarima, donde, sin regalo, casi sin abrigo,
-dormía el sueño de los ángeles, sintióse de repente profundamente
-triste, y le pareció que delante de ella se abría un abismo negro, muy
-hondo, y que la entraban ganas vehementes de morir. No penséis mal, oh
-escépticos, de Sor María. ¡No la creáis una monja liviana!</p>
-
-<p>No era el amor profano y su deleitosa copa lo que el tentador hacía
-girar ante sus ojos preñados de lágrimas de fuego. Tened por seguro<span class="pagenum"><a name="page_016" id="page_016"></a>{16}</span> que
-la pureza de Sor María llegaba al extremo de ignorar si renunciando al
-amor sacrificaba venturas. En el amor sólo sospechaba fealdades,
-desencantos, humillaciones y groserías indignas de un alma escogida y
-bien puesta. Lo que en aquel momento hacía sollozar á la monja era el
-instinto maternal, despertado con fuerza irresistible á la vista y al
-contacto del monísimo Jesusín...</p>
-
-<p>Y mal de su grado, ofuscada por la insidiosa tentación (solo el Maldito
-pudo infundirla tan trasnochados y estemporáneos pensamientos), Sor
-María no estaba á dos dedos de renegar de los votos y de las tocas y de
-los deberes que al convento la sujetaban. Nunca estrecharía contra su
-infecundo seno una tierna cabecita de rizada melena; nunca besaría una
-frente pura y celestial; nunca unos brazos mórbidos ceñirían su
-garganta. La única criatura que le había sido dado tener en brazos y á
-la cual pudo prodigar ternezas, era un chiquillo de palo, duro, frío,
-que ni respondía á las caricias, ni balbucía entrecortado el nombre de
-madre. Y Sor María, cada vez más hondamente desesperada, acordábase, en
-aquella hora fatal, de su propio hogar que había abandonado, y pensaba
-en el delirio con que su padre amaría á un nietezuelo, y lloraba con
-llanto más amargo, con lágrimas sangrientas, como lloraría una virgen de
-Israel, condenada á muerte, la esterilidad de su seno y la soledad
-eterna de su corazón, sentenciado á no probar nunca el más intenso y
-completo de los cariños femeniles...<span class="pagenum"><a name="page_017" id="page_017"></a>{17}</span></p>
-
-<p>Mas he aquí que al hallarse Sor María fuera ya de sentido y á punto de
-rebelarse impíamente contra su destino y de romper su juramento de
-fidelidad al Divino Esposo, cuentan las crónicas (no sé si protestaréis
-los que lleváis sobre las pupilas la membrana del topo, la incredulidad)
-que la celda se iluminó con luz blanca y suave, y que de súbito el Niño
-del Misterio, no rígido é inmóvil en su invariable actitud, sino
-animado, hecho de carne, sonriendo, gorgeando, acariciando, salió de una
-nube ligera y se vino apresuradamente á los brazos de la monja.</p>
-
-<p>&mdash;Soy yo, tu Jesusín, el que nació hoy á las doce&mdash;parecía balbucir la
-criatura, halagando blandamente á Sor María. Y como ésta pagase con
-besos los halagos, el chiquillo rompió á llorar tiernamente, y la monja,
-olvidando sus propias lágrimas y su reciente desconsuelo, comenzó á
-bailar para entretenerle, á arrullarle, á cantarle, á contarle cuentos,
-y al fin le arropó en su cama, llegándole al calor de su propio cuerpo y
-recostándole sobre su pecho tibio, que henchían activas corrientes de
-vitalidad y de amor. Y allí se pasó la noche el pobre nene, hasta que la
-blanca aurora, que disipa las sombras y ahuyenta las tentaciones, lanzó
-sus primeras claridades al través de la reja, y la campana llamó al
-templo á las monjas, que se pasmaron del resplandor extático que
-brillaba en el hermoso semblante de Sor María...</p>
-
-<p>Desde entonces Sor María hace prodigios de austeridad, mortificación y
-penitencia. Sus<span class="pagenum"><a name="page_018" id="page_018"></a>{18}</span> rodillas están ensangrentadas, sus costados los
-desuella el cilicio, sus mejillas las empalidece el ayuno, su boca la
-contrae el silencio.&mdash;Pero todos los años, después de la misa del Gallo
-y el Misterio del pesebre, se repite la visita del Niño á la celda
-melancólica y solitaria, y por espacio de unas cuantas horas, Sor María
-se cree madre.<span class="pagenum"><a name="page_019" id="page_019"></a>{19}</span></p>
-
-<h3><a name="LA_NAVIDAD_DEL_PELUDO" id="LA_NAVIDAD_DEL_PELUDO"></a>LA NAVIDAD DEL PELUDO</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Catorce años de no interrumpida laboriosidad podía apuntar el <i>Peludo</i>
-en su hoja de servicios; catorce años en que no hubo día sin ración de
-palos y sin hambre. ¡El hambre especialmente! ¡Qué martirio!</p>
-
-<p>Sacar fuerzas de flaqueza para el cochinero trote, obligado por los
-pinchazos del recio aguijón; aguantar picadas de tábanos y de moscas
-borriqueras, enconadas, feroces con el sol y el polvo, en las llagas de
-la reciente matadura; sufrir talonazos y ver cortar la vara de avellano
-ó de taray que, silbadora y flexible, se ha de ceñir á su piel
-averdugándola; probar la dentellada de la espuela y el sofrenazo
-violento del bocado; recibir puñadas en el suave hocico y en los ojos,
-en los dulces y grandes ojos cuya mirada siempre expresa mansedumbre;
-doblegarse bajo la excesiva carga; arrastrarse molido y pugnar por no
-caer al suelo antes de que se termine una caminata tres veces más<span class="pagenum"><a name="page_020" id="page_020"></a>{20}</span>
-fatigosa de lo que cabe dentro de los límites del vigor asnal;&mdash;todo
-esto, con ser tanto, le parecía miseriuca al <i>Peludo</i>, en cotejo de
-pasar rozando una pradería verde como la esperanza, mullida y
-aterciopelada como tapiz de seda, y no poder hartar la panza vacía,
-redondear los ijares metidos y chupados y la tripa hueca como tubería de
-órgano. Era tal la impresión que causaba al <i>Peludo</i> la vista de la
-hierba apetitosa, rociada, velluda, de los dorados pajares y de las
-mieses en sazón; tal la rabia que sentía al oir el murmurio de la fuente
-cuando secaba sus fauces el anhelo del trabajo y la polvareda pegajosa
-del camino real; tal la violencia de su furioso apetito y el ímpetu de
-su colosal gazuza, que más de una vez, él&mdash;el manso, el resignado, el
-trabajador, el obediente&mdash;<i>pensó</i> hacer una muy gorda y sonada: soltar
-un rebuzno de guerra y arremeter á coces y á muerdos contra su
-despiadado jinete, su espolique, su amo, su tirano... ¡Qué deleite
-arrojar al suelo el lastre de sacos de harina, que pesan cual plomo,
-patearlos, reventarlos; que la harina se esparciese por la carretera;
-meter en ella el hocico, aventarla, hacerla volar en blanquísimas nubes!
-Y si era mucha el ansia de comer, no menor la de revolcarse.
-¡Revolcarse! ¡Cuánto tiempo, desde su tierna infancia, su época de
-buchecillo retozón y candoroso, que no se revolcaba, con las cuatro
-patas batiendo el aire y la gris barriga al sol, el <i>Peludo</i>!</p>
-
-<p>Cruzaban estas ráfagas de emancipación por la deprimida mollera del
-esclavo, pero no adquirían<span class="pagenum"><a name="page_021" id="page_021"></a>{21}</span> consistencia; eran aleteos pasajeros que
-abatía al punto la convicción de su eterna servidumbre y de que la había
-dispuesto la suerte, el <i>fatum</i> que preside á la existencia del jumento.
-Sí; lo peor del caso es que al <i>Peludo</i> la desgracia le había hecho
-fatalista; no esperaba nada de la Providencia, ni se atrevía á creer que
-pudiese lucir para él jamás un instante de relativa dicha. Hiciese lo
-que hiciese, lo mismo tenía que ser... Hambre y palos, palos y hambre...
-Arriba con la carga; avante por la senda&mdash;y nada de protestas ni de
-quiméricos ensueños.</p>
-
-<p>Razón llevaba el paciente <i>Peludo</i> en desconfiar de la suerte y en
-prometerse mayores desventuras; su amo, en vez de mostrarle algún apego,
-una pizca de consideración, á medida que el <i>Peludo</i> perdía fuerzas,
-agilidad y bríos, iba tratándole con mayor dureza y encomendándole las
-tareas más rudas y bajas, los transportes más reventadores y las
-jornadas á palo seco en todo el rigor de la frase. Por eso, la glacial y
-lluviosa noche del 24 de Diciembre encontró al cuitado <i>Peludo</i>
-sufriendo la intemperie con cachaza estoica, atado á una argolla de
-hierro, á la puerta de la conocida taberna del <i>Pellejón</i>, una de las
-varias que salpican las orillas de la carretera de Marineda á Brigos.
-Otras veces no faltaba para el <i>Peludo</i> en aquel templo báquico el
-abrigo de una cuadra ó de un estercolero, ó siquiera de un cobertizo
-cerquita del pajar; pero ésta era noche de bulla y parranda de regodeo y
-jarros colmados de vino<span class="pagenum"><a name="page_022" id="page_022"></a>{22}</span> y aguardiente, y cuando el <i>Peludo</i>, al
-trotecillo desmayado de sus provectas patas, se acercó á la taberna, no
-quedaba sitio ni techo para él. De dos puntillones, el amo le pegó á la
-pared, le amarró á la anilla, y allí se quedó el jumento, sin más techo
-que un emparrado desnudo de follaje, cuyas ramas goteaban hilos de agua
-llovediza, formando una charca bajo los cascos.</p>
-
-<p>Veía el <i>Peludo</i>, al través de los vidrios de la ventana, la sala de la
-taberna iluminada, alegre, llena de hombres que jugaban á los naipes,
-disputaban, despachaban guisotes de bacalao y apuraban vasos de caña y
-tinto. Mientras los racionales celebraban así la Navidad, el asno,
-transido y empapado hasta los huesos, rendido de cansancio y
-desfallecido de necesidad, no tenía ánimos ni para exhalar un suplicante
-y doloroso rebuzno pidiendo sustento y calor. Una nube veló sus pupilas;
-sus corvas se doblaron. Iba á caer sobre el fango líquido, cuando
-advirtió una claridad suave, muy diferente de la que derramaban las
-pestíferas candilejas de la taberna, y divisó á su lado, con profunda
-sorpresa, á otro borrico: un asno plateado, de luciente pelo, vivaracho,
-cordial. ¡Qué compañía tan grata! «<i>¡Hi&mdash;ho!</i>» flauteó dulcemente el
-caduco y asendereado jumento. Púsose el recién venido á roer con los
-dientes la cuerda que al <i>Peludo</i> sujetaba, y presto le dejó libre. Echó
-á andar el argentado borriquillo, y detrás de él, sin meterse en más
-averiguaciones, el <i>Peludo</i>, ya regocijado y fuerte. A medida que
-adelantaban, la noche se hacía transparente, estrellada, tibia;<span class="pagenum"><a name="page_023" id="page_023"></a>{23}</span> el
-camino fácil, seco, llano, lindo. A derecha é izquierda, prados de un
-tono de felpa verdegay, esmaltados de violetas y ranúnculos, convidaban
-al <i>Peludo</i> á saciar su apetito; arroyos cristalinos le brindaban con
-qué apagar su sed. Y el <i>Peludo</i>, entrando á saco, descuidado, libre, se
-entregó á la hierba jugosa; desde lejos podía oírse el ruido de molino
-que al mascar producía su vieja dentadura. Bebió á su talante en los
-manantiales; atracóse de trébol y hierba mollar, y al paso que devoraba,
-redondeábase su panza como globo que se infla, hasta que de súbito
-estallaron las cinchas que sujetaban la albarda, y quedóse en pelota,
-feliz como un rey. ¡Ahora sí que no se sentía fatalista el <i>Peludo</i>! Tan
-dichosa aventura le convertía en el mayor providencialista del universo.
-En lontananza empezaba á despuntar la mañanica dorada y risueña; las
-violetas del prado olían á gloria; todo incitaba á un revuelco
-deleitable, y ¡zás! el <i>Peludo</i> se dejó caer y se puso á nadar en aquel
-golfo de verdura, impregnándose de olores floreales, recogiendo en su
-pelambrera hojas de manzanilla. El asno se sentía victorioso, envuelto
-en luces de gloria. Y allá en los aires, lejos, alto, voces misteriosas
-repetían la profética cláusula: «Nos ha nacido un niño, y se llama
-Emanuel...» El asno de plata, salvador del <i>Peludo</i>, le miraba entre
-compasivo y amigable, y le rebuznaba bondadosamente: «<i>¡Hi&mdash;ho!</i> ¿No me
-conoces? Soy el que calentó con su aliento á Jesús en el establo... y el
-que llevó á Egipto á María la Nazarena...<span class="pagenum"><a name="page_024" id="page_024"></a>{24}</span>»</p>
-
-<p>A la puerta de la taberna, el amo del <i>Peludo</i>, al salir de madrugada
-con los humos de la embriaguez muy densos aún, vió á su montura tendida
-en la charca, los ojos vidriosos, las patas rígidas.&mdash;Rompióse la
-cuerda&mdash;observó el tabernero.&mdash;No le dé patadas&mdash;agregó&mdash;que de poco
-sirve; tiene la oreja fría; está difunto.&mdash;Pero el amo, con la terquedad
-característica de los beodos, seguía descargando puntapiés al animal,
-jurando, blasfemando y maldiciendo. Al fin, convencido de lo inútil de
-sus esfuerzos, soltó una opaca risotada.&mdash;Para lo que
-servía...&mdash;gruñó.&mdash;Ya ni podía conmigo...<span class="pagenum"><a name="page_025" id="page_025"></a>{25}</span></p>
-
-<h3><a name="JESUSA" id="JESUSA"></a>JESUSA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>El matrimonio vió al fin cumplidos sus deseos: la niña vino al mundo un
-24 de Diciembre, circunstancia que pareció señal del favor divino;
-pusiéronle en la pila el dulce nombre de Jesusa, y la rodearon de cuanto
-mimo pueden ofrecer á su único retoño dos esposos ya maduros, muy ricos,
-y que sólo pedían á la suerte una criatura á quien transmitir fortuna y
-nombre. La cuna fue mullida con pétalos de rosa, y hasta el ambiente se
-hizo tibio y perfumado, para acariciar el tierno rostro de la recién
-nacida...</p>
-
-<p>Todos hemos narrado alguna vez la triste historia de la niña pobre y
-desamparada, que harapienta y arrecida, con el vértigo del hambre y la
-angustia del abandono, vaga por las calles implorando caridad, hasta que
-cae rendida y la nieve la envuelve en blanco sudario. El grito de la
-miseria, el clamor del vientre vacío, es penetrante y humano... pero
-también sufre<span class="pagenum"><a name="page_026" id="page_026"></a>{26}</span> el rico, y sus dolores, inaccesibles al fácil consuelo
-que se reparte con un puñado de monedas, no hallan alivio sino en la
-misericordia de Dios... El que compare á la chiquilla sin pan ni hogar
-con la chiquilla envuelta en algodones y harta de goces y juguetes; á la
-que jamás recibió un beso con la que agasaja en su seno una madre
-idólatra,&mdash;se indignará contra la injusticia social y apelará de ella á
-la justicia infalible.</p>
-
-<p>Cruzad la calle, deslizad un socorro en la mano escuálida de la mendiga,
-y penetrad después en la morada de la familia de Jesusa. El contraste,
-al pronto, os parecerá hasta sacrílego. Cualquier chirimbolo de los que
-decoran el gabinete, cualquier fruslería de rubia concha y cincelada
-plata, de las mil esparcidas sobre las mesillas del tocador, vale más de
-lo que costaría dar un año entero pan, luz y abrigo á la infeliz que
-tirita allá fuera, en el ángulo de la manzana, de pie contra una
-cancilla menos dura que algunos corazones.</p>
-
-<p>Pasad el umbral de la alcoba tapizada de seda: acercáos á la camita
-virginal, esmaltada de blanco y oro, y contemplad la cabeza que descansa
-sobre la batista... Ved ese rostro transparente como alabastro, esos
-ojos de violeta, tan infinitamente melancólicos. Si pudiéseis alzar la
-sábana sin ofender el pudor de la niña&mdash;que ha cumplido sus once años
-ya,&mdash;se ofrecería á vuestra vista algo sin nombre ni forma, uno de esos
-cuadros que sobrecogen: una especie de insecto mísero: piernas como<span class="pagenum"><a name="page_027" id="page_027"></a>{27}</span>
-hilos retorcidos, manos que semejan contraídas por la acción del fuego,
-doble gibosidad en el pecho y la espalda, flacura de carnes secas y
-consumidas por el padecimiento. ¡Y si la enfermedad se contentase con
-haberla desfigurado! Pero son tan incesantes sus torturas, tan variadas,
-tan horribles, que hay horas negras en que el padre susurra al oído de
-la madre, en voz opaca:</p>
-
-<p>&mdash;¡No sería mejor despedir á tanto médico... suprimir tanto remedio...
-no agobiarla... dejarla que!...</p>
-
-<p>Y la madre responde con acento en que tiemblan irrestañables lágrimas:</p>
-
-<p>&mdash;No, no... Mientras hay vida...</p>
-
-<p>En el martirizado cuerpo, la inteligencia vela, despierta desde muy
-temprano. A los seis años, Jesusa decía de esas frases que cortan el
-alma. Las tempranas intuiciones, las precocidades, si en el niño sano
-regocijan, en el enfermo afligen con aflicción honda, como es hondo el
-abismo del humano dolor.</p>
-
-<p>&mdash;Mamá, ¿soy yo mala?&mdash;gemía la inocente.&mdash;No, eres muy buena, muy
-buena.&mdash;Entonces, ¿por qué me castiga Dios?&mdash;No es castigo...&mdash;sollozaba
-la madre.&mdash;Es que después, cuando te mejores, has de disfrutar mucho...
-y es que ahora, si es verdad que estás malita, también tienes más cosas
-bonitas que las otras niñas, más muñecas, más juguetes, más flores, unas
-cajas preciosas...&mdash;Callaba la enferma un minuto, cerrando sus pupilas
-de marchita violeta, y las abría luego para exclamar:&mdash;Pues<span class="pagenum"><a name="page_028" id="page_028"></a>{28}</span> dales todo
-eso á los niños que no tienen... y ellos que me den no estar enferma un
-día... ¡Mamá, siquiera un día!</p>
-
-<p>Al correr del tiempo, al multiplicarse los fenómenos del extraño
-padecimiento nervioso de Jesusa, arraigábase en su mente la idea de la
-sustitución, y la creía posible ó segura, mejor dicho. ¿Por qué no la
-complacían sus padres? ¿Había cosa más sencilla y natural? Que
-repartiesen á los golfos y á los mendigos sus joyas y sus muñecos caros;
-que les enviasen á cestos las golosinas; que les entregasen las sábanas
-de encaje y el edredón de plumón de cisne..., y que ellos, á su vez, la
-socorriesen con unas migajas de salud, de la riente salud que alegra el
-mundo, que calienta la sangre, que resplandece como el sol y hermosea el
-vivir. ¡Levantarse de aquella cama, andar, salir á la calle, respirar el
-aire libre, sin dolores, lista, ágil, contenta!</p>
-
-<p>A fuerza de hablar de la sustitución, Jesusa acabó por contagiar á su
-padre. Los desgraciados tienen siempre los brazos abiertos para abrazar
-á la quimera. La esperanza es ingeniosa y supersticiosa.&mdash;Verás, nena
-mía... Voy á darte gusto, voy á socorrer á los niñitos pobres... Así que
-les haga mucho bien, tú sanarás...&mdash;Y empezó su carrera de filántropo,
-descubriendo cada día, en la inagotable mina de la miseria, nuevas vetas
-que explotar, y soñando, á cada hallazgo, que allí podría estar la
-curación de su enferma. Subió á muchas buhardillas, llevando la bolsa
-llena y el médico prevenido; recogió y trajo en brazos, á las altas
-horas<span class="pagenum"><a name="page_029" id="page_029"></a>{29}</span> de la noche, al golfo que dormía aterido y desfallecido de hambre
-sobre un banco ó al través de una puerta, y se gozó en el golpe mágico
-del despertar de la criatura ante una suculenta cena y con la
-perspectiva de un mullido lecho; redimió de la abyección á niñas que aún
-no tenían conciencia del pecado, y las llevó á establecimientos
-benéficos, donde las inculcasen el trabajo y la honestidad; pagó
-nodrizas á desvalidos huérfanos; desató un río de aceite de hígado de
-bacalao para los chiquitines escrofulosos, y en verano envió á las
-orillas del mar á hijos de obreros, devorados de anemia... Mas Jesusa,
-enterada de tan santas acciones, no cesaba de mover su cabeza macilenta,
-de cerrar dolorosamente las lánguidas violetas de sus ojos. No era
-bastante; no se contentaba Dios todavía con eso.</p>
-
-<p>Mayor sacrificio pedía sin duda... Prueba de lo estéril del esfuerzo,
-era que Jesusa empeoraba, que redoblaban sus sufrimientos, que la fiebre
-la consumía, que su piel se pegaba á los huesos abrasada por el mal, y
-que en los accesos, á cada paso más frecuentes, sentía, ó como un ascua
-en sus entrañas, ó como un enorme témpano de hielo en su corazón,
-próximo á cesar de latir. ¿Iba á durar eternamente aquella infernal
-tortura? ¿No se apiadaría Dios? ¿No la sanaría de repente del todo,
-dejándola alzarse, fuerte y gozosa, en el ímpetu de la juventud, á
-disfrutar de la existencia, á reir, á correr, á saltar como los pájaros
-felices?</p>
-
-<p>Llegó la Nochebuena, el cumpleaños de Jesusa.<span class="pagenum"><a name="page_030" id="page_030"></a>{30}</span> En tal día, sus padres la
-abrumaban á regalos, inventaban caprichos para darse el gusto de
-satisfacerlos. Se armaba el <i>belén</i>, renovado siempre, siempre más
-lujoso, de más finas figuras, de más complicada topografía; pero aquel
-año, suponiendo que la enferma estaba cansada ya de tanto pastorcito y
-tanta oveja y tanto camello, discurrió la madre colocar un precioso Niño
-Jesús, de tamaño natural, joya de escultura, en un pesebre, sobre un haz
-de paja. La sencilla imagen atrajo á la abatida enferma. Parecía una
-criatura humana, allí echada, desnudita. Y al mirarla, al pensar que
-tendría mucho frío, Jesusa creyó adivinar por qué no la sanaba á ella
-Dios... No bastaba dar á otros niños limosna y socorro: era preciso <i>ser
-como ellos</i>, aceptar su estado, abrazarse á la humildad, á la necesidad,
-imitando al Jesús que reposaba entre paja, sobre unas tablas toscas...
-Afanosamente, la niña llamó á su madre y suplicó, trémula de ilusión y
-de deseo:</p>
-
-<p>&mdash;Mamá, por Dios... Haz lo que te pido y verás si sano... Ponme como
-están los niñitos pobres... Echa paja en el suelo, acuéstame ahí... No
-me tapes con nada, déjame tiritar...</p>
-
-<p>Resistíase la madre, temblando de miedo á la idea de su hija con frío y
-sobre unas tablas; pero, á pesar suyo, el loco ensueño también se
-apoderaba de su espíritu. ¿Quién sabe? ¿quién sabe?... Las alas de la
-quimera batían misteriosamente el aire en derredor... Alejó á los
-criados, miró si nadie venía... y cargando el leve peso de la enferma,
-la tendió sobre la paja esparcida,<span class="pagenum"><a name="page_031" id="page_031"></a>{31}</span> en el mismo pesebre donde sonreía y
-bendecía el Niño; Jesusa abrió los ojos, miró ansiosamente á la imagen,
-y después los cerró con lentitud. Su carita demacrada, crispada, expresó
-de pronto la mayor serenidad; una especie de beatitud bañó las
-facciones, iluminó la frente; un ligero suspiro salió de la cárdena
-boca... La madre, aterrada, se inclinó, la llamó por su nombre, la
-palpó... No respondía; el sueño se realizaba; los dolores de Jesusa
-habían cesado; no volvería á sufrir.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_032" id="page_032"></a>{32}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_033" id="page_033"></a>{33}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="NOCHEBUENA_DE_JUGADOR" id="NOCHEBUENA_DE_JUGADOR"></a>NOCHEBUENA DE JUGADOR</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>El vicio del juego me dominaba.&mdash;Cuando digo el vicio del juego, debo
-advertir que yo no lo creía tal vicio, ni menos entendía que la ley
-pudiese reprimirlo sin atentar al indiscutible derecho que tiene el
-hombre de perder su hacienda lo mismo que de ganarla. «De la propiedad
-es lícito usar y abusar», repetía yo desdeñosamente, burlándome de los
-consejos de algún amigo timorato.</p>
-
-<p>No obstante mi desprecio hacia el sentimiento general, procuraba por
-todos los medios que en mi casa se ignorase mi inclinación violenta.
-Habíame casado, loco de amor, con una preciosa señorita llamada Ventura;
-estrechaba más nuestra unión la dulce prenda de un niño que aún no
-sabía, si yo le llamaba, venir solo á mis brazos; y por evitar á mi
-esposa miedo y angustia, escondía como un crimen mis aficiones,
-sorteando las horas para satisfacerlas. Precauciones idénticas á las que
-adoptaría si diese á<span class="pagenum"><a name="page_034" id="page_034"></a>{34}</span> mi mujer una rival, adoptaba para concurrir al
-Casino y otros centros donde se arriesga, al volver de un naipe, puñados
-de oro; é inventando toda clase de pretextos&mdash;negocios bursátiles,
-conferencias con amigos políticos, enfermos que velar, invitaciones que
-admitir&mdash;cohonestaba mis ausencias y explicaba de algún modo mi
-agitación, mi palidez, mis insomnios, mis alegrías súbitas, mis
-abatimientos, la alteración de mi sistema nervioso, quebrantado por la
-más fuerte y honda tal vez de las emociones humanas.</p>
-
-<p>Hacía tiempo que no poseía sino lo que al juego me granjeaba. Dueño de
-un mediano caudal, había ido enajenando mis fincas para cubrir pérdidas.
-Vino después una larga temporada de prosperidad, pero invertí las
-ganancias en valores fáciles de negociar, que ya mermaban recientes
-descalabros. Nada de esto notaba mi Ventura, porque, á semejanza de casi
-todas las mujeres, recibía de manos de su esposo el dinero sin preguntar
-su origen. Segura de mi cariño, pasiva y feliz en su hogar, ni se la
-ocurría ni quizás deseaba conocer el estado de nuestros intereses. En
-las ocasiones felices, yo la traía ricas alhajas y la compraba lindos
-trajes; en los momentos de estrechez, una indicación mía bastaba para
-que ella redujese el gasto y aplazase los pagos, con instintiva
-complicidad. Pero si mi esposa no me causaba inquietud y el
-desorientarla me parecía facilísimo, otra persona de la familia me
-inspiraba indefinible recelo.<span class="pagenum"><a name="page_035" id="page_035"></a>{35}</span></p>
-
-<p>Era esta persona el hermano mayor de Ventura, mi cuñado Bernardo, hombre
-de entendimiento vivo y sagaz, de fogosa condición, á quien penas
-ignoradas, quizás dolorosos desengaños, impulsaron á abrazar el estado
-eclesiástico. Bernardo ejercía su ministerio con un celo abrasador, con
-sed de sacrificio que le consumía, demacrando su cuerpo y encendiendo en
-sus azules ojos perpetua llama. Los tales ojos, al fijarse en mí,
-mostraban vislumbres de desconfianza y severidad. Indudablemente el
-santo altruista, consagrado á hacer el bien, olfateaba en mí la egoísta
-y desenfrenada pasión que teñía de un círculo de oscuro livor mis
-párpados y hacía temblar febrilmente mi mano cuando estrechaba la suya.
-Una desazón, un desasosiego parecido al del que con ropa sucia arrostra
-la luz del sol en un paseo concurrido, me asaltaban al encontrarme
-frente á frente con Bernardo. Este, que vivía fuera de Madrid, absorbido
-siempre por empresas de beneficencia, fundaciones de Asilos y
-Asociaciones caritativas, sólo venía á vernos dos veces al año; en
-Pascua de Resurrección y en Navidades.</p>
-
-<p>Acercábase precisamente esta solemne época del año, cuando la suerte,
-que ya se me había torcido, comenzó á mostrarse airada, contra mí.
-Soplaba la racha negra, y soplaba tan inclemente y dura, que arrebataba
-mis esperanzas todas. Fallaban mis más laboriosas martingalas; se
-malograban mis golpes de habilidad, mis corazonadas se desmentían y
-naipe que yo tocase era naipe funesto. Encarnizado<span class="pagenum"><a name="page_036" id="page_036"></a>{36}</span> en el desquite, me
-precipitaba con ciega cólera, obstinándome en despeñarme, agotando mis
-recursos, desafiando al porvenir. La intuición de que se me venía encima
-la catástrofe, redoblaba mi desesperada energía. Debiendo ya sobre mi
-palabra crecida suma, busqué un prestamista&mdash;el más usurero, el más
-infame&mdash;y sin vacilar, como quien cierra los ojos y se arroja á una
-sima, me abandoné á sus uñas, firmando cuanto quiso, comprometiendo mi
-honor á cambio de la inmediata posesión de la cantidad que necesitaba
-para saldar mi deuda en el Casino y tentar el golpe supremo. Estaba
-determinado á que no luciese para mí el día de confesarle á Ventura que
-nos aguardaba la miseria y la afrenta además. Cierto que á veces se me
-ocurría decirla: «Figúrate que yo era un negociante; he quebrado; es
-preciso resignarse y trabajar.»&mdash;Pero inmediatamente comprendía la
-imposibilidad, el absurdo de calificar de <i>quiebra</i> los resultados de mi
-desorden. Si caía á los pies de mi mujer revelando la verdad, tendría
-que implorar perdón, como cumple al que faltó á sus deberes. Antes
-morir, y morir me parecía la solución única del pavoroso conflicto. En
-aquellos instantes veía tan claro como la luz que la muerte era precisa
-y natural consecuencia de mi modo de entender la vida, y el derecho de
-jugar, hermano del de suicidarse: ambos se reducían á uno solo... «Usar
-y abusar»... Y morir sin miedo.</p>
-
-<p>Con estos pensamientos volví á mi casa la tarde del día 24 de Diciembre,
-llevando en el<span class="pagenum"><a name="page_037" id="page_037"></a>{37}</span> bolsillo la cantidad obtenida del usurero. No bien entré
-en la antesala, sentí que me abrazaban á un tiempo por el cuello y por
-las piernas. El primer abrazo era el de la mujer amante, que unía su
-rostro al mío con arrebato mimoso; el segundo... ¿Quién puede abrazar
-por más abajo de la rodilla, sino el nene, el muñeco que se ensaya en
-romper á andar y aun necesita agarrarse á algo para no caer de bruces?</p>
-
-<p>Sentí que el corazón se me hendía; sentí que me acudían lágrimas á los
-ojos; y apartándome bruscamente, por disimulo, exclamé:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué pasa? ¿A qué viene esto?</p>
-
-<p>&mdash;Ha llegado Bernardo&mdash;respondió Ventura sorprendida de mi sequedad.</p>
-
-<p>&mdash;Tío Nado&mdash;repitió mi pequeño, que acompañó esta gracia con una risa
-estrepitosa.</p>
-
-<p>&mdash;Pues toma&mdash;dije entregando á mi mujer un puñado de billetes,&mdash;prepara
-una cena; pero una cena de verdad, como me gustan... y ahora déjame,
-hijita, déjame un poco; quiero reposar, me duele la cabeza, y de aquí á
-la noche espero mejorarme para charlar con Bernardo.</p>
-
-<p>Ventura obedeció, y yo me encerré á escribir una especie de testamento y
-despedida. Mis dientes castañeteaban; concluí la tarea, registré mis
-pistolas, las cargué, me eché sobre el sofá y fumé nerviosamente,
-cigarro tras cigarro, hasta que Ventura, solícita, vino á avisarme para
-cenar. Era temprano, porque el niño no podía faltar de la mesa en noche
-semejante y su madre evitaba tenerle despierto hasta las mil. Nos
-dirigimos al comedor, iluminado por<span class="pagenum"><a name="page_038" id="page_038"></a>{38}</span> bujías rosa, alegrado por la
-blancura de los manteles y el destellar del cristal y de la plata.</p>
-
-<p>La sopa de almendra humeaba suavemente y trascendía á gloria; las frutas
-raras se apiñaban en el centro de mesa, reflejado por una luna de espejo
-circundada de rosas tardías; en las copas reía ya el Sauterne amarillo,
-y mi mujer, engalanada, compuesta, sonriente, con el rizado pelo algo
-fosco y las mejillas rubicundas, se acercó á mí y murmuró acariciándome
-con la voz:</p>
-
-<p>&mdash;¿No saludas al forastero? Ahí le tienes.</p>
-
-<p>Abracé á Bernardo, y empezó la cena, animada al principio por las
-genialidades del nene y las coqueterías de Ventura, empeñada en que
-alabase su tocado y tan resuelta á conquistarme, que hasta apoyó sobre
-mi pie el suyo chiquitín. Sin embargo, languideció la conversación bien
-pronto; no era difícil notar que Bernardo y yo estábamos pensativos. A
-las preguntas inquietas de mi esposa respondí alegando cansancio y
-jaqueca; pero Bernardo, el de las chispeantes pupilas azules, declaró
-categóricamente:</p>
-
-<p>&mdash;Tu marido tendrá lo que guste, y no querrá enterarnos del por qué
-parece un reo á quien le acaban de leer la sentencia ahora mismo; pero
-lo que es yo... estoy así... porque me da vergüenza cenar tan bien, con
-salmón, y ostras, y langostinos, y vinos añejos, y no poder ofrecer á
-algunas familias pobres, ya que no estos festines de Lúculo, al menos el
-pan del año, el fuego del hogar y ropa con que abrigarse las<span class="pagenum"><a name="page_039" id="page_039"></a>{39}</span> carnes. El
-Apóstol enseñaba que los cristianos no deben encerrarse para comer
-manjares suculentos. Nosotros nos saciamos de cosas ricas, y vamos á
-brindar con un Champagne... que ya lo conozco de otras veces...
-¡Clicquot! mientras los pobres... No puedo evitar esto, ni vosotros
-podéis; pero allá dentro, hay un rincón de mi alma que llora. ¡Cómo ha
-de ser! ¡No acierto á remediarlo!</p>
-
-<p>Decir esto el sacerdote, y cruzar por mi imaginación el chispazo de una
-idea, fue todo uno; ni dió tiempo á la reflexión, ni á que yo calculase
-el efecto que en Bernardo iban á producir mis palabras. Me levanté,
-llené una copa del Champagne que frío como nieve ya lucía en la jarra de
-cristal tallado, y la tendí á Bernardo, exclamando de un modo
-significativo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Pues brinda... ó reza! para que se logre un plan que tengo yo... Si
-se logra, asegurarás el pan á algunas familias.</p>
-
-<p>Bernardo echó mano á su copa, y antes de alzarla, fijó en mí las
-fascinadoras pupilas. A mi parecer, me registraba el cerebro, me veía la
-conciencia y me leía como se lee un abierto libro.</p>
-
-<p>De pronto, con súbita decisión, tendió la copa, la acercó á la mía, las
-chocó, y pronunció majestuosamente:</p>
-
-<p>&mdash;Brindo ahora... Rezaré después. Deseo que se logre tu plan... pero una
-vez sola ¿entiendes? Una sola.</p>
-
-<p>Consideré sellado el pacto. En mi superstición de jugador lo había
-ensayado todo, jitanas<span class="pagenum"><a name="page_040" id="page_040"></a>{40}</span> y <i>mediums</i>, amuletos y pueriles conjuros...
-todo, excepto interesar á Dios por el cebo de la caridad, partiendo mis
-ganancias con el Arbitro supremo, cuya previsión sirve al ciego azar de
-invisible lazarillo. ¡Poner al cielo de mi parte! Sí, porque el cielo
-tampoco podía <i>querer</i> que yo ejecutase la resolución postrera y
-definitiva, la única que cortaba el nudo infernal de mi destino...</p>
-
-<p>Así que terminó la cena, me levanté, alegué una excusa, dejé á Ventura
-malhumorada y á Bernardo meditabundo, y salí desalado, á jugar, no ya el
-dinero, sino la honra y la existencia, la existencia que en aquel
-momento me parecía tan seductora, tan digna de ser vivida, entre los
-halagos de una mujer enamorada y la luminosa sonrisa de un querubín que
-me pedía protección y ayuda para andar, cogiéndose á mis piernas...</p>
-
-<p>Por las calles se oía tumulto de gentío, repique alegre de panderetas,
-rasgueos de guitarrillo; en las casas, la luz se filtraba delatando la
-reunión de los que se quieren en íntima fiesta; y yo pensaba, mientras
-el coche que había tomado á mi puerta iba rodando hacia el Casino: «Si
-marro, esta es mi Nochebuena última.»</p>
-
-<p>¿Sabéis lo que se llama una suerte desatinada, increíble, loca? Pues así
-la tuve yo desde el primer instante. Sobraban horas para jugar, y
-estaban allí los puntos fuertes, los de repleta cartera y crédito firme.
-Sin tregua los arrollé: no recuerdo vena igual: parecía cual si viese al
-trasluz las cartas que iban á salir, ó un poder<span class="pagenum"><a name="page_041" id="page_041"></a>{41}</span> invisible me dictase la
-puesta. Como si Dios se esmerase en cumplir el pacto, mi vena aumentó
-desde que sonó la media noche.</p>
-
-<p>Al regresar á mi domicilio, entré en el cuarto de Bernardo. El cura
-estaba despierto; me esperaba sin duda.</p>
-
-<p>&mdash;Acuéstate&mdash;le dije,&mdash;y duerme bien, que mañana tendrás con qué dar á
-esas familias pobres el pan del año.</p>
-
-<p>Vi en el expresivo rostro del sacerdote indicios de perplejidad y
-zozobra. Comprendía perfectamente el origen del dinero que yo venía á
-ofrecerle en cumplimiento del trato, y su conciencia batallaba con su
-pasión de hacer bien, de consolar penas, de enjugar lágrimas. Débil, por
-fin, vencido del deseo, sacudido por una trepidación interior que le
-enronqueció la voz siempre sonora, me cogió las manos entre las suyas, y
-murmuró:</p>
-
-<p>&mdash;Acepto... Venga... Sólo que ¡acuérdate!... La condición...</p>
-
-<p>&mdash;Hoy ha sido la última vez: palabra de honor&mdash;respondí adelantándome á
-su ruego.</p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>No sé si me creeréis, pero no he jugado más desde aquella Nochebuena. Al
-principio se me crispaban los dedos y la cabeza se me desvanecía con el
-ansia de volver á probar las amargas delicias del juego; después, poco á
-poco, vino la calma: el olvido ¡nunca! Negocié, labré una fortuna, y
-aprendí que puedo usar de ella, pero no abusar. Sé que soy depositario.
-El dueño está arriba.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_042" id="page_042"></a>{42}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_043" id="page_043"></a>{43}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="DE_NAVIDAD" id="DE_NAVIDAD"></a>DE NAVIDAD</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Este cuento pasa en el siglo <small>XVI</small>, en una de esas ciudades de Italia que
-gobernaba un tirano. Llamémosle á la ciudad, si queréis, Montenero, y á
-su tirano Orso Amadei.</p>
-
-<p>Orso era un hombre de su época, feroz, desalmado, disimulado en el
-rencor, implacable en la venganza. Valiente en el combate, magnífico en
-sus larguezas y exquisito en sus aficiones artísticas, como los Médicis,
-festejaba en su palacio á pintores y poetas y recibía en su cámara
-privada á los sospechosos alquimistas de entonces, que si no
-consiguieron fabricar oro, no ignoraban la fórmula de destilar activos
-venenos.</p>
-
-<p>Cuando á Orso le estorbaba un señor, le atraía, jurábale amistad,
-comulgaba con él&mdash;¡horrible sacrilegio!&mdash;de la misma hostia, le sentaba
-á su mesa... y en mitad del banquete el convidado se levantaba con los
-ojos extraviados y espumante la boca, volvía á caer retorciéndose...<span class="pagenum"><a name="page_044" id="page_044"></a>{44}</span>
-mientras el anfitrión, con hipócrita solicitud, le palpaba para
-asegurarse de que el hielo de la muerte corría ya por sus venas.</p>
-
-<p>Con los villanos no gastaba Orso tantas ceremonias: los derrengaba á
-palos, ó los dejaba consumirse de hambre en un calabozo.</p>
-
-<p>Orso era viudo dos veces: á su primera mujer la había despachado de una
-puñalada, por celos; á la segunda, la única que amó, se la mató en
-venganza Landolfo dei Fiori, hermano de la primera. Esta no había dejado
-hijos: la segunda sí, una hembra y dos varones. Perecieron los varones
-en un oscuro lance militar, una emboscada que tal vez preparó el mismo
-Landolfo, y quedó la niña Lucía, para continuar la maldita familia de
-Amadei.</p>
-
-<p>Discurría ya su padre el Príncipe con quien desposarla, cuando Lucía
-declaró que deseaba tomar el velo. Orso se desesperó, porque, á su
-manera, adoraba á aquel último retoño de su raza; mas no hubo remedio;
-la voluntad de Lucía se impuso, y la niña entró en un monasterio de la
-Orden de Santo Domingo, en que había florecido Catalina, llamada
-<i>Eufrosina</i>, á quien el mundo venera hoy con el nombre de <i>Santa
-Catalina de Sena</i>.</p>
-
-<p>La tierna juventud, la cándida belleza y la ilustre cuna de la hija del
-tirano, aumentaron el asombro de su penitencia. En un siglo ya pagano,
-renovó las duras penitencias de edades más fervorosas.</p>
-
-<p>Su alimento era un puñado de hierbas cocidas; su cama dos quilmas sin
-paja; su ropa interior<span class="pagenum"><a name="page_045" id="page_045"></a>{45}</span> un burdo tejido de Cilicia, que llagaba la
-delicada piel; y cuando se levantaba á orar, en las noches de Enero,
-después de tomar una hora de descanso sobre las losas húmedas, que
-quebrantaban sus huesos todos, apenas podía sostenerse de debilidad y
-las palabras del rezo se confundían en su boca.</p>
-
-<p>Porque Lucía, hija al fin de los Amadei, no había nacido para la
-mortificación y el dolor, sino para agotar las alegrías de la vida, para
-recrearse en el grato sonido del bandolín, en el armonioso ritmo de las
-estancias de los poetas, en la magia del color, en la dulce y misteriosa
-calma de los jardines, donde sonreía la eterna hermosura de las estatuas
-griegas,&mdash;y sólo el peso de ajenas culpas y el anhelo de la expiación la
-habían arrojado palpitante de angustia y de terror al pie de los
-altares, donde á cada minuto recordaba involuntariamente el mundo y sus
-goces.</p>
-
-<p>Como Catalina de Sena, más de una vez se vió asaltada por tentaciones
-impuras y por imágenes engañadoras y burlonas; pero abrazada á la cruz,
-resistió heroicamente; lloró, se hirió las carnes y, al fin, conoció su
-victoria en la paz que descendía á su espíritu. Arrobos y dulzuras
-inexplicables sucedieron á los desfallecimientos, y Lucía se sintió
-consolada.</p>
-
-<p>Llegó la Navidad, aniversario de su profesión. Vino la Nochebuena,
-acompañada de mucha nieve; pero cuanto más espeso era el sudario que
-cubría el huerto del convento, más calor notaba Lucía en su celda
-solitaria; una ilusión<span class="pagenum"><a name="page_046" id="page_046"></a>{46}</span> singular le mostraba, al través de los
-emplomados vidrios, que en lugar de copos de nieve llovían sobre las
-ramas de los árboles y sobre la dura tierra millares de azucenas
-nítidas, finas como plumas arrancadas del ala de los ángeles.</p>
-
-<p>Sembrado de azucenas estaba todo, y la blancura del jardín despedía una
-claridad que alumbraba la celda con rayos de luna, más vivos y lucientes
-que la misma plata. De pronto, envuelto en olas de luz apacible, Lucía
-vió á un precioso Niño; una criatura que sonreía, que tendía los
-bracitos, y á quien la monja recibió enajenada en ellos.</p>
-
-<p>&mdash;Esta noche&mdash;dijo el Niño amorosamente&mdash;he querido favorecerte, Lucía,
-y en vez de nacer en el pesebre, naceré en la celda donde tantas veces
-me has invocado.</p>
-
-<p>Lucía permaneció algunos instantes fuera de sí; el favor era
-extraordinario y, en su humildad, no se creía digna de él. Apenas pudo
-recobrarse, juntó las manos y se postró implorando al Niño.</p>
-
-<p>&mdash;Si quieres que sea dichosa tu sierva, Niño, mi Niño del alma...
-concédeme lo que voy á pedirte. ¡Ah! Es cosa grande y difícil,&mdash;pero si
-tú no puedes realizar imposibles, ¿quién los realizará? Acuérdate de lo
-que he luchado, acuérdate de mis sufrimientos... y en vez de nacer aquí,
-dígnate nacer en otro lugar oscuro, horrible, desolado... El corazón de
-mi padre, Orso Amadei.</p>
-
-<p>Halagando el Niño con sus manecitas el<span class="pagenum"><a name="page_047" id="page_047"></a>{47}</span> rostro de la penitente, la miró
-lleno de tristeza.</p>
-
-<p>&mdash;¿Sabes lo que pides, Lucía? ¿Sabes que ese corazón donde pretendes que
-yo nazca es más duro que la piedra, más sangriento que el cadalso, más
-fétido que el sepulcro? ¿Sabes que para entrar allí tendré que apartar
-con mi cuerpo desnudo los espinos, los abrojos y las ponzoñosas hierbas,
-y sentir cómo se enroscan á mi cuello las víboras y cómo trepan por mis
-piernas los fríos reptiles? ¡Yo he sabido morir del modo más afrentoso;
-pero al tratarse de nacer, busqué dulzura y amor; nací entre sencillos
-pastores, no entre lobos carniceros! En fin, Lucía, ya que has combatido
-por mí, no he de negarte lo que deseas... ¡Esta noche mi establo de
-Belén será el corazón de fiera de tu padre!</p>
-
-<p>Al oir la promesa del Niño, Lucía experimentó tan subido gozo, que no lo
-pudo resistir. Cayó inerte sobre las losas. La luz, la visión, el
-perfume de las azucenas, todo desapareció, y al través de los emplomados
-vidrios sólo se vió el huerto amortajado en nieve.</p>
-
-<p>A aquella misma hora, Orso Amadei celebraba un festín en su palacio;
-mejor que festín hay que decir orgía. No era una cena donde los dichos
-agudos y las alegres historietas hiciesen volar las horas y en que la
-presencia de las damas, incitando á la galantería, contuviese á la
-brutalidad. De estas cenas había dado muchas Orso; pero también gustaba
-de otras más desenfrenadas, á que sólo asistían sus capitanes<span class="pagenum"><a name="page_048" id="page_048"></a>{48}</span>
-semi-bandidos, sus bufones y sus familiares, gente cínica y perversa.</p>
-
-<p>Si se mezclaba con ellos alguna mujer, era la infeliz juglaresa
-sorprendida en la plaza pública, y que, después de servir de ludibrio á
-los convidados, aparecía al día siguiente con el cuerpo acardenalado,
-medio muerta, arrojada en cualquier callejuela de la ciudad. Aquella
-noche, Ridolfi, uno de los capitanes de Orso, había anunciado mejor
-presa: justamente acababa de cazar á una joven muy linda, ¡peor para
-ella si andaba á tales horas por la calle! Alborotáronse los bebedores;
-Orso, riendo á carcajadas, ordenó que trajesen á la jovencita, que
-entró, empujada por los soldados, temblorosa, desgreñado el rubio pelo,
-y los hombres se engrieron al verla, porque era en verdad soberanamente
-hermosa.</p>
-
-<p>Orso clavó en ella sus ojos impúdicos; tendió la mano, apartó los rizos
-de oro... y asombrado se echó atrás; en la niña desvalida, dispuesta
-allí para ultrajarla, veía el rostro de su hija Lucía, las mismas
-facciones, las mejillas, la frente, sonrojada de vergüenza.</p>
-
-<p>&mdash;Soltad á esa mujer&mdash;gritó Orso.&mdash;Que la acompañen á su casa con el
-mayor respeto. Que nadie la haga daño... ¡Ay del que toque á un cabello
-de su cabeza! Que se la trate como á mi persona...</p>
-
-<p>Los beodos, atónitos, obedecieron sin comprender. Continuó el festín;
-pero Orso, preocupado y sombrío, no apuraba la copa. Deseoso Ridolfi de
-animarle, hizo una seña, entendida<span class="pagenum"><a name="page_049" id="page_049"></a>{49}</span> al vuelo, y pocos minutos después,
-un preso moribundo de hambre fué traído á la sala del banquete. Solían
-divertirse en sacar de su mazmorra á uno de éstos, á quienes desde días
-antes privaban de alimento; sentarle á la mesa, ofrecerle algún
-exquisito manjar, y, cuando iba á engullirlo sollozando y aullando de
-contento, se lo quitaban de la boca y le vertían en ella la ardiente
-cera de los hachones que alumbraban la orgía.</p>
-
-<p>El preso era joven, y Orso, bromeando, le tendió un plato de asado,
-humeante, y una copa de <i>Lácrima</i>; mas al verle de cerca, profirió una
-imprecación. Los ojos, que le fijaban con doloroso reproche desde
-aquella extenuada faz de mártir, la boca que le daba gracias, eran la
-boca y los ojos de Lucía, su propia mirada, que el padre no podía
-desconocer, mirada de reflejo cariñoso, luz del alma que busca otra luz
-igual.</p>
-
-<p>&mdash;Que suelten á éste&mdash;mandó Orso.&mdash;Antes dadle bien de comer, cuanto
-desee. Y regaladle dos jarros de oro, y vino á discreción... Que se le
-trate como á mi persona... ¿lo oís? ¡como á mi persona!</p>
-
-<p>Ridolfi, gruñendo, cumplió la orden. Casi al punto mismo en que salía el
-preso, se presentó en la sala del festín una mujer vieja, con un
-chiquitín en brazos:&mdash;«Piedad, gran señor&mdash;exclamaba,&mdash;piedad de la
-criatura que aquí ves. Este pequeño es el hijo de tu cuñado Landolfo dei
-Fiori, á quien aborreces, y unos soldados, por orden tuya, según dicen,
-le quieren estrellar<span class="pagenum"><a name="page_050" id="page_050"></a>{50}</span> contra el muro. Tú no puedes haber dado tan cruel
-orden, y yo le pongo bajo tu amparo.»&mdash;Al nombre odiado de Landolfo,
-Orso se estremeció de furor, y desnudando el puñal, iba á atravesar la
-garganta del pequeño... pero éste, apacible, le sonreía, y su sonrisa
-era la sonrisa encantadora, inolvidable, de Lucía, cuando su padre la
-acariciaba, en los días de la niñez.&mdash;Orso, vencido, cayó de rodillas, y
-golpeándose el pecho empezó á acusarse en voz alta de sus pecados;
-porque Jesús, fiel á su promesa, acababa de nacer en aquel corazón más
-oscuro que el abismo infernal...</p>
-
-<p>A la mañana siguiente, Orso recibió la noticia de que su hija había
-espirado á las doce en punto de la noche.</p>
-
-<p>El tirano se ató una soga al cuello, recorrió descalzo las calles de la
-ciudad pidiendo perdón á los habitantes y, apoyado en un bastón, se
-alejó lentamente. Nunca se volvió á saber de él. ¡Dichosos aquellos en
-cuyo corazón nace el Niño!<span class="pagenum"><a name="page_051" id="page_051"></a>{51}</span></p>
-
-<h3><a name="JESUS_EN_LA_TIERRA" id="JESUS_EN_LA_TIERRA"></a>JESÚS EN LA TIERRA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Voy á contaros un cuento de la gran Noche, que me refirió un viejo
-peregrino, cansado ya de recorrer todos los caminos y senderos de este
-mundo y deseoso únicamente de recostar la cabeza en una piedra y morir
-olvidado. Si el cuento es algo sombrío, atribuidlo á la fatiga y á las
-muchas desventuras del que me narró esta especie de sueño.</p>
-
-<p>&nbsp;</p>
-
-<p>La noche de Navidad de uno de estos últimos años, habéis de saber que
-nuestro Señor Jesucristo en persona quiso bajar á la tierra y
-recorrerla, porque, como nadie ignora si ha leído el texto santo, las
-delicias de Jesús son morar entre los hijos de los hombres.</p>
-
-<p>Dejó, pues, su trono y su asiento á la diestra del Padre, y ocultando la
-majestad y belleza de su aspecto bajo forma que no deslumbrase á los
-ojos mortales y que á veces ni aun fuese visible para ellos, descendió
-al mundo, deseoso<span class="pagenum"><a name="page_052" id="page_052"></a>{52}</span> de encontrar piedad, amor y fraternal regocijo. La
-naturaleza parece asociarse á la solemnidad del día: en el firmamento,
-claro como una bóveda de cristal, brillan los astros de oro y de
-esmeralda pálida, titilando cual una mirada cariñosa: ni corre un soplo
-de aire, ni una partícula de humedad condensada en figura de nubecilla
-empaña la magnificencia de la hora nocturna.&mdash;En el polo, cuando se
-apoya sobre la helada extensión el pie sagrado de Jesús, enciéndese
-súbitamente, como para festejarle, una espléndida aurora boreal:
-reflejos abrasadores, purpúreos y anaranjados, colorean la nieve y
-arrancan de los enormes témpanos centelleo diamantino. Mas ¿qué le
-importa á Jesús la magia del espectáculo? Lo que Él busca es luz de
-aurora en los corazones; le atraen los fenómenos del alma, no los juegos
-de un meteoro en las rocas insensibles y en las heladas estepas.&mdash;Y pasa
-adelante.</p>
-
-<p>El primer lugar donde encuentra hombres, es una llanura árida, el fondo
-de un valle que altas montañas limitan y coronan. Hombres, sí, cubren el
-suelo, apretados como la mies cuando la tumba la guadaña del segador;
-pero hombres inmóviles, yertos, crispados, en posiciones violentas; y en
-sus rostros lívidos vueltos hacia el cielo resplandeciente de dulce
-claridad estelar, en sus ojos abiertos y sin mirada, una expresión de
-rabia ó de espanto persiste, á despecho de la muerte... Porque son
-cadáveres los que cubren la llanura, y la llanura es un campo de
-batalla.&mdash;Jesús, pensativo, los contempla<span class="pagenum"><a name="page_053" id="page_053"></a>{53}</span> breves instantes. En los
-pechos abiertos, las heridas bermejas parecen bocas; en las frentes
-destrozadas, los negros coágulos de sangre mariposas fúnebres, de esa
-horrible especie llamada <i>Atropos</i>, que lleva sobre el corselete la
-figura de una calavera. Algunos de los hombres que yacen en la llanura
-respiran todavía: prestando oído, se percibe su ronco estertor agónico.
-Una mujer anciana, deshecha en llanto, amparando con la mano trémula
-lucecilla, cruza inclinándose para ver los rostros: busca tal vez á su
-hijo entre los muertos. Un caballo sin jinete pasa, olfateando la
-carnicería y huyendo enloquecido...&mdash;Y Jesús sigue, se aleja.</p>
-
-<p>Entra en una ciudad populosa. Por las calles circula gente alborozada,
-gozando la deliciosa templanza de una noche tan apacible como las
-primaverales. Voces vinosas entonan cantos desafinados; las guitarras
-acompañan con su rasgueo procaz coplas equívocas; las panderetas repican
-insensatamente, y discordes sonidos de rabeles, zambombas, chicharras,
-carracas de metal, se enzarzan en el aire cual brujas volando al sábado.
-La multitud, desparramándose por las calles, se arremolina ante los
-cafés atestados, sofocantes de calor; á veces un grupo se cuela por la
-puerta de alguna hedionda tabernucha, de donde salen pateos, algazara,
-blasfemias y vaho de aguardiente.</p>
-
-<p>Ante una de estas innobles guaridas se para el Nazareno. Ve allá en el
-fondo un grupo alrededor de una mesa: dos hombres y una mujer. Ella da
-cuerda á entrambos; los provoca, los<span class="pagenum"><a name="page_054" id="page_054"></a>{54}</span> enreda; ellos beben copa tras
-copa, y disputan. El uno arroja un vaso á la cara del otro: el vaso se
-hace pedazos, el hombre se incorpora chorreando heces de vino mezcladas
-con sangre. Los demás bebedores intervienen, amonestan al sano, aplacan
-al herido, le enjugan la faz, bromean, obligan á los adversarios á
-reconciliarse, les incitan á que se abracen riendo; el sano tiende los
-brazos, con cordialidad y sin recelo alguno; el herido desliza en el
-bolsillo la mano abierta; corta el aire el relámpago de una navaja, y
-cae un hombre con el pulmón partido.</p>
-
-<p>Jesús se desvía, sigue andando, y ve un portal grandioso, iluminado,
-sostenido en columnas de rojo mármol con capiteles de bronce. Sube la
-escalera, que reviste densa alfombra y decoran nobles tapices de
-batallas y cacerías, y penetra en una antecámara de vastas proporciones,
-donde hacen la guardia criados de calzón corto y armaduras ecuestres
-auténticas. La antecámara da acceso á un saloncito sin muebles,
-alumbrado por centenares de globos eléctricos, y en el fondo del
-saloncito, bajo celajes de tul fino batidos como espuma, aparece un
-encantador Belén, un Nacimiento para niños millonarios, obra de arte más
-que de ingenua devoción. Al través de los campos y los oteros imitados
-con musgo y piedra pómez, salpicados de palmeritas enanas y de sicomoros
-gentiles y diminutos, se deslizan murmurando riachuelos naturales, que
-sin duda algún ingenioso mecanismo hidráulico hace correr. De los
-montes<span class="pagenum"><a name="page_055" id="page_055"></a>{55}</span> de piedra pómez, en cuyas cimas reluciente polvo blanco remeda
-la nieve, desciende el torrente Cedrón, y del césped verdadero de los
-jardines se lanzan y se pulverizan en el aire enhiestos surtidores. Un
-lago en miniatura refleja en su cristalino seno las torres de Jerusalem,
-el circuito de sus murallas, las cúpulas del templo y los apretados
-olivos del huerto de Getsemaní, que trepan por la ladera. Los mil
-pintorescos detalles de los Nacimientos no faltan en éste, sólo que las
-figuras, perfectamente modeladas, son muñecos primorosos, y desde el
-grupo de pastores que se arrodilla como en éxtasis, hasta los Reyes
-Magos que, caballeros en sus dromedarios, asoman por una garganta
-salvaje, todo revela la mano de hábil escultor. El prodigio es la gruta;
-hecha de cristales de roca menudísimos y cristalizaciones de amatista,
-se irisa con múltiples cambiantes al herirla la luz del foco eléctrico
-en forma de estrella, que, suspendido de un hilo de perlas, oscila á
-gran altura. Y en la gruta deslumbradora, entre un asno y un buey de
-plata cincelada, la Virgen, de oro, vela al Niño, de oro y esmalte
-también, con la cabecita de madreperla. Para ostentar dignamente aquel
-grupo, joya de la orfebrería florentina del Renacimiento, tal vez de
-Benvenuto Cellini, aquellas efigies en que la riqueza de la materia
-compite con lo inestimable de la ejecución, se ha armado, sin género de
-duda, el Belén suntuoso, y han corrido los torrentes y las cascaditas
-bajo las palmeras y los olivos.&mdash;Lo extraño era que no hubiese<span class="pagenum"><a name="page_056" id="page_056"></a>{56}</span> nadie,
-nadie absolutamente, en el salón; nadie para admirar tal maravilla,
-nadie para acompañar al niño Jesús de oro y piedras, á fin de que no se
-helase en su gruta de cristalizaciones, entre los reflejos violáceos de
-la amatista y los destellos multicolores de la diáfana roca... Y sin
-embargo, el palacio no debía de estar desierto, sino al contrario, lleno
-de gente: se notaba en la atmósfera esa vibración, esos efluvios tibios
-que sólo produce el aliento de muchos hombres y mujeres reunidos para
-una fiesta. Del fondo de una galería llegaba á veces prolongado
-murmullo, las rotas cadencias de una música alada y sensual, el gorjeo
-de las risas. Jesús adelantó y se encontró en la galería, bello jardín
-de invierno, decorado por gigantescas plantas y árboles de remotos
-climas, gomeros y lantanas de enormes hojas, cicas y pandanos de
-complicada estructura semejantes á pagodas y obeliscos de porcelana
-verde. Esparcidas por el jardín se veían las mesas donde cenaban alegres
-grupos, mujeres engalanadas, acribilladas de pedrería, hombres que
-ostentaban sobre la solapa de raso de su frac grana gardenias ya mustias
-por el calor. La orquesta de cuerda, oculta en un kiosco árabe que
-revestían floridas enredaderas, acompañaba suavemente el rumor de las
-conversaciones y de las carcajadas melodiosas, el ticliteo de las
-transparentes copas que el Champagne orlaba de espuma, y el levísimo
-choque de los platos, que la destreza de los criados amortiguaba lo
-posible. Era una lujosa cena de Navidad.&mdash;Jesús retrocedió, volvió<span class="pagenum"><a name="page_057" id="page_057"></a>{57}</span> al
-salón del Nacimiento, donde se vió otra vez en el establo, niño y solo.
-El roce de unos pasos sobre el pavimento de incrustaciones de madera se
-dejó oir, y una mujer, una jovencilla, de ojos azules, de blanco traje
-apenas escotado, penetró en el saloncito, fue derecha al Belén, y envió
-una tierna sonrisa al Niño, que contempló despacio con amor. Después,
-como el que tiene que ocultar una escapatoria, volvió precipitadamente á
-la galería, donde tal vez la echasen de menos. Era la hija del dueño de
-la casa. El Niño de oro ya no sentía tanto frío, y Jesús, extendiendo la
-mano, bendijo á la doncellita, la única que se acordaba del Misterio...</p>
-
-<p>Salió del palacio sin volver atrás la vista, y alejóse del pueblo, de la
-gran ciudad corrompida y fangosa, como se había alejado del siniestro y
-sangriento campo de batalla. Un cambio repentino en la atmósfera
-presagiaba temporal: nubarrones densos y obscuros como plomo corrían por
-el cielo: ráfagas de cierzo glacial azotaban los árboles, y se oía el
-mugir pavoroso del mar rompiéndose contra los escollos. Jesús se
-encontró en una aldea de pescadores, mísero grupo de chozas, colgado á
-guisa de nido de gaviota en una escotadura de la costa salvaje. A pesar
-de la hora, bastante avanzada para gente que suele economizar luz, nadie
-duerme en la aldea: ábrense de golpe las puertas de las cabañas, y
-hombres y mujeres, provistos de faroles encendidos y de largas pértigas,
-de bicheros, de cestos y de sacos, se dirigen en tropel hacia la playa,
-despreciando el<span class="pagenum"><a name="page_058" id="page_058"></a>{58}</span> viento que les azota el rostro y la lluvia que empieza
-á caer sacudida por las rachas furiosas del huracán. Imponente aspecto
-el del Océano: olas gigantescas, con cresta de espuma, se encrespan
-descubriendo abismos, y el sulfuroso zig-zag de un relámpago alumbra en
-el fondo de la sima á una embarcación que corre sin rumbo. Los ribereños
-alzan las luces, las hacen brillar, y el barco, que en ellas cree
-distinguir la salvación, el puerto amigo, maniobra hacia la costa, y,
-precipitándose, va á chocar contra el bajío, donde se clava despedazado.
-Los náufragos, que á la luz de otro relámpago habían podido verse sobre
-el puente, en actitudes de terror y desesperación, se arrojan al agua
-asidos á tablas, cogidos á cuerdas, montados sobre barriles; y luchando
-con las monstruosas olas que los sacuden y los zapatean contra el
-peñascal, nadan desesperadamente para alcanzar la playa, en que brillan
-y corren las luces, en que ven agitarse seres humanos. Y entonces se
-verifica algo espantoso: los que en la playa esperan á los náufragos, al
-verlos llegar moribundos, con las pértigas, con los bicheros, con remos,
-con palos, con cuchillos, los rechazan hacia el agua otra vez; pero
-antes les despojan de la cintura de cuero en que salvaban oro y papeles,
-de la cartera que se ataron bajo el sobaco al comprender el peligro, de
-la ropa, de cuanto poseen; y por si las olas tardasen en hacer su
-oficio, aturden á los infelices de un golpe en la cabeza, y así los
-arrojan al piélago, inertes ya. Y danzando de júbilo, ó gruñendo<span class="pagenum"><a name="page_059" id="page_059"></a>{59}</span> como
-canes por el reparto del botín, esperan la madrugada al pie de los
-escollos, para recoger los despojos del buque que el mar escupirá bien
-pronto, aprovecharse de la feliz albana, y celebrar después con grosero
-y copioso banquete el día de la Natividad del Señor...</p>
-
-<p>El Redentor ha huído de la playa: sus ojos están nublados, su alma
-triste hasta la muerte, según estaba cuando sudó sangre en Getsemaní. Y
-su corazón, abrasado de caridad como nunca, insaciable en amar á los
-hombres, siente las espinas de la corona que se le clavan, agudas é
-invisibles. ¡Para esta raza había nacido en el establo y había muerto en
-la cruz!&mdash;Entrando en una de las cabañas que los pescadores dejaron
-desiertas al salir á su horrible pesca de náufragos, divisa, en un
-rincón, cerca del fuego, un niño arrodillado. Al verse tan solo, el
-rapaz ha tenido miedo; se ha acercado al hogar buscando abrigo, y reza
-buscando amparo y protección. Jesús le coge en brazos, le besa, le
-acuesta, le pone la mano en los ojos y le deja tranquilamente dormido,
-soñando con los ángeles. Y al ascender otra vez al cielo, se lleva Jesús
-en el hueco de la mano cuatro perlas: las lágrimas de una madre que
-buscaba á su hijo en el campo de batalla; el abrazo de un hombre que
-pide le sea perdonado un agravio; la sonrisa de una doncella, y la
-oración de un inocente.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_060" id="page_060"></a>{60}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_061" id="page_061"></a>{61}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="EL_BELEN" id="EL_BELEN"></a>EL BELÉN</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>De vuelta á su casa, ya anochecido, D. Julio Revenga&mdash;sentado en el
-tranvía del barrio de Salamanca, metidas las manos en los bolsillos del
-abrigado gabán con cuello y maniquetas de pieles&mdash;rumiaba pensamientos
-ingratos. Su situación era comprometida y grave, doblemente grave para
-un hombre leal y franco por naturaleza, y obligado por las
-circunstancias á engañar y á mentir. ¡Qué cara pagaba una hora de
-extravío! La tranquilidad de su conciencia, la paz de su casa, la
-seriedad de su conducta, todo al agua por algunos instantes en que no
-supo precaverse de una tentación.</p>
-
-<p>Mientras el cobrador iba cantando las estaciones del trayecto y el coche
-despoblándose, Revenga daba vueltas á la historia de su yerro. ¿Cómo
-había sido? ¿Cómo había podido suceder? Como suceden esas cosas:
-tontamente. Si no es la quiebra de su amigo y paisano Costavilla, no
-tendría ocasión de ponerse en frecuente<span class="pagenum"><a name="page_062" id="page_062"></a>{62}</span> contacto con la hermana,
-aquella Anita Dolores&mdash;mujer ya espigada en los treinta años, y más
-desenvuelta que candorosa.&mdash;Ante la desgracia de la quiebra, Costavilla
-perdió la energía y la esperanza; pero Anita Dolores, en cambio, se
-reveló llena de aptitudes comerciales, dispuesta, activa, resuelta á
-salvar la casa de cualquier modo. Para sus gestiones se asesoraba con
-Revenga, le pedía auxilio, préstamos, celebraban conferencias que
-duraban horas. Al manejar los papeles, al calcular probabilidades de
-liquidación, establecíase entre los dos una intimidad chancera, que se
-convertía de repente, por parte de Anita, en afición inequívoca. Al
-sospechar Revenga lo que iba á sobrevenir, ya estaba interesado su amor
-propio, encendida su imaginación. Sin embargo, la fiebre duró poco: el
-esposo leal, el hombre honrado é íntegro se dió cuenta de que era
-preciso cortar de raíz lo que no tenía finalidad ni excusa. Sacrificó de
-buen grado algunos miles de duros para sacar á flote á Costavilla, y se
-apartó de Anita Dolores con propósito de no verla más.</p>
-
-<p>No contaba con las fatalidades de la naturaleza. Ocultamente, en
-apartado rincón de provincia, Anita Dolores dió al mundo una criatura.
-Fue el castigo providencial, no sólo para ella, sino para Revenga, que
-no había tenido prole de su matrimonio, ni esperanzas. Y al rodar del
-tranvía que apresuraba su marcha, al vacilar de la luz de la linterna
-que se proyectaba sobre los vidrios nublados por el hielo del aire
-exterior, Revenga quería dominar<span class="pagenum"><a name="page_063" id="page_063"></a>{63}</span> una tristeza inconsolable, una
-amargura que le inundaba como ola de hiel.&mdash;Nunca vería á su niña; nunca
-la estrecharía, nunca la tendría sobre las rodillas ni la besaría
-riendo... Anita Dolores, vengativa y tenaz, la había escondido, la había
-hecho desaparecer. ¿Desaparecer?... ¡A cuántas conjeturas se presta este
-verbo!</p>
-
-<p>¿Qué era de la niña?... A aquella hora, cuando Revenga penetrase en su
-morada lujosa, en su comedor que la electricidad alumbraba
-espléndidamente y la leña de encina calentaba, intensa y crujidora;
-cuando la intimidad del hogar le sonriese, y las golosinas de Nochebuena
-lisonjeasen su apetito, ¿dónde estaría la abandonada? ¿En qué casucha de
-aldeanos, en qué glacial dormitorio del Hospicio? ¿Vivía siquiera?
-¿Valía más que viviese?</p>
-
-<p>Estremeciéndose de frío moral, Revenga subió el cuello del gabán y caló
-el sombrero. Desolación inmensa caía sobre su alma. Precisamente acababa
-de saber en casa de unos amigos de Costavilla, donde solía preguntar
-disimuladamente por Anita Dolores, noticias alarmantes. ¡Anita Dolores
-se casaba! El nuevo socio de Costavilla, mozo emprendedor y dispuesto,
-era el novio. No mortificaban los celos á Revenga; no le quitaban el
-sueño memorias de lo pasado... Pensaba en la suerte de su niña, y
-aquella boda obscurecía más aún el misterio de su destino. ¡Ah! ¡Pues si
-creían que iba á quedarse así, con los brazos cruzados y mucha flema
-británica! ¡Desde el día siguiente&mdash;desde temprano&mdash;que Anita Dolores se
-preparase!<span class="pagenum"><a name="page_064" id="page_064"></a>{64}</span> ¡Allí iría, á reclamar la chiquilla, á escandalizar si era
-preciso! El escándalo repugnaba á su carácter; el escándalo podía herir
-de muerte á Isabel, á su mujer, enterándola de lo que debía ignorar
-siempre... No importa, escandalizaría, ¡voto á sanes! Cantaría claro;
-desbarataría la boda; pondría en movimiento á la policía, si era
-preciso... pero le darían su pequeña, y la entregaría á personas que la
-cuidasen bien, y la educaría y haría que de nada careciese..., y sobre
-todo, la vería, la besuquearía, la llevaría juguetes en la Navidad
-próxima... Con firme determinación cerró los puños y apretó los dientes.
-¡Amanece, día de mañana!</p>
-
-<p>Entretanto Isabel, la esposa de Revenga, acababa de adornarse en su
-tocador. La doncella abrochaba la falda de seda rameada azul obscuro, y
-prendía con alfileres la pañoleta de encaje, sujeta al pecho por una
-cruz de brillantes y zafiros&mdash;el último obsequio de Revenga, traído de
-París.&mdash;Con inocente coquetería se alisaba el pelo ondulado y se miraba
-en el espejo de tres lunas, cerciorándose de que las señales de las
-lágrimas se habían borrado del todo, después del lavatorio con colonia y
-el ligero barniz de velutina. ¡El llanto no tenía para qué notarse!</p>
-
-<p>Ya vestida y engalanada, pasó á un cuartito contiguo á la alcoba, donde
-solía guardar baúles, pero que ahora presentaba aspecto bien distinto
-del de costumbre. Tapizaban las paredes ricas colchas y cortinas de raso
-y damasco; corría por el techo un cordón de focos eléctricos,<span class="pagenum"><a name="page_065" id="page_065"></a>{65}</span> y cubría
-el piso blando tapiz. En el testero, como á una vara de altura, se
-levantaba un tabladillo, y sobre él un Nacimiento, el Belén clásico
-español, con su musgo en las praderías, sus pedazos de vidrio y de
-hojalata imitando lagos y riachuelos, sus selvas de rama de romero, sus
-torres puntiagudas de cartón, sus pastorcicos de barro, sus dromedarios
-amarillos y sus Magos con manto de bermellón, muy parecidos á reyes de
-baraja. Dos diminutos surtidores caían con rumor argentino, bañando las
-plantas enanas en que se emboscaba el Portal. Isabel se detuvo á
-contemplar los hilitos del agua, á escuchar el musical ritmo, y recordó
-sus propias lágrimas, y sintió nuevamente preñados de ellas los ojos y
-rebosante el corazón... La injusticia, la maldad, la mentira, lastimaban
-á Isabel más aún que la ofensa. ¿Por qué la engañaban, á ella que era
-incapaz de engañar, enemiga de la falsedad y el embuste? ¿Cabía salir de
-casa despidiéndose con una sonrisa y una caricia, para ir á pasar horas
-en compañía de otra mujer? Los surtidores goteaban, gimiendo bajito, é
-Isabel también gimió; el son del agua que cae se adapta á la alegría lo
-mismo que á la pena; para unos es concierto divino, para otros queja
-desgarradora. Quejábase el alma de Isabel, pidiendo cuentas, exponiendo
-agravios, alegando derecho y razón. ¿No había ella cumplido sus
-promesas, lo jurado al pie de aquel altar, pedestal y morada de su Dios?
-¿No había sido siempre fiel, dulce, enamorada, dócil, casta, buena en
-fin? ¿Por qué su compañero,<span class="pagenum"><a name="page_066" id="page_066"></a>{66}</span> su socio en la familia, rompía secretamente
-el pacto?</p>
-
-<p>La mirada de la esposa de Revenga se fijó, nublada y húmeda, en el
-Belén, y la luz de la estrellita, colgada sobre el humilde Portal, la
-atrajo hacia el grupo que formaban el Niño y su Madre. Isabel lo
-contempló despacio, y un cuchillo agudo de dolor se le hundió en el
-pecho. «No pidas cuentas..., parecía decir la voz del grupo. No te
-quejes... Tú no has dado á tu esposo sino la mitad del hogar; tú no le
-has dado el Niño...» La esposa permaneció un cuarto de hora sin ver el
-Nacimiento, viendo sólo, en las tinieblas interiores de sus penas, lo
-que cada cual, durante ciertos supremos instantes que deciden del
-porvenir, ve con cruel lucidez: lo fallido de su existencia, el
-resquicio por donde la desgracia hubo de entrar fatalmente... Suspiró
-muy hondo, como para echar fuera toda la pesadumbre, y poco á poco se
-apaciguó; su condición era resignarse, aceptar lo dulce, rechazando
-mansa y tenazmente lo amargo. «El Niño Dios me está diciendo que hice
-bien, muy bien...» La sonrisa volvió á sus labios, aunque sus ojos
-estaban anegados en un llanto que no corría. En aquel mismo instante se
-oyeron pisadas fuertes en el pasillo, y apareció Julio Revenga.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué es esto?&mdash;preguntó con festiva extrañeza á su mujer.&mdash;¿Has hecho
-un Nacimiento para divertirte?</p>
-
-<p>&mdash;Para divertirme yo, no&mdash;respondió expresivamente Isabel, ya serena del
-todo.&mdash;Tengo<span class="pagenum"><a name="page_067" id="page_067"></a>{67}</span> los huesos durillos para divertirme con Belenes... Es...
-¡para divertir á una criatura!...</p>
-
-<p>&mdash;¡A una criatura!&mdash;repitió maquinalmente el esposo.&mdash;¡No será nuestra
-esa criatura!&mdash;añadió de un modo irreflexivo, que tal vez respondía á
-sus íntimas preocupaciones.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué sabes tú!&mdash;murmuró Isabel con calma.</p>
-
-<p>Debió de palidecer Revenga. Bajó la cabeza, desvió el rostro. Tales
-palabras despertaban eco extraño en su espíritu. ¡Cómo había pronunciado
-Isabel la sencilla frase!</p>
-
-<p>&mdash;No entiendo...&mdash;tartamudeó el infiel, con raros presentimientos y
-peregrinas sospechas.</p>
-
-<p>&mdash;Ahora entenderás...&mdash;¿No tienes hijos, Julio?&mdash;interrogó ella
-derramando dulzura y compasión, y, por extraña mezcla, despecho
-involuntario.</p>
-
-<p>Él no contestó. Medio arrodillado, medio doblegado, cayó sobre la
-banqueta de terciopelo frente al Belén. El mundo se le venía encima: ¡lo
-que adivinaba era tan grande, tan increíble! Quería pedir perdón,
-disculparse, explicar..., pero la garganta se resistía. Isabel,
-llegándose á su marido, le echó al cuello los brazos, sofocada de
-indignación, pero magnífica de generosidad.</p>
-
-<p>&mdash;No se hable más del caso... Tranquilízate... Así como así, estábamos
-muy solos, muy aburridos á veces en esta casa tan grandona. Yo tenía
-muchas, muchas ganas de un chiquillo, ¿sabes? No te lo decía por no
-afligirte. Hace catorce años que nos hemos casado, de manera que ya las
-esperanzas... ¡Qué se le ha de hacer!<span class="pagenum"><a name="page_068" id="page_068"></a>{68}</span> No es uno quien dispone estas
-cosas... Vamos, no te pongas así, Julio, hijo mío... Alégrate. ¡Hoy nos
-ha nacido una pequeña!...</p>
-
-<p>Revenga, en silencio, besó las manos, besó á bulto la cara y el traje de
-su mujer. Temblaba, más de vergüenza y de remordimiento&mdash;es justo
-decirlo&mdash;que de gozo. Sus labios se abrieron por fin, y fue para repetir
-desatentadamente:</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo has sabido...? Mira, yo no veo á esa mujer..., te juro que no,
-que no la veo... Te juro que no me importa, que la detesto, que...</p>
-
-<p>&mdash;Estoy bien informada&mdash;contestó Isabel un tanto desdeñosa,
-apacible.&mdash;Me consta que no la ves ni la oyes. Su venganza, su desquite
-por tu abandono, fue enterarme de <i>todo</i>..., y por fin de fiesta,
-enviarme la niña... Y ya que me la envía... ¡caramba!, no la he soltado,
-¿sabes? Está en mi poder... La reconoceremos, arreglaremos lo legal. Que
-no le quede á <i>esa</i> ningún derecho...</p>
-
-<p>Al aflojarse el nuevo abrazo de los esposos, Revenga imploró:</p>
-
-<p>&mdash;¡Tráemela!... No la conozco todavía...<span class="pagenum"><a name="page_069" id="page_069"></a>{69}</span></p>
-
-<h3><a name="PAGINA_SUELTA" id="PAGINA_SUELTA"></a>PAGINA SUELTA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>El destacamento había marchado toda la mañana, y después de un breve
-alto, fue preciso seguir la caminata emprendida para acampar, ya
-anochecido, como Dios dispusiese, en la linde del bosque. La lluvia
-(rara en aquel clima durante el mes de Diciembre) no había cesado de
-caer en hilos oblícuos, apretados y gruesos. Sorprendidos por el
-capricho de las nubes, desprovistos de mantas y capotes, soldados y
-oficiales se resignaron, ó mejor dicho, se chancearon con el agua; y era
-preciso todo el azogue de la juventud, todo el ánimo del soldado, todo
-el estoicismo del carácter peninsular, para no darse al mismo demonio al
-sentirse empapados como esponjas. Hacía calor, y el chorreo del agua no
-parecía sino que aumentaba la densidad de la temperatura pegajosa,
-sofocante, y con la marcha, irresistible. ¡Sudar el quilo y mojarse á un
-tiempo, caramba! Y no había otro remedio que seguir andando, á socorrer<span class="pagenum"><a name="page_070" id="page_070"></a>{70}</span>
-al pueblecillo cercado por los insurrectos, donde hacían desesperada y
-heroica defensa los moradores, capitaneados por el párroco, un fraile
-dominico muy terne... La idea de salvar á españoles y españolas de la
-muerte y de los ultrajes, alentaba al destacamento y le ponía alas en
-los pies, aunque el barro, que subía hasta las rodillas, se los calzase
-de plomo.</p>
-
-<p>Por necesidad, porque no se veía, y también porque las fuerzas humanas
-tienen un límite, se detuvieron á la entrada de la selva. Casi en el
-mismo instante cesó el aguacero, cual si algún tifón lo hubiese barrido,
-y apareció un trozo de cielo limpio de nubes. A buen presagio lo
-tuvieron los españoles, que se dispusieron á acampar al pie de un copudo
-y añoso tamarindo, cuyos frutos, de ácida pulpa, sabían que son seguro
-remedio contra el cansancio y la fiebre. La luna, que filtraba ondas de
-luz gris perla al través del espeso ramaje enredado de lianas y tupido
-por los helechos colosales, fue acogida como una amiga; á su claridad
-añadieron la llama de una hoguera que no quería arder, y soldados y
-oficiales medio se secaron, abanicándose con hojas de cocotero, porque
-aquel calor húmedo asfixiaba.</p>
-
-<p>Colocados ya los centinelas, los soldados buscaron en el sueño, ó más
-bien en un inquieto y pesado letargo, el descanso indispensable después
-de tan fatigosa jornada; pero el capitán, alto, moreno, enjuto, apoyado
-en el tronco del tamarindo, y el teniente, muy joven, aniñado, de dulce
-cara femenil, se quedaron un instante<span class="pagenum"><a name="page_071" id="page_071"></a>{71}</span> en pie, abiertos los ojos, como
-si interrogasen á la noche.</p>
-
-<p>&mdash;Pepe&mdash;dijo de pronto el capitán,&mdash;¿sabes que me da el corazón que
-cuando lleguemos se habrán rendido? Por mi gusto... ¡ahora mismo los
-hago levantar á todos y monto á caballo, y seguimos, hombre, seguimos
-para adelante!</p>
-
-<p>&mdash;La tropa está que no puede con su alma&mdash;objetó el teniente, que se
-caía de sueño.&mdash;Dicen que tienen los pies como carbones ardiendo y los
-huesos calados...</p>
-
-<p>&mdash;¡Bah! en cuanto dormiten un cuarto de hora, los azuzo y se enderezan
-frescos como lechugas... ¡Si conoceré yo á mi gente! Son de hierro...
-forjados en Eibar.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero de dónde sacas tú que allá se han rendido? Hay armas,
-municiones, y por sabido se calla, corazón; la iglesia y su torre son
-fuertes; hay una buena empalizada de bambú y otra de tapial; con menos
-que eso se resiste á un ejército; y los que quieren entrar en Arringuay
-son cuatro gatos...</p>
-
-<p>&mdash;Tienes razón&mdash;declaró el capitán,&mdash;menos en lo de los cuatro gatos,
-porque son centenares y no sé si millares de gatos los que están allí;
-¿pero sabes lo que más me desespera de esta parada? ¿Tú no te acuerdas
-de la noche que es hoy? Como van ocho días que no sosegamos, como aquí
-hace verano cuando allá invierno... qué, ¿no sabes que es...?</p>
-
-<p>&mdash;¡Nochebuena!&mdash;exclamó con acento penetrado el teniente, cuyos ojos
-garzos se velaron de nostalgia.&mdash;¡Nochebuena! ¡Y yo que no me<span class="pagenum"><a name="page_072" id="page_072"></a>{72}</span> acordaba,
-chico! ¡Nochebuena! ¡Ay, quién comiese hoy la sopita de almendra y la
-compota rajada de canela, en casa de tía Dolores! ¡Con las primillas, al
-lado de Fanny! ¡Está uno tan harto de ver caras amarillas y juanetudas!
-¡Olé las mujeres de nuestra España!</p>
-
-<p>&mdash;España es también aquí&mdash;respondió seriamente el capitán.&mdash;¡Lo que es
-el mundo! Tú te acuerdas de las muchachas... y yo de mi nene, que ha
-nacido hace tres meses... No le conozco aún.</p>
-
-<p>&mdash;¡Nochebuena!&mdash;repitió el teniente de la cara afeminada.&mdash;Mira tú; ello
-será tontería ó chifladura... pero me acaba de dar por el alma no sé qué
-cosa rara, chico, y me pasa como á ti... que me gustaría hacer algo
-gordo esta noche.</p>
-
-<p>&mdash;¡Para escribirlo allá!</p>
-
-<p>&mdash;¡No, que sería para contárselo al emperador de la China!</p>
-
-<p>Las manos de los amigos se buscaron y se estrecharon enérgicamente; la
-hoguera, casi extinguida por la humedad del suelo, lanzó un reflejo rojo
-sobre el semblante de los dos oficiales; y el teniente, despabilado,
-electrizado, dijo en voz opaca y ardiente como un ruego:</p>
-
-<p>&mdash;¡A despertarlos, chico, á despertarlos! Tres ó cuatro leguas que
-faltan se andan pronto... El guía me ha dicho á mí que sabe un atajo...</p>
-
-<p>Quince minutos después, ni uno más, ni uno menos, el destacamento
-caminaba otra vez, mejor dicho, se arrastraba penosamente, cortando<span class="pagenum"><a name="page_073" id="page_073"></a>{73}</span> con
-hachas las espesas lianas y los bejucales, hundiéndose en charcos donde
-la amarillenta sanguijuela les adhería á las piernas su ventosa, y
-oyendo deslizarse en la maleza la iguana y la venenosa serpiente palay.
-Cubierta otra vez la luna por nubarrones, la obscuridad era casi total,
-y la tropa avanzaba á tientas, riendo y renegando, pero sin quejarse,
-sin echar de menos el interrumpido reposo. El que tropezaba en un tronco
-de árbol y daba de bruces, juraba y se incorporaba, sin pensar siquiera
-en enterarse del daño recibido. ¡Sí, para mimitos estaba el tiempo!
-¡Cuando tal vez ardía Arringuay y destripaban á sus moradores los
-condenados rebeldes! ¡A menear las patas! Y una calentura de voluntad,
-de deseo, de abnegación, impulsaba los cuerpos exhaustos, despejaba las
-cabezas cargadas de modorra, y prestaba fuerzas á los más endebles, á
-los que menos podían consigo... Iban como se va en una pesadilla.</p>
-
-<p>Media noche era por filo cuando avistaron al enemigo. Para decir verdad,
-lo que avistaron fue un caserío envuelto en llamas, un grupo de chozas
-de donde salían clamores: el capitán había adivinado: Arringuay se
-encontraba ya en poder de los asaltantes. Parapetados en la iglesia
-resistían aún algunos hombres, mandados por el párroco fraile; hacia la
-plaza sonaban disparos; el pueblo, inerme ya, encontrábase entregado al
-saqueo y á la matanza. Los españoles se precipitaron en él, y se luchó
-confusamente entre las sombras ó á la luz del<span class="pagenum"><a name="page_074" id="page_074"></a>{74}</span> incendio, pisando muertos
-lívidos, acribillados de heridas, vivos palpitantes aún, agarrándose con
-los bandidos y cruzando con sus raras armas de salvajes, sus campilanes
-y sus krises ondeados como sierpes, las leales espadas y las limpias
-bayonetas. La pelea, sin embargo, duró poco; la horda, con exclamaciones
-nasales, con atiplados chillidos, que delataban á la vez el despecho, la
-ferocidad y la cautela, se comunicó la orden de retirada, y dejando en
-la plaza y en las calles otra nueva hornada de cadáveres&mdash;porque la
-tropa, cansada y todo, pegaba duro,&mdash;huyeron á la desbandada los
-rebeldes, y los defensores de Arringuay, llorando de gozo, bajaron de la
-torre, en cuyos escombros pensaron envolverse. El fraile, empuñando
-todavía su Remington, corrió al encuentro del capitán, y aquellos dos
-hombres que no se conocían, que no se habían visto nunca, pero que eran,
-en el momento de encontrarse, una misma idea habitando dos cuerpos
-diferentes, se abrazaron con esa efusión larga, ardorosa, con que sólo
-se abrazan los que se quieren mucho...</p>
-
-<p>La tropa, reanimada ya, ni pensaba en comer ni en dormir. Iban de casa
-en casa ayudando á apagar el incendio. Y el fraile y el capitán,
-comprendiendo que no era hora de entregarse á desahogos, se pusieron de
-acuerdo en breves palabras, empezaron á dar órdenes y á ejecutarlas en
-persona. Los moradores, como el rebaño después de la acometida del lobo,
-juntáronse en la plaza: la madre buscaba al hijo, el hermano al hermano;
-se llamaban, se contaban;<span class="pagenum"><a name="page_075" id="page_075"></a>{75}</span> algunos sacaban á cuestas á los heridos. Un
-sargento trajo en brazos á un niño de pecho; acababa de encontrarlo en
-una casuca que empezaba á arder, y donde sólo había una mujer muerta,
-nadando en un charco de sangre. Era la criatura un muñeco amarillo, que
-se descuajaba llorando; pero al capitán la vista del muñeco le avivó
-deseos y afanes, con más viveza en aquella noche, en que especialmente
-son sagrados los pequeñuelos; inclinóse y besó tiernamente al huérfano,
-y el teniente, con bonita sonrisa juvenil, le alzó entre sus manos y le
-enseñó á la multitud, diciendo humorísticamente:</p>
-
-<p>&mdash;¡Miren qué Niño Dios nos cae hoy!</p>
-
-<p>&mdash;Es bien feo el condenado, mi teniente&mdash;declaró el sargento.</p>
-
-<p>&mdash;¡No tenemos otro...!</p>
-
-<p>Y el niño, de raza malaya, fue festejado y compadecido, y chillado,
-hasta que le tomó de su cuenta una china que le acercó á su seno
-oblongo, y á la cual el capitán deslizó en la mano todo el dinero que
-llevaba.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_076" id="page_076"></a>{76}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_077" id="page_077"></a>{77}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="DOS_CENAS" id="DOS_CENAS"></a>DOS CENAS</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>&mdash;Hoy es un día muy señalado y una noche en que no se debe cenar
-solo&mdash;dijo Rosálbez el banquero á su amigo el joven conde de Planelles,
-á quien encontró <i>casualmente</i> en su misma calle, casi frente al
-suntuoso palacio. Usted es soltero, no tendrá quizá comprometida la
-cena... Si quiere hacernos el obsequio de aceptar... á las ocho en
-punto... Yo apenas cenaré, me siento malucho del estómago; usted
-despachará mi parte...</p>
-
-<p>&mdash;Mil gracias y aceptado&mdash;respondió cordialmente el conde.&mdash;Pensaba
-cenar con unos cuantos en el Nuevo Club. Les aviso y en paz... Aunque
-casi no era necesario avisarles: al no verme allí...</p>
-
-<p>&mdash;¡Perfectamente! Hasta luego&mdash;murmuró Rosálbez saltando á su berlinita
-que le aguardaba, para llevarle, como todos los días, á una plazuela, y
-de allí á pie á cierta casa, hasta la cual no le convenía que llegase el
-coche. Era el secreto<span class="pagenum"><a name="page_078" id="page_078"></a>{78}</span> de Polichinela, como dicen nuestros vecinos los
-franceses; nadie ignoraba en Madrid que Rosálbez protegía á aquella
-rasgada moza, Lucía <i>la Cordobesa</i>, de tanta gracia y garabato, y que el
-entretenimiento le salía carísimo&mdash;el que lo tiene lo gasta.</p>
-
-<p>Ha de saberse que Rosálbez el opulento había llegado á los cincuenta y
-seis años y empezaba á cambiar sensiblemente de genio y de gusto. En
-otro tiempo no necesitaba la nota afectuosa en sus relaciones con
-mujeres: sólo exigía que le divirtiesen un instante. Ahora, sin duda, el
-desgaste físico de la edad reblandecía sus entrañas, y lo que buscaba
-era agrado tranquilo, el halago suave de un mimo filial. Su hija
-verdadera, Fanny, le demostraba un respeto helado, una obediencia pasiva
-y mecánica, y Rosálbez aspiraba á encontrar en <i>la Cordobesa</i>
-espontaneidad, calor amoroso, algo distinto, algo que removiese cenizas
-y alzase suaves llamas. Con esta esperanza y este deseo, llamaba á su
-puerta el día de Navidad.</p>
-
-<p>Lucía estaba en su tocador. Vestía una bata de franela rosa. La
-doncella, que le recogía con ancho peine la magnífica mata de pelo
-ondulado, de un negro de azabache, al ver entrar al protector retiróse
-discretamente.</p>
-
-<p><i>La Cordobesa</i> sonrió; Rosálbez la tomó una mano, y acariciando con
-reiterados pases la piel de raso moreno y los torneados dedos, la
-interpeló así:</p>
-
-<p>&mdash;¿Conque cenamos juntos esta noche, nena? ¿Conque tú misma irás á la
-cocina y dirigirás<span class="pagenum"><a name="page_079" id="page_079"></a>{79}</span> la sopa de almendra y la compotita con rajas, al uso
-de tu país?</p>
-
-<p>Lucía entornó un instante los párpados pesados y sedosos, y su boca
-pálida, en la cual refulgían los dientes como trozos de cuajado vidrio
-frío y blanco, hizo un gesto de mal humor.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ay, hijo! ¡Pero qué caprichos gastas, vaya por San <i>Rafaé</i>! ¿Te lo he
-de decir cantando ó <i>resando</i>? Ya sabes que está en Madrid mi prima la
-de Écija, y quiere que la acompañe á la misa <i>el</i> Gallo, á media noche.
-Si te conformas con cenar á las ocho y largarte á las once en punto...,
-santo y bueno; después... tengo compromiso.</p>
-
-<p>Rosálbez se soliviantó; se inyectó de sangre su cráneo calvo.</p>
-
-<p>&mdash;¡Compromiso! ¡Me gusta! ¿Y qué compromiso es más que yo para ti? A las
-ocho se cena en mi casa; tal noche como hoy no he de dejar á mi hija
-sola, y menos teniendo convidados.</p>
-
-<p>&mdash;¡Hola! ¡Convidados! ¿Quién?</p>
-
-<p>&mdash;Gente que no conoces. Los Ruidencinas, Mario Lirio, el conde de
-Planelles...</p>
-
-<p>Lucía se echó á reir. Su carcajada era vulgar (nada como el eco de la
-risa delata la extracción, la educación y la calidad del alma).</p>
-
-<p>&mdash;¿De qué te ríes?&mdash;exclamó el banquero impaciente.</p>
-
-<p>&mdash;De ti&mdash;respondió ella con cinismo.&mdash;¡Mira tú que <i>empeñate</i> en que no
-conozco á esos! Conozco yo á <i>to</i> el mundo.</p>
-
-<p>&mdash;Aquella risa insolente y mofadora, que continuaba,<span class="pagenum"><a name="page_080" id="page_080"></a>{80}</span> le hacía daño á
-Rosálbez. Hubiese pagado á buen precio una luz de melancolía en los
-grandes ojos árabes de <i>la Cordobesa</i>, un aire de mansedumbre en su
-morena faz.</p>
-
-<p>&mdash;¿Me das de cenar ó no?&mdash;insistió secamente, sintiendo en las manos
-como unas cosquillas, impulso de tratar con brutalidad á la reidora.</p>
-
-<p>&mdash;A las <i>dose</i>... ni que te lo imagines, criatura,&mdash;declaró ella con la
-misma desdeñosa inflexibilidad.</p>
-
-<p>&mdash;Bien, hija&mdash;exclamó Rosálbez con laconismo, levantándose y
-encaminándose hacia la puerta.</p>
-
-<p>A medio pasillo sintió detrás de sí las pisadas y la voz de Lucía, que
-le llamaba bromeando; pero en vez de volverse, apretó el paso, tiró
-vivamente del resbalón de la puerta y bajó las escaleras á escape. Al
-verse en la plazuela, recordó que había despedido su coche, y echó á
-andar á pie, para calmar su agitación nerviosa. Claridad repentina
-alumbraba su mente; comprendía lo que estaba sucediendo. Era, sin
-ambajes, que se encontraba enamorado de Lucía, de <i>la Cordobesa</i>
-agitanada é indómita. Hasta entonces la había mirado como un mueble ó un
-objeto de lujo: indiferencia absoluta. Pero la crisis de su madurez,
-ablandándole el corazón, hacía germinar en él un sentimiento
-desconocido. Al acercarse la noche inmortal, consagrada al amor puro, en
-que se desea reclinar la frente sobre el pecho de un sér amado, Rosálbez
-soñaba que ese pecho sería el de <i>la Cordobesa</i>, y las proporciones de<span class="pagenum"><a name="page_081" id="page_081"></a>{81}</span>
-su pena ante el desengaño le daban la medida exacta de su ilusión.</p>
-
-<p>&mdash;¡Después de lo que hice por ella!&mdash;pensaba el banquero.&mdash;La he sacado
-de la abyección y de la miseria; me debe hasta el aire que respira. La
-he tratado mejor que á <i>nadie</i>; la he rodeado de bienestar y de lujo; la
-he guardado incluso consideraciones... La quiero, la idolatro...
-¡Ingrata!</p>
-
-<p>La idea de la ingratitud de Lucía causó á Rosálbez una especie de
-enternecimiento: sintió lástima de sí mismo; se tuvo por muy
-desventurado. A aquella hora de su vida, ante la vejez amenazadora, con
-la caja bien repleta y el alma completamente árida y obscura, Rosálbez
-lo que echaba de menos, para tapar el negro agujero, era <i>cariño</i>. Su
-mujer fue una dura vascongada, una rígida ama de llaves, una secatona
-administradora, que no pensaba sino en cooperar dentro de casa, por
-medio de una economía estricta, á las brillantes especulaciones del
-marido. Cuando murió, Rosálbez notó su falta en que le robaron los
-cocineros y subió bastante el gasto diario. Y Fanny, la única hija, algo
-inclinada á la devoción, seria y callada por naturaleza, tampoco tenía
-para su padre halagos. Hasta se diría que le miraba como á un amo que
-manda, un superior, con quien no existe comunicación afectiva.
-Actualmente, la absorbían del todo sus amoríos con el conde de
-Planelles, no formalizados aún, Rosálbez lo sabía; y en el súbito acceso
-de bondad que le había acometido, en el deseo de ver algún rostro<span class="pagenum"><a name="page_082" id="page_082"></a>{82}</span> que
-le sonriese, al volver á casa se apresuró á entrar en el saloncito de
-Fanny y darle la noticia de que estaba invitado Planelles á cenar.
-Equivalía á decir: «Autorizo tus relaciones; ya tienes oficialmente
-novio.»</p>
-
-<p>Fanny, al recibir la nueva, se puso roja como una cereza, tembló, pero
-sólo respondió:</p>
-
-<p>&mdash;Está bien...</p>
-
-<p>Rosálbez fantaseaba otra cosa; que le saltasen al cuello, que le
-abrazasen estrechamente. Acababa de traslucir una solución para su vida:
-unirse á su hija, crearse un hogar en el suyo, adorar y mimar á los
-nietos que enviase Dios. Ya veía una larga serie de Navidades futuras,
-de gozosas cenas de familia, con Arbol cargado de juguetes, con
-sorpresitas retozonas y babosas del abuelo. Creía sentir sobre sus
-rodillas el peso del «mayorcito» y en las barbas la sobadura de las
-manos tibias de «la pequeña». ¡Ah, sí; aquello era lo bueno, lo honrado,
-lo digno, lo que debía hacerse! Y conmovido, se acercó á Fanny y besó su
-frente marmórea, bebiendo ansioso la nitidez virginal de la fresca piel.</p>
-
-<p>Espléndida fue la cena, servida á las ocho en punto. En nada se pareció
-á la que pretendía Rosálbez organizar en casa de <i>la Cordobesa</i>: ni hubo
-sopa de almendra, ni besugo con ruedas de limón, ni compotita con rajas
-de canela.&mdash;Esos platos clásicos, familiares, no suelen dignarse
-presentarlos los cocineros de miles de pesetas de sueldo. Esos platos
-son mesocráticos.&mdash;En cambio, desfilaron por la mesa del banquero los
-peces y mariscos más suculentos,<span class="pagenum"><a name="page_083" id="page_083"></a>{83}</span> aderezados al genuino estilo francés,
-y regados con vinos añejos, raros y preciosos. El triunfo del cocinero
-fue un fingido jamón en dulce hecho de pescado prensado (no se podía
-infringir el precepto de la vigilia), que engañaba, no sólo á la vista,
-sino al paladar. Fanny, sentada á la derecha del que ya consideraba su
-prometido, en la penumbra del centro de mesa formado de lilas blancas
-forzadas en estufa y tallitos de combalaria alternando con camelias
-rojas, le hablaba quedo. Rosálbez, que los miraba á hurtadillas, no pudo
-menos de exclamar:</p>
-
-<p>&mdash;Pero Planelles, ¡qué poco come usted!</p>
-
-<p>A lo cual contestó el conde:</p>
-
-<p>&mdash;Es que me siento malucho del estómago...</p>
-
-<p>Tan sencilla frase hizo estremecerse al banquero. Era exactamente la
-misma que él había pronunciado por la mañana, al invitar á Planelles,
-cuando proyectaba reservarse para la otra cena, íntima, en casa de
-Lucía, á las doce. Aquella singular coincidencia, no descifrada todavía,
-heríale, sin embargo, como chispa lumínica el pensamiento. ¿Quién
-averiguará por qué inmateriales hilos es conducida la leve sospecha que
-precede á la entera revelación de la verdad? No fué el protector
-apasionado de <i>la Cordobesa</i>, sino el padre de Fanny, quien calculó,
-fijando los ojos en los del futuro yerno:</p>
-
-<p>«A mí con esas. Tú ayunas para guardar apetito. ¡Ah! Yo te vigilaré.
-¿Buscas en mi hija el oro ó el amor? ¡Cuidado conmigo!»</p>
-
-<p>La impresión adquirió fuerza cuando, á pesar de que Fanny anunció que á
-media noche<span class="pagenum"><a name="page_084" id="page_084"></a>{84}</span> justa, al dar las doce, serviría á los convidados una copa
-de Champagne para celebrar el Nacimiento, el conde manifestó que se
-retiraba.</p>
-
-<p>Un cuarto de hora después que el conde, bajaba el banquero la escalera
-de mármol blanco, y saltaba en el primer coche de punto varado en la
-esquina. El simón destartalado se paró á la puerta de <i>la Cordobesa</i>. No
-acudió el sereno á abrir: Rosálbez le daba muy generosas propinas porque
-le dejase servirse de su llavín, sin oficiosidades importunas. Cruzó el
-tenebroso portal, y girando á la izquierda y encendiendo un fósforo,
-encontró la cerradura de la puerta del cuarto bajo.</p>
-
-<p>Sufría una agitación honda cuando introdujo en ella el otro extremo del
-llavín. ¡Aún dudaba! ¿Quién sabe? Tal vez, como buena andaluza apegada á
-la tradición y creyente, <i>la Cordobesa</i> no había querido pasar la noche
-del 24 de Diciembre sin asistir á la Misa del Gallo, la más alegre y
-tierna de todas las misas.&mdash;¡Qué dicha esperarla en el cuartito forrado
-de felpa azul, y cuando regresase á la una, depositar en su regazo el
-estuche con las calabazas de perlas, el último capricho!&mdash;Giró la llave
-sordamente; el banquero sintió bajo sus pies la alfombra de la antesala.
-Dió luz al tulipán, y al mismo tiempo oyó que salía del comedor algazara
-y risa. De puntillas se coló en el ropero, que estaba á la derecha del
-pasillo; quería saber á qué atenerse: iba á ver, á saber, á cerciorarse
-de la infamia.&mdash;Del ropero se pasaba á un gabinete, y ya en éste, al
-través de una puerta vidriera,<span class="pagenum"><a name="page_085" id="page_085"></a>{85}</span> era fácil distinguir cuanto en el
-comedor sucedía. Rosálbez se agachó, entreabrió las cortinas... Enfrente
-tenía á <i>la Cordobesa</i>, con mantón de Manila y flores en el moño; á su
-lado, Planelles alzaba la copa.</p>
-
-<p>El banquero retrocedió; reclinóse en un sofá, y creyó que una mano le
-apretaba la nuez hasta asfixiarle. Era el desastre completo; era no
-solamente la burla para él, sino el desprecio de su pobre Fanny, de su
-hija. Las risas, las coplas, venidas del comedor, le azotaban como
-látigos. Se levantó; á tientas buscó la salida, y se encontró de nuevo
-en la antesala. Dejó la puerta abierta; en la calle tiró la llave al
-primer agujero de alcantarilla; y subiendo á otro coche, dió las señas
-de su palacio. Todavía estaban iluminados los salones; Fanny, en la
-antesala, despedía á los convidados. Cuando desaparecieron, Rosálbez se
-acercó á su hija, y cogiéndola de la mano tartamudeó:</p>
-
-<p>&mdash;¡Valor! ¡No te sobresaltes!... Acabo de adquirir la prueba de que el
-conde de Planelles no te merece; de que es un miserable, que te engaña
-con la última de las mujerzuelas. Te lo juro; tu padre te lo jura, acaba
-de cerciorarse de ello, positivamente... Jamás consentiré que vuelva á
-poner los pies aquí.</p>
-
-<p>Y Fanny, sin replicar, blanca como su traje, balbuceó:</p>
-
-<p>&mdash;Entraré en las Reparadoras.</p>
-
-<p>Rosálbez vió, mirando al porvenir, una larga serie de Navidades frías y
-solitarias, inmenso agujero tétrico en su existencia...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_086" id="page_086"></a>{86}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_087" id="page_087"></a>{87}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="LA_NOCHEBUENA_DEL_CARPINTERO" id="LA_NOCHEBUENA_DEL_CARPINTERO"></a>LA NOCHEBUENA DEL CARPINTERO</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>José volvió á su casa al anochecer. Su corazón estaba triste: nevaba en
-él, como empezaba á nevar sobre tejados y calles, sobre los árboles de
-los paseos y las graníticas estatuas de los reyes españoles, erguidas en
-la plaza. Blancos copos de fúnebre dolor caían pausadamente en el alma
-del carpintero sin trabajo, que regresaba á su hogar y no podía traer á
-él luz, abrigo, cena, esperanzas.</p>
-
-<p>Al emprender la subida de la escalera, al llegar cerca de su mansión, se
-sintió tan descorazonado, que se dejó caer en un peldaño con ánimo de
-pasar allí lo que faltaba de la alegre noche. Era la escalera glacial y
-angosta de una casa de vecindad, en cuyos entresuelos, principales y
-segundos vivía gente acomodada, mientras en los terceros ó cuartos,
-buhardillas y buhardillones, se albergaban artesanos menesterosos. Un
-mechero de gas alumbraba los tramos hasta la altura de los segundos;
-desde allí<span class="pagenum"><a name="page_088" id="page_088"></a>{88}</span> arriba, la obscuridad se condensaba, el ambiente se hacía
-negro y era fétido como el que exhala la boca de un sucio pozo. Nunca el
-aspecto desolado de la escalera y sus rellanos había impresionado así á
-José. Por primera vez retrocedía, temeroso de llamar á su propia puerta.
-¡Para las buenas noticias que llevaba!</p>
-
-<p>Altas las rodillas, afincados en ellas los codos, fijos en el rostro los
-crispados puños, tiritando, el carpintero repasó los temas de su
-desesperación y removió el sedimento amargo de su ira contra todo y
-contra todos. ¡Perra condición, centellas, la del que vive de su sudor!
-En verano, cebolla, porque hace un bochorno que abrasa y los pudientes
-se marchan á bañarse y tomar el fresco. En Navidad, cebolla, porque
-nadie quiere meterse en obras con frío, y porque todo el dinero es poco
-para leña de encina y abrigos de pieles. Y qué, ¿el carpintero no come
-en la canícula, no necesita carbón y mineral cuando hiela? El patrón del
-taller le había dicho, meneando la cabeza: «Qué quieres, hijo, yo no
-puedo sacar rizos donde no hay pelo... Ni para Dios sale un encargo...
-Ya sabes que antes de soltarte á ti, he <i>soltao</i> á otros tres... Pero no
-voy á soltar á mis sobrinos, los hijos de mi hermana..., ¿estamos? Ya me
-quedo con ellos solos... Búscate tú por ahí la vida... A ingeniarse se
-ha dicho...» ¡A ingeniarse! ¿Y cómo se ingenia el que sólo sabe labrar
-madera, y no encuentra quien le pida esa clase de obra?</p>
-
-<p>Un mes llevaba José sin trabajar. ¡Qué jornadas tan penosas las que
-pasaba en recorrer<span class="pagenum"><a name="page_089" id="page_089"></a>{89}</span> á Madrid buscando ocupación! De aquí le despedían
-con frases de conmiseración y vagas promesas; de allá, con secas y duras
-palabras, hasta con marcada ironía... «¡Trabajo! Este año para nadie lo
-hay...» respondían los maestros, coléricos, malhumorados ó abatidos. De
-todas partes brotaba el mismo clamor de escasez y de angustia; doquiera
-se lloraban los mismos males: guerra, ruina, enfermedades, disturbios,
-catástrofes, miedo, encogimiento de los bolsillos... Y José iba de
-puerta en puerta, mendigando trabajo como mendigaría limosna, para
-regresar á la noche, de semblante hosco y ceño fruncido, y contestar á
-la interrogación siempre igual de su mujer, con un movimiento de hombros
-siempre idéntico, que significaba claramente: «No, todavía no.»</p>
-
-<p>La mala racha les cogía sangrados, después de larga enfermedad, una
-tifoidea de la chica mayor, Felisa, convaleciente aún y necesitada de
-alimento substancioso; después de la adquisición de una cómoda y dos
-colchones de lana, que tomaron el camino de la casa de empeños á escape;
-después de haber pagado de un golpe el trimestre atrasado de la vivienda
-y oído de boca del administrador que no se les permitiría atrasarse otra
-vez, y al primer descuido se les pondría de patitas en la calle con sus
-trastos... En ocasión tal, un mes de holganza era el hambre en seguida,
-el ahogo para el resto del venidero año. ¡Y el hambre en una familia
-numerosa! Nadie se figura el tormento del que tiene obligación de traer
-en el pico la pitanza al nido<span class="pagenum"><a name="page_090" id="page_090"></a>{90}</span> de sus amores, y se ve precisado á volver
-á él con el pico vacío, las plumas mojadas, las alas caídas... Cada vez
-que José llamaba y se metía buhardilla adentro, el frío de los desnudos
-baldosines, la nieve de la apagada cocina se le apoderaban del espíritu
-con fuerza mayor; porque el invierno es un terrible aliado del hambre, y
-con el estómago desmantelado muerde mil veces más riguroso el soplo del
-cierzo que entra por las rendijas y trae en sus alas la voz rabiosa de
-los gatos...</p>
-
-<p>Cavilaba José. No, no era posible que él pasase aquel umbral sin llevar
-á los que le aguardaban dentro, famélicos y transidos, ya que no las
-dulzuras y regalos propios de la noche de Navidad, por lo menos algo que
-desanublase sus ojos y reconfortase su espíritu. Permanecía así, en uno
-de esos estados de indecisión horrible que constituyen verdaderas crisis
-del alma, en las cuales zozobran ideas y sentimientos arraigados por la
-costumbre, por la tradición. Honrado era José, y á ningún propósito
-criminal daba acogida, ni aun en aquel instante de prueba; las manos se
-le caerían antes que extenderlas á la ajena propiedad; pero esta
-honradez tenía algo de instintivo; y lo que se le turbaba y confundía á
-José era la conciencia, en pugna entonces con el instinto natural de la
-hombría de bien, y casi reprobándolo. Él no robaría jamás, eso no...;
-pero vamos á ver, los que roban en casos análogos al suyo, ¿son tan
-culpables como parece? A él no le daba la gana de abochornarse, de
-arrostrar el feo nombre de ladrón; unas<span class="pagenum"><a name="page_091" id="page_091"></a>{91}</span> horas en la cárcel le costarían
-la vida; moriría del berrinche, de la afrenta; bueno; esas eran cosas
-suyas, repulgos de su dignidad, que un carpintero puede tenerla también;
-mas los que no padeciesen de tales escrúpulos y cometiesen una
-barbaridad, no por sostener vicios, por mantener á la mujer y á los
-pequeños..., ¿quién sabe si tenían razón? ¿Quién sabe si eran mejores
-maridos, mejores padres? El no daba á los suyos más que necesidad y
-lágrimas...</p>
-
-<p>Gimió, se clavó los dedos en el pelo, y estúpido de amargura, miró hacia
-abajo, hacia la parte iluminada de la escalera. Por allí mucho
-movimiento, mucho abrir de puertas, mucho subir y bajar de criados y
-dependientes llevando paquetes, cartitas, bandejas: los últimos
-preparativos de la cena, el turrón que viene de la turronería, el
-bizcochón que remite el confitero, el obsequio del amigo, que se asocia
-al júbilo de la familia con las seis botellas de Jerez dulce y las rojas
-granadas. Una puerta sola, la de la anciana viuda y devota, doña Amparo,
-no se había abierto ni una vez; de pronto se oyó estrépito, una turba de
-chiquillos se colgó de la campanilla; eran los sobrinos de la señora, su
-único amor, su debilidad, su mimo... Entraron como bandada de pájaros en
-un panteón; la casa, hasta entonces muda, se llenó de rumores, de
-carreras, de risas. Un momento después, la criada, viejecita tan beata
-como su ama, salía al descanso y gritaba en cascada voz:</p>
-
-<p>&mdash;¡Eh, Sr. José! ¿Esta por ahí el Sr. José? Baje, que le quiero un
-recado...<span class="pagenum"><a name="page_092" id="page_092"></a>{92}</span></p>
-
-<p>En los momentos de desesperación, cualquier eco de la vida nos parece un
-auxilio, un consuelo. El que cierra las ventanas para encender un
-hornillo de carbón y asfixiarse, oye con enternecimiento los ruidos de
-la calle, los ecos de una murga, el ladrido del perro vagabundo... José
-se estremeció, se levantó, y ronco de emoción contestó bajando á saltos:</p>
-
-<p>&mdash;¡Allá voy, allá voy, señora Baltasara!...</p>
-
-<p>&mdash;Entre...&mdash;murmuró la vieja.&mdash;Si está desocupado nos va á armar el
-Nacimiento, porque han <i>venío</i> los chicos, y mi ama, como está con ellos
-que se le cae la baba pura...</p>
-
-<p>&mdash;Voy por la herramienta&mdash;contestó el carpintero pálido de alegría.</p>
-
-<p>&mdash;No hace falta... Martillo y tenazas hay aquí, y clavos quedaron del
-año <i>pasao</i>; como yo lo guardo todo, bien apañaditos los guardé...</p>
-
-<p>José entró en el piso invadido por los chiquillos y en el aposento donde
-yacían desparramadas las figuras del belén y las tablas del armadijo en
-que había de descansar. Entre la algazara empezó el carpintero á
-disponer su labor. ¡Con qué gozo esgrimía el martillo, escogía la punta,
-la hincaba en la madera, la remachaba! ¡Qué renovación de su sér, qué
-bríos y qué fuerzas morales le entraban al empuñar, después de tanto
-tiempo, los útiles del trabajo! Pedazo á pedazo, y tabla tras tabla, iba
-sentando y ajustando las piezas de la plataforma en que el belén debía
-lucir sus torrecillas de cartón pintado, sus praderas de musgo, sus
-figuras de barro toscas é ingenuas. Los niños seguían<span class="pagenum"><a name="page_093" id="page_093"></a>{93}</span> con interés la
-obra del carpintero, no perdían martillazo, preguntaban, daban parecer,
-y coreaban con palmadas y chillidos cada adelanto del armatoste. La
-señora, entretanto, colgaba en la pared unas agrupaciones de bronce y
-vidrio para colocar en ellas bujías. Los criados iban y venían,
-atareados y contentos. Fuera nevaba, pero nadie se acordaba de eso; la
-nieve, que aumenta los padecimientos de la miseria, también aumenta la
-grata sensación del bienestar íntimo, del hogar abrigado y dulce. Y José
-asentaba, clavaba la madera, hasta terminar su obra rápidamente, en una
-especie de transporte, reacción del abatimiento que momentos antes le
-ponía al borde de la desesperación total...</p>
-
-<p>Cuando el tablado estuvo enteramente listo, y José hubo dado alrededor
-de él esa última vuelta del artífice que repasa la labor, doña Amparo,
-muy acabadita y asmática, le hizo seña de que la siguiese, y le llevó á
-su gabinete, donde le dejó solo un momento. Los ojos de José se fijaron
-involuntariamente en los muebles y decorado de aquella habitación ni
-lujosa ni mezquina, y sobre todo, le atrajo desde el primer momento una
-imagen que campeaba sobre la consola, alumbrada por una lamparilla de
-fino cristal. Era un San José de talla, escultura moderna, sin mérito,
-aunque no desprovista de cierto sentimiento; y el santo, en vez de
-hallarse representado con el Niño en brazos ó de la mano, según suele,
-estaba al pie de un banco de carpintero, manejando la azuela y
-enseñando<span class="pagenum"><a name="page_094" id="page_094"></a>{94}</span> al Jesusín, atento y sonriente, la ley del trabajo, la
-suprema ley del mundo. José se quedó absorto. Creía que la imagen le
-hablaba; creía que pronunciaba frases de consuelo y de cariño infinito,
-frases no oídas jamás. Cuando la señora volvió y le deslizó dos duros en
-la mano, el carpintero, en vez de dar gracias, miró primero á su
-bienhechora y después á la imagen; y á la elocuencia muda de sus ojos
-respondió la de los ojos de la viejecita, que leyó como en un libro en
-el alma de aquel desventurado, deshecho física y moralmente por un mes
-de ansiedad y amargura sin nombre.&mdash;Y doña Amparo, muy acostumbrada á
-socorrer pobres, sintió como un golpe en el corazón: la necesidad que
-iba á buscar fuera de casa, visitando zaquizamíes, la tenía allí, á dos
-pasos, callada y vergonzante, pero urgente y completa. Alzó los ojos de
-nuevo hacia la efigie del laborioso Patriarca, y bondadosamente,
-tosiqueando, dijo al carpintero:</p>
-
-<p>«Ahora subirán de aquí cena á su casa de usted, para que celebren la
-Navidad.<span class="pagenum"><a name="page_095" id="page_095"></a>{95}</span>»</p>
-
-<h3><a name="EL_CIEGO" id="EL_CIEGO"></a>EL CIEGO</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>La tarde del 24 de Diciembre le sorprendió en despoblado, á caballo, y
-con anuncios de tormenta. Era la hora en que, en invierno, de repente se
-apaga la claridad del día, como si fuese de lámpara y alguien diese
-vuelta á la llave sin transición, las tinieblas descendieron borrando
-los términos del paisaje acaso apacible á medio día, pero en aquel
-momento tétrico y desolado.</p>
-
-<p>Hallábase en la hoz de uno de esos ríos que corren profundos,
-encajonados entre dos escarpes; á la derecha el camino, á la izquierda
-una montaña pedregosa, casi vertical, escueta y plomiza de tono. Allá
-abajo no se divisaba más que una cinta negruzca, donde moría,
-culebreando, áspid de carmín, un reflejo rojo del poniente; arriba,
-densas masas erguidas, formas extrañas, fantasmagóricas; todo solemne y
-aun pudiera decirse que amenazador. No pecaba Mauricio de cobarde, y sin
-embargo, le<span class="pagenum"><a name="page_096" id="page_096"></a>{96}</span> impresionó el aspecto de la montaña; sintió deseos de
-llegar cuanto antes al Pazo, del cual le separaban aún tres largas
-leguas, y animó con la voz y la espuela á su montura, que empinaba las
-orejas recelosa.</p>
-
-<p>Arreció el viento y le obligó á atar el sombrero con un pañuelo bajo la
-barba; el trueno, lejano aún, retumbó misteriosamente; ráfagas de lluvia
-azotaron la cara del jinete, que ahogó un juramento. ¡Aquello era mala
-sombra! ¡Justamente empezaba á llover á la mitad del camino! Al punto
-mismo el caballo se encabritó y pegó un bote de costado: de entre la
-maleza había salido un bulto. Echaba ya Mauricio mano al revólver que
-llevaba en el bolsillo interior de la zamarra, cuando oyó estas palabras
-en dialecto:</p>
-
-<p>&mdash;¡Una limosnita! ¡Por amor de Dios que va á nacer... una limosnita,
-señor!</p>
-
-<p>Mauricio, tranquilizándose, miró enojado al que en tal sitio y ocasión
-cometía la importunidad de pedir limosna. Era un hombrachón alto,
-descalzo de pie y pierna, que llevaba al hombro unas alforjas, y se
-apoyaba en recio garrote. La obscuridad no permitía distinguir cómo
-tenía el rostro; la ancianidad se adivinaba en lo cascado de la voz y en
-el vago reflejo plateado de las greñas blancas.</p>
-
-<p>&mdash;Apártese&mdash;murmuró impaciente el señorito.&mdash;¿No ve que el caballo se
-asusta? Si me descuido, al río de cabeza... ¡Vaya unas horas de pedir, y
-un sitio á propósito para saltar delante de la montura! ¡Brutos!<span class="pagenum"><a name="page_097" id="page_097"></a>{97}</span></p>
-
-<p>El pordiosero se había quedado como hecho de piedra.</p>
-
-<p>&mdash;¿Dónde está el río?&mdash;gritó con hondo terror.&mdash;¿No es aquí el camino de
-la iglesia de Cimáis? Señor, por el alma de quien lo ha parido... Señor,
-no me desampare... ¡Soy un ciego! ¡Nuestra Señora le conserve la vista!
-¡Pobre del que no ve!</p>
-
-<p>Mauricio comprendió. El viejo sin ojos se había perdido, ignoraba dónde
-se encontraba, y para no despeñarse necesitaba un guía. Sí, convenido;
-necesitaba un guía... ¿Y quién iba á ser? ¿Él, Mauricio Acuña, que desde
-Orense regresaba á su casa en tarde de Navidad, á cenar, á pasar
-alegremente la velada, jugando al julepe ó al golfo con sus hermanos y
-primos, fumando y riendo? Si sujetaba el paso de su caballo al lento
-andar de un ciego; si torcía su rumbo cara á la iglesia de Cimáis,
-distante buen rato, ¿á qué santas horas iba á hacer su entrada en la
-sala del Pazo de Portomellor? Un instante titubeó: pensaba que no podía
-menos de sacrificar algunos minutos á colocar al ciego en la dirección
-de Cimáis, y dejarle, ya orientado, arreglarse como Dios le diese á
-entender. Sólo que era internarse en la <i>carballeda</i>, exponerse á
-tropezar en los cepos y en los pedruscos, y sobre todo, era condescender
-á los ruegos del mendigo, que no soltaría á dos por tres á su lazarillo
-improvisado, y si le complaciese en lo primero exigiría lo segundo...
-¡Estos pobres son tan lagoteros y tan pegajosos! «Más vale escurrirse»,
-decidió; y sacando del bolsillo un<span class="pagenum"><a name="page_098" id="page_098"></a>{98}</span> duro, lo dejó en la mano temblona
-que el viejo extendía, más para implorar que para mendigar; picó al
-caballo y escapó como un criminal que huye de la justicia.</p>
-
-<p>Sí, como un criminal&mdash;así definió su conducta él mismo, luego, en el
-punto de refrenar á <i>Maceo</i>, su negro andaluz cruzado, y darse cuenta de
-que había caído enteramente la noche.&mdash;Velada por sombríos nubarrones,
-la luna se entreparecía lívida, semejante á la faz de un cadáver
-amortajado con hábito monacal. La carretera se desarrollaba suspendida
-sobre el río que, á pavorosa profundidad, dormitaba mudo y siniestro. El
-viento combatía, haciéndolos crugir, los troncos robustos de los
-árboles; un relámpago alumbró la superficie del agua, un trueno resonó
-ya bastante cercano; Mauricio se estremeció. Le parecía escuchar ruidos
-extraños, además de los de la tormenta. ¿Se habrá caído el viejo al
-agua? Detrás, sobre la peñascosa senda, creía escuchar el paso de un
-hombre que tentaba el suelo con un palo, como hacen los ciegos. Absurdo
-evidente, pues con la galopada que <i>Maceo</i> había pegado ya, quedaría el
-mendigo atrás un cuarto de legua. Lo cierto es que Mauricio juraría que
-le seguía <i>alguien</i>: alguien que respiraba trabajosamente, que
-tropezaba, que gemía, que imploraba compasión. Invencible desasosiego le
-impulsó á apurar nuevamente á su montura, para alcanzar pronto el cruce
-en que la carretera se desvía del río, cuya vista le sugería el temor de
-una desgracia. ¿Se habrá caído?...&mdash;Lo que á<span class="pagenum"><a name="page_099" id="page_099"></a>{99}</span> Mauricio le acongojaba era
-la idea de haber abandonado á un ciego en tal noche. «Pero, ¿cómo fuí
-capaz...? ¡Si parece mentira! Me lo contarían después y no lo creería...
-Hoy no debí dejar solo á un infeliz...» cavilaba, hincando la espuela en
-los ijares de <i>Maceo</i>. «Y lo más sucio, lo más vil de mi acción fue
-darle dinero. ¡Dinero! Si á estas horas flota en el Sil su cuerpo..., el
-dinero ¿de qué le sirve? Creemos que el dinero lo arregla todo...
-¡Miserable yo! Estoy por volverme. ¿No viene nadie detrás?...»</p>
-
-<p><i>Maceo</i> volaba: un sudor de angustia humedecía las sienes del jinete. El
-zumbido de sus oídos y el remolino del viento, profundo como una tromba,
-no le impedían oir, cada vez más próximas, las pisadas del que le
-seguía, ya sin género de duda, y percibir la misma respiración
-entrecortada, el mismo doliente gemido; y el caso es que no se atrevía á
-volverse: porque si se volviese, quizás vería la figura del ciego
-mendigo, alto, descalzo de pie y pierna, con el zurrón al hombro, el
-cayado en la mano, y reluciente en la obscuridad la plata de sus blancas
-greñas...</p>
-
-<p>&mdash;¿Estaré loco?&mdash;pensó.&mdash;Ea, ánimo... Debo volverme...&mdash;Y no se volvía;
-su garganta apretada, su corazón palpitante, le hacían traición: sufría
-un miedo espantoso, sobrenatural. Apretó las espuelas, y el caballo,
-excitado, aceleró el tendido galope, sacando chispas de los guijarros
-del camino. La tempestad estaba ya encima: el relámpago brilló; un
-trueno formidable rimbombó sobre la misma cabeza del señorito,<span class="pagenum"><a name="page_100" id="page_100"></a>{100}</span>
-aturdiéndole. Alborotóse <i>Maceo</i>; giró bruscamente sobre sus patas
-traseras, y se arrojó hacia el talud que dominaba el Sil. Vió Mauricio
-el tremendo peligro, cuando otro relámpago le mostró el abismo y la
-superficie del agua: cerró los ojos, aceptando el juicio de la
-Providencia... y el caballo, en su vértigo mortal, arrastró al jinete al
-fondo del despeñadero, tronchando en su caída los pinos y empujando las
-piedras del escarpe, cuyo ruido fragoroso, al rodar peñas abajo,
-remedaba aún los desatentados pasos del ciego que tropezaba y gemía.<span class="pagenum"><a name="page_101" id="page_101"></a>{101}</span></p>
-
-<h3><a name="LOS_MAGOS" id="LOS_MAGOS"></a>LOS MAGOS</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>En su viaje, guiados día y noche por el rastro de luz de la Estrella,
-los Magos, á fin de descansar, quisieron detenerse al pie de las
-murallas de Samaria, que se alzaba sobre una colina, entre bosquetes de
-olivos y setos de cactos espinosos. Pero un instinto indefinible les
-movió á cambiar de propósito: la ciudad de Samaria era el punto más
-peligroso en que podían hacer alto. Acababa de reedificarla Herodes
-sobre las ruinas que habían hacinado los soldados de Alejandro el
-macedón siglos antes, y la poblaban colonos romanos que hacía poco
-trocaron la espada corta por el arado y el bieldo: gente toda á devoción
-del sanguinario Tetrarca, y dispuesta á sospechar del extranjero, del
-caminante, cuando no á despojarle de sus alhajas y viáticos.</p>
-
-<p>Siguieron, pues, la ruta, atravesando los campos sembrados de trigo,
-evitando la doble hilera de erguidas columnas que señalaba la entrada<span class="pagenum"><a name="page_102" id="page_102"></a>{102}</span>
-triunfal de la ciudad, y buscando la sombra de los olivos y las
-higueras, el oasis de algún manantial argentino. Abrasaba el sol, y en
-las inmediaciones de la villita de Betulia la desnudez del paisaje, la
-blancura de las rocas, quemaban los ojos. «Ahí no encontraremos sino
-pozos y cisternas, y yo quisiera beber agua que brotase á mi vista»,
-murmuró, revolviendo contra el paladar la seca lengua, el anciano rey
-Baltasar, que tenía sedientas las pupilas, más aún que las fauces, y se
-acordaba de los anchos ríos de su amado país del Irán, de la sábana
-inmensa del Indo, del fresco y misterioso lago de Bactegán, en cuyas
-sombrosas márgenes triscan las gacelas. La llanura, uniforme y monótona,
-se prolongaba hasta perderse de vista: campos de heno, planicies
-revestidas de espinos y de malas hierbas, es todo lo que ofrecía la
-perspectiva del horizonte; en el cielo, de un azul de ultramar, las
-nubes ensangrentadas del Poniente devoraban el resplandor de la
-Estrella, haciéndola invisible. Entonces Melchor, el rey negro,
-desciende de su montura, y cruzando sobre el pecho los brazos,
-arrodillándose sin reparo de manchar de polvo su rica túnica de brocado
-de plata, franjeada de esmeraldas y plumas de pavo real, coge un puñado
-de arena y lo lleva á los labios, implorando así:</p>
-
-<p>&mdash;Poder celeste, no des otra bebida á mi boca, pero no me escondas tu
-luz. ¡Que la Estrella brille de nuevo!</p>
-
-<p>Como una lámpara cuando recibe provisión de aceite, la Estrella relumbró
-y chispeó. Al<span class="pagenum"><a name="page_103" id="page_103"></a>{103}</span> mismo tiempo los otros dos Magos exhalaron un grito de
-alegría: era que se avistaban las blancas mansiones y los grupos de
-palmeras seculares de En-Ganim. En Palestina, ver palmeras es ver la
-fuente. Gozosa se dirigió la comitiva al oasis, y al descubrir el agua,
-al escuchar su refrigerante murmullo, todos descendieron de los camellos
-y dromedarios y se postraron dando gracias, mientras los animales
-tendían el cuello y el hocico, venteando los húmedos efluvios de la
-corriente. Así que bebieron, que colmaron los odres, que se lavaron los
-pies y el rostro, acamparon y durmieron apaciblemente allí, bajo las
-palmeras, á la claridad de la Estrella, que refulgía apacible en lo alto
-del cielo.</p>
-
-<p>Al alba dispusiéronse á emprender otra vez la jornada en busca del Niño.
-La mañana era despejada y radiante. Los rebaños de En-Ganim salían al
-pastoreo, y las innumerables ovejas blancas, moviéndose en la llanura,
-parecían ejércitos fantásticos. La proximidad de la comarca donde se
-asienta Jerusalén se conocía en la mayor feracidad del terreno, en la
-verdura del tupido musgo, en la copia de hierba y florecillas
-silvestres, que no había conseguido marchitar el invierno. Baltasar y
-Gaspar reflexionaban, al ritmo violento del largo zancajear de sus
-monturas. Pensaban en aquel Niño, rey de reyes, á quien un decreto de
-los astros les mandaba reverenciar y adorar y colmar de presentes y de
-homenajes. En aquel Niño, sin duda alguna, iba á reflorecer el poderío
-incontrastable de los monarcas de Judá y de Israel,<span class="pagenum"><a name="page_104" id="page_104"></a>{104}</span> leones en el
-combate, gobernantes felicísimos en la paz; y la vasta monarquía, con
-sus recuerdos de gloria, llenaba la mente de los dos Magos. ¡Qué
-sabiduría, qué infusa ciencia la de Salomón, aquel que había subyugado á
-todos sus vecinos, desde los Faraones egipcios hasta los comerciales
-emporios de Tiro y Sidón; el que construyó el Templo gigante, con sus
-mares de bronce, sus candelabros de oro, su terrible y velado
-tabernáculo, sus bosques de columnas de mármol, jaspe y serpentina, sus
-incrustaciones de corales, sus chapeados de marfil! ¡Qué magnificencia
-la del que deslumbró con su recibimiento á la reina de Saba, á Balkis la
-de los aromas, la que traía consigo los tesoros del Oriente y las
-rarezas venidas de las tres partes del mundo, recogidas sólo para ella y
-que ella arrojaba, envueltas en paños de púrpura, al pie del trono del
-rey! Cerrando los ojos, Baltasar y Gaspar veían la escena, contemplaban
-la sarta de perlas desgranándose, los colmillos de elefante ostentando
-sus complicadas esculturas, los pebeteros humeando y soltando nubes
-perfumadas, los monillos jugando, los faisanes y pavos reales haciendo
-la rueda, los citaristas y arpistas tañendo, y Balkis, envuelta en su
-larga túnica bordada de turquesas y topacios, protegida del sol por los
-inmensos abanicos de pluma, adelantándose con los brazos abiertos para
-recibir en ellos á Salomón... No podían dudarlo; el Niño á quien iban á
-adorar sería, con el tiempo, otro Salomón, más grande, más fuerte, más
-opulento, más docto<span class="pagenum"><a name="page_105" id="page_105"></a>{105}</span> que el antiguo. Sometería á todas las naciones;
-ceñiría la corona del Universo, y bajo su solio, salpicado de diamantes,
-se postraría la opresora ciudad del Lacio; sí, la ávida loba romana
-lamería, domada, los pies de aquel Niño prodigioso...</p>
-
-<p>Mientras rumiaban tales ideas, la Estrella desaparecía, extinguiéndose.
-Encontráronse perdidos, sin guía, en la dilatada llanura. Miraron en
-torno, y con sorpresa advirtieron que se había separado de ellos
-Melchor. Una niebla densa y sombría, alzándose de los pantanos y
-esteros, les había engañado y extraviado, de fijo. Turbados y tristes,
-probaron á orientarse; pero la costumbre de seguir á la Estrella y el
-desconocimiento completo de aquel país que cruzaban eran insuperables
-obstáculos para que lograsen su intento. Ocurrióseles buscar un guía, y
-clamaron en el desierto, porque á nadie veían ni se vislumbraba rastro
-de habitación humana. Por fin, aparecióse un pastor muy joven, vestido
-de lana azul, sujeto á la frente el ropaje con un rollo de lino blanco.
-Y al escuchar que los viajeros iban en busca del Niño rey, el rústico
-sonrió alegremente y se ofreció á conducirles.</p>
-
-<p>&mdash;Yo le adoré la noche en que nació...&mdash;dijo transportado.</p>
-
-<p>&mdash;Pues llévanos á su palacio y te recompensaremos.</p>
-
-<p>&mdash;¡A su palacio! El Niño está en una cuevecilla, donde solemos recoger
-el ganado cuando hace mal tiempo.<span class="pagenum"><a name="page_106" id="page_106"></a>{106}</span></p>
-
-<p>&mdash;Qué, ¿no tiene palacio? ¿No tiene guardias?</p>
-
-<p>&mdash;Una mula y un buey le calientan con su aliento...&mdash;respondió el
-pastor.&mdash;Su madre y su padre, el carpintero Josef de Nazareth, le cuidan
-y le velan amorosos...</p>
-
-<p>Gaspar y Baltasar trocaron una mirada que descubría confusión, asombro y
-recelo. El pastor debía de equivocarse; no era posible que tan gran rey
-hubiese nacido así, en la miseria, en el abandono. ¿Qué harían? ¿Si
-pidiesen consejo á Melchor? Pero Melchor, envuelto en la niebla,
-caminaba con paso firme; la Estrella no se había obscurecido para él.
-Hallábase ya á gran distancia, cuando por fin oyó las voces, los gritos
-de sus compañeros: «¡Eh, eh, Melchor! ¡Aguárdanos!» El Mago de negra
-piel se detuvo, y clamó á su vez: «Estoy aquí, estoy aquí...»</p>
-
-<p>Al juntarse por último la caravana, Melchor divisó al pastorcillo y supo
-las noticias que daba del Niño rey. «Este pobre zagal nos engaña ó se
-engaña&mdash;exclamó Gaspar enojado.&mdash;Dice que nos guiará á un establo
-ruinoso, y que allí veremos al hijo de un carpintero de Nazareth. ¿Qué
-piensas, Melchor? El sapientísimo Baltasar teme que aquí corramos grave
-peligro, pues no conocemos el terreno, y si nos aventuramos á preguntar
-infundiremos sospechas, seremos presos y acaso nos recluya Herodes en
-sus calabozos subterráneos. La Estrella ya no brilla y nuestro corazón
-desmaya.»</p>
-
-<p>Melchor guardó silencio. Para él no se había ocultado la Estrella ni un
-segundo. Al contrario,<span class="pagenum"><a name="page_107" id="page_107"></a>{107}</span> su luz se hacía más fulgente á medida que
-adelantaban, que se aproximaban al establo. Y en su imaginación, Melchor
-lo veía: una cueva abierta en la caliza, un pesebre mullido con paja y
-heno, una mujer joven y celestialmente bella agasajando á un niño
-tiernecito, que tiembla de frío; un Niño humilde, rosado, blanco, que
-bendice, que no llora. Lo singular es que la cueva, en vez de estar
-obscura, se halla inundada de luz, y que una música inefable, apenas
-perceptible, idealmente delicada y melodiosa, resuena en sus ámbitos. La
-cueva parece que es toda ella claridad y armonía. Melchor oye extasiado;
-se baña, se sumerge en la deliciosa música y en los resplandores de oro
-que llenan la caverna y cercan al Niño.</p>
-
-<p>&mdash;¿No oyes, Melchor? Te preguntamos si debemos continuar el viaje... ó
-volvernos á nuestra patria, por no ser encarcelados y oprimidos aquí.</p>
-
-<p>&mdash;Y vosotros, ¿no oís la música?&mdash;repite Melchor, por cuyas mejillas de
-ébano resbalan gotas de dulce llanto.</p>
-
-<p>&mdash;Nada oímos, nada vemos...&mdash;responden los dos Magos, afligidos.</p>
-
-<p>&mdash;Orad, y veréis... Orad, y oiréis... Orad, y Dios se revelará á
-vosotros.</p>
-
-<p>Magos y séquito echan pie á tierra, extienden los tapices, y de pie
-sobre ellos, vuelta la cara al Oriente, elevan su plegaria. Y la
-Estrella, poco á poco, como una mirada de moribundo que se reanima al
-aproximarse al lecho un sér querido, va encendiéndose, destellando,
-hasta<span class="pagenum"><a name="page_108" id="page_108"></a>{108}</span> iluminar completamente el sendero, que se alarga y penetra en la
-montaña, en dirección de Belén. La niebla se disipa; el paisaje es
-risueño, pastoril, fresco, florido, á pesar de la estación; claros
-arroyillos surcan la tierra, y resuena, como en Mayo, el gorjeo de las
-aves, que acompaña el tilinteo de la esquila y el cántico de los
-pastores, recostados bajo los terebintos y los cedros, siempre verdes.
-Los Magos, terminada su plegaria, emprenden el camino llenos de
-esperanza y de seguridad. Una cohorte de soldados á caballo se cruza con
-la caravana: es un destacamento romano, arrogante y belicoso; el sol
-saca chispas de sus corazas y yelmos; ondean las crines, flotan las
-banderolas, los cascos de los caballos hieren el suelo con provocativa
-furia. Los Magos se detienen, temerosos. Pero el destacamento pasa á su
-lado y no da muestras de notar su presencia. Ni pestañean, ni vuelven la
-cabeza, ni advierten nada.</p>
-
-<p>&mdash;Van ciegos&mdash;exclama Melchor;&mdash;y los Magos aprietan el paso, mientras
-se aleja la cohorte.<span class="pagenum"><a name="page_109" id="page_109"></a>{109}</span></p>
-
-<h3><a name="SUENOS_REGIOS" id="SUENOS_REGIOS"></a>SUEÑOS REGIOS</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Es de noche. Temperatura, veinte bajo cero. Fuera no se escucha el menor
-ruido: la nevada, cayendo en finos copos delicadísimos que mullen la
-atmósfera, contribuye á sostener el silencio absoluto, ahogado, que pesa
-sobre los jardines blancos con blancura fantástica. La nieve ha
-perfilado primorosamente la traza de las calles de árboles, de los
-macizos, de los bosquetes, de los estanques cuajados por el hielo, y
-cuya superficie lisa rayaron los patines en la última sesión de patinaje
-que tanto divirtió á la corte, porque el príncipe de Circasia se dió
-unas costaladas regulares. Las estatuas parecen temblar y lucen aderezos
-de carámbanos. Las coníferas son témpanos bordados y esculpidos. En el
-alcázar, las cornisas, las balconadas, las torrecillas, la monumental
-ornamentación de la fachada, el reloj, sostenido por Genios que
-representan los destinos de la casa imperial venciendo al Tiempo, van
-desapareciendo bajo la suave acolchadura blanca. Los centinelas, en su
-garita, tiritando, sintiendo que el aliento se les cristaliza primero y
-se les liquida<span class="pagenum"><a name="page_110" id="page_110"></a>{110}</span> después dentro del alto cuello de sus capotes militares,
-hieren el suelo con el pie, se acuerdan del cuerpo de guardia donde arde
-la estufa y se puede echar un trago de lo fermentado, y de tiempo en
-tiempo lanzan, al través de la nieve, su «¡Alerta!» gutural. El
-decorativo reloj da las doce, pausadamente, como si la hora contada por
-él fuese más solemne que las otras. Al reloj de fuera contestan los de
-dentro, desde las consolas; tienen vocecillas aflautadas y bien
-moduladas de palaciegos.</p>
-
-<p>El emperador se estremece y se incorpora en el gran lecho incrustado de
-marfil, bajo las pieles rarísimas que lo mullen. Se le figura que una
-mano acaba de posarse en su hombro; y en efecto, á la luz de la lámpara
-de alabastro velada de encaje, ve una figura venerable, un viejo
-aureolado por larguísima barba y melenas, donde la nieve se diría que
-enredó sus vellones. La vestidura del viejo deslumbra; túnica de brocado
-de oro, manto de terciopelo violeta orlado de armiño. Una especie de
-mitra en que las perlas se apiñan sobre la filigrana, rodea sus sienes y
-comprime y hace bufar su gran cabellera nevada, que se extiende
-caudalosa por los hombros. En la mano lleva cincelado cofrecillo
-abierto, lleno de polvo aurífero impalpable.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué me quieres y quién eres?&mdash;pregunta el emperador al anciano.</p>
-
-<p>&mdash;Como de casa. Baltasar, rey de los países de Oriente&mdash;contesta el
-patriarca en voz temblona.<span class="pagenum"><a name="page_111" id="page_111"></a>{111}</span></p>
-
-<p>&mdash;¡Bienvenido, primo y señor! ¿Por qué viaja Vuestra Majestad en tan
-cruda noche? Conviene á las testas coronadas no ponerse nunca en el caso
-de sufrir las molestias que padecen los demás mortales. Dígnese Vuestra
-Majestad descansar bajo mi hospitalario techo.</p>
-
-<p>&mdash;No acepto sino breves instantes, aunque vengo rendido de atravesar los
-dominios de Vuestra Majestad, á los cuales no se les ve el fin: deben de
-cubrir buena parte de la superficie del planeta.</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah!&mdash;articula el emperador, satisfecho.&mdash;¿Los ha recorrido Vuestra
-Majestad? ¿Se ha enterado de su extensión y riqueza? Todos los climas,
-todas las producciones, todas las razas, reconocen mi soberanía. Cuando
-paso revista á mi ejército, en él veo soldados blancos y rubios, de ojos
-azules; soldados de morena tez; soldados de cutis amarillo y nariz
-achatada; ropajes orientales y envolturas que preservan del rigor de las
-estaciones en los países hiperbóreos. Mi imperio produce el trigo y el
-zafiro, los minerales, las pieles y las maderas odoríferas; es un
-gigante cuya cabeza, como la de Vuestra Majestad, se baña en las nieves
-árticas, y cuyas manos se tienden hacia el Mediodía para abarcarlo. Y en
-este Imperio yo soy Dios. A mi voz las frentes se inclinan, las
-muchedumbres se prosternan, la plegaria por mí hace retemblar los
-iconostasios. Mientras el soplo del huracán juega con los monarcas
-occidentales, nuestros necios primos, yo, como un numen, me oculto en
-santuario inaccesible.<span class="pagenum"><a name="page_112" id="page_112"></a>{112}</span></p>
-
-<p>&mdash;Conozco el poderío de Vuestra Majestad. Por eso sospecho si la tarea
-que me ha sido encomendada resultará estéril; pero, obedeciendo, la
-cumplo.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué tarea es esa, primo y señor?</p>
-
-<p>&mdash;La que me ordenó realizar el Niño. Vuelvo de Palestina; regreso á mi
-patria, después del interminable viaje anual... ¡Es una maravilla lo
-lindo que está el Niño y lo dulce y honesta que es la Madre! Nada perdió
-su inmortal hermosura en los mil novecientos dos años transcurridos
-desde que por vez primera les adoré. Como siempre, les he llevado mi
-ofrenda: polvo de oro del Ofir. Y el Niño, después de extender sus
-manitas, que besé, y bendecir el oro, me ha dicho que lo espolvoree por
-el suelo, allí donde vea que el hombre atenta á la libertad del hombre.</p>
-
-<p>&mdash;¿Conque esas mañas saca el Niño?&mdash;tartamudeó el emperador.&mdash;¡Por
-cierto que lo educan bien mal su Madre y el carpintero, gente baja al
-fin, aunque descienda de la casta de nuestros augustos primos los reyes
-de Judá! Vuestra Majestad, con la experiencia que le dan los años, habrá
-comprendido que no debe cumplírsele al Niño ese antojo.</p>
-
-<p>&mdash;No es posible desobedecerle, primo y señor&mdash;declaró gravemente el
-Mago.&mdash;He espolvoreado la enorme porción de tierra donde reina Vuestra
-Majestad, aunque confieso que dudo de ver germinar cosa alguna sobre la
-dura capa de hielo que la reviste. Sin esperanzas voy derramando
-polvillo de oro; y la verdad,<span class="pagenum"><a name="page_113" id="page_113"></a>{113}</span> hace un instante, en los jardines de este
-palacio, al caer el dorado polvillo, creí que el suelo se estremecía y
-se agrietaba la capa de nieve. Tembló la tierra; me pareció que un ruido
-cavernoso resonaba allá dentro. ¿Está seguro Vuestra Majestad de que no
-se halla minado su palacio?</p>
-
-<p>&mdash;Vuestra Majestad es quien lo mina, y será preciso impedirlo;&mdash;contesta
-enérgicamente el emperador, hiriendo un timbre.</p>
-
-<p>Aparece la guardia. El viejo toma una pulgarada de polvillo, lo arroja á
-los ojos de los soldados y pasa por entre ellos libre y majestuoso.</p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>Otro efecto de nieve sobre jardines y palacio real, pero nieve ya
-cuajada y que empieza á derretirse formando un barro sucio y negruzco.
-En el alcázar se ven todavía luces: ha habido en el comedor de diario
-espléndida cena de familia, alegres y cariñosos brindis, y el emperador,
-rendido de recibir toda la tarde felicitaciones, después de bendecir á
-sus hijos, que uno por uno le han besado la mano respetuosamente, y de
-abrazar con afecto á la fecunda emperatriz, se tiende en su estrecha y
-dura cama de campaña, única donde concilia el sueño, á causa de la
-costumbre.</p>
-
-<p>Apenas empieza á aletargarse, le llaman con un <i>¡Pssit!</i> muy bajo, y á
-la claridad de la lamparilla divisa á un hombre en la fuerza de la edad,
-envuelto en ropón de púrpura, bajo el cual se parece una armadura de
-admirable trabajo. Rodea sus sienes una corona de picos; en su<span class="pagenum"><a name="page_114" id="page_114"></a>{114}</span> diestra
-alza rico pomo de mirra de fuerte aroma, acre y embriagador.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué desea Vuestra Majestad, señor rey Gaspar?&mdash;pregunta el emperador
-que, conociendo al viajero, salta de la cama y saluda militarmente.</p>
-
-<p>&mdash;Felicitar las Pascuas á Vuestra Majestad y confiarle un secreto.&mdash;Es
-el caso que el Niño, ¿no sabe Vuestra Majestad? ¡el Niño, á quien todos
-los años voy á visitar en su establo, para beber en sus ojos de violeta
-la sabiduría! después de jugar con esta mirra que le ofrecí y de arrojar
-sobre ella su aliento celestial, me manda que gota á gota la esparza por
-el suelo de los países donde el hombre tenga sed de la sangre del
-hombre. Y al caer gotitas de esta mirra, primo y señor, observo que la
-tierra, encharcada y pegajosa, se esponja, se entreabre, y nacen y
-surgen y crecen olivos, rosas, mirtos, centeno, lúpulo, viñas cargadas
-de racimos. ¡Ah! Es un gran portento la tal mirra. Y á mí, señor y
-primo, la armadura me asfixia, el corazón no me cabe en ella. Permítame
-Vuestra Majestad que salpique de mirra su cabeza augusta.</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué diantre! ¡Cosas de chiquillos!&mdash;gruñó el emperador.&mdash;Cuando el
-Niño crezca y se aparte de las faldas y del regazo materno, diferentes
-serán sus caprichos. No hay nada más santo que la guerra. Dios mismo
-guía á los ejércitos é infunde á los caudillos arrojo y tino para
-asegurar la victoria. Sobre el campo de batalla se cierne el Arcángel
-con sus alas salpicadas de rubíes y su gladio flamígero. El soplo
-divino<span class="pagenum"><a name="page_115" id="page_115"></a>{115}</span> hincha mi pecho apenas lo cubre la coraza rutilante. Esto no se
-les alcanza á los niños ni á las mujeres; convenido. Nosotros, pastores
-de pueblos, jefes de razas, sonreímos ante ciertos arranques de
-debilidad graciosa.</p>
-
-<p>&mdash;Debo hacer lo que me mandan&mdash;insiste Gaspar.</p>
-
-<p>Y tomando unas gotas de mirra, las dispara á la frente del emperador.
-Este exhala un suspiro; se deja caer en el lecho de campaña, y ve en
-sueños una pirámide de huesos humanos, blanca y pulida, altísima. Sobre
-la cúspide, un cuervo grazna plañideramente, hambriento, erizado el
-plumaje; y al pie, en las ramas de un olivo nuevo, dos palomas se besan,
-juntando los picos.</p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>En el patio del alcázar, sobre el gran pilón de pórfido sostenido por
-leones, recae el agua, melodiosa, con dulce porfía. La luna ilumina las
-arcadas afiligranadas, juega en las charoladas hojas de los naranjos,
-descubre el reflejo pálido de sus pomas de oro. Dos esclavos velan el
-sueño del emir, que reposa vestido sobre un diván, cubierto con una
-manta de fina pluma de avestruz&mdash;porque la noche está algo fría y la
-helada ha endurecido los caminos del desierto&mdash;y apoyando el pie en la
-garganta de una mujer desnuda, que hace de cogín y presta calor más
-grato que el de la manta.</p>
-
-<p>Elegante figura se desliza por entre los esclavos, invisible. Es un
-negro joven, esbelto, de robusta y acerada musculatura, de piernas
-nerviosas<span class="pagenum"><a name="page_116" id="page_116"></a>{116}</span> encerradas en calzas prietas y salpicadas de lentejuelas como
-las que ostentan los donceles en los cuadros de Carpaccio; una
-sobrevesta de tisú de plata acusa sus formas; un cinturón de pedrería
-sostiene sobre su vientre enjuto soberbio puñal; encima de sus cabellos
-crespos se ladea un gorro de velludo carmesí, y bajo el ala luce diadema
-de brillantes. El gallardo negro se inclina hacia el emir y le baña el
-rostro con una bocanada del incienso que humea en un incensario calado,
-pendiente de cadenillas de perlas. Sobresaltado, el emir despierta,
-echando mano á su gumía.</p>
-
-<p>&mdash;No temas, soy Melchor, que como tú ejerce el mando en tribus del
-desierto y posee palacios misteriosos, que parecen labrados por los
-genios del aire. Vengo á cumplir órdenes del Niño Yesuá, hijo de Leila
-Mariem.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué te ordena ese profeta infiel?&mdash;exclama el emir con desprecio.</p>
-
-<p>&mdash;Columpiar este incensario en todos los países donde el hombre trate á
-la mujer como esclava y no como compañera.</p>
-
-<p>Ríese el emir, mostrando sus blancos dientes de chacal entre la negra y
-sedosa barba.</p>
-
-<p>&mdash;Pues vuélvete á tierra de rumíes, Melchor. También allí necesitan el
-perfume de tu incensario. Pero antes, reposa. Eres mi huésped; voy á
-ordenar que te preparen un baño con agua de rosas dos bellas cautivas.</p>
-
-<p>Y el Emir se incorpora, dando con el pie á la mujer en cuya garganta lo
-tenía apoyado.<span class="pagenum"><a name="page_117" id="page_117"></a>{117}</span></p>
-
-<h3><a name="LA_VISION_DE_LOS_REYES_MAGOS" id="LA_VISION_DE_LOS_REYES_MAGOS"></a>LA VISIÓN DE LOS REYES MAGOS</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<div class="blockquot">
-<p>(<i>Los Reyes Magos regresan á su patria por distinto camino del que
-vinieron, á fin de burlar al sanguinario Herodes. Es de noche: la
-estrella no les guía ya; pero la luna, brillando con intensa y argentada
-luz, alumbra espléndidamente la planicie del desierto. La sombra de los
-dromedarios se agiganta sobre el suelo blanco y liso, y á lo lejos
-resuena el cavernoso rugir de un león.</i>)</p>
-</div>
-
-<p><span class="smcap">Baltasar</span> (acariciándose la nevada y luenga barba y moviendo la anciana
-cabeza á estilo del que vaticina).&mdash;No sé lo que me sucede desde que me
-puse de rodillas en el establo de Belén y saludé al Hijo de la Doncella,
-que me agita un espíritu profético, y siento descorrerse el velo que
-cubre los tiempos futuros. Este tributo de oro que ofrecí al Niño para
-reconocerle Rey, ¡cuántas y cuántas generaciones se lo han<span class="pagenum"><a name="page_118" id="page_118"></a>{118}</span> de rendir!
-Tributos percibirá, no como nosotros, días, meses y años, sino siglos,
-decenas de siglos, generación tras generación, y los percibirá de todo
-el universo, de toda raza y lengua, de nuevas tierras que se descubrirán
-para aclamar su nombre. El oro que le he presentado era poco; apenas
-llenaba el cofre de cedro en que lo traje; y ahora se me figura que se
-ha convertido en un mar de oro, y veo que al Niño se le erigen templos
-de oro, altares de oro labrado y cincelado, tronos de oro en torno de
-los cuales oscilan blancos flábulos de plumas con mango de oro, y que
-ciñe su cabeza una triple corona de oro macizo también, incrustada de
-diamantes y gemas preciosas. Olas de oro, fluyendo de los veneros de la
-tierra, corren á los pies del Niño: y lo más extraño es que el Niño los
-contempla con entristecida cara, y al fin esconde el rostro en el seno
-de su Madre. ¿Habré obrado mal, ¡oh sabios!, en presentarle oro? ¿No le
-agradará á la criatura celeste el símbolo de la autoridad real? Temo que
-mis dones no hayan sido aceptos y mi obsequio pareciese sacrílego.</p>
-
-<p><span class="smcap">Gaspar</span> (enderezándose sobre su montura, requiriendo la espada,
-frunciendo las cejas y echando chispas por los ojos).&mdash;Patriarca de los
-Magos, bien te lo pronostiqué. El nacido Rey de los judíos no es vil
-mercader que quiere atesorar riquezas sin cuento en los subterráneos de
-su morada. La codicia rebaja el alma y la hace pegajosa y grosera como
-la arcilla que, despreciándola, pisamos. Mi don es el único que<span class="pagenum"><a name="page_119" id="page_119"></a>{119}</span> pudo
-complacer al primogénito de la Virgen. Tú le trajiste oro, por monarca;
-yo mirra, por hombre. Hombre ha querido nacer, y el llamarse hombre será
-su mejor título. La mirra, amarga como el vivir y como el vivir sana y
-fortificante; he ahí lo que conviene á quien ha de realizar obra viril,
-obra de vigor y salud. ¿Creéis que se puede ser grande y noble y fuerte
-sin gustar el cáliz amargo? Aquí me tenéis á mí, ¡oh, sabios!: he
-combatido, he sufrido, he vencido monstruos, he lidiado con tentaciones
-horribles, me he visto mil veces en manos de mis enemigos y el soplo del
-martirio ha rozado mi sien. Pues sólo un día he llorado, y una gota de
-mi llanto, cayendo en el ánfora de la mirra, le prestó su tónica y
-sabrosa amargura y quizás su balsámico perfume. Yo también veo al Niño,
-Baltasar, pero le veo combatiendo, arrollando, venciendo, aplastando
-dragones, sometiendo á su yugo á la humanidad, sufriendo y regando con
-sangre una palma. Bien hice en traerle mirra.</p>
-
-<p><span class="smcap">Melchor</span> (tímidamente, con humildad profunda).&mdash;Yo no sé si habré
-acertado, y, sin embargo, por la alegría que me inunda, presumo que el
-Niño no rechaza mi don. Tú, venerable y doctísimo Baltasar, le
-obsequiaste con oro, considerándole Rey. Tú, indomable y valeroso
-Gaspar, le trajiste mirra, teniéndole por hombre. Yo, el último de
-vosotros, el más ignorante, el etiope de negra tez, le ofrecí unos
-granos de incienso, pues mi corazón le presentía Dios.</p>
-
-<p><span class="smcap">Baltasar</span> y <span class="smcap">Gaspar</span>, <i>atónitos</i>.&mdash;¡Dios!<span class="pagenum"><a name="page_120" id="page_120"></a>{120}</span></p>
-
-<p><span class="smcap">Melchor</span> (con fe y persuasión ardiente).&mdash;Sí, Dios. Ahora mismo, en medio
-de esta serena noche, sobre el limpio azul del cielo, he visto
-resplandecer su divinidad. Ahí están las naciones postradas á sus pies y
-redimidas por Él, y por Él igualados todos los hombres. Mi progenie, la
-obscura raza de Cam, ya no se diferencia de los blancos hijos de Jafet.
-Las antiguas maldiciones las ha borrado el sacro dedo del Niño. No le
-reconocéis así al pronto, porque es un Dios diferente de los Dioses que
-van á morir: no condena, ni odia, ni extermina; ama, reconcilia,
-perdona, y sólo con acercarme á Él noto en mi corazón una frescura
-inexplicable y en mi espíritu una paz que glorifica. Así que llegue á mi
-reino abriré las prisiones, licenciaré los ejércitos, condonaré los
-tributos, daré libertad á mis concubinas y me pondré desarmado en medio
-de la plaza pública á confesar mis yerros y á que mis enemigos, si lo
-desean, tomen venganza de mí.</p>
-
-<p><span class="smcap">Baltasar.</span>&mdash;Me dejas confuso, Melchor. Tu creencia se asemeja á la
-locura.</p>
-
-<p><span class="smcap">Gaspar.</span>&mdash;No te entiendo bien, Melchor. Tu creencia me parece afeminada,
-impropia de un Rey.</p>
-
-<p><span class="smcap">Melchor.</span>&mdash;No sé defenderla con razones. Hago lo que siento.</p>
-
-<p><span class="smcap">Baltasar.</span>&mdash;Mi dádiva era preciosa.</p>
-
-<p><span class="smcap">Gaspar.</span>&mdash;La mía era digna y noble.</p>
-
-<p><span class="smcap">Melchor.</span>&mdash;La mía expresa mi pequeñez y sólo significa adoración.</p>
-
-<p><span class="smcap">Baltasar.</span>&mdash;Reuniendo las tres en una, quizas<span class="pagenum"><a name="page_121" id="page_121"></a>{121}</span> obtendríamos algo que
-hiciese sonreir al prodigioso Niño.</p>
-
-<p><span class="smcap">Gaspar.</span>&mdash;No puede ser. ¿Dónde habrá un don que convenga al Rey, al
-Hombre y al Dios juntamente?</p>
-
-<div class="blockquot"><p>(<i>La luna brilla con claridad más suave, más misteriosamente dulce
-y soñadora. El desierto parece un lago de plata. Sobre el horizonte
-se destaca una figura de mujer bizarramente engalanada y ricamente
-vestida, hermosa, llorosa, con larga cabellera rubia que baja hasta
-la orla del traje. Lleva en las manos un vaso mirrino lleno de
-ungüento de nardo, cuya fragancia se esparce é impregna la ropa de
-los Magos y sube hasta su cerebro en delicados y penetrantes
-efluvios. Y los tres Reyes, apeándose y prosternados sobre el polvo
-del desierto, envidian, con envidia santa, el don de la pecadora
-Magdalena.</i>)</p></div>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_122" id="page_122"></a>{122}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_123" id="page_123"></a>{123}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="EL_ROMPECABEZAS" id="EL_ROMPECABEZAS"></a>EL ROMPECABEZAS</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>El niño es una de esas criaturas delicadas y precozmente listas, que se
-crían en las grandes poblaciones, privadas de aire, de luz, de
-ejercicio, de alimento sólido y sano, víctimas de las estrecheces de la
-clase media, más menesterosa á veces que el pueblo. Siempre limpito, con
-su pelo bien alisado, formal, dócil y reprimido naturalmente, Eloy no da
-en la casa quebraderos de cabeza. Verdad que si los diese, ¿cómo se las
-arreglaría para meterle en costura su infeliz mamá, viuda, sola y
-atacada de un padecimiento crónico al corazón? Precisamente la verdadera
-causa del buen porte y conducta de Eloy es esa vehemente y temprana
-sensibilidad que suele despertar en las criaturas el temor de hacer
-sufrir á un ser muy amado, de entristecer unos ojos maternales, de
-agravar una pena que adivinan sin poder medir su profundidad.</p>
-
-<p>Eloy estudiaba las lecciones al dedillo, porque<span class="pagenum"><a name="page_124" id="page_124"></a>{124}</span> su madre sonreía con
-descolorida sonrisa cuando le oía recitarlas de memoria; Eloy cuidaba
-mucho la ropa y el calzado, porque se daba cuenta de que su madre no
-tenía para comprar y reponer lo manchado ó roto; Eloy se recogía á casa
-al salir de la escuela, en vez de quedarse pilleando y haciendo
-demoniuras con sus compañeros, porque su madre se alegraba al verle
-volver, y el chiquillo, con la intuición del corazoncito cariñoso,
-olfateaba que la melancolía de mamá se aliviaba con su presencia, y que
-al enviarle á aprender, separándose de él por largas horas, realizaba un
-sacrificio.</p>
-
-<p>Recordaba Eloy, sin embargo, confusa y minuciosamente á la vez, como
-recuerdan los niños, tiempos recientes en que su madre no se quejaba, en
-que vivía gozosa. Es cierto que entonces un hombre joven, brioso,
-animado, de pisar fuerte y negros bigotes, vivía en la casa.&mdash;¡El
-papá!&mdash;Eloy asociaba su memoria á la de cabalgatas en las rodillas ó
-sobre la punta del pie, violentos besos en los carrillos, un simpático
-olor á cigarro fino, risas y juegos y humoradas como de otro muchacho...
-Después... el papá desaparecía, y la mamá tenía á toda hora los párpados
-hinchados y rojos. La casa se volvía callada y tristona, y Eloy sentía
-escrúpulos, recelos de jugar ó de pedir alto la merienda, porque le
-parecía estar dentro de una iglesia obscura ó de un sepulcro. Los
-conocidos que encontraba le hablaban en tono compasivo al preguntarle
-«si había noticias de papá, que estaba en la guerra» ¡En la guerra! Por
-el acento<span class="pagenum"><a name="page_125" id="page_125"></a>{125}</span> con que madre y amigos modulaban la frase, comprendía Eloy
-que la guerra era una cosa muy terrible, atroz, malísima. ¿Quizás en la
-guerra papá se podía morir? ¡Ah! ¡vaya si podía! Como que una tarde, al
-volver de la escuela, Eloy encontró a su madre con un síncope, á la
-criada hipando, á las vecinas del segundo que se lo llevaron y le
-atracaron de golosinas «para que no se impresionase, pobre pequeño...» Y
-al otro día mamá le reclamó, le abrazó silenciosa, sin verter una
-lágrima, y le vistió de negro; traje entero, desde las medias hasta la
-boina... El muchacho no sabía definir, no acertaría á explicar en qué
-consistía la muerte, pero estaba seguro de que era algo espantoso, y que
-ese algo les impediría ya para siempre vivir contentos. Lloró á
-escondidas por no afligir más á su madre, y rezó las oraciones que
-sabía, muchas veces, «por el alma de papá». Desde entonces empezó á
-empollar firme las lecciones, á no hacer nada malo, á doblar la
-chaquetita antes de acostarse, á volver «al reloj» de la escuela, con
-los libros atados bajo el brazo. El alma de papá de seguro aprobaba tal
-proceder.</p>
-
-<p>Sin embargo, el chico más juicioso es chico al fin, y Eloy, como oyese
-en los primeros días del año las conjeturas de sus compañeros acerca de
-lo que traerían los Reyes, y los proyectos de zapatos colocados en la
-ventana ó la chimenea, no pudo menos de dar suelta á la imaginación.
-También él deseaba que los Reyes le trajesen algo... ¿Por qué no se lo
-habían de traer, señores? ¿No había sido bueno el año enterito?<span class="pagenum"><a name="page_126" id="page_126"></a>{126}</span> Si
-pusiese su zapato en el alféizar de la ventana, ¿era justo que el zapato
-amaneciese vano como avellana vieja?</p>
-
-<p>Afortunadamente, la misma idea de equidad se había abierto camino en el
-espíritu de la madre de Eloy. Ella, que jamás salía, que se ponía á
-morir en las escaleras, se echó á la calle la tarde del 5 envuelta en su
-modesto coleto de paño pasado de moda, y se detuvo en la tienda de
-juguetes. Cuando volvió á casa llevaba escondida una cajita plana de
-cartón. La escasez, al imponer el cálculo, destruye muchos gérmenes de
-poesía. ¡Qué no hubiese dado aquella madre por traer á su niño el fogoso
-caballo mecánico, la reluciente bicicleta, el caprichoso cinematógrafo,
-la locomotiva de vapor con ténder y vagón, raíles verdaderos y caldera
-de cobre! Pero ¡ay! eran caprichos de media onza, diez duros, quince, y
-el bolsillo se encogía aterrado... No, no; convenía que el regalo de los
-Santos Reyes Magos sabios y doctos no fuese una inutilidad, sino que
-coadyuvase á la instrucción del niño... Y la madre adquirió por módico
-precio un rompecabezas geográfico, nada menos que el mapa de España...
-Así Eloy, jugando, aprendería mejor lo que ya había dado pruebas de no
-ignorar, pues en geografía llevaba el número uno.</p>
-
-<p>Levantándose á media noche, dejó el huérfano su zapato entre la fría
-ceniza de la chimenea del gabinete, la única de la casa, encendida
-rarísima vez. Por la mañana saltó de la cama, descalzo y tiritando, á
-ver si los Reyes...<span class="pagenum"><a name="page_127" id="page_127"></a>{127}</span> ¡Sorpresa inolvidable! Sus majestades se habían
-dignado venir: allí estaba la dádiva, el obsequio... ¿Qué encerrará
-aquella cajita chata, tan mona con sus filetes dorados?... Eloy la cogió
-afanoso, se volvió á la cama blanda y tibia, y allí, con los brazos
-fuera y el tronco bien abrigado, desató la cinta y miró... ¡Anda,
-corcho! Los Reyes le habían traído un mapa... Como les constaba el
-comportamiento de Eloy, su costumbre de <i>sabérsela</i>... ¡De todos modos,
-un mapa! ¡Pch!... ¿No valía más un aristón ó una linterna mágica igual á
-la de Pepito Ponzano, que siempre la estaba refregando por las narices á
-los otros?... Empezó Eloy á reconciliarse con los Reyes, al averiguar
-que el mapita era de pedazos y se desbarataba y volvía á arreglarse... Y
-ya levantado, tomado el café caliente, mientras mamá se preparaba para
-ir á misa, Eloy se divirtió, armó y desarmó el país, barajó á España
-cien veces, revolviendo á Zaragoza con Valladolid y á Salamanca con
-Vigo...</p>
-
-<p>De pronto, meditabundo, interrumpió su tarea, é interrogó inquieto á su
-madre:</p>
-
-<p>&mdash;Mamá, te han engañado... El juguete está incompleto. Falta aquí mucha
-España. No encuentro la isla de Cuba. Ni á Puerto Rico... ¡Falta España!</p>
-
-<p>Arrasáronse los ojos de la madre, y se quedó parada, con el velito á
-medio prender. Por último, encogiéndose de hombros:</p>
-
-<p>&mdash;¡Esas tierras estaban tan lejos!&mdash;dijo.&mdash;Y ya no son de España,
-mira... Acierta el rompecabezas,<span class="pagenum"><a name="page_128" id="page_128"></a>{128}</span> porque... ya no son. ¡Allí murió tu
-padre...!</p>
-
-<p>Eloy calló: una tristeza mayor que las habituales, desmedida, que no
-cabía en el alma de un niño, pesó un instante sobre su pensamiento. Y
-con ademán expresivo apartó, rechazó el regalo de los Reyes.<span class="pagenum"><a name="page_129" id="page_129"></a>{129}</span></p>
-
-<h3><a name="EN_SEMANA_SANTA" id="EN_SEMANA_SANTA"></a>EN SEMANA SANTA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>A la cabecera del moribundo estaban Preciosa y Conrado, asistiéndole en
-sus últimos instantes, temblorosos como el criminal que sube las
-escaleras del cadalso. Y criminales eran&mdash;aunque criminales triunfantes
-y coronados por el ciego destino&mdash;Conrado y Preciosa. El que, después de
-largos sufrimientos, sucumbía en el cuarto impregnado de olores á
-medicinales drogas, entristecido por la luz amarillenta de la lamparilla
-que iba extinguiéndose al par que la vida del agonizante, era el esposo
-de Preciosa, el protector y bienhechor de Conrado; y para los que de
-común acuerdo le engañaron y ofendieron sus canas, no tuvo nunca aquel
-honradísimo viejo, generoso y confiado como un niño, más que palabras de
-dulzura y hechos de bondad y amor. Abierta siempre á Conrado su bolsa y
-su casa; abiertos siempre los brazos y el corazón para Preciosa, cuya
-juventud no quiso entristecer nunca con severidades<span class="pagenum"><a name="page_130" id="page_130"></a>{130}</span> de anciano y
-melancolías de enfermo, el infeliz tenía derecho á la gratitud y al
-respeto más tierno y grave..., ya que otros sentimientos vehementes no
-pueda inspirarlos la senectud. Y ahora se moría, se moría lentamente...,
-después de advertir á Preciosa que quedaba instituída su única heredera,
-y que, si no sentía repugnancia por Conrado, á quien él miraba como
-hijo, deseaba que ambos le prometiesen casarse á la terminación del
-luto.</p>
-
-<p>Cuando manifestó así su voluntad, en voz desmayada y flaca y apoyando
-sus manos ya frías en las manos febriles de Conrado y Preciosa, los dos
-se estremecieron, y sus ojos, como delincuentes que tratan de ocultarse
-y no saben dónde, vagaron por el suelo, cargados con el peso de la
-vergüenza. Preciosa, sin embargo, mujer y extremada en la pasión, fue la
-primera que recobró ánimos, y reaccionando violentamente, trató de
-atraer la mirada de Conrado y de pagarla con una débil sonrisa. Pero
-Conrado, como si sintiese picadura de víbora, se retiró al fondo de la
-alcoba, y dejándose caer en la meridiana, escondió entre las palmas el
-rostro. Un silabeo apenas perceptible del moribundo le llamó otra vez á
-la cabecera del lecho. «Conrado, mira, soy yo quien te lo ruega en este
-momento solemne... No dejes desamparada á Preciosa... Que sea tu mujer,
-y quiérela y trátala... como la quise yo... Siquiera por el día en que
-estamos..., dame palabra.» Y Conrado, balbuciente, sólo pudo barbotar:
-«La doy, la doy...» Lució una chispa de<span class="pagenum"><a name="page_131" id="page_131"></a>{131}</span> contento en las apagadas
-pupilas del moribundo; pero como si aquel esfuerzo hubiese agotado el
-poco vigor que le quedaba, cayó en un sopor, nuncio del fin. Tal fue la
-opinión del médico, que aconsejó se trajese la Extremaunción sin
-tardanza; pero al llegar el sacerdote con los santos óleos, no había
-calor vital en el cuerpo; Preciosa lloraba de rodillas, y Conrado,
-agitadísimo, paseaba desesperadamente arriba y abajo por el gabinete que
-precedía á la estancia mortuoria... El sacerdote, que salía, le tocó
-suavemente en el hombro.</p>
-
-<p>&mdash;No se aflija usted&mdash;dijo en tono afectuoso, confundiendo con un gran
-dolor aquel acceso de remordimiento agudo.&mdash;Las virtudes de este señor
-le habrán ganado un puesto en el cielo. Y después, la misericordia de
-Dios, ¡especialmente en el día en que estamos!...</p>
-
-<p>Era la segunda vez que esta frase resonaba en los oídos de Conrado; pero
-ahora resonó, más que en los oídos, en el alma. ¡La misma del moribundo!
-«El día en que estamos...» ¿Y qué día era? Conrado necesitó hacer
-memoria, reflexionar... Recordó de pronto; un relámpago hirió su
-imaginación fuertemente. El día era el Viernes Santo.</p>
-
-<p>Pocos instantes después de haberse retirado discretamente el sacerdote,
-que prometió volver á velar el cuerpo, acercóse Preciosa á Conrado de
-puntillas y quedó espantada de su actitud, del movimiento que hizo al
-verla tan próxima. ¡Qué desventura! Conrado ya no la quería; á Conrado
-le infundía horror desde que la<span class="pagenum"><a name="page_132" id="page_132"></a>{132}</span> muerte había penetrado allí...
-Adivinaba el estado de ánimo de su cómplice, y precaviendo el porvenir,
-aspiraba á disipar aquella nube de tristeza, aquella alteración de la
-conciencia impura. «Si esta noche vela el cadáver, se preocupará más; se
-grabará doblemente en su espíritu esta impresión terrible...» Una idea
-acudió á la mente de Preciosa, fértil en expedientes, atrevida&mdash;como
-hembra apasionada y resuelta á lograr su antojo.&mdash;Entró en la estancia
-mortuoria, y sobre el mueble incrustado, frente á la cama, buscó, entre
-otros frascos, el que contenía poderoso narcótico. Una gota calmaba y
-amodorraba; dos adormecían; tres ó cuatro producían ya un sueño largo,
-invencible, muy duradero, semi-letal... Al poco rato, Preciosa se acercó
-á Conrado nuevamente y le sirvió por su mano una taza de tila. «Bebe,
-estás nervioso.» Conrado bebió por máquina; apuró la calmante
-infusión... Cuando empezó á notar cierta pesadez incontrastable, le guió
-Preciosa á su propio cuarto, le reclinó en el amplio diván, revestido de
-raso y almohadillado de encaje, cubrióle con rico pañuelo de Manila, le
-abrigó con edredón ligero los pies, le puso almohadas finas bajo la
-nuca. «Duerme, duerme&mdash;pensó&mdash;y no despiertes hasta que esté fuera de
-casa <i>el otro</i>...»</p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>Conrado, entretanto, abría los ojos, sacudía el sueño de plomo que le
-había postrado, y se restregaba los párpados, notando que el sitio en
-que se encontraba no era el elegante dormitorio<span class="pagenum"><a name="page_133" id="page_133"></a>{133}</span> de su tentadora
-Preciosa, sino una calzada en cuesta, empedrada de losas rudas y anchas,
-sobre la cual caía á plomo un sol ardoroso y esplendente, como de
-primavera en país cálido. Miró en derredor. A sus pies se extendía una
-ciudad que le parecía conocer mucho: ¿dónde había visto él aquellas
-puntiagudas torres, aquellos extensos baluartes, aquel recinto
-fortificado, aquellas casas cónicas, aquel monumental templo, aquellas
-puertas angostas, sombrías, bajo las cuales cruzaban dromedarios y
-bueyes guiados por hombres de atezado cutis? La vestimenta de estos
-hombres también se le figuró á Conrado, aunque extraña, <i>vista</i> alguna
-vez, no en la realidad, sino en esculturas ó cuadros: como que era la
-indumentaria hebraica de la gente humilde en tiempo de Augusto&mdash;la
-<i>chituna</i> ó túnica ceñida, el <i>tallith</i> ó manto, el <i>sudaz</i> que rodea
-las sienes, el ceñidor que ajusta el ropaje, y los pies descalzos, ó
-metidos en gastadas sandalias de cuero.&mdash;Conrado pensó oir una voz
-persuasiva, salida quizás de lo íntimo de su ser, que murmuraba
-misteriosamente:</p>
-
-<p>&mdash;Esa ciudad es Jerusalén.</p>
-
-<p>¡Jerusalén! Conrado casi no se admiró. Jerusalén no era para él un lugar
-exótico. ¡En Jerusalén había pensado tantas veces! Desde niño, por el
-Nacimiento que preparaba su madre, se había familiarizado con
-Jerusalén... En Jerusalén tenía hogar su espíritu, su fe tenía casa
-propia. Lo único que sintió fue inmensa alegría... Imaginó volver de un
-largo destierro.<span class="pagenum"><a name="page_134" id="page_134"></a>{134}</span></p>
-
-<p>Un grupo de gente que se apiñaba en la puerta fijó la atención de
-Conrado. Instintivamente siguió al grupo. Por un camino que defendían á
-ambos lados setos de chumberas y que orlaban palmas y vides, rosales de
-Jericó é higueras ya cubiertas de hoja, dirigíase el grupo hacia áspero
-cerrillo, que destacaba sus líneas duras sobre el horizonte color de
-violeta. Bullía una muchedumbre en la colina; hormigueaban los de á pie,
-y se mantenían inmóviles sobre sus recios corceles los legionarios,
-cuyas lorigas y rodelas rebrillaban. Dominando la multitud, coronando la
-escena, erizando el cerro, se erguían tres cruces negras, sobre las
-cuales parecían estatuas de pórfido rosa, desde lejos, los cuerpos de
-los tres ajusticiados...</p>
-
-<p>Conrado, entonces, tampoco se asombró, tampoco se creyó juguete de un
-delirio. Al contrario: se penetró de que estaba asistiendo, no á un
-drama, á la representación de la verdad misma. Aquella escena, aquella
-triple crucifixión, y sobre todo una de las cruces, la llevaba él dentro
-desde los primeros días de la niñez. Si había sufrido, era cuando,
-teniéndola en sí, no podía verla ni contemplarla; cuando se le
-desvanecía, como se desvanece el rostro de una persona querida al querer
-reconstruirlo cerrando los ojos... ¡Qué felicidad, poseer de nuevo la
-visión&mdash;clara, concreta, firme, indubitable&mdash;de <i>la Cruz</i>; no una cruz
-de oro, plata ni bronce, sino la Cruz viva, el madero al punto en que lo
-calienta el calor del Cuerpo divino y lo empapa la Sangre redentora!
-Conrado, sin<span class="pagenum"><a name="page_135" id="page_135"></a>{135}</span> aliento, de tan aprisa como iba, seguía al grupo, subiendo
-la agria cuesta, hollando el seco polvo y los abrojos espinosos del
-siniestro Gólgota, salpicado de blancos huesos humanos que calcinaba el
-sol... Su afán era colocarse cerca de la Cruz, ver la cara del Salvador
-en la suprema hora.</p>
-
-<p>Era difícil la empresa. Bullía cada vez más compacta la muchedumbre.
-Como sucede en sueños, á cada obstáculo que Conrado lograba vencer,
-surgían otros mayores, insuperables. Nadie le quería abrir paso.
-Pastores de la sierra, tratantes y tenderillos de la ciudad, mujeres
-harapientas con niños famélicos en brazos, fariseos altaneros, esenios
-pálidos y compadecidos, hijas de Jerusalén, modestas burguesas que
-bajaban los ojos llenos de lágrimas al ver las torturas del Maestro, y
-por último, los soldados á caballo, enhiesta la lanza, se atravesaban
-para impedir que nadie salvase el círculo de cuerda y estacas que
-rodeaba los patíbulos. Conrado suplicaba, cerraba los puños, quería
-infiltrarse, llegar hasta la cruz central, más alta que las otras, donde
-colgaba Jesús; quería verle vivo, antes del momento en que, doblando la
-cabeza, exclamase: «Todo se acabó.» Una angustia profunda se apoderaba
-de Conrado. ¿Lo conseguiría cuando ya el Salvador hubiese muerto? Y
-bañado en sudor, anhelante, afanoso, corría, corría en dirección á la
-cima del cerro, que siempre se le figuraba más distante.</p>
-
-<p>Sus ojos divisaron entonces á una mujer abrazada al árbol mismo de la
-Cruz; y sin reparar<span class="pagenum"><a name="page_136" id="page_136"></a>{136}</span> que la mujer estaba casi desvanecida de congoja,
-fijándose sólo en que á aquella mujer <i>también la conocía</i>, gritó con
-esfuerzo:</p>
-
-<p>&mdash;¡María, María de Nazareth!, alárgame la mano, que quiero llegar hasta
-tu hijo.</p>
-
-<p>Y María de Nazareth, temblorosa, con los ojos inflamados, trágica la
-actitud, se adelantó, alargó la mano, cubierta por un pliegue del manto,
-y Conrado, inmediatamente, se halló al pie del madero, tan cerca, que el
-ruido del afanoso resuello del moribundo se le figuraba un huracán. Sin
-embargo, pensó con gozo:</p>
-
-<p>&mdash;¡Vive! ¡Vive! ¡Puede escucharme todavía!</p>
-
-<p>Y alzando la frente, doblando las rodillas, poniendo la boca sobre el
-palo ensangrentado, cerca de los sagrados pies, Conrado suspiró:</p>
-
-<p>&mdash;¡Jesús, Jesús, no me abandones!...</p>
-
-<p>Y ¡oh asombro!; una voz dulce, empapada en lágrimas, respondió desde
-arriba:</p>
-
-<p>&mdash;Tú eres el que me abandonaste hace años, Conrado. ¿No te acuerdas?</p>
-
-<p>Profundo sacudimiento experimentó Conrado. Un agudo cuchillo de pena, de
-contrición, se clavó en su pecho. Miró hacia lo alto con ansia: Jesús ya
-había inclinado la cabeza; el sol se velaba tras negrísima nube; la
-tierra se estremecía convulsa; á las plantas de Conrado se abrió una
-grieta horrible, casi un abismo... y el pecador, atónito, cayó con la
-faz contra el polvo y las rocas descarnadas...</p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>Al despertarse Conrado de su largo sueño artificial, Preciosa estaba
-allí, vestida de negro,<span class="pagenum"><a name="page_137" id="page_137"></a>{137}</span> pero linda, fresca, reposada, espiando el
-instante de estrechar en sus brazos al durmiente. Éste se incorporó,
-aturdido aún, sin darse cuenta de lo que le sucedía... Preciosa,
-sonriendo, quiso halagarle, ser para él la vida que renace al borde de
-una sepultura. Conrado, sin aspereza, la rechazó; y á paso mesurado,
-firme, sin tambalearse ya, despejada la cabeza, salió á la antecámara,
-abrió la puerta, la cerró de golpe y corrió á la calle... Una brisa
-suave acarició sus sienes. Era la mañana del Domingo de Resurrección.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_138" id="page_138"></a>{138}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_139" id="page_139"></a>{139}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="LA_ORACION_DE_SEMANA_SANTA" id="LA_ORACION_DE_SEMANA_SANTA"></a>LA ORACIÓN DE SEMANA SANTA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>El último chá de Persia, que, según nadie ignora, murió á manos de un
-fanático, tuvo en su historia una página de muy pocos conocida, y yo la
-ignoraría también á no referírmela una viajera inglesa, de esas mujeres
-intrépidas é infatigables que registran con emoción y curiosidad los más
-apartados confines del planeta. Cómo se las arregló miss Ada Sharpthorn
-(que así se llama la inglesita) para obtener la confianza y casi la
-privanza del chá, y penetrar en la cerrada magnificencia de su palacio y
-conocer íntimamente á sus allegados, áulicos, cortesanos y generales, es
-punto de difícil investigación; pero seguramente, al aspirar á este
-resultado, no se valió miss Ada de ningún medio reprobable, pues
-compiten en esta valiente exploradora la decencia y pulcritud de las
-costumbres con la austeridad del criterio moral y la delicadeza de la
-conducta. Si miss Ada gozó privilegios desconocidos en Persia, debe
-atribuirse<span class="pagenum"><a name="page_140" id="page_140"></a>{140}</span> á la tenacidad que sabe desplegar la raza anglo-sajona para
-conseguir sus propósitos&mdash;tenacidad que va haciendo á esa raza dueña del
-mundo.</p>
-
-<p>Contóme miss Ada el episodio que voy á narrar la tarde del Jueves Santo,
-mientras recorríamos las calles de Avila visitando Estaciones. En
-aquellas calles que todavía recuerdan por varios estilos la Edad media
-española, el nombre de Persia sonaba como el de un país fantástico, de
-juglaresca leyenda ó de romance tradicional; costaba trabajo admitir que
-existiese. Quizás la misma <i>irrealidad</i> de Persia en la pacífica
-atmósfera de la ciudad teresiana, acrecentó el interés de los extraños
-recuerdos de viaje que evocaba miss Ada, y que intentaré trasladar al
-papel sin alterarlos.</p>
-
-<p>«Nasaredino&mdash;empezó la inglesa&mdash;era un monarca absoluto, á quien sus
-vasallos llamaban <i>sombra de Dios</i>, y que disponía de haciendas y vidas,
-con dominio incondicional. No sé si ahora se habrá modificado el régimen
-interior de Persia; entonces&mdash;y son épocas bien recientes&mdash;no había allí
-más ley que la omnímoda voluntad de Nasaredino. Para mayor desventura de
-sus súbditos, el chá no conocía el cristianismo, ó por mejor decir, no
-quería conocerlo, ni permitía que se propagase en sus Estados opinión
-alguna que se apartase del código de Mahoma. Quizás comprendía que
-Cristo nuestro Señor es el verdadero enemigo de los déspotas, y que la
-libertad y la dignidad humana tuvieron su cuna en el humilde establo de
-Belén.<span class="pagenum"><a name="page_141" id="page_141"></a>{141}</span></p>
-
-<p>»Esta misma intransigencia del chá con nuestra santa religión me incitó
-á probar si le atraía al terreno de la controversia, á fin de combatir
-sus errores. Aprovechando la rara amabilidad con que me acogía, me
-dediqué á catequizar á Nasaredino, y buscando el flaco de su orgullo,
-comencé por pintarle la gloria y prosperidad de naciones cristianas como
-Francia y la Gran Bretaña, superiores en las mismas artes de la guerra á
-las naciones sujetas al fanatismo musulmán. Mis argumentos parecían
-hacer mella en el monarca; á veces le ví quedarse pensativo, acariciando
-la negrísima y puntiaguda barba, con los rasgados ojos de pestañas de
-azabache fijos en el punto imaginario de la meditación. No era un necio;
-ciertas ideas le movían á reflexionar; ciertos problemas se le imponían
-á pesar suyo, al través de su oriental indolencia y su soberbia de dueño
-absoluto de muchos millones de seres racionales.&mdash;Despaciosamente, en
-correcto inglés, solía, transcurrido un rato, contestarme, no sin alguna
-inflexión de desprecio en su voz grave y bien timbrada:</p>
-
-<p>&mdash;»Jamás me convenceré de que sean heroicas y viriles naciones que se
-postran ante un Dios humilde, muerto en un suplicio afrentoso. El gran
-atributo de Dios es <i>el poder</i> y <i>la fuerza</i>. La única explicación que
-encuentro á ese enigma es que vuestras naciones se llaman cristianas sin
-serlo realmente, y cuando funden cañones y botan al agua barcos
-blindados, niegan á su Dios con los hechos, aunque le reconozcan con la
-palabra. Y porque lo niegan han logrado<span class="pagenum"><a name="page_142" id="page_142"></a>{142}</span> el predominio que ejercen. Si
-se atuviesen á la letra de su fe, como nos atenemos nosotros á la
-nuestra, nosotros les pondríamos la planta del pie sobre la garganta.</p>
-
-<p>»Al hablarme así Nasaredino, dejábame confusa. Pertenezco á las <i>Ligas</i>
-del desarme y de la paz universal, y confío más en la energía del amor y
-de la fraternidad, que en todos los ejércitos de Europa reunidos. Mas
-¿cómo hacer entender la verdad á un bárbaro, y á un bárbaro que se cree
-un semidiós? Sin embargo, lo intenté. A mi manera, empleando los
-razonamientos que me sugirió la convicción, le dí á entender que la
-misma fuerza material necesita fundarse en la moral, y que sin base de
-derecho y razón se derrumba toda soberanía. Y pasando á tratar de
-nuestro Dios, le afirmé que precisamente el haber sufrido y muerto como
-murió fue esplendorosa muestra de su sér divino. El chá, moviendo la
-cabeza, me contestó entonces esta atrocidad:</p>
-
-<p>&mdash;»De esa misma manera que pereció tu Profeta, sucumbe todos los días
-alguno ó muchos de mis vasallos. Y ni aun así conseguimos acabar con la
-perniciosa secta de los <i>babistas</i>, cuyas doctrinas se asemejan á las de
-vuestros Evangelios.</p>
-
-<p>»Lo confieso&mdash;exclamó miss Ada al llegar á este punto:&mdash;tan horrible
-declaración me trastornó, y estuve á pique de prorrumpir en invectivas
-contra el tirano. Me reprimí trabajosamente, y Nasaredino, de pronto,
-como si se hubiese olvidado del giro de la conversación, me<span class="pagenum"><a name="page_143" id="page_143"></a>{143}</span> anunció que
-al día siguiente se verificaría una representación teatral en los
-jardines de palacio, y que me convidaba á ella.</p>
-
-<p>»Son estas funciones dramáticas espectáculo favorito de los persas, y
-todos los viajeros las describen: se celebran de noche, á la luz de los
-farolillos y linternas y de las hachas encendidas, y el telón de fondo
-lo da hecho la naturaleza: una cortina de árboles, un macizo de flores,
-una fuente, un ligero kiosco, constituyen la decoración. Habituada á
-asistir á tales funciones, me sorprendió, sin embargo, el aspecto del
-escenario y el golpe de vista del concurso. En primer término, sillones
-para el chá y los altos dignatarios: detrás, la servidumbre, la multitud
-de funcionarios y parásitos que pululan en el palacio infestando sus
-galerías, claustros, patios y salones. A la izquierda, una especie de
-tribuna ó palco cerrado por rejas de madera dorada y pintada de
-colorines&mdash;desde el cual presenciaban la función, ocultas á los ojos de
-todos, las esposas de Nasaredino.&mdash;Con extrañeza noté que no se había
-invitado á ningún diplomático; la única extranjera, yo. Mi sillón,
-colocado muy cerca, aunque un poco atrás del soberano, era un puesto
-altamente honorífico.</p>
-
-<p>»Al empezar la representación, desde las primeras escenas, percibí un
-estremecimiento. Yo no podía entender el idioma en que se expresaban los
-actores, y que es una especie de dialecto persa muy literario y
-arcaico&mdash;el habla misma, bella y sonora, que empleó el poeta<span class="pagenum"><a name="page_144" id="page_144"></a>{144}</span>
-Firdusi;&mdash;pero aun sin inteligencia de las palabras, me parecía darme
-cuenta del sentido, y hasta creía que era familiar para mí, como algo
-que hubiese escuchado mil veces, y otras tantas llevado en mi corazón.
-Las escenas del drama me recordaban cosas íntimas, vistas, por decirlo
-así, al través de un vidrio turbio y roto que desfiguraba los objetos,
-alterando sus colores y rasgos sin ocultarlos enteramente.&mdash;Al final del
-primer acto (llamémosle así; la transición consistía en extender un
-riquísimo paño por delante del escenario, y dejarlo caer á los cinco
-minutos), y mientras nos presentaban amplias bandejas cargadas de
-golosinas, refrescos y sorbetes, de súbito vi claro: el asunto del drama
-no era sino la vida de Jesucristo, interpretada á estilo persa.</p>
-
-<p>»Se apoderó de mí una tristeza involuntaria. Temía una profanación, una
-burla, cualquier desmán que hiriese mis sentimientos, y hasta que
-pudiese obligarme á faltar al respeto al monarca levantándome y
-retirándome. En voz baja le pregunté si creía que me sería posible
-permanecer allí; y el chá, con lenta inclinación de cabeza, me
-tranquilizó; después, volviéndose hacia mí, murmuró seriamente, con toda
-su oriental majestad:</p>
-
-<p>&mdash;»No temas ofensa alguna para tu fe, ni para tu gran Profeta.</p>
-
-<p>»En efecto, las páginas principales de la sagrada Vida iban
-desarrollándose más ó menos ingenua y peregrinamente interpretadas, pero
-con profundo sentido de veneración y de simpatía<span class="pagenum"><a name="page_145" id="page_145"></a>{145}</span> hacia el Salvador de
-los hombres. Jesús aparecía niño, jugando en el atrio del templo;
-después le veíamos predicar á las multitudes; presenciábamos la
-tentación en la Montaña, el diálogo con Eblis, genio del mal, y por
-último, en el tercer acto, penetrábamos de lleno en el drama de la
-Pasión, al ser preso Jesús en el Huerto, no sin que se trabase ruda y
-encarnizada batalla entre los discípulos y los sayones, que todos iban
-armados hasta los dientes, con kanjiares, puñales, pistolas inglesas y
-espingardas, y dispararon hasta agotar la pólvora, siendo esta parte de
-la función, gracioso anacronismo, lo que más parecía entusiasmar al
-auditorio. Era indudable que el papel de traidores lo desempeñaban los
-enemigos de Jesús, lo cual se traslucía hasta en el modo de vestirse y
-de caracterizarse los actores, siniestros y feroces, antipáticos de
-veras.</p>
-
-<p>»Al principiar el acto cuarto, que debía ser el último, el actor que
-desempeñaba el papel de Jesús apareció atado á una columna de jaspe, y
-empezó la escena de la flagelación, que desde el primer instante me
-crispó los nervios. Supuse que se trataba de un juego escénico, pero así
-y todo salté en el asiento, y me tapé los ojos con el pañuelo
-disimuladamente. Era el actor un hombre joven, como de unos veintiocho
-años, de noble tipo semítico; llevaba los negros cabellos crecidos y
-partidos en bucles, y en la escena de la tentación, dialogando con
-Eblis, había tenido acentos llenos de dignidad, de desdén y de dulzura,
-conmovedores hasta<span class="pagenum"><a name="page_146" id="page_146"></a>{146}</span> para los que no entendíamos los conceptos. Ahora,
-amarrado á la roja estela, con el torso desnudo y el rostro respirando
-un entusiasmo misterioso, una sed de sufrir, revelábase sin duda como
-trágico genial&mdash;tanta era la verdad de su ficción, la expresiva fuerza
-de su actitud.&mdash;Por lo mismo no quería verle: me conmovía demasiado. El
-silbido de las cuerdas y de los látigos rasgó el aire; escuché cómo
-sonaban al herir la carne viva, y hasta oí un sofocado gemido, que
-semejaba involuntario... Y la voz del chá, su acento de mando, grave y
-sin embargo cortés, me obligó á atender á pesar mío, diciéndome en
-inglés, con irónica entonación:</p>
-
-<p>&mdash;»No te niegues á mirar. Lo que sucede ahí no es farsa, sino la
-realidad misma. Persuádete de lo fácil que es padecer resignadamente y
-hasta con gozo. El papel de tu Profeta lo está desempeñando á lo vivo y
-sin protestar un <i>babista</i> condenado á muerte... Ya le verás crucificar
-después.</p>
-
-<p>»El grito que exhalé debió de ser terrible; como que se detuvieron los
-verdugos, y Nasaredino me fulminó una ojeada severa, tétrica, imponente.
-Otra mujer se hubiese acobardado; pero una inglesa, en caso tal, saca de
-su orgullo de raza y de su cristianismo fuerza bastante para no
-arredrarse aunque se le viniese encima el mundo. No sé lo que dije al
-chá: primero creo que le anuncié una cruzada de las naciones civilizadas
-contra sus reinos y su poder, y le vaticiné venganzas humanas y cóleras
-del cielo; mas como el tirano permaneciese impasible y<span class="pagenum"><a name="page_147" id="page_147"></a>{147}</span> aún firme y
-aferrado á su crueldad, una inspiración me sugirió que la causa de Jesús
-ha de sostenerse por medio de la piedad y de las lágrimas, y arrojándome
-de súbito á los pies de Nasaredino, cogiendo sus manos llenas de anillos
-magníficos, las besé, las mojé con llanto, las sujeté, las apreté, hasta
-que una voz, á mi parecer descendida del cielo, murmuró casi en mis
-oídos:</p>
-
-<p>&mdash;»Levántate, extranjera. Serás complacida. Te regalo la vida de ese
-perro.</p>
-
-<p>»No sé lo que respondí. Debieron de ser extremos de júbilo tales, que el
-grave y pálido rostro del chá se iluminó con una fugitiva sonrisa, y su
-mano derecha, salpicada de mi lloro, que resplandecía sobre las sortijas
-de piedras, se extendió en imperativo ademán, comprendido
-instantáneamente por los que torturaban al desdichado, ya cubierto de
-sangre. No era sólo la vida, era la libertad lo que le otorgaba aquel
-gesto mudo, y en el exceso de mi alegría, echéme á llorar otra vez...»</p>
-
-<p>Al llegar aquí guardó silencio la inglesa, y yo sólo acerté á preguntar:</p>
-
-<p>&mdash;¿Y qué fue del hombre á quien usted salvó?</p>
-
-<p>&mdash;Ese hombre...&mdash;balbuceó miss Ada,&mdash;dos años después... asesinó á
-Nasaredino... ¡Sí, el mismo, el perdonado!... Ya ve usted cómo no hay en
-el mundo sino una verdad, que es la verdad de Jesús... Para un
-cristiano, sería sagrado el hombre que supo perdonar, siquiera una vez.
-Y yo, desde entonces, particularmente estos días de Semana Santa, rezo
-siempre<span class="pagenum"><a name="page_148" id="page_148"></a>{148}</span> por el que me regaló una vida; imploro á Dios como imploré al
-rey absoluto, que al fin me escuchó y se ablandó... Tal vez sea una
-ilusión rezar por Nasaredino, pero ilusión que me consuela.</p>
-
-<p>&mdash;Y por el matador, ¿no reza usted?&mdash;interrogué cuando nos detuvimos
-ante el bello pórtico de la catedral.</p>
-
-<p>&mdash;¡También debo hacerlo!&mdash;exclamó miss Ada después de vacilar un
-instante.<span class="pagenum"><a name="page_149" id="page_149"></a>{149}</span></p>
-
-<h2><a name="CUENTOS_DE_LA_PATRIA" id="CUENTOS_DE_LA_PATRIA"></a>CUENTOS DE LA PATRIA</h2>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<h3><a name="VENGADORA" id="VENGADORA"></a>VENGADORA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>En aquellos días de angustia y de zozobra, surcados por relámpagos de
-entusiasmo á los cuales seguía el negro horror de las tinieblas y la
-fatídica visión del desastre inmenso; en aquellos días que, á pesar de
-su lenta sucesión, parecían apocalípticos, hube de emprender un viaje á
-Andalucía, adonde me llamaban asuntos de interés. Al bajarme en una
-estación para almorzar, oí en el comedor de la fonda, á mis espaldas,
-gárrulo alboroto. Me volví, y ante una de las mesitas sin mantel en que
-se sirven desayunos, vi de pie á una mujer á quien insultaban dos ó tres
-mozalbetes, mientras el camarero, servilleta al hombro, reía á
-carcajadas. Al punto comprendí; el marcado tipo extranjero de la viajera
-me lo explicó todo. Y sin darme cuenta de lo que hacía, corrí á situarme
-al lado de la insultada, y grité resuelto:</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué tienen ustedes que decir á esta señora? Porque á mí pueden
-dirigirse.<span class="pagenum"><a name="page_150" id="page_150"></a>{150}</span></p>
-
-<p>Dos se retiraron tartamudeando; otro, colérico, me replicó:</p>
-
-<p>&mdash;Mejor haría usted, barajas, en defender á su país que á los espías que
-andan por él sacando dibujos y tomando notas.</p>
-
-<p>Mi actitud, mi semblante, debían de ser imponentes cuando me lancé sobre
-el que así me increpaba. La indignación duplicó mis fuerzas, y á
-bofetones le arrollé hasta el extremo del comedor. No me formo idea
-exacta de lo que sucedió después: recuerdo que nos separaron, que la
-campana del tren sonó apremiante avisando la salida, que corrí para no
-quedarme en tierra, y que ya en el andén divisé á la viajera entre un
-compacto grupo que me pareció hostil; que me entré por él á codazos, que
-la ofrecí el brazo y la ayudé para que subiese á mi departamento; que ya
-el tren oscilaba, y que al arrancar con brío escuché dos ó tres
-silbidos, procedentes del grupo...</p>
-
-<p>Sólo entonces acudió la reflexión; pero no me arrepentí de mis arrestos,
-y únicamente me pregunté por qué había metido en mi departamento á la
-viajera, causa del conflicto. ¿Para protegerla mejor quizás?... ¿Quizás
-para hablar con ella á mis anchas y esclarecer mis dudas, averiguando
-si, en efecto, era una traidora enemiga? Lo primero que hice fue
-examinarla despacio, mientras ella se acomodaba y colocaba su raído
-saquillo en la red. Anglo-sajona, saltaba á la vista: la marca étnica no
-podía desmentirse. Carecía de belleza: sus facciones sin frescura, sus
-ojos amarillentos, su cuerpo desgarbado,<span class="pagenum"><a name="page_151" id="page_151"></a>{151}</span> su talle plano, la quitaban
-toda gracia, perturbadora. Y para que me sedujese menos, bastó el
-movimiento que hizo al volverse hacia mí y tenderme virilmente una mano
-huesuda y rojiza, que estrechó la mía, sacudiéndola. Con voz, eso sí,
-muy timbrada y dulce, la extranjera pronunció:</p>
-
-<p>&mdash;Gracias, señor; mil gracias.</p>
-
-<p>Confuso, disculpé mi rasgo:</p>
-
-<p>&mdash;Yo no podía consentir aquella barbaridad. De seguro que usted no es
-espía, señora; acaso ni es usted americana siquiera. Inglesa, ¿verdad?</p>
-
-<p>&mdash;¡Ah! No, señor. Soy, en efecto, yanqui.</p>
-
-<p>Y al notar que me estremecía, añadió alzando el brazo y cogiendo su
-saquillo:</p>
-
-<p>&mdash;Pero no soy espía. Vea mi álbum y mis dibujos.</p>
-
-<p>Hojeé el álbum. Estaba atestado de apuntes arquitectónicos y croquis de
-tipos pintorescos: una ventana florida, una reja salomónica, un
-borriquillo, un paleto...</p>
-
-<p>&mdash;¿Es usted artista?</p>
-
-<p>&mdash;Muy poco... mera afición... Por mi oficio soy <i>tipógrafo</i>. Trabajo...
-es decir, trabajaba en una imprenta de Boston... Ahora no sé qué haré.</p>
-
-<p>Mi curiosidad se inflamó. Adiviné un misterio, y me prometí aclararlo.
-La voz de mi protegida tenía tan blandas inflexiones, sus pupilas
-estaban tan húmedas de gratitud al encontrarse con las mías, que pensé:
-«Por un momento eres dueño de esta mujer. Aprovecha este instante y
-sorprende su alma, desdeñando el barro que<span class="pagenum"><a name="page_152" id="page_152"></a>{152}</span> la envuelve; es más gloriosa
-siempre una conquista del espíritu.» Con diplomacia suma, murmuré
-inclinándome:</p>
-
-<p>&mdash;No. Temo que crea usted que quiero cobrarme de tan insignificante
-servicio como el que tuve la suerte de prestarla...</p>
-
-<p>La extranjera calló; pero un tinte rosado, vivo, fluído, se esparció por
-su marchito rostro, embelleciéndolo... Era un arrebol de alegría, de
-ilusión, de agradecimiento pasional ante frases de galante respeto que
-acaso por vez primera resonaban en sus oídos. La vi llevarse la mano al
-corazón, y, fingiéndome distraído, noté que me miraba de un modo
-expresivo, afanoso. La voz de plata se elevó conmovida:</p>
-
-<p>&mdash;Pues prefiero contarle lo que me pasa, si no le molesta... Tal vez,
-después de oirme, ya no me tendrá nunca por una espía.</p>
-
-<p>Solícito y demostrando rendimiento me acerqué, no sin arrojar antes el
-cigarro que acababa de encender en aquel instante.</p>
-
-<p>&mdash;No soy espía&mdash;declaró ella lentamente&mdash;y no puedo serlo, porque
-detesto el sentimiento patriótico, opuesto á la fraternidad universal.
-La guerra entre naciones... la repruebo. ¡Los pobres luchando y
-muriendo... los poderosos recogiendo el honor y el fruto...! Sin
-embargo, señor... á esa gente que me insultaba, la perdono; comprendo su
-ceguedad; casi admiro su furia... ¿Qué pensarían, si supiesen...?</p>
-
-<p>Aquí se detuvo, y apoyando uno de sus dedos huesudos sobre los labios,
-me recomendó discreción acerca de lo que iba á revelar.<span class="pagenum"><a name="page_153" id="page_153"></a>{153}</span></p>
-
-<p>&mdash;Si supiesen... que vengo trayendo un ramo de oliva al través del
-Atlántico... á proponer la alianza de los oprimidos y los miserables de
-allá á los de aquí! Mi conocimiento del español, debido á que pasé años
-de mi niñez en Méjico, hizo que me escogiesen para esta misión... He
-explorado el terreno en las comarcas obreras y mineras...</p>
-
-<p>Después de breve pausa, prosiguió:</p>
-
-<p>&mdash;Va usted á oir una cosa rara... En España casi he perdido la fe, <i>mi
-fe</i>... No veo la urgencia de ciertas medidas que <i>allá</i> aplicaremos
-inmediatamente, antes que crezca el monstruo del militarismo y la fuerza
-nos subyugue. Aquí no existen esas horribles desigualdades, esas
-colosales desproporciones entre la suerte de los hombres. Aquí no noto
-la tiranía del dinero ni la insensatez del gastar y del gozar, basada en
-la brutalidad ciega del millón de millones. Aquí no hay Cresos que, como
-nuestro Rockfeller... ¿no sabe usted? el rey del petróleo... ó Astor, el
-rey de las minas... sudan oro y se burlan de Dios... En nuestro país
-domina la abominación de la riqueza... se alza el ídolo de metal... y
-allí, y no aquí, es donde la justicia debe hacer su oficio... ¡Y
-justicia haremos! ¡Se lo prometo á usted! ¡Y pronto! ¡Ah! ¡España! Yo la
-adoro... Es muy pobre, muy noble, muy simpática, muy sencilla... ¡Nada
-contra España! Este será mi consejo, señor... Aquí no he encontrado la
-miseria negra... No siento impulsos de destruir... ¡y soy tan feliz, tan
-feliz! ¡Si usted supiese...!<span class="pagenum"><a name="page_154" id="page_154"></a>{154}</span></p>
-
-<p>Irradiaban las pupilas de la sectaria, y su pecho liso y sin morbidez
-anhelaba, palpitaba de entusiasmo. Comprendí el error que había hecho
-confundir á la fanática de la humanidad con la fanática del patriotismo,
-á la <i>insatisfecha</i> con la espía. Entretanto el tren avanzaba, tragando
-estaciones, y caía voluptuosamente la bella tarde de Mayo; olor de
-hierbas y matas florecidas entraba por la ventanilla abierta, y ya la
-luna, dibujando sobre el verde fino y el oro amortiguado del cielo su
-ligera segur de plata, añadía un toque poético á la deliciosa paz de la
-Naturaleza, indiferente á nuestras agitaciones y nuestras luchas, á los
-grandes dolores colectivos ó individuales... Mi compañera había
-enmudecido, y vuelta, contemplaba el paisaje: nos acercábamos al cruce;
-casi nos deteníamos... Ella se encaró conmigo, y exaltada, en pie ya
-para bajarse, repitió:</p>
-
-<p>&mdash;¡España! ¡Qué hermosa! ¡Vivir aquí... vivir aquí!</p>
-
-<p>En rápido é imprevisto arranque, sentí su cara pegada á la mía, el calor
-de sus mejillas halagando mi sién... Después empujó la portezuela, y al
-saltar al andén, siempre muy agarrada á su raído saquillo, todavía me
-gritó con la solemnidad de misteriosa promesa y el ceño fruncido por
-sombría amenaza:</p>
-
-<p>&mdash;¡Adiós... Vuelvo allá... vuelvo á mi tierra!<span class="pagenum"><a name="page_155" id="page_155"></a>{155}</span></p>
-
-<h3><a name="EL_CATECISMO" id="EL_CATECISMO"></a>EL CATECISMO</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Hasta las diez duraba la velada de familia, y Angelito regateaba siempre
-cinco minutos ó un cuarto de hora, refractario á acostarse, como todos
-los niños en la edad de seis á siete años, cuando empieza á alborear la
-razón. Mientras Rosario, la madre, cosía sin prisa, levantando de tiempo
-en tiempo su cabeza bien peinada, su cara sonriente, que la maternidad
-había redondeado y dulcificado por decirlo así, Carlos, el padre, daba
-lección al muchacho. «Si había de perder el tiempo en el café...» solía
-responder como excusándose, cuando los amigos, en la calle, le
-embromaban, soltándole á quemarropa: «Ya sabemos que te dedicas á
-maestro de primeras letras...»</p>
-
-<p>La verdad era que Carlos se había acostumbrado á la lección, á la
-intimidad dulce de las noches pasadas así, entre la mujer enamorada y
-contenta y el niño precoz, inteligente, deseoso de aprender. Fuera, la
-lluvia caía tenaz, el<span class="pagenum"><a name="page_156" id="page_156"></a>{156}</span> viento silbaba, ó la helada endurecía las losas
-de la calle; dentro, la lámpara alumbraba cariñosa al través de los
-rancios encajes de la pantalla, la chimenea ardía mansamente, y la
-atmósfera regalada y tranquila del gabinete se comunicaba á la alcoba
-contigua, nido de paz y de ternura, tan diferente de las sombrías y
-hediondas madrigueras donde solían agazaparse los amigotes de
-Carlos,&mdash;los mismos que se creían unos calaverones y se burlaban
-solapadamente del padre profesor de su hijo.</p>
-
-<p>Aquella noche Angelito estaba rebelde, distraído, desatento á la
-enseñanza. Al leer se había comido la mitad de las palabras, y obligado
-á volver atrás y repetir lo saltado, su vocecilla adquirió esos tonos
-irritados y chillones que delatan la cólera pueril. Al escribir hizo la
-trompeta con el hociquito, engarrotó el portaplumas, echó más de una
-docena de <i>calamares</i> en el papel, y por último estrelló la pluma en un
-movimiento precipitado, y la tinta saltó hasta la blanca labor de la
-madre, que exhaló un grito de sorpresa y enojo. Carlos miró á su mujer,
-y meneó la cabeza y se tocó la frente como significando: «No sé qué le
-pasa hoy á esta criatura.» Y Rosario, levantándose, cogió al rapaz en el
-regazo y le dirigió las inquietas interrogaciones maternales. «¿Qué
-tienes, vida? ¿Te duele algo? ¿Es sueño? ¿Es pupa aquí, aquí?» Y le
-acariciaba las mejillas y las sienes, tentando por si sorprendía el
-fuego de la calentura. ¡Enferma tan pronto un niño!</p>
-
-<p>No encontrando calor ni ningún síntoma<span class="pagenum"><a name="page_157" id="page_157"></a>{157}</span> alarmante, Rosario engrosó y
-endureció la voz.</p>
-
-<p>&mdash;Vas á ser bueno... Ya sabes que no me gustan los nenes caprichosos...
-El pobre papá se pondrá malito si le haces rabiar; después tienes tú que
-cuidarle á él y que llevarle las medicinas á la cama... Vamos, Angel, á
-concluir las lecciones; aún te falta por dar el Catecismo...</p>
-
-<p>Angel, sin responder, miraba fijamente á un rincón obscuro del cuarto.
-La contracción de su carita, la inmovilidad de sus ojos de un azul
-fluído y transparente, delataban una de esas luchas con ideas superiores
-á la edad, que devastan y maduran á la vez el tierno cerebro de los
-niños.</p>
-
-<p>&mdash;Mamá&mdash;respondió por fin muy despacio, como si hablase en sueños:&mdash;¿y
-el tío Alejandro, no viene nunca?</p>
-
-<p>La madre se estremeció. El recuerdo del hermano que estaba en la guerra
-con su regimiento la asaltaba también á Rosario muchas veces en medio de
-su ventura doméstica, y se la envenenaba con el temor de que á la misma
-hora en que ella descansaba entre limpias sábanas, cerca de unos brazos
-amantes, pudiese Alejandro yacer cara al sol, con el pecho taladrado y
-las pupilas vidriadas para siempre.</p>
-
-<p>&mdash;¿No viene nunca tío Alejandro, mamá?&mdash;repitió el chico con ese acento
-infantil que anuncia llanto.</p>
-
-<p>&mdash;Vendrá si Dios quiere, hijo mío&mdash;respondió la madre con rota voz,
-apretando contra el seno á la criatura.<span class="pagenum"><a name="page_158" id="page_158"></a>{158}</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Cuándo vendrá? Papá, ¿cuándo? ¿Vendrá esta semana, di?</p>
-
-<p>&mdash;No sé, querido&mdash;exclamó el padre.&mdash;A ver, la cartilla. Que es tarde,
-muñeco.</p>
-
-<p>&mdash;¿Pero cuándo? papá. ¿Por qué no lo sabes tú?</p>
-
-<p>&mdash;Porque hasta que se acabe la guerra, mi cielo... hasta que se acabe,
-tío Alejandro no puede venir.</p>
-
-<p>Los ojos de turquesa del niño se obscurecieron á fuerza de concentración
-y de ímprobo trabajo para entender.</p>
-
-<p>&mdash;¿Cómo es la guerra?&mdash;exclamó por último.</p>
-
-<p>&mdash;Pelear unos contra otros, á ver quién gana.</p>
-
-<p>&mdash;¿Los buenos con los malos, papá?</p>
-
-<p>&mdash;Sí; los buenos con los malos.</p>
-
-<p>&mdash;Tío Alejandro es bueno&mdash;declaró Angel.&mdash;¿Y cómo pelean?</p>
-
-<p>&mdash;Con fusiles, con espadas, con cañones.</p>
-
-<p>El niño batió palmas.</p>
-
-<p>&mdash;Me has de llevar, papá. Me has de llevar.</p>
-
-<p>&mdash;¡Pobretín!&mdash;suspiró Carlos.&mdash;La guerra no es para chiquillos.</p>
-
-<p>&mdash;¿Es para hombres grandes?</p>
-
-<p>&mdash;Sí.</p>
-
-<p>&mdash;Y entonces, ¿por qué no estás tú en la guerra? Tú eres grande, grande.</p>
-
-<p>&mdash;Porque no soy militar&mdash;dijo el padre contrariado, algo mortificado,
-(como si aquellas palabras no las hubiese articulado una lengua de seis
-años,) y hablando para convencer.&mdash;Tío Alejandro es militar; ya sabes
-que vino á enseñarte<span class="pagenum"><a name="page_159" id="page_159"></a>{159}</span> el uniforme. Los militares estudian para eso, para
-defender á la patria...</p>
-
-<p>&mdash;La patria...&mdash;repitió el niño, impresionado por el tono enfático y
-grave con que Carlos pronunció la palabra.&mdash;La patria... ¿es aquí?</p>
-
-<p>&mdash;Aquí... ¿dónde?</p>
-
-<p>&mdash;En nuestra casita.</p>
-
-<p>&mdash;No... es decir, sí... Nuestra casa está en la patria, pero la patria
-es mucho más... son todas las casas que ves en el pueblo y en otros
-pueblos, ¡tantos, tantos! Y es además la tierra, y los bosques, y las
-aldeas, y Madrid, y todo...</p>
-
-<p>&mdash;¿Y las iglesias también?&mdash;murmuró Angel con el tono con que decía sus
-oraciones al acostarse.</p>
-
-<p>&mdash;También.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y la Virgen? ¿Mamá del cielo?</p>
-
-<p>&mdash;También la Virgen; sí, mamá del cielo es la patria.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y tío Alejandro quiere á la patria?</p>
-
-<p>&mdash;Ya ves&mdash;interrumpió Rosario sin ocultar la emoción que empañaba sus
-ojos.&mdash;El pobre tío la quiere mucho. Como que se expone á que le den un
-tiro y á morirse así, de pronto, figúrate tú. Reza, hijo mío, reza, para
-que no maten al tío.</p>
-
-<p>El niño calló, reflexionando laboriosa, casi dolorosamente.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y los que no van á la guerra no mueren nunca?&mdash;preguntó al fin,
-siguiendo el hilo de su temprana lógica.</p>
-
-<p>&mdash;También mueren.</p>
-
-<p>&mdash;Entonces quiero ir á la guerra cuando sea<span class="pagenum"><a name="page_160" id="page_160"></a>{160}</span> grande&mdash;declaró con energía
-el pequeñuelo.&mdash;Y quiero que tú vayas, papá. Al fin hemos de morir, ¿no?
-Pues morir por eso... por eso... Por mamá del cielo, ¡por la patria!</p>
-
-<p>Un silencio siguió á las palabras del niño. Los padres se miraban,
-mudos, penetrados de un respeto extraño, como si la voz del inocente
-viniese de otras regiones, de más arriba. Y al cabo de unos instantes,
-Carlos dijo á su mujer:</p>
-
-<p>&mdash;Acuéstale. Son las diez largas.</p>
-
-<p>&mdash;¿Y la lección del Catecismo?</p>
-
-<p>&mdash;Hoy ya la ha dado&mdash;respondió el padre, besando á Angel con ardor sobre
-el nacimiento de la rubia melena.<span class="pagenum"><a name="page_161" id="page_161"></a>{161}</span></p>
-
-<h3><a name="EL_CABALLO_BLANCO" id="EL_CABALLO_BLANCO"></a>EL CABALLO BLANCO</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Allá en el primer cielo, en deleitoso jardín, Santiago Apóstol,
-reclinando en la diestra la cabeza leonina, de rizosa crencha color del
-acero de una armadura de combate, meditaba. Mostrábase punto menos
-caviloso y ensimismado que cuando, después de bregar todo el día en su
-oficio de pescador en el mar de Tiberiades, vió que ni un solo pez había
-caído en sus redes; sólo que entonces el consuelo se le apareció con la
-llegada del Mesías y la pesca milagrosa. Ahora&mdash;aunque en tiempos de
-pesca estamos&mdash;el hijo del Zebedeo, mirando hacia todas partes, no
-adivinaba por dónde vendría la salvación, siquier milagrosa, de los que
-amaba mucho.</p>
-
-<p>Frente al Patrono, en mitad del campo, se elevaba un árbol gigantesco,
-de tronco añoso, rugoso, de intrincado ramaje, pero casi despojado de
-hoja, y la que le quedaba, amarillenta y mustia. Infundía respeto, no
-obstante su decaimiento, aquel coloso vegetal; á pesar de que<span class="pagenum"><a name="page_162" id="page_162"></a>{162}</span> no pocos
-de sus robustos brazos aparecían tronchados y desgajados, conservaba
-majestuoso porte; su traza secular le hacía venerable; convidaba su
-aspecto á reflexionar sobre lo deleznable de las grandezas. De las ramas
-del árbol colgaban innúmeros trofeos marciales. Petos, golas, cascos,
-grebas y guanteletes, con heróicas abolladuras y roturas causadas por el
-hendiente ó el tajo, espadas flamígeras sin punta y lanzas astilladas y
-hechas añicos; rodelas con arrogantes empresas; albos mantos que blasona
-la cruz bermeja, trazada al parecer con la caliente sangre de una
-herida; yataganes cogidos á los moros; turbantes arrancados en unión con
-la cabeza; banderas gallardas con agujeros abiertos por la mosquetería;
-el alquicel de Boabdil y la diadema pintorescamente emplumada de
-Moctezuma... Al pie del árbol, sujeto á él con fuerte cadena de hierro,
-se veía un sér hermosísimo, un corcel de batalla luminoso á fuerza de
-blancura: el Pegaso cristiano, aquel ideal bridón que galopaba al través
-de las nubes y descendía á traernos la victoria.</p>
-
-<p>Los ojos del Apóstol se fijaron en el caballo, cual si no le hubiese
-contemplado nunca. Notó la lumínica blancura del pelo, la fluída
-ligereza y ondulación delicada de las crines, el fuego de las pupilas,
-el aliento ardiente que despedían las fosas nasales, la delgadez de los
-remos, finos cual tobillo de mujer, la especie de electricidad que
-desprendía el cuerpo del generoso animal celeste. Con sólo advertir que
-le miraba su jinete de antaño, el caballo se estremeció, empinó<span class="pagenum"><a name="page_163" id="page_163"></a>{163}</span> las
-orejas, respiró el aire, hirió la tierra con el reluciente casco y
-pareció decir en lenguaje de signos: «¿Cuándo llega la hora? ¿Vamos á
-estar siempre así? ¿Por qué no me desatas? ¿Por qué no cruzamos otra vez
-entre lampos y chispas el firmamento rojo, el aire encendido de las
-campales batallas?»</p>
-
-<p>Levantóse el Apóstol guerrero y fué á halagar con las manos el lomo de
-su cabalgadura. Quería consolarla, quería calmar su impaciencia y no
-sabía cómo, pues él, glorioso veterano, también soñaba incesantemente
-renovar las proezas de otros días. Sin duda para acrecentarle el ansia y
-avivarle el recuerdo, aparecióse por allí un alma acabada de ingresar en
-el Paraíso, pues daba claras señales de no conocer los caminos, de
-hallarse como desorientada é incierta. Era el recién llegado de mediana
-estatura, moreno, avellanado y enjuto; rodeaban su tronco retazos de
-tela amarilla y roja, que apresuradamente igualaba en matiz la sangre
-fluyendo de varias mortales heridas. Santiago corrió hacia aquel
-valiente con los brazos abiertos, y el español, al ver ante sí al
-Apóstol de la patria, cayó de rodillas y le besó los pies con infinita
-ternura.</p>
-
-<p>&mdash;<i>Bonaerges</i>, hijo del trueno&mdash;murmuraba devotamente el español,&mdash;¿por
-qué nos has abandonado? En nuestro infortunio, confiábamos en ti.
-Esperábamos que hicieses vibrar sobre nuestros enemigos el rayo ó
-llovieses sobre ellos fuego celeste, como el que quisiste lanzar contra
-aquellos samaritanos que cerraban<span class="pagenum"><a name="page_164" id="page_164"></a>{164}</span> las puertas de su ciudad á Jesús.
-Mira, Santiago, adónde hemos llegado ya. Te lo diré con palabras de la
-Epístola que se lee el día de tu fiesta; hemos sido hechos espectáculo
-para las naciones, los ángeles y los hombres. Hemos venido á ser lo
-último del mundo. Y todo por faltarnos tú, Apóstol de los combates.
-Desata tu corcel, guíale al través del aire, ponte á nuestra cabeza. El
-caballo blanco olfatea la lid. ¿No oyes cómo relincha, deseoso de
-arrancar al grito de <i>cierra España</i>? Desciende, te esperan <i>allá</i>. Te
-aguarda la tierra que por ti se creyó invencible. El bridón quiere
-romper la cadena. ¡Santiago! ¡Buen Santiago! ¡Señor Santiago!</p>
-
-<p>Al oir tan apremiantes súplicas, el Apóstol se conmovía más. ¡Soltar el
-corcel blanco, salir al galope, esgrimir otra vez el acero llameante!
-¡Hacía tanto tiempo que lo anhelaba! No por su gusto permanecía en la
-inacción, con la montura amarrada al árbol y las armas colgadas del
-ramaje... Y alzando y consolando al español y apretándole contra su
-pecho, Santiago empezó á vendarle las heridas cruentas; hecho lo cual,
-llegóse al tronco y desató al blanco bridón, que, loco de júbilo al
-verse libre, al suponer que remanecían las aventuras de otros tiempos,
-agitó la cabeza, hizo flotar la crin, corbeteó gallardamente, y batiendo
-el polvo con sus bruñidos cascos, alzó una nubecilla de oro. Por su
-parte, el Patrón descolgaba la cota de malla y se la vestía, calábase el
-ancho sombrerón orlado de acanaladas conchas, afianzaba en los hombros
-el manto, embrazaba el escudo<span class="pagenum"><a name="page_165" id="page_165"></a>{165}</span> y ceñía el tahalí y la espada terrible.
-Entretanto, el español echaba al caballo la silla recamada de oro y le
-ponía el freno y el pretal incrustado de cabujones de pedrería. Y cuando
-ya el Apóstol trataba de afianzar el pie en el estribo de plata para
-saltar, he aquí que aparece, saliendo del vecino bosque, otro español,
-vestido de paño pardo, calzado con groseras abarcas, haciendo señas para
-que se detuviese el Apóstol. Este aguardó: en el villano de tez curtida
-y de rústico atavío, acababa de reconocer á San Isidro, pobrecillo
-jornalero laborioso, que en su vida montó más que jumentos cargados de
-trigo, porque los llevaba á la molienda.</p>
-
-<p>&mdash;¡Orden del Señor!&mdash;voceaba el labriego descompasadamente.&mdash;¡Orden del
-Señor! Ese caballo nos hace falta para uncirlo al arado y que ayude á
-destripar terrones. Y ese español que está ahí, que venga á llevar la
-yunta. Bien sabes, Bonaerges, lo que dijo el Señor en ocasión memorable,
-cuando tu madre le pidió para ti y tu hermano el puesto más alto en el
-cielo: los que quieran ser mayores beban primero su cáliz. Paisano mío,
-á arar con paciencia y sin perder minuto...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_166" id="page_166"></a>{166}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_167" id="page_167"></a>{167}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="LA_EXANGUE" id="LA_EXANGUE"></a>LA EXANGÜE</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>&mdash;Alquiló el cuarto tercero de mi casa, desocupado hacía tiempo&mdash;nos
-dijo el eminente Doctor Sánchez del Abrojo&mdash;una señora que me llamó la
-atención al encontrarla casualmente en la escalera. Nada tenía, á
-primera vista, de particular; ni era guapa ni fea, ni vieja ni joven;
-vestía de riguroso luto, y pasaba como una sombra, tímida y muda,
-acongojada por el sobrealiento de la subida. Lo que en ella me extrañó
-fue la palidez cadavérica de su rostro. Para formarse idea de un color
-semejante, hay que recordar las historias de vampiros que cuentan
-Edgardo Poe y otros escritores de la época romántica, y servirse de
-frases que pertenecen al lenguaje poético: hay que hablar de palidez
-sepulcral: sólo la muerte da un tono así á una faz humana.</p>
-
-<p>El manto negro encuadraba y realzaba aquel rostro de cera, y en él
-observé una expresión peculiarísima, mezcla de dolor y de satisfacción,<span class="pagenum"><a name="page_168" id="page_168"></a>{168}</span>
-de calina y de sufrimiento. Mi costumbre de ver enfermos me hizo
-comprender que allí no existía sólo un estado físico delatado por el
-color; reconocí las huellas de algún sacudimiento moral formidable, los
-estragos de una catástrofe ignorada; y penetrado de simpatía y respeto,
-saludé á mi vecina siempre que nos cruzábamos en la meseta, y la cedí el
-pasamanos con especial deferencia y apresuramiento cortés.</p>
-
-<p>Transcurrió una quincena sin que la viese, hasta que un día, la criada
-de la pálida bajó á rogarme que visitase á su señora, encamada y
-enferma. Subí al tercero y encontré una vivienda pobre, limpia, glacial.
-Sin necesidad de tomar el pulso reconocí en mi nueva cliente los
-síntomas de la anemia profunda, cuando ya ataca los tejidos y produce
-desórdenes graves. Las piernas hinchadas, la extremada languidez, el no
-poder alzar los párpados, eran señales de que faltaba el jugo vital,
-licor precioso que reparte por todo el organismo energía y fuerza.</p>
-
-<p>Cada quisque&mdash;prosiguió el médico, después de ligera pausa&mdash;tiene sus
-caprichos y sus goces. Otros coleccionan dijes, baratijas, cuadros,
-muebles, que avalora su belleza ó su rareza; yo&mdash;no por caridad, ni por
-filantropía; por <i>tema</i>, por mi carácter tozudo&mdash;colecciono vidas; junto
-resurrecciones... Es para mí deleite refinado arrancar á la nada su
-presa... Me complazco en saber que gracias á mí andan por la calle más
-de un centenar de personas que ya tenían ganado el puesto en la
-Sacramental.&mdash;Ver á la pálida y prometerme enriquecer con ella mi
-colección,<span class="pagenum"><a name="page_169" id="page_169"></a>{169}</span> fue todo uno. Déjense ustedes&mdash;añadió atajando nuestras
-manifestaciones&mdash;de elogios que no merezco... Créanme. ¡Si me conoceré
-yo! Los que nacen para Tenorios se desviven por <i>una más</i> en la lista.
-¿Se figuran ustedes que en el fondo hay gran diferencia? No tengo veta
-de Tenorio, pero soy otro como él, que reune y archiva en la memoria
-emociones de un género dado. ¿Amor á la humanidad? ¡Quiá! Odio al
-sepulturero, ¡que no es lo mismo!...</p>
-
-<p>Explicado así, comprenderán que no hay que alabarme tampoco por lo que
-hice para ampliar y reforzar mi catálogo. La anemia se cura, más que con
-medicinas, con alimentos y reconstituyentes. La señora no podía costear
-ciertos manjares, substancia de carne, v. gr.; como yo deseaba hacerla
-revivir, puse los medios, y la cosa marchó bien. Todavía está
-descolorida; no creo que llegue nunca á preciarse de frescachona; pero
-ya no sugiere ideas de vampirismo... Y no vendría á cuento que yo
-hablase de esta curación, menos difícil que otras, si no me hubiese
-proporcionado ocasión de saber la historia de la tremenda palidez. Fue
-necesario, para que me la refiriese, todo el agradecimiento que la
-pobrecilla me cobró, no sé por qué, acompañándolo de una veneración y
-una confianza sin límites.</p>
-
-<p>Era mi enferma una señorita bien nacida, y se había quedado sin padres,
-ni más amparo en el mundo que el de un hermano menor, empleado por
-influencia de un pariente poderoso en nuestras oficinas de Ultramar. El
-sueldo módico<span class="pagenum"><a name="page_170" id="page_170"></a>{170}</span> sostenía mal á los dos hermanos; sospecho que ella
-trabajaba para fuera; con todo eso, pasaban suma estrechez. Nació de
-aquí el deseo de un traslado á Filipinas: la hermana siguió al único sér
-á quien amaba, y se establecieron en uno de esos poblados, de barracas
-de bambú, perdidos en el océano de verdor del hermoso Archipiélago que
-ya no nos pertenece.</p>
-
-<p>Abreviando detalles de los años que allí residieron en paz, diré que la
-sublevación al pronto no les asustó; creían inofensivos á aquellos
-adormilados y obedientes indígenas, y les parecía seguro reducirles, con
-sólo alzar la voz en lengua castellana, á la sumisión y al inveterado
-respeto. Disipóse su error al cercar el poblado hordas diabólicamente
-feroces, que lanzaban gritos horrendos y esgrimían el bolo y el
-campilán. Defendióse con valor de guerrillero el fraile párroco,
-refugiado en la iglesia, realizando proezas que no pasarán á la
-historia; ayudóle como pudo el empleado: cedieron al número; quedó el
-fraile acuchillado allí mismo; al empleado le cogieron vivo, y á su
-hermana la llevaron arrastra á una choza donde el vencedor cabecilla
-tagalo&mdash;poco importa su nombre&mdash;tenía su cuartel general. La española se
-arrojó á sus pies llorando, implorando el perdón del hermano con acentos
-desgarradores. La cara amarillenta del cabecilla no se alteró: expresaba
-la frialdad inerte de la raza, y se creería que era de madera de boj, á
-no brillar en ella la chispa de los oblicuos ojuelos de azabache. En<span class="pagenum"><a name="page_171" id="page_171"></a>{171}</span> el
-semblante impasible leyó la señorita, enloquecida de horror, la
-sentencia del hermano adorado; y besando los pies del cabecilla, le
-ofreció «su sangre por la de él». «Se admite», contestó de pronto el
-amarillo. «La sangre de él no correrrá. Que sangren a ésta.»</p>
-
-<p>La sangría&mdash;estremece decirlo&mdash;duró... una semana.&mdash;Cada mañanita, en
-una escudilla de coco, recogían la sangre de la desdichada, que caía
-después al suelo en mortal desmayo. Desde el quinto día, la debilidad la
-produjo una especie de delirio; creíase á bordo del barco que la
-conducía á España, libre y feliz, al lado de su hermano; escuchaba el
-ruido del mar, batiendo los costados del buque, y notaba&mdash;efectos del
-vértigo&mdash;el ir y venir de las olas, el balance y cuchareo de la
-embarcación, el soplo del viento, la humareda que la chimenea lanzaba.
-Tan pronto su alucinación la mostraba una bandada de tiburones, como un
-asalto de piraguas llenas de indígenas; ya exhalaba chillidos porque
-ardía el barco, ya oía silbar las balas de los cañones y veía que el
-gran trasatlántico, partido en dos, hundíase en el abismo. Al amanecer
-del octavo día&mdash;último de su suplicio según le habían anunciado&mdash;cuando
-ya la vena del brazo, exhausta, sólo gota á gota soltaba su jugo, y el
-corazón desfallecía próximo al colapso mortal&mdash;en un momento lúcido, ó
-acaso de fiebre, se le apareció España, sus costas, su tierra amada,
-clemente; y creyendo besarla, pegó la boca al suelo de la cabaña, donde
-yacía sobre petates viejos, medio desnuda, agonizando, devorada<span class="pagenum"><a name="page_172" id="page_172"></a>{172}</span> por sed
-horrible, clamor de las secas venas sin jugo...</p>
-
-<p>La misma tarde cerró sobre el poblado una columna de infantería española
-é indígena, poniendo en fuga á los insurrectos y libertando á los
-prisioneros y heridos. Atendieron á la infeliz, reanimándola un poco á
-fuerza de cuidados. Lo primero que pidió la exangüe fue á su hermano;
-quisieron ocultarle la verdad, pero la adivinó: el castila colgaba de un
-árbol corpulento... El cabecilla había cumplido su palabra, no sacándole
-gota de sangre de las venas...</p>
-
-<p>Entre los que escuchaban á Sánchez del Abrojo siempre, contábase el
-pintor modernista Blanco Espino, á caza de asuntos simbólicos... Batió
-palmas con entusiasmo.</p>
-
-<p>&mdash;Voy á hacer un estudio de la cabeza de esa señora. La rodeo de
-claveles rojos y amarillos, la doy un fondo de incendio... escribo
-debajo «La exangüe...», y así salimos de la sempiterna matrona con el
-inevitable león, que representa á España!<span class="pagenum"><a name="page_173" id="page_173"></a>{173}</span></p>
-
-<h3><a name="LA_ARMADURA" id="LA_ARMADURA"></a>LA ARMADURA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>No se hablaba más que de aquel baile, un acontecimiento de la vida
-social madrileña. La antojadiza y fastuosa señora de Cardona había
-exigido que no sólo la juventud, sino la gente machucha; no sólo las
-damas, sino los caballeros, todas y todos, en fin, asistiesen <i>de
-traje</i>. «No hay&mdash;repetía Mad. Insausti&mdash;más excepción que el Nuncio... y
-eso porque va <i>de traje</i> siempre.»</p>
-
-<p>Prohibido salir del apuro con habilidades, como narices, girasoles
-eléctricos en el ojal, pelucas ó trajes de colores. Obligatorio el traje
-completo, característico, histórico ó legendario.</p>
-
-<p>Se murmuró, naturalmente, de la Cardona (con los sayos que la cortaron
-podrían vestirse los concurrentes á la fiesta); se la puso un nuevo
-apodo: <i>Villaverde</i>... Pero, entre dentellada y dentellada, la gente
-consultó grabados y figurines, visitó museos, escribió á París, volvió
-locos á sastres y modistas... y las caras más<span class="pagenum"><a name="page_174" id="page_174"></a>{174}</span> largas no fueron debidas
-á la sangría del bolsillo, sino á omisiones en la lista de invitados.</p>
-
-<p>Quien estaba bien tranquilo era el joven duque de Lanzafuerte. Al
-preguntarle Perico Gonzalvo <i>de qué</i> pensaba ir, triunfante sonrisa
-dilató sus labios. «Voy de abuelo de mí mismo. Ya verás mi martingala»,
-añadió satisfecho.</p>
-
-<p>Y es que&mdash;en confianza&mdash;gastos extraordinarios no le convenían al duque.
-Estoy por decir que ni ordinarios. Embrolladísimos andaban los asuntos
-de la casa, y gracias que el padre del duque se había muerto á tiempo;
-que si dura dos añitos más... En fin, se salió adelante, por la puerta ó
-por la ventana... Por la ventana sobre todo. Se vendían cortijos,
-cuadros de mérito, literas, tapices... Quedaban aún, testimonio de la
-grandeza pasada, algunas antiguallas preciosas, y entre ellas una
-armadura completa de un paladín compañero de Carlos V. En esta armadura,
-arrinconada en una especie de leonera, se había fijado el duque,
-haciéndola limpiar de orín, y al aparecer limpia vió que era objeto
-digno de la Armería, muy semejante&mdash;y quizás de la misma mano&mdash;al
-célebre arnés de parada y guerra del Emperador, conocido por «el de los
-mascarones». Igual labor milanesa, finísima, de ataujia de oro y plata,
-igual empavonado...</p>
-
-<p>A conocerse, hubiese sido cebo de anticuarios y envidia de
-coleccionistas. ¿Qué mejor disfraz? ¿Qué cosa más propia de máscaras?
-Sin gastos ni cavilaciones, Lanzafuerte sería el rey de la fiesta.<span class="pagenum"><a name="page_175" id="page_175"></a>{175}</span></p>
-
-<p>Dicho y hecho. Dos horas antes de la solemne de entrar en el baile,
-estaba el duque abierto de brazos y esparrancado de piernas, dejándose
-abrochar piezas de la armadura. Fue especialmente arduo el ajuste del
-peto y espaldar; se habían olvidado las correas con su hebillaje.
-Terminada la difícil obra, se miró el duque en un espejo de cuerpo
-entero y no se reconoció. Afeitado el bigote; cayendo á ambos lados del
-rostro las melenas de la peluca&mdash;era un retrato antiguo bajado del
-lienzo. La apostura arrogante; la boca desdeñosa; el diseño de las
-facciones viril y adamado á un tiempo,&mdash;convertían al duque en <i>doncel</i>,
-y la raza hirvió en su sangre, causándole la nostalgia de la edad
-heroica. «¡Si nazco entonces!» murmuró con orgullo. «¡Pero ahora...
-claro! No hay medio...» Aumentaba su engreimiento el que la armadura le
-venía un poco estrecha. «Soy más hombre que el paladín...»</p>
-
-<p>Al bajar las escaleras sus ideas tomaron otro giro. Si no le ayudan los
-criados, de cabeza al portal. Y precauciones infinitas para meterse en
-el coche, para sentarse, para salir, para subir á la regia morada de
-Cardona, por peldaños de mármol, entre doble fila de lacayos empolvados,
-de azul librea y calzón corto. En cambio, la entrada, de sorprendente
-efecto. Destacándose sobre los trajes, que al fin eran disfraces de
-relumbrón, la armadura se imponía por el arte, por la verdad, por la
-seriedad y la extrañeza. Un guerrero se alzaba del sepulcro; una estatua
-yacente se había incorporado.<span class="pagenum"><a name="page_176" id="page_176"></a>{176}</span> Como animada figura debida al cincel de
-Pompeyo Leoni, avanzaba el duque, levantando á su paso murmullos de
-admiración. Los inteligentes tasaban aquel noble despojo y lo valuaban
-en cifras sonoras, con el impudor del hábito de que todo se venda. Los
-artistas, transportados, clamaban elogios. Los preciados de eruditos
-recordaban timbres de la casa de Lanzafuerte, y una vez más desfilaba la
-clásica lista de nuestros triunfos: San Quintín, Pavía, Orán, Cerinola.
-Y el choque del acero, al andar el duque, tenía un eco romántico, algo
-parecido al son de los escudos en la cabalgada wagneriana. Sólo una voz
-burlona, casi en la misma cara de Lanzafuerte, pronunció: «Se ha
-disfrazado de héroe para que no le conozca ni su madre...»</p>
-
-<p>Por fin la maravillosa armadura se confundió entre el bullicio del
-baile, en un remolino de zíngaros, andaluces, <i>gigerls</i>, marquesas Luis
-XV, rosas, libélulas y japonesitas de cejas pintadas. El paladín de
-Carlos V empezaba á notar indefinible molestia, que fue acentuándose,
-convirtiéndose en declarada fatiga.</p>
-
-<p>No podía dudarlo: le pesaba y le apretaba la maldita armadura... ¡Qué
-idea, haberse metido en semejante caparazón! Ni poder bailar, ni
-siquiera estar de pie... ¿Sentarse? ¿Y cómo? ¿Que á lo mejor saltasen
-las escarcelas y se quedase allí en calzón de punto? Imposible... Un
-sudor de angustia humedeció sus sienes. Irse era exponerse á la
-chacota... Por fatalidad, la bella Inés Puenteancha vino á rogarle que
-hiciese vis en<span class="pagenum"><a name="page_177" id="page_177"></a>{177}</span> un rigodón. ¿Rigodón? ¿Andar, volverse, inclinarse?
-Lanzafuerte, acongojado, se excusó lo mejor que supo... Pidió en el
-comedor un vaso de ponche helado y experimentó momentáneo alivio. La
-Puenteancha le preguntó risueña si estaba malo. «No es nada... calor...»
-Y á manera de quien huye, pálido, escalofriado, se escabulló á la
-<i>serre</i>, casi desierta, y con paso trabajoso se dirigió á la antesala.
-Los lacayos le socorrieron, le bajaron en vilo, avisaron á un coche.
-Dentro cayó el guerrero, produciendo temeroso ruido. ¡Uff! ¡Por fin! En
-casa le arrancarían la horrible armadura.</p>
-
-<p>&mdash;¡Fuera todo esto, fuera!&mdash;gritó cuando estuvo en manos de sus
-servidores, que se miraban sorprendidos y descontentos... ¡Ellos que se
-prometían una noche de libertad! Y además... ¡qué compromiso!</p>
-
-<p>&mdash;¡Fuera todo, volando!&mdash;repetía el duque, abriendo los brazos otra vez,
-esparrancando las piernas.</p>
-
-<p>Quitáronle gola, escarcelas, quijotes, grevas, brazales, cubos,
-guanteletes... Al llegar á la coraza, se pararon.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué aguardáis?&mdash;interrogó furioso.&mdash;¡Si esto es lo que más me oprime!</p>
-
-<p>El ayuda de cámara, tartamudeando, se disculpó. ¿No se acordaba el señor
-duque? Su coraza, por faltarla el hebillaje y correas, estaba soldada á
-fuego.</p>
-
-<p>&mdash;¡A fuego! ¡Es verdad! ¡Maldita sea! ¡Volando!... ¡El armero!... ¡Ya
-estáis aquí con él!</p>
-
-<p>Nuevas excusas. Confusión. ¡El armero! Si<span class="pagenum"><a name="page_178" id="page_178"></a>{178}</span> el señor duque lo deseaba
-irían... pero inútil buscar á nadie, á la una de la noche del Domingo de
-Carnaval. Hasta la mañana siguiente...</p>
-
-<p>Ante una orden á rajatabla salieron á caza del armero, con la convicción
-de no encontrarle, y quedóse el duque embutido en la coraza, echado
-sobre la cama, sin poderse revolver, ni resollar. La opresión de su
-pecho, la sensación de asfixia, eran ya tormento insufrible. Y pasaban
-las horas de la noche con cruel lentitud, y comprimía sus pulmones,
-hasta ahogarle, una mano de plomo. ¡Armadura odiosa! ¡Cuánto daría el
-descendiente de los paladines por verse libre de ella, por tenerla
-colgada en la pared, en panoplia decorativa, luciendo sus labores
-riquísimas, sus figuras paganas del más puro Renacimiento! ¡En la pared,
-sí; en el pecho, no! ¿Qué sugestión diabólica había sido aquella?
-Incrustarse en el molde de otros siglos... ¡y no poder salir! Sentir
-sobre un costillaje débil, sobre un corazón sin energía, la cáscara del
-heroísmo antiguo... ¡y no romperla! ¡Prisionero en una armadura! El
-golpe de sus arterias remedaba el trotar de bridones; el zumbido de la
-sangre era el fragor de la batalla...</p>
-
-<p>&mdash;Así verás que no es tan fácil disfrazarse de abuelo de sí mismo&mdash;dijo
-soltando la carcajada Perico Gonzalvo, que, según costumbre, subió á
-casa de su amigo al retirarse del baile, y penetró en la alcoba de
-Lanzafuerte tocando una trompeta de cotillón, toda guarnecida de
-cascabelitos dorados. ¿Parecerse á la gente de <i>entonces</i>? ¡Hombre! Ni
-en guasa...<span class="pagenum"><a name="page_179" id="page_179"></a>{179}</span></p>
-
-<p>Y como Lanzafuerte gimiese medio muerto (ya ni respirar podía), añadió
-el gomoso:</p>
-
-<p>&mdash;¿Sabes qué me ocurre? España está como tú... metida en los moldes del
-pasado, y muriéndose porque ni cabe en ellos ni los puede soltar...
-Bonito simbolismo, ¿eh? Vaya, voy en persona á traerte alguien que te
-libre de ese embeleco... Porque ¡si esperas á los criados!...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_180" id="page_180"></a>{180}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_181" id="page_181"></a>{181}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="EL_TORREON_DE_LA_ESPERANZA" id="EL_TORREON_DE_LA_ESPERANZA"></a>EL TORREÓN DE LA ESPERANZA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>¿Conocéis por tradiciones y descripciones el torreón fatídico desde cuya
-plataforma la infeliz Isaura, séptima esposa de Barba Azul, aguardó con
-sudores de agonía á sus hermanos, que venían á libertarla de la muerte?
-Aferrada á una almena como si ya se defendiese instintivamente del
-cuchillo, Isaura, con el rostro del color de la cera y el cuerpo
-tembloroso, no tenía ánimos ni para seguir avizorando el horizonte. Su
-esposo y verdugo, después de sorprender la delatora mancha de sangre en
-la llave del terrible gabinete, mandó á Isaura subir á lo más alto de la
-torre para encomendarse á Dios, advirtiéndola que de allí á media hora,
-sin remisión, iría á degollarla. Isaura, flaqueándole las piernas,
-nublados por el miedo los ojos, sólo acertaba á preguntar de minuto en
-minuto, con voz á cada paso más apagada y desfallecida: «Hermana Ana,
-¿no ves nada? ¿no viene nadie?» Y Ana, dolorosamente, respondía:<span class="pagenum"><a name="page_182" id="page_182"></a>{182}</span> «Sólo
-veo la hierba que verdea y el camino que blanquea.» Cuando ya faltaban
-pocos instantes para cumplirse el plazo; cuando Isaura, crispadas las
-manos, se agarraba á las piedras creyendo sentir en la garganta el frío
-del cuchillo, Ana exhaló un grito loco, delirante: «¡Allí vienen, allí
-vienen!» y disipada la nube de polvo que arremolinaba el galope de los
-corceles, Isaura reconoció á los paladines que volaban á salvarla...</p>
-
-<p>Mucho se ha escrito y discutido acerca del torreón de Barba Azul. La
-opinión más general es que yace en ruinas, y que si los medrosos
-subterráneos, con sus mazmorras y pozos donde aparecen aún hoy, al
-excavar y registrar, huesos y calaveras humanas, se conservan intactos,
-el torreón de la Esperanza se vino á tierra.&mdash;Mejor informada, puedo
-asegurar que el torreón existe.&mdash;Es tan fuerte y sólido, sus piedras
-están tan bien trabadas, con cemento tan indestructible; su gorguera de
-elegantes almenas posee una resistencia tal, que ni las tormentas, ni la
-lluvia, ni el aire, ni siquiera el transcurso del tiempo y el abandono,
-han podido dar cuenta de él. Hay más todavía. No sólo no ha sufrido
-deterioro el torreón, sino que actualmente es visitado por innumerables
-peregrinos y viajeros de todos los países del mundo, que acuden allí
-como en romería, atraídos por la leyenda. Esta asegura que encaramándose
-al torreón de la Esperanza y aguardando con paciencia&mdash;sin dejar de
-implorar el auxilio del cielo,&mdash;cada cual acaba por ver venir, alzando<span class="pagenum"><a name="page_183" id="page_183"></a>{183}</span>
-la indispensable nube de polvo, una representación de su porvenir y su
-destino. Ya se adivina si estará concurrida la plataforma de la torre, y
-si los que se agarran á sus almenas&mdash;las mismas á que Isaura se abrazó
-en trance apretadísimo&mdash;sentirán latir el pecho de ansiedad, á veces de
-dolor, á veces de suprema alegría.</p>
-
-<p>No hace mucho&mdash;esta noticia nos interesa especialmente&mdash;una caravana de
-viajeros españoles, como pasase cerca del torreón de la Esperanza, deseó
-subir á él. Antes de realizar la ascensión conferenciaron, y con la
-verbosa familiaridad y la espontánea franqueza que caracteriza á los
-españoles, se confiaron recíprocamente sus aspiraciones y hasta sus
-fantásticos sueños. Abrieron su corazón como se abre una puerta, de par
-en par, y resultó que existía entre sus anhelos afinidad y analogía
-extraña. Querían encaramarse al torreón de la Esperanza, porque,
-aburridos y hastiados de lo presente, sólo fiaban en las novedades que
-diese de sí lo futuro. Mostrábanse los peregrinos descontentos de cuanto
-existe, y andaban conformes en atribuir los males y decaimiento de
-España á los individuos que figuran á la cabeza de la nación. Sólo un
-ciego no vería la decadencia y lastimoso agotamiento de nuestros
-<i>héroes</i>. Sobre este tema había que oir á los peregrinos, oportunos,
-decidores y epigramáticos. Las flaquezas, las deficiencias, las torpezas
-y los yerros de las celebridades salieron á relucir con salsa de mostaza
-picante, con fuego<span class="pagenum"><a name="page_184" id="page_184"></a>{184}</span> graneado de chistes y anécdotas. Quedaron allí las
-altas famas pulverizadas, las glorias disueltas y devoradas por el ácido
-corrosivo de una crítica mofadora. ¿Los estadistas? garduñas, vividores
-sin conciencia. ¿Los caudillos? cobardones, y por contera ineptos, sin
-el acierto instintivo del guerrillero ni la vasta estrategia del
-verdadero gran capitán. ¿Los artistas? imitadores misérrimos, que se
-traían del extranjero las ideas y hasta las formas, como las bailarinas
-se traen pantorrillas de algodón. ¿Los literatos? pobres diablos secos y
-vacíos hasta la médula de los huesos, y además, pesadísimos...
-«¡<i>Lateros</i> insufribles!» gritó uno de los peregrinos, que frisaría en
-los veintitrés años y lidiaba á la sazón con el tercero de Derecho. La
-frase resumió el debate; todos convinieron en que se estaba erigiendo
-una catedral de hojalata para que se riese la posteridad. Urgía
-refrescar, variar el personal; era llegado el instante de cambiar de
-baraja, estrenando una nueva, tersa, reluciente, no sobada ni fatigada
-del uso... ¡Vengan otros, los desconocidos, los ignorados genios que
-encierra en su seno la multitud anónima!&mdash;Por eso ardían los españoles
-en deseos de subir al torreón y divisar á lo lejos el remolino de polvo
-que anuncia la irrupción triunfante del porvenir...</p>
-
-<p>A la mañana siguiente, al despuntar el día, trepando por las piedras,
-agarrándose á las matas de hiedra, valiéndose de escalas y de sogas,
-arañándose las manos, alcanzaron la plataforma, y reclinados en el
-parapeto y el almenaje,<span class="pagenum"><a name="page_185" id="page_185"></a>{185}</span> consultaron ansiosos el horizonte.&mdash;Desde luego
-pudieron cerciorarse de la verdad histórico-topográfica que envuelve la
-conseja de Barba Azul. Arrancando de la calzada que conduce al puente
-levadizo del castillo, y prolongándose hasta perderse allá entre dos
-montañas casi difumadas en la lejanía, serpeaba por frescos prados la
-cinta de plata del camino. En lo más distante que de él podía percibirse
-clavaron los ojos los españoles, como los había clavado la despavorida
-Isaura; y repitiendo su pregunta con afán poco menor, preguntaban los
-cortos de vista á los que asestaban poderosos gemelos: «Qué, ¿nada? ¿No
-asoma nada aún?» Y los otros respondían: «Nada... Sólo se ve la hierba
-que verdea y el camino que blanquea.»</p>
-
-<p>Pasaron horas y horas, y mis españoles quietos allí, catalejo en ristre,
-ó haciéndose pantallas y tubos con periódicos los que de anteojo
-carecían. El sol, que iba remontándose al cénit, picaba más de lo justo
-y quemaba las pupilas y derretía los sesos; la sed inflamaba los
-gaznates y el hambre pellizcaba los estómagos; pero la magia de la
-Esperanza, como un filtro, sostenía á los expedicionarios, impidiéndoles
-retirarse. Cerca ya de la hora meridiana, un privilegiado que poseía
-unos soberbios <i>marinos</i> exhaló chillido indescriptible. ¡Allá, allá, en
-lontananza remotísima, acababa de aparecer un punto blanco, el núcleo de
-un astro, la misteriosa nube de polvo!</p>
-
-<p>Creyeron volverse locos los españoles. De<span class="pagenum"><a name="page_186" id="page_186"></a>{186}</span> mano en mano pasaron los
-gemelos. ¡Sí, sí, allí estaba, creciendo, dilatándose, la nube! Pronto,
-roto el turbio velo, lograron distinguir lo que se acercaba. Era una
-lucida cohorte á caballo, una hueste espléndida, bizarramente engalanada
-y armada de punta en blanco, apercibida al combate. Ya se podían admirar
-el corbeteo de los fogosos bridones, ya el damasquinado de los arneses y
-cotas; ya gallardeaba el ondear de las plumas y el flotar de las bandas
-de colores; ya se distinguían las empresas de los pendones y el blasón
-de los escudos... Los de la plataforma, ebrios de entusiasmo, gritaban,
-vitoreaban, cabalgaban en las almenas á riesgo de estrellarse...
-Faltábales sólo ver las caras de los paladines: era una fatalidad:
-llevaban todos baja la visera del casco. ¡Grande, ardiente era el anhelo
-de conocer á los que cifraban el destino de la patria española!...</p>
-
-<p>Un clamoreo inmenso, de nervioso entusiasmo, se alzó de la plataforma
-cuando, llegados al pie del puente levadizo, los <i>héroes</i> que venían
-alzaron la visera... Y otro clamor especial, de ironía y desencanto,
-siguió al primero.&mdash;Los de la hueste esperada, los de la hueste
-desconocida... no eran sino <i>aquellos</i> mismos, ¡vive Dios! aquellos que
-desde hacía años lidiaban, resistiendo los embates de la censura y las
-exigencias del descontento y del cansancio. Todos iguales, invariables,
-ya curtidos, ya veteranos... Los mismos caudillos, los mismos
-estadistas, los mismos artistas y literatos célebres... ¡Ni una cara
-nueva, vive Dios!&mdash;Y<span class="pagenum"><a name="page_187" id="page_187"></a>{187}</span> los viajeros españoles, asaz mohinos, descendieron
-aprisa... A la noche se consolaron armando una tertulia, volviendo á
-pulverizar á los eternos <i>héroes</i>, y planeando, para el otoño próximo,
-otra subida al torreón de la Esperanza.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_188" id="page_188"></a>{188}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_189" id="page_189"></a>{189}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="EL_PALACIO_FRIO" id="EL_PALACIO_FRIO"></a>EL PALACIO FRÍO</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>¿Os acordáis de aquella princesa enferma, hija del rey de Magna, á quien
-curó como por ensalmo un viejo mostrándola cierto panorama muy lindo?
-Pues habéis de saber que á la vuelta de muchos años el cetro de Magna
-vino á recaer en un hijo de esta princesa, y este hijo, bajo el nombre
-de Basilio XXVII, reinó gloriosamente por espacio de más de un cuarto de
-siglo, persistiendo la huella de su paso por el trono en varios
-monumentos grandiosos y venerables, que estudian hoy los arqueólogos con
-particular interés, discutiendo si el estilo peculiar de tales
-construcciones es invención que exclusivamente pertenezca al
-vigesimoséptimo Basilio ó procede ya de la influencia de su madre y
-quizás se remonta hasta la de su abuelo. Punto es éste acerca del cual
-se han escrito doce voluminosos libros y cosa de sesenta monografías
-asaz doctas.&mdash;Lo que especialmente hizo darse de calabazadas á los
-sabios fueron<span class="pagenum"><a name="page_190" id="page_190"></a>{190}</span> ciertas imponentes ruinas que la tradición popular llama
-del <i>Palacio frío</i>, sin que hasta hace poco tiempo se consiguiese
-averiguar el origen de tal nombre, que contrasta con el aspecto de lo
-que del edificio resta en pie.</p>
-
-<p>En efecto; el palacio, del cual se conservan galerías, salones y
-estancias que decoran restos de ricas maderas y preciosos mármoles y
-jaspes, parece haber sido erigido por la madre de Basilio XXVII para
-asilo de un feliz amor conyugal; y su traza, su adorno, su carácter, en
-fin, son marcadamente amables y alegres, con la alegría de una dicha
-soberana, ostentosa y triunfante. El emplazamiento, su orientación al
-Mediodía, su situación en el punto más despejado y dominando la
-perspectiva más risueña, sobre la bahía y entre bosquecillos de
-naranjos, limoneros y granados siempre en flor, tampoco permitían
-inducir por qué hubo de ser llamado <i>frío</i>, nombre que parece delatar
-solemnidad y tristeza.&mdash;El enigma de semejante tradición llegó á
-preocupar al Dr. Herr Julius Tiefenlehrer, sabihondo catedrático alemán,
-que se propuso descifrarlo á toda costa. Con la cachaza del que no
-regatea tiempo, se instaló en las mismas ruinas, y araña de aquí,
-escarba de allí, rebusca por allá y escudriña por acullá, consiguió
-desenterrar, al pie de una columna, en la cripta bajo lo que fue salón
-del trono, un cofrecillo de hierro que contenía un rollo de manuscritos.
-A pique estuvo el Dr. Tiefenlehrer de volverse loco de júbilo con el
-inestimable descubrimiento; como que los manuscritos eran<span class="pagenum"><a name="page_191" id="page_191"></a>{191}</span> nada menos
-que unas instrucciones muy prolijas, de puño y letra del mismo Basilio
-XXVII, y destinadas á sus herederos y sucesores, para adoctrinarles en
-la recta gobernación del Estado y en la conducta que debe seguir un
-monarca. Pero lo que sobre todo arrebató á Herr Julius al quinto cielo,
-fue que, por vía de ejemplo, Basilio refería allí con pormenores la
-historia del <i>Palacio frío</i>. Y nosotros, al traducirla del enorme
-volumen en lengua alemana en que el sabihondo la publicó,
-enriqueciéndola con toda especie de documentos, glosas, advertencias,
-referencias, notas, comentarios, planos y estudios comparativos con
-otras tradiciones de Magna y de los demás pueblos del mundo, la
-extractamos rápidamente y sólo damos en forma escueta el relato del
-extraño suceso por el cual se llamó <i>frío</i> el palacio de Basilio XXVII.</p>
-
-<p>Es el caso que cuando el joven Basilio heredó la corona, hallóse en un
-estado de ánimo parecido al fervor de los que ingresan en una orden
-religiosa, y se dió á pensar cómo debía conducirse á fin de cumplir sus
-deberes y desempeñar á perfección la alta y ardua tarea que le señalaba
-el destino. Penetrado de la grandeza y hasta de la santidad de su cargo,
-pidió á Dios luz y fuerza para que su nombre pasase á la Historia con la
-aureola y el prestigio de los reyes que saben ejercer el poder sumo en
-provecho y honor de la patria. Sin embargo, tan excelentes intenciones
-se estrellaban contra una dificultad: el rey quería el bien, pero no
-sabía dónde estaba, ni en qué consistía, ni<span class="pagenum"><a name="page_192" id="page_192"></a>{192}</span> cómo era preciso
-arreglárselas para descubrirlo.</p>
-
-<p>Así las cosas, y mientras Basilio cavilaba en el modo de acertar, empezó
-á darse cuenta de un sorprendente fenómeno; y es que dentro de su
-palacio&mdash;aquel deleitoso palacio construído por una reina enamorada para
-albergue de la dicha, y enclavado en un oasis, en lo mejor de un país de
-clima naturalmente benigno,&mdash;hacía frío, mucho frío, un frío cruel. La
-sensación de este frío, al principio sutil y casi imperceptible, iba
-siendo á cada paso más fuerte y penetrante. Nadie dudará que el rey
-aplicó al punto los remedios que suelen emplearse contra el descenso de
-la temperatura; y el primero fue abrigarse, envolverse en ropas de
-invierno. Desde la hopalanda de enguatada seda hasta el manto de finas
-pieles de rata polar, colchón vivo que crea una atmósfera suave y tibia
-en torno del cuerpo; desde el casacón de terciopelo de media pulgada de
-alto hasta la funda de raso rehenchida de plumón de pato silvestre;
-desde la vedijosa zalea de cordero blanco hasta la gruesa manta lanuda,
-Basilio usó cuanto juzgó á propósito para entrar en calor, sin que se
-desvaneciese aquel frío singular, siempre más intenso. Desesperando ya
-del abrigo suyo, se dió prisa á calentar el palacio. De entonces procede
-la construcción de las suntuosas y amplias chimeneas que por todas
-partes lo decoran, y en las cuales noche y día se quemaba un monte
-entero de leña seca, levantando mil lenguas y jirones de llama. No se
-conocía en aquel tiempo<span class="pagenum"><a name="page_193" id="page_193"></a>{193}</span> otro sistema de calefacción; pero sobraba para
-disipar cualquier frío natural y explicable en lo humano. No obstante,
-el frío continuó, arreció, redobló, invadiendo ya la médula del rey, que
-daba diente con diente á todas horas.</p>
-
-<p>Cuando Basilio XXVII preguntaba á sus ministros y magnates y á los mil
-agradadores que bullen alrededor de los poderosos si sentían como él
-aquel extraño frío, le desesperaba oirles responder vagamente que sí, y
-al mismo tiempo verles andar á cuerpo y abanicarse, mientras él se
-encogía castañeteando los dientes. Notaron los áulicos la contrariedad
-del soberano, quisieron llevarle la corriente y fue muy gracioso verles
-fingir que también se helaban, vestidos de riguroso invierno y sudando
-como pollos. Y el joven rey, que tenía un espíritu sincero y leal, se
-indignó ante la comedia y miró á sus cortesanos con desprecio profundo
-al observar que en cosa tan evidente y palmaria le mentían y engañaban
-sin temor. Acometido de tristes recelos, pidiendo la verdad á la
-ciencia, Basilio llamó á un médico y le preguntó si el terrible frío que
-sólo él padecía sería debido á mortal enfermedad. Reflexionó el sabio, y
-después quiso saber si el rey notaba el mismo frío en todas partes.
-Abriendo una ventana, suplicó á Basilio que se asomase; y cuando éste
-pensó tiritar y morir helado, observó que, por el contrario, el aire
-exterior le calentaba y reanimaba mucho.</p>
-
-<p>&mdash;La solución de este problema no depende de la Medicina&mdash;declaró el
-doctor.&mdash;V. M. no<span class="pagenum"><a name="page_194" id="page_194"></a>{194}</span> está enfermo. No me consulte á mí, sino á su
-conciencia y á Dios, y pues aquí tiene frío y ahí no, salga, salga á
-todas horas; viva fuera de este palacio fatal.</p>
-
-<p>Y Basilio salió, en efecto, huyendo de la espléndida morada en que se
-congelaba su sangre y los mármoles parecían témpanos, y los dorados,
-irisaciones del sol en las paredes de alguna nevera. Echóse á todas
-horas á la calle, gozando con delicia la suave temperatura,&mdash;y poco á
-poco fue tomándose interés en lo que le rodeaba y estudiando y
-conociendo lo que preocupaba y convenía á sus vasallos.&mdash;Vió con
-extrañeza que el mundo no era como sus cortesanos lo pintaban, y le
-pareció que se le barrían de los ojos unas telarañitas y que el cerebro
-se le despejaba y se le despabilaba el sentido. Mil cuestiones que no
-comprendía se le aparecieron claras, transparentes; conoció las
-necesidades, oyó las quejas, se asimiló las aspiraciones, hizo suyos los
-deseos y afanes del pueblo, y de tal modo se identificó á la vida de sus
-súbditos, que su corazón llegó á latir enteramente al unísono del gran
-corazón de la Patria, como si á los dos los regase la misma sangre y los
-dilatasen y contrajesen iguales alegrías y tristezas. Basilio estaba
-transportado; lo único que todavía le contrariaba era que, al retirarse
-á palacio, le acometía el frío otra vez. Y, en un momento de
-inspiración, se le ocurrió que, pues fuera hacía calor, quizás el
-palacio se templaría abriendo de par en par las puertas y las ventanas
-para que lo llenase el ambiente exterior, las ráfagas<span class="pagenum"><a name="page_195" id="page_195"></a>{195}</span> de la calle y
-hasta la gente de la calle, la gente humilde. Dió, pues, la orden, y
-fueron franqueadas á los súbditos las puertas del regio alcázar. Y á
-medida que el pueblo, respetuoso y lleno de amor por su buen monarca,
-recorría las estancias magníficas, verificábase el portento: derretíase
-el hielo, el aire se hacía blando, templado; las avecillas de las
-pajareras cantaban, los tiestos florecían, reía el dulce hálito de la
-primavera.&mdash;Resuelto estaba el enigma. Basilio XXVII no volvió á tener
-frío en su palacio.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_196" id="page_196"></a>{196}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_197" id="page_197"></a>{197}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="EL_TEMPLO" id="EL_TEMPLO"></a>EL TEMPLO</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Sucedía lo que voy á referir en los tiempos modernísimos de la China,
-séptimo siglo de nuestra era, reinando la emperatriz Vu. No incluyen los
-historiógrafos sinenses á esta dama en la lista de los soberanos,
-alegando que Vu era una usurpadora, ni más ni menos que la actual
-emperatriz, que tanto preocupa á la Europa culta.</p>
-
-<p>Hija de un príncipe de Mingrelia, Vu fue llevada al gineceo de Tai-Sung
-con otras veinte doncellas nobles, encargadas de hacer el té y plegar,
-guardándolos en cajas de sándalo oriental, los ropajes de seda del
-emperador. La reconocieron los eunucos; se cercioraron de que tenía el
-aliento sano, la dentadura pareja y completa, el cuerpo puro y gentil, y
-sabía trazar con el pincel los caracteres complicados del alfabeto,
-rasguear la guitarra y recitar de memoria las enseñanzas de la
-literatura Pan-hoei-pan, que ordenan á la mujer ser en su casa nada más
-que un eco y una sombra. Seguros ya de que Vu merecía el honor de
-divertir al glorioso soberano, la vistieron de bordadas telas, la
-perfumaron con algalia, salpicaron de flores de<span class="pagenum"><a name="page_198" id="page_198"></a>{198}</span> cerezo su negra
-cabellera, peinada en complicadas y relucientes cocas, y la presentaron
-á Tai-Sung. Este apenas la miró; altos designios, planes heroicos,
-sabias máximas ocupaban su mente. Estaba disponiendo las instrucciones
-que había de dar al príncipe heredero Kao-Sung, entre las cuales
-figuraba este consejo: «Reina sobre ti mismo y sujeta tus pasiones.» Y
-el príncipe heredero&mdash;asomado al balconcillo de un pabellón de bambú que
-adornaban placas de esmalte y cuyo techo escamoso guarnecían
-campanillitas de plata,&mdash;vió pasar á la nueva esclava de su padre y la
-codició en su corazón de un modo insensato.</p>
-
-<p>Un mes más tarde, el emperador bebía una taza de té servida por Vu, y
-disuelta en la rubia efusión, fuerte dosis de opio ofrecía al mortal
-reposo eterno. Después del solemne entierro del ilustre guerrero y
-legislador, Kao-Sung repudió á sus legítimas esposas, emperatrices del
-Poniente y del Levante, y sentó á su lado, en el trono, á Vu, dándola el
-título nuevo é inaudito de reina celestial.</p>
-
-<p>Jamás se había cometido tan grave y escandalosa acción. La piedad filial
-es la virtud china por excelencia, y Confucio dice en el Y-King ó <i>Libro
-de los libros</i> que el padre es al hijo lo que el sol al mundo. Pero
-habían pasado los tiempos en que el prestigio de la ley podía más que el
-respeto al Monarca, y nadie se atrevió á chistar. Solamente un
-literato&mdash;en aquel país los literatos llevaban la voz de la conciencia
-pública&mdash;tuvo valor para anunciar á Kao-Sung<span class="pagenum"><a name="page_199" id="page_199"></a>{199}</span> que los Espíritus ó manes
-de los antepasados tomarían venganza de la ofensa; por lo cual el
-literato fue esmeradamente cortado en diez mil pedacitos, suplicio que
-se reserva á los grandes culpables.</p>
-
-<p>Sin duda los Espíritus quisieron dejar bien al literato, pues Kao-Sung
-murió pronto, consumido por el incendio de sus venas, por el amor
-desesperado y loco. Sucedíale su hijo Shun-Sung; pero á los pocos días
-la emperatriz le hizo sorprender en su lecho y trasladar en palanquín á
-una fortaleza fronteriza, de las que defendían la Gran Muralla. Y
-apoderándose del trono, dió rienda suelta á su soberbia infinita. Mandó
-construir un palacio desmesurado, y en él reunió servidumbre
-innumerable, entre la cual había bailarinas, atletas, astrólogos,
-arqueros muy diestros y palafreneros tártaros de suma habilidad. Todas
-las noches los jardines se iluminaban con millares de farolillos, y
-barcas empavesadas, de figura de dragones ó cisnes, llenas de músicos,
-con mesas dispuestas para el banquete, recorrían los estanques y lagos;
-en la más suntuosa de las embarcaciones, la emperatriz, rodeada de su
-corte, se entregaba á los delirios de la orgía. Hasta tuvo el capricho
-de hacer un lago de vino rojo y ver cómo se bañaban en él, ebrios ya,
-los cortesanos. En medio de su desatinada vida, Vu pensaba en agrandar
-su Imperio, y veteranos generales consiguieron para sus armas brillantes
-victorias. Los literatos, no queriendo ser aserrados ó cortados en diez
-mil trozos, cantaban la gloria de<span class="pagenum"><a name="page_200" id="page_200"></a>{200}</span> la excelsa Vu, y el Imperio entero,
-postrado á sus casi invisibles pies, la reverenciaba acobardado, pues
-las proscripciones habían hecho oscilar, al extremo de un bambú corvo,
-muchas y muy ilustres cabezas.</p>
-
-<p>Cualquiera pensaría que Vu, en tal esplendor de triunfo, no envidiaba á
-nadie en la tierra. Y sin embargo, á los tres años de reinar, dió
-marcadas señales de cansancio y hasta de melancolía, por lo cual los
-médicos y astrólogos de palacio no sabían á qué santo encomendarse, pues
-la Emperatriz, encerrada en sus habitaciones, se negaba á ver á nadie, y
-hasta hubo días en que rehusaba el alimento. Mil versiones corrían
-acerca del padecimiento incomprensible de la Emperatriz,&mdash;y es que nadie
-podía sospechar que Vu, la ambiciosa, la caprichosa, estaba perdidamente
-enamorada de un joven bonzo, sacerdote de Fo (á quien en la India llaman
-el Buda).</p>
-
-<p>Ni toda la ciencia del gran Confucio y de Lao-Seu, el filósofo de las
-blancas cejas, alcanzaría á explicar la secreta razón del enamoramiento
-y del sufrimiento de la Emperatriz. Así como se habían reclinado en los
-cojines de seda de su gabinete los esculturales hijos de Corea ó Kaolín
-(la tierra cuyo barro sirvió al Espíritu para modelar al primer hombre),
-los indianos del Himalaya, de negros ojos de gacela y dorada piel; los
-siberianos, de azules pupilas, y los montañeses Kirguizos, de arrogante
-apostura, nada más fácil para la celeste Emperatriz que prender al joven
-bonzo Hoay y encerrarle<span class="pagenum"><a name="page_201" id="page_201"></a>{201}</span> allí, entre jardines de arbustos enanos en
-flor, que convidan á la molicie. Mas no era eso lo que Vu deseaba. Había
-visto al bonzo en ocasión de hallarse ella pescando en un estanquito
-peces de colores. Al tirar de la cuerda y sacar un plateado ciprino de
-aletas de carmín, el budista, que pasaba con los ojos bajos, había
-alzado la voz, exclamando severamente: «Mujer, ¿por qué haces daño á los
-seres vivos é inofensivos? Si quieres saciar tu crueldad, clávame el
-anzuelo á mí.» Y desde aquel instante, Vu veía siempre el grave rostro,
-la mirada intensa, de fuego, la figura penitente del bonzo Hoay; y en
-memoria suya, á ningún sér viviente se hacía mal en el inmenso palacio.
-Vu comía frutas confitadas, legumbres cocidas, y las aves anidaban
-pacíficamente en el imbricado reborde de los pabellones de recreo.</p>
-
-<p>Un día, ya desesperada, sintiendo que la tristeza la consumía hasta la
-médula de los huesos, Vu se hizo conducir al monasterio donde habitaba
-el bonzo, y arrojándose á sus pies, sin orgullo ni alarde de poderío, le
-explicó su mal y le pidió el remedio. «Yo sanaré si tú me guías; yo
-sanaré si tú estás á mi lado.» Hoay levantó del suelo á la Emperatriz
-celeste, y con palabras fraternales la calmó: «Empieza&mdash;la dijo&mdash;por
-elevar un templo á la Luz y otro al Cielo..., y después llámame.» Vu
-erigió dos templos altísimos, que agotaron su tesoro; terminadas las
-obras, avisó al bonzo, el cual acudió, y, armado de una antorcha,
-incendió los maravillosos edificios. No quedó de ellos más<span class="pagenum"><a name="page_202" id="page_202"></a>{202}</span> que ceniza.
-Después dijo á la consternada Emperatriz: «Ahora, mujer, eleva un templo
-más alto, más alto, dentro de ti, en tu corazón, al Cielo y á la Luz...
-y cuando esté erigido vuélveme á llamar.» Vu ignoraba cómo arreglárselas
-para elevar un templo dentro de su corazón; no obstante, por instinto
-del querer&mdash;instinto infalible,&mdash;adoptó vida distinta de la anterior:
-abrió las prisiones, prohibió los suplicios, rebajó los impuestos, oyó
-las quejas justas, dió premios á la piedad filial, amparó la
-agricultura, y en su palacio estableció tal moralidad, que podrían ser
-de vidrio las paredes. El bonzo, satisfecho, venía á visitarla todas las
-tardes, y cogidos de las manos, apaciblemente, conversaban sobre las
-cuatro virtudes sublimes y la liberación de la bienaventuranza final. Vu
-era dichosa como en su vida lo había sido.</p>
-
-<p>Sin embargo, los veteranos generales, los eunucos directores de las
-fiestas, los panzudos mandarines y hasta los literatos, envidiosos de la
-privanza de Hoay, al ver que ya no se ordenaban suplicios, conspiraron.
-Y Vu, aquella Emperatriz que (según el dicho del historiador Padre
-Amiot) emprendió y ejecutó impunemente las cosas más extraordinarias y
-más opuestas al criterio y costumbres de la China, fue sorprendida en su
-pabellón y secretamente estrangulada, en castigo de haber concebido un
-amor diferente de otros amores, y de haber, á impulsos de ese extraño
-sentimiento, elevado en su corazón un templo muy alto al Cielo y á la
-Luz.<span class="pagenum"><a name="page_203" id="page_203"></a>{203}</span></p>
-
-<h3><a name="EL_MILAGRO_DE_LA_DIOSA_DURGA" id="EL_MILAGRO_DE_LA_DIOSA_DURGA"></a>EL MILAGRO DE LA DIOSA DURGA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>La historia religiosa y la civil y militar se encuentran tan íntimamente
-enlazadas en los pueblos antiguos de la India, que ni la crítica intenta
-separarlas; los textos históricos se hallan en los libros sagrados; las
-mismas epopeyas tienen carácter teológico, y obra son de bramanes ó
-sacerdotes. En una epopeya de las más difusas encuentro el relato del
-hecho sobrenatural que vais á leer, si lo leéis, y á meditar, si
-gustáis. De mí sé decir que me dejó buen rato pensativa.</p>
-
-<p>La ciudad y estados de Kapala, florecientes bajo los reyes de la casa de
-Dapatamali, decayeron poco á poco de su antiguo esplendor, y en plazo
-relativamente corto vinieron á ser invadidos y sometidos por sus
-constantes enemigos los de Kamurti. Tributos onerosos, vejámenes
-intolerables, humillaciones continuas, las leyes y las instituciones, el
-comercio y la agricultura de Kapala sometidos á la fiscalización<span class="pagenum"><a name="page_204" id="page_204"></a>{204}</span> y á la
-avidez codiciosa del enemigo, todo esto tuvieron los kapaleños que
-sufrir y llevarlo en paciencia, pues al soberbio vencedor le parecía
-harto haberles dejado la vida salva. Es verdad que cuando aconteció á
-Kapala tal desventura, ya estaba muy abatida y desbaratada por culpa de
-la mala administración, rapacidad y desmanes de los exactores, y de
-infinitos vicios que se habían ido arraigando en su constitución y
-enfermándola, hasta producir una atonía que hizo á los kapaleños
-indiferentes á su propio decaimiento y vergüenza.</p>
-
-<p>Como si todas las manifestaciones del espíritu se agotasen á la vez en
-Kapala, cayó también en olvido la religión, y quedó abandonado el
-maravilloso templo de la diosa Durga, emplazado al pie de la montaña de
-Sindoro, que es el Olimpo javanés, residencia favorita de los
-inmortales. Y se necesitaba que Kapala hubiese descendido tanto para que
-yaciese desierta la sacra montaña, poblada de arbustos en flor, regada
-por ríos y manantiales de deleitosa frescura, en cuyos remansos abrían
-los lotos azules, blancos y rosados, sus redondas y geométricas corolas;
-la montaña poblada de lindas <i>apsaras</i> (las ninfas de la mitología
-indostánica) y de aves canoras y dulces, cuyos gorjeos hacen insensible
-el transcurso de las horas, de los años y hasta de los siglos.&mdash;En la
-vertiente de la montaña alzábase la mole del templo de Durga, cuyas
-imponentes ruinas son aún hoy asombro de arqueólogos y viajeros. Salvada
-la puerta, lo primero que se divisa es la efigie colosal<span class="pagenum"><a name="page_205" id="page_205"></a>{205}</span> de la diosa,
-de aspecto venerando. Bajos los ojos como en misterioso éxtasis, y
-cubierta la cabeza por la alta mitra, en cuyo centro refulge enorme
-esmeralda; apoyados los pies en el lomo del toro Nandi, Durga tiende sus
-ocho brazos, y en cada uno de ellos lleva un atributo de sus enseñanzas
-y doctrinas. El primero empuña la cola de un búfalo, emblema de la
-agricultura; el segundo una espada, que significa el heroísmo; el
-tercero el vaso sagrado, símbolo de la religión; el cuarto la maza,
-representación del vigor y la fuerza; el quinto la luna, imagen de la
-sabiduría; el sexto el escudo, que aconseja prudencia y ánimos para
-defenderse; el séptimo el estandarte, que es la ley, y finalmente, el
-octavo agarra, con brío y violencia los cabellos del muñeco Maikasur,
-personificación del vicio, ordenando así la diosa que no se omita el
-castigo de los culpables, tan necesario para ejemplo y escarmiento en
-las bien ordenadas repúblicas. Dentro no faltaban otras efigies de
-Durga, y se adoraban las de Siva y Ganesa.&mdash;Pena infundía ver el
-magnífico templo sin sacerdotes ni acólitos, vacío y mudo, invadido por
-las plantas parásitas que se agarran á la piedra y consuman su
-destrucción.</p>
-
-<p>Aparte de las aves y de los reptiles, no quedaba dentro del santuario de
-Durga más sér viviente que un anciano solitario. Es verdad que valía por
-cien bramanes: la austeridad increíble de sus mortificaciones, que le
-habían desecado el cuerpo y consumido y destuetanado<span class="pagenum"><a name="page_206" id="page_206"></a>{206}</span> hasta los huesos,
-le tenían hecho una momia, pero tan comunicado con la esfera superior de
-Brama, que cuantas veces hincaba en el suelo su báculo, el seco tronco
-brotaba rama y flor, y que, sin sentirlo, á ratos se elevaba de tierra
-siete codos el penitente, con otros prodigios que despacio refiere la
-epopeya. La fama del santísimo Majamí, tal era su nombre, empezó á
-divulgarse, y llegando á oídos de tres kapaleños que no podían
-resignarse al triste estado presente de su nación, resolvieron
-peregrinar al santuario de Durga y pedir á Majamí consejo y á la diosa
-intervención eficaz.</p>
-
-<p>Pertenecían estos tres últimos kapaleños patriotas á la casta de los
-<i>chatrias</i> ó guerreros, que forma, después de los bramanes ó sacerdotes,
-la primer aristocracia de la India. Bien montados y llevando ofrendas
-para la deidad, se encaminaron á Sindoro al rayar la mañana, y salvando
-la odorífera selva y los lagos deliciosos, no tardaron en avistar las
-galerías de arcadas y las innumerables cupulillas del vasto templo.
-Pasaron, sobrecogidos de religioso pavor, bajo la enorme puerta de
-entrada, en cuyas jambas hacen la guardia dos colosos armados de sendas
-porras; y dentro del patio, al pie de la estatua de la diosa, cruzado de
-piernas y mirándose al sitio en que debía estar el vientre,&mdash;la posición
-en que suelen representar á los Budas,&mdash;calcinándose bajo un sol de
-fuego, hecho un pedazo de yesca ó un tronco que abrasó el estío, vieron
-al santo Majamí, tan quieto, que un pájaro se había posado en su cráneo<span class="pagenum"><a name="page_207" id="page_207"></a>{207}</span>
-y sólo voló al ver aparecer á los tres chatrias.</p>
-
-<p>&mdash;Grande y venerable asceta&mdash;dijo el que llevaba la palabra,&mdash;hemos
-venido á turbar tu quietud y á interrumpir las místicas meditaciones que
-te ponen en contacto con las esferas divinas, para rogarte que te
-acuerdes del daño, desastre y acabamiento de nuestras comarcas y reino
-de Kapala, y ejercites el formidable poderío que te otorga tu santidad
-para obtener de la diosa Durga, en otro tiempo tan propicia á los
-kapaleños, que nos restaure. Únicamente Durga puede hacer un milagro que
-nos saque del abismo. Concentra tu voluntad, y obtén de la diosa el
-favor que solicitamos.</p>
-
-<p>Permanecía Majamí como si fuese labrado en piedra. Los chatrias,
-respetando su inmovilidad, se prosternaron y adoraron á Durga, admirando
-los atributos de sus ocho brazos y la esmeralda que en su mitra
-resplandecía como una esperanza dulce. Entonces, con imponente lentitud,
-los blancos ojos del solitario giraron en sus órbitas; su boca quemada y
-negruzca se abrió solemnemente; su esternón, en que se contaban las
-costillas apenas sujetas por la piel, jadeó para recobrar el ritmo de la
-respiración olvidada; y al fin, con voz discorde y cavernosa, como el
-chirrido de una puerta de oxidados goznes, murmuró gravemente:</p>
-
-<p>&mdash;Contemplad ¡oh chatrias! los atributos de la diosa. ¡Ellos os dirán
-cómo se hacen los milagros!</p>
-
-<p>No les contentó la respuesta, é insistieron. El gran Majamí podía
-solicitar de Durga milagrosa<span class="pagenum"><a name="page_208" id="page_208"></a>{208}</span> intervención: ¡el poder de la diosa era
-tan infinito! Entonces el penitente, levantándose con trabajo, y
-renqueando y vacilando sobre sus canillas huesosas, registró bajo el
-zócalo de la estatua y sacó un pez muerto, ó mejor dicho, un pez seco
-ya, de tonos metálicos, momificado como el propio Majamí&mdash;un pez que
-parecía de estaño y cobre,&mdash;y se lo tendió á los chatrias, que no
-pudiendo comprender el sentido de tan raro presente, sin replicar lo
-tomaron.</p>
-
-<p>&mdash;Durga os manda alimentaros de ese pez,&mdash;declaró Majamí.&mdash;Al sestear en
-la montaña lo asaréis... y el pez os dirá cómo se hacen los milagros.</p>
-
-<p>Asaz mohínos se despidieron los tres kapaleños patriotas, comentando el
-regalo del pez y conviniendo en que Durga, airada ó indiferente, no
-quería socorrer á Kapala. Con todo, á la primer parada bajo un grupo de
-limoneros y tamarindos, dócilmente encendieron una hoguera y arrimaron á
-la brasa el pez. Y, al caer sobre las ascuas, el pez empezó á hincharse,
-á esponjarse; sus metálicas escamas se hicieron flexibles; al cabo de
-pocos instantes, sus aletas se abrieron, se coloreó de rojo su abierta
-boca, palpitaron sus branquias, y ¡oh prodigio de Durga! el pez, de un
-brinco, saltó de la llama á la hierba, fresco, vivo, coleando.</p>
-
-<p>&mdash;Durga nos manda imitar á ese pez&mdash;exclamó el primer chatria.&mdash;He
-comprendido, hermanos míos. <i>¡Resucitemos!</i><span class="pagenum"><a name="page_209" id="page_209"></a>{209}</span></p>
-
-<h3><a name="ENTRE_RAZAS" id="ENTRE_RAZAS"></a>ENTRE RAZAS</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Al admirar la colección de objetos de arte de mi amigo el conde de
-Boltaña, me llamó la atención uno que no descollaba por su mérito, pero
-que decía á mi alma cosas muy expresivas. Era la efigie&mdash;de talla, con
-ropaje dorado y estofado&mdash;de San Benito de Palermo. La negra faz del
-Santo, su testa de cabellera lanuda, se destacaban con singular energía
-sobre las ricas vestiduras sacerdotales. Notando el interés con que yo
-miraba la estatuilla, me advirtió el conde:</p>
-
-<p>&mdash;Esa escultura es de lo más flojo que hay aquí.</p>
-
-<p>&mdash;Pero encarna una idea&mdash;respondí al punto.&mdash;Encarna la idea tan
-esencialmente democrática del Catolicismo. Es la apoteosis de la
-igualdad humana; reprueba la división en razas superiores é inferiores
-que estableció el paganismo. Por eso me conmueve el santito negro, que<span class="pagenum"><a name="page_210" id="page_210"></a>{210}</span>
-estará ahora bañándose en la blanca luz celestial.</p>
-
-<p>&mdash;Si yo le refiriese á usted&mdash;exclamó el conde&mdash;cuándo y en compañía de
-quién adquirí esa talla y lo que después ocurrió, tal vez pensaría usted
-que á fines de nuestro siglo la civilización vuelve al cauce pagano,
-restaurando la desigualdad basada en la fuerza material... y que pierde
-terreno, en los pueblos directivos, la noción del derecho.</p>
-
-<p>Y como yo insistiese en conocer sin tardanza la historia de la compra
-del San Benito, nos sentamos en cómodos y vetustos sillones de badana
-cordobesa, y el conde habló así:</p>
-
-<p>&mdash;Ha de saber usted que hace años, un primo mío, cónsul en Baltimore, me
-recomendó á cierto norteamericano que venía á recorrer las principales
-ciudades de España y proyectaba detenerse en Madrid cosa de un mes. Con
-la hospitalaria cortesía de que nos preciamos los españoles,
-sacrificando tiempo y dinero, me dediqué á acompañar y obsequiar al
-yanqui, llevándole adonde mostraba deseos de ir: á las casas de los
-anticuarios y también á los cafés flamencos y teatrillos de mala muerte,
-con todas sus consecuencias. Para que usted se explique éstas al parecer
-contradictorias aficiones de mi extranjero, habré de retratarle en
-cuatro rasgos. Podría tener de veintiséis á treinta años de edad; era
-alto, anguloso, como tallado á hachazos; y el contraste de su figura
-consistía en aquel corpachón de boxeador y púgil terminado por una cara
-imberbe, rasa, de<span class="pagenum"><a name="page_211" id="page_211"></a>{211}</span> ojos incoloros y fríos, de boca femenil. Llevaba el
-pelo muy recortado, y al sol su cabeza parecía bola de oro pálido; en
-suma, la facha de un <i>clergyman</i>, y desmintiendo el tipo clerical y
-beatífico, una fisiología poderosa. Su carácter era poco expansivo, con
-súbitos arrebatos de voluntariosos antojos; y noté fácilmente cómo en
-las tiendas de antigüedades pasaba de la glacial indiferencia al
-violento deseo, determinado, no por la belleza de un objeto, sino por su
-alto precio ó su rareza. «Dentro de poco&mdash;solía decir en regular
-castellano al sacar la cartera atestada de billetes&mdash;tendremos <i>allá</i> lo
-mejor de la vieja Europa.» Compraba lo mismo que quien roba, y sin mirar
-sus adquisiciones segunda vez, las encajonaba y expedía. Lo único que
-despertaba en él una emoción parecida al respeto, eran los cachivaches
-de carácter nobiliario&mdash;que suelen hacernos sonreir á los españoles.&mdash;Un
-carcomido escudo de armas, una amarillenta ejecutoria con miniaturas, le
-atraían y borraban la contracción irónica de sus labios. Llamábase
-Ricardo Stoddard, y sospecho que poseía fábricas de harinas y pastas;
-pero jamás lo confesó, y pidióme por favor que le llamase siempre <i>don</i>
-Ricardo, en lo cual á poca costa le dí gusto.</p>
-
-<p>Una mañana, mientras rebuscábamos tesoros de arte, apareció ese San
-Benito de Palermo, cubierto de polvo y destrozadillo. <i>Don</i> Ricardo miró
-la efigie y pronunció con calma: «Estúpida, una religión que pone en
-altares á los negros.» No sé si porque me soliviantó la<span class="pagenum"><a name="page_212" id="page_212"></a>{212}</span> grosería de la
-frase ó por espíritu de contradicción, en el acto compré la escultura y
-mandé que la llevasen á casa del restaurador directamente. Quería
-desagraviar al Santo de la obscura tez, y dar de paso una lección al
-ciudadano demócrata.</p>
-
-<p>Por casualidad, estábamos de acuerdo en visitar aquella misma noche un
-cafetucho de no muy buena fama, cerca de los barrios bajos. Si bien me
-desagradaban tales excursiones, no me creí dispensado de acudir á la
-cita, y nos instalamos ante una mesa, pidiendo cerveza y café. Habría
-transcurrido un cuarto de hora, cuando ví que en la mesa próxima acababa
-de ocupar una silla un corpulento negrazo. Es tan poco frecuente ver
-negros en Madrid, que le miré con profunda sorpresa, admirando su
-atlética complexión, su arrogante estatura, su vigor, sus ojos
-brillantes y la corrección de su traje; vestía de gris, con chaleco
-blanco, y calzaba guantes de gamuza barquillo. Sin poder contenerme,
-toqué en el brazo á <i>don</i> Ricardo y le dije sonriendo:</p>
-
-<p>&mdash;Buen tipo, ¿eh? ¡Qué ejemplar!</p>
-
-<p>Volvióse el yanqui y posó en el negro sus pupilas descoloridas y
-aceradas. No recuerdo mirada así: el desprecio condensado hasta producir
-la frigidez del hielo, y la altivez que encuentra su fórmula definitiva
-y triunfante, se revelaron de la ojeada que siguió á mi observación. Y
-con voz incisiva, estridente, que azotaba, pronunció en alto:</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh! Sí. ¡Vale mil dollars!<span class="pagenum"><a name="page_213" id="page_213"></a>{213}</span></p>
-
-<p>No puedo describir el efecto que me causó aquel precio de mercado,
-aquella tasa de caballo ó de res vacuna, arrojada á la faz de un
-racional, de un sér humano; pero describiré el que causó en el negro,
-que había oído perfectamente. Palideció poniéndose verdoso&mdash;es como
-palidecen ellos;&mdash;la blancura de sus ojos giró, y levantándose de un
-brinco de tigre, quitóse un guante y lo proyectó contra la mejilla del
-norteamericano. Éste esquivó el choque ladeando la cabeza; sin perder su
-flema, asió las tenacillas del azúcar y con ellas cogió el guante, sobre
-la mesa caído; llamó al mozo, y ordenó chapurreando más que de
-costumbre:</p>
-
-<p>&mdash;¡Se lleve usted pronto esto porquería!</p>
-
-<p>El negro permanecía de pie, lívido, cruzado de brazos, desafiando. Por
-un instante temí que iba á precipitarse hacia nosotros. Su corpachón
-gigantesco retemblaba de coraje; sus dientes castañeteaban de ira. Sin
-embargo, se contuvo, abrió los brazos, volvióse de espaldas, y yo,
-advirtiendo que en el café la gente, alborotada, se arremolinaba ya
-esperando alguna bronca, pagué el consumo y logré sacar al yanqui
-afuera. Al verse en la calle, dijo seca y acerbamente:</p>
-
-<p>&mdash;¡Qué cosas pasan aquí! ¡Me echar el guante un esclavo!</p>
-
-<p>Respondíle enojado que ya no hay esclavos, y creo que saqué á relucir en
-mi perorata el San Benito negro y las ideas de fraternidad. Debí de
-predicar en desierto, porque al dejar á <i>don</i> Ricardo á la puerta de su
-fonda, todavía repitió,<span class="pagenum"><a name="page_214" id="page_214"></a>{214}</span> pegándome familiarmente en el hombro (me había
-cobrado afecto á su manera):</p>
-
-<p>&mdash;¡Un esclavo! ¡By God!</p>
-
-<p>Cuando me alejaba de allí, iba asaz preocupado. Juraría que <i>alguien</i>
-nos había seguido á distancia, paso á paso, desde la Plaza Mayor hasta
-la calle del Caballero de Gracia, á tales horas poco concurrida. Miré en
-derredor, escruté las bocacalles, pero á nadie ví. Rumiando el
-incidente, me retiré, y los siguientes días rehuí acompañar á <i>don</i>
-Ricardo. La curiosidad me movió á averiguar quién era el gigantesco
-negro, y supe que procedía de las Antillas, que ejercía las altas
-funciones de jefe en las cocheras del duque de S..., y que por su
-habilidad y maestría se ganaba un pingüe sueldo.</p>
-
-<p>Y ya llegamos al desenlace de esta aventura, más dramático de lo que
-usted supone... Una semana después del episodio del cafetucho, leía yo
-en la peluquería un periódico, y á poco me degüella el barbero; tal
-respingo dí al tropezar con la noticia de que en una callejuela
-sospechosa de los barrios bajos, no lejos del consabido cafetucho, había
-sido encontrado el cadáver de un extranjero, cuyas iniciales, <i>R. S.</i>,
-no me permitieron dudar de quién se trataba. El periódico traía más
-detalles: la muerte había sido causada por dos cuchilladas tremendas, y
-en los bolsillos del muerto estaban la cartera repleta y el soberbio
-reloj, signo evidente de que el crimen obedecía á una venganza...</p>
-
-<p>Hacer luz... era bastante difícil, como yo no cantase... Y no canté. ¡No
-me atreví á echar el<span class="pagenum"><a name="page_215" id="page_215"></a>{215}</span> peso de mis palabras en la balanza terrible! ¿Hice
-mal? ¡Mi instinto me dictaba que guardase silencio!... Y siempre que
-pienso en esta página de mi vida moral, para tranquilizarme, para
-recobrar la paz, miro esa efigie del Santo de la cara obscura...</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_216" id="page_216"></a>{216}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_217" id="page_217"></a>{217}</span>&nbsp; </p>
-
-<h2><a name="CUENTOS_ANTIGUOS" id="CUENTOS_ANTIGUOS"></a>CUENTOS ANTIGUOS</h2>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<h3><a name="LA_PALOMA" id="LA_PALOMA"></a>LA PALOMA<br /><br />
-<small>Á NUESTRO PADRE EL ZAR</small></h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Cuando nació el príncipe Durvati, primogénito del gran Ramasinda, famoso
-entre los monarcas indianos, vencedor de los divos, de los monstruos y
-de los genios; cuando nació, digo, este príncipe, se pensó en educarle
-convenientemente para que no desdijese de su prosapia, toda de héroes y
-conquistadores. En vez de confiar al tierno infante á mujeres cariñosas,
-confiáronle á ciertas amazonas hircanas, no menos aguerridas que las de
-Libia, que formaban parte de la guardia real; y estas hembras varoniles
-se encargaron de destetar y zagalear á Durvati, endureciendo su cuerpo y
-su alma para el ejercicio de la guerra. Practicaban las tales amazonas
-la costumbre de secarse y allanarse el pecho por medio de ungüentos y
-emplastos; y al buscar el niño instintivamente el calor del seno
-femenil, sólo encontraba la lisura y la frialdad metálica de la coraza.
-El único agasajo que le permitieron sus niñeras fue reclinarse sobre el
-costado de una tigre domesticada, que á veces, como en fiesta, daba al
-principito un zarpazo; y<span class="pagenum"><a name="page_218" id="page_218"></a>{218}</span> decían las amazonas que así era bueno, pues se
-familiarizaba Durvati con la sangre y el dolor, inseparables de la
-gloria.</p>
-
-<p>A los diez y ocho años, recio, brillante y animoso, entró el príncipe en
-acción por primera vez, al lado del rey, que invadía la comarca de
-Sogdiana y Bactriana, para someterla. Erguíase Durvati sobre un elefante
-que llevaba á lomos formidable torre guarnecida de flecheros; cubría el
-cuerpo de la bestia un caparazón de cuero doble, y en sus defensas
-relucían agudas lanzas de oro. Escogida hueste de negros armados de
-clavas cercaba al príncipe, y cuando se trababa la lid, Durvati se
-estremecía sintiendo que los pies enormes del belicoso elefante, que
-barritaba de furor, se hundían en cuerpos humanos, reventaban costillas,
-despachurraban vientres y hollaban cráneos, haciendo informe masa
-sanguinolenta y palpitante. Al acabarse una batalla más reñida, Durvati
-osó preguntar á su padre, el gran rey, si aquella gente aplastada sufría
-mucho y si placía á Brama que la gente sufriese. Y Ramasinda, colérico
-de la pregunta, que le pareció rasgo de flaqueza en el novel guerrero,
-sólo contestó con palabras de un cántico sagrado: «Mira delante de ti la
-suerte de los que fueron; mira delante de ti la suerte de los que serán.
-El mortal madura como el grano, y como el grano renace.» Acababa de
-pronunciar estas palabras Ramasinda, cuando cortó el aire una flecha, y
-vino á fijarse temblando en la espalda del rey. Durvati, precipitándose
-hacia su padre, sólo alcanzó á recibirle<span class="pagenum"><a name="page_219" id="page_219"></a>{219}</span> en brazos moribundo. La tropa,
-después de hacer pedazos al matador del rey, proclamó á Durvati,
-gritando que era preciso llevar á sangre y fuego aquel país, y que el
-nuevo rey sabría cumplir tan alta empresa.&mdash;Aquella noche, el huérfano
-se durmió con sueño de plomo y soñó cosas raras. Representósele otra vez
-el triste fin de su padre; sintió la humedad de la sangre que manaba la
-herida y la humedad del llanto que él mismo, Durvati, no se había
-atrevido á derramar en presencia del ejército, pero que ahora fluía
-copioso, empapando sus ropas. Y cuando desahogaba así el dolor,
-parecióle que sobre su pecho notaba un calor grato y suave, como un peso
-delicioso, y rozaba su cara algo fino cual seda. Era, á su parecer, una
-blanquísima paloma, de rosado pico, de cuello de bizantinos esmaltes
-verdiazules, de benignos y amorosos ojos negros, que arrullando
-mansamente murmuraba á su oído una frase misteriosa. El arrullo calmó
-las angustias del príncipe, y le sepultó en un anonadamiento absoluto,
-reparador.&mdash;Al despertar gritó de sorpresa. Echada á su lado, recostando
-la frente en su pecho, había una mujer muy joven, celestialmente bella,
-de blanco seno, de rosada boca, de cabellera sombría y suelta como
-plumaje de ave, de negras pupilas; y al preguntar atónito Durvati quién
-era la admirable criatura, fuéle respondido que una cautiva, una
-esclava, por hermosa señalada para botín real, y que á no haber sido
-muerto el rey Ramasinda, estaría ahora en su tienda y no en la de
-Durvati.<span class="pagenum"><a name="page_220" id="page_220"></a>{220}</span></p>
-
-<p>Mozo era, y nunca había ardido en su corazón el incendio que transforma
-y perpetúa los seres. En aquel punto y hora lo sintió con tal fuerza,
-que se borró de su mente cuanto no fuese la cautiva. Olvidando planes de
-conquista y dominación, fijó sus reales en la ciudad más próxima, y
-embelesado en coloquios deleitosos se pasaba la existencia. No por eso
-se crea que Durvati se entregó á la molicie y al desenfreno. Al
-contrario; poseído casi siempre de exquisita delicadeza, con casto
-arrobamiento, amaba á la cautiva á la manera que enseñan los <i>kandas</i>, ó
-himnos védicos,&mdash;con el <i>atmán</i>, que quiere decir <i>aliento</i> ó
-<i>espíritu</i>;&mdash;repitiendo aquellas palabras consagradas:&mdash;«En verdad lo
-que amamos en la mujer no es la mujer, sino el espíritu; y quien busque
-en la mujer más que el espíritu, será abandonado por Brama.»&mdash;Recordando
-que la primer noche en que tuvo cerca á su amiga soñó Durvati que una
-paloma se le arrimaba arrullando, Paloma la llamó, y Paloma la nombraron
-todos.</p>
-
-<p>Lo que más encantaba á Durvati en Paloma, y lo que justificaba tal
-apodo, era la ternura, la mansedumbre, la piedad, la blanda condición,
-tan diferente de la de aquellas feroces guerreras sin atributos
-femeniles, entre cuyas manos se había criado el joven rey; y según éste
-intimaba con Paloma, y la frecuentaba, y se apegaba á ella, y pasaban
-juntos las largas siestas del estío á orillas de los lagos cristalinos y
-bajo los copudos árboles, le repugnaba más y más la idea de la crueldad
-y de la matanza, se le hacía<span class="pagenum"><a name="page_221" id="page_221"></a>{221}</span> más cuesta arriba lanzar al combate otra
-vez sus huestes. Ya dueña de su confianza, y usando de la libertad que
-da el afecto, Paloma le pintaba con sus colores horribles el estrago de
-la guerra, y le aseguraba que todos tienen derecho á vivir y deber de
-amarse, para disminuir los males que cercan en la tierra al mortal.</p>
-
-<p>Por desgracia, no poseía cada soldado de Durvati su Paloma; furiosos con
-la inacción, vejaban y oprimían á los naturales, y el país se alzaba
-indignado, clamando independencia ó muerte. Los jefes, compañeros del
-victorioso Ramasinda, aficionados al combate, maldecían y renegaban de
-la hechicera que tenía embaucado al rey, y suspiraban por el momento de
-armar á sus elefantes de combate y arrojarse al botín y á la gloria.&mdash;La
-sorda conjuración contra la favorita tomó cuerpo al difundirse una
-noticia grave: contra todos los ritos, costumbres y leyes, contra el
-decoro de su nombre y las tradiciones heroicas de su raza, Durvati iba á
-elevar al trono á aquella mujer, y regresar después á los bordes del
-Ganges, abandonando la tierra ganada por el empuje de sus armas,
-devolviendo la libertad á sus moradores, sin apropiarse ni una pulgada
-de territorio ni una oveja de ajeno rebaño. Cundió la nueva entre las
-tropas, y oyéronse maldiciones é imprecaciones contra el afeminado rey
-que los deshonraba y envilecía. Era preciso que su razón estuviese
-perturbada, y que aquella bruja, secuaz de los magos, hubiese dado algún
-bebedizo ó hierba mala al joven héroe, para que olvidase la<span class="pagenum"><a name="page_222" id="page_222"></a>{222}</span> dignidad
-real y los deberes de su cargo altísimo, que principalmente en la guerra
-se resumen. Persuadidos ya de haber adivinado la causa de la decadencia
-y trastorno de Durvati, concertáronse las amazonas y los jefes, y una
-noche, sigilosamente, sorprendieron y robaron á Paloma de la misma
-cámara real.&mdash;No ha logrado la historia exclarecer su paradero; las
-desgarradoras quejas de Durvati, sus ruegos, sus amenazas, no
-consiguieron que los raptores se la restituyesen; únicamente, ante la
-insistencia del joven rey, quizá deseosos de hacerle irónica burla,
-idearon colocar en su lecho, mientras dormía, una paloma mansa, que
-llevaba por collar el anillo de la cautiva: paloma de níveo plumaje, de
-tornasolado cuello verdiazul, de rosado pico, de ojos negros, amantes y
-candorosos...</p>
-
-<p>No se sabe si Durvati entendió la sátira, ó si, en efecto, supuso que
-aquella ave arrulladora y dulce era el <i>atmán</i> ó espíritu de su
-amada.&mdash;Lo cierto es que, fingiendo atribuir el caso á un prodigio,
-convocó á sus huestes y les hizo saber que aquella metempsícosis de la
-amiga, vuelta paloma, significaba que Brama quería la paz perpetua, la
-paz luciendo como blanca aurora sobre el mundo; y que esta resolución
-estaba decidido á mantenerla, cortando la cabeza sin demora á quien se
-opusiese ó suscitase dificultades de cualquier género.&mdash;Y en efecto, en
-todo el reinado de Durvati no se derramó gota de sangre humana.<span class="pagenum"><a name="page_223" id="page_223"></a>{223}</span></p>
-
-<h3><a name="PREJASPES" id="PREJASPES"></a>PREJASPES</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Pensamos los occidentales haber inventado la lealtad monárquica, y
-atribuímos el desarrollo de este singular sentimiento á las ideas
-cristianas, confundiendo los afectos que debe inspirarnos Dios, suma
-Causa y Bien sumo, con los que tienen por objeto á hombre nacido de
-mujer. Yo no sé si un sentimiento se califica ó descalifica por ser
-antiguo, pero sé que la lealtad monárquica es tan vieja como los más
-viejos cultos, y en apoyo de esta opinión recordaré la aventura que le
-sucedió al adictísimo Prejaspes.</p>
-
-<p>Ciro había sido un soberano glorioso y justo, pero su hijo y sucesor
-Cambises, á medida que fue catando el vino del absoluto poder, mostró
-los síntomas de la embriaguez especial que ocasiona este terrible licor,
-destilado con sudor humano, sangre y lágrimas. Creyóse el centro de la
-vida y el ojo del mundo, y contribuyó á engreirle más y á persuadirle de
-que su<span class="pagenum"><a name="page_224" id="page_224"></a>{224}</span> voluntad no reconocía ley ni freno, su incursión por el Egipto,
-reino que había llegado á brillante esplendor de civilización bajo el
-Faraón Amasis y que el persa rindió y subyugó, entrando triunfante en
-las magníficas ciudades de la ribera del Nilo, henchidas de palacios,
-jardines en terrazas, obeliscos, pirámides, esfinges y colosos de
-pórfido y basalto. Dueño del Egipto Cambises, y viendo su nombre grabado
-en caracteres jeroglíficos en el pedestal de las estatuas naóforas y en
-las columnas de los templos, se tuvo, más que por mortal, por una
-divinidad como Osiris, y los egipcios se postraron ante aquel
-conquistador de tiara de oro, aquella faz pálida venida del Oriente.
-Sólo hubo una clase social que se resistió á tributar adoración á
-Cambises, y fué la de los sacerdotes. La religión era lo único que
-resistía en medio del abatimiento de todos, y por lo mismo Cambises tuvo
-empeño en humillarla y vencerla, en satirizarla y, como hoy diríamos,
-ponerla en solfa. No perdía ocasión de burlarse de aquel culto tributado
-á dioses con cabezas de animales, tan risibles para un adorador de la
-Luz, el Fuego y el eterno Sol; y si casualmente sorprendía alguna
-ceremonia de la religión egipcia, ideaba bufonadas para escarnecerla.
-Acertó á regresar impensadamente á Menfis en ocasión en que se celebraba
-la fiesta del sagrado buey Apis; y entrándose de rondón por el templo,
-mandó que le sacasen allí inmediatamente al bovino dios, y tirando de
-cimitarra, le hirió de una cuchillada, que quiso dar en el vientre y<span class="pagenum"><a name="page_225" id="page_225"></a>{225}</span>
-dió en el muslo. «Este dios que sangra y muge es digno de vosotros»,
-gritó á los egipcios, horrorizados de la profanación. Entonces el gran
-sacerdote, alzando las manos á la bóveda celeste, profetizó que el impío
-que hería al dios Apis recibiría herida igual. Cambises mandó azotar
-mortalmente al profeta, pero la profecía quedó grabada en la mente de
-los egipcios como esperanza, como vago terror en la del rey.</p>
-
-<p>Tenía Cambises entre sus servidores al mayordomo Prejaspes, hombre
-valeroso, capaz de echarse al fuego por su monarca. Veía Prejaspes en
-Cambises la forma de lo divino sobre la tierra, y entendía que un acto
-era óptimo ó pésimo según á Cambises placía ó desplacía. Sin embargo, al
-mismo tiempo que tan decidida abnegación, existía en el alma de
-Prejaspes un instinto natural de veracidad y de honradez, que le
-enseñaba á discernir el valor moral de las acciones, y á darse cuenta de
-su alcance, al menos en su propia conducta. La única noción que
-Prejaspes no alcanzaba, es que si hay regla moral para las acciones
-humanas, esta regla obliga lo mismo ó más á los príncipes que á los
-vasallos, y cuando las órdenes de los príncipes están con la regla en
-contradicción, la obediencia sólo á la regla es debida. No lo entendía
-así Prejaspes, y hasta suponía, por exceso de nobleza de ánimo, que su
-sangre y su vida entera y su alma inmortal pertenecían á Cambises.</p>
-
-<p>Sucedió, pues, que Cambises, conocedor de<span class="pagenum"><a name="page_226" id="page_226"></a>{226}</span> la incondicional lealtad de
-su mayordomo, preguntóle un día qué decían de su rey los vasallos. Y
-como Prejaspes hubiese observado que al monarca le enfurecía y exaltaba
-el beber, contestóle lleno de buena intención y con entereza y respeto:
-«Señor, opinan que eres un soberano valeroso y grande, pero que te gusta
-el vino en demasía.» No complació la respuesta á Cambises, por lo mismo
-que exhalaba el acre aroma de la verdad; frunció el poblado entrecejo de
-azabache, y por sus ojos cruzó un relámpago como el que despide el puñal
-al salir de la vaina. Sin embargo, no hizo la menor objeción&mdash;señal
-malísima,&mdash;y siguió hablando con agrado á su mayordomo.</p>
-
-<p>Cosa de una semana después, al levantarse de la mesa, hora en que solía
-Cambises pasear por los jardines entreteniéndose en tirar agudas flechas
-á los pajarillos, llamó á Prejaspes y al hijo de Prejaspes, copero mayor
-de palacio; y al verles en su presencia, dijo á Prejaspes en tono
-alegre: «¿Sabes que he estado pensando en eso de que mis vasallos
-comenten mi afición al vino? Porque capaces serán de creer que soy algún
-insensato y que el abuso de la bebida ha turbado mis sentidos, nublado
-mis pupilas y debilitado este brazo que puso al Egipto por alfombra de
-mis pies. ¿Lo creerás? Yo mismo siento aprensión y quiero hacer un
-ensayo. ¡Ea! Que tu hijo se coloque ahí enfrente... Cuádrale bien,
-échale atrás los brazos para que descubra el pecho... Así... Voy á
-flechar el arco y disparar... Si coloco la punta en mitad del corazón,<span class="pagenum"><a name="page_227" id="page_227"></a>{227}</span>
-convendrás en que se engañan mis súbditos y Cambises conserva íntegras
-sus facultades.»</p>
-
-<p>Prejaspes, silencioso, obedeció. Temblor profundo sacudía sus miembros;
-gruesas gotas de sudor helado asomaban en la raíz de sus cabellos; un
-vértigo oscurecía sus ojos. Pero aún le sostenía la esperanza quimérica
-de que aquello fuese una chanza feroz, y no más. Cambises tendió el
-arco, apuntó cuidadosa y lentamente, pellizcó la cuerda; un silbido
-desgarró el aire, y el hijo de Prejaspes giró sobre sí mismo y cayó al
-suelo desplomado. «Hola», gritó Cambises; «aquí mis trinchantes... Abrid
-el pecho de ese, á ver si el hierro ha partido de medio á medio el
-corazón.» Palpitaba éste débilmente aún cuando se lo presentaron á
-Cambises, con la flecha plantada en el centro, sin desviación de una
-línea. Soltó el rey gozosa carcajada, y volvióse hacia el anonadado
-Prejaspes, preguntándole en tono de buen humor: «¿Qué tal? ¿Sé yo
-disparar? ¿Sé acertar? ¿Conoces otro arquero mejor que tu rey?» Tardó
-Prejaspes en contestar á la regia chanza cosa de medio minuto. Estaba
-inmóvil, y sus pupilas, inmensamente dilatadas, no sabían apartarse de
-aquel corazón sangriento, tibio todavía,&mdash;el corazón de su dulce hijo,
-cuyas débiles contracciones expirantes, á cada segundo parecían decirle
-con misterio: «Padre, véngame.» ¡Arrancar aquella flecha misma, clavarla
-en la tetilla de Cambises! ¡Oh ventura, oh goce!...&mdash;De pronto,
-Prejaspes volvió en sí: era el rey, era su rey, su dueño, su árbitro, la
-imagen del eterno Sol sobre la tierra...!;<span class="pagenum"><a name="page_228" id="page_228"></a>{228}</span> y devorándose el labio en
-desesperada mordedura, su lengua profirió esta respuesta cortesana:
-«Señor, el dios Apolo no flecha mejor que tú...» É inclinándose hasta el
-suelo, desapareció para revolcarse á solas, para poder morderse las
-manos y herirse el rostro y cubrirse el cabello de ceniza.</p>
-
-<p>Y en presencia de Cambises, Prejaspes ocultó sus lágrimas. Fiel como el
-perro, acompañóle siempre. Pasado el primer horrible dolor, diríase que
-le amó más desde que hubo entre los dos sangre y sacrificio. A su lado
-estaba el día en que, montando Cambises precipitadamente para sofocar
-una rebelión, se hirió con su propia cimitarra en el muslo, donde había
-herido al dios Apis; y á su cabecera, cuando se gangrenó la herida y le
-llevó á la sepultura, Prejaspes fue quien ungió con aromas de nardo y
-cinamomo el cadáver, y le colocó en las yertas sienes la tiara de oro.<span class="pagenum"><a name="page_229" id="page_229"></a>{229}</span></p>
-
-<h3><a name="ZENANA" id="ZENANA"></a>ZENANA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Alejandro Magno es de esos caracteres históricos que se prestan
-igualmente á severa censura y á hiperbólica alabanza. Atrae en virtud de
-un contraste vigoroso. Es ya luz, ya tinieblas, pero grande siempre. La
-complejidad de su alma extraordinaria se explica por antecedentes de
-familia y de educación. Era hijo de Filipo&mdash;que reunía á un valor de
-león una sensualidad de cerdo,&mdash;y de Olimpias&mdash;reina de arrestos
-viriles, capaz de ajusticiar á sus enemigos por su propia mano, y de
-mirar con tan despreciativa majestad á doscientos soldados encargados de
-asesinarla, que se volvieron sin hacerlo, declarando no poder resistir
-aquella mirada dominadora y terrible.&mdash;Era alumno de Aristóteles, cuyo
-solo nombre lo dice todo, y durante ocho años había bebido de tal fuente
-la sabiduría, que sirve para templar y engrandecer el ánimo, y la
-ciencia política, que señala rumbos gloriosos á la ambición. Y en un
-espíritu<span class="pagenum"><a name="page_230" id="page_230"></a>{230}</span> donde la levadura de todas las pasiones humanas fermentaba al
-lado de las nociones de todos los ideales divinos, tenían que surgir,
-entre impulsos atroces y violentas concupiscencias, bellos rasgos de
-continencia, piedad y magnanimidad, y hasta poéticos romanticismos,
-semejantes al que da asunto á este cuento.</p>
-
-<p>La casualidad ha traído á mi poder algunas monografías que dejó inéditas
-el doctísimo alemán Julius Tiefenlehrer, y que forman parte de las
-doscientas setenta y cinco que este profesor de la Universidad de
-Gotinga consagró á esclarecer la biografía de Alejandro; las cuales
-consultan fructuosamente y rebañan sin escrúpulo los más recientes
-historiadores. Parece que la leyenda contenida en la monografía que hoy
-saco á luz, es la misma que representa una tapicería gótica
-perteneciente al barón de Rothschild, y en la cual, con donoso
-anacronismo, Alejandro luce una armadura de punta en blanco, del siglo
-<small>XIV</small>, y Zenana el luengo corpiño, el brial y el ancho tocado de las damas
-contemporáneas de la Santa Sede en Aviñón.</p>
-
-<p>Ha de saberse que Alejandro, después de aniquilar á Darío y hacerse
-dueño de Persia, fue corrompido por la muelle y refinada vida asiática y
-por el servilismo de aquellas razas que, á diferencia de los griegos, se
-postraban ante el rey tributándole honores divinos. Pero, en los
-primeros tiempos, antes de que el vencedor se dejase vencer por las
-delicias que reblandecen el alma, luchó para sobreponerse y conservar
-sus energías morales, y esta lucha, sostenida<span class="pagenum"><a name="page_231" id="page_231"></a>{231}</span> por un hombre
-omnipotente, debe serle contada más gloriosa que la victoria de Arbelas.</p>
-
-<p>Claro es que entre las tentaciones de que se veía asaltado Alejandro á
-cada instante, descollaba la tentación de la mujer, dulcísima asechanza
-en que caen las almas grandes, igual ó acaso más hondo que las pequeñas.
-No son más hermosas que las griegas las hijas de la Susiana, y acaso sus
-formas no se prestan tanto á que el pincel las reproduzca; pero en
-cambio poseen un hechizo perturbador, que enciende la fantasía y subyuga
-potencias y sentidos. Los rostros pálidos y prolongados como la luna en
-su creciente&mdash;según la comparación del poeta Firdusi,&mdash;donde se abren
-los labios sinuosos, color de cinabrio, parecidos á una flor de sangre;
-los ojos luengos, de negrísimas y pobladas pestañas, <i>lagos á la
-sombra</i>, dice una canción persa; los cuerpos flexibles, delgados de
-cintura y que en lo alto se ensanchan á manera de jarrón que contiene
-dos tersas magnolias; el cutis impregnado de aromas sabeos, el pie
-diminuto encerrado en la delicada babucha de piel de serpiente bordada
-de perlas, el vestir artificioso, las gasas que muestran y encubren
-hábilmente el tesoro de la beldad, los cabellos rizados con primor, los
-brazos lánguidos que saben ceñirse á guisa de anillos de culebra,&mdash;otros
-tantos anzuelos y redes para Alejandro, de los cuales no acertaba á
-desenvolverse.&mdash;Y como quiera que á cada instante venían á su tienda ó á
-su palacio damas persas á impetrar<span class="pagenum"><a name="page_232" id="page_232"></a>{232}</span> clemencia ó justicia, Alejandro,
-conociéndose y no queriendo prevaricar en sus funciones de árbitro del
-mundo, ideó un extraño preservativo: al acercarse una mujer, cubríase el
-rostro y los ojos con un paño de púrpura, y así las recibía y escuchaba,
-creyendo ellas que era misterio de la majestad real lo que sólo era
-prevención contra la humana flaqueza.</p>
-
-<p>Acaeció, pues, que estando prisionero de un general de Alejandro el
-sátrapa Artasiro&mdash;y habiéndose resuelto que si el sátrapa no entregaba
-pingües tesoros que suponían ocultos le matarían cortándole en
-pedazos,&mdash;la única hija del sátrapa, Zenana, se dió arte para llegar
-hasta el rey, con propósito de abrazar sus rodillas y librar á su padre
-del suplicio. El candor y la pureza de Zenana se revelaban en la
-sencillez no estudiada de su atavío; vestida ya de luto, sin adornos ni
-joyas, con el cabello suelto, sólo por natural efecto de la gracia
-juvenil podría agradar. Y es preciso que, á fuer de verídica, añada que
-Zenana no era tampoco lo que se llama una hermosura, ni menos poseía el
-hechizo malvado de las grandes cortesanas de Babilonia, que saben con
-añagazas y tretas enredar un albedrío. Sin embargo, Alejandro, al oir
-que una mujer moza solicitaba audiencia, se echó el paño por cara y
-hombros, y así la recibió.</p>
-
-<p>El no ver la faz augusta prestó ánimo á la tímida Zenana: arrojóse á los
-pies del macedón, y bañándolos con muchas lágrimas, expuso el objeto de
-su venida. Notando que Alejandro la escuchaba<span class="pagenum"><a name="page_233" id="page_233"></a>{233}</span> atentísimo y al parecer
-con extraña complacencia, explicó detenidamente el caso. Y así que hubo
-oído la promesa de que su padre tenía salva la vida, Zenana, después de
-estrechar otra vez las rodillas de Alejandro, desapareció, yendo á
-ocultarse con su nodriza en una cueva cercana á Babilonia, pues temía
-ser perseguida y ultrajada por los mismos que intentaban matar al
-sátrapa.</p>
-
-<p>Pocos días después de este suceso, habiendo notado Higinio, el mayor
-amigo y confidente de Alejandro, que éste andaba asaz pensativo,
-cabizbajo y melancólico, le preguntó la causa, y Alejandro, exhalando un
-suspiro, respondió:</p>
-
-<p>&mdash;Es una cosa extraña, querido Higinio, lo que me sucede. Ya sabes que
-para precaverme recibo á las mujeres con el rostro cubierto, porque las
-hermosas persas hacen daño á los ojos<a name="FNanchor_1_1" id="FNanchor_1_1"></a><a href="#Footnote_1_1" class="fnanchor">[1]</a>. ¡Ay! ¿De qué me ha servido?
-¡Ya veo que el enemigo más allá de los ojos tiene su
-fortaleza!&mdash;Recordarás que últimamente me pidió audiencia una dama, hija
-del sátrapa Artasiro; y yo, fiel á mi propósito, no alcé el trozo de
-púrpura que me impedía verla. Pero escuché su voz, y no hay arpa hebrea
-ni lira eolia que á la cadencia de esa voz pueda compararse. El corazón
-me salta al recordar la música de esa voz. A solas repito palabras que
-ella pronunció, por evocar mejor el recuerdo del tono con que las dijo.
-No sé cómo no atropellé<span class="pagenum"><a name="page_234" id="page_234"></a>{234}</span> por todo y no la detuve aquí cautiva, para
-seguir oyéndola: creo que fue efecto del mismo encanto que la voz me
-produjo. Estaba que ni me atrevía á respirar.&mdash;Y ahora, de día, de
-noche, tengo aquella voz en los oídos, sueño con ella, y sólo puede
-aliviar mi mal oirla resonar otra vez. Ya lo sabes. Búscame á Zenana,
-tráemela aquí, porque si no, conozco que perderé el juicio.</p>
-
-<p>Obedeció Higinio prontamente, y puso en movimiento numerosa cohorte, á
-fin de descubrir á la misteriosa beldad:&mdash;por tal la tenía.&mdash;Bien
-escondida estaba Zenana, pero al fin se averiguó su refugio, é Higinio,
-antes de llevarla á la presencia de Alejandro, la enteró de cómo el rey,
-prendado de su voz, se moría por ella. La joven persa, al saber esto,
-murmuró dulcemente, con su voz melodiosa, que la emoción timbraba:</p>
-
-<p>&mdash;Gloria es para mí haber causado tal impresión en el gran rey; pero la
-placa de plata bruñida en que contemplo mi rostro después del baño y el
-tocado, me dice que no soy bella; Alejandro, al verme, perderá las
-ilusiones. Temo su indignación, y temo ante todo que recaiga su cólera
-sobre mi padre. ¿Por qué no le haces creer á Alejandro que estoy
-obligada por un voto á los dioses á presentarme cubierta la cara con un
-velo? Yo no he visto á Alejandro; él no me verá... y así tal vez consiga
-evitar su enojo.</p>
-
-<p>Pareció á Higinio tan excelente el ardid de la discreta Zenana, que
-estuvo conforme, y la<span class="pagenum"><a name="page_235" id="page_235"></a>{235}</span> misma noche la condujo á los jardines del gineceo
-de Alejandro. Embriagado éste con la divina voz de la joven persa, se
-resignó á la condición del velo, y hasta encontró en ella un misterio
-picante y un singular hechizo. Le parecía que aquel amor velado y
-despojado del vulgar incentivo de unas facciones más ó menos lindas, era
-algo delicado y original, que no había gustado nunca. El casto imán de
-aquel velo triunfó de las desnudeces y la licencia impúdica de las otras
-damas persas, obstinadas en requerir al héroe. «Habla y no te
-descubras», murmuraba tiernamente Alejandro, sentado cerca de una fuente
-donde la luna fingía en el agua de los surtidores continuo desgrane de
-perlas; y las rosas del Gulistán, que después se llamaron de Alejandría,
-dejaban caer sobre las cabezas de los amantes perfumados pétalos.&mdash;Fue
-el amor de Zenana el más largo é intenso de cuantos disfrutó Alejandro
-en su corta vida.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_236" id="page_236"></a>{236}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_237" id="page_237"></a>{237}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="LA_GOTA_DE_CERA" id="LA_GOTA_DE_CERA"></a>LA GOTA DE CERA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Aunque los historiadores apenas le nombran, Higinio fue de los más
-íntimos amigos de Alejandro Magno. No se menciona á Higinio, tal vez
-porque no tuvo la trágica suerte de Filotas, de Parmenion, y de aquel
-Clitos á quien Alejandro amaba entrañablemente, y á quien así y todo, en
-una orgía, atravesó de parte á parte; y sin embargo&mdash;si no mienten
-documentos descubiertos por el erudito Julius Tiefenlehrer&mdash;Higinio gozó
-de tanta privanza con el conquistador de Persia, como demostrarán los
-hechos que voy á referir, apoyándome, por supuesto, en la
-respetabilísima autoridad del sabio alemán antes citado.</p>
-
-<p>Compañero de infancia de Alejandro, Higinio se crió con el héroe. Juntos
-jugaron y se bañaron en Pela, en los estanques del jardín de Olimpias, y
-juntos oyeron las lecciones de Aristóteles. La leche y la miel de la
-sabiduría la gustaron, así puede decirse, en un mismo plato;<span class="pagenum"><a name="page_238" id="page_238"></a>{238}</span> y en un
-mismo cáliz libaron el néctar del amor, cuando deshojaron la primer
-guirnalda de rosas y mirto en Corinto, en casa de la gentil hétera
-Ismeria. Grabó su afecto con sello más hondo el batirse juntos en la
-memorable jornada de Queronea, en la cual quedó toda Grecia por Filipo,
-padre de Alejandro. Los dos amigos, que frisaban en los diez y nueve
-años entonces, mandaron el ala izquierda del ejército, y destruyeron por
-completo la famosa <i>legión sagrada</i> de los tebanos. La noche que siguió
-á tan magnífica victoria, Higinio pudo haber conseguido el generalato;
-Alejandro se lo brindaba, con hartos elogios á su valor. Pero Higinio,
-cubierto aún de sangre, sudor y polvo, respondió dulcemente á los
-ofrecimientos de su amigo y príncipe:</p>
-
-<p>&mdash;No acepto el generalato, porque habiéndome portado bien hoy, tal
-recompensa y tan alta dignidad me obligarían en conciencia á portarme
-todavía mejor en otras ocasiones que sobreviniesen, y no puedo
-comprometerme á amanecer cada día con más valor y más fortuna. Además,
-de las enseñanzas de nuestro maestro Aristóteles saco yo en limpio que
-el hombre, habitualmente, debe vivir en paz y no en guerra. Queda
-demostrado que no soy ningún medroso. El que ha combatido á tu lado en
-Queronea, ya tiene derecho á plantar un laurel en el sagrado bosque de
-Marte. Déjame de batallas y dame otro puesto cerca de ti, Alejandro,
-porque te quiero bien y te serviré fielmente.<span class="pagenum"><a name="page_239" id="page_239"></a>{239}</span></p>
-
-<p>Alejandro, cuya sangre hervía pidiendo luchas y glorias, se conformó mal
-de su grado á los deseos de Higinio, y le nombró su gran copero. Era
-cargo en extremo descansado y de alta confianza, pues sus funciones
-consistían en custodiar y servir la copa de oro reservada al príncipe, á
-fin de que nadie pudiese depositar en ella ponzoña. El oficio de Higinio
-le permitía vivir en constante comunicación con Alejandro, y cuando éste
-subió al trono, sucediendo á su padre, asesinado por Pausanias, los
-cortesanos auguraron á Higinio brillante carrera. Poco tardaron en verse
-desmentidos tales pronósticos: Higinio continuó presentando, recogiendo
-y custodiando la ya regia copa, sin mezclarse en intrigas ni aspirar á
-otras grandezas.</p>
-
-<p>Mientras tanto, Alejandro asombraba al universo con sus campañas y
-triunfos, y ofrecía á Grecia, en compensación de la perdida libertad,
-páginas de luz para la historia.</p>
-
-<p>Conteniendo á los bárbaros y sojuzgando el inmenso imperio del Asia,
-bien pronto se vió dueño del mundo Alejandro. Cuando, después de dejar
-trazado el emplazamiento de Alejandría, y de entrar vencedor en
-Babilonia y Ecbtana, el hijo de Filipo se declaró <i>hijo de Júpiter</i> y
-decretó su propia apoteosis, Higinio&mdash;que hacía mucho tiempo no departía
-con su rey, limitándose á servirle la copa en silencio&mdash;fue despertado á
-las altas horas de la noche de orden de Alejandro, que le llamaba á su
-cabecera. La recién hecha deidad no podía dormir, y reclamaba cuidados y
-consuelos...<span class="pagenum"><a name="page_240" id="page_240"></a>{240}</span></p>
-
-<p>&mdash;Señor&mdash;dijo Higinio,&mdash;celebro poder hablarte sin testigos, como
-antaño. Justamente deseaba rogarte que me consientas dejar tu servicio y
-retirarme á mi casita del Atica, donde poseo olivos y colmenas.</p>
-
-<p>&mdash;¡Bonita ocasión escoges para abandonarme!&mdash;exclamó furioso
-Alejandro.&mdash;¡Por el intento merecerías que te mandase crucificar!
-¿Deseas riquezas? Pide cuanto se te antoje... ¿Pero marcharte? Ni lo
-sueñes, ¿Y de dónde nace esa manía?</p>
-
-<p>&mdash;Ya que lo preguntas&mdash;contestó Higinio,&mdash;lo vas á saber. Yo fuí amigo y
-servidor de un hombre, pero ahora parece que ese hombre se ha vuelto
-Dios. No tengo vocación al sacerdocio. Desde que has ascendido á hijo de
-Júpiter Hamnon, hermano de Apolo, me inspiras temor y frialdad. El
-Alejandro que yo amaba no existe. Ha ascendido al Olimpo. Él es
-inmortal, yo mortal. No nos entendemos. Por otra parte, la idea que me
-he formado de un Dios, según la sublime doctrina de Aristóteles...</p>
-
-<p>&mdash;¡Dale con Aristóteles!&mdash;interrumpió el conquistador.&mdash;¡Como le atrape,
-á ese sí que le crucifico! ¡Y alto, para que todos le vean!</p>
-
-<p>&mdash;Crucifica, pero escucha. Prescindamos de Aristóteles y supongamos que,
-en efecto, eres Dios. Pues si eres Dios, yo no puedo cometer sacrilegio;
-yo no puedo seguir envenenándote.</p>
-
-<p>&mdash;¿Envenenarme tú?&mdash;gritó Alejandro incorporándose convulso sobre su
-lecho de marfil incrustado de oro.&mdash;¡Ahora comprendo por qué un fuego
-constante abrasa mis venas; ahora<span class="pagenum"><a name="page_241" id="page_241"></a>{241}</span> comprendo por qué no descanso sino en
-horrible modorra; ahora me explico las visiones y las pesadillas que de
-noche me asaltan y empapan mis sienes en sudor frío! ¡Envenenarme tú!&mdash;Y
-con súbito acceso de ternura suspiró.&mdash;¿Y por qué quieres mi muerte, tú,
-mi amigo de la niñez, mi hermano de armas en Queronea?</p>
-
-<p>Higinio, conmovido, se arrojó á los pies de Alejandro, y éste abrió los
-brazos; los dos amigos juntaron sus rostros y mezclaron sus cabelleras,
-y el copero declaró en tono muy diverso del de antes:</p>
-
-<p>&mdash;Señor, dulce amado mío, si te enveneno, es contra mi voluntad y por
-orden tuya... Esas visiones, esas torturas de que te quejas, proceden de
-la doble embriaguez en que vives: estás ebrio de poder y de vino
-añejo... Antes sólo me pedías la copa dos ó tres veces en cada comida;
-desde que el Asia te ha inoculado su molicie y sus vicios, me duelen las
-manos de tanto recoger la copa vacía y extendértela colmada... Tu alma
-se ha turbado, la demencia te ronda, te habitúas á la crueldad, hieres á
-tus leales y morirás joven, sin que nadie necesite pegarte una puñalada
-como á tu padre. No quiero ser cómplice, y me voy.</p>
-
-<p>Alejandro, pensativo, seguía estrechando el cuello y la cabeza de su
-amigo contra el pecho.</p>
-
-<p>&mdash;Tienes razón, amado&mdash;murmuró al fin con sinceridad generosa.&mdash;Pero el
-hábito de beber se ha arraigado en mí, y si no bebo, me caigo á pedazos.
-¿Qué haré? Aconséjame.<span class="pagenum"><a name="page_242" id="page_242"></a>{242}</span></p>
-
-<p>&mdash;No puedo&mdash;declaró Higinio&mdash;curarte la borrachera del poder, pero
-trataré de salvarte de la otra sin que te prives de tu gusto. Fíate en
-mí y verás.</p>
-
-<p>En efecto, los días que siguieron á esta conversación, Alejandro
-continuó bebiendo copas tan rebosantes y tantas en número como siempre.
-No obstante, poco á poco, notó con placer gran mejoría. Gradualmente se
-despejaba su cabeza, se tranquilizaban sus nervios, volvía á sus
-miembros el vigor y la alegría á su espíritu. Vastos planes maduraban en
-su cerebro, sobrehumanas empresas bullían en su imaginación heroica.
-Pasmado y enajenado preguntó á Higinio el secreto, sin que éste se
-prestase á revelarlo. Pero un cierto Arsotas, juglar persa, adulador y
-afeminado, que divertía mucho al rey, le dió la clave del enigma.</p>
-
-<p>&mdash;Tu gran copero ¡oh divino Alejandro! echa cada día una gota de cera en
-el fondo de tu copa. Así, insensiblemente, reduce su cabida y acorta tus
-libaciones. Bebes cada día una gota menos. ¡El osado Higinio se atreve á
-engañar á su soberano y á cercenar sus deleites!</p>
-
-<p>Quedó Alejandro sorprendido: después su sorpresa se convirtió en enojo.
-¡Tratarle como á un chiquillo! ¡Embaucarle con un artificio así! ¡Ah! No
-lo consentiría. ¿Qué se figuraba Higinio? Y una mañana mandó registrar y
-limpiar la copa, y á la tarde estableció sus famosos certámenes de
-intemperancia, apostando á beber con los más pellejos de su ejército.
-Higinio entonces desapareció: probablemente se retiraría<span class="pagenum"><a name="page_243" id="page_243"></a>{243}</span> al Atica. En
-cuanto á Alejandro, nadie ignora la ocasión y modo de su muerte: después
-de vaciar, con alarde jactancioso, no su propia copa, sino la enorme
-llamada de Hércules, cayó redondo dando un grito. La fiebre que allí
-mismo se apoderó de él, le arrebató del mundo á los treinta y dos años
-de edad, en la plenitud de la vida y de la gloria.</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_244" id="page_244"></a>{244}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_245" id="page_245"></a>{245}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="LA_PALINODIA" id="LA_PALINODIA"></a>LA PALINODIA</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>El cuento que voy á referir no es mío, ni de nadie, aunque corre
-impreso; y puedo decir ahora lo que Apuleyo en su <i>Asno de oro: Fabulam
-grœcanicam incipimus</i>: es el relato de una fábula griega. Pero esa
-fábula griega, no de las más populares, tiene el sentido profundo y el
-sabor á miel de todas sus hermanas; es una flor del humano
-entendimiento, en aquel tiempo feliz en que no se habían divorciado la
-razón y la fantasía, y de su consorcio nacían las alegorías risueñas y
-los mitos expresivos y arcanos.</p>
-
-<p>Acaeció, pues, que el poeta Estesícoro, pulsando la cuerda de hierro de
-su lira heptacorde, y haciendo antes una libación á las Euménides con
-agua de pantano en que se habían macerado amargos ajenjos y ponzoñosa
-cicuta, entonó una sátira desolladora y feroz contra Elena, esposa de
-Menelao y causa de la guerra de Troya. Describía el vate con una
-prolijidad de detalles que después imitó en la Odisea el divino<span class="pagenum"><a name="page_246" id="page_246"></a>{246}</span> Homero,
-las tribulaciones y desventuras acarreadas por la fatal belleza de la
-Tindárida: los reinos privados de sus reyes, las esposas sin esposos,
-las doncellas entregadas á la esclavitud, los hijos huérfanos, los
-guerreros que en el verdor de sus años habían descendido á la región de
-las sombras, y cuyo cuerpo ensangrentado ni aun lograra los honores de
-la pira fúnebre; y trazado este cuadro de desolación, vaciaba el carcaj
-de sus agudas flechas, acribillando á Elena de invectivas y maldiciones,
-cubriéndola de ignominia y vergüenza á la faz de Grecia toda.</p>
-
-<p>Con gran asombro de Estesícoro, los griegos, conformes en lamentar la
-funesta influencia de Elena, no aprobaron, sin embargo, la sátira. Acaso
-su misma virulencia desagradó á aquel pueblo instintivamente delicado y
-culto; acaso la piedad que infunde toda mujer habló en favor de la
-culpable hija de Tíndaro. Su detractor se ganó fama de procaz,
-lengüilargo y desvergonzado; Elena, algunas simpatías y mucha lástima.
-En vista de este resultado, Estesícoro, con las orejas gachas como suele
-decirse, se encerró en su casa, donde permaneció atacado de misantropía
-y abrazado á su fea y adusta musa vengadora.</p>
-
-<p>El sueño había cerrado sus párpados una noche, cuando á deshora creyó
-sentir que una diestra fría y pesada como el mármol se posaba en su
-mejilla. Despertó sobresaltado, y á la claridad de la estrella que
-refulgía en la frente de la aparición, reconoció nada menos que al<span class="pagenum"><a name="page_247" id="page_247"></a>{247}</span>
-divino Pólux, medio hermano de Elena. Un estremecimiento de terror
-serpeó por las venas del satírico, que adivinó que Pólux venía á pedirle
-estrecha cuenta del insulto.</p>
-
-<p>&mdash;¿Qué me quieres?&mdash;exclamó alarmadísimo.</p>
-
-<p>&mdash;Castigarte&mdash;declaró Pólux;&mdash;pero antes hablemos. Dime por qué has
-lanzado contra Elena esa sátira insolente; y sé veraz, pues de nada te
-serviría mentir.</p>
-
-<p>&mdash;¡Es cierto!&mdash;respondió Estesícoro.&mdash;¡En vano trataría un mortal de
-esconder á los inmortales lo que lleva en su corazón! Como tú puedes
-leer en él, sabes de sobra que la indignación por los males que ocasionó
-tu hermana y el dolor de ver á la patria afligida, me dictaron ese
-canto.</p>
-
-<p>&mdash;Porque leo en lo oculto sé que pretendes engañarme&mdash;murmuró con
-desprecio Pólux.&mdash;Y sin poseer mi perspicacia divina los griegos, han
-sabido también conocer tus móviles y tus intenciones. No existe ejemplo
-¡oh poeta! de satírico que tenga por musa el bien general: siempre esta
-hipócrita apariencia oculta miras personales y egoístas. Tú viste la
-belleza de mi hermana; tú la codiciaste, y no pudiste sufrir que otro
-cogiese las rosas cuyo aroma te enloquecía.</p>
-
-<p>&mdash;Tu hermana ha ultrajado á la santa virtud&mdash;declaró enfáticamente
-Estesícoro.</p>
-
-<p>&mdash;Mi hermana no recibió de los dioses el encargo de representar la
-virtud, sino la hermosura&mdash;replicó Pólux enojado.&mdash;Si hubiese un mortal
-en quien se encarnasen á un mismo tiempo<span class="pagenum"><a name="page_248" id="page_248"></a>{248}</span> la virtud, la hermosura y la
-sabiduría, ese sería igual á los inmortales. ¿Qué digo? Sería igual al
-mismo Jove, padre de los dioses y los hombres; porque entre los demás
-que se nutren de la ambrosía, los hay, como la sacra Venus, en quienes
-sólo se cifra la belleza, y otros como la blanca Diana, en quienes se
-diviniza la castidad. Si tanto te reconcomía el deseo de zaherir á los
-malos, debiste hacer blanco de tu sátira á algunas de las infinitas
-mujeres que en Grecia, sin poder alardear de la integridad y pureza de
-Diana, carecen de las gracias y atractivos de Venus. La hermosura merece
-veneración; la hermosura ha tenido y tendrá siempre altares entre
-nosotros; por la hermosura, Grecia será celebrada en los venideros
-siglos. Ya que has perdido el respeto á la hermosura, pierde el uso de
-los sentidos, que no te sirven para recrearte en ella por la
-contemplación estética.</p>
-
-<p>Y vibrando un rayo del astro resplandeciente que coronaba su cabeza,
-Pólux reventó el ojo derecho de Estesícoro. Aún no se había extinguido
-el ¡ay! que arrancó al poeta el agudo dolor, y apenas había desaparecido
-Pólux, cuando apareció el otro Dioscuro, Cástor, medio hermano también
-de Elena, hijo de Leda y del sagrado cisne; y pronunciando palabras de
-reprobación contra el ofensor de su hermana, con una chispa desprendida
-de la estrella que lucía sobre sus cabellos, quemó el ojo izquierdo del
-satírico, dejándole ciego. Alboreó poco después el día, mas no para el
-malaventurado Estesícoro, sepultado en eterna y negra noche.
-Levantándose<span class="pagenum"><a name="page_249" id="page_249"></a>{249}</span> como pudo, buscó á tientas un báculo; y pidiendo por
-compasión á los que cruzaban la calle que le guiasen, fué á llamar á la
-puerta de su amigo, el filósofo Artemidoro, y derramando un torrente de
-lágrimas se arrojó en sus brazos, clamando entre gemidos desgarradores:</p>
-
-<p>&mdash;¡Oh Artemidoro! ¡Desdichado de mí! ¡Ya no la veré más! ¡Ya no volveré
-á disfrutar de su dulce vista!</p>
-
-<p>&mdash;¿A quién dices que no verás más?&mdash;interrogó sorprendido el filósofo.</p>
-
-<p>&mdash;¡A Elena, á Elena, la más hermosa de las mujeres!&mdash;gritó el satírico
-llorando á moco y baba.</p>
-
-<p>&mdash;¿A Elena? ¿Pues no la has rebajado tú en tus versos?&mdash;pronunció
-Artemidoro más atónito cada vez.&mdash;¿No la has estigmatizado y flagelado
-en una sátira quemante?</p>
-
-<p>&mdash;¡Ay! ¡Por lo mismo!&mdash;sollozó Estesícoro dejándose caer al suelo y
-revolcándose en él.&mdash;Ahora comprendo que mi sátira era un himno á su
-hermosura... un himno vuelto del revés, pero al fin un himno. Los
-celestes gemelos me han castigado privándome de la vista, y las
-tinieblas en que he de vivir son más densas, porque no veré á la
-encarnación humana de la forma divina, al ideal realizado en la tierra.</p>
-
-<p>&mdash;No te aflijas y espera&mdash;dijo Artemidoro;&mdash;tal vez consiga yo salvarte.</p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>Cuando la incomparable Elena supo de Artemidoro que su detractor
-Estesícoro sólo lamentaba<span class="pagenum"><a name="page_250" id="page_250"></a>{250}</span> estar ciego por no poder admirar sus
-hechizos, sonrió, halagada la insaciable vanidad femenil, y murmuró con
-deliciosa coquetería: «Realmente, Artemidoro, ese vate es un infeliz, un
-sér inofensivo; nadie le hace caso en Grecia, y yo menos que nadie. No
-merece tanto rigor y tanta desventura. Anúnciale que voy á sanarle los
-ojos.» Y tomando en sus manos ebúrneas una copa llena de agua de la
-fuente Castalia, bañó con su linfa las pupilas hueras del satírico, que
-al punto recobró la luz. Como el primer objeto que vió fue Elena, se
-arrodilló transportado, prorrumpiendo en una oda sublime de gratitud y
-arrepentimiento, que se llamó <i>Palinodia</i>.<span class="pagenum"><a name="page_251" id="page_251"></a>{251}</span></p>
-
-<h3><a name="EL_MANDIL_DE_CUERO" id="EL_MANDIL_DE_CUERO"></a>EL MANDIL DE CUERO</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>No creáis que esto que voy á referir sucedió en nuestros días ni en
-nuestras tierras, ni que es invención ó ficción. Si encierra alguna
-moraleja aprovechable, consistirá en que la historia tiene sentido y
-enseñanza. ¡Ay del género humano si la historia se redujese á la
-opresión del débil por el fuerte, al triunfo de la violencia!</p>
-
-<p>Érase que se era un rey de Persia, á quien muchos llaman Nemrod, pero
-que según versiones más fundadas debió de llamarse Doac, y fue matador y
-sucesor de aquel Yemsid cuyo pecado consistía en creerse perfecto. Este
-Doac era mago, brujo y sabidor; pero en vez de ejercitar su ciencia
-según la habían ejercitado sus predecesores&mdash;fundando ciudades,
-enseñando y propagando artes é industrias, venciendo en singular batalla
-á los <i>divos</i> ó genios del mal, estableciendo las primeras pesquerías de
-perlas, horadando las primeras minas de turquesas,<span class="pagenum"><a name="page_252" id="page_252"></a>{252}</span> popularizando el
-conocimiento del alfabeto y de los signos que trazados sobre ladrillo ó
-piedra conservan al través de las edades el recuerdo de los hechos
-insignes,&mdash;el empecatado Doac sólo utilizó su magia para componer y
-destilar filtros y venenos y refinar ingeniosos suplicios, porque se
-deleitaba en el dolor, y los gemidos eran para él regalada música. Hasta
-el reinado de Doac, no sabían los persas cómo desgarra las carnes un haz
-de varillas, ni cómo aprieta la nuez una soga. Cuando se pregunta qué
-enseñó Doac á sus súbditos, la crónica responde que enseñó á azotar y
-ahorcar.</p>
-
-<p>Cansado sin duda el cielo, infligió á Doac un padecimiento cruel y
-vergonzoso. Una mañana, al disponerse á gozar las delicias del baño,
-notó el rey que en cada hombro le había salido gruesa verruga, tamaña
-como un huevo y de la mismísima figura que una cabeza de
-serpiente&mdash;chata, verdosa, horrible.&mdash;Al principio no dolían las tales
-excrecencias, pero no tardaron en ulcerarse y causar atroz martirio, que
-determinaba en Doac accesos de rabia, siendo lo peor que como no quería
-enseñar á los médicos ni á persona viviente su asqueroso alifafe, tenía
-que lavarse, curarse y vestirse solo, y atender á las úlceras con las
-plastas y ungüentos que encontraba en su repertorio mágico. Desesperado
-ya de tantas recetas que habían salido vanas, y realizando nuevos
-conjuros, un día amaneció con la persuasión de que el único remedio eran
-los sesos de un hombre, aplicados calientes aún á las enconadas
-heridas.<span class="pagenum"><a name="page_253" id="page_253"></a>{253}</span></p>
-
-<p>No vaya nadie á asustarse de la ignorancia que esto acusa en los tiempos
-de Doac, pues aún en los nuestros hemos podido ver que se receta el
-redaño del carnero, el pichón abierto en canal, y el trozo de carne de
-buey sobre el <i>lupus</i>. Que la sangrienta medicina sería algo eficaz, se
-demuestra con que poco á poco fueron vaciándose las prisiones del reino
-de Persia; diariamente ejecutaban á dos presos para sacarles el meollo.
-Mas no hay en el mundo cosa que no se agote, y también los criminales
-encerrados; así es que, cuando faltó la ración de meollo fresco, se fijó
-un tributo de dos hombres por día, que cobraban sayones y verdugos
-enviados aquí y allí á requisar. Solían éstos elegir, entre las familias
-numerosas, el individuo enfermizo, deforme, imposibilitado, el viejo, el
-inútil. Y ocurrió que enterándose Doac de esta circunstancia, montó en
-furiosa cólera, jurando que si seguían dándole el desecho y lo peor de
-los sesos de sus vasallos, los degollaría á todos. Entonces los verdugos
-resolvieron sacrificar lo más florido de Yspahan, para dejar al rey
-satisfecho.</p>
-
-<p>No se determinaron, sin embargo, á buscar víctimas entre la gente
-poderosa&mdash;magnates, empleados de la casa real;&mdash;pero, en los primeros
-instantes, acordáronse de que un pobre herrero, llamado Cavé, tenía dos
-hijos como dos pinos de oro, gallardos en extremo y diestros en todos
-los ejercicios corporales; y pareciéndoles buena presa, los
-sorprendieron en la plaza pública, los degollaron, les abrieron el
-cráneo,<span class="pagenum"><a name="page_254" id="page_254"></a>{254}</span> y llevaron á Doac su masa cerebral caliente todavía.</p>
-
-<p>Hallábase Cavé trabajando en su forja, cuando los vecinos, entre
-compasivos é indiscretos, acudieron á darle la fatal nueva. Al pronto
-pareció como si el mísero padre no se hubiese enterado de la inaudita
-desventura que le comunicaban: helado, inmóvil, mudo, escuchó la
-relación del atroz caso. De súbito, su pena estalló formidable cual
-transporte de león que rompe la cadena y arranca de un zarpazo los
-hierros de la jaula. Lo que hizo saltar á Cavé fue saber que
-precisamente por ser sus hijos fuertes, inteligentes y hermosos, los
-habían señalado para la cuchilla. «¡No dejarme ni siquiera uno para
-consuelo! ¡Ah! Juro por la luz eterna del Sol que me vengaré.» Y el
-herrero, gritando así, blandía su enorme martillo, y al blandirlo,
-montañas de carne bronceada, endurecida por el trabajo, se acumulaban en
-su brazo desnudo y negro de escoria.</p>
-
-<p>Desciñéndose el amplio mandilón de cuero que le protegía, Cavé lo ató á
-la punta de un palo, y con el mandil por estandarte y el martillo por
-arma, salió á la plaza profiriendo clamores de maldición contra Doac. A
-la voz del desesperado padre, sucedió un extraño fenómeno: los
-habitantes de Yspahan, que yacían aletargados y helados de miedo,
-recobraron energía, sacudieron la modorra; al ver que existía un hombre
-que se atrevía á enarbolar un estandarte, corrieron á rodearle locos de
-entusiasmo, y la sedición estalló tan repentina,<span class="pagenum"><a name="page_255" id="page_255"></a>{255}</span> que el tirano sólo
-tuvo tiempo de huir vergonzosamente con sus mujeres y sus tesoros.</p>
-
-<p>Lejos ya de Yspahan, juntó Doac un ejército de más de cien mil hombres,
-y volvió dispuesto á disolver las hordas que un artesano capitaneaba y
-que tenían por bandera sucio y denegrido mandil de cuero. Pero avínole
-mal, porque el bordado guión de Doac, de seda y oro, recamado de perlas,
-ostentando por emblemas los siete planetas y la luna, hubo de retroceder
-ante el pedazo de suela que sólo lucía los estigmas del trabajo y las
-huellas del humano sudor; y la cabeza de Doac, goteando sangre, lívida,
-contraída por la mueca de la agonía, quedó hincada en el palo que
-sostenía el mandil de cuero, mientras las tropas de Cavé, habiendo
-despojado al tirano de sus vestiduras, se reían á carcajadas de las dos
-verrugas que en sus hombros figuraban cabezas de serpiente...</p>
-
-<p>Al ser saludado rey por su ejército, el herrero se negó rotundamente á
-aceptar la corona. Él mismo señaló para reinar al príncipe Feridún, que
-después fue un gran monarca y un sabio profundo, y enseñó á los persas
-la astronomía, la medicina y la botánica. La única gloria que cupo á
-Cavé el herrero se cifró en su mandil, que Feridún tomó por estandarte
-regio. Siempre que al entrar en batalla Feridún, sin falso rubor ni
-respetos humanos, colocaba ante sí aquel trozo de suela que representaba
-la santidad del trabajo y la protesta contra la injusticia y el abuso
-del poder, era como si llevase<span class="pagenum"><a name="page_256" id="page_256"></a>{256}</span> un talismán: tenía la victoria segura.
-Cuando se avergonzaba del mandil de cuero, salía derrotado. Por haberse
-perdido en las revueltas y vicisitudes de la invasión griega el mandil,
-símbolo de que no debe el monarca colmar la copa de la iniquidad para
-que no se desborde la de la ira celeste; por haber desaparecido, digo,
-el estandarte de Cavé y su tradición de independencia, llegaron los
-persas, pueblo nobilísimo en su origen y de altas facultades
-intelectuales, al atraso, al servilismo y á la abyección en que hoy se
-pudren.<span class="pagenum"><a name="page_257" id="page_257"></a>{257}</span></p>
-
-<h3><a name="LOS_CABELLOS" id="LOS_CABELLOS"></a>LOS CABELLOS</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>Era en el doble reducto de la plaza fuerte de Mahanaim. Entre ambas
-líneas de fortificaciones, sobre el reborde de piedra gris que sostenía
-la casamata, David, estenuado, se sentó á esperar noticias. Más de dos
-horas hacía que daba vueltas impaciente, porque no acababan de llegar
-los mensajeros. Aumentaba su fiebre la imposibilidad de acudir en
-persona al campo de batalla, lo cual rompería su propósito firme de no
-mandar nunca tropas en casos de guerra civil. Si se tratase de combatir
-á los filisteos y de renovar los laureles de Balparasim, derramando la
-heroica libación del agua sagrada de Belén, por no aplacar la sed cuando
-desfallecían los soldados, ó de organizar otra batalla de Refaim, donde
-por primera vez en el mundo antiguo hizo milagros la estrategia; si se
-encendiese la lucha con los Moabitas idólatras y libres, ó con los
-opulentos Arameos, ó con los insolentes Amonitas, que habían ultrajado á
-los embajadores<span class="pagenum"><a name="page_258" id="page_258"></a>{258}</span> de Israel,&mdash;allí estaría David el hondero, el <i>gibor</i>,
-el aventurero para quien es dulce música, más que el acorde de la
-cítara, el choque de las armas. Pero oponerse á los suyos, desenvainar
-la espada ó blandir la lanza para que busque el costado de un amigo, de
-un pariente, de un compañero&mdash;había repugnado á David.&mdash;Y ahora, en el
-trágico momento presente, el rey bendecía aquella antigua resolución,
-que le evitaba luchar con su propia sangre, el preferido de su alma, la
-luz de su ojo derecho, su hijo!</p>
-
-<p>Hay en las situaciones violentas y en las horas de extremada ansiedad un
-instante en que los nervios se aflojan y el cuerpo se rinde á la
-necesidad de descanso. La inquietud, la calentura del viejo monarca se
-aplacaron desde que se dejó caer sobre aquel reborde de piedra en el
-solitario fortificado recinto. Por las saeteras veía la luz roja del
-Poniente, que abrasaba el campo con reflejos de hoguera enorme. Aquella
-claridad purpúrea, sangrienta, devoradora, fue lo último que advirtió
-David antes de cerrar los párpados y reclinar la cabeza en el muro,
-olvidando lo presente, las angustias de la incertidumbre y los terrores
-del espíritu...</p>
-
-<p>Y después siguió viendo la misma claridad del ocaso; pero sus tonos se
-habían dulcificado, fundiéndose en suaves medias tintas naranja, oro y
-verde. Era el divino atardecer de los países orientales, cien veces más
-hermoso que la aurora. Irisaciones de perla abrillantaban las
-imperceptibles nubecillas desgarradas como girones<span class="pagenum"><a name="page_259" id="page_259"></a>{259}</span> del velo de una
-danzarina filistea; y sobre el arrebolado horizonte, las ramas de los
-sicomoros y de los cedros formaban un pabellón de misterio y sombra
-sugestiva. La frescura del aire atenuaba las emanaciones fuertes de las
-resinas y las gomas; una languidez voluptuosa se apoderaba del corazón.
-David se levantaba, se apoyaba en el balaustre de jaspe de la terraza,
-se inclinaba para hundir la mirada en los macizos de verdura, atraído
-por el rumor delicioso de los chorros de agua que se deshilan en el
-ancho pilón de mármol, surtiendo por diez bocas de bronce. Y al punto
-mismo en que el rey se inclina, sobre las gradas que conducen á la pila
-aparece una viviente estatua, rosada por el reflejo del cielo, vestida
-únicamente de la negra cabellera caudalosa, que se reparte como los
-hilos del agua, y ondea y brilla, y juega y se esparce, recién ungida de
-aceite de nardo que la mujer, alzando los brazos, extiende por los rizos
-sombríos, enredándolos entre los dedos...</p>
-
-<p>Todo el incendio del firmamento ardió en las venas de David. Él mismo,
-desde aquella hora, se maravilló dentro de sí, no comprendiendo. Estaba
-bien seguro de que su fiel copero no le había vertido en el vino zumo de
-hierbas, en las cuales el conjuro de alguna nigromántica como la de
-Endor insinúa traidoramente el filtro de la pasión repentina y mortal.
-Pasados eran para David los días de la juventud, cuando su mano certera
-clavaba el guijarro afilado en la frente del descomunal gigante.
-Innumerables<span class="pagenum"><a name="page_260" id="page_260"></a>{260}</span> mujeres habían impregnado el olfato del rey con el perfume
-de sus cabelleras, y al disiparse éste se borraba la imagen, porque es
-indigno del sabio, del profeta, del caudillo, del legislador,
-reblandecerse en el harem, ser cautivo de una débil hembra. Y sin
-embargo, en aquel instante, no cabía duda, era el incendio del cielo el
-que ardía en las venas de David, y el rey conocía que ni toda el agua de
-la piscina, ni la de los torrentes que bajan impetuosos de Cedar y
-Hebrón, sería bastante á extinguirlo. Betsabé le había robado el seso,
-no con el crujir de sus sandalias&mdash;porque descalzos tenía los finos pies
-y hasta sin argolla de plata el sutil tobillo,&mdash;sino con el aroma
-peculiar de sus bucles negros como la tentación.</p>
-
-<p>Rápidamente sobrevenía la noche, y muchas noches más, durante las cuales
-David se abismaba en su pecado, esperando de un modo confuso la hora del
-arrepentimiento. Presentía la aparición de la conciencia, el descenso
-del ángel severo y terrible. Era inútil: su pecado yacía hondo en su
-corazón, arraigado allí y fijo á manera de saeta en la herida. Ni la
-ciencia arcana que había de recibir andando el tiempo Suleimán, á quien
-llamamos Salomón, acertará á explicar las causas de la perseverancia en
-el amor, fenómeno extraño que induce fatalmente á un sér hacia otro sér.
-David no podía vivir sin la esposa de Urías el Héteo, el mejor oficial,
-el valiente compañero de armas. ¡Si aquella mujer hubiese pertenecido á
-un enemigo! David, estremeciéndose, pensaba en las sugestiones<span class="pagenum"><a name="page_261" id="page_261"></a>{261}</span> del
-miedo de la favorita, en las súplicas tiernas é insinuantes como silbo
-de culebra entre las rosas del valle de Jericó. «No accederé»,
-murmuraba; pero la idea del engaño y del crimen iba ya deslizándose en
-su alma, impregnándola de veneno. Urías estaba sentenciado... El
-sentimiento más generoso y bello que crea la vida militar; el leal
-compañerismo, el cariño de los que á un mismo riesgo se exponen y ganan
-la misma gloria, le gritaba á David: «Vas á cometer la mayor de las
-infamias». Y á sabiendas, David, el de la conciencia despierta, el gran
-arrepentido, el que sentía incesantemente la tremenda presencia de
-Eloim-Jehová,&mdash;por el olor de unos cabellos de mujer envió al capitán
-Urías, uno de los treinta <i>gibores</i> ó valientes, bajo los muros de
-Rabat-Amón, con mensaje cerrado para el general Joab; y en cumplimiento
-de la real orden, Urías fue puesto á la cabeza de un destacamento que á
-toda costa debía entrar en la ciudad. Y Urías obedeció, gozoso, ansioso
-de victoria, y su cuerpo quedó tendido al pie de la muralla, bañado en
-sangre!</p>
-
-<p>En los oídos de David, llenos de la voz acariciadora y ambiciosa de
-Betsabé, sonaba entonces otra voz terrible, la del vidente Natán, por
-cuya boca hablaba el Señor. Trémulo en brazos de la favorita, de la que
-ya era su esposa, se humillaba ante el airado anatema, la maldición
-fatídica. «Porque hiciste lo malo en mi presencia, no se apartará espada
-de tu casa, y sobre tu casa levantaré el mal...<span class="pagenum"><a name="page_262" id="page_262"></a>{262}</span>»</p>
-
-<p>Al evocar las palabras del vidente, David exhalaba un gemido doloroso...
-y se despertaba, empapadas las sienes en sudor frío. Miraba alrededor
-con ojos extraviados y atónitos, y reconocía el lugar, aquel doble
-recinto fortificado de Mahanaim, tétrico y ceñudo, donde sólo resonaban
-los pasos del centinela y se escuchaba, á trechos, el alerta gutural del
-vigía. A la roja brasa del Poniente había sucedido el azul negruzco de
-la noche, sobre el cual parpadeaban las estrellas tristemente. ¿Sin
-noticias aún? ¿Qué podía haber sucedido allá en la selva de Efraim,
-donde desde la hora de la mañana luchaban las fuerzas del rebelde
-Absalón con las de David, mandadas por Joab? ¿Qué estragos hacía la
-espada aquella, nunca apartada de su casa, según la profecía? De súbito,
-un clamoreo á distancia, una algazara inmensa. Confundíanse el trotar de
-los corceles, el choque de las armas, el estrépito de la infantería
-hiriendo la tierra con el duro calzado militar, y empujando á los
-cautivos entre alaridos de muerte y gritos de cólera, el mugir de los
-bueyes que arrastraban las carretas del botín,&mdash;todo lo que al oído
-experto del guerrero suena á triunfo. David se incorporó, pálido y
-espantado: la guarnición de la plaza acudía con teas ardiendo, y el
-primer mensajero caía á los pies del rey, sin aliento, ahogándose.
-«Alabemos al Señor»... tartamudeaba. «Deshecha la rebelión, pasados á
-cuchillo tus enemigos... ¡gloria al rey!»&mdash;Arrojándose sobre el
-emisario, David exclamó furiosamente:<span class="pagenum"><a name="page_263" id="page_263"></a>{263}</span></p>
-
-<p>&mdash;¿Y mi hijo? ¿Y Absalón, mi hijo, mi heredero, el príncipe real?</p>
-
-<p>No hubo respuesta. Otro emisario llegaba jadeante, loco de júbilo. «El
-Señor ha confundido á los que te querían dañar. Veinte mil quedan en el
-campo de batalla, consumidos por la espada, sirviendo de pasto á los
-buitres, Y Absalón, suspenso entre el cielo y la tierra, colgado de las
-ramas de un terebinto, ha recibido en el pecho muchos dardos. Dicha tuya
-ha sido ¡oh rey! que los hermosos cabellos del príncipe, todos
-impregnados de esencia, se enredaran en las ramas y le detuviesen en su
-precipitada fuga. A no ser por los negros bucles, que caían como maduros
-racimos de vid á lo largo de la espalda... tu enemigo se hubiese
-salvado; tan ligera iba su mula...»</p>
-
-<p>Y el emisario calló, porque el rey acababa de desplomarse en tierra
-arañándose el rostro, arrancándose el pelo y sollozando: ¡Hijo, hijo
-mío!</p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_264" id="page_264"></a>{264}</span>&nbsp; </p>
-
-<p><span class="pagenum"><a name="page_265" id="page_265"></a>{265}</span>&nbsp; </p>
-
-<h3><a name="AL_BUEN_CALLAR" id="AL_BUEN_CALLAR"></a>AL BUEN CALLAR...</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>No tenían más hijo que aquél los duques de Toledo, pero era un niño como
-unas flores; sano, apuesto, intrépido, y, en la edad tierna, de
-condición tan angelical y noble, que le amaban sus servidores punto
-menos que sus padres. Traíale su madre vestido de terciopelo que
-guarnecían encajes de Holanda, luciendo guantes de olorosa gamuza y
-brincos y joyeles de pedrería en el cintillo del birrete; y al mirarle
-pasar por la calle, bizarro y galán cual un caballero en miniatura, las
-mujeres le echaban besos con la punta de los dedos, las vejezuelas reían
-guiñando el ojo para significar «¡Quién te verá á los veinte!», y los
-graves beneficiados y los frailes austeros, sacando la cabeza de la
-capucha y las manos de las mangas, le enviaban al paso una bendición.</p>
-
-<p>Sin embargo, el duque de Toledo, aunque muy orgulloso de su vástago,
-observaba con inquietud creciente una mala cualidad que tenía,<span class="pagenum"><a name="page_266" id="page_266"></a>{266}</span> y que
-según avanzaba en edad el niño don Sancho iba en aumento. Consistía el
-defecto en una especie de manía tenacísima de cantar la verdad á troche
-y moche, viniese á cuento ó no viniese, en cualquier asunto y delante de
-cualquier persona. Cortesano viejo ya el duque de Toledo, ducho en saber
-que en la corte todo es disfraz, adivinaba con terror que su hijo, por
-más alentado, generoso, listo y agudo que se mostrase, jamás obtendría
-el alto puesto que le era debido en el mundo, si no corregía tan funesta
-propensión. «Reñida está la discreción con la verdad: como que la verdad
-es á menudo la indiscreción misma», advertía á su hijo el duque. «Por la
-boca solemos morir como los simples peces, y no es muerte propia de
-hombre avisado, sino de animal bruto, frío y torpe», solía añadir.
-Corríase y afligíase el rapaz de tales reprensiones y advertencias, y
-persuadido de que erraba al ser tan sincero, proponía en su corazón
-enmendarse; pero su natural no lo consentía: una fuerza extraña le traía
-la verdad á los labios, no dándole punto de reposo hasta que la soltaba
-por fin, con gran aflicción del duque, que se mataba en repetir: «Hijo
-Sancho, mira que lo que haces... La verdad es un veneno de los más
-activos; pero en vez de tomarse por la boca, sale de ella. Esparcido en
-el aire, es cuando mata. Si tan atractiva te parece la fatal verdad,
-guárdala en ti y para ti; no la repartas con nadie, y á nadie
-envenenarás.»</p>
-
-<p>Acaeció, pues, que frisando en los trece años y siendo cada vez más
-lindo, dispuesto y<span class="pagenum"><a name="page_267" id="page_267"></a>{267}</span> gentil el hijo de los duques de Toledo, un día que
-la reina salió á oir misa de parida á la catedral, hubo de verle al
-paso, y prendada de su apostura y de la buena gracia con que la hizo una
-reverencia profundísima, quiso informarse de quién era, y apenas lo
-supo, llamó al duque y con grandes instancias le pidió á D. Sancho para
-paje de su real persona. Más aterrado que lisonjeado, participó el duque
-á su hijo el honor que les dispensaba la reina. «Aquí de mis recelos,
-aquí del peligro, Sancho... Tu funesto achaque de veracidad ahora es
-cuando va á perderte y perdernos. Si la reserva y el arte de bien callar
-son siempre provechosos, en la cámara de los reyes son indispensables,
-te lo juro.» «Antes pienso, padre&mdash;replicó el precoz D. Sancho,&mdash;que al
-lado de los reyes, por ser ellos figura é imagen de Dios, alentará la
-verdad misma. No cabrá en ellos mentira ni acción que deba ser oculta ó
-reservada.» Confuso y perplejo dejó la respuesta al duque, pues le
-escarabajeaban en la memoria ciertas murmuraciones cortesanas referentes
-á liviandades y amoríos regios; pero tomando aliento, «No, hijo&mdash;exclamó
-por fin,&mdash;no es así como tú supones... Cuando seas mayor y tu razón
-madure, entenderás estos enigmas. Por ahora sólo te diré que si vas á la
-corte resuelto á decir verdades, mejor será que tomes ya mi cabeza y se
-la entregues al verdugo.» Cabizbajo y melancólico se quedó algún tiempo
-D. Sancho, hasta que, como el que promete, extendió la mano con extraña
-gravedad, impropia de su juventud. «Yo sé el<span class="pagenum"><a name="page_268" id="page_268"></a>{268}</span> remedio&mdash;afirmó.&mdash;Mentir
-me es imposible, pero no así guardar silencio. Haced, vos, padre, correr
-la voz de que un accidente me ha privado del habla, y yo os prometo, por
-dispensaros favor, ser mudo hasta el último día de mi vida si es
-preciso.»</p>
-
-<p>Pareció bien el arbitrio al duque y divulgó lo de la mudez; siendo lo
-notable del caso que la reina, sabedora de que el bello rapaz era mudo,
-mostró alegría suma y mayor empeño en tenerle á su servicio y órdenes.
-En efecto, desde aquel día asistió D. Sancho como paje en la cámara de
-la reina, sellados los labios por el candado de la voluntad, viendo y
-oyendo todo cuanto ocurría, pero sin medios de propalarlo. Poco á poco
-la reina iba cobrándole extremado cariño. Sancho se pasaba las horas
-muertas echado en cojines de terciopelo al pie del sillón de su ama y
-recostando la cabeza en sus faldas, mientras ella con la fina mano
-cargada de sortijas le acariciaba maternalmente los obscuros y sedosos
-bucles.&mdash;Las primeras veces que don Sancho fue encargado de abrir la
-puerta secreta á cierto magnate, y le vió penetrar furtivamente y á
-deshora en el camarín, y á la reina echarle al cuello los brazos, el
-pajecillo se dolió, se indignó, y, á poder soltar la lengua, Dios sabe
-la tragedia que en el palacio se arma. Por fortuna, Sancho era mudo;
-oía, eso sí, y las pláticas de los dos enamorados le pusieron al
-corriente de cosas harto graves, de secretos de Estado y familia; entre
-otros, de que el rey, á su vez, salía todas las noches con maravilloso<span class="pagenum"><a name="page_269" id="page_269"></a>{269}</span>
-recato á visitar á cierta judía muy hermosa, por quien olvidaba sus
-obligaciones de esposo y de monarca, y merced á cuyo influjo protegía
-desmedidamente á los hebreos, con perjuicio de sus reinos y mengua de
-sus tesoros. Envuelta en el misterio esta intriga, no la sabían más que
-el magnate y la reina; y D. Sancho, trasladando su indignación del
-delito de la mujer al del marido, celebró nuevamente no haber tenido
-voz, porque así no se veía en riesgo de revelar verdad tan infame.
-Pasado algún tiempo, la confianza con que se hablaba delante del mudo
-pajecillo instruyó á éste de varias maldades gordas que se tramaban en
-la corte: supo cómo el privado, disimuladamente, hacía mangas y
-capirotes de la hacienda pública, y cómo el tío del rey conspiraba para
-destronarle, con otras infinitas tunantadas y bellaquerías que á cada
-momento soliviantaban y encrespaban la cólera y la virtuosa impaciencia
-de D. Sancho, poniendo á prueba su constancia, en el mutismo absoluto á
-que se había comprometido.</p>
-
-<p>Sucedía entretanto que le amaban todos mucho, porque aquel lindo paje
-silencioso, tan hidalgo y tan obediente, jamás había causado daño alguno
-á nadie. No hay para qué decir si le favorecerían las damas, viéndole
-tan gentil y estando ciertas de su discreción; y desde el rey hasta el
-último criado, todos le deseaban bienes. Tanto aumentó su crédito y
-favor, que al cumplir los veinte años y tener que dejar su oficio de
-paje por el noble empleo de las armas, colmáronle de mercedes á porfía
-el rey, la reina,<span class="pagenum"><a name="page_270" id="page_270"></a>{270}</span> el privado y el infante, acrecentando los honores y
-preeminencias de su casa y haciéndole donación de alcaidías, fortalezas,
-villas y castillos. Y cuando, húmedas las mejillas del beso empapado de
-lágrimas con que le despidió la reina, que le quería como á otro hijo;
-oprimido el cuello con el peso de la cadena de oro que acababa de
-ceñirle el rey, salió D. Sancho del alcázar y cabalgó en el fogoso
-andaluz de que el infante le había hecho presente; al ver cuántos males
-había evitado y cuántas prosperidades había traído su extraña
-determinación, tentóse la lengua con los dientes, y, meditabundo, dijo
-para sí (pues para los demás estaba bien determinado á no decir oste ni
-moste): «A la primer palabra que sueltes al aire, lengua mía, con estos
-dientes ó con mi puñal te corto y te echo á los canes.»</p>
-
-<p>Hay eruditos que sostienen la opinión de que de esta historia procede la
-frase vulgar, sin otra explicación plausible: <i>Al buen callar llaman
-Sancho</i>.<span class="pagenum"><a name="page_271" id="page_271"></a>{271}</span></p>
-
-<h3><a name="FAUSTO_Y_DAFROSA" id="FAUSTO_Y_DAFROSA"></a>FAUSTO Y DAFROSA<a name="FNanchor_2_2" id="FNanchor_2_2"></a><a href="#Footnote_2_2" class="fnanchor">[2]</a></h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<p>La aguardaba en el embarcadero á boca de noche, y cuando divisó á lo
-lejos la barca, que avanzaba al empuje de los brazos fuertes de los
-remeros, abriendo estela de luz verdosa en el mar fosforescente, al
-corazón de Fausto se agolpó la sangre, y sus ojos se nublaron.</p>
-
-<p>Venía, ó mejor dicho, la traían, se la entregaban; en su poder iba á
-estar aquélla por quien tantas veces había pasado la noche en vela,
-febril, paladeando acíbar, desesperando y mordiéndose los puños de
-rabia, ó esperando insensatamente.</p>
-
-<p>¿Insensatamente? Criminalmente se diría mejor. Por aquella que se
-reclinaba en la proa, envuelta en blancos velos, en actitud pensativa,
-Fausto había descendido á la delación y al<span class="pagenum"><a name="page_272" id="page_272"></a>{272}</span> espionaje como un liberto,
-echando negra mancha sobre el decoro de su estirpe consular. Por ella
-había deslizado en los oídos del Emperador <i>Apóstata</i> el consejo fatal
-al ex-prefecto Flaviano, y más de una velada, á la claridad indecisa de
-la triple lámpara cubicularia, las sombras del cortinaje dibujaron ante
-los ojos espantados de Fausto la pálida figura de un varón ilustre
-marcado en la frente con el hierro que estigmatiza á los facinerosos...
-Pero en aquel instante el musical chapaleteo de los remos ahuyentaba
-remordimientos y angustias, y de lo profundo de las aguas la voz de las
-sirenas de la felicidad subía como un himno...</p>
-
-<p>Descendió Fausto al muelle con precipitación, y cogiendo de manos de los
-esclavos el taburete de cedro, lo presentó al pie de Dafrosa, que
-prontamente, sin hacer hincapié, saltó á las puntiagudas piedras. A la
-salutación, al <i>¡Ave!</i> que en temblorosa voz articuló Fausto, respondió
-ella con una sonrisa triste. Y echaron á andar hacia la villa, sin que
-Fausto se atreviese á ofrecer el antebrazo para que Dafrosa se apoyase.
-Un poco de sobrealiento de la matrona indicaba, sin embargo, que no
-hubiese sido supérfluo el auxilio.</p>
-
-<p>En la terraza de la villa, alumbrada por antorchas fijas en la pared,
-estaba dispuesto un refresco de bienvenida; leche, frutas, pan de flor,
-peces cocidos&mdash;los sencillos manjares de que gusta una cristiana.&mdash;Se lo
-hizo observar Fausto á Dafrosa, la cual, rompiendo uno de los panes, lo
-llevó á los labios, no sin hacer antes<span class="pagenum"><a name="page_273" id="page_273"></a>{273}</span> la señal de la cruz. Quedáronse
-solos Fausto y la tan deseada. Parpadeaban las estrellas en el
-firmamento turquí, y el aire columpiaba bocanadas de esencia de rosas
-purpúreas&mdash;unas rosas que el mismo emperador Juliano había traído de
-Alejandría para adornar con festones de ellas el ara de la Afrodita,
-porque se atribuían á su aroma virtudes como de filtro para enajenar el
-corazón.</p>
-
-<p>Fue Dafrosa quien rompió el peligroso silencio.</p>
-
-<p>&mdash;Fausto&mdash;dijo con tranquila melancolía,&mdash;¿quién nos dijera que nos
-encontraríamos así otra vez? Cuando yo me confesaba llorando de que no
-podía olvidarte, ¿iba á suponer que el Sacro Emperador me desterrase á
-vivir contigo?</p>
-
-<p>Indeciso Fausto, dudó entre caer á los pies de la matrona y abrazar sus
-rodillas ó contestar algo&mdash;no sabía qué.&mdash;Entonces Dafrosa echó atrás el
-velo blanco que envolvía el óvalo de su rostro, y á la luz de las
-antorchas Fausto pudo ver con asombro una cara consumida por el dolor,
-unos ojos marchitos, unas mejillas demacradas; el pelo, recogido
-modestamente con cintas de lana violeta, no era ya aquella rubia vedija,
-aureola de oro; ¡á Dafrosa se le había vuelto el cabello todo gris, del
-gris de las nubes, del gris de la ceniza seca y hacinada en el hogar!</p>
-
-<p>&mdash;Puedes mirarme impunemente, Fausto&mdash;añadió ella.&mdash;Soy otra. La Dafrosa
-que conociste no está ya en el mundo. Después de que me<span class="pagenum"><a name="page_274" id="page_274"></a>{274}</span> contemples, te
-volverás á tu palacio de Roma, dejándome sola en esta isla, donde haré
-penitencia. He sido justamente castigada por haberte querido, cariño
-involuntario que yo no podía arrancar de mí por más que hacía. Se
-llevaron á mi marido para matarle poco á poco, y á mí me despreciaron.
-Lo merecía. Ahora los malvados me entregan á ti, quizás por creer que tú
-eres un peligro. Para Dafrosa ya no hay peligros. Mírame así; despacio,
-con atención; examíname. La misericordia divina me ha quitado
-enteramente mi hermosura.</p>
-
-<p>Inmóvil permanecía Fausto, penetrado de un sentimiento singular,
-diferente de cuantos hasta entonces habían agitado su alma complicada de
-romano de la decadencia, de amigo del refinado filósofo, el césar
-Juliano. No hacía mucho que en el palacio imperial, ante las aras
-restauradas de la Kaleos helénica, habían celebrado los dos amigos un
-pacto, especie de misteriosa iniciación de un culto secreto, diverso del
-vulgar paganismo que se saciaba con los sacrificios de bueyes y
-terneros, con las ceremonias impuras. Esta otra religión, preferida por
-Juliano, reemplazaba la teogonía y las supersticiones con la adoración
-de la belleza suprema, de la Forma en su armonía divina, en su euritnia
-sacrosanta, cuya relación percibe la inteligencia por encima de los
-sentidos. Una estatua de mujer, perfectísima, de líneas impecables, obra
-de Fidias, se erguía sobre el ara, en mitad de la capillita ó <i>cella</i>
-donde el emperador cumplía el rito, derramando las claras libaciones,<span class="pagenum"><a name="page_275" id="page_275"></a>{275}</span>
-quemando el incienso sabeo en el pebetero de oro de exquisita labor
-oriental. Y el Apóstata, tomando de la mano á su amigo, le obligaba á
-postrarse allí, murmurando: «Esta es la Diosa, ésta, y no el triste
-Galileo, que ha traído la fealdad al mundo.» Y ahora, Fausto, en
-presencia de Dafrosa, la mujer tan codiciada cuando la poseía Flaviano y
-ella vivía recluída al pie de sus lares, por no descubrir en los ojos
-los pensamientos, ahora Fausto advertía en sí mismo un trastorno, una
-variación incomprensible. Los afanes, los delirios, las ansias de
-posesión, la fiebre pasional tanto tiempo sufrida, alimentada por la
-Beldad, que ata las almas y no las suelta hasta el sepulcro, habían
-desaparecido. La Forma adorada no existía, y tampoco lo que se deriva de
-ella. En el mar tranquilo habían enmudecido las sirenas cantoras; en el
-cielo turquí las estrellas ya no parpadeaban de amor. Las rosas no
-desprendían ni un átomo de esencia: el rocío de la noche probablemente
-congelaba sus cálices, derramando en ellos una serenidad frígida. Las
-tenaces ligaduras de la carne se rompían en Fausto; su sangre, antes
-fuego, discurría convertida en luz por las venas. Y acercándose á
-Dafrosa, la tomó las manos y las llevó á su frente, murmurando en un
-suspiro:</p>
-
-<p>&mdash;Porque has perdido tu hermosura, te quiero más. Te parecerá que es
-mentira, y á mí ayer me lo parecería también, pero mira que no te
-engaño.</p>
-
-<p>No retiró las palmas Dafrosa. Este sencillo<span class="pagenum"><a name="page_276" id="page_276"></a>{276}</span> contacto no infundía tanto
-horror á los cristianos de aquellos siglos como á los actuales, acaso
-porque entonces eran más castos en su corazón. Las palmas de Dafrosa
-halagaron la inclinada cabeza de Fausto, y acercando los labios á su
-oído, susurró:</p>
-
-<p>&mdash;Te creo. Es natural eso que me dices. Tú, Fausto, hermano mío, eres
-cristiano también.</p>
-
-<p class="cb">. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .</p>
-
-<p>La crónica refiere que San Fausto sufrió el martirio y que Santa Dafrosa
-recogió de noche su cuerpo para que no lo devorasen los perros, pagando
-esta obra de caridad con la vida.<span class="pagenum"><a name="page_277" id="page_277"></a>{277}</span></p>
-
-<h3><a name="INDICE" id="INDICE"></a>ÍNDICE</h3>
-
-<p class="c">&mdash;&mdash;&mdash;</p>
-
-<table border="0" cellpadding="1" cellspacing="0" summary="">
-
-<tr><td>&nbsp;</td><td class="rt"><small><span class="un">Páginas.</span></small></td></tr>
-<tr><th><a href="#CUENTOS_DE_NAVIDAD_Y_REYES">Cuentos de Navidad y Reyes.</a></th></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_NOCHEBUENA_DEL_PAPA">La Nochebuena del Papa</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_007">7</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_TENTACION_DE_SOR_MARIA">La tentación de Sor María</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_013">13</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_NAVIDAD_DEL_PELUDO">La Navidad del Peludo</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_019">19</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#JESUSA">Jesusa</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_025">25</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#NOCHEBUENA_DE_JUGADOR">Nochebuena de jugador</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_033">33</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#DE_NAVIDAD">De Navidad</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_043">43</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#JESUS_EN_LA_TIERRA">Jesús en la tierra</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_051">51</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#EL_BELEN">El Belén</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_061">61</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#PAGINA_SUELTA">Página suelta</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_069">69</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#DOS_CENAS">Dos cenas</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_077">77</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_NOCHEBUENA_DEL_CARPINTERO">La Nochebuena del carpintero</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_087">87</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#EL_CIEGO">El ciego</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_095">95</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#LOS_MAGOS">Los Magos</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_101">101</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#SUENOS_REGIOS">Sueños regios</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_109">109</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_VISION_DE_LOS_REYES_MAGOS">La visión de los Reyes Magos</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_117">117</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#EL_ROMPECABEZAS">El rompecabezas</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_123">123</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#EN_SEMANA_SANTA">En Semana Santa</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_129">129</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_ORACION_DE_SEMANA_SANTA">La oración de Semana Santa</a><span class="pagenum"><a name="page_278" id="page_278"></a>{278}</span></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_139">139</a></td></tr>
-
-<tr><th><a href="#CUENTOS_DE_LA_PATRIA">Cuentos de la Patria.</a></th></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#VENGADORA">Vengadora</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_149">149</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#EL_CATECISMO">El catecismo</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_155">155</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#EL_CABALLO_BLANCO">El caballo blanco</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_161">161</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_EXANGUE">La exangüe</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_167">167</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_ARMADURA">La armadura</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_173">173</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#EL_TORREON_DE_LA_ESPERANZA">El Torreón de la Esperanza</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_181">181</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#EL_PALACIO_FRIO">El Palacio frío</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_189">189</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#EL_TEMPLO">El Templo</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_197">197</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#EL_MILAGRO_DE_LA_DIOSA_DURGA">El milagro de la diosa Durga</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_203">203</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#ENTRE_RAZAS">Entre razas</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_209">209</a></td></tr>
-
-<tr><th><a href="#CUENTOS_ANTIGUOS">Cuentos antiguos.</a></th></tr>
-
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_PALOMA">La paloma</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_217">217</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#PREJASPES">Prejaspes</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_223">223</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#ZENANA">Zenana</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_229">229</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_GOTA_DE_CERA">La gota de cera</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_237">237</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#LA_PALINODIA">La palinodia</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_245">245</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#EL_MANDIL_DE_CUERO">El mandil de cuero</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_251">251</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#LOS_CABELLOS">Los cabellos</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_257">257</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#AL_BUEN_CALLAR">Al buen callar</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_265">265</a></td></tr>
-<tr><td valign="top"><a href="#FAUSTO_Y_DAFROSA">Fausto y Dafrosa</a></td><td class="rt" valign="bottom"><a href="#page_271">271</a></td></tr>
-</table>
-
-<div class="footnotes"><p class="cb">Notas:</p>
-
-<div class="footnote"><p><a name="Footnote_1_1" id="Footnote_1_1"></a><a href="#FNanchor_1_1"><span class="label">[1]</span></a> Histórico.</p></div>
-
-<div class="footnote"><p><a name="Footnote_2_2" id="Footnote_2_2"></a><a href="#FNanchor_2_2"><span class="label">[2]</span></a> Me conviene recordar que este cuento, inspirado en la vida
-de los Santos Fausto y Dafrosa, vió la luz en <i>Blanco y Negro</i> con
-anterioridad á la publicación de la preciosa novela de Merej Kowsky, <i>La
-muerte de los dioses</i>.</p></div>
-</div>
-
-<hr class="full" />
-
-
-
-
-
-
-
-<pre>
-
-
-
-
-
-End of the Project Gutenberg EBook of Cuentos de navidad y reyes; cuentos de
-la patria; cuentos antiguos, by Emilia Pardo Bazán
-
-*** END OF THIS PROJECT GUTENBERG EBOOK CUENTOS DE NAVIDAD Y REYES ***
-
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-Foundation
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-
-</pre>
-
-</body>
-</html>
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